Título original: The Restoration of the Self
Publicado en inglés por; International Universities Press, Nueva York, 1977
Traducción: Noemí Rosenblatt
1a edición, 1980 México, 1999
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A G., y a su generación
INDICE
Reconocimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
l.
La terminación del análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 La fase terminal en el análisis del señor M . . . . . . . . . . . . . . . . 22 Pensando en la terminación: Las tareas restantes del paciente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27 Bosquejo de la rehabilitación funcional del sí-mismo a través del psicoanálisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48 Otros ejemplos clínicos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
11.
¿Necesita el psicoanálisis una psicología del sí-mismo? . . . . . . . 58 Sobre la objetividad científica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58 La teoría de los impulsos y la psicología del sí-mismo . . . . . . . . 61 1nterpretaciones y resistencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70 Orígenes del sí-mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .· ...... 76 La teoría de la agresión y el análisis del sí-mismo ..... : ..... 87 La terminación del análisis y la psicología del sí-mismo . . . . . . . 99
111. Reflexiones sobre la naturaleza de las pruebas en psicoanálisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 Ilustraciones clínicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
IV. El sí-mismo bipolar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Consideraciones teóricas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Una clasificación de la patología del sí-mismo . . . . . . . . . . . . Del análisis del señor X. Datos clínicos . . . . . . . . . . . . . . . . Del análisis del señor X. 1ncursiones en la teoría . . . . . . . . . .
124 124 137 142 146
V.
El complejo de Edipo y la psicología del sí-mismo . . . . . . . . . 156 El complejo de Edipo revaluado ... y más allá de él . . . . . . . . . 168
VI. La psicología del sí-mismo y la situación psicoanalítica . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . 174
VI l. Epílogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El mundo cambiante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Dos conceptos de curación psicológica . . . . . . . . . . . . . . . . La anticipación del artista con respecto a la psicología del sí-mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sobre la influencia de la personalidad de Freud . . . . . . . . . . . lCuál es la esencia del psicoanálisis? . . . . . . . . . . . . . . . . . .
185 185 193 196 200 204
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214
R ECONOC IM'I ENTOS
El número de colegas y amigos que con toda generosidad me han hablado de sus reacciones ante el presente ibro en diversas fases de su desarrollo es tan grande, que debo pedirles a casi todos ellos que acepten mi reconocimiento sin incluir sus nombres. Pero sí quiero mencionar a aquellos cuya ayuda me ha resultado de particular valor, sea por el apoyo emocional que me proporcionaron durante los inevitables momentos de duda que experimenta todo autor acerca de la validez de sus esfuerzos o por los consejos que me dieron con respecto al contenido y la forma de mi libro. Así, aunque incluyo con particular calor y gratitud los nombres de los doctores Michael F. Basch, Arnold Goldberg, Jerome Kavka, George H. Klumpner, J. Gordon Maguire, David Marcus, Paul H. Ornstein, George H. Pollock, Paul H. Tolpin y del señor Joseph Palombo, hay muchos otros que también merecerlan figurar aquí. Quiero expresar mi particular gratitud al doctor Ernest S. Wolf por ocuparse, en un generoso acto de amistad, de la ardua tarea de preparar el índice de este 1ibro. También estoy en deuda con una serie de colegas que me permitieron utilizar material tomado de casos analizados por ellos en consulta conmigo. Por desgracia, no resultaba aconsejable emplear muchos de mis casos ya que habrla resultado dificil asegurar su anonimato. Por lo tanto, el hecho de poder contar con los casos de mis colegas fue de enorme valor para mí. Algunos de ellos me pidieron que no menciona~ ra sus nombres, como particular manera de proteger la identidad de sus pacientes, a pesar del cuidado que se puso en disimularla. Empero, hay tres casos en los que fue posible disfrazar el material de manera tan completa que puedo expresar mi gratitud a los analistas correspondientes. La doctora Anita Eckstaedt me permitió utilizar material muy valioso, muy bien seleccionado por ella de un análisis hábilmente manejado; la doctora Anna Ornstein me proporcionó acceso a datos el ínicos que sirvieron para dar convincente apoyo a mis teorías, y la doctora Marian Tolpin me permitió usar material incluido en un excelente informe sobre un caso que ella redactó con un propósito distinto. Por lo general, el agradecimiento de un autor para con su secretaria constituye una cuestión de rutina en los comentarios iniciales. Sin embargo, mi cálido reconocimiento para con la señora Jacqueline Miller no tiene nada de rutinario, sino que es realmente sincero. Sin su serena •H:uptación de las responsabilidades que le impuse, su devoción a la tarna y la inteligencia con que la llevó a cabo, este trabajo se habrla completado mucho más tarde. 1
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El Anne Pollock Lederer Research Fund del Chicago lnstitute far Psyc~oanalysis y el Research Fund de ese mismo Instituto me proporcionaron ayuda económica en todas las fases de las investigaciones cuyos resultados presento aquí. Quiero destacar este apoyo con verdadera gratitud. ~< Debo agregar mi sincero reconocimiento por la ayuda recibida de la señora Natalie Altman de la ln"ternational Universities Press. Durante! casi un año las páginas de mi manuscrito original viajaron desde Chicago hasta Nueva York y de vuelta a Chicago. Cuando volvía a recibirlas las encontraba llenas de sagaces preguntas y valiosas sugerencias que me ayudaron a expresarme con mayor claridad, a complementar mis afirmaciones con pruebas convincentes y a eliminar el material innecesario. Quiero agradecer cálidamente su interés, que en realidad excedió las obligaciones inherentes a su tarea, y conflo en que haya disfrutado de nuestro encuentro tanto como yo. Sé que mi libro se ha beneficiado enormemente como resultado de nuestra cooperación.
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PREFACIO
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Este volumen trasciende mis escritos previos sobre el narc1s1smo en varios sentidos. En mis contribuciones anteriores presenté mis hallazgos acerca de la psicología del sí-mismo*, sobre todo en el lenguaje de la teoría clásica de los impulsos. El concepto teórico crucial introducido dentro de ese marco fue el de objeto del s{-mismo; en correlación con este concepto, el hallazgo emp(rico más importante en el campo terapéutico fue el fenómeno al que ahora me refiero corno transferencia con objetos-del-sl-mismo. Por último, salvando la brecha entre la teoría y la observación cl(nica, la reconstrucción del desarrollo y la teoría de la terapia, mi trabajo anterior introducía el concepto de internalización transmutadora y la teori'a correlativa de formación de estructuras en el campo del sí-mismo. En comparación con mis contribuciones anteriores, este trabajo ex~ presa de manera más expl.ícita mi seguridad con respecto al valor de la posición ernpático-introspectiva, que ha definido mi enfoque teóricoconceptual desde 1959. Este paso -la plena aceptación de las consecuencias del hecho de que el campo psicológico está definido por el umpleo que hace el observador del enfoque empático-introspectivoll¡wó a una serie de refinamientos conceptuales, requeridos por los cambios terminológicos, como lo demuestra mi uso del término "transferoncia con el objeto-del-sí-mismo", en lugar del término previo "translerencia narcisista". No creo que estos cambios terminológicos ocupen ul prime. plano en las contribuciones que ofrezco en este trabajo, pero sí que constituyen la expresión de un paso hacia una psicología del símisrno claramente definida o, más bien, como señalaré de manera más explícita, de un paso hacia dos psicologías del sí--rnismo que se complementan entre sí.
" i::n este libro se ha empleado la expresión si-mismo para traducir self. (E.] 1 1
Otro rasgo de este trabajo consiste, como sucedió con todas mis contribuciones previas, en relacionar la reunión empática de datos con la formulación de teorías. Por lo tanto, el trabajo comienza con la presentación de una serie de datos el ínicos emplricos y una proposición teórica cercana a la experiencia que se correlaciona con ellos. Los datos se refieren a un momento particular en el curs·o de un análisis el lnico .especifico, el momento en que se puede decir que se ha iniciado una fase de terminación válida; la proposición se refiere a la conveniencia de distinguir las estructuras defensivas de las compensatorias, un refinamiento conceptual que nos permite mirar con nuevos ojos la definición de lo que constituye una cura psicológica y, de acuerdo con esta definición, re-evaluar la función y la significación de la fase de terminación en psicoanálisis. Habiendo llegado al final del capítulo que se ocupa detalladamente de un único momento crucial en el curso de un análisis, el lector bien podría suponer que tiene en sus manos una monografla técnica y una tesis sobre teoría el ínica en las que se bosquejan los factores que determinan si un paciente está en condiciones de terminar el análisis y se presentan argumentos en defensa de una nueva definición psicoanalítica de la salud mental en el proceso de alcanzar una curación psicoanalítica, sobre todo en lo concerniente a los trastornos del sí-mismo. Hasta cierto punto, éstas son sin duda las metas del presente trabajo, metas que se examinan en diversos niveles y dentro de varios marcos de referencia a lo largo del libro. Pero, para definir qué conduce a la curación de la patologla del sí-mismo, fue nece.sario volver a examinar una amplia gama de conceptos teóricos ya aceptados; para describir la restauración del sí-mismo, fut:; necesario trazar en líneas generales una psicologla del sí-mismo. LDe qué modo es posible modificar el marco teórico del psicoanálisis para que dé cabida a la multiplicidad y diversidad de los fenómenos que observamos con respecto al sí-mismo? La respuesta a esta pregunta que, sorprendentemente, surgió por sí sola -aunque en realidad, mirando las cosas retrospectivamente , no debió resultar sorprendente- fue que debemos aprender a pensar en forma alternada, o incluso simultánea, en términos de dos marcos teóricos, que debemos, de acuerdo con un principio psicológico de complementariedad, reconocer que se necesitan dos enfoques para captar los fenómenos que encontramos en nuestra labor clínica, y más allá de ella: una psicología en la que el s(-mismo se ve como el centro del universo psicológico, y también una psicolog(a en la que el. sí-mismo se entiende como un contenido de un aparato mental. En esta contribución el acento está puesto en el primero de los dos enfoques, es decir, en la psicología del s(-mismo en el sentido más amplio; en otras palabras, en una psicología que coloca el s(-mismo en el centro, examina su génesis y desarrollo y sus elementos constitutivos, tanto en la salud como en la enfermedad. Pero el segundo enfoque -que constituye tan sólo una ampliación de la metapsicolog(a tradicional -la psicología del sí-mismo en el sentido más estrecho, en la que
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el sí-mismo se ve como un contenido de un aparato mental, no se deja de lado toda vez que el° valor explicativo de su aplicación resulta adecuado. Si este trabajo se ocupa más a menudo de la psicología del sí-m;smo en el sentido más amplio que de la psicología del sí-mismo en el sentido más estrecho del término, no es sólo por el motivo evidente de que las contribuciones que pueden hacerse con respecto a la primera son nuevas y, por ende, resulta necesario formularlas de manera más detallada, sino también, y par exce!lence, porque mi principal objetivo en este libro consiste en demostrar que existen amplias zonas psicológicas en las que la significación de los· fenómenos empíricos que enfrentamos se prestan a una explicación más completa cuando se los estudia a la luz de la psicología del sí-mismo en el sentido amplio del término. Para acercarnos al objetivo de trazar los lineamientos generales de una psicología del sí-mismo 1 y establecer la base teórica en la que pueda apoyarse dicha psicología, tuve que volver a examinar una serie de conceptos psiéoanalíticos aceptados: Lde qué modo se ve afectado el concepto psicoanalítico de impulso por el acento aue ponemos en el sí-mismo y cuál es la relación entre la teoría de los impulsos y la psicología del sí-mismo? LDe qué modo se ve afectado el concepto de impulsos libidinales, en sus manifestaciones edípicas y preedípicas, cuando lo reevaluamos dentro del contexto de una psicología del sí-mismo? LDe·qué modo resulta afectado el concepto de agresión como un impulso por la introducción de una psicolog(a del sí-mismo, y cuál es la posición de la agresión dentro del marco de esta última? Y, por último, pasando del examen de los conceptos dinámicos al de la teoría estructural, preguntaremos si es conceptualmente correcto, dentro del marco de la psicología del sí-mismo, hablar de elementos constitutivos del símismo en lugar de instancias de un aparato mental que, para una mirada superficial, podrían aparecer como sus simples contrapartos. Aunque admiro la elegancia de la lógir.-1 impoc:1lil11 y l.i 1:1111¡¡ri111rn:in en cuanto a la terminología, la lorrnac:ió11 d11 cor11 npl"'' y In lo11111lln ción teórica, la meta principal du oslu lr:1linjo 110 11~; .il1•1111;ir 11sas cualidades. Los cambios en el enfoque teórico sugeridos un uslu trabajo no pretenden encontrar justificación en un terreno puramente teórico: su justificación esencial deriva de la posibilidad de aplicar el nuevo punto de vista a los datos empíricos. En otras palabras, no pretendo que las nuevas teorías sean más elegantes, que las nuevas definiciones resulten más pulidas o que las nuevas formulaciones sean más económicas y congruentes que las anteriores. Empero, sí afirmo que, a pesar de su falta de elegancia y de sus fallas, amplían y profundizan nuestra comprensión del campo psicológico, dentro y fuera de la situación el ínica. No es el refinamiento conceptual y terminológico sino una mejor comprensión de la esencia psicológica del hombre, una mayor capacidad para explicar las motivaciones y la conducta del ser humano, lo que sustentará nuestra resolución de prescindir de la tranquilizadora ayuda del marco conceptual conocido y estudiar ciertos datos empíricos -o cier1 Cuando hablo de la psicología del sí-mismo sin delimitar el alcance del término me refiero a ella en el sentido amplio.
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tos aspectos de esos datos empíricos- desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo. , . , Las investigaciones de la ul~1ma decada no me han llevadoª, resul,t~dos que me obliguen a propugnar que se abandonen las _teor1as clas1cas y la concepción psicoanalítica clásica del homqre, Y sigo creyendo que deben continuar utilizándose dentro de cierta área clarar:ien:~ definida. Con todo, he llegado a reconocer los límites de la apl1cab1l1dad de alg!Jnas de las formulaciones psicoanalíticas básicas. Y, con respecto a la conceptualización psicoanalítica clásica de la naturaleza del hombre, por fructífera y hermosa que sea, tamb"1én he llei:iado a .convencerme de que tienen debidamente en cuenta una amplia franja en el espectro de la psicopatología humana y un gran nún:iero ~,e otr?sfonómenos psicológicos que encontramos fuera de_ la s1tuac1on el tn1.c;a. Tengo plena conciencia de la enorme influencia que la concep?1on psicoanalítica clásica del hombre ha llegado a ejercer sobre nuestra imaginación y sé hasta qué punto se ha convertido en un instrumen~o ~ode roso en los intentos del hombre moderno por comprenderse a s1 mismo. y, por ende, sé también que la mera insinuación de que sea inadecuada o incluso de que en ciertos aspectos lleve a una visión errónea del hombre inevitablemente despertará oposición. LEs realmente necesario, preguntarán algunos de mis colegas psicoanalíticos, que vayamos más al!á del marco esencial de la teoría de los impulsos? Ya hemos pasado, bajo la influencia de Freud y la generación siguiente de sus discípulos, de la psicología del ello a la psicología del yo. LEs necesario ahora ~gregar una psicología del sí-mismo a la de los impulsos y a la del yo? lA~so no resulta innecesario, para anticipar un argumento del punto de vista cognitivo, introducir una psicología del sí-mismo en vista de la corrección esencial y del gran poder explicativo de la psicología del yo? Y, para anticiparnos a un argumento desde el punto de vista moral, lacaso no constituye una actitud escapista, un cobarde intento por eliminar el psicoanálisis, negar la naturaleza pulsional del hombre, negar que ~s te es un animal no del todo civilizado? Frente a argumentos como estos afirmo la necesidad de ampliar la visión psicoanalítica, de contar con una teoría complementaria del sí-mismo que enriquezca nuestra concepción de las neurosis y que sea indispensable para una explicación de los trastornos del sí-mismo, con la esperanza de que las pruebas empíricas que presentaré y la racionalidad de los argumentos que propondré resulten convincentes. Quiero pasar ahora a un segundo grupo de posibles objeciones a mi trabajo, a saber, las que pueden hacer quienes se inclinan a reprocharme por hacer las cosas por mí mismo, por tratar de encontrar nuevas soluciones sin apoyarme en la labor de otros que también han reconocido las limitaciones de la posición clásica y ya han sugerido enmiendas, .correcciones y mejoras. Entre los diversos comentaristas sobre mi trabajo acerca del narcisismo, algunos señaÍaron ciertas similitudes entre los resultados de mis investigaciones en el campo del narcisismo y los de otros estudios. Uno de esos críticos (Apfelbaum, 1972) consideró que mi contribución era
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esencialmente similar a la de H-artmann; otro (James, 1973), que era similar a la de Winnicott, un tercero (Eissler, 1975) consideró que yo seguía los pasos de Aichhorn; un cuarto crítico (Heinz, 1976) detectó en ella la filosofía de Sartre; un quinto comentarista ( Kepecs, 1975) señaló analogías con la labor de Alfred Adler; un sexto autor (Stolorow, 1976) encontró también analogías con la terapia centrada en el cliente de Rogers; otros dos autores (Hanly y Masson, 1976) lo entendieron como un producto de la filosofía hindú y, por último, dos colegas (Stolorow y Atwood, 1976) demostraron su relación con los trabajos de Otto R'ank. Sé que esta lista es incompleta y, lo cual es aun más importante, sé que existe otro grupo de investigadores cuyos nombres deberían agreJI ,garse a los ya mencionados. Me refiero a aquellos que, como Balint ' ;~ (1968), Erikson (1956), Jacobson (1964), Kernberg (1975), Lacan (1953), Lampl-de Groot (1965), Lichtenstein (1961), Mahler (1968), Sandler y otros ( 1963), Schafer (1968) y otros, cuyos campos de investigación, aunque no sus métodos o sus conclusiones, se superponen en d.iversos grados con el tema de mis propios estudios. Con respecto a los· miembros de este grupo [Y lo mismo puede decirse, con c·1ertas variaciones, acerca de algunos de los mencionados en el primer grupo, en particular Aichhorn (1936), Hartmann (1950) y Winnicott (1.960 a)], permítaseme señalar desde el comienzo que el hecho de no haber integrado sus contribuciones con las mías no se debe a una falta de respeto por mi parte -por el contrario, siento por casi todos ellos gran admiración- sino a la naturaleza de la tarea .que me he propuesto. Este libro no es una monografía técnica o teórica escrita de manera impersonal por un autor que ha alcanzado considerable dominio dentro de un campo estable y aceptado del conocimiento. Este libro constituye un informe sobre el intento de un analista por alcanzar mayor claridad en un campo que, a pesar de muchos años de denodados esfuerzos, le resultaba imposible compre.nder dentro del marco psicoanalítico existente, incluso con las modificaciones introducidas por la la: bor de autores modernos. Reconozco sin ambages el mérito de aquellos · cuya labor ha influido realmente sobre mis métodos y opiniones, pero mi trabajo no apunta a la perfección académica, sino en otra dirección. Al principio traté de orientarme en el campo de mi interés con la ayuda de la literatura psicoanalítica .existente pero, al encontrarme enredado en una maraña de especulaciones teóricas contradictorias, mal fundamentadas y a menudo vagas, decidí que sólo había una manera de lograr algún progreso: regresar a la observación directa de los fenómenos el ínicos y la construcción de nuevas formulaciones qµe correspondieran a mis observaciones. En otras palabras, mi tarea cons'1stía en bosquejar una psicologt'a del sí-mismo sobre el trasfondo de una definición clara y congruente de una psicolog(a de los estados mentales c?mplejos en general y de la psicologt'a psicoanalt'tica profunda, en particular. ji\
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No me propuse la tarea de integrar los.resultados de mi labor con los de. otros autores, resultados que se habían obtenido mediante enfoques
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derivados de puntos de vista distintos de los míos, o que se habían formulado dentro de un marco teórico vago, ambiguo o cambiante. Pensaba que emprender esa tarea no sólo resultaba desaconsejab_le si~o q~e sin duda crearía un obstáculo insuperable en el. camino hacia mis objetivos. En particular el intento de intercalar en la exposición de m_is c~n ceptos y formulaciones los de otros autores que hicieron c~ntribuc10nes a la psicología del sí-mismo desde distintos puntos de vista Y dentro de distintos marcos de referencia me habría enredado en una maraña de términos y conceptos, que se superponían o eran similares - pero que no encerraban el mismo significado y no se empleaban como parte del mismo contexto conceptual. Habiéndome librado así del lastre que significa tomar en cuenta los diversos conceptos y teorías utilizados por otros investigadores, con~ío en que mi propio punto de vista básico resultará claro en este trab~J~ Puesto que ya lo he definido en forma detallada en el pas~d~, _aqu1 ;~ lo señalaré que se caracteriza por la aceptación de tres pnnc1p1os ?as1cos: la definición del campo psicológico como el aspecto de la r~al1dad que resulta accesible por medio de la introspección Y la empat1a; una metodología de la inmersión empática a largo plazo del observ~dor en el campo psicológico -y en particular con respecto a los fenor:nenos el ínicos, de su inmersión empática a largo plazo en la transferencia-, Y la formulación de construccciones en términos que se encuentren en armonía con el enfoque empático-introspectivo. Dicho en términos cotidianos, me propongo observar y explicar la experiencia _inter~a, incluyendo la experiencia de objetos, del sí-mismo, y de s_us diversas relaciones. En términos metodológicos y de mis formulaciones, no soy conductista, ni psicólogo social, ni psicobiól9go, a pesar de reconocer el valor de esos enfoques. . Una palabra final. E 1 hecho de que no pudiera emprender la tarea _de comparar mis métodos, hallazgos y formulaciones c~n _los de otros investigadores que han estudiado el sí-mismo desde distintos puntos de vista y con la ayuda de distintas metodologías -y que: p_or end.e, también han formulado sus hallazgos en los términos de d1st1ntos sistemas teóricos- no implica que creo que esas comparaciones no deban ha· cerse. Sin embargo, para llevar a cabo tales estudios con eficacia, es ~e cesario dejar transcurrir cierto tiempo. En otras palabras, se nec::1,ta cierta distancia, cierto grado de imparcialidad, para que una rev1s1_o~ erudita de los diversos enfoques del sí-mismo permita evaluar sus mentas relativos y correlacionarlos entre sí.
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LA TERMINACION DEL ANALISIS DE LOS TRASTORNOS NARCISISTAS DE LA PERSONAL! DAD
El analista enfrenta en circunstancias muy diversas el problema de decidir si en el momento de terminar un análisis la labor terapéutica ha sido completada o si se trata de una terminación prematura. Además, existen varios problemas específicos vinculad.os con la terminación del análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad. La complejidad del tema de la terminación aumenta debido a que los criterios de un analista con respecto a muchos campos de la teoría y de la práctica influyen sobre sus juicios acerca de preguntas como las siguientes: ¿cómo debería definir un análisis idealmente completado y cuán cerca del ideal es posible llegar en la realidad? El tema de la terminación, por lo tanto, es realmente vasto. En este estudio no tendré en cuenta muchos aspectos del problema y me limitaré a tratar de esclarecer ciertas cuestiones teóricas. Emprendo esta tarea porque creo que un cambio en nuestra posición teórica tradicional nos permitirá reconocer el carácter genuino de ciertas terminaciones, aceptar que no está indicado continuar con el análisis, que el paciente no ha emprendido una huida hacia la salud, mientras que una evaluación de la personalidad del paciente basada en las teorías tradicionales podría llevarnos a la actitud opuesta. El problema central se refiere al área del núcleo de la psicopatología. En lo que concierne a las neurosis estructurales, hemos aprendido a formular nuestras expectativas en términos de completar el análisis del complejo de Edipo en el paciente, es decir, esperamos que el paciente haya reconocido su persistente y vano (además de perturbador) amor sexual y su persistente y vano (además de perturbador) odio competitivo con 'respecto a las grandes imagos de su infancia y que, debido a tal reconocimiento, se haya vuelto capaz de liberarse de las ataduras emo-. cionales de la infancia y volcar su afecto o su rabia sobre objetos de la realidad presente. Desde luego, sabemos usar la metáfora freudiana
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( 1917 b, pág. 456) de que las bata! las decisivas del análisis de la psicopatología edípica no se libran necesariamente en el centro mismo del complejo de Edipo pero, cualquiera sea el contenido y la ubicación psíquica de las maniobras tácticas, en última instancia lo que constituye la medida del éxito o el fracaso del análisis es la lihertad relativa con respecto a las ataduras instintivo-objetales del período edípico. Sin embargo, cuando consideramos los trastornos narcisistas de la personalidad, ya no enfrentamos los resultados patológicos de soluciones insatisfactorias de conflictos entre estructuras que están en esencia intactas, sino formas de malfuncionamiento psicológico derivadas del hecho de que las estructuras centrales de la personalidad -las estructuras del sí-mismo- son deficientes. Y, así, en los trastornos narcisistas-de la personalidad nuestra descripción del proceso y las metas del psicoanálisis y de las condiciones que caracterizan una terminación genuina (esto es, en qué circunstancias cabe afirmar que la tarea analítica se ha completado) deben basarse en una definición de la naturaleza y la localización de las deficiencias psicológicas esenciales, y en una definición de su curación. La psicopatología nuclear de los trastornos narcisistas de la personalidad (correspondientes a los conflictos no resueltos reprimidos del complejo edípico en las neurosis estructurales) consiste en (1) deficiencias, adquiridas en la infancia, en la estructura psicológica del sí-rnismo, y (2) formaciones estructurales secundarias, también construidas en la temprana infancia, que se relacionan con la deficiencia primaria en uno de dos sentidos si mi lares pero, en ciertos aspectos cruciales, también distintos. Me referiré a estos dos tipos•de estructuras secundarias -para distinguirlos sobre la base de su relación con la deficiencia estructural primaria del sí-mismo- como estructuras defensivas y compensatorias. Aunque una definición de estructuras defensivas y compensatorias que va más allá de lo descriptivo y lo metafórico resulta imposible de comprender plenamente si el lector no está familiarizado con el concepto de la naturaleza bipolar del sí-mismo y con la doble posibilidad del niño de construir un sí-mismo en funcionamiento -temas examinados .en detalle más adelante- quiero no obstante intentar a esta altura una definición. Utilizo el término estructura defensiva cuando su función única o predominante es la de encubrir la deficien¿ia p~ima ria en el sí-mismo y hablo de estructura compensatoria cuando, en lugar de limitarse a recubrir una deficiencia en el sí-mismo, la compensa: luego de sufrir un desarrollo propio, trae consigo una rehabilitación funcional del sí-mismo al compensar la debilidad en uno de sus polos a través del fortalecimiento del otro. Las más de las veces una debilidad en el campo del exhibicionismo y las ambiciones se compensa mediante la autoestima proporcionada por la prosecución de ideales, aunque también puede suceaer lo contrario. Los términos estructura defensiva y estructura compensatoria se refieren al comienzo y al final de un espectro que incluye un amplio campo central en el que existen gran variedad de formas intermedias.
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Pero también encontramos formas más o menos puras y las lrwrnicior111 les por to común pueden incluirse en una u otra de las dos d11soti. Basándome en esta diferenciación, sugiero que la fase de torrnina ción dE)I análisis de un trastorno narcisista de la personalidad se alcanza cuando se han completado una de dos tareas específicas: (1) cuando, luego de la penetración analítica a través de las estructuras defensivas, la deficiencia primaria en el sí-mismo se ha puesto de manifiesto Y.• mediante la elaboración y la internalización transmutadora, se ha compensado en grado suficiente como para que la estructura previamente deficiente del sí-mismo se haya vuelto confiable desde el punto de vista funcional; (2) cuando, una vez que el paciente ha alcanzado el dominio cognitivo y afectivo con respecto a las defensas que rodean a la deficiencia primaria en el sí-mismo, en cuanto a las estructuras compensatorias y a la 'relación entre ellas, las estructuras compensatorias se han vuelto confiables entonces desde el punto de vista funcional, cualquiera que sea el campo en que est~ se haya logrado. Esta rehabilitación funcional podría haberse logrado predominantemente por medio de progresos en el campo de la deficiencia primaria o del análisis de las vicisitudes de las estructuras compensatorias (incluyendo la curación de sus deficiencias estructurales mediante i nternal izaciones transmutadoras) o bien gracias al mayor dominio del paciente, resultante de su comprensión de la interrelación entre la 'deficiencia primaria y las estructuras compensatorias, o bien al éxito en algunos de estos aspectos o en todos ellos. Resulta casi innecesario ilustrar el término estructura defensiva porque se refiere a un concepto que todo analista conoce muy bien y que, además, le resulta indispensable cuando ordena sus impresionesclínicas · de acuerdo con el punto de vista dinámico. Todo analista conoce pacientes que, por ejemplo, y a-menudo para incomodidad de quienes lo rodean, tienden a ser exageradamente entusiastas, dramáticos y excesivamente intensos en sus respuestas frente a los acontecimientos cotidianos y que, de manera análoga, rodean su relación con el analista de un halo de romanticismo y sexualidad, dando a veces la impresión de un despliegue desmedido de pasiones edípicas reactualizadas (véase Kohut, 1972, págs. 369-372). En los casos de trastorno narcisista de la personalidad no resulta difícil discernir la naturaleza defensiva -una suerte de seudovitalidad- de la excitación manifiesta. Detrás de ella sólo hay depresión y falta de autoestima, una profunda sensación de desvalorización y de rechazo, un hambre insaciable de respuesta, un anhelo de sentirse reasegurado. En lineas generales, la hipervitalidad excitada del paciente debe entenderse como un intento de contrarrestar, a través de la autoestimulación, un sentimiento de depresión y muerte interior. En su infancia, estos pacientes sufrieron la falta de respuesta emocional y trataron de superar su soledad y depresión a través de fantasías eróticas y grandiosas. La conducta y la fantasía adultas en estos pacientes por lo común no constituye la reproducción exacta de la defensa infantil original porqu~, durante una adolescencia excitada, demasiado entusiasta e hiperidealista, vacía de vínculos interpersonales significativos, las fantasías infantiles a menudo se transforman debido a una intensa devo21
ción a metas culturales -estéticas, religiosas, poi íticas, etc.- envueltas en un halo romántico. Empero, los ideales románticos no pasan a segundo plano cuando el individuo llega a la adultez, como sucedería en las. situaciones normales; no se produce una cómoda integración con las metas de la personalidad adulta: los aspectos dramáticos, intensamente exhibicionistas de la personalidad no se fusionan sólidamente con la productividad madura, y las actividades erotizadas y febriles de la vida adulta siguen estando sólo a un paso de la depresión subyacente. Habiendo ilustrado brevemente el eampo conocido y familiar del papel desempeñado por las estructuras defensivas en los trastornos narcisistas de la personalidad, quiero presentar ahora material el ínico para ilustrar el papel menos conocido y también más complejo que desempeñan las estructuras psíquicas compensatorias en estos trastornos.
LA FASE TERMINAL EN EL ANALISIS DEL SEl\JOR M.
El señor M., que trabajaba como redactor en lo que él mismo describía como un empleo seguro pero de poco vuelo, inició su análisis cuando tenía poco más de 30 años porque su esposa lo abandonó al cabo de 1 seis años de matrimonio. Aparentemente quería analizarse para averiguar en qué medida había contribuido al fracaso de su matrimonio, pero no cabía duda de que su motivación no era básicamente el deseo de adquirir conocimiento intelectual: buscaba ayuda porque padecía de un serio trastorno de su autoestima y experimentaba una profunda sensación de yado interior, manifestación de su c;leficiencia estructural primaria, esto es, una debilidad crónica del sí-mismo con cierta tendencia a la fragmentación temporaria de esta estructura. Su apatía y falta de iniciativa lo hacían sentirse sólo "semivivo" e intentaba superar esa sensación de vacío interior con la ayuda de fantasías muy cargadas desde el punto de vista emocional, en particular fantasías sexuales con un acentuado tono sádico. En algunas ocasiones había puesto en práctica esas fantasías de control sádico sobre las mujeres (por ejemplo, 'atarlas); lo había hecho con su esposa, para quien esta conducta era "enferma". (En términos teóricos, estas fantasías y su puesta en práctica constituían intentos de recubrir una deficiencia primaria con la ayuda de estructuras defensivas). Una serie de quejas, vagamente expresadas, con respecto a un block de papel, resultaron ser de significación crucial en la organización de su personalidad y de importancia básica en el proceso de su análisis. Su trabajo como escritor, que debería haber hecho una contribución considerable al incremento de su autoestima, se veía obstaculizado por un¡¡ serie de trastornos interrelacionados. Aquí me ocuparé de dos de ellos. El primero constituía una manifestación de la defi-
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El señor M. se analizaba con una candidata bajo la supervisión del autor (véase Kohut, 1971, págs. 128-129).
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cie:ncia estructural primaria del señor M.; se relacionaba genéticamente corn el fracaso de la función objeto-del-sí-mismo en su madre como un espejo para el exhibicionismo sano del niño. El segundo expresaba una detficiencia en las estructuras compensatorias del paciente y estaba gernéticamente relacionado con el fracaso de la función objeto-del-sími:smo en el padre como imagen idealizada. · ' La matriz genética de la deficiencia primaria -desarrollo atrofiado de los aspectos grandioso-exhibicionistas del sí-mismo- era la respuesta especular ·insuficiente por parte de la madre. Cuando la madre de un paciente de este tipo aún vive, a menudo resulta posible establecer su falta de, empatía o sus respuestas empáticas deficientes de manera directa en el curso del análisis, ya que el paciente, que a través de la dinámica de la interacción de las reacciones en una transferencia especular, sabe ya qu1e su sí-mismo es vulnerable a la empatía deficiente o perturbada y, habiendo empezado a reconstn,iir las circunstancias genéticamente deci$ivas de su vida temprana; no sólo recuerda los momentos patógenos de: su infancia sino que también observa la empatía deficiente de su madrie en relación con él mismo o con los demás, en particular con niños, PO>r ejemplo, sus nietos. En el caso del señor M., esa fuente directa de intformación no existía porque su madre había muerto cuando él tenía d0>ce años. Empero, ciertos fenómenos transferenciales, así como recu1erdos infantiles, indicaban que había vivenciado la respuesta de lamadre hacia él como insuficiente y no empática. Recordaba que, en much1as ocasiones durante su infancia, trataba de sorprenderla con la miirada de modo que ella no tuviera tiempo de disimular, mediante una expresión facial falsamente cordial e interesada, el hecho de que en re;alidad sentla indiferencia por él. Y recordaba una ocasión espedfica eni que se había lastimado y la sangre le había manchado la ropa a un hermano. La madre, sin darse cuenta de que era el paciente y no su hermano el que se encontraba atemorizado y dolorido, se precipitó al hospital con el hermano en brazos y dejó al paciente en la casa. Con respecto al primer recuerdo, es necesario dar una respuesta segura a una pregunta general muy compleja, a saber, por qué el niño trata1ba repetida y activamente de provocar la experiencia que temía (algo similar, quizás, a nuestra tendencia a tocarnos una y otra vez un diente dolorido para asegurarnos de que sigue doliendo, actitud que, desde lu1ego, sólo nos lleva a comprobar que así es en efecto). La cualidad psicológica de estos recuerdos (un anhelo ansioso aunque esperanzado d!BI estado emocional del niño) parece excluir la explicación de que de. seaba exponerse al rechazo de la madre para gratificar un deseo masoq1Uista. Tampoco creo que mirara el rostro de su madre -transformando 10> pasivo en activo- para mantener cierto control de una situación p-otencialmente traumática. (Al comprobar de manera activa la indiferencia de la madre impide el efecto traumático de sentirse pasiva e inesperadamente abrumado por su indiferencia en un momento en que se encuentra en el punto más alto de la vulnerabilidad, por ejemplo, cuando espera una imagen especular positiva de la madre). Quizá la conclusión más sig'nificativa que podría extraerse de su conducta es la de que indi-
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ca que no había renunciado por completo a la esperanza de que su madre tuviera para con él una actitud empática, conclusión que concuerda con la categoría diagnóstica de la psicopatología del paciente (de .trast~rno narcisista de la personalidad y no de organización fronteriza). Cabria suponer que la empatía de la madre no era por completo inexistente, esto es, era más deficiente que chata; al fin de cuentas, cuando el niño se lastimó, la madre respondió, y en algunas ocasiones esa empatía confirmaba la sensación de valía del niño y por ende la realidad de su sí-mismo. Uno de los resultados de la incapacidad de la madre para mostrarse empática con su hijo y responder con resonancia adecuada fue un desarrollo específico defectuoso en el sector exhibicionista de la persona_lidad del niño: éste no pudo construir estructuras sublimatorias suficientes en el sector de su exhibicionismo porque, debido a la insuficiencia de las respuestas especulares primarias de la madre, no se estableció la base a?ecuada a partir de la cual la madre pudiera producir respuestas secundarias cada vez más selectivas y tendientes a establecer estructuras (la frustración óptimamente creciente de las necesidades del niño por parte de la madre); en consecuencia, el niño permaneció fijado a formas arcaicas de exhibicionismo y, en la medida en que el exhibicionismo arcaico no puede encontrar gratificaciones adecuadas en la vida adulta, desarrolló estructuras defensivas frágiles de tipo todo o nada esto es, suprimía su exhibicionismo en detrimento de las formas s~nas de autoestima, placer y desempeño propios, o bien su exhibicionismo irrumpía en una actividad frenética y en fantasías sexualizadas sádicas (que en algunas ocasiones llevaba a la realidad concreta) en las que el objeto-del-sí-mismo especular (siempre una mujer) s(empre estaba somet'.do ª.su control absoluto, sádicamente impuesto, una esclava que deb1a satisfacer cada uno de sus deseos v caprichos. Con respecto a su labor como escritor -y debe señalarse una vez más que esa tarea debería haber hecho la mayor contribución a su autoestima adulta y haber proporcionado la sal ida más importante para las tensiones narcisistas grandioso-exhibicionistas transformadas a través de la creatividad- la deficiencia estructural provocada por la falla en las funciones especulares maternas traía consigo experiencias de sobree~timulación paralizante y atemorizadora. El paciente no poseía sufic1en.t~s _est~ucturas como para limitar y neutralizar la grandiosidad y el exh1b1c1onismo que se activaban cuando su imaginación se movilizaba. Por ende, a menudo se sentía tenso y excitado mientras escribía, por lo cual. de?ía suprimir su imaginación -en detrimento de la originalidad y vitalidad del producto- o dejar de trabajar. Los obstáculos que se levantaban en el ca mi no de su labor creativa sin embargo, no pueden explicarse básicamente mediante un exame~ de s~ ~elación ~o:n el. objeto-del-sí-mismo materno especular y de la cons1gu1ente def1~1enc1a estructural primaria en su dotación psíquica, porque las capacidades que utilizaba en sus actividades profesionales se b~saban en estructura primaria, esto es, en capacidades congénitas alimentadas en la matriz de su relación con el objeto-del-sí-
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mismo especular, sino en estructuras compensatorias, es decir en talentos adquiridos, o por lo menos decididamente reforzados más adelante en el curso de su infancia, y en la matriz de la relación con el óbjeto-del-sí-mismo idealizado, es decir, el padre . , Antes de examinar estas estructuras compensatorias y sus deficiencias específicas, conviene presentar una reconstrucción de la secuencia de los hechos psicológicos de importancia genética en la infancia del señor M. Como señalé, las estructuras centrales del sí-mismo habían sufrido un daño decisivo debido a la falta de respuesta materna. Sabemos con igual. certeza que el paciente se volcó entonces al padre idea- · !izado -lo cual constituye una actitud psicológica típica- para compensar en la relación con el objeto-del-sí-mismo idealizado el daño 2 sufrido en la relación con el objeto-del-sí-mismo especular. Es indu'dable que el señor M. debe haber intentado, durante su infancia, idealizar primero y luego adquirir (es decir, integrar en su propio sí-mismo) algunas de las capacidades·de su padre -capacidades que parecen haber desempeñado un papel importante en la personalidad del padre y que éste parecía haber valorado mucho, sobre todo su habilidad para utilizar el lenguaje-. De cualquier manera, fue por medio de las palabras que el paciente, durante su adolescencia y ya como adulto, trató de alcanzar, en una forma socialmente aceptable y con inhibición de la meta, la realización de las secuelas de sus tendencias grandiosas y exhibicionistas. Empero, los sectores de su sí-mismo en que se originaban dichas tendencias no se habían modificado (eran arcaicos) porque su desarrollo ullerior -en términos más precisos, el desarrollo de estructuras psíquicas moduladoras y que permiten la sustitución- no había sido mantenido por la presión de respuestas maternas confiables, respuestas de complacida aceptación primero y luego cada vez más selectivas. Resultó muy instructivo para el analista observar de qué modo el paciente intentaba encontrar una salida para su callejón sin salida emocional en que había quedado bloqueado el desarrollo en el sector narcisista de la personalidad. La actividad profesional que había elegido (se relacionaba con la crítica de arte) ponía a su disposición ciertos medios muy específicos que le permitían expresar sus necesidades narcisistas particulares. En sus escritos, al describir y criticar diversas producciones artísticas, podía ahora, utilizando el poder idealizado del padre, traducir su anhelo de una respuesta materna empática a palabras y oraciones adecuadas; incluso sus deseos primarios insatisfechos con respecto a la textura del cuerpo responsivo de su madre podía encontrar ex pre-
2 Cabe mencionar aquí que., mirando las cosas retrospectivamente, la explicación ofrecida sobre la actitud del paciente A. con respecto a su padre (véase Kohut, 1971, pág. 67) era inexacta. Sobre la base de mi experiencia con varios casos similares tratados después de la terminación del análisis del señor A .. ahora me inclinaría a suponer que la intensidad de la idealización del padre (y, por ende, la intensidad traumática de su desengaño con respecto a él) se debió a una desilusión previa en relación con el objeto-del-sí-mismo especular, y no a la que le provocara un objeto-del-sí-mismo idealizado más arcaico.
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sión simbólica en ciertas descripciones verbales que debía hacer en el desempeño de sus actividades profesionales. Su tragedia consistía -y aquí encontramos también una de las principales motivaciones para que iniciara el tratamiento- en que no lograba construir estructuras compensatorias, que funcionaran adecuadamente, derivadas de su padre, un hombre que amaba las palabras, que coleccionaba diccionarios, que hablaba muy bien, pero que lo había decepcionado, tal como su madre lo hiciera antes. (Sin embargo, y en vista de que ya había iniciado su carrera de escritor cuando comenzó su análisis, podemos suponer que el fracaso del padre como objeto-delsí-mismo fue menos grave que el de la madre). En otras palabras, el padre no podía permitirse disfrutar del hecho de ser idealizado por su hijo y no promovió, mediante respuestas empáticas de participación, este desarrollo óptimo de una relación idealizadora con él que su hijo anhelaba y requería. Así, el niño volvió a verse frustrado en su intento de fortalecer la estructura del sí-mismo, frustrado en su intento de construir un aparato de funciones que le permitiera la manifestación y expresión socialmente aceptables del sí-mismo a través de actividades creativas que estuvieran confiablemente a su alcance. Una fusión exitosa, adecuada a la fase, de tipo "de tal palo tal astilla" (o relación gemelar) con el padre idealizado, y la posterior desilusión gradual o adecuada a la fase con respecto a él podrían haber rescatado la autoestima del señor M. a través de la participación temporaria en la omnipotencia del objeto-del-sí-mismo idealizado y haberle proporcionado en última instancia estructuras adecuadas amortiguadoras y patrones de descarga en el sector de sus fantasías de grandeza y de su exhibicionismo, anulando el daño resultante de la interacción psicológica previa con una madre insuficientemente especular. Es cierto que sus actividades compensatorias en el campo del lenguaje y de la creación literaria no eran del todo ineficaces y que derivaba de ellas cierta gratificación. Con todo, no cabe duda de que ni su identificación con las obras casi artísticas que producía ni las gratificaciones que obtenía de ellas -directamente a través del placer en el trabajo e indirectamente, a través de la respuesta pública- bastaban para mantener su equilibrio narcisista. Y sin duda el progreso en su análisis pudo medirse, hasta cierto punto, teniendo en cuenta la mejoría que gradualmente tuvo lugar en ese campo. ¿cuál era la naturaleza de la enfermedad de las estructuras compensatorias que el señor M. había construido en el campo del lenguaje y de la creación literaria? ¿y cómo podía ser curada? Quisiera responder en forma muy breve a estas dos preguntas interrelacionadas. (1) Con respecto al trastorno de las funciones de las estructuras compensatorias, cabe decir que, desde mucho tiempo antes, el señor M. había padecido de un trastorno de su capacidad para traducir las fantasías que surgían en él en forma de imágenes visuales a un lenguaje adecuado (uno de sus profesores en la universidad le había dicho, en forma algo misteriosa, que padecía de un defecto en su "lógica", lo cual quizá constituía el diagnóstico lego de un trastorno leve y circunscripto del pensamien-
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1to). (2) Cori respecto a la naturaleza de la curación de las estructuras
PENSANDO EN LA TERMINACION: LAS TAREAS RESTANTES DEL PACIENTE
En el análisis de las neurosis de transferencia, la fase terminal se carrncteriza a menudo por un retorno a conflictos estructurales que constittuyeron el contenido principal de la elaboración efectuada durante la p)orción principal (la "fase intermedia") del análisis. A medida que la mecesidad de la ruptura definitiva de los vínculos ed ípicos se acerca ciada vez más -a medida que la separación definitiva inminente con resPlecto al analista enfrenta al paciente con el abandono definitivo de los Olbjetos de su amor y su odio infantiles- una vez más vuelve el niño que h1ay en él a tratar de plantear las viejas exigencias antes de decidirse a dlejarlas de lado para siempre o logra de hecho renunciar a ellas. En el análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad en los q1ue la elaboración se ocupó en general de una deficiencia primaria en lai estructura del sí-mismo, que trajo como resultado una curación gradlual de esa deficiencia mediante la adquisición de nuevas estructuras a
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través de Ja internalización transmutadora, se observa que la fase terminal presenta claros paralelismos con las neurosis de transferencia habituales. El paciente sufre el efecto del hecho innegable de que ~ebe enfrentar la separación definitiva con respecto al analista como obiet?-delsí-mismo. Como resultado de la presión de esta difícil tarea em?c1o~~I, se produce en él una regresión temporaria, lo cual crea una s1tuac1on en Ja que Ja curación de la deficiencia estructural parece quedar anu~ada una vez más. En otras palabras, sobreviene un estado en el que se tiene la impresión de que la curación no fue genuina, de que el mejor funcio,namiento del paciente no fue una consecuencia de una estructura ps 1quica recién adquirida sino que dependió de la presencia concret~ del objeto-del-sí-mismo. O bien, para describir la situación en otros ter:r;1nos, de pronto se tiene la sensación de ~ue los.procesos de elabor~c1on no trajeron como resultado esas frustraciones optima~ q~e, a trave~ de pequeñas internalizaciones, establecen la estructura ps1qu1ca Y perr:i1ten al paciente independizarse del analista, sino que, por el contrario, el paciente mejoró porque se apoyó en el objeto-del-sí-mis~o externo.º' en el mejor de los casos, porque tomó prestadas las funciones del ~bie to-del-sí-mismo (del analista) a través de identificaciones groseras e 1~es tables con él. Por lo tanto, entre las manifestaciones de la fase terminal en el análisis de estos casos, a menudo se ponen de manifiesto signos que indican Ja reconcretízación temporaria de la relaci_ón con el objetodel-sí-mismo. El paciente vuelve a sentir que el analista reemplaza su estructura psíquica, es decir, una vez más lo ve como el_p_roveedor de su autoestima, como el único capaz de integrar sus amb1c1ones, co'.1;o el poder idealizado concretamente presente que dispensa aprobac1on Y otras formas de apoyo narcisista. ,. . _· Por ejemplo, ciertos detalles de la fase terminal del ~nal1s1s del senor J. (véase Kohut, 1971, págs. 167-168) ilustran con claridad la r~concre tización de las funciones de tipo objeto-del-sí-mismo del analista. En una serie de sueños de claridad casi divertida, el señor l. incorp~ra al analista objeto-del-sí-mismo o sus atributos de poder a _naves de diversos orificios del cuerpo. Pero luego, cuando la fase terminal llega a su fin, pasa de estas identificaciones simbólicas groser_as al resultado de las internalizaciones transmutadoras logradas por medio de los procesos de elaboración previos en el curso del análisis y puede contemplar con alegría la posibilidad de su futuro funcionamiento aut_óno_n¡o. Empero, la situación es distinta en la fase de terminac1on de los trastornos narcisistas de la personalidad en los cuales, como en el caso del señor M., la transferencia espontáneamente activada _Y los procesos de elaboración se refieren no sólo a la deficiencia primaria Y a las estructuras defensivas que Ja rodean, sino también, y muy en particular, a las estructuras compensatorias. , . . . El señor M. manifestó su deseo de terminar su analls1s aproximadamente siete meses· antes de la verdadera fecha de terminación. Me ~er mito solicitar-la paciencia del lector para presentar mis puntos de vista teóricos acerca de su estado emocional en esa época en forma de una comunicación imaginaria del paciente.
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El paciente dice: "Analista: creo que nuestra labor está más o menos cump.lida. Pudimos fortalecer mis estructuras psicológicas compensatorias en grado suficiente como para que me siente activo y creativo; ahora puedo luchar por alcanzar metas significativas. La dedicación a metas significativas y el acto mismo de crear dan solidez a mi sí-mismo, me hacen sentir vivo, real y valioso. Y estas actitudes y activi.dades me proporcionan un grado suficiente de alegría como para que sienta que 'Vale la pena vivir, pues eliminan toda sensación de vacío y depresión. He adquirido la sustancia psicológica que me permite buscar metas apartadas del sí-mismo y, sin embargo, tener conciencia de mi sí-mismo creativo v activo en el acto de la creación. En otras palabras he encontrado el equilibrio psicológico entre el producto (una extensión de mí mismo) -mi absorbente dedicación a él, la alegría que me proporciona perfeccionarlo- y el sf-mísmo (un centro de iniciativa productiva), la fascinante experiencia de sentir que realizo el trabajo, que lo he producido. Así, aunque tengo una dichosa conciencia de mí mismo, ya no me siento hipoman(acamente sobreestimulado mientras creo, ni tampoco temo, como me ocurría antes, que mi sí-mismo se agote en el producto de mi creatividad. Entre el sí-mismo como un centro gozosamente -vivenciado de iniciativa y como el producto del que me enorgullezco 'existe ahora una relación psicológica constante. "Desde luego, estoy complacido con estos nuevos logros, pero conozco bien mis puntos débiles y los peligros posibles dentro de mi or!ga nización psicológica. Y también comprendo que, en esencia, pude lo!grar la mejoría decisiva en este sector de mi personalidad mediante la mayor integración de las metas idealizadas que representan a mi padre,
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ción con la respuesta de mi madre cuando yo era muy pequeño, su aceptación y aprobación con respecto a mí. También aquí la tarea está incompleta, pero no en el mismo sentido que en el caso de los procesos de elaboración con respecto a la imago paterna idealizada. En lo que se refiere a esta última, todos los aspectos relevantes intervinieron en el análisis y se podría decir que lo que falta es mayor ejercitación para poder consolidar los beneficios obtenidos. Sin embargo, con respecto al punto débil central de mi personalidad -producto de traumas que sufr( como consecuencia de la respuesta deficiente de mi madre resultante de su capacidad empática menoscabada-, existen sin duda ciertas capas de mi personalidad a las que no hemos llegado, capas que no podemos explorar porque un instinto sano en mí impediría una regresión a experiencias arcaicas que podrían traer como consecuencia la desintegración quizás irremediable del sí-mismo. Y no necesitamos tratarlas aunque pudiéramos porque, en vista de los sectores de mi personalidad que ahora funcionan con eficacia, el mantenimiento de mi sí-mismo está asegurado." Desde luego, frente a estas palabras del señor M. el analista se preguntará si, a pesar de los deseos del paciente, no debería insistir en que se siguiera trabajando para torta lecer los beneficios ya obtenidos. Mi respuesta es que el criterio del paciente para evaluar su propio estado psicológico en ciertas situaciones es mucho más acertado que el del analista. Empero, se debe agregar que esta afirmación no invalida el criterio igualmente valedero de que el analista debe determinar con cuidado si el paciente, bajo la influencia de temores específicos, no trata de evitar tareas psicológicas que, si se llevaran a cabo, podr(an producir resultados benéficos a largo plazo. Con todo, a medida que mi experiencia como analista ha ido aumentando con el correr de los años, aprendí a confiar en el deseo de un paciente de poner fin a su análisis, sobre todo cuando dicho deseo se pone de manifiesto al cabo de muchos años de labor exitosa, cuando surge sin urgencia inmediata y cuando además, estoy en condiciones de formular para mí mismo (y en términos adecuados, para mi paciente) la situación dinámico-estructural que constituye la matriz del deseo del paciente. Si aceptamos el deseo del paciente de terminar el análisis en ese momento como válido, es decir, basado en una evaluación correcta de que ha adquirido las estructuras psicológicas que hacen innecesario seguir adelante con el análisis, debemos indagar ahora cuál es la naturaleza de las estructuras cuyo fortalecimiento ha tenido un efecto tan decisivo sobre su bienestar. Cabría suponer que surgieron en la temprana infancia como reacción frente a una seria deficiencia estructural primaria. Dicho en términos más precisos, las estructuras mismas eran inherentes al proceso de maduración y su importancia funcional radicaba en que se vieron incrementadas como reacción frente a la deficiencia primaria, por lo cual su grado de desarrollo aumentó más allá del promedio que cabe esperar en un niño pequeño. Si traducimos la afirmación de que el paciente había formado esas estructuras compensatorias a términos metapsicológicos (véase Freud, 1915, págs. 203-204), podemos decir que
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la tendencia de los procesos secundarios del niño se vio acentuada en forma premat~ra, que aquél desarrolló un excesivo interés por las palab:?s con el ;1n d_e com~ensar la deficiencia primaria, es decir, una sensac10~ de _vac10 e in~eguridad de las experiencias preverbales del proceso primario de su si-mismo corporal [ body-self] y de sus emociones. Aunque este supuesto no se pudo confirmar mediante recuerdos directos_ correspondientes a la temprana infancia, se ve corroborado por dos senes de _datos: pruebas obtenidas indirectamente parecen confirmar que el señor M. manifestaba un interés desusado por las palabras siendo un ni~o p~queño, y no cabe duda de que se volcó a su padre (y a un g~an intere_s po~ el, l~nguaje) a comienzos de la adolescencia, bajo c~rcunsta~c1as ps1colog1cas (la muerte de la madre) similares (la distancia emocional con respecto a la madre) a las que habían prevalecido en su temprana infancia. 3
Cu~lquiera sea la verdad con respecto a los antecedentes psicológicos mas tempranos de los factores que determinaron el curso del desarrollo de la personalidad en el señor M., el resultado final fue una organización de la personalidad que tendía a lograr la realización narcisista mediante el uso del lenguaje. Antes de iniciar su análisis el señor M no podía alcanzar esa meta y el análisis logró curar las deficiencias es~ tructurales espedficas que causaban su fracaso en tal sentido. La_s d~s deficiencias psicológicas que impedían al paciente alcanzar grat1f1cac1ones rnircis.istas mediante el uso de su talento en el campo del lenguaje Y a traves de la movilización de su interés por la literatura se el~~oraron y, po~ ende, se ~uperaron en grado suficiente como para perm1t1r que _e! pa~1ente t~rm~nara el análisis. Describiré en primer lugar estas def1c1enc1as en terminos del marco teórico al que en general se hace referencia como modelo estructural de la mente y como psi-
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. A esta altura no puedo resistir la tentación de compartir con el lector el pasaie de la carta de un colega .que, hace algunos años, agradecido por el hecho de que ~a lectura de m1 obra le ~abía permitido comprender ciertos aspectos de su propia personalidad, me confio que el desarrollo de su personalidad había f "d la_ influencia ~ecisiva d71 t_raum~ sufrido en la temprana infancia por la súb~~ ~é~ d1da des~ ob1eto-del-s1;m1smo idealizado, es decir, su padre. Como consecuencia de esa per~1da, se hab1a v_olcado _sobre sí mismo y -como volvió a hacer en la t~~nsferenc1a que estable~~º conmigo a través de la lectura de mis trabajos- tamb1en a la palabra escrita. Creo que (para mí) una gran parte del objeto-del-sí-mismo es la ~alabra escrita ... (que) he desarrollado cierta capacidad para encontrar algo en la literatura que me dice algo en los momento_ s de neces·1dad ... A s1· h e po d'1d 11 0 egar_a contar con la guía de un gran número de los mejores padres del mundo por medio de. la palabra escrita ... " Y luego añade una descripción de un paso en eÍ des~rrollo analogo al que dio el se~or M.: "~na de mis viejas tías afirmaba que yo s~b1a leer antes de empezar a as1st1r al Jardin de infantes ... Sé que solía cubrir los rotulas de los frasco~ de salsa porque yo los leía cuando nos encontrábamos sentados a la mesa y, segun parece, los médicos habían ordenado que se pusiera fin a esa le_ctura precoz. Como los libros dejaron de estar a mi alcance, empecé a leer las etiquetas."
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cología del yo. Aunque aquí empleo una modificación del modelo estructural, de acuerdo con la sugerencia ( Kohut, 1961; Kohut y Seitz, 1963) de que la psiquis debe concebirse como subdividida en (a) una zona de neutralización progresiva y (b) una zona de transferencias, modificación que se aplica de manera específica a la tarea que nos ocupa, el siguiente examen detallado de la psicopatología del señor M. nos permitirá comprender que las formulaciones explicativas que podemos obtener en esta forma no son del todo satisfactorias. El marco del mode.lo estructural de la mente, incluso cuando se lo emplea junto con las más refinadas elaboraciones que la psicología del yo hace de la psicología de los impulsos, no es bastante pertinente a la naturaleza esencial del trastorno psicológico que examinamos ahora. Para captar los rasgos significativos de los problemas del señor M. es necesario introducir un nuevo marco: la psicología del sí-mismo, una psicología que se ocupa de la formación y las funciones del sí-mismo y de su desintegración y reintegración. Estos son, entonces, los dos trastornos en la constitución psicológica del señor M. tal como se los describe dentro del marco de un modelo estructural algo modificado y en los términos de una psicología del yo algo modificada. Antes del análisis existía una deficiencia estructural en el "aspecto de la neutralización progresiva", es decir, no había una transición suave entre el proceso primario (su exhibicionismo arcaico, su fusión con el objeto-del-sí-mismo maternal, y las emociones relacionadas con estos dos tipos de experiencia) y el proceso secundario (sus palabras, su lenguaje, sus escritos). Y existía una deficiencia estructural en el campo de sus metas e ideales que en forma secundaria daba origen a una canalización insuficiente de sus tendencias exhibicionistas-grandiosas-creativas hacia metas bien integradas y firmemente internalizadas. A su vez, la ausencia de una corriente bastante organizada de libido grandioso-exhibicionista hacia una serie de ideales firmemente internalizados llevó a un desarrollo insuficiente de esas estructuras ejecutivas (yoicas) que le habrían permitido ·dedicarse con éxito a sus actividades profesionales y obtener de ellas sus principales gratificaciones narcisistas sustentadoras. Debido a que me ocupo aquí de la terminación -en particular la terminación del análisis en los trastornos narcisistas de la personalidadno me referiré a los detalles de los procesos específicos de elaboración concernientes a las dos deficiencias estructurales que explicaban el trastorno en el campo de la labor profesional del paciente y me limitaré a señalar, una vez más, que la deficiencia que se manifestaba en la falta de un pasaje gradual del proceso primario al secundario parecía estar predominantemente relacionada, desde el punto de vista genético, con las fallas en las funciones especulares de la madre, mientras que la deficiencia que se manifestaba en la incapacidad del paciente para persistir en el desarrollo de sus actividades profesionales se relacionaba, desde el punto de vista genético, casi exclusivamente con las fallas en la respuesta del padre en cuanto a su función como imago idealizada.
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Por la época en que el paciente sintió que el análisis debía terminar, la elaboración había alcanzado cierto progreso en ambos campos. Empero, como ya señalé, existía una deficiencia en su personalidad que en esencia no se había analizado -no se había convertido en el foco de procesos de elaboración sistemáticamente realizados-, aun cuando el paciente no sólo había comprendido que su organización psicológica estaba potencialmente expuesta al peligro de una desintegración difusa sino que también tenía conocimiento intelectual de la etiología 4 de esta posibilidad de regresión. Por ende, el deseo del paciente de terminar el análisis, surgió a pesar de su conciencia (por lo menos en el nivel preconsciente) de que un sector central de su sí-mismo grandioso, que estaba basado y en comunicación con una capa básica precariamente constituida de su personalidad, no había sido objeto de un análisis completo. Sin embargo, sabía que el análisis de dicho sector no constituía una precondición para su futuro bienestar psicológico y percibía, además, que no era posible analizarla sin exponerse a un serio peligro, es decir, sin correr el riesgo de infligir un daño permanente a su equilibrio psicológico. Creo que reconocía vagamente que la activación de ciertos aspectos de la transferencia especular lo expondría al peligro de una desorganización psicológica permanente si volvía a experimentar la rabia y la avidez primordiales, y que indirectamente expresaba su percepción de esos peligros potenciales de dos maneras: desarrollando un síntoma psicosomático, una comezón en el codo -esta interpretación es pura conjetura, aunque analicé a otro paciente, el señor U., quien cada vez que su rabia y su avidez arcaicas se movilizaban presentaba un sarpullido en el codo derecho-y diciendo que si permanecía mucho tiempo más en análisis se convertiría en un "adicto". Casi todo lo que puedo decir con respecto a los aspectos no analizados de las capas arcaicas de la transferencia especular es de índole especulativa. Con todo, quisiera señalar que el paciente había sido abandonado por su madre natural y habla vivido en un orfanato hasta los tres meses de edad. Tomando esto en cuenta, creo que no nos equivocamos al suponer que el efecto desorganizador de los traumas que sufrió debido a la empatía deficiente de su madre adoptiva en los años posteriores de la infancia (traumas correspondientes al período posterior al desarrollo del habla y con respecto al cual existen recuerdos verbalizados) no pueden apreciarse en forma plena a menos que consideremos también la vulnerabilidad de la psiquis del niño debida a traumas previos análogos. Cabe suponer que no sólo sufrió el trauma de la repetida incapacidad de su madre adoptiva para responder de manera adecuada a sus necesidades durante el período preverbal, sino también que, por debajo de estas ca-
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. El lector familiarizado con mis ideas reconocerá aqu (que establezco un distingo entre el punto de vista genético y las consideraciones etiológicas (véase Kohut, 1971, págs. 254-255, nota al pie de página. Véase, asimismo, Hartmann y Kris, 1945).
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pas de frustración, siempre flotaba una depresión preverbal indefinible una sensación de apatía, de muerte, y una rabia difusa que se relaciona~ bacon el trauma primordial de su vida. Empero, tales estados primarios no pueden evocarse a través de recuerdos verba 1izados, como sucede con los traumas que tienen lugar una vez que se ha desarrollado el habla, ~i expresarse a través de síntomas psicosomáticos, como sí puede oc~rm con las rabias más organizadas de la experiencia preverbal posterior (en el caso del señor M., quizás a través del sarpullido en el codo). El efecto del trauma primordial sobre la organización psicológica del paciente (la existencia de una debilidad en las capas básicas de su personalidad) sólo se revela a través de su temor a volverse un "adicto" al análisis, en otras palabras, el temor a un viaje regresivo del cual no se regresa. Se plantea aquí un problema teórico: si, y en qué medida, un s(-mismo rudimentario puede existir ya en la más temprana infancia. (En este contexto, véanse los comentarios pertinentes en las págs. 79-81 acerca de la manera de concebir los comienzos del sí-mismo). Si traducimos este problema a términos clínicos prácticos, tendríamos que preguntarnos si el temor del paciente a una regresión irreversible es idéntico al temor a la pérdida total del s(-mismo en la forma de una apatía profunda permanente, o el temor a la reactivación de un si'-mismo arcaico rudimentario bajo la forma de la experiencia de oscilaciones entre avidez intensa, rabia difusa y depresión sin contenido. Otra serie de preguntas relacionadas se refiere a la respuesta de la madre frente al bebé, en este caso, la respuesta de la madre adoptiva. Cualquiera que pueda haber sido la realidad endops(quica de la experiencia del bebé, cabe afirmar que la madre responde al bebé ab initio, por lo menos en ciertas ocasiones, como si aquél hubiera construido ya un s(-mismo cohesivo. (Para un examen más detallado del cambio gradual que se produce en la madre desde la tendencia a responder sobre todo a partes del niño a las respuestas que se le dan al niño como un todo véase Kohut, 1975b.) Si se examina la relación entre la madre adoptiv~ del señor M. y su bebé sobre el trasfondo de estas consideraciones, cabe preguntar si (y en tal caso, de qué modo) la permanencia del bebé en el orfanato puede haber perturbado de manera indirecta las respuestas posteriores de su madre adoptiva. Es necesario tener en cuenta dos posibilidades. El hecho de que la madre adoptiva no estableciera una relación con el bebé durante los tres primeros meses de vida la privó de participar en una etapa básica en la secuencia de las experiencias maternales en relación con un recién nacido. En circunstancias normales, las respuestas maternas anticipan la consolidación del sí-mismo del bebé, es decir, la madre imagina que está más consolidado de lo que en realidad está; o bien, en otros términos, puesto que la madre se adelanta al desarrollo real del niño, experimenta la alegr(a de promover ese desarrollo por medio de sus propias expectativas. El hecho de que no se permitiera a la madre adoptiva del señor M. participar en esos prime'ros pasos hacia la consolidación del sí-mismo. básico del bebé puede haber tenido varios efectos: privar a sus respues-
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tas posteriores de los efectos de los recuerdos de temprana fusión con el niño y, como consecuencia, haber producido cierta chatura emocional en sus actitudes hacia el niño y haberle impedido desarrollar esa in,timidad total que normalmente se establece entre una madre y su hijo. Finalmente, y como consecuencia de esas dos restricciones impuestas a la capacidad de la madre para responder al niño, puede haber dado origen a un ciclo vicioso en la relación entre la madre y el niño, porque la capacidad limitada de aquélla para dar respuestas especulares adecuadas a la fase provocada, a su vez, un retraimiento emocional en el bebé. La permanencia del niño en el orfanato puede tomarse como causa de otro posible trastorno en la capacidad de respuesta de la madre. En vista de que el niño sufrió traumas severos durante los primeros tres meses de vida, es probable que reaccionara frente a los objetos-del-sí, mismo de las últimas etapas preverbales posteriores y las primera~· etapas verbales (en particular, frente a su madre adoptiva) con una v~rie dad de respuestas anormales. Cabe esperar que un bebé que sufre séveros traumas desarrolle más tarde una actitud insólitamente exigente frente a la madre (como resultado de las continuas reverberaciones de la avidez oral intensificada de la etapa más temprana), seguida por una tendencia a violentas pataletas y/o retraimiento emocional inmediato ante la menor postergación de una gratificación (o sea, una prolongación de las rabias y las depresiones sin contenido de la etapa más temprana). O podr(a haber una disminución más general de la respuesta del niño al objeto-del-s(-mismo materno en las etapas posteriores, como residuo de l.a apatía de la etapa más temprana. Ese trastorno del bebé bien podría plantear una exigencia excesiva a la capacidad de la madre para perseverar en su intento de percibir las necesidades del niño y responder a ellas en forma adecuada. Abrumada por la in1onsa voracidad del bebé y frustrada por su rápido retraimionlo, s11 111l1io y/o apatía, la madre se aparta de una relación que la oxpo110 11 uxprn imontar una sensación de fracaso en lugar de proporcionar lo lu 111il111 ic11cl ón narcisista que había esperado. Desde luego, es posible observar la ropo! ición do diversas reacciones típicas del bebé en esa situación
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aparentemente objetivo de que el paciente no es analizable. Empero, creo que no puede ser nocivo -e incluso quizás sí beneficioso- que ei analista se sienta ternporariarnente distante del paciente en el nivel emocional, en tanto tenga conciencia de su conflicto y no se aparte de manera permanente. En el caso del señor M., rne inclinaría a extrapolar una reconstrucción específica a partir de la descripción que hace el analista de la transferencia, a saber, que la experiencia primordial en el orfanato dejó en él el residuo de un mayor potencial para la rabia y la tendencia al retraimiento emocional inmediato corno respuesta a las frustraciones maternas, más que una tendencia a una apatía generalizada. Pero, cualesquiera hayan sido las desviaciones específicas con respecto a la norma manifestadas por la personalidad del bebé, no cabe duda con respecto a esta conclusión: la ernpatía deficiente de una madre rara vez puede evaluarse en forma aislada sino que como en el caso de la madre adoptiva del señor M., casi siempre debe evaluarse como un fracaso frente a una tarea insólitamente difícil. Debe señalarse que en lo que concierne a la labor del analista, estas consideraciones encierran una importancia sólo limitada. Al analista le interesa la infancia de su paciente no porque desee desenterrar los factores etiológicos responsables de su trastorno, sino porque quiere determinar sus raíces genéticas decisivas (véase pág. 33, nota 4). Centra su atención sobre todo en las experiencias transferenciales subjetivas del paciente y, partiendo de la comprensión de su forma y contenido, reconstruye el mundo experiencia! de la infancia del paciente durante los momentos genéticamente decisivos. El analista no se ocupa en particular -por lo menos mientras lleva a cabo su tarea esencial- de los datos de la realidad objetiva, o siquiera del estado psicológico subjetivo -que es posible determinar de manera objetiva- de las figuras parentales en el medio del niño (aunque a veces esto último puede resultar "útil desde el punto de vista táctico" [véase Kohut, 1971, pág. 254 ]). En el caso del señor M., el hecho psicológico esencial (la reactivación del determinante genético decisivo de un aspecto importante dé su trastornó psicológico) fue que experimentó a su madre, y en la transferencia, al analista, como una figura traumáticamente carente de empati'a frente a sus demandas emocionales e incapaz de responder a ellas. Sin duda, a veces el analista desea señalar (con el fin de conservar un marco realista si, por ejemplo, debido a la intensidad de las frustraciones que experimenta en la transferencia, el paciente comienza a pensar en abandonar el análisis) que las expectativas y exigencias del paciente corresponden a su infancia y no son realistas en el presente. Y podría en el momento adecuado tratar también de explicar al paciente que la intensidad de sus necesidades infantiles puede haber provocado la d istorsión de sus percepciones del pasado (en el caso del señor M., una distorsión de su forma de percibir la personalidad de su madre adoptiva). Sin embargo, las transformaciones estructurales esenciales producidas por la elaboración, no tienen lugar como consecuencia de tales intro-
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* El término insight, en su sentido psicoanalítico, se traduce en este libro por introvisión. [E.] 5 Para una descripción del establecimiento de una microestructura neutralizadora por medio de experiencias de frustración óptimas, véase Kohut y Seitz (1963, pág. 137). Gill también empleó los términos macroestructura y microestructura en un contexto similar para referirse a las instancias de la mente y a los engrarnas de huellas mnémicas y las ideas (1963, nota al pie de págs. 8 y 51 y 135-136). Quisiera agregar aquí que el paralelismo entre el desarrollo de la física a partir de la teoría newtoniana hasta la teoría de los quanta (Bohr, Heisenberg) y el desarrollo del psicoanálisis desde la metapsicología freudiana hasta la psicología del sí-mismo va más allá del hecho de que la atención del físico se desplazó de la investigación de las grandes masas y sus interacciones a la investigación· de unidades minúsculas de materia y de que la atención del psicoanalista se desplazara desde la investigación de las macroestructuras (las instancias de la mente) y las macrorrelaciones con los objetos (el complejo de Edipo) a la investigación de unidades moleculares de la estructura psíquica. Basándome una vez más en las ideas formuladas por el doctor Levin, quisiera señalar también que el acento que la física moderna pone en la identidad esencial de materia y energía tiene su paralelo en la importancia que la psicología del sí-mismo atribuye a la formación de estructuras a través de las microrrelaciones con los objetos-del-sí-mismo. Y, por último, cabe mencionar la afirmación fundamental de la física moderna de que los medios de observación y el objeto de ésta constituyen una unidad que, en ciertos aspectos, es en principio indivisible. Esta tesis tiene su contrapartida en la afirmación, igualmente fundamental, de la psicología del sí-mismo de que la presencia de un observador empático o introspectivo define en principio el campo psicológico (véase Kohut, 1959; Habermas. 1971).
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en la fi'sica, esto es, desde la física de la mecánica de las grandes masas a la física de las pequeñas partículas.) Para expresar en pocas palabras la descripción de estos cambios microestructurales en las neurosis transferenciales clásicas quiero decir Jo siguiente: (1) las interpretaciones eliminan las defensas; (2) los deseos arcaicos se introducen en el yo; (3) bajo el repetido impacto de las tendencias arcaicas, se forman en el yo nuevas estructuras capaces de modular y transformar las tendencias arcaicas (postergación de la descarga, neutralización, inhibición de la meta, gratificación sustitutiva, absorción a través de la formación de fantasías, etc.). Para mantener el acceso de las tendencias arcaicas al yo, el paciente, a pesar de su ansiedad (en las neurosis transferenciales clásicas: ansiedad de castración frente a las tendencias agresivas y libidi.nales incestuosas), utiliza al analista como objeto-del-sí-mismo - i incluso en el análisis de las neurosis estructurales!-, es decir, como un sustituto anticipado de estructuras psicológicas que aún no existen. (En este sentido, véanse los comentarios en la nota al pie de la página 135, sobre el uso de las relaciones de tipo objeto-del-sí-mismo en todos los niveles del desarrollo y tanto en la salud psicológica como en Ja enfermedad psicológica.) Poco a poco, como resultado de innumerables procesos de microinternalización, los aspectos que tienen que ver con el alivio de la ansiedad, la tolerancia frente a la postergación y otros elementos realistas en la imagen del analista, llegan a formar parte de la dotación psicológica del paciente, parí passu con la "micro"-frustración de su necesidad de contar con presencia constante y el funcionamiento perfecto del analista en este sentido. En pocas palabras, a través del proceso de la internalización transmutadora se construye una nueva es,1 tructura psicológica. Debe agregarse que el resultado óptimo de un análisis se basa no sólo en la adquisición de nuevas estructuras directamente relacionadas con los deseos pulsionales arcaicos que antes estaban reprimidos y ahora se han liberado, sino que, en forma secundaria, el sector patológico hasta ese momento aislado de la personalidad establece amplio contacto con los sectores maduros circundantes, de modo que los elementos positivos preanallticos de la personalidad se ven fortalecidos y enriquecidos. Volvemos ahora al tema de la terminación. Señalé ya (véase págs. 2730) dos variedades del síndrome de terminación: los hechos psicológicos bien conocidos que suelen tener lugar en la fase terminal del análisis de las neurosis clásicas de transferencia, y los hechos psicológicos, hasta ahora comparativamente poco investigados, que suelen tener lugar en la fase terminal del análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad. Estos últimos merecen ya una descripción más detallada. Se producen díl dos maneras: una de elllas, en los casos en que el foco principal de la labor analítica tuvo que ver con una deficiencia estructural primaria; la otra, cuando tuvo que ver con la rehabilitación de estructuras compensatorias. En el primero de estos dos grupos observamos, como señalé antes, una reconcretización de la transferencia narcisista -un retorno a la insistencia no mitigada en que un objeto-del-símismo externo mantenga el equilibrio narcisista del paciente-, como
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si todo el progreso logrado en lo que concierne a transformar el objeto>-del-sí-mismo en una estructura psicológica no hubiera sido genuino. Ern el segundo de estos dos subgrupos, es decir, en los casos de que me ocupo ahora, en los que la tarea estuvo centrada en la rehabilitación fwncional de las estructuras compen5atorias, encontramos, como derrnostraré en el caso del señor M., una reexternalización de las estructuras compensatorias y una concretización de la labor de formación de estructuras en este campo en la forma de una grosera exoactuación [acting out]. Asimismo, y de manera similar a la fase terminal de los arnálisis en .los que el centro de la labor fue la deficiencia estructural p1rimaria, en estos casos se tiene la impresión durante un tiempo de que todos los resultados obtenidos a través de la elaboración de procesos n10 fueron auténticos, como si las estructuras compensatorias no se hub1ieran fortalecido realmente. En pocas palabras, se podría tener la imp1resión de que sólo los más burdos precursores de los procesos de elab1oración e internalización empezaran ahora a movilizarse. Para expreS
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ron, es más significativo que el orden de su comienzo. El interés del señor M. por el violín costoso fue de muy corta duración; su relación con el adolescente duró más, y su preocupación por fundar la academia fue aun más duradera y lo llevó a intensificar sus propias actividades como escritor, actividades cuya significación se hizo más profunda para él. La importancia del orden cronológico del final de las tres actividades de terminación deriva de que indica el desenvolvimiento de una secuencia epigenética específica: comprar y vender el violín constituyó la manifestación del cambio emocional que era la precondición para que el señor M. pudiera establecer esa relación con el adolescente; y la compra Y venta del violín y las experiencias con ese muchacho fueron las manifestaciones del cambio interno, aun más grande, que le permitió dar el paso final y decisivo tendiente a establecer un sí-mismo activo, el paso que se logró a través de sus actividades en la academia que creó. Quisiera destacar mi opinión de que tales actividades que llamaré pensamiento-acción, no constituyen una exoactuación en el sentido habitual. En otras palabras, n9 deben entenderse como resistencias, como sustitutos defensivos de la evocación o de la introvisión por medio de 6 la acción. Son los últimos pasos en el camino hacia el equilibrio psicológico que el paciente está a punto de establecer. Desde luego, el pensamiento-acción es el portador no verbal de mensajes cuyo significado debe interpretarse en última instancia al paciente. Pero, en 1íneas generales, consiste en patrones de acción, creativamente iniciados por el paciente sobre la base de sus talentos, ambiciones e ideales reales, que no están destinados a caer en el olvido, sino a sufrir nuevas modifica-
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En este contexto, acude a mi mente el criterio de algunos investigadores en el campo de la metodología científica de que ciertos experimentos pioneros en la ciencia no se pueden repetir, que constituyen ilustraciones de una tesis o de un principio recién descubierto que, contrariamente a la creencia del experimentador, no proporcionan serie de datos empíricos controlados sobre los cuales es posible construir teorías mediante el razonamiento deductivo. En mi opinión tales experimentos también constituyen pensamiento-acción, es decir, una forma de pensamiento exoactuado. Si esto es correcto, entonces dichos experimentos serían análogos a esos actos de los pacientes, como los del señor M., que ilustran las introvisiones que logran en ese momento. En otras palabras, dichos experimentos son concretizaciones de procesos de pensamiento de una mente pionera. No son en primer lugar ordenamientos destinados a facilitar el descubrimiento o a verificar la hipótesis. Podría agregar que sería interesante examinar bajo esta luz no sólo ciertos experimentos clave en las ciencias físicas -como se ha hecho con respecto a los experimentos y las observaciones de Newton (véase Koyré. 1968)sino también ciertas observaciones básicas en las ciencias de la conducta. Por ejemplo, ciertos aspectos de las observaciones clínicas tempranas de Freud, en particular las curaciones lográdas sobre la base de la teoría de que había conseguido hacer consciente lo inconsciente, se podrían examinar con provecho dentro de este contexto. A la luz del conocimiento actual, los procesos de elaboración movilizados y mantenidos en esos análisis tempranos eran inadecuados y ningún analista podría repetir hoy esas curaciones con los medios que Freud, según su descripción, utilizó en su tiempo. La causa real de la desaparición de los sín-
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ciones y a perfeccionarse para proporcionarle en última instancia los medios confiables para establecer el mantenimiento postanalítico de un . equilibrio psicoeconómico estable en el sector narcisista de la persona, lidad. Aunque, como ya dije, es necesario interpretar al paciente el significado de tales actividades y explicarle sus funciones, los analistas no deben esperar que la introvisión lleve a renunciar a ellas. Para hablar en términos de la "metáfora apropiada" ya mencionados (pág. 37), el analista no debe esperar que se disuelvan como consecuencia de una interpretación correcta, como si se tratara de los síntomas de una psiconeurosis. No son pasos regresivos, sino un movimiento progresivo, no del todo pero casi completado; constituyen logros parciales a los que no se renunciará ni se debe renunciar, salvo en la medida en que se vean , reemplazados por otras actividades que el paciente reconozca como realizaciones más genuinas de su sí-mismo cuando alcance el despliegue permanente de las fuerzas narcisistas en la prosecución de sus metas a largo plazo. 7 Quisiera considerar ahora cada una de las tres actividades del señor M. antes de la sesión en la que por primera vez manifestó su convicción de que se aproximaba el final de la labor terapéutica. Comprar un viol(n costoso al mismo tiempo que abandonaba su interés do mi nante por la práctica de ese instrumento significaba un paso importante que lo alejaba de la emotividad preverbal (música), e implicaba llevar al plano de la acción su abandono del intento de gratificar
tomas del paciente fue probablemente que Freud, habiendo descubierto un aspecto importante del principio subyacente al logro de una curación psicoanálitica, transmitió a sus pacientes su profunda convicción acerca de ese nuevo descubrimiento. Fue la influencia de su personalidad, su certeza carismática lo que, a través de la sugestión, provocó una alteración en la conducta que Freud tomó como una manifestación de un cambio estructural logrado mediante la interpretación. Así, esas primeras curaciones constituyen ejemplos de perfectas aplicaciones de un principio correcto. Empero, las verdaderas curaciones (el logro de cambios en la conducta que constituían las manifestaciones de cambios estructurales) comenzaron a lograrse sólo mucho más tarde cuando, además de haber comprendido el principio estructural básico de la curación, Freud también había captado la importancia del principio económico (repetición, elaboración). La deducción de la teoría correcta de la curación analítica de las neurosis estructurales (hacer consciente lo inconsciente) a partir de la observación de situaciones que no inclu ian procesos de elaboración corresponde en cierta medida a la inferencia de fórmulas matemáticas correctas sobre la aceleración de cuerpos en caída libre (véase Koyré, 1968) a partir de las observaciones que no tienen en cuenta factores tales como la forma del cuerpo que cae y la resistencia del aire, asi como la influencia del nivel del mar y la latitud geográfica. 7 Para un ejemplo específico de actividades creativas emprendidas por un paciente bajo el efecto de la disolución de una transferencia en gran parte narcisista y centrada en "estructuras compensatorias" de aquél, véase Moser ( 1974). Moser escribió esta conmovedora descripción de la experiencia de un paciente antes y después de terminar su análisis. Debo destacar que no puedo, sobre la
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su exhibicionismo a través de un recurso sensual directo. Como veremos al examinar los otros pasos de este tipo, pasaba así de la música al pensamiento verbal, de las formas de exhibicionismo más crudas (para él) al intento con meta más inhibida (para él) de ligar su excitación exhibicionista a través de la literatura. En términos interpersonales, el paciente dejaba a la madre especular para volcarse al padre idealizado. La práctica del violín, que el señor M. había iniciado durante el análisis, formaba parte de la elaboración de la transferencia especular materna de la niñez. Como ya señalé, al igual que las clases de baile de la señorita F. (Kohut, 1971, pág. 287), tocar el violín constituía una forma de tarea psicoanalítica para el hogar a través de la cual trataba de aprender a expresar sus tendencias exhibicionistas de manera realista pero gratificadora. Empero, las estructuras recién adquiridas del paciente le permitían disfrutar de la expresión de sus tendencias exhibicionistas: en las fantasías que acompañaban las prácticas de violín ofrecía su sí-mismo grandioso a la visión admirada de multitudes que experimentaba como "maternales", sin sentirse inhibido por el temor a sufrir la aplastante frustración del desinterés materno y sin el temor, aun mayor, de sentirse hipomaníacamente sobreestimulado y experimentar así la disolución de su sí-mismo en exhibición. Tocar el violín y las fantasías concomitantes de multitudes que lo escuchaban con admiración pudieron dar cuenta del exceso de necesidades exhibicionistas que se habían activado en la transferencia, pero que no fueron totalmente absorbidas por la situación psicoanalítica. Tocar el violín permitía al paciente perseverar en la labor anali'tica al aliviar las tensiones ps(quicas a que lo exponi'a la transferencia, y hada su propia contribución positiva con respecto a la meta de la elaboración al crear estructuras provisionales y temporalmente útiles en el sector del uso creativo de sus tendencias narcisistas. . Con todo, su decisión de no dedicarse al vio! ín nuevo y costoso después de adquirirlo, significó ilevar al plano de la acción otro importante mensaje sobre la etapa del desarrollo psicológico que hab(a alcanzado. No era particularmente talentoso en el campo musical; en otras palabras el empleo de la música como vehículo para la transformación y expresión de su grandiosidad y exhibicionismo no estaba determinado
base de este documento literario autobiográfico no cientlfico, evaluar la corrección analítica (es decir, la naturaleza no defensiva) de este intento de canal izar las energías narcisistas liberadas hacia una actividad creativa especifica. Pero he observado una serie de pacientes que comienzan a dedicarse, durante la fase terminal, a alguna actividad creativa profundamente absorbente.La evaluación del patrón de la conducta total del paciente -sobre todo una actitud de serena certidumbreme llevó a la conclusión de que la actividad creativa de tales pacientes -y el señor M. parece pertenecer a este grupo- no expresa una maniobra defensiva destinada a impedir que el proceso analítico se complete, sino que dichos pacientes han determinado, por lo menos de manera preliminar, el modo mediante el cual el simismo intentará a partir de ese momento asegurar su cohesión, mantener su equilibrio y lograr su realización.
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1en primer lugar por una capacidad innata o tempranamente adquirida 1específica. Lo explican los siguientes hechos: (a) el paso desde su exhi!bicionismo arcaico aún no formado a la exhibición a través de la expresión musical era menor que el paso que iba desde su exhibicionismo ar' caico aún no formado a la exhibición a través de la expresión verbat; 8 y (b) el paso tendiente a dedicar la principal parte de sus tendencias !grandiosas y exhibicionistas a metas creativas en la esfera de la expre:sión verbal a través de la literatura -paso que en última instancia haría uso de sus talentos innatos y le proporcionaría así un equilibrio segu1ro en el campo narcisista- requería el fortalecimiento previo de sus ideales como escritor profesional, o quizás incluso como artista en el mundo de las palabras. Este paso, en otras palabras, sólo podía darse una vez que el paciente hubiera elaborado los traumas sufridos en el sec, tor de su padre idealizado, en la medida en que la imago paterna era la 1q_ue actuaba como ideal organizador de las actividades creativas del pa1c1ente en la esfera de las palabras. Dicho en otros términos, fue el logro final en el análisis del señor M. el que le permitió obtener, en su labor 1creativa, la cooperación de los tres principales elementos constitutivos 1del sector narcisista de su personalidad y, así, la síntesis del sí-mismo. El análisis abrió el camino para una actividad que le permitía una autorrealización feliz. Su labor como escritor le permit(a gratificar sus ten1dencias grandiosas y exhibicionistas de mostrarse ante la madre, satis'facer su necesidad de fusión con su padre idealizado y gozar del uso de las aptitudes genuinas que poseía. Parecería posible formular el resultado del análisis del señor M. en 'términos dinámico-estructurales y en concordancia con el principio de llas funciones múltiples (Waelder, 1936) como una armónica coopera1ción del ello (amor sexual por la madre) y el superyó (identificación 1con el padre rival) lograda por ei yo (talento para la ejecución de ciertas tfunciones yoicas). Las tendencias instintivo-objetales, sin embargo, deisempeñaron en el mejor de los casos un papel secundario en el trastorno ¡psicológico del señor M. y en el proceso de su curación. Lo que era ne1cesario rearmar y fortalecer a través del análisis de sus dos elementos 1constitutivos principales era un sí-mismo activo. No cabe duda de que 1ese logro llevó, eh forma secundaria, a un mejor equilibrio en el sector linstintivo-objetal de su personalidad que, habiéndose visto brevemente 1
8 Esta afirmación parece obvia a primera vista y de hecho, la estimación 1com_Parativa de los dos pasos es sin duda exacta en lo que se refiere a la gran mav.oria de. las personas. Empero, resulta más cuestionable decidir si se puede dek:1r lo mismo con respecto a personas con talento musical y que, además, son lexpertas en cuanto a las sutilezas y variedades de la expresión musical. No ca· lbe duda de que existen procesos musicales no verbales altamente desarrollados 1en la persona verdaderamente musical, con respecto a la contribución decisiva que puede hacer la actividad musical para mantener el equilibrio narcisista de una per:sona en estos caso~. (Para un examen detallado de estos problemas véanse Kohut y Levar1e, 1950, pags. 73-74, y Kohut, 1957, págs. 395-397 y págs. 399-403).
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obligado a funcionar al servicio de metas narcisistas, no había podido perseguir sus propios fines. Pero el progreso en este campo no fue el resultado directo del análisis ni debe entenderse como el producto de la transformación de impulsos narcisistas en impulsos instintivo-objetales, es decir, el desplazamiento de las metas pulsionales desde el sí-mismo a los objetos. El progreso en el área instintivo-objeta! debe entenderse más bien como un resultado casual afortunado, obtenido en forma secundaria como consecuencia de la rehabilitación del sí-mismo. Fue el sí-mismo catectizado con mayor firmeza y en forma más satisfactoria, capaz de disfrutar de la realización narcisista, el que ahora, además de su compromiso con esas metas narcisistas primarias, podía también, serena y tranquilamente, convertirse en el centro y el coordinador de actividades dirigidas a los objetos, liberándolas así de la carga de tener que estar al servicio de necesidades defensivamente buscadas con el propósito de incrementar la autoestima. La segunda actividad que presagió la decisión del señor M. de terminar su análisis constituyó otra estación intermedia en el proceso curativo. Durante el tercer año de su análisis el señor M. estableció una intensa relación con un adolescente a quien permitió idealizarlo. Aunque esa amistad comenzó antes de que el señor M. realmente empezara a preguntarse si había llegado el momento de terminar el análisis, surgió en un marco psicológico y acompañó a los procesos dé elaboración (vinculados con la imago del padre idealizado) que estaban directamente relacionados con el hecho de que luego empezara a considerar la posibilidad de terminar su análisis. Mi opinión de que el gran interés del señor M. por el adolescente de 14 años debe entenderse en el contexto de la dinámica de la terminación se basa sobre todo en el examen del contenido psicológico intrínseco concretizado en la relación. Además, el hecho de que el episodio más notable con el muchacho -episodio que pronto describiré y examinaré- tuviera lugar casi inmediatamente antes de que el señor M. dijera por primera vez que sentía que su análisis se acercaba a su fin, confirma la hipótesis de una relación causal entre los dos hechos. Dicho en otros términos la relación con el adolescente constituía la manifestación externa concreta del paso interno decisivo (la separación con respecto al padre como un objeto-del-símismo externo, la internalización de la imago parental idealizada) que permitió al paciente anunciar su deseo de dejar el análisis y arreglarse solo. El señor M. se había hecho amigo de una familia, a la que visitaba a menudo, sobre todo porque sentía profundo interés por el hijo menor. Lo fascinaba tanto la actitud del padre para con el hijo como la personalidad de este último, que para él era el resultado de su relación con el padre. Según la versión que el señor M. dio al analista, el padre respetaba al hijo, interactuaba con él en un nivel maduro, lo veía como una persona independiente de él, por un lado y, al mismo tiempo, se sentía muy cerca del joven y no se apartaba de él. Y el hijo, por lo menos tal como lo veía el paciente, era un muchacho orgulloso, indepen-
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diente, seguro de sí-mismo y, sin embargo, cálidamente respetuoso con su oadre. 9 Por lo general el señor M. veía al muchacho dentro del marco de toda la familia, pero también salió con él varias veces a ver partidos de fútbol y escuchar conciertos de música rock, momentos en los que desempeñaba el papel del amigo mayor, el hermano mayor o el padre. Aunque la admiración del muchacho por el paciente era manifiesta y aunque este último tenía conciencia de la fascinación que sobre él ejercía su relación con el joven, no experimentó sentimientos homosexuales groseros. Empero, hubo un episodio en el curso de un partido de fútbol en el cual habría resultado fácil para cualquiera interpretar erróneamente los sentimientos del señor M. con respecto al joven, sobre ~ todo para una persona de orientación psicoanalítica. En apariencia, se podría deducir que el relato que hizo el señor M. de lo que sintió y de su conducta, que pensaba -sobre la base de la proyección de sus propios sentimientos, como lo sugeriría el criterio analítico tradicionalque el muchacho estaba enamorado de él. Estos son los detalles. E 1paciente había visto a una antigua novia entre l_a multitud de espectadores durante el partido de fútbol, pero al principio prefirió evitarla porque le preocupaba que su compañero pudiera sentirse herido si, al hablar con la joven, dejaba de dedicarle toda su atención. Empero, luego de cierta vaci !ación, decidió saludarla, sin dejar de observar atentamente Y con cierta ansiedad, cómo reaccionaba el muchacho. (Se recordará que el señor M., siendo niño, había observado ansiosamente la expresión facial de su madre-véanse págs. 23-24). Cuando se dio cuenta de que el muchacho no se sentía en absoluto molesto, el paciente experimentó una alegría inenarrable. Sabía que algo de gran importancia le había sucedido a él, algo que no podía comprender, pero quería averiguar. En efecto, el análisis permitió encontrar una explicación satisfactoria de la importancia que ese hecho tenía para él. Lo que experimentó con respecto al muchacho no fue la repetición de una relación erótica pasiva con el padre, ni de sus antiguos celos frente a la nueva esposa del padre (en un complejo de Edipo negativo reactivado). Constituía una representación de las manifestaciones de un nivel maduro del desarrollo en que el muchacho era el actor principal y él mismo desempeñaba un' papel secundario y, al mismo tiempo, era el público. Era la representación de un nivel psicológico que el paciente jamás había alcanzado antes, que se encontraba a punto de alcanzar, un nivel que primero deseaba observar en un objeto-del-sí-mismo (descartable) (una suerte de gemelo, quiz_ás una figura derivada de su relación con el hermano) antes de permitirse reconocer que quien daba ese paso en ese momento era él y no el joven. (Cf. la descripción de los procesos de elaboración que tienen lugar
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Dentro del marco de nuestra investigación, no creo que sea muy importante determinar si la evaluación que el señor M. hacía de esta pareja padre-hijo era correcta o si la había modificado de acuerdo con las necesidades de los procesos de elaboración que había iniciado en aquella época.
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sobre la base de una transferencia general [ Kohut, 1971, págs. 193196] ). En este episodio había dado de hecho un paso en el camino de la maduración, que no había podido completar en su propia adolescencia. Su experiencia de participación, por lo tanto, no se refería a una situación triangular. La mise-en-scene tenía que ver con el logro de su independencia con respecto al padre idealizado, el logro de autosuficiencia psicológica a través de una internalización transmutadora de las funcines de un padre idealizado. Y experimentó una profunda sensación de alegría - jno de placer sensual!- al tomar conciencia de que había logrado un fortalecimiento decisivo de su sí-mismo. Quisiera agregar aquí que no utilizo los términos alegría Y placer al azar. La alegría se experimenta con referencia a una emoción más amplia como, por ejemplo, la emoción provocada por el éxito, mientras que el placer, por intenso que sea, se refiere a una experiencia delimitada, por ejemplo, la satisfacción sensual. Además, desde el punto de vista de la psicología profunda, cabe señalar que la experiencia de la alegría tiene una raíz genética distinta de la experiencia de placer, que cada uno de estos modos afectivos tiene su propio desarrollo y que la alegría no es placer sublimado. La alegría se relaciona con experiencias del sí-mismo total, mientras que el placer (a pesar de la frecuente participación del sí-mismo total, que proporciona entonces un elemento de alegría) se relaciona con experiencias de partes y de elementos constitutivos del sí~mismo. En otras palabras, existen formas arcaicas de alegría relacionadas con etapas arcaicas del desarrollo del sí-mismo total, tal como hay etapas arcaicas en el desarrollo de la experiencia de partes y elementos constitutivos del sí-mismo. Y se puede hablar de alegría sublimada, tal como se habla de placer sublimado. La tercera actividad emprendida por el señor M. fue la fundación de la academia de perfeccionamiento literario. No era la primera vez que se le ocurría esa idea, pues ya se había referido a ella a comienzos del análisis. Pero que ahora reapareciera con renovado vigor representaba su decisión de dar concretamente el último de los pasos que llevarían a la restauración de su sí-mismo. Por lo tanto, la convicción interna de que pronto completaría esa tarea, fue la precursora lógica de su sentimiento posterior de que estaba listo para terminar su análisis. El hecho de que la idea apareciera como una inspiración, es decir, de que una noche despertara con esa idea renovada como una fuerza motivadora eficaz que lo impulsaba a la acción, puede tomarse en mi opinión como un signo de que en ese momento movilizaba todas sus 10 fuerzas para emprender una tarea psicológica difícil.
10 En el curso de una investigación (aún inédita) de ciertas figuras heroicas -por ejemplo, solitarios opositores al régimen nazi- y de otros que enfrentan tareas sumamente difíciles y/o peligrosas, comprobé que los sueños proféticos e incluso las experiencias alucinatorias durante la vigilia podían producirse en individuos que no son psicóticos. Llegué a la conclusión de que la capacidad para
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Antes de examinar la naturaleza de la tarea a la que el señor M. respondía actualizando su plan de fundar una academia de perfeccionamiento literario, examinemos los detalles de su reacción frente a la empresa que se proponía iniciar. Cuando comenzó a considerar la idea, le preocupaba pensar que todo quedaría en la nada, que sólo se trataba de un mero contenido mental, un pensamiento, que perdería todo interés por él y no lo llevaría a la práctica. Esta preocupación es significativa: expresaba su temor vagamente reconocido de que aún faltaba algo en su constitución psicológica, de que la introvisión por sí sola no le permitiría superar esa deficiencia, de que todavía era necesario llenar un vacío, esto es, en términos psicoanalíticos, que debían formarse nuevas estructuras. Cuando los pacientes expresan el temor , de que la labor analítica constituye un fracaso y, en particular, cuando a pesar de una introvisión plenamente elaborada con respecto a todas las causas de alguna inhibición (es decir, a pesar de la plena comprensión de los conflictos estructurales posiblemente relevantes) se sienten incapaces de modificar su conducta, de volverse constructivamente activos, el analista debería considerar no sólo el efecto de los sentimientos inconscientes de culpa (una reacción terapéutica negativa), sino también, y sobre todo, la posibilidad de una deficiencia estructural persistente, a menudo en el campo de un trastorno no reconocido del sí-mismo. Tal como había sucedido en el episodio con su alter ego adolescerite durante el partido de fútbol, el señor M. demostraba una vez más que la curación de la deficiencia estructural tendría lugar -en realidad, ya había tenido lugar, pero aún debía consolidarse- dentro del marco do una relación entre un padre y su hijo. Y, una vez más, adoptó el papo! del padre, aunque no del aspecto idealizado de la figura paterna. bl11 vez era un maestro y, como tal, formaba parte de una institución (unu academia), es decir, de una estructura externa destinada a ser internalizada por el hijo (los estudiantes, los discípulos). Y, desde luego, también fue de particular significación que el tema a enseñar (la estructura específica cuya internalización el señor M. promovía al emprender ese proyecto) se refiriera al uso del lenguaje, de las palabras. La estructura psicológica que los estudiantes tenían que adquirir estaba destinada a permitirles transmutar imágenes amorfas en palabras bien definidas. El lenguaje usado con precisión se convirtió en la estructura que cumplía la función psicoeconómica de desmenuzar las "ideas de los alumnos en fragmentos manejables", como estación intermedia en el camino hacia el logro del objetivo final de la escuela: que los estudiantes se convirtieran en escritores creativos. Expresado en términos rnetapsicológicos, la estructura que el señor M. ofrecía a sus alter efJOS
crear, en situaciones extremas, la fantasía de sentirse sostenido por una figura omnipotente semejante a un dios debía incluirse entre los elementos positivos de una organización psicológica sana. (Véase las observaciones sobre "transferen: cia de creatividad" en Kohut, 1971, págs. 316-317; véase, asimismo, Miller, 1962).
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(enseñaba a sus alumnos) eran los patrones verbales -capaces d(: inhibir la meta, postergar la descarga y proporcionar sustitución-- qtw transforman las imágenes del proceso primario en la ideación verbal dul proceso secundario. Pero les daba más aun. Lo que el señor M. no le dijo al analista cuando se refirió por primera vez a sus planes didácticos y cuando más tarde describió su actividad concreta, pero que el analista pudo inferir con claridad leyendo entre 1íneas en los entusiastas relatos del señor M. sobre su academia, fue la inspiración que su entusiasmo por su labor había proporcionado a sus alumnos. Al fundar la academia y al convertirse en su inspirado maestro, demostraba que sabía no sólo que existía una deficiencia en un sector importante de su propia psiquis -por sustitución, que los estudiantes debían adquirir una nueva habilidad- sino también que el hecho de que una nueva estructura ocupara ese vacío (y el mantenimiento funcional de esa estructura) dependía de la presencia de un ideal paterno inspirador. Así, los alumnos representaban no sólo al niño M. que, a pesar de su talento siempre había sido torpe con las palabras (leve trastorno del pensamiento del señor M.), sino también al adolescente M. cuyos ideales establecedores de metas aún no se habían establecido plenamente en la estructura del sí-mismo y que todavía necesitaba internalizar un maestropadre idealizado. Sólo el efecto organizador de esos ideales capaces de determinar una meta, en combinación con sus talentos y habilidades específicas, podía proporcionar al señor M. lo que él mismo describía como "un constante flujo de energía", en lugar de los previos "estallidos que siempre eran desorganizadores", y de los que se hab(a quejado a su analista.
BOSQUEJO DE LA REHABILITACION FUNCIONAL DEL SI-MISMO A TRAVES DEL PSICOANALISIS
Presenté estos datos el ínicos para fundamentar mi afirmación de que un análisis se ha completado en esencia aun cuando no todas las deficiencias estructurales se hayan movilizado, elaborado y compensado mediante la internalización transmutadora. Se podría agregar aquí que una terminación genuina no es el resultado de la manipulación externa. Al igual que la transferencia, está predeterminada, y la técnica psicoanalítica correcta no hace más que permitir que evolucione. La personalidad preanalítica del señor M. se caracterizaba por estos rasgos importantes: (1) padecía de deficiencias en diversas áreas de su sí-mismo nuclear; (2) había desarrollado estructuras defensivas destinadas a encubrir las deficiencias en su sí-mismo grandioso, y (3) había desarrollado estructuras compensatorias destinadas a incrementar la actividad de las partes sanas del sí-mismo nuclear y a aislar y evitar las deficientes. El daño infligido a su sí-mismo nuclear era generalizado. Afectaba tres de los principales elementos constituyentes de esa estructura, a saber, las dos zonas polares -el sí-mismo grandioso-exhibicionista y la
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irnogo parental idealiLada- y el área intermedia, esto es, las funciones ejecutivas (talentos, aptitudes) necesarias para la realización de los patrones de las ambiciones e ideales básicos establecidos en las dos áreas polares. Empero, el daño no era igualmente severo ni estaba distribuido de la misma manera en cada uno de estos tres elementos constitutivos del sí-mismo. En el área del sí-mismo grandioso-exhibicionista la deficiencia era particularmente seria e involucraba las capas más profundas; en el área de la imago parental idealizada el daño era moderadamente :evero y afectaba sólo las capas más superficiales y, por último, en el area de los talentos y las aptitudes que el sí-mismo necesita para expresar sus pautas, el daño parecía leve y circunscripto. En términos más generales, cabría decir que la personalidad preanal ítica del señor M. mostraba un serio trastorno de su autoestima, un trastorno moderado de sus ideales rectores y una falla leve y circunscripta en sus procesos . ideacionales. Las estructuras defensivas del señor M., que sin duda habían surgido muy temprano en su vida, parecían constituir una parte firmemente atrincherada de su personalidad. Dichas estructuras (y las manifestaciones ideacionales y en la conducta que emanaban de ella) no se examinaron en forma detallada; no se justificaba dedicarles nuestra atención básica porque no estaban involucradas en grado apreciable en el nexo de hechos psicológicos relacionados con el deseo del paciente de terminar el análisis y, cosa que en general podría tomarse como buen signo pronóstico, no se intensificaron de maneras significativas durante el per(odo de terminación. Es cierto que resultaron evidentes al comienzo del tratamiento y que se reactivaron una y otra vez durante el proceso de elaboración mientras ciertos aspectos de la deficiencia primaria del sí-mismo empezaban a intervenir en la transferencia. Empero, pasaron a segundo plano y por último desaparecieron casi por completo cuando la transferencia se desplazó de la madre especular al padre idealizado, esto es, cuando en la elaboración el acento dejó de estar puesto en las necesidades exhibicionistas y su frustración, y la internalización de ideales Y la rehabilitación concomitante de las estructuras compensatorias pasaron al primer plano. Existía una relación genético-dinámica entre el estrato de la escasa autoestima del señor M., resultante de la empat(a deficiente de la madre, Y las fantasías sádicas con respecto a las mujeres. Aunque dichas fantasías aparecieron a veces en la transferencia de manera directa pronto pasaron a ocupar un segundo plano a medida que el análisis co~ menzó a girar alrededor del ideal paterno y no se vieron reactivadas de manera significativa durante la fase de terminación. lA qué se debe que las estructuras defensivas desempeñaran un papel comparativamente secundario en la personalidad del señor M. y que, por ende, resultara comparativamente fácil manejarlas a medida que se elaboraba la transferencia especular inicial? ¿y por qué las configuraciones defensivas más claramente definidas, como el sadismo del señor M. para con las mujeres, se expresaban sobre todo a través de fantasías Y no de la experiencia concreta? Para responder a estas preguntas espe-
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cíficas es necesario examinar un problema más general: por qué algunas personas exoactúan al tiempo quE::l otras crean cambios endopsíquicos. En el campo de nuestro interés central, es necesario examinar la diferencia entre trastornos narcisistas de la personalidad y trastornos narcisistas de la conducta. Tal tarea -incluyendo la respuesta a la pregunta específica sobre por qué el trastorno del señor M. correspondía más a la primera categoría que a la segunda- se emprenderá más tarde (véanse págs. 138-141). Aquí me limitaré a decir que, a pesar de sus deficiencias, la relación del señor M. Con su padre y, por ende, las estructuras compensatorias de su personalidad con que habían surgido de la matriz de esa relación, habían logrado, por lo menos en parte, proporcionarle un sostén narcisista. Lo menos que se puede decir es que la relación con el padre idealizado debe haberle proporcionado la esperanza de ser capaz aún de encontrar maneras confiables de obtener satisfacciones narcisistas aun cuando no podía confiar en que la imago materna respondería con alegría autoconfirmadora a su despliegue narcisista. Aunque la curación del trastorno narcisista de la personalidad en el caso del señor M. no se logró de manera exclusiva, o siquiera predominante, mediante la curación de la deficiencia estructural primaria en su sí-mismo (después de analizar las estructuras defensivas), durante la primera parte del análisis la labor se había centrado en este sector de la personalidad del paciente. Y durante esta fase el señor M. llegó a comprender cada vez más, por ejemplo, que sus fantasías sádicas cumplían propósitos defensivos. Pudo reconocer que no constituían expresión de tendencias instintivas autónomas, sino que se movi !izaban como reacción a heridas narcisistas que creía haber sufrido, que aparecían en la transfereneia como respuesta a alguna actividad del analista (interpretaciones inadecuadas o inoportunas, por ejemplo) en las que percibía falta de empatía. Por un lado, las fantasías sádicas expresaban su rabia narcisista y, por el otro, lo protegían de la conciencia penosa de depresión y escasa autoestima. Así se obtuvieron algunos beneficios anal íticos en el área de la deficiencia primaria del señor M.: los procesos de elaboración de esta fase del análisis (una transferencia especular primaria) llevaron a internalizaciones, es decir, a adquirir un mínimo de autoaceptación y autoestima sólidas y alltogeneradas. Con todo, la investigación de este sector de su personalidad todavía estaba incompleta, ya que las capas más profundas de su sí-mismo deficiente (depresivo, letárgico, "muerto", el sí-mismo de su permanencia en el orfanato) nunca se pusieron plenamente de manifiesto en la transferencia. Y creo que se justifica llegar a la conclusión de que la labor analítica realizada en este sector no podía explicar el notable progreso en cuanto al bienestar psicológico que finalmente logró el señor M. a través del análisis, ni justificar la aceptación por parte del analista de que el deseo de terminar el tratamiento era legítimo. En otras palabras, los resultados logrados en el campo de las estructuras defensivas del señor M. y de la deficiencia primaria de su sí-mismo, no podían haberlo llevado a reconocer que se iniciaba un estado de equilibrio interno más o menos confia-
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l>lo, rnconocimiento en que se basaba su deseo de terminar. Y el carác1or espurio de una decisión de terminar el tratamiento en tales condiciorws so habría hecho evidente porque las actividades defensivas -fanl
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sí-mismo rechazado y debilitado con la ayuda de fantasías de admiración obtenida por medios sádicos y se volcó al intento exitoso de proporcionar al sector sano de su sí-mismo patrones para la expresión creativa.
OTROS EJEMPLOS CLINICOS
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Al concluir mi examen de las constelaciones genético-dinámicas que surgieron en el análisis del señor M. en relación con su decisión de terminar el tratamiento, me acerco al final de la primera parte de esta presentación, en la que tuve como fin demostrar la posición especial de las estructuras compensatorias en la personalidad y proporcionar así una base clínica concreta para las consideraciones generales más abstractas incluidas en algunos de los capítulos siguientes. Permítaseme completar esta parte de mi trabajo describiendo en forma breve a otros dos pacientes cuya psicodinámica se asemeja a la del señor M. El primer caso se refiere al análisis del señor U .. un hombre soltero de poco más de cincuenta años, potencialmente brillante pero en la práctica profesor adjunto, no demasiado exitoso, de matemática, en una universidad pequeña. Su principal síntoma, una perversión fetichista, no había cedido a los prolongados esfuerzos de dos analistas previos quienes, según el paciente, parecían haber centrado su atención en sus ansiedades edípicas y, siguiendo la formulación clásica, habían interpretado la significación del fetiche sobre la base de una negación (escisión en el yo) (Freud, 1940, pág. 277), motivada por la ansiedad de castración, de que la mujer (la madre) no tenía un pene (Freud, 1927a, págs. 156-157). En su análisis conmigo, sin embargo, el material asociativo concerniente al fetiche y su significación se ordenó de manera distinta. Las preocupaciones fetichistas del paciente habían surgido como reacción a una deficiencia estructural primaria en su sí-mismo grandioso debido a una respuesta especular deficiente por parte de la madre, una mujer carente de empatía, de conducta imprevisible, y emocionalmente superficial. Según se pudo reconstruir en la transferencia, y mediante el examen de la conducta posterior de la madre (con sus nietos, los hijos del hermano menor del paciente), aquélla había hecho sufrir al paciente oscilaciones intolerablemente intensas y súbitas de su autoestima nuclear. En innumerables ocasiones se dedicaba por completo al niño -acariciándolo en exceso, atenta a cada matiz de sus necesidades y deseos- para apartarse luego de él en forma repentina, sea porque dedicaba toda su atención a otros intereses o porque, de manera grosera y grotesca, interpretaba erróneamente sus necesidades y deseos. El paciente se había apartado temprano de los efectos traumáticos de la conducta imprevisible de su madre para refugiarse en el contacto tranquilizador con ciertos materiales (como medias de nylon, ropa interior de nylon) que abundaban en su hogar. Esos objetos eran confiables, constituían un destilado de bondad y respuesta materna. El material transferencia! también aludió a la existencia de sustitutos previos 52
(pre-fetichistas) del objeto-del-sí-mismo no confiable: solía tocar simultáneamente ciertos sustitutos suaves del objeto-del-sí-mismo (el borde sedoso de una manta) y acariciarse su propia piel (el lóbulo de la oreja) y también el cabello, creando así una situación psicológica de fusión con un objeto-del-sí-mismo no humano que controlaba por completo, privándose así de la oportunidad de experimentar los fracasos óptimos que contribuyen a la formación de estructuras, de un objeto-del-sí-mismo humano. La labor crucial en el análisis no tuvo que ver con el sustituto del objeto-del-sí-mismo materno, el fetiche, sino con. la imago idealizada, el padre. Ya en la temprana infancia el paciente había tratado de asegurar su equilibrio narcisista renunciando al intento de.lograr la confirmación de su sí-mismo con la ayuda de la empatía no confiable de la madre y ·tratando de fusionarse con su padre idealizado, quien (como sucedía
!"
con el padre del señor M.) era excelente en matemática (y también un \'· \\"· muy buen jugador de ajedrez) y se interesaba por la lógica abstracta. X\-.: Pero el padre del señor U.. al igual que el del señor M., no pudo responder en forma adecuada a las necesidades de su hijo. Era un hombre egocéntrico, vanidoso y rechazaba los intentos de su hijo por acercarse a él, privándolo de la necesaria fusión con el objeto-def-sí-mismo idealizado y, por ende, de la oportunidad de un reconocimiento gradual de las deficiencias del objeto-del-sí-mismo. Por consiguiente, él había permanecido fijado a dos series de respuestas opuestas frente a los ideales, respuestas que repetía una y otra vez como parte de la transferencia idealizadora secundaria que prevaleció durante la mayor parte de su análisis. Se sentía deprimido y desesperanzado frente a un ideal inalcanzable, o bien pensaba que el ideal carecía de valor y que él mismo, en su granc;Jiosa arrogancia, era muy superior a aquél. Tales oscilaciones en la autoestima del señor U. eran el resultado de no haber alcanzado la internalización gradual y, por ende, segura, de la imago parental idealizada. La imposibilidad de establecer ideales confiables, que habrían regulado su auto.estima, tuvo este otro resultado: debido a su necesidad de aumentar su autoestima, se intensificó su fijación en el fetiche-madre. Empero, la transferencia misma nunca restableció el interés temprano por los objetos-del-sí-mismo tranquilizadores durante períodos suficientemente prolongados, por lo cual no se logró una elaboración completa de las deficiencias estructurales en el sí-mismo resultantes de las privaciones a que Jo sometió su madre. A pesar de ello, el paciente logró una recuperación satisfactoria: perdió interés por el fetiche y, luego de elaborar durante varios años las desilusiones por la falta de respuesta del padre idealizado, pudo dedicarse con intensidad (y mayor éxito que antes) a sus actividades profesionales, que ahora le proporcionaban un marco confiablemente idealizado para la experiencia de la alegría de la autoexpresión. Debería agregar aquí que el interés del señor U. por el fetiche no desapareció gracias a la introvisión: el fetiche se hizo menos importante. Este cambio se produjo no sólo como consecuencia de su mayor capacidad para obtener una sensación de mayor autoestima a través de las respuestas de mujeres empáticas, sino
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también, y sobre todo, porque sus ideales internalizados se fortalecieron y así pudo experimentar mayor alegría en la autoexpresión creativa a través de su labor profesional En términos de la conducta, la obsesión fetichista del señor U. ha-· bía disminuido por la época de la terminación hasta el punto de desempeñar un papel mucho menos significativo en su vida -el fetiche había perdido su magia, tal como lo expresó el paciente-, pero no había desaparecido por completo. Desde luego, me resulta imposible demostrarlo, pero supongo que el éxito del análisis habría sido mayor sí el paciente no hubiera tenido ya poco más de cincuenta años cuando comencé a tratarlo. 11 El segundo ejemplo clínico que demuestra la importancia de la rehabilitación de las estructuras compensatorias en el curso de la terapia corresponde al análisis de la señorita V., una mujer soltera de cuarenta y dos años, artista talentosa pero improductiva, que había iniciado su análisis debido a episodios recurrentes de depresión vacía bastante severa, pero no psicótica. El tratamiento de la señorita V. terminó hace más de diez años, cuando yo apenas comenzaba a reconocer que los pacientes con trastornos narcisistas de la personalidad desarrollaban una serie de transferencias características particulares y, por ende, son analizables. En los últimos años, luego de acumular considerable experiencia clínica en este campo, analicé a otros dos pacientes con episodios recurrentes de depresión vacía no psicótica -es decir, episodios depresivos en los que los sentimientos de culpa y/o los autorreproches no desempeñaban ningún papel significativo-, dos mujeres cuya personalidad no era muy distinta de la de la señorita V. También en el caso de estas dos pacientes la génesis del trastorno parecía ser más o menos similar. Empero, no puedo estar totalmente seguro con respecto a los factores genéticos porque el tratamiento no alcanzó capas suficientemente profundas como para permitir la reconstrucción confiable de las constelaciones relevantes en la infancia. La deficiencia primaria en la estructura de la personalidad de la señorita V. -dinámicamente relacionada con los períodos de prolongado debilitamiento de su sí-mismo cuando se encontraba letárgica, improductiva y, de hecho, se sentía carente de vida- se relacionaba genéticamente con la interacción con la madre en la infancia. La madre que, al igual que la paciente, sufría depresiones periódicas, era una mujer emocionalmente superficial e imprevisible; además del trastorno afectivo periódico del que padeció en forma cada vez más intensa durante toda su vida, ciertos rasgos esquizoides, ya presentes durante la infancia de la paciente, resultaban inconfundibles. Para diversión, y a veces fas-
11 Addendum: Mientras preparaba la versión de este manuscrito, recibí en forma accidental cierta información indirecta que me llevaba a creer, aunque no puedo estar seguro, que incluso mi disimulado optimismo con respecto al resultado del análisis del señor U. puede haber sido exagerado.
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tidio, de quienes la rodeaban, solía decir desatinos, que sin duda constituían manifestaciones de un leve "trastorno del pensamiento y la afectividad en un marco de clara conciencia" ( Bleuler, 1911). La madre de la paciente aún vivía durante el análisis de esta última y la interacción entre ambas era bastante frecuente (véanse págs. 23-24), por lo cual se pudo hacer una evaluación de la personalidad de la madre, que sugirió una esquizofrenia fronteriza. 1 2 . Cualquiera haya sido la categoría diagnóstica exacta a la que correspondía el trastorno de la madre, resulta claro que, siendo niña, la paciente había estado expuesta a desengaños traumáticos por parte de aquélla, cúyas respuesta especulares no sólo habían sido casi siempre insuficientes (totalmente ausentes o chatas), sino también a menudo deficientes (bizarras y caprichosas) porque estaban motivadas por la percepción errónea que la madre tenía de las neoesidades de la niña o por- sus propios requerimientos, que resultaban ininteligibles para la hija. En verdad, el término "ininteligible" abarca sólo parte de la influencia patógena de las exigencias maternas. Aunque cuando se sentía depri-
12 El reconocimiento de una psicopatla parental seria (pero latente y negada) hace necesario que el analista se mantenga alerta a ciertos indicios. La presencia de un trastorno severo en la madre de otra paciente, por ejemplo, cuya configuración psicológica era similar a la de la señorita V., se pudo establecer gracias a que el analista prestó atención a un rasgo aparentemente trivial en la conducta de la madre, un tipo particular de beso, que la paciente mencionó al pasar. Sin embargo, la reacción de la paciente frente a esos besos -besos resbaladizos, como lapaciente los llamaba- fue la primera indicación de su percepción (negada) de la chatura emocional generalizada de la madre. Esos besos constituían una manifestación de la seudoafectividad de la madre, es decir, en términos estructurales, no expresaban emociones profundas sino que se iniciaban en una superficie · psíquica que no estaba en contacto con el sí-mismo nuclear activo. (Véase la teorla de Freud sobre los neologismos esquizofrénicos, 1915). El examen de la conducta inadecuada y, en particular, de los desatinos como los de la madre de la señorita V., proporciona a veces un primer indicio de que el progenitor aparentemente sano desde el punto de vista psicológico está en realidad muy perturbado. En el caso del señor D., por ejemplo, (véase Kohut, 1971, ,págs. 149 y 257), los primeros indicios en cuanto al serio trastorno de la personalidad de la madre se obtuvieron a través del examen de dos de los recuerdos del paciente sobre ePcon respecto a cuestiones que a.1 principio parecieron inocuas. Mencionó que _ madre jugaba mucho al bridge y hacía bromas que provocaban la risa a todor La investigación de esa actividad permitió reconocer que la madre se encontraba.totalmente aislada de la familia descle el punto de vista emocional, incluyendo al paciente. Los naipes constituían una pared detrás de la cual se ocultaba. Y la investigación de las supuestas "bromas" permitió reconocer que debe de haber padecido de un trastorno del pensamiento. El señor D. mencionó cierto día, aparentemente al pasar, que durante un encuentro deportivo en la escuela secundaria en el que encantada y sorprendida ante la había participado, su m_adre se mostró "coincidencia" de que los jugadores de cada equipo estuvieran vestidos de manera similar. Gracias al examen de las implicaciones de este re, •erdo -contra la acentuada insistencia del señor D. -se descubrió por primerá vez en el análisis la presencia de un serio trastorno crónico en la personalidad de la madre.
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mida la señorita V. se sent(a oprimida por sentimientos de culpa con contenido verbalizable específico, las depresiones provocadas en la transferencia permitieron inferir que, siendo una niña muy pequeña, debe haber tenido la sensación de que todo su mundo le planteaba exigencias que no podía satisfacer. Si hoy tuviera que formularle una interpretación, le diría que podría obtener respuestas especulares positivas del medio si lograra aliviar primero la depresión de la madre. Por ende, las depresiones de la señorita V. eran en parte la repetición de su profundo sentimiento de fracaso frente a esta exigencia de una madre deprimida. O bien. desde un ounto de vista algo distinto, abrigaba la convicción de que el objeto-del-sí-mismo materno no le proporcionaría aceptación y aprobación capaces de realzar su autoestima a menos que ella, la pequeña niña, pudiera primero satisfacer las necesidades similares de la madre. La propensión al debilitamiento periódico del sí-mismo de la señorita V. se estableció así en la temprana infancia dentro de la matriz patógena de su relación con la madre especular. Empero, la señorita V. había sido una niña fuerte y bien dotada que no renunció a la lucha por la superviviencia emocional. En su intento por librarse de la relación patógena con la madre, se había apegado con gran intensidad al padre, un fabricante exitoso con talentos y ambiciones artísticas frustradas y que, en general, respondía a las necesidades de su hija. Así su relación con el padre se convirtió en una matriz a partir de la cual la señorita V. desarrolló aquellos intereses y talentos -en términos de la teoría clínica, aquellas estructuras compensatorias- que en última' instancia la llevaron a elegir su carrera. Y a partir de esa relación surgieron también las metas idealizadas que estimularon el potencial creativo de su sí-mismo. En otras palabras, la relación con su padre idealizado le proporcionó el esquema de una estructura internalizada -un ideal paternal- que constituyó una fuente potencial de sustento para su sí-mismo. Al crear obras de artes no trataba de realizar una fantasía edípica (darle hijos al padre) como yo había pensado al comiemo. Y su falta de productividad no se debía a la culpa (con respecto a un deseo incestuoso), tal como originalmente supuse. Sus actividades artísticas representaban un intento por vivir a la altura de un ideal paterno de perfección, al tiempo que su fracaso preanal ítico en este sentido no se debía a ningún conflicto estructural paralizante, sino a que sus ideales no habían sido suficientemente internalizados y consolidados. Por lo tanto, la transferencia no reactivó la psicopatología edípica, sino un trastorno del sí-mismo. Y, además, durante las fases más importan1es del análisis, la elaboración no estuvo centrada, como cabría esperar, en la deficiencia estructural primaria de su sí-mismo (psicopatología correlacionada con la deficiente capacidad de respuesta de la madre) siro, durante una transferencia idealizadora secundaria, en las estructuras compensatorias insuficientemente establecidas (psicopatología correlacionada con las fallas del padre). Y el éxito parcial del análisis -sus reacciones depresivas no desaparecieron por completo pero sí se hicieron menos severas y más breves- se debió, por ende, no a la curación
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de la deficiencia primaria en el si-mismo sino, como comprendo ahora retrospectivamente, a la rehabilitación de las estructuras compensatorias. En términos más específicos, las repeticiones transferencia les decisivas se referían a acontecimientos de la infancia en que el padre mismo aparecía tan decepcionado por la chatura emocional frustradora de su mujer y su falta de empatía que también él parece haber pasado por períodos depresivos durante los cuales su hija no pudo contar con él desde el punto de vista emocional. No estoy seguro de que se haya deprimido ocasionalmente durante la infancia de la paciente; sin embargo, a partir de las reacciones transferenciales de esta última pudimos reconstruir que se retrala, sobre todo permanedendo fuera del hogar (huyendo de la madre y refugiándose en su trabajo o en la práctica del golf con sus amigos), en el preciso momento en que su hija más lo necesitaba, cuando la madre estaba deprimida y la hija esperaba que su padre admirado e idealizado se erigiera como una fortaleza contra la atracción hacia el letargo que emanaba de la madre y amenazaba con absorber la personalidad de la niña.
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11 lNECESITA EL PSICOANALISIS UNA PSICOLOGIA DEL SI-MISMO?
SOBRE LA OBJETIVIDAD CIENTIFICA
En el capítulo previo presenté material clínico para fundamentar la tesis de que cabe considerar que un análisis se ha completado cuando, mediante el éxito en el área de las estructuras compensatorias, ha establecido un sí-mismo activo, un sector psicológico en que las ambiciones, las aptitudes y los ideales forman un continuo ininterrumpido que permite la actividad creativa alegre. La definición de curación psicoanalítica implícita en esta aseveración debe evaluarse ahora en relación con las definiciones que los analistas aceptan tradicionalmente. Antes de entrar en detalles, permíta$eme destacar que me preocupa aqui' un principio en particular: no me interesan los problemas planteados por términos tales como sabiduría analítica, eficacia razonadª, etc., aun cuando no dejo de reconocer su relevancia el ínica y también el hecho de que quizás evitaría muchas dificultadés si me ocupara principalmente de ellos, en la medida en que a ningún analista se le ocurriría afirmar que ha analizado jamás a una persona por completo en todos los sectores de su personalidad o que debe siquiera tratar de alcanzar semejante perfección. Lo que st' me interesa aquí es el problema planteado por el hecho de que hablo de una terminación válida de un análisis que, en términos de estructuras, no ha tratado todas las capas de la patología esencial del paciente y que, en términos de cognición, no ha logrado anular todas las amnesias infantiles, esto es, ampliar el conocimiento concerniente a todos los hechos de la infancia que están genética y dinámicamente relacionados con la psicopatolog ía de la que padece el paciente. Desde luego, Freud estaba convencido de que el psicoanálisis ejercía un efecto saludable sobre el paciente, de que constituía un proceso
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cuyo ímpetu debía mantenerse, y que se debía llegar tan lejos como fuera posible. Pero, si bien bosquejó los elementos esenciales de este proceso que, dicho en forma breve, puede definirse sea en términos de cognición, tal como hacer consciente lo inconsciente, o en términos de estructuras, como ampliar el dominio del yo, jamás formuló -por lo menos no con seriedad cientffica, es decir, en términos teóricos- su convicción en cuanto al efecto saludable del análisis en la forma de una afirmación de que el psicoanálisis cura las enfermedades psicológicas y establece la salud mental. Los valores de Freud no eran básicamente valores vinculados con la salud. Creía en la conveniencia intrínseca de saber tanto como fuera posible: a través de la convergencia y el refuerzo mutuo de la cosmovisión dominante de su época y de algunas preferencias personales (sin duda determinadas por experiencias de los primeros años de su vida) que transformaban esa cosmovisión científica en su propio imperativo categórico personal, su religión personal, estaba intransigentemente dedicado a la tarea de conocer la verdad, enfrentar la verdad y ver la realidad con claridad. Una de las anécdotas más conmovedoras en la vida de Freud se refiere a este aspecto profundamente arraigado de su personalidad. Cuando se enteró de que existían ciertas dudas sobre si debían informarle o no de que padecía de un cáncer maligno, respondió con una manifestación de rabia hondamente sentida. ¿Qué derecho tiene nadie a ocultarme ese conocimiento?, preguntó, descartando por, completo la posibilidad de que la bondad y la preocupación y no una arrogancia condescendiente hubieran determinaGlo los breves instantes de duda con respecto a enterarlo de esa terrible verdad (et. Jones, 1957, pág. 93). Los trabajos de Freud ofrecen una plétora de pruebas ( 1927b; 1933; capítulo 25) que demuestran que su valor supremo era el valor del realismo valeroso, el de enfrentar la verdad con valentía. Su rabia ante el mero hecho de que alguien hubiera considerado siquiera la Posibilidad de ocultarle una verdad importante podría interpretarse, desde luego, de muy diversas maneras. Muchas personas de formación analítica se inclinarían, según creo, a sospechar que la cólera expresada no era más que un sustituto de la rabia que sentía por tener una enfermedad maligna y tener que enfrentar la muerte, es decir, que ahora podía expresar esa rabia porque le resultaba posible justificarla como una reacción frente a la posibilidad de que le hubieran ocultado la verdad. Estoy convencido de que la explicación es muy distinta. Creo que el núcleo del sí-mismo de Freud se relacionaba más con la función de percibir y pensar y conocer que con la supervivencia física, y que su si'-mismo nuclear se sentía más amenazado por el peligro de que se le ocultara algún conocimiento que por el peligro de la destrucción física. La dedicación de Freud a la verdad es admirable y, vista en forma aislada, está fuera de. toda discusión. Además, a través de nuestra identificación con él, se ha convertido en el más importante valor de los analistas. Con todo, la influencia ejercida por la primacía de los valores tendientes a ampliar el conocimiento sobre las teorías y el enfoque te59
rapéutico del psicoanálisis, nos obliga, a pesar de nuestra renuencia, a volver a examinarlo, a cuestionar su extraordinario poder sobre nuestro pensamiento, porque ha llegado a convertirse en un factor de limitación cuando tratamos de captar formas de psicopatología Y modos de curación que quedan excluidos c;uando se utiliza el punto de vista clásico. Por fascinante que sea la tarea, -y potencialmente valiosa si_ se la maneja en forma adecuada, sine ira et studio- n_ie propon~o deiar de lado la investigación del factor personal, en part1cu~ar la busqu_eda_ ?e datos genéticos que permitirían explicar por qué la intensa ded_1a:~1on de Freud a la verdad desnuda, por dolorosa que fuera, se conv1rt10 en un atributo tan importante de su personalidad. En cambio, m~ oc~ paré de examinar la posición de Freud como rep:esenta~te de la c1enc1a del siglo pasado, en particular con respecto a la influencia que su trabajo "Una concepción del universo" (1933) ejerció sobre la forma, el contenido y el alcance de sus teorías. ., . Freud dio esta significativa respuesta a la observac1on de Ludwig Binswanger en el sentido de que su personalidad (la de Freud) se caracterizaba por una desmedida voluntad de poder: "No me atrevo a contradecirlo con respecto a la voluntad de poder, pero no tengo conciencia de ella. Sospecho desde hace mucho que no sólo el contenido reprimido de la psiquis, sino también el núcleo más ~rof~ndo de nu~s tro yo es inconsciente, aunque no incapaz de, conc1e~c1a. De esto _infiero que la conciencia es, al fin de cuentas, solo un organo sensorial, dirigido hacia el mundo externo, de modo que siempre está ligado a un~ parte del yo (en la terminología moderna, el sí-mismo) que no se percibe" (Binswanger, 1957, pág. 44). , . Considero que esta afirmación -la de un hombre que hab1~ investigado su propia vida interior, incluyendo las contratransfere_nc1a,s ~ue pueden oscurecer .o distorsionar la visión del observador ps1colog1co, de manera más amplia y profunda que cual~uier o,t~o homb~e a~t~s que. él- constituye la expresión cabal de la actitud bastea del c1entrf1co de su época. Es la afirmación de un hombre del Renacimiento, de la-era del Iluminismo, de la ciencia del siglo XIX. Son las palabras del homb~e que se ha convertido en pura visión, una visión que explica el pensamiento. Es la afirmación del hombre de la observación empírica lúcida ~uyos procesos mentales están puestos al servicio de su orgulloso realismo. Es una expresión que está en plena armonía con el hecho de que un aspecto de la posición básica del científico clásico del siglo _XIX era la clara diferencia entre observador y observado o, para decirlo de manera más concisa, la expresión en términos teóricos del ideal de objetividad científica. Evaluado desde este punto de vista, Freud dio el paso final que aún podía dar la ciencia "objetiva": investigó la vida interior del hombre, incluyendo, muy en particular, la propia. Pero; y aquí su~ge_ e_I problema crucial, escudriñó la vida interior del hombre con la obJet1v1d~d d~ _un observador externo, es decir, desde el punto de vista que el c1ent1f1co
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de su época había perfeccionado en relación con el medio externo del hombre, en las ciencias biológicas y, sobre todo, en la física. La adopción de esta postura básica ejerció una profunda influencia sobre la formación del marco teórico del psicoanálisis. Tal como los grandes físicos y biólogos de su tiempo observaban el campo físico y biológico, hacían abstracciones y generalizaciones a partir de sus observaciones y formulaban el nexo entre sus datos en términos de la interacción de fuerzas químicas y mecánicas, así también Freud, al idear el marco conceptual de un aparato mental alimentado por impulsos -es decir, por fuerzas que intentan expresarse, obstaculizadas por contrafuerzas y en conflicto entre sí- creó el magnífico edificio explicativo de la metapsicología psicoanalítica. Fue, y es, un marco explicativo que permite la ampliación y el cambio (de la teoría topográfica a la estructural, de la teoría de la libido a la psicología del yo). Y es un marco particularmente adecuado para la explicación de ciertos fenómenos que se presentaban con gran frecuencia al observador de comienzos del siglo: las neurosis estructurales y, sobre todo, la histeria. Pero, por pertinentes que sigan siendo las conceptualizaciones teóricas de Freud con respecto a las neurosis estructurales y a otros fenómenos psicológicos de construcción si mi lar, no son, como este trabajo se propone demostrar, bastante relevantes con respecto a los trastornos del sí-mismo y otros fenómenos psicológicos incluidos en el dominio de la psicología del sí-mismo -fenómenos que requieren para su observación y explicación una objetividad científica de base más amplia que la del científico del siglo pasado-, una objetividad que incluye la observación introspectivo-empática y la conceptualización teórica del sí-mismo participante. Aunque me fascina comprobar que también la física moderna ha pasado de la observación del mundo en términos de grandes masas y su interacción a la observación de partículas, y de una clara separación entre el observador y lo observado a una actitud que considera al observador y a lo observado como una unidad que, en principio, en ciertos aspectos no resulta divisible (véanse págs. 31 y siguientes), sé muy poco sobre física moderna como para apoyarme en esta analogía, pero creo que puedo proporcionar suficientes pruebas dentro del campo psicológico -comenzaré mi tarea haciendo una reevaluación del concepto de impulso y la teoría de los impulsos- como para afirmar la relevancia de la psicología del sí-mismo.
LA TEORIA DE LOS IMPULSOS Y LA PSICOLOGIA DEL SI-MISMO
Empezaré por comparar mi punto de vista con el de Franz Alexander, quien se adhirió de manera más clara e inequívoca quizás que cualquier otro analista en los últimos tiempos, a la teoría clásica de los impulsos. Para él la mente humana es un campo en el que fuerzas en gran escala apuntan en diversas direcciones específicas (véase, por ejemplo,
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su teoría de los vectores, [1935]), y explica la psicopatología como resultado del conflicto entre los impulsos y de conflictos concernient~s a ellos y sus exigencias. En todos estos contextos, le interesa~ en part1cu.: lar las vicisitudes del impulso oral y señala (véase su trabajo de 1956) que las actitudes transferencias preedípicas diádicas, en particular el aferramiento oral del paciente al analista, constituyen en muchos casos evaluaciones regresivas destinadas a evitar las penurias Y ansiedades emocionales de la transferencia central, que es edípica y triádica. Como proposición teórica, el aspecto positivo de la posición d~ A!e.xan~er es inexpugnable. su formulación afirma con respecto a la s1gnif1cac1on de la oralidad regresiva lo que la formulación clásica (véase Freud, 1909, pág. 155; 1913a, pág. 317 ;1917b, págs. 343-344; 1926, págs. 113-116) señalaba con respecto a la significación de la analidad regresiva en la neurosis obsesivo-compulsiva. Empero, el énfasis el ínico de Alexa~der era erróneo, porque su comprensión de un gran número de los fenomenos que intentaba explicar dentro de los límites del marco conceptual de la psicología de los impulsos y el modelo estructural de. la mente era insuficiente. Casi todos los casos de conducta de aferramiento oral que Alexander rechazaba como actitudes infantiles adoptadas preco.~s ciente 0 conscientemente por el paciente para evitar la confrontac1on con el rival edípico y el temor a su venganza, en realidad no pueden describirse en forma adecuada dentro del mar~o concep:ual d~I modelo estructural de la mente y en la terminolog1a de la ps1colog1a de los impulsos. En casi todos los casos -por cierto que en. los casos a los que me refiero como trastornos narcisistas de la personalidad- :al co~~ucta no constituye la manifestación de una actitud de fingido 1nfanti11smo, sino la expresión de las necesidades de un estado arcaico; se vuelve comprensible cuando se lo entiende, dentro. del m~;co conce~t~a 1 de un~ psicología del sí-mismo, como una manifestac1on de narc1s1smo a~ca1co, en particular, como la expresión de las necesidades transferenc1ales narcisistas. Incluso cuando Alexander acepta que el intenso apego de. un paciente con respecto al analista puede no ser básicamente defensivo, lo explica como una fijación de los impulsos a metas orales Y una d.etención en el desarrollo yoico, lo cual implícita y explícitamente exige al paciente que suprima y abandone esas metas pulsionales en la forma más rápida y completa posible y lo exhorta a crecer. . . El intento de explicar las manifestaciones transferenc1ales activadas en el análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad con ayuda de la psicología de los impulsos y del marco conceptual del modelo estructural de la mente -defensas versus impulsos, el yo versus el ello'.. la maduración de los impulsos versus la regresión de los impulsos (o f.1i,ación de éstos); desarrollo del yo versus regresión del yo (.o detenc1on en el desarrollo)- puede compararse al intento de explicar, d~ntro del marco de la estética, la belleza o fealdad de un cuadr?. mediante el examen de los tipos y la distribución de los pigmentos util.1zados por el pintor, 0 bien, dentro del marco de la crítica literaria, al intento ~e explicar el éxito o el fracaso de una novela estu~iando el vocabulario la estructura sintáctica utilizada por el autor. Sin duda, hay casos en 0 62
los cuales tales exámenes nos permiten hacer descubrimientos importantes, pero por lo general el crítico de arte experimentado se ocupa de aspectos más complejos de la obra de arte y no de las simples unidades mencionadas. Estudiar los trastornos del sí-mismo a partir de la metapsicolog ía clásica puede compararse, para el lector con formación médica, con el intento de explicar las complejidades de la fisiología humana en la salud y en la enfermedad dentro del marco de la química inorgánica. De hecho, existen casos excepcionales (hipotiroidismo debido a deficiencias de yodo, por ejemplo) cuya etiología y tratamiento pueden formularse en términos de la química inorgánica, pero incluso en estos casos tal enfoque no abarca toda la complejidad del trastorno bioquímico. Y lo mismo puede decirse con respecto a casos excepcionales de trastornos del sí~mismo. Aunque creo que la psicopatología de las personalidades "oral-dependientes" difusamente perturbadas en la gran mayoría de los casos no está incluida en la formulación que hace Alexander de una secuencia de temores edípicos y oralidad defensiva -ni siquiera cuando refinamos esta formulación con las armas conceptuales de los enfoques más avanzados de la moderna psicología del yosino que sólo la aplicación de la psicología del sí-mismo nos ofrece un marco conceptual satisfactorio, pueden muy bien existir casos excepcionales de este tipo susceptibles de una conceptualización adecuada en estos términos clásicos. En otras palabras, hay casos en que los recursos terapéuticos pueden sin duda aplicarse en forma adecuada y eficaz en el momento del complejo de Edipo y en los que el resto de la psicopatología, por difundida que esté, puede ceder como consecuencia de la solución del conflicto nuclear que ha sido objeto central del tratamiento. Además, pueden existir otros casos en que un trastorno primario del sí-mismo se alivia en el curso de un análisis, aunque el marco conceptual del analista sea inadecuado, es decir, aunque no se haya tenido en cuenta al sí-mismo y su patología y no se hayan iniciado intencionalmente los procesos de elaboración pertinentes que contribuyen a construir estructuras. En mi opinión, la mejoría del trastorno del paciente en tales casos se debe a respuestas por parte del analista que éste considera periféricas y quizás importantes sólo desde el punto de vista táctico, pero no significativas en el plano teórico para las actividades interpretativas esenciales a las que atribuye el éxito de la terapia. En otras palabras, creo que las respuestas adecuadas a la patología del sí-mismo primario se han dado en el pasado, a veces con renuenciq e incluso con culpa, en el caso de una serie de analistas intuitivos, y con buenos resultados. Para el analista, sin embargo, esas actividades analíticas constituían una expresión de "tacto" analítico o bien se justificaban diciendo que contribuían a mantener una alianza de trabajo terapéutica, pero al tiempo que explicaba la reconstitución del sí-mismo como la consecuencia de las interpretaciones vinculadas a los conflictos estructurales del paciente. Volviendo a la interpretación que hace Alexander de la personalidad oral-dependiente de acuerdo con la teoría freudiana de la relación complementaria entre regresión y fijación de los impulsos (1917b, págs. 63
340-341), debemos considerar ahora los casos en que, según Alexander, la explicación adecuada del trastorno grave del paciente es la fijación de los impulsos y no una retirada frente a las ansiedades del complejo de Edipo. Sobre bases puramente teóricas resulta imposible descartar laposibilidad de que tales casos existan realmente; es decir, de que haya casos excepcionales en los que un trastorno del sí-mismo pueda superarse mediante el enfoque analítico que supone que la psicopatología es la manifestación (1) de una fijación de los impulsos en puntos de fijación orales y (2) de una correspondiente detención en el desarrollo del yo, como consecuencia de gratificaciones infantiles a las que se ha vuelto adicto el yo inmaduro del paciente, centrado en el placer. Pero, si bien creo que existen casos excepcionales en los que un analista empático puede lograr la curación de una patología del sí-mismo primario en el curso de un análisis planteado en términos de infantilismo yoico como consecuencia de una retirada frente a la ansiedad de castración, no puedo imaginar que una curación analíticamente válida de un trastorno del sí-mismo primario pueda ser lograda, incluso en forma fortuita, por un analista que trata al paciente sobre la base de su convicción de que aquél ha permanecido fijado al impulso oral. Estoy convencido 1 de que tales casos no se presentan en nuestros consultorios y de que un analista que formula la patología del sí-mismo de su paciente en estos términos será para el paciente una persona por completo carente de empatía que, en el mejor de los casos, logrará un resultado educacional, es decir, la formación de capas psicológicas maduras (estructuras defensivas) sobre la base de la identificación grosera del paciente con el terapeuta. Si tales casos existieran, su etiología tendría que buscarse en las actitudes de padres que, por un lado, se mostraron complacientes con los impulsos pregenitales del niño y, por el otro, bloquearon las exigencias de sus necesidades fálico-genitales. No creo que un bloqueo tan decisivo de los impulsos en maduración del niño pudiera ser producido por padres que mantienen un contacto empático ,incluso mínimo, con las aspiraciones del hijo con respecto a la maduración. Mi experiencia el ínica con pacientes cuyos trastornos severos de la personalidad habría atribuido antes una fijación de la organización de los impulsos a un nivel temprano del desarrollo (oralidad) y al infantilismo crónico concomitante de su yo, me ha enseñado que la fijación de los impulsos y las deficiencias yoicas generalizadas no son primarias desde el punto de vista genético ni centrales desde el punto de vista dinámico-estructural en relación con la patología. Es el sí-mismo del niño el que, como consecuencia de las respuestas empáticas seriamente per-
1 Las etapas avanzadas en la adicción 'crónica pueden dar la impresión de una fijación pura del impulso y de infantilismo total del yo, pero la desorganización de la personalidad y los cambios orgánicos que ya han tenido lugar impiden hacer una evaluación confiable de la génesis del trastorno, en particular de la naturaleza de las necesidades psicológicas que el paciente intentó originalmente satisfacer.
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turbadas de los padres, no se ha podido establecer con firmeza, y es el sí-mismo debilitado y propenso a la fragmentación el que, en el intento de asegurarse de que está vivo, incluso de que existe siquiera, se vuelca defensivamente hacia metas de placer a través de la estimulación de las zonas erógenas y luego, en forma secundaria, provoca la orientación de los impulsos orales (y anales) y el sometimiento del yo a las metas pulsionales correlacionadas con las zonas corporales estimuladas. No resulta fácil describir el uso casi adictivo que hace de las zonas erógenas de su cuerpo -con o sin la ayuda de fantasías concomitantes que se convierten en puntos de cristalización para la psicopatología posterior, por ejemplo, las perversiones adultas- el niño deprimido que intenta contrarrestar la experiencia de la fragmentación o el debilitamiento del sí-mismo. Las explicaciones de la psicolog(a de los impulsos, del modelo estructural de la mente y de la psicología del yo resultan satisfactorias sólo en lo concerniente al área circunscripta de la psicología (y en particular de la psicopatología) del conflicto. Se ocupan de unidades conceptuales demasiado elementales como pará abarcar las configuraciones típicas más complejas que podemos reconocer en la salud y en la enfermedad en cuanto comenzamos a incluir el sí-mismo participante, en particular, desde luego, cuando el sí-mismo y sus enfermedades se han convertido en el centro mismo de nuestra atención. El descubrimiento, por ejemplo, que hicieron Freud ( 1908) y Abraham (1921) al correlacionar ciertos .rasgos caracterológicos con la fijación persistente de ciertos impulsos pregenitales -por ejemplo, en la conceptualización de la tacañería "anal"- nos proporcionó una brillante explicación de una compleja serie de fenómenos psicológicos. Con todo, el mismo brillo de este logro intelectual nos ha impedido reconocer sus limitaciones e incluso ha restringido nuestra atención a ciertos estados psicológicos. El énfasis tradicional puesto en los elementos psicológicos pulsionales de la interacción entre madre e hijo -en este ejemplo, durante el período anal- no constituye una explicación satisfactoria para el hecho de que el niño hubiera quedado analmente fijado y de que el establecimiento consiguiente de defensas contra la expresión de la analidad manifiesta se hubiera convertido en el punto de partida del desarrollo de estructuras psicológicas que luego se manifestaron como la actitud caracterológica de tacañería. Sin duda, creo que alcanzamos una explicación más satisfactoria si, además de los impulsos, tenemos en cuenta al sí-mismo del periodo anal, un sí-mismo durante una etapa temprana de su consolidación. Si una- madre acepta con orgullo el presente de las heces, o si lo rechaza o se muestra indiferente, no sólo responde a un impulso, sino también al sí-mismo en formación del niño. En otras palabras, su actitud influye sobre una serie de experiencias internas que desempeñan un papel decisivo en el desarrollo ulterior del niño. Responde -aceptando, rechazando, dejando de lado- a un sí-mismo que, al dar y ofrecer, busca la confirmación del objeto-del-sí-mismo especular. Por ende, el niño experimenta la actitud parental orgullosa y alegre o la falta de interés del progenitor no
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sólo como la aceptación o el rechazo de un impulso, sino también -y este aspecto de la interacción entre el progenitor y el hijo a menudo es decisivo- como la aceptación y el rechazo de su sí-mismo creativo-productivo-activo, establecido en forma sólo tentativa y todavía vuln_erable. Si la madre rechaza este sí-mismo en el momento en que e;om1enza a ifirmarse como centro de iniciativa creativo-productiva (en particular, desde luego, si su rechazo o falta de interés no es más que un eslabón e~ la larga cadena de rechazos y desengaños que emanan de su personalidad patógenamente no empática) o si su incapacidad para responder al sí-mismo total del niño la lleva a manifestar una preocupación por las heces que produce fragmentación -en detrimento de la participación que establece cohesión con su hijo total que madura, controla, aprende y produce heces- entonces el sí-mismo del niñ~ qued~rá vacia~o Y ~s,te abandonará el intento de experimentar las alegrias de la autoaf1rmac1on y, para reasegurarse, se refugiará en los placeres qu~, pu~de obten~,r de los fragmentos de su sí-mismo corporal. Por ende, caracter anal del adulto, por ejemplo, su tacañería, no puede explicarse de manera adecuada mediante referencias a su fijación anal o a sus inclinaciones analretentivas. Desde luego, la fijación anal existe, pero se vuelve plenamente significativa sólo sobre la base de la reconstrucción genética de q~e, siendo niño, sintiendo que su sí-mismo se derrumbaba y/o estaba vac10, trató de obtener un placer reasegurador mediante la estimulación de un . fragmento de su sí-mismo corporal. Con respecto al ejemplo anterior. ahora podemos afirmar que la aplicación del marco teórico de una psicología del sí-mismo constituye una necesidad si, en nuestras descripciones y explicaciones, deseamos captar toda la gama del contenido de las experiencias del niñ~ d~r~nt~ ,la fase "anal" del desarrollo y si queremos apreciar la plena s1grnf1cac1on de esta etapa para su desarrollo psicológico. Sin embargo, si las configuraciones experienciales más amplias han que_dado destrozadas, por ejemplo, si el sí-mismo del niño ha quedado seriamente fragment~do Y debilitado por la falta de respuestas empáticas del objeto-del-sí-mismo, entonces las formulaciones de la psicología de los impulsos, si bien no abarcan de manera adecuada las oscilaciones psicológicas cruciales entre el sí-mismo cohesivo y el fragmentado, pueden resultar aptas para expli2 car el nuevo estado en términos alejados de la experiencia. Es en este contex.to donde podemos justificar las formulaciones. basadas en la psicología de los impulsos, de los fenómenos que corresponden sobre todo, al marco explicativo de una psicología del sí-mismo, co~o, por ejemplo, mi descripción explicativa de la vergüenza Y de la rabia narcisista en los términos de la metapsicología clásica ( 1972, págs. 394-396). El orgullo y la autoafirmación sanas, se podría agregar, se
2 Para ciertas formulaciones generales sobre la teoría, en particular con respecto al reconocimiento de la relatividad de t?das !as fo~mulactones teóricas Y la posibilidad de admitir enfoques complementarios, vease pags. 146-147.
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formulan con menor facilidad en términos de la psicología de los im pulsos que los productos de desintegración de estas experiencias básicas saludables -vergüenza y rabia- que aparecen luego de la desintegración de la constelación psicológica primaria. Lo que sugiero es que aquí y en otros casos se podrían emplear dos marcos teóricos distintos, es decir, en analogía con los principios de complementariedad de la flsica moderna, podríamos sin duda hablar de un principio psicológico de la complementari-edad, decir que la explicación de la psicolog(a profunda de los fenómenos psicológicos en la salud y la enfermedad requieren dos enfoques complementarios: el de una psicología del conflicto y el de una psicología del sí-mismo. También podemos, desde el punto de vista de estas consideraciones, ocuparnos con provecho de un interrogante que podrían plantear quienes se muestran escépticos con respecto a la validez de las explicaciones genéticas de una psicopatología ofrecidas por el psicoanálisis. La pregunta se refiere al hecho de que algunas personas con formas severas de psicopatolog(a adulta parecen haber tenido madres muy devotas en los primeros años de su vida que, además, parecen haberse mostrado empáticas con los deseos de sus hijos y haber respondido proporcionándoles con amor la gratificación de los mismos. Basándonos en el importante "principio metapsicológico de frustración óptima", desde luego nos inclinamos a aducir, en términos de la teoría del instinto, qu~ la gratificación plena -"malcrianza"- priva al niño de la oportunidad de construir su estructura psíquica, es decir, que como consecuencia de la no frustración de los impulsos, el yo permanece inmaduro (no desarrolla en grado suficiente sus funciones de control, modulación y sublimación de los impulsos). que la empat(a materna puede ser excesiva y que el maternaje [mothering] debe tener 1ímites para no resultar nocivo para el niño. Pero, si bien considero que el principio de frustración óptima es muy valioso, no creo qk1e existan en realidad muchos casos de malcrianza materna nociva por exceso de empati'a ni por exceso de maternaje. Los casos que he podido estudiar retrospectivamente en el análisis de adultos perturbados revelaron que la determinación era mucho más compleja, Creo que se puede aclarar la cuestión si revaluamos el problema del carácter nocivo de la malcrianza o maternaje excesivo sobre el trasfondo, no sólo de la psicología de los impulsos, sino también, y de manera predominante, de la psicología del sí-mismo. Por ejemplo, ciertos aspectos de la psicopatología severa del señor U. (véan-· se págs. 52-54), en particular los que se refieren a su fijación en el fetiche, parecieron deberse al comienzo a que, siendo niño, había sido excesivamente gratificado por su madre y su abuela, quienes satisfacían cada uno de sus deseos y que, al consentirlo de ese modo, contribuyeron a su renuencia posterior a aceptar transacciones realistas. Al comienzo pensamos que esta insistencia en un maternaje perfecto era lo que había iniciado la formación de un enclave psicológico -el fetiche, su perfección gratificadora- en el cual el funcionamiento maternal perfecto seguía predominando en detrimento de modos más realistas y maduros de obtener placer. Empero, a medida que avanzaba
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el análisis y, sobre todo, a medida que se elaboraba en forma sistemática la reactivación de sus necesidades y deseos en la transferencia, surgió con gran claridad un aspecto distinto de las gratificaciones maternas a comienzos de la vida. La madre y la abuela del señor U. habi'an constituido un equipo en su actitud compartida para con el niño yaparentemente habi'an hecho la exoactuación de una fantasía inconsciente, gratificando los deseos pulsionales del niño en su propio beneficio. Plenamente empáticas con respecto a cada una de sus demandas pulsionales, al mismo tiempo dejaban de lado el si-mismo cambiante y el proceso de maduración del niño, que clamaba por respuestas maternas (y más tarde, también paternas} de aprobación confirmatoria y admirativa. As(, la fijación en el fetiche no era en esencia el resultado de la gratificación excesiva, sino de la ausencia traumática especifica de empat(a materna para la grandiosidad sana y el exhibicionismo sano de su si-mismo independiente en formación. En pocas palabras, el resultado fue la formación de un sector vaciado y deprimido de su s(-mismo y un retorno depresivamente iniciado a la gratificación de los impulsos, es decir, al uso de beneficios placenteros arcaicos (la madre que satisfacla los impulsos, el fetiche) porque la exhibición expansiva del niño talentoso -de su si-mismo como un centro independiente de iniciativa- no encontró respuesta en la madre y muy poca en el padre. La aplicación del principio de que no es un impulso libidinal el que, en términos psicológicos, alcanza su (mpetu predominante en el niño, sino que, desde el comienzo, la experiencia pulsional está subordinada a la experiencia que tiene el niño de la relación entre el sí-mismo y los objetos-del-sí-mismo, es de crucial importancia en dos sentidos. Modifica nuestra evaluación de la significación de la teoría de la libido en todos los niveles del desarrollo psicológico infantil y, como consecuencia, transforma. nuestra evaluación de algunas formas de psicopatología que para la teoría clásica se debían a la fijación de la personalidad en una etapa del desarrollo instintivo o bien en una regresión a ella. En este contexto, permítaseme agregar una ilustración a la ya presentada: la tríada de fijación oral, ingestión patológica excesiva de alimentos y obesidad. Este síndrome podría estudiarse partiendo del supuesto de que nos enfrentamos con una fijación regresiva y/o primaria del impulso en el nivel oral (huida frente a los temores a la castración y/o complacencia oral} y la meta de la terapia psicoanal ltica definida desde este punto de vista incluiría en última instancia -exceptuando los casos teóricamente imaginables, pero en la práctica casi inexistentes, de regresión pura- el logro de una más profunda percepción de los impulsos, con el beneficio colateral de una mayor capacidad para controlarlos (mediante su supresión, sublimación, inhibición de sus metas, desplazamiento o neutralización). Quiero señalar una vez más, sin embargo, que esta posición teórica resulta insatisfactoria. Por el contrario, sostengo que nos acercamos a la verdad y proporcionamos una explicación más rigurosamente razonada de un proceso analítico que se desenvuelve con eficacia en la mayoría de estos casos si aplica-
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mos la siguiente formulación: 110 !!S ni ,¡.,';"" ,¡., .rl11111111111 111111 ""111111 menta el niño lo que cor1s1i111y11 L1 11nrl1q111.i111'111 p·d1 .,11·1111i .i ¡11l111.i1111 Desde el punto de vist<1 du l.i p::11 "l11ql.i i1 .. 1 ·.1 1111·.11111, .r111111.i11111.,, 1111 cambio, que desde el cornicr110 el niii() ;1lrrrn.i :;11 11rn:1i:;i
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se han visto rehabilitadas como resultado del análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad- los términos autonomía primaria y secundaria, en el sentido de la psicología del yo, resultan irrelevantes con respecto a aquéllos. Sin duda, la elección de las funciones compensato-, rias específicas que adquieren importancia para el niño con el fin de reemplazar otras que están atrofiadas (en el campo de la deficiencia primaria) puede muy bien estar determinada en parte por factores innatos (talento) y entonces podríamos hablar de su "autonomía primaria". Pero la selección que hace el niño de ciertas funciones entre las que están a su disposición (y el hecho de que las desarrolle hasta transformarlas en talentos y habilidades eficaces), y la dirección de sus principales intereses tal como quedan permanentemente establecidos en la psiquis como el contenido de sus ambiciones e ideales, es decir, la adquisición por parte del niño de estructuras compensatorias, encuentran una explicación más adecuada en el contexto de que el niño ha podido pasar de un objeto-del-sí-mismo frustrador a otro que no lo es o lo es en menor grado. En otras palabras, lo decisivo no es que las funciones que expresan el patrón del sí-mismo sean autónomas, sino que un sí-mismo que se había visto amenazado. en su cohesión y funcionamiento en un sector haya logrado sobrevivir desplazando su punto psicológico de gravedad hacia otro.
INTERPRETACIONES Y RESISTENCIAS
El poder explicativo de los postulados de la psicología de los impulsos según los cuales, en el desarrollo normal, el narcisismo se transforma en amor objeta! y los impulsos se van "domesticando" gradualmente, y el poder explicatorio de los postulados de la psicología del sí-mismo en el sentido de que, en el desarrollo normal, las relaciones sí-mismo/ objeto-del-sí-mismo son las precursoras de las estructuras psicológicas y la internalización transmutadora de los objetos-del-sí-mismo lleva gradualmente a consolidar el si-mismo, también pueden compararse aplicando estos criterios complementarios a configuraciones psicológicas concretas que surgen durante el proceso analítico. Consideremos, por ejemplo, el sutil y refinado análisis que hace Hartmann (1950) de la "domesticación" de los impulsos a través de las contracatexias, en particular su afirmación de que el yo utiliza energía agresiva neutralizada para controlar los impulsos. Cabría agregar aquí que las contracatexias de que habla Hartmann posiblemente fueron adquiridas por el aparato mental como resultado de la interacción temprana con el objeto parental instintivamente catectizado. Hartmann sugiere que lo que Freud ( 1937) llamó "resistencia frente al develamiento de las resistencias" en la situación psicoanalítica es "en términos metapsicológicos .. : energ(a reagresivizada de las contracatexias, movilizadas como consecuencia de nuestro ataque contra la resistencia del paciente" (1950, pág. 134). La teoría de Hartmann -como sucede siempre con la metapsicolog ía cuando se la aplica a las relaciones del ni70
ño con sus padres o del paciente con el analista- oscila entre dos marcos conceptuales incompatibles, el marco del aparato mental Y el de la psicología social. Se trata de una inexactitud perdonable y, en el contexto actual, carente de importancia, por lo cual no me ocuparé de el!~ (lo hice en otro trabajo, 1959). En otras palabras, no me interesan aqur los posibles defectos en la teoría y la formación de conceptos, ni me propongo demostrar que la teoría de Hartmann es errónea, pero sí deseo demostrar que la psicología del sí-mismo -una psicología que distingue los objetos que se experimentan como partes del sí-mismo (objetos-del-sí-mismo) de los que se experimentan como independienc tes del sí-mismo, como centros independientes de iniciativa (objetos verdaderos)- está en condiciones de explicar los fenómenos bajo estudio -la respuesta rabiosa del paciente frente al ataque a su resistenciade manera más convincente que el método de Hartmann, derivado de la psicología de los impulsos. . , . . Para proporcionar una base a mi enfoque, examinare primero una situación de la infancia que, en ciertos aspectos decisivos, resulta típica de la situación analítica: la fusión del niño con el objeto-del-sí-mismo idealizado, omnipotente y empático (véase Kohut, 1971, pág. 278; y también Freud, 1921, págs. 111 -116). . El niño que ha de sobrevivir psicológicamente nace a un medio humano capaz de proporcionar una respuesta empática (de objetos-del-símismo), tal como nace a una atmósfera que contiene una cantidad óptima de oxígeno para poder sobrevivir desde el punto de vista físico. Y su sí-mismo incipiente "espera" -para emplear un término inadecuadamente antropomórfico pero sí evocador- 3 un medio empático capaz de responder a sus deseos-necesidades psicológicas con la misma certeza incuestionable con que el aparato respiratorio del recién nacido "espera" que la atmósfera circundante contenga oxígeno. Cuando el equilibrio psicológico del niño se ve perturbado, las tensiones de aquél son, en circunstancias normales, empáticamente percibidas y encuentran una respuesta en el objeto-del-sí-mismo. Este, dotado de una organización Viicológica madura que puede evaluar en forma realista la necesidad del niño y lo que debe hacerse al respecto, incluye al niño en su propia organización psicológica y corrige el desequilibrio homeostático del niño a
3 Schafer, entre otros analistas modernos, ha sido el crítico más decidido de la cosificación de la teoría (véanse sus consideraciones sobre la formación de conceptos en psicoanálisis, 1973b). En general, su argumentación es sólida Y su valiosa contribución debería ejercer una saludable influencia en cuanto a advertir a los analistas que no deben borrar el distingo entre el hecho derivado de la observación clínica y las abstracciones de la teoría. Empero, sostengo que no por ello debemos adoptar un tono descolorido en nuestras comunicaciones. Existe una diferencia decisiva entre el uso de un lenguaje colorido y evocador y el pensamiento concretizador (por ejemplo, antropomórfico). También creo que, por lógico que sea el perisamiento de Schafer, no toma en cuenta la necesidad de un cambio gradual en la teoría si se aspira a preservar el "sí-mismo grupal" psicoanalítico.
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través de acciones. El primero de estos dos pasos es de mucha mayor significación psicológica para el niño que el segundo, sobre todo con respecto a su capacidad de construir estructuras psicológicas (de consolidar su sí-mismo nuclear) a través de la internalización transmutadora. La formulación de que la madre "domestica" el impulso agresivo del niño neutralizándolo con su amor u oponiéndose a él mediante su propia agresión neutralizada (firmeza) se basa en una analogía atractivamente sencilla con la mecánica grosera de los hechos en el mundo físico. Empero, no hace justicia a los hechos en el campo psicológico. Creo que nos acercamos más a la verdad cuando decimos que la ansiedad del niño, sus necesidades pulsionales y su rabia (es decir, su experiencia de la desintegración de la unidad psicológica previa más amplia y más compleja de autoafirmación incondicional) han despertado resonancias empáticas dentro del objeto-del-sí-mismo materno. E 1 objeto-del-s.ímismo establece entonces contacto táctil y/o vocal con el niño (lamadre lo toma en sus brazos, le habla mientras lo sostiene y lo lleva de un lado a otro) y crea así condiciones que el niño experimenta -de modo adecuado a la fase- como una fusión con el objeto-del-sí-mismo omnipotente. La psiquis rudimentaria del niño participa en la organización psíquica altamente desarrollada del objeto-del-sí mismo; experimenta los estados afectivos de ese objeto -que se le transmiten a través del tacto y el tono de la voz y quizás por otros medios también- como si fueran propios. Los estados afectivos relevantes -sean los del niño o los del objeto-del-sí-mismo en los que participa- en el orden en que son experimentados por la unidad sí-mismo/objeto-del-sí-mismo son: creciente ansiedad (sí-mismo), seguida por ansiedad leve estabilizada -una "señal" para no sentir pánico- (objeto-del-sí-mismo), seguida por tranquilidad, ausencia de ansiedad (objeto-del-sí-mismo). Por último, los productos de la desintegración psicológica que el niño había comenzado a experimentar desaparecen (se restablece el sí-mismo rudimentario), al tiempo que la madre (vista en términos del conductismo y la psicología social) prepara el alim!:!nto, mejora la regulación de la temperatura, cambia los pañales, etc. La experiencia de esta secuencia de hechos psicológicos a través de la fusión con el objeto-del-sí-mismo omnipotente y empático es lo que establece el punto de partida desde el cual los fracasos óptimos (no traumáticos, adecuados a la fase) del objeto-del-símismo llevan, en circunstancias normales, a la construcción de estructuras por medio de la internalización transmutadora. Tales fallas óptimas pueden consistir en la respuesta empática levemente demorada del objeto-del-sí-mismo, en leves desviaciones con respecto a la norma benéfica de las experiencias del objeto-del-sí-mismo en las que el niño participa o bien en la discrepancia entre las experiencias proporcionadas a través de la fusión con el objeto-del-sí-mismo empático y la satisfacción concreta de las necesidades. Quisiera agregar que, según mi impresión, el último de estos ejemplos es de importancia mucho menor con respecto a la formación de estructuras psicológicas en la infancia que las fallas psicológicas del objeto-del-sí-mismo. En otras palabras, creo que las deficiencias en el sí-mismo se producen sobre todo como resultado de
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falta de empatía por parte de los objetos-del-sí-mismo -debido a trastornos narcisistas del objeto-del-sí-mismo, en particular, y más a menudo de lo que los analistas creen, debido a la psicosis latente del objetodel-si-mismo- y que incluso las privaciones reales serias (lo que se podrla clasificar como frustraciones del "impulso" o la necesidad) no resultan psicológicamente dañinas si el medio psicológico responde al niño con toda una gama de respuestas empáticas no distorsionadas. No sólo de pan vive el hombre. La importancia de esta secuencia en dos pasos -paso uno: fusión empática con la organización psíquica madura del objeto-del-sí-mismo y participación en la experiencia de dicho objeto de una señal afectiva en lugar de la difusión afectiva; paso dos: las acciones del objeto-delsí-mismo tendientes a satisfacer necesidades-, esta importancia es imposible exagerar, pues si se la experimenta en forma óptima durante la infancia, constituye uno de los pilares de la salud mental durante toda la vida, mientras que, si los objetos-del-sí-mismo de la infancia fracasan, las deficiencias psicológicas o distorsiones resultantes persisten como una carga que será inevitable soportar durante toda la vida. El hecho de que el análisis sea una psicologla que explica lo que primero comprende se relaciona íntimamente con este principio de dos pasos que define las funciones psicológicas humanas ab initio. Y también debe destacarse que el mismo principio subyace a la actitud del analista con respecto a sus pacientes. En otras palabras, cada interpretación y cada reconstrucción consiste en dos fases: primero el paciente debe darse cuenta de que lo han comprendido; sólo entonces, como segundo paso, el analista podrá mostrarle los factores· dinámicos y genéticos específicos que explican el contenido psicológico que captó al comienzo a través de la empati'a. Algunas de las resistencias más persistentes que enfrentamos en un análisis no son defensas activadas en la relación interpersonal contra el peligro de que alguna ideación psicológica reprimida se vuelva consciente a través de las interpretaciones o reconstrucciones del analista; antes bien; se movilizan como respuesta al hecho de que se ha pasado por alto la etapa de comprensión, la etapa del eco empático o fusión del analista con el paciente. En algunos análisis, aunque de ninguna manera en todos, el analista debe incluso comprender que un paciente cuyo objeto-del-sí-mismo infantil fue traumáticamente deficiente en este campo requiere períodos prolongados de "mera" comprensión antes de que el segundo paso resulte útil y aceptable, esto es, la interpretación, las explicaciones dinámico-genéticas que da el analista. Convendría incluir aquí las líneas complementarias de pensamiento que explican las diversas formas de psicopatolog(a resultantes de trastornos en la fusión empática del sí-mismo y el objeto-del-sí-mismo en la etapa del desarrollo psicológico que precede al firme establecimiento del sí-mismo. Si la resonancia empática del objeto-del-sí-mismo con el niño falta o está severamente debilitada, sea en forma difusa o frente a determinadas áreas de la experiencia del niño, éste se ve privado de la fusión con el objeto-del-sí-mismo omnipotente y no participa en la secuencia mencionada de experiencias (ansiedad difusa, ansiedad señal,
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tranquilidad) y por ende se ve privado de la oportunidad de construir estructuras psicológicas capaces de manejar su ansiedad de alguna manera. Y si, para dar otro ejemplo, el objeto~del-sí-mismo reacciona en forma hipocondríaca a la ansiedad leve del niño, la fusión con dicho objeto no produce la experiencia saludable de ansiedad leve que se transforma en tranquilidad; sino que, por el contrario, da lugar a la nociva secuencia experiencia! de ansiedad leve que se transforma en pánico. En los casos del primer tipo, al niño no se le da la oportunidad de establecer una fusión saludable; en los del segundo tipo, se ve arrastrado a una fusión dañina o intenta activamente escapar de ella aislándose de la respuesta nociva del objeto-del-sí-mismo. El resultado final de todos estos casos es falta de una estructura normal para la regulación de la tensión (una debilidad en la capacidad para "domesticar" los afectos para controlar la ansiedad) o la adqyisición de estructuras deficientes (la tendencia a las intensificaciones activas del afecto, a desarrollar estados de pánico). Creo que es necesario investigar, desde el punto de vista de la fusión del sí-mismo incipiente con las respuestas depresivas y/o maníacas del objeto-del-sí-mismo, no sólo la patogenia de la propensión a la ansiedad sino también la propensión a los trastornos afectivGJs. En otras palabras, creo que los aspectos psicológicos de los trastornos afectivos no pueden formularse de manera adecuada en términos de la. dinámica grosera de los impulsos y las estructuras (la depresión como \agresión no neutralizada que se aparta del objeto y se vuelve sobre el sí-mismo, o como el ataque sádico del superyó contra el yo), sino que la investigación de la fusión con el objeto del sí-mismo omnipotente -precursora de la estructura psicológica- nos permitirá una comprensión más adecuada. Quisiera volver ahora a la hipótesis de Hartmann según la cua 1 las "resistencias contra el develamiento de las resistencias" constituyen una manifestación de la "energía reagresivizada de las contracatexias, movilizadas como consecuencia de nuestro ataque contra la resistencia del paciente". Sobre la base de cuidadosas observaciones en la situación el ínica, tanto en el caso de mis propios pacientes como actuando como supervisor o consultor, estoy seguro de que esta formulación implica su interpretación errónea de los hechos el ínicos. A pesar de su elegancia, el modelo "impulso-defensa" del funcionamiento mental, al que la formulación de Hartmann pertenece intrínsecamente, no responde a los hechos empíricos en cuestión. Cuando el paciente se enoja como consecuencia de nuestro ataque contra sus resistencias, no lo hace porque una interpretación correcta haya superado defensas y activado la energía agresiva ligada a ellas, sino porque una temprana situación traumática específica genéticamente importante se ha repetido en la situación analítica: la experiencia de la respuesta deficiente, no empática, del objeto-del-sí-mismo. La rabia del paciente no expresa agresiones dirigidas hacia afuera contra el analista que, por su interpretación c:;orrecta, parece estar del lado de los impulsos peligrosos, por lo cual hay que defenderse de él. La rabia del paciente es "rabia narcisista". Y creo que una interpretación formulada dentro del marco concep-
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tual de una metapsicológía del sí-mismo en general, y concerniente <1 la relación entre el sí-mismo y el objeto-del-sí-mismo, en particular, responde a los hechos empíricos de manera más adecuada que las ex plicaciones derivadas de una psicología del aparato mental basada en impulsos y defensas, aunque se expresen con calidez o bondad y en términos de la conducta. La interpretación aproximadamente correcta es ésta: el sí-mismo precariamente establecido del niño (tal como se lo revive en la situación analítica) depende para mantener su cohesión de las respuestas empáticas casi perfectas del objeto-del-sí-mismo. En armonía con la etapa del desarrollo de su sí-mismo (en consonancia con la fase) el niño exige un control total de las respuestas del objeto-del-sírrilsmo; exige empatía perfecta, tanto en el contenido de la comprensión que se le ofrece como con respecto a la perfecta "sintonía" con el efecto traumático producido por las desviaciones con respecto a la respuesta óptima que para el sí-mismo temprano constituye la norma esperada. En términos más concretos, cada vez que el paciente reacciona con rabia frente a las interpretaciones del analista, lo ha experimentado, desde el punto de vista del sí-mismo arcaico activado en análisis, como un atacante no empático de la integridad de su sí-mismo. El analista no está frente a la aparición de un impulso primario primitivo-agresivo, sino a la desintegración de la configuración primariá precedente, a la experiencia primaria del sí-mismo en la que, para la percepción del niño, éste y el objeto-del-sí-mismo empático son una y la misma cosa. Quizás sea necesario señalar aquí que estos conceptos no deben abrumar al analista con la exigencia de realizar hazañas sobrehumanas en el sentido de una empatía constante y perfecta con sus pacientes. Si bien éstos tienen derecho a esperar de nosotros respuestas más empáticas que de los demás, y si bien creo que, en principio, la base funcional de la situación analítica es la actitud responsiva empática, nuestras fallas inevitables no deben hacernos sentir culpables. Empero, nuestra comprensión del significado de la rabia del paciente ejerce una influencia decisiva sobre la dirección de nuestras interpretaciones. Cuando el paciente se enoja al oír una interpretación, no debemos seguir ocupándonos de la psicopatolog ía subyacente a la que se había referido la interpretación; por ejemplo, no debemos ocuparnos del aspecto reprimido o defensivo del conflicto estructural que fue el blanco de la interpretación, sino del desequilibrio narcisista a que ha quedado expuesto el paciente. Y en el caso de pacientes que padecen de un trastorno narcisista de la personalidad o de la conducta y no de una neurosis estructural, no sólo debemos ocuparnos de la dinámica del desequilibrio narcisista tal como puede producirse en todos los tipos de psicopatolog ías como respuesta a una interpretación no empática o vivida como tal, sino que gradualmente desplazaremos nuestra atención a los precursores de las experiencias transferenciales del paciente, a las tensiones que surgieron entre el sí-mismo y los objetos-del-sí-mismo en la infancia. Para decirlo una vez más, una falla específica y frecuente en cuanto a la empatía del analista no se refiere al contenido ideacional de las comunicaciones del paciente, sino a la necesidad a ve-
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ces demasiado prolongada de aquél de aferrarse a la primera de las dos fases de las interpretaciones (la fase de comprensión) antes de pasar a la segunda (la fase de explicación). Sin duda, casi todos los analistas han respondido siempre con tacto y calidez humana a la vulnerabilidad narcisista de sus pacientes frente a las interpretaciones e incluso si están en esencia de acuerdo con la teoría de Hartmann, no actúan necesariamente de acuerdo con su convicción teórica, sino que permiten que sus pacientes recuperen su equilibrio narcisista cuando reaccionan con rabia frente a una interpretación. Sin embargo, creo que la aplicación de las consideraciones teóricas precedentes a la situación el ínica tiene resultados muy favorables. 1ncluso el le.ve cambio en la actitud del analista que deriva del hecho de que ahora responda al desafío de una tarea esencial con convicción basada en la teoría, cuando antes, con ciertas dudas de origen teórico, aceptaba la necesidad de un recurso práctico, reducirá la tensión innecesaria que a veces surge en la situación analítica y, al eliminar esquemas artificiales, permitirá bosquejar la psicopatología endógena del paciente con mayor claridad.
ORIGENES DEL SI-MISMO
Las teorías de una ciencia empírica derivan en primer lugar de generalizaciones y abstracciones que se refieren a los datos de la observación; en psicoanálisis, derivan de los datos obtenidos mediante la introspección y la empat ía. Cuanto más preguntamos si el psicoanálisis necesita una psicología del sí-mismo además de la psicología del yo, la psicología de un modelo estructural de la mente y la psicología de los impulsos, podemos dar nuestro primer paso hacia una respuesta afirmativa agregando una nueva dimensión al viejo principio(véase A. Freud, 1936, capítulo 1) de que los contenidos de las estructuras en conflicto mutuo inciden sobre nuestra percepción introspectiva, al tiempo que los contenidos de las estructuras que están en armonía recíproca no lo hacen. Y si decimos, modificando en cierta medida la máxima de Anna Freud, que un sí-mismo débil y fragmentado incide sobre nuestra percepción, al tiempo que un sí-mismo firme y coherente no lo hace, se pueden añadir estas otras tres aseveraciones: ( 1) una psicología del símismo será innecesaria, poco significativa, irrelevante e incluso inaplicable con respecto a los estados psicológicos en los que el sí-mismo no está presente o sólo lo está en forma rudimentaria o residual (por ejemplo, quizás, a comienzos de la vida y en ciertos estados de desorganización y regresión psicológicas serias); (11) una psicología del sí-mismo será relativamente irrelevante e innecesaria en los casos de estados psicológicos en los que la cohesión del sí-mismo es firme y la autoaceptación se haya establecido en forma óptima (como sucede durante el período ed ípico de un niño cuyo sí-mismo se haya desarrollado en forma sana o en los estados psicológicos correspondientes de la vida adulta -las neurosis estructurales clásicas- donde la cohesión del sí-mismo no está perturbada y las oscilaciones de la autoaceptación y la auto-
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estima no superan los 1ímites normales), y ( 111) una ps1cologia del símismo será de suma importancia y relevancia toda vez que estudiemos los estados en los que las experiencias de una autoaceptación perturbada y/o de la fragmentación del sí-mismo ocupen el centro de la escena psicológica (como sucede, par excel/ence, con los trastornos narcisistas de la personalidad). Es necesario ampliar las dos primeras aseveraciones. A primera vista, parece evidente que una psicología del sí-mismo no puede aplicarse a estados en los que el sí-mismo (porque aún no se ha establecido en grado suficiente o porque está seriamente dañado o incluso destruido) no puede funcionar como un centro independiente eficaz de iniciativa y como foco de percepciones y experiencias, incluyendo la de una autoestima aumentada o disminuida. Puesto que, en ausencia del sí-mismo, los impulsos ocupan el centro de la escena psicológica, cabe esperar que una psicología de los impulsos nos resulte útil cuando examinamos en forma empática la conducta del lactante muy pequeño y el mundo experiencia! del psicótico con regresión severa. Empero incluso en estos dos estados, los objetos-del-sí-mismo (cuya construcción anticipatoria de imágenes con respecto al lactante no deben dejarse de lado, como demostraré más adelante) ocupan el lugar del sí-mismo, de modo que se puede cuestionar la adecuación de una psicología centrada en los impulsos y en un yo rudimentario. Y, si bien en el caso del psicótico con regresión severa los fragmentos del sí-mismo del paciente reaccionan en formas que pueden explicarse adecuadamente con la ayuda de la teoría del conflicto, el centro de nuestra atención no deben ser dichos conflictos, sino los cambios en el estado del sí-mismo (con mayor o menor fragmentación) y las vicisitudes de la relación entre el sí-mismo y los objetos -del-sí-mismo en los psicóticos capaces de explicar esos cambios. Los conflictos francos entre impulso y defensa abiertamente expresados en los deseos incestuosos, por ejemplo, aparecen como productos de la desintegración psicológica toda vez que el hecho realmente causal se ha producido -se encuentra dentro del nexo de las relaciones arcaicas con los objetos-del-sí-mismo- es decir, toda vez que se ha vivido el medio como no empático. Con respecto a las etapas de la vida mental en las que el sí-mismo se encuentra firmemente establecido, al margen de que se trate de estados de salud mental o perturbaciones mentales (en forma más específica, trastornos estructurales), es necesario desarrollar la afirmación previa de que aquí es donde la psicología del sí-mismo puede descartarse en gran medida. Quizás sería mejor enfrentar el problema planteando esta pregunta concreta: ¿por qué ha sido posible hasta ahora que los psicoanalistas que utilizan un modelo de tipo impulso-defensa de la mente sin una psicología del sí-mismo traten los procesos psicológicos característicos de las etapas posteriores de la niñez y los procesos análogos que encontramos en esas formas psicopatológicas adultas que constituyen una reactivación de los conflictos no solucionados de esas etapas del desarrollo? lAcaso no era de esperar que la complejidad de estos estados maduros del desarrollo psíquico exigiera de manera particular 77
la aplicación de la psicología del sí-mismo, que para esas etapas' el modelo estructural y el de impulso-defensa resultaran inadecuados? (Al comparar los modelos psicoanalíticos clásicos con la psicología del sí-mismo, el modelo estructural puede entenderse como una extensión del modelo impulso-defensa de la mente). Al tratar de responder, no afirmo que la aplicación de la psicología del sí-mismo no podría enriquecer nuestra comprensión y dar mayor profundidad a nuestras explicaciones de los procesos mentales pertinentes en la enfermedad y la salud. Pero sí creo que los dos modelos mencionados de la mente proporcionan un marco adecuado para explicar los elementos esenciales de los procesos a los que está expuesto un símismo firme, o de los procesos iniciados por un sí-mismo firme, o en los que participa un sí-mismo firme, por ejemplo, procesos que conciernen a la aculturación gradual del niño en crecimiento, incluyendo los que están involucrados en el complejo de Edipo 4 , tal como se producen originalmente y se reactivan en las neurosis clásicas de la vida adu]ta. No resulta difícil comprender por qué las explicaciones clásicas que no tienen en cuenta al sí-mismo y sus vicisitudes han sido satisfactorias con respecto a estos estados. El modelo clásico fue eficaz porque -si se me permite una simple analogía algebraica- un sí-mismo no perturbado interviene del lado de los impulsos y del lado de las defensas en los conflictos psicológicos estructurales y, por tal motivo, puede quedar fuera de la ecuación psicológica. Desde luego, como ya señalé, es cierto que cuando estudiamos los procesos mentales posteriores a la lactancia nunca observamos impulsos o defensas aislados. Toda vez que observamos a una persona que busca obtener placer o alcanzar propósitos vengativos o destructivos (o que está en conflicto con respecto a dichas metas o se qpone a ellas) es posible discernir un sí-mismo que, si bien incluye los impulsos (y/o defensas) en su organización, se ha convertido en una configuración de orden superior cuya significación trasciende la de la suma de las partes. Con todo, si el sí-mismo es sano, firmemente coherente y de fortaleza normal, no se convertirá espontáneamente en el foco de nuestra atención empática (o introspectiva); nuestra atención no se verá reclamada por la configuración inclusiva de orden superior que se encuentra en equilibrio, sino por aquellos de sus contenidos subordinados que no lo están (metas narcisistas, metas de los impulsos, defensas, conflictos). Esta afirmación es correcta en lo que se refiere a la adecuación relativa del modelo impulso-defensa de la mente para el enfoque interpretativo aplicado a estados de conflicto psíquico. Empero, en una serie de circunstancias se producen cambios secundarios en el estado del sí-
4 Sin embargo, estas consideraciones no se aplican a un complejo de Edipo que se a~tivó como defensa contra un trastorno primario del sí-mismo. (Véase Kohut, 1972,págs. 369-372).
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mismo, incluso cuando éste es sano, que a menudo influyen sobre nuestra percepción. Por ejemplo, la búsqueda de metas libidinales y agresivas puede, si es muy intensa, llevar a alteraciones de la autoestima que reclama nuestra atención, y el éxito o el fracaso de nuestras metas libidinales y agresivas puede traer como resultado cambios en la autoestima que, manifestados como el triunfo de la victoria (autoestima aumentada) o como la desolación de la derrota (autoestima disminuida) pueden a su vez convertirse en fuerzas secundarias importantes en el escenario psíquico. Por lo tanto, si el analista centra su atención en el sí-mismo, su comprensión de los estados que investiga se verá enriquecida aun cuando su paciente tenga un sí-mismo sano. Sin embargo, sigue siendo indiscutible que ciertas relaciones dinámicas esenciales pueden formularse sin tener en cuenta al sí-mismo; prueba de ello es la capacidad explicativa de la teoría clásica con respecto a las neurosis estructurales y a aspectos amplios de la aculturación progresiva del niño en crecimiento (conceptualizada como neutralización, sublimación y otras vicisitudes de los impulsos). Habiendo reconocido el valor explicatorio del modelo estructural, no me propongo ocultar mi convicción de que, a la larga, una psicología del sí-mismo demostrará ser no sólo valiosa sino también indispensable incluso con respecto a las áreas en que la psicología del impulso y la defensa ahora resulta útil. En otras palabras, no me cabe duda de que, con la ayuda de la psicología del sí-mismo -el estudio de la génesis y el desarrollo del sí-mismo, de sus elementos constitutivos, sus metas y sus trastornos- aprenderemos a reconocer nuevos aspectos de la vida mental y a alcanzar mayores profundidades psicológicas, incluso en la áreas de aculturación normal y de los conflictos estructurales de las neurosis clásicas. ¿c"ómo podría ser de otra manera? Un medio humano complejamente organizado que proporciona respuestas empáticas reacciona ante el niño ab initio y bien podríamos descubrir, mientras investigamos los estadios tempranos de la lactancia con medios psicológicos cada vez más refinados, que desde los comienzos de la vida existe ya un sí-mismo rudimentario. Pero, ¿cómo podríamos corroborar esta expectativa; cómo podríamos fundamentar una hipótesis acerca de la presencia de un sí-mismo rudimentario en ese período? La penetración psicológica en estados mentales arcaicos, sobre todo en las experiencias que marcan los comienzos mismos de una línea específica del desarrollo, siempre es precaria y no cabe duda de que nuestras reconstrucciones están aquí particularmente expuestas al peligro de la distorsión adultomórfica. Estas consideraciones deberían bastar para hacernos desistir incluso de emprender ese viaje, de no ser por una serie de circunstancias que nos ofrecen una ayuda inesperada. Sugiero que emprendamos el examen del problema concerniente a la existencia de un sí-mismo rudimentario a comienzos de la vida a partir de un punto de vista quizás sorprendente, a saber, señalando que el medio humano reacciona incluso ante el bebé más pequeño como si ya contara con un sí-mismo formado. La idea de que la afirmación de
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un aspecto específico de la fusión empática primaria entre e_I niño_ Y su objeto-del-sí-mismo debería tomarse como prueba de la ex1sten~ra de un sí-mismo a comienzos de la vida bien podría entenderse a primera vista como mero ejercicio sofista no científico. Desde luego, el proble, ma crucial se refiere al momento en que, dentro de la matriz de mutua empatía entre el niño y su objeto-del-sí-mismo, convergen las potencialidades innatas del bebé y las expectativas del objeto-del-sí-mismo con respecto a aquél. ¿se justifica considerar este momento como el punto de origen del sí-mismo rudimentario y o_riginal d~I niño? . Creo que no debemos rechazar esta idea con indebido apresuramiento. Es cierto que, sobre la base de los datos proporcionados por los neurofisiólogos, debemos suponer que el recién nacido no puede tener ninguna percepción reflexiva de sí-mismo, que no es capaz de experimentarse a sí-mismo, ni siquiera vagamente, como una unidad, cohesiva en el espacio y perdurable en el tiempo, que constituye uncentro de iniciativa y un receptor de impresiones. Y sin embargo está, desde el comienzo, fusionado a través de la empatía mutua con un medio que sí lo experimenta como si ya poseyera un sí-mismo, un medio que no sólo anticipa la autopercepción separada posterior del n_iño sino que ya, por la forma y el contenido mismos de sus expectativas, comie~za a canalizarlo en direcciones específicas. En el momento en que la madre ve por primera vez a su hijo y también está en contacto con él (a través de canales táctiles, olfatorios y propioceptivos mientras lo alimenta, lo tiene en sus brazos, lo baña). tiene su virtual comienzo un proceso que establece el sí-mismo de una persona y que continúa durante toda la niñez y, en grado menor, en la vida adulta. Me refiero a las interacciones específicas del niño y sus objetos-del-sí-mismo a través de las cuales, en incontables repeticiones, los objetos-del-sí-mismo responden con empatía a ciertas potencialidades del niño (aspecto del sí-mismo grandioso que aquél exhibe, aspectos de la imagen idealizada que admira, talentos innatos distintos que utiliza para realizar de manera creativa sus ambiciones e ideales). pero no a otras. Esta es la manera más importante en la cual las potencialidades innatas del niño son selectivamente fomentadas o frustradas. El sí-mismo nuclear en particular no se forma por el aliento y el elogio consciente o la frustración y el rechazo conscientes sino mediante la responsabilidad profundamente arraigada de los objetos-del-sí-mismo que, en última instancia, constituye una función de los propios sí-mismos nucleares de los objetosdel-sí-mismo. Si estos conceptos son válidos, ¿acaso no podemos hablar entonces de un sí-mismo in status nascendi, incluso en una época en que el bebé en aislamiento -un artificio psicológico- puede entenderse sólo como una unidad biológica? En otras palabras, como una unidad cuya conducta debe estudiarse con los métodos del investigador biológico porque \a inmadurez de su dotación biológica excluye la presencia de procesos endopsíquicos que pudiéramos captar ampliando nuestra empatía. Se debe agregar que esta conceptualización del sí-mismo a comienzos de \a vida, no implica la falacia kleiniana de que las fantasías verbali-
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bles específicas están presentes desde comienzos de la vida. Para aclarar la diferencia con las construcciones kleinianas, se podría decir que el sí-mismo del recién nacido (cuya existencia ab initio estoy dispuesto a considerar) es un sí-mismo virtual, correspondiente en sentido inverso a ese punto geométrico en el infinito donde se encuentran dos 1 íneas paralelas. De hecho, sostengo que los estados existentes antes de que el sistema nervioso central haya madurado en grado suficiente y antes de que los procesos secundarios se hayan establecido, deben describirse en términos de tensiones -aumento de tensión, disminución de tensión- y no en términos de fantasías verbalizables (véase Kohut, 1959, págs. 468-469). . -La concepción que tiene el analista de las condiciones existentes en la lactancia a menudo influye de manera decisiva sobre su visión de los estados que encuentra en los adultos, sobre todo en la situación terapéutica. Y es un hecho bien conocido en la historia del psicoanálisis que ciertos cambios conceptuales sobre la naturaleza de la mente infantil han llevado a modificaciones decisivas en el enfoque terapéutico. En algunos casos, el cambio de enfoque con respecto a los estados a comienzos de la vida empobrece la percepción que tiene el analista de las variedades de experiencias humanas significativas y trae como resultado que su atención quede limitada a un único hilo conductor en la compleja trama de la psicopatolog ía del paciente. Este error, por ejemplo, lo cometió Rank, cuya teoría del "trauma del nacimiento" (1929) lo llevó, según Freud (1937, págs. 216-217), a una preocupación terapéutica unilateral por los problemas de la ansiedad de separación. Sin ,embargo, el punto de vista que presento no limita el alcance de nuestra capacidad empática sino que, por el contrario, lo amplía. Quisiera fundamentar mi afirmación refiriéndome al estudio que hace el analista de las ansiedades del paciente a medida que surgen en el marco el ínico. Si el analista examina \a.ansiedad de sus pacientes desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo, su percepción se verá enriquecida en grado significativo porque percibirá que existen no una sino dos clases básicamente distintas de experiencias de ansiedad. La primera comprende las ansiedades experimentadas por una persona cuyo sí-mismo es más o menos cohesivo, esto es, son temores a situaciones de peligro específicas1 (Freud, 1926). lo importante de la experiencia radica en el peligro específico y no en el estado del sí-mismo. La segunda incluye las ansiedades experimentadas por una persona que comienza a percibir que su sí-mismo empieza a desintegrarse; cualquiera haya sido la causa que desencadenó o reforzó la disolución progresiva del sí-mismo, el acento de esta experiencia está puesto en el estado precario del sí-mismo y no en los factores que pueden haber puesto en marcha el proceso de desintegración. Aunque el hecho de que el analista tenga noticia de que existen los dos tipos de experiencias de ansiedad es condición necesaria para una evaluación precisa de la naturaleza de la ansiedad del paciente, también debe familiarizarse con el hecho de que las manifestaciones iniciales' de los dos tipos pueden inducirlo a error y que sólo en virtud de su
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prolongada inmersión empática en el estado psicológico total del paciente le permitirá establecer entre ellas esa distinción tan importante. La expresión de temores circunscriptos frente a la amenaza de abandono, o de desaprobación, o de ataque físico (temor a la pérdida del objeto amado, temor a la pérdida del amor del objeto amado, temor a la castración), sea en el campo social ("Realangst") o impuesta por el superyó ("Gewissensangst"), puede estar disfrazada en el comienzo; a veces las aociaciones iniciales del paciente se refieren a una variedad de estados vagos de tensión y sólo en forma gradual y superando resistencias se van acercando al contenido verbal izable central de sus verdaderos temores. Y la expresión de la ansiedad mal definida, pero intensa y generalizada, que acompaña la percepción inicial que tiene el paciente de que su sí-mismo se está desintegrando (fragmentación severa, pérdida seria de la iniciativa, caída profunda de la autoestima, falta total de sentido) también pueden estar veladas al comienzo; el paciente puede tratar de expresar su percepción de las alteraciones atemorizantes en el estado de su sí-mismo mediante verbal izaciones sobre temores circunscriptos, y sólo en forma gradual y superando resistencias sus asociaciones comienzan a comunicar el contenido central de su ansiedad que, de hecho, sólo puede describir con la ayuda de analogías y metáforas. El primer caso -el intento del paciente por evitar la confrontación directa con sus temores específicos- es bien conocido por todos los analistas, por lo cual no me detendré en él. Bastará mencionar, a modo de ejemplo, las maniobras defensivas que a menudo tienen lugar cuando, en el contexto de las fantasías edípicas de rivalidad en la transferencia, se movilizan los temores del paciente a la venganza de la figura paterna. En lugar de enfrentar de manera directa sus temores a la castración, el paciente puede hablar primero sobre algún vago temor. Más tarde se refiere a una serie de temores distintos más o menos espec(ficos, cuya distancia con respecto al temor central, a saber, la castración, disminuye gradualmente si el análisis se lleva a cabo de manera adecuada. La segunda clase de experiencia de ansiedad que surge en la situación el ínica requiere una formulación más amplia porque no está claramente delineada en nuestra literatura científica. Es cierto que Freud (1923b, pág. 57) habla de un "peligro libidinal" que se experimenta como un temor "a ser abrumado o aniquilado", y que más tarde (1926, 104, pág. 94) menciona en el contexto de un análisis de las represiones primarias, "los primeros estallidos de ansiedad" que se relacionan con "factores cuantitativos como un grado excesivo de agitación y la irrupción a través del escudo protector contra los esti'mulos". Y también Anna Freud (1936, págs. 58-59) se refiere al "temor a la fuerza de los instintos", es decir, como se podría parafrasear, a una insuficiencia del aparato mental, conceptualizado en términos cuantitativos. Creo que nos encontramos aquí con intentos ·de tratar la ansiedad provocada por la desintegración dentro del marco de la psicología clásica del aparato mental, pero considero que dichas ansiedades no pueden conceptual izarse de manera adecuada fuera del marco de una psicología 82
del si-mismo. En otras palabras, el núcleo de la ansiedad del paciente está relacionado con el hecho de que su sí-mismo sufre un cambio nefasto, y la intensidad del impulso no es la causa de la patología central (precariedad de la cohesión del sí-mismo) sino su resultado. El núcleo de la ansiedad de desintegración es el hecho de presentir la disolución del sí-mismo, y no el temor al impulso. ¿cómo se puede entonces reconocer el surgimiento del temor a la desintegración? ¿Cómo lo distinguimos de los miedos circunscriptos del primer grupo, sobre todo de la ansiedad de castración? Si la ansiedad ante la desintegración surge en el curso de un buen análisis de un trastorno analizable del sí-mismo, las asociaciones del paciente-incluyendo el desenvolvimiento secuencial de las imágenes oníricas relevantes- por lo general siguen la dirección contraria a la de la secuencia descripta para la primera clase de ansiedades. En otras palabras, las asociaciones por lo general van de la descripción de los temores circunscriptos al reconocimiento de la presencia de ansiedad difusa debido al peligro de la disolución del sí-mismo. Al comienzo los temores de tales pacientes a menudo tienen un matiz claramente hipocondríaco y fóbico. He aquí algunos ejemplos tomados al azar de mi experiencia el lnica: una grieta casi imperceptible en la pared de una habitación podría indicar la presencia de una deficiencia estructural seria en la casa del paciente; una pequeña infección epidérmica en el paciente o en alguien que experimenta como una extensión de sí-mismo constituye el primer signo de una septicemia peligrosa, o bien, en los sueños, la atemorizante invasión del lugar en que se vive por gusanos, o el nefasto descubrimiento de algas en la piscina. Empero, por mucho que estos temores ocupen la mente del paciente y lleven a estados de interminable rumiación, preocupación o pánico, no constituyen el núcleo del trastorno, sino que se han generado como resultado del intento. por parte del paciente de conferir un contenido circunscripto a ese temor inefable más profundo que una persona experimenta cuando siente que su si-mismo se debilita seriamente o se está desintegrando. La capacidad del analista para concebir estados psíquicos que no pueden describirse en términos de significado verbalizable le permite considerar un aspecto importante en el espectro de posibilidades mientras examina la ansiedad del pacientre: el temor a la pérdida de su sí-mismo, la fragmentación y el extrañamiento de su cuerpo y su mente en el espacio, la disolución de su sentido de continuidad en el tiempo. No se debe pasar por alto el hecho de que el problema de diferenciar las ansiedades que están asociadas con la anticipación de estados indescriptibles de disolución del sí-mismo de las que se relacionan con temores verbal izados específicos se ve complicada en virtud de que en ciertas circunstancias las interpretaciones erróneas pueden producir resultados beneficiosos (véase Glover, 1931) porque fortalecen las defensas. El efecto paradójicamente saludable de la interpretación incorrecta -que se manifiesta, por ejemplo, en una disminución de la ansiedad- resulta en el primer caso del hecho de que el paciente no necesita enfrentar un 83
temor específico (por ejemplo, ansiedad de castración) y se siente confirmado en su actitud evasiva que lo lleva a poner el acento en la experiencia de una vaga ansiedad-tensión. En el segundo caso, una interpretación errónea -el hecho de que el analista se ocupe, de acuerdo con la insistencia del paciente, de los temores verbalizados (por ejemplo, ansiedad de castración) que, sin embargo, encubren un temor inefable y más profundo ( a la desintegración del sí-mismo)- puede experimentarse en forma temporaria como alivio. Y en las situaciones de crisis, por ejemplo, cuando el analista trata estados de severos a traumáticos en el curso del análisis de trastornos narcisistas de la personalidad, bastante a menudo encuentra conveniente no oponerse a las autointerpretaciones erróneas del paciente. En tales casos, sin embargo -y lo mismo puede decirse en cuanto a los efectos benéficos producidos en el caso contrario (el analista que afirma la presencia de tensiones inefables cuando la ansiedad del paciente se debe a un temor circunscripto y verbalizable)- el efecto benéfico no dura mucho: los resultados duraderos sólo se logran si las interpretaciones reconocen el nivel real del trastorno. Cuando nos encontramos con estados prepsicóticos, sin embargo, o con un equilibrio pospsicótico precario, o con otros estados fronterizos,5 el hecho de que la interpretación dada al paciente se relacione con un nivel más alto de la actividad psíquica que el nivel realmente involucrado sin duda puede tener un importante efecto. Al proporcionar al paciente contenidos verbalizables, el terapeuta idealizado contribuye al intento de aquél de frenar la marea alta de la desintegración con la ayuda de un desplazamiento defensívo de la atención a conflictos y ansiedades verbalizable;;, es decir, con la ayuda de racionalizaciones. En esta forma, a veces resulta posible demorar o incluso impedir la desintegración del sí-mismo. Resulta obvio que la eficacia terapéutica del hecho de proporcionar procesos secundarios a una psiquis que se siente amenazada por la desintegración no debe tomarse como prueba de que el contenido ideacional de esos procesos secundarios (la información contenida en la interpretación) haya identificado las fuerzas patógenas de manera correcta. Aquí el analista no ayuda al paciente a aumentar su dominio sobre los procesos endopsíquicos haciendo consciente lo inconsciente (como sucede en el caso de los trastornos estructurales), sino que intenta impedir la desintegración del ~í-mismo estimulando y apoyando la capacidad para producir cohesión de la función racional del paciente. Estas consideraciones pueden explicar por qué los analistas para quienes la psicopatología de los trastornos narcisistas de la personalidad y los casos fronterizos y la psicosis pertenecen al marco del modelo estructural de la mente y del mundo experiencia! del complejo de
Para una opinión descriminativa de la categoría diagnóstica de casos fronterizos (psicosis latentes), véase pág. 138.
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Edipo, y cuyas interpretaciones concuerdan con estos criterios, a veces pueden lograr progresos con tales pacientes. Por útiles que sean esas maniobras, sin embargo, la experiencia el ínica me ha enseñado que es mucho mejor dar apoyo a un sí-mismo a punto de derrumbarse explicando los hechos que desencadenaron su inminente disolución que proporcionándole racionalizaciones. En particular, no cabe duda de que el analista frente a un estado traumático en el curso del análisis de los trastorn~s narcisistas de la personalidad, no debe proporcionar activamente al paciente racionalizaciones concernientes a la psicopatología edípica, pero sí, en el momento adecuado, ocuparse del hecho desencadenante que sobrecargó la psiquis del paciente pues, de otra manera, éste no tardaría en reconocer que se lo ha sometido a una manipulación táctica. En efecto, reacciona frente a una interpretación internacionalmente errónea, en el peor de los casos, como si equivaliera a mentir Y, en el mejor de los casos, como hipocresía paternalista por parte del analista. Creo que lo mismo puede decirse con respecto a un sí-mismo agudamente amenazado por una disolución psicótica. Sin embargo, con los pacientes que han alcanzado un equilibrio pospsicótico estable Y ja'.11ás han sido manifiestamente psicóticos, pero cuyo sí-mismo corre peligro de una disolución prolongada y, por ende, han formado una capa protectora de creencias y obsesiones rígidas que los ayudan a no percibir la vulnerabilidad del sí-mismo, la estrategia terapéutica no resulta tan obvia. Aquí, lo mejor puede consistir a veces en no insistir en un enfoque que exige que el paciente aparte su atención de su intensa obsesión por ciertos conflictos y preocupaciones interminablemente ?escripto; que lo protegen contra la percepción del derrumbe potencial del s1mismo. Y aquí también a menudo es mejor no tratar de modificar su percepción de que el mundo está plagado de enemigos que son los despreci~bles blancos de su odio justificado. Por nocivas que sean estas actitudes desde el punto de vista social, lo protegen al proporcionarle un mínimo.de control sobre los estímulos arcaicos difusos e inefables -al ligarlos, en forma secundaria, a contenidos ideacionales- que amenazan la cohesión de su sí-mismo. Como ya di a entender, consideraciones similares resultan válidas para los sueños y su análisis. Básicamente existen dos tipos de ~ueños: los que expresan contenidos latentes verbal izables (deseos puls1onales, conflictos e intentos de solucionarlos), y los que se proponen, con la ayuda de imágenes oníricas verbalizables, igar las ~ensio~~s no verbales de los estados traumáticos (el temor a la sobreest1mulac1on o a la desintegración del sí-mismo [ psicosis ]). Los sueños del seg~ndo tipo revelan el temor del individuo frente a cierto aumento incontrolable de la tensión o su temor a la disolución del sí-mismo. El acto mismo de describir estas vicisitudes en el sueño constituye un intento de enfrentar el peligro psicológico encubriendo los procesos inefables atemorizantes con imágenes visuales a las que se puede poner un nombre. Según las consideraciones previas, es tarea del analista, con ~especto ~I primer tipo de sueños, seguir las asociaciones libres del pac.1ente ha~1a las profundidades de la psiquis hasta que el significado previamente in1
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consciente se haya puesto de manifiesto. Empero, en el segundo tipo de sueño las asociaciones libres no conducen a las capas ocultas inconscientes de la mente sino que, en el mejor de los casos, nos proporci.onan nuevas imágenes que permanecen en el mismo nivel que el contenido manifiesto del sueño. El examen del contenido manifiesto del sueño y de las elaboraciones asociativas de dichos contenidos nos permiten entonces reconocer que los sectores sanos de la psiquis del paciente reaccionan con ansiedad frente a un cambio perturbador en el estado del sí-mismo -las sobreestimulación maníaca o seria caída depresiva de Ja autoestima- o a Ja amenaza de la disolución del sí-mismo. Llamo a estos sueños "sueños del estado del sí-mismo"; en ciertos aspectos se asemejan a los sueños de los niños (Freud, 1900), a los de las neurosis traumáticas (Freud, 1920) y a Jos sueños alucinatorios que tienen lugar en Jos estados tóxicos o con fiebre muy alta. ~jemplos de ~ste segundo tipo pueden encontrarse en trabajos anteriores (por ejemplo, Kohut, 1971, págs. 4-5, 149). Las asociaciones de estos sueños no lle· varon a una comprensión más profunda, no permitieron develar ningún significado oculto más profundo y, en cambio, tendieron a centrarse cada vez más en Ja ansiedad difusa que había sido parte integral del sueño. Y la interpretación correcta -y no una maniobra psicoterapéutica de apoyo- explica el sueño sobre la base del conocimiento que tiene el analista de las vulnerabilidades de su paciente en general, incluyendo Jo que sabe sobre la situación particular que, al sumarse a una vulnerabilidad específica, provocó la intrusión de material arcaico casi no disfrazado. En el caso del sueño de "Dios" del señor C. ( Kohut, 1971, pág. 149), por ejemplo, el analista dijo, después de escuchar al paciente y cuidadosamente el material asociativo durante la mayor parte de la sesión, que Jos hechos recientes -el anhelo del pacient~ de recibir ho· nores públicos al tiempo que lo atemorizaba la perspectiva de separarse del analista- habla reavivado sus viejos delirios grandiosos, que eso Jo atemorizaba, pero que incluso en el sueño pared a dar muestras de la capacidad para lograr dominio a través del sentido del humor. El resultado de esta interpretación fue una considerable disminución de la ansiedad y Jo cuaf es de importancia mucho mayor, la aparición de material ge~ético previamente oculto correspondiente a la infancia Y que el yo, ahora fortalecido, del paciente podía enfrentar. Pondré fin a esta breve incursión en la psicología de los sueños afirmando que los sueños citados constituyen ejemplos comparativamente puros del segundo tipo de sueño en que los estados del sí-mismo arcaicos se presentan en forma nada o muy poco disfrazada. También existen formas mixtas y de transición, por ejemplo, sueños en los que ciertos elementos (a menudo el marco total del sueño, su atmósfera) representan aspectos del sí-mismo arcaico que han surgido, al tiempo que otros elementos-son los resultados del conflicto estructura\ y pueden resolverse mediante el análisis de las asociaciónes libres que en forma gradual conducen a deseos e impulsos previamente ocultos.
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LA TEORIA DE LA AGRESION Y EL ANALISIS DEL SI-MISMO
Al margen de las observaciones sobre la teoría de Hartmann de que las resistencias son catectizadas por la agresión (véanse págs. 70-76), las consideraciones previas -sobre la psicología de Jos impulsos y del modelo estructural impulso-defensa, en contraste con una psicología del sí-mismo y del modelo de la relación de éste con el objeto-del-sí-mismo- estuvieron centradas en las tendencias libidinales. Por lo tanto, para completar mi exposición, ahora debo ocuparme de la agresión. Comenzaré por afirmar que, tal como sucede en el caso de los fenómenos dentro del dominio del amor, el afecto y el interés, los que tienen que ver con Ja autoafirmación, el odio y la destructividad pueden considerarse dentro de un marco de impulsos. En otras palabras, la destructividad del hombre puede entenderse como un elemento primario perteneciente a su dotación psicológica, y su capacidad para superar el instinto asesino puede concebirse como algo secundario y formularse en términos de que ha podido controlar un impulso. Esta visión del hombre y el marco teórico correlacionado con el la han sido muy fructíferos en el pasado y siguen constituyendo un importante instrumento explicativo dentro y fuera de la situación el ínica. He aquí un ejemplo de una formulación explicativa sobre las agresiones humanas hechas dentro del marco de la teoría clásica de Jos impulsos. Se puede afirmar que el hombre, puesto que utiliza utensilios para comer y consume sus alimentos cocidos, debe renunciar en grado considerable a Ja satisfacción del impulso oral sádico o, formulado en Jos términos contrarios, ha tenido que ser capaz de "domesticar" sus impulsos oral-sádicos en grado considerable para poder comer de manera civilizada, y renunciar al placer de desgarrar la carne cruda con los dientes y las uñas. Quisiera volver a señalar que fue posible hacer esta afirmación con respecto a un paso hipotético en la historia de la civilización en términos de la psicología de los impulsos y sin hacer referencia alguna al sí-mismo. Empero, ciertas limitaciones de la capacidad explicativa de ese enfoque se ponen de manifiesto en cuanto nos preguntamos por qué Ja adquisición de hábitos civilizados confiere una sensación de mayor autoestima. Creo que Ja respuesta no ha de encontrarse con la ayuda de una psicología basada en el modelo del impulso y la defensa, o siquiera con la ayuda de la psicología estructural (es decir, sobre la base del concepto del superyó), sino mediante un examen comparativo del sí-mismo participante y sus elementos constitutivos. Es cierto que la aprobación de los padres transmiten los valores culturales, y que el niño cambia Ja satisfacción directa del impulso por la aprobación parental (y, más tarde, la del superyó). Pero esta formulación sigue siendo insatisfactoria para el observador empático del progreso cultural y la conducta individual pues, si bien es exacta, resulta incompleta en tanto se ocupa sólo de Jos impulsos y del aparato mental. Por ejemplo, nos preguntamos cuáles son las fantasías grandiosas del sí-mismo cuando inicia un acto de desgarrar y devorar. Y también cuáles son, por comparación,
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las fantasías grandiosas del sí-mismo cuando se inicia en el uso hábil de instrumentos y permanece orgullosamente erecto mientras lleva la comida a la boca. 6 Estas enmiendas, basadas en una psicología del sí-mismo y planteadas como interrogantes, a una formulación en términos de la teoría clásica de los impulsos no fueron muchas pero sí significativas. Con todo, sé que en sí mismas no ejercen demasiada influencia y la necesidad de aceptarlas no justifica afirmar que una teoría de la agresión basada en los impulsos es inadecuada, y que se necesita una teor(a adicional que trate los fenómenos de la agresión dentro del marco de la psicología del sí-mismo. La posición psicoanalítica clásica según la cual las tendencias agresivas (incluyendo la tendencia a matar) están profundamente arraigadas en la constitución biológica del hombre, y la agresión debe considerarse como un impulso, tiene una base firme. El hombre no sólo posee un aparato biológicamente preformado que le permite realizar actos destructivos -por ejemplo, cuenta con dientes y uñas, con herramientas, en otras palabras, destinadas a desgarrar, a destruir- sino que también utiliza su potencial agresivo. De hecho, las pruebas que corroboran nuestra conceptualización del hombre como un animal agresivo, incapaz de "domesticar" sus impulsos destructivos, es decir, los datos acerca de la conducta destructiva concreta del hombre como individuo y como miembro de grupos, son abru~adoras. No es de extrañar, entonces, que el partidario de la psicología profunda que no se siente satisfecho con la formulación clásica sea mirado por sus colegas como un idealista que intenta disimular un aspecto desagradable de la realidad. El hecho de que en mi caso particular haya llegado a pensar que la formulación clásica es inadecuada, de que creo, en particular, que la conceptualización de la destructividad cbmo un instinto primario que tiende a su meta y busca una vía de escape no resulta útil al analista que desea capacitar al paciente para dominar sus agresiones por medios anal (ticos, no significa negar la destructividad del hombre o tratar de que sus ma-
6 La conducta orgullosa o afirmativa de algunos animales (el perro que se exhibe ante su amo -el pecho erguido, la cola enhiesta-cuando ha cumplido bien unatarea; la tendencia exhibicionista de ciertos primates a levantarse sobre las patas traseras) se expresa mediante movimientos antigravitacionales. Este patrón de expresión afectiva está de acuerdo con la teoría de que las fantasías y los sueños en que se vuela expresan las aspiraciones del sí-mismo grandioso del hombre, el portador e instigador de ambiciones. lAcaso la psicología y la teoría de la evolución de las especies se relacionan aquí? lEs la "postura erecta" (véase E. W. Straus, 1952) la que, como la más reciente adquisición en la secuencia del desarrollo, se presta mejor para convertirse en el acto simbólico que expresa la sensación de orgullo triunfante? El sueño y la fantasía de volar podrían entenderse entonces como la expresión individual del deleite de la raza -vuelto a experimentar por cada nueva generación de bebés que dejan de gatear- ante el hecho de que la cabeza se eleva ahora por encima del suelo, de que el ojo que percibe, órgano central del sí-mismo, se ha desplazado hacia arriba, ha superado la influencia de la gravedad.
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nifestaciones parezcan menos frecuentes o sus consecuencias menos terribles de lo que son. El grado y la importancia de la destructividad del hombre no se ponen en tela de juicio: lo que sí se cuestiona es su significación, es decir, su esencia dinámica y genética. Como científico empírico y el ínico psicoanalítico, no he llegado a mis criterios acerca de la naturaleza de la destructividad humana por la vía especulativa; mis formulaciones teóricas derivan de datos empíricos, obtenidos a través del estudio de las comunicaciones de mis pacientes sobre sus experiencias, en particular las que se refieren a la transferencia. Y es sobre la base del estudio de aquellos aspectos de la transferencia de mis pacjentes que se relacionan con el problema de la significación de la destructividad humana -en particular sus "resistencias" y sus "transferencias negativas" - que he 1legado a ver su destructividad bajo una luz distina, es decir, no como la manifestación de un impulso primario que el proceso analítico va develando poco a poco, sino como el producto de una desintegración que, si bien primitiva, no es psicológicamente primaria. Las agresiones que encontramos en las transferencias no constituyen el cimiento psicológico último ni cuando se producen como "resistencias" ni cuando aparecen como "transferencias negativas". En el primer caso, las más de las veces son el resultado de acciones por parte del analista (en particular, desde luego, sus interpretaciones) que el paciente experimenta como fallas de empatía (como falta de "sintonía" con él), 7 y el peso de la motivación recae en la conducta actual del analista. En el segundo caso, son repeticiones de reacciones a fallas de la empatía por parte de los objetos-del-sí-mismo en la infancia (su falta de "sintonía" con el niño) y aquí el peso de la motivación recae en el pasado (a menudo relacionado con la psicopatología de los objetos-del-sí-mismo de la infancia). ¿se justifica sacar conclusiones generales acerca de la esencia psicológica de uno de los atributos más generalizados del hombre a partir de su observación in vitro, sobre todo observando e interpretando una muestra aparentemente tan limitada de su conducta como las resistencias y las transferencias negativas de un paciente? No creo que el científico de la conducta fuera del campo psicoanalítico acepte de buen grado una respuesta afirmativa. Empero, no puede dejar de sostener que la puerta de acceso a la significación del mundo experiencia! del hombre y, por ende, a la significación de su conducta, que se abre ante nosotros
7 Quizás convenga destacar aqul que no hay ninguna connotación de culpa o acusación si el analista reconoce las limitaciones de su empatla. Las fallas en cuanto a la empatía resultan inevitables y de hecho, son una necesidad para que el paciente que anhela empatía pueda formar un sí-mismo firme e independiente. Sin embargo, es importante señalarle al paciente que tampoco él es culpable -por lo menos no en el sentido de haber manifestado alguna maldad nuclearsino que su rabia fue un@ reacción frente a una actitud por parte del analista que para él constituyó un trauma narcisista.
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gracias a la observación de fenómenos ampliamente (desde el punto de vista dinámico) y profundamente (desde el punto de vista genético) comprendidos en la situación psicoanalítica no conoce igual y que las conclusiones a las que llegamos sobre la base de dichas observaciones merecen sin duda una aplicación general. 8 Así, en esencia, creo que la destructividad del hombre como fenómeno psicológico es secundaria, que surge originalmente como resultado del fracaso del medio constituido por el objeto-del-sí-mismo para satisfacer la necesidad que experimenta el niño de respuestas empáticas óptimas, y no máximas. Además, la agresión, como fenómeno psicológico, no es elemental. Al igual que los elementos inorgánicos de la molécula orgánica, es desde el comienzo un elemento constitutivo de la afirmación del niño y, en circunstancias normales, sigue formando una aleación con la afirmación del sí-mismo maduro del adulto. La rabia destructiva en particular siempre está motivada por una herida que sufre el sí-mismo. El nivel más profundo al que puede llegar el psicoanálisis cuando rastrea la destructividad (sea que esté 1igada en un síntoma o rasgo caracterológico o expresada en forma sublimada o con inhibición de la meta) no se alcanza cuando no se ha podido poner de manifiesto un impulso biológico destructivo ni cuando el paciente ha tomado conciencia de que desea (o deseaba) matar. Esta toma de conciencia no es más que un paso intermedio en el camino hacia el cimiento psicológico último: la posibilidad de que el paciente tome conciencia de la presencia de una seria herida narcisista, una herida que ponía en peligro la cohesión del sí-mismo, en particular una herida narcisista infligida por el objeto-del-sí-mismo de la infancia. Desde luego el lector con conocimientos psicoanalíticos habrá comprendido que utilicé el término "cimiento psicológico" con el fin de establecer un contraste entre mi criterio y el de Freud (1937, págs. 252-253) al final de su profunda formulación definitiva sobre el efecto terapéutico del psicoanálisis. No creo que la amenaza de castracción (el repudio masculino de la pasividad frente a otro hombre; el repudio de la mujer de su propia femeneidad) sea el cimiento último más allá del cual el análisis no puede penetrar. Ese cimiento constituye un peligro que, en mi opinión, es más serio que la amenaza para la supervivencia física y para el pene o el predominio masculino: es la amenaza de
8 Es necesario aclarar que las conclusiones sobre la significación de diversos aspectos de la conducta humana también deben derivarse de la observación del hombre en su hábitat natural, es decir, en el campo de la historia, la política, como miembro de su familia, de su profesión, etc. Tales conclusiones deben ayudar al analista en su intento por descubrir nuevas configuraciones psicológicas en el marco analítico -y explorarlas con medios analíticos. Lo contrario también es válido. El sociólogo y el experto en ciencia política y, parexcellence, el historiador, deben 'tener conciencia de los hallazgos y conclusiones del analista y aplicarlos, verificarlos y, de ser necesario, modificarlos para ampliar su validez.
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destrucción del sí-mismo nuclear. 9 Es cierto que para casi todas las personas, la necesidad de mantener la integridad del sí-mismo corporal constituye un contenido predominante del sí-mismo nuclear, y lo mismo puede decirse con respecto a la iniciativa y a la afirmación de un individuo. Pero no necesariamente y no sin excepciones. Si las respuestas selectivas de los objetos-del-sí-mismo no han establecido el sí-mismo nuclear habitual en el varón o la niña, sino que han dado origen a la adquisición de ambiciones e ideales nucleares que no se caracterizan por la primacía de la supervivencia física fálico-exibicionista y el predominio activo triunfante, entonces incluso ia muerte y la pasividad martirológica pueden tolerarse con un cierto brillo de autorrealización. Y, por el contrario, la supervivencia y el predominio social pueden comprarse si se paga el precio de abandonar el núcleo del sí-mismo y llevar, a pesar de la aparente victoria, a la sensación de falta de sentido y a la desesperanza. Por importante que sea, no sólo en la teoría sino también y en particular en la práctica el ín ica, reconocer la primada genético-dinámica de la herida narcisista, ocupémonos ahora de la prioridad de las configuraciones psicológicas complejas que, desde el comienzo, contienen agresión -sea que se conceptual ice esta última como un impulso o como un patrón de reacción- sólo como un elemento constitutivo subordinado, tal como incluso los anlagen biológicos más primitivos están compuestos por moléculas orgánicas complejas y no por moléculas inorgánicas simples. (Las primeras son configuraciones primarias; las segundas, aunque más primitivas, son secundarias, pues constituyen fragmentos de las primeras, producto de su desintegración). La rabia y la destructividad del niño no deberían conceptualizarse como expresión de un instinto primario que tiende a una meta o busca una vía de salida. Deberían definirse como, productos de regresión, como fragmentos de configuraciones psicológicas más amplias, deberían entenderse como fragmentos de las configuraciones psicológicas más amplias que constituyen el símismo nuclear.. En pocas palabras, la agresión sirve ab initio como elemento constitutivo de estas configuraciones más amplias, por rudimentarias que sean a comienzos de la vida. Dicho en términos descriptivos, el punto de partida en la conducta con respecto a la agresividad no es el bebé rabioso y destructivo sino, desde el comienzo, el bebé que se autoafirma, cuyas agresiones son un elemento constitutivo de la firmeza y la seguridad con que plantea sus exigencias frente a los objetos-delsí-mismo que le proporcionan un medio de responsividad empática (promedio). Aunque las brechas traumáticas en la empatía (demoras) son desde luego experiencias inevitables, la rabia que el bebé manifies-
9 Vale la pena mencionar que el cimiento ultimo de Freud radica en el campo "biológico", pero se refiere a un problema psicológico, esto es, la incapacidad del paciente para superar una herida narcisista.
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ta no es primaria. 10 La configuración psicológica primaria, por breve que sea su duración, no contiene rabia destructiva sino afirmación pura; la desintegración posterior de la configuración psíquica más amplia aísla el componente afirmativo y, con ello, lo transforma secundariamente en rabia. (¿Cómo podría ocurrir lo contrario, esto es, luego del período de supervivencia exitosa en el útero?) En este contexto, no tengo nada que criticar a la formulación en términos de conducta (benedek, 1938; véase, asimismo, mis comentarios acerca de la posición teórica específica adoptada por Benedek y otros [ 1971, pág. 219 y nota 1 al pie]) en el sentido de que el bebé desarrolla confianza en su medio. Pero si bien esta formulación en esencia sociopsicológica describe una secuencia del desarrollo en forma correcta, es inexacta porque no toma en cuenta el hecho crítico de que la confianza del bebé es innata, de que existe desde el comienzo. El bebé no desarrolla confianza, sino que la restablece. Dicho en otras palabras: en principio, el punto de partida de la vida psicológica no se revela ni en los estados de equilibrio psíquico completo (el bebé que duerme sin soñar) ni en los estados de equilibrio sumamente perturbado, es decir, en los estados traumáticos (el bebé rabioso y hambriento), sino que existe en el contenido experiencia! de los primeros impulsos hacia el restablecimiento del equilibrio psíquico en el momento en que comenzó a verse perturbado (el bebé sumamente afirmativo que anuncia sus necesidades). Deben destacarse dos puntos con respecto a la idea de que la agresión es un elemento constitutivo de configuraciones primarias no destructivas y que la destructividad aislada -el "impulso"- que aparece luego de la disolución de dichas configuraciones es, en términos psicológicos, producto de una desintegración 1) Al comienzo de la vida estas configuraciones psicológicas primarias no destructivas son muy simples y carecen de contenido ideacional; aun así, debe señalarse una vez más que no constituyen impulsos aislados. Si un teórico de la psicología profunda insistiera a esta altura en que hablamos aquí de un estado prepsicológico que debe explorarse mediante los métodos de la biología o del conductismo, no se vería obligado a rechazar el principio de que la agresión aislada es, en términos psicológicos, un producto de desintegración. Si insistiera en un enfoque biológico, lo único que lograría sería postergar el interrogante concerniente a la esencia psicológica de la conducta aparentemente destructiva del bebé y, por ende, mis conclusiones tendrían qu€ aplicarse a partir de ese punto, cuando se dice que tiene su comienzo la vida psicológica. Empero, si sobre la base de datos neurofisiológicos, se propugna una posición conductista simple como el únic9 enfoque científico
10 Los hallazgos de F. Leboyer, un pediatra francés, debe!'\" tenerse en cuenta en este contexto. Según Leboyer ( 1975) -y sus formulaciones se ven corroboradas por pruebas filmadas- el llanto rabioso del recién nacido no es un elemento dado inalterable. La agresión está inicialmente ausente en el bebé si, desde el comienzo, se responde a él con empatía.
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válido en relación con el bebé, debemos preguntar si el conductista admite o no un elemento de empatía cuando evalúa las actividades del niño. Si lo hace, entonces mis conclusiones pueden aplicarse; en caso contrario, se las posterga una vez más. 11) Debe entenderse que el papel desempeñado por la agresión elemental en el contexto de las configuraciones más amplias que, según propongo, existen desde el comienzo en el bebé, por primitivas que sean, están al servicio, al principio, del establecimiento de un sí-mismo rudimentario y, más tarde, al servicio de su mantenimiento. 11 En otras palabras, la agresividad no destructiva forma parte de la afirmación de las exigencias del sí-mismo rudimentario y se moviliza (delimitando el sí-mismo con respecto al medio) toda vez que se experimenta frustraciones óptimas (postergaciones no traumáticas de las respuestas empáticas del objeto-del-sí-mismo). Debe agregarse aquí que la agresividad no destructiva tiene una 1ínea de desarrollo propio: no se desarrolla a partir de la destructividad primaria debido a influencias educacionales sino, en circunstancias normales, a partir de formas primitivas de afirmación no destructiva hasta alcanzar formas maduras de afirmación en las que la agresión está subordinada al cumplimiento de tareas. La agresión normal, primaria, no destructiva, tanto en su forma primitiva como en la desarrollada, se mitiga en cuando se alcanzan las metas buscadas (sea que dichas metas se relacionen en general con objetos experimentados como distintos del sí-mismo -como centros independientes de iniciativa- o con el sí-mismo y con los objetos de éste). Con todo, si la necesidad adecuada a la fase de control omnipotente sobre el objetodel-sí-mismo 'se ha visto crónica y traumáticamente frustrada en la infancia, entonces se establece una rabia narcisista crónica, con todas sus nefastas consecuencias. Por lo tanto, la destructividad (rabia) y su acompañante ideacional posterior, esto es, la convicción de que el medio es en esencia hostil (la "posición paranoide" de M. Klein) no son elementos psicológicos primarios dados, sino que, a pesar de que a través de toda una vida pueden influir sobre el modo en que un individuo percibe el mundo y determinar su conducta, son productos de desintegración, reacciones frente a fallas traumáticas en cuanto a la capacidad responsiva empática del objeto-del-si-mismo frente a un sí-mismo que el niño comienza a experimentar, por lo menos en sus primeros y borrosos trazos. Vale la pena repetir a esta altura que lqs principios que propongo con respecto a las experiencias de agresión y rabia también resultan válidos para los impulsos libidinales. El impulso sexual infantil aislado no
11 Véase, en este contexto, los comentarios de las págs. 190-191 .sobre los padres que, carentes de empatía para con la necesidad del sí-mismo rudimentario del niño de definirse a través de la rabia, no pueden enfrentar al niño con un "no" firme que estaría en consonancia con las necesidades evolutivas del niño al provocar su rabia saludable.
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es la configuración psicológica primaria, sea en el nivel oral, anal, uretral o fálico. La configuración psicológica primaria (de la cual el impulso es sólo un elemento constitutivo) es la experiencia de la relación entre el sí-mismo y el objeto-del-sí-mismo empático. (En este contexto, véase la descripción [pág. 75 - 76] de una interacción imaginaria entre una madre y su hijo). Las manifestaciones aisladas del impulso se establecen sólo después de fallas traumáticas y/o prolongadas en cuanto a la empatía de los objetos-del-sí-mismo. Las experiencias pulsionales sanas, por otro lado, siempre incluyen el sí-mismo y el objeto de éste aunque, como ya señalé, si el sí-mismo no está seriamente perturbado podemos omitirlo de nuestras formulaciones psicodinámicas sin que ello importe demasiado.12 Pero si el sí-mismo está seriamente dañado o destruido, entonces Jos impulsos se convierten en constelaciones poderosas por derecho propio. 13 Para evitar la depresión, el niño se aparta del objeto-del-símismo ausente o no empático y se vuelca a las sensaciones orales, anales y fálicas, que experimenta con gran intensidad. Y estas experiencias infantiles de hipercatexia de los impulsos se convierten en los puntos de cristalización para las formas de la psicopatología adulta que, en esencia, son enfermedades del sí-mismo, Así, una vez más los niveles más profundos que debe alcanzar el análisis en, por ejemplo, ciertas perversiones, no se refieren a la experiencia pu lsional (por ejemplo, en términos de la conducta, la masturbación oral, anal, fálica del niño), y no es la meta del análisis enfrentar al paciente con un impulso que ahora se supone plenamente develado para que pueda aprender a suprimirlo, a sublimarlo o a integrarlo de alguna otra manera en su personalidad total. El nivel más profundo a alcanzar no es el impulso sino la amenaza para Ja organización del sí-mismo (en términos de la conducta, el niño deprimido, el niño hipocondríaco, el niño que se siente muerto), la experiencia de la ausencia de una matriz sustentadora de la vida que constituye la respuesta empática del objeto-del-sí-mismo. Volviendo a la posición de la agresión en la psicología humana, permítaseme señalar una vez más que la rabia y la destructividad -incluyo aquí las experiencias precursoras genéticamente decisivas en la infancia que explican la propensión a la rabia narcisista que puede reactivarse
12 No vacilo en afirmar que no existe amor maduro en el cual el objeto amoroso no sea también un objeto-del-sí-mismo. O, para expresar esta formulación de la psicología profunda en un contexto psicosocial, que no existe relación amorosa sin idealización y sin respuesta especular (que aumenta la autoestima). 13 Estoy en deuda con el Dr. Douglas C. Levin por una evocadora analogía entre las formulaciones de la física moderna y las que propongo en este contexto. Según el Dr. Levin, así como la división del núcleo atómico está seguida por la aparición de enorme cantidad de energía, del mismo modo la fragmentación del sí-mismo (el sí-mismo "nuclear") lleva a la aparición de un "impulso" aislado, por ejemplo, la irrupción de rabia narcisista. (Cabría agregar que las erupciones más violentas de destructividad aislada luego de una lesión infligida a un sí-mismo fragmentado o ya casi destruido tienen lugar en ciertos casos de reacciones catastróficas [véase Kohut, 1972, pág. 383]0 con el furor de la esquizofrenia catatónica.)
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en la transferencia de los pacientes que padecen de trastornos narcisistas de la personalidad- no son elementos primarios dados sino que surgen como reacción frente a respuestas empáticas deficientes del objetodel-s í-mismo. No cabe duda de que un mínimo de frustración de la confianza del niño en la percepción empática del objeto-del-sí-mismo es necesaria, no sólo para introducir las internalizaciones transmutadoras que construyen las estructuras necesarias para la tolerancia frente a la postergación, sino también para estimular la adquisición de respuestas que están en armonía con el hecho de que en el mundo existen enemigos reales, es decir, otros sí-mismos cuyas necesidades narcisistas se oponen a la supervivencia del propio sí-mismo. Si ese mínimo de frustración no está presente, es decir, si el objeto-del-sí-mismo permanece excesivamente enredado con el niño durante demasiado tiempo, podría sobrevenir ese estado que en la situación el ínica he descripto a veces en broma como "ausencia patológica de paranoia". Pero una tendencia aislada a buscar una vía de salida para la rabia y la destructividad no forma parte de la dotación psicológica primaria del hombre, y la culpa con respecto a la rabia inconsciente que encontramos en la situación cllnica no debe entenderse como la reacción de un paciente frente a la maldad infantil primaria. El criterio contrario y, en mi opinión, erróneo es el que caracteriza a la escuela de Melanie Klein. En otro trabajo (1972) examiné la actitud terapéutica que se correlaciona con el criterio teórico básico que propongo aquí. En particular (y también en contraste con quienes participan del enfoque kleiniano) conduce (en la estrategia general de la conducción del análisis) a que el acento se desplace y deje de estar puesto en una serie de manifestaciones psicológicas más cercanas a la superficie psicológica (el contenido de la rabia, la culpa del paciente por sus metas destructivas) y se desplace a una matriz psicológica más profunda en la que se originó la rabia y, en forma secundaria, la culpa con respecto a ella. En otras palabras, la rabia no se entiende como un elemento primario dado -un "pecado original" que requiere expiación, un impulso bestial que es necesario "domesticar" - sino un fenómeno regresivo específico -un fragmento psicológico aislado por la desintegración de una configuración psicológica más amplia y, por ende, deshumanizado y corrupto- que surgió como resultado de una deficiencia (patológica y patógena) en la empatía por parte del objeto del sí-mismo. Aunque por razones tácticas la necesidad de controlar la rabia y la dinámica del ciclo rabia-tulpa a menudo ocupan una posición destacada aunque temporaria en el análisis -un paciente que no tiene conciencia de su rabia debe experimentarla antes de poder examinar con provecho el contexto más amplio en el que surge- la tarea del análisis consiste, a la larga, en permitir que el paciente adquiera suficiente empatía con respecto a sí mismo como para reconocer el contexto genético en que surgió la rabia y en que la culpa se vio reforzada (por el hecho de que los objetos-del-símismo atribuían al niño su propia incapacidad para responder en forma adecuada a las necesidades emocionales de aquél).
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Si la rabia y la culpa se elaboran así en la transferencia sobre el trasfondo de la matriz de las frustraciones narcisistas patógenas a las que han estado expuestos en la infancia quienes desarrollaron trastornos narcisistas de la personalidad (con rabia y culpa secundarias), entonces la rabia y la culpa desminuyen en forma gradual, el paciente muestra una tolerancia madura frente a los defectos de los padres y una actitud que muestra mayor capacidad para perdonar (quizás viéndolos como resultado de las experiencias infantiles de los propios padres) y aprende a manejar las frustraciones inevitables de su necesidad de respuesta empática por parte del medio con la ayuda de una serie cada vez más variada y matizada de respuestas. La relación dinámico-estructural entre la patología del sí-mismo, por un lado, y la fijación de los impulsos y el infantilismo del yo, por el otro, se vuelve particularmente clara en cierto tipo de perversión sexual en la que el trastorno del sí-mismo constituye el centro de la enfermedad psicológica. El señor A. (véase Kohut, 1971, págs. 67-73), cuya madre severamente anormal (quizás una esquizofrenia latente) le proporcionó una imagen especular groseramente inadecuada en la infancia y cuya imagen paterna ideal izada se vio destrozada de manera traumática, evocó a comienzos de su análisis que, siendo niño, dibujaba personas con cabezas muy grandes y cuerpos y miembros que consistían en una 1ínea delgada. Durante toda su vida tuvo sueños en los que se experimentaba a sí mismo como un cerebro en la parte superior de un cuerpo sin sustancia. A medida que avanzó el análisis pudo describir la conexión causal (motivacional) entre penosos sentimientos de vacío de que padecía y ciertas fantasías intensamente sexualizadas a las que recurría cuando se sentía deprimido, en las que se imaginaba sometiendo a una poderosa figura masculina con su "cerebro", encadenándolo mediante el uso de algún ardid inteligente con el fin de absorber, mediante una fantasía preconsciente de fe/latía, la fortaleza del gigante. Desde muy temprano se había sentido irreal porque vivenciaba su sí-mismo corporal como fragmentado e impotente (como resultado de la ausencia de respuestas alegres adecuadas por parte del objeto-del-sí-mismo materno) y porque la estructura apenas establecida de sus ideales rectores se había visto seriamente debilitada (como consecuencia de la destrucción traumática del objeto-del-sí-mismo omnipotente paterno). Sólo un fragmento de su sí-mismo grandioso-exhibicionista había conservado un mínimo de firmeza y poder: sus procesos de pensamiento, su "cerebro", su inteligencia. Es sobre este trasfondo que debemos comprender la significación no sexual de la fantasía sexual perversa que acompañaba sus actividades masturbatorias. La fan;tasía expresaba el intento de utilizar los últimos restos de su sí-mismo grandioso (pensamiento omnipotente: el ardid) para recuperar -la posesión del objeto-del-sí-mismo omnipotente idealizado (ejercer control absoluto sobre él, encadenarlo) y luego internalizarlo por medio de la fe/latía. Aunque el acto masturbatorio proporcionaba al paci-ente una sensación pasajera de fuerza y de mayor autoestima, no podía, como es natural, compensar la deficiencia estructural de
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que padecía, por lo cual debía repetirse una y otra vez e incluso cabe decir que el paciente se había convertido en un adicto en tal sentido. Sin embargo, la superación exitosa del vacío estructural en última instancia pudo lograrse de manera no sexual mediante la elaboración en el análisis. Esto trajo como resultado, no la incorporación del poder mágico, sino la internalización transmutadora de las metas idealizadas que aseguraban el sustento narcisista del sí-mismo. Las fantasías sádicas de este paciente -encadenar al objeto-del-símismo para despojarlo de su poder- se volvieron comprensibles dentro del marco de la relación del sí-mismo con el objeto-del-sí-mismo y no desde el punto de vista de la psicología de los impulsos. También la naturaleza desconcertante del masoquismo sexual se esclarece si la examinamos a la luz de la explicación de que, cuando los deseos saludables de fusión del niño con el objeto-del-si-mismo idealizado no han encontrado respuesta, la imago idealizada se fragmenta y las necesidades de fusión son sexual izadas y dirigidas hacia dichos fragmentos. El masoquista trata de compensar la deficiencia en la parte del si-mismo que debería proporcionarle ideales enriquecedores a través de una fusión sexualizada con los rasgos de rechazo (castigo, desprecio, desvalorización) de la imago parental omnipotente. Antes de abandonar el tema de las perversiones, quisiera agregar, con el solo propósito de completar el tema, que puede existir otro tipo de aberración sexual en la que el sí-mismo se mantiene en esencia intacto. En tales casos, las metas sexuales anormales se habrían establecido a causa de una regresión del impulso motivada por la huida frente a los conflictos ed ípicos, en particular bajo la presión de castración. Empero, los casos de este tipo, en los que un sí-mismo firme participa activamente en la búsqueda de placer pregenital específico -en otras palabras, no un si-mismo que intenta obtener cohesión y sustancia cor.i la ayuda de actividades perversas- rara vez se observan en la práctica el {nica del analista. Me inclino a suponer que tales individuos no sienten la necesidad de iniciar una terapia con tanta intensidad como aquellos cuya psicopatolog{a central es un si-mismo en fragmentación o debilitado. Así, en casi todas las perversiones que el analista ve en su labor el ínica, las manifestaciones en la conducta que parecen constituir la expresión del impulso primario son fenómenos secundarios. La esencia del sadismo y el masoquismo, por ejemplo, no es la expresión de una tendencia destructiva o autodestructiva primaria, de un impulso biológico primario que puede controlarse sólo en forma secundaria a través de la fusión, la neutralización u otros medios, sino un proceso en dos pasos: luego de la disolución de la unidad psicológica primaria (fusión empática enérgicamente exigida con el objeto-del-sí-mismo), el impulso aparece como un producto de desintegración; luego se lo utiliza al servicio del intento de lograr la fusión perdida (y reparar as{ el si-mismo) por medio patológico, es decir, tal como aparece en las fantas{as y en las acciones del perverso. Pero no sólo la conceptualización de la primada de un impulso agresivo, en particular, y de "el impulso", en general, es inadecuada con res-
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pecto a grarl'des campos dentro del universo de los estados. mentales complejos que trata la psicología profunda; la conceptual1zac1on de la forma en que los impulsos se "procesan", en particular conceptos como los. de represión, sublimación o descarga, que se forman sobre la base de una analogía con patrones de acción mecánica groser~s (un dique ?ara contener las aguas de un río, el paso de la comente electrica a traves de un transformador o el drenaje de un absceso). no hace justicia a una serie de hechos psicológicos importantes y verificables desde el pun:o de vista empírico. Problemas aparentemente alejados de la exper1enc1a tales como los que plantean nuestro cuestionamiento de los conceptos de represión, sublimación, descarga de un impulso. tienen imp~rtantes consecuencias prácticas o, para decirlo de otra manera, los cambios conceptuales introducidos por la psicología del sí-mismo influye.n no sólo sobre nuestro enfoque teórico sino también, y muy en particular, sobre nuestra actitud como terapeutas, educadores y activistas poi íticos. Por ejemplo, si la percepción que el analista tiene de cierta~ manifestaciones de la conducta de sus pacientes está guiada por una imagen que retrata la agresión reprimida como una fuerza controlada por una fuerza contraria (hiperidealización defensiva, por ejemplo), entonces su meta es sublimarla hasta transformarla en firmeza caracterológica, o descargarla a través de acciones realistas. O, para tomar un eje~pl~ del cai;i?º social, un· reformador que basa sus consejos en la teona ps~coanal 1t1ca clásica de los impulsos podría alentar la descarga de las agresiones de los adolescentes que viven en los barrios pobres a través de actividades i~s titucionalizadas y socialmente inocuas, tales como deportes, fantas1as agresivas derivadas del cine y la televisión, etc. Pero. por eleganter:iente simples y persuasivas que resulten estas conceptual1zac1ones, no siempre son adecuadas. Estoy convencido. de q~e, por lo menos en. algunos casos significativos e importantes, es 1mpos1ble drenar la agres1on cor:io un absceso o descargarla tal como sucede con el semen en las relaciones sexuales; por ejemplo, la rabia narcisista crónica severa puede persistir durante toda la vida, no mitigada por ninguna descarga, y lo mismo cabe decir acerca de algunas de las propensiones más destructivas del grupo. El libro Michae/ Koh/haas, de Kleist, y Moby Dick, ~e Melville, constituyen ejemplos artísticos en el campo de la ps1colog1a del individuo; los seguidores de Hitler con su destructividad vengativa constituyen un ejemplo histórico en el campo de la psicología de las masas (véase Kohut, 1972). Logramos mayor claridad conceptual en esos casos, Y, como subproducto, aumentamos nuestros recursos para un cont~ol futuro, cuando el centro de nuestra atención se desplaza desde la imagen del procesamiento de un impulso a través del aparato mental a la idea de la relación entre el sí-mismo y el objeto-del-sí-mismo. Es la pérdida de control del sí-mismo con respecto al objeto-del-sí-mismo lo que lleva a la fragmentación de la afirmación alegre y, en el desarrollo ulterior, al predominio y el arraigo de la rabia narcisista crónica. La consecuencia de la incapacidad del objeto-del-sí-mismo parental para constituir el espejo alegre para la sana afirmación del niño puede ser toda una v·1da
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de amargura y sadismo que no se puede descargar, y sólo por medio de la reactivación terapéutica de la necesidad original de respuestas del objeto-del-sí-mismo se puede lograr una verdadera disminución de la rabia y del control sádico y el retorno a la afirmación sana. Y lo mismo puede decirse con respecto a posibles acciones correctivas de las agresiones en los grupos. Como ya señalé, un reformador social que trabaja con las imágenes evocadas por los contextos de impulsos agresivos no "domesticados" puede fomentar la práctica deportiva para disminuir las tensiones hostiles de los adolescentes que viven en barrios pobres a través de la descarga del impulso sublimada y con inhibición de la meta. Pero el reformador social sometido a la influencia de las imágenes del sí-mismo fragmentado, no centra su atención en el impulso agresivo-destructivo, sino en la cohesión deficiente del sí-mismo en esa clase de jóvenes y, por ende, intenta instituir una acción conectiva que consiste en aumentar la autoestima y prop9rcionar objetos del sí-mismo idealizables. Empero, debería hacernos reflexionar el hecho de que un enfoque centra" do en los impulsos puede resultar eficaz a pesar de que está basado en una teoría menos relevante. Para decirlo en términos del ejemplo que acabamos de presentar: la introducción de deportes institucionalizados puede sin duda disminuir la propensión agresivo-destructiva de esa clase de adolescentes, no porque se les haya proporcionado una vía de salida para un impulso, sino debido al incremento de la autoestima a través del hecho de que un objeto-del-sí-mismo parental (una institución del gobierno) se interesa por ellos, de que se aumenta la autocohesión mediante el empleo diestro del cuerpo y se ofrecen figuras idealizables (héroes atlétioos). En otras palabras, todas estas reformas sociales resultan eficaces porque llevan a fortalecer el sí-mismo de los adolescentes y, en forma secundaria, a una disminución de la rabia difusa que antes había surgido de una matriz de fragmentación.
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LA TERMINACION DEL ANALISIS Y LA PSICOLOGIA DEL SI-MISMO
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Como señalé al comienzo de este capítulo, nuestro enfoque teórico influye de manera decisiva sobre nuestro juicio acerca de si un análisis ha alcanzado o no el punto de terminación. Empero, al revés de lo que cabría esperar, el enfoque de la psicología estructural sobre el problema de la terminación, incluso con los refinamientos de la psicología del yo, no difiere en ·grado significativo del enfoque correlacionado con las conceptualizaciones topográficas que precedieron a la psicología estructural y, de hecho, y vistos desde el punto de vista de la psicología del símismo, ambos criterios están estrechamente relacionados entre sí. Es cierto que el "enfoque estructural" evalúa el grado de autonomía y dominio yoicos, de independencia con respecto a la domesticación de los impulsos ingobernables del hombre, mientras que el "enfoque topográfico" evalúa el grado de acumulación de conocimientos (la desaparición de la amnesia infantil, la evocación de los hechos básicos de la infancia y la comprensión de las interconexiones dinámicas). Pero ambos tienen esto en común: consideran que la condición humana se caracte-
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riza en esencia por el conflicto entre la búsqueda de placer y las tendencias destructivas (los impulsos). por un lado, y la dotación del hombre para elaborar y controlar los impulsos (las funciones del yo y el superyó), por el otro. ¿y de qué modo, por el contrario, evalúa la psicología del sí-mismo la posibilidad de que el paciente esté en condiciones de terminar su análisis? Creo que, desde una perspectiva amplia, debería entenderse que el funcionamiento del hombre apunta en dos direcciones. Me refiero a ellas por lo general hablando del Hombre Culpable, si las metas apuntan a la actividad de sus impulsos, y del Hombre Trágico, si las metas apuntan a la realización del sí-mismo. Quisiera hacer una breve aclaración: el Hombre Culpable vive dertro del principio del placer e intenta satisfacer los impulsos que buscan placer, 14 disminuir las tensiones que surgen en sus zonas erógenas. El hecho de que el hombre, no sólo debido a la presión ambiental, sino sobre todo como resultado del conflicto interno, a menudo es incapaz de alcanzar sus metas en este campo, me llevó a llamarlo Hombre Culpable cuando se lo considera en este contexto. El concepto de la psiquis humana como un aparato mental y las teorías surgidas alrededor del modelo estructural de la mente (el conflicto superyoico con respecto a !os deseos incestuosos de placer es un ejemplo clásico) constituyen la base para las formulaciones que los analistas han utilizado con el fin de descríbir y explicar las tendencias del hombre en este sentido. El Hombre Trágico, por otro lado, trata de expresar el patrón de su sí-mismo nuclear; sus esfuerzos van más allá del principio del placer. También aquí el hecho innegable de que los fracasos del hombre 15 sean más numerosos que sus éxitos me llevó a
14 En consonancia con mi proposición de que el área que la psicologla profunda puede investigar requiere dos enfoques explicativos complementarios (véanse págs: 66-67), bosquejo aquí la psicología del Hombre Culpable sin tener en cuenta un sí-mismo participante. -(Véase, sin embargo, mi argumentación en defensa de una psicología del sí-mismo en el sentido estrecho, es decir, de una conceptualización del sí-mismo como un contenido del aparato mental, en págs. 146-147). 15 La derrota y la muerte del Hombre Trágico no significan necesariamente un fracaso. Tampoco cabe decir que busca la muerte. Por el contrario, la muerte y el éxito incluso pueden coincidir. No me refiero aqu ( (como lo hizo Freud en 1920) a la presencia de una fuerza masoquista activa profundamente arraigada que impulsa al hombre a la muerte, es decir, a su derrota final, sino a la muerte triunfante de un héroe, una muerte victoriosa que (para el reformador perseguido de la vida real, para el santo religioso crucificado y para el héroe que muere en el escenario) pone el sello de la permanencia sobre el logro final del Hombre Trágico: la realización, a través de sus acciones, del proyecto para su vida establecido en su sí-mismo nuclear. Mi descripción de la tendencia del Hombre Trágico a expresar el patron básico de su sí-mismo, aunque se refiere también a una función que está más allá del principio de placer, difiere así de manera decisiva de las formulaciones psicobiológicas de Freud (1920) acerca de la existencia de una tendencia básica, un instinto de muerte, Tánatos, que tiende a la agresión destructiva y a la muerte.
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designar este aspecto del hombre en forma negativa como Hombre Trágico en lugar de "autoexpresivo" u "hombre creativo". La psicología del sí-mismo -en particular el concepto del sí-mismo como una estructura bipolar (véanse págs. 124-137 más adelante) y la propuesta de la existencia de un gradiente de tensión entre los dos polos (véase pág. 130)- constituye la base teórica para las formulaciones que pueden emplearse para describir y explicar las tendencias del hombre en este sentido. Habiendo descripto -aunque con trazos muy gruesos- los dos principales aspectos de la naturaleza psicológica del hombre que puedo discernir y los dos enfoques de la psicología profunda que se requieren para manejarlos, perm ítaseme completar estas consideraciones volviendo a nuestras preguntas originales: ¿Qué unidad de medida debemos utilizar para evaluar si se ha logrado una curación suficiente mediante un análisis? ¿y qué unidad de medida debemos emplear para evaluar si un análisis ha alcanzado una terminación válida? Si bien en diversos contextos se han ofrecido respuestas a aspectos importantes de estas preguntas, deberían adquirir ahora nuevas dimensiones de significado cuando se las vuelve a examinar a la luz de las reflexiones precedentes. En el caso de una neurosis estructural, podemos medir el progreso y el éxito del análisis estimando cuánto conocimiento ha adquirido el paciente sobre sí-mismo, en particular con respecto a la génesis y la psicodinámica de sus síntomas y rasgos caracterológicos patológicos y evaluando cuánto control ha logrado sobre sus tendencias infantiles sexuales y agresivas, sobre todo las que están genética y dinámicamente involucradas' en sus síntomas y rasgos caracterológicos patológicos, y cuán firmes y confiables son los nuevos controles adquiridos. Si se trata de un trastorno narcisista de la personalidad o la conducta, sin embargo, el éxito del análisis debe medirse en primer lugar evaluando la cohesión y la firmeza del sí-mismo y, sobre todo, decidiendo si un sector del sí-mismo se ha vuelto continuo desde uno de los polos hasta el otro y se ha convertido en el agente iniciador y ejecutivo confiable de actividades alegremente emprendidas. Expresado en términos distintos, en los casos de trastornos narcisistas de la personalidad, el proceso analítico logra la curación compensando las deficiencias en la estructura del sí-mismo a través de la transferencia de tipo objeto-delsí-mismo y la internalización transmutadora. A menudo, como en el caso del señor M., la curación no se logra mediante una compensación completa de la deficiencia primaria, sino de la rehabilitación de las estructuras compensatorias. Lo importante no es si todas las estructuras se han vuelto funcionales, sino si el ejercicio de las funciones de las estructuras rehabilitadas permite ahora al paciente disfrutar de la experiencia de su sí-mismo capaz de crear y funcionar con eficacia. A esta simple formulación de una relación causa-efecto unidireccional -la compensación de deficiencias estructurales que lleva a una mayor vitalidad funcional- sólo quiero agregar que ahora se establece un ciclo benéfico reverberante: el sí-mismo fortalecido se convierte en el centro organizador de las aptitudes y talentos de la personalidad y mejora así el ejerci101
cío de estas funciones; además, el ejercicio exitoso de las aptitudes Y lo:5 talentos incrementa a su vez la cohesión del sí-mismo y, por ende, su vigor. Esta respuesta a las preguntas interrelacionadas acerca de lo que constituye la curación psicoanal (ti ca de un caso de trastorno narcisista de la personalidad Y lo que es una terminación válida necesita mayor elaboración. Por ejemplo, se la puede criticar porque parece dejar de lado e.I marco de referencia de la cognición, es decir, porque no se ocupa del contenido y el alcance del conocimiento que el paciente adquirió durante su análisis, porque no tiene en cuenta -no evalúa ni mide- la introvisión lograda. Ouizás sea cierto que la unidad de medida de la acumulación de conocimiento no tiene tanto peso hoy como en las primeras épocas del psicoanálisis, incluso con respecto a las neurosis conflictuales. Por ende, creo que este cambio no se relaciona en particular con el hecho de que en aquellas épocas los analistas se ocupaban de trastornos estructurales mientras que hoy centran su atención en los trastornos del sí-mismo. En otras palabras, el cambio decisivo se refiere a la actitud del obs:rvador -como lo demuestra el cambio desde el punto de vista topograf1co, con el acento puesto en la acumulación de conocimiento (hacer consciente lo inconsciente) al punto de vista estructural, con su acento en la ampliación del dominio del yo- y no a la naturaleza del tema, es decir, no se refiere al pasaje de un predominio de las neurosis transferenciales clásicas al predominio de los trastornos narcisistas de la personalidad. De hecho, resulta tan fácil aplicar la unidad de medida de la acumulación de conocimiento (logro de introvisión) con respecto a la evaluación del tratamiento anal (tico de los trastornos narcisistas de la personalidad como lo es con respecto a la evaluación del tratamiento analítico de las neurosis transferenciales clásicas; sólo el contenido de lo que ha de conocerse y las resistencias que se oponen a la adquisición del conocimiento son distintas en las neurosis conflictuales y en los trastornos narcisistas de la personalidad. En las primeras, el conocimiento oculto se refiere -si estamos dispuestos a dejar de lado el sí-mismo participante- a los deseos pulsionales. Y las resistencias que emanan de las capas infantiles inconscientes del yo tratan de proteger a la personalidad de los temores infantiles concernientes a esos deseos, por ejemplo, experimentar ansiedad de castración. En los trastornos narcisistas de la, pe_rsonalidad, el conocimiento oculto se refiere a las aspiraciones del s1-m1smo nuclear, esto es, la necesidad de confirmar la realidad del sí-mismo a través de las respuestas adecuadas del objeto-del-sí-mismo especular Y el idealizado. Y las raíces de las resistencias llegan hasta las capas inconscientes más profundas de la personalidad: las resistencias son las actividades del sí-mismo nuclear arcaico, que no quiere volver a exponerse a la herida narcisista devastadora que significó ver frustradas sus necesidades _básicas de respuesta especular y de idealización, es decir, las resistencias están motivadas por la ansiedad de desitengración. Expresada en estos términos, la diferencia entre los modelos del proceso psicoanalítico en las neurosis transferenciales y en los trastornos narcisistas de la personalidad puede discernirse con claridad, pero no es
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muy grande: en las primeras, enfrentamos· un conflicto entre estructuras psicológicas; en los segundos, un conflicto entre un sí-mismo arcaico Y un medio arcaico -precursor de la estructura psicológica (véase Kohut, págs. 19 y 50-53)- que se experimenta como parte del sí-mismo. Considerados dentro de este marco conceptual, los criterios a utilizar para evaluar los éxitos y fracasos de nuestros esfuerzos psicoanal íticos, tanto en los casos de neurosis estructurales como de trastornos narcisistas de la personalidad -y en relación con el problema de se ha alcanzado el momento adecuado para la terminación- son en esencia Jos mismos. Con todo, puesto que el contenido reprimido no es el mismo en los dos tipos de trastornos -deseos pulsionales incestuosos, versus temor al castigo (ansiedad de castración) en uno; las necesidades del si-mismo deficiente versus la evitación de la mortificación que significa volver a estar expuesto a las heridas narcisistas de la infancia (ansiedad de desintegración), en otro- tales criterios deberán aplicarse de distinta manera. Mientras que los trastornos narcisistas de la personalidad son tan analizables como las neurosis transferenciales clásicas, las transferencias de tipo objeto-del-sí-mismo que estos pacientes desarrollan Y los procesos de elaboración correlacionados que su resolución requiere no siguen el patrón del modelo clásico. La psicopatología esencial en los trastornos narcisistas de la personalidad se define por el hecho de que el sí-mismo no se ha establecido sólidamente, de que su cohesión y firmeza dependen de la presencia de un objeto-del-sí-mismo (del desarrollo de una transferencia de tipo objeto-del-sí-mismo) y de que responde a la pérdida del objeto-del-sí-mismo con simple debilitamiento, diversas regresiones y fragmentación. (Cómo señalé antes [Kohut, 1972, pág. 30, nota 2 al pie; 1975b, nota 1 al pie]), la reversibilidad de estos cambios desfavorables diferencia los trastornos narcisistas de la personalidad de la psicosis y los estados fronterizos.) La terminación del análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad, por lo tanto, debe evaluarse con la ayuda de unidades conceptuales que miden la mayoría de las debilidades del sí-mismo que constituyen el centro de la psicopatología. En otras palabras, el análisis de un caso de trastorno nárcisista de la personalidad alcanza la fase de terminación cuando el sí-mismo del paciente se ha vuelto firme, cuando ha dejado de reaccionar frente a la pérdida de los objetos-del-sí-mismo con fragmentación, acentuado debi 1itamiento o rabia incontrolada. Pero sea que la evaluación se haga en términos de acumulación de conocimiento (introvisión) o, lo Cl!lal constituye un enfoque mucho más relevante, en términos del grado de cohesión y estabilidad del sí-mismo que se logró, quisiera volver a decir (véanse págs. 30 -31) que atribuyo gran importancia a la percepción interna del paciente (a menudo sutil pero convincentemente expresada en sus sueños) de que la tarea anal ítica está cumplida. Desde luego, es necesario estudiar con cuidado esta opinión del paciente y la posibilidad de que refleje una huida defensiva hacia la salud. Con todo, he llegado a convencerme cada vez más que en los trastornos narcisistas de la personalidad -y consideraciones similares se aplican a las neurosis clásicas- y en forma análoga
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el establecimiento espontáneo de la transferencia (comienzo del proceso analítico), la percepción que tiene el paciente de que se ha logrado una transformación exitosa del objeto-del-sí-mismo en una estructura psicológica forma parte intrínseca de un proceso que no debemos interferir, que sí podemos promover y purificar, pero sobre cuyo desenvolvimiento carecemos en esencia de control. Estas consideraciones me llevan a la siguiente conclusión preliminar. La finalización exitosa del análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad se ha alcanzado cuando se ha establecido y elaborado una fase adecuada de terminación, cuando el sí-mismo nuclear previamente debilitado o fragmentado del paciente -sus ambiciones e ideales nucleares en cooperación con ciertos grupos de talentos y aptitudes- se ha visto suficientemente fortalecido y consolidado como para funcionar como una unidad más o menos autopropulsora, autodirigida y autosustentada que proporciona un propósito central a su personéllidad y confiere una sensación de sentido a su vida. Para destacar que este éxito terapéutico se logra mediante una alteración perdurable de las funciones psi'quicas, sugiero el término "rehabilitáción funcional", para este resultado del proceso de recuperación del sí-mismo. Dicho de otra manera, sugiero que las manifestaciones que caracterizan la etapa de terminación de un análisis en el caso de un trastorno narcisista de la personalidad comienzan a aparecer en las asociaciones libres del paciente en el momento en que los objetos-del-sí-mismo (y sus funciones) se han transformado en grado suficiente en estructuras psicológicas, de modo que hasta cierto punto funcionan (véase nota al pie de pág. 136; véase, asimismo, Kohut, 1971, nota al pie de pág. 278n) en forma independiente, de acuerdo con los patrones autogenerados de iniciativa (ambiciones) y de orientación interna (ideales).
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Rt:FLEXIONES SOBRE LA NATURALEZA DE LAS PRUEBAS EN PSICOANALISIS
Es imposible enfocar el problema de la terminación y la curación adecuadas en análisis si no se circunscribe primero la naturaleza del trastorno de que se trata. Y no se puede convencer a nadie con respecto a la• exactitud de las definiciones de ciertos trastornos psi'quicos que el análisis debe aliviar o curar a menos que primero se haya logrado demostrar que el marco en que se ubicán dichas definiciones -en este contexto, el marco de una psicología del sí-mismo- es a su vez válido y relevante. Empero, la afirmación de que una psicología del sí-mismo de hecho cumple estos criterios no puede demostrarse de manera satisfactoria utilizando sólo la argumentación lógica. Sin datos empíricos, se puede hacer poco más que demostrar la coherencia interna del propio punto de vista. Antes de emprender la defensa de mi posición, sobre la base del examen de los datos empíricos, según la cual el psicoanálisis necesita de hecho una psicología del sí-mismo, quisiera pedir al que desee realizar con seriedad el intento de juzgar el valor explicativo de este nuevo paso teórico, que dejara primero de lado sus convicciones arraigadas, en el sentido de que todas las enfermedades psicológicas pueden explicarse en forna adecuada dentro del marco de la psicología del aparato mental en general, y del modelo estructural de la mente (psicología del yo) en particular, e incluso en el nivel de maduración del complejo de Edipo. Dicho de otra manera, el valor explicativo y heurístico de una teoría nueva, de una nueva manera de considerar los datos empíricos en el campo de los estados mentales complejos, puede medirse sólo si quien hace la evaluación es capaz de aceptar la difícil tarea de suspender tem-
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porariamente sus convicciones contrarias con el fin de estudiar las nuevas configuraciones. (Omito aquí la cuestión concerniente a las resistencias emocionales específicas y me refiero sólo a la renuencia a perder la seguridad que proporcionan los modos habituales de dominio cognitivo). Quien hace la evaluación debe estar en condiciones de dejar de lado la manera tradicional de entender los datos con suficiente frecuencia y durante períodos bastantes prolongados como para familiarizarse con la nueva teoría. Desde luego, cualquier principiante podrla decirme ex cathedra, por ejemplo, que el señor M. interrumpió su análisis en el momento en que realmente debería haberlo comenzado, es decir, cuando el anhelo de fusión con el padre idealizado se habría transformado en competencia edlpica acompañada por temor a la castración. Sin duda, no puedo negar con absoluta convicción que existiera una patología edlpica subyacente al trastorno narcisista del señor M. Sólo puedo decir que, si bien estoy dispuesto a considerar esa posibilidad, no me parece probable sobre la base de una amplia experiencia el lnica, si bien en algunas ocasiones nos sorprende descubrir que una patología edípica central ha quedado encubierta por lo que al principio parecía ser un trastorno primario del sí-mismo. Sin duda, es necesario realizar nuevas investigaciones sobre las diversas relaciones existentes entre la patología del sí-mismo y la patología estructural, pero ellas sólo podrán arrojar luz nueva y quizás inesperada sobre la psicología humana si la mente del investigador no permanece cerrada ante la posibilidad de que todo un sector de la psicología humana sea en esencia independiente de las experiencias edlpicas del niño y que el complejo de Edipo no constituya el único centro de cierto tipo de trastornos psicológicos, sino también un centro de salud psicológica, es decir, un logro del desarrollo. La evaluación de la significación comparativa -con respecto al desarrollo normal y la psicopatologla- de las experiencias del niño con los objetos involucrados en el drama edlpico, por un lado, y de las experiencias del niño con los objetos-del-sí-mismo involucrados en el drama de la formación del si-mismo, por el otro, justifica volver a la observación clínica concentrada y desprejuiciada. Sin embargo, las descripciones el ínicas presentadas en ensayos y libros, incluso cuando se trata de detalladas historias el lnicas, rara vez proporcionan por sí solas pruebas convincentes en cuanto a la corrección de interpretaciones especificas de datos psicológicos especlficos, y nunca pueden por sí solas ofrecer suficientes pruebas para demostrar que el propio criterio es más adecuado, más amplio, más preciso y discriminativo que otro. El enorme número de variables contenidas en el campo psicológico condena al fracaso cualquier enfoque puramente cognitivo. Con todo, la empat(a refinada del observador humano adiestrado constituye un instrumento potencialmente a11>to para dar el primer paso - el de la comprensiónen el procedimiento de dos pasos, comprensión·-explicación, que caracteriza a la psicología profunda. El hecho de que considero que la empatla del observador adiestrado es el paso irremplazable que lleva a la cap-
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tación significativa -comprensión- del campo psicológico 1 permitirá esclarecer dos rasgos estrechamente relacionados de este trabajo (y de algunos de mis trabajos previos): el uso de expresiones personales -tales como "me he convencido cada vez más"- y el acento puesto de mis descripciones el lnicas en las respuestas del analista frente al material, esto es, las diversas conclusiones a que llega, la convicción gradual de que uno de ellos es más correcto que los otros. 2 Mis datos el lnicos tienen como fin ser evocadores. Quiero demostrar mi punto de vista y ofrecerlo a mis colegas para su uso experimental en el laboratorio de su propia labor anal ltica. Los analistas podrán adquirir una firme convicción acerca de la relevancia y la vitalidad de la psicología del sí-mismo sólo en tanto la utilicen en su propio trabajo. El hecho de que la presentación de un caso haya logrado dispersar las dudas del lector con respecto a la corrección de la tesis del autor es un testimonio de la habilidad y la inteligen1tia 1de ese autor, pero no una prueba de la corrección de su tesis. Un pa(;ifunte puede hacer cincuenta asociaciones adecuadas cuyo contenido ideacional llevaría a una interpretación especifica del material, a pesar de 1o cual su tono de voz, el mensaje que emana del estado de ánimo que revelan sus gestos y su postura corporal, muestran al analista que la significación del material ha de encontrarse en otra parte. ¿cómo, entonces, llegan los analistas a una comprensión válida del' material que observan? Al fin de cuentas, la psicolog(a profunda no puede demostrar sus afirmaciones con el tipo de pruebas disponibles a ciencias tales como la física y la biolog(a, que estudian el mundo externo a través de la observación sensorial. A pesar de ello, la investigación cient(fica válida en psicoanálisis resulta posible porque ( 1) la comprensión empática de la experiencia de otros seres humanos es una capacidad humana tan básica como la visión, el oído, el tacto, el gusto y el olfato, y( 11) el psicoanálisis puede superar los obstáculos que se levantan en el camino de la comprensión empática, tal como otras ciencias han aprendido a superar los obstáculos que les imped(an llegar a dominar el uso de los medios de observación que utilizaban: los órganos sensoriales, incluyendo su extensión y refinamiento a través de instrumentos. La posibilidad de alcanzar resultados válidos en nuestro campo debe evaluarse teniendo en cuenta dos principios: uno se refiere al estado emocional del observador empático, y el otro, al aspecto cognitivo de su tarea. Podríamos llamar al primero de ellos el principio de Las Vestiduras Nuevas del Emperador; encarna la idea de que el descubrimiento
1 El hecho de que la fase de "comprensión" deba estar seguida por u na fase de "explicación" no tiene importancia en este contexto.
2 Véanse dos afirmaciones interrelacionadas simples, pero importantes, de Freud: su comentario sobre el papel irremplazable de la empatía en psicología ( 1921, nota al pie de pág. 11 O; véase nota al pie de pág. 21 O, más adelante), Y sus comentarios sobre los procedimientos que llevan a las soluciones científicas en el campo del psicoanálisis (E Freud, 1960, pág. 396).
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de hechos en psicoanálisis requiere a veces la valentía ingenua del observador más que un aparato cognitivo muy desarrollado. El segundo principio -al que nos referiremos como principio de la Piedra Rosetarepresenta el criterio de que la validez de los significados recién descubiertos (o su significación) debe establecerse en forma análoga al procedimiento de validación uti 1izado para descifrar los jeroglíficos. Si el decodificador-observador puede demostrarse a sí mismo que un número cada vez mayor de fenómenos se pueden combinar de modo de completar un mensaje significativo cuando se los ve desde un punto de vista nuevo, que ahora resulta posible comprender e interpretar de modo significativo una gama más amplia de datos, entonces sin duda cabe afirmar que su convicción con respecto al nuevo modo de interpretación se ha afianzado. Además el centro de interés del psicoanalista concierne al significado y la significación del material que estudia, antes, r:~e ~;as secuencias causales. Así, su comprensión de la experiencia human'l no es más accesible a las consideraciones de tipo causa-efecto en el ti"empo y en el espacio que la validez de las afirmaciones de quien descifra jeroglíficos. Dicho en otros términos, en la psicología profunda se busca la verdad psicológica mediante tres métodos: el examen persistente de los datos empíricos por medio de la empatía, desde tantos puntos de vista como el terapeuta pueda descubrir; la selección de la posición empática específica que le permite obtener los datos de la manera más significativa y, por último, la eliminación de los obstáculos en el camino de la empatía, sobr? todo en sí mismo pero también, mediante el ejemplo Y el aliento, por un lado, y mediante la demostración repetida a sus colegas, por el otro, de la nueva posición empática que les permitirá discernir 3 patrones psicológicos no reconocidos hasta ese momento. Los siguientes episodios el ínicos ilustrativos -el propósito de su presentación y ciertos rasgos de la forma en que se presentan- deben evaluarse en relación con estas consideraciones. Están destinados a demostrar que el significado y la importancia de ciertos fenómenos el ínicos resultan más amplia y profundamente comprensibles cuando se los considera dentro del marco de la psicología del sí-mismo que cuando se los analiza dentro del marco de una psicología del impulso, del modelo estructural de la mente y de la psicología del yo.
3 El futuro puede proporcionar un enfoque cuantificador en el que la creciente convicción del investigador empático se vea corroborada por medio de una metodolog{a cuantificadora capaz de determinar el número de datos o contar el número de detalles que forman configuraciones significativas cuando se las considera desde el punto de vista particular.
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ILUSTRACIONES CLINICAS
El hijo del psicoanalista En mi experiencia el ínica, sobre todo en los últimos 50 años, he tratado varios pacientes que eran hijos de psicoanalistas. 4 Acudieron a mí para reiniciar su análisis porque sentían que los tratamientos previos habi'an fracasado. Experimentaban la vaga sensación de no ser reales ( a menudo en forma de incapacidad para experimentar emociones) y sentían una intensa, aunque conflictual, necesidad de apegarse a figuras poderosas en su medio para poder sentir que su vida tenía sentido; de hecho, para poder sentirse vivos. Llegué a comprender que su trastorno se relacionaba genéticamente con el hecho de que sus padres les habían comunicado desde un principio, a menudo y con mucho detalle, sus introvisiones empáticas con respecto a lo que los niños pensaban, deseaban y sentían. Por lo que pude juzgar -y hubo casos en los que tengo motivos para considerar más que justificada esa conclusión- esos padres nunca se mostraron fríos ni rechazaron al hijo. En otras palabras, no encubrieron un rechazo subyacente del niño con la ayuda de interpretaciones en esencia hostiles. Estas interpretaciones repetidas no hicieron que el niño se sintiera rechazado y tampoco le dieron la sensación de encontrar una respuesta excesiva. El efecto patógeno de la conducta parental radicaba en el hecho de que la participación de los padres en la vida de sus hijos, su afirmación (a menudo correcta) de que sabían más sobre lo que sus hijos pensaban, deseaban y sentían que los niños mismos, dificultó la consolidación del sí-mismo de esos niños, con el resultado ulterior de que éstos adoptaron una vida secreta y aislada para impedir la introvisión de sus padres. Empero, la cuestión decisiva en este contexto es la siguiente. En los análisis previos, sus analistas habían consfderado que su marcada renuencia a revelarse a sí mismos y su incapacidad para entregarse a la asociación libre era un obstáculo no transferencia! para poder establecer una alianza terapéutica o bien una resistencia transferencia! que se oponía al surgimiento de deseos 1ibidinales incestuosos, o bien la manifestación de una transferencia negativa instintivo-objeta!, una manera de frustrar (derrotar) al progenitor tival. En el primer caso, los analistas parecen haber reaccionado ejerciendo, de maneras más o menos sutiles, un cierto grado de presión moral sobre los pacientes, exhortándolos a comprometerse con la tarea anal ítica; en el segundo y el tercer caso, habían tratado de resolver el problema mediante interpretaciones que consideraban adecuadas. Resulta fácil pensar que la convicción final a que llegaron estos pacientes en el sentido de que su analista previo había estado equivocado
4 Los puntos de vista presentados aqu { no sólo derivan de los análisis de hijos de psicoanalistas, sino también de hijos de padres con conocimientos psicoanalíticos, tales como psicólogos, asistentes sociales, psiquiatras, etc.
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es sólo una manifestación de una transferencia positiva con el analista posterior. Empero, la forma en que surgió el material pertinente contradice esta conclusión. En realidad, durante mucho tiempo en su análisis conmigo, estos pacientes no se quejaron de su analista previo, sino que tendieron a dar por sentado la validez de su enfoque, tal como jamás habían cuestionado la adecuación de las intrusiones parentales. Estas habían constituido en su caso una verdadera forma de vida durante su infancia, y las presiones y/o intEirpretaciones del analista eran hasta donde podían reconocerlas, igualmente aceptadas como adecuadas. De hecho, sólo luego de superar una considerable resistencia los pacientes comenzaron a comprender -sin ninguna sugestión de mi parte y, de hecho, ante mi sorpresa al comienzo- que lo que los llevaba a aislarse del peligro de ser entendidos era el temor a la disolución del sí-mismo. Los analistas previos de estos pacientes eran competentes, experimentados y miembros conocidos de la profesión, que indudablemente tenían en cuenta el aspecto constructivo de las resistencias a que me refiero aquí o que por lo menos reconocían que las resistencias son inevitables y deben tratarse con respeto. Empero, creo que la mayorla de ellos tenderlan a entender la resistencia manifestada por estos pacientes como una reacción frente a la deficiencia de un yo que estaba dañado por haber sido demasiado exigido a comienzos de la vida. Existe una diferencia esencial y decisiva entre este enfoque y el que propongo. La conceptualización del yo deficiente (cuyos 1ímites no se han establecido con firmeza) lleva al analista a adoptar una elogiable actitud de cautela (para preservar los 1ímites yoicos que todavla existen), seguida por un enfoque pedagógico (el intento de establecer dominio cognitivo sobre la relación entre el yo y el objeto [véase, Federn, 1947]). En otras palabras, la conceptualización de una deficiencia yoica lleva nécesariameí\te a un enfoque más educacional que psicoanal ítico, por psicoanalítico que sea el enfoque de esta actitud educacional. En vista de que el aparato mental mismo no es un contenido experiencia! para el paciente, el analista que conceptualiza la enfermedad de aquél en términos de una deficiencia del yo no puede hacer más que enseñar al paciente a reconocer el mal funcionamiento de su aparato psíquico deficiente. Y el paciente, a su vez, no puede hacer más que tratar mediante un esfuerzo consciente de resistirse a ciertas tendencias patológicas existentes (como la tendencia a creer que los demás conocen sus pensamientos) mediante la forzada activación de fuerzas opuestas (acentuando su conocimiento consciente de que los otros no conocen sus pensamientos). La conceptualización de una psicopatología específica del sí-mismo, por otro lado, lleva a un enfoque psicoanalítico antes que educacional. Conduce al surgimiento de contenidos experienciales patognomónicos, y especlficamente a la reexperiencia de los reclamos de las antiguas constelaciones pslquicas - las que debieron ocultarse por que los objetos-del-si-mismo, haciendo gala de muy poca empatla, no las tuvieron en cuenta- y permiten que esas constelaciones vuelvan a experimentarse en tal transferencia y, de hecho, se conviertan en el centro mismo del
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1 proceso psicoanal ltico. La conceptualización de una patología del símismo lleva en esos casos a reconocer que la resistencia del paciente a que el analista penetre en él es una fuerza saludable, que preserva la existencia de un rudimento del sí-mismo nuclear que logró establecerse a pesar de la empatía distorsionada de los padres; también permite reconocer que ese sí-mismo nuclear se reactiva cada vez más, es decir, el analista presencia el renacimiento de la convicción arcaica del paciente en cuanto a la grandeza de su sí-mismo, convicción que no había encontrado respuesta en la temprana infancia y, por lo tanto, no había sido accesible a una modificación e integración graduales con el resto de la personalidad; por último, permite reconocer que un proceso de elaboración comienza a movilizarse: el que se refiere a los reclamos del símismo nuclear reactivado en una (o varias) de las variedades de una transferencia de tipo objeto-del-si-mismo. Este proceso de elaboración comienza casi siempre con la movilización de necesidades arcaicas de respuesta especular y de fusión ;a medida que se desarrolla la elaboración, transforma gradualmente las ideas de grandeza arcaica del paciente y su deseo de fusión con los objetos omnipotentes en una saludable autoestima y devoción por sus ideales. No me cabe duda de que la psicopatología central en estos casos se refería a la inestable cohesión del sí-mismo (u otras formas de patología del sí-mismo). Era este trastorno central el que constituía el núcleo de la transferencia de tipo objeto-del-sí-mismo (una "transferencia especular en el sentido más estricto" [véase Kohut, 1971, págs. 1Hi17!11) lo que se estableció de manera espontánea en la sit11ac:ió11 p~;11 11o111iil 111 ca. El hecho de que los padres de estos paciontr!s 1111111111.111 •1111J111d11 111 traduciéndose, a través de percepcionns si1l11:; I" '" I•" 111111•, 1111 ''" d11~111111 llo -esto es, mucho después do la 11tup11 pr11v11tlu1I rn1 In q1111In11111p11t.í11 parental casi perfecta con (!I crn1l1111idu du lil 111u11to dnl l111l11'1 (!H1t1 nuco sidades y deseos) constituye sin duuu ul requisito indispensahlo pura la formación del sí-mismo rudimentario del niño- demuestra más allá de toda duda que no eran empáticos con respecto a las necesidades de maduración de sus hijos (es decir, a los requisitos del sí-mismo total del niño), aun cuando su captación empática de ciertos detalles de los pensamientos de los hijos resultara a menudo acertada. 5 El desarrollo del símismo del niño -su clara delimitación- se vio por lo tanto obstaculiza-
5 La empatía distorsionada de estos padres con respecto a sus hijos se relaciona en cierto sentido con la percepción correcta, pero distorsionada, que tiene el paranoico de los impulsos hostiles en los demás (véase Freud, 1922, págs. 223-232). En ambos casos se ve un solo árbol, pero no el bosque. En otro trabajo (1971, pág. 121) me referí a la distorsión análoga de la empatía en el analista que centra sus interpretaciones en un único mecanismo mental -por ejemplo, una defensa o algún otro detalle de la neurosis del paciente- en un momento en que éste busca una respuesta amplia para su sí-mismo total acerca de algún hecho importante de su vida, tal como un nuevo logro.
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do. Lo que el niño necesitaba no eran interpretaciones productoras de fragmentación con respecto a contenidos ideacionales y emocionales de su mente, sino interpretaciones conducentes a una mayor conciencia de su persistente necesidad de respuestas a su s(-mismo total capaces de intensificar la cohesión. Fue la necesidad infantil de este tipo de respuestas (frustradas en la infancia y, por ende, intensificadas) lo que se revivió en la transferencia de tipo objeto-del-s(-mismo y era esta necesidad la que requer(a interpretación. El analista no debió rechazar la resistencia a la autorrevelación como una actitud desfavorable que se deb(a superar, y cuanto antes mejor, al servicio del análisis (tal como los pacientes comenzaron a verla en forma retr,ospectiva para real izar la autoestima del padre-analista), sino interpretarla sin censura como un escudo importante para evitar que la interpretación penetrara en ellos, un escudo con que el paciente intentaba proteger un sector pequeño y coherente de su sí-mismo. Empero, lo que se reactivó en la transferencia de tipo objeto-del-sí-mismo fue este sector del s(-mismo comparativamente intacto, precariamente mantenido y secretamente protegido, cuya existencia había sido reconocida ahora mediante la interpretación del analista, y no los deseos pulsionales incestuosos. Lentamente y a pesar de fuertes resistencias, se puso de manifiesto ante el analista: el deseo de ser admirado y confirmado para experimentar un sentido de su realidad y, en forma secundaria, la aspiración a completar un paso frustrado del desarrollo, a exponerse a los procesos de elaboración (frustraciones óptimas) que permitirían su integración en la personalidad madura del paciente.
Del análisis del señor W. Pasemos ahora a una serie de ilustraciones más detalladas que corroboran mi afirmación de que, al ampliar el foco de atención -esto es, abandonar el uso exclusivo de la psicología del conflicto y el modelo estructural de la mente- de modo de incluir el marco conceptual de una psicología del sí-mismo, en ciertas circunstancias es posible ver los datos psicológicos bajo una luz nueva y aumentar nuestra capacidad para activar y mantener procesos de elaboración beneficiosos especi'ficos en el campo del trastorno narcisista de nuestros pacientes. El señor W., 6 un joven soltero de casi 30 años, luego de pasar de un empleo a otro, había logrado triunfar como periodista en los últimos años. Se había analizado antes, pero ahora quería reiniciar el tratamiento. Manifestó que su primer análisis (terminado unos tres años antes) lo había ayudado en pequeña medida a disminuir su inquietud generalizada. Empero, sentía que esa mejoría no se debía a las introvisiones
6 Este paciente fue tratado por un experimentado colega que tuvo consultas frecuentes (una vez por semana} con el autor durante los primeros tres años de este análisis y luego continuó con esas consultas, aunque con menor frecuencia, durante otros cuatro años, hasta la terminación.
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. logradas durante el tratamiento previo, sino a la influencia estabilizadora de su ex analista, un hombre mayor, dedicado, bondadoso y previsible. Aunque los síntomas con que se presentó al iniciar su nuevo análisis eran bastantes vagos -experimentaba una insatisfacción general con respecto a su vida y decía que se sentía inquieto y a veces "nervioso"puedo decir ahora, retrospectivamente y sobre la base de las introvisiones que se lograron poco a poco en el curso de su análisis, que padecía de esa sensación de incertidumbre interna y falta de sentido con respecto a amplios sectores de su vida tan caracter(stico de los trastornos difusos del sí-mismo. Y el slntoma más específico, el aumento recurrente de su inquietud y nerviosismo, también puede entenderse ahora como relacionados con exacerbaciones episódicas de la debilidad de la cohesión de su sí-mismo. En general, la manifestación más característica del trastorno psicológico del señor W. era la recurrencia de un síndrome de irritabilidad, hipocondría y confusión. Sobre la base de lo que aprendimos durante el análisis acerca del significado de la inquietud episódicamente incrementada del señor W. -sobre todo acerca del efecto de las separaciones con respecto al analistano cabe duda de que dichas reacciones siempre se han producido -antes, durante y después de su análisis previo- como respuesta a hechos que lo hacían sentir abandonado. Empero, al comienzo del nuevo tratan:1iento Y durante la mayor parte del primer año de este análisis, el paciente no tenía noticia alguna de experimentar respuestas emocionales frente a separaciones reales o inminentes con respecto al analista y, hasta donde se pudo determinar, jamás había tenido noticia de tales reacciones, ~n su anális.is previo o fuera del tratamiento. Empero, poco a poco .no solo fue posible establecer que sin duda tales experiencias lo afectaban profundamen'.e, s~n? que se comprendió cada vez más el significado de los rasgos ps1colog1cos de sus reacciones. El indicio inicial surgió en un sueño que tuvo hacia el final del primer añ.o del análisis, pocos días antes de que el analista hiciera un viaje de una semana a Nueva York, según el paciente averiguó por casualidad. En el sueño, el paciente se encontraba en un avión volando de Chicago a Nueva York, ocupaba un asiento junto a la ventana del lado izquierdo del avión, según mencionó, mirando a través de la ventana hacia el sur. Cuando el analista le señaló esa incongruencia en su relato, es decir, que si iba de Chicago a Nueva York deb(a mirar hacia el norte y no hacia el sur, desde el costado izquierdo del avión, el paciente se volvió totalmente confuso y perdió su orientación espacial hasta el punto de que literalmente no pudo distinguir el lado derecho del izquierdo dur~nte unos instantes. (Cabría agregar aqu( que las desorientaciones espaciales que sufría en tales períodos no siempre eran tan inocuas como ésta. En cierta ocasión, durante el segundo año del análisis, y también poco antes de una separación con respecto al analista, corrió considerable peligro cuando entró a una calle de contramano, una cal le de tráfico muy rápido Y que, además, conocía muy bien). Las asociaciones con la desorientación espacial revelada por su sueño le permitieron recordar
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repetidos incidentes de su vida adulta y del final de su niñez (de los cuales nunca había hablado antes, aunque era obvio que esos recuerdos no habían sido reprimidos), circunstancias en las que había perdido la orientación espacial en lugares desconocidos, con la aterradora sensación de que jamás podría encontrar el camino de regreso a su medio habitual. El análisis del sueño del señor W. abrió el primer camino significativo hacia la comprensión genético-dinámica del núcleo del trastorno de su personalidad. Cuando tenía aproximadamente tres años y medio, sus padres se habían visto obligados a alejarse de su único hijo durante más de un año. Durante ese período el paciente, que hasta ese entonces sólo había conocido la zona céntrica de Chicago, vivió en una granja en el sur de lllinois con personas que conocía muy poco y eran parientes lejanos de la madre. Parecen haber sido personas responsables que se ocupaban de sus necesidades físicas, pero le prestaban muy poca atención en otros aspectos. No vio a sus padres durante todo el año y sólo recibió pocas y breves visitas de la madre. A medida que el análisis avanzaba, cada uno de los síntomas principales con que reaccionaba ante las separaciones en la transferencia lo llevaron a evocar esas experiencias precursoras significativas correspondientes a ese período decisivo de su infancia. Antes de las separaciones y, en la primera parte del análisis, también frente a situaciones y hechos que experimentaba como emocionalmente análogos a las separaciones -en particular cuando el analista (que ocupaba la posición emocional de la familia que había cuidado de él en la granja) parecía distante o no empático 7 - , el señor W. dedicaba las sesiones a descripciones más o menos ansiosas de diversas sensaciones físicas que experimentaba y a describir las enfermedades que crela padecer. Entre sus preocupaciones se destacaba cierto temor con respecto a los ojos (le parecía que no enfocaba bien) y a sus hemorroides. En esas épocas durante la primera parte del análisis, consultó a varios oftalmólogos y proctólogos e incluso consideró la posibilidad de someterse a intervenciones quirúrgicas. Nunca llegó realmente a tomar esta decisión, pero logró exteriorizar sus dudas obsesivas consultando expertos que le daban consejos contradictorios con respecto al tratamiento. Poco a poco, a medida que el análisis progresaba y hacía que el paciente tomara cada vez más conciencia de la relación existente entre sus preocupaciones hipocondríacas y el efecto psicológico de las separaciones inminentes con respecto al analista, empezó a recordar los estados mentales cruciales de su infancia que constitu lan los precursores de los actuales. En cuanto 8'1 señor W. sufría la pérdida del analista objeto-del-simismo, se sentía privado del cemento psicológico de la transferencia
Ernest Wolf ("The Disconnected Self", 1976, inédito) se refiere a tales contingencias como "la ausencia funcional del objeto-del-sí-mismo".
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narcisista que habla mantenido la cohesión de su sí-mismo. Y, en consecuencia, se sentía amenazado por la atemorizante percepción de que diversas partes del cuerpo se aislaban y comenzaban a experimentarse como extrañas y ajenas, y por la pérdida de la sensación tranquilizadora de ser una unidad en el espacio, un continuo en el tiempo, un centro para la iniciación de acciones y la recepción de impresiones. La elección de síntomas durante estos episodios no estaba determinada por fantasías de deseo inconscientes específicas, como sucede con los síntomas somáticos en la histeria de conversión, sino que defectos físicos secundarios preexistentes a los que el paciente prestaba poca atención cuando la cohesión de su sí-mismo no se veía amenazada se convertían en centro de su atención cuando su sí-mismo comenzaba a desintegrarse. La patología esencial en tales casos no es el surgimiento de fantasías sexuales y agresivas específicas intensificadas en forma somática, sino la disminución de la cohesión del sí-mismo corporal en ausencia del objeto-del-sí-mismo especular. La experiencia del sí-mismo total desaparece al tiempo que, parí passu, aumenta la experiencia de los fragmentos del sí-mismo, un proceso penoso acompañado por un estado de ansiedad difusa. Pero, mientras que los síntomas somáticos no expresan ningún significado especi'fico que pudiera verbal izarse e interpretarse, la elección de síntomas no es totalmente azarosa: ciertas partes del cuerpo se convierten en los portadores del desarrollo regresivo desde el deseo del paciente con respecto al objeto-del-si-mismo ausente hasta estados de fragmentación del sí-mismo que, por ende, se prestan en particular a convertirse en puntos de cristalización para la preocupación hipocondríaca. Por ejemplo, ciertas fantasías de un anhelo de incorporar el objeto-del-sí-mismo ausente a través de los ojos y el ano podrían haberse experimentado al comienzo en forma transicional en el caso de un sí-mismo todavía cohesivo durante la etapa precursora de la infancia en que surgió por primera vez la hipocondría. Pero es fundamental comprender que los ojos y el ano no tardaron en dejar de servir como órganos ejecutivos de un sí-mismo todavía cohesivo que anhela ver al objeto-del-sí-mismo perdido o desea que éste se ocupe de su zona anal. Cuando el sí-mismo se ha fragmentado, la parte residual de aquel que experimenta su propia fragmentación, no le queda otra posibilidad al tiempo que, alarmado, busca ayuda en sus intentos de reconstituirse que vincular sus ansiedades y slntomas a este o aquel fragmento del cuerpo. Consideremos ahora el deterioro (y pérdida temporaria) de algunas de las facultades mentales básicas del señor W.: su capacidad para orientarse en el espacio, para distinguir derecha de izquierda, pensar con precisión y expresarse con claridad. ¿Cómo podemos explicar estos trastornos que se producían en la situación el ínica y fuera de ella, y que habían tenido lugar durante el período crucial de su infancia en el que los focos patógenos básicos se establecieron en su personalidad? Sobre la base de un examen superficial y en términos de la psicología social, cabría decir que en la situación el ínica estas deficiencias se debieron a que se vio privado de una relación simbiótica con una persona capaz de
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cuidar de él (el analista), que hasta ese momento había funcionado como una personalidad auxiliar. Y lo mismo cabría decir con respecto a otras situaciones en su vida adulta que le imponían una privación análoga, y con respecto a sus experiencias a los cuatro años cuando se vio privado de sus padres en una época en que aquéllos todavía cumplían ciertas funciones mentales por él. Sin embargo la actitud empática del terapeuta de la escuela de la psicología profunda que observa los detalles de la transferencia nos permite agregar una nueva y crucial dimensión para explicar la conducta del _paciente. La observación cuidadosa de las regresiones que tuvieron lugar en la transferencia de tipo objeto-del-símismo demostraron que el estado hipocondríaco siempre precedía a la tendencia a la desorientación y a la confusión; que la preocupación hipocondríaca por los fragmentos del sí-mismo corporal debían alcanzar cierta intensidad antes de que el paciente estuviera expuesto a perder su orientación en el espacio y a experimentar dificultades en la expresión verbal. La fragmentación del sí-mismo precedía al deterioro de las funciones yoicas. Y, la misma secuencia parece haber tenido lugar durante la infancia del paciente: la pérdida de las facultades mentales específicas que había tenido lugar en esa época también necesitaban de un paso previo, la fragmentación del sí-mismo. Tales deficiencias no fueron el resultado directo de la separación sino, indirectamente, de la fragmentación parcial y temporaria de su sí-mismo. Como sucedía también en la transferencia, el primer paso era la ausencia del objetodel-sí-mismo, seguida luego por la autofragmentación del sí-mismo (cuerpo-mente) (en la forma de hipocondría y de otros síntomas que examinaremos a continuación) y por último, por el deterioro de las facultades mentales específicas ya mencionadas. Esta secuencia en la cadena causal concuerda con el principio de que si existe una relación de mutuo apoyo entre la cohesión del sí-mismo y la productividad y creatividad óptimas de la personalidad, principio que se ve corroborado, aunque en forma patológica y distorsionada, por el intento que hacen algunos pacientes frente a una autofragmentación seria para impedir el derrumbe total del sí-mismo con la ayuda de un aumento frenético y temporario de diversas actividades físicas y mentales. Fue e~ el contexto de este intento por comprender la desolada visión que el paciente tenía de sí mismo y de su existencia cuando el analista se encontraba ausente -no se había producido un cambio definido en su estado de ánimo (no se había sentido deprimido) pero su vida le parecía empobrecida, la creatividad mental desaparecía y realizaba sus actividades sin entusiasmo 8 - donde comenzó a hablar acerca de una tendencia a permanecer despierto durante la primera parte de la noche,
8 Aunque uno de los síntomas iniciales con que el señor W. había reiniciado el análisis se refería a cierta chatura en su visión de la vida, este trastorno, que antes había sido muy general izado, desapareció de manera significativa en cuanto se estableció la nueva transferencia.
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tendencia que aumentaba durante la ausencia del an11ll•il11 Y 11111 1111 111 contexto de la evaluación del cambio en su estado ge11111 o1I 1¡1111 •111 11111y111 comprensión de sus preocupaciones hipocondríacas y 111 ol1• !;u i11fü1rn1io convergieron y le permitieron evocar recuerdos de la 1;¡" 1ca en que se encontraba solo en el campo y no podía dormirse pon 111n se sentía vagamente amenazado en un medio que no le proporcio11o 11Ja apoyo (no empático) y, por ende, era hostil. No cabe duda de que, careciendo de un medio empático, el niño se había sentido amenazado por una fragmentación incipiente de su sí-mismo corporal y que, por ende, no podía renunciar al control consciente (no podía dormirse) debido al temor de que si abandonaba su vigilancia, su sí-mismo cuerpo-mente se fragmentaría para no volver a unirse jamás.9 Un juego de fantasía que practicaba durante horas en esas ocasiones demuestra una de las contramedidas que empleaba para apaciguar sus temores a la fragmentación. Mientras yacía despierto, imaginaba que hacía largas excursiones por su cuerpo. Partiendo de la nariz, se imaginaba a sí mismo caminando sobre el paisaje de su cuerpo hasta llegar a los dedos de los pies, y luego volviendo a subir hasta el ombligo, los hombros, las orejas, etc. con lo cual se reaseguraba de que su cuerpo no se habla desintegrado. 10 Su viaje de una parte del cuerpo a otra le aseguraba que todas las partes seguían estando ali í Y que se mantenían unidas gr.acias a un sí-mismo que las inspeccionaba. La hipocondría repetía estas experiencias tempranas: al hablar en detalle sobre el ano Y los ojos, no sólo daba expresión a sus necesidades de incorporación anal y visual y 'a la preocupación de que éstas y otras partes del cuerpo comenzaran a experimentarse como no partes del sí-mismo, sino que también trataba de mantener el control sobre la totalidad de su sí-mismo corporal centrando su atención en las pnr1c!s que comenzaba a sentir ajenas a él. Por importantes que fueran las expw irn 1r:i;1!; llíl la granja, cabe preguntarse si habrían traído como resultado 1ma perturbación tan duradera en la autocohesión como la que padecía el señor W. de no haber sido por la influencia de experiencias aun más tempranas que no fueron directamente evocadas en el análisis. Me refiero a la influencia de la personalidad de la madre sobre el niño en los años previos a la separación crucial. El mero hecho de que ella pudiera separarse de su hijo pequeño durante un período tan prolongado puede indicar cierta chatura de sus sentimientos maternales, al tiempo que su conducta durante sus visitas -sus idas y venidas aparentemente abruptas- pueden entenderse de manera similar. Empero, no me inclino a confiar demasiado en
9 Un número considerable de observaciones me ha convencido de que el temor a una pérdida permanente de la autocohesión es la principal causa de muchos casos.de trastornos severos de la capacidad para conciliar el sueño.
'º Véase, en este contexto, la interpretación del juego del "cerdito", en Kohut, 1971, págs. 118-119. 117
estas reconstrucciones sobre la base de los recuerdos infantiles directos del paciente. Incluso las pruebas que se obtuvieron a través de las experiencias transferenciales -ciertas fases de la transferencia especularfusión cuando se atribuía al analista una actitud no responsiva, imprevisible, pétrea e inhumana- son sugestivas, pero no concluyentes. Con todo la conducta de la madre durante las visitas al paciente mientras el análisis avanzaba, y la incongruencia de su conducta con los niños, que el paciente observaba y comunicaba al analista, permiten una evaluación más confiable de su personalidad. El analista llegó a la conclusión de que, si bien se ocupaba de cuidar del niño, y cumplía con sus obligaciones, no había podido relacionarse con el hijo con una actitud emocional tranquilizadora. Surgió la imagen de una mujer que, profundamente insegura de sí misma -sobre todo con respecto a su propio cuerpotambién se sentía insegura y torpe para manejar a los demás, sobre todo a los niños, por lo cual no pudo proporcionar a un niño pequeño el tipo de apoyo emocional que establece el núcleo central de la autoaceptación y la seguridad de una madre que se acepta a sí misma y puede manifestar libremente sus sentimientos maternos es capaz de proporcionar a sus hijos. Como señalé ya, la preocupación por sus defectos físicos y su pedido de ayuda a los médicos constituían las repeticiones adultas de las ansiedades infantiles y de su necesidad de atención por parte de los objetosdel-sí-mismo ausentes. Sin embargo el intento correctivo que llevaba a cabo en su juego de fantasía carecla de una repetición directa en la vida adulta. La única conducta adulta que, como llegaron a entender tanto el analista como el paciente, pareci'a estar lejanamente relacionada con el juego corporal de la infancia era su tendencia, cada vez que se sentía abandonado por los objetos del sí-mismo en la vida adulta, a emprender actividades sexuales carentes de placer y a sentir un interés compulsivo por las fotografías obscenas. La significación de tales actividades parecía radicar en el intento de estimularse eróticamente con el propósito de recuperar la sensación de vitalidad y realidad de su sí-mismo corporal. Cabría agregar aquí, aunque probablemente resulte obvio, que en muchos casos las actividades sexuales de los individuos que están lejos de su hogar no se deben en primer lugar a la disminución temporaria de la influencia del superyó, sino más bien, como en el caso del señor W., al intento de estimular y así devolver la vida a un sí-mismo amenazado y solitario. . 'ET se.gundo síntoma con que el señor W. respondía a las separaciones con respecto al analista era intensa irritabilidad. Por ejemplo, solía iniciar airadas discusiones y provocar desagradables enfrentamientos con personas casi desconocidas, por ejemplo, en restaurantes, mientras coriducía su automóvil, con algunos vecinos. Al comienzo, el analista dedujo que la irascibilidad (y el hecho de que el señor W. en realidad provocara una serie de enconadas discusiones.y enfrentamientos verbales) se debía a un súbito incremento de agresividad (específicamente, de deseos de muerte contra el analista). Pero la repetida observación de ciertos rasgos de su estado mental y un cuidadoso examen de su con-
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ducta en esas circunstancias, que pronto describiré, lo llevó a la conclusión de que su estado de ánimo y sus reacciones (tanto en la transferencia y, en circunstancias análogas desde el punto de vista emocional, en la infancia cuando los padres lo abandonaban en forma temporaria) constituían manifestaciones de un estado traumático, un estado mental muy frecuente durante el análisis de pacientes que padecen de trastornos narcisistas de la personalidad, en el que se sentía carente de apoyo y abrumado y también pensaba que su capacidad emocional estaba sometida a exigencias excesivas. De hecho, dos de estas reacciones eran típicas del estado de sobrecarga psicológica que constituye la esencia de un estado traumático.(En las etapas posteriores de su análisis, el señor W. mismo comenzó a reconocerlas como signos de que un estado traumático era inminente). La primera de estas dos manifestaciones de la conducta consistía en que el paciente reaccionaba en forma exagerada frente a estímulos sensoriales intensos (en particular, reaccionaba con gran irritabilidad y rabia frente a ruidos, olores y luces brillantes), y la segunda, que se volvía sarcástico y hada bromas hirientes con una irritante tendencia al uso exagerado de juegos de palabras. 11 La manifestación más conspicua en la conducta del estado traumático del señor W. fuera de la situación el ínica era su irascibilidad, su tendencia a iniciar discusiones. El estado de sobrecarga psicológica del señor W. -la incapacidad de su aparato mental para manejar los estímulos procedentes del medio y manejar probÍemas externos de complejidad corriente- se debía al hecho de que, debido a la pérdida del objeto-del-sí-mismo, no se sentía sustentado por la experiencia de un sí-mismo central fuerte. Su agresión no estaba dirigida (inconsciente o preconscientemente) contra un objeto específico, sino que expresaba la tendencia a atacar de manera indiscriminada a todo el medio, que se había vuelto desconocido y no empático y que, por ende, experimentaba como un atacante impersonal en potencia. Entre los productos de fragmentación que aparecían en tales circunstancias figuraba no sólo la agresividad en general sino también la agresividad en relación con zonas erógenas específicas. Dicho de otro modo, su agresión se expresaba en una variedad de niveles pulsionales. La agresión anal (por ejemplo, el impulso a expulsar gases en situaciones sociales) a menudo era prominente, pero la agresión oral y fálica (la primera a través de mordaces ataques verbales y la segunda, como exhibicionismo provocativo, por ejemplo, gestos obscenos a los conductores que lo fastidiaban) también resultaban a menudo evidentes. Puesto que su sí-mismo fragmentado no funcionaba con la misma eficacia que antes como centro organizador de sus actividades y no le proporcionaba de manera adecuada la síntesis necesaria para el funcionamiento eficaz, el
11 Para un examen de la psicología del estado traumático, véase Kohut, 1971, págs. 229-238, en particular la interpretación del estado traumático do Hamlot (incluyendo su tendencia a hacer juegos do rialabrns sarr.nsticw;), p1'1on. :;:¡¡, :;:¡¡
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paciente se veía en dificultades por dos motivos: enfrentaba un medio desconocido que, en una repetición de experiencias infantiles cruciales, no se mostraba empático con él y, por ende, despertaba ansiedad; y su capacidad para hacer frente a su medio estaba muy reducida, esto es, los mecanismos mentales que por lo común empleaba se habían desorganizado. La inseguridad del paciente frente a su medio era aun mayor porque la capacidad emocional con la que todavía podía contar ahora no podía ocuparse de la tarea de manejar el medio, sino de mantener el sí-mismo unido. Por lo tanto, las exigencias externas constituían un drenaje indeseable de sus energías, y el paciente reaccionaba ante ellas, cualquiera fuera su contenido, como si se tratara de intrusiones hostiles. · Además de la irascibilidad, en los momentos de separación el señor W. manifestaba características de tipo obsesivo-compulsivo. Cuando, a comienzos del análisis, el terapeuta se familiarizó con la aparición o el aumento de rasgos obsesivo-compulsivos en la ideación y la conducta del señor W., formuló una explicación tentativa en términos instintivo-objetales. Consideró que el paciente, ante la posibilidad de que el analista lo abandonara, se enojaba con él y deseaba su muerte pero que, para preservar su vida, trataba de desviar su rabia hacia otros y levantaba defensas contra el poder mágico que inconscientemente atribuía a sus deseos de muerte desarrollando síntomas obsesivos. Pero, tal como sucede con la esencia dinámica de su irascibilidad, los rasgos obsesivocompulsivos de la ideación y la conducta del señor W. que aparecían ante la amenaza de una separación con respecto al analista no eran las manifestaciones de maniobras psicológicas defensivas destinadas a hacer frente a las agresiones instintivas objetales, ni las de una contramagia que el paciente había movilizado contra el poder mágico de sus deseos inconscientes de muerte hacia un objeto amoroso infiel, es decir, el analista. La significación de uno de los síntomas seudocompulsivos se descubrió casi por accidente en el curso de una sesión analítica que tuvo lugar varios meses después de la ocasión en que el analista comprobó por primera vez que el señor W. perdía su orientación espacial. La sesión anterior había sido particularmente vacla en cuanto a contenido y el analista, que admitió que se había aburrido, supuso que el paciente estaba en huelga contra el análisis, o -un modo de manejar el trauma del abandono que se observa a menudo dentro y fuera de la situación anal ítica- que cerraba la tienda antes de tiempo. En vista de que ésta también era una sesión que tenía lugar poco antes de una interrupción del análisis y de que en las sesiones anteriores se había logrado realizar un trabajo importante, no era sorprendente que el paciente pareciera poco dispuesto a emprender tareas analíticas nuevas y emocionalmente abrumadoras. Empero, su pensamiento había adquirido ese matiz obsesivo al que ya me referí y' a pesar de las introvisiones con respecto a la significación de su hipocondría que había logrado antes y que se habían visto corroboradas en algunas sesiones recientes, seguía preocupado por su salud flsica. Es cierto que esa preocupación no resultaba ahora tan 120
aguda ni tan intensa como durante el primer año de análisis. Con todo, mientras lo escuchaba hablar interminablemente sobre detalles en apariencia irrelevantes, el analista supuso que el impacto emocional de la interrupción inminente y/o la necesidad de un respiro luego de una labor analítica algo difícil, explicaban ese estancamiento. Fue en el curso de esa sesión poco productiva que el señor W. comenzó a hablar sobre los diversos objetos que llevaba en uno de los bolsillos del pantalón. El analista (que había tenido una sesión conmigo poco después de ver al señor W.) me dio una vi'vida descripción de sus propias reacciones. Había escuchado el relato del paciente con resignado tedio, tal como le había sucedido en el pasado cuando, en circunstancias similares, había sentido fastidio ante relatos de ése tipo, 10 ·cuál, sin embargo, le habi'a pasado casi desapercibido y, de cualquier manera, había apartado de su mente. Y hoy volvió a pensar que todo se limitaba a otra manifestación de preinterrupción y/o resistencia a seguir progresando. Por ende, llegó a la conclusión de que la detallada enumeración que hacía el paciente del contenido del bolsillo concordaba con la cualidad obsesiva generalizada que caracterizaba su pensamiento toda vez que se sentía bajo tensión. Recuerdo que, mientras escuchaba al analista, me pregunté si el locus de las preocupaciones del paciente, tan cercano a los genitales, no podría indicar la presencia de ansiedad de castración o -"todavía tengo todo"- de una defensa contra ella, por lo cual pregunté al analista si la conducta del paciente o el tono de su voz sugerían la presencia de ansiedad subyacente. El analista respondió que no lo creía así y agregó, al cabo de unos instantes de reflexión, que, por el contrario, le había sorprendido la serenidad y la calma que transmitía la voz del paciente mientras hada el inventario del contenido de su bolsillo, y el hecho de que la segura finitud de la enumeración completa de los detalles que el paciente le presentaba (el número exacto de monedas; un trozo de papel arrugado; una pequeña bol ita de lana que había conservado, etc.) señalaban un notable contraste con la inseguridad, la ineptitud, el apresuramiento y la inquietud generales que caracterizaban el estado emocional del señor W. por esa época. Recuerdo que, luego de la descripción de la conducta del señor W., su analista y yo permanecimos durante un rato en silenciosa contemplación. Por algún motivo inexplicable, aunque no tenía idea entonces del significado específico de la conducta del paciente, comencé a sentir que no estábamos frente a una manifestación de negativismo con respecto al análisis, sino que su descripción expresaba una actitud positiva. A juzgar por el relato del analista, me pareció que el paciente hablaba sobre el contenido del bolsillo con la simplicidad de un niño que serenamente y sin premura habla con un adulto sobre algo que conoce y que, además, se siente complacido consigo mismo mientras lo hace. Le comuniqué mis impresiones al analista, quien respondió que no podía proporcionarme otros datos que arrojaran nueva luz sobre el si'ntoma del paciente. Empero, se inclinaba a creer que quizás yo había descubierto algo posiblemente importante. Por fortuna, el paciente persisitió en esa conducta casi sin modificaciones en la siguiente sesión, ocasión en que el 121
analista no lo escuchó como si se tratara de una charla vacía y tediosa sino quizás de un mensaje potencialmente importante. Y de hecho, al cabo de un tiempo, se encontró dicién.dole al paciente que le parecía escuchar la orgullosa descripción que un niño hacía a un adulto tal como había sido formulada durante la sesión anterior. El analist~ se vio recompensado cuando el paciente le describió algunas introvisiones sorprendentes y evocó recuerdos importantes. En pocas palabras, la significación psicológica de la preocupación del señor w. consistía en que en un mundo que se había vuelto inseguro, imprevisible. desconocido -tan fragmentado como su sí-mismo fragmentado- se había refugiado en un espacio cerrado que su mente podía dominar por completo porque sabía todo al respecto y porque todo lo qu·e conten(a estaba bajo su control y le era conocido. Y, en relación con estas introvisiones sobre la transferencia en marcha, comenzaron a surgir recuerdos infantiles acerca de la época en que llegó a la granja, cuando nadie le prestaba atención Y cuando a menudo se encontraba solo mientras todos los demás trabajaban en el campo. Era en esas ocasiones cuando su sí-mismo infantil carente de apoyo comenzó a parecerle atemorizantemente desconocido y a derrumbarse, que se rodeaba de sus posesiones, sentado en el piso, contemplándolas y asegurándose de que todavía estaban allí: sus juguetes y su ropa. Y en esa época tenía un cajón en el que guardaba sus cosas, un cajón sobre el que a veces pensaba durante la noche cuando no podía dormir, con el propósito de tranquilizarse. Su preocupación por el contenido de ese cajón bien pudo haber sido el precursor de su preocupación por el contenido de su bolsillo. ¿cómo podemos estar seguros de que nuestra explicación acerca de los datos basados en la observación del análisis del señor W. era correcta? ¿Acaso esos mismos datos no podían haberse entendido de otra manera, por ejemplo, a la luz de la psicopatología edípica? ¿Qué puede hacer el analista para evitar errores en su esfuerzo por acercarse a la verdad? Sin duda todos los analistas tienen conciencia del peligro de una posible .parcialidad de su percepción empática debido a expectativas que surgen de una matriz de nociones teóricas aprendidas (o adquiridas de alguna otra manera). Pero también sabemos que hay una actitud que, una vez que se ha convertido en parte integral de nuestra actitud el ínica, nos proporciona una importante protección contra los errores que derivan de nuestra aceptación instintiva de ciertos patrones de pensamiento establecidos: nuestra resolución de no dejarnos arrastrar por la cómod¡¡ certidumbre de la ~xperiencia de tipo "ajá" del conocimiento intuido Y, en cambio, mantener la mente abierta y persistir en nuestra empatía tentativa con el fin de tener en cuenta tantas alternativas como sea posible. Mientras que la empatía es la gran amiga del analista científico, la intuición puede ser a veces uno de sus más grandes enemigos, de lo cual se deduce que, si bien el analista no debe renunciar a su espontaneidad, sí debería aprender a desconfiar de las explicaciones que surgen de pronto en él con certeza no cuestionada.
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Aunque los analistas tienen conciencia de la multiplicidad de factores que pueden contri bu ir a aliviar el estado de un paciente y, por ende, se muestran reacios a aducir la "curación" como prueba de la exactitud de las formulaciones explicatorias, puedo decir, para corroborar la corrección de nuestra comprensión y de la estrategia terapéutica utilizada en el análisis del señor W., qÚe el paciente se benefició con el tratamiento. Es cierto que ni la desaparición de los síntomas ni siquiera un amplio cambio de los patrones de conducta inadaptada a una conducta adaptativa constituyen una prueba de que las introvisiones logradas en un análisis fueron correctas, de que la evaluación de la estructura de la personalidad del paciente fuera acertada. Pero la desaparición gradual de los síntomas y un cambio gradual en los patrones de conducta, parí passu con una creciente introvisión, son sin duda muy sugestivos con respecto a su relevancia y corrección. El señor W. se convirtió en una persona con una organización más firme: se volvió más reflexivo y pausado y menos inclinado a actuar con apresuramiento, sobre la base del impulso o la corazonada. Quisiera ofrecer un ejemplo de ello: un campo en el que solía inclinarse a la acción apresurada era el financiero. Aunque desde hacía tiempo invertía a veces dinero en acciones riesgosas, los altibajos del impulso a hacerlo pudieron estudiarse durante el análisis. La urgencia intensificada de emprender transacciones bursátiles arriesgadas siempre surgía cuando se sentía privado de la relación con los objetos-del-sí-mismo (por ejemplo, el analista). Estas oscilaciones se explican genéticamente en términos de la psicología del sí-mismo por la amenaza a su experiencia de la continuidad de su sí-mismo en el eje temporal toda vez que perdía al objeto-del-sí-mismo, tal como la experiencia de la continuidad del sí-mismo y, por ende, la experiencia básica del tiempo que se desenvuelve en forma normal, se había visto perturbada en la infancia cuando estaba privado de la presencia de sus padres y expuesto a las visitas imprevistas de la madre. Al elegir acciones arriesgadas, el paciente afirmaba defensivamente un control mágico sobre el futuro en el momento mismo en que sentía que su capacidad de experimentarse a sí mismo como un continuo en el tiempo, como un sí-mismo que tenía futuro. comenzaba a debilitarse. La mayor comprensión de la relación entre el efecto pertu-rbador de la pérdida del objeto-del-sí-mismo y su afirmación defensiva de control omnisciente sobre el futuro llevaron a que esta última necesidad disminuyera. (Para ser más precisos: lo que disminuyó nó fue sólo la tendencia a emprender acciones arriesgadas, sino también sus rumiaciones obsesivas sobre la posibilidad de emprender esas acciones, con lo cual su mente pudo ocuparse de metas más productivas). Además, las preocupaciones hipocondríacas del señor W. desaparecieron casi por completo en el curso del análisis. Quisiera volver a destacar no tanto el hecho de que se logró disolver un síntoma importante y molesto, sino que éste desapareció en forma gradual, parí passu con los procesos de elaboración relacionados con . las introvisiones logradas con respecto a la significación de la pérdida del objeto-del-símismo en la transferencia y en su infancia.
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IV
EL SI-MISMO BIPOLAR
CONSIDERACIONES TEORICAS
Confío en haber logrado demostrar (véase capítulo 11) la_ importancia y el valor explicativo de la hipótesis de que las configuracio~es psicológicas primarias en el mundo experiencia! del niño no son los impulsos, de que las experiencias pulsionales se producen como productos de desintegración cuando el sí-mismo carece de apoyo. En este contexto resulta instructivo examinar la desintegración de las dos funciones ~sicológicas básicas -autoafirmación sana frente al objeto-del-símismo especular, admiración sana por el objeto-del-sí-mismo idealizado- cuya presencia en circunstancias normales Y favorables indica que un sí-mismo independiente comienza a surgir a partir de lamatriz de objetos-del-sí-mismo especulares e idealizados. Cuando la presencia autoafirmativa del niño no encuentra respuesta especular en el objeto-del-sí-mismo, su exhibicionismo sano -que desde el punto de vista experiencia! es una configuración biológica amplia incluso cuando partes corporales separadas, o funciones mentales particulares, apare~can de manera conspicua como representantes del sí-mismo total-- se deja de lado y ocupa su lugar la preocupación exhibicionista sexual_izada aisl~ da concerniente a símbolos individuales de grandeza (el flujo de la orina, las heces, el falo). Y, del mismo modo, cuando la búsqueda por parte del niño del objeto-del-sí-mismo omnipotente idealizado, con cuyo poder desea fusionarse, fracasa, sea debido a su debilidad oª. ~u negativa a permitir una fusión con su grandeza y s~ _poder, tan:ib1en _e,ntonces desaparece la admiración sana y feliz del nino, la conf1gurac1on psicológica amplia se desintegra y aparecen obsesiones escoptofílicas sexualizadas aisladas en relación con símbolos aislados del poder adul-
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to (el pene, el pecho). En última instancia, las manifestaciones clínicas de una perversión exhibicionista o escoptofílica 1 pueden surgir como consecuencia de la desintegración de esta configuración psicológica amplia de afirmación sana frente al objeto-del-sí-mismo especular y a la admiración sana al objeto-del-sí-mismo idealizado, a las que -con retraso, en forma traumática, inadecuada a la fase-el objeto-del-sí-mismo no respondió. El hecho de que la perversión, esto es, la reproducción sexual izada de la configuración original sana siga conteniendo fragmentos del sí-mismo grandioso (exhibicionismo de partes del propio cuerpo) y del objeto idealizado (interés escoptofílico por partes del cuerpo ajeno) debe entenderse como vestigio de uno de los aspectos de la constelación del objeto-del-sí-mismo original: estaba, en forma transicional, centrada en el sujeto (objeto-del-sí-mismo) en uno de los casos, y transicional mente orientada al objeto (objeto-del-sí-mismo), en el otro. Empero, el análisis más profundo de cualquiera de estas dos manifestaciones clínicas no lleva a un cimiento pulsional último, sino a una herida narcisista y a la depresión. Habiendo demostrado que las respuestas del objeto-del-sí-mismo especular y la posibilidad de idealizar el objeto-del-sí-mismo omnipotente no deben entenderse dentro del contexto de la psicología de los impulsos, ahora estamos en condiciones de arrojar más luz sobre el desarrollo del sí-mismo durante la infancia ocupándonos de dos procesos que tienen lugar durante el psicoanálisis de pacientes' con patologías del sí-mismo 2 . Cabría agregar que estos procesos contribuyen de manera decisiva al resultado favor.able de un análisis, esto es, a estable-
1 Bien podría ocurrir que algunos críticos amables -como ha sucedido con respecto al hecho de que durante un tiempo manifesté mi acuerdo con el uso distintivo que hace Freud de los términos "libido narcisista" y "libido objeta!" (véase, por ejemplo, Freud 1923b, pág. 257, y también Kohut, 1971, pág. 39n) y con respecto a que durante un tiempo utilicé el tén:_nino "transferencia narcisista" (en lugar de "transferencia de tipo objeto-del-sí-mismo" que introduje ahora) -que debería dejar de lado palabras tales como "exhibicionismo" y "escoptofilia" y evitar así la confusión resultante del uso de la terminología psicoanalítica tradicional dentro del marco de la psicología del sí-mismo. Pero hay varias razones, que considero importantes, para conservar la terminología clásica. En primer lugar, creo que debemos hacer lo. posible por asegurar la continuidad del psicoanálisis y, por ende, conservar los términos establecidos toda vez que ello resulte posible, aunque su significado pueda cambiar en forma gradual. Segundo, el contraste directo entre los significados actuales y los anteriores de los términos establecidos nos permite y, de hecho, nos impone ser explícitos con ·respecto a las redefiniciones y reformulaciones que nos sentimos obligados a introducir. Tercero, y de particular importancia, sin duda existen conexiones significativas entre la sustancia de los hallazgos clásicos de los que derivan los viejos términos y la de los hallazgos a que nos referimos ahora.
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El método tradicional por el cual el analista saca sus conclusiones sobre la infancia del paciente y sobre la psicología de la infancia en general se funda en la hipótesis freudiana de que las transferencias clínicas son, en esencia, una repetición de experiencias infantiles. En otras palabras, las reconstrucciones genéticas
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cer un sí-mismo firmemente consolidado y funcionalmente rehabilitado. El primero de estos procesos contribuye al establecimiento de un símismo firme al provocar la separación de las estructuras psicológicas que, en última instancia, constituyen el sí-mismo y aquellas que quedarán excluidas. Para ilustrar el modo de operación de estos procesos Y contar con una base empírica sólida para nuestro examen de su significación, volvamos a la fase de terminación en el análisis del señor M. Las preguntas que nos hicimos antes con respecto a la conclusión de este análisis plante¡:¡ban si el fin del proceso psicoanalítico se había alcanzado realmente cuando se logró la rehabilitación funcional de las estructuras compensatorias, es decir, cuando los procesos de elaboración trajeron como resultado la compensación de las deficiencias en esas estructuras del sí-mismo. O, para definir ahora esta pregunta de manera aun más precisa, podemos preguntarnos, en sentido contrario, si no deberíamos considerar más bien que el análisis está incompleto y la terminación es prematura, en vista de que había otra parte del símismo -la parte que aún no se había consolidado de manera plena debido a la insuficiencia de las respuestas por parte del primer objeto-delsí-mismo especular- con respecto a la cual los procesos de elaboración fueron incompletos y que, por ende, no se consolidaron de manera definitiva. Desde un punto de vista práctico, podemos darnos por satisfechos: el señor M. parece funcionar bien ahora, siente que su falta previa de iniciativa creadora ha quedado superada y parece sentirse feliz Y productivo. Sin embargo, y quiero volver a destacar este punto, persiste un área psicológica amplia -que cabría esperar que incluyera el suelo capaz de alimentar las raíces más profundas del exhibicionismo Y las ambiciones que emanan de su sí-mismo nuclear- que no se exploró de manera suficiente. En el curso de la labor analítica, esta área pareció dividirse espontáneamente en dos capas. La más superficial (correspondiente al final de la etapa preverbal y el comienzo de la verbal en el curso del desarrollo) participó en el proceso de elaboración; la otra, la más profunda (correspondiente a una etapa preverbal previa) se desvaneció.
clásicas se refieren al contenido experiencia! de la vida psíquica del niño. Por el contrario el método al que me refiero en este contexto no se ocupa del contenido de las ex~eriencias sino de las formas en que se establece una estructura psicológica específica, el sí-mismo. En los análisis de pacientes con trastornos narcisistas de la personalidad, observamos la reactivación (en la forma de transferencias de tipo objeto-del-sí-mismo} de intentos de construir estructuras que se vieron frustrados en la infáncia. Nuestras conclusiones sobre las formas específicas en que ese tipo de construcción tiene lugar en la infancia a través de internalizaciones trasmutadoras se funda, por ende, en la hipótesis de que las transferencias de tipo objeto-del-sí-mismo durante el análisis son, en esencia, una nueva edición de la relación entre el sí-mismo y sus objetos-del-sí-mismo en la vida temprana.
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Estos procesos endopsíquicos resultan similares a los procesos aparentemente análogos que tuvieron lugar en el Hombre de los Lobos cuando Freud fijó una fecha de terminación, sobre todo una vez que su paciente se dio cuenta de que el analista "hablaba en serio" con respecto a mantener esa fecha, a cualquier costo. "Bajo la inexorable presión de este 1ímite fijado", dice Freud, "su resistencia ... cedió y ... el análisis produjo todo el material que hizo posible aclarar sus inhibiciones y eliminar sus síntomas. Asimismo, toda la información que me permitió comprender su neurosis infantil", agrega Freud, "deriva de este último período de la labor, durante el cual la resistencia desapareció temporariamente ... " (1918, pág. 11). Unos veinte años más tarde, Freud amplió esta formulación al explicar que el marco de una fecha definitiva de terminación en un análisis, "este recurso de extorsión'', como lo llama ahora, "no puede garantizar que la tarea se cumpla por completo. Por el contrario", continúa, "podemos estar seguros de que, si bien parte del material se volverá accesible bajo la presión de la amenaza, otra parte será retenida y quedará enterrada ... " (1937, pág. 218). A primera vista, el clivaje endopsíquico en el Hombre de los Lobos y en el señor M. pueden parecer similares, pero un examen más cuidadoso revela que en ciertos aspectos ambos procesos son en esencia distintos. Señalemos sin tardanza una diferencia decisiva: es de importancia crucial el hecho de que la separación en dos capas -una accesible y la otra, inaccesible- se produjera en el Hombre de los Lobos bajo la presión del deseo del analista de penetrar cogn i tivamente en la mente del paciente, al tiempo que en el caso del señor M. tuvo lugar en forma espontánea, no sólo sin presión por parte del analista sino también -quizás la importancia de este hecho no resulte obvia por el momento, pero creo que lo será más adelante-en una atmósfera analítica que de manera sutil pero decisiva resulta distinta de la creada por Freud (o, para decirlo en términos más precisos, de la creada por Freud en 1914, antes del advenimiento de la psicología del yo). En contraste con la atmósfera terapéutica en. que se llevaban a cabo los análisis en 1914, la atmósfera terapéutica en la que tuvo lugar el análisis del señor M. (véase, en este contexto, Wolf, 1976) no estaba, para decirlo de manera negativa, impregnada por la primacía absoluta del sistema de valores correlacionado con el modelo de la región inconsciente y consciente de la mente, es decir, por la primacía del sistema de valores según el cual es "bueno" saber (saber más) y es "malo" no saber (saber menos). Pero, si fue la insistencia de Freud en la penetración cognitiva dentro de un 1ímite determinado de tiempo lo que planteó una exigencia excesiva a la flexibilidad de la psiquis del Hombre de los Lobos y In provocó una grieta -una "escisión vertical", según creo, en contrastl' con la "escisión horizontal" que tuvo lugar en el caso del señor M_- .'.qué es lo que hace que el sí-mismo grandioso enfermo del señor M. S(' divida en dos capas durante el proceso de elaboración? ¿Por qué una, 1," las capas participa de manera activa en la labor terapéutica mientras 111 otra
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se hunde en la oscuridad y permanece fuera de la vista? ¿Acaso esta escisión horizontal no es más que el resultado de una inercia sana por parte del paciente, la creación de un escudo aut?pro;ector frente.ª la posibilidad de un ataque por parte de una cirug1a ps1qu1ca demasiado radical que, al abrir el campo de su depresión más profunda, de su ~e targia más severa, y su rabia y desconfianzas más profundas, podr1a, en un entusiasta y empecinado intento por establecer la salud mental completa, poner en peligro la supervivencia psicológica? Algo de esa motivación preconsciente o consciente por parte del paciente bien puede haber desempeñado un papel pero quizás no haya sido la única y ni siquiera la más importante. He aquí mis motivos para hacer tal afirmación. Al tratar, una y otra vez, caso tras caso, de determinar las raíces genéticas del sí-mismo de mis pacientes, tuve la impresión de que durante el desarrollo psíquico temprano tiene lugar un proceso en el que ciertos contenidos mentales arcaicos_ experimentados como pertenecientes al sí-mismo desaparecen o se atribuyen al campo del no sí-mismo, al tiempo 'que otros se conservan dentro del sí-mismo 0 se agregan a él. Como resultado de este proceso se establece un "sí-mismo nuclear". Dicha estructura constituye la base de nuestra sensación de ser un centro independiente de iniciativa y percepción, integrado con nuestras ambiciones e ideales más básicos Y con nuestra experiencia de que el cuerpo y la mente constituyen una unidad en el espacio y un continuo en el tiempo. Esta configuración psíquica cohesiva y perdurable, en relación con una serie correlacionada de talentos Y aptitudes que atrae hacia sí misma o que desarrolla como respuesta a las exigencias de las ambiciones e ideales del sí-mismo nuclear, forma el sector central de la personalidad. Y he llegado a convencerme de que, por lo menos hasta cierto punto, un análisis adecuado de pacientes q~e padecen de un trastorno en la formación del sí-mismo crea una matriz psicológica que promueve la reactivación de la tendencia original del desarrollo. En otras palabras, el sí-mismo nuclear del paciente se consolida los talentos y aptitudes que están correlacionados con el sí-mismo nucÍear se revitalizan, al tiempo que otros aspectos del sí-mismo se descartan o pasan a segundo plano. Sólo la combinación de una serie adicional de reconstrucciones genéticas derivadas de la observación empática cuidadosa de las transferencias' secuenciales que se establecen durante el análisis de individuos con trastornos narcisistas de la personalidad, con la información deriva-
3 No se puede descartar la posibilidad de que la capa no trata?ª· que sobrevive fuera de la estructura cohesiva del sí-mismo activo y productivo, sirva como estímulo para que el sí-mismo persista inexorablemente en sus actividades. No puedo fundamentar esta afirmación con da~os el ínicos detallados, pero en s~ apoyo podría aducirse el hecho de que la creat1v1dad a_ menudo presente una cualidad corr:pulsiva, involuntaria. y de que en su ausencia pueda sobrevenir una depresión.
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da del análisis y la observación directa de niños nos permitirá proporcionar una respuesta confiable al interrogante acerca de si la descripción previa de los procesos por los cuales se forma el sí-mismo es en esencia exacta. Y sólo utilizando esa combinación de enfoques de investigación podremos obtener la respuesta a una serie de preguntas acerca de cómo y cuándo, que por el momento no tienen una respuesta segura, por ejemplo: 1) cómo se unen los eleme·ntos constitutivos del sí-mismo nuclear y cómo se integran para formar el arco de tensión energético específico (a partir de combinaciones nucleares, a través de talentos y aptitudes nucleares, hasta las metas ideal izadas nucleares) que persiste durante toda la vida de una persona; 11) cuándo se adquieren los diversos elementos constitutivos del sí-mismo nuclear (cuándo, por ejemplo, se establecen las ambiciones nucleares mediante la consolidación de las fantasías grandioso-exhibicionistas centrales, cuándo se establece la estructura nuclear de las metas idealizadas específicas que a partir de ese momento es permanente, etc.) y 111) cuándo cabe decir que toda la serie de procesos por los cuales se establece el sí-mismo nuclear tiene en esencia su comienzo y cuándo su fin. Se podría ofrecer ya una serie de respuestas más o menos tentativas pero, como señalé antes, deben aguardar confirmación por parte de otros investigadores que utilizan el método reconstructivo y de extrapolación y por otros que emplean distintas metodologías de investigación. Por ejemplo, parece muy probable que, si bien indicios de ambiciones y metas idealizadas comienzan a adquirirse al mismo tiempo en la temprana infancia, el grueso de la grandiosidad nuclear se consolida en ambiciones nucleares a cumienzos de la niñez (quizás sobre todo a los dos, tres y cuatro años de edad), y el grueso de las estructuras correspondientes a las metas ideal izadas nucleares se adquiere más tarde (quizás a los cuatro, cinco y seis años). También es más que probable que los elementos constitutivos previos del sí-mismo por lo común deriven sobre todo de la relación con el objeto-del-sí-mismo maternal (la aceptación especular de la madre confirma la grandiosidad nuclear; el hecho de que tenga al niño en sus brazos permite experiencias de fusión con la omnipotencia idealizada del objeto-del-sí-mismo), mientras que los elementos constitutivos adquiridos después pueden relacionarse eón figuras parentales de cualquiera de los dos sexos. 4 Además, bien podría suceder que el sentido de continuidad del símismo el sentido de que somos la misma persona durante toda la vida -a pesar de los cambios que tienen lugar en nuestro cuerpo y en nuestra mente, en la configuración de nuestra personalidad, en el medio que nos rodea-no emana tan sólo del contenido constante de los elementos
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El principio biológico freudiano de la bisexualidad esencial del hombre podrla reformularse en términos psicológicos cuando se hace una nueva evaluación de ella en relación con un si-mismo bipolar que deriva de los objetos-del-si-mismo masculino y femenino.
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constitutivos del sí-mismo nuclear y de las actividades que se establecen como resultado de su presión y de su orientación, sino también de la relación especifica constante que existe entre elementos constitutivos del si'-mismo. He tratado de expresar esta hipótesis utilizando una teminología evocadora. Tal como existe un gradiente de tensión entre dos polos eléctricos de cargas distintas (+, -) que están separados en el espacio, provocando la formación de un arco eléctrico en el que se puede decir que la electricidad pasa del nivel más alto al más bajo, lo mismo sucede con el sí-mismo. El término "gradiente de tensión" se refiere así a la relación que existe entre los elementos constitutivos del sí-mismo, una relación que es específica del sí-mismo individual incluso en ausencia de cualquier actividad específica entre los dos polos del sí-mismo; indica la presencia de un estado promotor de acción que surge "entre" las ambiciones de una persona y sus ideales (véase Kohut, 1966, págs. 254-255). Sin embargo, con el término "arco de tensión" me refiero a la corriente constante de actividad psicológica concreta que se establece entre los dos p'olos del sí-mismo, es decir, las actividades básicas de una persona a las que se ve "impulsada" por sus ambiciones y "guiada" por sus ideales (íbid., pág. 250). Si pasamos de la formulación teórica a la experiencia concreta, pode. mos decir que la persona sana deriva de dos fuentes su sentido de uní· dad e identidad a lo largo del eje temporal: una superficial y otra, profunda. La fuente superficial pertenece a la capacidad -una facultad intelectual importante y distintiva del hombre- de adoptar la posición histórica: de reconocerse a sí mismo en su pasado evocado y de proyectarse hacia un futuro imaginario. Pero esto no basta. A todas luces, si la fuente más profunda de nuestro sentido constante de identidad se seca, todos nuestros esfuerzos por reunir los fragmentos de nuestro sí-mismo partiendo "en busca del tiempo perdido" están destinados al fracaso. Cabría preguntarnos si incluso Proust tuvo éxito en esta tarea. Es cierto que su esfuerzo creativo lo mantuvo integrado durante muchos años luego de la pérdida de sus objetos-del-sí-mismo parentales (sobre todo de su madre) que habían sustentado la cohesión de su sí-mismo. Empero, su monumental novela incluye muchas pruebas de su persistente fragmentación, por ejemplo, la recurrente obsesión del narrador por detalles experienciales aislados tales como el gusto de la magdalena, la percepción del tema por Vinteuil, y la visión de la joven lechera desde el tren a Balbec; su constante preocupación por los procesos del pensamiento y las funciones corporales, y también por los nombres, en particular los nombres de lugares y la etimología de esos nombres, como prueba de su reconsolidación. 5 De hecho, la reconsol idación lograda
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El efecto que la pérdida del objeto-del-sí-mismo ejerció sobre el sí-mismo de Proust puede demostrarse en forma particularmente convincente a través de la relación del narrador con Albertina: el narrador no la ama, la necesita, la mantiene como su prisionera (incluso el t(tulo dél volumen del que Albertina es prota-
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por Proust (y por el narrador de Remembrance of Things Past [En busca del tiempo perdido J véase la misteriosa experiencia del narrador [vol. 11, págs. 991-992] después de haber perdido y recuperado su equiÍi brio f/sico) se basaba en un desplazamiento masivo desde él mismo como ser humano que vive e interactúa a la obra de arte que creó. The Past Recaptured (El tiempo recobrado), la recuperación por parte de Proust de recuerdos infantiles, constituye un logro psicológico significativamente distinto de la superación de la amnesia infantil que, como nos enseñó Freud, representa la condición necesaria para solucionar conflictos estructurales y, por ende, para la curación de una psiconeurosis. La recuperación del pasado en el caso de Proust está al servicio de la curación de la discontinuidad del sí-mismo. El logro de tal curación es el resultado de intensos esfuerzos psicológicos, sea en la situación anal ítica, como resultado de elaborar una transferencia de tipo objeto-del-símismo o fuera de la situación terapéutica, como resultado de la elaboración realizada por un artista genial. Sin embargo ni las discontinuidades recurrentes pero temporarias del sí-mismo encontradas en los trastornos narcisistas de la personalidad, ni la pérdida prolongada del sentido del sí-mismo con respecto a su pasado o su futuro que aparecen en las psicosis, ceden ante los esfuerzos del paciente por aplicar el punto de vista histórico a su vida. En última instancia, sólo la experiencia de cm sí-mismo nuclear firmemente cohesivo nos lleva a la convicción de que lograremos mantener el sentido de nuestra identidad perdurable, por mucho que cambiemos. Con todo, como ya señalé, nuestro sentido constante de identidad dentro de un marco de realidad que nos imponen los 1ímites del tiempo, el cambio y la transitoriedad final no se basa por completo en la identidad de nuestras ambiciones e ideales básicos de toda la vida, pues incluso éstos a veces cambian sin que ello dé lugar a una pérdida de nuestro sentido de continuidad. En última instancia, podría ocurrir que lo que nos dice que nuestra individualidad efi'mera también posee una significación que va más allá de las fronteras de nuestra vida no sea el contenido del sí-mismo nuclear, sino la especificidad inmutable de las tensiones creativas y autoexpresivas que apuntan hacia el futuro. "Wer immer strebend sich bemüht, den konnen wir erlosen" (Quien siempre hace denodados esfuerzos, para él hay salvación), dicen los ángeles de Goethe hacia casi el final de Fausto, mientras transportan el núcleo inmortal de Fausto desde la tierra hacia el cielo (Parte 2, 1íneas
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gonista es La Prisionera), y la moldea a semejanza de sí mismo al educarla. Cuando ella lo deja (según se describe en el volurren Albertina ha desaparecido) él no llora su ausencia como una persona lo haría con un objeto amoroso, sino que elabora un cambio prolongado en su sí-mismo. Este se divide en varios fragmentos (véase, por ejemplo, volumen 11, págs. 683-684) y Proust se fusiona con otros (véase pág. 767). En este contexto, véanse también las experiencias similares del señor E.. en Kohut, 1971, pág. 136). Si bien parece desesperado por recuperar la posesión de Albertina. en realidad intenta restaurar su propio sí-mismo.
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Permítaseme ahora retroceder unos pasos y resumir mis conclusiones. Sobre la base de ciertas reconstrucciones genéticas efectuadas durante el tratamiento psicoanalítico de pacientes con patología del símismo, llegué a la hipótesis de que los rudimentos del sí-mismo nuclear se establecen debido a procesos de inclusión y exclusión selectivas de estructuras psicológicas, que tienen lugar en forma simultánea y consecutiva. Y, además, llegué a la conclusión de que el sentido de identidad constante a lo largo del tiempo -un atributo distintivo del sí-mismo sano- se establece temprano como resultado del constante gradiente de tensión promotor de acción entre los dos ·elementos principales constitutivos del sí-mismo nuclear. Si ambas hipótesis concernientes a la formación del sí-mismo son correctas, podemos, a su vez, plantear dos nuevos principios con respecto a la restauración psicoanalítica de un sí-mismo previamente fragmentado o deficientemente establecido en algún otro sentido: (1) el hecho de sustraerse a los procesos de elaboración de ciertas estructuras que funcionan mal indica, en ciertas condiciones, que la labor analítica está casi completa, que se ha formado un sí-mismo activo; no indica la incompletud del análisis que representa una huida hacia la salud, ni siquiera el tipo de incompletud que resultaría aceptable como fórmula de transacción reali~ta. 6 (ll)Lo mismo puede decirse con respecto a la recuperación de los recuerdos infantiles. En principio la recuperación del pasado llega a su fin, en el análisis de algunos casos de trastornos narcisistas de la personalidad cuando se establece un sentido constante de identidad del sí-mismo a lo largo del tiempo. El propósito de recordar en el análisis de trastornos del sí-mismo no es "hacer conscientes" los componentes inconscientes de los conflictos estructurales de modo que éstos puedan resolverse ahora en la conciencia -un pasaje del sistema les, al sistema Pes, del proceso primario. al proceso secundario, del principio del placer al principio de realidad, del ello al yo- sino fortalecer la coherencia del sí-mismo. La novela de Proust, Remembranee of Things Past, proporciona una continuidad experiencialmente válida para el sí-mismo 7 : Proust expresó en
6 Resultaría útil comparar esta situación con otra análoga en un caso de neurosis estructural. Aquí decimos a veces que lo más prudente en un caso particular es no tratar de seguir promoviendo la reactivación transferencia! de deseos pulsionales arcaicos no modificados -reactivación que podría llevar a una peligrosa exoactuación o a otros estados de insuficiencia yoica- si se ha llegado a un punto en el análisis en que las defensas del paciente parecen actuar de manera confiable y se ha logrado suficiente autonomía yoica en áreas no conflictuales. Si bien nuestra decisión de terminar el análisis en tales casos se justifica plenamente sobre la base de la actitud realista de "no irritar al ciervo" (Freud, 1937), aun así debemos admitir que el análisis es en principio incompleto.
7 El hecho de que la historiografía esté al servicio de las necesidades del "sí-mismo grupal" (Kohut, 1976) merece la atención del historiador. Este podrá oponerse a las tendencias distorsionantes que resuJtan de ese empleo si reconoce con claridad que sirven para apuntalar un sí-mismo grupal patológico -trastornos patológicos de la autoestima del grupo- por medios patológicos, tal como sucede
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forma artística lo que la psicología moderna del sí-mismo trata de dar al hombre por medio de formulaciones científicas. Pasamos ahora al segundo grupo del proceso que, tal como podemos reconstruir sobre la base de nuestras observaciones en el marco terapéutico, determinan la decisión con respecto a si el sí-mismo nuclear estará firmemente consolidado durante el desarrollo temprano y, en tal caso, en qué forma específica se establecerá. Una vez que el primer grupo de procesos ha establecido los rudimentos del sí-mismo -los procesos de inclusión y exclusión selectivos de estructuras- un segundo grupo a menudo influye de manera decisiva en cuanto a si el sí-mismo resultará de hecho firmemente establecido y, en tal caso, de qué manera. Ese grupo de procesos hace su contribución específica a la formación de un sí-mismo cohesivo compensando un trastorno en el desarrollo de uno de los elementos constitutivos del sí-mismo mediante el desarrollo particularmente intenso del otro. Para decirlo en otros términos: el niño tiene dos· oportunidades a medida que avanza hacia la consolidación del sí-mismo: los trastornos del sí-mismo de grado patológico sólo resultan del fracaso de estas dos oportunidades que se dan en el curso del desarrollo. En una aproximación grosera, ambas oportunidades se relacionan con el establecimiento del sí-mismo grandioso-exhibicionista cohesivo -del niño (a través de su relación con el objeto-del-sí-mismo que de manera empática responde y proporciona aprobación, imagen especurar y fusión), por un lado, y con el establecimiento de la imago parental idealizada cohesiva del niño (a través de su relación con el progenitor objeto-del-sí-mismo que responde de manera empática y hace posible con alegría la idealización y la fusión del niño con él), por el otro. El paso en el desarrollo por lo general va, sobre todo en el varón, de lamadre como objeto-del-sí-mismo (sobre todo con la función de devolver una imagen especular) al padre como objeto-del-sí-mismo (sobre todo con la función de ser idealizado por el niño). Empero, no pocas veces sucede, sobre todo en la niña, que sus necesidades evolutivas sucesivamente movilizadas de objetos-del-sí-mismo distintos en el camino hacia el establecimiento del sí-mismo nuclear estén dirigidas hacia el mismo progenitor. Y, por último, circunstancias excepcionales en el medio a veces obligan al niño a volcarse a sus padres en orden inverso (de un padre especular a una madre idealizada). Desde el punto de vista del niño, en la mayoría de los casos el desarrollo lleva de la grandeza riel si'-mismo especularmente reflejada a la fusión activa del si-mismo con el ideal, esto es, del exhibicionismo a la escoptofilia (en el sentido amplio ya mencionado); es decir, los dos elementos constitu-
en los trastornos análogos del individuo. Lo que se necesita en ambos casos para recuperar la autoestima sana es reactivar el si-mismo grandioso sano y el objeto idealizado sano, esto es, las estructuras que no fueron integradas en el sí-mismo de la organización madura.
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tivos básicos del sí-mismo nuclear que el niño intenta construir parecen tener metas divergentes. Empero, en lo que concierne a todo el sí-mismo nuclear que se establece en última instancia, la fuerza de uno de los elementos constitutivos a menudo puede contrarrestar la debilidad del otro. O, para expresarlo en términos de desarrollo, un fracaso experimentado en la primera estación intermedia puede remediarse mediante el éxito logrado en la segunda. En pocas palabras, podemos decir que, si la madre no logró establecer un sí-mismo nuclear firmemente cohesivo en el niño, el padre tiene todavía oportunidad de lograrlo; si el componente exhibicionista del sí-mismo nuclear (la autoestima del niño, en tanto se relaciona con sus ambiciones) no puede consolidarse, entonces el componente escoptofílico (la autoestima del niño en tanto se relaciona con sus ideales) todavía tiene oportunidad de proporcionarle forma y estructura perdurables. La definición de la bipolaridad del sí-mismo nuclear y el bosquejo correlacionado de su génesis no es más que un esquema. Empero, aunque se trata de una abstracción, o quizá debido a ello, permite un examen significativo de las complejidades del material empírico que el psicoanalista observa en su labor clínica. Con su ayuda, no sólo podemos comprender los muchos matices y variedades o tipos de sí-mismos nucleares (sean primariamente ambiciosos o idealistas, carismáticos o mesiánicos, centrados en las tareas o hedonistas), aparte de evaluar su relativa firmeza, debilidad o vulnerabilidad, sino que también podemos captar la significación de la variedad de los factores ambientales (también aqu 1, no sólo los hechos groseros y los factores generales en la vida temprana del niño, sino también, y de modo principal, la influencia generalizada de las personalidades de los padres y de la atmósfera en que creció) que, en forma separada o combinada, explican las caracterlsticas específicas del si-mismo nuclear y su firmeza, debilidad o vulnerabilidad. · Creo que el psicoanálisis dejará de centrar su interés en los hechos groseros de la vida temprana del niño. No cabe duda de que dichos hechos, como nacimientos, enfermedades y muerte de hermanos, enfermedades y muerte de los padres, las crisis familiares, las separaciones prolongadas del niño con respecto a adultos significativos, sus propias enfermedades severas y prolongadas, etc., pueden desempeñar un pgpel importante en la trama de factores genéticos que llevan a la enfermedad psicológica posterior. Pero la experiencia el lnica nos dice que en la gran mayorla de los casos es la personalidad patógena especifica de uno de los progenitores, o de ambos, y los rasgos patógenos especificas de la atmósfera en que crece el niño lo que explica las deficiencias evolutivas, las fijaciones y los conflictos internos insolubles que caracterizan la personalidad adulta. Para decirlo de otra manera: Jos hechos groseros de la infancia que parecen constituir la causa de Jos trastornos posteriores a menudo resultan n·a ser más que Jos puntos de .cristalización de sistemas mnémicos intermedios que, si se rastrean, llevan a introvisiones realmente básicas sobre la génesis del trastorno. Por detrás de la aparente importancia de la sobreestimulación sexual y los conflictos del niño
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. con respecto a sus observaciones de la relación sexual entre los padres, por ejemplo, a menudo encontramos la ausencia, mucho más importante, de respuestas empáticas de los padres frente a la necesidad del niño de obtener una imagen especular y encontrar una meta para su idealización. 8 En otras palabras, es la privación en el campo de una matriz sustentadora de empatía, y no la presión de la curiosidad infantil (que no es patógena) lo que, por el camino de la depresión y otras formas de la patologla del sí-mismo, lo lleva a una participación excesiva (patológica y patógena) en la vida sexual de sus padres. O, para mencionar en forma breve un problema relacionado: el progenitor que seduce no es nocivo para el niño debido a su seducción, sino que su capacidad empática perturbada (de la cual la conducta groseramente sexual no es más que un síntoma), al privar al niño de respuestas que promueven lamaduración, inicia la cadena de hechos que llevan a la enfermedad psicológica. Y también cabe afirmar que si un niño crece en una familia en la que no existe una vida sexual sana entre padres que son jóvenes y se quieren, puede quedar privado para siempre de ciertos aspectos vitales de su personalidad. Puede permanecer emocionalmente seco y empobrecido durante toda la vida, no porque sea inhibido, sino porque no
8 La frase "la necesidad del niño de una imagen especular y de encontrar un blanco para su idealización" tiene un matiz categórico que creo conviene modificar. Lo que un niño necesita no son ni respuestas empáticas perfectas y continuas por parte del objeto-del-sí-mismo ni una admiración no basada en la realidad. Lo que crea la matriz para el desarrollo de un sí-mismo sano en el niño es la capacidad del objeto-del-sí-mismo para responder con una imagen especular adecuada por lo menos parte del tiempo; lo que es patógeno no es una falla ocasional del objeto-del-sí-mismo, sino su incapacidad crónica para responder de manera adecuada, lo cual, a su vez, se debe a su propia psicopatología en el campo del sí-mismo. Como ya señalé más de una vez, es la frustración óptima de las necesidades narcisistas del niño lo que, a través de la internalización transmutadora, lleva a la consolidación del sí-mismo y proporciona el reservaría de autoconfianza y autoestima básica que sostiene a una persona durante toda la vida. Con todo los recursos narcisistas endopsíquicos de los adultos normales, siguen siendo incompletos. Las aparentes excepciones -ciertos casos de certidumbre interna inconmovible con respecto al poder del sí-mismo y a la corrección de sus valorespueden ser la manifestación de formas específicas de una psicopatología seria. El adulto psicológicamente sano sigue necesitando la imagen especular del sí-mismo que le ofrecen los objetos-del-si-mismo (para ser más preciso, los aspectos de tipo objeto-del-sí-mismo de sus objetos amorosos) y sigue necesitando blancos para su idealización. Por lo tanto, no se debe derivar ninguna conclusión en cuanto a madurez o psicopatología del hecho de que se utilice a otra persona como objeto-del-sí-mismo: las relaciones de tipo objeto-del-si-mismo se establecen en todos los niveles del desarrollo y tanto en la salud psicológica como en la enfermedad. El hecho de que la diferencia entre salud y enfermedad demuestre así ser sólo relativa queda ilustrado por nuestra reacción frente a las personas deprimidas: la incapacidad de la persona deprimida para responder -nuestra incapacidad para contagiarle siquiera un mínimo de alegría como respuesta a nuestra presencia y a los esfuerzos que hacemos por ella- inevitablemente provoca una disminución de nuestra autoestima y, al sentir esa herida narcisista, reaccionamos con depresión y/o rabia.
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ha sentido la sutil influencia de esa atmósfera sana generalizada, tan vigorizante para las personal ida des de esos niños afortunados que crecen en familias donde una madre y un padre jóvenes comparten actividades sexuales placenteras. También creo que algunos de los traumas sexuales de comienzo de la vida (por ejemplo, los temores a la castración en el niño y el descubrimiento de lo que él interpreta como lacastración de la mujer) no son el cimiento último de ese nexo de factores que provocan ciertas enfermedades psicológicas, en particular los trastornos narcisistas de la personalidad, sino que, en una capa más profunda encontramos siempre el temor al objeto-del-sí-mismo helado, no empático, a menudo latentemente psicótico o, por lo menos, psicológicamente distorsionado. Es cierto que por detrás de la cabeza de la medusa se encuentran los genitales supuestamente castrados de la mujer, pero, por detrás de los atemorizantes genitales femeninos, existe el. r~stro frío, que no responde ni refleja, de la madre (o de un padre ps1cot1co que ha usurpado las funciones de la madre como objeto-del-sí-mismo) que no puede proporcionar a su hijo una aceptación sustentadora de la vida porque está deprimida o padece de una esquizofrenia latente, o de algún otro trastorno de la personalidad 9 . Por ende, las más de las veces la principal tarea terapéutica del análisis consiste en reconstruir los rasgos específicos de la personalidad patógena de los padres, de la atmósfera patógena en la familia de la infancia y establecer una relación dinámica entre esos factores genéticos y los trastornos específicos de la personalidad del paciente. Una amplia variedad de constelaciones genéticas puede interferir el desarrollo de un sí-mismo firmemente cohesivo y vigoroso en el niño. Puede ocurrir que el padre se encuentre severamente perturbado y que la influencia de la madre sea débil (como en el caso de Schreber, véase Kohut, 1971, págs; 255-256); o bien la seria psicopatología de la madre se combina con el derrumbe traumático de la imago del padre idealizado (véase el examen de la psicopatología del paciente A. [ Kohut, 1971, págs. 57-73]); o bien un serio trastorno de la personalidad de la madre se combina con una separación traumática con respecto a ambos progenitores (véase el análisis del señor W., págs. 112-123); o cualquiera de muchas otras combinaciones de factores puede ser el elemento responsable. Por distintas que sean entre sí estas circunstancias nocivas, todas parecen tener en común el hecho de que el niño se vio privado de ambas oportunidades en la secuencia de hechos en el curso del desarrollo: el objeto-del-sí-mismo idealizado fracasó después de un fracaso similar
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El trastorno patógeno de la personalidad del objeto-del-sí-mismo no siempre resulta fácil de discernir. Por ejemplo, en el caso del señor U. (véanse págs. 52-54; 67-68), la madre parece haber estado en plena "sintonía" con las necesidades de KU hijo cuando era un lactante pero, debido a una carencia ~enera! de aut~:sti~a 110 pudo movilizar la tolerancia empática frente a la autoaf1rmac1on del n1no (1n1•1i1yn11do su creciente necesidad de respuestas de aprobación frente a su mayor 1•r1prwllind puro tolerar las frustraciones) que aquél requirió en los años siguientes.
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por parte del objeto-del-sí-mismo especular o bien este último fracasó una vez más cuando el niño intentó volver a él en busca de apoyo correctivo luego de la destrucción de un sí-mismo tentativamente delimitado debido al fracaso traumático del objeto-del-sí-mismo idealizado. Es necesario ampliar esta formulación en un aspecto. Cuando hablamos del fracaso de ambos objetos-del-sí-mismo o del de uno de ellos, el término "fracaso" y la oposición implícita en el uso de la palabra "o" no deben entenderse en un sentido absoluto. Es el carácter relativo del fracaso del objeto-del-sí-mismo en cuanto a satisfacer las necesidades del niño, el fracaso relativo de uno en comparación con el del otro, lo que, dejando de lado otros factores causales, determina el estado final del sí-mismo infanti 1, esto es, si, y en qué medida, ha padecido un trastorno se ha vuelto enfermo. Y también éstas son las circunstancias que debe~os investigar cuando examinamos el problema de la especificidad, es decir, cuando tratamos de averiguar por qué un paciente presenta un tipo de patología del s1'-mismo y no otro. Con respecto a esta última contingencia, resultará útil ahora enumerar y describir las diversas formas de patología del sí-mismo con toda la precisión que nos permiten nuestros conocimientos actuales sobre este nuevo campo de la investigación.
UNA CLASIFICACION DE LA PATO LOGIA DEL SI-MISMO
Sugiero que comencemos por subdividir los trastornos del sí-mismo en dos grupos de significación sumamente distinta: los trastornos primarios y los secundarios (o reactivos). Los segundos constituyen las reacciones agudas y crónicas de un sí-mismo consolidado y firmemente establecido frente a las vicisitudes de las experiencias de la vida, sea en la niñez, la adolescencia, la madurez o la senectud~ No son importantes . en este contexto. Toda la gama de emociones que reflejan el estado del sí-mismo en la victoria y en la derrota pertenecen a este grupo, incluyendo las reacciones secundarias del sí-mismo (rabia, desaliento, esperanza) frente a las restricciones que le son impuestas por los síntomas e inhibiciones de las psiconeurosis y de los trastornos primarios del símismo. Con todo, aunque la autoestima aumentada y disminuida, el triunfo y la alegría, la desolación y la rabia ante la frustración forman parte integral de la condición humana y, en y por sí mismos, no son patológicos, sólo pueden entenderse dentro del marco de la psicología del sí-mismo, y las explicaciones de estos estados afectivos que no tienen en cuenta las ambiciones y las metas que emanan del patrón del sí-mismo por lo general son chatas o irrelevantes. Pero pasemos ahora a la clasificación de los trastornos primarios del sí-mismo. Este grupo de trastornos incluye cinco entidades psicopatológicas: 1) las psicosis (fragmentación permanente o prolongada, debilitamiento o seria distorsión del sí-mismo); 11) /os estados fronterizos (fragmentación permanente o prolongada, debilitamiento o seria distorsión del sí-mismo, recubierta por estructuras defensivas más o menos 137
eficaces), y 111) las personalidades esquizoides y paranoides, dos organizaciones defensivas que emplean el distanciamiento, es decir, mantenerse a una distancia emocional segura de los demás -en el primer caso,. mediante la frialdad y la superficialidad emocionales y, en el segundo, a través de la hostilidad y la suspicacia-, lo cual protege al paciente del peligro de sufrir úna fragmentación permanente o prolongada, debilitamiento o seria distorsión del sí-mismo. Las raíces más profundas de estas posiciones defensivas generalizadas se remontan a la época en que la psiquis del bebé tuvo que protegerse contra la penetración nociva de la depresión, la hipocondría, el pánico, etc. del objeto-del-sí-mismo. (Véanse págs. 74-75 para una consideración de la secuencia patógena del intento del niño por fusionarse con un objeto-del-sí-mismo tranquilizador, la reacción patÓlógica de dicho objeto ante la necesidad del niño y la forma en que éste se ve inundado por el estado afectivo patológico del objeto-del-sí-mismo). Estas tres formas de psicopatología no son en principio analizables, es decir, si bien se puede establecer un rapport entre paciente y terapeuta, el sector enfermo (o potencialmente enfermo) del sí-mismo no participa en las amalgamas transferenciales limitadas con la imago objeto-del-sí-mismo del analista, que pueden manejarse terapéuticamente mediante la interpretación y la elaboración. Empero, dos formas de trastorno primario del sí-mismo son en principio analizables: IV) los trastornos narcisistas de la personalidad (desintegración temporaria, debilitamiento o distorsión seria del sí-mismo, manifestada sobre todo a través de slntomas autoplásticos [ Ferenczi, 1930], tales como la hipersensibilidad a los desaires, hipocondría o depresión), y V) los trastornos narcisistas de la conducta (desintegración temporaria, debilitamiento o distorsión seria del sí-mismo, manifestada sobre todo a través de síntomas aloplásticos [Ferenczi, 1930], tales como perversión, delincuencia o adicción). En estas dos formas de la psicopatología, el sector enfermo del sí-mismo participa de manera espontánea en las amalgamas transferenciales limitadas con el analista objeto-del-sí-mismo y, de hecho, la elaboración concerniente a estas transferencias constituye el centro mismo del proceso analítico. Creo que sólo la última de estas definiciones requiere alguna aclaración. Para esclarecer el motivo para asignar a los trastornos narcisistas de la conducta un lugar especial en la clasificación de los trastornos del sí-mismo, distinto del que ocupan los trastornos narcisistas de la personalidad, permítaseme volver al examen comparativo de dos ejemplos frecuentes de patología masculina del sí-mismo. Me refiero a la comparación entre los frecuentes casos de patología del sí-mismo en hombres en los que la deficiencia primaria -el si-mismo enfermo carente de imagen especular- está encubierta por una conducta promiscua y sádica en relación con las mujeres y a los casos igualmente frecuentes en los que la cubierta defensiva consiste en fantaslas. ¿Por qué, para centrar nuestra atención en dos casos el ínicos concretos, el señor M. (véase capitulo 1) -un trastorno narcisista de la personalidad- se limitaba básicamente a fantasías sádicas sobre mujeres, 138
mientras el señor l. (Kohut, 1971, págs. 159-161; págs. 167-168) -·-un trastorno narcisista de la conducta- iniciaba relaciones con muchas mu jeres a las que controlaba, dominaba y trataba en forma sádica? 10 Lil respuesta a esta pregunta, por incompleta y tentativa que sea, debe en tenderse como un intento de contribuir a un capítulo muy difícil de la teoría y la práctica psicoanal lticas, un intento por resolver un difícil problema de neurosogénesis: ¿por qué algunas personas se vuelven neuróticas o desarrollan trastornos narcisistas de tipo neurótico, al tiempo que otras llevan sus fantasías a la realidad y se convierten en perversos, delincuentes o adictos?. Si comparamos en este sentido al señor M. y al señor l. podemos decir que sus estructuras defensivas tienen esto en común: su sadismo con respecto a las mujeres está motivado por la necesidad de obtener por la fuerza la respuesta especular del objeto-del-sí-mismo. En otras palabras, cabe definir la función de las estructuras defensivas en ambos pacientes aplicándoles una fórmula similar a la ya propuesta, en un contexto distinto, para el fenómeno de la "rabia narcisista" ( Kohut, 1922, págs. 394-396). Las fantasías sádicas del señor M. y la conducta de tipo Don Juan del señor 1. pueden entenderse como manifestaciones de la variante de la rabia narcisista en la que la motivación predominante no es tanto la venganza como el deseo de aumentar la autoestima. Pero, ¿qué pruebas podemos aducir sobre nuestra conclusión de que las fantasías del señor M. y la conducta del señor l. son actividades psicológicas mantenidas por estructuras compensatorias y no defensivas? No es difícil responder a esta pregunta: nuestra conclusión se basa en el hecho de que en ambos casos las actividades psicológicas están sólo a un paso de la deficiencia subyacente en cuanto a la autoestima. En la dinámica de la transferencia, por ejemplo, fue fácil observar que las tantas ías del señor M. y la conducta promiscua del señor l. siempre se activaban cuando los pacientes sentían que el analista no respondía a ellos con erripatía; las fantasías del señor M. y las actividades promiscuas del señor l. cesaban en cuanto sentlan que el analista restablecla un contacto empático, respondía comprensivamente a su sensación de privación narcisista. En otras palabras, en cuanto se reforzaba la cohesión de su símismo o éste se volvía más fuerte en virtud de la interpretación correcta (empática) del analista. Sobre el trasfondo de aspectos idénticos de las estructuras defensivas de estos dos pacientes, puedo describir ahora los que no lo eran. En pocas palabras, la similitud esencial de las estructuras sugiere que las diferencias en sus manifestaciones no deben explicarse desde el punto de vista dinámico de la metapsicología clásica, sino dentro del marco de
lO Sin duda el síndrome del Don Juan puede estar motivado por una variedad de necesidades psicológicas distintas. Aquí me refiero sólo a los pacientes para los que, como el señor M. y el señor l., constituye el intento de proporcionar a un sí-mismo inseguro una corriente constante de autoestima.
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la psicología del sí-mismo. Dicho de modo más específico, sugiero la hipótesis de que las exigencias planteadas por el sí-mismo enf:rmo eran más intensas, más urgentes, más primitivas, en el caso del senor 1. que en el del señor M. Pero ¿cómo se explican tales diferencias? Al menos en parte, se explican por el hecho de que el señor l. carecía de un minimo de estructuras instauradoras de metas que el señor M. sin duda había obtenido, si bien de manera incompleta, del objeto-del-sí-mismo idealizado, su padre. Ninguno de los progenitores del señor l. puede responder de manera empática a las necesidades narci~istas de éste; ~I señor l. no sólo tuvo una madre casi carente de empat1a (que, por e¡emplo, hablaba sobre los genitales de otro de sus hijos con sus amigas mientras. el niño se encontraba presente}, sino también un padre absorto en SI mismo y hambriento de autoestima que necesitaba desplazar_ al hij_o Y ocupar siempre el primer plano, al tiempo que le r:sultaba 1mpos1bl~ enorgullecerse de los logros de aquél. Por ende, el senor l. no desarrollo las estructuras compensatorias (es decir, un sistema de ideales Y de funciones yoicas ejecutivas correlacionadas) con que el señor M. contaba por lo menos en cierto grado. . , Convendría hacer aquí un comentario técnico. En el tratamiento cl1nico de estos casos, creo que es muy poco lo que se gana cuando el analista desaprueba la conducta favorable a la autoestima en personalidades para las que la exoactuación constituye la manifestación de estructuras defensivas. En lugar de ejercer presión moral, el analista debería explicar al paciente que su conducta está motivada, no por necesidades libidinales, sino narcisistas. En particular, debería demostrar al paciente una y otra vez, mediante el examen del aumento o la disminución de sus actividades promiscuas sádicas, de qué modo su conducta defensiva se relaciona con el aumento o la disminución de las manifestaciones derivadas de la deficiencia primaria en la esfera narcisista (su letargo o depresió~, su escasa autoestima); y, sobre todo debería perm·itir que la elaborac·1ón de las diversas transferencias narcisistas trajera consigo la disminución gradual de la necesidad del paciente de tener una conducta asocial mediante el alivio de su deficiencia primaria Y la mayor eficacia de sus estructuras compensatorias. De importancia básica para la actitud el ínica que propongo e~ el reconocimiento por parte del analista de que las actividades defensivas del paciente no son eficaces. En lugar de desaprobarlo por motiv?s éticos el terapeuta debería demostrarle que su conducta no le permite alean.zar el resultado anhelado. En otras palabras.el analista podrla decirle al paciente en el momento adecuado que su intent? de aumentar _su autoestima con la ayuda de una promiscuidad defensiva se parece al intento de un hombre con un fístula gástrica abierta de apaciguar su apetito voraz comiendo frenéticamente. 11 Dicho en otros términos, es la
11 El empleo del símil con la comida no debe llevar al analista -o al paciente- a suponer que lo que está detrás del anhelo genital es la avidez oral. Lo que ~I adicto trata de llenar es el vacío estructural en el sí-mismo, sea mediante la act1-
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ineficacia misma de las maniobras defensivas lo que explica por qué se insiste tanto en ellas. La extensión de la lista de Leporello (de hecho, el señor l. tenía una l.ista de números telefónicos de mujeres disponibles similar a la del famoso personaje) indica la intensidad de las necesidades insatisfechas en el campo de la autoestima que experimentan por lo menos algunos Don Juanes. (No, sin embargo, el Don Juan de Mozart y Da Ponte. La conducta de esta figura inmortal parece iniciarse en un sí-mismo firmemente cohesivo, desafiante y vigoroso. [Véase en este contexto, el análisis que hace Moberly en 1967 del Don Juan de Mozart ]). El examen de la psicopatologla del señor M. y el señor 1. tuvo como fin explicar la dinámica y las diferencias económicas existentes entre los trastornos narcisistas de la personalidad y los de la conducta. Sin embargo, los casos tienen mucho en común a pesar de estas diferencias. No sólo, como ya señalé, es en esencia idéntica la significación de sus actividades psicológicas defensivas, sino que también comparten el mismo trasfondo genético. En términos más específicos, ambos pertenecen a una particular constelación genética del campo de la patología del si-mismo -caracterlstica e instructiva- que he tenido ocasión de encontrar con cierta frecuencia. Consiste en varios factores interrclnc:i<' nados: un trastorno serio en el componente grandioso-exhihic:i(l111·.1.1 del sí-mismo nuclear debido a respuestas especulares grose1;i1111·11I•· ,¡, torsionadas por parte de una madre que padecía de un q1,1111• 11.1·1 .. ,,,., narcisista de la personalidad o era incluso una psicót11 " l.11 1·111. · 111 trastorno moderadamente severo del componente del :11 1111'<11, .. "' 1. " que contiene los valores rectores ideal izados -este trasl1 111 ''' "' ., '" ' vero en el caso del señor l. que en el del señor M. - del 11il11 ,, '111 1• ' 1 I "' dre, a quien el niño se volcó en su búsqueda de una fusii'111 1i11"1"11L11lo otli con la imagen parental idealizada no le dio una respues111•i1ill1111111" 1111 ese sentido. Casos similares se encuentran a menudo en la práct"1u1 psicuu11ul í tica moderna, sobre todo en las constelaciones familiares pal<'>genarnente decisivas en las que la madre presenta una seria patologla del si-mismo y el padre abandona emocionalmente a la familia (por ejemplo, sumergiéndose en sus negocios o su profesión, o dedicando todo su tiempo libre a actividades recreativas o a sus pasatiempos). En otras palabras, en un intento por salvarse de la influencia destructiva de su esposa, el padre sacrifica al hijo, quien queda sometido a la influencia patógena
viciad sexual o la ingestión oral. Y el vacío estructural no puede llenarse mediante la ingestión oral ni recurriendo a otras formas de conducta aditiva. Lo que el adicto trata de contrarrestar mediante su conducta aditiva es la falta de autoestima del sí-mismo carente de respuesta especular, la incertidumbre con respecto a la existencia del sí-mismo, la terrible sensación de la fragmentación del sí-mismo. No hay placer alguno en el hecho de comer o beber en forma adictiva: la estimulación de las zonas erógenas no produce satisfacción. En pocas palabras, los problemas del sí-mismo no pueden formularse adecuadamente en términos de la psicología ée los impulsos.
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de la madre. Mi principal motivo para destacar esta constelación no es su frecuencia, sino más bien el hecho de que muestra con gran claridad que el trastorno en el sí-mismo se produce como resultado de que el niño se ve privado de la relación saludable con objetos del si-mismo en ambas áreas cruciales del desarrollo del si-mismo nuclear, es decir, que la interacción saludable con el objeto del sí-mismo idealizado no permitió curar el daño hecho por la interacción patógena con el objeto-del-simismo especular.
DEL ANALISIS DEL SEÑOR X. DATOS CLINICOS
Cuando se presentó para iniciar su análisis, el señor X., 12 de 22 años, había sido rechazado por el Cuerpo de Paz al que quería ingresar para realizar una fantasía de deseos de toda su vida: ayudar a las personas que sufrían y estaban desvalidas. Admitió que, aunque el rechazo había sido el estímulo inmediato para que se decidiera a iniciar un tratamiento, esa idea ya se le había ocurrido antes de solicitar su ingreso al Cuerpo de Paz, pero luego decidió pasar primero varios años en esa institución. La verdadera razón de su deseo de tratarse par.ecía ser una sensación de vergüenza con respecto a su trastorno sexual 13 y, quizás como consecuencia de el la, su aislamiento social y una sensación general de soledad. Desde comienzos de la adolescencia hasta el principio de la terapia, su vida sexual consistió en frecuentes actividades masturbatorias (varias veces por día, con intensidad adictiva) acompañadas por fantasías homosexuales. Jamás había tenido ninguna experiencia sexual concreta, fuera homosexual o heterosexual. La madre del señor X. lo había idealizado y apoyado en su franco despliegue de grandiosidad pero sólo, como veremos, en tanto el paciente no se alejara de ella desde el punto de vista emocional. Su actitud con respecto al marido había sido despreciativa. Al comienzo de la latencia, el paciente, de religión luterana, sintió deseos de convertirse en sacerdote, deseo qu"e se intensificó durante su adolescencia. Aunque no estoy seguro de que su madre haya apoyado de manera explícita tal elección,
12 Este paciente se analizó con una joven colega quien, poco después de graduarse en el Instituto, me consultó hacia fines del tercer año del análisis del paciente. El principal motivo para la consu Ita fue el deseo de obtener información directa con respecto a mis teorías. En segundo lugar, creo que también puede haber sido el deseo de obtener consejo sobre la manera de movilizar un análisis que avanzaba con cierta lentitud. Mi información sobre el caso deriva de estas entrevistas y de algunas breves conversaciones posteriores, así como de un informe escrito que describe.,el desarrollo del caso. 13
Aunque el señor X. no reveló sus tendencias perversas a quienes lo examinaron para su ingreso al Cuerpo de Paz, quizás éstos hayan abrigado alguna sospecha al respecto. De cualquier manera, lo rechazaron y le aconsejaron que iniciara una psicoterapia.
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ésta sin duda se relacionaba con su esfera do irifl11111111n •¡c1l110 i'il. 1 >11 cualquier manera, dicho deseo encerraba ide;1s crn1st:i11111t1•, 1111111diosus (una identificación con Cristo.) que, sin embargo, ir11pl1< 11.11111111te lo privaban de independencia y de metas masculinas. La m;rd111 :;ul í;i leerle la Biblia cuando era niño, acentuando la relación entre ol f'Jiiio Jesús y la Virgen. Uno de sus relatos blblicos favoritos -que má; lirrde se convirtió en el centro de los ensueños diurnos del paciente- ora la de Jesús en el Templo ( Lucas, 2:41-52); y parecla que daba particular importancia a la implicación de que(" .... le hablaron en el Templo, sentado en medio de los Doctores") Jesús, incluso siendo niño, era superior a las figuras paternas ("y cuantos le oían se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas"). 14 Aunque el intento del paciente de ingresar al Cuerpo de Paz constituyó sin duda un derivado de la identificación original con la figura del Salvador, el señor X. nunca llegó realmente a dar los pasos necesarios para ingresar al sacerdocio. Sin investigar de manera detallada los obstáculos endopsíquicos que se levantaban en su camino, puedo ofrecer el siguiente resumen psicodinámico: el señor X. no podía lograr que sus preocupaciones grandiosas previas encajaran en el patrón de vida de un sacerdote porque su relación con la religión se había sexual izado. A partir de fines de la adolescencia, muchas de sus actividades masturbatorias estaban acompañadas por fantaslas de relaciones homo·sexuales con el pastor de su iglesia, sobre todo en el momento de recibir la Santa Comunión. Aunque el deseo del señor X. de lograr una incorporación óral sexual izada estaba muy cerca de la superficie psicológica, su necesidad profundamente sentida de estructura psicológica paternal nunca se expresó a través de fantaslas conscientes de real izar la fe/latía. El contenido manifiesto de las fantasr'as masturbatorias relevantes -una slntesis fascinante del simbolismo sublimado de la iglesia y los procesos primarios del paciente- ser referla a cruzar (!) el pene poderoso del sacerdote con el propio en el momento de recibir la Hostia. Así, en el momento de la eyaculación, la obsesión del paciente por el pene de un hombre poderoso, la incorporación oral y la adquisición de fortaleza idealizada, encontró una expresión casi artlsticamente perfecta en sus imágenes sexualizadas sobre la consumación del acto simbólico más profundamente significativo del ritual cristiano. Sobre la base de los recuerdos conscientes del señor X. la analista había deducido al comienzo que en su infancia casi no había tenido
N La atmósfera de las relaciones familiares indicada por los pasajes bíblicos aquí citados es la de la constelación en que la madre desvaloriza al marido, sobrevalora al hijo en tanto permanece apegado a ella, pero inconscientemente abriga un profundo temor reverente con respecto a su propio padre. Cuando sus padres le reprochan por haber desaparecido de su casa, Jesús responde: "lNo sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?", refiriéndose al templo como la casa del Dios Padre. (Traducido al lenguaje de la psicología profunda, alude aquí a la imagen inconsciente de su abuelo materno.)
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ningún contacto significativo con el padre y que. por ende, la relación con aquél había perdido importancia para él. Empero, más adelante se pudo comprender que en las entrevistas diagnósticas iniciales el señor X. había aludido a un profundo desengaño que experimentó con respecto a su padre. La analista no reconoció entonces la significación de esas referencias al padre del señor X. y tampoco éste tenía en ese momento la menor noticia de que se refería a una necesidad emocional importante de su infancia. Por el contrario, hizo este comentario -el hecho de que la madre lo había privado de su derecho legítimo a las propiedades del padre- sólo refiriéndose a un episodio del pasado más reciente (la distribución de la herencia luego de la muerte del padre) y se expresó con tal amargura y resentimiento que la analista consideró la posibilidad de que existiera una paranoia oculta y, durante un tiempo, dudó de que el paciente fuera analizable. (Mirando las cosas en forma retrospectiva, se pudo explicar el significado de ese síntoma: detrás de la acusación manifiesta de que lo habían estafado con respecto a las posesiones económicas del padre, se ocultaba el reproche más profundo de que la madre lo había privado de su herencia psicológica legítima al impedirle relacionarse con el padre con una actitud admirativa y establecer una estructura del sí-mismo orientada según los ideales, valores y metas paternas). El paciente comenzó a desarrollar el tema de su intento de pasar de la madre al padre -de valerse de una segunda oportunidad en el desarrollo para adquirir un sí-mismo confiablemente cohesivo- comparativamente tarde en el curso del tratamiento. Durante los prim~ros dos años y medio la analista había centrado su atención de manera casi exclusiva en la grandiosidad manifiesta del paciente (su arrogancia, su aislamiento sus metas no realistas) y se proponía mostrar al señor X. que su gra~diosidad, por un lado, formaba parte de una "victoria ed ípica" y, por el otro, que era defensiva, que apuntalaba la negación por .parte del niño del hecho de que, a pesar de que la madre parecía preferirlo, el padre seguía siendo su verdadero poseedor y podía castigar (castrar) al pequeño. En pocas palabras, había tratado de decirle que, por debajo de su grandiosidad manifiesta, existía la depresión de una "derrota edípica". Dicho de otra manera, la atención y las interpretaciones de la analista estuvieron centradas en la grandiosidad manifiesta en la que, como ella y yo llegamos a reconocer, el paciente no era más que el agente de las ambiciones de la madre. Lo que no se tuvo en cuenta fue la grandiosidad latente del paciente, que emanaba del sí-mismo grandioso-exhibicionista reprimido del niño, un sí-mismo infantil independiente que al comienzo había anhelado en vano obtener confirmación por parte de la madre y luego había tratado de obtener fortaleza fusionándose con un padre idealizable y admirado. Pero los pacien.tes no renuncian con facilidad y sus necesidades infantiles insatisfechas continúan haciéndose sentir. El señor X. logró de alguna manera indicar a su analista que no lo comprendía. Uno de los indicios que proporcionó fue el siguiente. Varias semanas después de las vacaciones de verano que señalaron el final del segundo año com-
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pleto de análisis, relató una conmovedora secuencia de hechos. Recordó que, al comienzo de sus vacaciones, había hecho un paseo solo en auto por una región montañosa, lejos de Chicago. Mientras conducía, tuvo fantasías diurnas durante casi todo el trayecto, como le había sucedido toda su vida. La analista supuso que el señor X. se disponía a decirle que se había sentido muy solo mientras se encontraba lejos de ella. Pero sus asociaciones siguieron un camino distinto. Recordó una fantasía diurna muy vívida que aparentemente tenía los rasgos de un verdadero sueño. El paciente imaginó que el auto no andaba bien, que el motor comenzaba a fallar y, por último, se detenía por completo. Cuando miró el medidor de combustible comprobó que el tanque estaba vacío. Luego se vio a sí mismo empujando el coche hasta el costado del camino, hasta detenerse sobre el borde de la autopista. En su fantasía, se apeaba del auto y le hacía señas a los coches que pasaban para indicar que necesitaba ayuda. Pero los autos pasaban junto a él sin detenerse y su ansiedad comenzó a aumentar a medida que se sentía cada vez más solo, desvalido e impotente. Pero entonces se le ocurrió una idea. ¿Acaso, mucho tiempo antes, no había guardado en el baúl de su auto una lata llena de combustible? Ouizás estuviera aún ali í y, si la encontraba, podría seguir adelante. Se vio a sí mismo abriendo el baúl, contemplando el montón de equipaje y herramientas y una gran variedad de otros objetos viejos y descartados. Comenzó a buscar y ali í estaba la vieja lata oxidada -golpeada, dilapidada, pero llena de combustible-tal como hab(a esperado encontrarla, justamente lo que necesitaba. La fantasía diurna terminaba cuando llenaba el tanque y se alejaba en el automóvi 1. Después de evocar esta fantasía habló de sus paseos por los bosques de la hermosa región a la que había llegado con el auto. Una vez más estaba solo y su mente se mantenía activa mientras caminaba. En particular, recordó un aspecto de su niñez acerca del cual nunca había hablado en el tratamiento. Recordó que, en muy pocas ocasiones, él y su padre habían salido a caminar por los bosques, que durante esos paseos había existido una sensación de intimidad, una cercanía entre padre e hijo que en otras ocasiones parecía faltar por completo en su relación. Y hubo otro rasgo que demostró ser de significación potencialmente muy grande: en contraste con la imagen despreciada del padre que el paciente había presentado en el análisis hasta ese momento, ahora le dijo a la analista que, durante esos paseos, el padre le parecía un hombre notable, un maestro y guía admirable. El padre conocía los nombres de las calles, identificaba las huellas de diversos animales y contaba a su hijo que había sido un buen cazador en su juventud, que sabía cómo acercarse a la presa y matarla de un solo disparo. A todas luces, el niño había escuchado con deleite y admiración los relatos del padre y se mostraba atento y entusiasta cuando éste ie enseñaba así los rudimentos de la vida en el bosque. Empero, estas experiencias presentaban también otro aspecto. No sólo eran escasas, sino que también permanecían aisladas, esto es, no se habían integrado con el resto de la pesonalidad del señor X. y existran sólo como enclaves en la vida del
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niño .(Y en la relación del padre con su hijo). El padre y el hijo jamás hablaban sobre estos paseos una vez concluidos y, como si hubiera un acuerdo tácito , nunca los mencionaban delante de la madre.
DEL ANALISIS DEL SEÑOR X.· INCURSIONES EN LA TEORIA
La base estructural del trastorno psicológico del paciente era una escisión vertical en su personalidad. (Véase gráfico, pág. 151 ). Uno de los sectores funcionaba en virtud de una fusión aún vigente con la madre, mientras que el otro sector albergaba dos elementos constitutivos, no plenamente integrados, de su sí-mismo nuclear: un fragmento grandioso-exhibicionista que no había encontrado respuesta, y un fragmento caracterizado por estructuras de metas ideal izadas relacionadas con ciertas actitudes admirativas hacia el padre. Como veremos, el primero de estos dos fragmentos del sí-mismo nuclear (el polo grandioso-exhibicionista) se encontraba aun más paralizado que el segundo (el correspondiente a los ideales masculinos). Con todo, el si-mismo nuclear era no sólo fragmentado y débil, sino también carente de contacto con la superficie activa de la personalidad: se había ocultado. No tenía co~unicación con las estructuras conscientes del sí-mismo ni acceso a ellas, sino que estaba separado de el las por una escisión horizontal de la personalidad, es decir, estaba reprimido. Debo explicar aquí por qué en lo dicho hasta ahora -en el contexto de un relato que, en otros sentidos, está claramente inscripto en el marco de la psicología del sí-mismo- me he referido a la represión, es decir, a un concepto que corresponde a la metapsicología clásica en la que la psiquis humana se concibe como un aparato mental. Podría haberlo evitado porque, como ya señalé (véase pág. 100), la psicología del sí-mismo y la psicología clásica (aparato mental) no necesitan integrarse; de acuerdo con un principio psicológico de complementariedad, dan cabida, lado a lado, a los dos aspectos importantes de la psicología total del hombre: la psicología del Hombre Culpable (psicología del conflicto) y la psicología del Hombre Trágico (psicología del sí-mismo). Aunque no resulta necesario integrar estos dos enfoques de la psicología profunda, es posible hacerlo si así se lo desea, aunque en detrimento del valor explicativo de uno u otro según el caso. En este ejemplo, preferí ubicar el sí-mismo y sus elementos constitutivos dentro del marco del modelo estructural de la mente, sabiendo muy bien que, al hacerlo, reducía el sí-mismo a un contenido del aparato mental y abandonaba así en forma temporaria la amplitud del poder explicativo de una psicología independiente del sí-mismo. Estas incongruencias son permisibles porque, en mi opinión, todo desarrollo teórico valedero es tentativo, provisional y contiene un elemento lúdico. Utilizo la p~labra lúdico con toda intención para establecer un contraste entre la actitud básica de la ciencia creativa y la religión dogmáti· ca. El mundo de la religión dogmática, es decir, el mundo de los valores absolutos, es serio, y quienes viven en él son serios porque su búsqueda
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alegre ha concluido: se han convertido en defensores de la verdad. Sin embargo, el mundo de la ciencia creativa está habitado por personas alegres que comprenden que la realidad circundante es en esencia incognoscible. Sabiendo que nunca podrán llegar a "la" verdad, sino sólo a aproximaciones por analogía, se dan por satisfechas describiendo lo que ven desde diversos puntos de vista y explicándolo de la mejor manera posible y en una variedad de formas. Como científicos, por lo tanto, podemos contemplar las estrellas, el macrocosmos y penetrar en el microcosmos infinitamente pequeño de las partículas de materia. Y, ·al movernos en cualquiera de ambas direcciones, podemos llegar a mundos infinitos similares de igual significación. Lo mismo puede decirse con respecto a la "psicología del sí-mismo" y a la "psicología del sí-mismo dentro de un aparato mental". Podemos entender el sí-mismo como el centro del Hombre Trágico y estudiar su génesis y sus vicisitudes. Y también podemos entender el sí-mismo como un contenido del aparato mental del Hombre Culpable y estudiar su relación con las estructuras de ese aparato. 15 Pero pasemos ahora de lo general a lo específico. Como señalé ya, la personalidad del señor X. estaba dividida en dos sectores por una escisión vertical. En uno de ellos, caracterizado por un sentimiento de superioridad, conducta arrogante, metas religiosas y no terrenales, y una identificación con Cristo, mantenía la antigua fusión con la madre, quien permitía e incluso alentaba su expresión de ideas de grandeza -y su búsqueda de metas en la vida que concordaran con ella on lllnto no rompiera el vínculo de fusión con ella, en tanlo si!Jtliw;1 ~;i1111tl11 ni ejecutor de su propia grandiosidad. 16 Sin 011tl1;11q11, 1111 11~;11• u111l11~ tu 110 nos ocuparemos de ese sector, sino el<:! ~;Pq1111tl11, tl1111tl11 "111 111111111110~; lo
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Anteriormente, aunque la psicología del sí-mismo en el sentido amplio del término estaba implícita en todos mis trabajos sobre el narcisismo, definía el sí-mismo exclusivamente en lo que ahora llamo la psicología del sí-mismo en el sentido estrecho del término, es decir, una psicología en la que el sí-mismo es un contenido del aparato mental. Las conceptualizaciones adicionales de la psicología del sí-mismo en el sentido amplio del término, es decir, una psicología en cuyo marco teórico el sí-mismo ocupa un lugar central, se formulan de manera sistemática por primera vez en este libro. 16
Sobre la base del material de que disponíamos resultó imposible decidir si la fantasía preconsciente de que su hijo era su falo correspondía al nexo de las motivaciones de la madre. En tal caso, me inclinaría a suponer que esa fantasía sólo era el extremo visible de un iceberg casi totalmente sumergido de constelaciones psicológicas causales. Sobre la base de mi experiencia el ínica, he llegado a la conclusión de que la necesidad materna en tales casos no se debe a un deseo intenso de poseer un pene, sino a la necesidad de corregir una seria deficiencia en el sí-mismo como lo demuestra el hecho de que la emancipación de un hijo o una hija (dur~nte la adolescencia, la juventud, o incluso aun más tarde) con respecto a una fusión prolongada y aparentemente imposible de romper con uno de los progenitores, a menudo está seguida por el desarrollo de una severa patología del sí-mismo (depresión psicótica, paranoia) en el progenitor. (Compárense estas far-
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que ya señalé como "represión" de la estructura que anhelaba fusionarse con la i mago parental ideal izada y contenía ciertos focos rudi mentarios de ideales nucleares ya internalizados. Las condiciones existentes en ese sector pueden describirse fácilmente dentro del marco teórico de la psicología del sí-mismo en el sentido más estrecho del término: diremos que el sí-mismo nuclear, en particular la parte de su grandeza nuclear que se adquiere mediante la fusión con el objeto-del-sí-mismo idealizado, está aislada por la represión (es decir, por una "escisión horizontal") del contacto con el sí-mismo conscientemente percibido. Sin embargo, si intentamos describir estas relaciones sin un concepto del sí-mismo, es decir, utilizando sólo el marco del modelo estructural de la mente y sin un sí-mismo que se concibe como un contenido mental, enfrentamos dificultades mayores. Por ejemplo, resulta muy dificil proporcionar, dentro del marco del modelo estructural de la mente, una versión gráfica simple de la represión de las estructuras del superyó (el ideal del yo). Los diagramas de Freud no pudieron expresar aquí su significado de manera inequívoca y, por lo tanto se vio obligado en una serie de ocasiones a agregarles explicaciones verbales, en el sentido de que partes del superyó son inconscientes o, tal como él lo expresó, que el superyó se interna en el inconsciente (1923a, págs. 39, 52; 1933, págs. 69-71, 75, 78-79). La mayor facilidad con que el modelo de la psicología del sí-mismo puede lograr aquí la descripción gráfica de estas relaciones constituye, en mi opinión, una prueba de su mayor adecuación y relevancia con respecto a los estados psicológicos prevalecientes en los trastornos narcisistas de la personal ida d. (Véase gráfico, pág. 151 ). En este punto surge un interrogante perturbador: en vista de la organización bipolar del sí-mismo nuclear (y teniendo en cuenta la correspondiente dual.idad de los factores patógenos), ¿existen sólo una o bien hay dos -o quizás aun más- soluciones válidas para los problemas derivados de la necesidad del paciente de reconstruir un sí-mismo activo por medio del psicoanálisis? A primera vista, se podría tener la impresión de que es necesario descartar esta pregunta y responder: ¿por qué no? Y se podría justificar la aceptación de que el análisis ofrece al paciente la oportunidad de elegir entre varias posibilidades de salud sobre la base de la afirmación freudiana de que el análisis da "al yo del paciente libertad para decidir en un sentido o el otro" (1923a, nota al pie de pág. 50).
mulaciones sobre la fusión entre progenitor e hijo que se establece sobre la base de defectos estructurales en el s(-mismo parental con las observaciones contrastantes de Aichhorn [ véanse las páginas 167 y siguientes ) sobre la enmarañada liqazón que se establece sobre la base de conflictos estructurales no resueltos en los padres.) Estas conSideraciones explican también la naturaleza del profundo temor del niño fusionado frente a la posibilidad de romper los vínculos con el progenitor. No se trata del temor a la pérdida de amor o a la pérdida del objeto amoroso, sino del temor a la desintegración permanente del sí-mismo (psicosis) como consecuencia de la pérdida de una intensa ligazón arcaica con el objeto-del-s(-mismo.
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Pero me terno que seguir este camino significaría elegir una salic.Ju fácil, recurrir a un subterfugio. Una cosa es decir que el análisis da al paciente una nueva posibilidad de elección (una "libertad para deci· dir"), en tanto limitemos la definición de las metas del análisis al campo del conocimiento (hacer consciente lo inconsciente) pero las cosas son muy distintas cuando hablamos de compensar deficiencias estructurales, de la restauración del sí-mismo. Si examinamos el problema con la ayuda de nuestro ejemplo el ínico, la respuesta parece fácil, por lo menos en principio. Si el analista no interfiere de manera activa los desarrollos espontáneos, el proceso analítico se ocupará de los elementos constitutivos preanal íticos en la personalidad del paciente; luego de eliminar obstáculos (análisis de las defensas-resistencias) permitirá 1iberar estructuras que siempre existieron, aunque no al alcance del paciente. En otras palabras {véase gráfico en la pág. 151; véase, asimismo, el caso del señor J., construido de manera similar, en Kohut, 1971, págs.179-186,sobretodoel diagrama en la pág. 185) puede describirse con aproximación esquemática como un desenvolvimiento en dos fases. La primera se ocupa de superar la barrera ·que mantenía la escisión vertical en su personalidad. La eliminación de dicha barrera hace que el paciente comprenda en forma gradual que la experiencia del sí-mismo en el sector horizontalmente escindido de su personalidad -una autoexperiencia de vacío y privación que, aunque subestimada, siempre estuvo presente y en la conciencia-- constituye su s(-misrno auténtico y que la autoexperiencia predominante hasta ese momento en el sector no dicotornizado -la autoexperiencia de grandiosidad y arrogancia manifiestas- no emana de un sí-mismo independiente sino de un sí-mismo que es un apéndice del sí-mismo materno. La segunda fase del análisis comienza cuando, luego de eliminar la barrera vertical, la atención del paciente se desplaza del sector no dicotomizado al dicotomizado. 17 Ahora la labor analítica se ocupa de la barrera horizontal (la barrera de la represión) en la prosecusión de la tarea principal del análisis: hacer conscientes las estructuras inconscientes que subyacen a la autoexperiencia consciente. Podemos describir la meta de esta segunda fase con la ayuda de las hermosas imágenes simbólicas que el señor X. utilizaba en sus ensueños diurnos: el análisis debe poner de manifiesto la provisión oculta de combustible que le permitirá seguir adelante por el camino de la vida. En otras palabras, el señor X. recibe ayuda para descubrir la presencia de un sí-mismo nuclear que se había formado sobre la base de su relación con el objeto-del-sí-mismo idealizado, su padre. 17
Al hablar de una segunda fase del análisis, de una "eliminación" de la barrera vertical y de que el padente desplaza su atención de un sector de su psiquis al otro, no describo la secuencia real de los hechos sino que ofrezco sólo un esquema de su desenvolvimiento. En realidad, el foco de la labor analítica vuelve cada tanto, al comienzo con frecuencia y más adelante en muy pocas ocasiones, a la barrera vertical. incluso después de haberse iniciado la "segunda fase" del análisis.
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Empero, la perturbadora duda acerca de si puede existir más de una solución válida para un análisis no queda descartada sobre la base de las consideraciones previas. Es cierto que en un caso como el del señor X., un análisis bien llevado permitirá desenterrar el sí-mismo inconsciente del paciente derivado del objeto-del-sí-mismo idealizado, llevando al predominio de este sí-mismo y, así, a la expresión de ambiciones e ideales hasta ese momento inaccesibles. Y, de hecho, como resultado de la labor analítica, la personalidad del paciente sufrió un cambio gradual, sin duda alguna en la dirección de una mayor salud psicológica. Además, parí passu con la mayor libertad y flexibilidad internas así alcanzadas, pudo tomar ciertas decisiones que le permitieron adoptar nuevas metas. Renunció a la idea de ser sacerdote (o al Cuerpo de Paz) y eligió metas más acordes con ser un "maestro y guía", un patrón que había moldeado su sí-mismo nuclear de acuerdo con su fusión con la imagen parental idealizada representada por su padre en sus paseos por el bosque. Sin embargo, por convincente que resulte esta formulación, quiero actuar como abogado del diablo y preguntar si otro análisis, en el cual los esfuerzos estuvieran centrados en la transferencia especular y su interpretación correcta, no podría haber lograc_Jo desenmarañar la persistente fusión del paciente con el objeto-del-sí-mismo especular, su madre, y proporcionar así al señor X. un mayor dominio de las estructuras sugeridas en el área de su grandiosidad manifiesta. En otras palabras, podríamos preguntar si ese análisis no habría llevado al éxito por otro camino, abriendo paso a soluciones psicológicas válidas pero distintas, por ejemplo, la decisión de convertirse en sacerdote (y la capacidad de alcanzar esa meta). Dicho en otros términos, cabría preguntar si tal resultado podría haberse logrado si el analista hubiera proseguido investigando ,en el campo de la grandiosidad manifiesta pero no, de acuwdo con el enfoque clásico, tratando de que el señor X. tomara conciencia de la experiencia de una derrota edípica (que no constituía una constelación psicodinámica activa en su personalidad), sino concentrándose en la fusión existente con la madre (que era la esencia psicodinámica de su grandiosidad manifiesta). Sin duda existen casos de análisis en los que me inclinaría a responder a la pregunta citada en términos afirmativos y, de hecho, presento un ejemplo de ese tipo más adelante (el caso de la señora Y., en las págs. 183-184). Son casos en que, en el momento de la vida en que tiene lugar el análisis, dos potencialidades divergentes del desarrollo son en apariencia casi igualmente fuertes o bien las posibilidades de un desenvolvimiento sano en dos direcciones divergentes son casi igualmente accesibles. Tal equilibrio puede producirse como resultado de muchas series distintas de factores. Permítaseme trazar una analogía. Al derretirse, la nieve crea una corriente de agua que ahora se desliza por la ladera de la montaña. Casi siempre existen desniveles en el terreno que predeterminan él curso de esa corriente, pero puede haber casos en que el terreno es tal que una sola piedra, un tronco de árbol que se encuentra ali í por casualidad, resulta decisivo para determinar si el agua ~e desviará hacia la izquierda o la derecha, cambiando así todo el curso ul150
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terior de la corriente de agua. En algunos pacientes, ese equilibrio de potencialidades se produce porque algunos talentos innatos que habían recibido menos apoyo en el desarrollo temprano ahora se ven equiparados por una serie de otros talentos que, aunque en su origen no fueron tan acentuados, recibieron mucho mayor apoyo en Ja infancia. Un niño con talento innato para el ejercicio de su habilidad muscular es rechazado por su padre, que es un buen atleta. Su talento menor, aunque adecuado, en el campo de lo verbal y lo conceptual, se ve alimentado por una enmarañada ligazón patológica con la madre. En la escuela, se aparta de la competencia y las actividades atléticas y se concentra en tareas intelectuales, sobre todo en el campo de la literatura (madre) pero también, aunque en menor grado, en el de las ciencias naturales (padre). Luego de ingresar a la carrera de medicina, según la tradición familiar, no tarda en sentirse deprimido e incapaz de estudiar. En ese momento, nuestro joven ficticio inicia un análisis. No resulta difi'cil comprender que, dado el equilibrio de fuerzas al que ya me referl, ahora un si-mismo activo puede desarrollarse de dos maneras distintas. Un analista, al elucidar la ligazón patológica con la madre, permitiría al paciente emanciparse de ella y construir un sí-mismo independiente que busca alegremente elogios, reconocimiento y éxito, sin descartar los ideales que adquirió durante su fusión con la madre. Digamos que ahora se convertirá en un psiquiatra creativo y productivo. Con todo, otro analista, para seguir con nuestra fantasía algo juguetona, podría ocuparse de la 1igazón patológica con la madre sólo hasta cierto nivel y pasar luego a los anhelos reactivados de una fusión con el ideal paterno. (Siempre que el equilibrio sea tal, en un caso excepcional, que permita una elección). Tal análisis podrla ayudar al paciente a formar un si-mismo independiente al liberarlo de la ligazón patológica con la madre y al superar la herida sufrida ante el rechazo paterno, desarrollar y fortalecer los núcleos mlnimos sobrevivientes de las metas idealizadas paternas, a pesar de que muchos aspectos valiosos ya se habían desarrollado en él en consonancia con los ideales maternos. En este caso, el paciente podrla decidir convertirse en cirujano, es decir, una vez curada la herida narcisista con respecto al padre, podrá volver a despertar su talento innato en el campo del movimiento coordinado y la habilidad mecánica que, hasta ese momento, había estado considerablemente bloqueada. Empero, en la abrumadora mayoría de los casos el curso de un análisis bien llevado está en esencia predeterminado por factores endopsíquicos. En el caso del señor X., en particular, los procesos de elaboración de la transferencia central que surgió en forma espontánea -una transferencia idealizadora con el padre- empáticamente interpretada por el analista, siempre llevarían luego del análisis de ambos sectores de la personalidad, al tipo de solución a que, en última instancia, llegó el análisis en el ..caso del señor X.: a metas de vida relacionadas con el polo idealizado del sí-mismo, en otras palabras, metas que sólo estaban modificadas por los patrones derivados de las experiencias especulares arcaicas.
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Para ser más preciso, debería decir que lo que contribuyó a moldear la personalidad definitiva del paciente no fue la influencia restante residual de ideales tomados de la madre, sino que la prolongada relación de fusión con ella le había dotado de cierta eficacia específica en determinados campos del conocimiento y de una serie correlacionada de aptitudes intelectuales. El hecho de que no se limitara a descartar dichas capacidades e intereses (como durante un tiempo pareció inclinado a hacer) y, en cambio, los conservara, aunque ahora al servicio de metas definidas de otra manera, indica la fuerza de su capacidad de integración y la confiabilidad de equilibrio psíquico que pudo establecer. Las acciones que se requerían de él en su profesión se relacionaban con el objetodel-sí-mismo idealizado (paterno) mientras que Jos contenidos se relacionaban con los patrones de conocimiento y de intereses adquiridos mientras se encontraba bajo la influencia del objeto-del-sí-mismo especular (materno). Sobre la base de estas consideraciones podemos llegar ahora a la conclusión de que, como sucede con muy pocas excepciones con todos los trastornos analizables, sean neurosis estructurales o trastornos del sí-mismo, la estructura de la psicopatología del señor X. determinó el patrón de su análisis, que el curso específico que tomó éste y la solución correctiva específica a la que se llegó en última instancia estaban predeterminados. La transferencia esencial (o la secuencia de transferencias esenciales) está definida por factores internos establecidos antes del análisis en la estructura de la personalidad del paciente, con lo cual la influencia del analista sobre el curso del tratamiento es importante sólo en la medida en que, a través de interpretaciones hechas sobre la base de aproximaciones empáticas correctas o incorrectas, promueve u obstaculiza el progreso del paciente en su camino predeterminado. En el caso del señor X., la transferencia esencial se relacionaba con la reactivación de las necesidades del si-mismo nuclear inconsciente, un sí-mismo nuclear que intentaba obtener fortaleza a través de procesos específicos de elaboración acerca de uno de sus componentes, a saber, el polo portador de sus ideales masculinos. Trastornos específicos en la relación entre el sí-mismo en desarrollo y los objetos-del-sí-mismo durante la infancia del paciente no habían permitido completar la secuencia del desarrollo: (a) fusión con el ideal paterno, (b) desidealización e internalización transmutadora del objeto-del-simismo omnipotente idealizado, y (e) integración de los ideales con los otros elementos constitutivos del sí-mismo y con el resto de la personalidad. La transferencia esencial se relacionaba así con la reactivación de una tarea especifica incompleta del desarrollo -se podrla hablar de un fenómeno de Zeigarnick (Zeigarnick, 1927) en la transferencia-, esto es, con la reintensificación del intento de compensar una deficiencia estructural específica. Antes de que el proceso analítico comenzara a ofrecer al paciente medios realmente eficaces para compensar la deficiencia estructural, no pod (a hacer más que obtener un alivio pasaje-
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ro a través de representaciones erotizadas concretas. 18 Estos encontraban su expresión más intensa en la sensación de fortaleza masculina que el paciente experimentaba cuando imaginaba el acto de cruzar su pene con el del sacerdote en el momento de recibir la Hostia. La tarea del análisis consistía en llevar esa necesidad de un sí-mismo firme -en particular para el polo del sí-mismo que estaba en condiciones de ser portador de sus metas idealizadas- de su representación erótico-adictiva que sólo le proporcionaba una sensación temporaria de fortaleza, a la necesidad subyacente de reactivar la relación con el objetodel-sí-mismo idealizado. En otras palabras, el señor X. debía activar la relación con el padre real de su infancia, debía dejar de lado la identificación con Cristo que su madre había promovido en él y, al mismo tiempo, separarse del sustituto paterno (el Padre de la Trinidad -imago inconsciente que la madre tenía de su propio padre) que su madre le ofrecía. Fue con la ayuda de la labor analítica centrada en el sector de su personalidad que albergaba la necesidad de completar la internalización de la imago paterna idealizada y de integrar el ideal paterno, una vez que el análisis dejó de ocuparse de la grandiosidad manifiesta del señor X., que comenzaron a construirse estructuras y se logró el fortalecimiento del sí-mismo inconsciente previamente aislado a través de internalizaciones transmutadoras graduales. Creo que he ofrecido suficientes pruebas en apoyo de mi hipótesis de que, en el caso del señor X., un análisis adecuadamente responsivo siempre estaría centrado, sobre la base de factores intrínsecos, en la rehabilitación de la imago parental idealizada y permitiría así al paciente construir una unidad sectorial de su sí-mismo que funcione en forma adecuada. En particular, confío en haber podido demostrar lo acertado de mi enfoque a aquellos colegas que tienden a ubicar los elementos esenciales de la psicopatología en la más temprana infancia y que, por lo tanto, suelen considerar que la rehabilitación de estructuras posteriores constituye una tarea sólo periférica y secundaria. Perm ítaseme decirlo una vez más: las capas más tempranas de la psícopatología a menudo se apartan del sí-mismo -proceso que en esencia difiere de la represión- una vez que se ha realizado con ellos una tarea mínima, permitiendo que la labor crucial se desarrolle en forma espontánea. Estoy convencido de que cualquier interferencia en este proceso analítico por parte de un analista que insiste en que el paciente siga
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El incremento de actividades sexuales y, en particular, la llamada sexualización de la transferencia que encontramos en las primeras fases de algunos análisis de trastornos narcisistas de la personalidad, por lo común constituyen manifestaciones de la intensificación de la necesidad que siente el paciente de compensar una deficiencia estructural. Tales manifestaciones no deben entenderse como una erupción de los impulsos, sino como la expresión ·de la esperanza de los ·pacientes de que el objeto-del-sí-mismo pueda proporcionarles ahora la estructura psicológica que necesitan.
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manejando el material arcaico constituye un error, por bien intencionadas y fundamentadas en teorlas que sean las acciones del analista. Sé también que otro grupo de analistas dirá que no mecesitaba dedicar tanto esfuerzo a la tarea de demostrar que se debe permitir que las capas arcaicas del sí-mismo grandioso se desvanezcan, que sin duda se debería haber dado un breve respiro al material arcaico porque todo el material tratado en este análisis, en particular el que se re1iere a la ligazón más temprana del paciente, sólo es defensiva. Dirán que el verdadero material analítico ni siquiera ha emergido en el análisis y que la principal tarea del analista consiste en que el paciente lo enfrente. El material al que se refieren estos colegas, el material que, de acuerdo con sus convicciones teóricas siempre ocupa el centro de la psipatología, cualquiera sea la naturaleza del trastorno, es, desde luego, el complejo de Edipo. V es precisamente el examen de este complejo nuclear de las neurosis estructurales y su relación con la psicología del sí-mismo que debemos pasar a ocuparnos ahora.
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V EL COMPLEJO DE EDIPO Y LA PSICOLOGIA DEL SI-MISMO
La señorita V. era una artista de poco más de cuarenta años. La investigadión de la envidia del pene había desempe~ado un papel im_portante en un análisis previo, y su escasa autoestima, sumada a cierta tendencia a sentirse desalentada y desvalida, se interpretaron de acuerdo con la formulación freudiana ( 1937) de que la incapacidad de la mujer para aceptar su femineidad constituye el cimiento último del análisis: en otras palabras, que la paciente todavía anhelaba obtener un pene Y que su desesperanza se relacionaba co,n_ ~u incapac~da? para alca~zar esa meta. Durante el tercer año del analls1s de la senorita V. conmigo, soñó que se encontraba de pie, orinando, tr¡mte a ~n inodoro ~aga mente, que alguien la observaba desde atras. Sus pnm~~a~ asoc1a~1ones revelaron que había tenido sueños similares en su anal1s1s anterior, lo cual, junto con muchos otros sue~os ~ue tenían_ ,como escenario el cuarto de baño, llevaron a la repetida 1nterpretac1on de que deseaba tener un pene y orinar de pie como un varón. Luego habló sobre su analista anterior, una mujer que parecía muy segura con respecto a la corrección de sus interpretaciones y las presentaba con una certidumbre que no dejaba lugar para dudas Pº'. parte de la paci,e~te. Luego las asociaciones se refirieron a los intereses escoptofil 1cos de la paciente, sobre todo en relación con el padre cuando se en-
y,
1 Con respecto a la alusión a la transferencia (alguien que observa desde atrás} que no es importante en este context?, sólo diré ~u~ la vaga im_agen del analista es el punto de convergencia de dos lineas de asoc1ac1ones, la primera d? las cuales lleva a la necesidad de la presencia constructiva del padre ob¡eto-del-s1mismo y la segunda, al temor a la presencia destructiva de la madre objeto-delsí-mismo.
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contraba en el baño, y recordó con claridad (como siempre lo hacía) que, siendo una niña pequeña, había anhelado ver el cuerpo del padre, sobre todo sus genitales. La paciente permaneció en silencio y, cuando le pregunté qué pensaba y sentía, me respondió que se sentía deprimida, vagamente ansiosa y desesperanzada. Sobre la base de sus asociaciones previas y el amplio conocimiento que había adquirido a lo largo de los años sobre su personalidad y su infancia, aventuré la opinión de que el sueño y sus asociaciones constituían un punto de convergencia de sus sentimientos con respecto al análisis y al analista y algunos problemas cruciales de sus experiencias infantiles. Y agregué que el sueño en el que orinaba de pie y su deseo de ver el pene del padre no se relacionaban en primer lugar con cuestiones sexuales, sino con su necesidad -revelada a través de otros recuerdos surgidos en sesiones previas- de liberarse de su relación con su madre bizarra y emocionalmente chata y volcarse al padre, una persona capaz de respuesta emocional más intensa y también más práctica. Las asociaciones provocadas por estos comentarios permitieron evocar algunos recuerdos confirmatorios inesperados. La cumbre del iceberg era el recuerdo de que la madre le había advertido que jamás debía sentarse en un inodoro cuando se encontraba fuera de su casa a causa de vagos temores relacionados con suciedad, infecciones, bacterias, etc. Además, la comprensión más importante que estas asociaciones nos permitieron alcanzar fue la de que tales temores inculcados en la niña no se relacionaban en esencia con deseos y conflictos sexuales concernientes a impulsos anales o fálico-genitales, sino a la visión paranoica oculta del muncjo en general que tenía su madre. El asiento del inodoro era el mundo, un mundo hostil, peligroso y contaminado. Y el paso sano de la niña hacia el mundo -en direcciones sexuales y no sexuales- se volvió imposible debido a la infiltración de las creencias paranoides de la madre en su organización psíquica. Su deseo de ver el pene del padre era la versión sexu.alizada de su intento de volcarse a él en busca de una actitud no paranoide, vigorosa y positiva con respecto al mundo. Y su deseo esencial en el análisis no era ante todo el de obtener un pene-bebé de un padre edípico, sino su apoyo para superar la influencia de la madre, de modo que pudiera "sentarse en el inodoro", es decir, obtener su apoyo para estar en contacto firme y directo con el mundo. Quería obtener de él estructuras psicológicas que le permitieran sentirse dichosa y viva en los campos sexuales y no sexuales de la experiencia,. en lugar de una mujer chata, vacla y suspicaz como la madre. Este ejemplo, que ilustra el cambio en el significado de los datos el ínicos -en mi opinión, un cambio hacia un significado más profundo y más inclusivo- cuando los interpretamos desde el punto de vista de un sí-mismo que lucha por mantener su cohesión -es decir, desde el punto de vista de un sí-mismo motivado por la ansiedad de desintegración y no desde el punto de vista de un aparato psíquico que trata de manejar los impulsos y el conflicto estructural, es decir, desde el punto de vista de un yo motivado por la ansiedad de castración, plantea ciertos interrogantes teóricos.
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Freud describió y explicó las experiencias edípicas del nino de acuerdo con su marco teórico general, un marco que adoptó de las ciencias físicas de su época, en términos de fuerzas (impulsos), fuerzas contrarias (defensas) e interacción entre fuerzas (fórmulas de transacción, tales como los síntomas de las psiconeurosis) dentro de un espacio hipotético (el aparato psíquico). Dos principios han de guiarnos en nuestra tarea de revaluar el complejo de Edipo desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo: que no cuestionamos los datos del descubrimiento de Freud, sino la adecuación del marco teórico en que los ubicó y, por ende, su significación, y, segundo, que no negamos necesariamente la verdad de la teoría clásica sobre la posición central del complejo de Edipo, sino sólo la aplicabilidad universal de dicha teoría. En otras palabras, empleamos el enfoque al que ya me referí (pág. 14) como principio psicológico de complementariedad, término destinado a indicar que la explicación del campo psicológico puede requerir no uno sino dos (o más) marcos teóricos. 2 La teoría clásica de los impulsos y los objetos explica mucho acerca de las experiencias edípicas del niño; par excellence explica los confl ictos del niño y, en particular, su culpa. Pero no logra proporcionar un marco adecuado para alguna de las experiencias más importantes del hombre, las que se relacionan con el desarrollo y las vicisitudes de su sí-mismo. Para ser más explícito: a pesar del admirable esfuerzo de generaciones de analistas por ampliar las teorías de los impulsos y las defensas y de las estructuras del aparato psíquico hasta sus 1ímites más extremos -incluyendo el último intento heroico de Freud (1920) por dar a la teoría de los impulsos una dimensión cosmológica- estas teorías no hacen justicia a las experiencias relacionadas con la importantísima tarea de construir y mantener un sí-mismo nuclear cohesivo (con la alegría correlacionada que significa alcanzar esa meta y la inmensa mortificación correlacionada [véase Eidelberg, 1959] que implica no. alcanzarla) y, en forma secundaria, con las experiencias vinculadas a la tendencia, tQmbién de suma importancia, del sí-mismo nuclear, una vez establecido a expresar sus patrones básicos (con el triunfo y el desaliento correlacionados por haber triunfado o fracasado en este sentido). Como señalé antes, la teoría de los impulsos y su desarrollo ulterior explican al Hombre Culpable, pero no al Hombre Trágico. Conviene encarar desde dos ángulos distintos nuestro examen del complejo de Edipo a la luz de estas consideraciones. Debemos preguntar primero de qué modo los trastornos del sí-mismo y las psiconeurosis edípicas se relacionan entre sí, y luego si, y en tal caso, de qué modo, nuestra concepción del complejo de Edipo mismo resulta alterada cuando se la considera desde el punto de,vista de la psicología del símismo.
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Hace poco Edelheit (1976) aplicó el concepto de complementariedad a la "relación entre la descripción psicológica y la descripción neurofisiológica".
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Nos ocuparemos primero de la pregunta relacionada con el modo en que los trastornos del sí-mismo y las neurosis edípicas se vinculan entre sí. Existen en 1:eoría -y, de hecho, en la práctica- dos posibilidades: (1) la retirada emocional frente a los conflictos y ansiedades del período edípico puede llevar a la adopción crónica de posiciones narcisistas que se mantienen como defensa; y, por el contrario, (2) la mortificación a que se ve expuesto el niño al sentir que su sí-mismo se fragmenta o carece de vitalidad puede llevarlo a la adopción crónica de posiciones edípicas que se mantienen como defensas. En otro trabajo ( 1972, pág. 369) me referí al primer grupo de trastornos como trastornos seudonarcisistas y al segundo, como neurosis seudotransferenciales. A esta clasificación esquemática agregaré aquí que, aparte de los casos claros de patología estratificada (es decir, los trastornos sel.(donarcisistas y seudotransferenciales), encontramos también formas mixtas en las que existen lado a lado la patología narcisista primaria y la patología edípica, que se activan en la transferencia en forma alternada o sucesiva. Empero, tales casos no son frecuentes. En mi experiencia el ínica he comprobado, con gran sorpresa, que los casos de patología pura son mucho más frecuentes que los de patología ·verdaderamente mixta. Por último, debo decir que, para la investigación de la relación entre la patología del símismo y la patología estructural (aunque no para la investigación de los trastornos del sí-mismo per se) el marco de la metapsicología clásica debería resultar más o menos adecuado, tal como lo es para las investigaciones basadas en la psicología tradicional de los impulsos de la relación entre la psicopatología edípica y la preedípica. Pasemos ahora a nuestra segunda pregunta: si -y en tal caso,' de qué manera- nuestra concepción del complejo de Edipo mismo se ve modificada cuando se la evalúa desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo. Debo solicitar la paciencia del lector pues, para preparar el terreno con el fin de tratar de responder a esta pregunta, ofrezco primero un resumen de la posición clásica con el propósito de destacar algunos de sus rasgos. La posición clásica sostiene que, luego de una serie importante de pasos preliminares, el niño entra en una etapa psicológica en la cual, sobre la base de factores psicológicos intrínsecos (tales como la maduración de los impulsos), se ve inexorablemente arrastrado a una situación psicológica -deseo sexual con respecto al progenitor heterogenital, deseos asesinos y de rivalidad con respecto al progenitor homogenital- que lo obligan a enfrentar conflictos que no puede resolver sobre la base de la elección consciente y de decisiones a través de la acción externa, y a los que responde por medio de adaptaciones autoplásticas masivas. Como resultado de estos hechos, el aparato psíquico sufre ciertos cambios importantes: la represión del deseo con respecto al objeto heterogenital es de importancia decisiva entre los factores que determinan la forma y el contenido del ello; la internalización de la imago del rival homogenital odiado desempeña idéntico papel con respecto a la forma y el contenido del superyó. Si las estructuras arcaicas no están 159
firmemente aisladas del yo y la acción moduladora de las estructuras psíquicas semipermeables intercaladas e insuficientes se establece un foco central de pasicopatología: la neurosis infantil (edípica). Esta puede aislarse rápidamente, sea en forma temporaria o permanente (es decir, el atrincheramiento de las manifestaciones de una neurosis se impide o se posterga) y así se proporciona al yo una oportunidad para sus tareas de aprendizaje, aunque a costa de cierto monto de la energi'a disponible. Pero, en muchos casos, la neurosis infantil hace sentir su influencia en la niñez, con la ausencia nefasta de un período de latencia claramente delimitado. En tales circunstancias, la expansión de la garra del aprendizaje intelectual y social queda detenida. En resumen, entonces, el análisis clásico describe los aspectos insolubles de la situación edlpica y entiende las consecuencias patológicas resultantes como el resultado de la incapacidad del aparato psíquico para enfrentar los conflictos. También la salud psíquica aunque menos acentuada en las formulaciones clásicas, puede definirse en términos edípicos. Se establece en virtud de la capacidad del aparato psíquico para enfrentar los conflictos instituyendo cambios autoplásticos eficaces, esto es, se establece una organización psíquica que funciona bien y que puede manejar los problemas de adaptación. Si, en otras palabras, las barreras frente al ello y el superyó reprimido no sólo son firmes sino también adecuadamente permeables, es decir, si las fuerzas del ello y el superyó arcaicos están bien aisladas o neutralizadas por estructuras psíquicas intercaladas, el yo puede funcionar de manera autónoma y comienza una nueva fase del desarrollo'psicológico, relativamente no perturbada por la sexualidad y la agresión infantiles: el niño está en condiciones de enfrentar una gama más amplia de problemas intelectuales y sociales, y en ese momento comienza a asistir a la escuela. No debe entenderse como falta de respeto por el enorme poder expi icativo de las formulaciones clásicas ni falta de aprecio por su elegancia y belleza, el hecho de que ahora afirme que resulta posible, desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo en el sentido más estricto -esto es, desde el punto de vista de una teoría que considera el sí-mismo como un contenido del aparato mental (véase págs.XIV, 100, 146)enriquecer la teoría clásica agregando una dimensión correspondiente a la psicología del sí-mismo. Para rr:anifestar de manera explícita lo que ha estado impl {cito hasta ahora: la presencia de un sí-mismo firme es un requisito para la experiencia del complejo de Edipo. A menos que el niño se vea a si mismo como un centro de iniciativa delimitado, constante e independiente, no puede experimentar los deseos instintivos-objetales que llevan a los conflictos y adaptaciones secundarias del período edlpico. Además, si reconocemos la presencia de un sí-mismo activo durante el período edípico, entonces nuestra concepción de las tendencias edípfcas mismas, así como de las funciones de las estructuras psíquicas que son las herederas de la experiencia edípica, refleja de manera más adecuada la realidad pslquica. Como señalé antes, sin embargo, podemos dentro de ciertos 1 ímites claramente definidos (por ejem160
plo, en psicopatología, con respecto al área de los trastornos estructurales Y. en el funcionamiento normal, con respecto al campo del conflicto psíquico consciente y preconsciente) explicar la vida psicológica de manera satisfactoria sobre la base de formulaciones que no tienen en cuenta el sí-mismo. Para emplear una vez más términos aforísticos: precisamente porque el sí-mismo participa en ambos lados de los conflictos estructurales, resulta posible dejarlos fuera de la ecuación. Pero, habiendo resumido la posición clásica, llegamos ahora al punto crucial de nuestras consideraciones: el examen de la significación del complejo de Edipo desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo en el sentido más amplio, esto es, desde el punto de vista de una psicología en la que el concepto del sí-mismo pertenece a un orden superior con respecto al del aparato mental y sus instancias. En ocasiones, una fase edípica clara pero breve aparece en la transferencia al final de muchos años de labor analítica que ha estado centrada en la elaboración de la relación entre el sí-mismo y los objetos-delsí-mismo. Hace algunos años me limitaba a suponer que se trataba de la reactivación de un complejo edípico de la infancia, que un nivel de desarrollo, una fase tentativamente alcanzada en la infancia, había quedado destrozado por temores especlficos de esa fase y habla llevado a una retirada defensiva y regresiva. Pero, al cabo de varias experiencias similares, cambié mi manera de pensar y ahora me parece muy probable que estas constelaciones ed ípicas sean nuevas, que constituyan un resultado positivo de una consolidación del sí-mismo nunca alcanzada antes, que no constituyan una repetición transferencia!. He llegado a esta conclusión sobre la base de las siguientes observaciones: primero, en estos casos el paciente experimenta la fase edlpica terminal casi por entero en términos de fantasi'as con respecto al analista y su familia y, si bien algunas asociaciones aluden a un triángulo parental, no se activan sistemas de recuerdos intensamente cargados con respecto a conflictos edípicos en la infancia; segundo -y esta observación es de importancia crucial como prueba-, a pesar de esta ansiedad concomitante, la breve fase ed ípica está acompañada por una cálida sensación de alegría, una alegría que tiene todos los rasgos de la emotividad que acompaña un logro en la maduración o el desarrollo. Permítaseme fundamentar mi afirmación apelando a una encantadora anécdota relatada por Freud hace mucho, en un contexto distinto ( 1900, pág. 157), acerca de una joven que anhelaba casarse. Cuando se le dijo que su cortejante "tenía un carácter violento y sin duda la golpearía una vez que estuvieran casados", la joven respondió: "iüjalá hubiera comenzado a golpearme ya!" La misma actitud, tan encantadoramente descripta en este relato, prevalece en los trastornos narcisistas de la personalidad y en otros trastornos primarios del si'-mismo frente a los conflictos que emanan del complejo de Edipo. Cualquier persona enfrentada con serias amenazas a la continuidad, la consolidación, la firmeza del si-mismo, experimenta el complejo de Edipo, a pesar de sus ansiedades y conflictos, como una realidad alegremente aceptada y dice, como la joven en la historia de
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Freud, "ojalá hubiera comenzado ya a sufrir las ansiedades y conflictos del período edípico". Resulta obvio que, desde el punto de vista de la psicología del símismo en el sentido más amplio del término, nuestra atención se desplaza a los aspectos positivos del período edípico. No cabe duda de que la teoría clásica es por entero compatible con una aprec;iación de los rasgos positivos de la experiencia edípica, pero ve las cualidades positivas que el aparato psíquico adquiere en ese período como resultado de la experiencia edípica y no como un aspecto primario e intrínseco de la experiencia misma. Para decirlo de otra manera: la teoría clásica se ve limitada por su interés exclusivo en el conflicto estructural y las neurosis estructurales. La teoría psicoanalítica estará más cerca de cumplir sus aspiraciones legítimas a convertirse en una psicología general inclusiva si amplía sus 1Imites e incluye los hallazgos y explicaciones clásicas dentro del marco más amplio de una psicología del sí-mismo. Perm ítaseme ofrecer ahora una descripción de la fase ed (pica desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo. Reconstruyendo el mundo experiencia! del niño edípico sobre la base de los casos en los que la fase edípica se alcanza de novo hacia fines del análisis de un caso de trastorno narcisista de la personalidad que había alcanzado la restauración de un sí-mismo previamente propenso a la fragmentación y a la discontinuidad, podemos decir que, si un niño entra en la fase edípica con un sí-mismo firme, cohesivo y continuo, 'exper·imentará deseos afirmativos-posesivos y afectivos-sexuales con respecto al progenitor heterogenital y sentimientos de autoconfianza y también competitivos frente al progenitor del mismo sexo. Empero, debemos apresurarnos a agregar que sería equívoco desde el punto de vista psicológico considerar las experiencias edípicas del niño en forma aislada. Tal como en el caso de las fases previas del desarrollo, las experiencias del niño durante la fase edípica sólo resultan comprensibles cuando se las considera dentro de la matriz de las respuestas empáticas, parcialmente empáticas, o no empáticas, por parte de los objetos-del-sí-mismo de su medio. El deseo afectuoso y la rivalidad afirmativo-competitiva del niño edípico encuentran respuestas en progenitores normalmente empáticos de dos maneras. Los padres reaccionan frente a los deseos sexuales y a la rivalidad competitiva del niño sintiéndose sexualmente estimulados y adoptando una actitud contraagresiva y, al mismo tiempo, reaccionan con alegría y orgullo frente al logro del niño, a su vigor y autoafirmación. Aunque en circunstancias normales estas actitudes parentales aparentemente incongruentes están fusionadas, en lo que sigue me referiré a ellas como si fuera posible separarlas. Con respecto al primer tipo de respuestas parentales, hay poco que decir; de hecho, poco se puede afirmar que no esté impli'citamente contenido en el análisis clásico o, por lo menos, que no pueda integrarse con facilidad con los principios clásicos sobre esta fase del desarrollo. Diremos entonces que el progenitor heterogenital empático cap-
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ta, consciente o preconscientemente, el hecho de que se ha convertido en blanco de los deseos libidinales del niño y responde a sus intentos de una manera libidinal con inhibición de la meta. También el progenitor homogenital comprende consciente o preconscientemente que se ha convertido en el blanco de la agresión competitiva del niño y responde a la actividad del niño con contraagresión con inhibición de la meta. Es obvio que tanto la percepción correcta de las intenciones del niño por parte de los padres como el hecho de que sus respuestas adecuadas tengan la meta inhibida son importantes con respecto a la creciente capacidad del niño de integrar sus tendencias 1ibidinales Y agresivas, es decir en términos de la psicología del aparato mental, que el niño adquiere estructuras psíquicas que modulan la expresión del impulso. Es a todas luces nocivo para el aparato psíquico en maduración que las respuestas de los padres frente a las manifestaciones edípicas sean groseramente sexuales o contraagresivas. Pero, aparte de señalar que ambos extremos resultan inaceptables, debemos admitir que una amplia variedad de respuestas parentales deber(an entenderse -si bien no como promotoras de la salud y el desarrollo- por lo menos como respuestas que no son patógenas ni impiden el desarrollo psíquico. Consideraremos las respuestas parentales que puedan caracterizarse en esta forma como pertenecientes a la gama normal de conducta parental. Así, dentro de los 1ímites indicados, cabe decir que todo un espectro de respuestas parentales se encuentra dentro del campo de la normalidad. En los grupos con organización patriarcal, por ejemplo, las actitudes de los padres con respecto al niño edípico promueven como resultado de sus experiencias edípicas, el desarrollo de un aparato mental caracterizado por un superyó firme y una serie de firmes ideales masculinos. Este tipo puede adaptarse específicamente a las tareas de una sociedad de frontera o, por lo menos, a una sociedad en la que siguen imperando los valores de una sociedad de frontera. Las actitudes parentales en los grupos en que ha disminuido la difereciación entre los sexos pueden producir en las niñas como consecuencia de respuestas distintas en el periodo edlpico una firmeza superyoica e ideales que corresponden en mayor medida a los que por lo común se encuentran en los varones del grupo patriarcal. Y esas niñas pueden muy bien estar específicamente adaptadas a las tareas de una sociedad que no es expansiva, quizás las sociedades de las poblaciones estabi 1izadas del mañana. Estos son problemas generales que examinaré más adelante -que abarcan campos en que resulta indispensable la cooperación de sociólogos Y psicólogos- pero acerca de los cuales no me extenderé en este contexto. Sólo quiero repetir aquí que los desarrollos que he bosquejado pueden describirse en términos de una metapsicología clásica levemente ampliada, es decir, los resultados de nuestro breve examen de la situación edípica normal pueden presentarse en términos de la psicología del sí-mismo en el sentido más estrecho del término. Así podemos proporcionar a nuestras formulaciones una dimensión explícita basada en la psicología del s(-mismo; empero, la esencia de la posic:ión
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clásica -la formulación de que el resultado benéfico de una fase ed ípica exitosamente superada es un aparato mental firme- no se hamodificado. Tampoco hay necesidad de ocuparse aquí de los fracasos de estos desarrollos, descriptos por el análisis clásico en términos de la debilidad de los límites de las macroestructuras psíquicas que constituyen el aparato mental, o en términos de su regresión. o de ambas maneras. Por novedosa y enriquecedora que sea la intr.oducción de la psicología del sí-mismo en el sentido más estrecho del término, el resultado final sigue siendo el del análisis clásico: concebir que el hombre está dotado de un aparato psíquico que funciona bien o que funciona mal, esto es, del hombre acicateado por sus impulsos y esclavizado por la ansiedad de castración y la culpa. Para decirlo una vez más se trata de un concepto que, en el campo clínico limitado, resulta valioso para los problemas de las neurosis estructurales y, en la amplia arena del desarrollo social e histórico, abarca los conflictos del Hombre Culpable. Pasaremos ahora a examinar un tema que -hecho como puedo afirmar desde el comienzo- no queda comprendido por el marco de la teoría clásica, ni siquiera cuando se le da mayor profundidad mediante el agregado de la psicología del sí-mismo en el sentido estrecho del término: el segundo aspecto de las respuestas de padres normales (en el sentido de que no son patógenos) a sus hijos ed(picos. ¿cuál es la esencia de la no patogenia parental durante el período edípico? Como señalé ya, depende del hecho crucialmente significativo de que, junto con sus reacciones sexuales y agresivas, los padres normales experimentan alegría y orgullo frente a los progresos evolutivos de sus hijos edípicos. Si bien estas respuestas importantes de los padres del niño ed (pico son comparativamente silenciosas, sobre todo cuando tienen raíces profundas y son genuinas, su influencia benéfica es muy general izada. Expresan el hecho de que los si-mismos parentales están plenamente consolidados, de que han formado patrones estables de visiones e ideales y experimentan el desenvolvimiento de la expresión de dichos patrones a lo largo de una curva de vida finita que va desde un comienzo de preparación, pasando por una fase intermedia creativa, productiva y activa, hasta una realización final. No importa en qué momento de la curva de la vida los sí-mismos parentales se encuentran durante la fase edípica del niño: en tanto el patrón del si-mismo parental tenga forma clara y esté bien consolidado y se encuentre en el proceso de autoexpresarse, la culminación real izad ora y el final real izado ya están impl (citos. El niño ed(pico es entonces el beneficiario del hecho de que los padres se encuentran en un estado de equilibrio narcisista. Por ejemplo, si el pequeño varón siente que el padre lo mira con orgullo, sintiendo como dice el refrán, "de tal palo tal astilla", y le permite fusionarse con él y con su grandeza adulta, entonces su fase edípica constituirá un paso decisivo en la consolidación del sí-mismo y el fortalecimiento de sus pautas, incluyendo el establecimiento de las diversas variantes de la masculinidad integrada, a pesar de las inevitables frustraciones de sus
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aspiraciones sexuales y compet1t1vas y a pesar de los inevitables cor1 flictos provocados por la ambivalencia y los temores a la mutilación. Empero, si este aspecto del eco parental falta durante la fase edípica, los conflictos edípicos del niño adquirirán una cualidad maligna incluso en ausencia de respuestas ¡::;arentales groseramente distorsionadas frente a las tendencias libidinales y agresivas del hijo. Además, también es probable que en esta circunstancia surjan las respuestas parentales distorsionadas. Los padres que no pueden establecer un contacto empático con el sí-mismo en desarrollo del niño tienden a ver los elementos constitutivos de sus aspiraciones ed(picas en forma aislada, es decir, tienden a ver (aunque en general sólo en forma preconsciente) una sexualidad y hostilidad alarmantes en el niño en lugar de configuraciones más amplias de afecto y competencia afirmativas, con el resultado de que los conflictos édípicos del niño se intensifican, tal como una madre cuyo propio sí-mismo está mal consolidado reacciona ante las heces y la zona anal y no frente al sí-mismo total vigoroso y orgullosa mente afirmativo correspondiente a esa fase en su hijo. Empero, una madre cuyo si-mismo está bien consolidado no experimenta de manera aislada los elementos constitutivos libidinal-objetales y narcisistas (exhibicionistas) que, fusionados con los elementos constitutivos no sexuales, configuran el si-mismo edípico total del pequeño varón y, por ende, no reacciona ante el los con respuestas sexuales intensas o actitudes defensivas, tal como no respondió centrando su atención exclusiva en las heces de su hijo orgullosamente autoafirmativo en la fase anal. En ambos casos responde al si-mismo total cohesivo y vigoroso. Y el padre normal no responde con intensas contraagresiones (sea de manera directa o defensiva) a los elementos de agresión (sea que sustenten tendencias narcisistas o libidinal-objetales) que están fusionados con el si-mismo edípico total del pequeño, tal como no habla reaccionado centrando su atención exclusiva en la musculatura en desarrollo del niño cuando éste desplegaba con orgullo su nueva capacidad para gatear, ponerse de pie y caminar. ¿Y cuál es el resultado de estas actitudes que promueven la cohesión del sí-mismo en los objetos-del-si-mismo parentales frente a su hijo ed ípico y de qué modo experimenta su fase ed(pica un niño que recibe estas respuestas saludables? En otras palabras, lCÓmo. es el complejo de Edipo del niño que ha entrado a la fase ed(pica con un sí-mismo firmente cohesivo y tiene padres que, a su vez, cuentan con si-mismos sanos, cohesivos y continuos? Sobre la base de deducciones que, en mi opinión, se justifica hacer a partir de la observación de la fase casi ed(pica al final de algunos análisis exitosos de trastornos narcisistas de la personalidad, creo que las experiencias edípicas del niño normal -por intenso que sea el deseo en relación con el progenitor heterogenital y por dolorosas que fueran las heridas narcisistas al reconocer la imposibilidad de satisfacerlo y por intensa que fuera la competencia ~on el progenitor homogenital y paralizante que resultara la ansiedad de castración consiguiente- contienen, desde el comienzo y durante todo el tiempo, un elemento de profunda alegría que, si bien no está rela-
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cionado con el contenido del complejo de Edipo en el sentido tradicional, es de enorme importancia para el desarrollo dentro del marco de la psicología del sí-mismo. Creo, siempre sobre la base de inferencias derivadas de la observación de la fase terminal de ciertos análisis exitosos de trastornos narcisistas de la personalidad, que esa alegría se nutre en dos fuentes. Permítaseme aquí, en forma algo artificial, separarlas entre sí para poder elucidar la composición de la amalgama de esa experiencia esencialmente unitaria. Ellas son: (1) la percepción interna que el niño tiene de un paso significativo hacia un mundo psicológico de experiencias nuevas y fascinantes y, de mayor importancia aún, (11) su participación en la gloria y la alegría que emanan de los objetos-del-sí-mismo parentales a pesar -de hecho, también a causa- del reconocimiento por parte de aquéllos del contenido de los deseos edípicos del hijo. Desde luego, es cierto que muchos padres tienen limitaciones en cuanto a su capacidad para responder a sus hijos ed(picos sólo con fallas empáticas óptimas y que muchos responden con una actitud seductora manifiesta o encubierta (o con defensas contra tales tendencias), mientras que otros 10 hacen con hostilidad manifiesta o encubierta (o, también aquí, con las defensas correlacionadas). Uno de los más grandes logros de Freud consistió en descubrir estos hechos, y su valentía al revelar sus propios deseos de muerte con respecto a su hijo (1900, págs. 558-560) debe incluirse entre los ejemplos de heroísmo en la ciencia. Pero ¿acaso las reacciones de un genio, con su enorme participación emocional narcisista casi inevitable en su propia labor creativa, constituye un ejemplo representativo de una actitud parental óptima 73 No lo creo así. El progenitor óptimo no se encuentra en ninguno de los extremos del espectro de las organizaciones del sí-mismo. No es el genio con un sí-mismo absorbido por sus actividades creativas y cuyas extensiones se relacionan sólo con su trabajo y con las personas que puede experimentar como aspectos de su labor. Tampoco es la personalidad fronteriza o la personalidad esquizoide o paranoide -uno de los progenitores, en otras palabras, cuyo sí-mismo fragmentado o propenso a la fragmentación está cerrado a la fusión empática con sus hijos que le permitiría deleitarse con su crecimiento y autoafirmación. Los padres óptimos -también aquí debería decir los padres con fallas óptimas- son personas que, a pesar de sentirse estimuladas por la nueva generación con ella, también están bastante en contacto con la vida, se aceptan a sí mismos suficientemente como participantes transitorios en el constante
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Creo que lá investigación de los trastornos narcisistas de los hijos de muchos grandes hombres podría emprenderse con buenos resultados en el contexto del narcisismo creativo del padre (véase Hitschmann, 1932, pág. 151) y no desde el punto de vista tradicional dela competencia y el fracaso. lPor qué les fue mal a tantos de ellos? ¿Y por qué algunós escaparon a ese destino?
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fluir de la corriente de la vida, como para experimentar el desarrollo de 4 la siguiente generación con una alegría espománea y no defensiva. La metapsicología clásica, la psicología de las fuerzas internas en gran escala que chocan entre sí, iluminó y explicó un campo muy vasto de la vida psíquica humana que hasta ese momento había estado sumido en la oscuridad. Empero, el entusiasmo que experimentamos como receptores de ese nuevo conocimiento nos ha vuelto reacios a aceptar el hecho de que el .nuevo sistema no incluyó una capa significativa e importante de la experiencia humana. Es cierto que tratamos de aplicar las teorías que nos resultaron tan útiles para las neurosis de transferencia, el hombre en conflicto, el Hombre Culpable, a este otro nivel de la experiencia humana. Pero creo que no lo logramos; de hecho, creo que recurriendo tan sólo a las armas conceptuales clásicas era imposible triunfar. La teoría clásica no puede iluminar la esencia de la existencia humana desgarrada, debilitada y discontinua: no puede explicar la esencia de la fragmentación esquizofrénica, la lucha del paciente que padece de un trastorno narcisista de la personalidad por recuperar su integración, la desesperanza -la desesperanza sin culpa- de quienes a mitad de la vida descubren que no se han cumplido las pautas básicas de su sí-mismo, tal como se establecieron en sus ambiciones e ideales nucleares. La metapsicología dinámico-estructural no hace justicia a estos problemas humanos, es decir, no puede abarcar los problemas del Hombre Trágico. Es a la luz de estas consideraciones que debe entenderse la reevaluación del gran descubrimiento freudiano. Desde el punto de vista del análisis clásico, la fase edípica es el núcleo de la neurosis par excellence; desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo en el sentido amplio del término, el complejo de Edipo -sea que el individuo permanezca o no abrumado por la culpa y propenso a la neurosis- constituye la matriz en la cual tiene lugar una importante contribución al fortalecimiento del sí-mismo independiente, permitiéndole seguir su propio patrón con mayor seguridad que antes. Estas formulaciones no implican un contraste entre una filosofía pesimista y otra optimista. La metapsicología clásica, por un lado, puede desde luego describir el complejo de Edipo como el campo de batalla psicológico del que el niño afortunado surge con un aparato mental bien organizado que le permitirá llevar una vida no obstaculizada por conflictos y neurosis para~izantes. Y la psicología del sí-mismo, por el otro, puede destacar el fracaso definitivo en la formación y con-
4 Una versión simbólica de las figuras parentales que no pueden experimentarse a sí mismas como participantes en una vida significativamente transitoria puede encontrarse en los mitos sobre la incapacidad para morir (los relatos de El holan-
dés errante y El judío errante).
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solidación del sí-mismo en ese período. Como ya señalé, el realismo me llevó a adoptar los términos negativos Hombre Culpable y Hombre Trágico, porque las fallas del hombre en ambos campos superan sus éxitos. Pero, si bien la psicología del sí-mismo toma en consideración las potencialidades autodestructivas de una fase edípica vivida en una matriz de objetos-del-sí-mismo parentales que no están en contacto con los aspectos trágicos de la vida, y si bien la metapsicología clásica tiene muy en cuenta la estructuración sana del aparato psíquico que resulta de una fase edípica exitosamente superada, en la psicología del símismo el acento está puesto, y con buenos motivos, en los aspectos promotores del crecimiento de este período, y en la psicología clásica del conflicto, en los aspectos patógenos.
EL COMPLEJO DE EDIPO REVALUADO ... Y MAS ALLA DE EL
Si tomamos en cuenta que ni siquiera se puede entrar de manera genuina en la situación edípica sin la presencia de un sí-mismo previamente consolidado, se hace obvio que el período edípico se presta más a ser un campo de cultivo de conflictos neuróticos para! izantes que un foco central para serios trastornos del sí-mismo. El sí-mismo ya ha avanzado en su camino, podríamos decir, y si bien un sí-mismo aún vacilante quizás no pueda capear las tormentas de este período, sobre todo cuando los objetos del sí-mismo edípicos son fríos Y destructivos, y si bien un sí-mismo nuclear ya firmemente establecido recibe ahora un sello que determina su forma -a partir de este momento será par excellence decididamente un sí-mismo masculino o femenino- la fase edípica no es el eje decisivo para el destino del sí-mismo tal como sí lo es para la formación del aparato psíquico. LExiste entonces un punto en la vida del niño tan significativo con respecto al desarrollo temprano del sí-mismo como lo es, con respecto al desarrollo psicosexual temprano de acuerdo con la teoría psicoana1ítica clásica, el momento en que el complejo de Edipo alcanza su resolución? Sólo puedo decir, partiendo de reconstruciones derivadas del material obtenido en el análisis de adultos que, si ese punto existe, sería muy anterior en la vida psicológica al punto en que el período edípico se transforma en la latencia. Con todo, habiendo dado esta respuesta sin duda imprecisa, no me inclino a comprometerme más allá de ella, no sólo porque pienso que si existe alguna respuesta más precisa tendría que provenir de analistas de niños y de observadores de niños con formación analítica, sino sobre todo porque no deseo que la psicología del sí-mismo se vea obstaculizada por el efecto restrictivo de una presentación aparentemente definitiva y excesivamente concreta, falacia a 1~ que, debo agregar, el análisis estuvo lamentablemente sometido a causa del término dramático "complejo de Edipo", por excusable que pueda haber sido una nomenclatura tan evocadoramente concreta, considerando la atmósfera pionera del período en que se introdujo.
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Pero si bien me siento reacio a dramatizar el establecimiento del sí-mismo especificando un punto definido en el cual se pueda decir que nace, creo que existe, en la vida posterior, un punto específico que puede considerarse de significación crucial, un punto en la curva vital del sí-mismo en el que una prueba decisiva final determina si el desarrollo previo ha fracasado o ha tenido éxito. LEs el comienzo de la adultez la crisis que enfrenta al sí-mismo con su prueba más severa? La frecuencia de los trastornos más destructivos en este campo, las esquizofrenias poco después de los veinte años, parece corroborar este criterio. Con todo, me inclino a ubicar ese punto algo más tarde, hacia fines de la edad media de la vida cuando, ya cerca de la declinación final, nos preguntamos si hemos sido fieles a nuestro propósito más profundo. Este es el momento de máxima desesperanza para algunos, de total letargia, de esa depresión sin culpa y sin agresión autodirigida, que se apodera de quienes sienten que han fracasado y no pueden remediar ese fracaso en el tiempo y con las energías de que todavía disponen. Los suicidios en este período no son la expresión de un superyó punitivo, sino un acto correctivo, el deseo de borrar el sentimiento intolerable de mortificación y la tremenda vergüenza impuesta por el reconocimiento final de un fracaso de enorme magnitud. Resulta fácil aceptar sobre este trasfondo que la psicología del símismo nos proporciona ahora los medios para explicar un hecho relacionado que, en mi opinión, hasta ahora no ha encontrado explicación aunque, según creo, los analistas lo reconocen desde hace mucho. Algunas personas pueden 1levar vidas satisfactorias y creativas a pesar de la presencia de conflictos neuróticos serios y, a veces, incluso a pesar de la presencia de una neurosis casi invalidante. Y, por el contrario, existen otr.as que, a pesar de la ausencia de conflictos neuróticos, no están protegidas contra la sensación de falta de significado de su existencia, incluyendo, en el campo de la psicopatología propiamente dicha, la agonía de la desesperanza y el letargo de la depresión vacía general izada, esto es, en forma más especifica y como ya señalé antes, de ciertas depresiones del final de la edad media de la vida. Incluso abrigo la esperanza de que la psicología del sí-mismo pueda algún día explicar el hecho de que ciertas personas toman la inevitabilidad de la muerte como prueba de que la vida carece por completo de sentido -siendo el único rasgo redentor el orgullo que siente el hombre por su capacidad para enfrentar esa falta de sentido sin tratar de disimularla- al tiempo que otros aceptan la muerte como parte integral de una vida significativa. Desde luego, algunos dirán que esos problemas no constituyen un tema legítimo de la ciencia y que, al ocuparnos de ellos, dejamos atrás problemas que la investigación científica sí puede esclarecer para penetrar en las regiones nebulosas de la metafísica. No estoy de acuerdo: problemas tales como sentir que la vida carece de sentido a pesar del éxito externo, que la vida es significativa a pesar del fracaso externo, la sensación de una muerte triunfante o de una supervivencia estéril, son temas legítimos de la investigación psicológica científica por que
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no constituyen especulaciones abstractas nebulosas, sino el contenido de experiencias intensas que se pueden observar, mediante l¡:i empatía, dentro y fuera de la situación analítica. Sin duda, estos fenómenos no están incluidos dentro del marco de una ciencia que considera la mente como un aparato que procesa impulsos biológicos. Pero, ¿debemos por eso llegar a la conclusión de que un marco teórico adicional, con otro concepto de la mente, no puede sernos de utilidad? Estoy seguro de que sí para señalarlo una vez más, sin necesidad de descartar el marco precedente. Creo que ahora también resulta evidente por qué la psicología del sí-mismo no asigna las ambiciones y los ideales básicos de una persona a su aparato mental -en forma especifica, el ello y el superyó-sino que los considera como los dos polos de su sí-mismo. Desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo en el sentido amplio del término, son los elementos constitutivos esenciales del arco de tensión nuclear que, habiéndose independizado de los factores genéticos que determinaron su forma y contenido específicos, tiende sólo, una vez formado, a realizar sus potencialidades intrínsecas. Así, pues, resumamos: el ello (sexual y destructivo) y el superyó (inhibidor y prohibitivo) son elementos constitutivos del aparato mental del Hombre Culpable. Las ambiciones y los ideales nucleares son los polos del sí-mismo y entre ellos se extiende el arco de tensión que forma el centro de las actividades del Hombre Trágico. Los aspectos conflictuales del complejo de Edipo son el foco genético del desarrollo del Hombre Culpable y de la génesis de la psiconeurosis; los aspectos no conflictuales del complejo de Edipo constituyen un paso en el desarrollo del Hombre Trágico y en la génesis de los trastornos del sí-mismo. Las conceptualizaciones de la psicología del aparato mental resultan adecuadas para explicar la neurosis estructural y la depresión culposa, esto es, los trastornos psíquicos y los conflictos del Hombre Culpable. La psicología del sí-mismo es necesaria para explicar la patología del símismo fragmentado (desde la esquizofrenia hasta el trastorno narcisista de la personalidad) y del sí-mismo vaciado (depresión vacía, es decir, el mundo de ambiciones sin imagen especular, el mundo vacío de ideales); en pocas palabras, los trastornos psíquicos y las luchas del Hombre Trágico. Vayamos por un momento más allá de las cuestiones el ínicas y examinemos, a la luz de la psicología del sí-mismo, un problema que enfrenté hace muchos años (Kohut, 1959, págs. 479-482) y que me resultó imposible resolver. Me proporciona cierta satisfacción comprobar que los fragmentos de un rompecabezas que me desconcertó antes, ahora encajan en su lugar. Puesto que en aquella época aceptaba sin reservas el hecho de que el campo en que impera la autoridad de un determinismo absoluto ~ra ilimitado, y me aferraba al modelo freudiano de la mente descripto como un aparato que procesa fuerzas dentro de un espacio hipotético, no pude encontrar lugar alguno para las actividades psicológicas que tienen el nombre de elección, decisión y libre albedrío, aun cuando sabía que se trataba de fenómenos empíricamente observa-
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bles. Me encontraba ya firmemente convencido de que la introspección y la empatía constituían importantes instrumentos de observación en la ciencia que se ocupa de los estados mentales complejos, de que sin duda dichas operaciones definen la ciencia y sus teorías, y que el campo de la psicología psicoanalítica profunda es la dimensión de la realidad que se percibe por medio de la instrospección y la empatía. Y, por ende, sabía que los fenómenos de elección, decisión y libre albedrío, observables por medio de la introspección y la empatía, eran habitantes legítimos de aspectos psicológicos de la realidad que constituyen el dominio de la psicología profunda. Con todo, debía reconocer que el marco teórico de que dispon(a -la psicolog(a clásica del aparato mental, que concibe la mente como una máquina de reacción- no podía darles cabida. El determinismo ejerce un dominio ilimitado en tanto el observador entiende que las actividades psicológicas del hombre son análogas a los procesos en el mundo externo que pueden explicarse con la ayuda de las leyes de la física clásica. Esta es la psicología del aparato mental, gobernada por las leyes del determinismo psíquico, y su capacidad explicativa es grande. Pero, si bien es cierto que muchas actividades e interacciones psicológicas se prestan a una explicación satisfactoria dentro de este marco, también lo es que existen fenómenos cuya explicación requiere la propuesta de una configuración pslquica -el st'-mismoque, cualquiera sea la historia de su formación, se ha convertido en un centro de iniciativa: una unidad que trata de seguir su propio curso. La visión que el médico tiene de los aspectos de la realidad que investiga -realidad "externa"- también está gobernada por dos teorlas contrastantes: los procesos dentro de los 1ímites del universo conocido pueden explicarse en términos de la teoría causa-efecto o de la probabilidad (análoga a la tarea y a los procesos que tienen lugar dentro del aparato mental); por otro lado, el universointoto-cualquierasealaforma en que haya surgido- se concibe como una unidad que sigue su curso desde el desequilibrio energético hacia el equilibrio energético final y el estado de reposo absoluto (en forma análoga al curso seguido por el sí-mismo durante toda la vida de cada individuo). Pero regresemos ahora de nuestra incursión por el campo de la teoría alejada de la experiencia y pasemos a otro, más cercano a ella, que es el objetivo principal de nuestra indagación actual: la revaluación de la significación del complejo de Edipo a la luz de la psicología del símismo. Nuestras investigaciones nos han llevado hasta ahora a un único resultado: desde el punto de vista de la psicología del sí-mismo, consideraremos el período ed ípico más como fuente de fortaleza potencial que de debilidad. En sí mismo, este cambio de énfasis no implica un desacuerdo con la formulación clásica, sino que sólo indica que observamos las mismas experiencias infantiles desde un nuevo ángulo y reconocemos que los hechos previamente descubiertos asumen una significación adicional, distinta. Pero ¿acaso este cambio con respecto a la significación de los hechos edípicos es el único resultado de nuestra revaluación de este período a la luz de la psicología del sí-mismo?
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LO bien el nuevo punto de vista nos lleva también a una percepción distinta del contenido mismo de las experiencias edípicas del niño? Debo admitir que no puedo ofrecer una respuesta definitiva. En otras palabras, Lla psicología del sí-mismo se limita a agregar una nueva dimensión a nuestra comprensión de las experiencias del niño edípico porque nos permite tomar en cuenta el apoyo, o la falta de apoyo, de los objetos-del-sí-mismo durante esa etapa? ¿o acaso las conceptualizaciones de la psicología del sí-mismo arrojan dudas sobre la corrección esencial de las reconstrucciones edípicas mismas? Sin duda sería superfluo ofrecer pruebas -reconstrucciones transferenciales, la observación de la conducta de niños, el análisis de mitos y obras de arte- que apoyen el criterio tradicional del drama ed ípico. Pero creo que el análisis de la fase edípica en la etapa terminal de algunos casos de trastornos narcisistas de la personalidad permite cuestionar seriamente la exactitud de nuestras descripciones de la fase edípica normal. Aqul me limitaré a decir que nuestras observaciones de una fase casi edípica a la que se entra casi alegremente deberían llevarnos a reexaminar nuestras concepciones tradicionales a la luz de esta pregunta: si de hecho, el complejo de Edipo del análisis clásico que consideramos una experiencia humana ubicua 5 no es ya la manifestación de un desarrollo patológico, por lo menos un in status nascendi. Deberlamos preguntar: Lno podrla ocurrir que el complejo de Edipo normal fuera menos violento, menos ansioso, menos profundamente penoso desde el punto de vista narcisista de lo que hemos llegado a creer y que, en cambio, fuera.en general más estimulante y, para hablar en el lenguaje del Hombre Culpable de la teorla del aparato mental, incluso más pla~entero? LNo podri'a ocurrir que hayamos considerado )os deseos y ansiedades dramáticas del niño edlpico como hechos normales cuando, en realidad, son las reacciones del niño frente a la falta de empatía de los objetos-del-sí-mismo que constituyen su medio en la fase edípica? Sabemos que las fallas de los objetos-del-sí-mismo en cuanto amostrarse empáticos con el sí-mismo total del niño pequeño ejercen efectos desintegradores y que, como consecuencia de la incapacidad de dichos objetos para responder al sí-mismo total, las configuraciones experienciales complejas por las que está originalmente constituido comienzan a fragmentarse y que, también como resultado de ello, comienzan amanifestarse las experiencias pulsionales aisladas (y los conflictos correspondientes). Basta pensar en la masturbación solitaria del niño preedípico que no encuentra respuesta y en sus conflictos secundarios concernientes a la masturbación para comprender dichos estados con clari-
5 No quiero complicar aquí la cuestión haciendo referencia al punto de vista de los culturalistas, según el cual el complejo de Edipo del análisis clásico pertenece sólo a ciertas organizaciones de la sociedad.
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dad. ¿No podría ocurrir que las mismas condiciones prevalecierun con respecto al niño ed(pico? LNo podría suceder que fuera sólo el sí mismo del niño cuyos objetos-del-sí-mismo están fuera de contacto con su sí-mismo edlpico incipiente el que comienza a desmoronarse? iO bien que sólo el si-mismo del niño cuya autoafirmación afectuosa y competitiva primaria no encuentra respuesta fuera el que queda dominudo por la lujuria y la hostilidad no asimiladas? En otras palabras, ¿no podría suceder que el complejo de Edipo del análisis clásico, dramático y plagado de conflictos, con su percepción de un niño cuyas aspiraciones se derrumban bajo el impacto del temor a la castración, no fuera una necesidad primaria de la maduración, sino sólo el resultado frecuente de fracasos habituales por parte de padres con trastornos narcisistas? Como ya señalé, no conozco con certeza la respuesta a estas preguntas, pero sí sé que los analistas deben mirar con ojos nuevos las experiencias de sus pacientes en la transferencia edípica y que los observadores con formación analítica deberían revaluar la conducta de los niños durante la fase edípica teniendo presentes estos interrogantes.
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VI LA PSICOLOGIA DEL SI-MISMO Y LA SITUACION PSICOANALITICA
El marco teórico que define nuestra comprensión de la psicopatolog ía y la psicología normal influye no sólo sobre nuestras actividades técnicas específicas (sobre todo con respecto al contenido de nuestras interpretaciones), sino también, a través de sutiles insinuaciones y pasos torpes, nuestra actitud general con respecto al proceso analítico y el paciente. Por ejemplo, el punto de vista adoptado con respecto a cuestiones aparentemente tan esotéricas como si es correcto decir que el hombre nace desvalido porque no cuenta con un aparato yoico que funcione de manera significativa -en lugar de decir que nace poderoso porque un medio de objetos-del-sí-mismo empático es sin duda su sí-mismo- o si los impulsos incontrolables del hombre constituyen las unidades primarias en el mundo de los estados mentales complejos que trata la psicología profunda introspectivo-empática -en lugar de decir que las unidades primarias son ab initio las experiencias complejas y los patrones de acción de una unidad sí-mismo/objeto-del-sí-mismo-se relaciona estrechamente con la actitud (manifestada en la conducta concreta) que el partidario de la psicología profunda adopta como la más adecuada para el marco terapéutico. Todos los psicoanalistas aceptan en principio que la estructura de la personalidad del paciente (en particular su psicopatología nuclear y las experiencias genéticamente decisivas de los comienzos de su vida) surge de manera óptima en una atmósfera analítica neutral. Estoy plenamente de acuerd9 con este criterio y, de hecho, creo que sólo respetándolo estrictamente pude discernir la forma específica de la psicopatología de los trast¿rnos y delinear sus determinantes genéticos. Sin embargo, cuando trato de comportarme de acuerdo con el principio de la neutralidad analítica, es decir, de ser una pantalla neutral sobre la 174
cual se pueda reflejar la personalidad del paciente con sus necesid11d11•,, deseos y anhelos, no me propongo acercarme a un grado cero de acllv1 dad. Me he preguntado de qué modo los psicoanalistas que, en genrni1I, están dotados de una capacidad superior al término medio para la e111 patía, pudieron cometer el error, como creo que a veces sucede, dtJ identificar la neutralidad con una respuesta mínima. ¿Acaso la form<1· ción de un analista en las ciencias no psicológicas es responsable de esta errónea interpretación de un principio psicológico sensato? Una persona cuya formación inicial se relacionara con las ciencias físicas podría inclinarse a comparar la situación analítica con un experimento de química o Hsica o con una operación quirúrgica. Y también podría definir el intento del analista por crear una atmósfera psicoa"nal ítica neutral en analogía, por ejemplo, con el intento de mantener una escala sensible aislada de cualquier vibración producida por ruidos u otras fuentes no controladas. Por atractiva que resulte a primera vista tal analogía, en realidad es equívoca. Durante el proceso analítico, la psiquis del analista está comprometida en profundidad. La esencia de su atención flotante no debe definirse en términos negativos como la suspensión de sus procesos de pensamiento lógico, conscientes y dirigidos a una meta, sino en sentido positivo, como la contraparte de las asociaciones libres del paciente, es decir, como la aparición y el empleo de los modos prelógicos del analista de percibir y pensar. La atención flotante, en otras palabras, es la respuesta empática activa del analista frente a las asociaciones libres del paciente, una respuesta en la que participan las capas más profundas de su inconsciente desde el campo de la neutralización progresiva ( Kohut, 1961; Kohut y Seitz, 1963) 1 . Por lo tanto, es necesario esclarecer el concepto de la pasividad del analista, como Freud denominó en algunas ocasiones la actitud terapéutica básica del analista. Por ejemplo, la calidez humana del analista no es un mero elemento accidental en la actividad esencial -hacer interpretaciones y construcciones- que cumplen sus procesos cognitivos. Es la expresión del hecho de que la participación continua de la profundidad de la psiquis del analista constituye una condición sine qua non para mantener el proceso analítico. Dicho en términos metapsicológicos, las respuestas del analista al paciente -sus interpretaciones y construcciones-son las actividades de un sector de su psiquis y no de una capa, y lo que se requiere en su labor no es autonomía yoica sino predominio yoico (véase Kohut, 1972, págs. 365366). Debería agregar que la autonomía yoica se requiere en algunas ocasiones, de manera transicional, en que el analista trata de superar un
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El diagrama de la pág. 136 en Kohut y Seitz (1963) estas dos capas profundas en la psiquis del analista no están de alguna otra manera de la superficie psíquica por una describe la naturaleza de la conexión entre la superficie y la
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ilustra el hecho de que reprimidas o separadas escisión horizontal, y profundidad.
obstáculo endopsíquico que le impide alcanzar una comprensión empática. Pero si la neutralidad o pasividad analítica no debe definirse sobre la base de una analogía con el intento de proteger la precisión de una escala sensible, ¿cómo ha de defin lrsela? Creo que, hablando en términos psicológicos, debería definirse como la responsividad que cabe esperar, en 1íneas generales, de personas que han dedicado su vida a ayudar a los demás a través de introvisiones obtenidas mediante la inmersión empática en su vida interior. Aunque esta responsividad empática término medio se encuentra dentro de una amplia faja en el espectro de posibilidades y permite muchas variaciones individuales, en principio no es una aproximación a las funciones de una computadora psicológicamente programada que restringe sus actividades a la formulación de interpreta· ciones exactas y correctas. La conclusión de que "en principio" es cierto que el analista no debe tratar de funcionar como una computadora bien programada se basa en dos premisas: que las respuestas del analista requieren la participación de las capas profundas de su personalidad y, como demostraré más adelante, que las respuestas de una computadora no constituirían un medio promedio esperable para el paciente. Creo que estas afirmaciones concuerdan con los principios básicos del análisis y que la actitud que propugnan promueve el reconocimiento por parte del analista del material inconsciente que surge. Por ejemplo, si las insistentes preguntas de un paciente son las manifestaciones transferenciales de la curiosidad sexual infantil, esa reacción infantil movilizada no quedará frustrada sino que, por el contrario, se delineará con mayor claridad si el analista, al responder primero a las preguntas y sólo más tarde señalar que sus respuestas no satisficieron al paciente, no crea rechazos artificiales de la necesidad del paciente en cuanto a recibir una respuesta empática. Estas consideraciones se aplican en particular a los análisis de los trastornos narcisistas de la personalidad, en los que derivados aparentes de impulsos infantiles tales como las manifestaciones de curiosidad sexual no son más que el canal a través del cual encuentra expresión una búsqueda mucho más profunda de las respuestas del objeto-del-sí-mismo. Y también se aplica en cierta medida a las neurosis transferenciales clásicas porque la naturaleza transferencia! de las demandas instintivo-objetales del paciente se aclara si las necesidades promedio normales del paciente no se rechazan de entrada como disfraces defensivos o como derivados de deseos impulsivos infantiles, sino que primero se toman por lo que valen y se responde a ellas. Como señalé ya (véase pág. 71 }, un hombre no puede sobrevivir psicológicamente en un medio psicológico que no responde de manera empática, tal como no puede sobrevivir en términos físicos en una atmósfera que no conti_ene oxígeno. La falta de respuesta emocional, el silencio, la pretensión de ser una máquina inhumana como una computadora que reúne datos y emite interpretaciones, no proporcionan el medio psicológico para la delineación menos distorsionada de los rasgos normales y anormales de la constitución psicológica de una persona, tal co-
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mo una atmósfera carente de oxígeno y una temperatura de casi cero grado no proporcionan el medio físico para la medición más precisa de sus respuestas fisiológicas. La neutralidad apropiada en la situación ana1ítica está dada por condiciones promedio. La conducta del analista frente a su paciente debe ser la conducta esperada promedio, es decir, la conducta de una persona psicológicamente perceptiva frente a alguien que padece y que ha confiado en él para obtener ayuda. Se podría objetar aquí que mis consideraciones son superfluas, que es obvio que los analistas deben comportarse de una manera humana, cálida y responder con empatía y que sin duda lo hacen 2 . Me inclino a creer que, en cierta medida, esta crítica es cierta, por la sencilla razón de que a la larga sería una hazaña casi irrealizable comportarse de otra manera en esta constelación tan profundamente humana que describimos como situación anal ltica. Pero también sé que existe un prejuicio teórico que le hace dificil al analista adoptar una actitud tranquila y natural y que, por el contrario, los analistas tienden a sentirse vagamente incómodos o culpables cuando se comportan así con sus pacientes. Como consecuencia, cierta rigidez, artificialidad y una reserva remilgada no son ingredientes poco comunes de esa actitud de "neutralidad" expectante que los analistas adoptan en la situación anal ltica. Y cuando el paciente reacciona con rabia ante lo que de ninguna mane-
2 Los analistas tienden a mostrarse algo susceptibles con respecto a las contribuciones que se ocupan del difícil problema de lo que constituye una actitud terapéutica adecuada en la situación anál ítica. Creo que esa susceptibilidad no se debe a una actitud defensiva con respecto a revelar contratransferencias ocultas sino que constituye más bien el resultado de nuestra tendencia a valorar en términos narcisistas nuestra actividad terapéutica, nuestro estilo individual, el dominio que hemos alcanzado, es decir, que se observan aquí derivados de ideas de omnipotencia y omnisapiencia. De cualquier manera, diría que tendemos a reaccionar con una sensación de orgullo herido ante quienes cuestionan nuestra preciada habilidad terapéutica y la teor(a de la técnica en que aquélla se funda. Y quienes cuestionan la actitud tradicional de responsividad restringida Y reserva emocional no tardarán en o (r que están defendiendo el "análisis silvestre" y la "experiencia emocional correctiva", y que al mismo tiempo están disparando contra un espantapájaros. Durante algún tiempo me sentí inclinado a considerar que la incompatibilidad de ambos tipos de reproche demostraba su irracionalidad. Como en el famoso relato de la jarra rota que era imposible que hubiese sido devuelta entera y que ya hubiera estado rota cuando se la recibió, quienes critican la defensa del analista de una actitud de reserva estricta no podrían equivocarse de ningún modo porque propugnan la curación a través del amor y porque los analistas son en realidad cálidos y tolerantes con sus pacientes. Empero, he llegado a la conclusión de que la incongruencia de ambas críticas no es una manifestación de irracionalidad engendrada por el orgullo herido, sino la expresión del hecho de que existe una brecha cada vez más ancha entre la conducta del analista tal como se la prescribe, directa o indirectamente, en la teoría clásica de la técnica, que se considera irrefutada -a pesar de las valiosas contribuciones de Loewald ( 1960) y Sto ne ( 1961 )- y la conducta concreta de casi todos los analistas modernos en la situación psicoanalítica.
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ra es una atmósfera neutral sino, en realidad, groseramente carenciante, el analista supone que se encuentra frente a resistencias contra el procedimiento anal ltico -resistencias que interpreta como manifestaciones de impulsos subyacentes (agresiones}- cuando en realidad está frente a artefactos. Si el analista de hecho siente siquiera un vestigio de culpa toda vez que no se comporta de acuerdo con el famoso axioma freudiano (1912, pág. 115) de que los analistas deben "tomar como modelo, durante el tratamiento psicoanal ltico, al cirujano, que deja de lado todos sus sentimientos, incluyendo su comprensión humana", entonces su espontaneidad emocional se verá muy limitada. Debe agregarse aqu 1 que las ideas informalmente expresadas por Freud contradicen claramente el precepto citado. En una carta (22 de octubre de 1927) a Pfister, por ejemplo, se expresa en una forma que concuerda con la actitud que describo como adecuada en el contexto de la psicologla del si-mismo: "Conoce usted la propensión humana a tomar los preceptos en forma 1iteral o a exagerarlos. Sé muy bien que en el problema de la pasividad analítica eso es lo que hacen algunos de mis disclpulos. En cuanto a H. en particular, estoy dispuesto a creer que arruina el efecto del análisis debido a cierta apática indiferencia y luego no se ocupa de poner de manifiesto las resistencias que despierta asl en sus pacientes. De este ejemplo no debe deducirse que el análisis deberla estar seguido por una slntesis, sino más bien que un análisis acabado de la situación transferencia! es de particular importancia. Lo que queda entonces de la transferencia puede tener y, de hecho, debería tener, el carácter de una relación humana cordial" (E. L. Freud y Meng, 1963, pág. 113). Sé que el peso de una afirmación hecha en una contribución básica cuidadosamente formulada a la técnica del análisis es muy distinto del de un comentario informal en una carta a un amigo, pero me aventurarla a suponer que los momentos en la vida de Freud en que éste expresó esos criterios no carecen de significación. En primer lugar, debemos tener en cuenta que, entre ambos puntos de vista, Freud habla agregado quince años a su experiencia cllnica. Y puede existir otra explicación para el cambio, a saber, que durante los primeros años de su experiencia anal ltica Freud conoció sobre todo pacientes que padecían de neurosis estructurales mientras que, más tarde, puede haber tenido lugar un cambio creciente en la psicopatologla dominante -un cambio hacia la forma de patologla a la que ahora nos referimos como trastornos narcisistas de la personalidad- y que el segundo comentario de Freud sea una respuesta preconscientemente determinada a dicho cambio. En general, he llegado a pensar que una actitud de reserva emocional y responsividad en "sordina" por parte del analista a menudo concuerda con las necesidades de los pacientes que padecen de neurosis transferenciales clásicas. Éste criterio se basa en la conclusión de que dichos pacientes se han visto sobreestimulados en su infancia, que han participado en la vida emocional de sus padres en un grado que puso a prueba la capacidad de la organización inmadura de su personalidad. De hecho,
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creo que dicha sobreestimulación es un determinante genético cl11I li¡i11 de su psicopatologla posterior, a saber, la neurosis estructural. 3 Por lo tanto, la tendencia del analista a reaccionar con una esc11•1111•"• ponsividad frente a un paciente que en su infancia se sintió trau111<1l1:o1 do por un medio adulto que lo sobreestimulaba de manera no f111q1,'1li ca, podrla indicar su comprensión de la personalidad del paci1'lll" 1 incluso se podrla argumentar que, en vista del predominio de tal11:, 1•.i cientes, la posición clásica es la correcta en ese periodo previo. l '11111 1d hecho de que la falta casi total de respuesta se considerara una w:ti lwJ correcta en todos los casos se opone a esta conclusión. Dado quo ol analista clásico carecía de una comprensión consciente de las razones que justificaban su posición, su responsividad en "sordina" no puede evaluarse como una respuesta adecuadamente empática, incluso en los casos en que er paciente la experimentaba como una atmósfera terapéutica sana. Mientras que la respuesta empática correcta constituye un aspecto intrlnseco de la primera fase de la actividad esencial en dos fases del psicoanalista en la situación terapéutica (véase págs. 71-76), debe estar seguida por interpretaciones verbales (en este caso, con respecto a la dinámica de la sensibilidad del paciente frente a la sobreestimulación y a la reconstrucción de la génesis de dicha sensibilidad, es decir, en lo concerniente a los objetos-del-si-mismo que sobreestimularon al paciente en su infancia de manera no empática). Pero, _por lo que sé, el foco interpretativo del análisis clásico no se encuentra alll, por lo cual me inclino a pensar que ni siquiera con respecto a las neurosis estructurales puede entenderse de manera inequ lvoca que la actitud clásica de reserva emocional y escasa responsividad es capaz de crear el medio analítico promedio esperable que constituye la verdadera neutralidad, aunque suceda que concuerde con las necesidades del si-mismo infantil sobreestimulado del paciente. La responsividad en "sordina" del analista no se adopta como resultado de la necesidad especifica del paciente ni como consecuencia de su profunda comprensión del núcleo
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La diferenciación entre los dos tipos distintos de fallas en la empatía por parte de los objetos-del-sí-mismo de la infancia -una de las cuales lleva, a través de la sobreestimulación por parte de los objetos-del-sí-mismo, a neurosis estructurales, y la otra, a través de la distancia emocional de los objetos-delsí-mismo, a trastornos del sí-mismo- se examinará en el último capítulo de este libro. Aquí sólo quiero mencionar que por "sobreestimulación" no entiendo las seducciones sexuales burdas que los pacientes histéricos de Freud afirmaban recordar, recuerdos que Freud desenmascaró como manifestaciones de fantasías de deseo de la infancia. Las manifestaciones de la seducción no empática de los adultos en la relación con los hijos a que me refiero son sutiles y no se recuerdan ni se reconstruyen con facilidad en el análisis. Con todo, creo que son generalizadas porque constituyen el resultado de cierto tipo de psicopatología adulta. Y pienso que, por ende las fantasías infantiles que Freud descubrió detrás de los recuerdos de seducción burda, no son formaciones psíquicas ubicuas, que surgen en forma espontánea, sino expresiones de la fantasía distorsionada de niños sobreestimulados.
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genético de la personalidad perturbada de aquél, sino respondiendo al principio de que la contaminación de la transferencia debe evitarse. El mutismo y la reserva del analista, por ende, se experimentari'an entonces como no empáticos incluso en el caso del paciente que sufre de una neurosis estructural, si no fuera por el hecho de que a menudo esa actitud se ve decisivamente mitigada por ~atices y alusiones emocionales que, surgiendo de las profundidades de la psiquis del analista, se hacen sentir a pesar de sus convicciones teóricas conscientes. Los cambios conceptuales promovidos por los criterios de la psicolog(a del sí-mismo llevan as( a conclusiones que prestan apoyo teórico a la forma en que los analistas -por lo menos algunos de ellos- actúan en realidad en su labor el ínica, aunque la teoría y las prescripciones técnicas derivadas de ella se levanten como obstáculos en su camino Y aun cuando se sientan por ello obligados a disminuir la significación de la actitud que adoptan frente a las manifestaciones de algunos de los sectores más centrales de la psicopatolog ía de su paciente al relegarla a una posición periférica y referirse cautelosamente a ella como tacto analítico. Así, el tacto del analista debe entenderse como la manifestación de que percibe la vulnerabilidad del paciente que padece de un trastorno dei' sí-mismo, su tendencia a retraerse o a responder con rabia. Pero incluso la conducta que implica la más sensible de las respuestas por parte del analista, basada en su evaluación correcta pero lograda sólo en un nivel preconsciente de la patología de pacientes con trastornos del si-mismo no puede reemplazar el enfoque reconstructivo-interpretativo basad~ en la comprensión consciente por parte del analista de las deficiencias estructurales en el sí-mismo del paciente, y de las transferencias de tipo objeto-del-si-mismo que se establecen sobre la base de dichas deficiencias. Y si, además de la incapacidad del analista para captar la esencia de la psicopatologla del paciente e interpretarla de manera adecuada insiste en adoptar una actitud de reserva cautelosa y responsividad exa'. geradamente retaceada frente a los pacientes con trastornos narcisistas de la personalidad, habrá otras consecuencias nefastas. El paciente sentirá que el exhibicionismo en germen de su sí-mismo o los zarcillos cautelosamente ofrecidos de su idealización han sido rechazados; estas configuraciones delicadamente constituidas, que apenas si han empezado a removilizarse, volverán a derrumbarse; la conducta del paciente se caracterizará por una mezcla de letargo desilusionado (debilitamiento del sí-mismo) y rabia (transformación regresiva de la autoafirmación del sí-mismo) y, en una elaboración ulterior, las interpretaciones del analista comenzarán a centrarse en una interacción supuestamente reactivada de la agresión y la culpa infantiles4 -a menudo el letargo del sí-
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Creo que esta secuencia -una suerte de profecía autorrealizadora- se encuentra sobre todo en los análisis efectuados por profesionales cuya actitud terapéutica muestra la influencia, directa o indirecta, de los principios teóricos de Melanie Klein.
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mismo rechazado se considera erróneamente como resultado de un conflicto estructural (culpa por los impulsos destructivos)- y dejarán de lado la repetición más porfundamente significativa de la experiencia infantil del paciente: su reacción ante las respuestas deficientes de sus objetos-del-sí-mismo. La revaluación por parte del analista de la importancia de la rabia y la destructividad del paciente a la luz de la psicología del si-mismo -una revaluación, como quisiera señalar una vez más, que es plenamente compatible con el reconocimiento intelectual y emocional completo por parte del analista de la ubicuidad e importancia de la agresión y la hosti 1idad dentro y fuera de la situación el ínica- tiende no sólo a impedir la creación de una posición antagónica artificial entre terapeuta y paciente sino que, al cambiar el énfasis de las interpretaciones, lleva poco a poco a una disolución analítica de la configuración patógena total que constituye la matriz de la propensión del paciente a la rabia. En pocas palabras, el paciente no "enfrenta" un cimiento último de hostilidad que primero debe aprender a reconocer en s(mismo y luego a "domesticar", sino la tarea de comprender que, si bien tiene derecho a esperar un mínimo de respuestas empáticas de los objetos-del-sí-mismo en la vida adulta, debe terminar por aceptar que no puede compensar las fallas traumáticas de los objetos-del-sí-mismo de su infancia. Es la repetición en la transferencia de los objetos-del-símismo patógenos de la infancia -la reconstrucción del medio infantil nocivo-y la elaboración de los estados traumáticos de la vida temprana que resultaron de esas fallas, las que, parí passu con el establecimiento de nuevas estructuras psicológicas, han de reducir la propensión del paciente a la rabia. Para resumir mis puntos de vista sobre la actitud del analista en la situación analítica, diré primero que su meta jamás debe ser proporcionar una medida extra de amor y bondad a su paciente: le proporciona considerable ayuda sólo mediante el empleo de sus aptitudes especiales y la aplicación de su conocimiento especializado. Empero, la naturaleza de dicho conocimiento -su marco teórico espec(fico- es importante para determinar la forma en que se conduce frente a sus pacientes. 1nfluye no sólo en cierta medida sobre la clase de fenómenos que observa, sino también sobre la forma en que los evalúa e interpreta. Si el analista considera que el nivel de los impulsos (sean libidinales o agresivos) constituye la mayor profundidad a la que puede 1legar la observación anal ítica y que, luego de superar las resistencias, el análisis pone de manifiesto los deseos pulsionales para que sea posible suprimirlos, "domesticarlos" o sublimarlos, está en armon(a con los problemas de los pacientes que padecen de neurosis estructurales y podrá ayudarlos a resolver sus conflictos inconscientes en forma satisfactoria. Aunque me inclino a mantener que su teoría es incompleta si no tiene en cuenta la psicología del sí-mismo en el sentido estrecho del término, esto no disminuye de manera decisiva su eficacia terapéutica porque, como ya señalé, existe un sí-mismo cohesivo a ambos lados del conflicto, por lo cual se lo puede dejar fuera de la ecuación psicológica sin que ello signifique una gran pérdida. Sin embargo, si el analista trata pacientes con deficiencias en
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la estructura del sí-mismo, el carácter incompleto de la teoría -·me refiero aquí no sólo a la ausencia de la psicología del sí-mismo en el sentido estrecho, sino también en el sentido amplio- se convierte en un serio obstáculo. En lugar de reconocer que, en los niveles más profundos, el paciente trata de establecer una transferencia con un objeto-del-símismo pasando de ciertos productos de desintegración (experiencias libidinales concernientes a las zonas erógenas, rabia con respecto a la falta de control sobre el objeto-del-sí-mismo) a las configuraciones psicológicas básicas que las precedieron (el intento reactivado de construir un sí-mismo cohesivo por medio de la respuesta empática del objetodel-sí-mismo), el analista centra su atención en los conflictos relacionados con los impulsos -las metas eróticas y destructivas del paciente y su culpa con respecto a ellas- y adopta una actitud educacional (instando al autocontrol) o -a menudo junto con un despliegue· de realismo orgulloso- una actitud innecesariamente pesimista, basada en la convicción de que el análisis ya ha llegado al "cimiento biológico" último más allá del cual no puede penetrar. Existe un problema --cuya significación teórica examiné ya (págs. 148-155)- al que debo volver ahora, aunque considero que su importancia es más teórica que el ín ica. Aunque afirmo que la participación del analista en el proceso analítico tal como se lo define y describe en estas páginas proporciona al paciente una matriz de auténtica neutralidad para el desarrollo de una transferencia no distorsionada -determinada en forma puramente endopslquica-, en otras palabras, aunque afirmo que la participación del analista tal como se la define elimina artefactos -es decir, experiencias y modos de conducta que no están determinados en forma endopsíquica- que sin duda distorsionan la transferencia, estoy' dispuesto a admitir, por paradójico que parezca, la posible existencia de casos raros en los que la personalidad del analista contribuye a influir sobre la elección entre dos (o más) patrones igualmente accesibles y válidos de rehabilitación estructural de un sí-mismo deficiente. Aunque debería ser obvio, quizás convenga aclarar que no me refiero a las identificaciones groseras con la personalidad del analista. Si bien éstas ocurren y tienen un lugar legítimo como una fase temporaria de la elaboración que en última instancia lleva a internalizaciones transmutadoras (véase Kohut, 1971, págs, 166-167), su persistencia indica con claridad que el análisis no está completo, que el sí-mismo del paciente ha sido suplantado por un sí-mismo ajeno pero no rehabilitado. Con todo, aun cuando estas seudocuraciones se tomen en cuenta y se eliminen, puede haber casos raros en los que la respuesta selectiva del analista influye sobre la meta de los procesos de elaboración y, por ende, sobre la forma específica del sí-mismo finalmente rehabilitado. No he podido encontrar pruebas irrefutables de la influencia que mi propia personalidad puede haber ejercido sobre las elecciones posibles de un paciente. fin realidad, siempre me sentí orgulloso de que mis pacientes encuentren para los problemas derivados de su trastorno de la salud mental soluciones que eran inequívocamente propias y de que -por distorsionados que estuvieran temporariamente los patrones intrlnseca-
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mente predeterminados de su sí-mismo por identificaciones \JI 11·.n1 n:. transicionales conmigo- en última instancia abrigan la corivi1 1 11111 do haberse encontrado a si mismos. Pero si bien no puedo ofrecer pruebas convincentes tomacl;1•, 'lo rni propia ~xperiencia para corroborar esta conjetura -la obj~tivid111 l 11ucosaria para esa tarea es muy dificil de lograr- como supervisor Y • 'ms~J/ tor he tenido ocasión de observar análisis en los que la secuenc1.1 V la intensidad comparativa de las reacciones del analista frente al 111alerial transferencia/ parecieron influir sobre la dirección adoptad.r por la elección del paciente en el proceso de elaboración. Por ejemplo, hace poco tuve oportunidad de estudiar un 1rilorme amplio y (11UY bien presentado del análisis de un caso de trasturrro ,!1arcisista de la personalidad que llevó a un resultado favorable. L;r senora Y., una mujer cuya psicopatología incluía un disminución bastante severa de /a vivacidad y el vigor de su exhibicionismo y un trastorno moderado de la cohesión de su sí-mismo corporal, logró un grado aceptable de firmeza de su sí-mismo cuerpo-mente y experimentó un mínimo de alegría en /a manifestación de sus funciones. Esto le permitió aceptarse mucho más a sí misma y, como resultado de este progreso, establecer mejores relac·iones con su marido y, sobre todo, ~~n sus hijos. El nue~o equilibrio se logró en esencia mediante la elaborac1on de la transferencia en /a dirección de un objeto-del-sí-mismo especular materno. Empero, al comienzo del análisis se produjo u~ diálogo entre el paciente y su analista (una mujer) que me parece pertin~nte en_ este contex-. to La señora Y. mencionó que padecía desde hacia un tiempo de un pr~blema intestinal que los médicos habían diagnosticado, como col'.;is ulcerosa, y se mostró muy enfática en cuanto a que queria,l/egar a la causa psicológica" de su probl:r:;ª· La a~a,lista ~e m~s~ro cau'.elo~a con respecto a ese objetivo y sug1no que qu1zas las introv1s1one~ p~1co!~ gicas no resultarían eficaces en ese sentid~ .. La paciente acepto sin d1f1cultad /a actitud realista de la terapeuta d1c1endo que no esperaba que el análisis /a convirtiera en "una persona nueva". Y agregó -un non sequitur cuya significación escapó a esta analista, en general muy perceptiva- que no esperaba que "el análisis hiciera de ella una autora". Cabe preguntar si otra analista, que inconscientemente captara ?~s~e el comienzo /as aspiraciones de la paciente a expresar el exh1b1c10nismo de su sí-mismo grandioso a través de actividades creativas, no habría relacionado de distinta manera frente a su esperanza de que el análisis pudiera resolver su problema intestinal. Esto es'. si otro anal_ista incluso movido por un realismo defensivo a advertir a la paciente sobre los / ímites de la eficacia del análisis, no habría percibido en el comentario posterior de aquélla que, a pesar de estar expresado en términos negativos (véase Freud, 1925) indicaba una relación entre el trastorno intestinal y su deseo de convertirse en escritora. Y, por ende, la elaboración se habría canalizado no sólo hacia la respuesta especular deficiente a que había estado expuesto su sí-mismo corporal en la infancia sino. también hacia las oportunidades insuficientes para una fusión c'on un objeto-del-sí-mismo omnipotente idealizado que represen-
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taba las metas precursoras de logros en el campo de Ja creatividad literaria. Y también se podría preguntar si no es posible q
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VII EPILOGO
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EL MUNDO CAMBIANTE
Hay momentos luego de haber completado un recorrido -un viaje del que se ha regresado, una fase de la vida que ya pertenece al pasadoen que, dejando de lado el enorme esfuerzo realizado y permitiendo que nuestra atención se aparte de los de tal les de las tareas que fue necesario realizar, podemos mirar hacia atrás y observar lo que hemos experimentado para contemplarlo en su totalidad y llegar a un significado más amplio. Creo que hemos llegado a ese momento. Por amplio que pueda haber sido el tema, por desprejuiciada que haya sido la formulación de mi teoría, los resultados más importantes de mi indagación se obtuvieron hasta el momento a través de investigaciones realizadas dentro de un marco estrictamente definido: el marco de la investigación empírico-el ínica. Empero, en lo que sigue me permitiré echar una mirada a paisajes más amplios -me permitiré hacer preguntas a las que no puede responder la investigación que se limita a un enfoquecli'nico-aunquesé que pisaré terreno menos firme que antes, que los criterios que presento ahora se refieren a campos que en el mejor de los casos, ocupan la periferia de mi competencia profesional o se relacionan con temas que, en general, sólo permiten un enfoque especulativo. Desde una perspectiva distinta, las reflexiones que siguen constituyen un intento de responder a una pregunta que tiene no sólo un significado científico impersonal, sino también un significado personal. ¿Por qué, para plantear la pregunta en términos personales primero, frente a mi prolongada aceptación de las teorías del pscioanálisis clásico, la ciencia que estudié y enseñé durante toda mi vida como
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profesional, por qué, frente a mis instintos conservadores profundamente arraigados que me dicen que un sistema que funciona bien se d.~be dejar co~o está, por qué me sentl obligado a sugerir una ampliac1on, un cambio? ¿Por qué, para plantear la pregunta dentro del marco más amplio al que pertenece, necesita ahora el análisis, además de la teoría Y la técnica clásicas, una psicología del sí-mismo y una técnica acorde con ella? Digo que las necesita porque el hombre está cambiando, t~I. ~orno .cambia el mundo en que vive; las necesita porque si el psicoanal1s1s aspira a seguir siendo la fuerza rectora en el intento del hombre por comprenderse a sí-mismo y si desea mantenerse vivo, debe responder con nuevas formulaciones cuando enfrenta datos nuevos Y. por ende, tareas nuevas. ¿Cuáles son estos nuevos datos, estas nuevas tareas que el análisis enfrenta ahora, estos cambios a los que el análisis debe responder? y ademá.s, si el análisis de hecho cambia, ¿seguirá siendo análisis? Es cier'. t~ ~ue algunas de estas preguntas ya han encontrado respuesta en las paginas precedentes, sea directamente o mediante una inferencia obvia basada en gran parte en la observación de las secuencias que se desen'. vu.elven espontáneamente en las transferencias de tipo objeto-del-sím1smo en los análisis de trastornos narcisistas de la personalidad. Pero ah.ora me ocuparé de un campo que se encuentra "más allá de los 1 ím1tes de la regla básica": el campo en que convergen el examen de los factores psicológicos y el de los factores sociales. Iré dire~tamente al g.rano afirmando que el riesgo psicológico que pone en peligro la supervivencia psicológica del hombre moderno occidental 'e~tá cambiando. Hasta hace comparativamente poco, la amenaza prevaleciente para el individuo era el conflicto interno insoluble. y las con:~elaciones i.n~~rpe~sonales correlacionadas predominantes a las que el nino de las c1v1l1zac1ones occidentales se veía expuesto eran la excesiva cercanía emocional entre padres e hijos y las intensas relaciones emocionales entre los padres, que quizás deben entenderse como la contraparte nociva de factores sociales saludables tales como la solidez de la unidad familiar, una vida social centrada en el hogar y su vecindad inmediata Y una clara definición de los papeles del padre y de la madre. El niño de hoy tiene cada vez menos oportun.idades de observar a sus padres trabajando o, por lo menos, de participar emocionalmente por medio de imágenes concretas y comprensibles, en la eficacia de su~ padres Y en el orgullo que les proporciona la situación de trabajo en la que sus sí-mismos participan de manera más profunda y el núcleo de sus personalidades resulta más accesible para el observador empático. En el mejor de los casos, el niño de hoy puede observar las actividades de los padres durante sus momentos de ocio. Y aquí existen entonces oportunidades para que el niño participe emocionalmente en la eficacia Y el orgullo parentales, cuando el hijo o la hija en un paseo por el campo, por ejemplo, párticipan con el padre en la tarea de armar una carpa o pescar, o con m.adre en la preparación de la comida. Pero, aunque tengo. plena conc1enc1a del efecto saludable significativo que la cercanía emocional con respecto a tales actividades parentales correspondientes
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a los momentos de ocio proporciona al sí-mismo en formación del niño, sugiero que la participación emocional en las actividades recreativas y de tiempo libre de los padres no proporciona al sí-mismo nuclear del niño el mismo alimento que la participación emocional en las actividades de la vida real, sobre todo con respecto a las fallas parentales no traum~ cas, óptimas y limitadas que proporciona el combustible para las internalizaciones transmutadoras. El psicoanalista no es psicólogo social y menos aun historiador de la civilización o sociólogo: carece de la formación cienti'fica necesaria para emprender el examen comparativo específico de la significación que para la formación del sí-mismo del niño tienen las actividades de los padres en su tiempo libre, por un lado, y sus actividades laborales, por el otro. Y tampoco podría, sin ayuda, llevar a cabo un examen comparativo general de los factores sociales cambiantes que se correlacionan con los trastornos psicológicos cambiantes que han tratado diversas generaciones de psicoanalistas pertenecientes a la escuela de la psicología profunda. Esta es una tarea para científicos de disciplinas afines y, sobre todo, uha tarea en la que el sociólogo y el psicoanalista clásico deberían poder cooperar para beneficio mutuo. El analista, sin la ayuda de colegas de disciplinas afines, no tiene manera, por ejemplo, de encontrar la respuesta a la importante pregunta sobre la duración del período que suele interponerse entre el predominio de ciertos factores sociales (se podría llamarlos factores sociales psicotrópicos) -como la industrial ización, el creciente empleo de mujeres, o la vaguedad de ciertos sectores de la imagen paterna debido a que el padre trabaja fuera de la casa (véase A Mitscherl ich, 1963) o a su ausencia durante una guerra (véase Wangh, 1964, sobre las consecuencias psicológicas de la ausencia del padre durante la guerra 1914-1918) por un lado, y por el otro los cambios en la psicología del individuo que ellos producen, un cambio de los patrones predominantes de la personalidad o de las formas predominantes de trastornos psicológicos-. Pero cualesquiera sean los determinantes sociales y por compleja y prolongada que sea su influencia sobre la psicología del individuo, el analista no puede abrigar mayor duda de que, por lo menos en lo que concierne a campos en los que puede hacer inferencias sobre la base de su experiencia clínica, en la actualidad se está produciendo un cambio psicológico. 1
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Ouisiera hacer aquí los siguientes comentarios sobre esta incursión en el campo psicosocial. Primero, que al bosquejar el cambio en la tarea psicológica dominante del hombre, no tengo en cuenta la fase histórica -se la podría llamar la fase prepsicológica en la que las energías del hombre todavía estaban dirigidas de manera casi exclusiva al intento de manejar las amenazas externas para su supervivencia-. Y, segundo, que limito mis reflexiones a los habitantes de las democracias densamente pobladas, más o menos industrializadas, del mundo occidental. Empero, quisiera agregar aquí que tengo la impresión de que pronto -según puede evaluarse desde una perspectiva histórica amplia- el problema psicológico que puede sentirse ahora sólo en nuestras democracias occidentales también comenzará a hacerse sentir en sociedades sometidas a regímenes totalitarios y en áreas subdesarrolladas cuyas organizaciones sociales difieren de las nuestras.
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Para repetir algunas formulaciones previas y ampliarlas: el medio que solía experimentarse como amenazadoramente cercano, se experimenta ahora cada vez más como amenazadoramente distante; al 1í donde los niños se sentían antes sobreestimulados por la vida emocional (incluyendo la erótica) de los padres, ahora a menudo se sienten subestimulados; ali( donde el erotismo del niño apuntaba antes a obtener placer y provocaba conflictos internos debido a las orohibiciones de los padres y a las rivalidades de la constelación edípica, ahora son muchos los que buscan el efecto de la estimulación erótica para aliviar la soledad, para llenar un vacío emocional. Pero no es sólo a través de su influencia directa que estos cambios en el medio adulto dan origen al nuevo significado que ciertas experiencias nucleares, incluyendo en particular sus experiencias sexuales, tienen ahora para el niño: también ejercen su influencia indirecta al modificar la significación de sus relaciones con otros niños, relaciones que, cabría agregar, pueden establecer el patrón definitivo de la actitud futura frente a los amigos, los compañeros de trabajo y la familia, en la vida del adulto. 2 Tales interacciones pueden ser saludables y estimulantes si el niño se acerca a sus compañeros sobre la base de una seguridad emocional proporcionada por una relación sustentadora firme con sus objetos-del-s(-mismo adultos; pueden provocarles serios conflictos capaces de formar el núcleo de trastornos estructurales posteriores si los padres, aunque cumplan de manera adecuada con su papel como objetos-del-si'-mismo, traumatizan al niño en la esfera libidinal-objetal, y pueden cumplir propósitos defensivos en esa esfera y, sobre todo, en la narcisista. Con respecto a esta última posibilidad, resulta obvio que los niños a menudo se dedican a actividades sexuales solitarias y a actividades grupales de naturaleza sexual, casi sexual o sexualizada, en un intento por aliviar el letargo y la depresión resultantes de la ausencia de un objeto-del-si-mismo especular y de un objeto-del-si-mismo idealizable. Estas conductas son las precursoras de las frenéticas actividades sexuales de algunos adolescentes deprimidos (véase vom Scheidt, 1976, págs. 67-70) y de las perversiones adultas. El cuadro de estados mixtos y alternantes de sobreestimulación y letargo caracterlsticos de estos estados traumáticos surge a veces en la transferencia, sobre todo en las llamadas "sexualizaciones" de la transferencia, estados que, en mi opinión, a menudo se entienden erróneamente como resistencias (contrafóbicas) motivadas por temores edípicos a la castración. No cabe duda, para volver al examen de la relación entre el sí-mismo del niño y sus objetos-del-sí-mismo, que se puede afirmar que la sobreestimulación que solía predominar y la subestimulación que prevalece hoy constituyen manifestaciones de trastornos de la personalidad en los padres y que la patologla estructural de las enfermedades
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Para un examen del hecho de que los niños que se ven privados de padres idealizables ideal izan al grupo de iguales, véase Bronfenbrenner ( 1970, págs. 101-109).
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del s(-mismo, por lo tanto, se deben a idénticas causas. En términos muy amplios, así es en efecto, pero la personalidad patógena de los padres que lleva a propender a sus hijos a la neurosis estructural difiere de la personalidad patógena que lleva a propender a un trastorno del sí-mismo. La sobreestimulación debida a la excesiva cercanía parental, que constituye un factor decisivo en la génesis del trastorno estructural, es la manifestación de una neurosis estructural en el progenitor, la exoactuación de un conflicto neurótico con la ayuda del niño. El efecto patógeno de los padres en este campo ha sido objeto de amplias investigaciones3 y no es necesario examinarlo aquí. La subestimulación debida a la distancia con respecto a los padres que es un factor patógeno en los trastornos del sí-mismo constituye la manifestación de un trastorno del sí-mismo en el progenitor. En muchos casos, los padres de quienes padecen de trastornos del sí-mismo están claramente aislados de sus hijos y entonces resulta fácil observar que los privan de la imagen especular empática y de un blanco responsivo para su necesidad de idealización. Sin embargo, en otros casos le privación que sufre el niño por parte del objeto-del-sí-mismo parental· no es fácil de discernir y, de hecho, en términos de conducta, esos padres dan la impresión de estar demasiado cerca de sus hijos. Pero se trata de una apariencia engañosa, pues no pueden responder a los requisitos narcisitas cambiantes de los hijos, son incapaces de lograr una realización narcisista participando en el crecimiento de aquéllos, porque los utilizan para sus propias necesidades narcisistas. Consideremos, por ejemplo, el progenitor que no puede decir "no" frente a una exigencia del hijo. Esta incapacidad podría explicarse dentro del marco de la psicología de los impulsos diciendo que estos padres no toleran frustrar al niño porque no soportan sentirse frustrados ellos mismo, o bien que envidian la gratificación del impulso en el niño y por eso caen en un conflicto paralizante con respecto a los impulsos sádicos en la relación con el niño, etc. Si bien la incapacidad de ciertos padres para decir "no" a sus hijos se debe sin duda a conflictos estructurales y puede explicarse adecuadamente dentro del marco de la psicología de los impulsos, hay otros progenitores que no pueden decir "no"
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August Aichhorn expresó este punto de vista de manera muy concisa en una carta dirigida a R. S. Eissler y citada por éste ( 1949, pág. 292): "El 'equilibrio intrafamiliar' se mantiene a expensar del niño que, sobrecargado ... se transforma en un delincuente o un neurótico". Como resultado de la curación lograda por medio de la psicoterapia, agrega Aichhorn, el niño ahora "se defiende de la sobrecarga libidinal y el miembro de la familia que lo utilizaba para sus propias necesidades sufre un derrumbe neurótico". Esta descripción de las necesidades del padre sobreestimulante que es un neurótico latente y de su neurosis manifiesta resultante cuando el niño "se defiende" debería compararse con las consideraciones análogas presentadas antes con respecto a las necesidades del progenitor con un trastorno latente del sí-mismo que ha provocado una fusión con su hijo y su seria patología del sí-mismo resultante de la ruptura de la fusión (pág.147 y sigs.).
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porque temen la rabia del niño frustrado como manifestación del hecho de que el sí-mismo del niño está empezando, de acuerdo con la fase, a separarse del sí-mismo del adulto, a convertirse en un centro independiente de iniciativa. En otras palabras, la situación de tales progenitores no tiene que ver con conflictos acerca de frustrar los deseos instintivos del niño y tampoco a que evitan la rabia del niño frustrado como la expresión temida de un impulso peligroso, sino que son reacios a renunciar a la fusión patológica con el niño, a quien todavía necesitan retener como parte de su propio sí-mismo debido a un estado deficiente de aquél. No se llega a estas conclusiones por intuición, pues las necesidades cambiantes del sí-mismo en crecimiento del niño pueden reconstruirse con claridad sobre la base de las manifestaciones de la transferencia de tipo objeto-del-sí-mismo durante el tratamiento psicoanal ítico. Y es el examen empático de las relaciones reactivadas y reconstruidas del sí-mismo infantil con los objetos-del-sí-mismo de la infancia, y no la teoría alejada de la experiencia, por atractivos y plausibles que sean sus resultados, lo que nos revela que en ciertos casos esa aparente cercanía excesiva del adulto con respecto al niño oculta la soledad esencial de éste, es decir, oculta el hecho de que ni el exhibicionismo ofrecido con orgullo por el niño ni las necesidades de idealización que expresa con entusiasmo obtuvieron una respuesta adecuada a la fase y, por ende, el niño se vuelve deprimido y solitario. El sí-mismo de ese niño está psicológicamente desnutrido y su cohesión es débil. Se debe agregar aqu 1 que la relación entre los factores sociales psicotrópicos y el cambio en el patrón de personalidad predominante y la psicopatología prevaleciente que tiene lugar bajo su influencia es indirecta y compleja y que no se la debe conceptualizar sobre la base de una analogla con la relación causal directa y comparativamente simple que existe entre la estruqura especifica dé la personalidad y la psicopatología adquirida por sus hijos. Si comparamos la influencia psicotrópica que tienen sobre sus hijos padres con trastornos estructurales y padres con perturbaciones del sí-mismo en las condiciones sociales de la época en que Breuer y Freud hicieron sus observaciones pioneras -hace ya casi cien años- con la dinámica psicotrópica análoga de nuestra época, es posible formular tentativamente varias diferencias. En la segunda mitad del siglo XIX, el efecto patógeno de los padres con trastornos estructurales eran particularmente intenso porque, dentro de los 1ímites de la vida famil.iar estrechamente unida, la oportunidad de los padres de exoactuar sus conflictos con sus hijos era muy grande. Sin embargo, los padres con perturbaciones narcisistas de ese período, quizás hayan tenido menor tendencia a privar a sus hijos del alimento narcisista necesario porque -en vista de factores tales como el predominio de familias numerosas, o la presencia de sirvientes4 que formaban parte de
4 Quizás sea ya demasiado tarde para emprender un estudio sistemático con fiable de la influencia de los empleados domésticos sobre la organización de la personalidad en formación de los niños en la época de Freud, a comienzos del siglo.
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la familia, sobre todo en la clase media, la alta clase media y las capas inferiores de la clase alta, que constitulan el grueso de los pacientes de los pioneros de la época- la personalidad patógena de los padres por lo general se veía contrarrestrada. Cabe decir que lo contrario sucede con respecto a la psicogénesis de estos dos tipos importantes de trastornos psicológicos en el mundo de hoy. La creciente frecuencia de la patología del sí-mismo, en particular, puede explicarse diciendo que los factores sociales psicotrópicos relevantes -familias pequeñas, ausencia de los progenitores del hogar, frecuente cambio de sirvientes, así como menor empleo de servicio doméstico en el lugar- promueven la creación de un medio subestimulante y solitario para el niño y/o lo exponen, sin oportunidades para lograr un alivio eficaz, a la influencia patógena de un progenitor con una patología del sí-mismo (sobre todo cuando ésta no es grosera ni manifiesta, es decir, cuando los otros miembros de la tamilia no se sienten llevados a tomar medidas correctivas). Por lo tanto, resulta obvio que mi hipótesis acerca de la influencia psicotrópica ejercida por los factores sociales con respecto a los patrones cambiantes de la personalidad que encontramos en estos tiempos deben tomarse sólo en un sentido relativo, es decir, que me limito a proponer una explicación para la disminCJción gradual de trastornos estructurales y el aumento gradual simultáneo de trastornos del símismo. Estas condiciones requieren un examen mucho más detallado y mis formulaciones tentativas sobre la naturaleza de los factores sociales cambiantes que podrían explicar la naturaleza de la matriz cambiante constituida por los objetos-del-sí-mismo parentales y así, a su vez, la distribución numérica cambiante de las formas de psicopatología en las generaciones sucesivas, a todas luces necesita la evaluación critica de los cientlficos y los historiadores que cuentan con sólidos conocimientos de psicoanálisis. Empero, creo que la impresión de que los casos de patologla ed ípica son menos frecuentes ahora, mientras que cada vez se encuentran más casos de patologla del si-mismo, parece estar
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hipótesis de que la presencia de criados tendía a aumentar la carga emocional que debía soportar un niño sobreestimulado, pero también a contrarrestar la influencia de la privación narcisista, se ve corroborada por el hecho de que, por lo menos en la clase media vienesa de ese periodo, las criadas en general eran jóvenes sanas y solteras que, carentes de vínculos en la gran ciudad, llegaban a tener participación emocional con las familias para las que trabajaban. Y el hecho de que los niños se convirtieran en los blancos emocionales de estas mujeres jóvenes y emocionalmente carenciadas tendía. por otro lado, a aumentar la probabilidad de una sobrecarga emocional de los niños al tiempo que, por el otro, contrarrestaba la subestimulación y el aislamiento emocional de los niños con padres perturbados en el aspecto narcisista. Si bien ahora ha cambiado la significación del papel del empleado doméstico con respecto a las experiencias del niño en la clase media europea y norteamericana, hay partes del mundo -algunos países sudamericanos, por ejemplo- en los que la situación puede seguir siendo muy similar a la de la Viena de 1900, lo cual permite la investigación sociopsicológica del problema.
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fundada en una sólida experiencia el lnica, aunque por el momento no considero posible ofrecer una respuesta definitiva a la pregunta sobre si ese desplazamiento de la patolog(a ed(pica a la patologla del si'-mismo habla comenzado ya cuando la psicologla profunda hizo sus primeras investigaciones. En particular un nuevo examen del material el ínico de los primeros analistas encierra el peligro de una interpretación prejuiciada de los datos disponibles. Sólo la inmersión empática prolongada en el material el ínico por parte de observadores que están abiertos a la percepción de los datos de la patología edípica y los datos de la patología del sí-mismo tal como surgen en la transferencia instintivo-objeta! o en la de tipo objeto-del-sí-mismo puede llevar a conclusiones confiables. 5 Si es cierto que la patología del sí-mismo va en aumento, entonces resulta comprensible que el psicoanálisis, la ciencia que más que cualquiera otra está en contacto con los intereses más profundos del individuo, aparte su atención de los conflictos internos del hombre, ya cuidadosamente investigados (en particular los conflictos relacionados con las tendencias edípicas e incestuosas reprimidas) y que esté comenzando, si bien con ciertas vacilaciones, a prestar mayor atención a la investigacion de las vicisitudes del sí-mismo. Y también entenderemos por qué las teorías sobre la dinámica del impulso y la defensa, el inconsciente, el modelo tripartito de la mente, la catexia de objeto, la identificación, etc., que sirvieron como marco adecuado para explicar los confictos estructurales del individuo, deben complementarse ahora -y, quiero señalar una vez más, como expresión del principio de complem,entariedad de la psicología profunda que conserva ambos enfoques explicativos- por medio de las conceptual izaciones teóricas concernientes a la fragmentación del sí-mismo, el sí-mismo nu~lear, los elementos constitutivos del sí-mismo, las relaciones de tipo objeto-del-sí-mismo, la in-
5 El cambio del predominio de una forma de psicopatología (neurosis estructural) a otra (patología del sí-mismo) es, como señalé ya, muy gradual, y no contamos con ninguna manera confiable de estimar en términos cuantitativos el grado de cambio que ya ha tenido lugar. Un cuestionario en que se preguntara a los analistas acerca del porcentaje de casos que tienen que ver sobre todo con la patología del sí-mismo en lugar de la patología del conflicto estructural no nos proporcionaría resultados satisfactorios en este momento. Los analistas que, por una variedad de razones, rechazan las categorías diagnósticas de trastornos narcisistas de la personalidad y de otros trastornos del sí-mismo y que siguen convencidos de que toda psicopatología analizable es, en última instancia y en esencia, provocada por conflictos en los deseos instintivo-objetales del período edípico, responderían que no tienen pacientes con enfermedades del sí-mismo. Por otro lado, quienes están "de luna de miel" con sus nuevos conocimientos sobre la psicología del sí-mismo podrían sobreestimar la frecuencia de la psicopatología del sí-mismo. Y aun cuando su criterio fuera objetivo, o hubiera llegado a serlo luego de haber integrado auténticamente sus nuevos conocimientos, quienes reconocen la existencia de ambas formas de enfermedad psicológica analizable posiblemente atraigan un número superior al promedio de pacientes con patología del sí-mismo.
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ternalización transmutadora, etc., que sirven para explicar la patología predominante en nuestra época. En resumen, quiero sugerir que cada cambio en el medio social del hombre lo enfrenta con nuevas tareas en lo que concierne a su adaptación a ese medio y que las exigencias que le plantean cambios de tal magnitud que se puedo hablar de la aurora de una nueva civilización son, desde luego, partic1Jiarmrn11<) ur;mdns. l~arn ¡¡sngurar su supervivencia en ese nuevo modio, ciurL;is l1111ciutll!S p~;ic:1ilc'iqic:;1s dril hornhro no sólo tendrán que trabajar tiempo ux Lrn si11r1 l;unliir'!ll y ;11p1( 1m1 rrdirno a la tarea de varias generaciones- lograr u11u posicir'lli dr) prllllornir1io rni la organización psíquica del hombre. Es la capacidmJ o ir1c¡¡p;icid;1d drd hombre para crear nuevas estructuras adaptativas (o, más bien, µmu m1 mentar la fortaleza de las ya existentes) lo que determinará su éxito o su fracaso y, de hecho, su supervivencia o muerte psicológica. Por último, quiero sugerir que la actitud del analista frente a los problemas técnicos y clínicos con que nuestra época lo obliga a enfrentarse será superficial, que sus respuestas serán erróneas, si no toma en cuenta el cambio en la organización psíquica humana que, como sugerí ya, está teniendo lugar en nuestra época. Para repetir lo que dije al comienzo de este cap(tulo: si el análisis aspira a seguir siendo la fuerza rectora en el intento del hombre por comprenderse a si mismo, debe responder con nuevas formulaciones cuando se encuentre frente a nuevos datos y, por ende, al desafJ'o de nuevas tareas.
DOS CONCEPTOS DE CURACION PSICOLOGICA
Las consideraciones previas están sin duda relacionadas con los problemas psicológicos del individuo que el psicoanalista debe enfrentar en tanto terapeuta. De hecho, creo que mi postulado de la existencia de dos tipos básicos de trastornos psicológicos anal iza bles -cada uno de los cuales requiere un foco analltico distinto y una unidad de medida diferente para evaluar el fracaso o el éxito terapéutico-sólo puede apreciarse en forma cabal si se los examina sobre el trasfondo de los cambios psicológicos señalados. El campo endopsr'quico espec(fico activado por la amplia tarea adaptativa especr'fica que una nueva frontera cultural exige determina la forma de las ansiedades más intensas del hombre y el contenido de sus miedos más profundos, por un lado, y la forma de sus deseos más intensos y el contenido de sus metas más importantes, por el otro. Y resulta imposible ofrecer una definición satisfactoria del concepto de curación y, por ende, del de una terminación adecuada de un análisis, si no logramos determinar cuál es el terror más profundo del paciente -la ansiedad de castración o la ansiedad de desintegracióny su objetivo predominante -la solución del conflicto o el establecimiento de autocohesión- o, para decirlo de otro modo, si no nos preguntamos si el análisis le ha permitido realizar esas tareas psicológicas centrales mediante las cuales puede establecer las condiciones capaces de garantizar su supervivencia psicológica. Puesto que la salud psicológica
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se establecía antes mediante la solución de los conflictos internos, la curación, sea en sentido estrecho o amplio, se veía de manera exclusiva en términos de la solución de conflictos mediante la ampliación de la conciencia. Pero, dado que la salud psicológica se logra ahora con frecuencia cada vez mayor mediante la curación de un sí-mismo previamente fragmentado, entonces la curación, sea en sentido amplio o estrecho, debe evaluarse ahora en términos de lograr la autocohesión, sobre todo en términos de la restitución del sí-mismo con la ayuda de una cercanía empática restablecida con respecto a los objetos-del-sí-mismo responsivos. Nuestro sí-mismo -lo acaso debería decir, el estado especifico de nuestro sí-mismo?- influye sobre nuestro funcionamiento, nuestro bienestar, el curso de nuestra vida, tanto en un sentido amplio como en profundidad. Como señalé ya al referirme a la significación de las depresiones hacia fines de la edad media de la vida (véase pág. 169), pero considero que este punto esencial justifica la repetición, existen, por un lado, muchas personas con sí-mismos mal constituidos que, a pesar de la ausencia de síntomas, inhibiciones y conflictos incapacitantes, viven existencias infructíferas y tristes y maldicen el hecho de estar vivos. Y, por otro lado, hay personas con un sí-mismo firme y bien definido que, a pesar de algún trastorno neurótico serio -sé incluso a veces a pesar de su personalidad psicótica (o fronteriza) 6 - llevan vidas valiosas bendecidas por una sensación de realización y alegria. Es la posición central del si-mismo dentro de la personalidad lo que explica su amplia influencia sobre nuestra vida, y es esta posición central la que explica el gran aumento en cuanto a su bienestar que una mejoría, incluso comparativamente pequeña, en la patología del sí-mismo proporciona a nuestros pacientes. Pero, a falta de tal mejoría -por exitoso que pueda haber sido un análisis en cuanto a erradicar síntomas e inhibiciones por medio del enfoque causal dinámico-genético- el paciente se seguirá sintiendo insatisfecho y no realizado. Con respecto a este segundo grupo, los analistas tienden, sobre la base de su convicción teórica de que la psicopatología de sus pacientes debe entenderse dentro del marco de la psicología del conflicto y del modelo estructural de la mente, a encogerse de hombros en actitud de modestia y realismo y a consolarse pensando que han hecho todo lo posible. Dicen, al igual que Freud (1923, nota al pie de pág. 50), que todo lo que pudieron hacer fue ofrecer nuevas elecciones a sus pacientes o bien, también siguiendo a Freud (Breuer y Freud, 1893-1895, pág. 305), que han transformado la "desdicha neurótica en padecimiento corriente", sobre el cual no tienen control alguno. Creo que algunas de estas limitaciones pueden verse bajo una luz distinta, es decir, que la persistente incapacidad para hacer elecciones co-
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Me refiero a aquellos cuyos sí-mismos oscilan entre (1) una fragmentación o debilitamiento serio y prolongado y (11) sólida cohesión y firmeza durante períodos (creativos) prolongados de su vida.
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rrectas y la permanente incapacidad para modificar el sufrimiento causado por circunstancias desafortunadas, por lo menos en algunos casos (quizás en muchos) no son el resultado de factores internos o externos inalterables, sino de una patología del sí-mismo que sí es posible curar. Sólo una mayor experiencia clínica, en particular los datos de estudios de seguimiento de análisis de trastornos narcisistas de la personalidad, nos proporcionará respuestas confiables a los interrogantes planteados por esta aseveración. Mi propia evaluación de los progresos posibles en esto 1.i11q111, d111í vada de la experiencia con pacientes con trastornos narc1~;i!i1;1" 1111 l.1 l '"1 sonalidad, es decididamente optimista. 7 No se trata de q111111•il1111111111111 cido de que existe alguien capaz de aprender a hacer sie111¡i111 1111111 1111111-. real istas, es decir, elecciones completamente acordes co11 la~; (, q 1o11 1il.1 des innatas que posee y con las oportunidades externas L!UU su lu ul 111 cen, elecciones que responden a sus principios o contribuyen en u11 to do a la búsqueda de metas alcanzables; de que existe alguien capaz du aprender a no batirse jamás en retirada frente a una tarea desagradable; de que existe alguien capaz de prescindir por completo de un falso optimismo u otras ilusiones sobre la base de una experiencia más vigorosa del sí-mismo. Tampoco afirmo que quien haya adquirido mediante el análisis un centro cohesivo fuerte de su personalidad podrá infaliblemente, por ese solo motivo, resolver los problema.> que le plantea su medio de acuerdo con sus propósitos más profundos y sus ideales más altos. No debemos esperar milagros como resultado de prestar mayor atención a la patologt'a del st'-mismo o de nuestra mayor capacidad para discernir sus diversas formas y hacerlas accesibles a los procesos de elaboración. Pero sí sé que, mediante un análisis bien llevado de estas formas de patologla, en general se logra un gran aumento del potencial para el progreso en todos los campos mencionados. Los analistas suelen definir la salud mental, de acuerdo con el comentario, en términos algos vagos y no científicos atribuidos a Freud (Erikson, 1950, pág. 229), como la capacidad de una persona para trabajar y amar. Dentro del marco de la psicología del sí-mismo, definimos la salud mental no sólo como la ausencia de síntomas neuróticos e inhibiciones que interfieren las funciones de un "aparato mental" involucrado en el amor y en el trabajo, sino también como la capacidad de un sí-mismo firme para hacer uso de los talentos y aptitudes que es-
7 Sé que cualquier psicoterapeuta que, equivocadamente o no, ha llegado a convencerse de que tiene algo nuevo que ofrecer a sus pacientes corre el peligro, debido a su entusiasmo, de lograr curaciones por medio de la sugestión (véase mis comentarios sobre los éxitos tempranos de Freud en la nota al pie de la pág.40). Pero creo que mi conciencia de este peligro ha protegido a mis pacientes de sentir la influencia indebida de mis convicciones. Lo creo porque los progresos siempre se lograron luego de una tarea perseverante y prolongada y porque, si bien definible y a menudo de efecto muy favorable sobre la vida del paciente, siempre fueron incompletos.
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tán a disposición de un individuo y que le permiten amar y trabajar con éxito, Los dos marcos de referencia -psicología del aparato mental y psicología del sí-mismo·- que permitieron dos definiciones distintas pero complementarias de la salud mental, nos ayudarán ahora en nuestro esfuerzo por formular definiciones distintivas del concepto de curación en las dos clases de trastornos psíquicos analizables. En los casos de conflictos estructurales, los principales indicadores de que se ha logrado la curación son la desaparición o el alivio de los s (ntomas neuróticos y las inhibiciones del paciente, por un lado, y la comparativa ausencia de an· siedad y culpa neurótica, por el otro. Y, en general, el logro positivo de un buen análisis en estos casos se verá confirmado por el hecho de que el paciente puede experimentar los placeresdelavida de manera más intensa que antes. En los casos de formas analizables de patología del sí· mismo, sin embargo, los principales indicadores de que se ha logrado una curación serán la desaparición o el alivio de la hipocondría del paciente, de su falta de iniciativa, depresión vacía y letargo, autoestimulación a través de actividades sexualizadas, etc. , por ur:i lado, y la ausencia comparativa de vulnerabilidad narcisista excesiva (por ejemplo, la tendencia a responder a una herida narcisista con depresión vacía y letargo o con un aumento de las actividades perversas tranquilizadorns del sí-mismo), por el otro. Y, en general, el logro posi.tivo de un buen análisis se verá confirmado aquí por el hecho de que el paciente puede experimentar ahora la alegría de existir con mayor intensidad que, incluso en ausencia de placer, considera que la vida es valiosa, creativa o, por lo menos, productiva. ¿He exagerado acaso el contraste entre las dos formas de psicopatología? Quizás, pero creo que es mejor correr el riesgo de ser demasiado esquemático que el dt;! ser oscuro. La experiencia el ínica desempeñará su papel en lo que concierne a mostrar las fórmulas de transacción entre distintas formas de· psicopatología, es decir, demostrará la presencia de los casos mixtos y enseñará al analista a desplazar su atención de un campo al otro.
LA ANTICIPACION DEL ARTISTA CON RESPECTO A LA PSICOLOGIA DEL SI-MISMO
Existe otr:o tipo de argumento en favor de la hipótesis de que se están produciendo cambios significativos en la condición humana desde la década decisiva que va desde 1890 a 1900, época en que se establecieron las formulaciones básicas que determinaron la dirección en que se desarrolló el análisis. Me refiero a la hipótesis -que llamaré hipótesis de la anticipación artística (bosquejada por primera vez en una presentación hecha en 1973 [véase Kohut, 1975a, págs. 337-338]- de que el artista, por lo menos el gran artista, se adelanta a su tiempo al ocuparse de los problemas psicológicos nucleares de su' época, al responder al problema psicológico crucial que el hombre enfrenta en un momento dado, 196
al ocuparse de la principal tarea psicológica del hombre. La labor de un gran artista, según esta hipótesis, refleja el problema psicológico predominante de su época. Por así decirlo, el artista representa a su generación, no sólo a la población en general, sino incluso a los investigadores científicos de la escena sociopsicológica. En comparación con el desafío artístico básico de nuestra era, el arte de ayer -me refiero en particular a los grandes novelistas europeos de la segunda mitad del siglo pasado y comienzos de éste- se ocuparon de los problemas del Hombre Culpable, el hombre del complejo de Edipo, el hombre del conflicto estructural, quien, profundamente involucrado en su medio humano a partir de la infancia, se ve sometido a una dura prueba por sus deseos y anhelos. Pero los problemas emocionales del hombre moderno están cambiando, y los grandes artistas modernos fueron 1os primeros en responder con profundidad a la nueva tarea emocional del hombre. Así como es el niño subestimulado, el niño que no encontró una respuesta suficiente, la hija privada de una madre idealizable, el hijo privado de un padre idealizable, el que se ha vuelto paradigmático para el problema central del hombre en nuestro mundo occidental, del mismo modo ese! sí-mismo en descomposición, fragmentado, debilitado, de ese niño y, más tarde, el sí-mismo frágil, vulnerable Y vacío del adulto, el que los grandes artistas de nuestro tiempo describen, a través del tono y la palabra, en la tela y en la piedra, y el que tratan de curar. El músico de sonidos inarmónicos, el poeta que utiliza un lenguaje desintegrado, el pintor y el escultor del mundo visual y táctil fragmentado, todos ellos reflejan la disolución del sí-mismo y, mediante la reunión y el reordenami8nto de los fragmentos, tratan de crear nuevas estructuras que posean totalidad, perfección, nuevo significado. Los mensajes de los más grandes -quizá Picasso o Ezra Pound- pueden expresarse con tal originalidad visionaria mediante el empleo de medios tan poco convencionales que aún no resulta fácilmente accesibles. Pero otros nos hablan con términos más inteligibles. Gregor Samsa, la cucaracha de La metamorfosis de Kafka, pueden servir aquí de ejemplo. Es un niño cuya presencia en el mundo no contó con la bendición de un recibimiento empático' por parte de los objetos-del-sí-mismo, es el hijo de quien los padres hablan en términos impersonales, en la tercera persona del singular y ahora es una monstruosidad no humana, incluso para sí mismo. Y el señor K., de Kafka, el Everyman de nuestro tiempo, emprende una interminable búsqueda de significado. Trata de acercarse a los poderosos (los adultos, los padres que viven en El castillo), pero no puede llegar a ellos. Y en El proceso perece, siempre buscando una culpa redimible, o por lo menos comprensible, esto es, la culpa del Hombre de ayer. No puede encontrarla y, por ende, muere una muerte carente de significado: "como un perro". También Eugene O'Neill, el más grande dramaturgo que produjo el Nuevo Mundo, trató en su obra (sobre todo en las últimas, The /cernan cometh y Largo viafe de un día hacia Ja noche) el principal problema psicológico del hombre: el problema de curar su sí-mismo tambaleante. Y en ninguna otra manifestación artística he podido encontrar una descripción más cabal del an197
helo del hombr~ por lograr la restauración de su sí-mismo que la que ofrecen las concisas palabras de la obra de O'Neill, El gran dios Brown. Estas son las palabras de Brown casi al final de su largo viaje de un día hacia la noche, luego de una vida desgarrada por la incertidumbre con r~specto a. la sustancia de. su s í-~ismo: "El hombre nace roto. Vive gracias a remiendos. La gracia de Dios es el pegamento". ¿Acaso se podría fomular de manera más tremenda la esencia de la patología del sí-mismo del hombre moderno ?8 Mi hipótesis de que el artista anticipa el problema psicológico predominante de su época no implica, desde luego, la ausencia de toda motivación individual: un Miguel Angel, un Shakespeare, un Rembrandt un Mozart, un Goethe, un Balzac, cada uno impulsado hacia sus metas' artísticas e~pecíficas por motivaciones profundamente arraigadas en su personalida~. E~~ero, cualesquiera sean éstas, también expresan el problema ps1colog1co predominante de su época, tal como ocurre con los grandes artistas de nuestros días. ..La obra de creadores como Henry Moore, O'Neill, Picasso, Stra9 vinsky, Pound, Kafka, habría resultado ininteligible incluso hace cien . años, pero ahora es audaz, profunda y bella para aquellos de nosotros que estamos abiertos a su mensaje y que sentimos que están en contacto con los problemas más profundos de nuestro tiempo. 1 . Sin ?,uda todavía podemos captar, con reverencia y admiración, la perfecc1on formal de la obra de los grandes artistas del pasado, y ellas nos c?nmueven porque percibimos la autenticidad con que expresan la esencia de una era en que los deseos y los conflictos del sí-mismo cohesivo del individuo clamaban por expresarse. Y, además, puesto que la
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Podemos suponer que Arthur y Barbara Gelb, los biógrafos de O'Neill (1962L reconocieron la significación de las palabras de Brown, ya que las utilizaron como lema de su muy completo estudio. En mi opin,ión'. ~~stoievs~i. ocupa una posición transicional específica que resulta mu~ho mas d.1f1c1I de definir. Sus obras se ocupan del conflicto estructural, del compleJ? ~e Ed1po Y de la culpa. Sin embargo, también se refieren al hecho de que el s1-m1smo que enfrenta estos problemas es débil y precariamente coherente. El estudio de alg~nos de los trabajos de Dostoievsk ¡,El idiota, por ejemplo, o Et doble, nos ayudara a comprender a los pocos pacientes de los que no puede decirse, como sí sucede en la mayoría de los casos, que en ellos predomina una ~~urosis ?~tructural o una P.atología ,del sí-mismo, sino que requieren comprens1on empat1ca para la presencia simultanea de ambos trastornos. 9
to .Algu~~s lo considerarán ridículo, y otros, blasfemia, si, en el contexto de esta af1rmac1on de. ~ue el gran artis~a puede hablar a sus contemporáneos con un P.oder de ~enetrac1on con ~ue quizas nunca logre llegar a las generaciones posteriores, sugieren que, por. ejemplo, el lector moderno experimenta la descripción que hace ~roust del hu.m1lde saludo del Baron de Charlus a Mme. de Saint Euverte (v?I: 11, pags. 986 Y s1?s.). como una versión más íntimamente conmovedora del ~r~g1co derrumbe ~el s1-m1smo en la Vejez que la versión que ofrecen esas cumbres inigualables de la literatura, El Rey Lear de Shakespeare y Edipo en Colona de Sófocles, a.los que Proust mismo se siente obligado a aludir.
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naturaleza humana, a pesar de los cambios profundos en la condición psicológica del hombre provocados por el cambio socio-histórico, sigue siendo !a misma en grado suficiente como para permitirnos tender Puentes de empatía comprensiva hacia el pasado, seguimos respondiendo a la versión artística de un mundo psicológico cuyos problemas ya no ocupan el centro del mundo para el hombre actual. Con todo, no abrigo aquí ninguna duda: ya no podemos recuperar toda la fascinación, producida por el descubrimiento de nuevas soluciones artísticas para los problemas emocionales que predominaban entonces, que experimentaban los contemporáneos de esos grandes hombres. Es cierto que hay a veces grandes artistas cuya individualidad los hace apartarse de la corriente central de su época, por lo menos en forma temporaria. Y entonces crean obras que trascienden extrañamente. el alcance de lo que resulta intelig.ible en su época. Me refiero aquí a evocaciones tan profundas de las luchas del sí-mismo amenazado -quizá bajo el efecto de la edad, la declinación física, la inminencia de la muerte- como la serie del Diluvio de Leonardo, la Piedad Rondanini de Miguel Angel, 11 y el Cuarteto en si bemol mayor (Gran Fuga) para cuerdas, opus 133, de Beethoven. Son obras artísticas modernas a pesar de haber sido creadas hace tanto tiempo. También Kleist, en su ensayo "Sobre el teatro de marionetas" (1811) y, en grado algo menor, en su Michae/ Kohlhaas (1808) trata los problemas de un sí-mismo tambaleante (o profundamente lesionado), por lo cual cabe considerar que· también estas obras constituyen arte "moderno". Con todo, por gran des que sean esas creaciones individuales, no pertenecen ps.icol6¡¡icn mente a la época en que fueron creadas -siguen siendo chispazos uh1l11 dos en la vida artística del hombre- y sólo ahora, en forma retros¡"" tiva, podemos responder a ellas en profundidad. Es el espectador. 111 lector, el amante de la música moderno -la mirada y el oído y el pe11~11 miento reflexivo del niño de la era del si-mismo en peligro-el que~ilul estas creaciones de la matriz del significado individual del que surgie11111 y, al hacerlo, las transforma en arte moderno.
11 El hecho de que no sólo la Piedad Rond¡mini sino también muchas otras grandes esculturas del último período de Miguel Angel permanecieron inconclusas (los Esclavos en la Accademia; la Piedad en Santa Maria del Fiore, etc.) y de que ese mismo hecho resulte profundamente conmovedor para el espectador contemporáneo (aunque probablemente no para los contemporáneos de Miguel Angel) me lleva a pensar que el anciano artista expresó así su creciente experiencia de la fragmentación del sí-mismo. Como cabía esperar,Freud (1914b, pág. 213) respondió con mayor profundidad a la estatua de Moisés, la versión acabada de un símismo fuerte y plenamente cohesivo.
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SOBRE LA INFLUENCIA DE LA PERSONALIDAD DE FREUD
La tesis de que el psicoanálisis debe responder a los nuevos datos que enfrentamos ahora creando nuevos instrumentos conceptuales y técnicas terapéuticas --es decir, que ahora requiere una psicología del sí-mismo- necesita a su vez un examen cuidadoso. Sin duda, en sentido estricto, los nuevos datos no son realmente nuevos pero, desde luego, como puede inferirse a partir de las consideraciones previas sobre el cambio sociopsicológico y sobre el nuevo foco en el arte moderno, no nos planteamos la pregunta en esa forma. No preguntamos si Jos trastornos del sí-mismo han surgido de novo desde que Freud formuló las teorías básicas del análisis e incluso sería ridículo considerar semejante posibilidad. Hacemos la pregunta en un sentido relativo, a saber, si los trastornos del sí-mismo han adquirido cierto predominio sobre las neurosis basadas en el conflicto o, para decirlo de otra manera, si los trastornos del sí-mismo, aunque su número absoluto o su proporción relativa no hayan aumentado, son ahora más intensos, provocan mayor sufrimiento o, para decirlo aun de otra manera, son ahora más significativos, en vista de un desplazamiento del problema psicológico central del hombre occidental desde el campo de la sobreestimulación y el conflicto cargado de culpa al campo del vacío interno, el aislamiento y la falta de realización. O bien, para plantear la pregunta en términos concretos que por lo menos en teoría, admitirían la posibilidad de una respuesta obtenida a través de la investigación emplrica, podríamos preguntar si los individuos con trastornos del sí-mismo, aunque sin duda existían en gran número incluso durante los primeros días del análisis, no recurrían a la ayuda del analista en épocas previas o bien, lo cual serla otra posi~ bilidad, si el analista de ese tiempo estaba demasiado ocupado, extrayendo, por as( decirlo, el oro psicológico que le ofrec(an las neurosis transferenciales, como para investigar con interés otros trastornos. Resulta imposible proporcionar respuestas precisas a estos interrogantes Y. aunque en general me disgusta utilizar la palabra "nunca" en tales contextos, no vacilo en afirmar que nunca tendremos respuestas definitivas. Pero sí queda por cumplir una tarea. En vista de que el análisis fue durante largo tiempo la obra de un solo hombre, debemos tratar de alcanzar la mayor claridad posible con respecto a si podemos discenir algún rasgo en la personalidad de Freud que -aparte de la influencia ejercida sobre su enfoque por el estilo de pensamiento predominante en la ciencia de fines del siglo XI X, y aparte del hecho de que se ocupó de los problemas psicológicos prevalecientes en su época- haya desempeñado un papel entre los factores que hicieron que el análisis se convirtiera en una psicología de los impulsos y de las estructuras cohesivas en gran escala, que fueron responsables de que no se ocupara también desde el comienzo de las vicisitudes del sí-mismo. Debemos-considerar la posibilidad, en otras palabras, de que la personalidad de Freud determinara sus preferencias con respecto a los datos empír.icos de los que se ocupó y a la clase de teoría que le resultó afín. 200
Haría falta escribir otro libro sobre este tema y no seré yo quien lo haga. Creo que bastará una breve referencia a ciertos aspectos de la personalidad de Freud que considero relevantes. En primer lugar, quiero hacer algunos comentarios sobre la vulnerabilidad narcisista de Freud o, para ser más exactos -ya que lavulneralidad narcisista es una carga ubicua del ser humano, una parte de la condición humana de la que nadie está exento- sobre el campo ps(quico específico involucrado y la forma en que Freud trató ese aspecto de su personalidad. Era menos sensible (o estaba más protegido) en lo que concierne al tipo de golpe narcisista que la gran mayoría de los seres humanos tiende a experimentar como una grave herida narcisista: no sólo podía soportar los ataques (contra si mismo y contra su obra) y tolerar actitudes de desprecio y el ostracismo, sino que creo que incluso llegaba a sentirse particularmente seguro de sí mismo en tales circunstancias. Creo que la explicación de esta aparente paradoja radica en que, en tales circunstancias, se sentía protegido contra el tipo de herida narcisista a la que era más sensible y contra la que más debía protegerse. Freud no se consideraba a sí-mismo un gran hombre, aunque sin duda lo fue (véase Janes, 1955, pág. 415). Creo que su incapacidad para verse a sí mismo como un gran hombre -en combinación con otros síntomas afines, tales como su malestar cuando lo miraban: "No puedo tolerar que la gente me mire fijamente ocho horas por día (o más)" (1913b, pág. 134); su hipersensibilidad frente a la posibilidad de que otros, sus pacientes, se sintieran igualmente incómodos si alguien los miraba: "Si Freud no deseaba incomodarlos con su mirada, a menudo la fijaba en las figuras que se encontraban sobre la mesa" (Engelman, 1966, pág. 28); su excesiva renuencia a aceptar las alabanzas como genuinas y a reaccionar con placer ante una felicitación; su evitación de las celebraciones públicas; su aspiración a reducir los valores idealizados establecidos a una dimensión más realista (véase, por ejemplo, su carta a Binswanger del 8 de octubre de 1936 [Binswanger, 1957])- bien pueden haber constituido una manifestación de una parte de su personalidad, el sector narcisista, que no logró analizar en grado suficiente en su autoanálisis. Así, no logró plena introvisión y control de este sector psicológico, sino que llevó a la realidad de sus exigencias en la relación con Fliess, Jung y otros (véase Kohut, 1976, nota al pie de pág. 407n). Las pruebas de que Freud no podía aceptar sin incomodidad la alabanza y la celebración son abundantes y quienes conocen su biografía no tendrán dificultades en encontrarlas. Bastará decir aqu ( que el mismo Freud reconoció esta tendencia, por ejemplo, cuando señaló que le molestaba ser el " 'objeto' de una celebración" ( Binswanger, 1957, pág. 108). Quisiera señalar sólo un rasgo muy característico: cuando Freud se veía expuesto al elogio o a la admiración abiertas parecía sentirse obligado a reaccionar con una afirmación de fría objetividad (por ejemplo, Jones, 1955, págs. 182-183, pág. 415) o ironía, incluso cuando tarminaba por aceptar el elogio. (Para un ejemplo notable de su uso de la ironía como defensa, véase su carta, en otros sentidos de cálida aceptación, del 7 de mayo de 1916 a E. Hitschmann, que comienza con es201
tas palabras: "Sólo unél orac;on fúnebre en el Cementerio Central es normalmente tan bella y afectuosa como el discurso que usted no pronu~ció" [E. L ~reud, 1960, pág. 311]). Por bien racionalizadas que estuvieran esas actitudes -y por tentador que resulte ideal izarlas como signo de verdadera grandeza- no me cabe duda, sobre la base de una amplia experiencia clínica con conductas similares, de que revelan una vulnerabilidad claramente circunscripta: el temor a la sobreestimulación en el sector narcisista, en el sector del exhibicionismo. Otro aspecto de la personalidad de Freud que resulta relevante en este contexto es su incapacidad para abrirse a la experiencia de la música y el arte moderno (del siglo XX). Se podría argüir que estos rasgos pueden explicarse en parte como aspectos del hombre del Iluminismo, pem creo que el factor principal tiene que ver con la personalidad de Freud. Fue ésta la que determinó su preferencia por el contenido del pensamiento, por lo claramente definido y definible; fue su personalidad la que lo llevó a rehuir los campos de formas e intensidades sin contenido y las emociones inexplicables. En lo que concierne a la incapacidad de Freud para er'itregarse a la experiencia de la música pura 12 tengo poco que decir, salvo que parece estar de acuerdo con la tendencia general de su intelecto y su persona1idad. Tenla conciencia de este defecto, pero se senti'a satisfecho y, en mi opinión, con toda razón, con la conclusión de que constituía el precio inevitable que debía pagar por aquellos aspectos de su perso. nal idad que constitu lan sus más grandes virtudes. Señaló que las obras de arte (1914b, pág. 211) ejercían en general un enorme efecto sobre él en tanto le permitían explicarse a sí mismo a qué se debía ese efecto. Y agregó: "Toda vez que no puedo hacerlo, como me sucede con la música, me resulta casi imposible obtener placer alguno. Cierta característica mental en mí, racionalista o quizás analítica, se revela ante el hecho de sentirme conmovido por algo sin saber por qué me afecta de esa manera y qué es lo que me afecta". Aunque resulta tentador determinar en qué medida la limitación de la capacidad de Freud para responder a la música constitu la una manifestación de estructuras compensatorias Y en qué era defensiva, no desarrollaré este tema, sobre todo en vista ae que ,,u actitud con respecto a la música fue objeto hace poco de investigaciones realizadas por otros autores ( K. R. Eissler, 1974; Kratz, 1976) quienes, según espero, seguirán estudiando los problemas pertinentes. En general, considero que las limitaciones de Freud con respec-
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La ópera, las canciones y la 1lamada "música de programa" constituyen en este contexto formas musicales que deben distinguirse con claridad de la música "pura". Las primera~ tienen contenido verbalizable y por eso una persona sin sensibilidad para la música puede dominarlas y disfrutar de ellas en una forma que en esencia no es musical; la segunda no lo tiene y, por ende, requiere de quien la escucha la capacidad para tolerar experiencias no verbales intensas (véase Kohut y Levarie, 1950, págs. 72-75; Kohut, 1957. pág. 392).
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to a la experiencia musical, si bien son de profunda signiticac1on no deben evaluarse como una deficiencia sino como un rasgo caracterlstico de su personalidad, una personalidad definida por la necesidad de un predominio constante de la racionalidad. La situación es algo distinta en lo concerniente a su actitud frente al arte moderno. Aquí no nos encontramos con una incapacidad o una inhibición que él mismo lamentaba hasta cierto punto, sino con una actitud de rechazo y de burla, molesta y decepcionantemente similar a la que prevalece en la petite bourgeoisie de su época, como lo demuestra su carta a Abraham, escrita hacia fines de 1922 (H. Abraham y E. Freud, 1965, pág. 332). ¿Acaso no cabe esperar, de un genio psicológico como Freud si bien no una aceptación total del arte moderno, por lo menos una curiosidad respetuosamente reflexiva frente a esta manifestación novedosa y desconcertante del espíritu humano? Sin embargo, si se reflexiona un poco, parece probable que el rechazo por parte de Freud del arte moderno tuviera que ver con su renuencia a sumergirse en estados narcisistas arcaicos (véase su carta a Hol lós de 1928 [Schur, 1966, págs. 21-22]), y con su incapacidad para reconocer la importancia de las vicisitudes de la cohesión y la desintegración del si-mismo, temas que, como tareas psicológicas básicas de nuestro tiempo, estaban presentes en la labor de los artistas pioneros de la época mucho antes de convertirse en objetos de la investigación que realiza el psicólogo cient(fico. Creo que estas reflexiones confirman la conclusión de que ciertos rasgos de la personalidad de Freud lo llevaron a destacar uno de los aspectos de la vida psíquica en detrimento de otro. Algunos de sus trabajos teóricos sin duda prepararon el terreno para el desarrollo de ciertos sectores de la psicología del sí-mismo. Empero, tengo la impresión de que dentro del campo del narcisismo no desarrolló-con respecto. al papel de este último en el análisis clínico, por ejemplo, o con respecto al papel del narcisismo en la historia- los temas que había tratado desde el punto de vista teórico con la misma libertad y vigor con que realizó sus investigaciones en el campo de la psicología estructural, de la psicología del conflicto. 1ncl uso cuando hizo sus contribuciones más profundas al campo del narcisismo arcaico ( 1911), pasó en forma bastante confusa del reconocimiento de la importancia de la posición narcisista regresiva, por un lado, a los problemas conflictuales en niveles del desarrollo mucho más altos, a saber, conflictos acerca de la homosexualidad, por el otro. Esta ambigüedad en la posición de Freud preparó terreno para argumentaciones contradictorias en generaciones de apólogos (véase, por ejemplo, Kohut, 1960, págs, 573-574) y críticos (véase, por ejemplo, Macalpine y Hunter, 1955, págs. 374-381 ). A nosotros nos resulta difícil aceptar las limitaciones de una figura reverenciada, pero creo que en la obra de Freud, como sucede con todos los grandes logros, la intensidad y la profundidad de su visión en un campo se logró a costa de una chatura comparativa en otro. Freud no pudo o no quiso dedicarse, en una inmersión empática estrecha, a las vicisitudes del sí-mismo tal como había podido hacerlo con respecto a 203
las vicisitudes de las experiencias instintivo-objetales. Me inclino a suponer que su mente pionera no podía haber seguido ambas direcciones sin perjudicar la profundidad de su visión en el campo al que dedicó su vida creativa. Pero dejemos de lado los detalles. Aunque lo dicho hasta ahora pudiera demostrar más allá de toda duda, ¿qué habrá logrado? lAcaso no resulta obvio que la persoñalidad de Freud incluía rasgos que determinaron sus preferencias cienti'ficas? ¿Y que Freud, científicamente formado por algunos de los más grandes maestros de la ciencia del siglo pasado, realizó sus investigaciones y formuló los resultados de éstas aplicando métodos y estructuras teóricas que, por novedosas y audaces que fueran, segu (an mostrando la influencia de lo que hab(a aprendido? Sin duda, tales conclusiones no constituyen una novedad y sólo las incluyo con el fin de preparar el camino para esta última y básica pregunta. Si, por cualquier razón -sea debido al tipo espec(fico de psicopatología prevaleciente que reclamaba la atención del investigador, o al foco determinante de la ciencia de la época o a las predilecciones personales de Freud o, como resulta más probable, a la confluencia de todos estos factores- el psicoanálisis el (nico no abarcó de manera suficiente todo el campo que está abierto a la investigación de la psicología profunda, debemos preguntar si el hecho de agregar un foco más nuevo y más amplio -como el que proporciona la psicología del sí-mismoconstituye un cambio de tal magnitud, modifica nuestro enfoque básico en tal medida, que ya no podemos hablar de psicoaná\jsis sino, y a pesar de nuestra renuencia, admitir que se trata de una nueva ciencia; o si podemos integrar lo nuevo con lo viejo y mantener así el sentido de continuidad que nos permite percibir el cambio, por grande que sea, como un paso hacia una nueva fase en una ciencia viva y en desarrollo. Resulta obvio que si deseamos votar de manera inteligente con respecto a este planteo crucial, no podemos menos que tratar de responder primero a este interrogante fundamental: ¿cuál es la esencia del psicoanálisis?
¿cuAL ES LA ESENCIA DEL PSICOANALISIS?
Resulta peligroso apelar a las cualidades que definieron la fuente simple de una serie compleja de actividades para explicar la significación de sus funciones maduras y desarrolladas ( Langer, 1942; Hartmann, 1960). Pero existen secuencias en el desarrollo con respecto a las cuales no se aplica la regla habitualmente válida que advierte sobre los peligros de la falacia genética porque podemos demostrar que todo el desarrollo posterior, por complejo que sea, mantiene en esencia un contacto ininterrumpido y signifi"cativo con el primer paso. Se puede considerar el desarrollo del pensamiento humano, en particular el pensamiento cient(fico, en forma análoga a la evolución biológica. Cisi siempre el desarrollo sigue reglas inteligibles, avanza en forma
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ordenada. Los errores se descart;:in, se establecen nuevas verdades y se construyen teorías nuevas para explicar series de hechos recién descubiertos. De manera imperceptible, gradual, así como mediante pasos perceptibles gracias-a las contribuciones en cuanto a elaboración y refinamiento que hacen los investigadores industriosos y de sólida formación, y también a los progresos sustanciales logrados por el intelecto brillante del genio- el pensamiento humano, el pensamiento científico, sigue avanzando. Al igual que el desarrollo biológico, no progresa en formas que por ahora podemos predecir (por lo menos no con respecto a períodos prolongados) y todavía no podemos dirigirlo en forma intencional (al menos no hacia metas lejanas). Pero avanza de manera lógica, o, por lo menos, está abierto al examen retrospectivo. En muy raros casos, sin embargo, se produce un salto hacia adelante en el desarrollo de la percepción que el hombre tiene del mundo -al principio puede parecer un paso muy pequeño- que permite tener acceso a todo un nuevo aspecto de la realidad. Un paso de este tipo puede compararse a una mutación en la evolución biológica. Gracias a él, se da al pensamiento humano una nueva dirección. Constituye un hecho que no puede describirse sólo como un progreso metodológico ni definirse por el hecho de que ahora los datos antiguos y bien conocidos se ven bajo una nueva luz, la luz de un nuevo paradigma explicativo (véase Kuhn, 1962). No, el fenómeno en cuestión, la mutación del pensamiento humano a que me refiero, no es una nueva técnica revolucionaria ni una nueva teoría revolucionaria. Es ambas cosas y, por ello, es algo más que ambas. Se trata de un progreso en ese nivel básico de la relación del hombre con la realidad en el que todavía no podemos distinguir los datos de la teoría, en el que el descubrimiento externo y el cambio de actitud interna siguen siendo una y la misma cosa, en que la unidad primaria entre el observador y lo observado sigue libre de obstrucciones y de las oscuridades que resultan de una reflexión secundaria de tipo abstracto. En ese nivel básico de la experiencia, las funciones mentales más primitivas y las más desarrolladas parecen actuar en forma simultánea, con el resultado de que no sólo no existe una separación neta entre el observador y el observado sino de que también pensamiento y acción siguen siendo la misma cosa. Por lo tanto los pasos más importantes en la historia de la ciencia -los experimentos pioneros de los más grandes científicos- a veces no son, como señalé ya (págs.40-41) "fundamentalmente ordenamientos destinados a facilitar el descubrimiento o a verificar hipótesis" sino "pensamiento concretizado" o, para decirlo de manera más correcta, son "pensamiento-acción", precursores del proceso del pensamiento. Aunque cuento con escasq material empírico para verificar esta hipótesis, puedo apelar a las reflexiones de un gran poeta con respecto a un tema relacionado, las reflexiones de Goethe sobre la esencia de la creación bíblica, el prototipo de la creatividad para el hombre occidental. A comienzos de la tragedia (Parte Uno, 1224-1237), Fausto comienza a traducir el Nuevo Testamento (Juan, 1: 1) del original griego. Pero, ¿cómo traducir la primera 1ínea; cómo debe referirse al fons et origo del mundo, a su "Principio"? "Al principio era el Verbo",
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es su primer intento. Pero luego descarta esta versión. ¿Quizás ,;el Pensamiento"? Tampoco este término parece encerrar el significado correcto. ¿Entonces, "el Poder"? No, aún no ha encontrado la respuesta adecuada. Pero entonces, inspirado, ve la luz: "Al principio era el
Acto". 13 Cualquiera sea la esencia psicológica del proceso ideacional en virtud de la cual se produce el salto hacia adelante en el desarrollo de la percepción que el hombre tiene del mundo al que ya me referí, el paso que se da en tales momentos no parece tener una relación lógica con losanteriores. Parecemos estar en presencia de la partenogénesis de una idea de enorme fuerza, acompañada por un acto que, a pesar de su simplicidad, implica la confirmación de otros innumerables actos, como si una mente planificadora hubiera presentado un proyecto para el futuro; en otras palabras el surgimieno de una idea, que permite a numerosos discípulos arar el nuevo suelo arrancado al desierto hasta ese momento inexplorado. Una vez que el nuevo continente se ha vuelto accesible, otros han de explorarlo: algunos introduciendo amplios principios ordenadores (teorías paradigmáticas, aunque reemplazables y perfectibles) y dando forma a las principales metodologías (técnicas paradigmáticas, pero reemplazables y perfectibles) para la investigación del nuevo campo, mientras otros lo hacen elaborando y refinando estas técnicas y teorías y agregando nuevos datos. Empero, los resultados del paso básico precedente no parecen efímeros (en el sentido de que son reemplazables o perfectibles), o por lo menos no dentro.de los límites de la historia conocida del pensamiento humano. La mutación que abrió la puerta al nuevo campo de la psicología profunda introspectivo-empática (psicoanálisis) tuvo lugar en 1881, en una casa de campo cerca de Viena, cuando Josef Breuer conoció a Anna O. (Breuer y Freud, 1893). El paso que abrió el camino hacia todo un nuevo aspecto de la realidad -un paso que estableció de manera simultánea un nuevo modo de observación y un nuevo contenido de una ciencia revolucionaria- lo dio una paciente que insistía en que quería seguir "limpiando la chimenea" (pág. 30). Empero, el hecho de que Breuer la acompañara en esta aventura, de que la autorizara a seguir adelante, su capacidad para tomar en serio su actitud (es decir, observar sus resultados y registrar las observaciones) fue lo que estableció esa unidad entre el observador y lo observado que constituye la base para un progreso de primera magnitud en la exploración del mundo por parte del hombre. Asi' pues, entiendo que la esencia del psicoanálisis radica en la inmersión empática prolongada del observador científico en lo observado,
13 El "die Tat" de Goethe en "Am anfang war die Tat'' podría traducirse como "acción" o bien como "acto", dos términos estrictamente relacionados pero que no son sinónimos. Aunque ambos contrastan con "palabra" y "pensamiento", prefiero "acto" porque su contraste con "pensamiento" es más acentuado.
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con el fin de reunir datos y encontrar explicaciones. Todo progreso ulterior -las contribuciones hechas por la mente ordenadora de Freud, por su valentía y persistencia; las contribuciones de los mejores anal istas de las generaciones subsiguientes- está lógicamente vinculado con esa esencia, y las actividades que le dan origen, en forma directa o por ensayo y error, se producen en una secuencia inteligible. Empero, ese primer paso creador de la esencia parece estar fuera del campo de las secuencias causales, sin que nuestros medios actuales de explicación psicológica o lógica nos permitan dar cuenta de este fenómeno. Estamos ya en condiciones de volver al problema central de esta indagación, esto es, qué constituye la esencia del psicoanálisis. Mi respuesta, que se propone destacar los rasgos del psicoanálisis que desde su comienzo lo han diferenciado de todas las otras ramas de la ciencia, -una respuesta, quisiera agregar, para la cual ahora he ofrecido también una justificación genética al referirla a los orígenes del psicoanálisis- es que el psicoanálisis es una psicología de estados mentales complejos que, con la ayuda de la inmersión empático-introspectiva perseverante del observador en la vida interior del hombre,, reúne sus datos con el fin de explicarlos. Entre las ciencias que investigan la naturaleza del hombre, creo que el psicoanálisis es la única que en sus actividades esenciales combina la empatía, utilizada con rigor científico para reunir los datos de la experiencia humana, con la teoría cercana a la experiencia Y distante de ella, utilizada con igual rigor científico para adecuar los datos observados a un contexto de s'ignificado y significación más amplios. Es la única entre las ciencias del hombre que explica lo que ya ha comprendido. En otras palabras, el psicoanálisis es único entre las ciencias en virtud de que se ha basado constantemente en los datos de la introspección y la empatía. La significación de sus teorías, viejas y nuevas -su congruencia interna y su relevancia- sólo puede captarse plenamente si se comprende que están corre! acionadas con este proceso específico de recolección de. datos. No cabe duda de que los refinamientos técnicos (en particular el empleo constante de la asociación libre) con que el análisis pone en práctica su posición básica de observación son de enorme importancia. Y tampoco cabe duda con respecto al ingenio y la utilidad de los diversos marcos teóricos (por ejemplo, los modelos topográfico y estructural de la mente), con cuya ayuda los analistas han ordenado los datos que reunían por medio de la empatía. Con todo, Y a pesa( de su valor, tales recursos proporcionados por la teoría y la técnica psicoanáliticas no son irremplazables; como dije ya con respecto a la asociación libre y al análisis de las resistencias, son instrumentos perfectibles, "instrumentos auxiliares, utilizados al servicio del método de observación introspectivo y empático" (Kohut, 1959, pág. 464). P~r eso considero que es aquí, en el hecho de que su tema es ese aspecto del mundo definido por la posición introspectiva del observador, donde radica la esencia del psicoanálisis y, de hecho, donde radicaba la esencia de la psicología profunda en el momento en que nació.
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Pero debemos detenernos ahora a considerar las objeciones que se podrían hacer a esta definición de la esencia del psicoanálisis. Hay quienes podrían utilizar la resonancia popular evocada por el uso no científico del término empatía, a saber, significados tan vagamente afines como bondad, compasión, por un lado, e intuición, sexto sentido e inspiración, por el otro. Y hay también quienes podrían aducir de que mi definición no logra limitar el campo mediante la inclusión de algunos principios teóricos específicos, esto es, que ni siquiera se refiere al famoso axioma freudiano (1914 a, pág. 16) de que lo que define el enfoque psicoanalítico es el reconocimiento de los mecanismos de transferencia y resistencia. Puedo comprender muy bien tales objeciones. En particular, y para referirme a las dudas despertadas por el acento que pongo en la empatía, sé que algunos de mis colegas dirán que al atribuir una posición de importancia básica a la empatía, sólo trato de provocar lo que otros han tratado de lograr antes que yo: el reemplazo de la aceptación clara de los hechos fríos de la realidad por una huida regresiva y sentimental hacia las ilusiones. Y, sin duda, otros críticos dirán que mi afirmación de que una posición empática es un ingrediente necesario y distintivo de la actitud del analista -como terapeuta y como investigador- no es más que el primer paso en una dirección que terminará por ser fatal, un primer paso astutamente disfrazado hacia formas no científicas de psicoterapia que obtienen la curación a través del amor y de la sugestión, y que constituye un reemplazo de modos científicos de pensamiento por un enfoque casi religioso p místico, impostores contra los que el análisis ha debido luchar y con respecto a los cuales ha debido definir sus fronteras con cuidado desde que nació. Incluso los argumentos más convincentes en favor de la respetable posición que la empatía ocupa en la teoría psicoanál itica -esto es, que la empatía no es sólo un intrumento irreemplazable en la psicología profunda, sino que también define el campo de esta última- no puede desde luego, invalidar los temores que atribuyo a mi cri'tico imaginario: de hecho, el análisis está expuesto a los peligros de la ofuscación sentimentalista en el campo científico y la introducción encubierta de la curación mediante la sugestión en el campo el ínico. Así, debemos estar en guardia con respecto a la posibilidad de que nuestros criterios se utilicen como racionalizaciones para justificar actividades terapéuticas no científicas. Sin embargo, tales abusos no deben contrarrestarse repudiando la empatía y la introspección -lo cual terminar( a por abolir la psicolog(a profunda- sino por medio de la claridad conceptual con respecto a su definición en el campo teórico (véase Kohut, 1971, págs. 301-305) e insistiendo en el cumplimiento riguroso de las normas científicas en su empleo dentro de la investigación y la terapia. - Como ya dije, mi definición también será criticada aduciendo que carece de toda referencia específica a las teorías establecidas del análisis, en particular al marco teórico creado por Freud. Sin embargo, una ciencia y, sobre todo, una ciencia básica como el psicoanálisis, no puede
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definirse según los instrumentos que utiliza: ni por los metodológicos, esto es, los instrumentos que emplean en sus investigaciones ni, cosa que quisiera destacar en particular, por los conceptuales, esto es, sus teorías. Sólo puede definirse por su enfoque total, el cual determina el aspecto de la realidad al que nos referimos entonces como tema de la ciencia. Pero ¿acaso la empatía no es un instrumento, un medio específico de observación, y acaso el acento que pongo en ella, por lo tanto, no hace que mi propia definición resulte tan arbitraria como si hubiera afirmado que el análisis se define mediante el uso de un diván en la situación terapéutica y el empleo del concepto de la represión en el plano teórico? Mi respuesta a ambas preguntas es negativa. La empatía no es un instrumento en el sentido en que lo son la posición reclinada del paciente, el uso de las asociaciones libres, el empleo del modelo estructural o los conceptos de impulso y defensa. Sin duda, la empatía define el campo de nuestras observaciones. No es sólo una modalidad útil que nos permite tener acceso a la vida interior de un hombre -la idea misma de una vida interior y, por ende, de una psicología de estados mentales complejos, resulta impensable sin nuestra capacidad para conocer por medio de la introspección vicaria- esto es, mi definición de empatía (véase Kohut, 1959, págs. 459-465) : cómo es la vida interior del hom14 bre, lo que nosotros mismos y los demás pensamos y sentimos. Al definir el psicoanálisis como una psicología de los estados mentales complejos que, con la ayuda de la inmersión empático-introspectiva perseverante del observador en la vida interior del hom~re, reúne sus datos para poder explicarlos, creo que hemos llegado tan lejos como debemos en lo que se refiere a romper las cadenas de una defirllición demasiado limitada del análisis que nos impediría, a nosotros y a las futuras generaciones de analistas, adaptar nuestras teorías y explicaciones a los nuevos datos que seguiremos reuniendo. Sobre la base de mi definición amplia y, sin embargo, claramente delimitadora, estoy ahora en condiciones de resolver un problema que
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Mi criterio concuerda con las siguientes afirmaciones de Freud y de Ferenczi. A pesar de que no son más que obiter dicta, encierran gran importancia y merecen cuidadosa atención. "Un camino lleva de la identificación a la empatía por medio de la imitación es decir, a la comprensión del mecanismo a través del cual podemos adoptar c~al quier actitud hacia otra vida mental" (Freud, 1921, pág. 110, n.2; las bastardillas son mías)_ "(Freud) descubrió que es tan posible obtener nuevos conocimientos mediante el ordenamiento científico de los datos de la introspección como a través del empleo de los datos de la percepción externa obtenidos con la ayuda de la observación y el experimento". Y, más adelante, "Gracias al psicoanálisis ahora podemos adoptar un enfoque sistemático frente a un nuevo grupo de datos, un grupo de datos que hasta ahora las ciencias naturales no tuvieron en cuenta. El psicoanálisis demuestra la actividad de fuerzas internas que sólo pueden percibirse por medio de la introspección" (Ferenczi, 1927; la traducción es mía).
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me desconcertó durante mucho tiempo. En el pasado me pregunté a menudo por qué me era posible considerar como analistas a miembros de ciertos grupos con cuyos principios teóricos estaba en total desacuerdo, al tiempo que no podía aceptar como analistas a los miembros de otros grupos a pesar de que, en 1 íneas generales, compartía muchos de sus criterios teóricos. Nunca cuestioné, por ejemplo, que los partidarios de Melanie Klein fueran analistas aunque, en mi opinión, se basaban en premisas erróneas en sus formulaciones teóricas y aunque no estaba de acuerdo con ciertos aspectos de su práctica psicoanál itica que constituían el resultado de sus errores teóricos. Por otro lado, no podía, por ejemplo, aceptar como analistas a quienes aceptaban las sugerencias de Franz Alexander (Alexander y otros, 1946) de que los análisis prolongados tradicionales eran fenómenos de resistencia, es decir, que enfrentaban las maniobras evasivas del paciente o, por lo menos, la regresión no productiva de éste, y que debían ser reemplazados por formas de tratamiento breves y activamente guiadas y, repito, no podía aceptarlos como analistas aunque respetaban estrictamente las formulaciones básicas del análisis el ínico, es decir, la primacía del complejo de Edipo y el ordenamiento de los datos de acuerdo con el modelo estructural de la mente. Ahora me resulta claro que estas diferenciaciones (antes no claramente formuladas) no se basaban en el criterio de que una actividad científica o terapéutica se define como analítica si se establece que el observador ha adoptado determinada filosofía (como el punto de vista psicobiológico) o que se basa en ciertos principios ordenadores (como los puntos de vista genético, dinámico, económico o estructural) o postula determinadas teorías (como las teorías de la transferencia y la resistencia, según las especificó Freud), sino que se fundaban en el criterio de que esa actividad se define como analítica si involucra una inmersión perseverante en una serie de datos psicológicos, mediante el instrumento de la empatía y la introspección, a los fines de la explicación científica del campo observado. Si bien, por ejemplo, no abrigo la menor duda acerca de que existen actividades cruciales en el paciente (observables en la situación analítica) que se pueden explicar como amalgamas de deseos reprimidos originados en la infancia con deseos dirigidos al analista y, de modo similar, que hay actividades de importancia crucial en el paciente que se explican como fuerzas endopsíquicas inhibidoras de los impulsos volcadas contra el analista cuando sus interpretaciones comienzan a amenazar el equilibrio neurótico de fuerzas, y si bien, además, me resulta imposible imaginar que el análisis pudiera en este momento prescindir de los dos conceptos -transferencia y resistenciaque son el destilado alejado de la experiencia de esas dos actividades, aun así seguiré insistiendo en que futuras generaciones de analistas podrían descubrir ár,eas psicológicas que requieran un enfoque conceptual nuevo -áreas donde incluso en el dominio terapéutico estos dos conceptos que ahora tienen aplicación universal se hubieran vuelto irrelevantes.-. La física moderna -la de Einstein y, en particular, la de Planck y la de Bohr- sigue siendo fi'sica, aun cuando estos investigadores se ocuparon 210
de aspectos hasta entonces inexplorados de la realidad física y tuvieron que construir formulaciones que difieren de las de la física clásica de Newton. ¿Acaso la actitud de los analistas con respecto a su ciencia debe ser distinta de la de los físicos con respecto a la propia? Con estas consideraciones sobre la definición de la psicología profunda -definición que considera al psicoanálisis como una ciencia tan básica como la física, la méltomática o la biológica-- he vuelto, siguiendo una nueva direcció11, a l;J rnisma conclusión que propuse en 1959. Aunque mis ideas acerca dl! muchos campos de la teoría y la práctica psicoanalíticas han cambiado desde que formulé por primera vez mis ideas sobre la significación básica de nuestra posición de observación empático-introspectiva, mi opinión acerca de este tema fundamental no se ha modificado. Es cierto que la aceptación de mis ideas sobre la esencia del psicoanálisis no presta apoyo a la afirmación de que esta o aquella nueva hipótesis explicativa expeclfica es correcta, de que constituye una ampliación relevante de la teoría psicoanalítica o de que contribuye con un recurso nuevo y eficaz a la práctica psicoanalítica, aun cuando la nueva hipótesis derive de datos empíricos obtenidos por el investigador por medio de una inmersión empática prolongada en la vida interior de su paciente. Pero su aceptación eliminaría el rechazo ex cathedra de hallazgos e ideas que están en desacuerdo con la doctrina establecida, permitiendo así que el psicoanálisis dejara de lado modos habituales de ordenar los datos empáticamente percibidos y, si bien en forma temporaria pero durante P,er(odos bastante prolongados, adoptara la actitud a la que se refiere Coleridge ( 1817) como la "suspensión voluntaria del descreimiento", se entregara a la tarea de reconocer las nuevas configuraciones y procesos descriptos. Y la definición amplia del psicoanálisis permitirá en última instancia, si se establece el carácter genuino de los nuevos h¡¡ llazgos y la relevancia de las nuevas formulaciones, incluir los nuevos
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En este contexto, permítaseme referirme en particular a un rasgo de este libr.o que podría parecer un serio defecto. Mis investigaciones contienen cientos de páginas sobre la psicología del sí-mismo, a pesar de lo cual jamás asignan significado inflexible al término sí-mismo, jamás explican cómo debe definirse su esencia. Pero admito este hecho sin contrición ni vergüenza. El si-mismo, sea que se lo conciba dentro del marco de la psicología del sí-mismo en el sentido estrecho, como una estructura específica en el aparato mental o, dentro del marco de la psicología del sí-mismo en el sentido amplio del término, como el centro del universo psicológico del individuo es, como toda realidad-realidad psíquica (los datos sobre el mundo que percibimos a través de nuestros sentidos) o realidad psicológica (los datos sobre el mundo percibido mediante la introspección y la empatía)- incognoscible en su esencia. No podemos, mediante la introspección y la empatía, penetrar en el s(mismo per se; solo son accesibles sus manifestaciones psicológicas introspectiva o empáticamente percibidas. La exigencia de una definición exacta de la naturaleza del sí-mismo no tiene en cuenta el hecho de que "el s(-mismo" no es un concepto de una ciencia abstracta, sino una !Jeneralización derivada de datos emplricos. Por lo tanto la exigencia con respecto a una diferenciación entre "sí-mismo" y "autorrepresentación" (o, de modo similar, entre el "s(-mismo" y un "sentido dei sí-mismo") se basa en un malentendido. Podemos reunir datos sobre la forma en que se establece gradualmente una serie de experiencias internas introspectiva o empáticamente percibidas a las que más tarde llamamos "yo" y podemos observar ciertas vicisitudes características de esa experiencia. Podemos describir las. diversas formas cohesivas en que aparece el símismo, demostrar los diversos elementos constitutivos que configuran el s(-mismo -sus dos polos (ambiciones e ideales) y el campo de los talentos y las aptitudes interpuesto entre ambos- y explicar su génesis y funciones. Por último, podemos distinguir diversos tipos de si-mismos y explicar sus rasgos distintivos sobre la base del predominio de uno u otro de. sus elementos constitutivos. Podemos hacer todo eso, pero aun as( seguimos sin conocer la esencia del sí-mismo como algo distinto de sus manifestaciones. Creo que estas palabra~ constituyen un final adecuado para mis esfuerzos en defensa de la nueva psicologla del sí-mismo, por que expresan mi creencia de que el verdadero cientlfico -el cient(fico capaz de jugar, como ya señalé- puede tolerar las deficiencias de sus logros, esto es, el carácter tentativo de sus formulaciones y la naturaleza incompleta de sus conceptos. De hecho, los atesora como el acicate para nuevos esfuerzos placenteros. Creo que el significado más profundo de la ciencia se revela cuando se la ve como un aspe9to de la vida transitoria pero duradera. El sentido de continuidad a pesar del cambio -incluso a pesar de cambios profundamente significativos- sostiene al científico en su constante retorno de la teoría a la observación, en su permanente intento de idear nuevos modelos más profundos o ampliamente explicativos, de construir nuevas teorías de alcance explicativo mayor
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0 más profundo. Una actitud ~e vener~ción c~n. ;especto a los_si~t:mas explicativos establecidos -hacia la pulida prec1s1on de sus d~;in1c1on_es y la impecable congruencia de sus teorlas- cumple una func1on restric:ta en la historia de la ciencia, como sucede sin duda con los compromisos análogos del hombre en toda la historia humana. Lo~ !deale~ s_on guías, no dioses. Si se convierten en dioses, ahogan la ~r.eat1v1dad lud1ca del hombre e impiden las actividades del sector del esp1ntu humano que apunta de manera m8s significativa haciil c~I lu1uro. . Desde luego, abrigo la esperanza de q11u !lluchos resultados de, la investigación de la psicología del sí-mismo presentados aqu 1 po?ran d~ mostrar su validez. Con todo, mi deseo más profundo es que m1 trabajo -ampliado o enmendado, aceptado o incluso rechazado- contribuya a impulsar a la nueva generación de psicoanalistas a proseguir por el camino abierto por los pioneros de ayer, un camino que nos hará avanzar por el inmenso territorio de ese aspecto de la ~ealidad ~ue puede_ in~e~ tigarse a través de la introspección y la empat1a sometidas a la d1sc1pl1na específica.
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Biblioteca de PSICOLOGÍA PROFUNDA (continuación) 161. E. Laborde-Nottale - La videncia y el inconsciente 162. A. Green - El complejo de castración 163. McDougall, J. - Alegato por una cierta anormalidad 164. M. Rodulfo - El niño del dibujo 165. T. Brazelton y otro - La relación más temprana 166. R. Rodulfo - Estudios clínicos 167. Aulagnier, P. - Los destinos del placer 168. Hornstein, L. - Práctica psicoanalüica e historia 169. Gutton, P. - Lo puberal 170. Schoffer, D. y Wechsler, E. - La metáfora milenaria 171. C. Sinay Millonschik - El psicoanálisis, esa conjetura 172. C.G. Jung - Psicología y educación 173. D.W. Winnicott - El hogar, nuestro punto de partida 174. D.W. Winnicott - Los procesos de maduración y el ambiente facilitador 176. R. Anderson (comp.) - Conferencias clínicas sobre Klein y Bion 177. P.-L. Assoun - Introducción a la metapsicología freudiana 178. O. Fernández Mouján - La creación como cura 179. O.F. Kernberg - La agresión en las perversiones y en los desórdenes de la personalidad 180. C. Bollas - Ser un personaje 181. M. Hekier y C. Miller - Anorexiabulimia: deseo de nada 182. L.J. Kaplan - Perversiones femeninas 183. E.C. Merea - La extensión del psico(lnálisis
184. S. Bleichmar (comp.) - Temporalidad, determinación, azar 185. J.E. Milmaniene - El goce y la ley 186. R. Rodulfo (comp.) - Trastornos narcisistas no psicóticos 187. E. Grassano y otros - El escenario del sueño 188. F. Nakhla y G. Jackson - Juntando los pedazas 189. A.-M. Merle-Béral - El cuerpo de la cura 190. O. Kernberg - Relaciones amorosas 191. F. Ulloa - Novela clínica psicoanalítica 192. M. Burin y E. Dio Bleichmar (comps.) Género, psicoanálisis, subjetividad 193. H. Fiorini - El psiquismo creador 194. J. Benjamín - Los lazas de amor 195. D. Maldavsky - Linajes abúlicos 196. G. Baravalle - Manías, dudas y rituales 197. J.D. Nasio - Cómo trabaja un psicoanalista 198. R. Zukerfeld -Acto bulímico, cuerpo y tercera tópica 199. V. Korman - El oficio de analista 200. J.-D. Nasio - Los gritos del cuerpo 201. J.E. Milmaniene - El holocausto 202. J. Puget (comp.) - La pareja. Encuentros, desencuentros, reencuentros 203. L. Kancyper - La confrontación generacional 204. E. Galende - De un horizante incierto. Psicoanálisis y salud mental 205. A. Bauleo - Psicoanálisis y grupalidad 206.1. Berenstein y J. Puget - Estar con uno y estar con otro. Psicoanálisis de lo vincular
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Esta obra se terminó de imprimir en el mes de enero de 1999 en los talleres de Programas Educativos S. A. de C. V. Calz. Chabacano No. 65 Local A Col. Asturias, C. P. 06850 México, D. F. EMPRESA CERTIFICADA POR.EL INSTITUTO MEXICANO DE NORMALIZACIÓN Y CERTIFICACIÓN A. C. BAJO LA NORMA IS0-9002: 1994/NMX-CC-04: 1995 CON EL NÚM. DE REGISTRO RSC-048