LA ECONOMÍA EXTRAVAGANTE. El problema no es el dinero, sino tu forma de pensar.
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César Camino
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LA ECONOMÍA EXTRAVAGANTE. El problema no es el dinero, sino tu forma de pensar.
LA ECONOMÍA EXTRAVAGANTE EL PROBLEMA NO ES EL DINERO, SINO TU FORMA DE PENSAR
César Camino
Ediciones
SHO-DO
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César Camino
LA ECONOMÍA EXTRAVAGANTE 1ª. Edición: Sevilla, 1 de Marzo de 2010. Copyright de la obra: César Camino. Copyright de la edición: Sho-do Ediciones. Email:
[email protected] ISBN: 978-84-613-5127-5 Depósito Legal: Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de la obra, así como su contenido y/o el diseño de portada y contraportada. Diseño de Cubiertas: Diego Lagares BLOG: laeconomiaextravagante.wordpress.com
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LA ECONOMÍA EXTRAVAGANTE. El problema no es el dinero, sino tu forma de pensar.
A mi Abuelo Enrique. El arte de vivir. A Antonio M. Camino. La Vía. A mi madre. El Todo. A Belén. Ella.
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LA ECONOMÍA EXTRAVAGANTE. El problema no es el dinero, sino tu forma de pensar.
ÍNDICE DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS
Pág. 15
INTRODUCCIÓN
Pág. 21 CAPÍTULO I
CORRIGIENDO ERRORES. Reprogramando nuestra mente para una forma diferente de entender la Economía.
Pág. 35
LA NEUTRALIDAD DEL DINERO. O el primer error: Creer que el dinero tiene personalidad y valor propios.
Pág. 39
EL DINERO COMO MEDIO Y NO COMO FIN . Pág. 47 O el segundo error: Creer que la riqueza está en el dinero en sí mismo. PRECIO VERSUS VALOR. O el tercer error: Creer que el precio de las cosas determina su valor.
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Pág. 55
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TU ESCALA PERSONAL DE RIQUEZA Y POBREZA.
Pág. 61
O el cuarto error: Creer que eres pobre o que las cosas no te van bien, porque hay quien tiene más dinero. LA ECONOMÍA ES TAN SÓLO UN ESTADO DE ÁNIMO.
Pág. 69
O el quinto error: Creer que tú, aquello que piensas y cómo lo piensas no interviene en tu prosperidad. CAPÍTULO II EMPEZANDO DE CERO. De un euro a lo que quieras. EMPEZAR DE CERO ES CUESTIÓN DE ENTUSIASMO.
Pág. 87
TÚ ERES TU ÚNICA INVERSIÓN. NO TE CONFUNDAS. SÓLO PUEDES INVERTIR EN UN VALOR: TÚ MISMO.
Pág. 99
¿QUÉ HACES?, ¿A QUÉ TE DEDICAS?.
Pág. 105
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EN SERIO… SEGURO QUE NO LO SABES. NO TODO ES DINERO. PERO SÍ QUE TODO ES ECONOMÍA.
Pág. 111
CAPÍTULO III REPROGRAMÁNDONOS. ¿Comprarías un ordenador, sin sistema operativo, o con programas instalados que no supieras manejar?. ¿Por qué permites entonces que tu vida se dirija con el más potente ordenador que existe (tu mente) sin una programación adecuada que entiendas y que controles?. . . LLAMANDO A LAS COSAS POR SU NOMBRE.
Pág. 119
NADA ES DINERO, O EL DINERO NO ES NADA.
Pág. 123
CUIDADO CON TU PRIMER PENSAMIENTO. ASÍ ETIQUETES TU REALIDAD, ASÍ SERÁ. ASÍ GANARÁS O PERDERÁS. Pág 135 ERES EL MINISTRO DE ECONOMÍA DE TU VIDA. Pág. 141
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EL MILAGRO DE LA MULTIPLICACIÓN DEL PAN Y LOS PECES. A ver si lo consigo… Pág. 145 NO EXISTE RIQUEZA, NI SOLVENCIA O Pág. 151 PROSPERIDAD MÁS ALLÁ DEL DÍA DE HOY, AQUÍ Y AHORA. No podemos vivir ayer, ni mañana. El único momento y lugar que podemos vivir, por mucho que intentemos otra cosa, es hoy, este instante y aquí. Esta regla de la vida, opera exactamente igual en materia de dinero. CAPÍTULO IV ALGUNAS REGLAS QUE AFECTAN AL DINERO Y QUE NO APLICAMOS, NO CONOCEMOS U OLVIDAMOS CON DEMASIADA FRECUENCIA NO EXISTE FORMA ALGUNA DE HACERSE RICO.
Pág. 165
Pág. 169
LO ÚNICO QUE PUEDES HACER ES AVERIGUAR CUÁLES SON LAS CAUSAS DE TU ACTUAL ESTADO ECONÓMICO. SOLVENTAR ESO ES 10
LA ECONOMÍA EXTRAVAGANTE. El problema no es el dinero, sino tu forma de pensar.
LA ÚNICA MANERA DE LOGRAR LA PROSPERIDAD. Nuestros miedos y la fe, son muy similares. La fe es la certeza del logro de cuanto queremos. El miedo es la certeza del logro de aquello que no queremos. CONCLUSIÓN
Pág. 177
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LA ECONOMÍA EXTRAVAGANTE. El problema no es el dinero, sino tu forma de pensar. Si no estás dispuesto a mejorar. Este no es tu libro. Si no crees que las cosas puedan ser o hacerse de manera diferente. Esta obra no te aportará nada. Si eres igual a los demás, o no te sientes distinto. No gastes tu dinero en comprar este ejemplar. Pero, si no te identificas con la mayoría. Si te niegas a que piensen por ti. O si, sencillamente, intuyes que la economía, como tantos otros aspectos en la vida, no es lo que te han contado, tengo algo para ti. Algo nuevo, que quiero mostrarte. No te enseñaré apenas nada que no sepas ya en algún lugar de tu mente, pero sí te haré recordar lo que habías olvidado. Lo que te habían hecho olvidar. La verdad, a veces, al estar sumergida bajo tantas capas de mentira puede tornarse increíble, incluso, impensable. Puede llegar a parecer imposible. Pero no deja de ser la Verdad. Como siempre, empezaremos por una simple decisión: Si quieres dejarlo todo como está. Si te parece que todo se encuentra en su sitio y que nada necesita mejorar. No sigas leyendo. Seguir leyendo es avanzar. Vamos a cambiar muchas cosas ahí dentro, en tu mente. Vamos a usarla como quizá no lo habías hecho antes. ¿EMPEZAMOS?
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DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS
¿Por qué he escrito este libro?. Me he hecho una pregunta similar siempre que he realizado alguna tarea. En realidad, me planteo esta consulta interior cada vez que emprendo o desarrollo un proyecto. Es importante saber qué se quiere lograr en la vida para que ésta tenga al menos un atisbo de sentido y para que nuestro día a día posea un rumbo, el que sea, pero que no vaya a la deriva ni sea dirigida al completo por los avatares del azar. He escrito este libro porque el dinero debe dejar de ser un problema recurrente para las personas. No se puede cambiar el Mercado. De hecho, el Mercado no existe. Es un concepto vacío al que Adam Smith otorgaba criterios de invisibilidad y perfección que, se suponía, lo autocorregían. Ese genio se equivocaba y ha quedado patente a través de crisis, carencias y vaivenes propios de la argamasa de intereses ocultos que rodean al liberalismo capitalista extremo. Sí, Adam Smith se equivocó. Esa mano invisible que desarrolló en su defensa del Libre Mercado nunca existió. Sólo existen las personas, sus necesidades y la riqueza que genera el Comercio que se origina para cubrir las demandas allí donde éstas aparecen. Pero no hay disciplina alguna que tome vida como por arte de magia, poseedora de sus propias reglas ocultas, hasta el punto de que las personas lleguen a creer que no tienen control sobre la misma. Por eso se crean constantes eufemismos para no llamar a las cosas por su nombre. Para desnaturalizar fenómenos que siempre, y únicamente, tienen su origen en las personas. 15
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Cuando unos se enriquecen desmesuradamente a costa de centenares de miles de inversores sin formación ni experiencia en la materia, los analistas emplean una fórmula vacía que contenta (increíblemente) a quienes han visto cómo sus ahorros de toda una vida se han evaporado. Cuando eso ocurre podemos oír en las noticias salmón aseveraciones del tipo: “La volatilidad de los mercados ha provocado una sostenida tendencia a la baja que ha hecho que la Bolsa pulverice mínimos históricos haciendo desaparecer todas las ganancias acumuladas en los últimos semestres”. Casi nada… ¿Qué significa eso de “desaparecer”?. ¿De verdad el dinero desaparece?. Claro que no. El dinero no se desintegra sin dejar huella. Lo que no dicen en las noticias económicas, es que todo ese dinero que desaparece de las incautas manos de inversores minoritarios desinformados, ha ido a parar directamente a las arcas de grandes fortunas que conocen la evolución de la Bolsa (o que de hecho la manejan) según sus intereses. Sin embargo me impresiona la calma con la que la sociedad da por buenas demagógicas expresiones de este tipo. ¿A alguien le valdría esa misma explicación si se hubiera llevado a cabo el atraco a una joyería?; ¿Le serviría a la policía que los ladrones de la caja acorazada de la joyería expoliada, confesasen haber cometido el delito pero que desconociesen el paradero de las joyas alegando, sencillamente, que éstas han desaparecido?. ¿Por qué entonces aceptamos la desaparición, sin más, de miles de millones de euros cuando esa es toda la explicación que se ofrece en los medios de comunicación al informarse a la opinión pública sobre la evolución del Mercado de Valores?. De verdad, es de locos. Eufemismos y más eufemismos para no llamar nunca a las cosas por su nombre, que el dinero nos afecta a todos y cuanto menos sepamos o más intrincada sea la materia mucho mejor se aceptan los trucos que hacen los prestidigitadores. 16
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El Mercado. Bonita palabra que nos separa de algo tan presente y común como la Economía diaria que manejamos todos. Cuanto más técnicos y lejanos resulten los términos, mejor se nos moldea porque menos comprendemos lo que tenemos entre manos. Entender algo es la base para poder procesarlo y con ello ser librepensadores. Pero mientras haya una minoría que se erija como especialista o experta en una determinada disciplina, inevitablemente, habrá grandes masas de personas aisladas del conocimiento que maneja una pretendida élite. Expertos, analistas, consultores, asesores financieros, economistas, contables… La lista de elegidos es tan variopinta como estéril. Ya en las tradiciones taoístas podemos leer “el que sabe no habla y el que habla no sabe”. Pero, ¿Por qué hay tantos autoproclamados expertos si nadie conoce realmente cómo funciona el Mercado o, al menos, nadie que ofrezca sus servicios al público en general?. La respuesta es sencilla: Porque ninguno de estos gurús sabe de qué habla. El objetivo no es gestionar y hacer crecer el dinero ajeno, sino sencillamente cobrar comisiones por los servicios que implica poner en marcha una o varias carteras de inversión por cada cliente. No importa si el patrimonio de los inversores desaparece o si se lleva a la ruina a familias enteras con sus ahorros de décadas. El negocio es sólo operar, no obtener beneficios para el cliente. Comisiones por apertura, por operaciones realizadas, por órdenes de compra o venta; Por mantenimiento, por cancelación; Comisiones por seguros, garantías, tarjetas de crédito, descubiertos, pignoraciones… Todo eso sí que importa. Ese es el negocio de las consultorías y los bancos con sus legiones de asesores financieros personales. Por cierto, los mismos profesionales cuyos salarios mensuales son los de un mileurista más, pese a que en sus reuniones con los clientes se presentan como expertos en mercados y valores.
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He escrito este libro porque cada vez que le otorgamos a alguien una posición de conocimiento sobre nosotros en materia económica, delegamos un poder que debería ser intransferible: El de pensar por nosotros mismos. El de decidir libremente. Si alguien es un experto, es que no somos capaces de dirigir por nosotros mismos nuestro dinero y necesitamos la luz de ese conocimiento superior del que creemos carecer. Y si la terminología que ese experto emplea es ininteligible, mejor que mejor, porque ya ni siquiera tendrá que pararse a explicarnos de qué está hablando. De entrada, no estamos a la altura. Los especialistas tienen la información privilegiada y el conocimiento. El resto tenemos el dinero que les entregamos para que nos lo gestionen a su antojo, con sus reglas y sus explicaciones sobre “desaparición a causa de sostenidas tendencias bajistas”. Suena a locura, pero lo hemos aceptado a fuerza de repetición. Sin rechistar. Sin asombrarnos ya. El Mercado no existe como ente independiente. El Mercado lo forman decisiones detrás de las cuales siempre hay personas parapetadas en nombres de corporaciones con intereses inconfesables cuyas tácticas especulativas provocan que un par de veces cada década estallen crisis financieras internacionales que sufre medio mundo. Bueno, medio mundo no, sólo la cuarta parte del mundo que tiene acceso a la Economía propiamente dicha. El otro 75% de la población mundial no debe preocuparse por especulaciones de ninguna índole. Es difícil sentir desasosiego por estos asuntos cuando no se sabe si uno va a poder comer dignamente una vez al día. Pero todo esto huele tan mal que es mucho más conveniente emplear un término vacío, que nos haga pensar que las cosas pasan porque sí. Mercado viene bien para eso.
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Las bolsas de valores no se rigen por el valor real de los títulos que cotizan; Los expertos que ofrecen sus servicios de asesoramiento financiero no son ricos, ni especialistas, pero no dudan en reclamar el dinero ajeno bajo la garantía de conocer los mercados financieros. Debe ser que sus avanzados conocimientos sólo operan cuando se trata de gestionar el patrimonio de otros. El suyo no se lo confiarían ni a su propia sapiencia. Montañas de dinero desaparecen cada trimestre sin saberse a dónde han ido a parar; Cuando los precios suben y la producción baja en un sector primario, nadie sabe señalar qué lo ha provocado ni qué intereses hay detrás de esas manipulaciones. Bueno, esto último sí que se puede deducir… Que no pensemos es crucial para que todo lo anterior funcione. Que no haya responsables del expolio es crucial. Mercado y libre son, sin duda, dos términos que encubren bastante bien las huellas. He escrito este libro porque la Economía no es algo que tenga que aprenderse exclusivamente bajo la tutela de alguien. Es eso que todos practicamos a diario (incluso en aspectos que nunca creeríamos vinculados al dinero) y para lo que sólo hemos de emplear el sentido común, que por desgracia no es el más común de los sentidos. La Economía Extravagante no es un libro con el que yo le quiera decir a usted qué debe pensar o qué creer. Es una invitación a que piense por usted mismo y de una forma diferente a como lo ha venido haciendo. Sálgase del guión. Olvide los convencionalismos. Cuestióneselo todo, especialmente, aquello que esté más asentado y sea tenido por lo más aceptado. Cuanta más gente haga algo de forma idéntica, más posibilidades hay de que ese algo sea un error. Esta regla es particularmente aplicable a los asuntos económicos. 19
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Los silogismos que sustentan este planteamiento son simples: La mayoría lucha por unos recursos muy limitados; Ergo, una minoría posee la mayor parte de los recursos económicos; Ergo, todos los miembros de la mayoría hacen las cosas de una forma idéntica. Conclusión final: los métodos de la minoría son diferentes a los de la mayoría. ¿En qué grupo quiere estar usted cuando se trata de su propio dinero? Tengo millones de razones para haber escrito esta obra: Una por cada persona que alguna vez ha perdido dinero porque alguien la engañó. Una por cada persona que no ha podido crear o conservar su patrimonio, convencida de que no entendía de Economía. Una por cada persona a la que han hecho creer que su dinero estaba más seguro en manos ajenas que en las suyas propias. Y así, hasta casi el infinito… Una compra se diferencia de una inversión en que la primera no reporta beneficios. Sólo es un gasto. La segunda genera más de lo que ha supuesto el dinero empleado. Espero que esta obra haya sido una inversión para usted y no una simple compra.
Muchas gracias.
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INTRODUCCIÓN
"El dinero no cambia a las personas. Sencillamente, las muestra tal y como son." Anónimo El dinero trae de cabeza a la gente. Es un hecho. Desde que tengo uso de razón sólo percibo, al hablar o escuchar a cualquiera, sensaciones de escasez y dificultad en relación al dinero. La inmensa mayoría de las personas tiene problemas para ganarlo en cantidad suficiente para mantener una buena calidad de vida. Lo gasta o lo pierde con facilidad y casi siempre tiene una sensación de carencia con respecto a él. Parece que quien lo gana es siempre el otro, alguien lejano, externo, desconocido y envidiado a partes iguales. En cambio, las 21
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facturas, las deudas y la dificultad para llegar a final de mes son cuestiones mucho más cercanas y conocidas para todos. No podemos evitar pensar, cómo lo hará, cuando vemos que alguien no parece tener problemas con el dinero. Nosotros que nos esforzamos constantemente por ganarlo, no lo alcanzamos o no lo conservamos. Sin embargo, a quien le sobra, el dinero parece llegarle y quedarse en su patrimonio con cierta naturalidad. Casi con insultante sencillez. Es una regla doble que insiste en cumplirse en una amplia mayoría de los casos en una ciudad tipo, entre gente normal y trabajadora, con una educación estándar. En definitiva, entre personas como usted y yo. Nada parece barato y eso no es únicamente a consecuencia de que los precios suban de forma regular (que lo hacen) sino a que por regla general la gente no parece tener el suficiente dinero que le permita percibir las cosas que quiere, como accesibles. Porque, por elevado que sea el precio de algo que necesitamos adquirir, si tenemos dinero (o lo que es más importante: la sensación de que, una vez gastado, recibiremos más) no le prestamos tanta atención al precio de ese bien o servicio que queremos comprar. La capacidad de generar liquidez de manera regular, suele conllevar una sensación de seguridad, de tranquilidad, que amortigua ese primer movimiento reflejo de nuestra mente que nos hace temer ante los elevados precios que vemos en el Mercado. Una joya es cara por definición, pero lo es más para quien tiene que ahorrar durante meses para poder comprar un anillo de diamantes, que para quien puede comprarlo hoy, aún siendo conocedor de su elevado precio, si posee la tranquilidad de que en unos días tendrá de nuevo en su cuenta corriente la cantidad gastada. Por lo tanto, debemos comenzar por plantearnos si aquello que nos parece caro, nos lo parece por el precio del producto, ¿o
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por nuestra tendencia a creer que tendremos problemas para volver a ganar la cantidad que gastemos hoy?. Lo dejaremos por el momento aquí. Habrá tiempo de seguir profundizando en esto un poco más adelante. El dinero es una creación del hombre, lo que significa que, por definición, no puede quedar fuera de su control y conocimiento.
He ayudado a gente con sus problemas de relación con el dinero y con su economía en general. Me empecé ayudando a mí mismo y no escribo nada que no me haya funcionado a mi primero. Sea quien sea la persona que tenga ahora mismo este texto en sus manos, debe tener en cuenta que nada, insisto, nada de cuanto lea, escuche, aprenda o le digan, en relación a cualquier materia, debe ser aceptado si no le funciona realmente cuando lo lleve a la práctica. Esta es la prueba de fuego, el bautismo de toda teoría o conjunto de recomendaciones: Póngalo a prueba en su día a día. Deseche lo que no le sirva de verdad y quédese únicamente con todo lo que le ayude, lo que mejore su calidad de vida, lo que sinceramente le venga bien. Esta es la evaluación definitiva a la que someto todo lo que estudio y aprendo. Y es la que le recomiendo a usted. Por supuesto, este libro y cuanto en él expreso no es una excepción. Todo lo que expresaré en esta obra me ha funcionado y me sigue funcionando, mejorando mi forma de pensar, de trabajar y, a los efectos de este libro, entendiendo la Economía desde una perspectiva diferente. Es mi forma particular de relacionarme con el dinero y puede que algo de cuanto a mi me viene sirviendo, también le sirva a usted. Si es así; Si una sola página de esta obra contiene alguna 23
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información que pueda servirle a mejorar su relación con el dinero, su forma de entender la Economía y el modo de aplicar ese conocimiento en su vida diaria para mejorarla, este libro al completo habrá merecido la pena. Aunque sólo sea una página de todas las que quedan por leerse a continuación, la que esté llamada a aportarle algo. Como digo, lo que siempre he oído en relación al término dinero son problemas, quejas o sensaciones vinculadas a dificultades, a la escasez o a ideas similares. Es realmente difícil encontrar a personas que mantengan una buena relación con su dinero o con la Economía en general. Incluso a muchos a quienes las cosas les van bien o parecen tener una vida económicamente viable, temen por la continuidad de esa “racha”. Esperan y rezan porque la suerte no les dé la espalda. Esta es otra constante que he observado en relación al dinero: Parece que la mayoría de la gente lo vincula en gran medida a la suerte. A los vaivenes. Los buenos (pocos y escasamente duraderos) y los malos (de más larga duración y que pueden hacer estragos en una familia o un patrimonio convencional). Se le otorga por tanto al dinero un carácter propio, una especie de personalidad. Lo tratamos como si él decidiera por sí mismo a qué bolsillo llegar y de cuál huir. Es como si el dinero y sus rachas, decidieran por nosotros si acompañarnos y proporcionarnos un pequeño período de bienestar; O, por el contrario, de forma caprichosa, optara por abandonarnos aunque, eso sí, dejándonos deudas y el agua al cuello. ¡El dinero pensando por sí mismo! Y sobre el que no tenemos control alguno. Dueño de la casualidad y provisto de voluntad propia. Las personas en fila y con caras de buenos viendo siempre cómo el dinero escasea, porque eso es lo que se supone que debe hacer el dinero: Irse de las manos; Tardar en llegar; No cubrir 24
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las necesidades que tenemos. De lo contrario, no sería dinero, sería cualquier otra cosa más sencilla de controlar y de entender. Algo que estaría a nuestro servicio y no sobre nosotros, dirigiéndonos. Demasiada gente aplica estas etiquetas al dinero en particular y a la Economía en general, pese a que así escritas pueden parecer ridículas. Es algo propio del género humano considerar suerte o dotado de vida propia todo aquello que no controla o no sabe dirigir. Si su misma experiencia no ha formado parte alguna vez de esta forma de pensar; Si puede reconocer sinceramente que nunca ha pensado así, o que no se identifica en modo alguno con cuanto aquí expongo a modo de introducción, puede dejar este libro porque no le aportará nada. Por supuesto, no se vaya sin mis más sinceras felicitaciones ya que será usted una afortunada excepción. Pero si le suena como propio algo de lo que ha leído hasta ahora, o reconoce que es la forma común en que se considera al dinero entre la inmensa mayoría de las personas, le recomendaría que siguiera leyendo. Haremos un profundo ejercicio de evaluación de conceptos erróneos y mejora de criterios. Las probabilidades de que una decisión sea errónea en materia económica es directamente proporcional al número de persona que coinciden en estar de acuerdo con ella.
Yo mismo he formado parte del inmenso grupo de personas (9 de cada 10) que experimentan sensaciones de escasez o dificultades económicas en alguna etapa de sus vidas. He tardado mucho en cambiar mi forma de considerar al dinero. Me ha costado bastante trabajo darme cuenta de que no tenemos la adecuada relación con nuestra economía, como para dejar de verla como algo inaccesible o problemática y comenzar a tenerla como algo que depende de nosotros y que, por lo tanto, trabaja para nosotros. 25
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No sabemos pensar de forma adecuada en materia de dinero, entre otras razones, porque no se nos ha enseñado a hacerlo. Tampoco ha interesado mucho que lo hagamos. Pensar por uno mismo, sin conceptos equívocos y libres de mentiras es un ejercicio tan necesario y digno, como peligroso para quienes se lucran por ese desconocimiento general. Hubo un tiempo en que el dinero me trajo de cabeza. No lo ganaba y cuando llegaba se escapaba con la misma facilidad con la que el agua encuentra siempre filtraciones en el asfalto. Mis servicios profesionales tenían que ser baratos o, de lo contrario, no era capaz de encontrar la forma de que se contrataran. En cambio, lo que yo necesitaba adquirir en el Mercado siempre era caro. Los demás sí decidían el precio de sus productos o servicios, sin discusión. Parece que lo que tiene que ser barato es siempre lo que uno ofrece, mientras que lo caro parece ser irremediablemente lo que necesitamos adquirir. No sé en qué parte leí un viejo proverbio oriental que hace alusión a que un perro, en busca de su propio rabo, da vueltas y vueltas persiguiéndolo sobre sí mismo y nunca lo alcanza. Pero si ese mismo perro decide obviarlo, no perseguirlo, no obsesionarse con su rabo, éste le sigue a todas partes. De repente, el perro descubre siempre va con él a todas partes. Este relato suele aplicarse a algo tan resbaladizo como la suerte, pero yo lo amplío al concepto del dinero. Funciona de manera similar gracias a nuestra tendencia a equiparar los conceptos dinero y suerte. No he encontrado ninguna fórmula mágica para enriquecerse o para que el dinero se reproduzca. Espero que no esté desilusionado el lector porque, si le dijera lo contrario, le estaría engañando. Por desgracia, también parece que nos agrada demasiado que nos engañen en relación a nuestro dinero. Si busca algo de eso, lo encontrará en la sección de ciencias ocultas de cualquier librería entre la magia, la brujería y demás 26
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disciplinas de escasa seriedad. No van por ahí los tiros. No, al menos en este libro. Se trata más bien de tomar el control de nuestros conceptos sobre la Economía y sobre nuestra forma pensar en términos económicos. El dinero, tan necesario para todo y tan esquivo. Lo necesitamos para coger un taxi, comprar comida, tener una vivienda digna (ya sea alquilada o en propiedad); Es necesario para vestirnos a nosotros y a los nuestros, porque podemos estar dispuestos a pasar frío, pero no debemos permitir que el dinero falte si de mantener calientes a nuestros hijos se trata. Es la justa retribución a nuestro mes de trabajo; Es el futuro de nuestra senectud en forma de pensión; Es lo que nos permite estudiar, garantiza nuestros ocios o nos protege cuando la cosa se pone fea. Pero, pese a ser tan cotidiano, tan necesario, qué caprichoso resulta. Le permitimos reglas propias. Parece tener su particular criterio porque, o le gustamos o nos abandona tardando en volver. Entre los errores más clamorosos que todos hemos cometido alguna vez con la Economía está el pensar que no depende de nosotros, que tiene personalidad propia. Convencernos de que el dinero decide mientras la persona espera y acepta con resignación. Esto ha esclavizado a generaciones enteras y es uno de los más grandes errores a cometer, pero hay muchos otros y los solventaremos a lo largo de esta obra, si el lector decide pensar de una forma libre y diferente a como lo venía haciendo hasta el momento. Cambiaremos a planteamientos extravagantes a veces, sí quizás, pero que revolucionarán su manera de relacionarse con el dinero y de tratar sus finanzas personales para que dejen de ir en su contra y comiencen a aliarse con usted. Este libro trata de que no se nos engañe y, sobre todo, de darle la vuelta a mucho conocimiento mal asentado en nuestro subconsciente que mantiene a demasiada gente sin el control de su 27
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propia economía o, lo que es bastante peor, con este control cedido a terceras personas o circunstancias. Se trata sencillamente de aprender a repensar en nuestra economía, la cual se desarrolla a cada paso que damos. Con cada café que tomamos, cada precio que miramos en una tienda, cada capricho que nos permitimos o que nos negamos. Con cada viaje que planificamos, cada presupuesto que damos a un cliente o cada elección que hacemos y que nos cuesta dinero o que implica pagar o cobrar, hacemos Economía. Nos conviene tener las cosas claras y, sobretodo, dirigir nosotros mismos los conceptos sobre los que se basará esta relación nuestra con el dinero. Mucho de cuanto va a leer en las siguientes páginas será extravagante. No se parecerá en nada a su forma de pensar hasta el momento. Y eso debería entusiasmarle porque, más que probablemente, su manera de entender el dinero o de operar en materia económica hasta ahora ha sido errónea. De forma que cambiar de prisma no le va venir muy mal, dados los antecedentes de nuestro modelo de criterios. Le voy a invitar a que reconsidere muchas cuestiones hasta ahora aceptadas e implantadas en su subconsciente más profundo, y a que reasignemos nuevos significados a términos que usted creía tener dominados o que, cuanto menos, creía saber qué significaban. Tenga en cuenta que lo comúnmente aceptado, ni tiene por qué ser cierto ni correcto. Y desde luego, no pierda nunca de vista el hecho de que el sentido común no es el más común de los sentidos cuando de dinero se trata. La gente (incluidos muchos especialistas y analistas que viven de esto) se encuentran muy perdidos. Lo veremos más adelante. No todo le servirá. Tampoco lo pretendo. Pero si al llegar a la última página de este libro piensa por lo menos de forma independiente, con sus propios principios y sin aceptar las cuestiones relacionadas con el dinero tal y como le digan o le 28
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marquen como por imperativo divino, entonces el objetivo estará cumplido y ya el dinero no será el enemigo en su vida, ni la Economía esa ciencia hermética que sólo unos iniciados parecen controlar y que usted padece. Cuando muchos hagan una misma cosa, o dispongan de una misma información en cuestión de dinero, es hora de comenzar a pensar justo lo contrario.
Vamos pensar de forma distinta porque para observar el dinero desde un prisma común siempre se puede comprar la prensa diaria, o podemos ver el informativo de las tres de la tarde. Esa es la opinión publicada. Para eso no tenemos que esforzarnos. Es lo establecido, lo fácil. Enlatado y servido calentito para que no haya que mover ni una sola neurona. Creer a ciegas es siempre más sencillo que pensar por uno mismo. Por eso los dogmas de fe tienen tantos adeptos. Ahorran mucho esfuerzo aunque esclavicen. Pero nosotros vamos a ser un poco extravagantes. Nunca está demás. Incluso, si lo pensamos claramente, veremos que tampoco tenemos muchas otras opciones: Lo que hemos venido haciendo hasta el momento en relación al dinero, sencillamente, no funciona. De manera que salirnos de una vía que no lleva a ninguna parte para explorar por nuestra cuenta, siendo independientes, no puede ser más que sano.
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CAPÍTULO I Corrigiendo Errores Reprogramando nuestra mente para una forma diferente de entender la Economía.
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(Póster internacional Believe nothing) No creas nada, no importa dónde lo hayas leído o quién lo haya dicho, incluso si lo he dicho yo, si no está de acuerdo con tu propia razón y tu propio sentido común. BUDA
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CORRIGIENDO ERRORES
"El hombre inteligente aprende de sus errores. El sabio, aprende de los errores de los demás." Arturo Adarme Vasquez
Son tantas las confusiones y los errores en los que cae la inmensa mayoría de la gente cuando se trata de dinero, del Comercio o de la Economía, que es necesario empezar tirando por tierra un gran número de conceptos tergiversados, mal establecidos conscientemente o no, con los que operamos en materia de dinero sin saber que son falsos, o peor aún: Nocivos para nuestra prosperidad. Porque mientras no sepamos que estamos equivocados o que tergiversamos involuntariamente muchos aspectos relacionados con la Economía (incluso con la más básica, la de nuestros propios bolsillos) estaremos condenados al fracaso en la gestión de nuestros recursos y a perderlos, incluso sin saber a dónde van, por dónde y por qué se nos escapan. De forma que vamos a comenzar eliminando un montón de ideas falsas, junto a otra montaña de conceptos mal entendidos, para 35
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sustituirlos después por la información adecuada con la que siempre debimos operar para nuestro propio bien en materia de prosperidad. Es posible que conforme avance en esta libro se lamente interiormente del tiempo que ha pasado usted pensando de manera equivocada e involuntariamente confundido, de forma que muchas operaciones económicas realizadas a lo largo de su vida y no pocas decisiones han estado destinadas al fracaso, por no haber contado antes con un “recalibrado general” de los conceptos relacionados con el dinero, la Economía y el mundo del comercio. Una “puesta a punto” que debe incluir un cambio de piezas (conceptos) bien arraigados pero mohosos que han impedido nuestro éxito profesional y personal con el peculio. Pero no pasa nada, aquí hemos venido a saber cada día un poco más. Lo que verdaderamente importa es que a partir de ahora las cosas pueden y deben cambiar en materia económica para nosotros. Y van a cambiar por la simple razón de que vamos a empezar evaluando las cosas sin los prejuicios externos y sin los criterios comunes que le han mantenido hasta el momento en el multitudinario vagón de cola de quienes siempre pierden dinero o, lo que es igual, no saben conservarlo y hacerlo crecer. Vamos a pasar a la cabeza del pelotón. Ahí donde unos pocos, que sí saben cómo pensar porque tienen la lección bien aprendida, hacen que la Economía juegue a su favor y el dinero no sea el motivo de una constante lucha interna, sino un elemento aliado en su día a día. Otra cosa más: Si este libro va a tratar permanentemente de romper criterios ajenos y mal instalados en nuestra forma de pensar, quiero que quede claro que con estas páginas deberá hacer lo mismo que le aconsejo con cuanto lee o escucha de otras fuentes: No se crea nada de lo que lea aquí si no lo pone en funcionamiento y marcha. Nada que no pase la prueba práctica de hacernos la vida mejor y aportarnos satisfacciones personales, debería pasar el filtro de nuestra aceptación personal. 36
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Lea, involúcrese, pero no dude en llevar a su día a día lo que considere más adecuado para usted de esta obra. Y ahí es donde debe batirse el cobre todo lo que encuentre en estas páginas. Las palabras bonitas pero sin eficacia no sirven para nada. Usted no ha querido comprar poesía por su belleza cuando ha elegido este libro (por cierto, la poesía, más allá de su métrica y rima, enriquece el alma de quien la lee y, desde ese plano, enriquece tanto o más que una obra pragmática). Yo he recogido aquí todo lo que a mí me ha servido y cuanto empleo a diario en mi esfera personal y profesional. A mí me funciona y creo que merece la pena compartirlo, pero es a usted a quien le debe funcionar. Ha comprado este ejemplar y yo he adquirido una deuda con usted: Hacer que, a cambio de su dinero, algo de lo que aquí expongo le sirva. En ese caso, esta compra habrá sido una buena inversión, pues el lector habrá logrado un retorno superior a los euros que le ha costado este libro. Pero, precisamente para eso, pruébelo todo. Esta no es una obra teórica. El dinero es práctico, su Economía también lo es, y cuanto aquí se explica debe ser llevado al campo de batalla. De forma que empecemos por cambiar el prisma y acabemos con unos cuantos errores que nos han costado mucho, pero que mucho dinero, a lo largo de nuestra vida.
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LA NEUTRALIDAD DEL DINERO O el primer error: Creer que el dinero tiene personalidad y valor propio.
"De lo que veas, créete la mitad. De lo que te cuenten, nada.” Bruce Lee
La primera en la frente, como me solían decir cuando era pequeño, al encargarme cualquier tarea y, directamente, la hacía mal o no la cumplía. El primer error con el que lidiamos todos y del que aún muchos no se han librado es creer que el dinero, por sí mismo, vale algo. Lo tratamos con reverencia cuando lo tenemos, y lo ansiamos cuando nos falta. No queremos gastarlo, especialmente porque previamente nos ha costado bastante esfuerzo ganarlo. De forma que ya, desde el primer momento, estamos inconscientemente dándole al dinero un valor en sí mismo. Como, por regla general, escasea o suele faltarnos casi siempre para mucho de lo que necesitamos, pasamos a creer que es algo difícil de obtener. Es valioso porque no se deja ver. Es esquivo. Así lo etiqueta nuestro cerebro de manera automática. 39
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El error no acaba ahí. Se hace más grande si pensamos en el siguiente fallo que complementa a este primero de creer que el dinero, por sí mismo, tiene valor o una personalidad propia: Pensar que los diferentes billetes tienen un valor propio en virtud de la cantidad que representan. Es decir, que si tomamos los billetes de euro, como referencia, todo hijo de vecino estará de acuerdo con que un billete de 100 euros, vale menos, que uno de 200. Y, por supuesto, un billete de 500 tiene mucho más valor que uno de 50. Esto lo saben hasta los niños. Al fin y al cabo, quién no tiene claro que con un billete de 50 euros se compran muchas menos cosas que con uno de 500 euros. Aquello que virtualmente nos abre las puertas a mucho más disfrute o a una muy superior capacidad de adquirir, vale más, parece evidente… Por tanto, está clarísimo para la forma común de pensar, no sólo el dinero (en forma de billete) tiene valor por sí mismo, sino que dependiendo de la cantidad y el color, el papel moneda tiene jerarquías. Pues bien, si a lo anterior le llama usted lógica aplastante, lo único que encontrará es que lo que acabará aplastándole será su propia lógica, errónea. Que un planteamiento sea lógico, no implica que sea correcto o que lleve a lo cierto. La lógica es un procedimiento de resolución de problemas, pero no la garantía de su solución. El dinero, por sí mismo, hace siglos que dejó de tener valor. En un principio, cuando las monedas valían su peso en el metal precioso en el que estaban acuñadas, tenía cierto sentido reverenciar la bolsa errada (como la llamaba Cervantes). Porque el peso en oro del peculio, tenía un valor con total independencia de que la cara representada en ella fuera la del rey o la del prohombre de turno. Lo que importaba era el oro o la plata en sí misma. Y a mayor peso de la moneda, mayor cantidad de plata u oro contenida en la misma y, por tanto, más valor de cambio y riqueza se detentaba. 40
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En esos tiempos y bajo esa fórmula, sí era excelentemente lógico creer que más peso en oro valía más que tener menos monedas y, por lo tanto, menor cantidad de oro en los bolsillos. Pero es que en el peor de los casos, las monedas que llevásemos en nuestras bolsas siempre podían fundirse y el peso del oro o de la plata resultaba el mismo. Desaparecía el rey, el emblema y el sello, y sólo quedaba lo que valía: el metal precioso que sustentaba el valor. Pero abandonada la fórmula del valor del metal como base del dinero, nos encontramos con que un billete es un papel muerto. Impreso con todas las garantías del Estado, eso sí. Es el Banco Central de turno el que lo respalda y lo avala. Además de ser el responsable de su devaluación en situaciones de crisis, por supuesto. Le asignamos una valía, directamente relacionada con la cantidad que se representa en su grafismo y eso no es del todo correcto bajo toda circunstancia. A partir de ahí, lo que hace que le otorguemos más valor o menos a nuestro dinero-papel es la cantidad de bienes y servicios que podemos comprar con ello. Es decir, un valor completamente subjetivo que le trasladamos al billete, sin darnos cuenta de que somos nosotros, los poseedores del dinero, quienes tenemos un amplísimo margen de determinación del valor de nuestro dinero, con total independencia de la cantidad de billetes que atesoremos o de la cuantía que figure en su diseño. Me explicaré con un par de ejemplos sencillos, para que el lector deje de creer que es el dinero el que vale algo por sí mismo, porque viene recubierto de oficialidad, para pasar a darse cuenta de que todos nosotros tenemos mucha más capacidad de influir y determinar el valor de nuestros patrimonios, del que creemos a priori. Supongamos que disponemos de 500 euros, en un único billete (de esos azulados que todo el mundo bromea con que ve poco o que casi no existen) y que se nos dan 24 horas para gastarlos en un mismo centro comercial. Ese centro 41
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comercial tiene dos alas. Una de ellas se expande a nuestra izquierda y está llena de tiendas con primeras marcas a precios muy encarecidos. Desorbitados incluso. Sabemos, con sólo mirar sus escaparates, que compraremos pocos artículos con nuestros 500 euros. Pero miramos el billete, ¿se ha devaluado?. No. Todos coincidiremos que el valor de nuestros 500 euros está intacto. Cundirán muy poco en las tiendas del ala izquierda del centro comercial, porque los precios de todos los establecimientos asentados ahí son muy elevados. Pero, chico, 500 euros son 500 euros, nos decimos. Ahora giramos el cuello y prestamos atención al ala derecha que se nos abre imponente en el mismo centro comercial. Se trata de un área llena de tiendas de idénticas marcas y boutiques que en el caso anterior, pero en esta ocasión, todos los establecimientos lucen en sus escaparates reclamos de rebajas, descuentos y precios bajos. Los mismos bienes, servicios y prestaciones idénticas pero a la mitad de precio en las tiendas de este ala del centro comercial. Con el mismo dinero podremos comprar muchos más artículos, quizá hasta el doble que si optamos por adentrarnos con nuestros 500 euros en el ala izquierda de aquellos mismos grandes almacenes. Volvemos a mirar nuestro billete: ¿Acaso vale más?. También responderemos que no. Lo avala el mismo Gobierno, y el Tesoro del país que lo expide es el mismo que hace un momento. En los últimos cinco minutos no se nos ha informado de ningún crash financiero que haya hecho que la moneda no valga nada. De forma que llegamos directamente a la conclusión de que seguimos teniendo 500 euros con total independencia de los factores externos que puedan hacer que nuestro billete ahora nos cunda más. Y ahí está nuestro error más importante. El primero de todos. El que más comúnmente cometemos a diario y el que más nos empobrece, aún cuando tengamos más o menos la misma cantidad de dinero que otras personas. Creemos que el dinero vale lo mismo en una y otra circunstancia y que ese valor es inmutable y externo. Que no lo controlamos. Que es objetivo y que no tenemos
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nada que hacer al respecto, porque otros determinan su valor por nosotros. 500 euros son siempre 500 euros aunque está claro que, dependiendo de nosotros y nuestras elecciones (más bien dependiendo de nuestra forma de pensar en cada caso), la misma cantidad puede hacernos acceder al doble de bienes y servicios, o a menos de la mitad. Y ahí la política económica que marque nuestro Gobierno no interviene en lo más mínimo, se lo garantizo. Estoy aquí para decirle a través de esta primera anécdota (por cierto, bastante común pues todos los años vamos de rebajas al menos un par de veces) que el verdadero Banco Central que le da valor a su dinero, al que tiene en su bolsillo o en su cuenta, es usted y sólo usted. Si tenemos la libertad de gastarlo, invertirlo o cambiarlo por los bienes y servicios que queramos, tenemos también la libertad (desconocida para muchos) de determinar su valor. El billete tiene un valor, eso es indudable, pero no es inalterable, no lo marcan otros, ni lo retiene el dinero en una especie de personalidad propia. Es mi intención crear en la mentalidad del lector una ruptura, un quiebro, para que comience a observar la gran capacidad que tiene a la hora de determinar cuánto vale su dinero. Cuánto vale para él. En qué lo empleará y qué procesos mentales determinarán su elección de ahorrar, gastar o invertir. ¿Comprará artículos aún sabiendo que en el mismo Mercado libre puede encontrarlos de idénticas calidades por mucho menos precio? Con lo que su dinero valdrá menos. ¿O sondeará posibilidades para que el mismo billete, con su valor aparentemente inicial, le cunda el doble y le permita comprar más bienes y más servicios con la misma cantidad de euros, con lo que su dinero doblará su valor? De momento, acabamos de ver que el mismo billete puede duplicar o dividir su valor en dependencia directa de nuestras propias decisiones. Tenemos más capacidad de influencia 43
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directa sobre nuestra economía de la que creíamos. Y grabar esa conclusión en nuestras mentes es más de lo que necesitamos, por el momento. Otro ejemplo vendrá bien para corroborar cuanto digo y tirar por tierra ese primer gran error que tenemos instalado en el subconsciente: Creer que el dinero tiene un valor que ya viene dado y es inmutable. Imagínese que una chica joven, de nombre Laura, le pide a su padre su paga semanal del viernes. Unos 50 euros. Es por la mañana temprano y Adolfo, el padre de Laura, le entrega la paga en un billete y le pide que lo gaste con moderación. Como es previsible, lo primero que hace la joven es comprar algo con su flamante billete de 50 euros y a media mañana lo tiene gastado al completo. Se hace con un par de zapatos nuevos a los que ya les había echado el ojo hacía días. Ahora ese billete está en la caja registradora del encargado de la zapatería, cuando un empleado de la tienda le informa que se ha roto una tubería del baño del establecimiento. El encargado llama al fontanero y éste, tras el desplazamiento y el arreglo, le cobra al responsable de la zapatería 50 euros. Con lo que el comerciante le entrega el billete que acaba de ingresar hace un rato. El fontanero con su dinero en el bolsillo se mete en su coche y se dispone a hacer un largo viaje pues tenía previsto un trabajo especial desde hacía un par de días, pero la emergencia de la zapatería lo había distraído. De forma que se dirige a una gasolinera cercana para llenar el depósito y así salir a carretera con tranquilidad. El billete de 50 euros hará que llenar el depósito no le cueste nada. Al fin y al cabo, lo acaba de ganar esa misma jornada en la zapatería de la que acaba de salir. Trabajo que no tenía previsto hacer. Ahora ese billete de 50 euros está en la caja registradora de la gasolinera a la que Adolfo acude cada día a trabajar. En efecto, el mismo Adolfo padre de la chica con la que comenzamos esta cadena de pagos y cobros. Por cierto, Adolfo cobra 50 euros al día por su trabajo y su jefe le paga todos los viernes, de forma que esa misma noche, antes de regresar a su casa, llevará encima el mismo billete (o la misma cantidad) que a primera hora de la mañana entregó a su hija Laura. 44
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Si los que más saben son los que menos hablan, ¿Por qué hay tantos que asesoran o afirman tener información privilegiada para compartir?
Un único billete, 5 economías. El trabajo de 4 profesionales. Servicios y bienes comprados y vendidos. ¿Quién habría pensado que todo eso se ha activado con un solo billete de 50 euros?. ¿Alguien podría creer que un mismo pago ha servido para que tantas personas trabajen para otras?. Y lo que es más importante, ¿Podría imaginarse el padre de Laura que la cantidad que regresa a él, ha sido la misma que lo ha activado todo? Si lo mirásemos en conjunto, el volumen de negocio de esta historia sería muy superior. Un analista financiero vería que se han puesto de relieve factores como el precio de los zapatos que compra Laura; El coste por hora de trabajo del fontanero; Las fluctuaciones del Mercado según el precio de la gasolina que hacen que se llene el depósito del cliente con más o menos litros de carburante… Si lo miramos desde un punto de vista reduccionista, tendríamos que minimizar los 50 euros entre todas las personas, bienes y servicios que se han visto movilizados por una cantidad tan modesta, en la misma jornada. Pero eso haría que todos los que han participado en la historia cayeran en depresión, porque nadie habría ganado nada por sus servicios y el trabajo de todos estaría devaluado a casi una cuestión de céntimos de euro. Pero ¿Cuál es el auténtico prisma que debemos emplear para ver la moraleja de esta anécdota?: Pues que el dinero por sí mismo no tiene un valor determinado que se nos imponga sin que tengamos nada que decir al respecto. El dinero es sólo un medio de pago que, en nuestras manos, activa servicios y recursos que hacen que el mismo billete valga más o menos, en directa dependencia de nuestros criterios personales. Nosotros lo movilizamos, nos 45
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servimos de él o nos esclavizamos, pero el valor del mismo, realmente, lo determinamos nosotros con nuestros actos de comercio constantes. Se trata de que relativicemos bastante más el valor que le otorgamos al dinero, por sí mismo. No lo tiene. El valor de la moneda es delegado. El que le otorgamos nosotros. No podemos sacarnos a nosotros mismos de la ecuación de nuestra economía. Cuando lo hacemos, perdemos el control y la perspectiva de nuestro dinero.
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EL DINERO COMO MEDIO Y NO COMO FIN O el segundo error: Creer que la riqueza está en el dinero en sí mismo.
“El dinero es la felicidad humana en abstracto. En consecuencia, aquel que no es capaz de ser feliz en concreto, pone todo su corazón en el dinero.” William Shakespeare
Nos pasamos la vida entera tratando de ganar dinero. Para eso trabajamos. Para eso ahorramos. Para eso queremos que nos toque algún premio o esperamos recibir por sorpresa alguna cantidad extra con la que no contábamos a priori. Almacenarlo, ya sea en el banco o en metálico dentro de un sobre en casa, es motivo de orgullo y señal de que tenemos un patrimonio económico algo saneado. Aviso ya aquí que hay muchos tipos de patrimonios que influyen directamente en nuestra economía y que pasamos por alto por no considerarlos parte integrante de nuestra riqueza. Por ejemplo, olvidamos que nuestro talento individual es patrimonio en estado puro. Sin él, sea cual sea ese talento que 47
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destaca en nosotros en particular, sería imposible que lográsemos ganar dinero, conseguir un trabajo, mantenerlo o lucrarnos. Pero con cuánta facilidad menospreciamos las ideas, la paciencia, la inteligencia, la capacidad de adaptación o lucha… Factores todos sin los cuales, obtener dinero (que pensamos que es el único sinónimo de patrimonio) sería imposible. Nos sentimos tranquilos cuando tenemos dinero sobrante. Si hemos podido cubrir nuestros gastos, tapar algún que otro agujero, o darnos cierto capricho y, después de todo, hemos logrado guardar algunos euros en el sobre mental de nuestras reservas, es como si durmiéramos mejor por las noches. Nos sentimos solventes, dueños de nuestros recursos, buenos administradores en definitiva. Todo ese cúmulo de emociones provoca el saber que todo está en orden y que nuestras cuentas salen, incluso con algún sobrante. Y todo lo contrario, por supuesto: El desasosiego de saber que carecemos de dinero procede de la inseguridad de percibir que no podríamos hacer frente a algún imprevisto que la vida nos tenga reservado. Es mucho más que una simple sensación de agobio por no llegar a final de mes o de tener que recortar gastos para distribuir nuestros recursos por prioridades, eliminando lo superfluo. No, la ruina económica es mucho peor que todo eso, en cuanto a sensaciones. De hecho, el no poder hacer frente a determinados gastos o pagos regulares es la menor de las preocupaciones para quien carece de recursos. Ante todo, aparece la sensación de inutilidad. Uno piensa que su valía merma, que no es capaz de salir adelante, que no vale para trabajar o que su Valor de Mercado es cero. Se siente vergüenza si no podemos proporcionar sustento o seguridad a los nuestros, de forma que poco importan los terceros. La ausencia de recursos resta dignidad a la persona. Lo saben bien los que alguna vez han tenido que pedir algo de dinero prestado a un familiar o un amigo. No es un trago fácil. 48
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Uno y otro caso tienen algo en común: Las sensaciones subjetivas que le damos al dinero. Y, en concreto, a su tenencia o a su carencia. Nuestra sensación de seguridad va vinculada a la cantidad de dinero que podemos generar o que, por el contrario, nos falta. Y eso es un grave error de percepción que conviene corregir, si no por nuestra propia salud mental (que sería el objeto de un libro de psicología completo per se) sí al menos para la mejora de nuestra propia economía. Nuevamente insisto en que el dinero, como objeto, es neutral. Lo que nuestro cerebro etiqueta es la cascada de sensaciones que experimentamos si nos sabemos poseedores de dinero o carentes del mismo. De nuevo, le estamos transfiriendo a la Economía un poder sobre nosotros, y en eso consiste el principal error de nuestra sociedad. De nuestra forma de pensar en términos económicos. Es el dinero (tenerlo o no; que sobre o no) lo que nos califica a nosotros, cuando lo procesamos así. Tenemos claro que alguno de los parámetros básicos de nuestra vida puede fallar, porque si tenemos reservas podremos salir, más o menos, adelante. Pagando se arreglan muchos de los problemas que podrían surgir. Es casi, como invitar a que sucedan imponderables, por el hecho de estar seguros de que podríamos solventarlos pagando. De hecho, hay más de un estudio psicológico relativo a que muchos problemas surgen cuando uno tiene las espaldas cubiertas porque “sabe” que podría solucionarlos. En contraposición, otras personas que no disponen de excesiva liquidez, no experimentan determinados imponderables porque, sencillamente, no se podrían permitir salir de ellos. Es como decirle a la vida que valemos para salir adelante únicamente y en la medida en que tenemos recursos. Careciendo de los mismos no valemos, no somos tan valientes, ni tan buenos… Es como si no fuéramos nosotros o, al menos, no el “nosotros” que deberíamos ser.
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Si piensa que estoy siendo radical en mis planteamientos, enhorabuena, no ha pasado usted por una crisis económica. Por eso no conoce, afortunadamente, o no se siente identificado con lo que acabo de describir. Muchos otros han experimentado, palabra por palabra, lo que aquí describo. Créame, es más cómodo leerlo. Pero nuevamente tendremos que centrarnos en corregir otro error vinculado a nuestra forma de entender la Economía: Que el dinero no es el fin, sino el medio. Ya sé que esta frase suena a texto de autoayuda y superación, pero no van por ahí los tiros en este caso. Estoy siendo más pragmático de lo que piensa. El dinero es un medio de cambio, pero su detentación por sí misma, no puede aportarnos el valor de uso que es para lo único que sirve un patrimonio. Ejemplos, como siempre, nos harán verlo mucho más claro. Supongamos que somos sometidos a un proceso judicial que nos quita el sueño. Por supuesto somos inocentes y, además del trance en sí que representa el asunto, cargamos con la presión de sabernos ultrajados y acusados sin razón con todo lo que eso implica anímicamente. Lo pasamos mal porque hay un verdadero riesgo de ser juzgados por la vía penal. Sufrimos porque, al margen de demostrar nuestra inocencia, hay muchos factores que pueden influir en que salgamos ilesos del trance y que no tienen nada que ver con la culpabilidad o no. Factores que no dependen al cien por cien de nosotros y que, bien o mal dispuestos, pueden hacernos ganar o perder el juicio que, por ser penal, resulta decisivo en nuestra vida personal. Poder contratar a un buen abogado (no a uno del montón), de forma que nos sintamos protegidos y bien asesorados, es fundamental. Pero los buenos abogados cobran elevadas sumas por sus servicios. Y, no obstante, no es el momento de ahorrar ni escatimar. Se trata de nuestra propia seguridad procesal, no de recurrir una multa de tráfico cualquiera. Justo en la parte final de la investigación a la que estamos siendo sometidos por un juzgado de instrucción, y tras meses de noches sin dormir y sufriendo por lo indeterminado de nuestro futuro, nuestro buen y caro abogado 50
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nos anuncia por teléfono que ha logrado un preacuerdo con la parte contraria y con el correspondiente Fiscal mediante el cual, a cambio de una generosa suma de dinero, se podría poner punto final en cuestión de días al trance por el que llevamos meses pasando nosotros y nuestra familia, así como a la investigación judicial de la que somos objeto, e incluso suspenderse la vista que nos juzgaría. Si se retira la denuncia, no hay proceso. El acuerdo es simple y se cuantifica de manera que, en este caso, desembolsar esa cantidad, conlleva librarnos de todos los riesgos inherentes a un Juicio Penal que se pueda ganar… o perder. En esta situación, tenemos un dilema: O bien considerar que el dinero tiene el valor del número de cosas que se pueden hacer con él y que dejaremos de poder comprar e incluso disfrutar si lo entregamos a la parte contraria (que nos acusa injustamente y nos está extorsionando, colocándonos en una posición muy delicada); O adjudicarle otra medida al valor de ese dinero del que nos desprenderemos: El valor de nuestra libertad y seguridad.. Tenemos claro que con ese montante dejaremos de hacer un viaje, comprar un coche o pagar algunas deudas que incluso nos resistíamos a abonar con tal de poseer la tranquilidad de disponer de esos ahorros. Pero, el dinero en sí no tiene valor alguno, más que el que determinemos nosotros, sus poseedores. De forma que, para el inversor inteligente (porque esto no dejaría de ser una inversión en seguridad jurídica) ese dinero tendría un valor mucho más elevado en esta situación extrema: El de poder comprar nuestra tranquilidad diaria y eliminar un elevado riesgo, de los que pueden cambiar una vida entera para mal. Si algo es simple, es probable que sea la solución. Si algo es complicado de entender, seguramente ahí está el problema
De forma que, en una situación tan delicada como la anterior, sólo un idiota se plantearía que el dinero tendría el valor de su posesión. Hay situaciones en la vida en las que, precisamente, el hecho de deshacernos de una importante 51
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cantidad de dinero es lo que le confiere valor al mismo. Tenerlo almacenado y sabernos prósperos, pero ir a la cárcel por no haber sabido emplear adecuadamente una oportunidad de usar nuestros recursos, habría sido la elección poco inteligente. Una incorrecta decisión y, en términos económicos puros, una pésima inversión por parte de la persona que prepondera el dinero, por su tenencia, a la ayuda que en un caso extremo nos puede aportar perderlo. Eso hubiera sido confundir el medio con el fin. El dinero es siempre y únicamente un medio para la satisfacción de nuestras necesidades, sean éstas las que sean en cada caso. Esto no puede perderse nunca de vista. No hay necesidades más justas que otras. Ni más éticas o aceptables que otras. Cada cual y sus circunstancias (Ortega y Gasset dixit) es soberano en su vida y cuanto le sucede en cada instante, es la base indiscutible de su existencia presente. Sobre eso, no caben etiquetas de adecuado o inapropiado. Por ello, cuando se confunden el medio y el fin (o el dinero por el hecho de poseerlo, frente al uso que al dinero debemos darle para procurarnos lo que precisamos) nuestra economía y nuestra propia vida se tambalean. Creer que el valor del dinero viene determinado por éste, o por su posesión, sin atender al hecho de que cada situación de nuestro día a día, genera nuevas fórmulas de valorar nuestros recursos económicos, es un error muy común. Y sin embargo puede ser gravísimo. En el ejemplo extremo anterior, el inversor inteligente (aunque quizá un poco extravagante) habría visto claro cuál era el bien de máximo valor que debería comprar con sus ahorros, de entre todas las opciones. En realidad, de entre dos únicas opciones: Opción A: En la que el bien máximo a procurarse con dinero es saberse con liquidez, pero con enormes posibilidades de
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sufrir un proceso judicial injusto, que podría hacerle acabar en la cárcel si todo se tuerce. Opción B: En la que el bien máximo a procurarse con dinero sería la libertad y la tranquilidad de eliminar un trance determinante en su vida. En la opción A no sirve de nada el dinero. Si vamos a la cárcel, aunque conservemos nuestros ahorros, habremos sido bastante poco inteligentes y soberanamente estúpidos, de paso. Y además habríamos protegido nuestros ahorros sin reparar en que el dinero siempre debe servirnos a nosotros de escudo protector frente a las dificultades, y no a la inversa. ¿No es ridículo que el protegido termine custodiando al guardaespaldas aún a costa de su propia seguridad personal?. ¡La persona anteponiéndose ella misma en la línea de fuego, para que su dinero no sufra daño alguno!. El mundo al revés y, sin embargo, cuántas ocasiones en nuestro día a día vemos a la gente actuar de esta forma tan irracional. Es nuestro patrimonio, sea elevado o escaso, el que debe proporcionarnos protección a nosotros y no a la inversa. El dinero no puede preponderar sobre quien lo posee. Esto es, sencillamente, una aberración de concepción elemental. En la opción B podríamos tener el tiempo, la libertad y la capacidad de volver a rehacernos y quizá recuperar lo que ahora pagamos. Pero para todo ello, previamente, nuestros recursos deberían proporcionarnos el bien de máxima valía: La garantía de la libertad y la seguridad, en este caso. Confundir el medio con el fin, en situaciones como la anterior, puede ser fatal. Seguro que el lector inteligente podrá suponer que hay otros ejemplos similares. ¿Qué preponderar si se trata de emplear nuestro dinero, ahorrado con los esfuerzos de toda una vida?; ¿Gastarlo y verlo desaparecer a golpe de firma en un 53
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talonario o procurarnos la mejor asistencia médica especializada en caso de padecer una enfermedad que sólo encontraría tratamiento en alguna clínica especializada y fuera de nuestro lugar de residencia?; ¿Cuál sería el fin y cuál el medio?. Es posible que cualquiera que esté leyendo este apartado reconozca la diferencia ante casos tan graves. Pero la cosa se complica en el día a día, cuando quizá nos mostremos algo más torpes a la hora de recordar que el dinero es siempre, y únicamente, un valor de cambio que vale, tan sólo, aquello que puede proporcionarnos, no lo que le asignamos como valor por el mero hecho de conservarlo. Volveremos más adelante sobre esta cuestión del dinero como medio y no como fin, con otros ejemplos y en apartados diferentes de esta obra porque el error que tenemos que corregir acerca de dejar de considerar al dinero valioso en sí mismo, y la necesidad de perderle ese respeto reverencial, abarca otros muchos casos y situaciones bastante cotidianas, que iremos desglosando.
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PRECIO VERSUS VALOR O el tercer error: Creer que el precio de las cosas determina su valor.
“Todo necio confunde valor y precio.” Antonio Machado
La ropa de marca es siempre claramente de superior calidad que aquella que no es tan cara, no se adquiere en boutiques o no lleva bordada el emblema registrado, bien visible. El coche más caro siempre es mejor. Proporciona más seguridad que cualquier otro de similares prestaciones o idéntica gama pero de precio reducido o de una escudería de menor prestigio. El hotel, cuanto más caro sea, sin duda, proporciona mejores servicios y atenciones que otros de menor precio para una estancia de similar duración. Nos guste o no reconocerlo y aunque trato de ridiculizar y extremar los prejuicios que me sirven de ejemplos para ilustrar los epígrafes, nuestra mente funciona de esta manera, de una forma más o menos consciente. Asimilamos que lo más caro es lo mejor, cuando lo que deberíamos admitir es que, al comprar lo más caro, no buscamos realmente el mejor producto o el mejor servicio, sino la reputación que ello nos aporta. 55
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No tengo nada en contra de quienes compran reputación o prestigio, siempre que lo llamen por su nombre y lo sepan. Esos no se engañan. Ya van un paso por delante. Pero aquellos que dicen amor cuando deberían decir sexo son los que, en materia económica, tienen las de perder. De manera que, bastante comúnmente, nos creamos errores en nuestros conceptos y esto es muy peligroso porque nuestra mente etiqueta la realidad a partir de conceptos básicos. Una vez damos por asimilado un determinado esquema de cosas, comenzaremos a relacionarnos con nuestra realidad en base a esos parámetros que hemos aceptado como ciertos pero que, en realidad, están tergiversados. Esto llega al extremo de enmascarar tanto nuestra percepción de la realidad que puede confundirnos de manera que a veces incluso nos mentimos inconscientemente. ¿Por qué nos engañamos al creer que pagando 900 euros por un teléfono móvil NOKIA de última generación y con lo último en diseño, lo que realmente buscamos es un Terminal?. Porque eso es mentirnos, y no discuto que debamos o no mentir a otros, pero de lo que estoy convencido es que mentirnos a nosotros mismos es el más inútil ejercicio que podemos llevar a cabo, además de un flaquísimo favor a nuestra inteligencia. Si lo que queremos realmente es solucionar un problema de comunicación o buscar un cambio básico para nuestra telefonía móvil, en ese caso, tenemos dignísimos terminales en el mercado que no superan los 60 euros. Son pequeños, cómodos, llevan cámara de fotos, melodías de mil tipos y hasta conexión a Internet. Y por otra parte (ni mejor, ni peor, simplemente en otro plano) si lo que buscamos es el prestigio del diseño y la exclusividad, no tenemos por qué engañarnos, ni buscarnos excusas ya que, seamos sinceros, casi ni nos importará que el móvil tenga cámara (como los más económicos) o que incluya Radio (prestación común en los terminales más baratos y escasamente presente en los de gama 56
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alta). Porque lo que deseamos realmente, y la razón por la que pagaremos una enorme suma, es conseguir que cuando saquemos del bolsillo de nuestra chaqueta ese flamante móvil Nokia de última generación y asombroso diseño, todo el mundo lo mire. Rogaremos que incluso algún incauto nos acaricie el ego al cogerlo (habiendo pedido permiso previamente para tocarlo, por supuesto, o lo fulminaremos con la mirada) para preguntarnos su precio, babeando por su imposibilidad de llegar a tal suma por un simple teléfono móvil. Esa sensación es la que no tiene precio… Es realmente excelente, casi orgásmica, para algunos. Y es muy digna. En eso consiste el desembolso que hacemos. No está ni bien, ni mal. Es una sencilla cuestión de elección, pero al menos, hagámoslo siendo conscientes de que en un caso queremos un teléfono, mientras que en el otro pretendemos un baño de admiración y exclusividad cada vez que suene en público nuestro Terminal y nos veamos obligados a descolgar para responder ante todos. Compañías como Nokia, Apple o HTC lo saben y sus responsables de marketing y de diseño también, pero la pregunta es: ¿Lo sabemos nosotros?. Y en caso de saberlo, ¿Estamos dispuestos a reconocérnoslo? Cuando 2 + 2 sumen 4, estás ante las Matemáticas. Cuando 2 + 2 sumen cualquier otro resultado, estás ante la Economía.
Pero, volvamos a centrarnos. El valor y el precio a veces se confunden inconscientemente porque no sabemos que las cosas tienen, para cada persona, un valor diferente, con total independencia de su precio. El dinero y su uso, tienen esa facilidad de enmascararnos las sensaciones. El hecho de elegir hotel, más allá del precio por pasar la noche en un establecimiento de 5 estrellas o en una fonda rural de 57
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tercera categoría, nos hace realizar una elección. Para unos la libertad consiste en ser tratado a cuerpo de rey, incluso con cierto fetiche, mientras que para otros la libertad estriba en necesitar lo mínimo y sentirse aislado de todo y de todos. El precio no determina en ningún caso el valor de la sensación que sentimos cuando consumimos o elegimos adquirir un determinado bien o un servicio concreto. El precio es público. La sensación y el valor son absolutamente privados. El precio lo fijan otros. El valor lo otorgamos cada cual y a cada instante, a tenor de nuestras particulares circunstancias. Seamos conscientes de ello porque la diferencia entre sernos sinceros para poder pensar en términos adecuados, cuando de economía personal se trata; O, por el contrario, mentirnos aunque sea a costa de no saber pensar adecuadamente, puede ser fatal para nuestro bolsillo. Si no se miente cuando elige algo caro por las mil razones que tiene para preferirlo; Y no se engaña al preferir lo más competitivo o económico, cuando personal y libremente lo elige así, es que su balance entre valor y precio está perfectamente calibrado. Sencillamente estará pagando lo que vale aquello que quiere. Usted ha determinado la valía personal de lo que adquiere y decide pagarlo. Punto y final. No hay, ni debe haber, nada más que añadir. Su forma de pensar en términos económicos estará adaptada a su sistema de valores que no tiene que coincidir, ni justificarse con el de ninguna otra persona. Su economía es suya y sólo debe responder a sus criterios, necesidades y pretensiones. Ni más, ni menos. Pero cuando en su concepción personal confunde el precio de las cosas (en etéreo) como el valor de las mismas (punto que nunca es general porque el valor de algo lo determina usted en sus 58
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circunstancias particulares e intransferibles) entonces su economía se resiente, y lo hace de la única manera en que sabe hacerlo: se empobrece. El valor y el precio de las cosas nunca coinciden. Lo uno no determina lo otro. Nunca, en ningún caso. A veces el salto es enorme y en otras ocasiones menor, pero nunca coincide porque no hay dos sujetos, ni dos circunstancias personales que valoren las mismas cosas de idéntica forma. De manera que eliminemos los errores que hayamos podido acuñar en la disyuntiva: Valor y precio en nuestra economía individual.
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TU ESCALA PERSONAL DE RIQUEZA Y POBREZA O el cuarto error: Creer que eres pobre o que las cosas no te van bien, o porque ves que hay gente que tiene más dinero. NOTA IMPORTANTE: El error puede ser todavía peor si crees que eres pobre o que las cosas no te van bien, porque ves que hay gente que, parece, tener más dinero.
“Si tienes, tú solo, todas estas cosas: algo de comida en la nevera, ropa en tu armario, un techo sobre tu cabeza y un lugar donde dormir; Eres más rico que el 75% de las personas del planeta. Si, además de lo anterior, tienes algo de dinero en el banco o en tu cartera, en este instante, te encuentras entre el 8% de la gente más rica del mundo” Anónimo ¿Bajo qué perspectiva ve las cosas?. ¿Tiene una mente comparativa al alza o a la baja?. Conviene que se plantee estas preguntas porque son muchos los que no saben que ya son verdaderos afortunados económicamente. Y el desconocimiento es la base de las desgracias en cualquier materia. Por supuesto es importante saber lo que nos 61
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falta, ansiarlo y tratar de alcanzarlo en la vida. De eso no cabe la menor duda. La sana ambición no sólo es legítima, sino que opera como un auténtico motor de la sociedad en todas las áreas. Pero no menos vital resulta ser conscientes de lo que ya tenemos y del hecho de que, a veces, nuestro suelo es el techo que mucha más gente de la que nos gustaría, nunca alcanzará. Prosperar y evolucionar es, más que la lógica, la naturaleza que mueve a toda persona. Esto se aplica a nuestro hogar, empleo, empresa o cualquier otro recurso del que dispongamos. Dos motores dan testimonio del valor de cuanto poseemos: Aquello de lo que carecemos y aquello que ya tenemos. Valorar, sin tener en cuenta estos dos factores por igual, es un error que nos conduce a carencias en nuestra percepción de dónde estamos. ¿Cree que todo el mundo en su ciudad tiene coche o que conducir uno propio es de lo más normal, por el simple hecho de que las calles están atestadas de vehículos que provocan atascos?; ¿Es posible que nos encontremos tan asentados en nuestra cotidianeidad que lleguemos a creer que todas las personas que se cruzan con nosotros a diario tienen sus necesidades cubiertas, o un hogar al que acudir cada noche?. Si ese es su planteamiento de partida o su visión de la realidad común que le rodea, está usted más equivocado de lo que en un principio estaría dispuesto a creer y puede que su escala personal de riqueza y pobreza no esté bien afinada. El número de personas que se deciden por un ciclomotor es cada año exponencialmente mayor. Las ciudades están llenas de motoristas en motocicletas de baja cilindrada que no pueden comprar un coche, pese a que muchos afirmarán en público que se debe a que en moto se llega antes a los sitios evitándose atascos. No todo es pragmatismo a nuestro alrededor. Detrás de no pocas excusas hay todo un mundo de carencias encubiertas. Es legítimo que se encubran, pero no debemos confundirnos por ello. 62
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El número aumenta si añadimos a los que sólo pueden conducir bicicleta, aunque estos tienen en su mayoría una excusa mejor: Todos son ecologistas y se niegan a comprar un coche o una moto por no contaminar, o porque hace tiempo que se convencieron de que hacer un poco de ejercicio es lo más conveniente. Por supuesto no todos los que conducen motocicletas o van en bici están sumidos en problemas económicos, pero también es cierto que nos sorprendería conocer la auténtica naturaleza de las decisiones de muchos de los que no conducen un coche de primera mano. De cuantos tienen un vehículo propio, que han podido comprar y pagar, más de la mitad son titulares de un coche de segunda, tercera o cuarta mano. Con esta perspectiva global, quizá no poder conducir un Porsche no sea la peor de las situaciones después de todo, ¿no es cierto?. Calibrar nuestra realidad a la luz de unos criterios personales de riqueza y pobreza en su justa medida, es crucial para poder comenzar a desarrollar un buen planteamiento económico. Piensa el triple, habla la mitad y toma una sola decisión cada vez. Llegarás lejos así. Invierte estas proporciones y tendrás suerte si permaneces donde estás.
Para saber a dónde vamos y qué objetivos económicos deseamos alcanzar, no sólo es necesario que tengamos muy claro aquello que deseamos conseguir, sino que se hace absolutamente preciso que no perdamos de vista dónde estamos de pie. Casi todo el que esté leyendo estas páginas puede tener más o menos bien definido qué desea lograr en materia de prosperidad y crecimiento económico personales, pero muy pocos saben verdaderamente en qué posición real se encuentran. Y, en teoría, esto debería ser lo más sencillo. No deberíamos necesitar más que mirar alrededor y hacer 63
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un breve balance de nuestra situación. No obstante, tantas y tantas veces en lugar de balancear nuestra realidad, lo que solemos hacer es ponderarla o compararla con la realidad de otros, o con la que querríamos llegar a tener. La cercanía no parece servirnos de nada a la baja, sino que nuestros procesos mentales la suelen emplear únicamente al alza. Vemos claro quién tiene, cerca de nosotros, lo que deseamos y nos falta. Pero también tendemos a ver más creíble esas imágenes de personas hambrientas al otro lado del mundo, obviando que las hay a cada paso, en cualquier calle que cruzamos. Todas esas personas de nuestras ciudades, que nos piden para alimentarse, o que carecen de lo más elemental, no nacieron así. A diferencia de quienes se mueren de hambre o no tienen techo en el Tercer Mundo, quienes viven en nuestras calles, duermen en cajeros automáticos o piden para poder comprar unos zapatos, no nacieron ya en la extrema pobreza. Tendemos a creer que la escasez nos es sobrevenida o heredada. Y ese es otro gran error de apreciación. Todos los que nos asaltan en un semáforo queriendo limpiar nuestro parabrisas, nos ofrecen pañuelos de papel en una esquina a cambio de unas monedas, o alargan sus manos para que les demos una limosna en cualquier barrio de una gran ciudad, más que probablemente, han llegado a esa situación partiendo de una vida normal. Todos tienen un pasado. La mayoría, una vez tuvo una familia, un empleo y un hogar. Se cruzan en nuestras vidas en unos segundos mientras caminamos con prisas a nuestro trabajo, pero su realidad de pobreza no ha sido siempre su presente. Estamos mucho más cerca de esas posiciones desesperadas, de lo que estamos de la cumbre. Conviene no olvidarlo cuando de balancear nuestra actual posición económica se trata. Juzgamos de forma miope en materia de prosperidad y no llega muy lejos quien, de momento, no sabe ni de dónde parte. Confundir nuestra verdadera posición económica por compararla con la de un tercero, es tanto un error de percepción como de juicio. 64
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Igualmente lo es creer que nos encontramos a años luz de nuestra idea de riqueza o de nuestro objetivo material porque, sencillamente, no lo vemos realizable en dos o tres pasos rápidamente identificables. Para evitar todos estos fallos de percepción debemos afinar más nuestra escala personal de riqueza, al igual que la de pobreza. Que no estamos todo lo arriba que ansiamos es un hecho, pero también lo es que no nos encontramos tan abajo como esa sana ambición que nos mueve nos hace creer. Cien euros es muy poco dinero cuando queremos adquirir una motocicleta. Nuestra intención es comprar una moto y dejamos de ver que esa misma cantidad, que nos parece escasa para conseguir nuestro objetivo, es muchísimo dinero para alguien que en ese mismo instante no sabe dónde dormirá esa noche o qué podrá cenar, si tiene la suerte de reunir unas monedas vendiendo algún periódico editado por un colectivo benéfico, en cualquier semáforo de nuestra ciudad. En uno y otro caso el objetivo de cada cual determina el valor que le asignamos a esa cantidad de cien euros. Irrisoria para aquel que tiene sus necesidades básicas cubiertas y no ha de preocuparse de procurarse sustento, ropa o cobijo. A partir de ese estado de ánimo y de las circunstancias que nos rodean, pasamos a ambicionar mayores metas. Depreciamos o revalorizamos una misma cantidad de dinero en base a nuestra forma de pensar en términos puramente comparativos de riqueza o pobreza. Y esa es la palabra mágica en todo este asunto: Comparación. Cuando empleamos parámetros de comparación somos subjetivos, perdemos toda perspectiva lógica. Siempre comparamos al alza desde nuestra posición. La ambición es unidireccional. Sólo apunta al objetivo y eso hace que perdamos la posición y la consciencia de dónde venimos. O, peor aún, de dónde podríamos estar. 65
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Siguiendo el ejemplo anterior, no tener asegurado alimento o abrigo diario nos hará considerar que 100 euros nos solventarían la vida (nuestro objetivo presente, cuando no sabemos si podremos alimentarnos o vestir ropa limpia) y, de hecho, nos parecerán una pequeña fortuna, porque no se puede imaginar el afortunado lector de este libro que ha podido comprarlo en una librería, cómo se ven las magnitudes económicas que a nosotros nos parecen irrisorias, desde el prisma de quien se bate el cobre a diario para arrancar de la calle unas cuantas monedas, mendigando. Por tanto, es importante ambicionar crecer, alcanzar nuestros objetivos, lograr más prosperidad, ascender… Lo que sea. Pero, del mismo modo que no perdemos de vista el lugar al que queremos llegar, menos aún deberíamos permitirnos reconocer lo que ya tenemos. Por ejemplo, querer lograr un ascenso, incluso por razones de presión basadas en que detestamos nuestro puesto actual, debe acometerse desde el prisma de que tener empleo (incluso uno que no nos gusta, que nos agota, que nos estresa) ya es un éxito. Ya es una ventaja. No puede plantearse un ascenso, quien carece de trabajo y, con ello, de medio de ganarse la vida y mantener a los suyos. Si ambicionamos más ingresos (perfectamente lícita ambición, por cierto) no deberíamos olvidar nunca, que sólo quiere disponer de más recursos, quien tiene un sueldo o entradas regulares de dinero. Querer alcanzar más, en cualquier área de la vida, incluida la patrimonial, es parte de la naturaleza de cada cual. Es lo que nos sale de dentro. Está en nuestro ADN, pero no comprendo por qué casi siempre, esta sana ambición va pareja al menosprecio o, peor aún, al desprecio de aquello con lo que ya contamos. Desde un punto de vista meramente empresarial, uno debe planificar qué nuevas adquisiciones, ampliaciones o cotas de 66
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mercado quiere obtener para su compañía. Pero todo buen empresario será siempre consciente, junto a los puntos débiles de su firma que hay que cubrir y mejorar, cuáles son sus recursos (por escasos que parezcan). Con qué ventajas únicas cuenta. Saber si podría estar en peor posición aún en su sector. Esto, que en el plano mercantil parece evidente y se lo exigimos a todo gerente que se precie, debemos aplicarlo también y a diario a nuestra economía más personal. Sustitúyase del párrafo anterior el término compañía, por patrimonio personal o familiar y verá que puede equiparar el trabajo de un Director Gerente, al de su propio cometido personal en materia de dinero, se dedique usted a lo que se dedique.
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LA ECONOMÍA ES TAN SÓLO UN ESTADO DE ÁNIMO O el quinto error: Creer que tú, basándote en aquello que piensas y en cómo lo piensas, no intervienes en tu prosperidad.
“La calidad del pensamiento depende del estado de ánimo con el que se formule.” Anónimo
Uno piensa que su patrimonio no varía hasta que no se incrementa de forma contable o no disminuye de manera igualmente contrastable numéricamente. También solemos creer que el apunte bancario de nuestra cuenta corriente es inmutable en tanto no lo modifiquemos. Tratamos de convencernos a nosotros mismos de que los números, los asientos de un balance, incluso el dinero que llevamos en la cartera o que tenemos en casa ahorrado, no varía, ni vale más o menos, en tanto no lo toquemos o mientras las circunstancias externas no lo fuercen al alza o a la baja. Pero ese es otro error que podemos pagar caro, tanto a nivel económico como en calidad de vida.
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Quienes operan en bolsa lo saben bien. Cada persona responde a un determinado perfil psicológico y anímico que le cataloga como inversor (estado de resistencia al riesgo, valentía o conservadurismo) y ello determinará qué valores comprará, qué grado de especulación está dispuesto a soportar o bajo qué parámetros dará órdenes de venta. Los operadores de bolsa y valores, saben bien que sus decisiones dependen de un estado mental y de conocer sus capacidades anímicas. Algunos especialistas, por tanto, tienen asumido que sus economías personales y su forma de pensar y sentir, van de la mano. Vaya teniendo en cuenta que deberá comenzar a familiarizarse con esta idea-fuerza: Hay una relación directa entre su economía y sus estados de ánimo o planteamientos personales a la hora de operar con su dinero. Y es que la Economía no es un ente inerte. Está tan viva como cada uno de nosotros por cuanto son nuestras decisiones las que hacen que nuestro dinero crezca o merme. Ganamos o perdemos dinero en muchísimas ocasiones por las oportunidades que dejamos pasar o por aquellas otras que sí supimos aprovechar cuando se presentaron. Es decir, por el miedo o el arrojo que nos inundó cuando llegó el momento de decidir y actuar. Estados de ánimo y patrimonio. También nos enriquecemos (que no siempre es hacerse millonario) o vemos disminuir nuestras finanzas personales a causa de las decisiones que tomamos e incluso por aquellas que no tomamos. Es decir, por la capacidad de no confundirnos creyendo que no actuar es sinónimo de inactividad. Mi madre siempre me dijo algo que me ha ayudado con el tiempo tanto a ganar mucho dinero, como a salvarlo de ser dilapidado: Cuando no sepas qué hacer, no hagas nada. Estados de ánimo y patrimonio A veces, es el propio factor tiempo el que juega en nuestra contra o nos apoya, dependiendo de si una determinada opinión personal nos sirvió para hacernos esperar o si, por el contrario, nos 70
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precipitamos. Es decir, por la capacidad de aguante que empleamos cuando de medir los tiempos se trata. Estados de ánimo y patrimonio, de nuevo, vinculados. También ganamos o perdemos dinero en dependencia de si etiquetamos correctamente la realidad o si juzgamos mal los elementos y la información de la que disponemos para decidir. Si tenemos todo esto claro, ahora que lo leemos, no comprendo cómo todavía puede haber personas que no se dan cuenta de que sus impresiones personales y la forma en que estructuran su mente cuando de dinero se trata, determinan constantemente su éxito o su grado de fracaso en materia económica. Y es que, de hecho, no hay nada que influya más en nuestras decisiones que nuestro estado de ánimo. No se trata de reducirlo todo a sentirse bien o mal. Esto no es un libro de autoayuda (aunque muchos lectores encontrarán aquí más información para resolver sus vidas que en muchos textos de psicología barata todo a cien). Por el contrario, pretendo que entienda que no hay dos economías iguales, porque no hay dos personas que procesen del mismo modo una información similar. Aquellos que creen que la Economía se reduce a números inertes y objetivos, eliminado de la ecuación la incógnita del individuo pensante (que es quien toma las decisiones en último caso) no está comprendiendo el más básico esquema de las cosas: Que detrás de toda Economía, de todo dato financiero y de toda fluctuación de Mercado hay personas y estados de ánimo operando. Cada uno es dueño de las decisiones que toma porque cada cual opera bajo una estructura mental determinada. Por esta razón, exclusivamente, no hay dos bolsillos idénticos: El lector debería tener presente, desde este momento, que pensador y Economía van de la mano inexorablemente. Cada día cambiamos intelectualmente. No lo podemos llamar evolución, 71
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porque no todos los días crecemos mentalmente. De hecho, es bastante más común ver a personas que cada nueva jornada involucionan. Incluso dentro de la misma jornada podemos tomar una decisión o la contraria tan sólo con que nos sintamos de manera diferente ante los mismos datos a tener en cuenta para esa toma de decisión. Por tanto, pese a que nuestra cuenta bancaria indique que los euros que poseemos no se han movido, nuestro patrimonio no es idéntico a cada instante, por el simple hecho de que nosotros mismos tampoco lo somos. Un mismo montante de dinero puede parecernos muchísimo o muy escaso dependiendo directamente de las circunstancias que incluyamos en nuestros procesos mentales. Una misma situación puede presentársenos como una oportunidad de inversión única, o ser percibida como un riesgo imposible de ser asumido. ¡El mismo día! Tan sólo las valoraciones personales que empleemos para evaluar las circunstancias hacen que nos decantemos de una u otra parte. Ver las cosas bajo un prisma u otro puede hacernos decidir de manera distinta, incluso cuando la situación parece no haber experimentado variación con respecto del día anterior. Y eso en materia económica puede implicar una gran diferencia para nuestros bolsillos. Einstein dijo que no podemos resolver un problema mientras permanezcamos en la misma estructura mental que lo creó. Además de ser brillantemente cierta, esta aseveración puede perfectamente aplicarse a nuestras circunstancias dinerarias. No importa demasiado qué nos rodee o de qué dependan nuestras economías en un determinado momento. Tampoco tienen demasiado valor las oportunidades que se nos presenten o que logremos crear. Todo, absolutamente todo, en materia económica, está directamente vinculado a la estructura mental con la que abordamos una inversión concreta o con la que nos parapetamos
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para tomar una determinada decisión que afecte a nuestro patrimonio. Cuando no sepas qué hacer, no hagas nada.
Planteemos, llegados a estas alturas, el primer caso complejo a modo de ejemplo. Muchos llaman, a lo que vamos a exponer a continuación, ingeniería financiera. Yo prefiero llamarlo Economía Extravagante. No pocos especialistas cobran cantidades ingentes por asesorar a empresarios y grandes patrimonios con información como la que vamos a plantear en el caso que veremos a continuación. Yo sin embargo, prefiero regalarlo si con ello el lector comienza a darse cuenta de la importancia que tiene pensar de forma diferente para hacer crecer nuestros recursos o protegerlos, según sea el caso que nos ocupe. Que no se diga que los ejemplos con los que trabajamos son sencillos. Vamos a dejar claro que nuestra forma de pensar y el estado de ánimo con que afrontemos cada decisión económica que tomemos pueden llevarnos al extremo de arruinarnos o hacernos duplicar nuestro patrimonio. Quizá de esa forma el lector empiece a tener en cuenta que su manera de etiquetar mentalmente las circunstancias, para tomar después decisiones a partir de un determinado prisma, puede costarle muy caro o, por el contrario, catapultarle al éxito. Vamos allá: Jacinto lleva años obsesionado con la idea de comprar una vivienda. Por una parte ha sido siempre su ilusión, ya que nunca ha tenido ningún bien inmueble en propiedad. Por otra, le han repetido hasta la saciedad, y lo peor es que han logrado convencerle, que una vivienda en propiedad (aunque sea hipotecada hasta los cimientos) es siempre una gran inversión y que a la vuelta de 30 años, no sólo tendrá asegurado su patrimonio, sino que, con toda 73
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seguridad, aumentará su valor desde el mismo instante en que salga de la notaría de turno en la que firme para echarse la soga al cuello. Supongamos que nuestro amigo no es del todo un loco y no piensa en una casa de 400.000 euros, cosa que se le antoja de antemano imposible de pagar. Él se conformaría con un pequeño estudio siempre que fuera en propiedad. Un apartamento de, quizá, no más de 45 a 50 metros cuadrados que podría decorar de manera coqueta, incluso de diseño, y cuyo precio no sobrepasara los 100.000 euros. Una cantidad que, pese a asustarle, no le aterroriza a priori, como para renunciar a su sueño financiero. Pero Jacinto no es del todo idiota y, aunque le da demasiado crédito a la forma de pensar general en la sociedad, comienza a olerse que “algo no cuadra” en ese modelo tan gastado, por muy repetido que esté en boca de una inmensa mayoría de personas que han comprado bajo toda circunstancia. A Jacinto no le termina de cuadrar que 30 años pagando una hipoteca sea, de entrada y bajo toda circunstancia, una gran inversión. Además, se plantea que, con la situación de inestabilidad que se vive en el marco hipotecario, inmobiliario y crediticio general, resultaría más que posible que una inversión a tan largo plazo y de cantidades tan elevadas como las que implica hoy día la compra de una vivienda, podría desembocar en una cuota mensual hipotecaria que ahogara su economía mensual. Sencillamente, le podría amargar la vida. El sueño, convertido en pesadilla de por vida. Por eso cree que reducir su ambición inicialmente a una vivienda de unos 100.000 euros puede atemperar riesgos de impago. De hecho, Jacinto, no tiene más que mirar a su alrededor para ver que los mismos que hace poco tiempo le recomendaban encarecidamente que comprase una vivienda a toda costa, ahora pretenden vender sus inmuebles porque sus respectivas hipotecas están laminándoles. No parece que Jacinto vaya desencaminado. Tiene pinta de poder ser un poco extravagante en caso de que quiera pensar por sí mismo. De momento, no se ha dejado llevar por promesas de revalorización asegurada, ni se ha arrastrado al endeudamiento general que ha visto a su alrededor. Va bien la cosa…
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Pero nuestro amigo tiene un sueño, y por encima de todo, los sueños deben seguirse. Lo contrario es perder las ilusiones, dejar de creer que podemos evolucionar, no ser personas en suma; Y este libro se ha escrito para aportar soluciones creativas a la Economía, no para recomendar que nadie renuncie a los sueños. De manera que Jacinto se encuentra solo en su habitación, en la que se ha procurado un poco de tranquilidad para poder pensar con cierta claridad, y ve con desaliento que las opciones más realistas se reducen a estos supuestos: OPCIÓN A.- Pedir una hipoteca, o mejor dicho, pelearla porque los bancos no parecen estar dadivosos y ponen problemas constantes como si su negocio no fuera dar crédito para cobrar el principal más intereses y comisiones; Más un seguro de vida que le garantice la hipoteca al banco en caso de fallecimiento del titular; Más obligar a éste a contratar tarjetas de crédito y débito con sus igualmente respectivas comisiones y un largo etcétera de servicios añadidos que Jacinto nunca requerirá pero que igualmente pagará con creces. En este caso, el decimoquinto banco que visita (si antes no ha abandonado su sueño) le concede, por fin, el préstamo. Por cierto, el hecho de que Jacinto lleve recibida una docena de negativas, hará que su mente se apacigüe, deje de ser combativa y acepte un tipo de interés especialmente elevado impuesto por la entidad de crédito que acceda a darle la hipoteca. Así las cosas, en esta opción A, Jacinto no tiene más remedio que hipotecar la vivienda al completo y comienza a cruzar sus dedos para que los 100.000 euros que ha pedido no terminen por colapsar su economía conforme los tipos de interés suban. Cosa más que probable porque Jacinto se ha casado con su banco 20 ó 30 años de forma que la cuota mensual parezca entrar con anestesia. Nuestro amigo no lleva ni un par de meses con esta opción cuando comienza a pensar que, si tuviera problemas a la hora de pagar su cuota, y no lograra vender su apartamento en caso de precisarlo con urgencia para, por lo menos, salvar los muebles y quedar al día con el banco, éste embargaría la vivienda, previo proceso judicial, desahucio y posterior subasta del apartamento.
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Lo que no todo el mundo sabe es que si las cosas llegasen a este extremo, con la Ley en la mano, si el banco que embarga y luego ejecuta a Jacinto su propiedad, no logra recuperar en la subasta del apartamento todo el montante que le prestó, éste todavía seguiría reclamándole al desalojado el resto del montante que le quede por recuperar. Es decir, que Jacinto se quedaría sin vivienda, expulsado de su casa por no poder pagarla y, encima, seguiría debiéndole dinero a su banco. Esto no sólo no es extravagante, sino que huele a descalabro garantizado. No se alarme si le informo que 7 de cada 10 personas que se cruzan con usted por las calles de cualquier ciudad española, vive con esta situación en mente pero con deudas hipotecarias que no se reducen a 100.000 euros, sino que triplican esta cantidad. OPCIÓN B.- Jacinto acude a un préstamo con capital privado, cansado de buscar en bancos y entidades de crédito para recibir siempre un no por respuesta. De forma que, por perseguir su sueño, el protagonista de este caso tan real y común, por desgracia, es capaz de solicitar los 100.000 euros para la adquisición de su vivienda a una empresa o persona especializada en préstamos personales de capital privado. Un prestamista… Llamemos las cosas por su nombre. No pasa nada cuando somos sinceros con nosotros mismos. Las cosas siempre se tuercen cuando dejamos que se nos engañe o nos engañamos nosotros. Aquí las condiciones se endurecen ya que este tipo de préstamos capta clientes procedentes de situaciones muy difíciles. Aquellas en las que alguien no puede recibir crédito de un banco, por ejemplo. Es tan sencillo y común como que Jacinto quizá hace tres años no pudo pagar una cuota de aquella tarjeta de crédito que tenía y la entidad que le dio dicha tarjeta introdujo sus datos en varios listados de morosos e impagados, lo que vetó por completo a nuestro amigo a la hora de pedir dinero prestado a un banco. Y ya tenemos a otro cliente dispuesto a que le presten dinero a intereses desorbitados y con el riesgo de perder también su vivienda a favor de quien le presta el capital privado, en el momento en que no devuelva el dinero en el tiempo pactado. Así suelen ser estos contratos hipotecarios, ya que la garantía del préstamo también es el apartamento, aunque añadiéndose el siguiente agravante: 76
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El tiempo que este tipo de acreedores da a sus deudores no llega ni mucho menos a los años que una entidad de crédito convencional concede a sus hipotecados. Esta opción atemoriza a Jacinto nada más pasarse por su cabeza. Los conceptos “prestamista”, “capital privado” y demás, no sólo no le convencen, sino que lo asustan. Pero nuestro amigo quería estudiar las diferentes opciones y, en la tranquilidad de su habitación, tenía que enfrentarse también a este caso. Lo descarta, pero cabe recordar que mucha gente se ve obligada a tomar esta opción en otras situaciones menos oníricas que perseguir los sueños. Como Jacinto no conoce a nadie a su alrededor capaz de prestarle 100.000 euros, perdonarle la deuda o no exigírsela en décadas, y al mismo tiempo, que no le cobre intereses ni le embargue la vivienda expulsándolo de ella a su antojo en caso de impago, decide que, o bien se decanta por la opción A (como han hecho millones de personas con sus riesgos y desasosiegos inherentes) o abandona su sueño. Pero él quiere pensar de forma diferente. Algo le dice que si modifica su manera de considerar la situación, sería posible para él lograr su objetivo y no padecer ninguno de los riesgos anteriores, incluso si llegase el fatídico día en que no pudiera pagar por su vivienda. ¿Sería posible que pensando de una determinada forma, totalmente diferente a como lo hace el 90% de la gente, pudiéramos lograr lo que nos proponemos?; ¿Existirá una manera extravagante de entender la Economía para comprar una vivienda, e incluso si llegase el momento de no poderla pagar, conservarla y que no nos la embarguen? Pablo decide darse un poco de tiempo y no elige ninguna de las dos únicas opciones que parece tener. De forma que nuestro economista extravagante decide cambiar el prisma. Y de este modo se da cuenta de que una situación aparentemente sin salida se convierte en una posibilidad de éxito. Compraremos la vivienda, sin disponer del dinero, pagaremos una cuota mensual y, en caso de que con el tiempo no podamos seguir haciendo frente a la
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misma, no sólo conservaremos el inmueble, sino que nadie podrá quitárnoslo. Incluso la Ley jugará de nuestro lado. OPCIÓN C (LA DEL ECONOMISTA EXTRAVAGANTE): Jacinto puede acudir a un banco, a una entidad financiera o a una empresa de intermediación bancaria y pedir dos préstamos personales de 50.000 euros cada uno. Sí, los pide personales. Y, como no son hipotecarios, no lo puede solicitar ni a 20 ni a 30 años, sino que los solicita a devolver en 8 ó 10 como máximo. Ya oigo tu mente pensar en voz alta: ¡100.000 euros es muy elevada cantidad para dos préstamos personales!. ¡La cuota mensual se disparará ya que, por lo general, los intereses que se aplican a los préstamos personales son muy superiores a los de un hipotecario!. ¡¿Y a 8 ó 10 años?! ¡las cuotas acabarán con Jacinto! Pero nuestra mente nos estaría traicionando si la dejáramos ir por ese camino. Ahora estamos pensando de forma extravagante y vamos a llegar hasta el final. Hasta el momento nuestro amigo no ha utilizado una forma de pensar como ésta, de manera que debe tomárselo con calma, hasta que se habitúe. Le convendrá. Continuemos: Si obtiene dos préstamos personales de 50.000 euros, Jacinto puede permitirse un lujo que no habría podido ni soñar en el caso de comprar la vivienda a través de hipoteca: Pagarla al completo el mismo día de la firma en la notaría. Es decir, Jacinto llevaría el importe total de compra de su apartamento y eso le daría una segunda ventaja que lo colocará entre el 1% de la población: Poder poner su nueva vivienda a nombre de un familiar ya que, al no estar hipotecada, Jacinto puede convertir en titular de su inmueble a quien quiera. Formalmente, pese a que es él quien paga, puede determinar 78
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que sea su hermano, padre, madre o esposa, el titular que aparezca en las escrituras de propiedad del inmueble. De forma que, con el simple hecho de comprar un apartamento a través de dos préstamos personales, en lugar de uno hipotecario, Jacinto hace resumen y, por el momento, ya tiene logrado todo esto: - El inmueble queda pagado y libre de cargas sobre la finca el mismo día en que lo compra. - Si quiere lo puede inscribir en el Registro de la Propiedad o, si lo prefiere, puede irse con sus escrituras a casa y pensar si lo hace más adelante. Esto es imposible en el caso de comprar mediante hipoteca. En ese supuesto, el comprador ni siquiera se lleva en el momento las escrituras a casa, previamente hay que inscribir la hipoteca junto a la compra, en el pertinente Registro de la Propiedad, donde se especifica que el bien inmueble tiene cargas de arriba a abajo. - Jacinto tiene la libertad de determinar si pone a su nombre la vivienda o si lo hace bajo la titularidad de un tercero. Esto sólo puede hacerse si el inmueble está libre de hipoteca y cargas. Es decir, si se paga en metálico y en un solo abono, como ha logrado hacer Jacinto al disponer del dinero por medio de los dos préstamos personales. De hecho los bancos que le han prestado los 50.000 euros ni siquiera saben que nuestro soñador empleará esta cantidad en comprar un inmueble, de lo contrario se habrían encargado de denegarle el personal y haberlo conducido a un hipotecario. Todo esto logra Jacinto de un solo golpe. Pero sigamos, que aquí no acaban las buenas noticias para él. 79
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Hemos dicho que las cuotas mensuales de dos préstamos personales por un importe de 100.000 euros a 10 años pueden ser muy elevadas. Y, claro, el extravagante al pasar unos meses comienza a tener problemas para pagarlas. Pero Jacinto puso la vivienda a nombre de su hermano, por ejemplo, de manera que a todos los efectos fue su hermano quien ha comprado el apartamento. Con este recurso las escrituras y el asiento registral están a nombre del hermano de Jacinto. El potencial deudor, por tanto, no tiene ningún bien inmueble a su nombre, de forma que los bancos no pueden embargarle nada. Repasemos esto que es muy importante, ya que es un blindaje financiero perfecto: Aunque Jacinto ha comprado su apartamento sin hipoteca, en caso de que dejase de pagar la cuota de sus préstamos personales, lo primero que haría su banco sería tratar de cobrar el dinero embargando bienes a su nombre. Pero Jacinto no tiene ningún inmueble a su nombre porque siguió un buen asesoramiento en economía extravagante (léase inteligente) y puso a su hermano como titular del apartamento. Como mucho, nuestro amigo y su hermano tienen un contrato privado donde dejan claro que la vivienda es de Jacinto pese a que es un familiar quien aparece en las escrituras. Y ya lo tenemos todo: - Jacinto no tenía dinero para comprar su vivienda. O lograr su sueño, que es más poético. - Ha logrado comprar su casa sin hipoteca y en metálico, con lo que el inmueble está libre de cargas. - Si Jacinto puede, pagará su cuota mensual del préstamo personal puntualmente, como hay que hacer siempre. Pero si se le tuercen las cosas, estaría en disposición de dejar de hacerlo sin que su vivienda sea embargada por los bancos, pues no está hipotecada ni figura a su nombre. 80
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Objetivo logrado. Sueño cumplido o como lo queramos llamar. En cualquier caso, y razón por la que he expuesto todas estas posibilidades: Es absolutamente necesario que quede claro que la forma en que pensamos puede hacernos tener éxito en materia económica o nos puede hundir en la miseria. De nosotros depende, pero hay algo seguro: Nuestra forma de pensar determina nuestra economía, aunque los factores externos no varíen.
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CAPÍTULO II Empezando de Cero. De un euro a lo que quieras.
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“Nunca serás mayor que el tamaño de tus pensamientos” ANÓNIMO
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EMPEZAR ENTUSIASMO.
DE
CERO
ES
CUESTIÓN
DE
Si empezamos a tener claro que nuestra forma de pensar, o mejor dicho, nuestros procesos mentales, influyen sobremanera en nuestra economía, como en cualquier otro ámbito de la vida, conviene empezar a tener bastante cuidado con la forma en que trabajamos con nuestro cerebro. Debo confesar que me costó bastante tiempo darme cuenta de que nuestros pensamientos y la forma en que nos sentimos van de la mano. Muchos de nosotros tendemos a creer que nuestras emociones y nuestros procesos de pensamiento trabajan en dimensiones diferentes. Como si no entrasen en contacto de manera directa. Pero, pese a que tardé, se produjo un momento de inflexión en mi manera de ver las cosas cuando pude darme cuenta de que las emociones siguen inexorablemente a nuestras ideas, creencias o pensamientos. El modo en que nos sentimos respecto de algo es, sencillamente, la manera en que lo vemos o, incluso mejor expresado, la forma en que encajamos ese hecho o circunstancia en nuestra mente. La emoción es la respuesta fisiológica del cuerpo entero a lo que estamos pensando en un momento concreto. Considero bastante importante comenzar a prestar atención a cómo sentimos una determinada acción o circunstancia porque a eso es, precisamente, a lo que nos referimos cuando comúnmente empleamos la expresión “nuestra forma de ver las cosas”. 87
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Nuestra toma de decisiones, la aversión al riesgo a la hora de invertir, nuestra capacidad de esperar o, por el contrario, de precipitarnos… Todo comienza y se caracteriza por lo que estamos pensando y sintiendo a la hora de construir nuestra economía. Desde el principio de este libro he tratado de deshacer en la mente del lector esa errónea idea de que el dinero funciona con personalidad propia o criterios que nos son ajenos. Nuestro patrimonio y la Economía que sufrimos o disfrutamos dependen por entero de ese cúmulo de impresiones, ideas (erróneas incluidas) y emociones que generamos a cada paso en relación a las decisiones que tomamos en materia pecuniaria. Conviene empezar a dejar de separar cuestiones que van inexorablemente ligadas. Nuestra forma de discernir las decisiones que tomamos son uno. Nuestro dinero y nuestras decisiones también son la misma cosa, o mejor dicho, son elementos interdependientes. Por tanto, nuestra manera de evaluar y nuestra economía no son agentes que operen de manera individual o por libre. La forma en que nos relacionamos con el dinero es, de hecho, tan íntima y depende de una manera tan absoluta de nuestro prisma al pensar, que casi la una describe a la otra. Si a estas alturas eso aún no ha calado en usted, le recomiendo que lo reconsidere de forma inmediata. ¿Cómo analiza usted las cuestiones económicas?; ¿Cómo reacciona cuando de dinero se trata?; ¿La escasez del mismo es capaz de perturbarle hasta el punto de dejarle confuso e inmóvil, o por el contrario las situaciones difíciles le activan recursos y habilidades que hasta ese momento no había explotado?; ¿Considera que es difícil o casi imposible ganar mucho dinero, aumentar su patrimonio y conservarlo?; ¿O comienza a darse cuenta de que, hasta ahora, quizá no ha estado adoptando los adecuados puntos de vista o ha carecido de la información adecuada que le permita variar su prisma con respecto de la Economía?. No son preguntas inútiles. 88
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De hecho, de la respuesta íntima que dé a cada una de ellas dependerá y mucho cómo le irá en la vida en relación al dinero. Hay muchas personas que sufren (sin saberlo siquiera) una aversión al dinero que les perjudica a lo largo de toda su existencia. Si le pregunta si les gustaría disponer de más recursos de los que tienen o si precisan más dinero en el día a día, le responderán sin dudarlo que así es. Casi todos responderemos lo mismo a esa pregunta. Pero, también es cierto que muchas de las personas que tienen eso claro también parecen albergar dudas cuando de ganar dinero se trata. “Mucho dinero no puede ser bueno”; “Enseguida se dejaría llevar uno por vicios inconfesables o aparecería la mala vida”; “Si me lo pudiera permitir todo, porque me sobrase el dinero, ¿Dónde estaría mi límite?”; “¿No tendría que pasarme media vida teniendo que proteger mi riqueza o a mí mismo, en caso de que ésta me sobreviniera?”. Estas expresiones son el reflejo más común que aparece en la mente de las personas cuando se trata de abrirse a la posibilidad de que su fortuna crezca. De hecho, incluso se han forjado refranes populares y citas de sabiduría. ¿Quién no se ha tranquilizado íntimamente cuando las cosas le han ido mal y ha echado mano del tan cacareado “el dinero no trae la felicidad”?. Yo siempre he pensado que esta maravillosa perla de la sabiduría la acuñó alguien que nunca fue capaz de colmar sus expectativas económicas. El problema es que esa sentencia encalló en la mente de generaciones enteras que, a raíz de la misma, ni siquiera lo intentaron. Es un silogismo lógico y simple el que opera en nuestra mente por partida doble: - Si el dinero no trae la felicidad y, además, puede ser fuente de trastornos, vicios e inseguridades, ¿para qué tratar de obtenerlo? El problema con este tipo de ecuaciones mentales, que otros diseñan y resuelven por nosotros es que, por lo general, tienen lagunas enormes. Veámoslas a la luz de la lógica que es el idioma que habla nuestro cerebro y al que mejor responde: 89
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1º.- Es posible, sólo posible, que haya situaciones en las que el dinero no aporte la felicidad. Pero es seguro, absolutamente y bajo toda circunstancia, que la pobreza no la garantiza. 2º.- Es posible que el dinero no aporte felicidad. Pero es seguro que la pobreza, además de no aportarla, garantiza la infelicidad que es algo mucho peor que no ser feliz. 3º.- Ni la felicidad, ni la infelicidad tienen nada que ver con el dinero. Ambas son estados de conciencia que uno logra y en los que se mantiene. Si alguien aún piensa que es el dinero o la carencia del mismo lo que le aportará dicha o desdicha, su problema es bastante más complejo que una simple mala relación con la Economía. 4º.- La felicidad no existe. Sólo disfrutamos de bienestar o carencia de él y nunca de forma permanente. Lo llamemos de una u otra forma, la felicidad sólo se puede experimentar en determinados momentos de la vida. El dinero no los garantiza. La pobreza, por el contrario, sí garantiza la infelicidad, las fatigas, la escasa o nula calidad de vida y nuestra inseguridad junto con la de quienes nos rodean. Buscar la felicidad a través del dinero no es un acierto. Pero parapetarse en la escasez porque la riqueza no garantiza la felicidad es, si lo analizamos a la luz de la pura lógica, un despropósito absoluto. Lo dejaremos por el momento. Visto lo expuesto, conviene que la mente siga procesando a nivel subconsciente lo que ha leído mientras continuamos con muchas cosas que restan por aclararse…
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Bajo tensión, presión o prisa, no tomes decisiones que afecten a tu patrimonio. Jamás.
Es extraña la machacona tendencia de grandes fortunas que terminan dilapidadas en cuanto recaen en las manos de los delfines o los progenitores de quienes las amasaron. Desde un punto de vista psicológico es tan sencillo de explicar como la carencia de aprecio que encuentra aquel que no luchó por crear su propio patrimonio, sino que se lo encontró hecho o que se limitó a gestionar lo que partió de la nada y creció con el entusiasmo y el talento previo de otros. Particularmente prefiero pertenecer al primer grupo de personas, entre otras razones, porque nunca se me confió el patrimonio ajeno. Siempre tuve que crear desde la nada o hacer crecer lo pequeño. Así encontré la prosperidad y de esta forma he llegado a las conclusiones económicas que expongo en esta obra. Y sostengo que una de las más elevadas fuentes de crecimiento de la economía personal se encuentra en el entusiasmo del individuo, así como en su capacidad de auto generarse su patrimonio aún cuando todo alrededor se empeña en desmoronarse. Es esta la característica inicial y básica, aquella que acompaña a toda nueva puesta en marcha empresarial, a toda aventura o proyecto de naturaleza económica. Sostener el entusiasmo cuando éste flaquea o generarlo cuando desaparece, porque se desgasta en el día a día con las tensiones, los resultados que no llegan o que se alcanzan por debajo de las necesidades, debe ser siempre el caballo de batalla interior de quien quiere ver su patrimonio fluir ascendentemente.
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El entusiasmo es la herramienta del empresario, del generador de riqueza o de cualquier persona que quiera poner en marcha un proyecto y verlo crecer. Sea de la naturaleza que sea. Partir de cero es hacer un ejercicio de valía personal porque nadie pondera más sus talentos que aquel que tiene, forzosamente, que hacer crecer los recursos partiendo de la nada. Es una apuesta constante por uno mismo. Es escuchar la melodía interior que cada cual reproduce, hasta que el ruido exterior sea lo que escuchemos en segundo plano y no nos mermen las dificultades, los riesgos o lo que acabó con otros. Eso es pasión y entusiasmo por lo que uno cree. Sin eso, no sólo no se puede prosperar, es que no se puede vivir dignamente. Ahí se afinan los talentos, se descubren las habilidades, se aprende lo que no se sabía que teníamos la capacidad de hacer. Nunca se crece más que cuando no se tienen recursos y estamos llamados a crearlos o a hacerlos crecer partiendo de cero, o de casi nada, en lugar de dejarnos arrastrar por el infortunio temporal. Partir de cero es la forma más adecuada de comenzar a diferenciar el valor del precio. Tenemos poco, pero sabemos que valemos más de lo que en ese instante tenemos. Por tanto, nuestro valor y el precio que el Mercado nos pone, no coinciden. Ahí tenemos la prueba en carne propia. Tener y Ser son aquí conceptos que no equivalen y se distancian. Comenzamos a ser conscientes de que no tener dinero o disponer de recursos limitados no es igual que no valer para producirlos. La diferencia entre quienes llegan lejos y quienes no alcanzan en la vida éxito o prosperidad alguna radica en gran medida en esta diferenciación: En que hay individuos que asumen ser lo mismo que aquello de lo que disponen, mientras que hay otros que no se dejan engañar por lo poco que tienen. Quienes equiparan sus recursos dinerarios con su valía o su capacidad para crecer y generar riqueza de donde no la hay, 92
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permanecen en la pobreza. La primera y más peligrosa es la de espíritu, la pobreza de ánimo. A ésta es a la que debemos temer. La otra, la económica, se alcanza o se conquista con con el tiempo tan pronto se eliminan de nuestra mente conceptos erróneos y con ellos varían prácticas equívocas (que en esta obra pretendemos corregir). Pero con lo primero que hay que acabar es con la equiparación de nuestra situación presente con nuestra personalidad. No somos lo que tenemos. No somos nuestras circunstancias. No somos lo que pensamos que es nuestra vida, ni somos el dinero o el trabajo que tenemos en este instante. Somos, precisamente, todo lo contrario. Somos aquello que queremos lograr; Aquello que podemos llegar a ser. Lo que en nuestro interior esperamos conseguir personal, profesional o anímicamente. La situación presente no nos define, nos definen nuestras sueños, nuestros anhelos. Eso dice mucho más de una persona que aquello que la rodea. No creo que nadie pueda, deba o quiera autodefinirse como pobre, como inservible, como inviable para sí mismo y para procurarse prosperidad e independencia económica. Y en una sociedad de Mercado libre, la independencia financiera está directamente vinculada a nuestra capacidad de autorrealización, a nuestra libertad como personas y, cómo no, a la calidad de vida que nos deparemos a nosotros y a los nuestros. Regresaremos sobre conceptos similares más adelante. Hay que tomar los conceptos poco a poco, de forma que se asienten establemente en nuestra mente. En español, a diferencia del inglés, SER y ESTAR son verbos diferentes. Lo que significa que estar en apuros económicos no significa ser pobre. Cuando personalizamos nuestras situaciones, nos mentimos.
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Regresando a la cuestión de los comienzos, hay que tener en cuenta que a veces son tan escasas nuestras posibilidades que tenemos que recurrir a un préstamo, a los recursos ajenos, para poder echar a andar. Me gustaría dejar constancia de que esta primera obtención de recursos prestados es ya una generación de riqueza. De donde no había, hemos obtenido recursos. Un momento, un momento, espera –le oigo decir- no me digas tonterías hombre, que obtener un préstamo no es ganar dinero. No me fastidies. Eso es lo que entiende la inmensa mayoría de las personas. Es otro error de base. Obtener recursos, generar dinero, no es un logro que llegue por una determinada y única vía de ingresos. Cualquier aumento de nuestro patrimonio es un aumento de nuestros caudales y ahí entra también nuestra capacidad para generar confianza, que es lo que hacemos cuando obtenemos un préstamo. Obtener crédito (léase dinero a cambio de credibilidad) es, solamente eso, generar la confianza adecuada que se transforma en la liquidez que obtenemos, a cambio de comprometernos a devolver el principal y sus correspondientes intereses. Lo que estamos generando (produciendo) es confianza; Ese es nuestro producto. Eso vendemos cuando pedimos un préstamo: Confianza. La credibilidad de que lo devolveremos. Y el precio de nuestro producto (nuestra credibilidad) es el dinero que obtenemos de nuestro cliente que no es otro que aquel que nos da el préstamo (el banco, el amigo, el inversor, el socio… quien sea). Solicitar un préstamo es una transacción comercial pura y dura. Tanto es así, que incluso los bancos que otorgan este tipo de préstamos a clientes individuales se denominan bancos comerciales, para ser diferenciados de los bancos de inversión. Pero, ¿Cuánta gente se plantea desde esta perspectiva su situación cuando se decide a pedir un préstamo?. Es bastante más usual, sentirse mal. Creer a priori que recurrir al préstamo es ya 94
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síntoma de pobreza o de incapacidad para generar dinero, cuando la obtención del préstamo es ya, generación de dinero en sí. Por cierto, con un banco se negocia. Como con cualquier otro cliente. Nosotros vendemos a nuestro cliente (el banco) credibilidad y ellos nos venden crédito. Nosotros, si somos buenos vendedores, obtenemos el dinero que pedimos de nuestro cliente, el banco, al que le hemos vendido la seguridad de poder devolvérselo. Para el banco, en cambio, nosotros somos el cliente. Y el banco nos vende tiempo. La mercancía que nos vende el banco es el tiempo que nos da para poder devolverle el dinero que nos presta, más sus intereses. Ésa es la mercancía del banco, como la nuestra es convencerle (venderle) que podemos devolverlo. Ellos obtienen, a cambio de su confianza en nosotros, la cantidad que nos entregan aumentada con creces. Esa es la adecuada forma de ver toda negociación con un banco, con un inversor o con un socio financiero. Las dos partes comercian, porque todo es Economía pese a que no todo es dinero. Ambas partes compran y venden algo. El problema, el verdadero desajuste de fuerzas, radica en que mientras el banco tiene este prisma bien claro, el cliente (quien humildemente solicita un préstamo) no conoce esta forma de entender el negocio que tiene en sus manos. En realidad, ni siquiera cree que esté haciendo negocio. Por eso son muchos los que aceptan las condiciones más feroces que se le presentan cuando piden un préstamo, sin pararse a considerar que el banco necesita al cliente tanto como éste al primero. No entienden que en el fondo de la operación, tras tanta documentación como hay que entregar, después de las tasaciones (en caso de las garantías) y de los avalistas (cuando éstos son exigidos) al final, todo se reduce a un sencillo negocio de compraventa. Pero siempre tiene las de perder aquel que no conoce su mercancía. Aquel que ni siquiera sabía que estaba vendiendo y comprando algo. Ese cliente es quien termina endeudado, embargado y empobrecido en no pocos casos. 95
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Ahora ya conoce la correcta relación de fuerzas. La adecuada perspectiva desde la que observar la petición de un préstamo o la obtención de un crédito. Por cierto, quizá sería el momento de renegociar a la luz de esta perspectiva lo que en su día negoció de forma deficiente por operar desde un punto de vista erróneo. Los éxitos son caprichosos. Nos obsesionamos con ellos y son esquivos. Cuando les restamos importancia, hasta poder vivir sin ellos, de súbito aparecen.
Pero se comience con escasos recursos, y ya sean éstos propios o prestados, lo importante es hacerlo con una clara consciencia de partir de cero para evolucionar. Mantenerse no es evolucionar. Conservar lo ganado o heredado no es evolución. Con esa perspectiva sólo se puede perder lo que se pretende conservar con todas nuestras fuerzas. La vida es evolución, no estancamiento. Y la Economía tiene más que ver con la naturaleza de la vida de lo que mucha gente pueda creer. Al fin y al cabo el dinero y el Comercio es una creación del hombre. Es normal pensar que se rija por los mismos principios naturales por los que nos regimos las personas. En Economía lo natural es partir de menos y generar más riqueza, más empleo, adquirir más y nuevos bienes aumentando el valor de lo que tenemos. Es una constante evolución que nada tiene que ver con el conservadurismo radical de aguantar y proteger bajo siete llaves. El dinero estancado en el banco decrece. Los recursos guardados se consumen. Los ahorros menguan o se pierden. Es normal, no una maldición. Es lo que ocurre por no aceptarse y entenderse que la Economía es dinámica, y debe ser creciente (evolutiva). No pasiva. De ahí que quien recibe un patrimonio sin haberlo generado o sin haber contribuido a la consecución del mismo, es más que 96
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probable que termine perdiendo o haciendo disminuir el valor de lo que se le encarga que gestione. Partir de cero en materia económica, empresarial o financiera, no sólo no es peyorativo sino el punto natural, yo diría que óptimo, de salida. No es una desventaja, sino la posición adecuada para nuestro comienzo.
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TÚ ERES TU INVERSIÓN. NO TE CONFUNDAS. SÓLO PUEDES INVERTIR EN UN VALOR: TÚ MISMO. "Soy un artista. Me lo puedes quitar todo; Déjame sin nada, y triunfaré igual." John Lennon
He puesto en marcha empresas, proyectos, ideas y negocios tanto en los sectores de la producción pura y dura, como del sector servicios. He conocido a personas emprendedoras, algunas con éxito y otras sin este lujo que se escapa de las manos a la mayoría de nosotros por no saber que hay bastantes factores que lo determinan. Pero tardé en darme cuenta de que la mejor inversión no se realiza nunca sobre este o aquel activo. En realidad nunca invertimos en “algo” concreto. Tardé bastante en descubrir que no se invierte en una empresa, ni en la puesta en marcha de un negocio. Ni siquiera se invierte en un producto, por mucho que lo originemos o lo desarrollemos. Tampoco cuando compramos alguna mercancía para hacer crecer su valor o para venderla por un precio superior al de adquisición hemos invertido en ella.
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No invertimos en valores, pese a que nos dirijamos al mercado de valores internacional pertinente para ejercer opciones de compra y venta. Todos esos son errores de percepción bastante extendidos que confunden a las personas y tergiversan la realidad. El constructor no invierte en suelo, ni el productor discográfico lo hace en talento musical. Y si invierten bajo este prisma tienen ya bastantes papeletas para perder en su apuesta, (porque eso es una inversión en factores ajenos: una apuesta al azar y no una inversión). Invertimos en nosotros mismos, no en los agentes externos que creemos comprar, adquirir, manufacturar o desarrollar. El empresario, se dedique al sector al que se dedique, no debe considerar que está en el área de los servicios, o del automóvil, o de la distribución, ni cualquier otro sector productivo. Ni el pequeño comerciante individual que vende pescado en un establecimiento de barrio opera en el sector de la alimentación, ni debe pensar que ha invertido en un local de negocio donde montar su pequeña empresa para procurarse autoempleo. Todos, absolutamente todos nosotros, nos dediquemos a lo que nos dediquemos, invertimos en nosotros y debemos ser conscientes de este punto porque en él radica otra gran diferencia: La de quienes saben qué hacen y aquellos que se mueven por el impulso de la inconsciencia en el mundo de la empresa y los negocios. Es uno mismo quien crea la empresa y quien desarrolla posteriormente el negocio. Es uno mismo quien imprime la fuerza del trabajo, ya sea desde la gestión o en primera línea laboral. El negocio por sí mismo no existe. El sector al que creamos dedicarnos no sólo es totalmente secundario sino que, como veremos después, en la mayoría de los casos ni siquiera será el que creemos. Por lo general nos dedicamos a algo totalmente distinto a
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lo que pensamos que hacemos a diario. Lo demostraremos un poco más adelante en este mismo capítulo. La inversión siempre se realiza en uno mismo. Tú eres tu mejor, o incluso me atrevería a decir, que tu única inversión. No puedes invertir en nada que no seas tú mismo. Incluso cuando creas que pones dinero para que tu amigo, socio o sobrino grabe su disco y pueda grabar su primera maqueta en el sector de la música, estás invirtiendo en ti. En tu capacidad para vislumbrar talento y descubrir a una estrella futura. Tu inversión eres tú, no el sobrino prometedor al que abanderas en este ejemplo. Él ganará dinero por su talento y esa será su inversión. Tú ganarás dinero por haberlo ayudado y esa será tu inversión. Su inversión es él, la tuya tú. Es en la confianza en nosotros mismos, en nuestras posibilidades y acierto; En nuestra capacidad de gestión y trabajo, donde radica nuestra inversión. Esa es la inversión que debe ponderarse. El resto son sólo los medios por los que nos expresamos en el Mercado. El alquiler del local comercial, la situación o ubicación del despacho; La compra de mercancías y su estudio de viabilidad… Todo son medios, secundarios y menores. La primera y última inversión que realmente llevamos a cabo somos nosotros mismos. El objeto en lo que invertimos es nuestro talento, nuestra visión, nuestra creatividad o cualquier otro aspecto que queramos destacar. Descubrirlo es labor de cada cual de cara a obtener mayor prosperidad económica. Pero no perder de vista esta realidad es primordial para no comenzar ya sobre la base de una equivocación que puede pasarnos factura pronto. ¿Qué es Apple sin Steve Jobs?; ¿O Inditex sin Amancio Ortega?; ¿Qué es el Corte Inglés sin Ramón Areces?. Si eliminamos al creador/gestor las infraestructuras de estas compañías seguirán, por supuesto, y el Mercado ni se inmutará, pero el núcleo de cuanto ha hecho gigantes a estas compañías no son los medios que ahora 101
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controlan, ni los productos que venden o lo sectores donde destacan. El centro de la inversión siempre ha estado en que sus creadores supieron que ellos eran la compañía. Esa y no otra ha sido la inversión que hicieron y han mantenido. Elimina esa incógnita de la fórmula y la ecuación se deshace. Conviene no olvidar nunca la idea-fuerza de que, con total independencia del sector en el que estemos, el trabajo que desarrollemos o el tipo de negocio que pongamos en marcha: Sólo podemos invertir en un valor. Único y claro: Nosotros mismos. Esta es la razón por la que unas fortunas se rehacen incluso si menguan, mientras que otras se pierden irremediablemente. La razón por la que hay personas con las que las rachas o los tropiezos no pueden acabar. La razón por la que empresas antaño grandes, decrecen por situaciones puntuales, y vuelven a resurgir con productos y servicios innovadores que de nuevo las colocan en primera línea de Mercado, mientras que otras pierden dinero incluso con productos líderes en venta. En un caso, lo importante es la persona o el empresario que siempre tuvo claro que la inversión y la razón de que el éxito llegase era uno mismo. Sin importar el sector o las circunstancias. Éstas pueden variar, pero tu inversión en ti mismo debe permanecer. En los otros casos, los que pierden y no se rehacen han colocado el foco de su inversión en el producto, el servicio o el momento financiero. Han considerado los factores externos y sobre ellos han planificado creyendo que son estos elementos los que determinan el éxito de la inversión. Y, por supuesto, este tipo de inversor cae cuando su producto, el ciclo de vida de éste o el Mercado todopoderoso desplaza su veredicto en su contra. El germen del fracaso estriba en no saber que nunca se pudo invertir en nada concreto, ajeno a uno mismo. Sólo saber que invertimos en nosotros, siempre y bajo toda circunstancia, es garantía de crecimiento y éxito personal y profesional.
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Somos los inversores, la inversión y el valor sobre el que operamos. Por cierto: Apple fue creada por Steve Jobs y Steve Wozniak en el garaje de su casa. Aunque parezca mentira, fueron dos chicos sin recursos quienes crearon el primer ordenador personal de uso cotidiano y bajo coste, empleando cajas de madera y cartón para cubrir los componentes electrónicos que ambos montaron y soldaron personalmente. Hoy no sólo es la compañía más vanguardista del sector de la informática, sino que posee y dirige al gigante Disney, después de crear el primer largometraje de animación digital del mundo (Toy Story) y convertirse en la película más taquillera de todos los tiempos en su género, lo que le permitió hacerse con una participación mayoritaria de los estudios creadores de Donald y Mickey, Inditex fue fundada por Amancio Ortega como una pequeña tienda de ropa en Arteixo. Hoy controla firmas líderes como Zara, Massimo Dutti, Loewe, Cortefiel, Stradivarius y da empleo a miles personas, con un valor en bolsa y en propiedades inmobiliarias, billonario, en euros. El Corte Inglés, el mayor gigante de la distribución en nuestro país, con decenas de miles de empleados, comenzó siendo una tienda familiar en la que se cortaban las telas que pedían los clientes a granel. De ahí su nombre. Google es el producto de una tesis doctoral de dos estudiantes universitarios estadounidenses que buscaban una mejor solución para encontrar resultados en sus búsquedas por Internet. Hoy es la primera compañía del mundo en comunicaciones digitales; Es el buscador empleado por el 7 de cada 10 de los usuarios de la Red en todo el planeta y controla el sector de la publicidad en Internet; Ha comprado compañías como Youtube, el mayor portal de intercambio de vídeos e imágenes en Internet, o ha desarrollado Google Earth y Google Maps, los sistemas de localización y 103
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posicionamiento vía satélite más vanguardistas del mundo. Por cierto, todo gratuito y disponible a cualquier persona con una simple conexión a Internet. No saber cómo se va a lograr algo, no significa que no se pueda lograr.
¿Cuál fue la inversión de sus fundadores?; ¿Sigue pensando que unos invirtieron en ordenadores y otros en telas?; ¿Habrían llegado a alcanzar lo que han logrado si hubieran confundido lo que hacían con lo que eran?.
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¿QUÉ HACES?. ¿A QUÉ TE DEDICAS?. EN SERIO… SEGURO QUE NO LO SABES. A los pies de las canteras de rocas, cerca de la construcción que estaban levantando, el Maestro constructor preguntó a uno de los obreros a su cargo “¿Qué haces?” y éste respondió, “Tallo la roca, maestro” Desilusionado, se dirigió a otro obrero que había cerca y le preguntó “¿Qué haces tú?"; Y éste le respondió “marco las piedras para su posterior uso”. El Maestro parecía estar cada vez más desanimado. Por último, se acercó a otro de los obreros que había allí, era el más joven y a quien más recientemente había tomado a su cargo. “¿Y tú, qué haces?”, volvió a preguntar el constructor casi sin esperanzas. “Yo construyo una Catedral señor”, respondió el joven. Era el único que sabía a qué se dedicaba. Sabiduría iniciática de El Temple. Todos hemos recibido la clásica lección que dice que no se puede llegar a nada si no sabemos cuál es nuestro destino. Conducir sin saber a dónde queremos ir es garantía de gasto de gasolina, pero no de llegada a un lugar concreto. Los libros de psicología y superación están llenos de metáforas similares y tienen bastante 105
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razón al respecto, pero lo que he observado es que en la mayoría de los casos el problema no es tanto no saber a dónde queremos llegar, sino que se desconoce algo más fundamental aún: Dónde estamos ahora y qué es exactamente lo que hacemos. Porque el destino que cada cual elige para su vida, ya sea a nivel profesional o personal, es realmente importante. Arrojar claridad ahí es una labor a la que debemos dedicarle tiempo y energía. Pero conocer el sentido de lo que hacemos a diario es aún más crucial, porque de ello depende nuestra calidad de vida y nuestra eficacia. No pretendo llevarme este epígrafe al terreno de lo esotérico ni mucho menos. Cuando digo que la mayoría de nosotros no sabe realmente qué hace o a qué se dedica, me estoy refiriendo a lo más mundano, superficial, cotidiano y material del término. Sólo la exigua minoría que tiene perfectamente claro cuál es su trabajo y dentro de éste a qué se dedica, puede prosperar, producir, obtener beneficios y no solamente de carácter económico, sino de disfrute personal y de autorrealización, que son mucho más importantes que los primeros. De hecho, son la antesala de los primeros. Sin disfrute, sencillamente, no hay prosperidad o la que se obtiene es efímera. Entremos de lleno ahora en conocer (para algunos descubrir) qué hacemos realmente en la vida. ¿A qué nos dedicamos realmente?. No es pregunta baladí especialmente teniendo en cuenta que es tanto como plantearnos ¿Qué estamos hacemos aquí?... Si le preguntamos a un vendedor de El Corte Inglés a qué se dedica, nos mirará atónito (especialmente si lo abordamos justo en medio de su jornada laboral normal) y pensará que somos imbéciles o que no tenemos ojos en la cara. “Pues chico, aquí ando vendiendo... Porque lo que hago es vender. Me dedico a vender este o aquel producto…” diría con cara de asombrada indiferencia. Porque un vendedor vende… el producto de la sección
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pertinente en la que el buen hombre esté destinado. Un vendedor vende, es tan lógico que cae por su propio peso. Pero ocurre lo que suele pasar con las cosas que son tan absolutamente lógicas: Que son erróneas. Todavía más cansina puede ser la cara que nos ponga el empleado de una sucursal bancaria si le abordamos con una pregunta similar. Nos responderá que atiende al público, y que si no lo hace rápido, la cola que se forma en la sucursal llegará a la puerta. Pero esa respuesta no es la que corresponde a nuestra pregunta. El asunto está en que casi todo el mundo piensa que la pregunta “¿A qué te dedicas?” se responde explicando aquello que hacemos. Pero nuestro trabajo cotidiano, el esfuerzo que realizamos durante las horas laborales en el cometido concreto o las funciones de las que nos encargamos, no siempre se corresponden con lo que verdaderamente es nuestro cometido. Veamos, desde el punto de vista de un economista extravagante, a qué se dedican unos cuantos profesionales confundidos: Un médico no atiende pacientes, salva vidas o las mejora en su calidad. Creer que el trabajo de un facultativo se reduce al número de pacientes a los que puede atender, es obviar que cada uno de esos pacientes es una persona con un verdadero problema. Un problema de salud, que es lo más importante de la vida. Desde un prisma reduccionista o pragmático, el propio médico puede, con los años, llegar a confundirse, especialmente si su trabajo se desarrollar en un centro de salud y llega a ser algo monótono por su horario definido y la rigidez de su cometido diario en la consulta. Pero el trabajo y su rutina no pueden confundirnos. No hacemos aquello que ahora mismo tenemos entre manos. Como profesionales, siempre tenemos (o deberíamos tener) un objetivo mayor que nosotros mismos y que las labores que ocupan nuestras
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horas de trabajo. Aquello que realmente nos define como profesionales. Un vendedor de unos grandes almacenes, no vende: Aporta soluciones, asesora, solventa necesidades y cubre carencias. Aunque desde luego él elige cómo prefiere ver su trabajo. La primera visión es pequeña, pesada y monótona. La segunda está llena de significado porque no se centra en los objetos que vende, sino en las personas a las que atiende. ¿Qué es más importante?; ¿En qué se venía centrando usted hasta ahora? Un dentista no cura caries o extrae piezas: Protege la salud de las personas, mucho más allá de su higiene dental. ¿Sabía, por ejemplo, que hay una relación directa entre la salud dental y las enfermedades cardiovasculares?; ¿Ignoraba que a través de una simple caries (con la que se puede vivir en apariencia) una infección entra de forma constante y directa en el torrente sanguíneo, teniendo acceso directo a nuestro corazón?. Desde este prisma, atender a dos docenas de pacientes al día en la consulta del estomatólogo, no parece ser ya cuestión de simples empastes o extracciones… Un albañil puede creer que se pasa la jornada (dura como ninguna, por cierto) al sol, cubriendo el objetivo del día consistente en terminar tal o cual fachada. Pero ese albañil está construyendo el hogar de una persona. La casa en la que vivirá una familia entera, quizá; O en la que crecerán niños el día de mañana. Ese inmueble, en el que el albañil está haciendo junto a otros compañeros esta o aquella tarea, es el sueño de muchos que están dispuestos a embargarse media vida por poder comprarlo. Un camarero, no sirve mesas: Crea veladas para personas que se escapan a un restaurante a almorzar o cenar, buscando un paréntesis o celebrando algo especial. Un programador informático, no desarrolla software: Crea soluciones diarias para el trabajo y el ocio de las personas.
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Un acomodador de cine (de los que ya casi quedan, por cierto) no es un profesional de baja cualificación que realiza un trabajo autómata: Es el responsable de crear una excelente experiencia de usuario para quien va a disfrutar de un par de horas de ilusión. Un profesor no imparte clases: Forma mentes. Incluso, las libera para que operen por sí mismas. No son descripciones poéticas, aunque puedan parecerlo. Se trata de que descubramos que una cosa es lo que hacemos durante 8 ó 10 horas al día, 5 días a la semana, y otra muy diferente es saber cuál es la auténtica naturaleza de nuestro cometido. Lo primero es únicamente lo que toca ahora. Lo segundo es el significado último que tiene aquello que hacemos. Una cosa es trabajar; La otra es conocer la esencia de nuestro trabajo. Una cosa es saber qué tenemos que hacer; La otra es descubrir el objetivo de lo que hacemos. De profesional a profesional, en su trabajo: ¿Simplemente escucha? ¿O atiende a quien le habla?. ¿Simplemente vende? ¿O soluciona los problemas y cubre las necesidades de los clientes?. ¿Se limita a recomendar? ¿O asesora sinceramente?... Y ahora le pregunto, a la luz de un pensamiento extravagante, ¿A qué se dedica usted?
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NO TODO ES DINERO. PERO SÍ QUE TODO ES ECONOMÍA.
"Vender (nos) es lo primero que hacemos cada día en cuanto nos presentan a alguien. Después hay dos tipos de personas: Las que entienden esto Y las que no."
En la vida no todo es dinero. Ahí con letras bien grandes para que se vea lo que nos han repetido una y otra vez. A algunos nos lo han remarcado profesores, a otros nuestros padres… Incluso la mayoría de nosotros hemos recibido esta especie de bautismo a modo de profecía, por parte de toda la sociedad. Y es verdad, en esta vida no todo es dinero. De hecho, casi nada es dinero… Lo veremos en un apartado posterior que se llama precisamente así: NADA ES DINERO. Pero sí que TODO es Economía. Y resalto el TODO para que el lector pueda entender un concepto simple, aunque a veces nos resistamos a entenderlo: Todo cuanto hacemos desde que ponemos un pie en el suelo tras una buena noche de sueño, hasta que por la noche regresamos a esa misma cama que ahora nos ve
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salir de las sábanas… Todo lo que haremos durante la jornada tiene que ver con la Economía. Lo entendemos más o menos bien cuando decimos que una reunión de negocios es hacer Economía. Es bastante lógico pensar que, de una u otra forma, trataremos de obtener alguna oportunidad o beneficio de esa reunión. Sencillo, se entiende. Además, llamar al encuentro “reunión de negocios” ya nos augura que la cosa tiene que ver con el factor económico. Pero, ¿Y comprar en el supermercado?, ¿No tiene eso pleno carácter económico?. ¿No está íntimamente relacionado con analizar la calidad de los productos, buscar los mejores precios y hacer que nuestro presupuesto mensual familiar cunda lo más posible?... Y sin embargo seguro que si le preguntamos al ama de casa media si se considera una experta en Economía, nos responderá que no o que esas cosas a ella la pillan de lejos. ¡Pero si lo hace a diario!. Practica Economía en el mercado, en la droguería, en la tienda de ropa del barrio… Sin saberlo o sin considerar que negocia como se negocia en un edificio de negocios convencional. El 90% de las personas se caracteriza por creer no poder lograr sus objetivos. Todos aciertan. El 10% restante, está convencido de que los lograrán. Y también aciertan. Es una cuestión de elegir en qué grupo estar.
Pero todavía el lector medio puede entender que eso de comprar en el mercado parece tener bastante que ver con la materia económica. Quizá el ama de casa no lo haya visto desde esa perspectiva, pero la mayoría todavía sí lo entiende. Sin embargo podemos complicar un poco más el asunto para ver que TODO ES ECONOMÍA y que a veces nos cuesta tanto trabajo entenderlo en lo más elemental y cotidiano, como a esa ama de casa que no cree que en la Bolsa o en las grandes operaciones financieras se negocie 112
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de una manera bastante similar a como ella le habla al pescadero, aunque con otros términos bastante más sofisticados, para al final, tratar lo mismo. Por ejemplo, ¿No es Economía conquistar a una chica?. ¿No es Economía tratar de convencer a nuestro profesor para que nos suba la nota de ese examen suspenso por un exiguo 4,5?. ¿No es Economía discutir y querer llevar la razón?. ¿No cree que practica Economía el chaval que quiere convencer a su padre para que le deje salir el sábado con los amigos hasta las 12 en lugar de tener que regresar antes a casa? ¡Pues claro que sí!. Economía es negociar para obtener más o menos, que es lo mismo que tratar de lograr ese 0,5 que le falta al estudiante para obtener el preciado suficiente que le hará salvar el semestre. Ese medio punto es el objetivo que hay que cubrir en el lenguaje del banquero o del analista. Es la ratio de crecimiento que no hemos alcanzado y que nos impide cerrar el semestre en superávit. Es hacer Economía y se puede y debe abordar con una mentalidad económica. O mejor dicho, no deberíamos creer que la Economía es sólo un aspecto de la vida reducida al ámbito del dinero o el Comercio. La Economía es la fórmula bajo la que opera nuestro cerebro de manera casi natural y en los planos más triviales. Ahorramos energía, cuando tratamos de no cansarnos con esfuerzos físicos innecesarios, si creemos que la vamos a precisar en un momento dado posterior. Que no es otra cosa que reservar recursos para posteriores inversiones o desembolsos. Biología y Economía hermanadas de manera natural. También cuando nos hidratamos, o cuando ingerimos alimentos, una parte se destina a reservas y otra a quemarse de manera casi inmediata a modo de carburante, ocupando cada elemento su lugar en nuestro organismo: Los hidratos de carbono una función, las grasas otra, las proteínas otra… Todo bien definido, estructurado y listo para ser empleado en el momento adecuado de 113
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una forma optimizada. Unos recursos se emplean en el acto (inversiones a corto plazo) mientras que otros se difieren o incluso se acumulan: Provisiones a largo o ahorro directamente. Es el proceso por el cual nuestro propio cuerpo se estructura sin que intervengamos conscientemente. Y es Economía pura y dura. La llevamos hasta en las células y todavía hay quien cree que no ha nacido para ello. El chico que quiere una bicicleta nueva o ese par de zapatillas que ha visto en la tienda de deportes ya sabe, casi instintivamente, que tendrá que agudizar el ingenio para recaudar fondos y poder adquirir el objeto de sus sueños. Quizá tenga que buscarse un trabajo extra (diversificar su tiempo para obtener nuevas líneas de ingresos) o incluso empezar a trabajar si no tiene empleo para la obtención de los recursos que necesita. Economía en proceso de planificación delante de un escaparate con sólo 13 años. El otro joven que quería llegar más tarde la noche del sábado, en su pugna verbal con su padre, negociará de forma absolutamente natural, casi inconscientemente. Sabe que para obtener lo que quiere tendrá que ofrecer algo a cambio. Quizá no tenga la suerte de que sea su padre quien le presente el negocio: “Estudia más y podrás llegar más tarde”. “Aprueba tal o cual asignatura” (léase cubrir el objetivo) y obtendrás la recompensa (o lo que es igual: la comisión pertinente). Si no sale del propio padre, será él quien tenga que vender su producto: Es buen chaval, estudia, no bebe… sacará todo su arsenal de méritos e incluso lo completará sumando lo que está dispuesto a lograr, si le dejan llegar un poco más tarde a casa. Negociación, perseverancia, objetivos… Economía en el salón de una casa a las siete de la tarde de un sábado.
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¿De verdad sigue usted pensando que esta ciencia es para iniciados?. La lleva practicando toda la vida con pleno éxito, se lo garantizo.
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CAPÍTULO III REPROGRAMÁNDONOS
¿Comprarías un ordenador, sin sistema operativo, o con programas instalados que no supieras manejar?. No te serviría de mucho, ¿verdad? ¿Por qué entonces permites que tu vida se dirija con el más potente ordenador que existe (tu mente) sin una programación adecuada que entiendas y que controles?. . .
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LLAMANDO A LAS COSAS POR SU NOMBRE. "Analízalo: Tu realidad no existe, hasta que posas sobre ella tus pensamientos, tus propias etiquetas, miedos e identidades. Y ese es tu mundo entero." Cuando estudiaba Derecho tuve la suerte de contar con un profesor que era Catedrático de su asignatura. No tiene importancia de qué materia se trataba, pero sí importa la anécdota que aprendí de él y que me ayudó mucho a reprogramar mi mente desde ese momento, cuestionándome bastantes conceptos como dificultad, simplicidad, posible o imposible, antes de asentarlos en mi pensamiento. Me explicaré. Ese Catedrático en cuestión se encontraba por aquellas fechas redactando, con la ayuda de varios colaboradores e investigadores dependientes de su departamento, un nuevo manual para su asignatura. Es tarea compleja, lo reconozco. Tratar de recoger todo el conocimiento posible y ponerlo a disposición de nuevas generaciones en un solo curso especializado, es una labor que precisa talento, ayuda y tiempo. De estas tres cualidades, sólo le faltaba una al buen Catedrático: Talento. Pero eso tampoco importa ahora. El caso es que tras más de un año de trabajo, los diferentes colaboradores que trabajaban en la redacción de un capítulo cada uno bajo la supervisión del académico, entregaron sus escritos para 119
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que, al ser unificados, formasen el manual completo. El Corpus de la asignatura, recuerdo que lo llamaban en su afán por cubrirse de gloria. Cuando el Catedrático de esta asignatura de Derecho leyó el texto concluido al completo, se lo pasó a un tercer colaborador independiente al que le pidió que se tomase su tiempo y lo abordara como si no supiera nada de leyes. Le pidió que leyese su manual con los ojos de un neófito, de alguien sin experiencia. Así lo hizo el amigo quien necesitó un par de semanas para abordar la obra al completo. Cuando finalizó el Catedrático se reunió de nuevo con él y le preguntó si lo había encontrado ameno, claro y sencillo como para que cualquier nuevo estudiante de la asignatura lo pudiera comprender. El colaborador independiente le respondió que sí. En efecto, sus ayudantes habían hecho un gran trabajo de concreción y de clarificación de la asignatura. Cualquiera que leyera aquel manual podría entender la materia y conocerla, aun partiendo de una nula experiencia previa. El Catedrático asintió y comentó que eso mismo había percibido él cuando leyó el texto por primera vez un par de semanas atrás. Agradeció la opinión de su amigo y llamó a todos los colaboradores que habían estado trabajando durante un año entero redactando aquellos capítulos. Una vez en presencia de éstos les dijo que debían volver a empezar desde cero. Cuando todos se asombraron y preguntaron qué había salido mal y por qué tenían que empezar tirando a la basura el trabajo de investigación de todo un curso, el Catedrático les contestó que el manual era claro y sencillo de leer. Que cualquiera sacaría una idea meridiana de la asignatura cuando estudiase su obra. Los profesores colaboradores no entendían qué pasaba. Esa era precisamente la razón de hacer un manual para los estudiantes, ¿no?. Que aprendiesen la materia y que la pudiesen comprender. Se habían esforzado precisamente en hacerla clara e intuitiva. 120
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El académico les replicó que si todo el mundo podía comprender su materia con sólo leer un manual, su carrera y la del resto de profesores estarían acabadas. Si no empleaban un lenguaje oscuro, confuso y lleno de tecnicismos, todo estudiante creería que su asignatura era sencilla de comprender. La controlarían desde el principio. La catalogarían de materia simple. ¿Qué necesidad habría de especialistas para enseñarla?; ¿Para qué un Catedrático?. Y, lo que es más importante, ¿Sería él un académico de una materia simple a los ojos de un estudiante sin experiencia?. En eso no había gloria. Su asignatura debía ser compleja, difícil de abordar, dura de entender. Con fama de insufrible, en suma. Las instrucciones fueron claras: Haced que cada capítulo sea casi imposible de asimilar. Que hagan falta semanas de estudio para cada tema y que desanime con sólo acercarse al libro. Sólo los más aptos aprobarían la asignatura. Nadie la entendería a simple vista y se les admiraría por dominar un conocimiento jurídico altamente especializado. En la actualidad, ése manual tan árido y complejo sigue siendo la principal fuente para aprobar esa asignatura de Derecho en la Universidad donde estudié. Hay alumnos de quinto de carrera que llegan al último año de la misma, con esa materia pendiente, desde primer curso. La complejidad, a veces, se fabrica… No todo lo que nos parece inabordable, es así por naturaleza. En no pocas ocasiones, hay intereses en que sea así. La Economía tiene bastante que ver con esta anécdota que viví en primera persona.
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NADA ES DINERO, O EL DINERO NO ES NADA. "El hombre creó el dinero. Y como toda creación, lo colocó por debajo de él. Luego lo consideró escaso y difícil de lograr. El dinero se situó por encima del hombre. El dinero ahora crea al hombre."
Creer que el dinero tiene personalidad propia equivale a darle vida e independencia. Siempre me ha impresionado ver cómo las personas pueden llegar a sentirse por debajo de una creación del género humano. Cada vez que alguien piensa que ganar dinero (generar riqueza) es difícil, que la Economía no es lo suyo, O que no se sienten capaces de generar prosperidad de alguna forma, no puedo dejar de asombrarme. ¿Cómo hemos llegado con el dinero hasta el punto de que el objeto se vuelva más sofisticado que sus propios creadores?. ¿Cómo es posible que quienes hemos inventado el medio, hayamos llegado a creer que actúa por sí mismo y que se nos escapa de las manos, o peor aún, de la razón?. El dinero en sí, no es nada en absoluto. Es un mero medio de cambio. Se emplea exclusivamente como fórmula de adquisición de bienes y servicios, así como medio de retribución por 123
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aquello que se nos ofrece. Es tan sólo el idioma del intercambio. Algo más elaborado, eso sí, para que sea universalmente reconocido y que todos, nos encontremos en el país y la situación en la que nos encontremos, tengamos un referente más o menos homogéneo con el que poder realizar transacciones comerciales o personales. Pero no es un bien en sí mismo. Esa no es su naturaleza, pese a que lo tratemos así. El problema, y bien grande por cierto, estriba en que cuando al dinero se le confiere carta de naturaleza propia, pierde su función como medio. Ya no lo vemos como un instrumento, sino como el objetivo. Se nos olvida que somos nosotros quienes lo controlamos así como quienes determinamos su valor. El dinero, per se, no detenta valor alguno. Es la persona que lo emplea y en qué lo emplea, lo que determina cuánto vale el dinero en cada caso. Cuando creemos que tenemos controlada la situación, tememos que algo pueda fallar. Cuando no tenemos idea alguna de cómo llegar al objetivo, es cuando empezamos a creer que todo puede ocurrir.
En 1930, meses después de que se iniciara oficialmente la Gran Depresión los principales industriales estadounidenses, los grandes contratadores, pagaban a sus empleados el jornal del día con carretillas llenas de dinero, dada la depreciación que había sufrido el dólar. Tal había sido dicha depreciación, que la gente empleaba los billetes para calentarse, quemándolos en las estufas de sus hogares, porque valían menos que la leña o el carbón. Los pocos que aún conservaban un empleo, tenían que hacer varias paradas durante la jornada laboral para ir con sus carretas llenas de billetes a comprar alimentos, porque los precios de éstos se revisaban casi a cada hora, de forma que un rato después de haberse 124
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cobrado, la carreta no tenía más que papel cuyo valor era menor que el propio coste de impresión de los billetes. Todas las imprentas del país paralizaron su actividad convencional y se dedicaron, por orden del Gobierno, a imprimir timbre. Este es el extremo de la personalización del dinero. Las consecuencias últimas de considerar al dinero un ente con capacidad de valor propio y no delegado. Así se forjan las hecatombes económicas. Usemos varios ejemplos más cercanos. Juguemos con un mismo billete, de idéntica cantidad nominal (500 euros, por ejemplo) para comprobar que éste puede llegar a tener un sin fin de valores distintos. Bien dispares. En tan sólo dos situaciones diferentes, (y el Mercado es, por naturaleza, el foro de las situaciones ilimitadas) una misma cantidad de dinero vale mucho o no vale nada. ¿Cuál es el valor que se dibuja en nuestra mente para esos 500 euros si resulta que en una determinada relación laboral, éste es el salario por tres meses de trabajo?. Tendremos en este caso que ese dinero nos parece exiguo. Casi ninguno de nosotros aceptaría ese empleo. ¡Tres meses trabajando para ganar 500 euros!. Eso es aceptar una minimización enorme del salario mínimo interprofesional en cualquier país del primer mundo. En este caso, 500 euros es igual a poco dinero. Pero hay que concluir esa cadena de pensamiento: Poco dinero, por tres meses de duro trabajo. No poco dinero en sí mismo. Pero, ¿Y si esos 500 euros fueran la retribución por estar tres meses viendo la televisión al mismo ritmo al que lo hacemos comúnmente en nuestro tiempo libre, porque para eso nos ha contratado una prestigiosa empresa consultora de estudios de mercado y tendencias de los consumidores?.
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De repente, ganar 500 euros por ver la televisión, tal y como lo hacemos comúnmente, ya no parece un mal negocio. Ese mismo dinero vuelve a tener un valor en alza en nuestro criterio “esfuerzorecompensa”. Por los mismos tres meses de trabajo. La prueba de que el dinero no tiene valor en sí mismo, sino en dependencia de la persona y las circunstancias concretas, lo vemos aún más claro cuando se trata de gastarlo, en lugar de como forma de retribución. Veamos: Sigamos con ese billete de 500 euros. A priori, hay que reconocer que esa cantidad es para cualquiera de nosotros en una situación neutra, es decir, libre de connotaciones, un buen montante. Pero eso es debido a que valoramos lo que podríamos hacer con esos 500 euros hoy en día. El dinero, de nuevo, por sí mismo no tiene valor alguno. Lo que se dibuja en nuestra mente es lo que podríamos hacer con ese billete. Eso le otorga el valor: Lo que se dibuja en nuestra mente (no pierda de vista este factor) Antes de esa consideración personal de cada uno, el dinero no es más que un mero medio de cambio. Es el acceso a lo que podemos hacer con él, al disfrute que nos aportaría, lo que lo hace valioso. Es importante no olvidar esta obviedad que al ser leída parece clara, pero que en el día a día de nuestras decisiones económicas desaparece de nuestros procesos mentales. ¿Qué valor le damos a esos 500 euros si tenemos una situación desahogada y no lo necesitamos con urgencia?. Quizá sea una buena oportunidad para ahorrarlo, o darnos un capricho, seguros de que no nos encontramos en carestía. ¿Pero qué otro valor la damos a esa misma cantidad de dinero, si llevamos varios meses sin pagar la hipoteca, el banco está a punto de ejecutarnos la vivienda y con esos 500 euros que acaban de aparecer, podríamos ponernos parcialmente al día, impedir el embargo y ganar tiempo hasta el siguiente sueldo que nos permita reponernos?. 126
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¿Valen ambas cantidades idénticas lo mismo?. ¿Aportan lo mismo?. En negativo, también lo veremos claro empleando el mismo ejemplo anterior. ¿Qué experimentaría el primer sujeto (el que se encuentra en una posición desahogada económicamente y sin sobresaltos) si ese dinero no llega a su cuenta corriente, como extra?. Posiblemente, no tendrá mucha importancia. A nadie le amarga un dulce pero, bueno, al fin y al cabo esos 500 euros ni estaban, ni se les esperaba. Sin el capricho que nos habíamos dado, se puede vivir. ¿Pero y si esos 500 euros no le llegan a tiempo a quien está a punto de ver su vivienda embargada?; ¿Qué valor e importancia le da esa otra persona a dicha cantidad de dinero si el banco le dice que, pese a que debe bastante más en retrasos, con un ingreso de 500 euros, todo se paralizaría y no se pondría en marcha un proceso de embargo contra su techo y el de su familia?. La misma cantidad de dinero, vale más o menos siempre en dependencia de la persona, el momento y la circunstancia. No teniendo personalidad propia, el dinero no marca el valor de las situaciones, sino al contrario. Por eso es tan importante que dejemos de ver el dinero como fin en sí mismo, o como detentador de valor. El dinero es un flujo de posibilidades, al que las personas tienen el derecho y la obligación de etiquetar constantemente como valioso, o no; Al alza, o a la baja, en dependencia de sus respectivas circunstancias, y no de algún índice de precios al consumo o intercambiario de ningún tipo. En este punto sé que habrá algún economista tradicionalista que tenga algún argumento para discutir mi criterio. Me los he encontrado muchas veces. Les llamo tradicionalistas porque creen que la economía es matemática pura y, créame, no hay financiero más peligroso que aquel que está convencido (o pretende hacer creer) que la economía y las matemáticas tienen algo que ver. 127
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Aducen una lógica aplastante para determinar que si, por ejemplo, el índice de precios al consumo (el tan traído y llevado IPC) determina que, pongamos por caso, la carne de pollo, los huevos, la ternera y la leche, en un mismo mes han experimentado una subida de precios al alza del 400%, es rigurosamente cierto que la gente podrá comprar cuatro veces menos carne, leche y huevos con el mismo dinero que el mes anterior destinaban a estas viandas. Bien, lo primero que cabe destacar es que el índice de precios al consumo (ese Sanctasanctorum de la economía que asusta a damas de casa y ministros de economía de medio mundo) está elaborado con los mismo criterios con los que se hacía medio siglo atrás. Como si los elementos más importantes de la cesta de la compra de los ciudadanos de 1940 y los de hoy en día, tuvieran algo que ver. Lo segundo que hay que decir, para dejar claro que el dinero en sí mismo no tiene valor, por muchas siglas e índices que los “especialistas” se empeñen en ponderar, es que cuando los economistas tradicionalistas emplean términos como “gente”, “en general” o “la mayoría”, en realidad no suelen acertar demasiado. Lo que dejas de hacer es tan importante, o más, que todo lo que haces. No hacer es acción pasiva, no inactividad.
Creía que no hay mayor descerebrado que un economista tradicionalista que crea que el dinero se rige por criterios estadísticos y matemáticos puros. Me equivocaba. Hay un descerebrado mayor: El economista tradicionalista que, además, cree que conceptos como “la mayoría” o “el público en general” siguen existiendo hoy en día en pleno siglo XXI.
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Los que se especializan en reducir las personas a cifras para tratar de predecir comportamientos y tendencias, son los analistas estadísticos. Estos merecen una mención aparte, porque son verdaderos ciegos a la hora de acertar. La culpa no es de ellos, sino de aquellos que se empeñan en usar las estadísticas para medirnos a todos e intentar averiguar qué haremos mañana los usuarios, los clientes… Las personas. Bajo el prisma de que un ser humano es algo similar a un robot en cuanto a comportamiento, los responsables de analizar la información pasan por alto un detalle fundamental: Las estadísticas sirven perfectamente para indicarnos qué ha sucedido, pero no para obtener conclusiones ni jugar a predecir lo que ocurrirá. Aquí es donde se forjan los conceptos de “la mayoría”, “el público en general” o, esa otra joya que emplea la estadística para referirse a las personas: “la masa”. Parece que no se percatan de que tratar de predecir comportamientos en materia económica o empresarial, en base a las estadísticas, es tan ilusorio como pretender conducir nuestro vehículo para hacer un largo trayecto mirando sólo por el espejo retrovisor. Sabemos lo que acabamos de dejar atrás, pero no tenemos la menor idea de lo que tenemos delante. De forma que, cuando esos matemáticos economistas afirman que si la carne, la leche y los huevos suben en el índice de precios al consumo un 400% de golpe, por algún tipo de hecatombe económica, resulta claro que “la gente” podrá comprar 4 veces menos alimentos de esta índole con el mismo dinero, sencillamente, se están equivocando. Porque, por ejemplo, ¿qué importancia tiene esa subida para los vegetarianos?. ¿Se devalúa también su dinero por no poder comprar 4 veces más huevos, leche y carne?. Se puede aducir ahora que los vegetarianos no forman parte de la mayoría.
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¿Y la subida del precio de la gasolina?; ¿Afectará a la “mayoría” de “la masa poblacional” que no usa vehículo a motor para desplazarse cada mañana a su trabajo?. También se puede argumentar que quienes no tienen o no usan coche ni moto, también son minoría. ¿Y la bajada de los tipos de interés?, es decir, devolver menos dinero cada mes por el principal prestado para comprar su casa, por ejemplo, ¿Beneficiará a esa otra “mayoría” de personas cuyas hipotecas no son revisables?; Otra minoría. ¿Y a la “generalidad” de quienes sí pueden revisar su hipoteca, pero una vez al año, tiempo suficiente para que el Euribor vuelva a subir y ya no le sirva de nada?, ¿Les afectará la bajada temporal de tipos?. También están fuera de la mayoría. Cuando somos capaces de guardar silencio durante cinco minutos se produce un hecho increíble y poco habitual: Comenzamos a pensar.
Yo creo que, a base de sacar grupos de minorías de las supuestas mayorías, éstas se quedan más bien en poca cosa. Es decir, esos cálculos geniales que tratan de predecir nuestros comportamientos introduciéndonos a todos en uno o varios lotes pre-etiquetados, no sirven de mucho en materia económica. Tengo una buena anécdota más con la que quiero reivindicar que las personas (ya sea en su faceta de usuarios, clientes, profesionales u objetivos de campañas y análisis de mercado) no son mensurables mediante la estadística agresiva con la que muchos economistas tratan de analizar una supuesta realidad predecible. Esta historia sucedió realmente y no creo que su protagonista vuelva a emplear los tan afamados estudios de mercado
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a la hora de basarse en ellos para sacar un producto o servicio al mercado. Un comerciante del sur de España tenía previsto invertir una determinada cantidad de dinero en corbatas. El buen hombre se dedicaba a la venta minorista de artículos y complementos masculinos y quería acertar a la hora de hacer su inversión para posteriormente vender estas prendas. Encargó un pormenorizado estudio de mercado que, como debe ser, pagó a precio de oro porque, otra cosa no, pero las consultoras se vende caras. Acierten o no. Eligió una empresa de consultoría bien reputada y les pidió que elaborasen un buen informe que le indicase qué tipo de corbatas preferían los hombres de todos los pueblos de una determinada comarca, por los que tenía previsto posteriormente vender la mercancía a través de su propia red comercial. La consultora se empleó a fondo. Envió a una cuadrilla de encuestadores para que visitaran, puerta a puerta, cada hogar de los pueblos de la comarca previamente delimitados. Iban, casa a casa, preguntándole al cabeza de familia o, en ausencia de éste, a algún varón mayor de edad, qué tipo de color y motivos preferían a la hora de vestir corbata. Un par de meses después de este trabajo de calle, se introdujeron todos los datos recolectados, fruto de las encuestas efectuadas, casa a casa, varón a varón, en una base de datos para que los analizara el correspondiente analista de estadísticas a través de un potente software informático. El resultado fue positivo. Había un patrón común: La inmensa mayoría de los hombres consultados parecía coincidir, con mucho, en que su corbata ideal debía ser roja con pocos motivos. Quizá con un par de líneas trasversales de color claro, pero discretas. Con la información en la mano, el comerciante invirtió la partida presupuestaria que tenía prevista en miles de corbatas cuyo diseño coincidiera con el resultado de las encuestas realizadas. 131
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Siendo inteligente el hombre, además decidió no apostarlo todo a una carta y tomó también los resultados secundarios para invertir menores cantidades de dinero en las otras preferencias que los hombres encuestados habían comentado en segundo lugar. Así compró su mercancía y la distribuyó entre los vendedores de su red comercial que se pasaron semanas visitando los mismos pueblos y los mismos hogares que antes se habían encuestado. No vendieron ni un solo paño. Nada. Cero. El empresario no lo entendía y no podía salir de su asombro. Los hombres no compraban los artículos que habían manifestado ser de su preferencia en los mismos hogares encuestados semanas atrás. ¿Cómo podía ser?. Uno de sus vendedores traía la respuesta fruto de patearse la calle y trabajar el mercado. La había obtenido en una de sus visitas para tratar de vender la mercancía. La consultora contratada y los especialistas en análisis estadísticos habían pasado un enorme detalle por alto: Habían encuestado a miles de hombres mayores de edad sobre sus preferencias en corbatas. Pero son las mujeres las que suelen comprar estos artículos para sus maridos. El Mercado no es predecible, porque lo conforman personas y comportamientos que, por naturaleza, no son evaluables a priori. Con estos ejemplos quiero sólo poner de manifiesto que el dinero, por mucho que se le mida, se le analice o se le clasifique en tablas, tendencias, depreciaciones o alzas, no tiene valor en sí mismo. Depende de personas, de apreciaciones subjetivas y de preferencias variantes a cada momento. No somos marionetas. Aunque se nos trate como a tales. No consumimos lo que se prevé de nosotros, pese a que se considera que nuestras preferencias son clasificables. 132
LA ECONOMÍA EXTRAVAGANTE. El problema no es el dinero, sino tu forma de pensar.
Tenemos un mayor grado de autonomía, y la ejercemos, de la que se puede deducir al reducirnos a simples números, por muy complejos que sean los procesos de evaluación empleados. Empleamos incorrectamente el prefijo “in”. Lo usamos como negación, pero pienso que realmente describe mejor cómo nos sentimos interiormente: Insolvente, no es quien no tendrá jamás solvencia, pero sí es quien interiormente se siente así. Lo mismo ocurre con incurable, inactivo, inimaginable y tantas otras características que las personas se aplican a sí mismas. o a sus asuntos.
Y eso es lo que trasladamos al dinero. Es el uso que los ciudadanos creen que le pueden dar a su dinero, en un determinado contexto, lo que hace que el dinero en sí pueda o no comparar más, ahorrarse más, invertirse adecuadamente… Es el todo por la parte. Es naturalizar la Economía u otorgarle personalidad propia al dinero lo que nos hace perder parcelas de decisión propias. No somos libres de invertir o ahorrar si creemos que el dinero, por sí mismo, como genio caprichoso que decide en qué bolsillo entrar y en cuál no, nos va a faltar. Y creemos que nos va a faltar si le otorgamos carta de naturaleza a esos índices que constantemente nos dicen que podemos comprar menos pan, gasolina, leche o huevos, con nuestro dinero. Porque también nosotros nos hemos dejado introducir en esos índices. Somos mesurables. Si se nos puede medir ya no somos independientes. De poco importa que yo no tenga coche, sea vegetariano y que viva de alquiler. A fuerza de bombardeo, si el precio de la vivienda sube, el Euribor se encarece, la gasolina se dispara y los 133
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alimentos cárnicos están por las nubes, también yo he de creer que la Economía va mal y que mi dinero vale menos. Porque los economistas matemáticos (en su descerebrada obsesión) han debido encontrar un algoritmo que me defina, también a mí, al alza o a la baja.
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CUIDADO CON TU PRIMER PENSAMIENTO. ASÍ ETIQUETES TU REALIDAD, ASÍ SERÁ. GANARÁS O PERDERÁS SEGÚN LA POSICIÓN QUE DECIDAS ADOPTAR.
"Si una persona te dice que no tienes razón en algo, duda un instante y plantéate libremente tu posición. Si muchas personas te dicen que no tienes razón en algo, puedes estar seguro: Estás en lo cierto y, además, vas por bien camino.”
Una vez fui a solicitar un préstamo. El Director de la sucursal bancaria a la que me dirigí era todo un intelecto. Nunca sabré cómo usar un sarcasmo lo suficientemente afinado que pueda hacer honor a este hombre y su forma de tratar al cliente. El caso es que una vez en su despacho me tan sólo dos cosas: La primera era qué cantidad de dinero quería solicitar en préstamo (esto os lógico). Y la segunda era para qué quería ese dinero. Esta pregunta siempre me ha hecho mucha gracia. Eso de que los bancos quieran saber exactamente el uso que le daremos a un préstamo personal siempre me ha parecido ridículo. Es como si quisieran juzgar qué es más loable. En qué es más seguro para ellos que me gaste mi dinero. Y no digo que un empleado de banca no deba preocuparse por qué haré con los caudales que me preste. Sólo digo que no sé 135
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para qué tanta preocupación cuando se blindan con una nómina, un seguro de vida, dos tarjetas de crédito (con sus correspondientes comisiones) el aval de dos miembros de mi familia y un fondo pignorado. Con todo eso, sinceramente, que me pregunten para qué quiero el dinero, me suena a cachondeo. El caso es que al buen hombre que dirigía aquella sucursal, mi perfil de riesgo no le debió parecer del todo excelente porque tras teclear algo en su portátil (supongo que consultaría esas estupendas bases de datos de impagados) determinó que no me podía conceder el préstamo. Claro, uno en esas situaciones sólo puede poner cara de sorprendido y preguntarle al bancario el por qué de su mala suerte. La respuesta fue, posiblemente, el mayor alarde de talento que aquel hombre haya tenido en su tecnócrata vida. Y tuve la suerte de que me lo regalase a mi aquella mañana. Dijo más o menos textualmente: “Una vez fui a un pueblecito perdido del norte a pasar unos días desconectado del mundo. Y me di cuenta, pasadas algunas jornadas, de que la campana de la iglesia no sonaba en las horas correspondientes a las misas. De manera que, intrigado, fui en busca del alcalde de la aldea a preguntarle porqué su iglesia no avisaba a los feligreses de que era hora de oficios, mediante la tradicional campana. Y el edil me contesto: Hay cinco razones por las que la campana de la iglesia no suena, mozo. La primera es que nuestra iglesia no tiene campana. Las otras cuatro, como comprenderá, ya dan igual.” Hay que reconocer que aquel hombre debía ser salao. El caso es que el buen director de la sucursal bancaria, después de compartir esta anécdota conmigo, vino a decirme que, con mi petición de préstamo venía a pasar tres cuartos de lo mismo. La iglesia del pueblo no tenía campana. Los otros motivos por los cuales me denegaba el préstamo, sobraban.
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Hacer sólo una cosa en un determinado momento no es garantía de que la hagamos bien. El índice de éxito aún disminuye cuantas más cosas tratamos de hacer al mismo tiempo.
El préstamo dejó de interesarme, lo confieso, como suele ocurrir siempre que algo se me resiste. Eso pasa a un segundo plano y lo que comienza a despertarme un verdadero interés es, sencillamente, probarme que puedo conseguir lo que se me niega, aunque ya no lo necesite, ni me importe per se. Es una forma de pensar como cualquier otra. Es la manera en que funciona mi sistema de respuesta emocional a las adversidades. De forma que aquel director de sucursal me estimuló. Reescribí mi experiencia del momento no a raíz de lo que se me negaba, sino porque se me estaba negando y aquello no debía ocurrir. De forma que el hecho en sí perdió su interés para mí y comencé a trabajar mentalmente para convertir la decepción en un estímulo. El simple hecho de hacerlo ya cambia por completo la actitud con la que experimentamos una circunstancia. Del lamento se pasa al reto. De la desilusión al estímulo. En palabras de un consultor amigo mío, es comenzar el partido 1 a 0, en lugar de permitir que el encuentro comience 0 a 1. De manera que, sin centrarme ya en el préstamo que no me concedían, pasé a ver cómo me lo podrían conceder, aunque ya no lo quisiera Lo importante no fue ya el dinero, sino el hecho de demostrarme a mi mismo que podía lograrlo. Para ello, lo primero que tuve que hacer fue dejar de necesitar aquel dinero en préstamo. Sólo cuando el dinero no me importase realmente, podría concentrarme en la tarea de lograr ese préstamo que me negaban, por el simple placer de saberme capaz de conseguirlo. 137
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De forma que localicé el modo de salir del apuro sin la ayuda de un banco y reconstruir mi economía sin ayuda financiera en préstamo. Esperé, asumiendo que en toda carrera profesional y empresarial hay altibajos, sin que los momentos de flaqueza indiquen más que una evolución que no tiene por qué determinar fracaso alguno. La clave, una vez más, fue tomarme las cosas con calma y no permitir que la presión pudiera con mi capacidad de pensar y tomar decisiones, en su orden y en los plazos que la situación requería. La prisa, como tantos otros factores de nuestra vida, la marcan el calendario y el reloj, pero no debe entrar en nuestra psique a la hora de tomar decisiones. Sólo cuando la introducimos en nuestros procesos mentales, dejando que se convierta en un elemento más de la ecuación, la máquina comienza a fallar. Cuando el dinero ya no fue la prioridad ni razón de angustia a corto plazo, retomé aquel particular reto que me había propuesto: Ahora me concederían cualquier préstamo que solicitase. Entre otras razones, porque ahora trabajaría sin la presión de necesitarlo. Encontré a un intermediario financiero, especializado en negociar con decenas de bancos cada caso particular de sus clientes. Este tipo de profesionales independientes cuenta con muchos contactos y relaciones bien establecidas con entidades bancarias de distinta índole y con directores de bancos de todo el país. Basan su éxito en que presentan la documentación de un mismo cliente en decenas de bancos y en momentos distintos. Un banco que rechaza una solicitud de préstamo a comienzos de año, puede aceptarla en idénticas condiciones a las que denegó, a finales del ejercicio porque tiene que cumplir objetivos anuales, por ejemplo. En unas semanas de gestiones, llamadas y reuniones, mi intermediario financiero me telefoneó confirmándome que un banco había aprobado la operación. Le aboné sus servicios, por supuesto, y le comuniqué que mis circunstancias habían variado, de manera que ya no necesitaría 138
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aquella ayuda. Él cobró por sus servicios y yo logré mi objetivo porque re etiqueté mi realidad no en virtud de un fracaso, sino en base a un estímulo personal que yo mismo creé. No se trata tanto ver el vaso medio lleno o medio vacío, sino de darnos cuenta de que el vaso es nuestro y no lo manipula nadie.
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ERES EL MINISTRO DE ECONOMÍA DE TU VIDA.
"Cuanto más control externo admito en mi vida, menos la gobierno.”
Todos hemos aceptado que cada país cuenta con un Ministerio de Economía y al frente del mismo hay un responsable máximo de la política económica y financiera de todo el Estado. Allí se regulan las normas, los impuestos, los presupuestos generales de la nación y cuantos detalles macroeconómicos creemos que nos afectan en nuestro día a día, como ciudadanos que somos de ese país concreto. Que las cifras del desempleo suban o bajen; Que los tipos de interés nos afecten de una u otra manera; Que tengamos un mayor o menor acceso al crédito como empresarios, pequeños autónomos o estudiantes; Que tengamos o no derecho a pensión el día de mañana… Hemos asumido que todo se regula en esos despachos donde personas con capacidades extraordinarias dirigen la Economía de millones de trabajadores, desempleados, jubilados, jóvenes o amas de casa anónimos. Miramos atónitos hacia esas alturas cuando la gasolina resulta demasiado cara, porque el precio del petróleo se ha 141
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disparado, o cada vez que compramos un paquete de tabaco y se nos informa que la cajetilla es más cara que ayer mismo porque, desde el Gobierno, han decidido aumentar el impuesto que se le aplica. Y es cierto que a niveles macroeconómicos hay un solo Ministerio o una única política nacional en cada Estado. Pero eso no implica que no existan millones de ministros de microeconomía en cada país. Uno por cada casa, empresa, cartera y cuenta corriente que hay operativa. El problema es que esos ministros de microeconomía que tienen un amplio margen de decisión en sus respectivas finanzas, no saben que lo son y enajenan su capacidad de decisión creyendo que sólo hay una Economía, la nacional, y un único estado de cosas: El que se nos marca a todos de manera general y con el que nos toca lidiar. Ese es un error demasiado común como para que siga activo. Se hace más que necesaria una labor de acción personal en cada Economía particular para que las fluctuaciones, los fallos y el vacío de poder personal sigan operando en nuestro dinero. La política económica del país o la marcha general de la Economía no determinan mi economía individualmente entendida. Sé que vamos a tener que detenernos aquí un poco porque es mucha la basura admitida en nuestras mentes al respecto, y unas cuantas líneas no siempre sirven para cambiar una determinada manera de pensar durante décadas. Pero hay que empezar a hacerlo. Todo lo que desaprendo vale más que todo cuanto aprendí y era incorrecto o falso.
Siempre me ha extrañado que el ciudadano de a pie espere a que el Gobierno de turno o el Banco Central pertinente ofrezca una rueda de prensa para comunicar que nos encontramos en recesión, crisis, ralentización de la Economía o período de recuperación. Y 142
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siempre me ha sorprendido, porque los ciudadanos por lo general detectan las crisis o los momentos de incertidumbre económica mucho antes de que los periódicos recojan la opinión oficial de la autoridad pertinente abriendo o cerrando una etapa de decrecimiento financiero. Es el ama de casa quien mejor conoce el índice de precios al consumo, mucho antes de que los estudios políticos al respecto informen de ascensos o caídas. Porque es el ama de casa (sin secretaria, ni chófer; Sin escolta, ni despacho) la que a diario busca las ofertas, coteja los precios y se decanta por una u otra opción a la hora de llenar la cesta de la compra. Créame, el Ministro o la Ministra de Economía de turno, no conoce tan bien como ella el auténtico Índice de Precios al Consumo, sencillamente, porque no hace la compra cotidiana. Es el camionero o el taxista quienes saben a qué cooperativa de gasolinera acudir porque en sus surtidores el carburante marca precios más bajos que la media. También son ellos los que saben en qué establecimientos de hostelería se sirve la mejor comida al mejor precio de menú. Ahí en la calle real y a diario (en el auténtico Mercado, que no es el de Valores) es donde sobran los análisis, los estudios especializados y las jerarquías políticas. Ahí es donde veo auténticos Ministros de Microeconomía. Y hay uno por hogar. No ceda esa capacidad propia de pensar por sí mismo. De decidir. De cotejar. De elegir. Es mucho mayor de lo que cree ahora, o de lo que han tratado de que sepa. Usted determina qué impuesto le retiene a su hijo cuando una determinada semana sus notas no han sido lo que se esperaban y decide recortársela temporalmente. Usted, a través de su plan de pensiones privado, es quien crea su propio Fondo de Garantía de Pensiones que, dicho sea de 143
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paso, será mucho más efectivo y fiable que el que cualquier gobierno pueda ofrecerle hoy. Usted decide sobre la política educativa de su país (familia) cuando coteja colegios para sus hijos. Ahí no entra, ni debería hacerlo jamás, ministerio alguno. Los ejemplos podrían llevarnos días, pero usted es inteligente y sabe lo que le estoy tratando de comunicar. No delegue poder. No delegue más áreas de su vida en las que sólo usted puede decidir por su bien y el de los suyos. De nuevo le pregunto: ¿Cuántos Ministros de Economía hay en su país?
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EL MILAGRO DE LA MULTIPLICACIÓN DEL PAN Y LOS PECES. A ver si lo consigo…
"Si para ti 1 + 1 suman 2, es que no eres extravagante en absoluto.”
Jesús era un gran economista extravagante. No hay más que leer las Escrituras para ver que con sólo 5 piezas de pan y media docena de peces, dio de comer a una multitud de 4.000 hombres, sin contar las mujeres y los niños también presentes. Así lo dice el Nuevo Testamento y no seré yo quien lo ponga en duda. En lugar de eso, trataré de hacer lo mismo con este libro. Ya va siendo hora de que entremos en acción y pasemos a la parte práctica. Comencemos a usar la Economía Extravagante porque, sinceramente, nunca he creído que las filosofías o fórmulas de pensamiento sirvan para nada si no tienen una auténtica aplicación real y práctica. De manera que dejemos ahora la retórica a un lado y comencemos a multiplicar este libro. Hagamos que crezcan sus ventas a partir de este mismo y único ejemplar. Eso será como reeditar el milagro de la multiplicación, pero con un enfoque más actual. No sé. Como más capitalista. La idea me pone, sinceramente. 145
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No dar nada por aceptado hasta que no lo probemos por nosotros mismos y comprobemos que nos funciona, es la mejor forma de ejercer nuestra libertad de opinión.
Como buen economista extravagante yo debería poder hacer más con menos. Usar los recursos disponibles y hacerlos crecer lo máximo que pueda. Para eso, propongo permanentemente en este libro una forma de pensar algo más fresca. Un modo constante de ver las cosas desde perspectivas distintas. Además, como escritor, yo debería lograr que este libro llegue a ser un éxito de ventas. Para eso tengo que fidelizar al cliente. Pero, en este caso, el cliente es el lector y, por lo tanto, ya ha comprado su ejemplar, y será difícil fidelizar a alguien que ya ha comprado un artículo perecedero como es, por naturaleza, un libro que, una vez consumido, (leído) no volverá a ser comprado de nuevo. ¿O sí? El caso es que, hasta el momento ambas partes hemos salido ganando. Si usted ha encontrado algo en esta obra que le haya interesado o que le pueda servir, tendrá un producto que le ha aportado algo. Yo, como autor de la obra, tengo parte del dinero que usted pagó al comprarla, en concepto de derechos de autor. Lo dicho: Hasta ahora, los dos hemos ganado algo. Pero yo debería ser aún más extravagante y poder hacer el milagro de la multiplicación del pan y los peces que me he propuesto con este ejemplar. De manera que tengo que fidelizarle. O, traducido: Hacer que a usted le interese comprar otro ejemplar de esta misma obra. Así, usted valdrá por dos.
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No crea que le estoy acariciando el ego. Es que, realmente, usted valdrá por dos lectores para mí, si compra dos veces este mismo libro. Pero yo tendría que lograr que esta obra también valga por dos para usted. Dicho de otra manera: Este libro deberá servirle dos veces, para que usted también salga ganando. Así le fidelizo y le ofrezco algo a cambio. Está claro que el siguiente ejemplar que yo quiero que usted compre de mi libro no será para usted. Eso es absurdo, usted ya está leyendo éste y con eso le sobra. Es posible que le sobre desde que decidió abrir la primera página… Sin embargo, también es posible que le haya gustado tanto lo que está leyendo que crea que es un buen regalo para otra persona a quien quiere sorprender. También podría ser que no sepa qué llevar al cumpleaños de ese amigo de cuyos gustos no tiene, ni está interesado en tener, idea alguna. Siempre se ha dicho que un libro es un buen recurso cuando de regalos se trata. Éste podría ser un buen obsequio. Pero, al margen de sacarle del apuro por no tener que quebrarse la cabeza pensando qué comprarle a ese compromiso, usted tendría que ganar realmente algo para decidirse a comprar otro ejemplar de esta obra, y no cualquier otro libro. Y ahí es donde entra mi extravagancia en acción. Si usted ya ha comprado este libro y por cualquier razón está interesado en adquirir un segundo ejemplar ¿Por qué debería mi editorial castigarle haciéndole pagar, de nuevo, el importe íntegro?. Desde mi punto de vista es usted lo que se llama un buen cliente. Comprará dos veces un producto perecedero que ya ha consumido. Nunca he comprendido por qué las grandes empresas se empeñan en invertir millones de euros en campañas publicitarias para captar y fidelizar clientes nuevos, cuando con una décima parte de esas partidas presupuestarias podrían lograr que sus clientes 147
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seguros, consumieran varias veces el mismo producto, si les ofrecieran ventajas directas, claro está. Aunque para eso tendrían que usar la cabeza y hay quien prefiere pagar… De forma que esta editorial y yo estamos de acuerdo: Si usted quiere regalar, recomendar o hacer llegar este libro a otra persona debería pagar, como máximo, la mitad del precio de lo que le ha costado este primer ejemplar. Con un ahorro del 50% del precio usted también sale ganando al regalarle a un conocido un ejemplar de esta obra y nosotros ganamos un nuevo cliente, sin haber tenido que gastar miles de euros en publicidad para que otra persona sepa que este libro existe y se dirija a una librería a buscarlo y decidirse. Todos volvemos a ganar. Es simple y es extravagante. Además, a usted le divide el gasto a la mitad, obteniendo el mismo libro para su regalo. Le hace quedar bien y a nosotros nos aporta un nuevo lector que, quién sabe, quizá decida valer también por dos. Las verdades y las mentiras tienen una forma viral de actuar en nuestros procesos mentales. Una vez que etiquetamos la realidad con algún concepto, éste se extiende hasta calificar el resto de aspectos de nuestra vida.
De forma que la editorial y un servidor decidimos tratar el doble de bien a nuestros lectores para lograr este particular milagro de la multiplicación del pan y los peces. Si quiere comprar ejemplares de este libro para su uso particular, para recomendar o regalar, no tiene que desplazarse a la librería y volver a gastar la misma cantidad de dinero que le costó conseguir la primera copia. Basta con que se conecte al blog del libro (laeconomiaextravagante.wordpress.com) y siga las instrucciones. Así de sencillo. Todos los lectores que introduzcan en nuestro blog el código que se les indica y que demuestra que han 148
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comprado ya un ejemplar, podrán pedir otros nuevos a mitad de precio. Y el lector recibirá los nuevos ejemplares que solicite, en su propio domicilio. Si ya ha comprado este libro y quiere otros ejemplares, sería un error por nuestra parte pretender que pague lo mismo nuevo. Especialmente teniendo en cuenta que va a ayudarnos a acercar esta obra a otros lectores que no la conocían. No podemos llegar al extremo de pagarle por difundir el libro, pero sí podemos premiarle ahorrándole la mitad de su precio por nuevos ejemplares. Lo que dejas de hacer es tan importante o más, que todo lo que haces. No hacer es acción pasiva, no inactividad.
Así es como un economista extravagante hace crecer las ventas. Pero siempre hay que cuidar que la otra parte gane en la misma medida en que nos hace ganar a nosotros. El criterio de reciprocidad es de los más importantes en el mundo de los negocios, el Comercio o la Empresa. De hecho, estas disciplinas nacieron de este principio. No podemos garantizar que el regalo guste (en realidad ningún libro que obsequie le ofrecerá esa garantía). Pero sí podemos hacer que, ya que tiene que quedar bien con esa persona, al menos, gaste lo menos posible.1 El milagro de la multiplicación del pan y los peces está en marcha veintiún siglos después.
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NOTA DEL EDITOR: Tanto el blog de este libro, como el sistema de adquisición de nuevos ejemplares de esta obra a mitad de precio están totalmente operativos tal y como se ha descrito por el autor. El lector que quiera adquirir otro ejemplar no tiene más que acudir en Internet a nuestro blog: laeconomiaextravante.wordpress.com e introducir el código que se le indicará en el blog, para recibir en su domicilio nuevos ejemplares dedicados por el autor a mitad de su precio de venta en librerías.
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NO EXISTE RIQUEZA, NI SOLVENCIA O PROSPERIDAD MÁS ALLÁ DEL DÍA DE HOY, AQUÍ Y AHORA.
"No podemos vivir ayer, ni mañana. El único momento y lugar que podemos vivir, por mucho que intentemos otra cosa, es hoy, este instante y aquí. Esta regla de la vida, opera exactamente igual en materia de dinero.”
Un día asistí a una reunión bastante interesante. No por lo que se discutió en ella, sino por la situación que se creó en relación a los reunidos. Me hizo pensar un rato y recalibrar varios conceptos, una vez más, erróneos y que ya admitidos han contribuido mucho a mi extravagante concepto de la Economía. Resulta que de las cuatro personas sentadas allí, alguien sintió necesidad de sacar el tema de un buen fondo de inversión en que tenía depositado todos sus ahorros. Era seguro, no daba mucha rentabilidad, pero garantizaba el 100% del capital invertido en él. El handicap (siempre hay uno cuando se trata de fondos de inversión, no lo olvide) era que tenía una fecha de vencimiento y rescate fijada a tres años. Antes de ese plazo, el dinero depositado no se podía retirar, ni siquiera bajo penalización. Como mucho, el depositante 151
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podía solicitar un préstamo pignoraticio, es decir, que el banco le prestara dinero, a cambio de apresarle el equivalente que le presta, pero del capital metido en el fondo. El caso es que aquel buen señor, pese a tener un dinero curioso ahorrado a cambio de cierta seguridad (primer error), o quizá siguiendo los consejos de algún asesor financiero (error definitivo) había invertido todo sus caudales en un fondo garantizado y blindado a tres años. Otro de los presentes en la reunión, al hilo del tema que se había iniciado, comentó que su situación era algo similar. No tenía mucho ahorrado, pero los pocos miles de euros que creía no necesitar a corto plazo, los tenía a buen recaudo en una cuenta a plazo fijo igualmente intocable hasta un año después. Vivía al día pero con la tranquilidad de tener, algún año prefijado, un dinero ahorrado que no se habría gastado y en una cuenta a plazo fijo que iría renovando anualmente, si la situación y las fatigas se lo permitían. El tercero de mis contertulios aquella tarde de cafés y confidencias económicas tenía una situación bastante menos afortunada. No tenía ahorros por el momento y argumentaba que todo lo que tenía lo había dado de entrada para la compra de una vivienda, de manera que había podido aliviar algo la cantidad a pedir en préstamo hipotecario y, de este modo, sólo deberle al banco 18 años de su vida en puntuales tramos mensuales. Defendía el caballero que esta forma de comprar una casa era la única en que podía haber adquirido una propiedad y que estaba seguro de haber hecho una buena inversión, sin apenas recursos. Ya saben, el viejo silogismo de que comprar una vivienda, con hipoteca, a 25 años o más, con tipo variable de interés por contrato, y terminar pagando el doble de lo que la casa costó en un mercado ya de por sí inflado… es una buena forma de invertir. Para pegarse un tiro, vamos. Finalmente me llegó el turno en aquella papilla de anécdotas desdichadas pero disfrazadas de audaces inversiones. Me limité a 152
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preguntarles a mis compañeros, cuánto dinero tenían en efectivo en aquel mismo instante. Debo reconocer que se quedaron un poco sorprendidos. Todos esperaban que el ritmo de la conversación continuara y que mi caso fuera, como mínimo, similar al suyo. De todos es sabido que la mayoría se tranquiliza cuantos más locos haya padeciendo una misma situación. Reiteré mi pregunta. Sólo quería saber cuánto dinero tenían en aquel instante en el bolsillo. Con qué capacidad contaban de pagar aquellos cafés que nos estábamos tomando o, mejor aún, con cuánto contaba cada cual para pasar aquel día sin tener que padecer un mal sueño por la noche. Se sinceraron y el primero comenzó reconociendo que tenía previsto abonar, tanto aquella ronda como una cena posterior, con la tarjeta de crédito. Se había habituado a vivir del préstamo constante de su Visa. Los otros dos simplemente, miraron su cartera y entre ambos no sumaban más de 40 euros de efectivo al instante. Yo les informé que disponía de 120 euros en metálico en el bolsillo y que, de mi cuenta corriente, podía disponer de varias veces esa cantidad a golpe de cajero automático con mi tarjeta de débito. Es decir, aquella que me proporciona acceso a mis propios caudales, sin necesidad de préstamo instantáneo al 20% de interés, como suelen proporcionar las tarjetas con fachada en dorado. No era una fortuna, pero mi dinero tenía tres características por las que debe medirse la prosperidad de un individuo, y que no se daba en ninguno de los casos de mis contertulios: 1º.- Mi dinero era mío. No prestado. 2º.- Mi dinero estaba disponible. No recluido.
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3º.- Mi dinero dependía de mi. No de la gestión de extraños o, peor aún, absolutos desconocidos. Lo que les expliqué después es que el nivel de prosperidad de una persona se debe medir siempre en presente. No sirve de nada tener poco o mucho dinero pero en manos de otros, ya sean bancos, fondos de inversión, firmas de capital riesgo, aseguradoras o cualquier otro agente externo al que no conozco y al que no le importo. También es un error pensar que las propiedades hipotecadas, no pagadas, debidas o que no podemos vender por cualquier razón, son un símbolo de prosperidad. Este, de hecho, es un error doble. Por una parte, no se tiene la propiedad sino la titularidad del bien y su usufructo. Y mientras no esté pagada, además, esa propiedad no sólo no implica prosperidad alguna, sino que podría perfectamente estar en nuestra columna de pasivos, no de activos. Genera gastos, implica una carga constante y no aporta riqueza alguna. Existen dos grandes grupos de potenciales empresarios: Por un lado, están aquellos que analizan qué se está haciendo ya en el Mercado para mejorarlo, o qué es lo que no se está haciendo, para crearlo. Por otra parte, están quienes se preguntan qué se está haciendo ya en el Mercado, para no hacerlo porque hay competencia, o qué no está inventado para tampoco crearlo, ya que si no lo ha hecho nadie debe ser por algo…
Comprendo que a veces, esta forma de entender la Economía puede chocar con lo que se nos ha inculcado en materia de dinero. Pero que una idea errónea se haya repetido miles de veces no la vuelve correcta.
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También cuento con que los tradicionalistas afirmarán hasta la saciedad que todo el dinero que se tenga y cuantas propiedades se acumulen, son siempre patrimonio real y determinan nuestro nivel de riqueza. Pero eso, además de una soberana falacia, es sencillamente falso. El dinero, las propiedades inmobiliarias, los valores intangibles y cualquier otro recurso económico o financiero, únicamente constituyen patrimonio real e indican nuestro nivel de riqueza, si están disponibles, son nuestros, no dependen de terceros y nos sirven sin rémora alguna que delimite el beneficio que generan. A todo lo anterior es importante sumar el factor “tiempo presente”. Ese gran olvidado con el que no contamos o al que directamente eliminamos de la ecuación cuando tratamos de evaluar nuestro nivel de prosperidad. Siempre me ha fascinado ver cómo en la contabilidad mental rutinaria que la mayoría de las personas aplica a su vida, las posibles riquezas futuras se cuentan como activos hoy. Y ahí empiezan los errores. Estar pagando una hipoteca durante treinta años de nuestra vida lleva a generaciones enteras a creer que esa vivienda forma parte de su patrimonio y que aporta cierta solvencia al mismo. Sin embargo, ese inmueble no será un activo en tanto no quede completamente pagado y se pudiera vender en caso de necesidad porque, mientras esté hipotecado, no podrá ser vendido o no nos dejará beneficio o dinero líquido en caso de enajenación. Sin embargo, algo que no ocurrirá hasta dentro de varias décadas (es decir, la completa disponibilidad del inmueble hipotecado) ya lo contamos como si, en presente, formara activo alguno. Cualquier contable sabe que los posibles beneficios futuros de una empresa no pueden ser contabilizados en el balance actual de la misma. Es posible que los recursos y activos de ésta se disparen 155
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en el futuro a causa de ciertas inversiones y compras que la sociedad ha llevado a cabo este ejercicio, pero por ahora dichas inversiones no generan beneficios de manera que no se pueden contabilizar. Es como si comprásemos un caballo de competición muy caro (inversión), con la certeza de que ganaremos grandes premios en metálico cuando lo entrenemos y lo inscribamos en varias carreras (pretensión de beneficios), y que cuando nos preguntasen cuánto dinero nos queda en el banco después de haber comprado el animal, respondiéramos que YA tenemos todo el dinero de los premios que esperamos ganar cuando el caballo compita. Es una locura. Hemos hecho desaparecer el elemento “tiempo presente” de nuestros procesos mentales y, cuando se trata de dinero, esto es muy peligroso. Nos hemos llegado a creer que nuestro patrimonio lo forman todos nuestros recursos presentes y futuros, estén o no a nuestro alcance; Se deban o no devolver porque sean un préstamo; Estén o no libres de cargas; Se puedan o no liquidar y convertir en efectivo… Sencillamente, nos hemos engañado. Toda cantidad de dinero que creamos tener, pero que no pueda ser rescatada y movilizada a tiempo presente o que deba ser negociada para que el supuesto titular pueda acceder a ella, no se puede considerar indicadora de nuestra situación financiera o nivel de prosperidad actual. El dinero que, por cualquier razón (de las cientos que se me ocurren) no esté a nuestro servicio en el acto o en cuestión de horas, no es efectivo, ni operativo. En suma, es un apunte bancario, un balance, pero no es riqueza con la que podamos contar. Saber lo que no se quiere en la vida resulta tan importante, o más aún, que saber qué queremos o a dónde queremos llegar.
Pero entonces, ¿No se debe invertir en bienes inmuebles o en otros valores que garanticen nuestra solvencia o nos aporten 156
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seguridad para el futuro?. Pues claro que sí. Pero teniendo siempre en cuenta esa palabra: “Futuro”. Siempre que sepamos etiquetar mentalmente de forma correcta, no hay problema. Si llamamos a las cosas por su nombre, ni nos estamos engañando en materia económica ni nos engañarán, que es aún más importante. Cuando queramos buscar una seguridad a futuro, y eso implica saber que no vamos a necesitar ese dinero, o no vamos a tener que rescatar ese patrimonio a presente, podemos invertir como consideremos más acertadamente y olvidarnos a largo plazo de esa inversión. Pero, a continuación, recuerde no llamar a esa inversión patrimonio real hoy, porque no lo es. Este modelo de inversión, que todos quieren imitar, pero que sólo algunos logran poner en marcha con éxito, suele funcionar cuando ya se tiene un determinado nivel de riqueza presente. Es decir, masa monetaria disponible hoy de la que podemos tomar un poco e invertirlo para adquirir, comprar, invertir en un bien inmueble, arte, oro o piedras preciosas, y con ello diversificar nuestro patrimonio. Y este método funciona así y sólo así, porque siempre quedará liquidez a tiempo presente, ya que únicamente hemos extraído una parte de nuestro patrimonio presente, habiendo dejado intacto y disponible hoy, a nuestro alcance, la mayoría de nuestra riqueza. La persona que puede hacer eso, puede seguir considerando patrimonio presente cuanto tiene a mano, disponible y realmente a su disposición. El resto, estará bien invertido a futuro, pero sin ser considerado de otra forma que nos pueda confundir. Toda empresa, patente, opciones sobre acciones, títulos bursátiles o cualquier otro valor que creamos tangible, no lo es si tampoco puede liquidarse, venderse, o convertirse en efectivo y puesto a nuestra disposición en cuestión de horas y sin tener que 157
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negociar, convencer o depender de la voluntad de terceros. Cuando no es así, es que de nuevo estamos confundiendo el dinero con su imagen. El valor con el precio. Lo etéreo con lo real. Si se encuentra usted en alguna de estas situaciones, revise su forma de pensar en materia económica. Y, lo que es más importante, realice los cambios oportunos porque su dinero ni está a su alcance, ni seguramente lo esté gestionando usted. Es más que probable que ni siquiera conozca qué tipo de gestión se está aplicando para controlar su patrimonio. Vender(nos) es lo que hacemos cada vez que saludamos a alguien que nos acaban de presentar y queremos causar una buena impresión. (Nos)vendemos siempre que entregamos un nuevo currículum o cada vez que damos un consejo. Sin embargo qué poca gente cree valer para vender.
¿No le ha ocurrido nunca tener una buena tarjeta de crédito, con sobrado disponible, incluso al día, pero no poder pagar algo, porque su banda magnética no funcionaba, o el cajero automático no estaba operativo?. Posiblemente ha vivido una situación similar, si no esta misma. Lo que realmente me preocupa es que la mayoría de la gente, ante estas situaciones, sólo creen estar experimentando un contratiempo eventual. Yo, en cambio, pienso que ese dinero no es mío. Tanto si se me facilita en préstamo, como si lo que me falla es la tarjeta de débito, ese dinero no está en mi poder. No me saca de un apuro. No está a mi servicio. Y eso sólo ocurre porque se confunde el dinero real con un apunte bancario informático, que es a lo que accede mi cajero, cuando funciona, y juego a la ruleta rusa para que me de un pellizco de mi supuesto efectivo.
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Todo lo que acontezca entre ese cajero y mi dinero, o cuantos imprevistos puedan ocurrir entre el momento en que necesito liquidar mi fondo de inversión y el instante en que aparece delante de mi el dinero que finalmente me entregan en ventanilla, sí conforman un verdadero indicativo del nivel de riqueza o prosperidad en el que vivo. Cuantos menos intervalos, intermediarios o imprevistos existan entre mi dinero (o patrimonio) y yo, en tiempo presente, (cuando quiera que yo lo necesite) más rico soy. Más saneada es mi economía. A mayor número de pasos para obtener mi dinero o mayores pormenores para tener acceso al mismo… menor es mi nivel de riqueza. De ahí, debe pasar uno a darse cuenta de que todo recurso que no esté a nuestro alcance en tiempo presente, sin negociaciones ni letra pequeña, no es realmente indicador de riqueza de ningún tipo. Por eso, de los cuatro que estábamos sentados en aquella reunión que tanto me hizo pensar, sólo aquel que pudo contar con dinero o recursos contantes y sonantes (que no es preciso llevar encima, por supuesto) pero que sí deben estar bajo nuestra total disposición, puede establecer un correcto juicio de valor en relación a su situación patrimonial real o a su solvencia. Y esa miopía general acarrea no pocos sobresaltos. Seguramente, alguno de los siguientes casos le sonará. Eso no es mala señal, siempre que emplee la experiencia a su favor y no vuelva a repetirla. Veamos: - El dinero de un fondo de inversión que, al no poder ser rescatado, o por precisarse un plazo determinado para su rescate, no llega a tiempo para pagar una deuda imprevista, un contratiempo inesperado o ayudarle en 159
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una situación comprometida. Hasta ayer, uno creía que ese dinero formaba parte de su patrimonio. Pero bruscamente descubrimos que ese dinero, sencillamente, no está. No existe. Tenemos documentos que nos lo garantizan, al tiempo que nos lo retienen. Cláusulas a respetar, plazos insalvables, días de negociación con nuestro banco… Dinero que creíamos tener en la columna mental de activos a buen recaudo en nuestro patrimonio, pero que ahora no está operativo. No es nuestro. - Esa vivienda que con tanto esfuerzo hemos logrado comprar e incluso en un alarde de fortuna, quedó pagada. Pero que a raíz de una complicada coyuntura económica general, tardaría meses en poderse vender porque a los posibles compradores el banco no les facilitaría el necesario préstamo hipotecario con el que pagármela. También es posible que esa misma coyuntura económica me obligue a bajar tanto el precio de venta que, una década y media después de su compra, lo que gane vendiendo mi casa, no supere el precio de adquisición que pagué junto a las comisiones, intereses y demás gastos que a mí me inflaron el precio (que estuve dispuesto a abonar porque sinceramente creía que sumaba patrimonio y riqueza a mi vida) pero que no puedo ahora recuperar si necesito venderla. De manera que, también bruscamente, descubrimos que lo que creíamos una inversión segura y un patrimonio consolidado, ni está disponible en el acto ni nos saca de un atolladero. - ¿Y qué decir de ese otro gran clásico, que casi todos hemos vivido alguna vez al dirigirnos a nuestra sucursal 160
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bancaria para extraer de nuestra cuenta bancaria una cierta cantidad de dinero, no del todo elevada, pero que no es la habitual, y nos encontramos con que el empleado de turno nos comenta que “esa cantidad no nos la pueden entregar, porque no hemos avisado con un par de días de antelación”?. Se nos queda cara de estúpidos porque ese dinero es nuestro, pero no está a nuestro alcance, hoy. Recuerdo que hasta hace unos años, los bancos ponían esa excusa cuando uno quería sacar de golpe (como le dicen ellos, como si sólo pudiéramos sacar nuestro propio dinero a sorbos…) unos milloncitos y no se había comentado esa intención unos días antes de la fecha concreta, en nuestra sucursal. Hoy en día, podemos encontrarnos esa barrera en algunos bancos o cajas de ahorros, a poco que queramos sacar 3.000 ó 4.000 euros una mañana cualquiera de nuestra propia cuenta corriente. Se trata de casos en los que, lo que consideramos nuestro patrimonio, no es realmente nuestro. Ocasiones en las que nuestro dinero no está absolutamente bajo nuestro control, o no se encuentra a nuestra entera disposición. Por favor, téngalo siempre en cuenta, SI SU DINERO O SU PATRIMONIO, bajo cualquier forma: - NO ES SUYO, bien porque sea prestado, o porque no esté libre de cargas… - NO ESTÁ DISPONIBLE. Porque no es rescatable, ejecutable, extraíble o a su alcance…
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- NO DEPENDE DE USTED. Porque está en manos ajenas o su gestión depende de terceros… NO ES REALMENTE INDICADOR DE SU NIVEL DE RIQUEZA O PROSPERIDAD PRESENTE. No elimine el concepto de “tiempo presente” cuando elabore una estrategia económica para su empresa, su familia o su patrimonio particular. El dinero se contabiliza y vale de manera diferente según rinda a tiempo presente o sea una inversión a futuro. Un patrimonio se debe medir en directa dependencia de la capacidad que tenemos de controlarlo, disponer de él sin obstáculos y emplearlo a nuestro criterio. El resto, pueden ser beneficios para el futuro, pero no es patrimonio real a tiempo presente.
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CAPÍTULO IV LO QUE HEMOS OLVIDADO. LO QUE NO NOS ENSEÑARON. LO QUE HACEMOS MAL.
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ALGUNAS REGLAS QUE AFECTAN AL DINERO Y QUE NO APLICAMOS, NO CONOCEMOS U OLVIDAMOS CON DEMASIADA FRECUENCIA
I - Los negocios y el dinero responden siempre a este esquema: Un tiempo de acción por tres tiempos de espera. Ten paciencia. Cuando hayas hecho tu parte, realizado tu inversión, efectuado tu trabajo o llevado a cabo lo que dependía de ti, ejercita la espera. Los resultados económicos vienen siempre más despacio de lo que uno querría. II – No todo es dinero, pero sí que todo es Economía. En la vida no todo se reduce a dinero, pero sí que encontramos la Economía a cada paso: Economía de movimientos (buscar el mayor desplazamiento con el menor esfuerzo y tiempo); Economía energética (cuidar y renovar los recursos de que disponemos); Economía social (rodearse sólo de las personas que contribuyen a nuestro crecimiento y evolución); Economía intelectual (hacer que nuestros recursos mentales estén siempre a favor y no en nuestra contra a cada paso)… III – Si alguien te dice que estás equivocado con tu planteamiento, tómate un tiempo para recapacitar y revisar si estás seguro de él. Si todo el mundo te dice que no estás en lo cierto, puedes estar convencido: Vas por buen camino. 165
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IV – No se puede resolver un problema económico continuando en la misma frecuencia mental que lo originó. Mientras permanezcas en el estado de ánimo que originó el dilema o mantengas los esquemas mentales que dieron lugar al mismo, sencillamente, no podrás encontrar la solución. V – El dinero no tiene vida ni criterio propios. No caigas nunca en el error de considerar que el dinero es un ente en sí mismo. El dinero no es el que decide a qué bolsillos dirigirse o de cuáles huir. Cuando coges un billete de tu cartera y lo miras, sólo uno de los dos tiene la facultad de pensar. Y no es el billete. VI – En cuestión de dinero, nunca tomes una decisión con prisas, bajo presión o sin calma. Estos tres factores siempre, y reitero, siempre jugarán en tu contra. La prisa es el arte de no dejarte pensar. La presión es el arte de impedirte pensar libremente. No tener calma es el arte de hacerte pensar sólo con una mínima parte de tus recursos mentales. VII – No confíes tu dinero a alguien pensando que está más capacitado que tú para gestionarlo, protegerlo o invertirlo. No creas que hay “expertos” en gestión económica. Siempre me gustó el planteamiento de Warren Buffet (el inversor más rico del mundo) cuando se refiere a los asesores de inversión. Él siempre se pregunta, ¿Por qué no son riquísimos esos asesores financieros que trabajan en bancos y consultoras?. Si son especialistas en el arte de invertir, ¿Cómo es posible que no tengan un elevado patrimonio y se dediquen a convencer a terceros para invertir su dinero?. Piénsalo. VIII – No aceptes dogmas de fe cuando se trate de tu dinero. Desarrolla tu propia y personal visión de la Economía y piensa siempre de forma independiente. No hay materia en la que 166
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confluyan más intereses externos que en el dinero, de forma que los consejos y el asesoramiento que te ofrezcan en cuanto a tu economía estarán siempre viciados por quien te pretenda aconsejar. IX – La inactividad no es sinónimo de no hacer nada. Esperar el momento adecuado, cuando se trata de dinero, es igual de importante o incluso más que estar permanentemente “haciendo cosas”. También se está haciendo algo cuando, aparentemente, no se hace nada en materia de inversión. X – El dinero y la Economía se gestionan con un trabajo exclusivamente mental. Cuida la herramienta de trabajo. Quien trabaja con el dinero, no lo hace físicamente. De manera que la herramienta de trabajo más importante que debes atender es tu estado mental. Eso implica, entre otras cuestiones, eliminar el estrés, desarrollar la paciencia, pensar por uno mismo y no dejarse engañar por las apariencias externas de un determinado asunto. Cuando no cuidamos la herramienta de trabajo con la que operamos ésta se sobrecarga y deja de rendir adecuadamente. Cuida tus procesos mentales porque de ahí surgen las decisiones que tomas cada día y, cuando se trata de dinero, necesitamos la más alta calidad de decisiones.
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NO EXISTE FORMA ALGUNA DE HACERSE RICO. LO ÚNICO QUE PUEDES HACER ES AVERIGUAR CUÁLES SON LAS CAUSAS DE TU ACTUAL ESTADO ECONÓMICO. SOLVENTAR ÉSO ES LA ÚNICA MANERA DE LOGRAR LA PROSPERIDAD.
“Nuestros miedos y la fe, son muy similares. La fe es la certeza del logro de cuanto queremos. El miedo es la certeza del logro de cuanto no queremos.” Cuánta gente trata a diario de tener una idea innovadora, poner en marcha un negocio novedoso, desarrollar alguna propuesta empresarial o luchar por mejorar en su trabajo… Y todo con un idéntico objetivo: Mejorar su situación económica personal. Al final, si hablamos con total sinceridad, este es el motor principal de nuestras vidas profesionales y el de no pocas vidas personales. Y no tiene nada de malo, es perfectamente lícito. De hecho, lo llevamos en nuestra propia configuración como seres humanos. Crecer, mejorar, prosperar son sinónimos de esa secuencia de información que todos llevamos impreso en nuestro ADN: Evolucionar. La orden básica, común y natural de toda vida. 169
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Sobrevivir y evolucionar es todo el equipamiento que traemos de fábrica. De forma que no hay nada de malo en esa machacona idea que a todos nos mueve en una u otra medida impulsándonos en dirección a la prosperidad y el crecimiento económico. Solventar nuestras carencias, mejorar nuestra posición personal en lo laboral y, a través de ello, cuidar a nuestras familias proporcionándoles lo mejor disponible a lo que podamos tener acceso en cada momento... Todo parte de esa orden genética que nos dicta la evolución y nos encamina siempre al crecimiento. Por tanto, ya tenemos la razón y la procedencia de nuestro deseo (a veces incluso necesidad) de prosperar en materia económica, como en cualquier otro ámbito de nuestra existencia. Lo que no tenemos es la información adecuada para lograr la consecución de esa meta. Y no la tenemos porque creemos que la riqueza es un estado alejado de nosotros y de nuestras facultades, al que hay que acceder marchando siempre hacia delante. Al fin y al cabo a todos se nos ha enseñado que los objetivos están lejos, arriba o fuera y que hay que ir, escalar (léase trepar para algunos) y luchar para conseguirlos. Pero, claro, si la información con la que nuestra mente trabaja es deficiente o está tergiversada, es lógico deducir que hasta el más potente ordenador (nuestro cerebro) falle a la hora de establecer la dirección. He podido comprobar en primera persona que nuestra mente trabaja muchas veces de manera adecuada, en apariencia, mientras en realidad sus procesos internos son del todo erróneos. ¿Cómo puede suceder esto?. La respuesta es bastante sencilla, en la práctica: Imagine usted que tiene en sus manos una buena calculadora. Es nueva y tiene las pilas recién estrenadas. La encendemos y todo parece operar perfectamente. Su aspecto es bueno por fuera, todo está inmaculado y permanece en garantía. 170
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Acaba de llegar de fábrica y hemos tirado a la basura las instrucciones porque estamos convencidos de que para usar una simple calculadora en el día a día, no las necesitamos. Pero imaginemos que, bien por un error de ensamblaje en fábrica (equivalente a la formación y la educación errónea que a veces todos recibimos en materia económica) o bien porque antes de llegar a nuestras manos la calculadora ha sufrido un accidente o una caída (como las desilusiones y fracasos que acumulamos todos a lo largo de nuestras respectivas carreras profesionales, por ejemplo) en su interior se ha alterado un simple circuito y la máquina comienza a cometer errores de cálculo (toma de decisiones en el caso de las personas). No es necesario que su aspecto exterior o su funcionamiento se hayan visto afectados. De hecho, el fallo es tan pequeño que pasa completamente inadvertido: Resulta que el circuito que une la tecla del número 6 y el de la tecla número 4 se han intercambiado. Cuando apretamos el 6, la máquina entiende 4 y viceversa. Eso es todo. Lo demás está en perfecto estado de revista. ¿Qué ocurre con esta calculadora nueva y flamante que acabamos de poner en marcha?. Pues que cada vez que realicemos una operación, por simple que sea, siempre que empleemos la tecla 6 o la tecla 4 en nuestros cálculos, la máquina responde de forma incorrecta. Funciona, está operativa ¡y calcula!, pero no sabemos la razón por la que ofrece resultados erróneos si todo está aparentemente bien. Sólo es necesario que uno o dos dígitos estén intercambiados para que toda la potencia de trabajo del ingenio electrónico se vea afectada. De hecho, la calculadora sigue operando con toda normalidad, hace bien su trabajo cuando recibe las órdenes, sus circuitos elaboran de forma instantánea la tarea y ofrecen la solución al momento. ¡Pero a nosotros no nos sirve y no entendemos el resultado que recibimos en la pantalla porque si multiplicamos 2 x 4 el resultado no puede ser 12!. 171
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Nuestra máquina funciona a la perfección, pero pronto nos desharemos de ella porque no sabemos que los resultados no concuerdan con lo que esperamos (lo que no significa que sean erróneos) porque no está procesando la información adecuadamente ya que el circuito de la tecla 4 y la 6 están cambiadas a nivel interno. Esto le ocurre a diario a nuestros procesos mentales en asuntos imprevisibles que en materia económica o en decisiones profesionales importantes causan verdaderos estragos. ¿Y si nuestra mente no tuviera que “ir hacia el éxito”?; ¿Y si nuestros circuitos estuvieran pasando por alto una información elemental?; ¿Y si en lugar de repetir machaconamente las mismas operaciones (mantener nuestros procesos mentales actuales), decidimos abrir la carcasa y mirar por dentro a ver si hay algún circuito cambiado (lo que equivaldría a alguna limitación que hemos pasado por alto y sobre la que no hemos trabajado?. Sólo como base teórica no deberíamos obviar lo que digo, porque al fin y al cabo ya expuso Einstein en su día que no podemos esperar resultados diferentes si seguimos haciendo las mismas cosas una y otra vez… De manera que, si el resultado actual de su vida es una situación económica difícil o ajustada; Si lleva años esforzándose y trabajando duro, pero los resultados no llegan o llegan de manera insuficiente; Si las decisiones que toma no surten los efectos que espera; O si sus proyectos no eclosionan en éxito ni se transforman en beneficios, quizá debería comenzar a pensar que lo que ha venido haciendo con tanto esmero y trabajo por su parte, adolece de algún circuito cambiado que convendría revisar. Porque la maquina está operativa y funcionando, pero el resultado que aparece en pantalla, inexplicablemente, no se corresponde al que deberíamos recibir. Quizá no estamos tan alejados de la calculadora del ejemplo como creemos.
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El perro que persigue su rabo, girando sobre sí mismo, nunca lo alcanza. El perro que se olvida de su rabo y sigue su camino descubre que éste le acompaña a donde quiera que vaya.
Si lo hemos intentado por pasiva y por activa, y la prosperidad no llega, a lo mejor deberíamos plantearnos si estamos tratando de avanzar con el freno de mano echado. Por mucho que queramos llegar a nuestro destino y por más que pisemos el acelerador, es más que posible que no avancemos mucho o, lo que es peor, nos carguemos la caja de cambio (estrés, tensiones, depresión…) a causa de tanto esfuerzo infructuoso. Lo que trato de decir es que quizá la razón por la que los resultados no estén llegando en materia económica no se deba tanto a una falta de interés, esfuerzo y determinación por nuestra parte, como al hecho de que no conozcamos las razones por las que nuestra situación económica actual está operativa. Esa que queremos cambiar. La que nos parece abominable. Porque, otra constante que siempre observo en todo emprendedor, empresario, profesional, estudiante o desempleado es un claro conocimiento de lo que quieren respectivamente. Saben a dónde desean llegar. Quizá no sepan cómo lograrlo, pero todos tienen, en mayor o menor medida, una impresión de avance y unos deseos claros de cómo debería ser su vida en el aspecto patrimonial para poderse sentir autorrealizados. Si eso lo tenemos todos claro, es que ahí no debe estar la clave. Si mucha gente sabe algo es que ahí no están las respuestas. No obstante, he podido apreciar que son muchos menos los que, sin perder de vista lo que quieren (sus objetivos, anhelos y
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sueños) se plantean la razón de que éstos no lleguen. En otras palabras, las causas de su presente situación. Por ahí sí intuyo que podrían andar las respuestas… Buscar lo que nos está paralizando, la razón de que nuestras decisiones y procesos mentales sean los que son y no otros; Tratar de localizar el origen de nuestras dudas en materia económica o nuestras aversiones profesionales o patrimoniales; De dónde vienen nuestros miedos, que es tan importante como determinar cuáles son nuestros sueños, dado que los primeros acaban con los segundos. En pocas palabras: Soñar, sin eliminar las causas de nuestras parálisis mentales equivale a poder estar seguros de que no cristalizaremos lo que ansiamos. Para poder comprender mejor los objetivos que no logramos en la vida (y hacer crecer nuestro patrimonio es, sin duda, uno de los grandes objetivos que todos acuñamos a lo largo de nuestras respectivas carreras) conviene entender que aquello de lo que carecemos, a veces, se logra eliminando la causa de su opuesto. Me explico mejor: La enfermedad es la carencia de salud; La estupidez no es más que la carencia de inteligencia; La riqueza es la carencia de pobreza. Lo que viene a indicarnos una idea clara: Si en lugar de buscar las razones por las que no obtiene los resultados económicos que pretende, un individuo se centra en localizar las causas que internamente le mantienen en un estado de carestía y las corrige, lo que queda es su contrario: La prosperidad económica. La independencia financiera. No importa a qué se dedique cada cual, la situación concreta de su empresa, su estado patrimonial u objetivos que albergue. Todo hecho que no eclosiona es el resultado directo de aquello que lo impide. No hay dos personas iguales, ni dos situaciones patrimoniales idénticas, por mucho que el Mercado tienda a englobar en grupos a los individuos. 174
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Cada cual tiene la obligación de analizar lo que depende exclusivamente de él y dejar que lo externo (su trabajo, sus ingresos, sus deudas y pagos) se ordenen por sí mismos. Todos estos factores externos quedan fuera del alcance de lo que una persona puede controlar, y es justo lo que todos tratamos de arreglar. Es curioso que los profesionales inviertan tiempo y energía mayoritariamente en todo lo que no depende de ellos. En cambio, analizar nuestro proceso de toma de decisiones, nuestras aversiones o simpatías por los riesgos, nuestras preferencias personales en relación al dinero y demás factores absolutamente subjetivos son, justamente, lo que nos indica qué está fallando o qué nos está impidiendo avanzar cuando se trata de finanzas personales. Propongo conocernos mejor a nosotros mismos, en suma. No es tanto la necesidad de preguntarnos qué nos queda por hacer para lograr nuestros objetivos, sino analizar qué estamos haciendo mal o dejando de hacer (a veces inconscientemente) que impide dicho logro. La vida de cada uno es un continuo proceso de prueba y cambio. De aprendizaje y recalibrado. Si una determinada situación no satisface nuestras necesidades, debemos mirar adentro para detectar qué venimos haciendo y cómo lo venimos haciendo. Ahí hay muchas más respuestas o soluciones de las que podemos esperar a base de aguardar golpes de suerte o giros del azar.
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CONCLUSIÓN Comencé esta obra explicando las razones que tengo para escribirla. Ahora sería conveniente que usted se plantee las razones que le han llevado a comprarla, porque al fin y al cabo ha buscado usted una ayuda, nuevas ideas… Algo que le sirva. Analice por qué necesita ese algo. Piense por usted mismo, porque ya hay demasiada gente deseando tomar su lugar al pensar por usted y evitarle ese trabajo (o restringirle dicha libertad). No importa que sus planteamientos estén o no de moda. Que sus ideas acumulen elogios o críticas, carece de importancia alguna. Viva su vida según sus criterios. Cuestióneselo todo. Llegue a sus propias conclusiones y cambie de opinión cada vez que le de la gana. Tampoco es sinónimo de acierto mantenerse en posiciones férreas si usted mismo intuye libremente que es adecuado cambiar sus planteamientos. Pero hágalo usted por sí mismo. Todo este libro es un alegato a ser diferente, a no dejarse incluir en manada alguna y a seguir una línea propia en cuanto a decisiones, impresiones e ideas. No me interesa seguir el camino de miles de personas sólo porque esté transitado. Que no le interese tampoco a usted.
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Evite que le etiqueten, que le formulen o que le sirvan embotellado. Es usted mucho más inteligente de lo que puedan determinar encuestas, análisis o estudios de mercado. Tiene mucho mayor margen de libertad y decisión propios de lo que gobierno de toda índole querría reconocer o que usted supiera. Úselo. Gaste un poco de independencia de toda la que tiene precintada aún. El dinero y la Economía en general no son más que creaciones del hombre y, por lo tanto, no pueden escapar a su entendimiento y control. No ceda ese derecho. No se desprenda de él en etéreo, pero desde luego no lo haga nunca a favor de terceros. Termino esta obra como la comencé. Recordando que un gasto se diferencia de una inversión en el hecho de que el primero sólo supone un desembolso, en tanto que la inversión siempre retorna más de lo que costó. Espero sinceramente que esta obra haya sido una inversión para usted y no un mero gasto.
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Este libro terminó de escribirse, uno de los últimos días del mes de Agosto de 2009, en el malagueño Rincón de la Victoria.
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