Depósito legal: B. 541 - 1987 Impreso en España Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
La intención de los dos volúmenes sobre La filosofía antigua y La filosofía moderna (Ariel, 1986) quedó señalada en la «Introducción» de la primera de esas dos obras. En esta oportunidad aclaramos por qué del plan inicial del trabajo se había excluido la filosofía contemporánea. Ahora invito a los lectores a releer aquellas páginas. Decía que «la filosofía, de ciudad se ha convertida en un claro, y que los caminos que la unen con las regiones^ circundantes son ahora autopistas». Y agregaba: «...la filosofía contemporánea en su casi totalidad, no es el claro sino que circula con el tránsito de la autopista, en la que se encuentra unida a todas las disciplinas de la cultura moderna. El claro es en cambio lo que parece que ha quedado de la vinculación profunda entre la antigua ciudad y el claro en el que se ha transformado ésta, y por lo tanto entre la ciudad y_ el tránsito de la autopista. Pero la consideracióiTde éste vínculo adquiere la importancia y el significado que le son propios sólo si, antes que nada, no se pierde el recuerdo de la ciudad filosófica. Dirigir la atención hacia la vinculación profunda entre grandes pensadores justifica no perder el recuerdo de esa ciudad. Sólo conociendo qué ha sido la filosofía puede comprenderse el sentido de su transformación actual y puede redescubrirse su rostro bajo la máscara. Hoy la filosofía tiende a confluir con la ciencia. Pero sólo recordando qué ha sido la primera puede esperarse comprender el sentido de la segunda y de la misma civilización que se está construyendo sobre los cimientos de la ciencia». Este tercer volumen desea mostrar cómo se ha llegado a ese «claro» y a ese «tránsito de autopista» y por lo tanto al vínculo que une la antigua ciudad de la filosofía con el claro y con el tránsito. Por otra parte, los criterios siguen siendo los mismos: sobre todo el que permite sacar a la luz el rasgo de fondo unitario de la filosofía contemporánea (Q sea de la filosofía que se aleja cada vez más de todo «fondo» y de toda «unidad»). Lo que obviamente no significa negar las diferencias y las con-
8
EMANUELE SEVERINO
traposiciones sino, justamente, sacar a la luz su terreno común. En las páginas siguientes se usan estas dos abreviaturas: FA: Emanuele Severino, La filosofía antigua (Ariel, 1986). FM: Emanuele Severino, La filosofía moderna (Ariel, 1986). INTRODUCCIÓN
E. S. 1.
LA FILOSOFÍA, EL TERROR Y EL REMEDIO
Aristóteles, citando una observación de Platón, dice que los hombres se ven impulsados a filosofar por la «maravilla»: por la «maravilla» que experimentan cuando, frente a los sucesos del mundo, ignoran sus «causas». Por lo tanto buscan la filosofía por ella misma, p^rqueqmer^c^moc^ no porque deseen servirse de la filosona colíinlrasaoDtener alguna ventaja. Pero la palabra griega tháuma que traducimos como «maravilla» tiene un significado mucho más intenso: indica también el estupor atópitr» frente a lo extraño, imprevisible, horrendo, monstruoso. Si, en efecto, no se conocen las «causas» de lo que sucede —si lo que sucede no entra en la explicación del mundo que el hombre va poseyendo—, entonces el sucederse de las cosas es lo inquietante y se convierte en la fuente de todo terror y angustia. Y también de todo dolor, porquejíl sufrimiento resulta insoportable cuando no es explicable y"se produce en el hombre, imprevisible v sin razones. A1 anrmar que la niosona nace de la maravilla, Aristóteles quiere decir (aunque evite subrayarlo) que nace del terror provocado por la imprgyjsibilidad del devenir de la vida. AT cflflUÜSf TaT'Scausas» del devenir, lá rllUSóha nace previsible lo imprevisible, lo inserta en la explicación estable del sentido del mundo, y por lo tanto suministra el remedio contra el terror de la vida. La filosofía griega se planteó ser contemplación desinteresada, sin propósito de conseguir ventaja práctica alguna; pero en la historia de la civilización nrr i dental la filosofíaj justamente por ser contemplación pura y desinteresada"de las «causas» del devenir, ha sido el primer formidable instrumento con el cual el hombre de rV"íJ"T^" v,° prprjHj^n a satisfacer su fundamental1 interés ^aSñffiációnJdel terror \de la vida, ün la culminaci¿n de la historia de Occidente, el otro
10
EMANUELE SEVERINO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
gran instrumento —el otro ^ran remedio contra el terror— es i* -nrganpaqftn cientmcc~tecnolojpca-4^%^xperiencia. Es verdad que también 51 ^ílsllUlllsTnoie presenta como remedio contra la infelicidao'y-eLdoler-ffemedio ultramun10). Y el cristianismo hasta tiene una relación con las sas que la filosofía no posee. Por otra parte, también el rístianismo —como toda la civilización occidental— crece lentro de la dimensión que la filosofía griega ha abierto de ina vez para siempre y a la que de nuevo se debe apelar (FA, I, 1; XIII, 3 y FM, XXI, 8). Y justamente en el lugar donde se establece el nexo entré losofía y «maravilla», Aristóteles también observa que el philómythos (literalmente: «aquel que ama el mito» o sea que construye los mitos y cree y vive en ellos) es de alguna manera filosofo, porque la construcción de los mitos surge de la «maravilla», o sea dje^terjcojcjiue: eldevenir de la jvida_pro^m^<>n g ¡ tinmhre, También el jnjto, én~erecto, recoge los eventos del mundo en una explicacíSn unitaria: predispone una interpretación estable del universo y espera, preparad» por ésta, laJgPiprión rifi,.1os fiyentasfJ^^cuales_j¿^jsn^^ nnprevisifoU¿ad aterrorizadora y se adecúan alj»ácrt^á&m\co enunciado por~eTm1torr'Tallíblén el "conocimiento m í t i c o d e lá"s~causaS y de lus "acontecimientos es un remedio contra el terror de lo imprevisible. Pero es un remedio inseguro, porqu
no puede dejar de inspirar desconfianza ni resultar inseguro e ineficaz. Sólo la verdad puede salvar del dolor del devenir; sólo la episteme es el remedio contra el terror. Una vinculación esencial une esta temática con la afirmación aristotélica de que sfrlq el fijfanf" p i H ° lyr M i r Pero la fclosojía 4 e ^ r e e l ^ u j a r e n i o ^ n i e ^ ^ teja^rjustameñte en d a ^ t p ^ o j i . ^ q u ^ s j i c ^ ^
Í
11
mimSo/entendido como salir de la nada y volver a ella (FA, XIII, 3). Si, en efecto, la fuente del terror es la imprevisibilidad de los acontecimientos que advienen en el devenir del mundo, el tqrrnr rlevúam^xtremo si ^ w H < > n p r^t^TTlñ ^ imprpyisibilidad del devenir; y ésta deviene extrema si se piensa que lo^ej£ejato>4iiumrjeji-^ na^a^ Si lo que se enfrenta al hombre ha sido nada —y con el hombre se enfrenta hasta el mismo hombre que más bien se aparece ante él mismo como la más inquietante de todas las cosas, como dice Sófocles en Antígona—, si las vicisitudes de la vida y del mundo provienen de la nada, son absolutamente imprevisibles: en efecto, ¿qué puede haber de previsible en la nada? Absolutamente imprevisibles y por lo tanto absolutamente terroríficas. Lajpage^ia^jri^ga sur^ge justamente ^ewíro^ie^senjüdojna^^ evocado desde los comienz^sael^ensamiento filosófico. Y la filosofía griega no sólo evoca este sentido inaudito, sino que l a concibe como la ¿vigenciaoriginaria, el punto Ha partida HPI lamino filosófico-metafísico. el objeto_jgorexcelencia de la «maravilla». También quien como JEarménidesJafirma el ^ar¿^iWj]ii5pHr> ¿\P\ devenir, adelanta esta afirmación porque está convencido de ver la salida de las cosas de la nada y^u^w)ltyer amella, y sólo porque está convencido de ver este coñfepíHo^ lo considera ilusorio. (Si no creyésemos ver el movimiento del sol, si ese movimiento no fuese una evidencia para nosotros, no lo calificaríamos de ilusorio y aparente, desde el punto de vista de la astronomía moderna.) Con el nacimiento de la filosofía, el hombre se encuentra expuesto a la absoluta sorpresa de la nada, o sea de los acontecimientos que han sido nada y que por lo tanto se sustraen de manera radical a toda anticipación y previsión. Y también la^muerfSO concebida como aniquilación, adquiere el sentido de ima^e^renia distancia, donde lo que, al morir, se convierte en nada, no tiene ninguna otra vinculación con el mundo y se pierde en una noche infinita.
12
EMANUELE SEVERINO
Lal iues, al mjcer, tiende a seguir dos di£££citífls¿ contrapuesta imo fffisterrtt? como verdad incontrovertible es que tiende a desvelar el sentido y„ el ._ Origen _ „ del devenir,, __ extrema capacidad dejgreyjsión v de anticipación del H w y | p todo lo que se~9fócluce en ei devenir cié la vida y del mundo debe adecuarse a la Leyjinmiitahle del Todo desvelada inmutablemente ppr.la eptsíemZ^ero, como ey^tfSc^^el^eimHój j¡gíÉi2&(ontoíógico) del devenir, lafilflrepfia,evoría \t\ jtnprpvisibilidad extrema, la extrema imposibilidad de anticipar en Xa historia de la filosofía es fundamentalmente el desarrollo del choque de estas dos instancias contrapuestas de modo irreductible. Un choque donde el sentido griego del devenir termina con destruir a su antagonista, o sea con la voluntad epistémica de dar un Orden, un Sentido, un Origen absolutos e inmutables al devenir. En su carácter específico, la filosofía contemporánea llefla a la, rtispiriq
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
13
tianismo, al querer ser fe y mensaje que la razón humana nunca habría podido descubrir por sí sola, es un remedio" inseguro jjjnofiable, expuesto por su naturaleza a la amenaza de la duda y del rechazo. Y por otra parte —venimos diciéndolo—, justamente la filosofía, que como episteme se presenta en la historia de Occidente como el primer gran remedio contra el terror, justamente la filosofía como episteme es destruida de forma progresiva f\ la largo de la historia de la cultura y de la civilización|Moccid£ntaL_Es destruida la hlosotia como episteme y como voluñtaddedescubrir el Sentido y el Origen del devenir. Es destruido el primer gran refugio contra el terror. ¿Cómo ha sido posible todo esto? ¿Tal vez el hombre moderno sé ha liberado del temor y de la inquietud provocados por lo imprevisible? [27LA RELACIÓN ENTRE TERROR Y REMEDIO EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
Nietzsche ha afirmado que *> XVM^P hn \Vd° Veor 9ue la> ^enfermedad. Expresión esta qué puede compendiar de lsTmS^L' «BlW^TfiaTflTicaz el aspecto más característico de la filosofía contemporánea. EljOrigen, el Sentido, la Causa, el Fundamento, el Orden, la Ley, la Realidad inimitable y divina evocadoyTyoTTa~eptsteme son el remedio contra el terror provocadüpoT^^lmpxeyisÍDilidad del ripypnir, pero a._la vez un poco" elfos mismos van presentando un rostro terrorífico. PfévTentto— y anticipando el devenir, terminan por borrarlo, y al borrarlo borran con él la vida mis'ma deTTiombre. m hombre aparece aJite-eXmlsmo como la más inquietante e imp^yisiblfí ** Tag cosas, pero el remedio que aporta termina por resultarle un suicidio. El remedio destruye la vida; pero el hombre es justamente la vida y se da cuenta de manera cada vez más nítida que al querer salvarse del peligro que él es para sí mismo, termina por liberarse de sí mismo, por destruirse a sí mismo. Se da cuenta cada vez más de que el remedio ha sido peor que la enfermedad. Sj r>ír>c ovigt^ oí hr>TnV»rg n o puede vivir. De esta manera empieza una«iai^in"aTClBc4e^hoiB(bi^hacia te-*tiber«6^, o sea hacia la liberación de esa «verdad» que le destruye la vida. Y ya que la «verdad» no es un simple hecho cultural, encerrado dentro de los límites del saber filosófico, sino que ha constituido el fondo sobre el que han tomado forma las obras y las instituciones sociales, políticas
14
EMANUELE SEVE RIÑO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
y económicas de la tradición occidental (y el propio cristianismo ha terminado por proclamar la «armonía» entre su contenido y la verdad filosófica), la liberación de la «verdad» y de la realidad inmutables no ha~"sido una simple vicisitud cfllUual sino que se ha convertido en la mstoria.]cQncreta de Occidente, o sea ha quedado determinada como libertad religiosa, política, económica. Pero la progresiva conciencia de que el «remedio», al ser peor que la enfermedad, sofoca la vida del hombre — y que por lo tanto debe ser d e s t r u y a toda verdad y toda realidad inmutable en la que ese remedio toma cuerpo—, esa conciencta~ho es la expresiónjfe„ujia__sjtniplg vnlnntad_.dg_ supervivencia. Ei-remedio evocado por la forma tradicionaF de la "clvtlización occidental hace impensable ese devenir que, como ya se ha dicho, desde sus comienzos la filosofía concibe como la evidencia originaria, absolutamente indiscutible e innegable. Y desde luego en el devenir de las cosas está también esa forma emergente de movimiento que es la vida misma del hombre. Al defender su propia supervivencia, sin embargo, el hombre defiende antes que nada su propia convicción de que el devenir de las cosas —y su salir de y volver a la nada— es la prueba, fundamental que no puede ser desmentida por forma alguna de saber y, por lo tanto, tampoco por forma alguna de episteme, aunque pretenda plantearse como verdad absolutamente incontrovertible. Que la episteme se configure como una fuerza que sofoca el devenir y la vida es más bien el argumento decisivo para concluir que la episteme es justamente lo opuesto de lo que piensa que es. Desde este punto de vista, la progresiva destrucción de la episteme y de toda realidad inmutable (o aspecto inmutable de la realidad) evocada por la episteme no es el efecto del choque entre verdad de la episteme y la no-verdad, sino entre acJtiéUb^que a lo largo de la historia de Occidente se vive y se siente como la tfffQad originaria y auténtica —el sentido g r i e j g g ^ 3 s t d e s e a ^ É ! X y ^ ^ e e S desenmascarado en su pretensión d e _ s ^ La convicción de que el sentido griego del devenir sea la verdad originaria e imposible de desmentir no se forma, en efecto, fuera de la episteme, sino que esta última, al salir a la luz, evoca el devenir, o sea lo entiende como un salir y un volver a la nada, y como consecuencia de esta evocación prepara el remedio contra el terror que desencadena el devenir así entendido. La episteme no puede ser verdad, porque ter-
mina por sofocar su propia criatura: el devenir del mundo y de la vida. Pero más allá de esto, de lo que se ha hablado, hay otros motivos que explican cómo el pensamiento contemporáneo ha podido convencernos de que el remedio era peor que la enfermedad. Al comienzo de la civilización occidental, la capacidad del hombre para transformar el mundo es aún extremadamente reducida, y por lo tanto el instrumento del que dispone el hombre para defenderse y salvarse del devenir del mundo no puede consistir en otra cosa que en un modo de interpretar el mundo y la vida. Superando la interpretación mítica, la interpretación filosófica del mundo es el esfuerzo más radical para defenderse del terror de la vida mediante un enfoque cognoscitivo, una configuración del pensamiento. Pero con la ciencia y la técnica modernas, sobre todo en los últimos ciento cincuenta años, las capacidades del hombre para transformar el mundo de acuerdo con los proyectos que se va prefijando crecen de manera extraordinaria, sin punto de comparación con el pasado. La ciencia y la técnica se muestran capaces de regular y guiar el curso del mundo en formas y modos que están a la vista de todos y no hacen añorar el dominio epistémico del devenir, accesible sólo a una élite de individuos y, por lo tanto, incapaz de ser un remedio perceptible y apreciable por las masas y por las nuevas clases sociales en ascenso. Estos grupos sociales que se sienten protagonistas y no espectadores pasivos de la historia, no ven en la filosofía la capacidad de resolver los problemas específicos que de vez en cuando estallan sobre el fondo del terror de la vida. El inaudito sentido griego del devenir, evocado por la filosofía, se ha extendido hasta guiar el comportamiento mismo de las masas (hoy hasta un ignorante sabe que las cosas que tiene alrededor vienen de la nada y a ella regresan), pero la episteme, aunque en su interior ha sido evocado el sentido inaudito del devenir, nunca logró colocarse directamente en relación con las masas, a diferencia de la ciencia y de la técnica, cuyos resultados prácticos son perceptibles por todos. Es así que se ha difundido un sentido de poderío —no sólo en las fuerzas que hoy guían el mundo, sino también en las masas occidentales— que tiende a hacer olvidar el antiguo terror hacia la imprevisibilidad del devenir. Al confiar en su poderío el hombre se vuelve audaz. Ciertamente, lsLgjencia y la técnica saben hoy que no son verdailes^absolulaS-¿iJicontrovertíbles; o sea, Saben que HO
15
16
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
EMANUELE SEVERI NO
son>^]¡isteme (aunque la palabra «epistemología» sirve hoy para designar la reflexión crítica sobre las estructuras y las formas de la ciencia, esto es, acerca de las estructuras y las formas de lo que no es episteme, aunque ciertas formas de la filosofía contemporánea hayan aprendido a usar de manera impropia la palabra episteme). En este sentido, -también la ciendte y la t é c ^ mito —y, a los ojos de quien sabe que el remedio ha sido peor que la enfermedad, se presenta ahora como mito también la episteme—; pero la ciencia y la técnica, a diferencia de cualquier otro mito, parecen mantener, ahora.y„aquí, *n psta tierrau-lo que prometenj^paxpren ser; el remedia más__ejficj^.ciMitra. el terroOfiTaiéxsnir, aunque su aparato conceptual desde hace tiempo haya renunciado a presentarse como verdad absoluta, definitiva e incontrovertible. El proceso de destrucción de toda verdad inmutable y absoluta —el proceso de liberación del hombre moderno— hace posible, pues, un conjunto de-enfoques que, por otra parte, tienen una correspondencia efectiva sobre todo en la culminación de ese proceso en la filosofía contemporánea, o sea en la filosofía que sigue a la última gran tentativa de la filosofía para constituirse como episteme: la tentativarealjzada-poria filosofía hegeliana. " En la Vicisitud de la liberación de los inmutables, la atención puede verse atraída, hacia un lado, por el aspecto posi#vo de la iniciativa humana, en cuanto ésta destruye~el Orden —UTtey, el Dominio— que en sus diferentes formas epistémico-filosóficas, metafísicas, teológico-religiosas, morales, económicas, políticas, jurídicas, estéticas hace imposible el devenir de la vida del hombre. La civilización entiende como •pi^gres^iJa_Jihejacion^delos inmutablesj^y desde mediados delsíglo xíx, posicioneTílOSófieas-eoifíoel marxismo y el positivismo se presentan como formas de interpretación del sentido det^progreso. Captando el aspecto positi^-rir ln rinstnif, ción del «rSmedio»^ que ha terminado por revelarse peor que la enfermedad - 3 ^ sea más temible que el terror provocado por la imprevisibilidad del devenir—, el antiguo temor de la "vida se al«»úa y pasa a segundo plano. Por el otroladOyXPjijajestrucción del «remedio», la atención puede ser reclamada nuevamente por la representación del antiguo temor, que se ha vuelto aún más fuerte por la comprobación de que el «remedio» preparado por toda la tradición de Occidente se ha revelado inútil. La vida del hombre es un naufragio; el hombre es un «ser para la muerte»: den-
17
tro de esta perspectiva se colocan las diferentes formas de la filosofía existencialista. Y también por otra parte, el pensamiento filosófico, frente al fallido «remedio», desconfía tanto de la exaltación del progreso, como del pesimismo que se rinde al terror: se propone entonces un mievr> tipo He hnmfrre—Nietzsche lo llama «superhombre»— que supera el terror de la vida aceptando como propio destino todo lo que la vida va presentando, ya sea gozoso o terrible; o que ve, justamente en el aspecto inquietante de la existencia, el único modo posible de ser auténticamente hombres: el riesgo, la audacia, la aventura garantizados por la nada, desprovistos de todo remedio, abiertos a toda sorpresa, a toda forma de éxito y a todo fracaso. Como ya hemos señalado, existen todos aquellos aspectos de la filosofía contemporánea —desde el positivismo al pragmatismo y al neoempirismo— que confían al nuevo remedio, o sea a la racionalidad científica y a la técnica modernas, la tarea de salvar al hombre del terror de la vida. Las indicadas son configuraciones típicas de la filosofía contemporánea, que no sólo no agotan el cuadro de la actual reflexión filosófica sino que, además de interferirse y entrelazarse de manera compleja, dejan más allá de ellas y a veces mantienen en ellas mismas la tentativa de hacer sobrevivir el enfoque epistémico. 3.
ESCEPTICISMO Y FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
Si no se pierde de vista que toda la cultura filosófica, e incluso todas las formas de la civilización occidental, consideran el sentido griego del devenir como la evidencia y la verdad originaria y fundamental, estamos en condiciones de comprender el significado que el escepticismo siempre ha tenido en la historia del pensamiento filosófico, y por tanto también de la filosofía contemporánea. Ya que la filosofía contemporánea enjyu rasgo mas rarartftrístiro. déBe~5er imisideíada gomo una gran variación del tema
ftsrept.ir.ismn.
El escepticismo filosófico, en efecto, en su concreta configuración histórica, no es una abstracta y gratuita voluntad de negar la verdad, nt+ tu imü Arbitraria nprinn por la nOj^grdaf^
al contrario, en el escepticismo se halla presente, como en la episteme, la idea de la verdad; pero el escepticismo está convencido de que existeirTaióTíes^aTa-descartar que las formas históricas de la episteme o toda forma posibleT^stén enjcondi-
18
EMANUELE SEVERINO
Este enfoque está presente en la episteme: por ejemplo, la filosofía moderna, al mostrar lo insostenible del realismo tradicional, aduce los motivos que llevan a excluir que la idea de verdad se haya realizado en las formas antiguas de la episteme. Pero mientras que en esta última la crítica dirigida a las otras formas de episteme va unida al convencimiento de poseer finalmente la encarnación auténtica de la idea de la verdad, dicho convencimiento está ausente, en cambio, del escepticismo filosófico. Después de haber destruido la construcción de la episteme, el escepticismo se retira al terreno seguro —cognoscitivamente seguro— de lo que sigue estando siempre en la base de toda construcción epistémica y que permanece después de la destrucción de toda episteme: el devenir del mundo, el acaecer de las cosas, que por inquietante, inexplicable y caótico no puede ser negado de manera alguna. Y esto se considera, aun en el escepticismo, como la dimensión evidente desde buen principio, cuya existencia de ninguna manera puede ser cuestionada y que por lo tanto constituye una verdad indiscutible y absoluta. El escepticismo antiguo, moderno (FA, XI; FM, I, 8) y contemporáneo no consiste en la afirmación abstracta de que no existe verdad alguna, sino en la afirmación de que no ^existe o no puede existir una verdad epUtAmica gup <¡t> mingue por encima de la verdad del munao aei devenir y pretenda ¡ser su Ley ínmutaoie. Una ahrma¿!Mfl ¿JUé presenta diferentes aspectos en relación con los diferentes modos con los que el escepticismo niega la episteme, y con las diversas formas de episteme marcadas por la negación escéptica, o finalmente con los distintos modos con los que el escepticismo —aun dentro de una idéntica manera de entender el fundamental sentido griego del devenir— concibe la configuración, la colocación y los rasgos específicos del devenir. No es pues una casualidad la profunda vinculación del escepticismo con Heráclito, interpretado —de manera indudablemente reductiva— como filósofo del devenir incesante de todas las cosas. Si toda la realidad está en continuo movimiento, no es posible ningún conocimiento verdadero de esa realidad, porque al cambiar, será siempre diferente de como se pensó que era. (Una consecuencia que ya Platón y Aristóteles habían denunciado con claridad admirable.) Pero, justamente, afirmar que no puede existir conocimiento verdadero de la
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
19
realidad deveniente significa reconocer la existencia de tal realidad; sipmifica recnnnrpr la verdad del xtevPjnir, lai w r H ^ t\* la existencia del desorden, df| cAm Af* ^ '™PTfíYÍfiÍft]f* Y **" lo inquietante. — r o r lo tanto, cuando se observa que el escepticismo se niega a él mismo porque al negar la existencia de cualquier verdad niega poseer él mismo cualquier verdad; cuando, insisto, se adelanta esta observación, no nos referimos tanto a la forma histórica que éste ha asumido, sino a una tesis que la episteme toma en consideración —y que más bien es sustancialmente la episteme la que la formula— para mostrar cómo de lo insostenible de esta tesis emerge la estabilidad e incontrovertibilidad del enfoque epistémico. Aun cuando no se da cuenta de ello, toda forma histórica del escepticismo niega indiscriminadamente todo conocimiento verdadero. Como se ha dicho, niega toda verdad que pretenda colocarse por encima de esa verdad elemental y originaria ^nflamíe conslslB Yd üflllllaTlÜíl del devenir del mundo. " fci escepticismo antiguo presenta dos enfoques fundamentales, con relación a la manera de entender el devenir de la realidad, que se presentan en formas cada vez más elaboradas a lo largo del desarrollo del pensamiento filosófico, y de manera particular en la filosofía contemporánea. El primero de dichos enfoques ya lo hemos indicado: si la realidad está en continuo movimiento, todo conocimiento de la realidad se contradice apenas se realiza; justamente porque se leiieie a aigo qué ya no está, qué ya se ha aniquilado. La dialéctica hegeliana es la profundización más grandiosa de este enfoque del escepticismo, aunque piense presentarse al mismo tiempo como la superación epistémica más radical del escepticismo. En efecto, Hegel reprocha al escepticismo detenerse en la contradicción —o sea, asumir la contradicción como resultado— y no lograr captar cómo puede superarse la contradicción del conocer. También de esta circunstancia surge cómo el escepticismo puede negar que el conocimiento contradictorio de la realidad sea verdad, sólo en cuanto está g¿3^
I"T
1a {
A<*» fie l
a
verdad ft <^« pnr la ÍHPS HP qiiP la
vejdad no puede ser contradictoria, y está convencido de que esta idea no encuentra la realización en el conocimiento de la realidad deveniente. Ya que también el escéptico afirma la existencia del devenir, ni aun el escéptico piensa afirmar que el devenir no sea devenir, o sea ni el escéptico puede renunciar al principio de no contradicción. Al saber además que la verdad no puede ser
20
21
EMANUELE SEVERINO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
contradicción, el escepticismo, al chocar con la contradicción del conocimiento de la realidad deveniente, es llevado a entender este conocimiento como simple apariencia, fenómeno, aspecto externo de una realidad en sí que se mantiene oculta e incognoscible más allá de los fenómenos. Y éste es el segundo de los dos enfoques escépticos que se quería recordar: en
narse en el pensamiento, la verdad vuelve a ser un más allá del pensamiento, un en sí incognoscible y misterioso. Si, por lo tanto, la filosofía contemporánea destruye la episteme, o sea advierte que una realidad y una verdad inmutables concebidas por encima de la verdad y de la realidad del devenir harían posible la existencia del devenir, por otra parte justamente las grandes configuraciones de la episteme
el pensamiento antÍOTiof ^Ttesrentipismo j a Fnpsirtemn es el
que tiene su desarrollo más grandioso en esa forma de episteme constituida por el criticismo kantiano. El u i l n i n ñ de tíslUü dos enfoques üsLéyillos se expresa^ en cambio, en el pensamiento antiguo, en el pirronismo, o sea en esa forma de escepticismo que se desembaraza del vínculo que une a Pirrón con Parménides (FA, XI, 1-2) y termina por encontrarse entre las manos sólo la tesis eléatica de lo contradictorio de las apariencias fenoménicas del *n"nf1n En otros términos, para el/idealismo hegelianqjjara el cual la realidad en ella misma es ei contenido del pensamiento, toda realidad particular es un contradecirse, y el proceso total del pensamiento —que coincide con el devenir esencial de la realidad— es la eliminación de toda contradicción esencial: el pensamiento es episteme iusíamfinle__porQue es esa elimiñT' H
^JBPable (FM, XXI, 5-7). Buena parle lie la filosofía posterior a Hegel, constituye una crítica de la filosofía hegeliana, o sea de la forma asumida por la episteme en el sistema hegeliano, y por lo tanto es una crítica de la posibilidad de que las contradicciones de la realidad puedan ser superadas en una síntesis definitiva. De esta manera, de la filosofía hegeliana se utiliza en primer lugar el gigantesco trabajo de desmantelamiento de la pretensión de toda realidad deveniente —particular, finita— de ser inmune a la contradicción. En el rechazo de la síntesis definitiva, la realidad se presenta como contradicción; pero precisamente por este motivo la filosofía contemporánea —sobre todo en esas posiciones de pensamiento que, sobre la base del principio de no contradicción, excluyen que la realidad pueda ser en ella misma contradictoria— presenta una amplia gama de enfoques que vuelven al fenomenismo kantiano, o sea a la tesis de que la realidad en ella misma es incognoscible y que las contradicciones de la realidad en devenir son, justamente, el fenómeno, la apariencia subjetiva de una verdad cerrada al hombre. Eliminada
kantiana v hegelianyTTSnsmiTen a la nlosotia contemporánea las formas fundamental** del escepticismo antiguo.
Y no sólo esto, sino que la destrucción contemporánea de la episteme encuentra un singular modelo anticipador en ese tramo de la historia de la p.^isterne #1™™¿ ¿| flpjMrismo va*" liberándose progresivamente de la metafísica —o sea del as-' pecLu niAó LUiuuUiriuliuj ÜU la éftisleme— y de sus dimensiones tradicionales (indagadas por la psicología, cosmología y teología racionales). No es una casualidad que Hume, tal vez más aún que Kant y que Hegel, esté tan presente en la filosofía contemporánea.
4.
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA Y LA CATEGORÍA DE LA «TOTALIDAD» "
Y precisamente la vinculación esencial, ^oue desde el comienzo del pensamiento mosonco une la e¿istem$ide Ía_ verdad con la/manifestación del todcTjFA, I, 3), háCErtjue la destrucción de la episteme sea U lü vez, en amplios sectores de la filosofía contemporánea, negación H«» qiif la prtn^i^n^ia p^eda dirigirse a la totalidad, dp 7n PYÍIPM raptando en ella lo que hay dé lUtíflLlco y de unitario en la infinita multiplicidad de las diferencias y captando el Fundamento y el Origen de todas las cosas/La crisis dé lá épisieme es, pues, la crisis de la ca-"""' fUtgól'la ü l la «totalidad» (o síntesis definitiva).^/ ""**•*»»—. u n ^tecio, porque la ejhs'te'\)l&' és conocimiento de la unidad, o sea del Sentido unitario en el que se recoge la totalidad de los entes, justamente por eso puede ser previsión no desmentible del devenir y, por lo tanto, remedio absoluto contra el terror de la vida. La imprevisibilidad del devenir exige que no pueda existir un Sentido unitario y definitivo de la totalidad y que, por lo tanto, el Sentido del mundo se fragmente en una multiplicidad infinita de sentidos flárciaies y provisorios, que van siendo mooincaaos y sustituidos por un |ilULLAU-* sin fin.
22
EMANUELE SEVERINO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
23
supremos» de la existencia. La filosofía deja de ser «metafísica»"''*' e osa conuuimiuiro que se lleva más allá de la experiencia para establecer los confines de la totalidad del ser— y se quiebra en " n * p1,,T,Q1ÍfÍr>H Ae* t^^ne p-rtin; 1 "-'"" psicología, lógica, sociología, reflexión crítica sobre las diferentes formas de la ciencia moderna, historiografía. Del tronco de la filosofía se separan las llamadas «ciencias del hombre», y la filosofía va perdiendo cada vez más su carácter específico. Pero queremos subrayar cómo es profundamente filosófico este proceso de desenvolvimiento de la filosofía. El cuadro trazado en la Introducción al volumen de La filosofía antigua —o sea la tupida red de relaciones que unen la filosofía contemporánea con las más variadas formas culturales y los diferentes aspectos de la vida real y que terminan por componer los rasgos característicos del pensamiento filosófico— no es casual sino que es el resultado inevitable de la destrucción de la episteme y de su voluntad de captar el Sentido unitario de la totalidad; o sea, el resultado inevitable de esa exigencia de salvar el carácter auténtico del devenir —la imprevisibilidad de lo que surge de la nada— que lleva justamente a la destrucción de toda verdad y realidad inmutable y definitiva. Aunque a la filosofía y a la cultura contemporáneas les cuesta darse cuenta, la disgregación de la filosofía en una pluralidad dejfo'ftfÍpT*r'an Ta fragmentación del coúódimtenTo de fer realidad. ~~~~*,,"*-*-""«»——«—.
Fragmentación esta última que no consiste sólo en la sustitución del conocimiento metafísico del Todo, por parte de una multiplicidad de conocimientos y teorías parciales, especializadas y vinculadas entre ellas, a su vez, por relaciones accidentales, sino que consiste en el abandono, en amplios sectores de la filosofía contemporánea, fíe ese significado trascendental del pensamiento, que en la filosofía moderna 113 erpénsamiento, en su significado primario, no es un ente entre IOS éntes;*sino el horizonte de todo ente, la dimensión en cuyo seno, exclusivamente",tís>punible UaDIár de cualquier ente, y que ésa es la dimensión total, la totalidad misma (FM, XVIII, 5). En estas dos direcciones de la crisis del concepto de totalidad se elimina tí espacio mismo de la metafísica, y esto explica el carácter Sfctífnetafísico de gran parte de la filosofía contemporaiRM. ^ *c Con la crisis de líi&pisteme y de la metafísica disminuye el enfoque de la tradición filosófica que considera el conocimiento de la verdad como guía de la acción humana y, antes que nada, de la acción moral y política. Se niega que la vida Hgi h r m ^ r e pueda tpner aWm «fjn por derecho» —o sea establecido necesariamente por el lugar asignado al hombre en el Orden del universo— y se reconoce que los fines del hombre son sólo los que elige libremente, garantizados nada más que por su voluntad de mejorar la propia existencia en el mundo. El problema decisivo no es ya la contemplación de la verdad del mundo, sino la transformación práctica de éste sobre la base de proyectos libremente construidos por el hombre. Si la destrucción de toda episteme y de toda metafísica representa el aspecto más característico de la filosofía contemporánea, la filosofía como episteme no desaparece de golpe —de la misma manera que no es imprevista la aparición de la destrucción de la episteme—, sino que se prolonga durante el siglo xix y también en nuestro siglo. En general, puede decirse que estos fios pnforyípg centra. puestos del filosofar ™gri" i ~ m i i n <*j\ 1ñ m f c m a posición filosófica, en el sentido de que, justamente en la articulación de las críticas más drásticas y más relevantes dirigidas por el pensamiento moderno al enfoque epistémico —en las críticas, por ejemplo, desarrolladas por Marx, Nietzsche, Wittgenstein—, aún se hallan imponentes residuos de ese enfoque epistémico-metafísico del que quisiera liberarse por completo. El
™«^=^«M?==P==
24
EMANUELE SEVERINO
viejo remedio contra el terror del devenir sigue sobreviviendo en la conciencia de que tal remedio ha sido peor que la enfermedad. Desde un punto de vista más extrínseco, es posible distinguir, en la filosofía que, después de Hegel, no considera que se presenta como rechazo de la episteme, una especie de desarrollo smusoidaí, que hace retroceder la teoría filosófica del idealismo al fenoírienismo kantiano o, directamente^alj-ealismo de tipo precnttcor-para-hiege-4iacerla avanzar xmev^ mente del realismo dogmático a formas de neegfl3leisln7r~y~ de neoiáeálismó: Eireste proceso sinusoidal se vuelven a rec c * ^ 4 f i s r i i a p a s principales de la episteme moderna, que, en la filosofía contemporánea, se cruza con el proceso de destrucción de la episteme. Tampoco debe maravillar la verificación de ese desarrollo sinusoidal si se tiene presente que todas las radfrajes innovaciones aportadas por el critic)srnn^kftn±ia. el idealismo idealismo se se pro proddCB 11 C U •el transcurso de p o o u k n o y por el simas décadas, y que para penetrar en la cultura filosófica re(JUlUieii, püi'así decirlo, un suplemento de reflexión. Que además, como sucede en todas las maduraciones, madura justamente en concomitancia con los preparativos que se realizan para llevarla a su desarrollo.
I SCHOPENHAUER: EL OCASO DE LA RAZÓN COMO REMEDIO 1.
E L CONOCIMIENTO INMEDIATO DE LA VOLUNTAD Y LA VOLUNTAD COMO ESENCIA DEL TODO
La primera gran profundización del nexo que, fuera de la episteme idealista, une el devenir, la voluntad, el dolor y la salvación del dolor, está constituido por el pensamiento de Schopenhauer. Puede ser considerado el filósofo que inaugura el enfoque típico del pensamiento contemporáneo: la conciencia tt5-mirV' ^HIPHIA ;WUra PI r U n r nVl riPVPnjr ™ p " " ^ estar don^P la *pi<:tt>wit> ry^e encontrarlo Arthu£ Schopenhauer (1788-1860) publica en 1819,^u obra maestra, El mundo como voluntad y representación, menos de cuarenta años después de la Crítica de la razón pura de Kant y casi al mismo tiempo que las obras de Hegel. Schopenhauer intenta mantener contra el idealismo la distinción kantiana eAtre fenómeno v gft^a tin si \¥NL. Xlli'j. ¥& k a n t y luego Fichte entendieron la cosa en sí como «fuerza»TJue actúa sobre el sujeto cognoscente. Pero éste, adefíTás de ser «receptivo» y «pasivo» con respecto a tal fuerza, encarna un principio activo espontáneo. En Schopenhauer pgtp finnrpptn HP la roca en sí como «fuerza» adquiere un desarrollo original que aleja tanto de Kant como de Fichte: la cosa en sí es voluntad y el fenómeno, justamente lo q u e l a * Voluntad quiere. El sujeto no es simplemente «paslvu» Con respecto a la cosa'TrT si, sino que es producido ~pur ésta; es justamente lo querido por la Voluntad. La Voluntad produce también la espontaneidad del sujeto (que, por lo tanto, con respecto a la Voluntad, no posee ninguna autonomía real.jil «mundo» o sea, el s^r, fl T n H n E n m° r Q S a ^ n s í t ^ VÓlufltSn —«la intima esencia, el núcleo de cada cosa, así como del Todo»^—, y c^jrin rfT^^ltrlfiJ*" el mundo es el/ten¿meno de la Voluntad. | — — — —
27
EMANUELE SEVERI NO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
Schopenhauer llega a esta tesis señalando que el sujeto cognoscente conoce su propio cuerpo de dos modos completamente distintos-. El primero es el íñalcadu en la Critica de~\a razdfrpura kantian^fouestro cuerpo es uajjJyetouantre los otros objetos" de la experiencia," sometido como todos los demlís'TlasTeygs'aé'Tá expenencia. Pero el sujeto cognoscente percibe su propio cuerpo también de otra manera, que está ausente en la percepción de todos los demás cuerpos pertenecientes a la experiencia: el sujeto percibe el propio^uerpo como impulso, voluntad: como voluptad concreta, en4á que cada verdadero acto voluntario no es algo separado de su manifestación Corpórea, o sea que ño puede dejar de expresarse y realizarse en un movimiento del cuerpo. La acción del cuerno es la-.«nhjftiYf»n*n» Hg] acto de querer. La afirmación de esta idgnjjH^fj pntrf» i ^ " i ta^yjcuerpg,es «el conocimiento más inmediato», es la misma
sino sólo mediata, como simples representaciones. Entonces, no sólo en los hombres y en los animales, sino también en todos los fenómenos de la naturaleza orgánica e inorgánica podemos encontrar por analogía esa idéntica esencia. Es preferible llamarla «Voluntad» y no simplemente «fuerza», porque en la base del concepto de «fuerza» está el ordenamiento fenoménico de la experiencia y de la representación, mientras que la voluntad es aquello que conocemos mejor que cualquier otra cosa. El concepto de «voluntad» es el único que tiene su origen en las representaciones fenoménicas: 1Q j n 1 " " * ^ y fi"
Si en el primero de estos dos modos de conocer el propio cuerpo el sujeto conoce el propio cuerpo como fenómeno, en el segundo modo lo conoce como éste es en él mismo —lo conoce como cosa en sí—, lo ve justamente como expresión, fenómeno, objetivación de la voluntad. Sobre esta base, Schopenhauer propone considerar todoslos cuerpos de la experiencia como fenómenos de la Voluntad, o sea objetivaciones de uña tendencia, de un impulso, dé üná fuerza que, cuando se presenta en el nombre, tiene los caracteres de la voluntad humana; o sea del impulso que en nosotros se distingue de toda forma de representación y de reflexión consciente. Schopenhauer sabe muy bien que la suya es una propuesta, pero observa que la alternativa de ésta sería un «e^joj^njoteójico» que considera como «fantasmas», vida aparente, todos" los fenómenos diferentes de^íqu3rt& en lo que consiste mi cuerpo. Tal egoísmo, irrefutable, según el filósofo es «la última fortaleza del escepticismo». Inexpugnable, eso sí, «pero de cuyo presidio no hay posibilidades de salir, aunque se puede pasar por delante y dejarla atrás sin peligro». La «verdad filosófica» —o sea la rnnrjpiein inmrdhtn de que «la eoonciatÜT^sí de nuesjjn .propica fenómeno» (esto es, la esencia de nosotros como fenómenos de la experiencia) oa^ nuejslr» voluntad— constituye la clave que nos permite conoc e r t o d a la naturaleza: aplicando esta conciencia que inmediatamente se refiere sólo a nosotros mismos, también a todos los fenómenos que no nos son dados de manera inmediata
En relación con el modo en que Schopenhauer afirma la existencia de la Voluntad universal, dejando atrás, inofensiva pero inexpugnable, la última ciudadela del escéptico, debe decirse que la afirmación de que tofo la e^pr*rif*nrÍB tn firnómcmni de la V o l v e d r g 1 i r m hiV^tfwVH O sea la afirmación de que la Voluntad es el ser en sí de todo fenómeno, al igual que lo es del fenómeno en el que consiste mi cuerpo. Una hipótesis confirmada, según Schopenhauer, p_or una miríada de indicios que el filósofo saca sugestivamente a la luz en sus escritos. No deja de ser una hipótesis, algo no incontrovertible por muchos indicios que nos impulsen a afirmarlo. Puede darse la vuelta al discurso y señalar que si se trata de una hipótesis, el conjunto de indicios que llevan a anrmaria es demasiado elevado como para descartarla. Por esto Schopenhauer invita a reflexionar sobre el hecho de que su filosofía no se basa «en cadenas de deducciones, sino cíe manera inmediata p " <*1 mismo mundo intuitivo», o sea que T^iifrí lili Yñlt" •»-"""» ™ h ™ ^ "" Q1 tnHrTgE apnva HP inmediato y ñor lr> tfT+" cAi;Hompy||r mientras que los otros sistemas se asemejan a altas torres: si falta un solo sosten, toda la construcción se derrumba». Obsérvese que, por un lado, el «vasto terreno» en el que todo se apoya sólida e inmediatamente, es el mismo mundo Hp l fleYfin^r y °LUe P o r o t r o lado, en este modo de actuar de la filosofía de Schopenhauer, se adelantan los criterios característicos de la inducción científica: la pyiprenna, exigencia de de íncontroincontrovertibilidad, propia de la episteme, se deia dej de lado —U Wen
26
nhipliiH»iAH
Jiiw'i i.iiffl|ia ^k y} iniii
fi nómeno qiie po-
rj^Xinn ir»r H^c^fí reentro, fin lo íntimo de la conciencian diata de cada uno. 2.
DE LA «EPISTEME» A LA HIPÓTESIS
28
se presentan los primeros síntomas reveladores de este abandono— en nombre de un sólido y brusco sentido común que, contra la extravagancia del «egoísta teóftco"»7 propone «no tanto una prueba, como una cura» (en el manicomio). (Podría responderse que si ya se da por descontado qué es la locura, la filosofía deviene completamente superflua.) Este tipo de lógica, basada en la analogía, el indicio y el procedimiento inductivo —y por lo tanto abierta a los procedimientos típicos de la ciencia moderna, o sea hipotéticos y revisables— es justamente la que vuelve a llevar el pensamiento de Schopenhauer, y ciertamente en contra de toda intención de éste, al escepticismo del que tan alejado quería mantenerse. 3.
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
EMANUELE SEVERINO
LA VOLUNTAD FUERA DE LA RAZÓN
De acuerdo con el criticismo kantiano, para el cual toda explicación racional de los acontecimientos es aplicable exclusivamente dentro de la experiencia, la Voluntad, como cosa en sí existente más allá de los fenómenos* tamfrj¿n está más .alláje^uddlApliuiuiíii'i i ¿i.iumil no tien^sentido preguntarse" por qué existe, de dónde viene, adonde va: la Voluntad no tiene porqué, niorigen, ni dirección o fin; es, por lo tanto, un imgulse*j6ieg6*~e inconsciente, desprovisto por completo de conciencia, irracional. Se trata de una «tendencia infinita» q u e afjiia
fligi^pT
p^ • H I
jiin T n a w » a
Efpenómonó —el mima) como re^g^itapónJa. vida—^gs lo qiTrlaynhintfld q^i^pV<^W^j o t" ya/ ' t ^"; pero ninguna objetivación de la voluntad está en condiciones de satisfacer la infinitud de su mira. «Toda mfftn aleangüdn u a ^4^^vez principio de un nuevo recorridor y así al infinito»: tanto en la naluí aluza Uíéáinuí y Végelal, como sobre todo en la vida animal, y en particular en la humana. Nuestras aspiraciones y nuestros deseos «nos ilusionan siempre, mostrándonos su cumplimiento como fin supremo del querer; pero apenas se los alcanza ya no parecen los mismos y, por lo tanto, en seguida quedan olvidados, envejecidos; siempre —aunque no queramos aceptarlo de inmediato— se dejan de lado como espejismos desvanecidos». Ahora resulta claro que la «Voluntad» es el rnodo en-qu£, se presenta la esencia del devenir en el pensamiento de SchopenhauerTAi aecir qlltí'lü vbluiílád es «el ser íntimo del Todo», afirma que el devenir es la esencia del lodo. Fero lo afirma para determinar un
29
cia con respecto al modo en que se entiende el devenir en el idealismo y a través de toda la historia de la episteme. Hasta Hegel, la razón (el orden racional) y la verdad del universo se "—ífffefiíTftT'Br To lev^egtm la cual el devenir se realiza. Con Schopenhauer, en cambio, la razón y la verdad sé~presentan como lo que el devenir —o sea la Voluntad— produce sin seguir ley alguna: justamente porque toda ley y toda regla, y por lo tanto toda razón y toda verdad se encuentran dentro de la experiencia, o sea incluidas en la dimensión fenoménica en la que la Voluntad se objetiva y se manifiesta. Ya que Schopenhauer llama ~p™^p^ <*<* mrflrr laxstructnra en la qne rm astahlere. toda explir-arión,, razón, verdad de ~
losJjejQuój3aejaüS.(una estructura sustancialmente reconducible a la estructura kantiana de las formas a priori de la experiencia), se comprende por qué Schopenhauer afirma que, «la Voluntad cnmn rn<\j\ fn y* **>+* f»oT»o A~\ ¿r»V)jfn ffc| prinripin
de razón y, por lo tanto, carece absolutamente de razón, si bien cada una de sus manifestaciones está sometida en todo al principio de razón». (Ésta es la base del Uamado^Uyacio- . nalismo» ^e la^filnsnfífKilM &^.rm|IMnli«ilftr )
*To"aoesto significa que la razón—y por tanto la episteme— ya no puede ser el remedio y el amparo contra el dolor del devenir, porque la razón, es la criatura del devenir (es el fenómeno en el que se objetiva la Voiuniaaj y porque en el ámbito de la razón, o sea justamente en la experiencia, el dolor del devenir muestra su aspecto tremendo e incurable. A través de la profundización del concepto kantiano de la cosa en sí como «fuerza» que actúa sobre el sujeto cognoscente, el pensamiento filosófico llega, con Schopenhauer, a un giro decisivo en la manera de entender la relación entre el dolor del devenir y el remedio del dolor. 4.
una, en el sentido de que no está sometida al princi^ium individuationis («principio de individualización») o sea al principio que se remonta a Platón por el cual una misma esencia se individualiza y, por lo tanto, se multiplica en una pluralidad de entes que existen en puntos diferentes del tiempo y del espacio. Pero al objetivarse y expresarse enj¡M" t P pl 'ipnpin fgnnménica, qüe~ se ordena según l a s f ormas a priori del tiempo y dej^espácio, la Volujjteé-se^íalviduá^iza y se multiplica en la pluralidad de los seres, de las acciones, de los acontecimientos. Ya que en cada uno_de ellos laj'nluptnd Mtrt tnfnlmmtp pr* senji-fal igual* que en cada hombre está totalmente presente la esencia del hombre, el «ser hombre»), cadaoino--4e--ellps encuentra en cualquier otro un obstáculo~~a su ten¿encí^lñfinfta¿JJi^Ó~s>ai> der-mundo se~e7icueiítran por lo tanto en un •íSfISo de lucha infinita, donde cada una sólo existe en cuanto logra retener" o félelíazar fuera de J a j e x i i ^ S S B C ^ S S C ^ cosas que"^üisiétañ^e^trár"eírellá —reemplazarla— y que una vez lo Uai*-i™nr*¿rr
31
De todo ello se desprende que el vínculo entre Voluntad sufrimiento es esencialmente complementario del vínculcTert tre deygniry dolor, como emerge al comienzo del pensamiento filosófiCo~y~üontínúa manifestándose luego. Según recordamos en la «Introducción», el dolor surge de la imprevisibilidad del devenir, o sea de la amenaza imprevisible que para lo ya existente constituye lo que sale de la nada. Ahora bien, todo el mundo de la representación está producido por la Voluntad, pero no puede preexistir en la Voluntad (porque la Voluntad como cosa en sí no puede poseer ninguna determinación fenoménica, y tampoco puede ser un proyecto que tienda a realizarse en el mundo). L a ^ l u n t a d . pax-ln tanto produce de la nadn H mundo y todoa loe aspcclos-del mundo. Pero en la" vida del hombre el mundo, al salir de la nada, puede ser terrorífico sólo en cuanto el hombre es voluntad de vida, voluntad de existir (como no había dejado de señalarlo el pensamiento griego). El obstáculo a la voluntadlimnana es el mundo ^ueJaJ^untaií^ix)iiiQ_cQS^ML .^Mce_sídir.de.Ja_na^aiIp^ro" este obstáculo puede ser terror y dolor sólo en cuanto choca con la voluntad de existir.
5.
LA NEGACIÓN DE LA VOLUNTAD
El rftmflriin auténtico contra el dolor de la vida no puede ser otro, para scnopenhauer, que la negación de la voluntad de vivir. No el suicidio, que es más bien, con pi i™pii|fio «'frxuai,una Je las tormas extremas de la voluntad de vivir (el suicida no rechaza la voluntad de vivir, sólo repudia eFmodo en que la vida se ha configurado para él), sino la libre autonegación de la voluntad, la renuncia voluntaria, la resignación, fU lUial ausencia de voluntad. «Verdadera salvación, redención de la vida y del dolor no puede ser imaginada sin completa negación de la voluntad.» Schopenhauer remite el «fenómeno» kantiano al «velo de Maya» —la ilusión de la que habla la antigua sabiduría india—, y de la misma manera relaciona la autonegación de la voluntad corueLAÚXüüQ, g1 " n r > nrflfX nj4s»,en el fuego de la Voluntad, el distanciamiento del ciclo de la vida, o sea del Samsara del que hablan las Upanishad. Schopenhauer no entiende la autonegación de la voluntad como un acontecimiento universal (cósmico o social), sino individual. Pero en la base de esa autonegación está el rechazo d e l prmcipium individuatimti^ y del egoísmo que se desprende de él. Si —como Schopenhauer repite con Calderón de la
32
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
EMANUELE SEVERINO
Barca, ambos bajo la influencia del budismo y del brahmanismo— el delito mayor del hombre es haber nacido, o sea haberse encerrado en la envoltura de la individualidad, es justamente esta envoltura la que debe quebrarse si se quiere alcanzar la salvación. Y para la salvación no es suficiente amar a los otros como a uno mismo y sufrir como propio el dolor ajeno: debe surgir en el hombre el «horror» por el núcleo y la esencia del mundo, el «horror» por el íntimo ser del Todo, o sea por la Voluntad de la que surge todo dolor. Este horror por la Voluntad de vivir —y por lo tanto por el devenir— no es desesperación pura, porque retirarse del Todo, de m a n e r a 4 u e «déUüiledt nosotros no quede de verdad nada», es una «ascesis» que no conduce a la nada absoluta —o sea, en términos kantianos, al nihil negaíivum—, sino que conduce al nihil privativum (la «nada como privación»): lo que es nada con relación a algo. Para el que aún está colmado por la Voluntad de vivir, lo que queda después de la supresión completa de la voluntad es la nada. «Pero viceversa, para los otros, para aquellos en los cuales la voluntad se ha revertido en ella misma y ha renegado de sí, la nada es justamente este nuestro universo tan real, con todos sus soles y sus galaxias.»/ Además de la antigua sabiduría india de los Veda y de las I Upanishad, el mismo Schopenhauer remite, sobre este punto I decisivo de su pensamiento, al «éxtasis» de Plotino, que lleva I más allá del ser, a Escoto Eriúgena, Bóhme, Angelo Silesius, l a los sufíes y a Meister Eckhart. O sea que sobre el doble significado del no-ser —que toma explícitamente de Platón (FA, VIII, 8b)— se apoya el arco recorrido por la filosofía de Schopenhauer. También para él, todo «emerge de la nada y vuelve a la nada» y, finalmente, «la vida misma queda ahogada». La Voluntad es el proceso en el que se realiza el aniquilamiento de las cosas. Y también para Schopenhauer la nada de las cosas de la vida (la nada de la que surgen y a la que vuelven) es absoluta, no relativa. Quien está dominado por la Voluntad de vivir sufre por el devenir y la nulidad (absoluta) de la vida; pero este sufrimiento por «todos nuestros gozos y nuestras alegrías que en nuestras manos se pierdan en la nada» no es ese «horror» por la misma Voluntad de vivir, que con la «ascesis» nos lleva ante la Nada (relativa) en la que toda mística ha colocado siempre la propia esperanza y salvación.
33
Fiel a Kant, Schopenhauer excluye que la filosofía pueda convertirse en teología y considerar la Nada (relativa) como absoluta, divina positividad. Pero también en Schopenhauer, como en Plotino y como luego sucederá en la ontología de Heidegger, permanece la ambigüedad de cómo se entiende el ser: si el ser es la trama, la materia del Todo, por así decirlo, y si la Voluntad es «el íntimo ser del Todo», eqfpnres fuera At \ lfl V^nntnri nftk» oiíÁJ^nad^ibseluía. y la «ascesis» —que debería liberar del terror de la nada absoluta que corroe la vida— sería la más radical precipitación en la nada absoluta y ya no tendría sentido hablar de una salvación de la nada y de la Voluntad de vivir. El «remedio» propuesto por Schopenhauer sólo tiene significado si el ser, y por lo tanto el Todo, del que la Voluntad es la íntima esencia, se relativiza a su vez y más allá de él se coloca una dimensión, ésta positiva, que pueda ser calificada como la «Nada» con respecto a la Voluntad y respecto de la cual la Voluntad pueda a su vez ser calificada como la «nada». De esta manera, es inevitable que la dimensión de la cosa en sí se subdivida (o se incremente) y esté constituida, de un lado, por la Voluntad, y del otro por lo que es Nada respecto d e ella. Y si la rnn^ip.nr^ inmediata^ PS 1^ «cfcve» Que a b r e
el acceso a la Voluntad como cosa en sí (véase parágrafo 1), la tilosoría de Schopenhauer no aporta clave alguna para accedeiscQft»lü iui>Lil>m» á la Nada, por lo que la «ascesis» tenttma presentándose como simple pos^hiiíriari hipótesis n elección no p a r a l a r l a , npr ninyñn i n H i H n
Pero también debe decirse que la temática de la Nada, entendida como salvación, vuelve a proponer el marco fundamental de la teología negativa (de la teología que se remite a lo Divino, no atribuyéndole algo, sino liberándolo de todas las calificaciones, inevitablemente mundanas, con las que^se-, luisiera definir). No es casual que en el pensamiento dejNietzj [schej(tan profundamente arraigado en el de Schopenhauer) la crítica radical de toda teología y de toda metafísica se una a la expulsión de estos dos conceptos típicos de l a filosofía de Schopenhauer: el concepto del^horror» por la voluntad de -j vida y el concepto de la Nada como^férrnino " a ^ í a ^ c e ^ r s V ^ ^ J ^JV^
6.
2 *****
^^^jAS^-ys^S^**^*
CRITICISMO Y «ELEATISMO» EN HERBART
Al mismo tiempo que Hegel, el criticismo kantiano asume en Alemania otras formas. Con J. F. Fríes (1773-1844), F. E.
*
34
EMANUELE SEVERINO
Beneke (1798-1854) y sobre todo Johann F. Herbart (1776-1841) empieza la transformación de la filosofía kantiana en psicología experimental, o sea una reflexión sobre las formas y las funciones de la conciencia, realizada con los métodos empíricos y cuantitativos propios de la ciencia moderna de la naturaleza. Y esta relación entre filosofía trascendental y ciencia psicológica nunca más se perderá de vista. Piénsese por ejemplo en la «psicología profunda» de C. G. Jung. Herbart sostiene, al igual que Kant, que la experiencia fenoménica remite a la afirmación de una cosa en sí; pero, como Hegel, cree poder señalar que cada aspecto de la experiencia es contradicción, y más bien por este motivo, según Herbart, se debe afirmar que los objetos de la experiencia son fenómenos y no cosas en sí. Contradictorio es todo objeto de la experiencia —ya sea el objeto sensible o el yo— porque constituye a la vez una unidad y una multiplicidad de cualidades y partes. Y contradictorio es el devenir^ porque en el devenir todo objeto deviene continuaiñénte otro distinto. Justamente la contradicción de la experiencia obliga a plantear ésta como apariencia, fenómeno. Pero mientras que para Hegel las contradicciones de la experiencia son eliminadas en la síntesis definitiva producida por el saber absoluto, para el kantiano Herbart tales contradicciones se eliminan al afirmar que la realidad en sí no puede someterse a las condiciones que en la experiencia fenoménica produce la contradicción, o sea afirmando que las cosas en sí (por otra parte cognoscibles) no pueden estar constituidas por partes (o sea, deben ser simples, análogamente a las mónadas leibnizianas) y no pueden devenir; son, pues, inmutables. En esta afirmación consiste la explicación epistémica de la realidad. Para Herbart la experiencia es el resultado de la actividad del sujeto, que establece nexos accidentales entre las cosas en sí. Como tales, las cosas en sí son indiferentes a la actividad humana. Pero de manera distinta que en Schopenhauer, en Herbart el modelo de la episteme sigue siendo el tradicional, y la cosa en sí, lejos de ser la dimensión de la absoluta irracionalidad, es el lugar en el que se superan todas las contradicciones y, por lo tanto, toda la irracionalidad de la realidad fenoménica. El llamado «eleatismo» (FA, IV) de Herbart —o sea la afirmación de que las cosas en sí son inmutables— no constituye una excepción al dominio ejercido sobre toda la cultura occidental por el concepto griego del devenir (el concepto que
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
35
entiende el devenir como paso del no-ser al ser). Y es verdad que para Herbart el devenir es contradicción, pero para él, como probablemente para el mismo «eleatismo», está también fuera de discusión que la experiencia atestigua la existencia del devenir del mundo; o sea, también para él salir de la nada y volver a ella es la misma evidencia originaria. Para Herbart el análisis del contenido originariamente evidente de la experiencia —y, por lo tanto, antes que nada el análisis del devenir— muestra que éste es contradictorio. Una contradicción, además, la indicada por Herbart en el devenir, que no es la indicada por el eleatismo y que difiere también del modo como el idealismo habla de la contradicción dialéctica del devenir. Para Herbart, la contradicción del devenir consiste (como ya hemos dicho) en la 4i£exenciadón de loj^énticoj o bien en la necesidad de que la causa (interna" o externa) del devenir sea a su vez deveniente y requiera, pollo mismo, una causa de su devenir, y así hasta el infinito, de manera que el devenir acaba por carecer de razón y resultar contradictorio. Obsérvese que también para toda la metafísica tradicional, desde los griegos a Leibniz, el devenir es contradicción si no se afirma la existencia de la realidad inmutable. (El devenir en este caso es evidencia originaria, pero su concepto es contradictorio si se identifica el mundo del devenir con la totalidad del ser.) Para la metafísica tradicional, sin embargo, el devenir es una propiedad también de las cosas en ellas mismas, mientras que para Herbart la existencia del devenir es apariencia fenoménica y subjetiva, y las cosas en sí, que corresponden a los fenómenos, son inmutables. La «metafísica» conserva en Herbart el significado —característico del racionalismo prekantinao (FM, V, 3) que opone originariamente la certidumbre a la verdad (FM, I, 4; III, 1)— de paso del fenómeno («certidumbre») a las cosas en sí («verdad»); un paso por otra parte que de las cosas en sí se limita a afirmar sólo las propiedades (como la inmutabilidad, la simplicidad), cuya presencia libera esas cosas en sí de la contradicción.
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA 2.
II FILOSOFÍA Y TRADICIÓN 1.
LA CRÍTICA DEL SUBJETIVISMO EN ITALIA
En la filosofía italiana de la primera mitad del siglo xix, no sólo el idealismo, sino toda la filosofía moderna, desde Descartes a Kant, es considerada como una forma de «subjetivismo», o sea un planteamiento que sustancialmente reduce toda la conciencia humana a un sueño que no se corresponde en absoluto con la realidad en sí misma. La plataforma teórica sobre cuya base reposa este juicio negativo es la tradición filosófica escolástico-agustiniana y, por lo tanto, en último término, el pensamiento de Platón y de Aristóteles, que desde el Medievo y el Renacimiento nunca dejó de servir como punto de referencia en la cultura filosófica y no filosófica. (Un reconocimiento, éste, de la importancia de la filosofía griega que ni aun en la actualidad ha logrado penetrar en la esencia y en el significado auténtico de la dominación que la filosofía griega ejerce sobre toda la cultura occidental: el dominio del sentido griego del devenir.) Para Antonio Rosmini (1797-1855) la filosofía moderna es subjetivismo. Y también para Vincenzo Gioberti (1801-1852) que, sin embargo, señala en la filosofía de Rosmini el vicio subjetivista denunciado por ella misma. Si se tiene presente que la exigencia fundamental del idealismo es justamente superar toda forma de subjetivismo y que la misma tesis kantiana de la incognoscibilidad de las cosas en sí no piensa reducir el conocimiento humano a un sueño arbitrario, puede comprenderse cómo el idealista Bertrando Spaventa (18171883) pudo interpretar la relación Rosmini-Gioberti como estructuralmente asimilable a la relación entre criticismo e idealismo (o sea que haya podido ver en la filosofía de Rosmini la representación del criticismo kantiano y en la de Gioberti, la representación del idealismo hegeliano).
37
E L REALISMO DE ROSMINI
a) La idea del ser. — Contra todo subjetivismo, la intención de fondo de la filosofía de Rosmini es mostrar, junto con Tomás de Aquino y Aristóteles, que eL pensamiento es pensamiento deljer, y que más allá del ser sólo hay nada (absoluto). Éste es el mtento del idealismo: «identidad de certidumbre y verdad» (véase, para el significado de esta expresión, FM, I, 4-6; XVIII, 1-4). Rosmini, volviendo a remitirse a la interpretación tomista del concepto aristotélico de «ente», revela que el pensamiento no puede pensar ningún objeto si, ante&jrne ríadaj no lo pim """^ sa c^m«-,«fceoteír-ftjTTnlríoque usa como sinónimo del «ser», «existencia», «existente». También para Hegel la categoría del «ser» está presente £ a 4 o d a otra, y por lo tanto en todo pensamiento, pero para {HegeTfo «ser» es aún más originario que e l «<*TYt^nj iÍPil/l7T"pétP^iiUÍmn y a nnfl sf'"^J,SlS" ' M
^ ' ' « ' ^
otras determinaciones^ Eksgr; (=_finlejjes c o m u n a iodosJos-ab jetos, o sea ajtodo^ lo que no e s l a nada. Y eTser —justamente porque consiáerado como tal eria~máT común y universal de las cualidades— no es alguna de las cualidades particulares de los objetos, por amplio que resulte el conjunto parcial de los objetos a los que son comunes. Si, considerando un objeto, se prescinde de sus cualidades propias, y además de las menos comunes, y luego de las más comunes a otros objetos, lo que queda —o sea el significado que se piensa— al final de esta operación es la friitrrtrjas] rnfg, 11 IIÍMI Si se debiera prescindir también 'a^-e^isruítima determinación, nada quedaría en el pensamiento y ya no se pensaría acerca del objeto del que se partió en este proceso de abstracción. Lajexistencia ( = el ente) es «el esqueleto común de todas las demás cualidades que hemos replanteado ». ~"De cuanto precede, resulta que el significado «ente» ( = «existencia»), sin pensar el cual el pensamiento nada pensaría, no es la persuasión de que cierto objeto sea ente; o sea no es un juicio (el juicio que justamente remite el ser-ente a un objeto determinado). En efecto, el proceso de abstrae- ción puede abstraer, además de todas las cualidades particulares de tal objeto, también esa persuasión; y al término de esta abstracción operada sobre el juicio de existencia, ya no queda un juicio sino, como se decía, nn siprnífirarip, n ^ j/ípn-—% la idea del ente ( = idea del ser). Y también esta distinción
38
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
entre ideai_y_juicio —aparte la terminología— se remonta a Aristóteles. • Para aclarar que la idea del ser no debe confundirse con el juicio que afirma que todo es ser, Rosmini llama «serposi-^ ble» la idea del ser^Es pues el ser posible, o sea la i a e a d e í sej%Jo^jqtte-"se~Tíecesita en todo pensamiento y sin la cual el ^-pensamiento nada pensaría. Por lo tanto, la idea del ser «permanece en la mente, sola y desnuda», o sea que no-necesita ~. n i n ^ w i a o ^ a j d e a para ser pensada, mientras que es_xeque^AT^ñsgjítrT^o ri. lurl^TTíis ulnvi i usas n nfipfcto'i de la realií bjf La objetividad
Hel }WLÜT$I~*— Sostener que el contenido es el ser y que, si el pensamiento no es pensamiento del ser, ni ek pensamiento, significa mantenerse fuera de todo subjetivismo, para el cual, de manera opuesta, el contenido del pensamiento es algo retative~aLsik_ jeto y por lo tanto algo diferente del ente en él mismo. De totto lo anterior se desprende_q¿ieja_idea del ser es la luz y la dimensión en que puejde serpelis^tdG--cuaLquier .objet6~y cualquier cosa; por otra parte, el pensamiento no sé detiene en la idea del ser sino que afirma el ser de las cosas, o sea juzga. Y al afirmar que las cosas son entes, el pensamiento ve «las cosas como son en sí», «con los grados de ser que tienen»; ve el «ente en sí mismo», «el existir en sí». Pensar un_a cosa como ente significa verla en lo* que ella -es^en ella m¿§ma^yjio en los aspectos que presenta en cuanto tiene relación con un sujeto cognoscente. La cosa en ella misma no es lo_que está más allá del pensamiento o dePcOnocer: es la cosa Ijensadarperu justomcnte^porqUe es \pejasadá' como ser, es pensada en su objetividad, en lo que es por ella misma. En este sentido, la cosa tiene un significado autónguaocon respecto al qque asumir en reíacíóiTcCñ un sujeto. u e ppuede u 'c) Lajntencionalidady el realismol\- Desde este punto de vista, RosñiiHt" aiujLjüa_4a recuperación del cóncepto^escosticode «intelíclon2idad»Niel pensamiento, quéTHégo será retomado por rami4k«nÍaii6^1838-1917) —también él, como Rosmini, sacerdote^católico_y^lósofo que ha meditado profundamente sobre el pensamiento d e 4Óstóteles—, por Husserl y, en general, por la fenomenología y por el existencialismo: en su significado originario, pensar no es producir lo pensado (aunque pudiese demostrarse que toda cosa es un producto del pensamiento), sinó~~^u
Li.;
39
EMANUELE SEVERINO
él, un «intencionarse» en él, tenerjD^pues, «intencional» o «mentalmente» presente. Y l o s ^ n t § ¿ í dice Rosmini (como luego dirá Brentano) «fijan el signo^hacia^ el cual se vuelve la intenoión-de-nugGtro pensamiento». Pero esta temática del ser y del pensamiento como pensamiento del ser, en el cual el «aristotelismo» de Rosmini es sustancialmente congruente con el «aristotelismo» hegeliáno, está colocado por Rosmini en un contexto realista, que esiablece una distancia insalvable entre Rosmini y la filosofía idealista —contra la cual, por otra parte, Rosmini ha polemizado continuamente, confundiéndola con una forma extrema de subjetivismo (juicio este ampliamente difundido en la cultura filosófica a partir de F. H. Jacobi [1743-1819]). Antes que nada, para Rosmini la afirmación de que el pensamiento capta los seres en sí y no con relación al sujeto equivale a la afirmación de que los entes existen con independencia del pensamiento. En segundo lugar, también Rosmini (como toda la filosofía preidealista y amplias capas del enfoque realista que luego vuelve a proponer el idealismo) considera la sensación como una modificación de nuestra sejifiihiliriad—que es eT^^to^^^iKK^tpiBízaA^ejercida por •un objetó externo sotJre-iiosxjlros. Aquello que el pensamiento asegura que es un ente, es esa «fuerza», ese «objeto» que es a la sensación como la causares a l e ^ c j o ^ De esta manera, la « c o s a w i s i » ya no es aquello a lo que el pensamiento se refiere intencionalmente —por lo tanto, antes que nada, el conjunto de las determinaciones sensibles—, sino aquello que está más allá de las sensaciones y itemente de éstas. Rosmini plantea la «percepción intelectiva^ (el auténtico acto del conocer) como con la sensación, haciendo devenir fléfgXo.el^erpo^exTéTñ7iu^ sensación. El «dogmatismo» (según la acepciónkantiana de este termí^ no, FM, XIII, 2) de Rosmini, puede decirse, consiste en considerar que el cuejpo^externo ^s la misma cosa_quey^< mí fiesto en-, la sejisacién> d) De la idea del ser al Ser) — Rosmini ha señalado con "gran energía que el ser es eThorizonte absoluto, sólo dentro del cual cada objeto puede ser conocido: es el horizonte «indeterminado» que el pensamiento va determina" >i> pmgrasir válngntg^En este-sentido, Ruaniini se Culuca en efecto por encima del subjetivismo. Pero no se libera del subjetivismo con relación Ú modo en que entiende esa determinación del
40
EMANUELE SEVERINO
pensamiento. Por un lado, porque concebidas como efectos de los cuerpos externos sobre el aparato perceptivo del hombre (o sea como representación), las determinaciones sensibles son simplemente subjetivas, de manera que su correspondencia con tales cuerpos, en Rosmini, se presupone. Por otra parte, porque para él la idea del ser np es sólo el significado originario y el horizoníe~~de cada cosa, sino que también es una representación y lo representado no puede ser el simple conjunto^éeTos entes sensibles y devenientes, sino que es el Ser-Halísmo, el Ente mismo en su infinitud e inmutabilidad. (De manera sustancialmente análoga, Descartes había inferido la existencia de lo Perfecto de la idea de lo Perfecto.) Pero también en este caso es sólo un presupuesto que la idea del ser no sea el ser mismo que se presenta en la experiencia, sino sólo una representación a la cual se debe asignar un conteniíikra4ecuado, distinto de la realidad sensible y deveniente. Aristóteles —para remitirnos al autor en el cual se inspira laíiefleatióirTosminiana sobre el sentido del ser— diría que el contenido originario de la idea del ser es el ser sensible y deveniente y que por eso mismo surge el problema de si existe¿piás allá de lo s e n s i b l e ^ d e lo deveniente, un se? no Bcnciblojg^no deveniente. " • — ^ a ^ t t a l ^ ^ l u P ¿ (1770-1S36), el* filósofo que había dado a conocer erTltalíáel pensamiento filosófico europeo expresa con claridad el círculo vicioso, propio de toda la filosofía moderna, consistente en presuponer que el contenido inmediato del conocer es una simple representación: «El espíritu no puede percibir los objetos por medio de las ideas y no percibe estas ideas como representaciones de los objetos; no puev de Percibirlas cortó similares a los objetos sin .percibirlos objete**, o sea que antes que nada es necesario percibir el objeto, para poder afirmar que algo es su representación. Rosmini tiene presente además de Aristóteles av£latgjz, que afirma la inmutabilidad y universalidad del contenido del concepto, la inrmTtftfrilirfnd y universalidad de la «idea» (FA, VIII, 2b), un término este último que, sin emoargóT tanto para Platón como para Hegel indica el ser mismo, en él mismo; mientras que en Rosmini si la idea^clél Ser es por~uñ lado, como hemos visto, la cojidición m i s m a d e la objetividad del conocer (en cuanto conociendo las cosas como seres, se las conoce^en ellas mismas), por otro lado la idea se entiende como representación, imagen, o sea como un «abstracto» que exige un Concreto que le resulte adecuado. Para Rosmini tal
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
41
Concreto es Dios, p sea el Ser que existe más allá de los seres sensibles y-devenientes. Y también Rosmini, como Tomás de Aquino, se propone construir una filosofía —una episteme— que, sin jenunciar a la propia ?mr"™Fifo ra™™iEil, g
3.
E L ONTOLOGISMO DE GIOBERTI
En otros términos, para Rosmini el pensamiento es pensamiento del ser, y el ser es el mismo Ser absoluto e infinito, pero presente de manera abstracta e «ideal», o^sea presente en la represeníaeién que ct-hnml?re puede tener AR ¿I Pera en la explicación de Rosmini la afirmación de la existencia del Ser concreto, infinito y absoluto depende del presupuesto de que la «idea del ser» sea una representación abstracta y sea, pues, el fenómeno de lo Concreto. La misma condición de la objetividad se entiende de manera subjetiva, o sea como algo que pertenece a la manera de funcionar que es propia del sujeto. Y ésta es la crítica fundamental que Vincenzo Gioberti (1801-1852) dirige a Rosmini. Si se quiere superar de veras el subjetivismo y el_p¿Í£OÍQgi§jno que encierran la verdad en la mente humana y la transforman en una simple certidumbre que tiene fuera de ella la verdad auténtica —si no se quiere transformar la filosofía de «un mero artificio humano»—, entonces no se puede entender el pensamiento del ser como pensamiento de la «idea del ser» en el sentido que Rosmini atribuye a esta expresión, sino como pensamiento de la misma verdad absoluta y eterna. La «Idea», advierte Gioberti, debe ser entendida en el significado esencial que Platón ha atribuido a esta expresión, o sea en el significado por el cual la Idea no es un concepto nuestro o cualquiera otra de nuestras funciones finitas, sino justamente la verdad absoluta y eterna, en cuanto está presente en el pensamiento. (Y esto, aunque Gioberti se siegue a reconocerlo, es justamente el sentido que también JlejeMatribuye a la Idea.) La Idea no es el rosminiano ente m t l H ^ m m ^ a o ^ c ^ s t r a c t Q . sino que es —en principio como en PláfiSn y en Hegel-^el mismo Ente real ^ absoluto, la misma Verdad real y absoluta. ' ~*~*«~^<^ Y justamente porque la Idea es verdad, el conocimiento de la Idea es ya juicio (a diferencia de lo que sucede en Rosmini; véase parágrafo 2) y hasta sistema de juicios: «El estudio de la Idea es la sustancia de toda la filosofía.» El juicio
•
42
EMANUELE SEVERINO
fundamental que refleja la Idea afirma antes que nada que el Ente es y no puede no ser: el Ente es necesariamente. No sólo, sino que afirma que el Ente creailQ&ztstjénté(o sea crea la realidad cuya existencia es producida). Está última afirmación Gioberti la llama la ¿fórnaula^&eal» de la Idea. En otros términos, si el ser es el horizonte del pensamiento, como postula Rosmini, H-ser está frente-ar-pensanticnte en su absoluta concreción, en su ser no sólo el Ente real, absoluto y necesario, sino el Ente que crea lo existente: el espíritu humano «es en cada instante de su vida intelectiva espectador directo e inmediato de la creación». Gioberti no se preocupa tanto de demostrar que lo que existe es^creado por el Ente (tesis esta^tjüe a su parecer ha sidÓ~ beneficiada de forma decisiva por la tradición filosófica) cuanto de mostrár^que la creación de lo que existe por el Ente es el contenido que-dejfcjgrnJfincipio se halla en el pensamiento. E s t e Ú l t i m o Ve *»1 H^^HTr a h s n l n l n iM4-^»l q n p H>1 j a m r r t ñ e s
producto de Dios; la creación es «un hecho del que es testigo el espíritu». Se trata de la variante teológica del enfoque de todo el pensamiento occidental, para el que el espíritu es el testigo del devenir (concebido o no dentro de la perspectiva teológica). La «fórmula ideaK el proceso psicológico^jcejjjej^pual el pensamiento capta y refleja la Idea e s ^ p t i e ^ ^ í í í ^ al proe^s«k<íS|í^ég|co». En esta identidad consiste el «óntologismo» que Gioberti quiere sostener. La filosofía no es un simple artificio humano, sino que refleja el proceso de la Verdad real, o sea "que Dios es el primer .filósofo y que la_ülosofía humana «es la continuación y la repetición de la filosofía divina». T^OYTie-«sT4>u«ST-soior-efT3b^ también «el primer maestro». «El trabajo filosófico no empieza en el hombre, sino en Dios.» (Y también en esto, o sea en relación con el sentido atribuido a la filosofía, y contrariamente a sus intenciones, Gioberti se mueve en la misma dirección que Hegel.) 4.
CULTURA TRADICIONAL Y FILOSOFÍA
Si bien con una más débil intención ontológica-metafísica, también el «esplritualismo» y el «tradicionalismo» filosóficos franceses de la primera mitad del siglo xix vuelven a proponer, más que el sentido de fondo, la sedimentación de la tradición filosófica, o sea un enfoque filosófico que quiere
rentoria— es también la exigencia de la fe cristiana, que desde su nacimiento se atribuye el carácter de infalible, absoluta, definitiva e indudable que la episteme ha sacado a la luz. La fg j¡üjj§fifttta o t o r g a a l ° s textos bíblicos y a la interpretaciónTquedeellos da la Iglesia, las propiedades formales tte4a episteme. dejando fuera de ella ePflroce'so de mediación e6n""el c u S r i a episteme muestra por qué esas propiedades deben ser asignadas al propio contenido. La fuerza práctica del cristianismo, su capacidad de ponerse directamente en relación con las masas y las instituciones sociales, es uno de los factores que más contribuyen a dar una función subordinada a la episteme y, por lo tanto, a destruirla. En esta destrucción, la fe^cristiana se encuentra aliada no sólo con la ciencia moderna y con la economía burguesa (que sólo ve un saber «útil» en la ciencia y no en la-filosofía) sino también rnn a,quellas_formas radicales de c r í t i c a d e la fe cristiana —piénsese, por ejemplo, en Nietzsche— que, sin embargo, se dan cuenta de que la epist&rie^ h^ce imposible el devenir y la creatividad de la vida del PóT'otra parte, si entre episteme y fe cristiana existe una infiompatihilida^ fsgnrial, la cxSfic&pciért tomista de la armonía de fe y razón (^eptsteme) atraviesa un largo trecho de la cultura occidental, y el cristianismo (también por su efectiva asimilación de las categorías de fondo del pensamiento griego) representa la forma más visible del «Remedio» que la civilización occidental—ha evocado contra la amenaza del devenir. Si ljf fe cristiana) contribuye, pues, de manera decisiva a la destrucción de la episteme —en cuanto la armonía entre fe y razón es la máscara de una oposición esencial en la cual la fe termina por prevalecer sobre la razón—, a su vez el cristianismo, en el desarrollo de la cultura y de la civilización occidental, seguirá la suerte de la epist^jaie^ y la reivindicación del rarártpr inplndihlp de] Revenir se volverá también contra las formas y las estructuras de la fe después de haber abatido las de la razón.
III DE LA TEOLOGÍA A LA ANTROPOLOGÍA 1.
LA PROGRESIVA ELIMINACIÓN DE LO INMUTABLE
En el pensamiento greco-cristiano, en filósofos modernos como Qescartes y Leibniz y en ei mismo Kant, el Ser absoluto e inmutable (Dios) se entiende como algo distinto y trascend e n t e d e l devenir del mundo: el Fundamento, la Ley, el OrígéTTcfel mundo está fuera del mundo; e^ Renadío contra la imprevisibilidad y la angustia del devenir de la vida es éxterncnsrr"tievenir. Hn esta perspectiva, la afirmación de la Rea- "* lidaaHSmruíilbie limita y hace impensable de manera extrema la realidad del devenir; la inutilidad del devenir es t a n t o más radical cuanto más lejano del devenir está lo Inmutable. IiST filosofía moaémaj hace valer las razones del devenir del mundo —hace valer la evidencia originaria del devenir y la imposibilidad de negarla— al afirmar, por un lado, que el devenir es el contenido inmediato del pensamientoJ[el contenido originarlo del cogitó cartesiano y del «tenomeno» kantiano es el reino de la subjetividad, pero este reino es justamente un proceso en devenir), y al eliminar por otro lado la separación entre Realidad inmutable^ I'üalldad UtJVénieñte, "" o sea al~ahriiUü' que la Ley, el FllüdaiULiilu dtl dmuaii 1 no está más allá del devenir sino que es inmanente a él y es su misma Ley^jn terna. Así sucede en^Spinbza^ y sobre todo en el idealismo,, en especial el hegelianó. La vida del hombre puede advertir dentro de elEnrntslñala»ley (el Fundamento, el Dios) qiite-la regula, y puede reducir la desazón producida por el Remedio que la vida ha recordado para contrastar la amenaza constituida por el devenir mismo de la vida. Al convertirse en la esencia del hombre —y el hombre es el centro, el alma del devenir—, Dios puede darle la impresión de que no lo ahoga. «Sito esencia divina r n f " ~ ^ |n ~ ~ ^ ~ » **\ h o m b r ^ y de la^-agttm'áleza. —escribió Hegel—,T ^ensKjcigda.» Hacer descender ¡\ Dinn nn ril hnmrnr^r- un primer pas6~
46
EMANUELE SEVERI NO
hacia la liberacióiLJdol hombrc^de Pki.<¿ g--» ^pirfí imposible el »yt¿"ti™MTffl¡fnir dt ITI irirln fiim^na. Y sin embargo Dios, por el hecho de ser inmanente al hombre, no deja de ser la Ley que regula —aunque sea desde el interior— el devenir del hombre. Si en la perspectiva tradicional el obstáculo al devenir estaba lejos del devenir, ahora está en el corazón mismo del devenir. Para que el devenir esté a salvo y el hombre sobreviva, se requiere entonces que el ocaso de la Realidad inmutable y divina no sea simplemente el ocaso de la trascendencia de tal Realidad, sino el ecaocj dt lu Inmutable en cuanto-tal^ el ocaso deDio>^en QU^nto^Dios, Es lo que sucede en el «humaWslnb^deLud^rígFeue que, junto con Marx, es el mayor representante de la llamada «izquierda» hegeliana. 2.
EL HUMANISMO DE FEUERBACH
a) El nuevo sentido del infinito. — Antes que nada, Feuerbach mantiene firme el principio fundamental del idealismo: que el contenido de la conciencia humana no es lo finito, sino la totalidad del ser, o sea lo «Infinito», y que por lo tanto «la conciencia es esencialmente de naturaleza infinita», «omnicomprensiva». La conciencia del Infinito no es así conciencia de algo que es otro, ajeno, más allá de la conciencia: el Infinito y, por lo tanto, «la conciencia del Infinito, no es otra cosa que la conciencia de la infinitud de la conciencia». Y ya que la conciencia de la que se trata es la del hombre (o sea, lo que en sus comienzos la filosofía moderna llama cogitó), el Infinito objeto de la conciencia es la infinitud de la esencia del hombre. Por lo tanto, «la filosofía es la ciencia de la realidad en su verdad y en su totalidad». La episteme tiene como contenido el hombre y no Dios, precisamente porque el hombre es la «realidad en su verdad y totalidad». Pero justamente por esto la filosofía debe proceder «más allá» de Hegel y no volver a caer «por debajo» de él, como sucede, según Feuerbach, en los positivistas (véanse caps. VIVIII). También el idealismo hegeliano afirma, en efecto, que el hombre es el Infinito. Pero en Hegel esto significa que los rasgos (las características, las determinaciones) tradicionales del Infinito deben buscarse en el hombre y no en una realidad separada del hombre (o sea en Dios). En Hegel permanece inmutable el sentido tradicional de Dios; sólo que este sentido lo ve realizado en el hombre y no en Dios.
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
47
Ir «más allá» de Hegel significa en cambio que, al afirmar la infinitud del hombre, no debe desnaturalizarse al hombre atribuyéndole la naturaleza del viejo Dios, sino que se debe reconocer al hombre lo que le es propio —antes que nada, el carácter sensibles, por lo tanto, según la terminología idealista, ^fiTñii3»--ajSr1i^ , y al mismo tiempo debemos darnos cuenta deque justamente el hombre efectivo, y por lo tanto antes que nada el hombre sensible y «finita^, es el Infinito. Nos debemos dar cuenta de que justamente la sensibilidad y la «finitud» del hombre constituyen el Infinito. Al atribuir al hombre los caracteres tradicionales del Infinito y de Dios, se continúa dentro de ia perspectiva teológica (que es tanto de tipo religioso como de tipo filosófico-racional) y se desnaturaliza al hombre. En efecto, el Dios tradicional es puro pensamiento, puro espíritu, pura conciencia, o sea que está separado de la sensibilidad, de la corporeidad, de la materia, del espacio, del tiempo. Y de esta manera el idealismo entiende al hombre: transfiriéndole los atributos de Dios: la esencia del hombre es la pura conciencia. En cambio, la esencia auténtica, «la verdadera humanidad» del hombre incluye al hombre «de la cabeza a los pies». (También Schopenhauer había objetado al idealismo que el hombre no es «una cabeza de ángel alada sin cuerpo».) El hombre se distingue del animal porque tiene conciencia; pero justamente por esto se produce una mutación cualitativa en toda la esencia del hombre, o sea también en los aspectos de los cuales el hombre no es consciente: la voluntad, el sentimiento, el corazón, la sensibilidad. Como señala Feuerbach, el materialista cree que el hombre difiere del animal sólo por la conciencia, o sea que es un animal pero con conciencia. En cambio, la esencia del hombre es el Infinito y no sólo porque el hombre es conciencia, sino porque es voluntad y sentimiento. Razón, voluntad_y_sentimiento^son las fuerzas supremas en las que consiste la esencia del hombre: no son «facultades» que el individuo humano posee, sino «fuerzas^aljsjolu^ ,tas» (que en este sentido pueden considerarse «divinas») que tienen y poseen al individuo, y a las cuales el individuo no puede oponer ninguna resistencia. (Éste es un concepto que Hegel había aclarado con relación a la vinculación entre pensamiento e individuo.) Y como la conciencia, en cuanto conciencia del Infinito, es conciencia de ella misma y tiene en ella misma su propio fin, de esta manera el fin de la voluntad es la libertad (independencia, infinitud) de la voluntad,
49
EMANUELE SEVERINO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
y el fin del amor y del sentimiento es el amor y el sentimiento. Estaría completamente extraviado el que pensase que de esta manera la esencia del hombre es un círculo abstracto que al recorrerse a él mismo no tiene objeto. «El hombre sin objeto es nada.» Feuerbach quiere afirmar que el mundo concreto, la naturaleza concreta y sensible que es objeto de la conciencia y del sentimiento, no está más allá de la esencia infinita del hombre, sino que es el objeto de tal esencia y justamente por esto constituye su manifestación y su revelación. El enfoque de fondo del idealismo se extiende de esta manera también a la voluntad y al sentimiento. Como la conciencia del objeto es la autoconciencia del hombre, de esta manera la voluntad y el sentimiento, al querer y sentir un objeto, se quieren y se sienten a ellos mismos. Lo que desde un punto de vista preidealista es «la potencia del objeto» sobre el hombre no es más que el poderío del hombre. «De esta manera, el poderío del objeto del sentimiento es el poderío del sentimiento, el poderío del objeto de la razón es el poderío de la razón y el poderío del objeto de la voluntad es el poderío de la voluntad.» Pero de esta manera, contrariamente a todo lo que el idealismo considera, el ser no debe ya ser entendido como el simple «objeto del pensamiento» sino como objeto del hombre en su verdadera humanidad, la cual no es sólo pensamiento, sino la concreción misma del ser: «o sea el ser es objeto del ser».
categorías (FM, XXI, 1) y la experiencia. Feuerbach es uno de los primeros críticos que cuestionan a Hegel la posibilidad de una dialéctica pura, en la cual el pensamiento, sin aprehender nada del exterior, o sea de la experiencia y de la realidad empírica, se desarrolle en virtud de una energía interior inevitable de la categoría simplísima del «Ser» indeterminado a la categoría más compleja de la Totalidad y del Infinito, que recoja y conserve en sí todas las precedentes categorías (FM, XXI, 7). Se trata de una crítica que, en una perspectiva sustancialmente aristotélica y adelantada con gran agudeza, Federico Adolfo Trendelenburg (1802-1872) también discípulo de Hegel dirigía al maestro en ese mismo período. Al negar que el puro pensamiento tenga autonomía con respecto a la sensibilidad y el saber empírico, Feuerbach niega la inmutabilidad e infinitud de la Idea, que por ser inmanente al hombre mantiene siempre con respecto a éste la función del viejo Dios. La lógica hegeliana es la vieja teología transformada en razón. «Como la esencia divina de la teología es el plexo ideal o abstracto de todas las realidades, o sea de todas las determinaciones, de todas las cosas finitas, así es la Lógica hegeliana. Como todo" lo que se encuentra en la tierra se encuentra en el cielo de la teología, así también todo lo que se encuentra en la naturaleza se encuentra en el cielo de la Lógica divina.» Tanto la teología como la Lógica hegeliana alcanzan en la tierra las determinaciones de Dios, hacen de tales determinaciones deificadas algo autónomo y sustancial y sacan las consecuencias de que las determinaciones de la tierra, respecto de Dios, son algo accidental y derivado: un «predicado» respecto del «sujeto». Si, en efecto, se entiende, como Hegel, el movimiento puro de la Idea como autónomo respecto de la sensibilidad, entonces el hombre y los objetos de su mundo devienen un simple «predicado» de la Idea y del puro pensamiento concebidos como «sujeto» («sujeto» y «predicado», en sentido análogo a aquel con el que se habla de sujeto y predicado de una proposición y, en efecto, en el idealismo el sentido supremo del mundo se expresa en la proposición suprema del saber). Como «sujeto», la Idea es la Ley que condiciona el «predicado». Pero si nos damos cuenta de que la Idea no tiene ninguna autonomía con respecto a la sensibilidad, se invierte la verdadera relación entre la Idea (el puro pensamiento) y el ser: el ser —el hombre— se convierte en el «sujeto» y el pensa-
48
b) La crítica a Hegel. — La insistencia con que Feuerbach afirma la identidad del ser y de lo sensible, de la realidad y de la existencia espacio-temporal, del saber y del saber empírico, debe entenderse, pues, a la luz del intento de Feuerbach de llegar «más allá» y no caer «por debajo» de Hegel. La sensibilidad no tiene nada que ver con la sensación del materialismo y de toda forma de realismo preidealista: la sensibilidad es «la verdadera unidad existente de lo material y lo espiritual», la unidad originaria en la cual la filosofía tiene su fundamento. El espíritu es «el sentido universal» y «la verdad de los sentidos» no es una verdad teorética, sino el fundamento permanente de la filosofía. Se comprende el sentido auténtico de estas expresiones, si se tiene presente la crítica que Feuerbach dirige a la relación que subsiste en Hegel entre la Idea, el sistema de las
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
50
EMANUELE SEVERINO
miento puro por el «predicado» que deriva y está determinado por el hombre. En esto tiene su verdadero origen la célebre afirmación de Marx de que no es la conciencia la que determina la vida, sino que es la vida la que determina la conciencia (véase cap. IV). La afirmación de Hegel, pues, de que la Idea, «la esencia absoluta, se desarrolla por ella misma», se convierte en verdadera a condición de que se le dé la vuelta. Tal afirmación pretende sostener, según Feuerbach, un movimiento puramente lógico y fuera del tiempo. Dando la vuelta a esta afirmación, debe afirmarse que sólo una esencia que, como la del hombre, «se desarrolla y se despliega en el tiempo, es una esencia absoluta, o sea verdadera, real». También esto: no se trata de mostrar que el absoluto (concebido según la tradición teológico-metafísica) está presente en el tiempo, sino que sólo el tiempo —la realidad humana— es la esencia absoluta, verdadera y real. Sólo la esencia que, como la humana, está en los límites del tiempo, de la necesidad, de la indigencia, del sufrimiento, del dolor, es la esencia absolutamente verdadera y real. «La esencia más colmada de dolores es la esencia divina», en el sentido nuevo que lo «divino» asume cuando los viejos dioses han sido llevados al ocaso. Sólo la esencia más colmada de dolores, al ser la esencia humana, es el «ser en cuanto ser», o sea el ser libre, total, «independiente, feliz en él mismo»; la felicidad que debe competer a lo que, aun estando colmado de dolor, sabe que es el Infinito. El devenir de la vida del hombre se plantea de esta manera como el Remedio de él mismo. c) La esprín HPJ hgp>ihrp._ — En todo lo que antecede, la expresión «esencia aei nomore» no es casual o excesiva: la esencia del hombre es el hombre considerado en su esencia, o sea como género, no como individuo. El individuo está limitado y dominado por la esencia del hombre, que se realiza en cada individuo y que, por lo tanto, es relación entre el yo y el tú, o sea que es intejt5lt3á8í#wdad. El hombre como género es, pueveT*nÍ&*ífcA^^ ciaiáel hombre es más bien condición necesaria de la objetividad, porque sólo donde el yo es transformado y conákáoÉ^^eÉ^^^iy no por una simple cosa) empieza la representación de una actividad que existe fuera del yo, la representación, de la objetividad.
51
d) El sentimiento y la alienación religiosa. — La teología es, píiul LSUlbe 1'euerDach—, «el secreto de la filosofía especulativa»: la filosofía hegeliana pone en el más acá esa misma esencia divina, inmutable y abstracta, que la teología, por temor e incomprensión, pone en el más allá. Pero «el secreto de-la-teología es la antropología». La antropología es lafeffiSF) lemejpii cuanto logra tener como propio conleiüdoerirom^ bre, o sea en cuanto ve en el hombre el «ser en cuanto ser» y lo libera de la falsa imagen que le es atribuida por la cultura tradicional hasta el idealismo incluido. En una perspectiva que unifica Dios y mundo en la dirección del inmanentismo idealista, Friedrich Schleiermacher (1768-1834) había asumido la religión como tema principal de su indagación, llegando a la tesis de que el fundamento dé lajreligión es el sentimiento. Feuerbach llama a Schleiermacher «el último_jteólogo-^lel cristianisiriox y le hace una crítica completamente distinta de la que le había hecho Hegel. Para Hegel, en la religión* el sentimiento es sóle algo secundario, subjetivo, formal, porque in^pmaffn rrfirjyt"^ lllltar _ cial c~s\ rnntenirioi Ifiinfjrninrnrh en cambio, no critica a Schleiermacher por haber reducido la religión a sentimiento, sino por no haber llevado hasta el .final este concepto y r Mi T por no hahirr tf¡ni
"2jfl n máftgue verdades empíricas.» Por ejemplo, en el «misterio» de laTrinidad cristiana (que Hegel, al traducirlo a la relación entre Idea, Naturaleza, Espíritu, concibe como un / «misterio especulativo») no hay más verdad que ésta: que sólo la vida comunitaria, la vida del hr>mfr>™» «^foj ^ yf>T-**J dera^yjda, y el vinculo que une aljDadre con el hijo es justa-i menteuñb de lesMilpectos más racfiUilej du lSTvida social del homfrrft**•——* ., Basta considerar, pues, la esencia del hombre para encontrar todo lo que el hombre atribuye a Dios. El remitirse del sentimiento al Infinito es la misma_infinitud del ~rntimientri que no es, pues, el simple «órgano de lo divino» (el instrumento con el cual se accede a lo divino) sino lo que de auténticamente divinohay_en- el hombre. «¿Cómo podrías percibir
52
EMANUELE SEVERI NO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
lo divino mediante el sentimiento, si el sentimiento mismo no fuese de naturaleza divina?» Con respecto a la fe ortodoxa, el sentimiento es ateo, porque niega el Dios objetivo e inmutable TepgjgáaráfitíJSSl&i^- e l sentimiento «esTbios en sí mismo». Pero desde el punto de vista del sentimiento, la verdadera negación de Dios es la negación del sentimiento.
Dios, o sea el Señor, el Amo, la Ley que obstaculiza y sofoca el devenir de la realidad efectiva. Y la realidad efectiva es el hombre, peen nn al hombre considerado como «esenqa^ sino Ü&llü humbre que, soy y n v QT1P aun cuando trato de ocultármelo, considero medida de todas las cosas. No se trata entonces de saber «que es el hombre», sino de darse cuenta de que yo soy el hombre, o sea que es justamente lo que yo soy, en mi absoluta especificidad y «unicidad» lo que confiere significado a la palabra «hombre». EL^Ieyenir originario y anténtim rry, «»" o f g "tp, agne]]™ en lo q u e ^ P ? a paftir de mi nadaTproduzco todo. Esta irrepetible proí mía de todo —mTscT piuduciui de mi mundo, mi ser «creador efímero y perecedero que se consume a sí mismo»— es el devenir^qug_¿iene valej^deau^téntica evidencia e indiscutibilidad. Sólo yo soy la «verdad»! Pero yo no soy la «verdad» dé la cultura occidental, que es la «esencia suprema», el pensamiento incontrovertible, la episteme (aunque Stirner no usa este término) en nombre de la cual se han desvanecido todas las divinidades y Dios mismo. La «verdad» como pensamiento incontrovertible, a > mo «pensamiento que planea sobre todos los otros» es aquello que no me pertenece y no está en mi poder. Algo es para mí la «verdad» en este sentido, cuando me sient¡¡JjMfu¡l£Uíel^^z e¿o. También Feuerbach, remitiéndose a Hegél, había senalaclo que la verdad (como la voluntad y el sentimiento) domina al individuo, pero Stirner llegaba a la conclusión de que el entusiasmo y el contento por la verdad es el entusiasmo y el contento por haber encontrado un amo, el amo que salva de la angustia del devenir. Anticipando un tema central de Nietzsche, Stirner señala que mi impotencia hacjg 1Qdad paraliza mi creatividad, o sea la potencia del devenir en la que ye wnsfca o r T d e m i impotencia nace la potejicja id superior» que quisiera devlaj¿erdad. Esta «verdad superior que quisiera oominarme no puede ser otra que «el instrumento de mi victoria», o sea «mi propiedad», un instrumento con el que logro prevalecer en el mundo, una «criatura» mía. «Con la "verdad" se cambió la faz de la tierra —escribe Stirner—, pero yo no aceptaré nunca convertirme en el esclavo de nuestras nuevas máquinas; ayudaré a ponerlas en acción sólo para mi propio uso: de esta manera usaré, es verdad, nuestras verdades, pero nunca me dejaré aprisionar en ellas y por ellas.» Y no sólo el mundo corpóreo, sino también el «espíritu de verdad» no puede ser otro que el «material del que yo hago lo que quiero», y respecto del cual
colocar íútíl'a u e é l lo que le es s u s t a ^ a i H f , análogamente, Dios, en cuanto accesible «, la ra^.ónf no es otra cosa que la raz5n; su esencia infinita es la esencia de la razón; su necesidad, incondicionalidad e inmutabilidad son la necesidad, incondicionalidad e inmutabilidad de la verdad según la cual procede la razón. Estas expresiones tienen, ciertamente, un significado distinto al de análogas expresiones hegelianas (no se trata de demostrar —ya se ha visto— que el Infinito de la tradición está presente en lo que la tradición llama lo «finito», sino de reconocer que el llamado «finito» —el hombre, lo sensible, lo temporal, lo corpóreo—es algo no finito, o sea que justamente es esto el auténtico infinito). Pero resulta claro que Feuerbach no sólo mantiene firme la episteme, sino también esa «nueva» inniutabilidag (incondicionalidad, necesidad) que pertenece a la p**ftrf^X*\ V|nmhre. Después de haber llevado al ocaso al v lujo Dios de manerA aún más radical que la hegeliana, la esencia del hombre es el nuevo Dios. Se trata de reconocer que para Feuerbach el infinito es justamente el hombre que nace y que muere (el llamado «finito»). Sin embargo, este último infinito tiene todavía el viejo significado de la tradición teológico-metafísica. La esencia del hombre es infinita: pero el significado de la «esencia», aun referido al hombre, conserva el significado que la tradición atribuye a la «esencia», o sea el significado de lo que domina, gobierna, guía y regula el flujo del devenir. La esencia del hombre pertenece a la serie de los inmutables que el pensamiento contemporáneo va llevando al ocaso. " 3.
E L «ÜNICO» DE STIRNER
En el orden de consideraciones indicado al final del parágrafo precedente, se mueve la filosofía de Max Stirner (seudónimo de J. K. Schmidt, 1806-1856), el más radical de los hegelianos de izquierda. En el «Hombre» con que la cultura moderna reemplaza a «Dios», Stirner ve-representarse el^ejo^
53
54
EMANUELE SEVERINO
ya no estoy dominado por un «terror sagrado» (el terror por el Remedio elegido contra el terror del devenir). Como M f í J H a t * ™ 1
H
fíl IHfi
g
T p™p™ta.rin tnHn ..nmUH
es, pues, variable y precaria. Nada hay por encima ni más aHá dü iñi, que soy la «nada creadora de la que he salido», el poseedor de mi potencia, y que la poseo en el acto mismo en el que me siento único: «cualquier ente superior a mí, sea Dios u Hombre, debe inclinarse ante el sentimiento de mi unicidad, y empalidecer al sol de esta conciencia mía». La historia del hombre se realiza así, para Stirner, en dos tiempos(£)Los antiguos han querco «idealizar lo real» (o sea encontrar la fórmula de Stirner puede explicarse de esta manera: la Idea, el Sentido, el Fundamento, el Origen de la realidad deveniente) y han terminado por despreciar lo real (tal desprecio está dado por la sabiduría que, al colocarse por encima del devenir, lo hace irrealjgjk partir del cristia>nismo se ha querido, en cambio, «realizar ej fdeal» (Dios se hízoTlOmbre, descendió para salvar a ese hombre —también en esto puede hacerse explícito el pensamiento de Stirner— que estaba sofocado por la existencia de un Dios lejano) —y Hegel es una de las etapas decisivas de este proceso—, pero es inevitable que se termine con la más rodioaHiegaeiójQ^¿e todo idea¿-qt*e se coloque por encima del hombre. erfejeal no es sólo la «verdad» (y toda «alma», «principio», «punto de apoyo») y «D/os^sino también el Hombre, y todas las «buenas causas», tftoos tes ideales de la religión, de la moral, de la política: el altruismo, el amor, la bondad, la justicia, la filantropía, el humanismo, la fraternidad, la igualdad, la libertad, la Iglesia, el Estado, los partidos y el pueblo; y no sólo los ideales burgueses, sino también los del socialismo y del comunismo, que quieren someterme a la sociedad y al trabaj«Tcomo «libre actividad». Toda forma de sociedad jerárquica reproduce la situación en la que me encuentro sometido a un espectro que ejerce sobre mí un poder absoluto. El^mgvimiento anárquico ha encontrado en Stirner uno de sus mayores ISÓricosJíi bstado burgués no puede ser abatido por una revolución (que reproduce la jerarquía), sino por una «insurrección» de los individuos, que dan lugar a una «asociación» en la que cada uno ve en los otros un medio para incrementar la propia fuerza. Y en esto se encuentra el punto más delicado del pensamiento de Stirner, porque el único es siempre concebido por él como una pluralidadjje^ únicos. Cada uno es único. Y si
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
55
cada uno se comporta sobre la base de su propio egoísmo, su pretensión de ser «todo en todo», que nada tiene por encima de él y es el absoluto creador de él mismo, sólo es aparente y veleidosa, porque los «únicos» más fuertes actúan —como, por otra parte, siempre lo han hecho— por encima de los «únicos» más débiles; y, desde el mismo punto de vista de Stirner, a los «únicos» más_fuertes nadarse Jesjaodrá reprochar; más bien serán los únicos" los; que realicen de verdad las propiedades det" «Ünico».
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
IV LA CRITICA DE LA PRAXIS: MARX 1.
DE FEUERBACH A MARX
El idealismo y el inmanentismo de la filosofía hegeliana son los factores decisivos que impulsan el pensamiento filosófico a concebir de modo radical el devenir —o sea la realidad efectiva originariamente evidente e inevitable— como devenir humano y a negar todo Principio (ley y por lo tanto Remedio) eterno del devenir, que externo o interno al devenir, lo haga aparente, impensable como devenir auténtico y por lo tanto termine por sofocarlo. Feuerbach muestra que a lo largo de sil1 "píópia nístona, el nombre «aliena» constantemente de él la propia esencia, o sea atribuye los rasgos de la propia esencia a algo externo a él; algo que, producido por el hombre, termina por ser concebido como la absoluta Potencia, independiente del hombre y de la que el hombre depende: el Principio, la Ley, la Salvación del hombre: Dios. Stirner revela que esta alienación permanece aun cuando el individuo humano (el «Ünico») se relaciona con la esencia del hombre: para el individuo, para mí, el «Hombre» sigue siendo asimismo un Dios. También los otros hegelianos de izquierda, como David Strauss (1808-1874) y, en la segunda fase de su reflexión filosófica, Bruno Bauer (1809-1882) consideran que la alienación auténtica y fundamental del hombre es la religiosa, el ceder a Dios (y el «Hombre» es una variante de Dios) lo que es propio del hombre. Carlos Marx (1818-1883) profundiza de manera poderosa el sentido de esta temática y le da una configuración radical y nueva. Feuerbach es para Marx «el único que tiene una relación seria y crítica con la dialéctica hegeliana, y que ha hecho verdaderos descubrimientos en este campo y que en una palabra es el verdadero vencedor de la vieja filosofía». Sin embargo —señala Marx—, también Feuerbach, como todos los
57
otros hegelianos de izquierda, está convencido de que la alienación del hombre (o sea la realidad humana construida de conformidad con la alienación) se despedazará mediante una operación mental, o sea mediante la corrección, dentro de nuestra cóñcmi^a7~a^T^rfóF O sea, creen que «las verdaderascacTenas de los hombres» (las cadenas que unen el devenir con el hombre) son pensamientos, conceptos, representaciones falsas: las religiosas, que aparecen como presentes y dominantes no sólo en la teología y en la metafísica, sino también en la moral, en la política, en la vida jurídica y social. Para estos filósofos, pues, la liberación de las cadenas del hombre consistiría simplemente en la crítica de la religión. Mfcrx muestra que tales autores se limitan a «interpretar de manera diferente» el mundo, dejándolo subsistir como es en su realidad efectiva. En efecto, tienen en común, con sus directos adversarios, los hegelianos de derecha, la tesis central de Hegel: la de que pensamientos, conceptos, representaciones —antes que nada las que Hegel señala con el término «Idea» (FM, XXI, 1), pero que son sólo un producto de la conciencia— constituyen las relaciones realmente existentes en la sociedad, o sea las relaciones que, para Hegel, además de realmente existentes son también verdad, mientras que para Feuerbach y para los otros hegelianos de izquierda constituyen la expresión de la alienación de la que debe liberarse el hombre. Pero para Marx esta tesis de Hegel es la que ha dado la vuelta a la verdadera relación entre el mundo realmente existente y la conciencia que los hombres logran tener, o sea la relación que Marx expresa al afirmar que no es la «conciencia» de los hombres la que determina su existencia social, sino que su existencia social determina la conciencia^^ del modo en que están en la sociedad y, en general, su cofF* ciencia de la realidad.
La base, el fundamento de esta última afirmación es antes que nada la experiencia, o sea el conjunto de los «datos de hecho comprobables por vía puramente em'pírica» y de los que es posible abstraerse sólo en la vacía y arbitraria imaginación. La base y el fundamento es el contenido inmediato de la conciencia: la conciencia, entendida como comproba-
58
EMANUELE SEVERINO
ción, «observación empírica», «manifestación» y no la conciencia como construcción abstracta y especulativa. («Especulación» es el término con el que Hegel designaba el verdadero proceso cognoscitivo de la filosofía, o sea de la episteme.) Y los datos de hecho empíricamente observables son los individuos humanos. Hegel no lo niega, desde luego, sino que reconduce el significado y el valor de los datos de hecho a la Idea, o sea al principio inmutable que desvanece el devenir de lo empíricamente comprobable. Por esto mismo, Marx no abandona la observación empírica; más bien piensa ejercerla de la manera más rigurosa, para sacar a la luz el contenido auténtico de la experiencia, o sea el sentido auténtico del devenir del hombre, que no es el indicado por Feuerbach y por Stirner. 3.
ESTRUCTURA ECONÓMICA Y SOBREESTRUCTURA IDEOLÓGICA
Los individuos humanos empíricamente observables empiezan a distiflgutrso de los animales cuaiidoi__por un lado, empiezan a producii) sus medios de subStstenc§>(alimento, casa, vestidospetc^" y, pui "KT'tanto', los aspectos materiales de su vida; por otro lado, la suya no es una producción aislada, sino «producción social \ de su existencia», o sea una actividad proáuctúi^upot4arcual entran en ciertas «relaciones determinantes» (o sea que tienen cierta conformación y no otra), que no dependen de la voluntad de los individuos, sino de la naturaleza de los medios de subsistencia de los que ya disponen y que deben reproducir, «relaciones de producción que corresponden a un determinado grado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales del hombre». Las relaciones de producción se expresan—4
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
59
campo y en la que se reemplaza a los esclavoj^cea campesinos sojuzgados) y de la propiedad-privada "burguesa\le los medios de producción y del trabajo üe lOü obieiu En toda sociedad, el r n n j ' ^ t f f ÚQ„ lflfi XffTapjf?.npg de producciá».rnnütitUYe»la «estructura» econóMcá^^W^^^^ST En esta producción consiste el rasgo esencial del devenir de la vida del hombre. Lo que los individuos son depende de su producción, o sea d? lf>~qw»- ?11os producen y del modo en que lo producen. UL producción e s l a eseneja del hombre;^ pero justamente por esto, Ía~esenc7a del hombre es Histórica. ~ no dada de una vez para siempre sino que se desarrolla históricamente. # La estructura económica de la sociedad, constituida por el conjunto de las relaciones de producción, es la «base real» sobre la que se-jccmaliuvc 1,1 «r.obmestructura» de la «conciencia» o sea el conjunto de las formas jurí3icas7 políticas^ espirituales, culturales de la vida. «No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino que por el contrario es su ser social el que determina su conciencia.» Para Marx, la «ciencia real y positiva» da la vuelta a la «especulación» idealista y, a través de la «observación empírica», capta los individuos humanos en su actividad práctica y en su desarrollo, y la dependencia de las ideas del hombre de esa actividad, y del modo específico en el que ésta se realiza. Moral, religión, metafísica, filosofía, política, derecho y, en general, toda «sobreestructura», que Marx llama «ideología», no tienen una vida y un desarrollo autónomos, sino que el hombre produce y transforma Ibs propios pensamientos sobre el mundo y sobre la historia real en relación con el modo en que él, en su actividad práctica, transforma el mundo. 4.
VERDAD Y PRAXIS
La tesis de que la estructura económica condiciona y determina la sobreestructura ideológica, y por lo tanto el mismo pensamiento filosófico, es otro aspecto del enfoque de fondo, cada vez más decisivo en la filosofía contemporánea, que excluye la originariedad y la autonomía del pensamiento filosófico e indica la génesis a pa Hy>Q y Pi^mpntal^s He~ia"wexister"^ ^nnr"-í "" aspecto de este enfoque es también la tesis de {j¿chtrpei»hai¿r de que toda la esforo racional del hombre está producida por la Vol Jad irrariflnal e inconsciente. ' — *""""
60
EMANUELE SEVERI NO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
Por otra parte, si es verdad que para Marx la^gda (la estructura económica) determina la conciencia-^»» sea la s o breestructura), y no viceversa —y la vida es actividad y voluntad—, también es verda^-que para Marx la vida está muy lejos de ser la i r r a c i o p ^ a a d absoluta; al contrario, es exactamente el terreno 4ue p^ede ser iluminado por la «ciencia real y positiva». Esta diferencia es imputable a la ascendencia kantiana de Schopenhauer y a la ascendencia hegeliana de Marx. Sin embargo, ambos pensadores se encuentran empeñados en l i ^ p i n l l l l ll|,| lll
M ' I H I I I 1^ W.liHll^ [ I I I M H I I U H | I J I I ,11 «QnHipi^
pr>rmQrirsn t ^ r i ^ S - ^ w ; rtflr^ respectivamente, de la voluntad y de la estructura económica. Ya que es indudable que tanto Schopenhauer como Marx creen exhibir una exposición verdadera y absolutamente verdadera sobre el mundo, una exposición que no es el simple resultado de un proceso que se desarrolla más allá de la verdad, sino que más bien refleja con verdad el proceso originario de la existencia. La tesis marxiana del condicionamiento práctico de la concieacia parece, pues, limitaiTi a !>UAILIILI UUL ludo error Le7 riccLliene una raír nrlrtitn —y ésta es una gran tesis de la filosofía tradicional, tanto antigua como moderna—, pero que la T7fT'Httrí_rit'ft liH-ft *1ir rttn Fílín A i"iT T " al ser así las cosas, para establecer qué es error y qué es verdad no podrá recurrirse a la «praxis», o sea a la vida real presente en la estructura económica: justamente porque la pravj«¡ adiara e l sentiAci-áe. la teoría C ^ n f l o |ft » ~ w ^ f»«¡
fiff
~
|
*
problema originario consiste precisamente en establecer si la teoría tomada en consideración es verdad o error. Y es en relación con este orden de consideraciones que en estos tres libros sobre la filosofía antigua, moderna y contemporánea no se ha adoptado ese tipo de consideración histórica del pensamiento filosófico, que se esfuerza por vincular de inmediato con raíces extrateóricas las teorías filosóficas (FA, Introducción). Lo que por cierto no significa borrar el problema de dicha vinculación.
5.
CRÍTICA DE LA IDEOLOGÍA Y CRÍTICA DE LA PRAXIS
Para comprender qué es el hombre no se debe partir, pues, de lo que el hombre ha ido pensando de él mismo —nc>5e debe partir de la sobreestructura ideológica—, sino de la ac-
61
tividad práctica del hombre empíricamente observable; porque como una cosa es lo que es y otra lo que dice ser, también una cosa es lo que una sociedad es y otra, la imagen que tiene de ella misma. Y si es un hecho empírico que los individuos han estado siempre sometidos, a lo largo de la historia, a un Poder ajeno a cada uno de ellos (sobre este punto, a los ojos de Marx, Feuerbach y la izquierda hegeliana tienen razón), la liberación de este Poder no puede obtenerse limitándose a desman-_ telar la sobreestructura ideológica tradicional, sino destruyendo libase, la estructura económica que ha determinado esa sobreesfTUctura en la sociedad, ksta destrucción es la ac*""flilfl ifrP""1"™'innrT0v> la «actividad práctico-crítica». El trabajo de Feuerbach consiste en destruir la ideología, o sea la alienación religiosa, disolviendo el mundo religioso en el mundo terreno, o sea «en su base mundana». No se da cuenta —señala Marx— de que, en este punto, queda aún por hacer lo más importante: darse cuenta de que en la estrúttura económica de la sociedad —o sea en la actividad prArtim Hf>l ftpmhrp— en cierto ninjp|pntr> llegó a producirse una •aisffijftr.inn interna», una jtüiiiiln riHiiiljj [o sea del mundo religioso]?-!^ lu puntera que debe ser criticada teóricamente y trastocada prácticamente.» «Hasta ahora los filósofos sólo_han interpretado el mundo de maneras diferentes; pero"aKora Se trata ae campiarlo.» Veamos, pues, ¿¿11" qu¿ consiste para Marx la cvilU'a'aTcción" y la disociación in-
62
EMANUELE SEVERINO
terna de la estructura económica, que hacen posible la alienación teológiccfcrfiligiosa^d^l hombre, o sea la sumisión del hombre a un mundo superior, divino e inmutable, en el que el hombre ve su propia salvación. 6.
LA CONTRADICCIÓN DE LA SOCIEDAD BURGUESA T
°ir¡ irf""TT" prfíf1lir tivag Tn?tffiria1pici dejajgftcjfídad» —antes que nada el trabajo del hombre y los instrumentos de los que se sirve— no están dadas de una vez para siempre sino que se desarrollan. La vida humana deviene, tanto en el sentido en que el Eombre p-™*""« i™» nr/qf^i ininliiii ili mli sUtóncia, o sea las condiciones de la propia existencia, como en eI*5fentido de que su^ modo de producir varia y se desarrolla continuamente. Ahora bien, la1 «ciencia real y positiva» comprueba empíricamente que «en cierto punto de su desarrollo las¿uerzas P f o d u ¿ 5 r a £ 3 8 B ^ ^ tran en cllflllftaTccioiL.con la prgSmzacíón sc<:iaTaeltraDaTo\ o sea con las relaciones de plOüfll'UiÍBr^SSafieniLA J|, pUP 16 tanto, con 1 Q ° rva1o^onipc? Ae p™injff*Qrl- Las r^laUfifigs de producción, íjue hasta cierto momento habían sidoTas «formas» —la organización— que habían hecho posible jel desarrollo de las ftierras imprimías, se convierten en/un obstáculo a tales fuerzas, se traJBoKnan en sus « l a ™¥air">fi1tin s n r i a l ftn ] a ^ u e vive: la considera de esta manera hasta que se da cuenta de que su propio devenir —o sea el desaiTÜlla de las luejaas productivas— es impedido propiamente por lo que a n t e s s e cohsi-
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
63
deró la condición misma que confería orden, forma y regularidad a la actividad del hombre. ^'Ifljíí 1 in fiT'Maiag-|f>roductivas entran en pnnfraHir^irin con las relaciones de /producciónj empieza una ¿poca de revoluciones sociales. Asi sucedió en las fases de paso del modo de produjacióatribaLal del Estado .antiguo, del Estado antiguóla! feudal y de este ulBnfolatóurguésrLas relaciones de producción "burguesas son el último moclo en el que la organización de la sociedad, después de haber hecho posible y favorecido el desarrollo de las fuerzas productivas, las encadena, considerándose a ella misma inmutable y eterna. Constituyen el último modo en que se forma el aju^onismo^. o sea la contradicción entre fuerzas productiva^ y réX5aonps^l w de Rrráuccióru: -" " v/V V^moietílaspHBttMQMHHHMIque se desarrollan dentro de la sociedad burguesa serán, al mismo tiempo, lasfMRt tfMHSQMHBIMHpriMRI y de la contradicción con la organización burguesa de la sociedad, y las condiciones para superar esta contradicción. En tales condiciones consiste, para Marx, la formación del proletariado moderno. Ej^Droletariajig es !a«fi|1»17fl rnifilUTIOTnr!?. 90üe> determina la destraccjon" ^e cipte^jE la propiedad privada. > -^ < É n e s t o Marx llega mücHo**más allá de la conciencia libeTJque presume de poder reformar el Estado exístenfe""§RT ;ctar la estructura económica de 1^ sociedad burgués^ efecto, para Marx, el efectivo poder del Estado~moderno no es otro que su ser «una junta de administración de los negocios comunes de toda la clase burguesa». El Estado no debe reformarse, siyfb abolirse^ porque esa abolición es consecuencia inevitable de la abolición de la jiropi?i¡ln'fl r^Yfld* Pero al igual qu€*para He"gel el desarrollo de la historia no es el resultado de los proyectos individuales que al hombre le incumbe realizar; para Marx, el «comunismo» nr> <-s un «ideal» quft al bpphre deba transformar en realidad: «Llamamos comunismo al movimiento real que abolirá ei estado de cosas actual», el movimiento real que supera la contradicción fundamental de la sociedad burguesa. La obra maestra de Marx. {ET ¿apitanystá dedicada justamente al estudio de las relaciones que subsisten en la sociedad burguesa entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
64 7.
EMANUELE SEVERI NO LA DIALÉCTICA
El «movimiento real que abolirá el esta¿o_de^cosas presente» —o sea el «comunismo»— es la llialéctica} Para Marx, Hegel «ha sido el primero en exponer amplia y conscientemente las formas generales del movimiento de la dialéctica» (FM, XXI, 5). La dialéctica es «revolucionaria pe™ og"*nHTr porque en cada estado de cosas existentes —y por lo tanto en la sociedad bui'guesa— ve tamüíeTf^ü^iegación, su «necesario ocaso»; porque i mnjín nili TJIIM huí» rnnliTiii n inn de la realidad es algo devenido y pasajero, un resultado que se forma necesariamente «en el fluir del movimiento» y que necesariamente se transforma en su opuesto. ^ **ft relaciones, de producrifa» que se presentan en la historia son configuraciones sociales que p r e t e p ^ " Yflt*T'°rlTI'm leYfiS inmutflBles"V reglllUl pal'á "siempre el devenir, la dialéctica es en cambio la ley auténtica del devenir para la^TfueHfto' existe ninguna, realidad 111 VeTdades inmutables""^ absolutas, y todo caduca y,-cuintTescribe Engels (1820-1895), «ninguna otra cosa existe para ella fuera del proceso ininterrumpido del devenir y del perecer». La dialéctica establece, pues, «el necesario ocaso» ^ de la^sociedad burguesa. "—' " •-*-^" Pero la dialéctica no puede tener la forma que le asigna Hegel, p o r q u e j k r a Hegel el movimiento dialéctico es antes quenada un proceso djel puro pensamiento, o sea el desabro** lio lógico Se TaTíclea, que se constituye como algo autónomo" e independiente con respecto a la realidad empírica ( F M \ XXI, 3). La Idea hegeliana es el demiurgo, el productor de la realidad empirícar1a7[uyTP0f^eTH!!o^Trario se concibe como fenoíBStRrwrteflbr, «alegoría», ^™pUfir-Q^A n ^ io y ^ o ^1 igual que Feuerbach, Marx objeta a £¿egel que, de esta manera, el^niovimiento de la Idea se constituye desde el principio [ COmOllri AUSUllUu jnmntahje qne transforma pn T^nri. , medió,, apariencia y accidentalidad la realidad efectiva del devenir, o sea que termina por har^r impensable el devenir. En otros términos, para Hégfil la Idea es^Tsujeto" y l a realidad empírica es el predicado (como si, por ejemplo, se pensase que el hombre es el sujeto, la sustancia real, y Sócrates el predicado y un accidente de la sustancia, y por lo tanto se afirmase que el hombre es Sócrates): hay que dar la vuelta a esta relación (o, ateniéndonos al ejemplo, deberá decirse que Sócrates es hombre, un trastocamiento análogo al que se produce en Aristóteles en relación con el modo en que Platón concibe la Idea, véase, FA, IX, 7), porque de otra
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
65
manera, como hemos dicho, ia T ^ O ^ t i i i ^ a ei A, MI h ¡i f fn tino de b rnl'rfn^ transformándolo en una metáfora del Absoluto inmutable. El movimiento dialéctico originario —la forma originaria del devenir— no es, pues, el movimiento lógico de la Idea, sino el desarrollo efectivo de la realidad empírica. 8.
LA COMPROBACIÓN DEL DEVENIR T?1
j1fíTy"Tr flll" es empíricamente cqmprnnafrle O sea ates-
tiguaófo por la experiencia, es la forma esencial y originaria del devenir, y dé*"ggtalferma debe partir el conocimiento racional del mundo, r a r a Marx, el desarrollo l¿gico de la idea es SOIQ la rórmüla más rigurosa y comprensiva con que el pensamiento filosófico expresó la esencia de la sobreestructura de la sociedad occidental. La señalización de la «necesidad» que conduce en la historia a cierta forma social —por ejemplo, a la sociedad burguesa en la que Marx ha concentrado su atención— y su ocaso es, pues, el resultado de una indagación tmpirifia, iii" cabe efectuar «con la precisióiLl>de las ciencias naturales». Tiende, eñ^feTloTa^esíuTIrirTas leyoo eepeeífirnr qnn rngulan de manera necesaria el nacimiento, la existencia, el desarrollo y la muerte de cierto organismo social, y que son del todo indiferentes a la circunstancia de que los hombres las conozcan o no, crean o no en ellas. El movimiento social presenta de esta manera el carácter de ufla historia natural, regida por leyes que no sólo no dependen de la conciencia, de la voiuniaa y ae las intenciones de los hombres, sino que más bien determinan su conciencia, su voluntad y sus intenciones. Marx considera que si la ley ddl Uévenír es ébWLfyrooada en el mismo devenir (y no construida a priori, como la Idea hegeliana), ya no es un impedimento y un obstáculo al devenir. De esta manera, en el pensamiento filosófico poshegeliano es cada vez más aguda la exigencia de ejflnMrrirr g i l í e s rfnetÍTam p n t p comprobable v obsérvame e n e l devenir y en el movimiento nistó'rico. Jorque sobre el fundamento de la configuración efectivamente comprobable, el devenir puede individualizar qué impide, obstaculiza y desvanece el devenir del mundo. Por su parte, Marx subraya, con respecto a Feuerbach, que al hombre efectivamente ftfrgprvahle y comprobable pertenece antes que nada g l t nrtÍYÍÚPd gfMsiM* o seaJiojicción con la que él produce las condiciones de la propia exis-
66
EMANUELE SEVERI NO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
tencia. Pero, a considera son a la xa vez, vez, Marx Marx considera que que también umiuicii aun obuuservables'ero, y i filmii'nlinlili i T 1las leves mu n inilmi 1 l 1 ailit t l iiinlln s y ifrimn iilinTilnn "° '"Y""_H"? ^ U " ^ ' "'0U r de la actividad tividad y, ñor lo tanto, de la c r i n a d ípmana. 9.
CAPITALISMO SEPARACIÓN ABSTRACTA, COMUNISMO
De lo anterior se desprende que también en Marx —como en Schopenhauer y en Herbart, si bien de una manera del
todo específica— »i_.Egaganr"1^ filog^firo re
Tin
? r™1 ¿f a -.
. Jber científico. Existe la dialéctica, pero es una dialéctica~ob^leTvlDTe «con" la precisión de las ciencias naturales»; existe la filosofía, pero no como «especulación» sino como «ciencia real ynagua»»,. Existe la epistemey^ es la ciengfri ymuíiii a. Y El¿fapitcffiuede ser conslUeladilcomo un H^grro|]r>jie la ítira clásica; pero el subtítulo de El Captiat és Critica de la economía política, una crítica de la ciencia económica, que tiene sjy^eje en la reektbcgación de la dialéctica hegsEaa^Esta síntesis-ÜL filosofía y ciencia no es casual ni representa una especie de eclecticismo: es, en cambio, el síntoma de la creciente convicción de que la investigación científica ^es particularmente idónea para sacar a la luz la Configuración auténtica del devenir. Las investigaciones marxianas sobre el capitalismo moderno son la aplicación grandiosa de esta ~£j^~-"™*- *~ idel pensamiento económico. El ^tflfalismp es un gigantesco, y complejo acto de c*j™"jnv<»t YQL ütStamiento. El sentido de esta -"?arirrart^nr-J**^^ric:1''"'^,t ninnijinuntaim^nt*» por la separación que, en el método dialéctico, opera el intelecto T-fmrtO fFM. XXI, 5). Veamos este primer punto. jPara producir las condiciones de la propia existencia, el ímbre produce aquello que necesita (alimento, vestimenta, casa, complementos, instrumentos, etc.); produce-porjo.tanto cosas útiles, cuyo valor reside enel^jísoj^is^se puede Hacer^ácelias y 'que Marx llama «vajígres de uso»T)Pero en la raíz de la sociedad capitalista las cosas- úttte§->sQn_separaíías. por su utilidad y se convierten en simples jnedios para efectuar un cambio. El cereal o los vestidos ya no~5ornflgo, por ejemplo*; pata «comer o ponerse^ino algo que debe ser véndiáo^-^esunercancias, «valor de cambió»\ Al mismo tiempo, el m4ivi4uo, o Tea el prodjiclQr dp lns ^valores de uso, se en- • cuentra separado de los otros^individuos y de la sociedad que organiza la producción de laslnefcancías. Y ya que el
67
valor de uso se convierte en mercancía porque el productor de los valores de uso vende al capitalista su propio trabajo, los individuos se encuentran separados también~dei~producto de ese trabajo; que adquiere una existencia y una potencia independiente de éstos, al igual que en la verdadera religión la actividad de la fantasía humana se convierte en una actividad divina, independiente y ajena respecto del individuo. La separación, q¿ie__cjQjtstituye la esencia del capitalismo, es a la vez .la alienación del hpmbTeT" Pero la separación es también el producirse de la contradicción dialéctica Cconforme con el método dialéctico hegeliano) porque la £nercancía">s, a la vez, valor de uso y valor de cambio, o sea negacTórrdel valor de usoy^t^aic^concrgfo y partículal del mdúddücv ~§ue^ para-sér vendido, debe ser considerado como trabajo abstracto y cuantificable, es válido al mismo tiejm^o^jaamoc^rabajo social „y. abstractamente .general,, La_^rsona Jiumar^, al alien; alienarse en la mercancía, es rsona Jiumana, ""' adquirir autonomía con respecto objetivada, ff^ objotoñal a la^pexsona, es personificado". Si la separación —la esencia del capitalismo— produce la contradicción (y más bien todo un conjunto de contradicciones interdependientes), la eliminacioiL.iia.ia contradicción requiere pliminar tamki¿tT-ln wnpnragión qug_hg ^\rcYvncnt\c\ la
contradicción; o sea, requiere superar jeL ciscad comunista, o sea en la sociedad que no aisla, sino que unjya los individuos entre ellos y con respecto^*! producto I3e su trabajo; en la sociedad donde el trabajo concreto del hombre no se convierte en propiedad privada del capitalista, las cosas necesarias para la vida del hombre no se convierten en mercancías, y los individuos no se aislan entre eilosry-een respecto a la sociedad. La sociedad comunista es la unidad, la síntesis que une lo que la separación, producida por la sociedad capitalista, ha dividido. Y ya que la separación capitalista produce la contradicción del capitalismo, el paso del capitalismo al comunismo no depende de los proyectos y de los ideales existentes en la mente de los hombres, sino de una necesidad objetiva e ineluctable. Al igual que es ineluctable el proCtíSU que llevó a la iormación del capitalismo moderno. También el comunismo, como el Espíritu absoluto Jiegeliano (FM, XXI, 7), es la culminación del desarrollo histórico, la síntesis suprema en la que queda eliminada el bloque de contradicciones que han ido pnvolvifndfrlrt rsln» IIII.I n iim'iiniui de la .sociedad. Pero para Marx la síntesis constituida por el comunismo es el resultado d^l «movimiento real* empírica-
68
EMANUELE SEVERINO
mente comprobable, mientras que la síntesis hegeliana del Espíritu absoluto se constituye fuera e independientemente del movimiento r e a l y por tanto lo desvanece y lo hace aparente. / ^ ^ Pero en el siglo xx, él pensamiento filosófico, por ejemplo, el de tipo neoempüásta, hará a Marx y al marxismo la misma ciítica~"qiie Marx formula a HegeJk Pero es indudable que mientras en Hegel- la.ley de la experiencia —y la experiencia es experiencia del devenir— es l a l á ^ u que se constituye independientemente deHá experiencia, y la síntesis del Espíritu es la autorreflexión de la Idea, viceversa el intento explícito de Marx es colocar como fundamento del saber la experiencia del devenir y alcanzar desde la experiencia las categorías del desarrollo histórico que conduce al capitalismo y a la superación de este último en el comunismo. No sólo esto, sino que para Marx el comunismo es eLocaso de la propiedad privada de la vida del obrero y de los medios de~TnTJd1Xccióliry"l^ origen mismo de toda alienación que somete al hombre a un Poder ajeno y, sin embargo, producido por el mismo hombre —ya que el hombre produce tanto el Capital como a Dios, al que está sometido—; y por fin con el comunismo entran en el ocaso tantaeLEstado como las clases sociales, en las que se expresa erdominio de la propleaad pTtvatta. El comunismo es la sín•*• tesis suprema en la que queda superada toda contradicción social y, a la vez, es la liberación concreta del individuo humano. En el idealisHK> 4iegeüane7^irtsrm^ó71a^síntesis suprema, o sea el Espíritu, el Pensamiento absoluto, es la Realidad absoluta, la razón absoluta que establece la ley a la cual todo individuo humanó debelídécüarsé.
10.
E L REALISMO
La más directa raíz histórica del E^gíüíiWJaSfilUlaJlSfieliSno es el concepto káTftflwwilr] nYn treinnnnrlrntnli y de su distinción del «yo empírico», o sea de la conciencia finita del individuo humano. En el volumen sobre La filosofía moderna se han visto las razones que conducen el pensamiento moderno al criticismo kantiano y, finalmente, al idealismo. Si se tiene en cuenta por qué motivo después de Hegel, el pensamiento filosófico niega de las maneras más diversas la existencia de toda dimensión que, presumiéndose inmutable, somete a ella el devenir —o sea si se tiene presente que tal
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
69
dimensión es rechazada porque hace inútil la innovación y la libertad del devenir— puede explicarse por qué un filosofo como Marx, que estaba en las mejores condiciones de comprender el sentido y la fuerza del idealismo, pudo afirmarse en una posición nítidamente realista, que sostiene la independencia de la naturaleza del hombre. ~~ * ' M ül WealMiiu, en erecto, el pensamiento que coincide con el Todo que nada tiene fuera de él, y respecto del cual la naturaleza no es independiente, es el pensamiento absoluto, el «Yo trascendental» y no la conciencia finita del individuo humano: también para el idealismo, también para Hegel, la naturaleza es independiente de los individuos. Pero en el idealismo hegeliano el pensamiento absoluto —el «Yo trascendental»— es a la ver h»~níntp<:\<: aipwnw Ao tf>Hqg Iqg <^tpp;oríaS de la realidad, la síntesis en la que todas las contradicciones son superadas y que, por lo tanto, se constituye como Realidad eterna e inmutable. En otros términos, para Hegel el pensamiento es, por un lado, la dimensión fuera de la cual nada puede existir (y por lo tanto tampoco la naturaleza) (FM, XVIII, 2), y por otro lado es el Sistema absoluto, la síntesis suprema de toda categoría de la realidad (FM, XXI, 7). Para el primero de estos dos aspectos,-el pensamiento es la misma conciencia y experiencia de que cada uno de sus contenidos es deveniente; para el segundo aspecto, el pensamiento es la Ley suprema e inmutable del devenir. En la filosofía hegeliana estas dos partes son inseparables. Por lo tanto, cuando Marx —pero esto es válido también para buena parte de la filosofía contemporánea— rechaza todo Poder que someta a él el devenir de la vida humana, rechaza por lo mismo la síntesis suprema en la que, según Hegel, consiste el pensamiento, se produce una doble consecuencia. En primer lugar, la única forma de pensamiento y de cpife_ ciencia de la que se considera puede hablarse legítimamente es""la-del individuo Jiiimano (o sea del «Yo empírico»), y respecto del individuo la naturaleza es independiente (como afirma el idealismo). En segundo lugar, la estrechísima vinculación que en la filosofía hegeliana existe entre los dos aspectos del pensamiento antes indicados, lleva a Marx a considerar que la motivación que conduce a negar toda inmutabilidad —o sea la voluntad de salvaguardar la libertad del devenir de la vida humana— es a la vez la motivación que permite descartar el principio idealista de la imposibilidad de una realidad externa e independiente del pensamiento. La tarea de demostrar que esas dos partes del pensamien-
•i
70
EMANUELE SEVERINO
to, que para Hegel son indisolubles, tienen en cambio fortunas distintas, será una de las formas más recientes del idealismo, y en particular del idealismo italiano de Benedetto Croce y, sobre todo, de Giovanni Gentile. Pero puede decirse que el neoidealismo italiano, con la fenomenología de Husserl y la filosofía de Heidegger y de Jaspers son las únicas zonas en las que sobrevive, de manera directa, en la filosofía contemporánea el sentido del Yo trascendental kantiano e idealista. En cambio, pertenece a la filosofía contemporánea en su conjunto el enfoque que acabamos de señalar a propósito de Marx.
V
DEVENIR Y FE CRISTIANA: KIERKEGAARD 1.
UNA NUEVA RELACIÓN CON EL CRISTIANISMO
Al mismo tiempo que Feuerbach, Stirner, Marx y Comte (véase cap. VI), Sóren Kierkegaard (1813-1855) desarrolla otra forma de crítica del enfoque epistémico y j o b » • tqdo del hegeliano. Y también Kierkegaard rechaza jfcepistem^ para salvaguardar la^evidBnClá flél clevenir y propiamente del devenir del hombre, o sea de lo que Kierkegaard llama teñciajO « •Puede observarse que si paral Stirner I el hombre real sea el hombre realmemejásjklfídejiel devenir— es ei «Tinico», de igual manera paraíkierkegaard \\ homfrre real es lo «individual», el individuo, TÍO al * Hombre» como género, o sea como concepto. Una vez más, el pensamiento nlosonco critica a Hegel apoyándose sustancialmente en la descripción aristotélica de la realidad deveniente. «Ningún filósofo moderno —escribe Kierkegaard— ha influido tanto sobre mí como Trendelenburg», el crítico aristotélico de Hegel. Que el hombre real sea «individual» no significa que cada hombre sea inmediatamente un ser individual: de inmediato el hombre vive como "" «fuñera» multitud, masa, ciudadano, o sea como elemento de una estructura que el enfoque epistémico atribuye al devenir. Pero todo hombre debe v nuede converthTfi rn únirp si comprende el sentido propio del devenir, o sea también de su propia existencia: ser individual significa existir friera He tnHn «nrHen estahleHHn»
Pero la manera profundamente original en que Kierkegaard concibe el cristianismo determina una diferencia también profunda entre el individual de Kierkegaard y el «Ünico» de Stirner. Para Stirner, en efecto, como para Feuerbach y para Marx, el imBüllBllFtsmo hegeliano fría aluiliaUUli desque ííu existe ntra realnlaJ mas" Utfefr-de la nistoricaj permanece ftiex» rif fjinrnnitfrí y pnr ln tnntrr rl rffhnrn "flrl cristianismo no
EMANUELE SEVERINO
72
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
tiene matices.JKierkegaardj en cambio, ™» *»" ^ ínunnn^pticTnr. I hegeliano un teorémU fleta episteme, ya que el rechazo de la I epETeme en nombre del devenir éS también para Kierkegaard j el rechazo de la pretensión epistémico-metafísica de establecer racionalmente los límites de la realidad, afirmando o negando / que ésta coincide con la realidad histórica. En esta perspectiva, Kierkegaard desarrolla una crítica de la cultura y A* ja cnripHaH rrigtianac tan r ^ j m l pniTf
1o
"1q-
borada por la izquierda hegeliana y por Marx; pero que al mismo tiempo excluye dé lá HIUIM'U. Illas tajante que cultura y sociedad cristianas —Iglesia incluida, pues— tengan algo en común con el cristianismo auténtico, el del Nuevo Testamento, que sigue siendo para el hombre una posibilidad, más bien la posibilidad suprema, con la que podemos relacionarnos mediante Iséfíe^ Antes de aclarar estos últimos temas, cabe señalar q u e ^ n relación con la posibilidad del cristianismo, el inililiflim IILI jinriliii |1i nnii como sucede, en cambio, para el «^nico» de Stirner, el punto de referencia supremo que g n m p t g n ü Uliyfl {f'|H1T"£"' otra yanca p e r o por esto no debe pensarse que kierkegaard acepte acrfticamente la concepción cristiana (aunque depurada) del hombre y del individuo: de inanera opuesta muestra míe el ser jpdivf dual e s ^ destinado aJajühfirtady a la elecciónjfel ser individual es la situación ]
La crítica de Kierkegaard a la cultura v a la sociedad cristianas, o sea a lo que él llama ^tristiandaój^ «cristiandad establecida», está esencialmente vinculada a su critica de la evis-^ teme. En su configuración y afirmación histórica (o sea como «cristiandad»), el cristianismo se presenta como consuelo, tranquilidad, paz del alma, garantía, remedio. Son justamente los caracteres de la -zpisleme. los caracteres que pretenden borrar la imprevisibilidad del devenir y que el cristianismo adquiere como consecuencia de su alianza con lafilosofía,u n a alianza que, aun de maneras muy variadas y a menudo contradictorias, se ha ido reforzando cada vez más a los ojos de Kierkegaard hasta culminar en la filosofía hegeliana, que interpreta elcjristianismo ™"22.i a rr" g r n a w r d a r i r a H fr n a 1 , absoluta, aunque se exprese deltñanera sensible y metafórica.
73
e s
absurdo el cristianismo de la cristiandad autotranquilizadoi En efecto, si la razón epistémica sofoca el devenir del hombre, sólo con la fe la conciencia humana puede colocarse en relación con lo que está más allá de la experiencia inmediata e intentar comprender el sentido de la vida. \ a fe salva de la desesperación de la duda y del escepticismo —y en este sentido la elección fundamental del hombre está entre la desesperación y la fe—, pero esta salvación, que se levanta «sobre el mar infinito de la incertidumbre» es un enriquecerse, un experimentar, un salto que requiere el valor de la decisión. Descartes había escrito: «¿Qué se asemeja más a la desesperación y a la infelicidad que la incertidumbre, y qué hay más beatífico que la certidumbre?» Pero Kierkegaard señala que í a ^ ^ n H i i m ^ r P dA la fe ^ el resultado de empeño y de una decisión del individuo, consciente del nesgoi^ne^oorre al decidir c r e e r ^ ~~~ ~~ — Por lotanxo, es radícalmenté^distinta la manera en que episteme y fe son remedios de la desesperación de la duda. En el primer caso la episteme es, la iinivprnliHnH qnr» Yknm la libertad y la imprcrnibilirinrl rir la rTfifitenna; en el segundo
74
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
EMANUELE SEVERINO
caso, la fe, al reconocerse como fejy_pnr lo tanto .gpmojriesgo, deja-abi«cta esa libertad y esa imprevi*ihilyd ad 3.
LA DIALÉCTICA DEL «AUT-AUT»
Para Hegel (a-filosofíaJís la forma-suprema d Q E s p i r i t u absoluto, enJa._gi*ejse^smsL^, ---—> —. mas TW-Rgpíritn ahsnlntn, ¿1 arte y lareligjó¡?(FM, XXI, 7), para Hegelfel cristianismo esiajbjqna_máslalta del enfoqtte-, eligiQSQ^Al rechazar la teiíciaaa como verdad y síntesis siSr prema, Kierkegaard rechaza a la vez el método dialéctico hegeliano, en cuanto instrumento de la episteme, o sea en cuanto considera que muestra el desarrollo necesario que conduce de las categorías más simples a las más complejas de la realidad. El arte y la religión, pues, no se presentan ya como categorías organizadas en el sistema^ según el dgsarrollo necesario de la dialéctica no son, va etapas^rnTerttabjes-ge^la iuCCÍÓn del Espíritu, onnlfnrn^a fi Ufirae
HP PvígTWTPp
fentré las que debe elegir el individuo) y Kierkegaard considera también la ética como una de tales formas. En otros términos, mientras que para Hegel el desarrollo dialéctico de la realidad lleva necesariamente al hombre a constituirse tanto en ser ético (en el Estado) como en ser estético y como ser religioso y, finalmente, como ser filosófico ( l ¿ e t j t es la fórmula que expresa justamente la imposibilidad del Espíritu de descuidar o de evitar cualquiera de sus formas esenciales), en cambio en Kierkegaard el,rechazo de la necesidad epistémico-dialéclira impura qne,la->realidad-4tica„x estética y reTtgfrggTse presenten ante el individuo CQmcr?PosiDiliHádes é n t r e l a s que debeelegir; ya que al elegir se ve obligado a rechazar las otras.
4.
75
LA NADA Y LA FE
También para KiorlregaarH ol Hgygnir An\ V.r.rr>Kro a y | n
dimensión enja_iiup ]QV, nnrmlcumiüiilos salen de la iiada-y-^, vuetverra'ella; justamente por esto la existencia humana no séi éñíueTtltra~en una relación necesaria con el futuro y con el pasado (la relación necesaria, en la que se encuentra la realidad en cuanto objeto de la episteme', la relación necesaria constituida por el sentido unitario del Todo, que une presente, pasado y futuro). Preeisawwf&te porque eada acorrteeimient^ viene d ¿ t e . j & ^ ^ d^I^pi^eiJu^^ realizarse o puede" estar destinado a permanecer en la nada. NinjgunaLey (inmutable, epistémica) lleva el a ron teri miento fntlirf> a realizarse más oue otro, o a realizarse más que a no realizarse: al salir de iá na^a, pj a"on,f?t-imiento es posibilidad pura =fa. nada" que circunda la existenciaes la"i¿i¿^ J aulé^6srrde»,la posibilid a d - ^ y a su vez la posibilidad auténtica no puede ser dada por otra cosa que no sea la nada: lo posible es absolutamente imprevisible, porque coincide con la nada. —~~,.~-.. „ «La pc^ftto^Rr-e^krm las categorías», porque "i agp g f ¡| P p ^ c U i ^ ^ e la posibilidad (posibilidad de felicidad, de fortuna) está inseparablemente unido al aspecto negaiiaaa, terrible, o sea a la posibilidad de la perdición y del—* aniquilamiento. ¿ B n j a pnsihiliriaH tnrln PS ignia W n t e pnsihle 5~n
Y cuando el hombre^ comprende todo lo terrible que puede caer sobre él de un momento a otro, entonces reconoce que la realidad es7~con mijp.hor~Trrá« «ligrrra^-qiip ] ñ pncihiii/fo^ £1 hombre confía entonces en su «habilidad» —o sea en la voluntad de elegir un remedio contra el terror—; pero ninguna habilidad puede alejar la «omnipotencia de la posibilidad», o sea el sustraerse de la posibilidad a todo «cálculo» que quiera dominarla y controlarla. La «angustia» es é l «sentimiento, de la posibilidad» y, por lo tanto, de la nada que está en la raíz de la posibilidad. No se trata de un sentimiento que pueda estar o no estar presente en el hombre: la angustia SP vincula esencialmente a laexistencia humana, en cuanto esta última es devenir y p o f l o tanto reiación^on la nada y con lo posible. ~La_aftgusíwu-ncu se refierejijdgjLlifileiTmnado, sm<> a la nada que rodea f como posibihaad, laexistencia del hombre, y por lo tanto al futuro. (También el pasado tiene un futuro, o sea puede presentarse de manera diferente, transfigurarse.) La angustia es la oscilación de la conciencia humana frente a la nada, «es el deseo
76
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
EMANUELE SEVERINO
de aquello a lo que se tiene miedo, una antipatía simpática; es una fuerza ajena que se apodera del individuo sin que éste pueda ni quiera liberarse de ella, porque se tiene miedo, pero no por « o deja de desearse aquéllo que se teme». «La angustia hace al individuo impotente, y el primer pecado se produce siempre en esta potencia; diríase que carece de responsabilidad, y precisamente en esta falta de res^onsabilLdad jconsiste ^seducción.» Sólo la nada que puede ser produce la angustia, porque cómo apertura de las posibilidades humanas la nada seduce y es deseo, pero como nada que permanece en la nada y anula lo que se desea, es la fuente del miedo. En esta situación, se produce laelección decisiva (el autaut decisivo) para el hombre: o la dejespetációtpbpr la fínitud de la existencia humana, por la incertidumHre^de la duda y por la inestabilidad en la que ésta se encuentra en cuanto sometida a la amenaza de la nada, o bien lét f3^en_T}jns nmnipuUinlü y iicdiloT~de la nadá~*cfe la existen^iardel-hombre y salvador. La desesperación esjljio-tener fe y por lo tanto es lo que el cristianismo llama £pecadoj; el pecado es la incredulidad. La fe salva de la angustia y ae la desesperación, TTevando al hombre más allá de la razón y de la episteme, a la paradoja o al escándalo (el escándalo y la paradoja, por ejemplo, de Dios que impone a Abraham matar a su hijo Isaac). La exjs=, tencia es presa ¡íel devenir/y de lajiadaj la fe lleva al hombre a.To eterno y al Ser. Pero, como yaTíémos observado, la fe es un remedio completamente distinto de todo «cálculo» y de toda «habilidad» y por lo tanto r ^ m p J ^ P ^ ^ ^ - ^ ^ t í n t f í
HftL.iinrt1riiln» ppistémi-
-eo. La fe es, en efecto, inseparable del riesgo y de la subjetividad del hombre. Lafe^es el único rasgo, en la conciencia del hombre, que puede ser calificado coino «ver^lad»; pero justamente por esto, para Kierkegaard IavefHail esjubjetividad. empeño en primera persona por parte del ente singular, y no -tjnrtrimu:, ni aun «doctrina cristiana». «La-Fe'TW^ae-^pjyjede^ jcojnüíEnder; lo máximo a lo que se llega es poder comprender que no se puede comprender. Es así que ni aun para un Absoluto pueden darse razones; a lo sumo pueden darse razones que no son razones.»
5.
77
LA HISTORIA Y LA FE
Además, también Kierkegaard, como Marx, aban^pj&Ja^ diatéstiS^&Q-lps conceptos (o sea la ley necesaria para la autoproducción de la verdad) por~4a~diatóctk»-dete-realidad. Pero en la dialéctica de la realidad Marx ve también esa necesidad que Hegel atribuye al desarrollo de los conceptos, mientras Kierkegaard excluye queen la existencia real pueda estar presente cualquier ley necesaria que regule el desarrollo dialéctico del hombre. Así se explica por qué en el pensamiento de Kierkegaard estaquéente(como ya sucedió en Schopenhauer) toda filosofía de la Justqria que, sobre todo como en la de Hegel y de Marx, presuma de establecer la ley inmodificable según la cual procede la historia del mundo. Pero Kierkegaard llega aún más a fondo en esta dirección y muestra que cada-ekiiactóíi" histórica (o sea también la reconstrucción histórica de la vida de Jesús) es algo4Jp, objetivo, no.comprobable, o sea el resultado de una interpretación; desprovista de cualquier garantía absoluta, y por lo tanto puede ser objeto de^cu^si^n continuamente. Se trata de uno de los aspectos más relevantes y más nuevos del pensamiento de Kierkegaard: el rechazo de la episteme para sajvapnar. dar plrirvcfnirno vinculará cada vez más ^trochamente, en el pensamipntn rnntpmpnr^npn | rnn nw dnflljftjg
rñfa
v97^mfi^
rifnirasn H^l rrmtoniHQ ¡\t>} devenir, o son de lo quo ftfcrtivn m°ntp SP munntrn nn 1n rrnlitlílfl deveniente. La convicción de que los hecños históricos son un dato objetivo y empíricamente comprobable está presente en todas partes en el pensamiento filosófico hasta Hegel y Marx. Kierkegaard empieza por revelar que esta convicción no tiene ninguna garantía absoluta y que, por lo tanto, la «historia» es el efecto de la interpretación subjetiva del contenido inmediato de la percepción y de los documentos, de las fuentes y de los textos históricos. Pero, desde el principio, la interpretación subjetiva de la historia es la fe. Esto no significa que el hombre no esté en condiciones de penetrar las leyes necesarias de la historia, sino que tales leyes no pueden existir y que la fe es gj^ modo adecuado de acercarse a Jfl historia.
78
6.
EMANUELE SEVERI NO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
LA RELACIÓN CON LO IGNOTO
También para Kierkegaard la «coroieR^wmrediata» (o sea la experiencia, la «percepción inmediata») es indudable. Esto significa que ei a^teaida«ág4a«j^^ (como para Aristóteles y para Hegel), no- el íenÓEB«*fr^9^4a Pero apenas se supera el conocimiento inmediato, empieza la duda. L&¡J&ésg#me cree poder vencer la duda con la razón; la crítica de la episteme conduce a Kierkegaard a afirmar Más allá del conocimiento inmediato existe, en efecto, lo Al asumir lo Ignoto como algo cuya existencia no tiene sentido demostrar —asumiendo inmediatamente la existencia de lo Ignoto—, Kierkegaard se encuentra, en una pooi fijón análoga a la del concepto kantiano de lq «rnsa-^m-yfg; pero al considerar Kierkegaard lo Ignoto, retoma sustancialmente la temática fichtiana del carácter contradictorio de la cosa en sí o «No-Yo» absoluto (FM, XIX, 1). Lo que Fichte Califica COmO *
" " iHiiinrinrf n ^ r ^ ^ r n n r a p i ^ P j á ^ j ^ p p
79
tiene de Dios, sino por lo_quc el hombre^^r 4ebe-a^ -misino, o sea por aquello de lo que es responsable el hqmbre~mismo. Ahora bien, la iniciativa v&n la cual el hombre se siente absolutamente distinto de Dios**es una «culpa»> o sea el «pecado». Si a la palabra «verdad» se le conservare!-sentido fuerte que ésta posee en la episteme, entonces eípecadojes eLjestar en la^no-yia^lacLy comprender la absoluta diversidad de Dioslis, para" él hombre, pasar de la no-verdad a la verdad. Pero justamentee^te-paso no puede ser el realizado por la episteme. Ya en
sí
versidádab^DlüTár^o'puede estar dada por lo que el hombre
Si no^sé^ljn^^detenerse en el desasosiego producido por el conocimiento intelectual de lo Ignoto, se debe tomar posi-, ción con respecto a la posibilidad constituida por el sentido^' cristiano de la existencia, o sea por la posibilidad de que el hombre adquiera conciencia de la propia no-verdad y de la propia culpa, por obra de la Revelación divina, pasando de esta manera de la no-verdad y del pecado a la verdad y a la salvación. Kierkegaard sabe muy bien que el sentido cristiano de la existencia no vincula con la razón, pero quiere mostrar que la fe cristiana, la libre derisirin dr rrf»f»r, bfirt» ftTrplirnhlp V p o s i b l e "ése pa«r> Hf>l h n m h r P An Tn wn iM»iuinrl n Ta VOrdíld
—el paso de la incapacidad de conocer la absoluta diversidad de lo Ignoto, o sea el «pecado» como raíz de esta diversidad— / que en el enfoque epistémico se extravía en la autocontradicción de la tentativa de la conciencia de pensar la absoluta diversidad de lo Ignoto.
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
VI LA AFIRMACIÓN FILOSÓFICA DEL CARÁCTER PRIMARIO DE LA RACIONALIDAD CIENTÍFICA: COMTE 1.
SAINT-SIMÓN, COMTE, MARX
Mientras el joven Marx finalizaba sus estudios en la universidad de Jena, terminan de publicarse en París (1830-1842) los seis volúmenes del Curso de filosofía positiva de Auguste Comte (1782-1857), considerado el fundador del positivismo y de la sociología moderna. > «^ >• , El marjrismfi^^ típica de la sociedad burguesa capitalista. Y, en efecto, Comte cree descubrir en el desarrollo histórico una ley, que en la Europa del siglo xix no puede llevar ni a la «restauración» de los valores de la sociedad feudal, ni a la «revolución» que tienda a deshacer la sociedad burguesa. ^ Antes que él, también ^a'in'^imni^ (1760.1 a?1^ había considerado el desarropo de la sociedad como un proceso inevitable y necesario, que no es el resultado intencional de un~ proyecto o de un ideal humano. En este concepto, que sustancialmente converge con la concepción hegeliana de la historia, Saint-Simón anticipa uno de los rasgos más significativos del pensamiento de Marx. Pero para Saint-Simón la humanidad está dirigiéndose hacia formas sociales guiadas v organizadas no ya por la política y la religión (que ha alterado el sentido originario del cristianismo i sino por laJcleTÍriafc y pr>r fe in-
Comte profundiza el significado de las leyes de desarrollo de la humanidad: tales^leye^ jtienen un caráctgr^científicxL-^' preci saínente* regido por-4afr4eyes de la_física. La indagación
que jjescubre^ es justamentei!(r/>«Tisíca^ o^amca/oseala tísica de la vida humanÉfentendícta no como individuo, sino como especie) o « sociología y"—""\ é También para^larx l l desarrollo de la vida económica está
81
regido por leves científicas, pero que deben vincularse no cpn lajísica, o sea con ló 4üe Cpm{e llama «física inorgánica» o con la química, sino con la{biologíá?\El desarrollo de la formación económica de la sociedad, escribe Marx, es un «IfifigSgQ^ de historia nalneai» que sin embargo para Marx coincide con el mismo proceso dialéctico, sustraído de la «forma mistificada» que presenta en Hegel.jV también ¿Jomte, como luego\ (Marx, quiere mantener unidas la tesis del carácter científico! de las leyes de desarrollo de la humanidad y la tesis de que) Ja humanidad fís la realidad fnndamenfal a io T ,~ ~cfá «nifrpy dinada la naturaleza) El humanismo purgues de Comte es por cierto "pTofimtkmume distinto del humanismo comunista de Marx, y sin embargo ambos toman significado dentro de la coa€¿pííto v h^ que culmina en la filosofía de Hegel. 2.
EL SENTIDO DEL DEVENIR DEL HOMBRE. DE LA TEOLOGÍA A LA METAFÍSICA
La importancia primaria que Comte asigna a la racionalidad científica deriva de la conciencia de que las viejas formas de rnmnrensinn del n^yndo —SUStancialmente, la teológica V
la^rnTtgfiyica, y las formas políticas y económicas que les corresponden— impiden el desarrollo del hombre. Tanto la transcendencia de un principio" U1V1Í16", como láü lumias políticas del Estado absoluto tienden a hacer rígida la «dinámica» (o sea el «devenir») social. Y al devenir, el desarrollo del hombre también es para Comte la evidencia originaria, que tanto en el individuo como en la histona muestra el paso de las formas menos adecuadas a las is rqásj^d^cj^ajdas de conocimiento y de existencia. *"^ En otros términos, Comte no se limita a auspiciar y a exhortar a la destrucción de las formas mentales y sociales que obstaculizan el dinamismo del hombre sino que, como ya hemos visto, señala que IgLhistoria de la humanidad es justamente el nrnreso en el nue tai aestruccion se produio y 6§ta y necesaria. Por lo tanto, al igual que para¿HegeMa historia es hisjcffisHle la libertad del Espíritu, de nKsaidma manera para tx>mteja historia es la vicisitud en^^qtféfSé e r e á l t e el «progBWtfí^de-'la^ humanidad. El progreso empieza en ety donde el hombre se distingue y se sepa la naturaleza, empezando
EMANUELE SEVERINO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
a interpretarla y a dominarla. Aparece dominada por fuerzas divinas y las prácticas mágicas tienen el fin de controlarla, inclinando en sentido favorable al hombre el comportamiento de esas fuerzas. En el estadio teológico (que se desarrolla del fetichismo al politeísmo y al monoteísmo), el hombre hace
donde los fenómenos particulares se relacionan con algunas regularidades, o sea con los hechos generales, cuyo número es continuamente reducido por el progreso de la ciencia. (Comte ve una etapa fundamental de este proceso de reducción en la ley de la gravitación enunciada por Newton.) Esta determinación de la relación entre hechos particulares y hechos generales indica justamente « a ó m o j ^ e ^ a r ^ u i ^ j ^ r e a j j ^ d , y en tal indicación consiste el úmco"^emiao posible de la « e ^ j r a r i o n » pontifica fle [« realidad. A este tipo de «explicación» puede remitirse también la ley de los tres estadios de la humanidad: al igual que la ley de gravedad unifica una enorme variedad de fenómenos astronómicos, de la misma manera la ley de los tres-XSladÍQS-iinificala variedad aún más gi^a^tes^^TToTjejiómenosJiuma-
82
controlable la naturaleza, pero somfttiénriosfí al dominio r|f» lo^
divimjjr a su reflejo en Tñg f°TTha* *ifnrrs*t*rag rtp k snriftriad. £ 1 segundo es el estadio «¡metafisicqpo «abstracto», que tiene un carácter crítico con rasp^rto ai estadio prec^d^nte y significa su destrucción. Al mito sucede la filosofa a las imágenes las categorías abstractas de la razón filosófica, al poder jgftpráfTrn el individualismo v el Estado jurídico que aparentemente atribuyen la soberanía al pueblo, pero que en realidad lo someten a las fuerzas políticas y económicas dominantes de la sociedad.
3.
E L RECHAZO DE LA BÚSQUEDA DEL «PORQUÉ»
Pero los estadios teológico y metafísico tienen en común «porqué» deíascosas. El ftcnazoae íabúsqueda del «porqué J realaadü en nombre de la ciencia moderna, es el rasgo más relevante del pensamiento de Comte. También en este caso, Comte no auspicia el hecho de la edad de la ciencia, sino que lo constata, y ve su inauguración soore toao en el pensamiento de Bacon. de Galileojy de Descartes. El tercer estadio de lafffiímanicrad es el£positivo¿ de la ciencia, «positivo» en contraposición con el caTaTfer«negativo» (o sea erróneo) de los primeros dos estadios. La ciencia moderna renuncia a la búsqueda del «porqué» y al carácter absoluto y definitivo (epistémico) de las respuestas a las que esa búsqueda quiere llegar, y se preocupa por establecer «cómo» se producen los fenómenos, o sea «cómo» se nrodnce la realidad. La Ciencia destruye^ IzT&pisteme¿p sea la verdad1 definitiva que se piupóne ¿ñiño resalles la a los «porqués» sobre el origen y el fin del mundo y del hombre. Comte es explícitamente consciente de esta situación. Al igual que lo es de que la verdad definitiva de la filosofía obstaculiza el «progreso» del hombre, o sea el devenir, el llegar más allá de las formas de existencia que se van alcanzando. La «explicación» del universo, al dejar de ser indicación del origen y del fin del mundo, se convierte por lo tanto en
83
relación consigo mismo, o sea haber sido teólogo en su infancia, metafísico en su juventud y físico en la madurez. En el rechazo de la búsqueda del «porqué» —observamos—, comulga toda la filosofía contemporánea en lo que tiene de innovador respecto de la episíeme filosófica. En general se considera que entre las filosofías, por ejemplo, de Comte, Kierkegaard, Nietzsche, Wittgenstein y Heidegger existen distancias enormes. Y es verdad que cada uno presenta características inconfundibles; pero enj^olos^ejgtáyjjgsjgn^^ de la. búsflueda epistémico-filosófica de]/«porqué»\ aunque luego ComteyH)0S!geí5sT5ñTo^^ con el análisis del lenguaje, Kierkegaard con la fe ^cristiana, Nietzsche con una fe no cristiana en la volúl^ÉÉáÉe^^derío, y Heidegger con un pensamiento que se limita a «depa**te» la radical falta de porqué de las cosas. 4.
LA CIENCIA COMO REMEDIO
En la ciencia, recuerda Comte, la búsqueda de «cómo» se producen los fenómenos esJ^Jmju^MMáLkmdtímUiSmíí^^s», o sea de la regularidad con la cual los fenómenos se presentan y £ suceden unos a los otWJS. Aü líala, J lisíame1 Me", del ¿ÍUIlüepto ¡T de fleyV que la. rignria TT^odprria conoro Ar«\f
H á l i t o Pero J
la novedad con respecto a Galileo (que no consideraba en ab- • soluto la eliminación de la filosofía, FM, II, 6) está constituida V por la afirmación de que la racionalidad científica es la única \ forma auténtica de racionalidac
i
84
85
EMANUELE SEVERI NO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
Esta afirmación, típica de la filosofía positivista, no es una afirmación científica, o sea no puede colocarse entre las proposiciones de la física, de la química o de la matemática, sino que es una afirjn^cJu^LfiJfiiófipa —y Comte considera su propia reflexión sobre la ciencia y sobre la realidad como «filosofía positiva»—, una afirmación que generalmente se entiende como la esencia misma del llamado «cientifismo». Pero el cientifismo —o sea la valoración filosófica de la ciencia, que identifica la racionalidad auténtica con la racionalidad científica— no es una especie de filosofía ingenua, sino uno de los enfoques más coherentes del proceso que, en la filosofía contemporánea, lleva a la destrucción de la episteme y de la verdad definitiva. *T¿n esta destrucción se abaitáótíá ^ pl ~""*Tfrt?mfl]tflJ^ " >fnffHin constituido ñor etJrifttfáfnl^ la realidad (véase Introducción). Para Comte y para el positivismo, la ciencia es f¡] *""»w» rmpHin porque tiene una capacidad de prevmón, fuertemente subrayada por Comte, d^fij^flugja^jece Vlemsfeme (aunque esta última, al considerar que anticipa en eiia misma el significado esencial de cada acontecimiento, o sea la verdad definitiva del Todo, tiende a ser por eso mismo la forma más radical de previsión). Para defenderse del devenir de la realidad y para dominarlo es necesario poder prever los fenómenos, lo que sólo es posible con el conocimiento científico de las leyes 4 e tales fenómenos. Este conocimiento es «la verdadera base racional de la acción del hombre sobre la naturaleza». La ciencia permite prever; la previsión permite actuar.
idealista (o sea se mantiene sustancialmente en la perspectiva
5.
LA «APROXIMACIÓN CRECIENTE» A LA REALIDAD: RESIDUOS DE LA «EPISTEME»
Pero la previsión científica no tiene los caracteres absolutos y definitivos que la metafísica, en cuanto episteme, se atribuye., Sin embargo, la eficacia de la previsión científica depende, para Comte, de la «aproximacián-^recienlaa^de la ciencia a la concatenación nece^arja-e-inmodificable-dfiJa-realiaaq. í^sTosigninca que si, pensando como realidad fundamental lai humanidadj Comte se encuentra en una perspectiva análoga a la XTgiHC^er y de Feuerbach, al afirmar, en cambio, que la ciencia es «aproximación creciente» respecto de la realidad, se mueve dentro de una teoría del conocimiento pre-
fie la «oposición He certidumbre v verdad»Y
Pero ng se trata de un simple regreso al pasado, porque el concepto ae «aproxnriaülUfl UlUUUlllLfl ÜlUlE UllLnderse en relación con el proceso de desmantelamiento de las verdades definitivas de la metafísica. Quiero decir que, al tomar conciencia de la necesidad de tal desmantelamiento, Comte elimina del contexto del conocimiento humano ese orden necesario del mundo que la metafísica PTéténdla consérW, aunque ló WJMÜérva como realidad a la que el conocimiento humano va aproximándose indefinidamente, un orden necesario del mundo, por otra parte, que (ya hemos visto) no contiene el «porqué» sino el «cómo» se produce el mundo. El conocimiento científico, en efecto, relativo al ambiente y a la constitución del organismo humano (en esto consiste la reinterpretación en clave biológica que Comte da de la filosofía crítica kantiana); o sea no es un conocimiento absoluto, como para que pueda constituirse independientemente de los condicionamientos del ambiente y del organismo humano. El desarrollo del conocimiento depende de la gradual transformación de tales condicionamientos, de los cuales, sin embargo, nunca puede emanciparse el conocimiento, y éste constituye por lo tanto una aproximación «creciente» al orden real. También la forma que asume en Comte la negación de toda verdad definitiva y absoluta es, pues, una forma intermedia en el proceso de destrucción de la episteme. La filosofía contemporánea se dará cuenta de que un orden, una ley necesaria de los fenómenos (aunque se entienda como explicación del «cómo» y no del «porqué») no sólo no puede ser un contenido del conocimiento, sino que tampoco puede ser una realidad en ella misma a la que el conocimiento se va aproximando indefinidamente (según lo que aún en la actualidad sigue sosteniendo una filosofía de la ciencia como la de Karl Popper). Y no sólo la filosofía, sino también la física contemporánea llegará a la negación de todo «determinismo» objetivo (el «determinismo» es la tesis según la cual cada fase sucesiva de la realidad está necesariamente determinada por la precedente) y a la afirmación de que el comportamiento de las partículas elementales de la materia es esencialmente indeterminado, según lo enunciado en el «principio de indeterminación» de W. K.jHeisenberg^ '
86 6.
EMANUELE SEVERI NO LA SOCIOLOGÍA
Saint-SimoR-tobia distinguido, en la historia del hombre, las ágpjé «orgáflicasY —que se desarrollan_sobre J á b a s e de un grupo" uiulano de convicciones— de las ^gjé «oítj&as» en las que el principio unitario de la época orgánica entra en contradicción con nuevos principios y nuevas convicciones, que terminan por prevalecer, dando lugar de esta manera a una nueva época orgánica. Por ejemplo, la edad feudal es una época orgánica, y en cierto momento e n ü a cu contiadlccTón y es trastocada > por la nueva religiosidad protestante y por la ciencia moderna. (Una temática, ésta, que tienen en cuenta Marx y Engels. Este último dice de Saint-Simón que «fue de una genial amplitud de miras, en virtud de las cuales están en él, en germen, casi todas las ideas no estrictamente económicas de los socialistas posteriores».) ^ o r n t e c c H ü d e r a que la Europa del siglo xrx? tiene los caracteres de umTlfooca ($&ear~eTr ciTárrRrTá racionalidad científica se ha afirmado ampliamente en las ciencias de la naturaleza (astronomía, física, química, biología) por la fuerza de la elaboración del método experimental y de su instrumento lógico-matemático, pero esa racionalidad se encuentra contrastada por fuertes residuos de la mentalidad teológica y metafísica, que aún domina láTbrganización deTáTvida social, política, económica. De ahí la posibilidad, por una parte, de una restauración de la mentalidad precientífica, y por la otra, de una revolución que destruya violentamente el pasado sin saber qué está legitimado para reemplazarlo. Sobre la base de su concepto de la inevitabilidad del progreso, Comte prevé la victoria definitiva del estadio positivo sobre el teológic^j^metafísico^^ero justamente por esto cree indicar nrirv\n/lflxea (\a Tn h u m a n H n j la a^rtórH^ymgida p realizar rumplHñTTLfntf* pl advenimiento, de la gjengia en la conduccióiwle la irusm^Jiuiiianidad. (De manera análoga, Marx escribe: «Aun cuando una sociedad haya logrado entrever la ley natural de su propio movimiento, no puede saltarse ni eliminar por decreto las fases naturales del desenvolvimiento. Pero puede abreviar y atenuar los dolores del parto.») El auténtico paso adelante en la ciencia y en la vida del -hombre no puede p u ^ s s e r Otro, para Comte, que la construcción de la ciencia de~TiT~^DCÍedaxt^T^la «sociología»— y la organización de aquélla conforme a los principios de ésta. La «sociocracia» destruye, pues, toda forma de teocracia. Además
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
87
de ser la última ciencia, desde el punto de vista cronológico la sociología es también la ciencia niás_compleja, en el sentido de que considera los fenómenos más complejos y específicos de la pirámide rigurosamente jerarquizada de los objetos científicos (en cuya base se encuentran los objetos más generales y simples, materia de estudio de la geometría, la matemática racional y la física). 7.
«ORPEN» Y «PROGRESO»
La sociología, en cuanto «física social», es la teoría científica requerida por la técnica__política, análogamente a lo que sucede en toda tecnica,"que sólo puede ser eficaz sobre la base de una teoría científica válida. Y la organización científica de la sociedad debe realizar dos condiciones que en los estadios precedentes de la humanidad eran «absolutamente inconciliables»: e\ ordenj^éi progreso. Se trata de que el remedio, que se presume inmutable, contra la imprevisibilidad del devenir, es inconeittable con esta imprevisibilidad. En-el estadio teológico féí orden —que porpJrjHPart e ~55~^ondición indispensable de la vida social— impide el progreso. En la historia europea, el orden teológicorewtó-irñpío!eel desarrollo del hombre, pero en cierto punto se impone inevitablemente con la Reforma protestante y con la Revolución francesa. Reforma y Revolución no son aún formas del estadio positivo: su base es metafísica, la «metatísíca revolucloñárta*>> que cumple un papel indispensable en el desarrollo general de la sociedad moderna, demoliendo el régimen teológico-feudal. Pero en adelante, justamente por su espíritu anárquico, cree poder realizar el progreso sin cljardon, y esto impide la institución de ese orden político cuyo advenimiento se ha preparado: el orden del estadio positivo, el orden científico, que para Comte, no impide sino que favorece el progreso y el desarrollo del hombre. Si, en efecto, la libertad de conciencia (que, observemos, es uno de los aspectos más característicos del devenir del hombre) se transfiere al orden teológico, de tal manera que resulta inevitable que prevalezca contra él, en el orden positivo dicha libertad ya no debe ser ilimitada, porque la limita el saber científico, a propósito de cuyas tesis no tiene sentido habfar de libertad de conciencia o de libre examen. Pero esto requiere que la política ya no esté en manos
88
EMANUELE SEVERI NO
de los exponentes de la cultura tradicional, sino de los filósofos y de los científicos. La sociología no puede actuar experimentalmente sobre los fenómenos sociales, como la física y la química actúan en relación con los fenómenos que estudian. Pero la sociología, como la biología, puede encontrar un válido sustituto del experimento en eÍ^nálÍ84s-tig~ios-~casQS. patológicos, o sea, de los movimientos que, alterando éT comportamiento de una determinada sociedad, muestran qué efectos se producen modificando ciertas condidcjiessociales. Por lo tanto, elj^ajfefs^liist^^b de las uniformidades y variaciones que se producen eri íos diferentes grupos sociales, es la base fundamental de la lógica política. Los fenómenos sociales, en cuanto fenómenos naturales y por tanto sometidos a leyes, no pueden ser modificados arbitrariamente, sobre la base de proyectos subjetivos y por lo tanto de artificios, sino apoyándose en el conocimiento de las leyes que los regulan. Como hemos dicho, es un puntc^-df^ista^análpgo al de Marx. Y también la relación e n t r e t w d e j ^ ^ p S g r e s o * presenta en Comte analogías relevantes con el modo en que Marx analizará la relación entre «relaciones dejjroduccióiiA-y--*fuerzas productivas».
VII STUART MILL: POSITIVISMO Y EMPIRISMO 1.
CRÍTICA DEL ABSOLUTISMO Y EXPERIENCIA
El tema de la demolición de los ordenamientos sociales y conceptuales que impiden la libertad y el desarrollo del hombre también está en el centro del positivismo de John Stuart Mili (1806-1873). Y también en este caso se trata de comprender que la raíz de tal demolición no es la simple voluntad gratuita de abatir las estructuras tradicionales de la sociedad, sino la percepción —más o menos captada— de que todo orden que se presume inmutable está en contradicción con el devenir de la realidad y de la realidad humana. Tal percepción, como ya se ha señalado, puede volverse a encontrar, pues, tanto en la izquierda hegeliana y en Marx, como en el positivismo; o sea en las dos concepciones filosóficas que están en la base, respectivamente, del comunismo y del capitalismo de los siglos xix y xx. En otros términos, el tipo de crítica que ^cjnJje^uMHafi4JvL^ dirigen a las s,nper. vivencias rf° T~ inrjfíflflfljflfí ln " " u " ™ f""*1nlrg es análogo al tipo de crítica que CMarTxiíríge a la g n r j e ^ a H ^ " - p j ^ capitalista. Entre estos dos enfoques teóricos antagónicos se instaura y desarrolla, en efecto, una conflictividad, aún en acción, dirigida a mostrar cómo en el adversario todavía están presentes algunas formas de absolutismo filosófico (metafísico, epistémico) y sociales (político, económico, etc.) que desea combatir. En Stuart Mili, la crítica del absolutismo actúa en tres direcciones nrincipalegyyomo critica de la lógjca traHirinnaj como crítidSJÍM determmismo rilosóhco y también científico, y como crítifcaKJel absolutismo en *»i ¿mhítp social. En la base ere' la critica —y de todo posible saber— se coloca la experiencia, o sea la «intuición jnmeHií-||a» de los hechos y de su devenir. Pero justamente por esto, todo conocimiento a priori de la realidad es arbitrario y termina por
EMANUELE SEVERINO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
entrar en contradicción con el desarrollo de la realidad empírica, dando lugar a los prejuicios de la metafísica y de la religión y también a los prejuicios sociales. «Pre-iuicio» es querer juzgar la realidad independientemente del modo en que ésta se presenta. En cuanto desvinculado de la experiencia, todo conocimiento a priori tiende a presentarse como inmutable y absoluto. La crítica del absolutismo coincide pues, en Stuart Mili, con la crítica del apriorismo. El empirismo está, por tanto, en la base del positivismo de Stuart Mili.
que tenga existencia objetiva más o menos diferente de la existencia del individuo como tal— se constituye como una <»striir.tiira a nrfnri que presume.deperayan^cer^inmutable en el flujo de la experiencia y que termina con la o p o s i d ó í n r i a s variaciones que los individuos pueden presentar en la experiencia, y con remitir esas variaciones al propio contenido dado de una vez para siempre. Pero —señala Mili— si no existen esencias comunes o sustancias universales, tampoco pueden existir proposiciones universales. La proposición «todos los hombres son mortales» lio jJUUfle significar, como en la lógica tradicional, la referencia de un predicado a la esencia universal «hombre», sino que expresa simplemente el resultado de nuestras observaciones: observamos que ciertos hombres mueren y oímos de otros individuos el relato de experiencias análogas. La observación se refiere sólo a casos individuales, o sea que al afirmar que todos los hombres son mortales no hacemos sino «generalizar» nuestras observaciones. Del hecho de que, en determinadas condiciones, ciertos hombres mueran, inferimos que todos los hombres morirán cuando se encuentren en condiciones análogas. Pero esta inferencia generalizada no tiene valor absoluto alguno. Por lo tanto, tienen valor relativo y empírico (o sea sdfl «Terdades experimentales, generalizaciones de la observación») todas las verdades, los axiomas, los principios, incluidos los axiomas y principios de la geometría y de la matemática, incluido el mismo prfnHpin (\~ ™ ^ r ^ ^ i r r i f i r que es «una de nuestras primeras y más familiares generalizaciones de la experiencia». La experiencia muestra, en efecto, en lo que concierne a ese principio, la exclusión recíproca entre el creer y el no creer, entre quietud y movimiento, luz y tiniebla, calor y frío, aquí y allí, antes y después, etc., y el principio de no contradicción no hace sino generalizar, o sea extender a todos los hechos la relación de exclusión recíproca que se observó a propósito del grupo limitado de hechos de los que se ha hecho la experiencia. De la inexistencia de las proposiciones universales se desprende la inexistencia del silogismo (FA, IX, 12 e) como instrumento de demos Lraciin é lñterencia de los estados de hecho reales. En la crítica de Stuart Mili las .proposiciones del silogismo se entienden como conocimientos efectivos dé la realidad, y no como estructuras formales, consideradas desprovistas de los contenidos efectivos que pueden ser incorporados. Éste es el enfoque que Stuart Mili asume también
90
2.
CRÍTICA DEL ABSOLUTISMO DE LA LÓGICA
La crítica de Stuart Mili al conocimiento a priori tiene un carácter específico: abarca la misma lógica, o sea el reino por excelencia del conocimiento a priori (FA, IX, 13). Antes que n a d a —y volviendo a tmo de los temas dominantes del empirismo—, Stuart Mili ¿míala que no existe una naturaleza o una esencia común a tfdos los individuos de cierta clase. La palabra «hombre», por ejemplo, no designa lo que es común a todos los individuos humanos, sino que es el nombre que se da al conjunto de tales individuos. Una esencia común de los individuos (y por lo tanto superior al individuo en cuanto tal) —algo «universal», pues— no existe: sólo existen los JUtáiyidyns
-»••••»
Resulta claro que el individuo así entendido no es el individ u o aristotélico, que es individualización de una esencia común, es decir, de un «universal», sino que es el individuo al que se remitía el «nominalismo», o sea la teoría (ampliamente difundida en el área del empirismo) para la cual los conceptos que pretenderían captar lo que hay de común en los individuos son simplemente nombres para indicar grupos de individuos. Así pues, la crítica que se hace a la episteme sobre el fundamento de la experiencia, por un lado conduce a la izquierda hegeliana a una posición antihegeliana y aristotélica, o sea a la negación de la esencia como sujetó-del que los individuos serían predicados; por el otro lado conduce al positivismo a una posición antiaristotélica y nominalista (por otra parte, de alguna manera presente en la concepción del «Ünico» propuesta por Stirner). La raíz de la concepción nominalista de Stuart Mili reside en que una esencia común a los individuos —un «universal»
91
92
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
EMANUELE SEVERINO
93
frente a las proposiciones geométricas, que se consideran como conocimientos de cuerpos reales empíricamente dados y no como abstracciones que prescinden de las irregularidades y aproximaciones con las que se presentan las formas geométricas en la experiencia. Para Mili, pues, el principio del silogismo en la lógica tradicional sostiene que si u n predicado P es afirmado por toda una clase de objetos S, puede ser afirmado por u n objeto cualquiera S' incluido en esa clase. Por ejemplo, de la afirmación de que todos los hombres (S') son mortales (P) y que Sócrates (S') es un hombre, se desprende que Sócrates es mortal. Pero una vez nos damos cuenta de la inexistencia de las proposiciones universales y de que las proposiciones del tipo «todos los S son P» no pasan de generalizaciones de la observación de que a un grupo de S compete el predicado P, entonces podemos darnos cuenta de que también para saber que todos los hombres son mortales es necesario saber que Sócrates es mortal, de modo que esta última observación no es en absoluto una conclusión de la premisa mayor. El silogismo no tiene valor demostrativo alguno.
ceso con el que concluimos que lo verdadero-en ciertos individuos Ü6 lilla ClaíJé"Tgs verdadero" en toda la clase». Ya que la clase no es una esencia universal, sino un conjunto indefinido de hechos coexistentes, tampoco la inducción es u n paso de lo particular a lo universal. Y no sólo esto, sino que la inducción, aun siendo la forma fundamental de inferencia, no tiene un valor de verdad absoluto. La experiencia siempre puede desmentir las generalizaciones inductivas más confirmadas. Pero hasta qué no se produzcan tales desmentidos, el conocimiento, al observar las diferentes formas de regularidad y uniformidad en los acontecimientos, extiende esa regularidad y uniformidad a todos los acontecimientos, o sea que concibe todo el universo como sometido a la ley de causalidad. Esta ley afirma que el estado del universo en cierto momento está determinado, o sea es «consecuencia» del estado de éste en el instante precedente. Sobre esta base somos inducidos a creer que «si el universo pasara una segunda vez por un determinado estado, todos los estados subsiguientes sucederían igualmente». O sea, sobre la base defla ley de causalidad 1 extendemos |o g^ie sa, bemos verdadero de ciertos rasos límites ohsfirvnrins en fil
3. LA INDUCCIÓN Y LA LEY DE CAUSALIDAD
y que son los estados,JEg£uiigntgs_del universo. Por ejemplo, al observar que el estado a es, según ciertas uniformidades, el antecedente del estado b, inferimos, sobre la base de la ley de causalidad, que todas las veces que aparece a debe aparecer también b. Esta operación es la inducción, sobre la que están basadas todas las llamadas leves naturales. Pero la ley de causalidad no es una verdad a vriori (como para Kant) o u n instinto propio de la naturaleza humana (como para Hume) y mucaojneños es el objeto de una intuición inmediata. La misma ley de causalidad, que regula ios diferentes procedimientos inductivos, es el resultado de una r"" a " > 1 Tnríñn inríi"»*"™ El hombre llega a la ley general de la causalidad (o sea al concepto de que cada fenómeno tiene una causa) mediante una generalización operada sobre muchas leyes que tienen una generalidad inferior. «La más obvia de las uniformidades particulares sugiere y hace evidente la uniformidad general, y la uniformidad general, una vez establecida, nos permite demostrar las otras uniformidades particulares de las que aquélla deriva», en el sentido de que todas las uniformidades particulares que van descubriéndose son la confirmación de la existencia de la uniformidad general, de esa uniformidad general que se afirma sobre la base
p a s a r l a róTfor
Todo esto significa que es «nuestra pasada experiencia», o sea, la observación de que a ciertos grupos de objetos competen ciertos predicados, lo que «nos autoriza a inferir a la vez la verdad general» (o sea «todos los S son P») «y el hecho particular» (o sea S' es P) «con el mismo grado de seguridad hacia una y otro». El proceso concreto de conocimiento es un paso de lo particular a lo particular, que no tiene, pues, necesidad de conocer una verdad general (la cual, por lo tanto, tiene «el mismo grado de certidumbre» que el hecho particular). El niño que evita quemarse otra vez con el fuego se basa en su experiencia pasada y no necesita pensar en la máxima general de que todos los fuegos queman. Sin embargo, las generalizaciones tienen la función insustituible, sobre todo en lo científico-filosófico, de registrar de forma abreviada los conjuntos de observaciones homogéneas realizadas en nuestra experiencia pasada. Laí inducctdTt\ «es justamente la operación de la mente con la que inrenmos que lo que sabemos de verdadero en uno o más casos individuales será verdadero en todos los casos que se asemejen a los primeros en determinados aspectos»; o sea es «el pro-
Tnn
*<*•**• «mwnjnntnr qno VQTI pT-oyonH^/^p
EMANUELE SEVERINO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
de la observación de que existen ciertas uniformidades particulares. También en este caso queda confirmado que la proposición «Todos los acontecimientos tienen una causa» no es la «prueba» del descubrimiento de que cierto grupo de acontecimientos está sometido a cierta^pausa, sino de que nuestra pasada y limitada experiencia de que los acontecimientos tienen una causa «nos autoriza a inferir a la ve^ la verdad general» (o sea que todos los acontecimientos tienen una causa) «y el hecho particular» (o sea que ese cierto grupo de fenómenos está sometido a cierta causa) «con el mismo grado de seguridad para una y otra».
generalizaciones inductivas y que, por lo tanto, al reconocer el carácter de tentativa de las propias previsiones, reconoce al devenir del universo la capacidad de trastocar nuestros esquemas cognoscitivos. Estos temas se harán explícitos en el desarrollo sucesivo del pensamiento contemporáneo, pero puede decirse que en Stuart Mili están presentes todas las condiciones para poderlos afirmar. El rechazo del determinismo absolutista se presenta en Stuart Mili también en cómo toma posición con respecto al concepto de realidad externa a la experiencia. La percepción no capta una realidad externa al espíritu; tal es el resultado al que llega el empirismo clásico del siglo xvin. El espíritu del hombre, por otra parte, está convencido de que el mundo tie-* neruna existencia externa, o sea que existe aun cuando no , pensamos en el y que posee aspectos oue el hombre nunca ha conocido ni conocerá. El surgimiento de esta convicción no es explicable con la existencia efectiva de una realidad externa a la experiencia —el empirismo riguroso excluye que esa realidad pueda afirmarse—, sino que es explicable con la existencia en el universo (y el universo del que se puede hablar legítunamente es el universo dado en la experiencia), de lo que Mili llama^Tposibilidad permanente"de sensaciones»^ O sea que cada estado del universo comprende no sólo las «sensaciones» —o sea los hechos— actualmente existentes, sino también la posibilidad de otras infinitas sensaciones: antes que nada, las señfiaMoné'S <5[ue, sobre la Pase de la experiencia pasada, estamos autorizados a creer que podrían ser experimentadas en las condiciones presentes (por ejemplo, si en el pasado leímos libros que ahora están alineados en los estantes, existe la posibilidad de que abriéndolos de nuevo se perciba todo un conjunto más o menos estructurado de palabras); pero también todas las sensaciones de las que en el momento no sabemos decir en qué circunstancias podrían ser percibidas. Ahora bien; la posibilidad de sensaciones es una • posibilidad auténtica sólo si*el UlU'yü Üül Universo no tiene I un carácter determinista, porque, en ese caso. las sensaciones f o necnos no percibíaos no serían hechos posibles sino im-j posibles. " Con el ocaso de la episteme, la categoría de la posibilidad adquiere un papel cada vez más determinante. En un contexto diferente, ya lo encontramos a propósito de Kierkegaard. Pero mientras para Kierkegaard la ciencia moderna tiende a suprimir la fe (explica, por ejemplo, el pecado con una disfunción orgánica) y suscita la ilusión de saber algo, cuando en
94
4.
CRÍTICA DEL ABSOLUTISMO DETERMINISTA
Pero la seguridad que el hombre posee en relación con todas lasTeyésdeTa realidad. tiene*7m^«gnKl[o»Tysea no es absoluta. Sobre la base ae ia continua confirmación de la existencia de una uniformidad general en el universo, «creemos» que el estado sucesivo está determinado por el estado precedente del universo, de manera que si se conocieran todos los hechos que actúan en el presente, «podría predecirse toda la historia sucesiva del universo». Pero no queda excluido que ciertas dimensiones del universo estén sometidas a algunas uniformidades y que las uniformidades hasta ahora conocidas dejen de existir. Y ya que toda uniformidad, o sea toda «ley» descubierta por el hombre es el resultado de una generalización inductiva, o sea de algo que no tiene verdad absoluta, se desprende que el «determinismo» de la realidad no posee ese carácter de absoluta n e c e ^ p H m«» tnHayía U atribuye Comte, sino que el mismo es un «hecho» que existe y es prooaole que se perpetúe, pero que es posible que se modifique y termine. La «predicción» científica abandona, pues, el carácter epistémico, absoluto —que por la otra parte la ciencia continuará s13&lUlluiQu, aunque de modos y en áreas cada vez más reducidas y circunscritas. La predicción y la previsión —observemos— sigue siendo el remedio que el hombre se apresta a defender de la imprevisibilidad y de la amenaza del devenir; pero la previsión ya no está constituida por una episteme que, con su propio carácter absoluto, hace impensable el devenir (o sea hace previsible lo imprevisible), sino de una ciencia que conoce el carácter provisional y relativo de sus propias
95
EMANUELE SEVERI NO
LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
cambio nada sabe sobre el sentido y el destino del hombre, Stuart Mili vuelve a llevar la religión dentro de los límites de la experiencia y reconoce a la ciencia la capacidad de interpretar el sentido y el alcance de la religión, esa capacidad que Feuerbach y en alguna manera Marx atribuyen aun a la filosofía o a un tipo de saber en el cual la filosofía aún está presente.
espontaneidad y libertad, en cuanto formas humanas del devenir. Como ya hemos observado, a esta altura el problema es determinar de manera rigurosa la configuración y las modalidades del devenir y, por lo tanto, del desarrollo humano. Por su parte, también para Stuart Mili —como para §tirner, Marx, Feuerbach y como pafSTTeTemy Bentham (17481832), que ejerció notable influencia sobre MilE- el Tiomfrre es el individuo humano que en su actuar tiende _a_ maximizar el placer y a minimizar el dolor (ésta era la tesis «utilitarista» ae isénfn'áíñTrpero^ueJustamente por esto se ve impulsado a desear la felicidad de los otros como componente de su propia felicidad. El desarrollo de la humanidad muestra una intensificación creciente de esta tendencia y de la tendencia social a tener cada vez más en cuenta las aspiraciones de los hombres. Esto significa que la generalización inductiva permite formular la le^y (Jel progreso del género humano. Marx critica dt Stuart Müfl por haber querido conciliar de manera ecléctica los principios de la economía burguesa desde A. SmitíTáRicardo, coh los requerimientos de emancipación del proletariado. Muy diferente es el planteamiento que los dosfilósofos*dan a la lógica de las ciencias sociales. Sobre
96
5.
CRÍTICA DEL ABSOLUTISMO SOCIAL
Stuart Mili también desarrolla la crítica al absolutismo en relación con la vida individual y social del hombre. Como, en relación con la naturaleza, la posibilidad de predicción científica no implica el determinismo, tampoco implica la posibilidad de prever el comportamiento del hombre sobre la base del conocimiento de su carácter, de los motivos que determinan sus decisiones y de sus costumbres. La.rjpncia —en este caso la psicología, la sociología, la ecoqoiBÍa_n£lítica—, sobre la base de la observación"3e las uniformidades del comportamiento pasado del hombre, r — ^ flrfiílfrír ^ ™™p^»-+" miento futuro del individuo y de la sociedad con el mismo grado Sé ¿tírtlflllmbre con el que la astronomía, por ejemplo, predice el comportamiento futuro de los astros; pero justamente por esto, tal posibilidad de previsión excluye todo «fatalismo» y es perfectamente conciliable con nuestro «sentimiento de libertad». Tal sentimiento es la experiencia del aspecto típicamente hnmflpn rfrí H^y^ir 0 sea la experiencia de vernos limitados en nuestras decisiones por alguna fuerza externa. Y también en este caso la previsión científica, a diferencia de la previsión en la que consiste la emsteme. nqj>ace inútil la libertad del devenir humano. Tamoien para Stuart Mili, pues, todo ordenamiento estatal que limite la libertad y la espontaneidad del hombre está en contradicción con lo que no puede ser negado: la realidad concreta y dinámica del individuo humano. También el jojpjalismo, que tiene el mérito de condenar las injusticias sociales, pUede convertirse en un instrumento de opresión del individuo. Estas tesis —digámoslo ahora— que se han convertido en lugares comunes de la cultura europea, no son formas de la retórica política sólo si se entienden como expresiones de la conciencia de que toda forma de absolutismo es negación de la experiencia del devenir y, antes que nada, de la
97
todo, ÍftnaTT"MÍll. Á diferencia de Marx • considera las leves
de laWoducci¿n capitalista como «iw^ ™»gi#»c A* lo n^i^rplez¿». P e r o p a r a l M a r x J l a s leyes n a t u r a l e s tienen u n a «hranrf-
nea necesidad» de la que según Stuart Mili están desprovistas, por lo que la afirmación marxiana del carácter histórico de la producción capitalista y la afirmación de Stuart Mili de su carácter de «leyes reales de la naturaleza» se colocan a una distancia inferior a la que aparece a primera vista. Esto, por otra parte, no debe hacer olvidar que en la relación entre la ciencia social marxiana y la ciencia social positivista ya actúa esa contraposición entre L^gjga^jdja^^Jica y lógica no dialéctica. Ésta es una de las formas emergentes con qué ütí pulenta el contraste entre emsteme y ciencia empírica en la filosofía contemporánea, y constituirá asimismo una de las constantes más significativas en el pensamiento filosófico del siglo xx.
LA FILOSO
ONTEMPORÁNEA
99
Sobre esta base, a partir de AristóTeTfce»*^ especies se han considerado como sometidas a generaciones y corrupciones, pero como rigurosamente idénticas a ellas mismas, no transformables en especies diferentes y por lo tanto, en este sentido, inmutables, «fijas». Hasta el siglo xrx el «fijismo» de 1 f l
VIII EL EVOLUCIONISMO Y SPENCER 1.
LA EVOLUCIÓN
Para el positivismo de Herbert Spencer (1820-1903), el «progreso» no es sólo la característica de la realidad social (como sucede en el pensamiento de Comte y de Stuart Mili) sino también de la realidad natural y de todos los aspectos del
4 ^ I ^ - ^ l m 0 dffr
1ns
puntos sólidos de la Concia hio-
lófflqa. La teoría de la evolución destruye este aspecto inmutable de la realidad deveniente, sobre la base de una forma más refinada de observación, que se remite a esas variaciones mínimas y progresivas dé la especie, a las que Darwin fue el primero en prestar atención de manera sistemática. La transformación de las especies se debe a la circunstancia de que su mayor o menor capacidad de adaptarse al ambiente hace que en su lucha por la existencia sobrevivan los individuos y las especies mJ¡sjioíadfláUque trasmitirán a su descendencia los caracteres que les han permitido sobrevivir y que,
mundo. La na t i t i r a v rada, a f e c t o del munHp cA|JfiJa|i^>r, ap,
T " m " ilPrT" "V *»giu<>™i de desarrollo—la ««¡QJ¿dó^— que es propio del devenir de la sociedad. Al propio tiempo, en la filosofía de/Spencer el positivismo deja atrás el planteamiento e m p a s t a , propio de la filosofía de Stuart Mili, y _hace suya d e m a h e r a explícita la distinción kantiana entre fenómeno"y*co~sá~ en sD ni evolucionismo ae Spencer se forma paralelamente al que Ch. Darwin (1809-1882) ha desarrollado sobre la evolución de las especies vivientes y que constituye uno de los episodios más importantes de la historia de la ciencia. Afirmar la evolución de las especies vivientes —o sea la gradual transformación de las especies más elementales en otras más complejas y por tanto más evolucionadas— significa de hecho desmantelar una de las estructuras que con más tenacidad se han presentado como inmutables en el transcurso de la cultura occidental. El más antiguo pensamiento griego va había sostenido la evolución de las especies vivientes; pero la voluntad aristotéJ¿ca_de anteponer los datos de la observación a cualquier interpretación teórica había llevado a excluir la existencia de una transformación que conduzca desde una especie a otra especie diferente. Dentro de cierto nivel de observación es, en efecto, plausible afirmar que los animales acuáticos envejecen y excluir que se transforman en animales terrestres. Esta transformación no es, pues, observable; no lo es dentro de ese determinado nivel de observación.
fornTaCíónT aunque sea m í n i m a ^ e i« espeHA La evolución biológica es, pues, una forma de progreso, que conduce de las formas de vida menos idóneas a las más idóneas para la supervivencia. Tales formas son también las más complejas y articuladas, porque frente a las diversas exigencias del ambiente han reaccionado de manera diferenciada, desarrollando y haciendo permanente tal reacción. 2.
CARACTERES FENOMÉNICOS DE LA EVOLUCIÓN
La evolución, escribe Spencer, «va de lo simple a lo com•plejo a través de diferenciaciones sucesivas», ¿ s «él de todo progreso»: no sólo eii tíl LJlliyu biulúgico y geológico, sino también en el desarrollo de la sociedad, el lenguaje, la cultura y el mismo aparato cognoscitivo del hombre. «Desde las más antiguas mutaciones cósmicas de las que hay huella, hasta los últimos resultados de la civilización, la transformación de lo homogéneo en heterogéneo es la esencia misma del progreso.» Esto significa que ej mundo es devenir y que el devenir sigue una dirección inmodllfeaUlé. la misma —el paso ae lo1 huuiug¿iiLu ü 1U heterogéneo, de lo indeterminado a lo determinado— que, indicada desde el comienzo por el pensamiento griego, se representa en el concepto hegeliano del f d£sarrollo 4 g j a Idejfr el desarrollo que procede de lo simple a lo com-
100
EMANUELE SEVERINO
piejo. Sin embargo, el concepto spenceriano de evoluciói constituye dentro de un contexto que concierne más que a HegeL -\ Tambfen Marx 1—que quería dedicar a Darwin el Libro I de El Capital— ve una razón común del desarrollo social y del desarrollo biológico, y concibe el propio análisis de la sociedad como el que corresponde, en el aspecto social, a la teoría biológica de la evolución. Para Marx, sin embargo, la «*Yn1"r'^n p g 'q jey de la rpaHH^fl ^n «f misma o sea que el concepto de evolución puede remitirse al concepto eje desarrollo dialéctico (donde, por otra parte, sabemos que a la dialéctica hegeliana de la Idea se le «da la vuelta» y se la pone «con los pies en el suelo»). Para Spencer, en cambio, la^eue-
lución ~%¿h\ .fírtHfitiirn fund?mtntnT V l f ° f»*"*—'»*»™ I \3v¿ e
1 V¿
1/ A la realíaa3 en ella^aisraarotta es lo «Incognoscible»? * J r \ * f e ^ S ^ e c t o t a n g e n Spencer participa en el movimiento de regreso a K a n O q u e cada vez se arraiga más después de la filosofía hegeTíana. Y la afirmación de lo Incognoscible, o sea de lo incognoscible de las cosas en ellas mismas permite, tanto a Spencer como a Kant, conciliar la ciencia con la religión: no con el aspecto dogmático de la religión, SHHTcon la religión que, más allá de la propia interpretación del «misterio» del mundo, es el reconocimiento de la existencia y de lo insuperable de ese misterio, o sea que es la conciencia de que cualquier desarrollo de la ciencia no podrá nunca quitar el velo que escondeal hombre el sentido último de la realidad. A su vez, l a ^ í e n c ^ n o deberá ser concebida como conocimiento de las cóüapwj sí, sino como cjjnífc, rimjmtn de Inn fr"flTTtnnfíx T1
3.