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Primera edición: noviembre de 2009
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transfor mación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, sal vo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, !"#$%&'()$)(*+ si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Traducción del griego de Charles Marie René Leconte de Lisle Version española de Nicasio Hernández Luquero © D e la introd ucc ión y la edición edición:: D om ingo Placido Placido Suáre Suárez, z, 2009 N u m e r a c ió n de los cantos can tos:: Art A rtuu ro de Sola Sier Si erra ra © La Esfera de los Libros, S. L., 2009 Avenida de Alfonso XIII, 1, bajos 28002 Madrid Tel.: 91 296 02 00 · Fax: 91 296 02 06 www.esferalibros.com ISBN: 978-84-9734-889-8 ISBN (Obra completa): 978-84-9734-890-4 De pósito lega legal: l: M. 40.22 2-2009 Fotocomposición: Versal CD, S. L. Fotomecánica: Unidad Editorial Imposición y filmación: Preimpresión 2000 Impresi Impresión: ón: R igorm a Encuadernación: Méndez Impreso en España- ,(!-.&' !- 012!-
INDICE
Himnos homéricos .... Epigramas ..................... La batracomiom aquia
H I M N O S H O M É RIC O S
!"#$% " A Apolo
Siempre me acordaré del Arquero Apolo, y no le olvidaré jamás; aquel a quien los mismos D ioses tem en cuando camina por la m orada de Z eus; pue s, ciertam ente, tod os se levantan d e sus sillas cuando él se acerca y cuando tiende su ilustre arco. Sólo Leto permanece al lado de Zeus que se regocija con el rayo. Ella d etie ne la cuerda; ella cierra el carcaj, y separ ánd olo de los robustos hombros del Dios, ella pone el arco a lo largo de una colum na de la morada paternal, pe nd iente de u n clavo de oro; y con duciendo a Apolo, ella le hace sentarse en un trono. Y
el padre, hon rand o a su qu erido hijo, le ofrece néctar en una
copa de oro; después los otros D ios es se sientan, y la venerable L eto se huelga porque ha parido un hijo, poderoso arquero. Salve, ¡oh, dichosa Leto!, pues has par ido ilustres hijos, el R e y Apolo y Ártemis alegre por sus flechas, a ésta en Ortigia y a aquél en la abrupta Délos, reclinada bajo una palmera, al lado de la gran m ontaña y de la colina de K intio, ju n to al cauce del Inopo.
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¿Cómo te loaré a ti, el más digno de loanza? Es por ti, ¡oh, F eb o!,p or quien están inspirados los cantos, ya en el con tinen te fecundo en terneras, ya en las islas.Te cantan los altos roquedos, y las cumbres de las montañas, y los ríos que afluyen al mar, y los prom on torios que en el mar se internan, y los puertos. En verdad, primero te diré cómo te parió Leto, alegría de los hom bres, tendida ju n to a la m on taña de K intio, en una abrupta isla, en D élo s, rodeada d e olas. Por ambos lados el agua negra invadía la tierra, empujada por el viento, que soplaba armoniosamente. D e allí saliste, y mandas en to do s los hom bres m ortales, en aquellos qu e encierra Creta y los D em os A tenienses, y la isla Egina, y Eu bea, fam osa p or sus naves, Egas, Eiresia y Pepareto, a la orilla del mar, y el A tos Trekieno, y las cimas de Peleo, y Samo s Trekiena, y los m on tes Ideos cub iertos d e boscaje, y Sciro, y Fokea, y la alta m o n taña de Autoca ne, y la popu losa Imbros, y la inaccesible L em nos, y la divina Lesbos, tierra de Éolo, y Quíos, la más fértil de las islas del mar, y la rocosa M im an te, y las cimas de C or ico, y la brillante Claros, y la alta m on tañ a de E sagia, y la hú m ed a Sam os, y las altas cimas de Micale, y Mileto, y Cos, ciudad de hombres mortales, y la alta Cn ido, y Cárpatos azotada d e los vientos, y N ax os, y Paros, y la rocosa R enea . Por todos estos lugares vagó Leto, hasta el instante de nacer el divin o Arquero, pr egu nta nd o si alguna de aquellas tierras quería dar abrigo a su hijo; pero todas fueron presa del terror, y ninguna, por fértil que fuera, quiso acoger a Febo. Y
la venerable Leto, ha bien do al fin llegado a D élo s, la interro-
gó, dirigiéndole estas palabras aladas: — D élos, si quieres ser la patria de m i hijo Febo A p o lo y co lo carle en un rico templo, ningún otro te llegará ni te suplicará, y no creo q ue en adelante seas rica en bueyes ni e n ovejas. N o tendrás v iñas, ni tampoco innumerables plantas; pero si posees el templo del Arquero Apolo, todos los hombres te traerán hecatombes y aquí se congregarán, y el penetrante olor de los sacrificios te envolverá
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durante el largo tiempo que tú alimentes al Rey; y los Dioses te guardarán de una dominación extraña, pues tu suelo carecerá de fertilidad. Así dijo, y Délos se regocijó y le contestó en estas palabras: — ¡Leto, ilustrísim a hija del gran C eo, yo acogeré de b u en grado tu estirpe, el real Arquero, pues tengo mala fama entre los hombres, y así sería más honrada; mas temo lo que se dice, ¡oh, Leto!, y no he de ocultar. Se dice que Apolo ha de ser orgulloso y un duro Pritano de los Inmortales y de los hombres mortales sobre la tierra fecunda. Por eso tem o m uc ho en m i espíritu, y en m i alma que, tan lue go que haya visto la luz de H elio , m eno spre cie la isla, po rqu e soy una tierra estéril, y que, em pu jánd om e co n el pie, m e sumerja en el h on d o mar, do nd e las aguas, llenas de violen cia, siempre m e hallarían. Entonces marchará hacia otra tierra que mejor le plegue, y do nd e construirá un tem plo en un sagrado bosqu e de árboles espesos.Y los pulpos y las negras focas harán en mí sus guaridas cavernosas, por que estaré abandonada de los hom bres. Pero m e tranquilizarás, D iosa, si m e prestas solem n e jura m en to de q ue ha de construir aquí su magnífico templo, donde estará el oráculo de los hom bres, mas de todos los hom bres. Délos habló así, y Leto prestó el solemne juramento de los Dioses: — ¡Q u e G ea lo sepa, y el ancho y alto U rano, y el agua su bterránea d e la Estigia! Y este so lem ne juram ento sea tam bién p or los Dioses venturosos. En verdad, el oloroso templo de Apolo siempre estará aquí, y te honrará sobre todas las demás islas. Y después que hubo jurado y pronunciado todas las palabras d e l j u r am e n t o, D é l o s s e r e g oc i jó d e l n a c i m i e n to d e l A r q ue r o Apolo. Y durante nueve días y nueve noches, Leto estuvo atormentada po r los dolores del parto. Y todas las Diosa s estaban a su alrededor, y las más ilustres, Dione, Rea y Temis que sigue las huellas, y la sonora An fitrite y las otras In mo rtales, ex ce p to H era la de los brazos
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blancos, que tenía asiento en las moradas de Zeus que amontona las nubes. Únicamente Ilitia, que alivia los dolores, no sabía nada, pues estaba sentada en la cumbre del Olimpo sobre nubes de oro, porque Hera la de los brazos blancos la retenía por envidia, cuando Leto la de la hermosa cabellera estaba para parir un hijo irreprochable y poderoso. Y las Diosas, desde la isla de m agníficas co nstr ucc ione s, enviaron a buscar a Iris, para que llevara a Ilitía, prometiéndole un collar anudado con hilos de oro y de nuev e co dos de largo.Y la mandaron que llamase a Ilitía, a hurto de Hera la de los brazos blancos, temerosas de que ésta, co n oc ién d ola po r la vo z, la hiciera volver. Y tan pronto como la rápida Iris de pies ligeros como el viento húbolas escuchado, partió corriendo y cruzó v ertiginosam ente el espacio.Y cuando llegó al alto Olimpo, trono de los Dioses, llamó al punto a Ilitía desde la puerta de las moradas, y le dijo en palabras aladas y presurosas todo aquello que las Diosas que tienen olímpicas mansiones le habían mandado que dijera, y persuadió a su corazón en su caro pecho. Y partieron ambas, sem ejantes po r sus pasos a dos palom as tímidas.Y cuando la libertadora Ilitía llegó a Délos, iba a alumbrar Leto y estaba para tumbarse. Echó ambos brazos alrededor de la palmera, h in có sus rodillas en la m ullida pradera, son rió la tierra d ebajo de ella, y el Hijo salió a la luz, y todas las Diosas gritaron de alborozo. D esp ué s te lavaron en agua clara, Arq uero Feb o, castamen te y puramente, y te envolvieron en un vestido blanco, ligero y bello, que rodearon lueg o co n un cinturón de oro. Y su madre no dio su pe ch o a A p olo el de la espada de oro, pero Temis le ofrec ió en sus ma nos inm ortales el néctar y la apetecible ambrosía, y Leto se regocijó porque había parido un hijo, poderoso arquero. Mas después, ¡oh, Febo!, de haber gustado el alimento inmortal, el cinturón de oro no pudo sujetarte palpitante; ninguna ligadura te
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retuvo, qu e fuero n rotas todas; y Feb o A p olo dijo al pu nto a los Inmortales: — Q u e se m e d en la amable cítara y el arco curvo y y o revelaré a los hombres los verdaderos designios de Zeus. D icie n d o así, el Arqu ero A p olo de la larga cabellera desc end ió a la tierra de anchos cam inos, y tod os los m ortales qued aron estupefactos, y D élo s se cubrió toda de oro, vien do el retoño de Z eus y de Leto; y ella se regocijó, pues el Dios la había elegido entre todas las islas del continente para hacerla su morada, dándole preferencia; y floreció como la cumbre de una montaña florece en flores silvestres. Y
tú, Arqu ero A p o lo del arco de plata, subías unas vec es al ro-
coso Kintio y otras huías hacia las islas y los hombres, pues tus templos y tus sagrados bosques de espesa arboleda son n um eroso s, y los altos peñascales te son gratos, y las cumbres de las altas montañas, y los ríos que afluyen a la mar. Pero es Délos la que te deleita en tu ánimo, ¡oh, Febo! Allí se reúnen en tu honor los Iaones de túnicas flotantes, con sus hijos y sus mujeres; y acordándose de ti, se regocijan cuando celebran sus ju eg o s de pugilato, danza y cancio nes. Si alguno llegara mientras los Iaones están reunidos en tu honor, creería que eran otros tantos Inmortales, libres de envejecer. Y admiraría la gracia de todos ellos, y quedaría encantado en su alma contemplando los hombres y las mujeres de bellas cinturas, y las naves rápidas, y sus numerosas riquezas, y por cima de todo un gran prodigio, cuya fama n o se extinguirá jamás: las D on cellas D e liadas, siervas del Arquero Apolo. Loaban éstas primero a Apolo, luego a Leto y Ártemis envanecida de sus flechas. Después recordaban a los hombres y a las mujeres antiguos, y, entonando un himno, encantaban a la estirpe de los homb res. Pues saben imitar la vo z y los ritm os d e todo s los homb res y se creería escuchar una sola voz; de tal m od o y co n tal pe rfección acuerdan su canto.
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¡Salud a todo s, a Leto, A p olo y Á rtemis! Y acordaos m ás tarde de mí si alguno de los varones terrenales o un extranjero desdichado os pregunta así: — ¡O h, doncellas! ¿Q uié n es ese hom bre, el más arm onio so de los Aedas, que p erm anece aquí y escucháis vosotras c on ho nd o deleite? Contestadle, llenas de benevolencia: — Es u n hom bre cie go. H abita en la rocosa K ío , y sus ca ntos serán los mejores en el porvenir. Y nosotros, vagando por las ciudades populosas, llevaremos nuestras alabanzas po r la tierra toda, y tod os no s creerán, po rq ue habremos dicho la verdad.Y yo no cesaré jamás de alabar al Arquero Apolo del arco de plata que parió Leto la de la hermosa cabellera. ¡Oh, Rey! Posees la Licia, y la amable Meonia, y la marítima Mileto, ciudad apetecible; pero reinas preferentemente en Délos la circundada p or las olas. Y el hijo de la ilustre Leto, haciendo resonar su hueca cítara y cubierto de vestiduras ambrosianas y olorosas, se adelanta hacia la rocosa Pito, y, co n la ayuda del plectro, su cítara de oro em itió u n armonioso sonido. D esd e allí, co m o el pensam iento, dirigién do se de la tierra hacia el gran Olimpo, entra en la mansión de Zeus, y al punto, los Inmortales sólo piensan en la cítara y el canto.Y todas las Musas, contestando con su hermosa voz, celebran los dones ambrosianos de los Dioses y las miserias de los hombres, que éstos reciben de los Dioses Inmortales cua ndo viven sin esperanza y sin ju icio y n o encuentran remedio para la vejez ni paz a la muerte. Pero las Gracias de h erm oso s cabellos y las Horas b ienhe chor as, Harmonia, y Hebe, y Afrodita, hija de Zeus, danzan, cogidas de las manos, y con ellas danza también, ni torpe ni pequeña, sino admirable por su estatura y su belleza, Ártemis envanecida de sus flechas e igual a A po lo. Y co n ella danzan tamb ién Ares y el vigilante M atador de Argos.
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Febo Apolo hace resonar magníficamente su cítara, y el esplendor de sus pies y el esplendor de su herm osa túnica le envu elven luminosamente, y Leto la de los cabellos de oro y el prudente Zeus están satisfechísimos en su corazón de ver a su caro hijo recreándose entre los Dioses Inmortales. ¿Cómo te loaré a ti, el más digno de loanza? ¿Te celebraré en medio de tus esposas y encantado en tu amor, cuando amabas ardientemente a la Doncella Azantida, a la vez que el divino Iskis Eliasonida, el de los hermosos cabellos? ¿O cuando luchabas con Forbas, hijo de Triopo, o con Erecteo, o con Leukipo, o con la esposa de Leukipo, a pie o montado en tu carro, mientras Triopo n o estaba ausente? ¿O te celebraré, Arqu ero A po lo, cuan do caminabas po r la tierra buscan do dó nd e dar tu oráculo a los h o m bres? Primero descendiste del Olimpo a la Pieria, y atravesaste el arenoso Lecto, y la Hematía y Perebea, y llegaste pronto a Iolco y a Ceneo, y a Eubea, famosa por sus naves.Te detuviste en la llanura de Leas, pero no plugo a tu corazón edificar tu templo y plantar tus bosques sagrados. Y desde allí, Arq uero A p olo , después de atravesar el Eurip o, ascendiste a la divina montaña verdeante y te alejaste presuroso hacia Micaleso y Teumeso herbosa, y después hacia la tierra tebana, cubierta de selvas. Ciertamente, ningún mortal habitaba aún la sacra Tebas, ni había senderos ni caminos en la tierra tebana, fecunda en trigo, pero estaba cubierta de boscaje. Y tú te alojaste lueg o, Arquero Ap olo, y llegaste a On kesto, bosque sagrado y magnífico de Posidón, donde jadea el corcel recién domado y rendido de trabajo tirando de los hermosos carros.Y el conductor, si bien lleno de destreza, camina a pie después de haber saltado del carro a tierra.Y los caballos, libres del auriga, tiran del carro vacío. Mas, si le co n d uc en po r u n b osqu e sagrado, se les rige y se les desapareja.Y segú n el rito p rim itivo, se suplica al R e y P osid ón y la Moira conserva el carro para el Dios.
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Y te alejaste de allí, Arquero Apolo, y llegaste a Kefiso, de hermosa corriente, el cual, desde Lilea, deja fluir sus hermosas aguas. D esp ué s de pasarlo, ¡oh, Arq uero!, así co m o la fértil O calea, llegaste a la herbosa Am artos. Y allí viste a D elfusa , tierra tranquila q ue te plu go para edificar tu te m p lo y plantar tus sagrados bo squ es.Te detuviste en ella y le dijiste: — Delfusa, pien so edificar aquí u n tem p lo m agnífic o, oráculo de los hombres, que me sacrificarán perfectas hecatombes.Y cuantos habitan el fértil Peloponeso, Europa o las islas rodeadas de olas, vendrán a consultarme y yo profetizaré con veraces palabras en el templo opulento. Así diciendo, Febo A p olo dispuso los largos y anchos cimientos del templo. Y vien do aquello, Delfusa, indignada en su corazón, le dijo: — R eal Arquero Febo, llegaré a tu esp íritu co n algunas palabras. Puesto que piensas edificar aquí un tem plo herm oso, oráculo de los hom bres, qu e siempre vendrán a sacrificarte com pletas h ecatom bes, te diré lo siguiente, y consérvalo en tu espíritu. El estrépito de los veloces caballos te turbará y el de los muletos abrevados en mis fuentes sagradas. Aquí todos preferirán contemplar los carros bien construidos y escuchar el estruendo de los veloces corceles a mirar tu templo y las riquezas que lo llenen. Mas si te dejas persuadir, ¡oh, Rey!, ya que eres más fuerte y mejor que yo, y tu fuerza es grandísima, edifica en Crisa, bajo la garganta del Parnaso, allí donde no corren los hermosos carros, ni el estruendo de los corceles de pies velo ces resonará ju n to al altar bie n con struido . Ilustres estirpes de hom bres llevarán ofrendas a Io-P ean , y tú recibirás, alegre e n tu ánimo, los hermosos sacrificios de los hombres convecinos. Diciendo así, persuadió a su corazón, y tuvo Delfusa gloriosa fama por sí sobre la tierra, que no por el Arquero. Y te ’alejaste de allí, Ar que ro Ap olo , y llegaste a la c iudad de los Flegienos injuriosos, que habitan sobre la tierra, desentendidos de Zeu s, en un h erm oso valle ju n to al lago K efiso. Y desde allí, esoa-
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lando rápidamente la montaña, llegaste a Crisa, bajo el nevado Parnaso, al pie de un altozano que mira al Zéfiro. Más arriba se yergue el roquedo, y debajo se extiende un valle despejado y áspero, y allí el R e y Febo A po lo pe nsó construir u n tem plo amable, y dijo estas palabras: — P ien so edificar aquí u n tem p lo m agn ífico, oráculo de los hom bres, que m e sacrificarán siem pre com pletas hec atom bes. Y cuantos habitan el fértil Pe lop on eso , y Europa, y las islas circundadas p or las olas, vendrá n a con sultarm e y yo profetizaré c o n palabras ve races en el templo opulento. Así diciendo, Febo A p olo dispuso los largos y anchos cim ientos del tem plo, y sobre estos cim ientos, Tro fonio y Aga m edes, hijo de Ergino , grato a los D iose s Inmortales, construy eron el umbral de piedra, y alrededor, las innum erables razas de ho m bres con struye ron el templo con piedras talladas, a fin de que fuera eternamente famoso. Había al lado una corriente de herniosas aguas, donde el Rey, hijo de Zeus, mató, con la ayuda del nervio fuerte de su arco, un dragón hembra, monstruo enorme, largo y espantoso, el cual, sobre la tierra, causaba daños innúmeros a los hombres, y tantos como a ellos a sus ovejas de largos y finos remos, pues era un sangriento azote. Y
otro día, ha bién do lo ac ogid o H era la del trono de oro, nutrió
po r sí al feroz y h orrible T ifaón , azote d e los mortales, a qu ien Hera parió otro tiempo, indignada contra el Padre Zeus, cuando el Cronida enge nd ró de su cabeza a la mu y ilustre A tenea . Y al punto, la venerable Hera, irritada, dijo a los Dioses Inmortales reunidos: — E scuchadm e, ¡oh, D io ses y D iosas to dos!, c ó m o Z eu s que amontona las nubes es el primero en injuriarme a mí, a quien él hiz o su esposa y qu e soy casta. A ho ra ha en gend rado sin m í a A tenea la de los ojos claros, que es muy ilustre entre todos los Inmortales venturosos, mientras qu e m i hijo H efesto, que yo misma he parido, es débil y tiene los pies vu eltos, pues, co gié n d ole por las
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manos, le arrojé al ancho mar; pero la hija de Nereo,Tetis la de los pies de plata, le recogió y trajo con sus hermanos. ¡Oh, funesta y astuta, deberías ser grata por otros motivos a los Dioses venturosos! ¿Y qué es lo que ahora meditas todavía? ¿Cómo has osado engendrar sólo a A ten ea la de los ojos claros? ¿Es qu e yo n o p u ed o parir, yo, que soy llamada tuya, sin embargo, entre los Inmortales que pueblan el ancho Urano? Ahora he de intentar algo, a fin de que nazca de mí un hijo que predomine entre los Dioses Inmortales, sin que haya deshonrad o tu sagrado le ch o ni el m ío. Y no me acostaré jamás en tu lecho, y, lejos de ti, iré hacia los demás Dioses Inmortales. Así diciendo, indignada, se alejó de los D iose s. Y en el acto, la venerable Hera la de los ojos de buey rogó, y golpeando la tierra con su mano, dijo: — ¡E scuch adme ahora, Gea , y tú, ancho y alto U rano, y vosotros, D ios es Titanes qu e habitáis bajo la tierra en redor al gran Tártaro, de quien han nacido los hombres y los Dioses! Escuchadme todos ahora, y dadme un hijo, sin Zeus, y que no le sea inferior en fuerza, sino que le aventaje, en la misma proporción en que Zeus el de la larga mirada aventaja a Crono. Así diciendo, golpeó la tierra con su mano vigorosa, y la tierra que da la vida tembló; y, viendo esto, Hera se regocijó en su corazón, pues pen só que su deseo estaba cumplido. Y desde en tonces hasta fir; de año no fue al lecho del muy prudente Zeus, ni se sentó tampoco a su lado en el hermoso trono donde antes meditaba los sabios designios, sino que perm anecía en sus tem plos, frecuentados po r num erosos suplicantes; y allí la venerable H era la de los ojos de buey se regocijaba de los sacrificios ofrecidos. Y
en fin, tras las no ch es y los días y el retor no de las estaciones
y del año, parió ella un hijo, diferente a los Dioses y a los hombres: el cruel y horrible T ifaón, a zote de los mortales .Y la venerable H era la de los ojos de buey, cogiéndole al punto, entregó el monstruo a otro monstruo.
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Y el D rag ón hem bra le to m ó, y causó grandes daños a las ilustres razas de los h om bres. A tod o aquel a qu ien ella se encontraba le llegaba su día fatal antes de que el Arquero Apolo le lanzara el vigoroso dardo. Y con sum ida p or amargos d olores, yacía ella, anhelante, tendida en tierra. Luego, lanzando un grito inmenso, extraordinario, se retorció fu riosam ente bajo el boscaje, y, toda ensangrentada, rindió su espíritu.Y F ebo Ap olo, en vaneciénd ose, dijo: — Ahora púdrete sobre la tierra que alimen ta a los mortales. N o vives ya, y no serás en lo sucesivo el azote de los hombres que comen los frutos de la tierra que a todos nutre, y aquí traerán completas hecatom bes. N iT if o e o ni la lúgubre Q uim era alejarán de ti la triste muerte, sino que aquí te pudrirán la negra tierra y el infatigable Hiperión. Así dijo, envaneciéndose, y las tinieblas cubrieron los ojos de la hembra del Dragón. Después este lugar fue llamado Pito, porque la fuerza sagrada de H elio pu drió allí al m onstru o, y el R e y fue llamado Pitio, porque allí la fuerza, la picante fuerza del sol, había podrido al monstruo. Y entonces Febo Apolo reconoció en su espíritu que la corriente de las hermosas aguas le había engañado, y, lleno de indignación, fue hacia Delfusa, donde llegó pronto, y parado ante ella, le dijo: — D elfusa, n o era tu sino, aun habie ndo engañado a m i alma, manar durante más tiempo en este amable lugar tu hermosa agua transparente, porque mi gloria brillará aquí y no sólo la tuya. Así dijo, y el real Arquero Apolo empujó el roquedo de donde salía la corriente del agua y ocultó su curso.Y edificó un templo en un espeso bo squ e sagrado, ju n to al manantial de h erm osa fluencia; y allí todo s los hom bres h icieron votos al Rey , llam ándole D elfusio porque humilló la corriente sagrada del Delfusa. Entonces Febo Apolo pensó en su espíritu a qué hombres iniciaría en sus misterios para que fuesen sus ministros en la rocosa Pito.
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Pensando, pues, en su ánimo en tod o esto, vio sobre el mar purpúreo una nave rápida donde viajaban hombres valientes y numerosos, cretenses de Cnoso, ciudad de Minos, duchos en ofrecer sacrificios al R e y y que revelan las inten cione s d e Fe bo A p olo el de la espada de oro y cualquier cosa que diga, cuando dicta sus oráculos, por m ed io de u n laurel, bajo el Parnaso. Y navegaban a bo rd o de una nave negra, por sus negocios y sus necesidades, hacia la arenosa Pilo y hacia los ciudadanos pilios. Mas Feb o A po lo, ante ellos, saltó a la mar, sem ejante a u n D e lfín, y entró en la nave rápida dond e yacía el mon struo en or m e y espantoso.Y ninguno de ellos le reconoció en su espíritu, y él se agitaba en todas direcciones, quebrantando las maderas de la nave; y todos, mudos y llenos de terror, permanecían sentados en la nave. Y n o desligaban el cordaje a bord o de la abierta y neg ra nave, ni desplegaban la vela hacia la negra popa, sino que navegaban sentados a los remos co m o antes.Y el violento N o to empujaba por detrás a la rápida nave; y pasaron ante Malea, y la tierra Laconida, y la magnífica ciudad de H elos, y Tenaro, lugar consagrado a H elio que deleita a los mortales, donde las ilustres ovejas de espesas lanas del Rey Helio pacen continuamente y disfrutan de un lugar ameno. Q uer ían dete ner la nave en este lugar y salir para admirar aquel gran prod igio y ver co n sus ojos si el m onstru o pe rm ane cía sobre el puente de la abierta nave, o si saltaría ya en el agua del mar que alim enta numerosos peces. Mas la bien construida nave no ob edecía a los remos y continuaba su cam ino a lo largo del fértil Pelop on eso, y el real Arquero Apolo la dirigía fácilmente con la ayuda del viento. Y
la nave, sigu iend o su cam ino, llegó a Ar ene, a la agradable A r-
gipea, a Tiro, donde se halla el vado del Alfeo, a Epis populosa, a la arenosa Pilo, donde habitan los ciudadanos pilios. Después dejó atrás Calcis, D im e y la divina Élide, don de gobiernan los epeos; luego, apenas pásada Feras, empujada por un viento favorable de Zeus, se les apareció la alta montaña de Itaca en medio de las nubes, y Duliquio, y, Same, y Zaquinto cubierto de selvas.
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Mas cuando la nave hubo dejado atrás todo el Peloponeso, el golfo inmenso de Crisa, que está a un extremo de aquél, se apareció a su vista, y el gran viento Zéfiro sopló im petuosam ente, po r la v o luntad de Zeus, desde el Éter, a fin de que la nave diera término a su camino sobre el agua salobre de la mar. Y ellos navegaban, inclinándose al lado de Eos y de Helio, cond ucidos p or el R ey A polo, hijo de Zeus; y llegaron al puerto de Crisa, abundante en viñedos; y la nave, bogando, rozó las arenas. El real Arquero Apolo saltó de la nave, semejante a un astro en medio del día, pues numerosos destellos se desprendían de él y su resplandor llegaba hasta el Urano.Y el Dios penetró en el santuario y dirigióse a los trípodes venerables, encendió en ellos fuego, ostentando sus atributos, y el resplandor de la llama envolvió a Crisa por entero. Las mujeres de los crisagones y sus hijas de lindo talle gritaron al hallarse frente a Feb o, y u n gran terror tom ó a cada una de ellas. Después, el D ios, de un salto, se elevó de nuevo, com o el pe nsamiento, hacia la nave, con la apariencia de un hom bre jo ve n y robusto en la primera pubertad, cubiertos los anchos hombros por una flotante cabellera. Y una vez allí, les dijo estas palabras aladas: — ¡O h, extranjeros! ¿Q uié nes sois? ¿D e d ond e venís, hollando los húmedos caminos? ¿Navegáis por un negocio o a la ventura, como los piratas que vagabundean en el mar exponiendo su vida y llevando el infortunio a los demás hombres? ¿Por qué permanecéis estupefactos y no bajáis a tierra después de haber ordenado todo a bordo de la negra nave? Tal es la costumbre de los hombres hábiles cuando llegan de alta mar a bordo de su negra nave y tocan tierra, rendidos d e cansancio. A l pu nto tom a su espíritu el deseo de repararse con un grato alimento. Así habló; sus palabras infundieron confianza en sus espíritus, y el je fe de los cretenses le respondía:
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— ¡Extranjero, salud, ya que n o eres en nada sem ejante a lo s mortales, ni por el cuerpo, ni por la belleza, sino más bien te pareces a los D iose s eternos! ¡Alégrate, y qu e los D iose s te hagan d ich oso! Mas dime la verdad, para que yo la sepa. ¿Cuál es tu pueblo? ¿Cuál tu tierra? ¿Qué hombres te engendraron? Acariciando otros propósitos, navegábamos sobre las inmensas aguas hacia Pilo, viniend o de Creta, do nd e tuvim os la honra d e nacer. Pero h em os llegado aquí, aun a pesar nuestro, con la nave por extraños derroteros, n o obstante querer regresar. Y u n o de los Inm ortales n os h a traído aquí contra nuestra voluntad. Y el Arquero A po lo, respondiéndoles, dijo: — Extranjero, si b ien es cie rto que hasta ahora habitabais C n o so, cubierto de bosque, he aquí que ninguno de vosotros retornará hacia su amable ciudad, ni hacia sus moradas hermosas, ni hacia su cara mujer, sino qu e custodiareis aquí un m agn ífico tem plo, honrado p or las m ultitudes. E n cuanto a m í, m e envanezco de ser A po lo, hijo de Zeus. Os he conducido hasta aquí no queriéndoos mal; pero habéis de custodiar m i tem plo m agnífico, honra do p or las hu manas multitudes. Conoceréis la voluntad de los Inmortales, y, por la voluntad de los Dioses, seréis honrados todos los días. Mas, ¡ea!, obedeced pronto a lo que voy a deciros. Descolgad primero la vela con la ayuda de las correas y arrastrad la nave rápida hasta tierra. Sacad de la simétrica embarcación el cargamento y los aparejos y construid u n altar en la propia ribera. D esp ués , en cen die nd o lumbre y ofrend and o harina blanca, rogad, de pie, en to rn o al altar. Y co moquiera que salte desde el negro mar a la rápida nave, cual si fuera un Delfín, así me llamaréis en vuestras súplicas, Delfinio; y el altar dé lfico asim ismo será siem pre ilustre. To m ad en seguida v uestro alimento al lado de la negra y rápida nave, y haced las libaciones a los Dioses venturosos que viven en el Olimpo.Y cuando hayáis satisfecho el deseo de la grata refección, venid conmigo y entonad el Io-Pe an, hasta que llegué is al lugar do nd e habéis d e guardar el tem plo magnífico.
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Así habló, y ellos le tem ieron y obe deciero n. Prime ro bajaron la vela y desataron los remos; y una v ez abatido el m ástil co n la ayuda de cables, lo tendieron hacia proa; después ellos saltaron a la orilla y arrastraron a tierra la nave rápida hacia un m o n tíc u lo de arena, y allí la sujetaron c o n largas estacas. H icie ro n lu eg o u n altar en la ribera, y encendiendo fuego y quemando ofrendas de blanca harina, suplicaron según él habíales mandado, de pie, en torno del altar. A l pun to tomaron su com ida jun to a la negra y rápida nave, e hicieron libaciones a los Dioses venturosos que habitan el Olimpo. Después, habiendo satisfecho el deseo de beber y comer, se pusieron en camino, y el R e y Ap olo, hijo de Zeus, les guiaba. Tenía una cítara en las ma nos, qu e tañía adm irablemente, y los cretenses, asom brados, le seguían hacia Pito, entonando el Io-Pean, según es costumbre entre los cretenses, a los cuales la Musa divina llenó el pecho de dulces canciones. Y co n infatigable caminar, escalaron la m ontañ a y llegaron al Parnaso y al agradable lugar que habían de habitar en lo futuro, siendo honrados por las multitudes.Y el Dios que les guiaba mostróles el suelo y el temp lo opu lento. Y el espíritu co nm oviose les en sus caros pech os, y el je fe de los cretenses le dijo: — ¡O h, R ey! Puesto que nos has traído lejos de nuestros am ig os y de la tierra de nuestra patria, porque así ha placido a tu caro corazón, te rogamos nos expliques cómo viviremos de aquí en adelante. Esta tierra no es fértil en viñedos y no tiene praderas para que vivir y al mismo tiempo ser útiles a los hombres. Y sonriendo, A po lo, hijo de Zeu s, les respondió: — H om bres sin ju icio, miserables, ávidos de preocupacio nes, de dolores amargos y de angustias de corazón, os diré llanamente la verdad y la po nd ré sobre vuestro espíritu. Tenga cada un o de v o so tros en su diestra un cuchillo para degollar ovejas continuamente. Todas las cosas qu e m e traigan las razas ilustres de ho m br es os serán ofrecidas pródigam ente. Custodiad el tem plo y acoged a los h o m bres que aquí se congreguen, y sobre todo observad mi voluntad, ya
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cuando se os diga una palabra necia, ya cuando se os ultraje, que todo llega a los hombres mortales. En seguida tendréis otros señores, a los cuales estaréis siempre sometidos por necesidad. Dichas te quedan todas estas cosas; guárdalas en tu corazón. ¡Y a ti, yo te saludo, hijo de Zeu s y de Leto! Y siempre m e acordaré de ti y de otros cantos.
!"#$% "" A Hermes
lV lus a, canta a H erm es, hijo de Zeu s y de Maia, que reina en K ilena y en Arcadia, abundante en rebaños, útilísimo mensajero de los Inmortales, a quien parió Maia, la venerable Ninfa de la hermosa cabellera, después de unirse en amor a Zeus. Alejada de los Dioses venturosos, habitaba ella un obscuro antro donde el Cronida se unió en medio de la noche a la Ninfa de los hermosos cabellos, mientras el dulce Hipnos envolvía a Hera la de los brazos blancos, y ellos po dían ocultarse de los D iose s Inmortales y de los hombres mortales. Mas cuando la voluntad de Zeus se hubo cumplido y cuando el décimo mes se señalaba en el Urano, M aia dio a luz, y ocurrieron aco ntecim ientos maravillosos. Y ella parió entonces un hijo ingenioso y elocuente, ladrón de bueyes, guía de sueños, esclarecedor d e la noch e, guardián d e puertas, y que estaba llamado a manifestar muy pronto ilustres trabajos entre los Dioses Inmortales.
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N ac ido por la mañana, tañía la cítara al m edio día, y al ano ch ecer robó los bueyes del Arquero A p olo .Y la venerable M aia le parió el cuatro del mes. Luego que hubo salido del cuerpo inmortal de su madre, no permaneció mucho tiempo acostado en la cuna sacra, sino que, levantándose, se fue en busca de los bueyes de Apolo. Después, fuera ya de la alta gruta y habiendo hallado una tortuga, poseyó riquezas infinitas. En verdad, fue H erm es el que primero construyó la tortuga sonora, aprovechando el caparazón de la que a él se ofreció junto a la puerta del antro, pa ciend o la florida hierba y cam inando lentam ente. Y el habilidoso hijo d e Zeu s, habiéndola visto, rio, y dijo al pun to: — H e aquí que m e serás m u y provechosa y que n o h e de desdeñarte. ¡Salve, ser amable, compañera que invitas a las danzas y a los festines y que te me apareces por fortuna! ¿De dónde vienes, lindo juguete, tortu ga que vives en las montañas co n la con ch a polícroma? Mas, después de cog erte, te llevaré a m i morad a. M e serás útil, no te despreciaré, y en seguida m e serviré de ti. Es lo m ejo r estar en casa, que es muy peligroso permanecer fuera. Mientras vivas, serás un remedio a muchos males, y si mueres, cantarás entonces admirablemente. Cuando esto hubo dicho, la levantó con ambas manos y entró en seguida en su morada, co nd uc iend o el amable ju gu ete . Allí, co n un cincel de hierro brillante, arrancó la vida a la tortuga montaraz. Al igual que un rápido pensamiento cruza la mente de un hombre agitado por numerosas preocupaciones, o los rayos de luz emergen de los ojos, así el ilustre H erm es habló y obró simu ltáneam ente. Fijó e hizo atravesar el dorso de la tortuga con varas de rosal de diversos tamaños; después ten dió alrededor, con destreza, una p iel de buey, le adaptó dos brazos y un puentecillo, y tendió en seguida siete cuerdas armónicas de tripas de oveja. Despu és, y ya construido el amable jugu ete, lo hizo sonar nota por n ota co n la ayuda del plectro, y la tortuga, bajo sus ma nos , reso-
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nó armoniosa; y el Dios, estimulado por su obra, cantó admirablemente. .. Igual que los adolescentes en la florida edad se dirigen burlas mutuamente durante las comidas. Y cantó a Z eu s C ron ida y a M aia la de las herm osas sandalias cuando se deleitaban en su amor y su propio nacimiento, y elogiaba su nombre ilustre, y celebraba a los compañeros, y las hermosas moradas de la Ninfa, y los trípodes y las vasijas duraderas. Dijo estas cosas, pero en su ánimo agitaba otros pensamientos. Dejó la lira hueca sobre la sagrada cuna. Después, ávido de comer carne, saltó de la olorosa estancia a la colina, meditando en su alma un a astucia engañosa, tal co m o las qu e los ladrones preparan en la noche negra. A la sazón, H elio se ocultaba bajo la tierra, en el O céa no , con sus caballos y su carro; y Hermes llegó corriendo a las montañas sombrías de la Pieria, donde los bueyes inmortales de los Dioses venturosos tienen sus establos y pastan en las praderas lozanas y agradables. Entonces el hijo de Maia, el vigilante Matador de Argos, separó del rebaño cuarenta vacas mugidoras y las llevó errantes por una arenosa garganta, borrando sus huellas, pues no olvidaba sus artes engañosas. Cambió las pezuñas anteriores en posteriores y viceversa, y él mismo caminaba a reculas.Y arrojó sus sandalias en la arena del mar, y co n fe cc io n ó otras, increíbles y m aravillosas, trenzand o ramas de tamarindo y mirto. Después de sujetar este tejido de fresco follaje, ató con decisión a sus pies estas sandalias ligeras con sus propias hojas. Y calzan do estas sandalias, el ilustre M atad or de Arg os desv ióse de su ruta, aband onand o la Pieria, y presurosamente, tom ó el más largo camino. Y un anciano que trabajaba en un rico huerto le vio cómo ganaba la llanura por los herbazales de Onkesto; pero el hijo de la ilustre Maia habló primero, y le dijo: — ¡O h, anciano que labras la tierra al lado de los árboles, encorvan do tus espaldas! C iertam ente, recolectarás m u ch o cuan do to -
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dos hayan dado su fruto; pero no has visto esto que ves ni escuchado lo que escuchaste; cállate, puesto que tus propios bienes no han sufrido nada. Así dicie ndo , e m pujó las> duras testas de las vacas. Y el ilustre Hermes cruzó muchas montañas umbrosas, y obscuros valles, y agradables praderas.Y ya la divina n oc he , qu e le favorecía, se iba e x tinguiend o, y ya la divina S elene, hija del R e y Palas M ega m ida, había remon tado la altura, cuand o el pod eroso h ijo de Z eus m etió en el río Alfeo las vacas de ancha testuz propiedad de Febo Apolo. Y llegaron sin cansancio a un gran establo y a un lago junto a una herm osa pradera. D e allí, hab iéndo se saciado d e bue na hierba las vacas m ugidoras que com ían loto y jun co m ojad o de rocío, llevólas reunidas al establo. Después juntó mucha leña y se probó en el arte del fuego. Tomando un hermoso ramo de laurel, lo mondó con la ayuda del hierro y lo frotó en la palma de la mano, consiguiendo que desprendiera un cálido vapor. Hermes preparó primeramente las cosas, después el fuego m ism o. C olo có en un ho yo m ucha leña seca y tupida, y brilló una alta llama entre la crepitación del hogar brillante. Mientras quemaba, la fuerza del ilustre Hefesto arrastró fuera del establo dos vacas mugidoras de flexibles remos, pues su vigor era m uy grand e.Y a ambas las derribó, jadeantes, haciéndo las dar con el lomo en tierra, y doblándolas, las empujó y las degolló, y pasando de uno a otro trabajo, cortó en trozos sus carnes llenas de grasa. Luego, previamente colocados en asadores de madera, tostó la carne y el hon orab le lo m o y la negra sangre q ue tien en las entrañas. Y todo lo extendió en el suelo. En seguida ex ten dió las pieles en una áspera roca, tal com o se hace todavía cuando se las corta, después de largo tiempo preparadas, a fin de que puedan durar sin perderse; más tarde Hermes, lleno de jubilo, retiró las grasientas viandas y las colocó en un lugar llano, y las divid ió en d o ce po rcio ne s antes de ser jugadas a suertes, rindiendo a cada una un gran honor.
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Entonces al ilustre Hermes apeteció una sagrada porción de carne, pues el olo r le atormen taba, aun cuan do era inm ortal. Pero su generoso corazón no obedeció a su ardiente deseo y no la hizo pasar por su sagrada garganta. Pues colocó en un alto establo la grasa y las abundantes carnes, y las c o lo có en señal de su reciente acción, y am onton ó leña seca, y el ardor del fuego devoró pronta y com pletamente los pies y las cabezas. Cu and o el D io s h ub o cum plido estas cosas, según el rito, arro j ó sus sandalias a los profu ndos torbellin os del Alf eo y apagó la lu m bre, y durante el resto de la noche esparció la negra ceniza. La hermosa luz de Selene brillaba, y al amanecer, Hermes llegó a las divinas cumbres Kilenias; y en su largo camino, ninguno de los Dioses venturosos se encontró ni ningún hombre mortal, y ni los canes le ladraron.Y el bienhechor hijo de Zeus, encorvándose, entró en su morada por la cerradura de la puerta, semejante a un hálito o a un soplo otoñal, y caminando silencioso, llegó al rico tem plo del antro, sin hacer ruido, co m o se suele habitualmente. Después el ilustre Hermes entró en la cuna sagrada, presuroso, envolviendo sus espaldas en pañales, como un niño recién nacido. Y se acostó, juga nd o co n la colcha, don de descansaban sus mano s a la altura de las corvas y teniendo su querida tortuga en la mano izquierda. Pero el D io s n o p ud o ocultarse a la D iosa su madre, que le dijo: — ¿Por qué esto, astuto y descarado? ¿D e d ónd e vien es a esta alta hora de la noche? Supongo que, ya con los costados circuidos por largas ligaduras, ya cogido por la mano del Letoida que te llevará en sus brazos, te escaparás de nuevo. ¡Ciertamente, te ha engendrado tu padre para ser una gran preocupación de los hombres mortales y los Dioses eternos! Y H er m es le r esp ond ió co n estas astutas palabras: — M adre mía, ¿por qué m e vigilas así, co m o a un n iñ o recié n nacido que en su alma conoce muy poco el mal, tímido y temeroso de las reprensiones de su madre? Mas pensando en ti y en mí, me
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serviré de un arte que es el mejor de todos y no permaneceremos aquí más, co m o tú quieres, solos, entre los Dio se s In m ortales, sin presentes y sin alimentos. Prefiero vivir continuamente con los Inmortales, en la abundancia y la riqueza y poseyendo numerosas m ieses, a habitar en este antro obscuro. Y obten dré tam bién, co m o A po lo, el ho n or de los sacrificios. Si m i padre no m e lo con ced e, yo intentaré poseerlo, pues puedo llegar a ser el príncipe de los ladrones.Y si el hijo de la ilustre Leto me persigue con sus investigaciones, creo que le ocurrirá algo malo. Iré a Pito, entraré a la fuerza en la espléndida morada, y ya allí, robaré en abundancia los trípodes brillantes y las vasijas, y el oro, y el hierro espléndido, y numerosos vestidos, y lo verás tú misma, si quieres. Así hablaban el hijo de Zeus tempestuoso y la venerable Maia. Y h e aquí q ue Eos, hija de la mañana, saliendo del pro fun do curso del O céa no , llevó la luz a los hombres mortales. Pero A po lo, qu e se había puesto en marcha, llegó a Onkesto, bosque sagrado y encantador del tonante Posidón que circunda la tierra, y halló al anciano decrépito que trabajaba en el vallado del huerto, al lado del camino. Y el ilustre hijo d e Leto habló el primero y le dijo: — ¡O h, anciano que arrancas las zarzas de la herb osa O nkesto! V en go aquí buscand o los rebaños de la Pieria. Tod os los animales son hembras, y todas tienen la cornam enta retorcida. U n toro neg ro pacía solo, separado de la vacada, y cuatro canes terribles le seguían llenos de celo, co m o si fueran hombres. Los canes y el toro — ¡cosa de admirar!— m e los han dejado; pero todas las vacas han desaparecid o de su blanda pradera y de sus dulces pastizales a la última puesta de Helio. Dime, anciano añoso, si has visto un hombre caminando con esas vacas. Y el anciano le con testó en estas palabras: — ¡O h, amigo! Ciertamente , es difícil decir todas las cosas que se ven con los ojos, pues son muchos los viajeros que pasan por el camino, unos buscando hacer el mal y los otros el bien.Y es difícil decir lo que piensa cada uno. En cuanto a mí, todo el día, hasta la
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caída de Helio, he cavado junto a la cerca de esta viña verdeante y he visto a un niño, ¡oh, querido!, pero no te lo aseguraré ciertamente, a un niño que conducía unas vacas de hermosos cuernos. Llevaba una varita y caminaba tortu osa m ente , y las guiaba a reculas, y ellas llevaban la cabeza frente a la suya. Así habló el anciano, y Febo Apolo continuó muy presuroso su camino.Y vio un pájaro con las alas extendidas, y en el acto conoció en él al ladrón hijo de Z eus Cronida.Y el R e y Ap olo, hijo de Zeus, se dirigió im petu osa m ente hacia la m u y divina Pilo, buscand o sus vacas de flexibles remos, y cubrió sus anchos hombros con úna nube purpúrea.Y el Arquero encontró las huellas, y dijo de este modo: — ¡O h, D io ses! E n verdad que co n mis propios ojo s estoy vien do un gran prodigio. Estas huellas son de vacas de enhiestos cuerno s, mas he aquí que están vueltas de nu evo hacia la Pradera de Asfódelo; y estos pasos no son los de un hombre, ni los de una mujer, ni de lobos de pelo gris, ni de osos, ni de leones.Y no parecen sino los de un toro de robusto cuello que hubiera dejado esas huellas de un p ie rápido. Engañ o p or un lado del camino y engaño mayor por otro lado. Diciendo así, el rey Apolo, hijo de Zeus, partió, y llegó a la montaña de Kilena, cubierta de bosque, y al rincón rocoso y sombrío donde la ambrosiana Ninfa había parido al hijo de Zeus Cron ión .Y un suave aroma se ex tendía p or la divina montaña, y allí nu merosas ovejas de flexibles remos pacían en la hierba. Entonces el Arquero Apolo descendió rápidamente al umbral de piedra y entró en la gruta sombría. Mas cuando el hijo de Zeus y de Maia vio al Arquero Apolo irritado a causa de sus vacas, se ocultó en sus pañales perfumados, lo mismo que la ceniza de madera oculta numerosas ascuas. Así se oc ultó H erm es cuan do hu bo visto al Arquero. Y al p un to ju n tó su cabeza, sus brazos y sus pies, llama ndo al du lce sue ño, co m o se suele al regresar de caza o habiéndose bañado.Y tenía bajo su sobaco la concha de la tortuga recientemente trabajada.
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Pero el hijo de Zeus y de Leto reconoció sin engañarse a la ilustre Ninfa de la montaña y a su hijuelo, lleno de sutiles astucias, y mirando a todos los rinco nes de la amplia morada, abrió, una v ez cogida la llave reluciente, tres lugares secretos llenos de néctar y de dulce ambrosía. Y allí había tam bién m u ch o oro y plata, y m uc ho s vestidos de la Nin fa, argénteos o de púrpura, tal co m o sue len e n las Sagradas ma nsiones de lo s D ios es venturosos. Y el Leto ida, después de buscar en todos los rincones de la amplia morada, habló así al ilustre Hermes: — D im e pronto , ¡oh, n iñ o que estás acostado en esa cu na!, d ón de están mis vacas, o al punto nos querellaremos, lo que no será conveniente, pues te arrojaré al negro Tártaro, a las tinieblas espantosas d e la funesta mu erte. Y n i tu m adre ni tu padre te volve rán a la luz, y vagarás bajo la tierra siendo jefe de un corto número de hombres. Y H erm es le con testó co n astutas palabras: — Letoida, ¿qué ru da palabra has pronuncia do? ¿Por qué has ve nid o aquí a buscar tus vacas agrestes? Yo nada vi, ni o í nada tam poco; yo no he oído hablar de ellas, yo no puedo decirte nada, ni ganaré recompensa alguna por haberlas encontrado.Yo no me confundo co n un h om bre vigoroso ladrón de bueyes. N o son ésos mis quehaceres, que ten go otros cuidados. M e oc u po de d ormir, de la leche de mi madre, de tener los pañales ceñidos a mi espalda y de tomar baños tibios. Guarda de que se entienda y se sepa el origen de esta querella. ¡Pues sería, ciertamente, un gran prodigio para los Inmortales que un niño recién nacido atravesase el pórtico con bueyes agrestes! Has hablado sin ju icio . Yo h e na cid o ayer, m is pies son tiernos y la tierra dura. Pero, si quieres, juraré p or la cabeza de m i padre, que es un gran juramento, que afirmo qu e n o soy culpable y que no he visto a nadie robar tus vacas, si es que son vacas, pues es ésta la primera n otic ia para m í. Así habló, ha cien do brillar sus ojos bajo los párpados, frun cien do las cejas, m irando aquí y allá y silbando largam ente, co m o si h u -
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biera oído unas necias palabras. Mas el Arquero Apolo, sonriendo dulcem ente, le dijo: — ¡O h, n iñ it o m entir oso y llen o de astucia! P uesto que dices tales cosas, pienso, en verdad, que penetrarás muy frecuentemente en las opulentas moradas, y que, durante la noche, después de saquear sin ruido la m ansió n, tenderás a más de u n ho m bre en tierra. Así también, afligirás a numerosos pastores de ovejas, y en los valles y en las montañas, cuando, deseosos de comer carne, encuentres rebaños de bueyes o rebaños de carneros. Mas, ¡ea!, sal de esa cesta, Compañero de la negra noche, no sea que duermas tu último y supremo, sueñ o. Tendrás, po r lo m en os , a partir de ahora, este h o n or entre los Inmortales: el de ser llamado siempre el Príncipe de los Ladrones. Habiendo dicho así, Febo Apolo, tomando el niño, se lo llevó. Pero al m ismo tiemp o el poderoso M atador de Argos tuvo u n p ensamiento en su ánimo, y después de elevarle entre sus manos, envió un augurio, miserable esclavo de su vientre, insolente mensajero; y luego estornudó con fuerza.Y en cuanto A polo le hub o comp rendido, arrojó a tierra al ilustre Hermes y se sentó ante él, a despecho de su anhelo de marchar, y recriminando a Hermes, le dijo: — Tranquilízate, hijo de Z eus y de M aia , envuelto en pañales, que con estos augurios encontraré pronto las fuertes cabezas de mis vacas, y tú mismo has de guiarme. Habló así, y el Kilenio Hermes se levantó de nuevo con rapidez.Y caminando con trabajo, colocó por sus propias manos hasta ambas orejas el pañal que envolvía sus espaldas, y dijo: — ¿Eres tú q uien m e arrastra, ¡oh, el más violen to de to dos lo s Dioses!?¿Es a causa de tus vacas por lo que te hallas indignado y por lo que así me maltratas? ¡Oh, Dioses! ¡Que no se te extinga la raza de los bueyes! Yo n o te h e robad o las vacas, ni h e vis to a na die robártelas, si es que son vacas, que ésta es la primera noticia para mí. H azm e justicia y recíbela de Zeus Cronión. Así hablaban, uno después de otro, y elevadamente, teniendo cada cual distinto criterio, Hermes el solitario y el ilustre hijo de
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Leto. Éste decía la verdad, y no acusaba injustamente al ilustre Hermes en el asunto de sus vacas; y el Kilenio, con ayuda de sus sonoras palabras y de sus astucias, quería engañar al D io s de l arco de plata; mas el franco encontró al astuto. Hermes iba presuroso por la arena, y detrás de él marchaba el hijo de Zeu s y L eto.Y los hijos ilustres de Zeu s llegaron pron to a las cumbres del oloroso O lim po , ju nto al Padre C ro nió n.A llí los platos de la balanza les esperaban a los dos. Y un gran rum or se extendió en el Olim po nevado, y los incorruptibles i n m ortales se reunieron en las gargantas del O lim p o .Y H erm es y A p o lo el de l arco de plata se hallaban ante las rodillas de Zeus, y Zeus que truena en las alturas interrogó a su ilustre hijo, diciéndole: — ¿D e dónde traes, Febo, este precio so botín, este n iñ o recié n nacido con el aspecto de un heraldo? Es un asunto difícil que se presenta a la asamblea de los Dioses. Y el real Arquero A p olo le respondió: — ¡O h, padre! Vas a escucharm e una palabra extraordinaria, tú que m e reprendes co m o si yo fuera el ún ico pillo. H abien do recorrido un gran espacio, encontré, en la montaña de Kilena, a este niño, descarado ladrón, tal co m o n o v i otro sem ejante ni entre los Dioses ni entre los hombres todos, a pesar de ser tantos los que com en sobre la tierra. D es p u és de robar m is vacas de la pradera, llev ólas al anochecer hacia la orilla del mar de innumerables ruidos, y las condujo en dirección a Pilo, mas sus huellas eran engañosas y en verdad admirables, y parecían obra de un ilustre Daimon. En efecto, el polvo negro mostraba las huellas de las vacas vueltas hacia la Pradera de A sfodelo, y él mism o, co m o nadie astuto, no marchaba ni sobre sus pies ni sobre sus manos por este arenoso lugar, sino que, con singular precaución, dejaba tales huellas en su camino, que se hubiera dicho que marchaba teniend o por calzado jóve ne s encinas. Durante gran trecho de su camino por la arena dejó claramente sus huellas sobre el polvo; pero cuando hubo dejado atrás el are-
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noso camino, la huella de sus vacas y la suya propia se convirtieron en invisibles sobre el duro su elo.Y u n h om bre m ortal le vio con du ciendo presurosamente hacia Pilo el tropel de vacas de anchas testuces. Habiéndolas dejado tranquilamente encerradas y habiendo he ch o aquí y allí cuanto él había maquinado, se acostó en su cuna, semejante a la negra noc he , en el fon do tenebroso de su antro obscuro; y la mism a águila de mirada perspicaz no le hub iera descubierto. Se frotaba frecuentemente los ojos con sus manos, meditando astucias, y de pronto dijo con precipitada palabra: — N ada h e vis to n i oído, n o h e o íd o hablar de eso y nada p u edo decir, y no ganaré ningu na recom pensa p or haberlas encontrado. Dicho esto, Febo Apolo se sentó, y Hermes, a su lado, le contestó, diciendo al Cronida que m anda en todos los Dioses: — V oy a decirte la verdad, Padre Z eus, p orque veraz soy y no sé mentir. Ha venido hasta mí, buscando sus vacas de flexibles remos, hoy mismo, al nacer Helio; pero no ha traído Dioses Inmortales co m o testigos ni veedores. H acién do m e violencia, m e ha mandado que le informara acerca de esas cosas, amenazándome mucho con arrojarme al ancho Tártaro, pues posee la tierna flor de una gloriosa pubertad, mientras que yo he nacido ayer, según sabe él muy bien, y n o m e confunde co n u n h om bre vigoroso ladrón de bueyes. C réem e — ya que te glorias de ser m i caro padre— que no he con ducido las vacas hacia nuestra morada. ¡Así sea yo evidentemente rico! N o he traspuesto el umbral, y te digo esto verazmen te. R e v erencio mucho a Helio y a los otros Daimones, y te quiero, y respeto tam bién a éste. Sabes co m o yo qu e no soy culpable de tod o esto. Y prestaré solem n e juram ento. ¡No ! ¡Por los pórticos bien construidos de los Inmortales! Y algún día m e veng aré de esta injuriosa requisitoria, aun c ua nd o él sea vigor oso . Mas tú presta tu ayuda a los más jóven es. Así habló el K ilenio matador de Argos, guiña ndo los ojos y sosteniendo sus pañales en el brazo, sin soltarlos por nada. Zeus rio mucho viendo a este niño, lleno de astucia, negar decidida y hábil-
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mente en el asunto de las vacas, y ordenoles buscarlas de común acuerdo, mandando a Hermes que le guiara y mostrara, con toda inocencia de espíritu, dónde había ocultado las fuertes cabezas de las vacas.Y el Cronida hizo una señal con la cabeza y el ilustre Hermes obedeció, pues la voluntad de Zeus tempestuoso persuade fácilmente. Apresuráronse ambos ilustres hijos de Zeus, y marcharon a la arenosa Pilo, y al vado del Alfeo, y a los campos, y al alto establo, donde el botín había sido ocultado durante la noche. En tonces H erm es entró en el antro de piedra y sacó a la luz las rudas cabezas de las vacas.Y el Letoida, mirando a lo lejos, reconoció las pieles sobre un a alta roca, y al p un to pre gu ntó al ilustre H er mes: — ¿C óm o has p odido, astuto, degollar dos vacas siendo u n n iñ o que apenas acabas de nacer? Estoy yo mismo admirado de tu fuerza. ¡No es preciso que crezcas en adelante, Kilenio, hijo de Maia! Así dijo, y rodeó sus manos de inertes ligaduras de mimbres, y éstos, bajo sus pies, arraigaban en la tierra, b ien qu e entrelazados; dirigiéndose también hacia todas las vacas por la voluntad del sutil Herm es.V iendo esto, A po lo fue tomado de admiración; y el po de roso Matador de Argos miró furtivamente en torno suyo, los ojos brillando de fuego y deseoso de ocultarse. Mas, según quería, apa ciguó fácilm ente al hijo de la ilustre Leto, aunque era poderoso. Cogiendo la concha de tortuga con la mano izquierda, probó a tañerla con el plectro, y la concha sonó armoniosamente bajo su mano.Y Febo Apolo rio, satisfecho, pues el son deleitoso penetró en su alma, mientras escuchaba con el anhelo todo de ella.Y el hijo de Maia, tranquilizado y tocando la dulce lira, permanecía a la izquierda de Feb o A p olo .Y ha cien do vibrar la cítara, cantó a su lado y se alzó su voz agradable. Y
cantó a los D ios es Inmortales y a la tierra tenebrosa, y cóm o
fueron creadas las cosas en p rin cip io y có m o a cada cual le fu e distribuida su suerte.Y cantó a Mnemosina, sobre todas las Diosas, ma-
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dre de todas las Musas, pues había tocado al hijo de Maia.Y el ilustre hijo de Zeus cantó luego a los demás Dioses Inmortales, a cada un o según su categoría y p or el ord en e n q ue habían nacido, admirablem ente y hac iend o resonar la cítara bajo sus ma nos. Y un inmenso anhelo se elevó del alma de Apolo, que dijo a Hermes estas palabras aladas: — M ata dor de vacas, astuto, laborio so, am ig o de lo s festines, p o sees aquí cosas que equivalen al precio de cincuenta bueyes.Y creo qu e saldremos satisfactoriamente de este litigio. D im e ahora, astuto hijo de Maia, si has llevado a cabo estas cosas admirables apenas nacido o si alguno entre los Inmortales o entre los hombres que no lo son te ha otorgado ese don ilustre y te ha enseñado el canto divino, pues escucho esta vo z nueva y admirable y p ienso que n ingun o de los hombres ni ninguno de los Dioses que están en las mansiones Olímpicas te ha aleccionado, sino tú mismo, ¡oh, embustero hijo de Zeus y de Maia! ¿Qué arte es éste? ¿Cuál esta Musa que se cura de amargas inquietudes? ¿Cuál su habilidad? En verdad, aquí están reunidas estas tres cosas: la alegría, el deseo y el dulce sueño.Yo, que soy el compañero de las Musas Olímpicas, que tengo a mi cuidado sus coros, y la pauta de los versos y del florido canto, y el agradable son ido de las flautas, jamás h e sentid o p enetrada m i alma p or estos acordes, propios para los festines de los jóvenes. Les admiro, ¡oh, hijo de Zeus!, y también tu modo de hacer vibrar dulcemente la cítara. Y ahora, puesto que, a pesar de ser pequeño, posees un arte ilustre, direos la verdad a ti y a tu madre. Por esta lanza de duro cornejo te aseguro que te conduciré famoso y venturoso, sí, entre los Inmortales, y te daré magníficos presentes y no te engañaré jamás. Y Hermes le respondió con estas astutas palabras: — T ú m e lo pides, ¡oh, Arquero!, y yo n o rehúso enseñarte m i arte. H o y m ism o lo sabrás. Q u ier o ser transparente para ti e n pensamiento y en palabras, ya que tú sabes todas las cosas en tu espíritu y te sientas, hijo de Zeus, en el primer lugar de los Inmortales, hermoso y fuerte; y Zeus, que te ama, te entera de cosas sagradas, y te
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ha hecho magníficos dones, y se dice que eres honrado por la voluntad d e Z eus, y qu e de él has recibido, ¡oh, Arquero!, la ciencia de la adivinación y de todo s los sinos. Ah ora soy yo qu ien enseñará a un niño rico; pero tú eres suficiente para aprender cuanto quieras. Pu esto que tienes el d eseo de tañer la cítara, canta y táñela, y reg ocíjate recibiéndola de mí, y tú, querido, dame la gloria. Canta teniendo en tus manos esta dulce compañera, hecha a sonar con arte admirable. Después, tranquilo, lleva, durante el día y la noche, a los festines y a los funerales, la alegría y las am ables danzas. A aqu el q ue la interrogue con ciencia y con arte, dócil a las suaves presiones, la cítara le enseñará muchas variadas cosas, gratas al espíritu; mas, temiendo un penoso trabajo, responderá de un modo discordante a aquel que la interrogue bruscamente. Pero tú eres apto para aprender cuanto quieras, y yo te daré esta cítara, ¡oh, ilustre hijo de Zeus! Después, ¡oh, Arquero!, volveremos a la montaña, y en la planicie d on d e pastan los caballos hare m os p acer a tus bue yes. A llí las vacas unidas a los toros, las hembras a los machos, se reproducirán cuantiosamente.Y no habrá lugar al que, aun cuando seas ambicioso, regreses irritado. Habiendo hablado así él, le ofreció la cítara, y Febo Apolo la tomó; y éste entregó a Hermes un látigo brillante y le confió la guarda de las vacas^ y el hijo de M aia, jub iloso , tom ó el látigo. Y
el ilustre hijo de Leto, el real Arquero A po lo, ten ien do la cí-
tara en la mano izquierda, ensayó a tañerla con el plectro, y la cítara sonó admirablemente y el Dios cantó. Después, cuando las vacas hubieron llegado a la Pradera divina, ambos ilustres hijos de Zeus regresaron al Olimpo nevado, deleitados por la cítara.Y el prudente Zeus regocijóse y les reconcilió. Y desde entonces Hermes siempre quiso al Letoida como hoy le quiere todavía, pues que le entregó la cítara en señal de amistad. Y cua ndo el Arqu ero h ub o aprendido a tañer la agradable cítara, sonó co n frecuencia entre sus brazos. Y el propio Letoida inventó otro arte. Construyó la siringa sonora, y dijo a Hermes:
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— Tem o, hijo de M aia, astuto mensajero , que m e arrebates furtivame nte m i cítara y m i arco curvo. E n verdad, que has recibido de Zeus el honor de presidir los cambios de los hombres sobre la tierra fecunda; mas si prestas el solemne juramento de los Dioses, haciendo una señal con la cabeza, o por el agua turbulenta de la Estigia, todo cuanto hagas será grato a mi espíritu. Entonces el hijo de Maia le prometió por un signo de su cabeza que no hurtaría nada de aquello que perteneciera al .Arquero y que n o se acercaría jamás a su sólida m orada.Y el Letoida A p olo selló co n una inclinación de cabeza su concordia y su amistad, y juró qu e n adie le sería más afecto, ni entre los Inm ortales, ni entre los hi jos de Z eus, ni en tre lo s hom bres, y dijo: — H aré presente esto a lo s In morta les, y a todos, por m ed io de una señal hono rab le y cara a m i alma. Te daré una fam osa varita de felicidad y de riqueza, de oro puro de tres hojas. Ella te protegerá y te hará más poderoso que los demás Dioses por virtud de las palabras y acciones útiles que declare haberme sido reveladas por la voluntad de Zeus. Pero no te es concedido, hijo de Zeus, ni a ningún otro de los Inmortales, conocer la ciencia adivinatoria por que preguntas. Sólo la inteligencia de Ze us la com prende , y yo, porque m e fue revelada por ella, y he prom etido y he jurado p or el gran ju ramento que ningú n otro d e los Inmortales, exce pto yo, conocerá el sabio p ensa m iento de Zeu s. Y tú, her m an o de la varita de oro, no me pidas que te revele los designios decretados por Zeus que truena en las alturas. Perjudicaré a unos, iré en ayuda de otros, mezclándome con las innumerables razas de los míseros mortales. Ayudaré con mi voz a quien crea en mi oráculo y en el vuelo de las aves irrecusables. A qu él será pr oteg ido po r m i oráculo y n o le engañaré; mas aquel otro que se fiara de las aves falsas y quiera preguntar a mi oráculo a hurto de m i pensam iento, y saber más que los D ioses que viven eternamente, digo que ése tomará un camino sin fin, aun cuando yo hubiera percibido los presentes.Y te digo, ilustre hijo de Maia y de Zeus tempestuoso, habilidoso Daimon de los Dioses, que
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hay tres Moiras, doncellas y hermanas, que se envanecen de sus alas rápidas. La cabeza cubierta de b lanca harina, habitan e n un valle d el Parnaso; ellas m e en señ aron la cien cia profética, a la cual y o aspiraba m uy niño aún, en m ed io d em is vacas, pues m i padre no se ocu paba de ella. D esp ué s, en estos lugares, volan do aquí y allá, co m en los panales de la miel y acaban sus propósitos.Y cuando han comido la miel fresca, se tornan en furiosas y desean vivamente decir la verdad; mas cuan do se ve n privadas del dulce a limen to de los D io ses, intenta n co n du cir p or extraviados ca m inos. Te las doy, pues; in terrógalas con cuidado y deleita así tu espíritu, y si algún mortal conocido tuyo te encontrara, podrá creer en tu oráculo.Tómalas, hijo de Maia, así com o los bueyes agrestes de flexibles rem os.T en cuidado de los caballos y de los muletos pacientes, y de los terribles leones, y de los jabalíes de blancos dientes, y de los perros, y de todas las ovejas que alimenta la vasta tierra. Gobierna a todas las ovejas, ilustre Hermes, y sé el único irrecusable mensajero de Hades, que aun cuando él no sea rico, no te hará un presente sin valor. Así el R e y A p olo quiso al hijo de M aia co n toda su amistad, y el Cronida le otorg ó la gracia. Y se m ezc ló con los mortales todos y con todos los Inmortales.Y acude con su ayuda pocas veces, pero engaña sin cesar en la n o ch e tenebrosa a las genera ciones de h o m bres mortales. Y
así yo te saludo, hijo de Ze us y de Maia, y m e acordaré de ti
y de otros cantos.
!"#$% """ A Afrodita
U i m e , Musa, los trabajos de Afrodita de oro, de Kipris, que d io a los Dioses el dulce deseo y dominó a las razas de hombres mortales, y a las aves aéreas, y a la multitud de animales salvajes que alimenta el co n tin en te y a las qu e nutre e l mar. Todas están al cuida do de C ite rea la de la hermosa corona. Pero hay tres Diosas a las cuales no ha podido herir el alma ni ha c on segu ido engañar. La primera es laVirgen Aten ea la de los ojos claros, hija de Z eus tem pestuo so. N o le placen, en efecto, los traba jo s de Afrodita de oro, sin o que las batallas le placen, y las em presas de Ares, y los encuentros, y las peleas, y asimismo las obras ilustres. Fue la primera que enseñó a los hombres artesanos de la tierra la construcción de carros de combate y carromatos guarnecidos de bronce; y ella enseñ ó tam bién a las jóv en es doncellas a que hicieran en sus casas ilustres labores, y ella inspiró su espíritu. N u n ca , tam poc o, Afrodita q ue ama las sonrisas do m inó a Á rtemis la del huso de oro. Los arcos le placen, en efecto, y la matanza
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de animales feroce s en las m onta ñas, y las liras, y las lanzas, y los alaridos sonoros, y los bosq ues sombríos, y la ciudad de varones justos. N un ca , tamp oco , los trabajos de Afrodita gustaron a la venerable Virgen Histia, que primero engendró al sutil Crono, y que luego fue venerada por la voluntad de Zeus tem pestuoso y a quien so licitaron Posidón y Apolo. Pero ella no aceptó, sino que rehusó con firmeza y prestó un gran juramento, tocando la cabeza del Padre Zeus tempestuoso, de permanecer siempre doncella y la más honesta de las Diosas. El Padre Zeus le hizo un precioso don en lugar de las nupcias: el de poseer la grasa de las víctimas ofrecidas, sentada en m edio de su casa. E n tod os los templos de los D ioses tiene derecho a ser honrada la primera, y es entre todos los Dioses la más reverenciada por los hombres mortales. Afrodita no pudo rendir el alma de estas tres Diosas, ni engañarlas; mas ninguno de los otros Dioses venturosos escaparon a ella. D o m in ó el espíritu de Z eus que se regocija con el rayo, ¡él, que es el más grande y el que más grandes honores recibiera! Tantas veces como ella quiso engañó su espíritu prudente y le unió con facilidad a mujeres mortales, a espaldas de Hera, su hermana y esposa, que ostenta una gran belleza y es la más hermosa entre las Diosas Inmortales. El sutil Crono y Rea engendraron a esta muy ilustre Diosa, y Zeus el de los eternos pensamientos la hizo su esposa venerable y sabia. Mas Zeu s inspiró en el alma de Afrodita el dulce dese o de unirse a un hombre mortal, a fin de que gustara del lecho de un varón, y Afrodita que ama las sonrisas no dijera más, envaneciéndose y riendo, entre los Inmortales, que había unid o a los D iose s co n m u jeres mortales que habían parid o hijos m orta les de lo s D ioses, y que había unido Diosas con varones mortales. Por esto le inspiró el dulce deseo de Anquises, quien, entonces, vagaba fjor las cumbres del Ida el de los manantiales innumerables, apacentando sus bueyes y semejante a los Inmortales por la hermosura.
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Y tan pron to co m o Afrodita que ama las sonrisas le h ub o visto, le am ó, y el deseo se adueñó v iolentam ente de su alma.Y habiendo llegado a Chipre, penetró en el templo oloroso de Pafos, donde están el bosque sagrado y el altar divino. Después de entrar, cerró las puertas espléndidas. Allí las Gracias la bañaron y la ungieron con el ambrosiano aceite que sirve a los Dioses eternos, ambrosiano, divino, y que le había sido ofrecido en holocausto. Después, una vez rodeado su cuerpo de hermosas vestiduras y adornada c o n oro, Afrodita q ue ama las sonrisas partió de la o lor osa Chipre en dirección a Troya, y recorriend o v elozm en te su camin o entre las altas nub es, lleg ó al Ida, d on d e abund an las fuente s y las fieras. Y dir igió se d irectam ente al establo a través de la m onta ña , y en tor no a ella, los lob os grises, los terribles leon es, los osos, y los leopardos ligeros, insaciables d e ciervos, se acercaban m ov ien d o la cola. Y viénd oles, deleitándose en su corazón, infund ió el deseo en sus pechos, y todos a la vez se acoplaron en los sombríos escondrijos. Ella, por su parte, se detuvo en las sólidas cabañas de los pastores y enc on tró en los establos, solo, lejos de los demás, al hé roe A n quises, que había recibido la belleza de los D ioses. Todo s los pastores habían ido con los bueyes a los amplios pastizales y él solo había quedado en el establo, paseando aquí y allá y haciendo sonar su cítara vigorosa m ente. Y Afrodita, la hija de Ze us, se detu vo ante él, semejante por la estatura y la belleza a una virgen indómita, a fin de que, al verla, no se sobrecogiera de terror. Y Anq uises, apenas viola, la c on tem pló , admirando su belleza, su estatura y sus ricos vestidos. En efecto, se envolvía ella en un peplo más esplendoroso que el claror del fuego y llevaba brazaletes flexibles, alfileres brillantes, y en torno a su garganta delicada bellísimas cadenas de oro, que resplandecían, como Selene, sobre su hermoso seno y eran admirables de contem plar.Y el d eseo se adu eñó de A nquises, que le dijo:
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— ¡Salve, R e in a , quie nquie ra que seas de las bienaventu radas que aquí llegaste! ¡Ártemis, o Leto, o Afroditá de oro, o la no b le T emis, o Atenea la de los ojos claros, o alguna de las Gracias que acompañan a los Dioses y son llamadas Inmortales, o alguna de las Ninfas que pueblan las bellas florestas o de las que habitan en esta hermosa montaña, donde hay numerosos manantiales de ríos y blandos valles! ¡Te elevaré por m i ma no, en la parte más alta y en un lugar descub ierto, u n altar, y en él te sacrificaré ab un da ntem en te y a toda hora, y tú, con benévolo espíritu, otórgame ser famoso entre los troyanos, concédeme una floreciente descendencia, que viva largos años viendo la luz de Helio, y que, rico entre mis convecinos, llegue al umbral de la vejez! Y A frodita, la hija de Ze us, le contestó: — Anquises, el más ilustre de los hom bres nacid os sobre la tierra, no soy, en verdad, una Diosa; ¿por qué me comparas a los Inmortales? So y m ortal, y una m ujer m e ha parido. M i padre se llama Otreo — si es que has oíd o ese nom bre— , y reina en toda la Frigia la de las sólidas murallas. Conozco vuestra lengua tan bien como la nuestra, pues m e crio una nod riza troyana en m i morada, edu cán dome desde muy pequeña, después de haberme recibido en sus manos desde el vientre de m i madre. Por esto sé nuestra leng ua y la vuestra. A ho ra el M atado r de Arg os el d e la áurea varita m e ha sacado de en medio de un coro de la ruidosa Ártemis la del huso de oro. Jugába mo s, a la sazón, u n gran núm ero de ninfas y d e donce llas de más valor que muchos bueyes y una multitud nos rodeaba.Y de allí m e arrebató el Mata dor d e Argo s el de la varita de oro. M e ha traído a través de numerosos lugares trabajados por los hombres mortales, a través de otros ni cultivados ni edificados, que sólo frecuentan las fieras, alimentándose de carnes crudas en las sombrías encrucijadas. N o m e ha per m itido tocar co n los pies la tierra que da la vida, y m e decía q ue sería llamada esposa virg en en el lech o de Anquises, y que de mí habían de nacer hermosos hijos. Después de hablar así, retornó el poderoso Matador de Argos hacia la Estirpe
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inmortal. Por eso he venido hasta ti, porque la necesidad me ha com pelido. Mas yo te pido por Z eus y po r tus ilustres padres, pues padres indignos no han podido engendrar hijo semejante, que me conduzcas, indómita y virgen aún, adonde estén tu padre, tu ilustre y p rudente madre y tus hermanos consanguíneos. N o seré una nuera ni una cuñada indigna de ellos, sino digna, y ellos verán si soy o no una mujer digna de ti. Manda en seguida un mensaje a los frigios, que tienen caballos de variado pelaje, a fin de que hable con mis preocupados padres.Y te enviarán mucho oro y vestiduras tejidas, y recibirás de ellos nu m ero sos p resentes. Y acabadas estas cosas, ce lebra nuestras bodas dichosas y honorables a los ojos de los hombres y de los Dioses Inmortales. Habiendo hablado así la Diosa, infundió en su corazón el dulce deseo, que se adu eñó de An qu ises.Y dijo así a Afrodita: — Si verdaderam ente eres m orta l, si una m uje r te parió , si tu ilustre padre es O treo, co m o dices, y si has llegado aquí p or ma ndato de Hermes Mensajero de los Dioses, siempre serás llamada mi mujer. Ninguno de los Dioses ni de los hombres mortales impedirá que me una a ti por amor en este mismo instante, aun cuando el prop io Arquero A p olo m e lanzara co n su arco de plata los amargos dardos. ¡Y consentiría, oh, mujer semejante a las Diosas, descender a las regiones de Hades después de haber estado en tu lecho! D ic h o esto, la to m ó de la man o, y Afrodita q ue ama las sonrisas le siguió, inclinando la cabeza y besando los hermosos ojos, hacia el lech o bien aderezado d ond e se acostaba el Rey , y que'estaba hec ho de lanosos tapices y cubierto de pieles de osos y de leones rugidores que había matado por su mano en las altas montañas. Ya los dos en el lech o bie n construido, Anqu ises quitó del cu erpo de Afrodita sus adornos brillantes, los broches y los flexibles brazaletes, los alfileres y los collares. Desató la cintura y le quitó los maravillosos vestidos y los depositó en un sitial de clavos de plata.Y así fue como, por la voluntad de los Dioses y por el Destino, un mortal durmió con una Diosa, pero sin saberlo.
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A la hora en que los pastores vuelven al establo de los floridos pastizales co n lo s bu eyes y las robustas ovejas, Afrodita de stiló sobre Anquises un dulce sueño, y la noble Diosa, volviendo a tomar sus hermosos vestidos y cubriéndose de nuevo com pletamente, se quedó al lado del lecho tocando con su cabeza el techo de la morada bie n construida. Y resplandecía la inm orta l belleza de sus mejillas, com o correspondía a Citerea la de la herm osa diadema. Y despertándole, le dijo: — ¡Levántate, D ardán ida! ¿Por qué duerm es co n sueño tan profundo? D im e si te parezco la m isma que antes. Así dijo ella, y despertándo se la escuch aba .Y c on tem plan do el cuello y los hermosos ojos de Afrodita, tembló, y entornando los suyos, cubrió sus bellas facciones con la colcha, y suplicándole, le dijo estas palabras aladas: — Tan pronto co m o te v i co n mis ojo s reco n ocí que eras D io sa, pero tú m e ocultaste la verdad. Yo te suplico, po r Z eus, n o permitas que viva lleno de tristeza entre los hombres; ten piedad de mí, pues aquel que ha dor m ido co n los Dioses Inmortales no con serva m uch o tiem po el vigo r de la juventud . Y A frodita, hija de Z eus , le respondió: — Tranquilízate, Anquis es, el más ilustre de lo s hom bres m orta les, y n o temas nada en tu ánimo. N o temas ningú n m al de m í ni de los D iose s ventu rosos, pue s eres caro a ellos. Tendrás u n h ijo, que reinará en los troyanos, y otros hijos nacerán de sus hijos. Su n o m bre será Eneas, pues he sentido un dolor terrible en el lecho de un hom bre mortal. Y los h om bres m ortales de vuestra estirpe serán siempre, y sobre tod o, parecidos a los D iose s p or la belleza y la estatura. El muy prudente Zeus arrebató, a causa de su belleza, al rubio Ganímedes, a fin de que, mezclándose a los Dioses, les escancie el vino en la mansión de Zeus.Y es admirable de contemplar, honrado por los Inmortales y echando de una crátera de oro el néctar rojo. Pero Troos albergaba un gran dolor en su pecho, pues no sabía dónde había llevado la tempestad a su caro hijo.Y lloraba todos los
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días días,, y Z eus tuvo p iedad de él, él, y le dio, en p recio de su hijo, dos caballos de pies veloces, de los que llevan a los Inmortales. Él se los dio, y el Mensajero Matador de Argos le manifestó que, según la voluntad de Zeus, su hijo sería inmortal y no podría envejecer.Y cuando hu bo escuchado escuchado el mensaje de Zeu s, no gim ió más en adeadelante, lante, y, satisfecho satisfecho e n su espíritu, espíritu, se se h izo con du cir p or los ve loc es caballo ballos. s. Asim ismo, Eo s la del trono de oro arreb arrebat atóó a T itó n , hom bre de vuestra raza, semejante a los Inmortales. Ella fue a pedir a Cronión que amontona las nubes que fuera Inmortal y que viviese siempr siempre, e, y Zeus con ced ió con una seña señall de su cabe cabeza za y cum plió su deseo; pero la venerable Eos, ¡insensata!, no meditó en su espíritu ped ir par paraa él la ju ve ntu d y la facult facultad ad de eludir la la c ruel anciani ancianidad. dad. Así, mient mientras ras po sey ó la juv en tud , grat grataa a todos, deleitado deleitado p or E os la del trono de oro, hija de la mañana, vivió en los límites de la tierra a las orillas del Océano; mas cuando los primeros cabellos blancos salpicaron su hermosa cabeza y su barba se tornó blanca, la venerable Eos se alejó de su lecho. Ella le alimentó entonces en su casa con trigo y ambrosía y le regaló hermosos vestidos. Mas cuando le oprimió la odiosa vejez, no permitiéndole mover sus miembros ni levantarse, Eos pensó que lo mejor era dejarle en la cámara nupcial, cuyas cuyas puertas puertas espléndidas cerraba cerraba ella ella.. Allí su v oz fluye en van o, ina tendida, tendida, y la fuerza fuerza que antes antes hu bo en sus flexibles flexibles m iem bro s ya n o existe. N o te desearé tal tal cosa entre los Inm ortales; ortales; al contrario, vive siempre bello, como ahora, y si has de ser llamado mi esposo, nunca el pesar pesar envolverá m i espíritu. espíritu. Sin emb argo, la ve jez despiad despiadada ada te envolverá pronto, ella que sitia a todos los hombres, cruel y pesada, y a la que odian los Dioses.Y una gran afrenta me será inferida en adelante por tu culpa entre los Dioses Inmortales, que antes temían mis pal palabra abrass y designios por qu e habíale habíaless un ido a tod os co n mujeres mujeres mortales y mi voluntad a todos había subyugado. Ahora no se me permiti permitirá rá invocar invocar est esto, o, pu esto q ue yo misma h e co m etido una gran gran falta alta,, una ac ción perversa perversa e intolerable, intolerable, y m e equ ivoq ué en m i ániánimo, pues que llevo un hijo en mi vientre de haberme unido a un
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hombre mortal. Cuando haya visto la lumbre de Helio, las Ninfas montaraces de ancho seno le criarán, esas que habitan esta montaña grande grande y divi divina, na, y que n o ob ed ece n n i a los mortales ni a los Inmortal mortales es,, pero pero que viven m uch o tiem tiem po, com en ambros ambrosía ía y danzan danzan en coro con los Inmortales. Los Silenos y el vigilante Matador de Argos se unen a ellas en amor en el fondo de las húmedas cavernas. Los abetos y las altas encinas, nacidos cuando ellas de la tierra que aliment alimentaa a los hombres, crecen corpulentos, herm osos y floridos sobre las altas montañas, y las Ninfas los llaman los bosques sagrados de los Inmortal Inmortales, es, pues jamás los los homb res los po dan co n el hierro. hierro. Mas cuan do la M oira de la m uer te se les les aproxima, aproxima, los h erm oso s árboles se secan, primero, su corteza se pudre y sus ramas caen, y al m ism o tiemp o el alma alma de la las Ninfas abandona la luz de H elio. Ell Ellas guar uardará darán, n, y aliment alimentará arán n a m i hijo, y cuan do toq u e en la pub ertad grata a todos los Dioses, te traerán y te mostrarán a tu hijo. Y
yo misma, para para recordarl recordarloo todo , vend ré a traerte traerte tu hijo de
aquí a cinco años.Y cuando veas esa flor de tus ojos, te regocijarás, pues será semejante a los Dioses. Le conducirás a Ilio la azotada por los vientos, y si alguno de los hombres mortales te pregunta qué mujer ha llevado tu caro hijo en su vientre, acuérdate de responder como yo te ordené. Diles que es el fruto de una Ninfa de piel fresca como una rosa, que vive en la frondosa montaña. Pero si dices la verdad, si te envaneces como un insensato de haber estado unido por vínculos de amor a Citerea la de la hermosa diadema, Zeus, irrita irritado, do, te herirá herirá co n el blan co rayo rayo.. T od o esto te advierto; ad vierto; guarda guarda mis palabras en tu corazón, contente, n o m e nom bres nun ca y tem e la cólera cólera de los D ioses. Así dijo dijo,, y retornó al Ura no azotado por los v ientos. ¡Salve, Diosa que reinas en Chipre la bien edificada! Habiendo comenzado por ti, pasaré ahora a otros himnos.
!"#$% "' A la misma
v^antaré a Afrodita, hermosa y venerable Afrodita, a quien fueron concedidas por herencia las ciudadelas de la marítima Chipre, adonde la llevó en la blanda espuma del mar de ruidos innúmeros la fuerza húmeda del soplo del viento. Y las Horas de diademas de oro la acogieron con benevolencia y la cubrieron de vestidos ambrosianos.Y colocaron sobre su divina cabeza una hermosa corona de oro bien labrado, y en sus orejas agujereadas, flores de latón y de oro precioso.Y adornaron su cuello delicado y su blanco pecho con collares de oro de los que ellas, las propias Horas de áureas diademas, estaban adornadas cuando iban a unirse al amable coro de los Dioses en la morada de su padre. Y cuando así ornaron todo su cuerpo, la condujeron a presencia de los Inmortales.Y éstos, cuando la vieron, saludáronla y tendiéronle las manos, y cada cual la deseó por esposa virgen aún, y de seó lleva llevarl rlaa a su morada. Y admiraron la la belleza de C iterea c or onada de violetas.
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Salve, dulce com o la miel, la de los párpados red ond os. D a m e la victoria en este combate y adorna mi canto.Y yo me acordaré de ti y de otros cantos.
!"#$% ' A Dioniso
Haré recordar a Dioniso, hijo de la ilustre Semele, cuando apareció en la orilla del mar estéril, en un promontorio avanzado, semejante a un jo ve n en la primera ad olescencia. Flotaban sus h erm oso s cabellos azules y llevaba un manto púrpura sobre sus hombros robustos. H e aquí qu e a sus naves de fuertes banc os para remero s llegaron sú bitamente los piratas tirrenos navegando sobre el negro mar, pues les amenazaba un fatal destino. Tan pronto como vieron a Dioniso hiciéronse señas unos a otros, y, saltando a tierra, le apresaron y llevaron a su nave, alegrándose en su corazón. Creían que era un hijo de rey, progenie de Zeus, y quisieron cargarle de pesadas cadenas. Mas las cadenas no le retuvieron, y las delgadas mimbres cayeron de sus pies y de sus m anos, y p erm an ecía sentado, son rien do con sus ojos azules. Y cuando el piloto le hubo visto, al punto dijo así a sus compañeros: — ¡Insensatos! ¿Q ué D io s poderoso es éste, a quien habéis co g ido y encadenado? N o pu ed e transportarle la bien construida nave,
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pues, ciertamente, es Apolo el del arco de plata, o Zeus, o Posidón, que n o es éste un varón m ortal por la apariencia, sino más b ien semejante a los Dioses que pueblan las mansiones Olímpicas. Dejémosle, pues, en seguida sobre el n egro continen te, y n o pongáis m anos en él, no sea que soliviante los vientos destructores y el enorme huracán. Así dijo, y el je fe le rec rim inó co n estas rudas palabras: — ¡D esdichado! P o n a ten ció n al v ien to que sopla p ropicio y sírvete de la vela y de todos los aparejos de la nave a una vez. Nuestros hombres se ocuparán de éste luego. Espero que llegará a Chipre, o a Egipto, o a los H iperb óreo s, o más lejos aún, y que no s dirá al fin quiénes son sus am igos, cuáles sus riquezas y parien tes, ya q ue un D ios nos lo ha mandado. Así diciendo, enderezó el mástil y ten dió la vela de la nave, y el vien to la hinch ó p or el m ed io, y ellos aprestaron todo s los aparejos. Mas al punto comenzaron a ocurrir cosas de prodigio. He aquí que, por lo pronto, un vino dulce, que despedía un olor excelente, co m en zó a fluir de la nave negra y rápida, y los m arinos, contemplándolo, se sobrecogieron de estupor. En seguida, desde lo alto de la vela, una viña se extendía aquí y allí, y numerosos racimos pendían de ella. Una negra hiedra se enroscaba al mástil, qu e estaba cubierto de flores y de l q ue nacían herm osos frutos.Y de todas las clavijas d el mástil pe nd ían cor ona s.Y los marinos, viendo esto, ordenaron al piloto Medeida que volvieran a tierra. Entonces he aquí que Dioniso se convirtió en terrible león, que rugía en la nave bravamente. Después Dioniso, enseñando sus atributos, creó una osa de erizado cuello, que se irguió furiosa, mientras el leó n , de p ie en el pue nte , lanzaba espantosas m iradas. Huyeron entonces los marineros a popa, colocándose en torno al prudente piloto, y perm anec ieron aterrados. Saltó el leó n y co gió al je fe , y to dos, para evitar el negro destin o, arrojáronse a la vez al mar
HOMERO
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divino, y quedaron convertidos en delfines. Mas Dioniso tuvo piedad del piloto, y ha cién do le feliz, le dijo: — Tranquilízate, div in o piloto, caro a m i corazón. Soy el ruidoso Dioniso, a quien dio a luz una madre cadmía, Semele, unida en vínculos de amor al potente Zeus. ¡Salve, hija de Sem ele la de los herm oso s ojos! N o podrá aquel que te olvidara ornar su dulce canto.
!"#$% '" A Ares
jP oderosísimo Ares, auriga de carros, el del casco de oro, el del gran corazón, el que porta broqueles, salvador de ciudades, broncíneo señor, el de los fuertes brazos, infatigable, poderoso por tu lanza, defensa del Olimpo, padre del venturoso guerrero Nike, auxiliar de Temis, tirano de los rebeldes, caudillo de hombres justos, portador del cetro de la valentía, que giras en el ciclo inflamado del Eter, entre los siete astros movibles, allí donde tus luminosos caballos te llevan siempre más allá de la tercera órbita! ¡Escúchame, aliado de los mortales, qu e prestas la audacia juv en il, qu e m andas de lo alto la dulce luz y el valor guerrero a nuestras vidas! ¡Séame dado arrojar la amarga debilidad de mi cabeza, y contener la engañosa impetuosidad del alma, y reprimir la violencia del cora zón que m e im pe lerá a horribles combates! Y
tú, ■¡oh, ven turo so!, da m e el verdadero valor, para que y o per-
manezca al amparo de las leyes invioladas de la paz, escapando a las refriegas de los enemigos y a las Keres violentas.
H I M N O VII /
A Artemis
C ele b ra , Musa, a Ártemis, la hermana del Arquero, la virgen que se envanece de sus flechas, criada con Apolo, la cual, después de abrevar sus caballos en el Meles, lleno de junqueras, lanza en veloz carrera su carro de oro a través de Esmirna, camino de Claros, donde fructifican las viñas y donde Apolo el del arco de plata tiene su asiento, esperando a la Cazadora que se envanece de sus flechas. Y
así te saludo co n m i canto, a ti co m o a todas las D iosas. Mas
te canto primero, para seguir cantando cuando acabe de cantarte a ti; y una vez comenzado el canto en ti, pasaré a otro himno.
!"#$% '""" A Afrodita
Cantaré a Citerea, nacida en Chipre, la cual hace a los mortales dulces presentes. Su rostro e ncan tador sonríe siempre, y es portadora d e la flor amable d e la juv en tud . ¡Salve, Diosa que reinas en la Salamia bien edificada y en toda Chipre! Dame un canto que encante, y me acordaré de ti y de otros cantos.
!"#$% "( A Atenea
Vvantaré a Ate nea, pode rosa protectora d e ciudades, y que co n Ares se ocupa de guerreras empresas, de poblaciones saqueadas, de clamores y de refriegas.Y protege a los pueblos que van al combate o vuelven del combate. ¡Salve, Diosa! Otórgame un buen sino y dame la felicidad.
!"#$% ( A Hera
C a n to a Hera la del trono de oro, a quien dio a luz Rea , R eina inmortal, ilustre por su belleza sin par, esposa y herm ana de Z eu s que truena en las alturas, gloriosa, y honrada desde e l anch o O lim po por todos los Diose s venturosos tanto c om o a Zeus que se regocija con el rayo.
!"#$% (" A Deméter
C o m ie n z o a cantar a D em éter la de los hermosos cabellos, venerable Diosa, y a su hija la bellísima Perséfone. ¡Salve, Diosa! Guarda esta ciudad y preside mi canto.
H IM NO XII ! #$ %$&'( &( #)* +,)*(*
¡En tón am e un h imno a la Madre de todos los Dioses y de todos los hombres, Musa armoniosa, hija del gran Zeus! El son de los cróta ! los y de los tímpanos le place, y el estrépito de los pies, y el alarido de los lobos, y el rugido de los feroces leones; y le placen también las sonoras montañas y las encrucijadas selvosas. Y así te saludo con mi canto, a ti y a todas las Diosas.
HIMNO XIII ! -('$.#(* /)'$012 &( 3(12
Ce lebrar é a Heracles, hijo de Zeus, el más valiente de los hombres de la tierra y a quien parió Alcmena, en Tebas la de los hermosos coros, de su unión con el Cronida que amontona las nubes. Vagó primeramente sobre la mar y la tierra inmensa por la vo ! luntad del Rey Euristeo. Acabó muchas arriesgadas y terribles em ! presas y sufrió much os infortunios. Y ahora se huelga habitando la hermosa morada del nevado Olimpo y posee a Hebe la de los lin! dos talones. ¡Salve, oh, Rey, hijo de Zeus! Dame la virtud y la felicidad.
H IM NO XIV ! !*.#(4,)
Lvomien zo a cantar al Sanador de enfermedades, Asclepio, hijo de Apolo, a quien la divina Coronis, hija del Rey Flegio, parió en la llanura de Dotio, para ser la gran alegría de los hombres y el miti ! gador de los funestos dolores. Así te saludo, ¡oh, rey!, y te ruego con mi canto.
HIMNO XV ! #)* +,)*.5')*
Vvanta a Castor y Polideuces, Musa armon iosa, a losTindáridas na! cidos de Zeus Olímpico, a quienes dio a luz en las cumbres delTaigeto la venerable Leda, secretamente forzada por el Cronión que amon ton a las nubes. ¡Salve,Tindáridas, jinetes de veloces caballos!
HIMNO XVI ! -('6(*
Lian to a Herm es Kilenio, Matador de Argos, que reina en Kilene y en Arcadia la de los numerosos rebaños, habilísimo Mensajero de los Inmortales y a quien parió Maia, hija venerable de Atlas, unida en amor a Zeus. Evitaba el trato con los Dioses dichosos, y vivía en un antro sombrío, donde el Cronida se unió a la Ninfa de los her ! mosos cabellos durante la obscura noche, mientras el sueño envol ! vía a Hera la de los brazos blancos y él se ocultaba de los Dioses In ! mortales y de los hombres mortales. ¡Así te saludo, hijo de Zeus y de Maia! Y habiendo comenzado por ti, pasaré a otro himno. ¡Salve, Hermes! Distribuidor de gracias, Mensajero, dispensador de bienes.
HIMNO XVII ! 7$2
v^ántame, Musa, al caro hijo de Hermes, el de los pies de cabra, el bicorne amigo del ruido, que camina a través de los valles selvosos con las Ninfas habituadas a la danza y que suelen hollar las cimas de los altos roquedos invocando a Pan, Dios de los pastores, el de la es! pléndida cabellera descuidada, que ha recibido en herencia las mon! tañas nevadas, y las cimas de los montes, y los senderos pedregosos. Ya aquí y allá entre los zarzales frondosos, encantado a veces por un cauce de agua tranquila; o bien volviendo hacia las rocas escar! padas y escalando la más alta cima, contempla sus ovejas. Frecuentemente recorre las grandes montañas cubiertas de blancas piedras y frecuentemente corre a lo largo de las colinas matando fieras que divisa desde lejos. Algunas veces, solo, al anochecer, cuando retorna de la caza, emite un dulce sonido con su caña, y el pájaro que entre el follaje de la florida primavera derrama su dolor escucha el suave canto, que ni él mismo superaría.
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H I M N O S H O M É R I CO S
Entonces las armoniosas Ninfas Orestiades acompáñanle en grupo hacia la corriente de las profundas aguas, cantan, y el eco re! suena en la cumbre del monte y la blanda pradera donde el azafrán y el jacinto, floridos y fragantes, se mezclan a la hierba. Y el Dios, con agilísimo pie, salta aquí y allá entre el coro, llevando cruzada a la espalda la piel fresca de un lince y deleitando su alma con estos dulces cantos. Y las Nin fas celebran a los Dioses venturosos, y al anch o Olim ! po, y al habilísimo Hermes, que dicen sobresale entre los otros y di! cen también cómo es el veloz mensajero de los Dioses todos. El vino a Arcadia surcada de manantiales, madre de ovejas, allí donde está su sagrado bosque Kilenio; y allí, a pesar de ser un Dios, apacentaba sus ovejas de rizosa lana, pues un tierno anhelo florecía en él de unirse en amor con Driope, la Ninfa de la hermosa cabellera. Y llevó a cabo esta deleitosa unión, y la Nin fa parió en su m o! rada al caro y prodigioso hijo de Hermes, el de los pies de cabra, al bicorne que se huelga con el ruido tumultuoso y ríe dulcemente. Y la nodriza se fue saltando y abandonó al niño, pues tuvo miedo tan pronto como vio su faz agreste y barbuda. Pero al punto el habilidoso Hermes le tomó en sus manos y el Dios se regocijó mucho en su alma. Dirigióse velozmente a las mansiones de los Inmortales, después de haber envuelto al niño en la piel peluda de una liebre silvestre. Y sentose al lado de Zeus y de los otros Inmortales y les ense ! ñó su hijo.Y todos los Inmortales se regocijaron en su corazón, pero sobre todo Baco Dioniso. Y le llamaron Pan, porque a todos había encantado. Y así te saludo, ¡oh, Rey ! Y te suplico con mi can to.Y me acor! daré de ti y de otros cantos. /
HIMNO XVIII ! -(8(*9)
C an t a al habilísimo Hefesto, Mu sa arm oniosa, a aquel que con Atenea la de los ojos claros enseñó en la tierra las ilustres labores a los hombres, los cuales, con anterioridad, habitaban las cavernas de las montañas con las feroces alimañas. Ahora, aleccionados por el ilustre artífice Hefesto, pasan tran ! quilamente los años y la vida entera tranquilos en sus casas. ¡Seme propicio, Hefesto! Dam e la virtud y la felicidad.
H IM NO XIX ! !4)#)
E n verdad, Febo, el cisne te canta armoniosamente, volando con sus alas a orillas del Peneo turbulento; y el aedo de las dulces palabras, que tiene la sonora cítara, te canta siempre, en primero y último término. Y así te saludo yo, ¡oh, Rey! Y te aplaco con mi canto.
H IM NO XX ! 7)*,&12
(com ien zo a cantar a Posidón, el gran Dios, que sacude la tierra y el mar estéril, que posee Egas y el Helicón. Los Dioses te han otorgado los honores, a ti que sacudes la tie! rra. Te han hecho domador de caballos y salvador de naves. Salve, Posidón que circundas la tierra,Venturoso, el de los blan! cos cabellos, el del corazón benigno, que socorres a los navegantes.
H IM NO XXI ! :(5*
Cantaré a Zeus, el mejor de los Dioses, el más alto, el que a lo lejos truena, poderoso, perfecto, el que tiene frecuentes coloquios con Temis, que se le inclina sentada a su lado. ¡Senos propicio, Cronida que truenas a lo lejos, augustísimo, supremo!
H IM NO XXII ! -,*9,$
H ist ia, que proteges la sagrada mansión del Arquero Apolo, en la divina Pito, aceite líquido mana siempre de tus trenzas. Llega a esta morada, propicio el ánimo, con el vidente Zeu s y otorga la gracia a mi canto.
HIMNO XXIII ! #$* %5*$* ; $ !4)#)
Co m en zaré por las Musas, por Apolo y por Zeus. Porque los Aedas y los citaristas, que son sobre la tierra, proceden de las Musas y del Arquero Apolo; pero los Reyes provienen de Zeus. ¡Y es dicho aquel a quien las Musas aman! Una voz suave fluye de su boca. ¡Salve, hijos de Zeus! Honrad a mi canto y me acordaré de vo! sotros y de otros cantos.
HIMNO XXIV ! +,)2,*)
V^omienzo por cantar a Dioniso, coronado de hiedra, ruidoso, glo! rioso hijo de Zeus y de la ilustre Semele, al cual criaron las Ninfas de hermosos cabellos, después de recibirle del Padre Rey en su seno. Le criaron con ternura en los valles de Nisa, y creció por la voluntad de su padre en una gruta olorosa, y formó en el número de los Inmortales. Mas cuando las Diosas le hubieron educado para ser famoso, entonces recorrió las selvosas soledades coronado de hiedra y de laurel. Y las Ninfas le acompañaban, y él las guiaba, y el estrépito de sus pies llenaba la inmensa selva. ¡Y así te saludo, oh, Dion iso, rico en racimos! ¡Con céden os re! comenzar las Horas, llenas de alegría, y llegar de una en otra a nu ! merosos años!
HIMNO XXV ! # 6,*6)
Unos dicen que te concibió Semele, de Zeus que se regocija con el rayo, en Drácano, ¡oh, retoño de Zeus cosido a su muslo! Otros en ícaro, la azotada por los vientos; otros en Naxos; otros a orillas del Alfeo turbulento, y otros, ¡oh, Rey!, dicen que has nacido enTebas; y todos mienten. Te engendró el Padre de los hombres y los Dioses, lejos de aquéllos y ocultándose de Hera la de los brazos blancos. Hay una alta montaña, Nisa, cubierta de boscaje, lejos de Feni! cia, jun to al río Egipto. Y levantarán numerosas imágenes en los tem plos.Y com o estas cosas son tres, los hombres, cada tres años, te sacrificarán completas hecatombes.
HOMERO
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Así habló, y el Cronión prometió haciendo una seña con sus cejas azules; y los ambrosianos cabellos del Rey se agitaron sobre su cabeza inm ortal e hizo estremecer el vasto Olimpo. Así diciendo, el sapientísimo Zeus hizo un signo con la cabeza. Senos propicio, ¡oh, tú que estás cosido al muslo de Zeus y que amas a las mujeres furiosamente! Te cantaremos los Aedas al princi ! pio y al fin, pues no le es permitido a quien te olvida acordarse del sagrado canto. Y así, yo te saludo, Dioniso cosido al muslo, a ti y a tu madre Semele, a la cual llaman Tion e.
HIMNO XXVI /
! !'9(6,*
C an t o a Ártemis la de la rueca de oro, tumultuosa, venerable virgen, que hiere a los ciervos, que se envanece de sus flechas, hermana de Apolo el de la áurea espada, quien por las selvosas montañas y las cumbres azotadas por los vientos se deleita en la caza, tiende su arco todo de oro y dispara dardos mortales. Las cimas de las altas montañas se estremecen y la selva umbría resuena con el rugido de las fieras.Y la tierra tiembla y el mar abun ! dante en peces, cuando la Diosa de firme corazón, yendo a uno y otro lado, destruye la raza de las fieras. Mas cuando la Cazadora que se envanece de sus flechas se ha deleitado así, aflojando su arco, jubilosa, se dirige a la gran mansión de su caro hermano Febo Apolo, hacia el rico pueblo de Delfos, con el fin de formar el hermoso coro de las Musas y las Gracias. Allí, una vez colgado el arco flexible y las flechas, vestida de preciosos adornos, dirige y lleva los coros.
HOMERO
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Y todas, haciendo oír su voz divina, celebran a Leto la de los lindos talones, porque ha concebido hijos que son los primeros en! tre los Inmortales en pensamientos y en obras. ¡Salve, hijos de Zeus y de Leto la de los hermosos cabellos! Me acordaré de vosotros y de otros cantos.
H IM NO XXVII ! !9(2($
Com ien zo por cantar a Palas Atenea, Diosa ilustre de los ojos claros, sagacísima, de indomable corazón, virgen venerada, protectora de ciudades, vigorosa, a quien el vidente Zeus engendró sólo de su cabeza augusta, cubierta ya de armas guerreras de oro resplande ! ciente y a quien todos los Inmortales contemplaban con admira ! ción. Ante Zeus, saltó impetuosamente de la cabeza inmortal blan ! diendo su aguda lanza, y el inmenso Olimpo se conmovió bajo el salto de la Diosa de los ojos claros, y a su alrededor la tierra retum ! bó espantosamente, y se agitó el mar, revolviéndose sus aguas pur ! púreas; mas el abismo salobre se encalmó al punto, y el ilustre hijo de Hiperión detuvo sus caballos de pies veloces, hasta que la virgen Palas Atenea se hubo quitado las divinas armas de sus hombros in ! mortales y se regocijó el sapientísimo Zeus. ¡Y así yo te saludo, hija de Zeus tempestuoso! Y me acordaré de ti y de los demás cantos.
HIMNO XXVIII ! -,*9,$ ; $ -('6(*
¡H ist ia, quien en las altas moradas de los Dioses Inmortales y de los hombres que caminan por la tierra obtuviste un sitial perpetuo, h onor antiguo! Tienes este h erm oso h onor y privilegio porque, en verdad, sin ti no habría festines en casa de los mortales. Por Histia se comien za y se termina, ofreciendo libaciones de meloso vino. ¡Y tú, Matador de Argos, hijo de Zeus y de Maia, Mensajero de los Venturosos, que llevas una varilla de oro, dispensador de bienes, seme propicio! Y pues vivís ambos en hermosas moradas que placen a uno y otra, seme propicio con la venerable y cara Histia. Los dos sabéis, ciertamente, de las bellas empresas de los hombres terrestres, pues sois los compañeros del espíritu y de la juventud. ¡Salve, hija de Crono! ¡Y a ti, Hermes de la varita de oro! Me acordaré de vosotros y de otros cantos.
H IM N O XXIX ! <($= %$&'( &( 9)&)*
v^elebraré a Gea, Madre de todos, la de sólidos fundamentos, anti! quísima, y que alimenta en su suelo cuantas cosas existen. Pues todo lo que camina sobre el divino suelo, lo que nada en el mar, lo que vuela, se nutre de tus tesoros, ¡oh, Gea! De ti proceden los hombres que tienen muchos hijos y mu ! chos frutos, ¡oh,Venerable! Y es de tu potestad dar la vida o quitár ! sela a los hombres mortales. Dichoso aquel a quien tú honras con benevolencia en tu cora! zón, pues tiene abundancia de todas las cosas. Su campo siempre es fértil, sus prados están llenos de ganado y su casa pletórica de ri ! quezas. Aquellos a quienes tú honras reinan por justas leyes en las ciu ! dades dondé abundan hermosas mujeres; poseen la riqueza y la fe! licidad; sus hijos se regocijan con la alegría y la juventud, y sus hijas doncellas, de ánimo placentero, forman los coros alegres y danzan .
HOMERO
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sobre el florido y herboso prado. Éste será el preciado destino de aquellos a quienes honres, ¡oh, Diosa venerable! ¡Salve, Madre de los Dioses, Esposa del Urano estrellado! Con ! cédeme con benevolencia por este canto un dulce sustento. Y m e acordaré de ti y de otros cantos.
H IM NO XXX ! -(#,)
Vvomienza, Musa Caliope, hija de Zeus, a entonar de nuevo un himno a Helio resplandeciente, que parió Eurifesa la de los ojos de buey para el hijo de Gea y del Urano estrellado. Porque Hiperión casó con su hermana, la ilustre Eurifesa, que le dio hermosos hijos: Eos la de los brazos rosados, Selene la de la hermosa cabellera y el infatigable Helio, semejante a los Dioses In ! mortales, el cual, conducido por sus caballos, lleva la luz a los hom ! bres mortales y a los Dioses eternos. Dirige terrible mirada de sus ojos bajo un casco de oro, y rayos deslumbradores despide de sí mismo, y sobre sus sienes las brillantes carrilleras del casco encuadran su hermosa faz espléndida. En torno a su hermoso cuerpo ligeros vestidos relucen al soplo de los vientos y sus caballos padres son sometidos al yugo; y desde donde él se de ! tiene, al anochecer, envía su carro de áureo yugo y sus caballos a través del Urano al Océano.
HOMERO
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¡Salve, Rey! Concédeme, benévolo, un dulce sustento. Después de comenzado el canto por ti, cantaré a la raza de los hombres que tienen una voz articulada, de los hombres semidioses, cuyas obras los Inmortales mostraron a los hombres.
HIMNO XXXI ! >(#(2(
¡Enseñadme a cantar a Selene la de las alas desplegadas, Musas ar! moniosas, hijas de Zeus Cronión, diestras en el canto! Su esplendor, que emerge de una cabeza inmortal, se extien ! de por el Uran o y envuelve la tierra. Todo se adorn a con su res! plandor brillante, y el espacio obscuro se ilumina con su corona de oro. Sus rayos se dispersan por el aire cuando, ya lavado su hermo ! so cuerpo en el Océano y puestas sus hermosas vestiduras, la divi ! na Selene unce al yugo sus caballos de erguidas cabezas y lanza sus caballos luminosos de hermosas crines al anochecer, al mediar el mes, cuando su globo está lleno y cuando sus más deslumbran ! tes rayos han crecido hacia el Urano como signo y presagio para los mortales. En otro ‘tiempo el Cronión se unió a ella con lazos de amor, y habiendo quedado encinta, dio a luz una hija, Pandía, famosa por su belleza entre los Dioses Inmortales.
HOMERO
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¡Salve, Rein a Diosa de los brazos blancos, divina y benévola Se! lene de hermosos cabellos! Después de haber comenzado por ti, cantaré alabanzas a los hombres semidioses, cuyas empresas celebran con canciones amables los Aedas, servidores de las Musas.
HIMNO XXXII ! #)* +,)*.5')*
usas de párpados redondos, habladme de los Dioscuros Tindáridas, ilustres hijos de Leda la de los lindos talones, Cástor domador de caballos y el irreprochable Polideuces. Bajo las cumbres del Taigeto, elevado monte, y de su unión amorosa con el Cronión que amontona las nubes, parió ella hijos salvadores de varones terrestres y de naves veloces cuando las tem ! pestades del invierno revuelven el implacable mar. Porque entonces los marinos suplicantes invocan a los hijos del gran Zeus y les sacrifican corderos blancos en lo alto de la popa. Y la violen cia del vien to y el agua del mar les sumergirían si los Dioscuros no apareciesen al punto, apresurándose, a través del Éter, a impulso de sus alas anaranjadas.Y encalman súbitamente los tor ! bellinos de los vientos horribles y apaciguan, deshaciéndolas, las olas del blanco mar, señal de sosiego para los marinos, quienes, viéndo ! les, se regocijan y cesan en sus trabajos fatigantes. ¡Salve, Tindáridas, jinetes en rápidos corceles! Me acordaré de vosotros y de otros cantos. "
HIMNO XXXIII ! +(6?9('
Co m ien zo por cantar a Dem éter la de la h ermosa cabellera, vene! rable Diosa; a ella y a su hija la de los lindos tobillos, a quien Edoneo, de acuerdo con el tonante Zeus de larga mirada, se llevó, lejos de Deméter la de la voz de oro y los lozanos frutos, mientras juga ! ba con las hijas de Océano las de los profundos senos, cogiendo flo! res, rosas, azafrán y hermosas violetas en una blanda pradera, y gla ! diolos y jacintos, y un narciso que Gea había producido para engañar a la Doncella de rosada piel por la voluntad de Zeus y a fin de complacer al insaciable Edoneo.Y este narciso era admirable y hermoso, y todos cuantos lo veían lo admiraban, Dioses Inmortales y varones mortales. De su raíz surgían cien cabezas, y todo el ancho y elevado Urano y la tierra y el abismo salobre del mar reían compla ! cidos de su embalsamador olor. La Doncella, sorprendida, extendió las dos manos a la vez para coger el lindo juguete; pero he aquí que la vasta tierra se abrió en las llanuras de Nisia, y el Rey insaciable, ilustre hijo de Crono, se
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HIM NOS
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lanzó a ella, tran sportado en sus inmortales caballos. Y la arrebató por fuerza, y la llevó llorando en su carro de oro. Gritaba ella rui! dosamente, invocando al Padre Cronión, el prepotente y supremo; pero ninguno de los Dioses Inmortales ni ningún hombre mortal oyó su voz, ni siquiera aquellas sus compañeras que tenían las manos llenas de flores. Sólo la benevolente hija de Perseo, Hécate la de las brillantes cintas en el tocado, la oyó desde el fondo de su gruta, y el Rey He ! lio, el ilustre hijo de Hiperión, oyó también a la Doncella invocar al Padre Cronión; pero éste se hallaba lejos de los Dioses, en un tem ! plo lleno de numerosos suplicantes, donde recibía los preciosos sa! crificios de los hombres mortales. Y el herm ano de su padre, el Insaciable que manda en muchos, el ilustre hijo de Crono, con sus caballos inmortales, arrebató por fuerza a la joven Doncella con la voluntad de Zeus. Y durante el tiempo en que la Diosa vio la tierra, y el Urano estrellado, y el abismo del piscoso mar, y la luz de Helio, esperó contemplar aún a su madre venerable y a las estirpes de los Dioses eternos, y la esperanza iluminó su gran espíritu, a pesar de su dolor. Las cumbres de las montañas y las profundidades del mar reso! naban al eco de su voz inmortal, y su venerable madre la oyó.Y un amargo dolor penetró su corazón, y arrancando con sus propias ma! nos las cintas de sus cabellos ambrosianos y extendiendo un velo azul sobre sus hombros, se lanzó tal como un pájaro a buscar por el mar y por la tierra. Pero nadie quiso decirle la verdad, ni los Dioses, ni los hombres, ni los pájaros, y ningún veraz mensajero se acercó a ella.Y durante nueve días la venerable Deméter vagó por la tierra, llevando en sus manos antorchas encendidas y no gastando, a causa de su dolor, ni de la ambrosía, ni del dulce néctar, ni del placer de bañar su cuerpo. Pero cuando*la lum inosa Eos apareció el décimo día, Hécate, que llevaba una luz en la mano, la encontró y le dijo, facilitándole nuevas:
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—Venerable Deméter, que dispensas las estaciones y los her ! mosos presentes, ¿quién de entre los Dioses del Urano o de entre los hombres mortales arrebató a Perséfone y afligió tu caro cora ! zón? Porque yo he oído su voz, pero no he visto con mis ojos quién se la llevaba; te digo la verdad. Así habló Hécate, y la hija de Rea la de los hermosos cabellos no respondió nada; pero acompañándola, se lanzó adelante, llevando en sus manos las antorchas encendidas .Y llegaron jun to a Helio, que vigila a los Dioses y a los hombres, se detuvieron ante sus corceles, y la muy n oble Diosa le preguntó: — ¡Hón ram e, Helio, más que a todas las Diosas, si algun a vez encanté tu corazón y tu alma con mis palabras o con mis actos! ¡Honra también a la hija que yo parí, dulce flor, famosa por su hermosura! He escuchado su voz resonante a través del Éter sin fondo, como si se le hiciera violencia; pero no la he visto con mis ojos. Dime la verdad, tú, que desde el Eter sagrado descubres con tus rayos toda la tierra y todo el mar, dime, hijo querido, si tú le has visto, qué Dios o quién de los hombres mortales me arrebató a mi hija, durante una ausencia mía, con violencia y contra su vo ! luntad. Así habló ella, y el Hiperiónida le contestó: —Hija de Rea la de los hermosos cabellos, Reina Deméter, ahora lo sabrás. Ciertamente, te venero mucho y tengo compasión de ti, que lloras por tu hija la de los lindos tobillos. No otro entre los Inmortales que el propio Zeus que amontona las nubes ha sido el responsable. El ha dado tu hija por esposa a su hermano Hades, y éste, conduciéndola en sus caballos, a despecho de sus lamentos, la llevó a las negras tinieblas. Sin embargo, Diosa, reprime tu pena cruel, que no conviene que alimentes una temeraria y vana cólera. Edoneo, que impera en muchos, no es un yerno indigno de ti en ! tre los Inmortales. Es tu hermano y tiene tu sangre; y cuando de todo se hicieron tres partes, recibió en legado el honor de habitar con los Muertos e imperar en ellos.
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Dicho esto, hostigó a sus caballos, los cuales, asustados por las amenazas, al punto arrancaron con el carro veloz, las alas desplega! das como los pájaros. Pero un dolor más amargo y más anonadante invadió el cora ! zón de Deméter, la cual, irritada contra el Cronión que amontona las negras nubes, huyendo del alto Olimpo y del ágora de los Dio ! ses, se dirigió hacia las ciudades de los hombres y hacia los fértiles campos, ocultan do largo tiem po su belleza. Y n ingun o entre los hombres y las mujeres de esbeltas cinturas que la vieron hubieron de reconocerla, antes de que llegó a la morada del prudente Keleo, que era entonces rey de la olorosa Eleusis. Y se sentó a la orilla del camino, afligida en el fondo de su co ! razón, no lejos de los pozos Partenios, donde descansaban los ciu ! dadanos a la sombra, pues un frondoso olivo crecía al lado de ellos. Tomó la apariencia de una anciana mujer privada de la facultad del parto y de los dones de Afrodita que gusta de las coronas. Tales son las nodrizas de los hijos de los reyes que administran justicia, o sus despenseras, en las sonoras moradas. Y la vieron las hijas del Eleusino Keleo yen do a coger agua para transportarla en las ánforas de bronce a las caras moradas de su pa! dre. Eran ellas cuatro, tales como Diosas y adornadas con la flor de la juventud: Calídice, Cleisídice, la hermosa Demo y Kalitoe, que era la mayor de todas. Y no la recon ocieron, pues ciertamen te se muestran con poca facilidad los Dioses a los mortales .Y acercándo ! se a ella, le dijeron estas palabras aladas: — ¿Qu ién eres y de dónde vienes, anciana mujer, contem porá! nea de los hombres ancianos? ¿Por qué te quedas lejos de la ciudad y no te aproximas a sus casas? Allí, en nuestras viviendas umbrosas, mujeres de tus años y otras más jóvenes te acogerían con benevo ! lencia en sus palabras y en sus actos. Así departieron, y la venerable Diosa les respondió: — ¡Hijas queridas, quienesquiera que seáis entre las débiles mu ! jeres, salud! Os responderé, pues es justo deciros la verdad, ya que.
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me interrogáis. Deo es mi nombre, y mi madre venerable me lo dio. Vengo ahora de Creta, sobre el ancho dorso del mar, no por mi voluntad, sino porque unos piratas me han robado, por la fuerza. Después me llevaron en su rápida nave aTorico, donde las mujeres descendieron en grupo a tierra firme y por sí mismas prepararon su comida jun to a los cables de la nave. Mas yo no tenía deseo del dul! ce alimento, y lanzándome a escondidas a través del continente, hui de mis insolentes raptores, temerosa de que, no habiéndoles yo cos! tado nada, me vendiesen y obtuviesen por m í un a ganancia. H e lle! gado aquí errando, y no sé cuál es esta tierra ni quiénes la habitan. ¡Que los Dioses que están en las mansiones Olímpicas os deparen jóven es esposos e hijos tales com o desean los padres! Mas ten ed piedad de mí, jóvenes Doncellas, hijas queridas, sedme benévolas hasta que llegue a la mansión de un hombre o de una mujer para los que trabajaré de buen grado en todo aquello que trabajar pueda una mujer anciana. Llevaré en brazos y atenderé bien a un niño re! cién nacido, cuidaré de la casa o aderezaré el lecho de los dueños en el fondo de la cámara nupcial o aleccionaré en sus labores a las mu ! jeres. Así habló la Diosa, y al punto la doncella Calídice, la más her ! mosa de las hijas de Keleo, le contestó: —Abuela, nosotros sufrimos, por penosos que sean, los presen ! tes de los Dioses, pues éstos son siempre los más poderosos. Mas te enseñaré y te diré los nombres de los varones que aquí tienen más poder y dominan en el pueblo, guardando las murallas de la ciudad por su discreción y su equilibrado juicio: el prudente Triptolemo, Diocles, Políxeno, el irreprochable Eumolpo, Dolico y nuestro vale ! roso padre; y las esposas de todos estos héroes tienen el cuidado de sus casas. Ninguna de ellas, al verte, menospreciará tu belleza ni te arrojará de su casa, sino que todas te acogerán, pues eres semejante a una Diosa. Pero, si lo prefieres, espera aquí mientras nosotras va! mos a casa de nuestro padre y referimos todo esto a nuestra madre Metanira de esbelta cintura, que quizás ordene que vengas a nuestra
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morada, sin que tengas necesidad de buscar otra. Un hijo concebi ! do en su vejez, tardíamente nacido, muy deseado y m uy querido, se cría en las estancias interiores. Si tú le nutrieras y él pudiera llegar a la pubertad, todas las mujeres te envidiaran, ¡que tantos serían los presentes que él hiciera a su nodriza! Así dijo, y De m éter consintió con una inclinación de cabeza. Y las jóven es volvieron a coger gallardamen te las vasijas brillantes llenas de agua. Y llegaron pr on to a la gran morada de su padre, y al pun to cont aron a su madre lo que habían visto y oído. Y ésta les ordenó que volvieran y la trajeran, ofreciéndole un gran sa! lario. Las jóvenes, al igual que las ciervas o las terneras que en prima ! vera retozan en los prados satisfechas de pasto, revolaban los pliegues de sus hermosos vestidos corriendo presurosas por el camino holla! do por los carros, y sus cabellos, semejantes al azafrán en flor, flota ! ban en torno a sus hombros. Encontraron a la ilustre Diosa a la orilla del camino, allí donde ellas la habían dejado, y ellas la condujeron a las caras mansiones de su padre. Deméter, afligida en lo hondo de su corazón, marchaba detrás con la cabeza velada, y el peplo azul flotaba en torno a los pies ligeros de la Diosa. Pronto llegaron a las mansiones de Keleo, estirpe de Zeus, y cruzaron el pórtico, don de su venerable madre estaba sentada jun to a la puerta de la bien construida sala, teniendo en su seno al hijito recién nacido, y las jóvenes corrieron hacia ella. Mas cuando la Diosa franqueó el umbral, tocó con su cabeza las vigas del tech o y llenó la entrada de un resplandor divino. Y el te! mor respetuoso y la admiración se adueñaron de Metanira, que le ofreció su silla, invitándola a que se sentara. Pero Deméter dispensa ! dora de las estaciones y de los presentes espléndidos no quiso sen ! tarse en la silla brillante, y permaneció muda, bajando sus hermosos ojos, hasta que la prudente Yamba aproximó para ella una sólida si! lla, que recubrió con una piel blanca.
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Deméter, apenas se sentó, retiró con sus manos el velo de sus cabellos y perm aneció muda de dolor, sin decir una palabra, sin ges! to, sin sonrisa, sin comer ni beber, sino sentada, llena de la nostalgia de su hija la de la linda cintura, hasta que la prudente Yamba, que, más tarde, le plugo por su alegría, animando a la venerable Diosa con multitud de donaires, la obligó a reír dulcemente y a regocijar su espíritu. Y Metanira le ofreció una copa llena de vino dulce; pero ella le rehusó, diciendo que no le estaba permitido beber vino rojo, y pidió que se le diese agua mezclada con harina y menta machaca! da.Y Metanira, hecha esta mezcla, la ofreció a la Diosa, según ella había pedido, y la venerable Deméter, después de aceptarla, reali! zó la sagrada libación. Y enton ces le dijo Metanira la de la bella cintura: — ¡Salud, mujer! N o creo, en verdad, que desciendas de padres viles, sino de excelentes padres, pues el pudor y la gracia brillan en tus ojos como en los de los Reyes que administran justicia; mas nos es preciso soportar los designios de los Dioses, por penoso que nos sea, pues el yugo está sobre nuestro cuello. Ahora bien; puesto que has venido aquí, disfrutarás de los mismos dones que a mí me han sido otorgados. Alimenta a este hijo, engendrado tardía e ines! peradamente. Los Dioses me lo han concedido, pues le deseé mu ! cho. Si tú le criases y él pudiera llegar a la pubertad, todas las muje ! res te respetarían, ¡que tantos presentes haría él a su nodriza! Y le contestó Deméter la de la hermosa corona: — Y a ti, mujer, te saludo también; ¡que los Dioses te colmen de bienes! Tomaré voluntariamente a tu hijo, como me ordenas, y le criaré, y espero que, por los cuidados de su n odriza, será preservado de los encantamientos y de las hierbas maléficas. Conozco, en efec! to, un remedio eficacísimo contra las hierbas maléficas y sé también un conjuro excelente contra los nocivos encantamientos. Habiendo dicho esto, puso el niño con sus manos inmortales sobre su oloroso seno, y la madre se regocijó en su corazón.
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Y así Deméter crio en aquellas moradas al hijo ilustre del pru ! dente Keleo, Dem ofoón , que h abía dado a luz Metanira la de la lin! da cintura, y creció semejante a un Dios, sin comer pan y sin ser amamantado, pues Deméter le Ungía de ambrosía, y llevándole en su seno, soplaba dulcemente sobre él como sobre el hijo de un Dios. De noche le envolvía en la impetuosidad del fuego, tal como una antorcha, a escondidas de sus padres, y parecía maravilloso a és! tos verle desarrollarse con tanto vigor y tomar el aspecto de un Dios.Y la Diosa le hubiera librado de la vejez y convertido en in ! mortal sin la imprudencia de Metan ira la de la linda cintura, la cual observó una noche, indiscretamente, desde su olorosa cámara nup! cial, y lanzó un grito, golpeándose ambos muslos y temiendo por su hijo.Turbó su espíritu una gran culpa, y, lamentándose, dijo estas pa ! labras aladas: — ¡Hijo m ío, Dem ofoón , la extranjera te envuelve en una gran hoguera, y así me prepara el dolor y las penas amargas! Así dijo, llorando, y la noble Diosa la escuchó.Y Dem éter la de la hermosa corona, irritada contra ella, después de retirar del fuego con sus manos inmortales el caro hijo que Metanira había parido inesperadamente en sus moradas, le dejó en el suelo lejos de ella, y encendida en una violenta cólera, dijo a Metanira la de la linda cintura: — ¡Hombres ignorantes e insensatos, incapaces de prever el bien y el mal! ¡Has cometido un gran pecado con tu locura; te lo asegu ! ro, jur án dolo por los Dioses y poniendo por testimon io el Agua inexorable de la Estigia! Hubiera puesto a tu hijo al abrigo de la vejez, y le habría convertido en Inmortal, y le hubiera, en fin, col! mado de honores sin término. Mas he aquí que ahora no le será posible escapar a la muerte y a las terribles Keres. Sin embargo, siempre seíá glorificado por haber sido recibido en mi halda y ha! ber dormido en mis brazos. Mas, transcurriendo el tiempo, cuando los años pasen y él también, los hijos de los Eleusinos siempre esta \ á n en guerra unos con otros. En cuanto a mí, soy Dem éter hono^
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rabie, alegría y gran tesoro para Inmortales y hombres perecedores. Mas, ¡pronto! Qu e todo el pueblo me erija un gran templo y un al! tar en ese templo, bajo la alta muralla de la ciudad, sobre el Calicoro y la colina prominente.Y por mí misma os enseñaré mis Orgías, a fin de que en el porvenir me ofrezcáis sacrificios según el rito y aplaquéis mi espíritu. Dich o esto, la Diosa cambió de estatura y de forma y alejó de sí la vejez, y en torno a ella exhaló belleza, y un dulce olor se des! prendió de su perfumado peplo, y la luz emergió del cuerpo in ! mortal de la Diosa, y sus cabellos rubios flotaron sobre sus hom ! bros, y la sólida morada llenóse de un resplandor semejante al del rayo, y Deméter salió de la morada. Y flaquearon las rodillas de Metanira, y ésta quedó largo tiem ! po muda, olvidada de levantar del suelo a su hijo engendrado tardíamente.Y sus hermanas, que oyeron su voz lamentosa, saltaron de sus lechos bien labrados. Una de ellas levantó al niño con sus manos y le puso en su seno, otra encendió fuego y otra corrió con sus de ! licados pies a despertar a su madre en la alcoba nupcial.Y todas reu ! nidas lavaron al niño, palpitante, abrazándole con ternura; mas su es! píritu no estaba satisfecho, pues nodrizas inferiores a Deméter le tenían en sus brazos.Y durante toda la noche, sobrecogidas de mie! do, apaciguaron a la Diosa venerable. Después, a las primeras clari! dades del alba, contaron la verdad al poderoso Keleo, y le dijeron cuanto ordenara la Diosa Deméter de la hermosa corona.Y Keleo, convocando a la diversa multitud del pueblo al ágora, ordenó edifi! car un magnífico templo y un altar sobre la prominente colina. Y todos obedecieron al punto sus órdenes, y construyeron, según él había ordenado, el templo, que se alzó rápidamente por una volun ! tad divina. Y un a vez acabado, cesaron sus trabajos y cada un o retornó a su casa. Y la rubia Deméter retiróse allí, lejos de todos los Bienaventu ! rados, consumida por la nostalgia de su hija la de la rica cintura. E infligió a los hombres, sobre la tierra madre, un año amargo y
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crudelísimo, pues la tierra no produjo semilla alguna, porque De ! méter la de la hermosa corona las había ocultado todas.Y los bue ! yes tiraron en los campos de muchos inútiles arados curvos y cayó estérilmente sobre la tierra mucha cebada blanca.Y en verdad, toda la raza de los hombres dotados de palabra hubiera perecido víctima del hambre cruel, privando a aquellos que tienen sus moradas en el Olimpo del honor de sus dones y sacrificios, si Zeus no hubiese ca ! vilado y decidido en su ánimo.Y envió primeramente a Iris la de las alas de oro a llamar a Deméter de hermosa cabellera y de acabada belleza. Dijo, y obedeció Iris a Zeu s Cronida que am onton a las nu! bes, y con sus pies recorrió rápidamente el espacio.Y llegó a la olo ! rosa ciudad de Eleusis, y encontró en el templo a Deméter la del peplo azul, y llamándola, le dijo estas palabras aladas: —Deméter, el Padre Zeus que sabe las cosas que han de cum ! plirse te llama para que vayas hacia la familia de los Dioses que vi ! ven siempre. Ve, pues, y que esta orden de Zeus que yo te transmi! to no sea en vano. Así habló, suplicante, pero el corazón de Deméter no se dejó convencer.Y Zeus le envió de nuevo a todos los Dioses venturosos que viven eternamente, y éstos la llamaron unos después de otros, y le hicieron ilustres y numerosos presentes, y ofreciéronle tantos ho ! nores como quisiera poseer entre los Dioses Inmortales; pero nin ! guno logró vencer el ánimo y la voluntad de Deméter, irritadísima, que rechazó obstinadamente sus ofertas, y rehusó subir al fragante Olimpo y hacer producir a la tierra hasta tanto que no le fuera dado ver a su hija con sus propios ojos y deponer su cólera. Hermes no rehusó la obediencia, y abandonando el Olimpo, se hundió presurosamente en las profundidades de la tierra.Y halló al Rey en sus mansiones, sentado en el lecho con su esposa venerable, entristecida por la nostalgia de su madre, la cual, a causa de intole! rables acciones de los Dioses venturosos, persistía en sus firmes pro ! pósitos. Y el poderoso Matador de Argos, colocándose tras de ellos, les dijo así:
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—Hades de azulada cabellera que gobiernas en las Sombras, el Padre Zeus me h a orden ado sacar a la ilustre Perséfone del Erebo y llevarla adon de están los Dioses, para que su madre, vién dola con sus propios ojos, ponga término a su cólera y a su venganza contra los Inmortales, pues medita un espantoso designio: quiere exterm inar la raza de los hombres nacidos en la tierra, ocultando todas las semillas y suprimiendo así los honores que se deben a los Inmortales. Sien ! te una cólera terrible, y n o se reúne a los otros Dioses, sino que está sentada aparte, en un templo oloroso, en la escarpada ciudad de Eleusis. Así habló, y Hades, el Re y de los Muertos, sonrió enarcando las cejas, mas sin desdeñar la orden del Padre Zeus, y al punto mandó así a la prudente Perséfone: — Ve, Perséfone, hacia don de está tu madre la del peplo azul, llevando en tu pecho un corazón benévolo, y no te aflijas más que las demás mujeres. No seré de entre los Inmortales un marido in ! digno de ti siendo hermano del Padre Zeus .Y cuando regreses aquí dominarás sobre todo esto que vive y se mueve y gozarás de los más altos honores que a los Inmortales se conceden; y el castigo de los hombres inicuos será eterno si no aplacan tu espíritu con víctimas, sacrificándotelas según el rito y haciéndote los legítimos presentes. Así dijo, y la prudente Perséfone se regocijó y al punto saltó de alegría. Hades le dio aparte granos de granada, dulce manjar que le hizo comer a escondidas, para que no permaneciera siempre al lado de Dem éter la del peplo azul. Después Edoneo, que impera en mu! chos, enganchó a un carro de oro sus caballos inmortales.Y Persé ! fone montó en él, y a su lado el poderoso Matador de Argos, em ! puñando con sus manos las riendas y el látigo, lanzó los caballos fuera de las moradas, y éstos volaban, no ciertamente con lentitud. Y recorrieron presurosamente el largo camino, pues ni el mar, ni el agua de los ríos, ni los valles herbosos, ni las montañas contuvieron la impetuosidad de los caballos inmortales, pues volaban sobre todas estas cosas hendiendo la espesa niebla.
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Y el auriga detuvo el carro allí donde se hallaba Deméter la de la bella corona, ante el oloroso templo.Y tan pronto como la hubo visto, saltó como una Bacante, atravesando la espesa fronda de la montaña. Y Perséfone, por su par t e ......... al encuentro de su m ad re .......... saltó, a fin de correr............. pero ella ................. t i e n e .................. — Hija, no tienes n ad a............. de alimento? H ab la ............. En efecto, volviendo así ........... y tú habitarás conmigo y con el Padre Cronión que amontona las nubes, honrado por todos los Inmortales. Mas si aquello te pla ! ce, volverás a las profundidades de la tierra y allí permanecerás la tercera parte del año, pero las otras dos partes a mi lado y al de los Inmortales. Y cuando la tierra te adorn e con todas las olorosas flo! res de la primavera, entonces cruzarás de nuevo las espesas tinieblas, como un gran prodigio para los Dioses y para los hombres morta ! les. Mas ¿con qué astucia te engañó el potente Edoneo? Y la bellísima Perséfone le respondió: —Te diré, pues, madre mía, toda la verdad. Cuando Hermes, habilidosísimo y diligente mensajero, llegó, enviado por el Padre Cronida y los demás Olímpicos, para que saliese del Erebo, y, una vez vista por tus ojos, pusieras fin a tu cólera y a tu venganza terri ! ble contra los Inmortales, al punto salté de alegría. Pero Edoneo me entregó a hurtadillas granos de granada, que a la fuerza me hizo gustar. Y te diré, con tán dotelo detalladamen te, según me pides, cómo Edoneo, después de arrebatarme, me condujo a las profundi! dades de la tierra por la voluntad de mi padre Cronida. En una blanda pradera, todas, Leukipe, Feno, Electra, Yante, Melite, Yake, Rodia, Caliroe, Melibosis,Tike, Okiroe la de la piel rosada, Criseis, Yanira, Acaste, Admete, Rodopa, Pluto, la encantadora Calipso, Sti-
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gia, Urania, Galasaura, Palas que incita al combate y Ártemis que se envanece de sus flechas, jugábam os y cogíamos con nuestras manos encantadoras flores, mezclan do las del azafrán, el gladiolo, el jacinto, los capullos de rosas y los lirios, pues allí la vasta tierra producía, igual que el azafrán, el jacinto. Yo las cogía, contenta, cuan do la tie! rra se entreabrió, y el poderoso Edoneo se arrojó a mí y me llevó bajo la tierra en su carro de oro, a despecho de mis lamentos y rui ! dosas exclamaciones.Y esto que te cuento, aunque triste, es la ver ! dad de las cosas. Así, durante todo el día, unidas por los mismos pensamientos, deleitaron mutuamente su ánimo y su corazón, abrazándose con ternura. Y se calmó su dolor y se ofrecieron un a a otra alegres pre! sentes. Hécate la de las lindas cintas en el pelo acercóse a ellas e hizo muchas caricias a la honesta hija de Deméter, porque la Reina la había acompañado y seguido. Mas el tonante Zeus que mira desde lejos envió a Rea la de los hermosos cabellos, a fin de que llevara a Deméter la del azulado pe! plo allí donde se reúnen los Dioses.Y prometió otorgarle todos los honores que apeteciera entre los Inmortales, y le prometió también, con un movimiento de cabeza, que su hija, permaneciendo sólo la tercera parte del año en las densas tinieblas, podría pasar las otras dos terceras partes al lado de su madre y de los demás Inmortales. Así habló Zeus, la Diosa no desobedeció sus órdenes, y al punto, descendiendo de las cumbres del Olimpo, llegó a Rario, antes fecun ! do seno de la tierra, pero ahora estéril, silenciosa, desnuda de follaje, oculta la blanca cebada por la voluntad de Deméter la de los lindos talones. Mas pronto había de poblarse de largas espigas, a la llegada de la primavera, y erizarse sus crasos surcos de espesas mieses, que ha ! brían de recogerse en gavilla. Allí descendió la Diosa primero desde el Éter infinito. Y ambas se con tem plaron complacidas y fueron dichosas en su corazón.Y Rea la de las cintas brillantes habló así: — ¡Ven, hija! El tonante Zeus que mira a lo lejos te llama para que vayas a la morada de los Dioses, y ha prometido concederte to-
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dos los honores que apetezcas entre los Inmortales, y h a prometido también, con una señal de su cabeza, que tu hija, permaneciendo sólo la tercera parte del año entre las densas tinieblas, podrá pasar las otras dos terceras partes a tu lado y al de los otros Dioses .Ven, pues, hija mía, y obedece, y no guardes excesiva indignación contra el Cron ida que amontona las nubes; y a la vez, prontamen te, multipli! ca los frutos y concede vida a los hombres. Así dijo, y Dem éter la de la hermosa corona no se rehusó, y en el acto hizo que fructificaran los campos fértiles.Y toda la vasta tie ! rra se cubrió de hojas y de flores; y Deméter partió a instruir a los Reyes que administran justicia — a Triptolemo y Diocles, dom ador de caballos, y a la Fuerza de Eum olpo, y a Keleo, jefe de pueblos— en el sagrado ministerio, e invitó a todos, a Triptolemo, a Polixeinos, y sobre todo a Diocles, para que fueran a sus orgías sagradas, que no pueden descuidar, ni indagar nada de ellas, ni revelarlas, pues el gran temor de los Dioses corta la voz. ¡Dichoso quien sabe de estas cosas entre los hombres terrestres! Aquel que no está iniciado en las ceremonias sagradas y que no par ! ticipa de ellas nunca gozará de semejante fortuna, aun después de muerto bajo las espesas tinieblas. Después que la noble Diosa húbola aleccionado en todo, apre! suráronse ambas a ir hacia el Olimpo, donde está la asamblea de los otros Dioses. Allí habitan ellas, las santas y venerables, al lado de Zeus que se regocija con el rayo. ¡Y dichosísimos de aquellos hom ! bres terrenales a quienes ellas aman! Porque ellas al punto les envían, para que continuamente esté en sus casas, a Pluto que otorga las ri ! quezas a los hombres mortales. ¡Y tú, que eres poseedora de la comarca de Eleusis oloroso, y de Paros rodeada de olas, y de la rocosa Antrón, venerable Reina De ! méter la de los ricos presentes, que haces que las estaciones se suce ! dan, tú y tu hija la bellísima Perséfone, otorgadme, a cambio de este canto, una vida dichosa! Y yo me acordaré de vosotros y de otros cantos.
EPIGRAMAS
ALOS NEOTIKIOS
Reverenciad a aquel que está falto de abrigo y de dones hospita ! larios, vosotros que vivís en la alta Ciudad, risueña hija de Kime, sobre la última cuesta de Sedene la del frondoso follaje, y bebéis agua ambrosiana del río amarillo, del borbollante Hermos, que en ! gendró el inmortal Zeus.
REPRESANDO # KIME
j C ^ u e mis pies pi es m e lleven p r ont on t o a un a ciuda ciu dadd pob p oblad ladaa po p o r h ombr om bres es venerables cuya cuya alma sea sea benévola ben évola y cuyo pen samiento amien to sea preclaro! preclaro!
I ll
A MIDAS
Soy una virgen de bronce, y estoy colocada sobre el sepulcro de Midas. Y en tanto tant o el agua agua mane, m ane, y los árboles verdeen, verdeen , y H elio se alce esplendoroso, así como la brillante Selene, y los ríos se desbor ! den, den , y la mar borb b orbotee otee,, perm per m anecien an ecien do en este este siti sitioo, sobre esta tu tum m! ba húmeda de lágrimas, referiré a cuantos pasen que aquí está ente ! rrado Midas.
IV
A LOS
$% MEN IO S
¿ P or qué quiso el Padre Zeu s hacerme caer, recién nacido, en el halda de una madre venerable, y me crio? Por la voluntad de Zeus tempestuoso, los hombres de Frikon, domadores de veloces caballos, valientes, y consagrándose a Ares, como el fuego devorador, rodearon de murallas en otro tiempo la Eolida Smirna, marítima y azotada por el mar, y que atravesaban las hermosas aguas de la sagrada Meles. Los hijos de Zeus, hijos ilustres, alojados de allí, querían celebrar la tierra divina y la ciudad populosa. Pero insensatamente rechaza ! ron la voz sagrada y la revelación del canto. Aquel que haya proba! do éstos comprenderá cuál es la causa de mi fatal destino. Mas soportaré la Ker que un Dios me señaló a mi nacimiento de las cosas. Sin embargo, mis caros miembros desean no permane ! cer en las calles sagradas de Kime, y mi corazón me induce a diri! girme a un pueblo extranjero, aun cuando me vea sin fuerzas.
V
AL TESTORIDA
Testorida, muchas cosas son obscuras para los hombres, pero nada más obscuro para ellos que su propio espíritu.
APOSIDÓN
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i Oyeme, prepotente Posidón que sacudes la tierra, que imperas a lo lejos y sobre el divino Helicón! Concede a los marinos un viento propicio y un feliz retorno a los que llevan esta nave y la gobiernan. Haz que yo encuentre, lle! gando a los pies de la escarpada Mimante, varones justos y venera ! bles, y me vengue del hombre que, confundiendo mi espíritu, ha ofendido a Zeus hospitalario y a la mesa hospitalaria.
VII
A LA CIUDAD DE ERITREA
1 ierra venerable, magnífica, dispensadora de dulces tesoros: para al! gunos eres pródiga, mas para aquellos contra los cuales estás enoja ! da, eres áspera y estéril.
VIII
A LOS MARINOS
JVIarinos que, semejantes a la odiosa Ate, cruzáis el mar, y cuya existencia es desdichada, como la de las tímidas gallinas de agua, re ! verenciad el poder de Zeus hospitalario que reina en las alturas, pues la venganza de Zeus hospitalario es terrible para aquel que le ha ofendido.
IX
A LOS MISMOS
H e aquí, aquí, ¡oh, ¡oh, mis h uéspedes uéspedes!!, que os ha sorpr sorprendido endido el viento vient o contrario; pero acogedme ahora y navegaréis.
AL PINO
i O h , pino! Otros árboles tienen mejores frutos que tú sobre las cumbres del Ida azotada por el viento y surcada por numerosas gar ! gantas. Allí será probado el hierro por los hombres terrestres cuando los Kebrenios posean el país.
A GLAUCO EL CABRERO
Vjlauco, guardián de rebaños, dejaré estas palabras en tu espíritu: acuérdate, ante todo, de dar de comer a los canes a las puertas de los cercados, pues que esto es lo mejor. Que un can sabe, el primero, si un hombre se aproxima o si una fiera ha entrado en la cerca.
XII
A UN OFICIANTE DE SAMOS
¡Escuch a mi oración, Protector de jóvenes! ¡Haz que ella rehúse el amor y el lecho de los jóvenes, y que se deleite con los viejos de cabeza cana y cuyo vigor esté extinguido, aun cuando sientan el deseo!
XIII
A UNA MORADA DE AMIGOS
L os
niños son el orn amen to del hombre, las torres lo son de un a ciudad, los caballos lo son de la llanura y las naves lo son del mar. Los tesoros adornan una casa; los Reyes venerables, cuando se sien ! tan en el agora, son el ornamento de los ciudadanos que los ven... Más venerable todavía es la morada donde brilla el fuego un día de invierno, cuando el Cronión hace que las nubes lluevan.
XI V
EL HORNO O EL VASO DE TIERRA
o i me dais una recompen sa, ¡oh, alfareros!, os cantaré así: «Ven pron ! to aquí, Atenea, y protege este h orno con tus manos. Q ue las copas y todos los vasos tomen color, cuezan bien y valgan un gran precio; que se vendan muchas en el agora y muchas en las calles, y que pro! duzcan mucho». He aquí cómo cantaremos para vosotros. Pero si, mal inclinados al descoco, decís mentiras, entonces evocaré a los destructores de los herreros: Sintrips, Smaragos, Asbeto, Sabacteo y Omodamo, que causará más peijuicio a vuestro arte: «¡Destruid con el fuego la morada y el pórtico! ¡Que sea destruido el horno, que los vasos estallen rechinando como mandíbulas de caballo, y que, rechinando así, se rompan los vasos unos contra otros! ¡Ven aquí, Circe, hija de Helio, rica en venenos! Esparce tus crueles drogas y destruyelos a ellos y destruye sus trabajos. ¡Ven también, Quirón, y trae los Cehtauros numerosos, que algunos escaparon a las manos de Heracles, si otros perecieron! ¡Que destruyan estos vasos, que el horno se desplome y que ellos mismos giman a la vista del daño
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acaecido! ¡En cuanto a mí, me regocijaré contemplando la obra fu ! nesta!Y que a aquellos que se inclinaren sobre el h orno para mirar! se les queme toda la cara con el fuego, a fin de que todos aprendan a bien obrar».
XV
CANCIÓN DE MENDIGOS
Estamos junto a la casa de un hombre que tiene gran poder. Él puede poco y murmura mucho a pesar de ser feliz. ¡Oh, puertas, abrios vosotras solas! Las riquezas entrarían en tro ! pel, y, con las riquezas, la alegría floreciente y la buena paz. ¡Que la masa hinchada esté siempre heñida en la artesa! Y en seguida será un hermoso pan de cebada y de sésamo. He aquí que se acerca en su carro la mujer de vuestro hijo y los muletos de vigorosos remos la conducen hacia esta casa. ¡Que por sí misma teja la tela manejando el huso de esmalte! Yo volveré, volveré todos los años, igual que la golondrina. Es! toy de pie bajo el pórtico con los pies desnudos.Tráeme pronto al! gún socorro ........ Si me lo das, como si no me lo das, nos marcharemos, pues no hemos venidô para quedamos aquí.
XVI
A LOS PESCADORES
H o
m e r o
—Pescadores de Arcadia, ciudadanos, ¿tendremos alguna cosa? LOS PESCADORES
—Aquello que cojamos, aquello dejaremos; lo que no cojamos, no nos lo llevaremos. H o
m e r o
— Sois de la sangre de vuestros padres, que no poseían campos ni rebaños que pacieran.
XVII
EN LA TUMBA DE HOMERO
Cubre aquí la tierra una cabeza sagrada, la del Cantor de los hé ! roes, el divino Homero.
XVIII
VERSOS SACADOS DEL MARGUES
Sabía muchas cosas, pero todas las sabía mal. Los Dioses no le habían hecho ni jardinero ni labrador; no era útil para nada ni tenía ningún arte. Esclavo de las Musas y del Arquero Apolo.
LA BATRACOM IOM AQ UIA
/ \ n t e todo, al comenzar, suplico al coro de las Musas que descienda a mi espíritu desde el alto Helicón, porque he compuesto reciente ! mente un canto en las tabletas sobre mis rodillas: una gran batalla, em ! presa llena del tumulto guerrero de Ares, me complazco en hacer llegar a los oídos de todos los hombres. Los ratones, combatientes intrépidos, se lanzaron sobre las ranas imitando las acciones de los Gigantes nacidos de Gea, tal como se refiere entre los mortales. Y esta guerra tuvo el siguiente origen: Cierto día un ratón alterado, libre ya del peligro de la coma ! dreja, sumergía su tierno hociquillo en un vecino estanque, delei ! tándose con el agua, dulce como la miel. Una rana que se recreaba en el estanque le vio y le dijo estas palabras: — Forastero, ¿quién eres? ¿De dónde has llegado a esta orilla? ¿Quién es tu padre? Dime la verdad, para que no te coja en menti! ra alguna. Y si reconozco en ti a un amigo digno, te llevaré a mi morada y te ofreceré numerosos y selectos presentes hospitalarios.
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Yo soy el Rey Fisignato el de las mejillas hinchadas, honrado en todo el estanque, soberano eterno de las ranas, y mi padre, Peleo el fangoso, me engendró en otro tiempo, uniéndose por vínculos de amor a Hidromedusa, la Reina del agua en las orillas del Eridano. Mas veo que, hermoso y valiente entre todos, debes ser un rey portacetros y un gran guerrero en las batallas. ¡Vamos! Dime pronto cuál es tu estirpe. Y Sicarpas, el ladrón de migajas, le respondió y le dijo: —¿Por qué preguntarme por mi estirpe, amigo? Es conocida de todos los hombres, de los Dioses y de los pájaros del aire. A la verdad, me llamo Sicarpas, ladrón de migajas, y soy h ijo de Trojarte el roedor de pan, mi magnánimo padre, y mi madre es Licomila que lame las piedras de moler, hija del Rey Pernotroco roedor de ja ! món. Me parió en su agujero y me crio con cosas exquisitas, con higos, con nueces y manjares por el estilo. ¿Cómo, pues, harás de mí un amigo tuyo si somos de distinta naturaleza?Vives tú, en efec! to, en el agua y yo acostumbro a roerlo todo entre los hombres. El pan amasado tres veces no se libra de mí en el redondo cesto, ni las largas galletas que contienen abundante sésamo, ni el trozo de ja ! món, ni el hígado revestido de su blanca túnica, ni el reciente que ! so de dulce cuajada, ni el rico pastel de miel que apetecen los pro ! pios Dioses, ni ninguna de las cosas que los cocineros preparan para alimento de los hombres cuando adornan los platos de arcilla con salsas de todas clases. Jamás eludí el terrible fragor de la guerra, y lanzándome derecho a la pelea, siempre me mezclé con los prime! ros combatientes. No temo al hombre, a pesar de su gran tamaño, y subiéndome a su lecho, le muerdo en la punta de un dedo. Una vez le mordí en un talón, y al sentir el dolor, su dulce sueño se turbó al instante por mi mordedura. En verdad, sólo temo a dos enemigos en toda la tierra, el gavilán y la comadreja, que me originan serios disgustos, y también la ratonera lamentable, donde se esconde un fin lleno de astucia. Pero temo sobre todo a la comadreja, porque es mucho más fuerte que yo, y también entra en los agujeros y allí hu !
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ronea.Yo no como rábanos, ni coles, ni limoncillos, ni me nutrí ja ! más con peras verdes, ni con perejil, que son los alimentos de los que vivís en los estanques. A estas palabras, Fisignato el de las mejillas infladas, sonriendo, le contestó: — Forastero, te envaneces demasiado de tu vientre; pues más cosas podemos admirar nosotros en el estanque y en la tierra, que el Cronida nos otorgó en privilegio ser anfibios, saltar en la tierra y sumergirnos en el agua, y habitar estancias constituidas por ambos elementos. Si quieres verlo, la cosa es fácil. Monta en mi espalda, pero agárrate bien, no sea que perezcas, y de este modo llegarás go! zoso a mi morada. Así dijo, y le presentó su espalda, y Sicarpas el ladrón de miga ! jas se en caramó al punto de un ligero salto, abrazándose para mejor asirse al cuello blando de la rana. Y en verdad que se regocijó al principio contemplando los vecinos puertos y deleitándose con el arte de nadar de Fisignato, el de las mejillas infladas; mas cuando al fin se vio bañado en las purpúreas aguas, llorando mucho y arre! pintiéndose tardíamente de su imprudencia, se arrancaba los pelos y apretaba las patas contra su vientre, y en el fondo de su pecho latía su corazón, impresionado por la novedad, y quería volver a tierra. Y gemía profundamente, impelido por el frío terror. Primero ex! tendió su cola en el agua, agitándola como un remo y suplicando a los Dioses que le volvieran a tierra, porque se sentía bañado por las aguas purpúreas. Y chilló much o, y así dijo desde el fondo de su garganta: — ¡El toro no llevó así el fardo de amor cuan do lo transportó a Europa, desde Creta, a través de las olas! No hizo lo que esta rana, que sobre su lomo me conduce nadando hacia su morada, mientras ella apenas saca su cuerpo pálido por encima del agua clara. En esto surgió una Hidra repentinamente, horrible aparición para ambos, que erguía su cuello sobre la superficie. Fisignato el de las mejillas infladas, apenas la vio, sumergióse, sin pensar en que su
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compañero, abandonado, había de sucumbir. Y hun diéndose en el fondo de la laguna, escapó a la negra Ker. Y Sicarpas el ladrón de migajas, tan pronto como fue abando! nado, cayó boca arriba en el agua, jun tan do las patitas y chillando según perecía. Y se vio sumergido rápidamente, y subió de igual modo sacudiendo el agua; mas no le fue dado escapar a su destino. Y su pelo empapado le pesaba.Y al fin, conforme perecía, dijo: —No podrás ocultar con engaños, Fisignato el de las mejillas infladas, lo que has hecho, arrojándome, para que naufrague, desde lo alto de tu cuerpo como desde una roca. No me hubieras aventa! jado en tierra, ¡oh, perverso!, n i en el pugilato, ni en la lucha, ni en la carrera, pero después de llevarme al peligro me has abandonado en el agua. Los Dioses tienen la mirada vengativa, y serás castigado por el ejército de ratones, al que no escaparás. Después de hablar así, expiró en el agua.Y Licopinas que lame los platos, sentado en la blanda orilla, lo presenció, y llorando an ! gustiadamente, corrió a anunciarlo a los ratones. Y tan pronto como supieron la noticia, una gran cólera se adueñó de todos y ordenaron a sus heraldos que al romper el día convocaran a todos los ratones al ágora en la morada de Trojartes el roedor de pan, padre del desdichado Sicarpas el ladrón de migajas, cuyo cadáver flotaba panza arriba en el agua del estanque.Y no flo! taba el malaventurado cerca de la orilla, sino en medio de este mar. Y cuando todos llegaron a la vez que el día, fue el primero en alzarse Trojartes el roedor de pan, indignado a causa del fin de su hijo.Y les dirigió la siguiente arenga: — ¡Oh, amigos! Si bien sólo yo he sufrido daño de parte de las ranas, esta Moira funesta a todos os alcanza. Soy desdichadísimo, pues que he perdido tres hijos. La muy aborrecible comadreja cogió al primero y le mató, sorprendiéndole fuera de su guarida. Los hombres feroces llevaron al otro la muerte con la ayuda de una nueva invención, maldita máquina de madera llena de astucia, que ellos llaman ratonera, perdición de los ratones. Este era el tercero,
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amado por mí y por su honesta madre, y Fisignato el de las mejillas infladas le ha ahogado abandonándole en el abismo. Mas, ¡ea!, ar! mémonos y arrojémonos sobre las ranas, después de cubrir nuestros cuerpos de armaduras artísticamente trabajadas. Dich o esto, invitó a todos a armarse, y Ares, que siempre sueña en la guerra, les pertrechó por sí mismo. Pusieron primero en tor ! no a sus piernas grebas construidas con vainas de habas verdes, con ! venientemente preparadas, y que durante la noche habían roído.Tenían corazas hábilmente confeccionadas de la piel de una comadreja degollada, y las reforzaron con cañas.Y su escudo estaba en la parte media abombado con el caparazón de una luciérnaga, y su lanza era una larga aguja toda de bronce, labor de Ares, y el casco, sobre sus sienes, era una cáscara de nuez. Así los ratones estaban en pie de guerra. Y cuando las ranas les vieron, salieron del agua. Después, en un lugar solitario, reuniéron ! se para deliberar sobre la guerra funesta. Y en tanto examinaban a qué obedecía este alzamiento de armas y este tumulto, un heraldo se llegó a ellas llevando un cetro en sus manos. Era el hijo del mag! nánimo Tiroglipo el agujereador de queso, Embasictro que trota en las marmitas.Venía a anunciarles la funesta nueva de la guerra, y así dijo: — ¡Oh, ranas! Los ratones que os amenazan me han enviado a advertiros para que os arméis y os preparéis a la contienda, pues han visto flotando en el agua a Sicarpas el ladrón de migajas, a quien ha matado vuestro Rey Fisignato el de las mejillas infladas. Combatid, pues, vosotros, que sois los más valientes entre las ranas. Así habló, cumpliendo su embajada, y su palabra, tan pronto como llegó al oído de ellas, turbó el espíritu de las ranas procaces. Y recriminando a todos, Fisignato el de las mejillas infladas se alzó, y dijo: — ¡Oh, amigos! Yo n o maté a ese ratón ni le he visto morir. Sin duda alguna él se sumergió jugando a la orilla del estanque o imi ! tando el arte de nadar de las ranas; y he aquí que ahora, llenos de
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maldad, me acusan ésos a mí, que soy inocente. Mas, ¡ea!, delibere ! mos para convenir el m odo de destruir a los ratones mentirosos. Os diré primeramente lo que me parece más discreto. Dispongámonos todos, cubiertos con nuestras armaduras, en los altos de la orilla, allí donde ésta sea más escarpada, y cuando los ratones se arrojen impetuosamente sobre nosotros, cada cual, cogiendo por el casco a aquel que ten ga enfrente, empújele al agua con el casco. Y así les ahogaremos, pues no saben nadar; y llenos de contento alzare! mos aquí un trofeo conmemorativo de los ratones a quienes demos muerte. Cuando así hu bo hablado, hizo que todos se armaran. Y envol! vieron sus piernas en hojas de malva, y tenían corazas de gruesas y verdes peras, y se fabricaron escudos con hojas de coles, y tomaron para lanzas largas cañas pintadas, y cubrieron sus cabezas con ligeras conch as de caracol. Y ya así preparados, se dispusieron de pie en lo alto de la orilla, blandiendo sus lanzas y henchido cada cual de h on! da cólera. Zeus, congregando a los Dioses en el Urano estrellado, les hizo ver la importancia de esta guerra y el número de los poderosos combatientes portadores de largas lanzas. Y sonriendo dulcemente, mandó que se acudiera en ayuda de las ranas y los ratones afligidos. Y dijo a Atenea: —Hija mía, ¿no irás en ayuda de los ratones? Ciertamente, siempre saltan en tu templo, deleitándose con el olor de las grasas y las sobras de los sacrificios. Así dijo el Cronida, y Atenea le respondió: — ¡Oh , Padre! Jamás acudiré en socorro de los ratones afligi! dos, porque me han hecho sufrir muchos daños royendo mis atavíos y vaciando mis lámparas por su afición al aceite; y todas estas co ! sas han h erido demasiado m i corazón. Han roído m i peplo, que tejí de una urdimbre sutil y de una tela finísima, llenándolo de rotos, y el zurcidor me pide m uch o y me apura. Y estoy indignada porqu e me exige intereses, y esto es vergonzoso para los Inmortales.Traba !
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jé y me em peñé y no ten go qué darle. Mas tam poco quiero ayudar a las ranas, pues son impuras de espíritu. Recientemente, regresan ! do de la guerra, fatigadísima, sentí la necesidad del sueño, mas con su estrépito me impidieron cerrar los ojos, y permanecí acostada pero despierta, soportando el dolor de cabeza, hasta que cantó el gallo. ¡Ea!, no las socorramos, no ocurra, ¡oh, Dioses!, que alguno de nosotros salga herido por una flecha aguda o con el cuerpo atrave! sado por una lanza o una espada, pues, enardecidos en la lucha, se! guirán, aun cuando un Dios vaya a su encuentro. Mas todos, desde el alto Urano, deleitémonos mirando la contienda. Así dijo, y todos los demás Dioses la obedecieron y se reunieron en un mismo lugar. En esto se llegaron dos heraldos conduciendo la señal de gue! rra, y los cínifes, provistos de largas trompetas, luciéronlas sonar es! trepitosamente entre el estruendo de la pelea; y desde el Urano, el Cronida Zeus tronó, presagio de la guerra funesta. El primero, Hipsiboa que grita alto, hirió con su lanza en el vientre, en mitad del hígado, a Licanor que lame al hombre, hallán ! dose de pie luchando entre los primeros combatientes. Y cayó de espalda, manchándose de polvo su pelo delicado; y cayó con estré! pito y sus armas resonaron sobre él. Después,Troglodita el habitante de los agujeros hirió a Pelión el limonado hundiéndole en el pecho su fuerte lanza, y la negra muerte se adueñó del guerrero derribado, y su alma se escapó de su cuerpo. Luego, Setaleo el roedor de peras mató a Embasíkitro que galopa en las tarteras de un golpe en el corazón; mas el dolor hizo presa en Okimides, el hijo del basilisco, e hirió a Setaleo el roedor de peras con una caña puntiaguda. Y Artófago el devorador de pan hirió a Polífono el charlatán en el vientre, y éste cayó de espalda, y su alma huyó de su cuerpo. Mas Linócaris, la gracia del estanque, viendo perecer a Polífono y previ! niendo a Troglodita, le hirió en m edio del cuello con una piedra del tamaño de una muela, y la noche envolvió sus ojos.
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Y Licanor lanzó contra Linócaris, la gracia del estanque, su bri! llante lanza, y ésta, sin desviarse, le hirió en el hígado. Cuando esto advirtió, Crambófago que come coles, huyendo, cayó de las altas orillas; mas Licanor no cejó en la acometida, y también le hirió. Y Crambófago cayó y no volvió a levantarse, y el estanque se tiñó con su sangre purpúrea, pues quedó flotando junto a la orilla con sus crasas entrañas fuera del vientre.Y en la propia orilla fue muer ! to Tirófago el devorador de queso. Y Calaminto que frecuenta las junqueras, viendo a Pernogilpo el agujereador de jamón , sobrecogiose de espanto; y huyendo, saltó del estanque, después de arrojar su escudo. Y el irreprochable Borborokites que se acuesta en el fango mató al seductor Filtreo. E Hidrocaris, la gracia del agua, mató al Rey Pernófago el roedor de jamón hiriéndole con un peñasco en lo alto de la frente. Y sus sesos salieron por sus narices, y la tierra se manchó de sangre. Y Licopinas que lame los platos, arrojándose a él con su lanza, dio muerte al irreprochable Borborokites, y la obscuridad envolvió sus ojos. Mientras tanto, Prasófago el comedor de peras, aprovechando la ocasión, arrastró por un pie a Nisodioctes que acude al olor de la manteca, y agarrándole por el tendón, le sumergió en el estanque. Mas Sicarpas el ladrón de migajas, vengando a sus compañeros muertos, hirió a Prasófago cuando éste aún no había llegado a tocar en la tierra, y Prasófago cayó ante él, y su alma caminó h acia Hades. Pelóbates que trota por el fango, tan pronto como esto vio, le arrojó a la cara un puñado de barro, que le cegó al punto; mas Sicarpas, irritadísimo por ello, tomando en sus manos una pesada piedra, carga de la tierra que yacía en la llanura, hirió a Pelóbates bajo la rodilla; su pierna derecha se quebró, y cayó de espalda en el polvo. Y Cangrasidas el hijo de la vociferación, en su defensa, vol ! vió sobre Sicarpas y le hirió en medio del vientre, hundiéndole
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en él por completo la aguda lanza, y todas las entrañas se exten ! dieron po r la tierra, arrancadas por la lanza blandida por vigoro ! sa mano. Y cuando Sitófago el com edor de cebada le vio yacente a la orilla del río, se alejó del combate cojeando, pues sufría mu ! cho, y se metió de un salto en un hoyo, a fin de huir al horrible destino. Y Trojartes el roedor de pan hirió a Fisignato el de las mejillas infladas en la punta del pie, y, huyendo, saltó afligido al estanque. Mas Preseo alimentado de peras, viéndole caer semiinanimado, co ! rrió entre los primeros combatientes y lanzó su aguda caña, mas no atravesó el escudo, y allí quedó clavada su punta. Entonces el divino Origanión, hijo de Origan, imitando al propio Ares, dio a Trojartes en su casco irreprochable hecho de un trozo de marmita cuadrada. Era el único del ejército de ranas que combatía bravamente en la refriega.Y los ratones se arrojaron todos sobre él, que, viendo esto, no resistió el ataque de los héroes poderosos y se sumergió en lo hondo del estanque. Había entre los ratones un adolescente que sobresalía entre to! dos combatiendo de cerca: el caro hijo de Artepíbulo el catador de pan, caudillo semejante al propio Ares, el atrevido Maridarpas la! drón de raciones, que se distinguía en el combate. Permaneció orgullosamente al lado del estanque delante de los demás, envane! ciéndose de exterminar la raza de las ranas belicosas .Y ciertamente lo habría conseguido, pues su fuerza era grande, si el Padre de los Dioses y los hombres no lo hubiera previsto al pu nto.Y entonces el Cronión tuvo piedad de las ranas que perecían, y moviendo la ca! beza, dijo así: — ¡Oh , Inmortales! Contemplo con mis ojos una gran hazaña. Maridarpas el ladrón de raciones me ha sorprendido no poco ame ! nazando furiosamente con el exterminio a las ranas desde un lado del estanque. Enviemos pronto a Palas que incita a la refriega y a Ares también para que alejen del combate a Maridarpas, pese a su vigor.
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Así dijo el Cronida, mas Ares le respondió: —Ni la fuerza de Atenea ni la de Ares serán suficientes a pre ! servar a las ranas del terrible destino. ¡Por de pronto vayamos en su ayuda o blande tu enorme arnia, prepotente matadora de Titanes, con la cual destruiste los más terribles; con la que mataste otro tiempo a Capaneo, hom bre feroz; con la cual sometiste a Ekelado y dominaste la estirpe feroz de los Gigantes! Blándela, que, aun cuan ! do él sea muy valeroso, le escarmentará. Así dijo, y el Cronida lanzó el rayo fuliginoso. Primero, no obstante, tronó y sacudió el ancho Olimpo, y des! pués lanzó el rayo, arma terrible y giratoria de Zeus, que salió de las manos del Rey. El resplandor asustó a ranas y ratones. Sin embargo, el ejército de éstos no cesaba de atacar, deseando sólo destruir cuan ! to antes la raza de las ranas belicosas; mas, de lo alto del Urano, el Cronida tuvo piedad de las ranas y les envió incontinenti unos aliados. De repente, marchando de lado, aparecieron con el lomo se ! mejante a una bigornia, las garras encorvadas, la boca rodeada de tenazas, la piel acorazada, el cuerpo óseo, la espalda ancha, los hom ! bros relucientes, los pies torneados, las patas largas, mirando con el pecho, en ocho patas, provistos de dos cabezas y mancos, los nomi! nados cangrejos, que cortaron con sus bocas los pies y las patas de los ratones.Y las lanzas se quebraban contra ellos.Y los míseros ra! tones, espantados por esto, se dieron a la fuga. Y he aquí que Helio cayó, y fue éste el fin de aquella guerra, que duró un día solamente.