Título:
La Biblia como literatura. La palabra en la tradición judeo-cristiana
Es un hecho que durante siglos la Biblia permaneció excluida del mundo de la literatura. O más bien, se hicieron esfuerzos para impedir que fuera considerada como “obra literaria”. Se expondrán brevemente algunos ejemplos extraídos del Antiguo y Nuevo Testamento, con el fin de ilustrar la presencia de auté autént ntic icas as obra obrass lite litera rari rias as dent dentro ro de la Bibl Biblia ia.. Hoy Hoy se sabe sabe que que en la interpretación de la Sagrada Escritura es imposible desprender el mensaje de su forma literaria. El autor adopta una forma literaria para exponer exponer su pensamiento, pero la forma también tiene su parte en la transmisión, ya que tiene en cuenta la impresión que su modo de expresarse produce en el receptor. Esta exposición tiene como finalidad exponer, principalmente ante los que cultivan las letras, uno de los aspectos de la tarea en la que se debe ejercitar quien su ocupa de las Sagradas Escrituras. Se ha intentado mostrar que hay una zona fronteriza en la cual es necesario entablar un diálogo entre exégetas y literatos, del cual no se puede seguir sino un beneficio inmenso para el Pueblo de Dios.
Resumen:
Datos del Autor
Nombre y Apellido: Luis Heriberto Rivas Título académico: Licenciado en Teología – Licenciado en Sagradas Escrituras Lugar Lugar de Trabaj Trabajo: o: Profes Profesor or Titula Titularr de Sagrad Sagradas as Escrit Escritura urass en la Facult Facultad ad de Teología de la Universidad Católica Argentina. Concordia 4422 – C1419AOH Capital Federal – Tel/fax: (011) 4501 6428/6748. E-mail:
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EL PROBLEMA Es un hecho que durante siglos la Biblia permaneció excluida del mundo de la literatura. O más bien, se hicieron esfuerzos para impedir que fuera considerada como “obra literaria”. Sucedió con ella algo semejante al conflicto que produjeron los iconoclastas en los siglos VIII-IX, cuando quisieron impedir que se hicieran imágenes o pinturas del Señor. Ellos decían que éstas negaban la naturaleza divina de Cristo desde el momento que representaban sólo su naturaleza humana. 1 A muchos les parecía que considerar la Biblia como obra literaria implicaba negar su santidad y su origen divino. divino. Todas las narraciones del Antiguo y del Nuevo Testamento eran consideradas estrictamente históricas. No faltaban razones para justificar esta actitud de rechazo ante el análisis literario. En los comienzos de la investigación científica sobre la Sagrada Escritura, salvo muy pocas excepciones, se destacaron aquellos investigadores que prescindían de la fe y a veces se oponían a ella. En el caso particular del análisis literario, li terario, estudiaban la Biblia comparándola con otras obras de la literatura de la antigüedad, para concluir que la Biblia no era más que un libro entre otros, con las mismas virtudes y los mismos defectos que los demás. Dentro de la Iglesia Católica no se presentaban obstáculos para reconocer que dentro de la Biblia existían textos poéticos, y esto era aceptado prácticamente desde la época de los Padres. Sin dificultad se hablaba de la poesía de los Salmos o del Cantar de los Cantares. Los problemas surgieron cuando algunos insinuaron que 1
HANS-GEORG BECK, La Iglesia Griega en el período del Iconoclasmo. Manual de Historia de la
Iglesia (H. Jedin, dir.), Tomo III. Herder – Barcelona – 1970; 88-123
en otros libros había textos podían responder a “convenciones literarias”. Las dificultades más serias se suscitaron con los libros llamados “históricos”, cuando entre los investigadores se comenzó a hablar de “géneros literarios”, de libros “aparentemente históricos” o de “narraciones didácticas”. Rápidas intervenciones de la autoridad eclesiástica bloquearon todo intento de continuar por estos caminos, afirmando que todos esos libros debían ser tomados como “históricos”, entendiendo por ésto que eran como ventanas que permitían ver los hechos tal como sucedieron. Aun las primeras páginas del libro del Génesis debían ser leídas de esta forma. No faltaban quienes tenían clara conciencia de que para una mejor comprensión de los textos bíblicos se podía recurrir a los métodos científicos utilizados en este análisis, sin comprometerse con los presupuestos filosóficos y teológicos de los investigadores racionalistas. Cabe mencionar en este lugar al R.P. M.-J. Lagrange O.P. Él mismo, y quienes pensaban como él, debieron padecer muchas incomprensiones y censuras hasta que esta distinción fue asumida por la autoridad eclesiástica. EL PAPA PÍO XII Y EL CONCILIO VATICANO II El Sumo Pontífice Pío XII, en su Encíclica Divino Afflante Spiritu (30-9-1943), quitó los impedimentos para que los exégetas católicos recurrieran al método histórico crítico en el estudio de las Escrituras, y con respecto al aspecto literario dijo: “... es absolutamente necesario que el intérprete se traslade mentalmente a aquellos remotos siglos del oriente, para que, ayudado convenientemente con los recursos de la historia, arqueología, etnología y de otras disciplinas, discierna y vea con distinción qué géneros literarios, como dicen, quisieron emplear y de hecho emplearon los escritores de aquella edad vetusta...” (II, § 3). “... ninguna de aquellas maneras de hablar, de que entre los antiguos solía servirse el humano lenguaje para expresar sus ideas, particularmente entre los orientales, es ajena de los libros sagrados, con esta condición, empero, que el género de decir empleado en ninguna manera repugne a la santidad y verdad de Dios...” (Ibid.). “... el exégeta católico ... válgase también prudentemente de este medio, indagando qué es lo que la forma de decir o el género literario, empleado por el hagiógrafo contribuye para la verdadera y genuina interpretación; y se persuada que esta parte de su oficio no puede descuidarse sin gran detrimento de la exégesis católica” (Ibid.). Estas palabras del Papa abrieron el camino para que los estudiosos de las Sagradas Escrituras se dedicaran a investigar la literatura de la antigüedad y aplicaran su conocimiento para una mejor intelección del texto sagrado. A partir de ese momento se desarrolló en la Iglesia Católica un proceso que habiendo comenzado por el estudio de las formas literarias de la Mesopotamia, Egipto y Canaán, llevó luego a prestar especial atención al fenómeno total que representa la literatura, y finalmente se ha ocupado con particular dedicación de los más modernos planteos del análisis literario. Como algunos se resistían a asumir estas enseñanzas del Papa Pío XII, el Concilio Vaticano II destacó todavía más estas exigencias de investigar los géneros literarios para comprender los textos bíblicos: “... se deben tener en cuenta, entre otras cosas, los «géneros literarios»... Conviene que el intérprete investigue lo que el hagiógrafo intenta decir y dice, según su tiempo y cultura por medio de los géneros literarios que se utilizaban en esa época” (Constitución Dogmática “ Dei Verbum” III, 12). Es interesante señalar que para decir esto último, el Concilio se remite a la autoridad de san Agustín en su obra De Doctrina Christiana , III, 18, 26.
La Pontificia Comisión Bíblica, en un documento de 1993 que trata sobre la interpretación de la Sagrada Escritura, vuelve sobre el mismo tema e introduce la exigencia del trabajo interdisciplinar entre literatos y teólogos: “... la búsqueda del sentido literal de la Escritura, sobre el cual se insiste tanto hoy, requiere los esfuerzos conjugados de aquellos que tienen competencias en lenguas antiguas, en historia y cultura, crítica textual y análisis de fomas literarias, y que saben utilizar los métodos de la crítica científica... “ 2 CONTACTOS LITERARIOS En el primer momento de la investigación se constataron numerosos puntos comunes entre la literatura del oriente medio y la bíblica. Se estudió en cada caso si se trataba de tradiciones difundidas en el área geográfica, o del recurso a convenciones comunes en esas culturas, o si finalmente se debía aceptar que ha existido alguna influencia de una literatura sobre otra. Actualmente es universalmente reconocido que existen sorprendentes paralelos entre los relatos de la primera parte del libro del Génesis y los poemas mesopotámicos y egipcios que tratan de los orígenes del mundo y de la humanidad. La alianza del Sinaí se ha estudiado a la luz de los pactos de vasallaje que existen entre los hititas, y no sólo en el aspecto histórico y sociológico, sino también en el literario. El decálogo se ha comparado con la confesión de los muertos de Egipto y con algunos textos babilónicos. Los libros del Antiguo Testamento llamados “históricos”, en la Biblia hebrea son catalogados como “Profetas anteriores”, indicando con esto que pertenecen a un género que no es estrictamente histórico, sino predicación profética. Una historia en el actual sentido de la palabra no existe en los escritos bíblicos antes de la época helenística. La única obra de la Biblia que está redactada con un método que se asimila al de los autores griegos de la antigüedad es 2Mac, un libro que no se encuentra entre los libros hebreos de la Biblia sino entre los griegos. Fuera de la Sagrada Escritura, los libros de historia del autor judío Flavio Josefo tienen características semejantes. Las convenciones de los libros de sabiduría de la mesopotamia están ampliamente representadas en la parte sapiencial del Antiguo Testamento. Se han hallado sorprendentes paralelismos entre una parte de la tercera colección del libro de los Proverbios (22, 17 - 23, 11) con el libro egipcio de la “Sabiduría de Amenemope”. En este caso se puede hablar de influencias de un libro sobre otro, o de una dependencia de ambos con respecto a una fuente anterior, aunque no es unánime el parecer de los especialistas en lo referente a la datación de cada uno de estas obras. El libro de los Salmos se ha prestado para numerosas comparaciones con obras semejantes de la mesopotamia, Egipto y – sobre todo – con Ugarit. El recurso a convenciones comunes es frecuente, y en algunos casos se ha podido suponer con bastante fundamento que existe también la influencia de tradiciones comunes. Sirva como ejemplo el caso del Salmo 29, que muestra paralelos muy sugestivos con himnos a Baal de origen cananeo y ugarítico, y el Salmo 104, con elementos que se encuentran también en el “Himno al Sol” del Faraón Amenofis IV (Akhenaton). 2
La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, Documento de la Pontificia Comisión Bíblica, 15-
4-1993; III, B, 3.
El “Cantar de los Cantares” retoma elementos pertenecientes al género literario de los dramas amorosos y cantos nupciales difundidos sobre todo en Egipto y mesopotamia. “Los paralelos más convincentes provienen de Egipto, en los que los amantes se llaman “mi hermano” y “mi hermana”, y se comparan con caballos, yeguas y gacelas. Se encuentra la misma tendencia a disfrutar de la belleza de la naturaleza y se manifiesta el gusto por los perfumes. En Egipto, sin embargo, falta la descripción del cuerpo humano y aparecen los rasgos mágicos y politeístas. La moderna poesía árabe otorga un lugar más amplio a las referencias al cuerpo”. 3 “La literatura profética bíblica participa de convenciones y tradiciones extendidas por todo el oriente antiguo, pero en sus orígenes ofrece puntos de contacto con Mari y Canaán. Es dudoso, sin embargo, que se pueda hablar de influencia, aunque no se puede excluir, al menos al inicio”. 4 Dentro de la gran distancia que existe entre el profetismo de Israel y el de las naciones vecinas, los grandes profetas de la Biblia, cuando transmiten sus mensajes, no dudan en recurrir a las convenciones comunes en esos pueblos. El género literario “novela”, muy extendido en los ambientes influidos por la cultura griega a partir de las conquistas de Alejandro, puede haber influido en la composición de obras como Rut, Ester, Tobías, Judit, Susana y la historia de José en el libro del Génesis. 5 En el Nuevo Testamento se recurre frecuentemente a las formas literarias del helenismo y del mundo rabínico para explicar numerosas perícopas de los Evangelios, aunque no se ha encontrado algo semejante al género literario “Evangelio”. Las cartas de san Pablo toman su forma de las existentes en el ambiente helenista. El Apóstol, en su forma de argumentar, recurre con frecuencia a la retórica común en ese mismo ámbito. El libro de los Hechos de los Apóstoles ha sido relacionado con el género “monografía histórica helenística”, que integra textos históricos con otros de origen mítico y folklórico. Algunos comentaristas descubren influencias del género “novela” en ciertos fragmentos del libro, como sería – por ejemplo – el relato del naufragio. El Apocalipsis pertenece al género apocalíptico, de amplia difusión en el mundo judío de la época intertestamentaria. En este contexto no se debe pasar por alto el hecho sorprendente de que en el Nuevo Testamento se ha recurrido a la forma literaria de la poesía para proponer las enseñanzas más elevadas de la teología cristiana. Los textos que se pueden considerar como teológicamente “más densos” son, precisamente, poéticos: el prólogo de san Juan, y los himnos de las cartas a los Filipenses, a los Efesios y a los Colosenses. ALGUNOS EJEMPLOS Se expondrán brevemente algunos ejemplos extraídos del Antiguo y Nuevo Testamento, con el fin de ilustrar la presencia de auténticas obras literarias dentro de la Biblia. Un Salmo El recurso a las convenciones poéticas es frecuente en la Biblia, desde el momento que abundan los textos pertenecientes a este género. El Salmo 29, por ejemplo, aclama la grandeza de Yahveh sobre la tempestad. Para esto toma el tema 3
N.K. GOTTWALD, Song of the Songs, en: The Interpreter’s Dictionary of the Bible (G.A. Buttrick, edit.), Abingdon Press – Nashville – 1996; IV – 424. 4 JOSÉ PEDRO TOSAUS ABADÍA, La Biblia como literatura, Verbo Divino – Estella (Navarra) – 1996; 100. 5 L.C.A. ALEXANDER, Novels, Greek and Latin, en: The Anchor Bible Dictionary (D.N. Freedman, Editor); Doubleday – New York – 1992; IV-1137-1139,
del trueno y lo expresa, como es común en la poesía, mediante una metáfora, que en este caso es “la voz de Yahveh”, repetida siete veces. Este poeta bíblico recurre a las repeticiones (¡18 veces el nombre de Yahveh!) y utiliza metáforas. Supone un universo donde hay un océano sobre el firmamento, por encima del cual está la habitación el Señor, donde Él está sentado “sobre el diluvio”. Describe el retumbar del trueno comenzando por lo más alto: la habitación de Yahveh por encima de las aguas. Desde allí desciende a los cedros que están sobre el monte Líbano. A continuación se ocupa del mismo Monte Líbano, y finaliza con el efecto de la tempestad en el desierto y en las selvas. El Salmo concluye con una aclamación gloriosa de los fieles en el Templo, y la bendición de la paz con la que el Señor enriquece a su pueblo: “¡La voz del Señor sobre las aguas! El Dios de la gloria hace oír su trueno: el Señor está sobre las aguas torrenciales. ¡La voz del Señor es potente, la voz del Señor es majestuosa! La voz del Señor parte los cedros, el Señor parte los cedros del Líbano; hace saltar al Líbano como a un novillo y al Sirión como a un toro salvaje. La voz del Señor lanza llamas de fuego; la voz del Señor hace temblar el desierto, el Señor hace temblar el desierto de Cades. La voz del Señor retuerce las encinas, el Señor arrasa las selvas. En su Templo, todos dicen: ¡Gloria! El Señor tiene su trono sobe las aguas celestiales, el Señor se sienta en su trono de Rey eterno. El Señor fortalece a su Pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz”. Los mismos artificios literarios se reconocen en un poema babilónico que canta al trueno como palabra de Enlil. En esta obra se repite nueve veces “La Palabra”: “La palabra que en lo alto hace que tiemblen los cielos; la palabra que hace estremecer la tierra aquí abajo. La palabra aniquila a los Anunaki. Su palabra estremece los cielos y hace temblar la tierra. La palabra del Señor inunda con la tormenta y ensombrece el rostro. La palabra de Marduk produce la inundación, su palabra arrastra los árboles. Su palabra es la tempestad. La palabra de Enlil viene como un huracán sin que nadie la pueda ver”. Aun teniendo los mismos elementos literarios, el enfoque de los dos textos exhibe una diferencia fundamental: El texto babilónico coloca en el centro de atención del lector la fuerza destructora de “la palabra de Enlil”, mientras que en el Salmo bíblico “la voz de Yahveh” se hace oír para destacar el señorío de Yahveh sobre el universo, y finaliza con la aclamación: “¡El Señor bendice a su pueblo con la paz!”. Es importante destacar que una lectura “fundamentalista” del Salmo tomaría cada una de sus afirmaciones al estilo de una definición dogmática, entendiendo literalmente las convenciones literarias y los recursos poéticos. Ya se conocen los extremos a que se llega cuando se leen las Sagradas Escrituras con estos criterios, y se toma como revelada hasta la misma concepción del universo que tenía el autor sagrado.6 Algo muy distinto sucede si se encara el Salmo como una “obra literaria”, perteneciente a un determinado género que, en este caso, es el poético. Ahí cabe aplicar la enseñanza del Concilio Vaticano II, que tratando sobre la interpretación de las Sagradas Escrituras, dice que el intérprete investigue lo que el escritor sagrado intenta decir y dice, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios que se utilizaban en esa época ( Dei Verbum, III, 12). Tratándose de la poesía en la 6
Por “lectura fundamentalista de la Biblia” se entiende “una interpretación primaria, literalista, es decir, que excluye todo esfuerzo de comprensión de la Biblia que tenga en cuenta su crecimiento histórico y su desarrollo. Se opone, pues, al empleo del método histórico-crítico así como de todo otro método científico para la interpretación de la Escritura” (La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, Documento de la Pontificia Comisión Bíblica, 15-4-1993; I, F).
Sagrada Escritura, habrá que interrogar a un poeta o a un experto en literatura para que explique qué intenta decir el poeta que compuso el texto que se quiere analizar. Ya se ha indicado que la Pontificia Comisión Bíblica recomienda el trabajo interdisciplinar como un camino para llegar a comprender mejor el mensaje del texto inspirado. Novela (1) El libro de Judit se presenta como un relato histórico que provoca un sobresalto del lector en sus primeras palabras: “Era el año duodécimo del reinado de Nabucodonosor, que gobernó a los asirios en la gran ciudad de Nínive...” (Jud 1, 1). Todos los judíos saben muy bien quien era Nabucodonosor porque fue quien destruyó Jerusalén y llevó cautiva a Babilonia a la población de Judá. Este emperador no reinó sobre los asirios, sino sobre los babilonios cuando el imperio asirio ya había caído. En el año duodécimo de Nabucodonosor (año 593 a.C.) habían transcurrido aproximadamente veinte años desde que Nínive había caído (año 612 a.C.). Estos datos puestos enfáticamente en el encabezamiento del libro no pueden atribuirse a un descuido o a ignorancia del autor, sino que han sido intencionalmente colocados en ese lugar. Otros detalles de la narración contribuyen para confundir más al lector que cree estar leyendo un relato histórico: en esos días del reinado de Nabucodonosor los judíos ya han regresado de la cautividad y han reconstruído el Templo de Jerusalén (5, 19; 16, 20), sucesos que tuvieron lugar mucho después de la muerte de ese Rey, cuando ya no reinaban los babilonios sino los persas. El itinerario que sigue Holofernes durante sus campañas no permite la más mínima reconstrucción (2, 21-28). Los personajes del relato son delineados con rasgos intencionalmente contradictorios: Judit, una mujer viuda, derrota a todos los enemigos de Israel sin contar con ningún ejército; el rey más poderoso de la tierra cae vencido ante la belleza de una mujer; un pagano, Ajior, tiene más fe que los israelitas (5, 5-21), mientras que éstos, temerosos y desalentados, están dispuestos a rendirse ante los enemigos (7, 26-27). El desarrollo del drama está muy bien marcado: un momento en el que se plantea el problema, aparentemente insoluble. Viene luego la intervención de la protagonista, que actúa con lentitud, de manera que crea la ansiedad y el suspenso del lector. Finalmente viene el desenlace feliz con una celebración al estilo griego (15, 12-13) y un himno final de acción de gracias (16, 1-17). Los comentarisas, por lo general, coinciden en catalogar este libro como “novela religiosa”, aunque no se muestran concordes en el momento de dar mayores precisiones. También aquí habría que decir que si este relato se cataloga como “histórico”, es “una historia que debe ser creída porque está relatada”, a pesar de las dificultades que encuentra el lector ante los datos históricos y geográficos tal como están presentados. Cuando el lector presta atención a los indicios que el autor coloca intencionalmente en el primer versículo, debe optar por otra forma de leer la obra. Con el aporte de los expertos en literatura se podría analizar el texto desde el punto de vista de la narrativa novelística, y esto ayudaría a captar aspectos del sentido literal de la obra que pueden pasar desapercibidos para quien es solamente teólogo. En el caso citado se trata de una novela en la que el trasfondo histórico es puesto en cuestión por los datos aportados por el mismo autor. La novela histórica,
sin embargo, por sí misma no prejuzga sobre la historicidad. Se puede escribir una novela histórica que tenga como argumento un hecho histórico. Novela (2) El relato de la muerte de san Juan Bautista (Mt 14, 3-13; Mc 6, 17-29) ofrece un ejemplo de novela que tiene como trasfondo un hecho histórico, en este caso en el Nuevo Testamento. Esta narración se diferencia de los relatos de martirio en que en éstos se coloca al mártir en primer plano y se describen sus diálogos con los jueces y los tomentos a los que es sometido. En el relato de la muerte del Bautista, éste queda en un segundo plano y no interviene directamente en la acción. Aparecen en primer plano, en cambio, el rey débil y la mujer vengativa. Como escenario está el banquete en el cual tienen lugar el baile de una joven y el juramento irreflexivo del rey, detalles frecuentes en la novelística. El desarrollo va creando el interés y el suspenso del lector. Finalmente el rey débil se convierte en homicida y el hombre justo es martirizado. LA OBRA LITERARIA Se dice que una obra literaria se caracteriza por ser una obra de naturaleza estética, destinada a perdurar y “desinteresada”, es decir que no tiene finalidad práctica y está hecha solamente para proporcionar un placer de tipo espiritual. 7 “Es toda para la contemplación, y no para la acción”. 8 Una obra es “literaria” por su forma: sus estructuras, sus palabras, el modo en que se distribuye su materia, el uso del lenguaje, etc. La Biblia es una obra literaria que tiene ciertas características peculiares. Ante todo no es “desinteresada”, sino que está destinada a suscitar y mantener la fe de los lectores. El autor se siente depositario de un mensaje y quiere que este mensaje llegue a los demás y sea aceptado. Pertenece al género de “literatura comprometida”.9 Lo que para los expertos en literatura es algo adquirido e indiscutible, para los especialistas en la Biblia requirió su tiempo. Cuando se admitió que en la Biblia había “formas y géneros literarios”, en el primer momento se pensó que éstos eran como “envases” dentro de los cuales se depositaban las verdades que había que exponer. Bastaba con romper el envase para que apareciera la verdad en toda su pureza. Aunque se admitía la presencia de lo “literario”, se lo consideraba de menor interés y valor. Se valoraba únicamente el aspecto un presunto “mensaje” que no tenía nada que ver con la forma con la que llegaba al destinatario. Hoy se sabe que en la interpretación de la Sagrada Escritura es imposible desprender el mensaje de su forma literaria. El autor adopta una forma literaria para exponer su pensamiento, pero la forma también tiene su parte en la transmisión, ya que tiene en cuenta la impresión que su modo de expresarse produce en el receptor. “El autor sagrado expresa el sentido por medio del género; los géneros son significativos, no puramente formales”. 10 Se podría decir que no es lo mismo decir que Dios es misericordioso, que narrar la parábola del hijo pródigo, aunque esta última esté destinada a mostrar plásticamente lo primero. Se podrá disertar sobre el drama del amor entre Dios y su pueblo, pero es diferente recitar el Cantar de los Cantares. Lo intelectual, lo imaginativo y lo emotivo actúan para provocar la reacción 7
Cf. J.P. TOSAUS ABADÍA, La Biblia como literatura, Verbo Divino – Estella (Navarra) – 1996; 132. L. ALONSO SCHÖKEL, La Palabra inspirada, Herder – Barcelona – 1966; 222. 9 L. ALONSO SCHÖKEL, o.c., Ibid . 10 L. A LONSO SCHÖKEL , Interpretación de la Sagrada Escritura, en: Comentarios a la constitución “Dei Verbum” (L.Alonso Schökel, dir.), BAC – Madrid – 1969; 443 8
del lector. Todo esto es querido por el Autor primero de la Escritura que es Dios, y por eso mismo se encuentra bajo el influjo de la inspiración. En una exposición del mensaje bíblico no se puede prescindir de ninguno de estas funciones del l enguaje. Si en un primer momento se presentó como un objetivo el conocimiento de la intención del autor, hoy se tiene clara conciencia de que la obra literaria es mucho más que la expresión de la intención de un autor. Se considera la obra como un sistema de palabras, como una estructura que precede y supera al autor, y que hay que desentrañar. Esto hace más urgente la necesidad de contar con expertos en literatura para una correcta interpretación de la Escritura. En el caso particular de la Palabra contenida en la Sagrada Escritura es necesario remontarse a la concepción judeo-cristiana de “Palabra”. El dabar del Antiguo Testamento hebreo, así como el lógos de los textos griegos, es la palabra que tiene la fuerza creadora, que explicita la voluntad de Dios en la Ley y revela al mismo Dios en el discurso de los profetas o en la reflexión de los sabios. La “Palabra” se identifica también con los hechos y con las cosas, es la misma historia y es la fuerza de Dios que conduce esa historia. En el Nuevo Testamento tiene un desarrollo inesperado cuando esa “Palabra” se encarna en Jesucristo. De ahí que exija ser leída e interpretada desde muchos ángulos, no solamente como “palabra” que tiene como única función la “información”. Uno de los aspectos de la “Palabra bíblica”, señalado especialmente por el Concilio Vaticano II, es su fuerza: “Es tan grande la fuerza y el poder que hay en la Palabra de Dios, que es sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de la fe para los hijos de la Iglesia, alimento del alma, fuente pura y permanente de vida espiritual...”. 11 Las reticencias a reconocer la Sagrada Escritura como “literatura” ha partido del supuesto de que los textos bíblicos sólo tenían como única función la información. Cuando en la acutalidad se reconoce que en la Biblia está “la Palabra” cumpliendo todas sus funciones, el literato que lee la Escritura está capacitado para captar nuevas resonancias de esa “Palabra” y tiene mucho que decir al teólogo y al Pueblo de Dios. CONCLUSIÓN Esta breve exposición ha tenido como finalidad exponer, principalmente ante los que cultivan las letras, uno de los aspectos de la tarea en la que se debe ejercitar quien su ocupa de las Sagradas Escrituras. Se ha intentado mostrar que hay una zona fronteriza en la cual es necesario entablar un diálogo entre exégetas y literatos, del cual no se puede seguir sino un beneficio inmenso para el Pueblo de Dios. La exégesis es “una disciplina teológica que tiene como finalidad principal la profundización de la fe. Esto no significa un menor compromiso en la más rigurosa investigación científica, ni la manipulación de los métodos por preocupaciones apologéticas. Cada sector de la investigación (crítica textual, estudios lingüísticos, análisis literarios, etc.) tiene sus reglas propias, que es necesario seguir con toda
11
CONCILIO VATICANO II, Dei Verbum, VI, 21.
autonomía...”12 Los que se ocupan de la literatura pueden hacer un valioso aporte para que la Palabra de Dios llegue con mayor nitidez a su Pueblo.
12
PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, doc. cit., Conclusión.
La Biblia como literatura
«Los que conocen los tropos», dice san Agustín, «los reencuentran en las sagradas Letras y este conocimiento les ayuda a comprender mejor esas Letras. Pero no me corresponde enseñarlas aquí a los ignorantes, para no darme el aire de hacerles un curso de gramática. Yo les aconsejo una vez más que las aprendan en otra parte, aunque ya les había dado este consejo…» (De doctrina christiana, III, XXIX, 40). Con estas palabras, Agustín recomendaba a los lectores de las Escrituras el estudio de las ciencias del lenguaje, que los gramáticos y maestros de retórica griegos y latinos habían desarrollado hasta el punto de producir los primeros rudimentos de una teoría analítica de la lengua y de las formas del discurso. Pero no bastaba, según el obispo de Hipona, conocer la retórica de la ornamentación y de la persuasión (un arte en que él se había formado desde su juventud y que nunca dejó de practicar con verdadera maestría). Para comprender realmente los libros santos era necesario avanzar un paso más; es decir, superar el mero conocimiento de los artificios oratorios y elaborar una doctrina del signo, como la que él mismo expuso y desarrolló, sobre todo, en el segundo libro de su De doctrina christiana. Tal preocupación hizo de san Agustín uno de los primeros verdaderos teóricos de esta ciencia, que mucho más tarde intentaron reelaborar lingüistas y filósofos como F. de Saussure y Charles S. Pierce.2 El consejo que Agustín daba en su tiempo se impone a los lectores de la Escritura todavía hoy. Como la Escritura se da a sí misma en forma textual, es importante que el lector tenga en cuenta, por lo menos en líneas generales, la naturaleza de la comunicación lingüística y las características literarias de los distintos textos. Desde el punto de vista literario, en efecto, la Biblia presenta una notable variedad de lenguajes. Hay textos narrativos, códigos legislativos, dichos sapienciales, parábolas, profecías, cartas y escritos apocalípticos. Muchos de esos textos están escritos en prosa; otros –bastante numerosos– son textos poéticos. En algunos casos, es absolutamente indispensable conocer el «género literario» de un determinado escrito para acceder a su auténtico sentido y a la verdad de lo afirmado en el texto.3 El libro de Jonás puede servir de ejemplo. Al abrir el libro, el lector se encuentra con un texto narrativo. Esta forma literaria puede hacerle pensar que en él se relatan hechos realmente acaecidos; pero a medida que avanza la lectura, uno advierte que el relato contiene numerosos detalles sorprendentes e incluso inverosímiles. Ante todo, no es nada frecuente que un profeta sea tragado por un gran pez, que pase tres días y tres noches en el vientre del cetáceo y que al fin sea vomitado vivo a la orilla del mar. No
menos inusitada es la conducta unánime de los ninivitas, que se convierten y hacen penitencia con sólo oír a un profeta extranjero, e insólita resulta la planta de ricino que crece y se seca en un instante. Por estos y otros detalles de carácter histórico, arqueológico y literario, la gran mayoría de los exegetas contemporáneos se inclina a pensar que el libro de Jonás no es una narración histórica sino una ficción didáctica o una especie de parábola. El autor sintió la necesidad de comunicar a su pueblo una enseñanza de vital importancia, y consideró que el medio más eficaz para lograrlo era construir un relato lleno de ironía y humor. El relato se propone instruir y agradar. Su enseñanza rompe con el particularismo estrecho en que se encerraba cada vez más la comunidad israelita postexílica y trata de promover un universalismo extraordinariamente abierto. Como Jesús se valió más tarde de las parábolas (que son también relatos ficticios) para revelar los misterios del Reino de Dios, así también, en el caso de Jonás, la ficción narrativa sirvió de vehículo para transmitir un mensaje muy cercano al del evangelio.4 Los diferentes tipos de literatura cumplen distintas funciones. En el mundo contemporáneo, hay una inmensa cantidad de libros, folletos y revistas que proporcionan toda clase de información. En una escala menor, también la Biblia presenta una notable variedad de formas literarias. La persona religiosa busca en los textos de la Escritura un mensaje personal, que le enseñe qué debe creer y cómo tiene que actuar. Pero hay en los textos sagrados logros estéticos de no escaso valor, y las ciencias de la literatura tienen derecho a investigar cómo contribuye el arte literario a expresar con más vigor y belleza un tema, una enseñanza o una idea. El poeta Thomas S. Eliot5 temía que la Biblia se leyera como mera literatura, porque es mucho más que eso. Otro gran poeta, Coleridge,6 también estaba convencido de que la Biblia era, de algún modo, diferente de toda otra literatura, «porque procede del Espíritu Santo». Pero afirmaba al mismo tiempo que esa diferencia se revela a los lectores capaces de reconocer su belleza poética y de reaccionar ante ella. De ahí su enojo contra los «bibliólatras», que estudian interminablemente la Biblia como texto sagrado, pero que rara vez la leen con la atención que se dispensa a otras grandes obras literarias, concretamente (dice Coleridge) a los dramas de Shakespeare. Como todos los grandes textos, la Escritura contiene numerosos pasajes de la más elevada calidad literaria. Una buena parte de ella fue escrita por poetas y escritores de notable sensibilidad e imaginación, que sin dejar de estar involucrados en sus propias culturas siguen hablando todavía hoy con una voz universal. Al prestar la debida atención a las cualidades
literarias de los textos bíblicos, el lector experimenta con una nueva inmediatez e intensidad el poder de la palabra de Dios. Por último, conviene tener presente un cambio importante que se ha producido en la teoría literaria de estos últimos años y que ha empezado a ejercer su influencia en los estudios bíblicos. En el momento de determinar el significado e importancia de un texto, el centro de interés se ha desplazado, de la intención del autor y del contexto original del escrito, a la respuesta del lector (the reader’s response criticism). La atención ya no queda centrada en la época de origen del texto, sino en la lectura y en las señales que en determinados momentos un enunciado o una frase dirigen al lector. Este método de investigación es complejo, y no todos los críticos literarios lo practican de la misma manera. Hay muchos y variados enfoques posibles, pero todos coinciden en prestar la máxima atención al individuo o a la «comunidad interpretativa» en el acto de leer la Biblia aquí y ahora. Voy a iniciar, los domingos, una serie absolutemente independiente, en la que voy a reproducir algunas de las notas, o "postales" que he publicado ya en mi otro blog de "Religiondigital". son del tiempo cuando estaba yo comenzando, y el blog tenía muy pocos lectores. Apenas las leyó la gente por lo que creo que pueden resultar algo novedosas para los lectores del presente blog de "Tendencias21" , a pesar de lo "añejas". Hasta 1960, más o menos, la Biblia ha sido no sólo alimento espiritual de millones de personas, sino también un referente literario importante: una gran cantidad de alusiones literarias a personajes, situaciones, narraciones, proverbios, etc., bíblicos han poblado nuestra literatura de todo tipo. Incluso en novelas de tema nada religioso la atmósfera de alusiones a la Biblia era constante… incluso en autores insospechados. ¿Por qué no ocurre esto ahora? Un día, vi a un colega de Facultad, ilustre catedrático de francés, Javier de Prado, enfurecido por los pasillos. Le pregunté: ¿Qué te pasa Javier? - Pues que estoy sencillamente desperado. Estoy explicando en clase a Emilio Zola (novelista francés del siglo XIX, muy famoso por haber dado carta importante de naturaleza en la literatura francesa al realismo más inmoral…, al menos segú algunos: la Iglesia lo condeno al “Índice de libros prohibidos) y no consigo hacérselo entender a mis alumnos… porque ¡no saben nada de Biblia! Sin embargo, a partir de esa fecha mencionada, más o menos a mediados del siglo pasado, ha cambiado notablemente esta circunstancia y puede decirse que a día de hoy el entorno bíblico ha desaparecido de la literatura La Biblia ha casi muerto como referente literario. ¿Por qué? Las causas son generales: un ambiente cada vez más laico, ante todo, con un evidente retroceso de las religiones, unido a un notable aumento del interés por la ciencia como marco de nuestra curiosidad. La ciencia en sentido amplio…, incluyendo la ciencia ficción, el espacio y el origen del universo, la electrónica…, la naturaleza como objeto de estudio… todo este conjunto “científico” es la que forma el espacio de alusiones más abundante en las obras literarias de hoy.
En España ha influido también en el retroceso de la Biblia como lectura el que partiéramos de una posición de desventaja respecto a otras naciones: ha sido una tradición inveterada de la Iglesia católica desanimar, o casi prohibir en siglos pasados, la lectura privada de la Biblia, por temor a que los fieles pudieran malinterpretarla. En el semiconsciente de los españoles no existe –como ocurre en otros países, protestantes ante todo- como una de las tareas cotidianas la lectura de un fragmento de la Biblia. La inmensa mayoría de los españoles no la ha leído entera… y muchos también tampoco ni siquiera han leído los Evangelios. Sin embargo, la Biblia además de un libro de ideas religiosas o de historia, es un libro de lectura entretenida. No toda ella, ciertamente, pero sí en gran parte. Estoy persuadido de que el éxito, en parte de la religión es ser vehicula por un bello elemento literario. En el cristianismo, sin duda alguna. Y en otras religiones también. El Corán, en partes que contienen pocas historias, es un libro bello por su vocabulario, por su ritmo poético, por sus rimas internas. La belleza de su lenguaje contribuye mucho a que la gente se lo aprenda más fácilmente de memoria y a fijar en las mentes el mensaje religioso que contiene. Hay dos maneras de decir, “Fulanito de Tal es un perverso”. La primera es expresarlo así, tal cual, con una formulación abstracta. La segunda consiste en construir una historia entretenida en la que se pintan unas escenas o situaciones en las que Fulanito actúa como un perverso. No cabe duda de que es mucho más efectiva la segunda manera. Y eso es lo que hace la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento: contar historias en las que se transmiten mensajes religiosos. Pienso que una buena parte de la pérdida de influencia de la Biblia en la sociedad española es la casi eliminación de la Biblia como lectura en forma de “Historia Sagrada” de los libros de religión de escuelas, colegios e institutos. Con la Historia Sagrada se vehiculaban con facilidad los mensajes religiosos a través del interés que las historias suscitaban en los niños. No digo que los libros de religión no estén hoy bellamente ilustrados, bien pensados pedagógicamente. Al contrario. En general los libros de texto son hoy mucho mejores que los de antaño tanto en su presentación como en su técnica de comunicación. Pero observo una gran pérdida de influencia en la materia de Religión lo que antes era Historia Sagrada. Gonzalo del Cerro ha escrito a propósito de esta temática y nos ofrece un ejemplo de una bella historia
bíblica, que desconocen la mayoría de nuestros niños y que antes todos sabíamos: la de José, hijo de Jacob, vendido por sus hermanos y su posterior buena en Egipto: cómo resiste los deseos de deshonestos de una mala mujer y cómo es encarcelado. Entonces el Faraón tiene unos sueños que sólo José puede descifrar. El monarca, admirado, lo nombra su consejero y primer ministro, cargo en el que triunfa en toda la línea. Sus hermanos, impulsados por una hambruna que se había apoderado de las tierras israelitas deciden ir a comprar trigo a Egipto. José los reconoce y le tiene una trampa amorosa de modo que el final todos deciden irse a vivir a Egipto donde el Faraón le concede una región entera del país para ellos. Pues bien, esta historia es tan buena literariamente que cumple con ciertas normas que exige Aristóteles en su Poética. (A propósito de la Poética: recordemos que en El nombre de la rosa los crímenes se cometen para intentar que la segunda parte, perdida, de esta obra no llegue a manos del público… tan fundamental era el efecto de la Poética, según pensaba el monje asesino). Gonzalo
del
Cerro
nos
indica
cómo
« Una de las obras más trascendentales de Aristóteles es la Poética, no demasiado larga, pero especialmente valiosa. Una obra que trata sobre la teoría de la obra literaria. Pues eso es lo que significa etimológicamente Poética, no un tratado sobre “poesía” en el sentido que la palabra tiene en las lenguas modernas, sino un estudio sobre la ”obra literaria” en general. La Poética contiene palabras básicas que envuelven conceptos fundamentales. La primera es el término que define la obra literaria: Mýthos (mito), exposición o relato de unos sucesos que el autor presenta mediante la Mímesis o imitación de los hechos reales. En diversos pasajes de la Poética deja Aristóteles rastros de su concepto de Mito: Es una “síntesis” de esos hechos imitados (Poét., 6, 1450 a). En el desarrollo de los acontecimientos, distingue tres partes de la composición literaria, que vienen a ser los elementos constitutivos de la misma: la peripéteia (peripecia), la anagnórisis (reconocimiento) y el páthos (suceso patético). El páthos es el conjunto de hechos dolorosos (Poét., 11, 1452 b). La anagnórisis es “el cambio (metabolé) de la ignorancia al conocimiento” (Poét., 11, 1452 a). La peripéteia es “el cambio de una situación a su contraria” (Poét., 11, 1452 a). La anagnórisis alcanza su mayor belleza cuando va acompañada de la peripéteia, es decir, cuando el reconocimiento provoca un cambio de fortuna en los actores del “mito”. La Poética de Aristóteles no es, ni en su intención ni en su realización, una Preceptiva Literaria. No establece normas a las que se deban atener los autores de una obra literaria. Describe más bien el sistema que han seguido en la práctica. No dice lo que debe hacer Sófocles en el Edipo Rey, sino lo que hizo. Y eso Aristóteles lo toma y presenta como paradigma. La Biblia es, al margen de otras consideraciones, una obra literaria en la que convergen grandes genios de la literatura. En ella encontramos pasajes donde aparece reflejada la doctrina patentada por Aristóteles. La historia de José y sus hermanos (Génesis 37-47) es uno de los más bellos relatos (mýthos- mitos) de toda la Biblia. La narración goza de una venerable antigüedad, ya que está basada casi exclusivamente en las tradiciones llamadas por los técnicos yahvista (para llamar a Dios utiliza preferentemente el nombre de Yahvé) y elohista (para llamar a Dios utiliza preferentemente el nombre de Elohim), que son las más antiguas del Pentateuco ( de los siglos El páthos está reflejado en las numerosas pesadumbres que jalonan todo el episodio. La anagnórisis constituye el material de la narración en Génesis 45: los hijos de Jacob descubren que “el jefe de toda la tierra de Egipto” era su propio hermano. La peripéteia, como prefería Aristóteles, es aquí la consecuencia inmediata del reconocimiento. Sucede entonces un cambio radical (metabolé). Los hermanos de José pasan, sin solución de continuidad, de una situación desesperada a otra de gozo ilimitado, de la necesidad y el oprobio a la opulencia y a la gloria. » Hasta
aquí
Gonzalo
del
Cerro.
Es bien visible cómo esta historia de José y sus hermanos vehicula mucho mejor que cualquier formulación abstracta la idea de la conveniencia del perdón fraterno y del premio que Yahvé otorga a los que le son fieles. Y encima se pasa bien leyéndola.
Nació en la ciudad de Puerto Cabello, a las orillas del Caribe Venezolano, en el año 1800. Una mujer humilde lo trajo al mundo. "Mi padre fue un europeo rico y distinguido" aclaro Juan José de Flores. Su madre fue Rita Flores, oriunda de Puerto Cabello, y se sabe que fue su padre Juan José Aramburu, rico comerciante vasco, aunque no existen documentos que lo
avalen, así como Flores nunca usó ese apellido. Su infancia fue muy pobre y desvalida, apenas podía subsistir. Sin dirección de ninguna clase para orientar su vida, a los 15 años de edad entró en las huestas militares de los españoles, en cuyas filas seguramente se distinguió por su valentía y sagacidad. Pronto rectificó sus pasos y se enroló en las filas patriotas para luchar por la independencia de su patria. Pobre como era y de origen humilde llegó a ocupar los puestos más destacados en la vida militar y politica únicamente por sus capacidades notables, su heroicidad, lealtad y talento. Muy estimado por sus superiores, especialmente por Simón Bolivar, los ascensos no se hicieron esperar. A los 23 años de edad fue ascendido a Coronel y designado Comandante General de Pasto, donde a la sazón imperaba el monarquismo español. En 1824, llego al Ecuador en calidad de Comandante General del Ejército. Al año siguiente regresó a Pasto con la misión de pacificarla; pues se encontraba convulsionada debido a la inconformidad de sus habitantes. Logró dominar la situación valiéndose de adulaciones y sagaces concesiones antes que de persecuciones y matanzas. Regresó al Distrito del Sur (Ecuador) de la Gran Colombia en calidad de Prefecto Departamental del Distrito del Sur (Ecuador), primero, y Prefecto de Distrito del Sur (Ecuador), después. El carácter complejo de Flores le venia, probablemente, de su identidad mestizo. Su natural era inteligente, generoso, afable, liberal, chanceador. Caía bien. Los modelos politicos de su juventud fueron la Revolución Francesa, la Democracia Usamericana, el Parlamentarismo Inglés entrevistos en el trato con Bolivar y los generales Ingleses de la Independencia. Contrajo matrimonio con una dama de la aristocrcia Quiteña, Mercedes Jijón, lo que le facilitó su preeminencia social y política. Con mano férrea, logró disciplinar a sus propios camaradas, que respaldados en el poder de las armas, cometían exaltaciones y desmanes que asustaban a la población. Los robos, asesinatos, violaciones, y sublevaciones fueron sofocados a balazos. Durante los años 1828 y 1829 tuvo una brillante participación en la defensa de los derechos territoriales del Distrito del Sur (Ecuador) de la Gran Colombia, frente a las pretensiones del Perú. Contribuyó con su pericia militar al truimfo de Tarqui, lo que le valió el ascenso al grado de General de División. Hombre de poquissimas letras, al enrolarse en la vida politica y social se autoeducó hasta dominar varios ramos de saber y perfeccionarse en el arte de la oratoria y la escritura. Tuvo por su maestro de su educación continua a su compadre, el poeta José Joaquín Olmedo. La Universidad Central de Quito le concedió un doctorado honoris causa. La fragmentación de
un país sin identidad nacional unitaria lo empujó al caudillaje. Su hábitat natural eran sus camaradas militares de Colombia, Venezuela, Chile, Irlanda, e Inglaterra. Su deuda social era con la familia de su esposa. En 1830 llegó a la cumbre de su vida politica y carrera militar al ser nombrado Primer Presidente del Ecuador. Este cargo lo desempeño en tres oportunidades hasta que en 1845 fue obligado a salir del país luego de la derrota que sufrió en la Revolución del 6 de Marzo. Volvió en 1859 y sirvió en las campañas contra el Perú al mando de Gabriel García Moreno. Murió en 1864 en las campañas militares que se desarrollaban en la actual provincia del Oro, Ecuador. Luego de su exilo politico el General Juan Jose Flores tuvo un sueldo vitalicio por sus responsabilidades ejercidas en las presidencias.
Disolución de la Gran Colombia [ editar ] Las ambiciones de grupos de interés locales persuadieron a Flores conspirar contra Bolívar y provocar la secesión del departamento del Sur. Casi al mismo tiempo, el general José Antonio Páez en Venezuela conspiraba por igual. A los pocos meses de la separación de Venezuela, los Departamentos del «Distrito del Sur» (Departamento de Ecuador, Departamento de Guayaquil y Departamento de Azuay) se declararon estado independiente con el nombre de "Estado de Ecuador", asumiendo Flores la presidencia de la nueva nación el 13 de mayo de 1830. Cabe recalcar que la Presidencia del Ecuador estaba destinada para el Mariscal Antonio José de Sucre, asesinado en Berruecos durante el turbulento período de separación. Flores fue acusado de estar detrás del asesinato, pero estas dejaron de tener importancia al no poder ser comprobadas. Guerra con Nueva Granada (Colombia) [editar]
Meses después las provincias de Pasto, Popayan y Buenaventura se habían incorporado voluntariamente al Ecuador. El Presidente Juan José Flores, luego de mandar guarniciones a Pasto, visitó esas ciudades, donde expidió un decreto en que declaraba incorporado el Cauca al Ecuador. El Congreso Ordinario de 1831 declaró oficialmente la incorporación del Departamento de Cauca al Ecuador. El 22 de Julio de 1831 Nueva Granada (Colombia) de manera insistente reclamaba la devolución de este Departamento al Ecuador y éste mantenía su negativa, fue ahondándose una difícil situación para ambos países. El General José H. López, se soblevó en Popayán en favor de Nueva Granada y se entabló un enfrentamiento militar entre el ejército Ecuatoriano dirigido por Flores y el Granadino, comandado por José Maria Obando. A pesar de sus dotes militares Flores no pudo triunfar
porque el frente interno de Ecuador se debilitó debido a los levantamientos de Ambato y Latacunga en contra del Gobierno de Flores. Los soldados ecuatorianos triunfaron en algunos combates, pero la falta de abastecimientos los hizo doblegar, a más de esto hubo traición tanto de oficiales como de tropa del batallón Quito, lo que determinó que la ciudad de Pasto cayera en poder de los soldados de Nueva Granada. Ante esta situación Flores celebró un Tratado de paz y límites con Nueva Granada en la ciudad de Pasto el 8 de Diciembre de 1832, fijándose el rio Carchi como límite fronterizo entre ambos Estados dejando pendiente la decisión sobre los puertos de la Tola y Tumaco, en la provincia de Buenaventura. El Tratado de Pasto tan solo dio límites a una parte de la frontera, no así al resto del territorio del Ecuador que vino a demarcarse posteriormente con Colombia.
Presidencia [ editar ] Ya en el gobierno, Flores descuidó la consolidación de la nación, pero aseguró una suerte de pacto de no agresión entre grupos terratenientes de la sierra de Ecuador y grupos agroexportadores de la costa. El final de su mandato de 15 años interrumpidos se dio como efecto de revolucionarios guayaquileños que presionaron por su salida y la de todo el estado mayor extranjero. Durante su gobierno fueron anexadas a Ecuador las Islas Galápagos cuando se tomó posesión de estas alrededor del año 1832, por esto tiempo después una de las islas fue bautizada en su honor como Isla Floreana .
Exilio [ editar ] Más adelante, Flores, desde el exilio, tramó una invasión a Ecuador para lo que obtuvo apoyo y financiamiento de la reina María Cristina de Borbón de España, con el fin de colocar en el trono ecuatoriano a su hijo Agustín Muñoz y Borbón. La intentona fue repelida con dureza y Flores tuvo que retornar al exilio. Durante un tiempo residió en Costa Rica, donde tuvo estrecha amistad con el Presidente José María Castro Madriz. El Congreso lo declaró ciudadano esclarecido de Costa Rica , pero Flores declinó el honor y poco después abandonó el país. Uno de sus hijos, Antonio Flores Jijón, también llegó a ser presidente del Ecuador. Los restos mortales del General Flores, conjuntamente con los de su esposa, Mercedes Jijón y Vivanco, se encuentran en la Catedral Metropolitana de Quito, donde también se guardan los restos del Mariscal Antonio José de Sucre, el presidente Gabriel García Moreno y el Arzobispo Federico González Suárez