LA NUEVA COVADONGA INSURGENTE Orígenes sociales y culturales de la sublevación de 1936 en Navarra y el País Vasco
COLECCIÓN HISTORIA BIBLIOTECA NUEVA
Dirigida por Juan Pablo Fusi
JAVIER UGARTE TELLERÍA
LA NUEVA COVADONGA INSURGENTE Orígenes sociales y culturales de la sublevación de 1936 en Navarra y el País Vasco
BIBLIOTECA NUEVA
Fotografía cubierta: José González de Hercdia con tres niños, 1936-37 Fondo docun1ental del AMVG (HER~2.97) l)iscfío cubierta: A. Iinbert l!ustracioncs: AMVCi, AMP y el folleto Álava, por lJios y por Espa1ia
El Instituto de Historia Social «Valcntín de Foronda>> ha contribuido a !a financiación de este libro.
© Javier Ugarte Tcllería, 1998 © Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, J 998 Ahnagro, 38 28010 Madrid (España) ISBN: 84-7030-531-X Depósito Legal: M-17.503-1998 hnpreso en Rógar, S. A. Printed in Spain - Iinprcso en España Ninguna parte de esta publicación, incluido diseño de la cubierta, puede ser reproducida, al1nacenada o transmitida en manera alguna, ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin pcnniso previo del editor.
ÍNDICE XI
PRÓLOGO
3
PREÁMBULO
PRIMERA PARTE
La movilización de 1936. Movimiento y establishment CAPÍTULO PRIMERO.-SALINILI.AS SE MOVILIZA
..............
9
l. l. Un pueblo de Ja Rioja alavesa................ ............................... 1.2. Álvaro y su farnilia ..................................... .................................. 1.3. Arela y El Debate ................................................................................. 1.4. Los aconteciinicntos de Labaslida ........... 1.5. Contra el n1aln1i11orisn10: San Eulogio y Recaredo ..............
22
1.6. Miranda, nudo ferroviario ............................................ ....................................
28
1.7. Alfonso va a la guerra (desenlace).................. ........................... 1.8. Al 1nodo de un daguerrotipo ..................................... .......................................
29 34
CAPÍTULO
11.-Los
FUNDAMENTOS DE UNA COALICIÓN ..... ..............
2.1. 2.2. 2.3. 2.4. 2.5. 2.6.
9 18 25 27
49
Nuevos tie1npos para Europa ............................... ................ Los conservadores españoles .................................... .................................. Pri1neros contactos. El establisl1111ent se prepara y despliega su prograina ...... Hacia la coalición necesaria .............................................................................. Movin1entistas ................................................................................................... Los contactos en Navarra. El proyecto en i11archa ........................................... 2.7. Desenlace ......................... .......................................... ..................... 2.8. Alemania y la crisis ele 1933 ..................................... .......................... 2.9. Breve glosa . ................................................................... ............... ..............
49 56 61 70 73 78 90 92 98
CAPÍTULO IJJ.-·-LA LEVA. ÜRDEN DE SALIDA A LOS EMISARIOS Y LA RECLUTA EN LA PROVINCIA
101 102 105
3. 1. La orden ele 1novilización .... ............................................................................. 3.2. Salida de e111isarios: red social y co111unidad ....................................................
[VII]
3.3. 3.4. 3.5. 3.6. 3.7. 3.8.
El papel de las cotnunidades ............................. . Dispositivo n1ilitar e in1posición ............................. . Por esos can1pos y 1nontcs. Las partidas ...... .. Pueblos fronterizos ........ . Los poderes de incdiación e influencia Una n1ovilización a rebato ...... .
118 125 128 132 133 136
SEGUNDA PARTE
La ciudad acoge a la aldea. Nueva Covadonga CAPÍTULO PRIMERO.-MORFOLOGÍA DE UNA CONCENTRACIÓN DE MASAS ............ .
l. l. Una n1ovilización de 1nasas para un asalto al Estado ......................... . 1.2. Pan1plona 19 ele julio de 1936: copa desbordada de boinas rqias ................. . 1.3. Con10 en un an1anecer de las fiestas de San F'ennín ... lJna gigantesca liturgia
ca1npo-ciudad ............................................... .
153 158 160
1.4. Al tnodo de una cruzada popular ............... .. 1.5. Me1noria, feria y exaltación .............. . CAPÍTULO IJ.-LA CIUDAD ACOGE A LA ALDEA...
. ......................... ..
2.1. Pan1plona, siglo x1x. Aldea y ciudad: dos in1aginarios enfrentados . 2.2. 1936: la aldea con10 prolongación/parte de la ciudad ....................... .. 2.3. La 111ag11a procesión de Santa María la Real. Hacia una nueva liturgia para un nuevo régin1en ............................................ . 2.4. Verano del 36: la frialdad de Vitoria ....................... .. 2.4.1. Aquel julio de 1936 ............... . 2.4.1.l. El 18 de julio en el paseo de la calle Dato .... 2.4. l .2. Noche de ondas y de patrullas ...... . 2.4.1.3. La a1nbivalencia del 19 de julio ....... . 2.4.1.4. De la crispación al frío ......................... . 2.4.1.5. C'ordialidad con10 nonna social. Vitoria co1no oasis ................................ . 2.5. Vitoria: capital de segundo orden 2.5. J. Quiebra de la ciudad decirnonónica: las pequeñas urbes en la época de . ....................... . la gran n1egalópolis .. ................... ......................... .. 2.5.2. El ca1npo para Vitoria ................................ .. 2.6. Orgullo exultante y discreto orgullo (Capital de tercer orden/capital de segunda) . c:APÍTULO IIl.-LA NUEVA CovADONGA ........................ ...............
................
3.1. Covadonga reconstruida ........ ................ ................. ................................ . 3.1.1. ¿Marchaforal sobre Pa1nplona? ........................ ................................... 3. l.2. Una clase inedia tradicionalista. El difícil encuentro con la n1odernidad . 3.1.3. Sábado Santo: Ja vigilia ante el Don1ingo de Resurrección/19 de julio .. 3.2. El Batallón Sagrado. Tercio del Rey ................................................................ 3.2.1. «Posiblemente la creación 1nás acabada de organización paramilitar an~ terior a la guerra» en España ........................... .............. 3.2.2. Ensayos de insurrección .................... ........................ 3.2.3. El espíritu de los jóvenes de la AET ......................................... 3.2.4. El Tercio desarticulado ...........................................................................
[VIII]
143 145 149
165 166 174 182 188 191 193 196 199 203 206 209 210
223 226 229 231 235 239 249 262 266 27 l 276 290
295 301
CAPÍTULO IV.-DOMINGO DE GLORIA ...... .
4. l. La 111archa sobre Madrid ......... ..
TERCERA PARTE
La Guerra de España (:APÍTULO PRJMERO.·-·-LA PROVINCIA SOBRE MADIUD ...
1.1. España y el paso lento de Madrid (i1nagen y realidad} 1.2. Cultura castiza: una idea de España..................... .. ............. . l .2.1. El casticis1no en Álava y Navarra (antes de 1936) J .2. J .1. Cinco escritores .......... l .2.1.2. Las otras artes .......... 1.2. l .3. Cultura de 111asas .. 1.3. La invención de la guerra co1no rebelión de las provincias 1.3.1. Antecedentes durante la República ............................. . 1.3.2. De 11u1rcha sobre Madrid a rebelión de las /JlVvincias ....................... .. 1.3.2. l. Banderas tefiidas de inte1nperie provinciana. Can1paiia popular ..
305 307 311 315 319 327 332 339 344 350 356
CAPÍTULO IJ.-LA ALDEA SE MOVILIZA .....................................................................
37 J
2.1. El pueblo de origen y la guerra ........................................ ......................
376
2.2. Fa1nilia, casa, patronazgo . ............................. .................................. 2.3. La partida de Barandalla ........................................ 2.3. l. La Partida se organiza: «llevar el no1nbre de Espafia hasta la eternidad, que es lo 1nisino que la infinidad» ... ................. .................
384
CAPÍTULO
III .-MEMORIA
A MODO DE REJ:LEXIÓN
392
398
407
DE VIEJAS GUERRAS
FINAL
411
Horizontes de experiencia LISTADO DE INFORMANTES BIBLIOGRAFÍA .....................
. .......................................................................... ..
ANEXOS ........................................................................................................................... .
[IX]
431 437 461
ARCHIVOS PÚBLICOS Y PRIVADOS FUENTES HEMEROGRÁFICAS ABREVIATURAS
AADP AMH.PE AMV ADFA ADFPN AGA AHN AHPA AMP APG ARBU ARDN ARLl ARPA ARSU DN
EPN JCGC LL N
PA SHM
Actas de la Diputación Provincial de Álava Archivo del Ministerio de Hacienda. Pensiones Especiales (Madrid) Archivo del Ayuntamiento de Vitoria Archivo GACA 52. Cuartel GACA 52 de Vitoria Archivo de la Diputación Foral de Álava Archivo de la Diputación Foral y Provincial de Navarra Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares) Archivo Histórico Nacional (Madrid) Archivo Histórico Provincial de Álava (Secciones: Hacienda, Instituto Nacional de Estadística, AISS) Archivo Municipal de Pa1nplona Archivo de la Presidencia del Gobierno (Madrid) Archivo privado de Jaime del Burgo (Pamplona) Archivo privado del !Jiario de Navarra Archivo privado de Francisco Javier Lizarza (Madrid) Archivo privado de Javier María Pascual (Mad1id) Archivo privado Esteban Sáenz de Ugarte (Berantevilla) Diario de Navarra (Pan1plona) El Ensanche (Pamplona) El Pensaniiento Navarro (Parnplona) Archivo de la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra (Pamplona) La Libertad (Vitoria) La Tradición Navarra (Pamplona) Norte (Vitoria) Pensanliento Alavés (Vitoria) Servicio Histórico Militar (Madrid)
[X]
PRÓLOGO La guerra civil es uno de los períodos que ha recibido una 1nayor atención de la historiografía y los acerca111ientos a este singular acontecin1iento han sido 111últiples. Su intenso dran1atis1110, la trascendencia de lo que en aquel conflicto se puso en juego tanto desde el punto de vista nacional con10 internacional, lla1nan casi inevitable111ente la atención de todos aquellos interesados por el pasado. No es extraño por ello el abundante tratan1iento que ha recibido la guerra y la copiosa bibliografía con que hoy conta111os. Puede incluso haber una cierta sensación de saturación, de que en rnuchos casos se reincide sobre te1nas y aspectos ya conocidos, sin que se planteen nuevas líneas de investigación o se fonnulen nuevas preguntas. El libro que nos presenta Javier Ugarte demuestra, por contra, las posibilidades historiográficas que ofrece este período y cón10 sigue siendo un objeto de investigación abierto. La obra de Ugarle, que tengo el honor de prologar, no es un libro más que añadir a la larga nó111ina sobre la guerra civil. Y no lo es, fundan1entahnente, por dos razones. En primer lugar porque es la culminación de largos años de investigación, de un trabajo concienzudo y constante, en los que ha ido madurando el tema y proporcionándole un soporte teórico y empírico no frecuente en nuestra historiografía, Ese tiempo de reflexión le ha permitido perfilar su estudio, dotarle de mayor profundidad y alcance, para acabar siendo una obra bien distinta de la que Ugarte había concebido en sus inicios. De una metodología que giraba en torno a lo estructural y económico, pasa a centrarse en lo simbólico y cultural, 1nientras que la óptica de lo político pierde relevancia en favor de una visión deudora de lo antropológico. Asünis1no, se renuncia a encontrar causalidades unívocas para otorgar el peso a cada contexto, a cada situación, poniendo el énfasis en la realidad específica que trata y en una causación co1npleja. Carnbios que han perrnitido proporcionar una inayor hondura al trabajo y que nos sitúan ante una versión aligerada de una tesis doctoral hecha al viejo estilo: sin apresuramientos ni precipitaciones, y concediéndose el tiempo necesario de reflexión y análisis para que la obra adquiera una indudable calidad. En segundo lugar, el estudio que nos presenta Javier U garle sobresale por su novedad y por la originalidad de su enfoque. No es un estudio clüsico, en el que se susciten las cuestiones habituales en este tipo de trabajos, sino que hay una apuesta por introducirse
[XI]
en terrenos no trillados. A nü 1nodo de ver tales novedades pueden localizarse bc_\sica1nente en tres niveles distintos. Por un lado, se aborda el tema de la guerra civil a través ele la perspectiva social y cultural, 1nostrando una especial sensibilidad por este segundo aspecto. Ello hace que lo simbólico, Jo alegórico, las percepciones, jueguen un papel importante como factores explicativos, a la vez que hay un gusto por el detalle, por el 1natiz co1no elernentos profundos, reveladores, ele aquellos co111porta1nientos. Ade1ncis, se elige como objeto de estudio a un colectivo al que Jos historiadores hemos prestado escasa atención como es el del mundo rural, en este caso de Navarra y Álava, y los valores que anidaban en este árnbito. Un tercer aspecto novedoso es la utilización que se hace de detenninados conceptos co1no instrun1entos para analizar aquella sociedad. Ideas con10 comunidad, bandos, redes sociales e identidades locales se erigen en los soportes desde Jos que explicar las actitudes de aquellas gentes. El resultado es un retrato brillantísimo y a la vez con1plejo, en el que se recrea una atn1ósfera que nos pennite ver el conjunto de elementos que hicieron posible la adhesión de esas zonas a Jos sublevados. El estudio se centra en un período cronológico preciso, los orígenes de la guerra civil, pero esta concreción no quiere decir que sea una historia de limitada proyección o con escasas ambiciones. Más bien es un punto de partida para interrogarse por cuestiones de largo alcance e introducirse, por ejemplo, en el tipo de cambio que se produjo en Ja sociedad española del primer tercio del xx, y las transformaciones y continuidades que en su seno se dieron. Igualmente sirve para analizar algunas de las cuestiones cruciales de la guerra y todo ello manteniendo como perspectiva el contexto europeo, de forma que los sucesos que se analizan son ubicados en un marco general. Esto Je permite a Ugarle afir1nar la naturaleza no específica de los 1novimientos que se registraron en España en aquel 111on1ento, para situarlos, en can1bio, co1no una expresión ele las tensiones que se vivían en Europa. Es, bajo esta perspectiva, un espléndido ejercicio de Jo que debe ser una buena historia micm: concisión en el objeto estudiado para poder acometer un estudio poliédrico, que responda a cuestiones centrales y las aborde con profundidad. A través del libro el lector se va a encontrar con temas clave de Ja guerra que proporcionan una visión más acabada del conflicto. Entre ellos cabe llamar la atención sobre Jo que supuso Ja trama civil y el movimiento de las milicias, su concepción de aquel conflicto y el inevitable choque con el ejército. En el bando de los sublevados también hubo distintos proyectos acerca de lo que debía suponer Ja sublevación, siendo a este respecto especialmente ilustrativo el descabezamiento de los carlistas a través de la figura de Fal Conde en favor de Jos militares. Tensiones internas que son explicadas por Ugarte dentro de un escenario en el que descompone el complejo conjunto de elementos sociales y culturales que hicieron posible Ja decantación de Álava y Navarra por el bando de Jos sublevados. Nos encontramos, pues, con un libro excelente, que demuestra la buena salud que goza la historiografía del País Vasco y que no dejará indiferente al que se introduzca en sus páginas. Interesará al especialista, pero atraerá igualmente al lector en general: su cuidada redacción, el buen pulso literario contenido a Jo largo de sus páginas, aseguran una amena lectura a Ja vez que un acercamiento riguroso a puntos clave de aquella contienda.
Lurs
[XII]
CASTELLS
A c:annen, Jokin y ion
PREÁMBULO Todo tie1npo pennanece en la ine1noria de generaciones futuras. Pero ta1nbién es verdad que cada tie1npo tiene su lógica interna, sus propios ele1nentos constitutivos que sólo pueden ser comprendidos tras iluminarlos con la luz de Jos valores propios de la época -y no desde los valores actuales. Se presentan aquí investigaciones sobre otro tiernpo que no es el actual, de un tic1npo que se nos antoja próxin10 pero que, a su vez, dados los carnbios producidos en este siglo, es 111ucho 111ás antiguo que su edad. Esa significación ambivalente (proximidad perceptiva y lejanía real) genera no pocos equívocos. Por 1ni parte, aplico a aquel tien1po el n1étodo histórico: alejarse de él con10 su realidad antigua exige. Tratarlo con10 un tic1npo acabado, y, por tanto, ajeno a la turbulencias actuales. Porque todo ocurrió antes de cierto n101nento en que ca1nbiaron profunda1nente nuestras conciencias, nuestros valores, experiencias y modos de vida. Fue un tiempo en que imperó otra realidad social. Se presentan aquí trabajos sobre Jos orígenes de la guerra civil del 36. Pero, sin ánimo de frivolizar -más bien con la voluntad de explicar más cabalmente aquel dramático suceso-, lo historío en la medida en que fue un suceso excepcional que sirve para rastrear la realidad social cotidiana de ese tiempo pasado. La guerra introdujo tensiones, colocó a las gentes ante situaciones lí1nite que nos permiten ver más diáfana1nente rasgos de co1nportarniento, for1nas de relación social que en circunstancias normales difícilmente aflorarían. Es, pues, antes que una historia de la guerra, una historia de aquella sociedad en que fue posible Ja guerra, sobre Jos mecanismos internos que Ja constituían y que condicionaron las formas guerreras (también del diálogo del hombre con aquellos condicionantes). Es también un estudio sobre los orígenes sociales y culturales del conflicto. Un intento de explicar las formas que adoptó la política, Jos discursos y toda su simbología hasta conectar con la idiosincrasia, el ethos de amplios sectores de población (comunidades y grupos de ámbito rural, clases media y alla fundamentalmente, aunque también sectores de población humilde de las ciudades), y llegar a generar una voluntad insurrecciona! entre éstos. Formas que llegaron a perfilar un proyecto político que se pretendía acorde con los tiempos (a pesar de su retórica arcaizante) y bus-
[3]
caba conectar con a1nplios sectores de población (a pesar, de nuevo, de sus n1aneras autoritarias y al exilio social y físico al que so1netió a otra parte
1 Súnil que utiliza Hugh Brogan ( 1994: 43) para hacer referencia a la disposición ante los hechos que tendrían Alexis Tocqueville y Karl Marx respectivainente. 2 Véase el apartado 1.8. de Ja Priinera Parte. ~ «E! continuum rural-urbano de Navarra y el País Vasco, el carlis1no y la inovilización antirrepublicana de 1936», bajo la dirección de Juan Pablo Fusi Aizpunía, Yitoiia, UPV-EHU Depa1tamento de Historia Conte1nporánea, 1995. La tesis consta de otras dos partes: la construcción de la identidad painplonesa en el ca1nbio de siglo y de la progresiva identificación de! discurso insurgente durante la lI República con el sisteina de valores y 1>ignos (ethos) y el cuerpo de co1nportainientos habituales (ha/Jitu.1') de lapoblación de Navarra y Álava.
[4]
1nuchos de nosotros debe1nos, en buena inedida, nuestra fonnación profesional. A todos mis colegas del Departamento de Historia Contemporánea de la UPV-EHU, en donde ha sido posible, desde la an1istad y el respeto intelectual, un diálogo crítico, siempre tan enriquecedor. A José M." Ortiz de Orruño, Txema Portillo, Antonio Rivera, Santiago de Pablo y a Mikel Aizpuru debo una mención especial. A los responsables de los archivos y bibliotecas que se citan al final, en Jos que sie1npre he encontrado el apoyo que necesitaba. A Berta Ausín, Lurdes Sáenz del Castillo y M.' José Marinas. A tantos otros colegas, con quienes sien1pre he 1nantenido una relación de la que se han visto beneficiados n1is trabajos. A todos ellos 1nuchas gracias.
[5]
____ _;;;
PRIMERA PARTE
La movilización de 1936 Movimiento y establish1nent «Sostendre1nos en una 1nano Ja azada y el rosario y, si llega !a ocasión, en otra el fusil para defender a Cristo y luchar contra el !ibera!is1no.» L,ABRADOR DE AIBAR,
191 o
«Navarra, si bien atesora tesoros artísticos inuy apreciables, no es ningún inusco de época, y podría catalogarse justan1cntc coino Ja región representativa de nuestra clase inedia.» MANUEL lRIBARREN,
1941
Estando Galo Pobcs en un bar de Vitoria !a tarde noche del 18 de julio de 1936 con otros a1nigos, vino un hennano suyo y le dijo: «Que quiere verte Rabanera, el padre, don Luis Rabanera.}> Fue in1ncdiatan1ente para escuchar del jefe del Requeté de Álava: «Mira, con10 tú eres de por allí, vas a ir a Labastida y a Laguardia.» Debía transn1itir la orden de 111ovi!ización general. A la salida se encontró con Quico Santiago, Arturo Cebrián y Manuel Rabanera, mnigos suyos. Decidieron ir juntos. Sa!ilnos de la 11lisn1a calle J)ato con el coche de don Francisco Ortiz de Zúfiiga (cuñado de Rabanera). Llevaban una orden escrita que debían entregar en los Círculos. Tras hacer los contactos, fueron a Logroño. A la entrada de la capital riojana les retuvo la Guardia Civil. Galo conocía a un sargento del lugar. Les preguntó por él, que qué tal está, pues bien, pues denle recuerdos. A partir de ahí entraron en conversación y les infonnaron que todo estaba tranquilo en aquella ciudad pero que algunos alborotadores se concentraban en la Tabacalera. No les aconsejaron seguir. Volvieron hacia Haro, donde fueron reconocidos y rechazados. Lo cierto es que íban1os un poco de juerga. Vuelta a Vitoria. Hacia las tres de la 1nadrugada eran detenidos, y a las nueve, de nuevo liberados.
Del testimonio de GALO Po1rns
CAPÍTULO PRIMERO
Salinillas se moviliza 1.1.
UN PUEBLO DE LA RIOJA ALAVESA
Aquella mañana Álvaro Barrón Lete, vecino de Salinillas de Buradón, un pequeño pueblo de la Rioja alavesa, se despertó inquieto. La noche anterior, 18 de julio de 1936, se habían presentado en el círculo jaimista del pueblo «varios partidarios» de Hermandad [Alavesa] 1 diciéndoles que estuvieran «preparados para el primer llamamiento. Esa misma noche - les habían dicho-- se tomaría Vitoria» . Así comenzaba -muy de mañana, pues era tiempo de siega- un día que iba a ser crucial en la vida de Álvaro Barrón -como lo fue en la de cada español que vivió aquel tiempo y el inmediatamente posterior. Y es que el hombre vive su vida personal, pero participa también de su época, vive la vida de sus contemporáneos. Aquel aviso -y lo que le siguió- vino a turbar la vida social de aquel pueblo. A turbarla, y a enfatizar los perfiles de equilibrios y conflictos que habían conformado la comunidad local los años precedentes. Por su tamaño y rasgos, Salinillas era un tipo de población bastante común en Ja zona alavesa y navarra (territorio en el que nos moveremos). El 44 por 100 de los habitantes de Álava vivía en núcleos de población -que no siempre coincidían con municipalidades, por cierto2- iguales o menores a Salinillas. El pueblo contaba en ese
1 Hermandad Alavesa nació en junio de 1931 como asociación para la defensa de las tradiciones alavesas. por iniciativa de los jaimistas. Sin embargo, pronto se convi11ió en el órgano unitario de toda la derecha local bajo el liderato de José Luis Oriol. Fue ella la que asumió la dirección de la sublevación en Álava en 1936 (véase otros detalles sobre la coalición en nota 7). 2 No hay que confundir (como se hace habitualmente en los estudios de demografía o politología sobre este territorio) los núcleos de población con la municipalidad - aunque en el caso de Salinillas coincidieran. Deben, por contra, considerarse los pueblos, concejos y lugares; y las ciudades, naturalmente. Y esto porque había municipios (como era el caso de Valdegovía, en Álava) compuestos por casi treinta pueblos con vida social propia: administración (concejo), hacienda, bienes propios, economía, parroquia, relaciones sociales, símbolos locales (fiestas, patrono, ennitas, ... ),etc. Es decir, ámbitos de socialización plena. Era el pueblo tradicional sobre el que se había sobrepuesto la municipalidad liberal. Había en Navarra 269 municipios frente a 744 núcleos de población. Y en Álava 76 frente a 434 pueblos. Es algo que
[9]
---~·~
..
·-·------------------------·---~·~'7
1non1ento con cerca de 1nedio 1nillar de habitantes 3. Estaba situado en las proxitnidacles del Ebro (entre Labasticla y Miranda), conectado por un ramal ele unos dos kiló-n1etros a la carretera que une Logroño con Vitoria. Situado en la con1arca riojana, sus vecinos se dedicaban b~ísica1nente al cultivo de la vid y el cereal (este últitno, con alguna señalada excepción, preferente1nente para autoconsu11104). Una parte de ellos con1pletaba su econon1ía trabajando en Ja cantera (de extracción de ofita para el ferrocarril, etc.) de San Felices, perteneciente al vecino 1nunicipio de Haro. C~uarenta y dos individuos se declaraban jornaleros en el Censo Electoral ele 1932 (en algún caso del ca1npo, aunque no había verdaderos e1npleadores entre los propietarios agrarios). Haro era precisarnente la localidad a la que, por su di1nensión, se desplazaban habitualtnente los salinil/eros a co1nprar ropa, utensilios del hogar, herra1nientas, etcétera; o, 'ta1nbién, algún do1ningo, en ocasiones especiales, fiestas, etc. Pues los clo1ningos se pasaban en el pueblo, en sus dos centros sociales. 'ra111bién los jóvenes, que organizaban su propio baile, aunque con el tien1po algunos co1ncnzaron a ir a Za1nbrana --a unos cinco kil61netros por los senderos, y algo inayor que Salinillas, 850 habitantes. Fundada por Alfonso X de Castilla, en tie1npos había sido villa fronteriza del Reino de Navarra; finalmente señorío de los Gucvara hasta 1837. De aquella época conservaba unos restos de 1nuralla que 1narcaban el perfil en aln1endra de la planta urbana. Apenas sí se había construido alguna casa extra1nuros, lo que denota un vecindario estable (gracias a un tenue flujo n1igratorio hacia Vitoria y Logroño) 5. 'T'arnbién el espacio situado en el interior de las 1nurallas, con sus estrechas ca11es de tnuna irregular, su amplia plaza y su torre y palacio condal -en ruinas ya cuando Madoz recababa sus infonnes-- recordaba al viejo pob1an1iento 1nedieval que había sido --y cuya fisono1nía pennanecía. Todo ello singularizaba en cierto 1nodo la itnagen que sus habitantes tenían de sí. Se veían, de alguna inanera, con10 parte de una civilización inmóvil, ajena a la historia y aferrada a la tradición -lo que en parte rnoldeaba su autopercepción. Alimentaba, también, una fuerte identidad local (frente a otras solidaridades 1nás arnplías, y aun frente a solidaridades horizontales) 6 .
historiadores y antropólogos han tendido a detectar con 1nayor precisión (así, para Galicia, la aldea y la
parroquia descritas por Lisón Tolosana, 1971: 252). > 457 en el Censo de 1930. La población inedia en toda Ja zona en 1930 era de 382 habitantes por núcleo. Vitoria y Painplona rondaban Jos 40.000. Tudela, con unos l l.000, Tafalla, Estella y Corel!a, con cerca de 6.000, Sangüesa, cerca de 4.000, y Als<1sua, Yiana, Vera, Llodio y Laguardia (entre 3.000 y 2.000) actuaban con10 pequeñas ciudades de tierra adentro en la zona. La Ribera del Ebro (con el Arga, el Aragón y e! Ega) contaba, ade1nás, con poblaciones de cierta entidad (sobre !os 3.000 habitantes). 4 En cada casa llegaban a coinplctar una «maquilla» (unos 200 kilos), que apenas les daba para el consu1no doinéstico del año. 5 487 habitantes en 1900; prácticmncnte los de l 930, Sólo en 1950 co1nenzó a descender la población de 1nodo nll1y apreciable. 6 Cfr. Real Academia de Ja Historia, 1802; P. Madoz, 1825; F. Carreras y Candi, 1912; S. de Pablo, 1989: Apéndices JI y VII. Testi1nonio de Luis Pereda Álvarez, 1O de febrero de 1992 (a partir de ahora, un no1nbre seguido de fecha corresponderá a un tcsti1nonio de un infonnante cuya relación aparece al final). También los tcsti1nonios ele la nota 31,
[!O]
Pero, a la altura de los 30, la política fonnaba parte de la vida local. En las últimas elecciones de febrero de 1936, el voto del pueblo se había dividido entre la derecha alavesa (José Luis Oriol, el candidato de Hermandad 7 , había obtenido 106 votos) y los republicanos (Ramón Viguri, candidato del FP, 81 ). Estos resultados, 111eran1cnte nu111éricos, pueden llevar a engaño ( con10 ha ocurrido a veces desde las perspectivas macro o los estudios politológicos). A engallo en un doble sentido. Aquel colectivo hun1ano que habitaba Salinillas se hallaba hondan1ente dividido hacia dentro. Pero podía aparecer con10 un todo ho111ogéneo en ciertas circunstancias, co1110 una con1unidad unitaria, co111pacta. Y, por otro Lado, la divisoria derecha-izquierda no representaba un fraccionan1iento horizontal, ni propia1ncnte ideológico entre conservadores y progresistas -co1110 pudiera deducirse desde una lectura anacrónica-, sino que tenía su origen en pugnas banderizas locales en las que la derecha no necesaria1nente se asociaba a posiciones de poder -fueren éstas del signo que fueren 8 • En detern1inadas circunstancias, como digo, afloraba Salinillas con10 «co111unidad 1noral». Es lo que ocurría ante el extraño, ante quien el lugareño sostendría que «todos en Salinillas se llevaban estupenda1nente», que el pueblo era «con10 una piña». O que, aquél cuya conducta se podía afear en una conversación, era «en el fondo buena gente» 9 . Porque decir lo contrario a alguien ajeno hubiera sido n1oraltnente inaceptable ante los del lugar (salvo que el extrai1.o fuera prolongación de la bandería local, caso de Oriol o Luis Domo, el otro pal ricio provincial para Salinillas, cabeza del PRR de Álava y director del diario Ln 1.,,ibertad 1º). Esa unidad n1oral aparecía seña7 Se ha dicho ya que Hennandad Alavesa, nacida en junio de 1931 por iniciativa de !osjaiinistas se convirtió pronto en el órgano unitario de toda !a derecha local bajo el liderato de José Luis Oriol (poderoso índustrial vizcaíno y viejo político nu1Lirista reciclado, con Ja llegada de la República, coino tradi·· cionalista). Su leina fue sufícienteinente expresivo respecto a sus objetivos: Religión, Fueros, Faini!ia, Orden, Trab<\iO y Propiedad (faltaba una referencia 1nonárquica, difícil de expresar en una institución en Ja que convivían alfonsinos y carlistas). Un !en1a, por lo demás, idéntico al proclamado por Acción Nacional, antecedente de Ja CEDA, en abril
[ 11 J
ladarnente, corno veremos, ante los extraños más próximos, ante sus vecinos de los pueblos del entorno (Labastida, San Vicente, Miranda, ... ). O aparecía, también, hacia dentro cuando se transgredía algún valor comúnmente aceptado. Los jóvenes trataban de evitar la misa dominical, pero si eran descubiertos (y había quien se preocupaba de ello, aparte del propio sacerdote), eran «mal vistos por todos» en el pueblo. Tampoco eran bien vistos los personajes extravagantes, a quienes se tildaba de títeres 11 • «Tambié n el hurto menor era motivo de condena (aún más grave). Coger un repollo» de un huerto ajeno, «fuera éste de izquierdas o derechas», un racimo, un par de cebollas, podía ser moti vo de conde na social generalizada (« no te fíes de fulano» , se decía). La sanción a esa conducta impropia podía ser la del aislamiento social (pasando por la retirada del saludo, la vergüenza, etc.). No había situación de necesidad que justificara aquella transgresión a Jos valores de la comunidad («tenía cinco o seis hijos, que se metían todos debajo de un cesto», se dice de algún infractor desde la perspectiva actual y la capacidad de comprensión que dan los años, pero nadie Jo consideró e n el momento). Como tampoco se aceptaba el descuido de la propia hacienda o la casa. O los signos de distinción externos (ropa, zona de residencia, ostentación de riqueza, etc.). La unfforrnidad en el comportamiento o en los signos de estatus eran la norma en este caso (prolongación de un igualitarismo jerárquico que di vidía al pueblo por categorías morales antes que sociales). Sólo la calidad del material de la casa (piedra de sillería), en ocasiones blasonada, trasunto de seíior fo, y su tamaño, el buen estado de las fincas, prueba de laboriosidad, la edad (todas las personas de edad eran tratadas de seí'ío1; señor Paco, señor Julio) o ciertos rasgos de comportamiento distinguido (lo que Norbert Elias designa por Zivilisation), que se reseñaban en Salinillas como «te ner cultura» 12, se admitían como muestras de distinción o estatus. Podía resultar, por lo demás, periférico ante ese pueblo moral quien, teniendo una posición económica más o menos desahogada, viviera al margen de las pautas y familias de la comunidad; dedicado a labores mal valoradas por ésta (pastoreo o trabajo
trito al que pertenecía Salinillas), incluso con la Dictadura de Primo. De dinástico, pasó finalmente a ser republicano lerrouxista con la 11 República (tiempo en que fue presidcme de la Gestora provincial). Su periódico representó al sector librepensador, en sentido amplio, de Vitoria (frente al Heraldo o el Pe11sa111iemo Alavés, que serían portavoces del co11servad11rismo). Amigo de Gui llermo Elfo (principal abogado de la ciudad, del que se hablará más adelante) y de los socialistas, presidente de la Asociación de Prensa. siempre ocupó un lugar preeminente en la vida provincial (véase, en ese sentido lo que se dice infra sobre Herminio Madinaveitia y su El ri11c611 amado, Madrid 19 14; y El Triunfo, trasunto en la ficción de La Libertad). En 1938 tuvo q ue volver a su profesión de maestro en la escuela de Albéniz tras serle incautado el periódico por Falange. 11 Así ocurría con un personaje significado en uno de los bandos, que cantaba: «En el Cielo manda Dios/ y en las ferias los gitanos. Y en el pueblo de Salinillas/ manda el señor Albertano» (referido a él mismo). Sus propios partidarios decían que era 11110 de los más tfteres. 12 «A doña Mariana Bujo le tenía la gente por muy culta», Ángel Berganzo, JO de abri l de 1997. Lo contrario era ser tratado de borrego o de brnto. Lo que era conocido por culwra eran antes formas superficiales y distinguidas de las viej as clases: maneras elegantes, cuidado en el vestir, aseo y c uidado corporal, donosura en el trato, hábitos de cortesía, comportamiento en la mesa, etc.; no de la cultura tal como se ha entendido entre la clase burguesa intelectual (véase Elias, 1987: 6 1-62 y passim).
[1 2]
de cantina). Tal ocurría, por ejemplo, con Alfonso Leiva, propietario de «El Ventorrillo» - un bar de la carretera entre Logroño y Vitoria por Miranda- , alejado del pueblo, propietario de cuarenta cabras en 1930, dueño de una de las tres barcas de paso en el Ebro, y apenas reconocido como miembro de la comunidad 13• Vivir al margen de las familias era algo que tampoco era posible en la Salinillas moral. El pueblo lo formaba n los vecinos 14, las casas, las familias del lugar (siempre familias formadas por los residen tes en la casa, habitualmente matrimonio con hijos; también tíos solteros o padres de alguno de los consortes, y algún doméstico en casos excepcionales; aunque la solidaridad entre dos casas emparentadas podía tener un alto grado de intimidad en lo personal y de colaboración en el trabajo con animales, acarreo, vendimia, trilla, etc. 15). Salinill as no lo formaban en ningún caso los habitantes como individuos - como citoyen abstracto, en e l sentido ilustrado de l término. Era la familia la que establecía el vínculo entre el hombre --0 la mujer- y la comunidad (elemento que, al menos desde Otto Brunner, se ha asociado a las sociedades de la vieja Europa). Constituyendo familia y casa una mi sma cosa, aquéllas no eran conocidas por el nombre de esta última (como ocurre en la zona holohúmeda del País Vasco y Navarra), sino que lo eran por apodos varios (los Velasco, los Millas, los Parras, etc.), apodos que, en ocasiones, dada la continuidad de las familias en el pueblo, eran heredados.
ADFA. DAl.1406-9. Hay una extensa bibliografía sobre el concepto de vecindad. Pueden verse desde Lisón, 1971 : 255 y sigs.; 1974: 101 - 129, para Galicia. a Echegaray, 1933 y Caro Baroja, 1974 para el País Vasco, o Floristán, 1985 y -desde una perspectiva tradicionalista- Esparza, 1949 para Navarra. Institución en vigor esos años en lugares como Baviera (Wimschneider, 1990: 72 y sigs.) o Rumanía (Sthal, 1969: 79, 84-85), y por toda Europa. 15 Sobre los de casa (echekoak) y su fuerza como elemento de autoridad, protección y relación respecto de la comunidad puede verse Caro Baroja, 1978: 7- 11 . Sin embargo, en Salinillas no funcionaba ese modelo troncal que se ha descrito para la zona holohúmeda del País Vasco y Pirenaica de Navarra (soucl1e, siguiendo a Le Play, cuya descripción, bastante matizada, puede verse en Douglass, 1973: 101164; 1977: l. 71-84), cuya estructura aparece tan claramente apoyada por el ordenamiento consuetudinario y foral (Salinas Quijada, 1968 y 1978). La hacienda paterna en SaliniUas era heredada por todos los hijos, habiendo ciena libenad de testar. A unque existía la figura de «el de casa», que correspondía a quien se casara a la casa paterna, quien en ocasiones (emigración de alguno de sus hermanos) recuperaba pane de la hacienda mediante compra, y. en general recibía un patrimonio mayor en la donación a cambio del auxi lio a los padres. En todo caso la emigración era muy escasa, por lo que las haciendas tendían a ser corras (el trabajo en la cantera de San Felices servía para completar la renta familiar). Por lo demás la familia coincidía con el grupo doméstico - aunque la colaboración con alguno de los hermanos era frecuente. Ésta no mantenía panteón en el cementerio (donde se les enterraba individualmente con cruz; pasaban a ser de la comunidad del pueblo). Información de Ángel Areta, 19 de febrero de 1992 y 3 de diciembre de 1994; y Álvaro Barrón, 29 de noviembre de 1994. E l modelo se parece más al estudiado por Jeremy MacClancy ( 199 1: 11 8- 120) para Ulí Alto (en Navarra, tierra Estella). Un comentario proponiendo un modelo más flexible de famil ia vinculada a la casa pero más equilibrada entre tronca lidad e intereses individuales-que tambi6n estaría protegida por la ley foral- puede verse en Celaya, 1993. Véase en esa línea los trabajos recopi lados en Comas y Soulet, 1993. Hilario Yaben (19 16) proponía ya a pri ncipios de este siglo una geografía de la institución de la herencia diferenciada para el none y el sur de NavmTa (influido este último por el derecho castellano) que aquí podemos extender al sur alavés (Rioja y Valles). 13 14
[ 13]
Era aquél, claro está, un tipo de estructuración social cultural mente construido. De hecho, muchas veces fu ncionaba como ideología (en el sentido de falseamiento de lo real; como cuando, ante el extraño, se sostenía que «todos se llevaban estupendamente»). Pero ocurría, también que, en ciertas ocasiones, ese pensamiento moral comunitario resultaba, además, operativo 16• De modo que el grado de ascendiente de un individuo en Salini llas (medido siempre en términos de honra u honor 17), su prestigio, su grado de influencia estaba concernido en gran medida por el grado de adhesión a las normas morales del pueblo y su vinculación familiar. Todo ello en el marco de unas relaciones complejas, entendidas en sentido comunitario sobre la base de lealtades fundamentalmente personales, fa miliares, de patronazgo (como veremos inmediatamente), etc., antes que horizontales o socioprofesionales (sin que estas últimas estuvieran excluidas, claro, a la altura de los 30). Naturalmente, e n ello tenía que ver también la estructura de la propiedad, la composición de la familia, etc., como veremos. Pero el estatus de las personas se medía tanto en la arena de la vida pública (al modo de las sociedades tradic ionales) como podía medirse en e l terreno de l mercado o la propiedad -si no más. Así, los propios trabaj adores de San Felices (ubicado al otro lado del río Ebro) se consideraban básicamente ajenos a la vida de Ja cantera, a sus grupos y tensiones. Eran, fundamentalmente, vecinos de Salinillas y pertenecían a la casa en que residían (habitualmente algún hijo joven de ésta). Su trabaj o de exu·acción tendía a ser un complemento a los ingresos familiares. En caso de huelga -que alguna se dio durante la República por motivos salariales-, dedicaban el tiempo liberado a cuidar la hacienda
16 Así en las circunstancias que se han descrito. Pero también cuando Álvaro Barrón, alcalde del pueblo desde julio de 1936, y Femando Berganzo, llevados por obligaciones de veci ndad y fami liares, intercedieron ante las autoridades provinciales a favo r de dos presos del p11eblo; a pesar de que, previamente, éstos hubieran sido denunciados como izq11ierdistas por su mismo grnpo (Ángel Berganzo, 10 de abril de 1997; Álvaro Barrón Martínez, 11 de diciembre de 1996). 17 Sobre la categoría sociológica del honor se ha escrito mucho asociándolo a sociedades mediterráneas (aunque se trate de un rasgo de dignidad de sociedades tradicionales, y así lo han visto tanto medievalistas como modernistas). Véase, por ejemplo, desde la antropología los clásicos de Julian Pill-Rivers ( 1979) o los textos recogidos en J. G. Peristiany ( 1968; especialmente el Pierre Bourdieu). Desde un punto de vista histórico, Casey, 1990: 76; y para la Navarra del siglo x111, Maiza, 1992. En un castellano más ajustado, parece más correcto el término de honra para referirse a ese concepto («dignidad propia, y buena opinión y fama, adquirida por la virtud y el mérito», DRAE) que lrono1; más ligado a cuestiones de alcurnia y honestidad. Para el Diccionario de /\utoridades, honor es honra con publicidad y esplendor a una dignidad; y honores se hacen a alguien con «título u preeminencia». Tiene que ver también con honestidad y recato (y su defensa). Honra tiene un sentido más amplio de «reverencia, acatamiento y veneración que se hace a la virtud, autoridad o mayoría de alguna persona ... estima y buena fa ma, que ... debe conservar». Así lo empica Cervantes: «Y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honrn como para el servicio de su república». O en el Libro Segundo, entre las cuatro cosas que deberían llevar a un «varón prudente» a tomar las armas, cita la de la «defensa de su honra, de su fam ilia y hacienda». De ese mismo modo se empleaba en el lenguaje común de principios de siglo (y ahora): «Casimiro era un hombre honrado y cabal», nunca honorable y cabal. El concepto del honor de los sociólogos tiene reminiscencias de su uso en los pueblos magrebfes, territorios tribales y de linaje en los que han trabajado más quienes lo han estudiado o en sociedades viejas de linaje.
[14]
familiar (sin que ello les hiciera impermeables a las nuevas ideas que se difundían en el mundo del trabajo, como veremos). Claro que su condición asalariada marcaba otros ritmos de trabajo y ocio. A las seis de la tarde «habían hecho la jornada» y se reunían, por cuadrillas, en la plaza del Mentirón. Jóvenes, con tiempo libre y dispuestos a divertirse, una de aquellas cuadrillas era la «cuadrilla del trueno: cantaban, organizaban juergas, hacían estragos. Era una cuadrilla muy alegre», en opinión de un chaval que los observaba con cierta envidia. Todo ello les permitía alguna independencia respecto de las estrictas normas comunitarias. Ése fue uno de los viveros del pequeño grupo socialista del pueblo. Junto a esa realidad unitaria, se alzaba en Salinillas, sin contradicción, su otra reali dad banderiza -que, el plus de socialización política introducido por la República, había hecho que cristalizara como bandería política. Había en Salinillas dos bloques: las derechas y las izquierdas, los miembros de Hermandad Alavesa o del Centro Republicano (aparte, ese pequeño grupo informal de socialistas, que se veía con Benigno Salazar, carpintero y reparador, concejal, y a través del cual se vinculaban también al bloque del Centro). Contra lo que pueda creerse desde la actual visión de las cosas, esa fractura no representaba una diferente apreciación del orden social o una posición divergente frente a conceptos como el de progreso o democracia (en nombre de los cuales se había instaurado la República). Surgió, más bien, del «picadi llo que había en los pueblos» entre distintos grupos de influencia, configurados a partir de la adhesión personal del vecino -que, como tal, también en este caso implicaba a toda la familia. No eran las ideas ni la opción individual las que daban forma al grupo (situación que corresponden a sociedades en las que el hombre es consciente de su individualidad y alega adscripciones diversas, el tipo ideal de sociedad liberal). Eran más bien los vínculos personales -que implicaban intereses concretos, rencillas, en ocasiones fami liares, amistades, patronazgo, etc.- los que venían a dar una primera form a a los bloques. Una concepción indivisa de la vida hacía, por lo demás, que «todo el pueblo estuviera en un sitio u otro», pe1teneciera a uno de los bloques. Las relaciones de cuadrilla, Ja charla, el café de los domingos o la partida de cartas, todos los aspectos de la socialización informal masculina, se organizaban a partir de las tabernas pertenecientes a la Hermandad o al Centro. Éstas eran el verdadero pulmón por el que respiraban ambos bloques. Y sólo desde ellos podía el lugareño integrarse en la vida diaria de la comunidad. No se era de uno u otro centro por tener necesariamente ideas tradicionalistas o republicanas. Pero se pertenecía a ellos de modo total e incondicional. El tradicionalismo se sustanciaba en torno a varias fami lias de propietarios medios (como era el caso de Álvaro Barrón 18, y también Tomás Uriarte, los hermanos Areta, los Berganzo, Leiva o Albe1tano Abecia 19). Algunos de ellos estaban muy vin-
18 Quien, además de las lineas del pueblo, tenía hacienda en Zambrana (de donde procedía su madre Josefa Lete), en Gaílón y en Bargota (Navarra), como parte de la herencia de su mujer. 19 Cuyo hermano Rufino y su familia se alineaban con el otro bloque por renci llas familiares (hasta el punto de que aquél vistió de rojo a sus hijas al mori r Rulino). Ésta podría ser la otra cara de esa moneda que era la relación de parentesco entendida corno relación social en el marco de la comunidad: re-
[ 15]
culados a las actividades de culto, de modo que actuaban como albaceas del principio de la moral cristiana en el pueblo (de suerte que les molestó sobremanera la presencia de un cura párroco filonacíonalista en los años de la República 20 ). 1-Iabían ganado las elecciones generales de febrero de 1936, como he dicho. Pero esas elecciones
-al igual que las provinciales- «quedaban un poco lejos» para los intereses y la percepción de las cosas que se tenía en Salinillas. En las que cada bando se implicaba realmente, donde «había verdaderas luchas», era en las elecciones municipales (pues era en el ayuntamiento donde se resolvían los repartos de las contribuciones, se decidía sobre surcos, paso de veredas, ubicación de las fuentes y abrevaderos, elc.) 21 • Éstas, sin embargo, habían sido ganadas en 1931 por el bloque republicano (sus candidatos, entre los que estaba el socialista Benigno Salazar, obtuvieron la cincuentena de votos frente a la treintena de los tradicionalistas 22 ). Los republicanos controlaban, pues, la vida local, el ámbito de socialización del salini!!ero (desde allí «Seconocían las flaquezas de los demás»), su círculo de intereses. Y no fue necesariamente el entusiasmo que suscitara la llegada de la República (a la que se recibió, bien es verdad, que esperanzada1nente) la que dio la victoria a la candidatura de la izquierda ese año. Si la Her1nandad se articulaba en torno a varias fa1nilias de propietarios medios, quienes encabezaban el republicanismo en Salinillas eran los dos mayores propietarios del pueblo --que llegaban a triplicar la hacienda, individualmente lo· mada, de los tradicionalistas2 '. Ángel Jrcio, mayor contribuyente, alcalde en l 913 y concejal en 1930, y Casimiro Lasheras, elegido alcalde en 193 l, con la República (concejal en 1911 y 1915; y gestor provincial en 1933), eran quienes amalgamaban al bloque del Centro. Especialmente Casimiro Lasheras. Casimiro, si no la «más larga, sí disponía de la mejor hacienda» del lugar. Era, ade1nás, soltero (frente a Ángel Ircio que tenía varios hijos; la fa111ilia la con1ponían siete adultos en 1930, y tuvo diez hijos), lo que condicionaba extraordinariamente su situación. Los hijos se empleaban por la familia en el trabajo de Ja casa (lo que pertnitía una explotación 111ás extensa de las fincas), y, al propio tien1po, hacían que hu-
!ación solidaria en unos casos o reñida en otros. Lisón Tolosana (1973: 117) habla de la fainilia gal!cga con10 «intenso foco de antagonisino, tensión, astucia y conflicto» en ese contexto donde la do1nesticidad es el (unbito de socialización global: afectiva, econóinica, 1nora!, religiosa, etc. 20 Toinás Uriarte cantaba en Ja iglesia y llevaba e! control de los jóvenes que fr11taban a la 1nisa dominical. Tainbién, Juego, kJs Areta. To1nás Uriarte mantenía fuertes discusiones de carácter político con el cura pán-oco, don Eustaquio, de origen guipuzcoano y considerado filonacionalista. 21 ¿Puede en estas condiciones !1ablarse de socialización política en ténninos de política 11acio11al? Eugen Weber ( 1983: 352) lo cuestiona para la Francia rural de finales del x1x. Nosotros vere1nos que mnbos niveles (local y nacional -y otros niveles coino el provincial-) mantenían una relación compleja en la zona de nuestra consideración. Nunca, en todo caso, eran nacionales del n1odo paladino en el que se dieron en Europa tras !a Segunda Guerra. 22 Véase BOPA, 18 de abril de 1931 (infonnación facilitada por Santiago de Pablo). 23 Véase ADFA. DAI. 1406-9; 3655-1; 449-6, y 1027-6, para !os ai1os 1930, 1932, 1938 y 1943 rcspcctivaincnte. Para 1930 y 1932 hay que añadir a los bienes de Casi1niro Lashcras los de su tnadrc Mariana l_Martínez de] Bujo, adininistrados por éste. Propiedades que ésta distribuyó entre sus dos hijos por hijuela e1nitida ante la Oficina Liquidadora de hnpucstos de Laguardia en 1932, correspondiendo la 1nayor parte y las casas al propio Casi1niro (gentileza de Fernando Díez-Cabal!ero Lashcras).
[ 16]
biera que mantener una hacienda grande que en su día pudiera repartirse entre todos los herederos. No era el caso de Casinliro. En 1930 su .faniiha la cotnponían su 1nadre, el pastor (que pasó a vivir en Ja planta baja de Ja casa principal) y el yuguero. Una fan1ilia larga en hacienda, pero corta en 111ano de obra y aún 1nás en herederos. Disponía Lasheras, ade111ás, de un a1nplio rebaño de ovejas, prensa propia (estruja/), cueva y lagos de vino. Eso, y su peculiar sistema de explotación de la tierra, hacían que una buena parte del pueblo dependiera de las propiedades de Casi miro (o don Casi1niro; las fuentes no se ponen de acuerdo sobre el tratamiento). Se negaba a contratar peones. De modo que, ante la ausencia de hijos, utilizaba a familias del pueblo para la siega, vendin1ia, etc., a catnbio de la concesión en usufructo de pequeños huertos que él no podía trabajar. En su prensa (tenía dos) se obtenía una buena parte del vino de prensa del pueblo 24 . Por lo den1üs, era a1nigo del influyente Luis Dorao, director del diario La Libertad, como ha quedado dicho, cabeza del PRR de Álava y presidente de la Gestora Provincial entre 1934 y 1936 (a la que debió llevar a Casimiro en 1933). A «SU sombra» se encontraba, por lo demás el concejal socialista (Benigno Salazar, el Vi~jo) y el secretario de los socialistas locales (Cipriano Urrechu) 25 . Tocio ello le permitía (a él mismo y a su entorno) dispensar un gran número cle.fávores al vecindario (individual o colectivan1ente 26), que quedaba así vinculado con un deber de lealtad para con él (lo que Jos antropólogos han llamado relación de patronazgo27). Desde Ja derecha se decía que «tenía a todos los republicanillos bajo su 111anto». Ello le pennitía cuidar, incluso, de la reputación de sus a1nigos, guardando que estos e1nparentaran con fa1nilias respetables cuando casaban sus hijos 28 . Era lo que le confería una posición pree1ninente en el pueblo, una reputación ante cicrlas fa-
1nilias hu111ildes y una situación de dignidad ante su bando29 que, n1ás allá del orgullo, resultaba ta1nbién de utilidad práctica. Lo que para los suyos era «generosidad y
21 ·
El vino lágrima y el con1zó11 se obtenían en los lagos de las casas. Pero era el vino de prensa el que se co1nercializaba. Los otros propietarios de prensas eran Ángel Ircio, Gainaliel Barrón y Atanasio Átvarez (ADFA. DAI. 1406~9); los dos pri1neros tmnbién 1nie1nbros del Centro Republicano. 25 El socíalisla Benigno Salazar Hieffo, concejal, era amigo de Casinüro Lasheras, para quien trabajaba habituahnente y en cuya casa tuvo einpleada de sirvienta a su hija. Cipriano Urrechu era hennano del pastor de Casi miro y trabajaba una huerta cedida por éste. 21 ' Reparando la iglesia local «de su propio bolsillo», por eje1nplo. 27 Relación entre desiguales con in1crcan1bio de bienes y servicios a cainbio de lealtad. Véase ht(ra, pero un buen estado de la cuestión para España en Robles Egea, 1996. Es ésta, en todo caso, una relación coinpleja que ln1ptica un escenario social detenninado. No creo que quepan disecciones sencillas entre funciones de ¡H1tro1u1zio y de intermediación (así Á!varez Junco, en Robles Egea, 1996: 74-76), pues a1nbas, con10 en este caso, tienden a darse con1binadainente en aquella sociedad en tránsito. 28 Así !o hizo con su amigo Ángel lfcio. 29 Que lo exteriorizaba con su dignidad corno alcalde y su hcnnosa n1ansión blasonada. También era un rnodo de afirmar su posición -aparte necesidades funcionales- la con1pra que hacia J 945 hizo del Palacio de los Condes de Ofiate -sel1a de señorío en el pueblo·- a Teodoro Doublang. Más adelante -años 50- gustaría de exhibirse en Baro con !os nietos de su hennana Uóvenes con carrera) durante las fiestas de la Virgen de !a Vega el 8 de septie1nbre, l!evándoles a !os toros y con1iendo ritualinente en el Restaurante El Sol en Ja plaza de esa ciudad. A esa comida, con10 personas de la fanli/ia asistían en lugar e1ninente el pastor y el yuguero.
[ 17]
desprendirniento», honradez en definitiva, era para otros (y sobre todo para los otros, para el bando de Hennandad) prácticas «caciquiles e interesadas}.> (que intentaban ridiculizar en toda ocasión: «Honra y provecho no caben en un saco», se decía) 30 • El hecho es que desde 1931 controlaba, con su clientela, el ayuntamiento desde Ja alcaldía -aunque su reputación no i1npidió que los tradicionalistas obtuvieran 1nás votos en las generales de 193631 . Los tradicionalistas, por su parte, no hubieran dudado en utilizar los n1is1nos 1nétodos (y de hecho los utilizaron en la medida que pudieron 32 ). Sin embargo, su posición co1no patronos o su capacidad de intern1ediación eran n1enores. De ahí que su poder en la vida social la localidad fuera menor. Así pues, funcionando Salinillas corno con1unidad rnoral (en ocasiones unitaria1nente, pero no sin tensión), se encontraba dividida verticaltnente en dos bloques (con sus tensiones internas) que trataban de controlar el pueblo moral y el pueblo de los intereses 33 .
1.2.
ÁLVARO Y SU FAMILIA
Y era sobre aquella pugna (además de otras pugnas y otras fracturas, como veremos, en aquélla y en otras geografías) sobre la que venía a incidir la indicación que se recibía en la sede de la Hermandad en Salinillas la noche del 18 de julio. Aquella notificación que tenía inquieto a Álvaro Barrón la 1nañana del don1ingo 19. En efecto, ese día había salido de Vitoria un coche con cuatro jóvenes (Manuel Rabanera, Federico Santiago, Arturo Cebrián y Galindo Pobes) con la orden de movilización para el Requeté dada para Álava por I...uis Rabanera (co1nandante retirado tras la Ley Azaña e Inspector Jefe Militar del Requeté en esa provincia). A ellos les
-'ºNegándole el tratan1iento de «don}>, hablando de su condición de rústico, trat<índolc de cicatero e interesado (si donaba una oveja para Jos mozos en Santa Águecla ----el extendido rito de paso entre juventud y la edad adulta- asegurando que ésta era la inás raquítica de! rebaño; sosteniendo que desde e!
Ayuntainiento presionaba para poner la fuente pública a la vera de su casa, cte.). 31 Infonnación basada, ade1nás de los docuinentos citados inás arriba, en los testiinonios de Luis Pereda (10 de febrero de 1992}; Ángel Arela (19 de febrero de 1992; 3 de dicie1nbre de 1994; 19 de 1narzo de 1997); Eduardo Barrón (12 de febrero de 1992); Fernando Dícz-Caba\lero (17 de inarzo de 1997; 25 de 1narzo de 1997), Ana M." Lasheras (25 de tnarzo de 1997), y Ángel Bcrganzo lrcio (10 de abril de 1997). 32 Por ejeinplo, su posición preeminente en el culto. Al crearse el local de Hern1andad, ya en la República, se entregó dinero por valor de una vaca para ser devuelto en cinco afios sin interés. Sus contactos en Vitoria -a través de To1nás Uriarte- se utilizaron para obtener servicios de la Diputación (por eje1nplo, pago de los servicios de hospital co1no «pobre», etc.). 33 División vertical que no puede entenderse de n1odo si1nple corno en su día 1nostrara E. P. Thmnpson (1979) al hablar del paternalismo en el xv111 inglés. La brevedad de la descripción i1npide desarrollar las tensiones verticales que existían dentro de c<1da bando y el peso de l<1s nuevas ideas que también alcanzaban a Salinillas (ahí estaba ese pcquefio colectivo socialista, o el caso de los propios yuguero y pastor de Casin1iro, a quienes éste consideraba de la fainilia pero que por su parte se quejaban de «haber pasado calainidades>1 en aquella casa). Pero, a pesar de ello, no se generaron otras solidaridades que pudieran tener un signo horizontal.
[18]
tocó recorrer la zona de la Rioja alavesa. Otros coches, salidos de Pamplona y Vitoria, habían peinado a111bas provincias. T'atnbién había quienes acudían a las capitales de provincia en busca de la orden. En fin, era el pri1ner estallido. Después, con10 en sucesivas detonaciones, sin un orden preciso, sin una planificación 1ninuciosa -unos a pie, en bicicleta otros-, salían de las cabezas de zona los avisos a las distintas aldeas y lugares de las provincias (más de mil doscientas entre Navarra y Álava) 34 . Todo un despliegue de medios informales y de capacidad en una zona con poblamiento tan disperso y en el que el servicio telegráfico y telefónico se limitaba en Álava al eje Miranda-Vitoria-Mondragón y San Sebastián (uniendo la Llanada con una pequeña derivación hacia Alsasua) y al eje Miranda-A1nurrio-Bilbao; y en Navarra, 1nás radial, uniendo Pamplona con las cabezas de Merindad y un eje Zaragoza-Tudela-PamplonaTolosa-San Sebastián (unido a Logroño) y derivaciones hacia Estella y Sangüesa 15 . Las líneas de autobuses eran de1nasiado lentas y aún más el correo. Conque fueron el coche particular, la moto (ambos medios de transporte de las clases acomodadas de las ciudades) y la bicicleta (muy extendida tanto en el medio urbano como rural3 6 ), y el desplazamien!o a pie los medios más utilizados en aquellas comunicaciones. Fue aquella en buena 111edida una co1nunicación iinprovisada sobre la n1archa 1 nada estructurada y a la vez eficaz porosa basada en la utilización de los canales habituales de !ránsito de la información en la época y en aquel tipo de sociedad (asunto sobre el que volveremos). Casi, por su informalidad y modos de transmisión boca a boca, podía sen1ejar una llcunada a asa111blea realizada por los señores (los notables del partido en este caso) a sus gentes a través de los enlisarios enviados a la provincia tras «levantar bandera de reunión» 37 • 1
1
4 :i Véase n1ás adelante e! apartado «La leva. Orden de salida a los e1nisarios y la recluta en la provincia}>, donde se documenta este despliegue y sus fonnas. ~ 5 Puede verse Norte (periódico de Vitoria), 16 de enero de 1940; y Urabayen, 1931: 30. El desarrollo de este servicio no estaba aún 1nuy extendido en España. Vitoria tuvo una concesión de teléfono en 1912 y Tudela en 1915. Hacia 1936 sólo el 8 por 100 de !as familias españolas disponía de teléfono (en general de clases aco1nodadas y urbanas). Puede consultarse Bahan1onde, 1993: 123-232 (en especial
202 y 212). :ir, En 1950 había en Salinillas 41 bicicletas con licencia (no estaban contabilizadas las bicicletas sin licencia, que en Llodio eran J50 frente ;:1 62 con licencia) frente a 305 habitantes (Archivo Histórico Provincia! de Álava. INE. Caja 6), Las bicicletas tuvieron un gran efecto sobre !a vida rural y los usos tradicionales. Se e1npleaban para desplazan1ientos de fin de seinana a los bailes del alrededor, y en general para desplazainientos entre los pueblos. Este hecho facilitaba una n1ayor relación entre pueblos vecinos, el estableciiniento de lazos de ainistad, econón1icos y fan1iliares, y Ja caída de la anilnosidad interpueblos propia de una época anterior en que las coinunicaciones entre pueblos vecinos eran rnucho 1nás esporádicas. Para los usos de la bicicleta, Antonio Ortiz de Anda, 3 de dicie1nbre de 1992, 39.A. Sobre los cainbíos de este medio de transporte (y otras innovaciones) en la provincia francesa, Weber, 1983: 337. Sobre lo que supuso la bícicleta en e! ca1nbio de siglo francés, el 1nis1no Weber, J 989: capítulo 1O. .H Así lo hizo en 1810 Francisco Espoz y Mina (1961-2), tras haberse sumado a Ja partida que dirigía su sobrino Javier Mina en Navarra a! comprobar que no apareció por allí «hoinbre que, perteneciendo a la clase de títulos de mayorazgo o de riquez.as tuviese alguna nombradía o prestigio para levantar bandera de reunión». En esta ocasión, 1936, sí habría personajes de nombradía y prestigio que Jo hicieran. Se trataría de un sistctna de leva que suplía al ban caballeresco en sociedades tradicionales (así la llainada a Connmidad realizada por el conde de Salvatierra, «Capitán de las Connmidades de Burgos a Ja 1nar», a la Provincia para que pusieran <
[ 19]
«Ha llegado Ja hora, según órdenes de mi jefe inmediato - había leído Álvaro Barrón en el escrito que portaban los j óvenes-, de que, sin renunciar con afirmación [sic] los principios de nuestro noble le ma Dios, Patria, Fueros y Rey, secundemos con entusiasmo la acción que en estos momentos realiza el Ejército nacional.» Se lo habían entregado a él como presidente del círculo de la Hermandad de Salinillas. Conocía bien a los jóvenes. Dos de ellos (Rabanera, hijo de don Luis, y Pobes, hijo de don José M .ª, hacendado de Labastida y miembro de la Diputación con la Dictadura) pertenecían a buenas familias de la zona con casa abierta en Laguardia y Labastida respectivamente. Aunque vivieran ahora en Vitoria, mantenían sus propiedades y sus casas, y, sobre todo, sus contactos de sie mpre que cultivaban en sus largas estancias (veraniegas, desde Juego, y también en largas temporadas a lo largo del resto del año, especialmente en el caso de los Pobes, con explotaciones vitivinícolas)38 . La noticia hizo que todos los de casa (su mad re, el matrimonio y cinco hijos entre siete y veintidós años) pasaran la noche «anhelosos .. . por la nueva y deseosos de acudir al llamamiento que se nos pedía». Al fin se acabaría con el período de libertinaje y desorden en que había vivido la zona riojana desde Ja llegada de la República. Se acabaría con la amenaza de revolución comunista que habían visto en pueblos vecinos, se decían. Naturalmente, las preocupaciones y el entusiasmo se repartían desigualmente. Los más entusiastas eran, sin duda, los jóvenes (uno de ellos, el mayor de los hijos, salió para Miranda en cuanto supo que allí se quemaban iglesias). Quizá las mujeres no participaran de ese ardor (Milagros Albizua, mujer de Álvaro, hija de boticario, fina, menuda, de piel muy blanca y «muy señorita», presumía de ser isabelina39). Pero eran «los de casa» -como decía Álvaro- los que protagonizaban aquel momento crucial. Del desenlace de aquella situación dependía su posición futura. No ya Ja de Álvaro -el pater familias- o la de alguno de sus miembros. Jba a ser la casa, la familia tomada como cuerpo social la que iba a salir beneficiada o pe1judicada con aquella decisión 40. Álvaro debía sentir una doble responsabilidad: como presidente de la Hermandad, sus hijos deberían ser los primeros en marchar. Era un deber que tenía frente a su bando, el bloque de Ja derecha agrupado en torno a Ja Hermandad. Pero estaban en plena siega - hecha toda a mano- y, aunque en Salinillas el cereal apenas daba más
cha Provincia», y para que ésta se «alzara y levantara en Comunidad» en las guerra de las comunidades castellanas que recoge Eduardo Escarzaga, 1931: 33 y sigs.). El sistema perduró en las guerras civiles del XIX español en el bando carlista, en zonas de Francia (Fitzpatrick, 1990), en Suiza y Ti rol. Puede verse Keegan, 1995: 283-284. Estas referencias resultan hechas antes a efectos ilustrativos que sustantivos, sobre los que luego se discutirá. 38 El relato sobre Salinillas y Álvaro Barrón en ADFA. AA. 5398. Sobre los jóvenes desplazados de Vitoria, Luis Rabanera (13 de marzo de 199 1). La orden de movilización en el archivo de Esteban Sáenz de Ugarte. 39 Ocurría con frecuencia que las fami lias distinguidas del ámbito rural (propietarios, miembros de profesiones liberales), presumieran de ser liberales frente al carli smo, propio de gente de baja extracción, más tosca, de hábitos rústicos y vulgares. En 1936 muchos de éstos habían evolucionado hacia un conservadurismo autoritario. 40 Véase lo dicho supra sobre la familia.
[20]
que para el consumo de la casa (era la vid la que dejaba un mayor margen), una mala cosecha comprometía el año. Y aún siendo uno de los mayores propietarios de tierras del lugar, carecía de recursos para contratar peones. Necesitaba que alguno de sus hijos quedara para las labores de siega. No era cosa de vender las fincas - reflexionaba el cura ecónomo de Salinillas pocas fechas después-, «sería indigno el dejar a sus hijos con el patrimonio reducido precisamente porque se ausentaran en alas [sic] de un ferv iente amor patriótico»41 . Por lo demás, la propia responsabilidad ante la casa le impelía a enviar a sus hijos a Vitoria (de acuerdo con la orden)42 . Álvaro albergaba la esperanza de que al fin Casimiro Lasheras (alcalde de la localidad, como ha quedado dicho, y cabeza del bando republicano) dejara de ser el «mandamás» del lugar. Quizá a su favor. Es posible que algo de esto se le hubiera insinuado ya desde Vitoria (quizá el mismo «Señor Oriol» - José Luis Oriol- que visitaba el pueblo con alguna frecuencia y a quien Álvaro escribió en cuanto sintió que tenía problemas). Después de todo, como veremos, era ese relevo en el poder local lo que se negoció entre carlistas y militares en Álava. Y, en ese reparto, la alcaldía iba a ser para Álvaro43 . Eso haría que ambas responsabilidades - la del presidente del círculo y la del cabeza de familia- se conciliaran. Para ello debía alcanzar la alcaldía (como así ocurrió los días siguientes) y mantenerla. La tarea no Je iba a resultar sencilla: Casimiro maniobró, como veremos, y no era fácil situar adecuadamente los hijos en aquella excepcional coyuntura. Álvaro lo vivía, con la natural tensión, como un acto semiconsciente de lo que desde Pierre Bourdieu viene conociéndose como estrategia familiarM. De las deci-
41 En el Murélaga estudiada por Douglass ( 1973: l 25), una de las circunstancias más censuradas era la del cabeza de familia ( etxekoja1111) sin e nergía o fimdamento para realizar la función económica que le correspondía. En Salinillas hubiera sido también indigno que Alvaro no hubiera cuidado del patrimonio de la casa, que era de su propiedad de un modo especial: e ra un bien de la casa, de todos sus miembros. Máxime cuando la tendencia al reparto entre los hijos (Álvaro tenía cinco), sin emigración, hacía que las haciendas recibidas por éstos fueran pequeñas. 42 Como ocurría en la ficción histórica de Martín Guerre (Davis, 1984: 52) cuatrocientos años atrás, ambas actitudes (la de marchar a Vitoria como la de permanecer en el pueblo terminando la cosecha) se articulaban e n torno a la defensa de la familia o de la casa. 43 El relato se encuentra en una carta di rigida al presidente de la Comisión especial creada por la Diputación alavesa para la concesión de subsidios a los combatientes voluntarios (la Comisión se c rea por acuerdo del 7 de agosto de 1936, véase Acta de la fecha). Se completa con los testimonios de Eduardo Barrón ( 12 de febrero de 1992) y Ángel A reta ( 18 de febrero de 1992). Aceptando un probable entusiasmo ex priore acta, máxime cuando de obtener un subsidio se trata, la veracidad de los hechos viene avalada por el escrito del cura ecónomo de Salinillas (carta del 7 de enero de 1937, ADFA.AA-5398) y los testimonios de Ángel A reta ( 18 de febrero de 1992) y Luis Pereda ( 1Ode febrero de 1992). En cuanto al deseo de acudh; las manifestaciones e n ese sentido son numerosas, por ejemplo, Ponciano Santamaría ( 19 de diciembre de 1990) o Julio Orive ( 14 de enero de 1992) del vecino pueblo de Labastida. También Antonio lzu (de Echauri, junto a Pamplona) al recibi r la orden de desplazarse a Pamplona el 19 de j ulio y decírsele que ya estaban en guerra, contestó: «Ah, eso es bueno. Y me marché a casa la mar de contento. Aquella noche no pegué ojo pensando en la q ue íbamos a armar...» (Fraser, 1979: I, 61). 44 Para esa concepción a111p/ia de lo que son la estrategiasfa111i/iares y una discusión del estado de la cuestión puede verse la «Introducción» a Garrido y Gil Calvo, 1993.
[21 ]
siones que en ese momento de incertidumbre tomara dependería su nueva posición en el pueblo, la posición de su familia. Así es que debía disponer convenientemente a sus miembros en aquel momento: a lgunos al frente, otros a preservar el patrimonio familiar. Todo ello con la carga emotiva de los afectos y los posibles ideales, y sin descuidar los requerimientos del bando, los principios morales del pueblo y las exigencias que llegaran de las nuevas autoridades de Vitoria. Así lo haría. Álvaro Barrón era un hombre con iniciativa45 .
1.3.
ARETA Y EL DEBATE
El automóvil portador del mensaje había quedado aparcado en medio de la plaza. Su presencia resultaba llamativa en aquel entorno medieval en que apenas si entraban coches a lo largo del año. Uno de los que lo vio, Francisco Areta (ex concejal, del bloque tradicionalista; alcalde que sucedería a Álvaro Barrón en 1938), venía con su hijo Angel de leer El Debate en casa de su hermano (Severiano). Lo recibía el señor cura que se aloj aba en casa de este último. Habían estado leyendo precisamente las últimas intervenciones de Gil Robles y del Conde de Vallellano en las Cortes. Les habían impresionado. No es que aquellas lecturas fueran habituales, pero la noticia de la muerte de Calvo Sotelo había causado una sensación «garrafal» entre las derechas del pueblo, y esa noche habían estado leyendo con especial atención lo que se decía en las Cortes. «Se veía que aq uello iba a explotar por donde fuera.» El mismo Gil Robles «había echado el discurso amenazando -o alguna cosa de ésas- de que no podía ser». Que aquello no podía seguir como hasta entonces -así se apreciaba en un sector del pueblo46 • Las palabras del Conde de Vallellano en la sesión de la Diputación Permanente de las Cortes del 15 de julio - suscitada a raíz del asesinato de Calvo Sotelo y una vez suspendidas aquéllas por ocho días (Decreto de Presidencia) - fueron duras. «Nosotros no podemos convivir un momento más con los amparadores [sic] y cómplices morales de este acto [el asesi nato de Calvo]» - había dicho en representación del Bloque Nacional refiriéndose a la coaUción que sustentaba el gobierno. <
45 De hecho Álvaro Barrón, persona con algún estudio (por haber sido hijo único), casado con la hija del boticario de Berantevilla, había intentado hacer fortuna en Vitoria abriendo un almacén y comercio de patata. Sin embargo, aquello no fue del todo bien y volvió al pueblo a heredar a su padre al frente de la hacienda. Sin embargo, nunca abandonó del todo aquella esperanza de redimirse de la tierra. Gustaba de asistir a los juicios en Vitoria y hacía las hijuelas, escrituras de compraventa privada, etc., a los vecinos de Salinillas, asumiendo funciones de notario. Sus trayectoria vital muestra a una personalidad inquieta y en quien las expectativas de ascenso social permanecieron (Eduardo Barrón, 29 de noviembre de 1994; Álvaro Barrón, 29 de noviembre de 1994). 46 Ángel Areta (19 de febrero de 1992) fue testigo de aquella tertulia. Los comentarios son suyos.
[22]
cia al servicio de la vio le ncia.» Y tras afirmar que «quien quiera sal var a España y su patrimonio moral como pueblo civilizado, nos encontrará los primeros en el camino riel deber y de l sacrificio», abandonaba la Cámara, según relataba la extensa cróni ca. Pero quien estuvo realmente duro y beligerante fue el dirigente cedista -a quien los monárquicos, al abandonar el órgano parlamentario, habían encomendado su representación. Tenía plena concienc ia del momento decisivo que vivía e l país -a fin de cuentas estaba bien informado sobre la conspiración- y quería que sus «palabras llegaran al último rincón de España»47. Salinillas no era el último rincón de l país, pero c iertamente era un lugar remoto. Y hasta allí había llegado su di scurso, que era comentado con pasión por los contertulios. Su propósito se cumplía. Ciertame nte e l país - un país con muy pocos receptores de radio, y en el que casi todo había que confiarlo a la prensa escrita- estaba pendiente de sus pa labras aque l día en las Cortes. Gil Robles comenzaba por poner de manifiesto el estado de anarquía que estaba arruinando moral y materialmente a España. Siguiendo e l mode lo de discurso inaugurado por Calvo Sotelo y él mismo en la sesión del 15 de abril sobre orden público, re lataba la estadística de actos violentos ocurridos desde el 26 de junio en el pa ís: «incendios de iglesias, 10; atropellos y expulsiones de páITocos, 9; ... ». Así una larga lista. E l caos y e l pillaje se habían adueñado de la sociedad por dejación del gobierno. Aquel estado de cosas respondía además a una clara estrategia, decía, y tenía un objetivo bien definido : la iglesia (más que la propiedad sobre la que puso el acento, en su día, Calvo Sote lo). Por su parte el gobierno era incapaz de controlar aquel estado de cosas: «el Ministro de Gobernación puede decir hasta qué punto los Gobernadores civiles no le obedecen, los Gobernadores civiles pueden decir hasta qué punto los alcaldes no hacen caso de sus indicaciones, los ciudadanos españoles pueden decir cómo en muchos pueblos de l sur existen comités de hue lga, los cuales dan e l aval, el permiso, la autorización para que puedan circular por carretera». Todo e l aparato regular de la admini stración estaba colapsado, soste nía, y se habían puesto ya e n marcha organi smos de gestión paralela. Era la antesala de la «dictadura roja y atea». Tras dibujar ese estado de cosas, acusaba Gil Robles al gobierno de haber sido el responsable de generar el clima de violencia previo, propicio para el asesinato de Calvo Sote lo. Inc luso de haber incitado de algún modo a los asesinos. «Te néis la e norme responsabilidad moral - les decía- de patrocinar una política de violencia que arma la mano de l asesino.» De practicar «la excitación, la amenaza, la conminac ión a que hay que aplastar al adversario, a que hay que realizar con él la política de exterminio. A diario la estáis practicando: muertos, heridos, atropellos, coacciones, mu ltas, violencias, ... ».Inútil el matiz de que no consideraba al gobierno directamente implicado en ese asesinato. Tan inútil como los esfuerzos de Martínez Barrio (presidente de las Cortes en ese momento) y del ministro de Estado, Augusto Barcia de IR, por moderar el tono de las intervenciones e intentar introducir cierto nivel de racionalidad en e l debate. Tampoco servían las palabras más ponderadas del representante de la Lliga Juan Ventosa. La pieza oratoria había causado su e fecto - buscado o no,
47
J. M . Gil Robles, 1968: 766.
[23]
aunque esto último resulte poco verosímil 48 . Sí en Salinillas, y, como en Salinillas, en tantos otros puntos re1notos o no del país. Había presentado un panora1na catastrófico frente al que había que reaccionar con urgencia. Las ideologías de guerra civil en vigor en el momento iban a hacer el resto. Los contertulios de Salinillas veían que al fin alguien decía «que no podía ser». Porque todo aquel «desastre» se había producido a causa de la «falta de autoridad, sobre todo». Graves palabras de condena en un inundo -con10 era el rural de la época- percibido como jerárquicamente organizado por el Todopoderoso, en el que el gobierno de la nación era visto co1no trasunto de la ad1ninistración fan1iliar (residuo de la visión tradicional del reino y del rey como paterfamilias). La falta de autoridad era en sí misn1a reprobable -del 1nis1no n1odo que se le censuraría a un padre de familia en su casa49 o al alcalde en el ámbito local. Era pues exigible al gobierno esa autoridad de ejercicio (admirada en el paterfamilias) que le daría potestad moral ante el vecindario de Salinillas. De no tenerla, era legítimo sustituirlo por quien estuviera ungido por ella (como el padre «sin fundamento» era sustituido al frente de la casa). Además, al fin aquello iba a terminar. Lo decía el periódico -luego, no cabía la menor duda de que así sería50 . Gil Robles, su gran autoridad pública y capacidad de penetración social a través del poderoso medio de comunicación que era El Debate, habían hecho su papel 51 •
48
Publicado todo lo anterior en El Debate, 17 de julio de 1936. 49 Una de las razones de la tnala n1archa de una casa podía estar originada jus1a1nente por esa falta de autoridad. Véase Douglass, 1977: 1, 85. 50 Ángel Areta, 19 de febrero de 1992. La letra i1nprcsa ha causado históricainente en las culturas orales una i1npresión de veracidad que no la tiene en las culturas habituadas a los usos tipográficos. 51 El papel jugado por la CEDA y e! propio Gil Robles en la gestación del golpe 1nilitar ha sido motivo de distintas controversias. Parece bien sustentada Ja tesis de Joaquín Llcixá ( 1986a: 109-114 y 118-122: 1986: 44 y sigs.; no he podido consultar su tesis doctora! -··~Barcelona 1985~ en la que desarrolla su punto de vista) de que Ja CEDA fue clave en Ja fragua del golpe n1ilitar por su posición detenninante en !a derecha política y su apoyo n1ás o n1enos difuso a la conspiración. En cuanto a Oíl Robles, Lleixú aprecia una evolución en él: desde febrero de 1936, en que seguía haciendo protestas de lealtad a Ja República, hasta su intervención parlan1entaria del 15 de abril en que ya, co1npai1iendo con los inonárquicos la idea de que había que frenar con10 fuera la dictad11ra roja, se suinaba a Ja estrategia de la subversión. Indudableinente Gil Robles conoció el detalle de la conspiración desde el pri1ner moinento (Gil Robles, 1968: 719, 730) e incluso trató de introducir sus puntos de vista en ella. Diez días antes de pronunciar este discurso y ocho antes de la inuerte de Calvo Sotelo, ¡woponía a Fal Conde en San Juan de Luz que «después de una corta actuación n1ilitar se fonnará un gobierno de partidos de derechas que se repartirán Jos gobiernos civiles>>. Véase M. Ferrer, 1979: XXX~l, 162 y XXX-2, 93; tainbíén Gíl Robles, 1968: 733n. Ya antes, siendo 1ninistro de la guerra en 1935, alentó la intervención 1nilitar en la vida política (véase Seco Serrano, 1989: 232-234). Postcrionnente, su apoyo explícito a la rebelión fue notorio e intcrnacionallnentc divulgado (véase carta a 7/ie Universe en J)iario de Navarra, 17 de febrero de 1937) lo n1is1no que su apoyo a los cmnbios constitucionales de orientación fascista promovidos por Franco desde el principio de la guerra (Diario de Navarra, 24 de abril de 1937). Sobre los planteatnientos doc\linales de Gil Robles en 1937/38 (de corte salazarista) puede verse Tusell, 1992: 279-284. Sobre los equívocos y a1nbigiiedades de la CEDA en relación con el fascis1no puede verse J. R. Montero, 1987: 11, 559-643. Para lo que aquí interesa debe resaltarse el papel jugado por Ja d~recha (toda la derecha) en el engranaje de la movilización, lo!:> ténnínos del discurso fonnulado por ésta y el nivel de difusión que tuvo.
[24]
l .4. LOS ACONTECIMIENTOS DE LABAST!DA Entre la gente de Salinillas (gran parte del pueblo, gentes de ambos bandos en que se dividía el pueblo, el propio Casi1niro l.asheras, cabeza de la izquierda local, había pertenecido al Somatén) se apreciaba que se hablara con firmeza de restaurar el orden. En su recuerdo aún estaban frescos los sucesos de diciembre de l 933 en la vecina Labastida. En esa fecha, los anarquista de aquella localidad, secundando un lla1na1niento a la insurrección por parte de la CNT en Zaragoza, se habían hecho dueños de la situación por una noche. Resultado, un 1nuerto por cada bando, tres heridos por anna de fuego y treinta y dos anarquistas procesados, ... ,incendios, botnbas, etc. 52 . Los sucesos --{}l!C se su1naban a otros ocurridos en la baja y alta I~ioja, Aragón, etc.- habían causado honda impresión en Salinillas, donde «aun habiendo piques, todos, tanto los de izquierdas y como los de derechas, se entendían en los momentos de dificultad. T'odos eran labradores y se ayudaban inutua1nente, sin hacer 111ayores diferencüts»53, según rezaba el discurso 1noral del pueblo. La comunidad moral se regía por aquel principio de orden y autoridad. Hasta la propia bandería había sido integrada en los modos de convivencia de la localidad. También en el interior de los bandos se respetaban aquellos principios; habían moldeado el comportamiento vital de sus habitantes. Sólo con la República se habían introducido formas nuevas de protesta pública (y no de simple resistencia). Los socialistas, aunque 1ninoritarios, celebraban el Prünero de Mayo. Se reunían en el Pilagar Uunto al manantial) y bajaban cantando hasta la plaza del pueblo. Un afio habían bajado con un gran 1nadero (a se1nejanza de la Cruz en las procesiones) 111ientras algunos gritaban «¡Viva la holgazanería!» Resultaba escandaloso. Eran jóvenes y actuaban con cierta libertad respecto a las nornuls y restricciones de la con1unidad. Era habitual verles en cuadrilla -como ha quedado dicho- mientras buscaban la juerga y cantaban: «Ésta es la cuadrilla del trueno,/ la que canta con a111or, /la que se acuerda del vino /pero de las chicas no.» Hacían uso de la libertad y las pautas sociales más abiertas que eran consentidas en la juventud. La mayoría trabajaba en San Felices, lo que les daba aún una mayor autonomía respecto a la familia y la comunidad, y tiempo libre cada tarde. Sin embargo, a los socialistas mayores, aquéllos que tenían responsabilidades familiares (y en el pueblo), les «tenía Casimiro bajo su manto» 54 . Pero lo de Labastida en 1933 había sido algo diferente. No era una simple disidencia: por primera vez habían visto de cerca lo que para ellos era «la Revolución».
52 Para un detallado relato de los sucesos de Labastida véase S. de Pablo, 1985. El entrec01nillado en el texto corresponde a Luis Pereda, 1O de febrero de 1992 y a Ángel Areta, 19 de febrero de 1992. 53 Así se veían a sí 1nis1nos frente a la situación de Labastida -un inodo de situar el conflicto fuera de !a propia comunidad. Sin e1nbargo, el conflicto entre bandos en Salinil!as era bastante sefialado (Ángel Arela, 19 de febrero de J 992) y creaba serias tensiones entre el vecindario. 54 Ángel Berganzo Ircio, 1O de abril de 1997.
[25]
__ j
Quemados el ayuntamiento y el cuartel de la Guardia Civil, disparos y muertos. Intervención violenta de las fuerzas de orden. Se decía que los insurrectos habían hecho listas para repartirse las propiedades y viviendas de la gente de derechas (que en Labastida eran carlistas o liberales - los Pobes-). Todos los propietarios de Sali nillas (prácticamente todos los cabezas de familia) temían una situación así. La temían aun más por ser algo desconocido e investido con el poder del mito. Había sucedido apenas dos años y medio antes y había dejado una honda impresión en cada salinillero55 .
55 La lectura es bien otra desde el inferior del grupo insurrecto en Labastida, y denota, también, formas sociales bastante elementales en cuanto a la idea de clase. En efecto, el movimiento insurrecciona! había sido decidido en los Plenos Regionales de la CNT (30 de octubre y 26 de noviembre). Su ejecución se fijó para la noche del 8 de diciembre de 1933. La repercusión que tuvo fue notable, se extendió a Zaragoza (donde se había instalado el Comité Revolucionario), Huesca, Teruel, Barcelona, zonas de Andalucía, Galicia, Valencia y la provincia de Logroño. Fue desde aquí, precisamente, desde donde secomunicó al dirigente de Labastida de la CNT Sixto Barrón que la insurrección estallaría ese mismo día (8 de diciembre). Tras vacilar -pues las noticias eran conrradictorias-, salieron resueltos «a implantar el comunismo libertario, abolir la propiedad y eliminar el dinero» (Ángel Manzanos, 31 de agosto de 1987; testimonio al que corresponden los entrecomi llados siguientes mientras no se especifique lo contrario). La acción directa era el procedimiento. Se hicieron con las escopetas del pueblo que pudieron recoger (algunos se negaron sin más consecuencias; otra cosa eran los carlistas: al presidente del Círculo carlista le interpelaron de este modo: «mira Galo, porque te quiero bien y contigo no va nada, entrégame la escopeta que tienes», al no entregársela, introdujeron un petardo por la gatera produciendo algún daño material; Manuel MartJnez Íñigo, 14 de enero de 1992. Después de todo, estaban «haciendo la revolución»). Inmed iatamente prohibiero n la venta de productos al comercio de Anselmo Quintana como primer paso «para eliminar el dinero» . El siguiente paso iba a ser la «abolición de la propiedad» (Á ngel Areta - 19 de febrero de 1992-, de Salinillas, no está de acuerdo: había listas hechas para cambiar de propiedad las tierras, nada de abolir la propiedad). Para ello se dirigieron al ayuntamiento en el que quemaron los archivos, «los papeles en los que fi guraban los propietarios» (en realidad quemaron todo tipo de documento que encontraron). «No se iba contra nadie, se trató de hacer las cosas tranqui lamente con los vecinos». Estaban convencidos -como diría Santos Juliá, 1983: 69- que «el nuevo mundo iba a llegar, a una hora cualquiera de cualquier día... como un extraordinario acontecimiento [en que] la gente obraría impulsada por miras de abnegación y de arrebatado heroísmo». Ellos mismo, los Manzanos, que estaban entre quienes mayor número de fanegas recogían en la localidad, formaban a la cabeza del motín. «No era un problema de tierras», decía Esteban Manzanos. Uno de los mayores propietarios de la localidad, José M.• Pobes, no iba a ser ni siquiera molestado: uti lizaron su huerta, pero sólo para parapetarse y di sparar sobre el cuartel (Pedro Pobes, 8 de octubre de 1994). El inspirador de aquella revuelta, el médico Isaac Puente detenido esos días en Zaragoza, se había «quedado maravillado más de una vez de la precisión con que ... los camaradas campesinos» entendían el comunismo libertario (cit. en X. Paniagua, 1982: 105). Pero quedaba la Guardia Civi l. Ellos representaban a la autoridad en el lugar, y «había que abolir toda autoridad». Sin embargo, aquello era otra cosa: era un cuerpo armado. Además, también la Guardia Civil fue consecuente con su papel y se hizo fuerte en el cuartel. De este modo comenzó la refri ega en la que los anarquistas mataron a un guardia e hirieron al sargento del puesto. Por la mañana, como cada día, llegaron camiones de Bilbao por vino (los camiones de Olave) que informaron de la tranquilidad que rei naba en el resto del terri torio. Esto desanimó a los insmTectos (Ángel Areta, 19 de febrero de 1992), que poco tiempo después fueron deten idos o dispersados por la Guardia Civil que entraba por la carretera de Haro. Posteriormente fueron procesados, etc. Fruto de aquello se cantaron unas coplas con música de una popular canción anarquista italiana en la que se parodiaba el trato dado por los guardias a los apresados (Pedro Pobes, 8 de octubre de 1994). Romero-Maura (1989: 5 19), de la escasa incidencia entre el empresariado que tuvieron los sucesos de 1909 en Barcelona colige que no debieron tener que ver con el anarquismo, sino más bien con un republicanismo anticlerical. En Labastida sí había anarquistas, pero tampoco molestaron a los propietarios. Tal vez se trate de culturas en que el componente
[26]
1.5.
CONTRA EL MALMINORISMO: SAN EULOGIO Y RECAREDO
«Todo el que vio pasar las multitudes rojas lo sabe ya de propios ojos», decía un artículo aparecido en e l Pensamiento Alavés días atrás y que probablemente Álvaro Barrón, que era aficionado a la lectu ra56, había visto en el Círculo57 . Uno de tantos que aparecían constantemente esos días en la prensa conservadora. «Todo el que vio pasar las multitudes rojas lo sabe ya de propios ojos.» Multitudes rojas, hordas, como también les llamaban, personificación del mal, impersonales (frente al mundo concreto de l e ntorno rural), amenaza imprecisa, violenta, plaga difusa que enturbiaba los espíritus y les llevaba a cometer atrocidades. Ellos lo habían visto en Labastida (pero también en San Vicente o Miranda de Ebro, poblaciones vecinas). La prensa conservadora había magnificado cada circunstancia, cada acontecimiento que turbara el orden natural de las cosas durante aquellos cinco años. Ya desde las quemas de conventos en mayo de 193 1, pero especialmente desde que en fe brero de 1936 el Frente Popular ganara las elecciones 58 . Era momento, se decía en ese attículo que circulaba esos días, de «defender sus posiciones privadas, su patria, su religión, sus propiedades, sus familias», porque «todo está en peligro», decía. Así lo entendían también en el Círculo de Hermandad, y por eso saldrían para Vitoria si hiciera falta. El artículo era un ataque fuiibunclo al malminorismo - uno de los viejos demonios del carlismo, personificado en ese momento por la CEDA de Gil Robles59- , y un indisimulado llamamiento a la insurrección contra el poder consti tuido. Porque, decía, «el mal que aparece lleva detrás de sí un mal mucho mayor, que no se muestra sino cuando tiene confianza en el triunfo. El mal asoma la puntita de un alfiler tan solamente [sic], para que lo toleremos. En cuanto consigue hacerse perdonar, enseña detrás del alfiler un puñal de Toledo, y detrás del puñal toledano todos los ejércitos de la Rusia». Frente a él, continuaba, son inútiles las actitudes como las del obispo de Córdoba Recafredo (en realidad era metropolitano de Sevi lla) que, ante el movimiento de espiritualismo cristiano y antimusulmán producido entre la mozarabía de Córdoba entre el 850 y 859 bajo el mandato de los omeyas, defendía «que debía acatarse el poder constituido y que a los cristianos intransigentes [mozárabes que, siguiendo las prédicas de San Eulogio, renegaban
moral y antiautoritario tiene un mayor peso que la búsqueda de una revolución en la economía (que vendría después, como fruta madura). 56 Ángel Arela, 19 de febrero de 1992. 57 CUALQUIERA, «Sobre el mal menor», Pe11sa111ie11to Alavés (PA), 7 de marzo de 1936. 58 En otro lugar (Ugarte, 1996) he documentado este hecho en el caso del Diario de Navarra, pero es válido para toda la prensa conservadora (las referencias bibliográficas en ese artículo). 59 Así como a la polílica del accidemalismo promovida por CEDA desde la creación de Acción Nacional de Ángel Herrera. Impulsada por El Debate, fue inspirada por el ral/iemenr fra ncés, del que ya se hiciera eco Luis Lucía ya en 1929 en su libro E11 estas horas de tra11sici611 (véase Lynam, 1986: 136). Esla tuvo su primera expresión en 1890 al brindar el cardenal Lavigerie por la III República francesa, rompiendo con la tradicional polflica de la iglesia fra ncesa de apoyo al legitimismo, e iniciando una política de aceptación constitucional por parte de los católicos.
[27]
del isla111] ... no consideraba con10 1nárlircs sino con10 suicidas» 6º. «Porque Jos J{_ecafredos, a fuerza de querer aco1nodarse, ... acaban por entregar lodo al cne1nigo.» La actitud cotTecta en aquellos re1notos tien1pos ~que ahora se re1ne1noraban actualizados e investidos de la carga 1nítica de la Reconquista y de la historia sagrada-, fue la de «los héroes cristianos [como San Eulogio que] daban con su sangre testimonio de la verdadera fe [entregándose al] ... 1nartirio. Gracias a esta actitud de intransigencia, no sotnos hoy 1nusuhnanes y verdaderos africanos», concluía. Y si hoy no se quería volver a caer en 1nanos de los orientales, debía iniciarse la guerra contra la revolución -corno en su día se hizo contra el Islan1. Una guerra que quizá fuera civil o quizá adoptara el «carácter de disputa internacional ... después de instalarse la revolución en algunas naciones, con10 en Rusia, y la contrarrevolución en otras con10 Italia y Alemania». Los artículos de este tono eran frccuentísimos en la prensa del 1no1nento61 • En Salinillas, con sus inurallas y palacio condal, la posibilidad de ser «hoy n1usuhnanes y verdaderos africanos» debía resultar algo aberrante. Me1noria histórica 1nanipulada, historia ate1nporal, iconografía sagrada, recuerdos legendarios que se leían co1no una alegoría ínn1ediata del tien1po presente. A revivir con crudeza todo aquel inundo de referencias de la n1en1oria vino lo sucedido aquel día 19 de julio de situación incierta en Miranda ele Ebro (diez kilómetros por carretera desde Salinillas). Llegaron noticias al pueblo de que en Miranda «los con1unistas» (así eran conocidos desde anarquistas a socialistas) se habían hecho dueños de la situación y habían prendido fuego al Convento de las Agustinas y a la Parroquia de Santa María.
1.6.
MIRANDA, NUDO FERROVIARIO
Era de esperar -debieron pensar-, Miranda siempre había sido un foco de conflictos: ya en 1917 hubo que acantonar tropas para detener la huelga de ferroviarios. También en 1933, coincidiendo con la insurrección anarquista en Rioja y Labastida, en Miranda habían colocado una bomba. No hacía dos 1neses que habían incendiado la Iglesia de San Nicolás, y ahora les tocaba a las Agustinas y a la Parroquia. El mismo
e-o Los sucesos a los que se refiere se dieron en Córdoba a 1nediados del siglo 1x cuando dentro de la floreciente con1unidad 1nozárabe del lugar surgieron algunas actitudes de rebeldía frente al einir Abd alRahman JI, que adoptaron la fonna espiritualista de denuncia de la doctrina del profeta Mahon1a y el desacato que ilnplicaba el 1nartirio. El e1nir reaccionó convocando, a través del 1netropolitano de Sevilla, un Concilio en el que salieron a1npliainente refrendadas las tesis conciliadoras de Recafredo frente a las rebeldes que propugnaban el n1artirio (al frente de los cuales se encontraba Eulogio, clérigo perteneciente a una acon1odada fanlilia n1ozárabe). Cfr. E. Lévi-Procern;al, 1982: 150-156; y A. Ubicto, 1963: 94-96. 61 Por eje1nplo, el editorial del PA del 6 de 1narzo de 1936, «Contra la tibieza y por la acción contralTevolucionaria}} hablaba de «Ca!Tera de inales 1nenores, o .son Jos eternos tibios de! Evnngcli(h>, prn·.:1 referirse a Gil Robles. Y planteaba las cosas en estos térn1inos extre1nos: «Ü rinde Espafia un supreino esfuerzo, ... o desaparece coino nación, sepultada bajo la ola roja.» O FABIO, «De dos tácticas. La de los 111ártires y Ja de los ... no 1nártires», El Pensamiento Navarro (EPNJ, 13 de 1narzo de 1936, en la que se vuelve a utilizar el episodio de San Eulogio (1nártir) y Recaredo.
[28]
Presidente de la H. epública Alcalá Zarnora (renegado del 1nonarquis1no, por lo que especialtnente odiado por la derecha antirrepublicana), en una visita que hizo a la localidad, había hablado de Miranda con10 de «la vanguardia de la República en la provincia de Burgos». Que era con10 decir la avanzadilla de la revolución, pues la República era Ja revolución. Los propios mirandeses gustaban de identificarse con el «aspecto moderno ele la ciudad ... !frente al aspecto j vetusto y adormecido en la neblina del Romancero» de Jos pueblos circundantes (como era Salinillas; y también Laguardia, Haro, en general todos ellos). Lo nuevo y moderno frente a Jo vetusto y mineral -visto desde Miranda·- con10 categorías 1norales. No era así con10 se veían a sí n1isn1os en Salinillas. Ellos tenían una percepción moral distinta de aquellas dos realidades producto del desarrollo: la novedad revolucionaria y disolvente, asociada al tnoderno trasiego de una estación ferroviaria, frente a la apacible estabilidad de la tradición. Su pueblo tenía solera, ciertan1ente. Conservaba aún su antigua 1nuralla de villa fronteriza, y en el centro una hermosa plaza con el castillo condal, que hasta los mayores del lugar la habían conocido siempre igual. Miranda, sin embargo, era una aglomeración reciente, fruto de una estación que en 1nala hora situaron allí. Tenía 1nala imagen entre los salinilleros: los ferroviarios era «gente 1nuy revolucionaria, muy 1nala» -de nuevo la condena 1noral 62 • E,n efecto, Miranda (con10 ocurría con Alsasua, por eje1nplo 1 o Castejón en Navarra), en su:; din1ensiones ta1nbién discretas, era un núcleo dinán1ico situado en un entorno en1inente1nente rural. 1-labía con1enzado a crecer a partir de haberse erigido en nudo de enlace para la zona norte desde la inauguración de la línea férrea MadrídJrún en 1864 -con el consiguiente emplazamiento de industria férrea y los servicios auxiliares propios 63 . La UG1' tenía una fuerte presencia entre los obreros del ferrocarril, y el ayuntamiento era en aquel momento de IR (coaligada en el FP). Sin duda, se trataba de una sociedad 1nás abierta y atravesada por los nuevos co1nporta1nientos sociales y la nueva conflictividad que había logrado expresarse con plenitud en un régimen también abierto como era el de la Il República.
1.7.
ALFONSO VA A LA GUERRA (DESENLACE) Álvaro envió a su hijo 1nayor Alfonso «con el fin de to1nar las annas» contra la
turba en Miranda. Con eIIo to1naba la iniciativa asu1niendo su responsabilidad con10 cabeza de fan1ilia (enviando a su hijo 1nayor, pero reservando a los otros para la siega)
62
Sobre la huelga de !917 R. Ojeda, !985. La bomba en Miranda en J. Arrarás, 1963-8: Il, 253. Para la República y el !evantainiento 1nilitar R. Vé!ez, 1985 y 1986; Miranda 1936-1939. Vida cotidiana, 1986; L. Sebastián, !988. Sobre Miranda ciudad n1oderna, El Castellano, 15 de septic1nbre de 1928 (cit. en Miranda, 1986). Sobre Ja imagen de Miranda entre los salinilleros Ángel Areta, 12 de febrero de 1992. Esa rnisina imagen entre los pueblos circundantes podemos encontrar en otros nudos ferroviarios en la época: Alsasua, por cje111plo, o Castejón.en Navarra. 63 Véase a! respecto Delgado, 1987.
[29]
y como jefe de bando, movilizándose para recabar información pues la incertidumbre era máxima en aquellas primeras horas. En Salinillas la situación era de calma, pues los republicanos, aunque alarmados por la presencia del coche en la plaza la noche del sábado 18 (a nadie había escapado su presencia y el motivo de ella), y aunque hubo quien propuso coger las escopetas, decidieron en una reunión en el Centro esperar acontecimientos. Alfonso Barrón, desplazándose en bicicleta, llegó a Miranda hacia las diez o las once de la mañana. Pero la situación había sido ya controlada por guardias civiles enviados desde Burgos. Dos muertos -uno por bando- y veintidós heridos. Además, varios militantes de UGT muertos en el puente de Arce sobre el Ebro (entrada en Miranda desde la carretera Logroño-Vitoria). Al parecer, habían sido cogidos en una emboscada preparada por requetés de Zambrana (y alguno de Salinillas), cuando volvían de recoger algún armamento en Haro. Alfonso no hacía nada allí, de modo que volvió a casa6tl. Sin embargo, permanecía la inquietud sobre lo sucedido en Vitoria. Después de todo se les había dicho que esa noche se tomaría la capital de la provincia, clave para el control del territorio. De nuevo, era el hijo mayor quien, tras haber comido, tomaba su bicicleta y se desplazaba a la capital. El trayecto era largo, pero más seguro que el autobús de línea pues apenas si pasaba uno al día (habían sido, además, requisados). En Vitoria las cosas estaban tranquilas (no tanto, como veremos) y decidió volver. Camino de casa, Alfonso se cruzó con un autobús en el que viajaban sus dos hermanos (de veinte y dieciocho años) que marchaban para la capital movilizados por el Requeté. Los emisarios habían dicho que «Se estaría [sic] preparado para el primer llamamiento». Pero el hijo mayor no estaba allí en ese momento. En su ausencia había llegado al pueblo un autobús enviado desde Vitoria por la Hermandad. A primera hora de la mañana, Terencio Leiva (responsable del Requeté en Salinillas, que no pasaba de encuadrar a la juventud del Centro de la Hermandad, sin ninguna instrucción militar específica) «había dado la voz tras la misa pequeña» 65 . Comunicó a los demás «que la cosa estaba grave, que ya habían saltado en África y que se estuviera preparado». Había pedido que la gente, ocupada en la siega, no se alejara mucho del pueblo. También había nervios en el Centro republicano. También ellos estaban a la expectativa de lo que fuera a suceder. Así a lo largo de todo el día en que los chavales
64 ADFA. DA. 5398 y Ángel Berganzo, 10 de abril de 1997. Las versiones sobre los muertos de la UGT resultan divergentes. Joaquín Arrarás (1940-1944: 553) habla de una supuesta partida que pretendía invadir Álava desde Miranda, idea verdaderamente pintoresca, como otras dadas por el cronista del bando vencedor. Del enfrentamiento habrían resultado siete muertos (todos de Miranda). Más oscuras resultan las cuatro bajas que el periodista sitúa en la misma zona el lunes día 20 o martes 2 1. Según Andrés Peciña (vecino de Zambrana) algún mirandés que huía fue sumariamente ejecutado en las propias Conchas del Ebro. El testimonio más fiable (por la serie de datos colaterales que ofrece) resulta el de Ángel Berganzo. 65 Misa que se celebraba al amanecer y a la que acudían quienes salían a la siega (buena parte de la población masculina). Luego, a las diez, se celebraba la misa mayor.
[30]
habían ido a ver el fuego que se divisaba hacia Miranda y Alfonso había hecho sus desplazamientos. Al anochecer llegaba al fi n un autobús aparcando de nuevo en el centro de la plaza. Bajaron dos soldados (con casco, lo que impresionó mucho a los del lugar) y algún miembro de la Hermandad de Vitoria. En poco tiempo los jóvenes estuvieron listos para salir. Y así lo hicieron, algo eufó ricos, y con la convicción de que aquello estaba ya hecho, que las cosas en otras partes habían sido poco más o menos como allí, partieron a la capital. Tomarían Vitoria y los años de anarquía term.inarían66 . Tras la marcha del autobús «el pueblo quedó como una balsa», perfectamente tranqu ilo, no hubo enfrentamiento local alguno por el control del ayuntamiento (o por una defensa de la legalidad). Los del Centro republicano, como los del de la Hermandad, continuaron con sus tareas de siega (unos días después Á lvaro Banón sería nombrado alcalde )67. Pero Alfonso no pudo marchar con sus hermanos. Sin duda se sentía incómodo viendo que sus compañeros de edad habían marchado a Vitoria, aquellos que con él habían fo rmado e l Requeté local68 . De modo que, tras su llegada a Salinillas, Alfonso proyectó marchar con sus hermanos al día siguiente (lunes día 20). Sin embargo, su padre le necesitaba para seguir con la cosecha. Ya había enviado a dos de sus hijos, había cumplido, creía, como presidente del Círculo. La casa necesitaba al mayor de los hijos y «lo contuve, diciéndole qu~ aguardase al menos hasta terminar la siega»69 . En cualquier caso, pasaron los días y los hermanos no volvían. Se hablaba de que movilizarían la quinta de Alfonso. De modo que el día 28 se presentó éste en la sede de la Hermandad Alavesa de Vitoria para enrolarse en el Requeté. La cosa no pudo ser dado que su quinta había sido ya movilizada. Su padre, ya alcalde de Salinillas, utilizó sus contactos: quería que sus hijos estuvieran juntos. Escribió a José Luis Oriol --que en ese momento encabezaba la Junta de Guerra Carlista de Álava. Pero no pudo ser, y Alfo nso hizo la guerra en el Regimiento de Flandes número 5 como «forzoso»70. Con el padre en la alcaldía, y los hijos en el frente, la familia Barrón había consolidado su posición en el pueblo. Los tradicionalistas, alzados contra la legalidad republicana, controlaban, naturalmente la vida pública de Salinillas. Habían removido al anterior ayuntamiento, y ahora eran ellos quienes manej aban esa preciada institución. Las labores de intermediación con las nuevas autoridades y poderes de la provincia pasaban ahora por las cabezas del bando tradicionalista. Y al fin se iba a desterrar el caos y restaurar la autoridad dentro del orden natural de las cosas, según los principios católicos que debían inspirar cada acto del hombre y acorde con los prin-
66
Ángel Areta, 19 de febrero de 1992; Eduardo Barrón, 12 de febrero de 1992. Ángel Areta, 19 de febrero de 1992. 68 En Salinillas se formaban cuadrillas que eran grupos de edad (Ángel Areta, 19 de febrero de 1992). 69 En ese momento Álvaro veía en peligro su responsabilidad como cabeza de familia de mantener la hacienda. Su autoridad en ese momento era total «un hijo rebelde no encontraría ayuda alguna por ninguna parte» como dicen W. Thomas y F. Znaniecki refiriéndose a la familia polaca (de The Polish Peascmt in Europe and America, 1958 --original de 1918-, estratos publicados en Shanin, 1971: 19-24). 70 ADFA. DH. 5398 67
[31]
cipios del pueblo moral y su idea de pertenencia a una civilización inmóvil, ajena a la historia y aferrada a la tradición. No diré aquí nada respecto a los rasgos del nuevo régi men que venía (se hará más adelante), pero sí que en esos primeros momentos respondía a las expectativas que al respecto se habían suscitado en e l bando de la Hermandad sali nillera. Tanto por las recompensas que en orden al trabajo, la economía y el poder local se esperaban de la nueva situación como porque la retórica de los insurgentes (como veremos) reflej aba bien la re lación discordante y tensa los salinilleros en general con lo que representaba la modernidad. A pesar de su difícil situación en Salinillas, Casimiro Lasheras maniobró rápidamente para recuperar su posición perdida. Y lo hizo según e l buen criterio de un notable rura l. Aún conservaba relaciones en Vitoria que podían serle útiles. Pe rtenecía al Partido Radical, de significación ambigua en aque lla coyuntura. A la mala imagen de Lerroux entre los alzados (a pesar de que terminaría adhi riéndose a e llos desde Portugal), unían su talante conservador que les llevaba a apoyar la sublevación «contra el marxismo.» Ése sería el motivo por e l que el pequeño comité del Partido en Vitoria se disolvería a finales de agosto de ese año7 1• Todos estos detalles no contaban en Salinillas, pero sí en Vitoria, donde se libraba otra lucha de posiciones e influencias. Casi miro era amigo de Luis Dorao (cabeza del PR), y aunque los falangistas ocuparan el periódico de Dorao, La Libertad, a los pocos días de iniciada la sublevación, aún contaba con la protección de Guillermo Elío, miembro de la Diputación en ese momento. Aquel juego de posiciones (en el que intervendrían el propio E lío, José Luis Oriol, José María E lizagárate, Luis Dorao, Eladio Esparza, Pedro Usatorre, José Goñ i, etcétera, como jefes de bandería72), condicionaba la situación de Casimiro. El hecho es que decidió afiliarse a Falange con sede en Vitoria («tenía amigos en Vitoria», se decía en el pueblo)73 . Aquello le permitía recuperar una cierta posición de intermediación en Salinillas, mientras conservaba su papel de patrón gracias a sus tierras. A los pocos días de julio, tras un viaje a Vitoria iba a aparecer con la camisa y los correajes de la Falange. De nuevo se exacerbaba la pugna banderiza en el pueblo. Pero la posición de Casimiro era débil en la nueva situación. Fue inmediatamente acusado de izquierdista, lo que le valió ser humillado ante e l pueblo por un jefe de la Falange vitoriana74 . Los intentos por recomponer e l bando continuaron. En octubre se
71
72
La Libenad, 31 de agosto de 1936; PA, 1 de septiembre de 1936. Luis Dorao pasó por diversas vicisitudes esos años: desde co11ji11ado en su domicilio, a miembro
activo de la vida pública local como presidente de la Asociación de Prensa. Llegó a estar detenido en abri l de 1937 y volvió a labores de maestro en enero de 1938. Guillermo Elío dimitió de sus responsabilidades en la Diputación el 17 de agosto de 1936. Mantuvo, sin embargo, una posición eminente en la vida local a través de personas interpuestas, amistades y desde su despacho de abogado. Su oponente en la vida local era José Luis Oriol. Sobre toda esa trama de amistades y enemistades entre los sublevados pueden verse, por ejemplo, PA, 12 y 14 de enero de 1937; 5 de noviembre de 1937; 19 de enero de 1938. Y, con gran detalle en los informes policiales que pueden consultarse en el Archivo Histórico Nacional. Fondos Policiales. H-8 10 (publicado por Santiago de Pablo en la revista K11/111ra) y en el Archivo General de la Administración. Secretaría General del Movimiento. Dirección Nacional de Provi ncias. Caja 12. 73 Lo que no resulta en modo alguno excepcional (cfr. Payne, 1986: 135- 136). Yo mismo he podido documentar numerosos casos (Ugarte, 1988). 74 Fue llamado al ayuntamiento, donde fue despojado de camisa y correajes.
[32]
celebró una reunión, que se consideró «clandestina». Aquel régimen, que ya se perfilaba desde el primer día, no estaba ungido de autoridad (segú n el sentido arcaico con que se concebía e l poder político en Salinillas), era sencillamente autoritario. La denuncia de la reunión les valió la cárcel a cinco de ellos (incluido Casimiro), mientras que otros nueve, los más jóvenes, eran enviados al frente con la 1 Centuria de Falange de Álava. En la documentación figurarían como «voluntarios, .. . llevados por fa lange al frente»75• Fue el definitivo desmantelamiento del grupo republicano en Salinillas. En esta ocasión por la represión directa del nuevo Estado que no dudaron en utilizar a su favor los tradicionalistas de Salini llas. En una sociedad como la salinillera en que no había prendido la idea del individualismo, tenía poco valor la idea democrática. Sin embargo, la libertad y el principio del derecho establecidos por la II República hacían posible la convivencia, es verdad que tensa, de ambos bandos. Era permeable a las nuevas ideas, a las nuevas influencias de la sociedad de masas y daba cauce al conflicto que, sin duda, habría llevado a nuevos alineamientos e identidades (en los que, sin duda, los alineamientos de clase hubieran jugado un renovado papel). Cierto que la vía de la tolerancia apenas si se había recorrido. Pero cabía una maduración moderna de la comunidad. La nueva situación truncó rad icalmente esa evoluc ión. Más adelante Casimiro recuperaría parte de su posición como hacendado en Salinillas. Compró en los 40 la torre y el palacio de los condes de Oñate a Teodoro Doublang, siguió recibiendo un trato deferente por parte del vecindario que reconocía su posición de hacendado, e hi zo alguna ostentación menor de su estatus, como ha quedado dicho76• El pueblo siguió rigiéndose en un tiempo por sus propias leyes del igualitarismo jerárquico y honra (el franquismo no se ensañó precisamente con los poderosos). La misma que se le dispensó a doña Mariana Bujo al morir (mientras su hijo, Casimiro Lasheras, estaba aún en la cárcel). Como persona distinguida se taparon los dos escudos de la casa y los arrendatarios de sus tierras estuvieron acudiendo a misa a favor de la finada durante quince días77 . Por su parte, Álvaro Barrón, a pesar de alguna incidencia, acabó consolidando la posición de su fami lia en el pueblo. No fue muy larga su estancia en la alcaldía. Las obligaciones que su condición de cabeza de bando le imponían le llevaron a indisponerse con las autoridades provinciales. Fernando Berganzo, fundador con Terencio Leiva (cabeza del requeté local) del Círculo de la Hermandad, recogió firmas a favor de la liberación de un cuñado
7
s ADFA. AA . 12692 En el palacio había ya instaladas prensa de uva y cueva para el vino, y la empleó como granero, almacén, corral, etc., lo q ue aumentó su hacienda. Los signos de estatus podían ser los de exhibirse en público con sus sobrinos nietos, muestra de éxito familiar, aceptar un trato deferente por parte de ciertas familias o en algunos restaurantes de Haro. Al morir en 1966, su féretro fu e escoltado por miñones de la Diputación como ex diputado provincial. 77 Ángel Berganzo, 1O de abril de 1997; Ana María Lasheras, 25 de marzo de 1997; Fernando DfezCaballero, 17 de marzo de 1997. 76
[33]
encarcelado en Vitoria (uno de los cinco detenidos del Centro Republicano 78). Berganzo lo había hecho «al amparo» de Álvaro Barrón, con quien le unían fuertes lazos de lealtad. Aq ue llo le valió a Fernando Berganzo un duro enfrentamiento con e l gobernador c ivil; y a Álvaro, según varios testimonios, su cargo. Le sustituyó Francisco Areta, por aquellos días prestando servicios en los locales de Hermandad Alavesa de Vitoria79 • Debemos señalar que lo que subraya la diferencia con las pautas de convivencia de hoy día no son los acontecimientos en sí mi smos -que podrían repetirse en parte. Lo que marca la diferencia es que lo que hoy se entendería como aspectos de la afectividad y la vida privada (proyectados, eso sí sobre una ci rcunstancia política), eran en la época y en aquel entorno, relaciones que construían la realidad social; lealtades, relaciones sociales públicas sobre las que se asentaba la comunidad. Tuvo Alvaro también dificultades durante la guerra para conservar el patrimonio familiar. Necesitaba brazos para sacar adelante las cosechas y la producción vinícola. La marcha de Alfonso con su quinta le había dejado solo con su hacienda. É l mismo lo manifestaba ante la Comisión de Subsidios de la Junta Central de Guerra de Álava: se había quedado «Sin auxilio para poder atender como se merece en las necesidades de la famil ia». Al fin logró que Fernando, el me nor, fuera licenciado por tener otros dos hermanos movilizados. Tras la guerra las cosas empezaron a ir mejor. Alfonso, e l mayor, logró el ingreso en la Guardia Civil (recompensa que obtuvieron muchos excombatientes). Álvaro murió con la División Azul. Aquella desgracia proporcionó una apreciable indenmización a su padre, que compró una de las prensas del pueblo (nueva fuente de ingresos e influencia). Fernando fue progresivamente haciéndose cargo de la hacienda paterna y recogió su posición influyente en el pueblo (ocupando diversos cargos en el ayuntamiento y en la organización de propietarios agrícolas). De este modo, la familia Barrón (en segunda generación) pasaría a ser una de las fa milias influyentes en Salinillas80. Álvaro había tenido éxito en la estrategia marcada en julio de 1936. Siempre, claro, medida en términos intergeneracionales y familiares según la lógica de aquel tiempo y lugar (del mismo modo que Casimiro Lasheras mantuvo su estatus).
1.8.
AL MODO DE UN DAGUERROTIPO
Sirva este breve relato para situar algunos de los temas que se abordarán en el escrito y el punto de mira desde el que estarán observados. En él aparece la realidad social de una pequeña localidad, relativamente ais lada, pues los desplazamientos e in-
ª
7 Casimiro y otros dos habían salido ya, tras pagar una fianza. Victoriano Lrcio, cuñado de Femando, quedó preso por no disponer del dinero de la fian za. 79 Álvaro Barrón, 29 de noviembre de 1994; Ángel B erganzo, 10 de abril de 1997. Los testimonios son verosímiles. No hay constancia documental de las razones que llevaron a la destitución de Álvaro Barrón, simplemente existe constancia de su relevo. 80 Eduardo Barrón, 29 de noviembre de 1994; Álvaro Barrón, 29 de noviembre de 1994; Ángel 13erganzo 1O de abril de 1997.
[34]
tercambios sociales (matrimonios, visitas, relación económica, el asueto, etc.), aunque constantes y animados, se daban prioritariamente dentro de la propia comunidad o se limitaban a las localidades vecinas en un radio de diez kilómetros81 • Una comunidad básicamente homogénea tanto cultural como social o económicamente donde la casi totalidad eran pequeños productores82 cuya principal ocupación era la tierra (y, esporádicamente, alguna industria), y en la que el igualitarismo moral o jerárquico era una norma y un valor prevalente (según una idea moral de Ja comunidad). Donde éstas y la propia identidad comunitaria se constituían desde Ja opinión social (espacio en el que se mide la honra de los hombres, su reputación, posición y autoridad, y donde se generan los valores unitarios a partir de sucesos concretos expuestos a juicio público83 ) que iba tej iendo el círculo inherente a la localidad. Un espacio en el que la vida pública se articulaba en tomo a la condición de propietarios (pero no en el sentido plenamente liberal del término, sino como «administradores» de la hacienda de la casa) y cabezas de familia de sus miembros, en la que, por tanto, intervenían en su condición de vecinos y no individualmente. Donde la posición o el rango ven ía dado por lealtades fundamentalmente personales, familiares, de patronazgo, etc., antes que horizontales o socio-profesionales (sin que estas últimas estuvieran excluidas a la altura de los 30). Rango en el que intervenía también la estructura de la propiedad, los aspectos del mercado, el tamaño de Ja familia, etc. Pero donde el estatus de las personas se medía antes en Ja arena de Ja vida pública, en cedazo de Ja opinión social (al modo de las sociedades tradicionales) que en el terreno del mercado o la propiedad. Un espacio en el que Ja propia economía (los recursos domésticos) dependía al menos tanto del estatus como podía depender del mercado. Donde el conflicto se daba entre bandos, entre fami lias -es decir, de modo corporado-, o, en el seno de éstas (y en este caso, antes como resistencia que como conflicto abierto). Donde imperaba una cultura dominada por el pensamiento concreto y alegórico, en la que se entendía mejor cuando se hablaba de «listas de reparto de tierras» (que siempre se referían a este o aquel vecino 84) o de «San Eulogio» (acostumbrados como es-
81
La mayoría de los matrimonios en Salinillas se daban entre miembros de la comunidad y alguno con gentes de pueblos próximos como Briñas, Labastida o Zambrana. El mismo Álvaro Barrón estaba casado con la hija del boticario de Berantevilla. Aparte los desplazamientos a Haro ya comentados. Había quien excepcionalmente trabajaba en Labastida o algún pueblo próximo como criado. En general, el intercambio social con las comunidades vecinas no era muy abundante. 82 En la acepción que le da Shanin (1983: 276-28 1). Pequeño productor que cubre casi todas las fu nciones productivas necesarias para la autosubsistencia: del cultivo de la tierra a la reparación de la casa o el mantenimiento de los caminos y los suministros de agua, etc. Aunque en este caso, sí había una pequeña división del trabajo, con algún pequeño artesano, agentes de comercialización, y una buena parte de su producción (la vid) era para el mercado. De suerte que nos encontramos con elementos propios de la autosubsistencia y el mercado. 83 Véase Tho mas y Z naniecki, 1974: l , 140 y sigs.; Corbin, 1988: 574 84 Véase más adelante la teoría del bien /imiwdo de M. Foster: todo bien deseado (las tierras, en este caso) sería escaso y finito y, por tanto, lo que uno recibiera sólo podía proceder de detraérselo a otro. Obsérvese el modo que el propio Álvaro Barrón emplea al solicitar un subsidio para su familia: «E igualmente interesa una ojeada entre la solicitud del exponente y la del agraciado con dos pesetas diarias, Marcos Leiva, diferencias entre el capital imponible, hijos que tiene al servicio de la Patria, fec has de ingreso
(35]
taban a que cada domingo el sacerdote hiciera la alegoría del Evangelio o entresacara las enseñanzas prácticas del santo correspondiente del d ía 85), que de abstractos programas políticos (abolición de la propiedad o malminorismo en este caso). Donde la derecha y la izquierda eran un problema de adscripción de bandos (que se formaban, además de por esa relación clientelar, por necesidades de socialización). Y donde la unid ad bás ica y e l vehícul o de in teg rac ió n e n la vecindad era la fam il ia. Una comunidad campesina propia de l mundo tradicional, como la que describieron A. L. Kroeber, Robert Redfield, T homas y Z naniecki, Sorok.in y Zimmerman, Eric R. Wolf o Teodor Shanin86 • Decir lo anterior sería sólo hablar de un cier to punto de partida. Pues aquel tiempo era de cambios acelerados (como cambiante es por lo demás cualquier ti empo histórico), una época en que convivía, por decirlo al modo de Czeslaw Mi losz, e l siglo xx con el xvm, que «semejaba una fuga en la cual las primeras voces seguían oyéndose al entrar las segundas», como hermosamente ha dicho Raymond Carr refiriéndose a la historia de Españas7. Pues esos lugares, como Salinillas, eran ento rnos que habían conocido un apreciable proceso de nacionalización y cierto g rado de modernización. Muy importante en términos administrativos (ayuntamientos, cuerpos nacionales de servicio civil, fiscalidad, legislación, etc.) que en modo alguno han de desecharse a la hora de estimar su impacto en la sociedad. No tanto en términos de instituciones sociales básicas (familia, comunidad, clientela) y de relaciones de poder y acceso a los oficios y servicios públicos. Desde finales del XJX, coincidiendo con la primera gran ruptura industtial de hondos efectos sociales, unos nuevos modos sociales (en sentido amplio) venían imponiéndose y expandiéndose desde las grandes ciudades (claro que las comunicaciones eran aún escasas, irregulares y muy lentas). Hemos podido ver la influencia que ya tenía la prensa en lugares relativamente remotos y un cierto grado de integración de la vida política local en la vida y los conflictos de ámbito nacional. Existía, pues, ya un cierto nivel de apertura
de éstos, y sobre ello podrá juzgar plenamente el patriotismo de ambos» (ADFA. AA. 5398). Marcos Leiva pertenecía al núcleo duro del tradicionalismo. ss Baldomero Jiménez Duque (1979: 428) recoge los sermonarios más utilizados de la época (buena parte de ellos del xix; uno de los más frecuentemente empleados eran las Homilías parroquia/es, 1917, y los Sermones parroquiales, 1919, de Juan Albizu; información de Fermín Lezaun) que siguen ese modelo simbolista y alegórico. Y aún se util izaban sermonarios del xvm como la Colección de pláticas para el uso de los curas de las aldeas, Madrid, 1786 (2 tomos) perteneciente a la biblioteca de un sacerdote de Valdegovía (he podido consultar solamente el segundo tomo). En realidad, el modelo no variaba mucho. 86 Y antes que ellos, los estudiosos de la comunidad aldeana (combinación de la historia, la antropología y el derecho) en el cambio de siglo: los Maine, Seebohn, Haxthaussen, Maurer, Kovalevski, nuestro Joaquín Costa, etc. Sobre estos enfoq ues del com1malismo, puede verse Gi ménez Romero, 1990 y 1990a. 87 Las palabras de Milosz las ha recreado con perspicacia Jon Juaristi (1990: 355) al asegurar que la modernidad distaba de ser un concepto unívoco, y fue construida como conjunto de postulados generales sobre realidades lingüísticas, religiosas, de civilización muy diversas en toda Europa. Las palabras de Carr en 1982: 18.
[36]
de esas sociedades frente a su entorno (tal como utilizan la categoría los antropólogos, asociándolo a niveles de modernización), pues eran realidades sumergidas en un marco aceleradamente cambiante y con el que mantenían una relación discontinua --en cuanto a la frec uencia del contacto y en cuanto a la categorización de sus mundos. Y estaba ese otro nivel, la provincia, que con sutiles lazos (nunca diáfanos) estructuraba ese conjunto de células, que eran los núcleos de población que caían bajo su jurisdicción e influencia, en un marco más amplio. Desde este nivel, estando mucho más presentes los elementos nacionales y de modernidad, pero compartiendo con aquéll as no pocos valores y usos sociales, se conectaban con la vida local a través de vínculos personales y clientelares. En esa sutil trama jugaban un papel medular gentes pertenecientes a las buenas familias con ori gen en la zona, en el ámbito rural, pero constitutivas de la élite ciudadana. Buenas familias, pues, que, teniendo sólidas raíces en las localidades (desde propiedades a servicio doméstico o trabajadores, casas y lazos de amistad y c lientela), tendían a vivir en las capitales de provincias donde fo rmaban entre los sectores de la élite urbana. Comunidades integradas en redes sociales que iban más allá de su entorno más inmediato de la prov incia y se prolongaban hacia Madrid (tales son los casos de las redes que convergían en José Luis Oriol o Guillermo Elío). Trama y gentes que iban a tomar parte en una guerra que sería conocida como guerra de España, y, en ese sentido, gentes que tenían una noción de lo que podía ser una nación (a diferencia de los campesinos de Thomas y Znaniecki). Situados en el tiempo, es hora de explicar brevemente cuál es el propósito de este trabajo, e l punto de vista desde e l que se han concebido, los pasos que se siguen, su estructura y los resultados que se tratan de obtener. Marcar lo que sería una pauta de lectura y acotarla en su alcance. He dicho ya que se trata de un estudio que, empleando un hecho excepcional como fue la guerra civil y un fenómeno no menos extraordinario como fue la ingente movili zación de la población contra la República en los territorios de Navarra y Álava, trata de indagar en el modo en que aquellas gentes compre ndían su universo y lo constru ían, cuales eran sus comportamientos y formas de relación social88 . Y éstas no en situaciones de excepcionalidad, como era la gue rra, sino de modo habitual, pues -como diría el a lemán Alf Lüdtke, y se ha visto en la situación de Salinillas- las gentes, cuando entran en la escena de los acontecimientos, lo hacen de acuerdo con su propia esfera de signifi cados instituidos en el marco de las relaciones sociales rutinarias (tanto si es para reproducir como para transformar esas re laciones), e inspirados por los signos de una época convertidos en memoria colectiva89 . Es, pues, una aprox imación a las experiencias y modos de vida que se generaron a partir de aque-
88 Hay en ese modo de afrontar la últ ima gue1Ta algo que lo emparenta con la idea de lo excepcio11a/meme normal -
[37]
llas relaciones sociales90. Es, también, una historia humana - haciendo uso de la expresión de Jover91 - de los prolegómenos y los primeros momentos de la guerra; aquéllos en que aú n una nueva experiencia (la experiencia de guerra generadora de nuevas y uni tarias formas culturales92) no se había sobrepuesto a las culturas de origen. Y es, finalmente, el relato del encuentro, tenso, que se dio entre el carlismo (con su Requeté), como movimiento radical de renovado utopismo retroactivo, y los grupos autoritarios de clase media y alta (conservadores extremistas); encuentro que estaría en el origen de la coalición antidemocrática que sustentó la insurrección contra la República y del que resultó el nuevo régimen93 . Por otro lado, la guerra civil es, al fin , en buena medida un episodio cerrado, incrustado en la historia universal, como dijera Juan Marichal94 - a pesar de los posos de memoria activa que aún perduran 95 . Ya cabe aproximarse a ella sabiendo que se analiza otro tiempo que no es el actual, un tiempo que en ocasiones se nos antoja próximo pero que -como se decía antes-, es mucho más antiguo que su edad. Llega un instante, decía Charles Péguy, en que los aconteci mientos dejan de estar vivos para pasar a ser
90 No es, en todo caso, una indagación sobre una época o una cultura simplemente (tal como se le reprochó a Huizinga, en su día, o, más recientemente, a los autores de la historia cultural), sino que se refiere a gmpos y siruaciones sociales concretas, con sus tensiones internas, que no responden a formas de relación o culturales necesariamente homogéneas. 91 José María Jover (1992: 225) hablando de las guerras civiles del xrx, sugería la necesidad de hacer una historia humana de la guerra (en contraposición a la militar) que dé cuenta de la vida cotidiana del combatiente, de sus motivaciones, sus trabajos, su compo11amiento con el camarada o con el enemigo derrotado. Naturalmente se refería a lo cotidiano en la vida de trinchera. Prefiero hablar, en todo caso, de una historia humana en lugar de social -a pesar de su confu sión con el término humanitario, que se presta al retruécano unida a la palabra guerra- por las connotaciones más abarcadoras que el término social tiene en la historiografía. 92 Piénsese en lo escrito desde que Paul Fussell ( 1979) se ocupara de la experiencia del frente en la primera Gran Guerra. Al respecto, el resumen de J. M. Winter (1992). 93 Franz Neumann en 1942 (1983:405-441) hablaba ya de una coalición (partido, ejército, burocracia e industria) como origen del régimen nazi. Martín Broszat ( 1986) lo formu ló en 1969 en términos de policracia (alianza entre el NSDAP y fuerzas nacionalconservadoras con pluralidad de poderes autónomos en competencia y conflicto); idea que Peter Hüttenberger (1992) completó, dotándola del dinamismo temporal que requería. La idea de un régimen nazi como coalición antidemocrática fue adquiriendo carta de naturaleza (véase, por ejemplo, Geoff Eley, 1983: 9 1, quien señalaría la importancia de reconocer los sectores que alcanzaron la hegemonía en la coalición para determinar la naturaleza de ésta; o Jan Kershaw, 1989: 137-140). Para otros territorios como Austria, Martin Kitchen ( 1980), y sobre todo para Italia, Renzo De Felice (1975: 38-39) o Enzo Collotti ( 1989: 73), por citar corrientes diversas. Quizá quien hasta la fecha mejor y con carácter más general ha formulado esta tesis sea Martín Blink.hom (1990: 13 y passim) quien estima que conservadores y movimientos radicales mantuvieron posiciones frecuentemente contrarias y sólo a veces convergieron a principios de siglo x:x y a mediados de éste. Pero en el intervalo de 19 19- 1945 la convergencia predominó sobre las discrepancias, especialmente porque, tanto unos como otros, trataban de alumbrar una nueva clase de régimen polftico, de la que surgiría una caleidoscópica variedad de soluciones (Alemania, con predominio nazi, y España, en que los conservadores absorbieron a los radicales, estarían en los extremos) . 94 Marichal, 1995: 262. 95 Véase la polémica generada en L'Aven¡; a raíz de la exhibición en los cines españoles de la película Tierra y Libertad del británico Ken Loach (arranca con Paloma Agui lar, 1996).
[38]
historia96 . Ese momento para la guerra civil ha llegado internacionalmente con la caída del muro, la guerra en los Balcanes, el final del siglo xx, del que fue acontecimiento rrútico (y para España, pausadamente, con la Transición). De ahí que comience a ser más factible aplicar a aquel tiempo e l método histórico, alejarse de él como su realidad antigua exige. Es el momento, como lo reclamaba recientemente el profesor Julián Casanova97, de iniciar un debate en profundidad sobre lo que ha sido la historia de España en el siglo xx, incluyendo en é l la guerra y el franquismo posterior. Originalmente el estudio se concibió a partir de una paradoja, un problema explicativo singular. Partiendo de una visión de la historia en que las estructuras resultaban determinantes y admitido que la movilización de voluntarios en la última guerra civil formó parte del fenómeno general europeo de las milicias98 , no se entendía bien que de un territorio (Álava y Navarra) en el que los desequilibrios sociales y la conflictividad no eran precisamente los más acusados en España, saliera aque l ingente número de voluntarios (mayoritariamente requetés). No era, por caso, la situación del Valle del Po respecto del squadrismo italiano. O el de las ciudades hanseáticas de Hamburgo (con su barrio obrero de Altona) o Lübeck respecto a las secciones de asalto nazis. En estos casos la creación de formaciones paramilitares iba estrechamente unida a agudos conflictos internos en la zona. La tentación primera podía ser precisamente considerar el hecho como un fenómeno insólito (punto de vista frecuente entre los hispanistas99), aunque pronto se buscaron explicaciones estructurales e n clave social, utilizando para e llo métodos cuantitativos - moviéndose en el terreno de una cierta perplejidad explicativa 100. M ás recientemente, se ha optado por una interesante explicación genética 101•
96
Citado por Juaristi , 1995: 25. Casanova, 1994: 135 y 150 98 Véase Aróstegui, 1984. 99 Para la historiografía li beral y radical ang losajona el carlismo no pasó de ser una «Curiosidad histórica» (G. Jackson, 1967), un anacronismo aislado en las montañas del norte, más próximo a los cruzados de la Reconquista que a los nuevos radicalismos (P. Preston, 1986: 44). «Acculée ~ ses montagnes» encontraba Victor Hugo a los antecesores de estos carlistas en su viaje de 1843 por el País Vasco. Siendo ésta una imagen frecuentísima entre los viajeros románticos europeos al referirse a los carlistas vascos del XIX, resulta cuanto menos curioso que más de un siglo después la imagen permanezca. El mismo Manin Blinkhom ( 1979), a quien se debe el estudio más completo e interesante sobre esa corriente legitimista en el siglo xx, arrancaba su trabajo afirmando que se proponía estudiar «Una de las curiosidades de la historia e uropea contemporánea» (cursiva mía). Curiosidad, anacronismo, y fenómeno político vinculado, sin solución de continuidad, con las guerras que sus antecesores sostuvieron en el siglo XIX, ése es uno de los tópicos más extendidos en la profesión, y que, como vulgata, impregna también otros trabajos. 100 Principalmente Julio Aróstegui (1982), Ángel Pascual ( l986) y Javier Ugarte ( 1988). Todas ellas adolecían de las carencias propias de la historiografía del momento: historia como progresión lineal en el tiempo y exclusión de la posibilidad de diversos ritmos en el cambio histórico, búsqueda de una causalidad central (preferentemente económica), análisis fundad os en la idea de sociedades desagregadas a partir de 1789, con solidaridades parciales (de clase, estatus, etc.) y política como expresión de esas solidaridades -sin previa comprobación empírica- e idealización de los tratamientos cuantitativos. La pe1plejidad explicativa procedía de la fa lta de definición de lo que Jon Elster ( 1990: l4) llama mecanismos causales. es decir, el modo en que aquellas circunstancias (una peculiar estmctura social y una cierta tradición política) intervinieron en la movilización de la población. 101 Véase Eduardo González Calleja ( 1989), Eduardo González Calleja y Julio Aróstegui ( 1994), pers97
1
1
1
[39] 1
Pero cabía otro modo de aproximación a los hechos, que es el que aquí se ha adoptado: vincular el suceso a la sociedad del momento 102• Huir, precisamente, de un tratamiento del fenómeno en términos de hecho insólito (como los citados hispanistas), pues no lo fue, anacrónico o periférico, y afirmar su condición de hecho característico del momento, revelador y coherente con el tipo de sociedad con que nos encontramos en zonas de la España de principios de siglo (y de Europa 1 3). Tratarlo como un suceso que respondía precisamente a la lógica del tiempo, a sus modos de vida, a sus concretas relaciones sociales. En la misma línea de lo que sostenía hace más de cien años el polígrafo italiano Leopoldo Franchetti hablando de Sicilia, sostener que lo que ocurre en ámbitos considerados «peculiares no tiene nada de anormal, sino que es la manifestación de [su] estado social» 104 , y deben incluirse en la lectura que la historia hace de ese tiempo. Asumido ese punto de vista, se ha procurado, también, huir de la perplejidad explicativa, tratar de comprender y dar una explicación relevante al fenómeno a partir de indagar - más allá de la coyuntura- en la realidad que acogió e hizo posible un exteriorización política como aquélla: el mundo rural y urbano de la zona considerada (sin por ello negar el factor humano, antes bien afirmándolo, el valor de las ideas para el cambio, que estudiaremos, y del azar para explicar no pocos hechos). Existe pues la pretensión de analizar aquí desde una nueva perspectiva la guerra civil de 1936'º5. Que es, por lo demás, un modo de «repensar España», tal como su-
º
pectiva verdaderamente interesante desde la historia política de aquella milicia. Julio Aróstegui en un nuevo trabajo ( 1992) adopta otra perspectiva aún no suficientemente desarrollada en sus posibilidades: la que Jover proponía para las guerras del x1x, una his1oria en la trinchera. 102 Con ello no se hace si no adoptar la perspectiva que, en un sentido amplio, tiene hace años la historiografía sobre las guerras civiles del x1x. Un estado de la cuestión crítico sobre esa historiografía en Pérez Ledesma ( 1996). 103 Léase Baviera, Pomeramia, Prusia Oriental, Alsacia y buena parte de la campi1ia francesa; Puglia, Calabria o Sicilia; Carinthia, Tyrol o Styria, toda Austria salvo Viena; Rumanía; Hungría, en fin , la lista podría ser interminable. Otro tanto podría decirse de movimientos políticos como los legionarios rumanos o el H eimwehr austriaco surgidos en aquellas sociedades. Con1ra lo que suele esgrimirse, el propio nazismo tuvo una más rápida penetración en las zonas rurales del norte protestante, en Schleswig-Holstein (Bracher, 1973: 1, 244). Sobre Baviera y el movimiento nazi puede verse Pridham (1974); sobre la Heimwehr, Edmondson ( 1978), y sobre el movimiento legionario Veiga (1989). Una explicación sobre el éxito del fascismo en la Calabria, por ejemplo, puede ser la de la miseria económica de la zona (Barbagallo, 1990: 47), pero no es el caso del territorio aquí considerado, ni de Schleswig-Holstein. 1 ~ Franchelli , 1992: 247. 105 Existen muchos estados de la cuestión sobre la historiografía de la guerra civil. Uno de los más recientes es el de Julián Casanova ( 1994); aunque su conclusión sea señaladamente pesimista, como ya lo fuera con lo del secano referido a la historiografía española. Corregiría su cáustica apreciación de que todo lo que se hizo en 1986 fue un relato de hechos crítico -al que llama empirismo-y de que después vino la calma. Sin duda, en los encuentros de Salamanca de ese año pueden encontrarse trabajos de gran interés y planteamientos innovadores como los estudios colectivos encabezados por Antonio Fontecha, Jesús García Sánchez o José l. Madalena (véase Aróstegui, 1988a). Posteriormente se ha avanzado bastante en los temas de la simbología político-religiosa que rodeó la gue1Ta y el posterior franquismo (especialmente interesantes los trabajos de Álvarez Bolado, 1986-1993 y Giuliana Di Febo, 1988) y en el de las milicias (con el detallado trabajo sobre los requetés del profesor Julio Aróstegui, 1992, ya citado, y el de Juan Andrés Blanco, 1995, sobre el Quinto Regimiento). Ciertamente, como se queja Casanova, carecemos de una síntesis interpretativa que sistematice un nuevo punto de vista al respecto (salvo pequeñas
[40]
gería Unamuno ante la atroz realidad de aquella guerra (Resentimiento trágico de 1937, edic ión de 199 1). Pero no, lógicamente, al modo noventayochesco preguntándose sobre e l inaprensible ser de España, sino tratando de indagar, con los instrumentos de la historiografía, sobre la realidad concreta (y parc ial, pues sólo se considera una región 106) en que se vivió durante aquellos años. Esclarecer, modestamente, una de las fases decisivas de la historia española. Tratar de realizar una aproximación crítica a los hechos de 1936 rompiendo con las visiones que se inclinan por una recreación heroico-carismática de aquel episodio, sin caer, por otro lado, en una relación de hechos empirista. Se busca, en definitiva, normalizar e l estudio de aq uel período. Procurar categorizarlo históricamente, abrirlo al debate académico hurtándolo ya del político (Lodo e llo desde la parc ialidad de l terna aquí planteado y sin pretender, c laro, ofrecer una explicación completa). Situarlo en el marco más general de la evolución de la España contemporánea, entrar en el debate sobre la continuidad y e l cambio en las prácticas sociales y culturales que se dan entre el xrx y el xx. Comprobar hasta qué punto a unos cambios en las formas políticas (indudables al menos desde 1834), a unos criterios que se dicen del individualismo, el librecambio y el mercado en la legislación de los gobiernos progresistas del XIX, y a una modificación en las estructuras de la economía con la industrialización - parcial- en torno a 1900, corresponde una transformación generalizada en los comportamientos sociales. O, por contra, si habría que esperar a los años 20 y 30 de este siglo en ciertos ámbitos (grandes ciudades), y, de modo más genera l, a los 60, para observar una quiebra en los valores e instituciones de la sociedad tradicional. Quiebra que diera paso a una sociedad basada en el individuo, en solidaridades parciales, estructurado en clases y ya organizado corporativamente de acuerdo con las formas propias del capitalismo organizado - Kocka- que imperaban en la Europa del momento. Preguntarse sobre si se debe mantener la idea de univocidad y globalidad en el cambio histórico o caben establecer diferencias de ritmo dependiendo de l ámbito considerado'°7 • Por lo demás, desde una perspectiva no eurocéntrica precisamente, existe, Jo que Thomas Mann definiría como una «unidad espiritual superior» llamada Europa, una rotunda realidad histórica y geográfica de la que las realidades nacionales no son sino variantes (también rotundas y peculiares) 1 8• El proceso civilizatorio (en el sentido en
º
incursiones en la prensa de los profesores Juliá y Elorza; y algún míni mo ensayo desde Cataluña; Barbagallo y cols., 1990). El último intento de síntesis (Payne y Tusell, 1996) no es, a pesar de su título, especialmente novedosa. Que yo conozca, tampoco hay una aproximación socioc11/tural a aquel período -que es la perspectiva que aquí se adopta- , salvo el mínimo debate mantenido en Movimento Opemrio e Socialista por Ranzmo, 1988 y 1990 y Ucelay Da Cal, 1989. 106 Sobre este asunto se volverá. 107 A pesar de sus carencias en algunos órdenes y su carácter en ocasiones especulativo (véase la acertada crítica de David-Sven Reher en el número 4 de la Revista de Ub1vs, 1997), el reciente libro de David Ringrosc (1996) introduce aspectos muy a considerar en el debate sobre el cambio en Espaíla entre 1700 y 1900 (su consideración de redes urbanas regionales, el airnnque del cambio en el xvm, el estudio de las élites locales y su incardinación con el poder político central, la continuidad en las instituciones y valores sociales). Ya Jesús Cruz (1996) avanzaba en esa dirección. Y tantas otras monografías que tendré ocasión de mencionar. 108 José María Jover lo ha venido defendiendo en buena parte de sus trabajos. Véase, por ejemplo, Jover, 199 1: 33.
[4 1]
que lo emplea Norbert Elias), los procesos económicos, institucionales, políticos, incluso guerreros, han tenido como gran escenario común a todo el continente. Así es como se ha considerado el hecho en el marco general de un ciclo europeo complejo y diverso: el del asalto al Estado liberal que fue resuelto definitivamente con la llamada Segunda Guerra Mundial 1 9 • Como dijo Maurice Agulhon en su obra sobre Var (salvando la enorme distancia con ella), una inquietud del ámbito de la política nos ha conducido hacia un planteamiento de historia social, y, finalmente, hacia Ja indagación antropológica, pues era ella la que permitía explicar y comprender el suceso. Se trataba de atravesar la frontera del rígido determinismo socioeconómico (sin menosprecio) para adentrarse en una visión de la historia basada en la experiencia, una lógica del mundo vital y comunicativa, y, renunciando a una teoría que impusiera su método y su objeto a Ja realidad, procurar atrapar la «lógica informal de la vida»"º· Y hacerlo desde la proximidad que da el detalle, sin por ello abandonar las grandes cuestiones historiográficas; aprehender y exponer la relación compleja y recíproca que existe entre las estructuras globales y la praxis de Jos «sujetos» 111 • Por esa vía se han planteado las primeras hipótesis, las formas o método de abordar la cuestión, las fuentes a emplear y el propio esquema expositivo. A partir de ese planteamiento, otras disciplinas han iluminado este trabajo. Comenzando por la antropología, útil como herramienta epistemológica, especialmente de Geertz, Lisón de Tolosana y Pitt-Rivers, y útil por la información que contiene en los casos de William Douglass y de Caro Baroj a. He empleado también la sociología rural de principios de siglo (William T homas, Florian Znaniecki, Redfield, Sorokim o Zimmerman) y más reciente (Theodor Shanin). A Eli sabeth Bott en sus estudios sobre redes sociales. A Maurice Halbwachs y a Gerard Namer en los trabajos sobre memoria colectiva. Naturalmente, no he pretendido ser un intérprete fiel de todos ellos, sino, más bien, asimilar y reposar unos conocimientos con Jos que poder comprender mejor las realidades históricas observadas. Más allá de nuestras fronteras (aunque comparto el punto de vista de Carlos Forcadell o Pere Gabriel en que existen tradiciones en nuestra propia historiografía de preguerra, y aún de posguerra, que debieran ser rescatadas) me han sido de utilidad
º
109
Una interpretación del ciclo puede verse en mi ensayo sobre la Segunda Guerra (Ugarte, l 996a). La frase entrecomillada es de Geertz y está recogida como idea por Hans Medick (1994: 57). Por lo demás, los conceptos son de Jürgen Habermas ( 1988). 111 Stone (1993), Medick (1994: 41). Se dio una fue rte polémica en Alemania entre el grupo de histOJiadores de Bielefeld - H. U. Wehler y, en menor medida, Jürgen Kocka-, representando a la ciencia social histórica, y los historiadores de lo cotidiano -Alf Lüdtke, Hans Medick, Lutz Niethammer- , dentro de un campo más amplio de una historia sociocultural, defendiendo los primeros los grandes contextos explicativos y despreciando otros niveles por pintorescos o anecdóticos; mientras que los segundos acusaban a Jos primeros de despersonalizar la historia, de constrnirla como una abstracción, si mplificando las situaciones en lo que llaman un eje medio, una especie de resultante de dife rentes situaciones reales (Lipp, 1990). Suscribo lo dicho por George lggers (1995: 94-96) sobre el hecho de que la polémica oculta las muchas afinidades que hay entre ambas tendencias y las posibilidades complementarias que ambas ofrecen. De hecho, hoy tienden a converger, o a crear espacios de cohabitación (Haupt, 1995: 44). 110
[42]
los trabajos de Paul Fussell, Eric J. Leed y Jeffrey Herf sobre la experiencia del frente. He seguido, a Ren zo de Felice (en sus primeros trabajos especialmente), Martin Broszat, Enzo Collotti, Zeev Sternhell, Ian Kershaw, etc. en lo concerniente al fascismo (que siempre lo he entendido como categoría histórica, y nunca como clasificación politológica 112) . Ha sido fundamenta l en un doble sentido (nacionalización de las masas y creación de una cultura/liturgia nacional) el conocidfsimo estudio de George Mosse (y otros suyos más recientes). También debo mucho a Emilio Gentile por sus estudios sobre romanita y religión política. A la larga tradición sobre la historia de una coalición antidemocrática a principios de siglo que va de Neumann a Blinkhorn. A Jon Juaristi por sus trabajos sobre la formación de tradiciones locales y a todos los que me han precedido en el tratamiento de este tema y esa región. Se trata, tal como se ha dicho, de comprender y explicar aquel tiempo. Para ello se ha renunciado a pesquisas causales de sentido omnicomprensivo -siempre imposibles de verificar, decía José Antonio Maravall 11 3- y se ha preferido el análisis de situaciones (que es otro modo de responder al por qué de las cosas, otra forma de causación que atiende a la compleja conexión de condiciones que hacen posible urí suceso sin la falsa apariencia de la univocidad interpretativa' 14 ). Se ha huido, asimismo, de lo que Marc Bloch llamó «ídolo de los orígenes» 115, siempre tan tentador cuando existe una doctrina que dice remontar a un esplendoroso siglo XVl, o una guerra civil que parece culminar una época, como escarnio de un trágico proceso de atrasos y actitudes cainitas entre peninsulares. Cada época tiene valor en sí misma, contiene su
112 Existe una multitud de resúmenes y estados de la cuestión sobre lo que fue un fenómeno general europeo, limitado a los años 20 y 30. Los autores que cito mantienen posturas con1radictorias, incluso en cuanto a la oportunidad de tratarlo como fenóme no unitario se refiere. Aunque, de un tiempo hacia aquí, parece haber un cierto consenso sobre la primera parte de lo afirmado en la nota. Por mi parte, creo incuesti onable el parentesco de aquellos regímenes autoritarios aparecidos precisamente en el momento en que el régimen liberal decimonónico entraba en crisis al no poder afrontar los retos de la nueva sociedad de masas, nacidos apoyándose en largas tradiciones político-culturales nacionales (que las convierten en doctrina oficial}, que identificaban Estado y nación (en situación de emergencia}, que exigían la adhesión como forma de socialización política (vía partido y lo que en Alemania se llamó Gleichscha/rung) y empleaban un barroco aparato simbólico y la imagen de un líder carismático para personificar a esa misión nacional. España no fue una excepción. Otra cosa es lo que ocurrió con el franquismo después de 1945 (inclu so de 1942). Un resumen muy útil de aquellos regímenes puede encontrarse en el último trabajo de Stanley G. Payne ( 1995). Para una caracterización del franquismo en esa línea, véase Julián Casanova (1992), Casali (1990), o Moli nero e Ysas (1992: 12- 18 y 32-34) a los que, en todo caso cabrían hacer varios matices. 11 3 «Prólogo» a J. M. Jover, 1991: 28-29. 114 Medick, 1994: 56. La idea de causa unida a las ciencias sociales fue desarrollada por Max Weber apoyándose en la idea ncokantiana de que la causalidad no radica en la realidad objetiva sino que tiene su base en el intelecto que impone un cierto orden a la experiencia humana (sería, para Kant, dentro de las doce categorías del entendimiento, una categorfa de relaci6n). El propio Weber prefería hablar de co11dicio11es que hacían posible un proceso, que de causas de ese proceso. Se busca con ello evitar la aproximación determ inista o teleológica sin caer por ello en un simple inventario de hechos (en la más pura tradición empirista de David Hume, a quien trató precisamente de rebatir Kant). 115 Bloch, 1952: 27-32. Orígenes como un comienzo que explica, y que, además, basta para explicarlo todo.
[43]
propia lógica; y tiene un tempo que no tiene por qué reducirse a una concatenación de cronologías. Por lo demás la realidad es relativamente amorfa, resistente a elegantes teorías abstractas. De modo que, en no pocos casos - la historia y la historiografía nos lo muestra constantemente-, la sola razón no es suficiente para aprehender la realidad. Ya el propio Stuait Mili incluyó en sus Principios de economía política el capítulo «De la competencia y la costumbre», aquella costumbre que desbarataba Ja armoniosa teoría liberal de la competencia. De modo que la costumbre, los mitos, las creencias, las voluntades, la religión, los engaños, las percepciones, son tan reales como los hechos positivos, las cifras o las tributaciones al fisco -<:omo decía, no sin ironía, Johan Huizinga en su conocido trabajo sobre el otoFío de la Edad Media. No todo puede explicarse en términos utilitaristas (sin menospreciar éstos). No todo lo que no sea interés es manipulación, como reiteradamente se dice de la religión en relación con la guerra que aquí tratamos. Así pues se trabaja con la convicción de que los fenómenos sociales no son tanto estructuras predeterminadas como históricamente constituidas, producto de la experiencia, la acción y la cultura, para constitui r una realidad social a la que aquéllas dan inteligibilidad (tradición que, con variaciones, algunas notables, recorre desde Thompson a Geertz y Bourdieu, y de éstos a Niethammer) 116• Se ha procurado acercarse en algunos pasajes a los principios geertzianos de la descripción densa, de modo que no haya que liar todo a una hermeneútica o empatía entre Ja lógica de Ja época y la del observador. En todo caso, ajustarse rigurosamente a aquel principio -aparte de resultar en ocasiones ingenuo en sus presupuestos, pues nunca puede renunciarse a un cierto grado de sentido común 111- hubiera hecho inmanejable el material recopilado. Los postulados heurísticos desde los que se ha partido exigen también una modificación en el método, de sue1te que se aprecien especialmente los aspectos cualitativos y de experiencia. Así es como se ha empleado la indagación antropológica y el método de la observación participante de los antropólogos (en el sentido de que existe una conversación posible con la fuente, intervención activa y posterior reflexión), dado que se ha empleado profusamente el contacto con informantes. También por ello pudiera entenderse que lo hecho forma parte de lo que se conoce como historia oral. Y, en efecto, se han realizado entrevistas a ciento diecisiete testigos con una edad media en 1936 de veinte años (nacidos por tanto la media en 1916, el mayor de ellos en 1897 y en 1945 el más joven, hijo de un requeté). El tipo de entrevista ha sido necesariamente abierto y poco estructurado, y sus resultados se almacenan en ciento veintitrés cintas de noventa minutos. El 92 por 100 de los informantes combatieron con el Requeté en la guerra, y pertenecen a variadas profesiones (labradores, pero de
ll6 Georg G. Iggers ( 1995: 82-96 y 103- 104) sostiene, y a f lo creo, que un planteamiento en estos tén11inos no refuta sino que completa la teoría moderna y racionalista del conocimiento. 117 Kocka sostiene que el método carece de capacidad comprensiva sin dejar de ser selectiva (aparte de presuponer la existencia de culturas homogéneas). Sobre la descripció11 de11sa véase el propio Geertz, 1987: 21-24 y Medick, 1994: 56-57. Es de temer que algún sagaz observador confunda esos pasajes, que buscan un mayor grado de rigor histórico, con algún tipo de posicionamiento del autor.
[44)
niveles económicos muy diversos; ingenieros de monte, sacerdotes, farmacéuticos, obreros, etc.; también mujeres, esposas de requetés, éstas en número escaso). Las entrevistas han sido siempre sosegadas y en el medio del informante, de modo que pudiera realizarse esa co11versaci611 , desplazarse en el tiempo para reconstruir el pasado del informante; sumergirse en su mundo social para, a posteriori, reflexionar sobre él 118 • No se han buscado datos para un relato positivo - au nque se requiriera del entrevi stado el relato de hechos concretos y no impresiones; sobre todo de su propio lugar de origen y los primeros días de la guerra-, sino «recoger la percepción que de ellos se tenía», la experiencia que había quedado registrada como memoria. Por lo demás, éstas se han apreciado desde una concepción «no simplista» de la encuesta (Schuman): buscando e l significado de las respuestas, posibles ambigüedades en el le nguaje, discrepancias entre actitudes y comportamientos, laps us de memoria, etc. 119• Pudiera pensarse, decía, que este trabajo pertenece al género de la hi storia oral. Sin embargo, creo que está en lo cierto Ronald Fraser al no considerar a esta modalidad como otro género historiográfico (a pesar de su desarrollo institucional) y estimar que es un método más para obtener info rmación histórica -con unas posibilidades ciertamente innovadoras y una madurez en la crítica de fuentes ya tan establecida como lo fuera en su día la historia basada en documentos 12º. Así pues prefiero hablar de una historia hecha desde la aproximación antropológica y la observación participante. De hecho en el trabajo se ha empleado una mínima parte de lo recogido en la encuesta. Sin embargo, esas entrevistas han marcado la pauta, guiado la investigación e iluminando otro tipo de fuentes . Ha sido un material de primera mano a la hora de reconstruir ambientes, estados de ánimo, actitudes, comportamientos rutinarios, imágenes colectivas, como se pretendía en este estudio. Consciente de los peligros de una tal aproximación, siempre se ha huido del relativismo autobiográfico (a lo Paul Rabinow 121 ) o de situaciones en las que el observador se viera concernido por e l propio mundo cultural estudiado. Siempre he sido consciente del papel analítico que toca jugar al observador, de saberse extraño a aquel un iverso; que la verdadera vi rtud está en la asunción de esa distancia cultural sin renuncia del sentido común. Ciertamente, son fundamentadas las críticas de Jürgen Kocka a las posturas románticas, a las aproximaciones calientes que en ocasiones se han hecho al emplear el método antropológico o la fuente oral. Aquí, de modo expreso, se ha huido de tal disposición del observador 122 •
118
La práctica de la entrevista no estructurada y guiada pernúte, especialmente en el caso de personas de alguna edad, estimular el recuerdo vívido de los hechos del pasado partiendo de una conversación participativa y la creación del clima de comunicación adecuado (en el que juega un importante papel el observador). 119 Schuman, 1982: 23. 120 Véase Fraser, 1993: 13 1. M is propios puntos de vista en relación con la historiografía vasca en Ugarte, l 995. L a propia revista española Historia y Fuente Oral ha modificado recientemente su cabecera por Historia, Antropología y Fuentes Orales. 121 Véanse sus Reflexiones sobre 1111 trabajo de campo en Marru ecos, B ar celona, 1992. 122 Una discusión amplia sobre estas cuestiones en M edick, 1994: 52-55.
[45]
Queda finalmente pendiente el te ma de la validación de los análisis realizados. Por mi parte he recurrido al sistema conocido en antropología como de triangulación: comparar información referida a un mismo fenómeno de diferentes fuentes y fases de la investigación (lo que además de validarlo, permite profundizar en él). La propia estructura de la obra ha facilitado ese contraste. Para ello, además de las fuentes orales antes citadas, se ha empleado una ampl ia colección de cartas enviadas por los requetés a sus casas desde el frente, conservadas en archivo privado. Material este producido sobre el mismo terreno y época, y con un plus de veracidad al haber sido redactadas desde la privacidad de la correspondencia familiar. También, con profusión, otros documentos procedentes de archivos privados (pues los públicos no contienen mucha información en relación con este tema; aunque habría que volver sobre ello) y material hemerográfico, muy útil para profundizar líneas de argumentación propuestas por los informantes. En el mismo sentido se ha empleado ocasionalmente algú n texto literario: para reproducir ambientes ya detectados entre los informantes (y realizando la crítica pertinente). Además se ha utilizado otro material habitual de archivo como censos, matrículas, etc. La obra se ha dividido en tres partes. En la primera, aparte de la situación de Salinillas, que sirve de introducción y reaparecerá en el desenlace, se pone en evidencia la red social sobre la que fue tejiéndose la coalición antirrepublicana (desde las clases altas a los medios populares). En la segunda, se muestran los mecanismos ideológicos y el universo simbólico que se empleó para cohesionar en ese primer momento a la masa de la población movilizada. Finalmente, se analizan los primeros materiales de ethos y cultura que permitieron crear una cultura y una liturgia nacional-popular que sirviera de sopo1te al nuevo tipo de régimen que se aspiraba construir. Si las fuentes en parte han venido dadas por la metodología elegida y la di sponibilidad de aquéllas, tanto la epistemología como el planteamiento, etc., están al servicio de las preguntas iniciales que me hice. También la estructura del trabajo. En ella se han empleado distintos tempos (desde el relato de una jornada a la descripción de una tendencia secular), diferentes ritmos narrativos e incluso diferentes estructuras internas, con el fin de converger hacia un mismo punto -el análisis de los comportamientos sociales de los colectivos estudiados a la altura de 1936-, sin renunciar por ello a los otros elementos concomitantes. El relato viene unido por la narración, a lo largo de las tres partes de que consta el trabajo, de la marcha de los voluntarios requetés desde sus casas al frente 123 . Por otro lado, he tratado de que en el propio relato se hicieran visibles las estructuras de sociedad 124 .
123 Peter Burke ( 1993) propone una renovación de las estructuras narrativas de la historia atendiendo a la revolución narrativa producida en las obras de ficción del siglo xx, incluido el cine (siempre que éstas sirvan a la claridad y mejor comprensión de los hechos). 124 En su trabajo de 1993 sobre la República de Weimar, Henrich-August Winkler propone algo similar al plantear la posibilidad de hacer visibles las estructuras mediante el relato de los acontecimientos (véase la crítica del libro realizada por Mees, 1995: 83). No se renuncia, por ello, a las «pequeñas concesiones formales a los estructuralistas» que sugiere el crítico (pág. 85) en aras de una mejor comprensión; más bien al contrario.
[46]
Téngase en cuenta que se han marcado ciertos límites a la hora de realizar e l trabajo. Territorialmente se ha limitado a las provincias de Navarra y Álava por razones de dimensión, pero, sobre todo, porque, en todos los aspectos aquí considerados, mantie nen un grado de similitud alto. Creo que, en el actual estado de cosas, resu ltan más úti les para el conocimiento histórico asociado a las sociedades, los estudios regionales -sobre territorios socialmente homogéneos- que otros que tomen en consideración espacios nacionales o adopten perspectivas de cierta historia «federalizada» que aprecie «elementos particularistas» 125 . Y ello por dos razones. Primero, y especialmente, porque permite hacer la historia vinculada a la sociedad considerada, ya que ésta, por su relativa homogene idad, resulta reconocible (lo que, dada su diversidad zonal, no ocurre con las historias de ámbito nacional). Y, segundo, porque permite alejarla del actual debate de orden más político, darle la distancia que necesita para convertirla e n conocimiento histórico. Por otra parte, se ha considerado muy especialmente a la clase media conservadora y a los sectores populares (trabajadores varios y, sobre todo, habitantes del medio rura l) más habitualmente vinculados por lazos de patronazgo, clientela o amistad a aquel grupo. Y todo ello, desde la aproximación antropológica. De modo que ésta no es -como di ría Norbert Elias- sino una de las voces del coro de la época. Lo ideal sería que otras historias, con otros puntos de vista y otros protagonistas, completaran, rectificaran o se entrelazaran con ésta. Finalmente, es lo cierto que este trabajo siempre se ha entendido como una introd ucción a un proyecto más vasto que consistiera en indagar -según las líneas arriba expuestas- en las relaciones sociales de principios de siglo, en su realidad histórica concreta (las c lases medias vistas como redes sociales, sus rasgos civilizatorios, valores y signos de distinción; las relaciones campo-ciudad como re lación compleja y asimétrica; localismo y comunidad en los medios rurales; cultura, representación colectiva y política; encaje de los nuevos proyectos de integración política en aquella sociedad, etc.). De ahí que se considere a éste antes como un daguerrotipo de aquel tiempo que como una fotografía acabada.
125 Me refiero a la conocida - por rara en nuestra tradición historiográfi cacontroversia mantenida por Borja de Riquer y Juan Pablo Fusi en 1990 (véase Nacio11a/is1110 e historía, 1990; citas en pág. 126). Siendo ése un debate relevante (que se ha tenido en todas las historiografías; véase, por ejemplo el reciente anículo de Paolo Nello, 1996, sobre la Storia del/e regio11i d '//alia), creo que las monografías, en aras de un conocimiento más acreditado, deben, ahora, tomar ejemplo del modelo de los A1111a/es cuando analiza el Franco-Condado, Languedoc, la Provenza, Saboya o Valladolid. O en tradiciones, como la anglosajona, que nunca tuvo inconveniente en referirse a Yorkshire sin por ello perder la perspectiva británica o ing lesa. O la nuestra propia referida a los períodos medieval o moderno. Naturalmente, eso si se adopta la óptica de la historia social, no necesariamente desde otras ópticas.
[47]
CAPÍTULO
II
Los fundamentos de una coalición Todo eso que vino a turbar la vida de Álvaro Barrón, e l clima social de Salinillas e iba a marcar y conde nsar toda la historia contemporánea de España, había comenzado en Pamplona cuando el miércoles anterior, día J 5 de julio, los carlistas llegaban a un acuerdo in extremis con el general Mola para derrocar a la República. Era un acuerdo largamente buscado durante todo aquel año de 1936 y trabajosamente preparado. Y Navarra, un escenario en que se miraba toda la España antirrepublicana. Sin embargo, a una semana del que iba a ser el asalto al poder del 18 de ju lio, todo estaba por concretar. Probablemente el acuerdo entre aque llas dos fuerzas, militares y carlistas, entre aquellos dos proyectos -como veremos- , era inevitable si querían tener éxito frente a una República que concitaba, del mismo modo, adhesiones poderosas y que contaba con un fuerte respaldo de la población (de hecho había sido recibida como una fiesta, despertado mil esperanzas y desatado mil energías constreñidas en el período anterior). Ambos sectores del antirrepublicanismo - militares y carlistas- sabían que debían contar con el otro si querían que su proyecto -el propio y/o el común- se materializase. Pero, ¿de qué dos partes hablamos? Carl istas y militares, naturalmente. Pero, ¿qué representaban cada una de ellas, y qué significó ese acuerdo en la España del momento?
2. 1.
NUEVOS TIEMPOS PARA EUROPA
Corría 1936 y Europa atravesaba por una é poca de profundas turbule ncias y cambios. La segunda transformación industrial de fines del XIX había inducido o permitido grandes cambios en la sociedad, hasta generar, en las grandes ciudades, núcleos poderosos de lo que se ha dado en llamar sociedad de masas (desde donde permeaba desigualmente hacia s u e ntorno). Esa c ircunstancia dio soporte social a las sucesivas corrientes de orientación humanista, democrática y social que, desde e l xix, propugnaban reformas o cambios sustantivos e n e l Estado liberal-oligárquico y en la propia sociedad. Las soluciones orientadas a crear fo rmas de democracia social modern a fueron ex te ndiéndose muy pausadamente, según ri tmos muy
[49)
diversos, en toda Europa (aunque tambié n se dieron reacciones hacia e l autoritarismo parlamentario en Alemania, Austri a- Hungría, Rumanía, etc., o de pura autocracia en Ja Rusia zarista; España vivió un intento de reforma con el partido li beral de Canalejas. Pero Ja reacción de los círculos del Rey, la oficialidad y la burguesía catalana frente a la huelga general de 1917 frustró aquel intento, i naugurando un a etapa de desconc ierto e n e l gobierno del país). Sin embargo, e l todo social coherente que era el mundo de l x 1x (el viejo mundo burgués en su pleni tud 1), socialmente integrado y geopolíti camente equilibrado, quebró defi nitivamente con la Gran Guerra. El pesimismo se adueñó de Europa y las tímidas reformas acometidas a princ ipios de siglo parecieron no ya escasas sino abocadas al fracaso, ante la magnitud de los retos planteados. La revolución e n Rusia abría paso, además, a cambios rad icales en la s ituación - que unos veían con es peranza y otros con temor. Unas relaciones inte rnacionales inestables -cerradas e n fal so tras la Prime ra Guerra-, momentos de aguda crisis económica y un proceso general de declive de Europa en el mundo, a los que habría que añadir una aguda cri sis de cultura y civilización - directame nte inspirada en la corrie nte anti-ilustrada e irracionalista de la «revolución intelectual fin de siecle»-, completaban un panorama verdaderamente inconsistente. La capacidad autorreproductiva de Ja vieja sociedad y sus mecanismos de dirección y de gobierno comenzaron a quebrantarse. No era aquélla una situación cualquiera. Mienrras el modelo de integración social del x 1x estaba cuestionado, aparecían tres posibles vías de integración social excluyentes: la de la moderna democracia socia l, la comunista de la revolución proletaria, y una tercera que irradiaba desde Italia, la fasc ista basada e n la mística ultranacionalista y el E s tado totalitario (con todas las vari a ntes que e n una aproximación tan general no pueden contemplarse). Todas ellas con fo rmas institucionales efectivas y realidades concretas e n distintos países de Europa. Las tres aspiraban - por distintas vías- a dar solución a los problemas del momento: a integrar al conjunto de la población ya políticamente socializada (con exclusiones expresas tanto por parte de los fascismos como de los comunismos), a promove r un Estado movilizador y a impulsar la modernización técnica y económica. Ese estado de cosas produjo una honda fractura en el interior de todas y cada una de las sociedades nacionales europeas . La «bruta lización de la vida política» (en expresión de Mosse) producida por la experiencia de guerra en toda Europa, y la extensión de ideologías de la guerra civil (Nolte) completaron una situación que con-
1
Como «burguesía de gran estilo - la recordaba añorante Thomas Mann en 1926 ante sus conciudadanos del puerto hanseático de Lübeck, ante el patriciado de Lübcck, los Blirgertum alemanes-, burguesía mundial, punto medio, conciencia del mundo» decía. Época de sosiego y paz, de veraneos en balnearios selectos o en las playas venecianas del Lido, a las que nunca osnría acudir la plebe (que vivía, por lo demás, atrapada en el Londres de Dickens, o, más probablemen te, en In oscura provincia flaubert iana). Véase Mann, 1990: 47. Toda la literatura de Thomas Mann es un magnífico ejemplo de esa visión nostálgica que hombres formados en la vieja Europa burguesa (Mann diría Alemania) sentían por ella tras la Gran Guerra. El mismo discurso del que está extraída la cita («Lllbeck como forma de vida espiritual») es un claro ejemplo de ello.
[50]
dujo a un clima de enfrentamiento civi l larvado (que, naturalmente, podía ser reconducido, como así se hizo en varios países hasta la Segunda Guerra) 2 . En España -como ocurría en el resto del convulso continente- , sectores provenientes del establishment (colectivo heterogéneo pero compacto de gentes de estatus diverso surgido al calor del Estado y del proceso industriaJizador y urbanizador de fi nes del xrx, cuyo referente era el mundo distinguido y aristocratizante de la Restauraci6n3), buscaban ponerse de acuerdo con grupos radicales (partidos movimentistas
2 Este planteamiento lo he desarrollado en Ugarte, 1996. Un buen resumen sobre los rasgos de la é poca de masas en Europa -que se inicia a final es del x1x y hace crisis en 19 14-- hecho desde el punto de vista del historiador y recogiendo las teorías de la sociología dualista (de To nnies hacia aquí) y los teóricos de la modern ización puede verse en J. P. Fusi, 1990. Un tratamiento sistemático desde la sociología en Giner, 1979. Como caldo de cultivo de los fascismos, por ejemplo, en Milza, 1985: 9-23. La segrmda tra11sformació11 i11d11strial e n Piore y Sabel, 1990. La E uropa burguesa y su nostalgia en Maier, 1987. El declive económico de Europa a partir de 1914, su falsa salida en 1919 y la crisis de 1929, Aldcroft, 1989: 15- 146. El cierre en falso de la Primera Guerra en Taylor, 1963. Sobre la crisis de la co11cie11cia e11ropea un resumen clarificador en Fusi, 199 1; y del tronco anti-ilustrado Stemhell, Sznajder y Asheri, 1989 (en la «lntroduction» de Zeev Stemhell). Una exposición s istemática y reciente de la brutalizatio11 of/ife en Mosse, 1990: 175- 199. Las ideologías de la guerra civil Nolte, 1988. Naturalmente, en una presentación tan rápida y hecha desde la perspectiva de pájaro de la que hablara Brogan ( 1994: 43), escapan los detalles de evoluciones contradictorias, situaciones cambiantes y matices respecto a épocas y países tal como indica un buen conocedor del período como es René Remond ( 1991 ). 3 Tratar de definir un término intencionadamente ambiguo o proteico como éste podría hacemos derivar hacia una discusión abstrusa sobre diferentes puntos de vista de Ja sociología en relación con la es1ruc1Ura social , cuando lo que aquí interesa es disponer de un término que en lenguaje normal (también en el ámbito de lo español a pesar de su origen en la lengua inglesa) pueda expresar una categoría histórica referi da a un grupo social concreto observado en la investigación desarrollada. Podría haberse elegido también - tal vez con más acierto- el término de clases acomodadas para referirme a esa realidad, que el profesor José M." Jover ( 199 1: 61 n) prefiere , con buen criterio, a otros como clase alta o b11rg11esía para implicar a ese magma social. Por mi parte, trato de evocar cierta élite heterogénea y jerárquicamente organizada en la que se da un claro nivel de solidaridad interna. Su origen histórico, en el caso de España, podría situarse en la destrucción paulatina de los ámbitos del poder local (el mundo de los notables de las sociedades tradicionales, que arranca de 1845 - no antes- con los gobiernos moderados, la Ley Pida!, etc. y se ve precipitada a partir de la década de los 80 del pasado siglo), a favor de grnpos de poder urbanos (que tienden a combinar una base territorial también rural con otra urbana). Éstos habrían surgido, como he dicho, al calor y en relación con el Estado nacional liberal y la incipiente industrializació n en algunos ámbitos, entreverado de modernidad, de la Restauración. Dicho colectivo -geográficamente muy variado en España- incluiría desde los nuevos servidores del Estado promovidos por la política moderada (políticos gobernantes en los distintos niveles, escalas medias y altas del Ejército, altos cargos de la administración, cuerpos profesionales del Estado, ...) a los nuevos grupos de poder económico de la sociedad civil (hombres de negocios y comerciantes, grandes industriales, fi nancieros, profes ionales liberales, gerentes y administradores de los negocios, pero también grandes propietarios, gentes vinculadas a la nobleza y sus modos; o tam bién los estratos altos del clero: cardenales, obispos, canónigos catedralicios, provinciales de órdenes religiosas, etc.), pasando por un amplia gama de gentes con fortunas medias, élites del talento y la cultura o gentes al servicio de los primeros (comerciantes e industriales medios, notarios, abogados, periodistas, médicos, administradores de fincas, fun cionarios de organizaciones patronales, cámaras o colegios, miembros de los cabildos catedralicios, profesores de seminarios, párrocos, ...). Serían los grupos sociales que también han s ido considerados como los sectores acomodados de la sociedad b11rg11esa ple11a. (U n desarrollo simi lar basado en We ber puede verse en Moya, 1984: 15- 19, aunque luego su teoría de la aristocraciaji11a11ciera - ibid.: 15-47 y 64-154-- derive hacia
[51]
o partidos milicia) que les aseguraran un apoyo suficiente de la población -del que carecían- para «cerrar el paso a la revolución», tal como ellos lo expresaban. Por su parte, estos grupos radicales, producto de los tiempos4 , necesitaban de la respetabili-
la teoría del bloque do111i11ante). Estos grupos, que habían llegado a su plenitud a fines del x1x y hasta 1914 (por poner una fecha significativa en Europa, 1917 en España), se encontraban hacia los 30 en una posición difícil debido a la pérdida de preeminencia social y autoridad que habían experimentado con la llegada de la llamada sociedad de masas y sus efectos democratizadores (incipiente ya en 1900 y abierta con la República tras la inflexión de los anos 20). Guy Chaussinand-Nogaret (1991: 226-227) utiliza el término establishment por las mismas razones prácticas de modo convergente al aquí empleado para la 1Wte francesa de finales del xv111. En esta idea se entrecruzan tres tipos de conceptos sociológicos a saber: clase, élite y grupo de imerés. Sin embargo, prefiero no emplearlos por las connotaciones que 1iene cada uno de ellos -que vienen, definitivamente, a enturbiar su significación. Sin duda, por lo que conocemos de la época, era un grupo bien definido (siempre con referencia final al Estado, ya con los moderados en la España isabelina y, especialmente, con la Restauración), muy jerarquizado (cuyo núcleo central se encontraría en Madrid), cerrado y solidario, con afinidad cultural y criterios de estatus bien reconocibles, e incluso institucionalizados. Estimo que, antes que como grupo estructuralmente determinado, cabe entenderlo como una red social (véase el Family and Social Nerwork de Elizabeth Bott, 1957; ex iste edición en castellano de 1990), como una tupida red de relaciones informales y personales 1ejidas desde la familia, la amistad, la relación económica o profesional --con frecuencia asimétrica-, con sus 1111dos firmes en bufetes, redacciones de periódicos, clubes distinguidos, casas particulares que seguían abiertas al trato social público, etc. Elementos todos que permitían una alta identidad interna y externa (históricamente desarrollada), formando una comunidad en relación con los excluidos (una lectura concomitante en Juan Pro Ruiz, 1995). El concepto de clase, con fracciones, etc., resulta más problemático, pues exigiría una determinación económica (incluso en la formu lación de Thompson); las fortunas y ocupaciones económicas en aquel grupo eran variadísimas, sin por ello dejar de sentirse afines aun dentro de un marco de relaciones jerárquicas en su seno. En España se ha tendido a utili zar el concepto de clase do111i11a111e o bloque de pode1; ya mencionado, que me parece más restrictivo (c lase defi nida según un principio económico y de poder) y menos ajustada a la realidad histórica (había gente periférica según aquella idea, que sin embargo jugaba un papel muy relevante en el grupo - tal ocurría con abogados, periodistas, diputados. etc.). Pero éste es un concepto en retroceso (véase, aunque desde otra perspectiva, P. Martín Aceila, 1990). Por lo demás, los estudios sobre este colectivo en nuestro país son muy escasos y, en general, se detienen en 1923. Véase las actas de Metodo/ogfa y fuentes para el es111dio de las élites e11 Espaiia ( 1834-1936), Sedano (Burgos), diciembre de 1991 (publicado en 1995), o la bibliografía citada y la discu ión en l. Olábarri, 1992: 6-31 (publicado en 1996) y la citada en F. Villacorta, 1989. Recientemente David R. Ringrosc ( 1996: 441-5 13) y Jesús Cruz ( 1996) han sostenido la existencia de una continuidad entre las instituciones básicas de la é/ile en la sociedad prcmodcrna (famil ia, ciudad, clientelismo y oficio) y las existentes en el siglo xix, así como la pcrvivcncia de los valores de la sociedad tradicional en la organización del mundo privado hasta los años 30 de este siglo. Esta perspectiva resulta convergente en gran medida con lo dicho arriba. Sin embargo. como han demostrado los trabajos de Ángel Bahamonde y Luis Enrique Otero ( 1989), y Joseba ele la Torre ( 1993). no se sos1icnc la tesis de la continuidad en los grupos que nutrían aquellas élites: con la construcción del Estado liberal, viejas y nuevas familias se incorporan a una nueva élite que se organizó en redes de acuerdo con las instituciones básicas premodemas. Resulta útil para ilustrar lo dicho el libro sobre las b11e11asfa111ilias de Barcelona de Gary Wray McDonogh (1989). Para el continente es muy interesante el trabajo ele Charles S. Maicr, 1988. Quizá el caso de Italia, con un colectivo dispar por las fuentes de su poder económico, por sus ali neamientos ideológicos diversos y su origen territorial variado, y, sin embargo, con una fuerte identidad solidaria relacionada con el control del aparato político, sea el caso más simi lar al español (Maicr, 1988: 60-61; Socrate, 1995). 4 Producto de los tiempos, en efecto, aunque tuvieran un larga trayectoria como ocurría en España con los carlistas.
[52]
dad y e l apoyo material de los primeros para hacerse con el poder al que aspiraban. También e llos querían «anular la revolución» (aunque fuera con medios revolucionarios) para poner en marcha su propia utopía5 . Éste era el proyecto común, el objetivo que les unía: fren ar «al socialismo y al comunismo marxista, viendo en ellos un mal incubado por la democracia li beral» (Charles Maier)6. Coincidían, por tanto, en poner freno a una solución socialista a la crisis por Ja que atravesaba Europa7 . Pero, llevados por el temor o la pasión autoritaria, tambié n en e liminar de l escenario el recurso a Ja democracia social , heredera del liberalismo. Y no sólo por una supuesta debilidad de esta última frente al socialismo (argumento que se esgrimía con frecuencia), sino por las propias tendencias igualitarias que un giro democrático contenía y la vinculac ión de aquellos grupos con corrientes anti-ilustradas que, de formas diversas, dominaban sectores de la cultura política en la época 8. Fue de aquellas coaliciones de las que surgieron una variada gama de regímenes autoritarios o fascistas en Eu ropa (no más variada que la diversidad de modelos democráticas o socialistas que se ensayaron entonces y después en el mundo desarrollado). Regímenes en los que, en dosis di versas (así lo han visto los autores que los han estudiado monográficamente), entraron a formar parte compone ntes de tradición y de modernidad, de continuidad y de cambio, de conservadurismo y de radicalismo, clases altas y ambiciosas nuevas clases, siempre dentro de tradiciones nacionalistas que, por defini ción, eran heterogéneas. Coincidían, pues, en proponer una tercera vía de solución, un proyecto global de integración social de corte autoritario o fascista - por entendernos, y sin hacer bandera del término-, a la crisis de sistema que se padecía9 . Pero, aunque tácticamente aspiraran a lo mismo, los objetivos genuinos eran distintos - de ahí la intensa te nsión que, como veremos, se producía en sus contactos.
s Ambos grnpos emc ndidos como a malgama de colectivos muy he terogéneos (ta mbién en lo político: conservadores, liberales desengañados, tradic ionalistas, nacionalistas radicales, tendencias varias de derecha autoritaria, sindicalistas revoluc ionarios, etc.). El punto de vista de Re nzo De Felice sobre lo que é l llama fascismo movimiento y fascismo régimen puede verse en M. A. L..edeen (a cura), 1975: 28-30 y 36-37. Ta mbién E. R. Tanne nbaum, 1975: 64-74. Emi lio Gentile ( 1989) emplea un concepto similar, partido milicia, como instituciona lización de los anteriores movimientos siruacionalisras. Blinkhorn (1990) llama a éstos fascistas y conservadores a los primeros. Sobre la convergencia de sectores del establishmem con grnpos radicales véase (apa rte del libro coordinado por Blinkho rn, 1990) lo dicho y la bibliografía citada en la nota 92, pág. 38. 6 Ch. Maier, 1988: 23. 7 Que e ra temida tanto por la vía de la revoluc ión social como por e l acceso de los partidos socialdemócratas a l gobie rno a través de coaliciones diversas (como e n Franc ia, Alemania, Inglaterra o la misma España, en que se practicaron ambas vías: la e lectoral [ 1931 y fru strada e n 1936], y la insurrecciona! [ 1934]). Pueden verse a este respecto los artículos de Juan José Linz (pág. 259), Enzo Collolli, Aldo Agosti y Santos Juliá en Cabrera, J uliá y Aceña, 199 1. 8 Guido Gerrnani ( 1980) se interesa por las resistencias que encuentra la democracia en las sociedades modernas. De Felice ( 1988: 18) suscribe las tesis de Gerrnani . 9 Entiéndase que se habla aquí de los regímenes (De Felice), es decir de las coaliciones gobernantes tras la depuración de objetivos y gentes llevada a cabo desde e l poder, y no de los movimientos de ese nombre. Podría hablarse, en ese sentido, de fascismo sin fascistas. De modo que se e ntiende como un fenómeno amplio que se dio en la Europa de entreguerras (tal como lo entie nden de De Felice a Collolli, o de Bracher a Milza).
[53]
Unos, paradójicamente, buscaban refundar la Europa burguesa (o en España, más modestamente, recuperar Ja tranquilidad de los años de la Restauración, incluso aquellos últimos «buenos tiempos» vividos con don Miguel Primo) que habían perdido con la llegada de grandes sectores de la población - de las masas, como se decía en la época- a la política. Los hombres de la industria pesada y la Liga Agraria alemanes, los funcionarios y militares, incluso el llamado Mittelstand, los Agnelli o los viejos aristócratas de l Mezzogiorno, los banqueros e industriales de Viena, los comerciantes y burócratas bucarestinos, los mismos hombres de negocio franceses que llegaron a preferir Hitler a Blum (con la salvedad quizá de l confiado establishment inglés) buscaban, temerosos, no solamente mantener su preeminencia social y económica, y recuperar e l contro l de los mecanismos de toma de decisiones políticas, sino también poder acudi r sin preocupación a la ópera vienesa o veranear en Santa Margherita. Es decir, recuperar el seguro y jerarqui zado mundo del pasado. Eran gentes cargadas de nostalgia por el tiempo perdido proustiano. Un tiempo en que consideraban estaban mejor protegidos sus intereses, su estatus y su forma de vida elegante. «Yo adoro el pasado -diría años después un personaje de La Ronde, película del francés Max Ophüls, formado en aquel ambiente-; es muc ho más reposado que e l presente y mucho más seguro que e l futuro» 1º. De modo que se trataba de un amplio colectivo dispuesto a recuperar e l mundo anterior a la convulsión de la guerra de modo efectivo -y no sólo a través del arte como Marce! Proust. Algunos entre ellos se lanzarían a aquella nueva aventura política del autoritarismo. Los rad icales, por el contrario, participando de muchas de las fobias de los conservadores, eran, antes que restos de un bello pasado, producto de los nuevos tiempos. Nacían de la ruptura de los lazos de comunidad (local, familiar, etc.) que los nuevos tiempos implicaban -con el ratio de inseguridad y ansiedad que ello conllevaba. No en vano Europa había sido asolada por la Gran Guerra. Grupos de arditi italianos, Freiko1ps alemanes, Heimwehr austriacos, estud iantes ultranacionalistas rumanos habían evoluc ionado hasta integrarse en fo rmaciones partidi stas radicales (el Partito Fascista, el NSDAP, la Croi.x. de Feu francesa, Ja Gardél de Fier rumana). Fue la institucionalización del movimiento situacionista en partidos milicia -en palabras de Emilio Gentile 11 . Grupos inconexos de combate agrupados en torno a un ideal comunitario más o menos difuso, e n partidos de movilización perfectamente organizados. Antes que nostálgicos eran utópicos. Comunión, camaradería, fuerza creadora de la acción, vitalismo, una idea de regeneración, eran valores compartidos por estos movimientos. En sus programas intentaban crear una gran comunidad nacional en tomo a la idea de un poderoso mito (Ja raza, la romanidad, Ja cristiandad, etc., según las culturas nacionales). Sería la gran nación con su hi storia y su destino. Buscaban, así, dar seguridad a una población que debía incorporarse a la gran tarea patria y encuadrarse y movilizarse en torno al Estado. El Estado, pues, debía ser redefinido sobre
10 Maier, 1988: 38- 111. La noslalgia por los «buenos 1icmpos» vividos con Primo de Rivera, en S. G. Paync, 1987: 41. 11 Gcnli le, 1989: 36 y sigs.
[541
la idea de que encarnaba el proyecto nacional. Ya no valía el caduco Estado liberal , había que avanzar hacia un nuevo Estado o un Estado totalitario capaz de poner la nación en marcha 12• Así pues, mientras unos buscaban restaurar el ideal burgués, los otros estaban decididos a crear un hombre nuevo en una nueva sociedad definitivamente regenerada y en la que la nación hubiera realizado su destino (el adjetivo nuevo adornaba cada concepto en una sociedad necesitada de renovarse e impregnada del mito emancipatorio). Finalmente, por caminos distintos y según equilibrios muy variados en cada país, ambos proyectos fueron confundiéndose con la creación de Estados de nuevo tipo a lo ancho de Europa. Quizá fueran Giolitli y los neoliberales italianos - apoyados por los militares y el rey- quienes primero sondearon esa posibilidad al conectar con el squadrismo en los años 20 -después de todo la alianza entre unos y otros ya funcionaba en Italia a nivel local. Y aunque Mussolini fue más allá de lo inicialmente esperado de él (legitimar el gobierno y garantizar el orden), parecía que el experimento era positivo y que el Duce era capaz de sintetizar bien ambas tendencias 13• La experiencia italiana había causado una impresión muy favorable entre la élite española (ya desde que Primo de Rivera lo tomara como modelo en su ensayo por «salvar» el país) 14 • Igualmente, en Alemania pocos años antes ( 1932), el general Kurt von Schleicher (desde la máxima representación de la Reiclmvehr primero y luego como último canciller de la República de Weimar) y von Papen habían intentado otro tanto con los nazis, con resultados esta vez desiguales -y en cierto sentido preocupantes para esos sectores de la derecha. La prensa recogió con profusión la noticia de la «muerte a tiros por la policía» en junio de 1934 de l que fuera máximo representante de la Reichswehr en aquellas intrigas, el general von Schleicher, y corrieron rumores sobre el estado de salud del presidente alemán, mariscal Hindenburg - noticia de la que, a juzgar por su actuación posterior, Lomarían buena nota los militares españoles 15• En todo caso,
12 Algo de esto puede verse por ejemplo en Ledeen, 1975: 38-39. Pero también en Gentile, Bracher, Broszat, Lyttleton y tantos otros. 13 Véase A. Tasca, 1965: tomo 11 capítulos9 y 10; A. Ly ttleton, 1982: 62 y sigs.; R. de Felice, 1972: 1, 453 y sigs.; E. R. Tannenbaum, 1975: 50-55 y 105 y sigs.; E. Genti le, 1989: 544 y sigs.; M aier, 1988: 394 y sigs. Sobre la confluencia local véase por ejemplo el reciente trabajo de P. Nello, 1989. 14 J. Tusell y l. Saz. 1986; Mussolini inspiró la mayoría de las soluciones autoritarias europeas de la época, véase Sh. Ben Ami, 1984: 53. 15 Véase por ejemplo El Liberal de Bilbao, 1 de julio de 1934. Según nota de la Agencia oficiosa BNB murió al ofrecer resistencia a la pol icía que iba a detenerle por relacionarse con «círculos hostiles al Estado». En realidad, fue obra de las SS de Himmler en represalia por sus frustradas gestiones en 1932 tendentes a dividir el pa11ido nali con propuestas de participación gubernamental a Gregor Strasser, del ala radical. E ra la noche que pas:iría a la historia como la de los c11cliillos largos en que Hitler, pretextando una supuesta intentona revolucionaria en Múnich, se deshizo de cualquier germen de disidencia interna: por la i zquierda Rohm y sus SA, y por la derecha varias personalidades conservadoras -entre los que se encontraban destacados jefes mi litares. El cuerpo ele o ficiales aceptó de forma pasiva aquellos hechos. Otro tanto ocurrió con los conservadores (Carl Schmitt elevó el acto al rango de acto judicial impartido de modo sumarísimo por el Flihrer en uso sus atribuciones). Los SA fueron totalmente descabezados y disuelto su Estado Mayor; véase K. Hildebrand, 1988: 30-3 1 y 85. En España, sólo la derecha más radi-
(55]
la Alemania de Hitler parecía haber recuperado la «tranquilidad» -que tanto se echaba de menos en España- , neutralizado a los poderosos SPD y al KPD (socialistas y comunistas), y relanzado su economía a plena satisfacción de los von Krupp, von Bohlen y demás empresarios de la Asociación de la Industria Alemana (ahora Corporación) 16 . La propia patronal española (tal era el caso de la Liga Vi zcaína de Productores, o la revista de la Unión Económica) comenzaba a interesarse por el nuevo modelo de «economía dirigida» de esos países 17 • Eran también conocidos los intentos que por aquellos años realizaban el rey Carol y su camarilla en Rumanía por atraer a Codreanu y los Legionarios a las tareas de gobierno -que fracasarían dramáticamente en 1938 18• Y así un largo etcétera (el proyecto de Standestaat de Engelbert Dollfuss en Austria - fracasado por la esquizofrenia italo-alemana en que se vivió el ensayo-, la experiencia de Gyula Gombos en Hungría, ... ) 19. Era aquella, pues, una gran corriente europea que se seguía desde España con sumo interés ya desde los años 20 y, especialmente, desde 1931 2º.
2.2.
LOS CONSERVADORES ESPAÑOLES
En España, algunos sectores de la élite social y económica (directivos de la derecha política -CEDA, Bloque Nacional- , mandos importantes del Ejército, miembros del servicio civil, de la abogacía y profesiones liberales, sectores de la jerarquía eclesiástica, industriales bilbaínos y catalanes, propietarios andaluces, hombres de negocios), tras haber dado un apoyo distante a la República (en algún caso, pues otros habían intentado sabotearla desde su creación) 21 , comenzaban a decantarse lentame nte
calizada justificó a Hitler - fue el caso de Ramiro de Maeztu que, al igual que Gobels en s u diario, lo consideró como el único acto capaz de «evitar los horrores de una guerra civil» en Alemania. Los conservadores, que se hicieron eco desde sus medios de prensa, rechazaron con horror la represión desencadenada contra su propia milicia; véase G. Plata Parga, 1991: 119. Sobre los contactos véase M. J. TI1omton, 1985: 73-8 1; A. J. Nicholls, 1979: 105- 125; K. D. Bracher, 1973: 1, 228-258; E. Kolb, 1988: 110- 126. Sobre la actuación del Reichswehr esos años véase R. Kühnl, 199 1: 75-89 y 285-6. 16 Hildebrand, 1988, 16 y sigs.; P. Hayes, 1985. 17 M. Cabrera, 198112: 2 16n. Sobre el descubrimiento de las virtualidades del nazismo por parte de la derecha española puede verse Gibson, 1980: 44 y sigs. Lo cierto es que Alemania interesaba mucho antes como modelo de desarrollo económico. Así por ejemplo Julio Lazúrtegui, publicista de la patronal bilbaína, lo presentaba como modelo -«basado esencialmeme en la escuela y el cuartel»- para la economía española; véase Plata Parga, 1991 : 55-56 y 118- 120. is F. Veiga, 1989: 173 y sigs. 19 S. J. Lee, 1987; Sh. Ben Ami, 1991 ; H. Rogger y E. Weber, 1971 ; sobre Dollfuss puede verse B. Jelavich, 1987: 192-208; sobre G!>mbos, M. Ormos, 1990: 33 1-335. 20 Era constante la atención con que se seguían los acontecimientos europeos, especialmente los italianos y alemanes, desde los medios de ese conservadurismo. El Diario de Navarra, por ejemplo, tenía corresponsal en Berlín (lo que no ocurría con otras capitales) cuyas crónicas ocupaban con frecuencia la primera página del periódico. Los medios cercanos a RE siguieron con especial atención todo lo ocurrido en Grecia con la deriva autoritaria de Metaxas y la restauración monárquica de 1935 (véase Gi l Pecharromán, 1993: 260-262). 21 Sobre las patronales en general y sus apoyos cambiantes véase Cabrera, 1983. Aunque la jerarquía
[56]
a favor de una qu iebra de la continuidad constin1cional de ésta. Los hitos iban a ser el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, la destitución de Alcalá Zamora como presidente de la Repúb lica el 7 de abril, la labor legis lativa general durante los meses de 1936 y e l golpe emociona l que supuso el asesinato de Calvo Sotelo, ya en julio (aunque ya se amagó en esa dirección en los días de la revolución de octubre en Asturias). No fue, c laro está, un proceso inevitable. En él tuvieron gran influencia e l marco contingente del juego político y el peso de las nuevas ideologías y volu ntades qu1..· venían actuando desde tiempo atrás (que he estudiado en o tro lugar) 22 . También aquellos grupos sociales, desde al menos 1917, habían temido, en términos genéricos, por su preeminencia social y la progresiva pérdida de control sobre las dec isiones políticas (luego recuperado circunstancialmente a través de Primo de Rivera y de finitivamente cuestionado con la República). También en esos sectores se sentía la nostalgia por aquel pasado perdido. Hubieran querido acudir al Liceu barcelonés o a la última fiesta dada en e l Club Marítimo del Abra con aquella despreocupación que casi se había olvidado a la altura de 1936. A pesar de ello, una República dirigida por Le1rnux o Gi l Robles podía dar cierta estabi lidad política al país garanti zando su estatus social. lncluso, tras las e leccio nes de febrero de aquel año --que iban a marcar un punto de inflexión- , Manuel Azaña había tratado de transmitir, desde su posición de presidente de gobierno, una imagen tranquilizadora (especialmente significativo el discurso radiado del 20 de abril, que culminaba con aquél : «Unámonos todos baj o esa bandera en la que caben republicanos y no republicanos, y todo el que sienta e l amor a la patria, la disciplina y el respeto a la autoridad constituida»). De hecho, si no fue más que incidentalmente, logró su propósito de crear un cie110 clima de sosiego, y como tal había sido percibido desde la Bolsa, la banca y la propia patronal23 . Sin embargo, una serie de acontecimientos (destitución de Alcalá Zamora como presidente de la República -sustituido por Azaña- , an ulación de CEDA, formaci ón de un gobierno, el de Casares Quiroga, débi l y beligerante, cierto desgobierno en te mas económicos, la reanudación de las reformas planteadas en el primer bienio y las oleadas de hue lgas de mayo y junio) hicieron que buena parte del establishment y amplios sectores de las clases medias, en las que militaban las
fue más conés con la República de lo que da a entender la actuación de su arisco primado, monscilor Pedro Segura (secundado, por cierto, con cniusiasmo por el prelado vasco, Maleo Múgica, desterrado por la Repúbl ica en mayo de 193 1), acabó colocándose enfrente de aquélla (véase Lannon, 1990: 2 12-234; La Tradici611 Navarm, 8 de abril de 193 1; 11. Eclesiástico del Obispado de Vitoria, 15 de abril de 193 1; Arrarás, 1963-68: 1, 102- 107). 22 Sobre el amago exitoso de las nuevas estrategias en el marco de la revolución de octubre en Asturias puede verse Jackson. 1967: 159. Sobre la circunstancia polí1ica véase Ugane, 1994; sobre la acción de las ideologías enire sec1ores de las clases medias, Ugarte, 1996. 23 Más extensame111e sobre ello y la operación organizada en torno a lndalccio Prieto (con contac1os desde IR y sec1ores del PSOE y CEDA) en Ugar1e, 1994 y 1996: 636-638. Una valoración del comportamiento de Azaila en ese mo111c1110 en Juliá, 1990: 46 1 y sigs. Como dice Jul iá, A:wila intentó en febrero expresamente 1ranquilizar a la derecha y rebajar la gran tensión política acumulada durante la campaña. En su afán, quiso presidir más un gobierno de la República que un gobierno del Frenie Popular triunfante. Los apoyos en Juliá. 1990: 468 o en Eco110111ía Espmlo/a (cit. en Cabrera, 1983: 290). Puede encontrarse extensos ex1rac1os de los discursos de A1..aña en Arrarás, 1968: 1V, 65 y 104- 106; de donde se cita.
[57]
élites provinciales de formación básicamente conservadora (y a quienes republicanos y socialistas habían confundido con un pequeño sector de inte lectuales progresistas24 ) fueran c laramente receptivos al mensaje de ruptura con la democracia lanzado desde tiempo atrás por grupos radicalizados de la derecha, vi nculados a RE principalmente. Mensaje que fue intensificado por los poderosos medios de comunicación con que contaban a partir de febrero de 1936 25 . Definitivamente, no pocos de e llos querían apartar de sus retinas esas amenazadoras manifestaciones del último primero de mayo con grandes hoces y martillos desfilando por La Castellana de Madrid. Cerrar revistas como La Traca o Fray Lazo, cubierta s -pen saban- de la s más grose ras e im pías car icaturas de feroz anticatolicismo26• Eliminar todo aquel conjunto de hechos que estimaban lesivos para su anterior modo de vida. Muchos de ellos estaban alarmados tras la derrota de las opciones de derecha en las urnas y la ola de movilización que e l triunfo del Frente había generado. Pero, sobre todo, parec ía que ahora iba a producirse el definitivo asalto a la propiedad. Ése es el tipo de rumor que circulaba e ntre los círculos distinguidos, en los medios del establishment español. De modo que muchos entre e llos habían llegado a la conclusión de que había que poner freno a una República que, a la altura de 1936, creían, se precipitaba por el plano inclinado de la revolución. Algunos se convencieron de ello al comprobar que las nuevas Cortes retomaban los proyectos legislativos del primer bienio, especialmente los de la reforma agraria27 . «Estas Cortes -decía e l diputado navarro Raimundo García, de quien hablaremos más adelante- son continuación de las Constituyentes, con un incalculable aumento en la fuerza combativa» 28 ; y lo decía a modo de alarmada descalificación. El campo (reclamando tierra y trabajo) y las ciudades (contra el paro y unas nuevas bases de trabajo) se habían agi tado con euforia reivindicativa. En los clubes privados y las cafeterías de las ciudades se oían todo tipo de rumores sobre las ocupaciones de fincas en Andalucía, La Mancha y Extremadura (masivas en Badajoz a partir de marzo). «Provincias enteras parecen sometidas a un ejército de ocupación -decía Rafael Salazar, radical y ex ministro de gobernación en carta dirigida a Gil Robles tras regresar de un viaje por Extremadura. No se respeta ni la ley, ni la propiedad, ni las vidas: se hace desprecio del sexo y de la edad, se encarcela a las gentes o se las obliga al destierro; se ocupan fincas sin garantías ni trámites, se imponen multas cuantiosas y con coacciones se obliga a firmar pactos de trabajo contra un prudente sentido común»29 • Él, que lo había resuelto durante su man-
24
Opinión que puede suscribirse de Stanley Payne, l 995a: 421-422. El propio Azaña lo reconocería en su retiro en 1937. 25 Así ABC (véase M.ª Cruz Mina, 1990), el Diario de Navarra (Ugarte, 1996). fo Gacela del Nor1e y El Pueblo Vasco de los Ybarra en Bilbao (Plata Parga, 1991 : 252-262), entre otros. 26 Sobre fo Traca y Fray úizo puede verse Arrarás, 1963-8: IV, 211. 27 Malefaki s, 1971: 418 y sigs.; Aróstegui, 1986b: 18; Tuiión de Lara, 1976: JI, 168-183 ; y 1985; Payne, 1995a: 361-386. 2s DN, 9 de abril de 1936. 29 Arrarás, 1963-8: IV, 93-4. El mismo Gil Robles en sus memorias ( 1968: 647) escritas rctlex ivamente años después, aún negando la existencia de un «Verdadero complot comunista» (cosa que en aque-
[58]
dato con deportaciones masivas de campesinos (huelga de junio de 1934), no entendía Ja actual permisividad del gobierno. «Mucho sufrimos en los cinco años transcurridos desde el advenimiento de Ja República, pero nada comparable a esos meses -febrero a julio de J936-», recordaba e l otoño de aquel año en su Diario personal el conde de Rodezno, diputado tradicionalista, siempre vinculado a los intereses agrarios y que, como veremos, jugaría un importante papel en el desenlace de los acontecimie ntos. «Más de doscientas iglesias incendiadas --continuaba con tono demagógico y clara conciencia de hablar a la posteridad pero reflejando en todo caso un modo de percibir e l momento-, huelgas continuas, patronos y propietarios asesinados, fincas arbitrariamente invadidas, la mayoría de las fami lias honorables y socialmente conservadoras emi gradas forzosamente de sus pueblos -sobre todo en las regiones de Extremadura y Andalucía-, cuanto se puede imaginar dentro de un estado social anárquico y despótico, tal era la situación que España padecía»3º. Incluso e l influyente periódico El Sol, nada dudoso en su credo parlame ntario desde su vue lta a manos repub licanas, y menos sensible a las quejas de los grandes empresarios agrícolas, también se hacía eco -aunque en otro tono, naturalmente- de la difícil situación por la que atravesaban los pequeños propietarios y arre ndatarios de aquella región según los informes recogidos personalmente por Pedro Pedromo31 • Los diputados de la derecha venían recibiendo correspondencia en la que los propietarios agrícolas se quejaban de que desde la Casa del Pueblo se decidía sobre el uso de sus propiedades mientras se destruía el trabajo que e llos realizaban, «llevándonos a los agricultores - decía un propietario navarro- a la ruina más fulminante»32 • Era el gran miedo de los propietarios de l campo alimentado por e l tono alarmista de la prensa y los políticos de la derecha, pero reforzado también por las proclamas rad icales del sector caballerista - mucho más moderado y reformista en los hechos- de
llos días se dijo mucho; se ci1aba, incluso, al di rigenle comunista húngaro Bela K un -con falsedadcomo enviado por el Ko111i111em para coordinar dicha conspiración, y la seguridad militar organizó un operativo que la contrarrestara -cfr. González Calleja, 1989-), cree, sin embargo, que «Se había iniciado en muchos sectores de la Península una profunda revolución agraria, que llevó el desorden y la anarquía a buena parte del campo español». Es decir, existía miedo, aunque no fundamen tado en una real conspiración caballerista-comunista. Existía, en todo caso el «temor a convertirse en víctimas de la agresión de los obreros a medida que la definición de "burgués" y "fascista" se ampliaba hasta incluir a cualquier propietario por pequeño que fuese» (Malefakis, 197 1: 438-439). Sobre el mito de la revolución comunista puede verse H. R. Southworth, 1963. 30 Tomás Domíngucz Arévalo, conde de Rodezno, Diario (manuscrito), comenzado a redactar en otoño de 1936, y por tanto en un momento en que iniciada la guerra civi l, se había consolidado la idea de la «primavera trágica». Pero, obsérvese que no hay una referencia a una conspiración comunista sino el relato de unas circunstancias sobre las que se han cargado indudablemente las tintas. A partir de ahora Rodezno Diario. JI Cfr. Malefakis, 197 1: 439 y n. 32 Carta de un agricultor de Mcndavia (Emi lio Araoz; también de José Sagrcdo y Tomás Ruiz) a Raimundo García, Garcilaso, quejándose de que en la Casa del Pueblo se decide sembrar sus tierras, les destruyen las labradas, rompen vi ilcdos. talan huertos, y las que venían labrando para el año siguiente, las siembran de maíz; subrayando que en Mendavia no hay corralizas ni comunales sino que se trata de «propiedades particulares» (ARON, Carpela Repúbl ica).
[59]
la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra; lo que les llevaba a pensar en lo urgente que era dar un golpe de timón. Ellos, los agricultores de la Unión de Propietarios de Fincas Rústicas, que ya en enero de 1934 se habían mostrado dispuestos, si la legalidad no les amparaba, a «hacer la revolución por el orden» -en paradójica expresión, muy propia del tiempo en toda Europa33 • Otro tanto pensaban influyentes hombres de negocios de Neguri, tradicionalmente vinculados al monarquismo alfonsino (heredero del liberalismo de la Piña), que ya en las elecciones de febrero habían apoyado un gran «frente contrarrevolucionario» 34 . Una vez producidas éstas, tanto la Liga Vizcaína de Productores, como los catalanes del Fomento del Trabajo Nacional, tras alguna vacilación inicial de signo gubernamentalista en el marco de la Unión Económica35 , se sumaron a Jos opositores: temían que el gobierno del Frente Popular perdiera el control sobre los mecanismos de toma de decisiones, con los consiguientes efectos sobre la dirección de las empresas36. En todo caso, un programa con «afirmación del principio de autoridad, respeto a la ley y a los derechos adquiridos, mantenimiento del orden, respeto a la propiedad, confianza para la economía creada y estímulos para la creación de riquezas nuevas [y] armonía de clases», como el defendido en nota oficiosa de febrero por la Unión Económica de los Bergé o los Vida! i Guardiola37 , difícilmente, creían, podía ser aplicado por un gobierno como aquél que había permitido el caos y el desorden en las calles. Ni que decir tiene que los círculos militares eran los más sensibles a aquel ambiente. Así el general Goded, paseando frente al Ministerio de Guerra con los también generales Franco y Mola y el diputado por Navarra Raimundo García (ya comenzaba a tejerse la tupida red de contactos conspiratorios), comentaba algo de este orden: «¿Recuerdas las trágicas horas de Hungría y de Italia en sus ensayos comu-
33
E. Granda, presidente de la APFR, en el Boletín de la Agrupaci611, citado en Cabrera, 198 1-2: 206. Lo que no quiere decir que estuvieran en condiciones de hacerlo. Además de que los grupos corporativos estaban en horas bajas de afiliación, el alto coste que implicaban los abandonos de cultivos en un momento de aguda crisis, hacían impensable un plan de sabotaje contra Ja República por parte de los propietarios agrarios (acusación que se les hizo desde la UGT) (Malefakis, 1971: 438 n.). Este mismo autor ( 1971: 418-42 1) recoge las proclamas caballeristas. Sobre la exasperación que produjo una refonna agraria inconmensurable en sus propósitos (entre los propietarios) y apenas ejecutada en sus planes (entre los campesinos) puede verse también Malefakis, 1971: 442-450. 34 «España vive horas trágicas de anarquía» -decía en abril un editorial de El Pueblo Vasco, periódico bilbaíno de los Ybarra-, y el gobierno, perplejo «asiste impasible, como un espectador más, a los increíbles sucesos de que estamos siendo testigos y víctimas». La consecuencia de todo ello es «más que [la) revolución [la], disolución» (citado en Plata Parga, 1991 : 255). Por lo demás, este grupo ya buscaba hacia 1933 un líder que encabezara una suerte de fascismo espailol. Curiosamente no se fiaban de José Antonio - por ser un Primo de Rivera- ; ellos querían un líder obrero e hicieron gestiones con lndalencio Prieto (cfr. G. S. Payne, 1986: 54-55). En todo caso, no fueron lo únicos en pensar en Prieto, también los italianos lo hicieron (cfr. l. Saz, 1986: 49); incluso los propios falangistas (cfr. D. Ridrucjo, 1964: 7 1 72). Naturalmente, no debían conocer la honda raigambre liberal de don Inda - y su Bi lbao(cfr. J . P. Fusi, 1984). Js Plata, 19~1': 252; Cabrera, 1983: 289, 290 y 312 36 Cabrera, 198 1-2: 216. 37 Economía Espa1iola, citado en Cabrera, 1981-2: 207.
[60]
nistas? ... Yo no las quiero ver en España. Lo sucedido en Milán y Turín pueden ser los primeros capítulos de la historia de esta convulsión. Este edificio [Ministerio de Guerra] se llenará de comisarios del pueblo. Yo no aguanto» 38 . Era la imagen vívida (algo novelada por e l memorialista) de la revolución que estimaban se precipitaba sobre Europa. Entre la jerarquía eclesiástica se vivía también un estado de ánimo de general alarma. El cardenal Gomá, situado al frente de la primaduría de España para sustituir al be ligerante cardenal Segura, hombre que había llevado, junto al nuncio Tedeschini y el cardenal Yidal i Barraquer, una cierta política de entendimiento con la Repúb lica, escribía en abri l al General de la Compañía de Jesús en términos verdaderamente alarmistas. «Y refiri éndome ahora al estado general de las cosas en España, lo reputo francamente malísimo - le decía- , sin que hu manamente se vea remedio a ello. La revo lución triunfante; sin escrúpulos en los procedimientos para afianzarse», etc. El propio Papa Pío XI, al inaugurar la Exposición Internacional de Prensa Católica en mayo de ese año, había pronunciado unas palabras que predisponían a la resistencia frente al «pericolo grande, totale e pericolo universale», vital para la Iglesia, que suponía el comunismo «en todas sus formas y gradaciones» (es decir, hasta la más tibia de las socialdemocracias). Peligro que se cernía -y citaba expresamente- sobre Rusia, México, Espmia, Uruguay y Brasil 39. Todos esos sectores del establishment se hallaban alarmados. Lo de menos aquí es que tuvieran razones fundadas para ello (que no las tenían), importa el modo en que aquel grupo estaba percibiendo la situación. Percepción que, en algunos casos, les llevaba a impulsar una solución autoritaria que comprendía la quiebra constitucional de la República, a implicarse directamente en una solución de ese tipo -que en lo social suponía la recuperación del estatus cuestionado-; y en otros a apoyar, a comprender a coadyuvar una solución así.
2.3.
PRIMEROS CONTACTOS. EL ESTABLISHMENT SE PREPARA Y DESPLIEGA SU PROGRAMA
Que las cosas cambiaban y la élite política de la derecha se marcaba una nueva estrategia respecto de la República quedó de manifiesto en la sesión de las Cortes del 15 de abril en la que Azaña presentó su programa de gobierno (lo que, a pesar de los esfuerzos de Azaña por atraerse a las clases medias, tuvo una lectura negativa en la oposición, una interpretación de situación de no retomo). Fue en ella en la que Calvo Sotelo habló del «ventarrón de fuego y de furor... que se ha volcado sobre España» e hizo la conocida relación «estadística» de actos de desorden. Pero hacía tiempo que
38
Maíz, 1952: 64. Las palabras de Gomá en Rodríguez Aísa, 1981: 15. Véase Lannon, 1990: 228. Miembros del obispado estaban al final, sino en el detalle de la conspiración que se iniciaba (Raguer, 1977), globalmente al corriente de ella (véase M. Aye1rn, 1978: 20). Las palabras del Papa en Alvarez Bolado, 1986-93: 1, 243-245. 39
(61]
Calvo Sotelo y su partido Renovación Española sostenían una actitud frontalmente contraria a Ja República40. Más grave - por lo que representaba y por el giro que suponía en su política- fue la nueva actitud del jefe de fila de la CEDA41 (recién recuperado para la política, tras el retiro postelectoral): «una masa considerable de opinión española, que por lo demás es la mitad de la nación -dijo-, no se resigna a morir ... Si no puede defenderse por un camino se defenderá por otro». Él no podía evitarlo. Daba así vía libre a las fuerzas que desde su partido - y proximidades- , alentaban ya el golpe de mano. El argumento: la existencia de un estado de desorden generalizado. De este modo, también los grupos de la élite política más remisos a una clara ruptura con la República, partidarios de lo que se conoció como accidentalismo (los Herrera Oria y sectores que habían militado en la CEDA), se sumaban decididamente a la nueva estrategia utilizando e l propio parlamento como caja de resonancia42. Algún éxito debía tener la campaña cuando el diputado sindica lista Ángel Pestaña (que, por cierto, tambié n se encontraba tentado, no debe olvidarse, de deci r a sus compañeros refiriéndose al parlamento, «teníais razón; aquello no sirve para nada»), manifestaba en junio: «La anarquía, de que tanto se habla, nace aquí, e n e l Parlamento, se extiende y propaga por todo el país y va corroyendo a los órganos que deben representar a la opinión pública»43. Las intrigas comenzaron, y los contactos entre miembros del establishment se sucedieron. Se trataba definitivamente de dar un golpe de mano - todavía mal definido-, cuyo objetivo básicamente era restaurar e l estado soc ial previo al ascenso de las fuerzas democratizadoras al gobierno (las republicanas), derogar las leyes re formistas que ponían en cuestión su estatus social y reprimir la agitación social que se vivía en aquellos meses. Ya en febrero, la misma noche de las elecciones, se produjeron, como se sabe, algunas iniciativas fallidas tendentes a declarar el estado de guerra (fueron los últimos
40 Fueron ellos los que primero buscaron esa alianza entre el conservadurismo y el radicalismo a través de un acuerdo para la financiación de la proyec1ada -en ese momento, verano de 1933- t=alangc Española. Véase el conocido como pacto de El Escorial en Sainz Rodríguez, 1978: 220 y 376; Gil Robles, 1968: 442-3, ya lo menciona. En general para la trayectoria de RE puede consultarse el detallado libro de Julio Gil Pecharromán ( 1993). 41 No tan nueva tal vez, aunque por primera vez legitimara la vía de la insurrección públicamente. Ya en 1935, siendo ministro de guerra, había intentado un viraje autoritario desde el gobierno con el apoyo del Ejército. En aquella ocasión desistió por no contar definitivamente con el apoyo de éste (véase lo relatado por Seco Serrano en Profeso1; 1989: 232-233). 42 Todo el proceso de decantación parlamentaria de la derecha y, en general, el proceso que conduce a la sublevación puede seguirse en Arrarás, 1963-8: IV (las citas son de la pág. 117); además, y entre otros muchos, Gil Robles, 1968: 707 y sigs.; F. B. Gliel , 1939; J. A rrarás (dir.), 1940-1944: 1, 11 y III; P. Sainz Rodríguez, 1978: 194-252; Serrano Súñer, 1977; N. A lcalá Zamora, 1977; R. de la Cierva, 1969. Un resumen muy útil en el volumen 3 de Guerra, 1986 (especialmente el artículo de Juli o A róstegui). También, Tuñón de Lara y cols., 1986: 9-44. Sobre la nueva orientación de la CEDA, véase, además, lo dicho en notas previas. Para Renovación Española muy útil lo recogido en Gil Pecharromán, 1994: 263 y sigs. 43 Arrarás, 1963-8: IV, 243.
[62]
intentos por blindar el Estado desde el interior de éste44 ). Gil Robles había hecho gestio nes con e l preside nte del gobierno en funciones. El jefe del Estado Mayor Central del Ejército, general Franco, se puso en contacto con e l director de la Guardia Civil (general Pozas) y dio instrucciones a todas las Regiones Mi li tares para declarar el estado de guerra (desautorizadas in extremis por el jefe del gobierno)45 . Aún dispon ían de todos los resortes del poder estatal. Podían dar un golpe de timón desde arriba. Pero de nuevo, como en 193546, fa ltó apoyo en el propio Ejército. La situación no había madurado. Fue el último inte nto de golpe de Estado, de rectificación autoritaria del marco legal tras una ocupación de las instituciones por la fuerza. Era el escenario más favorable para los conservadores (Gil Robles, Cambó, etc., lo esperaban). Cuando la situación madurara defi nitivamente en julio, el escenario, como en Italia, Alemania o Austria, iba a ser diferente: deberían contar con fue rzas radicales que dieran soporte popular y una mitografía nacionalista a una posible toma del poder, ya no sería un golpe (por mucho que intervinieran los militares), sería un verdadero asalto al poder, de l mismo s ig no que la Machte1greifung alemana (aunque con otros componentes y resultados, lógicamente). Ya no se trataba de blindar el Estado, ahora había que subvertirlo. Era un riesgo, pero también la única salida. La historia de esa mutua y conflicti va búsqueda será la historia subterránea de la política de oposición en Ja primavera de 1936. El 19 de febrero, Azaña se hizo precipitadamente cargo del gobierno, en marzo los nombramientos militares apartaban de los centros neurálgicos de mando a los jefes sospechosos, y e l 7 de abril se destituía a Alcalá Zamora de la presidencia de la nación. Estaba claro que cualquie r golpe de mano debía de organi zarse desde el exterior. Ésa fue la tarea que un g rupo de gente influyente asumió abiertamente desde febre ro y, especialmente, a partir de mayo47 . El consenso social que en esa dirección iría alcanzándose mediante campañas de prensa, sermones, pláti cas, rumores boca a boca especialmente, entre aquellos sectores era novedoso en España (aunque no su defensa en medios intelectuales). A partir de ese instante los contactos fueron fluidos y multidireccionales. Los encuentros entre miembros de CEDA, Renovación Española, militares, Falange, carlistas se multiplicaron. Hasta e l PNV tomó parte en ellos48 .
44 Como habían intentado antes desde el gobierno con Gil Robles en el ministerio de guerra, o lo i ntentaron en Alemania los von Papen o los von Schleicher (véase Ugarte, 1994), en Rumanía con la camarilla que rodeó al rey Caro!, etc. H abía en aquella coyuntura quien, como Frances Cambó ( 1982: 284), confiaba aún en que un amago de revolución desde el anarquismo obligara al gobierno a apoyarse en el Ejército, dar un golpe de Estado, para así dar la batalla a la izquierda desde arriba de nuevo. 45 Gil Robles, 1968: 480. 46 Desde su posición de Ministro de la Guerra, Gil Robles tentó la posibilidad de un golpe constitucional. Véase Paync. l 995a: 287: más detalles en Gil Robles, 1968: 36 1 y sigs.; una versión más completa en Seco Serrano, 1989: 232-234. 47 Véase Ugarte, 1996: 645. 48 Pueden segui rse en la bibliografía citada en la nota 168. Así, por ejemplo, en Cuenca -donde debían repetirse las elecciones legislativas en mayo- llegó a perfi larse, con fines conspirativos, una candidatura que abarcaba todo el espectro de la derecha que luego se alzaría contra la República, con Franco, Antonio Goicocchea y José Antonio Primo de Rivera como candidatos y el apoyo de la CEDA - lo que
[63)
No interesa aquí reproducir un relato que, en sus rasgos más sobresalientes, es conocido (aunque sea cierto que, como dijo recientemente Payne, una mayor indagación sobre ellos nos ayudaría a comprender mejor los orígenes remotos del franquismo49 ; en esa línea se trabaja), sino subrayar que aquellos se dieron -más allá de las organizaciones o instituciones- como resultado de contactos informales, encuentros en casas privadas, reuniones familiares y de amistad, comidas, paseos, visi tas a viejos conocidos, contactos en clubes; encuentros, en definitiva, que trascendían el ámbito partidario para transitar a través de viejos y tupidos lazos que aquel grupo había tejido como parte de su modo de relacionarse. Interesa destacar eso y el papel protagonista que fracciones del Ejército debía cumplir en aquella tesitura. Y no tanto como cuerpo armado del Estado cuanto a grupo social cohesionado e integrado en el tupido magma de los conservadores. Porque, en el seno de aquel grupo, solamente el Ejército -o una parte de él 5 era capaz de encabezar el golpe de mano. Sólo ellos disponían de los medios materiales51, la cohesión interna, el grado de eficacia y el sentido de su propia misión suficientes como para ejecutar aquella empresa. Ni los partidos políticos de la derecha, ni las corporaciones de signo diverso (patronales, cámaras de comercio o agrarias, etcétera52) podían ser el eje de aquella operación desde Ja derecha conservadora: sólo
º-
da idea del nivel de trenzamiento que tenían aquellas relaciones (véase Arrarás, 1963-8: IV, 165). Se trataba de acercar a Franco a Madrid y sacar a José Antonio de prisión en la que se encontraba desde el 14 de marzo. Stanley G. Payne (1986: 12 1-2) da una versión algo distinta de los hechos y pone el acento en la negativa de José Antonio a ir en la misma candidatura con el general Franco como causa de que la candidatura finalmente no prosperara. Los contactos con el PNV pueden verse en Sierra Bustamante, 1941 y en Iturralde, 1978: 1, 339-340. .¡9 Payne, en Payne y Tusell, 1996: 1 18. 5 Fundamentalmente el grupo de mandos africanistas. Sólo tres de los doce generales de División en ese momento llegaron a sublevarse, aunque veinte de los treinta y cinco mandos de Brigada y nueve de los once jefes del Alto Estado Mayor (G. Cardona y J. Villarroya, 1979). Lo que no debe ocultar que ello era debido a Ja política militar del nuevo gobierno del Frente Popular, que confió las Regiones militares a mandos juntistas, tildados de burócratas por los africanistas, con una influencia mucho menor entre la oficialidad joven que estos últimos -e incluso en el organigrama de mando efectivo del Ejército (véase R. Cabanellas, 1977: 1, 429). De hecho, un estudio caso por caso en por ejemplo, Cataluña viene a demostrar que prácticamente todos los j efes y oficiales se posicionaron con los sublevados (ibid.). Otro tanto puede decirse de la zona que tratamos, Álava y Navarra, en donde solamente fueron detenidos dos capitanes y un teniente de Ja guarnición de Vitoria por mostrarse contrarios a la rebelión. E incluso en este caso, según testimonio del entonces teniente del Batallón Flandes, Tom ás Padrones ( 15 de febrero de 1991 ), sólo hicieron explícito su rechazo al ver al coronel Ortiz de Zárate llegar de Pamplona con la bandera monárquica instalada en su coche (cfr. Arrarás, 1940-4: 552) cuando ellos esperaban que el golpe fuera republicano (al menos en el caso del capitán de artillería Miguel Anitua , canjeado más adelante por el Gobierno Vasco). 5J G. Cardo na, 1983: 23 1. 52 Ni la Liga Vizcaína de Productores, por ejemplo, podía equipararse en su poderío a la Unión de Industriales del Hierro y el Acero alemana, ni existían en España el nivel d e desarrollo corporativo de otros países en el período de entreguerras. F. del Rey (Organizaciones patronales y corporativismo en Espa1la, 1914- 1923. Madrid - tesis leída en la Universidad Complutense- 1989, págs. XIV-XV y 836 y sigs., rescrita en Rey, 1992) cree que la neutralidad española en la Primera Guerra «restó fuerza a esas tendencias» corporativas en relación con otros países europeos. Linz (1988: 69-76) coincidiendo en el
°
[64]
podían, en su caso, coadyuvar. Tampoco existía un personaje con autoridad capaz de aglutinar en torno suyo a aquellas fuerzas. Gil Robles, a pesar de su nuevo talante, concitaba demasiados rechazos en el bloque por su accidentalismo. Miguel Maura, que en El Sol de junio proponía caminar hacia una «dictadura republicana nacional» -sobre la que ciertamente se habló entre los conspiradores-, había quedado aislado desde que formó parte del gobierno provisional de la República en 193 1. Entre Ja derecha se le recordaba, en tono hiriente, como «bombero mayor e n huelga de brazos caídos durante el incendio de templos en 193 1»53 . Calvo Sotelo carecía de partido. Por lo demás, los propios partidos, tras la crisis de representación que supuso el fracaso del llamado accidentalismo de la CEDA en las elecciones de febrero de 1936 (y su posterior disgregación con un Gi l Rob les ausente), asumían expresamente (como en el caso de Renovación Española) 54 o a regañadientes (caso de la CEDA)55 esa fu nción política del Ejército. Otra cosa fue la actitud de los partidos radicales56 que luego comentaremos. Resulta ocioso añadir que el papel político que, en efecto, se le asignó al Ejército era coherente con su propia tradición pretoriana 51 .
diagnóstico. observa, si n embargo, una amplia gama de razones estmcturales que explicarían ese retraso en el proceso de corporativi1.ación en España. Véase también Maier, 1988 y en S. Berger (comp.), 1988 los artículos del mismo Charles S. Maier («"Los vínculos fi cticios ... de la riqueza y de la ley": sobre la teoría y la práctica de la representación de intereses»), Jlirgen Kocka (<
Es conocido el punto de vista de Calvo Sotelo que asignaba al ejército el papel de «columna vertebral» de la sociedad, idea recogida de la tradición alemana (como señala Lleixá), pero más como deseo que como realidad (en lo que se confu nde Lleixá, véase en nota anterior la distinción entre militarismo y pretoria11ismo); cfr. Lleixa, l 986a: 99-125 (el tema de la cultura alemana en págs. 1 15 y l 40n), l 986b y 1988. 55 Gil Robles quiso, más bien, instrumentalizar al Ejército. De ahí sus gestiones para constituir un gobierno de civiles tras el anunciado golpe. Véase Ferre r, 1979: XXX- 1, 162 y XXX-2, 93. 56 Como se ve, mantenemos esta disti nción entre la derecha conservadora (en España la CEDA y Renovación Española básicamente, aunque también la Liga, etc.) y los partidos radicales (Comunión Tradicionalista y FE) a efectos analíticos útil y básicamente cierta; aunque no se nos escapa el entrecmzamiento que existía entre ambas partes ya en la Re pública (Serrano Súñer y las JAP, desde la CEDA; los Oriol y los Rodezno desde la Comunión, por ejemplo). 51 M. Ballbé, 1983; J. Lleixá, l 986a; C. Seco Serrano, 1984; C. P. Boyd, 1990; G. Cardona, 1983; M. Alpert, 1982; S. G. Paync, 1968; J. Busquets, 1971 y 1985. Fue una cultura formada en los años de la Restauración en el seno del gmpo de los conocidos como africa11istas -pero con claros antecedentes al menos desde Mart ínez Campos y, desde luego, Polaviej a- y definiti vamente consolidada con la actuación corporada de Primo y la decamación republicanista del espíritu juntero durante su Dictadura. Quizá sea oportuna la distinción que Carolyn Boyd hace entre miliwrismo y pretorianismo (p~g. 12) a la hora de definir la cultura política de los militares espailoles. Esta segunda significaría «la amenaza velada o expresa por parte del ejército de recurir a la violencia para defender sus intereses corporativos» o imponer cierta idea de España de la q ue se consideraban depositarios. La idea de militarismo, a mi modo
(65]
Pues bien , la trama de la derecha conservadora en torno a una parte del Ejército comenzó a tejerse, como se sabe, a partir de la conocida reunión de los generales en Madrid el 8 de marzo de aquel año. Por iniciativa del general Varela (representando a Sanju1jo), se reunieron en casa del miembro de la CEDA, José Delgado (quien posteriormente informaría de la reu nión a su jefe José M.ª Gi l Robles), él mismo y los generales Francisco Franco, Emilio Mola, Rafael Villegas y Joaquín Fanjul, y el teniente coronel Galarza de la Unión Militar Española. Tras repasar muy minuciosamente los apoyos con que podría contar la intentona, decidieron mantenerse en comunicación y establecer nuevos contactos con civiles y militares. Al cargo de la red de enlaces quedaba en Madrid el teniente coronel de Estado Mayor Valentín Galarza58 . Decía que era una pa11e del Ejército -y así fue, en efecto- la que conspiraba contra la República. Y, sin embargo, desde un primer momento actuó de forma corporada, como si del Ejército institución se tratara59 . La paradoj a tiene su explicación. En efecto, ya no se actuaba como tal institución (como había ocurrido en el golpe de Primo una vez sancionado por el rey60). Después de todo, esa fracción no controlaba ahora las instituciones representativas del cuerpo, y la politización había hecho mella también entre ellos (ahí estaban la UMR y la UME para constatarlo). En ese sentido podría decirse - tal como se ha hecho- que ya no era la corporación, que no era sino una fracción política más61 . Sin embargo, la idea corporativa estaba tan arraigada en su seno que ya desde esa reunión -y, después, a lo largo de todo el período conspirativo- el comportamiento de todos los militares comprometidos estuvo siempre inspirado por la idea del Ejército como cuerpo. Así organizaron la trama y así trataron de influir en ella. Pues bien, en aquella reunión del 8 de marzo excluyeron para los preparativos a la élite civil (salvo como apéndice), establecieron su plena autonomía en los planes,
de ver, se ajusta mejor a un ejército como el alemán que informaba la propia configuración de la sociedad, en la que se mantenía rango, etc., y formaba un cuerpo de élite autónomo, un cuerpo de privilegio y de prestigio, un Estado dentro del Estado como lo viera su comanda111e en jefe Hans von Seeck1; véase T hornton, 1985: 58-9 y en general véase toda la bibliografía refe1ida al Sonden veg alemán que sigue las tesis de R. Dahrendorf, 1968 (hoy cuestionada, cfr. J. Kocka, 1988); y más específicamente la bibliografía citada en A. Sáenz, «El honor del burgués», Historia Contemporánea 6, 1991 , pág. 259, n. 25. En España la burguesía nunca apostó por la carrera militar, no fueron los hijos de la élite quienes ocupaban los puestos de la alta oficialidad española (Alpert, 199 1: 55-56) y su prestigio, nunca grande, había sido empañado por su pa11icipación en diversas guerras civiles. 58 D. Sueiro, 1983. Las noticias de la reunión son varias: Gi l Robles, 1968: 719-720; F. Franco Salgado Araujo, 1976; etc. S9 Así opina Julio Aróstegui ( 1986b: 8-9 y 14- 15). 60 Con un Directorio en el que estaban representados todos los cuerpos de las fuerzas armadas «el Ejército dese111pe1i6 ... 1111 papel esencial sin ac11s01; por ahora, fisuras en su seno» (cursiva mía), J. Aróstegui, 1986: 83. Lleva razón, sin embargo, Boyd ( 1990: 326) cuando dice que tampoco entonces el Ejército pretendió proyectar sus valores a la sociedad llevando una política militarista activa. De lo dicho no se infiere, naturalmente, que existiera una perfecta compenetración entre el Dictador y su Ejército, más bien los enfrentamientos, e incluso las conspiraciones, fueron consLames (lo que se puede seguir en la bibliografía citada y en Alpert, 199 1). 61 Así opina Santos Juliá (1986: 32).
[66]
se reservaron un papel institucional, inc luyeron las reivindicaciones del cuerpo y desecharon (paradojas de l viejo discurso arbitrista de los mjlitares) cualquier orientación política de la sublevación 62 . Acordaron, además, dotarse de un mando simbólico («militar, por supuesto») en la persona del general Sanjurjo63 . De este modo, ese sector del Ejército asumie ndo consciente mente la representación de todo el establishment contra la «Chusma revolucionari a» - actuando, por tanto, como fracción política-, quería preservar, a su vez, la idea corporativa de las fuerzas armadas64 • Ideológicamente se comportaban como cuerpo armado del Estado, pero, realmente, era un grupo social cohesionado e integrado en e l tupido magma de los conservadores del país (sus lazos fam iliares, relaciones personales y círculos de socialización lo hacían posible). Tras la reuni ón, los contactos se sucedieron (ya sin solución de continuidad): Franco se veía con Serrano Súñer y José Antonio Primo de Rivera; Francisco Herrera Oria (consejero-delegado de la Editorial Católica y hermano de Ángel, director de Et Debate, presidente de Acción Católica e inspirador del accidentalismo) cedía sus vivienda a los e nlaces; viajes a Madrid del director del diario católico EL Pueblo Vasco; el Inspector General de Carabineros, Gonzalo Queipo de Llano, poniéndose a disposición de Mola; Calvo Sotelo, y los medios financie ros que lo apoyaban ofrecían todo su apoyo65 . Progresivamente se iba tejiendo una extensa red que iba abarcando, en los diferentes niveles jerárquicos, a amp lios sectores de aquel conglomerado que he dado en llamar establishment: propietarios, banqueros, hombres de negocios, financiando a través de RE; los generales asumiendo la di rección política y ejecutiva; abogados, periodistas, notari os, cediendo sus casas, sedes y despachos para los contactos; empresarios medios, diputados, etc., ejerciendo funciones de enlace; e l cuerpo de oficiales, a través de la UMN, coordinándolo todo. Y la élite política (Gil Robles, Calvo Sotelo, ... ) intentando condicionar a los generales. Y todo ello utilizando viejas amistades, contactos de familia, encuentros e n las tertu lias de casino o redacciones de peri ódico {podrían ponerse eje mplos de cada uno de estos casos). La red social funcionaba en su núcleo, entre las gentes de la fortuna y el talento como trama conspirativa. Fue así como a partir de abril de aque l año66 Emi lio Mola67 -por su probada ca-
62 Ya en 1899 el general Camilo Polavieja culpaba a los pol íticos de haber dej ado pudrirse a los soldados en Cuba. La tradición de apoli1icis1110 del Ejército era antigua. 63 Exil iado en Estoril desde su intentona de agosto de 1932, era el jefe reconocido entre los mi l itares y la derecha golpista desde aquella fecha. Fue el grupo de Acción Espa1iola el encargado de lanwr expresamente la figura del general como «militar-jefe clave para el futuro». Véase R. Morodo, 1985: 67-7 1. Por su parte los carlistas mantenían una estrecha relación con el general, lo que les haría albergar serias esperanzas en la rase linal de la negociación con M ola; véase FerTer, 1979: XXX- 1, 155- 156; Echeverría, 1985: 56-61. Sobre esta coincidencia de liderato puede verse Lizarza, 1969: 75. 6-1 De este modo puede conjugarse ese acento que algunos autores ponen en la condición «corporativo militar» del golpe (véase nota 57) con el punto de vista del profesor Santos Juliá ( 1986: 32) que resalta sobre todo la «profunda y múltiple fragmentación política y social» que se produjo también en el Ejército (causa de que el gol pe se transformara en guerra y la revuelta en revolución según Juliá). 65 Puede verse la trama de recaudación de fondos en Gil Peeharromán, 1993: 263 y 27411. 19. 66 Si en esa fecha comenzó a firmar como El Direc1or en sus circu lares, al menos para finales de mayo, tocios los hilos imponantes (contacto con todas las divisiones, contacto con Sanjurjo y negociaciones con los carlistas y otras fue17..as civiles) pasaban por sus manos (Aróstegui, l 986b: 29). 67 Emilio Mola había hecho toda su carrera militar en el Protectorado de Marruecos bajo el patro-
[67]
pacidad organizativa y «aprovechando la providencial ventaja que implicaba su residencia en Pamplona, debida a la torpeza inexplicable de Casares Quiroga»68- asumió la dirección de la conspiración conservadora. Y lo hi zo no solamente en sus aspectos técnicos y operativos69 • También tocó a Mola concretar las bases políticas sobre las que se iba a negociar la futura refundación del Estado (véase Anexo). Mola tomó para sí --en palabras del diputado conservador Raimundo García- la responsabilidad plena de coordinar la conspiración tanto dentro «como fuera» del Ejército. En la más pura tradición arbitrista y africanista, no se fiaba de «los políticos»10 . Inicialmente, según lo diseñado por Mola, se trataba de instaurar «una Dictadura militar, que tendr[fa] por misión inmediata restablecer el orden público, imponer el
nazgo del general Berenguer. En 1930 fue designado por éste como Director General de Seguridad (responsabilidad que ostentaba a la caída de la monarquía). Con la llegada de la República fue primero detenido y procesado, y en 1932 ~oinc i dicndo con la intentona de Sanjurjo- pasado a la reserva. Hacía dos años ( 1934) que había sido rehabilitado y, tras pasar por el Alto Estado Mayor, era, al triunfar el Frente Popular, comandante militar de la zona oriental del Protectorado y de la jefatura de la Alta Comisaria del Protectorado por expreso deseo de Gil Robles. Pasaba por ser uno de los más prestigiosos generales africanistas (los «Cuerpos activos», discriminados, según él, por los «desocupados y burócratas» del Ejército atrincherados años atrás en las Juntas de Defensa). Su fonnación era eminentemente castrense y sus preocupaciones pasaban por resituar al Ejército en un lugar preeminente dentro del Estado y la sociedad. Su ideal: la Alemania guillennina y su Ejército imperial (la Reichswehr). No tenía una significación política definida (convencido de que «la desaparición de la monarquía era inevitable» evitó, desde su alto cargo, tener que defenderla con derramamiento de sangre). Ahora bien, justificaba cada intervención del Ejército en la vida pública del país, pues «equivocados o no. sólo en el bien de su Patria pensaron al ponerse fu era de lo que en el momento de delinquir llevaba el marchamo de legalidad». Murió al poco de iniciada la guerra (j unio de 1937) en un controvertido accidente de aviación. Véase sus Obras Completas (Valladolid, 1940) y el «Pró logo» de J. A. Bravo, en el que se incluye una pequeña biografía. También la voz Mola en Artola (dir.), 1988 y sigs.: IV, 576. 68 J. A. Bravo en el «Prólogo» a Mola, 1940: 4. En realidad fue el gobierno Azaña quien le envió a Pamplona donde llegaba el 14 de mano procedente de Madrid. Sobre el desatino con que actuó el nuevo gobierno del Frente Popular en su política de cambios en la cúpula militar puede verse Cardona, 1983: 231. 69 La serie de contactos que mantuvo el general Mola pueden reconstruirse a partir de los libros de los que fueron respectivamente su enlace y secretario, B. F. Maíz (1952; 1976), y J. M. lribarren (1937; 1938; 1945). Además, para lo que nos interesa, el enlace con el carl ismo fue básicamente Antonio Lizarza (véase su obra de 1969). 10 Amezlia (Raimundo García) Diario de Navarra, 4 de julio de 1956. Mola redactó su elemental (por breve y por simple) programa tras consultar a varios generales; entre ellos al general Cabanellas y a Queipo de Llano. A pesar de que Cabanellas debió insinuar un posible gobierno presidido por Miguel Maura (recuérdese su propuesta de dictadura rep11blica11a). siempre negó que fuera consultado político alguno (otra cosa es que, realmente, éstos hubieran sido sondeados). Era, por tanto, un programa corporativo, aunque básicamente consentido por la derecha (a pesar de los desacuerdos y las presiones ejercidas por Gil Robles para incluir a civiles en el Directorio). Este hecho (que se le presentara como un programa del Ejército, cuando él lo consideraba eminentemente político) molestaría profundamente al dirigente carlista Fal Conde en las posteriores negociaciones que llevarían ambos personajes (véase cartas entre ambas personalidades en Ferrer, 1979: XXX-2, 94 y 96). Y, sin embargo, el trato con aquella derecha autoritaria era tan fluido q ue al tener que improvisar la que se llamó Junta de Defensa Naciona l a la muerte de Sanjurjo, Mola no consultó ni con carlistas (faltar ía más) ni con falan gistas, tampoco con Franco que se hallaba en África. Mola consu ltó para decidir su composición a los dirigentes de Renovación Española Goicoechea, al conde de Vallellano y José Yanguas Messía (Arrarás, 1940-1944; García Venero, 1967: 163).
(68]
imperio de la ley y reforzar convenientemente al Ejército»7 1, es decir, recuperar los reso1tes del poder político. Una vez en el poder, se aplicaría un programa político de corte autoritario (se suspendería la Constitución de J93 1 y se disolverían Jas Cortes y los partidos), que incluía c iertas medidas arbitristas inspiradas en el período de Primo de Rivera (contra el paro, realización de obras públicas, regadíos, «extinción del analfabetismo» [sic], etc.). Y dos cuestiones que fueron especialmente conflictivas en las negociaciones posteriores: Ja instauración de una «Dictadura republicana»72 (con lo que se excluía la restauración monárquica) y la «separación de la Iglesia y el Estado» (descartándose, por tanto, una política integrista). Ambos puntos cerraban e l paso a dos de las ideas básicas del proyecto del otro sector que entraría inmediatamente en liza, el carlista: la monarquía corporativa y la recuperación de la mítica unidad espiritual de la España católica (luego volveremos sobre ello, para ver hasta qué punto significaban la negación de un proyecto utópico). Pero la idea fuerza, e l argume nto central del documento redactado por Mola, que se repetía al final, era el de la necesidad de edificar un Estado fuerte (se adoptarían «cuantas medidas se estimen necesarias para crear un Estado fuerte» )73 • No más que blindar el Estado, aunque ahora fuera a pattir de un golpe de mano dado desde e l exterior: lo más parecido a un golpe de Estado. Podemos resumir, por tanto diciendo que era un proyecto político de corte conservador «en e l que cabía -como sostiene el profesor Aróstegui- toda la oligarquía española creada por la Restaurac ióm>74 . Era el proyecto del establishment para recuperar la tranquilidad de la España de finales del xrx, cuando aún las masas («gritos, gritos y más gritos» era el modo en que Mola recordaba la llegada de la República75 ) no habían roto la placidez con que transcurrían los días. Era, en fin, un proyecto al viejo estilo, que no contemplaba la posibilidad de subvertir las bases mismas del Es-
71 Esta última era una de las obsesiones de Mola; /11str11cci611 reservada núm. 1, abril de 1936, ci1. en Arrarás, 1940- 1944: 444. 72 El concepto que por aquellos días había desarrollado el ex ministro conservador Miguel M aura y tuvo buena aceptación entre los generales (Cabanellas, Queipo de Llano y el mismo Mola) (véase Ferrer, 1979: XXX-2, ). Contaba el mismo Franco (cfr. Franco Salgado Araujo, 1976: 2 16-2 18) que Mola, en la referida reunión de los generales del 8 de marzo, puso como condición para sumarse a la sublevación el respeto a la República y a la bandera tricolor. Franco se adjudica la propuesta de la fórmula «por Dios y por España» para superar la situación (fórmula que ciertamente tendría mucho éxito en la guerra) (confróntese F. Franco, 1945: X I). Quizá todo ello no fuera sino un intento por rebajar el protagonismo de M ola en la conspiración. Ol vida, naturalmente decir que él mismo se mantuvo al margen de ésta hasta el mismo día 18 de julio (véase Serrano Súiler, 1977: 120-121 ). 73 Además de 0 1rns obsesiones de Mola: «Ordenación de las I ndustrias de Guerra», es decir, creación de un complejo indus1rial-mili1ar, y «organizar la instrucción premili1ar desde la escuela» (lo que luego se haría d urante el franquismo), El Directorio y su obra inicial, en A rrarás, 1940- 1944: 449. 74
l 986b: 3 1.
15
Claro que ese día él era el Director General de Seguridad y habían ido a buscarle con ánimo beligerante a la Dirección General (Mola, 1940: 877). En todo caso, no ya la lucha de clases, la mismajies/a popular que supuso el 14 de abril (S. Jul iá, 1984) había resultado vulgar para algunos, que consideraban una grosería lo que se había hecho con el monarca.
[69]
Lado liberal decimonónico para esbozar un esquema estatal nuevo. Nada de ensayos utópicos, de creación de nuevos modelos políticos: basta con dar un giro autoritario al orden político. La Constitución de 1931 hubiera quedado simplemente «suspendida» - no derogada como en su momento reclamaría el dirigente carlista Fal Conde- , se hablaba de un «parlamento constituyente elegido por sufragio», etc.76 Básicamente se trataba de dar un golpe de timón de corte autoritario, no ir más allá. Los generales -«el Ejército», corno se decía- venían a representar, por tanto, a la parte organizada del establishment. No era pues, corno se ha tendido a ver en ocasiones, el macizo de la raza -en expresión contundente de Ridruejo- con e l que pactó la «oligarquía española»77 . Era la propia «oligarquía organizada», su columna vertebral, corno gustaba de decir Calvo Sotelo.
2.4.
HACIA LA COALICIÓN NECESARJA
Pero si el proyecto de los generales era básicamente conservador, las circunstancias del sig lo -corno en el resto de l continente, por lo demás- les conducirían a utilizar instrumentos que sobrepasaban sus propósitos originales. Y éstos tenían que ver, fundamentalmente, con la necesidad de contar con el apoyo de la población - las masas, se decía- en una sociedad creciente mente movilizada en política78 . Era algo que los intelectuales de esa derecha hacía tiempo que lo venían diciendo. Porque, a pesar de lo que en 1933 dijera Vegas Latapié en un alarde de aristocratisrno propio de la época («No somos demócratas. No pedirnos masas que respalden completos programas políticos y sociales»79), los tiempos habían cambiado y la derecha española así lo había entendido. Ya no bastaba con una dictadura al viejo es-
76 Arrarás, 1940-1944: 449. No creo que en este punto pueda hablarse de «inspiración fascista» como se ha hecho en alguna ocasión. No en ese momento todavía. 77 Dionisio Ridruejo (1964: 57-75) hace una interesante lectura del momento en términos de pacto entre la ofigarqufa y lo que él llama macizo de fa raza, conjunto de sectores identificados como clases medias tradicionales. Asegura que, ante el fracaso del golpe de la oligarquía, aquélla devino en guerra civil por el apoyo ofrecido por ese macizo de la raza. Creo, sin embargo, que se equivoca al considerar que fue el Ejército quien articuló aquellas fuerzas. Esas fuerzas estaban organi zadas como intentaré mosLrar a continuación. Miembro de la Falange (muy reducida) y crítico con la España de Franco en la que se veía actuar a ese Ejército, creo que trasladó su impresión al momento previo a la guerra. Joaquín Lleixá (1988) asume esa visión de Ridruejo al aceptar que el Ejército cumplió esa función de encuadrar a la población. El Ejército encuadró soldados, no los socializó políticamente, y tuvo bastante Lrabajo en desarticular las milicias políticas. 78 En plena negociación con los carlistas Mola escribiría: «Recurrimos a ustedes porque contamos únicamente en los cuarteles con hombres uniformados, que no pueden llamarse soldados, de haberlos 1enido nos hubiéramos desenvuelto solos» (Ferrer, 1979: XXX-2, 99). Era la del Ejército, a pesar de las apariencias, una opción polílica sin masa, tan sólo tenían hombres. Nada sobre el macizo de la raza. 79 «No es tiempo todavía», Acción Espmiola 39, 16 de octubre de 1933. Lleixá (1988: 212) lo cita para dar a entender, equivocadamente creo yo, que estos grupos «no habían descubierto aún la posibilidad de tener masas movilizadas» hasta que estalló la guerra y vieron la posibilidad de encuadrarlas en In «estructura burocrático-militar».
[70]
tilo. Ya no bastaba con una solución autoritaria - más allá de las apetencias conservadoras. Había que dar cauce a la movilización de la población -como Jo hacía por lo demás la izquierda-, porque era la única forma segura y estable de hacer frente a un socialismo bien asentado en el mundo del trabajo y en las ciudades. Era el único modo de frenar la Revolución, fantasma que les asustaba. Y había sido justamente la publicación de la que Vegas Latapié era director, Acción Española (algo más que una revista80), la que sistematizó y actualizó ese pensamiento (conectando, ahora sí, con toda la derecha autoritaria europea y los proyectos de Estado fascistas81). Fue a partir de la reflexión producida por el fracaso de la D ictadura de Primo de Rivera -el «error Primo» tal como se le conocía e n los círculos de la élite de derechas82- como se produjo dicha evolución --corroborada por el fallido intento de Sanjurjo en 1932, quizá el último de los pronunciamientos. Había que extirpar - ya no bastaba simplemente con corregir- , decía el integrista Víctor Pradera, las «causas del mal» originadas por el sistema liberal-parlamentario. No bastaba con crear un régimen interino tipo Primo de Rivera, «había que sustituirlo por otro informado en ideología y prácticas diametralmente opuestas», como las del corporativismo fascista italiano (E. Aunós). Había que sustituir el liberalismo por la «democracia orgánica» (Pradera). Había que dotarse de una verdadera doctrina -de la que careció la Dictadura- (en esto estaban todos de acuerdo: Aunós, Latapié, Are ilza, Maeztu, ...). Pero, sobre todo -y aquí estaba la clave- , había que hacerlo con «la asistencia de toda la nación» que expresaría su voluntad con nuevas formas de partic ipación - y no sólo a través del «vomitivo pestífero de las urnas electorales». Una de esas nuevas formas de participación era, por ejemplo, el asalto al estado legitimado, se estimaba, por e l derecho natural «Cuando la vida nacional se halla en peligro de muerte» (Pradera)83. Claro que para dar cauce a la nación no era lo más adecuado un partido fantasma como la Unión Patriótica, un simple dispositivo conservador inoperante (Aunós). Había que contar con las organizaciones surgidas al calor del enfre ntamiento con el estado libera! 84 •
80 Fue una revista de amplia difusión en todo el colectivo al que hemos dado en llamar establish111e111. E l mejor estudio del grupo se encuentra en R. Morodo, 1985. Pueden verse también L. M. Ansón, 1960; C. García Prous, 1972; J. Gil Pecharromán, 1986. 81 Que luego será la base discursiva del Estado franquista. Véase en este sentido el clarificador «Prólogo» de Morodo ( 1985: 13- 18). 82 Error en el que programáticamente estaba cayendo el programa de Mola, que. luego. el pacto con las masas y la guerra se encargaron de corregir. 83 Sería el propio episcopado quien, más adelante ( l de julio de 1937), emplearía un argumento similar: «La guerra es, pues, como un plebiscito annado», dirían en su Carta colectiva del episcopado espailol escrita como legitimación de la sublevación (Docu111e111os, 1974: 229). Tenía su antecedente, claro está, en aquel «derecho a la resistencia» propugnado por los juristas jesuitas del xv11 (Belarmino, Suárez, Mariana) cuando el poder superior del Papa era cuestionado por un «rey herético». Herética era la República y por tanto antiespañola en la lógica de aquel colectivo de Acción Espmlola. 84 Morodo, 1985: 3 1-39. Eduardo A unós dio en Madrid una conferencia con el sign ificativo título de «La ideología de Primo de Rivera como principal obstáculo para su obra» (véase Payne, 1986: 40-4 1) . Pero fue el tradicionalista Víctor Pradera, vinculado también al gmpo de Acción Espuñola, quien por vez
[71]
Esa idea de reacción patriótica transitaba también entre los círculos eclesiásticos que se carteaban con Roma. Ante la amenaza revolucionaria que consideraba segura en España (y que la pintaba con tintes apocalípticos), el padre jesuita E. Carvajal en correspondencia enviada a sus corresponsales romanos ya en 193 1 decía confiar en la «reacción de parte de la gente de los campos y de las Prov incias Vascongadas y de elementos sanos del ejército» 85. El mismo conglomerado al que apelaban los hombres de Acción Española para una acción de similares características. Así lo había entendido también el propio Emi lio Mola, el gran cocinero de la derecha conservadora. No solamente por su gran preocupación por contar con unas fuerzas operativas leales y seguras 86 . También porque creía que todos «los elementos amantes de la Patria» tenían que «organizarse para la rebeldía ... » dado que «las masas proletarias [tienen] una moral y una fuerza considerables». El general Mola, a pesar de sus carencias intelectuales, sabía coger el pulso de los tiempos. Por ello en su Instrucción reservada número 1 proponía como organización conspirativa -que tendría su efecto en el nuevo Estado 87- toda una trama civil parale la (aunque subordinada, ésa era la voluntad del Ejército) a la trama militar. Porque aquélla «no había de ser una cuartelada a(l) estilo del siglo XIX, sino una ola de fondo, que saliendo de lo más hondo de las entrañas nacionales, arrollase todos los obstáculos que encontrara». Por eso Mola «Se afanaba en buscar apoyos civiles» que los consideraba «indispensables para la acción»88.
primera se planteó una refl exión sobre el particular (véase su Al servicio de la Pa1ria. Las ocasiones perdidas por la dictadura, Madrid 1930). Sus críticas iban dirigidas hacia la élite por su escaso apoyo al dictador, y hacia éste por no haber sabido orientar su gobierno hacia la construcció n de un Estado de nuevo tipo. Para las consecuencias que tuvo el frustrado golpe de Sanjmjo, véase Morodo, 1985: 67-7 1; Seco Serrano. 1984: 397-404 (que le da una interpretación algo distinta); Lleixá, 1986a: 105- 107; Aróstegui, l 986b: 10-14; S. G. Payne, 1987: 89. También los carlistas Jo percibieron de ese modo (véase Lizarza, 1969: 31). 85 Citado en Álvarez Bolado, 1986-1993: 254. 86 Es conocida la preocupación del general Mola por contar con un grupo de civiles politizados que, intercalados entre la tropa, garantizaran la debida disciplina entre éstas (véase lo dicho a Oriol o al conde de Rodezno en Arcarás 1940- 1944: lll, 449 y 458). De hecho ése fue el papel que cumplieron entre los desplazados a Somosierra (Julio Orive, 14 de enero de 1992). 87 Sin embargo, el camino q ue llevalia a un pleno encuentro entre las dos facciones y a la creación de un Estado de nuevo tipo fue un proceso bastante lento. El 1 de octubre de ese año se sentaban las bases del caudillaje (el Führerprinzip de los alemanes). Sólo en abril de 1937 se creaba el partido único. Y fue en marzo de 1938 cuando con Ja aprobación del Fuero del Trabajo se inició una legislación de corte abiertamente fascista. 88 Arrarás, 1940-1944: Jll, 444-445, e instrucción reservada del 1 de julio, en ibid. pág. 456. La Instrucción reservada número J, en De la Cierva, 1969: 769-77 1. Sin embargo, dado el papel subalterno que los militares impondrán al 111ovi111ie1110 en todo el proceso de construcción del Estado -salvo en cierto modo en Navarra, como tendremos ocasión de ver- desde su propia gestación a su culmi nación -sería prolijo detenerse aquí en cada episodio-, se ha tendido a subestimar el papel jugado por los llamados civiles. Así, por ejemplo, A. Pascual. 1987- 1988: 546. dice: «ese diseño en dos frentes ... no llegó ni siquiera a fu ncionar en Navarra, donde se daban las circunstancias mejores para llevarlo a cabo». Sin embargo, el hecho de que las partes no actuaran en un plano de igualdad no implica la inexistencia de esas mismas panes. Resulta claro para Navarra.
[72]
Tampoco es que el general Mola fuese especialmente perspicaz en sus apreciaciones del momento: en realidad era una idea relativamente extendida entre los altos círculos políticos y militares desde la Sanjurjada. Así, el general Franco, que por entonces frecuentaba aquellos ambientes de la derecha conservadora y pasaba por ser Ja figura clave del Ejército, rechazó participar en los planes conspirativos que le proponían algunos miembros de la Unión Militar Española (UME) en 1935 porque no creía ya en «Conspiraciones de vía estrecha ni en pronunciamientos militares tipo siglo pasado. [Lo que quiera que se hiciese] debía estar respaldado por el pueblo»89 . Era la plena confirmación de la inutilidad de la vía golpista y el reconocimiento de que era necesaria una estrategia de verdadero asalto al poder.
2.5.
MOVIMENTJSTAS
Pero ¿quiénes eran esas «fuerzas vivas» de la nación, ese «pueblo racial y sano», esa «ola de fondo auténticamente nacional» dispuesta a participar de forma nueva, de forma violenta en Ja vida nacional, cuando ésta se hallara en peligro de muerte según aquellos teóricos? En 1933, el entonces embajador italiano en Madrid, Raffaele Guariglia, lo observaba con claridad meridiana. Los veía desperdigados «entre católicos, sindicalistas revolucionarios, partidos de acción popular -debe referirse a la AP de Gil Robles- , tradicionalistas, etc.». Ellos, que llevaban e n el gobierno desde 1922 practicando una política de corte fascista -¿quién lo duda?- , sabían que el problema para crear un régimen según su modelo no era tanto de afinidades ideológicas, de pureza en el modelo (óptica esta que algún estudioso actual prefiere adoptar90). Sabían, como escribía e l embajador, que la «sustancia del moderno "socialismo nacional"», es decir, de los fascismos, estaba en «aquellos partidos de masas organizadas, penetradas del sentimiento nacional y del principio de autoridad de l Estado»91 , y al decirlo sabían lo que se decían. Y en España el espectro de los grupos que podían alcanzar ese estado de cosas era amplio - y a la vez muy lábil- a la altura de 193392 . Sin embargo, en 1936 las cosas habían cambiado: el panorama, en cie1to modo,
se había clarificado. Los católicos de Gil Robles se hallaban desnortados y su partido
89 L. Suárez, 1984: 29 1. En el momento en que Franco anotaba aquello, era Jefe del Estado Mayor y acababa de caer el gobierno radical-cedista que le había nombrado. Lo cierto es que Franco en 1935, como otros conservadores, confiaba aún en la vía seguida por la CEDA y esperaba que la «Re pública superase sus dificultades» gracias a aquélla. 90 Ésa es la actitud predominante entre politó logos e historiadores de las ideas. Una posición en esa línea, entre !antas, puede encontrarse en Stemhell, 1989: 8, cita, por lo demás de gran valor. 91 R. Guariglia, Primi passi in diplomazia e rapporti da/l'ambasciata di Madrid 1932-1934, Nápoles, 1972, págs. 240-24 1; cit. en l. Saz, 1986: 49. 92 De modo que no parece razonable hacer historias de la Falange Española como la histo1ia del fascismo espa1iol que, como perfectamente observa el embaj ador italiano -que de eso sabía algo- era algo más amplio y complejo (como en toda Europa, claro está).
[73]
Esa idea de reacción patriótica transitaba también entre los círculos eclesiásticos que se carteaban con Roma. Ante la amenaza revolucionaria que consideraba segura en España (y que la pintaba con tintes apocalípticos), el padre j esuita E. Carvajal en correspondencia enviada a sus corresponsales romanos ya en 193 1 decía confiar en la «reacción de parte de la gente de los campos y de las Provincias Vascongadas y de elementos sanos del ejército»85. El mismo conglomerado al que apelaban los hombres de Acción Española para una acción de similares características . Así lo había entendido también el propio Emilio Mola, el gran cocinero de la derecha conservadora. No solamente por su gran preocupación por contar con unas fuerzas operativas leales y seguras86. También porque creía que todos «los elementos amantes de la Patria» tenían que «organizarse para la rebeldía... » dado que «las masas proletarias [tienen] una moral y una fuerza considerables». E l general Mola, a pesar de sus carencias intelectuales, sabía coger el pulso de los tie mpos. Por ello en su Instrucción reservada número I proponía como organización conspirativa --que tendría su efecto en el nuevo Estado 87- toda una trama civil paralela (aunque subord inada, ésa era la voluntad del Ejército) a la trama militar. Porque aquélla «no había de ser una cuartelada a(l) estilo del siglo XIX, sino una ola de fondo, que saliendo de lo más hondo de las entrañas nacionales, arrollase todos los obstáculos que encontrara». Por eso Mola «Se afanaba en buscar apoyos civiles» que los consideraba «indispensables para la acción»ss.
primera se planteó una reflexión sobre el particular (véase su Al servicio de la Patria. las ocasiones perdidas por la dictadura, Madrid 1930). Sus críticas iban dirigidas hacia la élite por su escaso apoyo al dictador, y hacia éste por no haber sabido orientar su gobierno hacia la construcción de un Estado de nuevo tipo. Para las consecuencias que tuvo el frustrado golpe de Sanjurjo , véase Morodo, 1985: 67-7 1; Seco Serrano, 1984: 397-404 (que le da una interpretación algo distinta); Lleixá, 1986a: 105- 107; Aróstcgui , 1986b: 10-14; S. G. Payne, 1987: 89. También los carlistas lo percibieron de ese modo (véase Lizarza, 1969: 31). ss Citado en Álvarez Bolado, 1986-1993: 254. 86 Es conocida la preocupación del general Mola por contar con un grupo de civiles politizados que, intercalados entre la tropa, garantizaran Ja debida disciplina entre éstas (véase lo dicho a Oriol o al conde de Rodezno en Arrarás 1940-1944: 111, 449 y 458). De hecho ése fue el papel que cumplieron entre los desplazados a Somosierra (Julio Orive, 14 de enero de 1992). 87 Sin embargo, el camino que llevaría a un pleno encuentro entre las dos facciones y a la creación de un Estado de nuevo tipo fue un proceso bastante lento. El 1 de octubre de ese año se sentaban las bases del caudillaje (el Fiilirerprinzip de los alemanes). Sólo en abril de 1937 se creaba el partido único. Y fue en marzo de 1938 cuando con la aprobación del Fuero del Trabaj o se inició una legislación de corte abiertamente fascista. 88 Arrarás, 1940-1944: 111, 444-445, e instrucción reservada del 1 de julio , en ibid. pág. 456. La Instrucción reservada número 1, en De la Cierva, 1969: 769-77 1. Sin embargo, dado el papel subalterno que los militares impondrán al 111ovimie1110 en todo el proceso de construcción del Estado -salvo en cierto modo en Navarra, como tendremos ocasión de ver- desde su propia gestación a su culminación - sería prolijo detenerse aquí en cada episodio-, se ha tendido a subestimar el papel jugado por los llamados civiles. Así, por ejemplo , A. Pascual, 1987- 1988: 546, dice: «ese diseño en do s frentes ... no llegó ni siquiera a funcionar en Navarra, donde se daban las circunstancias mejores para llevarlo a cabo». Sin embargo, el hecho de que las partes no actuaran en un plano de igualdad no implica la inexistencia de esas mismas partes. Resulta claro para Navarra.
[72]
Tampoco es que el general Mola fuese especialmente perspicaz en sus apreciaciones del momento: en realidad era una idea relativamente extendida entre los altos círculos políticos y militares desde la Sanjurjada. Así, el general Franco, que por entonces frecuentaba aquellos ambientes de la derecha conservadora y pasaba por ser la figura clave del Ejército, rechazó participar en los planes conspirativos que le proponían algunos miembros de la Unión Militar Española (UME) en 1935 porque no creía ya en «conspiraciones de vía estrecha ni en pronunciamientos militares tipo siglo pasado. lLo que quiera que se hiciese] debía estar respaldado por el pueblo» 89. Era la plena confirmación de la inutilidad de la vía golpista y el reconocimiento de que era necesaria una estrategia de verdadero asalto al poder.
2.5.
MOVIMENTISTAS
Pero ¿quiénes eran esas «fuerzas vivas» de la nación, ese «pueblo racial y sano», esa «ola de fondo auténticamente nacional» dispuesta a participar de forma nueva, de forma violenta en la vida nacional, cuando ésta se hallara en peligro de muerte según aquellos teóricos? En 1933, el entonces embajador italiano en Madrid, Raffaele Guariglia, lo observaba con claridad meridiana. Los veía desperdigados «entre católicos, sindicalistas revolucionarios, partidos de acción popular -debe referirse a la AP de Gil Robles-, tradicionalistas, etc.». Ellos, que llevaban en el gobierno desde 1922 practicando una política de corte fascista - ¿quién lo duda?- , sabían que el problema para crear un régimen según su modelo no era tanto de afinidades ideológicas, de pureza en el modelo (óptica esta que algún estudioso actual prefiere adoptar90). Sabían, como escribía el embaj ador, que la «sustancia del moderno "socialismo nacional"», es decir, de los fascismos, estaba en «aquellos partidos de masas organizadas, penetradas del sentimiento nacional y del principio de autoridad del Estado»91 , y al decirlo sabían lo que se decían. Y en España el espectro de los grupos que podían alcanzar ese estado de cosas era amplio - y a la vez muy lábil- a la altura de 193392 . Sin embargo, en 1936 las cosas habían cambiado: el panorama, en cierto modo, se había clarificado. Los católicos de Gil Robles se hallaban desnortados y su partido
89 L. Suárez, 1984: 29 1. En el momento en q ue Franco anotaba aque llo, era Jefe del Estado Mayor y acababa de caer el gobierno radical-cedista que le había nombrado. Lo cie rto es que Franco en 1935, corno otros conservadores, confiaba aún en la vía seguida por la CEDA y esperaba que la «República superase sus dificultades» gracias a aquélla. 90 Ésa es la actitud predominante entre politólogos e historiadores de las ideas. Una posición en esa línea, entre tantas, puede encontrarse en Sternhell , 1989: 8, cita, por lo demás de gran valor. 91 R. Guariglia, Primi passi in diplomazia e rapporti dall 'ambasciata di Madrid 1932-1934, Nápoles, 1972, págs. 240-241; c it. en l. Saz, 1986: 49. 92 De modo q ue no parece razonable hacer historias de la Falange Española como la histo1ia del fascismo espa1iol que, como perfectame nte observa el e mbajador italiano -que de eso sabía a lgo- era algo más a mplio y complejo (como en toda Europa, claro está).
[73]
disgregándose con una gran rapidez, sin que hubiera dado pasos en la dirección de movilizar a sus bases al modo fascista -a pesar de la famosa concentración de El Escorial de 1934 y de que las JAP se aproximaran a Falange. Los monárquicos alfonsinos (los teóricos del nuevo Estado junto con Víctor Pradera), a pesar de su radicalismo, nunca habían contado con masas 93 . Por tanto, en 1936 eran la Falange de José Antonio y la Comunión Tradicionalista de Fal Conde las organizaciones políticas que, manteniendo una actitud beligerante ante el sistema libera l-democrático estaban «penetradas del sentimiento nacional y del principio de autoridad del Estado» (Guari glia). Eran capaces de encuadrar a sectores de población apreciables, y ahora recibían a numerosos desengañados de la CEDA. Eran éstas las fuerzas políticas que e mergían desde el radicalismo y desde la movilización de masas. E llos mismos eran conscientes, a pesar de la distancia de origen, doctrinal y de estilo que las separaba, de esa proximidad esencial -y subrayo lo de esencial, en cuanto que se trata del fu ndamento de la cosa94 • Pero se da el hecho de que ambas organizaciones, aun contando con mov iliza r al Ejército, desconfiaban profundamente de unas fuerzas armadas que se presentaran como corporación: sabían que de ser así, actuarían como representación y garante político de ese conglomerado que hemos dado en llamar establishment (de la «derechona» que impediría la «revolución nacional-sindicalista» para FE95 , o de los monárquicos
93 «El partido alfonsino era como un Estado Mayor... sin tropas que le obedecieran»; Ferrer, 1979: XXX- !, 148. Sin e mbargo, como ya ha quedado dicho, fueron ellos los pri meros en buscar ese ente ndimiento entre conservadurismo y radicalismo en el conocido como Pacto de El Escorial con la futura Falange. Sólo que, inmediatamente volvieron los ojos a una posibilidad legal ele asalto al poder con el triunfo de la CEDA en 1933 y abandonaron aquella vía (véase Gil Pecharromán, 1993: 162- 163) . 94 José Antonio veía e n los carlistas a «los únicos colaboradores posibles» a la altura ele abril de 1936 (Payne, 1986: 124). Lo mismo ocurría a la inversa (cfr. Ferrer, 1979: XXX- 1, 150). Eduardo González Calleja ( 1989, 927-934) ve incluso una posible colaboración táctica entre ambos grupos en sus particulares planes conspirativos. Lo cierto es que José María Oriol (hijo ele José Luis y miembro en ese momento de la Junta Militar carlista con sede en San Juan de Luz) mantuvo varias entrevistas con José Antonio en la Cárcel Modelo de Madrid con vistas a coincidir e n «una acto de fu erza» (declaraciones e n PA, 2 1 de noviembre de l 938). 95 «La evidencia de que la conspiración militar come nzaba a fraguar, lejos de animarle [a José Antonio] le intranquilizó.» Llegó a oponerse a ser presentado a Cortes por Cuenca j unto con el general Franco porque «de ningún modo deseaba que se le identificase con la camarilla de generales» (Payne, 1986: 125 y 121 -2). Temía «que el fa langismo se convirtiera en "guardia de asalto de la reacción"» (Dionisio Ridruejo, 1964: 77). Fue, precisamente, Ridruejo quien, dentro del falan gismo, más claro vio el papel neutralizador que jugaba el Ejército. Para Ridruejo el Ejército (con la Iglesia que actuaba como fuente de ideología y también de organización) era la institución a través de la cual la oli garquía integraba orgánicamente a la clase media tradicional -al macizo de la raza, como también le llamaba- y la implicaba en su causa contra el mundo del trabajo. Éste fu e para Ridruejo, el gran ensayo del primorri verismo (Ridruejo, 1964: 59-75). Leixá ( l 986a: 12 1) ofrece una visión algo simplificada de la posn1ra de Dionisio Ridruejo. En efecto, a Ridruejo no le faltaba razón. a la burguesía vasca o catalana nunca le interesó la milicia (o incluso formas proto-militares como los exploradores o los grupos de cadetes tan frecuentes en los colegios de alta alcurnia de Inglaterra o Alemania), y dejó que el Ejército fuera un cuerpo de ascenso social para las clases medias y bajas (de ahí derivaron no pocos problemas para el Ejé rcito); véase Alpert, 1991: 53-56.
[74]
alfonsinos, opuestos a la «España tradicionalista», para la Comunión96) . Ellos tenían un proyecto nuevo, una utopía que materializar, y querían romper con el viejo Estado libera l decimonónico, garante de l viejo «orden burgués» (FE), origen de todos los «males de l siglo» (CT). Ellos querían un orden nuevo, edificar un Estado corporativo o construir el nuevo Estado (que no es «Otro que el Estado español de los Reyes Católicos», diría Pradera hacie ndo la síntesis de ambas doctrinas97 ), marco del que surgiría un hombre nuevo, el verdadero caballero cristiano, el auténtico español. Desconfiaban. Pero tanto la Falange como la Comunión sabían, sin embargo, que para alcanzar sus objetivos debían contar con la respetabilidad que pudiera darles esa derecha social y con ese Ejército. Era ilusorio pensar que, a través de una acción sin las fuerzas armadas -que concitaban el apoyo de los poderes fácticos del país, del mundo de la fo1tuna y el talento- pudieran ocupar establemente el poder político98 . También para ellos el contacto era inevitable. Y e l entendim.iento imprescindible si se aspiraba a tener éxito. De modo que, tanto desde e l conservadurismo como de l radicalismo se entendía que debía producirse aque l acercamiento, tal vez un pacto; que la coalición era necesaria para derrocar a la República (objeto de la animosidad de ambas partes) a pesar de la divergencia del proyecto final99 . Sin embargo, el acercamiento, dado el disentimiento en los fines, se planteaba como un pulso antes que como una colaboración, resultado del cual primarían unos u otros planteamientos (nada distinto a lo ocurrido en otras zonas de Europa). Las cosas así, cada parte debía poner su peso sobre la mesa, ser hábil y maniobrar con rapidez si quería prevalecer. Pero Falange pasaba por horas bajas. Con su dirección encarcelada y en el punto de mira del gobierno del Fre nte Popular, con sus apoyos muy dispersos por la geografía española, no parecía una fuerza segura 100 . No ocurría lo mismo con los carlis-
96 E l ca rlismo que tenía un proyecto de régimen bien defini do esperaba poner al Ejército al servicio de aquél (y tenían motivos para c reerlo como puede comprobarse en Ju lio Aróstegui, 1986c). Desconfiaban, en todo caso, de unos alfonsinos que habían «estudiado movilizar el Ejército» a su favor, y que, «doctrinalme nte, eran de origen liberal. .. incapaces de compre nder la evolución del mundo y la irrupción de las masas populares e n la vida de los pueblos [y que], proseguían en sus pensamie ntos las esperanzas en una renovación del siglo x1x» (Ferrer, 1979: XXX- 1, 148). De ahí el rechazo cerval a que Mola hubiera pactado su programa con otros mi litares, y, aún más, con los políticos (véase infra o nota de Fal Conde al general Sa nju1j o, Fe rre r, 1979: XXX-2, 92). 7 9 Pradera, 1935: 274. 98 A pesar de los planes autónomos del carlismo (véase Aróstegui , l 986c) siempre se hicieron contando con que el Ejército secundaría aquéllos. Por su parte José Antonio fue lúcido al decir que «sin vuestra fue rza -soldados-, nos será titánicamente difícil triunfar e n la lucha ... Medid vuestra terrible responsabilidad» (Cana a w1 militar espaiio/ de José Antonio, cit. en An-arás, 1963-8: IV, 173-174). 99 Se ha solido insistir en que éstas no ponían en cuestión el siste ma de mercado y la economía del capital. Cie1to. Su tra11.1formació11 era a ntes de orden político y social. Pero no es menos cierto que sus propuestas corporativas, sindicalistas o de catolicismo social, no dej aban indemne el sistema de economía liberal. 100 J. J iménez Campo, 1979: 3 10-3 19 . Así lo apreciaron los militares quienes, manteniendo un contac to activo con aquéllos (puede verse una bibliografía variada, pero un buen resumen en Payne, 1986:
[75]
tas. Desde que en abri l de 1934 el abogado sevillano Fal Conde se hiciera cargo del añejo grupo político, se había avanzado por la doble vía de la consolidación organizativa (tanto la regular del partido en torno a sus círculos como Ja militar con el relanzamiento del Requeté) y Ja actualización programática en la línea del nuevo autoritarismo (aunque de inspiración tradicionalista siguiendo básicamente los postulados del integrista Víctor Pradera 1 1). La llegada de Fal a la dirección de la Comunión representó para sus miembros e l comienzo de la estrategia de «acción directa» y Ja preparación de «la lucha armada contra la República» que las circunstancias reclamaban (según la vieja tradición insurreccional carlista, pero, también, de acuerdo con los nuevos aires violentos que corrían por Europa). « Un hori zonte nuevo -escribía Jaime del Burgo en a.e.t.- se abre ante nuestra vista. Y cegados hasta ahora por la nebulosa de la politiquería, rompemos a aplaudir ante la visión soberbia de las juventudes dirigidas por un hombre joven»'°2 . Fue la juventud (animadora después del Requeté) la que con mayor entusiasmo recibió el nombramiento de Fal. Representaba la ruptura con la tan aborrecida «politiquería» practicada por la anterior dirección de la Comunión (el grupo encabezado por el conde de Rodezno). Una ruptura y una tendencia que se confirmaría definitivamente en octubre de aquel año, tras la Revolución de Asturias 103 . Suponía, además, una nueva mirada hacia Europa. Tras el referente portugués de Salazar, la Comunión se contemplaba en las nuevas realizaciones del canciller austriaco Engelbert Dollfuss, que - aunque pronto iba a ser asesinado- ponía en pie por aque llas fechas su Estado corporativo cristiano (según el modelo de los profesores Spann y Vogelsang). También en e l joven editor de la Acción Católica belga, Léon Degrelle, líder del rexismo, que al año siguiente, tras una sonada ruptura con el partido católico de Bélgica, iba a protagonizar el ascenso de un catolicis mo autoritario y radical en aquel país. «Los carlistas veían en Degrelle, como en Dollfuss, ... la prueba de que el tradicionalismo era la corriente europea del futuro» 104• Les confirmaba en su programa de «retorno al ser auténtico de España» proyectado hacia el futuro; en su visión cíclica de Ja historia. En marzo se habían producido, por lo demás, los contactos con Mussolini (que darían como resultado cierta ayuda financiera y militar). Éste les había dicho que esperaba que «el movimiento [fuera] monárquico y de tendencia representativa y corporativa» 1 5• De modo que se sentían respaldados en su programa (al margen de la intención del mensaje de Mussolini) 106 •
º
º
125- 129), no se esforzaron especialmente en llegar a acuerdos polÍlicos con la Falange (a pesar del pro1agonismo que luego tu vo). 101 Véase M. Blinkhorn, 1979: 29 1 y sigs., y Gon7.ále7. Calleja, 1989: 683 y sigs. y 922 y sigs. Sobre Víctor Pradera puede verse el mismo Blinkhorn, 1979: 2 11 -220 y Morodo, 1985: passim. 101 Obsérvese el contagio de la prosa barroca y ampulosa de la Falange en el más significado representante de la juventud carlista en aquel momento (Burgo, 1939). ioJ Lizarza, 1969: 42 y sigs. 104 Blinkhorn, 1979: 209-21 J. Sobre Dollfuss y su Slli11de.1·1aa1 puede verse A. Whiteside, «Austria», en Roger y Weber, 1971: 243 y sigs.; y sobre el rexismo, J. Steyers, «Bélgica», en Roger y Weber, 1971: 130-137. 1os Lizarza, 1969: 34-41. 106 A quien vemos, por cierto, mucho más laxo en su concepción de lo que debía ser el fascismo que a algún tratadista de la actualidad.
[76)
Contaba, además, la Comunión Tradicionalista con una apoyo electoral e instituc ional muy notable en las provinc ias vascas y Navarra (territorio en e l que se sustanc iaba «la mayor esperanza de resistenc ia)), según informe enviado a Roma por e l padre jesuita E. Carvajal, ya en mayo de 1931) 107 , y una cúpula operativa en San Juan de Luz. Era en ese momento ( 1936) la organ ización clave tanto desde e l punto de vista militar como desde la perspectiva de dotar a la conspirac ión de la camarilla de generales del necesario apoyo de masas con el que no contaba aún. Así lo apreciaban también los mil itares. Navarra, donde se encontraba el grueso del carlis mo y la cabeza de la conspiración militar l08, era el Jugar en el que podían converger los dos proyectos : el proyecto del establishment de un lado, y e l proyecto de los sectores movimentistas de otro; e mpeñados unos en restaurar y en innovar los otros (aunque fuera a partir de materiales tan viejos como los aportados por el carlis mo), en controlar férreamente desde arri ba la operación los primeros y en dar cabida a nuevas fuerzas sociales desde abajo los segundos. Ésos eran los nuevos vientos que corrían por Europa, no se olvide. Por eso los italianos, que siempre habían creído que para instaurar en España un régime n similar al suyo había que «olvidar el primorriverismo, impedir los pronunciamientos militares tipo Sanjurjo y trabajar entre las masas» 109, respirarían tranqui los cuando, ya e n julio, constataron que aque llo era una «rebe lión propia y verdadera ... [porque] junto a los rebeldes de Marruecos y las guarniciones de Pamplona, Burgos y otros centros, marchan ocho mil voluntarios tradicionalistas)) (cursiva mía)''º· Otro tan to se pensaba entre la extrema derecha francesa: «Si el Movimiento de l General Franco ha sobrepasado los límites de un simple pronunc iamiento militar y ha tomado desde el primer momento el carácter manifiesto de una reacción nacional, se debe al partido Carlista» 111 • La clave desde e l rad icalismo para que las cosas func ionara n, para que las cosas marcharan según iban en Europa, eran los carlistas y su dirección e n San Juan de Luz presidida por Manue l Fal Conde. La clave de la coalición, por tanto, estaba en ese primer momen to de 1936 e n manos de los mi litares y de los carlistas.
107 Navarra era, en efecto, el territorio clave para el carlismo «porque allí los Jradicionalistas conservaban el predominio en la Diputación, Ayuntamientos y en organismos de muy diversa índole merced a lo cual disponían de una libertad de movimientos inconcebible en el resto de España», Arrarás, 1963-8: 295-6. El informe del jesuita en Álvarez Bolado, 1986-93: r, 254. Es1a localización territorial y control institucional recuerda lo ocurrido en las guerras carlistas del XIX con las Provincias vascas confróntese J. U garte, 199 1. 108 «Creo - le decían desde Madrid al general Sanjurjo en mayo de ese año- que la única posibilidad de hacer algo práctico sería esa a base de los elementos civiles de Navarra y Mola», es decir, entre el carlismo y el Ejército en Navarra (citado por Arós1egui, 1986c: 14). 1 09 Guarig lia, cit. en Saz, 1986: 29 1 110 Infom1e enviado a su gobierno por el entonces embajador italiano P. Pedrazzi el lunes día 20 de julio de 1936; cit. en Saz, 1986: 2 12. 111 L'Avenir, JO de agosto de 1936, citado en Fal Conde, 1937: 90.
[77]
2.6.
LOS CONTACTOS EN NAVARRA. EL PROYECTO EN MARCHA
Todo esto pesaba cuando Mola a primeros de julio, utilizando como em isario al director del Diario de Navarra y diputado independiente por e l Bloque de Derechas navarro, Raimundo García, Garcilaso, se puso en contacto con Fal Conde t t 2 • Para e ntonces, Fal Conde había puesto en pie un fantástico dispositivo militar que incluía un alto Estado Mayor, unos minuciosos planes operativos diseñados por militares profesionales, unas unidades de tropa entrenadas (el Requeté; con grupos de oficiales instruidos en Italia), una dotación armamentista notable (pasada a través de Portugal y la frontera navarra), una intendencia que incluía asistencia sani taria, etcétera, y unos contactos como eran la Italia de Mussolini y el Portugal de Salazar (Alemania, a pesar de los viajes de Sanjurjo, quedaba al margen) que garantizaban un cierto respaldo en e l concierto de las naciones. Contaban , por otra parte, con apoyos financieros propios, serias conexiones militares, y un contacto que se consideraba fundamental: el general Sanju1jo (cabeza simbólica del Ejército), que se decía simpatizante de la idea carlista y dispuesto a encabezar un movimiento de este signo (lo que significaba, en definitiva, aceptar una acción coordinada entre el carlismo y el Ejército, aunque hegemonizada por los primeros en este caso) 113 . No era aquel un dispositivo sufic iente para rendir a la República, y lo sabían. Pero podían negociar
112 Antes Mola había mantenido contactos circunstanciales con Ignacio Baleztena, miembro destacado de la Junta Regional navarra (mayo; cfr. A. Lizarza, 1969: 11 O) y con José Luis Oriol (3 de junio), ex maurista y diputado carlista por Álava (véase supra). quien le prometió una colaboración casi incondicional. Este último contacto fue largamente criticado por los falcondistas. Para los contactos entre los carlistas y el general Mola pueden verse - además de los citados en la nota 69- el libro de Antonio Lizarza ( 1969), Delegado Regional del Requeté en aquellas fechas y quizá el testigo más fiable. También Jaime del Burgo, 1970: 523-559; Ferrer, 1979: XXX- 1, 160-164; J. Arrarás, 1940- 1944: JU, 442-459; T. Echeverrfa, 1985. Lo han estudiado Blikhorn , 1979: 330-347; González Calleja, 1989: 933-941; Pascual , 1987-8: 541-559. Pero el estudio más minucioso -y seguramente definiti vo en cuanto a la fijación de los hechos y circu nstancias se refiere- es el de Julio Aróstegui ( l 986c) con un impo11ante trabajo de crítica documental (y a quien se sigue aquí en los detalles). 113 Véase la bibl iografía citada en la nota 11 2. También la entrev ista a Fal Conde en La Actualidad Esp(//lola, 6 de junio de 1968. Sobre la estrecha relación entre el carlismo y el general Sanjurjo puede verse Ferrer, 1979: XXX-1, 155-6; Echeverría. 1985: 56-61. Los carlistas siempre habían vis10 al general como uno de los más afines dentro del Ejército, véase por ejemplo la revisia a.e. t. 3, 9 de febrero de 1934 de la Agrupación Escolar Tradicionalista de Pamplona. Para la ac1itud de Mussolini frente a la República española puede verse Saz, 1986; y para Sala1.ar, C. Oliveira, 1986. Con Salazar los contactos carlis1as fueron frecuentes y al más alto nivel. Con los italianos mds esportldicos (aunque más prácticos); en pleno julio de 1936, Fal destacó en Roma a Olazábul con el proyecto - luego no materializado- de canalizar hacia ellos la ayuda económica y de armas acordada con Mussolini en 1934 (Sanz, 1986: 172- 173). Por lo demás, Españn no esrnba en1re los asuntos i111po11a111es del staff 11a1.i alemán. Sanju1jo visitó Berlín en febrero o mar1.0 de ese ailo, pero sin cn1rar en contacto con ámhiros gubernamentales. Sus contactos se li111itaron a grupos de la industria aeronáu1ica alemana (cfr. Viílas, 1974: 255-304). Sobre el llamado Plan de los tres frentes, véase Ferrcr, 1979: XXX 1. 154 159. Vé11se rn111hién «!labia Fal Conde: Así fuimos a las trincheras», Lti l\c111alidad Espwiolo. 6 de junio de 1968.
[78 ]
muy favorablemente la colaboración con el Ejército -y lo que ello representabade modo que lograran una aceptable realización de su programa de Monarquía tradicional. Porque, en efecto, también los sectores movimentistas buscaban la alianza con los conservadores (con los «políticos», decían ellos) a través del Ejército 114 • Pero la querían, naturalmente, bajo su liderato, con la idea clara de engendrar un nuevo régimen en el que se hiciera realidad la utopía de la transformación de l ciudadano común en el nuevo hombre hispano, el caballero cristiano. Naturalmente, todo aquel dispositivo militar debía ponerse al servicio de una idea: la vieja idea carlista de una Monarquía Tradicional actualizada en una primera instancia por Yázquez de Mella y defi nitivame nte form ulada por Víctor Pradera como un Estado Nuevo basado en la tradición y configurado como una monarquía corporativa y católica 115. Así se lo habían expuesto ex presamente a Sanjurjo 116. Las cosas estaban claras: ninguna concesión al decadente liberal ismo. Éste fue e l punto de vista que Fal contemplaba cuando el día 11 de j unio redactó la nota 11 7 (véase Anexo) que al día siguiente entregó Raimundo García a Mola. Sobre esta nota versó también la conversación que ambas personalidades man tuvieron en el monasterio de lrache el 15 de aquel mes (en la que sería su primera entrevista). Sus presupuestos eran meridianos. Se buscaba la ruptura radical con cualquier form a de liberalismo («Derogación de la Constitución» y no «suspensión» como pretendían
114
Es cierto que exis1fan dos 1ipos de planes en la dirección carlista: un plan de colaboració n con el Ejército y 01ro autónomo (si n una colaboración expresa del grupo de generales) (véase A róstegu i, l 986c: 40) . Creo, sin embargo, que el segundo plan era el menos deseado por los carlistas: no por menos atractivo (hubieran tenido las manos libres para diseñar el régimen según su ideario, de haber tenido éxito), sino por la dificultad , si no imposibilidad, de que resultara triun fante. Creo que más bien era el anna indispensable parn una negociación en condiciones. También los militares amenazaron con i r sin los carlistas (véase carta de Mola a Fa! del 9 de julio, Ferrer, 1979: XXX-2 pág. 99), pero sabían que éstos eran «indispensables para la acción» (lnforme reservado de Mola del 1 de julio, A rrarás, 1940-1 944: 111, 456). 115 Véase J. Vázquez de M ella ( 1953) y, sobre todo, el libro de Víctor Pradera ( 1935); un análisis de ellos en Blinkhom , 1979: 2 11-220 y M orodo, 1985: 204-22 1. M orodo (pág. 204) considera que con Pradera c ulmina el «proceso ideol ógico de fascisti zación» del g rupo de A cción Española, y lógicamente - añadimos- . del grupo directivo de la Comunión Tradicionalista que asumirá la doctrina de Pradera como propia -<:omo lo demuestran las posteriores publicaciones de Fal, especialmente, la Manifestación de los ideales tradicionalistas a S. E. el Generalísimo y Jefe del Eswdo Esp01iol (ej emplar ciclostilado en A RSU) 10 de marzo de 1939; el «Bosquejo de la futura organi1..ación política española inspirada en los principios tradicionales», está redactado en junio de 1938, y se trata de un verdadero proyecto constituyente para la España de Franco, que éste, naturalmente, ignoró: en 1939 el carlismo em ya una fuerza derrotada. 116 Véase lo reseñado por Sanjurjo en su Diario (u1 Ac111a/idad Espa1iola, 6 de junio de 1968), o lo transcrito en L. Redondo y J. Zabala, 1957: 348-349. 117 Fal la veía corno un programa de míni mos: «En ella no se pedía ni la monarquía ni la dinastía, ni siquiera el gobierno ... , solamente se pedían garantías prácticas de que lu dirección política sería antiparlamentaria y con desaparición de partidos, a fin de que los políticos no se lanzaran sobre el botín esterilizándolo todo» (Can a de Fal al general Sanjurjo, rerrer, 1979: XXX-2, 9 1-92). Es decir, garantías para edificar un 1111evo Estado español (el de la vieja monarquía española, según el mito carlista). Véase M orodo, 1985: 206-209.
[79]
los militares; «disolución de todos los partidos ... , inc luso los que hayan colaborado»118) y con su nueva forma democrática republicana («de las leyes laicas y de las atentatorias a la unidad patria y al orden social», etc. 119). Pero, sobre todo, se requería de los militares medidas que garantizaran una progresión hacia la monarquía corporativa («anuncio de reconst1ucción social, orgánica o corporativa ... , reforma de todos los cuerpos del Estado»), y como expresión de ello, por supuesto, un movimiento presidido por la «bandera bicolor» 12º. Era, por tanto, un programa que rechazaba frontalmente el liberalismo -y su prolongación, el régimen democrático-121 , para proponer una nueva fórmula constituyente (nada de limitarse a blindar el Estado como pretendía el establishment). Había que crear una nuevo orden 122 que mirara al futuro, rescatando lo genuinamente propio del pasado. Un régimen basado en el «genio y el temperamento español», en la «Unidad de Fe cató)jca y de destino común» que era España. Un régimen cuya «vena y nervio» fuera la «Doctrina tradicionalista», que fuera «plenamente nacional», basado en el «Derecho Público Cristiano» y en la «constitución histórica y tradicional de España» (lo que en el neotradicionalismo se denominaba la constitución interna de la nación). Una nación, cuya «Soberanía y mando único» fuera encarnado por el Rey, cabeza de una Monarquía Tradicional de estructura corporada (Consejos, Cortes, Municipios, Regiones y Familias). Y, naturalmente, una nación que
118 Porque, decía Fal en carta del 8 de j ulio al general Mola (Ferrer, 1979: XXX-2, 97) «para que el Directorio sea antiparlamentario, tiene que empezar por disolver a los partidos... Y que se acabe con el sufragio liberal inorgánico». Éste fue un tema recurrente frente al progresivo predominio de la Falange en el nuevo régimen y su propuesta instaurada de partido único. Fal Conde siempre insistió en la e liminación total de los pa1tidos, incluido aquel partido único -que lo consideraba un residuo del liberalismo-, para hacer que la sociedad se integrara directamente en el Estado. 119 Es decir, como dice Aróstegui ( 1986c: 45), derogación de «toda la obra refonnista de la República». 12 Se ha dicho -y aquí se dice otro tanto- que el asunto de la bandera simbolizó la pugna entre ambos bandos por el tipo de régimen a instaurar de alcanzar los objetivos del golpe. Sin embargo, había por parte de Fal una lectura inteligente de aquel tema, y de que hubiera afectado notablemente, de no haberse resuelto al poco tiempo -como así fu e-, al apoyo de masas que la conspiración buscaba. Decía Fal: «El punto relativo a la bandera es de obligada lealtad a nues1ra masa. Aunque hubiera que pedir a los dirigentes que se sobrepongan a los símbo los, nunca se podría hacer entender a las masas otro lenguaje que el simbólico» (carta de la Comunió n Tradicionalista a Mo la; Ferrer, OC, tomo XXX-2 pág. 89). En efecto, el rechazo de una parte de la población hacia la República se mani festaba en una violenta recusación de la bandera o el Himno de Riego (véase, por ejemplo, EPN, 11 de marzo de 1937). Sobre este tema volveremos, pero puede verse E. Cassirer, 1981. 121 Porque había que «acometer el remedio en su raíz [y no], meramente en sus accidentes» (carta de Pal a Mola, Ferrer, 1979: XXX-2, 94). 122 La expresión nuevo orden es del propio Fal Conde. En este resumen sigo la Manifestación ... (vése nota 115) que en su parte doctrinal fue redactada en 1938, momento en que Fal puso en orden sus ideas. Aunque ya antes José M.ª Arauz de Robles (1937) había publicado un programa corporativo en el marco de la campaña a favor de la que llamaron Obra Nacional Corporativa, la que pudo ser gran organización de masas carlistas de signo corporativo, que creció entre octubre y diciembre de 1936 --en que fue desbaratada por Franco y los militares. Acuerdo de la Junta Nacional Carlista de Guerra (PA y EPN, 15 de septiembre de 1936).
º
[80]
fuera fiel a su «misión apostólica, civilizadora, católica y aventurera», luchando contra la Revolución internacional y «restaurando la Hispanidad». Un programa, al fin y al cabo, de nacionalismo mesiánico y de adhesión moral de la población al Estado 123, una alternativa radical a la democracia en la edad de las masas, un programa de su tiempo, «moderno» -a pesar de sus claros componentes neotradicionalistas 124- , que podría emparentarse con fórmulas como el Estado Novo de Salazar, el Stéindestaat austriaco, el nuovo Stato italiano, el Rechtsstaat schmittiano o, incluso, con el llamado Behemoth (Neumann, l 941 ) de Rosemberg y Hitler - hechas, lógicamente, las salvedades nacionales y culturales evidentes 125 . Fal Conde lo volvía a recordar en 1968: «pedíamos Ja reconstrucción orgánica de la sociedad [y en esa exigencia] iba implícito el germen de la monarquía tradicional» 126• (A fines de 1936, en plena guerra, lo inte ntarían de nuevo con grandes y efectivos logros a través de la ONC, Ja Organización Nacional Corporativa, lo que le costó a Fal el exilio en Portugal.) Había, además, otros puntos instrumentales y de participación en el gobierno encaminados al cumplimiento del programa («un Directorio, compuesto por un militar y dos Consejeros civiles designados previamente por la Comunión Tradicionalista», etcétera) 127 • La aceptación por parte de los generales de un programa de estas características hubiera asegurado al carlismo la supremacía en la nueva situación. Por otra parte, esperaba poco del «clásico golpe de Estado» al que intuía se dirigían los generales. En una circular enviada a varias personalidades de la Comunión Tradicionalista a finales de ese mismo mes argumentaba que «el clásico golpe de Estado en su proceso y en su finalidad participa de características de aquellas tácticas posibilistas [se refi ere al accidentalismo de la CEDA]; a cambio de sumar colabora-
123 Por muchas protestas de a11tiestatismo que se hicieran, que eran más bien ataques a su competidora la Falange. 124 Dado su continuidad en el tiempo y en sus símbolos, el carlismo ha tendido a ser tratado como un anacronismo. Sin embargo, como ocurrió en los primeros tiempos de la Restauración en que de movimiento insurrecciona! supo refundarse como partido de masas apto para el juego parlamentario (véase Canal, 1995), durante la 11 República se transformó hasta aproximarse a los partidos milicia del momento. 125 Está claro que aquí hago un uso proteico de esta categoría -como no puede ser de otro modo por lo demás. Se ha vertido, esti mo, que un exceso de tinta sobre si alguno de ellos fue un régimen fascista o dejó de serlo. Está claro que co1Tespondieron a un tipo de Estado básicamente similar (nacionalismo extremo, comunidad cari smática, mito nacional, naciones en estado de emergencia) sistemas que se plantearon el problema de la integración de las masas desde la adhesión moral de éstas al Estado. Lo que en sentido lato ha dado en llamarse fascismos. Creo acertados los enunciados de Stuart Woolf ( 1986: 325) que encuentra diferencias pero un indudable parentesco entre estos regímenes. Tal vez la reiterada apelación a la tradición nacional para legitimar esos regímenes ha confundido al estudioso. Unos regímenes ciertamente variopintos, pero no más que las democracias o los regímenes comunistas, sin que por ello los analistas de ninguna disciplina hayan entrado en un debate nominalista sobre su condición básica (de reificaci611, en expresión de Stuart Mili, al confundir el ser con su denominación, tal como lo recoge Ucelay Da Cal - 1988: 5 1- de S. J. Gould). 126 Momejurra 44, diciembre de 1968, citado en Echeverría, 1985: 83-84. 127 Recogido en Lizarza, 1969: 111 - 1J 2 y Ferrer, 1979: XXX-2, 86-87. Es significativo que el segundo consejero -el primero se lo reservaban- se lo asignaran los carlistas a José Antonio (Lizarza, 1969: 11 2), y no a los políticos como Gil Robles. por muy católico q ue se proclamara.
[81]
ciones, sin tamizar cualidades morales, se transije [sic] sobre el futuro político hasta fórmulas inadmisibles ... La empresa es obra de abnegación y de pureza y... nunca logrará salvar a España, mientras no se sustente en bases sólidas .. . fy se realice con] el heroísmo que es patrimonio de los altos ideales» 128 • No era pues -como ocurría en el caso de Mola o los sectores conservadores- una simple cuestión de apoyo de masas. Había un proyecto de regeneración, lleno de voluntarismo y ardor místico ciertamente, pero un proyecto para el futuro al fin -aunque se mirara en un pasado mítico. Para ejecutar aquella empresa, Fal Conde nunca había creído en una simple «unión de derechas». La misión iba mucho más all á de la toma del poder por métodos legales o ilegales. Prefería hablar de «frente nacional contrarrevolucionario», término que, decía, expresaba verdaderas «sustantividades antirrevolucionarias» 129 . Había que hacer Ja contrarrevolución -que es otra forma de adentrarse en el mañana a di ferencia del conservadurismo. Natural mente, Mola no aceptó el programa carlista. Hacerlo hubiera supuesto reconocer la primacía carlista, lo que justamente se trataba de evitar desde el conservadurismo. Se entraba de este modo en una tensa dinámica negociadora, al borde de la ruptura 130, jugada con habilidad por ambas partes -y en Ja que los carlistas contaron con la proximidad del general Sanjurjo. La tensión se mantuvo hasta los últimos días. Ambas partes mantenían firmes sus posiciones y la situación era equilibrada: Fal no podría ya lanzarse contra la República sin los militares definitivamente controlados por Mola, pero éste no podría dar el paso sin contar con el apoyo carlista sin poner, con ello, en serio peligro toda la operación de destrucción de la República (ya se preveía el fracaso del golpe y su conversión en guerra civil más o menos prolongada, para lo que Jos militares necesitaban de ese apoyo militante). Los detalles de aquella tensísima negociación nos son bien conocidos y han sido ordenadamente expuestos por el profeso r Julio Aróstegui 131• Menos conocidos son los contactos mantenidos al margen de las cabezas de ambos bandos y que rompieron definiti vamente aquel equilibrio del lado de los militares (y que aquí podremos reconstru ir sigu iendo e l Diario inédito del Conde de Rodezno), y el tej ido social en el que se produjo el desenlace. Porque, en efecto: finalmente, el equilibrio fue roto a favor de los militares por la intromisión en la negociación del conde de Rodezno, y el amplio uso que hizo éste de sus conocidos y amistades en aquella región clave que era Navarra. Una intromisión que fue auspiciada por otro de los personajes clave en el desenlace, el diputado a Cortes y director del Diario de Navarra, Raimundo García, hombre especialmente bien relacionado tanto con los círculos militares y políticos como con los carlistas 132• Ya don Rai mundo venía jugando un papel muy relevante en toda
128
Citado en Echeverrfa, 1985: 93. Véase EPN, 2 de enero de 1936. Como la carta de Mola del 9 de julio (Fcrrer, 1979: XXX-2, 99) que ha sido interpretada como «nota de ruptura» y que no fue sino otro golpe de efecto (algo teatral) en el marco de la negociación. 131 Aróstegui, 1986c. Además de la bibliografía citada en notas anteriores. 132 Raimundo García, que uti lizó diferentes seudónimos periodísticos, el más frecuente fue el de Garcilaso (y el de Ameztia en sus editoriales), era director del Diario de Navarra ya en 1912 (lo sería 129 13
°
[82]
la red de contactos tejidos por Mola desde Pamplona 133 y aún en la decantación de la élite navarra a favo r de la sublevación. Mola y Garcilaso se habían conocido en la campaña de África y, a pesar de sus largas estadías como diputado en Madrid, se convirtió en uno de los asiduos acompañantes del general desde su llegada a la capital Navarra. Lo mismo se les veía juntos en la redacción del periódico como en el teatro o en el Kutz, en capitanía como en las corridas de San Fermín de 1936 -ya en plena fase final de la conspiración. Él fue, por sus buenos contactos y posición en la derecha española, el encargado de las comunicaciones de calidad, fueran éstas oficiales u oficiosas (si puede hablarse en esos términos en aquellas condiciones de clandestini dad). A través de él se puso en contacto el general con Sanjurjo y mantuvo conversaciones frecuentes con Calvo Sotelo (para el día 14 de julio tenía fijada una comida muy señalada en Madrid, frustrada por el suceso del 13; los comensales él mismo, Calvo Sotelo, Rodezno y Gil Robles). Y como miembro destacado de aquella clase media conservadora navarra, desarrolló, además, una labor muy importante de sistematización del nuevo pensamiento conservador autoritario a través de sus editoriales-crónicas enviadas desde Madrid durante la primavera de aquel año 134 • A la altura del 9 de julio las relaciones entre carlistas y Mola estaban rotas de hecho. Tras un inte nso carteo los días anteriores, tanto Fal como el general mantenían
hasta 1962, poco antes de su muerte). Corno 1al fue uno de los principales impulsores del 11avarris1110 como ideología local, integrista y anti rrevolucionaria (que tendremos ocasión de seguir en la Parte Tercera). Muy apreciado e iníluyentc en los círculos locales (fue nombrado Hijo Adoptivo de Ja Provi ncia en 1922, y mantenía un estrecho contacto con la gente del Crédito Navarro y las buenas familias de Pamplona), políticamente estuvo en un principio con el maurismo. Durante la dictadura de Primo (era amigo personal del general) fue nombrado miembro de la Asamblea Nacional; y, ya con la República, elegido diputado a Cortes por el Bloque de Derechas en Navarra. Esto le permitió mantener una extensa red de contactos en Madrid (sus labores de mediación son sobradamente conocidas). Sus relaciones eran también excelentes con el grupo de los militares africanistas, con quienes coi ncidió en Mam1ecos - lugar al que se había desplazado como reportero de guerra- , desde Berenguer a M ola, de Franco a Millán Astray. El contacto con los carlistas era también íluido en el marco del B loque de Derechas, especialmente a través de M artínez Berasáin (véase Ollara, «Garcilaso y el A lzamiento Nacional», Diario de Navarra, 24 de octubre de 1962; Fernández Viguera, 1986; y Sánche:t:-Aranda y Zamarbide, 1993; también testimonio de Luis Martínez Erro, 13 de enero de 1993, hijo de Martínez Berasáin; y Jaime del Burgo, 15 de junio de 1993). 133 Papel de mediación que ya j ugó en la elaboración y aprobación de la Ley de Régi men Local de 1925 en lo concerniente a Navarra, en la que también utilizó sus contactos militares (aunque salió mal parado en un nuevo intento en 1927 con motivo de la renegociación del cupo). Véase Sánchez Aranda y Zamarbide, 1993: 123- 130. También fue personaje clave en el proceso de decantación de Navarra ante el llamado Estatuto vasco de Estella (J imeno Ju río, 1977: 124- 125). En su correspondencia (que puede consultarse el Archivo del Diario de Navarra, AR ON) puede verse a Garcilaso inter vi niendo ante algún ministro para lograr el nombramiento de algún pamplonés como presidente de audiencia en alguna provincia, «conspirando» para nombrar senadores, facilitando la legalización de algún local de los luises, preser vando el buen nombre de algún ilustre pamplonica tras la quiebra de La Agrícola ( 1925 y 1934) o mediando para la concesión de una línea de autobuses a Hurguete. Garcilaso o Amezria ejercía de puente entre la red de relaciones locales y familiares establecida en Pamplona y Navarra y la nueva administración estatal que aún no había impuesto sus princi pios de racionalidad, impersonalidad y neutralidad (según la idea del liberalismo). 134 Desarrollo esta cuestión en U garte, 1996.
[83]
en sustancia sus posiciones. El 13 de julio, fecha del asesinato de Calvo Sotelo y con la sublevación prácticamente en marcha, el núcleo carlista de San Juan de Luz se mantenía firme: así lo expresaba en carta enviada al cabeza de l carlismo navarro, Joaquín Baleztena, en esa fecha Don Javier 135 , futuro regente avalado por la legitimidad del rey carlista Alfonso Carlos y de acuerdo con Fal. Mola, que ya había ofrecido introducir el programa carlista como tema de discusión de gabinete, necesitaba perentoriamente de éstos. Se encontraba acorralado. Pues bien, fue Garcilaso el que, tras haberse entrevistado con Calvo Sotelo en Madrid y vistas las dificultades surgidas con el equipo de San Juan de Luz, sugirió al general un contacto a través del conde de Rodezno con los líde res navarros del carlismo Joaquín Baleztena y José Ma11ínez Berasáin. Ellos eran quienes controlaban directame nte la disciplinada y numerosa fuerza carlista. El co ntacto se produjo el día 9 de julio 136 . Este episodio, interpretado en términos de traición por el sector que seguía a Fal Conde 137 , fue l.a consecuencia lógica de la evolución más reciente de la Comunión. Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno, era un político a la vieja usanza («era un político» hubiera dicho, sin más, Fal Conde). Habitual en los medios de la alta política madrileña, propietario de varias fincas en Navarra, Logroño y Cáceres, con su estilo de bon vivant y la prosapia del aristócrata 138 , su medio de relación natural era el grupo de personas que hemos caracterizado más arriba como establishment. A sus altos contactos en Madrid, unía su ascendencia sobre Jos medios políticos y financieros de Navarra --que él cultivaba con mimo. Viejo notable carlista, había dirigido la Comunión hasta abril de 1934 con la idea de sumarse a cualquier iniciativa de orden conservador. Su táctica gradual pasaba por un acuerdo con los alfonsinos (de ahí su política de Bloque Nacional con Renovación Española). Su acción lenta y parlamentarista chocó con algunos sectores más dinámicos dentro de la Comunión -y con la desconfianza del rey carlista por sus intentos de aproximación a la otra dinastía. De tal suerte que, en 1934, fue relevado de la dirección del partido. Eran tiempos para Fal Conde 139 . Sin embargo, el nuevo estilo de Fal, si bien conectó con facilidad con los jóvenes de las ciudades (las AET de Pamplona, por ejemplo), no fue bien recibido por los «caciques comarcales» del carlismo (en palabras de Lizarza) 140 • Aquella actividad frenética - la que Fal había impuesto a la or-
Echeverría, 1985: 160- 1. Véase para los detalles su testimonio en Ameztia (es Raimundo García), «Ahora hace 20 años», DN, 13 de julio de 1956. 137 Pueden verse las opiniones de Lizarza, Ferrer, del Burgo, Echevan'fa, etc. 138 «Rodezno era un bon vivant, muy caballeroso, muy rasero, cuando quería le veías hablando con una mendiga en la calle. Pero estaba por encima del bien y del mal». Había sido siempre senador y diputado, y esos contactos «le habían "liberali zado". Y le habían distanciado del espíritu de su padre» (diputado carlista). Así le describe Jaime del Burgo, 11 de junio de 1993. i39 Cfr. Blinkhorn, 1979: 200 y sigs. 140 Lizarza, 1969: 32-33; del Burgo, 1970: 545. Sobre los hábitos caciquiles del conde puede verse Oyarzun, 1965: 87 y sigs. 135 136
[84]
ganización- no casaba bien con una mentalidad sosegada y acostumbrada a que «lo que tenga que ser será». Rodezno, por su parte, se sentía desplazado por el nuevo grupo directivo de Fal. Aunque, llevado por el ambiente y consciente de su necesidad, qué duda cabe, declaraba en marzo de ese año a la prensa que había «que organizar masas civiles de espíritu combativo», él confiaba básicamente en los militares para esa labor. Así lo confesaría en su Diario 141 • Cuenta Jaime del Burgo que al entrar el conde en cierta ocasión al círculo de Pamplona y ver a los jóvenes requetés haciendo guardia, se había dirigido a Antonio Lizarza, entonces Delegado Regional del Requeté, con ironía mal contenida: «¿Qué hay general? ¿Jugando a soldaditos?» 142• Rodezno estaba molesto y no entendía de aquella actividad febri l. Si ése era el conde de Rodezno, contaba en Álava con otro personaje ele similares características en la persona de José Luis Oriol a quien ya hemos presentado 143 • Ambos protagonizarían la maniobra que logró cerrar el trato entre radicales y conservadores. Pero lo hicieron a costa de sus correligionarios carlistas y su proyecto de contrarrevolución. Al fin ellos mismos pertenecían al círculo restringido del establishment. Pues bien, don Tomás recibió el día 8 una llamada telefónica de Raimundo García --quien se había entrevistado previamente con Calvo Sotelo y Mola, como ya se ha dicho- rogándole acudiese inmediatamente a Pamplona 144 • Naturalmente, Rodezno, que hasta ese instante no había tenido protagonismo alguno en la conspiración, «sabiendo que Garcilaso se hallaba muy engranado con los militares», no dudó en acudir. Viajó en tren, y, tras recogerle en Alsasua, Garcilaso puso a Rodezno al corriente de los planes del general -con quien quedó para el día siguiente, 10 de julio. Previamente, tras la comida dada por la Diputación ese día, el conde mantuvo una reunión informal con los diputados tradicionalistas del Bloque de Derechas 145 : Javier Martínez de Morentfn, Luis Arellano y Jesús Elizalde. Rodezno recababa el apoyo de sus incondicionales, y, tras los toros (esos días se celebraban los Sanfermines en Pamplona), se entrevistó con Mola. Mola le dijo que él estaba dispuesto a encabezar un movimiento que fuera «antimarxista y antimasónico», pero que en ningún caso tenía intención de poner en cuestión el modelo republicano. El general reiteraba su conocida posición, tras la que estaba su negativa a aceptar las condiciones de Manuel Fal. Rodezno tras escuchar al general le prometía que hablaría con la Junta Regional Navarra de la Comunión -sin duda para ejercitar sus «buenos oficios». Y, en efecto, al día siguiente se entre-
14 1
Diario, pág. 4. Las declaraciones a la prensa en PA, 10 de marzo de 1936.
142
Burgo, 1970: 543. Véase primera parte. Para este relato sigo a Rodezno, Diario. 145 Coalición que incluía a la Comunión Tradicionalista y a la Unión Navarra de Rafael Aizpún (partido creado en julio de 1933 y confederado en la CEDA). Su realidad en el espectro político y social era si milar a Hermandad Alavesa -a la que nos hemos referido más arriba-, con la diferencia de que en 1936 se mantuvo la coalición (elecciones en las que consiguió el copo). Era en su seno donde se entretejía toda la red de relaciones de la alta política en Navarra (véase Ferrer, 1992: passim). 14 3 144
[85]
vistaba con la Junta. La reunión tuvo lugar en casa de Luis Arellano y acudieron, además, los diputados tradicionalistas de l Bloque. Rodezno dio su punto de vista: «Si e l movimiento militar era un hecho -dice en su Diario- , parec ía imposible que los carlistas nos quedásemos en una esquina en la lucha contra el comunismo». No era cosa de detenerse en los programas, había que entrar en acción ya. Por su prute, Joaquín Baleztena, presidente de la Junta y al corriente de las dificultades que mantenía el general con Fal Conde (no en vano había sido el portador de la carta de ruptura entre Fal y Mola, y había participado en la redacción del documento de Fal), expuso los criterios de aquél. Sin embargo, hombre firme y con gran prestigio en Navarra pero muy influenciable por la persona de Rodezno 146, Baleztena entendió los argumentos de aquél. Así fue como en la reunión se decidió ir a San Juan de Luz a obtener la autorización regia para sumarse al movimiento mi litar a cambio del control de las instituciones provinciales y locales (ofe1tada por el general) 147 • Por su parte, el general ya había enviado a don Raimundo a intentar mediar con San Juan de Luz, con la cúpula carlista presidida por Fal 148. El conde y los notables navarros 149, con su actitud pragmática (malminoristas les llamó Fal 15º), no comprendieron -o, tal vez, algunos no quisieran hacerlo-- la dura pugna que se libraba entre Mola y la dirección de San Juan de Luz. Ante la oferta hecha a la Junta Regional por parte del general forzaron a su dirección nacional a cerrar un acuerdo in extremis con Mola y los generales ( 15 de julio). De este modo los carlistas terminaron movilizándose con la única esperanza para la·s posiciones movimentistas mantenidas por Fal Conde de una prometida mediación del general Sanjurjo que, esperaban, fuera favorable a sus tesis (en medio viajes por la frontera, autorizaciones regias, escritos de Sanjurjo, etc.)t 5 t. En cierto modo, era natural que tal ocurriera, después de todo, los personajes clave en la región decisiva para el carlismo, Rodezno o José Luis Oriol --que desde Álava estuvo siempre en perfecta sintonía con e l primero, y había sido el primer jefe carlista en poner al Requeté a disposición de Mola 152- , pertenecían a ese sector social
146
Jaime del Burgo, 9 de junio de 1993. Dos días antes (9 de julio) José M.ª Oriol llegaba a acuerdos de ese tono en Vitoria con quien era en ese momento cabeza de la conspiración militar en Álava, teniente coronel Camilo Alonso Vega, lo que nos lleva a considerar una probable coordinación entre el conde de Rodezno y Oriol: «Reorganización de todos los municipios y Diputación de Álava. Restablecimiento del crucifijo en las escuelas y de la bandera bicolor» (Cfr. Arrarás, 1940- 1944: 549). 148 Maíz, 1976: 259. 149 Que, hasta la intervención de Rodezno, habían venido colaborando con Fal Conde, participando incluso en la redacción de aquellos escritos que tanto irritaban al general -según afirma el Príncipe Javier en una carta de la época- (véase Echeverría, 1985: 160-1 y 179-18 1). 150 Cfr. Aróstegui, 1986c: 60 y 75. Palabra de largas resonancias en el carlis mo, ya desde que Maroto firmara el Convenio de Vergara en 1839, siempre asociada a actos de dejación de principios y traición (véase en este mismo trabajo nota 6 1, pág. 28). 151 Pueden seguirse los hechos en Aróstcgui, 1986c. 152 En la conocida entrevista que mantuvieron en Leiza a primeros de junio. El mismo día 13 de j ulio, en plena tormenta negociadora, Rodezno se reunía en el Hotel Perla de Pamplona con José Luis Oriol y Martínez Berasáin -el hombre clave del carlismo navarro- (cfr. Rodezno, Diario, pág. 7). Oriol, ar147
[86]
que había puesto todas sus esperanzas en el Ejército. Por su parte, las autoridades del carlismo navarro o alavés, las familias influyentes (los Martínez, Baleztena, Martínez Morentín o Martínez Vélez), se fiaban más de un control concreto y local, que de los grandes pactos programáticos. Entendían de lealtades personales y no tanto de las ideológicas de la dirección nacional carlista. Y las lealtades y acuerdos concretos pasaban más por Rodezno y Oriol que por Fal Conde y su equipo - nunca suficientemente asentado en la región 153. Por su parte, si los principales «jerarcas» carlistas de Navarra se inclinaron por el conde (frente a Fal) «la masa que ha sido siempre mu y dócil en Navarra, muy disciplinada y mu y leal -es decir, que valoraba sobre todo la lealtad personal- , siguió» a don Tomás. Si los primares de l partido se hubieran posicionado con Fal Conde, probablemente el partido hubiera hecho otro tanto 154 . La razón de este seguidismo, según el criterio de Jaime del Burgo (en la cúpula militar en aquel momento), era que en Navarra, el llamado pueblo carlista, no entraba a discernir en las razones de unos u otros. Sobre todo la gente era muy disciplinada. «Lo que decía la Junta Regional era artículo de fe. ¿Por qué? Porque la Junta Regional la nombraba Alfonso Carlos, Alfonso Carlos era el Rey y e l Rey era el que mandaba» 155• Aquello funcionaba como una gran red piramidal de lealtades personales en la que, salvo en la cúpula, los debates programáticos entre Mola y Fal, de haber trascendido, no se hubieran considerado en sus términos políticos sino de lealtades personales. No era aún tiempo de discusiones programáticas; sólo se entendía de intercambios y favores concretos, tal como funcionaba la sociedad navarra del tiempo. Pues bien, en todo aque l entramado, si fue fundamental e l papel jugado por e l director del Diario de Navarra -de quien hemos hablado ya- , no lo fue menos el jugado por José Martínez Berasáin, director del Banco de Bilbao en Pamplona, miembro de la Junta Carlista y alma del Bloque de Derechas navarro 156 (acostumbrado, por tanto, a mediar entre e l carlismo y el cedismo de la Unión Navarra de Rafael Aizpún,
quitecto, cabeza de una poderosa dinastía financiera vasca, estaba perfectamente relacionado con los ambientes políticos, económicos y militares de Madrid. En Álava contaba con su brillante secretario José M.ª Elizagárate (con el que tenninó teniendo notables diferencias personales, véase AHN-SC Interior. Expedientes Policiales. H 8 10 y Ugarte, 1990). Su contacto era también muy íluido con los militares de la guarnición de Vitoria, especialmente con el entonces teniente coronel Camilo Alonso Vega (amigo personal de Franco, motivo por el que Mola tenía especial atención con él). Justamente fue en la tarde de ese mismo 13 de julio cuando lndalecio Prieto, en viaje urgente a Madrid, avisado del asesinato de Calvo Sotclo, sorprendió a ambos en el restaurante del Hotel Frontón de Vitoria, donde, a buen seguro, Oriol puso al militar al codo firm e - si se me permite usar de nuevo este tropo algo tosco- (véase Prieto 196 1: 43-44, y Feli pe García Albéniz, 26 de enero de 1987). 153 Burgo, 1970: 545. 154 Jaime del Burgo, 9 y 11 de j unio de 1993 ( 103.A: 380). 155 Jaime del Burgo, 11 de junio de 1993 ( 103.B: 280). 156 Martfnez Berasáin era quien controlaba la mecánica electoral en Navarra a través de sus contactos en las principales localidades de la provincia (información facili tada por Javier Lizarza). Trabajador, organizado, fue, desde su posición de presidente de la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra, el hombre clave del carl ismo navarro una vez iniciada la guerra (Blinkhom, 1979: passim).
[87]
a compatibilizar el populismo carlista con las élites económicas del Crédito Navarro157). Berasáin estuvo en el centro de todos los contactos mantenidos entre los días 9 y 15 en e l seno del carlismo. Ya previamente debía tener una información privilegiada sobre todos los preparativos militares. Su hijo Luis Martínez Erro era el encargado de transcribir todas las instrucciones reservadas que el general Mola envió a los Goded, Quindelán, Yagüe, etc. Instrucciones que se guardaban hasta ser transmitidas en la oficina que el director del Banco de Bilbao tenía en la Bajada de Javier. Al parecer al hijo le reclutó directamente el capitán Barrera. Pero también es probable que la labor le hubiera venido encomendada a través de Garcilaso, de quien era asiduo 158. Pues bien, si la trama de la conspiración fue tejiéndose a través de la anterior red social de amistades, parentescos y clientelas dentro del establishment, Garcilaso y Martínez Berasáin actuaron como nudos firmes 159 (papel que ya venían jugando de antaño) de aquella red que se extendió por toda España pero que tuvo la malla más tupida en Navan-a. Garcilaso incluía al mundo que giraba en torno al Diario de Navarra, lugar de encuentro del mundillo político y del dinero de Pamplona, y de los círculos cultivados de la capital1 60. Por su parte Martínez Berasáin comunicaba desde su despacho en el banco con el mundo de los negocios de la capital y con los agricultores de la provincia; y, a través de la tienda de objetos litúrgicos regentada por sus hijos con la clerecía local 161 . Era presidente de la Junta Local Jaimista y sobre él había recaído toda la organización del dispositivo electoral a lo largo de los exitosos
157
Jaime del Burgo, 11 de junio de 1993. Maíz, 1976: 121 y Luis Martínez Erro, 13 de enero de 1993. Luis Martínez Erro (8 de abril de 1994) sostiene que su contacto con el capitán Barrera era puramente personal tras haber hecho el servicio militar bajo sus órdenes. Sin embargo, no cabe duda de que el capitán Barrera se informó para encomendar labor tan delicada. El propio Martínez Erro reconoce que su padre, a quien alguna vez hizo algún comentario (y que mantenía cierta distancia, propia de la época, con sus nueve hijos), era direc1or dice, de pocas preguntas, pero de siempre informado de todo. 159 Vuelvo a los conceptos de red, punto cerrado (close-knik) o de nudo firme de la antropóloga El izabeth Bott (1990, 98) que antes he utilizado con la categoría de es1ablish111ent por ser gráfica y corresponder conceptualmente a lo que aquí se pretende decir. 160 Papel que quizá jugara otra institución también de letra impresa como fue Acción Española. Tener aquella revista en casa era signo de distinción y de identidad por entonces. Creaba ciertos lazos de solidaridad grupal. Véase la relación de suscriptores, protectores y colaboradores que da Raúl Morodo (1985: 47-52). Es quizá lo que Carr (1982: 591) exprese al decir que Acción Espaiiola «estaba organizada como un centro de propaganda más que como un aparato de partido». Algo similar -que no iguala lo que ocurría con L'Action Fran~aise, sus distribuidores y lectores, la red de publicaciones que llegó a controlar y su influencia más que directa en infinidad de periódicos de provincias (véase el artículo de Michel Winock, en Winock, 1993: 140). Timoteo Álvarez (1987: 21) habla en ese sentido del papel jugado por El Amigo del Pueblo de Marat o el Política/ Register de Cobbet y el Tire Poor Man's G11arjia11 en el origen del cartismo. Lo del Diario fue algo más cotidiano y de vuelo corto, pero no menos eficaz en aquella coyuntura conspirativa. Sobre los círculos culturales que frecuentaban el Diario, véase García Smano, 1983: 110-1 12. 161 Luis Martínez Erro, 19 de febrero de 1993 ( 101.A) hijo de Martínez Berasáin. Papel habitual de ciertas personalidades en las capitales de provincia, como el propio Garcilaso, o los despachos de Guillermo Elfo, y Pedro y Santiago Usatorre en Vitoria como veremos. 158
[88]
años - para el carlismo y la derecha navarra- de la República («conocemos la bien probada pericia en estas lides de nuestro querido amigo», decían sus correligionarios de El Pensamiento ya en abril de 193 1162). Estaba instalado en la calle Amaya, 6, y desde aquella posición privilegiada Martínez Berasáin había movido los hilos en unas e lecciones en las que era más importante la relación personal (y más en una ciudad como Pamplona donde el fa ce to fa ce estaba generalizado) que el aparato propagandístico (disponía de una agenda a la que los próximos llamaban «biblia electoral»: sus contactos en toda Navarra). Como director del Banco de Bilbao mantenía contactos con la clase media y alta de Pamplona. Allí iban a visitarle cuando querían hacer algún donativo para el partido o pedirle algún favor. Desde su comercio-artesano de objetos litúrgicos y de culto, regentado por su hijo Luis (un lugar tenido por muy navanv), mantenía contacto fluido con toda la clerecía navarra. Los sacerdotes, las órdenes re ligiosas pasaban regularmente por allí. Era, incluso, Jugar de encuentro de curas de pueblo que, tras realizar allí la compra correspondiente, marchaban a comer juntos a alguna fonda. Siempre que había algún asunto de que informar o alguien por qu ien interceder, su hijo Luis enviaba al sacerdote a ver a don José. Por lo demás, la Comunión, de la que era presidente, Je daba numerosos contactos cotidianos en el Círculo de la plaza Castillo, y los interventores que controlaran la fase final del voto en cada mesa. Si a eso se une una gran organi zación y capacidad de trabajo, se entiende que su trabajo fuera fundamental para articular a la derecha local. Martínez Berasáin representaba, por lo demás, a esa c lase media conservadora, integrada con los círculos provinciales del establishment, que había experimentado una clara deriva hac ia posiciones autoritarias y participaba del esprit de los 30 que se apoderó de los sectores más radicalizados del neoliberalismo de la época 163 • Los otros personajes clave en aquel drama fueron el conde de Rodezno y José Luis Oriol. Pero en este caso estableciendo el contacto entre los grupos de la periferia del establishment con el grupo central fo rmado por los generales y el círculo comprometido de las altas esferas de Madrid, donde se concentraban las mejores familias del país (papel también habitual en ellos en Ja época anterior). Todos ellos trabajaron porque el acuerdo se diera a cualquier precio. Y el acuerdo se dio. Pero al precio de descabezar al carlismo de aspiraciones movimentistas, el de Fal Conde, y vaciar su proyecto de contran-evolución. Y es que un acuerdo a cualquier precio era lo que Mola buscaba. Mola sabía que, iniciada la sublevación y apartados los dirigentes radicales del movimiento, aquél quedaría inerte en manos de la «Camarilla de generales» (como les llamaba José Antonio Primo). Así fue, aunque no de un modo tan sencillo como lo preveía el generaP64 .
162 EPN, 5 de abri l de 193 1. El perspicaz subdirector del Diario de Navarra era de la misma opinión en J937 (Elad io Esparza, 1937: 125-J 26). 163 Véase Touchard, 1960 y, para el caso navarro y sus clases medias, Ugarte, 1996. 164 El carlismo, desde Navarra de un lado y con Fal Conde de otro, creó una poderosa eslructura institucional, económica y militar durante 1936, que a duras penas pudo descabezar Franco, ya como jefe de Estado (sobre la estructura militar véase Burgo, l 992a).
[89]
2.7.
DESENLACE
En efecto, ése fue el primer episodio hacia la primacía de los militares y sus representados (gente acomodada, políticamente de RE y CEDA) e n la nueva España. Mientras tanto, Rodezno, tras recibir la noticia del asesinato de Calvo Sotelo y ante la gravedad de los hechos 165 , viajaba para ponerse en contacto con sus pares en Madrid. Esa misma noche del 13 de julio se entrevistaba con el presidente de Renovación Española, Antonio Goicoechea, en casa de la viuda del marqués de Comillas. Es de suponer que se pusieron mutuamente al corriente - aunque este extremo no consta en el diario del conde. En cualquier caso, acordaron una estrategia común para el parlamento (manifestar con firmeza su incompatibilidad con éste) 166 que Ja ejecutaría dos días después el representante del Bloque Nacional, conde de Vallellano, en la Diputación Permanente de las Cortes con el apoyo de todas las minorías de la derecha, especialmente el representante de CEDA, Gil Robles -sesión del 15 de j ulio a la que hemos hecho referencia en páginas anteriores y que produjo aquel impacto en Salinillas. Dado que las Cortes estaban suspendidas y el ambiente se hacía «irrespirable» en Madrid, el conde decidió volver a Pamplona Ja noche del 14. Después de todo, lascosas no estaban plenamente atadas en el norte 167 . Todo induce a creer que en la reunión con Goicoechea se produjo un cierto reparto de papeles: si al presidente de Renovación Je tocó cubrir el frente parlamentario a través del conde de Vallellano, a Rodezno le tocó el conspirativo. La mañana del día 15 llegaba a Pamplona. Y fue ese día cuando el comandante Utrilla - leal a Fal- daba instrucciones, siguiendo lo ordenado desde San Juan de Luz, para poner en situación de alerta al Requeté. Allí, ante las presiones recibidas desde Navarra, y con una breve nota de Mola obtenida a última hora por Antonio Lizarza a título justificativo, tras unos días angustiosos y estimando inevitable la marcha hacia el levantamiento, se consentía en ello 168 . De ese modo se ponía el radica-
165 Con el asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio, la situación, creían, había terminado de madurar. «Era éste el anuncio de que la revolución roja era inminente», dice el viejo carlista Melchor Ferrer (1979: XXX-1). 166 Rodezno, Diario, pág. 8. 167 Rodezno, Diario, pág. 9. No fue el conde el único en salir de Madrid. A l día siguiente, 15 de julio, miércoles, salían de Madrid por distintos conductos y destinos varios Gil Robles, el conde de Vallellano, Antonio Goicoechea, Lerroux, etc. (Arrarás, 1863-8: I V, 389). Qué duda cabe que las cartas estaban echadas. El propio Rodezno se buscaría su retiro para la noche del 17 al 18 en casa del párroco de Lanz, Erasmo Garro, a un paso de la frontera (Rodezno, Diario, pág. 11). 168 Si bien la Junta de San Juan de Luz controló hasta el último momento la línea de mando del Requeté (Alejandro Utrilla, Inspector Jefe del Requeté Navarro reunió a los oficiales de la organización el 13 de julio para decirles que «pasara lo que pasara, no obedeciéramos otras órdenes que las que vinieran por conducto de las autoridades de la Comunión», es decir, a través de él mismo y no posibles órdenes provenientes del gobierno militar - Burgo, 1970: 523- , instrucción que había dado personalmente Fal Conde - Aróstegui, l 986c: 60-), tras el 15 de julio las autoridades navarras comenzaron a dar instruc-
[90]
lismo, ya parcialmente derrotado, y su fuerza, el Requeté, a las órdenes de los generales. Paralelamente, el conde de Rodezno -recién llegado de Madrid- se reunía a las once de la mañana con Martínez Berasáin, Raimundo García, Luis Arellano, Eustaquio Echave-Sustaeta, y algunos otros, para ultimar los preparativos del levantamiento y garantizar la coordinación de las provincias del norte. Se creaba la nueva dirección pragmática y colaboracionista que guiaría - no sin conflictos- al grueso del carlismo durante la guerra. El movimiento había quedado descabezado t69. Tras la reunión, el conde de Rodezno salió en compañía de Eustaquio EchaveSustaeta -que volvía a Vitoria 170- camino de San Sebastián. A la mañana siguiente se entrevistaba con Víctor Pradera a quien ponía al corriente de todo. Establecido el contacto en Guipúzcoa -y tras dejar a su familia en Lecumberri- don Tomás volvía a Pamplona donde mantuvo una última reunión con la Junta Regionalt71• Todo estaba listo, también Fal y el Príncipe Javier, aunque a su pesar, habían consentido en la movil ización. A Pal Conde no le quedó otra solución que plegarse a las exigencias de los mi litares y marchar a sus órdenes (bajo la fórmula provisional de una mediación futura por parte del general Sanjurjo, jefe nominal de la sublevación en ese momento)172. Mola lo coordinaría todo en adelantet 73 •
ciones a Utri lla que inmediatamente se puso a las órdenes de Mola (perdiendo así Fal el cuerpo armado que con tanto mimo había preparado). 169 Eustaquio Echave-Sustaeta, «El Alzamiento Nacional en Álava», Do111i11go, 8 de agosto de 1937, recogido en P. Larrañaga, 1976: 256-257. También Rodezno, Diario, pág. 9. Nótese que de todos los reunidos en Pamplona el 15 de julio sólo M. Berasáin (de la Regional de Navarra) y Echave-Sustaeta (presidente de la de Álava) pertenecían a órganos regulares de la Comunión. Se iniciaba así una andadura autónoma por parte de las autoridades navarras del carlismo de largo alcance en la posterior evolución del partido y entendible en el marco de esta dualidad que venimos resaltando. El PA, 21 de octubre de 1936, da la fecha del 16 de julio como fecha en la que se celebró aquella reunión. Por lo demás, confirma lo dicho. 170 Arrarás (1940- 1944: 550) sostiene que el contacto con Vitoria se estableció vía Martínez Berasáin-Oriol al día siguiente 16 de julio. No es Arrarás muy fi able en estos detalles. Pero perfectamente pud ieron darse ambos contactos. En todo caso, no afecta a nuestra argumentación. El viaje de Echave-Sustaeta lo confirman tanto él mismo como el conde de Rodezno. 171 Rodezno, Diario, pág. 10. 172 Fal envió su conformidad al general Mola a través de un enlace el 15 de julio: «La Comunión Trad icionalista se suma con todas sus fuerzas en toda España al Movimiento Militar para la salvación de la Patria, supuesto que el Excmo. señor General Director acepte como programa de Gobierno el que en líneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo por el Excmo. señor General Sanjurjo de fecha de nueve último. Lo que firmamos con la representación que nos compete. Javier de Barbón Parma. Manuel Fal Conde» (Maíz, 1952: 283; Lizarza, 1969: 136). Sanj urjo había enviado en aquella fecha una carta de mediación a Mola y Fal -más del gusto de Fal que de Mola- que, tras dura pugna, había sido aceptada por ambas partes. En ella se decía que debía irse «a la estructuración del país, desechando el actual sistema liberal y parlamentario ... adoptando las normas que muchos [países europeos) están siguiendo, para ellos modernas, pero seculares en nuestra Patria» -según la fórmula utilizada por Víctor Pradera al referirse al Estado nuevo, que no era otro para don Víctor que «el Estado español de los Reyes Católicos» (Pradera, 1935: 274). A pesar de ello Fal Conde, consciente de su debilidad, decía, el jueves J6, estar aterrado por la preocupació n a la vista de cómo marchaban los acontecimientos, y confiaba en que la cosa tardara para «hacer las cosas más perfeccionadas» (véase Aróstegui , l 986c: 62). 173 Lo cierto es que el general se había preocupado de hacer un seguimiento directo de todos los preparativos logísticos del Requeté y sus oficiales estaban en contacto directo y permanente con los mandos
[91]
Los generales -y con ellos los círculos conservadores- se habían garantizado en ese preciso momento la hegemonía en la coalición, la dirección en el pacto que la derecha había cerrado con los sectores radicales para dar el golpe de gracia a la República. A ello había coadyuvado el definitivo posicionamiento de esa clase media conservadora -navarra, en este caso, representada por los Garcilaso o Martínez Berasáin- a favor de los altos círculos del establishment 174 • Y también el hábil uso que se hizo desde los sectores conservadores, coordinados por los militares, de aquella red social, que trababa desde ·antaño a aquel grupo de las clases acomodadas, y de los lazos jerárquicos y clientelares que lo unían. Frente a ellos, la cúpula carlista encabezada por Fal Conde fió su éxito a la estructura partidaria (de un partido de masas moderno y disciplinado, un partido milicia, que habían intentado articular sin demasiado éxito en ese nivel de las lealtades) que suponían a su disposición. No supieron comprender que sobre los lazos partidistas estaban aquellos otros sólidos lazos de lealtad que finalmente inclinaron la balanza del lado de los conservadores. Porque, además, como veremos a continuación, aquella red se prolongaba -ya no como red de solidaridad sino como relación de patronazgo- más allá de los círculos acomodados, hasta los estratos humildes de la sociedad. Pues bien, aquella relación de fuerzas inicial condicionó definitivamente el futuro desarrollo del régimen que sería de Franco.
2.8.
ALEMANIA Y LA CRISIS DE 1933
Se han repetido en el texto expresiones del tipo de «como en el resto de Europa ... », etcétera. Con ello se pretendía -como resultaba evidente por otro lado- dar a entender que lo que aquí ocurría no era tan distinto en lo fundamental de lo que ocurría en otras partes del continente; que Europa, a ese nivel de la práctica política, era un territorio más conexo y homogéneo (y a la vez variadísimo en su afinidad: Viena, Cárpatos, Tirol, Barcelona, etc.) de lo que por lo común estamos dispuestos a admitir desde aquí; que aquéllas eran sociedades complejas (y diversas) haciendo frente al mismo tipo de problemas (los derivados esencialmente de la ampliación de la sociedad de masas) con fórmulas políticas semej antes. La vieja discusión entre providencia y libre albedrío, determinantes históricos y acción de los sujetos resulta artificiosa. Hemos visto en el primer capítulo hasta qué punto el hombre está sujeto a su propio mundo social y cultural. Pero, a la hora de elegir modelos de acción colectiva, tiende a mimetizar experiencias coetáneas que supone exitosas: los liberales españoles
de éste (cfr. Maíz, 1952: 213-214). El general había trabajado por tener ese control total -que, como veremos, se acentuará en el futuro inmediato. 174 Es decir, estaba en la propia configuración de aquella sociedad como he dicho más arriba. Este punto lo desarrollo en Ugaite, 1995. La clase media, por otra parte, jugó del lado del movimentismo en otros países europeos como Alemania, Italia o Rumanía (como intelligentsia en este caso); véase la bibliografía citada en ese mismo trabajo.
[92]
aprendieron más de lo sucedido en Francia o Inglaterra que de la historia de su propio país (a pesar de sus referencias historicistas). Ha quedado patente el protagonismo alcanzado por el Ejército en la representación de los sectores conservadores en España. ¿Era ésa, tal vez, la peculiaridad española? Así tiende a creerse aún hoy de forma generalizada. Un acendrado casticismo175 y la autoimagen que nos hemos construido a base de mirarnos en el espejo de l romanticismo europeo, hace que subrayemos peculiaridades que tienden a acentuar la impresión de un cierto atraso de la sociedad española respecto de la europea (situándonos fuera de e lla, claro está; siendo una apreciación de calidad antes que de cantidad). El tema es arduo y está siendo corregido ya desde su epicentro, la historia económica (recuérdese e l trabajo del profesor Nada! y la actual reformulación en ese campo en el que no entrarét 76). No cabe duda de que el Ejército imprimió una definitiva impronta a la sublevac ión de 1936. ¿Acaso era lo propio en una sociedad desarticulada, sin sólidas representaciones políticas como podía ser la España del momento? Particularmente creo que no. Permítaseme referirme, siquiera brevemente, al caso alemán 177 (no al polaco tras la muerte de Pilsudski, al húngaro del almirante Horty o al griego del general Metaxas, en Jos que la participación de los ejércitos era más palmaria y sus sociedades podían ser también calificadas de atrasadas). Si elijo Alemania es porque habitualmente su caso se considera radicalmente opuesto al español a la hora de caracterizar sus movimientos y posteriores regímenes. No pretendo, por descontado, ni remotamente realizar aquí un ejercicio comparado. Trato, simplemente, de mostrar que esencialmente se pusieron en marcha mecanismos similares. Ocurre que también en Alemania el Ejército-institución -descartado el golpe tras la negativa experiencia del Kapp Putsch 178- jugó un papel relevante durante la crisis final de la República de Weimar. También allí la derecha conservadora, arruinado el viejo Reich decimonónico y enfrentada al dilema de construir un Estado a su medida en una sociedad de masas -y a pesar de una articulación corporativa de la so-
175 Ya en los años 50 el profesor Jover ( 1958: 42) ponía el dedo en esa llaga: era hora de arrumbar la «Veta casticista, esa garbosa afirmación de marginalidad con respecto a Europa que es uno de los ingredientes más visibles en el temperamento de Ja España co111emporánea>>. Es sorprendente esta frase del profesor José M.' Jover tan tempranamente. O quizá lo sea más el que aún no hayamos sido capaces de asi milar su significado. 176 Sirva como referencia el reciente libro de síntesis de Gabriel Tortella ( 1994). 177 Me detengo más en Ugarte, 1994. Un anál isis comparado, hecho según los parámetros de la politología, puede encontrase en Tusell , 1990. 178 El golpe dacio por Wolfgang Kapp en 1920 -con la neutralidad cooperante del Ejército, dirigido entonces por el general von Seeckt- fracasó ante la imposibilidad de hacer frente a una huelga general decretada por el SPD (con el apoyo del USPD y el KPD). Este hecho reforzó la idea entre los jefes militares y la oficialidad de la inutilidad de una acción que no contara con el respaldo de sectores organizados entre la población (véase Klihn, 1991: 80 y Kolb, 1988: 38). Juan José Linz ( 1991: 267), tras subrayar el paralelismo existente entre el putsh alemán, la sa11j11rjada y otros intentos fracasados de asalto al Estado en la é poca, se pregunta sobre la «huella dejada [por los hechos] en la conciencia política» de los insurgentes, y su posible deriva hacia nuevas formu laciones antidemocráticas.
[93]
ciedad notablemente más desarrollada- confió especialmente a los militares su representación. También allí quiso blindar el Estado a través de un golpe de mano. También allí, buscando ese necesario apoyo de la población que le permitiera abordar los graves problemas del momento -paro, inflación, agitación nacionalista y reivindicaciones obreras- se puso en contacto con Jos sectores movimentistas: el partido nacionalsocialista, el NSDAP. Sólo que allí la correlación entre los dos sectores era distinta y e l resultado fue otro. Veamos. Rota la coalición entre socialdemócratas (SPD) y partidos burgueses tras la crisis de 1929-1930, los círculos de poder alemanes ensayaron nuevas vías para estabilizar el régimen. Aquéllas pasaban por el giro autoritario de la República y la obtención de un apoyo de masas para un gobierno ya estabilizado: blindar el Estado (el programa que hubiera querido sacar adelante Emilio Mola en España tras un golpe exitoso, pero del que habló Miguel Maura, etc.). Fue el general Kurt von Schleicher 179, en su calidad de representante de Ja Reichswehr y jefe de gabinete del Ministerio de Defensa, quien concibió el nuevo escenario -de hecho la Reichswehr; intacta tras la guerra, había estado permanentemente en la sombra de Ja vida política, como garante de orden desde Ja fundación de Ja República de Weimar en 1919. Hábil intrigante, poderoso por la representación que ostentaba -que exhibió permanentemente-, contando con la total colaboración del Presidente mariscal Hindenburg, situó a Heinrich Brüning (un político desconocido procedente del Centro conservador) al frente del gobierno y buscó reiteradamente desde el otoño de 1931 el apoyo de los nazis. (Por aquellos días España estrenaba República.) Entendía que el acuerdo con Hitler era el modo de dotar de estabilidad a un gobierno conservador y dar un definitivo giro a la República en la dirección de la vieja tradición del Kaiserreich. Era la solución autoritaria a la crisis que venía arrastrando la República de Weimar: el blindaje del Estado. La solución llamada del tercer partido y un gobierno nacional (consistente en prescindir de los partidos en aras de un gran p royecto nacional apartidista: Ja supresión de la democracia). Idea que, además de los apoyos fácticos en los altos círculos empresariales y financieros, contaba con una fuerte coniente de opinión favorable en los ambientes intelectuales del joven conservadurismo radical de los Moller, Jung, Jünger, Thomas Mann y demás (el variado colectivo de la llamada revolución conser vadora). No en vano Schleicher y Brüning habían frecuentado el Juni Club en los años 20 180. Nada tan distinto de lo ocurrido en España pocas fechas después, en 1935 -d icho con todas las reservas respecto de una transposición que fuera más allá del ám-
179 El general von Schleicher (1882- 1934) había colaborado activamente en la organización de la Reiclrswelrr con los ministros Noske y Gessler. En 1929 se hizo cargo del gabinete del Ministro de Defensa Groener como auténtico jefe de facto de las fuerzas armadas. Tras los episodios que aquí relatamos -y una vez Hitler en el poder, fue mandado asesinar por éste en la famosa 11nche de los cuchillos largos, como ya hemos relatado. 180 Serían quienes desde su elitismo lanzarían los programas de movilización nacional en una época en que «la masa [quiere) sensaciones» como diría Georg Quabbc, miembro de esa corriente. Para es1a relación véase Bullivant, 1990: 82 (especialmente).
[94)
bito de las soluciones políticas. No tan distinto de Jo intentado por Gil Robles para poner en marcha su programa revisionista desde el Ministerio de Guerra, desde el que invocó por dos veces al estamento militar para que ocupara transitoriamente el poder181. Blindar el Estado desde dentro, ésa sería también la solución ensayada en España. Pero tuvo enfrente al Presidente Alcalá Zamora (con poderes constituc ionales simi lares al Presidente alemán), a quien mantuvo rigurosamente al margen de sus maniobras, y, sobre todo, no contó con un Ejército unido como era el caso, en ese momento, de la Reichswehr. Esa lectura deben tener los mensajes de Gil Rob les a Franco la noche del 16 de febrero de 1936, que he descrito más arriba. Pues bien - volviendo a Ale mania- , aquel acuerdo con el NSDAP no pudo darse con Brüning, pues, tanto éste como su ministro de Defensa el general Groener eran partidarios de una solución autoritaria simple, dirigida también contra los nazis (de hecho, se ilegalizaron las SA y las SS). Eran incapaces de entender el momento; la necesidad que tenía el régimen de una legitimación general, del apoyo de la población en una sociedad de masas. Además, Brüning había irritado a los Junkers con su programa de colonización agrícola (al que éstos llamaban «bolchevismo agrario»), y a Ja industria con la subida de tipos impositivos y aranceles. Ante este estado de cosas, Schleicher los hizo caer retirándoles el apoyo del Ejército. Para sustituirles situó en la cancillería a Franz von Papen (un aristócrata de centro y político de salón). El gobierno volvió a legalizar las SA, dio un golpe legal contra el gobierno prusiano controlado por los socialdemócratas, disolvió el Reichstag, etcétera. Pasos firmes hacia un gobierno autoritario (ya hablaba de nuevo Estado). Sin embargo, seguía necesitando de un apoyo de masas de l que carecía. Hubo conversaciones cruzadas en las que participaron el propio Schleicher, Papen, Hinden burg, Hitler y los líderes de los partidos de derecha. Por su parte, el NSDAP, tras una campaña magistral - y siniestra- , obtu vo un rotundo éxito en las elecciones de ju lio de 1932. Se sentían fuertes . Si Hi tler, e n su táctica de acceso legal al poder, se había mantenido siempre en una posición negociadora dura, tras las elecciones, sus ex igencias (la canci llería, tres ministerios clave, inc luido el de Defensa, el control del gobierno prusiano, etc.) se hicieron inadmisibles para los conservadores. Las conversaciones, sin embargo, continuaron. En esa situación (los nazis habían sufrido un cierto quebranto en noviembre), Schleicher, con el apoyo del Estado Mayor, los oficiales, industriales como los Krupp o Thyssen, y el propio gabinete -contra la voluntad del viejo Hindenburg-, decidió descender directamente a la arena política. Comenzó por apartar a von Papen -que pretendía gobernar por la fuerza, por decretos ley, sin apoyos partidistas- y se hizo
181 Véase los testimonios apo1tados por Seco Serrano en Profeso1; 232-233. Previamente había dispuesto a dos generales bien significados, Franco y Mola, en puestos clave de la línea de mando: Jefe del Estado Mayor Centro y Alto Comisario del Protectorado de Marruecos respectivamente. Su partido, la CEDA, hubiera ofrecido el respaldo popular, y, en esas circunstancias de dictadura rep11blicc111a, hubieran contado probablemente en ese momento con el apoyo del núcleo de RE (Gil PechaiTOmán, 1993: 206 y 220), y, tal vez, con los intelectuales de Acción Esp(//io/a, impulsores de la revo/11ci611 conse1vadora española.
[95]
---------·--------- ------------
nombrar a sí mismo canciller. Su plan -ante la testarudez de Hitler- consistía en dividir a los nazis. De este modo podría atraer a su ala izquierdista, encabezada por Gregor Strasser, hacia una gran coalición (que incluiría al SPD) con un programa autoritario y de reforma social simultáneamente (que recuerda a los contactos llevados a cabo para unir desde Manuel Jiménez Fernández, de la CEDA, a Prieto, del PSOE, pasando por Azaña en una gran coalición durante la primavera del 36). Sin embargo, una rápida reacción de Hitler expulsando a Strasser y los temores que produjo entre los conservadores el tono socializante del discurso radiado del nuevo canciller -coherente con sus planes de coalición con el SPD- , impidieron que los planes del general se consolidaran. El resto lo hizo von Papen culminando los contactos que Hitler mantenía con el mundo de la banca y la industria, y aceptando personalmente participar corno vicecanciller en un gobierno formado según las propuestas de los nazis 182. Finalmente, la retirada de apoyo por parte del Reichswehr (ahora controlado por el general von Blomberg) al gobierno Schleicher y el espaldarazo final del presidente Hindenburg a la propuesta de von Papen, permitieron que el 30 de enero de 1933 -tras un día en que Berlín basculó entre el golpe militar y el Putsch nazi- Hitler fuera nombrado canciller de la República alemana. Luego vi no el proceso de la Machtergreifung. La historia posterior es sobradamente conocida. A pesar de las fantásticas ilusiones de algunos como von Papen sobre la manipulabilidad del pequeño tambor o don Nadie, como gustaban llamar a Hitler aquel grupo de gente distinguida, la suerte estaba echada 183 • Hitler ganaba y Schleicher perdía. El círculo de poder alemán, en su afán por hacerse con un apoyo de masas, llegaba a un entendimiento con los sectores radicales. Pero perdía la hegemonía de la coalición que era allí para los sectores movimentistas, mucho más dinámicos, poderosos y extendidos que en España. «Aquella relación de fuerzas inicial condicionó definitivamente el futuro desarrollo del régimen», podría repetirse aquí, como se decía para el caso español 184 • España y Alemania marcharon hacia regímenes semejantes, bajo la hegemonía de los conservadores en la primera, de
182 Von Papen organizó en enero de 1933 una reunión en casa del banquero Schréider (ganado ya por los nazis) entre él mismo, Hitler y Wilhelm Keppler (muy bien relacionado en los círculos de la banca y la industria). en la que quedaron establecidas las condiciones del pacto entre los conservadores y los nazis. A partir de ese momento los industriales fi nanciaron abiertamente a Hitler. Por lo demás, los contactos no eran nuevos. Venían, al menos, desde que el nacionalista A. Hugenberg promocionara al NSDAP en las publicaciones de su imperio periodístico y ci nematográfico, y, especialmente, a partir de la reunión de Bad Harzburg en octubre de 1930 (donde pudo Hitler hablar ante la representación del es1ablislr111e111 alemán) y la posterior campaña de respetabilidad. Ya von Papen había intentado un acuerdo con Hitler en agosto de 1932, siendo aún canciller. 183 Véase la bibliografía citada en la nota 15 del Capflulo 11 de esta Primera Parte, y Ugarte, 1994. 1s4 Un punto similar, el sostenido en Ian Kershaw ( 1989: 137) que eleva este hecho a categoría general. Sin ser partidario de esas generalizaciones, es probable que la apreciación de Kershaw esté muy próxima a la realidad. Jeremy Noakes (en Blinkhorn, 1990: 71-97) destaca el modo en que el radicalismo del caso alemán condujo a algunos miembros de esos sectores conservadores tempranamente a la oposición (a diferencia de lo ocurrido en Italia, España, etc.).
[96]
los radicales en la segunda 185. Las historias posteriores fueron divergentes - no podía ser de otro modo al no entrar España en la guerra europea. Pero durante un tiempo estuvieron esencialmente unidas (hasta la caída de Serrano en España), a pesar de que aquella divergencia de origen marcara en buena medida aquellos regímenes y los hiciera diferentes (capítulo aparte merece el tema de la soluciónfinal). Sin forzar innecesariamente los paralelismo, cualquiera podría apreciar algunos evidentes. El tipo de soluciones que se barajaron en los círculos del establishment ante lo que ellos estimaban era una pérdida irreparable (el añorado tiempo del Reich o la Restaurac ión, quebrados en ambos casos abruptamente, especialmente en Alemania) fueron similares. La deriva autoritaria entre aquellos medios fue general en Europa. Tanto en Alemania como en España se ensayaron -con mayor o menor fortunavías para blindar el Estado desde dentro, que fracasaron por falta de apoyos en e l interior del Estado (del Ejército a las propuestas de Gil Robles y a la solución Maura e n España) o de apoyo popular (las soluciones Brüning, Papen y Schleicher en Alemania). Ante esa evidencia, en ambos casos se decidió asaltar el Estado (a través del golpe militar) para posteriormente, blindarlo (fueron las soluciones Mola y del último Schleicher; incluso la llegada de Hitler a la cancillería se jugó por parte de los conservadores como un golpe de mano desde la preside ncia y e l Ministerio de Defe nsa186). En todo ese proceso el Ejército de ambos países jugó en el escenario políti co con evide nte protagonismo (más tempranamente en Alemania) ; s iempre ostentando la representación de ese abigarrado colectivo del establishment y de forma corporada (real o aparente, pero en su papel de intérpretes de la voluntad nacional, y no como fuerza partidaria 187 ). Pero llegados a ese punto debieron contar con las fuerzas de la nación 188 (eran los nuevos tiempos de la política de masas). La coalición que en ambos países se esforzaría en crear un Estado ele nuevo tipo, con equilibrios bien diferentes, comenzaba a
185 Aunque no debe olvidarse que también en Alemania fue eliminada la plana mayor de las SA en la llamada 11oclie de los c11cliillos largos (30 de junio de 1934) el mismo día que asesinaron a von Schleicher como ya hemos rela1ado. Franz Neumann escribía en 1938 que con ello Hitler se deshacía de su 111011ta1ia, y Mohlcr ( 1950) que se liberaba de sus rroskisras -ya había calado la teoría de los 1otali1arismos y equiparaba así a Stalin y Hitler. Tampoco debe ol vidarse que ésta se hizo atendiendo las exigencias de los conservadores y con la ayuda de la Wehrmaclit. Que el complejo NSDAP/industria/ejército (concepto frecuentemente empleado en la historiografía alemana desde Franz Neumann para referirse a la coalición en el poder), anuló sistemáticamente desde el primer día todos los intentos de las SA, Ja DAF, etcétera, por hacerse con reductos de poder. Por lo demás, en España los cuadros direclivos de FE y CT no fueron plenamente neutralizados hasta abri l de 1937 con la Unificación, y Jos intentos de recomponerlos conti nuaron aún durante mucho tiempo. 186 Como muy acertadamente pone de relieve Michael J. Thorton ( 1985: 8 1), y q ue recoge, con menos énfasis también Bullock ( 1994: 435-436). 187 Nada que ver, pues, con los pronunciamientos decimonónicos españoles. 188 Que también habían llegado a una conclusión complementaria. En A lemania, Hitler había intentado un putscli desde Baviera para marchar luego sobre Berlín: el famoso putsch de la cervecería. Fracasó. Allí se le hizo evidenle que debía coordinar sus esfuerzos con los círculos de poder (en este caso, el gobierno conservador de K arh, la Reichswelir y la policía bávara) para aspirar, con posibilidades, a alcanzar el gobierno del país (puede verse entre otros muchos Bracher, 1973: 1, 155-162 y Bi llock, 1994: 168-177).
[97]
fraguarse. En ese momento se iniciaba un durísimo proceso negociador entre conservadores y radicales con resultados dispares como hemos visto. El tramo final de aquellas negociaciones se saldó con la intromisión de personajes como von Papen en Alemania y el conde de Rodezno en España (o, también, el abogado católico Arth ur Seyss-Inquart en el caso de Austria, etc. 189), que j ugaron en campo contrario fo rzando el acuerdo («¿judas políticos?») Ambos personajes pertenecían al establishment, y ambos eran periféricos en el grupo político en el que mi litaban. Esto puede ser anecdótico, pero habla de una red de tupidos contactos sociales dentro de aquel colectivo en ambos países tejida al margen de las formaciones partidarias. Sus actuaciones respectivas favorecieron, en todo caso, al polo mej or articulado y que con mayor habilidad j ugó en cada país (el conservador en España, el radical en Alemania, ambos aprovechando las fisuras en el campo contrario). En cuanto al Ejército - pues con esa institución se ha comenzado- , perdió dramáticamente en Alemania 190 y ganó en España, tal vez sacando provecho de la experiencia alemana 191 • En cuanto a su protagonismo político resulta claro que no debe ser considerado como circunstancia peculiar de España. Mucho menos como consecuencia lógica de su particular historia. No hay, pues, motivo para acercarse al caso español como caso atípico, aislado del continente o como producto de un atraso secular --como ha solido tender a hacerse. Casi como si se tratara de un hecho atemporal producto de una secular historia nacional «cocida en la olla» de ese país mediterráneo, dado a resolver sus conflictos de modo sangriento. En España jugaron las mismas fuerzas que en el resto del continente, con todas las variaciones nacionales y regionales que quieran contemplarse -y que aquí trataré de poner de manifiesto .
2.9.
BREVE GLOSA
Establecidos los fundamentos de aquella coyuntu ra, ya cabe decir que la movilización de 1936 encaj aba en ese marco de alianzas, pactos y coaliciones que se dieron por toda Europa en un momento de cambios profu ndos exigidos para readaptar Jos regímenes políticos a las nuevas maneras de la sociedad de masas.
is9
Cfr. A Whiteside, «Austria», en Roger y Weber, 197 1: 247
l90 Como ya sabemos, los generales von Schleicher, von Bredow, junto con otros conservadores, fue-
ron asesinados la noche del 30 de j unio de 1934, en un acto bendecido por Carl Schmi tt a través del artículo «El Führer defensor del Derecho» (ironía sobre i ronía). Ese día la Reichswehr fue «profundamente corrompida», como asegura K laus Hildebrand ( 1988: 31 ). 191 A este hecho, Payne (1994: 32) llama error A111011esc11 (militar rumano que gobernó ese país entre 1940 y 1945 con el apoyo de A lemania y la Guardia de Hierro). En enero de 194 1 se produjo un tremendo levantamiento del grupo de los legionarios que fueron aplastados (Veiga, 1989: 205-2 19). Payne esti ma que se debió a la falta de control del movimiento por parte de los militares (de lo que habría obtenido consecuencias Franco). Se podría deci r, más bien, que fue Mola quien en 1936 previno el error Schleicher -producido tres años antes y de fuerte repercusión en España, como hemos podido ver- controlando desde sus comienzos todos los resortes del poder. A Franco solamente le tocó dar nuevos pasos en esa dirección en octubre y en diciembre de 1936, y en abri l de 19:17 .
[98 1
No cabe ya duda de que aquello fue mucho más que una militarada --como se tiende a creer. Existió un verdadero frente civil; no solamente en la imaginación de Emi lio Mola sino en la realidad de la sociedad española de la época. Y desde el comienzo se concibió como algo diferente a una militarada o un golpe de Estado. Seorganizó como una reacción nacional, como un movi miento del que surgi ría un nuevo proyecto, tan radicalmente nuevo que rompería con dos siglos de historia de España. No hay por qué establecer, por tanto, distinciones radicales con e l movimiento general hacia el fascismo observado en la época en Europa. Aquella trama social se generó en torno a lo que he dado en llamar establishment y se articuló en dos niveles: la élite nacional (la élite política y de los negocios, el grupo terrateniente y rentista establecido en Madrid, la industrial bilbaína, etc.) y un segundo nivel de c lases medias locales (la navarra y alavesa en este caso) que ejerc ieron ese papel de mediación hacia sectores populares capaces de dar un apoyo masivo a los nuevos regímenes resultantes. En sus contactos prevaleció la red social (Bott) de solidaridades, jerárquica que unía a aquel colectivo (sobre otras partidarias, más propias de la sociedad moderna) y se prolongaba capilarmente en sus extremos con una red (ya no solidaria sino clientelar) que abarcaba sectores populares importantes. En ese contexto se dio e l pacto o coalición de signo político entre conservadores y movimentistas (sectores del carlismo) que he descrito. Si me he detenido en el relato de los hechos es porq ue resulta inédita en la historiografía española una lectura de aquel momento histórico en términos de coalición antidemocrática (no en Europa, como ya he dicho). Es e l ele me nto de acción, aquél en el que pesó la voluntad de los sujetos. Pero evidentemente el pacto surgió de ciertos determinantes históricos propios. En ese ámbito cabría situar tal vez la organi zación en redes sociales de colectivos heterogéneos en España, y el conservadurismo radical de las clases medias, más unidas a los presupuestos de los círculos de poder del establishment que a las propuestas de los movimentismos de cualqu ier signo. Sin embargo, más que adentrarnos en esa discusión sobre los cambios en ese nivel político y de las formas de afrontar los problemas que afectaban a la capacidad de gobierno de esas sociedades, interesa aquí tratar aquel momento histórico no tanto en su excepcionalidad como en su capacidad de mostrar lo normal, indagar en el modo en que aquellas gentes comprendían su universo y lo construían, cuales eran sus comportamientos y fo rmas de relación social --como ha quedado dicho 192• Tratarlo como un hecho extraordi nario - realmente Jo fue- que dejaba traslucir lo que aquellas sociedades eran en su comportamiento cotidiano. Comportamientos que adqui rieron repentinamente un relieve nítido de su contraste con ese fondo de excepcionalidad que produjo aquella situación límite por la que atravesó el país. No interesa tanto pues la excepcionalidad de la circunstancia como la normalidad que se trasunta tras Ja malla de acontecimientos.
192
Véase nota 88 del Capítulo Primero.
[99]
De momento reténgase esa presencia política de las clases medias urbanas conservadoras en aquel movimiento como pieza clave de él, y la existencia de una tupida red social de solidaridades que englobaba en su seno a un abigarrado colectivo (entre ellos a esa clase media), perfectamente activo y operante - hasta el punto de prevalecer a otras estructuras de relación partidarias o corporativas. Sobre ello volveremos . Quedan por describir esas fuerzas nacionales (expresión algo retórica para referirse a aquella masa de voluntarios de julio) y los lazos que unían a aquel grupo con las clases acomodadas. Finalmente toda la circunstancia que hizo posible la movilización. Porque con aquel acuerdo de última hora producido el 15 de julio, los carlistas habían puesto a disposición del Ejército -de los conservadores- a su gente. Éstos eran los voluntarios que con entusiasmo iban a fluir hacia Pamplona y Vitoria el domingo 19 de julio de 1936. Eso que se ha dado en llamar movimiento y que era de corte popular; de gentes de extracción social variada, animados por una cierta utopía o figuración ideal (hecha antes de imágenes que de ideas), por cierta mística, más próxima a la fe sencilla descrita por Groethuysen 193 que a Ja exaltación arrebatada de un Juan de la Cruz, y por lazos de amistad, esperanzas de gratificación, favores y proyectos vitales que los unía en un fenómeno típicamente masivo y les impulsaba a concentrarse en las capitales de provincia. Pero ¿quiénes eran esas gentes? Si aquella movilización emparentaba con otras de ese tenor en Europa, ¿qué tenían que ver con las respectivas fuerzas movilizadas? ¿Qué tenían que ver con los squadristi italianos que habían participado en Ja marcha sobre Roma o con los Freikorps, o, luego, los Sturmabteilung alemanes acostumbrados a la refriega callejera? ¿Qué con los legionarios rumanos que recorrían las aldeas de Moldavia y Besarabia a lomos de caballos anunciando «la hora de la resurrección y Ja redención humanas» o con los Heimwehrem austriacos? ¿Qué con los seguidores de la Croix du Feu francesa, con los ustashi croatas o la Falanga polaca? Probablemente nada, pero, en cierto sentido, eran Ja misma cosa: gente movilizada para apoyar una solución de tipo fascista. De momento detengámonos en la recluta de toda aquella masa de gente por los pueblos y las aldeas de Navarra y Álava.
193
Groethuysen, 198 1: 16-21.
[100]
CAPÍTULO
III
La leva. Orden de salida a los emisarios y la recluta en la provincia Aquel domingo 19 de julio llegarían por mi les a Pamplona y Vitoria (tam bién a Laguardia, Estella, Tafalla o Los Arcos en días sucesivos 1) . De aquellas inmensas concentraciones, de su formas y rituales me ocuparé más adelante2 . Baste, de momento, adelantar que se trataron de grandes concentraciones informales de gente que, unos vestidos con su ropa de faena de campo, otros cuidadosamente aseados y preparados como en las grandes fiestas, se concentró en las capitales de provincia. Concentraciones informales arrebatadas en ocasiones por una especie de misticismo espiritualista, otras por la alegría de la fiesta romera, alborozados a veces, otras más recogidos, pero poseídos todos por un fortísimo sentimiento de unidad moral producto de una descarga emocional lógica en aque lla gran aglomeración en que se daba una vaga comunidad de objetivos y que venía reforzado por un entorno ritual y simbólico (cánticos, detentes, escapularios, banderas, gritos, viejos conocidos, ... ) que enardecía a la gente (especialmente en una circunstancia histórica - los años de la República- y sobre un colectivo con un pathos tan vehemente como el de la Navarra rural). He comparado -siquiera sea en su forma de intervención política- al Requeté con otros grupos como los Freiko1ps alemanes, que fueron uno de los princ ipales viveros del nazismo. Desde que Hannah Arent hablara de la chusma (refiriéndose a aquellos individuos que habrían sido especialmente agredidos por los cambios traumáticos ocurridos e n el principio de siglo --en especial, tras 19 14-, a las gentes desarraigadas, inmorales y destructivas resultado de aque l proceso erosivo), ha tendido a considerarse a los movimientos que Ja misma Arent llama totalitarios como formas
1
L os Arcos solicitaba de la Junta Central de Guerra de Navarra la cantidad de 2.843 pesetas en concepto de alojamiento y manutención por haber sido punto importante de concentración del Requeté. L a Junta lo admitió y dio curso a la solicitud. La Comandancia se hizo cargo de los gastos. 2 Véase Parte Segunda.
[101]
organizadas de esa chusma 3• Jünger Kocka - más explícito- alude a la erosión producida por la crisis económica en la diferencia re lativa entre la clase de los empleados alemanes (Angestellte) y los obreros (Arbeiter) a la hora de explicar e l fácil acceso de l nazismo al poder en 1933 4 . ¿Tal vez la formación y reclu ta de estos movimientos estuvo asociada a la progresiva atomización de la soc iedad producto de esos cambios hacia la sociedad de masas? Probablemente. Parece que investigaciones más recientes avalan esa impresión 5 . W. Kornhauser hablaba en su The Politics of Mass Society (1959) de que el grado de disponibilidad para la movilización que se observaba en esas sociedades tenía que ver con la falta de vínculos de comun idad, de grupo, etc., de sus miembros, lo que provocaba sentimientos de alienación y ansiedad que harían a éstos proclives al encuadramiento político6. ¿También ocurre esto con el Requeté? Más bien, por lo que he podido comprobar, ocurre lo contrario. Es la propia fo rtaleza de aque llos lazos comunitarios la que explica el nivel de movilización producido en julio de 1936 en Navarra y Álava. Esto, combinado con la existencia de redes sociales extensas que unían a las comunidades locales con la ciudad, fueron la clave de la movilización. Veamos.
3.1.
LA ORDEN DE MOVILIZACIÓN
El día 13 de julio, e l teniente coronel U trilla advertía a todos los oficiales del Requeté reunidos que únicamente debían obedecer órdenes que procedieran de las autoridades de la Comunión (es decir, intentaba asegurar la disciplina del Requeté y su disponibilidad respecto del grnpo de San Juan de Luz en su pulso con Mola) 7• Ese mismo día, el Príncipe Javier escribía a Joaquín Baleztena, preside nte de Ja Junta Regional carlista de Navarra, avalando la actitud de Fal Conde ante el general8. Se estaban jugando las últimas bazas de aque lla tensa partida negociadora. Pero el 15, como sabemos, el conflicto se desbloqueó (con sensación de derrota en el círculo íntimo de Fa!), a través de la pequeña nota que Mola recibió de San Juan de Luz a la que dio su conformidad9 . Previamente el entonces gobernador militar de Navarra ha-
3
Arent, l 974a. También se ha hablado de masa a11101fa (Sigmund Newmann) en el mismo sentido. Kocka, 1988a: 106. 5 Véase, por ejemplo, Peukert, 1989: 255, o Collotti, 1989: 64. 6 Citado en Pérez Ledesma, 1994: 74-75. 7 Se refe1ía a las autoridades de San Juan de Luz, que eran las que mantenían el pulso con los militares. Véase Burgo, 1970: 523. 8 Echeverría, 1985: 160- 164. 9 «La Comunión Tradicional ista se suma con todas sus fu erzas en toda España al Movimiento Militar para la salvación de la Patria, supuesto que el General Director acepte como Programa de Gobierno el que, en líneas generales se contiene en la carta dirigida al mismo por el Excmo. señor General Sanjurjo, de fecha de nueve último», firman el príncipe Javier y Fal Conde (Maíz, 1952: 283). La carta de Sanjurjo, relativamente favorable a las tesis carlistas, dirigida a Fal y Mola simultáneamente, puede verse en Lizarza, 1969: 126- 128; y Ferrer, 1979: XXX-2. Mola contestó con un escueto: «Confo rme con las orientaciones que en su carta del día 9 indica el general Sanjurjo y con las que e n el día de mañana de4
[102]
bía solicitado a Baleztena y Martínez Berasáin (presidente y secretario de la Junta carlista de Navarra, respectivamente) un contacto con la dirección del Requeté. Ese contacto fue el teniente coronel Utrilla (hombre que, por su talante sobrio, firme y su dotes de mediación, había adquirido cierto carisma entre sus subordinados; y, siendo fiel a Fal, mantenía un buen trato con la Junta de Navarra'º). Al parecer Mola y Utrilla tuvieron un primer contacto el 14 de julio en casa de Javier Aguado (carlista, amigo de Rodezno) en la propia Pamplona (Avenida Carlos III, 20). Mola quería intercalar pequeñas unidades del requeté entre las tropa (sobre cuya disciplina no se fiaba; había muchos asturianos, decía 11 ). Utrilla, por su parte, quería mantener a las unidades carlistas como unidades orgánicamente independientes. Finalmente, Mola logró que en cada batallón se incluyera una compañía de requetés (con lo que se desdibujaba Ja posibi lidad de crear unidades propias; luego vendría la imposición de la oficiali dad, etc. 12). Eran las primeras consecuencias de un pacto establecido de modo precario para Jos carlistas. El día 18, sábado, Mola citaba a su despacho en el gobierno militar (Capitanía , según se le conocía en Pamplona, recuerdo de otros tiempos) a los teniente coroneles Utrilla y Ri cardo Rada (este último responsable nacional) y les ordena la movilización general del Requeté 13. Mola se situaba, de ese modo, en el vértice de mando político y operativo, tratando, ya desde entonces - desde el mismo punto de salidade ir minorizando la capacidad operativa de unas milicias autónomas, a las que consideraba peligrosas 14 • Alejandro Utrilla redactó inmediatame nte una breve nota en la que confirmaba su orden de movilización de l día 15 15 y ordenaba concentrase en Pamplona al día siguiente. A esas horas, ya el Requeté de Pamplona se hallaba concentrado en el Círculo de la Plaza del Casti llo, dispuesto para actuar, si fuera necesario, en la ciudad 16• Por su parte, Alejandro Utrilla se encerraba en e l Círculo (a una de cu-
tcrmi ne el mismo, como jefe del Gobierno» (Lizarza, 1969: 135), lo que era bien poco. Pero, ya hemos visto que, irremediablemente, la dirección de San Juan de Luz debía ceder. 10 El teniente coronel Utrilla, decía el entonces adelantado del Requeté Jaime del Burgo, era un «hombre llano, bueno, honrado, rasero, sencillo y que captó la confianza y la voluntad de todos nosotros». Consiguió, además, aunar muchas voluntades. Jaime del Burgo, 15 de junio de 1993 ( 104.B: 280; 470) . 11 De hecho, no pocos carlistas asumieron ese papel de control de la tropa de recluta en el frente (Julio Orive, 14 de enero de 1992 (28.A). 12 Véase Segunda Parte, apartado 3.2.4. 13 Véase Burgo, 1970 : 24; o Ferrer, 1979: XXX- 1, 193. 14 Y no le faltaba razón - según su lógica. Si hubiera prosperado el proyecto carl ista de crear un cuerpo armado autónomo (véase las iniciativas de noviembre-diciembre de 1936 por parte de la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra y de la Junta N acional Carlista de Guerra en Burgo, 1992a), las dificultades para «controlar po líticamente la retaguardia» hubieran sido inmensas. D e hecho, algunas unidades menores del carlismo estu vieron a punto de marchar a retaguardia con motivo del D ecreto de Unificación (véase A RLI . Tercio Virgen del Camino de L eón). 15 Esta orden inicial puede verse en Fell'er, 1979: XXX-2: 102- 103. Aunque el «detalle» de aquella orden le parece a Jaime del Burgo «desconcertante» (ordena desplazarse al requeté de Navascués desde su localidad hasta Leiza, unos 150 kilómetros). Carta de Jaime del Burgo, 1 de octubre de 1993 (en posesión del autor). 16 Así lo ordenó Mola con vistas a neutralizar a la Guardia Civil (en donde el coronel Rodríguez Medcl podía promover un foco de resistencia a la sublevación). Pero Medel fue asesinado en el propio acuar-
(103]
yas oficinas pomposamente llamaban Jefatura de la Inspección Militar de l Requeté del Reino de Navarra) con Jaime del Burgo (adelantado del primer Requeté del Tercio de Pamplona) para confeccionar e l plan de movilización de la provincia de Navarra. Disponían de la lista de todos los camiones y autobuses de la provincia y fijaron todos los puntos de concentración. Conocían perfectamente el número de plazas de cada autobús, la disponibilidad de las compañías, las necesidades de cada pueblo o lugar, eligieron chóferes de confianza, etc. Durante la noche fueron señalando los lugares de reunión, y a lo largo de la mañana del día 19, coordi naron los desplazamientos de los vehículos (los mejores camiones y autobuses los reservaron para la columna que ese mismo día saldría para Madrid: era la prioridad, Tudela o la Ribera eran temas secundarios en los planes del estado mayor del requeté navarro; las «renqueantes villavesas que no podían con su alma» las dejaron para otras labores) 17 • Aquella orden y aquellas instrucciones fueron transmitidas por una ingente, variopinta y desordenada red de enlaces, correos de circunstancias y otros medios más o menos improvisados. En Álava, José Lu is Oriol había reunido e l mismo 13 de julio, fec ha del asesinato de Calvo Sotelo, a la Junta Carlista de la provincia en la que se ullimaron los planes de sublevación 18• Esa mis ma mañana el industrial bilbaíno y político alavés se había entrevistado en el Hotel Perla de Pamplona con el conde de Rodezno y José Martínez Berasáin 19 . A pesar de la relación directa de Utrilla con el inspector jefe del Requeté de Álava, Luis Rabanera, en esta provincia el acuerdo con los militares (con Cami lo Alonso Vega) y los planes de movili zación estaban ya adelantados, dado el control personal directísimo que ejercía Oriol sobre todo el aparato carlista (su secretario, José M.ª El izagárate, controlaba e l aparato político, He rmandad Alavesa; é l personalmente llevaba los contactos con Alonso Vega, mientras que aún siendo Rabanera un a persona fie l, había s ituado a su hijo Antonio M.ª como delegado provi ncial del Requeté) . De modo que, los planes de Álava estaban ya ade lantados. El mismo día 18, Luis Rabanera (según e l esquema navarro) fue llamado por Camilo Alonso Vega al cuartel de Flandes, donde elaboraron todo el plan de despliegue del Requeté alavés (en esta provincia el control militar, dada la debilidad y disponibilidad de la organización carlista, fue más directo en todo momento)2º. Inmediatamente se estudiaron los puntos de contacto del Requeté, su fuerza y necesidades logísticas y se dispusieron los desplazamientos de los camiones militares y la requisa de toda la flota de autobuses de la provincia (principalmente los autobuses de la Com-
telamiento de la Guardia Civil. Burgo ( 1970: 24) da una versión. Asegura, por lo demás (Jaime del Burgo. 15 de junio de 1993-104.B: 320) que ellos se negaron aduciendo que 110 eran asesinos; Fraser ( 1979: 1, 6 1), basándose en el testimonio de Mario Ozcoidi, da otra versión algo diferente, aunque en parte convergente. Véase Segunda Parte, apartado 3.2.4. y 4. 17 Jaime del Burgo, 15 de junio de 1993 ( 104.B: 500). is Arrarás, 1940- 1944: lll, 549. 19 Rodezno, Diario: 7. 20 Luis Rabanera, 19 de abril de 199 1.
[104]
pañía Álava, con el mejor equipamiento de vehículos)2 1• A continuación, Luis Rabanera (que ya debía disponer de la orden redactada por Alejandro Utrilla para Navarra el día 15) redactó la orden de movili zación para el Requeté alavés: «Ha llegado la hora ...», decía (véase Anexo).
3.2.
SALIDA DE EMISARIOS: RED SOCIAL Y COMUNIDAD
Fue aquella orden la que Luis Rabanera mandó trasladar al joven Galo Pobes a la zona de la Rioja Alavesa, y ése el escrito que recibió Alvaro Barrón en Salini llas, donde llegó el vehículo que tanto llamó la atención de los Areta en aquel escenario medieval. En Pamplona (otro tanto se había hecho en Vitoria a raíz de la reunión del día 13), aprovechando la aglomeración del fin de las fiestas de San Fermín, se había reunido a los «enlaces» del Requeté de toda Navarra para anunciarles la proximidad de la fecha de la sublevación y darles instrucciones sobre el despliegue22 . El sábado 18 de julio, el Círculo de la Plaza del Castillo era un hervidero de gente que salía transmitiendo instrucciones y de otros que llegaban a recibirlas. La gente llegaba sin demasiado orden: trabajadores que salían de sus ocupaciones y se presentaban por si fueran necesarios, gentes que venían de los pueblos a «enterarse», sacerdotes que organizaban las confes iones en el último piso del Círculo, el teniente coronel Utrilla coordinándolo todo, etc.23 . Es lo que vio el «antiguo jabalí» Joaquín Pérez Madrigal, opo1tu namente retirado a Pamplona ante las noticias ciertas de la sublevación (como tantos otros: Blanes, Ri cardo Montenegro, etc.). En su «retiro», haciendo vida de veraneante desocupado, se había acercado a la Plaza del Castillo y al Círculo. All í vio al compañero de escaño en las Cortes Garcilaso, pero iba «atareado» (con lo que no pudo intercambiar impresiones). Desayunó en el Restaurante lruña con el conde de Rodezno y los diputados Elizalde y Arellano (ambos carlistas), pero también éstos salieron al poco para realizar «una importante misión»24 . Como si de una retícula de circulación sanguínea se tratara -con la capital ejerciendo el papel de corazón-, toda una multitud de personas de condición variada se desplazó por las carreteras y caminos de Ja provincia, utilizando diversos medios de
21 Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 (108. B). Para más detalles sobre número de autobuses, etcétera, véase Segunda Parte, apartado 3.3. 1. 22 Maíz, 1952: 259. 23 Rodezno, Diario: 10- 1 l. 24 En realidad, Rodezno se desplazaba al pueblo fronterizo de L anz, en donde se instalaría en casa del cura Erasmo Garro en previsión ele un fracaso en la sublevación (en cuyo caso, una famil ia de contrabandistas debía trasladarle al otro lado del Piri neo). Le acompañaron el propio /\rellano y marcharon en el coche de José A lzugaray (arquitecto y directivo empresarial). Allí («ambiente de A rcadia», recordaba luego) pasó el «trance», y Iras oír misa, pm1fa el domingo en un coche con guardia del Requeté, realizando la vuelta en «Olor de multitudes». Véase Rodezno, Diario: 10-13; Pérez M adrigal, 1937: 82 y 85.
[105]
transporte, hasta llegar capilarmente a prácticamente todas las aldeas y lugares del territorio. ¿Tenía, acaso, el carlismo una organización tan perfectamente estructurada y engrasada como para realizar aquella meticulosa movi lización? Jaime del Burgo - una de las piezas clave en aquella operación- opina que no: que todo fue más o menos «improvisado»25 . Y ciertamente, así ocurrió. No existía esa organización meticulosa y disciplinada que como una gran maquinaria impersonal (o como nueva comunidad mística) transmitiera la orden y la hiciera cumplir. Aquello hubiera implicado, por emplear a Kornhauser de nuevo, unos niveles de atomización social y disponibilidad individual que en esa parte de España no se daban. Tal como lo ha expresado la sociología dualista de Tonies para aquí, el asociacionismo moderno nace de una previa desestructuración del mundo unitario de la comunidad. Algo de eso hay - aunque simplifique la realidad histórica- en el tránsito entre la sociedad tradicional a la moderna, basada en un cierto nivel de despersonalización de las relaciones. Pues bien, ese modo eficaz de organización hubiera significado la institucionalización del movimiento antidemocrático (el carlismo en nuestro caso) en un partido milicia (tal como ocurrió con el PNF italiano, por ejemplo) que hubiera estr.ucturado (o resocializado) a un colectivo, alienado por los tiempos, en una nueva comunidad, instrumento de una poderosa «voluntad política», la «voluntad nacional», de un nuevo mito regenerador (personificado y emanado, en ese caso, del Duce) 26 . Situación que permitía la organización del prutido como un ejército (civil y privado) en el que prevalecieran la disciplina, la jerarquía, el orden, etc. El Requeté había dado pasos en esa di rección27 . Pero aquellas se circunscribían básicamente a las capitales de provincia (y en menor medida a poblaciones importantes como Labastida o Tafalla). En el resto de la provincia la estructura era laxa, inconexa, sin una clara jerarquía, informal. Y, sin embargo, la mov ilización se produjo y fue masiva. ¿Qué fue lo que permitió aquel nivel de eficacia? O dicho de otro modo, ¿qué hi zo posible que aquella «improvisada revuelta» fun cionara? Aquí sostengo -con variables, que desarrollaré en este apartado- que fue el solapamiento de la relación política con la relación social prevalente en aquel momento en Navarra y Álava las que permitieron esa transmisión y movilización. Que ésta fue posible por el camaleonismo del carlismo respecto de la realidad social de ese territorio (en sus relaciones, creencias, hábitos). Que, más en concreto, en aquellos días decisivos para el éxito de la movilización y en un contexto de defensa de la comunidad, se empleó la tupida red de relaciones personales igualitario-jerárquicas que trababan a los diferentes grupos sociales entre sí y a la capital con su provincia (hasta el punto de que, en algún caso28 , el pueblo se convirtió en la célula institucional de la sublevación).
25
Jaime del Burgo, 11 de junio de 1993 ( 103 .A). Puede verse Gentile, 1986 : 285 y sigs. o Gentile, 1989: 456 y sigs. (una d escripción más minuciosa del proceso histórico). El mismo Gentile, 1989: 36 y sigs. sobre la reconstrucción de los movimientos si111aciona/is1as en torno al mito de la experiencia de guerra en Italia como «experiencia ideal de regeneración colectiva». 27 Véase Segunda Parte, apartado 3.2. 28 Véase el caso de la llamada Partida de Barandal/a en el apartado 2.3 de la Tercera Parte. 26
[106]
Sobre la re lación informal y el grado de «improvisación» de aquella movilización existe una variadísima casuística. En Tude la, donde e l carlismo -crecido en oposic ión al méndez-viguismo y en proceso de reorgani zación du rante la República- había logrado asentarse en torno a dos famil ias con un relativo poder en la ciudad (los Ma rte y los Oñorbe), donde se había organi zado un Requeté bastante numeroso (el sargento Román Auñón mandaba un grupo de veintidós requetés, y en total encuadraban unas cien personas); que era punto clave (por populoso) para el control de l eje de l Ebro (línea fundamental en la estrategia de despliegue de Mola); donde el anarquismo había adquirido una cie rta presencia Qunto con Marcilla); en Tudela, que era una ciudad con ayuntamiento republicano en una región, la Ribera, de fuerte presencia izquierdista, un lugar que, por todo ello, era clave para la sublevación, el Requeté tuvo noticia e fectiva de ésta en el momento en que unos falangistas procedentes de Core lla se presentaron en la plaza dispuestos a tomar e l ay untamiento. El hecho fue que los carlistas de l lugar habían enviado a Pamplona a un «muchacho que no era de aquí», al empleado de l Banco Bilbao Felipe Sánchez, para recoger las instrucciones. Pero a la vuelta, el joven, que «tenía relaciones amorosas con una chica de Cabanillas», se desplazó hasta esa población (después de todo, era domingo y correspondía la visita), a seis ki lómetros de Tudela dejando para más ade lante la transmisión de l aviso. Como consecuencia de ello -a pesar de que la localidad fue rápidamente controlada por Guard ia Civil y falangistas-, el grueso de l requeté de ese pueblo llegó con retraso a Pamplona (los días 20 y 23)29 . En la merindad de Tafalla (zona del valle del Arga), existía una organización del requeté bastante consolidada. Desde que en febrero de 1936 visitaran aquel territorio Antonio Lizarza y e l inspector de l Requeté Alejandro Utrilla, se había establecido una estructura bajo el mando de Fé lix Blasco Hualde que incluía varios pueblos (la propia Tafall a, Artajona cuyo jefe era Gregario Zubicoa, Mendigorría, Larraga con Juan Larraya, Berbinzana con el je fe S ilvano Esteban, y Miranda de Arga con Bibiano Terés), todos e llos con una amplia organización de requeté local. En marzo recibieron pistolas automáticas y celebraron reuniones con los inspectores jefes de l Requeté. En mayo y junio, tras realizar numerosos ejercicios, colaboraban con la Guardia C ivil de aquellos pueblos para interceptar supuestas marchas de mie mbros de la UGT sobre Palees y Peralta30. Existía, pues, una considerable organización dentro de aquel valle. Sin embargo, e l pueblo de Artajona siguió una dinámica propia a la hora de movilizarse. El domingo, día 19, ante Jos rumores de una inmediata sublevación, salieron para Pamplona a primera hora de la mañana Juan Aranigusía (por e l Círculo) y Amado Pardo a bordo de l viejo Chevrolet de este último. Recabaron info rmación en el Círculo de la Plaza del Castillo, e inmediatamente se dispusieron a volver para dar noticias al vecindari o. Mie ntras tanto, en el pueblo se celebraba la misa mayor ofi ciada por el párroco Teodoro Zárraga. El sermón de aquel día versó sobre la especial
29 Román Auñón, 3 de febrero de 1992 (96.A). Sobre la realidad tudelana esos años puede verse Marín, 1977; García Umbón, 1985; Maj uelo, 1986. Sobre el 18- 19 de julio Marfn, 1977: 128- 148. 30 ARL I. Tercio Lácar.
[107]
protección que daba la Virgen a España. A la salida, a la hora en que cada domingo se hacían los corrillos de tertulia, se extendió el rumor de que en Pamplona se habían alzado los militares. Al parecer se produjo un gran alboroto y el pueblo salió a la calle circulando entre la Plaza de la Iglesia y el centro carlista. El ambiente debía ser entusiasta, produciéndose lo que Thomas y Znaniecki llamaron a principios de siglo el fenómeno del suceso extraordinario e n el marco de la opinión social31 que establece los contornos de una comunidad y la concie nc ia de su propia unidad (a partir de una triple circunstancia: suceso, actitudes idénticas de todos los miembros y consciencia de esa unidad; pero esto lo veremos repetido en otras muchas ocasiones)32 . En ese clima, Pedro Mendióroz (de sesenta años, por tanto, persona de dignidad den tro del pueblo) gritó «¡Todos los hombres a la guerra!», entusiasmo que debió contagiar al público. Después de todo, el Bloque de Derechas había obtenido el 94 por 100 de los votos en una votación - la de fe brero de 1936- en la que la participación se acercó al 90 por 100. Por otro lado, las personas reprobadas por la comunidad, el presidente y el administrador de la Sociedad de Corralizas y Electra de Artajona, eran de izquierdas33 . Pues bien , en ese momento en que la gente come nzaba a dar vítores y gritos, llegaba el Chevrolet de Pamplona con la orden de sublevación. Inmediatamente se izaron las banderas bicolor y carlista en el Círcu lo y se sacó a la plaza el banderín del Requeté, en el que estaba bordada la imagen de la Virgen de Jerusalén, con fortísima carga emocional entre el vecindario34. Al poco se llenaba la plaza de voluntarios con sus boinas rojas dispuestos a salir35 . Se comió en casa (era domingo), y por la tarde se pusieron en marcha, a pie, por la carretera, con el banderín de la Virgen de Jerusalén al frente, camino de Tafalla, donde iban a ser transpo1tados en vehículos hasta Pamplona36 .
31 Algo similar a lo que Ju lian Pitt-Rivers ( 1989: 65) llamó opi11i611 príb/ica del pueblo, que mantendría la unidad moral de aquél. 32 Acontecimientos que puede n ser periódicos y estar rituali zados (como las fiestas mayores, romerías, etc.) o extraordi narios, como sería este caso. 33 Se les re prochaba administrar a su favor una Sociedad Corralicera creada con fon dos de todo el vecindario y haber intentado impulsar un negocio de variedades e n la zona. En septie mbre de 1936, Gregorio Zubicoa,jefe del Requeté de Artajona reclamaba la prisión para ambos (véase ADFPN. JCGC. Actas 1). Detalles sobre la Sociedad en Guerra, 1933. 34 La imagen es una talla en cobre de aproximadamente el siglo xm (entre e l románico y el naturalismo gótico) instalada en una e rmita próxima. La tradición popular sitúa su origen en un regalo que Godofredo de Bullón, duque de la baja Lorena y principal fi gura en la primera c ruzada, hiciera a un hijo de Artajona (tambié n cruzado). El artajonés habría pedido la imagen «para llevarla de trofeo a mi pueblo». La imagen habría hecho toda la campaña en Tierra Santa, y contendría e n su interior tierra de los Santos Lugares. Un reque té se e norgullecía de que el estandarte que había sido traído de aquella cruzada, hubiera hecho en 1936 otra nueva recorriendo las mo ntañas de Oyarzun y las calles de San Sebastián (ARLI.Generalidades). 35 De Artajona salieron en total unos 430 voluntarios de una población total de 2.4 18 habitantes. Si Navarra daba un índice de 106 voluntarios sobre mil de población masculina, Artajona dio casi del 360 por mil, uno de los índices más altos, junto con Mañeru, Yerri, Zabalza, etc. de Navarra y, por descontado de España (véase Anexo y Pascual, 1987-1988: 607). 36 José Banales, Ana M.ª lriarte La rrea y José Huarte, 10 de feb rero de 1936 (98 .A); también ARLI. Generalidades.
[108]
Las situaciones son variadísimas de población a población: en Berbinzana recibieron el av iso a través de un enlace que llegó de Pamplona (y que simuló un pinchazo en el pueblo) 37 . En Lagrán, Álava, sin embargo, los carlistas del pueblo no salieron voluntarios en los primeros días de julio (no salieron hasta septiembre de ese año) porque quien real izó la primera leva era Honorio lbisate, propietario de una tienda y un camión (fundamentales en Ja economía local), anterior alcalde del pueblo, caciquillo y con buenos contactos en Vitoria (en el gobierno civil ), con el que estaban enfrentados por banderías locales 38 . A Cripán llegó la noticia a través de Tabique, un viejo conocido de Laguardia que les avisó en la finca según recogían la cosecha. Se reunieron en casa de Félix Loero y salieron de noche hacia Laguardia (el pueblo era nacionalista por influencia de un cura). En agosto salieron para el frente aquellos nacionali stas, incluso el que fue presidente del batzoki 39 . Asterio García de Olite se enteró del levantamiento, por «uno de la casa del pueblo, precisamente». Le dijo «oye que ha habido un levantamiento y está el pueblo lleno de requetés» como quien dice, oye que han venido tus amigos, te hará ilusión. «Mecauen, tiré Ja azada. Allí se quedó» y marchó a enrolarse en el Requeté40. Resulta pues palmaria la improvisación con que se hicieron las cosas. No era pues la «eficacia» organizativa la que hizo posible aque lla movilización, pues los que más arriba se describen no son casos más o menos pintorescos, sino frecuentes en aquellos días. Tal vez, por sus dimensiones más reducidas y porque sus protagonistas han sobrevivido hasta la actualidad, el caso de Álava nos sirva para ilustrar uno de los componentes fundamentales que vienen a explicar e l éxito de aquella leva. Las instmcciones para la movilización del requeté alavés las dio Luis Rabanera desde su casa, según cuenta uno de sus hijos. Se las dio a los hijos mayores, y éstos a su vez se las comunicaron a sus amigos, chicos jóvenes, hijos de la clase media conservadora de Vitoria, con los que salieron a recorrer los pueblos. Las órdenes, respecto a los recorridos y contactos eran muy precisas, cuenta el comunicante (no había mucho que precisar, salvo que se desplazaran a la capital, y los contactos eran viejos conocidos para los jóvenes)41 • Inicialmente se hicieron tres recorridos básicos. La noche del sábado (o tal vez lamañana del domingo, 19 de julio de 1936) Javier Rabanera salió hacia Aramayona. Llegó hasta Barambio donde se puso en contacto con M." Luisa Isasi, de una familia muy conocida en la zona y vieja conocida de los Rabanera. Bajando hacia el puente carnino de Aramayona, le dijeron que había llegado gente de Mondragón, y en ese punto volvió para Vitoria. A pesar de ello, al día siguiente se presentó un gmpo de ellos (advertidos por doña Luisa). José Ignacio Rabanera por su parte, se desplazó con un grupo de jóvenes a la zona de Maestu y Santa Cruz de Campezo, para poner sobreaviso a los de la Montaña42.
J7 38
ARLI. Tercio de Lácar. Véase Tercera Parte, Capítulo 11. 39 Cannelo Marañón, 16 de diciembre de 1991 (24.A). 40 A sterio García, 30 de junio de 1993 ( 106.A). 41 Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 (10.B: 180) 42 Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 ( 108.B).
[109]
No está claro que las labores de enlace las realizaran en exclusiva los hijos de don Luis. En realidad era aquel grupo de jóvenes entre dieciocho y vei nticuatro años, todos vinculados a Ja Hennandad Alavesa - la que frecuentaban en los ratos de ocio--, estudiantes (todos menos uno de e llos, Arturo Cebrián, que era ya abogado, aunque aú n joven), y cuyo lazo de relación mutua era Ja amistad (que correspondía, habitualmente, a un anterior trato entre fami lias) y el parentesco, antes que la afi nidad política (más allá de ser de derechas, lo que venía dado por Ja procedencia familiar). Formaban parte de aquel grupo Galo Pobes (Galiro), que tenía amigos entre los falangistas, casi un chaval de dieciocho años y que, posteriormente, se dedicaría a la explotación de fincas. José Ignacio Rabanera (hijo de don Luis), estudiante en Valladolid, donde hizo algunos amigos de las JONS (partido en e l que militó). Había sido albiñanista, y hacia 1936 estaba estudiando derecho. Arturo Cebrián, por el contrario, era de Renovación Española, próximo a HA y los carli stas en Álava, tenía unos veinticuatro años. Federico Santiago ( Quico ), que estudiaba para ingeniero y veraneaba en Vitoria, era hermano del que sería general Fernando Santiago, ministro con Franco. Manuel Rabanera (otro de los hijos de don Luis) había intentado entrar en la Academia Militar e l año en que Azaña Ja cerró, con lo que estudiaba por entonces para perito agrícola en Pamplona (donde se mantenía dentro de la AET). Finalmente, Javier Rabanera era estudiante de comercio y estaba en ese momento a punto de hacer el servicio militar4 3. Éste era el grupo de jóvenes que aque lla tarde noche se dedicó a recorrer la provincia (y a los que hemos visto llegando a Salinillas). Antes un grupo de jóvenes amigos vinculados a la Hermandad Alavesa que una red de emisarios organizada por e l partido. Era un grupo con afinidades diversas, como era su pertenencia a la Congregación Mariana de los Luises (a Ja que pertenecían prácticamente todos los jóvenes de l Requeté). Era lo habitual entre los jóvenes del ambiente social de la clase media conservadora. Tenían un local social propio, donde jugaban al bi llar, al mus o al tute los domingos. Ese día celebraban misa en los Jesuitas, en la calle Siervas de Jesús. Estaban organi zados bajo la tutela de un consili ario (ellos tuvieron al padre Ereño y luego e l padre Moreno, que fue padre espiritual de muchos de ellos44 . Muchos de e llos eran, por otra parte, ex alumnos de los marianistas, con los que solían hacer salidas domingueras. Eran excursiones de amigos. Justamente uno de aquellos grupos resultó sospechoso en julio de 1936. Habían ido a Ocbandiano con la idea de subir al Amboto. Al volver (el día anterior se había producido la muerte de Calvo Sotelo) y llegar al pueblo vizcaíno preguntaron por el Círculo Carlista. Vieron que alguna gente del lugar hablaba con los fo rales (policía de la Diputación de Vizcaya). Les abordaron y les llevaron detenidos. Pero inmediatamente, tras las protestas del responsab le marianista, fueron puestos en libertad45 . Así pues, excursiones de ex alumnos, salidas de jóvenes amigos a di vertirse por la provincia y actividades
4
3
44
45
Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 (10.B : 200). Lu is Rabanera, 14 de diciembre de 1993 ( 10.B : 300). Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 ( 108.B: 420).
[110]
del Requeté (que practicaba ese mismo tipo de excursionismo46) se confundían para sus protagonistas, y también confundían a los responsables del orden (los fora les en este caso). Como una salida de diversión de un grupo de amigos se organizó el enlace con la Rioja alavesa. El grupo se lo encomendó Luis Rabanera a su hijo Manuel y a Galo Pobes. Estando este último en un bar de la calle Dato con otros amigos de Vitoria y alguno de Bilbao, «vino mi hermano [José M.ª] --cuenta- y me dice: Que quiere verte Rabanera, el padre, don Luis Rabanera». El joven Pobes marchó a casa de don Luis. El responsable del Requeté le dijo: «Mira, como tú eres de por allí, vas a ir a Labastida y a Laguardia.» Ése fue e l modo e n que fo rmaron un grupo con Quico Santiago, Arturo Cebrián y Manuel Rabanera. Decidieron ir juntos. «Salimos de la calle Dato», dice Galo Pobes, dando a ente nder que no fue necesario disimulo ningu no. Llevaban una orden escrita. Tenían que dejarla en los Círculos de la Rioja. Fueron a Labastida, luego a Laguardia y, tras haber entregado las consignas, se marcharon, como jóvenes divertiéndose, a «Cu1iosear» por Logroño. A la entrada de la ciudad se encontraron con Guardia Civil. Galo Pobes conocía a un sargento del lugar, de modo que en primer lugar preguntó por él. Los comentarios rituales: «que qué tal está», «pues bien», «pues déle recuerdos». Y a partir de ahí entraron en conversación. Según los guardias civi les, en Logroño las cosas estaban normal, aunque algunos comenzaban a concentrarse en la Tabacalera (que sería cañoneada el lunes por las fuerzas provenientes de Navarra). Les aconsejaron que (dado que eran conocidos por la zona) no se aventuraran en Logroño. Volvieron sobre sus pasos y se desviaron hacia Haro. Ya el ambiente entre los del coche era de fiesta y diversión (íbamos «Un poco de juerga»). En la plaza de Haro había un grupo alertado encabezado por un guarda sereno. Al verles, les detu vieron e interrogaron (alguno de e llos, naturalmente, les conocía). Les registraron, pero ya no llevaban nada encima. Finalmente, el sereno les ordenó: «Váyanse ustedes porque éstos son así» y puede ocurrir algo. Hu bo quienes no estuvieron de acuerdo (por lo que se subieron en Jos estribos), pero salieron del pueblo a gran velocidad, consiguiendo escapar sin consecuencias (volvieron a Vitoria, al Círculo de la Hermandad, donde fueron detenidos de madrugada, para ser liberados en la mañana del domingo 19 de julio47). Aque l grupito de cuatro jóvenes llevó el coche de don Francisco Ortiz de Zúñiga, cuñado de Luis Rabanera y hombre de abolengo en Vitoria (el tío Paco, para los Rabanera). Otros coches que se utilizaron fueron los de Fernando Elío, de RE y de Hermandad Alavesa, hijo (mal avenido) de Guillermo Elío (probablemente el hombre individualmente más decisivo en la política vitoriana de todo e l principio de siglo), y el de José M.ª Pobes (el conocido VI.1001), miembro de la Diputación primo1Tiverista y hacendado de Labastida (padre de Gatito) 48 .
46
Véase Segunda Parte, apartado 3.2.3. Puede verse en la Segunda Parte, apartado 2.4. l. 48 El relato se basa en Galo Pobes, 27 de octubre de 1994 (118.B) y Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 ( 108.B: 060) y 15 de diciembre de 1993 ( 10.B: 200). 47
[ 111]
Y es que aquella especie de «noche de juerga» de los jóvenes contó con la complicidad de las buenas familias de Vitoria y una larga relación de algunos de ellos y sus famil ias con los territorios que recorrieron. Citaré solame nte algunos de ellos. Un informe policial de julio de 1940 califica a Guillermo Elío y Pedro Usatorre (y su hijo Santiago) como los «principales caciques de Álava». Según el informe, ambos hombres dominarían al gobernador civil, al alcalde de la capital, a la Diputación (de la que Santiago Usatorre fo rmaba parte) y controlarían los entresijos de lo que el info rme llamaba baja política49 . Ninguno de los dos tomó pa11e activa en la movilización del día 18, pero, estando al corriente, la respaldaron en los días sucesivos (Guillermo Elío formando parte de la Diputación y llevando una activa política de sustitución de ayuntamientos 50 , y Pedro Usatorre y sus hijos como miembros de la Comunión Tradicionalista). Elío tenía el más importante bufete de abogados de Vitoria. Había sido gobernador de Sevilla con Dato y alcalde de Vitoria en 191 6. Gentilhombre, amigo íntimo de Pedro Sainz Rodríguez, bien relacionado con las instancias políticas de Madrid, era, e n palabras de Tomás Al faro, «maestro en los últimos baluartes de l caciquismo, ... por eso no le faltó en su tabernáculo de la calle Florida - prosigue Al faro-, donde toda notic ia llegaba, el contacto con sus amigos y colaboradores»51 . En efecto, Guillermo Elío contaba con una clientela en la que figuraban las personas y entidades del mayor re lieve en la ciudad. Los casos más importantes eran encargados a su despacho y por él pasaban a lo largo de la semana todo tipo de personas. Los fines de semana y festivos mantenía una te rtulia en la calle Florida (no era «hombre de casino») con sus pasantes, amigos políticos y aficionados taurinos (pues don Guillermo era presidente de Ja Empresa Popular de Corridas de Toros y gran aficionado a los toros). Hombre de gran afa bilidad y distinguido, con trato fluido con todo tipo de entidades y organismos, recibía con frecuencia petic iqnes de favores que é l trataba de satisfacer. Por todo ello, por sus contactos fuera de Vitoria (y a pesar de tener fama de tener una vida privada libertina 52 ), Guillermo Elío controlaba desde su despacho una extensa red de re laciones en la capital y en toda la provincia de Álava53 . Pedro Usatorre, hombre austero y rígido, era uno de los pocos corredores de comercio de Vitoria. Por su situación profesional y por su militancia política (perteneció al carlismo desde su llegada a Vitoria a princ ipios de siglo, siendo concej a l en 1906), contaba entre sus amigos con la élite política y económica de la ciudad. Cada tarde, tras la cena de las siete, salía de paseo, sin excusa posible, con «sus car-
49
AGA. Presidencia de Gobierno. SGM . DNP.C.12. A unque, por discrepancias con Cándido Fernández lchaso, a la sazón gobernador civil y hombre fuerte en la provi ncia (que veía en Elío al hombre de la vieja política, había sido e l alma de la operació n datista en Vi toria; véase Rivera, 1992: 100 y 195-200) Guillermo Elfo dimitía el 17 de agosto de ese mismo año. Pronto, en todo caso, vol vería a ej ercer su influencia, aunque ahora, desde la sombra. si A lfaro, 1987: 269-270. s2 Estaba separado de su mujer y mantenía una amante con quien se le veía en público si n demasiado recato -lo que causaba escándalo en una ciudad pequeña como Vitoria. s3 I nformante anónimo 16 de diciembre de 1994 (respuestas a cuestionario escrito). 50
[1 12]
listones y sus curas», dice su nieta. Por el despacho de procuraduría y correduría que tenía organizado con su hijo Santiago, pasaba todo contacto comercial de cierta entidad que se produjera en la provincia (tanto de orden industrial, financiero o agrario). Como ocurría con Elío, su profesión les permitía un altísimo nivel de contacto en toda la provincia, con todo tipo de gente (en este sentido, el carácter afable y campechano de Santiago y su papel activo en la vida social de la ciudad -en el Tenis Club o en el café Suizo- jugaban un gran papel). Lógicamente, el nivel de información que mantenían sobre cada acontecimiento o circunstancia de la vida local, era privilegiado (era frecuente que, por pequeñas «mordidas», la propia policía les suministrara información útil para su negocio). No exageraba, pues, el in forme polic ial cuando llamaba cacique a Usatorre (sin que esta palabra aq uí tenga otro sentido que el de describir su posición social , sin Ja carga peyorati va que existe e n el informe) 54 . Había dentro del carlismo otras personalidades de gran ascendiente en la sociedad alavesa: Eustaquio y Antonio Echave-Sustaeta, con casa en Elciego pero residentes en la capital y muy activos en su vida social, o Esteban Sáenz de Ugarte, alcalde de Berantevilla, que jugó un gran papel entre los alcaldes alaveses durante los años de la República y mantuvo una intensa relación con el entorno político vitoriano (como hombre de Oriol en su campaña contra el Estatuto Vasco). Sáenz de Ugarte que mantenía con su localidad una relación de patronazgo gracias a su cargo, su negocio de ultramarinos y harinas y a s u función de administrador de González Moreno, secretario de la Audiencia de Vitoria y con extensas propiedades en Berantevilla. José M.ª Urquijo de Llodio, José M.ª Elizagárate, que ejercía como secretario de la Hermandad y que en sí mismo requeri ría un apartado específico (propietario de un taller de muebles familiar, cumplió en Álava un pape l similar al de Martínez de Berasáin en Navarra: por sus manos pasó buena parte de la actividad electoral de la derecha alavesa durante la Repú blica, tenía sus propios corresponsales en toda la provincia; fue un tiempo hombre de Oriol; luego, enfrentado a aq ué l, mantuvo una alianza con Guillermo Elío y una breve pero intensa relación con el navarro Eladio Esparza, con quien ensayó una especie de fascismo de autos sacramentales en Álava entre 1937 y 1938), etc. 55 Más directamente relacionado con la movilización del día 19 (a través de sus hijos) estuvo José María Pobes. Hacendado de Labastida, descendiente de una familia de abolengo (a través de su madre, los Quintano y Cañedo) que a finales del xvm y principios del xix, llevados por el ambiente ilustrado, habían puesto en marcha una moderna explotación vitivinícola (cuya herencia administraba ahora don José María), era el prototipo de hombre de la clase media agraria del norte de España. José María Pobes tenía cuatro hijos y en su casa vivía la Sati11; criada de la fam ilia, el adminis-
s4 Venancio del Val, 10 de marzo de 1994 ( 11 1.A); Jaime Usatorre, 22 de octubre de 1994 ( 11 9.B); Pilar Usatorre, 5 de noviembre de 1994 ( 120. B). ss Véase correspondencia conservada en A RSU; Venancio del Val, 1O de marzo de 1994 ( 111 .A); Dolores Sáenz de Ugarte, 20 de octubre de 1994 ( 11 9.A); M.ª Dolores Elizagárate, 25 de octubre de 1996. Véase también informe policial A HN. Fondos Pol iciales. L. 8 10. Sobre la experiencia de Esparza y Eli1..agárate: Ugane, 1990.
[J 13]
Lrador Paco Martínez Ayala y su familia, y otras cuatro o cinco familias de criados de la casa. Todos ellos eran considerados miembros de la familia, parte de la casa. Los niños se criaban y jugaban juntos y, según crecían, unos pasaban a ser criados y otros marchaban a estudiar fuera para volver como señores. Como mayor propietario de Labastida sus re laciones con el pueblo eran las del patrono: tenía el lugar reservado en la iglesia y acudía a e lla en carroza (mientras la gente se descubría a su paso). La religión era el centro de sus preocupaciones y, aparte de los libros de técnicas vitivi nícolas, constituía la parte más sustanciosa de su nutrida biblioteca. Sus viajes a Madrid eran frecuentes por asuntos de negocios y en visita de familia. Allí solían acudir a verles vecinos de Labastida que realizaban e l servicio militar en la capital. Naturalmente, mantenía relación con todas las fami lias de cierto abolengo de toda la Rioja: Marqués de Legarda, Conde de Ervías, Marqueses del Puerto, con los Paternina, los Blasco, etc. Hacia 1921, coincidiendo con el inicio de los estudios de sus hijos en los Marianistas, abría casa en Vitoria. En esta casa mantenía una tertu lia - mantenida en torno al chocolate hecho por la abuela- con algunos sacerdotes y gente de alcurnia de la ciudad. Por ella solía pasar, cuando estaba en la ciudad, José Luis Oriol. De aquella posición se derivaba esa relación de conocimiento y deferencia que se mantenía hacia su familia en toda la Rioj a (y de la que se sirvió Luis Rabanera al enviar a uno de sus hijos como enlace a la zona)56 . Finalmente, el propio Luis Rabanera constituía en sí mismo un tipo social clave en esta amplia red de relaciones que se está describiendo. Luis Rabanera pertenecía a una familia de tradición carlista en Laguardia. Hijo único, había optado por la carrera militar, lo que determinaría los rasgos básicos de su rutina social. Importante propietario en Laguardia, y retirado de la vida militar con la Ley Azaña, vivía en Vitoria (donde se había casado con una hija de la fami lia Ortiz de Zúñiga), con ésta, los siete hijos habidos del matrimonio, su suegra Juliana López de Alda (la «abuela Juliana», centro de la principal fiesta familiar con su cumpleaños, y que ejercía como polo de atracción de su entorno de parentesco y amistades), la aña Manuela (que había criado a los hijos, a quienes pasaba a llamar seiiorito al cumplir los dieciséis años) y dos o tres criadas que doña María de las Nieves cogía de la zona vascófona de Guipúzcoa para el cuidado de la casa. Todos ellos (más alguna visita habitual como la de Pilar Cañas) constituían lafamilia 51 . Los veranos los pasaban en Zarauz (donde se relacionaban con gente como el alfonsino Satrústegui) y, sobre todo, en la casa de Laguardia, donde vivían dos hermanas de don Luis y en donde la familia pasaba largas temporadas (de ahí la amplísima relación de la familia con la gente de Laguardia). Allí comían los chavales las tortillas de huevos de gorrión, iban a las fiestas de San
56 José María Pobes, 24 de junio de 1991 ( 1 1); Pedro Pobes, 8 de octubre de 1994 ( 11 6); Galo Pobes, 27 de octubre de 1994 ( 118.B). 57 Luis Rabanera tenía gran afición al juego de la pelota. Cada vez que volvía a casa, la aña Manuela le preguntaba: «¿Qué hemos hecho?», así en primera persona. Si se había ganado contestaba, invariablemente, «grasias a Dios», si perdido, «resignasión». Sin duda, se consideraba - y se le consideraba- parte de la familia.
[114]
Juan, gozaban con la vendimia y mantenían estrecha relación con los otros chavales del pueblo. Su casa era visitada por los Sáenz de San Pedro, los Enciso, los Viana, los Manso de Velasco, Gortázar, Sáenz de Santamaría, Buesa, San Pedro o los Migueloa, buenas familias de Laguardia, alguna residente en Bilbao y que, como ellos, pasaba el verano en Laguardia. Estaba, además, la fami lia del administrador Coca, Portilla, Aguillo, los Briones (relacionados con las fincas de los Oriol). De ahí que fuera frecuente que los chicos de Laguardia que hacían el servicio militar en Vitoria pasaran por la casa de los Rabanera, donde se les pasaba a la cocina para que tomaran algo. En Vitoria, don Luis tenía, también una amplia vida social. Gustaba de jugar a la pelota, pescar y montar a caballo (hábito adquirido en la milicia). Sus amigos se hallaban entre la clase media vitori ana, militares (como los Benito Brena, Álvaro Area, Cándido Fernández Ichaso, etc.), sacerdotes, etc. Acostumbraba a ir por el Café del Norte, al que llamaban «Café de los curas» (esquina calle de Los Fueros con calle de San Francisco), donde se juntaban varios curas y don Luis a tomar café. También acudía con regularidad semanal a casa Juan Cruz (calle San Francisco casi esquina calle Nueva Dentro), especialmente los días de feria (le llamaba mi cabaret) cuyo propietario era de origen aldeano y pe1t enecía a Federación Católica-Agraria. En casa Cruz se vendía de todo. Por eso los jueves de feria acudían al establecimiento los labradores de la provincia (que habían venido al mercado semanal y a la feria). Para atraerse a la gente, en casa Cruz se solía regalar un día un pellejo de vino, otro una botella de anís, añil, unas galletas. All í tomaban los aldeanos su vino, su «Supurau» (una especie de almuerzo), su «mezclau» (vino con vermú o con moscatel), o tomaban su al muerzo traído de casa. Pues bien, allí acudía don Luis cada jueves hacia las siete, con cuatro o cinco curas de los pueblos, su cuñado Paco Ortiz de Zúñiga, el oculista Retuerto, y otros, para jugar al tresillo y al subastado. Allí mismo organizaban nutridas meriendas a base de callos, patas de cordero, etc. Cerca estaba el Estanco de Iturralde donde había otra te1tulia a la que acudía Cándido Fernández lchaso. Aquellas «partidas» y meriendas hacían que don Luis fuera muy conocido entre la gente de los pueblos de la provincia. Es pues de entender que Luis Rabanera mantuviera una excelente posición entre sus relaciones familiares y de amistad con la clase media conservadora de la capital y la zona de la Rioja, de un lado, y su buen entendimiento con los hombres de los pueblos que acudían semanalmente a la feria, de otro. Era la condición nodal que compartía con sus hijos que, con frecuencia, ayudaban a su padre en las labores de coordinación del Requeté58. Si antes he hablado del papel de nudo fuerte en los casos de Garcilaso o Martínez Berasáin, se entiende ahora hasta que punto toda aquella red de relaciones familiares y de amistad jerárquica (patronazgo) constituían una tupida trama en la provincia sobre la que se deslizaron con facilidad los jóvenes de Vitoria (y, como ellos, otros en Navarra) aquel 18 y 19 de julio. No era la organización, era la relación fluida
58 Luis Rabanera, 24 de abril de 1991 (78.A); 14 de diciembre de 1993 ( 108.B); 15 y 20 de septiembre de 1994 (1 14); 4 de octubre de 1994 (1 15).
[ 115]
que existía entre Ja ciudad y el campo en aquella sociedad, sobre la base de una red clientelar que contaba como elemento fundamental a la clase media que actuaba como puente entre los estratos altos del establishment y las comunidades en las que un abigarrado haz de hilos vinculaba al individuo a aquella red. Contactos por arriba en Madrid, en los lugares de veraneo, etc., y por abajo, esa amplia comunicación con Ja provincia y el lugar de origen, permitían a aq ue l grupo ejercer ese papel axial en aquella circunstancia. Esto era lo que hizo fáci l e l contacto y la rápida movilización del Requeté. Ellos eran los que hacía posible la convergencia entre conservadurismo y radica lis mo a que he hecho referencia arriba. El papel del oriundo era fundamental. A Laguardia no fue cualquiera a recoger a la gente (ya el domingo), acudió un viejo conocido del lugar, de fami lia de Laguardia y con fincas en el pueblo59 . No se le hubiera recibido del mismo modo, y el clima de comunidad que presidió el desplazamiento -con cánticos y en tono alegre- no hubiera sido e l mismo con un desconocido al volante del autobús 60 . Existían, además, esos lugares en que se sociali zaba aquella relación: desde la procuraduría o el bufete, el Tenis Club o Ja casa Cruz. También los lugares de veraneo (Zarauz para los Rabanera o Ja finca de Esteban Bilbao para los Usatorre). En Pamplona, el propio Círculo ejercía ese papel de ágora de la provincia. Por allí pasaban los aldeanos cuando iban a la feria, por allí los curas de los pueblos. Eran memorables las partidas de chamelo y tresillo que se jugaban en el lugar. Y famosos por su habilidad con las cartas curas como el de Traibuenas o el de Caparroso (o José Ulíbarri, párroco de Ugar, que en verano marchaba de temporada a San Sebastián a j ugar a las cartas). De allí se iba a las fondas a comer. Había un dicho en Pamplona cuando se pretendía comer bien: «ponerse detrás de un cura», pues se decía de ellos que eran quienes mejor comían61• También las redacciones de los periódicos (como hemos visto ya en el caso del Diario de Navarra) constituían nudos o lugares de encuentro de distintas gentes de la clase media y el mundo de la información. Ese papel j ugó el Pensamiento Alavés entre el 18 y el 19 de julio. Por allí fue pasando gente variada para informarse de Jo que ocurría (y entre los concurrentes se iba forma ndo la opinión que luego circulaba por Ja ciudad). Así José María Pobes (hijo del que fuera miembro de Ja Diputación con Primo, persona activa en la derecha, recién procesado por un incidente en el desfile del 14 de abril), tras oír misa en San Miguel y juntarse con un miembro de Hermandad Alavesa (quien le comunicó que «ya se había armau») marcharon al Pensamiento Alavés, periódico carlista. Allí estuvieron con el director José Goñi (que había estado informándose toda la noche a través de la radio). Al poco, apareció por allí Luis Miner (canónigo del cabildo catedral, afín a Renovación Española) y Francisco Tabar (también canónigo de los más antiguos, que tenía fa ma de «liberalote») lo que,
59
Probablemente, Cosme García, chófer, hermano de Honorato, sacristán y conserje de Autobuses Álava y hombre de confianza de Oriol en Laguardia Qunto con los hermanos Briones). 60 José Briones, 10 de enero de 1992 (26.A); Lui s Rabanera, 14 de diciembre de 1993 (108.B). 61 Jaime del Burgo, 15 de junio de 1993 (104.A); Félix Ganuza, 8 de octubre de 1992 (80.A).
[116]
----------- - - -- ----·-
· ·- --
- -- -
Los jefes de la conspiración en Navarra recorriendo las calles de Pamplona la mañana del 19 de julio de 1936. El general Mola (centro), Rairnundo García, Garcilaso, director del Diario de Nal'arra (con corbata a la derecha), teniente coronel Alejandro Utrilla, instructor jefe del Requeté Navarro (uniformado a la izquierda), y Joaquín Baleztena, Presidente de la Junta Regional Carlista de Navarra (en mangas de camisa, tras el general Mola). Fondo del AMP
Gente congregada en la Plaza del Castillo de Pamplona observando las formaciones del Requeté a primeras horas del 19 de julio de 1936. Fondo del AMP
Voluntarios rcquetés de los pueblos de Álava recibiendo su equipo en un acuartelamiento de Vitoria el día 19 de julio de 1936. Fondo del AMVG (YAN-57. 17)
.... . .
i
•¡
Posando para el fotógrafo. Arriba, rcquctés recién al istados con sus uniformes, y, abajo, panicipantcs en un mitin tradicionalista en Orduila (1935). Fondo del AM VG (YAN-86.8 y YAN-77.3)
Entre la comida feriada y la romería. Arriba, comida en el Círculo de la Hermandad Alavesa (1936), y, abajo, romería de San Vítor (1928). Reproducido en Álava por Dios y por España, Vitoria 1936. y Fondo del AMVG (YAN-41. 12)
DIARIO DE NAVARRA1 PERIÓDICO tN OEPEN OIE N TC
Acto (le Co1~sag~9 ación de los Uc<¡uclés de In T Nadiciún cspn íloln ni Sn~rn
0
:iui··~·.:11'..~ !r:~!l~:!r~t';,•~·1~~. c..,m1,.1
l•!•~n.
11
11u¡utro.1 p.ulrc.4. hnruls ,,,,,, l"'r 1rv , hlt•1tln.,, rl•llt•1t•~•.'• y J•:tl~h\lh:o~. ;irrn.1 ~11 lir:u11 ¡1.1r:1 1!d1•111J,•r 'U•'"·
1:.• o1 l1t1¡1r,·t<"ri¡•tilol(' • ,. S'b•uhllot 1ttr«.chot :IOl•re l.111 t:'l'\('t'.ic11ci.1J ,. ,. ,hf( 0.1 ..111·h.. l.11f. n1u \;IJll:fJ·~r:unC'$ 1'•.•n l.H :thR:ti r:h·(1~d1J.tc ~· frr\",.r\ti.un"n1i:
.1 \'e• " Cll ''>~'° 11!:1 1<;rn111f·• dJ $.\ \ rf.\l_:(l, 1ut y J)f1·I•• ·1·•U11 •!t.: 14¡1.11'1:1 1-.1 ~· t· t lil'r;• hl•h\rka f\'•l"Ur;\rh11:('4 r:ilr1!1,. U,¡ ·•í1rn''l•·Ji \'.••11 h'tl l \•:r.!.ol ~· n1 .. 11lu lli.JlllC'", t:QHhJJ1J:uh"' ~· 11.1111¡u1llJ,,1,. , •!•• 1• •l:".t \11!.1 t1011u.. • l1'·"· rl nm,1r 1.Jtndi111 de 11111•1lru.. t•:i.•!1..-.... l•)f nl ,1l\·1 • 1 ·,, • .• , 1,. '""'~u., :.m1.t.1j i:1ro•.H. t \< bt-''~ tn1~1,tih11~.. ,., 1l·: •h'-• •h·1-. h•1 • '"' 1·1•ftd1;ic ''" 1111 .. ,1r.u .;.11np04. el lr.ll•.1111 •I • 11111·>11•·• hí.U1•' •tn•• a.• ol1:•b•1H1• ,.11 11~n1o1!,•11.1r, 1·~•1IU'" CJrto.'.\.'11 J\.' h"o:I·• \.li\•r ¡1.1t.1 '''-'>"LfCI> .11 u• h• ' " tr;1l.1 •h· 1ld1·n·l••r 'ur•tr., :iM1I:. t.1u,.1. l 11111ol.1111o1, t¡•10"'"" ,,... nh-. :11\'¡ri-r111·nh'. •.r11,• '''" 1..,.1.1 f.1 fucr11t d\! U1!1· • t11'" tnr .• 1~11wJ lu•I,, \,,¡ -.\:tljf\' ,Ir :1\10",lr.1 • \\'11.IC, ll'l"";trn •-•i1l:1, ¡\l)rqu,. ÍUl"l\"1'4 \'(l. .. 1Jllll'll l•frt''. \ ... :.·1 • nulr 4 \IU' •lr.1 -.111:1,.' nlr...:tl1i1 vhl:1 t'n hole<1111ttn ;uw>r""'' 1111 ''~· •lrt•\·1V11, ~ f1<•np1c ¡ir,.krl11111.: 11111rir f•Ot \'"" .u11\>' •lll~ \hit· +.:<•11 \ih¡u·t11lloJ '''·'"''-' \ll'ffl!UO ~
' I:
:1•
~,~·;.~~.:•''>~r~'t/~'~fr:\ •;'~ :;:~~-~!.·~~ >~ \~:~~;:n;~~1:: I~•• i~~~~~:11~•!\l!u~~ ¡:;~·1:,.,\~.::
1 1•111•••1lo·1lo11J 1,1 t: rncl,1 11~ !111rr11r IO•l:\ :t ri11n.c l11Jud:ta ru11 11uei1tli)
:·
u ,rllld1•, t''1n ~ 11n;.:1,•:
11111·~lnH
11':\t..n.jos, c1111 nuettr.u luch.1i )'con nutstrn µ10 ..
• ~ ' ,\ lu111l+1·111I llUl'-''r•·~ 1•11111111'''· que no 1¡11c1t"m11• 11uc ,i1•;-¡11 1lno 11111 1::1. 1111uv ~ 1h• \'lh'f l ra i.; h>r111: 11irff(M 11116!1 r:n1 1tC'Ci111tt\' 11uu linio 111l~l1'C1lno" 11 111>1°111-.M ,. u 1·un11t•J'$
1•• •
,· o1u:.., 11u•111rv.-i l\lt;h1111 ''" 1•.tla h l)nt ~ulcm11n t.lc E ~paria, l.1 ~',1ciúr1 tk \' lh:1· 1111' l•l'l'1l lli~1:l um·1, f nh'.111111cl1JN tJUO t vJ<.o ~ \'1,':11111.li /ll'Vlll 11 '-'I 1IÍ1\ illl nu,1 .. 11·11 1H u11f11, l.'11~1\ll 1.•I f\1 1 fh1111l1111 l:Ull 1·~~rilnn1IM1.V 111: i;IOl'IH, c j 1110· lu11111•1llv 1¡111• ~u v ~ lro hc111v1· IC\'1u1 t1) l-:itp11·1'11 111-..t11·c 1H\ "'"''11i•i11, •fü úl l:1·1·111 •lo! lr1.•11 .;omo un 11m11\ I) llt1 !1.: ~l 'Hh!lu 11:.i he l '.\ll'IJ~
11 .. 1'•'11 'llh' Jlf •'Hlll'lt'llH, :f prUll\LJ lo. h OI'.\ en ftUll l·:Op.u't ;t 111..:,•h111 s u \hl 1 .¡.. ,·ri ct1't11•H11l ~ 111· ~:.Hldon. 1".1~r'.11t.1 1', ur;1111•1 11•• J ...1(1s, U\'.f.'Jll:ul nl\\·"lros t.1..:1hki1·> y m11· .. IN!I \ ,1h· 11 ; n•m.ut ..u 1..1t.1• h •f hu t:J.l'.!o h1:ii¡1,111•Ji, 11~l't1!011I\'~ cu l 1 1ln11e1.1 In· ··1 ·l'lll!J\lh11• 1h•I 11111lri111t'11io tri1tl.1:to, uno t' 111oU:1.,lt1Lll1•: rl'u:;id 1.:11 1•U\':j1¡,, .. ··:1¡;oucL.1<1 ¡111:-.1 1111o• 1·11 dl.1i ,~ Cc.·1111c11 ..:1111 1~.11t11I~ .·r1•tl.i:1o• 1.1.,. .111'1.,I \ u•1:"N "' • 1!\.' 1111.. .. ,,.,J c hlj\l • : rt1.1.d \'11 l.t rel.l.:tonc, l"•·\'.::"lkt .1.~ I,, JllU ·
;1u\'•'tl)1:. \)r,h•tutl.1 JJ1.·t b Jl: •11,·i.\ f \:.1o1id.11I l"ri:-li.111.t: n:l:1.11I ... ,. -"·'' t:n 4 1 1 1 t .1 1·n lllt>).i tJU': hh-hltl:ll Jt r"hJJr cu dla li.'Un m.h \tt:\:r.1-:. 1• ' tii.:" i:;t
i~~J;~r\~~ !; ~~ 1~ ~'·)~i ;~:~~Jv~ ~~~:~Cdl)~~~~~1i t~:. ~~:~~l~~:l·~~t:f .~»~:: r:~ ;·•:;l~!1~ft~~.i
1·:11h·, !.N r:i:,1 ut"h:i 11\· l.1 1'r:nlidVu t:s¡.mi.ol.i :1111!"111.111 .:."lt,1 i= 111Aa:¡r;t.:1ún: ,1n?11lüJ 1•n•, ·11i1.•: >" 1_n1 ct¡wr.L!11:1~ par.t '-U ¡1•J1,P.111r p!'·i"tímu ..i1 Uk -'lll". lj\lf' 1• • :11 11\1 3 111<1 l;ctn¡H l)la<"i\):~ Jt C~;-\1):' ~ 1.'IJr,n \J·J ';"11'?;1·.1, \\11 .,. 111.1t1rl1· l" M111no 111: giori;,i. , \"1,.1 C':ri ,.lu kt:>' • ':~,.~ t-:~¡;:u, .. ! •
1! •. 1·
0
·Ul
, \ :\.t ~:1.\:1.rr:i.
, \'I\ , el (•1•nn;tl C:.1t:iurll:1s 1 ; \'h·.1 rl G••11rr.1I ~tol:i 1 ,V1\'.1 l.1 llt-1 (i1.1.11111c1611 du ¡.;n1rn!
Texto leído en el Acto de Consagración de los Requetés al Sagrado Corazón de Jesús realizado en un acto masivo político religioso el 26 de julio de 1936 en la Plaza del Castillo de Pamplona. Reproducido en el Diario de Navarra de ese día. ADFPN-JCGC. Acws I
José Luis Oriol, diputado tradicionalista por Álava en la República, arengando a la población frente al Seminario de Vitoria (agosto de 1936). A continuación se izaría la bandera monárquica en el edificio, siendo bendecida por el obispo de la Diócesis vasca, Monseñor Mateo Múgica. Reproducido e11 el Álava por Dios y por España, Vitoria 1936
-- -- ·- - -·- -·- -- -- --
14
'21
(1
6
4 l. Echauri 2. Es1ella 3. Azania
4. Maíieru 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.
LC7.aun Larrión Lerfn Torres del Río Viana Berbi111.ana O lire
12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21.
Corclla Navascués Monreal J\rruaw Arguedas Tudela Lumbicr Sangüesa Pcralra Barásoain
•• 11 •
Capitanes del Requeté Tenientes del Requeté Alféreces del Requeté
Localidades que incorporaron el Tercio de Pamplona en 1936
Zonas de monte y pasto, no habitadas (Las Bardenas, etc.).
Geografía del Requeté navarro. Terri torio del que se nutrió el Terci o de Pampl ona y red ele «oficiales» del Requeté en l as ca· beceras de zona. Ela/Joraci611 p ropia a partir de los Fondos del AIWU
r
PAMPLONA ESCALA 1:10000.
J.•SECTOR 1.-Cam1ml11. 1 2.-llospnal 1 icjo 9.-Es1afc11, 23 10.-Monie de Pi«lod l l.-J31icr. 2 12.-Tcj
Librería e imprcn1a de don Rcgino Ocstinsa. Mi. Pbu de S.. Fnncil
24.-Coltgio de 11..... lS.-Asilo del Ni!o Jtsils IJ.-San Grtgorio. SS 28.-San Anión, 27 29.-Ciudadcla, 1 30.-Dclcgoción de ll acienda SECTOR DE ~1'RA.llUROS NÚMERO 1 43.-Cuiioo Esqu1nlz 44.-Escvtbs de AbeJ
a pauulbs 1'0i1111ts del R
l"SECTOR 3.-.lfa)'Of, 2S 4-Dcscal""' 21 S.-Jan11t1, 28 6.-Z.po1i. 30
Despliegue realizado por el Requclé de Pamplona en la jornada de las elecciones generales del 16 de febrero de 1936 con el fin de conirolar «mililarmente» la capilal navarra con ese mo1ivo. Fondos del ARBU
al parecer, desagradó al primero (de lo que hizo manifestación ostentosa). Del periódico marchó a casa para comer. A la mesa se sentaron su hermano Galo, que venía de realizar su misión en la Rioja (y pasar la noche en la cárcel), su cuñado Ricardo Zulueta, de Falange, y con él Agustín Aznar y otro jerarca falangista (miembros de la cúpula de l partido apresada en marzo y dispersada por disti ntas cárceles del país). Tras la comida, todos marcharon a Hermandad Alavesa, como hi zo toda la gente de la derecha vitoriana para informarse sobre la marcha de los acontecimientos (Aznar marchó al frente y a José María Pobes le tocó hacer servicios en e l Gobierno Civil)62 . Como se ve, los canales se prolongaban desde las redacciones de los periódicos a las casas particulares y las sedes de los partidos. Muchos jóvenes de las capitales formaban parte de la Juventud Católica. Era el caso de l vitoriano Urbano Ortega. Había entrado de tiple en Ja parroquia de San Vicente. Pronto fo rmaron un grupo de txistularis impulsados por el padre Pedro Elorza, consiliario de la Juventud Católica. Tenían su sala de juegos, y con frecuencia se hacían representaciones teatrales, comedias y numerosas fiestas juveniles63 . En Pamplona, Agustín Za baleta pertenecía al Orfeón Pamplonés («lo más grande ... el Orfeó n era todo»), agrupación musical creada en 1892, con cuarenta y tantas obras de una voz (obras regionales) en su repertorio y numerosas obras corales del barroco y el romántico europeo. Tenían su edific io al que acudían j óvenes de toda Pamplona (entre ellos, numerosos carlistas: los hijos de Remigio Múgica, Millaruelo, jefe del Requeté, Mariano Beunza, etc.). Ensayaban cada día y hacían prácticamente toda su vida social en el salón del edificio: jugaban su partida de mus, hacían sus merie ndas, etc. Agustín Zabaleta también pertenecía a la Adoración Nocturna. Justo la noche del 18 al L9 de j ulio, tuvo función la iglesia de los Paúles. Allí se presentó de uniforme Mario Ozcoidi (hombre muy rocero, de buen trato) y les informó de que «estaba ya en danza e l movimiento» . No fue necesario más. Al día siguiente, se presentaron dos del «grupito» del Orfeón. En los días sucesivos fueron presentándose los demás64 • Aq uellas agrupaciones juveniles no fueron directamente empleadas en la leva. Sin embargo mantenían, a través de la amistad y el trato, contacto fl uido con el círculo implicado en la acción política. De modo que, una vez iniciada la recluta, como ocurre con la cereza que arrastra a otras del cesto, aquellos grupos de socialización juvenil fueron reproduciéndose dentro de las compañías del Requeté que se iban formando. También los seminaristas, que en verano se relacionaban con universitarios, bachilleres, maestros, etc. de sus pueblos de origen (iban de merienda, jugaban al fútbol, o daban paseos -con su vestimenta negra, tenían prohibido el acceso a los bares-) jugaron cierto papel como transmisores de ideas y en la recluta de la juventud más cultivada de los pueblos. En aquel círculo de «iniciados» en el mundo de la cul-
62 José M.' Pobes, j ulio de 199 1 ( 11.A); Luis Rabanera, 13 de septiembre de 1994. Urbano Ortega, 12 de marzo de 1992 (38.A). 63 Urbano Ortega, 12 de marzo de 1992 (38.A y B). 64 Agustín Zabaleta, 20 de diciembre de 1993 ( !09.A).
[11 7]
l
tura, Navarra -y todos los aspectos referidos a ella (en su propia versión) - eran tema de conversación frecuente: el catolicismo, la historia, etc.65 Hacia el mes de junio de 1936, «ya sabíamos que la guerTa estaba para saltar>>, cuenta Javier Lorente, seminarista en Pamplona por aquellas fechas. En principio tenían prohibida toda actividad civil (y aún más, política). Ni la prensa diaria podían leer sin la autori zación del padre espiritual. De modo que, decidido a salir con el Requeté, fue a hablar con el padre espiritual, el director Cándido Arbeloa. «Padre Cándido -comenzó-, vengo a decirle confidencialmente... lo que usted pueda ver íntimamente ... La decisión suya va a ser causa de una decisión mía muy trascendental. Se está preparando la sublevación contra la República. -¿Hay algún militar? - le inten-oga e l director. --Sí hay militares, no cabe duda. Pero no es un movimiento legal -ambos hacían referencia a la obligación de obediencia a la autoridad en la tradición cristiana; como si la presencia de militares legitimara e l gesto. - Pero están buscando gente, sobre todo gente carlista -él ya lo sabía, comentaba Lorente... -¿En conciencia podría yo hacerme ... salir voluntario - no tengo intención de dejar el sacerdocio, claro- que no fuese obstáculo para ser el día de mañana sacerdote? ... -Mira - le respondió- Dios puede hacer por sí mismo las cosas que puede exigir a los demás. Pero puede exigir a los demás las cosas que quiere Él que, siendo buenas, las hagan los hombres. Si Dios quiere hacer un milagro, pues bien, que lo haga para que cambie España. Pero si no lo hace, la única solución que tiene hoy España (por la persecución religiosa, por la disolución de la Compañía de Jesús, por el laicismo y todo eso) ... es solamente una sublevación. -Entonces, ¿puedo recibir su bendición para irme al frente?» Y el director espiritual le dio la bendición. Él se lo comunicó a sus compañeros en las mismas circunstancias: «Podemos ir tranquilos. Tengo la bendición del padre Cándido»66 . En ese punto, los seminaristas se sintieron misioneros de aquella nueva causa: «Nosotros veíamos. Y lo veíamos más que todos los que estábamos preparándonos para una batalla que es tremenda contra el pecado, contra la muerte eterna»67 . Y así se preocuparon de transmitirlo aquel julio de 1936, en que ya estaban de vacaciones en sus casas. Bien. No era aquella la situación de un partido milicia, como la descrita por Emilio Gentile para el PNF y sus squadristi. No. Aquella movilización fue antes el resultado de la ampl ia trama social que unía capilarmente a aquella sociedad que producto de una di sciplinada orden de levantamiento. Se enviaron emisarios, hubo órdenes de movilización, pero, todo ello circuló, funcionó a través de esa red social compleja, variada pero fortísima. 3.3.
EL PAPEL DE LAS COMUNIDADES
Éstos eran los mecanismos -o algunos de los mecanismos- que ponían en contacto a la ciudad con el campo. Sin embargo, ya en el interior de cada pueblo, se activaron los mecanismos locales de relación social. Básicamente, y a fuer de introdu-
65
66 67
Javier Lorente, 26 de mayo de 1993 ( 102.A); 4 de junio de 1993 (81.B). Javier Lorente, 26 de mayo de 1993 (85.B: 108). Javier Lorente, 4 de junio de 1993 (85.B: 520).
[118]
-- - - - --·---
---------~
cir una sistemática, fu ncionaron dos tipos de mecanismos. En algunos lugares se activó lo que, siguiendo a Thomas y Znaniecki, he llamado más arriba e l fenómeno del suceso extraordinario e n el marco de la opinión social de la com unidad, un acontecimiento que rompe la ru tina de la comunidad y frente al que todos sus miembros adoptan una misma actitud, con consciencia de hacerlo y que produce el efecto de reforzar la unidad e moti va del colectivo 68 . En otros, por e l contrario, la llamada a l levantamiento antirrepublicano fue asumido como prolongación de la pugna banderi za que se producía en la localidad (en los que se mezclaban aspectos de estatus, económico, ideológico, etc.). En los días posteriores al 19 de julio continuó la leva de gente. El día 22 llegaba a Fresneda (Álava, munic ipio de Valdegovía, de unos cien habitantes) un autobús Sauden de la Compañía Álava con e l fin de reclutar gente. Aún ese vehículo, que hacía e l recorri do Puente larrá-Bilbao, circulaba por su línea regular e l 2 1 de j ulio martes; el domingo día 19 había habido feria en Medina de Pomar (Burgos, a unos kiló metros de Fresneda) y ha bía estado tremenda mente conc urrid a. Al llegar a Fresneda tocaron la campana y todo el mundo -que se hallaba e n las fincas- acudió. Era evidente que algo grave ocurría para que se tocara Ja campana. Reunida la parroquia, el pueblo moral (sobre todo los que iban al bar de Toribio Salazar, la mayoría, no tanto los que iban al bar de Villate que eran más marginales en el pueblo), les animaron a a listarse. Hablaba el alcalde pedáneo y el cura. También un maestro del lugar que pasaba las vacaciones en casa de sus padres. Los mayores les animaban tambi én a alistarse (entre e llos el señor Marcos - Marcos Narbona-, «todo un hombre, de derechas de siempre», dice uno de los que se alistó). Les decían «que había que ir, que eran quince días, y que de lo contrar io - de ganar los rojos-, todo desaparecería, les qu itarían todo». El autobús continuó por otros pueblos de la zona, y a la vuelta se al istaron tres de los jóvenes más decididos (aproximadamente un sesenta por mi l sobre la población masculina, cuando la media de Álava fue de treinta y nueve)69 • No me atrevería a decir que aque llos tres voluntarios fo rmaban parte de la «solidaridad defensiva» 7 de l pequeño pueblo (aunque podremos observar otro caso, el de Landa y Ull íbarri, que tal vez sí pudiera ex presarse más aj ustadamente en esos tér-
º
68 Algo i milar a la viva y altamente articulada opi11ió11 pública del pueblo de Pitt-Rivers ( 1989: 65), que lograría mantener la unidad moral del pueblo. 69 Alvaro Dfaz Barreda, 21 de agosto de 1989 (3.A); Hipólito Martfnez, 2 1 de agosto de 1990 (no hay grabación) y 21 de octubre de 199 1 (2 1.B); A ntonio Ortiz de A nda, 3 de diciembre de 1990 (4.A). 70 Ha solido hablarse de la solidaridad fiscal como rasgo común a muchas comunidades de aldea (rasgo que se dará en el País Vasco y Navarra). La expresión la derivo de ahí, pero ciertamente existió y funcionó en lugares como la Cataluña de la i nvasión francesa de fi nales del xvm con el so111mé11 (véase, por ej emplo, Aymes, 1991 : 196-209), que, como ha demostrado Jordá y Giiel, ni ser instituidas por el Conde de la Unión cont ra el francés ( 1794), no hicieron sino institucionaliz:tr formas espontáneas de autodefensa (sobre las formas posteriores del somatén, ya en un nivel diferente, véase González Calleja, 199 1). Pueden verse otras situaciones comparables en la i nstitucionalización de la revuelta campesina del xv1 y xv11 en Francia (Bercé, 1974) y en la revuelta antirrevolucionnria ele la Vendée a principios del XJX (Bois, 1980).
[ 11 9]
minos), que los tres jóvenes salieran en nombre o en representac ión de la voluntad común de los vecinos para evitar «que todo desapareciera». Hubiera requerido unas formas más institucionalizadas de actuación. Pero es indudable que el tañer de la campana (que Lisón Tolosana pudo observar que era «el símbolo más expresivo de la unión mística de la parroquia»71 ) había conc itado e n ese pueblo esa comunión afectiva interna que se producía en situaciones e n que la comunidad se hallaba en peligro (como en los casos de fuego, etc.; e l mismo toque a rebato era propio de tiempos en que debía avisarse al pueblo de una incursión enemiga), o simplemente, reconfortaba y calmaba (tras una calamidad o una ausencia) la ansiedad de las gentes72 . El protagonis mo de Ja campana será permanente en esa zona de Yaldegovía y en otras de la región de Álava y Navarra. En Osma (doscientos habitantes), a pocos kilómetros de Fresneda, también sonaron las campanas de Ja iglesia cuando el au tobús (el mismo Sauden) se acercó por el pueblo a reclutar gente. En esta ocasión, fue mal recibido (al menos por una parte importante de l veci ndario), pero el sonido de Ja campana, convocando al vecindario, resultaba igualmente imperativo para cada miembro de la comunidad. Sentían que las campanas les «llamaban», que el toque les obligaba a acudir (co mo lo habían hecho en otros casos excepcionales). Uno de los vecinos de Osma recuerda que él «aunque tocaron las campanas, no tenía intención de bajar» (se encontraba recogiendo yeros, un tipo de forraje). De hecho algunos sólo bajaron tras ser amenazados. Aquí la adversativa indica contrad icción. A pesar de que las campanas obligaban a todos, él se negaba a bajar (como veremos más ade lante, ya se había corrido la voz de que llegarían, y había quienes, por nacionalistas o por ser hijos de republicanos, no tenían intención de marchar)73 . Y es que de hecho en aquellos valles, tanto la reunión del concejo como del arca de misericordia, etc. eran convocados con la campana74 . Avisaba e l alguacil el día anterior y, en el día, se repicaba la campana un cuarto de hora antes. Naturalmente, to-
71
Lisón, 197 1: 288. Sobre el efecto emotivo que la campana producfa 1ambién en el campo francés, véase Weber, 1983: 52 y sigs. 73 Antonio Ortiz de Anda, 3 de diciembre de 1990 (4.A) y 29 de mayo de 1992 (39.B); Timoteo Olabarrieta, 3 de febrero de 1992 (32.A). 74 Ins1itución, la del concejo, que se mantenía perfectamente vigente, especialmente en municipios como Valdegovía que incluía 27 pueblos con sus mon1es, caminos y terrenos propios, sus prácticas de vereda, a11zala11 (en Navarra), las suertes. mecanismos de bique y renque para el uso del molino o la es1abulación del semental , minadas (seguro para el ganado), y un largo etc.; con un funcionamiento de tipo consuetudinario puro en Álava (salvo lo regulado en el Estatuto Municipal de 1924 y su modificación en 1925 para Navarra) y en parte nonnativizado por la Diputación en Navarra (donde además existían entidades restrictivas corno la veintena, quincena y 011ce11a; u, otras, de orden abierto como los batzarre en la zona de la Barranca). Instituciones que, además, podían agruparse en valles y cendeas, o tener mancomunidades para la explotación de un terreno (como la Consierra de A rcena que incluía a ci nco pueblos del sur del municipio de Valdegovía, etc.). Véase Hipólito M art ínez, 30 de septiembre de 1991 ( 18.A); Félix Igoa, 6 de octubre de 1992 (78.A); Francisco Esteban, 2 de julio de 1992 (49.A); para el funcionamiento normativo en Navarra véase Garcfa Lesaga, 1972; un estudio etnográfico, entre otro . sobre la organización concejil al norte de Navarra véase L apuente, 1986. 72
[120]
- - -
-- - - - - - - - - - - - -
das las funciones religiosas se hacían a toque de campana. Pero también se tocaban a diario: a primera hora el del alba, a las doce e l 6ngelus (se rezaba tres Ave-Marías, parando los domingos e l juego de bolos), por la tarde el del ave-maría y, a la hora, el de la oración para retirarse. Estaban además el de la agonía, el del funeral, el del fuego a rebato y, naturalmente, los de las grandes fiestas en las que se tocaban todas las campanas a vuelta. Además con las campanas se tocaba a vereda y cuando se sacaba e l ganado con el pastor, o había la revisión anual de las vacas para la minada (u na especie de seguro de ganado). Una vez al año se tocaba el llamado mal toque (cuatro toques seguidos), por el que los veci nos eran convocados por el recaudador para que hicieran e fectivos sus impuestos75 . La campana, pues, estaba presente en la vida diaria del luga reño, siempre para recordarle un acto comunitario (de ahí la expresión de Lisón de Tolosana). También en Espejo las tocaron. Cuando la oyeron (cuenta un niño de la época) pensaron que alguna cosa pasaba, que algo se quemaba. Recuerda que cuando había fuego tocios ayudaban, hasta los chavales, llevando agua o lo que fuera. Era cuando las campanas tocaban a rebato. Al acercarse al puebl o vieron a soldados apostados «entre las dos vueltas» (lugar céntrico de Espejo donde se organizaban fiestas, bailes, etcétera). Algunos se alistaron voluntarios, otros como la fami lia de Ruiz, fueron obligados a e llo76 . Pero también en este caso la campana actuó convocando a la comunidad, aunque no se concitara el estado de opinión social, pues ya, en estos casos, la comunidad se hallaba dividida por banderías. No era e l caso de los pequeños poblados situados al norte de Este lla. El párroco de Lerate, Jesús Ancín, acompañado por un seminarista llegaba a Lácar e l 20 de julio buscando información. En e l pueblo se encontró con que la mayoría había salido hacia Estell a ya. Conocido este dato, se vistió un buzo, se cubrió con una boina y marcharon ambos en bicicleta hacia Estella, donde se pusieron a las órdenes de l delegado de orden público de la ciudad. Éste les facili tó un vehículo, y con él recorrieron Abárzuza, Ariza la, Riezu, Muez, etc. Desde estos pueblos e nvi aba n enlaces en todas direcciones (A iturgoyen, Azcona, Arguiñano, Irujo, Gembe, Vidaurre, etc.). En cada pueblo hacían sonar las campanas convocando a la gente. Tocaban a rebato. El párroco de Lerate se sentía predicando la Cru zada como Pedro el Ermitaño. La emoción debía ser tal, que prometieron eri gir a Ja vuelta un monumento a l Sagrado Corazón de Jesús en Lerate. Los camiones transportaron en dos viajes un gran gentío hasta e l cuartel de Estella. La movilización había sido tan intensa en la región, que e l cuartel les rogó que volvieran a sus casas. Sin embargo, el sacerdote insistía, y con el ánimo de hacer tiempo, agrupar a Ja gente y presionar a los militares, inició el rezo del Santo Rosario con todos los voluntari os orientados hacia el Santuario de l Puy. Pero las limitaciones eran reales: no existía equipo para toda aque lla gente. Ante la im posibilidad de marchar hacia e l frente, Jesús Ancín recorrió otros
15 Hipólito Martínez, 22 de octubre de 1991 (23.A y B); Á ngel Pinedo, 15 de junio de 1992 (48 .A). Juan Cniz Sáenz de Arzamendi, 20 de enero de 1992 (30.A). 76 Á ngel Pi nedo, 15 de junio de 1992 (48.A); Basilio Ruiz, 15 de junio de 1992 (48.B) .
[1 21]
pueblos con su mono y boina roja, improvisando discursos en Jos ayuntamientos y junto a los párrocos. Sólo e l 24 sald rían hacia Cegara, donde se encontraron con don Mónico Azpilicueta, el conocido párroco de Lezaun . E l camino lo hicieron e n caravana entre rezos e himnos con el padre Jesús Ancín dirigiendo la expedic ión desde la baca del vehículo. El propio Jesús Ancín lo relató después : «En los dos días recorrí estos valles de Guesálaz, Yerri y Val de Goñi, con buen resultado: se llenaron los cuarteles de Estella, y cuando no cabían más, los llevábamos a Pamplona.» También realizaron labores de represión (que e l padre José llama «apaciguamiento») en varios pueblos de la Ribera77 • También don Mónico Azpilicueta recibió e l aviso la noche del 18, vistió su sotana, se puso la boina y con el fusil recorrió en un vehículo los pueblos de alrededor, convocando a la gente hacia Estella. Él mismo se puso al frente ele los requetés de Lezaun, y marchó con ellos a pie hasta Echarri-Aranaz. Allí se encontró con el popular Benedicto Barandalla, con quien hi zo una parte de la campaña. En Ugar y Abárzuza, pequeños pueblos del norte de Tierra Estella, los vecinos fueron convocados a toque de campana, lo que produjo entre Ja gente dispersa por los campos un especial estado de e moción, pues sabían que se trataba de la llamada a la movilización (de la que ya habían tenido noticias previas)78 • Como puede verse, la opinión social de la aldea, formada por un fuerte componente de emotividad, simbolizado en la campana de cada parroquia, jugó un importante papel a la hora de concitar un estado de ánimo que impulsaba a la movilización. Después de todo, en muchos casos, la marcha sobre Pamplona o Vitoria era la «actitud común» que adoptaban todos los miembros del pueblo ante e l «suceso» del levantamiento, que marcaba los contornos de Ja comunidad y reforzaba su unidad. Pero he dicho también (y hemos visto ya algún caso) que muchos pueblos se hallaban divididos en bandos79 • Era el caso de Labastida en donde, por una parte, se hallaba un poderoso grupo de anarquistas y, por el otro, el bando carlista que, con los
77
ARL!. Tercio de Nuestra Señora del Camino. Este grupo formó posteriormente una compailía de la Falange. Decían que ellos se habían enrolado por la FE, de modo que los militares lo tomaron al pie de la leLra y les encuadraron enLre las unidades de la Falange Espailola, la FE. 78 Mónico Azpilicueta, 25 de septiembre de 1992 (68 y 69); Víctor Garayo, 22 de septiembre de 1992 (67.B); Fennín Lezaun, 30 de septiembre de 1992 (72 y 73). Ha s ido muy comentada la colaboración de los sacerdotes en la recluta. Tal es el caso del párroco de Aramendía (Navarra) o el de Bemedo (Álava) y un largo etc. Véase lturralde, 1966: 154-155 y 191. 79 El concepto bando ha sido empleado por 1. A. Durán ( 1972: véase comemario en l 70n.) de modo bastante libre tras recoger el término de la historiografía espailola. Equivaldría a las facciones de Luque ( 1976) y otros términos que vendrían a ser grupos socialmente heterogéneos unidos por lazos de interés y amistad asimétrica en un medio comunitario dentro del que se establecerían con frecuencia relaciones de patronazgo. Un bando se constituye siempre contra otro bando y se defi ne en el marco de ese conflicto. Cabe entenderlo en el marco de una pugna dentro de una sociedad que se organiza según el principio de los bienes /imitados (George M. Fostcr, artículo en Ame rican A111hropologist 67 de 1965, citado en Burke, 1991: 255) según el cual todo lo deseado y valioso se daría en una cantidad limitada, por lo que la satisfacción de uno implica la insatisfacción del otro. La banderfa se produciría en el momento en que se rompe la solidaridad comunitaria para ser sustituido por la solidaridad dentro del bando y la lucha enLre bandos.
[122]
conservadores como Pobes de su parte, dominaba el ayuntamiento. Los incidentes durante la República fueron numerosos. El más grave, el de diciembre de 1933 (que ya se ha relatado80), en el que los anarquistas locales se levantaron en el marco de un planteamiento de revolución general en España. Aunque aquel levantamiento no se representó como pugna banderiza, pues Jos propios anarquistas se preocuparon de decir al vecindario que se trataba de poner en marcha una idea general y que no iba contra ningún vecino en particular8 1• Fue atacado el cuartel de la Guardia Civil como representación del Estado. Las consecuencias fueron dramáticas, y, lógicamente, abonó la división entre los bandos. «Como asaltaron el ayuntamiento, lo mismo podían haber asaltado la Iglesia», decía un miembro del que iba a ser el requeté local a partir de enero de 1935. Organizaron, en consecuencia, la vigilancia de la Iglesia, se armaron e hicieron instrucción mi litar a las órdenes de Julián Ruiz, que había servido en África. De todas formas, nunca aquella maquinaria militar fue empleada en el pueblo (aunque las chirigotas, burlas y riñas eran frecuentes). El primero de mayo de 1936 los requetés, en número de unos treinta o cuarenta, colgaron varios trapos rotos en las esquinas y un pantalón en un árbol, representando una bandera. Se trataba de burlarse de la manifestación del primero de mayo que habían organizado «los otros». Al paso de ésta se pusieron a jugar al fútbol en la misma carretera. Los manifestantes, en número de unos doscientos, se enzarzaron con el grupo a palos y puñetazos. Finalmente, los carlistas se retiraron y la manifestación continuó. Antes, se habían ti rado mutuamente con boñigas, pero las pistolas no fueron utilizadas en ningún momento. Por la noche hubo bai le con música de la banda. En un momento dado se quiso tocar el himno de Riego. Los carlistas de la banda se negaron, con lo que se organizó un gran alboroto. Era frecuente que, cuando se tocaba el de Riego, los carlistas saltaran y brincaran, «y eso [hacía queJ les llevara los demonios» a los del otro bando. El caso es que el alboroto fue a mayores (la fiesta estaba avanzada y los ánimos se habían encrespado), hasta que se produjo un disparo que hirió a Alejandro Amurrio, teniente alca lde carlista. En la investigación que realizó la guardia de asalto al día siguiente fue detenido el alcalde Luis Martínez, también carlista y director de la banda de música. Se le acusaba de haber sido el instigador de los incidentes. Sin embargo, la impresión en el pueblo, aparte de que en estas situaciones se hiciera lo posible por llevar fa contraria, era que prevalecía la convivencia en el día a día. Después de todo, «todos eran de familia... Había incluso hermanos que unos iban para un lado y otros para otro». Donde estaban las cosas realmente mal era fuera del pueblo, sobre todo en Madrid. Lo sabían por la prensa que recibían en el Círculo (Pensamiento Alavés y El Pensamiento Navarro). «Porque las monjas iban por la calle -decía uno de ellos- y las desnudaban, las forzaban y hacían lo que querían, quemaban las iglesias, ... » De modo que, cuando la noche del 18 de julio recibieron el aviso de moviliza-
Véase en esta misma Parte, apartado 1.3. De hecho, los Pobes, los mayores terratenientes de la localidad, no fueron molestados y se advirtió a los carlistas que la revo/11ci611 no pre1endía dañar a ninguno de ellos. En cualquier caso, hubo quienes tuvieron sus am1as preparadas en casa. 8o 81
[123]
ción, rápidamente estuvo dispuesto el grupo de l requeté. La mañana del 19, Julián Rui z subió a Vitoria a recabar noticias directas. Por la tarde, llegaba el camión de Honorio lbisate (de Lagrán) que les llevó a Vitoria (el pueblo estuvo rápidamente contro lado por e l apoyo de la Guardia Civil). F ue liberado Luis Martínez (alcalde y director de banda), y con la gente de Labastida se formó la primera banda de música del Requeté, que desfiló en Vitoria en la fiesta de Santiago82 . De nuevo -aunq ue en esta ocasión sólo al principio, luego la represió n, como en otras partes, enardeció las voluntades-, el conflicto banderizo se proyectaba hacia el exterior, creyendo, tal vez, que por esa vía se impondría su propio modelo para el pueblo. Se producía, por esa vía, un a vaga introducción y socialización de los del lugar en lo que era la política nacional. Según aquellas ideas abstractas (anarquismo, tradicional ismo) se construían en el pueblo bandos concretos. Por otro lado, a pesar de ese afán de llevar la contraria, la pugna tendía a establecerse en Jos té rminos dentro/fuera (tal como ha observado Shanin en las comunidades de aldea83). Conflicto banderizo en el interior del pueblo e intento de resolverlo como pugna contra e l exterior. Una mezcla - dicho en los términos toscos del analista- de conflicto horizontal que tendía a representarse ve11icalmente como tendían a hacerlo las comunidades cohesionadas, con una fuerte componente de unidad interna (que no era e l caso). Naturalmente, la motivación de los requetés de Labastida era la más alta. Salieron con el mejor ánimo hacia Vito ria a «dar la cara por Dios» y para imponer la unidad en el pueblo bajo el orden católico84 . Algo similar ocurría en Laguardia. También allí bandeaban entre católicos y republicanos (aunque en este caso, la izquierda era más moderada y más débil). También allí se produjeron incidentes a los largo de los años de la República (aunque no de la gravedad de lo ocurrido en Labastida en 1933). Hacia 1934, en la procesión de la Semana Santa se produjo un pequeño incidente. Los obreros que estaban haciendo el Sanatorio de Leza (a pocos ki lómetros de Laguardia) pasaron «por medio [de la calle], como haciendo alarde» y con la ropa del trabajo. Ese modo de pasearse ante la procesión fue considerado como una afrenta por la derecha, y salieron de las filas para pegarles. «Y gracias a un cura que los metió a un portal, que si no ... » No es que hicieran burla, decía José Briones (uno de los más activos en e l requeté de Laguardia, pero iban «con Ja boina y por medio de procesión, como diciendo "aquí estoy yo" y haciendo un poco de alarde». Los obreros eran gente de Laguardia, de modo que conocían las costumbres del lugar. «Mira que podían haber ido por otra calle», comenta Briones. Pero eran como comunistas (en Laguardia no había comunistas, serían probablemente de la UGT). Uno de aquellos republicanos (Puelles, alguacil) atentó contra Salvador Briones (hombre de Oriol en Laguardia y hermano de José). Sin embargo, le confundió con José León Cadalso (republicano moderado, primo del
82 Ponciano Santamaría, 19-21 de diciembre de 1990 (6.A y B); Julio Orive, 14 de enero de 199 1 (29.A); Manuel Martínez Íñigo, 14 de enero de 199 1 (29.A); José Aguillo, 14 de enero de 1992 (29.B). 83 Shanin, 1983: 199 y 247. 84 Julio Orive, 14 de enero de 1991 (28.A).
[124]
"""I!'....,.._ _ _ _ _ _ _ __
-
- - - -- -
- -- --
pistolero) que pasaba por allí. Puelles fue detenido e indultado el 14 de abril de 1936 (aunque se le imponía vivir fuera de Laguardia). A pru1ir de aquella decisión «hubo lío todos los domingos y días de fiesta». En uno de éstos, multaron a los carlistas con 2.500 pesetas. Éstos se negaron a pagar, con lo que el 6 de julio les llevaron a la cárcel, donde permanecieron hasta el 19 (mientras hubo rumores de que la gente de Ja izquierda asaltaría la cárcel con apoyos de Logroño). El 19 de julio les soltó un teniente de la Guardia Civil. Les dijo «no os metáis con nadie». «No nos meteremos con nadie.» Y así fue: cogieron el colchón y se fueron para casa. Allí se cambiaron de ropa porque era fiesta, era domingo. Por la tarde vino el autobús que les llevó a Yitoria85 . Bandería y grupo acti vo del requeté que se presenta en la capital de provincia para tomarla, y desde allí controlar el nombramiento del alcalde o el delegado gubernativo que tantos problemas les había generado allí en Laguardia (pues éste había sido quien les había multado y encarcelado). Sentimiento de comunidad y bandería fueron dos de las fuerzas que conmovieron internamente a los pueblos a la hora de enviar voluntarios a las capitales de provincia.
3.4.
DISPOSITIVO MILITAR E IMPOSICIÓN
Hubo también otros factores no volitivos sino impositivos que impulsaron aquella movilización. Naturalmente, el contar con que la guarnición local se había sumado a la sublevación animó a más de un indeciso. Aunque tampoco cabe suponer, sin más, que Navarra (o también Álava) se alzó porque la guarnición lo hizo. Resulta casi una broma. «La geografía de la sublevación coincide con los lugares en la que se alzó la guarnición», se ha dicho. En realidad, en todas partes los hechos se produjeron de la tensión entre factores voli ti vos e imperati vos (con una combinación diferente de ambos según los lugares). También en Navarra y Álava. El mismo día 19 de julio, José María Pobes, de Renovación Española, y un compañero suyo fueron hasta el cuartel de Artillería de Vitoria «para forzar las cosas». Había que hablar con los oficiales. Inmediatamente se les comunicó que «todo iba bien» con lo que volvieron a sus quehaceres en el gobierno civil86 . Claro que, tal como testimonia un requeté de «familia de derechas» de Vitoria, implicado desde el primer momento en la sublevación pero sensible al clima exterior al núcleo más activo (su actividad social se desarrollaba entre la Juventud Católica), «cuando el Ejército se sumó las cosas parecieron en Vitoria decididas» para la población en general y, en ese momento, la derecha sociológica menos comprometida no tuvo ya ninguna duda87 .
85 José Bri ones B arrei ro, 1O de enero de 1992 (26.A); Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 ( 108.A); José Agu illo, 14 de enero de 1992 (29.B). 86 José Marfa Pobes, julio de 199 1 ( 11 .A). 87 Urbano Ortega, 14 de marzo de 1992 (38.B). Para los hechos en Vitoria puede verse Segunda Parte, apartado 2.4.
[125]
Los factores impositivos -dicho toscamente- jugaron un gran papel en aquella movilización. También en Álava y Navarra. Cuando a Salinillas de Buradón (véase supra) llegó aquel autobús con militares en su interior el día 19, la simple presencia de los soldados con sus cascos de campaña, no sólo impresionó a los niños (que creían estar viviendo un juego de guerra), sino que dejó sentado ante toda la comunidad que aque llo iba en serio y que la fuerza estaba de parte de los sublevados (lo que animó a éstos y neutralizó cualquier idea de resistir desde la legalidad por parte del ayuntamiento controlado por gente de l Partido Radical88). Todo el dispositivo logístico a disposic ión de las guarniciones estuvo en manos de los sublevados desde el pri mer día. En los días sucesivos se organizaron viajes en camiones y autobuses por los pueblos, que iban recogiendo a la gente. Por esa vía llegó Asterio García, de Olite a Pamplona (en donde se inscribió en el Círculo). Cada día, cuenta, pasaba un camión por Olite, Pitillas, Caparroso y otros pueblos de l contorno recogiendo voluntarios para llevarlos a Pamplona. Él marchó el día de Santiago (25 de julio) 89 . Por la zona de Ja Ribera navarra pasaron numerosos camiones con tropa para dar Ja sensación de gran fo1taleza y estimular el alistamiento de la gente 90 . También en la zona de la Rioj a Alavesa y la Montaña se puso en marcha esa práctica, pasando por un pueblo varias veces e l mismo camión con fuerza para dar la impresión de que la movilización estaba siendo general: «Sólo quedá is vosotros» , venían a decirles91. La Guardia Civil también fue decisiva en el primer momento en numerosos pueblos (Tudela, Laguardia, Labastida, etc.), de modo que quedaba garanti zado el control del pueblo mientras los requetés encuadrados marchaban a las capitales de provincia (antes les habían servido como informantes con ocasión de registros o redadas y el 19 de julio les sirvieron armas)92 . En Osma (pueblo de Álava con doscientos habitantes) los «comprometidos» habían sido avisados el domingo 19 de j ulio, al ir a misa, por Hilario Pinedo (sastre y quien hacía las veces de cabeza del bando carlista en el pueblo). Tras la misa fueron a su taberna, la de Hilario Pinedo -que tenía también el teléfono-, y allí se pusieron de acuerdo para ir a Vitoria. Si embargo, la recluta había sido corta en el pueblo, de modo que el 22 de julio enviaron un Sauden de la Compañía Álava (el mismo que había pasado antes por Cárcamo y Fresneda). Al llegar al pueblo tocaron las campanas convocando al vecindario. Con el autobús habían llegado Macario Guinea (un señor mayor de Tuesta) y Lesmes Zaraín Alonso (de Acedo, que tenía fama de cacique). En el pueblo había habido bandería. La mayoría se reunía en el bar de Pinedo, pero había quien iba a la taberna de Eusebio Amigorena, donde solía ir Martín Ortiz
88 Quienes, al poco, marcharían a Vitoria para afiliarse a Falange con la esperanza de recobrar su situación anterior en que disponían de un patronazgo en la capital : el patronazgo del director de La Libertad, Luis Dorao. 89 Asterio García, 30 de junio de 1993 ( 106.A). 90 Testimonio de José María Jimeno Jurío a Ibarzábal, 1978: 142. 91 Ponciano Santamaría, 19-21 de diciembre de 1990 (6.A). 92 Manuel Martínez Íñigo, 14 de enero de 1991 (29.A).
[126]
- - -- ----- ------------------------
de la Fuente, regente del Montepío Diocesano, nacionalista, y cuya hija solía ir por Osma a veranear con otras dos amigas (también el párroco, Lucas Armentia, pasaba por ser filonacionalista). Estaba, finalmente, el bar de Saturnino Olabarrieta, al que solía acercarse Cipriano Olabarrieta, hermano del anterior y mu y amigo de los Castresana (comerciante y prestigioso republicano de Vitoria). Su hijo, Timoteo casó con Tere Ortiz, que serviría en casa de los Castresana. Cipriano era, además, amigo de Ardfaz Sobrón, trabajador de la Caja Provincial que, con un camión, recorría los pueblos vendie ndo patatas y demás. Era del Sindicato de Villanueva y pasaba por ser «bastante politiquillo 1de tendencia l. republicana». El ambiente se enrareció, e n parte, con la decisión de la traída de aguas al pueblo (en los años 20). El informe técnico y el presupuesto se hi zo a través de Martín Orti z de la Fuente (lo hicieron sus hijos), y Cipriano Olabarrieta se opuso (también Fidel Pinedo del bando de la derecha). El caso es que aquello, aunque no dividió al pueblo hasta provocar riñas y peleas (como ocurrió en Laguardia, por ejemplo), sí fue motivo de habladurías y rumores. Existían rivalidades soterradas au nque no una hostilidad abierta. En 1936 al parecer se corrió la voz de que Cipriano y otros habían votado por Viguri (candidato del Frente Popular por Álava) en las elecciones93 . En fin, el rumor y la maledicencia (todo esto serían «politiqueos») dominaba e l ambiente. Sin embargo, prevalecía la idea de la existe ncia de una unidad moral de la comunidad. El pueblo estaría presidido por la armonía (con pequeños roces) en el que todo e l mundo se trataba y donde no ex istían los «piques». Prevalecían las buenas formas en el trato cotidiano sobre las rivalidades que no trascendían expresamente al escenario público. De modo que ése era e l ambiente con el que se enfrentaron los del autobús cuando tocaron las campanas. Se convocaba al pueblo pero muchos decidieron no bajar (a pesar de la campana). Debían estimar que qu ienes habían querido ir, habían salido ya desde el bar del Pinedo. «A nosotros nos olía mal», comentaba el hijo de Cipriano. Otros, como Vicente Ortiz, tampoco bajaron; aunque estaban confundidos, no sabían qué hacer. Habían oído rumores por el pueblo sobre lo que ocurría en Vitoria, pero no sabían nada c ierto. U no de e llos, Lesmes Zaraín, que era un tonto que se crefa ministro (lo dice e l hijo de Cipriano), comenzó a amenazar con el fusil y a disparar al aire. Anton io Ortiz de Anda, que estaba segando yeros en la Gargantilla, y no había querido bajar, fue avisado por la «señora Antonia» (madre de Amigorena, propietario del bar). Le decía que o bajaban o si no subían a por ellos. Bajad que «SOS van a matar», decía la mujer apurada. Bajó y se encontró a su madre «echando unos llantos que ni sé», ante e l volteo de campanas, la emoción y el estado angustioso que le embargaba. De ese modo bajaron todos (los últimos fueron Timoteo Olabarrieta y Vicente Orti z, hijos de Cipriano y del «señor Domingo»).
93 Además debieron votar el «Seflor» Domingo Ortiz (luego consuegro de Cipriano, íntimo amigo de aquél por ser el uno 1-lozalla y el otro de Mambliga, Burgos, junto a la Pcfla de Ordufla), el Pasiego y Justo del Río (que tenía un hijo sordomudo y Cipriano le decía que si votaba a Yiguri, algo iban a hacer por ellos). Al parecer no estaba claro que el «seflor Domingo» hubiera votado por Yiguri, pues era de derechas, pero ése era el rnrnor por ser íntimo de Cipriano. A ese nivel llegaba el control social en la aldea que tenía doscientos habitantes.
[127]
En ese momento el señor Domingo (que «era de Oriol», es decir, que era tradicionalista), desde su autoridad de persona mayor del pueblo se enfrentó a los recién llegados. «Quién es el que manda aquí», dijo. «-Yo», contestó Lesmes el de Acedo, que llevaba un brazalete. «-Pues en poca personalidad han puesto el mando (Porque viene un militar o una persona así -comenta Timoteo Olabarrieta- y dices pues bueno. Pero un chico de allí, que era de un pueblo y que no era nadie ... ) Y le dice: - Le pongo contra la pared y le pego dos ti ros. Verá si mando.» O en otra versión similar, e l señor Domingo se enfrenta a Macario Guinea al que le dice: «pero bueno, y ustedes quiénes son para venir aquí, ... para llevar a los chicos del pueblo», a lo que contestaba el de Alcedo: «0 se callan o les pego un tiro.» (Al parecer más adelante el señor Domingo, baj ando hacia Bilbao, se encontró en Orduña con el padre del chico - de Lesmes. Le comentó el incidente y el padre de aquél le debió contestar algo de esto: «los hijos no valen para nada. Porque yo estoy en e l frente con él y me le limpio». El señor Domingo seguía quejándose «-Mira que me pone contra la pared a un viejo como yo y dice que me va a pegar dos tiros .. .» El padre de Lesmes estaba completamente de acuerdo en que era una indignidad aquel trato vejatorio que había dado su hijo al señor Domingo.) Definitivamente, salieron doce de Osma al frente (más los que ya habían marchado voluntarios). «De treinta y seis vecinos de Osma -cuenta uno de ellos-, fíjate que montón de ellos vinimos. O sea que fíjate cómo se quedó el pueblo.» Al ir hacia Vitoria, Macario Guinea, uno de los reclutadores, se quedó en su pueblo, en Tuesta (lo que acrecentó la desaprobac ión moral de los que iban)94 . De modo que allí (como también en otros muchos lugares), a pesar de la bandería, la recluta se realizó con la desaprobación de la opinión social del pueblo. Había una clara condena moral del modo en que actuaron los reclutadores. Fue la amenaza de vio lencia extrema (la gente temía por sus vidas) la que forzó a la gente a desplazarse a Vitoria. Ése fue el motivo, sin duda, de que al primer inc idente con los o fi ciales en el frente, todo ellos --empezando por los más convenc idos- se volvieran a casa a los pocos días (arrostrando e l riesgo de ser acusados de desertores). Casos como éste se dieron en otros lugares, de modo que la imposición jugó en muchos casos del lado de la recluta. 3.5.
POR ESOS CAMPOS Y MONTES . LAS PARTIDAS
Aquellos parajes eran variados. Si nunca puede pensarse en una geografía humana homogénea, la diversidad de situaciones se multiplica cuando el mundo social se limita al ámbito del pueblo, de la parroquia. Es el caso que nos ocupa. No era lo mismo, por ejemplo, ser carlista e n Lagrán, donde eran jóvenes que trataban de deshacerse de la férula caciquil, que serlo en Santa Cruz de Campezo (a unos
94 Todo el relato basado en Antonio Ortiz de Anda, 3 de diciembre de 1990 (4.A) y 29 de mayo de 1992 (39.A y B); Lucio Menoyo, 18 de diciembre de 1990 (5.A); Ángel Pinedo, 15 d e junio de 1992 (48.A); Timoteo Olabarrieta, 3 de febrero de 1992 (32.A).
[128]
veinte kilómetros, en la misma provincia) en donde ese papel lo habían asumido los nacionalistas vascos y e l carlismo se ha llaba a la defensiva. También Ja propia situación material de aislamiento, las dific ultades de comunicación y de vida apegada a la tierra hacía que la llamada a la movi lización llegara de forma muy variada a los dis tintos rincones. Así Juli o Orive, un o de Jos requetés de Labastida más comprometidos, había ido a segar e l día 19, cuando desde e l 18 estaban los enlaces convocando a todo e l mundo. Eran tres hermanos y dos de ellos carlistas. La vinculación al carlis mo le venía por parte de su madre, que «era carl ista fina», pues e l abue lo por parte de madre había sido alabardero de don Carl os. En cambio su padre era, en palabras de s u hijo, más liberal, «de derechas pero li beral», pues s u otro abuelo había siclo «magistrado, o algo así». Se rumoreaba que cua lquier día se alzaban, pero su padre no quería que marcharan, les necesitaba en el campo y eso del carli smo «no lo sentía». En cambio su madre estaba deseando que se produjera la «marimorena». Bien, estando en e l campo bajó un primo de su mujer gritando: «que ha estallau». «Cojo la hoz yo y [le digo a mi padre! padre, ahí se queda. Coge e l otro [hermano yJ lo mismo. Dónde hostias vais. Que donde vamos ... que ha estallau la revolución95 ». De allí marcharon a casa. En casa, su madre les abrazó. «Sí hijos - les dijo-, es hora que llegue, ... » Y se marcharon sin escuchar a s u padre (que lo entendió) y con el entusias mo ele su madre. Subieron a la plaza de Labastida y allí estaba el camión de Honorino lbisate de Lagrán96. En no pocos lugares actuó la vergüenza. En tie rra Estella, cerca de Allo un padre ante la negati va de sus hijos a salir al frente («ya sabéis que para esas cosas debéis ser los primeros», les había dicho) se disgustó hasta tal punto que llegó a indisponerse. Sólo se mitigó su disgusto cuando los hijos le comunicaron que se iban. «S i mis hijos no llegan a irse aque lla tarde, me muero)>, dice López Sanz que dijo el padre. Probable mente, aparte de las creencias, lo decía avergonzado del comportam ie nto de sus hijos: «fa lsos» les había llamado97. En Lizarraga Francisco Aristorena había subido e l domingo a la sierra con las yeguas (Lizarraga era un pueblo de montaña con economía ganadera), cerca del túnel de Lizarrusti. Cuando te rminó con s us labores, bajó al pueblo. Debían de ser las dos, y una de las amigas le dice: «Oye tú, pero cómo estás tú aquí (mecauen la leche, yo no sabía nada - subraya Francisco comentando su estado de ánimo, y su inquietud- , había andado por la sierra y eso, no había visto nada y no sabía nada). - Pues, ¿por qué dices eso? -se sorprende. Yo vengo de la sierra. -Sí. Todo Abárzuza y toda tierra Estella está baj ando ... - ¿Qué pasa pues? -¿No sabes, o? - Yo no sé nada. - Si estamos en guerra. - Mecauen la ley, mecauen, también eso; ¿ahora estamos en guerra? - Pues, tus compañeros ya están en Echarri, ya ... - Meca11e11 la leche.)) En casa le hicieron el mis mo comentario. Así que
95 Es relat ivamente frecuente escuchar a los requelés hablar de r11vo/11ci611 . U na explicación dada por Antonio l zu (labrador de Echauri a Ronald Fraser) en Fraser, 1979: 1, 166. 96 Julio Orive, 14 de enero de 1991 (28.A) 97 López Sanz, 1948: 200-20 1.
ll 29]
se mudó, comió un poco y marchó hac ia Echart'i (q ue es donde había ido el resto)911 • Obviamente, él hubiera ido con sus compañeros (era de los más activos requetés del pueblo). Pero la presión moral de su comunidad era también tremenda (y hubiera sido insoportable de haberse quedado en el pueblo, cosa que en ningún momento pensó). Aristorena no era, ni mucho menos, de los que se arredraban, pero su despiste en la sierra activó la conciencia moral del pueblo. Un vecino de Artajona que había dejado un hijo recién nacido y una mujer enferma, comentaba: «Yo quiero a mi mujer y a mi hijo, pero me daría vergüenza quedarme en el pueblo cuando todos van a luchar por España» 99 . Naturalmente, todos ellos hablaban de la vergüenza que tenía que ver con su reputació n en la comunidad (y no tanto e n su acepción actual). Y la pérdida de la reputación podía significar la marginac ió n, no ya de la persona, sino de toda la casa (de ahí la preocupación del padre cuando los hijos no salían) 100 • En ese sentido lo empleaba J. G. cuando decía en carta personal dirigida a los de s u casa que «me dicen que han salido ya los mozos que por allí quedaban -se refiere a Sangüesa. ¡Buen remedio les habrá quedado si aún tenían algo de vergüenza» 1 1• Hubo quien se enteró cuando vio las colu mnas pasar frente a los campos en que trabajaba. Eso fue lo que le ocurrió a Manuel Arbizu, de Bacaicoa. Era unos de los requetés más activos de la zona de la Barranca, pero sólo supo de la movilización cuando vio pasar frente a su pueblo a los camiones de Arapiles que iban para Alsasua. El estaba recogiendo hierba en ese momento. Hasta ese momento, todo había estado muerto, dice, nadie se había movido e n la zona. Dejó «ris-ras», dice, la hierba, que la tenía muy bien colocada, cogió bicicleta y marchó a Echarri. Allí ya se encontró con don Mónico, e l párroco de Lezaun (a quien conocía algo de antes) con una partida de requetés de su pueblo, unos 30 calcula. En Echarri sí había movimiento. Volvió con su bicicleta a avisar a los de Bacaicoa (casa a casa), y también al grupo de Iturmendi (donde había unos cuantos). Pero no se llevó a ning uno. La mad re de uno le dijo «Un hijo tengo soldau, y ahora el otro .. . No, no, no irá, no.» Y pudo llevarse con él a ningu no 1º2. Tras aquello, se incorporó a la famosa partida de Barandalta 103 • Entre los días 20 al 29 hicieron labores de vigilancia por la vía hasta Alsasua. Luego marchaban a hacer guardia a Lizarrusti, a Aitzako (monte junto a la carretera), en la estación (en general, de dudoso valor militar, pero muy aparentes). Esos días también fueron por los pueblos: Huarte Araquil, Arruazu, Arbizu,. .., por todos los pueblos de la Barranca trayendo requetés. Visitaban al alcalde o a alguno de sus «partidarios» en el pueblo y les reclama-
º
98
Francisco Aristorena, 10 de octubre de 1992 (77.A: 111 ). López Sanz, 1946: 69; 1948: 182. 100 Sobre la vergüe!l'W y su signi ficado en el sur (que no es exacto con zonas como Navarra), puede verse Pitt-Rivers, 1979: 42 y sigs. y 158 y sigs. 101 ARPA, J. G., 7 de septiembre de 1936. 10 2 Manuel Arbizu, 31 de julio de 1992 (55.A y B). I03 V~ase Tercera Pane, apartado 2.3. 99
[130]
ban que enviaran un grupo de requetés. E llos mismos iban en pequeños grupos donde les mandara Benedicto Barandalla (alcalde Echarri-Aranaz y autoproclamado capitán del Requeté de la zona): «Iros a Arbizu, decir esto y lo otro ... la gente de los bares y eso.» De modo que iban por los bares reclutando gente. Eran días de trabajo (de recogida de hierba y de trigo), y la gente se resistía a veces. Pero decían: «ya irá, cuando pueda, ya irá». Solía ser el padre quien hablaba. O también «ya iremos cuando hayamos terminado la siega». De todo modos, los que no quisieron sumarse a la partida pronto dejaron sus casas para enrolarse en ella, «porque vieron la mala». Obviamente, se les amenazó. Barandalla preguntaba por los de cada pueblo, pues les conocía, aunque ninguno de éstos había estado antes en el requeté 104• Aquello fue una leva al viejo estilo. Barandalla había «levantado bandera de reunión» en Echarri, y con los suyos reali zaba Ja leva en la zona que consideraba «de su jurisdicción» (la zona de la Barranca navarra). Si aq uella fue una recluta al más viejo esti lo de la leva, en otros lugares se organizaron grupos de autodefensa, al estilo del somatén primorriverista. En Espejo Manuel Ramírez organizó una partida (a la que puso el pomposo nombre de Milicias Armadas de Valdegovía al Servicio de Espaíia) formada inicialmente por su hijo, su hermano y otros tres bilbaínos que veraneaban en Espejo. Manuel Ramírez tenía una fábrica de harinas en Espejo con la que había hecho cie1ta fortu na. Tras ello, y dejar a su hermano Adolfo al frente del negocio, inició sus actividades empresariales en Bilbao (donde abrió casa). Solía veranear en Espejo (como hacían algunos otros bilbaínos). Actuaba como un verdadero patrón. Era e l modo más seguro de colocarse en Espejo: llevar una recomendación de don Manuel. Muchos de ellos se colocaron en la fábrica de harinas o en lberduero gracias a su mediación 105 . Pues bien, aquel grupito se desplazó y pidi ó armas e n el Gobierno Civil. Se les dieron algunas, y el día 23 formaron las Milicias con otros quince vecinos del lugar y proximidades. Con aquellafuerza (y en colaboración con la Guardia Civil de Miranda, bl.oquearon e l paso por la Peña de Orduña (una de las salidas naturales de Bi lbao hacia Ja Meseta). Cortaron la carretera el día 24, y los cables de te léfonos y te légrafos que aún eran uti lizados desde Bilbao para tener noticias de los movi mientos de fuerzas en el sur. En uno de los controles que realizaron, detuvieron el vehículo oficial del presidente de la Diputación de Vizcaya. Se dedicaron, además, a requisar víveres entre los vecinos de la zona (hasta seis camiones), incautar aparatos de radio y vigilar e l paso de aviones desde la Peña (aquellos que se acercaban a Bilbao) 106• Resulta pues notoria la heterogeneidad de aquella recluta.
104
105 106
M anuel Arbizu, 3 1 de julio de 1992 (56.A: 190). Basi l io Ruiz, 15 de junio de 1992 (48 .B); Á ngel Pinedo, 15 de junio de 1992 (48.A). In forme de José Ubago realizado en 1938. En ADFA. DA. 12692.
[ 131]
3.6.
PUEBLOS FRONTERIZOS
En el norte de Álava, haciendo fronlera con Guipúzcoa, se da un caso señalado de autodefensa comunitaria (o como le he llamado antes solidaridad defensiva). En Landa ( 176 habitantes en población dispersa) y otros pueblos de Ja zona había un cierto «pique» con alguno de Mondragón. En el pueblo alavés la mayoría era o bien tradicionalista o nacionalista (por influencia del cura y del maestro), mientras que a la zona (municipio de Arrazua-Ubarrundia) solía venir uno de Mondragón, el Pícolo, que era «un comunista muy grande». Con aquel había habido algún encuentro de bar, pero sin más consecuencias. Llegado el 19 de julio, Ja gente de Landa (que tenfa una zona de montaña fronleri za con Guipúzcoa) continuó con su labor cotidiana: siguieron escardando maíz y alubias en el campo. Incluso e l panadero-lechero que hacía el recorrido desde Vitoria, trayendo pan, hasta Arechavaleta, en Guipúzcoa, para volver a Vitoria llevando leche, continuó haciendo su recorrido habitual. No es que no supieran de la guerra: sabían que toda Guipúzcoa había quedado del lado republicano, mientras Álava (salvo la zona de Llodio) estaba controlada por los sublevados desde Vitoria. El cura, el maestro y el teniente alcalde (padre del comunicante) recibían e l periódico. Pero ellos continuaron con su vida habitual. Hasta que entre el 23 y el 25 detuvieron al lechero en Mondragón. Desde ese día pusieron una barrera en la carretera y cortaron el ferrocarril (y aun más tras el día en que un coche a gran velocidad se saltó la barrera). La detención del lechero produjo muy mal efecto en el pueblo. Pero ellos, en principio estaban al margen de lo que ocurría en el resto del país: siguieron con sus labores del campo. Sin embargo, las milicias organizadas desde Mondragón llegaban hasta el hayedo, cerca del pueblo. Y dado que la población estaba diseminada en caseríos, un día se llevaban unas ovejas de aquí, otro un ternero o unos bueyes. Desde Vitoria el Ejército enviaba a diario un pelotón a caballo para dar una batida por Jos montes 107 . Pero no era suficiente, las requisas desde la zona de Mondragón continuaban (especialmente sobre los caseríos más alejados de encima de la estación 1 8) . La gente de los caseríos venía a quejarse al «alcalde de barrio» (un nacionalista) de las requisas de víveres. Finalmente, se hi zo una Junta del Concejo. Se decidió que la gente de los caseríos bajara y se instalara (con su ganado) en las casas al sur del Zadorra (en casas de parientes; se habilitó también la casa del maestro). De ese modo se dificultaban las incursiones. Otro tanto estaba ocurriendo en Ullívarri (pueblo del mismo municipio, con 140 habitantes y parecidas características). De modo que decidieron enviar una representación de los pueblos a reclamar apoyo desde Vitoria. Se entrevistaron con el gobernador civil, Cándido Fernández lchaso. No iban a título individual (subraya el
º
107 Lo confirn1a Pedro Pobes, 8 de octubre de 1994 ( 116.B). Su padre José María Pobes realizó esos primeros días servicios de guardia a caballo por esa zona y en la zona del Gorbca (fronteriza con Vizcaya). 108 Por la localidad pasaba el Anglo-Vasco.
[132]
- - - - - - - ----------------------
comunicante), representaban a todo e l vecindario. Allí presentaron su queja por la escasa protección que recibían, siendo como eran unos pueblos en la frontera entre ambas zonas. El gobernador, en pleno esfuerzo por enviar fuerza a Madrid, preguntó sobre el número de vo luntarios que habían salido de los pueblos: «Ninguno», le contestaron. Fernández lchaso, que era hombre autoritario, les ordenó incorporarse al Requeté, y, de momento, les retenía en Vitoria. Los munícipes contestaron algo de este tenor: «Usted manda aquí, pero allá mandamos nosotros, y tenemos nuestras responsabilidades, mujer, hijos y vecindario; con que volveremos al pueblo como sea.» Finalmente, llegaron a un acuerdo: ellos marcharían, el gobernador enviaría a un destacamento del Requeté y los representantes de los pueblos se comprometieron a organizar la recluta de voluntarios en los pueblos. Al llegar al pueblo informaron y convocaron de nuevo Juntas de Concejo. En ellas se decidió que «cada casa» enviara j óvenes según su disponibil idad: si en una casa había tres jóvenes debía enviar dos, si dos uno, y si uno dependía de las circunstancias familiares. El teniente alcalde de Landa (padre del info rmante), comenzó por inscribir a su hijo. Debía dar ejemplo: él e l primero, pues ostentaba la representación del pueblo y había sido uno de quienes negociaron con Fernández lchaso. Así fue cómo sobre el 7 o el 12 de agosto salieron trece requetés de Landa 109. Aquellos requetés, junto con un piquete de requetés de Laguardia que habían sido enviados desde Vitoria, fue e l primer destacamento en la zona. Naturalmente, los requetés del pueblo continuaban yendo a sus casas a lavar la ropa, etc. Posteriormente fueron movilizados más allá de su zona, e hicieron la guerra como los demás 110• Éste sería un caso característico de defensa comunitaria y en e l que la comunidad de villa se transforma en célula institucional de la recluta (au nque rápidamente quedaría diluida en e l Ejército). No sería el único caso. Conocemos al menos otro caso en que este proceso se lleva aún más allá (y su disolución en el Ejército sería mucho más tardía). Es el caso de Echarri-Aranaz y la Partida de Barandalla. Pero a ella me referiré más adelante 111 •
3.7.
LOS PODERES DE MEDIACIÓN E INFLUENCIA
Las formas de recluta fueron aún más variadas. En Peñacerrada, Álava, la mayoría era católica. Pero no católica al modo de Mañeru (en que el carlismo obtenía mayorías insultantes), ni al modo de Laguardia. El catolicismo mayoritario en Peñacerrada era de la CEDA. Este pue blo de la montaña alavesa había estado votando Hermandad Alavesa (la formación en que el carlismo era mayoritario) durante las e lecciones de l 93 1 y l 933. De hecho aquella formación había tenido abierta su ofi-
109 11
148 por mi l sobre población masculina. Un porcentaje alto (véase Anexo y Ugarte, 1988).
º Relato basado en Juan Cruz Sáenz de Arzamendi, 20 de enero de 1992 (30.A y B).
111
Véase en la Tercera Pm1e, apartado 2.3 .
[133]
cina en la localidad. Sin embargo, en las elecciones de J 936, aquella situación dio un vuelco decidido: la Hermandad Alavesa obtenía 37 votos, 7 eran para el Frente popular, 18 para los nacionalistas vascos, y 306 para la CEDA, que se presentaba por primera vez en Álava 112 • El artífice de aquel cambio había sido el secretario del ayuntamiento. Y también el secretario sería quien asumiera la tarea de la recluta. Su influencia se basaba en su situación en el ayuntamiento y en los excelentes contactos que mantenía con Vitoria. Peñacerrada era un pueblo con un pequeño sector republicano agrupado en torno a los propietarios de la cantera y los obreros canteros que trabaja ban para ellos (que habitualmente solían ser de fuera del pueblo, navarros; quienes provocaron algú n incidente al comer cordero el Viernes Santo y pinchar al sacerdote que se lo reprochaba), cierta memoria del somatén primorriverista y un sector mayoritario católico, temeroso de que les llegara la revolución del sur (al sur tenían a Labastida, de donde habían venido en 1933 varios anarquistas huidos de los guardias de asalto). El J 9 de julio el secretario del ayuntamiento convocó a todos los jóvenes del pueblo en la plaza y fueron llevados a Vitoria en un camión requisado (allá se perdieron algunos y estuvieron a punto de volver al pueblo). El caso es que, todos aquellos que habían dejado de votar a Hermandad Alavesa para votar CEDA, se alistaron en el Requeté al llegar a Vitoria 11 3 • También el que sería secretario del ayuntamiento de Labastida, Daniel Campomar, se dedicó a reclutar gente en Treviño, de donde era nalural 114 . Otros fueron directamente llamados por el alguacil que hacía el recorrido acompañado por un grupo de tradicionalistas 115 • Se hicieron descubiertas en territorio fronterizo (como en Ochandiano) de donde pudieron ser traídos algunos tradicionalistas 116 • Peor suerte corrió el estudiante José Ramón Isasi Aldama, de Lezama. Recibió Ja orden de organizar la milicia en la zona de Lezama y Llodio. En este último pueblo se puso en contacto con la Guardia Civil, que le pidió una orden por escrito para sublevarse. Volvió con ella, pero fue hecho prisionero, pues ya la ciudad estaba controlada desde Bilbao. Fue fusilado en la cárcel de Larraina en Bilbao el 4 de enero de 1937 117 . Las presiones para alistarse fueron aumentando según pasaban los días. Millán Astray, con su estilo chocarrero, estuvo en la zona de Álava y Navarra a finales de agosto. En Tafalla, como hacía cada vez, pretendió «acoger» en el seno de la «nueva España» a los católicos nacionalistas vascos. Hizo subir a alguno a besar la bandera
112
Pablo, 1989: 345. Aorián López Femández de Gamboa, 13 de enero de 1992 (27.A); Aurelio Femández Rosas, 13 de enero de 1992 (27.B); Félix Elorza (27.B); Albeno Alonso Manínez de Baroja, 23 de diciembre de 1992 (3 1.B). 114 ADFA. DA. 12692. 115 Tal el caso del pueblo de Ollerfas, en que uno de ellos (Francisco Laconcha) fue hecho prisionero por los republicanos cuando realizaba aquella labor en ese pueblo de frontera (Álava- Vizcaya). Véase ADFA. DA. 5398. 116 Julio Orive, 14 de enero de 1991 (28.A); Manuel Martfnez Iñigo, 14 de enero de 1991 (29.A). 117 ADFA. DA. 12692. 113
[134]
---- - - - - · - - - - - -
(algo parecido ocurrió en Vitoria 118) mientras anatemizaba a la izquierda. Al día siguiente aumentó el número de alistados e n la localidad 11 9• En Cintruénigo, pueblo republicano, da una arenga en el Casino. Anima a los presentes a alistarse, pero dando opción a no hacerlo. Uno de Jos presentes se atreve a comentar que él no lo hará. Al parecer Millán Astray le debió contestar que no se preocupara, que él, en efecto, no iría. Un comentario macabro y de extrema crueldad pues al día siguiente el interpelado aparecía muerto. Natura lmente los alistamientos aumentaron en Cintruénigo 12º. También varios sacerdotes tenidos por nacionalistas fueron presionados para que animaran el alistamiento de sus pueblos respectivos. El tema fue casi obsesivo para los mi litares. Ya el 27 de julio se quejaba Alonso Vega en una comida mantenida con Mola de que la tarea se veía dificultada a causa de algunos nacionalistas de la provi ncia y una parte de l clero 12 1• En Navarra dos sacerdotes eran represalia.dos porque en sus pueblos respectivos no había salido ningún voluntario. En Elciego, el coadjutor que pasaba por ser nacionalista tuvo que animar la recluta de nuevos requetés en la población. Incluso en las entrevistas que los militares, en un intento de forzar la voluntad del PNV, tuvieron con alguno de sus dirigentes (García Benítez con Javier Landáburu, en Álava), pretendieron que éstos dieran instrucciones a los sacerdotes bajo su influencia para que animaran al alistamiento 122 . En Araya, al norte de Álava, los republ icanos realizaron una incursión desde Guipúzcoa (Oñate) en busca de rehenes (el secretario del ay untamiento y e l médico). Eso era la noche del 10 al 11 de agosto. Secuestraron al primero pero e l segundo conseguía escapar. También marcharon con ellos algunos hombres del pueblo que se sentían amenazados. Enterado el teniente coronel Fernández Ichaso, gobernador civil, culpaba de la incursión al párroco Andrés Ruilope (acusado de filonacionalismo). Inmediatamente organizó una operación de propaganda-amenaza en la que intervino é l mismo y obligó al sacerdote a animar a los ayaleses a alistarse al Requeté y a decir que él mismo marcharía como capellán de éste (como lo hizo) 123 • Debió ser la obsesión de los mi litares, obcecados por quebrar la espina dorsal del sector del c lero que, efectivamente, se hallaba influida por el nacionalismo (sector en parte protegido por el obispo Mateo Múgica). Los carlistas eran más expeditivos, se hallaban más seguros de su propia fortaleza. A Sangüesa donde la recluta se estaba produciendo con lentitud, fue enviado Ignacio Baleztena (personaje pintoresco). A l parecer iba por las calles gritando y alistando a los que pillaba (u nos de buena gana, otros no tanto) y los iba encerrando en el convento de los Jesuitas de Ja calle Goya. De ese modo, como un antiguo caballero, logró reun ir hasta doscientas personas que luego fueron enviadas a Huesca (con Baleztena al frente) 124 •
118 11
9
120 12 1
122 123 124
Véase Parte Segunda 3.3. Aliaffaylla, 1986: 11, 227. José María Jimeno Jurfo a lbarzábal, 1978: 142-143. lribarren, 1937: 146. Iturralde, 1966: 167, 191 y201. PA, 12 de agosto de 1936. Testigo anónimo, vecino de Araya, 8 de septiembre de 1987. ARLI. Tercio Burgos-Sangüesa.
[ 135)
3.8.
UNA MOVILIZACIÓN A REBATO
Resulta aventurado sacar conclusiones definitivas, pero aquella «Orden de movilización», lejos de ser una apelación a individuos más o menos alienados y encuadrados en organizacion'es paramilitares, o de ser un llamamiento de signo popular, con un discurso y un programa más o menos articulado, fue más bien una llamada a rebato desde la capital y se realizó como una recluta personal no ideologizada sino que apelaba a un pathos previo, a una emoci611, que trataré de perfilar más adelante. Tal vez pueda establecerse que fue posible, de un lado, gracias a una densa red social que unía a las capitales con toda la provincia. Creo que no es exagerado decir que en aquella red, basada en las relaciones asimétricas de l patronazgo y la deferencia, jugaron un papel central esos abogados, mi litares retirados, corredores de comercio, etc. que constituían la clase media conservadora de la provincia. Clase que pudo establecer sus criterios a la hora de perfilar el nuevo proyecto político que aspiraba alumbrar aquella movilización (otra cosa es que consiguiera imponerse por encima de las capas altas del establishment, de las que eran jerárquicamente dependientes; o el nivel que lograron, tras los tres años de guerra, en la configuración del régimen de Franco). Si ésa fue, de un lado, la clave de la movilización, la otra fue la fuerte presencia de la comunidad y sus instituciones en ell a. Tanto si se basaba en e l intercambio solidario y la identidad de actitudes, lo que he llamado opinión social unitaria, como si ese mundo se dividía por rivalidades más o menos abiertas, era el ambiente social de la comun idad de aldea corno lugar de socialización total, el ámbito en el que aquella movilización adqu iría sentido (si bien, en un movimiento reflejo de la división comunitaria dentro/fuera, las pugnas locales se proyectaban en estructuras exteriores, dando forma, de ese modo, a opciones de política nacional, ya desarrolladas en otros niveles y otros ámbitos). Naturalmente, las situaciones variaban mucho de unos lugares a otros. Los polos serían la familia y e l pueblo de un lado y la nación de otro (y en medio la provincia, que fue el poderoso marco, no debemos olvidarlo, en que se articuló la movilización, el ámbito que unía la comunidad rural y el espacio urbano, los pueblos y la pequeña capital de provi ncias, y a ésta con Madrid). Además intervendrían otros niveles de mediación situados en tramos intermedios de la admini stración nacional como eran los secretarios de ayuntamiento, los párrocos, comerciantes bien situados en relación con la burocracia, etc. Y, en las ciudades, asociaciones de socialización de la juventud corno fueron el Orfeón Pamplonés, los grupos de la adoración nocturna, las juventudes católicas, que, aunque no tuvieron un cometido directo en la leva, sí jugaron un papel a la hora de acomodar a sus miembros en la nueva estructura militar. Ambos niveles, Ja red extendida por la clase media y el mundo de la comu nidad atrapado en ella, constituiría la transposición a la sociedad (aunque no en términos exactos, o más bien constituyendo ambos niveles, campos no ensamblados de modo simple) del pacto entre establishment y movimentismo que e dio en el nivel político. De ese modo, aparte de la habilidad de unos u otros dirigentes, aquella estructura ha-
[136]
bría coadyuvado a que se diera aquella notable subordinación de los grupos movimentistas respecto del establishment 125 . De modo que, y en lo que respecta al ámbi to que nos concierne, parece matizable la afirmación de W. Kornhauser sobre el hecho de que el grado de disponibilidad para la movilización que se observaba en sociedades de principios de siglo tenía que ver con la falta de vínculos de comunidad, de grupo, etc., Jo que provocaba sentimientos de alienación y ansiedad que hacían a éstos proclives al encuadramiento político (cuestión en la que insistió también Hannah Arent y que parece cierta para una parte de Europa - probablemente la más urbana- 126). Como he mostrado en otra parte 127 , parece claro que la práctica de una «República republicana» 128 llegó de hecho a alarmar a un sector importante de la población (clases medias de la provincia y ámbitos rurales, por resumir), a crearles una cierta ansiedad ante la anomia social (Durkheim), ansiedad expresada a modo de nostalgia por un pasado supuestamente más integrado y dotado de elementos de identidad (resulta claro en el caso de Pamplona la recreación de los símbolos y valores de la vieja ciudad, de su cuerpo de comportamiento habitual que se produce durante la República por parte de ese sector 129). Que sólo un discurso que logró enlazar con aquel pathos mal avenido con la modernidad logró congregar a esos grupos 130 . Pero no es menos cierto que, en este caso, es la propia forta leza ele aquellos lazos comunitarios -que no fueron destruidos, sino que se transformaron con el nuevo tiempo- la que permite explicar el nivel de movilización producido en julio ele 1936 en Navarra y Álava. Esto, combinado con la ex isten cia de redes social es extensas que unían (trascendían) las comunidades locales con la ciudad y Madrid (la nación), fueron la clave de la movi lización131. Se dieron, de otro lado, según unas pautas de movilización que sólo con dificultad pueden ser catalogadas como las habituales de una sociedad de masas. Fue aquel la en buena medida una comun icación improvisada sobre la marcha, nada estructurada y a la vez eficaz, porosa, basada en la uti lización de los canales habituales de
125 Hay algo de ese dualismo que han observado algunos estudiosos en las guerras civiles del x1x español y en otros movimientos (como el del midi francés) europeos, entre el mundo de los notables o aristocrático y el mundo campesino, que colaboran, se complementan, pero que son mundos radicalmente diferentes, que pueden entrar en un momento en contradicción. 126 Véase nota 3 y sigs. de este Capítulo. 127 Ugarle, l 995a: Tercera Parte. 128 Es el encabezam iento de la editorial del carlista El Pe11sa111ie1110 Navarro del 14 de abril de 193 1. Luego continúa: «La más grave de todas las horas que ha vivido España ...», etc., con clara alarma ante el nuevo período que inauguraba el país. L o de la «República republicana» penenece a Auuia ( 11 de febrero de 1931) y quiere dar a entender que aquel régimen, si bien cobijo de todos los españoles, debía ser regido exclusivamente por republicanos (citado en Juliá, 1990: 62). 129 Ugarte, l 995a: Segunda y Tercera Parte. 130 A lgo simi lar a esto ha detectado Thomas Childcrs ( 1990) en la relación nazis sociedad alemana. rn Resultaría interesante contrastar lo dicho aquí con los sucedido en Schleswig-Holstein con los nazis y el mundo mral protestante, en la Austria no capitali na y la Heimwe/11; en Rumanía con los Legionarios, etc.
[ 137]
tránsito de la info rmación en la época y en aquel tipo de sociedad. ¿Podríamos calificarlas de premodernas ? Reinhart Koselleck ha observado con gran sutileza que la idea de Ja «anacronía en la contemporaneidad» fue introducida simultáneamente con la idea del progreso en la ciencia histórica 132 . Verdaderamente eran propias de l xx pues en ese siglo se dieron (lo que nos lleva a preguntarnos por e l empleo ahistórico del concepto de modernidad). Pero, en cierto modo, nos recuerdan a otras for mas de agitac ión campesino-urbana de la Francia ante rior a la Revolución, o a aquélla que se revolvió contra ésta en la Yendée, o la leva en masa realizada en 1870 en la separatista Bretaña francesa 133 , y que en España podemos observar desde la Guerra de la Independencia 134 y a lo largo de las guerras civiles del x 1x 135 (en las que constantemente se miraron los alzados de J936). Casi, por su informalidad y modos de transmisión boca a boca, recuerdan en sus formas a una llamada a asamblea realizada por los señores (los notables del partido en este caso) a sus gentes a través de los emisarios enviados a la provincia tras levantar bandera de reuni6n 136 . Naturalmente, no cometeré la imprudencia de no tomar en consideración Jos años transcurridos, el peso de la política nacional, las informaciones que de ésta llegaban a cada rincón del país a través de la prensa o e l púlpito, los mitines, etc. (de lo que aquí nos he mos hecho eco). Simplemente, se trata de subrayar la ex istencia y pleno vigor de unos vínculos de comunidad que permitieron movilizar sectores importantes de población, frente a otras situaciones (algunas zonas de Alemania, otras de Italia, tal vez Barcelona o Bilbao en España) en las que prevaleció la desagregación y atomización social como factor de movilización 137 .
132 133
Koselleck ( 1993: 346). Véase Bercé, 1974: passim, para el xv1-xv11; Tilly, 1970; Bois. 1980 para la Vendée; Weber, 1983: 153, para la Bretaña separatista. IJ-1 Véase Aymées, 199 1; Jover, 1958. 135 Que han sido poco trabajadas en este sentido, pero puede verse al pionero Jaume Torrás (1976), y, más recientemente, por ejemplo, Am abat, 1993 (véase bibliografía en la página 33). Son muy interesantes en este sentido los trabajos para la Francia meridional de Brian Fitzpatrick y de Nuno Gon~alo Monteiro para Portugal en el libro editado por Fradera, Millán y Garrabou ( 1990). 136 Así lo hizo en 18 1O Francisco Espoz y Mina ( 196 1- 1962). tras haberse sumado a la partida que dirigía su sobrino Javier Mina en Navarra al comprobar que no apareció por allí «hombre que, perteneciendo a la clase de títulos de mayorazgo o de riquezas tuviese alguna nombradía o prestigio para levantar bandera de reunión». En esta ocasión, 1936, sí habría personajes de nombradía y prestigio que lo hicieran. Se trataría de un sistema de leva que suplía al ban caballeresco en sociedades tradicionales (así la llamada a Comunidad realizada por el conde de Salvatierra, «capitán de las Comunidades de Burgos a la mar», a la Provincia para que pusieran «su persona y estado y parientes y amigos por la honra y defensa de dicha Provincia», y para que esta se «alzara y levantara en Comu nidad» en las guerra de las comunidades castellanas que recoge Eduardo Escarzaga, 193 1: 33 y sigs. El sis tema perduró en el x1x español en el bando carlista, en zonas de Francia (Fitzpatrick, 1990). en Suiza y Ti rol. Puede verse Keegan, 1995: 283-284. 137 Tan resaltada por los teóricos de la sociedad masa (Nisbet, Kornhauser y Arent) de tanta influencia en los análisis de las sociedades de entreguerras y específicamente de los fascismos (véase una discusión de aquellas teorías en Giner, 1979: passim, especialmente 192- 198).
[138]
La movi lización adoptó antes las formas de la llamada a rebato, la llamada a asamblea realizada por los notables del partido a sus gentes a través de los emisarios enviados a la provincia tras levantar bandera de reunión contra la República (tendremos ocasión de constatarlo de nuevo más adelante) que las del encuadramiento paramilitar o la apelación popular a través de un programa 138 •
138 Una discusión inJeresante de estas cuestiones (aunque aún algo aferrada a categorías de la Sociología, como la de pop11/is1110) en Pan-Montojo, 1990: 172-173.
(139]
SEGUNDA PARTE
La ciudad acoge a la aldea Nueva Covadonga «Ci udad de humo dormido. Ciudad doliente de campos y lluvia. Constreñida por el corsé ortopédico de la muralla donde los rastrillos de los portales jugaban a Edad Media en los anocheceres.»
JOSÉ MARÍA lRJBARREN «Pamplona fue toda ella un castillo, y más que ciudad, ciudadela.»
ÁNGEL M ARÍA PASCUAL «... dentro del cinturón amurallado vivía una familia compacta, unida hasta en sus disensiones, con tono regular, confortable, cri stiano.»
R AFAEL GARCÍA SERRANO «Cuando acabe de hundirse la cripta lóbrega de Leyre... , cuando la Virgen de Ujué o Roncesvalles no puedan ver en sus caminos las cruces ambulantes de los romeros, ... , si entonces hay [aún] ... quienes se pongan a hablar de un Reino, de un Reino que dio a España su corazón su corona y su sangre, como la enamorada que se da toda a su amor, en el sacrificio y en la gloria, es que todavía ni habrá desaparecido España ni habrá muerto su Navarra, la Foral, la nuestra! »
ELADIO ESPARZA, 1935 «Por la fe religiosa, por respeto a la libertad de nuestra concienci a, por la enseñanza y la efigie de Cri sto, que anhel amos ver pronto presidiendo nuestras escuelas; por la paz material, conturbada bajo el imperio de la más desenfrenada anarquía; por nuestras libertades forales, respetadas en sus características propias sin fórmulas exóticas; por todo esto ... la Diputación Foral y Provincial. .. dice a Navarra entera que i ¡ADELANTE!!»
ALOCUCIÓN DIRIGIDA AL PAÍS POR LA DIPUTACIÓN DE NAVARRA, 2 1dej uliode1936 «Desde las orillas del Po hemos comenzado una marcha que no podrá detenerse sin antes haber alcanzado el objetivo supremo: Roma ... El primer acto de desagravi o ha de ser una marcha sobre B erlín y la instauración de una dictadura nacional... Hal a, muchachos, vamos a sal var a España. Luego nos dijo que salíamos para Madrid.»
M ussouN1 (sept. , 1922); H1TLER (sept., 1923); M OLA Uulio, 1936)
- - - - - - --- --·- --
CAPÍTULO PRIMERO
Morfología de una concentración de masas El formidable gentío que transitó por las carreteras que convergían en Pamplona -sobre todo- y Vitoria a partir del domingo 19 de julio habla bien a las claras del éxito obtenido en aquella recluta hombre a hombre. Aquella movilización no era consecuencia, a decir verdad, de la desagregaci6n y ansiedad producida por la atomizaci6n social propia de la sociedad masa (como ha quedado dicho). Antes bien, eran los vínculos de comunidad y las redes de parentesco. Amistad o patronazgo los que permitieron esa inmensa capacidad de movilizar sectores importantes de población. Solamente en los diez días que quedaban de julio acudieron más de diez mi l voluntarios a Pamplona y más de mil a Vitoria 1• Hasta el punto de que la Junta Central Carlista de Guerra de Navarra ordenaba el martes 21 a los «voluntarios de los pueblos» que permanecieran «en sus casas hasta ser llamados a filas»2 • Hasta ese punto había sido la aglomeración en la vieja capital del reino. Comunidad y redes, y una particular autorrepresentación, cierto estado emotivo y de memoria que fue canalizada con ese fin. E n estos aspectos entraremos inmediatamente. El entusiasmo se había apoderado de amplios sectores de la población de aquellas provi ncias 3 . No por conocidas las cifras dejan de ser menos impresionantes: 18.097 navarros encuadrados en unidades políticas de combate (más del lO por 100
1 Los voluntarios llegados en esas fechas que se consolidaron como parte del ej ército sublevado en unidades de milicia fueron en Pamplona de 9.945 y en Vitoria de 971 (véase Pascual , 1987-1988: 603 y Ugarte, 1988: 75; en Vitoria se incluyen los llegados hasta el 23 de agosto). Hubo, además, otros a los que se les incorporó directamente a unidades del ejérci to (8 12 en Pamplona) y muchos otros que no hicieron la campaña por su edad (como, por ej emplo, Eduardo Marauri Jalón de setenta y tres años o Tomás Laguardia de sesenta y dos años, ambos de Moreda, Álava; cerca de Logroño; APFA: DA.12692). De modo que no es nada aventurado hablar de diez mil y mil personas movilizadas esos días. 2 EPN, 21 de julio de 1936. 3 Poco después ( 14 de agosto) la Junta ordenaba que no se enviaran más sumini stros (ropa y víveres básicamente) que se donaban desde los pueblos a Pamplona. Se solicitaba que se almacenara en los pueblos (Acta de la Junta Central de Guerra, vol. I, ADN. JCGC).
[143]
r de los hombres de todas las edades de la provincia) y 2.01 5 alaveses (casi el 4 por 100)4 • De állí paitieron en las distintas d irecciones5, según requirieron las necesidades del frente o los planes tácticos de Mola y su Estado Mayor (sie mpre asistidos, subord inadamente, por la Inspección Militar del Requeté de Navarra, anejo a la Junta Central de Guerra Carlista). Pero no eran ésos los planes iniciales de Mola6 que había previsto un despliegue estratégico, racional, de corte castrense, propio de un general e n operaciones: una compañía de Infantería, dos ametra lladoras y una sección de la Guardia C ivil a Sangüesa, con el fin de escoltar un convoy de diez camiones que traerían armamento de Zaragoza; un idades militares de Pamplona y Estella (Batallón Arapiles) sobre Tudela desplegándose desde ésta hacia Castejón, Rincón del Soto, Azagra, San Adrián, Lodosa y Me ndavia (toda una línea en el Ebro) con el fin de garantizar el enlace con Zaragoza, formar una línea de defensa de Navarra ante un posible contraataque desde Madrid y cubrir e l avance de la columna navarra por Soria-Guadalajara-Madrid; una fuerza de reserva en Estella y Vitoria (con el teniente corone l Alonso Vega) para un probable avance sobre Bilbao (San Sebastián se consideraba controlado por la guarnición de Loyola) y destacamentos a Liédena y Sangüesa (asegurando los accesos hacia Zaragoza), y Zúñiga, Alto de Carri gorri, Betelu, Leiza, Ezcurra y Vera, controlando los accesos hacia Álava y Guipúzcoa. Además, Mola había adoptado dos decisiones de corte político-militar: prioridad absoluta al avance de las columnas sobre «la capital de la República», corazón del régimen al que se aspiraba derribar (no es Madrid es la capital de la República la que se asalta) y, en caso de repliegue «NAVARRA [debía ser] el reducto inexpugnable de la rebeldía»7 . En este sentido, la cabeza lúcida de l general tenía c laras algu nas de las pre misas po líticas fu ndamentales : no bastaba pronunciarse: había que asaltar de nuevo el Estado en su propio corazón (con lo que ello implicaba de apoyo popular), y había, por otro lado, que preservar Navarra como símbolo y núcleo duro de aq uella nueva coalición (cívico-militar diría Mola) y origen de una nueva reconquista. Pero en aque llos planes apenas si había lugar para la movilización civil -que
4 El trabajo pionero en este sentido es el de Julio Aróstegui (1982) al analizar el Fichero de Combatientes formado a efectos administrativos por la Diputación navarra. Véase el Anexo. Esas cifras quedan sin duda cortas; así lo estima también Ángel Pascual ( 1987- 1988: 607), que cree han podido perderse algunas fichas (cosa nada extraña vistas las condiciones en las que se conservaron los Ficheros). Yo mismo he podido comprobar que los 124 voluntarios reseñados por mí mismo para el municipio de Valdegovfa uti lizando fuentes de archivo (Ugarte, 1988: 73) se convertían en 146 tras una encuesta sobre el terreno entre familiares y conocidos. También debe considerarse a quienes no pasaron de Pamplona o Vitoria a causa de su edad y otros que, por el contrario, tuvieron que marchar forzados por la situación, los inevitables aventureros, etc. Importa la magnitud. De ahí que mantenga las cifras de 1988. 5 Una minuciosa descripción de las salidas, destinos en el frente, etc. puede verse en el imprescindible libro sobre el particular del profesor Aróstegui ( 1992: passim). 6 Pueden consu ltarse en Cierva, 1969: 775-777. También en Pérez Madrigal, 1937: 146-1 52. Las instrucciones reservadas de Mola son del 31 de mayo de 1936. 7 El Director (Mola) «In strucciones conjuntas para las Divisiones 5.º y 6."», citadas en Cierva, 1969: 774.
[144]
-- ----------------
simplemente acompañaría a la columna sobre Madrid. Un escenario y una morfología que no pasaban de ser las del despliegue de tropas regulares en campaña. Disciplina castrense, línea de mando, control de los nudos de comunicación, ausencia de componentes político-ideológicos (y su simbología). Una movil ización racional y no emotiva. Un escenario acorde con su planteamiento de hegemonía militar-conservadora lograda en las arduas negociaciones con los carlistas. Sin embargo, la fuerza de los hechos transformó profundamente aquel escenario (aparte de las modificaciones tácticas a que obligó Ja inesperada resistencia de San Sebastián, de indudables consecuencias estratégico-militares). Aquella fría y eficaz maquinaria militar· se transformó en una ~ran manifestación de fervor popular en Navaffa (y, en tono menor, en algunas zonas de Alava), con sus formas y sus símbolos. Era el siglo xx, el siglo del protagonismo de las masas, de los mitos y las utopías. Los actos de acción político-militar adquirían una nueva fisonomía con los nuevos tiempos. No bastaba con una simple asonada palaciega como la de Primo de Rivera, eso había quedado claro. Pero, en consonancia, tampoco bastaba con una bien coordinada maniobra militar.s. La presencia de masas en la acción militar imponía también sus formas de movilización. Todo esto era algo más que un problema de geometrías: en aquel instante, en el momento en que todos aquellos voluntarios se pusieron en marcha, medianamente ruticulados en una organización previa (el Requeté), disponiendo de armamento, el movimiento - la fuerza política que representaba el cru"lismo- adquiría un renovado protagonismo y un nuevo peso en detrimento de los militares. La victoria inicial del establishment sobre el radicalismo utópico que se había producido en los días previos a la sublevación, podía ser rectificado (un pulso este que no quedó resuelto hasta el final de la guerTa9). 1.1. UNA MOVILIZACIÓN DE MASAS PARA UN ASALTO AL ESTADO En principio, el Requeté debía concentrar todas sus fuerzas en Pamplona y en Vitoria para salir hacia Madrid. A ello dedicaron todos sus esfuerzos organizativos el ex coronel Alejandro Utrilla y Jaime del Burgo como máximos responsables operativos del Requeté en Navairn (y Luis Rabanera con Antonio Oriol en Vitoria). Después de todo el acuerdo entre Mola y los carlistas había estado en el aire hasta el miércoles día 15 10. Posteriormente la Junta Central de Guen-a de Navarra 11 (tras adoptar una
8 Aunque lo que la acción de Franco desde M arruecos al frente de los Regulares y la Legión sobre la A ndalucía occidental en ese primer momento tenía más de esto último. 9 Y del que fueron episodios desde la imposición de mandos militares a las milicias desde ese primer día (con resistencia del Tercio de Navarra), la militarización de aquéllas, el cierre de la Academia Militar de los carlistas en diciembre de ese año, la Unificación en FET en abril de 1937, los numerosos incidentes de esos días y posteriores e incluso se prolongaría --con otros protagonistas- mientras Serrano Súñer permaneció en el gobierno. 10 Jaime del Burgo tenía un gran desasosiego por la improvisación que intuía (carta de Jaime del Burgo, 1 de octubre de 1993). 11 Junta Cemral de Guerra de la Regi611 de Navarra del Partido Car/isra, rezaba en el encabezamiento del acta constitutiva de ese organismo (ADN. JCGC. Actas 1).
[ 145]
estructura ella misma de Diputación en Guerra con representantes de las cinco merindades del Reino - memoria de un Reino, el navarro, «encarnación viva del espíritu católico-guerrero que caracteriza a la España auténtica .. ., que dio a España su corazón, su corona y su sangre», que la reconquistó para la fe 12- más dos componentes, formando el mítico número de siete miembros que se consideraba peculiar y propio de Navarra 13, y crear Juntas de Merindad) decidía organizar los desplazamientos también según esas mismas merindades, como si las viejas universidades acudieran a una llamada al apellido (llamada al servicio de armas en el sistema foral preliberal en Navarra, la llamada a rebato) articulada para la defensa de la Provincia (el Reino) 14 . No era aquella, así planteada, una operación enmarcable en la ortodoxia militar al gusto de Mola. Era más bien una gran movilización de masas con sus propios rasgos dados por los tiempos y la tierra en la que se producía. Y el general -que conservó en todo momento el mando operativo supremo 15- tuvo que adecuar
12 Son palabras de Eladio Esparza (1937: 117, y 1935: XXI), subdirector, como sabemos, del Diario de Navarra, y uno de los principales ideólogos de una navarridad reducto y cuna de una España católica, que transformaba el mito foralista (que ya utilizara Navarro Villoslada, por ejemplo, en su Amaya o los vascos en el siglo Vlll, 1879) en nuevo mito para una España neocatólica, neotradicionalista y autorita-
ria, abiertamente fascista. 13 Las merindades tenían su origen en circunscripciones territoriales bajo la jurisdicción de un merino como instancia intermedia entre la Corte en el viejo Reino y las villas y señoríos de realengo. Con la nueva administración liberal (compendio de historicismo y racionalismo propio del liberalismo doctrinario) se convirtieron en partidos judiciales. Siempre se guardó la memoria de su realidad como cuerpos constitutivos de la provincia. En cuanto a la Diputación (con siete miembros representando a los brazos o estamentos en el xv111) fue transformada, por decreto del 28 de noviembre de 1839, en un órgano de siete miembros que ahora representaban a las cinco merindades (Pamplona y Estella tenían dos). Esta composición pasó a formar parte de la identidad fora l navarra, y fue causa de no pocas acusaciones de contrafuero (la última vez que se exigió aquella composición fue a raíz de la promu lgación de la TI República en 1931). Véase Rodríguez Garraza, 1968. 14 Ibid. La orden de movilización fue en concreto: MERINDAD DE PAMPLONA.-La co11ce11traci611 se efectuará sobre la Capital. MERINDAD DE AOIZ-Valle de Elorz ... y toda la parte derecha del Valle de Arce (derecha del río lrati), a la Capital, y el resto de la Meri11dad sobre Aoiz. MERINDAD DE TUDELA.-Exceptua11do Villafranca, Mélida y Carcastil/o, que se incorporarán a Tafal/a, el resto a Tudela. MERINDAD DE ESTELLA.-Cuenca del Salado, desde Lorca, Valle de Go1ii y Valle de Yerri, Abárwza y Valle de Guesálaz y Salinas Oro, sobre Pamplona. El resto de la Meri11dad sobre Este/la.
Faltaba la MERINDAD DE TAFALLA, pero de hecho les hemos visto desplazarse hacia Tafalla y de allí sobre Pamplona. Continuaba: «Concentrados sobre las Merindades, en formación ordenada, dispondrán la marcha sobre la Capital.» Y una vez allí se les asignaban disti ntos puntos de concentración, también por merindades: «MERINDAD DE PAMPLONA.-Escuelas de San Francisco. MERINDAD DE ESTELLA.- Hospital Civil (Antiguo). MERINDAD DE AOIZ.-Cfrculo Carlista de Villava. MERINDAD DE TAFALLA.-Antiguo Se minari o. MERINDAD DE TUDELA.-Bloque de Derecha s (Estafeta 33).» Aparte se habiHtaban medios sanitarios, de suministro y hacendísticos (además de ordenar la requisa de todo medio de transporte). 15 Carta de Jaime del Burgo, 1 de octubre de 1993. Las noticias son numerosísimas en ese sentido.
[146)
sus movimientos tácticos, su ritmo y sus formas a aquella gran avalancha de gente (que, por lo demás, necesitaba si quería amenazar seriamente a Madrid y San Sebastián-Bilbao). Por de pronto se estructuraba como una gran movi lización de la Navarra corporada que se concentraba en la Capital del Reino (un acto con escasa eficacia táctico militar, pues ya los militares prácticamente habían controlado Pamplona, y se necesitaba desplegarse hacia el sur, pero de gran efectividad movilizadora). «Venía gente de todo el reino», decía Dolores Baleztena, miembro de la destacada familia carlista de Leza 16 • En Álava la cosa fue más simple: todos marcharon sobre Vitoria (salvo Llodio que quedó en manos republicanas tras un asalto audaz de los nacionalistas de l lugar 17). En el sur, Laguardia actuó como punto de concentración - para el definitivo desplazamiento sobre Vitori a- de la Rioja oriental y parte de la Montaña 18 . Por lo demás, Vitoria no comenzó a llenarse de requetés hasta el lunes o e l martes día 2 1 de julio 19 • En la capital alavesa los hechos --en cuya descripción, por significativa me detendré al final de esta Parte- se produjeron de forma algo distinta a como se dieron en Pamplona. En Pamplona, la realidad fue aún mucho más heterogénea a la prevista por la Junta de Guerra, como ya hemos tenido ocasión de ver al hablar de la recluta de toda aquella gente. Durante la noche de l 18 al 19 y la mañana del 19, domingo, autobuses de la Villavesa, la Tafallesa, de la Veloz Sangüesina, de La Estellesa, de El Arga, de la Lumbierina, de la Pamplonesa, de Los Tres Valles llegaban repletos de gente a las puertas de Pamplona. Camiones militares, coches y motocic letas (de algún hijo de buena fami lia), gente en carros de cosecha, en bic ic leta y a pie de la próxima cuenca de Pamplona iban entrando en la ciudad. Alguno había llegado en el autobús de línea que había funcionado el día anterior y en el lrati desde la Merindad de Aoiz. También irían llegando a la Estación de l Norte gentes procedentes de l sur por la vía férrea que un ía Zaragoza con Tudela-Tafalla y con Pamplona. He dicho ya que aquello emparentaba con otros actos de masas que buscaban e l asalto al Estado a lo largo de toda Europa. Pero, ¿qué tenía aque llo que ver con e l despliegue de los squadristi en los días de la marcha sobre Roma? ¿Qué con aquellos grupos bien encuadrados, con el espíritu y la memoria de los arditi de la Gran Guerra, agrupados en torno al mito de la experiencia de guerra que invocaba a la comunión jerárquica, a la camaradería en la acción rápida y violenta 20 ? ¿Qué tenían que
Fraser, 1979: 1, 77. PA, 7 de agosto de 1936; ADFA. DA. 12692. En Llodio, según publica Eustaquio Echave-Sustaeta, había preparada una fuerza de doscientos hombres, lo que me fue con firmado en su día por un lbarguchi (15 de septiembre de 1987), miembro de la defensa local de los nacionalistas, quienes locali zaron un listado con aproximadamente ese número de personas comprometidas en Requeté. Claro que, por su ubicación geográfica, Llodio era un punto indefendible ante un Bilbao republicano). 18 Laguardia, centro, asimismo, de aquella región natural que había pertenecido en su día al Reino de Navarra. 19 lturralde, 1966: 174 (testigo 5). 20 Véase Gentile, 1989: 36 y Lyuleton, 1987:92-93. l6 17
[147]
ver aquellos jóvenes carlistas que llegaban cantando sobre las bacas de los autobuses a Pamplona con los grupos armados italianos que iban tomando, según una elaborada estrategia militar de insurrección-golpe de Estado, los puntos clave de las capitales (al modo de guerrilla urbana) para presionar luego sobre Roma21 ? Todo, en cuanto que representaban el mismo momento histórico de un mismo fenómeno de asalto al Estado liberal -ya ha quedado dicho. Pero nada en sus maneras, en su estilo, en sus motivaciones concretas. No, cuando menos, en los casos de Álava y Navarra. Ni tenían que ver con los grupos de las SA dispuestos a confundirse con la policía, grupos bien disciplinados y violentos, acostumbrados a la lucha callejera de las grandes ciudades ya desde los días del terror blanco en l 9 l 9 22 ; aquellos que con sus actuaciones -cerca de quinientos combates callejeros en cinco semanas, como e l desfile de siete mil nazis en la barriada obrera de Hamburg-Altona- habían logrado desestabilizar al gobierno de Prusia el verano de 193223 . Nada recordaba ese 19 de julio en Pamplona a las escuadras de SA que fueron puestas en estado de alerta en Berlín el 29 de enero de hacía solamente tres años (1933) para contrapesar el amago de golpe del que aún entonces era canciller de la República alemana, mariscal von Schleicher (al día siguiente Hitler sería nombrado cancille r por el presidente Hindenburg)24 . Tampoco, a pesar de otras afinidades -como su inspiración religiosa- , con el grupo de pistoleros de la Legión de San Miguel Arcángel rumana, que, embriagados de un espíritu desesperado y romántico, iniciaron sucesivas oleadas de actos terroristas suicidas por aquellos años en el país balcánico (con poco éxito en su estrategia de toma del poder)25 • Apenas sí tenían que ver. No. Aquella movilización, que, formaba indudablemente paite del mismo fenómeno, tenía otro aire. Otro aire que le daban una cultura política propia, unos referentes de memoria diferenciados, un marco simbólico propio. Un marco referencial y simbólico que nos remite a aquella sociedad en su cotidianidad -de la que aquel acto no era sino una expresión exaltada26 . Veamos cuáles fueron esas formas de sociabi li -
21 Tasca, 1969: 27 1-337. Para los ardiri puede verse Rochat, 1990. Sobre las fonnas de la violencia fascista (y una relación de sus acciones violentas) puede consultarse Petersen, 1982. No debemos engañarnos, sin embargo. También en el caso italiano había un afán de ocupar la calle local, el ámbito de la com1111a/ y no tanto el nacional como ha puesto de manifiesto Adrian Lyttelton ( 1987: 83). También en llalia lo local se contraponía -o prevalecía- a lo nacional (véase, por ejemplo, el monográfico «Potcri locali» de la revista Meridiana 4 (1988), con una introducción clarificadora de Raffaelle Romanelli en el que aboga por una integración de la perspectiva nacional y local como partes de la misma realidad. 22 Entre enero de 19 19 y julio de 1922--en su mo mento fundacional, tras la Gran Guerra- la ultraderecha alemana cometió al menos 354 asesinatos no reprimidos (cfr. Milza, 1979: 55). 23 Con el pretexto de dar fin a aquel estado de cosas, el canciller von Papen disolvió el gobierno de coa lición (SPD-Centro) prusiano el 20 de julio de 1932 en el contexto alemán que he descrito arriba (para las cifras -99 muertos y 1.125 heridos de gravedad- y el enfrentamiento, véase Bullock, 1994: 421 ). 24 Véase Bracher, 1973: I, 242 y sigs. Sobre el golpe de mano en Berlín véase Thornton, 1985: 81. 2s Cfr. Yeiga, 1989: passim. 26 Los rituales o las pautas de comportamiento en un aconteci miento colectivo tienden a reproducir los modos de otros acontecimientos rituales anteriores, pero no en términos idénticos sino como evocaciones simbólicas depositadas en la memoria colectiva tal como la entendía Maurice Halbwachs ( 1950).
[148]
- -- - ----- - -- - -
dad con las que, estando fami liarizados, reprodujeron en aque l momento excepcional en sus vidas.
l.2.
PAMPLONA 19 DEJUU O DE 1936: COPA DESBORDADA DE BOINAS ROJAS
El día anterior, sábado 18 de j ulio - mientras los enlaces recorrían Navarra, Álava y las otras prov incias- Pamplona estuvo llena de rumores. En realidad los rumores ya se venían produciendo desde el viernes, en que en Me lilla se sublevara la Legión Extranjera. Había quienes, con socarronería navarra decían, mientras viajaban en autobús de línea a alguno de sus asuntos a Pamplona, que iban a ver la sublevación «en palco, para no perder detalle»27 . Numerosos diputados y buenas fa milias madrileñas habían decidido veranear en Pamplona o en la montaña navarra dados los rumores de sublevación que corrían de tiempo atrás28 . En un caso así, Navarra (también Álava o Guipúzcoa) era «tierra segura», e l lugar en que la reacción católico autoritaria resultaba más evidente frente a la República laica (como Alsacia a Francia o Baviera a Alemania). El mismo Calvo Sotelo había sido convencido por Garcilaso para que se desplazara a Navarra para ser aloj ado en algún punto del Baztán (naturalmente, su asesinato el día 13 impidió aquel desplazamiento con su familia)29. Aquella impresión debía ser percibida por los miembros del Frente Popular cuyo comité se reu nió ese día con el gobernador civil Mariano Menor Poblador30 . Habían previsto, de acuerdo con el comandante de la Guardia Civil, organizar la resistencia en la propia capital o reti rarse hacia Ja Ribera a través de Estella, haciéndose fue rtes en la línea del Ebro. En las calles el clima ese día era incierto, y los rumores crecían en intensidad: grupos de jóvenes afines al Frente se habían agrupado cerca de las sedes de sus partidos en la calle de Ja Merced y la Plaza del Castillo. La representación de la legalidad republicana y los miembros del Frente Popular no se sentían muy seguros en una provincia como Navarra, pero se organizaba la resistencia. Sin embargo, toda esperanza se truncó en el momento en que, a lo largo de la tarde del sábado, fue asesinado el comandante de la Guardia Civil José Rodríguez-Medel31 , y detenidos el
Véase un desarrollo del punto de vista de Halbwachs en Namer, 1987 (memoria que evoca otros momentos de acción social, que nada tienen que ver explicaciones caracteriológicas o psicológicas, según subraya Namer). 27 Iribarren, 1945: 129. 28 Pérez Madrigal, 1937: 32-33 y 40-42. Lizarza, 1969: 99. Jaime del Burgo ( 1943: 213) corrobora ese fe nómeno. Posteriormente, veraneantes de la zona de Burguete en el Hotel Loiza, fi nanciaron la estancia de los requetés en aquella pos ición (A RLI.). 29 Maíz, 1952: 259. 30 El mejor relato de los hechos puede verse en Pascual, 1987-1988: 559-566; que destaca, a su vez, lo que aquel acontecimiento supuso de anulación de la Navarra republicana a base de re presión. Véase, además, Arrarás, 1940-1944: 111, 460-483; Burgo, 1970 : 23-25; Maíz, 1976: 299-302; Pérez Madrigal, 1937: 103-104; Fraser, 1979: 1, 6 1; lturralde, 1966: 15 1 (testigo 1). Gonzalo Jar ( 199 1) resumen la actuación de la Guardia Civil en aquella coyuntura. 31 Un personaje enérgico, destinado a Navarra el 4 de julio con el fi n de garantizar la lealtad repu-
[149]
comandante Martínez Friera y el capitán Fresno. fnmediatamente e l coronel Alfonso Beorlegui -por orden de Mola- se puso al frente de todas las fuerzas del orden. Comenzaba el control militar de la capita l. Al gobernador civi l, Maria110 Menor Poblador, se le ofrecía un coche para que abandonara Pamplona (lo que hizo en dirección a San Sebastián). Esa misma noche, mientras por Pamplona se extendía la noticia de la m uerte de Mede l32 , las fue rzas de orden a las órdenes de Beorlegui comenzáron los cierres de locales y las detenciones de «eleme ntos destacados del Frente Popular», como dijo el lunes el nuevo gobernador civil en fu nciones Modesto Font. De modo que la Pamplona republicana fue anu lada ya el 18 de julio. El J9 apenas si se observó alguna manifestación de su presencia 33 . El atardecer del domi ngo fue asesinado un transeúnte (Lozano) y herido un barrendero, y, duran te la noche, algunos francotiradores paquearon a las patrullas de vigilancia en la zona obrera de la Rochapea y en las calles de Jarauta y Descalzos, en el Burgo de San Cernín, lugar habitado por fa milias especialmente humildes. Por su parte la huelga convocada para el lunes día 20 apenas si tuvo un seguimiento34 . En ese momento comenzaba la sistemática anulación de esa parte de Navarra que se había ad herido a soluciones de corte liberal-democrático y, sobre todo, de quienes, desde su condición humilde creyeron en utopías socializantes. Una anulación física en muchos casos (cárcel y fusilamientos)35, y sobre cuya significación volveremos. La Navarra insurgente comenzó a anunciarse ya el día 18 arrojando cohetes desde el cementerio de la capital (su seguridad era absoluta). Pero la explosión fue e l domingo día 19. A la mañana siguiente, como he dicho, las calles comenzaron a abarrotarse de jóvenes con boina roja que flu ían desde la prov incia y se dirigían hacia la plaza del Castillo. Naturalmente aquel ambiente y aquella movi lización habían sido preparados a conciencia36, pero para más de un pamplonica, ajeno a los preparativos, resultaba un espectáculo impresionante ver cómo, «repentinamente, aparecieron combatientes a montones por todas pa1tes» 37 . Quien lo decía era Fermín Irigaray (conocido en los ambientes vasquistas de Pamplona como larreko), médico cirujano del Hospital Pro-
blicana de aquel cuerpo en la provincia, que hizo frente a Mola la mañana del mismo sábado, lo que a buen seguro le valió la muerte. 32 La vida diaria no se alteró demasiado ese día, mientras corrieron todo tipo de rumores -en especial el del asesinato del comandante de la Guardia Civil- (M.ª Dolores Iribas, 14 de diciembre ele 1994 - 121.B-). José M.ª lribarren (1963: 130) escuchó la noticia mientras charlaba en la tertulia de la sala del café del Casino. 33 Jaime del Burgo (1970: 26-27) cuenta que ese dfa aún estaba en la ciudad Jesús Monzón, dirigente comunista, que tras esconderse en una casa de la Avenida Carlos Ill -del Burgo asegura que él no le delataría-, lograría huir. 34 DN. 21 de jul io de 1936; Iturralde, 1966: 152 (test igo 1). 35 Irrefutablemente estudiada en sus aspectos cuantitativos por Altaffaylla Kultur Taldea ( 1986). 36 Más el clima que los detalles organizativos de la movilización, como veremos. 37 «Bereala gudulariak saldoka agertu ziren alde guztietarik» (lrigaray, 1993: 52).
(150]
-
- --- - - -
------
vincial de Barañáin, de sesenta y siete años, tradición librepensadora y a quien aquello recordaba la pasada guerra carlista: «Azken karlista guduetan gertatu zena, orai ere berdin.» Era -le parecía desde Ja escéptica sabiduría que dan los años- otro arrebato de aquel pueblo propenso a tales impulsos. «Pues todos creen unánimemente y con un mismo espíritu que nos hallamos inmersos en una Guerra Santa» 38 . Y, ciertamente, en algunos ambientes se vivió aquella movilización como un arrebato místico-guerrero, como un desbordamiento de las ansias populares del lugar. «Aquel domingo, 19 de julio de 1936 - resumía Jimeno Jurío, hombre crítico, pero fo rmado en aquel ambiente-, la Navarra labradora, católica, española, monárquica y foral, cambia[ba] hoces y trigales maduros por cruc ifijos, fusiles y fre nte de combate.» Y continuaba: «La Plaza del Castillo e [raJ la copa desbordada de boinas roj as, de Oriame ndi , de vítores. En la edad, los ideales y el entusias mo, aquellos campesinos navarros se parec[ían] como dos gotas de agua a los voluntari os de 1872»39 . Un testigo directo, joven abogado católico de Tudela futuro secretari o de Mola y miembro en ese momento del Consejo Foral4º, José M.3 Iribarren, expresaba el sentimiento que le embargó en aquel momento como e l de «una emoción inefable y única. Era un reír que daba ganas de llorar y un llorar que se rompía en risa; algo como una tos nerviosa. El vecindario, con los ojos arrancados al sueño, mal vestido con batas y albornoces, aplaudía rabiosamente desde los balcones ... Toda la población estaba loca de alegría ... A todos les parecía un sueño. Y lo era. Sueño, deli rio, calentura ... Los gritos reprimidos quince años, los himnos, las banderas, los uniformes brotaron de repente ... La Historia retrocedió c incuenta años, cien años, para que reviviesen en sus marcos las litografías de los carlistas»41 . Palabras llenas de fantasía mística, animadas de ese fe rvor entre festivo y espiritual propio de los j óvenes de la clase media hecho de lecturas caballerescas sobre las pasadas guerras del xlX 42 , y vidas de santos. Todo ello alimentado en un clima social que fue tomando cuerpo durante la República. Imagen que, aparte de idealizaciones, resultaba cierta. Si en las palabras an teriores no había ningún doble sentido (tampoco en las de Jimeno Jurío), el tono irónico, sarcástico empleado por Marino Ayerra (el que fuera párroco de Alsasua desde 1936, luego profunda y amargamente descreído tras la experiencia de la guerra precisamente)43 nos sirve, a modo de contrapunto, para confirmar aquella morfología de la
38
«Ao batez eta gogo batez guztiek uste baitute gudu Saindu batean gaudela» (Irigaray, 1993: 52) A él, de simpatías vasquistas (su hijo, también médico, fue inhabi litado), le preocupaba en ese sentido que los nacionalistas guipuzcoanos se unieran a los rojos (gorriak). Su texto lo comenzaba con un «A peste, fame a bello./ Libera nos, Domine», al que le seguía: «Ut enemicos santac Ecclesiac/ humiliare digneris./ Te rogamus audi nos.» 39 Ji meno Ju río, 1974: 30 l. 4 Consejo que en junio había estado a punto de encabezar una sublevación por lo que consideraban intromisión del gobierno de la República en los asuntos de Navarra (véase más adelante). 41 Iribarren, 1945: 129- 135. 42 Iribarren será uno de los principales soportes de ese renacimiento entre neorromántico y costumbrista de mediados de este siglo en territorios como Navarra. 43 Marino Ayerra fue destinado a Alsasua como párroco el mismo mes de julio de 1936. Integrista e
°
[151]
movilización: «Toda Navarra - decía don Marino con retintín- , desde todas y cada una de sus ciudades, villas, pueblos y aldeas, haciendo llegar a Pamplona el día mismo del Alzamiento Militar, como en cumplimiento de una sagrada consigna, oleadas y más oleadas de hombres maduros y de juveniles muchachos que, fusil al hombro y pistola, puñal y granadas al cinto (bajo la dirección inmediata y personal en muchísimos casos de sus respectivos curas párrocos, con su fusil también al hombro, su pistola y su cartuchera sobre la negra sotana), acudían, corrían, volaban en incesante e incontenible pleamar convergente, al llamamiento divino del ¡Viva Cristo Rey y abajo la República laica!, lanzado indudablemente por Dios en la ciudad de Pamplona. ¡Aquello debiÓ de ser admirable! ¡La apoteosis de Cristo Rey y de su Reinado inmortal, más grandiosa y sublime, más clamorosamente universal y unáni me, más decididamente resuelta a morir y a matar por e l triunfo de Dios y de su Iglesia que haya podido jamás ni concebirse ni imaginarse en el mundo! ¡Resue ltos todos a morir en holocausto a Cristo Rey si era preciso, o a matar en hecatombe a todo aquél que no quisiera aceptarlo!»44 . Desde su mordacidad levítica (y su prosa agotadora), don Marino nos confirma desde el desafecto (el que le daba su original proximidad: fue sacerdote integrista) lo que para muchos fue una jornada de expresión de su fe sencilla o de exaltación mística para los jóvenes más idealistas. Como aquel religioso de Aramendía (en el Valle de Allin, junto a Este lla) que aquella misma tarde, «conmovido y entusiasmado», relataba a su amigo sacerdote e l modo en que había acudido, junto a gran número de mozos del Valle, «confesados y comulgados, después de despedirse de los suyos, igual que si fuesen a la cruzada»45 . Aquel entusiasmo, aquella euforia contenida, era pues real y se apoderó de Pamplona e l domingo día 19 de julio. Según lo recuerda una joven de quince años, nieta de un veterano de don Carlos, e l sentimiento era de gran alegría, de una gran comunión entre todos los llegados y los que se aprestaban a salir de la propia Pamplona, un estado de gracia de inspiración divina que estaban dispuestos a detrnmar por toda España46 . Una fiesta y, simultáneamente, algo más trascendente que una fiesta según lo vivía ella: una inmensa exaltación y excitación provocada por la sensación de que había llegado el día en que se pondría fin al estado de inmensa degeneración que su-
impulsor del catolicismo social en Navarra -además de persona de confianza del obispo Olaechea- fue destinado a aquella población ferroviaria y socialista con el ánimo de recristianizarla desde las posturas obreristas (hay quien dice que el brillante don Marino tomó aquel destino como una pequeña afrenta en su carrera eclesial, pues aspiraba a una parroquia en Pamplona). Tras la guerra, profunda y amargamente descreído por las experiencias vividas en ella, murió en Sudamérica (tras haber colgado los hábitos) donde redactó su libro. 44 Ayerra, 1978: 59. 45 IturTalde, 1966: 154-155 (testigo 2). Se lo había confesado a un íntimo amigo suyo (testigo 2), también sacerdote, pero contrario a la sublevación. Según el testigo siguió atribuyendo «Sinceramente una fi. nalidad santa y pura a la sublevación» durante mucho tiempo (hasta que le tocó confesar a un gran número de fusilados). 46 «Un afán inconcreto de algo noble e imperecedero que creíamos nos estaba reservado acometer», ése era el sentimiento de Jaime del Burgo ( 1970: 19) en aquel momento de gran excitación emocional.
[152]
---------- - - - - - -- --- - - - - -
ponía la República y se llenarían las calles de todos aquellos símbolos carlistas tan queridos que había visto en su casa desde niña47 . Por de pronto veía a su padre con la boina roja con sus compañeros, presto a ir hacia Madrid (luego le tocó avanzar por el norte). Esto añadía dramatismo a la situación: eran maridos, padres, hijos, hermanos de quienes se quedaban los que se suponía avanzarían sin apenas resistencia (eso se creía) hacia Madrid 48 . Todo ello elevaba en grado sumo la temperatura emocional que se vivía en ese instante. Naturalmente, los hechos fueron más complejos y desgraciados para quienes se habían posicionado con la legalidad, como ya ha quedado dicho. Y también para aquellos que marcharon y tuvieron que hacer una guerra de tres años dura y difícil. Pero esa idea, al calor del gentío y la aglomeración, si no ausente, estaba lejana de las conciencias de aquella gente.
1.3.
COMO EN UN AMANECER DE LAS FIESTAS DE SAN FERMÍN. .. UNA GlGANTESCA LITURGIA CAMPO-CIUDAD
Ese día e había iniciado a las seis de la mañana con la proclamación de la ley marcial por una compañía con bandas de cornetas y tambores del Batallón de Montaña Sicilia . La calle vacía hasta ese momento (la noche había sido de las fuerzas de orden de Beorlegui), se «pobló repentinamente como sólo ocurre en un amanecer de las fiestas de San Fermín»49 . Esa misma imagen sanfenninera le vino a la memoria al joven José M.ª Tri barren al contemplar el gentío por las estrechas calles de la vieja Pamplona50. Para entonces el Tercio de Pamplona del Requeté, que estaba concentrado desde el sábado en el Círculo de la plaza del Castillo, había marchado a oír misa a la iglesia de la Milagrosa (en las afueras, camino de Zaragoza)51• Volvieron ya desfilando, y en el camino vieron que la gente salía a las ventanas y aplaudía. Ya existía el ambiente de sublevación. Bajaron por la calle San Ignacio. Frente a la ve1ja de la Diputación (además de tener un pequeño incidente con algunos republicanos que volvían de hacer guardia en su sede) se les unió otro grupo venido de Villaba y de Huarte (que venían andando desde esos pueblos cercanos), y todos juntos hicieron el primer desfile rodeando la Plaza del Casti llo. Luego se situaron en formación frente al Círculo52 .
47 Existía «una alegría muy grande; [una idea] de que al fin podíamos hacer algo», confirma el entonces seminarista Javier Lorente (26 de mayo de 1993 -85.B: 079- ). Pero, aclara, no era un acto de inconsciencia (110 era producto de 11110 borrachera del espíritu). Era un acto largamente esperado y que al fin se hacía realidad. 48 M.ª Dolores l ribas, 14 de diciembre de 1994 ( 12 1.B). ARAKO (escritos coslllmbri sta en el Diario), ponía en boca de uno de sus personajes - aldeana de la Cuenca de Pamplona- «ahora que, la vcrdá si t' hay de decir, estaba llorada la mitá de tristura !tristeza] la mitá de orgullo» (DN, 24 de j ul io de 1936). 49 DN, 2 1 de jul io de 1936. 50 Iribarren, 1945: 130. si Burgo, 1970: 25-26. 52 Jaime del Burgo, 15 de j unio de 1993 ( 104.B: 550).
[153]
Fue después cuando «comenzaron a llegar camiones, autobuses y coches particulares cargados de jóvenes y aun de personas madu ras pertenecientes a los requetés de los pueblos de Navarra, todos ellos unifo rmados Les un decir] y con la boina colorada de los carlistas ... , los cuales, unidos a los de Pamplona, hicieron que la población tomase desde el punto de la mañana un aspecto animadísimo y sumamente pintoresco»53 . Pamplona adquiría con aquella presencia masiva de la provincia en sus calles - de la aldea, al fin- un tono nuevo de fiesta y mercado, de romería multicolor y ciudad que acogía a una gran peregrinación entusiasta en la que los letrados y estudiantes se confundían con las vacas. Una ciudad en la que se concentraba la muchedumbre en armas para iniciar una gran aceifa o razzia contra el sarraceno-anticristiano, el dragón liberal que se había apoderado de los destinos del país. Por su parte, aquellos j óvenes (y aún maduros) - por lo que hoy conocemos54- , llegaban algunos con el ánimo inquieto, exultantes otros, muchos de e llos cantando canciones carlistas55 , j otas navarras, melodías de San Fermín o clásicas tonadas de circunstancias de los pueblos56, y con espíritu festivo. Venían algu nos, animosos y agresivos, dispuestos a decir a tiros que no iban a seguir admitiendo «que se c iscaran de la Virgen de Ujué»57 . Y lo habían dicho en el camino cuando lo necesitaron. Así en Larraga, donde varios autobuses con requetés procedentes de Berbinzana tuvieron que pasar con servicio de flanqueo ante los «roj os que eran dueños del pueblo» ese día, para luego ir a Pamplona con los de Mendigorría y Artajona con la imagen de la Virgen de Jerusalén al frente 58 . O como los de la zona de Valdegovía que hicieron huir entre el maizal a algunos de Salinas de Añana que daban vivas a la República59; o los de Labastida que casi tuvieron que emplearse ante Ja oposición del alcalde del lugar a que recogieran a los suyos de entre los del pueblo 60 . Eran las enemistades locales que habían tomado forma política con la República y ahora afloraban de modo violento61 . Había quienes llegaban con el recuerdo aún reciente del tañido de las campanas de su pueblo (y lo que ello les pudiera evocar). Los había sombríos y silenciosos (las imágenes son reveladoras en ese sentido) con la reserva y
sJ DN, 2 1 de julio de 1936. s4 Además de los numerosos testimonios personales con que comamos en este trabaj o y que iremos detallando a lo largo de él, pueden verse fotos muy expresivas de ese día en Vitoria en el AMY, Fondo Fotográfico (fotos realizadas con criterio periodístico y no propagandístico como algunas de las publicadas en prensa esos días). Véase, por ejemplo, YAN: 63 .1 2; YAN: 57.2; YAN: 57.17; YAN: 57.18; YAN: 86.8; YAN: 86.12; etc. ss Puede verse algunas de ellas en Baleztena, 1957. só Cía Navascués, 194 1: 14 . s7 La expresión es de Javier María Pascual en García Serrano, 1992: 239. ss ARLI. Tercio Lácar, testimonio de Félix Blasco Hualde. 59 Álvaro Dfaz Barredo, 2 1 de octubre de 1989 (3.A). 60 «Le salvó que tenía parientes carlistas», J ulio Orive, 14 de enero de 1991 (28.A). 61 Larraga, por ejemplo, tuvo varios incidentes ya desde 1931 con los pueblos vecinos (Mendigorría, Berbinzana, ... ) que consideraban a este pueblo como pueblo rojo (véase los incidentes de 1931 en Maj uelo, 1989: 130-13 1).
(154]
la inquietud que producía aba"ndonar la gente y los lugares conocidos - y de los que apenas si se habían ausentado antes62 . En cambio otros llegaban confiados y en cuadrilla, subidos, tal vez, en la baca del autobús, haciendo lo que cabía esperar de unos jóvenes sin las responsabilidades del cabeza de familia ni esa educación del joven de extracción burguesa acostumbrado a no exteriori zar sus sentimientos 63 . Algunos habían salido con lo puesto. Otros muchos, como Mario Izu, de Echauri, como buenos campesinos, se lavaron, se afeitaron y se pusieron la ropa de los domingos64 . En general, acudían avezados, dispuestos a la reticencia irónica o socarrona del lenguaje local, a la sorna reticente (aquello de «paso de buey, diente de lobo y ... hacerse el bobo»65), máx~me cuando se iba a la ciudad y debían enfrentarse al comentario mordaz o ingenuo (nunca se sabía con «esa gente de la ciudad») de algún señorito de capital66 • Sorna que no era exclusiva de las gentes de los pueblos, también la gente sencilla de la capital la practicaba.
62 Las cartas escritas desde el frente ya los primeros días que conserva Javier M.ª Pascual en ARPA son especialmente expresivas en ese sentido, en cuanto a las constantes referencias a hechos o personas de la localidad de origen y la demanda de noticias de las faenas de la casa y la aiíoranza de sus gentes, sus animales (de las vacas o lo mulos a los que citan por sus nombres), los huertos (el l111er10, no cualquiera: el suyo) o de los frutos de tal o cual árbol, la leche de 1111es1ms vacas, las lechugas de casa. Por ejemplo, FG (utilizo las iniciales por indicación del depositario de las cartas), 2 de octubre de 1936: «Padre, se acuerde de cortar la rafia a los injertos del huerto y me digan cómo está todo el huerto... También me pueden decir algo de cómo van las vacas, en particular, la Molinera ... Tengo unas ganas de tomar leche de nuestras vacas, que para qué te quieres incomodar [sic]». Ya Le Play incluyó en su familia souches campesina a los animales domésticos. Y desde Marc Bloch sabemos que, en el mundo campesino, los afectos se reparten entre las personas de la fa mi lia y los ani males de la casa: después de todo la vida del aldeano dependía de que su buey sobreviviera, etc. 63 En los pueblos de Navarra y Álava los jóvenes formaban grupos de edad a quienes la comunidad asignaba ese estatus (público y privado) de premadurez que les permitía ese nivel de irresponsabilidad que estaría mal visto en un casado. No era el caso de los jóvenes de las buenas familias de Pamplona, formados en una mayor autodisciplina bajo la tutela paterna, la disciplina del colegio, la vigilancia de un seminarista-tutor durante el verano, etc. (véase lo relatado por Ignacio Hidalgo de Cisneros - 1977: 1, 22 y sigs. sobre su juventud en Vitoria que no era tan distinta de la juventud pamplonesa). Algunos de estos últimos formaban en el Tercio de Pamplona y ocuparían lugares de mando. Véase en ese sentido la bibliografía citada por James Casey ( 1990: 22 1 y sigs., y 230). 64 Fraser, 1979 : 1, 77. 65 Afori smo de la montaiía navarra (cfr. lribarren, 1952: 91; lribarren y Ollaquindia, 1983: 8 1). En general, la gente de ciudad sabía de aquella hábil inclinación de los aldeanos a hacerse el 1on10: Félix Urabayen ( 1925), el escritor navarro, dice: «El labrador asiente de primeras a cuanto se le dice; después sonríe, se rasca bajo la boina y encauza la conversación por el sendero de su conveniencia.» Javier Tusell ( 1992: 388) pone en boca de José Antonio Girón una expresión similar (llena de símbolos campesi nos) referida al modo en que Franco llevaba los asuntos de gobierno: «Paso de buey, vista de halcón, diente de lobo y hacerse el bobo.» Tal vez no sea del todo desacertado imaginar al Caudillo llevando las cosas en Madrid con la astucia del aldeano en la Corte. 66 Como aquel hombre mayor que, al ser abordado por Pérez Olaguer ( 1937: 82-84), una vez iniciada la guerra, con tono admirativo del ingenuo idealista de ciudad ante el valor de aquel hombre que a sus años se atrevía a empuiíar las armas, y preguntarle, con indiscreción, por su nombre y su familia, le miró sorprendido y le espetó: «Oye tú, ¿es que estás haciéndome el padrón?» Pérez Olaguer quedó aún más admirado de la sencillez de aquel anciano.
(155]
Como el imaginero, veterano carlista de la calle Navarrería, que ante los intentos de ser sonsacado por el coronel Beorlegui sobre la inmediatez de la sublevación Je contestó: «Preparados estamos. Saldremos cuando tengamos jefes. ¿Sabes tú de alguno?» La pregunta se la devolvía sin respuesta. Real o no, la conversación resulta verosímil. Aquella era la gente sencilla que transitaba de los pueblos al corazón de Pamplona: la Plaza del Casti llo. Se respiraba, en cualquier caso, un ambiente de gran fervor religioso que, a los más idealistas -más habitualmente entre los jóvenes de ciudad o los hijos de los grupos profesionales de la provincia: abogados, maestros, ... - les predisponía a estados de gran sugestión espiritual (no a los jóvenes de los pueblos que ese misticismo les resultaba ajeno). Había entre ellos, según lo describía un joven seminarista, «un gran espíritu de sacrificio y entrega» 67 • El entusiasmo y el fervor eran auténticos, pues más de uno rechazó la posibilidad de quedarse a resguardo en la Plana de algún jefe porque ellos iban a salir de Pamplona «a defender la religión en el frente» y no se querían separar de sus compañeros68. Jaime del Burgo ha descrito muy gráficamente la despedida -su propia despedida, la de sus hermanos y su padre- ante la llamada a la concentración del Requeté en la Plaza del Castillo en una fam ilia de clase media de la ciudad69 • Unos jóvenes con «la reserva inagotable de ilusiones acu muladas día a día» dispuestos a la gesta más noble; un padre responsable de toda la familia, depósito de una larga tradición, hombre de gran autoridad ante todos, hablando con su hijo «bajo el retrato augusto70 que proclamaba legendarios anhelos ancestrales»; momentos de zozobra y el rosario que era un modo de hacer fami lia para todos, y con «reminiscencias de rito medieval [para los hombres de la casa; pues era momento de velar) las armas que habían permanecido ocultas en recónditos lugares»; una madre afanosa, algo llorosa (pero convencida de que aquel momento debía de ser) preparando todos los enseres que pudieran necesitar los que se iban (ropa, alguna medicina, algún bocadillo). Y la impresión general de que se estaba escribiendo una página sublime de la historia de España, que había venido retrasándose desde hacía un siglo. Hogar carlista, caballeros carlistas, nobles, recios, sin re ncor, poseídos de las más altas convicciones, y la grandeza y generosidad suficientes como para hacerlo como quien sale unos días de viaje. Espíritu romántico aprendido de Ja imagen de los idealistas combatientes por don Carlos en las pasadas guerras, tan ensalzado en la literatura del cambio de siglo7 1. No todo era heroísmo caballeresco. Estaban los más jóvenes, imbuidos del espíritu del atletismo, el ejercicio físico y los motores (como Mario Zufía de AET y Paco Almagro, veraneante en Leiza, miembro de FE), animados por la convicción del activismo creativo (el propio Jaime del Burgo) y arrebatados por un impulso de aven-
67
68 69 10 71
Javier Lorente, 26 de mayo de 1993 (85. B: 180). Agustín Zabaleta, 20 de diciembre de 1993 (d icho a micrófono cerrado). Burgo, 1970: 18-22. Un óleo de don Carlos, que aún conserva en su poder. Puede consultarse Burgo, 1978: passim.
[156)
---- -- ----------
tura que no dudaron en tomar el primer coche (un taxi que hacía servicios para el Requeté) para acercarse a Pamplona y allí «pavonearse» ante sus primas con el uniforme y el correaje (chicos, en todo caso, de profundas convicciones religiosas)72 . En general, era un estado el que les embargaba, de gran densidad emotiva. No necesariamente mística (no especialmente73), había quienes, conducidos por algún beato, llegaban rezando e l rosario «por el enemigo» en algún momento del trayecto74 , pero predominaba Ja euforia y, en ese primer momento, el tono general festivo (con poco lugar para la melancolía). U na vez reunidos en la ciudad (sobre la que confluía Ja multitud como e n una gran peregrinación o romería militar, con banderas75 , cánticos y e l campaneo de las iglesias en e l día de l domingo), e l calor del gentío y ese sentimiento de gran comunidad que se apodera de las grandes concentraciones, daban al ambiente un tono entre romero y festivo (las referencias a los Sanfermines son constantes en el momento y entre Jos que guardan memoria de aquella circunstancia; sin restar, por e llo, ni un ápice a la gravedad del momento y los hechos que significaban Ja sublevación contra un régimen constituido, de orientación democrática). Toda aquella muchedumbre comenzó a transitar, sobre todo, por el paseo Sarasate y fueron concentrándose en la Plaza de l Castillo, corazón de Pamplona76, a los gritos de «¡ Viva el Rey ! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España! ¡Viva la re ligión! ¡Viva la valiente Navarra!», mientras a las jóvenes margaritas se les asignaba, como en los días del Corpus, el pape l de postulantas11 , con sus escapularios, medallas y crucifijos que les
72 Mario Zuffa, 17 de d iciembre de 1992 (90.A y B). La gran ilusión de Mario Zufía por entonces, corno tantos jóvenes de buenas fam ilias de su generación, era la de ser aviador. 73 Había algún caso corno el de José M.ª Erdozáin, hij o del maestro de Sangüesa, transido de un fervor ascético y cierta fantasía mística (véase sus cartas en ARPA), que pasó luego por ser descrito como un santo (véase Lópcz Sanz, 1948: 119-120 y 2 19-223). 74 Corno los de Olite, conducidos por Julio Balduz en sus rezos, al que llamaron sacristán porque se dedicaba a ayudar en misa, y cada mañana les despertaba, posteriom1ente en el fre nte, con rezos de «Oh, Virgen Santa ...», les rezaba el rosario, etc. No era el más popular entre ellos. Félix Andía, 15 de enero de 1993 (92.A: 360). 75 Como aquel banderín en el que habían incluido la Virgen de Jerusalén (patrona del pueblo) que portaban los de A1jona al desplazarse desde el pueblo a Tafalla y de ésta a Pamplo na (José Bailales, Ana M.ª lriarte y José Huarte, 1Ode febrero de 1993 - 98.A-). También Aróstegui ( 1991: 1, 117) hace referencia a la Virgen. O aq uella bandera bordada con la imagen de San Miguel (San Miguel Excelsis, ermita próxima a Echarri-Aranaz) que portó la Partida de Barandalla con el lema «Jaungoicoa gure alde. ¿Nor gu rc contra?» (Dios con nosotros. ¿Quién en contra nuestra?) que se conserva en el Círculo de Echarri-Aranaz. 76 Véase Urabayen, 1952: 193-196. La Plaza del Castillo era el corazón de la ciudad desde al menos el pasado siglo (ya la Real Academia de la Historia - 1802: 232- en su diccio11ario hacía referencia destacada a ella), tanto funcionalmente (en ella convergían todos los recorridos urbanos, se concentraba el comercio, los lugares de ocio y sociabilidad -<:asinos, cafés, peluquerías, hoteles, teatro, bancos- , se concentraba la gente los días festivos, y a diario en los soportales, era el escenario de los Sanfermines, etcétera), como simbólicamente, donde se asentaban los edificios simbólicos de la ciudad y se habían producido casi cada acontecimiento que conservaba la memoria histórica de la ciudad (desde el aeróstato expuesto a fines de siglo a las tropas de Alfonso XII liberando a la ciudad del asedio carlista). n M.ª Dolores lribas, 14 de diciembre de 1994 ( 12 1.B). Y Fraser, 1979: 76.
[157)
habían entregado en el Círculo carlista y que ellas colocaban a los voluntarios que, en grupos, transitaban por aquellas calles. Las iglesias se hallaban especialmente concurridas y todo el mundo se confesaba y comulgaba aquella mañana. Era como una gigantesca liturgia urbana como la que se producía en las más solemnes festividades de la ciudad, como podían ser el Corpus o la Semana Santa. Sólo que trascendido por ese cierto dramatismo que lo hacía más auténtico y por la inmensa masa de la provincia que se había congregado en la capital.
l .4.
AL MODO DE UNA CRUZADA POPULAR
Pronto comenzaron a aparecer colgaduras, guirnaldas y banderas monárquicas en los balcones y naturalmente en el Círculo. Muchas de ellas aparecían adornadas con el Sagrado Corazón o la Virgen del Pilar78 . Otro tanto se quiso hacer en la Diputación. Pero careciéndose de ella, se destruyó el másti l que soportaba la bandera republicana y se sustituyó por una bandera de Navarra con las cadenas79• Sólo por la tarde, el Tercio del Requeté de Pamplona se dirigió al Palacio de la provincia para colocar una gran bandera bicolor8°. Quedaba demo trado de nuevo la carga simbólica de la Diputación para esa parte de Navarra, para que la memoria del viejo Reino pervivía en forma de fueros y Diputación (así como los actos republicanos tendieron a dirigirse a la casa consistorial: tanto la Primera como la Segunda República fueron proclamadas en Pamplona desde sus balcones). Una vez instaladas las banderas de Navarra y la rojigualda en la Diputación, e l Tercio se desplazó al Ayuntamiento para colocar allí la enseña de la nueva España y la verde de Pamplona. En ese tiempo se produjo el asalto de la Falange a la sede de Izquierda Republicana en la Plaza del Castillo y la ocupación de la redacción y los talleres de La Voz de Navarra, donde más adelante se editaría el diario Arriba España. Eran pocos, j óvenes y debían de hacer notar su presencia en la ciudad. Debían, además dotarse de unos medios que los carlistas ya tenían. Su cultura de lucha callejera les conducía también a ese tipo de acciones. La movilización carlista, en cambio, no menos contundente, adquiría otras formas. Se rompieron a martillazos las placas que nombraba plaza de la República a la del Castillo, y las placas de las calles de Pablo Iglesias y Galán y García Hemández81 . Fue durante la mañana, también cuando el general Mola, asumiendo su papel de caudillo por una vez, hacía un recorrido por las calles (venía de arengar a la población en Radio Navarra) en olor de multitudes, entre vítores y aplausos, pañuelos de saludo y aplausos desde los balcones (los balcones eran palcos desde los que, en Pam-
78 La Croix, diciembre de 1936 (citado en Fa/ Conde y el Requeté juzgados por el extranjero, 1937: 215-2 16). 79 DN, 21 de julio de 1936. 80 Burgo, 1970: 27. 8 1 DN, 2 1 de julio de L936.
[158]
-
- - - - - - - - - - --
piona, se seguían todos los grandes eventos: de las procesiones a los desfiles o las llegadas regias). Por supuesto el Círculo era un hervidero ya desde el sábado. Allí había «sacerdotes, paisanos y militares, señores y campesinos, el "niño bien" de Ja ciudad y el gañán de la montaña; el mesócrata pálido ... , y el cerrajero tosco de las manos negras y encallecidas; honradas mujeres del pueblo y señoritas vestidas con modelos de París; ancianos ... y mozalbetes; masa en suma»82 . Era el antiguo jabalí (del Partido Radical) ahora reconvertido, Joaquín Pérez Madrigal. En efecto masa con sus propios modos y su escenografía y marco: «En los muros -continuaba-, banderas rojo y gualda, ampliaciones de Don Carlos y Don Jaime. Lienzos· y esculturas religiosas»; multitud de jóvenes transitando, organi zándolo todo, viejos emocionados al ver su vieja añoranza cobrando de nuevo vida. Curas confesando a los concurridos, arengando y exaltando los ánimos, pues aquella era una causa de Dios y ellos debían estar allí guiando a aquel ejército que bien pudiera ser un ejército celestia/83 . También existía ese ambiente exaltado en el Cuartel de Ingenieros, donde se había concentrado al Requeté de la Ribera, según cuenta el sacerdote Policarpo Cía Navascués84. En el patio veinte sacerdotes confesaban a hileras de requetés: jóvenes y maduros campesinos («las manos callosas y la espalda un poco encorvada») que desconocían e l toque castrense de formación y seguían las órdenes de los veteranos que habían venido a la cabeza de aquellos grupos desde los pueblos. Gentes que al formar se les veía torpes e n sus ademanes castrenses, y entre los que destacaba su falta de uniformidad frente a la tropa militar. A Cía Navascués aque lla escena le recordaba la primera cruzada85 (siglo x 1) fo rmada tras las predicaciones de Pedro el Ermitaño y otros predicadores populares que habían encendido los ánimos de los campesinos en la Lorena, y lanzado, como en una gran peregri nación, un itinerario espiritual (no en sentido lato, pues se dedicaron a perseguir judíos, aprovisionarse con saqueos y robos de ganado, en nombre de Cristo), según la vieja costumbre de signo penitencial, hacia Constantinopla como una turba desorgani zada, caótica, que chocó en no pocas ocasiones con el orden caballeresco imperante (pero excelsa a los ojos del sacerdote, don Policarpo, que re memoraba aquella expedición en presencia del variopinto voluntariado ribereño del Requeté en 1936). No hacía falta re montarse tan lejos. En la propia Guerra de Independencia española había numerosos ejemplos de uso de la liturgia, mitología profética y escenas eclesiales para la guerra hasta convertirla en una violencia sacralizada, como la empleada por el arcánge l San Migue l, contra aquellos ángeles de l mal li beral, contra el pérfido dragón francés. Y, desde entonces hasta 1936, en cada guerra civi 1 en España,
82
Pérez Madrigal, 1937: 81-86. De hecho llegaron a hacerlo en la práctica con el inmenso gentío que salió de Pamplona hacia Madrid en ferrocarril sin mandos, al que luego se le conocería como Tercio Abárzuza, quienes se encontraron en el frente sin oficiales (véase Aróstegui, 199 1: 1, 33 1). 84 Cía Navascués, 1941 : 9- 12. 85 Véase sobre la Cruzada lo dicho en la nota 75, pág. 185. 83
[159]
a lo largo del xtx cainita (tal como le ha llamado Jover), se había hablado por parte del bando servil, carlista o integrista (y estaba hondamente arraigado en la cultura tradic ionalista española, sistemáticamente ex puesta por Menéndez Pelayo en su Heterodoxos, y repetida en seminarios y colegios, la mayoría religiosos) de bellum sacrum -tal como se había hablado de ello allá por e l final del siglo XI86 . No es que la jerarquía eclesial impulsara aquella lectura (aunque también en algunos casos, como hemos visto). En concreto el prelado navarro, Marcelino Olaechea, trató inic ialmente de contener una lectura según esa clave87 (luego, como los demás se sumaría a ella). Fue la propia población y buena parte de l clero el que vivió aque l momento según aquel espíritu de rebelión re ligiosa.
1.5.
MEMORIA, FER1A Y EXALTACIÓN
Veamos pues. Del mismo modo que las NSDAP y sus escuadras de las SA se inspiraron en las fo rmas de liturgia y si mbología surgidas del nacionalismo alemán decimonónico y la brutalización de la vida (Mosse) producida en la inmediata primera posguerra, la llamada también experiencia de guerra 88 , e l squadrismo fascista se contempló en esas mismas formas posbélicas de los arditi, y las tradiciones nacionali stas italianas desde el Risorgime nto, combinadas con fo rmas revolucionarias del sindicalis mo revolucionario y la acción directa89 , o la Guardia de Hierro rumana se inspiró en la tradición haiduci y formas de socialización campesina en sus acciones de masas90 , aquella movilización que tenía por escenario a toda Navarra y a Pamplona, era depositaria de sus propias trad iciones y tenía también sus referentes simbólicos. Debajo, claro, mil historias particulares tapadas por las imágenes colectivas en torno a las que se articuló la movilización: vidas rotas, ilusiones ingenuas, aspiraciones de grandeza, situaciones angustiosas, tragedias, ambiciones, etc., que irán apareciendo a lo largo del texto. Además de aquella escenificación del Reino de Navarra, ideal del neocatolicismo español, la concentración se había producido, según el modelo del tradicionalismo, al modo de las peregrinaciones penitenciales y la guerra santa, como un gran acto de exaltación cruzadista (tradición en la que las guerras carlistas91 jugaron un papel de
86
Puede verse Revuelta, 1979: 1O; Aymées, 1991 : 4 19-420; Martínez Albiach, 1969: 19-40; Herrero, 1971: 226-230; en Navarra Marcellán, 1992: passim; Montoya, 1971: passim, etc. 87 Véase sus pastorales en Álvarez Bolado, 1986- 1993: 1, 255. 88 Véase Mosse, 1975; Herf, 1988. 89 Gentile, 1989; Sternhell, Sznajder y Asheri, 1989. 90 Yeiga, 1989 . 91 Aparte de las referencias que aquí mismo se hacen, las anteriores guerras carlistas estuvieron permanentemente presentes tanto en la capital como en los pueblos. Baste aquí esta referencia de Jaime del Burgo ( 1970: 29): «Es difícil describir el ambiente de aquellos días. Creemos que sólo es comparable al que se produjo en Navarra en la primavera de 1872 con motivo de la sublevación en favor de Carlos VII
(160]
primer orden, fijando esas fo rmas en la memoria popular92). Fueron, en ese sentido, momentos de gran densidad emotiva en los que representaron los ideales del caballero heroico o se dieron mome ntos de gran exaltación mística. También en los que pudo condensarse como nunca ese sólido sentimiento de comunión en torno a una idea sacra y de redención. Pero, también, en aq ue llas referencias a la madrugada sanferminera, estaba la memoria de la gran fiesta pamplonesa, e l momento de encuentro de la aldea en la ciudad, el recuerdo de la romería pintoresca o la gran feria (había quien se había puesto e l traje de domingo para ir a la capital) en que el campo acudía a la ci udad y era recibido con la naturalidad del día de asueto y e l encuentro fraterno entre viejos conocidos . De hecho Pamplona quedó desierta ese domingo hacia e l mediodía93 , cuando, como en día de feria, unos fueron a comer a casa de sus parientes o paisanos, a fo ndas, hote les, casas de comida y ligones de las afueras, o simplemente abrieron las viandas que traían preparadas desde casa y las comieron en e l paseo de Sarasate. Era natural, después de todo, los lugares de concentración eran las cabezas de Merindad, sitios donde tantas veces habían ido para visitar las ferias locales. Pamplona (Ja Pamplona insurgen te, claro está) se veía plena de júbilo, con las terrazas, cafés y cervecerías llenas de gente, la multitud que transitaba por los porches de la plaza del Castillo cambiando impresiones, y cami onetas de mozos profirie ndo gritos y vivas llegando incesantemente94 . Y en las calles se escuchaba la jota: Las fiestas están alegres y las chicas guapas son,
mas yo me voy pues me llama Alfonso Carlos Borbón95 .
Era una fiesta, aquella, al viejo modo. Entre la feria y la peregrinación, en un ambiente de romería festiva y colorista propio de las sociedades Lradicionales en que prevalecen las formas comunitarias (antes que otras concentraciones: mítines, mi lic ias encuadradas, etc., resu ltado, más bien, de un cierto ni vel de atomización social). Aquél fue un acto en que la aldea invadió la ciudad (ambas como términos de cultura, en un sentido connotado y no en toda su realidad social 96) y ésta la recibió
que tenninó con el desastre de Oroquieta. Y como para hacer más fuerte la evocación, andaba por la calle un veterano de la guerra carlista vestido con su viejo unifonne de caballería.» 92 La idea de que las guerras lijan y desarrollan nuevas fonnas culturales y de sociabilidad en amplias capas de población y pennanecen profundamente asentadas en sus memorias es algo aceptado desde Fussell (J 984; original de 1975). 9 3 DN, 21 de julio de 1936. 94 Pérez Madrigal, 1937: 109. 95 Fraser, 1979: 1, 135. 96 Naturalmente se habla de la aldea como conjunto de vivencias culturales y acciones expresivas que adquieren su real significado como representación de un microcosmos social. Lo mismo al hablar de la ciudad. Como dice el urbanista alemán Hans Paul Bahhrd (Citado en Otxotorena, 1991 : 226), la ciudad
[ 161]
con naturalidad, como en una liturgia de encuentro campo-ciudad. Una proporción apreciable de futuros combatientes, tanto por su ocupación como por su procedencia podían ser considerados urbanos ele origen variado (como ya lo indicara en su día Julio Aróstegui)97 . Pero, sin duda había una mayoría de aldeanos (permítaseme esta expresión, que no pretende ser ofensiva)98 en aquella ingente concentración; y Pamplona les había recibido con vítores y pañuelos de salutación y alegría. Pamplona había recibido a su provincia, a la aldea de modo natural, como lo había hecho en tantas otras ocasiones. La fiesta, la celebración provenía de la excepcionalidad del motivo, no de la circunstancia del encuentro. No había sido aquélla la actitud de otras ciudades y de sus habitantes (como aquellos milicianos de Bilbao, obreros de la siderurgia, que trataron como patanes, al modo despectivo, habitual, por lo demás, en Ja Europa del momento -y aun antes-, a los habitantes de Yillarreal, al norte de Álava, en Ja incursión que hicieron el día 20 de julio99) . Bilbao -o Madrid- no hubiera admitido una invasión así de la aldea.
constituye «una manifestación de consciente autorrepresentación colectiva». Otro tanto ocurre con la idea del pueblo o la aldea. 97 Los porcentajes para Pamplona (capital) pueden ser algo más bajos que los de la provi ncia tomados en su conjunto (desde luego más altos que los de la merindad de Tudcla) entre los combatientes de primera hora (entre el 19 y el 31 de julio): MER lt:lQAD Estella Tudela Sangüesa Tafa lla Pamplona (mer.) Pamplona (cap.)
ill
.(21
ill
2.977 859 1.412 2.046 1.643 1.008
29,9 8,6 14,2 20,6 16,5 10,1
8,25 2,87 5,80 8,8 1 4,14 5,18
(1) Voluntarios combatientes salidos enjulio (2) Porcentaje sobre el total de voluntarios de esas fechas (3) Porcentaje sobre población masculina. F11e111e: véase Anejo. Sin embargo, es cierto también que en conjunto fue proporcionalmente más movi lizada la aldea que la ciudad: en Vitoria se movilizó el 23 por mil de la población masculina frente al 39 por mil de Álava. En'Pamplona el 64 por mil frente al 106 por mil de Navarra (ibid.). 98 Con los porcentajes más altos en la zona media de Navarra (Pascual, 1987- 1988: 607), en la que siempre se ha considerado como el País Carl ista (Pan Montojo, 1990: 119). 99 Esos días, en una operación poco organizada, salían de Bilbao y San Sebastián dos columnas de milicianos con el propósito de confluir sobre Vitoria. La columna de San Sebastián hubo de volver desde Eibar ante las dificultades por las que atravesaba la capital guipuzcoana. La de Bilbao, tras avistar Vitoria desde la zona de Villarreal, ante la reducción de fuerza que suponía el abandono de la columna donostiarra, volvió a la capital vizcaína. Sobre la actitud de los mi licianos bilbaínos ante los habitantes de Villarreal, Jesús Olaizola, 11 de octubre de 1994 ( 11 7.A). Olaizola, hijo de un hombre de negocios bi lbaíno, con estudios de agronomía en Suiza y residente en Villarreal donde regentaba la Granja Larrabea (con su millar de gallinas, surtía de pollos y huevos a Vitoria}, era igualmente tratado de patán (rústico, ignorante, zafio y grosero; DRAE) por los siderúrgicos. Era, naturalmente, un arquetipo. Arquetipo ya
[162)
n
Sin embargo, Pamplona y Vitoria, en grado diferente, acogieron a la aldea para lanzarse juntos sobre Madrid. ¿Por qué las ciudades a las que acudían los requetés, Pamplona, sobre todo (Vitoria cambiará algo, como lo vere mos), ya no rechaza ron - como, por otra parte, había ocurrido el pasado siglo- aque lla gran invasión de la aldea? ¿Por qué no se convirtjeron en ciudades sitiadas, al modo de siglo XJX, baluarte del liberalismo y del Estado constitucional, ante un entorno rural hostil? ¿Qué había ocurrido para que esas ciudades, en las que se conservaba una memoria viva de los asedios carlistas, se abrieran a esa muchedumbre tradicionalista para vitorearla? ¿Cómo aq ue llas ciudades de l x1x en las que, por su fi sonomía y por su actividad económica, el campo y la c iudad se confundían, mientras que en términos políticos se repelían, se transformaron hasta realizar un acto de encuentro de Ja ciudad y el campo cuando sus realidades materiales habían venido divergiendo especialmente desde principios de siglo? Si las cosas fueron así, se debió, en parte, a la actitud mante nida por las guarniciones de Pamplona -y también de Vitoria- apoyando la sublevación. Pero otro tanto podría argüirse con respecto a Bilbao o San Sebastián (por no alejarse de l entorno vasco), y, sin embargo, allí el resultado fue otro. Por lo demás, siendo dos ciudades similares, iban a acoger de forma bastante diferente a los voluntarios carlistas. Las cosas habían cambiado en esas ciudades respecto de la disposición mostrada el pasado siglo 100• Al estudio de la primera cuestión (la transformación de una ciudad decimonónica de funciones agrarias y mercantiles y fuerte identidad local en una ciudad del siglo xx) he dedicado ya un trabajo'º'· Aquí nos detendremos en ese encuentro campo-ciudad (entre sus respectivos estereotipos) que se produjo de fo rma diferente en· Pamplona y Vitoria (de acuerdo con una transformación di fe re nte y una diversa autorrepresentación).
empleado en el x1x por gente como Unamuno (Juaristi, 1987: 243, 248 y 262) y era frecuentísimo en Francia ( Weber, 1989: 76), de donde procede el término. 100 Que las cosas cambiaban a peor (él era liberal) para el caso de Vitoria con el cambio de siglo ya lo percibió Tomás A l faro (Al faro le llamó desencamo, pérdida de dinamismo, ostracismo en sus clases rectoras) (véase Al faro, 1951: 631-635; 1987: 2 1). Quizá quepa interpretarlo en tém1inos de lo que Charles M aier llamó ansiedad de clase en la Europa de 1900- 1925 ( 1988: 38 y sigs.), de la Lransfonnación de la cultura liberal en cultura defensiva y nostálgica frente a la amenaza democrática (pumo de vista que desarrollo también en U gane, 1995). Tal vez acentuada por la consolidación de cierta visión provinciana (o casti za) en las tierras de España, y muy principalmente en Á lava y Navarra, que abordaremos más adelame. Todo ello habría hecho que quienes tiraron de la historia en aquellas ci udades durame el x1x tendieran ahora a ralentizad a -sino a retrotraerla. Trataremos de mostrar este proceso. 101 Puede consultarse Ugarte, 1995a: Segunda Parte, Capítulo 2.
[163]
CAPÍTULO
II
La ciudad acoge a la aldea Pamplona era en torno a 1936 una ciudad aún aprisionada por sus murallas (en su sentido pleno), que se sentía todavía cúpula de un universo que había sido e l suyo (Navarra)', pero donde los aires de la modernidad, aunque tenuemente, habían arreciado ya2 . Un mundo social que, a pesar del tirón de los tiempos, aparentemente se resistía, tenazmente, a cambiar -al menos, en cierto sentido. El geógrafo Julio Atadill describía así hacia 1924 ó 1925 la visión de la ciudad desde la Estación del Norte (visión que no difería mucho de la que se le ofrecía a los requetés que habían elegido e l ferrocarril aquel día para desplazarse hasta Pamplona, o a quienes desde tierra Estella, el valle de Yerri o Lezaun, habían optado por la aproximación desde la carretera de San Sebastián y Vitoria). «Se contempla la ciudad ---observaba e l geógrafo-- ... asentada sobre una leve colina o meseta; las murallas de piedra del siglo XVII [que] desempeñan el oficio de muros de contención; la fortificación por esta parte Ja da la naturaleza con el desnivel y el río Arga ... no siendo necesarias de este lado, ni en el Este (pero sí en los restantes), baluartes, revellines, fosos, escarpa, contraescarpa, ni glasis protectores. Descuellan sobre los muros las casas y sobre éstas tas torres y campanarios de algunas iglesias (Catedral, San Saturnino [o San Cernín, como se prefiere en Pamplona] y San Lorenzo).» Si la panorámica era desde el sur (por donde se acercaba la gente de Tafalla, Olite o Tudela) descollaban sobre la ciudad «la Merced, los Seminarios, la plaza de toros, el teatro, la Diputación foral y provincial y una serie de modernos edificios militares de muy agradable aspecto, como son: la Comandancia de Ingenieros, el parque de Intendencia los cuarteles del General Moriones y del Marqués del Duero, terminando la línea meridional con
1
Todavía se conservaba memoria de aquella Pamplona «capital de un reyno que hace parte de la monarquía española» como decía el viejo pero utilizado Diccionario de la Real de la Historia de 1802. 2 Es un caso, como valoración general, frecuente entre las ciudades españolas. Por ejemplo, para Zaragoza, Fernández Clemente y Carlos Forcadell hablan de una sociedad inmóvil en el siglo x1x que iniciaba en el xx un proceso de transformación del espacio urbano pero lento y escaso. En el caso de Pamplona, los factores retardatarios, como vamos a ver, eran aún más notables.
[165]
la Ciudadela pentagonal estrellada y todo el laberinto poliorcético». Solamente hacia el este podían verse algunas «modernas construcciones del ensanche con sus torrecillas, miradores y galerías» 3 -que en 1936 había adquirido alguna mayor presencia. Esa era Pamplona en 1936. Un plaza fuerte, una ciudad entre capital de provincia y cabeza de reino, un lugar en el que descollaban los campanjles y las edificaciones militares. Aquella realidad no era toda la realidad de Pamplona. Ya no, los cambios moderni zadores se hacían sentir. Pero pesaba sobre su materialidad física y mental.
2.1.
PAMPLONA, SIGLO XIX. ALDEA Y CIUDAD: DOS IMAGINARIOS ENFRENTADOS4
La ciudad -y sus gentes- donde se agolpaba toda aquella muchedumbre movilizada, había estado fuertemente condicionada en los años anteriores por aquel chaleco de fuerza que suponía la muralla. Entre 1863 y 1920 (sesenta años) la población había crecido en menos de cuatro mil personas, produciendo una demografía endogámica (mientras todas las capitales vascas crecían impulsadas por una fuerte inrn.igración), con los efectos que sobre la inamovilidad de las relaciones sociales, los hábitos, valores y la cultura de las gentes tiene ello. Como dijo el poeta local Ángel María Pascual, en imagen gráfica de inmovilismo: «Pamplona fue toda ella un castillo, y más que ciudad, ciudadela.» La ciudad de Pamplona había avanzado con su tiempo, qué duda cabe, pero, contra lo que había sido habitual en otras ciudades, lo había hecho conservando aún muchos de los elementos esenciales que le habían dado vida en el pasado. La ciudad, ciertamente, se había ido conformando según los cánones de la ciudad moderna como espacio diferenciado de su entorno rural, receptáculo de la nueva cultura material del progreso. Pero lo había hecho sin que se produjera ruptura apreciable con su pasado decimonónico, cuando su realidad era otra (aunque no fue la única 5 , y tal vez tampoco un caso tan singular como pueda creerse). Sin una rnptura con su realidad anterior, cuando aún no era sino un poblachón indiferenciado - más allá de su tamañode un universo rural circundante: agrario, donde hombres y animales compartían espacios, con casas de cuadra y los aromas propios de un entorno natural, la huerta, de los productos del campo y de su descomposición6. Con sus calles estrechas y oscu-
3
Atadill, 1911-1926: VIII, 930-932. Baso este capítulo en Ugarte, 1995a: Segunda Parte, Capítulo 2. 5 Una circunstancia bastante habitual en el Mediterráneo como pone de manifiesto el profesor Salvador Giner en su contribución al libro Alabart, 1994: 41. 6 Eugen Weber dice que «la sensibilidad olfativa surgió de la nada y llegó a convertirse en una predisposición característica del siglo XIX» asociándolo a la progresiva limpieza de las gentes (y cita a la peste proletaria que incomodaba a Flaubert). Sitúa, por lo demás esa sensibilidad que surge de la nada en los albores del siglo xx. Aparte de la higiene personal, que progresa muy lentamente, parece más ajustada la diferenciación que José Antonio Femández de Rota (1993) hace entre suciedad/limpieza ambiental aldeana (asociada en el XIX-xx a restos animales) y urbana (originada en restos de transformados). De hecho, viajeros que visitan Pamplona a principios del siglo XIX se asombran de Ja cantidad de desperdicios orgánicos en las calles de la ciudad (Iribarren, 1957). La idea de limpieza urbana (frente a la suciedad 4
[1 66]
recidas por la altura de las casas, donde se sucedían palacios y casas de vivienda, y vivían, espacialmente confundidos, los miembros de la élite local con el pueblo llano (en apretadas viviendas), aristócratas y almacenistas de trigo, pequeños artesanos y agricultores con sus casas de cuadra, animales de trabajo y camarote para los frutos del campo. Cuando en su perfil sobresalían (y aún lo hacían en 1936) los extensos y ricos conventos, las parroquias y las casas cuartel j unto a la C iudadela. Cuando era una ci udad todavía agrícola, militar y levítica, en la que prevalecía una cultura local, considerada como propia y diferenciada (no la abstracta cultura urbana que iba impon iéndose en el siglo xx), con sus valores, liturgias y lugares simbólicos: las iglesias de San Cernín o San Nicolás, la calle Estafeta, la catedral e n lo alto, la Cámara de Comptos, su Ciudade la, la Vuelta de l Castillo, la churrería de la calle Mañueta, e l Árbol del C uco en Ja Taconera, y, sobre todo, la Plaza del Casti llo -corazón de la ciudad- y los Sanfermines como fi esta y liturgia de encuentro comunitario. El cambio se había dado. Pero había sido aq uél un cambio sin fisuras, un cambio imperceptible para los contemporáneos, como si nada esencial cambiara. Los grupos de élite se reproducían sin relevo: ningún nuevo grupo se había enriquecido gracias a la especulación de suelo urbano (debido a una peculiar política urbanística de Ja municipalidad7), como había ocurrido en otras ciudades (casos de Madrid, Barcelona, Bilbao o, particularmente, Vitoria), mientras la vieja élite se mantenía activa creando sus círculos financieros (Crédito Navarro) e interviniendo en la pequeña transformación industrial que se había producido en territorio navarro (en Alsasua, junto al ferrocarr il, en los bosques en torno a Aoiz y en la Ribera) a principios de siglo 8. El plano urbano se iba renovando, pero conser vando el corazón de la ciudad en la parte antigua de ésta (la Plaza del Castillo y los viejos burgos concentraban toda la vida social, económica, sacra o simbólica de la ciudad; apenas si se había iniciado el E nsanche9). Los modos de vida, las costumbres, apenas si habían cambiado. La vida era más callejera que privada, las relaciones personales prevalecían sobre las impersonales de l mercado, el trato era familiar pero deferente entre los diferentes estratos de la ciudad, c ierto que se habían desarrollado nuevos clu bes distinguidos (Law-Tennis Club o e l Campo de Deportes Larraina), pero los espacios públicos eran comunes y apenas se había producido una segregación residencial (el nuevo Ensanche comenzaba a permitirlo), había sindicatos y partidos, pero la memoria del motín y la apelación a la comunidad (municipal) como entidad superior benefactora prevalecía, la re-
rústica) se desarrolla en Europa más bien con la amplitud y organización de la ciudad. ilustrada entre el xv111-x1x. E imprime un propio carácter a lo urbano frente a lo rústico (como señala F.emández de la Rota). L a nueva suciedad urbana tiene que ver con procesos de industrialización. También es pertinente la observación de Unamuno ( 1979: 100) sobre el campesino natural, con todos sus sentidos (tacto, olfato, oído, etc.) prestos a percibir los sonidos, etc. de la naturaleza (frente al urbano, distraído por el ruido del coche, el avión o la radio). 7 El ayuntamiento había adquirido todo el ci nturón mi litar y expropiado las huertas extramuros abajos precios para la realización del Segundo Ensanche, el Ensanche ele la ex pansión, por el que tardíamente crecía la ciudad. Las posteriores ordenanzas impedían especular con el suelo comprado al Ayuntamiento (Ugarte, l 995a: 302-309). 8 Véase Ugarte, 199Sa: 267-276 y 30 1-3 10. 9 Ugarte, l 995a: 288-301.
[167]
ligión ordenaba las vidas y el peso social de la Iglesia se mantenía inamovible. Sus calles conservaban, en su aspecto y la vida social que se desarrollaba en ellas, el tiempo y la memoria del pasado 10 • La nueva Pamplona no era sino un repliegue de la antigua, de lo que era percibido como la Pamplona de siempre. Ciertamente, no era así. Aparecían los nuevos signos del progreso en la urbe. Se habían impuesto desde los nuevos servicios hasta los nuevos modos comerciales, las fábricas, los talleres, tiendas de maquinaria y automoción, zonas comerciales. Pero sin que ello indujera a renunciar a buena parte de su vieja cultura local, aquella que se tenía por propia, con Ja que se identificaba como comunidad diferenciada y reconocible. Una idiosincrasia de vieja ciudad con abolengo, crecida como un entorno social y urbanístico cerrado. Sus habitantes asociaban la ciudad en su imaginario a los valores de solidez pétrea (más allá de la muralla circundante) y a la idea de permanencia en todos los órdenes de la vida. Era el predominio de los valores tradicionales frente a cualquier signo de innovación en los valores y la cultura. Toda su confi guración física y mental había hecho que aquélla fuera una ciudad eminentemente cerrada y continuista en su concepción y desarrollo (frente a la idea de ciudad abierta y renovada inaugurada por el modelo haussmanniano en e l París de principios del xrx 11). Ésa fue la imagen de sí que dominó en la ciudad. Ese su ethos 12 local - hecho de recuerdos y continuidades- que pervivía como timbre de prestigio, como seña del buen pamplonés. Una experiencia vi tal que prevalecía frente a la universalización de los usos sociales. Era la Pamplona noble y gallarda, que se representaba a sí misma como una gran familia armoniosa según la antigua idea, reforzada por la tradición cristiana. Era aquélla la imagen de la ciudad que había hecho suya la élite local. Pero, no nos engañemos, que compartían grandes sectores de la población (no todos, naturalmente). Era, por entonces, la autoimagen dominante. Por lo demás, todo ese modo de ente nder las cosas con la mirada puesta en el pasado no era un simple reviva!. El gusto por lo añejo o los elementos urbanos recuperados del pasado (tan visi ble en las nuevos chalés y mansiones de la élite, llenos de referencias al pasado en su arquitectura y decoración interior, hechos en plano como pequeños palacetes para la recepción pública, con escalinatas, salones y bibliotecas, frente a la casa burguesa, recogida, pensada para la vida fami liar privada 13), eran aplicados a las nuevas funciones propias de las sociedades modernizadas (también visible en la arqu itectura de Víctor Eusa, que dominó la ciudad a partir de los años 20, e incorporó técnicas constructivistas, de la Secession vienesa y otras corrientes euro-
10 La «VOZ baja de un largo pasado» que era capaz de apreciar el narrador de Doktor Fa11s111s (Thomas Mann) en los edificios y el ambieme de algunas ciudades alemanas (como Magdeburgo) podía 1ambién ser percibido en Pamplona. 11 B enévolo, 1993: 178 y sigs. 12 Empico este término con Cli ford Geertz ( 1987: 11 8) como ámbito en el que se concretan los aspectos morales y estéticos, el tono de vida, la actitud subyacente que un colectivo tiene ante sí mismo y ante el mundo, para contraponerlo a cos111ovisió11, que incluiría aspectos más propiamente cognitivos e ideológicos. 13 Hasta constituir un Geisteswerke localista (Ugarte, l 995a: 3 13-336).
[168]
-
- - - --- -----
peas, para ponerlas al servicio de la tradición y e l misticismo religioso local, lejos del racionalismo del GATEPAC 14). Pamplona no quedaba aferrada al pasado incapaz de progresar. En ab oluto. Iba adquirie ndo nítidamente los perfiles de la urbe del siglo xx que era. En cuanto a la acti tud de la élite que impulsaba aquella visión, no era la de un grupo debilitado en su posición social o económica, en su preeminencia ciudadana, como ya he dicho. No era la de una clase que se aferrara al pasado con desesperación ante el temor a ser barrida por los nuevos grupos con sus nuevos usos. No. Aquélla era una élite pujante, que intervenía, a su manera, en los negocios de la provincia y en la nueva economía española. Que se había reproducido, casi sin solución de continuidad, desde la desamorti zación 15• Pero era, también, un grupo social que hab ía construido su propia identidad sobre la conti nuidad de los viejos valores, sobre la reme moración del pasado como lo genuinamente propio, como lo que marcaba el carácter distintivo de su clase, desechando otras disposiciones -que en la literatura histórica se han tenido por acreditadamente burguesas-, como el cosmopolitismo, la mentalidad innovadora, dispuesta a una crítica radical del pasado por obsoleto y a un compromiso defin itivo de cambio y de valores de futuro. Una élite que construía su identidad sobre lo local y particular, y lo permanente, lo que se suponía inmanente al lugar, antes que sobre lo universal e innovador. Era aquella una élite que progresaba con Ja mirada puesta en el pasado. Si e l afán proyectivo de aquel grupo duró hasta finales del siglo XIX, en los primeros años del xx la élite pamplonesa tornó aque lla vol untad en un proyecto retroactivo que idea lizaba el pasado. Ese modo nostálgico de entender las cosas hizo que en esa progresión impulsada por aq uel colectivo prevalecieran las continuidades sobre las rupturas, que fuera una modernización hecha desde modos y valores netamente trad ic ionales. Pero, si lo moderno tenía poco presti gio e ntre la élite pamplonesa, no por eso dejó de sentirse urbana. Porque Pamplona era la ciudad en el sentido actual del término 16. No sim plemente parte de l gran poblachón con funciones vagamente comerciales y administrativas de l siglo XIX, sino la c iudad, con todo lo que ello significaba en e l siglo xx. Un lugar bien diferenciado del entorno rural: desde sus formas sociales a sus prácticas de ocio, desde su paisaje humano a su hábitos culturales (au nque no por ello, como veremos, viviera de espaldas al campo). Si se me permite, hemos hablado del pasado y del futuro como elementos contrapuestos. No es que esa dicotomia entre modernidad y tradición se viviera de ese modo contradictorio, ni que ambos fueran principios de organización esencialmente incompatibles. Las sociedades evolucionan -y Pamplona no iba a ser una excepción- en procesos históricos complejos según un devenir en e l que los comportamientos y las re laciones van cambi ando más o menos lentamente en la dirección de
14 Víctor Eusa rue un gran arquitecto y estas palabras no le hacen justicia. También ensayó formas del funcionalismo de Le Corbusier con gran maestría (U gan e, l 995a: 340-343). 15 Véase Uganc, l 995a: 267-276. 16 Una discusión sobre la idea de lo urbano como concepto cultural puede encontrase en Southall, 1973 (especialmente en la introducción del editor).
[ 169]
la moderni zación (me refiero, c laro está, al tramo histórico que transita entre e l siglo xLX y el xx) t7. Sin embargo, además de resultar inevitable una cierta disección de ambos hechos en la exposición, la mentalidad nostálgica de la c lase media conservadora de Pamplona tendía a establecer esta dicotomía. Gustaba de las nuevas posibilidades económicas y de desarrollo en general que ofrecía la nueva situación, pero sentía que aque l pasado arque típico que se había construi do (y que había logrado extender entre un amplio público como lo propio, frente a otras modas y costumbres que serían extranjerizantes o no castizas), resultaba parte de su idiosincrasia, de su modo de ser y estar en el siglo x:x. Quizá una muestra, no más que una pequeña muestra pero bie n expresiva, de aquella disposición de ánimo ante los tiempos que mostraba aquel colectivo sea e l modo en que un importante comercio local propagaba en la revista de las fiestas de 1935 la llamada Radio Electrola, un producto de La Voz de su Amo que distri buía en exclusiva para Navarra. «Para los que viven rodeados de herencias fam iliares (casa, muebles, tapices y cuadros) --decía-, es difícil crear a su alrededor una atmósfera moderna en la que impere su propio gusto, si no están dispuestos a dejar a un lado todo aquello que representa la historia de siglos .. .» Los nuevos aparatos de radio --continuaba- carecían de la vieja disti nción de los muebles de familia, recordaban , con estridente mal gusto, la vulgar estética de l maquinismo moderno. Pero era aquél un instrumento que debía estar presente en cualquier mansión que se preciara de estar informada y al corriente de los nuevos ri tmos m usicales o las emisiones de teatro radiado que se practicaban en la época. En ninguna buena casa debía faltar el aparato de radio. Y no una radio cualquiera, naturalmente. Debía ser un buen aparato con todos los adelantos (como el «circuito superheterodino compensado», continuaba el reclamo publicitario) que le permitiera captar con calidad las emisiones de la Unión Radio de Mad rid o San Sebastián. Pero esas rad ios acostumbraban a tener un vulgar diseño de líneas sencillas que desmerecía de los muebles, los tapices y los cuadros de la familia. Natu ralme nte, los nuevos modelos de Radi o Electro la que e llos ofertaba n lo solucionaban, pues, sin desentonar con los más viejos tapices o un sillón «de l más puro renacimiento ... , aun dentro de un antiguo caserón de l siglo x:vu !gracias a su mueble
17 Resulta claro que la contraposición tradición/modernidad tiene su origen en la sociología dualista desde T onnies. Sin embargo, no los utilizo aquí ni como co111po11e111es e/e111e111a/es de aquella sociedad (al modo parsoniano) ni como principios organizativos ahistóricos. Pienso, naturalmente, en una sociedad que se encuentra en el tracto histórico (x1x-x:x) en el que éstas van evolucionando de modo complejo y abandonando, más o menos lentamente, los modos 1radicio11ales de organizaci ón y comportamiento por otras propias de la que se ha dado en llamar sociedad de masas, producto también de una situación histórica concreta (hago mía la crítica a esas visiones dualistas y ahistóricas que en su día hiciera Norbert Elias, 1987: 13 y sigs.). Lo que no quita para que analíticamente resulte esclarecedor hablar de ambos conceptos, aun sabiendo que estamos hablando de procesos no diseccionables. Norbert El ias diría e11 el senlido de la civiliwción. También resulta comprometido hablar de direcciones en la historia. Valga para este tramo de tiempo que recorremos entre el x1x y el xx. Por lo demás, suscribiría estas palabras de Ranke: el valor de cada época «reside, no en lo que resulte de ella, sino en su propia ex istencia, en su propio yo» (citado en Meinecke, 1983: 506).
[1 70]
-
- - - - -- - - - - - -- - - - - - -----------
de época], puede ser moderna, modernísima y reflejar la juventud y el espíritu de su dueño» 18. Así culminaba e l anuncio. La tradición, el abolengo y el avance técnico se mezclaban con la distinción y el estar al día, ser moderno de ese modo señoril que proponía el anuncio. Ésa era la ideal combinación para los hijos de las buenas familias de Pamplona. Así pues, si, como dice el urbanista alemán Hans Paul Bahhrd, la ciudad constituye «una manifestación de consciente autorrepresentación colectiva» 19, Pamplona había dejado de ser ya la «ciudad de humo dormido, doliente de campanas y lluvia» de la que hablara Iribarren refiriéndose al siglo x1x -y a la que se refiriera Pío Baraja al hablar de su infancia20. Pero no lo había hecho según el modelo de esa ciudad despersonalizada (como diría un autor influyente en el tiempo, Maurice Barres21 ; trato aquí de recoger calificativos críticos de la época respecto a la que se consideraba clima social de la gran urbe moderna), en la que prevaleciera la anomia (Durkheim), la cosificación de la persona, la vida eminentemente artificial (frente a la natural del campo, de la tierra) y fríamente funcional --que escéptica y mordazmente presentaba el vanguardista, Arthur Rimbaud 22 . No como ese París enajenado que dibujó Zola en L'Assommoir (La taberna, J 877), despersonalizado y artificial en el que el obrero ha de acercarse a Ja taberna en busca de ese escaso y necesario calor humano (que le llevará al alcoholismo)23 . No según ese modelo ideal (no necesariamente histórico) de una urbe moderna tal como la concibieron quienes entendieron el siglo xx como
18
Pamplona, 1935. Citado en Otxotorena, 199 1: 226. 20 «Pamplona, en aquel tiempo -decía don Pío-, era un pueblo amurallado, cuyos puentes levadizos se alzaban al anochecer. Quedaba únicamente abierta la puerta de San Nicolás y el Portal Nuevo. Esto daba a la ciudad un carácter medieval» (véase Baroja, 1944: 12 1- 168; cita en 122). 21 Autor de Los desarraigados, 1897 (dentro de la Trilogía, La Novela de la energía 11acio11al), que la escribió precisamente contra el impulso universali sta de los liberales franceses representado por la impersonal ciudad de París (contra la moral kantiana). origen, según Barres, de la degradación moral causada por el desarraigo. y a favor del ideal del retomo a la tierra y la creación de un hombre nacional. Fue inspirador del mundo político que se movió en torno a I' Action Fran~aise. de influencia sustantiva en la cosmovisión de la clase media conservadora española. Sobre Barres y su influencia política, Sternhell, 1972 y 1978. 22 Son palabras de Rimbaud en sus ll/11111i11atio11s ( 1886; cito por A. Rimbaud, Jlu111i11acio11es, Madrid 1972: 6 1). «Soy un efímero y no demasiado descontento ciudadano de una metrópoli que se juzga moderna porque todo gusto conocido se ha evitado en los mobiliarios y en el exterior de las casas tanto como en el plano de la ciudad. Aquí no seilalaríais los rastros de ningún monumento de superstición. ¡La moral y el idioma, en fin, están reducidos a su expresión más simple! Estos millones de gentes que no necesitan conocerse conducen tan parejamente la educación, el oficio y la vejez, que el curso de la vida debe ser muchas veces más corta de lo que una loca estadística encuentra para los pueblos del Conti nente.» Después de todo A. Rimbaud era originario de una remota ciudad de Francia (Charlevi lle, en las Ardenas) semejante a Pamplona y a la que el autor vanguardista aborrecía, de cuya quietud quiso hui r -y huyó-. lo que no le impedía ser lúcidamente crítico con la nueva metrópoli. La crítica a la despersonalización de las ci udades fue habitual. Ya los pintores pintan y los poetas describen al hombre de la calle como sombra imprecisa de contornos semejantes (cfr. Benévolo, 1993: 194). También Reissman , 1970: 15. 23 Véase el comentario en Casey, 1990: 204-207. 19
[1 7 1]
el tiempo de la fascinación por el vértigo, el maquinismo, la técnica y el individualismo exacerbado. Pamplona se modernizó y desarrolló como idea de ciudad - más allá de realidades materiales como la dotación de servicios o el nuevo urbanismo. Y lo hizo según otra vivencia cultural de lo urbano (más próxima a un ethos comunitarista) en el siglo xx, con todo lo que ello significaba24 . Pero ciudad y no poblachón a fin de cuentas. Así lo recogía el poeta pamplonés Ángel María Pascual en su poemario Capital de tercer orden25 en el que se trasunta esa ciudad que él tan bien conoció26 . Como síntesis, en su poema final,'«Estación», Pascual se detiene en el espacio fronteri zo en el que la ciudad presente y agitada, se encuentra con el campo. Dos realidades bien diferenciadas en la España del sig lo xx, y también en Pamplona. Una estación con un andén repleto de maletas atadas con cuerda, llenas de bullicio, con cestos y bolsos entre la gente humilde, «Soldados, cuatro monjas, campesinos .. ./ ... las voces, el pregón de caramelos/ y el eco de lejanos mercancías», y« ... aquella caterva de bagaje I donde dicen que paran los primeras,/ y en las terceras revolotear de pollos/ sobre cestas de frutas revenidas./ Al fin el tren ... ». Es la ciudad a la que la aldea acude y se encuentra en ese mundo bullicioso de frontera. Y al fin el tren, decía, «... bufidos de vapores/ al ras del suelo.. ./ Pitidos, campanillas humo blanco./ Lentamente se va formando el ritmo/ de la rueda y el riel...». El tren, que unía dos mundos - mientras, simultáneamente, los separaba. El del humo, los pitidos y del metálico riel, con el otro, exterior a ese entorno de prisas, horarios y retrasos27 . Ese ámbito de tiendas de tejidos, madejas o perfumes, con joyas de hojalata y almanaques. De pastelerías con espejos rutilantes y cafés con divanes raídos y «la peña de siempre junto a los ventanales»; con el ciego de los cupones, la lotera y el vendedor de corbatas. Donde los reclutas llegaban al cuartel con sus maletas rotas. Un lugar con sus noches de juerga de la «hora indecisa» de los jóvenes de clase media en que se baja al «burdel de la calleja», y la prostituta taconea un bolero sobre la mesa con champán y vidrios rotos. Y donde, con la mañana, se abre el mercado de la plaza en que se vende los pimientos o la merluza al grito de «¡fresquita!», o elixir indio, «el elixir de la vida» que pregona el char-
24
Así podía decir José M.ª lribarren en 1957 (: 242), algo más adelante del tramo que aquí consideramos, con la segunda oleada industrializadora en marcha: «Y es que nuestra ciudad se ha transformado tanto en poco tiempo - habla en los 50- , que en comparanza /sic/ con la Pamplona actual, moderna y expansiva, moderna y sorprendente, aquella otra Pamplona, constreñida por la muralla, aquella población silente y campanera, castrense y eclesiástica, hidalga y artesana, un poco mustia y un tanto sombría, pero íntima y cordial, " pasó a la historia", como suele decirse, y tiene ya el encanto y el perfume marchito de esas fotografías de hace sesenta o setenta años, donde aparecen los ponales y los fosos de la muralla, la fuente de la plaza del Castillo, la tristona plazuela del Consejo, la avenida de San Ignacio, llena de diligencias y galeras, el paseo de Valencia bajo túneles de bombi llas, el encierro ¡con doce corredores!, o la vieja Plaza de Toros, con Sarasate en uno de sus palcos, viendo torear a Mazzantini y a "G uerrita" toros de Espoz y Mina o de Zalduendo.» 25 Pascual, 1971. 26 Como lo muestra en sus Glosas a la ciudad, breves descripciones literarias de aquella capital de provincia aparecidas en la prensa diaria y recopiladas, post mortem, en un libro (Pascual, 1963). 27 Las imágenes de Pamplona que aquí se incluyen pueden seguirse en Pascual, 1971.
[1 72]
latán. Con sus urinari os públicos de verde cinc. Su hote l con su reclamo lumi noso y su entrada adornada con dos palmas, donde recalan los viajantes y los toreros en San Fermín. O las pensiones con pensionis tas de canario en jaula o señoras orondas con albornoz lila y zapatillas rojas, allí donde paraban los p al e1os, siempre zumbones. Y las casas baratas con tiendillas y ropa tendida, ruidos de sierra mecánica y señoras con quimonos charlando en Ja puerta. Donde, a pesar de todo, puede sentirse la soledad y la angustia. Aunque no en el Casino donde se habla de u·igo, de lana y dehesas (más que de fletes, inversiones y maquinaria), y e l cronista oficial j uega al ajedrez con el jefe de obras públicas mientras toman cañas y manzanilla. Allí la Historia de Lafuente, Pereda, el Diccionario de Madoz, los Episodios, Julio Veme y Alcubilla. Un Jugar con su suburbio de «casuchas de adobe, míseros cuchitriles y chozas de chatarra con raquíticos huertos». Con su parque público con estanque, patos, pájaros, fa rolas y bancos con azulejos, y en é l la estatua de bronce del Hijo Ilustre (Sarasate). Un espacio a veces mohíno para el poeta con nervio vanguardista, pero donde ya al labriego se le reconoce por sus «petachos en las combas rodilleras», o al pale10 por su tono bronco, ojo socarrón, el bastón, los serobes y la manta. Donde el aldeano es ya forastero. Y era el tren, símbolo de l nuevo tiempo, el que pronto abandonaría ese ámbito - bien delimitado, al fin , como vivencia-, el que atravesaría su frontera, para encontrarse con la aldea: «La ciudad gira suavemente en la distancia -dice-./ Y una loma la esconde. En la pendiente/ e l largo surco del primer arado» 28 . El poeta abandona la ciudad, y ésta se pierde en la lejanía, mjentras el campo aparece en toda su realidad. Dos mundos. Ahora sí: una realidad agraria, con e l arado y el surco trazado por él mientras se abandona Ja ciudad, propia y característica. Las categorías de lo rural y lo urbano -y toda su trama cultural de significados- quedaban nítidamente delimitadas (aunque se conservara ese con1inuum entre ambas como queda reflejado en el propio poema con la imagen de Ja estación como punto de encuentro y el tren recorri endo ambos espacios y comunicándolos). Ya no era, pues, aquel límüe material difuso entre lo rural y lo urbano que existía en el xrx.29: cultu ralmente mantenían la divergenc ia, pero, tal vez habían ganado en comunicación desde la nueva diferencia. Pam plona había entrado a formar parte de Ja red de c iudades (capitales de provincia por lo común) que conformaban la moderna red urbana de España. Pero había adquirido esa conc iencia de metrópoli manteniendo un fortísimo sustrato del idea l urbano u·adicional - de la viej a comunidad- como parte de lo propio, de su idiosincrasia. Pampl ona se había integrado en la gran cultura de la megalópolis global que los medios de comunicación comenzaban a hacer inevitable, pero manteniendo sólida
2s
Pascual, 197 1: 40. Véase una discusión sobre algunas de estas cuestiones en Ringrose, 1988. Martín Gelabertó (1992: 5), por ejemplo, llama la atención sobre el hecho de que durante el Antiguo Régimen los límites entre lo urbano y lo rural eran más bien imprecisos, y que poblaciones comarcales de menos de 2 .000 habitantes (capitales episcopales, decanatos diocesanos, monasterios) podían tener la categoría de pequeñas ciudades por cuanto podían desarrollar ciertos servicios anejos a una actividad económica comarcal, y, sobre todo, porque podían crear pequeños microcosmos culturales de ambiente urbano. 29
[1 73]
su cultura local predominante, sin que Ja comunidad local hubiera sido arrasada por aquélla. Se había modernizado conservando en parte su vieja identidad comunitaria. Y sobre e lla se había desarrollado el que era ethos local dominante, promovido por la élite pamplonesa y asu mida por una buena parte de la población. Era lo que daba a la ciudad ese geni o, esa singularidad, ese fuerte carácter que la hacía distinguirse frente a otras capitales de provincia. Pamplona era una capital de tercer orden (Á ngel M.ª Pascual), no de segundo orden. Pero orgullosa de su condición según aquella idea dominante. Satisfecha de su marcada personalidad (personalidad hecha de recuerdos y' pervivencias heredadas de la sociedad tradicional)30 . Pamplona, la vieja capital de reino, cabeza de Navarra era, por tanto, singular, pero no por ello menos urbana que otras capitales de provincia. Así lo entendían una buena parte de sus habitantes, así Jo percibían, creyendo que ése era el estado natural de las cosas. Sin saber necesariamente que aque lla singularidad procedía de la pervivencia de los modos propios de una ciudad tradicional -aunque fuera en el recuerdo, que es una forma sólida de sobrevivir. Pamplona había seguido un modelo específico de modernización. Un modelo que, lejos de ser único -como todo localismo tiende a creer-, era, tal vez, un proceso histórico más transitado en España de lo que ha tendido a considerarse -también dentro del mundo académico3 1.
2.2.
1936: LA ALDEA COMO PROLONGACIÓN/PARTE DE LA CIUDAD32
Es cierto que la ciudad decimonónica, caso de Pamplona, y su entorno rural se confundían en su materialidad. Desde luego de un modo más notable que las del corto siglo xx. No ya en su economía; otro tanto podría decirse de su sociología de aristócratas, comerciantes y labriegos librepensadores, artesanos y campesinos, que formaban un pueblo heterogéneo, abigarrado. O en su política, juego entre carlismo y liberalismo, con adornos de republicanismo en la ciudad. No es que fueran lo mismo, en las ciudades estaba Ja aristocracia más vinculada a Madrid, su función era más co-
30 Vitoria con un número simi lar de habitantes, se consideraba en la época de una entidad ciudadana mucho menor que Pamplona sin reparar en sus dimensiones similares y en una economía quizá más pujante en el momento. 31 Véase, por ejemplo, Alabart y cols. 1994: 9. También sobre las ciudades mediterráneas crecidas a partir de un importante casco histórico Salvador Giner en Alabart y cols. 1994: 41. O incluso Viena en la que la permanencia de la Corte de los Habsburgo condicionó una estructura urbana tradicional (Monclús, 1992: 11 3). 32 «La ciudad rural se convierte en una parte del campo», dice Oswald Spengler ( 1943: 111, 141 ). Y añade: «la diferencia entre el hombre del campo y el hombre de la ciudad llega a ser bastante considerable en esas pequeñas ciudades; pero al fin desaparece ante la enorme distancia entre ambos y el habitante de la gran ciudad. La astucia del labriego y del pequeño ciudadano y la inteligencia de los habitantes de la gran ciudad son dos formas de vigilia inteligente entre las cuales casi no es posible la conci liación». ¿En qué medida es esto cie1to? ¿Llegaron realmente las pequeñas ciudades a confundi rse con su entorno rural alejándose de una cultura urbanita, más cosmopolita, propia de la gran ciudad? ¿Cómo se integraron ambos mundos, el de la pequeña ciudad y el rural?
[174]
mercial, mientras que la aldea era menor y más agraria. Pero si el campo era agrario, lo era también por entonces en buena medida la ciudad (lugar de carros de siega y recuas de bueyes camino del abrevadero). Existía, pues, una cierta continuidad material entre campo y ciudad. Pero no es menos cierto que ciudad y mundo rural (urbe y la aldea) eran en el x1x también dos realidades culturales bien diferenciadas para los contemporáneos; si no materialmente, sí vivencialmente, como experiencia. Y, se da la paradoja de que a pesar de su similitud, eran dos realidades particularmente enfrentadas, como he mostrado en otro Jugar33 . Mientras que la ciudad representó la geometría, la cultura distinguida ilustrada de salones y buenas familias, la aldea representó la tosquedad, la incultura, la falta de maneras civilizadas de comportamiento social. Pamplona tenía sus paseos y jardines con decorativos vergeles y hermosas fuentes, como el de la Taconera, por los que pasear, su elegante Teatro al que acudir y sus bandas de música con que deleitarse los días de fiesta. Incluso los uniformes militares - tan elegantes los días de fiesta- y e l paso de la caballería por el adoquinado de la ciudad era un signo distintivo - y de distinc ión- de la ciudad - y el Ejército, no se olvide, era liberal. Pamplona tenía sus calles alumbradas con farolillos, pavimentadas y sus aceras de baldosas. Hasta los sacerdotes que podían verse por las calles era gente cultivada y distinguida: canónigos, magistrales y jóvenes seminaristas. Nada que ver con el, en ocasiones, torpe cura de pueblo34 , las calles de tierra, y la suciedad que no respetaba la vía pública, la frondosidad de la campiña y el riesgo, frecuente, a un bandolerismo endémico. La sociedad elegante de Pamplona, por contra podía ir a escuchar conciertos de música al Liceo Artístico y Literario - fundado en 1840- o asistir a los bailes de gala organizados en el palacio de los Guenduláin o los de Ezpeleta o acudir a los salones amplios y abundante mente decorados de las buenas familias a tomar café o chocolate. Aunque el campo estaba en la propia ciudad (en sus labradores, casas de cuadra, etc.), la idea de lo urbano, su prestigio entre el patriciado de la capital derivaba del rechazo de la rusticidad, lo que se estimaba como perteneciente al mundo zafio y bajo de la aldea. Había toda una serie de signos que si en el siglo x:x no hacían ciudad, en el x1x definían claramente el ámbito de la urbe frente al concepto de rus, hasta el rechazo de uno por el otro. Para el hombre de campo Ja ciudad era «quintaesencia de maldad y vicio» 35 , enfrentado al concepto de rus, «Objeto de ironía y mofa» para los urbanos36 .
33
34
Ugarte, 1995a: 354-364. Aunque la formación sacerdotal en Pamplona era buena en relación con otras diócesis (Pazos,
1990). 35 Decía un viejo refrán navarro: «Gorrión y aldeano que oye las campanas de la catedral .. ., pajibarios» (lribarren, 1943: 155). La ciudad era rechazable, incluso en la opulencia de su catedral. 36 Las frases son de Lisón, 1986: 5. Aldeano, término que desde muy antiguo, de fonna intermitente, ha sido asociado con lo vulgar y desdeñable. Véase por ejemplo lo que Baldassare Castiglione escribía en el segundo decenio del siglo XVI en Los cua/J'O libros del cor1esa110 (uso la edición de 1994, editada por Mario Pozzi, pág. 155 y n.): «Las palabras que en Florencia no se usan han quedado en los hombres baxos y aldeanos y con esto, como corrompidas por la vejez, son desechadas por las personas de cal idad.» El editor (Mario Pozzi) observa que Castiglione recoge la idea de Cicerón, quien aseguraba que había quie-
[175]
-Aquellas dos culturas fueron cristalizando políticamente asociando e l liberalismo al imaginario urbano y el carlismo al rura l. La ciudad, por sus guarniciones y la influencia de este patriciado, de su élite, era li beral; el campo, en Navarra, carlista. Así era. Si no como realidades sociológicas, sí como juicios valorativos o vivenciales. Cuando los e misarios de la Diputación salían de Pamplona, viajaban de ciudad en ciudad: de Pamplona a Lumbier y rápidamente hacia Aragón temiendo algún ataque carlista por la noche desde las montañas, desde la Sierra de lzco o de Tabar; o iban a Tafalla, a Tudela, y, por el Canal Imperial, a Zaragoza y a Madrid. Por su parte, los campos de Navarra se recofrían con fuertes guarniciones o se aprovechaba el desplazamiento de las columnas militares para viajar con e llas. Era territorio controlado por la administración carlista o por donde transitaban con cierta facilidad las partidas de éstos. Hubo en Navarra pasos temibles para aquellos li berales, como e l Carrascal, que se hicieron míticos por su peligrosidad 37 . Aquellos patricios, que irían contando entre Jos que se beneficiaron del proceso desamorti zador de bienes eclesiásticos y de las fincas concejiles, comunes y de montes38 , se refugiaban durante la segunda guerra carlista «en las capitales y ciudades - léase Pamplona, Tafalla, Tudela, etc.- , ... escapados de los pueblos» 39 . Mientras tanto, los bastiones carlistas se asentaban en el entorno rural. Por su parte, fue obsesiva la voluntad carlista por asaltar Bilbao, «la Gomorra li beral»4º, tanto en Ja primera como en la segunda guerra carlista. Asediaron Pamplona y la bloquearon entre el 27 de agosto de 1874 y el 3 de febrero de 1875, pero no pudieron forzar sus puertas (a pesar de alguna conspiración). Estella fue la plaza de mayor entidad que retuvieron los carlistas, y donde establecieron temporalmente una Corte de la que los liberales se mofaban por su condición itinerante y, según decían, estar poblada de patanes. De esa suerte fue creciendo la idea de lo rural, la rusticidad, asociada al carlismo, mientras el li beralismo conservaba el prestigio de lo c iudadano, tenía ese timbre de urbanidad en e l que Ja aldea, por rústica, quedaba rechazada. S i la Corte de don Car-
nes para dar una entonación arcaica a sus discursos caían en una pronunciación tosca y campesina. Eran aquellas culturas urbanas y conesanas. Carmelo Lisón ( 1986: 1) da un testimonio de la época de Castiglione en que se manifiesta también esa contraposición entre las culturas de lo rural y lo urbano. En Lisón ( 1986: 1-5) puede verse una breve reseña sobre la historia del desdén de los urbanos por lo rústico. 37 Pueden verse las memorias de Joaquín Ignacio Meneos ( 1952: 78- 139), que en su cal idad de comisionado de la Diputación y por otros avatares familiares hizo numerosos viajes entre Pamplona y Madrid. Repásese la Historia ... de Antonio Pirata en ese mismo sent ido. Y, naturalmente, el estudio de Julio Aróstegui ( 1970), clásico sobre la guerra de 1873, en que aparece Vitoria como baluane del ejército liberal. 38 Entre ellas las famosas corralizas. El derecho a retroventa o de pasto y hierba (que no zanjaban el derecho de propiedad) generarían no pocos conflictos en todo el siglo x.x (en 1893-1894 se ensayó la legalización de la plena propiedad) y que en los años de la República pudo entrar en vías de solución (Donezar, 1975; Mutiloa, 1972; Esquíroz, 1977, y la bibliografía por él citada; Torre, 1993: 11 6; Yirto y Arbeloa, 1984-1985; Majuelo, 1989: 152-175). De ahí proviene la convicción generalizada en Navarra de que los corraliceros y otros campesinos acomodados eran liberales por interés, o la asociación liberal igual a rico que he podido recoger en numerosos testimonios por Navarra (Olite, Tafalla, Lumbier, etc.) 39 Nagore, 1964: 108-109. 40 Carr, 1982: 189.
[1 76]
los estaba poblada de patanes, ese término despectivo que asocia lo rústico con lo 1g norante, lo zafio y lo grosero41 , el carli smo en general fue, entre los liberales de Pamplona -y de España-, identificándose con el bandolerismo rural, que había sido endémico desde la invasión francesa (del que tampoco andaban, por lo de más, tan alejadas las partidas carlistas42). Aquel modo de ver las cosas quedó definitivamente fijado en las conciencias de las gentes con los sitios carlistas de las ciudades (de Bilbao, San Sebastián, Pamplona o Vitoria) en la zona que nos interesa. Aldea y ciudad eran dos imaginarios definitivamente enfrentados. En ese sentido, y no en otro, podía decirse que Ja Pamplona del xix había resistido e l asalto del campo, el asalto carlista43 , de l mismo modo que lo había hecho Bi lbao, Vitoria o San Sebastián. La ciudad, por sus guarniciones y la influenc ia de su patriciado, de su élite, era li beral; el campo, en Navarra, carlista. El campo no era acogido en las ciudades del xrx. Durante ese siglo la aldea sitió a la ciudad, que nunca la acogió (ni se dejó conquistar). Fueron baluartes del Estado liberal. También Pamplona o Vitoria. Justo lo contrari o de lo ocurrido en julio de 1936, en que ambas se encontraron en Pamplona. La aldea no sitió a una ciudad, ahora sí material y culturalmente diferente, sino que fue acogida por ella. Aquella imagen de la ciudad siti ada por el campo, rodeada por los carlistas-aldeanos había perdurado en la mitología liberal del xrx y lo recordaban plásticamente los niños de entonces, adultos en los años 30 de este siglo (piénsese en la sociedad El Sitio de Bilbao, e l episodio nacional , Luchana, de Pérez Galdós o Paz en la guerra, 1897, de Unamuno44) . Ignacio Hidalgo de Cisneros, hijo de veterano carlista, pero formado e ntre las buenas fami lias de Vi toria (qu ien luego sería general de la aviación republicana) decía que e n la época de su juventud «siempre que miraba desde los balcones de mi casa de la calle de la Estación, esquina a la F lorida 1pleno centro vito-
41 También los liberales portugueses tenían esa misma disposición hacia el movimien10 miguelista (véase M ontciro, 1990: 128). 42 Véase, por ejemplo, Aróstegui, 1970: 2 16-236; y Sesmero, 1991. 43 Naturalmente, no en el sentido de que fueran aquellas unas guerras campesinas ( me refiero, claro, a las carlistas), ni que hubiera un conflicto campo ciudad. Ya Julio Aróstegui ( 1970: 27 1; 1975: 233) argumentó en su día en este sentido y demostró sobradamente ( 1970) la raíz complej a del problema. Aunque, qué duda cabe que en su seno -especialmente en la guerra de 1833- se produjeron movimientos de rebeldía campesina (que ya Jaime Torras, 1976, puso de manifiesto y a quien han seguido otros) en el marco de una reacción antiliberal (véase las discusiones, por ejemplo, de Millán, 1992; Pan-Montojo, 1990: 170- 174, quien sitúa, creo, adecuadamente el tema -en el esquema propuesto por Shani n, 1983: 293-294- al hablar de 111011i111ie1110 dual: campesinos y notables). Contra esa simpli ficación del esquema campo-ciudad véase 1ambién Fradera y Garrabou, en Fradera, Millán y Garrabou, 1990: 18. Y en general los sociólogos urbanos, que han criticado sobradamente una interpretación ingenua de la dicotomía entre campo y ciudad (v6ase, por ejemplo, Giner, 1994: 25). Confío en que la que aquí se haga sortee esas trampas de la simplificación. 44 Véase, incluso, la definición arquetípica del personaje unamuniano del aldeano Domingo, sobre la que llama la atención Jon Juaristi ( 1987: 262). Como dice Juaristi , Unamuno rompía en esta novela desde dentro con la tradición fueri sta legendarista -en la que se formó en su juven1ud-, idealizadora del mundo rural.
[177]
riano] , los montes cercanos me los figuraba llenos de carlistas», como si estuvieran ocultos, «esperando la señal para salir de sus escondites y apoderarse de la ciudad». Por su parte Pío Baroja tenía un recuerdo muy vivo del asedio de los carlistas a San Sebastián a quienes siempre sitúa en los montes (aunque con su tono escéptico y distante, nos permite intuir la básica similitud sociológica de ambos mundos45). También entre los mayores de Pamplona se conservaba muy vivo aquel recuerdo del miedo, e l hambre y la angostura vital que se padeció el año 1874, durante el asedio carlista y los bombardeos a ésta desde el monte de San Cristóbal 46 . Sin embargo, en julio ae 1936, a pesar de Ja evocación que de las pasadas guerras se hacían personas de significación variada (Larreko, Jaime del Burgo o José M.ª Iribarren) o los veteranos carlistas que paseaban sus símbolos y sables por Pamplona, la ciudad acogió con clamor, con vítores al campo. ¿Qué había ocurrido para que aquel lugar que había sido centro del liberalismo, ciudad sitiada en el siglo x1x acogiera de ese modo a la aldea? Porque e l domingo 19 de julio -circunstancias dramáticas aparte- fue una gran fiesta en la ciudad 47, Ja gente los recibió en los balcones con aplausos y saludando con los pañuelos, con campanas, salvas, cohetes y colgaduras. Pamplona, lo hemos visto, estuvo animada como en una feria. La razón es doble. De un lado, una élite local que había abandonado sus veleidades liberales (o las había transformado) para reducir su comportamiento a la defensa nostálgica de su propio liderazgo, que ella estimaba en peligro48 . Y de otra, un ethos dominante de una ciudad que se había reconciliado con la aldea, que había renunciado a tirar de ella para proyectarla hacia el futuro -como hiciera en el xrx-, para aceptarla en su propia condición (incluso para idealizarla de acuerdo con las ideologías de vuelta a la tierra del cambio de siglo). Un ethos que articuló, por lo demás, e l propio discurso ideológico defensivo que desarrolló, especialmente, durante los años de la República. Porque, paradójicamente, aquella ciudad que había reorientado sus signos de identidad material de la alameda arbolada estilo francés, al humo, el pitido y el carril me-
45 Comenta, con ironía, haber visto por entonces un dibujo en la Ilustración Espmiola y Americana titulado «Emigración de los pueblos de Guipúzcoa a la capital» durante la guerra «que parece, por los tipos de los campesinos y por la forma de los carros y de los bueyes, una escena italiana». 46 Para Vitoria, Hidalgo de Cisneros, 1977: 1, 17; Baroja, 1944: 88-94, pero cito por 1982: 93-99; sobre Pamplona Campo, 1988: 175- 178. 47 Como en 1875 habían sido las visitas de Alfonso XII a las ciudades del norte, tras haber derrotado al carlismo (ver para Pamplona, Nagore, 1964: 144-145 y 154- 155; para San Sebastián, Baroja, 1982: 99). 48 Que las cosas cambiaban a peor, es decir, de modo retrógrado (él era liberal-republicano, de IR) para el caso de Vitoria con el cambio de siglo ya lo percibió Tomás Alfaro (Alfaro le llamó dese11ca11to, pérdida de dinamismo, ostracismo en sus clases rectoras) (véase Al faro, 1951 : 631-635; 1987: 2 1). Sin embargo, reconocida correctamente la situación, no supo diagnosticarla adecuadamente; se limitó a constatar la pérdida de la peculiaridad foral, cuando el fenómeno era mucho más amplio y abarcó a todo el continente europeo. Charles Maier, lo hemos visto, lo ha llamado ansiedad de clase y lo ha descrito para la Europa de 1900-1925 ( 1988: 38 y sigs.) como transformación de la cultura liberal en cultura defensiva y nostálgica frente a la amenaza democrática que representaba la nueva sociedad de masas (punto de vista que desarrollo también en Ugarte, 1995a: Tercera Parte; y 1996).
[1 78]
tálico del ferrocarril; del adoquín pétreo y las aceras de baldosa, al cinc del urinario público; que había sustituido la tertulia literario-musical por la fogosa tertulia política en los raídos divanes de café o de taberna; que había incorporado la prisa y el olor a gasolina con el autobús y e l automóvil frente a la parsimonia y el aroma natural de la diligencia; aquella ciudad que había cambiado sus atributos de identidad, su timbre de urbanidad, desde los propios de la ciudad del XIX a aquéllos propios de lo urbano en el xx en toda Europa (aunque en el tono menor y corregido como el que ha quedado establecido más arriba); all í donde ya el campesino era forastero pues era una condición que comenzaba a ser marginal; esa ciudad era la que recibía a la aldea con esa naturalidad. (Pero una ciudad, debe recordarse, que había cambiado, al mismo ritmo y tie mpo, las Acade mias y las Sociedades de Amigos de l País por los anquilosados casinos, abandonado los aires de ilustración por los del tradicionalismo49 .) Y es que esa ciudad había fo rmado su propia identidad, su fuerte carácter localista, comunitario y retrospectivo-nostálgico, incorporando al campesino como parte de su paisaje (que lo había sido en el XIX y aún lo era), como parte que fue importantísima de esa Pamplona del XIX, cálida y entrañable en su fa ntasía. Era aquella una ciudad que ya no veía en el campesino un patán ordinario, inculto y tosco, sino al hombre agrario 50 honesto y valeroso, o mejor, como e l propio origen de la raza o la casta de los baskones51 o los navarros, gente sobria pero alegre, inquietos y rebe ldes, habitantes de un «país de instituciones nobiliarias pero de costumbres democráticas», como resumía el maestro Arturo Campión. Gente de una nobleza extrema, de hospitalidad sin límite (no importa el aspecto de quien llama a la blanca casita, «eran baskongados; me abrieron»); mujeres hacendosas, ágiles y robustas, además de ser Ja «honradez misma», capaces de ahogar un grito en Ja agonía por no despertar a la nieta (Marichu.) que duerme; «motillones [muchachotes], fuertes como los robles y buenos como el pan»52 . Tópicos numerosísimos sobre la bondad del aldeano que son recogidos por la publ icística navatTa de principios de siglo a pat·tir de los autores fue ristas del xrx-xx (lturra lde y Suit, Olóri z y, sobre todos, A1turo Campión)53 , quienes, a su vez, los recogen de los escritores románticos de l x1x europeo (a quie nes se cita con
49
Se habla aquí, claro, en términos generales. Aquella tradición liberal decimonónica, por ejemplo, la cominuará en Madrid el navarro Scrapio Huici, que apoyó el proyecto de El Sol de Urgoiti (quien le atribuía un espíritu liberal; aunque para Granmontagne no era más que un liberal de Pamplona, que era reaccionario, decía, en lrún y hasta en Pampl iega. Fue, en todo caso, un empresario de gran acometividad como lo muestra su participación en numerosísimas iniciativas empresariales, entre las que destacan el lrati S.A., Portland S.A., Papelera Española S.A. y Espasa Calpe (a través de la cual tuvo una relación frecuente con Ortega y Gasset). Véase Cabrera y Elorza, 1987: 244-245; Castiella, 1994. so Ameztia, DN, 25 de j unio de 1936. .1 1 Véase, por ejemplo Arturo Campión, «Navarra en su vida histórica», en Carreras Candi, 19 11-1926: Nava rra, 1, 38 1-393. 52 Campión, 1925; publicado en las fiestas de San Fermín como folleto de fiestas; de gran di fusión, por tanto. 53 Véase Juaristi, 1987: passim. Un resumen de toda esa serie de tópicos (que reproduce sin crítica) en lribarren, 1943.
[179]
frecuencia directamente54). Imagen que no es exclusiva de los sectores más conservadores, sino que impregna, asimismo, a los sectores progresistas de la ciudad (como es el caso del novelista Félix Urabayen55). Después de todo, si la ciudad en e l XIX (origen del arquetipo pamplonés) estaba compuesta en una alta medida por labradores, si en el xrx-xx la ciudad sufría periódicas invasiones del campo: al mercado semanal, a las ferias, a Jos Sanfermines o, en algún acontecimiento político como fue la Gamazada, e l campesino acabó forma ndo parte del añorado y armónico paisaje urbano. No era una mera ficción más o menos idealizada sino una realidad presente en las huertas de la Rochapea o el Móchuelo, en Jos glasis de las murallas cubiertos de trigo cada verano, una realidad cotidiana que los pamploneses tenían e n quienes acud ían de siempre (así lo veían) a sus mercados y sus ferias, iban a las oficinas de la Diputación, a la consulta del médico, o el fin de semana al mercado o a comprar la maquinaria para la faena. O acudían a la romería de la Virgen del Carmen en las Carmelitas56. Tan presente estaba que, en el periódico de mayor tirada de la capital, el Diario de Navarra, había una sección diaria de gran éxito57 en la que se intentaba reproducir el habla de la Cuenca pamplonesa. Era el «Dialogando» de Arako (Cándido Testaut, que ya a principios de siglo tenía sus «Chirigotillas» , también de ambiente localista, en e l mismo diari o). Un lenguaje lleno de barbaris mos y giros locales, expresiones y temas aldeanos, con contracciones del habla coloquial e incrustaciones del vascuence, que, circunstancialmente, era empleado tambié n por el círculo cultivado de la capital para dar un aire local a sus escritos 58 (véase texto completo en e l
54 Véase, por ejemplo, los tópicos sobre el navarro-aldeano-carlista que se recogen en EPN, 18 de mayo de 1919 de Víctor Hugo, el Barón de Du-Casse y del Barón de los Valles coincide con esos tópicos: serio, fiero y valiente; ágil, fuerte y apasionado por el trabajo; terco y violento, pero ingenioso y sumamente honrado; capaz de resistir las mayores dificultades con un vaso de vino, un poco de aguardiente y un cigarro, etc. 55 Quien atribuye al campesino de la Cuenca una sabiduría casi socrática y una inteligencia especial en el trato con los urbanos (véase Urabayen, 1925). 56 Véase la referencia a esta romería (en la que los labradores del entorno acudían a Pamplona) en Baleztena y Astiz, 1944. También la nota 58. 57 Jai me del Burgo (1970: 29) los califica de «sabrosos artículos»; y Rafael García Serrano (1992: 206), dice que le admiraba por la gracia de sus personajes y por el «humorismo tan local como eficaz» que hacía. 58 Es frecuente encontrar expresiones así en el escritor de costumbres que fue José M.ª Jribarrcn (expresiones como comparanza en lugar de comparación). Pero el propio Manuel lribarren, novelista apreciable, lo hacía (véase este poema citado en Baroja, 1982: 132):
Vida siempre la «mesma», sigue su curso igual: vigilias en Cuaresma y baile en Carnaval. He aquí un fragmento del «Dialogando» del 19 de julio de 1936 en el Diario, que retrata, por lo demás, el discurso dominante en Pamplona por aquellas fechas en relación con la República:
[180]
encarte). Claro que aquella era una imagen idealizada de l campo que sólo existía en la imaginación del hombre urbano, pero era lo de menos a los efectos que nos interesa. Era pues aquel un ethos en el que se acogía al campesino como parte de aquella familia sana y cristiana en la que los valores rurales de la franqueza, la rudeza, el igualitarismo deferente, la solidaridad comunitaria, eran admitidos como naturales y propios. Una identidad que había reformu lado su juicio valorativo sobre el mundo rural, por tanto. De esta suerte, aquella invasión de la ciudad por e l campo, cálidamente acogida del 19 de julio de 1936, era simplemente la materialización en términos político-ideológicos de la idea - permanente en términos de representación y aun en términos sociales y económicos- del continuum ciudad-campo para Pamplona y Navarra de l siglo xx, que el poeta había expresado plásticamente en su poema «La estación». Así se dijo en los mismos días en que se producían los acontecimientos: coches, autobuses, carros y camiones venían «de los pueblos de Navarra» con la boina colorada de los carlistas dando a la ciudad «Un aspecto animadísimo y sumamente pintoresco», formando grandes núcleos de muchachos (recuérdese los motillones de Campión) que se dedicaron a encaramarse a los postes para quitar los gallardetes de la bandera tricolor que quedaba de las pasadas fiestas59 . Ésa era la imagen que de sí misma se había construido Pamplona a partir de los círculos culturalmente dominantes. Y si aquello era una bellum sacrum et justum (como decían los sacerdotes de l lugar) o una Cruzada, tal como en el ambiente se respiraba aquel día, no sería la que saliera de Pamplona en los días de 1936 -dicho en sentido metonímico, claro estácomo la turba desorganizada puesta en marcha por las predicaciones de Pedro el Er-
« -... Y cada vez pa peor. - Señal que merecemos. Nuestra madre eso dice de contau y tamien que hamos de conocer muchos castigos de Dios porque la gente se está haciendo volver tan mala o peor que los judíos o que los filisteos. - Ya tiene algo ra1.ón. sí. Hamos hecho llegar a unos tiempos que s'aprende agudo [rápido] todo lo malo y s'hace olvidar lo güeno. Pa que veas, el día la Virgen del Carmen estuvé /sic; sólo la hace aguda en ocasiones) ida a Pamplona después de ocho años que no había ido y me tropecé que no salía la procisión por las calles como antes más. Y en la función de la iglesia estuve reparada tamien otra cosa. - ¿Lo qué? - Que mucha gente aunque con haber, había a manta menos dueñas de los pueblos que las que solfa haber en otros tiempos. Parte mayor del personal era regularmente de Pamplona. - Es que se están haciendo perder las gilenas costumbres.
- Yo lo que quería decir que ahora no es como antes. Hace años el día la Virgen del Cannen hacer cuenta que era las fiestas chiquitas de San Fermín pa las dueñas de muchos pueblos. Nos solíamos rejuntar a cientos sin apalabrar antes y todas hacíamos igual. Por un regular nos tropezábamos primero confcrando y comulgando en las Cannelitas y después nos rejuntábamos todas en la función. Comer y, solíamos ir a comprar platos royos y ajos y bigos y sardes [horca] y cedazos y cribas y así y antes de la hora la procisión solíamos estar tomadas horchata en casa Puyada que le decían. ¿No t'acuerdas? Porque tú tamien ya habrás hecho por el estilo. - No, yo no estuvé alcanzada eso porque hacer cuenta que no hay sido dueña hasta que se murió la suegra, pero a ella y a nuestra madre ya les surtí oir contar eso muchas veces... » 59 DN, 2 1 de julio de 1936.
(181]
mitaño a las pue11as de Constantinopla con apenas caballeros en sus fi las; la llamada Cruzada popula r - incómoda para e l poder establecido en muchas de sus expresiones extremas- que rápidamente fue derrotada en 1096 -como no podía ser de otro modo dada su falta de dirección60 . Es decir, un movimiento casi espontáneo y amo1fo (en e l sentido que le da Teodor Shanin)6 1. No. Aquél sería, más bien, como la expedición de Godofredo de Bouillon (Ja llamada prim era Crnzada), una expedic ión formada por iniciativa de las grandes fami lias de la nobleza normanda y fra ncesa, príncipes y caballeros con poderosos vasallos, que -basándose en la lealtad fe udalformarían una aceifa contra el sarraceno mucho mejor organizada y eficaz en sus propósitos de conquista de la Tierra Santa. También en este caso la c iudad, su élite, dotaría al movimiento de la di rección que necesitaba (una dirección que se disputarían entre sus distintas fracciones, que contó con la omnipresente en Navarra Junta Central de Guerra Navarra -organi zadora de la compleja operación del aprovisionamiento de las tropas y la admi nistración de la retaguardia-, y en la que terció el Ejército, como ya sabemos). Era pues aquella una movilización que, en el marco de la coalición de la que he hablado en la Primera parte, contenía un componente social dual (la élite, que tendía a ser urbana, y e l pueblo llano, fo rmado especialmente por hombres rn rales, aunque también urbanos), que garanti zaban la formación de una alternativa real de poder, con la capacidad de organización, la disciplina y la eficacia (ade más de la decisión y la masa) que req uería una insurrección con posibilidades de éx ito62 .
2.3
LA MAGNA PROCESIÓN DE SANTA M ARÍA LA REAL. HACIA UNA NUEVA LITURGIA PARA UN NUEVO R ÉGIMEN
Aquella un idad se escenificó reiteradamente en los días que siguieron al 19 ele ju lio. El 25 de julio, día de Santiago, por iniciativa del Diario d e Navarra63 , se convocó a toda Pamplona en la Plaza del Castillo a una gran misa de campaña en la que tenía
60 Recuérdese la comparación del padre Pol icarpo Cía Navascués ( 194 1) de aquel movimiento con la cruzada a la que dio origen las predicaciones de Pedro el Ermitaño. 6I Shanin, 1983: 294. 62 Nada nuevo por otra parte, aunque esta vez en el marco de aquel pacto establislrment-movimentismo. Ya Tocqueville en 1856 (cito por 1982: 15) no le quedaba otra alternativa en la crisis del Antiguo Régimen que dominar al pueblo o unirse a él, ser su amo o su jefe. Teodor Shanin ( 1983: 293-294) habló de la acción poU1ica dirigida para aquel movimiento campesino organizado por una élite (frente a la acción independiente de clase -poco frecuente-, y la acción política amoifa y espontánea). También Fontana ( 1980); Pan-Montojo ( 1990: 173); o Millán (1992: 85) atri buyen ese carácter dual (de campesi nos y notables) al movimiento carlista de 1833. Fitzpatrick (J 990) vuelve a ver ese duali smo, las redes de patronazgo y beneficencia y la manipulación de las esperanzas populares en el realismo del Midi fra ncés. En fin, he citado abundantemente el carácter dualista de los movimientos triu nfantes del llamado fascismo europeo en la Parte Primera. Naturalmente, todos esos fenómenos tienen su lógica propia, y nada más lejos de mi intención que asimilarlo todo en el marco de las teorías de la sociedad campesina. 63 lrigaray, 1993: 58.
[1 82]
por objeto consagrara el Requeté al Sagrado Corazón de Jesús. El ambie nte creado, buscaba el efecto de la mayor emotividad entre la población pamplonesa y navarra. Al dfa siguiente, Arako lo recordaba en el Diario con el lenguaje de la C uenca y en pretendida evocación de una aldeana -que por los testimonios que he podido recoger, resulta relativamente verosímil en su formu lación- , que, a su vez fo rmaba parte de la popularización del acto. «Porque dería que escasamente s' hará ver la Plaza el Castillo como hacía estar esta mañana mientras la misa --decía la aldeana, hablando en boca de ganso por Arako. Hacía haber adall í, según, qué se yo los cientos de requetés con boinas royas y de esos falangistas que hace haber ahora, y soldaus y guardias y carabineros y qué se yo los miles de hombres y mujeres con bandcricas royas y amarillas de las que hamos conocido toda la vida. Y todas las casas con paños y banderas, e l Córpus como si sería, y todos regüeltos como diputados y así y con los de Ayuntamiento y venga plausiar y dar vivas a España luego de rematar la misa cuando echaban sermones de un balcón ande estaba un general mucho majo de barbas blancas y boina roya y venga a echar güetes y plausiar otra vez cuando pasaban todos los soldaus y los guardias y los voluntarios.» Acto litúrgico de tremenda emoti vidad inspirado en el momento final de las misiones apostólicas barrocas (que buscaban, por encima de todo, impresionar escénicamente a la concurrencia)64 y, directamente, en las consagraciones realizadas durante la Restauración (la más famosa de las cuales fue la celebrada en 19 19 en el Cerro de los Ángeles en la que Alfonso XIII consagró a España al Sagrado Corazón)65. Empleo de la liturgia eclesial que vamos a ver profusamente a lo largo de la guerra (véase Tercera Parte) y que tenía una larga tradición en España desde la Guerra de la Independencia66 y que luego se seguirá empicando e n las guerras civiles del x 1x, y ahora, en 1936 (hecho nada excepc ional en Europa67).
64 Recuperadas por Antonio Claret a partir de 1840 -seguramente no habrían desaparecido del todo-, se difundieron con el apoyo de la jerarquía eclesial y sería utilizada por gente como el M arqués de Comillas para disciplinar a sus obreros de las minas asturianas (Shubert , 199 1: 224-226). En cualquier caso, en los pueblos de A lava y Navarra eran habituales y formaban parte de la liturgia local (1l ipólito M artínez, 21 de octubre de 1991 -2 1.B-). En el pórtico de la parroquia de Ari zala se conserva la cni 1, de una Sama Misión fundada en 1914 por el padre redentorista Celedonio Asiain, decorado con elementos alegóricos: un sagrado corazón en el centro; tres clavos en lo más alto y la leyenda INR I; unas tenazas y SANTA en el brazo izquierdo, MISIÓN y un martillo en el derecho; y en el pie, la Eucaristía representada por un cáli z y una hostia, una lanza y una mitra, unas escaleras y las fechas de las misiones (con el nombre del fundador): 7.", 1965; 1.•, 1914; 6.', 1946. De modo que entre 1914 y 1946 se celebraron otras cuatro misiones. Sobre las misiones barrocas en el ámbito europeo puede verse Huizinga, 1978: 17 y sigs.; en el ámbito vasco durante el xv111, Madariaga, 1989: 468-480. 65 Véase sobre este tema lriane, 1880 y Di Febo, 1988: 51-59. 66 V éase, por ejemplo, Revuelta, 1979: 10- 11. Y desde luego, Martínez Albiach, 1968. Ya antes se hizo en un contexto si milar en la Guerra de la Convención, véase Aymcs, 199 1. 67 El caso más patente es el de los Legionarios rumanos (Veiga, 1989). Por su parte los nazis uti lizaron la tradición del nacionalismo alemán en su liturgia de masas (ya secularizada) en la que también había una tradición de empico de los actos litúrgicos religioso-nacionales protestantes (en la estela del pietismo de los Jahn etc.; no las católicas) como actos de afirmación nacional dentro del nacional ismo antifrancés del norte, no tanto en el liberal del sur de las sociedades corales y el movi miento gimnástico (véase Mosse, 1975: 86-97 y Langewiesche, 1994: 41 ). Es conocida, por lo demás, la confusión que en el s11r del s11r, A ustria, había entre la liturgia eclesial y la imperial (hasta su desaparición en 1918).
[J 83]
Buscaba y produjo aquel acto una tremenda impresión. El acto en sí, contó con la presencia del general Cabanellas y el sermón lo inició José Martínez Berasáin, presidente de la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra, con unas breves pero ceremoniales palabras de presentación: «En este momento solemne ... » comenzaba. Luego leía el que era Acto de Consagración de la Tradición Española al Sagrado Corazón de Jesús (véase Anexo). En él se compendiaba todo el discurso nacionalista del tradicionalismo español (aprovechando la celebración del día, Santiago 68), los fundamentos del navarrismo y la interpretación de la guerra como cruzada69 . El obispo Marcelino Olaechea no acudió '(conocemos sus iniciales reticencias a una lectura en clave de Cruzada de aquella insurrección). Tuvo por ello que disculparse alegando enfermedad70. El 30 de julio el Cabildo catedralicio tuvo la iniciativa de traer la figura de San Miguel in Excelsis a Pamplona - San Miguel de Aralar, a quien se Je tenía gran devoción en Ja ciudad y simbolizaba la visita cada primavera de la Barranca a Ja capital71. A las cinco de la tarde, como era costumbre, buena parte de la ciudad se había desplazado al bosquecillo de la Taconera. Desde la Iglesia Catedral, los cinco Cabi ldos parroquiales (habitualmente, solamente iba el Cabildo de San Nicolás) se desplazaron con sus cruces hasta la puerta de la ciudad para recibir al Santo. La plaza de Recoletas y la calle Mayor se habían llenado de gentío. Los balcones, como era ya habitual, se llenaron de colgaduras y banderas. Las campanas de la ciudad repicaban. En ese ambiente cargado de signos de emotividad, un piquete de requetés dio escolta al séquito desde la puerta de la Taconera hasta la Catedral. Allí le recibieron todas las autoridades y representaciones de las Órdenes y Congregaciones. A continuación, como se hacía habitualmente en la iglesia de San Lorenzo, se dio la imagen a besar al inmenso gentío que llenaba la Catedral. El Ángel Tutelar de Navarra, protegería a su pueblo en aquel momento crítico. Así se empleaba la religiosidad local y popular en apoyo de la movilización. Tal vez el acto más solemne de aquellos primeros días tuvo lugar el domingo 23 de agosto al celebrarse, convocada por el obispo Marcelino Olaechea (ya curado) una procesión con la imagen de Santa María la Real72 - llamada así porque ante ella se coronaban los reyes de Navarra73- , titular de la iglesia Catedral y patrona de toda Ja
68 El santiaguismo ya se empleó en la Guerra de la Independencia, véase Ma11ínez Albiach, 1968: 11 7- 124. 69 ADFPN. JCGC, Actas 1; publicado en DN y EPN, 26 de julio de 1936. 70 Boletín Eclesiástico del Obispado de Pamplona, 1 de agosto de 1936. 71 La decisión en Boletín Eclesiástico del Obispado de Pamplona, 1 de agosto de 1936. Sobre la liturgia del acto y la devoción al Santo en Navarra, puede verse Arigita 19'04; Baleztena y Astiz, 1944: 207 y sigs .; Lacarra, 1969; y A1Tai za, 1990. Casualmente, el 15 de abril de 1931, mientras una parte de la ci udad cele braba Ja proclamación de la República en la Plaza del Castillo, llegaba la misma imagen en su peregrinación anual a Pamplona, formándose una nutrida procesión hasta la parroquia de San Nicolás (véase EPN, 15 y 17 de abril de 1931 ; Ugarte, 1995a: 569-570. 72 También Nuestra Señora del Sagrario o Santa María la Blanca. Imagen sedente de la que se dice procede de los tiempos de Jos apóstoles (en realidad es una imagen románica del siglo x11, chapeada de plata -véase GEN: Pamplona, 475- ) situada en el presbiterio de la catedral de Pamplona. 73 Véase grabado en Baleztena y Astiz, 1944: 220 .
[184]
diócesis, que sólo en circunstancias excepcionales era sacada en procesión74 . Ese mismo día aparecía en la prensa una nota del obispo convocando a todas las corporaciones eclesiásticas de la provincia (que tenía, por la prosodia de los títulos que iba refiriendo, los aires de una convocatoria a los once personajes del brazo eclesiástico a Cortes del viejo Reino) para que dieran una «limosna grande, la más grande que podáis, de vuestro peculio y de los fo ndos mismos de las entidades que presidís» para las necesidades de la guerra. Porque «no es una guerra la que se está librando, es una cruzada» (cursiva mía)75 • Si ya en el ambiente se vivía y la tradición de aquella corriente de pensamiento daba a aquella guerra el carácter de cruzada -con todas sus connotaciones de guerra religiosa- , el obispo lo confirmaba. Por su parte los Requetés realizaban su Plegaria de los requetés a Santa María la Real (el obispo prefería la expresión de Nuestra Señora del Sagrario, las razones son claras, unos subrayaban su condición navarra, otro su carácter eclesial), hecha en el mismo tono que la Consagración76 . El día estuvo presidido por la idea de la presencia de Navarra corporada y católica, presencia masiva y de tremenda emotividad, y por la idea de amalgamar en una única unidad formada por alegorías la realidad de la guerra con los componentes sacrales de la procesión. «Milicia y Religión. Iglesia y Cuartel -escribía haciendo la crónica Adrián de Loyarte. Voces de amor y arengas de mando. Banderas que besa la Patria y Estandartes coronados por la Cruz. Armas de poder guerrero y liturgia gloiosa [sic] de fuerza espiritual... Cuando las milicias terminaban en sus tambores y músicas guerrera con efusiones de alegría confortadora; la Iglesia con sus sacerdotes
74 Olaechea apelaba al canon 1.292 del Código de Derecho Canónico que reservaba al episcopado la facultad de disponer la celebración «de procesiones extraordinarias por causas graves», para lo que había oído el parecer del Cabildo Catedral. Era pues un acto institucional de la iglesia navarra (véase DN, 19 de agosto de 1936). Naturalmente, las graves circunstancias que se apelaban eran que «Se ventila[ba]n los sagrados intereses de la Religión y la Patria». 75 Creo que se ha producido una discusión baldía sobre cuándo se habló por primera vez de cruzada, si los generales la emplearon, etc. Aquella era una terminología que recorría la tradición eclesiástica y la tradicionalista desde el siglo x1x (ya la guerra contra el francés fue una cruzada) y se empleó reiteradamente durante la República. De modo que, era lo natural que fuera caracterizada como cruzada (otra cosa es que algún general no lo empleara inicialmente, por interés o incultllra). En Vitoria la sublevación militar, de acuerdo con los carlistas, se realizó «por Dios y por España» (véase infra). El mismo Mola habló de «santa cruzada [para] salvar a España», etc., en su alocución del 15 de agosto por Radio Castilla (Mola, 1940: 1.1 79). Vemos aquí a Olaechea emplear el término sin alarde argumental (pues lo daba por conocido). De modo que es absurdo que se discuta sobre la primera vez, etc., que se empleó el térmi no (Fernández García - 1985- fec ha esa primera vez el 31 de agosto, en una circular del Arzobispo de Santiago). Aquí tenemos una referencia anterior. Ya en la Pastoral firmada por Mateo Múgica y Marcelino Olaechea -y consultada al cardenal Gomá- del 6 de agosto, dirigida a los nacionalistas, se emplea esta argumentación de guerra santa (puede verse el texto, por ejemplo, en Arrarás, 1940- 1944: Ill, 561 -562). Otra cosa es que Pla i Deniel le diera a fi nes de septiembre una form ulación teórica según los parámetros del momento (Las dos ciudades) pero sin apa11arse ni un ápice de la larga tradición que ya existía al respecto. Tampoco creo que sea pertinente hablar de cruzada como sinónimo de empresa a la que había que dedicar un gran esfuerzo, empleado por todos los grupos (Andrés-Gallego, 1997: 15-23); y sí, por contra, como guerra religiosa en la tradición del pensamiento tradicionalista. 7 6 EPN y DN, 23 de agosto de 1936.
[185]
y fieles rezaban el Rosario de la Madre de Dios en entonación de ritmo ... La emoción religiosa en la Plaza del Castillo, llevaba en sí, la grandiosidad de lo sublime, el escalofrío de lo divino en su gran misterio de comprensión humana. Y Dios estaba allí. Entre las Milicias salvadoras de Ja Patria. Y la Iglesia elevando su oración»77 • Por la mañana, la gente acudía a misa mientras se producían confesiones y comuniones masivas. Los balcones de nuevo se adornaban con colgaduras y banderas roj igualdas. Desde primera hora de Ja tarde empezaron a fluir hacia Ja ciudad gentes venidas de los pueblos del entorno, que se iban acercando hacia las plazuelas y el atrio contiguo a la catedráí según se acercaba la hora de la procesión. Poco an tes de las siete acudió la Diputación foral con sus maceros y el Ayuntamiento de Pamplona en cuerpo de comunidad con la bandera de la ciudad portada por el alcalde Tomás Mata. En ese momento la banda de música del Requeté se arrancaba con el Oriamendi causando el entusiasmo de los presentes. A las siete de la tarde, con la señal de la primera campanada del reloj de la catedral, la procesión se ponía en marcha78 . Merece la pena en este punto, recoger el testimonio que, como parodia del acto, hizo el que fuera párroco de Alsasua, Marino Ayerra (a quien ya conocemos, véase supra, Capítulo primero), habituado al lenguaje alegórico de la iglesia del momento79 que trataba de reproducirse ese día en Pamplona. «Y se arranca la veneranda efigie -ironiza don Marino- de su milenario pedestal en el centro del altar mayor de la iglesia matriz de la diócesis, se la pone en hombros sacerdotales y se la saca en procesión, en clamoroso triunfo -en apoteosis anticipada de la que pronto habrá de hacerse en Madrid80- , por las calles y plazas de la antiquísima !ruña. - ¡Pamplona por Santa María! - ¡Navarra por Santa María! - ¡España por Santa María! ... Los civiles, los paisanos, en dos grandes hileras interminables, de miles y miles, a uno y otro lado, por calles zigzagueantes, descubierta la cabeza, y en Ja mano, encendido el hachón de amarillentos reflejos. A la cabeza de la procesión, las cruces de las cinco parroquias. Después, la cruz de palo de los Padres capuchinos. A continuación, en formación correcta, batallones infantiles de Pelayos y Balillas, batallones y más batallones del Requeté, de la Falange y del Ejército, de gran parada militar, bajo la mirada un poco amedrentada tal vez de la Reina, de los Ejércitos celestiales. Acto seguido, y siempre en dos filas de encendidos hachones, las Cofradías y los Gremios, la Hermandad de la Pasión, el Ayuntamiento de la ciudad, la Diputación fora l y provi ncial de Navarra, Junta Central Carlista de Guerra de Navarra, Junta Provincial de Falange Española, Curia diocesana, las Órdenes y Congregaciones religiosas: Carmelitas, Capuchinos, Redentoristas, Corazonistas, Dominicos, Jesuitas, Paúles, etc.,
77
78
DN, 25 de agosto de 1936. DN, 25 de agosto de 1936.
79
Véase al respecto Daniélou, 1957. Aquellos primeros días se organizó todo un aparato propagandístico destinado a aglutinar fuerzas para la toma de Madrid. Sobre este tema, volveremos en la Tercera Parte. 80
[186)
el Clero parroquial de las cinco parroquias de Pamplona y, por último, en trono ya a la sagrada imagen, el Cabildo catedral, los canónigos, en traje de gran gala también, de gran atuendo. Tras la sagrada imagen, en medio de una verdadera corte oriental de canónigos en capa pluvial, el Obispo de la diócesis, Monseñor don Marcelino Olaechea de capa pluvial también, mitra y báculo, que sostiene y lleva pesadamente con la izquierda, mientras con la diestra imparte generosamente a diestra y siniestra la bendición y derrama indulgenc ias. Lo acompaña a su derecha, el Obispo de Docimea. El cie lo retiñe en alegre canto de campanas, entre salvas de fusilería y cañonazos rituales. El público se agolpa en ventanas y balcones. Y a lo largo de la procesión... , va y viene, viene y va, el eco del canto religioso que entonan miles de gargantas felices, y parece repetirse hasta el infinito, según la proximidad o lejanía de quienes lo cantan. [Las campanas de las parroquias) sumándose indudablemente al triunfo apoteósico de su Reina y Señora la Virgen María, Generala en Jefe desde hoy también de las milicias de Cristo, a quien hay que llevar en Santa Cruzada hasta Madrid, para coronarlo allí Rey de España y por España del mundo»81. Se le olvida la presencia de los diputados a Cortes, colegios profesionales, Audiencia Territorial, S indicatos Profesionales, etc., y modifica ligeramente el orden, pero recoge desde la más acerba ironía crítica el espíritu con que se organizó aquel acto sacra! y barroco ideado por E ladio Esparza (empeñado en recrear una liturgia política que fuera la versión española de las liturgias nazi o fascista, inspirándose para ello en los autos sacramentales82). La procesión desembocó en la Plaza del Castillo donde se había organizado un templete, escoltado por dos monumentales banderas de España y Navan-a, y adornado con damascos, j arrones, guirnaldas y flores, todo e llo profusamente ilum inado, creando de este modo un escenario de claroscuros perfectamente buscado. Allí se dieron los vivas de ritual y por el micrófono instalado en el Círculo carlista, se entonó la Salve gregoriana y se rezó el Sub tuum praesidium. Dirigiéndolo todo estaba en el balcón el maestro de ceremonias Eladio Esparza (quien había tenido el honor, como promotor de la idea, de dar los tres gritos de l rey de armas: «¡Pamplona por Santa María!», etc.)83 . Todo un programa de liturgia para la movilización de masas, cargada de toda una red de símbolos y alegorías (que, como decía, amalgamaban las ideas del nacionalismo español tradicionalista, cuya alma era Navarra, con la idea de guerra santa). Fiesta sacro-patriótica en la que en un inmenso escenario, con una escenografía de recurrencias, se movían con simultaneidad miles de personas generando, a través de la emoción, ese sentimiento de comunidad que las nuevas corrientes políticas surgidas del irracionalismo impulsaban en aquel momento en Europa84 . Todo ello hecho a
si Ayerra, 1978: 60-6 1. 82
Intentos que repetirá, con rasgos aún más exagerados, en su época de gobernador civil de Álava (véase Ugarte, 1990). 83 Puede seguirse el desarrollo de la procesión en DN, 25 de agosto de 1936. 84 Puede verse Mosse, 1975; Gentile, 1994; etc.
[187]
partir de la tradición de la liturgia barroca que practicaba la iglesia española (con lo que se daba ese tono nacionalista que se pretendía mientras se conectaba con el sentir religioso de quienes secundaban la cruzada). No fue aquél el modelo que sigui ó el franquismo de los años 40 -empeñado en adoptar la liturgia fala ngista- mucho menos arraigada entre los movilizados; aunque sí, periféricamente, por la Iglesia politizada de la posguerra, con sus misiones, misas de campaña, etc. Ése fue el escenario en el que vivió Pamplona durante los primeros días de la guerra. Escenificación de la a,cogida de la aldea por la ciudad, finalmente.
2.4.
VERANO DEL 36: LA FRIALDAD DE VITORIA
Las cosas en Vitoria fueron algo distintas. Si en Pamplona se produjo una reacción cálida y emocionada, si la aldea y la ciudad se encontraron en aque l acto de fervor en ocasiones místico y festivo en general, en Vitoria no se habló en los días sucesivos al 19 de julio de otra cosa que no fuera de la f rialdad con que los vitorianos acogieron los nuevos acontecimientos. No ya el domingo 19, en que el propio Antonio Pildain85 , clausuró apaciblemente las Escuelas Dominicales en el palacio de Villasuso, sin modificar la rutina86 . Siete días después, el 25 de julio, festividad de Santiago, hubo en Vitoria misas solemnes en la Catedral (presidida por el obispo Mateo Múgica), en la parroquia de San Mig uel, en el Hospital (con la tradicional visita de las autoridades), en el Carmen y en San Cristóbal, y se realizaron desfiles militares en la calle Dato (arteria de la ciudad). Se dijo que al fin en aquel día « Vitoria ha[bía] roto con su abulia y apatía tradicionales» 87 . Eso se dijo, pero a la altura del 4 de agosto, el propio gobernador civil, coronel Cándido Fernández lchaso, vitoriano de los de siempre 88, declaraba que «es lamentab le; pero es así y así hay que decirlo. Vitoria está dando una sensació n de tibieza que contrasta con todo e l resto de España»89. Esto una vez que la ciudad hubiera quedado, al ig ual que Pamplona, en manos de los insurrectos sin resistencia alg una: con la g uarnición sublevada, los requetés por las calles, etc. y tras haber enviado el 26 de julio a s us requetés al fre nte de Madrid.
ss Que había sido canónigo lectora! en Vitoria, diputado por la minoría vasca, fustigador del gobierno en el tema religioso (véase Pildain, 1935 y Ligarte, l 995a: Tercera Parte), y obispo de Las Palmas en aquellas fechas, aunque en Vitoria por el verano. 86 PA, 20 de julio de 1936 (extraordinario). 87 García Albéniz, 1936: 38. 88 Había formado en el sexteto musical, de renombre local, Los Bemoles (Alfara, 1987: 152-153). Militar de carrera, comprometido en la Sanj u1jada, había sido colocado al frente de la Diputación (que dejaría a finales de agosto de 1936) y del gobierno civil (3 1 de julio de 1936) tras haber sido és1e ocupado el 19 de julio interinamente por Rodríguez Llamas, de facto por José M.ª E lizagárate (otros dos vitorianos de siempre), y por el general Gil Yuste (luego de la Junta de Defensa Nacional, vi1oria110 de adopción, al ser su esposa de Vitoria) entre el 22 y el 30 de julio. Aquel 1rasiego fue producto de las 1ensiones e ntre las distintas familias locales (véase Ugarte, 1990). 89 PA, 4 de agosto de 1936.
[188]
Nada que ver con Bilbao o Madrid, naturalmente, controladas por los gubernamentales; pero tampoco con Sevilla, ocupada utilizando el ten-or y la propaganda por las tropas de Queipo (en parte, al estilo italiano), o con Burgos o Salamanca, que habían sido controladas por los sublevados al viej o estilo del pronunciamiento-golpe de Estado. No. El modelo para Vitoria era Pamplona: poderosa y entusiasta movilización popular, etc. Y, sin embargo, aparecía más tibia, más apática en sus manifestaciones callejeras hacia los sublevados que la propia Burgos o Salamanca. No resistente, simplemente apática. No digamos nada comparándola con la que era su modelo, Pamplona. Vitoria era cabeza de una provincia, Álava, que respondía como Navarra enviando en masa sus requetés a la capital para lanzarlos contra la República. Pero Vitoria no acababa de mostrar ningún entusiasmo hacia los sublevados. Lo decían los propios carlistas: «Álava está respondiendo al movimiento nacional con un espíritu que acredita las gloriosas páginas de su Historia. Es únicamente Vitoria la que constituye excepción. Esto no debe ser. Vitoria debe merecer el rango que ostenta como capital de esta nuestra amada provincia»9º. Un movimiento que había surgido en el marco de aquella excitación colectiva, que buscaba la recreación del Estado como encarnación del mito de la unidad nacional, no podía consentir tal apatía. Menos en una situación de guerra. Por fin , como en un gran acto de exorcismo colectivo, los demonios de la desafección fueron pretendidamente ahuyentados por un Millán Astray en su increíble papel de j efe de Prensa y Propaganda91 • El 24 de agosto, cuando ya había pasado un mes largo desde que se produjera la sublevación, llegaba a la Estación de l Norte de Vitoria. Allí mantenía una conversación sainetesca -sin duda, concertada- ante los periodistas con el diputado provincial José M." Urquijo: - Usted que recorre toda España -decía el diputado- ¿cree que puede compararse el fervor patriótico de los alaveses con el de otras provincias? - No sólo admite esa comparación ---contestaba el general-, sino que sale ganando en ella. - Pues, mi general, aquí no estamos todos ... - Me habían engañado al hablarme de vosotros92 •
PA, 4 de agosto de 1936. Aún no se había producido el famosísimo incidente de Salamanca con Unamuno ( 12 de octubre), pero ya su complicada personalidad y físico grotesco debían impresionar a quienes le contemplaban en aquellas funciones políticas. Un j oven entusiasta, testigo del acto, carlista, pero, por j oven, tocado por el falangismo (no sospechoso, pues, de antipatías para el Ej ército), le describía ese mismo año en una publicación oficial como «El hombre de las cien heridas... La mitad del hombre [en realidad] , porque la otra mitad está encerrada en el sepulcro, ... seco, rectilíneo, crnzado de nervios, parece hecho de raíces de árboles», y conti nuaba: «La palabra dura, cortante de Millán ... chocaba con nuestro temperamento no11eño, frío» , etc. (García A lbéniz, 1936: 54). L a impresión que debió causar su figura en aquellas gentes, unida a las instrucciones que impartió, debió ser brutal. 92 PA, 24 de agosto de 1936. 90 «A laveses» (Editorial) 91
[1 89]
La muchedumbre ocupaba todo el ancho del andén. De allí marchó el séquito a la Diputación en Ja que, como hubiera hecho con sus legionarios, mandó pasar a los obreros a tomar parte en el lunch que se había preparado en su honor. Tras e llo Millán Ast:ray, en un acto al aire libre meticulosamente organizado para q ue Ja población acudiera en masa, arengó a la multitud desde el balcón del Banco de España (le seguiría José Luis Oriol 93). En un tono tosco y bufo, hablando de nuevo del entusiasmo de los vitorianos, gritando, vociferando, irritado si se daba un viva que él no hubiera rurnncado del gentío, terminó colocando a la multitud en fila para que fueran besando la bandera. Con aquel acto populachero y bufo, sin entronque alguno con la tradición local de las grandes manifestaciones de masa (que, como en Pamplona, estaban más asociadas a actos festivo-religiosos), se pretendía que el público vibrara con las nuevas autoridades y diera un apoyo entusiasta (traducible en voluntarios para el frente y apoyo económico) al proyecto político que trataba de imponerse aquellos días por las armas. Según la prensa, numerosos conocidos nacionalistas y republicanos de la ciudad se colocaron en aquella fila cuartelera para besar Ja bandera9-1. No haberlo hecho hubiera significado el calabozo (utilizo, como lo haría el general, ese ténnino castrense). Aquel modo de dirigirse a la población de forma brutal y harto comprensible, hi zo que por primera vez los vitorianos mostraron un espontáneo entusiasmo ante la nueva situación. Ese mismo día, los dos periódicos de la capital alavesa editorializaban sobre el particular: ambos hablaban de la apatía vitoriana, al fin superada95 . Sin embargo, fue aquél un acto torpe, de estilo cuartelero, que pudo asustar a a lgunos96 , pero que ciertamente, no creó consenso en torno a los s ublevados. No era ésa la coreografía ni esas las formas que, al margen de los pareceres, fueran a conectar con los modos vitorianos (y que atrajera a los indecisos).
93 Oriol era amigo de infancia de Millán Astray, y éste frecuentaba la casa de la familia Oriol en Madrid (PA , 22 de agosto de 1936). 94 PA, 1 de septiembre de 1936. 95 El Pe11samie11to escribía en sus páginas: «En sólo un mes. la capital de Álava ha echado por tierra un título que empañaba sus ümpidos blasones, no con desdoro pero sí son [sic] dolor. El de su indiferencia, apatía, frialdad; algo así como resignación sin cura o fata lismo sin esperanza.» Pero ya «la hermana menor las Laurac-Bat» ha pasado por méritos propios «al plano de segunda categoría, ya que el de honor no se lo disputa a Navarra, ni nuestra provincia, ni ninguna otra de España». Y relataba los acontecimientos del día con el recibimiento a Millán Astray (Á[ngel] E[guileta], «Vitoria, la apática», PA. 24 de agosto de 1936). Mientras La Libertad, en manos de los falangistas, aseguraba: «Se decía por ahí que la población de Vitoria era fría, casi sin alma. Se hablaba de su indiferencia. Pero amaneció la jornada de ayer que iba a dar al traste con la leyenda.» Y pasaba también a relatar la jornada (Juan de Vivero «Ensayos españoles. La apatía de Vitoria», LL, 25 de agosto de 1936). 96 Millán Astray dejó instrucciones para que se endureciera las condiciones de los encarcelados (supresión de visitas y entregas de comida de modo inmediato, etc., y en esas fechas comenzaron intensamente los paseos, tras ser sustituido el teniente coronel Pedro Alonso Galdós por Alfonso Sanz como delegado de orden público; véase Ugarte, l 988a: 288 y 299; y LL, 27 de agosto de 1936) y se presionara a los desafectos para que se enrolaran en las fuerzas voluntarias para evitar posibles represalias. Luego seguiría su viaje hacia Maeztu, Estella y la Ribera navarra, con la misma misión. Venia de Pamplona (21 de agosto) donde poco tenía que hacer (véase Ugarte, 1988: 64n.). Aquel comportamiento bufonesco del general, a pesar de contar con las simpatías de Franco, le costó el cargo tras los incidentes de octubre en Salamanca (Preston, 1994: 24 1-243).
[190]
Pero aquello fue al final de agosto. Antes, durante la semana del 20 al 26 de julio, los republicanos y nacionalistas, ante el ambiente que se respiraba en la ciudad, luvieron incluso serias esperanzas de que Vitoria fuera recuperada para la República97 . Y, a juzgar por las advertencias y amenazas que hacía en la prensa el gobernador civil del momento, general Gil Yuste98, aquel ambiente realmente dominaba la ciudad. Pero, ¿qué había ocurrido en realidad en Vitoria? Pamplona tenía, según el censo de 1930, 42.249 habitantes, Vitoria 40.641, ambas eran provincias con predominio carlista, ambas habían organizado la movilización del Requeté de modo similar. Las guarniciones de las dos ciudades (más importante la de Vitoria99), se habían posicionado con los sublevados sin apenas fi suras. ¿Qué había ocurrido en Vitoria?
2.4. l.
AQUEL JULIO DF.
1936
Es cosa conocida que, siendo el carlismo en Álava feudo de José Luis Oriol, estuvo siempre dispuesto a colaborar con los militares (alineándose, por tanto, con la opción Rodezno frente a Fal Conde 100); que aquél, como hombre de negocios que era y detentador de un gran patrimonio, colaboró económicamente con los sublevados y fue el primer carlista en entrevistarse con Mola para coordinar esfuerzos (3 de junio)1º 1. Se sabe que el acuerdo entre Oriol y los militares (Mola y Alonso Vega) se basó desde el principio en un pacto pragmático 1º2 y no ideográfico, como pretendía Fal (una garantía sobre el relevo de las autoridades provinciales y locales favorable al carlismo y que el levantamiento se limitara a proclamarse «por Dios y por España»; acuerdo al que, costosamente, logró Mola reducir a Fal Conde in extremis el 15 de julio). No es tan conocido que Alonso Vega desconfió inicialmente de Mola y tuvo que recibir confirmación escrita de Franco para que se pusiera a las órdenes del gobernador militar de Pamplona a fina les de junio (muy avanzada la conspiración, por lo tanto) 103 . Que, aunque Alonso Vega tuviera tal vez algún contacto con capitanes o te-
97
Iturralde, 1966: 175 (testigo 5).
98 99
PA, 22 de julio de 1936.
En Vitoria tenían su asiento el Batallón de Infan tería de Montaña Flandes, núm. 6; el Regimiento de Caballería Numancia, núm. 6 y el Regimiento de Artillería de Montaña, núm. 2. Más Sanidad, Intendencia, Caja de Reclutas, la Guardia Civil y la de asalto. Las fuerzas en revista del Regimien10 de A11illería de Montaña eran a 1 de julio de 1936: Coronel (1), Teniente Coronel (1), Comandantes (3), Capitanes (7), Tenientes ( 15), Alféreces (9), Tropa en servicio activo ( 1.093). Tropa en 2.ª situación de servicio activo (7.398). Total: 8.491 , que podían movilizarse en poco tiempo; más de mil disponibles en el momento (Archivo del Regimiento GACA. 52. Documentación Periódica 1936). 100 Véase la Primera Parte. 101 Puede seguirse estos detalles y otros en Ugarte, l 995b y Rivera y Ugarte, 1988, a los que me remito. 102 Acorde, por lo demás, con una sociedad tradicional y clientelar a la que quería representar el carlismo, antes que al programa utópico-retroactivo de Fal Conde y los sectores más in fluidos por las nuevas ideas de siglo xx (como ocurría con la AET de Pamplona). 103 Maíz, 1976: 2 13.
[191]
nientes de la UM N en Vitoria, no contaba con el apoyo de los comandantes de su propio Regimiento (Flandes 6) para sublevarse 104 ; que algunos de ellos (como el comanda nte mayor Ramón Saleta Goya) estaban en contacto con Jos republicanos (puesto que eran afines) García Lorencés y Antonio Buesa, y que éstos mantenían comunicación frec uente con oficiales del Regimiento de Artille ría, quie nes les info rmaban de los asuntos internos de la guarnición local (que en ocasiones hic ieron públicas en Álava Republicana, semanario de IR en Vito1fa 1 5). Incluso, se decía, en Arti llería había muchos soldados asturianos (de UGT y CNT) que yugularían cualquier sublevación. Sólo se'temía a Numancia 6, donde, al parecer había muchos oficiales monárquicos 106• Por su parte al gobern ador militar, general de brigada Ángel García Benítez, se le mantenía al margen de la conspiración por ser fami li ar de M anuel Azaña. La conspirac ión estaba por tanto muy poco madurada entre la guarnición vitoriana (a pesar del trasiego de enlaces que se vivió en j ul io en el cuartel Flandes 1 7). Hasta el punto de que el día 17 de julio, cuando los rumores de levantamiento eran un c lamor -y a pesar de que la comunicación entre Alonso Vega y O ri ol era fl uida 108- , enviaban un emisario a Pamplona, al despacho de Martínez Berasáin en el Banco de Bilbao (siempre en su papel de nudo de aquella trama), pidiendo garantías del jefe del Requeté, Alejandro U trilla (garantías que fuero n dadas por el mismo conducto) 109• Es cosa sabida que la orden de levantamiento para el carlismo llegó a Vitoria a través de Eustaquio Echave-Sustaeta (tras la irregular reunión del día 15 en Pamplona 11 º) y fue transmitida por Luis Rabanera a toda la provinc ia. También que, como en Pamplona, los rumores se difu ndieron a lo largo del día 17 y 18 en Vitoria, que el gobernador civil, Navarro Vives, intentó tranqui lizar a la opinión con sendas notas de prensa, mientras se negaba a coordinar sus esfuerzos con los frentes populistas y nacionalistas (reun idos todo ese día en sus sedes y en comunicación permanente entre sí). La alarma era, sin embargo, fundada desde el momento en que había noticias directas de la sublevación de la prov incia 11 1 y se habían cortado las comunicaciones telefónicas.
º
º
°"
1
Tomás Padrones, 16 de mayo de 1991.
~ Como la 1rama conspirativa exis1ente en los cuar1eles, pasada al semanario por Ramón Sale1a.
10
106 Anlonio Buesa, 13 de enero de 1987 (conversación no grabada); lturralde, 1966: 163 (tes1igo 4, Javier Landáburu) y 181 (testigo 7 [es José Luis de la Lombana]). 10 7 Tomás Padrónes, 16 de mayo de 199 1. 108 El día 13 de julio, tras ser avisado en Pedernales, donde pasaba el fin de semana, del asesinaio de Calvo Sotelo e iniciado el viaje hacia Madrid, Indalecio Prieto sorprendió a Oriol y Alonso Vega (a quien Prieto no conocía y Oriol presentó) en el restaurante del Hotel Frontón de Vitoria. Estaba con Prieto el gobernador civil Navarro Vives, quien sí tenía conocimiento de la personalidad de cada cual (Felipe García Albéniz, 26 de enero de 1987 -1.A-; periodista, testigo presencial). 109 Burgo, 1970: 18. Jaime del Burgo habla del e nfado de Utrilla al ser requerido en su refugio (al que se accedió a 1ravés del propio del Burgo; Mar1 íncz Berasáin había llamado a su padre al despacho del Banco) en aquellos momentos cruciales en la conspiración, en que debía extremarse la clandes1inidad. 11 0 Véase la Primera Parte, epígrafe 2.7. 111 Iturralde, 1966: 177 (1estigo 7 [es José Luis de la Lombana)).
[192]
2.4. l. l. El 18 de julio en el paseo de la calle Dato
Se conoce menos que la tarde del 18 de julio la calle Dato, coincidiendo con el paseo sabatino que acostumbraban a realizar por ella los jóvenes y lo mejor de Vitoria, se convirtió, llena de bullicio, en ágora y parlamento de las distintas opciones de la ciudad (sólo faltó el gobernador civil, que acostumbraba a pasear ese día). Coincidió, además, con que en el Nuevo Teatro la compañía de Carmen Díez y Manuel Luna representara Mi hermana Concha de Enrique Jardiel Pa nceta (a la que acudiría la buena sociedad vitoriana) 112 , en el Ideal Cinema y en el Príncipe se pusieran dos películas1 13 taquilleras y en la Sala de Muñoz se celebraba el match de boxeo entre Álava y Vizcaya (el Artillero Menéndez 114 contra Besga, etc., ganado 3-2 por Álava), mientras en la calle Orti z de Zárate se celebraba una verbena tradicional. Todo ello en torno a la calle Dato, de modo que la calle estaba rebosante de gente. Allí se formaron tres corrillos de gente: por un lado los republicanos con Castresana, San Vicente (comerciantes y radical-socialistas) y sus afines; en otro corro se encontraba Javier Landáburu (abogado de la Cámara de Comercio y candidato al Congreso) con la gente del PNV, y, finalmente, un grupo de tradicionalistas encabezados por José Goñi (director del Pensamiento Alavés) 11 5• Aquel había sido un día tenso de contactos y reuniones: los tradicionalistas como sabemos, habían ya puesto a rodar la maquinari a de la sublevación, mientras los republicanos y nacionalistas trataban -a través de múltiples gestiones- que el gobernador les diera armamento con que oponerse a aquélla (no lo lograrían). De ahí la atmósfera densa y de recelo que existía entre los grupos en la calle, algunos ya armados, otros a la espera de ser armados. Mientras tanto, en las sedes sociales de cada grupo se mantenía una febril actividad. Alguno se acercaba a algún pi so a escuchar la radio. Por la tarde Radio Madrid (Ja gente se agolpaba en los cafés escuchando la emisora) había iniciado su sintonía diciendo que la situación estaba controlada y que nadie hiciera caso a la especie que proclamaba Radio Sevilla de que «el movimiento continuaba triun fante». Natural-
112 Venancio del Val, 1Ode marzo de J 994 (111.A). La compañía venía de hacer la temporada de los Sanfermines en Pamplona (donde representaron el mismo repertorio de Vitoria: el 17 D11e1ia y se1iora de Torrado y Navarro) e iban hacia Oviedo (aunque, debido a la sublevación, tuvieron que pennanecer en Vitoria varios días más, por lo que el domingo 19 representaron Morena Clara, tremendamente popular ya entonces, ya antes de que fuera llevada al cine por Estrellita Castro y Miguel Ligero). 113 El vaquero millonario y Co111ra el imperio del crimen ( 1935, originalmente G-Men de W. Keighley, con el enérgico y sarcástico James Cagney, ya popular entre los cinéfilos desde que en 1931 interpretara a El enemigo ptíblico) en el Príncipe y El caso del perro a111/adot y La alegre mentira en el Ideal Cinema. 114 «Me ha prometido un trozo de piel de Besga para confeccio narme unos zapatos» decía el periodista en el habitual lenguaje violento y vulgar que utilizaba el periodismo depor1ivo de la época; o «Se puede asegurar el aumento de "galletas" a la vista de la taquilla», etc. Al final se presentó al público El León Navarro y se aceptaron nuevos retos: Peciña, Teodoro, Pedro González y Domaica de Euzko Gastedi a Cañas, Sáez de Buruaga, Palacios y M. Palacios de Sala Muñoz, y otros (LL. 18 y 23 de julio de 1936). 11 s García Albéni z, 1936: 33.
[193]
mente todo el mundo intentó coger Radio Sevilla. Hacia la una de la madrugada lo logró un grupo de carlistas: allí Que ipo de Llano había comenzado ya con sus conocidas emisiones radiofónicas. Rápidamente bajaron a contarlo al grupo de Ja Dato y a la sede de la Hermandad. No se conoce que también e l tenie nte coronel Alonso Vega transitaba por los a ledaños de la Sala Muñoz (donde se celebraba la velada de boxeo), cerca del Hotel Frontón, su alojamiento habitual. Dos policías se acercaron para detenerle (probablemente siguiendo las instrucciones del gobernador, que, a esas horas de la noche, tenía información suficiente). Sin embargo, el inspector Parra, que acompañaba al militar, se opuso, por lo que el teniente corone l pudo continuar su paseo nocturno. Dado que en el exterior corría peligro, decidió trasladarse inmediatamente a sus alojamientos en el cuartel de Flandes 116• Pronto e l gobernador civil, como veremos, vendría a ayudarle en sus propósitos ordenando el acuarte lamiento de las tropas. Más ingenuo 117, Tomás Alfaro, alcalde en funciones, tras ser advert ido por los nacionalistas Javier Landáburu y José Luis de Ja Lombana (ya la noche del 17) de los preparativos de insurrección, rechazaba la protección armada de la militancia de este partido: la policía municipal - los alguaciles-, dij o, se haría n cargo de la defensa del Ay untamiento 118 (así tuvo luego que traspasar poderes con humillación). En la calle Dato quedaba reflejada aque lla tarde-noche el momento crítico por el que atravesaba Ja ciudad en toda su complejidad: grupos activos y contrapuestos, otros ajenos divirtié ndose (pero no por ello ausentes: a la salida de los combates de boxeo algunos dieron voces frente a Hermandad Alavesa creando un cierto desasosiego en su interior, ante el temor a ser asaltados 119), la ciudad expresándose. Porque por allí pasaba el pulso que la animaba -como siempre, por lo demás. Porque si la Plaza del Castillo era el centro y el símbolo de Pamplona y de toda Navarra, la calle Dato era el epicentro de la nueva Vitoria (la del Ensanche), de Vitoria toda ya 120 . Era a Vitoria lo que la Plaza de Castillo a Pamplona 121. Y, tal como aparece en esta breve descripción de su arteria central el anochecer del 18 de ju lio, aquélla no era la ciudad que esperaba la llegada de la aldea (como e n parte ocurría en Pamplona esa misma tarde-noche 122). No. Era, más bien, una ciudad bulliciosa de un fin de semana, festiva
11
Tomás Padrones, 15 de febrero de 199 1. Es un modo de hablar, Tomás A lfaro, como lo demuestra su diario (véase Pablo, 1990: 212-215), era consciente desde liempo atrás de que la República iba a ser asallada, pero su móvil era evitar un derramamiento de sangre en su Vitoria. Volveremos sobre ello. 118 lturralde, 1966: 163 (testigo 4, Javier L andábum) y 177 (testigo 7 [es José L uis de la Lombana]). 119 García A lbéniz, 1936: 36. 120 Sobre la vida ciudadana en la calle Dato y su importancia con centro urbano puede verse Alfaro, 6
117
1987: 103- 105. 121 Véase supra 2.5. l . 122 Por la noche habría toque de queda: el comandante Medel había sido ya asesinado. No se pretende, naturalmente, decir que toda Pamplona se sumara a los alzados en aquella espera de l a multitud carlista, no. El toque de queda fue decretado para neutralizar a la disidencia (y se la neul ralizó). Pamplona era, por lo demás, una ciudad en la que se daban todas es1as y otras formas de expresión festiva o cultural (de hecho, véase supra, la compañía de Cannen Díaz venía de Pamplona). Esa misma noche había en Pamplona un baile a beneficio de los barraqueros que en los pasados Sanfermines habían resultado
[1 94)
y variada en sus diversiones y en sus famili as políticas; y así se expresaba también en el decisivo anochecer del 18 de julio. Aunque también cordial (con la cordialidad que da e l trato cotidiano, la re lación face to face), con trasiego de gente despreocupada por las calles (a pesar de las alarmantes noticias que llegaban de África, o de Pamplona). Donde aún se pensaba en términos comunitarios y podía oírse que aquellos corrillos eran «indicio de que la clásica hermandad alavesa fresca, amplia y sosegada estaba rota» 123 • O donde, en sentido menos elemental, el máx imo representante del republicanismo local concebía a su ciudad como un «oasis en medio del caos general» 124. Donde eran frecuentes estas ex presiones de sentido comunitario 125 . Pero donde aún la ciudad se autorrepresentaba sola, y la diversidad era mejor aceptada. Donde había qu ienes se disponían a su defensa 126 . Porque se disponían a defender la ciudad -sinón imo de de mocrac ia- , como ocurriera en el xix - aunq ue justamente otros vitorianos, como sabemos, dirigían la toma de la ciudad. Con una guarnición indecisa, un requeté que estabaji,era -que vendría de la provincia al día siguiente-, una Guardia Civil y de asalto de l lado gubernamental (el comandante ToITes se había ofrecido para defender la legalidad, y la guardia de asalto estaba desplegada en la Florida, frente al gobierno civil) y un arsenal de armas importante, bastaba con mantenerse firmemente unidos y armar a los ciudadanos para que la ciudad no f uera tomada. Así razonaba uno de los hombres más clar ividentes y enérgicos en ese momento en Vitoria (por lo que consta en la docume ntación), José Luis de la Lombana, de la Juventud del PNV: debía mantenerse la coordinación entre republicanos y nacionalistas 127 «mientras la defensa de la ciudad se pudiese efec-
dañados por la fuerte tromba de agua caída el primer día de las fiestas; fue suspendida, y los jóvenes que, despistados, se acercaban al baile eran rechazados por los militares que patrullaban el lugar (Lasa, 1990: 2 1). Y si en Vitoria se proyectaba Contra el imperio del crimen, en la capital navarra, dentro de la Semana de la Paramount , el Teatro Gayarre tenía previsto inclui r 'fres lanceros bengalís de Henry Hathaway (1935), con el más popular Gary Cooper (y tan del gusto del joven falangista Rafael García Serrano -Fraser, 1979: 1, 135-). Pamplona era urbana, ya lo he dicho más arriba. Ello no quita para que .el ambiente prevalcntc de la capital navarra fuera el del regocijo ante la llegada del Requeté. No va a ser así en Vitoria. 123 García Albénil, 1936: 34. 124 Es Tomás Alfaro quien así razonó el domingo día 19 (citado en Pablo, 1990: 215). Otra muestra del localismo aún vigente en aquellas ciudades, confiadas en poder salvarse mientras España se hundía. 125 Que Antonio Rivera (1992: 100-101, y passim), recogiendo la expresión local, ha llamado vi10ria11is1110. 126 Aunque hubiera quienes, sobre ese valor ideológico-político, pusieran por delante el valor de la unidad co11111niwria: que no hubiera enfrentamientos en la ciudad, que fuera Vitoria un oasis en el caos general (tal es el caso de Tomás Alfaro de IR, como he dicho, y, tras el 18 de julio, de los dirigentes nacionalistas; aunque este último caso requiere una consideración más extensa - ha sido tratado para Álava por Santiago ele Pablo, 1990a-). También puede entenderse como gesto de responsabilidad producto del pesimismo: evitar el derramamiento de sangre; aunque fuera, simultáneamente, un acto irresponsable al dejar indefensas a las instituciones democráticas. 127 La participación de los nacionalistas del lado gubernamental la justificaba en términos religiosos: la máxima jesuita de Bonino, recogida en la encíclica Sapientiae cris1ia11ae ( 1890), defendida por el ala menos integrista de la Iglesia española: «En el aspecto religioso nosotros debíamos apoyar... el Estado legalmente constituido, y en caso de rebelión, debíamos conducimos a la defensa /sic} de nuestro pueblo,
[195]
tuar con eficacia» 128• El PNV dispuso de un grupo de dos o trescientos hombres dispuestos a empuñar las armas aquella noche (aunque a título individual; el Partido no quiso comprometer su postura 129) . Otro tanto esperaban de los republicanos (más indecisos en ese momento, sin el apoyo del gobernador civil). Una parte de la ciudad -no toda, dos de los tres grupos que habían ocupado la vía pública- se disponía a defenderse del asalto de la aldea. La otra dirigía el asalto.
2.4. J.2.
Noche de ondas yde patrullas
Las cosas no ocurrieron así, y la ciudad fue ocupada sin resistencia. Hay quien cree que el gobernador civil Navarro Vives desbarató torpemente aquellas esperanzas 130. Se negó a entregar el armamento 131 , no quiso que las fuerzas de orden intervinieran hasta muy avanzada la noche, eso es un hecho. Lombana llega a decir que, en el colmo de la habilidad, ordenó el acuartelamiento de la tropa (con el beneplácito del gobernador militar, luego sublevado) 132 . Aunque, en cualquier caso, la responsabi lidad no era exclusiva: con él pasó la noche Tomás Alfaro, alcalde de la ciudad y máximo representante del republicanismo local, imbuido de un profundo pesimismo sobre las posibilidades de que la República sobreviviera, su máxima preocupación fue evitar el derramamiento de sangre 133 . También el comité del Frente Popular de Álava, que finalmente decidió deponer toda resistencia ante los militares. Pero volvamos a las primeras horas de la noche. Rápidamente, Alonso Vega, hombre con reflejos, ordenó a los auxiliares y ordenanzas salir del cuartel para recoger personalmente en sus casas a todos los oficiales (a quienes, de paso escoltaban; a los oficiales se les ordenó, además, ir con el arma cargada ante posibles agresiones en la calle) 134 • Pronto iba a poder contar, como ayuda extraordinaria, con el concurso de
guardando moderación en la defensa.» Obediencia al poder constituido salvo en los temas del espíritu: aquí el espíritu religiosos se confundía con el espfri111 de 1111 pueblo. Pero así razonaba el PNV en su ala democratacristiana. 12s Iturralde, 1966: 179 129 llurralde, 1966: 178 (testigo 7 [es José Luis de la Lombana]). Véase sobre la actuación del PNV lo dicho infra en la nota 170, pág. 204. 130 De esa opinión fue José Antonio Aguirre, en su Informe... al Gobierno de la República, pág. 15; el propio José Luis de la Lombana y Antonio Buesa ( 13 de enero de 1987; entrevista no grabada), otro de los protagonistas del momento. 131 Los republicanos habían incluso localizado al sargento responsable del depósito de armas, un tal Bazar López. 132 lturralde, 1966: 179 (testigo 7 [es José Luis de la Lombana]); y Antonio Buesa, 13 de enero de 1987 (entrevista no grabada). 133 Había en su ánimo aquella remota esperanza de conservar la ciudad en paz, y así lo escribiría en su diario el domingo día 19 (citado en Pablo, 1990: 215): «Vitoria ha sido un oasis en el caos de toda Espaiia durante los últimos tiempos.» Aquello no era una ingenuidad; era el íntimo localismo comunitario que trasuntaba su pensamiento. 134 Tomás Padrones, 15 de febrero de 1991 (entrevista no grabada). Padrones era teniente con destino en Flandes en la época.
[196]
mandos del ejército reti rados por la Ley Azaña o de vacaciones en Vitoria 135 . Pero las primeras horas iban a ser muy complicadas para él. Se sabe de los contactos de Alonso Vega con Mola y los otros coroneles con mando en la plaza (Abreu y Campos Guereta; aunque a últi ma hora). También se conoce su envite fi nal al general García Benítez que, sorprendido, se sumó a los sublevados 136. S in embargo, no se conoce que, reunida la oficialidad de F landes en el cuarto de banderas por e l que era su comandante, teniente coronel Alonso Vega, estuvo a punto de fracasar la sublevación en aque lla unidad (corazón del alzamiento castrense en Vitoria). Camilo Alonso acababa de llegar a Vitoria (claro que también Mola a Pamplona, pero le precedían su prestigio y sus contactos), no mantenía contacto conspirativo con los jefes de su unidad (ni con el comandante Gutiérrez ni con el comandante Iglesias), y su comandante mayor (Ramón Saleta) era republicano como sabemos y conectado con la ciudad. En esas condiciones, reunida la oficialidad en la sala de banderas, anunció que Ja un idad se sublevaba declarando el estado de guerra por la mañana. Ramón Saleta -que debía ser un bon homme, bronco pero afable- le replicó, respondiéndole e l teniente coronel con gran energía 137 . Aquello decidió la suerte de Flandes. A pesar de ello, a la salida de la reunión, algún ofi cial comentaba que no se sublevaría para apoyar un movimiento monárquico. El comandante reti rado Luis Rabanera, jefe del Requeté en Álava y refugiado por aquella noche en Flandes (por seguridad y para garantizar una buena coordinación militares-carlismo), le llamó (había sido su superior en Guipúzcoa) y le «aclaró» que aquel movimiento no era monárquico, sino «por España» 138• Entre una cosa y otra Flandes apareció unido declarando el estado de guerra a primera hora de la mañana 139 . Ocasión perdi da para la Re-
135 Tal es el caso de Germán Gil Yuste (Valencia, 1866), general retirado y casado con una vitoriana, de vacaciones en la ciudad y que iba a ocupar un papel destacado en la jerarquía militar (será miembro de la Junta de Defensa Nacional de Burgos y, desde 1938, jefe de la VIII División Militar). Lo mismo el teniente coronel Cándido Fernández lchaso (Vitoria, 1879), vitoriano y hombre clave en la provincia. Se presentaron, además otros oficiales de menor graduación. Tal es el caso de José Acedo (capitán, en 1919), Jesús Mendizábal (teniente, en 1925) y Manuel de Moli ni (teniente, en 1927); (véase Archivo GACA 52. Documentación Periód ica 1936). 136 Aunque posteriormente, al serle abierto expediente informativo en la Causa General (ese juicio masivo a todo lo que quedó de la orra Espaiia tras la guerra) quiso resaltar su papel en la sublevación, destacando que fue «uno de la media docena de generales... que al frente de importantísimas guarniciones nos alzamos contra el gobierno de la República» (AHN.CG. 1337-2, folio 6), lo que era cierto. Pero no lo es menos que fue llevado a ello por el teniente coronel Alonso Vega. Y, en lo que nos interesa, la importancia estratégica que hubiera tenido una actuación más firme desde el gobierno civil esa tarde noche. 137 Tomás Padrones, 16 de mayo de 1991 (entrevista no grabada}, teniente entonces y presente en la sala de banderas. 138 Luis Rabanera, 19 de abril de 1991 (entrevista no grabada). 139 Antes había sido arrestado Miguel Anitua, capitán de aitillería (posteriormente canjeado y que jugó un gran papel en la organización del Ejército Vasco) y el capitán médico Sánchez Capuchino (según Astilar' a, s.f.: 553) o Munet (Tomás Padrones, 15 de febrero de 1991 ; este segundo testimonio no es muy seguro), que habían mostrado su desagrado - muy ostentosamente Miguel Anitua- al ver aparecer al emisario de Mola, coronel Ortiz de Zárate, ostentando la bandera monárquica en su coche (Tomás Padrones, 15 de febrero de 1991 ).
[1 97]
pública, que pudo haber actuado a través de Saleta o deteniendo -con fuerzas decididas- esa tarde al teniente coronel Alonso Vega. Los republicanos, como se sabe, estaban en ese momento reu nidos en el gobierno civil 140 • Noche de tensión, llamadas telefónicas - a Madrid, al gobierno militar- , recuento de fuerzas (Guardia Civil y la de asalto, aunque el capitán Nicolás Baylin, de asalto es remiso a la acción), tremendas dudas, son vidas humanas, discusión. Al fi nal Ja decisión de rendirse. Contraorden de Madrid. Pero es tarde, ya no se cuenta ni con la Guardia Civil. Alonso Vega ha ganado la partida. El día siguiente debía ser la fi esta del Requeté -durante esa tarde-noche habían sido avisados todos los grupos comprometidos. El domingo la ciudad iba a ser invadida por la aldea y el Requeté. Vitoria había comenzado en peor situación que Pamplona (allí Mola controlaba férreamente a los militares y había tenido un día para anular a los republicanos), pero ahora, tras la noche de los teléfonos, la capital alavesa se aprestaba a celebrar la fiesta del domingo que iba a suponer, como en Navarra, la gran movilización del Requeté. La actividad en la sede de la Hermandad Alavesa, como se sabe, no era menos fe bril: se organizaban los autobuses, camiones, coches para el desplazamiento, la llegada, el alojamiento. A eso de las tres de la madrugada, la policía irrumpió en el edificio, buscaban armamento. Sin embargo, apenas pudieron encontrar nada 141 , y se llevaron a los presentes encarcelados (entre ellos a José Goñi, director del Pensamiento; Gerardo Larrea, responsable de la juventud; Moisés Armentia y su hijo; Paco Larrauri, etcétera). Al día siguiente serían liberados. Pero no se sabe que la plana mayor del carlismo de Álava estaba oculta en lugares seguros. Luis Rabanera, jefe del Requeté, se había alojado en el cuaitel de Flandes. Como he dicho, de ese modo gai·antizaba su seguridad y la coordinación. Por su parte, Antonio Oriol y su hermano Lucas, cabeza política del carlismo en la capital por delegación de su padre, y el secretario de éste y de Hermandad Alavesa, José M." Elizagárate, estaban en el Palacio de los Verástegui. Allí pasaron la noche. No era el lugai· más discreto, pero difícilmente se atreverían a buscarles allí. Dudaban de la actitud que pudiera tomar el general García Benítez: era el factor decisivo. Pasaron la noche oyendo distintas emisoras. A las siete de la mañana oyeron misa en la capilla privada - la señora había mandado venir al capellán pai·a la ocasión. Pero pronto, Isabel Verástegui, que había salido a misa, vuelve anunciando que en las calles se leía el bando militar142 • El general García Benítez había sido convencido. La ciudad podía considerarse tomada (a Elizagárate le quedaba aún hacerse cai·go del gobierno civil) 143 •
140 El nacionalismo -o su juventud-, ante Ja oposición del gobernador a repartir armas, decl inó toda responsabilidad (lturralde, 1966: 180 (testigo 7 [es José Luis de Lombana]); el Partido tuvo una actuación más incierta aún (Pablo, l 990a). 141 Uno de los presentes (uno de los hermanos Castilla), ante las llamadas al timbre del local social (en el 1.º, las oficinas y la gente estaban en el 3.0 ) cogió el armamento co110 y salió por los tejados (Galo Pobes, 27 de octubre de 1994 -112.B-). 142 Isabel Verástegui, 17 de noviembre de 199 1 (25 .A). l . Verástegui era responsable de las Margaritas, amiga de Jos refugiados e hija de la casa, también pasó allí la noche. 143 Ese punto de vista coincide con el de Urbano Ortega (14 de marz.o de 1992 -38.B: 160-). Para aquel joven de las Juventudes católicas y carlista, el Ejército fue fundamental. Cuando éste se sumó, las cosas parecieron en Vitoria decididas. Las juventudes del carlismo en la ciudad no hubieran podido con-
[198]
Durante la noche Antonio M." Oriol había abandonado el refugio para coordinar al Requeté de la capital, que, a las órdenes de Jaime Artola (con Javier Gau na, los Rabanera, etc.), formaron patrullas por la calle, intentando entrar en contacto con Jos cuarteles (había también grupos republicanos en torno a éstos). Tenían ya algún armamento. Buscaron a los comandantes Álvaro Area y Acedo para así comunicarse con Alonso Vega. También ellos respiraron tranquilos cuando vieron a las siete de la mañana a la compañía de F landes leyendo el bando de guerra 144 •
2.4.1. 3.
La ambivalencia del 19 de julio
Vitoria había recuperado el desfase que tenía respecto de Pamplona (o eso parecía). Si en Pamplona ese mismo dom ingo se había iniciado con la lectura del bando de Mola, en Vitoria la compañía a las órdenes del capitán Tapia leía e l bando de Alonso Vega, la capital estaba controlada y los republicanos organizaban la huida o se quedaban en sus casas, la gente, como en Pamplona, acudía a las mi sas del domingo muy de mañana y se informaba sobre Ja situación. Y, lo que era más importante, pronto comenzarían a llegar los requetés alaveses, el campo y sería la ocupación plena. Los encarcelados salían a la calle 145 y las oficinas de la Hermandad Alavesa volvían a tomar el pulso a la situación. Se comenzó por ir organizando la salida de los autobuses intervenidos y camiones del ejército (previsto por Luis Rabanera en coordinación con Alonso Vega) 146 . Las noticias eran buenas en los cuarteles y los ánimos entre los insurgentes eran los mejores. Había que tomar el gobierno civil y luego hacerse cargo de las instituciones.
trolar la calle. Como ocurrió en San Sebastián, los cuaiteles hubieran quedado bloqueados (eso opina el comunicante). 144 El armamento inicial llegó y se repartió en el Círculo hacia l¡¡s 1Ode Ja noche del 18. Eran fusi les. Uno de los hermanos Rabanera se hirió en el Círculo con el fus il. Y hacia las 11 Jos que vinieron a visitarle a casa (tras pasar por el hospital) también llevaban fusil (Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 - 108.A: 070-). Resto del relato Urbano Ortega, 12 de marzo de 1992 (38.A: 190). 145 Entre ellos dos jerarcas falangistas detenidos en Vitoria: Agustín Aznar (quien encabezaría en 1937 la facción anti-Hedi lla) y, tal vez, Nieto. Fueron a comer a casa de los Pobes (el propietario de Labastida), llevados por Ricardo Zulueta, yerno de don José María. Luego se dirigieron a Hermandad Alavesa, donde se dirigía todo el mundo, y desde allí al frente dirigiendo la Primera Centuria de Álava (Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 -108.A: 050- ; José M.' Pobes,julio de 199 1 - 11.A: 220). 146 Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 ( 108.B : 235). Se intervino al menos la Compañía de Automóviles de Álava (de Gregorio Santamaría, afín a la CEDA, y famil iar de Rabanera) con 12 autobuses en 1940 (probablemente los mismos en 1936 ya que reali zaba los mi smos servicios: a Bóveda, Eibar, Laguardia, Bernedo, La Población y Logroño). Además residenciaban en Vitoria: La Vitoriana y Julio Uribe, con dos autobuses, e Hijos de Zugaza, Francisco Ruiz y Lucio Uriarte, todos con uno. Es seguro que todos ellos fu eran intervenidos. De hecho el autobús de Santiago Salazar -que hacía la rnta Puentelarrá-Bilbao, residenciado en la primera- estuvo todo julio al servicio de Flandes recogiendo gente en la zona de los Valles de Valdegovía (Antonio 0 1tiz de Anda, 3 de diciembre de 1990 -4.A: 165-). Había autobuses, además en Aramayona, Arceniega, Santa Cruz de Campezo y Lagrán. Otras rutas las hacían autobuses residenciados en Bilbao (Acha), Pamplona, Orozco, etc. Los datos de los autobuses en AHPA. INE. 19.
[199]
José M.'1 Elizagárate, tras pasar la noche en el Palacio Verásteguí, pasó por casa ele su madre (calle San Floricla) 147 . Sólo el Parque ele la Florida (un vergel típico del xrx) le separaba del gobierno civil. Durante la noche el parque había estado protegido por fuerzas de asalto (aún estaban allí). Pero a esas horas el relevo estaba pactado. Cogió un rosario (que lo llevaría en el bolsillo de la chaqueta mientras rezaba camino del gobierno civil) y, junto con Enrique Vallejo (ele la Junta Provincial carlista), Guillermo Elío (RE) 148 y alguna fuerza del requeté, se hicieron cargo del eclificio149. Oficialmente el secretario del gobierno, Pedro l.Jan1as, pasó a ser su titular. De hecho, José M.ª Elizag-árate ejerció con10 taJl 5º. Al anterior gobernador se Je pcr1nitió salir en taxi hacia Bilbao. De la Diputación se hizo cargo el teniente coronel Cándido Fermíndez Ichaso «porque se estilna[_ba] que colocar allí a cualquier persona civil hubiese dado lugar a consideraciones de tipo partidista» (sólo se1nana y inedia después, 30 de julio, será nominado el pleno) 151 • De la alcaldía se hizo cargo Rafael Santaolalla (empresario independiente, candidato a la alcaldía por la derecha en las seudoeleccioncs municipales del 12 de abril, y amigo de Guillermo Elío 152 ). Los militares convocaron a Tomás Alfaro quien, a solas con Santaolalla (y con el periodista Venancio del Val como testigo) hizo entrega del bastón al nuevo edil 151 . Las instituciones habían sido controladas sin dificultad. La ciudad estaba tomada. Pronto iban a ir llegando los requetés de los pueblos. Su recepción había sido preparada como lo fue la de los requetés navarros. La inisina escenografía, las nüsnu1s palabras y sentin1ientos, la 1nis1na exaltación del espíritu sano y abnegado dispuesto al sacrificio por la España católica, las 111isn1as es-
¡.n Donde se encontraba su familia: n1ujer y dos nifías. 148 Que había vuelto el 1nismo día 18 a Vitoria, tras tener noticias de la sublevación en Madrid. José M." Pobes, julio de 1991 (1 l.B: 124). 149 Es Lon1bana !a única fuente que sitúa a Guillenno Elío en el gobierno civil. El resto (Luis Rabanenl, 13 de inarzo de 1991; M." Dolores Elizagárate, 13 de marzo de 1991 ---
[200]
cenas e1notivas. «Hijos del pueblo --se decía de ellos-, jóvenes del catnpo que abandonando sus faenas de siega y recolección ... dejaban las 1nontañas, su puñado de tierra, su iglesia, su hogar... lpara] ofrecer su vida ... [,en esta] nueva Cruzada de la I-lispanidad»154. l~ran de nuevo los honrados aldeanos-carlistas quienes iban a recuperar a Espai'i.a con10 reino de /)ios. El ca1npo que iba a ser recibido con entusias1no por la ciudad. Pero ta1nbién proletarios o intelectuales. En las casas de la clase n1edia de Vitoria se repetían las escenas descritas por Jain1e del Burgo para Parnplona 155 : e1110ción cristiana y evocación de las pasadas guerras (y cierto arrojo caballeresco). Era el caso de la casa de Urbano Ortega -un chaval aún de las Juventudes Católicas- quien recordaba el gran dolor de su madre al verle partir. Pero también ella era la hija de un carlista, ta1nbién había nuunado aquel espíritu. De 1nodo que entendía que su hijo saliera «a defender a l)ios», y le observaba con orgullo 156 . «Aires de la calle. Arornas de la aldea -se podía leer en una crónica de urgencia escrita aquellos días-, que son aromas de España. Ahí ves lector desfilar al hombre de España ... En su marcialidad no muy seguros -era el pie de una foto en que se veía a un grupo de unos cíen requetés, entrando en Vitoria a pie con pretensiones de 111arcialidad, pero en colu111na desordenada y pintoresca-, pero en su bravura y decisión ... son estan1pa de la reciedu1nbre española. Aventajan en eficiencia al señoritillo vicioso y podrido de la urbe. El agro alavés sano y honrado ha vencido en buena lid a la frivolidad y a la vida ciudadana fácil y mendosa» 157 . Esto último, escrito por un seHoritillo de la urbe, con10 era el periodista autor de Ja crónica, hacia finales de agosto o pri1ncros de septien1bre, denota una desazón, un rencor hacia la urbe que no era detectable en Pa111plona. Aparente111ente todo estaba controlado: las instituciones, la calle y la voluntad de la ciudad una vez anulados Jos republicanos. Sin e1nbargo, el propio do111ingo 19 de julio un carlista (Castilla, el 1nis1no que había huido durante la noche de la Hennandad) tenía que deshacerse de su pistola tras la 1nisa de siete en la parroquia de San Miguel (la dejó en el confesionario del párroco) por temor a los municipales que hiíbía en el exterior de la iglesia (¿actuaban co1no policía cívica?). Para entonces ya se estaba leyendo el bando por la ciudad 158 • Incluso aún se temía por el cuartel de Artillería. A lo largo ele la mañana desde Hermandad Alavesa se enviaría al joven abogado José M.' Pobes (de RE; hijo del que fuera diputado provincial con Pritno de Rivera) con algún otro con1pañero para que hablaran con los oficiales de Artillería para forzar de ese modo la situación. No había ocurrido nada. Alguien les elijo desde el cuartel, que Jo dejaran, que todo iba bien 159 • Pero, aun siendo los 111ilitares claves para el control efectivo de Vitoria, quienes iban a i1nprin1ir carácter al 111ovi111iento insurgente, quienes iban a dotarle -y le do-
15
" 155 isr, 1s 7 15 ~
159
PA, 25 y 27 de julio de 1936. Véase en esta inisina Parte, el Capítulo pri1ncro. Urbano Ortega, !2 de marzo de 1992 (38.A: 540). García Albéniz, !936: 30. José f\-1." Pobes, julio de 199 l ( ! ! .A: 050). José J\1." Pobcs, julío de J99 l ( ! ! .A: 370).
[201]
taron- de esos componentes de emotividad, de energía y de ímpetu necesarios para transformar aque lla insurrección en un levantamie nto de las muchedumbres como requería e l momento, eran los requetés que por cientos se estaban movilizando ya en la provincia. Hacia la una del mediodía habían llegado buena parte de e ntre ellos. Desde sus pueblos (como Labastida) habían salido con una gran alegría, eufóricos, cantando y dando vivas; algunos con la boina roj a. Iban a tomar -o iban de viaje a- la capital. Hubo quien se cambió de r2pa porque era fiesta y había que ir con arreglo. Salían con ese mismo ai re festivo y de romería con el que salían en ese mismo instante sus homóni mos en los pueblos de Navarra. En algún momento emplearon la violencia (como al pasar por Briñas y Argandoña) e n que e l alcalde (Peches de Briñas) se interpuso mientras hacían la recluta, o cuando alguna mujer les insultó al paso. Pero llegaban animosos y dispuestos a que aquello fuera un paseo, unos días en la capital. De hecho al mediodía organizaron (algunos, todos no cabían) una buena comida en el patio trasero de la Hermandad en Vitoria. Llegaban a la Hermandad Alavesa, que se había convertido en el centro de operaciones y reparto de armas (pocas aún). All í les dieron boinas, mantas, brazaletes, que habían estado preparando las margaritas en los días previos. También detentes y escapularios. Les habló José Luis Oriol y les habló Luis Rabanera (a quien alguno confundió con e l gobernador militar). Hasta vino una banda de música de la Rioja, que la dirigía Liberio, de Labastida. Con aquella banda se hizo e l primer desfile del día 24 160. Aquello era una fiesta. Pero la fiesta no trascendía a la ciudad -como ocurría ostentosamente en Pamplona- , no se producía aquella ósmosis. Los requetés que llegaban se iban situando frente al edificio de Hermandad Alavesa (una ampli a construcción en e l Ensanche) en la calle General Álava, un tramo entre la plaza General Loma y la calle Dato (el resto estaba sin abrir). Era una calle lateral, contigua pero marginal respecto a la arteria de la ciudad que era la calle Dato. Si en Pamplona los requetés ocuparon completamente la plaza del Castillo, en la calle Dato vitori ana, la vida de Ja ciudad, profu ndamente trastocada, discurría por sus propios cauces. No hubo colgaduras, no hubo banderas, gallardetes que dieran la bienvenida a los pueblos de la provincia. No se produjeron esos aplausos y esas concentraciones espontáneas. En Vitoria había mal ambiente, recuerda un requeté especialmente comprometido en su pueblo (Laguardia), y acostumbrado a los enfrentamientos. De la Hermandad les mandaron a hacer guardia a Campsa. Y luego al depósito de agua, en Ja paite alta del casco viejo (zona en la que residían mayoritariamente gentes de las clases desfavorecidas: obreros, artesanos, algún labrador 161 , etc.). Aque lla misma noche hic ieron patrullas por e l casco viejo donde tuvieron un pequeño enfrentamiento a tiros con un
160 García Albéniz, 26 de enero de 1987 ( l .A); Luis Rabanera, 14 de diciembre de 1993 ( 108.A: 070); Urbano Ortega, 12 de marzo de 1992 (38.B: 020); José Briones Barreiro, 10 de enero de 1992 (26.A: 140); Isabel Verástegui, 17 de noviembre de 199 1 (25.A: 007); Julio Orive, 14 de enero de 199 1 (28.A:); Manuel Martínez Íñigo, 14 de enero de 1991 (29.A:); etc. 161 Rivera, 1992: 27.
[202)
joven que se escapaba y les respondía con una pistola 162• Hubo un malentendido con los de asalto, y se les escapó. El Requeté no estaba armado (al parecer los mi li tares se resistían a darles armamento, querían garantías de ser la fuerza prevalente en la ciudad, y aún no controlaban el gobierno c ivil). De modo que les tocó hacer patrullas con palos y porras de plomo. Tuvieron que emplearse en más de una ocasión, sobre todo en el casco viej o y en la calle Dato 163. Por su parte, los falangistas -un grupo muy reducido 164- , se dedicaron a tomar el edificio de telégrafos, ocupar la fábr ica de e lectr icidad y a recorrer las tabernas de los barrios populares deteniendo a la gente y haciéndoles gritar arriba-españas 165 . Debían hacerse notar. Pronto ocuparían la rotativa y la redacción de La Libertad y controlarían Radi o Vitoria, con claro apoyo de los militares - buscando contrarrestar al carlismo. Hasta tal punto era malo el ambiente que los Requetés encontraron en Vitoria que esa misma tarde hacia las ocho, al difundfrse el rumor entre la gente que paseaba por la calle Dato de que llegaba un camión con armamento a la sede de Hermandad Alavesa, intentaron asaltar ésta. La defendieron los guardias de asa lto abriendo fuego sobre los manifestantes (sin causar víctimas) 166. El intento no fue serio pero la diferencia con la situación de Pamplona ese día era palmaria. A esa hora se preparaba en Pamplona, en un ambie nte de despedida, emoción y con gran asistencia de público, la columna que marcharía sobre Madrid (véase Tercera Parte).
2.4. l.4.
De La crispación al frío
Ése era e l estado de cosas en Vitoria. Y el lunes se presentaba como un pulso entre los bandos enfre ntados: los sindicatos, reunidos el domingo en la nueva casa del dirigente de la juventud republicana, Antonio Buesa, en Prado 2, habían convocado una huelga para el día 20 lunes. Se nombró un comité de coordinación pero no tuvo ninguna operati vidad 167• La huelga, a pesar de la militari zación y de la desarticulación de las centrales, se hizo. No fue masiva, pero sí apreciable a tenor del nerviosismo que podía detectarse entre las nuevas autoridades. Paró en parte la Meta (Aj uria, S.A.), la mayor empresa de la ciudad, ninguna de las dos rotativas de la ciudad (de
162
Era un joven anarquista que logró huir. José Briones Barreiro, 10 de enero de 1992 (26.A: 350). Para acentuar la sensación de indefensión que sentían, el informante dice que en una ocasión un amigo tuvo que defenderse con un tenedor. 164 «La organización de la Falange en Vitoria era mínima», formada por unos pocos jóvenes, dice Santiago de Pablo ( 1989: 70-7 1). i6s N, 23 de noviembre de 1936. 166 ADFA. DA. 12692; Tomás Padrones 16 de mayo de 199 1; lturralde, 1966: 173 (testigo 5). 167 Hubo alguna idea peregri na (expresada por Severi ano L orente, empresario de IR, y uno de los mayores contribuyentes de Vitoria) como la de dispersarse por toda la ciudad con silbatos y pitar al unísono con lo que los sublevados creerían que el gobierno contaba con el apoyo de toda la ciudad. La propuesta, si bien anecdótica, da idea de la elementalidad en la que se movía aquella gente, y la comprensión práctica del conflicto como un asunto local. 163
[203]
La Libertad y el Pensan1iento 168 ) funcionó, no se hizo pan y las tiendas pern1anecieron en parte cerradas. Hubo escasez de algunos productos aliinenticios (agravado porque el norte de la provincia, Guipúzcoa y Vizcaya dejaron de sun1inistrar leche, huevos y pescado 169 ). Sin en1bargo, los convocantes, una vez convocada la huelga el do1ningo o bien habían huido o trataban de pasar desapercibidos (con lo que el niovinüento perdió in1nediata1ncnte consistencia) 170 . J_,as nuevas autoridades no lo fiaron al azar. Las a1ncnazas y los despidos vinieron en seguida. El propio día 20 un extraordinario del Pensan1iento Alavés incluía una nota apócrifa de los convocantcs de la huelga desconvocándola (fl lo que habría que afiadir dos colu1nnas íntegras de a1nenazas del gobernador civil). l~as a1nenazas continuaron durante los días sucesivos. Aún el 25 de julio el Bar Aquariun1 pennanecía cerTadorn. Algunos derechistas de la ciudad se quejaron de que la actuación policial no fue suficientc1nente contundcntc 172 . La tropa con1enzó el 1nis1no lunes a realizar alguna descubierta hacia Villarreal. Desde el 1nartes 21, a la vuelta de la colurnna al anochecer, se organizaba un fuerte recibi1niento con banda de n1úsica incluida. Se utilizó para a1nedrentar a los huelguistas, y crear cierto atnbíente en la ciudad 173 . Sin embargo, este segundo objetivo no debió lograrse a satisfacción. El 25 de julio, sábado, era fiesta 1nayor en Vitoria (co1110 en 1nuchas ciudades con un hinterland agrario). Era día de Santiago. Ese día se organizaba la Feria en el Mercado de Ganados (en la calle Francia, tras la Casa de la Misericordia) y la de aperos y maquinaria de labranza entre el Mercado de Abastos, la plaza de Correos y la Cuesta de San Francisco. Era uno de aquellos días en que cada afio la aldea se encontraba con la ciudad. Venía 111uchísin1a gente y la ciudad adquiría ese tono bullicioso y ani1nado de una localidad mediana y muy concurrida.
E! Pensa111ie11to hizo una tirada exrraordinaria en fonnato pequefio y con cuatro páginas de dis~ tribución 1nuy linütada (debo el cjen1plar a la atnabilidad de Santiago de Pablo). 169 PA, 21, 23, 24, 25 de julio de 1936. 17 Co1no el propio Buesa, ani1nador de la huelga, que se ausentó en Arcchava!eta, a pocos kiló1netros de Vítoria, en el caserío de sus padres, o la gente de Ja CNT que huyó con10 pudo hacia Guiptízcoa; Eduardo Lafuente, gestor provincia!, huyó en un coche de !a Diputación hacia Bilbao el mismo día 19. Es obvio que Ja dirección política de los republicanos había dado la situación por totahnente pcrdicl<1. Antonio Buesa, 13 de enero de 1987; José M.ª Pobes, julio de 199 l ( 11.A: 380); ItmTaldc, 1966: 175 (testigo 5). Por su parte el PNV (véase lturralde, 1966: 172-3 -testigo 5-) n1antuvo ese do1ningo una reunión en Urquiola (aprovechando que eran las fiestas de Ochandiano, el alboroto y la auscnciíl aún de frentes). Ton1aron parte por e! Araba BB Julián Aguirre, Santiago Paga!de y Guincrsindo de Miguel; por el Bizkai BB Juan Ajuriaguerra y Jesús Solaun y decidieron suscribi!' !a postura del BBB de 1nantencrsc al n1argen del conflicto aun respetando Ja legalidad republicana (la nota del BBB era algo n1ás contundente, aunque las explicaciones dadas por Ajuriaguerra a Fraser -J 979: I, 66-- y la actuación práctica del PNV hasta el 1 de octubre, en que se concede el Estatuto Vasco, es inás congruente con !o aquí expresado). Esto explica tainbién Jos intentos de Elizag<íratc desde el gobierno civil de negociar con el PNV de Bilbao a través de Javier Landáburu, las notas, etc. (explicadas por Pablo, 1990a; que, sin embargo, ignora este detalle). Lo1nbail
°
[204]
En aquel julio de 1936 se organizó Ja fiesta por todo Jo alto: debía reproducirse el cli1na que en Pa1nplona se había producido el do1ningo anterior. Se quería que «recobraran su tradicional solen1nidad». Se organizó una 1nisa sole1nne en la iglesia Catedral presidida por el obispo Mateo Múgica, con predicación del canónigo Luis Miner y asistencia de todas las nuevas autoridades. Hubo 1nisas, ade1nás, en la Parroquia de San Miguel, en el Hospital de Santiago (presidida por el alcalde), en la Iglesia del Carmen, y el Cuartel de Caballería celebraba un gran banquete. Como colofón se celebró un desfile del Requeté en la calle Dato presidido por el general Cabanellas. Se trataba de producir aquella 111agia que fundiera el carnpo y la ciudad en su propio centro neurálgico. Y en efecto desfilaron el Requeté, las Margaritas, la Falange, fuerzas del Ejército, etc. Hubo colgaduras y banderas en los balcones, mujeres aplaudiendo y gente en las aceras contetnplando el desfile. Pero la presencia popular debió ser escasa (de hecho puede verse en las propias fotos de la prensa del día), hasta el punto de provocar co1nentarios negativos por parte del general Cabanellas. La Feria ta1npoco debió estar 1nuy concurrida 174 . l,a 1nagia no había funcionado. Y tan no había funcionado que por la tarde se produjeron los incidentes 1nás graves hasta ese día. Para celebrar la fiesta, los requetés tuvieron penniso de salida por Ja tarde 175 • Y, co1no es natural, gente del catnpo con10 era se acercaron a la J:
174
Pi\ y LL, 25 de julio de 1936; Iturralde, 1966: 176 (testigo 5). Estaban ya alojados en el cuartelí!lo habilitado en los ahnacenes de Chocolates Ezquerra (de Cayetano Ezquerra) y haciendo instrucción durante ese tieinpo, aparte las patrullas o las descubiertas ordenadas. 176 De nuevo los 1nunicipales, ahora con alcalde nuevo, ejerciendo un papel neutral. Por su parte el alcalde había emitido un bando an1enazando con toinar niedidas si se seguía ro1npiendo n1obiliario urbano: se había roto la placa de !a calle Pablo Iglesias ( PA y LL, 23 de julio de 1936). Más adelante Ral11e! Santaolal!a tuvo un co1np01tainiento clanuncnte coinprometfdo intentando evitar inuertes, inuy signifícadamente las del 30 de 1narzo de 1937, en que gratuit<11nente Mola (al parecer) ordenó n1atar a Jos personajes 1nás representativos de la ciudad (algunos amigos personales del alcalde). De ahí que el alcalde se negara a poner el nombre de Mola a alguna calle de la ciudad a la inuerte de éste (Antonio Buesa, 13 de enero de 1987, y véase Ugartc, 1988a). 175
[205]
pondió que no disponía de ellas. Pero, tras hacer algunas gestiones, trajeron un buen número de ellas que estaban depositadas en abundancia en el Cuartel de Santa Teresa (estaban hasta engrasados y preparados) 177• La amenaza de los requetés debió hacer recapacitar a los militares --que, por lo demás, ya para esa fec ha se habían hecho con todos los resortes de l poder prov incial al ser nombrado Gil Yuste gobernador. El desencue ntro no podía ser mayor. Los insurgentes de Vitoria se mi raban en Pamplona pero no encontraban la clave que acercara a aque lla fría c iudad al bando de los sublevados. El 22 ct,e j ulio habían aparecido por Vitoria unas hojas volanderas en las que podía leerse: «Navarra, la Covadonga de este arrollador movimiento; Álava la siempre encendida leal», etc. 178. Pero el 4 de agosto volvía a aparecer aque llo de «Álava está respondiendo ... Es ún icamente Vitoria la que constituye excepción» dicho por e l gobernador civil Fernández lchaso. Y el 24 de agosto aque l acto grotesco y bufo presidido por Millán Astray. Vitoria seguía mostrando desafección y apatía ante aquella insurrección contra la Repúbl ica - por mucho que vociferara el general legionario hablando del ardor de los vitori anos.
2.4. 1.5.
Cordialidad como norma social. Vitoria como oasis
Tomás Alfaro -el representante más cualifi cado de l republicanis mo local' 79- , había anotado en su diario personal el domingo 19 -después de haber hecho entrega de su cargo a Rafael Santaolalla- aquella re flexión de que «Vitoria ha[bía] sido un oasis en el caos de toda España». Y es que a la élite local le gustaba imaginar a su c iudad como ese oasis de cordialidad y buenas maneras, fa miliar y de perfil bajo, discreta y recatada, eso que los insurrectos llamaban lafrialdad de Vitori a (tan lej os del te mperamental comunitarismo pamplonés, aunque tu vieran elementos concomitantes, como toda cultura localista, fam iliar idad vecinal, exaltación de los propio, débito comunitario, etc. 18º). Algo de aquello intuía el joven periodista que escribiera la primera crónica de la sublevación en Vitoria -el cultivado vitoriano Felipe García Albéni z181- cuando hablaba que con la manifestación del día de Santiago «Vitoria ha[bía] roto con su abulia y apatía tradicionales» (he mos visto que no fue así), o cuando escribía que la fogosidad de Millán Astray «Chocaba .. . con nuestro temperamento norteño, frío, azotado con los vientos que arrastran en sus ráfagas el pálido frío de las
117 Los relatos se basan en José Briones Barreiro, 10 de enero de 1992 (26.A: 350); y Álvaro Díaz Barredo, 2 1 de agosto de 1989 (3.A). 17 PA, 22 de julio de 1936. 179 Junto con Teodoro González de Zárate, ambos de IR y alcaldes de Vitoria durante la República. 180 Sobre el vigor de la cultura pamplonesa véase Ugaite, l 995a: Tercera Parte. 181 Que pasaba en aquellas fechas por ser uno de los mej or formados en el pensamiento 1radicionalis1a en Vitoria, luego director en varios periódicos, hasta que recalara en Vitoria como di rector del Pensamiento Alavés ( 1952- 1968) y fi nalmente del Non e Expres hasta su cierre. Carlista y foralista convencido --demostrada durante el franquismo-, uno de los promotores de una solución foral-alavesa durante la Transición.
ª
[206]
nieves perpetuas» 182. Literatura aparte, García Albéniz sabía lo que decía -aunque en aquel momento le tocara exaltar todo lo que partiera de las autoridades insurgentes. Ese tono general de media tinta, de respeto a ciertos modos cordiales de hacer política 183 parece haber presidido buena parte del clima político de Vitoria en ese momento dramático para la ciudad y para cada uno de sus miembros (porque tampoco e l caso de Vitoria es equiparable a la resistencia dura que ofreció San Sebastián a los sublevados o la rápida restauración de la legalidad que se produjo en Bilbao aquel 19 de julio, obviamente, no hubo resistencia activa). Los ejemplos de esos modos cordiales (por entendernos) podían multiplicarse (en ambas direcciones). Sólo haré una referencia a ellos para no apartarnos de asunto que nos interesa (ethos local y relación campo-ciudad). Junio de 1936, el propio Tomás Alfaro condena en su diario la huelga general del 25 de mayo de 1936 184 como parte del momento caótico exterior que se padece 185 . El 17 de julio de ese año, a propuesta del nacionalista Fernández de Trocóniz, el ayuntamiento aprueba una protesta por la cadena de asesinatos que padecía España y que habían culminado con el de Calvo Sotelo. Al ser atacado por ello Fernández de Trocóniz por sus correligionarios del diario Euzkadi es defendido por e l diario car lista (lo que es lógico) porque el edil nacionalista había presentado la moción «por ser vitoriano de pura cepa y católico» 186. He hablado de las reflexiones de Tomás Alfara sobre el oasis vitoriano el propio 19 de julio. No hay una defensa cerrada de un régimen. Prevalece en todos los casos la idea de la paz y la tranquilidad que debe presidir la vida ciudadana de Vitoria, que, se supone, es un hecho frente al caos general (de modo que cualquier manifestac ión de ese caos, como la huelga, es ajena a la ciudad; o en la noche del 18-19 la prioridad era salvar la paz ciudadana, frente a otras considerac iones como eran las democráticas, la legalidad, etc. - no frivolizo). Tras el 18 de julio la disposición, e n sentido inverso, va a ser la misma. El alcalde recién nombrado, Rafael Santaolalla, pedirá el indulto para seis condenados por consejo de guerra a los diez días de producirse la sublevación 187 , y se enfrentará al propio Mola por la decisión de asesinar a 16 hombres representativos de la ciudad para «preparar» la ofensiva sobre Vizcaya el 31 de marzo de 1937 (encabezando una verdadera ola de indignación en Vitoria por el suceso) 188 • A pesar de e llo, y de contar
García Albéniz. 1936: 48 y 55. Lo que no excluye, claro está, el conflicto (véase Rivera, 1992; ya lo dije -supra- para el caso de Pamplona), sino que condiciona. en todo caso, sus maneras. Por lo demás, bajo ese pathos oficioso, pueden ocultarse unas relaciones personales presididas por la brutalidad - aunque la opinión pública la estime ilegítima y la sancione de ser conocida. Es lo propio de toda relación comunitaria (véase, por ejemplo, Calhoum, 1983: 99 y sigs.). 1114 Real izada por todos los sindicatos vitorianos en contra del paro (véase Pablo, 1989: 273-274). iss Véase Pablo, 1990: 2 10-21 l. is6 PA, 17 y 18 de jul io de 1936. 187 PA, 29 de julio de 1936. 188 Testimonio del padre Pedro de Anitua, a la sazón Director Diocesano de Obras Misionales Pontificias, en AMH. PE, Legajo 1, núm. 1O1.20. l82
183
(207]
con la ene1nistad del Delegado Provincial Alfonso Sanz 189 , se n1antendrá inintcrru111pidamente en la alcaldía hasta 1941 (fecha en Ja que cesa por encontrarse enfermo de gravedad). Las iniciativas a favor de la libertad o la reposición en sus funciones de represaliados por parte de industriales y profesionales de la localidad serán nu1ncrosas190. 1.a vida en la Prisión Provincial de los detenidos políticos, hasta la visita de Millán Astray, era relativa1nente apacible, buen trato, con nun1erosas visitas -incluso de correligionarios- y entregas de co1nida 191 . Co1110 en otras partes, aquellos que no querían presentarse a filas, huían. Pero si eran detenidos, el teniente Unibaso, tras reprenderles, les soltaba (pa1~~Í alistarse naturahnente). Fue, obvia1nente, sustituido 192 . I... a Co1nisión Provincial de Incautación de Bienes incautó n1enos en Vitoria que en cualquier otro punto ele la proviucia (siendo como era Vitoria el lugar donde mayor número de republicanos había). Sólo puede explicarse por la accesibilidad que tenían los de la ciudad a aquella co1nisión 193 . Incluso, entre otros n1otivos, el proyecto n1ás militante iniciado por el tándem Eladio Esparza (que fuera subdirector del Diario de Parnplona), José M.ª Elizagárate fracasó por la tensión que generaron en la ciudad sus n1étodos expeditivos en los no1nbra111ientos y destituciones de cargos (tras una protesta de la Cámara ele Comercio) 194 . En aquella situación dra111ática de guerra civil hubo 1nuchas iniciativas hu1nanitarias en cualquier lugar del país en que nos qucra111os situar. No se trata pues de señalar la existencia de casos así. Sólo se pretende aquí subrayar el peso institucional que aquella cultura de la conlialidad (por entendernos) tuvo en la vida política de la ciudad en aquel momento. Por lo demás, Vitoria no estuvo exenta ele la brutalidad personal 195 (no aceptada por la opinión pública) e incluso ideológica 196 que presidió Europa en aquella entreguerra (de la que la guerra española adoptó, en parte. sus modos) 197 Bien, éste sería uno de los componentes ele aquella.frialdad vitoriana que observaban los inás entusiastas entre los sublevados: se prefería la tranquilidad local, san-
189
AGA. PG, Legajo 12-50. 172. 191 Pablo, 1990: 215. 192 lturralde, 1966: 175 (testigo 7 les José Luis de la Lonibana). 19.'l Véase Ugarte, J988a: 287 y 195 n.17. l'J·1 Puede verse Ugarte, 1990. 19 "' Puede verse en AMH. PE, 1/101.20 la actitud grosera y despectiva con que tratan al padre Pedro de Anitua en la J)e!egación Provincial de Orden Públíco cuando se presenta el 1 de abril de 1937 a interesarse por los asesinados del día anterior. Tainbién en el AHN (Sección Contcrnponínea. Ministerio de! Interior, Expedientes policiales, H-810) un infonne policial que da cuenta de las relaciones políticas entre las autoridades del carlisino local presidido, sobre todo, por !as enemistades personales. Tainbién testi1nonio de Isabel Verástegui (17 de novieinbre de 1991 -25.A-), que tuvo que 1nediar en nurnerosas ocasiones. Por lo denuís, cmno se sabe, las relaciones co1nunitarias --que perviven en Vitoria- no exi1nen del conflicto, aunque éste sea rechazado si se exhibe. l% Véase Jos ténninos, equiparables a los inodos de expresarse de los responsables policiales nazis, en que se dirigieron los responsables de orden público del Requeté y !a Falange de Álava al presidente de la Diputación Provincial: tene1nos el derecho, aunque la ley no nos an1pare para luchar contra la hestia roja (Ugarte, 1988: 283 y 296 n.28). 197 Por lo de1nás, del te1na de la represión en Álava ya 1ne he ocupado en otro lugar (Ugarte, 1988a). 19
º ADFA. DA,
[208]
cionada por el ethos local, a actitud nlilitante que exigía el nuevo Estado de sus partidarios. Pero esto no contrasta con Pa1nplona, donde ta1nbién se participaba de esta idea de la ciudad con10 una gran .feunilia bien avenida. 1-Iabía aden1ás otro con1ponente -que trataré de diseccionar en el próxin10 apartado. Se trata del rechazo al can1po 198 -tal con10 lo he definido 1nás arriba-, y por tanto al carlisn10 en sus fonnas 1nás n1ilitantes del R.equeté, que quedó incrustado en el ethos ciudadano de Vitoria en el tránsito hacia la ciudad del xx que entonces era. La pervivencia actualizada del rechazo al ca1npo que se dio en el x1x, precisa111ente por la paradoja de haber roto en su autoin1agen con los 1nodos sociales del x1x y construido su identidad (que aún se precisaba, ta1nbién en Vitoria, por el á1nbito local en que se daba la vida social) n1ás acorde con los 1nodos urbanos cosn1opolitas y progresivos (en con1paración con Pa1nplona) propios de las ciudades del xx. Vitoria pretendía tirar de su provincia antes que sun1ergirsc en (o recibir a) ella.
2.5.
VITORIA: CAPITAL DE SEGUNDO ORDEN 199
l~n este apartado no repetiré lo que ha sido expuesto en extenso por Antonio Rivera y narrado con detalle por Ton1ás Alfaro (a ellos 1ne renlito) 200 . Sólo e1nplearé aquellos aspectos que interesan a la línea argun1ental del estudio. l~n una pritncra aproxiinación, Pa1nplona y Vitoria en los años 30 de este siglo eran dos ciudades se1nejantes. Unas ciudades pequeñas (en torno a cuarenta niil habitantes an1bas), de lento creci1nicnto dc1nográfico hasta esas fechas, con una industrialización tardía y escasa (industrias pequeñas y gran nún1ero de talleres) y especializadas con10 ciudades de servicio a la provincia. Ciudades del norte, distantes apenas 93 kiló1netros, capitales de provincias forales y parte de ese conglo1nerado que en la época se llan1ó País Vasco-Navarro. Dos ciudades, por lo dernás, «construidas en pleno ca1npo» en expresión de Alfaro201 • No eran reahnente tan diferentes en su
9 l .'! 199
Esta afirmación debe matizarse. Véase iltfi·a. Ciudad lel'Ítica la ha llan1ado Antonio Rivera ( 1992). La expresión que escojo juega con el título del poemario de Angel i\1.' Pascual ( 1971) sobre Painplona: Capital de tercer 01de11. Frente al orgullo de Pamplona por su condici()n, Vitoria sie1nprc (en esa época) se presentó coino la hermana menor las l.í1urac-Ha1, siempre con discreción. Hasta cuando se sintió pletórica (co1no en la coinentada visita de Millán Astray; aunque en esa ocasión el que así se sentía era el periodista antes que la ciudadanía), se dijo que había alcanzado, por 1néritos propios la «segunda categoría, ya que e! de honor no se lo disputa a Navarra», etc. (A. E., «Vitoria, la apá1ica», PA, 24 de agosto de 1936), otras veces será Madrid o Bilbao. 2 <~i Rivera, 1992; Alfan), 1952, 1987 y s.d.; pueden verse, además, Hoinobono, 1980; Zárate, 1981; Velasco, 1984; Serdán, 1985; Colá y Goiti, 1883. :wi Imagen que aparece 1nuy gráficamente expresada en los grabados ingleses del x1x, probable1nente con la pretensión de transmitir esa idea sobre aquella España exótica o pintoresca que ellos, viajeros ro1nánticos, visitabt1n (vé,1se para Vitori11 Alfan), 19.5 ! : entre 304 y 305, dibujado por Hemi Wilkinson, oficial inglés en Ja guerra carlista, dibujado en l 836 desde el castillo de Guevara y publicado en Londres en 1838-véase Iribarren, 1950: 104-10.5-; y para Painplona Paula y Mellado, 1845: 615 -toinada de un grabado inglés de 1824, véase Larregla, 1952: !33). Aquel entorno agrario, co1no sabc1nos, pennanecía en el xx.
[209]
sociología. S in embargo, sus comportamientos, a pesar de haber quedado del lado de los sublevados, aquel 19 de julio habían sido bien diferentes (diferencia que, según fue pasando el tiempo, hacia los 50 y los 60 fue disminuyendo). También en una primera aproximación, preguntado algún habitante de la época sobre ambas ciudades (orgullos localistas aparte, muy fuertes entonces) hu biera contestado: «¡Oh ! Pamplona era otra cosa. Aquello era mucho más importante» (lo decía un vitoriano)2 2 . Y así era, pues Pamplona representaba hacia el exterior una imagen mucho más consistente y con un peso específico muy superior a Vitoria (teniendo como tenían el mismo tamaño). Una razón obvia es la de considerar las provincias que encabezaban. Navarra tenía en la época 345.1 76 habitantes frente a 104.1 76 de Álava. Por lo demás, si Pamplona encabezaba Navarra, no es tan cierto eso para Vitoria en el caso alavés. Ésa es una razón. Pero vayamos por partes.
º
2.5. l .
QUIEBRA DE LA CIUDAD D ECIMONÓNICA: LAS PEQUEÑAS URBES EN LA ÉP OCA DE LA GRAN MEGALÓPOLIS
Vitoria en el siglo XIX, como Pamplona, formaba parte de una serie de pequeñas ciudades que, aun siendo en buena medida agrarias (Vitoria menos2 3), habían organizado sus signos de identidad material en la limpieza ciudadana (caños, alcantarillas, traída de aguas, higienización y cementerio exterior), la alameda arbolada al estilo fra ncés (la Senda y Fray Francisco) o el parque (Florida), el adoquín pétreo y las aceras de baldosa204 . Como en las otras, también en ella se había desarrollado una vida cortés con tertulias literario-musicales en las casas de los Verástegui o los Álava, bailes y saraos («especialmente distinguidos los que se daban en el Salón de Corte de la Capitanía General») y encuentros en casinos y cafés. Como heredera del ambiente ilusu·ado se venían publicando periódicos como El Lirio, El Porvenir Alavés, El Fuerista o el satírico El Mentirón. A aglutinar todas aquellas voluntades vino El Ateneo (1866), creado con participación del gobernador civil, el alcalde y la buena sociedad vitoriana y animada por el activo círculo cultural de la ciudad. A ese círculo pertenecieron los Becerro de Bengoa, los Herrán, los Manteli, los Roure, Egaña, Velasco,
º
202 Como contestó a esa pregunta Jesús Olaizola 11 de octubre de 1994 (carlista, vitoriano, oriundo de Zarauz y Bilbao y partícipe del ambiente cultural de Vitoria y el País Vasco de la época, amigo de José Antonio Aguirre, hermano de destacados nacionalistas, etc.). 203 El municipio de Vitoria contaba, además de con la propia ciudad con 47 pueblos (véase Nomenc/aror, 1939: 16) donde se concentraba la gran masa de labradores, con lo que siempre hubo la tendencia a la segregación espacial entre las aldeas del alrededor, habitadas por labiiegos, y la urbe más inclinada a la artesanía y el comercio (lo que no quita para que en su interior hubiera huertas y algunos animales). 204 A pesar de la estrechez y suciedad de las calles del casco viejo, Herrería, Zapatería y Cuchillería y los cantones que las unían, con sus fuentes públicas y pozos negros que en ocasiones mezclaban sus aguas (véase Rivera, 1985: 27-33). También eso era la ciudad, pero la ciudad fea frente a la bonita, como diría un viajero del pasado siglo. Después de todo la suciedad aldeana era la derivada de los excrementos y los detritos naturales, que en Vitoria eran menos frecuentes (véase Fernández de Rota, 1993).
[210]
Moraza, Ortiz de Zárate, Apraiz, Arrese o Iradier (quien promovió la famosa La Exploradora, impulsora de las expediciones a Guinea). Era pues Vitoria con su Universidad (temporal), Instituto o Seminario, el mundo ilustrado en el que se miraba la burguesía agraria de la provincia (como los Cañedo, productores de vinos en Labastida, o Rodríguez Ferrer, propietario de unafisiocrática granja en Larrabea, Villarreal 2 5) . Una ciudad en que era habi tual el transitar de los escuadrones o las baterías militares; habituada al cornetín y a la banda de música militar que deleitaba los domingos. Que vivía con la parsimonia de las sociedades sin reloj y a la velocidad de las tartanas y diligencias, con los aromas y sonidos naturales de su entorno campestre, sus tabernas, fondas y paradores, y sus paseos por las arcas de la Plaza Mayor (o Nueva) que describen Jos viajeros románticos2 6 . En la que, con sus menos de veinte mil habitantes, se habían desarrollado las habituales relaciones comunitarias de las sociedades tradicionales con su igualitarismo jerárquico, su re lación face to face, sus identidades y utopías comunitarias, sus representaciones corporadas, etc.; y donde el proceso desamortizador había abierto nuevos espacios y destruido la beneficencia, luego reconstruida en torno a las instituciones municipales como eran e l Hospital de Santiago, la Maternidad o la Casa de la Misericordia 207 . Y también donde existía aquello que la élite gustaba llamar pueblo bajo, que encabezada por turbios agitadores podía generar un motín por «cualquier insignificante motivo»2 8 . Y también, como ocurrió con otras ciudades de España, plaza sitiada reiteradamente por el carli smo (en ambas guerras), a donde acudían los acomodados de los pueblos huyendo del carlismo, donde tenía su asiento e l ejército liberal. Ciudad que en vari as ocasiones, como ocurrió con la Pamplona del xrx, se sintió aislada del resto de España y rodeada por la aldea 209 . Una ciudad, pues, que en su imaginario dominante, como otras de l x1x, identificó lo rural con la incultura, la reacción y e l carl ismo. En cuya mentalidad carlismo era sinónimo de aldeano y éste de patán (aunque los labriegos vivieran en la propia ciudad, como ocurría en Pamplona). Con una élite que apostó por un li beralis mo conservador, por el fueris mo, el Convenio de Vergara, y, en la Restauración, por Alfonso XII. Liberalismo y antirruralismo, como otras ciudades de España. Pero que, aun teniendo esos e lementos comunes, los ignoraba y vivía -como todas las demás, por otro lado- hacia dentro (las comunicaciones no permitían otra cosa). Tenía sus propios elementos identificadores como el Palacio de Montehermoso o el de Yillasuso, la plazuela del Machete o los restos de la Puertas de la ciudad; la Florida, e l Prado y el Mineral, el pozo de la Ánimas y el paseo del cuarto de hora (más tarde), rincones emblemáticos de la ciudad; el Mentirón y Casa Mendía, sus patricios ilustres y su
º
º
º
205
Alcarraz, 1879. Iribarren, 1950 . 207 Colá y Goitia, 189 1. 208 Las c ursivas son de Tomás Alfaro (195 1: 346-347), republicano como sabemos, pero que participaba de aquella cultura de la élite que le haría tambié n representante insigne del vitorianismo. 209 Alfaro, 195 1: 345-347. 206
[211]
ho1nbre culto y caballeroso (Marqués de la Alatneda); la annería de Areitio o la sastrería de Múgica; las tertulias de gente distinguidísirna, sus proho1nbrcs locales de los que se alardeaba (Joaquín de Sarasua, Pedro Egaña, ()rtiz de Zárate o Becerro) y sus Glorias Babazorras, poema localista escrito por Ángel Albéniz (padre de Isaac); Peruchico o Ajo, personajes populares de la ciudad descritos por su apodo, o el nJ.inistro Usabel (alguacil o corchete 1nunicipal) persiguiendo a los chavales y el escachapobres con su son1brero hongo y la chapa de cobre, sÍ!nbolo de autoridad; la Parroquia de San Miguel y la Virgen Blanca; dianas y retretas, vísperas, 1naitines, ángelus y oración21º. En fin, todas ellcí.S sólidas instituciones locales que daban personalidad a la ciudad sin necesidad de otra definición discursiva (co1no a f>a1nplona el Mirador de la 'faconera211 , el H.edín, la casa de los Canónigos, San Cernín y sus can1panas, la E.stafeta, el terrible 1ninistro Gonzalón, el sastre Viva el A1nrJ1; la Ciudadela, la confitería Poinares, el barquillero de la calle Barquillería, San Fennín o la Plaza del Castillo). Eran, pues, aquellas ciudades construidas sobre una tran1a de sítnbolos y alegorías (que van de las referencias urbanas a los poetas locales o situaciones pintorescas), sie1npre populosas, llenas
210 Obtengo buena parte de !as referencias de Ángel Apraiz, «Epílogo» a Alfaro, 195!: 637-649; y Alfaro, 1987: 61-62. 211 Al que Baroja ( 1981: l 30) se empefía en llainar miradero, en un cultismo impropio de él. 212 Para el caso del Bilbao viejo y sus jerigonzas recogidas en la literatura costutnbrista, véase Juaristi, 1994. 213 Véase en Salvador Giner (1994) algunas reilexiones en este sentido (aunque son 1nás sociológicas que históricas). Tatnbién Gellner (1989) aborda en parte estas cuestiones. Sobre Ja progresiva penetración por la vía de la 1nodernización 111aterial de los valores de! inundo n1odcrno-nacional en 1ncdios con1u1Iitarios con10 era el inundo rural francés antes de 1914 véase Eugen Wcbef ( ! 983).
[212]
tico por el que el mundo le prestaba» 214 . Aparte del sobredimensionamiento del valor de los fueros, la percepción es correcta y clara: se perdía identidad en la abstracta ciudad 1noderna, parte de una red de ciudades iguales unas a otras y en las que las señas de identidad con1enzaban a ser las de la opción política, la nación, etc., n1ientras esas pequeñas ciudades se diluían, perdían peso al perder especificidad. Hen1os visto el caso de Pa1nplona, una ciudad en la que la vida social era aún en buena n1edida local y con re1niniscencias co1nunitarias en los 30, y que, por su particular desarrollo (sin solución de continuidad), creó una fuerte y singular cultura que progresó proyectándose hacia el pasado (al que he lla1nado ethos nostálgico o rctrospectivo215). Vitoria, con un desarrollo distinto, creará una cultura local (pues con10 Pa111plona, su vida social era local y en parte con1unitaria) ta111bién distinta216 . La clave de esa evolución, entiendo que divergente, de a111bas ciudades está, creo, en la apertura que inició Vitoria de su espacio (y con él de su con1ponente hu111ano, el de los negocios, los grupos sociales, etc.) a principios del siglo x1x. Si Parnplona de111olía sus 1nurallas en 1915, tras costosas gestiones y con gran po1npa (por su condición de plaza fuerte fronteriza, y las resistencias de los 1nilitares a renunciar a aquel estatus), Vitoria co1nenzaría a de111olerlas ya hacia 1781 217 . Vitoria había realizado en el siglo xvil! ya dos ensanches, ro1npiendo con la ciudad .fárta/ez.a que antes había sido (y que Pamplona sería hasta 1915) 218 . En 1791 tenninaba la que sería para los vitorianos Plaza Nueva o de los Arcos, del arquitecto .Justo Antonio ülaguíbel (Constitución, Alfonso XIII, República y España), se abrió definitiva111entc Ja ciudad hacia el sur. Marcaba así Ja que sería voluntad sostenida de la élile vitoriana durante el x1x por renovarse hacia el futuro según el n10delo li111pio y racionalista de la ciudad ilustrada (1naterializado durante el Trienio Liberal). Entre 1850 y 1872 dobló la superficie de la ciudad (ese año Pamplona no había aún roto ni siquiera la 1nuralla que separaba la ciudad de la Ciudadela intra1nuros). Lo que determinó definitivamente el futuro de la ciudad fue el inicio en 1865-8 de la realización del Ensanche sur, que unía la vieja ciudad con la estación (en 1862 pasaba el primer tren por ella). Aquel Ensanche, que se acogía a la ley al respecto de 1864 (como casi todos los realicados en España), se realizó a plena satisfacción de los propietarios de
21 1 '
A!faro, !95l: 631. Véase Ugarie, \ 995a. 21 r' Sieinprc sobre el entendido que había una progresiva penetración de los valores 1nodernos y la nueva cultura de masas 1nás universalista en mnbas ciudades. 217 La ruptura de !
[213]
terrenos en la zona sur2 19 : sin expropiaciones, reglamento (ninguna cautela contra la especulación del suelo) y corriendo a cargo de la municipalidad el 92 por l 00 del gasto de urbanización. Justo lo contrario, como ha quedado dicho, de lo ocurrido en Pamplona, cuyo Ensanche de 1920, mucho más tardío, se acogió a la ley intervencionista de 1895. La edificación de hoteles, villas y palacetes para la élite siguiendo el modelo inglés de la ciudad jardín (contacto con la naturaleza, setos y vida privada, buena comunicación con la ciudad, pero fuertemente exclusiva22º) en la zona del paseo de la Senda y Fray Francisco (1888-1900), totalmente apartados del Ensanche, inició la segregación del espacio urbáno por sectores sociales (acentuando el efecto de estatus, tal como señaló Max Weber). La Ciudad Jardín para la clase media alta, el Ensanche para la clase media y el casco antiguo y las zonas dispersas de casas baratas, origen de futuras barriadas para los sectores humildes (obreros, artesanos, agricultores) culminaron aquel proceso de segregación. Mientras, Pamplona mantenía la confusión de espacios y el peso de la vía pública en el intercambio social (más favorab le a la vieja relación patricia( personal y deferente). Todo el centro financiero-administrativo se trasladó al Ensanche y la zona de expansión, así como los edificios más simbólicos (del Palacio de la Provincia a la Catedral Nueva) y los espacios de ocio (Teatro, frontón, cines, etc.) cultura (Instituto) o beneficencia. Los itinerarios comerciales y la vida callejera completaban el traslado del centro neurálgico de la ciudad a su parte nueva. Como diría Alfaro, la Ciudad nueva (siempre lo escribía con mayúscula) pudo totalmente con la vieja (en cuyas calles crecía el musgo entre los adoquines)221 . La primera consecuencia de ello fue la aparición de una nueva élite en la ciudad (especuladora e inmóvil como dice Rivera siguiendo a Banti) pero que, como señala este autor, «marginaba)) ya en una primera instancia a la vieja élite de propietarios y rentistas en los últimos años del xrx222 . Incluso a ésta vino a sustituirle otra más activa (los Aj uria y Aranzábal, Fournier, Buesa, etc., ajenos a las viejas familias) tras el fracaso de sus proyectos industrializadores de principios de siglo. Aquellos grupos, de filiación política variada, irían reconstruyendo con el tiempo sus relaciones (familiares y de negocios)223, pero permitirían que la élite local, a diferencia de Pamplona (véase supra)224 , fuera renovándose. Tenemos, pues, a principios de este siglo una élite social y de los negocios compacta y continuista en Pamplona frente a otra fragmentada y culturalmente diversa en Vitoria.
219 Hubo una pugna entre 1865 y 1868 entre propietarios de tierra urbana (de la vieja Vitoria) y los propietarios de los nuevos terrenos, en la que los úllimos, quienes, por lo demás, se sentaban en el ayuntamiento, lograron imponer sus criterios (Rivera, 1987: 25). 220 Rompiendo así con el modelo inglés de Hertfordshire, 1902, ideado por Howard para las clases desfavorecidas, y adoptando el modelo continental de Dahlem o Grünewald, en Berlín 22 1 Alfaro, 1987: 109- 111. 222 Rivera, J992: 27-29. 223 Rivera, J992: 57-66 y 126-134. 224 Naturalmente, nunca se puede ser contundente en estas cuestiones (la continuidad de la élite pamplonesa; la falta de oportunidades de ascenso social). Serapio Huici se enriqueció con el lrati SA y amplió sus negocios en Madrid. Pero dejó de estar presente en la vida local, hacía su vida más bien en Madrid (véase lo que de él se dice supra, nota 49).
[214]
La élite de Pamplona reconstniyó en e l tránsito del x1x al xx su propia identidad sobre la utopía comunitaria de su pasado decimonónico. Después de todo, decíamos, aquellos rasgos de fin idores de su identidad como ciudad no habían comenzado a desaparecer hasta 19 15- 1920 en que se demolió la muralla y se inició la construcción de la nueva ciudad. Ante e l desasosiego o la angustia produc ida por la aparición de los primeros síntomas de la sociedad de masas, la posibilidad de pérdida de preeminencia social, la creación de nuevas lealtades más allá del ámbito local, fue reformulándose el ethos local -que devino dominante- como nostalgia de su propio pasado cuyos signos de identidad les resultaban tan familiares - por próximos. De hecho, la ciudad nueva no era (a la altu ra de los 30) sino un añadido mínimo sobre el que prevalecía Ja ciudad vieja. Pamplona seguía siendo la Navarrería, e l burgo de San Cernín y San Nicolás. Allá permanecían los símbolos del poder local, allí la bulliciosa vida cotidiana, allá la trama de significados que componían su identidad en el x1x y que ahora se revivía embellecida por la nostalgia. Pamplona era la Plaza del Castillo, aque l espacio que, sin solución de continuidad había representado a la capital navarra hacia dentro y hacia fuera desde el siglo xvm, epicentro y corazón de la ciudad, donde mejor se representaba la continuidad que latía en su vida, en aquel momento confuso y de cambio que representó e l inicio del siglo xx. No era el caso de Vitoria. La capital alavesa había comenzado a romper con la vieja ciudad allá por e l final de l xv111 en que se desciende por la ladera sur construyéndose la sobria pl aza neoclásica de Olaguíbel225 . Buena parte de la vieja trama simbólica sería destruida con las nuevas construcciones y el nuevo trazado. Otras serían abandonadas en la parte alta. El lugar de culto vitoriano no era la vieja catedral -que permanecía casi olvidada allá en lo alto226- , sino la parTOquia de San Miguel que ya miraba hacia el Ensanche (mientras se levantaba la nueva catedral en el sudeste de la ciudad). Surgían, por otra parle, nuevos símbolos, nuevos espacios que, como nuevas capas que sedimentaban en el fo ndo de la memoria, ocultaban las viejas señas de identidad. Nuevos símbolos que miraban hacia e l futuro antes que hacia e l pasado fo rmaba n parte del ethos vitoriano. En primer lugar la propia Estación del Norte y la vía que partiendo de ella era el eje de la nueva ciudad: la calle de la Estación o calle Dato, nuevos cafés, nuevas tiendas y armerías; nuevos hoteles y lugares de esparc imiento. Como diría Al faro sólo se conservaba la vieja imagen en el recuerdo «que por no vivido iba apagándose». Incluso «Según transcurría el tiempo acentuábase más la separación entre Ja Ciudad vieja y la nueva» 227 . No era una ruptura urbanística: era una verdadera ruptura social. Estaba claro que el pasado no podía ser el material sobre el que construir la identidad vitoriana. No es que e l pensamiento nostálgico estuviera totalmente ausente. Las crónicas legendarias, las referencias a las Vírgenes de la provincia (la de Angosto, Estíbaliz o Nuestra Señora de Oro), La Vitoria de 1800 o Descripción de Álava de
225
La Vitoria medieval había sido construida sobre una colina corno ciudad-fortaleza. «Allá en lo alto, erguida sobre sus recios sillares, rodeada de silenciosas, cada vez más silenciosas calles, permanecía inmutable la vieja cmedral» (Alfaro, 1987: 53). 22 7 Alfaro, 1987: 52 y 109. 226
[215]
Becerro de Bengoa, historias sobre la cofradía de San José (o aún 1nás antiguas sobre el Canciller de Ayala, poeta 111ariano, o la Santa Espina de Berrosteguieta) aún circulaban y aparecían en la prensa (en 1-leraldo Alavés, luego />ensarniento). Pero sólo a una parte de aquella élite interesaba con10 referentes de un siste1na de valores explícito. Para otros resultaban cuentos de vicu·a, relatos 1nás o n1enos an1ables que adornaban la vida local. Aunque en todos pervivía una cierta nostalgia -sin añoranza por lo que representaba la ciudad vieja de retrai111iento y atraso-, que aliinentaría posterionnente el sentido de Vitoria con10 gran faunilia, la nostalgia de una ciudad initificad~i sin luchas electorales, ordenada, tranquila, apacible y vital 228 . Pero ta1nbién en ese terreno de la recreación de un pasado propio y legendario Navarra disponía de 1nuchísi1nos n1ás elen1entos si1nbólicos en su pasado de H..cino 229 (no derogado hasta 1839-1841) que los que pudiera disponer una Álava provincial. Pa1nplona era Corte de un Viejo Reino n1ientras Álava nunca había pasado de ser una Hermandad transformada en Provincia y cuyos perfiles se habían ido desdibujando con10 identidad territorial. Vitoria, por lo den1ás 1nás que encabezar Álava, pugnaba con ella230 • La élite de Pamplona actuaba sobre una población que he llan1ado 111ás arriba de den1ogrqfía endógena, una población 1nayoritarian1ente de Parnplona o Navarra, n1uy asentada, con largas relaciones vecinales y extensas parentelas por toda la ciudad, una población dispuesta a reconocerse en los símbolos de siempre (San Cernín, Plaza del Castillo, la Estafeta, etc.). Vitoria, por contra, tenía una población foránea más nu1nerosa. A1nbas habían crecido inuy lenta1nente (1nientras que Vitoria y Pa1nplona triplicaban su población entre 1857 y 1940, San Sebastián era casi siete veces mayor y la de Bilbao once), por lo que la ruptura que la inmigración produjo en otras ciudades no se dio en ninguno de atnbos casos. Sin en1bargo, Pa1nplona apenas había crecido hasta 1920 231 , y, sobre todo, 1nientras Vitoria crecía en esa época según una inmigración bastante importante, Pamplona era habitada sobre todo por naturales de la
ng
Puede verse por eje1nplo Al faro ( 195 l: 584; o tmnbién 1987). To1nás Alfa ro, ho1nbre de su tiempo
participaba de todas estas iinágenes y las expresó con frecuencia en sus obras. 229 Véase la recreación histórica de Eladio Esparza (1940), subdirector de! /)iario dt' Na1 1a1ra. escritor de algún talento y gobernador de Álava entre 1937 y 1938. Es aquél casi un protonacionalisrno navarro, bizarro donde los haya, si no fuera porque su nacionalismo es español y Navaffa su epicentro y origen. 230 Puede verse, por eje1nplo, la pugna que mantiene con el resto de la provincia a 1ncdiados de! xix por adquirir una n1ayor representación y poder en el órgano provincia (Diputación) en Ortiz de Orruño, 1983; pugna que se daría en Vizcaya y Guipúzcoa tainbién. 131 TASA MEDIA ANUAL DE CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO %
Vitoria Painplona
1857-1920
1920-1940
1,36 0,69
2,16 4,37
Fuente: Censo y elaboración propia
[216]
propia ciudad o de la provincia232 • Así pues, nüentras en Pa1nplona había sobre todo gente del lugar, que reconocía co1no propias las viejas sefias de identidad locales, Vitoria tenía una población nuís heterogénea a la que resultaba 1nás difícil ofrecer una identidad fuerte y fácilincnte reconocible para toda Ja población. Sin e1nbargo, por sus di1nensiones, por su aún escasa integración en los 1nodos y valores 1nodernos (que eran enünente1nente vanguardistas en la gran urbe), Vitoria participaba en buena 1nedida de las pautas de co1nporta1niento de una co1nunidad. Gestos de solidaridad co1nunitaria con10 la caridad, el paternalis1110233 , la notabilísi1na
2 ~2
ORIGEN DE LA POBLACIÓN DE VIT()RlA (0b sobre población de hecho)
Anos 1877 1887 1900 1910 1920 1930 1940
N. Vitoria
N. Áhn 1a
N. resto Espaila 30,18 31,95
51,11 49,53 49,20
69,42 67,56 79,37 79,07 18,05 20,17 15,82
19,95 20,16 29,35 28,84 34,30
Fuente: Rivera, l 992: 36 ORICiEN DE LA P()BLACIÓN DE PAMPLONA (o/a sobre población de hecho) /\110.1·
1887 1900
-------
!920 1940 1950
Pamplona (')· 47,2 41,7 37,4 41,2
Nava1Ta
90,2
Resto Esp.
39,9
8,9 11,6
41,1 44,2 40,6
15,9 18,2 17,1
h'x11:
N/C
0,8 1,2 1,1 1,1 1,1
0,2 0,1 0,04
(*)Se refiere a su partido judicial. Fuente: Elitboraci6n propia a par1ir de Abascal, 1955: 121-123 y García-Sanz, 1987: 539; 1988b: 196. De 1nodo que si agregamos la capital y la provincia con10 lugares de origen de la población de la ciudad obtenemos:
1887 1900 1920
!940 1950
Vitoria
Pamplona
67,6 79,1 69,2 70,2 65,0
90,2 87,J 82,8 81,6 81,8
2·'·' Yé<1se Rivera ( l 992: 233-234) sobre los banquetes que patronos significados de la ciudad daban a 1nayor honra suya, o el reconoci1nicntn de una obligación 1noral del patrono-padre para con sus e1nplcados en circunstancias adversas (que exigía kígicmnente !a silnétricn; habitual coino se sabe en la re-
[217]
presencia (recuperada con la H.estauración) ele la clerecía que le ciaba un an1hiente de beatería 234 y la recuperación de los viejos valores que ello in1plicaba, la práctica política interesada en la n1inucia local y el perfil hun1ano de los personajes antes que en las opciones de política nacional -que las percibía con10 ajenas 2 ·15- , y, sobre todo, la relaciónft1ce to .face de toda la ciudad, que por su tan1año resultaba abarcable y reconocible (todas las distancias eran cortas en Vitoria, todo el 111undo se conocía 236 ), reforzada por unos espacios con1unes de convivencia (calle l)ato y aledaños) y una práctica de fiestas y ro1nerías 237 , hacían que la ciudad se viera a sí 1nis1na con10 una gran con1unidad 238 . De n1odo que fue desarrollándose un ethos, un siste1na de valores explícitos, una cultura local que venía a suplir a las viejas seguridades de la identidad local tcna court de los núcleos de población del x1x, en un inon1ento en que la gran inctrópoli n1undial parecía querer ho1nogeneizar a todas las ciudades. Si en ese n10111ento Pan1plona recreó una poderosa cultura de su pasado vigoroso, sin por ello renunciar al progreso n1aterial, a la élite vitoriana -que había roto, en buena n1edida, social, inental y n1ateriahnente con aquel pasado-, se le presentaban las cosas de otra 1nanera: no era posible una solución a la pamplonesa, pues progreso y pasado se les presentaban de inodo antagónico -pennítaserne la licencia239 • «¿Có1no conciliar las dos tendencias antagónicas -se preguntaba Alfaro, n1ien1bro de la élite local-, engrandeci1niento y fo1nento de la riqueza, con 1nedios n1ás universales y ante circunstancias i1npuestas, insuperables por un lado; defensa de unos postulados llenos de poesía tradicional, pero carentes de posibilidades jurídicas [se refiere al fuero] frente a las exigencias del progreso, por otro?» 240 • Un patnplonés Je hubiera contestado: n1uy fácil. Pero Alfaro era de Vitoria. Los hechos y el discurrir del tie1npo fueron confonnando tatnbién un ethos local para la élite de Vitoria (hasta convertirse en convicción generalizada), n1ás tibio e irre-
Jaclón de patronazgo, que se co111prende con una relación de mnistad jenirquica; véase, por ejemplo, Wolf, 1980: 34-35, que Ja describe con10 la situación en que Ja m11is1ad i11strume111al alcanza su nuíxiino desequilibrio, que c01no aquella requiere de reciprocidad), o el cOJnportanliento de los ricos de !a ciudad (1nayores contribuyentes) coino sujetos al débito inoral para con la comunidad tras la huelga de l 9 ! 8. Coinportanlicntos que ya hc1nos visto en Painplona durante la huelga de 1905 (véase supra). 234 Véase el gran nú1nero de órdenes su influencia en la ciudad en Alfara, 1987: 119-128. ns Véase la gráfica descripción de Alfaro, 1987: 362. Habitual en los entornos comunitarios (véase \Veber, 1983: 352 y sigs.). 236 Co1no a aquellas n1ucbachas de Lilnoges (Francia) a las que lo que ni<ís les adiniró de París es que allí nadie se conocía; «nadie espía a nadie», subrayaban (citado por Weber, 1989: 76). 237 Véase Alfara, 1987: 58-61; y Manuel Peciña, 1982: 5 J-62, que las relata con ese pintoresquisn10 localista del que él 1nis1no participaba. " 38 !)onde, por otra parte, las identidades de clase afloraban sin interrupción (véase Rivera, 1992: 143-160), pero al n1odo discreto que he1nos visto tainbién para Parnp!ona. 2.1 9 Naturaltnente, este rnodo de expresarse es una concesión a la expresividad, nunca nadie se planteó de fonna consciente este problen1a (al n1enos no en sus inicios). Pienso en una invención al modo de Hobsbawn (y Ranger, 1988), producto del consenso socia! y del discurrir histórico, aunque luego haya quien haga uso político de esas recreaciones. 240 Alfara, 1951: 577-578.
[218]
conocible que el de Pamplona, pero no por ello menos real 241 . Sus componentes, fueron, de un lado, aquellos derivados de la co1npresión co1nunitaria de su ciudad, co1no fueron la búsqueda de una utopía co1nunitaria (orden, tranquilidad, annonía; expresado durante el 18 de julio con10 el oasis vitoriano, al que he hecho referencia inás arriba), el estricto cu1npli1nicnto de la norn1a social interiorizada -y eventuahnente sancionada de no cun1plirse-, Ja autoafinnación a partir del reconociiniento de la alteridad ·-frecuente1nente rechazada-, la idea de una inn1anencia o ate1nporalidad de los rasgos de la con1u1lidad 242 , etc. I<.asgos que con1partía con el ethos de Parnplona
con10 entornos co1nunitarios que a111bo.s eran. Pero estaban, de otro lado, aquéllos derivados de la propia circunstancia histórica de Vitoria y que aparecían con10 clara1nente diferenciales respecto del ethos pan1plonés. Debiera co1nenzar por decir que, 1nientras la identidad de Pan1plona se itnpuso a la gran 1nayoría de la sociedad por la circunstancias que ya he descrito con10 idea do1ninante de Ja ciudad, Vitoria, por su propia cvoluci6n 1nás desigual, produjo una relativa frag1nentación de la sociedad -te1nprana si la con1para1nos con I)a1nplona--·, si no en clases, que ta1nbién progresiva1nente, sí en estratos y colectivos, que ofrecieron visiones alternativas de la ciudad2'13 • Sin e1nbargo, sí apareció una idea de ella que fue la que operó aquel 19 de julio, que tan nerviosos pu.so a los sublevados y que ha provocado estos con1entarios. Si Patnplona -por parafrasear a Baroja cuando se refiere a San Sebastián- quiso universalizar lo propio, y no dudó, cuando llegó el caso, en ponerse a sí 1nis1na con10 1nodelo -co1no ocurrió durante los años de la gucrra244 - , Vitoria pretendía reducir lo universal al propio inundo, resu1nir en su propia circunstancia el conflicto (idea que recoge dos nuls: discreción sobre lo propio y ad1niración por el rutilante exterior). Si Pa1nplona se seguía viendo a sí 1nisn1a como capital de Viejo Reino, orgullosa de su condición 24 5, Vitoria se veía pequefia, recatada, la hennana rnenor del Laurak-
2 11 · Rivera (1992: 100-101, !97 y 214; y 1990) lo ha llainado viroriCmi.wno y nos da algunas de las claves p<'lra su coinprensión. Lo bt1 definido coino el concepto del «bien con1ún de !a ciudacb, Cl)!l\O reaccir)11 fi·enre a lo ex1erio1; co1no lo que es «lógico y normal» para sus ciudadanos, es decir, el co1npendio de la norma social y argumento de se,;regacidn en la propia ciudad y acertadainentc, lo ha asociado al liberalismo conservador de Ja ciudad. Antonio Rivera (1990; no en 1992) hace 11n rastreo histórico que llega a la actualidad. Por 1ni parte hablo de un erhos surgido en la coyuntura de la quiebra de las culturas locales :mtc el i1npulso de las culluras nacionales y univcrsa\istas, las culturas de n1asa (entre el siglo xix y el xx), sin llegar a !a actu
[219]
Bar (al que he hecho ya referencia). «Una de tantas ciudades españolas -decía Tomás Alfaro, de su querida Vitoria- , adormecida como Ja mayoría de ellas.» Si para Pamplona era una fiesta la llegada de Pablo Sarasate y se hablaba una y otra vez del recibimiento que se le dispensaba, de su indudable condición de navarro por encima de cualquier otra virtud, de sus gestos con la ciudad (casi cada año por San Fermín246), en Vitoria se hablaba de la ida de sus hijos prominentes, importantes por mérito propio y que la ciudad reivindicaba (y con la percepción de que le faltaba categoría para retenerles). «¡La pequeñez de Vitoria -decía Ángel Apraiz, otro de los que hacían gala de vitorianismo- ha..hecho que se nos vayan muchos hombres vali osos, pero justo es que nos demos cuenta de ello y que se reconozca que Vitoria ha sido su plantel !» 247. Hablaba de la actuación que, cuando aún no era famoso, tuvo Isaac Albéniz en la ciudad, y de las enseñanzas vitorianas que le había inculcado su padre Ángel (natural de Vitoria y autor de Glorias Babazorras). Y es que en la Vitoria de principios de siglo se vivía -desde la pérdida del espléndido xix- un «ambiente timorato, retraído y melancólico». Era Vitoria un lugar de «mucho ver venir y mucho ver marchar>>, una ciudad en la que tal vez había quien creía que no merecía la pena detenerse, decía Manuel Peciña. No es que, según aquel modo de comprenderse, no se sintiera orgullo por lo propio («puestos a hablar digamos que no nos tenemos en poco»)248 . Pero hacia fuera Vitoria se comportaba de forma recatada y discreta, como una burguesa virtuosa. Y ésa era su otra faceta. Desde su pequeñez, Vitoria miraba con admiración el nuevo mundo burgués que iba surgiendo en las metrópolis modernas. Como diría Tomás Al faro, «toda clase de circunstancias ... , las faci lidades de comunicación, la constante afluencia de forasteros, la prensa diariamente recibida, influían en la nueva generación mostrándole el señuelo de un mundo más brillante, de una civilización más desenvuelta, de unas costumbres sin prejuicios, allá en las grandes urbes incoloras, emporios de riqueza y placer, cuyas mieles, gustadas en rápidos viajes, o entrevistas en relatos deslumbrantes, atraían» a los hijos de la élite vitoriana. «Por muy gloriosa que hubiera sido, la tradición quedaba atrás olvidada»249 . Con cierto despecho, e l joven vitoriano seducido como nadie por las mieles de las grandes urbes incoloras (el propio Alfara), reflexionaba en su madurez sobre la atracción que su generación había sentido por las nuevas costumbres de las grandes ciudades europeas250• Tal vez, en ninguna otra ciudad como en Vitoria se admiró tanto a Madrid o París, se siguieron sus modas y sus costumbres25 1, ni se e ncumbró a sus hijos que habían triunfado en aquellas capitales -como los pintores Díaz de Olano o Fernando Amárica- del
Véase Ugarte, 1995a: 236 y sigs. Ángel Apraiz, «Epílogo», en Alfaro, 1951: 639. 248 Peciña, 1982: 23. 249 Alfare, 1987: 26. 25 Véase también Peciña, 1982: 22-23 y 33-4 1. Un perfil biográfico de Tomás Alfaro en este sentido, Antonio Rivera, «Introducción» a Alfaro, 1987. Sobre la influencia de Alfare como int roductor de las nuevas corrientes de cultura en Vitoria, véase Peciña, 1982: 69. 251 Véase, por ejemplo, en Hidalgo de Cisneros, 1977: 1, 40-44, los ensayos aeronáuticos realizados por los jóvenes Heraclio Al faro , José Aragón, Ciria y el propio Hidalgo de Cisneros. 246 247
º
[220]
modo en que se hi zo en la capital alavesa. Naturalmente, no se podía reproducir en aquella peque ña y recatada capital los modos de la gran urbe, pero aque lla actitud hizo que se estuviera dispuesto para la infl uencia renovadora y que se mirara antes al porvenir que al propio pasado. Si Pamplona había elegido aferrarse a lo que estimaba propio e inmanente, aque l sector de Vitoria miraba más al espíritu de los tiempos. La propia disposición de Vitoria (a diferencia de Pamplona, protegida por su mala comunicación viaria de l paso ci rcunstancial), situada en e l punto de tránsito e ntre París y Madrid (bien por ferrocarril o por carretera) favo recía aquella disposición favorable a la infl uencia externa. Vi toria «fue de gran paso y trasiego --dice Peciña-; de mucho ver venir y ver marchar a negociantes y militares», etc. Era, por lo demás, el complemento natura l a su propia discreción local. Aquella disposición hacia lo novedoso, las sucesivas ru pturas de la élite local y la operación política montada en torno a Eduardo Dato, candidato por el distrito de Vitoria entre 1914 y 192 1, y la ciudad de Vitoria según las pautas más conocidas del clientelismo político (apoyo electoral a cambio de favores administrativos; traslado a Ja función política de las formas del patronazgo)252, hizo que aquel ethos local se vinculara a los modos del liberalismo conservador, y, en general, a formas progresivas de ver la ciudad. Progreso económico y tradición chocaban en Vitoria (para cierto sector, pues los carlistas contaban con miembros de la élite en sus fi las). Rimaban, sin embargo, progreso material y liberalismo. A apoyar aquel modo de ver la ciudad vino una prensa que, a diferencia de lo que había ocurrido en Pamplona, siempre contó con una buena representación de inclinación progresiva (El Radical, 19 10; Ateneo, 19 13; El Republicano, 1920; El Pájaro Azul, 1928; Álava Republicana, 1930; etc.)253 . Pero sobre todo contó con el diario La Libertad ( 1890- 1937), que desde el principio estuvo con las opciones modernizadoras en política (por supuesto apoyó la operación Dato en Vitoria y dio cobijo desde los liberales a los sociali stas de Ja c iudad) y practicó un period ismo ágil y dinámico, al modo del periodismo de masas que sirvió como permanente fuente de información sobre la nueva cultura urbana. Aparte de la información local y oficial, notas de sociedad, etc. - y otras secciones menores-, la Libertad tenía durante la Repúbl ica su amplia sección de deportes, cine y espectáculos, moda y esporádicas colaboraciones científicas y literarias, que tenían al lector al corriente de la moda parisina o la
252 El propósito de la operación en tomo a Eduardo Dato fue (aparte de asegurar el triunfo de la candidatura del propio Dato) el de desplazar de los órganos de poder local (ayuntamiento y Diputación) al carlismo, partido con fuerte implantación popular en la capital y la provincia durante todo el período de la Restauración, e incómodo para sectores de la élite (encabezados en la política por Gillermo Elío y Gabriel Martínez Aragón y en el mundo de la empresa por los Foumicr, Aranegui, etc.) y los grupos progresistas de la ci udad. De ese modo contó con el apoyo de liberales, conservadores, republicanos y socialistas para su candidatura. A cambio, la ciudad recibió una serie de favores desde la administración, perfectamente contabilizables (continuación de las obras del ferrocarril Vasco Navarro, reubicación del regimiento Guipúzcoa en el cuartel del General Loma, subvenciones a la Escuela de Artes y Oficios, agilización del derribo del viejo convento de Santo Domingo, poniendo a disposición suelo urbanizable, y un largo etc., hasta una copa para la Vuelta Ciclista a Álava). Véase Rivera, 1992: 195-200, 2 14-22 1 y 237 n. 2 1. 253 Véase la relación completa en Rivera, 1986: 567-570.
[221]
filmografía hollywoodiense, los combates de boxeo del Madison o los partidos del Deportivo Alavés, el Tour de Francia o la guerra en Etiopía ((odo con una fotografía de tamaño y calidad apreciable 254 ). Aquello en una sociedad 1nás diversificada que la de Pa111plona, con fuerzas republicanas apreciables, con un 1novi111iento obrero 1nás activo 255 , produjo una tenue y variada cultura de lo propio con10 un discreto estar en la vida n1oder11a de signo proyectivo (frente al te1nperan1ental ethos pa1nplonés, reivindicador de lo genuinamente propio y nostálgico del pasado), que se tradujo en los años de la ll República en una tnayoría de los partÍdos favorables a ese régitnen en el ayunta1niento (quince concejales de treinta y uno en las municipales de 1931, frente a 10 carlo-integristas)25ú. Y, ta1nbién, en unos resultados electorales al parla1nento en que el republicanismo estuvo bien representado (ganando en 1931 y 1936) y en los que en la derecha apareció con fuerza una opción que en Vitoria se presentaba con10 111ás 1noderna y urbana, CEDA, frente a Hermandad Alavesa (sin que los resultados de ésta sean despreciables; sin olvidar a unos nacionalistas ta1nbién presentes en la vida ciudadana). Frente a esto, Pamplona fue progresivamente recuperada por el Bloque de Derechas, en el que se integraban los carlistas 257 .
25 ·1 La calidad periodística del f)iario de Navarra, co1no se sabe, era tan buena si no mejor. Pero su adscripción a la Prensa Católica !e hacía ser renuente a ciertas novedades. 25 ·'i Véase Rivera, 1992: passim. 256 Pablo, 1989: 335. m RESUL1ADOS DE LAS ELECCIONES GENERALES Vitoria Afio
1931 1933 1936
CEDA
4.090
o/o
HA
%
Rep.
<'/¡,
PNV
%1
25,3 47,8 23,2
4.192 3.769 5.42'
58,4 25,2 34,1
1.039 3.767 2.649
14,5 25,2
25,7
1.814 7.137 3.685
Fuente: Pablo, 1989 y elaboración propia. Nota: En 1933 los republicanos van divididos y en l 936 bajo el Frente Popular RESULTADOS DE LAS ELECCIONES GENERALES
Vitoria y Painplona % CEDA
Año 1931 1933 1936
Vi.
25,7
Pa.
HA/BD
PNV
Rep.
Vi.
Pa.
Vi.
Pa.
Vi.
25,3 47,8 23,2
46,3 62,6 63,5
58.4 25,2 34,1
52,l 23,5 28,3
14,5 25,2
16,7
Fuente: Elaboración propia. HA: Her111andad Alavesa; BD: Bloque de Derechas.
[222]
Pa.
12.4 12,8
16,7
(~01nunidad, discreción, adn1iración por lo exterior y 1noderno, y un cierto vínculo hacia las posturas liberales y universalistas serán las señas de identidad de aquella cultura local de gran fa111ilia, apacible y en concordia. lJn 111odo de ser vitoriano, debe resaltarse, que no contaba con la hege1nonía que en Pa111plona tenía la identidad n1ayoritaria -una ciudad que, aunque ta1nbién diversa, había n1inorizado a las culturas alternativas. De ahí ta1nbién la an1bigüedad de los hechos frente a la contundencia de Pa1nplona. Había otros 111odos de ser vitoriano, con10 el 1nodo de ser del tradicionalisn10 representado por 11.ennandad Alavesa, que no he c()n1cntado aquí, pero que participaría a grandes rasgos de una visión de la ciudad sen1ejante al ethos pa1nplonés -aunque con el cierto rescnti1níento del que no es con1prendido en el círculo don1inante258 . Visión de Vitoria que fue siste1nática111ente expuesta en el f'ensanúento Alavés (antes fferaldo ). Fue aquella visión de la ciudad la que dirigió la 111ovilizaci6n de Ja provincia en 1936 -co1no en Navarra, dirigida por la ciudad. Pero volvan1os, para finalizar a aquella otra visión de la ciudad que hizo aparecer a ésta.f/'fa con los sublevados ¿Cón10 encajaba la aldea en aquella concepción de la urbanidad? ¡,Se la tenía por propia con10 ocurría en Pa1nplona?
2.5.2.
EL
CAMPO PARA
VITORIA
Vitoria, en sentido sociológico, ta111bién fonnaba parte de eso que se ha dado en lla1nar continuurn rural-urbano (Sorokin y Zi111n1ennan), dos 1nundos, el rural y el urbano, con rasgos diferenciales pero interconectados, dos espacios que se transforn1aban entre sí. Vitoria estaba organizada con10 ciudad de servicios, de inanera que la provincia (no tanto la l{ioja alavesa, que tendía a ir a 11.~tro y L.ogroño) acudía a ella a por ropa, n1aquinaria o por cuestiones adn1inistrativas. Era adernás un buen 1nercado para la provincia, y cada jueves se acudía a la plaza de abastos, al increado se1nanal, anin1ándose sobren1anera la capital en la zona de la Casa de Correos y Cuesta de San Francisco (punto de conexión entre la ciudad vieja y la nueva), lugar en que se celebraba el Mercado, y en la calle Francia, donde estaba un Mercado de Ganados. Las carreteras de la provincia se animaban tarnbién con un gran gentío que acudía a la capital, al Mercado. Autobuses y camionetas, y carros y gente a pie por los caminos de herradura que en la época se empleaban tanto o más que la carretera. Ese día adquiría un tono cotidiano pero festivo para los ho1nbres de ca1npo259 . Pero no sólo para la aldea, tarnbién para la ciudad. Tenía aquello entonces 1nuchísin10 sabor para Vitoria, recuerda un joven estudiante en la época, luego ingeniero de inontes en la l)iputación. Venían sobre todo de la Llanada a con1prar, a vender sus huevos, sus gallinas, en tiempo de leña, carros de leña. Se llenaba toda la calle San Francisco hasta el Portal del H..ey. r~n la plaza del increado se co1npraba un buey, se vendía una oveja. Las tas-
·25 ~ Que hemos podido observar en Ja cita (véase supra, págs. 200 y sigs.) de Felipe García Albéniz, y en general en las crónicas que rodearon a !a 1novilización de julio del 36 en Vitoria. ?'.i
[223]
----- -
cas se llenaban. En casa Juan Cruz (calle San Francisco casi esquina calle Nueva Dentro), para atraerse a su establecimiento a la gente solía regalar un día un pellejo de vino, otro una botella de anís, añ il, unas galletas, etc. Allí tomaban su vino, su supurau (una especie de almuerzo), su mezclau (vino con vermú o con moscatel), o tomaban su almuerzo. Era conocido como el cabaret de los curas pues allí los días de mercado se juntaban cuatro o cinco curas de los pueblos con Luis Rabanera (responsable del Requeté, organizador de la movilización en Álava), un cuñado de l primero, el oculista Retuerto, a jugar al tresillo y al subastado (reuniones de las que he dado noticia en la Primera parté)260. De modo que la ciudad y el campo constituían un continuum pleno de relaciones sociales. Por lo demás, estaba la Feria de Santiago (que ya conocemos): un gran día en toda la provincia y que solemnizaba aquel encuentro con ceremo nias religiosas variadas. Sin embargo, también es verdad que no se podía hablar de Vitoria, como Pío Baraja lo hacía sobre Pamplona fin de siglo: casas «repletas de sacos de g rano, casi sostenidas por estas masas de u·igo dorado»26 1• No ocurría q ue en las traseras de las casas se vieran carros de transporte de cereal. Tampoco, como ocurría en e l caso de Pamplo na de finales del x1x y principios del xx, que las cabras y ovejas transitaran por su centro, que las vacas acudieran a los abrevaderos de sus calles a diario, que las vaquerías, instaladas en la propia ciudad, suministraran leche a los del lugar o que los labriegos salieran del interior de sus murallas a hacer la vendimia.' Pamplona fue plaza fuerte hasta este mismo siglo, «ciudadela antes que ciudad», como diría Ángel M.ª Pascual. Aquello condicionó su evolución definitivamente -como ya hemos observado. La existencia de las famosa zona de defensa en su entorno, en la que no podía edificarse, alejó los pueblos más próximos e introdujo en la misma ciudad la actividad agraria. El ayuntamiento de Pamplo na lo constituía la ciudad sin otro núcleo de población. De nuevo en Pamplona se confundían los espacios. En esta ocasión e l campo vivía en el propio recinto de la ciudad, y era en los propios glacis de la muralla donde se trillaba e l trigo. Vitoria no. El ayuntamiento de Vitoria lo componían la ciudad y 47 aldeas más de su ento rno. De modo que la actividad agraria y la gran mayoría de los labrado res de Vitoria radicaba en ese cinturón de aldeas que la rodeaba (primer escalón en la segregación ciudadana que he mos contemplado con las vi llas de l Paseo de la Senda y la Ciudad Jardín)262 • No es que no hubiera esa presencia del campo en sus calles, que sus habitantes no cultivaran la tie1Ta (su entorno estaba lleno de huertas) que en ellas no se vieran bueyes o asnos263 . Pero éstos, por lo general, venían de fuera e l d ía del mercado y se apostaban en torno a la Alhóndiga o e l Mercado de Ganado (que Ladislao de Velasco, alcalde, llevó al exterior de la ciudad, a mediados del x1x, justamente con fines higiénicos). La suciedad aldeana (tal como la analiza Fern ández de
260 2 1 6
262 263
Luis Rabanera, 24 de abril de 199 1 (78.A: 130). Baroja, 1982: 134. Nomenclator, 1939; véase los porcentajes por profesiones en Pablo, 1989: 290. Pueden verse imágenes en Ciudad, 1983: 4 y 6.
[224]
Rota, como seña de rusticidad y urbanidad) no era propia de la ciudad vieja. Tanto menos de la ilustrada concebida por Olaguíbel ya en el xv111 (au nque durante un tiempo, antes de construirse la Alhóndiga, se hiciera el mercado de frutas y verduras en el interior de su P laza Nueva) y prolongada en el Ensanche del x1x. Era la limpieza urbana ilustrada la que presidía aquellas calles, luego ensuc iada por el humo de los coches a motor, suciedad urbana también. El campo se hacía presente en Vitoria también por otra vía, la vía del servicio doméstico, que mayoritariamente procedía de los pueblos de la provincia (o de las provincias vecinas)264. Una relación jerárquica y paternal , por tanto, la que se establecía por esta vía. Con estos precedentes la actitud que en la ciudad se desarrolló ante la aldea tuvo un doble componente. De un lado, un interés por lo aldeano indudable. Pero un interés de corte fisiocrático. Había periodistas que firmaban como Un Aldeano sus propias crónicas265 . Pero hablaban de un mundo alejado del suyo, un mundo al que se llegaba en tren, donde había aldeanos «corteses y honrados» , pueblo «simpático y alegre», donde había un numeroso «plante l de mujeres boni tas»266. O se refería al mundo ideal de los Concejos (que realmente funcionaban en la época) en e l que se trataban cosas «baladíes para la ciudad, trascendentales para nosotros», donde se hacía una vida frugalísima y sacrificada, profundamente re ligiosa, sin blasfemias y de gran respeto hacia la costumbre; una vida que transcurre «felizmente, en aislamiento absolu to de la ciudad, en abrazo perdurable con la Naturaleza» . Porque, se decía, «la aldea está sola. Las voces de la ciudad, aun las más veloces como las de la prensa, no llegan hasta ella. A su vez, de la aldea pocas veces llegan sus latidos a la ciudad. Casi nunca es entendida por la urbe»267. Imagen idealizada, embellecida, romántica y con clara sensación de estar re firiéndose a otro mundo. Arquetipo de tipos rurales, idea lizado por la visión del etnólogo268 . Pueden verse las imágenes idealizadas de un Díaz Olano en su Regreso de la romería y otros cuadros de escena rural (tan diferentes de sus realistas .imágenes cuando pintaba su ciudad: El restaurante o Chubasco) (véase encatte). O las fotografías de escena costumbrista hechas por Valsimo Sobrado (propietario de un garaje en la capital) o Enrique Guinea (ferretero de Vitoria), que, con amaneramiento, trataban de recoger escenas del mundo rural totalmente idealizadas, arquetípicas, en el momento de la bendición del campo o el rezo del Ángelus; con poses, escorzos e iluminación artificiosa, buscando, tal vez, reproducir las escenas pictóricas
2<>1
Había quien decía preferir las de las provincias del norte por su laboriosidad. En general, una doméstica traía a otra de su mismo pueblo; o la propia se1iora, por tener lazos fam iliares por veranear en alguna zona, etc., tenía lazos específicos con algún pueblo. Luis Rabanera 20 de septiembre de 1994 (1 14.B). Yc!ase también el trato paternalista que se daba al servicio en Peciña, 1982: 40. 265 Ángel Eguileta, que también firmó como Un Pobre Diablo cuando pasó de La Libertad a el Pe11-
samie1110 Alavés. 266
PA, 4 de marzo de 1933. PA, 9 de enero de 1935. 268 Que se desarrolla en la literatura legendarista del sentantes, pero, sobre todo Bilbao (véase Juaristi , 1987). 267
[225]
x 1x ,
en la que Vitoria tiene cual ificados repre-
de Díaz de Olano 269 . Una in1agen del can1po, pues, ro1nántica e idealizada, arquetípica, hecha desde la alteridad, partícipe de ese fisiocratis1no burgués que se extendió por las ciudades españolas con el ca1nbio
2.6. ORGULLO EXULfANTE Y DISCRETO ORGULLO (CAPITAL DE TERCER ORDEN/CAPITAL DE SEGUNDA) 271 He hablado 1nuy en extenso de las diferencias de a111bas ciudades. De eso se trataba, ele diferenciar las percepciones que de sí tenían. No es cosa ele hablar aquí de las sitnilitudes que son aún n1ayores. Después de todo, a1nbas se sun1aron a la sublevación -reto111ando nuestro argu111ento- a diferencia de lo que ocurrió con San Sebastián o Bilbao. Naturalmente, lo dicho no explica los sucesos de julio de 1936 -en las que incurren otros muchos factores de orden del largo plazo, de la coyuntura y, sobre todo, del libre albedrío de las personas--, pero ayuda a comprenderlas.
269 De hecho, una de las fotografías (aldeano bendiciendo los cainpos con niña a su lado) reproduce el cuadro de Adrián Aldecoa Agua bendita del cirio pa.l'cua! ( l 917). Debo la información sobre Jos fotógrafos a i\1.ª José, archivera del AMV. 270 Véase para lo últirno Gón1ez-l'•'errer, 1980. 271 La idea de capilal de tercer orden para referirse a Painplon
[226]
Pa1nplona recibió con cntusias1no a la aldea carlista; Vitoria fue ren1isa a hacerlo. Era la cálida y gallarda Pan1plona y lafi·ía Vitoria (pcnnítasenos la si1nplificación de la in1agen), Sin en1bargo, tan1bién en Vitoria triunfó finalinentc en ese día la élite n1ás próxitna a la aldea, y si el grupo dirigente de Pa1nplona se apresuró a conducir la sublevación navarra, aquel sector de la élite de Vitoria se dispuso a encabezar la sublevación alavesa. l'an1bién en Álava se in1puso el n1odelo de transfonnacioncs de Navarra272 hacia un nuevo tipo de Estado27 \ tarnbién en Vitoria se in1pusieron los n1odelos de 1novilización 111asiva de la población de corte político-religioso. Pero, para lograr en Vitoria aquella con1unión conseguida en Pan1plona, hubo que esperar a que la guerra tcnninara, a que los padeciinientos de Ja posguerra unieran de nuevo a todos en la angustia por la desgracia y la exaltación religiosa heredera del barroco. Hubo que esperar a la Misión ele novie1nbre de 1951, cuando el Régünen ya había perdido 111ordiente ideológico y la liturgia religiosa estaba en su apogeo con10 liturgia políiica 27 '1 .
272
Ya el 22 de julio de ! 936 el Pe11sa111ie1110 Alavés hablaba de «Navarra, la Covadonga de este arro-
llador rnovi1nicnto; Álava la sicinprc encendida leaL,)) El Canónigo Mayor de Ja Catedral de Vitoria, Luis Miner (véase «Prólogo>) a (Jarcía A!bénii',, 1936), decía: «Navarra debe llainarse: CAPUT VASCONIAE y tras de Navarra va sicinprc Álava con10 su pequcfio cornetín de órdenes.)> De nuevo e! gusto por lo 1nenudo de los vitorianos. 273 El 1 de agosto de 1936 viajaban a Ja capital navarra Guillenno Elío y lose María Elizagárate para estudiar los acuerdos de la Diputación de Navarra: subsidio a !os voluntarios, reposición del crucifijo en las escuelas, cte. 274 Véase sobre !a 1nisión y su significado, Uganc, 1996b: 334-335.
[227]
CAPÍTULO
III
La nueva Covadonga Pensar que una disposición de ániino, un entorno cultural detenninado (con sus ele1nentos 1norales y estéticos), un siste1na de valores explícito, el carácter de una ciudad, su ethos dotninante en fin, tiene una traslación auto1nática al inundo de la acción política sería ingenuo. Decía, don Pío 13aroja, hablando de pintura y pintores, que «no creía que la obra hecha con n1anchas, con puntos o con rayas tuviera una gran influencia en la vida» 1. Con su habitual sorna, aparenten1cnte sencilla, adquiría distancia respecto al gusto de su época por dar un sentido social, un tono trascendente a cualquier tendencia cultural. Porque un etilos (con10 el que he descrito para Pa1nplona o Vitoria) no tiene una necesaria plas1naci6n en una cosn1ovisión con sus desarrollos cognitivos (ideológicos) y sus planteamientos ante los problemas de la vida (políticos)'. Qué puede decirse que no se haya dicho ya sobre los determinismos de todo tipo, económico, cultural o ideocrático. Naturahnente, el ethos de Patnplona, retrospectivo y nostálgico, no prefiguraba una acción política detenninada; inucho n1enos evoluciones cxtre1nas de una u otra significación. Cierta1nente limitaba el abanico de posibilidades, o, n1cjor, lo condicionaba: se entendía n1cjor a quien hiciera referencia al pasado, a quien utiliF,ara ese lenguaje tan extendido en la ciudad hecho de resonancias locales y referencias personales y concretas, a quien hablara de la urbe en ténninos unitarios y no de beligerancia de clase. La derecha (sin otro matiz ahora) había gobernado la ciudad y la provincia, y el carlisn10 había resurgido pujante con los prin1eros sínto1nas de socialización política que había significado la pro1nulgación del sufragio universal en junio de 18903 . Pero otro tanto había ocmTido en Guipúzcoa o Álava4, o en Huelva' por irnos al otro extremo de la Península. Y no por ello se produjo aquella ingente
1
Baroja, 1983: 230. Esta diferenciación entre ethos y cos111ovisió11 en Gecrtz, 1987: l 18. 3 Véase García-Sanz, 1990; 1992. •1 Castells, 1987: 307 y sigs.; Rivera, 1992: passim. 5 Esta vez sin !a presencia del carlis1no (véase Peña, 1993: 21 y sigs.). 2
[229]
movilización (salvo en el caso de Álava, pero con las dificultades que hemos podido comprobar). Lo que hemos visto en los días de julio en Pamplona, no era, por lo demás, una simple disposición de ánimo, una mera actitud ante la vida; era una cosmovisión perfectamente estructurada (por muy elemental que pueda parecer desde la perspectiva de finales de siglo), con su ideario, su aparato simbólico y ritual y sus formas de movilización perfectamente desarrolladas. Podían en la capital navarra imaginarse a sí mismos como una gran fami lia en la que prevalecían las relaciones plácidas y cordiales de la buena vecindad (otra cosa distinta es que lo fueran); podía el pasado haber tomado en su imaginación ese contorno ficticio que lo hacía entrañable y cálido, lleno de figuras coloristas y situaciones amables, cargadas de connotaciones acogedoras, hasta convertir su actitud ante la vida en una disposición nostálgica; podía ser la ciudad y la trama de lugares simbólicos que poblaban su paisaje espacial y temporal (San Cernín, la Vuelta del Castillo, la Estafeta, los Sanfermines, Ja tienda de Archanco, el café !ruña, la procesión del Corpus o la casa Baleztena) sus referentes naturales de identidad -antes que cualquier otra identidad nacional o clasista-; podían conservar su cultura tout court del pasado siglo, propia y singular, como signo de carácter; podían ver con perfecta naturalidad, sin sentimiento de agrado o desagrado alguno, al aldeano de la Cuenca formando parte de su paisaje urbano. Pero lo de aquel 19 de julio no era una feria (aunque se le pareciera); era una movilización para derrocar un régimen; y aún más, para edificar otro nuevo, apto para las necesidades propias del siglo (a pesar de su liturgia ancestral). No podía una mera disposición estética ante la vida haber producido aquella acción masiva de signo marcadamente político (aún representado como acto religioso, como bellum sacrum). He dicho que un cierto ethos no prefigura las formas de la acción política. Pero las hace posibles e incluso las engendra a partir de acciones individualizadas cuya configuración final nadie había planificado. Está, además, la acción de los sujetos, de la élite que trata de enunciar una cierta lectura del proceso, está su habilidad, su comprensión de la realidad, su capacidad de influir - y también la impericia del adversario. Toda una gama de actos volitivos y creativos, pero que habrán de contar con aquella estructura fundamental si pretenden una recepción aceptable entre Ja población6. En definitiva, que si una determinada disposición ante la vida, una cultura (en el doble sentido que le da Norbert Elias, juicio estético e intelectual y trama cotidiana de relaciones en que se produce la reflexión ante la historia y ante la vida) no prefigura una ideología, cualquier ideología propuesta a un colectivo deberá contar con aquella cultura para que en un diálogo con ella obtener un nivel de aceptación. La historia de la República en Pamplona es la historia del encuentro de un discurso definitivamente autoritario (del Diario muy notablemente 7 ) y del movimentismo de los carlistas, del mito de su causa, con el ethos de una ciudad y de una región de
6 La categoría de composición social de Norbert Elias (1987: 44-45) podría asimilarse a la de ethos. Por lo demás, éstas son reflexiones hechas a partir de Roger Chrutier ( l 993: 99), quien, a su vez, reflexiona con Elias, 1987. 7 Véase Ugarte, 1995.
(230]
corte nostálgico y marcadamente localista. Sólo aquel encuentro hizo posible una movi lización como la de julio de l 36. En otro lugarll he estudiado la progresiva identificación del discurso insurgente durante la 11 República con e l sistema de valores y signos (ethos) y el cuerpo de comportamientos habitual (habitus), masiva y hábilmente empleado por los sectores políticos antirrepublicanos en Navarra (y, con mayor, torpeza y dific ultad, en Álava). Fue una labor ardua, sistemática y premeditada en la que se comenzó con el viento en contra debido al entusiasmo con que, también allí, fue recibida la República, pero que logró, a la altura de 1936, conectar un discurso autoritario y ultranacionalista, formado por ax iomas políticos elementales, cultura antigua y por elementos de fuerte carga simbólica, con una población inmersa en una cultura hecha de nostalgias. Del modo en que la mentalidad latente de los tres órdenes medievales de origen indoeuropeo -como observó George Duby- se transmutó en ideología activa por mor de la acción de las monarquías del siglo x1, aquel ethos fue transformado por los sectores insurreccionalistas en ideología con fines de acción política (con varias expresiones, no debe olvidarse9). Del mismo modo que los nazis se sirvieron de la actitud antimoderna de sectores alemanes para incorporarla a su discurso y convertirla en retórica nacionalista 10, de ese modo actuaron los autoritarios y carlistas de Navarra.
3.1.
COVADONGA RECONSTRUIDA
A la altura de mayo de 1934, tras el éxito en las generales de noviembre de 1933 (en Navarra había logrado el copo), el Bloque de Derechas (carlistas, cedistas de Unión Navarra e independientes afines a RE), en una coyuntura favorable para la derecha en toda España, decidió controlar todo el poder en Navarra: recuperar para ello la Diputac ión de Navarra. Había conseguido atraerse a la población. Ahora se trataba de retomar el pleno poder local. Lograría así crear un territorio desrrepublicanizado desde el que, según la mentalidad de Reconquista, recuperar el control sobre España (lo que ya se había intentado en 1931 para todo el País Vasco-Navarro, sin éxito, a raíz del movimiento del Estatuto de Guernica y la coalición CT/PNV). Ellos se miraban en una Alsacia católica y resistente fre nte a una República (la III de Francia) laica. O en Baviera, reducto de la derecha alemana con veleidades de restaurar una monarquía propia desde la que reconstruir sobre nuevas bases el Reich alemán. Su propósito: adquirir bases sólidas de poder en un territorio homogéneo y reforzar la imagen de una nueva Covadonga.
8
Ugarte, 1995a: 514-743. Éstas serían, al menos, la cultura jaimista, popular y heredera del espíritu carlista del pasado siglo; la de Unión Navarra, pragmática y conservadora (una CEDA local), y la del grupo del Diario, más ideologizada y progresivamente impregnada del moderno autoritarismo (en la línea de RE de Calvo Sotelo). Podría distingui rse, también, al grupo de los integristas, ahora en Comunión T radicionalista, pero ideológicamente más próximos al conservadurismo. Todos ellos coligados en el Bloque de Derechas. 10 Duby, 1983. Para Weimar, Childers, 1990. 9
[23 1]
Su propósito, con la ayuda del ministro radical de Gobernación y del de Justicia (el navarro Rafael Aizpún), lo lograban en enero de l 935, en que, con su sola candidatura, se hacían con los siete diputados de la única diputación en la E,spaña del 1110mento resultado de un proceso electoral (el resto eran gestoras nombradas por el gobierno). Tras ello controlaron los organis1nos dependientes de Ja corporación provincial (de Ja Caja de Ahorros al Consejo Foral Administrativo, ahora recreado) e introdujeron nueva legislación en un te1na candente del n101nento: la refonna agraria (excepcionalizando la Ley de Arrendamientos y Ja Ley de Reforma, y creando su propio Instituto de Refonna Ágraria de Navarra) 11 . I. . a élite conservadora iba, en efecto, creando un terreno propio en Navarra, un lugar donde hacerse sólida, una región-isla -por utilizar las palabras de Eladio Esparza, y tal como la conocían los conservadores españoles- dotada de su propia cultura política y en la que controlaban de nuevo todos los resortes del poder. Un territorio en el que habían recuperado la adhesión de buena parte de Ja población, el poder institucional y creado la imagen de núcleo de una nueva reconquista de España. Ya sólo quedaba legitimar la situación ante la población (la Diputación había sido elegida de forma indirecta). Y eso se hizo con las elecciones de febrero de 1936 (y Jo que vino después). Si en las generales de 1931 fueron Jos republicanos unidos en Ja candidatura Republicano-Socialista quienes obtuvieron la victoria en la capital (eran los tien1pos de optin1is1no para un sector de cultura secular y modernizadora de la ciudad, de cierta nueva élite de los servicios que habían nacido con el siglo), en las elecciones de 1936, en que de nuevo se enfrentaban agrupadas tanto la derecha con10 la izquierda, la victoria en Pamplona fue para el Bloque de Derechas (en medio el PNY, con el 9 por 100 de Jos electores) 12. Si en 1931 Jos republicanos habían obtenido hasta un 45 por 100
Véase Ugarte, 1995a: passiln. Para las elecciones en Navarra durante la II República, Ferrer, 1992. Sobre la actividad de la Diputación, Pascual, 1989. i 2 Sobre la nueva élite de servicios en Painplona, véase Ugarte, l 995a: 301-31 O. 11
RESULTADOS DE LAS ELECCIONES GENERALES
Pan1plona A11o
BD
o/o
Rep.
1931 1933 1936
18.395 58.523 60.072
46,3 62,6 63,5
20.726 22.015 26.762
(}é,
PNV
52,1 23,5 28,3
11.627 2.416
12,4 12.8
Fuente: Fcrrer, 1992 y elaboración propia. BD: En 193 l se presentó con10 Candidatura Católico-Fuerista, incluyendo a! PNV; en ! 933 y 1936 se denonlinó Bloque de Derechas. Rep: En 1931 se presentó co1no Candidatura Republicano-Socialista; en 1933 aparecieron divididos entre PSOE, PRR, PRRS y PC; en 1936 se presentó co1no Frente Popular de Navarra incluyendo al ANV. Los porcentajes están obtenidos de dividir el total de votos por cinco (nú1nero 1náxl1no de votos a
[232]
en la zona del nuevo Ensanche y predon1inado en ciertas zonas obreras y de gente humilde'', en 1936 el Bloque sobrepasó el 50 por 100 en todos y cada uno de los distritos de la capital (aunque no en las secciones de la Estación del Norte y en Rochapea, zonas de influencia socialista). La zona del segundo Ensanche, lugar de asentan1iento de los nuevos grupos de influencia en la ciudad, en que derecha e izquierda se hallaban equilibradas en 1931, fue mayoritariamente para el Bloque en 1936 14 • En la provincia, por su parte -que jamás dejó de pertenecer a la derecha- la recuperación entre 1931 y 1936 fue también evidente (hasta el punto de que en la Merindad o distrito de Tudel a, en que la derecha obtuvo el 35 por 100 en 1931, en 1936 obtenía más del 60 por 100) 15 . La nueva cultura política había conquistado la voluntad de una gran 1nayoría de la población de Navarra. Aquella tendencia se vio acentuada cuando de lo que se trató fue de polen1ízar sobre las instituciones provinciales (que se tenían por muy propias). En abril de 1936
cinitir por elector en Navarra), con lo que se obtiene el núinero medio de votos por candidato en cada candidatura (salvo en ! 936 con el PNV, que so!ainente presentó un candidato). E! que la suina de los porcentajes en l 936 sea 1nayor que cien se debe a que el PNV presenlara un solo candidato (con lo que algún voto de los otros cuatro de que disponían, pudieron utilizar para votar a las otras candidaturas). u En lugares como Errotazar y Ja Rochapea (antigua zona de huertas, cxtrainuros, en proceso de industrialización), en el sur de la Navarrería y el norte de San Cernín en la ciudad vieja, y desde luego en el semicinturón de la Tejería o la Estación del None (zonas obreras, con un 79 por 100 en este últin10). Véase los resultados en Serrano, 1988: 463-464. H Véase Ferrcr, 1992: 472-478. l.' RESULTADOS DE LAS ELECCIONES GENERALES N:\VAllRA
Total Prov.
Rep. o/o
63
1931 1933 1936
PNV9'o
36 20
71 70
9 9
21 Por 1nerindades (porcentajes)
Aoiz
2 1931
!933 !936
77 78 78
2
3
23
12 12
Pamplona
Estclla
JO
10
73 77 73
25 15 17
2
3
8 9
68 69 69
31 15 16
Tafolla
2
3
16 14
58 70 68
42 25 27
Tudel a
3 35
5 6
61 60
2
3
64 38 38
1 2
1; Candídatura Católico-Fuerista y Bloque de Derechas 2: Candidatura Republicano-Socialista, varios partidos republicanos en 1933 y Frente Popular 3: Partido Nacionalista Vasco Fuente: Elaboración propia a partir de Ferrer, J 992: passim.
[233]
··-----------------
.
las elecciones de con1pron1isarios para el no111bran1iento del presidente de la I<.epública (frustradas en el resto de E~spaña) se plantearon co1no un refrendo a la corporación provincial cuestionada grave1nente por el Frente Popular tras las elecciones de febrero 16 Los resultados no dejaron Jugar para la duda: el 77,7 por 100 de la provincia y el 77,6 de la ciudad de Pamplona apoyaron la candidatura del Bloque (frente a un 21 ,6 y un 21,8 respectiva1nente para el Frente Popular). En la capital solan1ente en el distrito 7, sección 4.", la Estación del Norte ganó el Frente Popular con el 53 por 100 de los votos, frente al 46 r2r 100 del Bloque, ni tan siquiera la Rochapea (barrio señalada1nente obrero) fue para el Frente 17 . Sin duda, en Navarra había ta1nbién izquierda, pero se hallaba francan1cnte disn1inuicla frente al poderío cultural e institucional de la élite conservadora local1 8. 1'ras los inicios dubitativos de 1931, la en otra parte he llan1ado la 13aviera e.s11aHola había sido reconstruida con una fortaleza aún inucho 111ayor, pues había dacio ocasión para recrear unas culturas de n1asas y n1ovilizado a la población con10 nunca antes no lo había hecho. Así lo entendió la propia izquierda cuando en escrito enviado al presidente de las Cortes 19 el 15 de junio de 1936, solicitaba de todo el Frente Popular en Espafüt «que
¡(, De hecho, el Bloque presentó como con1pro1nisarios para la n1is1na a !os seis diputados forales y a José Martínez Berasáin, viejo conocido nuestro, con el únin10 de <(rendir bon1en<\ÍC a la actual Diputación, que se quiso arrojarla [sic] violenlatncnte» por parle del Frente Popular (se refiere al íntcnto de destitución de la Diputación llevado a cabo en nu1r1.o, y al que luego n1e referiré), dando a aquella elección un «carácter plebiscitario}) (EPN, 23 de abril de 1936) sobre personas que encarnan en sí a «dos organis1nos tan vinculados al sentir y al pensar de Navarra}) (co1no eran la Diputacil'.in y el Consejo Foral), y de den1ostrar así que Navarra sigue «siendo inás derechista y católica y foral que nunca}) ( Dt-.l, 2 ! y 23 de abril de 1936). 17 Para Painplona véase l\1afias y Urabaycn, 1988: 258.
Por 1nerindades (porcentajes) Este Ha
Aoiz
2 1936
87
13
Pa1nplona
2 83
17
Tafal!a
2
85
14
Tudt.:!a 2
70
29
2
61
39
1: Bloque de Derechas 2: Frente Popular Fucnrc: Mafias y Urabayen, 1988: 254. 18 Lo que no i1nplica una Navarra arcaica, satisfecha y con paz social, ni mucho 1ncnos. Inevitable·· 1nentc debe suscribirse Ja crítica que Emilio Majuelo (1989: 14) hace a esa visión tópica ofrccída por l
[234]
no desa1nparen a las izquierdas navarras ... en lucha con unas derechas crecidas en su poderío». Y -paradoja, pues nunca antes Jo habían reclamado, más bien se habían opuesto- solicitaba la entrada de Navarra en el 111arco del Estatuto Vasco de 1nodo que proporcionara «una mayor comunidad de fuerzas de izquierda y de afanes de de111ocratización social entre las cuatro provincias» 2º. El átnbito vasco había pasado de ser la Gibraltar vaticanista en l 93 l a instru1nento de republicanización en 1936 visto desde Navarra. Izquierda y derecha 1nantenían sus viejas posiciones, ya apuntadas desde las generales de 1931: republicanizar Navarra o reconquistar España desde Navarra. Sólo que ahora, tras las elecciones de febrero de 1936, volvía a haber un gobierno en Madrid que aspiraba a relanzar todo el programa reformista de Ja primera legislatura (re¡Jublicanízar la República, en expresión de Manuel Azaña). Ta1nbién el Frente Popular de Navarra aspiraba a realizar su programa -protegido por el paraguas del gobierno del Frente Popular presidido por Azaña. Era débil en Navarra y en su debilidad, agresivo. La batalla se planteó en torno al control de Ja Diputación Foral. Los nacionalistas, 1narginales, exigían una nueva elección con los ayunta1nientos repuestos tras febrero de 1936. Los republicanos del Frente Popular, su simple sustitución: se sentían refundando la República, y, corno en 1931, esperaban que el gobierno, simplemente, nombrara una nueva gestora 21 • El 1 de marzo, en el frontón Jai-Alai exigían que se desalojara de la Diputación a los gestores por ser «ene1nigos significados de la República» 22 -y no les faltaba razón en este últitno punto. Ésa sería su den1anda permanente, hasta que en julio se truncara Ja República. 1
3.1.l.
¿«MARCHA FORAL» SOBRE PAMPLONA'?
A crispar los ánilnos en torno a aquel proble1na vinieron los sucesos producidos en torno al 6 de marzo de 1936 23 . Los hechos se desencadenaron cuando un grupo de jóvenes de izquierda, encabezados por el comunista Jesús Monzón, ocuparon el Palacio de la Provincia tomándolo en nombre del Frente Popular y exigiendo Ja destitución de Ja Diputación. Rápidamente fue desalojado el edificio, pero continuaron las manifestaciones por la tarde, produciéndose graves incidentes al intentar algunos de
n1antes por ANV y las Juventudes Socia!islas (sí todos los de1nás), se trata del 1nis1no escrito que el citado extensamente por Santiago de Pablo (1988: 412-413). 2 Citado en Pablo, 1988: 413. Aquel escrito fue redactado en el n1arco de la discusión en la ponencia sobre el Estatuto vasco que se producía aquellos días en las Coites y en el que se pole1nizaba sobre la disposición adiciona! de éste que permitía la entrada de Navarra en el á1nbito del Estatuto. Finahnente fue rechazada. 21 Claro que, co1no dice Ángel Pascual (1989: 466), !a República llevaba legislando cinco años y la Diputación navarra había sido elegida según las leyes republicanas, aunque no gustara a los g1upos del Frente Popular de Navarra. El Estado de derecho no era algo arraigado en ninguna de las culturas políticas del momento. 22 Citado en Pascua!, 1989: 466n. 23 Los hechos pueden seguirse en Virto Ibái'iez, 1986; Pascual, 1989: 466 y sigs.
°
[235]
ellos asaltar el Diario (las versiones al respecto son confusas), a consecuencia de los cuales rnurieron dos personas por heridas de anna de fuego. El Frente Popular no logró su propósito. Pero quedó abierta la posibilidad del relevo. Posteriores gestiones en Madrid, así se lo confirmaron (el mismo 14 de marzo, el 1ninistro de gobernación, Arnós Salvador de IR, prornetía el relevo a una representación de la coalición republicana de Navarra, y el 26 de junio le daba definitivan1ente vía libre). El control de la Diputación centró, pues, la pugna política en la provincia. Así lo entendió la izquierda y así la derecha. En ello iba el proyecto político de cada · cual. Aparte de constatar que Ja izquierda navarra, con el apoyo del gobierno frentepopulista, había puesto en su punto de 1nira a la Diputación, nos interesa destacar la reacción que la coalición del Bloque tuvo ante aquel reto que se Je presentaba por primera vez tras Ja recomposición de su preeminencia en Ja provincia. El Frente Popular de Navarra, al igual que el Bloque, entendió el 16 de febrero como una reedición del 14 de abril. Ambos fueron momentos de gran fluidez en el panorama político y social en el que se jugaban el ser o no ser. Pues bien, la derecha -aparte de n1ostrar una gran alanna ante la secuencia de los hechos- hizo en torno a aquel acontecilniento un pequeño ensayo de lo que pudiera ser un asalto a la legalidad republicana (sin que llegara a ponerse en 1narcha al no ser definitivamente destituida Ja Diputación)"'. De entrada, el gobernador civil, Mariano Menor Poblador, en entrevista mantenida el 10 de marzo, dio a entender a los diputados forales que, dado el triunfo del Frente en España, esperaba de ellos Ja dinlisión25 . Éstos, al verse cuestionados en su cargo, convirtieron el conflicto, con10 se había hecho en ocasiones anteriores, en un conflicto entre Ja República y Navarra (entendida ésta co1no la Navarra católica, foral y derechista 26 ). Al recordarlo -ya en plena guerra- el vicepresidente de la Diputación, Juan Pedro Arraiza, aseguraba que el Gobierno «pretendía agraviar en lo inás profundo los derechos de Navarra ... en pugna con el sentir general del País» 27 . Así lo representaron, cuanto nlenos, los ór~ ganes propios de la provincia. A lo largo de la 1nañana del día siguiente acudieron al Palacio provincial la mayoría de Jos miembros del Consejo Foral Administrativo -recién formado en mayo de 1935- mostrando su adhesión a Ja Diputación y reuniéndose formalmente por la tarde. La Diputación acordó permanecer en sesión per1nanente, mientras el Consejo se rnantenía en Patnplona hasta que se resolviera la crisis28. In1nediatarnente la corporación provincial co1nenzó a recibir adhesiones de los
24
Juan Pedro Arraiza, vicepresidente de Ja Diputación en el momento, al recordado a finales de 1936,
expresaba su convicción de que aquel episodio sirvió para «te1nplar el espíritu del pueblo navarro y prepararlo para la gran e1npresa patriótica que en estos 1no1nentos viene desarrollando» (Diputación de Navarra, 1936). 25 EPN y DN, 11 y 12 de 1narzo de 1936. 26 DN, 21 de abril de 1936. 27 Diputación de Navarra, 1936. 28 Así se pronunciaban en telegrama enviado al Ministro de la Gobernación (con el timbrado de urgente): «Vocales del Consejo Adrninistrativo de Navarra que suscriben, venidos hoy de sus pueblos y reunidos espontáneainente en Pmnplona, ante insistentes nunores esparcidos sobre sustitución actual Diputa-
[236]
ayuntan1ientos de Navarra, de los grupos en1presariales, organis1nos católicos y personalidades de la derecha local (como puede verse en la prensa de esos días). Durante la sesión del Consejo Foral de la tarde del día 11 se habló, según lo relata Jesús Iribarren (n1ien1bro del Consejo y futuro secretario de Mola), de organizar una resistencia pasiva. Se pensó en la posibilidad de que la Diputación se exiliara -con10 en las guerras del pasado siglo, se pensaba~ en r.:.·rancia, y en organizar la resistencia civil a una Gestora non1brada por el Frente29 • Se pensaba serian1ente en una rebeldía de la provinciafl{.eino encabezada por el Consejo Foral (lribarren hablaba de 1vn1ántica re/Je/día, en ese sentido decin1onónico y heroico que lo c1npleaban los escritores de época). Pero la situación se suavizó cuando llegaron noticias de que no se produciría el temido relevo (el gobierno del Frente Popular había optado por seguir la vía legal, derogando, en su caso, la ley de dicie111bre de 1934 que regulaba la elección de la Diputación de Navarra). Sin e1nbargc\ cuando el 26 de junio de ese año (faltaba 1nenos de un nles para la sublevación y se habían producido las elecciones de abril de co1npro1nisarios en las que Ja Diputación fue respaldada por el 78 por 100 de los electores"') el gobierno re1nitió a las Cortes un proyecto de ley para la sustitución de la Diputación, fue urgentemente convocado el Consejo Foral (30 de junio). A esas alturas de año los ánimos estaban especialmente sensibilizados a nivel de la calle (piénsese en la lucha por los compromisarios de abril y en la campaña de prensa que se llevó adelante por parte del fJ;ario de Navarra, de gran influencia en toda la provincia, intensísi1na, abierta1nente rupturista con la República y acorde con planteatnientos de la derecha radical europea31) y los preparativos de sublevación estaban n1uy avanzados. 'fras escuchar a Garcilaso (que hablaba en su calidad de diputado a Cortes), el Consejo acordó oponerse a la ley, convocar a Pa1nplona al pueblo navarro caso de que la ley prosperara («con annas los que tuvieran») y reunirse en ese 11101nento como cabeza de la nlovilización. Se no1nbró, incluso, un con1ité clandestino que coordinara las acciones32 . Mientras tanto los contactos del Bloque habían garantizado, a través del general Mola, la neutralidad de la guarnición de Pa1nplona en caso de 111ovilización33 , y el Requeté se ha-
ción, dirígcnsc vuecencia como representantes genuinos de todas las fuerzas de esta región, rogándole respete ley vigente obtenida con quonnn insuperado en Cortes, inediante la cual constituyóse actual Diputación, porque lo contrario heriría profundainente senti1nientos imnensa inayoría de navarros. Tcodoro Marco, Félix Iriarte, Ignacio Yoldi, Ro1nualdo Ochoa de Zabalegui, Miguel U!íbarri, Wenceslao Correa, Segundo Múgica, Luis Lizarraga, José Macicior, Benedicto Barandalla, Joaquín Eyaralar, Esteban J\nnendáriz, Pablo Sacia, Vicente Mendívil, José Sánchez Marco, José María Iribarren, Joaquín de Bo1ja, José Gayán de Ayala, Tomás Mata, Julio San Gil, Luis Zurbano, Luis Ortega, Valentín Ayucar, Isaac Goili, 1-Ii!ario Etayo, y Martín Amigo!>> (ARDN, Guerra Civil). 29 Lo que se haría a través del boicot a !a gestión ad1ninistrativa, Ja retirada de !os fondos provinciales de la Caja navarra y Ja organización de la desobediencia fiscal EPN y J)N, 12 de 1narzo de l 936; Iribarren, 1937: 46-47. Véase las págs. 233-234. 1 ·' Véase Ugartc, 1996. 12 Iribarren, 1937: 47-49; Lizarza, 1969: 96-97 . .n Esparza, 1940: 129. Piénsese que por esas fechas mantenía Mola una difícil relación con Fa! y Jos carlistas dirigidos desde San Juan de Luz (el 15 de junio se produjo una difícil entrevista entre arnbos en !rache). Sin einbargo, Balcztena ya había visitado a Mola en n1ayo y Garcilaso tenía una relación fluida
·'º
[237]
liaba en estado de alerta34 Era lo que en diciembre de aquel afio, ya en plena guerra, llarnaría José Pedro Arraiza «intervención decidida y gallarda» del Consejo Foral 35. Por lo cletnás, en aquella ocasión el H. equeté se colocaba en pri1nera línea de la inovilización. El hecho es que las organizaciones locales recibieron, en efecto, «Órdenes de concentrarse en Pa1nplona, ofrecer una resistencia forn1al, rodear la Diputación y no pennitir» la sustitución caso de que ésta se produjera. Y aquellos n1uchachos de las aldeas, a los que se había inculcado -o que sentían, sin 1nás- que «el intento de quitar nuestra Corporación Foral hería los senti1nientos de todos en lo 1nás íntüno del corazón» (son pafabras de uno de aquellos jóvenes), se i1npacicntaban en los pueblos y pedían instrucciones para 1novilizarse. Creían que «era la ocasión, el n101nento, de realizar sus deseos de dar al traste con la farsa gobernante, envilecida y destructora». f:star alerta, fue la consigna dada desde la segunda 1nitad de n1ayo y todo junio. Fue así, por ejen1plo, co1no a fines de junio (111ientras en Pa1nplona se reunía el Consejo Foral) se corrió el rumor en los alrededores de Huarte de que los diputados a Cortes, tras renunciar a sus actas, se pondrían a la cabeza de un «n1ovin1iento antiguberna1nental». «De los pueblos del contorno -relata un requeté-, en una noche oscura, con un ten1poral que iinponía cierto pavor, venían grupos pequeños, de cuatro y de cinco, de dos y de seis, provistos de linternas o farolillos, para reunirse en esa especie de metrópoli y caer sobre Pamplona. Con los de Huarte y los de Villaba, los de Amocain y Ardanaz y todo el valle de Egüés»"" Escenas dignas de la trilogía Las guerras carlistas de Vallc-Inclán:n, escenas del pasado siglo en esos días de junio de l 936. Pero, ta1nbién, una inovilización que recordaba a algún carlista (a Antonio Lizarza; no en vano había estado en Italia) a la 111archa sobre /?orna. Marcha ,foral sobre 1~an1plona le llatnaba a aquello que pudo ser gran 1novilización del Requeté (que, en pocas se1nanas, se convertiría en n1archa sobre Madrid) 38 • Y es que, siendo sus objetivos los propios de aquellos tien1pos (asalto arn1ado a una de1nocra-
desde su llegada a Painplona. La colaboración final del carlis1no navarro con Mola ya se había venido gestando con incidentes con10 el de la Diputación. 34 E.C. de T. «La in1paciencia de los navarros)>, ARBU; Lizarza, 1969: 97. 35 Diputación de Navarra, ! 936. % E.C. de T. «l!npaciencia de los navarros)>, en ARBU. 37 «Caballeros en 1nulas y ¡l. su buen paso de andadura iban dos hor:nbres por aquel camino viejo que, atravesando el 1nonte, remataba en Viana del Prior ~comenzaba Valle su Los cruzados de la Causa-.. Esperaban, días hace, al señor 1ni Marqués. Viene para lev;1ntar una guerra por el rey Don Carlos.» Ahora los inarqueses eran condes (de Rodezno) y diputados a Cortes. 38 «Se habló de una 1narcha foral sobre Pa1np!ona, que en pocas semanas se iría a convertir, en nombre de la Religión y de España, en n1archa sobre Painp!ona y luego sobre Madrid» (Lizarza, 1969: 97). Tainbién Jesús Iribarren ( J 937: 47), futuro .secretario de Mola, habló de aquella con10 de 111archa sobre Pa111plona. Era la época de las 111an:lws. Antes del pursch de Mtínich ( l 921) se habló en Alc1nania de la marcha sobre Berlín (que no sería.foral, claro está, pero que daba esos pasos de asalto a Baviera -Ja verdadera Bavicra, que se miraba, a su vez en el caso turco de Ataturk, y quería ser !a Aneara de Alemania- para desde allí tornar Bet'lín. Claro que Hitler no había contado con que el presidente Gustav von Kahr, quien creía antes en una restauración de la dinastía bávara, con lo que se desbarataron sus planes; véase Kitchen, 1992: 203; Bullock, 1994: 174-177; todos documentados en Bracher, 1973: I, 155-166, que es el inejor y 1nás profundo relato).
[238]
cia con 1novilización de 1nasas), tenían una 1norfología -que le venía dada por los rasgos de aquella sociedad- si1nilar a las n1ovilizaciones guerreras del pasado siglo. Eran los nuevos y los viejos tie1npos confundidos en el n1isn10 n1on1ento histórico. En todo caso, y con10 recordaría Juan Pedro Arraiza, con aquel n1ovin1iento general en torno al organis1no foral, se había pretendido «ten1plar el espíritu del pueblo navarro !aquél que se alzó en annas contra la l~epúhlica, dehc entenderse 1 y prepararlo para la gran en1presa patriótica que en estos n1on1entos [dicie1nbre de 1936 ! viene desarrollando» 39 . Aquel fue, sin duda, un ensayo general de Jo que sería julio de ese año en Navarra -después de todo, quedaban dos se1nanas. Pero a aquel estado
ÜNA CLASE MEDIA «TRADICIONALISTA». DIFÍCJL ENCUENTRO CON LA MODERNIDAD
EL
Pero hacia n1arzo de 1936 las cosas distaban nnicho de estar n1aduras. Quienes 1nás reacios a i111plicarse en una acción que suponía no pocos riesgos y cierta1nente un esfuerzo considerable eran justa1nente las gentes pertenecientes a ese sector de la clase n1edia conservadora de Pan1plona y la provincia. La propia inentalidad retrospectiva de aquel grupo social no les ayudaba a con1prender el 1no1nento. Su disposición política antirrepublicana no se producía desde el radicalis1no de derechas. Eran 1nás bien conservadores en política, seguidores del accidentalisnto de Gil l{obles antes que del autoritarismo resuelto de Calvo Sotelo. Aparte del carlismo -histórican1ente insurrecciona]-, el partido organizado en la derecha era la Unión Navarra de Rafael Aizpún, partido integrado en la CEDA (con la que ocupó el ministerio de justicia). No co1nprendían de n1ovilizaciones 111asivas que les recordaban o bien la agitación izquierdista o a las huestes carlistas que habían bo1nbardeado la ciudad el pasado siglo (como he dicho). Su posición era acomodaticia. No quiere esto decir que co1nprendieran el valor de la de1nocracia o el Estado de derecho. No. Pero aun deseando una situación autoritaria, la preferían al 1nodo de Prüno, con10 un coup de Cour, con la aspiración final de volver a la situación plácida y equilibrada de la pasada época de la Restauración. No eran los más resueltos partidarios de fórmulas de fuerte n1ovilización de 1nasas co1no las que con1enzaban a ensayarse en Europa. Claro que estaba el ilnportantísüno grupo del Diario, el grupo que 1nantenía una estrategia n1ás definida entre los de la élite navarra40 y controlaba el pri1ner periódico
39
Diputación de Navarra, 1936. Juan José Uranga, 21 de julio de 1994 ( 112.A). Aquel grupo lo constituían el propio Garcilaso, el subdirector Eladio Esparza, el presidente de! Consejo Jcnaro Larrachc (asociado a Jos proyectos periodísticos de los Urquijo en Ouipúzcoa), el influyente Pedro U ranga y Luis Ortega Angulo (con 1nucho peso 10 ·
[239]
de la provincia, decisivo a la hora de a1nalga1nar voluntades en aquel sector y conducirlo, con gran inaestría pedagógica, del estado de alanna a posiciones política111ente 111ás resueltas. Porque en efecto, a la altura de marzo de 1936 (una vez instalado el rcpublicanis1110 radical y refonnista en el gobierno\ había un doble proble1na para contar dcfinitivainente con aquel grupo social. Cierta1nente existía la alanna ante la progresiva pérdida de poder y preeminencia social. Pero había un problema de vida confortable --que pudiera arriesgarse en la coyuntura- y, sobre todo, un proble1na de inco111prensión ante la 1novilizaciófi 1nasiva. Era el propio ethos local, que pennitía la cohesión de clase y la cohesión co1nunitaria, el que dificultaba el paso definitivo hacia el insurreccionalisrno (pues de eso se trataba). Su inundo estaba hecho de recuerdos y nostalgias que hacían difícil la con1prcnsión de las nuevas tensiones. Aquel grupo veía a Pan1plona con10 una gran fan1ilia 41 . Una gran familia con dificultades y conflictos, pero unida hasta en la discrepancia. Una ciudad sólida, estable y de vida confortable (a pesar de la inquietud que había añadido la República a sus vidas). Así lo reflejan numerosos memorialistas de la época42 . Podían creer en una Navarra católica y esencial, nervio de la España eterna. Podían creer incluso en una Navarra n1isionera, pero otra cosa era que se viera a sí 111is1na cuhninando el plan divino para Navarra, aquella potencial inisión que estaría destinada a encarnar Navarra. Una actitud nostálgica, indolente ante los apremios y los requerimientos del presente, que corno hetnos visto, con1enzaba a organizarse según otros principios del individualismo y los agrupan1ientos de clase. Pero aquella i1nagen era pertinaz. No era ya la Pamplona pé1rea, era también Navarra a la que se evocaba como el viejo Reyno (así con la «y» griega, supuesta1nente tan navarra'13 ) cargado de historia. Se la podía evocar, con10 lo hizo en 1935 Eladio Esparza, refiriéndose a «la cripta lóbrega de[! monasterio de] Leyre, ... [al] lindo monasterio de San Zoilo, ... [aj la Virgen de Ujué o Roncesvalles, ... [a] las cruces ambulantes de los romeros, ... [a[ los pórticos admirables de Estella, ... [al] versolari [s;cj ... en las plazas recoletas de nuestros pueblos vascos, que sonríen a la lluvia, en el idioma hecho a golpes de sílex y con
en el gnipo y tesorero de Renovación Española). Cada día se reunían hacia las tres y inedia en el periódico para discutir la línea editorial de aquél. 41 José Javier Uranga ~21 de julio de 1994(l12.B)--, hijo de José Uranga y sobrino-nieto de don Pedro, sucesor de Garcilaso en la dirección del Diario, fonnado en aquel ainbiente, a pesar de 1nanifestar que Ja República había producido tensiones insalvables entre !os sectores católicos y republicanos, y de que por aquellas fechas el enfrentainiento violento era cotidiano, sostenía que en Painplona no ha habido diferencias sociales («no ha habido clases») todo el mundo se relacionaba y trataba. La ca!le, el Tenis-Club, el club de Larraina no serían Jugares de diferenciación social (véase Ugartc, 1995a: Segunda Parte), sino {unbitos en Jos que gente de todas clases se 111ezcfaba. ·12 Blasco Salas (1958), Larregla (1952) o José M." Iribarren, que hizo oficio de aquel recuerdo. 0 · Véase Andrés-Gallego, 1987: 223. «Por no ser peculiar, no lo es ni la fatnosa "y" griega de Ja grafía con que en la Navarra 1noderna se escríbió la palabra "rey no". Cualquier ínvcstigador de esos tieinpos, habituado a verla así escrita por doquier. .. , sonreiría si supiera que aquí se considera cosa propill» (cursiva 1nía).
[240]
1niel silvestre, ... !_a losj docu1nentos antiguos» rescatados, tal vez, del palacio re·· gio de Olite y cuidadosa1nente conservados en el Archivo General de Navarra. De nuevo una i1nagen historicista, anacrónica con la realidad presente en la República. Era aquella una mentalidad, un ethos colectivo hecho de nostalgias que no facilitaba la plena consciencia sobre la circunstancia histórica por la que se estaba atravesando. De ahí que el nuevo Ensanche de los 20, imagen de prosperidad y bienestar, de la progresión del espacio urbano sobre la campiña44 , y al que se había trasladado a vivir una buena parte de aquella clase inedia, aún no entrara en la itnagen estereotipada de la ciud.ad. l~n parle por ser aún 111uy reciente su construcción. Pero ta1nbién, con10 vere1nos, porque representaban la incertidtunbre ante el futuro. Porque sitnbolizaba en sus 111entcs la ruptura del seguro recinto fortificado que era la ciudad vieja. Aquella den1olición de 1915 -festejada en su día con10 acto de esperanza y de nostalgia-, o la demolición en 1932 del Teatro Gayarre -para dar paso al engarce urbano entre el nuevo Ensanche y la ciudad vieja-, que tantos detractores tuvo, significaban cierta1nente la apertura hacia lo confortable. Pero tan1bién hacia lo nuevo que, visto cón10 habían ido las cosas con la I~cpública, producía 111iedo en aquellas 1nentalidades conservadoras. De 111odo que la tnejora de la situación no podía venir de la novedad. Única1nente cabía la n1archa atrás. La in1posible 111archa atrás habría que añadir. No era aquel un colectivo que co1nprendíera bien las nuevas necesidades de la sociedad de 111asas. En la n1edida que su nürada se recreaba en un pasado arn1ónico, se negaba a ver el presente y te1nía un futuro que no le ofrecía seguridades. Ese estado de cosas vino a captar n1agistra1Inente Rafael García SetTano (pe1iodista y escritor falangista) en su novela Phiz.a del Castillo (ese estado de cosas, subrayo, que no el argu1nento o la tesis de la novela que resulta 1naniqueo e inexacto). Más en concreto en una serie de conversaciones que García Serrano sitúa en el Casino Principal y otros lugares de socialización de Ja Pa1nplona castiza (y ele abolengo) entre personajes que pudieran resultar representativos de esa clase inedia conservadora45 . En ellas se refleja con luz intensa --aunque, corno digo, parcial- el espíritu que anin1aba a ese
14 '
Véase Ugarte, 1995a: Parte Segunda. Rafael García Serrano en su novela Plaza del Castillo ( 1981: véase el capítulo ) o «Julio 17, viernes» con las conversaciones) reproduce con indudable 111aestría el ainbiente de la Pa1nplona de !a época. Sin embargo, García Serrano, que escribe la novela con vocación docuinenta\, participa del 1nito de la Pmnp!ona comunitaria: la gra11 fa111i!ia cristiana, co1110 él dice. La obra, por lo dcinás, tiene por protagonista a un falangista verdaderainente irreal en la época. Y es!á defínitivainente escrito desde Ja razón de Jos sublevados (cmno esa pretendida conspiración con1unista, etc.). No puede, por tanto, ser tomado ni tan siquiera co1no un intento de ficción histórica. Está claran1ente defonnada Ja in1agen fina! por esa to1na de partido clarísi1na y apasionada (tipo de proble1nas de los que adolece, por lo deinás, alguna n1e1norialística y ciertos relatos orales, que han de ser conveniente1nente expurgados; aunque con la diferencia fundainenta! de que en este últi1no caso se relatan acontccí1nientos reales que pueden ser contrastados por otras vías). La novela de García Serrano capta, sin e1nbargo, inuy bien ciertos estados de ániino, y aquí se utiliza en ese y no en ningún otro sentido -que resu!tn.ría defonnante-. José Javier U ranga -21 de julio de 1994 ( 112.A)---, está de acuerdo en que se trata de un relato <([nuy de Pan1plon;:n>. Y, corno diré 1nás adelante, resulta congruente con el conjunto de datos de que disponeinos para esa circunstancia. Una discusión sobre el valor y los límites de lo conjeturado y el e1npleo de la ficción histórica puede encontrarse en Ginzburg, 1993: 104-112. ·L'>
[241 J
grupo social y, ta1nbién, el diálogo que se producía entre éstos y los sectores 111ás conscientes de entre ellos (que tenían una visi6n n1ás ajustada del n10111ento). Unas pláticas cuyo tono resulta perfecta1nente verosúnil, y que bien pudieran haber tenido lugar durante aquellos días (salvedad hecha de las concesiones literarias). En ellas, con10 no podía ser de otro n1odo, un industrial harinero, y «algún don inás que sie1npre caía por allá» -por el Casino- se lan1cntaba11 del paso del tie1npo, de la desaparición de todo aquel mundo que ellos conocieron y que les resultaba tan entrañable. Expresaban, casi con10 una rutina, ese senti1niento de pérdida de un tie1npo («nuestro tie111f)O» ), ese sentido agónico de los tie1npos que les toca vivir. Una cierta 1nelancolía envuelve a los personajes (sin concesiones, por el estilo vigoroso del autor). Ya «no queda nada !de aquello] -dicen. Este ticn1po va viendo co1no se acaba todo». Y cuando se refieren a la clen1ocracia lo hacen con la «sonrisa de decir picardías». Resulta claro que no creen en ella, que hay una con1plicidad para utilizarla con10 argu1nento irónico entre ellos. Es un grupo (don Pablo, don Justo, don Estanislao) que, desde su estado confortable, se sitúan en Ja añoranza para gozar de un tien1po que ya no es el suyo y frente al que no tienen respuesta. Frente a ellos, el tronante y spengleriano don León actúa co1no la conciencia lúcida y ácida, que les despierta de ese estado de ensoñación ingenua en el que se envolvían. Don León les reprochaba a sus con1pañeros, sin sutilezas, ese pen11anente retorno a las eternas y nostálgicas lrunentach>nes pan1plonicas. «Los paseos de la Estafeta -ironizaba don León-, los oficiales del regimiento de Al mansa -fíjate, la Caballería, con la falta que hace la Caballería~, el violín de Sarasate, que era un buscaperas chiquitín, la 6pera en el viejo Gayarre», etc., tenias recurrentes ele sus a1nigos, le tenían frito. No hacían, decía don León, sino «hocicar en su tun1ba sin ver que ya se está abriendo la que nos tragará a todos [,la revolución]: a vosotros, a n1í, a nuestros recuerdos, a la Plaza del Castillo, a la Estafeta, al encierro, al Santo, a las cadenas de Navarra», etc. Porque, según don León, sus a1nigos estahan ciegos ante la revolución innu'nente. Una revolución que se llevaría todo por delante -en a1nalga111a heteróclita-: de las personas a las cadenas, del Sanlo al negocio. Y citaba a Spen~ gler para hablar de la pulsión de los tiempos, y descalificaba a Ortega y Gassct como «Un tocador de ocarina en una fábrica de tanques» 1 los tie1npos, los duros tien1pos le habrían sobrepasado'"" Pero quien sitúa el punto de mira allí donde el sector militante de aquella clase
16 '
El prestigio de Spengler entre aquel grupo está an1plian1ente documentado. Su l)ecode1u:io de Occidente (Madrid, 1927) y Al/os decisivos (Madrid, 1934) se encuentran en buena parte de las bibliotecns privadas que he podido consultar (fanlilia Pobes, Uranga, Diario de Na11arra), así con10 las colecciones de Acción Espaí'íola, revista que difundió extensatnente a este autor (como a Nikol
(242]
n1edia pretendía situar era el periodista Menéndcz47 . A éste le daban qué pensar los cornentarios 111ordaces de don León, y se veía cobarde -la cobardía del «infecundo y fatigado hornbre civilizado», que diría Spengle1A 8- volviendo con los nostálgicos hacia la ciudad vieja -tras la tertulia. Pero era consciente, a la vez, de que debía ir con los tie111pos, con la cultura y la disciplina anbnica que hiciera frente a la deca~ dencia de Occidente49 , con esa «tnanera de dar cara a la vida, de enfrentarse con la muerte !según aquel pensamiento agónico ele la épocaj, ele resolver el problema ele cada día pensando en que el inundo debe seguir su n1archa». Cultura y estado de ánin10 que no podían proceder sino, según Menéndez, del cristianisn10. Porque Ortega podía ser algo zulú en su esnobis1no. Sin e1nbargo, «un analfabeto puede ser culto si sabe rezar, si cree en el niistcrio, si no le asusta la vida ni te1ne a la 1nuerte». 'I'al vez podía decirse que, con10 tanta otra gente de su condición, influido por lecturas de los franceses Léon Bloy o Charles Péguy, participaba del nuevo espiritualis1r10 1nístico que extendía por Europa el eslavo Nikolái Bercliaeff en su Una nueva Edad Media50 (García Serrano no hace a Menéndez lector ele Berdiacff, pero por su modo de argu1nentar y lo extendida que estaba la lectura ele sus libros 51 , debía serlo). Una obra que presentaba Ja ulopía en el regreso a la unidad n1oral que se daría a partir de la ar1nonía social reinante en una pretendida nueva edad n1edia corporativizada, inspirada en la annonía ton1ista y en la realizaci6n agustiniana de la ciudad divina. Pasado y futuro unidos en un único proyecto. Por ahí podía venir la solución: de asu1nir el tie1npo presente desde una tnística vitalista, sin renunciar a lo heredado. Y, el periodista Menéndez, lo decía gráfica111ente: «lo pri1nero es reinstalar en nuestras gentes el ahna nacional y cristiana, y lo de1nás vendrá por añadidura, con10 una fruta zocada. España es, y perdonachne, la Plaza del Castillo: hay una brecha brutal entre lo antiguo y lo inoderno, una detonante avenida que no se sabe para qué va a servir 52 • El proble1na consiste en enlazar las dos cosas, en annar un arco s6lido que dé paso a la Historia hacia el porvenir». Ahí resu1nía Menéndez el pensa1niento del sector n1ás
Trasunto de Galo M.ª Mangado, Che, crítico taurino y colaborador circunstancial del J)iario (Gar~ cía Serrano, !992: 206). 18 · Speng!er, 1943: III, 150. ·l 9 Sigo con expresiones spenglerianas. 50 Benliaeff, 1934 (es la 5.ª edición, la prin1cra es de 1932). Sobre la era del espíritu, véase Stroinberg, 1991: 307-308. N. Berdiaeff, intelectual rnarxista expulsado de Ja URSS tras renegar del 1narxis1no y adoptar unas posicíoncs de cierto existencialisino cristiano ortodoxo, tuvo una gran accptacíón en los círculos de la intelectualidad católica europea de Ja época con sus tesis idealizadoras ele la Edad Media como Ja época de Ja unidad moral y social, del orden y la comunidad de creencias, de los nexos orgánicos y la ínti1na espiritualidad religiosa (Berdiaeff, 1934: passi111). Sus posturas se entendieron que crnnbinaban el viejo agustinianisino con las nuevas ideas del autoritarisn10 europeo (véase Utechiin, 1968: 302 y sigs.). 51 Jesús C)laizola, 17 de noviembre de 1994. Otras obras, citadas con frecuencia eran, aparte de Spengler y Berdiaeff, Maeztu (La crisis del /iuma11is1110), el Conde de Reiserling (El n1u11do que nace), Ulandsbcrg (La Edad Media y nosotros) y Ortega (éste de inodo controvertido). Véase EPN, 2 de abril de 1936. Todos ellos en ese tono de crisis de la civilización europea. 52 Se refiere al hueco que quedaba en Ja fachada sur de Ja Plaza del Castillo tras ser derruido el Teatro Gayarre (l 932) para abrir la Avenida Carlos III, ilarnada a ser el eje del nuevo Ensanche. ·17
[243]
consciente de la clase rnedia conservadora: nacionalisn10 católico (o naciona!-cato/icis1110, con10 se ha dicho después), asunción de las inancras que iban con los tien1pos
(la rnovilización de n1asas), proyección de la Historia en un progran1a de porvenir, rechazando, naturalinente, el n1odelo den1ocnltico (que resultaba desacreditado para aquel sector) en unas fonnas de organización social que en Ja Europa del 1non1ento sólo podían asociarse a los fascis111os. Ése es el modo en que se expresaban aquellos grupos. Así debía ser (licencias literarias aparte). Esa la dialéctica entre los grupos más politizados, convencidos de que «con la H.epública no habfr(nada que hacer» (el círculo del /Jiario) y una 1nasa 1nás general, que jugaba con cierta ingenuidad el juego de la nostalgia sin percibir con claridad los pasos a dar para salvar aquello que tanto querían (y que sentían que moría), los que se inclinaban por la UN-CEDA 53 Así debía ser porque resulta concomitante con todos los testimonios ele época recogidos y por los reproches que -como don León o Menéndez- Garcilaso, Arneztia (n1enos tronante que el prilnero, 111ás sutil y pedagógico que el segundo), hacía a sus lectores a la altura de abril de 1936. Mientras tanto --decía An1eztia en su sección de «Divagaciones» que escribía o dictaba desde Madrid cada día- «aquí esta1nos ciegos y sordos a toda recla1nación de energía y sacrificio», prolonga1nos el «sesteo n1ientras la Patria sufre y nlientras se estrecha el cerco a Ja fortaleza de Ja civilización cristiana por las fuerzas de la revolución niarxista». Pero, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo «va1nos a seguir nosotros con los brazos cruzados, n1irando c61110 los corderos cantan 111ientras trenzan la cuerda vengativa?»54. Y remataba An1eztia: «¡Digo yo que habrá que darle cara ... ! lJstedes no sé cón10 opinarán, ni sé cón10 opinan los jefes responsables de las organizaciones de la derecha estancados ... » 55 . Quizá hubiera que ir pensando en otra cosa, alguna fonna de reacción contra la revolución, sugería a sus lectores. Porque si la derecha, aquella derecha 111ás consciente -fonnada en las lecturas del radicalis1110 francés- tenía dificultades para dirigirse al alnu1 n1oderna en ciudades co1110 Bilbao56 , ta1nbién las tenía en ciudades co1no Pan1plona. No era fácil inculcarles ese espíritu necesario para co111prender la obligada 1narcha hacia fonnas participativas de organización social (fuera aquella de parlicipación activa, adhesión o encuadran1iento). Para entender que el plácido pasado ya no volvería. Que ya no cabía volver a la vieja comunidad jerárquica y apacible (que los paseos con sombrero de paja no volverían). Que ya las lealtades tendían a sobrepasar el án1bito de la comunidad, de la ciudad, para ser nacionales y estatales (ante las que había que ofertar argumentos ele lealtad). Que el país (la patria) debía ser regido con fórmulas que contemplaran a toda la población (no con pequeñas oligarquías surgidas del establish-
53 José Javier Uranga, 21 de julio de 1994 ( 112.A), asegura que !a '> (que no perteneciera a CEDA -pero debe recordarse que la Unión Navarra de Alzpún era el único partido articulado en la derecha, ade1nás de! carlista-) estaba convencida de que <
[244)
n1ent). Que había que ir hacia nuevas fonnas estatales. Que para evitar la solución so·· cialista -a la que tanto se ten1ía- y olvidarse de la solución dernocrática, estünada co1no ineficaz, había que avanzar hacia nuevas fonnas del autoritaris1no con10 el que podía observarse en Portugal, en Italia o en Ale111ania. Que para todo ello era necesaria la insurrección de 1nasas -que ya se preparaba, no se olvide. l~ra difícil in1buir ese espíritu acorde con los tie111pos, 111ás universalista, a un colectivo confortable1nente asentado, sin pulsión, sesteante (son palabras ele An1eztia), de horizontes 111ás li1nitados y que confiaba antes en una 1nilagrosa rcedición del pasado (o se resignaba a recrearlo en sus conversaciones) que i1nplicarse en Ja acción que requerían los tie1npos. No es difícil i1naginar el ilnpacto que podía causar en los nlie111bros n1ás activos de aquella clase n1edia las lecturas de Spengler o I3erdiaeff (los autores 111;,í,s leídos en el 1non1ento). E~l n1odo en que el escritor alen1án se entusiasn1aba con Ja subida de Hitler al poder en 1933: «Nadie podía anhelar n1ás que yo la subversión nacional de este año -decía. ()dié, desde su pri1ner día, la sucia revolución de 1918, con10 traición infligida por la parte inferior de nuestro pueblo a la parte vigorosa que se alzó en 1914 porque quería y podía tener un futur\)» 57 . l)el 1nisn10 tnodo que ellos odiaban la revolución de las 1nuchedu1nbres de 1931. Y, con10 el estudioso alen1án renegaba de Wein1ar, ellos lo hacían de aquella R_epública oprobiosa. O el 111odo en que éste hablaba de Mussolini con10 el «ho111bre señorial co1no los condotieros del H.enacin1iento»58. No es difícil i1naginar el i111pacto que podía causar sus referencias a Ja «"raza" celtogennánica ... la de n1ás fuerte voluntad que jan1ás viera el n1undo» 59 , ellos que tan1bién pertenecían a una «raza» especial. 'D:1111hién ellos suscribirían -reprochándoselo a sus con1pañeros- eso de que «quien sólo bienestar quiere, no n1crcce vivir en el presente» 6º. Porque el presente exigía ehnnenlos de pasión, viuo1; que estaban preíiados de .fl.1turo, y no la distensión producto del bienestar que conducía a la vigilia (a la no existencia). Sin en1bargo, siguiendo con la lógica spenglcriana, ellos sabían que aquella tierra disponía de esa pulsión capaz de llevarse por delante la «infecundidad del ho111bre civilizado»: ellos eran esa pel¡ueFia ciudad, esa ciudad rural, capaz de hacerse uno con el carnpo61 • Con aquel «l-lon1bre Agrícola» del que hablaba An1ez1ia-Garci/aso capaz de «Vencer la revolución ellos solos» 62 . Porque eran la parte sana, la parte cargada de «esperanzas, de pasión y de actividad», el espíritu prín1itivo en el inundo actual, frente al hornbre civilizado «alegre y cohnado», y en decadencia. Con10 había ocurrido en la antigua Creta, el nntndo n1iceniano, pasional y prin1itivo, se in1pondría al rnundo n1inoico, sofisticado y saciado. Pues bien, con10 anunciaba
Spcngler, 1962: 11 (edición original de !934). Spcngler, 1962: 172. :w Spcngler, !962: 182. w Spcnglcr, 1962: 12. Véase los reproches de Garcilaso a la comodidad del burgués en Ugarle, 1994. García Serrano (1981: 99) b
[245]
Spengler, esa pequeña ciudad -que era ya campo frente a la relajada gran urbe- y el propio campo mantendrían Ja tensión vital y espiritual suficientes para. defenderse de Ja city, esos «centros demoníacos» de disipación y artificio («el cine, e l expresionismo, la teosofía, el boxeo, los bai les negros, el póker», etc. Una defensa que «dirige espiritualmente contra e l racionalismo, políticamente contra la democracia y económicamente contra el dinero» (por artificial, frente a la autenticidad de la tierra)63 . Un macizo, un espíritu disciplinado, que haría fre nte a esas dos grandes revoluciones que amenazan con destruir Europa: la lucha de clases y la lucha de razas (tal vez unidas desde Moscú64). El cetárismo se hacía progresivamente imprescindible, y aquel macizo dejaría atrás «la máscara de Ja era de los inte1regnos parlamentarios» para dar paso a una nueva era de espíritus fuertes 65 • Spengler era el autor de moda entre aquel grupo más politizado y sus ideas se hallaban tremendamente extendidas e n las ciudades de l norte 66 . E l propio Spengler hablaba del catolicismo popular de España del Norte (y de Francia de l Sur e Italia del Sur), de su fortaleza espiritual y su pulsión primaria67 . Navarra era ese territorio en que la ciudad pequeña y el campo hecho uno en la provincia, la raza fue rte68, iba a barrer a la gran urbe universalista y decadente. Con el campo ya se contaba (el carlismo había hecho su labor). Había, pues, que convencer a aq uel grupo nostálgico, embebido en sus recuerdos dorados, de la necesidad de una actitud resuelta (la insurrección, proyecto que estaba en marcha desde marzo de ese año de 1936) sin asustarlo demasiado. Y eso sólo podía hacerse asociando aquella identidad añorante a las nuevas formas del autoritarismo. Presentando las formas nuevas como una vuelta atrás, como una recuperación de la vieja armonía, aunque hubiera para ello que emplear métodos nuevos, aptos para la sociedad de masas. Había que unir el ethos local al proyecto autoritario. A ello había contribuido la idea de la Navarra católica, alma de España. Ahora (marzo de 1936) había que sumarle al proyecto de insurrección. A esa labor pedagógica de cimentar la unión entre el viejo ethos y los nuevos miedos y necesidades, a sumar a aquel grupo a la insun-ección que estaba e n marcha, dedicó Garcilaso/Ameztia sus esfuerzos desde su dirección y sus colaboraciones en el Diario69 . Porque, si relevante fue su papel en aquella red de contactos que se tejió en aquellos meses de la primavera de 193670, no menos relevante para Ja articulación de aquella reserva de patriotismo que reclamaban los nuevos autoritarismos fue su acti-
63
Spengler, 1943: «El alma de la ciudad», III, 125- 159, fJC1Ssi111. E. E. «Postales», DN, 15 de mayo de 1936 (es Eladio Esparza). Spengler ( 1962: 190) asegura que «en Rusia, ambas revoluciones, la blanca y la de color, estallaron simultáneamente en 19 17». 65 Spengler, 1962: 206. 66 Jesús Olaizola, 17 de noviembre de 1994, lo confirma y hace una descripción de aquellos tiempos que se asemeja. Véase en otro sentido, pero dentro de esta misma pulsión intelectual, Jesús Olaizola, 14 de octubre de 1994 ( 117.B y 118.A). 67 Spengler, 1943: IJI, 159. 68 Spengler, 1962: 197. 69 Realizo un detallado análisis de ese papel, de los rasgos de su pensamiento (y su ubicación en el pensamiento radical conservador de su tiempo), de su estilo y cadencias en Ugarte, 1996. 10 Así lo he tratado de mostrar en la Primera parte de este estudio. 64
[246]
vidad como periodista durante esos meses decisivos -aspecto este en el que no se ha solido reparar. Con una inmensa sabiduría y sentido de la realidad, realizó aquella labor desde unas modestas crónicas (sus «Divagaciones» aparecidas diariamente en la primera plana del periódico), escritas desde Madrid (era diputado por el Bloque). La prensa diaria se había convertido ya por entonces en e l gran medio de expresión y recepción de info rmación, de generar opinión, con los rasgos de la prensa de gran tirada de principios de siglo71 • Extremo especialmente cie1to para esa clase media cuyo ánimo se hallaba enervado por su visión retroactiva de las cosas. En sus crónicas subrayó e l caos vita l que, según su dogma, regía el país, la pérdida de la vieja armonía y los modos de la España castiza, víctima de la lucha de clases y de razas (Spengler) que se abatía sobre Europa - y que tenía en España a su eslabón débil. Si así era, se debía al caduco liberalismo y a la democracia introducida en España por la República. Había, pues que pensar en nuevas fórmulas políticas (y se miraba sobre todo en Portugal e Italia) que pusieran en pie la reserva de patriotismo que salvara a una nación en estado de aguda eme rgencia (Carl Schmitt); que reconstituyera su uni dad espiritual (católica y racial) en torno a un proyecto de recuperación desde el Estado de l viejo/nuevo caballero cristiano espwiol. Y, como síntesis de ello, la tierra impoluta, Navarra, con su hombre agrario (el que sería requeté) y sus instituciones prístinas, la nueva Covadonga que devolvería a España a su destino original como país elegido por el Señor para realizar su obra (el mito del Reinaré). Éste era, muy sucintamente, el pensamiento del Diario, y, por extensión, de aquel colectivo. Un ideario no elaborado (lógicamente, pues no se trata de una publicación de pensamiento sino de un diario de información). Pero, por lo mismo, algo que era al tiempo menos y más que un pensamiento sistemático. Menos por cuanto le faltaba Ja hondura y la complejidad de aquél. Pero más en cuanto que derivando de éste -y conteniendo, por tanto su densidad semántica- , lo vulgari zaba y convertía en conciencia difusa, en gnosis sociopolítica para un amplio colectivo. Un ideario hábil-
71 En España, por su neutralidad en la Gran Guerra (en que la prensa se utilizó para labores de propaganda, con el posterior descrédito) y el relanzamiento que la prensa política tuvo con la República, el periodismo no había experimentado aún las nuevas transfonnaciones que se observaban en Europa y Estados Unidos hacia una prensa diaria más variada, de lecturas diversas, menos pol itizada y a la que el lector accedía, no tanto por afinidad política, sino para satisfacer curiosidades varias de los miembros de la fami lia. Para las transformaciones en la prensa puede verse A lbert, 1990: 69-92 y 99- 1Ol. En cualquier caso, sí que se dieron pasos en esa dirección como la Escuela de El Debate (1922), o el envío por ese periódico de sus hombres a estudiar a Estados Unidos (Gómez Aparicio, 1981: IV, 186-193). Era pues un híbrido entre una prensa política y una prensa de entretenimiento. Cabe hacer una llamada de atención, por lo demás, sobre la importancia de los mass media para la difusión -e incluso sistematización- de un pensamiento político en la época. Ciertamente, las ideas básicas estaban en los libros y revistas especiali zadas, pero se hacían operativas, en buena med ida, a través de lo recogido en la prensa, medio de mucha mayor difusión y con un público en general cultivado y políticamente activo -o, cuanto menos interesado. Eran esos i111elec111ales intermedios que convertían la filosofía en selllido co1111í11, por utilizar expresiones gramscianas. Sobre la importancia de los medios de comunicación como generadores de la sociedad característica del siglo xx, la sociedad masa (y por tanto productores y catalizadores de opinión, etc.), puede verse Timotco Á lvarez, 1987: 20-22.
[247)
mente expuesto -con su propia cadencia expositiva- y sutilmente mati zado para consumo del colectivo. Como puede verse una combinación entre lo viejo y lo nuevo, ese arco entre la historia y el porvenir; de elementos del tradicionalismo españo l (Donoso o Menéndez Pelayo eran citados siempre con veneración) con otros difu ndidos por el nuevo autoritarismo europeo, especialmente del radicalismo fra ncés. Pero siempre con la clara idea de actuar sobre una sociedad nueva que requería nuevas respuestas. Y, en general, hecho desde el análisis de corte positivista - antes que fenomenológico-esencialista o mitográfico, más propio del carli smo. Un modo de ci mentar el viejo ethos de la ciudad con las nuevas formas del autoritarismo. Un pensamiento -aunque más elemental, como digo- muy próximo en España a los teóricos de Acción Española 72 , a los maurrasianos y los hombres del esprit franceses73, al colectivo de la llamada revolución conservadora en Alemania74, al ideario del integralismo y el salazarismo en Portugal75, a los nacionalistas de Alfredo Rocco en Italia76 , a la camarilla corporativista creada en torno al rey Caro! en Rumania77 . En fin, y un largo etcétera78 . Naturalmente, con variaciones notables79 . Pero especial-
72
Aunque hay otros, véase muy especialmente, Morodo, 1985. Entre otros muchos, Touchard, 1960; Weber, 1964; Loubet del Bayle, 1969; Stemhell, 1978: 348-400 y 1987; Remond, 1982; Winock, 1993. 74 Bullivant, 1990. O al proyecto de nuevo Estado corporativo, autoritario y carismático de von Papen (Bracher, 1973: l, 236). 75 Las doctrinas del i11tegralis1110, el catolicismo social y el nacionalismo. Puede verse, entre otros, el artículo de Herminio Martins (1984), Oliveira Marques, (1983: TI, 221 y sigs.), O fascismo (1982, especialmente artículo de Villaverde), y O Estado Novo (1987). 76 Gen ti le, 1981 : passim y 1994: 119; Zunino, 1985: passim. 77 Veiga, 1989: 106- 108. 78 Zeev Sternhell, Mario Sznajder y Maia Asheri ( 1989) intentan una explicación en términos ideo· lógicos del fascismo italiano como producto del melting-pot ideológico radical surgido especialmente en Francia a principios de siglo (al que en parte me refiero aquí). Su expl icación (de Sternhell, ya explicitada en sus otros libros), recogiendo planteamientos ele gran interés, como la imponancia de la creación ele ideas para el curso de los acontecimientos (que luego, los intereses constituidos pueden o no uti lizar, etc. -véase cita ele Keynes en el pórtico- rechazando planteamientos simples que estuvieron en vigor mucho tiempo), su llamada de atención sobre la reacción antirracionalista en el marco del marxismo, el establecimiento de una cierta genealogía del fascismo italiano, etc., parte de unos prejuicios (empeño genealogista, ensimismamiento en la discusión de ideas, cierta inclusión forzada de algunos grupos en esa que él llama tradición fascista, que ya Milza - 1987- había criticado) que hacen discut ible su tesis --que se aplica exclusivamente al caso italiano. Hay en el libro una amplia discusión de los temas aquí expuestos. Pero prefiero atenerme a esa diferencia de Blikhorn (1990), por ejemplo, entre conse111adores y fascistas. 79 Sin duda, Garcilaso se sentía parte de un movimiento general europeo. En manuscrito conservado en los archivos del Diario de Navarra (ARDI, Carpeta de Guerra Civil) en papel timbrado de las Cortes españolas, escrito con toda probabilidad tras el 18 de julio Raimundo García escribe: «Con Alemania, Italia, la Francia real [se refiere a la Francia de la Croix de Fe11, etc.], la misma Bélgica joven [Leon Degrelle] podremos ser causa de un hecho enorme en la Historia de Europa.» Sitúa ese hecho no ya solamente en la nueva dirección que esperan dar a la historia de las formas de Gobierno (se refiere a «¡¡Portugal!!» gobernado por Cayetano Salazar con ese énfasis) sino en la idea de una Europa más unida: ese hecho enorme sería «la unión de Alemania y Francia» (véase sobre las corrie;ltes hacia la unidad europea en la época recogidas por Juan Pablo Fusi - 199 1: 337-34 1). 73
[248]
----- ------
-
--
-
-
-
-
--~
mente emparentado con esa combinación de tradicionalismo y nuevo autoritarismo que en España representaba Acción Espaíiola. Después de todo, en la redacción se recibía Acción Española con regularidad80, como lo hacían otros diarios de esa misma adscripción política y tantos particulares, lectores del Diario. Una posición, por lo demás - más allá de los matices- nítidamente diferenciable del ideario de lo que se ha dado en llamar grupos movimentistas o radicales (y que en Navarra estaban representados por el carlismo).
3.1.3.
«SÁBADO SANTO»: LA VJGILIA ANTE EL « DOMINGO DE R ESU!UlECCIÓN»/ 19 DE JULIO
«Desde el Domingo de Ramos, en que se abre, entre hosannas y vítores, el paréntesis de esta Semana Santa -escribía el semanal a.e.t. 10, del 30 de marzo de 1934--, hasta el Sábado de Gloria, en que el bandear de las campanas resucita en nosotros la alegría, hay unos días de profunda tristeza para los fieles, y entre ellos, este Viernes de Pasión, en que Cristo muere inmolado por el pueblo deicida e insolente, en que estábamos representados todos, hijos ingratos de Dios» 81 . Así se veían los jóvenes carlistas durante la República: con «crespones morados en el templo, luto en los corazones», porque la República laicista e insolente había arrojado de España a Dios. Había implantado una democracia que había, se decía, abolido su existencia: «Dios no existía por pelos - decía con gran expresividad años después un joven formado en aquel ambiente-; por siete votos España había dejado de ser católica», remataba con sorna y dejando traslucir con claridad su escala de valores82 . La democracia no era un valor, era un juego frívolo que despojaba al país de sus verdaderos valores como era su catolicismo. Sin embargo -siguiendo con esa transmutación bíblica, más allá de la alegoría, entre historia sacra y profana- , si Jesucristo había perdonado, también había expulsado con el látigo a los mercaderes del templo. No debían olvidarlo - decía el semanario carlista-, y del mismo modo ellos debían levantarse «de una vez contra este estado de cosas, en protesta enérgica, con la energía de una acción guerrera que trueque la situación presente por otra más en consonancia con nuestro espíritu religioso y nuestro espíritu monárquico» 83 . Ésa era la situación, ése el estado de ánimo con que vivió el carlismo la primavera de 1936 -y la impresión que se esforzó en transrrútir a sus leales. Un estado de vigilia de Sábado Santo en que, tras el paréntesis de la República-Viernes Santo en que Dios había sido llevado a la cruz y muerto, se esperaba con impaciencia el bandear de las campanas que anunciara la Resurrección del Domingo de Gloria. Ése era el estado de ánimo y ése su programa: restaurar el reino de Cristo en España, y con él la dinastía legítima. Se era consciente, además, que habría que emplear el látigo y estaban dispuestos a hacerlo.
80
81 82 83
Información fac ilitada por la actual biblioteca del Diario de Navarra . Citado en Burgo, 1939: 9 1-93. Pascual, 1961: 108. a.e.r. 1O, 30 de marzo 1934 de (citado e n Burgo, 1939: 93).
[249]
Si, como ha dicho Donald Watt en la introducción inglesa del Mein Kampj'de Hitler84, todo 1noviniicnto que hace de la lealtad política una cuestión de fe -lo que ocurre con todas las fonnaciones de 1nasas en los años de entrcguerras- necesita de un libro que haga las funciones de la I3iblia, a la vez sencillo y oscuro, para ser nípidan1ente entendido o interpretado por los 111ás leales según el caso, el jainlis1110 -uno de esos 111oviinientos- contaba con el original para ello: la propia !Ji/Jlia cristiana serviría en no pocos casos para hacer la 1nctáfora de los acontecin1ientos. L~a 13iblia y las pasadas guerras del x1x serían el rico filón del que el carlisn10 obtuvo las i1nágenes que excitaron la i1nagi'ilación de sus gentes durante aquellos días. Y ése el 1nodo en que desplegó su discurso, intensificado, a Jo largo de aquellos 1neses: una forn1a sencilla y a la vez cabalísfica, in1nediata111ente con1prcnsiblc pero llena de referencias si111bólicas al 1nis1no tien1po, acorde con un pensa1niento concreto y alegórico. lJna explicación eje1nplar de la realidad antes que racional y analítica (1nás próxin1a esta última al estilo del Diario). Un modo de explicación y de fijación de la realidad que caracterizó a todos los 1novi1nientos situacionalistas de 1nasas en la E.uropa de la época85 , propio del pensa1niento religioso católico 86 y adaptado al pensa1nicnlo concreto propio de los 111cdios rurales 87 . (Estuvo, ade1nás, el trabajo de organización y las acciones del J{equeté durante ese tiempo.) 1-Iabía claras diferencias entre los discursos conservador y el radical de los carlistas (aparte ele participar los dos del n1ito de la nueva Covadonga). Si para el grupo del IJiario Ja J{epública había sido una degeneración revolucionaria del régin1en de la H.estauración (que, a su vez había quedado ya caduco para hacer frente a ésta), para el jai1nis1no aquél era otro v;ernes de Pasión de los que había padecido España en los últiinos cien años. «No era un hecho aislado y sin explicación histórica ·~diría años después el Delegado Regional de los Requetés de Navarra~, era un hecho fatal, era un eslabón rnás de la cadena que había co1nenzado cuando el liberalis1no había proscripto /sic] al primer Caudillo Carlista» 88 . De modo que toda la historia mitificada por el tradicionalis1no del x1x español podía ser concitada para n1etaforizar el n101nento. De lo que se trataba ahora era de enderezar definitiva1nentc aquella historia, torcida por Jos enemigos de España y del catolicismo. Y, a su vez, toda aquella historia o Ja República podía ser representada como una gran Semana Santa en que las n1uchedun1bres («por lo general injustas») se habían apoderado de la escena pública. Día de Ramos (Revolución francesa o 14 de abril de 1936) en que «Jerusalén se muestra entusiasta»; día de alegrías frívolas, vítores algo orgiásticos, presencia 111asiva del populacho en las calles, día de la voluntad popular. Ta1nbién, a1nbivalcntc1nente, día
84 Citado en Bullock, 1994: 255. Bullock extiende esa circunstancia a fJJS.f/111da111f:'11tos del !f:'11i11is1110 de José Stalin. 85 Véase Gentile, 1989: 36 y sigs. 86 Muy inte!'esante el razonamiento y la justificación que hace de é! Jean J)aniélou ( 1957: ! 72-191 ), teólogo jesuita francés, inuy influyente en la época. 87 Así le llmna Peter Burke (199 J: 250-25 l) haciéndose eco de otros autores y que tendremos ocasión de con1probar en la Tercera Parte. 88 EPN, 22 de junio de 1936.
[250]
en que se acla1nó a Jesús para luego traicionarle, día de la falsedad de la voluntad po pu lar («en non1bre de !la cual"! los revolucionarios franceses llevaron al patíbulo a I.~uis XVI», trasunto de Cristo). Y Juego, «a los cuatro días de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, es prendido y condenado a 1nuerLe». Viernes Santo (siglo xix o República), tic1npo de las n1ayores desgracias, en que Ja chus111a prefería y daba suelta a todos los Barrabás para que asolaran al país 89 . Discurso que, con variantes, se repetía cada aílo desde 1931. Sólo que en 1936 se hacía hincapié en el Sábado Santo, tien1po de vigilia que anunciaba el esplendor del día de la H.esurrección. «Luz espléndida en la noche tenebrosa -escribía ese n1isn10 día 13Jas Goñi en El Pensarniento-, sen1eja nuestra a1r1ada Navarra para el resto ... de España» en un artículo que con1enzaba con un «En Espafia con10 en Palestina ... » España la nueva Jerusalén, la 1noderna Israel en que luchaban las dos ciudades agustinianas. l-listoria sagrada y profana se confundían en aquel discurso alegórico. No bahía, pues, esos con1ponentes del descreilniento liberal, de actitud analítica ante los hechos, de referencias sesgadas pero no 1nitificadas de hechos históricos (aquellas referencias a Ja IIJ l~epública francesa) ni esa preocupación por crear un orden nuevo hecho de restauraciones y nuevas fórn1ulas autoritarias, por con1prendcr los nuevos tien1pos que se vivían que obser'va1nos en Garcila,so 90 . No. I. . a preocupación -1nucho nuls asin1ilable en el 1nedio rural, y entre la gente sencilla- era la de volver al viejo orden instaurado por J)ios, al viejo orden natural quebrado por la H.epública tal con10 ellos la vivían (esenciahnente; aunque con10 sabe1nos, an1bos 1nundos no eran estancos y dentro del tradicionalis1no convivían gentes de extracción social e ideológica dispar). Pero aquella vuelta se debía producir con10 utopía retrospectiva, co1no fonna de restauración de un inundo 1noral y justo, de recuperar el verdadero ser del ho1nbre, ele recrear al Caballero C'ristiano 91 • Su discurso, con1parándolo al pcnsan1iento del grupo del l)iario, estaba n1ucho 1nás dirigido a la en10tiviclad de las gentes sencillas. 1-Iacía un uso 1nucho 1nayor de la n1itografía y del juego alegórico lleno de connotaciones que ren1itían a lo inco1nprensible (a lo divino y eterno) y a Ja experiencia n1ás concreta representada sísten1ática1nente en las liturgias sacra y carlista -con10 correspondía a un colectivo n1ovin1.entista, siguiendo con la tern1inología e1npleada en la Pritnera Parte. A pesar de su 1nitografía retrospectiva y sus fonnas arcaizantes, el jaiinis1110 -con sus variantes- era un fenó1neno tan acorde con los nuevos tien1pos, en todo caso, con10 pudiera ser el discurso del Diario -al que no le faltaban ta1npoco referencias al pasado. La República era n1orahnente condenable. Era un sistc1na inorahnente contan1inado, iinpuro y, en sí n1is1no, dado al 1nal. Era en buena n1edida una República in1aginada y den1onizada antes que real, pero aquella representación de Ja República resultaba tan auténtica y eficaz con10 la real a la hora de desarrollar actitudes y estados en1ocionales -~si es que puede hablarse de realidad e in1aginación en esos niveles de
9
l> 90
EPN, 9 de abril de 1936.
Para esto véase Ugarte, 1996. Trasunto del Uomo /'./uow) hecho desde Ja rrnnanidad de Italia, el 01111d Nou nunano o la pureza racial del Arisch nazi. 91
[2511
la representación y lo e1nocional. A confinnarlo venían, en ocasiones, 1nanifcstaciones alta111ente irresponsable de algún republicano y hechos que, sin ser achacables a las autoridades de la República, eran percibidos, sin 111ás 1natices, con10 resultado natural de aquel perverso sisterna político. Así incendios de iglesias, etc. T'al con10 lo expresó un colegial de los Escolapios de Logroño, natural de Meano (Navarra), testigo de los incendios que se produjeron en aquella capital el 14 de marzo de 1936, el propio gobierno republicano (el del Frente Popular) había decretado «Cuarenta y ocho horas de libertinaje ... Así lo contaron ['los escolapios·] y así lile», decía (se refería, sin duda, a unas palabras del incontinente Casares Quiroga, rninistro de Ja gobernación con Azaña y jefe del gobierno tras la victoria del Frente Popular, que en un 111itin celebrado el 5 ele enero, decía: «Si triunfa1nos las izquierdas, el 111inistro de gobernación tendrá que ser sordo y ciego durante cuarenta y ocho horas»; frase desafortunada en extre1110, cuando su a1nigo Azaña, que luego le nombraría presidente de gobierno, trataba de dar una imagen de ponderación que le valiera el apoyo de las clases 111edias)92 . 1-lasta tal punto era aquello cierto -continúa el relato del colegial- que él 1nis1no vio esos días a un guardia de asalto, blanco con10 la cal, al que los chavales y chavalas insultaban, 1nicntras él callad;co con su porra y su pistola se retiraba sin hacer nada hasta el cuartel. En esos días, contaba el colegial al cabo de los años, se asaltaron las iglesias y conventos de la ciudad --era lo natural, el gobierno había decretado cuarenta y ocho horas de libertinaje y el acuartelan1iento de la policía de asalto-, los conventos de la Enseñanza, las Adoratrices, las Descalzas, los Agustinos, el Colegio ele los Escolapios (a los que que1naron la capilla y asaltaron la despensa). Que1naron las iin
92
Citado en Aguado, 1986: 302; y en Al'i'arás, 1963-1968: III, 297. Debt) !a información sobre las palabras de Casares Quiroga al profesor José M." Ortiz de Orruño. ¿,Men1oria del Man(fiesto de los Per· sas de 1814 en Casares Quiroga? Tal vez. El Man(fiesto, como se sabe, arranca en su punto primero con aquellas palabras de que «era costmnbre en los antiguos persas pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de un Rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser 1nás fieles a su sucesor>), Pasaba luego a describir las desgracias padecidas en España durante la ausencia de Fernando VII (a quien estaba dirigido el 1nanifiesto de los dlputndos .1·ervifes). Texto íntegro en Ferrer, 1979: I, 273 y sigs.). 9 ·' Prín10 Martínez, 18 de enero de 1991 (008.A); y 25 de novic1nbre de 1994. Sobre los aconteci1nientos puede consultarse Bennejo, 1983: 322; y Arrarás, l 963-8; IV, 124. Los sucesos producidos tras el triunfo del Frente Popular el J6 de febrero, provocaron tres muertos y fueron asaltados al 1nenos los conventos de Enseñanza, de las adoratrices, las descalzas, Jos agustinos, el Colegio de Jos escolapios, va-
[252]
abolido, pues, la base 111oral que organizaba la sociedad, de modo que cualquier cüsa era libre para las gentes: el asalto al orden y a la propiedad (las vacas, tan estin1adas para un agricultor, eran robadas y llevadas in1punen1ente a las casas), que1nados los santos, la autoridad insultada y agredida, todo estaba pennitido en aquellos días. La cascada de sucesos relatados esos días tanto en el Diario con10 en fil FJensa1niento sobre que1nas de conventos, profanaciones y sacrilegios fueron innun1erables. No era un asunto local: eran -co1110 diría después el entonces etnbajador de Estados Unidos en Madrid (:laude Bowers- «cuicladosan1ente y siste1náticamente coinpuestos diarian1ente y publicados» en toda la prensa conservadora94 . Pero en Navarra (y ta1nbién en Álava con El l)ensarniento) se subrayaba sobre todo que se trataba de sucesos que ocurrían fl-tera, 1nientras en la provincia reinaba una paz sie1npre recon1puesta (si algún hecho se producía, con10 el robo de algún cepillo de iglesia, se aclaraba inn1cdiatan1ente que no eran sino rateros, no actos sacrílegos; hasta las huelgas generales que paralizaban la ciudad eran civUizada111ente consideradas y razonable1nente descritas con10 pequeños conflictos que no debían repetirse, en contraste con la de1nonización de las huelgas de Ja construcción de Madrid 95 ). Paz local, paz en la /3aviera espa11ola, n1icntras la anarquía ca1npaba por España. Por lo den1ás las historias que se relataban en la prensa recordaban a las decin1onónicas: señoras católicas que repartían caran1elos envenenados, causa de la irritación popular que provocó la qucn1a del Colegio
rios centros de la derecha y el Diario de la Rioja. Los muertos fueron producidos a! disparar las fuerzas del cuartel de Artillería contra los inanifestantes cuando aquellas pretendían ir hacia el Scn1inario. 9 ·1 Bowcrs, ! 965: 206. 9s Es cje1nplar el trata1niento que el Diario (16 de abril de 1936), el periódico sieinprc beligerante con la protesta socia! (mejor coinprendida históricainente por El Pen.w1mie1110) hace de la huelga general del 15 de abril. Ese día todos los sindicatos (incluidos los católicos) habían decretado !a huelga general contra el paro. El Diario cubre la jornada con una crónica ejeinplar, 1noderna podría decirse: escueto relato de los hechos, preciso, sín 01nitir detalles y sin ningún párrafo valorativo. Luego, en la editorial, aparte de un pequciío reproche a los convocantcs por haber nwtado moscas a ca1/011azos, dice: <
[253]
ciséis jesuitas, cuyos cuerpos, acribillados de heridas, fueron arrastrados luego con horrenda algazara, y n1utilados con 111il refina111ientos de exquisita crueldad, hirviendo a poco rato los sesos de algunos en las tabernas de la caile de la Concepción Jen5nilna». R.ecurso retórico al detalle, a lo 111ás turbio, con el áni1no indudable de iinpactar en el lector (pense111os que era un público acostu111brado a reconstruir las i1nágenes a partir de la lectura, que carecía de una infonnación en i111ágenes). E<:ste tipo de descripciones causaban un gran i1npacto en las conciencias en una sociedad habituada al contacto cotidiano, a la conversación y a la difusión de noticias por el run1or. El efecto, pues, se inultiplicába, defonnado y debida111ente au111entado. El x1x era el referente, y si incluso Castelar, presidente de una «H.epública, que, al fin hundieron los propios republicanos con sus des1nanes y cantonalisn1os» 99 (de nuevo el niito de caos de la Prin1era República que ya vin1os csgri1nir en 1931) había publicado un decreto en defensa de los Monun1entos artísticos, ahora, con la Segunda, ni esa n1íni1na protección se le daba a las iglesias. No era silnple111ente algo en lo que creyera la gente 1nás sencilla. lJn carlista cultivado, lector de Berdiaeff, aseguraba que el orden moral íntimo (inspirado por la fe católica) había sido supriinido con la vana esperanza de que una sin1p/e ley (la Constitución de 1931) hiciera sus veces. Ingenuos, pensaba. A partir de ese instante todo estaba pennitido (nunca una ley podía sustituir al orden 1noral ínti1no que regulaba las sociedades bajo la inspiración de la Iglesia), desde el enriquecimiento desmesurado sin principio inoral alguno (el abandono de la actividad productiva, que él consideraba que era la del campo, la especulación y todo tipo de negocios de ocio, que, a su vez, difundían aquel estado de li/Jertinqje), lo que provocó aquella cxtren1a degeneración rnoral y 1naterial de la sociedad 100 • En tono niás soez, se decían cosas co1no: «1-Iágalo usted aquí inis1110, seifá Paca ... que tene111os l~epública», refiriéndose a sus necesidades 101 • En ese a111biente, se extren1aron las denuncias de los sacerdotes por las lecturas pornográficas que iban progresivan1ente inundando los quioscos de las ciudades. Por eje1nplo la revista Estudios de Valencia, revista de ideas «extre111istas y te111as sexuales» (conceptos que habitualn1ente iban juntos), anticlerical y revolucionaria, ilustrada con desnudos, tal con10 lo denunciaba, en público escarnio, un sacerdote vitoriano en el periódico carlista de la ciudad"12 • Spengler hubiera dicho que el espíritu decadente y disoluto de la gran metrópoli iba inundando también las pequeñas ciudades de la provincia, con lo que éstas iban perdiendo su pulso vigoroso 103 . En este caso no. El 99 EPN, 29 de 111ayo de J936. ¡{l{l Jesüs Olaizola, 17 de novie1nbre de 1994. 1oi Lizarza, 1969: 24. 102 PA, 30 de 1narzo de 1936. im Oswald Spengler (1943: III, 149-150), en su idea de la decadencia que se observaba en las 1no· den1as fonnas urbanas, hablaba de Ja «anulación de la tensión corpórea por la sensual del "placer" y por la espilitua! de la "excitación" que producen el juego y la apuesta», etc. Véase, sin c1nbargo, que aunque el tono y la raíz del pensan1iento eran divergentes, convergían en un cierto diagnóstico y, desde luego, en la receta -por seguir con el símil 1nédico-: era superior la sana tensi6n espiritual y la buena costumbre. Spengler (1943: III, 159) b11blaba con aprobación del catolicismo popular de regiones co1no las del norte de España.
[254]
pulso vigoroso lo conservaba e! sacerdote que aprovechaba para advertir, aunque nu las había visto en los quioscos, contra La Linterna, l)an, ('1.1/tura F'ísica y SeJ:ual, Teatro P'rfvolo, IÁ1 Nueva l~ra, y las editoriales Zenit y Avance. Ninguna tregua a la 1110ral pcca1ninosa. <ensan1iento.Navarro). Aquel año se organizó una especial ca111paña contra la fiesta (con pastoral del obispo Mateo Múgica incluida, recogida en la prensa carlista Hl4). Sie1npre en ese estado de vigilia ante el gran aconteci1niento de Ja Pascua. I:'..n el artículo de E'/ J)ensarniento se vinculaba aquélla que se consideraba lacra n1oral con la izquierda ·~la revolución, se decía-- recién derrotada en las urnas en Navarra. 'I'ras el reproche a algún partidario por haber 111archado a «con1partir las costu1nbres de Jos de la acera de enfrente», se llan1aba al rearn1e 111oral y a hacer pifia contra las costun1bres degenerativas. «Pasado lo pasado -decía-, ahora es la hora de las grandes y varoniles resoluciones ... Dos banderas se nos ofrecen para optar: Una es el signo glorioso de la Cruz; la otra el negro estandarte de Averno ... porque de poco sirve ser valientes para votar y hasta para luchar en la calle, si luego son1os débiles con nosotros n1isn1os y por no saber vencernos so111os unos perfectos izquierdas 111ás, que alterna111os alegre1nente con el enetnigo en cuantas diversiones éste nos brinda y J)ios nos prohíbe». Si así lo hacen1os, decía, «pronto llegarán a la Patria días de gloria y esplendor que sólo se logran al amparo de la Religión verdader
10 1 -
PA, 18 de febrero de 1936. rns FPN, 23 de febrero de 1936. 11 ><> />A, 24 de febrero de 1936.
[255]
tual y moral [que] nos ha traído un siglo fuera de la tradición». Sin embargo --estado de vigilia- había signos esperanzadores en el horizonte. Ale1nania entraba en R.enania con sus ejércitos, Hitler, con10 antes Mussolini con Abisinia, ponía «en reata» a todos los gobiernos democráticos y a la «famosa Sociedad de Naciones cinceladora de la nada». Al bolchevizado gobierno francés que ponía a Francia con10 escudo de I~usia y al «altanero y soberbio» gobierno inglés, poblado de «politicastros n1asones». Y los jóvenes, «jóvenes de nobles pasiones», ta1nbién reaccionaban. 1-lacían que Ji1néncz Asúa se viera obligado a «Seguir la 1nás loca de sus carreras hasta 1neterse en una carbonería» 107 . El viejo carlisti:i', en un tono pri1nario, daba a entender que en esa situación podían producirse todos los tnales que la hu1nanidad había conocido desde que el ho1nbre era hon1bre: quen1as de te1nplos ... , acaso no se que1nó el de Jerusalén y ya había sido profetizado. La quen1a de iglesias era cosa vieja, con10 viejo J' vulgar era el pecado, y citaba al romántico Théophile Gautier para decir que ni tan siquiera la 1nalicia de la Revolución Francesa había logrado «inventar un solo pecado 1nortal nuevo» 1 8 . Pues ése era el estado de ánimo que se quería concitar: España pasaba por un estado de gran pecado colectivo tras haber 1natado a Dios en ese Viernes de Pasión que había sido la República. Ahora, el Averno andaba suelto, el desorden era general, la intranquilidad podía percibirse, la inmoralidad se adueñaba del país. Aquello producía pánico en tanta gente sencilla que había crecido con el terror de ver cada Viernes Santo de cada año suspenderse todas las funciones públicas, cubrirse los altares con velos de luto, escuchar el tableteo y estrépito de las carracas, 1natracas y tabletas en las iglesias, oír aquellos pasos con los sones trágicos y pausados, y a los sacerdotes predicar el dolor por el Cristo crucificado (al que se había seguido en todo su torturado recorrido final), con al sentido de culpa del pueblo de Jerusalén que había traicionado a Dios y lo insultaba, y la sensación física de que andaba suelto Satanás. La gente hablando con sigilo, y a quien levantaba Ja voz un «No chilles porque los judíos han crucificado a Jesús» co1110 reproche. Noches oscuras y con la ilu1ninación reducida en las calles, sensación de que el paganis1110 -con lo que de terrorífico evocaba ese hecho- do1ninaba el inundo hasta no ver de nuevo resucitado al Cristo""· De modo que aquel lenguaje que identificaba República con Viernes Santo era perfectamente comprendido por la gente sencilla. Y producía, a su vez, mil evocaciones, todas ellas maléficas y desalentadoras"º·
º
107 Referencia, en el peor estilo del n1atonis1no, al atentado sufrido por el diputado socialista Luis Jirnénez de Asúa a quien jóvenes de Falange intentaron n1atar aquel 13 de marzo. Los ,ióvcncs erraron el tiro y 1nataron a un nlien1bro del servicio de escolta. Al día siguiente, tras el entierro, se produ,ieron graves incidentes en Madrid -a Jos que se refiere Hernando Larnunendi al hablar de la destrucción de te1nplos y de 1nuchedrnnbres- en los que se destruyeron los talleres de La Nación, periódico de Calvo So·· tela y se quen1aron !as iglesias de San Luis y San Ignacio. 108 PA, 26 de 1narzo de 1936. 109 Pueden verse los «Cuadros. Motivos del tiempo» escritos por GELIN en clave costuinbrista en EPN, 2-S de abril de 1931. Aden1ás de !as pláticas, poe1nas e in1ágcnes reproducidas en esos 1nisn1os núineros ------coino cada año, por Jo de1nás. 110 Los testitnonios orales que se han recogido en ese sentido de la República coino a1nbiente opresivo, cli1na irrespirable, 1nás allá del encana!lainiento de las personas, con10 un sistema de oprobio y pccaininosos son innuinerables.
[256]
Y también -como he dicho- para gentes cultivadas como ODNUMIAR AEDLA 111 , lector de Spcngler, Berdiaeff, Maezlu o el Conde de Reiserling. Para O. A. se vivía, en efecto, el ocaso de la vieja civilización que se resistía a n1orir. En los nuevos tic1npos se luchaba entre Ro1na y Moscú (te1na recurrente en toda la derecha, ta1nbién Esparza en el Diario o Maeztu lo repetían). ¿Quién bautizaría a estos nuevos tien1pos? «En los tie1npos históricos lriunf{) la Iglesia», Ron1a, no sin sufrir te1-rib/es persecuciones. Ahora las sufría iguahnente, pero ésa era una constante histórica de la Iglesia. Lo 1nis1no que sus triunfos a lo largo de veinte siglos. El optilnis1no histórico se i1nponía, pues. «L.a victoria de la Iglesia será pronto un hecho. No hay duda de que tras la tempestad lucirá con esplendor deslumbrante el sol de la doctrina de (~risto. Y 1nientras esto no ocurra seguirá el inundo en estado de confusión. !_Pero] quizá se haya iniciado el proceso que originará el catnbio. Sufra1nos, pues, alegre111entc; trahaje111os con ardor por la Causa sagrada de Cristo» 112 • Sábado de vigilia, porque el optin1is1110 histórico (y cierta inj'orn1ación privilegiada, sin duda) anunciaba ya aquel l)o1ningo de H.esurrección. H.esignación y esperanza. No era nueva la idea de una l~epública 1norahnente degenerada, pero antes, incluso con la derecha en el poder la in1presión era de que el país se estaba rnalperdiendo (le decía uno de sus lectores a Garcilaso en carta privada 113) con «todos esos reconoce1ncnteros» (se refería a Gil H.obles). «¡No puede ser señor An1eztial -proseguía. Pero no queda1nos que antes había que salvar la l~eligión y a ella se apeló en las elecciones con10 un refugio, para que ahora nos vengan con que da lo 1nis1no aco1nodarsc con estas leyes ... ¡Esto es un asco!» Era Viernes Santo y no se le veía salida a la situación (continuaba con <ensanúento del 18 de febrero, inn1ediata1nente después de las elecciones: «Navarra, la encarnación del tnás claro sentido político de E~spaña ... Navarra, católica ... Navarra, socialinente conservadora ... Navarra, foral. .. cje1nplo y... ruta segura de salvación.» Ya conoce1nos a San Eulogio n1ártir y a Iensan'liento Alavés del 7 de 1narzo de 1936 les dedicaba un artículo, «Sobre el tnal n1enor» 114 • Bien, f-ensanliento Navarro se refería a ellos en el 111isn10 sentido i 1.<;_ «En Ja historia de nuestra reconquista --decía FABIO- valgan por todos dos non1bres que cifran los triunfos de la táctica tradicionalista y las derrotas de la táctica del "pourparler"' 16 : San Eulogio, mártir, y Recaredo ... San Eulogio venció con10 vencen los n1ártires; "oculis insipientun1" pareció derrotado --latinajo injustificado, hipérbole que remitía al lector hacia lo sobrenatural-; pero la Providencia hizo sonar a su tie1npo la hora del triunfo de la táctica del n1arlirio, libe-
111 Rai1nundo Aldea Eguílaz era colaborador de El Pensanliento Navarro.
116
Galicis1no que pone en boca de Lerroux.
[257]
rando, en lucha frente a frente contra sus enen1igos, a r~spaña
117
EPN, 30 de abril de 1936. iis EPI\', 25, 26, 27 y 29 de 1narzo de 1936.
[258]
taba razón al padre Policarpo Cía Navascues cuando hacía su sünil cruzado al ver a sus requelés en el patio del cuartel 119 . Natural111ente, era un elcn1ento retórico, algo que estaba en una larga tradición española revitalizada durante todo el siglo x1x, desde la guerra contra el francés. Ahí estaban los veteranos carlistas, «restos gloriosos de un ejército católico-n1onárquico, que ason1bró al inundo con sus hazañas», para acreditarlo; cruzados españoles a quienes sus 111adres decían aquello de «Vete, hijo n1ío, vete. Ahora te quiero n1ás que antes, porque sé que vas a pelear por la Religión y por la Patria, a las órdenes del I~ey» 12 º. E.scenas sencillas y e1notivas que excitaban la i1naginación de 1nás de un joven, que luego, con10 vcre1nos, reproducía aquellas situaciones en los n1on1entos sole1nnes. A las órdenes del l?ey, qué honor, in1agen ro1nántica y exaltada donde las haya. Un I~cy que, a su vez, era un re_v cruzado, con10 se encargaría de recordar C. l,orca desde 1/'erra 5'anta 121 . Una tierra, decía llena de evocaciones de aquellas cruzadas: «¡Oh siglos aquellos de honor y de fe! Y donde l)on Carlos VIJ estuvo en dos ocasiones con10 peregrino y en la que dejó nu1nerosos recuerdos (y los enun1eraba: «la soberana lá1npara de plata y oro que se coloca el día de Resurrección en el Santo Sepulcro», nun1erosos ornan1cntos para las solen1nidades y «la inspirada pintura de un discípulo de Murillo, encuadrado en rico niarco de plata con el escudo de España, que hace ele retablo en la devotísirna gruta de GetsenHiní» ). H.ccuerdos que se conservaban tan1bién en Ja n1en1oria de las gentes del lugar (los Padres Franciscanos, en cuya con1unidad se alojó), que evocaban su «edificante religiosidad al arrodillarse», su canlinar descalzo (hun1ilde ante el Redentor) y su recorrido, «con singular unción», del Vía (~rucis por la «vía dolorosa». Vigilia de Sábado Santo. linágenes feroces de Ja degeneración presente, pero esperanza de futtiro. Profetisino que anunciaba la próxi1na J?.esurrección del Sei101; y con10 cuerpo depositario de aquella esperanza, el carlis1no con su Rey cruzado. Y el I~equeté, heredero de los cruzados espaiio/es, síntesis del navarrisn10, el espíritu n1ístico, la liturgia de la fe sencilla, y el desprcndin1iento del rnártir que daría su vida, si fuese preciso, en aquella nueva Guerra Santa. Una cierta estética de la vida se había hecho cosn1ovisión y progra1na para la acción política (una acción política que iba a ser guerrera, y así se anunciaba). J)csde Mcndoza (Argentina), Félix-Cruz Ugalde, corazonista, enviaba por aquellos días un poema que El Pensamiento se apresuró a publicar'"- Sin el mordiente del conocin1iento pr6xin10 de los hechos (lo que a buen seguro le hubiera llevado a hacer alguna referencia a la próxirna sublevacíón que ya estaba en 1narcha 123 ), recoge
119
Véase supra e! epígrafe J .4. de esta Segunda Parte.
120
EPN. 6 de mayo de 1936. 121 EPN, !2 de mayo de 1936. t.u EPN, 29 de marzo de 1936.
in No es nada cxtrallo ese interés de !os numerosos religiosos residentes en Latinoamérica y origina·· rios de la zona vasco-navarra. Por ejemplo, un agustino recoleto, tío de Esteban Sáenz de Ugarte (alcalde de Berantevi!la y mien1bro de la Diputación de Álava durante Ja guen-a) escribía el 16 de novicrnbre de 1931 en carla privada desde Bogotá a su sobrino: d1as de saber que no sólo las de1nás provincias de Espafü.1, Eu~ ropa y esta América ... tienen puestos Jos ojos en Jos Vasconavarros; ahí n1iran con10 si fuese !a estrella polar y el nuevo Oriente de donde ha de venir la salvación religioso-social de Espaila ... y de Europa. No te 1naravil!e esta afirmación; Europa ve un inten"Ogantc de zozobra en la situación po!íticosocial de España. De
[259]
aquella estética de la ciudad entreverada con una clara ideología de la núsión histórica de Navarra, que, co1no en este caso, solía tener un tono risueño y jacarandoso que contrastaba con los negros trazos con los que acostu1nbraba a pintarse la el inundo republicano (por lo que me permito incluirlo aquí, a pesar del dudoso valor del poema).
! l] «"Pan1plona, jardín de flores .. Paseo la Taconcra ..." es tu belleza hechicera delicia de n1is ainores. Tienes 1nuchos a1nadores ciudad pulcra y fe1nenina, pero desde esta Argentina yo te canto rni afición y ha de triunfar mi canción de Ja irnnensidad marina.
j6] ¡Monwnento de los Fueros de! ahna navarra altar que haces el alma vibrar con nuevo te1nple y aceros! Saben los hijos sinceros del reino que el Arga baña que en ribera y en montaña Navarra será foral, en el concieno de España.
[3] Miro tus alrededores vestidos de poesía y oigo de Ja lejanía los pacíficos nnnores. Les pido aron1a a tus flores y a tus horizontes luz; a Lus calles pulcritud y a tus plazuelas tipis1no; a tus ho1nbre.s heroísmo y a tus 1nujeres virtud.
!7] Ciudad línda y hechicera delicia de mis a1nores "La plena jardín de flores .. Paseo de Ja Taconcra ..." Si España toda es solera de viejos vinos crisol, bien sabe el pueblo español que es tu sentir acendrado vino caliente y dorado como un ray!to de sol.
1,4] Es tu "Plaza del Castillo"
!8] De la Tradición fortín eres, invicta Painplona, con tu león y corona y tu Patrón San Fermín. Si algún Miramamolín en nuestra España nacido quiere poner feinentido grillos a la Tradición, ser<Í el navarro león quien los quiebre decidido.
de tu vida corazón !lena de luz y emoción,
de gracia y típico brillo. E! provinciano sencillo es la nota regional que viene a poner 1n<Ís sal en tu ingénito salero con su donaire pueblero y su estan1pa natural. !5] Ca1npanitas, cainpanitas, que despertáis a Pamplona, sole1nnes o livianitas. Lloráis con ella en sus cuilas y de uno al otro confín llev{iis en el retintín de vuestro acento inmonal el contagio espiritual del gozo en el San Fcnnín.
[9] Si a fuer de cantar mí idea n1e trocara en ruisellor, labraría con an1or 1ni nido en tu Rochapc.a. Antes de morir te vea, bella f1or de la montañ.a, y pisando tierra extraña cla111aré soñando en li: "Viva Pa1nplona, rubí de la corona de Espmla".»
Ro1na nos han escrito varias cartas en este sentido» (inanuscrito en ARSU). Ese 1nis1no tono einpleaba un fraile ainigo de José María Aguirre, Lizardi (dirigente del PNV guipuzcoano y exquisito poeta), en caita escrita desde Argentina en septie1nbre de 1931 (recogido en Otaegi, 1994: 291-294 ). Lizardi, en su respuesta, le tranquilizaba.
(260]
Los argu1nentos básicos que llevaron a la insurrección contra la R.epública estaban ya planteados en 1931. Con ellos se hizo la ca1npaña de las 1nunícipales del 12 de abril de ese año. J)c 1nodo que no los bruñó la f{epública sino que pertenecían a una larga cultura política española: la cultura del tradicionalis1no 111ilitante (con diferentes expresiones políticas) 12' 1• Sin e1nbarg(\ fue durante la J{epública cuando aquella cos1novisión ~que no se había sustantivado en la conciencia de las gentes, no al 111enos hasta ser una fuerza poderosa de accí6n política-, fue n1eticulosan1ente trabada con los valores y súnbolos de una sociedad con10 la navarra y la pa1nplonesa. L,a creciente presencia de la política nacional en la escena pública que iinpl icó el régin1en republicano (gracias al fluido juego parla1nentario y a la incorporación creciente de nuevos sectores de población a aquélla) derivó un proceso de socialización política de gran nú1nero de personas en los ténninos ele aquella visi6n retroactiva de la sociedad, producto de una convergencia de aquellos plantean1ientos con el ethos ciudadano. Aquella congruencia -que to111ó las fonnas del sentido cornún 125 - hizo que se afianzara con nuevas fonnas y adquiriera una extensión entre la poblaci6n que antes no había tenido. Sin1ultánean1ente, la presencia del conflicto en la sociedad, antes que con10 resultado del papel creciente de las clases y los individuos en la vida social, fue vígorosa1nente defendido por la élite ...-con éxito-, con10 el resultado de una agresión extraña a la con1unidad -ya en proceso de disolución. Ello permitió una progresiva cohesión de aquélla contra ese extraño que era el régiinen republicano (lo que iba in1plícito en la idea de navarrisn10). Es lo que he llan1ado la idea de la nueva Covadonga, el navarrís1no que in1plicaba un cierto panhispanisn10. Aquella socializaci6n de la población en tér1ninos políticos adquiri6 al n1enos dos fonnas: la del elitisn10 conservador y autoritario del /Jiario y la del utopisn10 del ideal carlista (y otras variantes que no vienen al caso) 126 • I~ecapitulando brcve1nente cabría decir que aquella congruencia entre ethos y cos1novisión, aquella co1nprensión de los hechos en ténninos de sentido con1ún, pennitió el desarrollo de una nueva religión polftica (no n1e atrevo a llan1arle laica, véase, por ejemplo, la gran liturgia barroca que se organizó con Ja procesión de Santa M." la J{eal en agosto de ese año) 127 , acorde con unos tien1pos de fuerte n1ovilización de masas, que se articuló en torno al carlismo, hecho de navarrismo, fe sencilla, ideal carlista y espíritu 1nartirial. Finahnente una an1plia capa de la población fue ganada para la insurrección.
12 1 · 125
Desarrollado en Ugarte, 1995a: 535-576. Shlo1no Ben-A1ni (1990: 316), coincide en este punto Véase CJeertz, 1987: 120-121. 126 Véase Ugarte, 1995a: 514-721. 127 Cfr. supra y Gcnlilc, 1994. Si e! fascismo italiano (y otras corrientes políticas) fueron religiones laicas en cuanto que construyeron todo un universo sin1bólico de mitos, ritos y fe al 1nodo de las viejas religiones, e! carlismo, siendo una de aquellas religiones políticas, había confonnado su universo simbólico a partir de la propia religión católica, Jo que Je daba aquel tono religioso a todas sus acciones políticas. De ahí que la propia insurrección se planteara como Guerra :·»anta antes que con10 acción política.
[261]
Claro que todo hubiera sido fuego de artificio de no 111ediar la organización del Requeté, eje sobre el que giraba todo aquel inundo
3.2.
EL BATALLÓN SAGRADO. TERCIO DEL REY
Todos los analistas políticos de la derecha antirrcpublicana estaban convencidos en febrero de 1936 _..:.tras las elecciones- de que «no ser[ía] en el Parla1nento donde se Iibrarfía] la últin1a batalla, sino en el terreno de la lucha annada» y recornendaban a los partidos contrarrevolucionarios que adoptaran «el carácter esencial de fuerzas con1batientes» 128 . Esto se publicaba en periódicos diarios (lo citado en el /)e11san1iento Alavés) sin que las autoridades ton1aran n1cdidas contra esas publicaciones. Si el [>utsch de la cervecería en Baviera (novie111bre de 1923) había convencido a Hitler de que la táctica insurreccional nunca le conduciría al poder otro tanto ocurrió con los radicales españoles tras febrero de 1936: nunca la táctica electoral les llevaría al poder. l..,as conclusiones eran opuestas; dependían de las circunstancias nacionales. Era una cuestión de oportunidad. En el caso de N. Cebreiros (autor del artículo que con1ento)~ estaba ade1nás convencido de que la «región esencialinente contrarrevolucionaria la fonnalbaln en España las con1arcas de la ineseta central superior -Cas1illa la Vieja y l..,eón con el adita111ento de Navarra y Álava». Proponía que aquella región se preparara para actuar «en caso extre1no con10 nueva Covadonga que frente a la revolución sirviera de refugio a los que huyeran de aquélla y e1nprendiera la H.econquista de España». Su análisis podía ser atinado si no fuera porque ya en aquella región que en el artículo aparecía con10 aditan1ento se había decidido hacía tie1npo actuar con10 esa (~o vadonga y se venía preparando desde tiernpo atrás para ello (cierto que sirvió con10 refugio a más de uno que huía de la revolución en julio del 36). Pero era un modo de dar carta de naturaleza pública a un cliina conspirativo que por aquellos días era generalizado en lugares como Pamplona. «Me descubro ante los restos gloriosos de la antigua España» había dicho don Carlos durante la última guerra carlista (1873-1876) al felicitar al que habían dado en lla1nar Batallón Sagrado 129 . Era aquél un batallón distinguido, fonnado por veteranos de la anterior guerra y otros jefes y oficiales que hacían servicios en puertos y baterías de la costa. No era propian1ente una unidad, sino 111andos dispersos que sin1bolizaban la continuidad con la anterior guerra y fonnaban una reserva de
i2s
PA, 20 de febrero de 1936.
129
Burgo, 1978: 103. Cita del Burgo al hablar del Batallón Sagrado a la Biblioteca Popular Carlista IV, pág. 127; y a Antonio Brea, Campa1/a del Norte, de 1873 a 1876, Barcelona, 1897, páginas 12, 27 y 480.
[262]
oficiales ante cualquier eventualidad. (~01110 su propio non1bre indica, era un batallón n1ús sin1bólico que estratégico al que se le consideraba cspcciahnente próxin10 al rey carlista. A aquel Batallón se refirió Jaime del Burgo, uno de los principales artífices del Tercio de Pa1nplona, al 1ncncionar a este Tercio -luego lla1nado T'ercio del Rey--, fuerza del l~equeté que se había ido constituyendo durante la República en la capital navarra (y su cuenca) y que cornhatiría dispersa en varios regi1nicntos (Regin1iento Ainérica y Batallón Sicilia) 130 . Era el batallón sairado por haber sido concebido coino reserva de oficiales, con10 cuerpo de 1nandos para la 1nasa carlista que fuera a inovilizarse en Navarra (y no co1no unidad de co1nbatc) y por la carga en10cional que su 1ncnción suscitaba (hasta el punto de que los jóvenes ansiosos de aventura sólo podían entrar por recon1endación en aquella unidad una vez desatada la sublevación)131. Pero su inspiración y peripecia fueron n1uy distintos. Su valor estratégico -de no haber 1nediado los 1nilitares- hubiera sido adcn1ás funda1nental en la pugna política que se desató en el bando sublevado una vez iniciada la guerra (véase iT~fJ·a ). F·'t1c fundado el donlingo 12 de enero de J 936 en una concentración celebrada en un alto en las proxin1idades del pueblo de Maquirriáin (en el Valle de I~zcabarte, a pocos kilóinctros al norle de Pa1nplona). L,os tres piquetes de Pan1plona se habían reunido ese día a las siete de Ja mañana en el Círculo de la Plaza del Castillo, y desde allí, separados en patrullas, se habían desplazado hasta la ca1npa (no parece que esa precaución fuera suficiente para que un grupo de 1nás de doscientas personas pasara desapercibido por las calles de Pa1nplona). 1_,.a concentración rnilitar estuvo presidida por Alejandro Utrilla, Inspector Jefe de los Rcqoetés del Reino de Navarra (tal como rezaban los 111cn1bretes con sus órdenes), quien no1nbró adelantado del l?equeté a Jai1ne del Burgo. A continuación pasó revista a la tropa. Inicialn1cnte figuraba con10 capitán Silvanio Cervantes ÍfíigoD 2 pero pronto (10 de febrero) fue trasladado a la Plana Mayor de la Inspección de Navarra asu1niendo Jai1ne del Burgo toda la responsabilidad del H.equeté de Pa1nplonaD 3 . Su estructura según la ()rden General del 14 de enero seríaD 4 :
1 0 ~ Jaime del Burgo, 11 de junio de 1993 (103.B). ni Jaime del Burgo, J l de junio de 1993 (103.B); y Burgo, J992a: 485. El rccoincndado f'uc Paco Almagro, joven de FE veraneante en Leiza que encontró sitio en aquella unidad gracias a la reco11ie11dació11 de los Jauricta Ba!eztcna, amigos suyos de veraneo (los Baleztena tenían su casa solar en Lciza), Mario Zufía, 17 de dicic1nbrc de 1992 (90.B). 132 ARBU. Fichero encuadernado de todos los individuos (boinas n~ja.1·, t_·/oses y oficiales) del Requeté de Pa111p/011a. Si!viano Cervantes era 1nililar retirado de cuarenta y cinco años, natural de Astniin (Navarra) y alineado en Pamplona. Del Burgo (1970: 56-57 y 496) hace un encendido elogio de Cervantes corno músico. De hecho, durante la guerra fue director de Ja banda del Requeté, Juego de La Pmnp!onesa hasta su jubilación en 1945. Inscrito en el Requeté en junio de 1935 con10 capitán de! Requeté de Pa1np!ona, Luvo poco que ver con Ja organización del Tercio cuya a!nia era Jaime del Burgo. 1 ' ' ARBlJ. ()licio del I Requeté del Tercio de Painp!ona. 13 de febrero de 1936. 13 1 · ARBU. Requctés del Reino de Navarra. Inspector Jefe Militar. Orden General de 14 de enero de 1936. En este sentido Lizarza (l 969: 87-90) contiene algunas in1prccisioncs.
[263]
Plana Mayor 1 Piquete
Juan Villanncva (jefe) Antonio Martínez (secretario)
Primer Requeté
Jaime del Burgo (adelantado)
1 Piquete JI Piquete III Piquete
(Pamplona) Jefes Ángel Elizaldc Leopoldo Díez José Millaruclo
Segundo Requeté Mario Ozcoidi (adelantado)
I Piquete
11 Piquete
III Piquete
T'c~rcer
!?.equeté
I Piquete
II Piquete III Piquete
Esteban Annendáriz (Villaba) Luis Elizalde (Capuchinos y Magdalena -barrios de Pan1plona-, Ansoáin y Artica) César Celaya (Burlada, 11:uarte, Olaz, Arre, ()ricáin y Soragurcn)
(sin adelantado designado) Luis Erice (Cendeas de Cizur y Galar) José Luis Los Arcos (Olza e Iza) José M.ª Martinicorena (Cendea de Ansoáin, menos pueblos de Ansoáin y Artica; Juslapeña y Ezcabarte)
Requeté de Sangüesa (agregado a Pamplona) I Piquete JI Piquete
Remigio Múgica (Egüés y Aranguren) Alejandro Erviti (Elotz, Monreal, lbargoiti)
Si ésta era la estructura del Tercio de Pamplona, el listado de los oficiales nombrados aquella pri111avera por Alejandro Utrilla nos da idea de la geografía estable del H.equeté de Navarra en 1936 (véase inapa en el Anexo; había, ade111ás, una red de jefes locales mucho más extensa) 135 :
135
ARBU. Hoja suelta. Puede verse, ade1nás la relación de responsables locales del Requeté en Ll-
zarza, 1969: 52-55.
[264]
Población
Capitanes
Painplona Painp!ona Echauri Estella
Jai1nc del Burgo Mario ()z.coidi
TenicntL'.s
Alféreces
Esteban Ezcurra Maxin1i110 Lacalle RL~tnigio
iv1i'1gÍ<-'ª
Macario S:111 tv1i¡'.tl!'1 Jesús Lar11hl'<1
Azanza Mañcru Laezaun J_,arrión Lerín Torres del Río Vi a na Bcrbinzana ()!itc Corc!la Navascués Monrea! J\1Tuazu i\rgucdas Tudc!a Luinbicr Sangüesa Peralta Barasoáin
Don Mónico
Ángel Galdcano Agustín Ervili Cruz Ancín Mauro Cialar Félix B!asco Esteban Cioi'ii José M." Abadía A1nadco Marco Alejandro Erviti Saturnino (Jo11i .ICSlÍS J\ra Agustín Súnchcz Narcíso Ripa Jesús Ji1néncz José Busto Angel lnduráin
Más adelante (el l de n1ayo) se constituyó un cuarto piquete encuadrado en el l~c queté de Pan1plona con boinas r(~jas de Ja capital (intra1nuros) y el Mochuelo, que pasó a ser 1nandado por el adelantado José Millaruelo Clc1néntcz (cuya responsabilidad en el tercer piquete fue cubierta por l{en1igio Mügica)i:Hi. Y aun el 28 de junio se inició la fonnación de un quinto piquete bajo el 1nando de Cesáreo Sainz ()rrio con hombres procedentes del barrio de los Capuchinos y de Villa va 137 (trasladados al parecer del II Requeté mandado por Ozcoidi). De 111odo que, hacia esas fechas, en la ciudad de Pa1nplona, con una fuerza encuadrada de unos 308 ho1nbres, existía un grupo de élite bien articulado y activo -con10 van1os a ver- que tenía previsto desdoblarse en dos requetés, dos con1pañías -aunque 1non1cntánean1cnte estuvieran englobados todos dentro del l~cqueté
D<>
J\RBU. 1 Requeté del Tercio de Pa1nplona. Orden del día de 1 de mayo de 1916.
137
ARBU. Estado de revista de Ja fecha.
1265]
de Pa1nplona, 1 R.equeté del 'T'ercio de Pan1plona, fonnando cinco piquetes-~ (véase Anexo). Bien, si el Tercio de Pa1nplona era el cuerpo de élite de Jos 111ilitares carlistas, el Pri1ner R_equeté constituía su corazón, el colectivo que conservaba la «solera -con10 decía Antonio ljzarza---- de la pri1nitiva organización de Pan1plona» 138 , ese grupo que era el eje ·-co1no decía antes-·- sobre el que giraba todo aquel 111undo de ideologías y esperanzas y punto focal en el que convergían, a su vez, todas ellas. (l)e hecho, tanto el Segundo -con una n1ayor coordinación-· con10 el T'crccr l{equeté, no hicieron sino concertar las actividades de las organizaciones locales del norte y este de Pa1nplona el segundo ---valles de E.zcabartc, r~gUes y Aranguren········· y del este y sur de la capital el tercero -··. .-.-cendeas de Ansoáin, ()iza, (~izur y (Jalar 1YJ).
3.2. l.
«PüSIBLEMENTF. LA CREACIÓN MAS ACABADA DE ORGANIZACIÓN PARAMILITAR AN-
TERIOR A LA GUERRA» EN ESPAÑAl'10
Si bien los grupos annaclos carlistas co1nenzaron a funcionar en Pa1nplona ya en 1931 sobre una larga tradición de acción violenta 141 , se anunció públican1entc en el 1nitin celebrado con inotivo de la festividad de los Mártires de la 'rradición ( 1O de 1narzo de 1931 ), organizó las decurias, dirigidas por Generoso I,Iuarte (n1ayo ) 1'12 , sacó a su gente con garrotes (y tal vez con pistolas) en las elecciones 1nunicipalcs (repetidas) de ese 31 de n1ayo, y en abril de 1932 se produjeron los pri111eros n1uertos en un enfrentarniento callejero, en realidad no alcanzó una verdadera estructura hasta que Fal Conde fuera designado delegado regio (1nayo de 1934) 1'13 y enviara a alguno de los máximos dirigentes del Requeté local (Jaime del Burgo, el padre Pascasio Osácar, José Millaruelo, Enliliano Larrea y otros) a adquirir forn1ación rnilitar a Italia (la Italia fascista; julio-agosto de 1934), Antes había mediado Ja comisión de CT y RE que en rnarzo se había desplazado hasta Ro1na para solicitar la cooperación fascista en una ---aún- supuesta conspiración antirrepublicana 1.-14 •
13
~
Lizarza, 1969: 89. Lizarza ( J 969: 88) asigna esta función solamente al tercer Requeté. En realidad, con una mejor y inayor organización en el norte y este de Pamplona, fue Ozcoidi quien realizó esa labor de coordinación y encuadramiento. Ezcurra, hacendado acoinodado de Echauri, tuvo un mando nliís nominal que efectivo. l·lO Arós!egui, 1991: I, 56. 1·11 Nunca se iniernllnpió Ja tradición insurgente de los carlistas. a pesar de que durante la Restauración se pri1nara en general Ja actividad electoral (véase Burgo, !994) y de que !os lic1npos de las viejas partidas y los ejércitos decilnonónicos hubieran dado paso a la época de las formaciones paramilitares (Aróstegui, 1988; González Calleja, J99la). En 1908 se creó un requeté en Pamplona, cuyo banderín se bendijo en una gran concentración celebrada en Mafleru et 26 de mayo de 1912 (Cionz
[266]
Hay aún otro hecho decisivo en la fonnación del I<.equeté de Pa111plona. En rnayo de 1932 fueron desarticuladas las decurias (que ya contaban con treinta grupos) por una filtración producida desde sus filas 145 • l'ras un año de pennanencia en la cárcel (en Ja que, al parecer, aparecieron discrepancias personales y en la fonna de entender la acción armada)''"' y de destierro en Estella, Jaime del Burgo y el grupo de la AET asun1ieron la reconstrucción de aquellos grupos annados ( 1933) fonnando patrullas de jóvenes 147 que tern1inarían por transfonnarsc en lo que sería el H.equeté de Patnplona. Pero sobre este extren10 volveren1os. El 20 de julio de 1934 llegaban a Vemimiglia (Italia) un grupo de jóvenes carlistas vascos y navarros (a quienes antes hacía referencia) 1'18 • J)esde allí se desplazaron -tras estar en (Jénova y I
1 1
• ~ Según .Jai1ne del Burgo (1970: SI !-512) la caída se produjo por una filtración de! afiliado Ma·· nuc! Martínez Estrada. Al parecer, fueron encausados por tráfico de annas el mismo Martíne:.>. (quien se auloinculpó), Jaime del Burgo, Ignaclo O!aí'íeta (alcalde de Ermua) y Alejandro Astaburuaga (abogado de Eibar) (véase M:~jue!o, !989: !27 y 188; quien ha consultado el srnnario; antes, en abril, habían sido procesados Generoso l-luarte, Eusebio del Burgo y Jaime del Burgo --,.-padre e hijo--- por un hallazgo de armas y absueltos por falta de pruebas). Adernüs, al parecer, Manuel Martíncz descubrió toda la red de de·· curias de Pamplona. Fueron por ello encarcelados el propio Generoso Huarte, Lucio .lin1énez, Hospicio MarLínez, Antonio l'\1uárriz, Miguel Saralegui, Carmelo Nuin, Fermín Migue!, Juan Lesaca, Ensehio de! Burgo y Jaime de! Burgo. 116 · Generoso Huarte, mús conservador, reprochaba ¡1 J¡iime del Biirgo la acción de l<1 c
[267]
situada en el nido barría grandes extensiones con sus ráfagas. I~llo les obligaba a ca1nbiar de táctica: ya no era cosa de «tirarse al n1011te» según la vieja tradición carlista (algunos lo hicieron en julio del 36), sino de ocupar los puntos estratégicos de las poblaciones (gobierno civil, telégrafos, emisoras de radio). Ello les llevaba a un replantean1iento de la organización (n1ás con1pacta y en grupos pequeños) y la táctica n1ilitar. Acle1nás de ca1nbiar el escenario y los plantea1nientos de 111ovin1iento de fuerzas. En los ejercicios practicaban las tácticas urbanas de ocupación de calles y bocacalles, y el asalto a grandes 1nasas --~n fonnación de curia, de 1nodo que se abrieran can1ino entre la 1nultitud 149 . Eran las· enseñanzas de los italianos 15 de la guerrilla urbana y las labores de disolución de grandes concentraciones de 1nasas que luego, una vez iniciada la sublevación, no e1nplearon, pero sí en los ejercicios previos y en las acciones de aquel Requeté durante la República (quedó reflejado en el Reglamento Jiíctico que del Burgo redactó para el R.cqueté 151 ). Pero, ya ha quedado dicho, la sublevación, la n1archa sobre Madrid, no siguió el n1odelo de la 111archa sobre I?on1a. Navarra y España eran otra cosa. Ahí sí jugó un papel la estrategia 111arcada por los nlilitares (en plena.faena ele disolución de las niilicias) y la realidad social española y navarra. Pero deje1nos este punto. A pesar del ansia de novedad de aquellos jóvenes (que no querían que el carlisn10 se convirtiera en un casino de «jugadores de tresillo»), de su radicalis1no político (con tintes sociales con10 vere1nos) y verbal, de su 1nítica de la participación y sus valores que en buena tnedida coincidían con los del .fi:Iscio (co111unión jerárquica, can1aradcría, fuerza creativa de la acción, búsqueda del gran acontecirniento, la utopía, supre1nacía de la experiencia sobre la teoría 152 ), a pesar de que ésta fuera la única fuerza exterior que les ofreció asesora1niento 1nilitar, a pesar de todo ello, digo, los jóvenes del futuro Requeté de Pamplona no se sintieron próximos al fascismo italiano. Preferían verse con10 herederos de todo el legititnistno europeo: ele los n1iguelistas portugueses, de los royalistas franceses, o los jacobitas ingleses, herederos de todos los «Caballeros andantes de Europa»; y en tocio caso, próxírnos a los can1elots du roi o al posterior rexisn10 153 . Lo que 1nuestra la fuerza de las construcciones siinbólicas en la fonnación de las identidades en general. De 1nodo que aunque rechazaban los viejos 1nodos n1ilitares del carlisn10 (no ya los decimonónicos, sino los defensivos tipo somatén) por las nuevas formas de Ja
º
1•19
Básicainente Jai1ne del Burgo, l 1 de junio de 1993 (103.B: 290). Puede seguirse Ja peripecia del viaje, llena de anécdotas significativas sobre la Italia del 1n01ncnto, en Burgo, 1970: 517-520. 150 Recuérdese lo dicho sobre la estrategia de los squadri.1·1f previa a la nwn:lw sohre Roma en el Capítulo pri1nero de esta Segunda Parte. 151 ARBU. Que incluía un riguroso tratado sobre alineaciones, 1novimientos de grupo, inarchas, orden de aproxin1ación, orden de c01nbate, fuegos y avances. Todo de inspiración netamente castrense, en pequeñas formaciones aptas para la guerrilla urbana. Ninguna concesión tampoco a la acción individual roinántica (al estilo de los legionarios run1anos; Veiga, 1989) o al acto terrorista al estilo de fin de siglo. Las únicas acciones individuales que conte111plaba (pág. 15) eran las de observador, explorador o age111e
de 1ra11smisió11. 152 Véase sobre estos valores entre el fascisino italiano de priincra hora Gentile, 1989: 36. 15 ~ Jaime del Burgo, 9 y l 1 de junio de 1993 (103.A: 505). Y grabaci6n par<1 RNE de Pamplona (23 de febrero de 1987), pág. 5 (n1ecanografiado en ARBU).
[268]
1nilicia política 154 , participaban de la n1ítica carlista, del áni1no 1nartirial y de! inundo sin1bólico de la fe sencilla que he descrito 1nás arriba (heredera directa de la n1ítica decin1onónica). Participaban de un 1noclo 1nás intenso si cahe que otros colectivos. Aquel colectivo se annó, relativa1nente te1nprano, con revólveres «Stnith» y pistolas «Astnl» de 7,65 traídos de Eibar y Ennua (causa del procesa1niento de varios responsables del requeté 155 ). Lo hicieron gracias a entregas de dinero que les venía haciendo Ceferino Maisterra (de I~E), que ejercía funciones de intennediación con grupos econó1nica1nente poderosos de la ciudad. l'an1bién el propio Maisterra hizo gestiones (fallidas) para que el jefe de la guardia 1nunicipal les entregara annan1ento15<•. Hacia l 934 se co1npraron pistolas francesas «Colonial» y belgas «FN» 157 . l__,ucgo llegaron las pistolas «Mausser» calibre 7,63 con culatín 158 , anna corta de cierta calidad. Naturalinentc, el H.equcté de Pa1nplona participó del resto de las operaciones de sun1inistro de arn1a111ento que se organizaron en Navarra entre 1935 y 1936 1 -~ 9 . Adc1nás, se habían hecho con un pequeño arsenal de bo1nbas de 1nano y disponían (servidas por el correligionario Agustín 'fellería de Anzuola, Guipúzcoa) de nun1erosos unifonnes caquis y correajes1<10 . E, incluso llegaron a disponer de varios aparatos de radio de can1paña que utilizaron con profusión en 1936 161 • A organizar y dar fonna 1nilitar a aquel grupo -ya bastante bien organizado gracias a Ja gran capacidad de liderato de Jaitne del Burgo y al asesoranliento n1ilitar del con1andante retirado l.Juis Villanova en 1935-, vino el teniente coronel Alejandro Utrilla, 1nilitar retirado de filiación carlista, no1nbrado por Fal Conde a finales de 1935 Inspector Jefe Militar de los Requetés del Reino de Navarra, hombre hosco, pero eficaz, que consigui6 conectar bien con el grupo de la capital. /\ partir del 12 de enero de 1936 -en que, como he dicho, se constituyó el Tercio de Pan1plona-, se fonnó una plana 1nayor del l~equeté de Pa1nplona que en1itía a diario una orden del día que incluía, distintas instrucciones, non1bra1nientos, apartan1ientos de servicio y asignación de n1isionesH12 • Se organizó una guardia pennanente en el Círculo, realizada por una patrulla entre las ocho y las diez horas. Se hicieron revistas scn1anales de unifonnidad y se organizó Ja instrucción (con salidas
1 1 ~· De hecho !a acción del 17 de abril de 1932 en la calle Estal'eta, rompía ya -antes de ir a ltaliacon la práctica de grupos de defensa de las decurias. Del Burgo dice que aquel día, tras reunir a cuarenta rcquetés, !es acaudi!tó en la acción callejera contra la huelga decretada a! día siguiente (confunde abril con dicie1nhrc; Burgo, 1939: 14). Era un acto indudable de vitalismo activista. L'i 5 Véase nota !45. J."i(, Jaiine del Burgo, !5 de.iunio de !993 (104.B: 250). 7 1.'i Burgo, 1970: 514. 1.'i~ Según del Burgo ( 1970: 521 ), las únicas armas cortas de cierta calidad de que disponían; y éstas tenían !a dificultad de !a 1nunición. 159 Véase Lizarza, 1969: 62-68; Burgo 1970: 521-522; Arranís, 1940-1944: III, 447; Redondo y Zabala, 1957 :328-329; Fell"Cl~ 1979: XXX, 158- l .59; S!tz, J 986: 172-173. 11 'º Burgo, ! 970: 665 y 537-538. i
[269]
i'rccucntes los fines de se1nana para realizar ejercicios de orden abierto). En la inisn1a Orden General en que se creaba el Tercio de Pamplona ( 14 de enero de 1936), el eo1nandante Alejandro Utrilla ordenaba especiahnente hacer prácticas de aproxin1ación y con1bate 163 . l~l 13 de enero se pro1novía a cabos a los boinas rojas Clern1án ()rzanco y Juan Abárzuza y se les asignaba la labor de fonnar el grupo de Enlace y 'fransinisiones -que se constituía en el Círculo el 22 de aquél. Se non1braron sargentos, se constituyeron patrullas y grupos, se asignaron n1isiones a las patrullas y se daban novedades (que sie1npre eran ti,:ans1nitidas a la Inspección Militar de Alejandro Utrilla). Se adquirió, de ese 1nodo, una estructura 1nilitar con1pleja y disciplinada a in1agen del ejército. Se redactaron ade1nás unas ()re/enanzas del J?equeté (especificando las obligaciones del boina roja, del centinela, de los cuarteleros y los i111agínaria, los saludos, el cuadro de jerarquías, la estructura y las insignias), un Reg/canento láctico (al que he hecho referencia), un l?eglan1ento de l?éf.?itnen interior (con los deberes y obligaciones de los distintos cuerpos y clases), unos códigos para linlaces y tra11.\'111isio11es y una Car1illa de Un{f'orrnidad del J?equelé 164 . El tono y el estilo castrense se in1puso desde la llegada de Utrilla. 'I'al vez dé idea de la elaborada estructuración de aquel H.equeté el que se organizara una verdadera Acadeniia 1nilitar en la que se expedían títulos de oficialidad en nombre del rey carlista. El Círculo carlista de la Plaza del Castillo era para aquel grupo de jóvenes (1nolesto para los rnayores), cuartel y acaden1ia n1ilitar. I~n la planta baja, estaban las oficinas, la jefatura del I~equeté y el cuerpo de guardia (con una patrulla, seis hon1bres, haciendo guardia), y en el tercer piso se realizaba la instrucción y estaba organizada la acade1nia. Allí se depositaban los unifor111es (can1isas caqui y correaje) y existía un depósito de arn1as 165 . La acade1nia funcionaba con regularidad, y allí se i1npartían los conoci1nientos adquiridos en Italia y, sobre todo, el obtenido de los rnanuales inilítares al uso entonces en Espaila (no en vano Jos 1náxi1nos responsables del requeté, en este caso el teniente coronel Utrilla, procedían del ejército). I. . a de cabos era in1partida por Mario Ozcoidi los lunes, iniércoles y viernes de ocho a diez horas. ·renía las Ordenanzas y l?ef.?/arnentos a que he hecho referencia 1nás arriba, y se les instruía en movimientos ele grupos pequeños (seis hombres) en acciones urbanas y de aproxin1ación a poblaciones y en órdenes de con1bate. La de sargentos, 1a111bién alterna (martes, jueves y sábados), la dirigía Jaime del Burgo de las ocho a las diez horas. La acade111ia de oficiales, ta1nbién dirigida por Jaiine del 13urgo, era por el contrario, diaria; de diez y rnedia a once y inedia. A la tropa se le daba instrucción diaria (ejercicios) de las siete a las diez horas («por turno riguroso entre los pelotones y las secciones») alternando con clases teóricas. L. . os don1ingos se realizaban n1archas y 1naniobras en el ca1npo; y si el sábado era festivo, n1ar-
16
~ ARBU. Requetés del Reino de Navarra. Inspector Jefe Militar. Orden General de !4 de enero de 1936. lM Originales en ARBU. 165 Lizarza, 1969: 80.
[270]
chas nocturnas 166 . 'I'odo un dispositivo de forn1ación 1nilitar que, sin duda, estaba dando sus frutos. Se hicieron adc1nás labores de propaganda pegando pasquines por las patrullas del J{_equeté, sien1prc con10 unidad 1nilitar, con lo que 8C produjeron nun1erosos incidentes con elernentos izquierdistas (con10 rezaban las novedades que se transn1itían al llegar al Círculo-Cuartel de la Plaza del Castillo). El 15 de febrero, por ejemplo, era detenido por ese nlotivo Joaquín Esparza «acusado de haber herido con una porra de plon10 a un joven izquierdista. I:~l detenido fue puesto en libertad poco después» 167 • Creo que, con lo dicho, resulta evidente la fortaleza del dispositivo 111ilitar organizado por los carlistas en Pan1plona. Aquella actividad se co1npletaba con la realizada en la provincia por Antonio L,izarza 168 (ho1nbre de trato fácil y 1nuy relacionad<\ Ayudante de Montes en la l)iputación de Navarra), quien se ocupó desde 1933 (oficialn1ente desde septie1nbre de 1934) de las labores de coordinación, adiestra1niento, traslado de annas, etc. a los pueblos de la provincia 169 . Ade1nás, cada jueves, con la excusa del n1ercado, se reunían en Pan1plona los jefes locales del H.cqueté con Utrilla y IJizarza, de 1nodo que iban coordinando los planes de acción para el 1non1ento de Ja 8ublcvación 170 . Con10 dos nlilitares en operaciones, tanto Jain1e del Burgo co1no Antonio IJizarza llevaron escolta durante 1936 (del Burgo desde antes) 171 . Aquel no era un juego de jóvenes, aventuras de pistoleros con acciones esporádicas. Allí se estaba fonnando una unidad tnilitar que, en caso de enfrcnta1niento, resultaría de una gran eficacia. Por lo de1nás se seguía un n1odelo a 1nitad de ca111ino del castrense y el de la guerrilla urbana de los italianos.
3.2.2.
[~NSAYOS DE INSURRECCIÓN
No era sin1plen1ente la estructura 1nás o n1cnos clandestina. Aquel aparato se engrasó en varias ocasiones. lAl prin1era coincidió con las elecciones del 16 febrero de 1936. J.1icieron ca1npaña pegando pasquines en forn1ación de patrulla con10 si de
ARBU. J Requeté del Tercio de Pmnplona. Jefatura. ARBU. Anotación diaria de operaciones y !1/()l!i111ie11tos del Requeté de Painplona. it>s Y del propio del Burgo, de quien se tiene un recuerdo vivo en toda !a provincia por sus desplaza1nientos organizando el Requeté. 169 Puede verse una se1nblan!'.a en la necrológica de Jai1ne del Burgo <>, l;»PN, 12 de febrero de 1975; y la «Seinblanza de 1ni padre» que su hijo Francisco Javier hace en la 5." edición de sus Me111oria.1· de la co11.1piración (1986). Su actividad en Navarra se sigue en Lizarza, 1969. 1 10 · Lizarza, 1969: 79. Según Lizarza (pág. 80), en 1narzo se celebn5 una imporra11tísi111a reunión presidida por U trilla y Rada, en la que se dio instrucciones precisas a todos los jefes de la zona de Tafal!a para neutralizar cualquier resistencia mue la sublevación (Lizarza dice «abortar cualquier 1noviiníento revolucionario», en el lcngu<~ie en negativo de la época que hacía legítiinos Jos n1ovimientos ilegales y conspirativos los movimientos de defensa de la legalidad; pero era inás que un juego de palabras: se creía, entre la gente sencilla, en una in1nine11te revolución), y organizar el desplazainicnto de los requetés de la zona a Pa1nplona. 171 Lizarza, 1969: 8 J-82. lúú
11 7 '
[271 J
una misión militar se tratara. Aquella campaña en 1936 fue planteada en toda España con10 un reto definitivo entre dos bloques (al 111argcn de voluntades 111ás n1atizadas 172 ). l'an1bién en Navarra 173 : «Ü l.(on1a, o Moscú», se decía; «Ü Cristo, o L,cnin», «por E~s paña o la antipatria», ése era el dilema tal como lo presentaba la derecha. Toda la ca1npaña se centró en aquella idea: España (la E'spai1a esencial) se jugaba su propia existencia. La pugna se planteaba en ténninos de exclusión entre la «España católica, !la] España cristiana ... [y] la revolución espantosa, bárbara, atroz» 174 • Siempre aquella tern1inología teratológica que representaba al otro de1nonizado. Cotno en 1931, se coincidía con la jerarquía eCiesiástica (a cuyo n1agisterio se apelaba) 175 . A prin1cros de febrero de aquel año, el Bloque de Derechas firmó un manifiesto en el que se hablaba de Cruzada contrarrevolucionaria y se planteaba ésta «contra los cnen1igos de la Cruz y de la Patria atraillados bajo el signo doblemente blasfemo de los triángulos masónicos y de las hoces soviéticas» 176 . Se hizo una especial ca1npafia contra la abstención, animando el voto de las mujeres (siempre más proclives a inclinarse por lo católico) y considerando que el no votar era «un gravísimo delito contra Dios y contra la Patria» (antes lo había dicho el obispo de Orihuela.) 177 . Era, de nuevo, la NavarraEspafia esencial contra el averno co1nunisla, contra la T'artaria 1nasónica. En cuanto a los medios empleados ha pasado a la memoria general el gran retrato de Gil Robles en la Puerta del Sol. En Navarra, como en el resto de España, también se e1nplearon los nuevos 1nedios de propaganda que ponía a disposición de los partidos la extensión y popularización de los 1nodernos 1nass n1edia: pasquines, inillarcs de octavillas, coches con altavoces, y e1nisiones de radio (co1no el n1itin organizado por el Bloque de J)erechas en el Teatro Gayarre); y la organización de una ingente flota de autobuses que permitieran los desplazamientos de los votantes hasta los lugares de votación 178 . Las labores de la coordinaci6n electoral eran cosa de Martínez Berasáin desde las oficinas del Bloque. Pero la labor de propaganda fue encomendada en la capital al Requeté de Pa1nplona. Una labor que se realizó con la disciplina n1ilitar y la agresividad propia de unos grupos de jóvenes encuadrados en una estructura que hacía del activismo, la disciplina y la violencia viril el leitmotiv de su militancia. La dcre-
172
Con el inconveniente para la derecha de ir dividida. Con !a ventaja en este caso para las derechas, que ya lo tuvieron en 1931, de ir unidas. DN, 2 de febrero de 1936. 175 El Pensan1ie11to (7 de febrero de 1936) reproducía la pastoral del obispo de Tarazona (bajo cuya achnínistración se hallaba la Ribera navarra) en In que hablaba del «triunfo de la lglcsia en las cercanas elecciones», con10 si ésta concurriera a ellas, y se cncoinendaba al Sagrado Corazón de Jesús. Tan1bién la pastoral del obispo de Orihue!a, para quién la abstención «era un cri1ncn de lesa religión y de lesa patria». 176 IJN, 2 de febrero de 1936. 177 EPN, 7 de febrero de 1936; DN, 28 de enero y 7 de febrero de 1936. Recuerda aquella pastora! del obispo vasco Mateo Múgica en 1931, en que consideraba «traición para cnn la Religión y con la Patria» Ja abstención o no seguir las instrucciones del obispo, re1nitiendo al Juici0Ji11a/ en que todos darían cuenta de sus actos. 178 Pascual, 1987-1988: 524. No llegaron al golpe de efecto que supuso por ejemplo en Vizcaya la utilización electoral de una avioneta en Arrigorriaga (Plata Parga, 1991: 249). i 7.1 17·1
[272]
cha fue mucho más activa que el Frente Popular a estos efectos, y llegó a cada rincón de Navarra. Aquella fue una ca1npaña de saturación con los len1as antes señalados, en la que se en1papelaron n1asiva1nente los 1nuros de Ja ciudad, y se esgrinlió la actitud aguerrida y provocativa del R.equeté. Una ca1npaña que recordaba en sus forn1as ··--a pcquefia escala- a las ca1npañas electorales que al principio de la década llevaron los nazis en Ale1nania: con1binar los grandes n1edios de propaganda con la estructura y la actividad violenta de los SA 179 (aunque aquella actividad directan1ente relacionada con las elecciones, a lo que Ila111aban hacer polftica, no era precisamente del agrado de los jóvenes requetés, ansiosos de gestas heroicas y ro111ánticas 18 º). Pero había algo de gesto resuelto, de lin1pia gallardía (de arrogancia n1atonerU, decía la izquierda) en aquella fonna de aproxiinarse a un acto que consideraban repugnante que era la e1nisión del voto: «Mañana buen progran1a, decía un H.equeté ... Misa, voto y hacer puntería» y añadía «Unos "a por los trescientos", otros "a por las pistolas'\>181. Así rezaba Ja anotación de operaciones y n1ovhnientos del día 11 de febrer(\ martes, que realizaba Jaime del Burgo, adelantado del Requeté: «El primer Piquete 1.en torno a 70 hombres, equivalente a la sección del ejército], al mando de don Ángel Elizalde Sainz de l~obles, salió a la una de la 111adrugada a colocar pasquines electorales por la población, ocurriendo algunos pequeños incidentes con cle1nentos izquierdistas sin consecuencias» 182 . Con el lenguaje frío del diario de catnpaña, del Burgo daba cuenta del espíritu resuelto y la convicción castrense con que realizaban aquella tarea. Aquello no era hacer can1paña (un acto ruin), era salir a un teatro de operaciones a realizar una n1isión con10 si de un acto de guerra se tratara. l{esultaba nuís heroico. El 1O de febrero el Inspector Jefe Militar de los Requetés daba instrucciones para que las unidades de toda la provincia se 1novilizaran. Apoyarían la labor de la Guardia Civil en el niantenin1icnto del orden, n1ientras protegfan la e1nisión del voto de sus «anligos y silnpatizantes». f)ividírían la fuerza según dos funciones: unos para la observación de los colegios electorales, protección de iglesias, 1nujeres y todo aquel partidario que lo necesite; el resto en reserva, «en posici6n central y defensiva, dispuestos a intervenir» en cualquier situación. «1Jegado el caso sccundar!ían-1 con el 1nayor entusiasn10 y decisión a la Autoridad 1nilitar» (de no existir ésta actuarían autónornamentc). Decretaba la movilización general coordinada desde la Inspección Militar (a la que habría que dar cuenta de todas las novedades 183 . A los dos días daba instrucciones precisas para la Plana Mayor y el Tercio de Pamplona 184 : orden de concentración a las seis horas, pennaneciendo concentrados du-
179
Puede verse Bracller, 1973: J, 244; Bullock, 1994: 413-418. Burgo, 1939: 154. «El Requeté no gustaba de esta clase de actividades políticas --{lccía del Burgo·-·, que repugnaban a su le1npcra1nento y a su idiosincrasia.» 1 1 ~ Maíz, 1952: 40-4!. rn 2 ARBU. Anotación diaria de operaciones y movilnientos. rn~ ARBU. Crnnunión Tradicionalista. Requetés del Reino de Navarra. Inspector Jefe Militar. Orden del ! O de febrero de 1936. l8·l ARBU. Comunión Tradicionalista. Rcquetés del Reino de Navarra. Inspector Jefe Militar. Orden del ! 2 de febrero de 1936. 1
~0
[273]
rante todo el día (la con1ida se recibiría en el punto de concentración). Los alféreces H.en1igio Múgica y César Celaya pennanecerían en el Círculo de Pa1nplona (labores de coordinación y enlace). Oficiales de Ja Plana Mayor, jefe de requeté Silvano Cervantes y alféreces Juan Villanueva y Antonio Martínez pennanecerían bajo las órde~ nes in1nediatas del teniente coronel Utrilla. E~l puesto de 111ando de la Jefatura se si·· tuaba en el Círculo. Los requetés de Pamplona tenían también sus funciones: el l Requeté (Requeté de Pamplona) quedaba encargado del o nien interior de Pamplona. El lI Requeté con·· centraría dos piquetes en Yillava y el tercero en H.ochapea. I~I III concentraría un piquete en Arasuri y el resto en Capuchinos. 'l'odo un dispositivo de asalto a la ciudad en caso de necesidad: una unidad (la n1cjor estructurada)··ocupanclo posiciones clave en el interior; y n1ovilización de los requetés de los pueblos de la Cuenca para un asalto rápido sobre la ciudad, concentrándolas en puntos de acceso in1nediato. Rápida111ente, Jai1ne del Burgo dispuso el despliegue en el interior de la ciudad 18 5, contando con tres puntos de retén: Librería-imprenta de Regino Bcscansa (calle Mercaderes, 25); oficinas de Ja calle Amaya, 6; y Jos Almacenes de Erviti-Armisén .. Eslava (plaza San Francisco, 16). En los días 12 y 13 se especificaron las órdenes con precisión (relevos para las co1nidas, retenes, zonas de despliegue, funciones de los enlaces y can1illeros, etc.). La 1nisión era el control de la enüsión del voto, y según aquello se hicieron Jos planes (puede verse el despliegue completo en el plano de Pamplona confeccionado al efecto por Alejandro Utrilla; Anexo). En Ja 1!."disposición de las órdenes particulares a los piquetes (13 de febrero de 1936) 181' se especificaba que si «t"uviere que intervenir alguna fracción o unidad lo hará con la n1áxi1na energía, poniendo de relieve las altas cualidades que justifican la existencia de esta organización carlista; intervendrá sie111pre que alguien se oponga a la e1nisión del voto por nuestros afiliados o sin1patizantes, o viere ejercer coacción alguna; cuando la autoridad requiera su auxilio para n1anteniiniento del orden y en todos aquellos casos que tiendan a dejar bien puesto el prestigio /sic] de nuestra organización. Igualinentc actuará en auxilio de la autoridad aunque su ayuda no haya sido requerida». Llegado el día 16, Jos oficiales, clases y tropa del Requeté de Pamplona se concentraron, tras haber oído misa, en el Círculo «con camisa y boina, sin hacer ostentaciones de ninguna clase» 187 • Había que garantizar un despliegue contundente, ordenado y eficaz. Lo consiguieron. Se desplazaron con porras por Jos colegios electorales dispuestos a romper cualquier urna que pudiera serles desfavorable 188 . El Requeté actuaba con tal impunidad que a pesar del despliegue (sobre 200 hombres annados en las calles, 1nás grupos concentrados en la periferia dispuestos a in-
185
ARBU. I Requeté del Tercio de Pamplona. Oficio al Inspector-Jefe. 13 de febrero de 1936. is 6 ARBU. 187 ARBlJ. I Requeté del Tercio de Pamplona. Orden del día del 13 de febrero de 1936. 188 Mari Zufía, 17 de dicien1bre de 1992 (90.A). Joven de la AET, participó en aquel despliegue desobedeciendo a sus padres que le habían ordenado volver el fin de seinana a Leiza, donde vivían (era por entonces estudiante del Instituto de Pamplona).
[274]
tervenir; el equivalente a un batallón del ejército, con sus enlaces y can1illcros, etc.; esto sólo en Pan1plona), no se produjo ningún incidente de consideración en la capital (en la provincia fue asesinado un miembro de Izquierda Republicana, Félix Esparza, de Belascoáin, en el Valle de Echauri). Lo que resulta llamativo cuando se estaba dispuesto a actuar «con la n1áxilna energía» a la prin1era ocasión que se presentara por una cuestión de prestigio. J)icho en térn1inos n1ás actuales, la disuasión funcionó plenan1ente y no fueron necesarias acciones que prestigiaran la capacidad de respuesta del Requeté. Todo aquello era algo 1nás que «jugar a Jos soldaditos» (recuérdese la expresión del conde de H.odezno). Allí existía una organización que era capaz de generar una leiatidad paralela a la oficial en un día sefialado (que contaba pues con fuertes apoyos sociales y sohrc el que no se atrevían a -o no podían- actuar con contundencia las fuerzas del orden, en una con1binación de filtraciones e incapacidad del Estado de penetrar en el tejido local 189 ). I:'.:ra aquella una organización 1nilitar, disciplinada, fuerten1ente estructurada y ten1ible para la legalidad republicana. l)espués de aquel despliegue, era natural (aun sin contar con el factor ejército; véase Parte Segunda) que el estado niayor de los H.equetés del H.eino de Navarra considerara a Pa1nplona tierra conquistada y realizaran sus planes de despliegue contando con la capital con10 base de la operación y no con10 zona urbana a conquistar (según el modelo italiano). Algo si1nilar se hizo a finales de junio, coincidiendo con la crisis de la l)iputación (aprobación de ley que abría paso a la destitución de la corporación provincial) y la constitución de un cornité secreto en el Consejo Foral para organizar la resistencia (véase supra, esta Parte, 3.1. l.). La inspección de los H.equetés decretó Ja alanna general, que resultó un nuevo ensayo de n1ovilización genera! (co1no había sido la de febrero) 190 • c:ontrástcsc, sin en1bargo, el relato que se incluye 1nás arriba, respecto a esta a/anna hecho por un requeté de la Cuenca. Según éste, un diputado debía ir a los alrededores de liuarte (el caballero que convocaba a su gente, con10 Jo hacía Mina en 1814) hacia donde desde «los pueblos del contorno, en una noche oscura, con un tcn1poral que in1-
9
Son nwncrosas las noticias de 1nie1nbros de las fuerzas de orden público que, si no colaboraban con el Requeté, ofrecían una cobertura de infonnación y protección ante posibles acciones de desarticulación lanzadas desde la seguridad del Estado. El caso inás revelador en ese sentido fue la gran operación organizada por Alonso Ma!!ol (Director General de Seguridad) para desactivar los grupos annados en Pamplona (y sondear la disposición de Mola; que contaba con quien !e informaba en la propia Dirección de Seguridad: e! policía Santiago Martín). El día 3 de junio se desplazó con 60 1nic111bros de la policía desde Madrid y una docena de cainionetas de Ja guardia de asalto trasladados de Vitoria, San Sebastián y Logroiío (se trataba de evitar filtraciones y co1nplícidades). To1n6 1natcrialmcntc la ciudad y realizó 1núltip!es registros. Sólo pudo retener teinporahnente a Alfonso Utrilla por portar una pistola sin guía (aunque con licencia). Véase Pi\. y LL, 6 de junio de !936; Iribarren, 1938: 55; Maíz, 1976; Arrarás, 1940 J 944: Ill, 448. En La bastida, Álava, ocurrió otro tanto en una batida similar (Julio Orive, 14 de enero de 1992 ~28.A). En los dcsplazmnicntos y maniobras que realizaban en zonas de 1nontaña a veces aMJ1naba en algún lugar la Guardia Civil, pero la guardia civil resultaba cóinplice. En lo que podían -decía Jaime del Burgo, !5 de junio de 1993 (104.A: 200)-- trataban de ayudarles. 190 Maíz, 1952: 2!4 y supra. il\
[275]
ponía cierto pavor, venían grupos pequeños, de cuatro y de cinco, de dos y de seis, provistos de linternas o farolillos, para reunirse en esa especie de 1netrópoli y caer sobre Pan1plona», etc. (véase supra). Escenas dignas de la trilogía Las guerras carlistas de Valle-Inclán -se decía allí- escenas del pasado siglo. Frente a ellas, en Pamplona, escenas propias de la 1nilicia europea de la época, escenas de guerrilla urbana. Y es que España, y hasta Navarra, era por entonces un lugar de agudos contrastes. Volviendo al Requeté ele Pamplona, su autoconfianza llegó al punto de enviar un piquete (70 hombres), uniformado (camisa caqui, correaje y boina roja) y en formación 1nilitar al entierro de ui1 falangista 111uerto tras un incidente en Mendavia 191 . L,a unidad acompañó la comitiva desde el Hospital Civil de Pamplona al Cementerio. Allí se presentó una sección de guardias de asalto que, ante la negativa del qficial del I~e qucté que inandaba la fonnación (Luis Elizalde) a disolverse hizo hasta veinticinco detenciones192. Al día siguiente se cerró el Círculo (por la autoridad gubernativa), seorganizó una huelga en el Instituto (donde se habían to1nado represalias contra uno de los detenidos, José Miguel Madoz 19l), y los jóvenes del Requeté repartieron profusa1nente por Pa1nplona un suelto en el que se decía que el gobierno no hacía sino seguir «las a1nbiciones rastreras e inconfesables
3.2.3.
EL ESPÍRITU DE LOS JÓVENES DE LA AET
He dicho inás arriba que fue decisiva la desarticulación de las decurias en la formación del Requeté de Pamplona. En efecto, así fue. Tras aquella desarticulación, fue un grupo de jóvenes, con su particular visión de las cosas, quien reco1npuso Ja orga-
191 En Mendavia, ante el nunor de que iba a producirse un reparto de annas, el alcalde socialista de la localidad ordenaba una vigilancia especial el 18 de inarzo. Al ser detectados unos falangistas, se produjo un enfrentan1iento y un forcejeo del que resultó herido el falangista Martín S<1inz Martíneí', de Espronceda. A los pocos días 1n<>ría en el Hospital de Pamplona. 192 Véase la Orden del día del 29 de n1arzo de 1936 dd l Requeté del Tercio de P;implona en ARBU. Fue publicado por Burgo, 1939a: 172- J 75. i 93 Mario Zufía, 17 de dicieinbre de ! 992 (90.A). 194 En ARBU. Jaiine del Burgo (l939a: 175-177) la publica omitiendo e! párrafo en cursiva. Eran tie1npos, los de la publicación, de abierto enfrentarniento con el falangis1110.
[276]
nización arn1ada del carlis1no, lo que iba a ser el I~equeté. Fue aquel grupo el que dio su propia i1npronta al requeté en Pa1nplona (no en Navarra, a pesar de la indudable influencia de Jai1ne del Burgo en la provincia) 195 . He hablado ya de las diferencias personales entre Generoso Huarte y Jaime del Burgo. Aquellas diferencias encerraban dos 1nodos de entender la acción de los cuerpos arn1ados del carlis1no. Generoso Huarte, n1;;ís conservador y aferrado a los n1odos del so111atén con10 fonnas de defensa del orden socfrt! 19Ci, había organizado las decurias con10 agrupaciones defensivas encargadas de la vigilancia de iglesias, de E'/ /)enscnniento, del Círculo, etc., y tenía, por otra parte, una visión 1nuy personal de la acción annada (n1en1oria, tal vez, de su infancia en Cuba, donde su padre fue jef'e de la guerril!a 197 ). E~l hecho es que, estando todos ellos detenidos en la cárcel de Pan1plona, reprochaba a Jain1e del l3urgo que totnara la iniciativa en la acción de la calle Estafeta (cnfrentainiento callejero annado en el que, tras algunos insultos a un sacerdote por un grupo de gente de izquierda e intervención de un pelotón de jóvenes carlistas mandados por del Burgo, murieron tres personas; 17 de abril de 1932; véase supra); según Generoso I·Iuarte, aquella acción habría desatado la represión que les había conducido a presidio. l'an1bién reprochaba al padre de del Burgo, Eugenio, el no haber dado n1ucrtc al delator de las decurias (detenido en un contrabando de arn1as) 198 . Por su parte, Jai1nc del Burgo, joven apasionado y con gran capacidad organizativa, responsable de la Agrupación l~scolar rfradicionalista desde su fundación, n1ás decidido y radical, tenía una concepción tnás próxin1a a los n1odos de la acción directa callejera propios de las 1nilicias políticas de Jos ai'íos 30 199 . Jain1e del Burgo, con la ayuda de Mario ()zcoidi en el exterior de la cárcel, había hon1ogcneízado la Al~l' hacia octubre y novien1bre de 1932 200 . Con la vuelta de éste a Pan1plona -una vez saliera de la cárcel a fines de 1932 y tras pasar una ten1pora
19
~
l%
Véase lo dicho y referencias en Ja página 267. V~asc sobre esta cucstíón González Calleja, 199 l y el inris reciente Gonz:ílez Calleja y Rey Re-
guillo, 1995. in En 1936, por ejemplo, en las proxi1ni
[277]
de Zu1nalac:írrcgui; eraJl hunosas sus ¡Jatillas), ávidos lectores de la abundante 1nemorialística de las guerras del x1x (del que aprendieron el flemático estilo caballeresco) y cultivadores de la n1en1oria de aquéllas (veteranos, iconografía), cultos e idealistas (lectores de El alcalde de Zalarnea y de Espronceda, lo
º
1nfn, pasó aventuras sin fin, El gigante Ftlffn-F'atdn) 2 5.
201
Burgo, 1970: 514. Sobre la AET Burgo, 1939 y Burgo, 1970: 509-516. Jaime del Burgo, 15 de junio de 1993 (104.A). Puede verse correspondencia en ARBU. w:i Cabría lla1nar la atención sobre la si1nllitud de situaciones con los grupos de danza vasca portando la ikurri1/a en los 60 ó 70, o el incidente provocado en los 90 en el grupo de danz11 de! ayuntmnicnto de Painplona por portar la ikurriila. 20 ~ Urbano Ortega, l 2 de 1narzo de 1992 (38.A: 440). 205 Mari<1no Zufía, J 7 de diciembre de 1936 (90.B); Jai1ne del Burgo, J 5 de junio de J 993 ( J 04.A). 202
[278]
Con la gracia y las extravagancias de Ignacio Baleztena y las obras épico/legendarias de del l3urgo se trataba ele recrear el espíritu que latía en Navarra (según los pro1notorcs), de actuar con10 fennento de un inundo ya existente. L,a AET, entendían, había surgido de las enseñanzas de sus 1nayores y ahora las devolvía con un nuevo clinan1isn10 para ani1nar una sociedad aún adorn1ecida (la propia Co1nunión Tradicionalista, entendían). Ade1nás, trataban de atraerse a la juventud patnplonesa en con1petencia con la Falange. Alguno había, en los prin1eros tien1pos, (un hijo de coronel) que se había pasado a la Falange porque «vosotros no hacéis nuís que rezar». Naturahnente, ellos no renunciaban a los rezos, pero en su debido tien1po. No se consideraban ni de lejos unos devotos, pero repudiaban tan1bién la vida degenerada de los cabarets y los casinos 206 • E~llos se consideraban -y de hecho lo eran- un grupo n1uy diná1nico: daban n1itines, hacían nianiobras n1ilitares, ejercicios de tiro, representaciones teatrales. J_,a gente se acercaba a aquello que estaba vivo, y la AE'r (no las Juventudes dirigidas por el afioso Francisco Ji1nénez, con quien 1nantenían notables desencuentros) lo estaba. Cada noche iban al Círculo (cuando se instalaron en él; hubo problen1as al principio) a organizar sus actividades «a convivir con los dcn1ás». 1-Iabían constituido una con1unidad n1uy unida, con su propio código de valores (en el que no entraba el 1nortecino 111undo de Jos intcgristas) 2º7. Fue aquel grupo el que lanzó, con serias dificultades, Ja revista a.e.t. 208 . Desde el prin1er n1on1cnto contó con la oposición de Ja Con1unión (1nás aficionada, decía del Burgo, a la libreta de Martínez Berasi:hn 2 9 ), que los veía con desconfianza. Joaquín 13alcztena (a quien los jóvenes consideraban un hon1bre de acción) y su hennano Ignacio (con el que colaboraron, pero de n1enor peso en el partido) les apoyaban en cierto n1odo. Pero ta1nbién éstos eran ho1nbres del Conde de H.odezno, quien, n1ientras estuvo al frente de la Junta Delegada de la Comunión (hasta mayo de 1934) hizo una política básican1ente conservadora, parla1nentaria y opuesta a soluciones utopistas con10 las que representaba la AE'I' 21 º. A pesar de ello, y con la autorización de Joaquín Baleztcna, Jefe I<.egional de Navarra, iniciaron la andadura del periódico en los locales del antiguo Círculo de los integristas (pues no se les autorizó la instalación en el Círculo de la Plaza del Castillo) 211 . El primer número apareció el 26 de enero de 1934. Lo abrían con una presentación n1ítico/heroica del origen del carlis1no (se remontaban a Ja Guerra de la Independencia y terminaban en l 839). Según aquello, el
º
"°
1 ' 207
Jaime del Burgo, 15 de junio de !993 (104.A: 080). Jaime del Burgo, !5 de junio de !993 (104.A: 090 y 120). 208 Del Burgo y Ozcoidí habían intentado lanzar antes (1931) el semanario La Esperanza, en recuerdo del viejo periódico carlista, pero sin éxito (Burgo, l 939: 11-12). 209 Corno se sabe, José Marlínez Berasliin era el responsable de organizar las elecciones del Bloque. La famosa librera de Martíncz Berasáin era !a relación de personas a contactar en cada localidad para garanti1"ar un buen resultado en aquéllas. 2 w Jaiine del Burgo, 15 de junio de !993 (104.A: 510). Para Ja disposición de Rodezno, véase Blinkborn, ! 979: 220-22 L De ahí que en n1ayo los jóvenes navarros recibieran con alborozo el no1nbran1iento de Fa! Conde en sustitución de Rodezno (véase a.e. t., J 8 de 1nayo de 1934; recogido en Burgo, J 939). 211 Carta de Jaiine del Burgo a Ignacio Baleztena, Painplona 21 de 1nayo de 1934. ARBU.
[279]
carlis1110 era el valladar pennanente de «la vieja España, con sus virtudes raciales de religiosidad y heroísn10», contra la l?.evolucfr5n. lJna disposición, decían, siste111ática1nente traicionada (co1110 en la traición de Vergara) por quienes «Supieron con1cr las castañas que nosotros saca1nos del fuego». Con aquel lenguaje claro y contundente, tenninaban el nún1ero expresando la razón de su iniciativa: «Juventudes Carlistas, estudiantes, i1nite1nos a nuestros cruzados; ... haga1nos ondear la 13andera in111aculada. La Bandera que enarboló Carlos VII en los montes de Navarra, y la que Wilhs 212 arrojó al ca1npo ene1nigo diciendo: "Donde va la bandera van los zuavos". ¿Es que no hay otro Wilhs que recojá la bandera y la arroje a la Revolución diciendo: Carlis· tas, a defender la bandera y a vencer? ¿Es que va1nos a ser sie1npre unos e1npedernidos jugadores de tresillo, asiduos concurrentes de café? No, no y no. So1nos jóvenes carlistas, y nuestra juventud co1nprende que eso no es Carlis1no. Carlis1110 es actividad, es n1ovimiento, es organización, lucha constante, es sacrificio y es hennandad»213. Eso era el carlismo para aquellos jóvenes y a ello se dispusieron. Sin haber leído ni a Sorel, ni a Marinetti, a T. E. Hulme, o a Yeats y a T. S. E!iot21 4, creían en la fuerza del activismo, en el gesto viril, el vitalismo y la fuerza de la emoción. Ellos lo habían obtenido de sus lecturas de las gestas heroicas del pasado siglo, pero, sin duda, eran perrneables al irracionalisino iinperante en la Europa del 11101nento. 'I~un bién en Espafia. Ellos veían que al Círculo carlista asistían «cuatro viejos y algunos curas jugando al chan1elo, al tute o al tresillo» 215 . Percibían que en Navarra existía un sentin1iento difuso jaitnísta, que sobrevivía a duras penas. Un cli1na en que todo se lin1ítaba a tener un retrato de Don Jai1ne o Don Carlos en casa21 (1• Y se proponían introducir en aquel an1biente dina1nis1no, ilusión, vitalidad, y a poner en rnarcha toda la fuerza racial que sobrevivía adonnecida. Rápida1nente pusieron en 1narcha su progra1na de activis1110 co1nbinándolo con las prácticas del escultismo, también en boga por la época. Formaron los primeros grupos de jóvenes del Requeté. Tenían sus planes propios (eran, lo creían, «Un grano aparte»). Cada donüngo iban de excursión. Elegían un lugar en el que hacer instrucción inilitar, y luego, tras «con1er un buen cordero !en ocasiones], con un trago de bota» (siempre había algún correligionario que se lo prepa· rara), recorrían los pueblos del contorno cantando canciones carlistas o desfilando en fonnacíón 217 • En aquellas excursiones se dedicaban un poco a todo. Exploraban cuevas haciendo espeleología aun de forma rudimentaria, marchas, etc. Algún domingo, aprovechando
212 Ignacio Wilhs, holandés, fue oficial de Jos zuavos pontificios, oficial carlisla muerto en julio de 1873 al frente del batallón zuavo (Burgo, 1978: l.055; el episodio legendario en Reynaldo Brea. Príncipe heroico y soldados leales, Barcelona, 1918, púg. 321) 213 a.e.!. 2, 2 de febrero de 1934 (reproducido en Burgo, 1939: 37-38). 2 1<1 A quienes Sternhell y cols. (1989: 313 y sigs.) sitúan en el órbol genealógico clel fascisino italiano. 21 ~ Jain1e del Burgo, 9 y 11 de junio de 1993 (103.A: 650). 216 Jain1c del Burgo, 11 de junio de 1993 (103.B: 070). 217 Jaime del Burgo, 9yJ1 de junio de 1993 (103.A: 690).
[280)
la fiesta del sábado, hacían inarchas nocturnas hasta Lanz (a 45 kiló1netros de Pa111plona) saliendo a las diez de la noche y 1narchando sin donnir, para volver al día siguiente. Gustaban, ta1nbién, de ir a las cuevas de Lanz que tenían fatna y un halo nüsterios o por haber sido lugar de contrabandistas 218 . Ta1nbién acudían con alguna frecuencia a visitar unas 1ninas de cobre ro111anas. «Lo que nos anin1aba era un espíritu excursionista, con1pafierisn10 y sobre todo la aventura», decía Jai111e del Burgo. ()tras salidas, por el contrario, tenían un carácter neta111ente 1nilitar. Solían ir 111ucho por Bclzunegui, que era un pueblo deshabitado (con sus casas, su Iglesia, etc.). Allí hacían 111aniobras 1nilitnres: una sección se adelantaba a defender el pueblo y otra le atacaba por el valle o por la parte alta. Solían llevar guías locales y se unía a ellos Ja gente de Ja zona. Resultaban 111uy vistosas y con gran aparato. En otras ocasiones iban a Urbasa. Allí subían los curas y los requetés de aquel contorno a realizar prácticas 1nilitares (fonnación en general del requeté de la zona). l_,uego se desfilaba por el pueblo que les tocara, «co111ían bien» y hasta Ja que viene: cogían el autobús y volvían a Patnplona. La con1ida, que generahnente les subían de los pueblos, era sagrada. Durante ella departían con los del lugar y se creaba ese an1biente distendido necesario para fo1nentar aquel espíritu de sana herrnandad que propugnaban. Otros lugares de 1naniobra y ejercicio eran la Sierra de Andía (a la que subía ta111bién la gente de la Barranca), Maquirriáin, Escarbe y Mendillorri 219 . Naturahnente, con aquellos despliegues apareció en alguna ocasión la Guardia Civil, pero lo habitual era que los evitaran o consintieran sus ejercicios22 º. l)urante los ejercicios la disciplina el·a absoluta. Pero luego al tenninar, a la hora de co1ner, bebiendo de la bota, todos eran iguales. Eso decía el adelantado Jailne del Burgo. De ese 111odo, en aquel a111biente, entre el excursionis1110 y la ron1ería, fue fortaleciéndose entre ellos, corno digo, aquel espíritu de con1unidad carlista con vínculos que traspasaban con 111ucho los de la siinple relación política o la an1istad y se aproximaban a los de una red social de tipo patricia! (del Burgo podía recorrer la provincia con10 si de un patricio se tratara, que en cada pueblo tenía sus fa1nilías y sus casas que le alojarían y le harían los honores en la mesa) 221 . Jerarquía y con1pafieris1110, ejercicio físico, disciplina, acción, exaltación de la pureza de los valores, aventura, espíritu caballeresco y romántico y comensalismo (lo que estimaban que era «1nuy navatTo» 222 ), hacían que los usos del escultis1no estuvieran en este caso al servicio de la organización de una nlilicía política. Si en Francia las Ligas guardaban gran-
21 s Que le sirvió a del Burgo para docu1nentar alguna escena de su novela lluracán (Burgo, 1943: 54-64). 219 Buroo J 939· 39 no Jain~e 'del ,B1;r~o~ 15 de junio de 1993 (104.A: 200). ~1 " 1 Red socia! que luego se dejaría ver tras ! 939. Jai1ne del Burgo, 15 de junio de 1993 ( J 04.B: 150). in Era un tópico que e! navarro era buen coincdor y buen bebedor. Se decía que carlistas resistieron a cristinos por su buen c01ner, etc. Así Zaratiegui, Chao, Hennigsen (véase !o que dice lribarren, 1943: 59-63). Jal1ne del Burgo, sin duda buen conocedor de esta literatura, subrayaba Ja i1nportancia de aquellas comidas con cordero y bota de vino. Denu1cstra, por lo dcn1ás, Ja hospitalidad de que hacían gala los de! lugnr para con el Requeté y su gran popularidad por toda la zona rural, de inodo que podían 1noverse sin limitación alguna.
1281]
des sen1ejanzas con el escultis1110 22 3, en Navarra las fonnas de acción del I~equeté pa1nplonés, de c~qucllos jóvenes urbanos (no en los pueblos, con10 verc111os), entusiastas algunos de la aviación y los 1notores 224 , eran deudoras de la profusi6n de aquella afición por el excursionis1110. No solarnente en Parnplona. Los jóvenes del requeté de Vitoria habían organizado hacia 1934 el llamado Grupo Villarreal (por el General Villarreal; héroe de la Guerra de la Independencia) con parecidos principios constitutivos aunque n1ás reducido y n1enos castrense. Llevaban unifonne con ca1nisa blanca (en el bolsillo Cruz de Santiago en azul) y boinas azules. Tenían una bandera blanca con flor de lis y cruz de Santiago. El Grupo estuvo dirigido por el que luego sería jefe del requeté local, Jaime Artola 225 . 1'an1bién ellos acostu1nbraron a ir por los pueblos cantando canciones carlistas con10 «Estella noble y guerrera ... »; «l~eina Margarita ... »; «Si te preguntan alto quién vive ... »; «Gloria y prez a los héroes de España ... »; «()rian1endi ... »; «Viva los fueros de Castilla/ Viva los fueros de Álava ... »; «Qué es aquello que reluce/ por las inontañas de España./ Son l~cquetés carlistas/ bayoneta calada ... »; y otras canciones propias del lugar226 . Eran pues, aquellos jóvenes de ciudad, co1no tantos j6vcncs de ciudad en la f2uropa del momento, hijos de los tiempos modernos: del boom del alpinismo, del ejercicio físico, del atletis1110, de los deportes, de Ja recuperación de las culturas populares, de batallones eseolares 227 , de los clubes de tiro, del motor, que iban adquiriendo un aire lúdico en 1nuchos lugares, pero que frecuente1nente habían estado asociadas a actitudes n1ilitarcs, y aun n1ás frecuente1nente a reacciones contra los sínto1nas de anquilosa1niento y envejeci1niento de la sociedad y ta1nbíén contra las an1cnazas de una sociedad de 1nasas que les disgustaba y ate1norizaba. c:o1no una nueva búsqueda de la con1unidad ante la cunenazante desagregación social. Y ta1nbién la nietzschiana búsqueda del ser superior, transgresor de leyes y convenciones sociales en aras de una moral superior228 . Eran hijos del siglo. Pero ellos se veían como herederos del pasado: «estamos hartos de legalidad y de camarillaje -decían en su presentación en público. Queremos ser como ellos, como los Cruzados del siglo x1x. Queremos exponerlo todo para ganarlo todo» 229 . Aquella doctrina exaltada encontraba todo un inundo sin1bólíco, profusa1nente extendido en la sociedad que les tocaba vivir, inundo que a ellos nlis1nos había ünpregnado desde la n1ás tierna infancia, desde la priinera socializa-
nJ Véase \\leber, 197 J: 88. En l 900, las asociaciones deportivas y de ejercicio físico, clubes, gimnasios, etc. surgieron cmno reacción nacionalista, pero pronto derivaron hacia sociedades recreativas y de ocio (Weber, 1989: 277 y sigs.). 22 ·1 Con10 el joven Mariano Zufía y Javier Beriáin, que en 1938, en cuanto tuvieron una ocasión, hicieron un curso de pilotos. Mariano Zufía, 17 de dicie1nbre de 1992 (90.B). 225 Luis Rabanera, 24 de abril de 1991 (78.A: 220). nú Luis Rabanera, 24 de abril de 1991 (78.A: 260). Pueden verse estas y otras canciones en Balcztena, 1957; Ro1nero Raizábal, J 938; Canciones carlistas, 1981; Vilarrubias, l 975: 199 y sigs. 227 Coino el que existió en Vitoria bajo la presidencia del alcalde Pedro Ordoíío entre la pri1nera y la segunda década del siglo. 228 Véase sobre estas cuestiones, por ejeinplo, Weber, 1989: 294-299. 229 a.e.!., 2 de febrero de 1934 (recogido en Burgo, 1939: 33).
[282]
ción (con10 dirían Berger y L,uck1nann), y que encajaba perfectan1ente en aquellos espíritus apasionados, entusiastas de su nueva fe (la vieja fe católica). Se veían a sí n1isn1os, jóvenes ilusionados, co1no los continuadores de las haz.afias caballerescas de los Zu111alacárregui, los I~ada o los Olio. Ozcoidi bron1eaba con del 13urgo en carta dirigida a la cárcel en 1932 sobre su costu1nbrc de archivar la correspondencia ele éste. Decía, en el futuro «las saborearán con la 1nis1na fruición con que nosotros un escrito original e inédito de Zun1alac1írrcgui» 230 . Jóvenes a111igos, de n1últiples con1plicidades, bro1neaban con gran jocosidad sobre estas y otras cosas, pero, es indudable que estaban i1npregnados de aquel espíritu ro1nántico y heroico (y soñaban, con10 jóvenes, en c111ular a sus propios héroes). En otro lugar decía Ozcoidi: «quién sabe si el hado, ha decretado sea1nos nosotros por azares de la vida quienes hayan1os de dejar en pañales, bien sea al Caudillo Ron1ántico, que diría Benja1nín ]arnés, o quizás, quizás a los 111is1nísin1os Carlo1nagno, Alejandro, Aníbal o Napoleón 1» 231 . Es evidente la exageración irónica, pero ta1nbién la iinagen que lo inspiraba. Sus héroes eran aquellos jefes románticos del pasado siglo. Ningún político, ningún pensador, ningún poeta. Debía ser un jefe 1nilitar. Y si era navarro, con 1nás 1110tivo. Incluso si era liberal se 111erecía una reflexión. «liabía podido pasar a la historia con aureola de héroe, de caballero -decía en otra carta Jai1ne del Burgo refiriéndose a 12spoz y Mina. Co1no tal lo considero yo cuando lo nliro solo en la guerra de la Independencia, peleando con10 un bravo ... haciendo ... con1prender a todo el 111undo que nadie pisa i1npunen1ente el suelo navarro en plan de conquista, que la raza de Aitor no consiente vejaciones ni atropellos. Pero cuando ensoberbecido quiso "extenninar" a los bravos defensores de Dios, Patria y Rey, tocio su heroísmo, tocias sus elotes de guerrillero, toda su aureola de hon1bre digno y leal, desaparece.» Prefirió la Fan1a y la Gloria a Ja Verdad y la Justicia, decía, y aquello le deshonró a los ojos de la nueva generación 232 . No entendían 1nucho de estrategias políticas ni de reales posibilidades de éxito. I:'.:llos siernpre pensaron que su preparación y aquella situación tenninaría en un «alzan1icnto, un alzan1iento ¡carlista!». Nunca pensó aquel grupo de jóvenes en el Ejército. Incluso cuando fueron a Italia no sabían 1nuy bien el contexto político que les llevaba allí (el n1arco de un acuerdo 1nonárquico). Aquello lo organizaron L,izarza, Oyarzun y los alfonsinos, decían después. Ellos sólo pensaban «en un alzamiento puro, con10 Jos del siglo pasado»'..'! 33 . Eran continuadores de una idea, depositarios de un espíritu y un estilo, ejército de una Causa sagrada, y con el convencirniento profético de la cultura católica (1nucho 1nás poderosa que la idea de progreso o Ja utopía socialista), estaban convencidos de que cuhninarían lo que ellos llan1aban la l?evolución carlista, que no era (por parafrasear a Víctor Pradera) sino la de Carlos V y la de Carlos VIL Pasado y presente se solapaban, se fundían en la representación de las cosas de aquellos jóvenes.
·no Carla de Mario Ozcoidi a Jaime del Burgo, Pamplona, 18 de octubre de 1932. ARBU. 1 ".1 Carta de l\1ario Ozeoidi a Jaime del Burgo, Painplona, 22 de octubre de 1932. ARBU. 2 "-' Cana de Jaiine del Burgo a Marío Ozcoidi, Painplona, 25 de octubre de 1932. ARBU. 2-'_, Jaime del Burgo, ! 1 de junio de 1993 (103.B: 290).
[2831
Resulta esclarecedor el modo entre lírico y abrupto en que Mario Ozcoidi, espíritu de aquella revolución (Jain1e del Burgo sería el Je.f'e, el ejecutor2:H) describía sus esperanzas, su visión del papel que debían jugar en el 1non1cnto (pcrn1ítase111e por ello esta extensa cita): ¡Me traen loco tantas cosas! La razón desvaría, el cntcndi1niento se atrofia, la cabeza se pierde en un 1nar de confusiones ¿Qué 1nar será éste? Siento en la ruta de nlis ideas ser el 1nar Blanco, 111ar de pureza y de candor, inar de virtud y de oració1i''fqué hcnnoso poder navegar por tus aguas, qué delicia poder cruzar tus ondas en la frágil barquilla del pcnsa1niento! pero ... cst:ís tan lejos. Y acude a 1ní 1nentc el Océano Pacífico, con sus aguas quietas y tranquilas, cual ín111enso cristal ¡aparta, aléjate, visión adonnecida de paz~ Cuando el son del clarín y la tro111pcta despierta en nuestros pechos el coraje y la cólera y el brazo annado de potente espada, febril espera la orden de lanzarse a la bata\ la, no cabe so fiar con la paz de aguas suaves que 1necen el al1na en blandas sacudidas. Y el 111ar Negro es en la sucesión de las ideas quien sigue con10 noche oscura, invitando a donnir al a!Jna cansada por la lucha constante de la vida ¡cuántos, cuántos, rendidos de fatiga quedan sepultos bajo tus aguas lóbregas, aspeados de cansancio y sin áni1110 de llegar a Ja cun1bre de sus aspiraciones y de sus ideales! Lejos vislu1nbro la 1nancha sangrienta del 1nar Rojo. ¡Ttí eres, tú, el inar cuyas olas cruzar quiero! ¡Mar de sangre, de cxtenninio, de n1atanza! tú, bendita sangre de 1nártires, sen1illa fecunda de grandes triunfos; sangre de héroes, escuela de nuevos caballeros del Ideal; sangre negra de traidores y ene1nigos, regeneración de la Sociedad y de las Naciones; sangre, en fin, sín1bolo de guerra redentora, de guerra salvadora de pueblos oprin1idos, de conciencias donnidas y aletargadas ln\jO el hierro de dura tíranía 235 .
Mar Blanco de pureza e ideal juvenil que ellos 1nis1nos representaban. Océano Pacífico de aburguesada cotnodidad, de adocena1niento conservador que se había adueñado de la Comunión a través de los integristas (a quienes aborrecían). Frente a ello coraje y combatividad. Acción exaltada, Si no se caía en el Mar Negro de la desesperanza. Y finalmente, 1nar Rojo, n1ar de sangre, acción violenta, 1nuertes, triunfos y héroes. Mártires y guerra salvadora que liberaría las conciencias de la tiranía. Espíritu del irracionalismo moderno de principios de siglo que ha estudiado con detalle Zeev Sternhell 236 , que inspiraba buena parte de los 1novin1ientos transgresores del orden liberal de la época, Radical modernidad pues. Su a1nigo Jaiine le contestaba desde la c'í.rcel: «Ruégote que cuando te decidas a cruzar las feroces olas del 1nar Rojo n1e avises. ¿Lo cruzare111os algún día? Pero no el Mar Rojo del Asia, porque el mar que quiero cruzar yo estará en España. ¿Me en-
23 ·1 Salvando todas las distancias, resulta ilustrativo con1parar a estos dos personajes con otros dos grandes ainigos (Corneliu Codreanu y Ion Motza), ilnpu!sorcs de los Legionarios de Ruinanía, y el papel que cada uno asumió en la revolución legionaria: el priinero, jefe caris1nático, el segundo místico e inspirador de Jos n1on1entos nuís sublimes de aquella revoluci6n (véase Veiga, 1989). 235 Carta de Mario Ozcoidi a Jai1ne del Burgo, Pan1plona, 22 de octubre de J 932. ARBU. 236 Zeev Sternhell y cols., 1989: especiallncnte J 4-5 l.
(284]
tiendes? Sen:í un 1nar de boinas encarnadas; un 111ar de sangre redentora y triunfante y de sangre negra de traidores co1no dices. ¡Cuándo, cuándo llegarás hora ansiada en que el clarín guerrero nos llaine a la lucha para barrer de una vez tanta in1nundicia, tanto lodo con10 nos ahoga!» 2:n, r~ra 1932. Sólo la guerra santa que se dispusieron a e1nprender en 1936 cohnaría la i1naginación de aquellos jóvenes. Con aquel espíritu se erigieron, según su visión
J:n Cana de Jahne del Burgo a Mario Ozcoidi, Pan1plona, 25 de octubre de 1932. ARBU. n~
Véase sobre las díscrepancias generadas por aquel acuerdo en Blinkhorn, 1979: 162 y sígs.
D9
a.e.!., 18 de mayo de !934 (recogido en Burgo, 1939: 125-129). Burgo, 1939: 41 y sigs.
~· 10 -.~' 11
Jaime del Burgo, 9 y 11 de junio de 1993 ( 103./\: 200). «"EL REQUETÚ", sale con ese objeto; es decir, que propugnaren1os para que todos los problemas que se presenten a nuestnt comunión, incluso e! de In sucesión de nucstr) (carta de Jaime del Burgo a Mario Ozcoidi, P
1285]
consideraban esclerotizaclo, el del viejo carlis1110 (1nuy en la línea del espíritu joven de la época), antes que una verdadera preocupación por la cuestión social, con10 entonces se decía (aunque, cierta1nente, existía ese contacto con el sindícalísn10 profesional). Aquel pulso que 111antenían con las autoridades del tradicionalisn10 estuvo a punto de costarles la ruptura con el partido en mayo de 1934. El día 13 de ese n1cs se celebró en el 'featro Gay arre una conferencia pronunciada por el integrista Marcial Solana 246 • Al parecer la asistencia fue escasa y culparon de ello a del Burgo. Aquel domingo la AET había ido de excursión por los pueblos de la ccndea de Olza «haciendo una propaganda 1nayor que la que pudieran hacer veinte conferencias» (según le con1unicaba del I3urgo a I3aleztena). 1.}ero, según éste, Benito Santesteban- (n1ás adelante en los servicios de infonnaci6n del H.equeté), Francisco Ji111énez (responsable de Ja Juventud) y Larra111bebere, conspiraron ante la Junta Regional para que fueran excluidos (o cuanto rnenos se le i1npusiera un censor en su revista a.e.1.) culpe.índoles de haberse ausentado intencionada111ente. AE1' adujo que era una excursión prograrnada, pero lo cierto era que no si111patizaban con el integris1110. Del Burgo veía en aquella situación, dos tendencias: «una tendencia, la de la juventud, que se inclina a la indisciplina y a Ja rebeldía, y otra la de la gente de edad, 1nedio con1odona y conservadora que se inclinaba al lado opuesto». Te1nía una escisión. I...a AE'f se encontraba en 1nedio «Con la gente estudiantil disciplinada». Pero con el inconveniente de estar ene1nistada con los supuestos disciplinados y apoyados por quienes podían encabezar una escisión (los cruzadistas). Ellos se distanciaban de los segundos, pero acusaban a los prin1eros de constituir una ca1narilla en la Junta H.cgional. Negaban por hu1nillante la presencia de ningún censor y exigían la presencia de un repre~ sentante de AET en la Junta 247 . El resultado de aquel pulso fue el cierre de a.e.t., pero el grupo continuó, como sabemos, hasta ocupar los locales del propio Círculo (inicialmente negados) transfor1nándose en el Requeté de Pa1nplona. Del Burgo y Mario Ozcoidi, en la ya citada correspondencia de la cárcel, mantenían un constante juego de entretenimiento y agudeza intelectual. Utilizando con10 excusa la cruz del encabeza1niento, trataban de situarse có111ican1ente entre lo que Ozcoidi lla1na «la extren1a derecha y la extre1na izquierda: el Chocolateris1no248 y el Comunismo», representados por el buen y el mal ladrón del episodio bíblico. No sentían simpatía por ninguno. Pero mientras Ozcoidi prefería dejarlos fuera (¿quién sería el mal ladrón, acaso el chocolaterismo ?, dice con malicia), del Burgo prefiere imaginarla vencedora, co1110 «signo de salvación para unos y para otros, para buenos y para n1alos, para "derechas e izquierdas"». De 1nodo que, en un lugar co1110 Pan1plona en que lo cristiano era de derechas («También Judas lo estaba y le vendió por treinta mo1
246
247
Luego se editó bajo el título de Navarrisn10 igual tradicio11alis1110, Pmnplona 11934]. Carta de Jaiine del Burgo a Ignacio Baleztena, Painplona 21de1nayo de 1934. ARBU. Jairne del
Burgo, 9y11 de junio de 1993 (103.A: 695). 248 No1nbre que daban al periódico integrista La Tradíció11 Navarra.
[286]
nedas» ), ellos se sentían ajenos a la dcrecha 249 . Muy propio de la derecha radical del n101ncnto 25 º. E~llos confiaban en sus propias fuerzas porque creían finnen1ente que «las Causas que cuentan con nulrtircs, nunca 1nuercn ... en los casos apurados y difíciles para la Patria tenen1os presente, con recuerdo que enciende nuestra sangre en estas circunstancias, el cje1nplo viviente de los ejércitos carlistas que aso1nbraron al n1undo» 251 • Aquello 1narcaba su estilo: caballerosidad y gallardía; arrojo dispuesto al sacrificio final. «Aquí estan1os, los rcquctés carlistas --decían en el suelto que repartieron tras la detención de sus hon1bres en n1arzo de 1936-, ... No agazapados con10 los pistoleros de la H.epública, sino en pie, dando frente al enetnigo, y dispuestos a desfilar en colu1nna de honor ante el patriotisn10 que se exalta, ante el resurgir de la raza hispana, raza de héroes, de n1ártires y de santos ... E~l requeté os espera. E~! requeté, donde todo es renuncian1iento, sacrificio, ofrenda por España y para r~spai'ía»252.
Era un lenguaje enérgico, cargado de recursos e1nocionales. Porque los jóvenes de la AET hablaban de /{evolución carlista 253 con10 variante de la revolución naciona/254. ¿,Qué era la nación para aquel grupo? L,o expresan con claridad el 23 de febrero de 1934 en su revista 255 : «Patria. Unida y ünica en su variedad regional. .. : espiritualista, 1nisionera y foral», e inn1ediata1nentc pasaban a hablar de Navarra, «1nilcnaria e indón1ita, infatigable defensora de su I<.eligión y de sus Libertades; consustancial con Ja gran Patria E~spaña, desdeñosa con los separatis1nos inconscientes. Yo adn1íro a Navarra ... », etc. ¿La patria era Navarra, dentro de la gran patria española? Algo de esto había: un fuerte navarrisn10 y un tenue panhispanis1no aún en ese año de 1934 (luego se iría asu1niendo plenan1ente la idea cuyos 1nás firn1es i1npulsores se encontraban en el /)iario). Naturahnente, se repudiaba el nacionalisn10 vasco y se ironizaba con aquello de vasco, vasko o hasko, tildándolo de al~
2·19 Carta de Mario Ozcoídi a Jai1ne del Burgo, Painp!ona, 28 de octubre de 1932; y cana de Jain1e del Burgo a Mario Ozcoidi, Pa1nplona, 8 de noviembre de 1932. J\RBU. 250 La díscusi6n sobre el canicter conservador (derecha) o subversivo o revolucionario de estos inovirnientos es viejo. Ya planteaba Delio Canti1nori al hablar del fascismo italiano corno de una revolución frustrada convenida en reacción ( «Prefazione», en De Felicc, 1965: IX-XX). Weber ( 1971: 86-87) piensa en el fascismo como revolucionario por cuanto planteaba una transfonnación radical (sin entrar en el contenido del cambio). De Felice (Ledecn, !975) consideraba que sí el fascis1no era una suerte de n'vo/ució11 el nazismo era sin1ple reacción. Brachcr ( 1986) cree, por el contrario que el fascis1no fue un lllovi1nicnto esencialmente subversivo. Gofranccsco (en Bracher y Valiani, 1986) díscute los conceptos de conscrvi.\dor y revolucionario en relación con los fascismos. Sternhell ( J 989) creo que acierta al hablar de la idea de revo/11ció11 d<' fa nación en los fascismos, deudora del sorelis1no de la idea de la revolución proletaria, en el caso del fascismo italiano (al replegarse el proletariado). 1 "·' Sic111pre en la brecha, en ARBU. 252 En ARBU. Jairnc del Burgo (1939a: 175-177) la publica 01nitiendo el párrafo subrayado. Eran tie1npos, los de la puh!icacicín, de abierto cnfrcntainienlo con el falangismo. 253 a.e.!., 13 de abril de 1934 (recogido en Burgo, 1939: 101). 25 '1 Véase nota 250. 25 ·"i a.e.t., 23 de febrero de 1934 (recogido en Burgo, 1939: 61-63).
[2871
deanis1110 cursi 256 . Pero luego se hablaba de la indónlita raz.a de A;tor. Se aplaudía a Víctor Pradera en su oposíción a los nacionalistas. «¡Gran ho1r1brc! -se decía. Pero ... ¿no será ese exceso de antinacionalisn10 ... producto de algo ... de111asiado centralismo?... Aquello de POR NAVARRA, PARA ESPAÑA se me hace un poco sospechoso»257. Con el tie1npo ( 1936) se convencieron, sin en1bargo, de que «el resurgin1iento hispano vendría del Norte». Fueron haciéndose, ade1nás, con10 he1nos visto, con unas Ordenanzas, unos Reglan1entos, que incluían una liturgía,;expresiva. El !?.eglan1ento de /?.égilnen Interior contenía en uno de sus artículos el juran1ento de la bandera. J)ebía celebrarse regla1nentaria1nente la nlisa; tras ella y forn1ando una Cruz con la bandera y el sable ante la unidad en fonnacíón, el 1nando recitaba: «Juníis a Dios por vuestra fe y pron1etéis al l~ey por vuestro honor seguir constante1nente sus banderas y defenderlas hasta perder la vida, cumplir los mandatos y ordenanzas del Requeté y obedecer a quien en nombre del Rey os estuviera 1nandanclo?» Contestando «Sí, sí, sí.» J_.uego era el capellán quien decía «Si así lo hacéis ... » Se desfilaba, a continuación bajo la bandera y se hacía una plegaria en silencio por «los tnuertos en cun1plin1iento y defensa de la Causa». Se tenninaba gritando «Viva Cristo Rey. Viva España. Viva el I~ey.» Un acto entre castrense y religioso (y con reminiscencias caballerescas); un acto en el que las legitimidades eran Dios y el Rey, sin1bolizados en ese n1on1ento por el capellán y el n1ando258 . Tan1bién fonnaron unas escuelas de requeté con su código 1noral. Eran el requeté preparatorio (doce-diecisiete años). Debía dársele preparación inoral y física. l..,a instrucción n1oral constaba de clases de religión y en la enscfianza de sus deberes para con Dios, para con España y para con el Rey. Otro tanto sobre los deberes para con la fanlilia y sus se1nejantes (co1npafierisn10). Y «deberán ser instruidos en el culto al HONOR y a la disciplina; así con10 a la Gloriosa historia de la España ~rradiciona1» 259 . Así fue tomando cuerpo aquel Requeté, de aquel espíritu rebelde y romántico, del inoderno irracionalis1no y la inspiración en la niítica carlista y n1artirial que fueron consolidando durante la República. Al ser detenidos en marzo de 1936 varios de sus con1ponentes en1itía una orden del día en tonos cuajados del radicalis1no carlista que salió de Pa1nplona hacia los frentes. «Voluntad de vencer -decía-, espíritu de lucha y sacrificio. Virtudes patrióticas que presidieron la entera sublime de los requetés detenidos ayer... ¡Ay de los que habiendo hecho alardes en los momentos de paz, 256 Del Burgo transcribía uno¡.; versos «de los de basko1nanía», decía: Ra1nontxu, Er'ainón tienen cr'ason:
estás n1oscor'a sie1nprc buen t1u1nor.
cuando
Antontxu sapatcro, cuando sur' a a tnujer
257 25
~
259
Carta de Jaiinc del Burgo a Mario Ozcoidi, Painplona, 8 de novicinbre de 1932. ARBU. Caita de Jaitne del Burgo a Mario Ozcoicli, Pan1plona, 25 de octubre de 1932. ARBU.
ARBU, Reglamento de Régimen lnterio1: ARBU, Reglamento de Régimen l11terio1:
[288]
se echen atrás a la hora del peligro! No dire1nos que la venganza caerá sobre ellos, pero sí advertiren1os que la justicia itnplacable de nuestro Código Penal, sabe castigar a los cobardes, pues que la cobardía en ciertos casos equivale a la traición ... Militantes en el verdadero I~jército español, que es el Requeté ... 1No rechaza1nos la lucha l. antes bien, la desea1nos, porque de ella salimos enardecidos y te1nplados ... Pensad en los n1ártires carlistas, en aquellos bravos guerreros que ofrendaron todo, su sangre, su vida y su hacienda, en aras de la Causa
2úo Véase la Orden del día de! 29 de marzo de 1936 del I Requeté del Tercio de Painplona en ARBU. Fue publicado por Burgo, 1939a: 172-175; pero en ella se corrige «Vuestro Jefe y compañero. Jai1ne del
Burgo». En la fecha (1936) la jerarquía era contundente. 261 Sobre Codrcanu y Iasbi, véase Yciga, 1989: 52-55. 11 2 • ' Su emoción por el atlctisn10 era vívida. Mariano Zufía (l 7 de dicie1nhre de l 992 -90.B-), conectó con otro joven falangista que veraneaba en el pueblo de sus padres (Leiza) a través de la práctica del atletismo, las pesas, etc. 26 ~ Véase las imágenes del rancho común tr«1s unas 1nm1iobu1s en que alnu1erzan, entre otros, Lacallc, Galdcano (de Estel\a), Villanueva y del Burgo, inezc!ados con gente del lugar.
[289]
orden público) a acciones contra grupos de can1pesinos (con10 los f-~1scistas del Po en Italia) o la realización de verdaderas correrías organizadas (co1no aquella coh1111na del fuego encabezada por !talo Balbo en julio de 1921, que saliendo de Rávcna se dedicó a destruir sisten1ática1ncnte casas y sedes socialistas en toda la provincia), a pesar de que el conflicto corralicero ofrecía oportunidades para ello, y 1nuy tínlida1nentc a Jos grupos de huelguistas con10 hicieron los nazis en Prusia (sí a los socialistas con10 grupo político )2 64 • Por lo de1nüs participaban del ethos nostálgico de la ciudad que, a pesar de los 1nétodos 111ás contundentes ·y los 1nodos renovados de presentarlo, aspiraba a instaurar el orden 1noral cristiano de la vieja ciudad hecho sustancialn1entc de la 1nen1oria idealizada de una vieja cultura, con sus 1nitos, sus i1nágenes, sus ritos y un estilo de vida co1nunitaria (de la ciudad 265 y de las caballerescas guerras del x1x transn1itida en tantos relatos escritos y orales) que se pretendía de nuevo recrear. Fue otro fenó1neno pa1nplonés que sintetizaba lo 1noderno (cscultisn10 y n1ilicia política) con la 1nás poderosa n1irada al pasado (la carlista y la vieja cultura tradicionalista)266. Se había fonnado la que iba a ser n1011taFta de los sublevados, el corazón de aquel grupo n1ovirnentista a neutralizar. Se había fonnado el Batallón .)'agrado.
3.2.4.
Et 'fERCIO
DESARTICULADO
Vigilia de Sábado Santo. Así interpretaban, y así se ha presentado niás arriba, aquella prünavera de esperanza para aquel colectivo (origen, en realidad, de la que iba a ser la gran tragedia de este país en el siglo; también para ellos). Era el momento en que al fin iban a poder olvidarse los sufrin1ientos del «Viernes de Pasión en que Cristo muere inmolado por el pueblo deicida e insolente» con aquella República laica. Ellos iban a ser quienes pusieran fin a la vigilia. Porque aunque recordaban a Jesu~ cristo perdonando a sus ene1nigos, no olvidaban «al Jesús del 'IC111plo con un !
264 En huelgas actuaban un poco ingcnua1ncnte, dice Jaime del Burgo (15 de junio de !993 -104.B: 210-). No había pan en Painplona, ellos iban a Huarte con una camioneta y traían pan para repartir por !as calles. No hubo 1nayorcs cnfrentanlientos. Las instrucciones para ello podía darlas alguien del Círculo. Tal vez Generoso Huarte. Porque «Cuando había huelga, autorn<Íticainentc era !Juelga !'CvoJucionaria. Y adc1nás porque to era», ren1acba. 265 Así en la Se1nana Santa de 1934 se manifestaba exp~·csan1ente afíorar «Con tristeza aquella procesión sole1nne !del Viernes Santo] que otros 11fíos congregara en nuestra querida ciudad a !oda Navnrra» (a.e.t., 30 de n1arzo de 1934; recogido en Burgo, 1939: 91-93). La añoranza de !a gra11fa111ilia cri,1·1it11u1 de Pamplona era un sentimiento que atravesaba todo aquel colectivo. 266 Algo no exclusivo, claro (véase Herf, 1988), pero sí un hecho reiterado en cualquier cultura que pretendiera representar a la ciudad. 267 a.e.t., 30 de n1arzo de 1934 (recogido en Burgo, 1939: 91-93).
[290]
Como ha quedado dicho (véase la Primera Parte), el día 15 de julio Fal Conde daba su confonnidad al levantan1iento del I<..cqucté. Recuérdese el pulso que Fal y Mola 1nantenían sobre las bases en que debía apoyarse la sublevación. T'odavía el 13 de julio el teniente coronel Alejandro Utrilla había reunido en el Círculo a los jefes del R_equcté para ordenarles que «pasara lo que pasara, no obcdeciéra1nos otras órdenes que las que vinieran por conducto de las autoridades de la Co1nunión», es decir, él 1nis1no268 . Ese 1nis1no día el príncipe Javier avalaba a Fa! Conde en carta diri-
gida a Joaquín 13alcztcna (presidente de Ja Junta I<..egional) 2
26 x
Burgo, 1970: 523. Reproducida en Echcverría, 1985: 160-164. no Maíz, J 952: 2 ! 3-214. Se informaba a Mola sobre la logística del Requeté, se inantcnían contactos en el 1nis1no círculo, etc. :ni En la casa de la Avenida Carlos 111 de Javier Agudo. Véase Arrarás, 1940-1944: lll, 459; Maíz, 1976: 191. n2 Burgo, J 970: 523. 273 Fcrrcr, !979: XXX-!, !93; Arranís, 1940-1944: 111, 467. En Á!ava se produjo una situación siinilar: Alonso Vega convocó a Luis Rabanera, Instructor Jefe del Requeté de Álava en su despacho del cuartel de Flandes, desde donde se transmitió !a orden de 1novi!ización y se coordinó la actividad durante Ja noche (Luis Rabanera, 19 de abril de 1991). 274 Burgo, 1970: 25-26. 275 Puede verse fotografía en Lizarza, 1969: entre 142 y 143. 2(,
[291]
Ja resistencia inicial opuesta por Mola) 27 <). Autobuses, gentío, an1hicnte eufórico con los requetés que iban llegando desde los pueblos. Sin e1nbargo, el Tercio era una unidad de gran eficacia 1nilitar y había que encuadrarla en las colun1nas que iban a salir ese nlis1no día de Pa1nplona (no bastaba con Ja explosión e1notiva de retaguardia). De 1nodo que inn1ediatan1ente se dirigieron a los cuarteles para organizar la salida. Fue en ese 1no1nento cuando los n1ilitares to1naron Ja pri1nera decisión que condujo a la desactivación de aquel potencial político-militar que mantenía el carlismo (y que Mola veía, con razó11':· con gran desconfianza). Se resolvió dividir las fuerzas del Tercio y privarles de sus mandos naturales. Al Primer Requeté del Tercio de Pamplona se le asignó como unidad de encuadramiento el 7.º Batallón del Regimiento de A1nérica (donde fonnarían dos co1npañías). Al Segundo H.equeté (con lo que quedara del T'ercero), se le incorporó por el contrario al Batallón de Montaña Sicilia. l)e este modo (y ya para lo que quedaba de guerra) quedaba dividida aquella unidad. Ya no podría ser e1npleada por el carlis1no corno argu1nento annado frente a los 111ilitares en las 1núltiples batallas que aún les quedaban por librar por Ja hegcn1onía en la coalición (nornbranliento de Franco, ca1npaña por la ONC, Acaden1ia Militar del Requeté, destierro de Fa! Conde, y, sobre todo, la Unificación de abril de 1937, y las sucesivas pugnas que ello conllevó; hasta el punto de n1ovilizarse algunas unidades annadas como veremos). Si con el pacto Mola/Fa! los militares!es1ah/ish111e111 ganaban la prin1era batalla frente al 1novi111entis1110, al desarticular aquella unidad, tan con1pacta y política1nente finne, los 1nilitares ganaban la segunda batalla (y tal vez decisiva, pues tuvo su correlato en las otras unidades). Ésta era la razón (y no tanto la esgrinlida: la necesidad táctico-n1ilitar de intercalar unidades n1ás decididas -requetés- con otras dudosas del E~jército para garantizar Ja efectividad de todas) de aquella división. División que continuó produciéndose. Co1no 1nuestra, cabe indicar que el 28 de novien1bre de 1937 se produjo un incidente en Tauste (producto de la tensión provocada por la Unificación entre FE y CT en abril) que generó una situación de insubordinación gravísin1a de las fuerzas del I<.cqucté asignado al Regimiento América (parte del Requeté de Pamplona, al que hemos seguido la pista). Fue resuelta con ráfagas de a1netrallaclora lanzadas contra las unidades en formación. Resultado de aquello fue una segunda división de aquella unidad n1ilitar. Los requetés n1archaron a sus casas sin autorización (desertaron, en la tern1inología n1ilitar) y fueron siendo incorporados a diversas unidades 277 • Tan1bién el grupo integrado en el Batallón Sicilia fue perdiendo efectivos hasta disolverse 278 . Ese sería el destino de aquel Tercio insignia del Requeté. Como en un acto sin1bólico -volviendo a los días de Pan1plona-, el n1isn10 día 19 de julio se les retiró las pistolas ( co111¡x111ero inseparable de los años pasados y sie1npre utilizable con fines no previstos por los n1ilitares) en el acto
276
Burgo, 1970: 27. Puede verse Aróstegui, 1991: 1, 321; Lizarza, 1969: 89. 278 Aróstcgui, 1991: 1, 324-325 (aunque Julio Aróstegui es cauto al afirnu1rlo, ya que las informaciones son i1nprecisas al respecto). 277
[292]
poracion al I~egiiniento A1nérica. Algunos requctés se resistieron y otros lograron ocultarlas 279 . I~l acto que ren1ató aquella operación fue el de descabezar a las unidades del Tercio de Pan1plona. E,n un gesto inilitannentc insolvente pero de gran eficacia política, a aquellas con1pañías que disponían de su propia oficialidad, se les asignaron nuevos oficiales 1nilitarcs, que doblaban el cuadro de 1nandos de las unidades. Mientras, con10 tendren1os ocasión de ver, se enviaban 1nuchedun1bres al frente con un solo oficial, teniendo que asun1ir el 1nando 1nilitar un grupo de sacerdotes que aco1npañaban a los voluntarios (tal es el caso del que sería Tercio de Abárzuza; al n1odo de la cruzada de Pedro el r~nnítaño). Jai1ne del Burgo fue pronto apartado de la dirección del Requeté del que había sido fundador, inspirador y jefe natural durante Ja República. En el Batallón Sicilia la situación duró algo 111ás (después de todo, no era una unidad tan con1pacta con10 el I~equeté de Pa1nplona). Pero 1nás con10 situación pintoresca que con10 situación de 1nando real: junto a la Plana Mayor del Requeté (Mario Ozcoidi, capitán; Alfonso Gaztelu y Gómez Ullate, alféreces; y Fermín Erice, Pascasio Osácar y José M.ª Salobre, capellanes), existía Ja Plana Mayor fonnada por 111ilitares, que tenían el 111ando real sobre la tropa 280 . En octubre de 1937 ya no existía ningún oficial al 1nando de aquellas tropas que procediera de entre los 1nandos del rrercio de Pa111plona281. Los casos se multiplicaron. Tampoco al Inspector .lefo del Requeté de Álava, Luis }(abanera, le pennitieron ir al frente de la prilnera colun1na que salió de Vitoria can1ino de Madrid. l.~a razón esgrin1ida fue que era necesario para coordinar las labores de la retaguardia282 . Sin e1nbargo a lJtrilla, el gran organizador de la n1ovilización en Navarra, le enviaron inn1ediatan1entc al frente, a Zaragoza, colocando a Esteban Ezcurra, un hon1bre n1ucho 1nás có1nodo, al frente de la Inspección del I
279
Burgo, 1970: 27.
Aróslegui, 1991: !, 307. 281 Aróstegui, 1991: I, 321. 280
2 2 s Luis Rabanera, 19 de abril de 1991. 2¡¡' Ya lo dijeron A. Mohlcr y Franz Ncuinann, 1983: 83-84; y !es han seguido Híittenbcrger, 1992: 170, ! 72- l 73; recicn1e111e11te Bongiovanni, 1992: 26; y un !argo etcétera.
[293]
(ANAi; exco1nbatientes, depositarios de la idea de la g/.lerra nacional revolucionaria) fue torpedeada por los fascistas a partir de l 922 creando la Fedemúone (FNAI), finalmente disuelta y la FNAI integrada en la estructura del Estado; el propio squadrisn10 de los ras fascistas fue progresiva1nente inarginado por revolucionario a partir de 1923, y depurado en 1924 (o canonizado co1no Vecchia (Juardia); otro tanto ocurrió con el sindicalis1no fascista contra cuyos consejos intervino personahncnte Mussolini en 1929; el fascis1no convertido en réghnen realizó inás bien el progra1na de la Asociación Nacionalista Italiana y la CrJ1~/industria antes que el radical totalitario de los squadristi2'1M. En.ºAustria las 1-leinnvehren fueron desactivadas co1110 1110vinüento fascista autóno1no por el propio Dollfuss 285 . En H.u1nanía, a pesar de los intentos de introducir respetabilidad en la Guardia de 1-Iierro a partir de 1934, no se logró un pacto con el establis/11nent de la ccunaril/a (lo que costó la vicia a su dirigente Codreanu en 1938). I. . os Legionarios, dirigidos por J.Ioria Sitna, n1antuvieron su revolucionaris1110 aun fonnando parte del gobierno del general Antonescu, contra el que se levantaron en 1941 (fueron aplastados con la ayuda de los nazis). Hasta tal punto era corriente la eliJninación de la particular n1ontaila, que aquella actitud (no haber depurado al legionaristno) fue conocido en la época con10 error Autonescu 286. Qué decir del papel del falangismo en España, la eliminación de Hedilla, la canonización de José Antonio y la Vieja Guardia, el descabezan1iento de la Organización Sindical de Merino en 1941, el apartamiento del grupo de Serrano Súñer287 . Bien, en ese contexto fue con10 desapareció el l'ercio de Pan1plona, discn1inado en el seno del ejército sublevado, Quedó, sin embargo, el nuevo Batallón Sagrado en la n1e1noria del carlísn10 con10 1'ercio del l?ey, una entelequia que nunca en la guerra exístió, pero que en el recuerdo se le distinguía con el non1bre real, con10 la unidad inás próxitna al soberano carlista. Pero sólo en la n1en1oria, en la realidad, n1ilitares por medio, no existió.
284
Para arditismo, véase Rochat, 1990. Para el resto véase entre otros inuchos De Fclicc, J 965: 457, 599-662; 1966: I; Tannenbauin, 1975: 64-74 y 83 y sigs.; Lyttelton, 1987: 93; Maicr, 1988: 709. 285 Enzo Col!otti en Casali, 1990: 50. 286 Véase Veiga, 1989: passim. Sobre el error Antonescu, Payne, l 994: 32. 287 Véase Payne, 1986 y E!wood, 1984.
[294)
CAPÍTULO
IV
Domingo de gloria Sin e111bargo, el 19 de julio de 1936 no era prccisan1entc un día en que el carlisn10 se sintiera derrotado. Antes bien al contrario, co1no he dicho, fue un día festivo con a1nbiente de feria o ro111ería para los que llegaban (y aun para los que les recibían). l-Iabía un a1nbiente de 1nuchcdun1brcs enfervorizadas o cuajadas --según los casos-·-··, dispuestos todos a iniciar la guerra santa, a cuhninar la cruzada dccirnonónica. r~l optünis1no era tal que todo el n1undo (a pesar de la prédica n1artirial) estaba convencido
de que aquello no duraría 1nás allá de una sen1ana o dos. Ante el Viernes-republicano y tras la vigilia del Sábado Santo, había llegado, al fin, el l)o1ningo de Gloria. Banderas, detentes, c:orazones de Jesús; quién en las calles se detenía a pensar en las consecuencias de la división de aquel 'fcrcio (otra cosa es que un Fal Conde o un Utrilla se encontraran inquietos, pero la situación les desbordaba). Había cesado el tableteo y el estrépito de las carracas de Ja I~cvolución. Ya no se oía el eco lastünero de las la1nentaciones de las 1nonjas cuyos conventos habían sido que1nados. A la bandera se le descorrió el velo de viudedad que llevaba por la 1nucrtc de Cristo. l,a liturgia del día incluía hin1nos de triunfo y de gloria. L.as gargantas lanzaban gritos de alegría, y en el altar de la Diputación de Navarra brillaba el oro del Corazón de Jesús que lucía la bandera. Por las calles se notaba cierta extraordinaria aniinación y grupos de gente que tenían cara de JJascua. Las últin1as tristezas de la Se1nana Santa huyeron perseguidas por las descargas cerradas de las escopetas y pistolas disparadas por los mozos desde los tejados el Sábado de Gloria. Era l)o1níngo de J(csurrccción y la con1ída era especial, se podía ir a con1cr cordero a casa Cannenchu (con10 lo hicieron los jóvenes Mariano Zufía y Paco A!Jnagro, que co1nieron, por un duro, un conejo). J__,as can1panas pregonaban a Jos cuatro vientos el triunfo del redentor.
No se hace aquí sino parafrasear (con datos obtenidos de otras fuentes) la colaboración en E/ f.Jenscuniento «Motivos del tien1po. Pascuas de Resurrección ... » de Gelín, que reconstruía -al 1nodo que solía hacerse: con10 escena costu1nbrísta- el a1n-
[295]
biente pa1nplonés en ese día de Pascua 1• Pero aquel do1ningo, aquella gente que había vivido acongojada por una H.epública atea, según la percibían, sentía la euforia que produce la descarga de la tensión. Era un día gozoso, sin duda, y esa sensación prevalecía sobre otras con10 el cálculo político o la inquietud que podía generar la proxi1nidad de un enfrenta111iento anna
1 EPN, 5 de abril de 1931. Probablc1ncntc Ignacío Balcztcna que finnaba co1no Prei11(11 de India, cte. 2 D/I/, 20 de julio de 1936. ·' Arrarás, 1940-1944: lll, 481-483. 4 Aróstegui, 1991: I, 309. ~ García Serrano, 1992: 71.
6
Fraser, 1979: I, 86.
[296]
España» (así le oyó decir Antonio lzu) 7 , co1no si de rescatar a la Asunción se tratara8 . La novia entonces del que era oficial del H.equeté lo recuerda: «dijo que salían todos para Madrid, lo dijo con10 si se fueran de excursión. Uno de sus a1nigos llevaba puesta la ropa de cada día y unos zapatos blancos. En aquel n10111ento ninguno de nosotros dudaba de que pronto estarían de vuelta ... ». Podía haber quien, de n1odo 1nás realista, veía 1nás lejano el regreso. Pero en general se pensaba en una catnpaña rápida. «Al ponerse en 1narcha la colu1nna -describe Fraser bas{í.ndose en testi1nonios directos-, las 1nadres colgaban crucifijos del cuello de sus hijos. "No te 1nanches las n1anos de ~~si~~it~.oo~.~~--~'.&u~~~d~lum~a
sus hijos, sicn1pre protectoras, sien1pre exponentes de la n1oral iinperante. Se habían requisado hasta cuarenta autobuses y ca1niones, y otros coches pequeños. En torno a ellos se había concentrado una gran n1uchcdu1nbre (véase Anexo). Ya la partida fue una gran concentración político-religiosa atravesada por los sentiinientos de afecto entre los que quedaban y n1archaban provocando un 1no1nento de gran densidad en10tiva que quedaría grabada en la n1e1noria de los participantes con los contornos de la lcyenda 10 . Otro de aquellos inon1entos se produjo el iniércoles 23, al fonnarse un convoy de tren destinado a to1nar Zaragoza. Aquella colu1nna sí se fonnó a las órdenes de un carlista: el teniente coronel Alejandro Utrilla (y lo compusieron gente tan significada como Jesús Elizalde -diputado--, Ignacio Ochoa de Olza, José Irisarri, Yiana, Ignacio Baleztena, hermano del jefe de la Junta Provincial, etc.). Se había formado improvisadan1ente ante el avance de las rnilicias catalanas sobre Aragón. Se concentraron en las Escuelas de San Francisco (transformado en cuartel del Requeté desde el día anterior por orden de Utrilla) y desfilaron por toda Pamplona: calle Nueva, plaza del Ayuntamiento, calle Chapitela, Plaza del Castillo, paseo de Valencia, Taconera y de allí a pie a la Estación (no precisa1nente por el ca1nino 1nás corto). Allí ante la tardanza de la escolta que debía proteger al convoy, se repartieron refrescos y cigarrillos. Aquella expedición formada casi en exclusiva por requetés (unos 1.200), y en el que el carlismo -ante la disolución del Tercio de Pamplona- había depositado sus esperanzas (de ahí la presencia de personalidades del carlisn10 y nun1erosos sacerdotes), fue también dispersado tras su llegada a Zaragoza. Unos marcharon hacia I-luesca, otros a 'T'crucl 11 y el teniente coronel U trilla volvió a Pan1plona para ir al
7
Fraser, l 979: l, 86. Era ese pensainiento concreto que conectaba bien con la gente de cainpo. F. G. escribía a su fainilia desde Placencia de las Armas, 26 de septiembre de 1936: ~> con10 si de una pieza de caza se tratara (en ARPA). 9 Fraser, 1979: l, 85-86. 10 A Jaime de! Burgo (1970: 28) le saltaban las lágrimas a! recordarlo: «¡Tanto coino habían1os sofíado ... !» Por el contraste de múltiples fuentes, no cabe dudar de su sinceridad en esas palabras. 11 De aquellas unidades es la cancioncilla adap!ada al parecer por Ignacio Balezlena de «¡Viva el follón, viva el follón!/ ¡Viva el follón bien organizaut/ Porque con él, porque con él/ unos a I1uesca y otros a Tcrneh:. (citado en Aróstegui, !991: !, 37111.). 8
[297]
frente de Guipúzcoa el 31 de agosto". Aquella pugna del carlismo (dirigido por Ja Junta Central de (Juerra Carlista de Navarra) por disponer de unas unidades arnu1das propias aún duró tnucho tie1npo (naturahnente los 1nilitares frustraron todas las iniciativas)13 1-lubo otras salidas en ese cli1na de gran aconteci1niento, con10 la de la Colu1nna 1'utor hacia Guipúzcoa ese 1nis1no 19 de julio. () la colun1na de autobuses que 1narcharon el 23 hacia Vera a las órdenes ele l.Jreta, en que se pusieron «roncos de gritar, cantar y hacer el salvaje?> (1nicntras los autobuses de los soldados iban «apagados y serios») 14 • Y la bulliciosa ceren1onia que se organizó el día 28 en la estación del F'laz.aola con una nueva colu1nna que salía para Guipúzcoa transportada en ferrocarril. En realidad, Pa1nplona fue un desfile pern1anente aquella seinana 15. Pero volva1nos a la colu1nna que salía hacia Madrid. A las siete y díer. se daba la orden de salida. «Dejába1nos a la cola el do1ningo 19 de julio de 1936, el día radiante de Navarra» 16 . Así se recordaría en el futuro aquel día por parte de sus protagonistas. El tono de los que partían era algo protocolario en la salida (tal con10 ellos entendían el protocolo: «C:a1npanas del ca1npanario/ aldea n1ía, adiós, adiós ... » rezaba una canción popular de las pasadas gucrras 17 ; aunque aún sin los tintes ele la 111elancolía. Y cantaban la conocida tonadilla: «Adiós, Pa111plona,/ Pa1nplona de 1ni querer1 1ni querer,/ acliós 1 Pa1nplona/ ¡C~uándo te volveré a ver! ... » (así ponderativo decía García Serrano; sólo el tie1npo y la larga ausencia Jo volvería interrogativo). Tal vez alguno conociera la letrilla que incluía el !Jiario aquellos Sanfcnnines co1110 pie de una foto de los can1panarios ele Pan1p!ona: «(:anta can1panita blanca de San Cernín ... canta con tu voz de plata que hace latir aprisa los corazones 111ozos ... tú ca111panita ... la que nunca ca1nbias, harás latir aprisa los corazones 111ozos» 18 • Aunque ta1nbién es probable que se la callara por ren1ilgado en aquel a1nbiente guerrero. No debía ser 111uy ordenada la 111archa del convoy («aquello era un gran escándalo», decía uno de los jóvenes co111ponentes de la colu1nna 19 ) cuando a los cuatro kilón1etros se detuvo en Cizur Menor a organizar la n1archa. Estuvo largo rato detenida, lo que aprovecharon muchos para cenar el bocado que traían de casa y departir con los del pueblo que les traían pan, embutido, vino, etc. Seguían los cánticos:
12 ARLJ. Tercio !\1.ª Nieves. Testi1nonio de Ricardo Rui1, de Ojeda; ARLI. Le-saca-San Fcrrnín. Anís·tcgui, 1991: I, 366-373. 13 Puede verse el estudio de de! Burgo (1992a). 14 ARLI. Tercio Lácar. 15 Puede verse !a salida de cada unidad en Aróstegui, 199 J: l. 16 Baso principahncntc la descripción de la 1narcha de la colrnnna en el testi1nonio de García Serrano ( 1992: 61-74), participante en la expedición; escritor con trap(o literario y algo arbitrario en sus apreciaciones, pero bastante fiel a los hechos. Mientras no se diga lo contrario, las citas proceden de aquí. 17 Burgo, 1939a: 89. 18 DN, 9 de julio de 1936. 19 Mariano Zufía, 17 de dicie1nbre de 1992 (90.B).
1298]
«Los requctés nos inundaron reahnente con las viejas canciones de las guerras civiles del xrx» 2º decía el jovcncísin10 falangista que estaba ason1bra
20
Véase nota 226 del Capítulo Ill. Sin c1nbargo, casi todos lo requetés que he entrevistado han insistido en cierto recelo hacia Jos saccnlotes (que los asociaban con el intcgrisino y con desgracias para el carlis1no); e insistía en que ellos salieron por la Reli¡;ión, no por los curas; y acto seguido que ellos no eran beatos. Y 1nucho n1enos PioPios remarca Jain1e de! Burgo, 9 y 11 de junio de 1993 (103.A: 6{X)). 22 Testimonio de Antonio Izu en Fraser, 1979: 1, J 66; lo de !a revolución q11e restaurara fa situación def .1·iglo XVI, en a.e.!., 16 de febrero y 13 de abril de 1934 (recogido en Burgo, 1939: 52 y 101). 23 En octubre de ! 934 se organizaron unos grupos del Requeté para ir a Asturias a defender la República. Y algún grupo !lcgcí a ir. A fin de cuentas «el espíritu que se nos había i1nbuido a nosotros era que nosotros éran1os antirrcvolucionarios. Que Ja revolución era desde el siglo pasado, lo que estaba sien1pre amenazando a Espaíi.a, y que nosotros éranios la contrarrevolución. Que la Iglesia había sido sojuzgada, einpci'iada y ultrajada por la revolución. Y nosotros nos constituiinos en guardia civil de la Iglesia» (Jaime del Burgo, !5 de junio de 1993-104.A: 385-). 21
[299]
la victoria, y con10 n1ucho, se preocupaban de no fun1ar, porque llevaban a bordo bon1bas de 111ano cilíndricas 24 . Viana (en la rnuga de Navarra) y el pequeño aeropuerto n1ilitar de Agocillo (tras atravesar el Ebro en Recajo) estaba controlada desde el domingo por los rcquetés de Barriobusto, Moreda (Álava) y Viana. Aquella pequeña fuerza había avanzado algo, pero no había entrado en la ciudad 25 • La colu1nna llegó al pueblo a pri1nera hora de la 1nañana del lunes 20, lo atravesaron, y avanzaron sobre Logroño. Se encontraron con ,gue en la ciudad se había declarado la huelga. Allí detuvieron al general Carrasco, les tirotearon (los priineros tiros), se produjo el conocido asalto a la Fábrica ele Tabacos (con una pieza de artillería, lo de la n1osca), pusieron orden (por la tarde ya se habían abierto los cornercios, etc.), destacaron alguna tropa hacia Cenicero y Alfaro (donde había alguna resistencia a la insurrección), hicieron alguna instrucción con el annan1ento, y, al día siguiente, 21, continuaron ca1nino a Madrid. Prin1ero por Soria y Guadalajara, pero luego -las necesidades del frente mandaban- la columna quedaría desplegada en Somosierra, Navafría y I
24
Que, al parecer, no detonan por una siinplc cerilla y sin quitarle el seguro. Mariano Zufía, l 7 de
dicie1nbrc de 1992 (90.B). 25
José Marauri, 28 deju!io de 1992 (53.A). Mariano Zufía, 17 de dicic1nbrc de 1992 (90.B); Aróstegui, l 991: I: 310-311; Arrarás, 1940-1944: III, 501-502. 27 Jaiine del Burgo, 15 de junio de 1993 (104.B: 600). 26
[300]
llaruelo se queja de que nüentras la Falange se dedicaba a non1brar alcaldes de su cuerda en cada pueblo por el que pasaban, ellos se chupaban un higo. l.•a respuesta que obtenía de sus jefes era que aquel no era su objetivo: ellos habían salido a hacer la guerra, no a hacer política28 . I. . a guerra la hicieron entera (los que sobrevivieron), pero 1nás de uno en la posguerra tuvo la sensación de que habiéndola ganado, habían perdido la paz.
LA MARCHA SOBRE MADRID
4.1.
¡A Madrid! Ése era el grito que se oía por doquier en esos días prüneros (y aun, hasta que finalizó la guerra). El mismo 19 de julio por la mañana el padre capuchino Mariano de Sangüesa recibía a los jóvenes requetés de los pueblos que llegaban a Pamplona con voces de «esta noche se vuelcan en Madrid doscientos 1nil hombres. ¡Viva España!» 29 . E~ra aquella una decisión to1nada por Mola en su plan de asalto al Estado. Madrid era el objetivo 1nilitar. Pero de ser una pieza en el tablero estratégico de los inilitares, iría pasando a ser rnucho n1ás. La conquista de Madrid en1pczó a to1nar con el tien1po Jos tonos de una «conquista de Jerusalén ocupada por los infieles». J)esde los prin1eros días la idea de que Madrid caería pronto estuvo finnen1ente asentada en Ja conciencia de todos los sublevados. T'odos los esfuerzos debían en1plearsc en la conquista de Madrid. El 24 de julio, cuando los requetés navarros ton1aban posiciones en So1nosierra y Navafría, se lanzaba una octavilla sobre la capital de l~spaña que decía: «¡Madrileños defensores de la Patria, heroicos nlilitares leales al honor del f~jército! ¡Viva España! Las fuerzas carlistas de Navarra, 30.000 "boinas rojas", soldados voluntarios del glorioso Ejército Español y bajo el mando supremo del invicto general Mola, unidos aquí con10 en toda España con cuantos buenos españoles no claudican de los deberes de la raza, os envían un saludo de hennanos en este ideal sublime: ¡España!, su honor, su paz verdadera y el bienestar de sus hijos, en especial el del pueblo oprimido y envenenado. ¡Viva España! ¡Viva el Ejércitoh Y debajo se ponía ostentosamente el pie de imprenta: «Imp. de Eduardo ALBÉNIZ.Pa1nplona»3º. Aquello, exhibido en lo que ya co111enzaba a ser retaguardia, daba confianza y centraba todas las nliradas sobre Madrid. Todo el 1nun
28
Jaime del Burgo, !5 de junio de 1993 (104.B: 200). Basaldúa, 1946: 205. ~ 0 JJN, 24 de .iulio de 1936.
29
[301]
una cerveza fría-fría en Madrid y esta noche quiero estar allá para bebér111ela entcrita»31. Madrid era el objetivo. Los capitanes no sabían elevar su discurso de ese tono de taberna, pero sí los capellanes. Y la conquista de Madrid co111enzaba a adquirir los ideales del signo escatológico de la conquista de la Jerusalén celestia/ 32 . La inejor unidad de Navarra había salido ese inis1110 don1ingo 19 de julio con un ¡A Madrid! que era casi todo un progra1na de esperanza en el porvenir33 . Aquellos requetés que escuchaban la arenga de Ja cervezafi·ía, venían de Vitoria. L. a pri1nera expedición, con los grupos n1á~, finnes de Álava hahía salido el día 26 en un convoy de trenes con aquella dirección (I3urgos, Aranda-Navafría). El 19 se habían concentrado en el Círculo ele la Hermandad, donde les habló José Luis Oriol ele marchar sobre Madrid. Era su n1isión: ton1ar Madrid. «El Madrid rojo, el Madrid que va recibiendo el pulso patriótico y español» se habían dicho en una alocución leída en R.adio Vitoria el día de Santiago, 25 de julio 34 . El 26, a las seis de la 111adrugada, fonnarían en el andén de la estación del tren: tres co1npañías del R.equeté (con su banda de 1núsica) y algunos miembros ele FE y de AP (CEDA}15 . Había mucha gente en el andén (no desde luego la que estuvo despidiendo a la colun1na de Pan1plona). «¡Arriba los corazones! 'fodo por España y a Madrid por todo!. .. a reconquistar el corazón de f:<:spaña», decía el reportero Guillenno Artcaga al día siguiente. Casi todo un progra1na de porvenir. «A soñar con Madrid», re1nataba su reportaje antes de irse a dorn1ir. Más que un programa: un honor combatir en el frente de Madrid. El 31 ele julio clan la orden de trasladarse al frente ele Madrid al Requeté del capitán Villarroya (R. ele Tudela) qne estaba desplegado en Zaragoza con otras unidades. En la compañía designada se encuentra el oficial Yiana, de Estella. Su con1pañero del n1is1no pueblo (capitán del Requeté de Estella) recordó da murga que le dimos esta última noche !antes ele la partida] por su marcha al frente ele Madrid. Máxima ilusión ele los navarros en aquellos días» 36 . La nueva Covadonga, la Baviera hisurrecta avanzaba sobre Madrid. 1--Iitlcr no Jo consiguió y eligió la vía de la revolución legal. En España la vía de la legalidad estaba cortada -o eso creían- desde el 16 de febrero, con el triunfo del Frente Popular. De inodo que se elegía la vía insurrecciona!. Aquello duraría casi tres años.
~ 1 Ti111otco Olabarrieta, 3 de febrero de 1992 (32.B). 32 No es una bron1a decir que el de Madrid al cielo no era entonces un eslogan publicitario ni una ocurrencia Jocalista. 3 -' Burgo, 1970: 27-28. 34 PA, 25 de julio de 1936. 3S PA, 27 de julio de 1936. 36 ARLI. Tercio María de las Nieves.
[302]
TERCERA PARTE
I~a « ..
guerra de España
cuanto l1a pasado en la vida ptíb!ica cspafíola de 1900 a !a fecha se reduce a
un hecho radical y constante: la sublevación de las provincias contra Madrid ... lo dcin
1928
« .. ¡Feliz carnpana aquella de enérgica garganta Que, pese a su vejez, conservada y alerta con fidelidad lanza su grilo religioso con10 un viejo soldado que vigila en su tienda!» C11. l3AUDEl,i\!RE
«La cainpana es quizás el sín1ho!o n1iís expresivo de !a unión 1nística de la parroquia.»
C. J_,1sóN 1'or,osAN,\
«Tcn1blad, Filósofos, tc1nb!ad, que aún dura en España la finncza del espíritu de Santiago.» FR.
JosEF
MARÍA
DE lEsiJs, sermón del 25 julio de 1808
«Eso es inorir a gusto, inorir por Dios ... len lugar del 1norir en Ja can1a, o 1nirando a la pared o a! \echo, incjor rnorir 1nirando al ciclo ... J)c eso ya basta ... J)c Jo que rne he visto n1uy contento es de que la Estrella haya tenido un ternero.»
F.
Ü., REQUETI~, EN CARTA A LOS SUYOS, FRENTE DE ÜUIPÚZCOA,
7 de enero de 1937 «La crn1ita estaba arriba del todo. ¡Qué en1oción la nuestra a! vernos delante de nuestro patrón Santiago lde la parroquía de Sangüesa]! Cantan1os !a Salve !de los Rosarieros] de acción de gracias ... J)espués que sali1nos, 1ne puse a tocar la ca111~ pana con10 negro! ¡No n1e cansaba nunca!»
J. M.,
l~EQlJETI~, EN CARTA A LOS SUYOS, 'I'oLOSA, FRENTE DE Gu1p(T7.COA,
17 de septiembre de 1936
¡
1 1:
1 .f:
CAPÍTULO PRIMERO
La provincia sobre Madrid Pa1nplona, y ta1nbién Vitoria, escenarios urbanos de Jos que partían aquellas co~ lun1nas que avanzaban sobre la capital de España, en un acto análogo a la 1nan:ha sobre Ronu1 (acción annada 1nasiva por la quiebra de un siste1na liberal), aunque con otras fonnas con10 correspondía a otra cultura política y otro paisaje social, fornu1ban parte de la provincia (una realidad social en la España del n10111cnto, hecha de cultura y relaciones sociales 1).
Era aquél un ü1nbito real en la vida social del país (al tie1npo que una idea) que fue forn1ándose en paralelo con la idea de r~spaña a lo largo del x1x, y que, en el xx, estaba plena1nentc vigente. Un á111bito social en el que, para sus gentes, el tie111po transcurría cíclica1nente, los con1porta1nientos y el estatus se reproducía generación tras generación, donde estaban tnás presentes los ciclos de la naturaleza que el devenir de los tien1pos (la idea del progreso). donde se n1iraba inás a la tradición y al entorno rural que al porvenir y a la gran ciudad 1noderna con10 1nodelo de dcsarrollo2. Lo cierto es que, con10 es bien sabido, no era una realidad genuina o cxclusi-
1
La idea de realidad social en Gecrtz, 1987: 133. Esta idea ha sido exprcsainentc desarrollada para España por Juan Pablo Fusi, !989: !4-21 y, müs recientc1nente, David Ringrose ( ! 996) ha ensayado una in1erpretación general en la línea de subrayar el peso de la periferia en la organizacíón de Espaiía. Por Jo dem
[3051
va111cnte española. I... a province francesa (pero podía pensarse en la country sea!J inglesa o la JJrovinz alen1ana4 ) era tan1bién una realidad enfrentada a la gran n1ctrópoli que era París. A ella se habían referido en sus obras los grandes autores del xrx francés. f~n ella vivía una buena parte de los ciudadanos galos, con sus ciudades pequeñas nial pavin1entadas, en las que apenas había vida de sociedad y escaseaban las diversiones (entendidas al n1odo del excitante París, la Ciudad L,uz; a no ser la banda de n1úsica del ejército y algún pequeño teatro o cine), con su guarnición local y en las que todos se conocían entre sí. Aquella era una realidad europea, no solan1entc espafiola 5 . lJna realidad social sobre la que, ade1nás, se había construido una i111agen tan1·· bién n1uy característica 6 . Del n1isn10 n1odo que en Francia (referente cultural n1ás influyente en la cultura cspafiola del n1on1ento), en que la province estaba cargada de connotaciones negativas (ya desde Balzac 7 y Flaubcrt), los intelectuales n1adrilcfios identificaban la vida provinciana con el li1nitado horizonte de lo rústico, en el que «el espíritu can1pesino don1ina sin lín1ite alguno», tal con10 lo expresaba C)rtega y Ciasset en La redención de las provincias ( 1927-1928). Si para el novelista francés del pasado siglo, l~d1nond de Goncourt ·--excelente conocedor, por lo dc1nás, de- la realidad ele su país-, «los provincianos y ca1npesinos son sólo historia natural» ( 188 J ), para Ortega «el provincianisn10 ... es lo indígena de cada trozo de tierra, lo vegetal y cabrío que el terruño espontáncan1ente pare». Un lugar sin historia, n1ineral, lin1itado, opaco, sen1i-civilizado 8 ; eso era para buena parte de los europeos urbanos la provincia~ la can1piña o el án1bíto de las pequeñas ciudades sc1ni-rurales 9 .
-'Que tuvo su propia literatura con !os Anthony Trol!opc (y su mundo de Barsets!Jire) y Jos Thornas Hardy (Casterbridge y Ubervil!es). 4 Reforzada en este caso tainbién por la especificidad constitucional y la identidad local (como pasa con Navarra o Álava) hasta constituir la categoría sociopolítica de la 1-/eima/ ······la /Hllria chica en versi()n un Lanto libre··~·- operativa en Alemania desde que fue constituyéndose con10 tal y origen de movilnicn·· tos particularistas desde el x1x al llJ Reicb (véase el trabajo ele Celia Applcgate, !990 sobre Ale1nania con10 una nación fórmada por p1v1 1i11eias) . .'í Weber, l 987: 76-77. En términos 1nucho 1nús extensos y haciendo referencia especiahnente a la vida aldeana 1nás que a las pcqueí'ias ciudades, pero en ese n1is1no sentido de destacar su realidad disgregada respecto de París y su idea de 11acíó11 francesa, puede verse del 1nisn10 Eugen Weber, 1983. ú Sobre la i1nagen de Ja provh1cia en !a literatura deciinonónica europea puede verse Mainer, 1989: 198-202. 7 Balzac, por ejeinplo, decía en Eugénie (Jra1ule1 que !lasta «las exaltaciones m1ís apasionadas acaban por extinguirse en la constante 1nono1onía de las costu1nbres jen la provincia] ... la len1a acción del sirocco de la aonósfera provinciana ... derrota !as 1nás orgullosas valentías» (cit. en Mainer, 1989: 200). 8 Una 1nisn1a contraposición entre Hístoria y Naturaleza (la no Historia) aunque de 1nodo contradictorio -con10 tantas veces ocurre en él- puede encontrarse en el Una111uno ad1nirador de Schopenhaucr (Blanco Aguinaga, 1975: 235). 9 Las citas en Ortega, 193 l: 79 y l J 1. La expresión de Ed1nond Goncourt en Weber, 1989: 76.
[306]
l. l.
ESPAÑA Y EL PASO LENTO DE MADRID (IMAGEN Y REALIDAD)
Sin e1nbargo, si bien la i1nagcn y la vida en la provincia tenía en España unas resonancias sin1ilarcs a las francesas, no ocurría otro tanto con Ja realidad de poder que le subyacía. En Francia la provincia nacía con10 residuo del pasado frente al peso, en todos los órdenes, de París. L,a gran ciudad gala se había iinpuesto a la realidad provincial ya desde I<.obespierrc y Napoleón. El 1nodclo centralizador de la n1onarquía borbónica fue seguido, con10 es sabido por la H.evolución francesa. París fue su escenario. I... os notables locales ya venían perdiendo protagonis1110 en el propio Antiguo I~égi1nen (co1110 lo observara 'l'ocqucville). l)esde entonces París fue esa ciudad deslu1r1brante que nos ha legado Ja literatura. Los jóvenes de las pequeñas ciudades de provincia (coino era el caso de Riinbaud, natural de c:harlcville en las Ardcnas francesas, que al referirse a ella decía: «apesta a nieve» o «tierra de lobos») 111aldccían su suerte que les condenaba a dea1nbular, con hastío infinito, entre las largas alan1cdas de las grisáceas avenidas de su ciudad. Y soñaban con París, esa ciudad inn1ensa, viva e inteligente. Así n1editaba el joven Paul Valéry: «tnáquina eléctrica» que infundía energía y nervíosisn10, y donde Ja gente no se espiaba entre sí (aquello resultaba espccialinente grato a los jóvenes inquietos). París era la rutilante 1nodcrnidad n1ientras la provence rcn1itía a lo aldeano, al patán, a una existencia gris y anodína 10 • La gran urbe n1oderna irradiaba su dinan1isn10 en ideas, arte, política o n1odos de vida sobre el án1bito local. Era el centro cconón1ico y financiero del país. I~n Francia, París in1ponía su ley a Ja provincia 11 (a pesar de que, ta1nbién allí, ésta ofrecía una notable rcsistencia12). ()tro tanto ocurría con L.,ondres o Berlín . .loscph I<.oth (escritor judío de la vieja Austria) hacía decir «Fabuloso, fabuloso», a uno de sus personajes -un industrial de provincias- al referirse a la capital prusiana, «esa ciudad tiene en vilo a toda Alen1t111ia» u. Ta1nbién Londres o Berlín articulaban a sus países. Hasta la i1nperial Viena
10
En Lisón ( l 986: !-5) puede verse una breve reseña sobre !a historia del desdén de los urbanos por lo rústico. Véase también lo dicho aquí nlis1no en la Segunda Parte. 11 Gaillard, 1977; FureL y Richet, 1988: 524-525; y Weber, 1989: 76. 12 Véase Weber, J 983: 15 ! y sigs. Por lo deinás, siendo básicmnente cierto lo dicho, recientes estudios han 111ostrado que en la propia Francia, se producía por esa época un resurgir de la prol'(mce, un lugar que, a pesar de su leyenda negra, «Contenía una vigorosa vitalidad» (Rcbérioux). Véase el 1nín1ero ! 60 de Le A1011ve111e11t Socia/e, coordinado por Madclcine Rcbérioux (1992}, «Paris-Provence, 1900>>, cspeciallnente los artículos de Anne-l\.1aric Thicsse y Frédéric Moret. u Y en otro lugar: 1~Esta ciudad está fuera de Alemania, fuera de Europa. Es capital de sí 1nisina. No se nutre de! ca1npo. No recibe nada de la tierra sobre la que est<'t construida, sino que la convierte en asfalto, Lejas y muros ... » Véase Joseph Roth, Fuga si11fi11, escrita en 1927 aunque editada en 1956 (aquí se cita por la edición de Barcelona, 1993). Esta novela mínima. escrita sin aderezo «poético», con áni1no de describir «lo observado» ·~··-sin müs-~... tiene páginas verdaderamente ilustrativas de lo que aquí se trata de decir. Véase, por ejeinplo, el carácter propio fortísimo (no asiini!able a !a idea arquetípica de ciudad), que aún por esas fechas conservan París (p<Ígs. 113 y sigs.) o Berlín (págs. l 09 y sigs.). También sobre el an1* bicnte en una pcqucíia ciudad de provincias en centroeuropa (p<Ígs. 83 y sigs.).
[307]
había roto su vocación arcaizante desde que en 1892 lanzara su proyecto de C:iran Viena, se integraran los barrios periféricos y se concentraran edificios gran poder estético y representativo en Ja I~ingstrassc (aunque, cierta1nente, no llegara a articular la abigarrada Monarquía Dual, fue capital indiscutida de la nueva Austria) 14 • En España ocurría, en cierto 111odo, lo contrario. Era la provincia la que prevalecía sobre la gran ciudad (cuanto n1enos hasta 1900 en que se inicia alguna transfor1nación y 1931 en que el ca1nbio se representa con10 cultura)L'i_ L,as razones son de orden diverso. Cierta1nentc la,,capital, Madrid, no adquirió el perfil de gran n1etrópoli 1noderna hasta bien entrado el siglo xx. Ya en el x1x, hubo de ser conquistada por la revolución gestada en provincias (a partir del 111otín y el 1novin1iento juntero, que era provincial en su dilnensión y de n1atiz federalista). L,a priinera labor del gobierno tras el gesto liberal (1820, 1854, 1868 ó 1873; incluso el movimiento de Juntas de 1808) solía consistir, inevitable111ente en neutralizar la «anarquía en provincias» 1(). I_,a ciudad del Manzanares carecía de la fortaleza renovadora y la capacidad proyectiva de París. L,os radicales 111aldecían a aquella capital art(ficia/ 17 • Y la Corte apenas si decayó en su esplendor (en contraposición a Versalles) a favor de una cohorte de pretendientes y co111erciantes de lujo aristocratizados que en absoluto proponían una nueva y poderosa cultura liberal y centralizadora, con10 ocurriera en el nuevo París posrevolucionario. Más bien la nueva élite 1nadrileña -aunque su dinan1isn10 ccon61nico era 1nás i1nportante del que se ha creído-, sustentaba su poder en los lazos de patronazgo, familia y económicos con sus lugares de origen (habitualmente en el Norte, en la Corona de Aragón, etc.). Y, aunque fue progresivan1ente sentándose en los consejos de adn1inistración de las nuevas sociedades anónin1as, se aristocratizó en sus costu111bres y gustos (n1ientras adquiría bienes raíces) 18 . 'fan1bién allí, entre algunos sectores en el xix se había instalado la nostalgia por la vieja capital y c:orte. Mesonero Ro1nanos (en el Sen1anario F'intoresco, 9 de julio de 1837), tras saludar la elegancia de las «nuevas boticas» o la «diafanidad de los nuevos faroles» en la Corte y Villa, decían que añoraban, que recordaban «entre suefios el Madrid pasado, aquel Madrid de la clásica antigüedad» 19 .
14 Düricgl, 1986. Donald J. Olscn (1986) subraya la coinún característica de Londres, París y Viena en su función de ciudad/capital, que combinaron el utilitaris1no de la gran urbe moderna con la expresión de monun1enta!idad representativa de su función capitalina. 15 Ringrose, 1996: 259-415 establece una serie de sisten1as urbanos regionales (según criterios econónlicos) que, podrán ser discutibles en sus perfiles, pero que ponen de 1nanifiesto el poderoso enlra1nado que en España se fue conformando de n1odo independiente a Madrid. La mejor síntesis de la historia de Madrid en ese tie1npo puede encontrarse en Ju!iá, 1995. 16 La expresión es de Ray1nond Car!' (1982: 136-137).
"Carr, 1982: 172 y 203. is Lo han probado, entre otros, Bahamonde y Otero, 1989; o en Ütai'.U, 1987, en que se observa el ascenso de fan1ilias de Ja periferia que inician su carrera en Ja casa Rothschi!d. Ringrose ( ! 996: 419-513) expone siste1náticmnente la fonnación de esa élite política y económica en Madrld vinculada y dependiente de la provincia. Puede verse la distribución por origen geográfico de los !101nbres de negocios en la pag. 504. 19 Citado en Mainer, 1989: 196.
[308]
Concentración de reqnetés, población civil y famíliares en la explanada entre la nueva Estación de Autobuses, la Vuelta del Castillo y los Cuancles, formada la !arde del domingo 19 de julio, origen de la primera columna que marcharía sobre Madrid desde Pamplona mandada por el coronel G:1rcía Escümcz. Fondo del AMP
11
'h
Requeté alavés poco antes de partir hacia el frente. Fondo del AMVG (YAN-63.12)
:ll '!
Plaza del Castillo de Pamplona hacia 1915, médula y expresión de la vida en la ciudad. Fondo del AA1P
Plaza Nueva de Vitoria hacia 1910, obra de Justo Antonio Olaguíbel, fría ge01netría del racionalismo neoclásico. Fondo del AMVG (Pedro Gonzdlez)
Había una gran di:>tancía entre la idealización de la vida aldeana tal como la percibían ciertos grupos de clase media de la ciudad y Ja dureza de la rcalídad de Ja vida en las zonas n1ralc:s. hmdo d(>/ A1\1\IG (5!0B-33.18) y Fondo del 1\k!P
-Part'<'c q\lc c~tr1s l>usc;ida ¡., s~;;. !.r,1,
-De poco me \'ale, Porque no hago que sudo.r. Lo tmico que adaqn¡ m'h:i~en l:is mos~:is t::?'!to ineomo~ do co:>mo n. -Pues ya hny .,;;~n tajo. -:"lfneh.1s esti• h'l>iJo cuanto, ahorn riuc :u!n•nto <'mpo t::stá mucho falso. No m'hnrin d1oc:ir fJlH! hJl(ll \'l'nir nli:::una tronada. -:M(!jor ~i mo1·erí:i el derz.o. Tronfl<ÍR~ no no~ ha<•e faltil, J.o que es 1nenei1ter t•s lll\t:: ra s'h11n pne.~to que CUll~i ~e r¡ui('f('ll dr~r:r~n11r dr sel'os. -Es que con t•~te hoehorno y con lo que c.~lorin s'hnccn quiscorri:ir en dos
no
hre~?·
-Si. A !a mañnnn hnn ido a remri.tnr l.• pir.z:i d~ once de los de Jena.reehc11. e.1·eor cmí>'!?.lr que hirieiOn, y ahorn f!St:ín sc¡¡undo pa nosotros. -Poca C05<'Cha dicen que hay. '."""Poca y maln. LRs l~ali$~, qut'- 1inrccía lo que meior, i a~an p 1co y los triJ:'O~ nada hnccr cu~nta, -lPnrece mcntirn con !:) c.ue pa.ren~~ban!
-Ante~ de
pancr rO)''M ya r,~tecian
reC'.nl:w tal C•ln!, pero ahora se 1·é que es yPrba par!" mflror en las ,,ictu. A m:ís lM <>ªhHas son mucho engaitndorns. La rru"ha tienes <¡t~. seg-un
y más pa··airíhii:--L-a Sistn m'hii. dicho el aceit~ que hnn hecho subir;¡ t:i.micu e\ pan y el carbón y el café y no m'aeucrJo euala otra cosa y que le 1\ijó uno de Pnm¡;!ona que ya peligra que hagan enca.reecr antoavia mful. -lMucho bonito! Cuantos menos dineros coger, mñs tener que dc~ar, ;~r111 ¡renl'ro de cuentas está sido ese! 1 ! '-!uchos pobr('S si andan ahora, más 1 harán andar despué~. Y m:ís como an, den, cscasam<>nte les podremos e~tar dadns limosna, porque no haremos te. ner ni pa caso. . -La vcrdá que es tu: mundo se est.1 1 haci<>nrn y !a proeisibn ].IOr adrcnto decir que se suele, Y .::n
""ª·"
_¿J..<¡ (¡ué?
-- • ..
.......que muchu ¡,:P.nt"' aunque con- hRber, habin u manta menoa duefiae:.dt> di,•en los hombres, f'n le. '1\\e han heJos pudJloo que las que solíá haber en cho se2'nr snle poco falo y de peco peotros tiempos. Parte mayor· del rcrso-. N11esJro Martin dice q11e ia& ticsonal era re¡¡ularmentc do Pamplona. rrns-·meJoTe~.-fas de ]ns roturas del 1 -Es que se est11n haciendo perder soto, P.'.lgadas que no estuán ni a lns ¡:r(ienas costumbres. · , · · cuatro robos, por!)UC, con 11!.nto llover -Algunns lo quea, si de contau, Y en la Primavera, &'hiOO aooderar \ns no es solo en las cosas de la l¡lesia. )'l'rbns y la balluccu. Es en todo, La Virzcn del Carmen no -Pues esas si no pa~an m.í~ ..... es l~ de antes. · -Este afio ).1s ticnn~ de bustín de -íAve Maria Purisima1 · ¿Ya aabes l:i.s cuestas dice e¡ue et;ln en .. ompaJo que clices? Imposibles pccau tener r1>2a la.s que meJor, ahora que esas y que no estés. sicrnpre pagan ¡:meo. -iTe quiero decir que !as coatum-Andar y andar, ya estoy vi~ndo bres no eJ1 como antes, mujer! ¿De an· que vamos a tener 1nal invierno. La de 1•oy a estar yo tenida i>ecau 1in cosecha chiquita y las rosM cada \'CZ mfü:i1 iTntención ni que estaría hecha!
1
-Ya roe lii:uraba,
pero.del rnollo
<1.1:º has dicho ..... Clo.ro quo inten·
c1on e11 no estando tenida.,,,, -Yo lo qu qenerín decir que 11hora
no es corno antes, Haco años e-¡· din la Vlr¡ren del Cllrmen hneer cuenta <1ue era lM flcstns chiquitas de San l·'l!rinín pa ]Jis
horchntlando, como h:icla. hab~·r i;1uch!l!l 1\ueiias y cuasi no tc11i:1n ~itio t·n ]aj mesas, al ir a sncar e) :1:v.:¡:i~ro ,k In saya l'hizO renipuj..r .;in qu..i·cr ,... n el codo al VII.SO ccnci~, al ~uelo Pa h.1l)cr ,¡,. • .-. ·· ·. Con eso mcricznron a r~11~¡::>.r y '\ reñir, \X'TO al nl!inw. <"-'"I'·• 1·.11 ...¡;Ücl11 dijo r¡ue dli>. ya <--tarin pai;:-~· 1ln, ya hicieron 1:1 PM r <'tn!><~wron 11 hnlil;ir d(> ¡..'Üen UHHh :·· h h.1cc-r conoccncin. Y hAhbn1lo hnlilnn.J<> 1lc lln· de eran cnda unn r d(' In hn,•Ícnda quo llcvabnn y (le 1•0;,is a:d. rc~ult.i r¡ue en c;isA ¡]e nr¡uclb mu_;<>r iwcc~i taban p,i antes 11(' 111 •i;-mbrn (\\lcf\:1 jo1·cn. Y como a. ln ti~ Frandsc:i, :¡uc cntonccs ('rl\ mow,
-,\ hs dú7
l'Ct'<'S
-iHnber
~
en :o qué
c~ia
~\"\'l·
'
surtid
ARAKO
ii:i
Colaboración habitual de ARAKO, Cándido Tcstaut, en el Diario de Navarra empleando unajerigo~1z~ inspirada en el habla de la Cuenca rural de Pamplona. Dwno de Navarra, 19 de julio de 1936
Misa de campaña en Pamplona en la explanada junto a la muralla de la Ciudadela (hacia 1937). Escenificación de la !iturgía político/religiosa del nuevo Régimen. Fondo del A1WP
Cabaña en el frente de Orduña-Unzá. Iconografía del carlismo. F'ondo del AA1VG (HER-2.38)
Parodia del paseíllo de una corrida de loros. la «fiesta nacionah1, realizada por un grupo de rcquctés en el frente. hmdo di'! AMVG (HER-2.31)
Rezando el rosario con el capellán de Ja compañía en las trincheras de Orduña. Fondo del AMVG (HER-2.26)
Si el París de I1.aussn1ann, el del Segundo In1perio, abría sus grandes y 1nodernos bulevares y avenidas tras dcn10Jcr las viejas viviendas ya en 1855, Madrid, en pleno siglo xx, seguía poblada de insalubres y populosas casas de vecindad (espcciahncntc en los barrios del sur: Latina, Inclusa y Hospital). FJ nuevo barrio de Sala1nanca se abrió paso con lentitud, y el trazado de la Gran Vía, que debía descongestionar el centro, no avanzaba sino a duras penas (a pesar del proyecto de los revolucionarios del 68 de hacer de Madrid, a ilnagcn de París, una «capital digna de la nación» )2º. rrras 1900, con la llegada de los auton1óviles, las nueva inn1igración (jornaleros de la construcción en su n1ayoría y jóvenes intelectuales) y la electricidad, se produjo un incipiente can1bio del paisaje urbano 111adrileño (notable111entc a partir del c:oncurso Internacional de proyectos de urbanización de 1929 y la entrada en escena de nuevos arquitectos e ingenieros influidos por el nuevo urbanisn10 curopco 21 ). Sin cn1bargo, s61o en 191 O arrebataba Madrid la capitalidad financiera a Bilbao y Barcelona, y le üdtaba (coino dice Juliá) el tipo de industria que constituye el funda1nento de las grandes ciudades 22 . Pero, especialn1ente, el gran poderío que llegaría a tener n1ás adelante (y que ya se vislun1braba), aún no era percibido así. La generación del 98 111iraba a Bilbao (lJnan1uno y Maeztu) o Barcelona con10 factores de n1odcrnización de España. Y las siguientes generaciones de intelectuales aún no creían en un Madrid renovado. «Poblach6n 1nal construido» Je llan16 Azaña, y Ortega fue uno de los n1ás críticos con las clases de Madrid. Incluso la generación de la Junta de A111pliación de l~studios, volcada hacia un cierto positivis1110 y al progreso que representaba f~uropa, se 1niraba en una c=astilla 1nedicval unificadora al expresar su nacionalis1no cultural 2·'\ (y no en un Madrid n1odcrni1.aclor). [~n el tic1npo en que, por el desarrollo de lascosas, parecía ser posible un real proyecto de Estado-nación español (en el que Madrid ocuparía, al fin, el papel que antes no había tenido), surgieron otros proyectos nacionales (catalán y vasco) que co1npetían con él 2'1• No se dieron, pues, aún en E,spaña los ca1nbios asociados al proceso de urbanización y capitalidad en relación con la nacionalización de la vida social que se dieron en otras parles de Europa 25 • J)e n1odo que, tras el ca1r1bio de siglo, Madrid era un contraste entre ciudad antigua y Ii111itada del xrx y la nueva que alun1braba el xx. Pero aún prevalecían las i1nágcncs del x1x 26 . ()1ando el vitoriano Ignacio Hidalgo de Cisneros llegó a Madrid ha-
20 .luli<í, 1992 y l'\1ora!, 1974. Los proyectos del 68 en Ju!iá, 1995: 422-429. Sin einhargo, en !900, Madrid seguía siendo una ci11dad i11mávil, con un crcci1niento deinográfico sin can1bio,
[3091
cia 1906 se encontró con que los sonidos que ani111aban Ja calle de Ja capital del reino eran n1uy distintos a Jos que conocía en la capital norteña. Claro que al describirlos (los traperos 111adrugadores con sus carros, las esquilas de las burras de leche, los pregones de los vendedores --«el rico requesón de Miraflores de la Sierra»~, los típicos organillos 111adríleños a los que acostun1braban a echar alguna nioncda desde el balcón) se descubre hasta qué punto era ta111bién aquél un entorno provinciano antes que 111etropolitano, local (propicio al localisn10) antes que cosn1opolita. Tan1bién le impresionaron los coches con caballos (Madrid era, después de todo, la Corte) y los tranvías (con10 aquel Cangre]~), que por quince céntitnos le daba una vuelta por l__,jsta, San Jerónimo y Barquillo). Era el lado nuevo de la capital"- El entonces niño Julio Caro Baroja recuerda un Madrid de J 925 en que los carros de bueyes cargados de jara llegaban a las panaderías, y eran habituales de las calles los traperos, botelleros, leñadores y afiladores a1nbulantes. Donde aún se oían los grillos y los vencejos en verano28. Frente a ello estaban las nuevas barriadas obreras de Cuatro Caminos y Tetuán, el barrio de la Prosperidad, del Puente de Yallecas, etc. y cierta nueva clase inedia de 1né
27
Hidalgo de Cisncros, 1977: I, 38-40.
28 Caro Baroja, 1996; resun1en de Los Baroja. 29 Véase Juliá, 1995: 458-464. 30 Ortega, 1931: 83 y 111-1 12. Una reílexi6n sobre aquellas ideas de Ortega en Fu si, 1990. Una iinagen 111uy gráfica de aquel Madrid pob/achón puede encontrarse en la voz <
[310]
poner sus condiciones a un Estado débil. Ni n1oderados ni progresistas durante el x1x, a pesar de sus continuas n1anifestacioncs, podían gobernar sin contar con Jos notables de la periferia 32 . Su propia configuración --obra de !os 1noderados- fue antes una realización adn1inistrativa y estatal que fruto de una ideología nacionalista·) 3 • Unas constituciones historicistas (y, sobre todo, un desarrollo para-constituyente «anónu1lo» ), una ad1ninistración continuista con el Antiguo J~égilncn, y un desarrollo institucional que pennitió cierto nivel de descentralización, hicieron que el poder político de la provincia se asentara. Aquellos grupos sociales que la habitaban, tanto la burguesía agraria con10 la «pequeña burguesía lugarcí'Ül» (que encontraron expedito el ca1riino hacia el poder en el 1narco del reinado isabelino)3'1 habían hecho de la capital de provincia el punto desde el que articular sus intereses (frente a Madrid). A tal extre1no, que fueron convirtiéndose en los centros neurálgicos de la vida co1narcal. E,! propio E~stado y Ja vida nacional fue configurándose de acuerdo con aquella realidacl35. c:on la l~estauración aquel estado de cosas se asentó sobre bases institucionales al consolidarse todo un sisterna político articulado sobre el cntra1nado caciquil. que, de nuevo, tenía su nudo en la capital ele provincia 36 . Pequeñas ciudades que fueron creciendo y donde se concentró una nueva élite local co1npucsta por rentistas, pequeños industriales y cc)lnerciantes, funcionarios ele rango local, n1ien1bros del cstan1cnto n1ilitar y eclesiástico (y de las nuevas y poderosas congregaciones religiosas). Las clases inedias aco1nodadas, fundan1entalcs con10 hcn1os visto en julio de 1936, tenían su asiento 1nás sólido en las pequefías ciudades de provincia.
1.2.
CULTURA CASTIZA: UNA IDEA DE ESPAÑA
Siendo aquella Ja fortaleza de la realidad y el in1aginario provincial, contó, adcn1ás, con un aliado iinportantísin10 en el terreno de la cultura: el casticisn10, expresión que aquí en1pleo en una acepción extensa, con10 lo propio frente a lo europeo, rasgo de cultura heredero del costumbrismo español (desde los Cervantes y Lopc de \'ega, a los sainetes cortos del xvn1), reton1ado en el x1x por el ron1anticisn10 con10
:12 Mina, 1989 y Ortiz de Orruiío, 1989. Sobre la débil y lc111a nacionalización de Espafia en el xrx, que pennitió el desarrollo de otros nacionalis111os (Catalufia, País Vasco, ... ) en su 1erri1orio, véase J301ja de Riquer ( 1992). Puede verse una discusión sobre el proceso de la fonnación del Estado en España (según el 1nodelo de Charles Tilly: consolidación de una gran estructura con voluntad de donlinio sobre un territorio) en Manínez Dorado, 1993. ~~ Jover, 1992: !40; F·\isi, 1989: 17. 3·1 Jover, 1991: 42-43 . .1 5 Fusi, 1990: !9-20. :ir, Para el caso de Painplona y Navarra puede verse García-Sanz, l 992. Para Vitoria Rivera, 1992. En genera!, sobre su condición de estructura provincial, el papel del gobernador civil como mediador en1re el Estado y el poder de la provincia y Jos 1necanisn1os del caciquismo, puede verse, además de! estudio cl<ísico de Yarela Onega, el estudio de Joaquín Rmnero-Maura, en Gcllner (ed.), 1986. El propio Clcltncr ( l 986: 13-16) habla del caciquisn10 corno producto de un proceso de centralización imperfecta en el xix. Véase en Ja n1isma obra colectiva el trabt~jo de Silverman sobre Italia en estos n1is1nos ténninos para el xix-xx.
[31 l]
pathos nacional y elevado a categoría de hlea de E.SJJc11ia por Marcclino Menéndez Pelayo 37 . Una iclea, un sentir de lo español que, con10 pensa1niento difuso o vulgata (no con10 ideología, 111ás allá del tradicionalis1no de don Marcelino), influyó tenaz1nente en todo el x1x español y se prolongó en el xx38 , hasta afectar a grupos de Ja intelectualidad liberal y a las propias vanguardias -que hacían del cos1nopolitis1no seña de identidad 39 . E] éxito de aquella idea con10 vulgata garantizaba su buena aceptación con10 ideología del nacionalis1no (lanzada, esa sí, por el pensan1iento tradicionalista). Desde el pensanüento eclésiástico al género chico y la zarzuela; de la novela naturalista a los reportajes de periódico40 , todos los círculos fueron alcanzados por ese sesgo de España (unos inás que otros). Una 1nodo de n1irar E~spaña que, en sus for1nas rnás genuinas,, aspiraba a la exaltación del sentido de la costu1nhre y las viejas esencias de lo propio (la intrahistoria de Una1nuno). L,a búsqueda del carácter a la que, en palabras de Juan de la Encina, aspiraban los artistas de su tie1npo. Carácter, ahna, costun1bres inucho 1nás vivas y ricas en los 1nodos de vida y en las tradiciones Je la provincia (y que, por tanto enaltecía a ésta)'11 • Un estilo que en ocasiones ad-
~ 7 La idea de Espa1la se desarrolló en el 1narco de a! n1enos tres grandes trndicioncs: e! liberalismo burgués doctrinario sobre la base de la independencia nacional, Ja libertad y la unidad territorial~ la idea progresista de Ja Unidad Ibérica inspirada en la unidad de Italia y su proyecto 1nodernizador y el de los sectores 1nás vinculados a los viejos estamentos que desarrollaron un patho,1· castizo e llistoricisla. E! proyecto liberal fue un empefío eminentemente raciona!izador y de conformación de un ámbito estatal cmno zona de la adininistración de la cosa pública (ignorando otros componentes de emotividad, culturales y políticos). Tuvo un éxito escaso en la confonnación de una identidad nacional. El proyecto progresista estuvo sie1npre en la periferia (salvo circunstancialmente durante la I República) y no se consolidó como ta!. Quedó pues el viejo proyecto castizo e historicista con10 único confonnador de un carácter 11acional en el proceso de cristalización de la idea de Espafía (véase Jover, 1992: 144-148). 38 Un pensainiento difuso q11e ta! vez !legó a influir en la propia actitud.f/.1·iocrárica que se extendió ta1nbién entre Ja intelectualidad 1nás liberal en el cainbio de siglo ·····corno el observado por el profesor Jover (1991: 157-161) en e! 111is1no Benito Pérez Galdós (Amadeo /, 1910). Actitud que compartía con buena parte de la clase n1edia del con1icnzo de este siglo (Ció1ncí'.-Fcrrer, 1980), imncrsa, desde tradiciones v:irias, en la idea regeneracionista. Aquc!la actitud de renovada atención al inundo rural (idealizado en algunos casos, co1no es el de don Benito, llevado, tal vez, por su búsqueda de lo natural y cspont
°
[312]
quirió la fonna de una reacción contra el rnodernisn10 extrtu~jerizante (identificado no pocas veces con la idea liberal-krausista y europeizante de España) que i1npregnó la visión de las cosas de aquel extenso colectivo de las clases n1edias de la provincia 42 . Un casticis1110 que, cuando contraponía la plebe, la chusr11a, al sano pueblo español de seFí.ores y labriegos, de dan1as y 1110110/as, fue ta1nbién ínti1nan1ente antisocial y profunda1nente jerárquico. Antisocial cuando concebía un pueblo en el que las jerarquías fonnaban parte del propio carácter ele los estereotipos. Y castizo (de casta) cuando extrañaba a la plebe del seno de la sociedad. Aquella gente de los a1nbientes fabriles y urbanos, plebe y chusn1a, que con1enzaba a desarrollarse en los barrios de las grandes ciudades, y que eran considerados extraños al círculo extenso y jerárquico del inundo reconocible y plácido de la sociedad castiza. El populacho ajeno a la gran fan1ilia del pueblo español (o n1adrilcño o pa1nplonés) 43 . Arruinado el 1nodelo racionalista y doctrinario-liberal de entender España (incapaz de atraer a grandes grupos de población), perdido en vanas batallas el ideal progresista deciinonónico, sólo quedaba para el consun10 1nasivo el pathos de prestigios castizos e historicistas, legado del inundo de valores decünonónico 44 . Una visión esta1nentalista que 1niraba por recuperar las grandezas de España en su pasado. No un nacionalis1no integrador y superador de las fuertes culturas locales, sino rnás bien legiti1nador del orden ele cosas existente (así aquellas culturas variadas que confonnan el ser de F,spaña) 45 . l)e 1nodo que se produjo por esa vía un enalteci1niento de las for1nas de vida ele la sociedad tradicional (observadas en la historia, en la aldea o en la vida si1nple del 1nenestral). Un enaltecin1iento al que contribuyeron notable1nente los tópicos creados por los vi<~jeros ro1nánticos (los Víctor l·lugo, Gauthier, Mériinéc, ... ) que venían al país en busca de la pureza exótica y pri1nitiva perdida en su países y supuestan1ente conservada en lugares con10 la Península Ibérica o los Balcanes'16 . Esa autoi1nagen se conservó viva y vigorosa tanto en Navarra con10 en Álava (co1no es-
anc; ! 919: 17-18): frente a la uniformidad general producto de la nueva cultura, los artistas vascos for-
n1ados en París recorrieron las ({vetustas ciudades ibéricas [y] descubrieron el deo venero espafiol» que antes había inspirado a los rmnánticos (tainbién franceses). ,
[313]
pejo en el que se n1iraron sucesivas generaciones), cuyas bibliotecas se llenaron de libros de viaje. Se recogían con fruición obras con10 la de M. Eugenio Porfou, \!ic~je por li.s¡Jaiia, J866 en la que aquellos viajeros de la f:~spafia decirnonónica hacían una descripción de los lugareños con10 gentes de buen aspecto y 1naneras agradables, doncellas de hennosos ojos negros, y orgullosos lugarcfios que rechazaban todo tipo de propinas. Donde se decía de las fondas (como Ja Fonda Ciganda en Ja Plaza del Castillo de Pan1plona) que pertenecen a la típica hostelería española de sencillel', prin1itiva47. O gustaba leer cuando un extraño decía que la Plaza del Castillo era la n1ás lin1pia de Euro¡nr18 • Gusto por la descripción ron1ántica que dio origen, a principios de siglo, a dos libros con1piladores de a1nplia difusíón 49 . Estudios sobre folclor, sobre trajes típicos, sobre variadas geografías y caracteres, arquitecturas y paisajes que iban siendo recogidas regulannente en lugares con10 el Serninario JJinloresco f~'spa~ liol (a i1nitación de su ho1nónin10 francés) iban creando la in1agen que de sí tenían los españoles (o una parte de ellos). O con10 el libro con pretensiones de cientificidad de F'rancisco de Paula y Mellado, E.s¡Jaila, geopr4f7ca, histórica, estadíslica y pi111oresca (Madrid, 1845) que va recorriendo las provincias españolas buscando su carácter propio y esencial (adornado con lán1inas de lugareños, sien1pre con trajes del viejo folclor local, nada realistas). Era el pintoresquisnuJ variante del ro1nanticisn10 (aunque 1nás afectado) que tanta in1pronta dejó en la conciencia que de sí nüsrnos se hicieron los espaí'íoles (corno aquel Los espalioles pintados por sf rnisrnos, 1843, hecho con10 réplica de otro francés de ese encabezan1iento). Pero había, en aquella visión de España, una esencia, un sustrato unitario de la nación en su diversidad: ese sustrato o base intrahistórica era para aquel nacionalis1no el ancestral catolicisn10 de la tierra, su 1nisión en Jos planes divinos. Fue el polígrafo Marcelino Menéndez Pelayo quien en sus obras (La ciencia espmlola, 1876-1879; Historia de los heterodoxos e.s¡JaFíoles, 1880-1881; Historia de las ideas estéticas en E.spm1a, 1883-1884) expresó aquella idea de modo sistemútico. Para Menéndez Pelayo cada país tiene su raza nacional que se expresa a través de su genio. Por 1nuy diferente que sea su nülitancia, por inuy variada que sea su inclinación, Jos pensadores, los artistas con «una 1nisn1a sangre, nacidos en un n1isn10 sucio, sujetos a las 1nis1nas influencias físicas y 1norales y educados directa1nente los unos por los otros» sie1npre participarían del niis1no genio de la raza 50 , que en España era calólica y variada en sus expresiones culturales. Porque, en palabras de don Marcelino, «ni por naturaleza del suelo que habita111os, ni por la raza, ni por el carácter, parecíainos destinados a fonnar una gran nación ... Esta unidad la dio a Espafi.a el Cristianisn10» 51 • Así ocu-
17 · «Viaje por España, l 866», Revisra !11rer11acional de Esrudios \i1scos, 1928. Hace referencia a ella Santiago Larregla ( 1952: J 31 n) . .is Cook, «Viajes por España durante Jos años 1829 a! !832}>, RIEV, enero de 1930 (hace una referencia a ello Larregla, 1952: 130). •19 Iribarren, 1950 y 1957. 50 Menéndcz Pelayo, 1953: 190 y sigs. ~ 1 Mcnéndez Pelayo, J 881; III, 832-833.
[314]
rre que en aquella idea de Ja España castiza, el a1nor regional, el afecto a la gran di vcrsi
J .2.1.
[<'.L CASTICISMO EN ÁLAVA Y NAVARRA (ANTES DE
1936)
En los territorios aquí considerados (Navarra y Álava) nos encontnunos con una nu1nerosísi1na publicística dedicada a divulgar ese 1nodo de ver las cosas, prolongación de la tradición y visión localista de la cultura (sin que se contraponga con la idea nacional, antes bien la confonne), expresión de un espíritu in1nanente de lo español n1ás allá del tien1po y las generaciones. Así, en la prensa diaria, se recogían secciones con10 las «Efcn1ériclcs patrióticas» ( /)iario de Navarra), «Docun1entos históricos» (El /.Jensanúento Navarro) o «'l'en1as tradicionalistas» y «Efe1nérides alavesas» ( I)e11sa111iento Alavés), en las que se rc111e1noraban aconteci1nientos épicos del pasado, se recordaban viejas costun1bres, se ho1nenajeaba a ilustres hijos de la provincia (destacando sus virtudes castizas: garbosa hidalguía, altruisn10, natural sencillez, adhesión a lo propio, espléndida generosidad con la tierra, etc.). l"labía secciones co1no «Hoy hace treinta años» ( E'l /.Jensa1niento Navarro) y «l)atos para la historia» (1-)enscnniento Alavés) en las que se recuperaban aquellos hechos 1nás pintorescos del pasado local. Otras -dedicadas a la vida religiosa, santoral y culto-, ade1nüs de dar una cu1nplida infonnación sobre la riquísin1a vida del culto local, fijaban los usos de la liturgia religiosa popular. Autores con10 f.Jren1ín de Irui'ia (Joaquín l3aleztena), i\rako (C<índido Tcstaut), Un aldeano y Un pobre diablo (Ángel Eguileta), reproducían en sus escritos la cotidianidad local (presente y pasada) a base de escenas costun1bristas e idealizadas, que iban reconstruyendo la red de referentes siinbólicos de la vida local. I~ran autores reconocidos en la vida ciudadana y sien1pre especializados en esos tenias. Sin en1bargo, no sólo ellos se esforzaban en aquel en1peño por reconstruir las diversas culturas locales. El director del Diario de Navarra, nuestro ya viejo conocido Garcilaso, n1antuvo durante las tres pri1neras décadas del siglo, una sección (iniciada en el E'co de Navarra) b<üo el título de «Navarra pintoresca», en la que se fijó el propósito de recuperar -con10 un etnólogo an1ateur- los viejos usos y costun1bres de la provincia. J{calizaba con ese fin, largas excursiones (acon1pañado en 1909 por YalleInclán) en las que se dedicaba a recopilar infonnación (a partir de extensas entrevistas con lugarcfíos a quienes luego reproducía literahnente), sobre viejas costu1nbres
-' 2 Mcnéndez Pclayo en su «Informe a la Academia sobre Los 1ílti111os iberos. l,{:ye1ulas de Euskaria, por don Vicente Arana (8 de junio de 1887)), citado en Juaristi, 1987: 190), habla de que «el an1or patrio y el ainor regional es para nosotros cosa Lan dlgna de respeto, etc.», 1notivo por el que, a pesar de las lagunas acadéinicas que observa en el libro, informa favorable1nen1e sobre éste a la Acade1nia.
[315]
de distintas zonas de Navarra (en agosto de 1905 aparece un estudio sobre San Miguel in Excelsis; en julio de 1911, sobre la Sel va de Ira ti; en mayo de 1918, sobre las procesiones de Val de Arce y Val de fj1To, los cruceros de l~oncesvalles, y la pradera de Burguctc; en julio del n1is1no año, sobre el T'ributo de las tres vacas, y las viejas 1nurallas de Iruña; etc.). Tbdos ellos con10 arquetipos idealizados de un pasado propio ideal, Coincidiendo con las fiestas locales -u otros acontecin1ientos señalados·~, se editaban folletos o revistas _e,n los que se pretendía reflejar Ja vida co1nplet_a de la provincia. f:ran los casos de la- revista Viloria (1924), el folleto editado por I~n1ilio Ciarcía Enciso, Navarra MCMXXV ( 1925), el editado por R, Guerra, Navarra. Aye1; hoy y 111al1ana ( 1933) 53 , donde distintos personajes de la cultura local escribieron artículos sobre viejas leyendas referidas a Ja Virgen Blanca, el Ensanche (con el significativo título de «L,as aldabas» para Vitoria), el fo1nento y la industria, la afición a los toros en la ciudad, los pintores y niúsicos locales, la actividad del catolicis1no social, la vicia literaria de la provincia con sus 111aestros, su vida turística, su historia y su arte, etc. 1'odo ello intercalado por poe111as pren1iados en Juegos Florales (con10 Navarra de Alberto Pelairea), cuentos regionales, bocetos de dra1nas históricos o rurales, ilustración legendaria y costun1brista, y colaboraciones para el caso de hijos notables de la provincia (co1no l(an1iro de Maeztu). De su lectura surgía la cabal in1presión de que la provincia fonnaba un todo, que en sí n1isn1a contenía todos los elen1entos de la vida en sociedad, y que participaba de una cultura propia, que, en general, estaba teñida de costun1brisn10 y referencias a Ja historia y a la realidad n1aterial que la confonnaba. Esa cultura forn1ada por pequeños acontccin1ientos y referencias a la sociedad local, tenía un reflejo 1nultiplicador en revistas con10 La Avalancha (Pamplona) o Vida Vasca (Vitoria), revistas ilustradas de amplia difusión en provincia. Era aquel un n1undo, sin duda, deudor del pi11toresquisn10 decin1onónico. Pero -influenciado, sin duda, por el positivis1no de finales de siglo 54 - había adquirido los usos de la erudición y el anticuaris1no. Un n1undo en el filo del ron1anticis1no y el positivisn10. En una Pan1plona llena de casas blasonadas, se había tenido la precaución de ir retirando con n1in10 los escudos de las casas derribadas y de depositarlos en el edificio de la Cámara de Cornptos (antigua Cámara que fiscalizaba las finanzas reales a inlitación de la Charnbre de Con1pto francesa) 55 . Bajo la dirección de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra (creada en 1860), se fue realizando acopio de restos arqueológicos, antigüedades, cuadros, estatuas, lápidas, relieves y n1edallones, que pennitieron realizar una exposición en junio de 191 O
53 Este folleto fue publicado coino número extraordinario de ¡;,;¡Sol. Es quizá un estudio rnús riguroso sobre la vida provincial, que los antcriore:-:.. 5 ~ El propio Menéndez Pelayo hacía protestas de cicntíficidad en su rechazo del !egcndaris1no vasco (citado por Juaristi, 1987: 189-190). 55 Y sobre las que hizo un estudio Ignacio Baleztcna (Tihur(io de Okabio).
[316]
y que ciaría origen al que sería Musco Artístico-Arqueológico de Navarra. En él colaboraron personas con10 Arturo c:an1pión, Iturraldc y Suit, Julio Altadill, José María 1-luarte, Nicasio CJarhayo (y 111ás adelante José María !.~acarra y José E.stcban lJranga) 56 , Junto con el Archivo de Navarra, fonnaba parte de la n1en1oria de la provincia. Aquella cultura erudita e inspirada en el arqueologisn10, educó a las clases cultivadas de la provincia en el rigor del docun1cnto y en el gusto por la antigüedad autentificada. No se participaba ya de aquella ingenuidad neorro1nántica del pintoresquisn10 (a1nante tan1bién de las culturas provinciales, pero con10 aproxin1ación a lo exótico). En este sentido, había una aproxi1nación realista a la vida provincial. No había cosa que n1iís irritara al hornbre cultivado de la provincia que ver reproducidos aquellos lugares, que él conocía tan bien, con las exageraciones propias del ron1anticis1no pintoresco. Así, el 1nédico Sebastián Larregla en su libro de n1en1orias hacía un apunte y una queja sobre el daguerrotipo que Francisco de Paula Mellado incluía en su E'spafia geogrc{fica, hislórica y estadística y pintoresca de 1845 57 y un grabado inglés de 1824 que desfiguraban completamente el perfil de las torres ele Pamplona y sus n1urallas, dándole un exotisn10 irreal 58 . 'fan1bíén le resultaban repugnantes los anacronisinos que con1etía lla111os Carrión al incluir en J.,a 13ruja ele Chapí una jota que tenía su escenificación en tie1npos de Carlos 11 el 1-lechizado. Otro tanto le ocurría a Vives en su F'epe /3otella. Y al propio Gaztarnbicle (autor navarro) que incluía jotas en fil 1110/inero de S'uhiza, cuya acción transcurría en Navarra en tiernpo ele sus reyes nada 1nenos. Parecía n1entira, estin1aha, que habiendo nacido en Navarra no conociera ese detalle. La jota aún no estaba «incrustada en el aln1a popular de su tierra» en aquella época. Sólo a mediados del siglo x1x, como mostraba el libro de Julián Ribera y Tarragó (La música de la jota aragonesa, Madrid 1928) que había estudiado aquel proble1na con «toda objetividad», se había extendido la jota hacia Navarra desde su tierra originaria que era Aragón 59 . Un erudito conocilniento sobre la tierra que no debía ser defonnada por incursiones alegres de extraños. Participaba de aquella 111entalidad que Pío I3aroja observaba en su padre que, según don Pío, «creía que no había que llevar lo parlicular a lo general .. ., sino llevar, por el contrario, lo universal» a su San Sebastián natal (a la que consideraba on1bligo del n1undoJ6º. Ése era su rnundo y a él reducía su preocupación (por muy cultivada que fuera) 61 . Cicrlan1entc, aquel despegue cierto del pintoresquismo no era siernprc consecuente. No hay sino ver el 1nodo en que fotografía Julio Atadi11 a los aldeanos na-
56 Puede verse Ja extensa labor realizada por esta Co1nisi6n en Consejo, 1934. Un estudio sobre ésta en Huici, 1990. YI Véase Paula Mellado, 1845: 165. 5 ~ Larregla, 1952: 133. Larreg!a entra a concretar, torre a torre, iglesia a iglesia, las incorrecciones del daguerrotipo de De Paula. 59 Larrcgla, ! 952: 139. 61¡ Baroja, 1982: 79. 61 El 1nis1no espíritu anima al vítoriano José Colá y Goi1i ( l 891 ), por eje1np!o, cuando anirna a la labor rest
[317]
varros 62 que recuerdan nuís a las esta1npas de navarros de Francisco de Paula Mellado (véase las lá1ninas de los alaveses, los roncaleses y los navarros en las páginas 88, 620 y 629). O sus paisajes naturales, con puentes de 1nontafia sobre arroyos, en lugares agrestes y entre acantilados, de gusto 1nás bien ro1nántico que propio del objctivisn10 que predicaba Larregla (y que cícrta1nente, Atadill practica en el texto de su geografía). Ese afán contradictorio por lo objetivo se podrá observar tan1bién en la literatura. Decía Alison Peers que no ~ra posible una co1nprensión cabal de la literatura española del x1x sin atender al desarrollo de los focos provinciales. Sería aquélla producto del resurgir de la vida cultural en las capitales de provincia y la dificultad de con1unicación, lo que habría generado una tendencia natural a la diversidad 63 . l)iversidad que~ si no en todos los casos, redundó en una visión costu1nbrista y provinciana del inundo que trasuntaba una parte de la literatura española. F'ernán Caballero, iinpulsora del cuadro costu1nbrista e inventora en el inundo literario del provincianis1no radical co1no conciencia del xrx, decía en La gaviota ( 1853) que ella «111andaría escribir una novela de costu1nbres por cada provincüt» 64 . Ella pensaba en térn1inos de ensayar con la verdadera 1-i:spaHa, no la oficial, la real, tal con10 1nás tarde razonaría Ortega. José Fernández Montesinos es de la opinión de que en buena 111cdida el cuadro costu1nbrista (sucedáneo durante un tie1npo de la novela en España) hecho a partir del espíritu de antaño, manifestado en los giros y las palabras castizos para referirse a la clra1natización de situaciones conte1nporáncas, coadyuvó --antes que retrasó- la aparición ele la novela en España. Pero ello al precio de heredar alguno de sus vicios (1ninuciosidad en las descripciones, la pennanencia de los ten1as, la apelación al Madrid genuino y castizo -que, agotado, pronto tuvo que ciar paso a la provincia llena ele ro1nerías, a111biente rural y procesiones 65 . [Juego, la novela realista de un Galdós 66 o un Varela lo trascendieron, pero sus 1nodos aún aso1naban en los textos. Aquella visión tuvo una continuidad, aunque ele nuevo trascendida, en la novela regionalista del carnbio de siglo (sociedad en ebullición, antes que la quietud de la
62
Véase su colaboración en Carreras Candi, 1911-1926. Peers, 1967: I, 204. 64 Citado en Mainer, 1989: 203. 65 En Montesinos, 1972: passim puede verse el desarrollo del costumbrismo en España en e! siglo x1x. Véase sus consideraciones finales en el apartado VII. Mainer (!989: 206) previene contra una visión excesivainente pesin1ista de Ja novela española que resulta de confundir todo el xix (incluidos el Madrid galdosiano, La Regenta o la novela de Pereda) con provi11cia11is1110 (a Jo que le !laina síndrOJne Ortega), cuando tratarían precismnente de trascender aquel m11bientc. La novela, como decía Clarín, representaba la pugna de lo nuevo contra lo viejo, frente al costutnbristno que era la crónica de !o peculiar y lo típico. No le falta, sin einbargo, razón a Montesinos cuando habla de una impregnación y no de una asimilación. Sólo así se entiende el puente hacia la novela regional de! cambio de siglo (!os Valle, prin1er Baroja, pri1ncr Unainuno, Pardo Bazán, ... ). 66 Una discusión sobre el significado de la novela histórica realista de Galdós en Juaristi, 1987: 211-214. Sobre Ja superación de! viejo costrnnbrismo por Ja novela de Galdós e incluso de Pereda, véase "l\1ainer. 1989: 203-205. 6
·'
[318]
naturaleza a que se refirió el costun1bris1no; Valle, el prin1cr Baroja, Azorín, el prin1cr lJnan1uno, Gabriel Miró, etc.) que correspondió a un n1oviiniento europeo 1nás general (los Eya de Quciroz portugués, el D' Annunzio de los Abruzzos, los I~cden bach, etc. )ú7 .
1.2.1. J.
C~inco
escritores
Navarra y Pa1nplona fue, sin lugar a dudas, uno de aquellos «focos provinciales» a que hacía alusión Peers. Sus pri1ncros pasos en el XIX estuvieron 1narcados por la Ilustración (José Yanguas y Miranda
prometidos con la vida local (Garcilaso, Francisco López Sanz y el propio Eladio Esparza). Finahnente, toda una serie de novelistas y poetas inenores a los que haré
referencia inmediatamente: Félix Urabayen, Manuel Iribarrcn, Ángel M." Pascual
67 Jon Juaristi (1987: 206 y sigs.; cspcciahncntc 214-217) analiza aquella corriente con10 continuadora y, a la vez, ruplurista (de la hlstoria exterior a la intrahistoria, etc.) respecto a lo que sería el episodio nacional de Galdós. Véase también Maincr, 1989: 208-210. 1>~ Ya con una vocación arqueo!ogista e histórica véase su Diccionario de Antigüedades del Rei110 de Navarra, l 840 y, antes, su J)iccio11ario de los Fuoo.1· y Leyes vigentes, 1828. w Ver su 1.int{je. Juaristi, 1987. 70 Juaristi, !987: 194. 71 «Qué intensidad de colorido, qué finncza de caraclcres, qué seguridad en los trazos, qué acierto en la pintura», dice Eladio Esparza refiriéndose a !)olía Blanca de Navarra, destacando justainen1e todo lo que aquélla tiene de construcción legendaria y arquetípica (véase el artículo de Eladio Esparza en Guerra, 1925).
[319]
·-
-
(quizá el 111ás grande ele ellos), H.afael García Serrano, Pablo Antoñana, y los periodistas y poetas José M.ª Pérez de Salazar y Baldo111ero Barón l?rJJnedobo/7 2 . Otro de aquellos centros de cultura fue Vitoria (co1no podrían serlo otras capitales de provincia). Ésta brilló inás en el XIX -cuando sus naturales gustaban de lla1narle Atenas del /\'orle- que en el xx. Fue la suya una producción n1ás ensayística que de creación. Tan1bién en el x1x sus escritores (13eccrro de 13cngoa, Manuel J)íaz de Arcaya, incluso el propio Pedro Egaña) se adentraron por la literatura del fueris1no legendarista, n1ientras que qtros, con un cierto espíritu neo-ilustrado y de recuperación ele la que se consideraba peculiaridad foral, se dedicaron a dar noticias, en ocasiones eruditas, en otras histórico-legendarias, sie1npre referidas al án1bito local (apenas si el catedrático de retórica y poética, Julián de Apraiz, hizo algún estudio sobre Grecia). Los más notables de entre ellos: Ramón Ortiz de Záratc, Ladislao de Ve lasco (preocupado por la 111ejora econó1nica y de las con1unicaciones locales), Angel Albéniz (con sus Glorias' babazorras), el editor Sotera Manteli (dado al legcndarisn10), Ricardo Becerro de Bengoa ( l)escripcion.es de Álava, El libro de Álava, Guía de Vitoria), el 1nédico Jeróni1no Roure, que realizó algunos apreciables estudios de estadística n1édica sobre la provincia, Fern1ín Herrán, que creó la 13iblioteca Vascongada, el arabista Daniel Arrese, ocupado tatnbién en tenias locales, el erudito local José Colá y Goiti, el filólogo y etnólogo Federico Bararibar: y ya en el siglo xx, los Eulogio Serdán, Henninio Maclinaveitia (espíritu de una sensibilidad excesiva que se ocupó de tenias locales, tanto costutnbres religiosas co1no folclóricas, y escribió la novela El rincón runado, a la que haré referencia inn1ediatan1ente), el vasquista vizcaíno l_.uis de Eleizalde, etc. Entre aquellos escritores, tal vez los 1nás representativos y apreciados -por haber penetrado con10 no lo hicieron otros en el pathos de la provincia respectiva de principios de siglo- fueron (tras los Olóriz, Villoslada, lturralde y Suit, Ladislao de Velasen o Becerro de Bengoa; hon1bres tocados por el fueris1no y el legendaris1110 del xrx), Herminio Madinaveitia (El rincón amado, Madrid, l 914), Félix Urabaycn (El barrio maldito, Madrid, 1925 73 ), Manuel Iribarren (Retomo, Madrid, 1932; San Hombre, 1943 74 ), Ángel M." Pascual (Glosas a la ciudad, Pamplona, 1963) y Rafael García Serrano (Plaza del Castillo, Barcelona, 1981). Estos dos últimos, si bien escribieron en los 40, lo hicieron inmersos en el ambiente de los 30 (especialmente García Serrano; Pascual recrea 1nás la posguerra aunque fuera hon1brc de esa generación de los 30) 75 .
72
J. M. Corella, 1973: passiln; e Jribarren, 1970. Tan1b!én ainbientados en Navarra, Centauros del Pirineo, ! 928 y Bqio los robles naw11Tos. 1965. Tiene otra obra mnbicntada en Toledo y en t\1adrid y sus colaboraciones en El Sol a modo de estampas locales y de folletón (véase Urabayen, 1983). Ade1nás sus \!idas d(fi'cilmente ejemplares, 1928, sobre personajes pintorescos conocidos por él. 7·1 Adeinás de otros 1nuchos, L(I ciudad, 1939; Encrucijadas, l 952; Las puredes Fen, 1970. 7-" En un juego siinplificador propuesto por mí 1nis1no y del que no es re-sponsable el entrevistado, Jain1c del Burgo --tras 1nostrar admiración por Okíriz, Navarro Yi!loslada, Landa, llurra!dc y Suit y Cam7
·'
[320]
.
-·---------------~
Sus opciones políticas variaron. 1--lenninio Madinaveitia (1867-1943) era catcdr;'í rico del instituto de Vitoria, fundador del periódico liberal La Libertad y fue alcalde de esa ciudad como liberal independiente (1920- 1922 y 1923)71', Félix U raba yen ( 1883- 1943) fue catedrático de la Escuela de Magisterio en Toledo, colaborador de El Sol, y candidato por el Frente Popular en 1936 (amigo de A1,aña)n Manuel Iribarren (1902-1973), por el contrario, fue director de Ja revista Jerarquía de Falange y de JJríncipe de Viana de la I)iputación Navarra78 . Ángel María Pascual (1911-1917), fue periodista, ho1nbre de gran cultura, dado a la creación gráfica e influido por las vanguardias, se afilió te111prana1nente a Falange y fue, con Yzurdiaga, el artífice de Jerarquía 79 . 'fan1bién l~afael García Serrano ( 1917-1988) fue falangista y periodista (y guionista adaptando al cine varias obras suyas, de Jardicl Poncela y Aldecoa). Sus opciones políticas variaron, pero no se les apreció por ellas (1ne refiero, con10 hon1bres de cultura) sino por una obra en la que la provincia es la protagonista. Todos ellos a1nbientan sus obras en la conte1nporaneidad (y no en pasados ren1otos con10 los legenclaristas), pero sus personajes tienden a ser arquetípicos, sacados del entorno local que conocen (y que describen con n1inuciosidad). En general, tienden a ser un pretexto para recrear la vida -idealizada- de aquellas pequeñas ciudades de las que son originarios o de algün espacio rural de sus provincias. Hcrminio Madinaveitia (El rincdn amado, Madrid, 1914; título afectado donde los haya, con esa cursilería tal vez provinciana 80 ) con1ienza su novela con: «l)esdc Madrid regresa Carlos Arriaga a su pueblo, la antigua Vélica !trasunto de Vitoríaj, la ciudad norteña vetusta y pesun1brosa, rezu111ante de nielancolía.» Con un estilo, en ocasiones lento, va describiendo aquella ciudad con detalle y parsin1onia (calle San Antonio, la Florida, puente de Jos Franceses, etc.) y perfilando a su personaje con10 un joven abogado, colaborador del «n1ás avanzado, del n1ás valiente» periódico local, fil 'f/·iur{/(J -ficción literaria de La Libertad, fundada por él-, ani1nador del Ateneo y conferenciante para obreros. Es Carlos Arriaga, joven despierto y an1bicioso, que aspira a llegar al Concejo para de allí pasar a la l)iputación y luego a las Cortes y tal vez al n1inisterio, «que honraría al pueblo, que volvería locos de felicidad a los padres queridos ... ». Porque «aquel era su sucio; allí podía él extender su significación y personalidad ... ». LJeno de ideales positivistas choca con el señorío de la ciudad, su
pilln----- puntuaba del siguiente modo a escritores navarros (sólo cito a !os inuy valorados) Manuel lribarren (10; aunque no es de su gusto); Ángel M.ª Pascual (10); Rafael García Serrano (8; algo tópico); Eladio Esparza ( 1O; inagnítico conocedor del pasado navarro); Félix Urabayen (suspende); Ga1ci!aso ( 1O como periodista); José !VL" Azcona (10); Ignacio Balcztcna (10) (Jaiinc del Burgo, 18 de febrero de 1994.B). 76 Puede verse su biografía en Sácnz de Ugarte, 1971. 77 Véase introduccíón de Migue! Urabaycn (!983). 78 Corclla, 1973, 217-219. 7 'J Véase Clavería, !954; Santos, 1962; Onrubia, 1982: 11; Trapic!lo, 1994: 178 y sigs. 80 Lo de lo provinciano coino cu1:vi en Mainer, l 989: 194. La novela debió tener un gran l111pil.cto en Ja ciudad cuando a una de !as entradas de ésta las gentes le !lmnaron el Rincón Amado (Alfaro, 1951: 634) y existió una sociedad recreativa con ese mis1no noinbrc. Tomás Alfaro ( l 987: 17 l ), joven de cultura ainp!ia, cree que el considerado Quijote 1'itoria110, era pesin1lsta en exceso, y sentiinental, con un estilo rebuscado que llegaba a ser n1órbido.
[321]
«Vélica a1nada». 'fodo es una pretexto para describir el an1biente de la ciudad. Fondincs, cantinas, n1ujeres crasas, foras con «despechuga111iento excesivo», chiquillos parlanchines y sabihondos, alguna «n1oza de ro1npe y rasga». c::orazón que se serena al ver el cc1nenterio aislado, las torres de su ciudad, la fábrica de harina, el balneario, castilletes, el Vergel (la Florida). Sus rincones llenos de recuerdos, sus campos y las casas con su estufa de invierno, los cortinones, la biblioteca de roble. Tertulias en el Casino donde se encontraba la «flor naciente de la intelectualidad de Yélica». El billar, y Leandro Eguía respetado por su edad, tronante. 1=-:1 conde de la Cialinda, n1ujericgo, jugador empedernido.'Duclos de honor. Nifieras y soldados. Los Porches de la I~stación con10 lugar de cita. L,a tertulia de la Arn1cría. I<.01ncros, guitarreo, llorar de los acordeones en las fiestas de Ja región. Conservadores tirando a neos. L.a cuares111a velicense tristona y fúnebre. l~n ese paisaje, Carlos Arriaga será un joven inco1nprcndido por andar con republicanotes, por rebelarse contra el «n1oho ancestral de Vélica», por cierto con1portan1iento librepensador. I.~os periódicos de la ciudad J~'/ grito de la fé y el E'co de Vélica conservadores, J!,/ T'riunfó Jibrepensante. R.un1orcs y la sanción del ostracis1no. Finahnen(e, con10 en la atnu5.yf'era p1r;vinciana de Balzac, el tedio y el aburritniento pueden con.el joven idealista 81 • 1'odo un retrato costu1nbrista en el que la tran1a apenas sí sostiene una representación de la provincia opresiva para los jóvenes inquietos que a finales de siglo pretendían airearla con vientos de renovación. Algo de aquello debió ver Félix Uraba yen en 7bledo: piedad ( 1920) cuando se refería a su ciudad natal co1no fonnada por «tnurallas de piedra, 1nurallas del jain1is1no. jSon tantos los anillos capaces de estrujar los corazones juveniles!». l)ecía, y aí'íadía: «En esta Jericó del Pirineo en esta covacha troglodita y elec1orera, asilo de los dragones carlistas, hace falta» algo n1ás que un Josué para derribar sus resistencias. Y, sin embargo, en El barrio maldito (Madrid, 1925) 82 hay toda una evocación, a veces idílica, no sólo de su Navarra 1nontañera de hayedos y robles, de su «I3aztán de pueblos blancos, pulidos y enjoyados de nostalgia», co1110 en el soneto de égloga, sino de Ja propia Pamplona, populosa y animada, que es representada llena de vitalidad. Por su páginas discurre un Baztán ele paisaje agreste, de viejas costun1brcs, de gentes venidas del contrabando y hechas al paso de los ejércitos, pero volcadas, ya, hacia la e1nigración, el trato con ganado y el co1nercio ventajista (de espaldas al bosque druídico en que «el árbol triunfa» y enreda la «cabellera de la niebla»). 1-Io1nbrcs, en todo caso, ajenos a la vida hipócrita de Ja ciudad y sostenidos por el «fervor fanático 1
·~ 1 Joven librepensador y rebelde (tal vez trasunto de Jo que él mismo fue un día) que había dejado paso, en el caso de don Henninio, a un sefior bienpensante y perfectamente hecho a los usos de la provincia en su labor n1adura. Así, en su etapa de alcalde, uno de sus n1
Santa María de Estíba!iz, 1929). Otras obras suyas fueron (;uía espiritual de
111i
tierra, To!osa !929, en
Ja que hace un recorrido sentin1cntal por Vitoria; o Cuares111a y Se111a11a Santa (obra de carácter religioso), Vitoria, 1900. 82 Junto con Centauros del Pirineo, 1928 y Bt{jo los robles 11a\!arros, 1965.
[322]
que sólo es patrin1onio de los pueblos esencialn1ente religiosos». Gente de fuerte sentido con1unitario («pueblo elegido por l)ios», lla1na a Arizcun), y atravesada por fuertes odios soterrados. Pero fuerte y noble, capaz de reconstruir la casa (el pueblo) del «buril que pule la piedra, del chistu que recoge la inspiración del valle y el n10Jino que desgrana la espiga». Arte rupestre, espíritu ancestral y esfuerzo sobre la tierra. Aquello 1noldeaba «Un pueblo nuevo, y quien sabe si, anclando el tie1npo, corazón del inundo». Y la ciudad a la que se desplazaban los baztaneses: Pa1nplona (allí donde «hasta los avanzados son fanáticos»). Una Pa1nplona que se describe con n1inuciosidad gacetillera. J_.a Pa1nplona que conoccn1os de costureras y 1nodistillas, del café Irufia y el Suizo, de los paseos a Cízur o 13arafiáin o I3urlacla (o a cualquiera de las n1últiples ventas del alrededor). L,a de la Vuelta del Castillo, del z.ortz.ico y la jota navarra. Las tabernas con las cubas y el botellón de cuatro pintas, el «chacolí de E~z caba», los ahnacenes de vinos y la Navarrería. Pero, sobre todo, la Pan1plona sanfer1ninera, «ensueño bullanguero de la ciudad encadenada»: el cohete, el riau-riau, los toros, los balcones, la calle E~stafeta y todo el paisaje folclórico-ritual-festivo que las rodeaba. l'an1bié11 los personajes típicos que toda ciudad de provincias tiene 83 : Arrasate el valeroso, J~zpanta el albal/N,. .. y sobre todo Olla el del F'íspiri (canción que se canta en los Sanfennines), Artica el 1'entador y Lasarte el Silbante, todos personajes de la vida real pa1nplonesa a quienes, sin duda, Urabayen conoció. Y tan1bíén la l)ionisia, aldeana de la Cuenca, extravertida y locuaz, con «orgullo castellano !aunque l no hablaba precisan1entc el lenguaje del I<.01nancero, sino un dialecto endiablado de disparatada sintaxis, cuyo Castelar es el genial Arako» 84 • l)e nuevo una trarna urdida con el exclusivo fin de presentar a la provincia con sus contradicciones, sus idealizaciones y su carácter propio. De nuevo unos personajes arquetípicos al servicio de una idea. l)e nuevo un escrito en el que está 1nás presente el costurnbris1no que el género de la novela. Manuel Iribarren escribió su Retorno (Madrid, 1932) convencido de que «cada época exige su crónica». Él se esforzó en hacerla; la de la suya, que la consideraba atacada por el 1nal del «con1u11isn10 arcaico» y necesitada de la «laboriosidad» de la clase inedia («¡Paso a la clase inedia!» proclan1aba en su prólogo). Y tan1bién por el 1nal de la n1asa unifornlizante de las ciudades. «Prefiero la provincia, nie dije. Y abandoné la capital. Prefiero la aldea, añadí al poco. Y dejé la provincia. Hallé patanes con criterio de sefiores ... La inversión de influencias, que profetizó Ortega y Gasset, in1prescindible ya para la reorganización española» (corno se ve, la lectura de Ortega es sesgada c inversa al verdadero sentido del pensamiento del filósofo). Aborrece la República por ello (lo escribía en abril de 1931). Los monárquicos (un viejo tuberculoso) auguran grandes niales. Él responde, optin1ista: «Bah. No dejará de salir el sol.» Sus propósitos en la novela son, pues, claros: es la crónica de un reencuentro
83 Véase para Pamplona, Aral,tll'i, 1970: 37-54; 1974: 103-132; 1983-1991: l, 215 y sigs. Y para Vitoria, Vcnancio del Val, 1991. 8 '1 Véase en la Segunda Pane 2.2. y Anexo sobre el !cngu<üc que Arako rcproducü1 en sus «Dialo. gando» del f)iario de /llavarra.
[323]
con la provincia, azotada por la H.epública recién estrenada. Su relato adopta Jos n10dos de la epopeya cruda, descarnada que vive un ho1nbre de aldea hasta reencontrarse con su origen. Es la crónica de su tien1po, el punto en que se halla la esperanza. c:on prosa tersa, finne, crea un personaje arquetípico, con situaciones con1unes que recreaban un cuadro de costu1nbris1no de la España de la época. Ignacio Quintana será el ho111bre: originario de la aldea, consejos de fa111ilia, 1niserias locales y crí1nenes de faldas. f~1nigración a México a hacer fortuna, a un México de peonajes y bandidos revolucionarios a la 1nen1oria de Pancho Villa. Vuelta a la aldea e incon1prcnsión (ha pasado 1nucho tie1npo). Y cfoy nuevo la n1archa. Ahora a tierra vasca: «Un pequefio rincón en el 111apa del inundo. En la estepa, un edén ... ». Es el oasis vasco (retruécano del dicho de Prieto). Islote n1oral donde Ignacio se refugia: paisaje idílico («suaves colinas y bravas n1ontañas», «casas pulcras, ... can1inos cuidados. una iglesia antigua llena de exvotos»), y nobleza hun1ana ( «n1ozos fornidos, re1neros entusiastas ... », recios, nobles, ágiles). La cuadrilla, la caza del jabalí, y Bcorlegui, «Un poco versolari, un poco filósofo»; la sidrería de Agustín. Pero surge el 1nal en fonna de ainante. Marcha a Pa111plona, y allí los Sanfennines -inevitables- de 1931. l~a política los ha estropeado en parte pero allí esta la Plaza del Castillo, los cohetes, el sonar de la 111úsica y el encierro, porque «por lo que respecta a Navarra, no nos asusta la H.epública». En la ciudad, la Jerusalén navarra, se produce el arrepentin1iento con el crucifijo en la 1nano y la visita a la Catedral ante el crucificado de Ancheta: <
[324]
realizó aquellas Glosas entre 1945 y 1947 con10 colaboración casi diaria al periódico Arriba J:spaiia del que fue cofundador. Por ellas discurre la ciudad, única protagonista de sus escritos a veces con nostálgica 111elancolía por las tradiciones perdidas, otras n1ordaz co1no las páginas que dedica a papá I-Ien1ingway (su F'iesta exhalaría una «idiotez ini1naginable» ), paródico con la !)a111plona de pandereta que algunos han creado («póngase en coclelcra dos copas de encierro, ... »), con1placiente y n1inucioso cuando describe escenas callejeras de su Pa1nplona de recio carácter, evocador con las crónicas de la capilla de San Fcnnín, las can1panas, torres, el Portal de Francia, la 'I'aconcra o el árbol del !Josquecillo (cuando se recrea en esa Pa1nplona n1ineral, en la ciudad con su historia natural, tan al gusto de la provincia). Pero ta1nbién un ciereo af.:ín por trascender aquella Pa1nplona provinciana y recoleta, aquella (~fue/ad ele 1er~ cer orden que describiera en su pocn1ario: autovías y letreros lu1ninosos ( «dc111asiada hicdra» 8\ se quejaba, y pedía «Un poco de tijera, por favor»). T'odo ello escrito con un estilo priinoroso y claro (co1no el de sus grabados), hasta adquirir ese tono de poc111a en prosa que la recopilación tiene. Frente al rcn1anso de quietud, a veces sesteante que aparece en la Pan1plona de Pascua!, la de l~afael García Serrano será vital y callejera, colorista, feroz, aunque sie111prc tierna y llena de casticis1no. Escribía su !)laza del ('astillo (Barcelona, 1981) en la inn1cdiata posguerra, recreando los días de julio de l 936. L.o hacía con un título que, en sí 1nis1110, lo dice todo respecto a sus intenciones. Con su prosa diáfana y chispeante, brusca cuando la ocasión lo requiere, castiza en general, pero ta1nbién alegre y lírica 8
8) Que junto a la luna y !a ruina habían adquirido su verdadera in1ponancia en e! x1x. Ansias de vanguardia, ruptura con el rornanticisn10. 81 ' Andrés Traplello (1994; 177) dice de su prosa que eslilba <;cuajada de casticisinos !con un estílo] que es el de envolver besos, en coces, intc1jaclad<1 cada cinco líneas por un par de tacos, que suenan sie1nprc, en 1nedio de la página, c01no petardo pedregoso y cxtnivagante, lo que ... c01npensa con arrobainientos de corte !írico, todo lo cual convierte su prosa en algo muy expresivo y personal».
[3251
al rnundo local), las situaciones tópicas y la visión analítica, el fuerte peso de la tc111ática religiosa; todo ese inundo descrito al n1odo costun1brista que era la provincia. La provincia -reconstruida co1110 arcano y con1pcndio de costu111bris1no-- era, pues, protagonista destacada en ese 111undo de la cultura que era Ja literatura de aquellos ai'íos en lo 111ás representativo de esas provincias. Una literatura que se consideraba -o se pretendía- capaz de reencontrar lo esencial de la vida nacional que, según eso, debía hallarse en la provincia. No creo necesario aclarar que no se trata de e1nparentar a aquellos autores según un criterio literario (poco tenían que ver el sentilnental y deci111onónico Héí-·111inio Madinaveitia con Ángel M.n Pascual, adtnirador del niundo clásico e incorporado a las vanguardias literarias), sino de subrayar la existencia de ciertos rasgos en su literatura que ad1nitían (y aun sefialaban) la existencia de un sustrato genuino de lo español en aquella periferia. Era una corriente 111uy extendida, y que en cierta fonna venía a ser legiti111ada por la gran literatura de los Valle-Jnclán, el primer Baroja, Tomás Morales, Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró, que habían asu111ido una cierta visión de España desde la región (desde Galicia, ValleInclán; Baraja desde el País Vasco y luego Castilla; Miró y Azorín desde el L,evante; etcétera) 87 • Véase, por ejemplo, el artículo publicado por Valle-lnclán en El Noticiero Bilbaíno del 13 ele noviembre de 1916 («El origen de las regiones») que describe lo que él considera la sustancia de las regiones (que serían la castellana, la levantina y la eantábrica) 88 . O la comprensión hacia el regionalismo y el fuerismo que muestra Pardo Bazán en una nota crítica sobre la novela de Arturo Ca111pión 89 , lógica desde su regionalisn10 gallego y cierta búsqueda castiza de lo auténtico en sus fJazos. Sería, sin embargo, Eugenio D'Ors -con La Ben Plantada (1911)- quien mejor llegó a representar aquella corriente de la provincia corno fonna literaria (que adquirió, en su utilización institucional, tintes nacionalistas). Ho1nbrc de vasta cultura (bien conectado con Ro111a y París), su novela surgió (dentro de la corriente del noucentisn1e catalán90 ) corno reacción ante lo que consideraba excesos dionisíacos del 111odernisn10. Al niargen de sus propuestas estéticas -clasicis1no, equilibrio, arn10nía-, lanzaba en su obra (y sus periodísticos Glossari) un progra1na de búsqueda de la esencia de la raza en el sosiego equilibrado de la vida en contacto con la tierra y el mar de estirpe aldeana. En La Ben Plantada, Xenius esbozará, a través del pequefio pueblo, blanco y arn1onioso a orillas del tnar al que acude la protagonista Teresa (personaje ta1nbién arquetípico), lo que sería alegoría del te111pera1nento de su región. Un
87
Véase t-.1ainer, 1989: 208-210, que en1parcnta aquella tendencia con una corriente mús general ha-
cia la representación regional en la Europa de la época (el Abruzzos de D' Annunzio; el flainenco Maurice Maeterlinck; etc.). 88 Recogido en ABC Cultural 149, 9 de septie1nbre de 1994. 89 Citado en Juaristi, 1987: 195-197. 90 Véase sobre este 1novüniento Jaiine Brihuega (l 981: l 68-172), que lo valora co1no un 111ovin1iento difuso coino corriente cultural (un vago 1nediterraneís1110) capitalizado polítican1ente por el nacionalismo catalán desde la Mancoinunitat. Sobre D'Ors y su reacción anti1nodernista, véase López Aranguren ( l 98 l: 273 y sigs.).
[326]
---------~-
--~
..··-·-----------
lugar sereno, natural y hu1nildc, en el que es posible reencontrarse con las verdades profundas de la estirpe. lJn inundo que trataría tan1bién de recrear Manuel Iribarren en su J?etorno ( 1932), y un autor, que ya tras la guerra, influiría en las (JI osas de
Ángel M." PascuafJ 1 •
1.2.1.2.
/,.,as otras arte,\·
'IlHnbién en la pintura pesaba la provincia. Recuerda Baroja que en la tertulia del estudio del escultor Inurria, en (~6rdoba, «había grandes discusiones entre casticistas y 111odernistas». Baroja era escéptico al respectc/J 2, pero no cabe duda que en el a1nbicnte de los pintores existía aquella voluntad de trascender en sus obras la estética y convertirla en palhos. Preocupación que, personalidades literarias nuís inclinadas a lo trascendente que don Pío -co1no era el caso de Miguel de Unan1uno-, co1npartía11 93 . I~l can1bio de siglo (fines del x1x y principios del xx) dio una generación excepcional de pintores en el norte de f,spafía, En este caso es Vitoria (en relación con Navarra) la que produce una generación n1ás interesante de artistas. Se ha discutido sobre la existencia o no de una escuela vasca de pintura, o, con10 pretendían los nacionalistas, de la existencia de un estilo vasco particular, que sería expresión del alrna de esa etnia, de su raza 94 . No es lugar para adentrarse en este debate (aunque es claro que no puede sostenerse Ja lectura esencialista del nacionalisn10). Sin e1nbargo, y dentro de una an1plia gan1a de estilos y calidades, resultó claro que la idea del rcgionalis1no afectó en buena n1cdida a la hora de elegir los tc1nas por parte de este grupo de pintores que floreció en la zona vasco-navarra durante el ca1nbio de siglo. 'l'ras una prin1era etapa de corte ro1nántico-foralista, con cuadros con10 el }aun Zuria jurando dej'ender la independencia de Vizcaya, del vizcaíno Anseln10 (iuinea; EJ árbol Malato, de Man1erto Seguí, etc., pro1novidas a partir de la exposición de 1882 por la Diputación de Vizcaya (que Guinea continuaría en J 897 con su Alegoría de Vizcaya), nos adentra1nos en una generación bien conectada con lascorrientes pictóricas europeas del 11101nento, seguidoras del n1agisterio del bilbaíno Adolfo Guiard (1860-1916) y el vitoriano Ignacio Díaz de Olano (1860-1936). Será un grupo que había roto ya con el acade1nicis1no 1nadrileño para adentrarse en las nuevas técnicas y corrientes pictóricas propias del n1on1ento (i1npresionisn10, sin1bolis1no, cxpresionis1no, fauvis1no, etc.). Su atención estaba, cierta1nente, 1nás centrada en París. Sin en1bargo, a pesar de la indudable calidad de 1nuchas de las obras realizadas y
91
Trapiello, 1994: 180. Baroja, 1983: 230. 'J.> «Por donde se ve ··-··decía c.oinentando la España negra de Verhaeren y Regoyos~ cuán difícil es prescindir, hasta en el arte, de las tendencias doctrinales del espíritu» ( E11 torno a las arres, 19 l 2; citado en Calvo Serraller, 1988: 50-5!). 91 · Sobre el particular pueden consultarse, González de Durana, 1992: 13-112; Guasch, !985: 2!-:S6; Zugaza, 1993; García y Arcediano, 1993; Plazaola, 1993; Kortadi, !993. '!
2
[3271
la altura de sus plantean1ientos pictóricos, en no pocas ocasiones se cayó en ten1áticas costun1bristas 95, e1npei1ada en una pintura narrativa, con un rcalisn10 inás o 1nenos idealizado, hasta derivar en ocasiones hacia el pintoresquis1no e incluso hacia lo insólito. Eran frecuentes las reproducciones de escenas cotidianas de la vida aldeana y 1narinera, la ten1ática de tipos populares, escenas religioso-populares (interiores de iglesia, procesiones, actos de Sen1a11a Santa), etc. l,a evolución se produjo a través del realisrno paisajístico (habitualtnente hu1nanizado) y ele género costu1nb1)sta (con influencias de Sorolla en la búsqueda de la lun1inosidad) de un Ignacio Ugarte (Sardineras de .5anturce, 1907), o un renovado Anseln10 Guinea (Idilio e11 Arratia, 1887; Antón de los cántaros). Pennanentc referencia a te1nas locales (n1uchas veces rurales) tratados con la n1inucia del e,..,cenario reconocible para el lugareño, en el que aparecían personajes que pretendían representar una cierta caracterología de la provincia, escenas de la cotidianidad idealizada y títulos en los que, una y otra vez, se alude a la toponilnia de la región. Creación de un espacio sutil, de hon1bres y escenarios hondan1ente unidos a la tierra y en la que se puede reencontrar las raíces íntii11as de la estirpe. No otra cosa fueron ---entre los vitorianos96- J.,,a rnisa de Narvqja de Antonio Martín Echagüe ( 1883-1942), la l)rueba de bueyes en lilf{ueta, !Jespués de la fiesta ( 1903), la RrJ1nería en la errnita de San José en Mondragón (1910; con su fuerte cotnponente expresionista) o la J)arlida de 111us (1920) de Pablo Uranga, la conocida Vuelta de la mmería (1903; con ramos, escapularios, rosquillas y esa alegría sana y natural que correspondería al hon1bre de can1po), la Vendedora defh1ta (1886; en el que puede leerse Ja mancheta del periódico local), Voceando sardinas o J?ezo del Angelus en el can1po de Ignacio l)íaz de ()!ano. (]aro que no todo fueron referencias locales. Antonio Ortiz Echagüe tuvo una evolución hacia un estilo 1nás cosn1opolita (véase, por ejc1nplo, su Mi nn~jer y nú hija en la estancia) y, especiahnente, el vitoriano Fernando An1árica que, aunque pintara n1otivos locales, lo hacía desde una concepción 1nás a1nplia y con unos referentes rnás univcrsalistas (así La ciudad con sol, 1905, y l,a c;udad con lluvia, 1906, en los que se representaba un escenario urbano al gusto de la época, buscando el efecto producido por distintas lun1inosidades; sus poderosos pais,\jes con10 Niebla de 111aFílll1lt en las alturas, 1913, o El valle de Léniz., 1915, etc.). El propio Díaz de Olano pintaba magistralmente su Chubasco en los tonos grisáceos del norte -que recuerda Lo calle Saint 1-lonoré después del rnediodía. ~'fecto de lluvia de Can1ille Pisarro- representando, con paleta 1nucho n1ás clara, una escena cotidiana de la ciudad en un día de lluvia. Claro que, ta1nbién An1árica realizará sus incursiones en e1 costu1nbrisn10, aunque sien1prc con su preocupación por la luz y el color (la serie de la I<.ioja, lJna plaza en la Rioja, 1924, o sus pinturas en Navarra, [}na plaza de Navarra. J:::stella, 1935). Al tnargen de co1Tientes pictóricas y calidades, hay en todos ellos, con10 ocurría
% Plazaola (1993: 35) cree ver en ello una especie de inercia heredada de los usos de la pintura de historia acadén1ica que ponía antes el acento en la elección de un tema de calldad que en la búsqueda de un efecto sensual en el espectador a través del trabajo plástico. 96 Véase García Díez, 1990 y !a bibliografía citada en la nota 94.
[328]
con la literatura, un protagonista: la provincia expresada a través de unas fonnas cos .. tun1bristas. No tanto la especificidad y la diferenciación respecto de España (con10 pretenderían los nacionalistas) sino la elección de la vida de la provincia y sus 1110dos narrativos con10 n1otivos de su pintura. El crítico orteguiano Juan de la Encina (Hjcardo Ciutiérrcz Abascal, colaborador habitual de la revista Ilern1es de Bilbao y hennano de 1-.eopoldo 97 ), lo decía con 1neridiana claridad en 1919: «El artista vasco de nuestro tic1npo es de todos Jos peninsulares quien est::í n1ás cerca del esph-;tu casr;zo de nuestro arte nacional» (cursiva 111ía)98 . Y añadía: «Atraídos por el estilo del país, los vascos lo han convertido en te1na principal de sus obras. Los tipos raciales, las costuinbres can1pcsinas, los paisajes, el aspecto y vida de Jos poblados, el 1nar y sus gentes, han sido por ellos representados con cierta profundidad. l)esde las expansiones físicas en ro1ncrías y holgorios /sic/ hasta los acentos de pura calidad espiritual, la en1oción religiosa, la 1nclancolía y afioranza, todas las forn1as de Ja vida vascongada y su paisaje se han engastado en el arte» (de ahí, tal vez, el gusto por el cxprcsionisn10 en la pintura vasca, que es antes una actitud que un estilo). A corroborar esa idea vino la selección que hizo de las «()bras 1naestras de la pintura vasca» 99 . A su vez, Ja provincia se sentía orgullosa de los suyos y los recordaba en ocasiones solen1nes (con10 la aparición en agosto de 1924 de la revista Vitoria, que pretendía reflejar el ser de esa capital y su provincia, y en la que I
º
\fl 9
"
99
Véase sobre este último Gonzá!cz Durana, !992: 22!-228. Encina, 19 ! 9: 2. Encina, 1919: 39-40 y anexo con rcproduccloncs pictóricas.
Hxi
Apraiz, 1924.
101
Véase Catálogo cic!ostilado y comentarios de Ángel Sácnz de Ugartc en el Pe11sa111ie1110 Alavés,
agosto, 1936. un Véase Mantcrola y Paredes, 199!; y Martín-Cruz, 198!.
[329]
el vitoriano Gustavo de Maeztu (1887-1947) con unos inicios vinculados a la vanguardia europea (entre el exotis1no, el neorro1nanticis1no y el helenis1no, con10 en su conocida E'va que escandalizó al Bilbao sietecallero en 1915 1 º·~), tenninn su carrera en Navarra tras realizar para su J)iputación los fan1osos frescos en los que, con su trazo finne y grandilocuente, reproduce una Navarra n1itol6gica y bucúlica 104, para tenninar en sus n1otivos de costu1nbrisn10 local (y otros n1ás ideológicos sobre la guerra o Zun1alacárregui) tras su asen\'a1niento en I:~ste!la 105 . El peso de la provincia dJ;bía ser grande cuando Joaquín Sorolla, el n1ás cotizado pintor de la época (y cicrta1nentc i111portantc), hon1bre de gran prudencia y «artista de receta», en expresión ácida de Pío 13aroja ioc) --personalidad artística, pues, porosa a Ja inclinación don1inante 1 7·--·, al recibir el encargo ele decorar los salones de 'fhc I-lispanic Society of America de Nueva York ( 1912), con motivos españoles, decidió pintar justa1ncnte su progra1na Las J>rovincias de l'spaHa. Puede pensarse, razonablcn1ente, que el a111bientc pesó en aquella decisión. Y lo realizó utilizando tenias agrarios y religiosos, en los que pretendiendo evitar la L~spaña de charanga y pandereta, la Espafia superficial, buscó realizar una etnología ou1é111ica y naturali.~ta de lo español (de nuevo una búsqueda neorron1ántica de las esencias) en el áinbito diverso y peculiar de la provincia (región) 108 . En esa búsqueda escncialista Sorolla derivó justa1nente hacia los te1nas n1ás castizos y escenas 111ás típicas (escenas del folclor local tratados con personajes alegóricos vistiendo trajes dignos del 5'e111a11ario l)i111oresco E~\']Jtnlol), de corle pintoresco y gusto, en ocasiones, insólito (ya en Ja década de
º
°'
1 Aguirre, 1993: 131-132. Y sus Idilio negro, Dos clii11os y Lo.1· novios dt' Vozmediano (l y 2). f)N. l O de 1nayo de 1936. w5 Sobre su vida en la pri1ncra época en Bilbao y París, véase Aguirre, !992 (original de 1922), y un tratamiento del crítico en Mantero!a, Súnchez-Ostiz y Zubiaur. s.d. ior, Baroja, 1983: 261-266; cita en 265. Don Pío creía que Sorolla no tenía «una afición co1nplcta por el oficio:», que aspiraba antes al bienestar que al arte subliinc. Por su parte, Baroja se declaraba dispuesto a todo por lograr 1nejorar su creación !iterarla (salvo perder la salud o la vida). Lo mismo creía de Rcgoyos, por cjcn1plo. Citaba esta frase de Sorolla como n1ucstra de su condidón de > 107 Que es lo que aquí interesa destacar, sin entrar, está claro, en juicios de valor sobre la actitud del artista, 1nás próxin10, probablemente, a Ja tradición renacentista y clásica de situar el encargo sobre los sentirnicntos del autor frente a un Baroja --en la tradición ro1ntíntica, heredada por las vanguardias- ·,inclinado a la expresión sincera del arte por cnciina de cualquier otra consideración (idea que no aparece-· ría en las artes hasta el siglo xv111; «el arte ha de ser sincero», se proclamaba, frente a la anterior inclinación de que «e! arle ha de ser. sobre todo, noblc>t). Una discusión sobre estos te1nas en Gornbrich y Eribon, J 992: l 4 !-142. ws Tal vez Unamuno, preocupado tainbién en esa búsqueda espiritual, no esti1nara que Sorolla - ·con su lrnninosí castellana). ¡1,1.i
[3301
los 80 y 90 del pasado siglo había realizado nu111erosos trabajos de te111a costun1brista 111arinero y rcligioso) 1 º~1. Siguiendo con las artes plásticas, cuando Pan1plona se propuso siinbolizar el espíritu de Ja ciudad, allá a finales del siglo x1x, lo hizo con el Monu111ento a los Fueros (proyectado en 1893 y erigido en 1903) 110 • Fue aquella una obra del arquitecto Martínez Ubago -anterior a su evolución n1odernista-, erigido tras la lla1nada ganurz.ada por encargo de la J)iputación provincial (que hizo una priinera aportación y financió el resto por suscripción popular), con una iconografía que representaba, naturalinente, a la provincia de Navarra. Co1110 no podía ser de otro 1nodo en un 111onun1ento, su concepción estaba cargada de si1nholis1110 111 • Cinco colun1nas cortas y fuertes, sobre un alto podio, representan las cinco 111erindades de Navarra en un juego que evocaba la cripta del 111onasterio de l~cyrc (la «cripta lóbrega de L.eyre», con10 la describía l~ladio Esparza en su inflan1ado discurso católico-foralista de 1935 112 ). Por su parte, cinco estatuas sinibolizaban para unos ( ¡~·¡ Arahn; 5 de julio de 1894) las «virtudes que encarnan el carácter de la raza» y para otros eran la Justicia, la 1-listoria, la Autono111ía, la Par, y el 'frabajo (La Avalancha), virtudes de la provincia. R.en1atando el n1onun1ento una joven (escultura hecha según los c<ínones clásicos) leía un pergan1ino que venía a representar las viejas I..,ibertades navarras. Se cuidó hasta el origen de los inatcriales. 'fodos ellos, excepto el bronce procedían de distintos puntos de Navarra 11.-i, I2ntre los escultores navarros, quiz<.í el 111ás apreciado fuera Fructuoso ()rduna (a quien la J-Iern1andad de la Pasión de Pa1nplona encargó un Cristo Alzado 114). Pues bien, sus pri111eras obras fueron E'/ l?oncalés (1920, con la que obtuvo la n1edalla de 3.n clase en la Exposición Nacional de I3ellas Artes), y l?erraro de l)onlin¡;o E;/iz.ondo, juez roncalés ( 1924), cuyos títulos ya nos hablan del papel que adjudicaba en su obra al lugar de origen (realizó, asi1nis1no, Ja lápida dedicada a (]ayarre, 1924; y el n1onun1ento al general Sanju1jo, 1929 en Pan1plona ~de1nolido en 1931, luego res·· taurado). De nuevo ese estilo narrativo, de un realis1no idealizado y sobre n1oüvos conten1poráneos. l)e nuevo un 111undo, el de la provincia, que afloraba en á1nbitos de la cultura con10 realidad contundente dictando sus n1olivos, scfíalando su presencia con10 realidad establecida.
w9 Véase sobre el pintor los coinenlarios a la reciente exposición en Soro/fa, 1994. Especialmente el artículo de Franccsc Fontbona. 11 º Según el gusto historicista de los n1onrnnentos de la época como el Mo111111u'11fo a Isabel la Carálica de Manuel Oms en Madrid o el Ra111á11Bere11g11er111 el Grande de Lliinona en Barcelona (o aun los 1n01n11nentos a Colón de Barigas Moravá y Atché de 188 l en Barcelona y de Arturo Me!ida en Madrid). Véase Marín-Medina, 1978. iii Véase el prograina del monumento en La i\vala11cha 300, 7 de scptien1bre de 1907. 11 '· Véase Esparza, 1935: XX, vuelto. 113 Véase Orbe, l 985: 194, de donde proceden las citas de Ara/ar. 11 1 • Expuesto en e! Salón del Trono del Palacio Provincial tras su realización, y a cuya inauguración acudió en pleno et 1nundillo intelectual de Ja ciudad (entre ellos Ciga y Zubiri) y varias autoridades (véase EPN, J8den1arzodc 1931).
[331]
Ta1nbién Joaquín Lucarini fue apreciado en Álava con10 hijo de la provincia 1 1.'i. Inició su prünera época siguiendo el estilo realista español y los 1nodos del naturalis1110 barroco, para evolucionar luego hacia las fonnas 1nás sólida1nente clasicistas y el 1nonun1entalis1110 116 (en la posguerra recibió varios encargos en ese sentido) 117 • No se ocupaba con 1nucha frecuencia el F>ensarniento Alavés de tenias de arte, pero en 1nayo ele 1936 reproducía un artículo elogioso para con el escultor publicado en La l?evue Moderne (lo cierto es que sí tuvo un cierto renon1bre en París) 118 . La razón: «por estar dedicado a un íl9,stre paisano». Ciertan1ente, Lucarini tenía 1nérito con10 escultor, pero lo que de él se apreciaba, sobre todo, era su condición de paisano ilustre. Adernás de practicar un tipo de escultura con1prensible, de un e1npirisn10 dccin1onónico, y tratar de 1nostrar los rasgos de la estirpe, con10 en los bajorrelieves encargados por la Diputación, en que representaba un [!,/cano en su «rudeza y audacia», tal con10 decía la revista francesa, su 111éri10 para ser reconocido por el periódico local era el de ser del lugar (es decir, en la provincia, no n1ás allá) y haber triunfado fuera. Eso le avalaba co1no personaje ilustre entre el vecindario y reconocido en su labor.
1.2. 1.3.
Culrura de masas
¿Qué ocurría en lo que toca al inundo del espectáculo de 1nasas? Si nos atenen1os a la contribución ingresada en Ja Diputación de Álava en concepto de 1in1bre por parle de las empresas de espectáculos para el año 1927, aquellos que más público atraían por esos años en ciudades con10 ésta eran las corridas de toros y el teatro 119 . La fiesta nacional gozaba de larga solera en ciudades con10 Vitoria, donde ya existía una tradición que procedía del xv1n 12 º y que en el x1x se consolidó con la creación
115 Aunque de antecedentes italianos -su padre fue e! escultor Ángel Lucarini- había nacido en Fontecha, Álava (1905) y, a pesar de su priincra fonnación en Bilbao, luego ejerció en una pri1ncra etapa en Vitoria (con encargos de la C:~ja de Ahorros y la Diputación de Álava) y estuvo pensionado por esta
última. Que hubiera sido del gusto del arquitecto pmnplonés Víctor Eusa. Véase Begoiía y Beri:íin, 1985. 113 Véase PA, 5 de 1nayo de 1936. 119 La cifras en concreto se desglosan del siguiente modo: ll6
117
10.071
Plaza de Toros. Corridas .. Plaza de Toros. Títeres .. Frontón. Partidos de pelota .. Frontón. Bailes Ideal Cineina .. Teatro Príncipe .... Nuevo Teatro ... Club l)eportivo. Fútbol .... Fuente: AHPA.INE.19. 120
88! 764
379 5.776 11.474 6.553 1.925
Véase Barrio, 1986.
[332]
de plazas de toro estables. Así en Vitoria la del Resbaladero ( 1850-1879) y desde 1880 (postcriorn1cntc rcfonnada) Ja Plaza nueva. F~sta últi1na fue inaugurada el 2 de scptieinbre de ese afio con la participación de H.afael Molina, lit L.agart¡jo (y a la que tenía previsto acudir ta1nbién Salvador Sánchcz, f~rascuelo, i1npcdido en ese 1no1nento por dos cogidas) 121 . T'orcros de pri1ncra fila en Ja época, que se recorrían todas las plazas del país provocando verdadero cntusias1no entre los del lugar. Entre sus seguidores había gente de pri1ncra fila en Ja vida local: los Sarasate, Gayarre, Duque de Veragua, Eulogio Serdán, los hennanos l-Ierrán, etc. 122 • La adhesión de los notables locales a Ja fiesta del toro continuó en el xx. Así el 1náxi1110 responsable de la E111presa Popular Vitoriana de Corridas de 1ciros era en 1927 Guillermo Elío (político datista, posterionnente de H.E y personaje clave en la vida local, co1no ya he dicho, véase supra) y el secretario de la I~1npresa, H.afael Santaolalla, en1presario vitoriano y primer alcalde de Vitoria tras el 18 de julio de 1936. La Plaza, por su parte, tenía ese año un aforo de 8.865 asientos con 11 O palcos de diez localidades, 293 balconcillos y el resto en gradas, tendido, barreras, etc. (frente a los 8.022 localidades del Campo de Mendizorroza dedicado al fútbol, con sólo 340 tribunas), previéndose la realización de diez corridas a lo largo del año (los precios tatnbién diferían: 1O pesetas el palco y 5 el tendido en la plaza de toros, nlientras que en Mendizorroza oscilaban entre 3,75 y 1,5) 123 . I~l espectáculo castizo por antono1nasia gozaba pues de excelente salud en la provincia. Poco que añadir sobre Pan1plona y Navarra, en que la vacas eran consustanciales con las fiestas de cada pueblo. Y, por supuesto sobre el popular Encierro de San Fennín y sus plazas de toros (la circunstancial de la Plaza del Castillo, Ja estable de 1844, nueva en 1852 y desplazada de lugar a raíz de la realización del Segundo l~nsanche) 124 • Sí que ta111bién en Pa1nplona se consolidó el Encierro sola111ente a partir de la polé1níca suscitada en 1876 (n1on1cnto en que dado que el ferrocarril trasladaba a los toros al toril deseado, era innecesaria su conducción por los can1pos y las calles de la ciudad, con el consiguiente peligro para los ciudadanos). El debate tenido en el ayuntanliento con ese inotivo, tuvo una fuerte resonancia pública. Finahnente se acordó 1nantencr la que se consideraba «costutnbre antigua» en la ciudad (aunque se en1plcaron ta111bién otros argun1entos de orden inás práctico) 125 • La fie.1·1a nacional tenía, pues, su particular historia y su arraigo en la tradición provincial. 'fa1nbién en el espectáculo escénico la provincia tenía su n1odo de representarse.
121 122 12
·' 12·1
BELA. 1980. RELANCE, 1924. AI-IPA.lNE.19.
Pueden con.su!lar.se !a.s noticias que da Lui.s del Cainpo (1943; 1980; s.d.; .s.d.a; .s.d.b.) sobre la his!oria de! !orco en Navarra y el Encierro de Pamplona. 125 Véase Campo, l 980: 51-60. En cuanto a lo.s argun1entos, el Eco de Navarra (28 de junio de ! 876) sostenía que el 85 por 100 de los aldeanos de !a Cuenca acudía a Ja ciudad para participar en la entrada. Su suspensión podría reportar una.s pérdidas, calculaba, de 28.000 pe.setas para la ciudad (natura!n1ente lo.s cúlculos .son absolutmncntc alcatorlo.s).
[333]
Antes que las obras 1nayores se preferían las obras ligeras y sainetescas. Para el hon1bre cultivado de provincias, resultaban atractivos libros con10 los de José Subirá, La tonadilla escénica (Madrid 1928-29) y fonadillas teatrales inéditas (Madrid 1932), donde rápida1nente se buscaba la referencia local para con1probar que, a pesar de su carácter n1qjo (1nadrileño), la tonadilla tenía tan1bién que ver con la propia tierra, la tierra navarra, en este caso. Así, por ejc1nplo, Santiago Larregla, n1édico de Pan1plona, comprobaba con deleite en las páginas del libro de Subirá que existió en la Corte de finales del xvn1 una fa1nosa,, tonadillera apodada La Navarra. O que en la inotrilera Cararn/Ja había una letrilla que decía « ... porque yo, sefior n1ío --soy de Navarra. -Soy de la tierra donde es el pascíto ··-··-la 'l)1conera ... » 126 . Aparte de la exaltación de lo local, había un gusto por la recuperación arqueológica de lo propio, que antes he con1entado. En 1900, 1901 y 1903 se llevaron a Pamplona obras de José Echegaray, la Electro de Galdós en 1901 (con gran escándalo) y a Jacinto Benavente en 1901, 1902 y 1903 127 • Pero, en general, antes que el género dran1ático, se preferían las obras de aire ligero del teatro lírico español. Fue la zarzuela, considerada un arte vulgar por Ja Ilustración 128 , y recuperada con10 reacción nacionalista a partir de 1847 por la Asociación I..,a E'spalla Musical (presidida por el navarro Hilarión Eslava, y fonnada por Arrieta, Gazta1nbide, Barbieri, etc.), la que inayores adhesiones consiguió entre los navarros a principios de siglo. I~n Pa1nplona se llegaron a representar El !<.ey Sabio; El barberil/o de Lavapiés de Barbieri; La Cruz Blanca; Cádiz de Javier de Burgos 129 ; (]igantes y ('a bezudos; El barquillero de Chapí; Agua, azucarillos y aguardiente, obra cumbre de Chueca 130 , El molinero de Subiza de Cristóbal Ubrí; La Roncalesa de Fiacro Ireizoz y Joaquín Larregla, etc. i:n. Todas ellas realizadas en escenarios considerados típicamente populares y en Jos que fue ganando la idea de reacción castiza (del recopilador !za Zamácola al brioso compositor Francisco Barbieri) frente a la corriente italianizante que defendieron algunos de sus prüneros pron1otores. Posterior1nente, y sin abandonar las representaciones zarzuelísticas, co1nenzaron a representarse operetas italianas y vienesas, entre1neses, juguetes cón1icos, circo y revistas de variedades 132 • No llegó, sin en1bargo, hasta Pa1nplona la «influencia funesta de Ja
Larregla, 1952: 137. Pérez Goyena, 1964: passim. 12 ~ Moratín la consideró, en 1792, «un hacinmnicnto de frialdades, chocarrerías y dcsvcrgllenzas». Véase la cita en la voz «Zarl.uela» del Diccionario Espasa Cafpe, en el que aparece una detallada historia de la evolución de este género. Véase tainbién, las voces «Tonadilla», «Género chico». «()pera>>, «Variedades». 129 En 1895 se trajo a Painplona una coinpaflía de zarzuela infantil que representó esta obra, zarzuela en tres actos ainbientada en Cádiz en 1812 que incluía «La Marcha de Cádiz¡>, y que en los inicios de la guerra de Cuba se cantó con el mayor de los entusiasinos por parte del público y que era tocada con profusión, en esas fechas, por !as bandas 1ni!itares. Véase Blasco Salas, l 958: 35. 100 Que en Painplona no debió tener gran éxito. Corella, s.d.a: 25. 1 1 ~ Pérez Goyena, 1964: passim. 132 A título de ejen1plo, entresacainos los espectáculos representados entre Jos años J 909 y ! 9 i O en 12c, 127
el Teatro Gayarre de Painplona (salvo que se especifique otra cosa), y cuyos optísculos son citados por Pérez Goyena (1964):
[334]
locada n1ús1ca negra y de la n1úsica de cabaret», que tanto disgustaba a Jos adrnira-
1909:
ENER()/FEBRERO: Gran CornpaíHa Zarzuela y Ópera Espaiío!a de Pablo Lópcz/tiplc: Pilar Lacan1bra/obras: RiRole110; Lysís1ra1a; La 1(m1pestad; Las dos princesas. -----ABRIL/PASCUAS DL-:: RESURRECCIÓN: Gran Co1npañía Cóinico-Líríca {diríge Cos1nc Bauzú): i-<1 Fea del Olé. ·--·· 9 DE JULJO. SAN FERl\1ÍN: Festival de la Jota. Primera parte se ejecutan dos plczas. Segunda parle, Ccrtaincn. Organiza Orfeón Pamplonés con !a cooperación de la Rondalla Zaragozana y la banda del Regimiento de Inf~mtería de Ja Constitución ----¡\(!()STO: Célebre Coinpaiíía Lillipuzcana della Citta di Roma: The Geislw (de Sidncy Joncs), opereta japonesa en Lrcs actos; Lucia di Lamermoor ópera; La Sonámbula. SEPTIEMBRE: Orfeón Pamp!oné.s y San!a Cecilia y bandas 1nilítares de los Regi1nientos de América y Cantabria; la pianista Santos Laspiur y el violinista José Antonio Huarte; a beneficio reservistas y fainilias; Pa1rio1is1110 o 81 Sirio de Gerona, entreinés patriótico, de .losé M." Huarte y L'.stanislao Luna (escrito expresamente para !a velada). - SEPTIE!\1BRE/OCTUBRE: E111ierro de Don Carlo.1· de \/are11.1·e; l..<1 viuda pobre; A11Relu.1· en allo mar; /:"I ciego de Jcru.1'ali'!11, ele. -- OCTUBRE: Conciertos vOL'ales-instruinentalcs Quinteto Espafiol de Mt'1sica de Cúmara de la Orquesta Sinfónica ele Madrid (dirige Ángel F. Fuentes). En el Teatro Principal de Tudela: Con1paiHa: Los An1adara. Los chorros de oro (de !os hermanos Quintero); A1acr¡fií Sau-Fau. salida cómica bailable; El J)hílogo; El Chiquillo; l-<1 Florista; El A1orrongo. ·-··-INVIERNO: Coinpai'íía Cón1ico-Dramútica (dir. José tvlontijano; aciriz, Pilar Ortega): E'I matri111011io i11teri110; El Regimiento de Lupión (20 representaciones); El s11e1/o dorado; El nido (29 representaciones); A1ilitares y paisanos (!9 representaciones);!:'/ .1·0111hrero de copa; 1\1a11c!u1 que limpia; y el 1-loinbre caiión. --- DICIEMBRE/ENERO/NAVIDAD: Coinpafiías C6n1lco-Lírica (dirige priincr actor Manuel Rodríguez): La Divisa; Sangre Moza; l..<1 /az.a de té (12 funciones); El contrabando; Moro.1· y Cristianos; Carcelera; La Rabalera (12 funciones); El barquillero; Los hombres alegres; 1::1 rey del pelróleo; Ag11a, Az.ucaríllos y AR11an!ie11te; La Revoltosa; /,<1 ilt(a11ta de los b11cles de oro; /)ora.
1910 --··FEBRERO: Gran Cnmpaiíía Có1nico Dramútica Pahna Reig: ÍJ)S chorros de oro (entremés), Amores y a111oríos (14 funcíones con solo 3 reprise), Í.<1 escuela de las princesas, Francillón. - ABRIL: En e! Salón de Actos del Instituto ele Pamplona: Filannónica Pamplonesa: /J1.flaura l'll· ca111ada de Mozarl, cte. ·JUNIO: Filarmónica Pamplonesa/pianista Santos Laspiur y Orquesta de Ja Sociedad Santa Cecilia (dirige Santos Vengoechea)/ obras: ¡Patria.' (obertura dranuítica) de Bizet; Leonora (obertura opus 3:') de Beetbovcn. - JULIO: En la Plaza de Toros de Painplona: Coinpafiía Acrobática Cómica y Ciclista (artistas de distintos circos del inundo): El hoinbrc flecha, E! salto de la n1uerte-. --- JUNIO: Compañía Cómica de Teatro Lara (director Mariano de Larra): Francfort, lJ1 Cáscara Amarxa. El Paraíso, 1(Jrtosa .Y Sohn; Crispín y su con1padre. - OCTUBRE: En la Plaza de Toros de Pamplona: Gran Cmnpafiía de Variétés/obra: Las Tres Nacioneslrepresentación 111oral y recreativa (dirige Guillenno Pupín). ·-·OCTUBRE/NOVIEMBRE: Ciran Coinpailía de Zarzuela y Ópera Española (dirige Cos1ne Bauzá y Carlos Barrenas): Bohe111ios y Pagfiacci; El j11rame1110 (21 funciones), Mis J-Je/ye11, La Tempestad ( ! 2 funciones), El Conde Luxemburgo (3 representaciones). NOVIE'i\1BRE: Cornpaiíía Có1nico Drainática Rodrigo Vigo: /)01/a Clarí11es (comedia de dos actos), Primo Prieto (juguete cómico), ÍJI vidt1 burguesa (Peláez; con 27 representaciones), Rafjles
1335]
dores del género nacionaJl 11 . Incluso, cuando entrado el siglo se inauguraron nuevas salas se estrenaron con zarzuelas. Así en el teatro-circo Labarda se estrenaron las zarzuelas El dúo de Africa, /_,a viejecita, y E'/ baile de Luis Alonso, y en el teatro-cinc Eslava la zarzuela /3ohernios de Vives 134 • En alguna ocasión (co1no en aquélla en que en el T'eatro Coliseo, abierto 1923, se dio una sesión de variétés con la Cornpafiía de Josefina 13aker; o cuando en 1928 se representó la opereta La viuda alegre de Franz Lehar) en que desde las autoridades eclesiales se consideraba el g.spectáculo den1asiado frívolo, se organizaba una liturgia de desagravio (en aquella ocasión en la vecina Iglesia de San Ignacio). L,o paradójico era que el público acudía a an1bos actos (por la tarde a la función eclesiástica de desagravio, dejando vacío el Coliseo, n1ientras en la sesión de noche lo abarrotaba) 135 . Aquello fonnaba parte del espectáculo: se cu1nplía de día con la nonna oficial de la co1nunidad (que itnplícaba acudir a los actos litúrgicos), pero ttnnpoco se transgredía aquélla al acudir por la noche al teatro. I~ra un acto de vena picaresca que no i1nplicaba contestación (ni la opereta o las variedades ünplicaban una alternativa diversa a la cultura castiza). Entre los referentes n1usicales de la clase inedia de la provincia, estaban el Bolero Estejánía, la Rapsodia e.1paiiola de Chapí, el pasodoble Gerona, el \lals de las olas, la rapsodia La cacería, habaneras del alavés Sebastián Iradier. escuchadas con fl·ecuencia a bandas nülitares de los Regin1ientos de la ciudad 13 (). Música ligera que con1ponía un escenario identificado con la fluida y colorista vida de la propia ciudad. l~n los colegios, con10 el Colegio 1-Iuarte de Pan1plona, era habitual la representación de escenificaciones que tendían a co1nbinar el tono ligero de la co1nedia y los aíres populares del lugar. Entre los recuerdos de B!asco Salas, por ejemplo, se conservaban aquellas representaciones del Colegio regentado por el músico Alberto Huarte, entre los que se encontraban las obras Los abuelitos, Patriotisrno (episodio relacionado con el sitio de Gerona de 1808), Donde las dan las toman juguete lírico, La liheración de Carlos !l el Malo Uuguete lírico-dramático), y Buen hijo, El quitmnaHas y Abne¡;r1ción filiaz! 37 . Obras surgidas en el contexto de la cultura sainetesca y el género de la tonadilla, de larga tradición en la escena española, asociada habitual1nentc a Ja vida local y a la que los nuevos con1positores (Falla, ·rurina, Esplá, La Viña, cte.) tendían a desdeñar 118 .
( 19 funciones), El 111iser(lbfe puchero, Sangre go1da (25 funciones), Cambio de tren, Los hijos ar-
t{ficiales (25 funciones). i:n Diccionario de Espasa Calpe, <(Zarzuela)}, pág. 1123. Corella, s.d.a: 31. u 5 Corcl!a, s.d.a: 29. 136 Blasco Salas, 1958: 32-33. 137 Blasco Salas, 1958: 34-35. 13;; A pesar de que obras cmno Navarra, Ibérica, Tria11a, Málaga, de Isaac Albénit; La procesión del Rocío o Shifónra sel'i/fana de Joaquín Turina; o El anu)r brujo de i\1anue! de Falla, con las que sus autores buscaban recrear una inúsica auténticmnente espa11ola abandonando J,1 vew folclorista sin renunciar, por ello, al sustrato popular (y utilizando los recursos sonoros de la inúsica conle1nporánea corno la po04
1336]
Una referencia a lo local que, n1ás allá de constituir un siinple entra1nado silnbóJico, se hacía explícita en inultilud de ocasiones en los finales de espectáculo, con la interpretación de piezas con10 Ja rapsodia de 1notivos vasco-navarros Aurrerá de Fidel Maya, hijo de Pa1nplona, el zor1ziko Navarra de Astrúin (el autor del fa1noso Vals de los Sanfennines) o la jota Viva Navarra de Joaquín Larregla 139 . Y es que provincias con10 Navarra, tenían un largo elenco de autores e intérpretes 1nusicales originarios del lugar (1-:lilarión Eslava, I~111ilio Arrieta, Joaquín Gazta1nbide, Pablo Sarasate, Julián Gayarre, Joaquín Larregla, Fernando Remacha o el propio Miguel Astráin) a los que reiterada1nente se hacía referencia en artículos de prensa, folletos de fiesta, o revistas locales. Sie1npre para destacar su condición «
lirrit1nia y politonalismos). no abandonaran plenmnente ese escenario de la provincia a que esunnos haciendo referencia. 1.w Corel!a, s.d.a: 26. 110 · Véase, por ejeinplo, Eusebio García Mína, «La n1úsica en Navaffa);, en García Enciso, 1925. I-lilarión Eslava y Emilio Arrieta representaron aquella corriente que aspiraba a elevar, a través de las influencias italianas, la calidad de las zarzuelas, frente al casticisn10 de Barbieri más partidario de n1a11tener la zarzuela vinculada a sus antecedentes españoles. 111 · Véase e! artículo de Alberto de Huane en DN, 13 y 15 de julio de 1936. Del n1isn10 autor «Notas de arle. Joaquín Larn.~gla)>, /J/'l, 7 de julio de 1936, etc. H2 Resulta grMico el 1nodo en que Alberto Huarte (n1úsico local y director del Colegio I-Iuane, con su hennano José María) relata el gran acto que en 1882 tuvo lugar en el Teatro Principal de Painp!ona en el que coincidieron el violinista Sarasate y el tenor Gayarre. Tras interpretar ambos obras de su repertorio, concluyeron, ante los vítores del público, tocando el maestro Sarasate sus clásicas jotas y habaneras (don Pablo acudía cada afio por Sanfennines) y Julifü1 Gayarre la roinanza Un ¡;feíto, del también navarro Ciaztainbide y el zortziko El rírhol de (Juerníca (Gernica!.'o arhola, de lparraguirre), para terminar entonando todos el Ave María de Gounod, «n1omento de religiosa cn1oci6n para los navarros». Fueron aquellos, co1110 acostumbraban a ser las conocidas visitas de Pablo Sarasate, unos días en que la ciudad giró en torno a los nnísicos, sa!iéndoles a recibir y obligándoles a salir a saludar a !os balcones de la Fonda Europa en la que se hospedaban (con escenas en las que se les inostraba un afecto de paisanaje -·-1nientras yo daba el do de pecho ttí no podías con el re bono!, !e decía, entre risas del público, el con1pafiero de infancia Cupruch a Gayarre, tras encarainarse al balcón-, una admiración hacia el paisano de éxito antes que a la indudable calidad artística de Jos hmnenajeados). 1 ~.1 Albe110 Hua11e, «Genio 1núsico en el nnmdo del arte. Paston.::ito en su aldea)>, D/\1, 9 de abril de 1936.
[337]
el éxito del bajo José Marclones, que había pasado de labrador a saln1ista, ele saln1ista a zarzuelero, para tcnninar con10 cantante de ópera en l...isboa, H.01na, La l--Iabana o Nueva York. Se destacaba de él su condición de «hijo del pueblo», de Fontecha (Álava), se precisaba. I-labría alcanzado las n1ayores cotas en su profesión, «pero Mardones sie1npre !seríal de Fontecha» 1'14 • l)e n1odo, que cuando se hablaba en aquel contexto ele pueblo, no era para referirse a un grupo de gente de condición hun1ilcle (tal con10 podían expresarlo en otros círculos culturales en un n1on1cnto, 1924, en que Ja «cuestión social» ----en expi,~esión de la época-- tenía ya una presencia 111üs que no·· table), sino para hacer una referencia geográfica, y la condición de labrador opastorcillo no hacía sino resaltar su pertenencia a la casta, a lo propio, de tal suerte que no existía en ello una idea esta1nental, y aun n1eno,.;; clasista, sino esa idea castiza de la sociedad que Jover destaca con10 heredada del 1noderantis1no dccin1onónico 1'1.'i. Podría seguirse con otros á1nbitos de la cultura y la vida socíaJl 4
dicional. l)e 1nodo, que ésa era la provincia, realidad en la que fonnaban Pan1plona y Vitoria. Una provincia donde, a diferencia de lo ocurrido en Francia -con10 se decía 1nás arriba-, se había desarrollado una poderosa y dinán1ica vida local ajena a Madrid, con sus periódicos 147 y sus econon1ías con1arcalesl'18 , sus án1bitos de influencia y su cultura inspirada en los valores del casticis1no. lJn inundo provinciano que aun a la altura de 1936 se justificaba y agotaba en sí n1is1no. Naturaln1cnte, sicn1pre en este punto cabe un grado de interpretación: qué duda hay de que el Estado nacional venía funcionando desde el pasado siglo, de que la idea de I~spaña --en sentido centralizador- se abría can1ino desde el xvnr y las culturas y el increado se iban integrando a lo largo del xrx. 'fa1nbién que otras ideas de España habían prosperado (aunque ninguna como palhos masivo; más bien en círculos intelectuales). Lo que cabe
1•1·1
Annentia, 1924. Jover, 1992: 200-202. Hó Véase, por ejeinp!o, la i1nagcn que de la vida en la ciudad de Vitoria da Gregorio Altube (1949) en su Viíoria ... o as1: por cje1np!o. 1•17 Véase las publicaciones periódicas de Pan1plona en Calzada, l 964; Santmnaría, J 990; Majuelo, 1990; y los trabajos de S,1nchez Aranda. Para Vitoria véase especialmente Rivera, l 986. Sobre el País Vasco y Navarra véase Garitaonandía, Granja y Pablo, !990: II; Pablo, 199!. 148 Hasta el punto de que el trazado del ferrocarril fue antes producto de iniciativas locales y pugnas entre Diputaciones, que producto de un plan nacional de trazados (puede verse Urabayen, 1927: Velasco, 1984: passi111; Rivera, 1992: 49 y sigs.; Novo, 1992: Esartc, 1982; Macías, 1992; Santainaría, 1993. 145
1338]
destacar es que, en priiner lugar, la provincia co1no cuerpo social (en el sentido que aquí se ha utilizado, no con10 unidad adn1inistrativa) se fonnó en paralelo a la nación; que, por tanto, fue una realidad de la Espafia conte1nporánea del n1is1no 1nodo que lo fue la nación. Segundo, que, sobre esa realidad, la provincia, y cierta tradición castiza, se construyó cierta idea nacional, fáciln1entc fonnulable con10 naciona/is1110 tradiciona!isra, de arraigo n1asivo (pues, con10 decía Juan de la l~ncina, «la fiebre creadora del añoso espíritu nacional habíase desvanecido casi por con1pleto en los altos rangos de nuestra sociedad; perdura! ba'!, en ca1nbio, en las forn1as anárquicas y anacrónicas, en la pintoresca y variada base de la co111unidad cspafiola ... Lo pintoresco, lo bizarro, lo espontáneo, lo heteróclito, desaparecía ... l\1vieron que refugiarse tios creadores! para hallarlos en los a1nbientcs equívocos» de aquella Iberia «llena de anacronisn1os»; decía expresan1entc, que, al hacerlo, se seguían los pasos de Jos ro1nánticos franceses decin1onónicos, aquéllos que bucearon en el cxotis1no de España 1'19 ). No era, por tanto, Ja de Ja provincia, una identidad disgregante (con10 pudieran ser los nacionalis1nos vasco o catalán), sino que tenía voluntad de ser constitutiva de lo nacional español a partir de la diversidad 150 . Y, tercero, que la provincia tendía a representar la tradición, lo supuestan1ente inn1anente, de 1nodo que su peso efectivo yugulaba Jo nuevo que vino con el siglo ·-~··-y que a otros países europeos llegó a través de la gran 1netrópoli que, en el caso español, no era Madrid. Piénsese, por lo den1ás, que nos halla1nos ante dos pequcfias ciudades que, perteneciendo a esa extensa parte de Espaí'í.a que era la provincia, eran territorios forales (lo que fonnaría parte de su espec(ficidad constituciona/ 151 ). Una condición coherente con la anterior realidad pero que la trascendía y reforzaba (y sobre la que volvere1nos).
1.3
LA INVENCIÓN DE LA GUERRA COMO REBELIÓN DE LAS PROVINCIAS
Pues bien, aquel equilibrio ineslable que 111antcnían las provincias con la capital de Corte, había sido roto con la J(cpública (o así se percibió en los círculos que sustentaban su poder en la realidad periférica). Por prin1era vez una élite europcizante y verdadcran1ente extraí'í.a al casticis1no, gobernaba en Madrid sin la provincia. No es que la l(epública iniciara un proceso de transforn1ación urbana y relación capital/pro-
H9
Encina, 1919: !7-18. Resulta curioso cuanto inenos que, a partir de una colección de voluntad nacionalista vasca (Editorial Vasca; véase su <
[339]
vincias, que ya venía dándose algún tietnpo atrás, sino que se apropió del ideal 1110dernizador para convertirlo en ideal político del Madrid republicano, capital política de la I<.epúblical 52 • No fue si1nplen1ente un ca1nbio si1nbólico, sino que conllevó un cambio en la relación de poder. El contacto directo con el círculo de poder central que la élite local había tenido durante la Restauración -y aun durante la dictadura de Pri1no- se había quebrado 153 • Y la plebe, el populacho anticastizo inovilizado por la nueva realidad de 1nasas, había ocupado las calles de la capital. Por recuperar el hilo de lo expuesto arriba, la pro,pia cultura nacional co1nenzaba a ser quebrantada por una cierta idea de cosn1opolitisri10 que incorporaban las vanguardias1.~' 1 , y se acercaba a la producción del propio País Vasco'". aquel territorio que fue percibido por unos y otros co1no oasis de los valores arcaizantes (en ténninos de J~spafi.a para la 111ayoría
152 Con10 ha sefialado Wa!ther Berncckcr (1993), en el período de cntreguerras una nueva i11te!ligentsia fonnada en contacto con las universidades europeas (Pérez de Ayala, Luis Araquistáin. Macztu, Juan Negrín, José Castillejo, Eusebio D'Ors, Salvador de Madariaga y, cspecia!!ncnte, Ortega), dominaba el panoraina cultural español. Por priincra vez se ro1npía con el ostracis1no cultural que había identificado lo novedoso y lo progresivo co1no antiespaiíol (piénsese en los 1-feterodoxos 1nenénd<.?.-pe!aycscos; pero ta1nbién en el segundo Unainuno). Aquel cambio en la cultura vino a quedar cristalizado en términos políticos con los gobiernos de la Segunda República. Así lo ve Santos Juliá (1995: 501), aunque pone el acento en el can1bio que ya se venía produciendo desde tieinpo atrás. 153 Sobre este punto véase la relación fluida que n1antuvo Rainn1ndo García y la propia Dipulación Navarra --sieinpre basadas en las relaciones personales directas~ con las altas instancias de los gobiernos de Ja inonarquía y el dictador Pri1no en Sánchez A rancla y Zainarbide, 1993: ! 21-13 J. Pedro EsarLe (1986) hace una valoración 1nuy negativa del resultado para Navarra de la aplicación del Estatuto Municipal de 1925 y e! Convenio Econórnlco de 1927. An1én de que quepa otra valoración de la mera pcrvivencia del Convenio y Ja legislación cxcepcionalista (cabe convocar aquí a !os Clavero, Ciarcía de Enterría, etc.), queda patente en este trabajo, de nuevo, el poder de !a provincia y !o fluido de las relaciones entre la élite loca! y las instancias de gobierno. Una visión más ponderada de estos misn1os episodios en Fuentes, 1992. Las cosas para la Diputación con1cnzaron a ir nial con Ja llegada de la República (véase Aizpún, 1988; Pascual, l 989). 15 ~ A pesar de la deriva neocastiza que puede observarse en algunos de ellos y a la que he llccllo referencia 1nás arriba (véase texto y nota 39). Sobre las vanguardias españolas puede verse Brilluega, l 981: 377-453 (y, en general, todo e! libro); 1982 (antología de textos); Calvo Serraller, 1990: 93-219. En cualquier caso se daban situaciones paradójicas corno quienes veían el cubisino co1no algo ¡;e111ii11a111eiue espaiíof (cierta1nenle, fue gente ajena al país la que así !o vio, mientras que las nuevas corrientes se introducían con grandísi1na dificultad en Ja Península; véase Calvo Scrraller, 1990: 109- 1 ! O). Sólo la República significó para Ja cultura «Con10 una aurora prodigiosa ante !a que ennn1decía el pasado}) (Brihucga, 1982: l l ); aunque es el 1nis1no autor (véase 1982: J 5 y 11.) quien subraya !o que había de cambio cualitativo en ello, antes que cuantitativo: la mayor parte de la producción cultural para el consrnno masivo recorrió los viejos senderos. 155 Véase para la arquitectura lo dicho en la Parte Segunda de Ugarte, l995a. En general, Baraiíano, González de Durana y Juaristi, 1987: 274-322 (véase 1nás específica1nente sobre la ruptura republicana págs. 316 y sigs.). T'a1nbién Kortadi, 1993: 32-35. Afectó sobre todo a Bilbao y también a San Sebastitín con la generación de los Nicolás Lecuona, Narkis Balcnciaga, Jorge ()tciza, Flores Kapcrotxipi, e!c. En Vitoria se editó en 1928 El Pájaro Azul y durante !a República !a revista .5; pero con 1nuy escaso iinpacto social. Sobre el inundo cultural que almnbra Bilbao a principios de siglo con cierta aspiración de vanguardia puede consultarse el libro de Álvaro Chapa (1989), aunque no se adentra 1nucho en la época republicana. Existe una publicación reciente de Adelaida Moya (Oríge11e.1· de fa vanguardia artística en ef País \f¡sco. /'hcolds lekuona y su rie111po, Madrid 1994).
[340]
dentro y ruera de esas provincias; no para el nacionalis1no vasco, cada vez 1nás consolidado, que lo fonnulaba, naturaln1enle, en térn1inos de especificidad y de fonnación de una nación diferenciada). En aquel contexto de n1utación social, tal vez la que 1nás drástican1cnte can1biaba era la propia capital (ahora «capital de la H.epública», en palabras de Azaña). Así se dejaba entrever en las publicaciones de la provincia y así se percibía desde la periferia. La propia fisonon1ía de Madrid, tras abandonar el centro de la Plaza Puerta del Sol, can1biaba por aquellas fechas. Y no por una decisión 1nunicipal solan1ente, sino vinculado a un proyecto político que aspiraba a renovar E.spaña («Madrid es el centro ... donde vienen a concentrarse todos los sentilnientos de la Nación, donde surgen y rebotan a todos los án1bitos de la Península las ideas», Azafia). Nacía un nuevo Madrid que ca1nbiaba su ensanche deci1nonónico cerrado, por una geo1netría abierta al resto de España en torno al eje Prado-Castellana. Adquiría, definitiva1nente, Jos rasgos de una gran capital europea entre el utilitarisn10 111etropolitano y la n1onun1entalidad sin1bólica 156 (lo que generaba un sentin1iento contradictorio al provinciano que viajaba a Madrid: tal vez la ad1niraciónl 57 , y, desde luego, un sentirniento de pérdida de los viejos y queridos espacios, con10 aquella calle 'l'oledo, increado colorista «donde se vende de cuanto l)ios crió», con sus ochenta y ocho tabernas que describiera Pérer, Claldós) 158 • 'l'odo aquel can1bio de la fisonon1ía de la ciudad se correspondía con la progresiva ocupación de Ja calle por parte del pueblo. Madrid había entrado en un proceso de ebullición social que le llevaría de esa prin1era autorrepresentación de los capas bajas de la sociedad con10 pueblo, a su refonnulación, que ya se insinuaba años atrás, en ténninos de clase (con lo que ello tenía de consecuencias en las relaciones sociales y con lo que todo esto chocaba con la inentalidad añorante de la élite de la provincia). No sólo en Madrid, ta1nbién en Barcelona y Bilbao el vul¡.:o (co1no gustaban de lla1narle aquellos grupos) ocupaba las calles 159 . Frente a ellos, Pan1plona o Vitoria (1nenos esta últin1a), a pesar de los intentos de Ja chus111a (se decía) por rotnper la confortable annonía, 1nantenían el entendilniento de una fan1ilia cohesionada (así había quedado establecido tras la prolongada tarea de reconstrucción del elhos local llevada a cabo durante la H.epúhlica -véase supra, Segunda Parte). lJn entendilniento que -situándonos ya en la fase final de la l{epública~- se n1antenía incluso en las discrepancias y que afloraba cuando la co1nunidad era agredida.
L'i<> Juli{l, 1992: 426 y sigs. Sobre todo, Juliá, 1995: 501 y sigs. Sobre el utilitarisn10 y !a 1nonu1nentalidad de las capitales, ()]sen, l 986. 1:. 1 «Desde Vitoria, desde todos los lugares de la Nación, se la adiniraba coino diosa tutelar. Se copialrnn sus costumbres y sus n1odas en tírnidos bosquejos rayones en Ja cursilería. Se envidiaba a sus privilegiados habitantes cual si fueran seres superiores, que eran recibidos y agas:üados como tales cuando !legaban y se establecían, por corto 1ie1npo, en la tranquila Ciudad, y despedidos con nostalgia cuando los trenes se los llevaban ... >) (Alfaro, 1987: 63). i:;¡¡ A111ez.tia, provinciano y habitual en la capital castellana, dejó recogida su nos!algia por el viejo Madrid «Villa !lustre» de recogidos cafetines y verbenas goyescas en sus crónicas para el J)iario de Navarra (14 de mayo y 25 de junio de 1936). L'i 9 Sobre esa ocupación de' ta catle por parle del pueblo en Bilbao puede consultarse Díaz Freire, l 990.
[341]
«Esta noche ha sido robada la Iglesia de San Miguel» --decía la crónica del J)ensarniento Alavés del día 25 de febrero de aquel año de 1936, ya en plena deriva insurgente-, pero, se apresuraba a decir el corresponsal, «el n1óvil no ha sido la profrtnación», sino sin1ple1nente el robo 1c10 . A los dos días detenían a uno de los ladrones y, cfectivan1ente, era un delincuente habitual de !Jurgos (el otro era aragonés subrayaba la nota). E'.rtra!los que venían a rc1novcr la plácida y cristiana vida local 161 • Así se representaban aquellos incidentes (n1ientras se cargaban las tintas sobre actos sin1ilares que ocurrían en el resto del país co1110 agresiones a la Iglesia por parte de la República laica). Se habían reconstruido los fundamentos de la fe sencilla y los sím·· bolos de la identidad local con10 actos de nostalgia 1ü2• En el inundo de la cultura se seguía con los hábitos que observa1nos a principios de siglo: recuperación de la 1ne1noria de ho1nbres,ilustres locales (con10 Juan de Huarte, filósofo 1ncdicval navarro, a quien se le hon1enajeaba en 1933 en la «antigua Merindad de lJltrapuertos» -Francia-, su lugar de origen, y erigía un 111onu111ento en Pan1plona; o al Canciller Ayala «poeta 1nariano [e] hijo insigne de Vitoria» en su sexto centenario; se recibía la publicación de la Vida de San Francisco Javier de Jorge Schuhan1fner en castellano co1no acontccilnicnto para la provincia 163 ), restauración de la n1cn1oría artístico-histórica de la provincia (trabajos de recuperación de la 1nuralla de Pan1plona y el Alcázar de Olite, restauración y reproducción de los paneles en 1nadera de la techu1nbre de la Colegiata de Roncesvalles, del castillo de Tafalla, de los monumentos ele Uxúe, etc. 164 ), exaltación de sus lugares sin1bólicos (con10 Estíbaliz, a la que se describía con10 «Basílica presidiendo, con10 una ciudadela, toda la provincia» y en la que se colocaba una lá1npara votiva «por los agonizantes de Álava» en 1933, y se celebraba con grandes sole1nnidades el déci1no aniversario de su coronación con10 patrona de la provincia 165 ; Annentia, «una de las 111ás valiosas joyas de la tierra vasca y florón ríquísin10 del arte ron1ánico-bizantino»; la Santa Espina de Berrosteguieta «joya alavesa», Nuestra Sefiora de Angosto en sus bodas de oro, etc. 166), hon1cnaje y recuperación de los artistas locales (exposición del escultor Fructuoso ürduna en la Diputación de Navarra -quien realizó, asit11is1no, el n1onu1nento a Juan de 1-luartc·-~; homenaje a Rcmigio Múgica, director del Orfeón Pamplonés; a Alberto Huarte, impulsor de la agrupación Santa Cecilia; a Joaquín Larregla, autor de la jota Viva Na-
160 Obsérvese el matiz que se introduce entre pecado y pecado. El robo (pecado contra !a propiedad) era una cuestión 1nenor de agresión a la coinunidad (simplemente un 10/}o), frente al otro pecado, el sacrilegio (pecado contra !as creencias religiosas). Nos habla con claridad 111eridiana sobre el registro en el que se producía e! debate ideológico. No era aquél un debate propio de una sociedad secularizada, en los que valores con10 la propiedad están en Ja priinera línea de la confrontación social (en una sociedad disgregada y clasista), no. El robo resultaba condenado, pero no adquiría el valor de escándalo, de agresión grave contra el orden social que adquiría el sacrilegio. 161 PA, 25 y 27 de febrero de 1936. 162 Ugarte, l995a: 607-670. 16.'l Consejo de Cultura de Navarra, l 934; PA. dicicn1bre de 1932; DN. 9 de 1nayo de l 936. l6-I Consejo de Cultura de Navarra, 1934. 165 PA, 11 de enero y 6 de mayo de 1933. 161 ' PA, 27 de abril y 3 de junio de 1933; 23 de 1nayo de 1935.
[342]
varra; 1nausolco, con presencia de la corporación provincial, a I-lilarión Eslava en 13urlada, reivindicación de la ópera de Jesús Cluridi y del autor de n1úsica religiosa, Eusebio Quejo; exposiciones de pintores locales, con10 la preparada para 1936, de Artistas Alaveses, con1puesta en su totalidad por la anterior generación de pintura costu1nbrista, y acontcci1nicntos con10 la inauguración de los frescos con alegorías navarras, pintados para la l)iputación por Gustavo de Maeztu, etc. 167 ); variedades, circos, toros en las fiestas y co1npafiías de teatro que incorporaban en sus repertorios ~los 1nás atrevidos·--· obras de Pedro Mufioz Seca (de quien decía E~ladio Esparza que practicaba la «plasn1atoria», con1edias «con una falta» -ese gusto navarro por la jerigonza-, hun1oris1no delirante -«co1nedia que es la chunga»- que se dio en lla1nar a.\'fracán 168 ) y Jardicl Ponccla, autor de lo inverosínlil (aunque se preferían obras sensibleras con10 /)11eiia y seríora de Torrado); teatro 1nás cerca de la tradición (no en el caso de Poncela) del sainete cspafiol de corte costu1nbrista y paródico, antes que de la voluntad de las vanguardias teatrales por hacer del teatro una herranüenta que edificara un país y recogiera su «latido social» (co1no quería l_,orca con su l3arraca) 169 • C~ontinuidad, pues, en la provincia con la vieja tradición de lo que he dado en Jla1nar -~en sentido
11 1 '. l:'PN, J 8 de marzo, 7 y 15 de abril de 1931; 7 de julio de 1936; DN, 3 de mayo de l 936 y slgs., JO de inayo de l 936; l/i\, ! 2 de junio de l 931; Catálogo, 1936. 11 's /)/'/, 8 de julio de 1936. 19 (, García Lorca, Charla sobre e! tearro, 1935 (citado en Blanco Aguinaga y col s., 1979: III, l 13- ! J4). 170 No solarncn1c éstos. Gi1né11cz Caballero --con su La Gacela Literaria- i11volucio11a (Brihucga, l 981: 31 1, 321 y sigs.) desde el vanguardismo a posíciones n1ús casticistas (búsqueda de lo esencial na·· cional) 1nanteniendo Ja eslétlca vanguardista y proclan1fo1dose fascista y contrario, claro, al régin1en republicano. Desde el otro extren10 (Oc111bre, Alberti, Arconada, Cernuda, incluso l\1achado o Sénder colaboraron en Ja revista) se comienza a proponer una cultura proletaria. En todo caso, desde Ja provincia, se asocia todos aquellos 1novin1ientos con la inestabilidad introducida por Ja República. 171 Véase nota 39. 1 '" Sobre las propuestas de CJasch, véase Brihuega, l 981: 313 y sigs. E! neotradiciona!isino de Azaña puede desprenderse de Juliú, 1990: 125-!28. Eduardo Subirats (1986: 237-241) viene a subrayar, con* vincenteinente, el carácter superficial con que Ortega se aproxi1naba a las vanguardias (acus<Índolas de deshu1nanización). Subirats sostiene, por contra, que aquéllas (en su frialdad, abstracción y racionalidad) conectaban de modo auténlico con !a verdad de la inoclernidad y con los valores tnoralcs y deinocráticos del hu1nanisrno (la crítica y la propuesta es ni<Ís extensa, pero no nos conciernen).
[343]
J .3.1.
ANTECEDENTES DURANTE LA l<.EPÚBLICA
])e ahí que desde algunos sectores con1enzara a representarse a la provincia, con10 «un valladar donde ha[bía] de estrellarse la revolución que ya ainenaza!.ba] arrollar todo» 171 . Así, por ejemplo, Manuel Iribarrcn, en la temprana fecha de abril de l 931, recién estrenada la República, hablaba de aquélla con10 producto de la «Inasa unifonnizante de las ciudades». «Prefiero la provincia, nie dije ~se decía. Y abandoné la capital. Prefiero Ja aldea, añadí al poco. Y dejé la provincia. 1-Iallé patanes con criterio de señores ... La inversión de influencias, que profetizó Ortega y Gassct, es in1prescindible ya para la reorganización española» (haciendo así una lectura justan1entc inversa al verdadero sentido que Ortega daba a su idca) 17'1. Claro que la idea de la provincia con10 cuerpo político-cultural portador de los valores esenciales, tan1poco era algo original. Ya en 1918 Oswald Spengler en su celebrada !Jecadencfr1 opinaba que «sólo existen los provincianos y los habitantes de la urbe n1undial. Las restantes opciones !_nobles-burgueses~ libres-esclavos; helenos-bárbaros] palidecen -decía- ante esta opción única, que do1nina los acontecin1icntos, las costu1nbres vitales y las concepciones del n1undo». La provincia sería, según su idea, la periferia, ese lugar, cuna de la cultura, luego venida a rnenos (coino Siracusa respecto de Roma), que históricamente siempre había existido. A la altura del siglo xx la provincia estaría co1npucsta por el «ca111po», la aldea (esa «sociedad pritnaria» capaz de sobreponerse a la civilización «decrépita» de la urbe, dentro de su teoría general de civilizaciones que decaen y son reen1plazadas por otras portadoras de una energía priinitiva y fecunda 175), con la «pequeña ciudad» (distanciada de la gran urbe y n1ás próxin1a a los valores del can1po). La provincia sería la que encarnaría la defensa de los valores auténticos contra el racionalisn10 en lo espiritual, en lo político «contra la de1nocracia» y «contra el dinero» en lo econón1ico (todos ellos, valores abstractos de la «gran urbe», a los que se contrapondrían los concretos de la pasión, la autoridad del orden natural y la tierra co1no valor econó1nico) 176 . Porque solan1ente
173 José M." Elízagárate, Circular con10 secretario general de la Hennandad Alavesa (PA, 20 de febrero de 1936). 17 ·1 Iribarren, 1932: 13. 175 Así describía Spengler (1943: III, 125) esa contradicción pri1naria: «En el n1ar Egeo, hacia la segunda n1itad del segundo 1nilenio antes de Jesucristo, dos inundos se hallan frente a frente. El uno lleno de oscuros presentimientos, cargado de esperanzas, ebrio de pasión y de actividad, progresa lentamente hacia el futuro; es el inundo 1niceniano. E! otro, alegre y colrnado, descansa en los tesoros de una cultura vieja, y con fina destreza ve tras de sí, ya resueltos y superados, todos los grandes problemas; es el mundo rninoico de Creta.}} Los segundos rnirarían con aire de superioridad el barbarismo de los pri1ncros. Pero ignoraban que «en el pecho de esos robustos bárbaros alienta un sordo sentin1ienlo de superioridad>) que acabará desplazando a los 1ninoicos alun1brando el futuro. Cóino no sentirse seducidos, en lugares co1no Navarra o el País Vasco, por esas i1nágenes de ho111bres robustos, acostumbrados, como estaban, a través de Ja literatura fuerista (a la que ya he hecho referencia) a representarse e! mundo rural corno continente de Jos valores de Ja virilidad, Ja nobleza, Ja fortaleza de espíritu (y aun física), etc. 116 Spengler, 1943: III, 141-144 (la cita es de 143).
[344]
esa cultura «cargada de esperanza, ebria de pasión y de actividad» scd;1 t--np.1l ik '-,;jl vara ()ccidente (desde la «subversión nacional» que Spengler idenlirícaha a la ;dt111;J de 1933 con el 1novi1niento nazi) de los otros priinitivis111os que pretendían df:struirle, l~s decir, podría librarse de las «dos revoluciones» en ciernes: la de la «lucha de c!a ses» y la de Ja «lucha de razas» (la atnenaza oriental) de las que habló en sus Ailos de·· cisivos 177 . Oswakl Spengler, con su pátina de erudición, tenía 1nuchos seguidores en Navarra y Álava -co1no he1nos tenido ya ocasión de ver 178 . Fonnaba parte, por lo de1nás, de ese peshnisn10 anti-ilustrado, irracionalísta, que do1ninó Europa desde finales del x1x (adquiriendo caracteres de 01nnipresencia en el período de entreguerras) 179 . Aquella provincia (tan desdeñosa1nente tratada por sus inventores franceses: los I3alzac o los Flaubcrl), pasaba, en aquel n1odo de ver las cosas, de ser un fenó1neno sociológico (nunca desdeñable en l~spaña 18º) a to1nar cuerpo políth:o y ejercer con10 s1(je10 de ca1nbío. Desde el punto de vista de Spengler, asun1ía, nada 111enos, que la «n1isión histórica de salvar a Occidente de su propia decadencia». La provincia (las élites que la regentaban) recibía con agrado, qué duda cabe, aquel argu1nento que las situaba en el centro del proceso histórico en ese siglo de ca1nbios drásticos y de Uunto al pesi1nis1no 1nás nihilista) utopías sin nú1nero. Recuperarían, de ese 1nodo, un orgullo, tantas veces sentido y puesto en entredicho por la H.epública, tal co1110 lo veían, y se sacudirían un cierto co1nplejo que las c1nbargaba. Aquel sentiiniento difuso, aquella vulgata, que conectaba con una larga tradición en España (la idea de conlraponcr la provincia a la 1netrópoli), adquirió esa fonna política y se hizo explícita en los argun1cntos de los líderes de opinión de la clase n1edia conservadora en la prin1avcra de 1936. Así lo hizo Garcilaso (de nuevo don R_ain1undo) desde su sección «l)ialogando» en el J)iario de Navarra. No era ya sólo Navarra (la 13aviera espaHola), se planteaba, la que debía hacer frente a la revolución consentida por la I~epública. Iba a ser la provincia, toda la provincia espai1ola, con sus n1étodos enérgicos, recios, y su hon1/Jre agrario la que se disponía ·--o, al 1nenos, ése era su deseo- a extirpar la revolución que representaba la I~epública. Co1no, tantas otras veces, An1ez1ia e1npleaba el eje1nplo francés para hablar de España. De ese n1o
177
Véase Spenglcr, 1962: 12 y 185 y sigs. Véase en la Segunda Parle, apartado 3.1.2. 179 Puede verse el artículo de Juan Pablo Fusi (199!), Ro!and N. Stro1nberg (1990: 259-377), y la 111agnífica introducción de Zecv Stcrnhcll {en Sternhell y cols. 1989: 11-51 ), a pesar de su inclinación por n1ostrar el hilo conductor que lleva de los radicales franceses a Mussolini (lo que Je hace ignorar a gente coino el propio Speng!er, de indudable influencia en toda Europa --·ta1nbién en Francia e Italia). 180 No ha lugar, por tanto, para tildar de cómícas o cur,1·i.1· a las fonnas de respuesta de la provincia en Espaí'ia (l\1ainer, !989: 194). n1ientras que las revueltas regionales resultarían trágicas. Entre otras cosas, porque siempre se confundió en España revuelta provincial y regional (y la l!arnada Fronda carlista ~Mainer díxíf.··- tendría tanto de provinciana corno de regional, si no n1ás). Tan1poco creo que fueran ccín1icas las Juntas provinciales surgidas en 1808, ele. Sólo el siglo xx traería una distinción 1nás clara (aunque tampoco plena). 178
[345]
dora, de la católica y autonornista Alsacia y de su hon1ó11itna española: Navarra 181 , aseguraba que, ya no estaba Alsacia sola en su actitud de oponerse a la anticlerical y desdeñosa París. El eje111plo había cundido, según el análisis de Garcilaso, en Bretaña, en el Sudoeste francés y en Córcega 182 • Y re1nachaba: «Supongo que al n1ariscal Pétain 183 le agradará patriótica1nente ver cón10 en1pieza a respirar "la province"» 184 . Era el orgullo de la nueva province en el que sentía representarse a la provincia española. Eran los co1nentarios que se escuchaban en el c:asino Principal o entre los selioritos congregqdos en el café Kutz, n1entideros políticos de la élite pan1plonesa185. O tal vez en el Círculo Vitoriano en cuya tertulia «Se acogía lo 1nás selecto de la Ciudad» 186. Una provincia vejada por la petulancia de los intelectuales niadrileños, ofendida en su religiosidad y tradiciones, que se sentía depositaria de la España castiza, agredida por la legislación laicista y socializante, hun1illada en su orgullo de rancio abolengo. Una provincia que veía cón10 la capital de la nación era progresivarnente ton1ada por las nuevas corrientes, las nuevas cosn1ovisiones, que traían Ja anarquía y Ja muerte de Jo castizo. Así lo vivían los lectores y el círculo de an1istad de Garcilaso que eran los 111ás entre la élite local. Las sen1ejanzas o las alegorías iban n1ucho 1nás allá. Se congratulaba don H.ai1nundo de ver en Francia «una reacción in1ponente, al final de la cual hay una espacia ilustre». Qué ironías del destino, decía en sus «Divagaciones» diarias, la Ill I<.epública que había nacido («propiamente», apostillaba) de las manos de un militar (Mac-Mahon) iba a cerrarse con otro n1ariscal. Estaba seguro de ello (y así ocurrió; claro que, con el concurso de los nazis). «Vuelve a sonar, con su fuerte sentido heroico, en la Vieja Francia el grito de Yerdún: ¡¡No pasarán'!» 187 (no podía prever G(//ólaso entonces la suerte que iba a correr aquel grito en la cultura política de España). Alsacia!province/année!Pétain, Navarra/provincias/ejército/Mola (o, en aquel 1110mento, Sanjurjo). Éste era el esquema de los conspiradores que rodeaban a Mola en aquel 1non1ento de junio, y era el esquen1a que Arneztia (uno de sus principales colaboradores) plasn1aba en sus crónicas-editoriales del /)fario. Esquen1a que incluía la
181
f)N, 25 de junio ele 1936. Véase el sentido de la con1paración en Ugarte, !996a.
182
Córcega, la región que, tal vez -insinuaba Amezria en sus anülisis de política internacional, en los que la decadente Francia izquierdisra se veía sustituida por la ILalia de Mussolinl y la Alemania nazi-, fuera el próxiino objetivo italiano tras haber conquistado Abisinia (sobre la política internacional de la época puede verse aun A. J. P. l~tylor, 1963). Lo que, por Jo demtís, Je agradaba: ver a !a decrépita Franela hrnnillada por la ascendente Italia, 1nodelo para todos !os países rnediterníneos. 183 Por aquellas fechas e! héroe de Yerdún n1ariscal Pétain (luego cabeza
[346]
resuelta decisión de hacerse con el gobierno para frenar la supuesta revolución que estaba en cicrnes 188 . Pero, volvan1os a la provincia (con10 categoría de cultura). Fue ésta la vía elegida para representar aquel conflicto (ade1nás de la agresión a lo católico, consustancial con el ser de la provincia en ese in1aginario). Era Ja cultura castiza, la cultura por antono111asia de la provincia, la que había sido agredida. Se contraponía, así, la cultura nacional, propia, católica, castiza, con otras culturas extranjerizantes de hoces y 1nartillos y banderas rojas -se decía. Azaña, el liberal rnodern.ista que había despreciado los n1odos de la provincia, se hallaba ya preso del populacho (los socialistas) y conducía a la deriva el barco de España. Para escenificar esa contradicción se eligió Madrid: era Ja pugna entre el Madrid castizo, n1oldeado por la provincia, y el nuevo Madrid ----que se in1aginaba barrido por culturas extranjerizantes y antiespañolas. Se decía que, con la República el Madrid castizo, la Espafia castiza, la de la provincia, 1noría sin re1nedio. Las gentes de t,argo Caballero y, aun peor, los extre1nistas de la CN1~ -esa chus111a que hacía cerrar iglesias con sus huelgas y n1anifestaciones- se habían apoderado de aquella ciudad, la capital y centro neurálgico del país (eso se decía), creando todo tipo de conflictos degenerativos que llevarían por delante la vieja cultura (que se contrapondría, por otra parte, con la paz provinciana). No era un recurso retórico, ni una sistenuítica elaboración filosófica, era Jo que el reportero, que (Jarcilaso llevaba dentro, veía (o, 1nás bien, tejía hasta darle una fonna verosín1il). Ese año a la altura de junio, por ejen1plo, decía, «las verbenas de San Juan !en el Prado] con10 la verbena de San Antonio [la goyesca verbena de San AntonioJ, no se hal bía]n celebrado ... 1en Madrid! (¡¡Viva Rusia, viva Lcnin, viva Molotov!'), porque a causa de las huelgas no hay quien levante una barraca)>, aseguraba (se refería a las huelgas de la construcción que tenían agitada la vida de la capital por esas fechas)Hw. El Madrid goyesco, aquél que la cultura castiza había llevado a identificar con el Madrid genuino, perdía vida y se des1noronaba ante la presión de otras culturas ajenas y el desorden de los nuevos tie1npos. Se asociaba aquella situación, en pri111er lugar, al desorden. Así la vida ciudadana tranquila y sosegada de otrora se paralizaba y perdía pulso y vitalidad con Jos días de huelga y agitación (como aquella huelga general convocada por Ja CNT para el 18 ele abril, tras los graves incidentes en el desfile del 14 de abril y las muertes en el entierro del 16 190). Todo resultaba mortecino para la vieja Villa y Corte en ese día. Hasta el punto de que «por las calles cén-
1 8
~ Había esa idea de que en Europa, antes que un conflicto internacional, se ventilaba, con10 nos ha sugerido ErnsL Nolte (1988), un conflicto civil. Así Maeztu hablaba de estar con Roma o Moscú, etc. 1s9 J)N, 25 de junio de 1936. 190 Todo se había producido a partir de la 1nuertc de un alférez de !a Guardia Civil durante el accideniado desfíle del 14 de abril de ese afio. El !6 se produjo el entierro-que reunió a la derecha rnadrilcíía; y a !a que Garcilaso saludaba con agrado c01no parte de una gran reacción nacional (DN, 17 de abril de 1936). Nuevos incidentes tras enfrentarse grupos annados de falangistas y de izquierdas. Cinco inuertos. El 18, la CNTconvocaba la huelga general «Conlrael fascisn10». Véase Arrarás, 1968: IV, 128-132.
[347]
tricas discurría Ja gente en silencio. Apenas si se veía otras personas ... que grupos cansados de obreros». Porque la huelga había, por ejc1nplo, obligado a que las iglesias tuvieran su puerta principal cerrada (sólo se atrevían a abrir las laterales). Mientras tanto, la Plaza Puerta del Sol, y las calles de Carretas y la Montera habían sido ocupadas por «guardias rojos». Eran los poderes de la destrucción. «I-Iasta en los Ministerios hubo huelguistas.» T'odo Madrid, el auténtico Madrid se detenía a causa del desorden 191 • Aquel estado de cosas estaba haciendo que todo Jo castizo, lo que de verdadera111ente español había en Madrid 192 se perdiera. I~Iasta cuando se organizaba una fiesta, aseguraba don Raiinundo, con10 aquel l de tnayo 19 \ su espectáculo adquiría la apariencia de un «festival antiespañol. .. de cartón piedra» organizado por un Cotnisario de agencia de turis1no soviética. «Era aquello de1nasiado pastiche, de111asiado calco1nanía ... ~opinaba An1eztia- [con unaL n1uchcdu1nbre cubierta con exóticos en1ble1nas asiáticos.» «Lo único castizo, las rondallas, y por eso lo 111ejor cuidado ... Las rondallas ponían el alegre frescor de una inúsica de guitarras y bandurrias españolas, sobre un tenebroso y so1nbrío, y triste espectáculo antiespañol.)> Por no llevar, decía, no llevaban «¡ni una bandera republicana!», todas eran rojas, del color de los sóviets 19'1. Mientras tanto Madrid, el Madrid zarzuelero, languidecía. Así Jo expresaba An1eztia. Los cafés que habían dado vida a la capital culta y social cerraban (el café Aquariu1n, el Nacional, el María Cristina, el Gran Vía, el Negresco), «y seguirían cerrando otros» 195 . Hasta el café l{egina, aquél que había alojado la tertulia literaria de los intelectuales que alentaran la l{epública y a la que los contertulios, instaurada ésta, «solían largarse de los respectivos Ministerios, ... hacia la 1nesa de n1án11ol en busca del
DN, 18 de abril de 1936. En su crónica del 1 de inayo, por eje1np!o, insistía en encontrarse en el Prado de San Ferrnín («de nuestro San Fen11ín») dentro de la calle de! Prado n1adrilei\o porque «debe ser llamado así, ... especialinente en este día {del l de inayo], porque es noinbre castil',o, y lo que estamos viendo pasar es cosa del Tardo [sic)». Garcilaso, con10 buena parte de Ja intelectualidad conservadora española, parlicipaba de aquella cultura de barrio que se popularizó gracias al género chico y la zarzuela, tan cargado de resonancias de pureza, raciales y loca!istas. Ortega (193!: l 11) es deinolcdor a! referirse a ella: «De aquí e! sabor provinciano, la chabacanería que saturó la vida espafiola en esa época. Lejos
192
[348]
vcrn1ú den1ocrátíco» (co1no denunciara Azorín, decía An1ez1ia); tan1bién lo habían cerrado. Aquel Madrid «archipiélago de tertulias, ... Villa ilustre ... se est[aba] borrando del 1napa de [~spaña ... tragado por el 1nar insaciable de la sociología 1narxis1't» 19
196
IJN, 15 de mayo de 1936. Véase el reciente trabajo de Lorenzo Díaz (1991). «Si Burgos se !lama CAPlJT CASTELLAE --escribía el canónigo catedralicio de Vitoria, Luis Miner el 3 ! de agosto de !936; para entonces, Jos sublevados habían insta!ado su capital en Burgos; Navarra debe llmnarsc CAPUT VASCONIAE y, tras de Navarra va sieinpre Á!ava, como su pequeño cornetín de órdenes. El clarín de Álava se oyó vibrar en época reciente, con 1notivo del Estatuto Vasco, dando el toque de formar filas con Navarra. Y Guipúzcoa y Vizcaya se hubieran puesto en marcha hacia Estella, ... » Se refiere, c01no se ve, a !a separación de Navarra del Estatu!o Vasco una vez rechazado e! de Estella (con sus enmiendas integristas), y a la cainpaña por una separación de Álava del nuevo proyecto de las Gestoras llevado a cabo por José Luis Oriol en 1935 y 1936. Abunda Juego, Luis Miner, sobre esa idea de que al separarse de su raíz tradicionalista y aceptar e! constitucionalismo republicano, Guipúzcoa y Vizcaya (el PNV) habían expuesto su raza a ser pisoteadas por las «patas del cabal!o cosaco de A1n1ar1zor», cte. Mantenía la idea original (de 193 l) de hacer, no ya de Navarra, sino de todo el País Vasco, Ja Baviera, la Covadonga Española (véase el «Prólogo» a García Albéniz, 1936). 197
[349]
} ,3,2,
DE «MARCHA» SOBRE MADRID A «REBELIÓN DE LAS PROVINCIAS»
Aquella tensión en la relación Madrid!provhu:ias inspiraba a n1ás de uno de Jos prornotores de la vasta concentración de Pa111plona (que he descrito rnás arriba). A las gentes de la clase inedia local les seducía la idea de lanzar a la provincia contra el nuevo n1adrilel1isrno que crecía ajeno a lo que había sido el Madrid castizo. A niás de uno le sonaba con agrado a_guel «¡Eh, provincias, de píe!» orteguiano. Algún joven, tal vez, le había leído (desde luego los jóvenes falangistas y algún adusto tertuliano del Casino Principal pa111plonica o el Círculo Yitoriano) 198 . (Aunque, debe advertirse, que nada tenía que ver aquella idea con la esperanza orteguiana. Si el autor de la l?edención quería «provincializar» España, era -siguiendo en esto en cierto inodo a la gente del 98, especialinente Unan1uno 199- para dotarla de lo que él llan1aba «espíritu industrial», para que prevaleciera la cultura europea y urbana sobre la rural, para inodernízarla y racionalizarla sobre bases sólidas -provinciales estitnaba- en lo econó1nico y, especiahnente, en lo político. Para «nacionalizar» I~spaña sobre bases de 111odernidad y no precisan1ente para «provincializarla» en sentido lato, tal con10 lo interpretaba alguno de sus epígonos.) En Ja provincia, sin embargo, Ja élite local lo interpretaba a la inversa. No es que la capital redin1iera la provincia; «era Ja provincia la que salvaría a la capital». }_,a pro1
198 Rafael García Serrano (l 981: 242-243) pone en boca de un joven médico haciendo labores de e1nisario por Navarra aquel 18 de julio el grito de Ortega (aunque enrnendando a don José con un «jCtl piel» en lugar del «¡de pie!»), Claro que, acto seguido, renunciaba a Ortega: <} España. Asmna en este punto, tal vez, una versión actualizada, racionalizada, del vasco-iberis1no, teina castizo donde los haya (y que Juaristi ha tratado n1ejor en su libro de 1992). No sería el único n1on1e1Ho en que Unainuno utilizara materiales rcfonnulados --o parodlados- conocidos por su juventud fuerista (cfr. Juaristi, 1987: 268).
[350]
vincia depositaria de la esencia de lo hispano que, recuperado su orgullo y en alianza con la aldea, restauraría los verdaderos valores de Espail.a. l)c nuevo. Si en 1928 C)rtega y Gasset sostenía la tesis de que «cuanto ha pasado en la vida pública española de 1900 a la fecha se reduce a un hecho radical y constante: la sublevación de las provincias contra Madrid ... lo den1ás ha pasado anccdótican1cnte y no tiene in1portancia»2ºº, aquel 111ovüniento de 1936 debía ser una nueva edición de aquella sublevación. Aunque, claro está, no en la dirección que hubiera deseado ()rlcga. Naturalinente, no se hizo la guerra por eso ---dicho en ténninos toscos y si1nples. Sería absurdo pretenderlo. No fue aquella una guerra que pudiera reducirse, ni 111ucho 1nenos, a esa confrontación de la provincia con Madrid. Aunque resulta casi una obvicdad, es necesario decirlo 2 1• Pero 1an1bién que, ya antes de que se produjera la sublevación, se hicieron tentativas de presentar la contradicción entre República (den1ocracia) y las propuestas autoritarias de corte tradicionalista con10 una global contradicción entre una cultura inn1ancnte··castiza y otra cultura iinpostora y extranjerizante -otra cosa es que lo fuera-, que solía asin1ilarse con las vanguardias. Eso n1is1no se expresaba en ténninos socio-geográficos con10 la contraposición de la pro·· vincia y el nuevo Madrid republicano (que no el goyesco). Ahí están Iribarren o I<.ain1undo (iarcía siguiendo la estela de Os\:vald Spengler. Incluso una lectura apresurada de La redención de las provincias de Ortega, aparecida en los 20, alin1cntó, entre cierta seudo-intelligentsia, aquella idea que contraponía Ja provincia a A1adrid (sien1pre con10 categorías socioculturales). Si ya se había intentado antes, una lectura de la guerra en esos ténninos, ese 111oclo de presentar las cosas podía ser altan1ente provechoso para los sublevados ya iniciada aquélla. Podía granjearles la sin1patía de a1nplios sectores de la población ele clase n1edia que había crecido en aquella contradicción, y dar a su proyecto para España la legití1nidad de una larga y enraizada cultura nacional. Le daría, adcn1ás, cierta fonna a aquella 1novilización con10 acto de restitución de Ja cultura castiza (entendida con10 cultura nacional; sobre la que edificar la nueva cultura del nuevo J:stado, tal con10 lo hicieron los regúnenes nazi o fascista 2 2 ), y ofrecería, ante las élites locales, la idea de co1nbatir por la recuperación del peso de la provincia en Ja configuración y en la idea de Espafia que surgiera de ella (tal co1110 había tenido en todo el siglo xix, peso seriamente cuestionado sólo con la República de 1931 ).
º
º
()rtega, 1931: 117. Existen algunas lecturas antropologisrns que explican, por ejc1nplo, !os cainbios consliluciona!es y las revoluciones del xvl! en Inglaterra cmno resultado de una confrontación de culturas: la italia11iza11te de Ja Corte, frente a la puritana del Parlainento -y las respectivas redes familiares y sociales. Naturalinente, no puedo estar de acuerdo con una explicación unicausal (ni ésta ni otra). Pero no debe desecharse un fenóineno que sin duda dio fonna a un cnfrentainiento que se produjo por una inuhilud de causas (básicainente de orden constitucional), y que, desde luego, lcgiti1n6 íntimamente --1nás que otros discursos expresos, pero no sieinpre asimilados, piénsese el del incomprendido Hobbes- a ambos bandos. (~se es el sentido de esta explicación. 202 Véase los ya coinentados Mosse, 1975 y Gcntilc, 1994. l(Xl
201
[351]
Claro que, en los pri1neros días (cuando se organizaron las colun1nas que avanzaran hacia Madrid; alguna de ellas, la de Navarra, con10 verdadera n1archa sobre Madrid -véase supra-), aquél era un sentin1iento 1nuy difuso (al n1argen de las referencias de Garcilaso), pero persistente y sólidan1cntc asentado en las conciencias (de ahí sus fortaleza con10 argu1ncnto de legitiinación y principio organizador de la 1110vilización). Fue Francisco Cossío, en julio de 1936 ---ya iniciada Ja sublevación- quien pri1nero forn1uló aquella idea difusa corno pensan1iento explícito (tras las in1presiones periodísticas, cierta1nente sugerentes respecto a Ja voluntad y e1 pcnsainiento del autor y el sector de clase inedia navarra que devoraba sus crónicas, que hen1os visto en An1eztía, ya antes, en abril o junio). Pensa1niento que rápidatnente, con10 veren1os, se convirtió en progratna de recuperación de la España castiza asociada a la idea de reconquista de Madrid, y que arraigó honcla1nente en los círculos ele cultura que apoyaron a los sublevados. Hasta tal punto arraigó aquella idea que Gó1nez de la Serna -el que fuera n1entor de las vanguardias, el padre de Ja greguerfa~ escribía en 1939 desde Argentina en estos térn1inos: «Sigo la vida de I~spaña en una perspectiva de adorador ferviente. ¡Feliz paisaje! Nuestro Madrid sé que ha vuelto a ser lo que quería111os, el que nos habían defonnado y que sentían1os esa clefonnación dolorosa e íntin1a», etc. 203 . Y cuando, en 1942, recién tenninada la guerra, al sentirse desplazados de los centros de to111a de decisión por un nuevo grupo n1cnos n1ilitante («los llé:unados "intelectuales" del viejo régi1nen den101iberal-con1unista», Arriba J?.spalia de enero de 1942), quienes se consideraban verdaderos depositarios del legado de Ja guerra, lanzaron desde el Diario de Navarra y Arriba E'spaiia de Pan1plona, la Gaceta del Norte de Bilbao y el J)fario Regional ele Sala1nanca, una can1paña contra «Un Madrid frívolo, injusto con el resto de la Patria, deshonesto y festivo», reivindicando «la Cruzada que ... llevó con el laurel de unas Banderas teñidas de intc111perie provinciana el signo de que había tern1inado laj'arsa del n1adrileHisrno» (cursiva n1ía) 2º4 . El artículo de Francisco Cossío es éste que sigue (que Jo cito en extenso por su significación): Todas las ilnpaciencias y todos los anhelos nacionales giran en estos n1on1entos en torno a Madrid. Toda la vida espafiola, la verdadera vida española en torno a Madrid y
20 ·' Es Andrés Trapie!lo (1994: 14) quien lo cita de una fuente cicrtaincnte pecu!lar: «hace unos aflos circularon por Madrid unas cuantas cartas de Gón1ez de la Serna». Dejo, pues. constancia de Ja incierLa procedencia del docu1ncnto transmitido al gusto de los .fecundos inentideros madrileños. Gcírnez de la Serna, inentor de la vanguardia -aunque plagado de casticismos, pero tratados con irreverencia-, quería, al parecer, hacerse agradable al régilnen de Franco. 20.1 Las citas son de Arriba Espatia, enero de 1942; recogidas, así como la po!é1nica, de Pascual, 1961; y Andrés-GaHego, 1997: 241-243. La polénlica se planteó entre el Ew:orial de Dionisio Ridniejo y Pedro Laín Entralgo (acusado de dar entrada al <·d'alangis1no de últi1na hora») y el Arriba Esp<11i<1 de Yzurdiaga y Ángel María Pascual. La idea que se debatía era la negación de! noinbrc de Cruzada por parte de Laín a «nuestra Guernn>. Y el contexto, una ofensiva del 1nonarquismo del régi1ncn y la can1pai'ia de desgennanización de la FET en1prendida por Arrese.
[352]
el in1pulso de las provincias en un esfuerzo heroico por salvar a Madrid ele la dictadura coinunista. Lo decíainos 1nuchos: España no se librará de un ensayo con1unista y el ensayo llegó para Jos inadrileños. C:lravc castigo a la frivolidad de Madrid, de espaldas sicn1prc a Jos prob!c1nas nacionales, indiferente a los dolores y a Jos anhelos de España, cuya frivolidad podía si1nbolizarse en el señorito que lefa pública1nenle, con jactancia de espíritu fuerte, C'laridad o El Socialista, o bien en el ho1nbre de negocios que sostenía y se lucraba con periódicos corno El Liberal exponente in;íxin10 de servilis1no político y de cn1prcsa inconfesable de Jos 1nás torpes co1nercios. Reía Madrid, con su cielo alegre, sus cafés tendidos al sol y sus luces de feria de Ja (}ran Vía, con su legión de burócratas enchufistas, con sus funcionarios de coche y escolta ... reía Madrid 1nicntras toda España, y espccial!nente los cainpos de España, lloraban Jágrin1as de sangre. Así se hizo Madrid el reducto >, y lo triste es que, con los culpables, sufren ta111bién n1uchos n1ilcs de buenos españoles que, a estas horas, contarán los n1inutos de su libertad. Y las provincias españolas se aprestan a esa defensa, a este esfuerzo generoso de reintegrar Madrid a la corriente nacional que corre ya por los ca1npos castellanos y andaluces arro!ladora. Es éste el alto significado del 111ovin1iento salvador que estainos viviendo: que sic1npre fue Madrid, con sus n1áculas, sus vicios, sus exclusivis1nos y sus prejuicios centralistas, el rector de la vida nacional. l)e allí vino la pauta, el precepto, Ja ley ... Sien1pre, tncnos ahora. Por una vez las provincias de España han dado la alta lección a Madrid. Y éste es el claro signo de! 1novi1nicnto nacional. Es España, !a auténtica España posible, la que produce, la que trabaja, la que crea, salvándose a sí n1is1na, y en un círculo u11áni1nc de generosidad, salvando, al fin, a Madrid para purificarla. I·lay que frenar la in1pacicncia. Sonará, al fin, la hora de entrar en Madrid, y ese día lendre1nos que decir las provincias españolas: -Aprovecha la lección. 'fu frivolidad te puso en trance de 1nuerle. España te ha salvado 2 5.
º
Era, por entonces, Francisco Cossío director del Norte de C~astilla, y estaba vinculado, a través de Juan Pujol, a la Oficina de Prensa de la Junta de l)efensa instalada en Burgos (antes ele que ésta fuera asignada al grotesco Millán Astray)""'· Fue, pues, probable1nente, un artículo conectado con lo que eran las intenciones propagandísticas de los alzados (desde luego, con lo que era su interés militar: asaltar Madrid).
2º-'
PI!, 28 de julio de 1936. Francisco Cossío (1887-1975) era por entonces ya un periodista y novelisla de cierto prestigio (llahía recibido el pre1nio Mariano de Cavia). En 1929 publicó su obra Clara, en un estilo de literatura a111abfe. Perdió un hijo en Ja guerra, Jo que le iinpulsó a escribir su Manolo (Val!adolid, 1937), que prelende ofrecer, en 1ono e1notivo, Ja vivencia que de la República tuvo la clase media de Valladolid (¿la provincia?). Luego escribiría Co1t(esio11es (Madrid, 1959) recreación del clima provinciano del Valladolid de su tic1npo. Era, coino digo, director de El Norte de Castilla (hasta su sustitución por Miguel Dclibcs) y hermano de! crítico y erudito literario José M." Cossío (autor de la enciclopedia Los toros) y de Mariano Cossío, pintor. 206
[353]
I~l artículo, que conectó perf'ectatnente con la idiosincrasia de Ja clase inedia alavesa o navarra, contenía una fuerte carga ideológica en la dirección que be apuntado. Madrid era presa del co1nunis1no por su propio pecado (en la tradición teologal es~ pañola del inal con10 castigo por abandonar al Señor, ya en1plcado en la recordada Guerra de la Independencia, y que en esta guerra de 1936 se repctiría 207 ). Pero no era un pecado cualquiera, pecaban de «frivolidad». r-:ra un pecado producto del cliina urbano que, con10 anunciara Spengler, decaía y era débil ante el asalto del bárbaro con1unista. Y lo era a causa de la total relajación de costun1brcs: ¿qué podía hacer un «señorito» leyendo !~! SociiÍlista si no era «entretenerse» cínica1nentc? El artículo, co1no se habrá con1probado, tenía una fuerte inspiración spengleriana. Por lo den1ás, Madrid era el lugar en que se había refugiado todo Jo n1ás odiado por el regeneracionis1no españoLinaugurado en torno al 98 (que, con10 se sabe, inspiró a diferentes culturas, desde las den1ocráticas a otras autoritarias). Allí estaban los burócratas, los «aventureros de la política», los «enchufistas» (discurso que tanto predican1cnto había tenido entre los militares a n1odo de arbitrisn10, ya desde Polavieja, y, desde luego, con Prin10 2º8 ; y tan1bién en esa clase niedia conservadora, heredera del 1nauris1110 y de la costista Unión Nacional de Productores de Basilio Paraíso, etc.). Frente a ellos la «España auténtica» (según el nacionalisn10 esencialista adoptado por el nuevo autoritaris1no): la trabajadora y productiva, la Espafia que creaba y conservaba el in1pulso necesario para salvar a Madrid de su propia n1iseria. l~n este punto se unía la idea regeneracionista de la Espafia productiva con la spengleriana de la cultura de las «Ciases sociales prinu1rias, ebrias de pasión vital». l)e tal n1odo que aquel n1ovin1ícnto era -en la lectura que hacía Cossío- una gran inarea de Ja provincia que iba a «redi1nir a Madrid» (parafraseando a Ortega, pero a la inversa), que «salvaría a Madrid para la Nación». Era todo un progra1na de acción en el que se contenía buena parte del pensamiento de Jos sublevados en lo que concierne a su idea de España. Ya en Jos primeros días, cuando salían Jos voluntarios de Jos pueblos, todo el inundo hablaba de «to1nar Madrid». El te1na se había convertido en obsesivo en todas las charlas, arengas y conferencias que se dieron en los días sucesivos a aquel don1ingo de julio. En el frente de So1nosierra los capitanes arengaban a los requetés habhlndoles de la que se iban «a pegar» según entraran en Madrid. En su lenguaje cuartelero, tal co1no lo recordaba un requeté, les etnpujaban con expresiones con10 ésta: «ayer dejé una cerveza fría-fría en Madrid y esta noche quiero estar allá para bebénnela enterita» 2 9 . Venían de Vitoria de donde habían salido el día 26 en un con-
º
207
Véase Revuelta, 1979: 11. Pueden verse los discursos de! general Germán Gil Yuste (primero gobernador civil de Vitoria y luego 1nien1bro de la Junta de Defensa de Burgos), y de su sustituto en el cargo y presidente de la Diputación alavesa, coronel Cándido Fernándcz lchaso, en el PA de julio y agosto de 1936. Los propios generales, al reunirse el 8 de tnarzo de ese año (véase Pri1ner<1 Pt1rte), habúm ~ubrayado, a propuesta de Franco, que su golpe «llO sería político» [sic]. Sobre el arbitris1110 de Prieto, véase Ben-A1ni, 1984: sobre todo, capítulos III y Vil. Sobre ese pensmnicnto en el ejército (,
[354]
voy de trenes. El 19 se habían concentrado en el Círculo de la Hermandad, donde les habló José Luis Oriol para decirles que el objetivo era Madrid. El 26 formaba en los andenes de la E~stación del Norte la expedición alavesa: tres co111pafiías del requeté,
algún falangista (entre ellos, Agustín Aznar) y n1ie111bros del JAP. Ani1nando la concentración la banda de I~cqueté. El 1nensaje era claro ya entonces: «¡Arriba los corazones!, todo por r::spaña y a Madrid por todo.» CI'odas las referencias que se hacían eran para Madrid. Y cuando pararon en Aranda, tras asistir a la función religiosa y acostarse, y aunque aún no les habían asignado destino, ellos ya lo sabían: iban a «Soñar con Madrid». Así lo decía el cronista, y ésa era la obsesión del n1on1ento 21 º. ·rodavía las cosas no pasaban de esa ele1nentalidad de concentrar todo el esfuerzo bélico sobre Madrid. Al día siguiente se publicaba el artículo de Francisco de Cossío. [~n Pa1nplona, con10 sabcn1os, la gran expedición organizada por la provincia, por toda Navarra, se fue constituyendo en la gran explanada que se lulilaha entre la I~sta ción de Autobuses y la Vuelta del Castillo, la colu1nna que asaltaría Madrid desde Pan1plona 211 • Allí he1nos visto que fueron a despedir a los jóvenes requetés sus fan1ilias, las novias, chavales, chicas. Aquello era, co1110 he dicho, una ín111ensa concentración popular. 'l'an1bién allí todo el inundo (desde el general Mola a los requetés) hablaban de ir «¡A Madrid!». Salieron al anochecer y las canciones se adueñaron de la colu111na. Especialinente las que re111e111oraban las viejas hazañas carlistas del pasado siglo. Tras cantar <
2 10
PA, 27 de julio de !936. Véase en la Segunda Parte, epígrafe 4.1. 21:., Burgo, 1970: 28. García Serrano (1992: 62) da una versión algo distinta del l1i1nno: «Navarra, noble y guerrera,/ fue Ja prirnera/ en defender nuestra nación./ Su sangre, su vicia entera/ dará gozosa por su santa religión./ A !as armas voluntarios;/ a !as armas a Juchar por nuestra fe./ Morire1nos defendiendo la bandera/ de Dios, la Patria y el Rey.» 213 García Serrano, 1992: 47-48 y 61-63. 211
[355]
sar en las diversiones que pronto les anunciaría el capitán de la co1npafiía, acostu1nbrado a aniJnar tosca111ente a la soldadesca. En cualquier caso recuperarían Madrid. I~se era el discurso inicial. L,uego adquirió todas las resonancias que anunciaban los artículos de An1eztia y que se hicieron explícitos en el artículo de Francisco de C:ossío que he transcrito 1nás arriba. Aquella idea arraigó tan finne111ente, que se convirtió en lo que Jailnc del 13urgo ha llan1ado Ja «obsesión de Madrid» 214 . El objetivo inn1cdiato: inovilízar esfuerzos en el intento de ton1ar rnilitannente Madrid. Pero, tal con10 se desarrolló la ca1npafia tuvo con10 efecto acentuar la ide,~l de la «provincia salvando a Madrid». E~l asedio se preparó h.acia el 15 de octubre, y se había planificado una operación para el asalto definitivo el 8 de novie1nbre. El 23 de novien1bre Franco suspendió las operaciones, y se entró en una nueva fase.
1.3.2.1.
«Banderas teñidas de inten1perie provinciana». Can1paíla popular
Mientras tanto, en las capitales de provincia se organizó un verdadero cerc1nonial en torno a la idea de la to1na de Madrid. Un verdadero Progra1na de exaltación de Ja Provincia y la «redención» de un Madrid ocupado por la frivolidad y la deshonesta anti-Espafia. En Vitoria, el ayuntan1iento anunció que, entre otros 1nuchos festejos, ese día se traería a la capital alavesa a la Virgen de Estíbaliz co1110 acto de acción de gracias y haciendo uso de una vieja costumbre (aquello le valió el título de «digno alcalde de Vitoria, restaurador inteligente de nuestras 111ejorcs tradiciones», que le dedicó el diario carlista215 ). El Vicario General de la Diócesis vasca, Antonio M.ª Pérez Orn1azábal216 , había declarado ese día festivo a todos los efectos (los religiosos, asistencia a rnisa, etc., en priiner lugar). 1'a1nbién el ayuntan1iento de Pa1nplona había declarado festivo (con la realización de diferentes actos) el día de la toma de Madrid (se decía, en los rnentideros, que sería el 3 de noviernbre). Se aprobó, aden1ás, la propuesta de erigir un n1onun1ento a «la nien1oria de esta gesta magna y al coraje y al valor de los hombres de Navarra» (antecedente inmediato del posterior Monumento a los Caídos) 217 . Ese día voltearían todas las ca111panas ele Pa1nplona nlientras las bandas de música saldrían por las calles para acompañar a la población que -no había
tM Burgo, 1970: 593. Del Burgo da a aquel fenó1ncno una connotación militar que sin duda tuvo, pero que se valió de esa dualidad cultural que veni1nos observando. 2 1.5 PA, 29 y 30 de octubre de 1936. 216 Para entonces, aunque siempre estuvo con los sublevados, Mateo Mú,gica había tenido que exiliarse en Ron1a y el anterior Vicario, Jaiine Verástegui, se había visto obligado a dimitir. El primero por presiones de Oriol --que nunca le perdonó que no se decantara totahnente por el carlisino durante !,1 República y sin1ple1nente aconsejara el voto en católico, Jo que incluía al PNV~, presiones de Oriol y los 1nilitares. Al segundo se le acusaba de sin1patías vasquistas (a pesar de su fami !ia carlista, que sleinpre le valió para no ser inás durainente represaliado). 2 17 DN, 24 de octubre de 1936.
[356]
n1otivo para dudarlo~ ocuparía la calle dando «!nuestras de júbilo». Los balcones serían engalanados con colgaduras y banderas (co1no en las grandes jornadas), y al día siguiente (co1110 era habitual desde la (iuerra de la Independencia) se cantaría un solen1ne J'e 1Jeu111, saldrían los Ciigantes y, por la noche, se que111arían colecciones de fuegos artificiales. Naturahncnte, se contaba para ello con el Orfeón Pa111plonés y la orquesta Santa Cecilia (que ya se habían ofrecido). Claro que, se111ejante preparación para Ja fiesta, hacía te1ner a los «guardianes de los buenos 111odos» que la 111oral pudiera relajarse en ese día. J)e ahí que el padre Joaquín Catalán lla111ara la atención sobre el peligro de que en dichos actos aparecieran chicas «revueltas con ho111bres»: la alegría estaba justificada pero debía ser 111anifestada con «forn1alidad». Después de todo, no se trataba sino de rendir un ho111cnaje a Cristo Crucificado, que era el verdadero artífice del triunfo 218 . I<.estauración de la cultura tradicional (tenida por castiza), honor a la bravura del hon1bre ele la provincia: ésos eran los pilares sobre los que erigía la nueva idea de Espafia. Se organizaron colectas para llevar pan a Madrid el día ele su liberación, y todo el inundo en Ja retaguardia vivía pendiente del frente centro -al que se hacía referencia constante en la prensa, la radio y en los discursos públicos, en cletrirnento del frente guipuzcoano al que no se dio iniciahnente un valor silnbólico. Ya se había venido calentando el a1nbiente desde ticn1po atrás (co1110 se sabe, para quienes se 111ovilizaron en los pueblos, el objetivo fue desde el pri1ner n1on1ento «ton1ar Madrid y volver a casa»). A finales ele agosto se exponían en uno de los escaparates céntricos de Pamplona (la joyería de Víctor Idoate, en la calle Chapitela) cuatro banderines confeccionados por n1argaritas de Sevilla y Burgos. Serían con los que desfilaran las huestes carlistas «el día de la entrada triunfal en Madrid». Junto a los banderines, se exponían tan1bién (creando verdadera expectación entre los pan1ploneses) el espadfn y el 1nandil de Gran Maestre de las logias tnasónicas, supuesta111ente pertenecientes a l)iego Martínez Barrios (ex presidente de la H. epública) 219 . Eran la E,spafia «brava y caballeresca» frente a la «conspirativa y decadente» que había intentado prevalecer con aquella «i111pía» l{epública, representados plástica1nente en aquel escaparate. Por su parte, la Junta Nacional de Guerra Carlista disefió altares que las tropas habrían de instalar en el impío Madrid; altares que la recristianizaran (habían decidido in1plantar «de nuevo el culto católico en Madrid»). l)e n1odo, que todo aquello sobrepasaba la 111era acción de guerra. La l)clegación de Asuntos Religiosos de la Junta Carlista, ubicada en Burgos, diseñó algunas «banderas y cruces n1onun1entales» que situados en distintos puntos de Madrid y, trascendiendo la propaganda pura1nente política, tuvieran una finalidad e111inenten1ente «religiosa y nacional», con10 expresa1nente decían en la circular que
21
~ EPN,
219
24 y 26 de octubre de 1936; Burgo, 1970: 595.
DN, 30 de agosto de !936; Burgo, !970: 55.
[357]
enviaron a todas las delegaciones 22º. Escogían para ello puntos situados en el viejo Madrid de los Austrias, remodelado por Carlos lll 221 (y no en el eje Prado-Castellana que se abrió durante la J<.epública y que n1iraba al norte industrial y europeo, donde ya con1enzaba a fonnarse el co111plejo de los nuevos n1inisterios y que sería el eje nuevo de Madrid222 ), edificios con «perspectivas adecuadas al fin que se persigue», que no era otro que dirigirse a la ciudad, a sus habitantes anunciando la llegada ele la tropa salvadora con letreros lu1ninosos en Jos que se leyera «¡Viva (~risto I<..ey!» y «jViva España!» (todo ello con la estética sobria de los Austrias que se consideraba «castellana» y espafiola; no el barroco propuesto por E~ladio Esparza en la celebración de la Procesión de Santa María la Real en Pamplona). La Junta Carlista de Burgos encargaba su realización y financiación (ella disponía de pocos recursos) a las Conüsarías provinciales (y, en Navarra y Álava a las Juntas Centrales de Guerra Carlista) y reco111endaba la inclusión -ade111ás de aquellos religiosos y nacionales-- de «algún sírnbolo alusivo a la región». Era, para los dirigentes nacionales del carlisn10, la provincia que recuperaba el viejo Madrid y lo sun1ergía en la España «esencial». La provincia volcada a recristianizar el Madrid que se perdiera para los valores patrios, el Madrid de la modernidad y la influencia extranjerizante. A Álava le tocó restaurar el altar de Nuestra Señora ele los Desa1nparados (que habría de situarse en la Ronda de Valencia, dado que el templo se hallaba derruido). Con ese fin se abrió una suscripción en todas las parroquias de Vitoria bajo el le1na «Te lo pide la Virgen Santísin1a. Te lo pide la Patria.» Con aquel propósito se organizó una comitiva que incluía la banda del Requeté de Vitoria y un grupo de enfermeras que transportarían el pan comprado al efecto. El día de la entrada se celebraría una Santa Misa en dicho altar, organizada por la provincia de: Álava. «Alaveses, españoles -·decía la proclama. Sabéis todos que sobre la capital de España se ha desbordado una ola de vandalis1no sin non1bre que ha destruido con su satánico e1npuje todo lo que con nuestra religión sacrosanta se relacionara ... Álava, la Mariana, está de enhorabuena porque tiene un nuevo 1notivo para hacer honor a su tradición 111ariana» 223 . A Navarra le correspondió su propio altar. En palabras de Jai111e del Burgo 224 , se organizó una expedición que transportara «Un altar enonne con destino a la Puerta del Sol». En su confección participaron Víctor Eusa (el arquitecto de Pamplona -véase supra-, y miembro, por entonces, de la Junta Central de Guerra Car-
AGN-JCGC. Varios II. Los puntos elegidos eran la Plaza de Alonso Martínez, las Escuelas Aguirre (edificio neoinudéjar, expresión ca!'ltiza del historicis1no arquitectónico --cfr. Navascués, 1973: 227-236), la glorieta de Cuatro Caininos (el punto 1nás alejado), Capitel, la plaza de Jacinto Benaventc, Ja glorieta de Bilbao, Red de San Luis en la Gran Vía, el Teatro Real, plaza Nicolás Sahnerón (la actual plaza de Cascorro que fuera del Rastro en la Inclusa), la Iglesia de Santa Cn1z, el Hotel Nacional (en la calle Atocha) y el Ministerio de Ja Marina (en la calle del Prado). 222 Juliá, 1992: 428. 223 PA, 20 de octubre de 1936; Iturralde, 1966: 195-196. 22 1 · Burgo, 1970: 599. 220 221
[358]
lista) y C:iustavo de Maeztu, dos de Jos pilares de la cultura navarra (Maeztu acabab~1 de llenar con sus frescos la l)iputación). I.~o con1pondrían una gran bandera nacional (con un 111ástil de veinte n1etros) sobre la que se dispondría una enonne cruz de quince n1etros. En los lados irían varias alegorías de Navarra pintadas por Gustavo de Maeztu. Presidiría el altar, la i1nagcn de San Miguel (que fue expuesta al público en un escaparate de la Plaza del Castillo). Navarra tendría el privilegio de que en este altar de la Puerta del Sol, se celebrara la pri1nera rnisa de ca1npafía tras la to1na de la capital. Para entonces, se había extendido a111plia1ncnte el 1nito de Navarra con10 lo nueva c:ovadonga. l~ra la provincia la que se presentaba en Madrid, con sus fonnas 1nás arcaicas, para rcdinürla y cristianizarla de nuevo. Se trataba, decía un padre jesuita de «llevar al infierno de Madrid el cielo de Navarra, todo pureza y resplandor de la vieja I~s paí'ía, refugiada en los brazos robustos y cristianos de nuestra inco1nparable Navarra ... l)aban ganas de llorar pensando en nuestra n1adre Navarra llena de Dios, de 1'radición, de chiquillos que eran gigantes, 1nártires de l)ios y de 13spaí'ía», entrando en Madrid, reflexionaba aquel jesuita225 . Para entonces, eran frecuentes las reconstrucciones históricas, que equiparaban las pasadas guerras carlistas con la guerra en curso. Eustaquio Echavc-Sustaeta, antiguo director de 1~·1 JJensanlienlo Navarro, presidente por esas fechas de la Diputación de Álava, recordaba la Expedición real de 1837, realizada por el ejército carlista guiado por l)on Carlos sobre Madrid, con10 antecedente de Ja actual ofensiva. I.~a inn1incntc to1na ·~sobre lo que nadie dudaba- cuhninaría cien aí'íos después el proyecto carlista. «¡Si desde los balcones pudieran ver los bisabuelos de nuestros requetés esa entrada!», remataba don Eustaquio con emotividad .fámilista (tan habitual en el publicisn10 carlista) su artículo 226 . (Jarcilaso, audaz reportero co1no lo fuera en la guerra de Marruecos, se había desplazado a las proximidades del frente y, desde la Moncloa, había llegado a divisar la Sodon1a espaí'íola. En su crónica enviada a su periódico, sus «Reflexiones» (del 1nis1no género que sus anteriores «Dialogando», entre la crónica y el editorial) sentenciaba: «Por grande que sea la turba de extranjeros que se encuentran en Madrid para hacer de Madrid el baluarte del co1nunisn10 en Occidente, 1nás grande será, y 1nás poderosa, la fuerza 1nilitar con que el Ejército de la santa rebelión continuará la ofensiva irresistible contra los sóv;ets de Madrid» 227 . Pero nos equivocarían1os si creyéra1nos que no era sino una gran ca111paí'ía aislada creada al calor de la guerra. No. Aquello tenía unas hondas connotaciones de cultura que ya afloraron a los pocos días de la sublevación (y que la campaüa desplegada en torno al asedio ele Madrid no hacía sino continuar). Madrid, como para sus defensores228, era un sín1bolo. Un sÍlnbolo que ya había sido esgriinido durante la H.epública
225
Lópcz Sanz, l 948: 114-11.5
2lú
EPN, 30 de octubre de 1936. DN, 22 de oclubre de 1936.
221
ns Sobre Ja 1nítica defensa de Madrid -·expresa en cualquier trabajo sobre la Guerra de España--, véase el libro de Julio Aróstcgui y José Antonio Martínc1,, L,c1 Junta de f)efensa (1984).
[359]
y que, con la guerra, adquiría din1cnsiones 1níticas (quizá nunca antes Madrid había tenido esa función verte/Jradora para España; justo cuando 1nás dividida se hallaba). Era, co1no digo, una prolongación de la gran ola de recuperación de los viejos usos locales de las viejas tradiciones (según el pensan1iento castizo) que don1inaba la España sublevada. Ya el día 25 de julio, festividad de Santiago -sábado, el sábado anterior, día 18, la sublevación era sola1nente un ru1nor que llegaba de África~, pues bien, ya el día de Santiago se representó con10 día de recuperación de lo «n1ás auténtico» de la «raza»: al Santo se le veía con10 soldado de vanguardia, hon1bre intrépido y «Sin vueltas», profonuírtir y caballero andante de Cristo, ferviente devoto de la Virgen María y anligo fidelísi1no de San Pedro 229 . Ese día se recordaban las Navas de Tolosa, a Fernando lll el Santo, al obispo don Mauricio y al Cid (firmaba, claro, un diputado carlista por Burgos, Francisco Estébanez. Y FAI-310 lo decía con tocias las palabras: «El re1nedio. La vuelta a la 'rradición» (título de su artículo), 1nientras citaba el RerunJ. Novarurn: «Cuando las sociedades se des1noronan, exige la realidad que, si quieren restaurarse, vuelvan a los principios que les dieron el ser.» Creía que así lo habían hecho ya Ale1nania, Italia y Austria. Mucho 1nás fácil sería en España preñada de T'radición y en la que era tan grande la fortaleza del tradicionalis1no (a diferencia de Italia, donde, justa1nente, se carecía de ella) 23 º. En esa búsé¡ueda csencialista de «los principios que dieron su ser» a Espafia debió inspirarse el autor de «El destino de España en la Historü1» 231 . «¡Salve, Espafia, reina de grandes pueblos, 1naclre de los reyes 1nás excelsos de la hu1nani
229 «Ante la fiesta del Patrón de España, Santiago Apóstol», PA, 24 de julio de 1936 (reproducía un artículo aparecido en Buenos Aires). no PA, 25 de julio de 1936. 231 PA, 4 de agosto de 1936. 232 Herrero, 1973: passim. 233 Véase para Menéndez Pelayo, Martí, 1989: 300-30!, y el reciente trab<\ÍO de Santovcfia, 1994. Para el resto, López-Cord6n, 1985: 88 y sigs.
[360]
de Espafia con10 un Vb/ksgeist católico 234 , que 1nás adelante-ya con el franquisn10lo siste1natizaría Manuel García Morente 235 . Naturahnente, aquella historia heroica había sido abrupla1nente interru1npida por la Constitución de 1812 («Desde las Cortes de Cádiz he1nos roto nuestra historia»). España se había apartado de J)ios y -en apelación al Antiguo '1Csta1ncnto- con10 a su pueblo elegido, le castigaba con pestes y guerras. «l)ios quiere purificarla -decía, y lo hacía- por tncdio del castigo de la guerra.» Con10 los novf.s·in1os, aparecían recurrente1ncnte sÍ!nbolos y 1nitos ya e1npleados en la Guerra de Ja Independencia de 1808 236 . Aquel discurso se repetiría, una y otra vez, en los actos de «desagravio a la Virgen del Pilar» (6 de agosto de 1936, a causa del bon1bardeo de la Basílica), en la fiesta de la Hispanidad (o «de la I~aza», con10 ta1nbién se le lla1naba), y cada vez que la ocasión lo requería. E.sta apelación de orden n1ítico-ideocrático, ya i1nplicaba clara1nente una vuelta a la Espafia tradicional, tan viva y del gusto de la n1csocracia conservadora de la provincia. Pero el progra1na rcstauracionista iba inucho 1nás allá. Recuperando viejas costu1nbres y liturgias, usos y estilos culturales, etc., pretendía consolidar todo un 1nodo de vida (el <
2 1 "· Era la vofu111ad de la raza que tarnblén recogía de !os roinánticos Oswald Spengler, 1943: III, 18 ! y 239 y sigs. Aunque, en !a propia fonnulación de Menéndez Pelayo, se contuvieran suficientes cleinentos para hablar de un Vofksgeisl racial. -n.'> Véase fdea.1· para una historia de la.filo.w¿fía de Esp<11la de 1943. 2 .1c, Véase Revuelta. 1979: 11-12. Esta reiterada apelación al inundo siinbólico del xix está tratada en esta mis1na Parte, Capítulo tercero. 2 17 - J>A, 25 de julio de 1936. 2.l 8 Pi\, 17 de agosto de 1936. :i.w Se refiere, claro, a la consagración de la provincia a la devoción del Sagrado CoJ"azón, y la respuesta al «reinaré en España y con nuís veneración que en otras partes>> (!a «Gran Pr01nesa)>) con la afirn1ación de España cmno reinado de Cristo. Como se sabe, !a devoción al Sagrado Corazón fue lanzada en Francia (hacia 1844) y divulgada en España por los jesuitas (a partir de 1886) a través de su revista A1e11.w~;ero, alcanzando su primer cenit en 1919 con la consagración del reino realizada por Alfonso XIII (véase Lannon, l 990: 47-48) y su segundo y definitivo n1on1ento, justainentc ahora, en agosto de 1936, como reacción al fusilamiento simbólico de la í1nagen erigida en el Cerro de los Ángeles, Madrid (con 1notivo de la Consagración de 19 l 9). Como dice Álvarez Bolado (1986-1993: I, 25 J y sigs.), aquel fusilamiento fue la «expresión n1ás sintética» ante la población católica de !a «actitud sacrílega» de Ja República (aquella dinagen» --la foto recorrió España--- valió, en ese sentido, «JlláSl> que inil fusilan1ientos de (
[361]
por las corporaciones provinciales con presencia de las pri1neras autoridades eclesiásticas
y civiles. r~n Vitoria y en el día de la Virgen de agosto, se celebraba una 1nisa pontifical en la catedral (oficiada por el obispo Mateo Múgica y las 1nás altas jerarquías diocesanas y del cabildo catedralicio), en la que se reponían los trofeos de los 'I'crcios Voluntarios Alaveses que en 1860 «Se cargaron de gloria» en los ca1npos africanos 240 . Volvían a «entronizarse» los trofeos de la provincia, e1npolvados por años de olvido. Ya antes (31 ele julio), Pa1n_plona recibió con la sole11111idad de antaño a la in1agen de San Miguel in Excelsis, qtle con guardia de honor (fonnada por el H.equeté) recorrió «triunh11inente» sus calles hasta llegar a la catedral --donde se dio a adorar a todos los fieles allí congregados 241 . Se le recibía con10 «invicto Príncipe de la,~ Milicias Angélicas» (léase el artículo del sacerdote Bias Cioñi sobre los <
2·10 Se refiere a la intervención annada de Espai\a en Marruecos ( l 859-1860) ejecutada por el general O'Donnell, con10 acto de unidad patriótica, en la que la Diputación Alavesa estuvo representada por sus Tercios. Véase PA, 15 de agosto de !936. 41 2 DN, 31 de julio de 1936. 2.u DN, 31 de julio de 1936. 243 En abril de 1931, mientras los republicanos ocupaban la Plaza del Castillo en los días de la instauración de Ja Reptíblica, !a imagen de San Miguel de Aratar !legaba a la ciudad, casi de hurtadillas (aunque saliera a recibirle un apreciable núinero de gente) (véase Tercera Parte, apartado segundo de Ugarte, 1995a). 44 2 Véase Segunda Parte, apartado 2.3. 245 PA, 28 de agosto de 1936 y 30 de abril de 1937.
1362]
chuco, con10 en su día se hiciera 1nientras los Tercios alaveses con1batían en la Guerra de Cuba, a i1nplorar por sus fa1niliares y an1igos que se hallaban con1batiendo en el frentc 246 . Se re1nen1oraban antiguos usos festivos de la liturgia eclesial con10 la fiesta del R_osario, el 7 de octubre, dándole el «1narchan10 de festividad española», o Ja fiesta de Ja In1naculada Concepción el 8 de dicie1nbrc. Naturaln1ente, Ja fiesta nacional por antonon1asia fue el 12 de octubre, /)ía de la /?aza, ¡.~festa de la JJ;spanidad, festividad de la Virgen del Pilar 2' 17 . J~-n esa gran corriente de reposición de toda Ja vida local anterior a la llegada de la República (a Ja que se hacía responsable de su ruina), se pasó a ca1nbiar nun1erosos non1bres de calles. Fue así co1no en la sesión del ayunta1niento de Vitoria del 25 de agosto, se ca111biaron varios 110111bres: Constitución por Fundadoras de Sierva de Jesús, Pablo Iglesias por Prado, García l.Jernándcz por I<..ioja, o Galán por Porlal del Rey 248 . Tan1bién en Pan1plona se recuperó (entre otros) el no111bre de calle de los 13arquilleros en 111cn1oria de Juan Gó1nez L.ópez, veterano carlista de 1876, quien puso negocio de barquillos y helados en esa calle2'19 . "fan1bién a la cardinal Plaza del Castillo se Je llan1ó oficiahnente así (en lugar ele la plaza de la República, su no1nbre an-
z.ir, PA, ! 2 de septiembre de l 936. Calendario oficial para !937 (APG.FU~3.13):
2 17 ·
l enero
Circuncisión Reyes Magos SantoT01ntís de Aquino San José San Pedro y San Pablo Santiago
6 enero
7 1111\l"ZO 19 marzo 29 junio 25 julio 15 agosto
Asunción Virgen del Pilar/Día de Ja Raza
J 2 octubre
1 noviembre 8 diciembre 25 dicic1nbre
Todos los Santos Purísima Concepción Navidad
Fies!as Nacionales 2inayo 15 n1ayo 18 julio 1 octubre
Día de la Independencia San Isidro. Fiesta del Trabajo
Fiesta Triunfal Toma de posesión del Jefe del Estado. Fiesta de Amistad de los Pueblos Hennanos.
Fies!as Mó1 ifes 1
Jueves Santo Viernes Santo Pascua de Resurrección Ascensión Pascua de Pentecostés Corpus Christi 24
~ PA, 26 de agosto de 1936.
2 19 •
Arazuri, 1979-1980: J, 77.
[363]
terior, que no era de uso en Pa1nplona). O la de lléroes de Estella por la tradicional Chapitel a. Como paladín de Jo propio y castizo, Eladio Esparza se quejó desde el Diario de Navarra del uso abusivo de palabras francesas en el lenguaje cotidiano. J)el n1is1no n1odo que en el norte de Ale111ania el sentin1iento antifrancés (nacionalista y antiliberal) se expresó con la tala de clla111os por ser «árboles no alen1ancs» 2 :'í 0 , I~.E. se quejaba de «esta i11anía de hoteleros, inodistas y hasta ultran1arinos, de llan1ar a sus platos, artículos y productos en francés, habiendo con10 hay tanta variedad de vocablos castizos en español, üene que acabarse de una vez y es ésta la ocasión propicia para desentendernos de las i1nitacioncs exóticas que hen1os padecido» 251 . Era la vuelta a Jo esenciahnente propio, a la recuperación de lo in1nanente a Ja «raza espafíola». Así, adoptando las f-ünnas de la 1noral católica, se concebía a la 111ujer propia con1o·depositaria de la virlud, y punto débil (el 1nunclo, la lujuria y la carne, decía la doctrina católica) por el que podía introducirse el pecado y, con él, el encn1igo. «Mujer, no quieras pecar rnás», decía un artículo del !)ensanliento Alavés, casi procaz -a fuer de expresivo- en su texto: «Cubre tus carnes. No seas escandalosa, inn1odesta, pecadora pública ... Esos brazos, señora. Ese escote, esas piernas, jovencitas cascabeleras, despreocupadas ... ¡Cuántos jóvenes que por ti pecaron, 111ujer, han n1uerto!», etc. 2:'í 2 . Voluntad de inculcar en ellas una propia autoccnsura por la vía de la autoculpabilización (con lo que «estirpe» conservaría su honor). Aquella inclinación a ver, niás o n1enos subconscienten1ente, a las n1ujeres de la «propia raza» con10 dechado de pureza (n1ientras que «las ajenas» serían dadas a la pro1niscuidad y Ja vida «libertina»), llevó a iniciar alguna carnpaña por la n1oral de consecuencias, en ocasiones, pintorescas. Hacia novie111bre se lanzó una iniciativa contra la frivolidad en el vestir y el adorno de la inujer. Se pretendía que los vestidos clernasiados atrevidos o de gusto extranjerizante, las nuevas n1odas lla1nadas «exóticas» o la pintura en Ja n1ujer, eran signos de pecado y n1uestra de decadencia (la fortaleza de lo «lozano» frente a Jo urbano enfermizo de Spenglcr). Hasta tal punto se hizo así que algún requeté vuelto del frente, to1nando la 111oral por su nlano, lavó la cara de alguna joven cxccsivarnente i11aquillada para el gusto puritano de los tie111pos por las fonnas austeras y el aspecto lozano y can1pestre253 . El gusto por la literatura y las artes en general, que he descrito 111ás arriba co1no de costumbrismo en sentido amplio, adquirió mayores dimensiones y cristalizó en for111as en las que aún se acentuaba ese costu1nbrisn10. L,a novela de Manuel lribarren San hombre (1943) y de Rafael García Se1rnno ( 1945), así corno las 11/osas de Ángel María Pascual (1945-1947), que he comentado más arriba, son de Ja inmediata posguerra, y en ellas se observa ·-en todo su patetis1110~ a la ciudad de provincias en la época (especialn1ente en las obras priinera y tercera). La exposición de pintores alaveses (en Ja que participó Jo mejor de Ja pintura de Ja provincia: Adrián Aldecoa, Fé-
2so Langewiesche, 1994: 41.
2s 1 Citado en Burgo, 1970: 570. 2 2
~
PA, 25 de agosto de 1936. 26 de noviembre de l 936; recogido en Burgo, 1970: 572.
253 /)/'/,
[364]
lix Alfare\ 'I'o1nás Alfar<\ Fernando de A1nárica, ·reodoro Doublang, Gustavo de Maeztu, Carlos Sáez de l'cjada, Aurelio Vera Fajardo, y el 111aestro de ellos Ignacio J)íaz de ()]ano) se celebró en agosto de 1936 (ya iniciada la guerra), con gran éxito en la ciudad. L.a publicación anual dedicada al costu1nbris1no local Vida Vc1sca, continuó ofreciendo sus nún1eros, acentuando su inclinación al costun1brisn10 1nás rancio y dando un tono español a lo que antes había sido representado con10 propio del nacionalis1no vasco (por eje1nplo, se iniciaba la serie «Mujeres de Vasconia», con 1110
franquista254 ) sobre las bases de aquella cultura castiza que le era propia. Larreko subrayaba en su diario Ja gran cantidad de actos festivos que se realizaban en Pan1plona una vez iniciada la guerra, especiahnente actos religiosos. Lo he-
~:1·1 De hecho Álava y, sobre todo, Navarra recobraron una real posición de fuerza institucional tras haber sido reconocido el concierto económico en 1937 y haber entrado en un proceso de cxcepcionalidad legal que recuerda mucho a la vivida durante !a Restauración (Clavero, 1985). Siluación que se reprodujo en la negociación de cada concierto o a la llora de defender los intereses económicos y las prioridades en materia de infraestructura de la provincia (como ocurri(l, por ejemplo, con la electrificación y construcción de doble vía de la línea de ferrocarril que comunicaba Madrid con Francia por Álava, Navarra y Guipúzcoa; véase PI\. agosto-septiembre de 1950). Está el caso contrario de Ciuipúzcoa y Vizcaya, represaliadas por su actitud --se decía-- favorable a la República (aunque nunca fue bien aceptada dicha represalia en el bando tradicionalista de !os vencedores).
[365]
n1os visto ya. Era el tno
2 5
~ Recuerda, en esa confusión entre el par/ido ---que era !a Junta de Guerra--, y las inst!tuciones públicas (alguna intervenida por el partido, con10 la Diputación de Navarra), en el cruce de competencias (la Junta de Guerra, por ejeinplo, reorganízó ayuntan1ientos, etc.) al 110-Esrado (Broszat, J 986), f)ua! .'i'rale (Ernst Fraenkel, 1944, cit. en Bracher, 1983) o polírica sin ad111i11is1ració11 (Mommscn, 1967) de los nazis (que no era una situación caótica sino que respondía a la propia lógica del sistema, por cierto, como advierte Brachcr, 1983: 48-49). Naturahnente, todo paralelismo histórico es eso. No caben transposiciones 1necánícas: no es necesario insistir sobre todo lo que separaba uno de otro caso. Sin e1nbargo, se da aquí la circunstancia de la conremporaneidad que, cmno dice Otto Hintze o Ernst Nolte, es rntis poderosa en ocasiones que las fronteras nacionales y las distancias geognificas (que no tanto culturales en el siglo xx). 2 sc. Hasta descender 1nás allá de la provincia, a !a localidad; connotando así una vida !ocal sobre la que se construyen las identidades colectivas -"·antes que otras de clase o nacionales. Frances Lannon ( J 990: 41) llarna la atención sobre el hecho de que algo así ocurría en la Inglaterra de Tomas Ivloro, es decir, en la Inglaterra del siglo xv1. 2 7 ~ Puede consultarse entre otros 1nuchos Clavería, 1942-1944 y 1962; Mugueta, 1937; Balcztena y Astiz, 1944; Ruiz de Loizaga, 1989; Irnnaculada, J 943; Sáenz de Santa1naría, l 937; Madinaveitia, l 937; Álava, 1938. Pueden seguirse, también las «Efemérides patriclticas» del /)iario de Nu11arra, el «Vitoria típico» del Pensa111ie1110 Alavés, y otras secciones de estos periódicos y de El Pe11samie11ro J\lavarro. Sobre
[366]
Si, tal vez, el pri1ner acto en el que la República se enfrentó a los n1odos ele la provincia, de Navarra, fue a raíz de la celebración de la fiesta de San Francisco Javier en 1931 (recuérdese la convocatoria de los ayuntan1ientos ante la inhibición en el acto de la Gestora republicana 258 ), fue ta1nbién esa fecha sünbólica, la que inarcó la plena «recuperación de tradición» para Navarra. En 1936, en plena guerra, se celebraba la fiesta en «Su n1cn1oria con la pon1pa oficial de haberla restablecido en nuestros usos forales, interrun1pidos contra el sentir unánin1e del país, por la pasión sectaria. Nuestra l)iputación asiste, con10 en los pasados tien1pos, a la solen1nidacl religiosa en cuerpo de C:on1unidad representativa de toda Navarra» 259 . r~sc día la parroquia de San Cernín pudo bandear las ca1npanas excepcionahnente (se había iinpuesto la prohibición de su bandeo a causa de la guerra), y la Corporación provincial acudió en Cuerpo a su recinto para «prestar el juran1ento cristiano y foral que las leyes laicas de Ja l{epública» habían in1pcdido en los últitnos cinco años. A su entrada y salida del recinto eclesiástico se le dieron honores de realeza a la Diputación, al n1odo del viejo l{cino 26º. I-lubo otros actos (co1no la Misa de c:on1unión general y desayuno en el café Iruña de la Asociación (~atólica de Maestros de Navarra en honor al patrono), y, sobre tocio, se exaltaron en sennones y artículos ele prensa las virtudes del n1isionero jesuita (que coincidían con las que solían adjudicarse al carácter navarro). Y, sobre todo, el carlisn10 celebró la 01101nástica del Príncipe regente, Javier de Borbón y Panna ~que tras la 1nucrte del anciano Carlos I-lugo, pugnaba, con el apoyo de Fal, por hacerse con el liderato caris1n¡ítico del carlisn10. lJe dedicaba l~l F)ensanúento Navarro una gran foto de portada y le reiteraba la adhesión y pleitesía que la Navarra carlista debía a «SU rey» 2
el gran proyecto de Javier y la javierada, véase «A Javier», discurso del obispo Marcelino Olaechca en Esparza, 1941; y carlas de Félix I-Iuartc en los documentos editados por Paredes, 1993: 299 y sigs. 258 Véase Tercera Parte, apartado 2.4.1. de lJgarte, 1995a. 9 2;; DN, 3 de diciembre de 1936. 2 M DN, 4 de diciembre de J 936; /;,'PN, 5 de dicicinbre de 1936. U>1 EPN, 3, 5 y 1O de diciembre de J 936. 21 2 ' Véase, por ejemplo, Jo dicho en la nota 255 sobre Ja institucionalización del nuevo régi1ne11 en Navarra.
[367]
nuevo co1nponente de n1odernídad al crear un inundo si1nbólico y una liturgia capaz de lograr esa adhesión de la 111asa al Estado. E~so que se ha dado en lla1nar «religión 1aica»263. Más adelante, refiriéndose a otro de aquellos actos recuperados (parte del San Fennín, ta1nbién potenciado por la nueva situación), Ángel María Pascual escribía: «Imaginad Ja Capilla de San Fcrmín esplendorosa y la nave de San Lorenzo un poco oscura. Los bancos están llenos en torno al rectángulo rojo donde se sentará el Ayuntan1iento ... F::ntonces con1ienzan las Vísperas -que de ellas se trata. I-Iay en el coro un escalofi·ío de violines y"'Un acorde de voces angélicas y graves ... Fueron dos oscuros 1naestros pa1nploneses, Maya y García, quienes escribieron estas deliciosas páginas de 1núsica sacra en un verdadero rapto de inspiración ... flores de arpegios y coros, un breve oratorio que en aquel a1nbiente tiene neccsaria1nente una lejanía de 111inué» 264 . Era la itnagen idealizada de la provincia: grey congregada en el escenario annonioso y jerárquico de la iglesia en torno a la corporación reverenciada. Cli1na de sosiego angelical creado por una música sublime y sacra hecha por los hijos de la provincia, sien1pre oscuros (por sencillos y inagnánimos), pero tocados de la 1nano del ángel cuando trataban de honrarla con alguna de sus obras. Paz, sosiego, annonía, y aisla111iento del n1undo exterior, ensi1nis1nan1iento en lo genuino y castizo. Esa era la idealización del orfebre sobre la «nueva España», que era la «España de la provincia». En España, pues, el nuevo régin1en se concibió con10 reconstrucción de España a partir de Ja provincia (frente a Ja extranjerizada Madrid). Se recreaba, de ese modo, todo aquel cuerpo de cultura formado por romerías y procesiones, juegos florales y sainetes. Todo eso que se consideraba con10 in111anente a la «raza española» (cuyo tuétano, se entendía -cuanto 1nenos en Navarra, y así se repetía en los 1nedios oficiales- que era la «raza navarra»). T'al con10 lo decía Eladio Esparza en su «Friso rojo» 265 , coincidiendo con la reposición del patronazgo tradicional de Santiago por parte de la Junta Técnica, «el Caudillo [iba] restaurando el 111aravilloso retablo de nuestra historia nacional, en su opulenta riqueza decorativa y en sus oros preciosos». Siglo de Oro, castícisn10, repudio de los extranjerizante, variedad regional y catolicis1no con1ponían otros tantos argu111entos de Ja cultura que en una parte iba sustentando al régiinen iinpuesto por los sublevados (la otra, la 1nodernízante y d'annunziana del falangisn10, que se creía 1nás apta para encuadrar al obrero, predo1ninó en la época de Serrano Súñer, y arruinó y defraudó a no pocos que confiaban en esa refundación orquestada con10 reviva!). La provincia acabaría to1nando Madrid. Y tan1bién Madrid se provincializaría. l.Al España castiza asociada a la idea de reconquista de Madrid, arraigó honda1ncnte en los círculos de cultura que apoyaron a los sublevados. «Madrid fue reintegrada a la
2w
26~ 265
Véase supra. Pascual, 1963: 200-201. /)/'l, 24 de julio de 1937.
[368]
corriente nacional», con10 quería y propugnaba en julio de 1936 Francisco c:ossío. I)e ahí el «¡Feliz paisaje! Nuestro Madrid sé que ha vuelto a ser lo que quería1nos, el que nos hahían defonnado y que sentía111os esa defonnación dolorosa e íntin1a», etc. que pronunciara Gó1nez de la Serna en l 939 2()(). E'..spaña se hizo provinciana (y católica, que era el 1nodo de ser español en la idea de la Provincia), fortaleza y baluarte de la tradición y el integrisn10, pequeña, triste y gris, teñida de aburri1niento (si no de ha111bre y otras 1niscrias, claro está), a1nante de su peculiaridad variadísi111a, herencia de tantas culturas locales con10 existieron en el pasado, deseosa de reproducir las 1nüs an1ahlcs escenas costu1nbristas. Pura anacronfa cuando las detnocracias derrotaron a sus ho1nóni111as europeas y se refugió en el aislan1iento (aunque antes hubiera sido puesta al servicio de un proyecto fascistizante, propio del xx). Anacronía que sería rota desde dentro por un Madrid que creció y se convirtió en la gran n1etrópoli que antes no había sido. Pero ésa es otra historia ~-la ele la quiebra y crisis final del franquis1no- que no corresponde a estas páginas.
2M
Véase
.1·11pra.
f369]
CAPÍTULO
II
La aldea se moviliza He1nos seguido el rastro de la ciudad --····de la «ciudad de provincia», scsteante y «celebración continua de la pequeñez» (Sánchez-Ostiz) para los jóvenes inquietos, hijos de Ri111baud y Baudelaire, ansiosos de 1nodernidad. Y, cicrta1nente, la pequeña ciudad fue funda1nental a la hora de desarrollar una cultura, a la hora de dar cohesión al Ievanta1niento, de tejer toda una red de relaciones que, co1no un gran n1azo de hilos, partían de aquélla y se extendían por su hinterland uniendo cada punto de este a su capital (co1110 he1nos podido constatar en distintas partes de esta obra). Pero quienes 1nateriahnente protagonizaron el fenó1neno requeté fueron básica1ncntc gente de la aldea, esa otra realidad social que ~junto a la pequeña ciudad, tal con10 decía Spengler·-- venía a con1pletar la provincia. Ellos, su inundo, confonnó el universo sin1bólico y de relaciones sociales que fue el del I?equeté que co1nbatió en la guerra de España y a quienes va1nos a dedicar este apartado. Éste es un tenia que en sí n1is1no requeriría un estudio específico. Pero dado que aquí sólo nie he propuesto realizar una cierta indagación antropológica (que no una antropología) de la guerra civil de 1936, no haré sino esbozar algunos rasgos que, co1no digo, resultan insuficientes y no hacen sino adelantar una prirnera aproxiinación a esa realidad social poco conocida que es el á1nbito rural navarro y vasco. I...o que se trata es siinple1nente ele poner en conexión el inundo de los insurrectos contra la República (más en concreto del Requeté) y el mundo social y de valores en el que se fonnaron. Algo se ha dicho ya en la Prilnera Parte. Aquí se trata ele con1plctar aquella visión, pero sólo en el sentido 1nencionado. Antes ele adentrarnos en esa tarea, bueno será detenerse breve1nente en presentar si no es inás que Jos rudin1entos del niedio en el que nos n1oven1os. Ante todo debe decirse que la situación era ele una gran co1nplejidad -ténnino que no se en1plea en sentido retórico, sino con la pretensión de enunciar una realidad. Ante poblaciones como Tudcla (11.246 habitantes en 1930), Tafalla (5.870), Estella (5.972) o Corella (5.676) 1 había en Navarra cuatrocientos setenta y un concejos y lugares con inenos
[371]
de 400 habitantes (sin contar pueblos con ayunta1niento y no por ello n1ayores), con una población inedia de unos 100 habitantes por concejo (con alguno, con10 Vcsolla, con 5 habitantes). I~n Álava había cuatrocientos dieciséis núcleos de población (agrupados en setenta y seis rnunicipios, 5,5 pueblos por 1nunicipio) que, sin incluir Vitoria tenían una inedia de 166 habitantes por lugar. Frente a ellos, lJodio tenía 2.600 habitantes, Laguardia 2.360 y Labastida 1.249 1. La estructura de la econon1ía (aparcnte1nente sünilar en ocasiones), variaba 1nucho de lugares tan próxi1nos entre sí con10 l_,agrán o J_,aguardia (unos 5 kilórnetros en línea recta). f~n la pri1ne1'il, con 520 hcctíl.reas de 1nontcs del co1nún, se había desarrollado una fuerte y co1npleja econo1nía de con1ercio (o una suerte de con1ercio) basado en la explotación variadísilna del 1nonte (1nadera para 1nuebles en Vitoria, leña para las panaderías, carbón vegetal, ganadería, estabulada y suelta, etc., o cualquier otra tnercancía que se pusiera a su alcance), en la que Ja astucia y el instinto a la hora de garantizar el transporte o hacerse con una subasta de n1onte (antes que la previsión racional y la organización) pennitían unas econo1nías fa1niliares saneadas (actuando casi corno tierra fronteriza entre un norte de servicios, Vitoria, y una l~ioja carente de todo lo que el n10ntc podía ofrecer y de algún servicio). Frente a aquel, L,aguardia era un pueblo etninente1nente agrario, con nu1nerosas casas solariegas, con algún hacendado ilnportante y fa1nilias de braceros (aunque la 1nayoría tenía su tierra, aunque fuera pequeña), en general dedicado al n1onocultivo del vino, Jo que le introducía en circuitos cotnerciales de 1nás largo alcance (J3ilbao) y le hacía depender de los sun1inistros ofrecidos por pueblos con10 Lagrán o los servicios de Haro 2. 1-3,n sus proxi1nidades se encontraba Salinillas, cuyos rasgos de ccono1nía ya conoce1nos. Si esto se daba entre pueblos tan próxi1nos, la variedad de toda la región era aún 1nucho 1nayor. Había poblaciones con una cierta industria con10 eran Llodic\ Araya, Vera o Alsasua, con producción n1etalúrgica; Marcilla, Tudela y Cortes, con sus azucareras; Olazagutía con su fábrica de ce1nento; Aóiz, en cuyas proxin1idades estaba la n1adcrera lrati, o Villava, con su papelera. Frente a éstos, había extensos territorios estrictan1ente agrarios (en los que se daba la situación del «pequeño productor>> de la que habla Shanin, con econon1ías próxiinas al autoabastecin1iento). Y dentro del inundo agrario, había lugares en que la tierra estaba distribuida entre pequeños propietarios (con10 la zona de la Llanada con aprovechanüentos de secano, o las F~stribacioncs del Gorbea con agricultura de 1nontaña), frente a otras en las que prevalecía el gran hacendado,
1 Fuentes GEN, voz «Población» para Navarra, Alonso, 1927-1928: 210-216 para Á!ava y elaboración propia. Véase lo dicho en las notas 2 y 3 de la Priinera Parte. Frente a ello, en Ga!icia vivía (en Jos 60, pero la población en Álava y Navarra en aquel momento estaba en su plenitud, luego se ha ido despoblando), una n1edia de 591 habitantes por parroquia (Lis6n, 1971: 248; bien es verdad que cada pa1nx¡uia podía tener 1ntís de una alde
[372]
cuando no el latifundista (co1110 en el valle del Baztán con sus propietarios de 111011-tes, o los hacendados, 1nuchos de ünnilia noble, de la I<.ibera y la R.ioja alavesa). 'fierras en las que la econo1nía se basaba en la explotación de bienes co1nunales (co1110 las consicrras y parzonerías alavesas y las facerías navarras), frente a otras en las que la privatización de tierras del co1nún (corralizas) venían a generar conflictos de gran envergadura 3. l?.n cuanto a la estructura social, tanto en lo que se refiere a riqueza con10 a po~ der, estatus o prestigio, la variedad, con10 puede con1prenderse, era inn1ensa. 'Ta1nbién en los inodos de relacionarse (lo que los antropólogos lla1nan organización social), las estrategias de acción entre los grupos, las decisiones y los conflictos. A ese inundo (para Navarra durante la l~epública) se ha referido y lo ha estudiado con lujo de detalle E1nilio Majuelo. Se ha referido a él para resaltar Jos ele1nentos de ca1nbio y el conjunto de conflictos que se desataron en su seno durante esos años 4 • Había, pues, ele1nentos de can1bio en aquella sociedad. Sin e1nbargo, acostu1nbrados a la historia observada desde las grandes ciudades, desde una perspectiva según la cual el n1arco del asociacionis1110 (la Gesellschqft de 1'ünnies) habría triunfado ya ple1u1111ente desde principios del xrx, y en el que existirían, sobre todo, solidaridades parciales (de clase, de estatus) que se construirían co1no hor;zontes de expectath'a (Koselleck), con10 utopfas en un tic1npo en que se concibe la 111ejora con10 corte con la realidad preexistente, con10 una quiebra en el curso de la historia que conüenza de nuevo (Arent), en la cual la opinión es pública y se expresa con10 política nacional delin1itativa del conflicto, con10 juego de intereses y estrategias de toma de poder, se ha tendido a sobresti1nar estos factores cotno propios ta1nbién de ese conjunto de pueblos, parroquias, aldeas y concejos que conocen1os con10 inundo rural. Sin etnbargo, frente a aquéllos habría otros factores (solidaridades totales, identidades locales antes que nacionales, culturas populares apenas i1npregnadas por la 1110-· derniclad, econon1ías 1nás sutiles que las ele 1nercado, en que la tradición, la confianza personal o la astucia -hoy lla1narían1os corrupción-jugaban papeles luego no sospechados, etc.), que he1nos tenido ocasión de conte1nplar en la Pri1nera Parle, que estando 111uy presentes en la vida rural de aquel tie1npo -y que afloran en una observación no anacrónica-, estaban siendo rápida111ente ree111plazadas en esa pritnera milad de siglo. Como observara en 1948 Eugen Weber (también imbuido de esa perspectiva de gran historia de Francia) ante la lectura del libro de Roger Thabault, Mon vil/age (1944), y hacia 1968 de la del antropólogo André Varagnac, Civilisation traditionnel/e et gen res de vie (1948) --que luego dio origen a uno de los libros emble1náticos de la historia conte1nporánea-, en án1bitos en que la vida social, los usos
~ Para la economía alavesa, Homobono, 1980; Gallego, l 986; Ruiz de Urrestarazu, 1990. Para la economía navarra puede verse tm11bién, Ga!lcgo, 1986; Majuelo, 1986: 39-51; 1989: 40-68, y la bibliografía por él citada; Floristán, 1968; Garrués, ! 992; Grupo, l 990. 1 · Véase Majuelo, 1986; y, sobre todo, !989. Ángel García-Sanz, se ha detenido en la época prevía de la Restauración (véase cspecialinente, García-Sanz: 1992).
[3731
tradicionales y los ritos se habían venido reproduciendo desde antes de J 834 (en el caso de España) sin solución de continuidad, estaban ro1npiéndosc esporádica y acun1ulativa1nente durante esos años 30, generando, ahora sí, una verdadera corriente nacionalizadora (hasta que alu1nbraran una «civilización con1plet<.uncntc diferente», a partir de los 50 y 60, lo que en Francia ocurrió hacia 1914). I~Ioy esa constatación va introduciéndose ta1nbién en nuestra historiografía, aunque 1nuy Jentan1ente en los trabajos concretos 5 . Eso ocurría, en buena n1edida, con el inundo rural de la zona vasco-navarra (sin olvidarnos, claro está, de Iás grandes variaciones de un punto a otro). Un inundo cultural en el que el tie1npo estaba asociado al tien1po natural y cíclico de las cosechas, desde los ritn1os diarios, los estacionales, las festividades y vigilias, sietnpre reiteradas, gcncraci6n . tras generación (pues el catnbio era suficiente1ncnte lento con10 para que llegara a percibirse de una generación a otra). Hasta que irru1npi6 el siglo xx, y especialmente Ja República (mal asimilada). Unos lugares en los que la economía dependía del sol y la lluvia, y las destrezas para 1nanejarla se transn1itían de padres a hijos; pero en el que el 1nercado había hecho presencia al 1nenos desde finales del x1x (antes en las zonas vitivinícolas). En el que los acontecin1ientos políticos (o las guerras) se habían vivido con10 otros tantos accidentes de la naturaleza con los que había que convivir (así se vivirían los hechos de la H. cpública y de la guerra). Unos an1bientes, en fin, en los que el rnaHana -y no el porveniJ; asociado a la idea de progreso-- sólo podía concebirse en ténninos ele continuidad. Un n1undo, por otra parte, en buena n1edida pequeño, replegado sobre sí n1is1no, poco co1nunicado (en el sentido físico, pero tan1bién en el de las ideas y las noticias), para dar origen a sociedades cerradas (Robin Horton) en el sentido de que las alternativas disponibles en cada 11101nento y en cualquier orden de cosas (trabajo, distracción, infonnación) eran escasas 6 . Un n1undo, en fin, en el que los n1odos co1nunitarios prevalecían (y sin1ultánea1nentc se ro1npían), en que el individuo se tnantenía vinculado a su con1unidad por infinidad de lazos y subsun1ido en la fan1ilia, el grupo de an1igos (la pandilla o la cuadrilla) o la parentela, donde las solidaridades universales no se habían transformado eficazn1ente, pero en el que aparecían fonnas asociativas basadas en solidaridades parciales7, etc.
5 Lo del horizonte de expectativa en Kosc!leck, !993: 334-357; la 111opia como reinicio de la historia en Arent, 1967: 35 y sígs. (aunque Kose\leck-1993: 340-hace una referencia irónica al respecto). El descubrimiento de Eugen Weber en Weber, 1983: 9. JO. 6 Se refiere a esa circunstancia para toda España José María Jover en el «Prólogo» a Sánchcz Ji1nénez, 1976. Ortega hablaba, en tono descalificador, de la vida en las zonas rurales de la época, y decía: «Esta vida local que !lay, tiene un carácter extren10. Quiero decir que es localista, de radio para cada hom· bre superlativan1ente corto. A esta pequeñez cuantitativa de radio corresponde una miseria cualitativa de contenido --ideas, afanes, ín1petus)) (Ortega y Gassct, 1931: 132- l 33). Lo de Robin Honon citado en Accves, 1971: 175. 1 Véase la Primera Parte. Un tipo de relaciones que nos rciniten a los estudios de Julio Caro Baroja, Jesús Arpal, Williain Doug!ass, Ed1cgaray, Greenwood, Hornobono, MacC!ancy, Marianne Heibcrg, et-
[374]
Elc1nentos de pcnnanencia que incluían el peso y el valor de la üunilia y la casa con10 núcleo do111éstico, las relaciones de vecindad 1nás o n1cnos institucionalizadas, 1:1 articulación de la co111unidad en los concejos (regidos por juntas adn1inistrativas), con sus 111ontes co111unalcs, sus trabajos (veredas y ouza/an) y agrupaciones (la nlinada, las cqfludías, cte.) de ayuda inutua, los lugares de socialización, las tabernas de renque, las propiedades n1ancon1unadas (consh~rras, parzoneríos ofácerías), todo un inundo ritual y sÍlnhólico de fiestas, ferias, rollierías, cte. que fijaba en el inundo de las representaciones aquellas instituciones, la serie de devociones locales, ern1itas y santos que recreaban el entra1nado siinhólico de la identidad local, etc. I:i.ra ése el entorno, sin duda, de las pequeñas aldeas (tantas en Álava y Navarra), que vivían in1bricadas en un n1undo saturado de experiencia, y en las que pasado, presente y futuro eran una 1nis1na cosa, 1nundos cerrados, grupos con1unitarios; pero que in1prcgnaha tan1bién Ja vida de poblaciones de nlayor entidad. l)c ahí el éxito que las propuestas cooperativas del catolicisn10 social tuvieron especiahnente en Navarra (aparte del en1peño y calidad de los sacerdotes pro1notores) 8, o la lucha planteada por la recuperación de las corralizas9 y los aprovccha1nicntos del co1nún que tuvo en vilo a pueblos con10 ()Jite o 'fafalla en el principio de siglo, y que venían a reivindicar un derecho co111unitario sobre una tierra que venía siendo de uso particular (tras enajenaciones, usurpaciones, desa1nortización, ron1pin1ientos ilegales, etc.) pero cuya propiedad era jurídica111cn!c a1nbigua 10 • ()incluso, con10 hc1nos podido co1nprobar en otro lado -y a su nivel·-, el peso que los lazos personales y la idea co1nunitaria tuvieron en la vida ciudadana de la propia Pan1plona 11 . l~as viejas estructuras tradicionales que pennanccían en el can1bio. Continuidad y cainbio n1utua1ncntc in1·· bricados. Un n1undo, corno digo, que se construía co1no universo estable hecho de realidades pasadas y de experiencia, en la que el can1bio apenas si se conte1nplaba sino con10 continuidad. Pues ya los can1bios y los conflictos, bien estudiados desde la historia 12 (y poco considerados desde la antropología 13 ) se venían produciendo desde conlien-
cétera, antropólogos que llan tratado en sus estudios con gran penetración esos rasgos de continuidad o de lo permanente (y los viejos estudiosos del cmnunalis1110 europeo, y Jos veteranos inaestros de Ja sociología agraria como Jos Redfíeld, \Volf o S!1anin). Véase !as referencias en la Bibliografía. Un estudio de !a evolución de !os estudios sobre el comunalisn10 en Europa (gencraln1ente desde !a historia del de .. recho y de la antropología (cuyo principal representante entre nosotros a principios de siglo sería Joaquín Costa. y luego, Cárdenas. Azuí.rate, Altamira, Hinojosa) véase Giinénez Romero, 1990 y l 990a. ~ Sobre el cooperativlsrno agrario puede verse Majuelo y Pascual, 199 l. 9 Antiguas tierras del conuín, cedidas para el aprovechamiento de ¡rnstos a particulares en el contexto de la desamortización civil, y sobre las que quisieron hacer uso éstos del derecho de tanteo para adquirir la plena propiedad, mientras que los vecinos pretendían recuperarlas para e! aprovechainicnto de la connmidad (mediante repartos, como se hizo en lugares coino Tafalla). 10 Véase para aquellos conflictos Ainorena, 1908; Arín, J 930 y 1936; y Esqufroz, 1977 y l 991. Una revisión reciente en Lana, 1992. 11 Véase Ugarte, 1995a. 12 Ahí están los excelentes y ya co1ncnLados trab;tjos de Ángel García-Sanz y En1i!io Majuelo. n Es resei'íablc en este sentido (a pesar de alguna reducción) el trabajo antropológico sobre Elgueta lk i\1ariannc Hciberg ( 1991 ), que recoge con cíerta fortuna esos factores del cainbio.
1375]
zos de siglo. Y se dieron especialmente con la llegada de la República (del mismo inodo que Weber lo pudo observar para la Francia del ca1nbio de siglo 1"1). Loqueantes había sido un tie1npo unifonne y sucesivo, se había transforn1ado, repcntinan1cnte -trau1nátíca1nente para algunos- en un tie1npo contiguo, un nuevo tie1npo que podía significar un auténtico ca1nbio ele civilización: la nacionalización de las 111asos. El inundo exterior invadía cada aldea en nütines o con la prensa, las cosas ca1nbiaban a gran velocidad, las identidades locales se diluían, la política nacional adquiría un verdadero poder sobre todo el territorio. Sin e1nbargo, fue algo repentino, gene-
rado en el nivel de lo polífi'col.'i. Mientras tanto, co1no hen1os visto 16 , Ja cultura de la provincia se fortalecía con10 ethos antirrepublicano hasta arropar una insurrección
contra ella. Tal vez todo se produjo en la superficie (si lo co1npara1nos con el caso francés) y de una fonna restallante, de 1nodo que apenas pennitió la asin1ilación del ca111bio en aquellos colectivos asentados sobre lo pennanente. En ese variado inundo rural que era el de Navarra y Álava, se estaba produciendo aquella n1etan1orfosis que infonnó la fonnas de concebir y de afrontar el esfuerzo de guerra que se hizo.
2.1.
EL PUEBLO DE ORIGEN Y LA GUERRA
A los pocos días de iniciado el levantan1iento, José Apesteguía estaba en el frente de Oyarzun. Pocos días antes se había puesto en 1narcha para Pan1plona y de allí ha~ bía inarchado con la colu1nna de 13eorlegui. l1abía salido «por ron1anticis1110, o algo así». Era hijo del carpintero del pueblo, joven con cierta fonnación, y ajeno a los grupos juveniles que constituían pandilla (sie1npre con sesgo político) en su lugar de origen, Cirauqui (1.121 habitantes). No era este pueblo de tierra Estella un lugar apacible. Ya en la última guerra se había dividido entre liberales y carlistas (lo que no era 1nuy frecuente; de allí era la fan1osa partida liberal ele el cr~jo de (:irauqui y en ella se produjo la rnatanza que dio origen a la leyenda ele Jos nuírtires de ('irauqui). E~l paro durante la l~epúblíca era notable, n1ientras unos pocos hacendados n1onopolizaban la propiedad. En noviembre de 1934 el vecindario más humilde había reivindicado la roturación de las laderas del 1nonte Esquinza (considerándolos co1no aprovecha1nientos del pueblo). Roturaron sin autorización y aquello ocasionó un grave conflicto con la Guardia Civil. En 1933, por un viejo contencioso personal (al parecer el alcalde había ofendido a la 1nadre del agresor), un pariente del alcalde n1ataba
14 Weber, 1983: 9. «Las condiciones 1nateriales, las 1nentali
[376]
a tiros a éste. No era pues, Cirauqui precisan1ente, un lugar donde la unidad n1oral del pueblo pennaneciera incólun1e. 1-labía en él, aparte de la vieja división entre libentles y carlistas (quienes por cierto controlaban el ayunlanliento), un nuevo grupo de gente hun1ilde vinculada a la UG'r (agrupados, cada cual, en torno a tres cqfeterías o tabernas). De ahí que el primer acto del Requeté en julio de 1936 (formado por Jairnc del Burgo, que llegaba al pueblo en una vieja n1oto destartalada) fuera to111ar el ayunta1niento, del que retiraron la bandera republicana. 'fras ello, «gran nún1ero de jóvenes con sus fa1r1ilias, esperaron con iinpaciencia en la carretera un autobús que les trasladara a Pa1nplona». Eran las viejas fan1ilias carlistas que, en 1931, al tener que retirar el crucifijo de la escuela, habían salido en procesión 1nasiva, presididos por el párroco y el alcalde. Eran quienes habían logrado que, a pesar de las dificultades en el c1nplco, el conflicto se hubiera planteado en ténninos de las viejas fa1nilias del lugar frente a algún advenedizo que intentaba generar desasosiego en el pueblo, romper la unidad moral de éste (hasta conseguir el 90 por 100 de los votos para el Bloque de Derechas, unión de viejos liberales y carlistas, a pesar de que los últimos -de fa1nilias 1nás aco1nodadas-- no acabaran de apreciar a los prilneros). Sin e111bargo, José Apesteguía, ajeno a las bandos del pueblo, quien se consideraba a sí 1nis1no distinto a los otros j6venes por ser aquéllos «del can1po» (1nientras él era de fonnación 111ás refinada), localizó en el frente a catorce de su pueblo. Aquellos 1nuchachos «del can1po» resultaron «1najísi1nos todos», decía el hijo del carpintero. Se acercó a ellos y fonnaron una piña: eran «los de Cirauqui». Sicn1pre iban juntos. I-Iasta el punto de que Apesteguía ocultó su condición ele conductor por continuar con los a1nigos del pueblo (hasta que éstos le descubrieron ante el oficial, por estitnar que el destino del conductor era mejor que el de infante en las trincheras) 17 • Más allá de distancias sociales y culturales, a pesar de las banderías, el pueblo se i1nponía con10 identidad y á1nbíto de solidaridad una vez abandonado. 'fa111poco Asterio García, de Olite, quiso, iniciahnente, 1narchar con10 enlace de García Valiílo (a pesar de que aquel destino era inucho 111ás seguro y, sobre todo, 1nás có1nodo y con 111ayores posibilidades para la posguerra, pues entraba dentro de lo legíti1110 y de lo deseable, con10 vere111os, esperar alguna fonna de recon1pensa de incorporarse a alguna nueva red de patronazgo a raíz de servir a un nuevo seFíor), bien, pues, Asterio García rechazó en la primera ocasión ser enlace de Valiño porque en la compañía tenía «a los del pueblo, a los de su cuadrilla» 18 . Los casos son nun1erosísil11os. l-lasta quienes se habían sentido violentados para salir de sus pueblos (era el caso de Timoteo Olabarrieta, de Osma, Álava, hijo de republicano), hablaron siempre de nosotros para referirse a los del pueblo: «Nosotros íban1os doce de Osn1a» en los pri1ncros días del frente, dice. Luego seis fueron para la Pri111era en Son1osierra y otros seis para Atienza. Nunca estableció relación con otros supuesta1nente 1nás qfines ideo-
17 José Apcstcguía, 8 de octubre de 1992 (79.A); Joaquín Hennoso de Mcndoza, 20 de novic1nbre de 1992 (84 y 85.A); Altaffayl!a, 1986: Il, 401; ARLI Tercio Navarra. rn Astcrio García, 30 de junio de 1993 (106.A).
[377]
lógicainente 19 . J)el inis1no pueblo era Antonio ()rliz de Anda, a quien le perseguía en el pueblo fan1a de filonacionalista. Cuenta que tuvieron que ir, por orden de un cabo nuevo que había llegado al pueblo, cuatro requetés a hacer gritar al cura de C~aranca (cerca de Os111a) el Viva I:.'>¡Jaíla. I<.econocido por el sastre de Caranca debió decir «Y a éste -por él-, no le hacéis gritar el Viva España.» Pero con los de ()sn1a, con1entaba, nunca tuvo problen1as, «qué va a pasar, nada», decía, eran del pueblo: con ellos salió (que eran carlistas_{lnos), con ellos desertó (véase fr(fi·a) y con ellos tern1inó la guerra 20 . I~n Mañeru (866 habitantes, a pocos kilón1etros de Cirauqui, con quienes no se llevaban nada bien), las cosas ocurrieron de otro 1nodo. Era Mañcru un pueblo donde el carlismo obtenía votaciones del orden del 99,25 por 100, sobre una participación del 94 por 100 (y en que se decía del único republicano que estaba «loco» 21 ), donde Ja Fiesta por los Mártires de la l~radición (fiesta carlista) fonnaba parte de las fiestas de la localidad, donde se recibía a Jai1ne del Burgo --cuando venía- con10 podía recibirse a una autoridad (y las casas se disputaban alojarle), donde anunciaban la llegada de Antonio Lizarza lanzando un cohete, en Mañeru el pueblo salió con la banda de 111úsica a despedir a los requetés que se 1narchaban a Pan1plona. Luego el grupo de Mañcru, junto con los de Cirauqui (que habían ido a recoger annas hasta L,ogroño), y otros de Pan1plona fueron juntos en la colun1na de Ortiz de Zárate hacia Guipúzcoa por I3idasoa22 . M¡_ls adelante, tras la guerra, cuando Antonio Lizarza y Carlos Ciganda pararon en Mañera, el pueblo fue una fiesta. «Menudo recibin1ient-o», decía el hijo de Antonio. c:iganda había sido 111ando del 1"ercio de Navarra, unidad en la que se había encuadrado buena parte de los voluntarios de Mañeru, y sentían por él verdadera
19
Tünoteo O!abarrleta, 3 de febrero de 1992 (32.A: 040). Antonio Ortiz de Anda, 29 de inayo de 1992 (39.B: 325). 21 Un inodo de n1arginación social. 22 Nicanor Arbeloa, 1 de octubre de 1992 (74.A); Ángel Beráin, J ele octubre de 1992 (74.13). Lizarza, 1969: 52; Herrera, 1974: 22-24. 23 Francisco Javier Lizarza, 11 de septien1bre de 1992 (no hay grabación). 24 Que había quedado vacío de jóvenes (Aróstegui, 1991: 1, 367), como I\1aíicru, donde !u vieron que venir guipuzcoanos a realizar las labores del Cainpo. 25 Lizarza, 1969: 79. 26 Arrarás, 1940-1944: III, 487. 20
[378]
l~n el T'ercio María de las Nieves, tal COlllO cuenta, c:ipriano Fernández, de Fustiñana, el prin1er pelotón de la pri1nera sección, el sargento era de Cascante y todos los requetés eran del 1nisn10 pueblo. E,! segundo pelotón, cuyo sargento era de Fustiñana tenía cuarenta y cuatro requetés de la localidad. J.Jasta el punto de asegurar, en la n1edida que las bajas obligaban a co1npletar las unidades con gente nueva, que «nosotros no querían1os extranjeros», refiriéndose a gente que no fuera de Fustiñana o
(~ascante 27 .
He1nos visto actuar al pueblo de Zuazo ele Landa con10 si de un cuerpo unitario se tratara de n1odo que asun1ía su autodefensa, no reconocía en el pueblo otra autoridad que no fuera la de la Junta Ad1ninistrativa y se organizaba según su propia estructura de casas de vecindario, con10 vecinos y no con10 ciudadanos (distribuyendo la leva entre las casas del pueblo). I-Ie1nos visto a Fresneda convocada por la can1pana, y a sus jóvenes ofreciéndose con10 voluntarios siguiendo el consejo de los n1ayores (donde se producía ese fenó1neno del ten1or reverencial para con los cabezas de fa1nilia y los n1ayores que Sthal observaba en la con1unidadcs rázeshi de Run1anía 28 , y que es habitual en sociedades en las que Ja experiencia es la clave de su reproducción). l-len1os visto tan1bién a esos rnayores del pueblo salir en defensa de quienes no querían n1ovilizarsc, y el 1nodo violento en que fueron apartados en ()sn1a (Álava) 29 . E.! pueblo, con10 decía Jero1ne Blun1, no era sin1plen1ente un lugar donde residir con10 1nien1bro de una con1unidacl 1nás an1plia (con10 podía ser la nación) era «Sin1ult<íncan1ente una unidad econó1nica, fiscal, de asistencia n1utua y religiosa o dct'ensora de la paz y el orden dentro de sus fronteras y guardiana ele la n1oral pública y privada de sus residentes»~º. Un lugar en el que, para Pitt-I<.ivers se alcanzaba Ja unidad nloral «a través de una opinión pública viva y altan1ente articulada» 31 . De ese n1odo actuaron Jos pueblos constitutivos del 1nunicipio de Arrastaria (Aloria, 72 habitantes; Artótnaña, 140; Délica, 306, y Tertanga, 147), que al encontrarse en lo que ellos Jla1naban tierra de nadie (se hallaban entre la línea de los sublevados situada en lo alto de la Peña de Orduña y las defensas republicanas en Orduña) siendo únican1ente inqucridos 1nuy esporádica1nente por destacainentos del Requeté o ele los nülicianos y gudaris del Gobierno Vasco, n1antuvieron una situación de pleno autogobierno hasta septiembre de 1936 (sin dependencia de ninguno de los bandos). «En esta situación precaria y con estrecha unión de tocios los vecinos de una y otra idcología32 -decía el infonne del ayunta1niento presentado a la Causa General en 1946-, se continuó hasta el 8 de septiembre de 1936, en que después de la Misa Mayor y ante el cariz que to1naban los acontecin1ientos y requeri1nientos ele los can1pos
27 ARLI. Tercio María de las Nieves. n Sthal, 1969: l.5!-1.56. 29 Véase en Pritnera Parte, apartado 3. 3° Citado en Shubcrt, 1991: 277. 3 1 Pitt-Rivers, 1989: 65. 32 En l 936 había habido 123 votos para Hcnnandad Alavesa, 74 para el PNV, 46 para el J-
[379]
nacional y rojo, los vecinos reunidos en sus respectivas Parroquias, acordaron unáni1nen1ente evacuar el Municipio, con libertad de opción para uno u otro ca111po, dividiéndose según sus preferencias o circunstancias personales, pasando la 1nayoría al ca111po nacional y los restantes a la Ciudad de ()rduña, donde tenían deudos e intereses, dándose el caso de que varios derechistas se refugiase /sic} en zona roja, y por el contrario, vecinos que habían votado a las izquierdas pasaron al ca111po nacional. Ello significaba que no había arraigo alguno político.» Aunque esto últi1no lo decía en tono exculpatorio paraJos vecinos (y el propio ayuntan1iento, que había seguido funcionando durante todo aquel tien1po) trasluce el peso de la solidaridad vecinal (al exculpar a todo el n1undo de los pueblos) y, efectívainente, el poco arraigo de lapolítica, es decir de las ideologías entendidas con10 algo 1nás que rivalidades locales o actitudes vitales respecto a circunstancias locales (asistencia a 1nisa, pobreza y reivindicación de la corraliza, etc.), no con10 progra1nas políticos concebidos para articular una nación. A continuación se extendía el infonne sobre la «fraternidad verdaderan1ente entrañable, aparte de algún natural recelo» y las funciones puran1ente ad1ninistrativas (y no políticas) que asu111ieron las autoridades locales (y, con10 cabía esperar en un infonne hecho para Ja Causa General, en la serie de pillqjes que padecieron por parte ele los rc~jos 33 . De 111odo que Ja co1nunidad se veía a sí 1nisn1a con10 universo (en cuanto que se concebían con10 espacio social global), con soberanía plena (se reúnen y deciden), y en el que convocadas en las Parroquias, tras la Misa Mayor, cada caso llevaría (no lo dice, pero es de suponer dada la estructura de aquellas aldeas: el Concejo, las veredas, el reparto fiscal, sie1npre se hacía por casas) su punto de vista, actuando, ante la evidencia de que había que disgregarse (los requerilnientos de unos y de otros), según la lógica de Ja tierra: los deudos e intereses, y no los políticos. El pueblo era la entidad en que todos se identificaban y el cuerpo social en que se sentían arropados en n1on1entos de adversidad. Los eje1nplos podrían 111ultiplicarsc. Segura111ente ese sentido solidario dio valor a un grupo de unos cuarenta de Valdegovía (entre los que estaban los 111ás con1pro1netidos con el carlis1no) para desertar en los primeros días (los más dramáticos del frente de Madrid). Habían salido de Vitoria con el primer grupo para el frente (aquél que saliera para Madrid el día 26 de julio de la Estación del Norte). En Aranda se habían confosaclo y les había desplegado en la zona ele Navafría y Lozoya. Sin e1nbargo, a algunos les retiraron hasta Al111anza para desplegarles en Atienza. Al parecer en esa zona se produjo un n1on1ento de confusión en la prirnera línea, fuego cruzado entre la propia con1pafiía por i1nprovisación, algún herido al que los oficiales acusaron de autolesionarse, etc. lo que produjo un 111alestar considerable en la tropa. Fue el 111on1ento en que, tras arengarlcs, el capitán Joaquín Nogueras ( «n1ás bravo que un rayo» -dice de él Antonio Ortiz--, debía tener la ele111entalidacl castrense) dijo que diera un paso el que no estuviera dispuesto a n1archar sobre Madrid. A Antonio le vino a la 1ne111oria la inadre viuda que
3~
AHN. Causa Genera! 1337-2, folio 18 y 19.
[380]
había dejado en casa, los bueyes, la labranza que había dejado sin tenninar, y pensó «no voy a dar un paso al frente. Yo doy veinte si hubiera hecho falta». Dio ese paso y vio que otro tanto hacía Braulio de la Presa, «y otros varios de pueblo», así hasta cuarenta, todos del n1unicipio de Valdegovía. El acto era grave, era un acto de deserción en acto de guerra. Algunos habían visto e1nplear las annas en retaguardia, y en Alinazán un guardia civil había propuesto arrojarlos al río. El hecho de ser vecinos les debió dar áni1no. Llenaron un autobús. Les llevaron hasta Burgos. Allí debían presentarse en el cuartel con una carta que habían dado a 13raulio de la Presa (de fan1ilia tradicionalista). Sin en1bargo, éste hizo trizas la carta y cogieron el tren que les llevó a Miranda. l)csdc allí a pie «a casa», 28 kiló1netros, para continuar con sus labores. No fueron represalia
.1-1 Antonio Ortiz de Anda, 3 de diciembre de ! 990 (4.A y B). Tlrnoteo Olabarrieta, 3 de febrero de 1992 (32.A). ~ 5 ARPA, J. CJ., 7 de scpticinbrc de 1936. 36 ARPA, F. Ci. 7 3 ARPA, F. G., 7 de diciembre de l 936. ~s Redondo y Zabala, 1957: 9 !.
[381]
co1ner cosas verdes «co1nían hasta hierbas en su afán de re1ne1norar las ensaladas de su pueblo». A éstos «los guiaba uno que era el padre de todo:-:>», pues cada grupo de aldea contaba con sus propios líderes naturales y su propia estructura de cuadrillas, con10 había ocurrido en el pueblo 39 . Las nostalgia por la co111ida del pueblo era notable (no la buena conüda, sino la propia): «Tengo unas ganas de to1nar leche de nuestras vacas, que para qué te quieres inco1nodar» /sic} 40 . Por su parte J. M. contaba que «los cinco de Sangüesa que esta1nos juntos rezamos el Rosario todos los días por los difuntos» del pueblo'"- Era la comunidad del pueblo de la que fonnaban parte ta1nbién los 1nuertos. Al 1nargen de la vida llevada por cada cual, al 111orir, pasaba a fornu1r parte de Ja n1e1noria de la con1unidad, de la propia con1unidad 1noral. «El ce111enterio -co111entaba un nifio, acostu111bra
39
D. Casiiniro Saralegui (capc!l
[382]
J)e ese n1odo el secretario de Morentín pedía autorización a Ja Junta Central de Guerra c:arlista para trasladar al frente víveres (aves, conejos, jan1oncs, cte.) recogidos en·· tre los vecinos y fa1niliares de Jos voluntarios del pueblo. Se le contestó que sólo se podían enviar obsequios non1inahnente y que el resto se entregara a depósito 46 . Claro que, cuando la Junta hablaba de depósito, era el depósito de víveres de Navarra, que, en principio (y hubo algún cnfrentan1iento por ello con los nlilitares), sólo se distribuía entre los voluntarios navarros (del n1isn10 n1odo que la Junta de Álava realizaba sus visitas al frente para entregar provisiones a los alaveses). I.,a devoción jugaba un gran papel en aquella guerra. Pero para uno de Sangüesa no era lo 111isn10 to1nar un alto con una ennita, que si esa ennita estaba dedicada a Santiago: «que e1noción la nuestra al vernos delante de nuestro patrón» co1nentaba J. M. en carta dirigida a sus fau11iliares. A continuación cantaban la Salve de Jos H.osaricros y rezaban una plegaria a la Virgen de I<.ocan101~ 11 • Aquellas in1ágenes sagradas siinbolizaban al pueblo de origen, era pues una devoción local la que anin1aba aquellos espíritus. Cuando un requeté de Arguedas fue herido en el can1po de bata·· lla, y tras escuchar todos los rezos y jaculatorias del capellán, se le acercó uno del pueblo para decirle «acuérdate de Ja Virgen del Yugo» (patrona de Arguedas y de todas las Bardenas), n1ientras le entregaba una 1nedalla de aquella virgen para que la besanr18 • I-Ien1os visto salir a los de Artajona con el banderín de Ja Virgen de Jerusalén al frente, y a los de l'afalla cncon1endarse a la Virgen de lJjué. Por su parte un requeté de Usta1TOi'. ofrecía su vida a la Virgen del Patrocinio Maternal, titular de una crinita de su pueblo 49 . L.. legaban incluso a producirse co1{flictos en las devociones locales. lJna chica regalaba a su novio requeté una n1cclalla de San Miguel Excelsis para que le protegiera de las balas. «No te hagas ilusiones de que es para libranne de la n1uerte», le elijo al aceptarlo, pues ya antes, le advertía, había ofrecido su vida a la Virgen de! Villar (patrona de Corella). Si no fuera un sarcasn10 cruel, podría decirse que la patrona ribereña pudo 1n!ls que·el santo de Aralar: el requeté n1urió en l-Iuesca 50 . Podría1nos extendernos en ejen1plos diversos que subrayan la identidad básica que vinculaba a todos aquellos requetés inovilizados con sus pueblos de origen. Su socializaci6n se había producido en aquellos espacios sociales reducidos y cerrados, y
las afinidades, solidaridades e identidades colectivas se producían en ese nivel, atravesando, con frecuencia, diferentes estratos sociales (antes que otras identidades parciales de clase o nacionales, propias del inundo de las sociedades 1nodernizadas). No podía hablarse de una hon1ogeneizaci611 cultural a lo largo de espacios sociales nuís an1plios que no fueran Ja localidad, y nuí.s allá, la provincia, con10 vcre1nos. Hasta tal punto quedaban n1arcados los lúnitcs de aquella identidad, que llegaban a llan1ar ex-
1 • <> AGN. JCGC. Actas 26 de agosto de 1936 . .n Arpa, J. iv1., 17 de scplie1nbrc de 1936. · 1 ~ Lópe;1, Sanz, 1948: 143. 19 · Lópcl'. Sanz, 1948: 254-255. ·'º López Sanz, !948: 165.
[383]
tranjeros a quienes no pertenecieran al propio pueblo de origen (1nientras que aquel hecho, el pertenecer a una casa de la localidad, in1prin1ía carácter51 ). Naturaln1cntc, los lí1nites exteriores de las con1unidades no eran tan precisos, pues las relaciones co111erciales, las pautas n1atrin1onialcs y las redes de a111istad, trascendía lo local para abarcar á111bitos regionales frecuente1nente no solapablcs. Pero, la identidad social era en general concreta y abarcaba básican1ente la localidad de origen.
2.2.
FAMILIA, CASA, PATRONAZGO
Naturahnente, el pueblo no era una a1nalgan1a de individuos inconexos. El pueblo (el auzoa de la zona vascófona a la que se han referido los antropólogos 52 ) tenía su propia estructura forn1ada por fan1ilias o casas que funcionaban con10 unidades básicas sobre las que se articulaba la co1nunidad. Sus relaciones estaban en n1uchos casos institucionalizadas con10 relaciones de vecindad, y sie1npre las instituciones co·· n1unitarias (tanto los organisn1os con10 el concejo o las cofradías, o las actividades de vereda o auzalan, etc.) estaban articuladas sobre aquéllas. Incluso en lugares con10 Tafalla, con inás de 5.800 habitantes, al hacerse el reparto de las corralizas, se hizo siguiendo una distribución por casas (a diez robadas por casa). En el pueblo el individuo no era nadie, si no era co1no 1nien1bro de cierta frunilia, de cierta casa de vecindad. Se era de tal casa, hijo del boticario o fan1ilia del tri¡Jarrota o del tnatagatos (apodos familiares de Laguardia) 53 . Así un párroco, al hacer el recuento de los voluntarios salidos de una parroquia de Navarra decía: «En nli parroquia de treinta casas han salido treinta y tres voluntarios. Y en un caserío cercano, de cinco fa111ilias, once» 54 • I:':l individuo (o el feligrés para el párroco) no contaba: i1nportaban los n1ien1bros que cada casa, cada fan1ilia hubiera enviado al frente (de ahí el recuento pennanente del nún1ero de hcnnanos enviados al frente, con10 signo de honor para la casa) 55 . Aquella idea estaba profundan1ente arraigada entre los voluntarios, de 1nodo que, quien estaba en el frente, no estaba allí a título individual: lo hacía en non1bre de la casa. He1nos visto ya a los de Zuaza de Landa enviar a cierto nú1nero de voluntarios por cada casa del pueblo56 y a un tío sustituir a un sobrino 1nuerto. Aquellas sustitu-
51
Hen1os conocido el caso de una religiosa oríginaria de Sangüesa, residet11c en Ulía, que besaba con insistencia la mano de un joven sangliesíno que no conocía (en un gesto de c1noci611 en que probable111ente liberaba su agitación al sentirse en el bando de los suyos; hasta ese n1omento U lía había sido re" publicana) con sólo indicar su lugar ele procedencia (que a buen seguro incluiría la casa: «soy hijo de ... ))), 52 Véase, especialmente, Douglass, 1977; y Echegaray, 1933, para las relaciones de vecindad. 53 Luis Rabanera, 14 de dicie111bre de !993 (108.A). Ellos misrnos en Laguardia eran los RalHm('(la, rnodil1canc\o ligermnente el apellido familiar. 5·1 Juan Pujo! Do1ningo, 4 de julio de 1937 (cit. López Sanz, 1946: 56). 55 Véase por eje1nplo, Arrarás 1940-1941: Ill, 475. 56 Véase Priinera Parte, apartado 3.3.
[384]
ciones serían pedidas con10 la cosa 1nás natural. En dicie1nbre de 1936, desde Falces pedían penniso para dos hennanos (8 ó 1O días; debían estar cansados tras cinco n1eses en el frente) y proponían para sustituirlos a otros dos hennanos que estaban en el pueblo (con la prin1a de ofrecerse ta111bién un an1igo) 57 . En T'ercio de Abárzuza hubo un relevo en septie1nbre de l 936. El oficial creyó que la n1itad no volverían pues eran voluntarios de prin1era hora, n1uchos casados, con hijos, etc. Pero una buena parte volvió y «Si alguno falló, por casado, etc. envi6 en su lugar a alguno» de la fan1ilia 58 . :En novie1nbre de ese año dos ancianos se presentaron en el frente de Sigüenza para que sus hijos pudieran ir a ver a sus novias al pueblo. El co1nandantc Martín A1nigot (con1andante del 1'ercio María de las Nieves), autorizó el penniso (aunque en realidad no pudo utilizar a los ancianos para realizar servicios a causa de su edad) 59 . Aquel n1ecanisn10 de sustitución era aceptado por la Junta Central de Guerra Carlista, y, en la 1ncdida que tenía que colaborar con ella, por la Con1andancia Militar. Así un vecino de L,ácar pedía la vuelta a casa de uno de sus tres hijos voluntarios por encontrarse acatarrado. Se dirigía a la Junta Central de Guerra. Ésta lo tran1itaba (los catarros de la época podían traer graves consecuencias). l..,a respuesta de la Con1andancia Militar fue técnica. Señalaba que si se aceptaba debería sustituirse al soldado (que, por lo que conocen1os, tendería a ser alguien de la fan1ilia, o del pueblo) 60 . Las peticiones eran reiteradas y las sustituciones habitualcs61 • (:Jaro que, no sie1npre podía ser un fa1niliar. En ese caso podía ser un vecino quien le sustituyera. Las labores de la casa obligaban (no ya en Navarra, tatnhién en otros puntos de cultura ca1npesina de la época, con10 era el caso de Baviera 62 ), y la sustitución solía ser justificada en la n1ayoría de los casos por ese n1otivo. Porque la 111ayoría de los voluntarios eran buenos can1pesinos, y, con10 tales, estin1aban que la casa, en todo caso, debía estar protegida. La necesidad lo exigía, pero h1111bién el honor. l'odo aquél que por cualquier 1notivo (especialn1ente si era por abandono o falta de seriedad) hubiera descuidado su hacienda era 1nal visto por la con1unidad63. 1-Jabía quien por la extensión de sus propiedades, por tenerlas arrendadas en una buena parte, no necesitaba trabajar las que reservaba para él 64 . Sin e111bargo, si entre los vecinos se observaba que las tenían «descuidadas y 1nal cultivadas», in1ne~ diatan1entc se les colocaba el san1benito de ser <
57 ARLl. Tercio Nuestra Sei'iora del Camino. Testiinonio de (Jenaro Huarle. :;:; ARLL Tercio de Abárzuza. 59 Burgo, 1970: 121. Tainbién en López Sanz 1946: 236 (111ás adornado). w AGN. JCGC Actas l. 61 AGN. JCGC Ac!as ll. 1' 2 Anna Wimschneider (1990: 83) recurrió «a un vecino» de su distrito Rottal-Inn, colocado en un cargo de la adrninistracilin durante la Segunda Guerra, par:1 obtener un penniso para que su rnarido pudiera volver del frente ( 1940) a cosechar en Ja casa. (>.\ Pueden verse consideraciones inás generales en Douglass, 1973: 125 y sigs. 64 Como ocurría con unos vecinos de Cárcaino (Álava). 65 En donde se con1binaban, por tanto, los que Pitt-Rivcrs llmna honor-precedencia, derivado del pn··
1385]
un vecino de E~chauri --a pesar de ser uno de los principales co1npro1netidos con el lcvantatniento y vivir la noche anterior en un verdadero estado de excitación-, 111ar·· chó con sus hennanos la 111adrugada del do1ningo 19 de julio a tenninar la siega dejada pendiente el día anterior (con10 hcn1os visto hacer en todo~ los casos: Salinillas, L.abastida, ()lite, etc.). Luego, volvieron a casa, desayunaron, se lavaron, afeitaron, se vistierón de donlingo, y inarcharon a la guerra. Eran varios hcr111anos, pero con10 faltaban los padres, el pequeño se quedó a cuidar de la casa66 . Se habían con1portado con10 carlistas finos que eran, pero lo habían hecho ta1nbién con10 buenos cnn1pesinos. Así que el cuidado de ·la casa era n1otivo fundado para retirar a los voluntarios del frente (otra cosa es que las instancias superiores Jo adn1itieran sic1nprc). Así el padre de Joaquín Muruzábal 67 , de San Martín de lJnx, Ignacio Muruzábal Villanucva, solicitaba en agosto que le fuera reintegrado a casa uno de sus hijos (Jesús o José que se encontraban en ese n101ncnto en Son1osierra) para los trabajos de labranza. L..a Co1nandancia Militar devolvió la petición a la Junta (~entral con la rccon1cndación de que ele ser aceptado fuera sustituido por otro 68 . Así que Generoso 1-Iuarte, viejo carlista, en labores diversas de organización de R.equeté, censura la correspondencia de las fa1nilias pues 1nuchas de ellas «lla1naban a las labores del ca1npo» -deber ineludible para un buen can1pesino, co1no queda dicho- y aquello dcs1novilizaba n1ucho a la tropac19 . Aquel fenómeno ya se produjo en la anterior guerra civil (la de 1873) según lo refleja el diario de T. Sáenz de lJgarte, reproducido por Julio Aróstegui 70 . Y aún antes y en otras latitudes. Así, en la Vendée, cada cierto ticn1po el «gran ejército católico y realista» se desvanecía, las labores del can1po les reclan1aban, y cada cual n1archaba a su pueblo. Después en unos pocos días volvía a reconstruirse tras ser llan1ados por toques de rebatan. Eran forn1as que se repetían desde tiernpo atrüs. Ya Pan-Montojo ha observado esa responsabilidad fanliliar y no tanto individual en la guerra de 1833. De modo que por la RO de 24 de septiembre de 1836 una familia que tuviera un hijo en la.facción podía ser n1ultada 72 . Pero aquel no era un sistcn1a que pretendiera penalizar a la fan1ilia para producir represalias indirectas sobre el individuo. Era la fanülia la reprcsaliacla (o ensalzada en el caso contrario). I~ra la lógica de las cosas de Ja época la que hacía que una fa1nilia se hiciera responsable de la actividad de sus miembros (del mismo modo que le apoyaban cuando necesitaba, no por al-
der de facto otorgado por el estatus, y e! honor-virtud, categoría moral derivada de la alta estin1a otorgada por Ja opinión pública (aunque Pitt-Rivers da a ainbas cieno sesgo por sexos, nos sirven en este caso). 66 Frascr, J 979: l, 77. 67 Muerto en la to1na del puesto de Miqueletes de Leiza (23 de julio de 1936). Argun1cnto que utilizaba también e! padre para explicar que la fan1ilia ya había dado un >
[386]
truisn10 o afecto, sino porque la nonna social así lo exigía). l)e inodo que, en ese sen-· tido. el can1bio había sido lento en las aldeas navarras. J)esde casa se recla1r1aba en no pocos casos a sus n1ien1bros para las faenas del ca1npo. Pero, lo que 1nás se añoraba desde el frente ta1nbién era la casa, lo que no deja de ser lo nuís natural y en cierto n1odo ate1nporal: el calor, el afecto de los 111ás próxin1os es algo que ha venido desarrollándose al 1ncnos desde el xvru 73 . No lo es tanto las cosas que ailoraban aquellos jóvenes. Un joven de Sangüesa le escribía así a su padre: «padre, se acuerde de cortar la rafia a Jos injertos del huerto y 1ne digan CÓl110 está todo cJ huerto ... rf'a1nbién 111C pueden decir algo de CÓ1110 van las vacas, en particular la Molinera ... [Adc1násl, tengo unas ganas ele to1nar leche de nuestras vacas que para qué te quieres inco1nodar /sic]»'M. Ninguna referencia a los 1nie1nbros de la fan1ilia: el huerto, La Molinera, y la estupenda leche que daban las vacas de la casa ocupaban su in1aginación. l_Ja preocupación por las tierras y la 1narcha de los cultivos era general: «Me dicen a ver si han trillado y si hay buena venta allí de ton1ates»7·'\ se preocupaba uno. Y otro les requería a los de su casa: «Me dirán a ver qué tal va la sie1nbra y la vcndiinia ... » 76 . Aquella preocupación se transfonnaba en entrañable nostalgia cuando se referían a los productos que cada año se recogían en Ja casa y que pasaban por 1nanjares especiales. «Cuando cojáis los 1nelocotones !de casal ya n1c n1andaréis un cestito» 77 , les pedía otro en carta dirigida a los suyos. Apenas ninguna referencia a sus hcnnanos, en ocasiones a su 111adre para tranquilizarla y al padre en tono sie1npre in1personal y de gran respeto. l~n realidad, no resulta tan extravagante. Con10 observó en su día Willian1 l)ouglass 78 , la casa era el conjunto del edificio, enseres, propiedades y naturahnente la fan1ilia en sí n1is1na (aparte de los inucrtos de la casa a los que se les debía un culto). De 1nodo que no era tan extraño que Jos jóvenes rcquctés sintieran aquella nostalgia y preocupación por Ja parte nu1terial de la casa. Por lo dc1nás, no se había desarrollado la individuación de los niien1bros de la fa1nilia, de 1nodo que era difícil que en la correspondencia (un 111edio extraño, por Jo den1ás para 1nuchos de ellos) se expresaran senti1nientos abiertos de afecto hacia los 1nie1nbros concretos de la fan1ilia 79 . Por lo de1nás, los actos en que la fa1nilia to1naba parle en la vida de la co1nunidad (cspcciahnente aquellos 111ás saturados de carga e1notiva), adquiría un nuevo valor desde la distancia. «Padre n1c dice -escribía un joven- que estuvieron el día de la Purísi111a confesando y con1ulganelo. Nosotros ta111bién estuviinos lo 1nis1no, y en la Misa Mayor» 8º. Eran días especiales. Otro joven escribía: «El día ele la Virgen de
7 Véase Sto11e, ! 990: 126 y sigs. ARPA, F. G., 26 de seplieinbrc de 1936. 75 ARPA, N. P., 20 de agosto de 1936. 76 ARPA, J. S. Q., 23 de octubre de 1936. 77 ARPA. P. U., 29 de agosto de !936. n Douglass, 1973: !01-164. 79 Véase Jo que al respecto dice Cascy, 1990: 210-235, siguiendo a Tocquevi!Je y a Le Play. 80 ARPA, F. G., 14 de dicie1nbrc de 1936.
.> 11 ·
[387]
I~oca1nor
fue para nosotros un gran día, pues tuvi1nos en el caserío Misa de ca1npaña aunque con poca gente. Nos confesa1nos y con1ulgan1os» 81 • Y a los pocos días se congratula de que en el pueblo «el día de la Virgen fue una co:-;a 111uy grande la procesión. Dicen que iba todo el pueblo ¡Ya es hora de que llegue esto, después de cinco años que se han estado burlando!» 82 . De algún 1nodo todos, a través de aquel acto religioso se sentían partícipes de un 111isn10 pensan1ie11to y se encontraban en una especie de cornunión espiritual (a pesar de la distancia). El con1ensalis1no debía tener una gran Ílnportancia. Cada vez que pretendía tranquilizar a los de casa, les l\ablaban de la hospitalidad de la gente a través de la conlida y, en otras ocasiones ele lo especiahnente bien que con1ían (lo que era inuestra de bienestar). «Gasta1nos todos inuy buen te1nplc -escribía F. G. Se nos agarran al cuello al entrar en los pueblos de contentos y nos dan de con1er y de dorn1ir en ca1na y sidra en abundancia» 83 . O cuando n1archaban hacia L. esaca, co1nentaba otro: «Por la tarde tuvitnos n1úsica ... Y por últiino, para dar prueba al pueblo tan bueno que es, cena1nos todos en las casas particulares, inuy bien ... Ya puedes ver si estare1nos bien ... que nos hernos dado a co1ner nada n1ás que pollos, gallinas, conejos, ovejas ... tenen1os leche hasta dejando de sobra, y en vez de vino tene1nos sidn.t» 8•1. De 1nodo que ésa era la nostalgia de la casa, que hoy nos puede parecer ele1nental, pero que en la época transn1itía una fuerte en1otivida
st ARPA, J. G., J9 de agosto de 1936. 82 ARPA, J. G., 22 de agosto de 1936. 83 ARPA, F. G., 26 de septíernbre de 1936. 84 ARPA, J. G., 31 de julio de 1936. 8 ~ Grupos de jóvenes, habituales en los pueblos, y que con frecuencia habían tenido una actitud anticaciquil, coino Jos jóvenes de Artajona, carlistas, contra el adrninislrador de la Sociedad Corraliccra, o el grupo de carlistas ele Tudela formado a principios de siglo corno grupo antimcndczviguista (Romün Aui'ión, 3 de febrero de 1993 ..--96.A--,; Méndez Vigo monopolizó durante ai'ios en la Restauración, el distrito de Tudela para los conservadores, véase Marín, 1977), o e! grupo de jóvenes de Santa Cruz de Cainpezo, adscritos al PNV, que pusieron las cosas difíciles a los tradicionalistas en el pueblo, y que fi .. nalinente, optaron por inscribirse a la Falange (JeslÍs López de la Calle, 29 de 1nayo de 1992 --40.A-); o el grupo de jóvenes carlistas de Lagnín, enfrentados a Honorio Ibisate {1nonopolista del transporte y con un co1nercio iinportante en un pueblo que vivía de la explotación -y transporte- de lella y del co1nercio, Baldornero Díaz, 11 de junio de 1992 ------42 y 43-). Véase al respecto también Arpa!, 1985; y Heiberg, 1991: 212-220. 8 r. Este tipo de relación lla sido poco estudiado en la zona de Álava y Navarra. Véase desde la antropología Wolf, 1980: 34-35, Pitt-Rivers, 1989: 162-165, y sobre todo, el libro de Gellner, 1986 (con Jos artículos especia!1nente de Si!vennan y Zuckcrrnan).
[388)
Así ocurría en ()lite, donde las redes de e1npleo funcionaban con rigor a la hora de enconlrar trabajo. Asterio García, de ()lite, 1narchó en los días de julio a Parnplona. Allí se encontró con un gran gentío que se desplazaba de sus pueblos para alistarse en el R.equeté. Su prin1er recuerdo de la capital navarra es que tuvieron que dejar el ca1nión en el que se desplazaban para llevar el caballo de R_afael García Valiño. Aquel fue su priiner contacto con quien iba a ser su je_fe-patrón durante la guerra. De los ocho enlaces que salieron en julio hacia Placencia de las Annas en la plana 1nayor de la colun1na, García Yaliño recla1nó a dos para que fueran sus enlaces directos. Asterio fue recla1nado personaiinente por la audacia den1ostrada en una descubierta, y «Se llevó a Bochorno» (Ricardo Azcárate) también de Olite. A partir de ahí, la fidelidad de Astcrio hacia su jefe fue total. Y su jefe, por su parte, no hacía sino hablar del gran valor de sus enlaces. Así, cuenta Asterio con orgullo, el coronel 13corlcgui se encontró con ellos en Oyarzun y les dijo: «Ah, ¿vosotros sois los fa1nosos (]arcía-Yaliños'! Ya 111e tiene hasta aquí.» L..os enlaces habían pasado a ser reconocidos por el non1bre de su patrón, y éste les consideraba sus subordinados preferidos. Éste era 111uy bueno para ellos. Para el resto tenía fan1a de ser 1nalo, «le decían el carnicero, porque le n1andaba Franco a todos los pasteles» (Asterio disculpa a su patrón-jefe). Era un «hon1bre con10 debe ser -dice con finncza. Así lgesto con el dedo en señal de rectitud, de hon1bre de una piezaJ ... Así de rect<\ ¡pero para todos, ch! I.o niisn10 para altos que para bt~jos ... Un ho111hrc que un gitano que pasaba por allí le saludaba y le contestaba. Y encn1igo de pelotillas y de alcahueterías ... y total, pues yo era igual. Por eso duré toda la guerra con él y 1nás ... Y hasta que 1nurió, carteándorne con él, estando con él y den1ás. !Fue] n1uy buena persona para nií. ¡Y un buen n1ilitar! Era un n1ilitar ena1norado de su profesión». Un anligo que estuvo en la escolta de Franco, sigue con su relato Asterio, cuenta que éste decía a otros generales: 1nirad a García Yaliño, le doy las peores papeletas y todas me las resuelve. El subordinado admiraba la justeza en el trato con los den1üs de su patrón, su rechazo hacia Ja doblez y su profesionalidad. L,o achniraba hasta identificarse en el carácter. Naturalmente, un trato así requería una relación recíproca que debía ser interpretada en ténninos de an1istad por las dos partes (de ahí la correspondencia, sie1npre n1ás valorada por el cliente), sin que en ningún n1on1ento el desequilibrio o la jerarquía fuera puesta en cuestión. Nunca un trato preferente hacia el subordinado sería interpretado en ténninos de privilegio o corruptela (a Valiño, decía Asterio, no le gustaban los pelotillas). Así que cuando Asterio fue herido en Asturias, fue a verle Valiño, y le dejó estar en casa todo lo que quiso: tenía que haberse incorporado en enero y se incorporó en abril. Asterio, posteriormente, siempre contó con el apoyo de Rafael García Valiño (uno de los generales con n1ayor peso dentro del régiinen de Franco 87 ). Así se lo de1nostró cuando en1pleó su influencia para recuperar a un sobrino de Asterio García encarcelado en Marruecos, tras pasar clandestinan1ente Ja frontera para asistir a una boda. Yaliño había sido el últi1no alto Co1nisario de Marruecos español y tenía una
~7
Véase Prcston, 1994: 799.
[389]
buena relación con los sultanes que habían con1batido con él en la guerra
88
Sobre la actitud de García Valiño en el protectorado marroquí, Paul Preston, 1994: 797-798. Asterio García, 30 de junio de 1993 (106.A). 90 Para ello, Félix Andía, 13 de enero de J 993 (86.B y 92.A); Asterio García, 30 de junio de 1993 ( 106.B); Javier Lorente, 26 de inayo de 1993 ( 102. B) y 4 de junio de J993 {8 l .B). Para Ja lucb<1 corrn!icera y Ja actividad de Victoriano Flainariquc, véase Esparza, 1985; y Majuelo y Pascua!, 1991. 91 Véase la relación del padre de Hidalgo de Cisneros (1977: I, 20 y sigs.) con su asistente Pedro, fiel hasta la 1nucrte. 92 Jahne del Burgo, 9 y 11 de junio de 1993 (103.A y B). 89
[390]
tau1natúrgica que le rodeaba, podían explicarse en ténninos de relación de patro-· nazgo 9 .1. El propio 'I'i1noteo Olabarrieta, conducido al frente por ser hijo de republicano, pudo contar con la protección del capitán de su con1pañía. Volvió cinco días convaleciente a su casa, al cabo de los cuales no regresó (había n1ucho trabajo en la casa). Finalinente, fue denunciado por un cacique (así llan1aban 'I'in1otco y otros en el pueblo a quienes en aquellas circunstancias hacían abuso de su posición prevalente) y tuvo que volver a su co1npafiía. Una vez en ella el capitán no ton16 ningún tipo de represalia con él: «aquel era un padre para nosotros». De hecho, la propia convalecencia había sido ficticia, justificada ante el capitán por las necesidades de su casa 94 . Por su parte, Lucio Menoyo (y otros 1nuchos con10 él) utilizó la a1nistad con el capitán de la con1pañía para ingresar en la Guardia Civil tras la gucrra 95 . Se decía y se confiaba que una vez tcnninada la guerra su participación en ella sería con1pcnsada con algún tipo de e1npleo. Se utilizaba la expresi6n de que «les iban a colocar». Y en algunos casos así fue. El nú1nero de guardias civiles, plazas en la adn1inistración, etc. que tuvo su origen en una relación privilegiada con oficiales en aquella guerra fue nu1neroso (según he podido constatar a través de los conninicantes), Al parecer, el propio H.afael García Valifio solía quejarse posterionnente de que no se le hubiera hon1cnajcado en Navarra, cuando él «se había hinchado a colocarles de chóferes»9ü. J)e hecho, era la relación típica del patronazgo: el cliente obtenía beneficios concretos, niientras el patrón recibía honor y prestigio (lo que a su vez le pcnnitía una 1nejor posición social que le reportaba ganancia). Era, aden1<1s, una de las claves que n1antenía las redes verticales entre los notables y la gente sencilla, entre la capital y la provincia, que se e1nplearon en la n1ovilización ele julio 97 . Éste era el á1nbito en el que se producían las identidades sociales de la época, éste el clin1a social en el que se articuló el Requeté, éstas las relaciones sociales que la presidieron. En ese variado inundo rural que era el de Navarra y Álava, se estaba produciendo aquella n1etan1orfosis que infonnó la fonnas de concebir y de afrontar el esfuerzo de guerra que se hizo. Cabría extenderse sobre la ünportancia con10 á1nbito de socialización de la provincia (1nás en concreto de Navarra con10 territorio foral), pero algo se ha dicho sobre ello anterionncnte, aunque un desarrollo con1pleto, requeriría un estudio 1nás dctallado 98 •
93
Jai111e del Burgo, 22 de junio de ! 993 ( l OS.A). Olabarrieta, 3 de febrero de 1992 (32.A). 95 Lucio Menoyo, 18 de dicieinbre de 1990 (5.A). % Javier María Pascual, 5 de novicn1bre de !994 (120.A). 97 Véase Primera Parte, apartado 3. Algo similar ha señalado Fitzpatrick (1990: J 18-120) al referirse a los levantmnientos ultrarrealistas del midi francés en el siglo x1x. Sin e1nbargo, también ocurrió que la imposibílidad de recibir una recompensa de esa índole creó no pocos descontentos entre quienes habiendo !lecho la guerra, no pudieron ver satisfechas sus aspiraciones, en general, laborales dentro de la administración. No era una prebenda, era, tal con10 ellos lo es1i1naban, la consecuencia lógica de su haber servido con lealtad: había un incu1np!i1nien10 de aquel contnHo no escrito. 98 En !a línea del libro de Jon Juaristi (1987), sobre la «invención de la tradición» (expresión to1nada de Hobsbawin), que diera cuenta del desarrollo de Ja idea de navarrismo desde, al inenos, el principio de 91 · Tiinoteo
[391]
2.3.
LA PARTIDA DE BARANDALLA
Queda pues dicho que es la localidad, el pueblo, su mundo ele relaciones y sus representaciones de la realidad la que dio fonna al I<.equeté. Quizá el cjen1plo n1ás acabado de aquel 111odo de ver las cosas fuera la que se lla1nó JJartida de /3arandal!a 99 . I.;-ue aquella una partida al viejo estilo dccitnon6nico, que, al 111argcn de la disciplina militar (y ele la propia Jefatura del Requeté dirigida por Alejandro Utrilla), organizó el alcalde de Echarri Aranaz, Benedicto Barandalla, con10 parlida de Ja 13arranca navarra. No es un caso que se repitiera (aunque hubo algún otro caso de panida aislada inicialn1ente, pero que in1nediatan1ente fue absorbida por el Ejército 1ºº). Su virtualidad no es que surgiera (podían haberse dado otros 1nuchos casos, por cjc1nplo la ingente cantidad de voluntarios que 111archaron hacia So1nosierra procedentes de Jos valles de Yerri, Ugar, etc., sin otra dirección que un grupo de sacerdotes de la zona, con José Ulíbarri, párroco de Ugar, a la cabeza). Su n1éri10 está en que durara hasta el 6 ele octubre de ese año, en que fue disuelta por presiones de los n1ilitarcs 101 , y sus n1ie1nbros integrados en otras unidades. El suyo es uno de esos casos «excepcional1nente nonnales» de los que hablaba l~doardo Grendi 102 . Co1no tal caso excepcional, ha sido confundido con un caso pintoresco (y cierta1ncnte algunas cosas resultan curiosas). Pero no resulta 1nás pintoresco que otros casos. I~stando descansando entre Arancuriaga y Arrigorriaga después de ton1ar I3ilbao, se corrió la voz en una Brigada de requetés de que el teniente coronel Pérez Salas había dicho «quien no tiene c ... para ir de penniso a Navarra no es ho1nbre». Los requetés 1nostraron tenerlos pues n1archaron tocios a sus pueblos. l)esobedeciendo a sus inandos, to1naron un tren y toda la brigada n1archó para Navarra. En una estación, la Guardia Civil intentó hacerles volver pero les arrojaron algunas bo111bas de 111ano causando hasta 17 bajas entre los civiles 103 . Según otra versión, tras la toina de Bilbao, alguien recordó que era 6 de julio y se corrió la voz de que, siendo San Fennín, era absurdo pern1aneccr allí. «¡A Pa1nplona!», debieron coinenzar a gritar. Y asaltaron el prin1er tren de la estación,
este siglo (aunque, con10 digo, a!go se ha dicho aquí, y en la bibliografía citada existen algunas referencias puntuales al respecto). 99 Y que por su entidad se merece un tratanliento 1n<Ís detallado del que aquí !e vamos a dar. 100 Como es el caso de Valdegovía a que he hecho referencia, o el l!an1ado Tercio de Peralta que, a las órdenes del cabo de la Guardia Civil Tin1otco Escalera y formado por un grupo variopinto de unos ciento cincuenta hombres, recorrió la zona de la Ribera navarra y, 1nás a\l{t del Ebro, se adentró en Ja Rioja. Finahnente, se integraron en el Requeté en Tafa!la (Aró.stegui, 199 ! : I, 162). Tainbién otro grupo formado a 1nodo de S01natén en la zona de Lccií'iena de Oca, sur de Á!ava, que hizo patrullas por Jos montes del contorno antes de marchar hacia Vitoria (Lucio Rainírez, 17 de diciembre de 1991). Etc. 101 La orden de disolución la dio la Junta Central de Guerra de Navarra, aduciendo que había 1nuchos coinponentes de las quintas de 1935, 1934 y 1933 que habían sido inovilizadas en esas fechas (véase ARLI, Partida Barandal!a). En realidad, era un proble1na para Lodo el inundo. 102 Grendi, 1977: 512. rn 3 ARLI, Tercio de Montejurra.
[392]
atropellando a los oficiales que intentaron oponerse y a un grupo de guardias civiles. l~l tren arrancó a los gritos del riau-riau. I~n Irurzun una con1pafiía de guardias civiles intentó detener el tren, pero dentro del tren había una cotnpafiía larga de voluntarios con su arn1a1ncnto con1pleto, de n1odo que continuaron el viaje. Para finales de julio todos habían vuelto al frente, trayendo alguno de ellos a algún hennano n1enor. No hubo sanciones individuales, aunque sí se so1netió a la brigada a un duro entrenan1iento de castigo por orden de García Valiño 1 4 • E.n fin, aquélla, desde nuestra i1nagen actual resulta una guerra pinloresco (que, por lo de1nás, y en el bando de los insurgentcs105, fue organizada y reconducida desde Ja disciplina castrense). Aunque probable1nente no Jo era n1ás que la del dorningo de /3ouvines (l)uby) -sin duda, no lo era 1nús. Pero nos pesa en exceso la idea de la conten1poraneidad con nuestro propio ticn1po, Ja idea de que aquellos fueron aconteci1nientos con1prensibles desde las coordenadas de hoy n1is1110. Idea que, con10 he dicho, hay que desechar. Volvan1os al caso considerado. F~charri-Aranaz, núcleo de población de la que era originaria la Partida, tenía por entonces unos 1.500 habitantes que repartían su voto entre tres opciones: un 59 por 100 para el Bloque de Derechas un 19 para el Frente Popular y un 22 para el PNV en 1936. Su vida econónlica dependía en buena 111edida de la explotación del nionte. Contaba con una facería en con1unídad con Arbizu y l~r goycna con 19 hectáreas de tierras de labor; 86 de robledal; 21 3 de pastos; 1.299 de hayedos n1ás 249 en peñas y tierras i1nproductivas (fonnando la Junta de Pastos de Urbasa y Andía). Una buena parte de sus habitantes se dedicaba a la explotación ganadera de vacuno, caballar, cabrío y de cerda. Pero principahnente se obtenía 111adera para serrerías, 1nadcras de haya y roble para traviesas, carboneo y lefia, trabajos de ebanistería y n1ueble, carpintería, etc., adc1nás de disponer de una e1npresa harinera y los servicios que den1andaba su co1narca, la Barranca: herrería, carrocería 1necánica, aln1acén de cereales y vinos, tejidos, cte. El pueblo 1noral estaba clon1inado por el tradicionalis1no (a pesar de una relativa presencia de socialistas y el prestigio que co1nenzaban a adquirir los nacionalistas). Las «buenas fan1ilias» del pueblo: la de Esteban Orce, la de los Bacaicoa, etc. eran carlistas. El republicanisn10 era considerado en esa óptica 1noral con10 ajeno, traído «de fuera». El principal republicano de Echarri, Enrique Peláez, se había casado con una joven de Echarri, pero se le tenía por persona extraña a la comunidad moral. Era conocido republicano, aden1ás, el que lla1naban duque rojo, «pagado por R.usia» --decía Félix Igoa, ferviente carlista. A elJos apenas les IJegaba para pagarse una ración de vino, estiinaba. En ca1nbio el duque andaba de fonda en fonda haciendo propaganda, con1iendo y bebiendo bien. Estuvo una te1nporada, un verano sola1ncntc. Venía de Bilbao. Eso se decía en el pueblo. Solía traer «¡cada periódico!» Por eje1nplo Fray lL1zo 106 y periódicos de la CNT, etc. «Atizaban», hacían propaganda y enseña-
º
10·1
Nagore, 1986: 48. ws Puede verse e! detallado libro de Julio Aníslegui (!992) para tantos casos. wr, Revista anticlerical. Véase Arrarás, 1968: IV, 21 !.
[3931
ban a la cuadrilla de jóvenes. I~n enero de 1933, por intervención del gobernador, accedieron los republicanos al poder 1nunicipal. Se fonnó una C.icstora republicana en el ayuntan1iento (que duró sólo hasta 1narzo) pero que no arraigó en el pueblo. L)espués de todo, sólo estuvieron en el ayuntan1iento dos n1eses. Por su parle los nacionalistas de Echarri tendían por lo general a ser gente «n1ás leída», n1ás forn1ada e instruida que el con1ún de los carlistas (entre éstos, tal vez por trabajar en el 1nonte de pastoreo, con el transporte de n1adera, etc. había gente 1nás tosca). En Echarri fonnaba,n parte de la banda de 1núsica (Francisco Urrestarazu, director de la banda era nacionalista). 1''a1nbién eran nacionalistas los hern1anos Carasatorre (cuya fa1nilia tenía una fonda), gaiteros de cierto reno1nbre local 1º7 . 1-labían fonnado una Ezpata-Dantza, y eso (esa especie de ascenso en la consideración del pueblo 1noral del grupo nacionalista) no lo soportaban bien los carlistas. I:.:ntre estos últin1os había cierto rencor hacia aquéllos porque les hacían «de nicnos», les «n1iraban por encin1a del hon1bro». Se tenían por gente nuís cultivada, se quejaba un carlista, y por ello los inenospreciaban 108 . En sus co1nienzo, la República fue bien recibida. «Vino la R.epública, pues, bueno» -decía Félix Igoa, con el desapego de quien vive ajeno a ese nivel de lo político, de quien vive centrado en las cosas concretas y cotidianas de! universo local, en el que ta111bién, por cierto, se hablaba de carlis1no, pero no con10 política, sino con10 los entrañables cuentos del abuelo contados n1ientras jugaban los chicos en la parte trasera de la casa. «Pero, claro, después vino la 1naldad -prosigue Félix Igoa. E~nseguida a que1nar conventos. Y la gente que era 1nuy católica aquí. La gente, uf. .. entonces todos l.éran1os n1uy católicos] ... I~a República en1pezó entonces pues a tocar "el n1agro", el corazón ... Así se entran1ó», se con1plicó todo (lo dice con gran sentin1iento y tocándose el pecho; por lo dcn1ás, E.charri es zona vascófona, con un castellano no especialrnente correcto). Los requetés cornenzaron a cuidar las iglesias, y hubo no po·· cos altercados a cuenta de la religión. Ade111ás, no había jornal, no había trabajo, «sola1nente ["lo habíal en las bolsas de trab1ljo. Formaban ellos [los de izquierda] bolsas de trabajo, y para los de la UGT... para los carlistas nada. Y todo eso se iba an1ontonando. l~se odio». Aden1ás estaban «los follones tarnbién», decía. Una tarde de clorningo, todos los jóvenes de izquierda subieron gritando ¡¡U.H.P" En el Círculo estaban preparados (se supone que para re· cibirles a golpes), pero los chicos no se atrevieron a acercarse e insultarles. «Y todas esas cosas repercuten. Uno que tiene sus creencias le repercuten. ¡Pero 1nucho!» [~n su opinión si «la H.epública no hubiera atacado a la religión no cae ... Si hubiera atacado más fuerte al capitalis1no hubiera sido otra cosa» 10 ~>.
107 Al parecer, la difusión de grupos inusicalcs en Navarra (especialmente en txistu) estuvo asociada a la extensión del Partido Nacionalista Vasco. Véase Sánchez, 1989. 'D11nbién, por lo que hemos visto en el caso de Olite (Félix Andía, 13 de enero de 1993 -86.B·-), al desarro!lo de equipos de ftítbol. 108 Félix Jgoa, 6 de octubre de 1992 (78.A); Gabina Barandalla y Justo Artieda, 20 de dicie1nbrc de 1993 (109.B). 109 Félix Igoa, 6 de octubre de 1992 (78.B: 160).
[394]
(]aro que los aconteci1nientos 1nás sonados durante la I~epública fueron protagonizados por los tradicionalistas, con l3cnedicto Barandalla al frente (tradicionalista, Juego alcalde, y, finahnentc, capitán de la Partida). l~n una de esas ocasiones, siguiendo la tradición, subieron a San Miguel de Aralar de ro1nería (se subía ta1nbién a San Adrián 110). J_,o hicieron sin solicitar autorización naturaln1ente (requisito exigido por la República) pues llubicra sido denegada. Volvieron de aquélla, por lo que cuentan los testigos, bastante anhnados (después de beber, haber cantado y de1ncís). l3ajaron en grupos hasta la serrería de Arbizu (cerca del pueblo). Allí Barandalla (aún teniente de alcalde, el alcalde era en ese 1no111ento Esteban Orce, tradicionalista) itnprovisó una cruz con dos leños. Y ya en Untzua, donde tradicionaln1ente paraban para «dar el últin10 trago», Barandalla propuso entrar en el pueblo en procesión. «Bueno, todo el inundo encantado», cuenta el con1unicante. Entraron rezando el rosario. Nadie entre los 1nien1bros de la izquierda se atrevíó a salir «Si no qué hubiera sido entonces, allí se anna la guerra» 111 • Otro acontcci1niento sonado fue la pintada de las cruces en las escuelas. Al parecer lo organizaron entre Fernando ljurco (concejal, 111ístico carlista y conse1je del círculo) y el sereno. Frente a la ley que ordenaba retirar las cruces de las escuelas, decidieron pintarlas una noche. Así lo hicieron (n1ientras pintaban bigotes a la alegoría republicana). La reacción del gobernador civil fue fulminante: destituyó al alcalde Esteban Orce, por su negligencia en el esclarecinliento de los hechos (que todos en el pueblo conocían, pero que nadie contaría al gobernador). Con10 consecuencia precisa1nente de aquel incidente y, tras ser destituido el alcalde anterior, Barandalla, que era teniente de alcalde, pasó a sustituirle y a presidir el consistorio 112 • l,a tensión banderiza era de una gran violencia, con10 se ve, y en ella aparecían n1ezclados aspectos políticos, de dignidad y prestigio (aparte de poder e interés por el control del ayuntan1iento) y se expresaban en ténninos religiosos 113 . Por otra parte, se produjo una circunstancia llan1ativa, que da cuenta del entrecruzan1icnto de las 1nentalidades de la época. Uno de aquellos afios se padeció un
°
11 Félix lgoa, 6 de octubre de 1992 (78.A). En San Miguel (8 ó 9 de 1nayo) se subía al Santuario de Andar. Se llevaba al cura a caballo. Y un zari (pellejo) de vino. Quien llevaba el vino era el recaudador de sisas sobre alcoholes. Se preparaba un caldo (en San Miguel había tres cocinas; una de Echarri, otra de I-luartc-Araquil y otra de Lacunza, cada cual con sus calderos). Y se hacía <) (con mucho aceite). Se repartía entre tüdos con el vino. Se dice que antiguamente era obligatoria para todos los vecinos. Solía llevarse la gaita, con la que se organizaba la ro111ería. En Santiago ( 13 de junio) se subía ta1nbién a San Quirico. Estaba, ade1nás, la fiesta de San Adrián ( 16 de junio). Pero éste era un santo familiar. Ese día se reunía a la fainilia en casa. Y, en ocasiones, tainbién se celebraba una romería. 111 Félix Jgoa, 6 de octubre de 1992 (78.A: 400). 112 Francisco Esteban, 2 de julio de 1992 (49.A); Gennán Baranda!la, 5 de novien1bre de 1992 (83.A); Félix Igoa, 6 de octubre de 1992 (78.B). 1 u Hubo una reyerta con un n1ueno la noche del 1 de 1narzo de 1933 en el Centro Republicano, pero no tuvo consecuencias políticas (al parecer se trataba de una venganza personal). Tan1bién hubo incidentes el 14 de abril de 1934, con destrozos ocasionados por Paulino Barandal!a, hcnnano de Benedicto, que era izquierdista. Véase Etxarri-Aranaz, s.d.: 35 y 38-39.
[395]
largo período de sequía que había generado dificultades a toda la zona. 1:::1 paro se agudizó, las cosechas se daban nial, el ganado tenía dificultades para alin1entarsc, cte. La gente hablaba del n1odo de poner fin a aquella situación. En ese contexto se entrecruzaron las viejas creencias paganas, con las prácticas de lo que se ha dado en llan1ar anticlericalis1no popular y las creencias religiosas de la 1nayoría (1nás la i1nprcvisible naturaleza). Existía una vieja creencia pagana en la zona de la Barranca, según la cual, en época de sequía, debía intt~oducirse una i1nagen sacra en las aguas de algún arroyo, para provocar la lluvia 114 . Tal vez re111en1orando aquella vieja creencia, algunos republicanos, con clara intención de 111ofa, introdujeron la figura de San Cle1nente en un pequefio regato del contorno. «1-Iasta le liinpiaron la cara y todo. Le hicieron injurias», con1cnta un con1unicante. H.ápida1ncntc se extendió Ja voz por el pueblo, con gran escándalo por parte del sector católico, a1nplia1nentc n1ayoritario (tanto carlistas con10 nacionalistas). El caso es que llovió. Y llovió tanto que la torn1cnta arrastró varios anin1alcs de tiro que se ahogaron en la riada. «Ya sabes las bro1nas de los santos», co1ncnta el co1nunicante1 15 • f:stos, según apreciaban los del Jugar, habían decidido dar un escar1niento por la profanación, y la con1unidad fue la pe1judicada. L.,uchas políticas expresadas en ténninos religiosos, conflicto transforn1ado en 1nofa, confusión entre las fuerzas naturales y sobrenaturales. Toda una serie de acciones y creencias cargadas de significación que nos hablan de un n1undo en el que los puntos de ruptura resultan co1nplejos y, desde luego, diferentes a una sociedad concebida según los parán1ctros actuales. Decía que la vida del pueblo era agitada, pero estas convulsiones, salvo excepcionaln1ente, no se transfonnaron en choque abierto. 'l'al vez por lo arraigadas que estaban aún las instituciones co1nunitarias. 'fodavía, a pesar de existir un ayun1a1niento, se reunía el Batzarre (especie de concejo, pero 1nuy a1nplio y poco operativo en este caso por el ta1naño del pueblo). Existía la institución del auzalan plena1nente vigente. A cada casa correspondían seis días de trabajo al afio: dos de ellos con Ja pareja de bueyes arreglando los can1inos y cuatro 1nás obligatorios. Se iba en grupos pequeños en cada ocasión (seis u ocho personas). Eran convocados con cuatro toques de ca1npana. La contrapartida al auzalan era el derecho a un lote ele leña y a hojas para los bajos del ganado. Se salía para todo el día. Era «una juerga ... », se lo pasaban real1nente bien ese día 116 . «Hcrriak, danak, cgiten zuen auzolana» (todo el pueblo participaba en el auzalan), dice I~élix Igoa 117 . Los chavales de 1nás de trece afios ya eran ad1niticlos para el trabajo de la co1nunidacl. Los chicos se dedicaban a transportar plantas donde no podían los bueyes (co1no en Osoin, en que se plantó sauce a1nericano), para repoblar, etc. La edad de la incorporación dependía de la situación de la casa: si
14
Véase Satrústegui, 1969. Francisco Esteban, 2 de julio de 1992 (49.B); Francisco Aristorcna, 10 de octubre de 1992 (77.B). 116 Francisco Esteban, 2 de julio de 1992 (49.A: 270). 117 Lucio Maiza, 2 de julio de 1992 (49.B: 420).
1
ii.5
[396]
el cabeza de la casa era una viuda, se retrasaba la edad ele la prestación del hijo. !·la·· bía, pues, una consideración n1oral de esa prestación. Por lo general, li1npiaban el río, hacían can1inos con bueyes, repoblaban los 1nontcs, etc. Era una verdadera fiesta vecinal, llena de alegría co1nunitaria. Pero tan1bién se pagaban dos pesetas por cada auzalan realizado. Y cuatro por la pareja de bueyes 118 . J)e n1odo que ta111bíén era un n1odo de co1npletar las escasas cconon1ías de Jos vecinos. rI~unbién las carboneras las «hacía el pueblo». El Ayunta1nicnto tenía derechos sobre Ja Sierra y le correspondía ciertas toneladas de leña dentro de la Junta de Pastos de lJrbasa y Andía. Se sacaba a subasta (lo hacía «el pueblo») para una docena de parejas de bueyes. El carbón quedaba para el ayuntan1iento. Y Juego los vecinos lo con1praban a bajo precio 119 • En los años de sequía por lo general se hacían cosas n1ás prácticas que 111ojar santos. En los afios 20 se produjo una verdadera situación de ha111bre, la gente no tenía nada, ni para n1aíz (para hacer pan de 111aíz, 111ás barato). l'.!'ue durante la l)ictadura de Pri1no. Algunos tenían trabajo en la serrería, pero otros 1nuchos no tenían nada. Decidieron arreglar la plaza. Subastaron el rnonte de ()són con10 cantera. Con aquello se adecentó Ja plaza y se empleó a todo el que quiso (prácticamente todo el pueblo) para transportar cascajo y distribuirlo por la plaza. Así se consiguió que la sequía no afectara tan contundenten1ente a las econon1ías de las fa111ilias 12º. 1'odo aquello generaba fuertes lazos de con1unidad entre los vecinos. r~staban por lo dcn1ás las ro1nerías, etc. 121 • Existía, por lo de1nás, una visión 1nitifi.cada de lo que había sido la relación vecinal en otro tien1po (en tie1npo in1ne1norial, con10 ocurre con el tie1npo 1nítico). Antiguan1ente, decía Igoa, el pueblo estaba constituido por auzos. Era del ticn1po en que «había los fueros carlistas ... -decía-, cuando había fueros en Navarra». En Echarri había dos a uzos, le había contado su padre. En cada auzo hacían sus propias Juntas, y en ellas se no1nbraba al alcalde y a quienes constituirían el ayunta111iento. » Es decí1\ se producía un debate sobre las características personales del candidato (en este caso sobre los excesos etílicos o gastronó1nicos de aquél), no sobre su inclinación política, etc. El alcalde debía salir por consenso de los dos barrios. Cuando se producía un c1npatc, eran los n1ayores quienes resolvían. T'odo aquello -con ese tono n1ítico- se lo había contado su padre 122 . I~sa era la in1agen del n1undo equilibrado, razonable, concreto (con
11
~
l"'élix Igoa, 6 de Félix lgoa, 6 de 12 º Félix lgoa, 6 de i:~ 1 Véase nota 110. 122 Félix Igoa, ()de 11
''
octubre de 1992 (78.A: 240). octubre de 1992 (78.A: 180). octubre de 1992 (78.A: 310). octubre de 1992 (78.A: 180).
[397]
la concreción del aldeano), personalizado, basado en el 1nutuo conocin1iento que el entorno carlista esperaba n:fundar en el pueblo cuando todas aquellas extravagancias de la H.epública pasaran (y esperaba hacer algo para que pasaran, ellos participaban en los ejercicios que el Requeté hacía en Urbasa). A los n1ayores se les respetaba 1nucho. «j()h, rnucho!», re1narcaba. I~sto ocurría incluso en los años de la República en que aún se hacían batzarres. Aunque ya hubiera ayunta1niento, una vez reunido el pueblo, decía lgoa, se respetaba lo que se decidiera en el l5atzarre. Se _,convocaba a todo el pueblo. I...os jóvenes, con10 él, iban, pero «a callar», sólo hablaban los cabeza de h1111ilia. Se convocaba con cuatro ca1npanadas: 4 dones (había dos ca1npanas, una que sonaba con la 01101natopeya dan, para el auzalan, y otra con la don). Allí se decidían los trabajos del auzalan, se contrataban los pastores; el vaquero (behitzeia), el bueyetero, el cabrero (auntzeia), el yegüero, el itzeia (responsable de bueyes y vacas que andaban con yugo, para transporte, cte.). Hasta para los cerdos, que había al n1enos 200 ó 300, se contrataba a una persona (el txertzeia). l,.,os contratos eran de año 123 . Que duda cabe que la vicia de con1unidad estaba viva en Echarri Aranaz (a pesar de las banderías).
2.3.1.
LA PARTIDA SE ORGANIZA: «LLEVAR EL NOMBRE DE ESPAÑA HASTA LA ETERNIDAD, QUE ES LO MISMO QUE LA INFINIDAD»
124
El 19 de julio tuvieron noticias en Echan·i del levantan1iento. No debían tener instrucciones rnuy precisas porque ese día Vicente Bacaicoa, Inoccncio E~scalacla y Be~ nedicto Barandalla (el alcalde del pueblo) subieron a la Sierra de Urbasa para probar varios fusiles ocultos en el n1onte. A la vuelta, se encontraron con los requetés que subían de Lezaun hacia Pa1nplona con el cura párroco Mónica Azpilicucta (el conocido don Mónico 125 ) en cabeza. Algunos continuaron su can1ino hasta Pan1plona, pero don Mónico quedó en Echan·i con alguno de sus requetés. Una vez en el pueblo, Benedicto Barandalla se instaló en el Círculo a modo de centro de operaciones e hizo un llatnanliento a «todos» los jóvenes del pueblo para que acudieran a servir en el Requeté. Acostumbrados a ser llamados para el Barzarre y los trabajos del auzalan, debieron acudir bastantes a juzgar por Ja factura de la fonda Carasatorre donde co111icron ciento treinta y ocho personas 12(¡. Con esta conlida co-
123
Félix Igoa, 6 de octubre de 1992 (78.A: 230). Expresión de Benedicto Barandal!a (ARLI. Partida de Baranda!la). 125 Don Mónico era pürroco de Lezaun, organizó el requeté de la zona y era muy conocido por sus activídades a favor del carlisino. 12 r El relato que sigue se basa en los tcstin1onios de Francisco Esteban, 2 de julio de ! 992 (49.A); Lucio Maiza, 2 de julio de 1992 (49.B); Manuel Repún11, 23 de julio de 1992 (52.B); f\1anuel Arbizu, 31 de julio de 1992 (55); Félix Igoa, 6 de octubre de 1992 (78); Francisco Arístorena, 10 de octubre de 1992 (77); Gennán Barandalla, 5 de novie1nbre de l 992 (83); Gabina Barandalla y Justo Arlieda, 20 de dicic1nbrc de 1993 (109); y ARLL Partida de Baranda!la, donde aparecen coplas de numerosos docwnenlos y testi1nonios del propio Benedícto Barandalla. 124
1
[398]
lectiva quedaba constituida la Partida. l~n ella fonnaron ta111bién los nacionalistas (dcsconoz.co con qué grado de libertad). J)c hecho, uno de los hennanos Carasatorre (Fennín) fue non1brado cabo de la Partida y la fonda de la co111ida era de la fan1ilia. Al parecer los inspiradores de ella fueron el propio Benedicto 13arandalla, don Mónico, párroco de Lczaun, Luis ()ta1nendi, secretario de L,izarraga, Fernando Ijurco, el carlísta 111ás activo en el pueblo, y Manuel Ongay, natural de Arbizu (quien había vuelto esos días de Francia en co1npañía del duque de 1"'an1anes). Contó, ade111ás, con la colaboración de Juan C:iayarre, farn1acéutico de E~chan·i y de las 1nejores fan1ilias del pueblo. Para los n1ás entusiastas entre los carlistas aquel día fue con10 «el de la llegada del Espíritu Santo». Para otros fue el 111odo de hun1illar a unos nacionalistas crecidos por el prestigio que les daba una instrucción algo 1nayor (no nuís que un conocin1icnto clen1ental de las letras). Para otros sin1plen1ente un día festivo, con banquete incluido, entre los alegres días del auzalan y las fiestas del pueblo. ln1nediatan1cnte decidieron enviar patrullas por Jos pueblos de la I3arranca y hacia la vía del tren (el Pan1plona-Alsasua)i 27 . lJna de las pri1neras acciones consistió en subir hasta el puerto de L,izarrusti, en el lín1ite con Guipúzcoa (en lo que en E~cha rri se conocía con10 la n1uga, la frontera 128). I:.:n aquel lugar había un grupo de n1iqucletes guipuzcoanos, quienes, al ver gente annada, huyeron 129 . l)e 111odo que, en aquel punto, el paso quedaba franco hacia Guipúzcoa (luego sería cuartel de Barandalla). El grupo de E.charri (al que se había suinado gente de toda la Barranca; pues Ba·randalla se había preocupado de reclutar en Jos bares y can1pos de los pueblos vecinos130) siguió con sus labores de patrulla por los parajes circundantes de sus respectivos pueblos (inicia!Jnente con escopetas y pistolas, y con fusiles desde que el 25 Benedicto J3arandalla trajera una ca1nioneta de Pa1nplona). L,a rutina diaria con1enzaba con un desayuno en el C:írcuio, en el que se reunían entre 80 y 116 personas, para luego salir de patrulla por los alrededoresu 1• El día 23 de julio llegó a la
12 ._, En el pueblo en ese primer instante sólo hubo un pequeño incidente provocado, justamente, por el hermano de Benedicto Barandalla, conocido republicano en la localidad, dado a organizar alguna algarada los años anteriores. Luego Benedicto ocultó a su hermano. 12 ~ Las zonas fronterizas del Reino de Navarra fueron fijándose a partir de disputas sobre las lindes y el aprovechainiento de pastos en Ja zona de Ara!ar (y en otras) con10 C$ciibió Yangw-is y l\1iranda (l 840-1843). Aquellas disputas aún continuaban en 1936. De hecho la Partida actuó con un n1ayor encono sobre sus vecinos guipuzcoanos de Ataun. 129 Les habían invitado a srnnarse al lcvanuuniento, apelando a la solidaridad: «Alkarrckin cgon behar da, ta.>) Pero al día siguiente volvieron con la luz del alba y ya se habían 1narchado. Lucio Mai1.a, 2 de ju lío de 1992 (49.B: 190). i:m Véase la recluta en !a Parte Priinera, apartado 3.5. i:ll Existen facturas de todos esos días en concepto de desayunos. Has\a e! dfa 28 de julio el núinero de los reunidos es el 1nencionado. A partir del día 29 se redujo el ntín1ero a unas 60 personas, para ir pn)" grcsivmnente disn1inuyendo desde el 6 de agosto. La razón de la reducción dnística del día 29 cst1í en el hecho de que un grupo de ellos fue hecho prisionero en las proxiinidadcs de Lazcano (lo que provocó una sórdida po!én1íca en el ínleríor del pueblo).
[399]
localidad la colu111na de Malca111po. Inn1cdiata1ncnte Ja Partida «Se puso a su disposición»: le sun1inistró cinco o seis guías para avanzar sobre Ataun, que fue fácil1nente to1nada (Barandalla dice que gracias a la pericia de sus guías). L,os guías volvieron y la Partida continuó con sus labores de patrulla, instalando ahora su cuartel general en el puerto de Lizarrusli, en la fonda Casa Isabel. Allí, co1nenta el propio Barandalla, iban a «hacer fronteras», a establecer el lín1ite entre los bandos contendientes. En ese 11101nento ljzarrusti no tenía ningún valor n1ilitar, pues las colu1nnas avanzaban ya hacia Irún y San Sebastián; pero era un punto con fuerte carga sin1bólica para los del lugar: Úl rnuga con Guipúzcoa. 'fa! vez por ello, Barandalla prefirió instalarse allí y desplegar a sus ho1nbres por la Sierra de Aralar, guarnecer el Santuario de San Miguel y cuidar de la hospedería. Era el entorno natural de acción para una partida de la región. Estaba claro, que, definitiva1nente, los voluntarios de la I3arranca se constituían en grupo autónon10, con su propia organización, planes, sun1inistro, sus propios n1andos y estructura, con el Ayunta1niento ele la localidad apoyando sus acciones y un grupo de notables (véase supra) actuando con10 valedores. Nada ele subordinarse a los planes 1nilitares ni a las órdenes de éstos -que sie1npre estin1aban con10 erróneas. Habían salido por la «Santa Causa» y por llevar a aquella gente por el «cauce del Señor>> (expresiones de Benedicto Barandalla). Como todos Jos demás, pero no estaba claro que quisieran ir nlás allá de las lindes de su localidad. Su propósito era controlar su espacio de identidad (la Barranca en el 1narco navarro; España era un universo indetenninado, una entelequia, que aparece con10 apelación discursiva sin que afecte a las secuencias de identidad y adhesión en1otiva). Después, una vez abandonada la tierra propia y haciendo carnpaña en Guipúzcoa, prefirieron ir antes con10 «liberadores», en palabras del hijo del capitán de la Partida, que con10 «conquistadores» (esas labores se las dejaban a las otras unidades). Era antes una partida de cruzados realizando acciones sitnbólicas a favor de la Causa (rezar rosarios con los del lugar, «restituir» la n1oralidacl, situar estandartes y cruces en lo alto de las 1nontafias, ... ) que una unidad en cainpaña. Es decir~ no se sintieron Ílnplicados en las acciones de guerra en Guipúzcoa (aunque, eso sí, se abastecían sobre el terreno; al viejo estilo). Resulta difícil explicar aquella situación (una fuerza annada i1nportante actuando por su cuenta, ineficaz desde el punto de vista 111ilitar indisciplinada con10 vere1nos, enfrentada a los 1nandos n1ilitares, etc.) sin conocer la personalidad de su principal pron1otor, quien daría su non1bre a Ja Partida: Benedicto había nacido en Tafalla en 1900. Sus padres eran vendedores ambulantes. Pronto se desplazaron a Echarri, donde se instalaron. Corno consecuencia de una riña con otro vecino, el padre ele I3enedicto fue encarcelado, muriendo en el Penal del Dueso. De modo que su madre, hija de pequeños industriales carboneros, tuvo que sacar adelante la fan1ilia. A través de ella Benedicto tenía un lejano parentesco con un general carlista que, posterior1nente, le daría legitirnidad de origen a su condición de capitán del H.equeté. Se hizo famoso en el Congreso celebrado por los jaimistas en 1920 en Zaragoza, al dirigirse a la asamblea en vascuence. En 1921 hizo el servicio inilitar en África. Allí adquirió algunos conocin1ientos niilitares rudi1nentarios y, sobre todo, aprendió a ganarse Ja vida en condiciones de gran dificultad: hijo de viuda a efectos prácticos (el padre se hallaba en la cárcel), sa1
[400]
1
lía con su cuñado a tocar el acordeón 1nientras vendían cierta lotería. Con ello tenían para gastos. J)e gran corpulencia y acostun1brado a las situaciones difíciles, llegó a abofetear a un sargento, por lo que estuvo encarcelado dieciocho meses en condiciones durísin1as. Licenciado en 1925, volvió a l~charri. Allí ejerció diversos oficios (en general vinculados a la con1praventa): fue vendedor de harinas, de aceites, de lubrificantes y de alpargatas. Salía con su coche (un Fiat primero y un Austin después), y recorría los pueblos con sus productos. Pronto adquirió un gran círculo de relaciones en toda la Barranca. Por ello, por su can1pechanía y su don1inío del vascuence, el carlis1no co1nenzó a e1nplcarle con10 orador en esa lengua durante la can1paña de 1933. Fue elegido concejal y, desde el incidente de las escuelas (1934), era alcalde de Echarri. En 1935 fue elegido 1nie1nbro del Consejo Foral y 1nantuvo una postura especial~ 1nente contundente en la crisis ele 1936, causada por la intención del gobierno de la República de destituir a la Diputación 132 • En fin, todo ello había hecho de él una persona 1nuy popular en la zona y con in1portantes conexiones en Pa1nplona. Por su trayectoria vital era hon1bre que sabía de picarescas y habilidades para bandearse en la vida. J_,a personalidad de su jefe 1narcó la trayectoria de la Partida. Sin e1nbargo, lo que aquí interesa destacar respecto de ésta es su condición de célula institucional annada, de carácter autosuficicnte, que en aquel contexto se organizó desde las instancias de la con1unidad del pueblo. De n1odo que tenen1os a la Partida con cerca de doscientos hon1bres n1ovilizados intennitenten1ente, desplegados por las Sierras de Urbasa y Andía, n1ientras, el ayuntan1iento respaldaba y organizaba el apoyo desde la retaguardia. Solan1ente el 8 de agosto recibieron la orden de introducirse en Guipúzcoa encuadrándoles en la colu1nna del teniente coronel Cayuela 133 . Allá n1archó la Partida con su cuadro de niandos perfecta1nente fonnado, sus capellanes, sus dos practicantes, su banda ele 1núsica y hasta un grupo de 1nargaritas en una ca1nioneta, que cada sen1ana les lavaban la ropa. 11unhién tenían asegurado el su1ninistro, en parte con provisiones que les enviaban desde la Barranca (con reparlünientos hechos desde los ayunta111icntos o las quincenas), y en parte viviendo sobre el terreno. Llevaban hasta un rebailo de ovejas para irlas sacrificando según fueran necesitando (rebaño que en lugar de disn1inuir, au1ncntó con el avance de la Partida). Naturaln1ente las relaciones con el teniente coronel Cayucla fueron e1npeorando. Mientras el n1ilitar con sus hon1bres (ta1nbién requetés) se hacía cargo de la ofensiva, Barandalla desplegaba a los suyos en grupos pequeños por el monte, desoyendo las
L\l Véase Tercera Parte, apartado 2.8.l de Ugarte, l995a. Para la biografía de Benedíclo Barandal!a, CJenniín Baranda!la, 5 de novíeinbre de !992 (83); Gabina Barandal!a y Justo Artíeda, 20 de diciembre de 1993 ( 109.B); Francisco ArisLorena, ! O de octubre de 1992 (77). i:n Previainenle, el 29 de julio, un grupo de ellos (unas veinte personas) se había aventurado por los montes de La1,ca110 a las órdenes de Fernando ljrnjo. En aquellas laderas fueron engañados y atraídos a una e1nboscada y, desarmados, fueron llevados cmno prisioneros a San Sebastiün. Coino consecuencia de aquel percance fue muerto en San Scbasliün Fernando Ijmjo. El resto lograría salvar su vida.
[401]
órdenes de su in1nediato superior. A tal punto llegaron las desavenencias que, al parecer, Cayuela ordenó disparar contra los ho1nbres de la partida causando alguna baja. Mientras tanto la Partida asun1ía funciones diversas. [~n 'ro losa, J3arandalla se propuso acabar de fonna contundente con «esas parejas de ena1norados que rondaban por las afueras». A culatazos les decía «¡eh! si111ploncs, a luchar con nosotros o contra nosotros». El 4 ele septie1r1bre se apoderó del E~spadín de Beotibar arrebatado a un general carlista el pasado siglo, y que solía exhibirse en las fiestas de Tblosa con10 trofeo de guerra. Barandalla se lo ofreció a la Junta C:entral de (Jucrra (~arlista de Navarra para que nunca 1nás sírviera aquel Espadín para «hacer 1nofr1 de Navarra» desde tierras guipuzcoanas. La Junta agradeció el gesto de J3arandalla «Cstin1ando plausible la actitud de don Benedicto por lo que de gesto navarrísi1no tiene la adquisición de dicho Espadín, a fin ele que no se utilice ya jan1ás co1110 sín1bolo de victoria obtenida sobre los navarros, aparte de que dicha victoria y batalla no cstün suficienten1ente acreditadas>> 134 . Desde la Junta de Guerra de Guipúzcoa se le pidió que cobrara los ficlatos en el puesto de n1iqueletes de l..izarrusti de aquellos productos que transitaran desde Navarra para venta en Guipúzcoa -después de todo tenían controlado el punto con10 si de una aduana se tratara. l)esde la Partida pidieron autorización a la Junta de Pan1plona, que al parecer la denegó (con gran irritación del guipuzcoano). Aquello produjo algún con1entario del sargento de la Partida Vicente Zubieta «Se conoce quería obedeciése1nos sus planes y hacer de esa 1nanera lo que Je venía en gana, sien1pre en detrilnento de nuestra in1nortal Navarra y en pro de la 1narxista y antiespañolista Gui·púzcoa, la que naturalinente, al 1nenos en parte, está llan1ada a desaparecer.» Y I3arandal1a apostillaba «San Ignacio fue consejero de San Francisco (1nuchas gracias), pero fue espiritual. Les dices que con los judíos nada queremos. Mándalos a la puñeta»135. Allí existía el pueblo, y sobre él, la provincia, el viejo Reino. No había otra instancia superior (léase España) que ordenara las relaciones entre aquellas gentes en guerra. Barandalla, por lo detnás, hacía la guerra a su niodo. En una transposición del pensanüento guerrillero del x1x, estaba convencido de que los avances debían ser en pequeños grupos y por la 1nontaña. Cuando veía que la situación era con1pro1netida, con los brazos abiertos y inirando al cielo, pedía protección al Sagrado Corazón (a esa protección adjudicó el buen resultado en la acción de Asleasu el 19 de septien1bre de 1936, que ellos consideraron muy comprometida). Rezaban cada día el rosario, y cuando había que afinar la puntería aconsejaba disparar 1nientras se rezaba un padrenuestro. En los pueblos que to1naban, consideraban que los víveres abandonados por el ejército en retirada les pertenecían. J)e ahí el conflicto que surgió con el ayunta1niento de Legorreta. Éste, al estin1ar que lo abandonado por el ejército republicano eran bie-
134 Acuerdo de la Junta Central de Guerra Carlista del 17 de septiembre de 1936, ARLI Tercio Barandal!a (copia). 1º5 Recogido en ARLL Partida Barandalla.
[402]
ncs del propio pueblo, los había repartido entre los fonderos. La partida se alojó en aquellas fondas, y abonaron Ja estancia (tenían su propio pagador). Pero al saber del reparto de víveres entre los fonderos, volvió el pagador para recla1nar lo pagado en concepto de 1nanutención. La Partida se dirigía al ayuntan1iento de Legorreta en los
siguientes ténninos: Siguiendo las nonnas de un borrador de Zubicta y leyes de la 1nás estricta justicia, he recuperado el día 3 del actual n1cs de scptic1nbre, pcrsonándo1nc en ese ayuntan1ícnto, las pesetas que entregué antcrionncnte co1no pago de la 1nanutcnción de 111is Rcquetés por su estancia en esa villa de Legorrcta, pues llegó a 1nis oídos la noticia (postcrionncntc por tní con1probada) de que los rojos habían abandonado nn11,;hos víveres con10 garbanzos, alubias, aceite, azúcar, bacalao y otros artículos de pri111era necesidad por valor de 3.000 pesetas, de todos los cuales se sirvieron los encargados de darnos de co111cr, siendo !o racional, lo lógico y lo justo, que Jos expresados géneros obrasen en nuestros poder. C~onsiderando que ustedes han recurrido a la Junta de Guerra de Guipúzcoa (con la que nada absolutan1ente tengo que ver). c:onsiderando que su proceder es propio de espíritus egoístas, raquíticos y ruines ... que no contentos con que dcfcndiésen1os sus intereses junto con lo n1ás sagrado para nosotros, l)ios y Patria, quieren valerse de nosolros para que au1nenten de esa 111anera sus intereses 1nateriales a los que tan pegados se encuentran, no extendiéndose su radio de acción fuera del pueblo, o del n1unicipio, 1nirando sie111prc por su bien particular o individua! y sicn1pre en detri1ncnto de !a colectividad, cosa que no han de conseguir ustedes pues ante todo dcfcndc1nos Ja justicia social tan proclainada por nuestro in1nortal León XIII. Considerando que su proceder es 1nuy poco caballero, inuy poco recon1cndable y que arguye ade111ás n1ucha falta de saciricio /sic] y abnegación en estos suprc1nos instantes en los que se debaten y ventilan los inás altos y subliines ideales: la religión de nuestros abuelos, a !a que tan adictos se sienten ustedes y la vida de nuestro pueblo español y vasco. Considerando que su atrevi1nicnto y descaro ha llegado hasta el «su1nn1un», disponiendo de nuestros géneros a su puro capricho y antojo. Considerando que su robo, a todas luces evidente, ha sido doble pues nos han quitado lo que nos pertenecía y después Jo que in1portaba parle de nuestro género. Considerando, por últi1no, que en buena resta de las pesetas que iJnportan nuestra estancia en esa y las que quedan de las 3.000 (i1nporte de nuestros géneros) son 1. 124, ruégoles n1e preparen dicha cantidad para el día que n1e persone en ésa.
A lo que Benedicto Barandalla había añadido a lápiz: Zubicta. Está 1nuy bien. Pero n1e parece 1nucho jabón y 111ucho considerando. Ponles uno nada 1nás. Considerando que son ustedes unos 1nalos hijos de España y dignos sucesores de Pernales, el próxi1no don1ingo se personará a las once de su /sic] inafíana nuestro capitán para darles el 111erecido de bellacos y 1nadrines /sic}. Ánin10 y Viva el Rey, Barandalla. Si te van otra vez, diles que filosofar está bien pero que está 1nejor con1cr. Un abrazo, Barandal!a 13 (i.
No le faltaba razón a 13arandalla en cuanto a los considerandos (cspeciahnentc para un contable). En realidad, el conflicto se reducía a una pugna entre el pueblo
1.%
Copia en ARLI. Partida de Barandal la.
[403]
órdenes de su in1r1ediato superior. A tal punto llegaron las desavenencias que, al parecer, Cayuela ordenó disparar contra los ho111bres de la partida causando alguna baja. Mientras tanto la Partida asun1ía funciones diversas. I~n l'olosa, 13arandalla se propuso acabar de forn1a contundente con «esas parejas de cna1norados que rondaban por las afueras». A culatazos les decía «¡ch! si1nplones, a luchar con nosotros o contra nosotros». l~l 4 de septic1nbre se apoderó del Espadín de 13eotibar arrebatado a un general carlista el pasado siglo, y que solía exhibirse en las fiestas de 1blosa con10 trofeo de guerra. 13arandalla ~e lo ofreció a la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra para que nunca n1ás sirviera aquel Espadín para «hacer 1nofa de Navarra» desde tierras guipuzcoanas. La Junta agradeció el gesto de 13arandalla «esti1nando plausible la actitud de don Benedicto por lo que de gesto navarrísiino tiene la adquisición de dicho Espadín, a fin de que no se utilice ya jan1ás co1no síinbolo de victoria obtenida sobre los navarros, aparte de que dicha victoria y batalla no están suficicnten1ente acreditadas» 134 . Desde la Junta de Guerra de Guipúzcoa se le pidió que cobrara los ficlatos en el puesto de 1niqueletes de Liza.rrusti de aquellos productos que transitaran desde Navarra para venta en Guipúzcoa -después de todo tenían controlado el punto con10 si de una aduana se tratara. l)esdc la Partida pidieron autorización a la Junta de Pan1plona, que al parecer la denegó (con gran irritación del guipuzcoano). Aquello produjo algún con1entario del sargento de la Partida Vicente Zubieta «Se conoce quería obedeciésc1nos sus planes y hacer de esa 1nanera lo que le venía en gana, sien1prc en detri1nento de nuestra inn1ortal Navarra y en pro de la tnarxista y antiespañolista Ciuipúzcoa, la que naturaln1ente, al n1enos en parte, está llan1ada a desaparecer.» Y Barandalla apostillaba «San Ignacio fue consejero de San Francisco (111uchas gracias), pero fue espiritual. Les dices que con los judíos nada qucren1os. Mándalos a la puñeta»135. Allí existía el pueblo, y sobre él, la provincia, el viejo Reino. No había otra instancia superior (léase España) que ordenara las relaciones entre aquellas gentes en guerra. Barandalla, por lo den1ás, hacía la guerra a su nlodo. En una transpo5;ición del pensarniento guerrillero del xix, estaba convencido de que los avances debían ser en pequeños grupos y por la 1nontaña. Cuando veía que la situación era con1pro1netida, con los brazos abiertos y mirando al cielo, pedía protección al Sagrado Corazón (a esa protección adjudicó el buen resultado en la acción de Asteasu el 19 de septie1nbre de 1936, que ellos consideraron muy comprometida). Rezaban cada día el rosario, y cuando había que afinar la puntería aconsejaba disparar niientras se rezaba un padrenuestro. En los pueblos que to1naban, consideraban que los víveres abandonados por el ejército en retirada les pertenecían. De ahí el conflicto que surgió con el ayuntaniiento de Legorreta. Éste, al esti1nar que lo abandonado por el qjército republicano eran bie-
n.i Acuerdo de la Junta Central de Guerra Carlista del 17 de septietnbre de !936, ARLJ Tercio Barandalla (copia). 135 Recogido en ARLI. Partida Barandalla.
[402]
nes del propio pueblo, los había repartido entre los fondcros. La partida se alojó en aquellas fondas, y abonaron la estancia (tenían su propio pagador). Pero al saber del reparto de víveres entre los fonderos, volvió el pagador para rccla1nar lo pagado en concepto de nHtnutención. I.,,.a Partida se dirigía al ayuntan1iento de Legorrcta en los siguientes ténninos: Siguiendo las norrnas de un borrador de Zubicta y leyes ele la 1nás estricta justicia, he recuperado el día 3 del actual incs de scptic1nbre, personándo111c en ese ayuntan1icnto, las pesetas que entregué antcriorincntc co1no pago de la 1nanutcnción de inis H.cquctés por su estancia en esa villa de Lcgorrcta, pues llegó a 1nis oídos la noticia (postcrionncntc por iní con1probada) de que los rojos habían abandonado 1nuchos víveres coino garbanzos, alubias, aceite, azúcar, bacalao y otros artículos de pri1nera necesidad por valor de 3.000 pesetas, de todos Jos cuales se sirvieron Jos encargados de darnos de co1ner, siendo Jo racional, lo lógico y lo justo, que los expresados géneros obrasen en nuestros poder. c:onsidcrando que ustedes han recurrido a la Junta de Ciucrra de (Juipúzcoa (con la que nada absoluta1ncntc tengo que ver) ... Considerando que su proceder es propio de espíritus egoístas, raquíticos y ruines ... que no contentos con que deJcndiése1nos sus intereses junto con Jo 1nás sagrado para nosotros, J)ios y Patria, quieren valerse de nosotros para que au111entcn de esa 1nanera sus intereses n1ateriales a los que tan pegados se encuentran, no extendiéndose su radio de acción fuera del pueblo, o del lllLJnicipio, 1nirando sien1pre por su bien parlicular o individual y sic1npre en detri1ncnto de Ja colectividad, cosa qLJc no han de consegLJir ustedes pues ante todo defcndcn1os Ja justicia socia! tan proclan1ada por nuestro in1nortal León XIII. Considerando que su proceder es 111uy poco cabal!cro, 1nuy poco rcco1ncndable y que arguye ade1nás 111ucha f~t!ta de saciricio /sic] y abnegación en estos suprcn1os instantes en los que se debaten y ventilan los inás altos y SLJb!iines ideales: la religión de nuestros abuelos, a !a que tan adictos se sienten ustedes y la vida de nuestro pueblo español y vasco. C:onsiderando que su atrevin1iento y descaro ha llegado hasta el «sununun», disponiendo de nuestros géneros a su puro capricho y antojo. Considerando que su robo, a todas luces evidente, ha sido doble pues nos han quitado lo que nos pertenecía y después Jo que i1nportaba parte de nuestro género. Considerando, por últin10, que en buena resta de !ns pesetas que i1nportan nuestra estancia en esa y las que quedan de las 3.000 (i1nporte de nuestros géneros) son 1.124, ruégoles n1e preparen dicha cantídad para el día que 1ne persone en ésa.
A lo que Benedicto Barandalla había añadido a lápiz: Zubicta. Está 1nuy bien. Pero 1nc parece 1nucho jabón y 1nucho considerando. Ponles uno nada 111ás. c:onsiderando que son ustedes unos 1nalos hijos de España y dignos sucesores de Pernales, el próxin10 do1ningo se personará a las once de su /sic] inañana nuestro capitán para darles el 1ncrecido de bellacos y n1adrincs {sic/ .. Áni1no y Viva e! Rey, Barandalla. Si te van otra vez, diles que filosofar est<Í bien pero que está inejor con1cr. Un abrazo, Barandalla 136 .
No le faltaba razón a Barandalla en cuanto a los considerandos (especial!nente para un contable). En realidad, el conflicto se reducía a una pugna entre el pueblo
u1i Copia en t\RLI. Partida de Harandalla.
[403]
de L,egorreta y el de Echarri, a1nbos se sentían unidades plenas en sus intereses y hacían gala de una fuerte solidaridad interna frente al otro. Uno recurría a Guipúzcoa, el otro a Navarra. Finahnente la Junta Central de (Juerra de Navarra (1nás poderosa) daba la razón a los de I3arandalla. Después de todo, por instrucción de ella, había estado recaudando-requisando víveres por todo el norte de Nnvarra y la zona de Guiptízcoa 137 . Ade1nás, la propia Partida se hacía cargo de sus gastos (confundiendo hacienda ele la Partida y hacienda tn_unicipal), pagaba los funerales de sus 111ie1nbros 1nuertos en con1bate y asignaba pensiones a sus viudas (o daba con1pensaciones; en ocasiones, del bolsillo del propio Baranclalla, creando así una tercera hacienda interconectada). La Partida, una vez fue obligada a adentrarse en Guipúzcoa, sentía que iba 1nás allü de su án1bito de acción natural, que estaba «extendiéndose \lejosJ de su radio de acción fuera del pueblo, o del n1unicipio», con10 decía el pagador Zubicta. Se sentían incó1nodos en aquellos parajes. Y, en la 1nisn1a 1nedida, cargados de legitin1idad 1110ral en sus acciones (de ahí que lo de que el rebaño engrosara lo consideraran lo 1nás natural: ¿acaso no estaban «sacando las castañas del fuego a aquella gente»'?). I~e cla1nados en Legorreta por Cayuela, continuaron por 'Tolosa, Yillabona, Asteasu, Pagueta, Cestona, lcíar, Menclaro, Arnon1endi, Motrico y Ondárroa. En ese punto, por orden de la Junta Central de Guerra de Navarra, la Partida se disolvió para pasar sus con1ponentes a otras unidades del Requeté. Su efectividad 1nilitar había sido niuy escasa, y, en Ja 111edida que vivían sobre el terreno, fuente de conflictos pern1anentes. Co1no dice Manuel Arbizu 138 , la vida que hicieron durante ese tie1npo no fue tan 1nala. Aparte de corner en todas las fondas y casas de cornida del trayecto, de abastecerse ele sus caseríos y carnicerías con carne de pritnera, no les faltaba anís ni café ni tabaco. Llevaban las lavanderas, que eran la envidia de las otras unidades. No entraban inás que circunstanciahnente en co111bate. Y hacían 1nucha vida de retaguardia, donde procuraban no aburrirse. El día J 1 de septiembre les pasaban factura por 833 litros de vino, el 13 de septiembre 2.587 litros, el 2 de octubre J .478 litros, el 5 del mismo mes 105 litros de vino. El seis les disolvían. El 30 de septietnbre celebraron una n1isa ele acción de gracias en Motrico, el 3 de octubre 1nisa de cainpafia en Villarreal y el 4 se disolvía dcfinitiva1nente la Partida -no sin antes haber celebrado una con1ida 1 ¿un banquete?, en Echarri-, para 1narchar sus componentes a distintos frentes. Caben algunas reflexiones del funciona111icnto ele la Partida, esti1no que relevantes. En prirner lugar recuerda sobre1nanera a las forn1as de acción de las partidas de la guerra de 1873 o, incluso, las de 1833. Véase el caso ele Saltavirías en Álaval3 9 o los de Escribanía y Tropela en Vizcaya en la guerra de 1833 1..:1°, lo que nos llevaría a reflexionar hasta qué punto es el 1nis1no ciclo histórico, el del siglo XIX el que engloba
7
Véase ARLI. Partida Barandalla. Manuel Arbizu, 31 de julio de l 992 (56.A). 139 Aróstegui, 1970: 210~236. 140 Pan-Montojo, 1990: 124-125; Scs1nero, l 99 ! : 355.
D
138
[404]
a todos esos fenó1nenos históricos (siendo, tal vez, 1936 el límite si111bólico 1nás reciente de aquel tien1po). Quedan las referencias al Midi del x1x, a la Yendée o a las fonnas de n1ovilización de las aldeas can1pesinas en la Edad Moderna 141 . Encontran1os todos los elen1entos que hen1os ido viendo: prolongación de disputas locales (se hun1illa a los «presuntuosos» nacionalistas notnbrándoles «sünple1nente cabos»), cuestiones de honor y prestigio, fe sencilla, parentela, bandería, inundo co1nunHario, patronazgo, redes de a1nistad, etc. Por lo demás, en la medida que se plantea como una acción en defensa de la co1nunidad de villa y ésta se convierte en la célula institucional del levantan1iento, nos coloca sobre la evidencia de una sociedad que en los ino1nentos críticos se organizaba, con10 ha quedado dicho 1nás arriba, según sus identidades locales y concretas (basadas en el conociinicnto.f(-1ce to.f'ace) con10 pueden ser las poblaciones de origen, Ja con1unidad de villa; que trata con10 se trata «al otro» a cualquier otra co1nunidad (léase Legorreta; muy especialmente a Ataun 142), sin que se haya desarrollado eso que Anderson lla1nó con acierto «C0111unidad ilnaginada», una co1nunidad representada y abstracta, creada gracias a lo que Juaristi -siguiendo a Gellner- ha lla1nado «prótesis de los sentidos»: los 1nedios de con1unicación 14 J. Que la idea de nación a ese nivel ele1nental de las gentes n1ás sencillas, apenas se había desarrollado, siendo las identidades y las solidaridades de ámbito aún local (entendiéndolo como pueblo o, n1ás allá de éste, la provincia). Podrá decirse que Ja Partida fue excepcional, Tal vez, Sin embargo, la propia Junta Central de Guerra de Navarra intentó (y de hecho lo hizo) forn1ar una cstructur·a con un nivel de operatividad en su territorio 1nuy superior a cualquier instancia nacional, creando, incluso sus órganos de contacto con el extranjero 144 . Intentó fonnar un cuerpo de ejército, a partir del Requeté, con unidades completas de obediencia exclusiva hacia la Junta Central de Guerra Carlista de Navarra (y no de la Junta Carlista Nacional de Guerra, formada por Fa! para toda España) 145 , Naturalmente, aquello no prosperó -de haberlo hecho el gobierno de Salamanca se hubiera visto tremendan1entc condicionado-, pero ya resulta sintomático que se hicieran gestiones fonnales para lograrlo, que se concibiera aquel án1bito para articular un cuerpo de ejército (que hubiera sido expresión de una entidad política: Navarra; más que una provincia, el viejo J?.eino). Por lo de1nás, se han descrito suficientes casos en que, de fonna espontánea, los jóvenes se movilizaban en el marco institucional de aquellas comunidades locales concretas o buscaban aquellas solidaridades una vez n1ovilizados.
1•11
Véase las referencias de la Pri1nera Parte, apartado 3.
1 12 ·
Imagen del otro por excelencia, pueblo vecino con el que aún se mantenían disputas a causa de Jos aprovechainientos del pasto, frontera exterior del Reino de Navarra. H3
Anderson, citado en Mann, !994: 45; Juaristi, 1990. Puede verse su documentación en el ADFN. JCGC. 4 i s Véase el artículo de Jai1nc del Burgo, 1992. H·l
[4051
Si las cosas no se parecieron 1nás a lo ocurrido con la Partida de Baran
[406]
CAPÍTULO
111
Memoria de viejas guerras l)ecía Ernst Cassirer que entre las dos guerras europeas el pensa111iento político y social había conocido una verdadera transfonnación. Éste se había simplificado hasta extremos inimaginables antes y había adoptado formas primarias de formulación y expresión. Era, para Cassirer el do111inio del «pensan1icnto n1ítico»: ya no eran for1nulaciones racionahnente elaboradas (en la tradición ilu1ninista) sino apelaciones a lo mágico y misterioso ante las situaciones insólitas y peligrosas a las que el hombre de ese tiempo tuvo que enfrentarse. Era el momento -el del miedo- en el que el mito alcanzaba toda su fuerza hasta transformarse en un verdadero poder. Poder porque, a diferencia de otros tiempos, los mitos del siglo xx eran perfectamente elaborados ele acuerdo a un plan y puestos al servicio de la política y la acción colectiva. Cassircr hablaba de los totalitarismos'. Más recientemente, Emilio Gentile ha hablado de la «sacralización de la política» para el 1nis1110 período: Ja política habría adquirido un universo sünbólico de carácter religioso; habría asiinilado la liturgia, el lenguaje y el tnodelo organizativo de las tradiciones religiosas, para conferir a aquélla un aura sacral que se dirigiera a la e1notividad de la población antes que a la razón 2• Desde Paul Fussell, por fin, se viene a considerar que el mundo de los símbolos, de los mitos y de los ritos de la vida moderna, surgió en Europa a partir de la llamada «experiencia de guerra» -de la Gran Guerra de 1914. Una experiencia que, por su fuerza y la repercusión que tuvo en capas de población y rincones apenas movilizados con anterioridad, divulgó masivamente las modernas formas culturales ya prefiguradas, les dio su fonna 111ás acabada y tuvo el vigor necesario corno para generar en torno a
1
2
Cassircr, 1981: 246. Sobre el poder silnbólico véase tainbién Pierre Bourdicu, 1989. Gen ti le, 1994: 301 y sigs.
[407]
la exaltación co1nún del soldado hé1ne un senti1niento de fusión entre a1nplios sectores de la población y un cierto núcleo de élite 3• El catolicisn10, por su parte, sien1pre se articuló antes en el terreno del sín1bolo y la alegoría, que en el del pensarniento racional y la categoría. Se trató, en loda su tradición desde el barroco y aun antes, de evocar 1nundos con1plejos a partir de ideas sencillas, útiles para las gentes de for1nación ele1nental. Forn1as que ren1itieran a una visión orgánica del universo organizado por l)ios 4 . Era, en ese sentido, heredera de las fonnas culturales alegóricas y concretas desarrolladas a finales de la Edad Media 5 . España carecía de lo que en Europa se llan16 experiencia de guerra (referida a 1914). Su población estaba n1ayoritaria1nente co1npuesta por gentes que vivían en zonas rurales, en las que predo1ninaba la j'e sencilla y el pensan1icnto concreto. Sin e1nbargo, con la República tan1bién en la Península Ibérica se produjo ese acceso niasivo de la población a la vida pública (lo que George Mosse ha lla1nado «la nacionalización de las 1nasas» ), aunque de fonna franca1nente desigual y escalonada. rl~1n1bién las fonnas de sacralización de la política (Gentile) eran necesarias para encuadrar y transmitir las aspiraciones políticas ele la población. Aunque este apartado requeriría de un trata111iento nuls detallado (al que por otra parte no se renuncia), he1nos visto ya algunas fonnas que adquirió aquella socialización en la política desde los sectores ele la derecha aquí considerados: recuperación de las formas de la fe sencilla y local, rememoración ele los viejos mitos de las guerras del x1x (nuestra particular experiencia de guerra), recreación de una nueva n1ística católica, etc. 6 . En definitiva, por otras vías, se alcanzó una situación sin1ilar (poder del pensamiento mítico) al del entorno europeo del tiempo. Nos equivocaríamos si tratára111os de buscar una ideologfa categorial que diera cuenta cabal de las razones de aquella gente para sublevarse contra la República. El lenguaje categorial hubiera sido incapaz de condensar una experiencia surgida en aquel tipo de sociedad y en su estado de ansiedad. Fue antes el lenguaje simbólico, con sus 1nitos, su liturgia, etc. el que fue capaz de evocar esa experiencia vital. Contaba Jain1e del Burgo, que los carlistas navarros conocían las pasadas guerras «anccdótica1nente». Era su fonna de decir que se tenía una n1e1noria concreta y narrativa de aquellas hechos bélicos: infinidad de historias contadas en veladas invernales, heroicas o 1niserables, duras o épicas, trans1nitidas ele generación en generación co1no parte de la tradición familiar (de las que he podido recoger infinidad de relatos), el unifonne que se guardaba del abuelo, las insignias, un trozo de banderín, la boina del antepasado. Todos objetos rodeados de un aura de sacralidad, reliquias de un pasado glorioso. «La figura de Don Carlos [VII] -decía del Burgo- era una cosa que es-
3 4 5
6
Fussel!, 1984; Leed, 1986; Mosse, 1984; 1990; I-Ierf, 1988. Véase Daniélou, 1957: 172-191. Véase el clásico trabajo de Hulzinga, 1978: 286-294. Aparte de lo dicho aquí, véase Ugarte, J 995a.
[408]
taba viva en la mente de lodo el pueblo !carlista], ... en todas las familias carlistas de Navarra.» No ya en la 1ncnte: se hallaba reproducida en n1il cuadros junto al cuadro del Sagrado Corazón, postales, periódicos, etc. Las «Efe1nérides carlistas» eran sección habitual en el F>ensan1iento Alavés. Multitud de elernentos que tnantenían viva la 1ne1noria de la últi1na guerra civil del x1x.
«El ideario carlista de Dios, Patria y Rey -decía del Burgo-, ése es el éxito de los idearios simples. Dios, Patria y Rey, y eso el mundo lo retuvo ... si usted trata de profundizar, no encuentra respuestas» entre la gente sencilla. Luego estaban las revistas, etc., continuaba. Eso ya era otra cosa, pero que no llegaba a la gente llana. En todos los pueblos había viejos voluntarios carlistas. Y en Pa1nplona, la 1-Iennandad de Veteranos Carlistas. l~stos eran n1uy dados a contar sus aventuras, «n1entían con10 condenados», pero sentían una gran nostalgia y un gran orgullo: «ellos nunca se consideraban derrotados». Y los jóvenes les escuchaban con veneración, decía del Burgo (él era joven entonces)"'. Era pues todo ese conjunto de estructuras significativas (en palabras de Cliford Geertz 8), de cultura de sín1bolos y narraciones densas los que eran capaces de ordenar la experiencia y las einociones de la gente, antes que otras fonnas de lenguaje categorial, de cos1novisiones o de ideologías. De modo que en la guerra del 36 nos encontramos con todos los elementos simbólicos de las pasadas guerras del x1x español: el profetisn10, la teocracia según Israel, la vigencia del Antíguo Testa1nento, una visión de la historia hispana con10 historia sacra, unas fonnas, unos ritos y unas liturgias religiosas sin1ilares a las que nos encontra1nos en las guerras pasadas, la idea de la guerra co1no purgación de viejas faltas, la 111uerte con10 salvación y redención del pecado, una inística del n1artirologio (los jóvenes requetés asun1ían la inuerte con10 paso previo a la santidad), España con10 país elegido por Dios y Navarra como la nueva Covadonga, etc. 9 . Así es con10 1 para dar a entender la verdadera significación de la últin1a guerra, un seminarista de la época se refería al Libro de los Macabeos'º· Según aquél, el pueblo elegido de los israelitas habría sido ocupado por los paganos seléucidas gracias a la complicidad de algunos judíos. Los paganos habrían profanado el templo, perseguido a los hijos de Israel e intentado itnponer una cultura extranjera. Finahnente, Matatías y sus hijos se alzarían contra el invasor en nombre del Señor. Sería el relato de una guerra religiosa en la que el pueblo elegido habría sido castigado por su pecado de abandono de Dios. Sin embargo, ante el valor de los Macabeos, Dios asisti-
1
Jai1nc de! Burgo, 15 de junio de 1993 (104.A: 600). Geertz, !987: 90. 9 La larga serie de entrevistas que he realizado durante los pasados 1neses, inciden permancntc1ncntc en este tipo de ideas. Confío poder presentarlas ordenadamente en un posterior trab;tjo. Para el pathos deci1nonónico pueden verse, entre otros, Maníner, Albiach, 1969; Revuelta, 1979; Herrero, 1971; Gannendia, !975, 1985; Montoya, 1971. w Ta1nbién el p<Írroco de Uztaroz evocaba a los Macabeos para justificar la salida «al carnpo>) de Jos navarros en ! 820, con las partidas realistas (véase Ji1ncno Jurío, 1974: 267-8). ¡¡
[409]
ría a los judíos en su lucha contra la influencia pagana y helenizante. De ese n1odo, recuperarían las costun1bres de sus padres y la ad1niración por los héroes que habían combatido por la Ley del Sefior y el Templo. Fue ése el modo en el que se salvó el pueblo profético, portador de la Revelación. l.a de los Macabeos sería n1ás que una alegoría. Sería la transposición de la historia sagrada a Ja profana para sacralizarla. La sacralización de la guerra del 36. «Es una lógica consecuencia de conocer có1no ha sido la historia del pueblo de Dios, que desde el principio ... actuaba bajo el testimonio del mismo Dios que le conducía por medio de los jueces, por medio ele los profetas, por medio de los reyes ... Una actitud que no tiene otra referencia para actuar que la palabra de Dios», decía el joven se1ninarista, 1uego sacerdote. Porque Dios guía desde el Cielo los comportamientos de los hombres, continuaba. «Dios actúa pero 1nediante la reflexión de cada uno de nosotros en el lugar y en el a1nbiente» que le toca vivir. «Dios da la conciencia a los ho1nbres y, naturahnente, el pueblo judío se iba enfriando, iba alejándose de la Providencia Divina. Dios, entonces, los prueba. Y la prueba es a base de su propio esfuerzo, ele que se saquen ellos las castañas del fuego. Que Él está allí, y que ... lo que peligraba era la continuidad de un pueblo que era el único pueblo del mundo que creía en la verdadera fe, el pueblo elegido de Dios. Y que naturalinente, nosotros son1os católicos, so1nos cristianos que nosotros con10 navarros y co1no creyentes tenían1os que estar ta1nbién a aquello que estaba peligrando, porque ya era una degeneración: estas dos últinuls se1nanas -se refiere a julio de 1936- en que ni siquiera se podía hablar de determinada palabra, de detenninada acción; de que todo era una grosería, de que todo era un escándalo, ... Dios quiere pues la Ley, Dios quiere que se haga su voluntad, y no se puede anclar con paños menores, hay que ir siempre a la base .... tenía un pueblo leal», y ése fue el pueblo que se sublevó el 18 de julio 11 . De esa 1nanera clara, de ese n1odo gráfico resu1nía lo que era un largo y extenso pensatniento del tradicionalis1110 español. Pensa1niento que, co1110 en la Gran Guerra (Fussell, Mosse ), había siclo socializado en las pasadas guerras del x1x (las llamadas carlistas) adoptando formas elementales de pensamiento, creando la comunidad entre ciertas élites y el pueblo llano en torno a cierta solidaridad mitificada. Un pensamiento que se había transformado en narración, en relato que unía generaciones y podía ser transmitido con gran facilidad. A aquella experiencia se la había dotado con la llegada ele la República y con la posterior movilización de 1936 de una honda liturgia (basados en la liturgia eclesial). Las guerras del xix fueron la base legendaria y n1ítica sobre la que se construyeron como relato las experiencias de guerra en 1936 (hay infinidad ele historias publicadas de aquellas guerras, frente a la endeblez de un pensan1iento siste111ático carlista).
11
Javier Lorente, 4 de junio de 1993 (85.8).
[410]
A MODO DE REFLEXIÓN FINAL
Horizontes de experiencia «La experiencia de esta guerra n1e pone ante dos proble1nas, el de co1nprender, repensar n1i propia obra, e1npezando por Paz en la Guerra, y Juego, cotnprcnder, repensar España.» MIGUEL DE ÜNAMUNO,
1936
«La cadencia de la historia española -de la historia peninsular, podrían1os decir n1ejor- sigue, pues, 1nuy de cerca la cadencia de la historia europea. Pero no hay que decir que con fonnas y co1nportmnientos políticos distintos, porque distinta es cada una de las Europas con respecto a todas y cada una de las restantes, sin pe1juicio de su rotunda unidad geográfica e histórica.»
JosÉ M.ª JovER
ZAlvlORA
«En lo alto, no sé dónde, había no sé qué Santo, que, por rezar no sé qué se ganaba yo qué sé cu{ulto.» CIEGO DE METAUTEN (NAVARRA),
Recogido y facilitado por J. M. J1MENO Jurdo
«España entera tiene los ojos puestos en Navarra y los católicos todos nos 1niran con10 una nueva Covadonga de donde ha de partir la Cruzada que arroja a !os 1110dernos sarracenos.» El Pensan1iento Navarro, 9 de dicien1bre de 1906
Se ha tratado hasta aquí, según era el propósito inicial, de explorar en los orígenes de la guerra de 1936 con10 sí se tratara de un episodio cerrado de nuestra historia, es decir, sujeto al análisis histórico («Un episodio cerrado de la historia universal», ha subrayado reciente111ente Juan Marichal 1). Creo que ello favorece una indagación inás detallada, extensa y ajustada de Jos hechos. Se planteó con10 una contribución al debate sobre la realidad y el ca111bio social en los años 30, e111pleando para ello la especial circunstancia de la guerra. I-ien1os co111probado que, recíprocan1entc, el conoci111iento de esa sociedad ayuda a con1prendcr n1ejor la propia particularidad de aquella guerra, Ja de los n1ovitnientos políticos que intervinieron en su gestación (carlistas y derecha autoritaria en este caso), y los fundan1cntos del régin1cn a que dio lugar (cuando 111enos en sus inicios, que no después). 1-le dicho ya que se renunciaba a pesquisas causales de sentido 0111nico1nprensivo ······-en palabras de José Antonio Maravall 2- a favor del análisis de situaciones (que es otro 1nodo de responder al porqué de las cosas 3). Ésta no es, pues, sino una de las voces del coro de la época (Norbert Elias). Lo ideal sería que otras historias con otros puntos de vista con1plctaran o revisaran ésta. Aquí se ha tratado de con1prender otra época diferente a la nuestra y explicarla con una nueva luz. Creo que, desde la perspectiva social y cultural (punto de vista poco transitado hasta la fecha), ha quedado ilu111inada aquella situación con10 antes no se había hecho. Vistas las cosas así, las evidencias nos han llevado a reconsiderar algunas cxplÍ·· caciones habituales sobre el período. Y lo hemos hecho en tres direcciones. En pri111er lugar, rechazar que el tránsito hacia la sociedad (la (Jese!lschqfl de F. 1'ünnies, y sus derivados en la sociología evolucionista y dualista; hipótesis con la que in1plícita1ncntc se tiende a trabajar aún hoy) se hubiera con1pletaclo por esas fechas en puntos iinportantes de la geografía española. En segundo lugar, ir 111ás allá de una expli-
1
Maricha!, 1995: 262. «Prólogo» a J. M. Jover, 1991: 28-29. 3 Otra fonna de causación que atiende a la c01nplcja conexión de co11dicio11es que hacen posible un suceso sin !a falsa apariencia ele la univocidad interpretativa (Mcdick, 1994: 56). 2
[413]
cación en ténninos de golpe inilitar devenido en conflagración generalizada para la guerra civil, que silnplifica tre1nenda1nente un acontecin1iento social tan con1plcjo con10 aquél. Y, en tercer lugar, e1nparentar el régitnen de Franco en su n10111ento rundacional con otros regín1encs si1nilares en Ja r:;:uropa de su tien1po. l~n general, sostener Ja interrelación de todas esas circunstancias, y explicarlas en un áinbito 1nás glo·· bal, el europeo, al que de fonna natural pertenecía España (lo que 1nuy lenta111ente, tras un tie1npo garbosa1nente particularista relacionado con la teoría del atraso, va iJnponiéndose ta1nbién pan_~ nuestros siglos xrx y xx; lo que ya ocurre para los siglos anteriores). Se ha construido así la tra111a de esa historia en las páginas anteriores. H.etcnga1nos algunas ~pocas- ideas funda1nentales en esa 1nalla, pues, con10 decía Jan1cs Casey, «no se puede edificar una casa a1nontonando ladrillos»'1• Reinhart I
caracterizados por estar sujetos a un horizonre de experiencia (en paradójica combinación de pasado con futuro). Una geografía, unos colectivos y un tien1po en que se
' Casey, 1990: 239. 5 Es decir, desde que existe Ja noción del tiempo histórico y la historia como noción del cainbio en las sociedades. No antes, por tanto, de Ja Ilustración y la aparición de la idea de progreso (la providencia secularizada). Véase todo esto en el E.11Jacio de experiencia y horizonte de e.\pecrativa, dos categorías históricas», en Kosclleck, 1993: 333-357. 6 Koselleck diseña un nuevo escenario, e! actual, pos1noder110, en el que aquel alejamiento entre experiencia y expectativa tendería a roinperse al desgastarse las viejas expectativas (las viejas utopías) con las nuevas experiencias. En ese contexto en el que se cruzan expectativa y nueva experiencia, cabría reconocer de nuevo a !a flistorie co1no magistra vitae, y a la ciencia histórica, ciencia del pasado, corno susceptible de ser enseñada (véase Kosel!eck: 41 y sigs. y 356-357).
[414]
desarrolla una i1nagen del porvenir hecho de pasado, un horizonte soportado en la experiencia y la tradición. la idea de ca1nbio co1no retorno y nostalgia (pero no corno n1ito originario al 111odo de los nacionalis1nos, sino con10 reconstrucción del futuro con n1irada retrospectiva). Do1ninios de la experiencia co1no espacios de continuidad (todavía el peso de los usos tradicionales con10 recurso cíclico era in1nenso en la econon1ía, las relaciones sociales, los ritos, etc.), pero ta1nbién co1no horizonte de can1bio (que será ruptura con un presente para retornar al pasado: el retorno a la fe sencilla, la iglesia, la provincia, Ja co1nunic\ad idealizada). Ése será el latido -inestable latido- que do1ninará, con10 digo, el ticn1po, la geografía y a los colectivos aquí presentados. Por lo de1nás, dadas las 1nalas condiciones de co1nunicación existentes en la época, J:;;spaña era un territorio en el que coexistían varios 1nundos paralelos, que vivían tie1npos históricos diferentes, con sus particulares realidades sociales. Unos n1un
7 8
Pisclli y Arrighi. 1985; Socratc, 1995. Puede verse Ugartc, 1996b.
1415]
En aquellos círculos se estaba produciendo la adecuación, sin ruptura, de espacios de experiencia, de fonnas tradicionales de relación social a las nuevas realidades del inundo 1noderno. La realidad social de partida se arliculaba aún en pequefias localidades, relalivan1ente aislada, con con1unidades básica1nente ho1nogéneas tanto cultural con10 social o econó1nica1nente. La tierra ocupaba aún un lugar central en ellas. El igualitaris1110 rnoral o jerárquico era una nonna y un valor prevalen te (según una idea n1oral de la co1nunidad) cuya identidad se constituía desde la opinión social con10 espacio en el que se 1nedía la honra de los hon1bres, su reputación, posición y autoridad, y donde se generaban los valores unitarios a partir de sucesos concretos expuestos a juicio público 9 . L,a vida pública se articulaba en torno a la condición de propietarios de la hacienda de la casa y con10 cabezas de fa1nilia de sus 1nien1bros, pues la unidad básica y el vehículo de integración en Ja vecindad era la fa1nilia. Las personas con presencia social eran antes vecinos que individuos (o ciudadanos). La posición social o el rango venía dado antes por lealtades personales, fa1niliares, de patronazgo, etc., que horizontales o socioprofesionales (sin que estas últi1nas estuvieran excluidas; antes bien, éstas, así con10 las relaciones de 1nercado, se iban haciendo progresiva1nente 1nás presentes). Aquélla se 111edía antes en la arena de la vida pública, en cedazo de la o¡Jinh5n social (al rnodo de la!-l sociedades tradicionales) que en el terreno del increado o la propiedad. La econo111ía aún dependía al menos tanto del esrarus como podía depender del mercado. El conflicto, siempre pre· sente, se daba sobre todo entre bandos, entre fan1ilias o en el seno de éstas. Eran realidades sociales en las que iinperaba una cultura don1inada por el pcnsa1niento concreto y alegórico, hecho de sentido co1nún y fe sencilla (con10 visiones unitarias y cíclicas de la vida). Donde derecha e izquierda eran un problen1a de adscripción de bando, fonnados tanto con10 relaciones clientelares con10 por razones de socialización en la con1tulidad. En cualquier caso, esas niis1nas categorías estaban propiciando can1bios acelerados. Pues esos lugares eran entornos que habían conocido ya un apreciable proceso de nacionalización y cierto grado de niodernización. Muy ilnportante en ténninos ad1ninistrativos que en 1nodo alguno han de desecharse a la hora de esti1nar su ünpacto en la sociedad. No tanto en ténninos de instituciones sociales básicas (familia, comunidad, clientela) y de relaciones de poder y acceso a los oficios y servicios públicos (n1ás cercanos a lo que hoy llan1aría1nos corrupción o 11epotisn10, pero que en el tie1npo no tenían esa valoración 1noral, pues, con10 dice c:asey, no era en realidad una corrupción del sisten1a sino el sisten1a n1is1no). Desde finales del x1x -y ésta sería la tendencia del ca1nbio- unos nuevos 1110dos sociales venían i1nponiéndose y expandiéndose -aunque escasa, irregular y lenta1nente- desde las graneles ciudades. La prensa, la 1novilidad geográfica, la propia política progresiva1nente tnás nacionalizada (aunque aún con10 prolongación de los conflictos locales) jugaron un gran papel en ello (tal vez n1ayor que otras instituciones, especiahnente la enseñanza, tan iinportante en una Francia laica, jacobina y ra-
9
Véase Thomas y Znaniecki, 1974: I, 140 y sigs.; Corbin, 1988: 57.
[416]
cionalista, pero 1nenor en una f<~spaña con una escuela religiosa, provinciana y 1ná·· gíco/Jnilagrosa). 2.-En ese punto de encuentro entre tradición y 1nodernidad, se hallaba un espacio clave en ese tie1npo: la provincia (un án1bito que se recuperaba en esas fechas en lugares con10 Francia, pero que en la España conten1poránca había sido sien1prc fundan1ental). Aquel espacio de socialización estructuraba, con sutiles lazos nunca diáfanos, ese conjunto de células, que eran los núcleos de población que caían bajo su jurisdicción e influencia, para proyectarlos en el n1arco nacional. Un nivel, en el que estando 1nucho niás presentes los elctnentos nacionales y de 111odcrnidad, con1partía con la aldea no pocos valores y usos sociales. Un nivel que articulaba la vida local a través de vínculos personales y clientclares tejidos a partir de las buenas farnilias asentadas en la ciudad pero vinculadas a la localidad de origen. Con1unidades integradas en redes sociales que iban 1nás allá del entorno n1ás inn1ediato de la provincia y se prolongaban hacia Madrid, desde el poder que les daba su control de la vida local, para condicionar y ser parte de la vida nacional. E~n esa tran1a resultaba funda1nental Ja Ilan1ada ciudad de provincias (Pan1plona y Vitoria, en este caso) que a principios del xx habían entrado a fonnar parle de la red de ciudades (capitales de provincia por lo co1nún) que confonnaban la 1noderna red urbana de España. I~ran ciudades que, en el tnü1sito entre la ciudad deci1nonónica ilusH tracia, con1ercial y ele cultura localista a la n1oderna ciudad del xx, habían n1antenido un fortísin10 sustrato del ideal urbano tradicional -de la vieja con1unidad ciudadana- con10 parle de lo propio. Una idea de su idiosincrasia hecha de un ethos parlicularista (frente a la n1egalópolis cos1nopolita), diseñada por una élite ·urbana y do111inante entre una buena parte de la población. I-:'.-ra lo que daba a esta ciudad (Pan1plona, singulannente) ese genio, esa singularidad, ese fuerte carácter que la hacía distinguirse frente a otras capitales de provincia 10 • Un n1odelo específico de 1110dernización que, lejos ele ser único ---co1110 todo localisn10 tiende a ercer-, era, tal vez, un proceso histórico n1ás transitado en E~spaña y l~uropa de lo que ha tendido a considerarse (co1no la «altivez 1nedieval» observada por F. de Navenne, viajero francés de principios de siglo en Yiterbo, junto a R.01na, durante sus fiestas de Santa R.osa; o la cultura hanseática que Tho1nas Mann apreciaba en su Lübeck natal)ll. Aquella situación había hecho que una realidad que en el x1x (siendo n1aterial111ente una continuidad) se vivía con10 contradicción -la relación ciudad/ca1npo, urbanidad/rusticidad, limpieza/suciedad, liberalismo/carlismo-, se resolviera en el xx con10 un ideal continuurn entre esa ciudad y el can1po. Un conti11uun1 construido sobre una tupida red social y econón1ica 12 . Pero hecha ta1nbién a partir de una iina-
10
He estudiado esto co111n{is detalle en Ugarte, 1995a: 198-354. Lo de Vilerbo en Caro Baroja, 199 ! : 49-50. Liibeck en Mann, 1990: 29-31. Véase, en general, Alabart y cols., ! 994: 9. También sobre las ciudades rnediterr{incas crecidas a partir de un iinporlante casco histórico Salvador Giner en Alabart y cols., 1994: 41. O incluso Viena en la que la pennancncia de la Corte de los 1-fabsburgo condicionó una estructura urbana tradicional (ülscn, 1985). 12 Red que, con10 uso social y h{ihíto co1nercial, ya venía tejiéndose desde el xvrn y a lo largo de todo el x1x (Ríngrosc, 1996: 507-509). 11
[4171
gen ro1nántica e idealizada del ho111bre del ca1npo, arquetípica, construida desde la alteridad, partícipe de ese fisiocratis1no burgués que se extendió por las ciudades españolas hacia 1900. 'lbdo ello en el 111arco de un ethos ciudadano en el que se acogía al ca111pesino con10 parte de aquellaflunilia sana y cristiana de la ciudad i1naginada, en la que los valores rurales de la franqueza, la rudeza, el igualitaris1110 deferente, la solidaridad co1nunitaria, eran ad1nitidos con10 naturales y propios tainbién por el in1aginario do111inante de lo urbano. 3.~En ese entorno social fue adquiriendo consistencia de grupo una clase inedia conservadora (la del Cr'édito Navarro, Ajuria S.A. de Vitoria, el Diario de Navarra o el Cabildo Catedral de Vitoria) con10 élite de ciudad de provincias, colectivo de fan1ilias que tnediaban entre el es1a/Jlish111ent n1adríleño y las sociedades locales, la adnünistración y la sociedad, el Estado y el particular, y que participaba de una cultura castiza difusa y fuerlen1ente localista. Tocio ello hacía que asentara su pree1ninencia en aquel entorno provincial. Fue el poder, la influencia y la capacidad ele inediación ele aquel colectivo (con10 lo cotnprendió tardía111ente Manuel Azafia) lo que la práctica política más abierta de la República puso en entredicho (o Jo amenazó, según se 1nire). En defensa de ello, aparte otras convicciones y disposiciones ele cultura, se n1ovilizó ese sector contra los gobiernos de izquierda de la Segunda República. Hasta el punto de jugar finaln1ente un papel esencial cilnentando la coalición antirrepublicana. Ésas eran las realidades que iban a condicionar y confonnar una guerra que sería conocida con10 guerra de E.sJJalia, y a la que dieron su sello e in1pronta. 4.-·Si aquella guerra se produjo fue, entre otras razones, por el cn1peño ele un colectivo bien definido, ganado por el 111oderno autoritarisn1c\ por establecer un nuevo régirnen que ro1npiera con el siste1na liberal. Una disposición que les llevó a defender con éxito una doctrina de guerra civil 13 . Con una labor pedagógica rninuciosa llevada a cabo desde las instituciones (sobre todo Ja Diputación navarra desde 1935), las organizaciones políticas (Bloque de Derechas en Navarra y Hermandad Alavesa), la prensa (n1uy especialn1ente el /)iario de Navarra, pero ta111bién el 1-/eraldo AlavésF'enscuniento Alavés, , .. ) y otras instituciones civiles y eclesiásticas que controlaban, buscaron unir a aquella clase inedia conservadora en torno a su proyecto político, y lograron stunar a aquellas gentes de clase inedia a la insurrección que preparaban (combinaron para ello política, viejo erhos local y el gran miedo que ese colectivo sentía ante el 1nito revolucionario aventado en los años de la R. epública desde la derecha). Subrayaron el caos vital que, según su dog1na, regía el país, la pérdida de la vieja armonía y los modos de la España castiza (hecha de erhos locales), víctima de la ducha de clases y de razas» (Spcngler) que se abatía sobre Europa --y que tenía en España a su eslabón débil. Sostenían que si así era, se debía al caduco líberalisn10 y a la de1nocracia introducida en España por la H. epública. 1-Iabía, pues que pensar en nue-
13
Es Ernst N'ol!e (1988) quien ha desarrollado Ja idea de las <(doctrinas de la guerra civil>).
[418]
vas fónnulas políticas (que, en su inodelo, representaban sobre todo Portugal e Italia) que pusieran en pie la reserva de patriotisn10 que salvara a una nación en estado de e1nergencia (Car! Schn1itt); que reconstituyera su unidad espiritual (católica y racial) en torno a un proyecto de recuperación desde el I~stado del viejo/nuevo caballero cristiano espafíol. La síntesis y sín1bolo de aquel espíritu, de aquella fuerza vital e histórica sería para este grupo Navarra, con su hornbre agrario (se referían al H.equeté) y sus instituciones in1polutas de viejo reino cristiano, la nueva Covadonga que devolvería a Espafia a su destino original con10 país elegido por el Señor para realizar su obra (el mito del Reinaré). Co1no puede verse una co111binación entre lo viejo y lo nuevo, ese arco entre la historia y el porvenir; de elementos del tradicionalismo español (Donoso o Menéndez Pclayo eran citados sie111pre con veneración) con otros difundidos por el nuevo autoritarisn10 europeo, especiahnenle del radicalis1no francés. Pero sien1prc con la clara idea de actuar sobre una sociedad nueva que requería nuevas respuestas. Y, en general, hecho desde el análisis de corte positivista -antes que fenon1enológico/esencialista o 1nitográfico, n1ás propio del carlisn10. Un 1nodo de ci1nentar el viejo ethos de la ciudad con las nuevas fonnas del autoritaris1no. Un pensan1icnto n1uy próxi1no en España a los teóricos de Acción Espaiiola, a los n1;;n1rrasianos y los hon1bres del esprit franceses, al colectivo de la lla1nada revolucián conservadora en Alen1ania, al ideario del integra!isrno y el salazaris1110 en Portugal, a los nacionalistas de Alfredo H.occo en Italia, a la can1arilla corporativista creada en torno al rey Carol en H.u1nanía. Ellos se sentían efectivan1ente parte de un n1ovi1niento general europeo; tanto al n1cnos con10 herederos de lo que suponían genuinan1ente hispano. 5.-()tra cosa fue el carlisn10, una corriente política que arrancaba de las guerras civiles del x1x, de las que conservaba liturgias, sÍinbolos y len1as (y un gran caudal de relatos heroico-n1íticos, verdadero n1agn1a en el que se ali1nentaba su particular pathos y unía a generaciones sucesivas), lo que ha llevado a 1nás de un analista al equívoco. Se les ha considerado -al carlisn10 y a la propia Navarra- con10 un fenón1eno y un territorio re1notos en el tie111po y en la geografía, anacrónicos, 1nontaraces, anclados en el siglo x1x. Se ha hablado, en su expresión n1ás cruda, de «los I~e quetés carlistas esparcidos en las montafias /sic] de Navarra, ... más cerca de los ejércitos de los Cruzados de la Reconquista que de los fanáticos fascistas» 14 • En realidad, Navarra era, contra lo que suele decirse, un territorio bastante representativo de la l~spaiia del 1no1nento, aquélla 1nás alejada de las grandes ciudades con10 Madrid, Barcelona o 13ilbao. Llevaba bastante razón Manuel lribarren cuando decía que «Navarra ... , no es ningún 1nuseo de época, y podría catalogarse justamente co1no la re-
14 Paul Preston, 1986: 44. l~sta era Ja imagen que la izquierda de los 30 tenía del carlisino (quienes, a su vez, la tomaban de un viejo tópico roinántico deci1non6nico sobre el exotis1no hispano, al que venía asociado el carlismo). «Los descendientes de los viejos carlistas -sostenía Dolores Jbárruri (1963: 237)-- vivían en Navarra organizados y encuadrados en los grupos de rcquctés ... Todo era casi igual que en 1876.}>
[419]
gión representati va de nuestra clase media» provinciana. También el carlismo era representativo de la política que se hacía en el momento, de lo que en Europa representaron los sectores que De Fe lice ha llamado movimentistas, y Emilio Gentile partidos milicia. Afo rtunadamente hoy se tiende a una revisión sustanti va de l tópico; a considerar al carlismo como un fenómeno que va variando con las épocas (en sus planteamientos y en su soporte social) y no un simple arcaísmo pintoresco 15 . Sin embargo, salvo para especialistas como Julio Aróstegui o Manin Blinkhorn, el carlismo de la República y la guerra civil sigue sie ndo un fenómeno marginal, al que suele ignorarse en los estudios generales de época. Se cumple así el ef ecto poda que observara Jau me Torras ya en 1976: una historiogra fía contemporane ísta, demasiado e mbargada por el presentismo, que ignora aque llos movimientos que no sobrevive n a un cierto momento histórico (en este caso, al franquis mo, que actuó re iteradamente contra los restos de l carl ismo; el fra nquismo y e l paso del tiempo, c laro está). En el estud io se observa, por contra, un carlismo perfectamente operati vo y adaptado a su tiempo. Se trató, eso sí, como he dicho, de un movimiento antes fenomenológico/esencialista o mitográfico (acorde con un principio de siglo de mitos y emotividad, según lo expresa Ernst Cassirer) que de un pensamiento político sistemático. Y eso a pesar del esfuerzo de Víctor Pradera, cuyas propuestas legitimaron a la Comunión en el círculo inte lectual del moderno autori tarismo e influyeron notablemente en él, pero que fueron poco operativas hacia e l gran público carlista, lo que se llamó el pueblo carlista. En efecto, el carlismo basó su organi zación y la adhesión de las gentes a su proyecto ideal de revolución carlista 16 (revolución e ntendida como restauración de una viej a situación; de nuevo nos encontramos con el horizonte de experiencia) en elementos e mocionales, míticos y narrativos antes que en un ideario. Su ideari o era muy breve, pero contundente: Dios, Patria y Rey. No eran necesarias mayores ex plicaciones para Ja gente sencilla (a la que se dirigieron pri nc ipalmente). Se sirvieron de la fe sencilla y la costumbre, Ja memoria de gestas y e l relato de supuestos milagros acaecidos (y que los vemos recreados de nuevo en la guerra del 36), en Ja adhesión a un santo o en la emoción provocada por un estandarte de cofradía. En toda una liturgia de ceremonias, símbolos y actos que se confu ndían con la católica. Pero, sobre todo, e n la adaptación de su práctica política a los modos de re lación de aque ll a sociedad cargada de tradición y en proceso de cambio. En su adaptación a las soli-
15 Jordi Canal ( 1993) escribe un contundente an fculo subrayando la transformación que se produjo en el carl ismo hacia 1890 para adaptarse a la nueva política ele la Restauración y el sufragio universal como pa11ido de masas, contra el turnismo y a favor de la renovación de las prácticas polí1icas (man1cniendo su proyecto político neotradicionalista). Ya Jaume Torras ( 1976: 22) adv irtió del pel igro de confundir el carl ismo de los años 30 del x1x co n el carlismo de la guerra de los 70 de ese siglo. Una in1ercsante reílex ión sobre las diferentes lecturas del carl ismo en Pércz Ledesma, 1996. 16 Expresión que he encontrado con cierta frecuencia en1rc mis i nforman tes y que puede verse también en boca de A ntonio l zu, requeté de Echauri , un pequeño pueblo cerca de Pamplona (Fraser. 1979:
1, 166).
[420]
daridades locales, de bando o de cuadrilla, al empleo de las redes de amistad y clientela, al patronazgo, al ideal de l aldeano trabajador, del buen padre/señor de la casa. Lazos locales y personales que no excluían -antes bien implicaban- una actuación en la política nacional. Antes que ganadas por el carlismo, el carlismo se adaptaba a aque llas fo rmas tradicionales de organi zación socia l como el guante a la mano. Porque ell a mis ma estaba inspirada por similares principios: patronazgo de los notables, paternalis mo, solidaridad comunitaria, respeto a los mayores, presti gio de la tradición y el mandato divino; y una visión de Ja sociedad también simil ar: unitari a e inspirada por Dios. Esos fueron los mecanismos empleados por Jos notables carlistas para crear una red política que se solapaba e n parte con las redes sociales de patronazgo y cliente la extendidos por la provinc ia (y que vemos empleados en la movili zación de jul io). As í es como se tejió la un ión jerárquica entre la gente sencilla de la zona rural de Á lava y Navarra con los notables monárquicos. Para e llo emplearon tambié n diversos hechos reli giosos, como fueron la devoción a San Franc isco Javier y su mito de enérgico navarro («síntesis de este espíritu misionero y castrense de Navarra» y «prototipo de la raza», lo cali fi carán distintos polígrafos) volcado en una labor misionera por cristianizar el mundo en nombre de España 17 . San Migue l de Aralar, San Fermín y sus fiestas, la Procesión de los Faroles e n Vitoria, la Festividad de las Cande las, e l Corpus y s u octava, la Novena de Ja Purísima, la barroca Semana Santa con su Viacruc is y procesión sil enciosa del j ueves, las sabatinas, etc., o las apariciones de Ezq uioga, en el interior de Guipúzcoa fueron e mpleados para aq uel propósito. Todas e llas como actos contra una Repúb lica laica que intentaba suprimirlas (trampa en la que, con su legislación sobre cementerios, crucifij os, actos religiosos, enseñanza cayeron imprudente mente los gobiernos republicanos de la izquierda - aunque eran, ta mbién éstos, producto de un arraigado y fundado anticlericalis mo) 18. En ese espíritu de navarrizar España, en palabras del diputado carlista Jesús Elizalde19, de recuperarla para la catolic idad, de restaurar los viejos usos y ritos, con un espíritu místico y martirial a veces (sobre todo entre los jóvenes idealistas), campechano y espontáneo otras (con la espontaneidad franca que se le suponía al hombre
17
En honor a San Francisco Javier y la 1radición foral , siguiendo la lradición recreada, se intentó un acto de navarridad, de comunión de devotos del santo y acto de antirrepublicanismo, liturgia eclesial y autoridades ya el 3 de diciembre de 1931. 18 Sobre la fiesta de San Fermfn o la devoción a San Francisco Javier en Navarra y los actos de Vitoria, véase Ugarte, 1995a: 607-620. Sobre Ezquioga véase Chris1ian Jr., 1996 (en 1997 ha publicado un extenso estudio sobre religiosidad popular y polí1ica en relación con el caso de Ezquioga). Christian Jr. cree que los sucesos de Ezquioga sustentaron una alianza entre «campesi nos del norte, burguesía reg ional y aristocracia monárquica», punto de vista convergente con el aquí defendido. Sin embargo, creo más ajustado a la realidad del momento hablar de un pacto ent re movimentistas y establishment y de una red social jerárq uica tej ida en torno a él. No concibo a campesinos aliados a la aristocracia en aquella sociedad j erarquizada. l9 EPN, 30 de abril de 1936.
[42 1]
sencillo), se fonnó el Requeté. El panhispanis1no navarro (co1no el pangennanisn10 bávaro), que se co1npartía con la derecha autoritaria cercana a Acción lispaliola, se cotnbinaba con el espíritu de cruzada. Si la anti-Jis7Jcu'"ia quería asturianizar el país, decía Elizalcle en referencia al Frente Popular y a la revolución de octubre, los «patriotas de verdad», debían «navarrizarla». Navarra era «con10 la síntesis de España», y «el requeté Carlista ... la encarnación del antiguo caballero español». Navarra era la nueva Covadonga que reconquistaría España. Progresiva1nente, el Requeté se situó en el centro de aquel cruce de ideologías y disposiciones vitales, de voluntades y actitudes en1otivas que fueron co1lcitándose durante la pri1navera de 1936. Era la n1ilitarización de la política que se observó en toda la Europa del n10111ento. Así, y no de otro n1odo, puede entenderse el nivel de 1novilización que se produjo en an1bas provincias en 1936. Y explicarse que aquélla, lejos de ser una apelación a individuos é:ncuadrados en organizaciones paran1ilitares, o de ser un lla1nan1icnto de signo popular -----con un discurso y un progran1a n1ás o nienos articulado- fuera una llamada a rebato desde la capital. Una recluta personal no ideologizada sino una lla1nada que apelaba a un pathos 1nal avenido con la 1nodernidad, y a sentin1ientos de en1oción que las agresiones a éste producían. Tan1bién las expectativas de rccon1pensa y gratificación (en forma de ocupación de cargos políticos y oficios en la administración, y otros favores de orden económico o de beneficencia) propios de una sociedad basada en patronazgo, la clientela y en el pensarniento concre10 20 . Para ello fueron claves la densa red social que unía a las capitales con toda su provincia, los lazos de con1unidad (y la apelación a Ja opinión social de ésta, represen~ tada a veces por la ca1npana, otras por un estandarte o la in1agen de un santo) y cier·· tos cargos de inediación (co1110 secretarios de ayuntan1iento, 1nédicos, párrocos, etc.). De 1nodo que fueron los vínculos de con1unidad, de grupo, etc., antes que los senti1nientos de alienac;ón y ansiedad, de desarraigo en general, los que 1narcaron el grado de disponibilidad para la n1ovilización que se observaba en la zona alavesa y navarra de principios de siglo (y no a la inversa, como sostiene W. Kornhauser). Las pautas de 1novilización que se dieron no fueron las habituahnente consideradas propias de una sociedad de 1nasas. Fue aquella en buena 1nedida una co1nunicación ilnprovisada sobre la 1narcha, nada estructurada y a la vez eficaz, porosa, basada en la utilización de los canales habituales de tránsito de la infor1naci6n en la época y en aquel tipo de sociedad. Verdaderamente eran propias del xx pues en ese siglo se dieron (lo que nos lleva a preguntarnos por el empleo ahistórico del concepto de modernidad). Pero, en cierto 1nodo, nos recuerdan a otras fonnas de agitación ca1npesino/urbana de la Francia anterior a la Revolución, o a aquélla que se revolvió contra ésta en la Vendée. O la leva en masa realizada en 1870 en la separatista Bretaña fran-
20 No necesarimnente, por tanto, utopías o reco1npensas ideales, sino gratificaciones concretas co1no corresponde a un pensmniento unitario, propio entre aquella gente. Un fcnón1eno así ya fue observado por Brian Fitzpatrick (1990: 118-120) al referirse a los levantamientos ultrarrealistas del 111idi francés en el siglo x1x.
(422]
cesa, y que en E~spaí'ía pode111os observar desde la Guerra de la Independencia y a lo largo de las guerras civiles del x1x. Casi, por su inforn1alidad y 111odos de transn1isión boca a boca, recuerdan en sus fonnas a una //cunada a ascunblea realizada por los sefiores (los notables del partido en este caso) a sus gentes a través de los enüsarios enviados a la provincia tras levantar bandera de reunión. Aquellas pautas de 1novilización explican ta1nbién las fonnas que adoptó la reunión de Requeté en Pamplona (no tanto en Vitoria). Aquello fue una fiesta al viejo 111odo. Entre la feria y la peregrinación, en un a1nbiente de ron1ería festiva propio de las sociedades tradicionales en que prevalecen las fonnas con1unitarias (antes que otras concentraciones; 1nitines, 111ilicias encuadradas, etc., resultado, n1ás bien, de un cierto nivel de ato111ización social). Fue un acto en que la aldea invadió la ciudad (a111bas con10 ténninos de cultura; en un sentido connotado y no en toda su realidad social) y ésta la recibió con naturalidad, con10 en una liturgia de encuentro ca1npo-ciudad21. Y un acto de gran densidad e1notivai especiahnente concentrada en la salida del do1ningo día 19 hacia Madrid. Fue aquella 1nás bien una expedición tu1nultuosa antes que castrense y a la que el carlis1110 i1npuso su dinán1ica infonnal de cruzada, con la pizca de soltura alegre de una ro111ería. Y eso explica tan1bién las fonnas que adoptaron algunas partidas no son1etidas a la disciplina n1ilitar con10 ocurrió con la llan1ada f)artida de !3arandalla. Forn1as que, de 1nodo n1ás tenue con10 hen1os visto, se dieron en las con1pafiías del Requeté son1etidas a esa disciplina. 6.-I-Iay, dentro del carlis1110, un grupo que n1erece una atención especial por su peculiaridad y peso en la gestación n1ilitar de éste y por lo que suponía de novedoso dentro del carlismo. Me refiero al grupo de la AET de Pamplona, origen y núcleo del n1ás poderoso grupo 1nilitar del carlis1no en ese tien1po: el Requeté de Pan1plona (el nuevo !3atallón Sagrado). Era aquél un grupo de jóvenes que vivían en un a1nbiente de exaltado ron1anticis1110 juvenil. Adn1iradores de los 1níticos generales carlistas, clvidos lectores de la abundante memorialística de las guerras del x1x (del que aprendieron el idealizado estilo caballeresco) y cultivadores de la ine1noria de aquéllas (de los veteranos y su iconografía), jóvenes cultos e idealistas, entre el lirisn10 y la tarascada, urbanos, i111pregnados por el navarrisn10 histórico y partícipes de aquel especial ethos de la ciudad de Pa1nplona hecho cos1novisión, con una vaga conciencia social (a lo John Farrel), creían estar lla1nados a culn1inar la inisión regeneradora del país que en el pasado siglo había quedado inconclusa. Se sentían depositarios de la n1emoria 1110~ ral de sus antepasados, y eje del verdadero carlisn10. Partícipes, asitnis1110, de las ideas del cscultismo juvenil, del culto al ejercicio físico, el compañerismo, la generosidad
21 Resul!a significa1ivo que Juan Benet, en llerrumbrosas lanzas (Madrid, !983, p;íg. 75) describa el inicio de la guerra en Región (su geografía i1naginaria) coino una «feria del 1notor de ocasión». Significativa Ja coincldencla en la i1nagcn. Pero 1a1nbién porque tal vez !a literatura haya 1nirado con 1nayor atención que los historiadores ese de!a!lc de la vida que llaman1os cotidiano, donde se construyen las trainas de significación (algo de esto ocurrió en Aleinania con los años del nazisino; véase Lüdtke, 1994: 30 y siguientes).
[423]
y la rebeldía de la juventud, del valor creador del activismo y la entrega incondicional, habían iniciado en 1933 la reconstrucción del I<.equeté en Pa1nplona (tras rechazar que éste fuera siinple1nente valedor del orden del Sanedrín ~con10 lla1naban a la élite de Pamplona-, al modo de los comités de defensa ciudadana, del que fue señalado eje111plo el So1natén en España). Ellos eran partidarios de la acción directa callejera, vivificadora y creativa. l)aban así el salto decisivo entre un Requeté co1no organización de orden (al modo del Somatén), defendido por algunos notables del carlisn10, hacia el partido nlilicia 1nilitarizado al inodo fascista. Sin haber leído ni a Sorel, ni a Marinetti, a T. E. l-Iulme, o a Yeats y a T. S. Eliot (en los orígenes del irracionalis1no fascista para Sternhell), creían en la fuerza del activis1no, en el gesto viril, el vitalis1110 y la fuerza de la en1oción. I~llos lo habían obtenido de sus lecturas de las gestas heroicas del pasado siglo, pero, sin duda, eran pern1eables al irracionalis1no in1perante en la Europa del nion1ento. Jerarquía y co1npañeris1no, ejercicio físico, disciplina, acción, exaltación de la pureza de los valores, aventura, espíritu caballeresco ro1nántico y co1nensalis1no (lo que esti1naban que era n1uy navarro), hacían que los usos del escultisn10 que practicaban estuvieran en este caso al servicio de la organización de una n1ilicia política. Si en Francia las lJgas guardaban grandes se1nejanzas con el escultis1no, en Navarra las fonnas de ac~ ción del Requeté pamplonés, de aquellos jóvenes urbanos (no en los pueblos), entusiastas algunos de la aviación y los n1otores, eran deudoras de la profusión de aquella afición por el excursionisn10. l)e nuevo forn1as urbanas 1nodernas con10 continuidad con el pasado. 7.-Ha quedado establecido que la n1ovilización de 1936 encajaba en ese n1arco de alianzas, pactos y coaliciones que se dieron por toda Europa -en un n10111ento en que el siglo xrx co1no sísten1a global de integración social se había agotado y surgía la lla1nada sociedad de tnasas-, en defensa de un proyecto autoritario/ultranacionalista de nuevo f~'stado concebido co1no siste1na global y alternativo al viejo orden. Un tnovüniento de ruptura global con el liberalis1no. Según esto, aquella 1novilización habría que enn1arcarla entre los variados niovimientos que se dieron en toda Europa de asalto al poder del Estado (lo que los alernanes categorizaron con10 MachtergreUUng), que adoptaron fonnas nacionales diferentes, pero sie1npre protagonizados por élites antíliberales que 1novilizaban a a1nplios sectores de población (las llatnadas reservas de la nación) en torno a un n1ito nacio~ nal. Debe, pues, ser rechazada un visión simple de los hechos como ha sido la de considerarlo un n1cro golpe n1ilitar22 (residuo de una lectura de la historia en clave de atraso, de una tradición de golpes de Estado en el país, y ofuscado por el protagonis1no que tuvieron los 1nilitares en los hechos). Desde el co1nienzo se concibió con10 algo diferente a una 1nilitarada o un golpe de Estado (el que se asociaba a Jo que en-
22 «El golpe de Estado [se distingue] porque se configura solainentc coino tentativa de sustituir las autoridades políticas existentes en el interior del 1narco institucional, sin cainbiar en nada o casi nada 1necanis1nos políticos o socioeconómicos» (Bobbio y Matcucci, 1983: 1458). No es ése el caso.
1424]
tonces se lla111ó error JJrilno o error S{n~ito_-jo; que fue rechazado por todos y cada uno de Jos protagonistas, incluido Franco, con10 he111os visto). Aquel 1novilniento seorganizó con10 una reacción nacional, con10 una n1ovilización arn1ada n1asiva
2 ·'
Véase en este tíllimo sentido lo dicho en la nota 20.
[425]
la ONC, la disolución de la acade1nia 1nilitar carlista, etc. Se trataba de elinlinar la n1ontaHa (el colectivo n1ás co1npro1netido con el ideal 1novilizador), una práctica que se dio -aunque con n1ayor dificultad- en los otros regín1cnes de aquellas características: desarliculación de las SA en la Aletnania nazi, desvanecüniento de los squadrisri en la Italia de Mussolini. Finalmente, si aquella coalición pudo darse fue gracias al papel clave que esas clases 1nedías conservadoras de la provincia jugaron en aquel n1ovin1iento, tanto con10 enunciadoras de una teoría política autoritaria alternativa con10 por el papel jugado en la tra1na organizativa de la pri1navera de 1936 (lo que podían hacer por su función de tnediación social). Tatnbién por ser un grupo técnica1nente cualificado capaz de concertar y dirigir el 1novin1iento (papel que otras clases n1e
2·1
Tal vez quepa matizar, con todas las reservas, Ja afirmación del profesor Inman Fox (!997: 185) cuando dice que, por esos años, no encontrainos en España una cultura nacional inventada al servicio de un nacionalismo político antiliberal.
[426]
Así es co1no sus culturas locales variadas (que habían sobrevivido con10 pan1plonesisn10, vhorianisn10, cantabri.\·1no, o, incluso, bilbainisn10; y, n1ás allá con10 arcano idealizado de la aldea o lo castellano) sirvieron de soporte a una cultura españolista tradicionalista, hecha de tópicos ruralistas, ideales de pureza racial, historicis1no, de siinbología de castillos, casonas y ca1npanarios que soportaban el ideal, de n1itos y leyendas transn1itidas en Ja literatura, de costu1nhrisn10, de ritos eclesiásticos barrocos, procesiones, vírgenes y recuas de vacas (creadas con10 in1::igenes sien1pre estereotipadas, no naturalistas). Una cultura castiza que, en cuanto contraponía la plebe, la chusnu1, al sano pueblo español de seilores y labriegos, de da111as y rnanolas, fue tan1bién íntünan1ente antisocial y profunda1ncntc jerárquica. Antisocial en cuanto que concebía un pueblo en el que las jerarquías fonnaban parte del propio carácter de los estereotipos. Y castizo (de casta) cuando extrañaba a la plebe del seno de la sociedad. Aquella gente de los a1nbientcs fabriles y urbanos, plebe y chu.Hna, que con1enzaba a desarrollarse en los barrios de las grandes ciudades, y que eran considerados extraños al círculo extenso y jerárquico del inundo reconocible y plücido de la sociedad castiza. El populacho ajeno a la gran fa1nilia del pueblo español (pan1plonés, vitoriano, santanderino, e incluso 1nadrileño). Una cultura Jocalista y al tieinpo españolista que ayudó a consolidar a la élites locales en su poder, tanto local con10 en el 1narco cspafiol25 . La provincia ·--reconstruida con10 arcano y con1pendio de costu1nbrisn10--· era, pues, protagonista destacada en ese niundo de la cultura: desde la 1núsica con Ja zarzuela, a la literatura costu1nbrista, de la pintura regionalista a los cuadros escénicos que se representaban en fiestas y sedes sociales varias, o desde el resurgir de grupos folclóricos a la arquitectura regionalista. lJna cultura capaz de crear un inundo sin1bólico y litúrgico, de lugares de 1ne1noria sobre los que construir un dctenninado nacionalismo político cspafiol hecho desde Ja provincia. 9.-- Esa transfonnación de cultura difusa en cultura nacional y nacionalis1no político se buscó con denuedo durante los años de guerra (con cierto éxito) con10 parte del esfuerzo bélico y ele1nento cohesionador del nuevo régiinen ultranacionalista. Y se hizo a través de una fortísin1a ca111paña contra el Madrid republicano «frívolo, injusto con el resto de la Patria, deshonesto y festivo>>, ocupado por las hordas ateas y extranjerizantes contra el que se habría revelado la provincia, depósito de la España esencial. A través de aquella iinagen de reconquista, y con un siste1nático progn:una de recuperación de variadísimas tradiciones de la vida local (religiosas o laicas) y una ca111paña de construcción de iI11aginería diversa (altares, estandartes, banderas) que habrían de instalarse en un Madrid recristianizado al finalizar su redención por la provincia. Fue ésa la vía elegida para representar aquel conflicto desde los pri1neros días (dándole connotaciones de c:ruzada). Era la cultura castiza, la cultura por antono111asia de la provincia, la n1is1na esencia de la España católica, la que había sido agre-
25
Ugarle, 1995a; Rivera, 1990; Suárez Cortina, 1994; Juaristi, 1994.
[427]
di da -sostenía aquel discurso- durante la l~epúhlica. Se contraponía, así, la cultura nacional, propia, católica, castiza, frente a otras culturas extranjerizantes de «hoces y 1nartillos y banderas rojas». Azaña, que representaba al liberal rnodenústa que había despreciado los modos de la provincia (y reducido el poder de sus élites), se hallaba ya preso, se decía, del populacho (los socialistas) y conducía a la deriva el barco de España. Madrid escenificó esa contradicción: era la pugna entre el Madrid castizo, 11101deado por la provincia, y el nuevo Madrid; entre el Madrid goyesco, aquél que la cultura castiza había llevado a identificar con el Madrid genuino, y que había «desaparecido» con la República y destnoronado ante la presión de otras culturas ajenas y el desorden (en realidad el can1bio se venía produciendo ya antes) 26 . Ahora se hallaba en 1nanos de las hordas 1narxistas e i1npías. ¡.Iabía en todo ello una lectura ideológica que conectaba con los nacionalis1nos esencialistas europeos (entre los que estaba el nacionalisn10 español de corte traclicíonalista, incardinado en e] de Maistre del alrna nacional con10 tra1na interna de las venerables costu1nbres ele un país que abrazarían las generaciones de todos Jos tien1pos, que en España serían la Fe y la Monarquía con10 constitución interna). Y, en concreto, con aquél que veía el ser de E~spaña, lo que se estin1aba gcnuinan1ente propio en el á1nbito de Ja cultura, en esa tradición neorro1nántica y costu1nbrista que había quedado fijada a finales del siglo x1x con10 cultura castiza, provincial y católica. L,a provincia, finahnente, to1naría Madrid. Y ta1nbién Madrid se provincializaría. La España castiza asociada a la idea de reconquista de Madrid, arraigó hondan1entc en los círculos de cultura que apoyaron a Jos sublevados. «Madrid fue reintegrada a la corriente nacional», co1no quería y propugnaba en julio de 1936 Francisco Cossío (director de El Norte de Castilla de Valladolid). Y, tras la guerra, en 1939 Gómez de la Serna se congratulaba con el «¡Feliz paisaje! Nuestro Madrid sé que ha vuelto a ser lo que quería1nos, el que nos habían defonnaclo y que sentían1os esa deforn1ación dolorosa e íntin1a», cte. España se hizo provinciana (y católica, que era el n1odo de ser español en la idea de la Provincia), fortaleza y baluarte de la tradición y el integris1no, pequeña, triste y gris, teñida de aburrin1iento (si no de han1bre y otras 1niserias, claro está), a1nante de su peculiaridad variadísin1a, herencia de tantas culturas locales co1no existieron en el pasado, deseosa de reproducir las más amables escenas costumbristas. Ésa fue la base cultural de cierto nacionalis1no que se expresó en la posguerra (con un éxito relativo). Y aquel nacionalis1no requirió su liturgia, su rito que transfonnara en cn1otivi
26 Madrid conoció con Ja República un crecimiento y una transfonnac!ón sin precedentes en gran urbe y en verdadera capital real y sin1b6lica de la nación. Los republicanos (y 1nuy concreta1ncntc Azaña) eran n1uy conscientes de la necesidad de esa transfonnación y la impulsaron. 'nunbién, a la inversa, fue para ellos el ideal del Madrid republicano, 1noderno y 1nirando a Europa (véase Juliú, !995: 498 y sigs.).
[428]
l'odo un progra1na de liturgia para la inovílización de 1nasas, cargada de todo un conjunto de sín1bolos y alegorías (que a111alga1naban las ideas del nacionalisrno español tradicionalista, cuya ahna era Navarra, la Provincia por antono1nasia, Ja nueva Covadonga, con la idea de guerra santa). Fiesta sacro/patriótica en la que en un inn1enso escenario, con una escenografía de recurrencias, se 1novían con sin1ultaneidad 1niles de personas generando, a través de la e1noción, ese sentin1iento de con1unidad que las nuevas corrientes políticas surgidas del irracionalisn10 i1npulsahan en aquel 1non1ento en tocia E~uropa. 'lüdo ello hecho a partir de la tradición de la liturgia barroca que practicaba la iglesia española (con lo que se daba ese tono nacionalista que se pretendía n1icntras se conectaba con el sentir religioso de quienes secundaban la cruzada). No fue aquél el 1nodelo que siguió el fra11quis1no de los prin1eros 40 -c1npeñado en adoptar la liturgia falangista n1ucho nienos arraigada entre los n1ovilizados. Aunque sí por la Iglesia politizada de la posguerra (en torno a la que se agrupó el conservadurisn10 franquista), con sus niisiones, niisas de ca1npaña, etc., y que fue de nuevo plenan1ente recuperada por el franquisn10 de los últin1os 40 y 50, tras el proceso de desfalangistización pro1novído a la caída de Serrano Súñer y la derrota de las potencias del Eje. Ni que decir tiene que todo el acto de la guerra se representó desde sus inicios, antes que la Iglesia lo elaborara con10 doctrina de la nueva causa, con10 un /Jellun1 sacrurn et justun1, una Cruzada popular contra el in1pío intruso que se había asentado en Madrid y a1nenazaba con destruir España. Creo que, en este nivel de las representaciones, ese calificativo es el idóneo para aquella guerra vista por la gente sencilla sublevada (sin que ello in1plique ningún pronuncianliento sobre el carácter de aquella guerra con10 guerra
27
Aunque, por ejeinplo, G. t-.1azarino, el que fuera canlenal/minlstro francés, refiriéndose a las llamadas guerras de religión del xv11 dijo que «la guerra de Alcinania no es una guerra de religión, sino una guerra para combatir las grandes aspiraciones de la Casa de Austria».
[429]
y el Régilnen que de él surgió en esos años con otras forn1as autoritarias de n1ovilización de 111asas que se dieron en la Europa del tie1npo. l"{esulta pues lcgítín10 hablar de ellos en con1ún, categorizarlas histórican1ente, con10 se hace con las de1nocracias parlarnentarias, tan variadas, o se hace con los con1u11is111os, no n1enos variados. A falta de una 1nejor denotninación cabría utilizar el térnlino de los fascisn1os, así en plural, para referirse a esos regúnenes (co1110 lo hacen desde puntos de vista diversos, Enzo Collotti, Renzo De Felice, Julián Casanova, etc.)2 8. Otra cosa es la evolución que tuvo el régimen de Franco tras la derrota del Eje en 1945. Tal vez lo que haya1nos observado en el caso de la zona y el tien1po considerados en este trabajo fue el de unfascistno sin fascistas. En España se recurrió al nüto católico y a la cultura castiza para crear una cultura ultranacionalista que justificara el régimen (del mismo modo que en Alemania se recurrió a la tradición pietista, etc. y a la idea de raza -Mosse- o en Italia a la Ron1anitO; pero en Austria o H.u111anía de nuevo a la catolicidad y a la ortodoxia inás fanática). Fue un régimen creado en aquel proceso en que la sociedad comenzaba a catnbiar aceleradan1ente y cuhninó el ca1nbio bajo él. El régin1en surgido de aquella guerra (un asalto al poder, en realidad), fue un régimen fundado, de nuevo, sobre horizontes de experiencia, sobre una idea del porvenir retroactivo: la reconstrucción hacia el futuro de la E'spaña eterna (construida, eso sí, contra n1edio país, la llatnada anti-Espmia, como en Alemania o Italia, para reprimirla o fagocitarla; ésa es la historia del franquismo que surgiría a partir de estos episodios). Con todo esto he intentado --con n1ayor o 111enor fortuna- responder parcialmente, claro está, a la pregunta que Unamuno se planteaba ante la visión de la guerra y la que la historiografía n1ás seria se plantea ante el fenó1neno social que significó la Guerra de Espaiia (1nucho 1nás que una asonada 1nilitar, 111ucho n1ás que un conflicto armado): repensar la historia reciente de España. Y, también, vincular elementos fundamentales en la vicia del hombre, como son su vida social, su cultura, la guerra, la paz, la política, la religión con los elementos de cambio y cuestiones no resueltas acerca de la evolución de España en su últilno tra1no del x1x (que declinaría entre 1917 y 1950). He intentado trabajar desde la idea de la continuidad existente entre las formas más habituales e institucionalizadas de la vida diaria y los momentos de acción y cambio no convencionales 29 . Y he procurado hacerlo desde la cercanía que permite el contacto directo con aquella 1ne1noria (la encuesta oral). Creo que a un cierto nivel, aún incipiente en nuestra historiografía, ese propósito ha sido alcanzado.
28 29
Un buen resuinen de todos aquellos inovilnientos en Payne, ! 995 Véase al respecto, Pérez Ledes1na, 1994.
[430]
LISTADO DE INFORMANTES INFORMAN1E
PUEBLO
NACIDO
PROFl:'S/ÓN
Al-A2-A3
Vil!at11crta
19!
Aguillo Aguillo, José
Lag11ardia
1920
labrador
Álvarcz '\
Lagrán
19!6
labrador; vendedor de leña;
A!zucla *, Salustiano
Lumb!cr
1907
labrador; jornalero 11/!!/93
Andfo Larn1ya, Félix
Olite
1918
seminarista;
Anducza Akaya,
l\1añcru
1909
labrador
S/XJ/92
Tudel a
1898
empresario alfarero (entre artesano y empresario)
3/11/93
Apeste guía Cirauqui Baqucdano, José
1917
grabador;
8/X/92
Arbcloa *, Nicanor
Mañcru
1915
labrador
Arb!zu Lópcz de
Bncaicoa
1908
carpintero
Arela '\ Ángel
Salinillas
1921
labrador
!9/11/92
Arisiorcna *, Francisco
LizaJTaga
1915
labrador
6/X/92
Artieda *, Justo
Echarri
1927
propietario de
J
Ba!domcro
1~4
/:'·/
labrador; emigrante
J
6/JX/92
!4///92 J
l/V!/92
J
l/V!/92 12/Yl/92 16/Y!/92
J
6/VJ/92
militar
(+Seminario)
!O/Xll/92
! 3/l/93
l 3/l/93
constructor
promotor
Jesús Aiión "', Rom;ín
ceramista l/X/92 31 /Vl!/92 3 J/Vll/92
Zubiría, Manuel
l 9/11/92
1/X!l/94 19/!l!/97
20/X!l/91
una mucblcrfa Azpi!icueta *-, Cruz
Lczaun
1901
labrador; ganadero
22/IX/92
Azpi!icucrn *, Dámaso
Lezaun
19!8
labrador; ganadero
22/!X/92
[431
J
:i
-t
:!
INFORA1AN1E
PUFHIJJ
NACIDO
PROFHS!ÓN
H-1
E2
Azpilicueta *, don Mónico
!.ezaun
1901
sacerdote
Baiialcs Mcndía, José
Art<\iona
1916
labrador
Barandal!a *, Gallina
Echarri
1928
ama de casa
20/Xlll93
Barandalla *, Germán
EcharriAranaz
1928
vendedor; vi<úante ('!)
5/Xll92
Barbarin *, Benito
Arróniz
192!
labrador propietario
l 8/IX/92
Barrón A!bizua, Eduardo
Salinillas
1921
labrador; trab1úador fabril
!2/11/92
Beráin *,Ángel
!'v1aiieru
1918
labrador
Berude *, Francisco
Estella
1924
secretario de ayuntamiento
BonaÍ
1910
labrador
Briones Barrciro, José
Laguardia
1915
labrador
Bucsa Huesa, Antonio
Vitoria
1913
farmacéutico
!J/01/87
Burgo Torres, Jaime del
Pamplona
1912
escritor
9/\11/93
Campo Uralde, Jmm
Berantevil!a
1917
agricultor
25/\11/92
Carasatorre 8, Rafael
Ecl1arri-
1940
etnólogo
Castie!la *, Juan José
'fofa Ha
1915
farmacéutico
Cirauqui *, Pablo
Pamplona/
1915
sastre cortador
17/Xll/92
Cruz Süenz de Landa /\rzamendi, Juan
1917
ganadero; labrador
20/1192
Díaz Barrcdo, Álvaro
Fresneda
1912
labrador
21/\1111/89
Díaz de Guerciíu", UllívarriJosé Gamboa
1908
albaiíil
23/J/92
Díaz Men
1916
oficinista; pantalonero; portero de sala de fiestas
29/V/92
Díez-Caballcro Salinillas Lasheras, Fernando
1935
médico cirnjano
17/!11197 25/111/97
Domeño*, Eulogio
1918
labrador; varios oficios
11/11/93
Echcvcrría Ugartc, Estella t\1auro
1910
contable de banco 18/JX/92
Elorza Orbaiianos, Peiiaccrradn Félix
1900
labrador
f;'.J
25//X/92 25/JX/92 !0/11193
!8/JX/92
J/X/92 !6/IX/92
10/1/92
! 1/\11/93 15/Vl/93 22/VJ/93
Aranaz
Burlada
Santa Cruz de Camp.
Lrnnbier
[432]
};'4
22/l/93
l 3/J/92
18/!X/92 21/!X/92
F,"5
/NFOR1\JANJE
PU/:'IJl.O
NAC/f)()
l'/?OF/:'SJ(JN
F,-1
u
Erdoz<íin '\ José (Jabrid
Sangiiesa
1910
Esteban *, Francisco
EcharriAranaz
1907
labrador
2/Vll/92
Fermíndcz *, JeslÍs Luis
Mendavia
1941
macs1ro
19/!/93
Fl'rn•lndez Rosas, Pcíiaccrrada Aurcl!o
1919
labrador
13/1/92
Ganuza '-', Cresccncia
Ugar
1897
ama de casa: labradora
Ganuza *, Félix
Ugar
1918
labrador
Garayo 7.ugasli. Víctor
Ugar
!919
labrador
22/IX/92 22/IX/92
García ", Aslerio
O lite
1909
jornalero (peonada en campo, construcción
30/Vl/93
García*, Plácido
Moreda
1912
labrador: obrero; ordenanza de ay1111tamic11to
28/VJJ/92
c;arcía Albéniz, Felipe
Vitoria
1918
periodista
Gómcz Vadillo. c:ündido
Lcciiicna de Oca
19!3
labrador
Lagrán
!910
ama de casa: labradora
Cirauqui
!913
labrador propietario
Gonz;\lez
~·,Julia
Hermoso de
ivlcndoza "-.
7/X!/94
22/IX/92 8/X/92
26/1/87 J 4/V!l/92
5/l!/92 20/Xl/92 20/Xl/92
Joaquín 1-!ual'lc
8 , Josl~
Art;üona
191"1
chófer a11lob1ís
10/!!/93
1-!unnc Calleja, Victoriano
Tudel a
1925
procurador
3/11/93
lb;íiicz Sobnín, Victoria
Gurcndcs
1904
ama de casa; sastrería
Llodio
1923
Ecllarri~
1918
labrador
6/X/92
!barguchi *", !goa ·;',
'~
Fl~lix
25/IX/9 l !5/IX/87
Aranaz Iriartc !..arrea, ,\na M:'
Artajona
!921
ama de casa
10/11/93
lribas * M:' Dolores
Pamplona
192!
ama de casa
!4/XJI/94
Jrígoyen Marión. Grcgorio
Lumbicr
1919
labrador
1918
seminarista; trabajador carpintero
lrigoycn Mugucta, Seminario Scbastiün
[433]
16/11/93
J !/!!/93
!O/Xll/92 17/Xll/92
E-3
EA
E-5
INFOR!i1ANTE
PUEBLO
NACIDO
PROFJ:-SIÓN
E-1
F.,
Landa". l\1odcsto Vi!latucrta
!912
labrador; otros oficios
30/IX/92
Lashcras Lashcras, Salinil!as Ana M.~
1926
ama de casa
25/!l!/97
Lezaun *, don Fcrmín
Ariznla
1914
sacerdote
30/lX/92 30/IX/92
Lczaun *', Jesús
Abárzuza
E-3
1926
sacerdote
8/X/92
López de la Calle Santa Cruz Ibarrondo, Jesús
19!2
sastre; cartero
291\1192
López Fcrm\ndcz Peñacerrada de Gamboa, F!orián
1912
lnbrador; ganadero 13/1/92
Lorcntc Esparza, Javier
Olite
1915
sacerdote
26/V/93
l\1aiza *, Lucio
Echa1TiAranaz
!904
pastor; labrador; electricista
2/\111/92 2/\111/92 22/V!!/92
8,
Echarri-
1912
pastor; labrador
22/V!l/92
Marañón Calleja, Crip;ín Carmclo
1915
labrador
16/Xll/91
Marauri Elizondo, Moreda José
1918
labrador; obrero
28/\111/92
Maiza
Vicente
1:'4
1:·-5
1 !IV!/92
26/V/93
4/Vl/93
4/Vl/9:~
Arana~,
6/X/92
Marii'iclarena *, Bautista
EcharriAranaz
1916
obrero
Martínez Alaña, Hipó!ito
Fresneda
1918
labrador
Martíne7, Arroyuelo, José
\liana
!916
jonrnlcro; funcionario municipal
29///93
l\1artínez Erro, Luis
Pamplona
19!0
comerciante (vende objetos de culto)
l 3/1/93
Martínez Íiligo. Manuel
Labastida
1918
electricista; contable
14/J/92
1920
labrador; tratante
18/1/91
Sotés/Nava
1911
labrador; mililllr
lO/XJJ/92
Mendaza Zúíiiga, Santa Cruz Anastasia
1912
labrador
29/V/92
Menoyo Pineda, Lucio
1915
labrador; 18/Xll/90 guardia civil; propietario de bar
Morn Anuncibay, Berantevi\la Eutiquio
!9!2
labrador; obrero; 25/Vl/92 electricista
Marte Francés, Javier
Tudel a
1924
médico estomatólogo
3/11/93
O!abarrie!a *, Ti moteo
Osma
1915
labrador; conserje de hospital
3111192
Olaizola *, JeslÍs
Villarreal
1908
ingeniero agróno- l l/X/94 mo /bibliógrafo
l\1eano Martíncz Marlíncz, Primo Mai1orcll '\ Tomás
Osma
24/IX/9 ! 27/IX/91
[434]
l 3/l/93
301X/91
!9/11/93
28/!!/94
25/XJ/94
14/X/94
14/X/94 !7/XI/94
8/JV/94
INFOR1\1ANTC
PUF.BLO
NAC/f)()
PROFESIÓN
E-1
Orive Estcfanía, Julio
!.ahasiida
19!3
l;1brador
14/l/92
Ortiz de Anda Fcrmíndcz
Osma
!9!2
labrador
3/XII90
Osés de Campo, Honora to
Novclcta
!912
labrador
l 6!1X/92
Padrones de la Fuente, To1rnís
Vitoria
1907
militar
15/!!!91
Pereda Álvarcz, J,uis
Sa!inillas
1920
labrador; chófer
25/11/92
Pére1, Niev;1s José
Tudel a
1925
abogado
3111193
'fafalla
1913
guarnicionero por cuenta propia
22/l/93
Pinedo '". Ángd
Espejo
!925
peluquero
25/Vl/92
Pincdo Jb;\íkz, Juan
Espejo
!934
vendedor u!tramurinos; trabajador de la c;~ja
27/IX/91
Pincdo !báfícz, Natividad
Gurendcs
1927
modista
25/JX/91
Pincdo y Pinedo, Eugenio
Gurendcs
1901
sastre; empleado de la caja
25/IX/9 !
Pobes *', Galo
Pernau1 Felipe
*.
¡:?
E-3
E4
29/V/92
l6!V/91
Vitoria
!920
propietario
27/X/94
Pobes *, José M." Vitoria
!917
militar
16/Vll/9!
Pobes Olaizola, Pedro
Labastida/ Vitoria
1945
físico
8/X/94
Vitoria
1918
ingeniero agrónomo
19/!V/91 24/IV/91 14/Xll/93 !5/Xll/94
Ramírcz Armentia, Lec!fíena Ludo de Oca
19!0
labrador; ordenanza de Diputación
!7/Xll/91
Rcbolé *, Francisco
Lumbier
19!6
labrador
Rcp;\rnz Maiza, Manuel
Arbizu
!912
trabajador de cantera; chófer; labrador
23/VII/92
Ruiz de Heilla "', Basilio
Espejo
1918
comerciante; cartería de butano
25/VI/92
Súcnz de Uganc Dícz, Dolores
Berantevil!a
1925
ama de casa
201Xl94
Lagrún
1937
etnólogo
7/11/92
!911
labrador; músico
Rabanera Luis
*,
Sácnz de Urturi Isidro
*,
Santamaría Labastida Cestufc, Poncíano
E-5
27/X/94
4/X/94
16/11/93
19/X!l/90 21/Xll/90
1
1
[435]
¡l
¡
1 j 1
f¡\l¡.'QRA1ANTF.,
PUEBLO
NACIDO
PROFES!()N
F-1
/:"-2
Estella
1920
varios
l/X/92
l/X/92
'Ji1falla
1916
labrador
22/1/93
22/1/93
Urnnga Santcstcban, Pamplona José Javier
!921
periodista (director de! Diario de Nav111-ru)
Usatorre Zubillaga, Vitoria Jaime
1936
empresario
22/X/94
Usato1Tc Zubillaga, Vitoria Pilar
!923
ama de casa
5/Xl/94
Val Sosa, Vcnancio del
191 !
periodista
!5/VJ/88 10/!Jl/94
Zabalcta Guembe, Pamplona Agustín
1912
funcionario de la 20/Xll/93 28/Jl/94 Diputación
Z11fía ·~. /\1ariano
1920
abogado economista
Satnístegui Juan
8
,
Segura Pérez lriarte, Enrique
Vitoria
P;unplona/ Lciza
l~-3
/;4
f;'-5
21/X/94
21/Vll/94
1 !/IV/94
17/Xll/92
En las notas se citan por el nombre. la íccha de la entrevista y el número de cinta en el que estú archivada la conversación. Donde figura el asterisco(*), falla el dato.
[436]
BIBLIOGRAFÍA J\B1\SCAL,
A. ( 1955), «Los orígenes de la población actual de Pa1nplona)>, (Jeographica,
6-7. AcEvEs,
J. ( 1971 ), Ca111bio social en un pueblo del sur de E'spafía, Barcelona.
E. (1986), !Jon Manuel Az.aila /)faz, Madrid. AGUILAR, P. ( 1996), «Ro1nanticis1ne i 111aniqucis1nc en la guerra civil, de Ji'erra y Libertad a Libertarias», L'Aven(-·, 204. AGUIRRE, Estanislao de (1992), (Justavo de Maeztu, Bilbao, Prólogo de K. M. Baraiíano y EpíAGUADO,
logo de Miguel Sánchcz Ostiz (origina! de 1922).
A1zPÚN, B. (1988), «La reposición de la J)iputación Foral de Navarra. Enero !935», Príncipe de Viana, Anejo 1O. ALABART, Anna; ÜARCÍA, Soledad y ÜINER, Salvador (co1nps.) (1994), (_Jase, poder y ciudad, Madrid. ALAVA, V. de (es V. del Val) (1938), «Cantones vitorianos)), Vida \i1sca, 15. ALBERT, P. (1990), Historia de la prensa, Madrid. A1.cALÁ ZAMORA, N. (1977), Me111orias, Barcelona. ALCARRAZ, F. (1879), «La Granja de la Rabea», Revista de las Provincias Euskaras, III-8. ALDCROFt', D. H. (1989), Historia de la econo1nía europea 1914-1980, Barcelona. ALFARO, T. (1951), Vida de la ciudad de Vitoria, Madrid. (1987), Una ciudad desencantada. Vitoria y el n1undo que la circunda en el siglo XX (Edición, introducción y notas, Antonio Rivera), Vitoria. (s.d.), La dictadura y la República (111ecanografiado en el archivo privado de la fanlilia Alfaro; cortesía de A. Rivera). ALONSO, Z.. ( 1927-1928), Anuario Zaus. Álava en la vida oficial y social. Vitoria. La ciudad industrial y veraniega, Vitoria. ALPERT, M. ( 1982), Las re.fonnas nlilitares de Azcaia, Madrid. - (1991), «Los 1nilitarcs díscolos, las Juntas de Defensa y la l)ictadura de Pri1no de Rivera», en (}arcía Delgado, 1991. Ai;rArFAYLLA Kultur Taldea (1986), Navarra 1936. l)e la esperanza al ternn; 2 vols., Tafa!la AcruBE, G. (1949), Vitoria ... o así, Vitoria. (1957), El día cuatro de agosro de nlil 11ovecie11tos cuarenta y siete 111oría Mano/ere en fa Plaza de Vitoria, San Sebastiún.
[437]
ALVAR, C. (1991), Espal1a. Las tierras. La lengua, Barcelona. ÁLVAREZ BOLADO, A. ( l 986- ! 993), «Guerra civil y universo religioso. Fcnoincno!ogía de una i1nplicación)), A1isce/ánea C'onli//as, 44-51 (VI entregas). J\Moiu~NA, F. (1908), h(/(Jnne sobre el estado legal de las C'orra/izas de Tqf'alla y derechos que sobre eflas invocan los vecinos, Tafalla. AMoRF.NA y BLAsco, L. ( 1923), Síntesis (Jeogr(Uico-Estadística de la Provincia de Navarra, Painplona. ANDRÉS-GALLEGO, J. ( l 987), «(}éncsis de la Navarra conle1nporánca)), Príncipe de Viono, Anejo 6. ~ (1997), ¿f'ascis1110 o Estado católico! Ideología, religión y censura en la l:spaila dt, franca, 1937-1941, Madrid. ANsó, M. ( 1976), Yo fúi 1ninistro de Negrtn, Barcelona. ANSÓN, L. M. ( 1960), Acción J<:spai'íola, Zaragoza. APPLEGATE, C. ( 1990), A Natio11 of Provincia Is. 711e (Jennan Idea q/' !íei1na1, Bcrkclcy··Los Ángeles-Oxford. ARAUZ DE R_oBLES, J. M. ( 1937), (Jbra Nacional Crnporativa. Plan, San Sebastián. ARAZURI, J. J. (1966), Pa111plona a11talio, Pa111plona. ( 1970), Pan1plona estrena siglo, Pa1nplona. (1974), Pa111plona, bel/e époc¡ue, Pa1nplona. ( l 979-1980), Pan1p/011a. Calles y barrios, Pa1nplona, 3 volú1ncncs. ( 1983~ 199 l ), Historia de los Sa11fenni11es, Pan1plona, 3 volún1cncs. ARENDT, l-I. ( J 967}, «Sobre la revolución)), Revisfa de Occide111e, 4. - (1974), La condición lnanana, Barcelona. - (1974a}, Los ortgenes del tota/itaris1no, Madrid. ARIGITA, M. ( 1904), liistoria de la ilnagen y santuario de San A1iguel E~rce/sis, Pan1plona. ARÍN DoRRONSORO, F. ( 1930), Proble111as agrarios. Estudio jurídico-social de los corralizas, servidu111bres, 111011/es y con1unidades de Navarra, Segovia. ( 1936), «La legislación agraria y los bienes coinunalcs. Los con1unes de Navarra y su legislación especial», C'o1{(erencias pronunciadas en los cursillos del Secretariado Local Nava1To, Pa1nplona. ARMENTIA, L. de (1924), «Alaveses que triunfan», Vitoria, l. ARNABAT, R. (1993), «¿Ca1npesinos contra la Constilución?, El realisino catalán, un cje1nplo y un ancHisis global», f{istoria Social, 16. ARÓSTEGUI, J. (1970), El carlisn10 alavés y la guerra civil de 1870 a 1876, Vitoria. «El carlisn10 en la diná1nica de los 111oviinicntos liberales españoles. Fonnulación de un n1odelo», Jornadas de Me1odología Aplicada de las Ciencias J-lis!óricas, Santiago de Co1npostela. ( 1976), «La guerra sin batallas. La can1paña carlista de un con1ba1icnlc alavés, 1873-J 876. Edición, estudio y notas del Diario de Can1paña de T. Súcnz de lJgarte)), Bole1ú1 de la Real Acade1nia de la Historia, CLXXIII-3. (1982), «La incorporación del voluntariado de Navarra al Ejército de Franco)>, Siste111a, 47. ( 1984 ), «Conflicto social e ideología de la violencia, 1917H1936», en J. L. C:Jarcía })elgado (ed.), J::spaila, 1898-1936. Estruc!uras y ca1nbio, Madrid. ( 1986a), «El insurreccionalis1no en la crisis de Ja R.estauración», en Ciarcía Delgado, 1986. (1986b), «Conspiración contra la República», La Guerra C'ivil. Hisforia, 16, Madrid, ton10 3. (1986c), «El carlis1no, la conspiración y la insurrección antirrepub!icana de 1936», Arbo1;
491-492. (1988), «La tradición 1nilitar del carlis1no y el origen del Requeté», Apor!es, 8.
[438]
ARóSTEGUJ, J. (coord.) (1988a), /-!istoria y 1ne111oria de la guerra civil. J:ncuentro en Castilla y León (Sala111anca, 24-27 de septie111bre de 1986), 3 to111os, Valladolid. (1991), Los co111batientes carlistas en la (;uerra Civil e.\pafiola, Madrid, 2 volú1ncncs. ARPAL, J. ( 1985), «Solidaridades elc1nentales y organizaciones colectivas en el País Vasco (cuadrillas, txokos, asociaciones)», en P. Bidart (ed.) Processus sociaux, idéologies et pratiques culturei/les dans la sociét2 basque, Bayona. ARt~AIZA, J. (1990), «Un "catecis1no" del siglo pasado (1837) sobre San Miguel de Aralar», c:uadernos de E'tnología y Etnograjla de Navarra, 56. ARRAR,\s, J. (1963-1968), 1-fistoria de la ,)'eg1111da República Espai'iola, Madrid, 4 vols. - (dir.) (1940-1944), Historia de la Cruzada espallola, Madrid. ARTOLA, M. (dir.) (1988 y sigs.), J?,11ciclo1u!dia de Historia de Espcala, Madrid, 5 to1nos. ATADILL, J. ( 1911-1926), Navarra (2 !
K. M.; J. GoNz,\LEZ DE DuilANA y J. JuAIUSTI (1987), Arte en el País U1sco, Madrid. BARBAGALLO, F. ( 1990), «Societat de 1nasses i orfanització del conscns a la Italia feixista», en Barbagallo y col s. ( 1990). BARHAG1\LLO y cols. ( 1990), Fra11quisn1e. Sobre resistencia i co11se11s a Catalunya ( 1938-1959 ), Barcelona. BAROJA, P. ( 1982), f(1111ilia, Íl(fancia y juventud (del ciclo de 1ne1norias J)esde la últilna vuelta del ca111i110), Madrid (la edición original es de 1944). - (1982a), Final del siglo XIX y principios del XX, Madrid (la edición original es de 1945). - ( 1983), Galería de tipos de la época, Madrid (la edición original es de 1947). BASALDÚA, P. de ( 1946), E'n Espcula sale el sol, Buenos Aires. B1':cARUD, J. y E. L.-óPEZ CAMPILLO ( 1978), Los intelectuales e.spaiioles durante la 11 Repúhlica, Madrid. BEGOÑA, A. DE y M. J. BERTAIN (1985), Joaquín Lucarini, Vitoria. BEN-AMI, Sh. (1984), La dictadura de Prhno de Rivera, 1923-1930, Barcelona. ( 1990), Los ortgenes de la Segunda República espaiiola. Anaton1ía de una transición, Madrid. (1991), «Las dictaduras de los años 20», en M. Cabrera, S. Juliá, P. Martín (co1nps.), Europa en crisis, Madrid. BEN(~voLo, L. (1993), La ciudad europea, Barcelona (Múnich, Oxford, Rotna, París). BERCÉ, Y.-M. (1974), l!istoire des croquants, París. BERDJAEFF, N. (1934), llna nueva Edad Media. Refle.riones acerca de los destinos de Rusia y de E'uropa, Barcelona. BARAÑANO,
[439]
S. (co1np.) (1988), La organización de los grupos de interés e11 la E'uropa occidental, Madrid. BERNECKER, W. L. (1993), «Del aislanlicnto a la integración. Las relaciones entre Espafia y Europa en el siglo XX», Spagna Co111e111pora11ea, 4. BLANCO, J. A. (1995), FJ Quinto Regilniento en Ja política 111ilitar del PC'.l:'. en la Guerra C'ivil, Madrid. BLANCO AGuINAGA, C. ( 1975), El U11a111u110 conte111p!ativo, Barcelona. BLANCO AGUINAGA, C.; J. RonRÍGUEZ PuúRTOLAS e l. M. Z,AVAL1\ ( 1978), /íistoria social de la literatura espcuiola, 3 ton1os, Madrid. BLASCO SALAS, S. ( l 958), Recuerdos de un 1nédico navarro, Pa1nplona. BuNKHORN, M. (1979), Carlis1110 y co11trarrevol11ción en E'spalia, 1931-1939, Barcelona. - (ed.) (1986), Spain in cm¡flit, 1931-1939, Londres. ~ (ed.) ( 1990), Fascist and Conservatives, Londres. BtocH, M. ( 1952), Introducción a la historia, México. BoBrno, N. y N. MxrEucc1 (dir.) ( J 983), !Jiccionario dc' Política, Madrid. Bo1s, P. ( 1980), «La Vcndée contra la RCpublique)), L 'Iiistoire, 27. BoNGIOVANNI, B. (1992), «Canti1nori, Sch1nitt e la rivoluzionc conservatricc», Ve11tesilno Seco/o, 11-4. BoTT, E. ( 1990), Fa111ilia y red social, Madrid. Born, A. (1992), Cielo y dinero, Madrid. BouRDIEU, P. ( 1988), La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid (París, 1979). - ( 1989), () poder si111bolico, Lisboa. Bo\X'ERS, C. G. ( 1965), Misión en E~pa1ia, México. Bovn, P. (1990), La política pretoriana en el reinado de A(fonso XIII, Madrid. BRACHER, K. D. (1973), La dictadura ale111ana, Madrid (2 vols.). ( 1983), ('ontroversias de historia co11ten1poránea sobre fascis1110, totali1ari.\'ll/O y de1110cracia, Barcelona. (1986), «ll nazionalsocialis1no in Gennania», La Storia, IX-4. (1986a), «Il nazionalsocialis1no in Gern1ania, problc111i d'interprctazionc», en Brachcr y Valiani, 1986. BRACHER, K. D., y L. VALIANI (a cura) (1986), F't1scis1110 e nazionalsocia!i.\·1110, Bologna. BRTHUEGA, J. (1981), Las vanguardias artísticas en Espaíla. 1900-1936, Madrid. - (1982), La vanguardia y la República, Madrid. BROGAN, H. (1994), «Tocquevillc rcvisitado)), en A propósito del.fin de la historia, Valencia. BROSZAT, M. ( 1986), L '!!.tal hitlerien. L' origine et I 'evolution des struclures du Troisié1ne Reich, BERGER
e:.
París. K. (1990), «La Revolución Conservadora)), en Phclan, 1990. A. ( 1994 ), Hitler y Stalin, Barcelona. BuRGO, J. del ( 1932), Lealtad. !Jra111a en un aclo y en verso, Pa1nplona. (1934), Cruzados (dos actos). l)ranu1 carlista en prosa y verso, Pa1nplona. (1939), Requeté.\' en Navarra antes del A/z.a111ie11to, San Scbastián. ( l 939a), Veteranos de la C'ausa (Relatos y n1e1norias), Painplona. ( 1943), f{uracán. l'love/a de los pre!inúnares del Alza1niento y de la revolución, Pa1nplona. del (1970), Conspiración y guerra civil, Madrid-Barcelona. (1978), Biogrt{fía del siglo XX. Guerras carlistas. Luchas políticas, Pan1plona. (1992), }/istoria general de Navarra, Madrid (3 vols.). (1992a}, «Un episodio poco conocido en la guerra civil cspaí'íola. La Real Acaden1ia Militar de Rcquetés y el destierro de Fal Conde», Príncipe de \liana, 196. BuLLIVANT,
BuLLOCK,
[440]
BURGO, J. DEL ( 1994 ), La actividad 111i/itar del carlisn10 durante la Restauración (n1ecanograllado inédito; cortesía de Jai1ne del Burgo). BuH.GO, J. l. DEL (1968), ()rigen yfi11ula111e11to del Régilnen F'r.Jraf de Navarra, Pa1nplona. BullKE, P. ( 1991 ), La cultura pop11lar en la Europa 111oderna, Madrid. - ( 1993), «Historia de los aconteci1nicntos y rcnaci1niento de la narración», en P. Burke (cd.), Fónnas de hacer historia, Madrid. BusQUETS, J. ( 1971 ), El 111ilitar de carrera en l:.:.\¡Huia, Barcelona. - ( 1985), «La ideología 1nilitar con10 causa re1nota del J 8 de julio», Studia fíistorica, llI-4. CABANELLAS, R. ( 1977), C'uatro generales, Barcelona (2 vols.). CABRERA, t-.t ( 1981/2), «La patronal ante la República», en Teoría, 8/9. CABRERA, M. (1983), La patronal ante la JI República. Organizaciones y estrategia 1931-1936, Madrid. M. y A. ELORZA (1987), «Urgoiti-()rtega, el "partido nacional" en 1931», en García Delgado, 1987. CABRE!lA, M.; S. JuuÁ y P.M. ACEÑA (1991), l~uropa en crisis 1919-1939, Madrid. CAuiouM, C. ( 1983), «(~01nunity, Toward a Variable Conceptualízation for Con1parative Rcscarch», en R. S. Ne.ale (ed.), l!ístory and Class. E'sse11tüli Readíngs in Therny and lnterpretatio11, Oxford. (~ALLAIJAM, W. J. (1989), Iglesia, poder y sociedad en E:spalia, 1750-1874, Madrid. CALVO SERRALLER, F. ( 1988), /Je/ fl.ffuro al pasado. Vanguardia y tradición en el arte e.s¡Jaliol co11te111porá11eo, Madrid. -~ ( 1990), Pintores espaiio!es entre dos.fines de siglo ( l 880-1990). /)e E'duardo Rosah~s a Miquel Barce/ó, Madrid. c:ALZ1\DA, A. M. ( 1964), La prensa navarra(/ Jinales del XIX, Pa1nplona. CAMBÓ, F. ( 1982), !Jietari, Barcelona. C2AMPIÓN, A. ( ! 925), «Dos pequeños poe1nas», en C:iarcía Enciso, 1925. c:,\Ml'O, L. del ( 1943), El encierro de los toros, Painplona. ( 1980), !!ístoria del encierro de los toros, Pa1nplona. del ( 1988), «Algunos aspectos del tocar de las can1panas», Cuadernos de E1nología y E111ogr({fía de Navarra, 51. (s.d.), Pa111p/ona y sus plazas de toros, Pa1nplona. (s.d.a), Toreros goyescos en Pan1plo11a, Pa111plona. (s.d.b.), Toreros goyescos en Navarra, Pan1plona. CANAL, J. ( 1993), «Sociedades polílicas en la España ele la Restauración, el carlis1110 y los círculos tradicionalistas (1888-1900)», Historia Social, 15. C~anciones carlistas ( J 981 ), Sevilla. CARDONA, Ci. ( J 983), E'/ poder n1i/itar en la Espai'ía conte1nporánea hasta la guerra civil, Ma(~,\BREHA,
drid. C:ARDONA, (}. y J. V1LLARROYA ( 1979), «La represión contra los n1ilitares republicanos», líistoria 16, Vlll-92. CARO BAROJA, J. (1970), El 1nito del carácter nacional. Meditaciones a contrapelo, Madrid. ( 1971 ), !ÁJS vascos, Madrid. ( 1972), Los Baroja, Madrid. ( l 974), Vecindad, fá1nilia y fécnica, San Sebastián. (!978), «Sobre los conceptos de "casa", "fan1ilia" y "costuinbrc"», Saioak, 2. ( 1991 ), Las fa/sfficaciones de la historia, Barcelona. (1996), «Autobiografía. Una vida en tres actos», ahora en Historia Conten1porá11ea, 13-14. CARR. R. ( 1982), E.1pwla 1808-1975, Barcelona.
[441]
y CANDI, F. (dir.) (1911-1926), (Jeog1r{fía (Jeneral del País Vasco Navarro. (Juipúzcoa. Vizcaya. Álava. 1'lavarra. CASAJ.J, L. (a cura) ( I 990), Per una definizione della dittatura .franchista, Milán. CASANOVA, J. (1992), «La soinbra del franquisino, ignorar la historia huir del pasado», en J. Casanova (ccl.), F:J pasado oculto, Madrid. ~ (1994), «Guerra civil, ¿lucha de clases?, el difícil ejercicio Je reconstruir el pasado», !Jistoria Socia, 20. CASEY, J. ( 1990), !Jistoria de la fa111ilia, Madrid. CAss11tER, E. ( 1981 ), «La tccnica dei nostri n1iti politici 1noderni», en Sin1bolo, n1ilo y cultura, Bari (editado originahnentc en Londres, J 979). CASTELLS, L. ( 1987), Modernización y di11á11Jica política en la sociedad guipuzcoana de la Restauración, Madrid-Bilbao. CASTIELLA, M. (1994), «Aproxiinación a la historia de un c1nprcsario navarro, Scrapio Huici», Boletín de la Real Sociedad Vascongada de los A111igos del Paú» XL-1. ('atálogo de la J~~\]JOsicián de Pintura de Artistas Alaveses. J?.scuela de Artes y ()ficios ( 1936 ), Vitoria. CELAYA IBARRA, A. (1993), «El régilncn jurídico de la fan1ilia en las regiones pirenaicas (vertiente sur)», en Coinas y Soulct, 1993. CHAPA, A. (1989), La vid(/ cultural de la Villa de Bilbao, 1917-1939, Bilbao. Cr-IARTIER, R. (1993), «l)e la historia social de Ja cultura a la historia cultural de lo social», flisloria Socia!, 17. C1-11LDERS, Th. ( 1990), «Thc Social Language of Poli tics in Gennany. Thc Sociology of PoJitical J)iscourse in thc Weiinar Rcpublic)), A1nerical !1istorical Review, 95. C1-rR1ST1AN Jr., W. A. (1996), «Les aparicions d'ezkioga durant la 11 República: Rcligiositat popular>>, L'Aven,.', 204. ( J 997), Las visiones de J:zkioga, Barcelona. CíA NAvAscu1is, P. (1941), MenuJrias del Tercio de Montejurra, Madrid. CIERVA, R. DF. LA (1969), 1-/istoria de la guerr(l civil. Ton10 /,Madrid. Ciudad de principios de siglo ... Vitoria-Gasteiz (La) (1983), Vitoria. CLAVERÍA, C. (1954), «Ángel María Pascual», Alcalá, 57. CLAVERÍA, J. (1942-1944), Iconografía y Santuarios de la Virgen en Navarra, Madrid. - ( 1962), Crucifijos en Navarr(l, esculturas, cruces procesionales y cruces de !énnino, Patnplona. CLAVERO, B. ( 1985), Fueros vascos. Historia en tie111pos de constitución, Barcelona. Coi.A y Gorn, J. (1883), Lt1 ciudad de Vitoria bajo los puntos de vista artístico, literario y 111ercantil, Vitoria. - ( 189 J ), «Restauraciones», La Ilustración Vascongada. COLLOTTI, E. (1989), FC1scisn10, fascis1ni, Florencia. COMAS, D. y J.-F. SouLET (a cura) ( 1993), La fan1í!ia als Pririneus, Andorra. Congreso de Hisloria de I::uskal l!erria (1988), San Sebastián, 7 to1nos. Congreso de literatura. !lacia la literatur(l vasca (1989), Madrid. Congreso de Historia ('onten1poránea de Espalia ( /) ( 1992), Sala1nanca abril (n1ecanograf1ado) Consejo de Cultura de Navarra ( 1934), Me1noria presentada ante la Excenlentísin1a Diputación Foral de Navarra dando cuenta a Ja n1is1na de Ja gestión cultural y econón1ica desarrollada desde su fundación el 1O de dicie1nbre de 1931 hasta la fecha, Pa1npJona. CoRBIN, J. R. (1988), «Insurrecciones en España, Casa Viejas, J933, y Madrid, 1981», en D. Riches (co1np.), El Jenón1eno de la violencia, Madrid. CoRELLA, J. M. (s.d.), Sanfennines de a.ve1; Pa1npJona. (s.d.a), Teatro en Pan1plona, Pa1nplona. (1973), Historia de la literatura navarr(l, Pa1nplona. CARRERAS
[442]
CORVJSIER, A. ( 1995), La guerre. h'ssais historiques, París. c:ossfo, F. de ( 1959), C'
[443]
ESPARZA, E. ( 1935), f)iscurso sobre el Fuero de Navarr(I, por fJadio I~sporz.a, Pa1nplona. (1937), Los 11uír1ires de /a fr(/dición, Pan1plona. ( J 940), Peque1la historia del Reino de N(/varra. E'I Rey - El f'uero - La C'ruz.ada, Pa1nplona. ( 194 J ), Nueslro San F'rancisco Javicn; Pa1nplona. (1949), «Los siste111as electorales de Navarra y un caso curioso de "natura! del Reino"», Príncipe de Viana, 35-36. ESPARZA, J. M. (1985), Un Cl1111i110 corlado. Tqf'(ll/a, 1900-1939, San Scbasti1ín. EsQUÍRoz, F. ( 1977), f{is1oria de la propiedad co111u11a! en Navarra, Peralta. - ( 1991 ), Inslitución co1111.uud y u!opía, Tafalla. E's1adís1ica de propietarios de fincas rústicas, Madrid, 195 l. 1:;1xarri-Ara11az 1900-1936 (s.d.), Echarri Aranaz. J:uska/ 111argo/ariak. Pintores vascos, (vv.aa.) Bilbao-San Scbastián-Viloria (6 ton1os). F'al Conde y el Requetc! juzgados por el extranjero ( 1937), Burgos. FERN1Í.NDEZ DE RoTA, J. A. (1993), «Bctanzos, siglos xv1-xx. Suciedad aldeana y lin1picza urbana», liistoria y Fuente Oral, 9. FERN,Í.NDEZ V1GUERA, S. ( 1986), La ideología social y política de Roin1u11do (Ja reía Ciarcilaso ( 1903-1929), Vitoria (tesina leída en la Universidad del País Vasco). FERRARY, A. (1993), !~/ franquisn10, 111i11orías políticas y co1{/'lictos ideológicos 1936-1956, Pa1nplona. FERRER, i\1. ( 1979), Historia del Tradicio11alis1110 espai'íol, Scvil!a (30 vo\s.). FERRER MuÑoz, M. (1988), «Panora1na asociativo de Navarra entre 1887 y 1936)>, C'o11greso de J-!istoria de Jluskal f{erria, to1no VI, San Scbasficín. (l988a), «Los frustrados intentos de colaboración entre el Partido Nacionalista Vasco y la derecha navarra durante la Segunda República)>, Príncipe de \liana, Anejo 1O. ( ! 992), E'/ecciones y partidos políticos en Navarra durante la Segunda República, Pan1~ piona. FrrzJ>ATRICK, B. (1990), «L'ultrareialisn1e francCs del Midi i les scves contradiccions internes», en Pradera, Millan y Garrabou, 1990. F1.01usTAN, A. (1968), «Las transfonnaciones 1nodernas de la agricultura navarra», en Aportación Espatíola al XXI Congreso Geográfico !11ter11aciona/, Madrid. - (1985), «Vecinos "residentes" y vecinos ''forasteros" en Navarra a 1nediados del siglo xvIIJ>i, C'uadernos de J:tnología y Etnograjfa de Navarra, 45. FONTANA, J. (1980), «Crisi ca1nperola i revolta carlina», Recerques, JO. Fox, l. ( 1997), La invención de Esplala, Madrid. FRANCl-IETTI, L. (1992), C'ondizioni politiche e ad1ninis1rative della S'ici!io, Ron1a (origina! de 1876).
FIV\DERA, J. M.; J. M1LLÁN y R. GARRABOU (cds.) (1990), C'arlis111e i 111ovi111e111s a/Jsol11tistes, Vic. FRANCO, F. ( 1945), «Prólogo)> a V. Pradera, (Jbras Co1npletas, Madrid. FRANCO SALGADO ARAUJO, F. ( 1976), Mis conversaciones privadas con F'ranco, Barcelona. FRASER, R.. ( 1979), Recuérdalo tú y recuérda!o a o!RJS. Historia oral de la guerra civil espaPío/a, Barcelona (2 vols.). - (1993), «Historia oral, historia sociab), Historia Social, 17. FUENTES, J. M. (1992), «Aproxünación a los conflictos forales durante la dictadura de Prin10 de Rivera ( 1923-1930)», Príncipe de Viana, 195. FuRET, F. y D. R1CHET (1988), La Revolución francesa, Madrid. Fus1, J. P. (1984), «lndalecio PrietOii, en¡;;¡ País Vasco. Pluralis1no y nacionalidad, Madrid. (1984a), «Hennes (1917-1922))), en El País Vasco. P/uralis1110 y nacionalidad, Madrid. (1989), «La organización territorial del Estado)), en Las autonon!Ías, Madrid.
[444]
Fus1, J. P. (1990), «La edad de las 1nasas, 1870-1914», C'a111hios sociales y n1oder11izació11, en /-listoria ('011te111porá11ea 4. -·- ( ! 990a), «Modcrnis1110 y casticisn10», El País, l de dicic111bre. - ( 1991 ), «La crisis de la conciencia europea», en c:abrcra, Juliá y Aceña, 1991. Fu.s.sEJ.L, P. (1984), La (Jrande (Juerra en la 1ne111oria 111oderna, Bolonia (original de 1975). GAILJ.ARD, J. (1977), J>aris, la Vil/e, París. (.iALLEGO, I). ( 1986), La producción agraria de Álava, Navarra y la Rh~ia desde 111ediados del siglo XIX a 1935, Madrid 2 vols. CiARCÍA A1,111~N1z, F. ( 1936), Álava por !Jios y por !~.:.\palla, Vitoria (Prólogo de Luis Mincr). ()ARCÍA J)ELGADO, J. L.. y cols. ( J 974 ), l.,a co11so!idació11 del capitalis1no e11 Espalia, 1914-1920, Madrid, 2 vo!ú1nenes. CiARCÍA l)ELGAno, J. L. (ed.) ( 1985), f..,(I f.'.spal/a de la Restauración. Po/frica, eco110111ía, legislación y cultura, Madrid. (cd.) (1986), La crisis de la Restauración. E'.\ptula entre la Prin1era (Juerra Mu11dial y la 11 República, Madrid. (cd.) ( 1987), IÁI Repúhlica espaiiola, E'/ pri1ner bienio, Madrid. (cd.) (1989), El pri111erfá11u¡uis1110. Espalia durante la /·iegunda ()uerra Mundial, Madrid. (cd.) (1991), Espaiia entre dos siglos 1875-1931. C'ontinuidad y ca111bio, Madrid. (cd.) (1992), /.as ciudades en la 111oder11iz.ación de E'spaiia. /Á)S decenios intersecu/ares, Madrid. (ed.) ( 1992), Los orígenes culturales de fa JI República, Madrid. ( 1990), La pintura en Álava, Vitoria. (]AnCÍA I)íEz, J. A. y S. ARCEUJANO ( 1993), «Pintura vasca, ruptura, conquista o evolución», en Euskal, 1993, JI. ()ARCÍA PRous, C. (1972), «Acción Españoh\)>, Estudios de h(/ÍJnnación, 21-22. C:TARCÍA-SANZ, A. ( 1984), Navarra. C'rniflictividad soci(I/ a co111ie11zos del siglo XX y noticia del (/l/arcosindicalista Cirtgorio Subervio!a Baigorri ( 1896-1924), Pa1nplona. ( 1985), Republicanos navarros, (Juillen110 F"rías A riza/eta, Pa1nplona. (1986), «Nuevas noticias sobre Basilio Lacort, sus cn1presas periodísticas y "La Pelea"», Príncipe de \liana, Anejo 5. ( I986a), «El Painplonés. Se1ninario satírico defensor de Jos intereses del pueblo ( J 9151919)"», Príncipe de Viu11a, Anejo 5. ( J 988), «La insurrección fucrista de 1893. Foralisino oficia! versus Foralis1no popular durante la C:Jainazada)), Príncipe de Vir111a, 185. ( !988a), «Algunas noticias sobre el nacitnicnto del PSOE en Navarra. La agrupación socialista de Patnplona de 1892>>, Boletí11 del Instituto (Jeróni1110 Ustáriz., 2. ( l 988b), «El origen geográfico de los inn1igrantcs y Jos inicios de la transición dcinognífica en el País Vasco (1877-1930). (~ontribución al estudio ele sus intcrinfluencias», /<.,'ko110111iaz, 9-J O. ( 1989), «El Ayuntatnicnto de Patnplona ante la "crisis obrera":», Boletín del !11stituto (Je .. rónilno Ustáriz, 3. ( J 990), Las elecciones 1nu11icipa/es de Prunp!ona en /(1 Resta11ració11, Pan1plona. ( 1992), c~aciq11es y políticos forah'S, Painplona. ( 1993), La Navarra de La Ga1naz.ada y Luis Morote, Painplona. ()ARCÍA SERRANO, R. ( 1981 ), Plaz.(/ del (~astillo, Barcelona (edición original de 1951 ). (1983), La gran esperanza, Barcelona. (1992), C'antatas de 111i 111ochila, Madrid.
[445]
GARITAONANDÍA, C.; J. L.
DE LA GRANJA y S. DE PABLO (1990), c~o1111alicació11, cultura y política durante la JI República y lo (Jue1Ta C'ivil, Bilbao 2 tl)lnos. GARRIDO, L. y E. GIL CAtvo (1993), «El concepto de estrategias rainiliarcs», en ídcin (eds.), E:<;t1n1egiasfá111ilia1r:s, Madi·id. ÜARRUÉS, J. (1992), «Cien años en la fonnación de capital en Navarra (1886-1986). lJna aproxi1nación», Príncipe de Viana, Anejo 16. ÜEERTZ, C. ( 1987), La i11te1yJretación de las culturas, Barcelona.
ÜELABERTÓ, M. ( 1992), «C:ulto de Jos santos y sociedad en la Cataluña del Antiguo Régi1nen (siglos xv1-xv1n)», 1-fistoria Social, 13. GtLLNER, E. (ed.) (1986), Patronos y clientes, Madrid. ( 1986), «Patronos y clientes», en E. Gellner (ed.). ( J 989), C'riltura, identidad y política. El 11acionalis1no y los nuevos C(unbios sociales, Barcelona. ÜENTILE, E. (1981), !! 1nito del!o Stato Nuovo. /Je!l'atigiolittis1110 al_(ascis1110, Ro1na-Bari. (1985), «La natura e la storia del partito nazionale fascista ncllc intcrprctazioni dei con·· tc1nporanci e degli storici», Storia Co11te111pora11ea, 3. ( 1986), «Partito, Sta to e J)uce nella 1nitologia e nclla organizzazione del fascisn10)), en Bracher y Valiani, 1986. (1989), Storia del partito.fascista 1919-1922. Movhnento e 111iliz.ia, Ro1na-Bari (1994), JI culto del littorio, Ro111a-Bari. ÜERMANI, G. (1980), «De111ocrazia e autorilaris1no nella societá 1nodcrna», Storia C.~0111e1npo ra11ea, Xl-2.
ÜIBSON, I. (1980), En busca de José Antonio, Barcelona. GIL PEcHARROMÁN, J. (1986), «Pensan1icnto contrarrevolucionario y Revolución Francesa, el caso de "Acción Española"», Estudios de /Jistoria Social,. 36-37. - (1994), Conservadores subversivos. La derecha autoritaria alfonsina ( 1913-1936), Madrid. (}n. ROBLES, J. M. (1968), No fue posible la paz, Barcelona. G1MÍ~NEZ ROMERO, C. (1990), «La polé1nica europea sobre la co111unidad de aldea ( J 8501900)», Agricultura y Sociedad, 55. - (l990a), «El pensanüento agrario de Joaquín Costa a la luz del debate europeo sobre el ca1npesinado», Agricultura y Sociedad, 56. GINER, S. (1979), Sociedad 111asa. Crítica del pensa111ienro conservad(n; Barcelona. -· (1994), «Ciudad y politeya en la Europa ineridional. Algunas reflexiones históricas y sociológicas», en Alabart, García y Gincr, 1994. GOMBRICH, E. H. (1979), Ideales e ídolos. linsayo sobre los valores en la historia y el arte, Barcelona. GüMBRICH, E. H. y E. RIBON (1991), Lo que nos cuentan las i111áge11es, Madrid. GóMEZ ArARrc10, P. (1981), Historia del periodisn10 esparíol. VI. /)e la Dictadura a la Guerra Civil, Madrid. GóMEZ-FERRER, G. (1980), «Apoliticis1110 y fisiocracia en las clases 111cdias españolas de co1nienzos del siglo xx», Cuadernos de /{istoria Moderna y C'o11ten1poránea. GoNzÁLEZ CALLEJA, E. (1989), La radicalización de la derecha espatiola durante la .'5egunda República (tesis doctoral, Universidad Co1nplutense) Madrid (cortesía del autor). (1991), «L.a defensa annada del "orden social" durante la Dictadura de Prin10 de Rivera (1923-1930)», en García Delgado, !991. ( 1991 a), «Paramilitarizació y violencia política a l'E<;panya del prilncr ten;; de seg le, el requete tradicionalista ( 1900-1936)», Revista de Girona, 147. ÜONZÁLEZ CALLEJA, E. y J. ARÓSTEGUI
[446]
CioNZALEZ CALLEJA, E. y F. DEL REY REGUILLO ( 1995), La c/(~fensa annada contra la revolución, Madrid. CloNZALEZ DE l)uRANA, J. ( 1992), Ideologías arrfs1icas en el País Vasco de 1900. Arte y política en los orígenes de la 1noder11idad, Bilbao. GROETllUYSEN, B. ( 1981 ), La fonnación de fa concic~ncia burguesa en F'rancia durante el siglo XVIII, México (original en ale1nán, 1927). 0RUPO INDUSTRIAL DEL lNSTJTUTO GERÓNJMO UsTÁiuz ( 1990-1992), las aportaciones nava/Tas al proceso de i11dustrializació11 e.\paiio! ( 1876-1926), Pan1plona (inédito), 3 tc)]nos. CJuAsc11, A.M. (1985), Arte e ideología en el País Vasco (1940-1980), Madrid. CiüEL, B. ( 1939), Preparación y desarrollo del J\lza111ie11to Nacional, Valladolid. (Juerra C'ivil (La). J-/isloria 16 (1986), Madrid, 24 !C)JllOS. 1-lABERMAS, 1-I. (1986), «Vuelve Sch1nitt. De legitiinador del nazis1110 a inspirador de Ja posinodcrnidad», Libros, El País, 368. -- ( 1988), Teoría de la acción co111unicaliva, Madrid. 1-lALB\VACHS, M. ( 1950), La 111é1norie col!ective, París. 1-íAtJPT, I-I.-G. (1995), «Tendencias de la historia social ale1nana cinco años después de la reunificación», Aye1; 18. I-IEIBERG, M. ( 1991 ), La fonnación de la nación vasca, Madrid. 1-IERF, J. ( 1988), JI 111oder11isn10 reaz.ionario. Tecnologia, cultura e po/itica ne/la Gennania di Wei111are del Rerzo Reich, Bolonia. 1-IERRERA, E. ( J 974), ÍÁJS 111il días del Tercio de Navarra. Biogrqf'ía de un tercio de requeté.\·, Madrid. 1-lERRERO, J. ( 1971 ), Los orígenes del pe11sa1nie1110 reaccionario e.spaiiol, Madrid. I"IIDALGO DE C1sNEROS, J. ( l 977), Ca1nbio de ruin/Jo, Barcelona, 2 vol s. I-!11.DEBRAND, K. ( 1988), E'f Tercer Reich, Madrid. l·loBSBAWM, E. J. y T. RANGER ( 1988), L'invent de la lradició, Vic. J-Io.MonoNo, J. l. ( 1980), «Estancainicnto y atraso de la econo1nía alavesa en el siglo XIX», Boletín de la Institución ,<)ancho el Sahio, XXIV-24. -~ (1989), «San Urbano de Gazkuc, cnnita, ro1nería y otras expresiones de religiosidad popular>>, C'uadernos de !itnología y Etnograjta de Navarra, 54. J--Iu1ZJNGA, J. (1978), E'I oloilo de la Edad Media, Madrid (edición original, de 1919; encaste-
llano, 1930). P. (1992), «Policracia nacionalsocialista», J\ye1; 5. lnÁRRURI, J). ( 1963), El único ccuni110, Buenos Aires. lnARZÁBAL, E. (1978), Cincuenta ailos de nacio11afis1110 va.seo, 1928-1978, Bilbao. INMACULADA, P. E. de la (1943), líistoria del Santuario de Nuestra Sefiora de Angoslo y del Valle de (lobea de fa M. N. y M. L. Provincia de Á!ava, San Sebastián. IRIARTE, J. E. (1880), Principios del Reinado del Sagrado Corazón de Jesús en Espaíla, HüTTENBERGER,
Bilbao.
J. M. (1937), C'on el general Mola. Escenas y aspectos inéditos de la guerra civil, Zaragoza. (1938), Mola. /)tifos para una biografía y para la historia del Alza1niento Nacional. ( J 943), Batiburrillo navarro, Zaragoza. ( 1945), El general Mola, Madrid. ( J 950), Vitoria y los viajeros del siglo ronuíntico, Vitoria. (1952), Vocabulario navarro. Seguido de una colección de refranes, adagios, dichos y.frases proverbiales, Pa1nplona. (1957), Pa1nplona y los viqieros de otros siglos, Pan1plona. IRIBARREN, J. M. y R. ÜLLAQUINDIA ( 1983), Refranero navarro, Painplona.
lRJBARREN,
[447]
lRIBARREN, M. ( 1932), Retorno, Madrid. - ( 194 1), Una perspectiva histórica de la guerra de Espwla ( 1936-1939), Madrid. - ( 1943), San hombre. Itinerario espiritual, Madrid. - ( 1970), Escritores navarros de ayer y de hoy, Pamplona. - (1973), «Evocación infantil», en Primer concurso de poesía. Galería Artiza, Pamplona. IRtGARAY, F., larreko ( 1993), Gerla urte, gezur u rte. lrwlea 1936-40, isiltasunean 111inlZo, Pamplona. lTuRRALDE, J. de ( 1966), El clero vasco frente a la cruzada franq uista, Toulousse. - ( 1978), la guerra ele Franco, los vascos y la Iglesia, San Sebastián. JACKSON, G. ( 1967), la República española y la guerra civil, México. JAR, G. (199 1), «La guardia civil en Navarra (18-07- 1936)», Príncipe ele Viana, 192. JELAV!CH, B. ( J 987), Modern Austria. Empire ancl Repub/ic, 1800-1986, Cambridge. Jt MÉNEZ CAMPO, J. (l.979), El fascismo en la 11 República, Madrid. Jt MENO Juruo, J. M. ( 1974), Historia ele Pa111plona, Pamplona. - ( 1977), Navarra jamás dijo no al Estatuto, Pamplona. JovER, J. M. ( J 99 1), Realidad y mito ele la Primera Rep1¡b/ica, Madrid. - ( 1992), la civilización espaíio/a a mediados del siglo XIX, Madrid (es el «Prólogo» al tomo sobre la era isabelina de la Historia de Espa17a Menéndez Pida/). JuARISTJ, J. (1987), El linaje ele A itor, Barcelona. - ( 1990), «Identidad en la intemperie, comunidad, asociación y errancia», Historia Co111e111poránea, 4. - ( 1992), Vestig ios de Babel, Madrid. - (1994), El chimbo expiatorio. la invención de la tradición bilbaína (1876-1939), Bilbao. - (1995), «EE. UU., de la épica a la flagelación», en J. P. Fusi (dir.), Memoria de la 11 Guerra Mundial, Madrid. JuLLÁ, S. (1 983), «Fieles y mártires. Raíces religiosas de algunas prácticas sindicales en la España de los años treinta», Revista de Occidente, 23. - ( 1984), Madrid, 1931-1934. De la .fiesta popular a la lucha ele clases, Madrid. - ( 1986), «Antecedentes políticos, la primavera de 1936», en E. Malefakis, la guerra de Espaíia, 1936-1939, Madrid. - ( 1989), «El ángel exterminador», El País, 1 de abril de 1989. - ( 1990), Manuel Azaña. Una bibliografía po/ftica, Madrid. - ( 1992), «En los orígenes del gran Madrid», en García Delgado (ed.), 1992. - ( 1995), «Madrid, capital del Estado, 1833-1993», en S. Juliá, D. Ringrose y C. Segura, Madrid, historia de una capital, Madrid. KEEGAN, J. (1995), Historia de la guerra, Barcelona. KERSHAw, l. (1989), «El Estado Nazi ¿Un Estado excepcional?», 'Zona Abierta, 53. - ( l 989a), The Hitler Myth. lmage and Rea/ity in the Third Reich, Oxford, 1989. K1TCHEN, M. ( 1980), The Coming of Austriam Fascism, Toronto. - ( 1992), El período de entreguerrns en Europa, Madrid. KocKA, J. ( 1988), «German History before Hitler. The Debate about the German "Sonderweg"», Journal of Contemporary Histo1y, 23. - ( l 988a), «La formación de las clases, la articulación de los intereses y la política, los orígenes de la clase de empleados en Alemania a finales del siglo x1x y principios del XX», en Berger, 1988. KoLB, E. (1988), The Weimar Republic, Londres. KoRTA01, E. ( 1993), «Nuevas generaciones», Euska/, 1993, IV. KosELLECK, R. (1 993), Futuro y pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona. KüHNL, R. (1 991), la República de Weima1; Valencia.
[448)
LACARM, J. M. ( 1969), «Milagros de San Miguel Excelsis», Cuadernos de Etnologfa y Etnografía de Navarra, 3. LANA, J. M. ( 1992), «Los aprovechamientos agrícolas comunales e n el sur de Navarra entre los siglos XlX y XX», Agricultura y Sociedad, 65. LANDÁBuRu, J. ( 1983), Obras Completas, Bilbao. LANGEWJESCHE, D. ( 1994), «Imperio, nación y Estado en la historia alemana reciente», en J. M. Ortiz de Orruño y M. Saalbach, Alemania ( 1806- 1989). Del Sacro Imperio a la caída del muro, Bilbao-Vitoria. LANNON, F. ( 1990), Privilegio, persecución y profecía. La Iglesia católica en Espaíia 18751975, Madrid. LAruENTE, L. (1986), «Las instituciones político-administrativas de Améscoas-Baja a través de todos los tiempos», Cuademos de Etnología y Etnografía de Navarra, 48. LARRJ\ÑAGA, P. ( 1976), Contribución a la historia obrera de Euskal Herria, San Sebastián. LARREGLA, S. ( 1952), Aulas médicas en Navarra. Crónica de un movimiento cultural, Pamplona LEDEEN, M. A. (a cura) ( 1975), De Fe/ice. lntervista su/ fascismo, Bari. LEE, S. J. ( 1987), Tlie Europen Dictatorsliips, Londres y Nueva York. LEED, E. J. ( 1985), Terra di nessuno. Esperienza bellica e identitc/ persona/e ne/la Prima Guerra Mondiale, Bolonia. LÉv1-PROCEN<;AL, E. ( 1982), Espmia musulmana, Tomo IV de la Historia de Espa1ia de R. Menéndez Pidal, Barcelona. L1Nz, J. J. ( 1988), «Política e intereses a lo largo de un siglo en España», en Pérez Yruela y Giner (eds.). - ( 1991 ), «La crisis de las democracias», en Cabrera, Juliá y Aceña (comps.), 1991. Lrrr, C. ( 1990), «Writing History as Political Culture. Social History versus Alltagsgeschichte», Storia della Storiograjia, 17. L1sóN OLOSANA, C. ( 197 1), Antropología social en Espmia, Mad rid. - ( 1974), Perfiles simbólico-morales de la cultura gallega, Madrid. - ( 1986), /\11tropologfa social, Madrid. - ( 199 1), Antropologfa de los pueblos del norte de España, Madrid. - ( 1991 a), «Variaciones en torno al problema de identidad», Cuadernos do Noroeste, IV-617. - ( 1992), La imagen del rey, Madrid. LIZARZA, A. ( 1969), Memorias de la conspiración, Pamplona. L1ZARZA, J. ( 1986), «Semblanza de mi padre», en Memorias de la conspiración, 5." edición, Madrid. LLEIXÁ, J. ( l986a), Cien (//ios de militarismo en Espmia, Barcelona. - ( l 986b), «La trama civil de la sublevación del 18 de julio», en La Guerra Civil. Historia 16, Madrid, tomo 3. - ( 1988), «Reflexiones políticas acerca de la movilización derechista en la guerra civil», en J. Aróstegui (coord.), Historia y memoria de la guerra civil, Valladolid (3 tomos). LórEz AMNGUREN, J. L. ( 198 1), La filosoffa de Eugenio D 'Ors, Madrid. LórEz-CoRDÓN, M. Y. ( 1985), «La mentalidad conservadora durante la Restauración», en García Delgado, 1985. LórEz-SANZ, F. ( 1946), Navarra e11 el Alzamiefllo Nacional. Testimonios ajenos, Madrid. - ( 1948), Navarra en la Cruzada. Episodios, gestas, lenguaje epistolar y a11ecdotario, Pamplona. LOSADA, J. C. ( 1990), ldeologfa del Ejército Franquista, 1939-1959, Madrid. LousET DEL BAYLE, J .-L. ( 1969), Les 11011-conformistes des mmées 30. Une tentative de renouvellement de la pensée politique fra11raise, París.
[449]
LüDTKE, A. (1994), «lntroduction. Qu'est-cc que l'histoirc du quolidien, et qui Ja practique?», en Lüdkc (dir.), 1994. LüDTKE, A. (dir) (1994), !listoire du quotidien, París. LYNAM, St. (1986), «"Modcrate" Conservatisn1 and the Sccond Rcpublic, thc case of Valencia», en Blinkhorn, 1986. LYT"I"LETON, A. (1982), La conquista del poten:. JI fascis1110 da/ 1919 al 1929, Bari. - (1987), «Causas y características de la violencia fascista», Estudios de flistoria Social, 42-43. MAcCLANCY, J. ( 1991 ), «Navarra», en Lisón, 199 l. MACÍAS, O. ( 1992), «Aproxin1ación a la política ferroviaria de Navarra. Los enlaces ferroviarios con el área cantábrica», Príncipe de Viana, Anejo 16. MAI)AIUAGA, J. J. (1989), Actitudes ante la 1nuerte en el valle de Otiati en los siglos XVJ!l y XIX (tesis doctoral, Universidad del País Vasco), Vitoria (cortesía del autor). MADINAVEITIA, 1-1. (1914), El ricón a1nado, Madrid. - (1937), «Los 1nontes bajos», Vida \k1sca, 14. MAooz, P. ( 1825), f)iccionario Geogrt{fico-Estadítico-Histórico de J::spaí'ía, Madrid. MAIE.R, Ch. S. (1988), La refundación de la J::uropa burguesa, Madrid. MAINER, J.-C. (1989), «Costu1nbris1no, regionalisn10, provincianis1no en las letras europeas y españolas del siglo XIX», en Congreso, 1989. MAfz, B. F. (1952), Alza1nie1110 en EspaFía. De un diario de la conspiración, Pa1np!ona. - ( 1976), Mola, aquel hon1bre. J)iario de la conspiración, Madrid. MAlZA Ozco1D1, C. ( 1992), «Injuria, honor y co1nunidad en Ja sociedad navarra del siglo XVII», Príncipe de Viana, 197. MAJUELO, E. (1984), «Algunas noticias de los anarquistas navarros en Jos años 1922-192~», Príncipe de Viana. (1986), La JI República en Navarra, COl\f!ictividad navarra en la N.ibera 1udela11a, 19311933, Pa1nplona. (1989), Lucha de clases en Navarra, 1931-1936, Pa1nplona. ( 1990), «Prensa y sociedad en Navarra en la Segunda R.cpública», en Garitaonandía, (]ranja y Pablo, 1990, l. MAJUELO, E. y A. PASCUAL (1991), Del catolicis1110 agrario al cooperativisn10 e1npresaria/..5etenta y cinco aiíos de la Federación dc! Cooperativas navarras, 1910-1985, Madrid. MALEFAKIS, E. ( 1971 ), Rlfonna agraria y revolución ccanpesina en la Espcula del siglo XX, Barcelona. MANN, M. (1994), «El nacionalis1no y sus excesos, una teoría política», Debats, 50. MANN, T. (1990), Sobre n1í 111is1110. La experiencia a!enu111a, Barcelona MANTERO LA, P. y C. PAREDES ( 1991 ), Arte navarro, 1850-1940 (colección Panora1na, 18), Pan1plona MANTEROLA, P.; M. SANCHEZ-ÜSTIZ y F. J. ZuBIAUR (s.d., pero 1986), (Jusravo de Maeztu (colección Panora111a, 6), Pan1plona MAÑAS, J. L. y P. P. ÜRABAYEN (1988), «Las últin1as elecciones de la JI República en Navarra (Elecciones a con1pro1nisarios para la elección de Presidente de la República)», Príncipe de Viana, Anejo 1O. MARICHAL, J. (1995), El secreto de Espal/a. Ensayos de historia inte/ec/ual y política, Madrid. MARÍN, L. M. (1977), Política tudelana del siglo XX, Tudcla. MARÍN-MEDINA, J. (1978), La escultura espaiíola conte111porá11ea (1800-1878), Madrid. MARTÍ, C. (1989), «Iglesia y franquisn10», en García Delgado, 1989 MARTÍN AcEÑA, P. ( 1990), «Réquie1n por el bloque ele poden>, Revista de Occidente, l 13 MARTÍN CRuz, S. ( 1981 ), Pintores navarros, Pa1nplona. MARTÍNEZ ALBIACH, A. ( 1969), Religiosidad hi.\pana y sociedad borbónica, Burgos.
[450]
tvL\RT!NS, I-l. ( 1984), «Portogallo», en Woo(f; 1984. G. V./. ( 1989), l..ílS buenas Já111i!ias de Barcelona, Barcelona. MEDJCK, H. (1994), «''Missionaircs en batcau". Les n1odcs de connaissancc cthnologiques, un défi a l'histoirc sociale)), en LUdtke (dir.), 1994. MEES, L. (1995), «Reseña a l··L~A. 'A1inklcr, Wein1(u; 1918-1933, Múnich 1993», Aye1; 18. MEINECKE, F. (1983), fJ historicisn10 y su génesis, México, Madrid, Buenos Aires (original de 1936). MENCos, J. l. (!952), Me111orias de f). Joaquín Ignacio Meneos, C'onde de (Juendu/áin. 17991882, Pan1plona. M1"N1JEZ ARBELOA, J. ( 1988), Mi vida perra. Men1orias de un ho111bre fusilado de la CNT (adaptación y redacción, Máxi1no Gi!) (n1ccanografiado, cortesía de Juan Satrústegui). MENI~NDEZ PELAYO, M. ( 1881 ), /Jistoria de los he1erodoxos e.sp(u/oles, Madrid, 3 vols. - ( l 953 ), la ciencia espallo/a, Santander, 2 vol s. (original ele 1876-1879). Metodología y.fúentes para el es1udio de las élites en Jisp(l!/a ( 1834-1936), Sedano (Burgos), dicicn1bre, 1991 Mn
tie111po, Madrid. C. (1984), Sellas de Leviatán. E'stado nacional y sociedad industrial, J~spalla 19361980, Madrid. MuGUETA, F. (1937), «El n1onasterio de Lcyrc, 1nonu1nento nacional en niinas», Vida U1sca, 14. MuTILOA, J. M. (1972), La desan1or1izació11 eclesiástica en Navarra, Pan1plona. NACION,\l.lSMo E HISTORIA ( 1990). Controversias, Jíistoria Social, 7. MOYA,
[451 J
NAGORE, L. ( J 964 ), Apuntes para la historia, 1872-1886. Me1norias de u11 pa111p!o11és en la segunda guerra car/;sta, Pan1plona. NAGORE, J. (1986), En la prilnera de Navarra, Madrid. NAMER, G. ( 1987), Mé1norie et société, París. NELLO, P. (1989), «La vocazione totalitaria del fascis1no e !'equivoco del fi.lofascisn10 libcralc e dc1nocratico. 11 caso di Pisa, 1919-1925», Storia (:011ten1poranea, XX-3 y 4. - (1996), «H.egioni d'Jtalia o Italia delle regioni? Noterellc a proposito d'una "Storia" cinaudiana», Storia C'onte1npora11ea, XXVII-5. NEUMANN, F. (1983), /3ehen1oth. Pe11sa1nie1110 y acción en el 11acio110/-socialis1no, Madrid (original de 1940).
N1c1-10Lu;, A. J. (1979), Weilnar and the Rise qf'!Jitle1; Londres. NIETHAMMER, L. (1989), «¿Para qué sirve la historia oral'h>, llistoria y f~uentes ()rafes, 2. - ( 1994), «AprocbCr le changen1cnt. A Ja recherchc du vécu populairc spécifíquc dans la provincc industrialle de la RDA», en Lüdtkc, 1994. No1.:rE, E. (1988), Nazionalsocia!is1110 e bolscevis1110. La guerra civile europea, 1917-1945, Florencia. No111enclator. de la M. N. y M. L. Provincia de Álava ( 1939), Vitoria. Novo, P. (1992), /J~(raestructuraferroviaria y 1nodelo eco11ó111ico del País Vasco 1845-1910, (tesis leída en la Universidad del País Vasco), Lcioa (cortesía del autor). O fascis1no e1n Portugal ( 1982), Lisboa. O Estado Novo. Das origt~ns ao f/111 da autarquia, 1926-1959 ( 1987), Lisboa. ÜJEDA, H.. (1985), «La huelga revolucionaria de 1917 en Miranda de Ebro», Lápez de (Já111iz., 5. ()LABARIU, l. ( J 992), «La crisis de la Restauración», en c~ongreso, 1992. ()LIVEIRA MARQUES, A. H. (1983), Historia de Portugal, México. ÜLIVEIRA, C. ( 1986), Portugal y la Segunda República espaí'ío/a, 1931- / 936, Madrid. ()r.sEN, D. J. (1986), The City as a Work of Art. London, Paris, \!ienna, Yalc U.P. ÜNRUBIA, J. ( 1982), J~scritores falangistas, Madrid. ÜRBE SIBATTE, A. ( 1985), Arquitectura y urbanis1110 en Pcunplona a jines del siglo XIX y co1nienzos del siglo XX, Pan1plona. ÜRMOS, M. ( 1990), «The Early Intcrwar Years, 1921-1938», en P. F. Sugar (ce!.), A History (~( Hungary, Londres-Nueva York. ÜRNAGI-II, L. (1984), Stato e co1JHJrazio11e. Storia de 1111a do!frina ne/la crisi del sis1e111a politico confl~n1pora11eo, Milán. ÜRTEGA Y GASSET, J. (1931), La redención de las provincias, Madrid. ÜRTiz DE ÜRRUÑo, J. M. (1983), «El final de la guerra y la plas1nación de un nuevo equilibrio en el sistc1na del poder provincial; Ja elevación al rango de cuadrilla del Ayunta1nicnto de Vitoria», en Noveno Congreso de J:studios Vascos. Antecedentes próxilnos de la Sociedad Vasca actual. Siglos XVI// y XIX, San Sebastián. ÜTAEGI, L. ( 1994), Lizardiren poetika, San Sebastián. ÜTAZU, A. de ( 1987), Los Rothschi/d y sus socios en Ji:spaí'ía ( 1820-1850 ), Madrid. ÜTXOTORENA, J. M. ( 1991 ), Arquitectura y proyecto 1noder110. úi pregunta por la 1nodernidad, Barcelona. ÜYARZUN, R. ( 1965), Pretendientes al trono de Espaí'ía. L>, Príncipe de \liana, 184.
[452]
PABLO, S. ele ( 1989), La Seiunda R<:púb!ica en Álava. Elecciones, partidos y vida política, Bilbao. ( 1990), «Perfil de una tragedia política, 'fon1ás Alfaro Fournier ( 1931-1936)», Pre1nios literarios ('iudad de Vitoria-Gasteiz, 1986-1987, Vitoria. ( ! 990a), «El PNV alavés en julio de 1936. Polé111ica actuación ante Ja victoria de los sublevados», Flistoria 16, 166. ( 1991 ), «La estructura de la prensa durante la Segunda República. País Vasco y Álava», Kultura. C~ie11cias. flistoria. Pens(llJ1ie11to, 3. PALAU v DuLCET, A. (1990), Manual del lihrero hi.spa110-anu!rica110, Madrid, 7 ton1os (es la edición corregida de su obra en 28 to111os). P,\N-MONTOJO, J. (1990), Carlistas y liberales en Navarra (1833-1839), Pan1plona. PAREDES ALONSO, J. (1993), l•'élix líuarte. l•'uentes históricas, Madrid. PASCUAL, A. ( 1986), «Navarra 1936, ¿Insurrección 1nilitar y/o Jcvantan1icnto popular?», Príncipe de Viana, Anejo 5. ( 1987- ! 988), Le souléve1ne111 1nili1aire en 1936 et la participa1io11 de la Navarre dans la (J1u:rre C'ii,i/e. La genése du coitflit (tesis doctoral, lJniversité de Pau et des Pays des 1' Adour; cortesía del autor). ( 1989), «La actividad de las gestoras de Ja I)iputación Foral ( 1931- 1939) y sus relaciones con el poder central», Príncipe de \liana, 187. PASCUAL, A.M. (1963), Glosas de la ciudad, Pa111plona. - (!971), (~apita! de Tercer ()rden, Painplona (2.ª cd.; escrito en 1946). PASCUAL, J. M. ( 1961 ), «Negación y defensa del ! 8 de julio con10 Cruzada», Punta li:uropa 62. PAULA Y MELLADO, F. ele ( 1845), J~spalia geogrl{{ica, histórica, es!adística y pintoresca, Ma-
drid PAYNE, S. CJ. (1968), Los 1ni!itares y la política en la Esp
PAYNE, S. G. y J. TusELL (dirs.) ( 1996), La ¡;u erra civil. Una nueva visión del coitflicto que dividió E'spaíla, Madrid. P,\zos, A. ( 1990), El clero navarro, 1900-1936. Origen social, procedencia geogrc{[ica y for111ació11 pn~fésional, Pa1nplona. PECIÑA, M. ( 1982), E'l Vitoria de principios de siglo y sus pintores, Vitoria. PEERS, E. A. ( 1967), Historia d<:I n1ovin1iento ronninfico espaílol, Madrid. PEÑA, M. A. ( 1993), El siste1na caciquil en la provincia de !Juelva, Córdoba. Pi'sREZ CloYENA, A. (1964), Ensayo de una bibliogrqf(a navarra desde la creación de in1prenta en Pa111plona hasta 1910 (To1no Noveno), Pa1nplona. P1~REZ
LEDESMA, M. (1994), «"Cuando lleguen los días ele Ja cólera" (Movin1ientos sociales, teoría e historia)», Zona Abierta, 69. - (1996), «Una lealtad de otros siglos. En torno a las interpretaciones del carlisn10», !-listo· ria Social, 24. P1':REZ MADRIGAL, J. (1937), Augurios, estallidos y episodios de la guerra civil. Cincuenta días con l'.Í Ej'ército del Norte, Ávila. PERISTIANY, J. G. (co1np.) (1968), El concepto del honor en la sociedad 111editerránea, Barcelona.
[453]
PETERSEN, J. ( l 982), «Ii proble1na della violenza ne! fascis1no italiano», 5úoria C'onten1pora11ea, XIII-6. PEUKERT, D. ( 1989), S1oria socia/e del Terzo Reich, Florencia. PHELAN, A. (cd.) ( 1990), El dile111a de Weinun: L., Madrid. P1un1-IAM, G. (1974), Hitler'.\' Rise to Poive1: The Nazi Move1ne11t in Bavaria, 1923-1933, Nueva York.
PRIETO, l. ( 1961 ), Cartas a un esculun; Buenos Aires. PRo Ru1z, J. (1995), «Las élites de Ja España liberal, clases y redes en la definición del espacio social ( 1808-1931 )», Historio Social, 21. PAGUER, H. (1977), La espada .v la cruz, Barcelona. PANZATO, G. ( 1988),«Dics lrac. La pcrsecuzionc religiosa nclla zona republicana durante la guerra civile spagnola (1936-1939))), Movilnento (Jperario e Socialista, XXI-2. - ( 1990), «Su!la persccuzione religiosa cluran(e Ja guerra civilc spagnola, una replica)), Movhnento Operario e Socialista, XIII-l/2. Real Acaden1ia de la 1-Iistoria (1802), /)iccio11ario (ieogrcUico-l!istórico de h'spaila. Rey110 de Navarra, Seí'íorío de Vizcaya y Provincias de Álava y Guipúz.coa, Madrid. REB1t1uoux, M. (ed.) (1992), «Paris-Provcncc 1900», Le Mouve111ent Socia/e, 160. REDONDO, L. y J. ZABALA (1957), El Requeté. La tradición no 111uere, Barcelona. REISSMAN, L. ( 1970), E'I proceso urbano, Barcelona. RELANCE ( J 924), «Rafael Molina (Lagartijo)», Vitoria, 1. REMOND, R. (1982), Les Droites en Fra11ce, París. - ( 1991 ), «La crisis política en Europa entre las dos guerras 1nundiales}>, en Cabrera, Juliá y Aceña, 1991. REVUELTA, M. (1979), «La guerra santa de la Independencia», en García-Villoslada, 1979. REY F. del (1989), Organizaciones patronales y co1porativisn10 en Espaí'ía, 1914-1923, Madrid, tesis leída en la Universidad Co1nplutensc, rccicntc1ncntc ( 1992) editada con10 Propietarios y patronos. La política de las organizaciones econó111icas en la E.~palia de la Restauración (1914-1923 ), Maclricl. H.1DRUEJO, D. (1964), Escrito en Espaí'ía, Buenos Aires (original de 1962). RINGROSE, D. R. (1988), «Poder y beneficio. Urbanización y cainbio en la historia}}, Revista de Historia Econórnica, Vl-2. ( 1996), E.1pwla, 1700-1900, el mito del fracaso, Madrid.
[454]
RivERA,
A. ( 1985), S'ituación y co111porta1nie11to de la clase ohrera en Vitoria ( 1900-1915), Bil-
bao. ( 1986), «La prensa alavesa en el priincr tercio del siglo xx», en La prensa de los siglos XIX y XX. Metodología, ideología e il{{or111ació11. A.spectos eco11ó1nicos y tec110/ógicos, Bilbao. ( 1987), «La i1nportancia histórica de l 930, Ja crisis de C:írculo Vitoriano», Kultura, 1O. ( 1990), L.J.1 conciencia histórica de una ciudad. «El Vitorianisn10», Vitoria. (1992), La ciudad levítica. Continuidad y ca1nhio en una ciudad del interior (Vitoria, 18761936), Vitoria. RIVERA, A. y J. lJGARTE ( 1988), «La guerra civil en el País Vasco, la sublevación en Álava», flistoria C'onte1nporá11ea, l. R_1v1i'-:RE, C. ( 1988), Les lit1ngies poli tiques, París. RoBLES EGEA, A. {con1p.) ( 1996), Política en penronbra. Patronaz.go y c/ie111e!is1110 políticos en la Espaifr1 co11te111poránea, Madrid. RocJ-lAT, G. ( 1990), (l/i arditi del/e (Jrande (Juerre. ()rigini, ba!laglia e 111ili, Milán. Ron1dcuEz GARRAZA, R. ( 1968), Navarra de Reino a Provincia, Pa1nplona. RoGGER, H. y E. WEBER ( 1971 ), La derecha europea, Barcelona. RoMERO-MAURA, J. (1989), «La rosa de fuego»./~/ obreris1110 harcelonés de 1899 a 1909, Madrid (origina! de 1975). H.OMERO RAIZÁBAL, Ignacio ( 1938), (~ancionero carlista, San Scbastiún. Ru17. DE CioRDOA, J. (1965), El Catastro de Rústica y las E's!ructuras Agrarias en la Provincia de Álava, Vitoria. Ru1z DE Lo1ZAGA ( 1989), Repoblación y religiosidad popular en el occidenfe de A lava (siglos /X-XII), Vitoria. Ruiz DE URRESTARAZU, E. (1990), Espacio y sociedad rural en Álava ( 1950-1986), Vitoria. S,\ENi'. DE lJGARTE, J. L. (1971), «Sen1blanz:a biográfica y obra literaria del). Hcnninio de Madinaveitia, Vitoria», Boletín Sancho el Sabio, XV-15. SAENZ DE SANTAMARÍA, V. (1937), «El Machete Vitoriano», Vida \-i1sca, 14. SAINZ RonRÍGUEZ, P. ( 1978), Testilnonios y recuerdos, Barcelona. SANCJ-IEZ, C. ( 1989), «Dos polé1nicas sobre n1úsica tradicional en la Navarra de principios de siglo», C'uadernos de l~tnología y J:::rnogrc~fla de Navarra, 53. SANCHEZ ARANDA, J. J. (1983), Navarra en 1900. !.,os co111ie11zos del f)iario, Pa1nplona. ( 1986), «Periodis1no y actitudes políticas en Navarra, 1875-1936», en C'uestiones de historia Moderna y Conte111poránea de Navarra, Patnplona. ( 1988), «Periodización y notas características del periodis1no navarro desde sus orígenes a la actualidad», J>ríncipe de Viana, Anejo 1O. SiNCHEZ AR.ANDA, J. J. y R. ZAMAIU\JDE (1993), Garcilaso, periodisfa (60 aiíos de historia de Navarra), Painplona. SANCJ-IEZ EQUIZA, C. (1988), «La huelga general del 15 de abril de 1936 en Pa1nplona)), Príncipe de Viana, Anejo 5. SANcI-IEZ J1MÚNEZ, J. (1976), Vida rural y inundo conte111porá11eo. Análisis sociohistórico de un pueblo del sin; Barcelona. SANTAMARÍA, J. E. ( 1990), Publicaciones periódicas ilnpresas en Navarra. SANTAMARÍA, F. (1993), <
Aoiz-Sangücsa», Príncipe de Viana, Anejo 15. D. ( 1962), Generaciones juntas, Madrid. SANTOVEÑA (1994), Marcelino Menéndez Pe/ayo. Revisión crítico-biogrc{fica de un pensador católico, Santander. SATRÚSTEGUI, J. M. (1969), «Aspecto práctico del agua», Cuadernos de Etnología y f:)nografía de Navarra, 1.
SANTOS,
1455]
SAZ, l. (1986), Mussolini contra la JI R<~pública, Valencia. ScI-IORSKE, e:. E. ( 1981 ), Viena fin de siglo, Barcelona. Sc1-nJMAN, I-L ( 1982), «Artifacts are in the Mind of the Bcholder», A1nerica11 Sociologist, XVJI- J. SEBASTJ,Í.N, L. ( 1988), «El "Alzan1iento Nacional" en Miranda de Ebro», López de Gánliz, 18. SECO SERRANO, C. (1984), Militaris1no y civi/is1110 en la E.spai'ía conten1poránea, Madrid. - ( 1989), Prc~f'esor Carlos Seco Serrano. Jiaciendo Historia, Madrid. SERDÁN, E. (1985), Fil libro de la Ciudad, Bilbao (original!nente editado en Vitoria, 1926). SERRANO MORENO, A. M. ( 1988), «Los resultados de las elecciones a c:ortes Constituyentes de 1931 en el 111unicipio de Pa111plona, un análisis espacial», Príncipe de \liana, Anejo 1O. SERRANO SúÑER, R. ( l 977), Entre el silencio y la propaganda. La historia co1110 fiu::. Men10rias, Barcelona. SESMERO, E. (1991), «Partidas paralelas)), en Los C.~arlistas, 1800-1876, Vitoria. S1-JANJN, 'f. (sel.) ( 1971 ), Can1pesi11os y sociedades ca1npesi11as, México. SHANJN, 'f. (1983), La clase incó111oda. Sociologíu política del ca1npesi11ado en una sociedad en desarrollo (Rusia 1910-1925), Madrid. SnunERT, A. ( 1991 ), Iiistoria social de Espal'ia, Madrid. SrGNORELLI, A. (1990), «La culture de 1nasse n'est pas une unlfonnisation générale», Le 111ouve1nent social, 152. SocRATE, F. ( 1995), «Borghesie e stili di vita», en G. Sabbatcci y V. Vidotto (a cura), Storia d'Ítalia. 3. Liberalisn10 e de111ocrazia, Ro111a-Bari. SoROKIN, P. A. y C. C. Zin11nern1an (1929), Principies (~/Rural Urban ,)'ociology, Nueva York. So ROLLA ( 1994 ), Madrid- Vitoria. SouTJ-JALL, A. (ed.) ( 1973), [Jrhan Anthropology, c~rO.í'S-C11/f/1ral Studies qf" Urbanization, Nueva York-Londres-Toronto. SouTH\V'ORTH, H. J{. (1963), fil 111ito de la Cruzada de Franco, París. SPENGLER, O. (1943), La decadencia de ()cciden!e. Bosquejo de una 11101fología de la liistoria Universal, Madrid (l.'1 edición en castellano de 1927; original de 1918), 4 vols. -- ( 1962), AFíos decisivos. Ale1nania y la evolución histórica universa/, Madrid (l." edición en castellano de 1934; original de año anterior). STAI-IL, H. J-I. ( 1969), les anciennes co111111u1uu11és vil/ageoises ro11111aines. Asservis.\'enu!/11 et pl:nétratio capita!iste, París. STEJ~NHELL, Z. ( 1972), Maurice Barres et le Natio11alisn1e franrais, París. - (1978), La /)roite révolucionnaire. Les originesfranraises dufascisn1e, París. STERNHELL, Z.; M. SzNAJDER y M. AsI·IERI ( 1989), Naissance de l'idéologie fasciste, París. SToNE 1 L. ( 1990), F'a1nilia, sexo y 11u1trilno11io en lng/caerra l 500-1800, México. (1991y1992), «I-Iistory and post-111odernisn1», Past and Present, 131y135. - (1993), «Una doble función. Las tareas en las que se deben e1npeñar los historiadores en el futuro», Tenias de Nuestra i:poca 289, t•I [>aís, 29 de julio de 1993. STROMBERG, R. N. (1990), Historia intelectual europea desde 1789, Madrid. Su,\REZ, L. (1984), Fi·ancisco Franco y su tie1npo, Madrid. SuAREZ CORTINA, M. (1994), Casonas, hidalgos y linaje. La invención de la tradición cántabra, Santander. SunIRATS, E. (1986), La f~lor y el cristal. Ensayos sobre arte y arquitectura 1noder11os, Barcelona. SuEJRO, 1). (1983), «Conspiración contra la República», f!istoria, 16, 90. TANNENBAUM, E. lt ( 1975), La e.-rperiencia fascista, sociedad y cultura en Italia ( l 922-1945 ), Madrid.
'fASCA, A. ( 1965), Nascita e avento del fascis1110, Bari. TAYLOR, A. J. P. (1963), Los orígenes de la Segunda (Juerra Mundial, Barcelona.
[456]
W .I. y F. ZNANIECKI ( 1974), The Polish Peasant in Europe and A111erica, Nueva York (original de 1918). '1'1-11EssE, A.-M. (1992), «L'invcntion du régiona!is1nc á la Bclle Epoque», Le Mouven1e11t Socia/e, 160. '1'1-10MPSON, E. P. ( 1979), Tradición, revuelta y co11sciencia de clase, Barcelona. 'f110RNTON, M. J. (1985), E"/ 11ozis1110, 1918-1945, Barcelona. 'f1MOTEO ÁLVAREZ, J. (1987), 11istoria y 111odelos de la co111unicación en el si¡.:lo XX. E.:J nuevo orden ii(/Ónnativo, Barcelona. ·rocQUEVJLLE, A. de ( 1982), /:"/Antiguo Régi111en y la Revolución, Madrid, 2 vol s. ToRHAS, J. (1976), Liberalis1110 y rebeldía ca111pesina 1820-1823, Barcelona. TonRE, J. de la ( 1993), «Patri1nonios y rentas de la nobleza y de la burguesía agraria en Navarra de la revolución liberal ( 1820-1865)», Agricultura y Sociedad, 67. 'I'ouc11ARD, J. (1960), «L'esprit des annécs 1930, une tcntative de renouvelle1nent de la penséc po!itique frani;aise», en Tendances pofitiques de la vie fiY1nr;aise despuis / 789, París. 'fRAPIF.LLO, A. (1994), Las annas y las letras. Literatura y guerra civil ( 1936-1939), Barcelona TuÑÓN DE LARA, M. (1976), La JI República, Madrid (2 vols.). ( 1985), 7/·es claves de la 5'egunda República, Madrid. 'fuÑÓN DE LARA, M. y cols. (1986), La guerra civil espfuiola. 50 01/os después, Barcelona. TusELL, J. ( 1986), flistoria de la f)e111ocracia Cristiana en Espalia, Madrid (2 vols.) (edición original de 1974). 'I'usEr.L, J. y l. S,\/, ( J 986), «Mussolini y Pri1no de Rivera. Las relaciones políticas y diplon1áticas de !as dictaduras 111edile1Táneas>>, en Italia y la guerra civil e.\paiiola, Madrid. 1'usELL, J. (1990), «La crisis de Ja dcn1ocracia en una perspectiva co1nparada, Ale1nania (1933) y Espaila ( 1936)», en Estudios, 1990, l. ·-- ( 1992), f'ranco en la guerra cil,il. U11a biogn~fía política, Barcelona. lJBIETo, A. ( 1963), «La efervescencia del siglo JX)), en 111troducciá11 a la llistoria de Espr11ia, Barcelona. lJcELAY L)A CAL, r:. ( 1988), «Acerca del concepto de ''populisino")), flistoria Social, 2. ··--· (1989), «(}abrielc Ranzato, "lra di l)io'', ina rabbia de chi?», Movilnento ()perario e ,)'ocialista, XII-1/2. UGARTE, J. ( 1988), «Aproxi1nación a una sociograría de !os 111ilicianos alaveses en el Ejército de Franco», Perspectiva C~onte111porá11ea, 1-1. ( l 988a), «Represión coino instn1111ento de acción política del "nuevo Estado". Álava, 19361939», en C'ongreso, 1988, VII. ( 1990), «Lehen franquisn1oaren agcrpena Araban», C'uader11os de ,)'ección. 1-/.istoria-(Jeogrr~fTa, 17. (1991), «La pri1nera guerra carlista y el régi111en foral», en ÚJS carlisf(IS, 1800~1876, Vitoria. (1994), «En busca del Kaisereich perdido. Los conservadores alc1nanes en Ja crisis de la República de Wcin1ar (una cornparación con Espaii.a)», en J. M. Ortiz de ()rruño y M. Saal~ bach, Alen1a11ia ( l 806H / 989 ). /)el .)'a ero bnperio a la caída del 1nuro, Bilbao- Vitoria. ( 1995), «Consideraciones en torno a la historia oral en el País Vasco», U Curso, Fuentes orales e historia del tien1po presente. Eusko Ikaskuntza, Bilbao 10-1 l de novic111bre (en proceso de publicación). ( l 995a), El continuu1n rural-urbano de Navarra y el País Vasco, el carlis1110 y la 111ovilizació11 antirrepublica11a de 1936, 'I'esis doctoral dirigida por el Dr. Juan Pablo Fusi, presentada en el I)epartainento de I-Iistoria Conten1poránca de la Universidad del País Vasco. T1-10MAS,
[457]
UGARTE, J. ( 1996), «En !'esprit dí~S années 30 europeo, Ja actitud del f)iario de Navarra y (}ar-· ci!aso en la pri1navera de 1936)), Príncipe de Viana, 209. - (1996a), «La Segunda Gran Guerra, entre la geopolítica y el cnfrentan1iento civib>, lfistoria C'o11ten1porá11ea, 15. -- (l 996b), «Años de silencio, tic1npo de cainbio (l 936-1976))), en Á!ava. Nuestra historia, Vitoria. UNAMUNO, M. (1979), Paisajes del ahna, Madrid (edición original de 1944 hecha por M. García Blanco con artículos periodísticos que van de 1892 a 1934). lJRABAYEN, F. (1925), El barrio 111aldito, Madrid. ÜRABAYEN, L. (1927), Una inte1pretación de las co111unicaciones en Navarra, San Sebastián - {1931 ), Atlas (Jeográfico de Navarra, y (Jeogr(~jfa de Navarra. Texlo eJ:p!icarivo del Alias Geográfico de Navarra, Pa1nplona. - (1952), Biografía de Pan1p/011a, Pa111plona. ÜRABAYEN, M. (ed.) (1983), Losfolletones en «El Sol» de Félix Uraba_ven, Parnplona. UTECHIM, S. V. (1968), flistoria del pensanliento polfrico ruso, Madrid. VAL, V. del (1991), Tipos populares de Vitoria, Bilbao. VARELA, J. (1993), «La tradición y el paisaje, el Centro de Estudios I-Iistóricos», en García J)clga
[458]
Woou:, S. J. (1986), «Movi1ncnti e regin1i di tipo fascista in Europa», en N. Tranfaglia y 1\1. Firpo (a cura), l.í.1 S'toria. 1 grandi proble111i da/ Medievo a//'etá conte111poranea, JX, Turín Y ABEN, f-l. ( 1916), Los co11rratos 1natrhno11ia/es en Navarra, Madrid. YANGUAS v Mll~ANDA, José ( 1840), /)iccionario de Antigüedades del Reino de Navarra, Pa1nplona (3 vols.); Adiciones de 1843. ZARATE, M. A. { ! 981 ), «Vitoria, transfonnación y ca1nbio de un espacio urbano», Boletín de la Institución Sancho el Sabio, XXV-25. ZuGAZA, I\1. (1993), «Géneros y tendencias en la pintura vasca del siglo x1x», en E'uskal, 1993, l. ZuNINO, P. C:i. ( 1985), L 'ideologia del fascis1110. Mi ti, credence e va/ori ne/la stabilizzacione del regilne, Bolonia.
[459]
Anexos
r.:l Directorio y tiu obra inioiRl. :,¡•¡:¡n p11onto tdu6U 'xlto el 010VL»¡ia:1to NucionQl 1 ao oonatitui~4 un Dtr'(l('to1•iü
qu• lo l~tu~rur4n u 1 Pr•~idtnte y cu~tro vocal•& Mlltt~r~a, -ut~a 61tl~os 1 ll~ ti!lGóil'¡~;;<¡•¡,in p!'!!Ci.;ar,ir;t(I Je
lo~
.'.llniBtQ.I·io&
el~·
1'1. GUERR/'. 1 !f.AR111/.,G(:8LiHiA ..
Cl01J Y COW.U IGAGlONI:.s. EL D.tí~'ZC1'011IO· t.)tircv1•6 t.l Podal' ccn tQdll cu &1(1Dl:tud; t111nd:r~ l; ir:.!.cluti .. v.1 de1 l::ia ·n"'(~i·•to1:1 ~ey11s quti ~" dlct¡¡o, loG ou~l~s no•.i:in J>efr•eindadcc.. !101' t1)doa auz¡ miGm0l'O:i.
Oichcii Dvc1·~toe L~y~:s, ::iers.n ¡•efr'ondcdo:!I Gn su dir• por. •l PGil'lg··~gnto .. (;011:.1tttuyanle qlcgido por tH¡fl'tq.;to, ~n le. f'or,.,..o. quo 0po1 :utiQ::1e.ntv :sQ d:..lr,;;·nt1
ne,
/11 f~··~nta d>1 los Míni.st"rioa n6 co11oignados ur1t1J~'l.Ori.lento, f'igu);'¡,l'-:111 UJH)3 r.c;nflcjQ.:l.'Oíl tAt:niC11!1, c1u!o1HH1 vjfrtvi•ur¡ lun fu: oionea QUi hoy t1enu11 lo~ ·tni~tl'o11.
J,oa Cont:1GJQll que C«tl~br" "l. l>t:r1:1ctor10, podron llOl' o~·d!noriou y Plono3. r.os prtr1t.1l'Od loe int,,,grr.n:an C;l :>rc;aidwnto y vocolot1¡ lou l;Hl;JUndo:•, J.o::i ...:1 .. tadotr y 106 Conti•Jú:roa tdcnioou. Loa p1•ir1Gt'os üito1~to¡ y r.oy•a, soran loa a1gu11ntoa,
u).- :3uapone16n de ln Couutituclon do 1031. ll) ... Ciat Qt;l f'r(l::itd(Jt1tto de ·1& Hupijblica y miembros d•l uobiol'uo. e} ... /.t1 1buiret todoa loa Podal'•:l del }(,..';ttr.do, fll:l.lvo el Jud1c1Pl 1 4~'' ~ctun1•6 con ur1•t1¿_;lo " ¡¡¡a f,~y&u y negl'-l~:
1
lee dG
Juitio1~.
o) ... 01111og11cion d!> lQs Leyea,~',¡~l~r,tQritoJJ y diapoaictionoo qu11 n6 3;;it
hado.
~-
--
c . _ · - . : ; _ .. ., .. '
· ..
'
l) • .o. JSxtinct6n dtl QOtilfi.tbotiarno. m) ... Cl:'&$-C15n dtl CArnct •leo toral. En pi•1nc1pio no tctndrgn dovvoho u ~l loa i.tnQlfa.botoa y quiona.:i h~yti.n aitln oondenedoa po1• delitos contra J.l.l p1•0 ... p1od.ad y l~!!! utr6one.a • n), ... Plu.n du Ob:r~blicao y r1tgo1o1, de oaraoter rtruune-I'adora e) ... Creco16n dlí on$U l"'Ggionvliis, pRra l~ r•soluoi6n de loo prol·l~'mag dr:t la 't1t-rrQ, obre la Uuso dol fon•nto, cte li:i pequoi\a propio.:.i1.1d, y do la o,;plotac16n oolectlvA donde ollA llO fuerGi poa1 ble. p) , ... ~an11umiu.to dt l~ Hia.Q1•nda. q) .... Rrdonac16n de laa Xnduatr!aa d@ ouerra, r) , ... ~stablvoimi•nto de lu ponu. d• 111.uarte, •n loa dol1toa contra
J.:..1iJ
p:
1
1• ..
son8o t1itmpre qu• produ2uan la muoritfll, o lenion¡to, quu oo~nion•a ioutili .. d~d para •l ojorcio1o da la prof~~lon di la v1otimQ• EL DlKl·:cr110fiIO 1ht campr-omster&, duNnte au geat16n, a -no cambiar en u ,;u3t1.on el Hegim.11n Republioeno• nu1UtGnor en todo l'-la r.1nv1nd1og,o1on~s olll'\,_ rGo, lo,g¡¡lt!!.dntt log:radoa, reforzar ol pr1no1pio de la autoridad, y loo organoa de llil dofenaa dol ~atado, dotar oonv•n1•ntem1nte al Ejercito y 11.1 \fQrinG. para qu• t~nto uno oomo otro acian oif1oi•ntwa, QNQ016n do Miliclo.3 nQcionules, orgu.ni2ar lu .(natruoo16n Prtm1l1tar doad• la 1'.:aouelA y Húoptar ouunta.o rthtdidna a• eut1men n~oGuQriae pal"tt orear UN ESTJ..VO Fül~RTE y
DloClPl.IY.ADO,
Mad~id
O de junio de lg3t) 0
lil Uirootoi•.
[462]
El Directorio y su obra inicial 1 Tan pronto tenga éxito el Moviinicnto Nacional se constituirá un l)ircctorio, que le integrarán un Presidente y cuatro Vocales 111ilitarcs. Estos últi1nos se encargarán precisa111ente de los Ministerios de la Guerra, i\1arina, Gobernación y Co1nunicaciones. El Directorio ejercerá el Poder con toda su ainplitud; tendnl la iniciativa de los Decretos~lcycs que se dicten, los cuales serán refrendados por todos sus n1ie1nbros. {)ichos l)ccrctos-lcyes serán refrendados en su día por el Parlan1ento Constituyente elegido por sufragio, en la fonna que oportunan1ente se detennine. Al frente de Jos Ministerios no consignados anterionnente figurarán unos consejeros técnicos, quienes ejercerán las funciones que hoy tienen los n1inistros. Los Consejos que celebre el l)irectorio podrán ser ordinarios y plenos. Los prilneros los integrarán el Presidente y Jos Vocales; los segundos, los citados y los consejeros técnicos. Los pri111eros Decretos-leyes serán los siguientes: a} Suspensión de la Constitución de 1931. b) Cese del Presidente de la República y miembros del Gobierno. e) Atribuirse todos los poderes del Estado, salvo el Judicial, que actuará con arreglo a las leyes y reglan1entos preestablecidos, que no serán derogados o 1nodificados por otras disposiciones. d) J)efensa de la Dictadura Republicana. Las sanciones de carácter dictatorial serán aplicadas por el Directorio, sin intervención de los Tribunales de Justicia. e) Derogación de las leyes, regla1nentos y disposiciones que no estén de acuerdo con el nuevo sisteina orgünico del Estado. fJ Disolución de las actuales Cortes. g) Exigencia de responsabilidades por los abusos con1etidos desde el Poder por los actuales gobernantes y los que les han precedido. h) Disolución del Tribunal de Garantías. i) Declarar fuera de la Ley todas las sectas y organizaciones políticas que reciben su inspiración del extranjero. j) Separación de la Iglesia y el Estado, libertad de cultos y respeto a todas las religiones. k) Absorción del paro y subsidio a los obreros en paro forzoso co1nprobado. /) Extinción del analfabetismo. 111) Creación del Carnet electoral. En principio, no tendrán derecho a él los analfabetos y quienes hayan sido condenados por delitos contra la propiedad y las personas. n) Plan de Obras Públicas y riegos, de caréÍcter re1nunerador. o) Creación de cesiones regionales para la resolución de los problen1as de la tierra, sobre la base del fomento, de la pequeña propiedad y de la explotación colectiva donde ella no fuera posible. p) Sanean1iento de la Hacienda. q) Ordenación ele las Industrias de Guerra. r) Restablecin1iento de la pena de 1nuerte, en los delitos contra las personas, sien1pre que produzcan la 1nuerte o lesiones que ocasionen inutilidad para el ejercicio de la profesión de la vícti1na. El Directorio se co1npro1neterá, durante su gestión, a no ca111biar en su gestión el Régi1nen republicano, 1nantener en todo lCL'; reivindicaciones obreras legahnente logradas, reforzar el principio de la autoridad y los órganos de la defensa del Estado, dotar convenicnten1cntc al f~jército y a la Marina, para que tanto uno coino otro sean eficientes, creación de 111ilicias nacionales, organizm· la instll1cción pre1nilitar desde la escuela y adoptar cuantas n1edidas se esti1nen necesmits pm·a crear un Estado fue11e y disciplinado. Madrid, 5 de junio de l 936. El Director 1 Fuente: Servicio 1-Iistórlco Militar. Archivo de la Guerra de Liberación. Docuincnto Nacional. Annario 3 l, legajo 4, carpeta 8.
[463]
Programa mínimo entregado por la Dirección Carlista al general Mola2 1. 0 Medidas de orden público a juicio del Ejército. 2.º Derogación de fa ConstitucfrJn, de las Leyes laicas y de las atentatorias de la
unidad patria y al orden social. 3. 0 !Jisolución de todos los partidos políticos, incluso de los que hayan coope-
rado. 4.º /)isolucú5n de todos los Sindicatos y asociaciones sectarias. Incautación de sus fondos y bienes, y expulsión de sus dirigentes. 5. 0 1:iroclan1ación de una f)ictadura de duración ten1poral, con anuncio de la re-
construcción social orgánica o co17Jora1iva, hasta llegar a unas Cortes de esa natu-
raleza3. 6.º Anuncia de refonna de todos los cuerpos del Estado. 7 .º La suprenu1 dirección política corresponderá a un !Jirectorio, cornpueslo por un nlililar y dos (~onsejeros civiles designados previa111ente por la Conn1nión TiYtdicionalista. El prin1ero será Presidente del Directorio y del Gabinete, y 10111ará especialmente sobre sí la Seguridad Nacional (Ejército, Marina, Orden Público, Comnnicaciones y Transportes). J)e los otros dos, el uno se encargará del Minislerio del Inferior (Ayuntan1ientos, Diputaciones, preparación del régi1nen foral, Corporaciones . de J::ducación y Enseñanza profesional 4 ); y el otro 1on1ará a su ccugo el Mini . ;Jerio Nacional (Propaganda y Prensa, Enseñanza General -elernental y segunda- y I~c laciones con la Iglesia 5 ). 8.º Desarrollará las direcciones políticas del Directorio y llevaní la Ad1ninistración general del Estado un Gabinete de Ministros técnicos, previcunenle elegidos de entre las personas nuís capacitadas, desprovislas de pe1]uicios partidistas. Se da por supuesto que el Movilniento se han_í con la bandera bicolor6 . [Redactado el 11 de junio de 19361
2 Fuente: A. Lizarza, Memorias de la conspiración, Pamplona, 1969 (4.ª edición), págs. 111-112. 3 Ferrcr (OC, ton10 XXX-2, págs. 86-87) recoge otra redacción de este punto: donde dice «hasta llegar a unas ... )>, sigue« ... elecciones)) . .¡ También en cursiva en ibid. 5 Tainbién en cursiva en ibid. 6 La parte de! texto en cursiva se cstin1aba coino parle «cscnciab>.
[464]
Orden de movilización del Requeté de Alava7 Vitoria, 18 julio 1936 Sr. D. Esteban Ugartc (Bcrantcvilla). Mi querido a1nigo: IIa llegado la hora, según órdenes de 1ni jefe inn1ediato de que, sin renunciar con afinnación los principios de nuestro noble Ic1na «Dios, Patria, Fueros y l~ey» secundcn1os con entusias1no la acción que en estos n101nentos realiza el I.~jército nacional 1ninúsculo. Las órdenes recibidas son las siguientes: a) Ponernos a las órdenes del jefe 111ás caracterizado del n1ovilniento 1nilitar. b) Por nuestra parte y donde nuestras fuerzas lo pern1itan, sustituir las autorida~
des locales en las localidades en que aquéllas sean desafectas al 1novin1iento. e) 13.n cuanto por el r~jército sea declarado el «estado de guerra», nuestros «requetés» usarán su unifonne y de no tenerlo, un brazal blanco con aspa roja
(cruz de San Andrés) procurando adetnás que todos lleven la boina roja. Para cun1pli1ncntar por nuestra parte estas órdenes, ese «requeté» de Berantevilla sin que falte uno solo, en estos 111on1entos en que se trata de salvar la I<.eligión y la Patria, debe estar prevenido y preparado para venir a Vitoria en cuanto se ordene por esta Jefatura del I<.equeté, para lo cual recibirá Vd. orden y se pondnín en I3erantevilla dos autobuses o canliones, que custodíados o vigilados y protegidos en el trayecto se trasladanín con Ja n1ayor urgencia a Vitoria. El n1ovi1niento va en n1archa y la hora del triunfo se acerca. Inculcad en esos «requetés» el n1ayor entusiasn10 y seguridad en la victoria que sien1pre sigue al que tiene fe en J)ios y confianza en los altos designios de la Patria. Un abrazo de su buen an1igo, Lurs RABANERA
1
Fuente: Archivo privado de la familia Rabanera.
[465]
/
Voluntarios de las provincias de Alava y Navarra (por comarcas y merindades) 8 ÁLAVA
Nún1eros absolutos
Con1arca Cuenca Cantábrica Estrib. Gorbea Llanada Valles Montaña Rioja Vitoria TOTAL
1
2
166 142 120 380 134 390 265 1.597
7 13 49 41 69 58 153 390
3
4
5
o o 4 o
o o o o o o o
o o o JO o o o
3
o
47 54
o
]()
6
7
42 66 61 222 57 291 168 907
173 155 173 431 206 448 465 2.051
Nún1e1vs relativos sobre el lota/ de cada rnilicia
Cornarca Cuenca Canuíbrica Estrib. Gorbea Llanada Valles Montafia Rioja Vitoria TOTAL
1
2
3
4
56
96
4 8 28 10 33 13 33 19
o o o o 1 o o
o o o o o o o
o o o 2 o o o o
92
69 88 65 87 57 78
3
o
7
24 100 43 100 35 100 100 51 28 100 100 65 36 100 44- - -100 --
T'asa por nlil en relación con la pohlacián 1nasculina
Con1arca Cuenca Cantábrica Estrib. Gorbea Llanada Valles
Montafia Rioja Vitoria TOTAL
1
2
3
4
5
24 48 17 67 34 62 13 30
1 4 7 7 18 9
o o 1 o 1 o
8
2
7
1
o o o o o o o o
o o o 2 o o o o
8
6
7
6
25 52 24 76 53
22 8
39 15 47 8 17
72
23 39
Fuente: Elaboración propia a partir de Ugartc, 1938: 75; Pascual, 1986: !35; Censo de fa Población de E.11x11/a de 1930.
[466]
NAVARRA Nún1eros absolutos
Merindad
1
2
3
4
Estella Tudcla Sangüesa
2.572 1.118 1.930 2. 139 2.381 929
2.083 1.312 690 1.579 937 318
45 30 3
o o o
24 5
11.069
6.919
107
Tafalla Pamplona (cuenca)
Pa111plona (capital) TOTAL
o
5
6
7
1 1
24 18 21 50 45
2.977 859 1.412 2.046 1.643 1.008
4.724 2.478 2.644 3.793 3.369 1.247
2
158
-----·--"---··----
o
o
------·--·-----··-------·--··-·-------·
9.945 18.255
Nú111eros relativos sobre el total de cada niilicia -----
Merindad
1
2
Estella Tudel a Sangüesa 'fafalla
54 45 73 56 71 74
44 53 26 42 28 26 38
Pa111plona (cuenca) Pamplona (capital) TOTAL
61
3
4
5
--·--·---
6
7
o 1 63 100 o 35 100 o 1 o 53 100 1 o 1 54 100 o o 1 49 100 () o o 81 100 1 o 1 54 100 ···---·---·---------------1 1
1'asa por nlil en relación con la población nutsculina
Merindad
1
3
2
4
·-·---------·-·---~·---·-·-··---···---·-~
Estclla Tuclcla Sangüesa l'afalla Pan1plona (cuenca) Pamplona (capital) TOTAL
71 37 79 92 60 48
58 44 28 68 24 16
o o
64
40
1
o 1
o o o o o o o
l Rcquctés 2 Falangistas
3 Acción Popular 4 Renovación Española .:'i Sin datos 6 Voluntarios de julio en Navarra y previos al 25 de agosto en Álava 7 Total de voluntarios (1+2+3+4+5)
[467]
5
6
7
1 1 1 2 1
o
83 29 58 88 41 52
131 83 109 163 85 64
1
58
106
····---------------
Estados de revista del requeté de Pamplona 9 Jaime del Burgo Torres (adelantado jefe de Requeté) PLANA MAYOR
J)onli e;¡ io Lcopoldo Díez y Díaz de Rada (alférez) ......................... .. Ángel Elizalde (alférez) ................................................ . [José Millaruelo (alférez)'º·························· .................. .
Mercaderes Conde Oliveto Donnitalería]
Grupo de I~nlace y Transn1isiones Gern1ün Orzanco Baraclo ljefe; sargento 1.º] .....................
l)onnitalería
Francisco Casas Gurpegui ................................................. . Jarauta Pedro Javier Eslava Pérez de Larraya ............................... . Mayor José Miguel Macloz Recarte .............................................. . Mayor Juan Urdániz Arraiza ......................................................... . P. Sarasatc Calderería Jaitne Mondragón González ................................... . Ca1npana Victorino Annenlhíriz Martinicorena ..................... . Fennín Garayoa Zabaleta ....................................... . Joaquín Esparza Urzaiz ..................................................... . José Ra1nón Pérez Lozano ............................................ .. Fernando Berruezo Baztán ................................................ . Pablo Fernández Jáuregui .................................................. . Alberto Lizarza lturrarte .................................................... .
San Agustín San Antón Calceteros Calceteros Calceteros Rozalcjo
Antonio Lizarza Iturrarte ........................................ . Fidel Reta Ortiz ..................................................... . Julio Lizarraga Senar ......................................................... . Epifanio Belloso Vegas ..................................................... . Gonzalo Azcona Garnica ................................................. .
Rozalejo Jarauta Nueva Calceteros Carlos lII
A[uxiliar] A[dministrativo] !brigada] Miguel Martínez de Goñi .................................................. . Casa Puntos
9 10
ARBlJ (bojas sueltas, estados de revista del Requeté de Pamplona entre inayo y junio de 1936). ARBlJ. Prini-~r Requeté del T. de P. Orden del día del 1 de mayo de 1936.
[468]
Tambores Onofrc Juániz López ......................................................... . San Agustín José Chocarro Ripa .................................................... . Estafeta Epifanio Azpilicueta (iarcía ...................................... . San Gregorio
Cornetas José Gracia Baquedano .................................................... . Mayor Alberto Martínez Úbeda ................................................... . Mayor Mariano Burguete Díaz ..................................................... . San Nicolás
PRJMER PJQUETE
Ángel Elizalde Sainz de Robles (alférez)
Oliveto
Primer grupo
Juan Martínez Arburúa !jefe; sargento 1.º! ............. . Jarauta Juan Elizalde Viscarret !adelantado; sargento 2.<>J ............ . Descalzos Mariano Fuertes Goñi ....................................................... . Vínculo Miguel Ángel Astiz Iglesias ............................................. . Curía Francisco L.usarreta Lázaro ............................................... . San Nicolás Joaquín !rujo Urrizalqui ................................................... . Tejería Juan Irigarai Undiano ....................................................... . Yanguas Pedro Ruiz Ulíbarri .......................................................... . P.º de Sarasate Miguel Cervantes Saralcgui ..................................... . Calderería José Luis ·rorres Urra ....................................................... .. Gregario Peralta Loitegui .................................................. . Enrique lrujo Urrizalqui ........... .............. ................... . Can11elo La111berto Gainza .................... .. .................. .. Juan Ran1írez Álvarez ...................................................... . Juan l'urun1bay I<.uiz .......................................................... . Joaquín Ursua Esparza ...................................................... .
Navarrería San Gregario Tejería Lindachiquía San Nicolcís Calderería Zapatería
Casiano Ecay Sanz ............................................................ . Cannen Gregorio Gan1asa Navarro ................................................ .. 'fon1ás Maquirriain Zabalza ............................................... . Longinos Alzórriz Mondela .............................................. . Angel Ilarregui lriberri ...................................................... . Bruno Eslava Odériz .......................................................... . Ángel Hualdc Aztaráin ..................................................... ..
Navarrería Mayor San Antón
Jarauta Estafeta Jarauta
Enlace: Miguel Ángel Astiz Iglesias Canlilleros: Juan ~ruru1nbay I<.uiz y 'Tb1nás Maquirrián Zabalza
[469]
Segundo grupo José Bastero l)íaz [jefe; sargento 1.ºJ ............................... . Cannen Jturralcle Cannclo Aycrra Franco !adelantado; sargento 2.º!
Julián Sanz Gurbin
Can11cn Estafeta lCjería San Gregorio Mayor San Antón Se1ninario
Javier Múgica Gorricho ................................................. .. Cayo Gurbindo Buldain Eduardo Iriarte Goñi . ... ... .... ... ... .... . ..................... . Tbn1ás l,,achc l2zcurra ........................................... . Francisco Latorre Albéniz .......... . Ciriaco Inda Salinas José Toro ....................... .
Navarrería Ca1npana Carlos lll Alhóndiga Navarrcría Calderería Navarrcría
Moisés Esparza Urzaiz .................................... .................. Joaquín Azcona Yabcn ....................................................... Víctor Garayoa linizcoz ..................................................... Agapito Soto Araya ............................................................ Félix Galar Irulegui ...................................................... ...................................................... Luis ... Baracaldo
San Antón Descalzos l)onnitalería San F1rancisco Curía San Nicolás
E'n/ace: Francisco Latorre Albéniz
Ccunilleros: Eusebio Zozaya Biurrun y Joaquín Azcona Yaben
Tercer grupo Julio Elorz Prat !jefe; sargento l.º] ................................ . Ramón Lorente Arraiza [adelantado; sargento 2.º] ...... ..
Mayor A1naya
To111ás Usunáríz Soto .....................~ ........................ . José Jabat Beperet ...................................... . Félix Garayoa Za baleta .................................................... .. Julián Esain Aranguren ..................................................... . Antonio Jabat Beperet ...................................................... .. Ricardo Lozano Se tés ........................................................ . Miguel Ángel Barón lrigaray ............................................ .
Donnitalería Eslava San Agustín Jarauta Eslava Avda. San. Ignacio Orfeón Pamplonés
Agustín Fernández Ardanaz .............................................. . Mayor San Antón Ricardo Irigoyen Echavarren .................................... ..
[470]
José Irigoycn
l~chavarren
.................................................. . San Antón
Gregorio Aristu A1nilibia .................................................. . Calderería Modesto Gofii López ....................................................... . Navarrería Ernesto Igea Annendáriz .................................................. .. Fuerte del Príncipe
José Martínez Fernández ................................................... . Mañucta Si1nón Ciriaco Mina .......................................................... . Santo Domingo Valentín Clarín Goñi ......................................................... ,. Estafeta Víctor E.squíroz Aranguren .................................. .. Zapatería Perfecto Martínez López ................................................... . Tejería
Casin1iro Eguaras f~chcverría ............................................ . San Gregario l,uis H.oncal Viana ............................................................. . Jarauta Enlace: Modesto Goñi López Camillems: Casiano Eeay Sanz y Julián Esain Aranguren
SEGUNDO PIQUETE
Lcopoldo Díez y Díaz de Rada (alférez)
Mercaderes
Prilner grupo Miguel Echalecu Borda [jefe; sargento l.º) ....................... San Antón Juan Abárzuza Murillo [adelantado; sargento 2.ºJ ............. 'fudela J)á111aso
(~asas
Gurpcgui ....................................................
Vicente Moreno Scs111a ....................................................... Martín Moreno Espinosa .................................................... Marino ltoiz Martín ...... ,..................................................... Victoriano Annendáriz Martinicorena ............................... Gabriel Larcqui lrigoyen .................................................... Marcclino Azanza Zalha José Rotcllar lJcar ....................................................... Jesus Aguirre Sagardoy ...................................................... Martín Michelena Vcroiz ................. ,.... ,............................. Jain1c Mondragón Gonzálcz .............................................. , Pedro f~zcurra Esainz ....................................................... . I<.0111án Múgica Gorricho ................................................... .
Antonio Ardánaz Pique .................................................... ..
Jarauta Curía Mayor Merced Can1pana Santoandía C. Monjas Blancas Navarrería Tcobaldos Curía
Calderería Jarauta
Navarrería M.ayor
l~leutcrio Asunnendi Azanza Lindaehiquía Martin Oroz Santesteban ................................................... . San Nicolás Julián Salguero Franch San Antón
[471]
José Ibero Gofíi ........................ . José María Azanza Martínez ......................................... . Flaviano Sarobe Yiela ............ . Javier Esparza Vicia C~an1il!eros:
Cannen Teobaldos Avda. Zaragoza Avda. Zaragoza
E'nlace: Martín Moreno E~spinosa Martín Michclcnea Verciz y Martín Oroz Santesteban
Segundo grupo Antonio Lerga Salanucva ljcfe; sargento l .ºJ .................... l~pifanio Espinal lribcrri [adelantado; sargento 2.º!
Merced Mayor
Alberto lzco Anocíbar ...................................................... . Canncn Avda. Zaragoza Juan Carlos Marco Echarte ........................................... . San Nicolás Francisco Saralegui Valencia .... . Avda. Zaragoza José Azcona Cilvcti .......... . Espoz y Mina Pedro Ariz Huarte ................................. . Cu ría Miguel Uscchi Bueno ......... . Navarrcría José Luis Soret Urrizalqui .. . Baltasar L,atasa Yoldi ... . Julio Estella Casado .... . Félix Abárzuza Murillo ...... . Fernando Sáez Arguiñano ......................... . Martín Ciordia Donázar ....................................... . Justo Goicoechea Méndez ................................................. . Jovito Torrubia Pueyo .................................................... ..
Carn1en Calceteros Tudel a Mafiueta Mercaderes Mayor Co1nedias
Francisco Díaz de Cerio Goñi ........................................ . Javier Archanco Ud obro .................................................... . Javier Sanz Orrio ............................................................ . Antonio Salinas Rodríguez .. ......................................... . En1ilio Urdániz Arraiza .................................................... . Manuel Rabanera Ortiz ..................................... . Antonio Archanco Udobro
Plaza del Castillo Colonia Argaray Cortes de Navarra Chinchilla. Hacienda P. Sarasate E,sc. l)eritos Agrícolas Colonia Argaray
Enlace: Félix Abárzuza Murillo Camilleros: Pedro Ariz Huarte y Emilio Urdániz Arraiza Tercer grupo José Catalán Mateo Jjefc; sargento 1.ºl ............................ . Estafeta To1nás Catalán Mateo !'adelantado; sargento 2.ºJ ............. . I~stafcta Jesús I~osagaray Muru ...................................................... .. José Gofíi Lópcz ............................................ .
[472]
T'cjería Navarrería
Julián Guiar Belfa .............................................................. .
S. Francisco
Rubén Lacunza Millán S. Nicolás Si1nón Inza lrurzun ............................................................ . Tejería Ignacio 1\1ru1nbay H.uiz ..................................................... . Calderería José Sádaba Gorricho ...................................................... ..
Mayor
An1brosio Monreal Azcárate ............................................. . San Antón Isaac Monreal Azcárate ..................................................... . San Antón Luis Ortiz Alzueta ............................................................ . S. Ignacio José Biurrun Erviti ............................................................ . Descalzos José I._,uis Arraiza Albéniz ................................................ .. P. de San José José Condcarcna Urdánoz ................................................. . Calderería Bernardo Sánchcz Echcverría ........................................... . Casa Gaztelu Juan Echauri Ardanaz ......................................................... Gregorio Estclla Casado .............. ...................................... Ascensio Guruceaga Unneneta .......................................... Valentín l~sparza lJrzaiz ..................................................... Jesús Ardanaz Ciganda ..................... ................................. José Joaquín Agurruza H.. de Gaunza ................................
(~an1illeros:
Santoandía Calceteros Jav. La Barranquesa San Antón Curía Carnicerías
Enlace: Rubén Lacunza Millán José 1.,,uis Arraiza Albéniz y Gregorio Estella Casado
TERCER PIQUETE
Rcmigio Múgica Gorricho (alférez)
Navarrcría
l'rhncr grupo José H.an1ón Valencia de l-luarte !jefe; sargento l .ºJ .......... Nicolás Domínguez de BidauITeta [adelantado; smgento 2.º]..
Mayor Estafeta
Lorenzo Asunncndi Azanza ............................................... José María l~ccun1berri Gorostiza ...................................... Antonio Arangurcn Elorz ................................................... Aníccto lndart lrigoyen .......................................... Joaquín Martín l..ópez ......................................................... Antonio Martinicorena l~lcano ........................................... José Manuel Irigaray Undiano ...........................................
Descalzos Cannen Calderería La Yasconia Iturralde Navarrería Yanguas
'l'i1noteo Cía Po1narcs ......................................................... E~uscbio Pérez Martínez ...................................................... José María Puy Abárzuza ................................................... Pedro Irurzun Tullo ............................................................
Carn1cn San Francisco Donnitalería Descalzos
1473]
Rafael Irigoyen Mosso ....................................................... En1ilio Pérez Pascual .......................................................... Álvaro Asen.jo Gurpcgui ............................................
Santoandía Portal Nuevo Sancho el Mayor
Benedicto Annendüriz Olcoz Juan Bu e no E ...................... . Jacinto Monreal Jin1énez .... . Manuel Ab,írzuza Murillo ......................... . Teófilo Ofioa Fernández .................. . To1nás L,arrañcgui Azcarrcta Ángel Sáez García ....
Con1edias Santoandía Tudel a Mendillorri l)escalzos Calderería
(~aldcrería
I:ntace: José María Puy Abárzuza C~arnilleros: Aniccto lndart Irigoycn y Ángel Scícz Ciarcía Segundo grupo Lorenzo Sanz Arilla !jefe; sargento l.º) Miguel Noain Oroz radelantado; sargento 2.ºJ
Zapatería Cannen
Jesús Latorre Goñi ............................... . Joaquín Goicocchca Ichaso .. Evccio lí'i.arra Salinas .......... . Babi! lbarrola Oncea Joaquín Goñi Echeverría .... Javier Rodríguez lriartc Jesús Felipe .................................. ..
l)cscalzos Eslafela (Jarcía Xin1éncz Javier Sarasa te Rosalcjo Es1afcla
Esteban Orlabe Elía Plácido lzco Cía ................... . Ángel Cía .................... . I:;élix Arteta Luzuriaga Garro ........................................ . Montero ................................... . Julián Polo .............................. .
Estafeta Tudela Tudcla Javier
Manuel L.orenzo Andreu ................................................... . Santiago García Sanz ........................................................ . Julián Lascoz L.acunza ..................................................... . E1nilio Sánchcz Can1ardicl .................. .. Jesús Oroz Olea ...................... .. Ognacio Gascol Ostiz ................. . Eusebio Pérez 1.,,.ízoain ................................................. .
Co1npafiía Carn1en Cu ría Zapatería Jarauta Mayor Cannen
Navarrería
Enlace: Félix Canúlleros: Evencio lñarra Salinas y E1nilio Sánchez Can1ardicl
[474]
'l'crcer grupo Cecilio Ayestarán Arn1endáriz !jefe; sargento 1º.] Miguel üsés Busto laclelantado; sargento 2.ºJ .... Marcclino Martínez J{oldán Jacinto Labiano R_azquin
............................. . Grcgorio Eraso Yoldi ........................................... . Pío Zuazúa Urtasun .................... . Ángel Arnaz Ji111énez ..................... . Dcmctrío Lczaun Alonso ..................... . Jesús María Santan1aría Eguigurcn Faustino L,czaun Alonso ............... .
San Nicolás Navarrería Jarauta Carn1en Mayor Mayor Jarauta Jarauta (~onsistorial
Miguel Saralegui Valencia ................ ................. . Pedro Arn1as (}arcía .......... ............................... .
Jarauta San Nicolás Jarauta
Eugenio Yoldi Vidaurre ..... .. ............................. . Jesús Urdiain Górriz .......... ........................ ............ . Enrique I3cllostas Vidaurre ........................... . Joaquín Martíncz Úbeda ............................................. .
Canncn Conde Olivcto Mayor
I-=-'cnnín Zabalza Moral Máxin10 f\1igucl Martínez José Martíncz Echepctclccu ............................ . Javier Arilla Marraco .................................. . Juan I.esaca L.arrafieta
Canncn Casa I<.oldán Mercaderes Navas de 'l'olosa c:annen
c~a1nilleros:
Jarauta
E'n/ace: Pedro Annas García Jacinto l_.abiano I~azquin y Juan Lesaca Larrafieta
CUARTO PIQUETE
[,José Millaruelo (alférez)" ....................................... .
IJonnitaleríaj
Primer grupo Eduardo Sainz Alcázar [jefe; sargento 1.º] ............. . Jesús Martínez Úbeda !adelantado; sargento 2.º]
Ronces valles Mayor
Cannelo Laru1nbc Mcndía Sebastián 'faberna Arregui José Arriazu H.azquin ....................................................... .. Francisco L,ezcano Arregui .............................................. ..
Mayor Mayor Mayor Mayor
11 ARBU. Primer Requeté del T. de P. Orden del día de! l de 1nayo de 1936.
1475]
Mauricio Garrán Mosso ................................................... . Leire Sarasate Francisco Sánchez Doussinague
Francisco Eugui Garro ...................................................... . José María Ayestanín Falcón ............................................. . José María Trujo González-·rablas .................................... .. Tomás !rujo González-Tablas ........................................... .. José León Taberna Arregui ............................................... . Juan Taberna Arregui ........................................................ . Marcelino Pascal Zabalza .................................................. .
B.º de Ja Estación J)oña 13lanca M. de Cirauqui M. de Cirauqui Mayor Mayor Vivero de la l)iputación
Ro1nán García Villarreal .................................................... . Críspulo Sáez Garayoa ...................................................... . Francisco Erviti Oscoz ...................................................... . Joaquín Agudo Olaso ........................................................ . Jesús Marín Recalde .......................................................... . Jaime Gómez Ullate .......................................................... .
San Ignacio l)onnitalería San Antón La Vasconia Dorrnitalería Javier. La Barranqucsa
E:n/ace: Marcelino Pascal Zabalza C'anlilleros: Mauricio Garrán Mosso y José Antón Sagüés !rujo
Segundo grupo Carlos Sauz González [jefe; sargento l.ºJ ........................ . P. Sarasate Narciso Berraondo Hidalgo [adelantado; sargento 2.º1 .... . Nueva Pedro Goñi Berrando ........................................................ . Manuel Annisén Huici ..................................................... .. José Irisan·i Archanco ........................................................ . Genaro Aldaba lbáñez de Ibero ........................................ . Tarsicio Ortiz Alzueta ....................................................... . Miguel Labiano Luna ........................................................ . Ramón Pabollet ................................................................. . Miguel Videgáin Roncal .................................... . Matías Iragui Iribarren ...................................................... . Fermín San Martín Urtado ................................................ . Félix Sarrasín Ilundain ...................................................... . Nicolás Ardanaz Piqué ....................................................... . Rafael Santesteban Martínez .............................................. . l{an1ón Goñi ............................................................... ..
Avda. San Ignacio Zapatería Mayor Mayor Avda. San Ignacio Blanca de Navarra 13urlada Mayor San Francisco
Calderería Javier Mayor Dorn1italería Yangüas
Pedro Lerga ........................................................................ . Merced Daniel Reta ........................................................................ . Merced Luis Egaña ......................................................................... . Dorn1italería
[476]
Ángel Alvira José Echcvcrría José 1'orrubia ........................................................ . Javier Martíncz de Moretín ............................................. ..
San Antón Mayor Con1cdias
linlace: R.a1nón Gofii Canlilleros: Ra1nón Pebollct y José Echevcrríci Tercer grupo Miguel Osés Busto ljcfc; sargento l .ºJ
I turra1na
Felipe Otamendi Orcaray ......................... ......................... José Ciarra Ruiz .......................................................... José Fernánclcz Rcdín ................................................ . Agustín Zabaleta Gue1nbc ................................................. . Julio Goíli Urguía ............................................. . Jesús Castillo Saiz ............................................................. .
Mochuelo Mochuelo Mochuelo Mochuelo Mochuelo Mochuelo
Netncsio I~ípodas Paternain .............................................. . Manuel Enériz Acra1nontc ................................................ . Jesús Gastclu Marco ........................................................ . f.'rancisco Zuza Abinzano .................... .................. . Justo Irízar Salazar ........................................................ . Ricardo López Cilveti ..................................................... . lnoccncio t1uici Goñi ................................. .
Iturran1a lturran1a Casa Gaztelu Frente a l)o111inicas B. San Juan B. San Juan Echavacoiz
Enlace: sin non1inar Ca111il!eros: sin non1inar
QutNTO PtQUETE
Cesáreo Sanz Orrio (alférez)
Ama ya
Primer grupo Eusebio Mendía Equísoain ljefe; sargento l .ºj
Avda. Villava
Miguel Elcta Salaberri ................................................ . Venancio Eguía Equísoain ................................................. . Jesús Ayesa Goñi .............................................................. . Iienninio Dalan1au Pérez .................................................. . Rufino Oroz Goñi .............................................................. . Ángel Mendía Equísoain ................................................... . Germán Aranguren Zulet .................................................. .
Calle Norte Avda. Yillava Casa Ga1narra Pasaje I.. apoya Avda. Villava Avda.Villava Casa Aldaz
Jacinto Pagola Ercila
Rochapea
[477]
Plácido Goicoechea .. ..... ...... ... ........... ... ................. ... ... ....... Gregario Inda Recalde ........................................................ Je ús Tsasi Arévalo ............................................................. Iluminado Pagola Ercila .................. ................................... Mig uel Azpíroz ...................................................................
García Castañón Avda. Villava Villa Miranda Huerta Parda Avda. Villava
Javier Ochoa de Olza ......................... .. .............................. Jesús Ochoa de O lza .......................................................... Miguel Ochoa de Olza ....................................................... Julio Eugui ....................................... ....................................
Avda. Avda. Avda. Avda.
Enlace: sin nominar Camilleros: sin no minar
[478)
Villava Villava Villava Guipúzcoa
ISBN 64 - 7030 • 531 • X
9
~~~ij] ~~~j