qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwer tyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopa sdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjkl zxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbn Historia Antigua de España mqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwert Universidad de Huelva yuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopas dfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklz xcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnm qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwerty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasd fghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzx cvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui opasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfg hjklzxcvbnmrtyuiopasdfghjklzxcvbn mqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwert yuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopas dfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklz xcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnm Griselia C. Vizuete Linares
Tema 1: Generalidades y Tartesso 1. Introducción. Cuestiones previas generales: nombres, términos y conceptos. La formación del Estado en la Península Ibérica. 1) Designaciones Designaciones Orientales: -
Imprecisas en sus descripciones. Se presuponen ciertos conocimientos por el apoyo de los testimonios arqueológicos, presentes desde al menos el segundo milenio a. C.
2) Anaku: -
Denominación que procede de un texto cuneiforme asirio (1800 a. C) “Anaku”,
Kaptara, los países de allende el mar Superior, Dilmun, Magan, los países del Mar Inferior y los países entre los que nace y muere el sol, conquistado tres veces por Sargón, rey del mundo.
3) Meshesh: -
-
Procede de un libro bíblico no canónico: “Pequeño Génesis” que tomó sus
referencias de fuentes fenicios fechadas en el año 1000 a. C. (exposición paralela del Génesis). Referencia al remoto occidente, tomada de un antiguo pueblo situado en el sur de la Península Ibérica (s. García y Bellido).
A Meshesh se le relaciona con el pueblo mastieno. El patriarca de la historia antigua de García y Bellido. 4) Tharsis: -
Aparece con bastante frecuencia en los textos del Antiguo Testamento, quizás a partir del siglo IX-VIII a. C.
-
Se suele asimilar al “Tarteso” de los griegos, aunque hay polémicas al respecto
-
Hay que tener en cuenta que “Tarteso” alude solo a una parte concreta de la
-
con los estudiosos que se ocupan del tema. Península Ibérica. Discusiones en cuanto al origen del término:
Una hipótesis que se admite mayoritariamente en la que se propone el término para denominar a un lugar de la Península Ibérica desde la época Hiram-Salomón (s. X a. C) Deriva de la raíz semita “rss” (acadio: “rascasu”): “fundición” o “refinería de metales” o bien “rojo” asociado a la actividad
minera, la relacionan con las minas de Tharsis y Riotinto, “gossan”, mineral rico en oxido de hierro que tiñe l as aguas del Rio Tinto. La plata que contiene el “gossan” fue muy explotado
por los fenicios.
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Tema 1: Generalidades y Tartesso 1. Introducción. Cuestiones previas generales: nombres, términos y conceptos. La formación del Estado en la Península Ibérica. 1) Designaciones Designaciones Orientales: -
Imprecisas en sus descripciones. Se presuponen ciertos conocimientos por el apoyo de los testimonios arqueológicos, presentes desde al menos el segundo milenio a. C.
2) Anaku: -
Denominación que procede de un texto cuneiforme asirio (1800 a. C) “Anaku”,
Kaptara, los países de allende el mar Superior, Dilmun, Magan, los países del Mar Inferior y los países entre los que nace y muere el sol, conquistado tres veces por Sargón, rey del mundo.
3) Meshesh: -
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Procede de un libro bíblico no canónico: “Pequeño Génesis” que tomó sus
referencias de fuentes fenicios fechadas en el año 1000 a. C. (exposición paralela del Génesis). Referencia al remoto occidente, tomada de un antiguo pueblo situado en el sur de la Península Ibérica (s. García y Bellido).
A Meshesh se le relaciona con el pueblo mastieno. El patriarca de la historia antigua de García y Bellido. 4) Tharsis: -
Aparece con bastante frecuencia en los textos del Antiguo Testamento, quizás a partir del siglo IX-VIII a. C.
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Se suele asimilar al “Tarteso” de los griegos, aunque hay polémicas al respecto
-
Hay que tener en cuenta que “Tarteso” alude solo a una parte concreta de la
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con los estudiosos que se ocupan del tema. Península Ibérica. Discusiones en cuanto al origen del término:
Una hipótesis que se admite mayoritariamente en la que se propone el término para denominar a un lugar de la Península Ibérica desde la época Hiram-Salomón (s. X a. C) Deriva de la raíz semita “rss” (acadio: “rascasu”): “fundición” o “refinería de metales” o bien “rojo” asociado a la actividad
minera, la relacionan con las minas de Tharsis y Riotinto, “gossan”, mineral rico en oxido de hierro que tiñe l as aguas del Rio Tinto. La plata que contiene el “gossan” fue muy explotado
por los fenicios.
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5) Hespérides: -
Uno de los primitivos nombres de origen griego. Alusiones muy antiguas, con referencia al Extremo Occidente a un lugar ubicado entre Marruecos, Atlántico y la región gaditana. Aparece por primera vez en los poemas homéricas de forma no clara (s. VIII a. C). Forma parte de la mitología griega: Hespérides, hijas de Hesperios que habitaban en un magnifico jardín La voz griego “espero”, “el ocaso”, “el occidente”, lugar por donde se oculta el
sol; valor simbólico que encierra el concepto de occidente como extremo del mundo conocido.
6) Ofiusa: -
-
Aparece en la “Ora Marítima” texto que contiene información de un amplísimo
periodo que se extiende desde el s. VI a. C al IV d. C, tomada de diversos autores, sobre todo griegos. Ofiusa = tierra de serpientes. El concepto geográfico en el que se sitúa hace ilusión a una extensa región (eona atlántica) de la Península Ibérica. Para remontar como mínimo al s. VI a. C (focenses).
7) Iberia: -
Nombre de origen griego, ha perdurado hasta hoy. Los primeros testimonios con cuestionables y polémicos (recopilaciones indirectas):
-
Citas directas y fuera de dudas:
-
Ora Marítima: Hiberia, hiberi, hiberus (río). Solo aparecen este nombre y no Hispania o hispani. Apa rece escrito con “h”, sin justificación alguna. Proviene de los textos griegos muy antiguos, recogidos por R. F. Avieno en su escrito, anteriores al s. VI a. C. Hecateo de Mileto: citas varias localidades de la Península Ibérica situándola en un lugar que designaba como Iberia.
Herodoto: Cita tanto Iberia como sus habitantes (Iberos). Desde entonces en adelante los testimonios abundan y se hacen corrientes. Podemos decir que el nombre de Iberia es no sólo universal para el mundo griego, sino que además, es el único usado y conocido por ellos.
Extensión del nombre de Iberia:
En principio solo se aplica a una pequeña porción de la Península Ibérica: región de la provincia de Huelva. Más tarde su designación a otras zonas desde el Estrecho del Mediterráneo, desde el cabo de San Vicente.
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Origen del nombre Iberia:
La Ora Marítima: procede de la región de Huelva, donde se cita a un rio, Hiberus. Por tanto, su primitiva ubicación se encuentra más allá de las Columnas de Hércules. Estos nombres aplicados a la zona de Huelva no se vuelven a repetir en noticias de autores posteriores. Pseudo-Escimeno: Menciona a unos iberos localizados en la región de Huelva junto a los tartesios. Quizás la denominación provenga de la similitud de esta zona peninsular con otra ubicada en el Ponte Euxino, que ya conocían los griegos anteriormente.
8) El nombre de Hispania: -
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Nombre usado por los latinos para denominar a la Península Ibérica. Sus habitantes eran llamados hispani. La referencia más antigua la tenemos en Ennio. En el s. II a. C dicha denominación se empezaría a generalizar. Coincide con el término de la II Guerra Púnica y la presencia permanente de Roma en la Península Ibérica. De todas formas son escasos los testimonios escritos de esta época. Los testimonios aumentan vertiginosamente a partir del s. I a. C. Los griegos escribieron en esta época siguiente utilizando el nombre de Iberia o Iberi como sinónimo de Hispania. Encontramos plena información de ambos términos a partir de los testimonios de Estrabon, época de Augusto. Su extensión coincide siempre con toda la Península. Suele aparecer con cierta frecuencia en plural (Hispaiae) aludiendo a los diversas provincias que se encuentra dividida. Origen nombre Hispania: diversas propuestas.
Hipótesis que relacionan del término con las tempranas navegaciones fenicias a la Península Ibérica: Origen fenicio, acaso derivado de Sadhan, animal muy abundante en la Península Ibérica, pero desconocido de los fenicios y griegos. A él se añade la y con la que los fenicios expresaban la idea de isla o costa dando Isepanim de ahí el termino latino, Hispania. Los romanos lo adoptaron de los cartagineses que a su vez lo heredarían de los turios. Los romanos añadieron una h por razones desconocidas. Esta hipótesis propuesta por primera vez por S. Bochasrt en 1646 y aceptada por Shuten y García y Bellido.
C. M. Trigueros la derivaba de la palabra “Sephan” = “el norte”, que era la situación de la Península Ibérica para
los fenicios que seguían la ruta costera de África. Esta hipótesis fue compartida por J. M. Solá-Solé y por J. L. Cunchillos, que le hace original etimológicamente del semítico noroccidental de fines del II milenio a. C. Hay quienes relacionan el vocablo Hispania con actividades extractivas mineras, o bien como “Isla/Costa donde se baten y forjan metales” o como “costa de los forjadores”. Esta hipótesis ofrecerá claras connotaciones
con la palabra Tharsis.
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2. El problema de Tarteso: las fuentes literarias, la arqueología y el origen de la cultura tartésica. Con todos los problemas sin resolver que todavía presenta, el horizonte tartésico se ha ido desnudando de los míticos ropajes con que fue recubierto desde la Grecia arcaica para integrarse en la compleja realidad de la Protohistoria peninsular. Tarteso ha sido uno de los tópicos más manoseados de nuestra Historia. De la mano de fuentes literarias antiguas se le otorgó el carácter no sólo de primera cultura urbana peninsular sino de fabuloso El dorado del extremo Occidente mediterráneo. o
Las fuentes literarias.
Tarteso es el concepto con el que los griegos se referían al extremo Occidente antes del más global de Iberia, que se generaliza a partir del siglo IV a.C. Posteriormente se mantuvo como topónimo restringido a un ámbito particular de la Península, que imprecisamente se situaba en el Sureste. Pero el hecho de que en las fuentes griegas el término se aplique a un t erritorio, a una ciudad y a un rio ha permitido ubicarlo arbitrariamente en el amplio espacio comprendido entre Huelva y el Estrecho. Los abusos en la interpretación de las citas bíblicas parecen hoy definitivamente orillados. Tarshish para los pueblos mediterráneos orientales no era otra cosa que el lugar más alejado hacia Occidente, confín de las navegaciones fenicias, emprendidas con un tipo de embarcaciones que los hebreos denominaban “naves de Tarsis”.
Por lo que respecta a los griegos, desde época arcaica muchos mitos fueron localizados en el extremo Occidente, lo que arbitrariamente se utilizó para ubicarlos supuesta o expresamente en Tarteso, convertido en escenario del jardín de Hespérides, donde los manzanos daban frutos de oro, o del robo de las vacas de Gerión por el héroe Heracles. La Ora Marítima del poeta latino del siglo IV d. C., Rufo Avieno, que da precisiones muy concretas de la geografía de Tarteso, probablemente obtenidas de textos que se remontan al siglo VI a. C.: un golfo tartesio llamado así por el río Tartessos, en cuya desembocadura de múltiples brazos se encuentra la ciudad homónima, no lejos de Cádiz, también situada en el mismo golfo. -
Fuentes Semitas:
Literarias de origen clásica romana. Fuentes escritas semitas: Escritas en la Estela de Nova, en el antiguo testamento. Donde se nombra el término Tharsis. Recoge mitos griegos de varios autores se puede verificar la autenticidad de la pierda. Luego tenemos la inscripción de un rey asirio, Assarhadan. En donde dice haber conquistado todos los pueblos y mares hasta donde se pone el sol y lo llama Tar-si-si (Tarshish). Tar-si-si es la denominación acadia de Tarshish. Este rey habla de Tar-si-si como la conquista a través del vasallaje simbólico de los fenicios. Los asirios controlaban el comercio de los fenicios y así controlan también sus territorios. -
Fuentes bíblicas en la que se menciona el lugar llamado Tarshish
Como antroponímico Un denominador de una piedra Como toponímico podemos decir que en este sentido los historiadores se diferencian en sus opiniones en donde estaba situado. Pueden ser puntos alejados: Tharsis.
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Algunos prefieren hablar de un Tarteso oriental y otros de un Tarteso occidental. Otros investigadores se declinan por el Tarteso occidental. La ecuación Tarsis-Tarteso podemos decir que factible: Hoy por hoy. Si esto es así haría mayor sentido a las dos inscripciones nombradas anteriormente. Se puede hablar de fundaciones permanentes en los extremos occidentales. Si tenemos en cuenta todo esto es lógico que haya una conexión entre las fuentes. -
Fuentes clásicas
Aquellas tradiciones que son míticas griegas anteriores a los siglos VII y VIII.
o
Mito de Perseo: Es una época legendaria y los griegos piensan que ahí está su origen y sitúan lo mitológico en el extremo occidente, sin contexto ninguno. La que ya saben dónde está Tarteso y sitúan aquí el mito. Tradiciones Clásicas de Carácter Histórico. Hay un autor que habla de un griego que tienen raíces argentas y nombra el lugar de Tarteso. Hecateo de Mileto (500 a. C.). Primera descripción de un mapamundi de carácter etnográfico. Época Helenística: Éforo, Estrabon, que hablan con conocimiento de causa como centro prospero de metales, como rio. Se empieza a estereotipar ese tópico como en la historia moderna. La tradición latina está fundamentada constantemente en autores griegos. Toda civilización tiene su Tarteso, Egipto tiene el Pin. Con casi todos los latinos confunden Tarteso con Cádiz. Avieno escribió una Ora Marítima, obra enigmática y complicada. Hizo una especie de época diferente. Este trayecto compone un poema refiriéndose a las costas de extremo occidente. Es imposible por la evolución del terreno y de las costas, situando los sitios geográficos.
La Arqueología.
La parte de la arqueología también tiene problemas por los planteamientos que se realizan a partir del primer hallazgo. Adolf Schulten hace el primer resumen completo de la civilización tartessa. El Tesoro del Carambolo causa tanto revuelo que desplega unas masivas investigaciones y excavaciones. Se produce un gran déficit debido a los pocos que estaban y debía estar evolucionada la arqueología. En ese momento esta estudiado también el mundo fenicio y fueron los alemanes los que decidieron dedicar el dinero a esa civilización. Junto con la democracia y la Junta de Andalucía, las fuerzas de excavaciones se dedica a Tartessos. Se empieza a elaborar estratigrafía evolutiva a través de la cerámica. Alguien pensó que también debía estudiarse el territorio que lo rodeaba. Se paso del todo a la nada por la no creencia de fuentes. Esto sucedió porque lo que se descubrió no era lo que se esperaba debido a las fuentes, se encontraron cabañas y no el “Legado de Argantonio”.
Por lo que la falta de contraste de las fuentes fue lo que faltó en las excavaciones e investigaciones de Tartessos. Bronce medio-tardío, son los elementos atlánticos los que forman parte de los Tartessos hasta que llegan los del Mediterráneo: son los ingredientes que forman esta civilización. Evolución cronológica de Tartessos: los historiadores difieren totalmente defendiendo de donde se parta.
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Período Inicial: (XII-X a. C.) abundan las producciones locales con las agregaciones del Bronce Atlántico. Período Medio: (X-VIII a. C) aparición primeras piezas cerámicas fenicias y griegas con caracteres mediterráneos. Periodo Final: (VII-VI a. C) Entre el 540 y el 535 se produce una crisis. Generalización de los elementos mediterráneos, y se van notando los rasgos indígenas (absorción de la cultura), generalización de los elementos coloniales. Hay muchos autores que nombran a este periodo clásico orientalizante. Se reduce la cerámica por la fenicia por lo que algunos autores se atreven a hablar de periodo clásico orientalizante.
Solo se orientalizan aquellas zonas que tienen contacto con los orientales, es decir, no todo el territorio se orientaliza. La colonización puede ser de buenas maneras o no. Esta evolución es como una referencia cronológica. Estado Actual: Grandes interrogantes de la cultura tartésica. Existen más preguntas que respuestas lógicas. Tres perspectivas: - Donde: delimitación espacial de Tartessos. - Cuándo: El periodo de tiempo que abarcaba. - Quiénes: La sociedad en sí. 1) Hasta donde se expandían, hasta que llegaban, ante tanta diversidad de opinión se establecen dos tendencias de opinión principales.
Maximalista: Aquellos autores que propugnan que Tartessos abarcaba el territorio desde el rio Guadiana hasta el segura. Algunos autores que se designaban por esta. Se buscan en los hallazgos arqueológicos que relacionan los materiales desde un lugar a otro. Minimalista: Hablan de una periferia nuclear. En el valle del Guadalquivir y la Periferia, tierra llana de Huelva y la campiña gaditana. Y luego la baja Extremadura, el alto Guadalquivir y la vega de Granada.
2) Cuando tenemos discrepancias sobre el cuándo y los veremos desde dos puntos de vista.
Cronología Relativa: Hay algunos que piensan que Tartessos es una realidad histórica cuando entra en contacto con fenicios y griegos. Es decir, hasta lo que nosotros llamaríamos como período orientalizante. Cronología Absoluta: El mundo tartésico empieza con una cronología muy baja en la colonización fenicia basada también en una fecha tardía de la cerámica griega. En los siglos X-XI a. C. se fundamentan en una cronología del C-14 aplicada a la metalurgia encontrada en Huelva.
Hay varios tipos dentro de esta rama: -
Partiendo de la cerámica griega del s. VIII a.C. C-14 como única fuente que data en torno al año 900 mantenidas por otros autores.
3) Dos perspectivas: Componente étnico-cultural tartésico. Difusionista: Iniciada por Schulten. Escribió dos ediciones y entre una y otra cambia de protagonista: o Componente Tirsenico.
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1945-Castellano. Ahora son gente de distintos zonas del Mediterráneo, producto de los pueblos del Mar. Mastienos. Autoctonista: Nace de las muchas expediciones arqueológicas iniciadas en los años 60 hasta la actualidad, se preconiza una población autónoma que habla de una aceleración en su sociedad con la llegada de los elementos exógenos. Tenemos aquellos que hablan de elementos exógenos, atlánticos y otros del Mediterráneo Oriental. Se basan en los existentes hallazgos para Tarteso. o
o
o
o
En 1952, Martínez Almagro propone para Tarteso una fuente con impacto celta. En 1970, Ángel Montenegro lo vincula con la llegada de los pueblos del mar, concretamente a un pueblo llamado Massana. En 1977, Manuel Bendala dice que provienen de las poblaciones griegas, basándose en las cerámicas carambolo. Recuerda a las cerámicas micénicas, del periodo geométrico griego.
Otros autores nos hablan de un componente atlántico europeo que se centra en el bajo Guadalquivir, por su situación despoblada. Que es poblada por poblaciones indoeuropeas. Luego están los autores convencidos de que Tartessos se basa en el poblamiento de los fenicios. Otro aspecto que podemos tratar de Tarteso es su relación con los fenicios, ya que Tarteso y Fenicios son un componente vital que siempre van en conjunto. Existen dos tendencias: o o
Autores que creen que el fenicio es fundamental. Y otros que no lo consideran importante pero si determinante.
Objetivos por los que vinieron: subsistencia no solo el comercio de los metales fue una causa para venir a esta zona. La piratería en aquella época era algo heroico. Podemos decir que la navegación de los fenicios estaba sujeta a muchos hándicap. A parte de los metales tenemos otros elementos en Próximo Oriente, como las potencias imperialistas que convertían a los pueblos por lo que buscaban nuevos territorios. Todas estas situaciones en el Extremo Oriente determinan los movimientos de población en busca de territorio para colonizar. Los fenicios se agolpan en la costa en busca de un lugar para subsistir. La relación con los fenicios, los recursos agrícolas y ganaderos en el valle del Guadalquivir también pudieron ser influyentes para la llegada de los fenicios. Túmulos: Enterramientos de colonos fenicios que vinieron y que además de la riqueza agrícola estaba la metalúrgica. Hay muchos temas culturales en el mundo tartésico candentes. o
El Origen de la Cultura Tartésica.
La primera discusión se centra en el origen de la cultura tartésica. Pero la arqueología no ha podido aun proporcionar datos definitivos o suficientes para dilucidar el problema. Hay quienes consideran que sólo puede denominarse Tarteso al horizonte cultural que coincide con la presencia de materiales de origen o inspiración oriental entre las poblaciones autóctonas a las que alcanza la influencia de la colonización fenicia. Tarteso se circunscribiría al periodo “orientalizante”, acotado culturalmente entre las poblaciones prehistóricas del Bronce Final y las formaciones sociales turdetanas de época prerromana. Como en otras culturas antiguas también oscuras en su origen por la escasez de datos, la raíz del problema se centra más en la discusión terminológica que en una
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consideración desapasionada de las condicionamiento de etiquetas previas.
realidades
materiales,
liberadas
del
3. El Impacto de los pueblos colonizadores La presencia de colonizadores fenicios desde comienzos del siglo VIII a.C. y las relaciones comerciales que establecen con estas comunidades indígenas se considera los impulsores de un desarrollo que encuentra su culminación en la fase etiquetada como “orientalizante”, un término acuñado por la investigación en los años 60. Para asegurar sus empresas comerciales los fenicios se valieron de pequeñas factorías costeras, que terminaron cubriendo, entre los siglos VIII y VI, una amplia zona entre la desembocadura del Mondego en Portugal y el litoral alicantino. El temprano contacto de los colonos con la población indígena iniciaría un proceso de asimilación de los aspectos materiales, socio-económicos y culturales fenicios, responsables del fenómeno “orientalizante” y de la propia concreción del concepto histórico de Tarteso.
Tarteso no se comprende sin el contexto colonial, al que se subordina durante el llamado “Orientalizante”. A partir del siglo VIII a. C. contamos con más abundante
documentación, aunque muy desigual. El término “Orientalizante”, al destacar los aspectos cultur ales que provienen del exterior, descuida los autóctonos, dando por supuesto que la cultura indígena, mediatizada por las influencias orientales, simplemente se convierte en imitadora, es decir “orientalizante”.
El impacto de la colonización, incluso en los ambientes autóctonos donde se manifiesta, repercute muy desigualmente en los distintos grupos sociales. Por ello, más que destacar los aspectos materiales o artísticos y convertirlos en guía del proceso, parece preferible incidir en el trasfondo socio-económico, para el que, desgraciadamente, todavía no contamos con datos suficientes. Es evidente que fue la demanda de metales y, esencialmente, la plata, por parte de los colonizadores orientales, el agente responsable del fuerte incremento que experimenta la producción minero-metalúrgica de Tarteso. El proceso de producción contaba con una larga tradición, heredera de los metalúrgicos indígenas del Bronce Final, que los fenicios pudieron mejorar con innovaciones tecnológicas, como la fusión y copelación en el caso del mineral de plata. Aunque fue Huelva el centro de la minería tartésica, la búsqueda, extracción, producción y comercio de minerales configuraron una extensa zona que, partiendo del extremo occidental de la provincia de Sevilla, atravesaba Huelva de este a oeste, y se introducía profundamente en Portugal. De las excavaciones en estos centros se deduce que el modo de producción doméstico mantuvo una amplia pervivencia, con una muy localizada especialización artesanal, una organización simple del trabajo y, en consecuencia, en lento ritmo de asimilación de las innovaciones técnicas. Tampoco los modos de vida experimentaron profundos cambios. Hay que mencionar la existencia de poblados fortificados, que servían de protección a los focos mineros, como es el caso de Tejada la Vieja, probablemente un centro de almacenamiento y redistribución de la minería procedente de la zona de Aznalcollar. Pero con ser la metalurgia el aspecto más llamativo de la economía tartésica, no hay que olvidar la importancia del sector agropecuario. Una buena parte de los hábitats indígenas, como se ha dicho, eligen lugares estratégicos favorables a la explotación agrícola o a actividades ganaderas. En la geografía tartésica destacan por su fertilidad algunas zonas donde se densifican los poblados. Así, las riberas del Guadalquivir, que a la riqueza de las tierras añade los recursos de la pesca y de la propia vía fluvial como vehículo de comercio, o a la región de Los Alcores, con tierras que permiten simultanear la agricultura con la ganadería. No sabemos la incidencia que pudo tener entre la población indígena la introducción por los colonos fenicios de utillaje agrícola más avanzado o incluso de nuevos cultivos,
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como la vid y el olivo. También se nos escapa por completo aspectos tan fundamentales como las formas de propiedad de la tierra y de su explotación. Un aspecto colateral de la agricultura tartésica, recientemente apuntado, es el del probable asentamiento de colonos agrícolas fenicios en las tierras del interior del Guadalquivir, que daría lugar; o bien a establecimientos mixtos o, cuando menos, a una integración de intensidad desconocida de la población autóctona con los colonos, con repercusiones en la ocupación del territorio y en los sistemas de explotaciones de la tierra. Desconocemos la influencia que colonos o comerciantes orientales tuvieron en la transformación del hábitat. Si es cierto que en las regiones mineras, como se ha apuntado, se mantienen los modelos tradicionales, en amplias zonas tanto vecinas a la costa como del interior, se detecta un crecimiento notable de los poblados, que adoptan rasgos urbanísticos fenicios. El sistema económico, que la demanda fenicia orientaba hacia la producción, necesitaba de redes y agentes comerciales. Estamos pasablemente bien informados sobre el objeto de este comercio: además de plata y otros metales, los indígenas podían ofrecer a los colonizadores productos agrícolas, carnes, pieles, lana y, quizás, esclavos. A cambio de estas materias primas y excedentes agropecuarios, recibían manufacturas y artículos de lujo, fabricados en las metrópolis levantinas o en las colonias occidentales pero también obtenidos de otras zonas, como Grecia, Chipre o Egipto, mediante un comercio intermediario. También podemos dibujar los circuitos indígenas de este tráfico, inseparables en gran medida de las propias redes comerciales fenicias. Algunos poblados, próximos a los lugares de intercambio comercial con los centros coloniales, podrían considerarse como núcleo de concentración y redistribución de la producción. Huelva, como mercado abierto, serviría de centro de intercambio entre comerciantes orientales e indígenas. Alrededor de la desembocadura del Guadalquivir, partían rutas que ponían en comunicación todo el territorio tartésico e incluso lo superaban para prolongarse por lugares fuera del control de la aristocracia indígena. Al margen de las rutas marítimas, seguramente controladas por los fenicios, que se extendían desde la desembocadura del Tajo hasta el sureste peninsular, podemos individualizar las principales vías terrestres, gracias a la dispersión de materiales tartésicos y orientales que jalonan sus trayectos. Tampoco faltan hallazgos tartésicos en Andalucía oriental, como evidencia los yacimientos del Cerro de la Encina o el Cerro de los Infantes, en la provincia de Granada, e incluso más allá, en el sureste levantino, los poblados de Los Saladares de Orihuela y la Peña Negra de Crevillente.
4. La sociedad y la economía tartésica Se nos escapan los mecanismos concretos de articulación del sistema económico. La clave del problema se encuentra en la falta de datos para conocer el funcionamiento de la sociedad indígena. Sólo con ayuda de las necrópolis podemos intentar un acercamiento a los caracteres de esta sociedad, que puede calificarse de jerarquizada. La principal característica de las necrópolis tartesias es su diversidad: la incineración se alterna con la inhumación. A partir del siglo VIII a. C. además de los enterramientos de carácter familiar característicos del Bronce Final, sin apenas diferencias de rango o prestigio, surgen las cámaras individuales funerarias de mampostería, rematadas en túmulos de diferentes tamaños y alturas. Pero la novedad esencial está en los ajuares depositados en las tumbas de extraordinaria riqueza, que tratan de manifestar la categoría social del difunto. La diferencia en los ajuares, de acentuada individualidad, y el exceso de materiales ricos, de una vulgar ostentación, son claros indicios de una manifiesta desigualdad
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social. Antes de la llegada de los primeros colonos orientales, una estratificación de la sociedad indígena, dentro aún de un sistema familiar o de clanes, que comienza a disolverse con las nuevas posibilidades abiertas por el comercio. La aportación colonial vino a subrayar las tendencias, ya presentes en la sociedad indígena, de desigualdad social, fomentando la formación de una aristocracia, en cuyas manos se encuentra, sino la propiedad, el control de los medios de producción que pone al servicio de una acumulación de riqueza, cuya manifestación ostentosa es el índice visible de su prestigio y poder. Para abastecer a los comerciantes orientales de materias primas, es de suponer que los grupos dominantes hubieron de desarrollar nuevos mecanismos de control sobre la población para incrementar la producción, cuya redistribución y comercialización controlaban y de la que eran ellos los principales beneficiarios. Es difícil comprender el mundo colonial fenicio sin suponer un entendimiento de la aristocracia indígena con los colonizadores, a los que se “someten” en un marco colonial de relaciones desiguales, a cambio del monopolio de unos bienes de consumo, prohibidos al resto de la población. Con estas premisas habría que redimensionar el impacto de la colonización sobre el mundo indígena. Podría aceptarse una aculturación parcial, selectiva y generalmente no muy profunda, de unos sectores muy restringidos, beneficiarios de las actividades de intercambio, a los que no puede considerarse sin más como agentes de un cambio cultural. Así, la aculturación de las elites tartésicas no implica necesariamente de la del resto de la población. Pero todavía más, la presencia de lujosas manufacturas en los enterramientos podría interpretarse más como signos de ostentación de unas minorías que tratan de equipararse a las elites coloniales fenicias, imitando sus signos exteriores, que como prueba de una integración de carácter ideológico. La incidencia del factor comercial solo afecta parcialmente al conjunto de la economía tartésica, cuyo peso fundamental continua residiendo en la agricultura. Es cierto que la demanda exterior fomentó las explotaciones minero-metalúrgicas, pero la riqueza generada por este sector se concentró sólo en los grupos dirigentes, que contaban con los medios para concretar los esfuerzos necesarios para una actividad ciertamente compleja como la minería. La repercusión social más evidente fue un mayor desarrollo de las elites locales, que se separaron y se destacaron del resto de la población. Frente a los intereses tradicionales de los grupos familiares surgen unas mineras dirigentes, que, aun articuladas en torno al parentesco, lo manipulan como fuente de beneficios y de privilegios, modificando las relaciones sociales con nuevas formas de dependencias interpersonales. Pero aunque parece asegurada la existencia de una aristocracia, no es posible dibujar sus características. Podemos suponer la consolidación en una posición de privilegio de ciertos individuos y grupos durante el Bronce Final, fundamentada en el control de los recursos obtenidos de una economía agropecuaria. La presencia fenicia y la nueva orientación económica hacia la actividad minero-metalúrgica debieron contribuir a individualizar de forma más precisa a estos grupos dirigentes, separándolos del resto de la sociedad. Por debajo de los grupos dominantes, el resto de la población constituía una masa poco articulada en proceso de estratificación, como consecuencia de la transformación de una economía de subsistencia en otra de producción, que la demanda de los comerciantes orientales pero también las tendencias de acumulación de riqueza de las elites locales fomentaban. No sabemos si tenía acceso a los medios de riqueza, puesto que ni siquiera estamos en condiciones de decidir sobre la titularidad de la propiedad de la tierra, aun de carácter colectivo en un tipo de explotación de carácter familiar, o en proceso de privatización en beneficio de individuos privilegiados. Puede afirmarse que en el periodo considerado como “orientalizante” se había
superado el sistema de organización tribal, aunque sin llegar aún al urbanismo pleno, previo al concepto de “Estado”.
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Existen cambios significativos en el hábitat, donde progresivamente se sustituyen las cabañas del Bronce Final por viviendas más solidas, de planta regular al estilo fenicio, al tiempo que aumenta el tamaño de los asentamientos. Pero no existe una diferenciación funcional en el espacio, rasgo distintivo del urbanismo pleno. Se trata más bien de un modelo aldeano complejo, cuya evolución hacia formas de urbanismo pleno quedaría interrumpida por el colapso del mundo tartésico del siglo VI. Las dinastías míticas solo pueden considerarse como símbolo de los diferentes estadios evolutivos de cualquier sociedad tampoco a la que protagoniza Argantonio puede otorgársele mucha más verosimilitud. La mención de este rey por el historiador Herodoto se pone en relación con los contactos de comerciantes samios y foceos con Tarteso, que parecen que inician una nueva coyuntura en el mercado internacional de los metales del suroeste peninsular. En los últimos decenios del siglo VII a. C. se inician los contactos directos, que se desarrollan a los largo del VI. Se produce entonces un incremento espectacular del volumen de importaciones griegas, con Huelva como centro principal, que empiezan a disminuir a mediados de siglo para cesar a partir de 530-520 a. C. Como en el caso del comercio fenicio, las mercancías griegas son manufacturas de lujo destinadas a la aristocracia indígena a cambio de los preciados metales del área. La pr etendida “realeza” tartésica ha adolecido de una sorprendente falta de rigor metodológico. Frente a la existencia de un poder centralizado de tipo monárquico, fundamentado en estructuras de tipo estatal, a lo sumo sólo puede suponerse alguna forma de concentración de poder personal. Habría más bien que hablar de “jefaturas complejas”.
Se trata de personajes destacados de las aristocracias locales por los beneficios derivados del comercio colonial, que dominan sobre una sociedad todavía cohesionada por lazos de parentesco pero con desigualdades entre los miembros de un mismo grupo familiar o entre los distintos linajes. Podría suponerse el reconocimiento por estos caudillos locales de la autoridad de un jefe común, con mayores prerrogativas personales, pero sin poder absoluto. Los griegos lo denominarían simbólicamente como Argantonio, el “hombre de la plata”, con un largo reinado de ochenta años, que se corresponde curiosamente con el espacio de tiempo durante el que prosperan las actividades comerciales griegas en el suroeste peninsular. No existe, pues un reino centralizado, sino una pluralidad de territorios sin unificación desde el punto de vista político. A la ausencia de un reino, corresponde la ausencia de una capitalidad. Probablemente nunca se ha buscado nada tan desesperadamente como Tartessós, la ciudad cuya topografía Avieno parece describir con tanta exactitud. Jerez, Cádiz, Huelva, Sevilla, entre otras muchas opciones, han concentrado, con motivos más o menos sólidos, la atención de los investigadores. La ciudad de Tarteso no pasa de ser una entelequia, imaginada en el oriente griego, para definir un espacio geográfico donde durante un tiempo era posible cerrar pingües negocios. Que estos negocios estuvieran supeditados en gran parte al control fenicio explica la identidad de Tarteso con Cádiz, la ciudad fenicia por excelencia, que el propio Avieno, en uno de los pasajes de la Ora acepta. Pero Tarteso no puede considerarse otra cosa que una fase en la evolución de las culturas indígenas del suroeste peninsular, desencadenada como consecuencia del impacto colonial de procedencia oriental y, en consecuencia, denominada como “Orientalizante”.
La casi absoluta ignorancia sobre el panteón, las prácticas culturales y los rituales funerarios indígenas anteriores a la presencia f enicia es un gran obstáculo para decidir sobre las expresiones religiosas tartésicas de la fase “orientalizante”, que necrópolis y
hallazgos materiales nos documentan. La impronta claramente fenicia de todas estas manifestaciones señala hacia una asimilación de ideas religiosas y divinidades semitas por parte de las poblaciones indígenas o a la expresión de una religiosidad propia con lenguaje estrictamente fenicio. Los numerosos centros de culto fenicios de la costa pero también otros muchos dispersos por territorio tartésico hubieron de influir en los
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sentimientos religiosos indígenas y explican la proliferación de una imaginería de origen oriental, como las representaciones de Astarté o las abundantes figurillas masculinas de bronce, que parecen representar a un Smiting God , un dios que fulmina, muy extendido en ambientes sirio-chipriotas.
5. El colapso del mundo tartésico La bien trabada historia de una Tarteso articulada en una monarquía centralizada, enriquecida con el comercio exterior y capaz de desarrollar la primera civilización urbana de Europa, ha cedido a una casi total deshistorización, donde apenas si quedan unas cuantas piezas sueltas de un puzle, incapaces de transmitir una imagen coherente. Y esta desesperanzadora impresión aun la subraya la oscuridad en la que se sumerge el mundo tartésico hasta difuminarse y desaparecer. La historia tradicional exigía un final dramático y por ello una destrucción de Tarteso debida a agentes externos. Las supuestas pretensiones imperialistas cartaginesas en reñida competencia con el libre comercio griego y el filohelenismo tartésico eran motivos suficientes para impulsar a Cartago a destruir la ciudad y con ello precipitar la ruina del reino. Más verosimilitud merecen los motivos que apuntan a factores internos de índole socio-económica. A partir de mediados del siglo VI la economía tartésica acusó una recesión importante. La producción minero-metalúrgica había sido uno de los principales soportes de la economía tartésica. Y precisamente en este sector la arqueología pone de manifiesto una crisis, de la que parecen suficientes indicios el descenso de las labores de extracción de Río Tinto, con sus correspondientes efectos en los centros redistribuidores de mineral, y el práctico cese de las importaciones de cerámica griega en Huelva. Parece revelador en este sentido que también por las mismas fechas se produzca en las colonias fenicias occidentales, como hemos visto, una reorganización de los patrones de asentamiento acompañada de una reorientación en las actividades económicas, más atentas a la explotación de los recursos marinos que al comercio minero. Las aristocracias indígenas orientalizantes fundamentaban su poder y prestigio en la relación comercial con los fenicios basada en el tráfico de metales, la crisis del sector y la reorientación económica fenicia en la Península hacia otras actividades no podrían dejar de afectar a los fundamentos de su posición preeminente. Frente a un sector minero hiperdesarrollado como consecuencia de los intercambios coloniales, renace la tradicional economía agropecuaria, donde esa aristocracia orientalizante en decadencia termina desapareciendo en el marco de una reestructuración de la economía, que repercute, ciertamente de forma aun no suficientemente clara, en las relaciones sociales. La propia Tarteso, como denominación de una etapa de la evolución de las culturas indígenas del Suroeste, llega a su ocaso, mientras se inicia sin solución de continuidad una nueva etapa, la turdetana, que sólo termina con la incorporación de la región al mundo romano en un largo proceso que se encontraba definitivamente cumplido hacia el cambio de era.
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Tema 2: La Colonización Fenicia 1. El Problema de la Etnogénesis: Los Factores Externos. Con la presencia de colonizadores fenicios en las costas meridionales de la Península se considera tradicionalmente concluida la Prehistoria y comienza un período de transición que lleva a las sociedades peninsulares a la Historia propiamente dicha. Se trata de un proceso lento cuya característica esencial es la modificación de los sistemas de organización simples de las comunidades indígenas por sociedades complejas y articuladas basadas en la división en clases y en la creación y desarrollo de instituciones de carácter estatal. El criterio lógicamente es poco satisfactorio y muy impreciso si tenemos en cuenta la diversidad de situaciones existentes en la Península, que se hace aún más patente por la distinta incidencia de estímulos procedentes del exterior en estas sociedades y por el grado de intensidad de la respuesta, que contribuye a ahondar las diferencias entre las regiones. La presencia de elementos continentales del otro lado de los Pirineos, que podemos caracterizar como indoeuropeos, todavía se produce, como hemos visto, en tiempos prehistóricos. Aunque desencadenantes en la Península de procesos de desarrollo y complejización social, se trata sólo de elementos materiales, sin rastros de documentación escrita, procedentes de sociedades que tampoco han atravesado aún el umbral de la Historia y todavía incluidos en el horizonte cultural de la Edad del Bronce. En radios y con intensidad distintas las influencias de estos factores tan diferentes, al incidir sobre las también distintas y diferenciadas tradiciones regionales, irán configurando las comunidades de época prerromana, en suma, las sociedades protohistóricas peninsulares. Hay que subrayar que estos estímulos, con ser determinantes, no explican por sí solos el proceso de etnogénesis de las comunidades peninsulares. Las teorías invasionistas o las más moderadas difusionistas, atribuían cualquier desarrollo experimentado por comunidades simples a las influencias y préstamos o, todavía más, a la directa acción de sociedades más evolucionadas. El evolucionismo o autoctonismo, por el contrario, trataba de minimizar los aportes externos para atribuir a la capacidad interna de evolución de una comunidad dad los procesos de desarrollo social y cultural. No cabe duda de que el proceso de desarrollo de las primeras formaciones sociales complejas peninsulares es inseparable de los estímulos proporcionados por la llegada de colonizadores del Mediterráneo oriental, de los que los fenicios son los primeros en el tiempo. Y por ellos se justifica que el análisis de la Protohistoria hispana comience con la consideración del papel que representan los fenicios en la península Ibérica.
2. Los fenicios: el nombre, historia, organización política y económica. La historia de los fenicios es problemática excepto en uno de sus aspectos, sin duda, el más relevante para la historia del Mediterráneo antiguo: su contribución de uno u otro modo a la configuración cultural de las civilizaciones instaladas en sus orillas. o
El Nombre.
Un primer rango peculiar que define a los fenicios es paradójicamente su propia indefinición: nunca se reconocieron por ese nombre, ni tuvieron conciencia de pueblo o
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nacionalidad. Los griegos llamaban phoínikes a los habitantes de las ciudades costeras del actual Líbano, con un nombre derivado del color purpura de una de sus producciones artesanales más famosas. El calificativo de “hombres de la purpura” fue aceptado por la mayoría de las ciudades fenicias y pasó al latín con la variante del púnico. Fenicios y púnicos serian por tanto la
denominación de una misma etnia, que aun se complica con un tercer término, el de cananeo, aplicado al área cultural más extensa a la que pertenece la región costera libanesa. Una convención generalmente aceptada restringe el termino fenicio a los habitantes de las ciudades comerciales de la costa levantina a partir de las ultimas centurias del II milenio, frente al de cananeo, que los definiría en tiempos precedentes, a lo largo de la Edad del Bronce. Y por lo que respecta a púnico se utiliza para designar a los fenicios de las colonias occidentales del Mediterráneo y, en especial, a los cartagineses. o
Historia.
La historia fenicia comienza en los finales del II Milenio, cuando las convulsiones ocasionadas en el Mediterráneo oriental por los desconocidos Pueblos del Mar y en especial la desaparición de las grandes estructuras políticas que dominaban la zona permitieron a los habitantes de las ciudades costeras levantinas, pertenecientes al ámbito cultural cananeo, en una época de precariedades y carencias, sus empresas comerciales por el mar. De estas ciudades destacó hacia el cambio de milenio Tiro, cuyo rey Hiram pudo firmar incluso un tratado de cooperación comercial con el propio rey Salomón, a quien proporcionó materiales y artesanos para la construcción del gran templo de Jerusalén. La expansión comercial fenicia se materializó en la fundación de buen número de establecimientos, factorías y nuevas ciudades, en el Mediterráneo central y occidental, en el norte de África, o Gadir en el sur de España. Pero muy pronto el resurgir de los imperialismos en el Próximo Oriente y, en especial, de los asirios, puso un freno a la independencia de las ciudades fenicias, que sometidas al nuevo dominador, trataron de mantener una precaria independencia a costa de tributos cada vez mas onerosos. La creciente presión asiria durante la segunda mitad del siglo VIII, mermó la independencia de Fenicia y colapsó en parte la fluidez de sus redes comerciales en el Mediterráneo occidental. Las ciudades fenicias experimentaron en los siglos V y IV un renacimiento económico bajo el imperio persa, y con Alejandro Magno se integraron en el mundo helenístico hasta su absorción por Roma. o
Organización política y economía.
Fenicia no tuvo nunca existencia como nación. Las ciudades-estado eran independientes y gobernadas por monarquías hereditarias, que asumían el ejercicio del sacerdocio supremo, al estilo de las monarquías sagradas orientales. Al lado del rey, destacaba una pujante aristocracia empresarial y comercial, cuyo poder económico ejercía una notable influencia en la gestión de gobierno a través de organismos representativos, dependientes del rey, y de instituciones colectivas, consultivas y asesoras del monarca, que representaban a la comunidad ciudadana mediante algún tipo de elección popular.
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3. Los Orígenes de la Colonización fenicia en la Península Ibérica: la precolonización, rutas y móviles. No es posible determinar las causas y el desarrollo de la expansión ultramarina ni establecer precisiones sobre la cronología de los viajes fenicios hacia el sur de la península Ibérica por falta de testimonios fidedignos. Aunque la tradición literaria remonta la fundación de Gadir a finales del siglo XII a.C. No obstante, se han tratado de acercar ambas fechas con la suposición de empresas esporádicas de exploración anteriores a la cronología que cuenta con confirmación arqueológica. Se acepta así la existencia de una fase Precolonial, en la que las navegaciones de tanteo habrían precedido al establecimiento de asentamientos permanentes. o
La Precolonización.
No se trata tanto de dos fases sucesivas, sino de dos modalidades distintas de relación, incluso realizadas por los mismos agentes y mediatizados por las condiciones en las que se realizaban los intercambios, condiciones, a su vez, determinadas por las características de las sociedades con las que los comerciantes entraban en contacto. Sólo cuando en el seno de las comunidades indígenas la evolución social había alcanzado un cierto grado de complejidad que permitiera una coexistencia, se producía la posibilidad de que los fenicios se establecieron como colonizadores, con la erección de un núcleo urbano de mayor o menor entidad. Pero es cierto que en buen número de espacios, en los que el comentario fenicio se manifestó activo, no llego a despertarse la necesidad de establecer una relación estrecha con las poblaciones locales, limitándose al interés por los productos comerciales susceptibles de ser captados. Es así posible suponer en el sur de la Península una primera fase de contactos precoloniales, incluso indirectamente testimoniados por datos arqueológicos. Tales serian el depósito de bronce hallado en la ría de Huelva, con elementos de procedencia oriental, o las estelas decoradas con armas y objetos, también de posible procedencia oriental, dispersas por el Suroeste, que se remontan, al menos, al siglo IX a.C. No es posible establecer el momento en el que se producen los primeros contactos entre los fenicios y la población indígena del sur de la Península. El largo periodo de tiempo que discurre entre el 1100 y el 800 podría considerarse una etapa de transición entre la llegada de los primeros comerciantes, todavía sin asentamientos permanentes, y la fundación de los núcleos estables de población que documenta la arqueología a partir del 800. Así los relatos sobre la fundación de Gadir , transmitidos por distintos autores antiguos aunque no tengan valor de testimonio concreto en cuanto a la fecha del primer establecimiento urbano en la Península, sirven de referencia sobre la antigüedad de la presencia fenicia en el extremo Occidente y reflejan las condiciones en las que pudo producirse el proceso. o
Rutas y móviles.
Si las fuentes históricas referentes a los comienzos de la empresa comercial fenicia no pueden verificarse, existen testimonios de su existencia en Creta ya en el siglo XI y un siglo después en el Mediterráneo centra, en Cerdeña. Fue probablemente este el camino que trajo a los fenicios a la Península siguiendo rutas que ya se practicaban durante el bronce Final y que unían el Mediterráneo central con las costas atlánticas a través del estrecho de Gibraltar y de las costas
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meridionales peninsulares. La rentabilidad de los intercambios con comunidades dotadas de importantes recursos fue el estimulo que atrajo a navegantes mediterráneos de distinto origen hacia las costas del extremo Occidente. Se ha señalado la peculiar situación política de las ciudades fenicias como uno de los móviles que fomentaron la intensificación de los viajes al extremo Occidente. Ante las crecientes exigencias de metales por parte de Asiria, los fenicios se convirtieron en sus principales suministradores y para ello hubieron de ampliar su actividad comercial, cuyo ritmo e intensidad se aceleró a partir del siglo IX, cuando comenzó a aumentar la presión asiria. Las empresas fundacionales fenicias debieron organizarse desde las instancias administrativas de las metrópolis y dirigidas por su aristocracia, que buscó en el comercio el medio de conquistar un espacio personal de decisión que se le negaba en la metrópoli. Este carácter aristocrático parece atestiguarlo en la Península el culto a Melqart. La fundación de santuarios y templos dedicados a esta divinidad, cerca de los centros de aprovisionamiento indígenas, parecen ser el primer paso en el posterior desarrollo de las concentraciones urbanas. Así lo prueba la propia Gadir , nacida en torno a un santuario de Melqart, que gozaría de un gran prestigio hasta época imperial romana.
4. El desarrollo de la colonización. Fue Cádiz el establecimiento más antiguo, hay que suponer que desempeñó un papel activo en la organización de la posterior empresa colonial, que se extendió en una primera fase, a partir del siglo IX, por las costas de Cádiz, Málaga, Granada y Almería, para desbordar desde mediados del siglo VII este horizonte hacia el litoral levantino y, en sentido opuesto, por el Atlántico, hasta la desembocadura del Mondego. Tras una fase de exploraciones, de duración imprecisa, navegantes tirios erigieron un santuario en Melqart en la punta de la península por donde se extiende la actual Cádiz, que, convertido en centro económico regulador de los intercambios, daría origen a la colonia. Las sensibles variaciones que ha sufrido la topografía de la bah ía y la dificultad de excavación de un hábitat continuado como el de Cádiz ha impedido hasta hoy asegurar el emplazamiento exacto del primitivo núcleo urbano, que se suele localizar en el casco antiguo de la ciudad. La arqueología documenta un buen número de asentamientos fenicios, escalonados a lo largo del litoral mediterráneo andaluz entre el Estrecho y Almería. La mayor parte se fecha en los siglos VIII-VII y son los principales, de oeste a este, el Cerro del Prado, en la bahía de Algeciras; la colina de Villar, en la desembocadura del Guadalhorce; la propia Málaga, Toscanos, a orillas del ríos Vélez; Morro de Mezquitilla y Chorreras sobre el Algarrobo; Almuñécar; en el estuario de los ríos Seco y Verde, y Adra, las más oriental. Sólo de estas dos últimas, además de Málaga conocemos sus antiguos nombres, Sexi y Abdera, respectivamente. Paralelamente a la fundación de estos núcleos permanentes o incluso en ocasiones en fechas anteriores, los fenicios exploraron otros espacios, que, por el carácter del contacto o por insuficiencia de testimonios arqueológicos, conocemos más deficientemente. Los fenicios accedieron al litoral atlántico de Portugal, donde establecieron colonias al menos desde la mitad del siglo VII, que irradiaron sobre el mundo indígena circundante los rasgos orientalizantes de su cultura. Desde emporios o puntos de contacto concretos, como Tavira, Lagos o el estuario del Tajo, los fenicios captaban los recursos del interior. Frente a la colonización meridional, el comercio atlántico era esencialmente transportista y necesitaba por tanto de la mediación indígena en la explotación de los recursos naturales, que cambiaban por cerámica, utensilios de bronce, sal, aceite, vino, perfumes y marfiles.
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En las costas levantinas peninsulares son numerosos los hallazgos fenicios, de Murcia al golfo de Lyon. Es cierto que al norte de la desembocadura del Segura probablemente no se pueden esperar factorías permanentes, pero es indudable la existencia de relaciones comerciales entre los mercaderes y los nativos, en las que las propias comunidades indígenas actuaban de intermediarios. Durante el siglo VII, los fenicios se establecieron también en Ibiza. Frente a la idea generalizada de una originaria colonización cartaginesa, no hay duda de que los primeros colonos procedían del Estrecho.
5. Sus exponentes culturales. Más información tenemos sobre la cultura fenicia, gracias a los miles de objetos de su comercio dispersos por todo el Mediterráneo. Sus caracteres fundamentales son el sentido práctico, la sencillez del lenguaje artístico y su avanzada tecnología, acordes con el destino de los productos artesanales. La eficacia prima sobre la originalidad y por ello se prefiere el objeto de lujo, en el que la perfección y el gusto artísticos se sacrifican al éxito comercial mediante la adopción de estilos e iconografías eclécticos, universalmente comprendidos y aceptados. La gran contribución fenicia a la Historia de la Cultura está sin duda en la amplia difusión por los países ribereños del Mediterráneo de un lenguaje expresivo, sencillo y fácil de adoptar y reinterpretar por distintos gustos, cuyo resultado más evidente es la formación de una koiné o comunidad cultural definida como orientalizante . Habría que destacar como la más importante aportación de los fenicios a la cultura universal la difusión del alfabeto, un vehículo sencillo de expresión escrita, en principio destinado a facilitar la comunicación, como apoyo a las operaciones comerciales. El destino comercial de la producción artesanal fenicia explica dos de sus principales caracteres: la especialización en objetos de lujo, fáciles de transportar y susceptibles de una mayor ganancia, y el desarrollo de técnicas artesanales destinadas a rebajar los costos de producción. Fue la industria textil y tintorera su más preciada mercancía, pero sus habilidades artesanales también se volcaron en otras materias, como el vidrio, la cerámica, el metal y el marfil. Es la cerámica el elemento más abundante de la presencia fenicia. Destaca en especial la de barniz rojo, con formas-guía como platos, lucernas de uno o dos picos y jarras de boca de seta o trilobuladas. Otros recipientes, como ollas y ánforas, son policromos, con franjas anchas de pintura marrón rojiza, que se alternan con líneas estrechas más oscuras. Los objetos metálicos son en su mayoría de bronce y no falta la orfebrería en plata y oro en forma de colgantes, anillos, pendientes y collares. Por último, hay que mencionar los hallazgos de pasta vítrea, algunas piezas de marfil y los característicos huevos de avestruz, utilizados en los ritos funerarios.
6. Aspectos económicos. El acceso hacia las riquezas del interior se vio favorecido por los cursos fluviales y, en especial, el Guadalquivir. En la depresión del valle se asentaban buen número de poblados, concentrados en la vertiente oriental del Aljarafe que mantuvieron intensas relaciones con los colonizadores. Siguiendo el curso del Guadalquivir se abría la ruta hacia la Alta Andalucía con los centros mineros de la zona de Castulo también abiertos al comercio fenicio, lo mismo que en el interior occidental de Extremadura, donde es evidente la influencia fenicia desde finales del siglo VIII. Los enclaves costeros de Málaga, Granada y Almería obtenían metal que se elaboraba en los propios centros fenicios, como prueban las escorias del hierro de Morro de Mezquitilla y Toscanos. El comercio fenicio extendió sus redes por el sureste
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peninsular, introduciendo en el mundo indígena elementos materiales y de cultura desde fecha muy temprana. La explotación de las minas se realizaba con mano de obra indígena. La fuerza de trabajo era esencialmente local, aunque las técnicas e instrumentos contaran con innovaciones y mejoras traídas por los colonizadores. Desde los centros de captación, donde los fenicios participaban en distinta medida en el control de producción, el mineral era canalizado hacia los grandes centros de comercialización. En Huelva, los fenicios hubieron de mezclarse con las aristocracias locales, en las que recaían los beneficios fundamentales del tráfico con el mineral, con el consiguiente proceso de aculturación, origen del fenómeno orientalizante. Cádiz, por su parte contaba con sus propios sistemas de suministros, cerrados al entorno indígena, con un modelo económico y social radicalmente diferente. Si el comercio fue el sector más dinámico de la economía fenicia, se desarrollo paralelamente en el ámbito colonial un floreciente artesanado. Las manufacturas, que en principio procedían de Oriente, comenzaron a ser fabricadas por artesanos en las propias colonias. En el sector minero-metalúrgico, el metal bruto se elaboraba para posteriormente comercializarlo entre los propios indígenas o expórtalo a los mercados orientales. Aunque la obtención de metal, su elaboración y su comercio constituyeron la primera razón para el establecimiento de los fenicios en la Península, pronto comenzaron a diversificar sus actividades económicas. Su instalación en establecimientos permanentes no sólo les obligó a la producción de bienes alimenticos, sino también impulsó la explotación de otros recursos, que permitieran reproducir en Occidente las formas de vida de sus lugares de origen. Entre los más antiguos hay que señalar las industrias de salazón y, los recursos procedentes del mar. Precisamente del mar procedía la materia prima de una de las industrias fenicias más apreciadas: los tejidos teñidos de purpura. Aunque menos abundante y con una materia prima importada del norte de África, también el marfil constituyó un objeto de la artesanía fenicia, cuyos objetos, distribuidos en el mundo indígena, contribuyeron con sus decoraciones a moldear el gusto artístico autóctono que tiene su expresión en el Orientalizante. Objetos de bronce y joyas, perfumes, telas tintadas, marfiles y artículos alimenticios y transporte, constituyeron los principales artículos del comercio fenicio en Occidente. Fueron las elites indígenas los principales receptores de estos productos, que obtenían de los fenicios a cambio de metales, excedentes agropecuarios y quizás esclavos. Estos grupos privilegiados autóctonos entregaban a los fenicios su base social como fuerza de trabajo para adquirir como contrapartida la posición de aristocracia orientalizante. Conocemos poco del interior de estos establecimientos. Pero se deduce una actividad agraria destinada en un principio al autoabastecimiento, unida a faenas pesqueras. Se supone que cada unidad familiar tendría una parcela de tierras de cultivo no sólo para garantizar su subsistencia sino para la obtención de excedentes destinados al mercado o a la exportación. La intensificación de los sectores económicos potenciaría la aparición de otros nuevos, con el correspondiente desarrollo de otras profesiones, que produjeron una articulación cada vez más compleja del tejido laboral y social, en los que hay que incluir a los indígenas sometidos a dependencia. En el desarrollo de las colonias fenicias de Occidente se produjo al parecer hacia mediados del siglo VII un aumento demográfico, visible no sólo en el desbordamiento de los viejos núcleos urbanos sino en las fundaciones de nueva planta. Las devastaciones del territorio empujaron a gentes de diferentes áreas de Levante, tradicionalmente dedicadas a actividades agrarias, a dirigirse hacia Occidente. Se trata de núcleos, emplazados en cuencas fluviales, desde los que se lleva a cabo una explotación sistemática del territorio. Se supone que el excedente de producción agrícola se destinaba al comercio.
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Es muy importante señalar la presencia de colonizadores agrícolas no ya en las colonias antiguas o nuevas sino en el interior del territorio, integrados en comunidades autóctonas o establecidas en núcleos de explotación agrícola en áreas no ocupadas por indígenas.
7. La sociedad y la religión de los colonos fenicios. En las colonias fenicias peninsulares se reprodujo la compleja articulación social importada de Levante. Los fenicios coloniales no desarrollaron formas monárquicas de organización política, pero fue esencial el papel de la aristocracia, que actuó como motor de la colonización. En los distintos establecimientos, fue desarrollándose una sociedad compleja, constituida por contingentes fenicios de distintas procedencias, que pronto entró en un dinamismo diferente al oriental por la incorporación de elementos nativos. Por estas razones, los establecimientos coloniales carecieron de homogeneidad funcional, con núcleos de habitación, elementos materiales y actividades económicas diferentes, consecuencia tanto de la composición demográfica de la población como de la intensidad de interrelación con el mundo indígena. En el poblamiento fenicio peninsular se produjo en el siglo VI un complejo proceso de cambio, que ha sido etiquetado como “crisis” y del que no es posible determinar con
seguridad ni su alcance ni sus características. Su más evidente consecuencia fue una importante reordenación del poblamiento. Muchas pequeñas factorías se abandonaron y la población se concentro en los grandes centros urbanos que experimentaron un importante crecimiento. Esta reestructuración del modelo de implantación colonial se ha puesto con la situación política y económica del mundo fenicio oriental. La inestabilidad en Oriente habría afectado negativamente a las relaciones comerciales con Occidente, donde a partir de ahora se reforzaría la presencia griega y, sobre todo, la influencia de la más importante ciudad fenicia de Occidente, Cartago. No ha podido ser demostrada la relación causa-efecto entre la coyuntura política de Fenicia y los cambios en Occidente, pero es cierto que en esta época se produce un proceso de reorganización del hábitat fenicio en la Península. Mientras cede en importancia el sector minero-metalúrgico, se intensifica la explotación de los recursos marinos, que fomenta en distintos puntos del litoral atlántico una importante industria conservera. Las industrias de salazón de pescado y salsa no sólo incrementan la actividad pesquera sino otros sectores como las salinas o la producción de cerámica, necesaria para el transporte. Paralelamente a esta concentración del hábitat fenicio peninsular se detecta también una reorganización del poblamiento en el interior del territorio. Es contable la desaparición de los pequeños núcleo indígenas y la concentración de la población en grandes ciudades. Se trata del proceso de transformación que lleva del mundo tartésico al turdetano. Un conjunto de circunstancias coincidentes serán las responsables de la llamada “crisis” del siglo VI. Entre ellas, tienen una especial relevancia las economías: a lo
largo del siglo se constata un decrecimiento de la productividad en las minas del Suroeste, que habían fundamentado la prosperidad del sistema tartésico. La crisis económica, repercute en el mundo indígena propiciando un cambio político y social sobre el que surgirá el mundo turdetano. Pero también las relaciones en el Mediterráneo occidental cobran un nuevo dinamismo con la consolidación de la expansión colonial griega y el surgimiento como potencia marítima de Cartago. Más allá de las empresas comerciales, la significación y las repercusiones de la presencia fenica en el mundo indígena peninsular rebasaron los límites del espacio colonial. Como consecuencia de los contactos directos o indirectos con la población autóctona, se produjo un proceso de aculturación que, desarrollado a lo largo del tiempo, significo la aceptación por parte de los indígenas de rasgos culturales
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orientales, que afectaron no solo a los aspectos económicos o puramente materiales sino también a los sociales y espirituales. Las poblaciones sobre las que extendieron su influencia desarrollaron un conjunto de rasgos culturales que se conocen como “orientalizantes”.
El papel desempeñado por las aristocracias indígenas, que aprovecharon su posición social para acumular riquezas y consolidar con ellas sus posiciones políticas, favoreció la aparición de nuevas relaciones de dependencia, que afectaron a la estructura política, social y economía de las regiones del interior, dando lugar al nacimiento de la ciudad, bajo nuevos modos de organización y articulación del territorio. La imitación de las técnicas de metalistería y orfebrería, que los artesanos fenicios utilizaba en la elaboración de objetos de prestigio dirigidos a las aristocracias indígenas, fomentaron el desarrollo de una producción autóctona de alta calidad. Pero también la introducción de otras técnicas como el uso del torno contribuyó a una sustancial mejora de las condiciones de vida de las poblaciones indígenas. El impacto cultural fenicio también alcanzó al ámbito de las creencias, aunque es difícil determinar el alcance y las repercusiones concretas de las influencias orientales en el mundo indígena. De las divinidades fenicias destacaba Melqart. Otros dioses presentes en el espacio colonial eran Baal Hamón, Baal Safón, Bes y Resef. Las representaciones de estas divinidades en ambientes indígenas no sabemos hasta qué punto obedecen a una permeabilización de las creencias orientales en el mundo autóctono o a la simple expresión del propio universo espiritual con un lenguaje ajeno prestado por los colonizadores, sin cambios apreciables en los sistemas religiosos tradicionales. Una mención especial merece los santuarios y lugares sagrados. Además de los abundantes santuarios costeros, dedicados a divinidades cuyos nombres permanecían todavía en época romana en accidentes geográficos llama la atención la proliferación de espacios sagrados fenicios en el interior. Erigidos en lugares de producción minera o de concentración comercial, no sabemos si se trataba de santuarios de uso exclusivo para los colonos fenicios allí instalados o si, como parece más probable, estuvieran abiertos a la población indígena.
6. El Impacto de los pueblos colonizadores. La presencia de colonizadores fenicios desde comienzo del siglo VIII a. C. y las relaciones comerciales que establecen con estas comunidades indígenas se considera los impulsores de un desarrollo que encuentra su culminación en la fase etiquetada como “orientalizante”, un término acuñado por la investigación en los años sesenta.
Para asegurar sus empresas comerciales los fenicios se valieron de pequeñas factorías costeras, que terminaron cubriendo, entre los siglos VIII y VI, una amplia zona entre la desembocadura del Mondego en Portugal y el litoral alicantino. El temprano contacto de los colonos con la población indígena iniciaría un proceso de asimilación de los aspectos materiales, socio-económicos y culturales fenicios, responsables del fen ómeno “orientalizante” y de la propia concreción del concepto histórico de Tarteso. Tarteso no se comprende sin el contexto colonial, al que se subordina durante el llamado “Orientalizante”. A partir del siglo VIII a.C. contamos con más abundante documentación, aunque muy desigual. El término “Orientalizante”, al destacar los aspectos culturales que provienen del exterior, descuida los autóctonos, dando por supuesto que la cultura indígena, mediatizada por las influencias orientales, dando por supuesto que la cultura indígena, mediatizada por las influencias orientales, simplemente se convierte en imitadora, es decir “orientalizante”.
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Tema 3: Los Griegos en la Península Ibérica 1. Los griegos en el Mediterráneo: Precedentes. Si hacemos excepción de los dos establecimientos griegos de la costa gerundense bien conocidos gracias a amplios programas de excavación, los datos con que contamos sobre la colonización griega en la península Ibérica están aún muy lejos de poder ofrecer una visión suficientemente coherente. A ello contribuye la dificultad de interpretación de las fuentes literarias y la decepcionante, parcial y oscura documentación arqueológica, ofrecida, sobre todo, por cerámicas griegas de distintas procedencias en contextos de hallazgos muy dispares. Cerámicas micénicas de los siglos XIV y XIII permitirían incluir a la Península en una red de intercambios comerciales que en tan tempranas fechas ya habría conectado los dos extremos del Mediterráneo. No obstante, el colapso del mundo micénico y las conmociones que sufre el Mediterráneo oriental a partir del siglo XII interrumpen o frenan una comunicación que sólo se reanuda a través de la iniciativa fenicia. Puertos levantinos de Siria, Fenicia y Chipre se convierten a partir del siglo X en puntos de encuentro de intercambio comerciales, que incluyen mercancías griegas, procedentes de ambas orillas del Egeo, quizás llevadas por traficantes también de origen griego. Son los fenicios los primeros en aventurarse hacia los lejanos mercados de Occidente y también los primeros en documentar con testimonios arqueológicos su presencia en las costas del sur peninsular, como agentes de un comercio de redistribución, en el que no faltan cerámicas helenas. Una actividad directa griega sólo es posible fecharla a partir de la primera mitad del siglo VIII a. C. y tiene como destino la costa tirrena italiana, donde la atracción por los abundantes metales de territorio etrusco llevó a la fundación en el golfo de Nápoles de la primera colonia conocida en Occidente. Abiertas las rutas occidentales y conocidas las prometedoras posibilidades económicas de sus costas, las desfavorables condiciones políticas y socio-económicas en buen número de comunidades griegas desencadenaron el inicio de un intenso proceso colonizador, que durante los siguientes dos siglos salpicarían de ciudades griegas amplios territorios costeros del Mediterráneo y Mar Negro. Aunque la península Ibérica sólo mucho mas tarde entraría en este proceso de colonización, tradiciones antiguas griegas convirtieron sus tierras en destino de fantástico viajes de héroes legendarios, tal es el caso de Heracles, una de cuyas empresas ya se mencionó a propósito de Tarteso, o de alguno de los héroes del ciclo troyano, como el propio Ulises, Anfíloco o Teucro, que, establecidos en diversos lugares de Iberia, habrían dado sus nombres a pueblos y ciudades. En este ambiente de informaciones legendarias habría que incluir también el relato de Estrabón sobre la fundación de Rhode, en el golfo de Rosas, por colonos rodios, en fechas anteriores a la primera Olimpiada. La homofonía de Rosas con el nombre de la isla de Rodas se utilizo como único argumento para demostrar esta colonización, sin fundamento de peso alguno.
2. Los primero contactos históricos. Sólo a partir de la segunda mitad del siglo VIII a. C. comienza a detectarse arqueológicamente en suelo peninsular la presencia de objetos griegos, aunque no como consecuencia de una actividad directa de comerciantes helenos. Aunque pudiera suponerse una intervención esporádica de marinos de Eubea, Samos o Focea en el comercio occidental, en su inmensa mayoría se trata de objetos traídos
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por traficantes fenicios, utilizados, junto a manufacturas propias, en el comercio con las comunidades locales. Es hacia mediados del siglo VII se sitúa la referencia histórica más antigua sobre una presencia griega en la Península, no exenta aun de ciertos ribetes semilegendarios. La notica corresponde a Herodoto, que narra la aventura de Coleo de Samos, cuya nave, desviada de su rumbo a Egipto por un viento del Este, fue empujada más allá del Estrecho de Gibraltar hasta la lejana Tarteso, de donde regresó cargada de plata. Es de suponer que este viaje haya estado precedido de exploraciones y tanteos, aunque no ha dejado confirmación arqueológica, las abundantes cerámicas griegas de origen samio de finales de siglo y comienzos del VI, procedentes del yacimiento fenicio del Cerro del Villar, en la desembocadura del Guadalhorce, parecen indicar, al menos, el contexto en que podrían haberse desarrollado estas primeras navegaciones griegas a Iberia. Faltas de infraestructuras, las actividades comerciales samias o de otras ciudades jonias hubieron de apoyarse en las instalaciones portuarias fenicias que jalonaban la costa meridional de la península en la ruta hacia Tarteso.
3. Los focenses en el sur peninsular. El relato de Herodoto ejemplifica empresas de carácter individual, que se inscriben más en los viejos sistemas de intercambio aristocrático que en autenticas prácticas comerciales. El interés de las ciudades jonias por la búsqueda de materias primas y en concreto por los metales del lejano Occidente en un sistema de relación comercial orientada a la obtención de beneficios económicos, mediante la captación de mercados estables, lo protagonizan comerciantes foceos. Según la descripción del propio Herodoto, los foceos desde el último cuarto del siglo VII a. C. comerciaban regularmente con Tarteso, con cuyo rey Argantonio estrecharon lazos de amistad. Conocida por Argantonio la amenaza persa que pesaba sobre la ciudad jonia, les ofreció instalarlos en su reino, ofrecimiento que los foceos declinaron a cambio de plata, con la que edificaron nuevas murallas para protegerse del enemigo. En el relato de Herodoto, que todavía recurre a las relaciones personales como fundamento del comercio foceo, puede rechazarse como legendaria la figura de Argantonio, el longevo monarca filoheleno, que personaliza el largo periodo de tráfico comercial griego con Tarteso, sin referencia a la realidad histórica. De los centros costeros que recibieron mercancías griegas, posiblemente el que haya jugado el papel más importante es Huelva. En este centro portuario tartésico se concentraba gran parte del mineral de plata que se intercambiaba con los mercaderes fenicios. Y fue sobre todo a este mercado donde acudieron los foceos en busca del preciado metal. La constante amenaza lidia era especialmente angustiosa para Focea, ahogada en un exiguo territorio, y sirvió probablemente como estimulante para intentar arriesgadas pero rentables empresas económicas en ultramar. La búsqueda de metales les llevó hasta Tarteso por una ruta que costeaba el sur del Mediterráneo y que tenía como centro neurálgico el puerto egipcio de Naukratis. Pero la rentabilidad del comercio con el suroeste peninsular no fue obstáculo para que la oligarquía focea tratara de diversificar riegos acercándose también al comercio centroeuropeo. Los intereses foceos se extendieron así también por el Mediterráneo central, el Adriático y el golfo de Lyon. Pero en el Suroeste, las relaciones griegas no pasaron de una fase comercial Precolonial, que no evolucionó, como en otros puntos del Mediterráneo, hacia la fundación de nuevas ciudades. Es cierto que los azares de la Arqueología pueden deparar sorpresas, pero por el momento hay que negar la existencia de cualquier apoikía o emporion de fundación griega. El comercio griego, foceo pero también samio y de otros griegos orientales, se adaptó en el mundo tartésico a los esquemas económicos y comerciales existentes, ya desarrollados y establecidos por los fenicios.
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Por lo que respecta al comercio con Tarteso, ya se ha mencionado a Huelva como centro neurálgico, aunque también llegaba a otros puntos costeros y, probablemente a través de los propios indígenas o comerciantes fenicios y en cantidades limitadas, al interior. Las relaciones de intercambio con los jefes locales comenzarían con la arcaica formula aristocrática del intercambio de dones, como sugiere la presencia de objetos de lujo, bronces y cerámica. Durante la primera mitad del siglo VI, la actividad comercial focea mantuvo con Tarteso los rasgos aristocráticos que denuncia la exquisita calidad de las cerámicas, pero, a su lado, se detectan recipientes de peor calidad, que aumentan en número con el paso de los años y que denuncian la existencia de un comercio más estandarizado de objetos de masa. Se ha observado cómo desde comienzos del siglo VI a. C. decrecen las importaciones fenicias procedentes de Oriente, como consecuencia de factores. El declive de las importaciones fenicias orientales es paralelo al incremento de las griegas, que alcanzan un considerable volumen durante los tres primeros cuartos del siglo VI. No obstante, a partir del 546 a. C., fecha de la conquista de Focea por los persas, también el comercio foceo experimenta una occidentalización. Frente a los productos procedentes de Jonia se intensifican los manufacturados en el Mediterráneo central o en las colonias foceas de Occidente, sobre todo, Marsella. Disminuye la calidad y el volumen de los productos importados, que terminan por desaparecer del sur peninsular durante el último cuarto del siglo VI, precisamente en la época que ve el ocaso de la formación tartésica. Por unas u otras razones, la falta de rentabilidad del mercado tartésico dejó de interesar a los comerciantes griegos y fenicios, que desplazaron sus actividades al levante peninsular. A partir del siglo V, la comercialización de los productos griegos en la antigua Tartéside, donde ahora surge la cultura turdetana, se encuentra en manos de Cádiz, incluida en los nuevos circuitos económicos y comerciales controlados por Cartago. En correspondencia con el carácter del comercio griego en el suroeste peninsular, no cabe esperar una incidencia decisiva del factor heleno en la transformación de las estructuras socio-económicas del mundo tartésico. Los foceos se adaptaron a las exigencias y demandas del mercado, buscando en la interacción entre dos mundos y culturas tan diferentes, los rasgos coincidentes que les permitieran, con la utilización del lenguaje formal y simbólico tartésico, ofrecer productos atractivos para las indígenas y hacer así buenos negocios. El carácter de objetos de lujo de los productos griegos y su uso y circulación restringidos a la aristocracia, serian un obstáculo para la incorporación de elementos ideológicos griegos a la cultura tartésica.
4. La Colonización en las Costas Levantinas Hacia la misma época en que se iniciaban las relaciones comerciales con el sur tartésico, los focos comenzaron a frecuentar otra ruta que, a través del Mediterráneo central, alcanzaba la costa tirrena y las riberas del golfo de Lyon. En torno al 600 a.C. se fecha la fundación de Massalia llamada a convertirse en la colonia focea más importante de Occidente. Por la misma época se instala en la costa gerundense una pequeña factoría, un emporiom, como base de apoyo para el comercio con el levante peninsular. Será el origen de la más importante colonia griega en suelo peninsular, Emporion. Un poco más tarde, hacia el 560, surge Alalía, en la isla de Córcega. Fuera de Ampurias y de la vecina Rhode no está asegurada la existencia de ningún otro establecimiento griego en la Península. No obstante, los numerosos vestigios de procedencia griega en el levante peninsular son testimonio de una intensa actividad comercial. Pero además las fuentes literarias recuerdan lugares con nombre griego en el litoral mediterráneo peninsular y, en algún caso, incluso les atribuyen el carácter de verdaderas colonias. No existe confirmación arqueológica de estos supuestos
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establecimientos que pudieran ser localidades indígenas o accidentes geográficos con nombres helenizados, conocidos por los marinos griegos y utilizados como puntos de referencia o escalas de aguada en sus rutas comerciales. También en algún caso podría tratarse de asentamientos fenicios pero no faltan partidarios de considerarlos pequeños núcleos de población focea, asentados en las proximidades de territorios indígenas con recursos económicos atractivos para el comercio. No es muy diferente del comercio en el levante peninsular con el que se ha descrito a propósito de Tarteso. También en Levante se documenta una actividad comercial tanto fenicia como griega, en principio limitada al ámbito costero. En un principio, no se descarta que, hasta mediados del siglo VI, los productos griegos del litoral levantino, poco numerosos y concentrados en determinadas áreas hayan tenido como transportistas a los fenicios. Pero desde la segunda mitad del siglo el comercio adquirirá un tono predominante griego como consecuencia de una serie de factores coincidentes. Las ciudades jonias habían podido mantener su independencia entre intervenciones militares y contribuciones económicas, la derrota del último rey de Lidia, Creso, a manos del persa Ciro, obligaría a los griegos de la costa oriental egea a entrar en el ámbito de dominio persa. La mayor parte de las ciudades jonias aceptaron yugo, pero la población de Focea prefirió huir en masa para buscar nuevos asentamientos. Con ello comenzaría un masivo proceso de emigración, que se dirigió sobre todo número a las colonias jonias ya establecidas en el Mar Negro y Occidente. Un buen numero de exiliados opto por instalarse en la isla de Córcega, en la ciudad no mucho antes fundada Alalía. Alalía, estratégicamente situada en el Mediterráneo central frente a la costa tirrena de Italia, había prosperado como redistribuidor de productos orientales en los mercados de la vecina Etruria. Pero los recursos de la ciudad resultaron insuficientemente ante el incremento masivo de población ocasionado por la reciente llegada de huidos de Focea, que trato de paliarse con el viejo recurso de la piratería. Esta actividad terminó convirtiéndose en un peligro para la estabilidad de los intercambios en una zona tan crucial. No es extraño que se llegara a una coalición de los perjudicados, etruscos y cartagineses, que hacia el año 540, en la primera batalla naval que se recuerda en Occidente, trató de expulsar a los refugiados de Alalía. Un importante contingente recaló en la costa tirrena, donde fundó la ciudad de Elea. Otros muchos se dispersaron por las colonias jonias que salpicaban el Mediterráneo occidental y, entre ellas, Marsella y Ampurias. Tuvo una importante repercusión en el crecimiento económico de los puntos de acogida y, en concreto, de Ampurias. Por la misma época se estaban produciendo decisivos cambios en el sur peninsular, cuyos más evidentes resultados serian el ocaso de Tarteso y un redimensionamiento económico y ocupacional de las factorías fenicias de la costa meridional. La falta de interés por los recursos productivos de Tarteso o su supuesto agotamiento obligó a los comerciantes fenicios y griegos, avanzado el siglo Vi, a una reestructuración de sus estrategias comerciales. La retracción del tráfico griego en la zona de Huelva se corresponde con un incremento de la actividad comercial en la costa levantina y en la zona del Bajo Segura, puerta de acceso hacia los distritos mineros de la alta Andalucía. Un tercer factor a tener en cuenta es la creciente presencia de cartagineses en suelo peninsular a partir de la segunda mitad del siglo VI. Es evidente su participación activa en el proceso de transformación de las pequeñas factorías fenicias en auténticos núcleos urbanos. Su posterior entrada en el círculo comercial que Cartago dirige desde una posición hegemónica no podía dejar de afectar al desarrollo de la presencia griega en ámbito peninsular. Así y como consecuencia de todos estos factores, la ciudad de Ampurias se convertirá desde finales del siglo VI en el centro de la actividad económica griega, con una extensión de sus intereses no sólo a las zonas costeras sino también al interior de la Península.
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5. La Colonia de Ampurias y Rhode A comienzos del siglo VI a. C. se instaló una pequeña factoría de foceos en un islote de la costa del Ampurdam. Su fundación habría que relacionarla con el fortalecimiento de una ruta marítima de cabotaje entre Marsella y Tarteso, que parece atestiguar el periplo contenido en la Ora marítima de Avieno. La asiduidad de transito y la necesidad de contar con enclaves que pudieran utilizarse como puntos de parada y aguada llevó a la búsqueda de lugares idóneos. Así ocurrió en Emporión. El lugar del primitivo emplazamiento de la colonia de San Martin de Ampurias, una isla hoy unida a tierra firme, había estado ocupado por una comunidad indígena, allí establecida desde el siglo XII, que fabricaba cerámicas a mano según la tradición de los Campos de Urnas. Se sabe muy poco de la vida de este emporion en sus primeros años, aunque apenas debió representar otra cosa que un punto de escala y aguada, con funciones comerciales limitadas. La voluntad de crear un establecimiento permanente no muy lejos de Marsella parece indicar también la intención de controlar la explotación de los recursos de un amplio territorio, extendido entre el Golfo de Lyon y el Ampurdán, rico en disponibilidades de metales y productos agrícolas y conectados por vías terrestres internas. En todo caso, durante la primera mitad del siglo VI, los restos de cerámica griega, hallados en Ampurias y fabricados en la Grecia oriental, apenas penetran en territorio catalán, lo que indica un radio de acción comercial muy reducido. A mediados de siglo VI la colonia había crecido hasta el punto de resultar insuficiente el estrecho marco insular de su primitiva ubicación. El islote, en su papel de palaiópolis o “ciudad vieja”, quedo reservado a los lugares sagrados, y la población, seguramente aumentada con la presencia de inmigrantes huidos de la invasión persa, se trasladó a tierra firme, a la autentica ciudad o neápolis. La “ciudad nueva” fue rodeada de murallas, por tres de sus lados y dotada de todos los elementos típicos de una polis; fuera del recinto se erigió un santuario, en cuyos alrededores tendrían lugar los intercambios con los indígenas, que mantuvieron su viejo poblado, Indiké, junto a la colonia, como núcleo de población distinto. El colapso de Tarteso y la interrupción de relaciones con el Oriente griego dieron un fuerte impulso al comercio emporitano, que se convirtió en heredero de los intereses foceos en Iberia, con producciones propias y participación en los tráficos regionales. Ampurias se incluyó así en las rutas comerciales de Occidente en competencia con los massaliotas. Desde las últimas décadas del siglo VI, el comercio de Ampurias se va desvinculado lentamente de Marsella y se vuelca definitivamente hacia las regiones ibéricas, extendiéndose progresivamente hacia el sur por las desembocaduras de los ríos Llobregat y Ebro y, más allá, por la costa levantina, hasta territorio contestano, en torno a los desagües del Vinalopó y Segura. Los griegos no eran siempre los responsables directos de estas transacciones. Desde el Bajo Segura se abrían caminos de penetración a través de diversas rutas naturales, que comunicaban la costa con sureste de la Meseta y con los importantes distritos mineros de la alta Andalucía. Los propios indígenas intervenían en estas redes comerciales, que los griegos activaban. Así, en su papel de redistribuidores, proporcionaban las apreciadas cerámicas griegas procedentes del Oriente griego, que los indígenas cambiaban por materias primas y productos alimenticios en el interior para acabar finalmente en parte en manos de los griegos que operaban en la costa. Aunque el comercio con el mundo indígena ibérico durante el siglo IV no ceso de aumentar, hubo de tener en cuenta la creciente competencia de los púnicos, últimos responsables de la comercialización de los productos indígenas. Pero no tanto como griegos dependían para conseguir los productos del interior de las redes de tráfico abiertas y controladas por las sociedades ibéricas.
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Desde mediados del siglo V, el comercio ampuritano comenzó a servirse de moneda propia. Las acuñaciones de poco peso y a imitación de las massaliotas, evolucionan con piezas de mayor peso y patrones que las acercan al mundo púnico. Cádiz y Ampurias eran las principales intermediarias de un extenso comercio que fluía entre Oriente y Occidente, impulsado por Atenas y Cartago. Estas relaciones comerciales utilizaban como punto de encuentro Ibiza, adonde llegaban, procedentes del sur peninsular, salazones, minerales y productos agropecuarios, que los ampuritanos cambiaban por cerámicas áticas de calidad, luego redistribuidas por los púnicos entre los indígenas, que las extendían por el interior. A lo largo de la segunda mitad del siglo IV disminuye progresivamente la llegada de cerámicas áticas a Ampurias, que se sustituyen por cerámicas de producción occidental y locales, con un radio de distribución más restringido. Ampurias, aunque sigue centralizando gran parte del comercio griego en la Península, termina por caer en la órbita de Marsella. La delimitación en el Mediterráneo occidental de grandes áreas de influencia afecta al comercio emporitano. Mientras Cartago absorbe en su órbita económica a los centros fenicios de Occidente, Marsella hará lo propio con los asentamientos griegos del levante peninsular. Ampurias sigue ejerciendo sus tradicionales actividades, no sin ciertas tensiones con el inmediato entorno, a las que la presencia de Roma desde finales del siglo III a. C. pondrá fin al mismo tiempo que acaba con su independencia política. No sabemos cuando surgió, apenas a 17 km al norte de Ampurias, en la misma bahía, la ciudad de Rhode, Rosas, la otra fundación griega peninsular que cuenta con testimonios arqueológicos. Probablemente su origen se debe a la frecuentación por marinos foceos de un mismo lugar de escala, que acabo por cristalizar en una población estable. Rosas, en el transcurso del siglo V, dio los elementos constitutivos característicos de una polis, incluida la acuñación de moneda propia, y se estableció sus propios circuitos comerciales, aunque todavía se nos escapa su verdadero papel y su relación con la vecina Emporion. Ampurias, junto con la vecina Rosas, único centro urbano de poblamiento griego en la Península, ejerció un indiscutible influjo cultural que transmitió al mundo indígena a lo largo del proceso de iberización, en primer lugar, sobre el propio mundo circundante. Ya hemos mencionada la estrecha convivencia de los griegos de Ampurias con el inmediato poblado indígena de los indigentes. Es cierto que un muro separaba a los dos grupos de población, pero la cohabitación continua explica la denominación de “ciudad doble” dípolis, con la que Estrabon se refiere a Emporiom. La orientación económica de Ampurias hacia las actividades comerciales exigía una dependencia del hinterland indígena para el abastecimiento de las mercancías vitales. La presencia focea en el territorio circundante se constata con suficiente claridad en el yacimiento de Ullastret un poblado indígena, modélico excavado, que, desde mediados del siglo VI, manifiesta el influjo cultural procedente de la vecina Ampurias.
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Tema 4: Cartago y la Península Ibérica 1. Cartago: La ciudad y su entorno Cartago, como Gadir , fue fundada por fenicios de Tiro, según la tradición, en el 814/813 a. C. Su privilegio emplazamiento en el golfo de Túnez servía a intereses estratégicos, a medio camino entre el Levante mediterráneo y el extremo Occidente, pero al mismo tiempo incrustado en el meollo del comercio africano. Durante los dos primeros siglos de su existencia, la colonia tiria apenas ha dejado rastros arqueológicos que permitan reconstruir su más antigua historia. El testimonio de las necrópolis indica que durante el siglo VII el asentamiento experimentó un notable crecimiento, entre otros factores por la inmigración de nuevos contingentes fenicios procedentes de Oriente, escapados del sofocante imperialismo asirio. Fue en este periodo cuando Cartago adquirió una personalidad propia, culminando el proceso de gestación urbana. El dinamismo de su origen fenicio pero también las dificultades territoriales de expansión en un entorno hostil dominado por las tribus autóctonas libias, incentivaron la apertura de Cartago a las empresas marítimas. Desde comienzos del siglo VII se constata un aumento de las importaciones chipriotas, griegas y etruscas, aunque apenas sabemos de la actividad cartaginesa en el exterior, si exceptuamos la noticia de Diodoro de Sicilia sobre la fundación de una colonia en Ibiza en el año 654 a. C. Las limitaciones geográficas que hemos de suponer en la fase más antigua, del comercio púnico fueron reduciéndose con el tiempo y Cartago, además de intensificar sus relaciones con el Levante mediterráneo, pudo extender sus empresas mercantiles por los emporios norteafricanos de la Sirte y por los mercados del mar Tirreno. Las conflictivas relaciones de Cartago con las ciudades griegas de Sicilia se han considerado como claro exponente de imperialismo, aunque se olvida que en esta hostilidad las ciudades griegas y, en concreto Siracusa, fueron a menudo las agresoras. Está probada la alianza de cartagineses con griegos, enfrentándose a otros griegos, como también la presencia de productos comerciales griegos o púnicos en ámbitos tradicionalmente atribuidos a la esfera exclusiva de interés del supuesto competidor. Durante el siglo VI a. C. Cartago no pone las bases de un imperio marítimo, pero si es cierto que se integra con griegos, etruscos y fenicios en el juego de las relaciones políticas y económicas del Mediterráneo occidental. No obstante, y desde finales de siglo, un conjunto de circunstancias contribuirán a que Cartago pase a ocupar una posición hegemónica en el mundo fenicio-púnico de Occidente.
2. La expansión del comercio púnico en Occidente. 2.1.
La crisis del siglo VI y el auge de Cartago.
Tradicionalmente el papel hegemónico de Cartago en Occidente se ha puesto en relación con la decadencia de Tiro y su posterior caída en manos babilónicas, probable desencadenante de una “crisis”, que habría significado la decadencia de una gran
parte de los establecimientos fenicios de Occidente. Hoy sabemos que esta “crisis” no tuvo existencia real y que el supuesto retraimiento del comercio fenicio occidental se explica por una reorganización de modelo colonial, más afectado por la situación económica en conjunto del Mediterráneo occidental que por los acontecimientos lejanos de Oriente.
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Pero es cierto que al socaire de esta “retracción” del comercio fenicio occidental y
aprovechando las experiencias de comercio ultramarino iniciadas un siglo antes, Cartago tuvo la oportunidad de intervenir más activamente en el tráfico mediterráneo. Desde mediados del siglo VI, Cartago pudo imponerse sobre las otras colonias fenicias de Occidente, aparentemente si violencia ni enfrentamientos abiertos, y planto las bases de un “imperio” comercial como princi pal agente redistribuidor de metales, en competencia o circunstancial alianza con las otras potencias marítimas de la zona incluso con la utilización de la fuerza militar, como parece refrendar el episodio de Alalía. A partir del siglo V, Cartago inicia en territorio africano una expansión hacia el interior, que pone en sus manos fértiles tierras agrícolas y extiende sus empresas marítimas a nuevos e inexplorados espacios. Cartago alcanzó un puesto preeminente en el Mediterráneo, que le permitió desarrollar una presencia activa para garantizar el acceso a los puestos de comercio. Esta ascendencia se materializó en una estrategia diplomática de tratados y alianzas con otros establecimientos fenicios, en principio, en pie de igualdad, pero, con el tiempo, desiguales por el creciente predominio marítimo de la ciudad norteafricana. Así se fueron creando las condiciones para una efectiva supremacía, fundamentada en garantizar frente a otras potencias la protección de sus aliados y, con ello, una reorientación de sus relaciones exteriores.
2.2. Los tratados con Roma. La estrategia expuesta queda bien manifiesta en los tratados comerciales firmados por Cartago con un nuevo factor de poder surgido en el Mediterráneo occidental y destinado a convertirse en enemigo irreconocible de los púnicos: la republica romana. En los años finales del siglo IV, de acuerdo con Polibio, cartagineses y romanos firmaron un primer tratado, que por parte romana buscaba alejar del Lacio cualquier influjo extranjero y por parte púnica, proteger sus intereses comerciales, cerrando a los romanos los territorios situados al oeste del Kalón Akroterion, identificado probablemente con el Cabo Bon, en la costa norteafricana. La fecha de 508/507 es suficientemente sospechosa como para ignorarla, pero no así la realidad del tratado, que se inscribe en el contexto de pactos comerciales, suscritos por etruscos y púnicos, que conocemos también por inscripciones bilingües, en púnico y etrusco, como las laminas de oro de Pyrgi, fechadas hacia esta época. Frente a la suposición de que el tratado pretendía cerrar tanto a los romanos como a sus aliados el Estrecho de Gibraltar, parece que la prohibición de navegar se dirigía solamente a obtener un bloqueo de la costa norteafricana. La razón de la prohibición estaría en el deseo de los cartagineses de proteger los emporios y el tráfico con la Sirte, restringiendo en la navegación hacia esas regiones. Por parte etrusca se expresaría la preocupación por mantener a los cartagineses alejados del Lacio, en un tiempo en que el control de los etruscos sobre el territorio se estaba resquebrajando por momentos.
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2.3. Las áreas de influencias púnicas. A lo largo del siglo V, las relaciones internacionales en el Mediterráneo occidental sufrieron trascendentales cambios, de los que el más sobresaliente fue la decadencia etrusca y la creciente influencia de Roma, que fue destacándose poco a poco como un estado digno de ser tenido en cuenta en el sector septentrional de este ámbito. No hubo conflictos de intereses ya que los diferentes radios de acción de Roma y Cartago permitían una delimitación de la esfera de influencia sin interferencias peligrosas. De hecho estamos muy mal informados sobre la nueva situación, pero, por fortuna, el aspecto que nos interesa queda iluminado por un documento de mediados del siglo IV, el segundo tratado romano-cartaginés, del 348 a. C. Mastia de Tarsis se ha identificado con la capital de los mastienos o masienos, con un calificativo lo suficientemente oscuro para que, en ocasiones, se piense en dos localidades distintas, Mastia y Tarsis. El tratado favorecía, sobre todo, los intereses cartagineses y los delimitaba con mayor precisión. Frente al primero, en donde sólo se hacía alusión al Cabo Bon, en este segundo, la frontera de tráfico de los romanos estaba determinada por dos puntos: el mencionado Cabo Bon y Mastia. Mientras Cartago, a finales del siglo VI, no se encontraba en condiciones de influir en las relaciones de los puertos de comercio con los que trataba, si atendemos a las clausulas del primer tratado, si atendemos a las clausulas del primer tratado, a mediados del IV, convertida en potencia marítima, extiende sus relaciones comerciales en Occidente mediante una serie de acuerdos bilaterales que la convierten en portavoz de sus socios y aliados. Entre los aliados romanos, aunque no explícitamente, se encontraban, sobre todo, los griegos de Massalia y de las demás colonias del Mediterráneo occidental. En el transcurso del siglo IV, Massalia y otras colonias griegas de su esfera de influencia buscaron en la naciente potencia romana un conveniente apoyo internacional. El tratado autorizaba el desarrollo del comercio e industria griegos en Iberia sin estorbos por parte cartaginesa. Por lo que respecta a la península Ibérica, una separación entre cultura fenicia y cartaginesa es en gran medida arbitraria y por ello, en ocasiones, se prefiere hablar de “zona” o “circulo del Estrecho” y considerar la cultura semítica como un todo.
2.4. La fundación de Ibiza Fueron los cartagineses los primeros en fundar una colonia en Ibiza hacia el 654 a. C. Hoy se está de acuerdo en que la fundación se debe a comerciantes fenicios del sur peninsular, seguramente procedentes de Cádiz, que se sirvieron de la isla como punto estratégico en su expansión comercial. Hasta mediados del siglo VI, Ebussus no paso de ser una modesta factoría, pero a partir de esta fecha, la población experimenta un sensible crecimiento, como muestra la necrópolis de Puig des Molins. La isla se convirtió en parte importante de la estrategia comercial de Cartago y las intensas relaciones con la ciudad norteafricana, que incluyen el establecimiento de nuevos colonos, fueron modelando la Ibiza cartaginesa. A lo largo del siglo V, al tiempo que se colonizaba toda la isla, el centro urbano de Ibiza se convirtió en una comunidad prospera, con una extensa red comercial que enviaba sus productos a Marsella, Emporion y muchos otros puertos del Mediterráneo. Desde Ibiza se establecieron contactos con la población talayotica de la vecina Mallorca, que permitieron la instalación de puestos comerciales.
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2.5.
El “Circulo del Estrecho”
A partir del siglo VI, se detectan en algunos de los establecimientos fenicios, como Villaricos, Almuñécar, Málaga o el entorno de Cádiz, ciertas novedades en los usos funerarios así como cantidades importantes de cerámica cartaginesa y de productos artesanales característicos como los huevos de avestruz decorados, las mascaras y figurillas de terracota y los menudos objetos de pasta vítrea, claramente distintos de las manufacturas fenicias de Occidente. Durante la primera mitad del siglo VI a. C se advierte un cambio en el patrón de asentamiento colonial fenicio. Mientras muchas pequeñas f actorías se abandonaron al hacerse superfluas las funciones para las que habían sido creadas, algunos centros experimentaron un sensible crecimiento demográfico. Se produjo así un proceso de constitución de ciudades-estado como ámbito de nuevas formulas de relación social, política y económica. Las ciudades se dotaron de práctica jurídica para defender los intereses de las oligarquías ciudadanas y para regular las relaciones entre los ciudadanos, pero también para garantizar el acceso y la protección de las prácticas comerciales a la larga distancia, mediante tratados suscritos de ciudad a ciudad. La reorganización política y económica del “circulo del Estrecho” significó, pues, el crecimiento de establecimientos como Gadir, Malaka, Sexi o Abdera , que adquirieron
la fisonomía de autenticas ciudades. Desde mediados del siglo IV y como consecuencia de una hábil política de acuerdos bilaterales con otras ciudades fenicias de Occidente, suscritos en pie de igualdad, pero en la práctica desiguales, Cartago se erige en defensora de sus intereses comerciales pudiendo así extender de forma pacífica una hegemonía mas económica que política, que se expresa claramente en la difusión de sus acuñaciones de plata, con metal obtenida en la Península. Gracias a la tutela de Cartago, que queda bien expresada en el tratado de Cartago con Roma del año 348 a. C. las ciudades fenicias del sur peninsular pudieron prosperar ejerciendo sus tradicionales actividades económicas. Estas actividades estaban dirigidas fundamentalmente al comercio a larga distancia, con intercambios que también incluían sal y plata, el estaño procedente del noreste peninsular y productos griegos, como vino, perfumes y cerámica. Los circuitos comerciales de estas ciudades alcanzaban desde las costas marroquíes y argelinas al levante hispano, las Baleares, el ámbito del Tirreno y Grecia; por el interior de la Península, a los pueblos ibéricos del Guadalquivir y de la Alta Andalucía.
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Tema 5: Los Pueblos Ibéricos 1. Áreas culturales y etnias prerromanas. En la segunda mitad del I milenio a. C. y como consecuencia de muy diversos factores, se cumple el proceso de transformación paulatino del substrato indígena de la Edad del Bronce en las etnias y culturas de los pueblos prerromanos. Este proceso no es otro que el de la formación de las etnias prerromanas, que verán interrumpida la modelación de sus definitivos rasgos culturales como consecuencia de la integración de la Península en el Imperio Romano. En este proceso no puede descuidarse la valoración de los correspondientes substratos culturales, que con su distinta capacidad de reacción a los estímulos ajenos han contribuido a modelar rasgos propios en las etnias y culturas resultantes. Permiten agrupar las zonas sobre las que inciden en grandes círculos culturales, los desarrollos locales, por otro, explican las profundas diferencias que se generan incluso en el interior de estos círculos y, como consecuencia, la modelación de distintas etnias, que documentan las fuentes escritas y de las que la Arqueología encuentra confirmación en sus restos materiales. Podrían distinguirse varias amplias regiones culturales, coincidentes con áreas geográficas concretas y asociables en parte a grandes agrupaciones étnicas. El sur y levante predominante ejercen su influencia estímulos mediterráneos, es el marco geográfico de los pueblos ibéricos; las regiones del interior y el oeste, desde el Sistema Ibérico al Atlántico, acogen a las etnias célticas o indoeuropeas; el norte conforma el área cántabro-pirenaica, con elementos y tradiciones del substrato primitivo, sobre el que sólo tardíamente incide la celtización. Pero para entender en toda su complejidad este panorama habría que señalar las dificultades que se oponen a su conocimiento. Llama la atención, en primer lugar, la gradación de nuestro conocimiento de las etnias peninsulares de sur a norte y de este a oeste. A medida que nos alejamos del Mediterráneo, se difuminan los datos con que contamos para reconstruir las características esenciales de las diferentes culturas. Pero hay que sumar aún el factor tiempo en unas culturas que se encuentran en proceso de desarrollo, y tener muy en cuenta su imprecisa delimitación geográfica. De todo ello se deduce que nuestro conocimiento no es suficientemente satisfactorio. Sólo a grandes rasgos, con aproximaciones, imprecisiones o simples analogías podemos acercarnos al proceso de formación de los pueblos prerromanos peninsulares.
2. El Proceso de Iberización. El origen de la cultura ibérica es inseparable del impacto sobre las poblaciones indígenas ejercido por lo colonizadores del Mediterráneo oriental, en la zona de la Baja Andalucía, la costa levantina, el sureste de Francia, el sur de la Meseta y el valle del Ebro hasta Zaragoza. Toda esta zona poseía una cultura con rasgos básicos comunes en expansión, cuyos sustratos culturales solo varían en variaciones internas en las distintas regiones con otros rasgos comunes. La reconstrucción de los rasgos de la cultura ibérica es gracia a la arqueología. Junto con una serie de fuentes escritos de autores griegos y latinos, y otros de los propios iberos. Sin embargo, los primeros son imprecisos y los segundos indescifrables. Sin embargo, gran parte proviene de las excavaciones de las necrópolis, que nos informan sobre el sistema urbanístico, la estatuilla que se desarrollaron de carácter funerario y religioso, la cerámica a torno y su escritura. Así como nos permiten hacer hipótesis, pero no conocer, sobre el sistema social y política que desarrollaban viendo
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las diferencias en los ajuares funerarios hallados en las excavaciones, así como sus sistemas productivos o creencias religiosas. El primer problema en relación con la cultura ibérica es la delimitación del espacio geográfico al que cabe aplicar el término y la delimitación de los diferentes pueblos iberos. Iberia es el nombre con el que los griegos designaban el extremo occidental como un marco para muchos de relatos mitológicos, aunque también existía otro territorio que denominaban ibérica, la actual Georgia. Sin embargo, en la Península Ibérica el término se restringe para una zona en concreto de la costa meridional, separada de la vecina Tarteso por el rio Iber (Tinto), acabando por expandirse a todo la Península. No obstante, el término ibero solo era para denominar las poblaciones levantinas y no las celtiberas No es posible saber si los pueblos que consideramos iberos tenían conciencia de su pertenencia a un trono común. Aunque sí pudo ser una unidad cultural y no étnica. El inicio del proceso de iberización comienza al final del segundo milenio, cuando grupos de comerciantes orientales llegaron a las costas meridionales de la Península e influyen en el desarrollo cultural de los pueblos hispanos con los que entran en contacto con ellos. Se trata de un proceso cultural que se expande desde la costa hacia el interior provocando un desarrollo cultural poco homogéneo, donde en la costa se hace de forma directa con los colonizadores y de forma indirecta en el interior a través de los mismos indígenas de la costa. Lo que provocó que en algunas regiones el cambio sea gradual y en otros de forma más brusco. En el comienzo de este proceso un papel relevante tuvo la extensión del tartésico orientalizante por las regiones periféricas por medio de dos grandes vías de comunicación, la de la Plata de Extremadura y la Heraclea hacia la alta Andalucía y el levante mediterráneo siguiendo el Guadalquivir. La presencia tartésica se ve en la difusión del hierro o el torno de alfarero, en la escritura o difusión de ritos y creencias. Además, en el ámbito social provoco la aparición de una elite local enriquecida por el comercio como se observa en los ajuares funerarios, siendo estas transformaciones más evidentes dentro del mundo tartésico, es decir, en Andalucía occidental y sur de Portugal y Extremadura. Muy diferente es en cambio la evolución en las áreas más septentrionales mediterráneas de Levante, Cataluña y el mediodía francés, lo que formaría más tarde el mundo ibérico. Son sociedades pobres y menos desarrollada, pertenecientes a la cultura de los Campos de Urnas, donde predomina el habitas rural sobre el urbano y el mantenimiento de jefaturas guerreras en una sociedad menos articulada. Por lo tanto, la cultura ibérica se divide en dos grandes áreas, en el sur, caracterizada por un desarrollo protourbano, y otra al norte, donde se mantiene una mayor ruralización. Hacia el 700 a.C., el mundo tartésico sufre un colapso, lo que provoca un desarrollo del mundo ibérico hacia el valle del Guadalquivir. De este modo, el último siglo del orientalizante tartésico, el siglo VI, coincide en Andalucía oriental con un ibérico antiguo. El proceso de iberización es fruto de las influencias griegas focenses sobre el precedente sustrato orientalizante de origen tartésico y fenicio. En consecuencia, la cultura ibérica habría que definirla como una evolución del substrato indígena orientalizante del sureste peninsular por influencia de la colonización focense. La dificultad de aislar el proceso explica las vacilaciones tanto en la cronología como en la caracterización de las distintas fases de la cultura ibérica, un ejemplo es la cantidad de denominaciones que le dan los diferentes autores para definir el periodo entre el 600 -530 a.C., como Ibérico I, Protoibérico, Ibérico Inicial, Orientalizante Final, Tartésico Final o Ibérico Antiguo. No obstante y de forma aproximada, podría fecharse hacia el 600 a.C. el inicio de la cultura ibérica en Andalucía oriental, sureste y levante, mientras en Andalucía occidental se desarrolla la tardía fase del orientalizante tartésico.
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A lo largo del siglo V a.C. se produce el desarrollo de la cultura ibérica, caracterizado por la generalización de grandes poblados, los oppida, de carácter protourbano, asociada a necrópolis de incineración. En el siglo IV asistimos al auge de la cultura turdetano-ibérica. A esta cultura tendrá fin la expansión púnica en tierras ibéricas y la siguiente confrontación púnica-romana en la Segunda Guerra Púnica, para acabar al fin diluyéndose con el proceso de romanización.
3. Los Pueblos del Sur Ibérico: turdetanos, oretanos y bastetanos. o
Turdetanos
En el periodo ibérico se conoce como Turdetania al área geográfica de Andalucía occidental, donde antes se desarrolló la cultura tartésica, siendo la cultura turdetana heredera directa de esta. El colapso de la cultura tartésica se dio por una decadencia de la productividad minera, provocando un descenso en la actividad comercial ligada a esta y al intercambio de la misma con los colonizadores. Esto provocó una creciente inestabilidad política y social y la desarticulación de los grandes circuitos comerciales y los vínculos ligados en el ámbito político de las diferentes regiones del mundo tartésico, siendo la consecuencia una recesión económica y un autoabastecimiento de las poblaciones. Este colapso en la minería y la actividad comercial fue compensada por un crecimiento del sector agropecuario, con presupuestos económicos más modestos, basados en la recuperación de la agricultura y la ganadería, con una demografía en recesión y con retraso en el ritmo cultural, es en este contexto cuando se inicia en la Turdetania el proceso de ibericación, con la entrada de pueblos célticos en el área tartésica. El área turdetana se extendía por la Baja Andalucía y la Extremadura meridional hasta el Guadiana, y a partir del siglo V a.C. se ven elementos de la Alta Andalucía lo que le da uniformidad con los rasgos culturales de impronta ibérica. Se consolida de esta manera un modelo de hábitat concentrado que tiene en el oppidum su principal formula de asentamiento. Se trata de grandes núcleos de población de 10 a 20 Ha de superficie, destacan los casos de Hasta Regia (Jerez), Carmo (Carmona) o Corduba (Córdoba), que estaba fortificados y sobre lugares fáciles de defender, como son también las ciudades de Onuba (Huelva), Híspalis (Sevilla), Nabrissa (Nebrija), o Urso (Osuna). Estos grandes oppida eran la sede de dominios territoriales sobre un territorio circundante fuertemente jerarquizado, con núcleos de población subordinados y emplazamientos fortificados, denominadas Torres de Aníbal, en puntos estratégicos y control de vías de comunicación, con fronteras entre los diversos núcleos de poder. A lo largo del siglo V a.C. se moldean nuevas estructuras de poder, basadas en la clientelares, donde las fuentes greco-romanas nos hablan de reyes como Culchas o Luxinio. Además, la jerarquización del territorio y la complejidad de la sociedad inclinan a pensar en la existencia de una nobleza, con responsabilidades en el gobierno y la administración, con privilegios sociales y económicos. Esto es posible verlo en la expresión material del poder en la creación de pequeños palacios como el de Cancho Roano, en Zalamea de la Serena (Badajo). Sin embargo, no hay unidad interpretativa en su finalidad como palacio, santuario o altar. Las excavaciones de los yacimientos turdetanos dan aportados datos sobre la urbanización y de los tipos de viviendas, que son rectangulares de paredes rectas, adosados y alineadas en calle regulares, aunque carecen de necrópolis hasta el siglo IV a.C. Con el proceso de iberización se extiende la cerámica pintada con
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decoraciones geométricas y esculturas de animales, con la conquista romana aparecen los grandes monumentos funerarios. La turdetania en las fuentes greco-romanos, sobre de Estrabón, se destaca su riqueza económica con producciones muy variadas y de gran calidad. Donde destacan los recursos agrícolas, ganaderos, forestales, marítimos y mineros, además de una producción artesanal especializada. La escritura turdetana se caracteriza por las setenta inscripciones en piedra, halladas en distintos puntos del cuadrante suroccidental de la Península, que se fechan a partir del siglo IX a.C. Cuyo alfabeto-silábico de 27 signo, de ascendencia fenicia y semejanza ibérica, indoeuropea o paleocelta. o
Oretanos.
La zona de la Alta Andalucía había experimentado un proceso orientalizante a través del valle Guadalquivir, desde donde hay acceso hacia el Mediterráneo por las sierras de Segura y Cazorla, siendo este sistema muy utilizado tras el colapso de Tarteso aumentado la rutas hacia la costa sureste de Andalucía. Provocando a lo largo del siglo V un proceso de iberización al entrar en contacto con los focenses. Según las fuentes greco-romanas esta región alberga a los oretanos que limitan su expansión cultural y política con los Turdetanos, y no tuvieron contactos con los pueblos celtas, ejemplo de ello es el nombre de su principal ciudad Oretun Germanorum (Cerro de las Cabezas, Valdepeñas). Aun estando bajo la influencia tartésica, en el siglo VI se estructura la vida urbana en grandes oppida, como Ipolca (Porcuna) o Castulo (Linares), siendo esta centro político y económica, con una estratigrafía desde la Edad del Bronce hasta la época tardorromana. Estas ciudades estaban fortificadas, que centralizaban y controlaban el territorio con su posición geográfica, además de las diferentes torres fortificadas colocadas en los pasos de comunicación y comercial. En este proceso de concentración de la población en ciudades desaparecieron muchos asentamientos pequeños y potenciaron otros, consolidados a mediados del siglo V, que contaban con casas en dos filas unidas por el muro trasero, y una superficie mucho mayor que se interpreta como vivienda-palacio de una clase dirigente. La jerarquización del territorio debía corresponder a una estructura muy jerarquizada de la sociedad, que se nos muestra en las necrópolis y en las espectaculares esculturas, que exaltan el poder personal y representan al individuo de forma divina y principal actor de los mitos, todo ello con ricos ajuares en las tumbas. Esta riqueza procedía de los recursos agropecuarios, pero sobre todo de la minería y la metalurgia del bronce, plata y hierro, que tenían en Castulo uno de sus centros neurálgicos y principal núcleo de distribución. Todas estas riquezas con un sector de artesanos muy especializados al servir de las elites. Una artesanía que nos permite conocer la estructura económica-social, así como su evolución y complejidad, como demuestras los miles de exvotos de bronce. o
Bastetanos
Los oretanos lindaban hacia el oriente y el sur con los bastetanos, cuyos confines son difíciles de delimitar. Se extendían por las hoyas granadinas, parte del margen izquierda del Alto Guadalquivir y la cuenca del Almanzora. La región estuvo influenciada por el tartésico occidental y púnica, creando una cultura urbana muy arraigada, con numerosos centros ubicados en puntos estratégicos de control de los nudos de comunicación, como la propia Basti, Acci (Guadix) o Iliberri (Granada) entre otras.
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Con el colapsó tartésico la zona entro en la zona de influencia de la cultura ibérica, donde desde el siglo V la presión comercial grecofocense, las clases dirigentes asumieron una creciente impronta helenizante, como se ve en el consumo de las cerámicas áticas, el consumo de vino y en la heroización funeraria, cuya riqueza proviene de la explotación agropecuaria y del control de las rutas comerciales, con un mundo artesanal de escultura, alfarería, metalurgia y orfebrería.
4. El Suroeste Ibérico: mastienos, contestanos, edetanos. o
Mastienos.
Los mastienos son un pueblo que desaparece pronto de las fuentes escritas y que tenían en Mastia (Cartagena) su ciudad epónima, y su territorio se extendía por la costa suroriental y con enclaves fenicios en el litoral. Su organización territorial muestra una zona interior con asentamientos situados en áreas altas y bien defendidas frente a las áreas cercanas al mar. Desde el sureste hacia levante la influencia que comienza en el Bronce Final de los estímulos orientalizantes tartésico ya disminuyendo frente a la cultura fenicia. Cultura que se verá absorbida por los influjos focenses del siglo VI a.C. Estos explica la proximidad lingüística y el desarrollo cultural relativamente uniforme en toda área mediterránea desde el sureste al Rosellón, donde se ve un doble sustrato del estímulo tartésico con influencia púnica, donde predomina el substrato procedentes de los Campos de Urnas. o
Contestanos.
El área más meridional del levante ibérico corresponde a la Contestania, que se extendía entre el Júcar y el Segura hasta el interior de la provincia de Albacete, siendo una de las áreas ibéricas de mayor desarrollo cultural, donde las influencias tartésicas procedentes del interior se unen a los estímulos fenicios llegados desde la costa. No será hasta la primera mitad del siglo VI cuando comienza a detectarse la presencia del mundo colonial focense. Surgen así sus elementos característicos: colonización agrícola; numeroso núcleos de población; cerámica a torno pintada con decoraciones geométricas y vegetales; platica muy abundante y de gran calidad que evoluciona hacia la cerámica helenizadas finas áticas e imitaciones, con escritura jónica; consumo del vino; extensión del symposton entre las clases dirigentes... Los núcleos de población como La Alcudia de Elche, Saitabi (Játiva), La Albuferete de Alicante o La Escuera y el vecino El Oral (San Fulgencio, Alicante), que ocupan lugares fácilmente defendibles, tanto en la costa como en el interior con fortificaciones. La necrópolis muestra una buena cantidad de esculturas de excelente calidad, con monumentos funerarios rematados con una figura animal, que se supone que era para una clase dirigente, siendo la mayoría de los enteramientos en urnas de incineración sin ajuares, lo que demuestra una sociedad jerarquizada. Además, en los santuarios hay cientos de exvotos de piedra, terracota y bronce. o
Edetanos.
Al norte de la Contestania, la Edetania, se extendía por la llanura costera desde el Júcar hasta el Mijares y por el interior hasta las sierras del borde oriental de la Meseta, donde destacan los yacimientos de La Bastida (Mojente, Valencia) y Liria y las necrópolis de La Monravana o el Corral de Saus.
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Un pueblo fuertemente jerarquizado, destaca el núcleo epónimo, Edeta, de más de 10 Ha que controlaba un territorio agrícola, donde se entienden otros habitas escalonados en dimensiones e importancia. Dentro de los enclaves costeros destaca Arse-Sagunto, protegido por murallas que controla el paso terrestre hacia el norte, y en el territorio intermedio se asentaban los demás núcleos de población, que disponían un diseño triple: poblaciones de urbanismo regular, con calles rectilíneas y manzanas regulares; poblados de urbanismo regular, con casas por las laderas, y núcleos de menor entidad, amurallados, del tipo calle central. Los recursos económicos se basaban en la explotación agropecuaria, la pesca y el artesanado de cerámica de gran calidad, decorada con figuras de seres humanos y animales, así como de motivos geométricos o vegetales. El proceso de etnogénesis nos muestra que los elementos fenicios de la costa se difunden por las poblaciones autóctonas, mientras una minoría de carácter guerrero, se ve fortalecida gracias a la acumulación de riquezas y al control de los intercambios. Posteriormente, en el segundo cuarto del siglo VI, la influencia del comercio focense provoca la difusión de la iberización a partir de las regiones del sureste.
5. El Nordeste. En el noreste ibérico que incluye Cataluña, la zona oriental de la cuenca del Cinca, el Bajo Aragón, el norte de Valencia y el mediodía francés, la uniformidad se da en la cultura de los Campos de Urnas. Donde existen una agricultura intensiva, y que a mediados del siglo VII a.C. las influencias de fenicios y griegos introdujeran el uso del hierro y el torno de alfarero, y debido las trasformaciones socio-económicas dan lugar a la aparición de jerarquías. La adopción de una lengua y alfabetos ibéricos, así como la extensión de una impronta cultural común los mantiene al margen del fenómeno de celtización de las áreas vecinas de interior. No obstante, la cercanía de la zona de influencia griego, provoca que el mundo ibérico a lo largo del siglo VI, en las regiones costeras, y en el siglo V y IV a. C. en el interior, se cree una organización en oppida, controlando la productividad agrícola y minera, asentándose en los mejores pasos de control y comunicación de las rutas. Siendo estos asentamientos amurallados y con almacenamiento de silos cavados en el suelo. Sus ritos funerarios, heredados de la tradición de los Campos de Urnas, podemos ver como los dirigentes tienen un fuerte carácter guerrero. La escasa jerarquización del territorio explica la atomización del noreste ibérico. Al norte de los edetanos se extendían los ilergavones, ocupando la costa y la zona del Maestrazgo hasta la desembocadura del Ebro, donde limitan con los cessetanos, entendidos por el campo de Tarragona y el Penedés, con su centro principal en la ciudad epónima de Cesse, posterior Tarraco. Layetanos y lacetanos habitaban las comarcas del Maresme, Vallés y la Segarra, mientras los indicetes poblaban el Ampurdán. Al norte de ellos se entendían los sordones por la costa y los ausentanos en el interior; en torno a Vic. En la Cataluña interior y pirenaica encontramos a los bergistanos de Berga, ceretanos de la Cerdeña y Alto Segre, andosinos de Andorra y airenosios del valle de Arán. Durante el Bronce Final en estas áreas se había entendido la cultura de los Campos de Urnas, no será hasta el siglo IX cuando llegue la cultura fenicia, y en el siglo VI los productos griegos da comienzo a la iberización extendiéndose por el valle del Ebro. En torno al 500 a.C. se abandonan muchos poblados de la tradición del Campo de Urnas y se concentran en poblados más grandes y fortificados, con un auge demográfico, cultural y de silos. Aunque desconocemos la organización política y social de las culturas del Ebro. Parece evidente el carácter militar de las aristocracias, con monarquías de caudillaje de carácter personal e inestables, e instituciones colectivas aristocráticas y populares.
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6. Organización Socio-política. El surgimiento de una aristocracia está íntimamente relacionado con el control del excedente de la producción. Sin embargo, este proceso de concentración del poder no fue idéntico en las distintas áreas ibéricas, lo que se explica mejor con la relación que tuvieron las diferentes poblaciones con los comerciantes extranjeros que además de traer medios técnicos, aportaron trasfondo ideológicos que fomentaron la acumulación de riqueza y con ella la consolidación de las desigualdades. El proceso está ligado a la disolución de las sociedades gentilicias para la formación de una urbanización en grandes oppida. En este proceso, al romperse la solidaridad característica del sistema gentilicia, se desdibuja el nexo familiar y frene al sistema de solidaridad impuesto por la dependencia del grupo consanguíneo se impone un sistema de clientelas. La aparición de unas elites que se perpetúan durante varias generaciones, acaba por formarse una estructura social compleja, donde desaparece una economía de carácter colectivo al compás de una progresiva urbanización del territorio, que se ordena jerárquicamente en distintas unidades según su función y entidad. En este sistema de organización del territorio destaca un núcleo central que posee características de una ciudad, dotada de servicios que el mundo rural carece. Mientras que el resto de territorio se ordena en poblados y alquerías para obtener recursos agropecuarios y mineros, que se autoabastecen y cuyo excedente es para la capital. Al margen de estas unidades también encontramos unidades de fortificación de carácter militar que servir para defenderse del exterior y para controlar la población interna. En este marco expuesto la población podía ser propietaria de la tierra cultivada sobre la que se emite una carga fiscal, o puede estar adscrita a una propiedad ajena que explota con una relación de dependencia, económica y social. Las tumbas y necrópolis constituyen una importante fuente de información, donde podemos ver tres tipos de tumbas: un pequeño número, de carácter monumental que se erige fuera de la necrópolis en lugares estratégicos y son de carácter unipersonal; los llamados pilares-estela y los grandes túmulos escalonados, que están dentro de las necrópolis, para una elite dirigente; por último, las sepulturas sencillas de hoyo o cubierta por un pequeño túmulo para las individuos comunes. Incluso en esta última hay diferencia, lo que nos indica unas enormes desigualdades económicos en toda la población. Sin embargo, el panorama puede inducir a error, ya que gran parte de la población ni siquiera tuviera acceso a las necrópolis. Un tema polémico es la extensión de la esclavitud en las sociedades ibéricas, aunque el contacto con las sociedades esclavistas colonizadoras, pudo introducir o intensificar la explotación del trabajo servir, pero en las fuentes de las conquistas se ve como existe la esclavitud entre los iberos en relación con las guerras. Existen un documento del mundo ibérico que confirma la existencia masiva de un status intermedio entre la esclavitud y la libertad, que formaba parte la mayoría de la población. También se ha señalado la llamada fides, un pacto establecido libremente, que supone la dedicación de una persona al servicio de otra, que también podían ser de comunidades enteras, donde destaca la devotio o consagración del guerrero a un jefe. Siendo estos pactos muy característicos de las relaciones clientelares. En resumen, no podemos ir más allá de suponer que las sociedades ibéricas presentaría una diversificación social y económica variable, sin unos rasgos muy semejantes al de oros muchas sociedades antiguas: grupos sociales altos, ligados a la propiedad de las tierras, ganados y fuentes de recursos, probablemente con fuertes componentes guerreros; grupos intermedios de artesanos y propietarios de tierra y grupos de inferiores constituidos por pequeños propietarios y jornaleros con dependencias comunitarios; por último, los esclavos.
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Los textos literarios antiguos, muestran como los iberos tenían la monarquía como forma de gobierno. Los monarcas reinaban sobre dominados terrenos con fronteras no bien definidas, donde se podían agrupar una o varias unidades de población. Conocemos algunos reyes como Culchas, que en el año 206 a.C. reinaba sobre 28 ciudades y un año después sobre 17; Luxinio, señor de Carmo; Cerdubeles, rey de Castulo; Edeco, monarca de los edetanos, o los hermanos Indíbil y Mandonio, jefes guerreros de los ilergetas. Además, de Astapa, regida por un consejo seguramente de carácter aristocrático. El proceso por el cual desarrollaron regímenes monárquicos derivo de una concentración del poder político en un liderazgo personal, donde los grupos aristocráticos urbanos se apropiaron del control de los medios de producción. Mientras, en otros casos, el control político estaba regido de forma colectiva por lo miembros de un consejo aristocrático. Con monarquías o sin ellas, lo que queda claro es que en el mundo ibérico existía una ideología aristocrática, fundamental en la propiedad de los medios de producción y en la consanguinidad dentro de un determinado grupo social, además un ostentación de poder físico con los monumentos. Las fuentes literarias indican que es la comunidad entera la que participa en la guerra, aunque su caudillo fuera un jefe guerrero. Una vertiente socioeconómica peculiar de esta característica es el mercenariado, donde según las fuentes las guerreros iberos estuvieron en conflictos bélicos incluso fuera del ámbito peninsular desde el siglo V a. C.
7. La Economía. Uno de los rasgos básicos de la economía ibérica lo constituyen las innovaciones de controlar parte del excedente de la producción. La información que disponemos no nos permite conocer de manera clara las estructuras económicas de los pueblos ibéricos. Lo que hace difícil reconstruir un modelo, debido a la diversidad de pueblos y el distinto desarrollo económicos de los mismos. El sistema económico ibérico se basaba en la agricultura, donde la mayor parte de la población está relacionada directa o indirectamente con la actividad agropecuaria, con una economía de autosuficiente en productos alimenticios y artesanales, siendo el excedente obtenido para mantener a los artesanos, comerciantes y no productores, es decir, a una elite. Por lo tanto, no es posible comprender los fundamentos de la cultura ibérica sin conocer las formas de posesión y la explotación de la tierra, que no es posible reconstruirlo con las fuentes literarias y ni arqueología. Lo que si nos informan los restos materiales es que la agricultura era predominantemente de secano, con el uso del hierro para sus instrumentos, donde destaca el arado. En los cultivos, destaca la triada mediterránea (trigo, vid y olivo), acompañado con leguminosas, frutos y hortalizas. Siendo un complemento la ganadería que proporciona alimento, trasporte y materias primas. La caza, pesca y marisqueo en las zonas marítimas y la apicultura completa la agricultura, con un fuerte carácter familiar. Produciéndose la molienda del cereal y la conservación de los alimentos en el ambiente doméstico. La actividad artesanal, donde destacan la carpintería, curtidos, aunque no ha dejado huella, junto con la alfarería, metalurgia u orfebrería. El trabajo artesanal estaba en manos de los especialistas de forma individual y familiar, llevándose a cabo la elaboración y venta en el ámbito doméstico, sobre todo las actividades ligadas al tejido, cordelería y espartería. Además, la abundancia de hornos de productos cerámicos informa detalladamente sobre la alfarería.
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En ciertas regiones, Alta Andalucía y Sureste, la producción minera es un pilar irrenunciable de la economía, que proporciona la materia prima para una actividad metalúrgica. Destacan el hierro, plomo, cobre y metales preciosos que se trabajaban en todas las áreas ibéricas. Sin embargo, desconocemos los métodos de extracción, aprovisionamiento, propiedad y régimen de explotación de las vetas. En la economía el comercio constituía una actividad importante. Se distinguen un comercio local, territorial, interritorial y exterior, canalizado por vías terrestres, fluviales y marítimas, donde destacan el comercio de objetos perecederos, como vino, aceite, cereales y perfume. El intercambio a corte distancia se llevaba a cabo entre los campesinos y artesanos, mientras que se era un comercia fuera del área local era llevado a cabo por comerciantes. El comercio a larga distancia fueron un vehiculó imprescindible para la formación de la cultura ibérica, donde los contactos con otros pueblos del Mediterráneo (púnicos, fenicios y griegos) desde las costas intercambiaban productos agrícolas, minerales y textiles, donde los envases no solo servían para transportar sino como elemento de prestigio y para los rituales funerarios. Los intercambios interterritoriales fueron de una amplía dispersión de cerámica de producción bien localizada en otras, áreas no solo ibéricas. A partir de finales del siglo III a.C., los iberos acuñaron moneda propia en plata y bronce, a imitación de la griega que precedentemente había circulado por su territorio. Sin embargo, no se trata de un índice fiable para detectar el desarrollo económico y comercial de los diferentes pueblos ibéricos. Además, en su mayor parte, fue de circulación reducida, limitada al entorno que la emitía, lo que quiere decir que era una economía monetaria plenamente desarrollada.
8. Aspectos culturales y religiosos. o
Aspectos culturales.
La diversidad de los pueblos tenía como elementos comunes un área lingüística ibérica marcada por una escritura prelatina específica, la asimilación de la moneda o aceptación de innovaciones técnicas, sistemas constructivos y elementos culturales procedentes de áreas litorales e internos. Siendo el oppidum la forma de hábitat, tomando el control y explotación de los recursos de un territorio definido, el uso del hierro en la agricultura y las armas, con un nivel social basado en un componente bélico de su cultura y elites. Desde el siglo VI a. C., la cultura ibérica produce sus primeras manifestaciones de cultura material, así como un proceso de maduración del fenómeno urbano donde en la Alta Andalucía se crea grandes oppidum como Castulo y la creación de necrópolis y santuarios en el Sureste. En el siglo V, la época de esplendor, se da una fuerte jerarquización por elites ciudadanas que hacen ostentaciones de su poder en monumentos funerarios y conjuntos escultóricos, bajo su poder unipersonal. Todo ello acompañado por un intensa actividad económica gracias al contacto con otras civilizaciones, que elevo su arquitectura y urbanística en calidad e importancia; y la brillantez y creatividad en el arte. Desde fines del siglo V, la crisis afecto provocando un estancamiento y recesión en la economía, que se vuelve de auto consumo, siendo abandonado muchos núcleos de población en favor de otros nuevos y ya existentes. Sin embargo, es la primero vez que el mundo ibérico entra en las relaciones internacionales en la lucha por la hegemonía política y económica, por parte de los etruscos, griegos, púnicos y romanos.
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Siendo la consecuencia final de esta punta el fin del mundo ibérico, tras la Segunda Guerra Púnica, que supuso el comienzo del periodo romanización en el península. El arte ibérico no se caracteriza por su unidad, ya que revela su dependencia de modelos y corrientes estilísticas de origen oriental, fenicio o griego. Su naturaleza es de carácter funerario o religioso y va dirigido a las clases dirigentes en cuyas tumbas o monumentos funerarios han aparecido. En la arquitectura llama la atención la escasez de manifestaciones arquitectónicas, mientras que en la urbanística resalta la pobreza de los poblados realizados en piedra, adobe y madera. En el territorio ibérico abunda la escultura en piedra de bulto redondo que representan figuras humanas o animales. Destacan las damas, como la de Elche o la de Baza. En cuanto a las esculturas que representan animales, ya sean reales o fantásticos, destacan la tipología oriental y de carácter funerario donde las formas naturales se combinan con formas redondeadas y suaves debido a la influencia grecojonica. Las pequeñas figurillas de bronce, masculinas o femeninas, de pie o en actitud oferente, o a caballo, con armas o sin ellas, se encuentran desde la zona de Andalucía occidental hasta Valencia. Son producciones realizadas en serie destinadas a los fieles. Menos abundantes son las esculturas exentas o los relieves figurados en piedra, como los de Pozo Moro, con escenas mitológicas. La producción cerámica ibérica tiene un carácter variado y se expresa en la tradición popular, mostrando un alto nivel técnico gracias al torno rápido, la selección de materias primas y una cuidada cocción, siendo la principal consecuencia la aparición de escuelas regionales. En los territorios turdetanos y bastetanos, encontramos una sencilla decoración geométrica de bandas horizontales con una tradición feno-púnica. En la zona levantina, el estilo figurativo se une con un arte decorativo propio donde encontramos el llamado Elche-Archena o estilo simbólico propio de la Contetania que posee un dibujo caligráfico con líneas onduladas, espirales y vegetales estilizados. El otro estilo el Oliva-Liria o narrativo donde los vasos poseen dibujos muy expresivos aunque ingenuos con escenas de caza y guerra así como de la vida cotidiana y festivo y letreros en alfabeto ibérico. Muy pocos ejemplares han llegado de la orfebrería, collares, anillos, pulseras... que se consideran como adornos para las damas con un alto nivel de desarrollo y el conocimiento de las técnicas como el repujado, el granulado y la filigrana, siendo utilizada como materia prima el bronce y el hierro cuando se trabaja el metal para realizar broches de cinturón, arreos de caballo y sobre todo las falcatas o espadas curvas ibéricas. o
Aspectos religiosos.
Según los testimonios arqueológicos, se puede deducir que la cultura ibérica tenía una fuerte religiosidad, así como un sustrato religioso bastante similar entre sus pueblos. La estatuilla, mayor y menor, representan divinidades masculinas y femeninas que abundan en los santuarios, necrópolis y monumentos funerarios junto con escenas sacras en la cerámica siendo predomínate la influencia fenicia hasta que a finales del siglo V a.C. se intensifica la influencia griega. Los dioses ibéricos son el resultado de la transformación de las divinidades indígenas tradicionales influenciadas por los dioses fenicios y griegos. Un puesto relevante tiene el dios de la guerra, Marte o Hércules; los relieves de Villaricos representan al seños de los caballos, animal característicos de las elites guerreras. Más abundante son las divinas femeninas representadas bajo la Gran Madre, la diosa de la fecundidad y del mundo de ultratumba. Del mismo modo asimilaron a los dioses feno-púnicos Astarté o Tanit y a la griega Deméter.
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Al lado de estos dioses, encontramos otros seres sobrehumanos como los genios alados o la rica iconografía animal, acompañado de figuras de monstruos, esfinges, grifos y otros seres mixtos, así como la representación de jabalíes, serpientes, ciervos, toros y caballos. El ritual funerario más extendido era el de la cremación: los cuerpos, vestidos y con sus armas, eran incinerados en lugares predeterminados y sus cenizas se depositaban dentro de una urna y se introducen en la tumba y se enterraban con sus adornos personales y recipientes con alimentos. A partir del siglo IV se empiezan a realizar banquetes funerarios a imitación griega, donde cobran gran importancia el vino y los ritos relacionados con él. También cobra gran importancia las cráteras que se utilizan como urnas funerarias y en casos especiales se conocen juegos funerarios para honrar al difunto, como los gladiadores al estilo etrusco y romano, y quedan reflejados en urnas de piedras y pinturas cerámicas. La estatuaria estaba en relación con la vida de ultratumba, buscándose la protección de los dioses en el más allá impulsada a levantar estelas en el lugar de las tumbas, rematadas por animales reales, toros y leones, o fantásticos, esfinges y bichas. No conocemos la existencia de un sacerdocio, pero si de un cierto número de santuarios. En la alta Andalucía, se encuentran en las cuevas y lugares escarpados donde se han encontrado un gran número de ofrendas votivas en forma de pequeñas figurillas de bronce de tipología muy variada, destacamos el Castellar de Santisteban o el Collado de los Jardines. Los santuarios de sur-este están en lugares elevados con una construcción de planta poligonal donde abundan los exvotos en forma de figurillas de terracota y representación de équidos, destacamos el Cerro de los Santos y la Serreta de Alcoy. En Valencia, las cuevas-santuarios están relacionadas con los cursos de aguas subterráneas donde no encontramos ningún exvoto. Aunque todos los santuarios están fuera de las ciudades, en plena naturaleza se han documentado estructuras de culto urbanas.
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Tema 6: Los Pueblos del Área Indoeuropea 1. El problema de la celtización Frente a un área celta, opuesta a la ibérica, los historiadores y arqueólogos la denominan área indoeuropea, que se caracteriza por la utilización de una lengua de ascendencia indoeuropea, con unos rasgos arcaicos y una fuerza expansiva como sus principales rasgos culturales. Por lo tanto, uno de los problemas básicos de nuestra protohistoria es la cuestión celta y la celtización de amplias áreas de la Península. Durante el I milenio a.C., los influjos procedentes del Mediterráneo, se vio afectado por la celtización que se extendió por la zona central y occidental de la península. Sin embargo, no será hasta el siglo XIX, cuando la investigación centroeuropea del mundo celta se relacionó con los hallazgos celtas de le península, provocando que los celtas peninsulares se incluyeran en el mundo céltico europeo. Los celtas eran un pueblo de estirpe indoeuropea, proceden de Europa central, que a lo largo del I milenio a.C. se extienden hacia el occidente, el norte de Italia, este de Europa y Asia Menor. No obstante es difícil decidir cuando llegan los primeros celtas a la península. El problema más grave en este tema es el desacuerdo entre la Arqueología y Lingüística. Mientras que los segundos ven dos invasiones, una precelta y otro celta propiamente dicho; los arqueólogos, según los testimonios materiales, no han logrado confirmar estas oleadas o invasiones. Otro problema es diferencias entre los celtas de la cultura de los Campos de Urnas, y los celtas hispanos que hablan una lengua ibérica. Para buscar la solución hay que conocer el substrato cultural de la Meseta y el Sistema Ibérico, estos elementos son los poblados y las necrópolis, que poseen una cultura compleja, aculturada y evolucionada desde la cultura de los Campos de Urnas. Este substrato cultural tiene como elementos comunes una lingüística indoeuropea; formas de organización social de carácter pregentilicio, en cofradías de guerreros; elementos ideológicos, como el rito de dejar a los guerreros caídos en batalla para los buitres y unas divinidades arcaicas y antropomorfas. Todo ello debido a un proceso de aculturación del mundo tartésico, de los Campos de Urnas y de las culturas ibéricas. No será hasta el siglo VI a.C., cuando extendidos por el occidente y la mitad norte peninsular, cuando esta cultura adquiera sus rasgos definitivos. Sin embargo, debido a un proceso de creciente unificación bajo la presión del mundo celtibérico en el marco de una creciente celtiberización, a la que pondría un brusco fin la conquista romana.
2. La meseta norte: Celtíberos y Vacceos 2.1.
Celtíberos o
Proceso de Etnogénesis
Desde mediados del II milenio, por el interior de la Península, se extiende una cultura local conocida como Cogotas I, que será sustituida a partir del siglo IX a.C., por diversos grupos culturales, como el Bronce final tartésico en la meseta oriental, o la cultura de Soto de Medinilla en el valle media del Duero. El tipo de hábitat de la zona de Soria y Guadalajara se caracteriza por ser poblados de altura provista de fortificaciones, castro, de ahí la cultura de los Castros Sorianos. Más al sur los poblados en altura son menores y sin murallas. Aunque son dos grupos
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diferentes tienen elementos culturales que derivan de la cultura de los Campos de Urnas procedentes del valle del Ebro. La continuidad de poblamiento de estos poblados y necrópolis hace referencia a un periodo denominado como Protoceltibérico, pues posee elementos de la cultura celtibérica, como los castros, las necrópolis de cremación y una lengua indoeuropea. Hacia el siglo VI a.C. se sitúa una fase inicial de la cultura celtibérica o Celtibérico Antiguo, localizado en las tierras de la Meseta oriental y el sistema ibérico y caracterizado por innovaciones en el hábitat, el uso de la cremación, avanzada tecnología con el uso del hierro. Los hábitats son pequeños poblados en extensión en las cumbres o laderas altas, como el modelo de castro, en ocasiones amurallado. Las necrópolis son urnas marcadas por estelas, alienadas en calles, y cuyos ajuares determinan una sociedad guerrera siendo las armas el elemento de prestigio. El caballo continuo siendo el papel jugado por el substrato indígena en relación con los posibles movimientos migratorios que habrían desencadenado el proceso de celtización, donde se desarrolló una cultura guerreros-pastores de gran fuera expansiva. A partir del siglo V se desarrolla el periodo del Celtibérico Pleno, pero con variaciones regionales, sobre todo en el interior de la Celtiberia, donde se abandonan los asentamientos anteriores en favor de otros donde se aglomera la población, formando ciudades. Las necrópolis cuyos ajuares de gran riqueza, en piezas de bronces y hierro, muestran un gran desarrollo de la metalurgia con modelos propios. Se generalizan la cerámica más fina a torno. Entre mediado del siglo III y mediados del II comienza el Celtibérico Tardío, donde se ha de enfrentar a los imperialismo mediterráneos de Cartago y Roma. La sociedad celtibera crea sus primeras ciudades-estado y se empobrecen los ajuares funerarios. Se generaliza el uso de la escritura, la cerámica decorada, y por estimulo romano se acuñan monedas. Sin embargo, la conquista romana del territorio y su proceso de aculturación del mismo hare que desaparezca en la creciente romanización. o
El territorio
Según Burrillo existen cuatro niveles distintos de la territorialidad. El más amplio, el Celtiberia, que corresponde a los celtiberos históricos, extendida por la zona oriental de Guadalajara, Soria y la Rioja, el occidente de Zaragoza y Teruel y quizás el norte de Cuenca. El nivel más restringido la Celtiberia, Citerior y Ulterior, separados por el sistema ibérico. El tercer nivel corresponde a las tribus o populi, donde tenemos a los Arévacos y pelendones (llanura y serranía de Soria), belos y titios (Cuenca del Ebro), los lobetanos (serranía de Albarracín y Cuenca), los turboletas (Teruel) y los berones (La Rioja). El último nivel está constituido por las ciudades-estado, donde se aglomeran la población autóctona que controlan un territorio y se extienden por toda la Celtiberia. El hábitat clásico de la cultura celtibérica fue el castro o poblad en altura con defensas artificiales, son de tamaño pequeño dispersos por el territorio, pero cercanos entre ellos, localizados en los cerros o espolones sobre el cauce de los ríos, dominando zonas fértiles. Sus obras defensivas son sólidas en los poblados castreños sorianos, que disponían de murallas de mampostería irregulares, de dos y hasta seis metros de anchura, con torreones, fosos y filias de piedra apuntada y clavada delante de la muralla. La organización interna se basa en viviendas de mampostería y planta rectangular, de dos o tres habitaciones, posteriormente se crean entorno a una calle central y adosada a las murallas. En la fase celtibérica tardía el poblamiento es cada vez más urbano concentrado en grandes poblados protourbanos, los oppida, concentrándose la población en pocos
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centros. La conquista romano generalizo este proceso, donde destacan Numancia, Segobriga, Bibilis o Calagurris. Los cementerios celtibéricos estaban fuera de los poblados en las laderas de los cerros o llanos. El rito funerario empleado es la incineración, donde una vez quemado los cadáveres, se recogían los restos en urnas de cerámicas que se depositan en un hoyo, con ciertos objetos y ofrendas, pudiendo señalas con estelas de piedra la sepultura o un pequeño túmulo. A finales del siglo VI las aparecen las necrópolis de cremación, con ajuares funerarios típicos de una fuere jerarquización guerrera, que controla los todos los recursos. En el celtibero Pleno se ve una creciente jerarquización social con tumbas con ajuares abundantes, donde destacan las armas, dejando ver una aristocracia militar, donde hay diferencia incluso dentro de este grupo, pues hay ajuares con armamento completos (espada con vaina, puntas de lanza, cuchillos de hoja curva, discos-coraza y cascos de bronce) y en otras no. También abundan los arreos de los caballos, y unos objetos relacionados con el artesanado, lo que se supone que es una elite civil. Un rasgo peculiar, en el Ebro y la Meseta es la inhumación de los niños recién nacidos o de corta edad en el interior de los poblados bajo las viviendas. A partir del siglo III a.C., se empobrece el armamento de las tumbas de las cabeceras del Jalón y Tajo, mientras que en el alto Duero las armas siguen siendo un elemento destacado. En la metalurgia se alcanza un alto nivel en la artesanía celtibérica, pero también en la alfarería, donde encontramos cerámicas a mano y a torno, con una gran variedad de formas y de color claro con decoraciones en negro y rojo, con dibujos florales y humanos. En la cultura celtibérica tiene una gran importancia el pastoreo trashumante, que se extiende por el Sistema Central hasta Extremadura y la zona galaica. Esta actividad genero una artesanía textil muy importante. Junto a la ganadería encontramos una agricultura de autoabastecimiento en los valles f luviales. El comercio se deja ver en los intercambios que realizaban los celtiberos con la periferia, destinado a una aristocracia como muestran los ajuares funerarios. Sin embargo, el impulso romano provoco la aparición de la moneda en la Celtiberia oriental en el siglo I a.C., realizada en plata y bronce, con dibujos al dorso de jinetes ibéricos armados y el nombre de la ciudad en la leyenda. o
La sociedad
El origen del mundo celtibérico se encuentra en el proceso de celtización de un sustrato indoeuropeo, influenciado por pequeños grupos de guerreros celtas, produciéndose la transición en torno a los siglos VII y VI a.C. La nueva cultura posee una gran capacidad de expansión gracias a sus movimientos migratorios locales y a las expediciones militares; así como un carácter pastoril trashumante como base económica. La evolución de su cultura tiene lugar dentro de su propia área nuclear, como muestran sus necrópolis y el empobrecimiento de sus ajuares funerarios, que son diferentes en distintas áreas o núcleos de población, aun siendo vecinas, provocando una fuerte jerarquización del territorio sobre otras poblaciones menores y ligado a un proceso de concentración urbano. En esta etapa final, destacan grandes oppidas amuralladas como en Numancia. La estructura de las sociedades celtibéricas, de carácter patriarcal, están ligadas el surgimiento de una elite guerrera. A partir del siglo VI a.C. se vuelve más patente una acusada división social como reflejan las necrópolis. Los grupos dominantes, una clientela militar, se desarrollan en una sociedad pre-estatal donde despliegan todo su poder militar por medio de un fortalecimiento de los sistemas defensivos de los poblados con el fin de dirigir un trabajo colectivo y el control de los medios de producción.
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En su origen, las relaciones eran por medio de lazos de parentesco acordes con una economía pastoril y trashumante. Posteriormente, con el sistema territorial en forma de oppida progresa tanto la agricultura como las actividades artesanales, sobre todo la textil, donde se desarrolla los lazos de dependencia o clientelares en un marco más amplio, es decir, urbano, interurbano o interregional. En este nuevo ámbito la articulación política se realiza en un carácter jurídico territorial donde no se abandona los antiguos lazos gentilicios, que desaparecerán con la implantación de la civita romana. La ciudad pasará a ser la cabecera de un territorio que articula política y económicamente todo su alrededor y varios núcleos dependientes del central, con distintas entidades, defensivas, productivas o núcleos de encuentro. En época tardía, la celtibera se articulara en civitates que ocuparan unos 15 o 20 kilómetros de radio alrededor de un centro urbano. En el marco de la civitas, se utilizará como instrumento social las téseras de hospitalidad, que son placas de metal en forma de manos entrelazadas o siluetas de animales, con un texto grabado donde se especifica los derechos y obligaciones de los individuos o comunidades. Dentro de las sociedades guerreras, existen ciertas formas de subsistencia que son el bandolerismo y el mercenariado como nos indican las fuentes romanas. Sin embargo, esta actividad puede estar ligada a una práctica de iniciación para que los jóvenes adquieran el status de guerrero. La religión céltica posee un fondo naturalista y animista primitivo que considera sagrado elementos naturales como el sol, el agua, el trueno, los árboles, así como algunos animales. Algunos dioses son Lugus, de carácter solar, heroico y guerrero; Epona, protectora de los difuntos y asociada al caballo; y las Matres, símbolo de la fecundidad de la tierra y las aguas. La práctica de los rituales y ceremonias se realizaba al aire libre, en bosques o cimas. Siendo una práctica funeraria excepcional la exposición de los guerreros muertos en batalla al ser devorados por los buitres, creencia que ilustra la inmortalidad. Existen muchos problemas para descifrar su lengua, aunque contamos con abundantes testimonios en cerámica, inscripciones sepulcrales, leyendas monetarias, inscripciones rupestres y téseras de hospitalidad. La lengua céltica utilizó para sus anotaciones la escritura ibérica y en el siglo II a.C. será sustituido por el alfabeto latino. No obstante, no se puede agrupar con ninguna de las otras lenguas celticas conocidas.
2.2. Vacceos Ocuparon el eje del Duero medio, des la zona montañosa de Palencia hasta Salamanca y desde el Odra al Esla. Durante el Hierro I se había extendido la cultura de Soto de Medinilla y se mantendrá uniformemente durante el siglo V. Posteriormente, en la II Edad del Hierro, aparecen núcleos de población y los primeros cementerios, así como la cerámica a torno y el uso del hierro. Esta cultura se mantendrá hasta que en el siglo IV a.C. cede hacia la celtización. Los poblados son de pequeña extensión y ubicados en cerros y colinos, hasta que en el siglo IV a.C., la población se concentra en pocos núcleos ya existentes, de unas 20 Ha, que serán oppida en época romana, destacan Septimanca (Simancas), Rauda (Roa), entre otras. Hasta el siglo IV a.C., las cabañas de planta circular se distribuyen en el interior del poblado, más tarde se forman calle y plazas con viviendas de planta rectangular. En las necrópolis se hallan un corto número de inhumaciones infantiles, se colocan en las laderas bajas de los cerros, donde las tumbas son de incineración, muy sencillas, con las cenizas en urnas o directamente enterradas en un hoyo, señalados por una estela de piedra, donde destacan las sepulturas de guerreros que van acompañadas
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con arnas y objetos personales e instrumentos, lo que nos permite distinguir rango, edad y sexo. La economía se basa en la agricultura, mientras que la ganadería es para el autoabastecimiento y para intercambiar con los grupos del sur, con los de la Meseta oriental y el valle del Ebro. Destacan los documentos de Diodoro, donde nos informan que la tierra cultivada se repartía cada año en un sorteó para distribuir luego los frutos, dejando ver un carácter colectivo del mantenimiento, y muy legitimado al estar penado con la muerte su incumplimiento. Su régimen político se basa en un consejo restringido de ancianos y solo recurre al liderazgo individual para la dirección de la guerra. Estos rasgos arcaicos muestran una estructura gentilicia, que testimonio la epigrafía romano de la zona y las numerosas téseras de hospitalidad.
3. El occidente y sur de la Meseta. 3.1.
Vetones
A ambos lados del Sistema Central y ocupando el suroeste de la Meseta se extiende el territorio vetón, que desde el Bronce Final estuvo muy influenciado por estímulos variados hasta que en el II Edad del Hierro se crea un cultura definida. El área vaccea, que durante el Bronce Final se encontraba en la cultura de Cogotas I, con poblados de cabañas de planta rectangular, se irá diluyendo a partir del 800 a.C. por influencia de la cultura de Soto de Medinilla y Campos de Urnas, además de la influencias procedentes de la vía de la plata. Provocando una jerarquización social más intensa y un aumento del comercio. Más tarde, a partir del 500 a.C., los rasgos materiales nos indican que poseen la cultura de Cogotas II. Por lo tanto, la configuración del pueblo vetón es el resultado de un conglomerado de estímulos diversos, que no ofrecen una sociedad guerrera que impone su autoridad en el territorio y modificando las etnias existentes. Desde el siglo V a.C., los yacimientos ente el Tormes y el Guadiana, situados en cimas o laderas estarán constituidos como castros, cerca de zonas de pasto y corrientes fluviales que garantiza la ganadería. Desde finales del siglo III a.C., algunos asentamientos se abandonan por emplazamientos mejor defendidos, como Salmantica (Salamanca) o Ulaca (Ávila). Posee una forma poco planificada, donde destaca las estructuras defensivas: murallas de piedra adaptadas a la topografía y entradas guarecidas de torres, fosos barreras de piedra para impedir el paso de los caballos. Las casas son irregulares, de planta rectangular, de varias habitaciones, con un hogar central, corral delantero y porche cubierto con bancos adosados. En las proximidades se encuentran las necrópolis que muestran una fuerte aculturación procedente del Ebro, donde las tumbas son muy simples; hoyos donde se depositan las urnas, y luego se cubrían con tierra o lajas de piedra. En los ajuares podemos ver una organización centralizada y jerarquizada, donde se ven desigualdades en la edad, sexo y rango. Destacan las sepulturas con armas decoradas, mientras que existen un número mucho mayor de lanzas y cuchillos. Mientras que las sepulturas femeninas poseen adornos y piezas de telar. Estos restos nos hacen suponer en la existencia de una sociedad dirigida por una aristocracia militar, de carácter guerrero en sus miembros varones. Poseyendo esta sociedad un carácter gentilicio, donde el nombre del individuo está ligado a una unidad social y con ello a un grupo de parentesco superior a la familia nuclear. La economía es predominantemente ganadera y adaptada a las características del territorio, por este motivo la mayoría de los castros vetones están en las serranías. Mientras que la agricultura de secano queda reservado para el cultivo del cereal.
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Además, también podemos ver recintos para la cría de rebaños y del caballo, como muestran los arreos y las diferentes referencias escritas sobre el saqueo y el bandolerismo con un papel principal de los jinetes. A todo esto hay que añadirle la metalurgia que a partir de Cogotas II se intensificara el uso de hierro. Se ven adornos personales (brazalete, broches y fíbulas), armas (espadas, falcatas, puñales, lanzas) y otros (jarros, calderos, asadores). Con respecto a la cerámica estaca la realizada con influencias del mundo celtibérico. Entre las divinidades que los vetones comparten con otros pueblos vecinos sobresalen Ataecina y Bandue, extendidas en territorio lusitano y galaico. El santuario al aire libre se usa en el castro de Ulaca, así como otras edificaciones para sacrificar animales y humanos. Con las esculturas tenemos representaciones de toros y cerdos, que además de su carácter funerario, parece que hace referencia a un antiguo culto zoroástrico, con el fin de proteger la comunidad y el ganado, así como garantizar la multiplicación de los rebaños.
4. La Meseta sur. 4.1.
Carpetanos y Olcades.
Extendido por la Meseta sur, los carpetanos son el grupo étnico más importante del territorio, cuyo núcleo se encontraba en las cuencas del Tajo y del Záncara-Giguela. En la Edad del Bronce posee unos rasgos culturales característicos de Cogotas I. Posteriormente, en la transición al Hierro dominara una economía agrícola-ganadera y un poblamiento estable con una doble aculturación, la del Soto de Medinilla y la de las Campos de Urnas. No obstante, las características culturales de los carpetanos tienen una fuerte iberización. Donde surgen grandes poblados fortificados, ubicados en lugares estratégicos de control de rutas, como Toletum (Toledo). Menos información tenemos de los olcades, de quienes las fuentes escritos, solo citado en la II guerra Púnica, limitaban en el noreste con los carpetenos, y ocupaban las tierras montañosas del sur del Sistema Ibérico y de la serranía de Cuenca.
5. La fachada atlántica: Lusitanos y célticos. En el occidente atlántico, del Duero al cabo de San Vicente, en la II edad del Hierro se diferencian dos etnias. Los lusitanos al norte y los célticos al sur. Su cultura arranca en el Bronce Final y se influirá de los estímulos mediterráneos y una creciente celtización. En el oeste peninsular y los territorios centrales portugueses, al I edad del Hierro, a partir del siglo VII a.C. se influirá de la cultura de los Campos de Urnas, mientras que en el sur portugués se verá estimulado por el periodo orientalizante. El núcleo del territorio lusitano sufrían una profunda transformación, en conexión con la ruina de Tarteso y con la formación y penetración de elementos procedentes de Cogatos II que con distinta intensidad y de forma gradual configurada la II edad de Hierro portuguesa y modela los rasgos propios de las etnias prerromanas. Las principales características que defienden este periodo es el ritual de la incineración, el desarrollo de la metalurgia del hierro y la adopción del torno de alfarero, con un aumento demográfico que se manifiesta en el incremento del número de hábitat, el refuerzo de la defensa de los poblados con obras de fortificación y el uso extensivo de lenguas indoeuropeas.
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5.1.
Lusitanos, célticos y túrdulos.
La más extensa era la de los lusitanos, que poseía unos rasgos arcaicos como el mantenimiento de la P inicial. Probablemente el nombre debió ser empleado como genérico de una etnia en la que se incluían grupos menores, unidos para resistir a los romanos. Además de los lusitanos se encontraban los céltico y túrdulos. Los primeros se encontraban a ambos lados del Guadiana, en la ciudad de Baeturia. Su nombre hace pensar en un origen celta donde no es posible concretar la época de su asentamiento. Los segundos en la desembocadura del Duero y el Tajo, son una fracción de los Turdetanos que emigraron hacia el norte y evolucionaron de forma independiente. Lusitanos y túrdulos tenían como frontera septentrional el Duero, mientras, por el sur limitaban con los célticos. El área lusitana presenta un habitar castreño, con potentes sistemas defensivos y ubicados estratégicamente en alturas fáciles de defender, donde a mediad que desciende por el Tajo las viviendas se vuelven redondas y en torno a zonas abiertas o patios. En la Beturia celtica todavía es más acusado en el poblamiento en el cruce de influencias continentales y mediterráneas, con un hábitat de tipo castreño y otro en llanura, donde refuerzan las medidas defensivas naturales con las artificiales, como las torres de Aníbal, con una cierta jerarquización jerarquización del territorio. Las necrópolis son de tumbas sencillas con un simple hoyo donde se depositan las urnas, y se tapan con una piedra o cuenco cerámica y con una cubierta de tierra o piedra. Los ajuares son pobre, pero permiten diferenciar el sexo y el status. El cultivo de la tierra y la ganadería era lo primordial, pero también tuvieron cierta importancia las actividades minero-metalúrgicas. minero-metalúrgicas. La agricultura de secano, de carácter cerealistico, que se alteran con la vid y el olivo, aunque la principal riqueza de la zona era la ganadería del ganado ovino y caballar, seguido del bovino y porcino. La importancia de la minería procedía del oro arrastrado por el Tajo, y de las minas de plata, estaño, cobre y plomo y cinabrio. Donde las abundantes armas e instrumentos agrícolas hacen patente la importancia de esta actividad de metalurgia y orfebrería. Todas estas influencias se vieron intensificadas por las vías de comunicación y la actividad comercial para los excedentes de la economía. En la región nuclear lusitana gran importancia tenía las relaciones de carácter tribal debido a la frecuente mención en la teonimio de epítetos relacionables con los nombres de unidades organizativas indígenas. Por lo que podemos deducir la pervivencia de una sociedad muy poco articulada, con fuertes rasgos de carácter tribal y formas de gobierno basadas en la jefatura militar. La religión lusitana aparece fuertemente celtizada en algunos aspectos de escasa antropomorfización, se veranan elementos naturales, como rocas o aguas, o divinidades protectoras muy indefinidas con una tradición indoeuropea precéltica, Entre el Duero y el Tajo destacan dioses indígenas como Band, divinidad de carácter tutelar como Arentio/Arentia, y Trebaruna, T rebaruna, protectora del hogar. Al sur del Tajo, las divinidades divinidades de los célticos era Endovélico, dios de la medicina o una divinidad infernal conductora de las almas al otro mundo. No es mucha información sobre la organización del culto, solo se conoce un viejo rito indoeuropeo de purificación, donde se sacrifica un cerdo, una oveja o toro.
6. Los pueblos del norte. En el marco de la protohistoria peninsular, los pueblos desde Galicia hasta los Pirineos, manifiestan una acusada personalidad, que no comparten un denominador común. Su alejamiento de las corrientes mediterráneas y continentales las ha mantenido en parte al margen de los procesos que han modelado los rasgos de las
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restantes etnias peninsulares. No obstante, en época tardía, se ven estímulos de las áreas iberizadas o celtizadas, que limitan con esta.
6.1.
Galaicos.
El tipo de hábitat de este pueblo se desarrolla en zonas altas, fáciles de defender y con viviendas circulares de piedra, denominándose la cultura del lugar, castreña del noreste. Siendo desarrollado fundamentalmente por los pueblos galaicos. La cultura castreña se extiende por el este hacia los ríos Canero, Orbigo y Esla, y al sur por el Vouga, comprende Galicia, el norte de Portugal y el occidente de Asturias, León y Zamora. Los orígenes y divisiones internas de su cultura son desconocidos, pero se sabe que posee elementos de la plena Edad del Bronce, donde estos elementos antiguos se unen a los célticos. La arqueología distingue tres o cuatro fases, entre los siglo VIII y v a.C., la fase formativa, cuando aparecen los primeros castros estables con estructuras defensivas, con un sistema de exportación agrícola permanente, y con una evolución debido al comercio del atlántico y continental; la segunda de desarrollo o clásica, muy mal conocida; con la expedición de Bruto Galaico (138 a.C.), se inició bajo la administración romana romana una fase de apogeo, que perdurara hasta el siglo I d.C., se usa el hierro, la cerámica a torno, la mejora de la plástica y la orfebrería castreña, con otros elementos materiales y espirituales de la celtización. Desde la segunda mitad del siglo I se inicia un proceso de decadencia, se abandonan muchos castros y se trasforma el paisaje como resultado de una economía de las villae romanas. Se localizan millares de castros, tanto en la costa como el interior, ubicados en alturas medias, con una distribución geográfica muy irregular. De dimensiones variadas, destacan Sanfins, Coaña, Santa Tecla...Suele adaptarse el terreno y las casas de tipo circular y ovalada, con cubiertas cónicas de paja recubiertas de barro, apoyadas apoyadas sobre un poste central. Además de las defensas naturales, se crean terraplenes, murallas, fosos y plataformas de piedras hincadas. Cierta importancia tiene un tipo de edificación, denominadas monumentos con hornos. La ausencia de necrópolis en época prerromana, se deja de lado con la llegada de los conquistadores donde se entierran los cadáveres en cementerios fuera del recinto habitado. Las bases económicas de la cultura castreña son fundamentalmente recolectora, que se complemente con la actividad agrícola basada en cereales y hortalizas, de bajo rendimiento. Nada se sabe de la propiedad de la tierra, se supone que era de carácter comunal, y en la época romana será privatizada. La ganadería, poco desarrollada se realizaba dentro de la propias cabañas compuesta de cabras, ovejas, bóvidos y cerdos. Una mención especial tenía la cría de una raza concreta de caballos, tieldones y asturcones. La pesca, el marisqueo, caza y comercio completaban las actividades económicas de la cultura castreña. La actividad minera, tiene mayor peso en las materias como el oro, estaño, y plomo, donde el primero tiene gran relevancia para el uso de la orfebrería castreña. La actividad metalúrgica se usaba para satisfacer las necesidades de carácter doméstico y bélico, donde encontramos escorias en todos los castros y hornos metalúrgicas, lo que nos da una auto producción de las ciudades. La pobreza de la cerámica se mejora con la implantación paulatina del torno y una mayor variedad de motivos, paralelamente con la romana. Los excedentes agropecuarios y los minerales, como alimentos se comerciaban con el exterior. A partir del siglo VII a.C., con las fenicias en la costa atlántica, llegando por rutas marítimas y terrestres cerámicas púnicas y griegas, salazones, aceite y vino. La cultura castreña se configura a partir de diferentes influjos culturales a partir de un substrato de la Edad de Bronce, donde se unen el círculo atlántico, el Mediterráneo y el continental.
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En el ámbito lingüístico, la onomástica y la toponimia parecen poder distinguir un fondo preindoeuropeo. Todos esos cruces de influencias se observan en la cultura material, y en especial en la orfebrería, con la utilización de las técnicas del repujado, estampado, filigrana u granulado. La plástica castreña centrada en las esculturas de los guerreros galaicos, que se poseen una treintena de piezas. Son figuras de guerreros, armados con escudo redondo céltico, puñal al cinto, y espada desvainada. Estas esculturas dejan ver la formación de una sociedad guerreras con una elite militar potenciada con la posterior influencia del mundo céltico de la meseta. La organización social de la castella, se vincula al territorio y en concreto a un castro determinado de grupos sociales de carácter gentilicio, que se articulan en unidades más amplias, las gentes. Estas gentes, entendidas como unidades organizativas indígenas de significado político que posteriormente serie utilizado por los romanas para formar la civitates. La religión posee unos rasgos muy arcaicos, donde llama la atención ante todo la abundancia de teónimos, siendo consecuencia de las diferentes denominaciones que tiene para una misma divinidad. Destaca, Cossu, dios de la guerra, en cuyo honor se hacen fiestas donde se sacrifican caballos, machos cabríos y prisioneros; Bandua, una divinidad tutelas y protectora de los caminos.
7. La cornisa cantábrica: Astures y Cántabros Limitado en la costa entre los ríos Sella y Ansón, así como las tierras septentrionales de León, Palencia y Burgos. Por un lado, los astures, entre galaicos y cántabros, separados por el litoral de los ríos Navia y Sella, ocupaban un amplio territorio que abarcaba gran parte de Asturias, León y el norte de Zamora. La arqueología apenas puede detectar diferencias entre el mundo cántabro y astur, debido a los escases restos materiales existentes. El tipo de poblamiento se puede notar diferencias, los astures usan el estilo castreño galaico, frente al hábitat más dispersos y diseminados en pequeños poblados como hacen los cántabros. En el último tercio del siglo I a.C., tras la feroz f eroz guerra, afloran menciones a cántabros y astures en las fuentes literarias sobre todo en Estabrón, quien en su pasaje (III, 3,7), engloba a todos los pueblos del norte peninsular como montañeses, con un tipo de vida austera y ruda, caracterizada por su ferocidad y salvajismo y por su costumbre de andar guerreando y el vandalismo. Con una economía arcaica y de mantenimiento. Apenas contamos con datos seguros de su organización organización colectiva y las formas de poder de ambos grupos, pero podían ser unidades autóctonas de escasa entidad y articulación, con relaciones de carácter gentilicio. Los astures disponían de un consejo encargado de tomar las decisiones en la guerra. Podemos suponer que disponían una sociedad jerarquizada y guerrera, donde la edad y rango adquirido por el valor y la destreza en el combate debieron jugar un papel muy importante, con un modelo social basado en ciudades estado. Se pueden distinguir entre gentes y gentilitates por un lado y la cognationes por otro. La primera tiene un significado político, mientras que la segunda solo es de carácter identificativo y social. En la sociedad astur es característicos la práctica social indoeuropea del hospitium, las téseras de hospitalidad, que establecen entre individuos y una colectividad, o entre dos entidades indígenas, donde por medio de un otorgamiento voluntario de derechos y deberes mutuos en igualitarios, de transmisión hereditaria, en una relación jurídica. En las fuentes escritas y epigráficas de la época imperial romana nos aportan las principales datos sobre la religiosidad y formas culto de los cántabros y astures, donde
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hay elementos naturales como divinidades masculinas y femeninas. Así como danzas rituales, sacrificios, oráculos y augurios.
8. El área vasco-pirenaica: los vascones y sus vecinos El volumen de documentación disminuye desde el límite de Cantabria hasta la vertiente meridional de los Pirineos, donde apenas es posible mencionar nombres y fronteras imprecisas. Los distintos pueblos son los autrigones y berones, localizados respectivamente en la Bureba y la Rioja; caristios y várdulos, diseminados por el País Vasco, y vascones entre los Pirineos y el Ebro por tierras navarras. Son pueblos mal conocidos, cuyos substratos son difíciles de captar por los procesos de celtización que los han transformado y diferenciado. Probablemente ya antes, en la plena Edad del Bronce, se había ido configurando grupos étnicos bien articulados, sometidos a un proceso de mestizaje, cuyo resultado es un horizonte etnocultural y lingüístico sustancialmente homogéneo. Los pueblos vasco-pirenaicos aparecen muy tarde en las fuentes literarias, que parecen distinguir entre grupos no vascones como autrigones, berones, caristios y várdulos, frente al común étnico de vascones. Los autrigones, asentados en la comarca de la Bureba, formado por un fuerte proceso de celtiberización iniciado en el siglo III a.C. sobre un substrato de población de la I Edad del Hierro. Caristios y Vardulos se extendían por las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, con el rio Deba como frontera común, hasta la linea del Ebro. Con una población de origen no indoeuropeo, estancado en una cultura cántabro-pirenaica, de una economía muy pobre y pastoril. La población vascona se extendía en los territorios navarros, donde desde época romano se vio alterado por elementos indoeuropeos. En la transición hacia la Edad del Hierro se ve afectado por influencias del sur peninsular. En cambio las tierras septentrionales, al norte de Pamplona, las formas de ocupación y culturales no se vieron afectadas. La lengua es el elemento cultural más característico de la etnia vascona, donde según su análisis se confirma que este territorio sirvió de frontera lingüística para las lenguas ibéricas y celtas. Fueron los romanos los que dieron el impulso decisivo en la configuración de la etnia vascona, uniendo comunidades culturalmente diversas y creando una etnia, vascones, a la que se le fueron adscribiendo comunidades y territorios, aunque solo en la Navarra Media y de la Ribera, el ager vasconum. Por razones geopolíticas, Roma situó en los Pirineos el límite entre vascones y aquitanos, separando administrativamente dos pueblos con rasgos comunes como la lengua.
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Tema 7: La Conquista de la Península Ibérica por Roma y el problema de la romanización 1. Cuestiones Previas. La conquista de la Península Ibérica por los romanos y el consiguiente fenómeno de la romanización fueron probablemente uno de los hechos históricos más importantes del país en la Edad Antigua. Sus resultados hay que tenerlos muy en cuenta para comprender el desarrollo posterior de las formaciones sociales peninsulares. Mucho se ha escrito sobre la secuencia de las guerras por medio de las cuales los romanos consiguieron la sumisión de los pueblos de la península y sobre los procedimientos político-administrativos que sirvieron para organizar esta sumisión. Se han descrito diversos fenómenos que demuestran la asimilación de las f ormas de vida romanas por los indígenas y se los ha considerado bien como la romanización en sí, bien como sus causas. Por ejemplo: la construcción de edificios públicos y de vías, la extensión del derecho romano, el uso del latín y la pérdida de las lenguas indígenas que se hablaban con anterioridad, o el nacimiento en la península de algunos políticos y pensadores más destacados. Pero la mayor parte de estos fenómenos son puramente culturales o pertenecen al ámbito de las instituciones político-jurídicas. Por tanto, no serían ellos la causa de la romanización, ni ésta se podría explicar simplemente por aquéllos, a no ser que consideremos la romanización como un fenómeno exclusivamente cultural o institucional. Sin embargo, la realidad histórica de lo que significó la asimilación de la península a Roma es más profunda, y afectó a elementos estructurales de base, que permitieron los cambios culturales e institucionales. Para comprender el fenómeno de la romanización hay que partir de dos hechos fundamentales: a- las formas de organización social a todos los niveles, representadas por Roma y b- las organizaciones sociales indígenas también a todos los niveles, como han sido expuestas anteriormente. De la relación entre estos tipos de organización surgiría la forma peculiar de la sociedad peninsular durante la época del dominio político romano, en cuya estructura predominarían los elementos romanos como factor dominante de regularización. Estos elementos, aunque en este caso sean específicamente romanos, fueron en general los elementos constitutivos fundamentales que caracterizaron a las formaciones sociales del mundo antiguo tanto en el ámbito griego como fenicio-púnico o como en el romano y en otros ámbitos semejantes: pueden designarse a estos elementos simplemente como antiguos, con tal de que se indique en cada caso si pertenecen al ámbito griego, fenicio-púnico o romano, para expresar las consiguientes diferenciaciones. De esta forma, se puede afirmar que muchos de estos elementos existían ya en la península antes de ser conquistada por los romanos, especialmente en el sur y en el este, regiones cuyas organizaciones sociales se hallaban mucho más desarrolladas que las del resto del país. El dominio romano aquí no haría más que afianzar estos elementos y obligar a que se expresaran por medio de las instituciones político-jurídicas específicamente romanas. Antes de pasar adelante, conviene tener en cuenta otros dos hechos fundamentales para comprender no sólo la romanización de la península, si no también lo que se llama Historia Antigua de España. En primer lugar, hay que plantearse si puede existir una Historia de la España Antigua como ciencia autónoma que tenga un valor para la España actual: es decir, que en la Historia de la Península Ibérica haya habido una cierta continuidad que nos permita comprender esta historia y asimilarla en el
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momento actual, de forma que la Historia de España Antigua no sea sólo un cúmulo de noticias inorgánicas o un campo para ejerciten en él sus conocimientos los filólogos o los eruditos. Es evidente que no se puede hablar de Historia de España en la Antigüedad, como de Historia propiamente dicha de un estado soberano, unificado y autónomo. En la primera mitad del primer milenio a.n.e. la Península Ibérica no constituía una unidad en ningún aspecto. En la segunda mitad del primer milenio la conquista romana irá dando una cierta unidad a la península que culminará en la época Imperial. Pero en este caso si nos atenemos a un criterio histórico estricto, sólo podríamos hablar de historia de las provincias romanas de Hispania, como parte integrante del Imperio Romano. Es decir, que la historia de la Península Ibérica en esta época forma parte de la Historia de Roma, especialmente en lo referente a los aspectos político-jurídicos. Se ha intentado encontrar un cierto grado de continuidad en un hipotético espíritu español que se hubiera perpetuado desde la Prehistoria hasta nuestros días. Este intento de explicación está, sin embargo, en contradicción con los datos concretos y consiste, en último término, en trasladar al pasado remoto concepciones y discusiones surgidas en épocas más recientes de la Historia de España. El adoptar esta postura para la antigüedad entrañaría peligros y actitudes tendenciosas. Por tanto, una Historia de la España Antigua que tuviera validez científica, tendría como objeto el estudio de la organización de las sociedades que habitaron el territorio peninsular en todos sus aspectos: económicos, sociales, políticos e ideológicos y, especialmente, el estudio de los cambios sufridos por estas organizaciones sociales. Es evidente que en este estudio entraría también la historia política externa: guerras, conquistas, divisiones administrativas, instituciones, etc. que, aunque Historia de Roma, incidió, sin embargo, en las transformaciones de las organizaciones sociales de la península. Lo que hay que considerar, por consiguiente, son estas organizaciones y estos cambios más o menos profundos, en causas y consecuencias reales. El segundo hecho a tener en cuenta es la falta de homogeneidad de la romanización. La evidencia de este fenómeno se manifiesta en las diferencias que existen entre las diversas regiones de la Hispania Romana en la asimilación de los elementos romanos. Si antes de la conquista existía una heterogeneidad muy grande en las formas de estar organizados los diferentes pueblos que habitaban la península, no es extraño que los cambios estructurales que trajo consigo la dominación romana, no fueran homogéneos en todo el territorio. Estas diferencias se pueden explicar por la supervivencia de elementos estructurales indígenas. No se puede considerar que lo indígena fuera algo amorfo sobre lo que actuó lo romano. La situación fue completamente diferente: tanto unos elementos como los otros fueron dinámicos y se influyeron recíprocamente. Las guerras de conquista ilustran este hecho. Para terminar estas observaciones preliminares, hay que tener también presente que la sociedad romana, a lo largo de su historia, sufrió cambios que repercutieron en la Hispania Romana, como parte que era de la sociedad y del estado romanos. Por lo tanto, la sociedad romana de la península se vio sometida también al desarrollo general que se iba produciendo en el Imperio.
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2. Los elementos ideológicos en la Hispania romana. Según acabamos de exponer, el problema de la romanización hay que considerarlo como un cambio en las estructuras socio-económicas de la península y no como un fenómeno puramente político o cultural. Sin embargo, hay que tener presente que la romanización supuso también la expansión de los elementos ideológicos romanos que dieron una cohesión y justificación a las nuevas realidades socio-económicas. La adopción del latín como lengua generalizada llevo consigo evidentemente la adquisición de un vehículo conceptual que facilitaba la propagación de dichos elementos ideológicos. Es indudable que el factor determinante en este sentido fue la ideología de la clase dirigente romana, en todas sus manifestaciones, a veces contradictoria. Además, es imprescindible hacer la observación de que el Estado Romano utilizó los elementos ideológicos con el fin de dar una cohesión al Imperio que comprendía dentro de sus fronteras territorios heterogéneos con formas de vida y cultura heterogéneas también. En lo que se refiere a la Península Ibérica, el problema consistiría en constatar cómo se manifestó en ella la ideología dominante del Imperio Romano, hasta qué grado afectó esta ideología a la sociedad peninsular y, dentro de ésta, a qué grupos y en qué forma. Un trabajo de este tipo presenta numerosas dificultades, no sólo por las lagunas existentes en lo que se refiere a la información, sino también porque es este un campo de investigación bastante complejo, en el que hasta muy recientemente no se han hecho más que estudios parciales. Por consiguiente, todo intento de interpretación en este sentido será provisional en la mayor parte de los casos y tendrá lagunas en lo que se refiere a cuestiones fundamentales. Con la conquista de Hispania se extendió la organización socio-económica y político jurídica romana. Junto a esta organización que fue el elemento dominante dentro de la sociedad peninsular, se extendieron también las f ormas ideológicas predominantes en el mundo antiguo greco-romano, que se expresaban por medio de todo tipo de manifestaciones que abarcaban tanto a las artes plásticas y a la literatura como al pensamiento filosófico y religioso. La formación, dentro de la península, de una clase dirigente identificada con la clase dirigente general del Imperio Romano, con unos intereses que en ciertos grupos de ella podían circunscribirse bien al ámbito local, bien a las mismas instituciones centrales del Imperio, hicieron que los elementos ideológicos arraigasen en Hispania y que fueran más importantes los que afectaban a los grupos con intereses locales, es decir, a las oligarquías municipales.
3. La Conquista Romana de Hispania: Precedentes y Causas. La intervención de los romanos en la península fue una de las consecuencias de la política exterior llevada a cabo por Roma en el Mediterráneo occidental en el s. III a.n.e. Entre los años 264 y 241 a.n.e. Roma y Cartago se habían enfrentado en la llamada Guerra Púnica. Al comienzo de esta guerra los intereses romanos no iban más allá, en apariencia, de impedir que los cartagineses pudiesen imponerse en Sicilia, lo que podría significar un peligro para la estabilidad de la hegemonía romana en Italia. El curso de la guerra, la derrota de Cartago y el peso cada vez mayor de los grupos que dentro de la propia Roma buscaban una expansión territorial y una explotación de los territorios conquistados, fueron determinantes. Con esta política imperialista Roma podía obtener importantes beneficios: podían con ello convertir la mayor parte de ese territorio conquistado en «ager publicus»; con las poblaciones dominadas se podían obtener importantes recursos de mano de obra esclava, con su explotación económica se generaban importantes intereses comerciales por parte de
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los grupos de negociantes y financieros romanos, y los ingresos en el erario procedentes de tributos, impuestos y exacciones de todo tipo multiplicaron los recursos para financiar dicha política imperialista. Para ello, los territorios anexionados (Sicilia, Córcega y Cerdeña) pasaron a depender de Roma, pero en una situación de inferioridad respecto a Italia: es decir, estas islas se fueron convirtiendo en provincias. Este sería el primer paso en la organización provincial que los romanos impondrían en los territorios conquistados más tarde. La conquista de la Península tuvo su origen también en una guerra contra los cartagineses, la Segunda Guerra Púnica. La influencia de los cartagineses en el sur y levante peninsular había sido muy grande desde por lo menos el s. VI a.n.e. Después de su derrota en la Primera Guerra Púnica, los grupos cartagineses más interesados en que Cartago volviera a conseguir una posición de primacía en el Mediterráneo occidental, aunque esto llevara a un nuevo enfrentamiento con los romanos, vieron en la península una fuente de recursos materiales y humanos muy abundante por explotar. La nueva situación, al producirse el segundo enfrentamiento entre las dos grandes potencias rivales, los intereses expansivos romanos alcanzaban ya a Hispania. Aún ya antes de comenzar las hostilidades de la Segunda Guerra Púnica, la actividad diplomática de los romanos en la península debió ser muy grande, para intentar contrarrestar la influencia cartaginesa. Las actividades diplomáticas romanas en las regiones nororientales, en torno al río Ebro, hicieron que se formaran dentro de los pueblos que habitaban estas regiones partidos pro-romanos y pro-cartagineses. La atracción de los diversos pueblos a uno u otro bando, tanto por la parte cartaginesa como por la parte romana, se realizó aprovechando las rivalidades que existían entre ellos y los conflictos internos dentro de cada pueblo concreto. Los romanos parece que se apoyaron inicialmente en los pueblos indígenas con regímenes aristocráticos y aprovecharon también la influencia que los griegos ampuritanos y massaliotas, aliados de los romanos, ejercían en algunos de estos pueblos indígenas de la Península Ibérica. Este juego de alianzas y de tratos diplomáticos con los indígenas antes de estallar la Segunda Guerra Púnica explica los diversos cambios de situación que llevaron al conflicto de Sagunto y a la ruptura del tratado del Ebro del año 226 a.n.e. Además de las actividades diplomáticas previas a la guerra, hay también que señalar los preparativos militares. Tanto Roma como Cartago habían elaborado planes estratégicos semejantes: llevar la guerra al terreno del adversario. Existía un antecedente de ello, ya que los romanos habían enviado una expedición a África durante la Primera Guerra Púnica (expedición de Régulo que acabo con derrota romana). Ahora Aníbal proyectaba llevar la guerra a Italia desde Hispania. Los romanos, por su parte, habían preparado el envío de un ejército a Hispania y otro a África. La rapidez de Aníbal sorprendió al ejército romano en Massalia, en su marcha hacia Hispania, y tanto este ejército como el que se enviaba a África, tuvieron que retroceder para poder defender el norte de Italia. Pero, de todos modos, en el verano del 218 a.n.e. los romanos desembarcaron en la ciudad griega de Ampurias, mandados por Cn. Cornelio Escipión, hijo del cónsul que poco antes había tenido que volver a Italia al enterarse de que Aníbal había atravesado los Pirineos. Ampurias fue el primer centro de operaciones de los romanos en la península, que contaron inicialmente con el apoyo de los pueblos que habitaron la costa de la actual Cataluña, pero no con el apoyo de los del interior, reunidos alrededor de los ilergetes y de su rey Indíbil, aliado de los cartagineses. De esta forma, la intervención romana en la península fue, al comienzo, una consecuencia de la rivalidad entre ambas potencias por imponer su hegemonía en el Mediterráneo occidental. Pero a partir de esta intervención inicial la península entrará definitivamente en los planes expansionistas de Roma, que irá conquistando poco a poco sus territorios. La explotación de éstos y de los pueblos que los habitaban, era necesaria a la sociedad romana en aquellos momentos de gran expansión por diferentes lugares del Mediterráneo. Se necesitaban esclavos para trabajar en la agricultura y en la industria en Italia; se necesitaban metales; los generales podían
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hacer grandes fortunas personales explotando a las poblaciones indígenas (imprescindible para el desarrollo de su «cursus honorum»; los miembros del orden ecuestre podían hacer fabulosos negocios alquilando los impuestos de los nuevos territorios dominados por Roma y monopolizando su comercio, y al erario público podían ir importantes cantidades de dinero necesario para las guerras de conquista que el estado romano se veía obligado a hacer para mantener a un ritmo constante la acumulación de riqueza en manos de los grupos dominantes de la sociedad romana.
4. La conquista romana: periodización y fases. La abundancia de fuentes antiguas escritas que tratan de la conquista romana ha permitido a los historiadores modernos reconstruir la historia de las guerras con bastantes detalles. En nuestra exposición vamos a prescindir en general, de la discusión minuciosa de las campañas militares, de las que encontraran abundante bibliografía en el temario. Daremos, en cambio, una periodización de la época de la conquista señalando sus rasgos peculiares en relación a la política romana respecto a los indígenas, la reacción de éstos frente a dicha política romana, la explotación de la península, y nos detendremos en observar los cambios estructurales que sentaron las bases para la romanización del país. Por lo general, se suele llamar época de la conquista al período de tiempo comprendido entre el 218 y el 219 a.n.e., año este último en que fueron conquistadas las regiones septentrionales de la península, quedando todo el país bajo el dominio romano. El espacio de tiempo comprendido entre ambas fechas es muy grande y siempre se ha esgrimido como un ejemplo de la tenaz resistencia que el pueblo español opuso a los invasores romanos, comparándolo con la rapidez con que Roma logró conquistar otros territorios. Pero la cosa no es tan sencilla: en primer lugar, no existía «un pueblo español» que opusiera una resistencia organizada a Roma durante tan largo tiempo, si no que existía en la península «pueblos», «estados» y «ciudades» heterogéneos e independientes entre sí, que fueron cayendo bajo el dominio romano los unos con mayor rapidez que los otros, según las circunstancias por las que atravesaba Roma y la situación en la que se hallaba cada una de las comunidades indígenas en concreto. Además, estos años no fueron de guerra continua y el que Roma conquistará un territorio determinado no quería decir que esta conquista despertará siempre un movimiento de solidaridad por parte de los habitantes de las regiones vecinas, si no se veían amenazados directamente. Para dominar a los pueblos de la península, los romanos utilizaron dos procedimientos: la presión militar y política y los contactos diplomáticos y pacíficos. Estos procedimientos dejaban un amplio margen de maniobra a los romanos, de forma que muchas veces podían cambiar radicalmente su forma de actuar frente a los indígenas. Sin embargo, no siempre las decisiones tomadas por los generales romanos daban los resultados apetecidos, si no que podían tener un efecto contraproducente y desencadenar reacciones violentas. Las medidas principales llevadas a cabo por los romanos para romper la resistencia de los indígenas oscilaron desde el exterminio en masa de la población hasta el intento de asimilación por vía pacífica. De todas formas, los romanos, siempre que pudieron, procuraron utilizar en su favor aquellos otros elementos que podían debilitar la resistencia de los indígenas y la cohesión de sus organizaciones sociales. Así, por ejemplo, supieron aprovecharse de los conflictos externos entre unos pueblos y otros, y de las luchas internas dentro de cada pueblo. Supieron, sobre todo, utilizar aquellos elementos institucionales que representaban un factor de desintegración dentro de las sociedades indígenas, como los pactos personales (hospitalidad, patronazgo, clientela entre otros) con los jefes de los pueblos. Estos procedimientos fueron utilizados principalmente por generales como Escipión, Sertorio, Metelo, Pompeyo y otros muchos más.
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La época de la conquista suele dividirse en tres grandes períodos con características diferentes. Sólo el primero y el tercero pueden considerarse como verdaderos períodos de conquista en lo referente al dominio efectivo sobre grandes extensiones del territorio peninsular, pues el segundo, aunque la influencia romana se fue extendiendo de manera más o menos pacífica por las regiones peninsulares, no fue la conquista militar propiamente dicha lo más significativo de él. El primer período comprende las guerras que verdaderamente pueden llamarse de conquista. Cronológicamente abarca desde el año 218 a.n.e., comienzo de la Segunda Guerra Púnica y desembarco de los romanos en Ampurias, hasta el año 133 a.n.e., con la toma de Numancia. Este período coincide con las guerras de expansión que convirtieron a Roma en la primera potencia del Mediterráneo: la Segunda Guerra Púnica, las guerras en Macedonia y en Grecia y la Tercera Guerra Púnica. Las grandes conquistas romanas obedecieron en lo esencial a las mismas motivaciones ya mencionadas, aunque tuviesen características concretas diferentes a causa de la diversa situación histórica de los territorios del este y del oeste Mediterráneo. El segundo período está constituido, poco más o menos, por los cien años que siguieron a la caída de Numancia. Por un lado, estos años son de pausa relativa en cuanto a la conquista de nuevos territorios, si los comparamos con el período anterior, pero, por otro lado, existió una gran actividad militar en la península, ya en su mayor parte dominada por Roma. Esta actividad militar, en la que intervinieron los indígenas al lado de los romanos, fue consecuencia de las guerras civiles por las que atravesó la sociedad romana en la última etapa de la República. El Tercer período, finalmente, comprenden los años que van del 29 al 19 a.n.e., durante los cuales se llevará a cabo la conquista de las regiones septentrionales de la península, que todavía se hallaban fuera del dominio romano. La actividad conquistadora se circunscribió a un territorio muy limitado en comparación con las grandes extensiones conquistadas durante el Primer período. En el resto de la península continuaron dándose las características pacificadoras y romanizadoras propias del Segundo período. Esta etapa final de la conquista de la península se realizó a comienzos del Imperio, y sus motivaciones generales se explican dentro del marco de la política exterior de Augusto en la primera parte de su reinado.
5. Fases del primer periodo de la Conquista. Los largos años abarcados por este período de conquista pusieron, como se ha dicho, casi toda la península en manos de los romanos. Las características de los pueblos conquistados y el momento en que cada uno de ellos fue sometido, permiten a su vez diferenciar varias fases dentro de este período: o
Primera Fase
Se puede circunscribir a la segunda guerra púnica y a sus secuelas inmediatas en Hispania, terminó con el dominio de las regiones del sur y del levante. La lucha contra los cartagineses puso en manos de los romanos las zonas más civilizadas. La conquista de estas regiones quedó terminada en el 206 a.n.e. con la rendición de Gadir a los romanos. Pero una vez eliminados los cartagineses de la península, los romanos continuaron dominando el país, ya que sus recursos les eran necesarios, como antes les habían sido a los cartagineses. La actuación de Escipión el Africano estuvo marcada, en la última fase de la guerra contra los cartagineses, por una política de atracción de los jefes indígenas para separarlos de sus alianzas con Aníbal. Pero esta política de buenas relaciones se vio pronto oscurecida por los abusos y arbitrariedades de los romanos para obtener por medio de tributos y otros procedimientos arbitrarios las riquezas para las necesidades de la guerra. En el año
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197 a.n.e. la extensión del domino romano en la península obligó a la creación de dos circunscripciones administrativas, las dos provincias Ulterior y Citerior, estableciendo con este hecho el primer aparto administrativo permanente en Hispania. Pero el mismo año se produjo la gran rebelión de los indígenas de las dos provincias, por los motivos aducidos anteriormente. Fue una situación que coincidió con otras rebeliones en otros puntos del Mediterráneo (Grecia y Macedonia), originadas también por las mismas causas. Esta rebelión produjo un movimiento generalizado que abarcó todo el territorio conquistado, excepto la ciudad de Ampurias, que fue la única que siguió fiel a los romanos. Estos tuvieron que adoptar medidas extraordinarias ante la gravedad de la situación. Catón fue enviado a reprimir la revuelta, que quedaría en gran parte sofocada en el año 193 a.n.e., aunque todavía se dieron conatos aislados en la Turdetania en los años siguientes. Las dos provincias quedaron pacificadas en torno al año 180 a.n.e., gracias a los grupos dirigentes de las ciudades de las zonas costeras principalmente, que eran fundamentalmente mercaderes, que aceptaron el dominio romano pensando que la unificación política del Mediterráneo llevada a cabo por Roma les proporcionaría unas posibilidades mayores de expansión en sus negocios y actividades comerciales. Con motivo de las campañas de pacificación de las revueltas, los romanos tuvieron los primeros choques con los pueblos del interior, cuyas formas de vida eran muy distintas a la de los pueblos sometidos a Roma. Estos pueblos del interior empezaban a ser una amenaza para el dominio romano. Habían servido como mercenarios en os ejércitos turdetanos en su sublevación contra Roma. Además, el bandolerismo existente entre ellos ponía en peligro, con sus correrías continuas en busca de botín, la zona dominada por Roma. o
Segunda Fase.
Se centro en dominar a los pueblos del centro y del oeste, después de los años de paz que hubo tras la sofocación de la revuelta anterior. Durante esta fase los romanos pretendieron extender su zona de influencia hasta el Tajo y a las regiones del valle medio del Ebro donde, después de las campañas de Catón, T. Sempronio Graco tuvo una actuación pacificadora y atracción de la población, intentando cambiar sus formas de vida. Las guerras llevadas a cabo en esta segunda fase fueron principalmente contra los lusitanos y los celtíberos de aquí el nombre de Guerras Lusitanas y Celtibéricas. Las causas de estas guerras fueron múltiples: o o o
Proteger los intereses romanos en las zonas ya dominadas. Posibilidad de aprovechar los recursos de estos pueblos. El acceso, a través del dominio de la Meseta, a los metales existentes en la zona noroeste peninsular.
Pero en las guerras contra estos pueblos fue donde los romanos encontraron más resistencia. Las organizaciones gentilicias existentes entre estos pueblos dificultaron una conquista rápida, ya que consciente o inconscientemente los indígenas sabían que ser dominados por Roma significaba ver cambiadas totalmente sus formas de vida y de organización. De todos modos, los romanos procuraron atraerse a las aristocracias indígenas de estos pueblos. Hay hechos significativos que demuestran discrepancias importantes en el seno de estos pueblos respecto a la actitud que se debía seguir con los romanos. Mientras que los consejos aristocráticos o de ancianos pretendían llegar a un arreglo con Roma, en las asambleas populares (o de guerreros) se decidía la lucha a ultranza. Prueba de ello es el caso de la ciudad de Belgeda (cercanías de la actual Barcelona), donde se llegó a quemar el edificio del consejo de ancianos con sus miembros dentro. Los problemas de tipo agrario existentes dentro de
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ciertas comunidades indígenas, fueron también un pretexto para la intervención de los romanos. En la raíz de las guerras lusitanas está precisamente este problema que ya fue resaltado por los propios historiadores antiguos. Desde el punto de vista militar las dificultades romanas residieron fundamentalmente en los sistemas tácticos diferentes empleados en la guerra: los indígenas utilizaron la guerra de guerrillas, mientras que los romanos sólo podían oponer a ellas sus ejércitos, cuya eficacia decisiva se daba en las batallas en campo abierto. Sólo se lograría dominar la situación cuando se pudo ir aislando los focos de los conflictos y se utilizaron contra estas ciudades (el caso de Numancia) las técnicas de asedio más perfeccionadas de la época. Las guerras lusitanas comenzaron en el año 155-154 a.n.e. y constituyeron un peligro mayor para Roma durante los años 147-139 a.n.e., cuando las bandas de lusitanos estuvieron dirigidas por Viriato. Las guerras celtibéricas comprenden dos períodos importantes con un pequeño intervalo de paz entre ellos. El primer período va del 153 al 151 a.n.e. y el segundo del 143 al 133 a.n.e., conocido este último también con el nombre de Guerra Numantina, al ser Numancia la ciudad que había logrado aglutinar a su alrededor a la mayor parte de los pueblos que habitaban las cuencas del Duero.
6. El segundo periodo de la Conquista. Esta etapa puede considerarse como una época en la cual se van extendiendo las formas de vida romana en la península. El dominio y la conquista de nuevos territorios fue muy escaso: expediciones al norte de Portugal y Galicia. Los encuentros bélicos más importantes fueron el producto de las luchas internas dentro de la propia sociedad romana: las guerras de Sertorio y las campañas llevadas a cabo por César contra los partidarios de Pompeyo. Hispania fue uno de los escenarios de estas contiendas, como también lo fuero otras regiones dominadas por Roma, caso de Grecia, por ejemplo. Sin embargo, los partidarios en conflictos necesitaban el apoyo de la población local. Este apoyo lo tuvo especialmente Sertorio, representante del partido «democrático» en su lucha contra Metelo y Pompeyo enviados a Hispania por el gobierno oligárquico establecido en Roma por Sila. La atracción de los indígenas por parte de Sertorio se hizo utilizando precisamente aquellos elementos como la clientela y la devotio que desintegraban las organizaciones sociales indígenas, a parte de una política consciente por parte de este general romano de asimilar a la población indígena por medio de la extensión de las formas de vida y de la cultura romanas. También Pompeyo y Metelo siguieron los mismos procedimientos, sobre todo en la creación de clientelas numerosas en Hispania. Esta política daría sus resultados, ya que las numerosas campañas que tuvo que llevar a cabo César en la península se debieron sobre todo a la existencia en ella de un gran número de partidarios de Pompeyo contra los que no tenía más remedio que enfrentarse para conseguir alcanzar el poder personal en Roma.
7. Tercer periodo de la Conquista. Se produce a comienzos del reinado de Augusto. Son las últimas guerras de conquista y tuvieron como resultado el dominio de Roma sobre los últimos territorios que, dentro de la península, quedaban todavía fuera del control político romano. Fueron llamadas Guerras Cántabro-Astures. Para comprenderlas hay que tener en cuenta dos factores: -
La política general de Augusto en la parte occidental del Imperio en la primera época de su reinado. La situación concreta existente en las zonas septentrionales de la península en aquellos momentos. o Augusto, hasta que se produjeron las grandes revueltas de Palonia y la sublevación de los germanos que habitaban entre el Rin y el Elba,
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entre los años 6 y 9 d.n.e., llevó a cabo una política territorial en Europa, siguiendo la tradición de las conquistas de la época Republicana. A partir de estas fechas cambió su política exterior y, en lugar de conquistar nuevos territorios, prefirió asegurar las fronteras. Las guerras contra los pueblos del norte de la península hay que verlas dentro de la primera etapa de la política exterior de Augusto: búsqueda de unas fronteras defendibles y dominio que los pueblos de dentro de estas fronteras todavía conservaban cierta independencia. Resultado de esta política fueron las guerras de Europa Central, que llevaron las fronteras romanas hasta el Danubio, las campañas contra los germanos con las que se pretendió llevar los dominios romanos hasta el Elba, aunque después la frontera se estabilizó en el Rin y la lucha contra los pueblos independientes de los Alpes. Las guerras contra los cántabros y astures, a los que se unirían los galaicos, fueron contemporáneas de las guerras contra los pueblos de los Alpes, y, aparte de razones de explotación del territorio muy concretas, significaban el dominio político romano sobre toda la península. A parte de esta política general de expansión, la situación concreta en que se encontraban los pueblos de la meseta, expuestos a las continuas correrías de los cántabros y astures, permitieron justificar a los romanos las acciones militares llevadas contra ellos. La guerra estalló en el año 29 a.n.e. y duró diez años. La prolongación de las campañas hizo que el propio Augusto tuviera que venir a la península para enfrentarse con la situación en el año 26. Se organizó una campaña en toda regla, estableciendo tres cuerpos de ejércitos que cubrían una extensión de territorio de 400 km., para enfrentarse por separado contra los galaicos, los astures y los cántabros desde el sur, y una flota que desembarcaría flotas en la costa cantábrica por el norte, para coger de esta forma, al enemigo entre dos fuegos. Las operaciones tuvieron éxito y el país fue dominado después de vender la mayor parte de la población como esclavos. Sin embargo, el año 19 las hostilidades volvieron a abrirse con una sublevación masiva de los cántabros alentados por sus compatriotas que, después de haber conseguido librarse de la esclavitud en las Galias donde habían sido vendidos la mayor parte de ellos, por medio de una revuelta en la que asesinaron a sus dueños, habiendo vuelto a Cantabria. Esta sublevación fue dominada el mismo año por Agripa que tomó medidas drásticas: la eliminación de la población masculina que estuviera en condición de llevar armas. A partir de este momento los romanos establecieron tropas de guarnición permanente en el sur de los territorios para evitar cualquier nueva sublevación. Estos destacamentos militares se mantuvieron hasta el final de la dominación romana en Hispania. Por otro lado, obligaron a la población a trasladarse a los valles y crearon algunos núcleos urbanos para intentar asimilar a los habitantes a las estructuras romanas.
La conquista de estas regiones del norte no obedeció sólo a la protección de los pueblos de la meseta de las depredaciones que sufrían ni a una simple expansión territorial: fue, sin duda la riqueza en minerales la que estimuló fundamentalmente esta conquista. A los pueblos indígenas se les obligó a la explotación de esta riqueza en beneficio de los romanos.
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8. La explotación de los recursos de la península durante la conquista. Es el punto esencial de la conquista, puesto que, tanto el Estado como los funcionarios, los comerciantes etc. se dedicaron a sacar de la Península Ibérica el mayor número de riquezas posibles. Sin embargo, la que con mayor frecuencia aluden las fuentes escritas son los metales, sobre todo oro y plata, y los esclavos. -
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Metales: desde la Segunda Guerra Púnica, los romanos procuraron
apoderarse de los centros mineros más importantes. De la explotación de estos centros y de los tributos y exacciones de todo tipo impuestos a la población local entraron en las arcas del Imperio Romano enormes cantidades de metales preciosos. Se ha hecho un cálculo aproximado de las cantidades de oro y plata ingresadas en la hacienda romana entre el 206 y 133 a.n.e., es decir, durante la época de las grandes conquistas. El metal se recogía tanto sin acuñar como acuñado en denarios de tipo romano, llamados bigati o también en denarios acuñados por los indígenas, llamados argentum oscense. Sobre el oro tenemos cifras para los años 200, 199, 196, 194, 191, 185, 184, 182, 180, 174y 168 a.n.e. En total, nos dan más de 11.244 libras de oro recaudadas esos años. Siendo las cantidades mayores las de los años 200 (2.450 libras), 196 (1.515 libras), 194 (1.400 libras) (estos años corresponden con la sublevación y represión de las provincias ulterior y citerior) y 174 (5000 libras) (una libra romana es igual a 327,45 gr.). En cuanto a la plata no acuñada, tenemos cifras para más años: 206, 200, 199, 196, 195, 194, 191, 185, 184, 182, 180, 178 y 174. El total asciende 364.694 libras, cantidades mayores que la del oro y vienen a oscilar entre 10.000 y 50.000 por año. En cuanto a la plata acuñada se tienen menos datos y el modo de evaluación es diferente según se trate de bigati, calculado en piezas, o de argentum oscense, calculado en libras. Los años que tenemos cifras son, para bigati, el 194 (123.000 piezas), 191 (130.000) y el 180 (173.200), y para argentum oscense, el 195 y el 194, en total 402.479 libras. Estas cifras son seguramente una parte muy pequeña de lo que en realidad se obtuvo de la península en metales tanto de forma oficial como extraoficial. Esclavos: por regla general se vendía como esclavos a los habitantes de las ciudades que se habían resistido a los romanos después de ocuparlas. Las cifras de indígenas esclavizados durante las guerras de conquista debieron de alcanzar varios cientos de miles. Estos esclavos, vendidos por los cuestores a los mercaderes especializados, iban a parar a los mercados de esclavos existentes en las zonas dominadas por Roma tanto en la propia Hispania como fuera de ella. Muchos quedarían en la propia península en los territorios donde el trabajo esclavo estaba más desarrollado: la Bética y el Levante; otros serían vendidos en Italia y en la Galia principalmente. No se puede hacer una evaluación exacta del número de hombres, mujeres y niños que pasaron a esta condición. Hay, sin embargo, algunos datos sobre la esclavización en masa durante las guerras de conquista. Durante la guerra contra los cartagineses, Escipión, en su actitud de atraerse a la población indígena, al ocupar las ciudades sólo vendía como esclavos a los africanos, mientras que dejaba en libertad a los hispanos sin pedir rescate por ellos. La situación normal era, sin embargo, la de vender como esclavos a todos los habitantes. Esto llevo a que en algunas ciudades la población prefiriera suicidarse a rendirse, puesto que esto suponía la esclavitud, como fue el caso de Astapa (Estepa). Los datos que conservamos sobre la esclavización de los prisioneros no suelen ser muy explícitos: se limitan a señalar las poblaciones conquistadas y a decir que sus
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habitantes fueron vendidos como esclavos. Sólo en casos muy aislados se nos dan cifras. Catón en el año 195 a.n.e. ocupó muchas fortalezas cuyos habitantes fueron esclavizados. Emilio Paulo en el 189 a.n.e., al finalizar la sublevación que había comenzado en las dos provincias en el año 197, se había apoderado de 250 fortalezas en las que había hecho 20.000 prisioneros a los que había vendido. Ventas de prisioneros conocemos también para los años 184, 182 y 181. En el año 151 Galba, que, con el pretexto de repartir tierras, había logrado reunir a gran número de lusitanos, mando exterminar a parte de ellos y a otros muchos los vendió como esclavos. Otras noticias se refieren a los años siguientes, entre ellas las referentes a los 9.500 prisioneros vendidos por Serviliano en el año 141. También en la toma de Numancia (año 133), Escipión Emiliano mando vender como esclavos a los supervivientes. Otras noticias se refieren al s. I a.n.e.: la venta de los habitantes de Colenda (Cuéllar, Segovia) por T. Didio; la de los habitantes de Lauro (Lidia, Valencia) por Sertorio; la toma de 876 núcleos de población por Pompeyo en su lucha contra Sertorio, cuyos habitantes serían vendidos a los mercaderes de esclavos, y, finalmente, las ventas de los habitantes de las regiones septentrionales durante las guerras Cántabro- Astures de la época de Augusto.
9. Consecuencias de la romanización Sin duda la principal es el cambio de las estructuras a todos los niveles: en efecto, durante las guerras de conquista la presión política y militar romana hizo que fueran cambiando las formas de vida de los indígenas. Los repartos de tierra entre estos últimos y su asentamiento en núcleos urbanos permitieron el desarrollo de ciudades en lugares donde antes no existían y generalizaron su desarrollo donde ya existían o comenzaban a existir. Además, el establecimiento de una administración romana estable, con la creación de provincias, obligó a los indígenas a irse organizando de una manera semejante a la romana, ya que era la única forma de facilitar las relaciones administrativas tanto para los unos como para los otros. La asimilación fue más rápida en las regiones del sur y del este, y allí los cambios institucionales y culturales fueron más rápidos. La concesión de la ciudadanía y el establecimiento de colonias fue allí también más rápido y más frecuente, lo mismo que en el valle del Ebro, donde las transformaciones hechas en la época de Graco habían sido muy profundas. En las regiones en donde los cambios en las estructuras no habían tenido tanta profundidad, los romanos no realizaron nuevas fundaciones hasta mucho más tarde, puesto que allí no existían las condiciones que la permitieran prosperar. En la meseta, el paso a la vida urbana de tipo romano, con todas sus consecuencias, se fue dando paulatinamente en la época republicana y con más rapidez a finales de esta época y a finales del s. I d.n.e., aunque no alcanzó la intensidad que tuvo en la mitad sur de la península y en la costa mediterránea del este. Esto trajo consigo el que se extendieran por la mayor parte de la península aquellos elementos básicos de la organización social romanas: la propiedad privada de la tierra, la esclavitud, la fabricación de mercancías y un comercio basado en la moneda acuñada, etc. Es evidente que la expansión de las estructuras representadas por la ciudad romana tendrían más consecuencias en las regiones en las que predominaran formas de organización social contrapuestas a las formas urbanas, es decir, en las áreas donde predominaban las organizaciones gentilicias. Al extenderse el sistema de propiedad privada de la tierra, sobre el que se basaba la economía ciudadana, se produjo un cambio en la forma de posesión de la tierra, especialmente entre aquellos pueblos que conservaban sistemas de propiedad colectiva. Al mismo tiempo, la economía agrícola existente en las ciudades necesitaba emplear una serie de técnicas e instrumentos agrícolas más perfeccionados que los que utilizaban los indígenas, sobre todo en las regiones menos avanzadas. Se pusieron en cultivo tierras que antes no lo estaban y
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se produjo un aumento de la producción. A la vez, la fabricación de mercancías tuvo un incremento importante, desalojando en gran parte a las producciones domésticas de los pueblos con organización tribal o gentilicia. Todos estos factores hicieron aparecer un comercio basado en la moneda en lugares donde hasta entonces sólo había existido el trueque, como en la meseta o Lusitania. Y, junto con todos estos fenómenos, se extendió también por la península el esclavismo, inseparable de la vida urbana antigua. La esclavitud existía y tenía un cierto desarrollo en el sur y en el este, pero ahora se extendió a otras zonas en las que hasta entonces todos los hombres o la mayoría de ellos habían sido libres. Los hechos económicos citados junto con la expansión de la familia patriarcal romana que desintegraba los grupos gentilicios indígenas, transformaron las estructuras socio-económicas y permitieron la extensión de la romanización de tipo político-jurídico y cultural, dando una cierta fisonomía homogénea al país. Pero en muchos casos estos cambios fueron parciales o se quedaron en la superficie especialmente en aquellas regiones donde no arraigo la vida urbana y, por consiguiente, los elementos que esta representaba. Aquí, las organizaciones indígenas se conservaron aunque modificadas en cierto modo por la acción romana. En definitiva, la ruptura en todos los aspectos que supuso la romanización, no como fenómeno puramente cultural, fue un factor fundamental de cambio para los pueblos que habitaban la provincia.
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Tema 8: Las Provincias Hispanas durante la Época Imperial Como ya se ha expuesto anteriormente, desde el año 197 a. C. Roma envía ya pretores a las dos provincias constituidas en Hispania de forma regular. Por entonces, los romanos controlaban por el Norte, los pueblos de la costa entre los Pirineos y el Ebro, apoyados en sus bases de Emporion y Tarraco, así como el territorio interior a lo largo del valle medio y bajo del Ebro hasta las ciudades de Osca (Huesca) y Salduba (Zaragoza). Por el Sur, los romanos se habían extendido a lo largo del Guadalquivir por todo su curso, donde Escipión fundó el centro urbano de Itálica. Ambos territorios quedaron comunicados por una franja costera jalonada por las ciudades de Sagunto, Dianium (Denia, Alicante), Lucentum (Alicante) y Carthago Nova (Cartagena). Aunque en 197 se trazasen fronteras entre ambas provincias, los pretores ignoraron en sus campañas posteriores esos límites con frecuencia por las necesidades de guerra con las comunidades indígenas. Al parecer, se consideró como límite interprovincial la línea del río Almanzora, entre Carthago Nova al norte, dentro de la Citerior, y Baria (Villaricos, Almería) en la Ulterior. Esta frontera era imprecisa en el interior, a lo largo del saltus Castulonensis (Sierra Morena). Así, el Guadalquivir en su curso alto y medio terminó sirviendo de límite, aunque no de estricta demarcación. Así, en líneas generales y hasta la delimitación fijada por Augusto, el Sur y el Oeste peninsular correspondieron al gobierno de la Ulterior, y el Este y Norte al de la Citerior. (Ver mapa provincial anterior a Augusto). Tras la caída de Numancia (133 a. C.) tenemos un anoticia de Apiano que informa del envío de una comisión de 10 senadores para organizar los territorios recientemente conquistados. Ello se plasmaría en una delimitación de los nuevos territorios y en una reglamentación de la actividad administrativa en ellos por parte de los gobernadores. A ello contribuyó el creciente número de itálicos y romanos que fueron fijando su residencia en la península y/o tenían en ellas sus negocios. Éstos se asentaron en principio en núcleos urbanos indígenas seguros por su intensa romanización y, más adelante se llevaron a cabo también fundaciones romanas destinadas a albergar a la población emigrada (Itálica, Carteia, Valentia, Palma, Pollentia, etc.). En definitiva, parece evidente una mayor atención del Senado y los magistrados en cuestiones jurídicas, administrativas y en asuntos de carácter rutinario y cotidiano, tanto por parte de los itálicos y romanos como de las relaciones de éstos con los indígenas. Vemos, por tanto, que el S. II a. C. en su segunda mitad marca una etapa de transformación del concepto de provincia, pasando paulatinamente de ser un ámbito de competencia militar de un magistrado con “imperium” a ser un espacio territorial de
fronteras estables sometido a una administración regular. Los años sucesivos se tenderá a precisar más este nuevo carácter provincial hasta desembocar en las reformas de Augusto.
1. La política provincial de Augusto La política provincial de Augusto se basó en el compromiso que sostuvo con el Senado al instaurar el régimen del Principado: mantener las esencias del modo republicano anterior bajo su tutela y observancia. Sin embargo, este compromiso en el sistema provincial estuvo fuertemente desequilibrado en beneficio del emperador desde un principio, como no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta la necesidad de crear un sistema de administración eficiente como soporte del Imperio.
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Formalmente, las provincias continuaron siendo dominios del pueblo romano y el vasto imperio mediterráneo siguió supeditado a la soberanía de la ciudad-estado de Roma. Pero este imperio no era unitario, ni en su estructura económica, ni en su estructura social, ni en su nivel cultural. Era preciso reconstruir o modificar los ámbitos provinciales en sus límites bajo presupuestos de homogeneización, someter determinadas regiones fuera aún del control romano dentro de estos límites (guerras cántabro-astures y contra los pueblos de las zonas alpinas) y marcar las acciones de competencia de los órganos encargados de administrarlos. Teniendo presente las dificultades y las limitaciones de un gobierno central sobre este gigantesco imperio, se mantuvo el principio general republicano de dejar subsistir las constituciones tradicionales en las comunidades sometidas, pero al propio tiempo se procuró fomentar el desarrollo del ordenamiento ciudadano de estas comunidades según esquemas romanos, para lograr la deseada uniformidad de las comunidades administradas. Este esquema ya en vigor desde tiempos republicanos anteriores, fue potenciado sobremanera por su antecesor César y fue asumido y aumentado por Augusto como parte esencial de su programa político. La organización provincial de Augusto ha de ser contemplada desde dos puntos de vista distintos: 1) desde la administración central; como en el período republicano, está constituida por los magistrados y funcionarios, cuya misión principal es el mantenimiento de las provincias bajo el ámbito de la dominación romana, garantizando la paz y la estabilidad política como medio de conseguir los recursos de explotación que el derecho de conquista le correspondía exigir de sus súbditos. 2) Desarrollo progresivo del ordenamiento ciudadano de tipo romano en cada provincia, sus diferentes escalones jurídicos y las instituciones peculiares municipales (magistraturas y Leyes de los municipios constituidos), células básicas en la estructura política del Imperio. La base de la organización administrativa del Imperio fue la distinción entre provincias senatoriales e imperiales llevadas a cabo en la sesión del Senado del año 27 a. n. e., en la que Octaviano declaró en la alta cámara querer “restituir la República”. Ello
provocó una protesta mayoritaria en el Senado y se le conminó a reconsiderar la decisión ya que la mayoría de los presentes pedían el mantenimiento de su protección sobre la República. Octaviano accedió y aceptó asumir un imperium especial sobre las provincias no pacificadas, mientras las restantes volverían a ser gobernadas por el Senado. De esta manera, Augusto asumía el control de aquellas regiones que tenían necesidad de una defensa militar, frente a las senatoriales en las que no era preciso mantener tropas legionarias. Por ello, la división no afectaba a su distinto carácter administrativo, en el sentido de que el emperador gobernase las imperiales y el senado las senatoriales. En realidad, la única diferencia administrativa, junto con el distinto sistema de nombramiento, consistía en que el emperador daba a los gobernadores de las provincias imperiales, al hacerse cargo de su gestión, una lista de instrucciones, que, en cambio no recibían los de las senatoriales. Pero, tanto el emperador como el senado emitían normas aplicables a ambos tipo de provincias. Con este sistema, en el gobierno y administración provincial, se cumplía el compromiso entre formas republicanas y poder real en manos del emperador. Es cierto que los gobernadores provinciales procedían todos del orden senatorial, pero Augusto intervenía, más o menos explícitamente, en la designación de la mayoría de ellos. También lo es que el senado gobernaba las provincias ricas, civilizadas e importantes, mientras los legados imperiales ejercían su función en regiones inhóspitas, salvajes y peligrosas. Pero el emperador gobernaba efectivamente, sin limitaciones ni interferencias, mientras los gobernadores senatoriales tenían restringido el tiempo de su gestión, estaban asistidos y condicionados por otros magistrados y debían aceptar la presencia de funcionarios nombrados directamente por el emperador.
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El desarrollo de la organización provincial durante los dos siglos siguientes fue precisando este control imperial por un lado, mientras por otro se iba produciendo una creciente uniformidad en las diferentes provincias como consecuencia de la extensión en las comunidades urbanas del derecho municipal romano. En este sentido, se iba produciendo un cambio en la situación política de los habitantes del Imperio. El antiguo estado de ciudadanos en posesión de todos los derechos, dominante sobre un inmenso imperio de súbditos, se transformaba paulatinamente en un estado mundial en el que se producía la convergencia entre los dos elementos desiguales, ciudadano y súbdito. Dos siglos después de Augusto, este proceso se concluía mediante la controvertida constitución de Caracalla en el 212 d.n.e., en la que el emperador otorgaba la ciudadanía romana, con pocas limitaciones, a todos los habitantes del Imperio.
2. Las divisiones administrativas de Hispania. La división provincial republicana en Ulterior y Citerior era a todos los efectos manifiestamente artificial, explicable sólo por la falta de una política coherente desde las instancias centrales y por el carácter anárquico de la progresión del dominio en ella, en muchos casos producto de reacciones a la iniciativa bélica de las tribus indígenas periféricas. Esta artificialidad era especialmente clara en lo que respecta a la H. Ulterior, donde existían dos zonas delimitadas con carácter muy distinto, la zona al S. del Guadalquivir, desde muy antiguo escenario de una amplia colonización romanoitálica, con gran extensión de la ciudadanía romana y con una estructura social totalmente urbana, frente al territorio occidental de la provincia, que poco antes apenas había comenzado el proceso de urbanización con la creación de una serie de centros coloniales y cuya parte septentrional todavía estaba en gran medida fuera del ámbito del dominio romano regular, tras su reciente conquista. Por ello, Augusto decidió dividir la Ulterior en dos provincias distintas, con el río Anas (Guadiana) como límite común de ambas; al S. se extendería la P. Hispania Ulterior Baetica y, al N., la P. Hispania Ulterior Lusitania. La Bética, como provincia pacificada y por tanto sin tropas de guarnición, fue adscrita al senado, mientras que Augusto se reservó como provincias imperiales la Lusitania y la Citerior Tarraconensis, con los territorios recientemente anexionados del norte tras la guerra cántabro-astur, que fueron adscritos a las correspondientes provincias limítrofes, Lusitania y Citerior: de este modo, los cántabros fueron adscritos a la Citerior, y los astures y galaicos a la Lusitania. La fecha de esta reestructuración hay que situarla con posterioridad al año 15 a. n. e. (Recordar el texto de El Bronce del Bierzo, comentado en clase), y no como se creía en el año 27 a. n. e. Posteriormente, entre el 7 y el 2 a. n. e., las fronteras provinciales sufrieron una nueva remodelación: se amplió el territorio de la Citerior Tarraconensis en detrimento de las dos restantes provincias. El territorio al norte del Duero, hasta entonces en la Lusitania, pasó a pertenecer a la Citerior, así como la zona del saltus Castulonensis y las llanuras entre el alto Guadalquivir y el Mediterráneo, pertenecientes a la Bética. El hecho de que ambas regiones fueran ricas en minerales llevó al emperador a realizar estas modificaciones, al mismo tiempo que se pretendía poner la totalidad de las fuerzas militares de guarnición de Hispania (3 legiones acantonadas en las regiones de Cantabria, Asturia y Gallaecia ) bajo un mismo mando. Con ello, quedaban delimitadas establemente para los siguientes dos siglos las fronteras provinciales de Hispania. Las capitales quedaron establecidas en Emerita Augusta (Mérida), para la Lusitania, Corduba, (Bética) y Tarraco (Citerior).
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3. La subdivisión provincial: Legaturas y conventus jurídicos. En esta nueva división provincial los territorios comprendidos en cada una de las provincias eran bastante extensos, especialmente por lo que respecta a la Citerior, para realizar las labores de administración. La solución fue la subdivisión de éstas en unidades más reducidas para las necesidades de gobierno, subordinadas a la jurisdicción del gobernador, residente en la capital de la provincia. La primera de estas subdivisiones provinciales fue la de las diócesis, aplicada sólo a la Citerior T., y que conocemos a través del texto de Estrabón. Al parecer, se trataba de una división territorial en tres distritos ( Gallaecia-Asturia, Cantabria y el resto de la provincia), encomendados a sendos legados, bajo la supervisión directa del gobernador. Las funciones de estos legados serían tanto de carácter militar, para controlar esas regiones recientemente conquistadas, como económico, para vigilar y explotar especialmente sus importantes recursos mineros. Su esencial carácter militar parece probado por el hecho de que, con el tiempo, se produjo una parcial desmilitarización del norte y condujo a la supresión de estas subdivisiones (quizás a partir de Claudio) desarrollándose la división jurídica conventual a lo largo del Imperio. Por el contrario, cuando el primer estadio de ocupación fue cediendo lugar a una administración más estable y regularizada, se delinearon nuevas circunscripciones en el interior de las provincias, cuya razón era conseguir una mayor eficacia en la relación entre las instancias del gobierno central y los administrados, en especial, en lo que respecta a la administración de justicia. En la etapa republicana anterior los gobernadores reunían en determinados lugares y días a la población bajo su jurisdicción para impartir justicia. Estas reuniones conventus (de convenire = “acudir a un lugar”) quedaron regularmente instituidas en determinadas ciudades dentro de la correspondiente provincia, a donde debían acudir los habitantes de la región circundante. Tras la institucionalización de estas reuniones, se terminó por fijar los límites correspondientes a cada distrito y considerar como capital de ellos la ciudad que había venido sirviendo de marco a estas reuniones. El término conventus pasó a designar a cada uno de estos distritos, con su correspondiente lugar de reunión o capital conventual, precisado con el término iuridicus para resaltar su carácter de administración de justicia. Conocemos por Plinio (ver la selección de textos de H. Romana) el cuadro general de los conventus peninsulares, así como las comunidades ( civitates y populi ) que los integraban, lo que ha permitido trazar sus límites aproximados. La Citerior estuvo dividida en 7 conventus, mientras la Lusitania y la Bética, más reducidas, contaron con 3 y 4, respectivamente. Todos ellos tomaron el nombre de su correspondiente capital. De los 7 conventus de la Citerior T., 4 cubrían el centro y este de la provincia: el Tarraconensis, que se extendía por la zona costera del NE. hasta el río Júcar; el Carthaginensis, con capital en Carthago Nova, que comprendía la mitad sur de la provincia y las islas Baleares; el Caesaraugustanus , extendido por el valle del Ebro y la mitad oriental de la Celtiberia, y el Cluniensis , abarca el valle alto y medio del Duero y la región cántabra. El noroeste fue dividido en 3 conventus: Asturicensis, con capital en Asturica Augusta (Astorga, León), que englobaba la región de los astures; el Lucensis, con centro en Lucus Augusta (Lugo), ocupaba la actual Galicia, y el Bracaraugustanus, de Bracara Augusta (Braga), extendido al sur del Duero. Los 3 conventus de la Lusitania eran: el Emeritensis, a lo largo del país de vetones (provincias de Salamanca, Cáceres y parte occidental de Ávila); el Pacensis, en las regiones del Alemtejo y Algarve, con capital en Pax Iulia (Beja), y el Scallabitanus, con capital en Scallabis (Santarém), que ocupaba la región costera lusitana entre el Duero y el Tajo.
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Por último, los 4 conventus de la Bética eran el Cordubensis (de Corduba) , en el valle superior y medio del Guadalquivir; el Hispalensis , (capital Híspalis) en su valle inferior; el Astigitanus, con capital en Astigi (Écija), y cuyo eje era el río Genil, y el Gaditanus, que comprendía la costa meridional y las regiones interiores vecinas. Además de lugar de impartición de justicia, en los conventus se desarrollaban otras actividades. La capital de cada conventus era un polo de atracción sobre los habitantes de la región correspondiente y hacia ella confluían todos aquellos que deseaban exponer sus problemas al gobernador o manifestarle su devoción. Era, asimismo esa reunión el momento y motivo para ligar y entablar relaciones sociales entre los habitantes o, también para hacer negocios. En estas capitales conventuales también se desarrollaban actividades religiosas, ya que el gobierno romano lo utilizó como vehículo de difusión del culto al emperador y su familia. Se tiene la constancia de la existencia de un concilium conventus que se encargaba de la gestión y organización de las distintas actividades.
4. El gobierno provincial. La política de Augusto se puede calificar de compromiso. El hecho fundamental del Principado desde el punto de vista constitucional consistía en la superposición de un poder hegemónico a los tradicionales del sistema republicano: los del senado y el pueblo. Por ello, Augusto no alteró los cuadros sociales de la etapa republicana, sino, por el contrario, precisó las líneas divisorias entre sus estamentos sociales y asignó férreamente la participación de cada uno de ellos en la vida pública. De esta manera, los senadores continuaron siendo el elemento dirigente de donde se nutrían los altos cargos políticos y militares, ejerciendo las funciones públicas de mayor responsabilidad y prestigio. Pero, a partir de ahora tendrían por encima de ellos la figura del emperador a quien todos quedaban subordinados, y cuya voluntad y deseo se constituía en ley, como suprema instancia del Estado. También el segundo estamento, el ecuestre (o de los caballeros) fue incluido por Augusto en su obra de reorganización y utilizado como cantera de funcionarios civiles y militares directamente dependientes de él, como agentes personales en la administración central y en la de las provincias del Imperio. a)
El gobierno d e las prov incias senatoriales: El
gobierno de las provincias fue confiado a los miembros del orden senatorial. En las provincias senatoriales se mantuvo en la elección de los gobernadores el sistema anterior republicano. La asignación de las provincias entre candidatos cualificados (senadores que hubieran cumplido anteriormente la magistratura de pretor) era efectuada por sorteo, y el período de gestión era habitualmente de un año, salvo excepciones. Los gobernadores recibían el título de procónsules y, aunque disponían de la autoridad máxima ( potestas e imperium), sus competencias se reducían a la administración civil y al ejercicio de la justicia. Estaban asistidos por un officium, compuesto de un equipo funcionarios colaboradores: legados y un cuestor, adscrito también por sorteo y con rango pretorial que se ocupaba de las cuestiones financieras. Sin embargo, el senado no tenía pleno poder en estas provincias. El emperador se consideraba autorizado en participar en la administración de la justicia en última instancia (a veces, incluso antes). En cuanto a la administración financiera, también Augusto participaba de la explotación de sus recursos y de sus ingresos a través de la gestión de las numerosas propiedades que poseía en las diferentes provincias, a cuya cabeza ponía a sus procuradores ecuestres directamente responsables ante él. También ocurría lo mismo en la percepción de determinados impuestos, como el del 5% sobre las herencias que pagaban los ciudadanos romanos.
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b) El gobierno de las provinc ias imperiales: En estas provincias la elección del gobernador presentaba problemas diferentes más delicados: la existencia en ellas de ejércitos hacía aún más necesaria la lealtad de los responsables. Por ello, su elección no se podía dejar al arbitrio de un sorteo, como en las senatoriales, aunque no se rompió el orden de las magistraturas impuesto por la constitución romana para acceder a gobernador de una provincia. Respetando todo esto, el emperador se supo rodear de personas de confianza que ejercerían esta función incluso por largos períodos de tiempo sin temor alguno. Estos elegidos, como representantes del emperador, recibieron el título de legati Augusti pro praetore (legados del emperador) y, aunque todos ellos eran de rango pretorial o consular, la influencia ejercida por Augusto fue tan intensa que en su elección dispuso por lo general de hombres cualificados para dicho ejercicio. Todo magistrado pretor o cónsul, terminado el ejercicio anual de las susodichas magistraturas y siendo hombre de confianza, podía ser requerido por el emperador para ejercer el cargo durante todo el tiempo que éste estimase oportuno. Sin embargo, en la práctica el período de duración oscilaba entre 3 y 5 años. La base de su poder era el imperium o la ostentación del mando de las fuerzas armadas en la provincia por delegación del emperador, además de las funciones civiles y administrativas y judiciales. El equipo de colaboradores también era distinto con respecto a las provincias senatoriales: el legatus Augusti de una provincia imperial no podía tener otro legatus subordinado ni magistrado de rango inferior adscrito a su persona, caso de los cuestores de las provincias senatoriales. Las tareas de gestión y administración las llevaban a cabo funcionarios imperiales ( procuratores), generalmente con competencias de carácter financiero. Para el mando de las legiones (3 en la Citerior T.), el legado contaba con los correspondientes comandantes, los legati legionis , representantes del gobernador en las localidades donde estaban estacionadas las legiones c) Los conc ilia provin ciales: Fueron una innovación imperial. Las asambleas provinciales nacieron con el fin de fomentar el culto imperial, pero también ejercieron un importante papel político. En estas asambleas estaban representadas las ciudades más representativas de las provincias, por medio de diputados elegidos por ellas, procedentes del orden decurional, el tercer estamento privilegiado de la sociedad romana (la oligarquía municipal). Las reuniones eran anuales y se celebraban en la capital de la provincia, en el templo dedicado a Roma y a Augusto y su familia, presididas por la máxima autoridad el flamen provincial. Aparte de las tareas de carácter religioso, las asambleas se convirtieron en un órgano de control de los gobernadores provinciales, puesto que podían elevar quejas sobre su gestión ante el emperador. También estas reuniones se convirtieron en un elemento aglutinador muy importante, puesto que fomentaba las relaciones y cooperación entre las diferentes comunidades provinciales.
5. La división provincial posterior a Augusto. Hasta la reorganización provincial de Diocleciano sólo transitoriamente fue variada la tripartita organización provincial de Hispania. Bajo el reinado de Caracalla, se desgajó la región de Asturia-Gallaecia, para formar una nueva provincia, la Hispania Nova Citerior Antoniniana . Ello ocurrió hacia el 214 d.n.e. Sólo conocemos un gobernador de la misma, C. Iulius Cerealis (ver el texto de la inscripción de su nombramiento en la antología de textos sobre H. romana), bajo cuya jurisdicción estaba también la única legión que por entonces quedaba en Hispania (la Legio VII Gemina). Poco después,
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