Yo tuve la mama más mala de todo el mundo. Mientras que los niños no tenían que desayunar, yo tenía que comer cereal, huevos y pan tostado. Cuando los demás tomaban refrescos gaseosos y dulces para el almuerzo, yo tenía que comer emparedado. Mi madre siempre insistía en saber dónde estábamos. Parecía que estábamos encarcelados. encarcelados. Tenía que saber quiénes eran nuestros amigos. Insistía en que si decíamos que íbamos a tardar una hora, solamente nos tardaríamos t ardaríamos una hora. Me da vergüenza admitirlo, pero hasta tuvo el descaro de romper la ley contra el trabajo de los niños menores. Hizo que laváramos trastes, tendiéramos camas, y aprendiéramos a cocinar y muchas cosas igualmente crueles. Creo que se quedaba despierta en la noche pensando en las cosas que podría obligarnos a hacer. Siempre insistía en que dijéramos la verdad y solo la verdad. Para cuando llegamos a la adolescencia ya fue más sabia, y nuestras vidas se hicieron aún más miserables, se volvió posesiva. Nadie podía tocar el claxon para que saliéramos corriendo. Nos avergonzaba hasta el extremo, obligando a nuestros amigos a llegar a la puerta para preguntar por nosotros. Mi madre fue un completo fracaso. Ninguno de nosotros ha sido arrestado. Cada uno de mis hermanos ha servido a su patria, y " A QUIEN DEBEMOS CULPAR DE NUESTRO TERRIBLE FUTURO? Tienen razón, a nuestra madre. Vean de todo lo que nos hemos perdido. Nunca hemos podido participar en una demostración y actos violentos y miles de cosas más que hicieron nuestros amigos. Ello nos hizo convertirnos en adultos educados y honestos. Usando esto como ejemplo, estoy tratando de educar a mis hijos de la misma manera. Verán doy gracias a Dios por haberme dado "LA MAMA MAS MALA DEL MUNDO".
Vive cada día como si fuera el último. Aprovecha al máximo cada hora, cada día y cada época de la vida. Así podrás mirar al futuro con confianza y al pasado sin tristeza. Sé Tú mismo. Pero sé lo mejor de tí mismo. Ten valor para ser diferente y seguir Tú propia estrella. Y no tengas miedo de ser Felíz. Goza de lo bello. Ama con toda el alma y el corazón. Cree que aman aquellas personas que Tú amas. Olvídate de lo que hayas hecho por tus amigos y recuerda, lo que ellos han hecho por ti. No repares en lo que el mundo te debe y fíjate en lo que le debes al mundo. Cuando te enfrentes a una decisión, tómala tan sabiamente como te sea posible. Luego olvídala. El momento de la certeza absoluta nunca llega. Sobre todo recuerda, que Dios, ayuda a quienes se ayudan a sí mismos. Actúa como si todo dependiera de ti, y reza como si todo dependiera de Dios. Vive cada día a plenitud. Vive Cada Día Como Si Fuera El Último Conquístate a ti mismo. Hoy deseo sugerirte que hagas una experiencia contigo mismo, para beneficio de tu propia vida y de los que te rodean. Se trata de que te decidas a pensar y actuar durante sólo una semana: “Hoy seré feliz. Expulsaré de mi espíritu todo pensamiento triste. Me sentiré alegre. No me quejaré de nada.
Hoy agradeceré a Dios la alegría y felicidad que me regala. Trataré de ajustarme la vida. Aceptaré el mundo como es y procuraré encajar en este mundo. Si sucede algo que me desagrada, no me mortificaré ni me lamentaré, más bien agradeceré, de mis impulsos, pues para triunfar debo superarme, debo tener el dominio de mí mismo. Trabajaré alegremente, con entusiasmo, haré de mi trabajo una diversión. Comprobaré que soy capaz de trabajar con alegría. Resaltaré mis éxitos grandes o pequeños y no pensaré en mis fracasos. Seré agradable. No criticaré a nadie. Olvidaré los defectos de los demás y concentraré mi atención en sus virtudes. No envidiaré nada. Tendré presente que muchos no tienen lo que yo tengo y que el destino feliz pertenece a los que luchan y que el futuro se resolverá en función de la actuación de mis Hoy. No pensaré en el pasado negativo. No guardaré rencor y practicaré el perdón.”
La noche había caído ya. Sin embargo, un pequeño hacía grandes esfuerzos por no quedarse dormido; el motivo bien valía la pena: estaba esperando a su papá. Los traviesos ojos iban cayendo pesadamente, cuando se abrió la puerta; el niño se Incorporó como impulsado por un resorte, y soltó la pregunta que lo tenía tan inquieto: -Papi, ¿cuánto ganas por hora? – dijo con ojos muy abiertos. El padre, molesto y cansado, fue tajante en su respuesta: -Mira hijo, eso ni siquiera tu madre lo sabe, no me molestes y vuelve a dormir, que ya es muy tarde. -Si papi, sólo dime, ¿cuánto te pagan por una hora de trabajo? – reiteró suplicante el niño. Contrariado, el padre apenas abrió la boca para decir: -Ochocientos pesos. -Papi, ¿me podrías prestar cuatrocientos pesos? – preguntó el pequeño. El padre se enfureció, tomó al pequeño del brazo y en tono brusco le dijo: -Así es que para eso querías saber cuánto gano, ¿no?. Vete a dormir y no sigas fastidiando, muchacho.... El niño se alejó tímidamente y el padre, al meditar lo sucedido, comenzó a sentirse culpable: "Tal vez necesita algo", pensó, y queriendo descargar su conciencia se asomó al cuarto de su hijo y con voz suave le preguntó: -¿Duermes hijo? -Dime papi, respondió él entre sueños. -Aquí tienes el dinero que me pediste. Gracias papi – susurró el niño mientras metía su manita debajo de la almohada, de donde sacó unos billetes arrugados. ¡Ya completé! – gritó jubiloso-. Tengo, ochocientos pesos..., ahora papá: ¿ME PODRÍAS VENDER UNA HORA DE TU TIEMPO?
El día que mi maría José nació, en verdad no sentí gran alegría porque la decepción que sentía parecía ser más grande que el gran acontecimiento que representa tener un hijo. Yo quería un varón. A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis dos mujeres, una lucía pálida y la otra radiante y dormilona. En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa de maría josé y por el negro de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura, su carita, su sonrisa y su mirada no se apartaban ni un instante de mi pensamiento, todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña, hacía planes, todo sería para mi maría José. -este relato era contado a menudo por Randolf, el padre de maría José: yo también sentía gran afecto por la niña que era la razón más grande para vivir de Randolf, según decía él mismo. Una tarde estaba mi familia y la de Randolf haciendo un picnic a la orilla de una laguna cerca de casa y la niña entabla una conversación con su papá, todos escuchábamos atentamente-papi, cuando cumpla quince años, ¿cuál será mi regalo? -pero mi amor si apenas tienes diez añitos- ¿no te parece que falta mucho para esa fecha? -bueno, papi, tú siempre dices que el tiempo pasa volando, aunque yo nunca lo he visto por aquíLa conversación se extendía y todos participamos de ella. al caer el sol regresamos a nuestras casas. Una mañana me encontré con Randolf frente al colegio donde estudiaba su hija quien ya tenía catorce años. El hombre se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro. Con gran orgullo me mostró el registro de calificaciones de María José, eran otras impresionantes, ninguna bajaba de 10 y los estímulos que les habían escrito sus profesores eran realmente conmovedores, felicité al dichoso padre y le invité a un café. María José ocupaba todo el espacio en casa, en la mente y en el corazón de la familia, especialmente el de su padre. Fue un domingo muy temprano cuando nos dirigíamos a misa, cuando María José tropezó con algo, eso creímos todos, y dio un traspié, su papá la detuvo de inmediato para que no cayera. Ya instalados en nuestros asientos, vimos como María José fue cayendo lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento. la tomé en brazos mientras su padre, buscaba un taxi y la llevamos al hospital. Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando le informaron que su hija padecía de una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón, pero no era algo definitivo, que debía practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme. Los días iban transcurriendo, Randolf renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de María José, su madre quería hacerlo pero decidieron que ella trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él. Una mañana Randolf se encontraba al lado de su hija cuando ella le preguntó: -¿voy a morir, no es cierto?, eso te lo dijeron los médicos ¿verdad? -no mi amor, no vas a morir, dios que es tan grande, no permitiría que pierda lo que más he amado en el mundo respondió el padre. -¿van a algún lugar? ¿Pueden ver desde lo alto a las personas queridas? ¿Sabes si pueden volver?
-bueno hija, respondió, en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre eso, pero si yo muriera, no te dejaría sola. Estando en el más allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en última instancia utilizaría el viento para venir a verte. -¿al viento? ¿y cómo lo harías papi?. -no tengo la menor idea hija, sólo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas. Ese mismo día por la tarde, llamaron a Randolf, el asunto era grave, su hija estaba muriendo, necesitaban un corazón pues el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más. ¡Un corazón! ¿De dónde saco un corazón? Lo vendían en la farmacia acaso, en el supermercado, o en una de esas grandes tiendas que hacen propaganda por radio y televisión. ¡Un corazón! ¿Dónde? Ese mismo mes, María José cumpliría sus quince años. Fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante, las cosas iban a cambiar. El domingo por la tarde, ya María José estaba operada. Todo salió como los médicos lo habían planeado. ¡Éxito total! Sin embargo, Randolf no había vuelto por el hospital y María José lo extrañaba muchísimo. Su mamá le decía que ya que todo estaba bien y que sería el papá quien trabajaría para sostener la familia, María José permaneció en el hospital por quince días más, los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte y así lo hicieron. Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su mamá con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre. María José, mi gran amor: "al momento de leer mi carta, debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho, esa fue la promesa de los médicos que te operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuánto lamento no estar a tu lado en este instante. Cuando supe que ibas a morir sentí que yo también moriría contigo, y me preguntaba ¿qué podía hacer?... después de tanto pensar y sentir mil cosas dentro de mí, decidí finalmente que la mejor manera de hacer algo por ti era darle respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenías diez años y a la cual no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás ha hecho. Te regalo mi vida entera, sin condición alguna para que hagas con ella lo que creas que es mejor, sintiendo muchas cosas bellas y sabiendo que en el mundo lo más importante es que quieras vivir, ¡vive hija!. ¡¡¡¡Te amo!!!!... también quiero que sepas que hoy, mañana y siempre estaré a tu lado, siempre. Te amo y siempre te amaré, porque eres lo más grande y hermoso que dios me ha dado... siempre estaré contigo, siempre te amaré... María José lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente, fue al cementerio y se sentó sobre la tumba de su papá, lloró como nadie lo ha hecho y susurro: -papi ahora puedo comprender cuánto me amabas, yo también te amo aunque nunca te lo dije. Por eso también comprendo la importancia de decir "te amo". Y te pido perdón por haber guardado silencio"... En ese instante las copas de los árboles se movieron levemente y cayeron algunas flores, sintió María José que un suave viento rozó su cara y una brisa fresca besó sus mejillas. Alzó la mirada al cielo sintiendo una paz inmensa y dio gracias a dios por eso. Se levantó y caminó a casa con la alegría de saber que lleva en su corazón "el amor más grande del mundo".