Julieta te amo JULIETA TE AMO Teníamos 16 años, yo era "la nueva" en esa escuela. Después de vivir en Montevideo, lugar donde nací, con mis padres nos mudamos a Buenos Aires. Con 15 años, esa mudanza para mi era un verdadero fastidio, pero lo que allí pasó hizo que mi experie ncia en Argentina me marcara para toda la vida. El primer día de clases tuve que soportar la detestable presentación de rigor. La rec tora me acompañó al que sería mi salón de clases de ahora en más, y frente a todo el grupo me presentó obligándolos a saludarme al unísono. La escena me pareció patética, un corito repetía mi nombre con desgano y sonreían con la malicia típica de la crueldad adolescente. A medida que pasaban los días fui haciendo un sondeo de mis compañeros. Mi tendencia siempre fue conservar un perfil bajo, y si se quiere, pertenecía a la clase de gente que se la suele catalogar de ners. Por otra parte, percatarme que mi sexualidad estaba definiéndose ya por el lesbianismo, me consideraba a mí misma como una persona condenada a la m arginalidad y carente de popularidad. Padecía por aquel entonces un enfado con la vida que me mantenía siempre ajena a la diversión que parecía ser un derecho de los otros. Identifiqué rápidamente el grupo más popular y entre ellos a los líderes, personajes al que el resto admira y festeja cualquier ocurrencia. Obviamente el privilegio de la belleza física los predisponía para tal liderazgo. Rodrigo era el Adonis, el chico simpático y por el cual todas las chicas morían. La mayoría de las chicas, o ya habían salido con él o se morían por ser elegidas. Julieta, por su parte era la chica destacada. Bonita, simpática, ocurrente, tenía un cuerpo menudo, delgada, solía moverse y gesticular de una manera que hacia que uno le prestara atención de inmediato. En pocas palabras, Julieta tenía un carisma sorprendente. La presencia de ella desde un primer momento me trastornó. Si bien era natural que su brillo me seduzca, yo sabía perfectamente que lo que e lla despertaba en mí no era la clásica admiración de querer ser como ella, sino el deseo de querer tenerla. Día a día gastaba mis horas observándola. Me angustiaba verla coquetear con uno y otro, y me provocaban unos celos increíbles que alguien la abrazara o acariciara. Jamás habíamos cruzado palabra alguna y aunque pasaba horas intentando idear alguna estrategia que me diera la posibilidad de atraer su atención, reconocía en el fondo de mi corazón que nunca sería capaz de acercarme y que era un absurdo creer que alguna vez podría ser correspondida. Por momentos me torturaba con la idea del horror que le provocaría saber de mi deseo. Así pasaba mis días oscilando entre este amor que me iba creciendo y el desasosiego que me provocaba el reconocerme como lesbiana victima de las burlas de todos. Solía escribir su nombre en cuanto papel tenía fre nte a mí, como si de alguna manera con esa acción tuviera algo de ella conmigo. Había hecho amistad con el grupo de los impopulares y cuando el tema de quien le gustaba a quien aparecía, yo recurría a esconder mis deseos
declarando que me moría por Rodrigo, lo cual me sometía a escuchar largos sermones que estaban lejos de importarme, como por ejemplo, "Ese idiota?, por dios no entiendo como podes estar enamorada de él, lo que vos tenes que hacer es bla, bla, bla". Los pupitres de clase estaban ubicados de a pares y mi ubicación en el salón era intermedia, paralela a la fila en donde se sentaba Julieta con una pequeña diferencia en la distancia que hacia que con solo girar mi cabeza un poco hacia la izquierda pudiera tener una visión de su figura. Por momentos me abstraía de tal manera que permaneciendo acodada sobre el pupitre, mis ojos se perdían observándola. Mi compañera solía llamarme la atención respecto a mis vuelos pero no se percataba que mi miraba se perdía en la chica de mis sueños. Sucedió en una oportunidad que los ojos de Julieta se cruzaron con los míos. Me sentí completamente vulnerable, inmediatamente baje la vista y sentía que la sangre fluía por mi cuerpo a una ve locidad increíble. Se apoderó de mí el terror a ser descubierta e intenté buscar alguna explicación factible para justificarme si llegado el caso hubiera de preguntarme por qué la miraba. Por suerte eso no ocurrió, pero el resto del día me fue imposible volver a mirarla, y adopté una actitud to talmente opuesta a la que venía trayendo, comportándome como si ella no existiera. La misma situación volvió repetirse un par de veces y considerando que en ningún momento ella iba a increparme, continué mirándola confiada pero bajando la vista al instante en que ella me miraba. Dueña de cierta confianza, ocurrió que junté valor e intenté sostener mi mirada cuando ella se giró para observarme. No conseguí aguantar más que unos segundos pero el raudal de sentimientos que me atravesó fue inmenso. Sentí que sonrojaba aunque sólo fue una se nsación mía, que el cuerpo me temblaba, las piernas se me aflojaban y que había sido una estupidez haberlo hecho. Pasé el resto del día intentando descifrar qué decían sus ojos. Algo era seguro, no había amenaza en esa mirada, ofrecía confianza aunque mi actitud derrotista hacía suponer que tal vez en algún momento ella vendría a pedirme alguna explicación y a echar por t ierra cualquier expectativa. Por aquel entonces teníamos una asignatura que se llamaba Instrucción Cívica. El profesor era el típico que brindaba una confianza de las que pocos profesores conseguían. Un día propuso como ejercicio fomentar nuestra capacidad de interactuar. Para comenzar, la consigna fue cambiar nuestra distribución habitual de manera que los grupos se entremezclaran. En principio nos invitó a que cada uno eligiera su futuro compañero de banco y llegado el caso, de ser necesario sería él mismo quien asignaría la nueva distribución. Tras un breve murmullo y risitas burlonas, Julieta se paró tomando sus cosas y anunció, "Pues bien! Rompo el hielo chicos,… yo me voy a sentar con Mariana". Como buen líder, el resto del grupo comenzó a imitarla, mientras que a mí no me cabía el corazón en el pecho a la par que parecía no poder controlar mi nerviosismo. Roxana mi antigua compañera abandonó su lugar con desgano y me sonrió deseándome suerte. Vaya que la necesitaba! Tenía ahora que lidiar ahora con mi te ntación, cuidarme más y esconder cualquier evidencia de mi amor. Al principio me sentía completamente turbada, sentir su cuerpo t an cerca, escuchar sus palabras dirigiéndose a mí, tener que responder sus preguntas sin que se notara mi inquietud, evitar que
notara que mis manos no paraban de temblar, hicieron que los primeros días, lo que me pareció una bendición, se convirtiera en un suplicio. Pasado un tiempo me fui relajando y pude empezar a disfrutar de su compañía. Día tras día mi amor por e lla iba creciendo cada vez más. Me derretía cada vez que sonría por algún comentario que yo hacia, me fascinaba su seguridad, su capacidad de hacer sentir bien a cualquiera, la ausencia de malicia en su actuar, todo lo que ella hiciera, era para mi perfecto y digno de admiración. Me sentía orgullosa de estar enamorada de una persona como ella aunque supiera que nunca podría tenerla. De a poco nos fuimos convirtiendo en amigas y aunque el resto de las chicas con las que ella tenía más afinidad nunca me consideraron como parte del grupo, Julieta dejó en claro que no iba a elegir entre unas y otra, sino que simplemente podía ser parte de ambos grupos. Me había confesado que aunque adoraba a su grupo de siempre, en mí había encontrado una amiga de verdad con la que realmente se podía hablar cosas serias y no las frivolidades de costumbre. Eso me hacía sentir la persona más privilegiada del mundo, me creía afortunada y satisfecha de mi logro. Adoraba a esa mujer y muchas vece s estuve tentada por preguntarle por aquellos cruce s de mirada pero supuse que sería estropear todo y que era mejor guardar silencio sobre eso. Nunca imaginé que mi intuición era errada y que e n definitiva eran mis miedos y mis prejuicios los que no me dejaban en paz. Un sábado por la tarde estábamos en mi c uarto escuchando música, aprovechando a fumar ya que mis padres no estaban en casa. Ella estaba rec ostada en mi cama leyendo una revista mientras yo terminaba una monografía en mi PC. Adoraba que estuviera en mi cama, pues cuando ella se iba yo deslizaba mi mano por la huella que dejaba en el colchón y me dedicaba a oler su perfume en mi almohada. Un ritual secreto que me permitía apaciguar un poco mi deseo. Me levanté para ir al baño y cuando regresé noté que ella ocultaba algo debajo de las sábanas. Supe que la había descubierto haciendo algo indiscreto pero no sabía qué. Le pre gunté que hacía y ella respondió con evasivas y sin saber que decir. Al cabo término por confesarse, "encontré algo", y sacando un libro de entre las sábanas me ex tendió un pequeño trozo de papel oculto en él, escr ito con mi letra. JULIETA TE AMO, se repetía en imprenta mayúscula y en varios colores y formatos. Sentí que todo se derrumbaba, que no tenía manera de explicar nada y que tenía todo el derecho de enojarse conmigo por mi falta de sinceridad. Sentada al borde de mi cama sus ojos me miraban fijo y yo no sabía qué era lo mejor. Quería que nada de eso e stuviera sucediendo y me reprochaba mentalmente el estúpido descuido. Se incorporó y una vez frente a mí, me abrazó con una ternura increíble. Yo no pude más que llorar y lo único que logre decir fue "perdoname…". Sentía que sus brazos me reconfortaban, jamás había tenido su cuerpo t an cerca y aunque no lo estaba disfrutando como tantas veces había soñado, me sentía segura con ella. Su cuerpo era cálido, apoyé mi cabeza en su hombro y sentía su manos acariciar mi cabellos y mi espalda. Sin decir palabras busco mi rostro y mirándome a los ojos fue secando mis lagrimas con pequeños besos. Me estaba sumergiendo en un sueño imposible. Podía sentir sus labios recorrer mi rostro, su boca me quemaba, mis manos apenas podían mantenerse en su cintura, e staba atónita, sentía que si continuaba me iba a caer redonda al piso. Sus be sos se acercaban cada vez a mis labios, podía sentir su respiración en mi piel. "No sigas por favor", alcance a decir apenas susurrando, y como si
esas palabras la hubieran enardecido, su boca encontró mis labios y comenzamos a besarnos con una pasión incontrolable. Sentí su lengua abrirse paso y recorrer cada centímetro. La sentía enredarse a la mía, recorr er mis dientes, explorar hasta el fondo como si quisiera devorarme entera. Nuestros cuerpos se unieron de inmediato y mientras sus manos sostenían mi rostro, las mías abrazaban su cintura y su espalda para poder sentir la tibieza de sus pechos pequeños sobre los míos. Atraje su cadera contra la mía y comenzamos un pequeño balanceo que aumentaba la excitación que nuestros besos nos estaban provocando. El cuarto se inundo del sonido de nuestra respiración agitada y de nuestros besos. Yo no podía creer que era su boca la que estaba besando, que era su saliva la que estaba en la mía y que su cuerpo se aferraba al mío con semejante ardor. El motor del auto de mis padres hizo que nos soltáramos de inmediato y que pretendiéramos estar ocupadas escuchando música. Me acomodé el cabello y pasé la mano por mi boca como para secarme su saliva. Cuando mi madre vino a saludarnos nada había pasado entre nosotras y las cosas parecían continuar como antes. Apenas volvimos a estar a solas Julieta salto de la cama y sin darme tiempo a reaccionar me estampó un beso en los labios, me dijo "yo t ambién te amo mi vida" y con una sonrisa endemoniadamente hermosa me dijo "bye amor" y salió de mi cuarto como disparada. Me desplomé sobre mi cama y sin poder dar cr édito a lo que había pasado me quede desbordada de felicidad pensando en ella. A los diez minutos me llamó por teléfono y m e pregunto, "¿cómo estas?", se la escuchaba feliz, le conteste "creo que estoy volando, parece que tuve un sueño hermoso", "yo también soñé lo mismo" me contestó y continuó, "tengo una idea… vamos a bailar esta noche, si te parece yo aviso a mis padres que salgo contigo y que m e quedo a dormir en tu casa, vale?" No tuve que pensarlo demasiado, la sola idea de que durmiéramos juntas me ponía de cabeza y le respondí segura que me parecía genial. Cerca de las 10 de la noche llegó con una pequeña mochila con sus cosas y nos encerramos en mi cuarto. Mi madre nos ace rcó unos sándwiches que apenas comimos pues no paramos de reírnos entre besos a escondidas y caricias apuradas siempre con el temor de ser descubiertas. Al momento de cambiarnos para salir, nos invadió cierto pudor o quizá e l temor de no poder controlarnos, el caso es que resolvimos que ella lo hiciera en mi cuarto mie ntras que yo utilizaría el baño. Esa noche la veía mas hermosa que nunca, salimos de casa con más ansiedad de volver que de permanecer en la fiesta. Pasamos la noche c asi sin prestarnos mayor atención la una a la otra pretendiendo ocultar lo que estábamos viviendo. Un par de veces coincidimos en los baños y cargadas de excitación por lo que e stábamos haciendo nos enredamos ocultas en ardientes besos y caricias que hicieron humedecer nuestras bragas. Una vez en casa y en mi cuarto, ella sujeto mi mano que estaba a punto de encender la luz y me atrajo hacia ella. Me beso con una ternura infinita y yo sentía mi cuerpo desvanecerse en sus brazos. Nos recostamos en la cama y abrazadas comenzó a decir: ¿Por qué no me lo dijiste antes?
Tenía mucho miedo, le respondí Yo también, -agregó- cuando me empezaste a mirar me asusté un poco… No era mi intención… Lo sé, lo que quiero decir es que me asusté cuando me di cuenta que me gustaba que lo hicieras…después me relajé y me dije que va!! …si soy lesbiana, ¿Qué? Yo creo que si nos descubren mis viejos me matan –agreguéSe incorporó y subiéndose encima de mi cuerpo, me miró fijo a los ojos y me dijo "Te amo". Nos empezamos a besar lentamente como aprendiendo cada una de la otra. Sus manos se iban deslizando por mi cuerpo haciendo que me estremeciera co n su recorrido. Extendí mis brazos hasta que mis manos alcanzaron sus glúteos firmes, pequeños, deliciosos y comencé a acariciarlos con una ternura infinita. Fui subiendo por entre sus ropas y sentí la piel de su espalda entre mis dedos, su cuerpo me encendía, elevaba mi temperatura de manera incontrolable. Me ayudó a incorporarme y desnudamos nuestros torsos. Nuestros pechos de adolescentes se reconocieron entre sí, nos movíamos de modo que nuestros senos se acariciaran entre ellos. No dejábamos de besarnos, sentía la electricidad que sus dedos en mi espalda iban generando. El sexo era para mí una novedad, era la primera vez que estaba con alguien en la cama, y er a la primera vez que alguien me tocaba de esa manera. Tenía mie do porque suponía que Julieta iba a descubrir mi inexperiencia y que quizás no pudiera darle todo el placer que pretendía. Empezó a desabotonar mis jeans y la ansiedad por compartir nuestros c uerpos completamente desnudos me invadió. Terminamos quitándonos la ropa con desesperación, nuestros cuerpos se enredaron de inme diato como si no pudiéramos esperar más por sentirnos. No lo podía cree r, estaba gozando de su piel, su sudor, su sexo apoyándose en mi piel y lo único que deseaba era devorarme su vagina. Nos retorcíamos entre caricias, estábamos terriblemente excitadas y ahogando nuestros gemidos de placer temiendo que mis padres nos escucharan. Sentí su mano descender por mi vientre, un cosquilleo irresistible me inundó la vagina, sólo quería que continuara su descenso. Mi mano busco también su sexo. Llegué a su vulva y la sentí empapada. Ella también exploraba mi coño húmedo. –Soy virgen, me advirtió. No alcancé a dar cuenta de mi sorpresa pues me alivio y me permitió aclararle que yo también lo era. Como en un acuerdo tácito ninguna de las dos intentó penetrar a la otra más allá de pequeños ensayos limitados por cualquier señal de dolor que nos diéramos. Nos dedicamos a descubrir nuestros clítoris y comenzamos un manoseo constante que nos hacía subir al séptimo cielo. Su pequeño botón parecía haber cobrado dimensiones extraordinarias gracias a mis masajes y su respiración acelerada daba cuenta del placer que mi fricción le estaba provocando. Yo sentía su dedo sobre mi clítoris y la electricidad que su estimulación generaba me hacia contraer y dilatar mi vagina sintiendo que estaba a su merced, que era su mujer, que la conciencia de saber que éramos dos mujeres en la cama y que era la mano de Julieta la que m e estaba haciendo llegar al orgasmo, sobredimensionaba mi placer. Nuestros orgasmos llegaron casi a la par y acallamos nuestros gemidos de placer con un beso apasionado. Nuestras piernas se entrecruzaron y apoyando con
fuerza las vaginas en los muslos respectivos de la otra, nos agitamos enloquecidamente hasta que estallamos en pequeños orgasmos adicionales. Nuestros cuerpos se fueron relajando y pretendiendo recuperar el ritmo de nuestra respiración, nos fuimos dando pequeños besos mientras repetíamos, "te amo, te amo, te amo…" No quería dejar de decírselo y tampoco quería dejar de escucharla. Era un sueño m aravilloso escuchar su vos repitiendo que me amaba. Nos mantuvimos abrazadas y aunque felices de nuestros orgasmos no podíamos dejar de mover nuestras caderas, continuábamos calientes, excitadas. Parece que no podemos parar, me dijo con esa sonrisa tan bonita Siempre tuve una fantasía con vos –agregué¿Una sola? –me dijo- Yo tuve millones, una ya la c umplí recién Yo también – le contesté- pero me queda una que si no la cumplo esta noche me muero A no, no, no – contesto- ante todo está tu vida, vamos a cumplirla cuál es?, decime Quiero hacer un 69 con vos, comerte el coño, y que me comas vos a mi –dije mientras nuestra agitación aumentaba con mis palabras De inmediato apoyó sus rodillas a los lados de mi cara y su vulva quedo expuesta a mis ojos. Podía sentir el olor de su coño excitado y no resistí demasiado, me arroje con mi boca sobre él y comencé a chuparlo, lamerlo, besarlo…su cuerpo daba pequeños saltos como respuesta a mi estimulación. De pronto sentí su lengua abrirse paso por entre mis labios vaginales y era como una serpiente que me recorría, lo hacia maravillosamente bien. Era el sumo del placer, no podía dejar de sentir el placer de su boca en mi coño pero tampoco podía dejar de sentir un placer inmenso cuando le chupaba el suyo. La posición era perfecta y con mis 16 años creí que no habría nada superior a esto. La mujer que amaba me estaba devorando la vagina y yo la de ella, qué otra cosa podía superar semejante expresión de amor. No sé cuanto tiempo estuvimos entregadas a devorarnos, pero tras descubrir que nuestras lenguas tienen sobre el clítoris un efecto mil veces superior a un dedo, alcanzamos otro orgasmo que esta vez ocultamos cada una en la vagina de la otra. Julieta se extendió exhausta y yo me v olteé para recostarme a su lado. Nos besamos y disfrutamos del olor a sexo en nuestros r ostros. Ya amanecía y completamente abstraídas en nuestro paraíso nos dormimos desnuda y abrazadas. Por la mañana me desperté sobresaltada, no podía creer que nos quedáramos dormidas. Me asusté pues no sabía si en algún momento no nos había visto mi m adre. Apurada y nerviosa la desperté a Julieta para que nos vistiéramos y m e ayudara a armar la cama que se suponía debía haber ocupado. El golpe en la puerta y la voz de mi madre pidiéndome que me levantara me dijo que algo andaba mal. Ella jamás tenía la delicadeza de golpear, siempre le reprochaba esa falta de respeto por mi intimidad.
Le comenté a Julieta mi preocupación y ella intentó tranquilizarme diciéndome que no pasaba nada, que lo peor que podía pasar er a que nos ligáramos un sermón, que en última instancia qué importaba. Una vez vestida y antes de salir del cuarto me besó y dijo: -Todo va a estar bien amor, no importa lo que nos digan yo te amo ¿sabes? La miré y quise confiar en sus palabras, creí que lo único que importaba era el amor que nos teníamos que nada ni nadie iba a estropear e ste momento tan nuestro. Tras pasar por el baño para asearme un poco y sacarme el olor del sexo de Julieta, me presenté ante mi madre como si nada. Pero ella nos había visto y con el rostro de sencajado por la furia me dio vuelta la cara de un cachetazo y me pidió que sacara a "esa tortillera" de su casa. La expresión que usó para referirse a Julieta, la mujer de mi vida, mi amor, m i sol, mi todo, me desgarró el alma. "¡No tenes derecho!" le grite furiosa, completamente impotente fui a pedirle a Julieta que lo mejor era que se fuera, ella estaba muy afligida, no sabía que decirme, me pedía que me fuera con ella, que nos escapemos. Yo la tranquilice y le pedí que por favor se fuera, que todo iba a estar bien. Lo que siguió fue un completo desastre, mi padre intervino calmando la violencia de mi madre pero lejos de estar a mi favor, me obligo a un encierro despiadado y a los pocos días me encontré arriba de un avión que me transportaba directo a un Montevideo adónde terminaría mis estudios viviendo con mis tíos. La excusa fue que no me adaptaba a Buenos Aires. Desde aquel día no supe nada de Julieta. Le escribí millones de cartas que regresaron a mi domicilio a los pocos días. Pasé meses pensando en ella, en aquella noche maravillosa, en sus besos, nuestros cuerpos haciendo el amor. Me aferré a su recuerdo como a un clavo ardiendo. Creía verla en todas partes y el corazón me empezaba galopar y terminaba corr iendo detrás de una alucinación más. Con el tiempo su rostro parecía irse borrando de mi mente y me detestaba por ello. Quería conservarla y me juraba a m i misma que cuando cumpliera la mayoría de edad iría a buscarla y ella se vendría conmigo y haríamos el amor maravillosamente y nada en este mundo nos separaría jamás. Ya pasaron cinco años de aquello, me costó e ternos días de angustia reconocer que no la vería más, noches en vela dejando correr mis lágrimas, pero el tiempo va atenuando las pasiones y, aunque sin echarla jamos al olvido por completo, fui rehaciendo mi v ida. Conocí chicos con los cuales empezaba relaciones que servían de pantalla a mis ver daderos encuentros sexuales. Conocí muchas chicas, pero ninguna pudo hacerme olvidar a mi Julieta. Después de t antos años, decidí viajar a Buenos Aires. Intento aunque más no sea ve rla una vez más y si es el caso, darle un final feliz a nuestra historia. Me la debo y se lo debo. No puedo decir que encuentre a la misma Julieta que dejé, obviamente ella como yo, seguro ha cambiado. Me conforma la idea de pensar que la voy a encontrar y que compartiremos un café y podré decirle adiós como corr esponde. Y bien, aquí estoy en Corriente y Callao, pensando en vos mi amor. JULIETA TE AMO 2 (o Mariana te amo)
Me desplomé en el asiento del subte, por mi mente un torbellino de imágenes. El cuarto de Mariana, una discusión, su rostro marcado por el cachetazo de su madre, sus lágrimas, su voz pediéndome que me marchara y mis deseos de arrancarla de ese lugar y escapar, llevarla conmigo. Teníamos 16 años y yo me había enamorado por primera vez. Recuerdo cuando desde mi pupitre la descubrí observándome. Bajó la vista de inmediato, como si hubiera descubierto su secreto, perturbada, nerviosa. La "nueva", la "uruguaya" como solíamos llamarla, comenzaba a ser un misterio para mí. Me desconcertó aquella situación pero una fascinación, una energía indescriptible, había circulado apenas unos segundos entre las dos. Desde aquel día esperaba ansiosa que la escena se repitiera. Jamás una c hica me había provocado con su mirada un estremecimiento tan intenso. No sabía bien lo que me e staba sucediendo, pero tampoco quería pensarlo demasiado. Mi sexualidad parecía definida sin dem asiadas complicaciones, me gustaban los chico y disfrutaba de mis primeros intentos de seducción, pe ro una chica ahora detenía el tiempo con sólo mirarme. Cada día buscaba sus ojos, deseaba que me mirara, incapaz de saber que sucedería después, pero segura de querer que lo siguiera haciendo. Llegó el día en que el m undo dejó de girar, sus ojos se detuvieron en los míos y todo dejo de existir. Unos segundos eternos, mágicos, donde el salón de clases se desvaneció y el murmullo apenas audible de la profesora de biología desaparecía. Aturdida, estremecida, colmada por sus ojos, toque el cielo con las manos. Mariana me deseaba …y por dios!!, cuánto más la deseaba yo a ella. Lo poco que sabía, lo aprendido con los chicos, parecía no servir para acercarme. Con qué e xcusa hablarle si por desgracia ella mantenía una actitud tan distante co n nuestro grupo. Temía delatar mis sentimientos ante mis amigas, era tan grande lo que sentía que sospechaba que cualquier conducta mía, iba a dejar transparentar mi amor. El mundo se puso a mi favor el día que el profesor de instrucción cívica propuso un intercambio de compañeros de pupitres. Fue mi oportunidad, tenía que apresurarme, te nía que ser yo quien eligiera sentarme a su lado antes que otro lo hiciera o que fatalmente ella e ligiera a alguien más. Se suponía que era un ejercicio de integración o algo parecido, a mi poco me importaba. Lo único que deseaba era tener la posibilidad de pasar mis horas de clase a su lado. Con el tiempo me convertí en su amiga. Me fui enamorando cada vez más de ella. Me fascinaba su letra, su sonrisa, su voz, su manera de llevar el uniforme del colegio, sus libros, la música que escuchaba, todo. Ella era la diferencia, dueña de una inteligencia escandalosa, un humor ácido, sutil, un cuerpo pequeño, delicado. Solía detenerme a mirar sus labios cada vez que apasionada me hablaba de algo que le interesaba. Me mo ría por besarla, sentirla. Me preguntaba cómo se serían sus besos y no me cabía ninguna duda que esa boca podía elevarme al cielo. Cualquier motivo era bueno para llamarla, ir a su c asa o invitarla a la mía. Un sábado por la t arde estábamos en su cuarto fumando, escuchando unos discos. Ella terminaba un trabajo en su computadora mientras yo perdía el tiempo leyendo una revista tirada en su cama. Disfrutaba enormemente recostarme allí, yo a e sa altura adoraba cualquier cosa que ella tocara y ¿qué podía
ser mas maravilloso que ocupar un espacio que ella ocupaba todas las noches? Cuando ella fue al baño no pude evitar la tentación de buscar algo, no sé, cualquier cosa que me revelara que ella sentía lo mismo. Intentaba sacar de uno de sus estantes lo que parecía ser un diario personal o algo parecido, cuando torpemente arrastre un libro de matemáticas. Estaba muy nerviosa cuando intenté volverlo a su lugar, cayó de entre sus páginas un papel pequeño pero que para m i sorpresa tenía mi nombre escrito por Mariana: JULIETA TE AMO se repetía en su pequeña superficie. Creí que el corazón se me iba a salir del pecho, allí estaba lo que buscaba, la confirmación que necesitaba para hacerla mía. Pero un miedo estúpido me invadió, había violado su intimidad, había invadido sus cosas y cuando escuché sus pasos regresar, asustada atiné a ocultar mi descubrimiento. Volví a la cama y torpemente intenté esc onder el libro con el preciado secreto bajo las sábanas. Ella alcanzó a verme y no pude m enos que sentirme terriblemente incomoda. Allí estaba parada preguntándome que sucedía. No pude soportar un segundo más y le extendí el libro. Lejos de reaccionar con enfado por m i intromisión, terminó pidiéndome perdón por su secreto. Con el corazón en la mano me acerque y la abracé. No podía verla llorar, deseaba decirle que yo también la amaba y que me m oría por ella. Comencé a besarla con te rnura, quería beberme sus lágrimas, rozar su piel con m is labios. Sentía que por fin llegaba a destino después de un largo viaje, que por fin podía r espirar, que su mundo empezaba a formar parte del mío. "No sigas por favor", me dijo y supe con e so que si no la besaba en ese instante no me lo iba a perdonar por el resto de mi vida. Posé mis labios en los suyos y un mar de sensaciones me atravesó el cuerpo. Sentía sus manos en m i cintura y yo sólo quería devorarme su boca. S u cuerpo temblaba, podía sentir el calor de sus pec hos apoyarse en los míos, y mis caderas empezaban a moverse independientes de mí. Sentí el auto de sus padres llegar y nos separamos abruptamente. Volví a mi posición en la cama y la vi acomodándose el cabello y secarse mi saliva de sus labios. Su madre pasó a saludarnos por el cuarto y una vez que se había ido salté de la cama, la besé sabiéndome ahora dueña de su boca. "Yo también te amo, mi amor" le dije y me fui con el corazón saliéndoseme del pecho. Acordé por teléfono salir con ella e sa noche y después irme a dormir a su casa. Me moría por estar con ella, besarla, tocarla, llenarla de mi amor. Al cabo de unas horas de permanecer en una fiesta en la que ninguna de las dos quería estar, decidimos volver a su casa. Tomamos un taxi y durante el viaje la miraba sentada a mi lado y nuestros dedos se rozaban furtivamente, excitadas por la presencia del conductor. Una vez en su cuarto no pude resistir un minuto más, quería volver a besarla, quería sus m anos en mi cuerpo. Era la primera vez que iba a hacer el amor con alguien y me sentía inmensamente feliz de entregar mi virginidad a ella, a Mariana, la primer persona que me había hecho elevar tanto del suelo como para desde las alturas gritarle al mundo que la amaba. Fue tan dulce conmigo, cada uno de sus movimientos parecía saber lo que mi cuerpo deseaba. Allí estábamos ella y yo rozando nuestros pechos, acariciando nuestros sexos vírgenes. Nunca nadie me había acariciado la vagina, y saber que era la mano de Mariana la que me recorr ía me hacia elevarme por los aires. Eran sus dedos los que me hacían reconocer el placer entre m is piernas.
Supe de sus pechos, su espalda, su vientre, su pubis, sus pliegues vaginales, su clítoris turgente. No quedo ni un centímetro de su cuer po que mis manos no acariciaran. Un orgasmo y luego otros se sucedieron mientras nuestras bocas se unían con desesperación, a fin de ocultar nuestros gemidos en ese cuarto tan cercano al de sus padres. El deseo parecía no tener fin. Me convertía mujer en sus cama y luego de explorarnos mutuamente las conchas con nuestras lenguas, un orgasmo al unísono nos reveló que nos pertenecíamos la una a la otra. Nos abrazamos y así me dormí con su cuerpo desnudo a mi lado y mis manos acariciando sus pezones tiernos, rosados, florecientes para mí. Por la mañana el descenso de las alturas fue violento. Su madre, según supe después, había entrado al cuarto y nos había visto desnudas abrazadas. Mariana se había levantado tras e scuchar unos golpes en la puerta. Yo escuche que discutían y aunque no podía distinguir lo que decían supe que nos había descubierto. Mariana entro al cuarto hecha un mar de lágrimas y me pidió que me marchara. Yo no sabía bien qué hacer, pero algo era seguro, no quería separarme de ella y le propuse que se viniera conmigo. No lo hizo y me despidió obligándome a salir de allí, mientras me juraba que todo iba a estar bien. El viaje en subte duro una eternidad, quería llegar a casa para llamarla y saber cómo estaba. Una vez en mi cuarto llamé un millón de ve ces. Su teléfono permanecía descolgado. Ese día fue un infierno para mí. Esperaba encontrarla el lunes en el colegio pero ella no fue. Me sentía impotente, no podía concentrarme en nada y pasé el resto de la jornada ausente de todo y de todos, sólo pensando en ella. Volví a llamar pero me atendía su madre y no podía menos que colgar de inmediato. Después de una semana de permanecer sumergida en una angustia infernal, mi madre fue a verme a mi cuarto. Le conté todo, ella me preguntó si cre ía que era lesbiana, yo le respondí que no sabía, pero que ahora sentía que moría de amor por Mariana. Me abrazó, mientras me prometía que todo si iba a arreglar. Me hubiese gustado creer en la promesa de mi madre pero yo sabía en fondo que sólo intentaba sacar a su hija de la angustia. Intentó conversar con la madre de Mariana pero fue imposible. Al parecer un torrente de barbaridades y acusaciones en mi contra hicieron que m i madre terminara discutiendo. Alcanzamos a saber que Mariana no volvería a clases y que, por lo que se deducía, tampoco se quedaría en Buenos Aires. Supe por tercero que la habían enviado a Montevideo nuevamente. Caí en una depresión profunda, me daba por llorar en cualquier momento y pare cía que nunca iba a poder sacarme e sa tristeza de encima. Por suerte comencé a salir del pozo en que me había sumergido, le c onté a una de mis amigas lo que me había pasado y ella supo guardar mi secret o a la vez que me ofreció toda su comprensión. Si bien volví a mi vida normal, no pasó un solo día e n que no pensara en ella. Estaba anclada en mi corazón y creía que nunca nada ni nadie la iba a sacar de allí.
Pasados dos años y gracias a la participación de Rodrigo, un compañero del colegio y ahora de la facultad, conseguí la dirección de Mariana en Montevideo. Le dije a mi madre que quería ir a verla y ella, aunque no muy convencida, me dejo ir. Todo el viaje en el ferry me fui imaginando el encuentro, mis sentimientos parecían no haber desaparecido en absoluto. Estaba ansiosa, muerta de miedo pero convencida de que ella todavía seguía pensando en mí. Una vez en la ciudad me alojé en un hotel y sin siquiera cambiarme tomé un taxi hacia la dirección que tenía. Estacionamos en un e difico céntrico muy elegante, mientras le pedía al chofer que me aguardara pues no sabía si no debería regresar de inmediato, vi un auto aparcar en el mismo lugar. Descendía de é l Mariana acompañada de un joven. Me quedé pasmada observándola. Estaba hermosa, con el cabello cambiado, pero su rostro y su cuerpo eran los mismos. El la abrazó en un momento, y luego se besaron. Me temblaban las manos, sentía un vidrio en mi garganta y el estómago hecho un nudo. Ella le sonreía mientras se alejaba de él en dirección al edificio. Los vi despedirse y a Mariana perderse tr as la puerta. Regresé a Buenos Aires enfadada con la vida, con el alma destrozada. Todo era muy confuso y no sabía si la odiaba o me odiaba a misma por sentirme una estúpida. Ya pasaron cinco años desde que me entre gué a vos en cuerpo y alma. Acabo de llegar a mi casa después de pasar todo el día en la facultad. Sobre la mesa una pequeña nota de mi madre: "Llamame al móvil, en cuanto llegues. Besos". Llamó Mariana, está en Buenos Aires… No entiendo…¿Mariana? – respondí entre aturdida y confusa Dice que vino a verte, que quiere saber cómo estas, que qué haz hecho en estos años…dejó la dirección de su hotel. Me pareció que tenías que saberlo apenas llegaras Estoy en mi cuarto, con la direcc ión de tu hotel en mis manos. Puse en disco y creo que lo dice todo "Precisamente ahora, que te he imaginado en mi caminar, precisamente ahora queda algo pendiente… Precisamente ahora, que cada mirada puedo recordar, te haces dueña de mi mente…" (Precisamente ahora; David De Maria)
JULIETA TE AMO 3 (Mariana y Julieta) Mariana. El hotel. Esta tarde cuando te llamé sentí mi corazón galopar como cuando me descubriste observándote. Tantos recuerdos y uno en particular que se me tatuado en el alma. La noche que estuviste en mi cama la llevo en mi mente como una fotografía. Cuando la voz de tu madre re spondió el teléfono, una mezcla rara de desasosiego y c alma se me impuso en el cuerpo. Deseaba escucharte a ti, pero la incertidumbre respecto a la Julieta que serías hoy, lo que habrías pensado, sentido, vivido en el transcurso de estos cinco años sin verte, hicieron que escuchar a tu madre fuera una bendición. Noté su sorpresa cuando le dije quién e ra, pero muy por el contrario a mi madre, para quien tú sólo nombre representa al mismísimo demonio, la cordialidad y atención con la que me trató, me hizo al menos anticipar que mi persona era bien re cibida o que tal vez nunca habías revelado nuestro secreto. Me ha prometido darte mi mensaje, aunque nada ha dicho sobre ti. Tengo mucho miedo de esperarte en vano. Todo el amor que alguna vez te tuve, y que creía apagado, se me encendido en el pecho a medida que mis horas tr anscurren en esta ciudad. Buenos Aires eres t ú, y cada calle, esquina, rincón de éste "corazón de cemento" te representa. Me pregunto mi amor que tan lejos estarás ahora de mí. El cuarto de Julieta He dejado la dirección de tu hote l sobre mi escritorio. Me he puesto a ordenar un poco mi cuarto y a cada instante me descubro pensando en ti. He vuelto a mis 16 años, a tu sonrisa, tus gestos, tu boca y a aquel beso que te di mientras llorabas. Cuántas veces había alucinado tus labios sobre los míos, y con cuánta dedicación mi boca busco la tuya después de sentir la sal de tus lágrimas. Apenas sabíamos besar pero aquel día nos graduamos juntas. Con qué armonía nuestras lenguas se deslizaron por el interior de nuestras bocas. Mariana, contigo conocí el deseo, el amor, la excitación. Fue tu cuerpo el que encendió un carbón entre mis piernas y tu boca la que, aprendiendo de mi deseo se dedicó a apagarlo. ¿Con qué derecho te separaron de mí? La noche que pasé en tu cama, donde por primera vez me desnudé para alguien, donde ofrecí mi corazón a través de mis pechos, mi vagina, mi clítoris ence ndido, esa noche se perpetúo en mi memoria. Con cuánta fuerza odié lo que sucedió después. ¿Por qué debíamos ocultar la noche más hermosa y tierna de nuestras vidas? Comprendí que no teníamos de qué avergonzarnos, pero que debíamos protegernos de la mirada sucia de los demás. La inocencia con que nos entregamos a querernos nos expuso y alguien nos llamó lesbianas como si esa palabra fuera un insulto.
Vuelvo a mirar tu dirección, ese trozo de papel me quema en las manos y ni siquiera me atrevo a tomarlo. Me pregunto por qué haz vuelto. Se t e vía tan feliz en Montevideo. Hermosa, sublimemente preciosa y en otros brazos. ¿Me habías echado al olvido? Quizás no, pero cómo podía entrometerme en tu nueva vida. Seguramente no me habías olvidado, pero parecía seguro que no me recordabas de la misma m anera que yo. Ese fuego vivo con el que incendiaste mi piel acaba de renacer como si nunca se hubiera extinguido. ¿No se qué debo hacer? Me muero por llamarte pero tengo mucho miedo de consumirme si descubro que sólo venís a verme como amiga. Mariana y Julieta MARIANA. He decido salir del hotel. Son más de las 10 de la noche y me ha abrumado la espera. No puedo respirar entre estas paredes. Me he alejado apenas unos metros de la puerta del hotel, una esperanza se mantiene suspendida en mi mente, y no puedo dejar de creer que aparecerás por aquí. Ha comenzado a llover y veo a la gente correr presurosa a refugiarse en sus casas. Sólo una mujer camina como ausente y se detiene frente a mi hotel. En mi pecho mis latidos "retumban como un cañón", estás igual, hermosa como siempre. Das pequeños paso sin dirección, tu cuerpo traduce tus dudas y yo avanzo hacia ti. Quiero correr y, como en un mal sueño, mis piernas apenas pueden moverse y en mi cabeza la idea de que desaparezcas me atormenta. Julieta…, dije con esfuerzo, mi garganta seca parecía incapaz de de articular palabra. Giraste sobre tus pies y nos quedamos observando, inmóviles, como si e stuviéramos exorcizando los fantasmas de todos estos años. JULIETA. Te escuché decir mi nombre y giré para verte. La lluvia corría por tu rostro. Ahí estabas, frente a mí, de nuevo hacías parar todos los relojes. No escucho, no veo, no siento, más que tú presencia. Extendiste tu mano y mis dedos alcanzaron los tuyos. Ya no sentía frío, tampoco miedo. Tu mano firme aferró la mía y m e hiciste seguir tus pasos revelándome con ello que ibas a enderezar el destino que tan amargamente habían torcido. Me dejé conducir orgullosa hasta tú cuarto de hotel ante las miradas curiosas de los huéspedes. MARIANA. Me aferré con fuerza a tu m ano y supe que vendrías conmigo hasta el fin del mundo si fuera necesario. Te traje a mi cuarto, fui por una toalla y comencé a secar tu rostro, tus cabellos, tus manos. No había preguntas, no había dudas, ni temor. Tus dedos se posaron en mis labios y los recorriste como quien reconoce algo que siempre fue suyo y que creía pe rdido. Mi mano se acerco a tu rostro y tu mejilla se inclino sobre ella buscando mis caricias. Nuestros rostros fueron acercándose y apoyaste tu frente en la mía. Te rocé con mi nariz, sentí tu respiración calma, mis labios comenzaron a acariciar los tuyos, hasta que los humedeciste y yo, imitándote, comencé a deslizarme por tu boca. Un beso cargado de sensualidad nació entre las dos. Nuestras bocas se abrían, mi lengua lamía la tuya, recorría t us comisuras, mientras me empapabas la boca.
Te comencé a desnudar con ternura. Tus ojos me observaban desabotonar tu camisa, me estudiaban, me reconocían y me hacían saber que eras mía. Te la fui quitando con cuidado y del mismo modo fui corriendo los breteles de tu cor piño hasta dejar al desnudo tus pechos. Con la misma dulzura descubriste mi torso para tus ojos. Aproximaste tus dedos a m is pechos, recorriste mis pezones erguidos. Sentí las palmas de tus manos apoyarse suavemente y con tu pulgar comenzaste a hacer pequeños círculos sobre m is pezones. Mis manos aferradas a tu cintura se dirigieron hasta el cierre de tu pantalón, fui deslizándolo por tus piernas hasta quitártelo por completo. Me quite los míos y con sola las bragas puestas no abrazamos. Mi boca recorrió tu cuello y tus manos acariciaban mi espalda haciendo que una corriente se expandiera por todo mi cuerpo. Sentía tus pechos contra los míos, la e xcitación iba recorriendo mi columna de punta a punta e iba a dar al centro de mi sexo. Bajé mis manos por tu cintura y comencé a acar iciarte los glúteos, a dibujar círculos sobre ellos y sentí t us vellos erizarse con mi recorrido. Tu boca se posó en mi esternón y alternando besos y lamidas fuiste bajando por mi vientre haciéndome tirar mi cabeza hacia atrás y no pudiendo menos que cerrar mis ojos para sentir nada más que a través de mi piel. Tomaste mis bragas con delicadeza y las fuiste bajando hasta dejarlas en el piso. Apoyaste tu rostro en mi pubis y sujetándome de los glúteos enterraste tu nariz entre mis vellos mientras aspirabas profundamente como queriéndome absorber entera. Mantuve mis manos en tu nuca y permaneciste unos segundo arrodillada aferrada a m i sexo. ¡Cuánta paz inundó mi alma sabiéndote dueña de mi placer! Mi amor seguía siendo t uyo y todo lo que tuviera para dar era para ti, mi amor. JULIETA. Me quede abrazada a tu sexo, oliendo tu excitación, o lvidando tantos años de ausencia, recuperándote con ese gesto. Me atrajiste de nuevo hacia tu boca y mientras me besabas me fuiste quitando las bragas para que quedásemos completamente desnudas como hace cinco años atrás. Me llevaste hasta la cama, te sentaste con las piernas abiertas. Mis ojos se ext asiaron observando tu vagina brillar por los hilos de tu flujo. Me invitaste con un g esto a pasar mis piernas por encima de las tuyas y abrirlas también de modo que nuestras vaginas alcanzaran a rozarse. La posición que adoptamos hizo que mi excitación aumentara. Sentía mi sexo húmedo, ar diendo mientras mis paredes vaginales se contraían como una hem bra en celo. Sí, me sentía como una hembra excitada después de tantos años de e sperar a la única persona que le pertenecía. La mujer que había trastornado mi calma y ahora regresaba para compensar infinitamente aquella ausencia. MARIANA. Lo único que quería, era darte con m i cuerpo todo el amor que sentía. Nos dedicamos a besarnos, a acariciarnos, recorrernos, llenarnos de la piel de la otra. Mi mano se deslizó entre nuestros vientres y fue alcanzando tu vulva. Un río de espesa y suave humedad me recibió. Con que maravillosa facilidad mis dedos acariciaron tus pliegues. Sentí tu mano avanzar por mi cuerpo en dirección a mi vulva esta vez. Y sentí como tus dedos me recorr ían patinando por mi mojada sexualidad. No dejamos de besarnos un instante mientras nos acariciábamos las vaginas. Me sentía inundada por todos tus fluidos. Una sonrisa creció en mi boca cuando tus dedos descubrieron mi clítoris. Empezaste a frotarlo, a resbalar sobre él. Recogías mi flujo y lo arrastrabas hasta aquel botón prodigioso. Subías, bajabas, presionabas y yo sentía que me iba a
morir en tus brazos. Busqué tu clítoris también y te imité en cada gesto. La electricidad que te provocaba mi manoseo se trasladaba por tus muslos que se contraían con un ritmo vertiginoso. De pronto te sentí penetrarme con tu dedo anular y me sentí autorizada a hacer lo mismo. Una sensación de voluptuosidad me invadió el cuerpo. Te tenía dentro de mí, e ras parte de mi cuerpo, mi vagina había devorado tu dedo y no quería que jamás salieras de allí. A la par, sentía las paredes de tu vagina, exploraba tu interior, aquel interior que desconocía. Julieta, eras ahora completamente mía. Con nuestros pulgares comenzamos una masturbación mutua. Frotamos nuestro clítoris hasta que avasalladas por una fiebre nacida de nuestros ge nitales, alcanzamos el orgasmo mas largo y profundo de todos los que jamás se ntimos hasta este día milagroso. Permanecimos con nuestros mentones apoyados entre sí, las bocas abiertas, tras un extenso gemido y respirando con dificultad mientras el eco de nuestros espasmos fue desvaneciéndose. Nos besamos colmadas de felicidad y nos dejamos caer en la cama. Tu cuerpo semi extendido sobre el mío. Tu pierna me atravesaba y podía sentir tu rodilla en mi pubis. Tu mano acariciaba mi rostro y sentí el olor de mi sexo en tus dedos. Había regresado por ti, para ser tuya y para hacerte mía. Te miré a los ojos y te dije las únicas palabras que mi corazón podía pronunciar: Te amo. Entendí que nunca había dejado de hacerlo, que tu vida se había transpuesto en mi camino para no salirse jamás. ¿Cómo pude mantenerme lejos de ti tanto tiempo? ¿Cómo pude no venir a buscarte antes? ¿Cómo pude vivir estos años siendo sólo una mitad? Un alivio inmenso me dice que no habré de llorarte más.
JULIETA. Cuantas noches oscuras, cuanto frío, cuanta vergüenza y espanto quedan ahora en el pasado. He comenzado a respirar, ahora sé que es mi corazón el que late porque es tu sangre la que lo mueve. Ya no llueve mi amor, ya no hay motivos para llorar. La vida me ha devuelto la parte que me corresponde. Entre tus piernas había crec ido y ahora entre tus piernas vuelvo a ser grande.