LA EPISTEMOLOGA EVOLUCIONISTA POPPERIANA
LA EPISTEMOLOGA EVOLUCIONISTA POPPERIANA Redenici1n de* mode*o de ciencia sin sujeto
Hctor A. Pa*ma
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PALMA, Hèctor La epistemologìa evolucionista popperiana. Redefiniciòn del modelo de ciencia sin sujeto. – 1a ed. – Buenos Aires: el autor, 2015. E-Book. ISBN 978-987-33-6893-6 1. Epistemologìa. 2. Filosofìa de las Ciencias. I. Título CDD 121 Compaginado desde TeseoPress (www.teseopress.com)
La epistemología evolucionista popperiana Compaginado desde TeseoPress (www.teseopress.com)
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Presentación El surgimiento de la filosofía de la ciencia La “Concepción heredada” Las nuevas filosofías de la ciencia La epistemología evolucionista popperiana Evaluación de la epistemología evolucionista popperiana 7. Apéndice. El uso epistémico de metáforas 8. Bibliografía
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P+e,e'-ac$' Este trabajo fue presentado como tesis final para la obtención del titulo de Magíster en Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Nacional de Quilmes, en el año 2000. Años después he desarrollado con detalle la cuestión del uso de metáforas en las ciencias que aquí figura como Apéndice y como aproximación incipiente al problema. Ese estudio fue publicado como: Palma, H. (2004), Metáforas en la evolución de las ciencias, Buenos Aires, J. Baudino ediciones.
Algunos filósofos, como por ejemplo K. Popper de quien tratará finalmente este trabajo, defienden la idea de una ‘epistemología sin sujeto’. Idea que resulta, cuando menos desafiante, en la medida en que, a decir verdad, toda epistemología es una epistemología ‘con’ sujeto. Por otro lado, afirmar esto último resulta trivial, dado que, hasta donde sabemos, la ciencia es una actividad eminentemente humana. Sin embargo, la cuestión del sujeto de conocimiento no es para nada trivial al enfrentarse con la problemática que surge del intento de definir la naturaleza de este sujeto en relación con las determinaciones del producto en cuestión, a saber: el conocimiento científico. Abundante y exhaustivamente buena parte de la filosofía, ya desde la antigüedad, pero fundamentalmente a partir del siglo XVII, se ha ocupado de establecer de qué modo este sujeto humano producía conocimientos y, principalmente, descubrir cuáles eran los )
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criterios legítimos para aceptarlos. Y lo cierto es que a la hora de responder estas cuestiones, casi toda epistemología se ha expresado en algún sentido, como una epistemología sin sujeto. Efectivamente, si se considera que la epistemología es la encargada de indicar los criterios de aceptabilidad de las afirmaciones acerca de la realidad, es decir que ella prescribe lo que los sujetos deben hacer para obtener conocimiento genuino o, si se quiere ‘buena ciencia’, no interesa en definitiva lo que esos sujetos, se los considere como una entidad individual o colectiva, efectivamente hacen. A lo sumo la instancia del sujeto productor interesa, desde este punto de vista, sólo a la hora de evaluar el grado de acercamiento o alejamiento respecto de las pautas prescritas. En los siglos anteriores Platón, Aristóteles, F. Bacon, R. Descartes, I. Kant, J.S. Mill, por citar sólo algunos, han intentado dictar criterios de legitimidad para el conocimiento. Aunque, de hecho, los criterios propuestos por estos y otros autores son disímiles, mantienen en común cierta vocación por el fundamento, es decir por establecer criterios de validez o legitimidad universales. La filosofía de la ciencia se ‘institucionaliza’ como disciplina en las primeras décadas del siglo XX, al tiempo que el desarrollo científico alcanza una envergadura y características inusitadas. Comienza a gestarse lo que ha dado en llamarse la Concepción Heredada de la ciencia (en adelante CH), un corpus relativamente homogéneo de ideas heredero directo del empirismo lógico, pero ampliado con otros pensadores y científicos adherentes. Al tiempo aparecen autores que discuten contra la CH, conformando una tradición que llega hasta nuestros días. La epistemología revitaliza, esta vez con una gran potencia, un carácter marcadamente fundacionalista y prescriptivo, ya que de lo que se trataba era de elaborar una epistemología sin sujeto, dejando de lado las condiciones individuales o colectivas de producción del conocimiento científico, centrándose sólo en lo que llamaron ‘contexto de justificación’.
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La filosofía transformada en, y circunscripta a ser únicamente, filosofía de la ciencia, se ocuparía de establecer las condiciones generales que las teorías pretendidamente científicas deberían cumplir. El sujeto humano que hace ciencia quedaba definitivamente afuera de la consideración en la medida en que las determinaciones contextuales, en el mejor de los casos, sólo podían explicar los errores. Más bien el desapego a las condiciones concretas de producción de conocimiento era el camino señalado como idóneo y adecuado. La indagación, entonces, acerca de los mecanismos y procesos por los cuales los individuos y/o comunidades humanas producían ciencia constituía el objeto de disciplinas particulares como la sociología de la ciencia (en la versión tradicional mertoniana), la psicología en algunas de sus diferentes corrientes y aún la historia de la ciencia (según sus criterios clásicos). Pero la evaluación de los contenidos cognitivos de la ciencia excedía el marco de estas disciplinas y resultaba de la pura incumbencia de la filosofía. Pero, ¿tiene algún sentido desde el punto de vista de la filosofía indagar acerca del sujeto que produce ciencia? La respuesta de la epistemología tradicional es negativa; la sola admisión de la discusión desnaturalizaría su carácter fundacionalista/ prescriptivo. Tienen que ser posibles otras respuestas para admitir tal pregunta. La historia de la reflexión acerca de la ciencia en general y de la epistemología en particular de los últimos treinta o cuarenta años constituye una serie de intentos de otorgarles pertinencia y legitimidad a esta pregunta. El criterio de pertinencia de la misma, y este es un supuesto básico de este trabajo, se ubica en la misma línea que la epistemología tradicional, aunque de hecho con una valoración y respuestas diferentes: la pregunta por el sujeto que hace ciencia sólo cobra sentido filosófico en la medida en que la respuesta que se le dé a la misma, resulte relevante epistémicamente. De hecho, la filosofía de la ciencia tradicional ha considerado la injerencia del sujeto como una interferencia en la producción del conocimiento;
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interferencia que, en el mejor de los casos podía y debía ser eliminada mediante diversos tipos de procedimientos metodológicos. De esta manera los comportamientos de esos sujetos, sean considerados individual o colectivamente, podían explicar tan solo los ‘errores’ de la ciencia o el marco histórico general de su surgimiento. Es por ello que la revalorización del sujeto que produce ciencia, el análisis del contexto de descubrimiento, tiene sentido en la medida en que pueda descubrirse que las prácticas en las cuales se produce el conocimiento científico resulten relevantes en cuanto al contenido y legitimación de ese producto. En el mismo contexto en que surgen varios intentos por dar una respuesta en este sentido, aparece también la epistemología evolucionista popperiana en la línea opuesta, es decir como intentos por revalorizar una epistemología sin sujeto que fuera menos vulnerable a las críticas. En los primeros tres capítulos de este trabajo se intentará mostrar las insuficiencias de los planteos clásicos a través de un repaso en forma sumaria de la epistemología del siglo XX dentro de la línea de las reflexiones inauguradas por la CH incluidas las críticas de diverso origen y filiación teórica y respuestas sumamente heterogéneas a las mismas que vienen a llenar buena parte del mapa de la reflexión epistemológica de las últimas décadas. De todas ellas se tomará aquí sólo una, la epistemología evolucionista popperiana que se analizará en el Capítulo 4. Ella representa una reformulación de las epistemologías sin sujeto bajo la perspectiva más amplia y abarcativa de las epistemologías naturalizadas. El Capítulo 5, es una evaluación de la misma a través del análisis de sus características, tensiones internas y limitaciones. En la constitución misma de las epistemologías evolucionistas se encuentra el uso analógico o metafórico de modelos científicos. Esto hizo necesaria la inclusión de un Apéndice en el cual por un lado se muestra la necesidad de considerar a estas metáforas desde una perspectiva episté-
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mica – es decir no meramente estética o didáctica-, lo cual resulta relevante para clarificar el status gnoseológico de las EE; pero por otro lado, y en la medida en que las EE pueden considerarse tan sólo un caso testigo del uso epistémico de metáforas en la producción del conocimiento en general y del conocimiento científico en particular, quedan planteadas nuevas líneas de trabajo no desarrolladas aquí, referidas al rol que en general cumplen las metáforas.
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E ,.+"$&$e'-( de a !(,(a de a c$e'c$a ?6 L(, a'-ecede'-e, La reflexión acerca del conocimiento es tan antigua como la filosofía. Sin embargo mucho ha cambiado en los últimos dos mil quinientos años: la relación e incumbencia disciplinar entre filosofía y ciencia; el concepto mismo de ciencia; y además el desarrollo de la ciencia ha agregado en los últimos ciento cincuenta o doscientos años una serie de problemáticas nuevas. Por otro lado, y aunque hunde sus raíces en una larga tradición, la filosofía de la ciencia tal como se la entiende hoy es un producto del siglo XX. La autonomía y profesionalización de la ciencia es, en verdad, un fenómeno muy reciente, de modo tal que a través de la historia, muchos autores contribuyeron tanto a la filosofía como a otras ramas del saber en general. Tal es el caso de Aristóteles (384-322 a.C.), J. Kepler (1571-1630), R. Descartes (1596-1650) o G. Leibniz (1646-1716) entre muchos otros. Otras veces los filósofos han elaborado concepciones del mundo compatibles con las teorías científicas dominantes en ese momento, como en el caso de I. Kant (1724-1804) y la Mecánica Newtoniana. El mismo Kant incursionó en ámbitos estrictamente científicos. En ocasiones han sido los filósofos quienes han señalado caminos teóricos o conceptuales que luego se han convertido en objeto de estudio de la ciencia. Tal es el caso de los extensos desarrollos en el área de la teoría del conoci-
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miento de los siglos XVII y XVIII retomados luego en la psicología contemporánea. Incluso los mismos científicos han reflexionado frecuentemente sobre su actividad y sobre las implicaciones filosóficas de sus teorías, y así ocurre por ejemplo con G. Galilei (1564-1642), I. Newton (1642-1727) o Ch. Darwin (1809-1882). Por último, y este es el caso más corriente, los filósofos han elaborado teorías acerca del conocimiento humano o han desarrollado métodos que han sido seguidos, más o menos estrictamente, por algunos científicos. Basta recordar la relación entre Platón (427-347 a.C.) y Eudoxo (c.408-c.335 a.C.), Aristóteles y Euclides (s. IV-III a.C.) o F. Bacon (1561-1626) y la ciencia moderna. Evidentemente, un rastreo exhaustivo de las relaciones, implicancias e influencias entre filosofía y ciencia resultaría una tarea casi interminable. En este capítulo luego de pasar revista sumariamente a la reflexión sobre la ciencia en la antigüedad, la edad media y los años posteriores a la Revolución Científica, se caracterizará la filosofía de la ciencia hegemónica en el siglo XX, corriente sobre la cual se realizan gran parte de los debates posteriores acerca del status y características de la ciencia. Uno de los grandes temas de la filosofía es el problema del conocimiento. Es por ello que la reflexión acerca de los diversos modos de saber, su fundamentación, alcances e inclusive la posibilidad misma de su concreción, formaron parte de la reflexión filosófica ya desde los primeros filósofos milesios. Estas reflexiones, obviamente sin el refinamiento y desarrollo de las actuales ni una preocupación por la demarcación estricta entre saberes, abarcaban en un todo sin solución de continuidad a todo el saber en su conjunto. Los nombres de Platón y Aristóteles están asociados a tradiciones de gran influencia en el pensamiento occidental. De hecho los aportes e ideas de ambos aparecieron plasmados en la estructura y el carácter de la geometría euclideana, a la sazón y por ello mismo considerada durante más de dos
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mil años como el ejemplo más acabado de una ciencia perfecta y terminada1. La misma parecía cumplir con los requisitos exigidos por el ‘conocimiento absoluto’ de Platón, esto es: un conocimiento que fuera válido para todo tiempo y lugar, que se desenvolviera en el mundo de las Ideas, es decir que sea independiente de la percepción sensible, pero que al mismo tiempo pudiera servir como la explicación más adecuada y racional para ese mundo cotidiano. También resultaron fundamentales los aportes de Aristóteles, tanto en cuanto a aspectos que podrían considerarse metodológicos como así también en cuanto a las explicaciones positivas acerca del mundo. Respecto a la primera cuestión sentó las bases de la investigación científica como una progresión que va desde las observaciones hasta los principios generales para volver de nuevo a las observaciones. Las generalizaciones sobre las formas se extraen de la experiencia sensible por medio de la inducción y, una vez logradas estas generalizaciones, se pueden usar como premisas para la deducción de los enunciados observacionales iniciales. A esto hay que agregar su sistematización de la lógica, herramienta que aunque en el último siglo se ha revelado insuficiente para la ciencia moderna, es indiscutible como una contribución al desarrollo de uno de los instrumentos más potentes con los que cuenta el análisis de los fundamentos de la ciencia, además de la idea de verdad como correspondencia2 que, con algunas variantes y matices aun siguen siendo objeto de debates epistemológicos. Acerca del segundo aspecto la reintroducción del pensamiento aristotélico en Europa alrededor del siglo XIII, ha consagrado su física y su astronomía hasta la Revolución Científica del siglo XVII y 1. Suele señalarse la aparición de las geometrías no euclideanas, en el siglo XIX, como el episodio que destruyó esta confianza. 2. Esta idea se expresa básicamente en la fórmula «afirmar de lo que es que es y de lo que no es que no es, es la verdad, y afirmar de lo que no es que es y de lo que es que no es es, la falsedad»
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su concepción finalista ha perdurado en las ciencias biológicas hasta mediados del siglo XIX en que Darwin propone su teoría de la evolución. La tradición en ciencia política apoyada en la autoridad de Aristóteles también se ha mantenido hasta el siglo XVII (cf. Bobbio, 1985). Durante la Edad Media surgen una serie de autores que reflexionaron e hicieron aportes que pueden ser considerados propios de la filosofía de la ciencia. Según Losee: “Aristóteles había insistido en que los principios explicativos debían inducirse de las observaciones. Una importante contribución de los estudiosos medievales fue desarrollar nuevas técnicas inductivas para el descubrimiento de principios explicativos” (Losee, 1985:42).
Duns Escoto (1266-1308), por ejemplo, propuso el método del acuerdo , técnica que sirve para analizar un número de casos en los que ocurre un determinado efecto. El procedimiento consiste en enumerar las distintas circunstancias que están presentes cada vez que acontece el efecto, y en buscar una que esté presente en todos los casos. Guillermo de Occam (circa 1298-1349) aportó el método de la diferencia, que consiste en comparar dos casos: un caso en que el efecto esté presente con otro en que el efecto no está presente. Si se puede mostrar que existe una circunstancia que está presente cuando el efecto está presente y ausente cuando el efecto está ausente, entonces el investigador está autorizado a concluir que la circunstancia puede ser la causa del efecto. También se ha reconocido su principio de parsimonia (también conocido como la ‘navaja de Occam’) como criterio de formación de conceptos y de construcción de teorías, sosteniendo que han de eliminarse los conceptos superfluos y que entre dos teorías que den cuenta de un mismo tipo de fenómenos debía preferirse la más simple. R. Grosseteste (circa 1175-1253) y R. Bacon (1214-1294) trabajaron sobre cuestiones metodológicas, reforzando el patrón aristotélico inductivo-deductivo de la
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investigación científica con algunos matices, como la introducción de una tercera etapa en la investigación científica, a saber: la de someter los principios inductivos a contrastación con la experiencia. Grosseteste introdujo el método de la falsación afirmando que si una hipótesis implica ciertas consecuencias, y si se puede demostrar que estas consecuencias son falsas, entonces la propia hipótesis debe ser falsa. De algún modo Grosseteste anticipó la utilización del llamado modus tollens como método para la falsación de las hipótesis. En el siglo XVII se produce un cambio profundo y generalizado de la cultura occidental que abarca la política, la economía, las relaciones sociales, y cuya expresión en el ámbito del conocimiento fue la Revolución Científica. Ésta constituyó un hito fundamental no sólo por la irrupción de nuevas teorías fundamentales, sino también y quizá principalmente por las modificaciones en la concepción del conocimiento, de la imagen metafísica del mundo y la reflexión sobre el método científico. Es la época del derrumbe de la tradición aristotélico – bíblica como fuente del conocimiento y su contracara, la conformación y consolidación de la ciencia moderna. A grandes rasgos puede decirse que ya no sería más la Biblia ni la tradición la fuente de conocimiento de la naturaleza. Hay acuerdo en muchos autores al sostener que la ciencia, tal como se la concibe hoy día, deriva fundamentalmente de este largo y complejo proceso denominado “Revolución Científica”. Los episodios más reconocidos correspondientes a la física y la astronomía fueron iniciados por N. Copérnico (1473-1543) y continuados, entre otros por Galilei, Kepler y Newton. Esta revolución desalojó al hombre del centro del universo y lo condenó a girar eternamente en una insignificante piedra casi esférica. En esos momentos de grandes cambios e inseguridades obtiene su partida de nacimiento la filosofía moderna, algunos autores dicen que con R. Descartes otros agregan a Th. Hobbes (1588-1679). Lo cierto es que la filosofía moderna encuentra una de sus preocupa-
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ciones primordiales en la revisión de las fuentes mismas del conocimiento humano. Fuentes que habían conducido a la humanidad a permanecer convencida durante casi dos mil años, en cuestiones tan fundamentales como la ubicación del planeta en el universo o la constitución de los seres vivos, de teorías que pasaron de ser sólidos edificios teóricos a constituir un montón de escombros. Consecuentemente, para evitar nuevos graves errores, la preocupación por el ‘método’, es decir el camino que debe seguir la indagación de la naturaleza adquiere gran relevancia. Importantes pensadores y científicos como Bacon, Galilei, Comenio (1592-1670), Spinoza (1632-1677) y Descartes entre otros, tratan acerca del problema del método. La revisión de las fuentes de nuestro conocimiento genera, dentro de la filosofía, dos grandes líneas de respuestas: la racionalista inaugurada por R. Descartes y la empirista iniciada por Th. Hobbes. Estas dos grandes líneas de pensamiento caracterizarán todo el pensamiento moderno. La línea racionalista encontrará que la única fuente de conocimiento confiable será la razón, como consecuencia de una desconfianza radical en el conocimiento empírico. La vía que desembocará en lo que se llamó positivismo y neopositivismo se apoyará en la vertiente empirista que, comenzada con Th. Hobbes, tiene sus personajes más ilustres en J. Locke (1632-1704) y D. Hume (1711-1776). Cabe consignar que Hobbes constituye también una figura central en la filosofía política, ya que desarrolla su modelo contractualista (inaugurando lo que hoy se conoce como iusnaturalismo moderno) según el cual los hombres son considerados iguales por naturaleza, en oposición al modelo aristotélico donde todos, tanto el esclavo como el ciudadano, tenían su “lugar natural” en la sociedad. El movimiento que culminó con el acceso de la burguesía al poder político, primero en Inglaterra (con la revolución de 1688) y luego en Francia (con la Revolución Francesa en 1789) estaba en marcha. Así, la vida espiritual europea comienza a mediados del s. XVII un proceso que culminará a fines del
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s. XVIII y que estará caracterizado por el intenso y rápido desarrollo de las ciencias naturales y la formación y consolidación de los estados nacionales sobre las ruinas del Estado feudal de derecho divino y la aparición en el escenario de la historia de la nueva clase burguesa, que surge frente a las antiguas clases privilegiadas. En esta época de derrumbe y reconstrucción de saberes, F. Bacon intenta, en su obra más conocida ( Novum Organon) arremeter contra las “fuentes del error” que él llama idola o falsa imagen: los idola tribus, los idola specus, los idola fori y, por último los idola theatri. Quizá uno de los más importantes filósofos, en esta apretada historia, sea D. Hume. Su filosofía empirista desemboca en el escepticismo, como corolario de la aceptación de que no es posible ningún conocimiento necesario de la naturaleza. Sus incisivos abordajes de los problemas de la inducción y de la causalidad siguen siendo objeto de tratamiento en la filosofía de la ciencia, (aunque actualmente más el segundo que el primero). La tradición del positivismo lógico, que luego se tratará, se considera en líneas generales heredera da la filosofía de Hume. Otra de las figuras capitales de la filosofía moderna fue Immanuel Kant, cuyos aportes exceden ampliamente el campo de la filosofía de la ciencia. Frente al escepticismo de Hume, Kant mantiene que, si bien el conocimiento de la naturaleza se inicia con la experiencia sensible, ésta es tan sólo una masa informe que debe ser organizada por las formas puras de la sensibilidad (espacio y tiempo) y por las categorías del entendimiento. La defensa del comienzo empirista y el reconocimiento de conocimiento necesarios toma en Kant la forma de tres preguntas que involucran cuestiones centrales en los debates posteriores de la tradición analítica en filosofía y la Concepción Heredada de las teorías: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la matemática?»,
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¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la física?», y ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la metafísica?». Finalmente es de destacar la influencia de John Stuart Mill (1806-1873), economista, historiador y filósofo, conocido por su defensa del inductivismo frente a una visión hipotético-deductiva de la ciencia. Diferenció cuatro tipos de métodos inductivos, a saber: método del acuerdo, de la diferencia, de las variaciones concomitantes y de los residuos. Se ocupó también de la causalidad, y sobre todo del problema de la causalidad múltiple, como la que se da cuando hay involucrada más de una causa en la producción de un efecto y distinguiendo diferentes tipos de causalidad. @6 E )a'(+a&a $'-eec-.a de (, ,$"(, XIX Y XX Como se ha visto en la apretada síntesis de la sección anterior, si bien el ámbito de reflexión que hoy podría incluirse en la ‘filosofía de la ciencia’ se puede rastrear hasta la antigüedad, es posible considerar que la epistemología se inicia con pensadores de la segunda mitad del siglo XIX y se consolida institucionalmente en el siglo XX con el Círculo de Viena y algunos adherentes y seguidores. Su concreción fue resultado de procesos de diverso origen, significación y alcance tanto en la ciencia como en la filosofía. Ellos dieron lugar a una relación inédita entre filosofía y ciencia en el presente siglo, relación que presupone por un lado el proceso irreversible de la consolidación autónoma de la ciencia divorciada definitivamente de la ‘filosofía de la naturaleza’ y por otro la constitución de una nueva disciplina filosófica, la ‘filosofía de la ciencia’, que llevará a cabo una tarea también inédita en el análisis, ya no solamente del conocimiento en un sentido general, sino de ese tipo particular de conocimiento que es el conocimiento científico. Se señalarán a continuación, brevemente, los rasgos
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%$más sobresalientes que contribuyeron a la concreción de este complejo proceso. 2.1. La profesionalización de la ciencia Aunque las grandes sociedades científicas (fundamentalmente la Royal Society inglesa, la Academie des Sciences francesa) existían desde el siglo XVII, constituían más bien clubes, no demasiado numerosos, de gentlemen interesados en la experimentación y de profesionales entrenados. La misma instrucción científica en las universidades se centraba casi exclusivamente en las matemáticas y en las disciplinas científicas ya desarrolladas, todas de fuerte estructura matemática (mecánica, astronomía, etc.). No incluía, sin embargo, entrenamiento en la investigación experimental, ni se enseñaban las disciplinas que estaban aun en proceso de constitución y que sólo disponían de muchos resultados experimentales y de teorías cualitativas y empíricas (así la física, la química, etc.). Pero, la creciente confianza en la ciencia impulsada por la Ilustración y la Revolución Francesa, condujeron a la institucionalización y profesionalización estricta de los científicos. A partir de la creación de la Politécnica de París, en 1794, se abre un periodo en que se crean nuevas universidades, o se reforman las existentes, para introducir en ellas las nuevas disciplinas y el entrenamiento en la investigación de laboratorio. El resultado es la unión de la enseñanza y el diseño de la investigación, la constitución de una comunidad científica estable, profesionalizada y claramente definida, el aumento de la comunicación entre los practicantes de la ciencia. Lo más importante es que se hace efectivo el principio de la investigación socialmente organizada, frente a las iniciativas individuales y privadas predominantes hasta ese momento. Una consecuencia interesante de este proceso será el desarrollo e interconexión entre las distintas disciplinas.
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2.2. El desarrollo de nuevas disciplinas y ramas de la ciencia La culminación de la Revolución Científica llevada a cabo por Newton con la nueva física y la generalización de las leyes de la mecánica tanto a los fenómenos terrestres como a los celestes marcó a fuego el desarrollo posterior de la ciencia en el sentido de lograr integrar los nuevos fenómenos que se fueron detectando dentro del modelo newtoniano de partículas y fuerzas en interacción. Se vuelve hegemónica una concepción mecanicista-materialista según la cual, la ciencia proporcionaba un conocimiento inmediato de la realidad, sus observaciones eran fiables y podía dar cuenta de cualquier fenómeno merced a la combinación legalifome y causal de partículas y fuerzas materiales. En un clima de optimismo creciente se suponía que todos los aspectos de la materia y, si se quiere, de la realidad podían ser explicados desde esos supuestos. La primera mitad del s. XIX supone la integración en esa concepción de numerosos aspectos que hasta ese momento se habían considerado propiedades no sistematizadas de la materia y, por tanto, particulares de los cuerpos y objeto de explicación de la filosofía natural. El desarrollo es especialmente espectacular en física, donde la combinación entre la experimentación precisa y la teoría matemática abstracta permiten una profundidad de conocimiento y una potencia de aplicación sin precedentes. (Cf. entre otros Bernal, 1959; Randall, 1975; Cohen, 1989). Campos y dominios nuevos pasan a ser controlados por la ciencia, conectándose y explicándose los numerosos datos y fenómenos que la filosofía experimental de la naturaleza había ido recopilando y clasificando pacientemente a lo largo del s. XVIII. Así, la electricidad y el magnetismo se unificaron, primero experimentalmente y luego teóricamente; poco después se observaron sus conexiones con la luz. Al mismo tiempo la óptica ondulatoria reformulada por
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Young y Fresnel es reconocida y se unifican los conceptos de calor y trabajo, dando origen a la termodinámica. También la química alcanza un desarrollo inusitado. Esta disponía ya de fundamentos teóricos desde comienzos de siglo (la conservación de la masa y la nomenclatura química de Lavoisier, junto con la teoría atómica de Dalton) y se desarrollaba, simultáneamente, clasificando sustancias y resolviendo problemas teóricos (síntesis química, peso atómico, etc.). La aplicación de la teoría a la experimentación facilitaría el desarrollo de la química orgánica y, junto con la observación controlada, la tabla periódica de los elementos que permite predecir las propiedades de elementos que posteriormente se irían descubriendo. También la biología se desprende definitivamente de los preceptos aristotélicos, fundamentalmente (aunque no exclusivamente) merced a la biología evolucionista darwiniana (cf. Jacob, 1970). Algo similar ocurre con las ciencias de la tierra a partir de Hutton y Lyell (cf. Gould, 1992). El siglo XIX marca el surgimiento, ya con una impronta netamente moderna de las ciencias sociales. Es decir, aquellos aspectos del ser humano que exceden lo biológico, comienzan a ser objeto de estudio científico, extendiéndose el alcance de la ciencia a dominios hasta entonces exclusivos de la filosofía cuando no de la religión. El divorcio entre ciencia y filosofía se fue profundizando a la par de los crecientes contactos entre disciplinas concretas. De algún modo la irrupción de las geometrías no euclidianas viene a terminar con la idea de que podía alcanzarse un conocimiento verdadero del mundo sin necesidad de recurrir a la experiencia, es decir a través de conocimientos sintéticos a priori. Más allá de esta proclama antikantiana, se pone de manifiesto la insuficiencia de la evidencia de axiomas y postulados como criterio de verdad, al tiempo que comienza a crecer la idea que sirve de fundamento a los sistemas axiomáticos modernos.
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Poco a poco va cimentándose la creencia en que la única forma de adquirir conocimiento es la experimentación combinada con la matematización, cuando sea posible, y el descubrimiento de leyes. Al mismo tiempo el modelo de ciencia por antonomasia resulta la física newtoniana y sus derivaciones. La misma se convierte en el núcleo en torno al cual se aglutinan las otras ciencias, tanto como proveedora del ‘método científico’ como por ser considerada modelo de cientificidad. Se consolida el optimismo en cuanto a que la investigación continuada acabará llevando inevitablemente a la unidad de la ciencia. 2.3. La ruptura de los límites de la experiencia ordinaria y del sentido común El proceso de desarrollo de las ciencias –fundamentalmente las naturales- comienza, de una manera ya irreversible, a dejar de ocuparse de los fenómenos de la experiencia ordinaria para dar cuenta de las entidades y leyes que ella misma postula para explicar la realidad, utilizando de manera creciente e insoslayable términos referidos a entidades inobservables: “(…) en suma, [los científicos] buscaron validar el objetivo de comprender el mundo visible postulando un mundo invisible cuyo comportamiento era la causa de lo observable” (Laudan, 1983:55). Además, la disponibilidad de instrumental cada vez más poderoso y preciso amplía desmesuradamente la experiencia disponible, también contradiciendo muchas veces la experiencia ordinaria y, por otro lado favoreciendo la reconstrucción ideal y simplificada de algunos fenómenos en los laboratorios. La coherencia entre los nuevos desarrollos teóricos con los de otros campos científicos prevalece por sobre la correspondencia con el sentido común y la experiencia ordinaria. Este distanciamiento llega a su punto álgido con la crisis del paradigma newtoniano y el desarrollo posterior de la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica.
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Esta crisis que se produce en las últimas décadas del siglo XIX afecta los aspectos considerados hasta ese entonces más fiables del conocimiento científico: por un lado la concepción mecanicista-materialista como marco conceptual básico, pero también a la física clásica y a la matemática. Por ello mismo el carácter de esta crisis, precisamente afecta no solamente a una teoría o conjunto de teorías, sino también a la estructura global de la ciencia, de sus conexiones internas, de la fiabilidad y eficacia de la experimentación y de la utilización de los modelos matemáticos. De modo tal que es el propio desarrollo de la ciencia, según sus propias pautas autónomas, la que lleva a la crisis de la visión mecanicista del mundo, que constituyera su origen filosófico general, en tanto concepción general del mundo. Los problemas concretos que llevaron a esta situación se pueden resumir, básicamente, en tres puntos (cf. Sánchez Navarro, 1992). En primer lugar, el concepto de ‘éter’ y su interpretación mecánica comenzó a chocar con la creciente evidencia empírica en contrario. Segundo, los problemas respecto de la segunda ley de la Termodinámica, que sostiene la irreversibilidad de los procesos térmicos. Puesto que el calor se entendía mecánicamente como el movimiento de las partículas de un cuerpo, la cuestión era construir un modelo mecánico de la ley. Para Lord Kelvin, la ley afirmaba la disipación de la energía y no daba ningún modelo mecánico para los procesos térmicos. Clausius, sin embargo, intentaba construir modelos mecánicos para las leyes de la Termodinámica basándose en movimientos moleculares. Así recurre al concepto de entropía que denotaba el carácter direccional de los procesos físicos. El problema se presentaba en la teoría cinética que concebía los gases como partículas en movimiento. Para dar cuenta de las propiedades de la materia y de la estructura molecular se requería una teoría estadística del movimiento molecular. Y eso, a su vez, llevaba, o bien a la violación de la ley de la entropía (pues habría moléculas individuales frías que transferirían calor a otras calientes), o bien a la interpretación estadística
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de la segunda ley de la Termodinámica, lo que afectaba al determinismo fuerte exigido por la concepción mecanicista. Y tercero, el proceso que llevó a la formulación de la mecánica cuántica y a la teoría de la relatividad. Estos tres complejos procesos dieron como resultado la crisis de la concepción mecanicista-materialista y, poco después, de toda la física clásica. Y más allá de constituir un problema de sustitución de teorías, un punto fundamental respecto de estos tres problemas básicos es que dieron lugar a una serie de interrogantes y discusiones de naturaleza filosófica: ¿cuál es el status ontológico de las entidades postuladas por la ciencia?; ¿cuál es la relación entre la realidad física y las teorías?, ¿cómo se determina la verdad o la aceptabilidad de éstas?; ¿cuál es el status de los modelos teóricos?; ¿deben ser modelos mecánicos o pueden ser simplemente matemáticos?; ¿qué papel ha de asignarse a los modelos estadísticos?; ¿y a los analógicos? etc. Los conceptos y teorías envueltos en la crisis de la física clásica están tan lejanos del conocimiento ordinario que no es posible construir una nueva filosofía de la naturaleza que los encaje en él. Lo que es más importante, la crisis se produce porque las restricciones impuestas a la ciencia por el sentido común bajo la forma del mecanicismo-materialista estaban siendo violadas. La articulación de la ciencia con el conocimiento natural y la experiencia ordinaria es, a partir de ahora, una tarea de la propia ciencia que los relativizará y modificará tras un proceso más o menos largo. Lo que se comienza a pedir de la filosofía no es que proporcione un conocimiento por sí o una síntesis abarcadora de los conocimientos proporcionados por la ciencia, sino que ayude a clarificar problemas concretos. Las primeras respuestas ante los problemas y la crisis planteada provienen de los científicos, pero constituyen el origen de la filosofía de la ciencia dado que se trata de verdaderos problemas que la ciencia no podrá resolver a través de sus prácticas habituales y que generan cuestiones fundamentales, propias de la filosofía.
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Puesto que los problemas se plantean en un momento de crisis, todas las respuestas van a tener un componente falibilista que, desde entonces, será una característica distintiva de la ciencia: el conocimiento científico no es, ni puede llegar a ser un conocimiento absoluto. Así, para Hertz las afirmaciones de la física se refieren a sectores limitados de la naturaleza y su validez se limita a ellos. Lo que la física, y por extensión la ciencia, pretende es construir imágenes de los fenómenos, imágenes que son invención humana, y no construir un cuadro exhaustivo de la naturaleza que penetre en la esencia de las cosas. Sus imágenes son decidibles por la satisfacción de ciertas condiciones intrínsecas, como la coherencia y la concordancia con los hechos experimentales conocidos, no por la correspondencia con las esencias de las cosas. Por su parte, para Planck la ciencia debe dar una imagen ordenada y coherente del mundo. Desarrollándose progresivamente va adecuándose cada vez más, en un proceso sin fin, a la estructura del mundo real, pero sólo llega a ella por aproximación. En este caso, la dificultad está en que hay un desacuerdo entre el mundo real y el de los fenómenos de la experiencia ordinaria. En consecuencia, la creencia en la realidad perdurable de la naturaleza es imprescindible para el desarrollo teórico de la ciencia, pero, al mismo tiempo, la realidad que aparece como punto de referencia final es incognoscible. Sólo queda un conocimiento aproximativo y sin final, a menos que se muestre de hecho que no se puede seguir perfeccionando la ciencia (una posición semejante es la de Meyerson con su distinción entre leyes descriptivas y predictivas de los fenómenos y leyes causales explicativas que determinan la identidad de lo que persiste a través de los cambios de la naturaleza). Tanto Hertz como Planck están guiados por sus propias investigaciones. El primero por su trabajo experimental sobre las ondas electromagnéticas que favorecía la teoría del campo electromagnético; el segundo por la justificación de los ‘quanta’, aun más increíbles que la ‘teoría del campo’.
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Pero esa misma separación entre las teorías científicas, los fenómenos y la realidad ‘teórica’ llevaba a otros autores a rechazar el realismo, incluso el más moderado, en favor de posiciones empiristas o convencionalistas. Avenarius y Mach defendían un empirismo sensitivista según el cual todas las ideas son rastreables hasta sensaciones. Los conceptos teóricos son, entonces, ficciones mentales que ayudan instrumentalmente a la sistematización y organización de las observaciones y las impresiones sensoriales, pero sólo estas tienen existencia real. Los conceptos teóricos se justifican por razones de simplicidad, economía, sencillez, etc. Así, sólo tienen validez cognitiva las afirmaciones del conocimiento empírico que pueden basarse en impresiones sensoriales. Podría pensarse que este empirismo llevaría al rechazo de los nuevos conceptos que violaban el sentido común, como el ‘campo electromagnético’, etc., pero su función era la contraria: si no hay entidades teóricas y la única función de los conceptos teóricos es ayudar a la sistematización de la experiencia, tanto da el éter como el campo electromagnético. Puesto que el primero no cumple ninguna función y sólo sirve de obstáculo, mientras el segundo sistematiza y tiene consecuencias observables, la elección es evidente. Sobre esta misma base, Mach (Kolakowski, 1988) llegaba a discutir la relevancia de nociones tan arraigadas en el sentido común y en el mecanicismo como el espacio y el tiempo absolutos. Sobre estos supuestos, Ostwald llegó a construir una teoría físico-química basada en el concepto de energía y sin hacer ninguna mención a átomos o moléculas (pese a que Ostwald, en otros aspectos, no era un empirista, sino un energetista). Ciertamente, el interés básico de Mach y Avenarius era la disputa con los neokantianos y lo que buscaban era eliminar las ‘formas’ transcendentes y las entidades extrañas que estos introducían en física (Kolakowski, 1988; Suppe, 1974), pero, una vez embarcados en esa tarea, tenían que rechazar también las numerosas entidades introducidas para satisfacer las exigencias de la explicación mecánica (en especial los átomos inobservables).
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Por su parte, Duhem y Poincaré (Kolakowski, 1988) mantenían posiciones convencionalistas que intentaban evitar las dudas sobre el status ontológico de las entidades teóricas y, al mismo tiempo, reflejaban los elementos arbitrarios y los componentes formalistas (simplicidad, sencillez, coherencia, etc.) que intervenían en la construcción de teorías. Las leyes, en última instancia, eran convenciones que se mantenían por decisiones metodológicas. El único requisito era que se salvaran los fenómenos, pero, puesto que las teorías se aplican en bloque, basta con introducir en ellas los reajustes necesarios para que lo consigan. Así las razones para mantener una teoría no son empíricas, sino metodológicas, y su rechazo es, igualmente, resultado de una convención. Más interesante aun es la polémica sobre los modelos y la explicación mecánica. El problema central es si las teorías deben construir modelos físicos o matemáticos. Puesto que, en cualquier caso, se asume el mecanicismo como visión del mundo, lo que está en discusión es cuál es la relación de estos modelos con la realidad: si meramente reflejan su estructura o si, además, deben incorporar compromisos con la existencia de ciertas entidades y si han de entenderse como homomórficos, aproximados o isomórficos con los sistemas reales. Pero, también se incluye el problema de la relación entre ciencia, visualización y sentido común cuando se discute la naturaleza de los modelos estadísticos y la exigencia de construir modelos analógicos para salvar la explicación mecánica. Incluso entra en juego la cuestión de cual es la teoría en torno a la que debe articularse el resto de la física. Durante varios años Lord Kelvin, Clausius, Maxwell y Boltzmann llevaron adelante esta disputa. 2.4. Desarrollo de la biología y las ciencias sociales Finalmente otros dos factores fundamentales están representados por el desarrollo de la biología y, sobre todo, el nacimiento de las ciencias sociales, que permiten al cono-
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cimiento científico irrumpir en un campo hasta entonces exclusivo de la filosofía (y, en ciertos aspectos, de la religión): el estudio del ser humano. F. Jacob, haciendo una lectura ‘interna’ de la historia de la ciencia biológica, señala que el proceso se resuelve en los siguientes pasos: “Desde el siglo XVI vemos así aparecer en cuatro ocasiones una nueva organización (de lo viviente), una estructura de orden cada vez superior: primero, a principios del siglo XVII, la combinación de las superficies visibles, (…); después, a finales del siglo XVIII la ‘organización’, la estructura de orden dos que engloba órganos y funciones y termina por resolverse en células; le sigue, a comienzos del siglo XX los cromosomas y los genes; finalmente, a mediados de este siglo la molécula de ácido nucleico (…)”.(Jacob, 1970)
Pero también, haciendo una lectura algo más abarcativa, la biología del siglo XIX ha dado lugar a la que es, quizás, la más grande revolución cultural de Occidente a partir de la teoría darwiniana de la evolución: “Los religiosos esperaban encontrar en el mundo animado la justificación de la divina providencia que se había perdido en las esferas celestes. En cambio, los racionalistas esperaban poder expulsar a los espíritus del universo, demostrando el funcionamiento mecánico de la materia en los fenómenos de la vida y derrumbando así todos los ingenuos mitos bíblicos acerca de la creación”. (Bernal, 1959)
Merced a una conjunción de aportes, pero fundamentalmente debido a la revolución darwiniana, la “segunda herida narcisista” de la humanidad al decir de Freud, finalmente se termina de expulsar del ámbito de lo natural los residuos aristotélico-bíblicos de un mundo teleológico. La diversidad de especies y sus cambios comienzan a tener su explicación a través de mecanismos naturales. Finalmente, el siglo XIX es el de la consolidación de las ciencias sociales modernas; las cuales luego del impulso
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inicial de la ‘física social’ de A. Comte, fueron poco a poco generando sus propios campos cada vez más específicos y delimitados. La impronta de la física newtoniana como modelo de investigación, metodológico y de cientificidad, marcará a fuego durante muchas décadas las principales líneas de desarrollo de las incipientes ciencias sociales. De hecho, la biología evolucionista darwiniana ha influido fuertemente en las ciencias sociales dando lugar a un sinnúmero de explicaciones naturalistas (evolucionistas) en los ámbitos propios de la antropología, sociología, psicología (Gould, 1986, Harris, 1978; Timasheff, 1955) Como consecuencia de la combinación de estos cuatro factores, la ciencia moderna adquiere características inéditas, a la par que se apropia de campos reservados hasta ese momento a la filosofía, cuando no a la religión, y culmina presentándose como la única forma genuina de conocimiento. 2.5. El ambiente filosófico Paralelamente al proceso sumariamente descripto de expansión-generación de nuevos problemas en el ámbito científico, a finales del siglo XIX y comienzos del XX se producían otras dos circunstancias que afectaron a la filosofía y llevaron al establecimiento de nuevas relaciones con la ciencia. El desarrollo de la lógica matemática y lo que dio en llamarse el “giro lingüístico”. De acuerdo a lo adelantado anteriormente, la ciencia volvía a plantear problemas filosóficos, aunque ahora de naturaleza distinta a los tradicionales. Crecía la idea de que hacía falta algún instrumento que permitiera afrontarlos con precisión y un mínimo de efectividad, dado que ni la lógica tradicional, (cf. R. Gómez, 1980) ni los métodos clásicos de la filosofía, desarrollados para la reflexión sobre el conocimiento ordinario y el sentido común, servían para afrontar los complejos problemas planteados por la ciencia. Este instrumento se estaba desarrollando como consecuen-
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cia de la crisis de fundamentos de la matemática paralela a la crisis de la física clásica: se trata de la lógica formal o lógica matemática. Los fundamentos iniciales los pone Boole, que propone un álgebra ‘simbólica’, que puede interpretarse como clases o como enunciados y que recalca la importancia del uso del formalismo. Pero el empuje principal vendría de los intentos de fundamentar la aritmética y definir con precisión el concepto de número. El paso fundamental lo da Frege, cuyo interés básico era dar una definición lógica del número y, a partir de ahí, logra una estructura lógica a la teoría de los números, reduciendo la aritmética a lógica. Aunque no consiguió lo que pretendía, su trabajo fijó las características centrales de la lógica matemática: su naturaleza formal y su estructura deductiva. A partir del mismo intento de fundamentación de la aritmética Peano construye un sistema axiomático (mediante el método genético) que permite deducir las propiedades de los números. Estudia las propiedades de los sistemas axiomáticos de tal modo que llega a fijar dos características básicas de los mismos: la consistencia (de un sistema deductivo no pueden deducirse un enunciado y su negación) y la independencia de los axiomas (que ninguno de ellos sea deducible como teorema a partir de los otros). Hillbert llevo a cabo estudios semejantes en la metamatemática, como el estudio de los sistemas deductivos. Su primera aplicación fue la axiomatización formal de la geometría euclideana y que, pasado el tiempo, constituiría el modelo de reconstrucción lógica de una teoría científica. La constitución definitiva de la lógica matemática tiene lugar con la publicación a principios de siglo de los Principia Mathematica de Russell y Whitehead, que constituyen su primera exposición axiomatizada, completa y sistemática. Pero, además, la nueva lógica había mostrado su potencia en el análisis de fundamentos y de la consistencia, al resolver varias paradojas que se plantearon en teoría de conjuntos y en su propio seno. Se disponía así de un instrumento preciso, potente y, al mismo
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tiempo, de gran tradición filosófica para llevar a cabo el análisis de la ciencia. En los primeros años de este siglo, entonces, se conforma un clima adecuado para que la filosofía cambie de rumbo. La ciencia no sólo se ha separado de la filosofía en el sentido tradicional, sino que se ha estructurado y ha ampliado su campo de estudio a todos los aspectos de la realidad. Se la reconoce como la forma más desarrollada y genuina de conocimiento. Pero también ha mostrado que puede tener problemas sobre los cuales llevar a cabo una reflexión filosófica. El abandono de la física clásica y la construcción de la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica son una prueba clara de la capacidad de autocorreción de la ciencia. Y también son una prueba de que un análisis y reflexión continuos sobre su método, estructura y criterios de validación podrían ayudar a evitar crisis tan profundas como la padecida a finales del s. XIX. Es más, esos análisis ponen de manifiesto la estructura interna de las teorías, los procesos de su aplicación al mundo y de su contrastación, la conexión entre las afirmaciones teóricas más abstractas y la experiencia. Todo ello es tarea adecuada para un análisis filosófico de la ciencia. Se dispone, además, de la lógica para llevar a cabo esa tarea de reflexión. Nada impedía entonces, la construcción de una Filosofía de la Ciencia precisa, empírica y que recurriera a la lógica como método de investigación de modo semejante a lo que hace la física con la matemática; una Filosofía de la Ciencia que pudiera parecerse a la ciencia, cuya prioridad reconoce, y que no se parece en casi nada a la antigua Filosofía de la Naturaleza. La filosofía de la ciencia se consolidará con esa impronta que signará su desarrollo durante al menos cincuenta años. Una buena parte de la reflexión filosófica adquiere un carácter peculiar en tanto deja de presentarse como una forma genuina de conocimiento para convertirse en una reflexión de segundo nivel sobre las formas concretas del conocimiento humano, utilizando como método propio el
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análisis lógico de los lenguajes en que esas formas de conocimiento se formulan. De tal modo, la Filosofía de la Ciencia intenta constituirse en una reflexión sobre la naturaleza y características del conocimiento científico, aunque de ningún modo será una tarea descriptiva. Esta filosofía de la ciencia tendrá un carácter eminentemente prescriptivo al tiempo que fundacionalista: busca establecer las condiciones necesarias y suficientes para que un conjunto de afirmaciones pueda ser considerado ‘ciencia’. La filosofía de la ciencia busca ocupar el lugar del guardián de la pureza de la ciencia y ser el árbitro último capaz de distinguir el conocimiento genuino del que no lo es. En buena parte de la filosofía europea se produce lo que dio en llamarse el ‘giro lingüístico’, que, basándose en el supuesto de que el conocimiento era un reflejo fiel y neutral de lo conocido, preconizaba el estudio del lenguaje en que se describe la realidad y se formula el conocimiento como la forma más objetiva e intersubjetiva de conocimiento. Complementariamente, comienza a crecer con fuerza la idea que será piedra angular de toda la tradición que, generalmente simplificando indebida y exageradamente las cosas (cf. Suppe, 1974; Acero, 1985) se denomina filosofía analítica: los problemas filosóficos son problemas lingüísticos; problemas cuya solución exige enmendar, volver a esculpir nuestro lenguaje o cuando menos, hacernos una idea más cabal de sus mecanismos y de su uso. La filosofía se convierte en (o se reduce a) el análisis del lenguaje (Frege, 1879). Tanto la filosofía del lenguaje como la filosofía de ese lenguaje particular que es la ciencia se derivan de este ‘estilo’ de pensamiento (Acero Fernández, 1987, Passmore, 1957). La actividad dilucidatoria de los enunciados, característica fundamental de todo el movimiento analítico, comienza con las tareas de fundamentación lógica de la matemática, emprendidas por Russell y Whitehead con la publicación sobre todo de Principia mathematica (1910-1913), obra que, siguiendo los estudios iniciales de G. Frege, funda el lenguaje riguroso de la lógica que permite
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evitar las ambigüedades y confusiones del uso del lenguaje ordinario; a esta obra se añade la de Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (1921), dedicada también a la estructura lógica del lenguaje y centrada en la cuestión de lo que “se puede decir”; Russell y Wittgenstein comparten una misma perspectiva lingüística de la realidad, la del atomismo lógico, según la cual mundo y lenguaje muestran una misma estructura común o “figura lógica”; por ser el lenguaje el espejo del mundo, en él se refleja su naturaleza. De ahí surge la idea fundamental de que la realidad sólo se comprende a través del lenguaje, porque éste es el reflejo de la realidad (teoría especular del lenguaje, que sustituye a la teoría especular de la idea del s. XVII)y que el conocimiento no consiste más que en el análisis del lenguaje. En un primer momento, el análisis del lenguaje se confía a la Lógica sistematizada en los Principia mathematica, esto es, a un lenguaje formal de lógica de enunciados y de predicados, con el que Russell reduce los enunciados compuestos a enunciados simples a fin de descubrir en ellos los elementos simples que se corresponden con los hechos simples del mundo o con los hechos atómicos (Wittgenstein); también el Tractatus sigue por la senda de descubrir la estructura lógica del lenguaje. A esta fase inicial de la filosofía del análisis, sigue una segunda fase de decisivo influjo del Tractatus sobre el Círculo de Viena de donde surge el neopositivismo. Éste añade al movimiento analítico una clara postura antimetafísica, al establecer la venficabilidad como criterio de significado, considerando que todo enunciado metafísico carece de sentido, una vez sometido al análisis lógico (tal como sostiene Carnap en La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje, 1931). W.V.O. Quine ha atribuido a esta fase el procedimiento, que él denomina “ascenso semántico”, mediante el cual en vez de hablar de cosas y objetos, hablamos del lenguaje con que hablamos de las cosas para evitar las engorrosas cuestiones que se refieren a la existencia de las cosas. Es también el periodo más significativo de la filosofía analítica. Sigue
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una tercera fase que corresponde a la vuelta de Wittgenstein a Cambridge, en 1929, y al cambio de su filosofía, que se conoce como “segundo Wittgenstein”, expuesta sobre todo en Investigaciones filosóficas (publicadas póstumamente en 1952) y que se centra, no en el análisis lógico del lenguaje, sino en los usos cotidianos del llamado lenguaje ordinario. Son también los años de las críticas de Gödel al formalismo Lógico. Esta filosofía analítica, llamada del lenguaje ordinario, tiene en cuenta la pragmática del lenguaje y contempla el lenguaje, no en su aspecto de reflejo especular de la realidad, sin en una perspectiva más amplia como una actividad y hasta una forma de vida; el análisis del lenguaje no busca su reinterpretación según una sintaxis lógica rigurosa -un cálculo lógico- sino su esclarecimiento a través del reconocimiento de las características naturales del lenguaje vivo, que integra múltiples juegos y funciones del lenguaje, y la pluralidad de usos y contextos lingüísticos.
La 9C('ce)c$' #e+edada: Las ideas básicas de la CH son llevadas a su máxima expresión en los años veinte por un grupo de científicos y filósofos reunidos bajo el nombre de ‘Círculo de Viena’, que incluye autores como R. Carnap, F. Schlick, O. Neurath, y otros, los integrantes de la Escuela de Berlín de H. Reichenbach, K. Hempel, y otros autores que compartían gran parte de sus supuestos iniciales. En palabras de Suppe: “A partir de los años 20 se convirtió en un lugar común para los filósofos de la ciencia el construir teorías científicas como cálculos axiomáticos a los que se da una interpretación observacional parcial por medio de reglas de correspondencia. De este análisis, designado comúnmente con la expresión Concepción Heredada de las Teorías se han ocupado ampliamente los filósofos de la ciencia al tratar otros problemas de la filosofía de la ciencia. No es demasiado exagerado decir que virtualmente cada resultado significativo obtenido en la filosofía de la ciencia entre los años 20 y 50 o empleó o supuso tácitamente la Concepción Heredada” (Suppe, 1974: 16).
De hecho, como es imaginable, hay diferencias sustantivas entre los planteamientos iniciales y los últimos desarrollos de la C.H., producto tanto de los debates internos como así también de las notables diferencias entre los autores. Pero las diferencias se construyen sobre una plataforma común que se analizará de aquí en adelante, dejando para mejor ocasión el análisis de las diferencias. El punto de partida es la afirmación de que la tarea central de la filosofía de la ciencia consiste en el análisis y, por
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tanto, la reconstrucción de la estructura lógica de las teorías científicas mediante métodos metamatemáticos, al modo de su deslumbrante intervención en la crisis de fundamentos. Dado que la C.H. acepta plenamente el ‘giro lingüístico’, este supuesto se convierte en la exigencia de que la filosofía de la ciencia se dedique al análisis lógico del discurso científico, pues se está presuponiendo que las teorías tienen la misma estructura que sus formulaciones verbales. ?6 La d$,'c$' e'-+e c('-e0-(, En su Der logische Aufbau der Welt, R. Carnap (Carnap, 1928) presentaba un sistema y un método para la construcción cognitiva y ontológica del mundo. Consideraba tal sistema como una reconstrucción racional de los procesos de conocimiento y ‘conformación de la realidad’ que en la mayoría de los casos se llevan a cabo intuitivamente y entendía la reconstrucción en sentido fuerte, como descriptiva, fidedigna y siguiendo ‘la forma racional de derivaciones lógicas’. El problema fundamental de la filosofía (que en este contexto quedaba reducida a cumplir un papel de auxiliar de las ciencias) consistiría en lograr esta reconstrucción racional con los conceptos de todos los campos científicos del conocimiento. Este modo de concebir a la filosofía implica otro recorte de suma importancia en el campo de estudio. Algunos años después otro conspicuo representante de la CH, H. Reichenbach, en el primer capítulo de su libro Experience and prediction (H. Reichenbach, 1938) estableció dos distinciones que alcanzaron reconocimiento y aceptación rápidamente. La primera era la diferencia entre las relaciones internas y externas del conocimiento. Llamaba internas a las que se dan entre las afirmaciones de la teoría en su reconstrucción racional y entre éstas y la evidencia empírica; externas a las que van más allá de estos factores lógicos y empíricos y se relacionan con otros factores, por ejemplo relativos a los comportamientos de la comunidad científica.
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La ciencia estrictamente hablando, para estos pensadores, estaba constituida por los contenidos y relaciones internas, ya que la conciben sólo como producto, desentendiéndose de los problemas de la producción del saber. La otra distinción establecida por Reichenbach, complementaria de algún modo de la primera es la que se establece entre el contexto de justificación y el contexto de descubrimiento. Al primero corresponden los aspectos lógicos y empíricos de las teorías, mientras que al contexto de descubrimiento quedan reservados los aspectos históricos, sociales y subjetivos que rodean a la actividad de los científicos. No interesa, para la justificación de las teorías, los avatares que provocaron su generación. En todo caso, el abordaje de los mismos será tarea de la sociología, la historia o la psicología. Como ya se ha dicho, la lógica y la fundamentación empírica son los únicos tribunales de justificación de las teorías, entendidas éstas como producto sin productor, es decir sin sujeto. La vigencia e influencias de estos planteos, si bien provenientes de la filosofía de la ciencia, excedían el marco disciplinar y académico de ésta, de tal modo que la distinción entre contextos de descubrimiento y de justificación pasó a ser unánimemente aceptada, fundamentándose sobre ella una clara distinción disciplinar. Esta verdadera ‘división del trabajo’, era asumida también por la sociología de la ciencia, que prestaba atención a los aspectos institucionales de la ciencia, desde las condiciones externas que favorecen su constitución y desarrollo como institución hasta su legitimación y la evaluación social de los descubrimientos científicos, pero sin injerencia relevante en su contenido cognitivo. Un claro ejemplo de esto es la sociología mertoniana de la ciencia, especialmente interesada en las normas y organización de la ciencia en tanto institución social, sus relaciones con otras instituciones y su integración o desintegración en la estructura social. Merton sostiene (Merton, 1977) que el contenido de la ciencia, su justificación y validación, su desarrollo y cam-
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bios específicos quedan fuera del campo de la sociología y obedecen a lo que llama ‘normas técnicas’. Los contenidos de la ciencia dependen sólo de su función -el aumento del conocimiento- y de sus métodos técnicos. En suma, los “imperativos institucionales derivan del objetivo y los métodos”, pero no al revés. En una línea de pensamiento diferente y que de algún modo puede considerarse antecedente de la sociología del conocimiento científico y de algunas corrientes de la sociología de la ciencia actual (Prego, 1992, Lamo de Espinosa et al, 1994), está la sociología del conocimiento de K. Mannheim, que asumía para el ámbito de las ciencias sociales, la influencia determinante de los factores sociológicos e ideológicos sobre los contenidos cognitivos y su justificación, hasta el punto que la comprensión de éstos exige la explicitación y comprensión de aquéllos. Sin embargo, Mannheim consideraba que estos factores ‘externos’ no jugaban un papel determinante en las ciencias naturales. Faltaban aún varias décadas para que la sociología comenzara a reclamar la palabra sobre los contenidos cognitivos de la ciencia en general. Autores como G. Klimovsky (1994) han agregado a los dos anteriores, un tercer contexto: el “contexto de aplicación”. Todas las consecuencias prácticas, técnicas o tecnológicas, incluso los debates éticos sobre las aplicaciones del conocimiento científico pertenecen a él. En el punto que se está tratando aquí, esta nueva distinción, resulta irrelevante conceptualmente, dado que, por un lado no modifica ni la intención de la distinción original de Reichenbach ni sus consecuencias, de modo tal que el contexto de aplicación puede ser subsumido en el de descubrimiento. En efecto, la distinción descubrimiento-aplicación, no expresa –y en los últimos tiempos manos aún- una secuencia temporal, en la medida en que muchas veces es la aplicación concreta y definida el motor de la actividad científica. De cualquier modo, esta triple división, puede resultar útil para abordar otros problemas (cf. Schuster, 1997).
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La relevancia y pertinencia de los desarrollos que en las últimas dos o tres décadas han tenido las sociologías del conocimiento científico, tales como el Strong Programme y sus derivaciones, así como también los abordajes antropológicos, como la etnografía de laboratorios, se apoyan en la disolución de la distinción tajante entre contextos, esto es, dicho de otro modo, en la idea de que lo que acontece en el contexto de descubrimiento es relevante en un sentido epistémico, es decir en la legitimación del conocimiento científico (cf. Althabe y Schuster, 1999) 1. @6 J.,!cac$('$,&( 1 e&)$+$,&( Esta escisión fundamental entre contextos refuerza el carácter fundacionalista y justificacionista de la filosofía de la ciencia en la versión de la CH. Lo que se pretende es que justifique lógicamente la validez, aceptabilidad y pertinencia de esos productos finales que son las teorías científicas, y tal justificación se supone independiente y neutral respecto al contexto de descubrimiento. Lo que ocurra en éste no tiene ninguna relevancia para la reconstrucción de la estructura lógica de las teorías. Por eso la C.H. centra sus análisis en las teorías aisladas y estáticas, sin conceder importancia, o dándole una muy secundaria, al desarrollo del conocimiento científico y a los procesos de cambio teórico. En suma, ni la historia ni la sociología de la ciencia tienen relevancia alguna en la justificación cognitiva de las teorías. Además, lo que se pretende no es tanto reconstruir la estructura de teorías concretas, sino dar una formulación canónica que toda teoría pretendidamente científica debe satisfacer. Es cierto que esa formulación canónica se construye a partir del estudio de teorías existentes que son 1. F. Schuster (1997, 1999) desarrolla una distinción más específica y sutil de los contextos en los cuales se desenvuelve la ciencia: distingue entre contextualización situacional, relevante y determinante, en una escala creciente de relevancia epistémica.
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tomadas como modelo- sobre todo la física- y que es objeto de numerosas modificaciones con el fin de adecuarla a las teorías ya consagradas que, en algunos aspectos, no la cumplían. Pero no es menos cierto que la pretensión última de la C.H. era que cualquier teoría se construyera siguiendo esos cánones y esa era, en última instancia, la utilidad que la filosofía de la ciencia podía tener para el conocimiento científico. Todo esto se justifica suponiendo que la ciencia no sólo es la forma más segura de conocimiento, sino la única genuina. Las características básicas de este conocimiento científico son: la objetividad, la decidibilidad, la intersubjetividad y la racionalidad (Sánchez, 1994). La objetividad consiste, básicamente, en que es independiente de los conocimientos, creencias o deseos de los sujetos. La decidibilidad se refiere a la posibilidad de determinar de modo concluyente, para un conjunto de afirmaciones, su verdad o falsedad. La intersubjetividad en que puede ser compartido y reconstruido por cualquier sujeto individual. Y la racionalidad en que satisface las leyes de la lógica, es revisable y, también, justificable. Todas estas características se consideran garantizadas de antemano y no necesitan justificación, aunque ellas mismas justifican la aceptabilidad del conocimiento. Los análisis de la filosofía de la ciencia han de basarse en estas propiedades de la ciencia. Si la ciencia es el único conocimiento genuino, la Filosofía de la Ciencia debe elaborar criterios de demarcación que permitan delimitar este ámbito no ya epistémicamente privilegiado, sino único. Y esto es así, porque en el caso de la CH, no tal criterio no separa meramente la ciencia de lo que no es ciencia, sino lo que se considera conocimiento válido de las afirmaciones sin sentido. Para ello la C.H. utiliza un criterio basado en el supuesto empirista de que la experiencia es la única fuente y garantía de conocimiento. De este modo un conocimiento es genuino si es decidible empíricamente. La combinación de este supuesto con la concepción
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‘lingüística’ da lugar al principio verificacionista de significado, que se puede enunciar como sigue: “el significado de una proposición es el método de su verificación”. Según este principio, un tanto estrecho, aquellas proposiciones que no puedan verificarse empíricamente, carecen de significado en sentido estricto y sólo tienen un sentido emotivo: expresan estados de ánimo. Una de las consecuencias más importantes de ese principio es que, por lo menos en principio, expulsa de un plumazo, del ámbito de las afirmaciones con pretensiones de sentido a la metafísica y a toda la filosofía especulativa en general (Ayer, 1959; cf. Schlick, 1965, Stevenson, 1965, Waismann, 1965). El famoso pasaje de Hume les servía de consigna: “Me parece que los únicos objetos de las ciencias abstractas o de la demostración son la cantidad y el número, y que todos los intentos de extender la clase más perfecta de conocimiento más allá de estos límites son mera sofistería e ilusión (…). Todas las demás investigaciones de los hombres conciernen sólo cuestiones de hecho y existencia. (…) Cuando persuadidos de estos principios recorremos las bibliotecas, ¡qué estragos deberíamos hacer!. Tomemos en nuestra mano, por ejemplo, un volumen cualquiera de teología o de metafísica escolástica y preguntémonos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto acerca de la cantidad y el número?, ¿No?, ¿Contiene algún razonamiento experimental acerca de los hechos y cosas existentes?, ¿Tampoco?. Pues entonces arrojémoslo a la hoguera, porque no puede contener otra cosa que sofismas y engaño”. (Hume, 1980)
Las proposiciones significativas, entonces, se restringían tan sólo a dos tipos: las proposiciones formales como las de la lógica o la matemática puras, que son tautológicas; y las proposiciones fácticas con posibilidad cierta de verificación empírica.
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6 C('ce)c$' e'.'c$a/a de a, -e(+a,6 D$,'c$' -e(+a;(b,e+/ac$' Las teorías científicas son, para la CH, conjuntos de enunciados (por ello se la llama también Concepción Enunciativa). Estos enunciados son independientes unos de otros, aunque mantienen entre sí relaciones de deducibilidad, y pueden tener características muy diferentes. Así, unos son estrictamente universales y otros singulares, algunos se refieren a fenómenos observables, mientras otros no lo hacen, etc. Por otra parte, el número de enunciados que integran una teoría es, a todos los efectos, infinito. Esto obliga a reformularla de tal manera que resulte una estructura ordenada y manejable. Por eso utilizan métodos metamatemáticos para su reconstrucción como sistemas de enunciados axiomatizados deductivamente; las leyes fundamentales – y, en las versiones finales de la C.H., las reglas de correspondencia – constituyen el conjunto de axiomas y el resto de enunciados los teoremas 2 Una exigencia fundamental de la C.H. era que todos los términos no lógicos de una teoría se introdujeran a partir de la experiencia y que todos sus enunciados fueran verificables. Sin embargo las teorías incluyen términos y enunciados que no parecen hacer referencia a nada observable. En este sentido, la C.H. se vio obligada a distinguir entre dos lenguajes (o dos niveles del mismo lenguaje, o dos vocabularios, según la antigüedad de la formulación). Uno, el lenguaje observacional o Lo, está constituido por todos los enunciados que describen fenómenos directamente observables o, si se prefiere, por todos los enunciados 2. Como la CH es un conjunto relativamente heterogéneo de autores que a lo largo de varias décadas han intentado establecer la estructura fundamental de las teorías científicas introduciendo variaciones de mayor o menor relevancia y, muchas veces, intentando resolver objeciones que se les planteaban, resulta comprensible que no haya una única versión de la misma, aunque lo cierto es que las variaciones se producen sobre una base homogénea común (cf. Suppe, 1974).
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cuyos términos designan entidades, sucesos o propiedades directamente observables. El otro, llamado lenguaje teórico o Lt, está constituido por los enunciados cuyos términos no se refieren a observables (sea, como enseguida veremos, porque designan inobservables o porque son simples abreviaturas de términos observacionales). Las leyes pertenecen a este Lt. El lenguaje observacional tiene que ser neutral, dado con independencia del teórico y único, porque así es la experiencia y porque sólo así se garantiza la verificabilidad genuina de las teorías. Además tiene que ser accesible, preciso, con una estructura lógica simple, extensional, etc., pues se conecta directamente con la realidad observable. Sobre este punto se ha desarrollado un debate tendiente a elucidar si la naturaleza última de este lenguaje ha de ser protocolar (es decir, fenomenalista) o fisicalista (Cf. Neurath, 1965a; Russel, 1965, Carnap, 1965b). A su vez, Lt es relativo a cada teoría en el sentido de que puede diferir radicalmente de una a otra y su estructura lógica puede ser muy compleja. Pero las controversias fundamentales radican en cuál es el nivel de compromiso ontológico (si lo hay) que conlleva la referencia a términos que se refieren a un ámbito ajeno a la posibilidad de observación. Mares de tinta se han derramado acerca de esta cuestión, con distintos grados de sutileza en los análisis, (cf. Newton-Smith, 1987, Hempel, 1965 y 1979a, Suppe, 1974, Chalmers, 1980), pero básicamente hay dos posiciones que, más allá de las diferencias, mantienen el compromiso básico con el empirismo, pues el lenguaje observacional se considera indiscutible y libre de problemas y la existencia de lo observado está fuera de toda duda. Por un lado la posición realista, que sostiene que los términos teóricos se refieren a entidades y propiedades inobservables, pero de existencia física. El carácter de inobservable está definido por la imposibilidad sensorial (probablemente transitoria) o, en todo caso técnica de la especie humana. En este caso lo observable es sólo una parte de la realidad, precisamente el
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conjunto de efectos y consecuencias de lo inobservable. Las leyes teóricas pretenden describir esos procesos inobservables y por eso son susceptibles de verdad o falsedad por su correspondencia con la realidad. Por otro lado, la posición instrumentalista, según la cual los términos teóricos son concebidos como abreviaturas de combinaciones complejas de términos observacionales o como convenciones que facilitan el manejo del lenguaje observacional. Desde este punto de vista no hay más realidad que la observable o, cuando menos, es la única relevante. Las leyes teóricas son instrumentos útiles para la predicción de fenómenos y para organizar la experiencia conectando unos sucesos con otros, pero no son ni verdaderas ni falsas en un sentido estricto. Dice M. Hesse: “Los instrumentalistas sostienen que las teorías tienen la función de instrumentos, herramientas o artificios de cálculo con relación a los enunciados observacionales. Desde este punto de vista, se supone que las teorías pueden usarse para relacionar o sistematizar enunciados observacionales y para derivar conjuntos de enunciados de observación (predicciones) a partir de otros conjuntos (datos); pero no se desprende ninguna cuestión acerca de la verdad o referencia de las propias teorías” (Citado en Newton-Smith, 1987:42)
Esta distinción teórico observacional ha sido uno de los tópicos más criticados (y reformulados) de la CH, y aunque tales críticas sean diversas, puede señalarse principalmente aquella desarrollada por W. O. Quine, que muestra que nunca es posible establecer una distinción tajante y contundente entre ambos niveles y, por otro lado un nutrido grupo de autores que remarcan la incidencia de la carga teórica en la observación. 6 I'-e+)+e-ac$'4 /e+$!cac$' 1 c('&e',.+ab$$dad Los dos tipos de lenguajes mencionados (es decir Lo y Lt) con sus correspondientes vocabularios, permanecen escin-
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didos tajantemente para la CH, sea cual fuere el status ontológico que se le atribuya a los objetos a los cuales hace referencia el segundo. Es por ello que tanto para las posiciones realistas como para las instrumentalistas, es necesario establecer un puente que permita el pasaje deductivo, es decir conservando la verdad, de los enunciados teóricos a los observacionales. Esa función se realiza según las ‘reglas de correspondencia’, enunciados especiales que permiten interpretar la teoría en términos de observación. La naturaleza y el status de estas reglas fueron objeto de numerosas discusiones con sus consecuentes modificaciones que llevaron a una creciente liberalización en la forma de entenderlas. Así, fueron consideradas, sucesivamente, definiciones, reglas de traducción, enunciados de reducción parcial, diccionarios y sistemas interpretativos. Igualmente pasaron de ser ‘externas’ a la teoría a estar integradas entre los postulados, y de analíticas a sintéticas (cf. Suppe, 1974). En cualquier caso, la interpretación resultante es enunciativa, pues está constituida por el conjunto de enunciados observacionales que son consecuencia de la teoría, y es única en el sentido de que actúa como la ‘gran aplicación’ de la teoría a toda la experiencia. De modo tal que el conjunto de enunciados observacionales obtenido describiría cómo sería toda la experiencia si la teoría fuese verdadera. Desde un punto de vista lógico la teoría podrá ser considerada completamente verificada si todas sus consecuencias observacionales se corresponden con la experiencia. Esto implica que no es posible llevar a cabo la verificación completa de una teoría, ya que sus consecuencias observacionales son, a todos los efectos, infinitas (lo que se sigue de la propia estructura lógica de las leyes, que pretenden valer para todo lugar y tiempo), lo cual obliga a la utilización de una inferencia inductiva, pues de la verdad de casos particulares se infiere la de la teoría. Por ello se habla más
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bien de grado de confirmación, que se determina mediante la probabilidad3 inductiva y es progresivamente creciente a medida que aumenta el número de verificaciones. De la misma manera es posible decidir entre teorías alternativas mediante experimentos cruciales, que confirmaran una de ellas, desconfirmando, al mismo tiempo, la otra. Esto es posible porque las teorías son conmensurables en un doble sentido: a) Como el lenguaje observacional es neutral y compartido por las distintas teorías, es posible compararlas, al menos a este nivel. Ciertamente algunas tendrán una base empírica más amplia que otras, pero basta que tengan alguna parte común para que la comparación sea posible. Incluso si sus bases empíricas son completamente diferentes, siempre será posible establecer conexiones entre ellas al observar que se refieren a aspectos distintos de la misma experiencia. b) Para la C.H. las unidades mínimas de significado son los términos y, en un segundo nivel, los enunciados aislados. De este modo el significado de un término será independiente de la teoría en que aparece. Aunque en teorías sucesivas ese significado pueda ser precisado y afinado o se introduzcan términos nuevos que sustituyan a otros antiguos total o parcialmente, puede decirse que el significado de los términos se conserva esencialmente, y en los casos de sustitución es posible identificar los términos implicados (esta es la tesis de la invariancia de significado). Esto es lo que hace posible la comparación de diferentes teorías científicas en el nivel del lenguaje teórico.
3. Atribuir a la ciencia carácter probabilístico ha sido objetado por muchos autores, entre ellos K. Popper, señalando acertadamente que desde el punto de vista de la probabilidad matemática, las teorías científicas tienen una probabilidad sumamente baja y, en sentido estricto, la misma tiende a cero.
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6 Red.cc$' 1 )+("+e,( c$e'!c( La combinación de estas dos formas de conmensurabilidad permite a la C.H. concebir el desarrollo del conocimiento científico como un proceso de progreso acumulativo caracterizado por la reducción epistemológica entre teorías. Esta reducción se produce cuando, bajo ciertos presupuestos, los términos teóricos de una teoría se conectan con los de otra, las leyes de la primera se derivan de las de la segunda (una vez ‘traducidos’ sus lenguajes teóricos) y los supuestos asumidos para la conexión tienen apoyo observacional. Esto significa que cualquier desarrollo científico bien confirmado se conserva a lo largo de la historia de la ciencia, ya sea integrado por subsunción en las teorías posteriores, o ya sea porque lo que afirma puede derivarse de ellas reductivamente. Para explicar el proceso de cambio de teorías o, si se quiere de progreso científico – la historia de la ciencia en suma- la CH sostiene que tal proceso: “(…) se puede entender si se considera que el progreso científico adopta tres formas. Primeramente, aunque una teoría haya sido ampliamente aceptada por estar fuertemente confirmada, desarrollos posteriores (por ejemplo, los adelantos tecnológicos que mejoran drásticamente la exactitud de observación y medida) han hallado zonas en donde la teoría resultaba predictivamente inadecuada, y, por tanto, su grado de confirmación se ha visto aminorado. Aunque históricamente sea inexacto, la revolución copernicana se pone a veces como ejemplo de este tipo. En segundo lugar, mientras la teoría continúa disfrutando de confirmación para los diferentes sistemas comprendidos en su campo originario se está viendo cómo ampliar la teoría hasta abarcar un número más amplio de sistemas o fenómenos. Un ejemplo, a menudo citado, de esto es la extensión de la mecánica clásica de partículas a la mecánica de cuerpos rígidos. En tercer lugar, varias teorías dispares, disfrutando cada una de ellas de un alto grado de confirmación, se incluye en, o se reducen a, alguna otra teoría más amplia (como por ejemplo la reducción de
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la termodinámica a la mecánica estadística o la reducción de las leyes de Kepler a la dinámica de Newton). En esencia los positivistas mantienen la tesis de que, excepto en la consideración inicial de teorías nuevas, el progreso científico acontece a través de los dos últimos tipos de desarrollo. (…) La tesis de la reducción lleva así al siguiente panorama del progreso o desarrollo científico: la ciencia establece teorías que, de verse ampliamente confirmadas, son aceptadas y siguen siéndolo con relativa independencia del peligro de verse posteriormente disconfirmadas. El desarrollo de la ciencia consiste en la ampliación de dichas teorías a ámbitos más amplios (primera forma de reducción de teorías), en el desarrollo de nuevas teorías ampliamente confirmadas para dominios relacionados con él y en la incorporación de teorías ya confirmadas a teorías más amplias (segunda forma de reducción de teorías). La ciencia es, pues, una empresa acumulativa de extensión y enriquecimiento de viejos logros con otros nuevos; las viejas teorías no se rechazan o abandonan una vez que se han aceptado; más bien lo que hacen es ceder su sitio a otras más amplias a las que se reducen” (Suppe, 1974: 74)
Pero las consecuencias de este punto de vista no son solamente diacrónicas, es decir referidas al proceso temporal de ‘acumulación’ de conocimientos, sino y lo que es más importante, también sincrónicas. Este acumulativismo casi lineal se combina con una segunda forma de reduccionismo que atañe a los conceptos y que podría llamarse reduccionismo ontológico. Al tener que introducir todos los términos desde la experiencia, es posible establecer una jerarquía de niveles epistémicos, basándose en las conexiones entre los conceptos básicos de las distintas teorías y ramas de la ciencia. El punto de vista reduccionista en general puede ser explicado como sigue. Supóngase la siguiente tabla en la cual la columna A indica los niveles en que tentativamente puede clasificarse la naturaleza. Adviértase que no se trata aquí de niveles de complejidad o simplicidad sino que la relación entre estos niveles se establece en el sentido de
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que cada uno de ellos supone al anterior. En la columna B aparecen las disciplinas científicas, que según las incumbencias estándar se ocupan de los distintos niveles. Adviértase también que ninguna de las dos columnas es definitiva ni excluyente: ambas podrían ser completadas y complejizadas a partir de otras sutiles divisiones. Columna A
Columna B
Niveles de la naturaleza
Disciplinas científicas
Ecosistemas/sociedades
Sociología, estudios interdisciplinarios, ecología, etc.
Animales con estados psicológicos Psicología, etología, etc. Metazoos y plantas multicelulares Células y organismo celulares
Ciencias biológicas en general
Virus Objetos, compuestos inanimados
Física, Ciencias de la Tierra, etc.
Moléculas Átomos Partículas subatómicas
Fisicoquímica, física cuántica, etc.
Lo desconocido
El punto de vista reduccionista supone que los sucesos, procesos o integrantes de cada nivel deberían poder explicarse en términos de los niveles más bajos. Según Popper: “Esta idea reduccionista es interesante e importante, y cada vez que logramos explicar las entidades y sucesos de un nivel superior mediante los del nivel inferior, podemos hablar de un gran éxito científico y podemos decir que hemos contribuido substancialmente a la comprensión que tenemos del nivel superior. Como Programa de investigación, el reduccionismo no sólo es importante, sino que forma parte del
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programa de la ciencia, cuyo objetivo es explicar y comprender” (Popper, 1977:20).
Sin embargo cuando se habla de reduccionismo no siempre se quiere decir lo mismo y un análisis del problema parece involucrar cuando menos tres cuestiones importantes. En primer lugar, y desde un punto de vista meramente analítico, podemos distinguir un reduccionismo ontológico (cf. Klimovsky, 1994:275), que consistiría en afirmar la tesis según la cual una disciplina o teoría B puede ser reducida a una disciplina o teoría A (que podemos denominar básica) porque, en el fondo, las entidades de B son estructuras cuyos componentes, relaciones, correlaciones y funcionamiento corresponden a A. Algo de esto ocurrió en la química: aún hoy se suele llamar química orgánica a aquella que trata de las sustancias que parecen, casi por definición, estar ligadas esencialmente a los seres vivos. Esta nomenclatura proviene de la convicción, que hasta principios del siglo pasado, muchos químicos tenían acerca de la imposibilidad de la síntesis de las sustancias orgánicas en el laboratorio dado que suponían que el comportamiento de éstas no era reducible enteramente a las leyes de la química inorgánica. Sin embargo, paulatinamente la opinión de los científicos fue cambiando (no sin una dura polémica entre ellos) hasta que Friedrich Wohler, en 1828, logró sintetizar la urea, un componente orgánico presente en la orina de los mamíferos. En la actualidad, después de haberse logrado la síntesis de compuestos orgánicos de muy alta complejidad, parece plausible ser reduccionista en este ámbito. El reduccionismo ontológico es una posición muy fuerte y quien la defienda tendrá que probar que todos los fenómenos de un ámbito son explicables con afirmaciones propias de otro ámbito más básico. De lo contrario deberá mostrar estrictamente en cuáles aspectos se puede hacer la
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reducción y en cuáles no, con lo cual la posición se debilita y se dificulta. Pero puede hablarse de reduccionismo en un sentido más restringido, al que puede denominarse ‘semántico’. Aquí ya no se habla de entidades reducibles sino de términos: el lenguaje de la disciplina B (que es la que se quiere reducir) puede ser traducido al lenguaje de la disciplina básica A. Sostener esta posición implica, además, suscribir a una postura determinada en cuanto a la relación entre el lenguaje y las entidades a que este se refiere. El reduccionismo ontológico implica el reduccionismo semántico, aunque no a la inversa. De cualquier modo el reduccionismo semántico no elude el problema de explicar la naturaleza de la traducción que propone. La segunda cuestión importante radica en la legitimidad de las reducciones que podríamos denominar ‘parciales’, que por otra parte son abundantes en la historia de la ciencia. Ya se ha mostrado más arriba un episodio de reducción exitosa, al que podrían agregarse otros tales como por ejemplo el surgimiento de la biología molecular a mediados del siglo XX. Sin embargo otros tipos de reducción como las distintas formas del determinismo biológico son de dudosa legitimidad(cf. Chorover, 1985, Gould, 1986). En general la legitimidad de las reducciones en estos niveles aparece debilitada en la medida en que constituyen una simplificación que deja de lado las especificidades que, además de enriquecer el conocimiento, hacen del quehacer de los hombres algo cualitativamente diferente de la ‘pura y neutral’ legalidad de la naturaleza. Finalmente, es necesario señalar el punto de vista reduccionista propio de la CH. Los niveles expuestos en el cuadro son reductivos, pues el significado de los términos fundamentales de un nivel serían reducibles a los del nivel inferior y así hasta llegar a la física, que es la ciencia fundamental. Este reduccionismo es lo que permite hablar a la C.H. de la ciencia unificada (cf. Carnap, 1965). La combinación de este supuesto con la idea de progreso acumulativo
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incorpora un fuerte componente optimista: la acumulación continua de conocimientos puede llevar a una ciencia unificada final que explique o describa completamente la realidad y, además, esté suficientemente confirmada. En otras palabras, el conjunto de consecuencias observacionales de esa ciencia unificada final, sería la descripción completa de toda la experiencia. Como balance de lo dicho puede señalarse que un sesgo fuertemente reduccionista caracteriza a las versiones más duras de la CH, sesgo cuya versión en el ‘imaginario cultural’ se traduce en un cientificismo. De este modo es posible hablar de reducción de unas ciencias a otras; pero también se reduce el conocimiento humano relevante a aquel que tiene su origen en lo empírico; pretende reducir la diversidad metodológica a la unidad y, por último realiza una estratégica e ideológica doble reducción: reduce la racionalidad a la ciencia y ésta, la ciencia, a sus aspectos puramente metodológicos (la estructura lógica de las teorías y el control empírico). Las disputas del siglo XX en torno a la ciencia se han encargado de desmoronar los tres últimos aspectos del reduccionismo y de desalentar el optimismo respecto al primero.
La, '.e/a, !(,(a, de a c$e'c$a ?6 La, c+ca, a a C('ce)c$' He+edada La CH ha tenido el mérito de desarrollar un esfuerzo inédito y monumental por entender y analizar la ciencia moderna en medio de un proceso de vertiginoso, a la vez que inédito y quizá hasta inesperado, desarrollo. Por otro lado ha marcado el nacimiento de la filosofía de la ciencia como disciplina autónoma con una ‘comunidad’ propia y con un conjunto de problemas, métodos y técnicas de resolución peculiares. Todo ello, más el hecho de haberse constituido en un punto de vista casi hegemónico durante décadas le otorgan una importancia fundamental y la convierte en marco de referencia obligado. Pero, al mismo tiempo, en esos logros y en su carácter ambicioso, se encuentra el germen de los problemas que conducirán a su crisis. Las continuas revisiones y modificaciones que la CH fue soportando merced a las objeciones, en muchos casos de sus mismos seguidores, fueron desnudando continuamente una serie de problemas técnicos y desajustes internos. Al mismo tiempo que se fueron abandonando algunos de sus supuestos iniciales, otros como la separación entre contextos y la axiomatización formal comenzaron a resultar demasiado restringidos y algunos sumamente objetables como la distinción teórico-observacional o las reglas de correspondencia. Otro tipo de dificultades serias surgen de lo que puede denominarse el ‘ensimismamiento’ de la C.H. (Sán-
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chez Navarro, 1992). Una de las pretensiones básicas iniciales acerca de la eliminación de la metafísica a la par de la adopción de una posición justificacionista, no se condecían con la adopción de supuestos como la intersubjetividad, la objetividad o la racionalidad, los cuales eran considerados como ‘dados’ sin necesidad de justificación. A su vez, su autolimitación al análisis de las teorías una vez que habían sido construidas, rechazando además el contexto de descubrimiento, la distanciaba de las ciencias sociales, no tanto por lo relevantes que éstas pudieran ser para dar cuenta de los procesos de elaboración, sino por la creciente evidencia de que los criterios de aceptación o abandono de las teorías eran establecidos por las propias comunidades científicas. De ese modo la CH se alejaba cada vez más de la práctica real de los científicos y de los problemas planteados de hecho en su actividad y se concentraba paulatinamente en el estudio y resolución de los problemas lógicos que ella misma generaba. Por otro lado, en general, las teorías científicas vigentes no satisfacían los criterios canónicos que requería para su aceptación. La CH, tal como se ha visto, incluye un conjunto de rasgos homogéneos que la definen sobre un conjunto heterogéneo de autores que al mismo tiempo fueron modificando sus compromisos filosóficos conforme una serie de críticas e inadecuaciones se ponían de manifiesto. El con junto de objeciones y críticas, como no podía ser de otra manera, resulta mucho más heterogéneo y amplio que las diferencias internas de la CH. Por ejemplo Suppe agrupa las alternativas a la CH en tres clases: “(…) a) análisis descriptivos de las teorías que son escépticos respecto de la existencia de características profundas comunes a todas ellas; b) análisis que consideran que las teorías o formas de teorizar científicas son relativas a una weltanschauung o perspectiva conceptual de la cual depende el significado de los términos; c) enfoques semánticos.” (Suppe, 1974)
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Las críticas del primer grupo, en el que se ubican autores como Achinstein, se apoyan en la idea de que un análisis adecuado de las teorías no puede ser una reconstrucción racional de las mismas, es decir que más que ofrecer una formulación canónica de cómo deben ser las teorías (ideal que en la práctica difícilmente logren) “un análisis adecuado de las teorías debe caracterizarlas tal y como de hecho se emplean en la ciencia”. De tal modo que la constatación de la diversidad de teorías y de las funciones que cumplen, hizo que algunos autores renunciaran a la posibilidad de un análisis que arrojara como resultado las propiedades básicas de todas ellas. Aun cuando se tengan en cuenta estas consideraciones, más allá de las objeciones puntuales al argumento (cf. Suppe, 1974:154), en verdad no resultan de este grupo alternativas de peso a la CH. El segundo grupo, quizás el más importante y también el más heterogéneo incluye autores como K. R. Popper (1934, 1963, 1972), I. Lakatos (1970, 1981), S. Toulmin (1953, 1961), N. R. Hanson (1958), Th. S. Kuhn (1962, 1969) P. Feyerabend (1981, 1982), Interesa aquí, por la dirección que adoptará este trabajo luego, este segundo grupo de autores en sus discusiones e interrelaciones con otros que aun perteneciendo a la misma tradición de la CH han señalado aspectos problemáticos, como por ejemplo W. O. Quine. Este será tema de las próximas secciones. Respecto del tercer grupo señalado por Suppe, corresponde a lo que suele denominarse Concepción Semántica de las teorías, que incluiría tanto la Concepción Estructuralista de Suppes-Sneed-Stegmüller como la Concepción Semántica de Van Fraassen-Suppe-Giere. Esta línea recupera la idea original de la CH respecto de la reconstrucción racional de la estructura de las teorías, sin desconocer algunas de las críticas y objeciones que en otros sentidos había sufrido. Sus puntos de vista básicos son, sumariamente:
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• En lugar de los métodos metamatemáticos, proponen reconstruir las teorías utilizando métodos matemáticos, como hace la propia ciencia. La reconstrucción de una teoría se hará, entonces, presentando el conjunto de sus modelos y sus aplicaciones. • En lugar de la axiomatización formal, que resulta enormemente compleja, cuando no imposible, proponen la axiomatización informal a través de predicados conjuntistas. • Rechazan, igualmente, la concepción de las teorías como conjuntos de enunciados y las consideran estructuras conceptuales. Estas estructuras difieren de sus formulaciones lingüísticas (su estructura interna es radicalmente distinta de éstas), se aplican globalmente para ‘construir’ sistemas físicos y tienen numerosas aplicaciones distintas, no una sola y gran aplicación. • Finalmente, consideran engañosa la distinción teórico/ observacional, porque encubre dos distinciones diferentes. Una entre teórico y no teórico, en virtud de que un concepto, una función, etc., sea o no completamente dependiente de una teoría (es decir, todas las formas de determinarlo dependan de ella). Otra entre observable e inobservable, en el sentido de accesible a los sensores humanos (algunos incluyen la detección mediante instrumentos). La aceptación de una distinción no compromete con la otra. Así la reconstrucción de las teorías se hace utilizando los mismos métodos que la ciencia, construyendo hipótesis que pueden contrastarse con la actividad real de los científicos o con la historia, etc. Pero, además, cuando se aplica a teorías concretas es necesario considerar los factores pragmáticos, históricos, sociológicos, etc., implicados. Se presenta, así, como una ciencia dedicada al estudio de las otras
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ciencias. O, como dice Sneed, se convierte en la ciencia de la ciencia, cuya naturaleza es la de una ciencia social. (Stegmüller, 1981) En la medida en que el debate en torno a la ciencia por una parte se complejiza y por otra se profundizan, a la vez que se diversifican la procedencia, alcance y consecuencias teóricas y académicas de los diferentes criterios expuestos, la exposición y análisis de los mismos en forma exhaustiva resulta impertinente a los efectos de este trabajo. Por ello en las páginas que siguen se abordarán sumariamente autores y corrientes claves para ubicar la epistemología evolucionista popperiana. En primer lugar algunos puntos de vista muy básicos del mismo K. Popper, luego W. O. Quine, fundamentalmente su propuesta de naturalización de la epistemología, luego Th. S. Kuhn- que puede considerarse una suerte de forma débil de epistemología naturalizada y que ha tenido gran influencia en la sociología de la ciencia; finalmente las tesis básicas de la epistemología evolucionista. @6 La a,ab$$dad c(&( c+$-e+$( de de&a+cac$'5 K6 P())e+ Popper publica el núcleo central de su teoría, la primera gran alternativa a la C.H., en 1934, es decir, pocos años antes de la disolución del Círculo de Viena. Incluso había sido un asiduo asistente a las reuniones del Círculo, aunque manteniendo posiciones críticas, especialmente respecto a la verificabilidad. Esto explica la coincidencia entre muchos de los planteamientos de Popper y la C.H. No obstante, hay una diferencia fundamental en el punto de partida de la reflexión: a Popper no le interesa el análisis lógico del lenguaje, ni mucho menos la construcción de un lenguaje especial para la ciencia, sino la elaboración de una teoría de la racionalidad y una epistemología objetiva. Como considera a la ciencia la forma más genuina, pero no la única, de
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conocimiento, la Filosofía de la Ciencia es el núcleo central de esa teoría del conocimiento. Esta concepción se completa con un ingrediente racionalista: cualquier conocimiento es (y debe ser) cuestionable y sólo puede considerarse completamente cierto lo que está mas allá de toda duda. De aquí se sigue que la crítica racional es fundamental, estableciéndose una asimetría entre la verdad y la falsedad. En efecto, mientras que nunca puede establecerse cognitivamente la verdad de un enunciado científico o de un supuesto conocimiento, sino sólo su aceptabilidad provisional o su credibilidad en virtud de que haya pasado con éxito pruebas duras y numerosas, pero admitiendo siempre la posibilidad de que fracase ante alguna nueva, es posible, sin embargo, determinar su falsedad en forma concluyente. Esto es lo que Popper llama ‘racionalismo crítico’. Lo que pretende es determinar las características lógico-racionales de la ciencia como conocimiento objetivo. Por eso la justificación no se refiere tanto a las teorías como productos finales o a su estructura, sino más bien al comportamiento racional y al método científico de construcción, evaluación y cambio de teorías. Es decir que se trata de una lógica de la investigación científica. Por la misma razón no necesita tanto postular un observador ideal, cuanto un científico ideal. Ambos aspectos le dan un fuerte componente normativo. Este interés en la reconstrucción racional de la actividad científica, no sólo de sus productos, amplía su concepción respecto a la de la C.H., pero manteniendo la separación entre contextos, pues el estudio descriptivo del contexto de descubrimiento sería objeto de la ciencia social y no de la lógica de la ciencia. Popper busca, como la C.H., una formulación canónica, pero no de las teorías, sino del método científico-racional. Por ello, también, considera más importante el desarrollo del conocimiento científico que el mero análisis lógico de la estructura de las teorías.
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El conocimiento científico se caracteriza por ser empíricamente contrastable, es decir, por estar sometido a la crítica de la experiencia, la más dura y objetiva de todas. Tal como Popper entiende el racionalismo crítico, esa contrastabilidad consiste esencialmente en la falsabilidad. La razón es que, dada la estructura lógica de las leyes (y de los enunciados estrictamente universales en general), éstas son mucho más informativas por lo que prohíben que por lo que afirman. Mientras no es posible comprobar si ocurre todo lo que afirman, es fácil saber si tiene lugar algo de lo que prohíben. Lo contrario ocurre con los enunciados estrictamente existenciales. Entre verificación y falsación hay una asimetría ya que una sola refutación hace falsa una teoría mientras ningún número de corroboraciones la hace verdadera. La falsabilidad se convierte en el criterio de demarcación entre ciencia y no-ciencia o pseudociencia, pero no se trata de un criterio de sentido como el propuesto por el Círculo de Viena. Tampoco establece una demarcación tajante, sino de grado. Simplemente permite diferenciar el conocimiento científico, es decir, el que puede, en principio, ser falsado por la experiencia, del resto. Eso supone también que una característica básica del conocimiento científico es su provisionalidad. Las teorías se contrastan comparando sus consecuencias con la experiencia. Si se produce una contradicción y la teoría no pasa la prueba, entonces resulta falsada y debe ser abandonada. Pero no basta un caso aislado para que se produzca la falsación, es menester que sea repetible y repetido. Eso equivale a pedir que el caso falsador se subsuma en una hipótesis, llamada hipótesis falsadora. Así, la falsación se entiende también como el choque entre una teoría desarrollada y una hipótesis elemental, que es el germen de una nueva teoría. A su vez, si la teoría pasa la prueba con éxito resulta corroborada. Esta corroboración es mayor o menor en virtud de la dureza de la contrastación, del riesgo que com-
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porte, etc. Por eso difiere de la verificación, pues la corroboración depende en gran medida de la falsabilidad: una corroboración es mayor cuanto más improbable sea, es decir, cuanto más falsable sea la teoría. Esta falsabilidad puede medirse a partir de ciertas características estructurales de la teoría, como el grado de universalidad, la precisión y sencillez, la improbabilidad a la luz del conocimiento disponible, etc. Así se fija el grado de falsabilidad. A partir de él, y tomando en cuenta el número, calidad, probabilidad, etc. de las corroboraciones, se determina el grado de corroboración de la teoría en un momento dado. La combinación de ambos, grado de falsabilidad y grado de corroboración, determina la verosimilitud de una teoría, que permite jerarquizar y decidir entre teorías desde el punto de vista de su aceptabilidad. Esto supone que la contrastación y evaluación de las teorías se hace globalmente (aunque a través de los enunciados que se siguen de ellas). Supone, también, que verosimilitud y verdad son cosas distintas. Para Popper la verdad objetiva existe, pero actúa como un ideal regulador, no como algo cognitivamente determinable. Esto se debe al falibilismo básico que incorpora el racionalismo crítico. Podemos saber que nuestras teorías son menos falsas que sus predecesoras (porque aun no han sido falsadas), o que son más verosímiles, pero nunca podremos establecer su verdad objetiva. Esto se aprecia más claramente en la teoría popperiana de los tres mundos (que más adelante se analizará en detalle). El mundo-1 está constituido por los objetos físicos. El mundo-2 por los contenidos y estados de conciencia de los sujetos. Por su parte, el mundo-3 por los contenidos objetivos y contenidos de verdad. Este último es autónomo respecto a los otros y subsistente respecto al 2, aunque necesita de él para ser actualizado y conectado con el 1. Las teorías son entidades de este mundo-3 y por eso difieren de sus formulaciones verbales y de las interpretaciones de los sujetos. La verdad es una relación objetiva entre el mundo-3 y el 1. Pero su determinación cognitiva requeriría la
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intervención del 2, por eso no es alcanzable. Sin embargo, el desarrollo de la ciencia es progresivo en el sentido de una constante aproximación a la verdad, aproximación que no tiene final y que consiste en la eliminación de errores. Por eso no puede hablarse de desarrollo acumulativo de conocimientos, sino de sucesión de problemas, pues cada nueva conjetura propuesta genera nuevos problemas. La unidad mínima de significado es, para Popper, la proposición, no los términos o los conceptos. Eso incide en la consideración de la distinción teórico/observacional. Cada teoría determina el conjunto de sus posibles falsadores como el conjunto de enunciados singulares que prohíbe o que contradicen sus consecuencias. Este conjunto constituye la base empírica relevante para la teoría y difiere entre teorías distintas. Por ello la teoría determina, en un cierto sentido, la experiencia. Igualmente puede decirse que no existe la observación indiscriminada, sino que toda observación es selectiva y está dirigida por supuestos, problemas que se quieren resolver, etc. En este sentido, nuevamente, la observación es dirigida por la teoría. Aunque esto no afecta a la neutralidad de la contrastación, sí arroja dudas sobre la neutralidad de la experiencia. 6 La 'a-.+a$2ac$' de a e)$,-e&(("a5 W6 O6 Q.$'e Una serie de críticas muy fuertes a la CH, a la vez que una propuesta de apertura hacia otros planteos, proviene de W.O. Quine, un representante clave de la tradición de la filosofía analítica. Formado en lo más conspicuo de esta tradición, Quine representa, al mismo tiempo, el inicio de lo que dio en llamarse la filosofía ‘posanalítica’: “En el amanecer de la Segunda Guerra Mundial, guió la emigración de los autores y las ideas del Círculo de Viena hacia suelo estadounidense para imponerles luego un giro teórico decisivo sobre la base de instancias autóctonas, de matriz pragmatista y comportamentista” (Borradori, 1996).
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Quine pone en tela de juicio una serie de aspectos claves de la CH. En “Dos dogmas sobre el empirismo” (Quine, 1984a) ataca de lleno lo que llama el “dogma reduccionista” a la par de la distinción tajante y excluyente entre enunciados analíticos y sintéticos, tan cara a la CH (cf. Carnap, 1969) “Pero el dogma reduccionista ha seguido influyendo en el pensamiento de los empiristas en una forma sutil y más tenue. Persiste la opinión de que a cada enunciado, o a todo enunciado sintético hay asociado un único campo posible de acaecimientos sensoriales; de tal modo que la ocurrencia de uno de ellos añade probabilidad a la verdad del enunciado, y también otro campo único de posibles acaeceres sensoriales cuya ocurrencia eliminaría aquella probabilidad (…) El dogma reduccionista sobrevive en la suposición de que todo enunciado, aislado de sus compañeros pueda tener confirmación o invalidación. Frente a esta opinión, la mía (…), es que nuestros enunciados acerca del mundo externo se someten como cuerpo total y no individualmente al tribunal de la experiencia sensible.
Incluso en su forma atenuada, el dogma reduccionista está en estrecha conexión con el otro dogma, a saber, que hay una distinción entre lo analítico y lo sintético mientras se considere significante en general hablar de la confirmación o la invalidación de un enunciado, parece también significante hablar de un tipo límite de enunciados que resultan confirmados vacuamente ipso facto, ocurra lo que ocurra; esos enunciados son analíticos” (Quine, 1984a) Quine muestra aquí dos cosas: por un lado, y esta es la formulación de su concepción holista –también señalado por autores como Duhem, Carnap y Putnam- que las hipótesis no comparecen aisladamente ante el tribunal de la experiencia, sino que lo hacen como conjuntos de hipótesis interdependientes, los cuales dependen a su vez de un número muchas veces indeterminado de hipótesis auxiliares implícitas, como por ejemplos las involucradas en los
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aparatos de medición y observación. Por otro lado, Quine consigue mostrar la imposibilidad de sostener una distinción neta entre estos dos órdenes. 1 Posteriormente, en Palabra y objeto (Quine, 1960), desarrolla una de sus tesis más discutidas y originales: la de la ‘indeterminación de la traducción’. 2 “Sobre el trasfondo de un escenario antropológico, analizado a través de la lente experimental del comportamentismo [conductismo] y orientado a una demostración de orden lógico, Quine demuestra que, paradójicamente, sería posible redactar una serie de ‘manuales de traducción’ diversos e incompatibles entre sí. Aun permaneciendo fiel a las disposiciones expresivas individuales de los interlocutores, cada manual recortaría un universo de comunicación finito, sin suministrar los instrumentos para una traducción universal. Desde la teoría sobre los paradigmas de la evolución científica de Kuhn, a la afirmación de la ‘mortalidad’ de los vocabularios epistemológicos por parte de Rorty (…) el universo posanalítico no ha terminado todavía de discutir este nudo (…)”. (Borradori, 1991: 33)
Este punto, agregado a los análisis sobre la infradeterminación de la teoría por los datos comienzan a debilitar la creencia en la intersubjetividad y la objetividad de la ciencia, además de mostrar la dificultad que la sola evidencia empírica comporta para la fundamentación de la ciencia. El argumento de la infradeterminación sostiene básicamente que, dada cualquier hipótesis (o teoría) para explicar un fenómeno determinado, siempre es posible dar un número indefinido de teorías o hipótesis alternativas que den cuenta del fenómeno en cuestión y que sean incompatibles con la primera. 1. Para una discusión sobre las críticas a la distinción analítico-sintético, ver Suppe, 1974:94. 2. Sobre la relación entre indeterminación de la traducción, infradeterminación e inconmensurabilidad, véase Newton-Smith, 1977, cap.7.
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“En la medida en que la verdad de una teoría física está infradeterminada por los observables, la traducción de la teoría física de un extraño, está infradeterminada por la traducción de sus sentencias de observación. Si nuestra teoría física puede variar aunque estén fijadas todas las posibles observaciones, entonces nuestra traducción de su teoría física puede variar aunque nuestras traducciones de todos sus posibles informes de observación estén fijados. Nuestra traducción de sus sentencias de observación no fija nuestra traducción de su teoría física más que nuestras posibles observaciones fijan nuestra propia teoría física” (Quine, 1970:179) 3
Esto implica no sólo que la justificación de una teoría mediante factores estrictamente internos nunca puede ser completa (cuando menos harán falta factores contextuales), sino también que tal restricción se hace más relevante si se trata de teorías del pasado. “Aunque el status especial concedido a la ciencia se mantenía, ya no bastaba con justificarlo fundacionalmente, ni por la posesión de unas cualidades dadas de antemano, sino que se hacía necesario recurrir a elementos contextuales y a factores instrumentales o pragmáticos” (Sánchez Navarro, 1994:343)
Una consecuencia radical de la tesis del fracaso de las posiciones fundacionalistas clásicas, a la vez que el punto de partida de una serie de desarrollos teóricos de los cuales la epistemología evolucionista es una línea importante, es la propuesta de Quine acerca de la “naturalización de la epistemología”. Según este punto de vista, en oposición a la epistemología prescriptivista o normativista tradicional, el conocimiento humano puede ser estudiado como cualquier otro fenómeno natural y, por lo tanto, la ciencia misma debería ser el instrumento adecuado para su abordaje: 3. El tópico de la infradeterminación de la teoría por los datos de la observación acarrea indudables consecuencias para el campo de los Estudios Sociales de la Ciencia. Sobre este punto cf. González García et al, 1996, cap.3)
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“Pero ¿por qué toda esta reconstrucción [se refiere a las ‘reconstrucciones racionales’] creadora, por qué todas estas pretensiones?. Toda la evidencia que haya podido servir, en última instancia, a cualquiera para alcanzar su imagen del mundo, es la estimulación de los receptores sensoriales. ¿Por qué no ver simplemente cómo se desarrolla en realidad esta reconstrucción? ¿Por qué no apelar a la psicología?. Una tal entrega de la carga epistemológica a la psicología es un paso que en anteriores tiempos no estaba permitido por su condición de razonamiento circular. Si el objetivo del epistemólogo es validar los fundamentos de la ciencia empírica, el uso de la psicología o de otra ciencia empírica en esa validación traiciona su propósito. Sin embargo, estos escrúpulos contra la circularidad tienen escasa importancia una vez que hemos dejado de soñar en deducir la ciencia a partir de observaciones. Si lo que perseguimos es, sencillamente entender el nexo entre la observación y la ciencia, será aconsejable que hagamos uso de cualquier información disponible, incluyendo la proporcionada por estas mismas ciencias cuyo nexo con la observación estamos tratando de entender” (Quine, 1969, p. 101)4
Lo que en definitiva está proponiendo Quine es el “reconocimiento de que es dentro de la ciencia misma y no en alguna filosofía anterior donde la realidad es identificada y descrita” (Quine, 1981:21). Lo cual implica una modificación sustancial en cuanto a los ámbitos de incumbencia: “(…) yo veo a la filosofía no como una propedéutica a priori o labor fundamental para la ciencia, sino como un continuo con la ciencia. Veo a la filosofía y a la ciencia como tripulantes de un mismo barco- un barco que, para retornar, según suelo hacerlo a la imagen de Neurath, sólo podemos reconstruir en el mar y estando a flote en él. No hay posición de ventaja superior, no hay filosofía primera. Todos los hallazgos científicos, todas las conjeturas científicas que 4. Sobre la discusión acerca de la posible circularidad implícita en la idea de explicar la ciencia desde la ciencia misma y sus consecuencias, cf. Vollmer, G., 1983.
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son plausibles al presente, son, desde mi punto de vista, tan bienvenidas para su utilización dentro de la filosofía como fuera de ella” (Quine, 1969:162).
La epistemología naturalizada rechaza supuestos tales como la existencia de fundamentos últimos para nuestras creencias acerca del mundo y rechaza también la búsqueda de criterios absolutos de conocimiento o de justificación, que puedan ser especificados a priori y cuya validez se establezca también a priori. El argumento es que el programa fundacionalista, de raigambre cartesiana pero con múltiples versiones diferentes, ha fracasado (cf. Jaegwon Kim, 1994, Kornblith, 1994). Tal fracaso de ningún modo es la expresión de un proceso inacabado, sino que la objeción en este punto es radical: el punto de vista fundacionalista ha fracasado porque se ha planteado preguntas imposibles de responder. La propuesta de Quine apunta al remplazo (Kornblith, 1994) de la epistemología fundacionalista por la ciencia (psicología) empírica.5 Obviamente, las consecuencias para el modo prescriptivo de concebir la epistemología resultan devastadoras, ya que el epistemólogo según este modo de ver no podría ubicarse más allá de los marcos conceptuales en relación con los cuales se construye la ciencia, sino que se encuentra dentro de ellos. Otra consecuencia sumamente importante excede el estricto marco de la propuesta de Quine circunscripto a la psicología empírica como parte de la ciencia natural. En efecto, si bien tal restricción disciplinar ha permanecido casi como un rasgo identificatorio de la epistemología naturalizada, “(…)lo que se estaba pidiendo en última instancia, era llenar de carne, de contenido empírico, los esqueletos lógicos de 5. Sobre las consecuencias escépticas de la propuesta de Quine cf. Stroud, B., 1990.
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la epistemología tradicional, asumiendo que el conocimiento es producido, aceptado y justificado por seres humanos reales en interacción con un medio natural, social y cultural, proceso acerca del cual la ciencia misma tiene mucho, sino todo que decir” (Sánchez, 1994: 345).
La puerta para que los aspectos estrictamente cognitivos y de validación inherentes a la actividad científica sean abordados por la ciencia misma había quedado abierta. Haciendo caso omiso a la restricción a la psicología empírica, que se inscribe dentro de la visión filosófica más general de Quine, queda abierta la posibilidad de que otras disciplinas científicas, como por ejemplo la biología evolucionista, aborden la cuestión y, de hecho esta posibilidad no es incompatible con la propuesta de Quine, y así lo entiende él mismo. Otra posibilidad abierta, implícita en la propuesta de Quine aunque de hecho no contemplada por éste, es la de permitir el acceso por esta vía a reclamar la palabra en asuntos epistémicos a la historia y la sociología de la ciencia. 6 U' ."a+ )a+a a c(&.'$dad c$e'!ca5 T6 K.#' Si bien Th. Kuhn (1922-1996) es un pensador que ha ido cambiando sus puntos de vista en algunos temas centrales de su teoría, suavizándolos en algún sentido y acercándolos a posiciones que al principio parecían irreconciliables, cuando en 1962 apareció su libro más famoso, La Estructura de las Revoluciones Científicas (en adelante ERC) ocasionó una verdadera revolución en la reflexión acerca de la ciencia y reavivó un debate dentro de la epistemología que duró muchos años. Este libro constituyó un punto de inflexión en la historia de la epistemología, un punto de no retorno, a partir del cual apareció en escena un debate inexistente hasta ese momento: se puso en tela de juicio la racionalidad de la ciencia. Aunque físico teórico por formación inicial- había estudiado en Harvard, fue invitado para dictar filosofía e historia de la ciencia en el Instituto Tecnológico de Massa-
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chusetts, y el hecho de tener que compartir su trabajo con científicos sociales, y el haber tenido que investigar sobre historia de la ciencia, marcaron el nacimiento de un nuevo modo de entender la historia de la ciencia que tendrá relevancia epistemológica y consecuencias para la sociología de la ciencia. En ERC Kuhn describe el desarrollo de la ciencia como un proceso discontinuo, no acumulativo, en el cual se pueden distinguir periodos de estabilidad (ciencia normal) y periodos de cambio radical (revolución científica). Los puntos básicos de la propuesta de Kuhn, que pueden inscribirse en una línea compartida con otros autores como Feyerabend, Toulmin o Hanson, son los siguientes: 1. Niega la neutralidad de la experiencia y afirma que la observación es teóricamente dependiente en un sentido más fuerte que el planteado por Popper. En el caso de Kuhn esta dependencia es triple: a) la observación está dirigida por la teoría; personas con teorías diferentes observan cosas distintas, porque la observación tiene una carga teórica; b) los hechos son construidos por la teoría; son las teorías (o, más exactamente, los paradigmas) quienes determinan qué es un hecho y personas con teorías distintas considerarán hechos distintos; esta es la base del constructivismo kuhniano; c) el significado de los términos depende de, y es relativo a, la teoría; este significado viene dado por las conexiones del término en el interior de la teoría, por ello, si un término aparece en teorías distintas, su significado puede cambiar. Todo esto implica, además del constructivismo, un relativismo que afecta no sólo a la experiencia, sino también a los criterios de validación, y una concepción holista, o globalista, de las teorías como un todo. 2. La Filosofía de la Ciencia no puede limitarse al estudio de los productos finales, es decir de las teorías en su formulación lingüística, sino que ha de considerarse toda la actividad científica. Para ello hay que estudiar las teorías dentro del proceso de desarrollo científico, prestar especial atención a sus aspectos dinámicos y, sobre todo, romper la distinción entre contextos. En el caso de Kuhn esta ruptura
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es obli obliga gada da,, pues pues los los proc proces esos os de arti articu cula laci ción ón,, just justif ific icac ació iónn y aplicación de las teorías dependen de los de descubrimiento. Así, la actividad científica hay que estudiarla como un todo y entender la ciencia como un complejo proceso de comunicación. Esto lleva a Kuhn a introducir un concepto esencial en su teoría de la ciencia: el de comunidad científica, es decir, el de un grupo estructurado, interconectado y fácilmente identificable de científicos que comparten un paradigma. De aquí que el estudio de la ciencia deba prestar especial atención a los aspectos pragmáticos e incluya elementos psicológicos, sociológicos e históricos. 3. Las teorías no son entidades aisladas, sino que están inte in tegr grad adas as en marc marcos os conc concep eptu tual ales es más más ampl amplio ios. s. Esto Estoss marmarcos son estructuras globales, de manera que el estudio y reconstrucción de las teorías no puede hacerse con independencia de ellos. Para Kuhn estas estructuras globales son los paradigmas, caracterizados como formas de ver el mundo. El paradigma incluye supuestos compartidos, técnicas de identificación y resolución de problemas, valores y reglas de aplicación, etc., y elementos específicos como los modelos, las generalizaciones simbólicas, aplicaciones y experimentos ejemplares con sus instrumentos. Así, no puede hablarse de las teorías como meros sistemas axiomatizados de enunciados, sino como estructuras conceptuales globales o, si se quiere conservar un enfoque lingüístico, como lenguajes (en el sentido de estructuras o redes semánticas) (Kuhn, 1983). Un paradigma es verdaderamente, una ‘concepción del mundo’, vale decir un conjunto de valores y creencias que determinan la forma de estructurar, categorizar y clasificar (producir taxonomías) el mundo. Kuhn los describe como “realizaciones universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica” (Kuhn, 1970:13). Como el paradigma determina cuáles son los problemas y las normas de su resolución, el trabajo de los científicos se reduce a la articulación entre los fenómenos y el paradigma; es por eso que Kuhn califica la ciencia nor-
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mal como una etapa de “resolución de enigmas” o como del armado de un rompecabezas, porque, al igual que en el rompecabezas uno ya sabe de antemano como va a quedar terminado; el trabajo consiste tan solo en acomodar las piezas. Así también el científico ‘arma’ su mundo a través del paradigma. En síntesis la actividad científica normal no está dirigida a producir novedades novedades importantes sino a solucionar problemas que el paradigma cuando apareció dejó sin resolver. La adopción de un paradigma por parte de una comunidad científica está, en parte, determinada por la solución solución que éste éste da a problemas problemas que que hasta ese ese momento momento no no tení tenían an solu soluci ción ón,, pero pero,, al mism mismoo tiem tiempo po gene genera ra otro otross prob proble le-mas nuevos: la articulación entre estos nuevos problemas y el paradigma será la tarea del científico ‘normal’. Una serie de críticas acerca de la ambigüedad y/o vaguedad 6 de la noción de ‘paradigma’, llevó a Kuhn a precisar el concepto y a denominarlo ‘matriz disciplinar’: “(…) disciplinaria porque se refiere a la posesión común de quienes practican una disciplina particular; matriz porque está compuesta por elementos ordenados de varias índoles, cada uno de los cuales requiere una ulterior significación. Todos o la mayor parte de los objetos de los compromisos de grupo que en mi texto original resultan paradigmas o partes de paradigmas, o paradigmáticos, son partes constituyentes de la matriz disciplinaria, y como tales forman un todo y funcionan en conjunto”. (Kuhn, 1970:280)
son:
Los componentes principales de la matriz disciplinaria
6. Respecto de la ambigüedad de la noción de paradigma en Kuhn se ha escrito mucho. El propio Kuhn ha reconocido su falta de precisión en algunos casos. Para un ejemplo extremo cf. Masterman, M., "La naturaleza de los paradigmas", en Lakatos-Musgrave, La critica y el desarrollo del conocimiento, pág. 159, donde la autora encuentra 21 significados diferentes del término “paradigma”. “paradigma”.
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a) generalizaciones simbólicas: son los componentes formales o fácilmente formalizables como por ejemplo f = m.a b) las partes metafísicas del paradigma: “Estoy pensando en compromisos tales como: el calor es la energía cinética de las partes constituyentes de los cuerpos; todos los fenómenos perceptibles se deben a la inte in tera racc cció iónn de átom átomos os cual cualit itat ativ ivam amen ente te neut neutra rale less en el vacío o bien, en cambio, a la materia y la fuerza, o a los campos (…) entre otras cosas dan al grupo sus analogías y metáforas preferidas o permisibles”. c) valores: habitualmente son compartidos por diferentes comunidades. Constituyen valores epistémicos, vale decir que sirven para decidir cuándo una afirmación es aceptada por la comunidad científica. Por ejemplo respecto a las predicciones: “deben ser exactas, las predicciones cuantitativas son preferibles a las cualitativas (…)”. (…)”. d) ejemplares: “(…) las concretas soluciones de problemas que los estudiantes encuentran desde el principio de su educación científica, sea en los laboratorios, en los exámenes, o al final de los l os capítulos de los textos de ciencia”. ciencia”. 4. La Filosofía de la Ciencia no puede ser normativa, sino descriptiva. Lo que interesa es describir los procesos reales que constituyen la actividad científica. En el caso de Kuhn, y a la vista de los tres puntos anteriores, eso implica que el análisis lógico no es suficiente, sino que es necesario elaborar una teoría de la ciencia que incluya tanto los aspectos lógicos, como los psicológicos, sociológicos e históricos de la ciencia. Kuhn combina estos supuestos con una teoría del desarrollo científico articulada en torno a dos nociones básicas: la ciencia normal y la ciencia revolucionaria. Los periodos en los que existe una comunidad estable que comparte un paradigma aceptado constituyen la ciencia normal. La ciencia en estos periodos tiene buena parte de las características señaladas por la C.H., pues paradigma y comunidad actúan como marco de fondo. La investigación se centra
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en la articulación, desarrollo y aplicación del paradigma. Los desajustes y problemas que se producen, los ‘enigmas’, intentan resolverse mediante las técnicas compartidas por la comunidad, pero en ningún caso se producen cosas tales como verificaciones o falsaciones (pues el paradigma no se pone en cuestión). A veces, alguno de esos enigmas resulta irreductible y puede llegar a convertirse en una ‘anomalía’, a medida que la comunidad distraiga mas medios y personas para intentar solucionarlo y las distintas técnicas de resolución ción paradi paradigmá gmátic ticas as vayan vayan fracas fracasand ando. o. Para Para un falsac falsacion ionist istaa ingenuo, estos hechos serían otras tantas refutaciones de la teoría, pero Kuhn observa que, en verdad, los científicos no trabajan para refutar sus teorías, sino más bien al contrario, para confirmarlas. Las actitudes de los científicos frente a las anomalías pueden ser diversas: puede ocurrir que lisa y llanamente ll anamente no se perciban las anomalías merced al carácter constitutivo y determinante de la percepción del mundo de los paradigmas; puede ocurrir también que sea minimizado el efecto refu refuta tado dorr de tale taless hech hechos os rebe rebeld ldes es y, fina finalm lmen ente te,, los los cien cientí tífi fi-cos confían en que, con el tiempo se logrará, definitivamente, ubicar las piezas en el lugar correcto. Así, los científicos conviven en relativa armonía con las anomalías sin pensar en abandonar el paradigma. Puede ocurrir que la actividad científica normal logre articular adecuadamente estas anomalías como se esperaba, lo que constituirá nuevos éxitos que consolidan y dan fuerza al para paradi digm gmaa vige vigent nte; e; pero pero tamb tambié iénn pued puedee ocur ocurri rirr lo concontrario, es decir que estas anomalías sean persistentes en el tiempo y que, quizás, aparezcan nuevas. La persistencia de las anomalías o la acumulación de ellas puede llevar, según Kuhn a una ‘crisis’ del paradigma, aunque no hay regla para esto: puede ser una anomalía persistente o muchas, fundamentales o no tanto. Lo cierto es que en algún momento, por circunstancias históricas diversas, surge una ‘crisis’ y en ese momento se rompe la unidad de la comunidad alrededor del paradigma, una pérdida de confianza en la capaci-
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dad del mismo para resolver las anomalías y la búsqueda de soluciones heterodoxas. Estos periodos de crisis se caracterizan por la proliferación de teorías alternativas enfrentadas, escuelas en lucha o surgimiento de herejías, cada una de las cuales pretende erigirse en nuevo paradigma y núcleo de la comunidad científica. Cuando alguna lo consigue se instaura un nuevo periodo de ciencia normal: “(…) el nuevo paradigma o un indicio suficiente para permitir una articulación posterior, surge repentinamente, a veces en medio de la noche, en la mente de un hombre sumergido profundamente en la crisis”(Kuhn, 1970:146).
El pasaje de un paradigma a otro da lugar a lo que Kuhn llama “revolución científica”, proceso más o menos extenso, que requiere no solamente que un paradigma se encuentre en una crisis profunda. Debe registrarse, además, la aparición de un paradigma alternativo. Kuhn las describe como “aquellos episodios no acumulativos en los cuales un antiguo paradigma es reemplazado, completamente o en parte, por otro nuevo e incompatible” (Kuhn, 1970:149). La idea de ‘revolución científica’ remite a las revoluciones políticas, con las cuales puede establecerse una analogía. Las revoluciones políticas comienzan con un sentimiento creciente de que las instituciones vigentes no satisfacen las necesidades de la sociedad; del mismo modo las revoluciones científicas se inician con el sentimiento de que el paradigma no puede resolver exitosamente los problemas del campo en cuestión. Es importante esta recurrencia de Kuhn al ‘sentimiento’ como uno de los elementos importantes en el cambio de paradigma, dado que dicho cambio no puede explicarse, según Kuhn, en función de argumentos fundados únicamente en la lógica y la experiencia, sino que obedece a razones de tipo sociológico y psicológico. Por este motivo son fundamentales para el triunfo de un nuevo paradigma, además de esperar el triunfo definitivo con la muerte lisa y llana de los defensores del antiguo,
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el uso de técnicas persuasivas (al igual que las utilizadas en política). Así como las revoluciones políticas provocan el abandono total o parcial de las instituciones, es decir del marco regulativo, así también las científicas provocan el abandono de un marco regulativo (el paradigma en crisis). En reemplazo vendrán nuevas instituciones y un nuevo paradigma respectivamente. Durante ambos tipos de procesos revolucionarios no existe un poder hegemónico: ni un grupo político ni un paradigma, sino que son períodos de relativa confusión. Además, en las revoluciones políticas el cambio en las condiciones de vida puede resultar a veces muy profundo; en las revoluciones científicas también, pero este cambio es siempre fundamental y se pasa a un nuevo paradigma incompatible con el anterior. Kuhn introduce a propósito de este profundo cambio la noción de ‘inconmensurabilidad’. Una diferencia básica con Popper se establece en este punto. Para Popper, los científicos (y la ciencia en su con junto) son revolucionarios permanentemente, no excepcionalmente. Popper no reconoce de ninguna manera la existencia de los períodos de ciencia normal estables y conservadores. La idea de ‘revolución científica’ conlleva además de estas consideraciones y analogías con la política, una temática resuelta por Kuhn con el concepto de ‘inconmensurabilidad’, el cual ha sido objeto de constantes críticas por parte de los epistemólogos y en respuesta a estas críticas ha sido reelaborado y retrabajado por Kuhn constantemente, modificando su significado haciéndolo más suave o relativizándolo, aunque, a través de su obra no lo ha abandonado nunca. Sin embargo el propio Kuhn no acepta el hecho de haber ido cambiando su posición al respecto y entiende sus constantes referencias al tema como aclaraciones a malas interpretaciones de lo que quiso decir en La Estructura de las Revoluciones Científicas.
El concepto de paradigma implica una ‘visión del mundo’ y el cambio de paradigmas es según palabras del propio
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Kuhn, literalmente un cambio de mundo. En este sentido queda cancelada toda posibilidad de comparación entre paradigmas, justamente por ser inconmensurables. En la medida que el paradigma estructura la percepción (de un modo similar a como concibe la percepción la teoría desarrollada por la escuela de la Gestalt), el cambio de paradigma determina que los hechos ya no son los mismos. En el nuevo paradigma, los términos los conceptos y los experimentos antiguos varían sus relaciones y se establecen otras que antes no existían. Literalmente se inauguran nuevos hechos. En ERC Kuhn utiliza una acepción fuerte del término, y fue sumamente criticado. En sus trabajos de fines de los ’80 comenzó a utilizar el término de un modo no tan fuerte comparándolo con el proceso que tiene lugar cuando se realiza una traducción de un idioma a otro: por más fiel que sea la traducción siempre las palabras y expresiones tienen en los idiomas originales un resto de significado que no poseen en el otro. Las teorías científicas serían traducibles, entonces, en el mismo sentido y con las mismas limitaciones que las traducciones entre idiomas. Si bien la traducción nunca es absolutamente fiel queda en pie la posibilidad cierta de que haya personas (científicos) que sean bilingües, es decir que sean capaces de pensar con las categorías y taxonomías de ambas lenguas (paradigmas). De cualquier modo la formulación fuerte de la inconmensurabilidad fue muy criticada porque, según los críticos sumía a la empresa científica en la irracionalidad. En efecto, si los paradigmas son intraducibles no hay criterio alguno para decidir cuándo uno es mejor que otro. Para Kuhn, la elección es realizada por la comunidad científica en función de criterios ‘internos’ a la misma comunidad y a la situación histórica particular. Este problema de la elección entre teorías lleva ineludiblemente a preguntarse cómo es posible el progreso en ciencia. La versión tradicional –y la historiografía whig - entiende el progreso científico como un proceso acumulativo de conocimientos, cuya meta es la verdad. Kuhn distingue dos formas de desarrollo de la acti-
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vidad científica: un desarrollo progresivo dentro de la ciencia normal (paradigma), acumulativo en el sentido de que se va armando progresivamente el ‘rompecabezas’; y otro tipo de desarrollo no progresivo, es decir no acumulativo entre un paradigma y otro. Este último tipo de desarrollo se da en la forma de rupturas, de discontinuidades, por la inconmensurabilidad de los paradigmas. Casi al final de La EstructuraKuhn llama la atención sobre lo siguiente: “Ya es tiempo de hacer notar que hasta las páginas finales de este ensayo, no se ha incluido el término ‘verdad’ salvo en una cita de Francis Bacon” (Kuhn, 1970:262). A renglón seguido propone entender el desarrollo de las ciencias como un proceso no ‘hacia’ algo (en este caso a la verdad) sino como un proceso ‘desde’ lo que conocemos. Y el criterio para elección entre teorías sería interno a la comunidad científica en función de la experiencia y las soluciones disponibles para esos enigmas. Problema de distinta índole es ¿por qué se habla de ‘progreso’?. La creencia de que existe el progreso en ciencia es explicada por Kuhn extendiendo la analogía con las revoluciones políticas: “¿Por qué es también el progreso, aparentemente, un acompañante universal de las revoluciones científicas?. Una vez más, podemos aprender mucho al preguntar cuál otro podría haber sido el resultado de una revolución. Las revoluciones concluyen con una victoria total de uno de los dos campos rivales. ¿diría alguna vez ese grupo que el resultado de su victoria ha sido algo inferior al progreso?. Eso sería tanto como admitir que estaban equivocados y que sus oponentes estaban en lo cierto. Para ellos, al menos, el resultado de la revolución debe ser el progreso y se encuentran en una magnífica posición para asegurarse de que los miembros futuros de su comunidad verán la historia pasada de la misma forma”(Kuhn, 1970:256).
En tal concepción criterios como la racionalidad, la objetividad, etc., son relativos al paradigma y el desarrollo
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de la ciencia no puede ser acumulativo. Pero, además, se produce la inconmensurabilidad entre teorías, pues ni pueden sostenerse dos paradigmas al mismo tiempo, ni puede decidirse empíricamente entre ellos, ya que cada uno construye su propia experiencia, ni pueden compararse, pues cada uno determina el significado de sus términos. Esto no implica que no haya criterios de decisión, sino que tales criterios son pragmáticos, no lógicos. Por eso es tan importante en Kuhn la teoría de la ciencia descriptiva que incorpore la historia y la ciencia social. 5. Kuhn se inscribe en la línea que de un modo general y a veces omniabarcativo, se ha denominado antifundacionalismo, que básicamente sostiene que no hay fundamentos últimos para el conocimiento. Ningún componente de la empresa científica es absolutamente estable, se trate de supuestos metafísicos, formas de explicación, criterios de evaluación, técnicas y procedimientos experimentales, o enunciados de observación. De aquí que no se pueda disponer de ninguna plataforma privilegiada, de ningún ‘punto arquimediano’, para la evaluación de las propuestas científicas. Este rechazo de fundamentos últimos, que ya se han señalado de alguna manera en los cuatro puntos anteriores, se manifiesta en tres niveles: en el nivel de la experiencia, ya que Kuhn niega el supuesto de una base empírica independiente de toda perspectiva; en el nivel metodológico, ya que niega la existencia de supuestos canónicos de elección entre teorías, es decir procedimientos de evaluación de tipo algorítmico, basados en estándares universales de evaluación, que pudieran imponer a cada sujeto la misma elección cuando se comparan teorías rivales; en el nivel ontológico, el rechazo de Kuhn de la teoría de la verdad como correspondencia (Kuhn, 1970, 1991), cancela el supuesto de que la evaluación de leyes y teorías tiene como objetivo determinar su correspondencia con lo real. Muchos comentaristas suelen decir que el pensamiento de Kuhn ha ido cambiando como respuesta a las objeciones que se le han ido haciendo a algunas de sus categorías. Por
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su parte Kuhn no reconoce haber variado su posición en lo fundamental, y se lamenta constantemente de haber sido mal interpretado. Gran parte de su producción posterior a ERC apunta a aclarar estos supuestos malentendidos. Dada la índole de este trabajo no entraremos en esta polémica, pero lo que sí es posible señalar es que algunos conceptos de las primeras obras de Kuhn fueron suavizándose y han perdido la gran fuerza polémica que se comentara más arriba. El concepto de inconmensurabilidad se ha transformado en ‘inconmensurabilidad local’ atendiendo ahora a los problemas de la imposibilidad de una traducción literal absoluta, pero abandonando la idea de que toda comparación era imposible. Este cambio de una inconmensurabilidad perceptual a una inconmensurabilidad lingüística junto con otros elementos teóricos, muestran, a nuestro juicio, un viraje del pensamiento de Kuhn hacia posiciones perfectamente compatibles con alguna forma de falsacionismo sofisticado. La noción de ‘paradigma’ que es central en ERC,yaenla Postdata, (1969) agregada a la primera edición (1962) es cambiada (con un interés aclaratorio) por la de ‘matriz disciplinar’ y en los últimos escritos, como por ejemplo “The road since structure” y Qué son las revoluciones científicas, ya no aparece. Algunos autores llegan incluso a aseverar que hay un primer y un segundo Kuhn, para marcar ciertos cambios más o menos substanciales en su pensamiento. Sin desconocer la emergencia y la relevancia de estos cambios, creemos que lo que consideramos un viraje de Kuhn hacia posiciones más cercanas a la epistemología ortodoxa, son sólo ajustes más o menos importantes en ciertos aspectos que ya se presentaban, como problemáticos, en germen, en sus primeras obras. 4.1 La influencia de Kuhn en la historia y las sociologías del conocimiento científico
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La obra de Kuhn, generó una serie de debates y consecuencias, muchas de las cuales excedieron largamente las intenciones e ideas del autor, en diferentes ámbitos. Su influencia se sintió, de diverso modo e intensidad en la filosofía de la ciencia (cuyos puntos principales ya han sido esbozados), pero también en la historia de la ciencia, ya que rompió con la tradición de la historiografía whig. Bynum y colaboradores afirman en su Diccionario de historia de la ciencia:
“(…) la historiografía whig interpreta la historia desde el punto de vista del partido whig inglés (…) Desde su aparición este tipo de liberalismo inglés (whigery) se caracterizó por su confesionalismo protestante, su defensa de los derechos del parlamento frente a los de la monarquía y su tolerancia religiosa. Sus historiadores escribieron de modo partidista, favoreciendo estas causas como movimientos históricos progresistas. [Los historiadores whig] (…) Consideran sus creencias, practicas e instituciones como las metas de todas las creencias, practicas e instituciones anteriores. La tarea del historiador consistía en reconstruir la marcha progresiva de la historia, centrándose en los avances del pasado que anticipaban el presente”.
Herbert Butterfield destaca en su obra The whig inter pretation of history (1931) que: “La tendencia de muchos historiadores a escribir desde el punto de vista de los protestantes y del partido whig, a ensalzar las revoluciones siempre que hayan triunfado, a hacer hincapié en ciertos principios del progreso en el pasado, y a reconstruir la historia como ratificación, si no glorificación, del presente”.
Este modo tradicional de hacer historia, apoyado en el supuesto de que se trata de un proceso lineal y acumulativo, se refleja en el caso particular de la historia de la ciencia asignando al historiador la tarea de:
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“(…) determinar por qué hombre y en qué momento fue descubierto o inventado cada hecho, ley o teoría científica contemporánea. Por otra parte, debe describir y explicar el conjunto de errores, mitos y supersticiones que impidieron una acumulación más rápida de los componentes del caudal científico moderno” (Kuhn, 1970:21)
Esto constituye lo que Kuhn denomina ‘historia de los manuales’. Y es en estos manuales, precisamente, donde se forman los futuros científicos. Allí, además de este criterio histórico (ahistórico), los futuros científicos, conocen el paradigma: no solamente las teorías propiamente dichas sino el tipo de experiencias, los enigmas a resolver y el tipo de estrategias de respuesta a estos enigmas. Se trata de una educación dogmática ya que es intraparadigmática: los científicos no son educados para romper con el paradigma sino para trabajar en él. Esta actitud dogmática es la que, para Kuhn, puede llevar, paradójicamente, a que en algún momento particularmente difícil de la disciplina, aparezca el científico revolucionario: sólo el que conoce perfectamente el paradigma puede conocer dónde están los problemas. El científico revolucionario surge, generalmente, entre los más jóvenes, que son los que tienen menos compromisos, ya sea intelectuales como de cualquier otro tipo (incluso económicos o políticos) dentro de la comunidad científica. Sin embargo, un análisis algo más detallado de los procesos históricos muestra qué poco tienen que ver con esta imagen ingenua y que los elementos contextuales parecen jugar papeles preponderantes, otorgándoles cierta especificidad que no se comprende si se abordan con las categorías de análisis contemporáneas. Más aun, estos elementos contextuales resultan siempre un ingrediente de la formación de las creencias sostenidas por una comunidad científica. Y las disputas entre escuelas no resulta de ningún modo de que unos fueran científicos y otros no, o de que unos contribuyeran al avance de la ciencia y que otros lo retrasaran,
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sino a lo que Kuhn denominó formas inconmensurables de ver el mundo. Pero, además de este impulso por una nueva y revalorizada historia de la ciencia, y quizá como una consecuencia de ello, el aporte kuhniano es reconocido como fundamental dentro de la sociología de la ciencia: “(…) la virtualidad de la ERC es que al sustentar que la práctica cognoscitiva científica es una actividad cultural sujeta a la posibilidad del análisis sociológico, sugiere temas y problemas que anteriormente habían pasado inadvertidos y abre la puerta para un nuevo análisis sociológico del conocimiento científico. El propio Kuhn (Kuhn, 1977:21) refuerza posteriormente esta interpretación al afirmar que frente a los estudios tradicionales sobre el método científico, que tratan de encontrar un conjunto de reglas que le permita a cualquier individuo que las siga producir conocimientos demostrables, él propone que el conocimiento científico es intrínsecamente un producto de grupo y que por tanto es imposible entender tanto su eficacia peculiar corno lo forma de su desarrollo sin hacer referencia a la naturaleza especial de los grupos que lo producen. De esta manera, al poner de relieve que las distintas formas del conocimiento natural no vienen dadas por un método universal o ahistórico socava cualquier categoría epistemológica privilegiada y permite (…) que la sociología del conocimiento comience la tarea de revelar la cámara sagrada de la práctica científica”. (Lamo de Espinoza et al, 1994: 505)
La fortaleza e influencia de la CH en los estudios acerca de la ciencia había establecido una férrea división social del trabajo (Sánchez Navarro, 1994, Lamo de Espinoza et al, 1994; Prego, 1992). Del contexto de justificación (aspectos internos) cuyo estudio se suponía como el único relevante y pertinente para explicar el hecho de que cada vez mayor número de proposiciones verdaderas se iba sumando al corpus de la ciencia, se ocupaba la filosofía; y del contexto de descubrimiento, es decir de los aspectos ‘externos’, sólo relevantes según este criterio para indicar el medio circun-
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dante o a lo sumo los prerrequisitos bajo los que operaba el contexto de justificación, debía ocuparse la sociología (o en todo caso la psicología). Filosofía de la ciencia y ciencias sociales asumían en esta división del trabajo cada una su papel en forma asimétrica. Estas últimas no tenían ninguna tarea epistémica, es decir acerca de la verdad de los enunciados; a lo sumo podían dar cuenta de los errores. En efecto, mientras la verdad dependía de la correcta aplicación de los criterios canónicos establecidos por al CH, el error sólo podía entenderse por razones psicológicas o sociales. “Paradójicamente, desde los primeros pasos de constitución de la sociología (con Marx, Weber y Durkheim, la cuestión epistemológica había dejado de plantear problemas en la mayor parte de la teoría sociológica. Ello se debe a que por un lado se había restablecido que, por ejemplo, la religión, la ideología o el sentido común eran formas sociales de conocimiento sujetas y dependientes (en mayor o menor medida) a un determinado contexto socio-histórico, pero por otro se asumía que la ciencia es un caso especial de conocimiento, debido a que está en posesión de un status epistemológico diferencial”. (Torres Alberó, 1997:126)
K. Mannhein trató de hacer frente a esta tensión, aunque dejó fuera de las determinaciones sociales a las ciencias naturales. Es decir, que la relevancia de la determinación social de los contenidos cognitivos, alcanzaba únicamente a las ciencias sociales, mientras que las ciencias físico-naturales podían mantenerse al margen de estos avatares. Pero la línea de la sociología de la ciencia que marcó una influencia más marcada desde los años cuarenta hasta los sesenta, fue la liderada por Robert K. Merton, quien al mismo tiempo que desarrollaba una gran cantidad de trabajos importantes y profundos acerca del comportamiento de ese grupo social particular que es la comunidad científica, acataba el supuesto metodológico de la división del trabajo señalado más arriba; (Lamo de Espinoza et al, 1994; Sánchez Navarro, 1994) la génesis social del pensamiento
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no constituye para Merton, un factor determinante de su verdad o falsedad. La sociología de la ciencia mertoniana, desarrollada principalmente en los EE.UU., se centraba en la estructura social de las comunidades científicas investigando de qué forma las actividades de los científicos pueden entenderse como adecuación a las normas que las guían normas que forman el ethos científico- y como actividades que se ven favorecidas por tipos concretos de ordenamiento social tales como las sociedades liberal-democráticas. Sin embargo en la década del 60 la conjugación de una serie de factores de diverso origen configuró el inicio de un panorama distinto. Por una lado, tal como se analizó en las secciones anteriores, la gran cantidad de críticas que cayeron sobre la CH. Además, “(…) acontecimientos como las crecientes implicaciones bélicas de la investigación científica, la escalada de la inversión pública en la investigación básica y aplicada, la creciente afirmación de una conciencia ecológica en significativos segmentos de la sociedad y las derivaciones del desarrollo alcanzado por las políticas públicas hacia la ciencia como resultado de la carrera espacial, entre otros factores. Es este el marco más amplio en que se ubica la expansión y consolidación de la sociología de la ciencia como disciplina particular, así como el proceso de acelerada y cualitativa transformación interna, penetrada por diversas confrontaciones, exploraciones y desarrollos conceptuales y teóricos. Desde este último punto de vista, se conjugan aquí procesos de entidad diversa: específicos, como el impacto de la obra kuhniana, y otros más amplios, como la multiplicación de los síntomas de agotamiento del otrora hegemónico paradigma estructural funcionalista en el ámbito sociológico (particularmente norteamericano)” (Prego, 1992:25)
Pero el desarrollo de nuevas corrientes no fue homogéneo, y dio lugar a variantes meramente cuantitativistas como la cienciometría y la ciencia de la ciencia inspirada por Derek Price u otras que desde un punto de vista teórico contradecían las bases mismas de la perspectiva mertonia-
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na como por ejemplo el Strong Programme de Edimburgo (Programa Fuerte, en adelante PF). D. Bloor, uno de los fundadores del PF, sostiene que: “(…) la sociología del conocimiento científico debe observar los cuatro principios siguientes. De este modo se asumirán los mismos valores que se dan por supuestos en otras disciplinas científicas. Estos son: 1)Debe ser causal, es decir, ocuparse de las condiciones que dan lugar a las creencias o a los estados de conocimiento. Naturalmente, habrá otros tipos de causas además de las sociales que contribuyan a dar lugar a una creencia.. 2) Debe ser imparcial con respecto a la verdad y falsedad, la racionalidad y la irracionalidad, el éxito o el fracaso. Ambos lados de estas dicotomías exigen explicación. 3)Debe ser simétrica en su estilo de explicación. Los mismos tipos de causas deben explicar, digamos, las creencias falsas y las verdaderas. 4)Debe ser reflexiva. En principio, sus patrones de explicación deberían ser aplicables a la sociología misma. Como el requisito de simetría, éste es una respuesta a la necesidad de buscar explicaciones generales. SE trata de un requerimiento obvio de principio, porque, de otro modo, la sociología sería una refutación viva de sus propias teorías.
Estos cuatro principios, de causalidad, imparcialidad, simetría y reflexividad, definen lo que se llamará el programa fuerte en sociología del conocimiento. No son en absoluto nuevos, pero representan una amalgama de los rasgos más optimistas y cientificistas que se pueden encontrar en Durkheim, Mannheim y Zaniecki” (Bloor, 1998:38) Los estudios de sociología del conocimiento científico, que aparecen como explícitamente opuestos a la sociología de la ciencia tradicional, sostienen como punto fundamental el rechazo de la consideración del conocimiento científico como ‘caja negra’ (Woolgar, 1991) y reclaman su apertura al análisis sociológico. Al tiempo, los presupuestos epistemológicos del PF se contraponen a la filosofía de la ciencia tradicional: una posición naturalista en oposición al justificacionismo, carácter explicativo-descriptivo en contraste
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con el normativismo, y el relativismo en contraposición con el racionalismo y el inductivismo frente al deductivismo. El primer par de oposiciones hace referencia a la impugnación por parte del PF de la ‘división social del trabajo’ entre la epistemología y la sociología basada en el criterio establecido según la división en contextos de descubrimiento y de justificación. EL PF pretende dar cuenta de la justificación y validez del discurso científico, y no sólo del ‘marco’ social que lo acompaña. El segundo par de oposiciones complementa al primero, proponiendo una explicación que incluya considerandos sociales en oposición a la ‘versión habitual del contexto de justificación que caracteriza sus explicaciones por un acusado normativismo al suponer que los procesos de generación y validación científica se rigen de modo algorítmico, a partir de los elementos que integran el método científico. En tercer lugar, el PF presenta una postura relativista en oposición al realismo epistemológico. El realismo supone un mundo real objetivo y externo accesible por parte de la ciencia si se siguen ciertos pasos y se contemplan ciertas precauciones metodológicas. El realismo supone que hay proposiciones que explican adecuadamente este mundo: hay ‘verdad’ entendida como correspondencia o también llamada ‘concepción semántica de la verdad’. Para el PF la interpretación de cualquier proposición o principio lógico se produce siempre dentro de un determinado contexto local y por tanto se encuentra sujeta a las demandas y los intereses (con sus correspondientes márgenes de flexibilidad) de los distintos actores que intervienen en el espacio social de referencia. La ciencia es una forma de cultura específica, pero además es la cultura propia de las sociedades avanzadas actuales. Finalmente, el PF sostiene una teoría del conocimiento de tipo inductivista y una ontología realista. Lo que el PF rechaza es que exista una correspondencia inequívoca entre realidad y creencias, o incluso más, que sea posible alcanzar la objetividad con independencia de la cultura de referencia Pero estas dificultades no le impiden
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afirmar la existencia de lo que Bloor ha designado como un mundo material. Paralelamente al inductivismo epistemológico sostiene, un inductivismo que podríamos llamar metodológico: “sólo puede accederse a la manera en que interaccionan contexto social y percepciones a través de los estudios de caso, dado que las conexiones que se establecen entre unos y otros actores no pueden regirse por un esquema universal y descontextualizado. 4.2 Kuhn y el relativismo Ciertas afirmaciones de Kuhn acerca de la inconmensurabilidad, el carácter dogmático de la comunidad científica, más el reconocimiento que se le hace desde las posiciones relativistas en sociología de la ciencia han generado una serie de debates en torno al carácter relativista de la propia propuesta kuhniana. En esta sección se discutirá esta cuestión. La paternidad de las posiciones relativistas tal como están planteadas en el PF no parecen seguirse de la propuesta kuhniana. La publicación de La Estructura de las Revoluciones Científicas, tomado como desencadenante de los objetivos abordados por la sociología de la ciencia, puede considerarse en todo caso como un disparador independientemente de las intenciones del autor. Kuhn puede ser considerado un relativista según la caracterización que se haga del relativismo. Es relativista en algunos aspectos y no en otros, como por otra parte él mismo reconoce. Ciertamente se puede afirmar que Kuhn no es un ‘relativista cultural’, porque no le interesa diferenciar entre distintas culturas humanas. Sólo se ocupa de un cierto tipo de comunidad -la científica – que parece adoptar formas muy análogas sea cual fuere la cultura o comunidad cultural más amplia en la que eventualmente pueda estar imbricada. La comunidad científica, sujeto de la actividad científica madura es, para Kuhn una comunidad cerrada, con sus propios objetivos y valores, independientes de los valores
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globales que la cultura en la que se halla incluida pueda sostener. En todo caso se trata de un análisis que se desarrolla en un nivel de generalidad más bajo. Las comunidades científicas funcionan como autónomas respecto de la comunidad / cultura más amplia. Si se analizan los cuatro principios del PF, Kuhn tampoco parece ser un relativista en este sentido sociológico. Las tesis de Kuhn acerca de las ciencias maduras y su desarrollo no satisfacen ninguno de los cuatro principios del PF, en tanto no exige explicar todas las creencias científicas a partir de factores sociales. En todo caso es importante tener en cuenta los valores (pero sólo aquellos valores epistémicos compartidos por la comunidad científica) para dar cuenta de cómo, en ciertas ocasiones (pero no necesariamente en todas) los científicos operan o eligen de la forma en que lo hacen. Además, Kuhn, no está interesado en absoluto en las creencias falsas, especialmente porque la falsación de creencias no juega rol alguno en su propuesta. Aun cuando no resulte determinante en un análisis de este tipo, puede resultar esclarecedor tomar en cuenta los dichos del propio Kuhn en su alocución de 1990 – una especie de breve autobiografía intelectual-. Allí hace una referencia explícita al PF en un tono crítico y desconociendo toda posibilidad de filiación común: “Es necesario defender nociones como verdad y conocimiento de, por ejemplo, movimientos postmodernistas como el programa fuerte”. De cualquier manera, y habida cuenta que en otros trabajos Kuhn se declara relativista respecto de la verdad resulta necesario esclarecer en qué sentido lo es. Sobre todo en las dos primeras ediciones de ERC Kuhn plantea una forma de relativismo conceptual radical al sostener que el significado de los términos cambia totalmente al cambiar el paradigma, porque justamente tal significado es relativo al paradigma en cuestión. Posteriormente tal relativismo se torna parcial porque sólo el significado de algunos y muy específicos términos ‘lexicales’, aquellos pertenecientes a la taxonomía del paradigma, cambian su
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significado de modo que los mismos son inconmensurables con los que tenía el paradigma anterior. La posibilidad de que haya científicos bilingües ‘suaviza’ aun más la inconmensurabilidad. Pero no solamente el significado cambia radicalmente, sino que también lo hace el referente de esos términos, lo cual hace que cambie la ontología en el sentido de qué es lo que hay en el mundo y en el modo en que se concibe lo que se asume que hay en el mismo. El equívoco (o incluso metafórico) modo en que Kuhn establece según su criterio la relación entre paradigma y mundo quizá sea el responsable de los ríos de tinta que se han vertido a este respecto. En ERC, Kuhn dice que cada paradigma determina un mundo distinto. Múltiples mundos determinados por múltiples paradigmas sucesivos. En sus últimos trabajos Kuhn ha realizado una suerte de giro hacia el realismo, acentuándose el relativismo perceptual acerca de un único mundo por sobre el relativismo ontológico. La ambigüedad kuhniana en este y otros temas ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Ha negado las idealistas extremas, a través de la analogía biológica en “The Way since Structure” . Algunas interpretaciones neokantianas más moderadas según las cuales el mundo constituye la totalidad de las apariencias, aunque no es ni un sujeto empírico individual ni un sujeto trascendental el que las conoce, sino un sujeto social a través de estrategias compuestas de valores epistémicos como la comunidad científica. Y aun interpretaciones más cercanas al realismo. Como quiera que sea en todas subyace una suerte de relativismo conceptual, ontológico y perceptual, que obviamente tienen alguna vinculación con un relativismo acerca de la verdad. Kuhn se muestra siempre remiso a hablar de ‘verdad’ y ‘falsedad’ y remarca siempre que renuncia a sostener la noción de verdad como correspondencia. Afirma ser un relativista acerca de la verdad, pero señala la necesidad de defender la noción de verdad en contra de posiciones postmodernas, con lo cual uno debe inferir que se trata de relativismos de diferente filiación y alcances. En la versión
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más reciente, cada paradigma (ciencia normal) es un modo nuevo y distinto de categorizar y percibir el mundo. En este sentido Kuhn se opone a la existencia de una única, objetiva y verdadera versión de tal mundo. Esta versión relativista de la verdad, inconsistente con el realismo ingenuo, sin embargo, debería poder compatibilizarse con una especie de realismo debilitado, a condición de que no se la tome como medida del progreso. Es decir, esta suerte de ‘verdad interna’ (terminología que Kuhn no usa) de los paradigmas, no constituye una parte ‘acumulable’ de una verdad final asintóticamente inalcanzable y que marcaría el derrotero del progreso en ciencia. La verdad, entonces, no es medida del progreso. Pero Kuhn es relativista acerca de la verdad pero no acerca del progreso. ¿Es posible esto?. Kuhn es relativista con relación al rótulo ‘verdadero’ usado interteóricamente (entre paradigmas o extra paradigmas). Pero no es relativista con relación al progreso científico a través de paradigmas. Para compatibilizar estas posiciones aparentemente contradictorias Kuhn debe indicar en primer lugar cuál es el criterio interparadigmático que señala la posibilidad de progreso y en tal caso salvaguardar la posibilidad de un observador extraparadigmático que pueda señalar la eventualidad de tal progreso. Respecto de la primera cuestión afirma: “Las teorías científicas posteriores son mejores que las precedentes para resolver enigmas en los muy diferentes entornos a los cuales se aplican. Esta no es una posición relativista y despliega el sentido en el cual soy un creyente convencido en el progreso científico” (Kuhn 1970a:395).
El criterio es la capacidad para resolver enigmas, es decir se trata de una razón instrumental a la consecución de determinado objetivo. Por ello, aunque no todas las acciones y decisiones se adopten utilizando un algoritmo lógico matemático, tal como sucede en el cambio de un paradigma a otro, sin embargo, tal cambio es racional, porque tiene lugar a través de un proceso que es instrumental para el
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logro de la meta suprema de toda actividad científica, una meta que es siempre la misma, independientemente de época y lugar: aumentar la capacidad del (y entre) paradigma para resolver enigmas. En todo caso se podrá hablar de ‘relativismo de las razones’ es decir en los argumentos utilizados para la elección entre paradigmas. Las razones que funcionan en tales argumentos son el resultado de respetar ciertos standards como precisión, exactitud, simplicidad, capacidad predictiva, etc., y aunque tales standards sean los mismos, según Kuhn, para toda época y contexto, cada comunidad científica los evalúa de modo distinto. Respecto de la segunda cuestión, es decir la evaluación del progreso científico, Kuhn afirma que la misma puede ser llevada a cabo por “cualquier observador no comprometido”. Tal observador puede determinar que el paradigma sucesivo es más instrumental para resolver enigmas que el anterior. Por ejemplo a través de una mayor precisión en la definición o determinación instrumental de las constantes universales, de la creciente especialización en sub – paradigmas, etc. Esto lo puede hacer cualquier historiador de las ciencias que se halle considerando el desarrollo pasado de una ciencia madura, tal corno lo hace el mismo Kuhn, por ejemplo. 6 La +e-+$ca de a c$e'c$a En los últimos años y también como producto de la crisis de las posiciones fundacionalistas fuertes, se ha desarrollado lo que se ha dado en llamar ‘retórica de la ciencia’, línea que marca un interés creciente en aproximar retórica y ciencia. Todos los autores que pueden inscribirse en esta línea: “(…) tienen en común su insistencia en señalar los abundantes elementos retóricos presentes en la ciencia, su importancia e inevitabilidad, de manera que la retórica no sería meramente una envoltura del contenido del discurso científico, sino una parte constitutiva esencial. En los casos más extre-
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mos esta aproximación se convierte en una identificación en la cual la ciencia es retórica, aunque pueda mantener ciertas características distintivas. En esta línea se ubican autores provenientes de la retórica (Gross, A.G., 1990) y otros del análisis literario (Locke, D., 1992)” (Sánchez Navarro, 1996).
Para ellos, ni el conocimiento científico es un conocimiento sin sujeto cognoscente ni la realidad y la evidencia de que habla la ciencia son algo dado, ni los sujetos que la hacen son objetivos e intercambiables. Por el contrario, la ciencia sería fundamentalmente discurso, debate entre individuos que buscan la persuasión y en el cual tanto los sujetos como la realidad se convierten en textos susceptibles de interpretación. En el otro extremo de estas corrientes, están los que sostienen (autores como H. H. Bauer (1990) y S. Fuller, (1992): “(…) la necesidad de construir una nueva imagen de la ciencia que asuma los resultados de la filosofía de la ciencia reciente y de los estudios sobre la ciencia y la tecnología, aceptando la importancia de los elementos retóricos de la ciencia, pero manteniendo su carácter específico y diferenciado como la mejor forma de conocimiento de que disponemos” (Sánchez Navarro, 1996).
Y, finalmente, en medio de ambas posiciones extremas aparece un grupo integrado por los que mantienen que la retórica es un componente fundamental e inevitable, casi constitutivo de la ciencia y que es necesario estudiar y analizar esas características retóricas para construir la racionalidad de la ciencia. En otras palabras, asumir esas características de la ciencia no implica relativismo, ni anarquismo metodológico, por el contrario es posible reconstruir la racionalidad interna que subyace a los procesos retóricos. Son exponentes de esta línea De Coorebeyter, (De Coorebeyter, V., 1995) y Pera, M., (Pera, M., 1993)
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6 N.e/a, )+e".'-a, )a+a /$e%a, +e,).e,-a, Como ha quedado claro por lo dicho hasta aquí, el panorama global de la reflexión acerca de la ciencia desde fines de los ’50 y hasta mediados de los ’70 resulta de la con junción de múltiples críticas a la CH. Estas críticas abarcan un amplio espectro que va desde cuestiones de detalle hasta objeciones de fondo. Las condiciones canónicas exigidas por la CH fueron revelándose, con el correr de las décadas, como una suerte de lecho de Procusto demasiado estrecho para contener las múltiples perspectivas de la práctica científica real y efectiva. Pero si la naturaleza y origen de las críticas componían un marco heterogéneo, los replanteos a los que dieron origen resultaron más heterogéneos aún. En efecto, la CH se constituyó durante varias décadas en el pensamiento dominante sobre la ciencia, pero su disolución no derivó en la instalación de una nueva perspectiva hegemónica, sino que inauguró una serie de ‘teorías de la ciencia’ que van desde la reafirmación de algunos postulados básicos de la CH eliminando los más conflictivos y haciéndose cargo de parte de las críticas, hasta el pensamiento postmoderno, pasando por importantes desarrollos en la historia y la sociología de la ciencia. De hecho tal multiplicidad no obedece tan sólo a la diversidad de planteos sino, y fundamentalmente, al desplazamiento de algunas de las problemáticas hacia nuevos ejes que, de ese modo, inauguran un universo de nuevos problemas. En suma, más que nuevas respuestas aparecen nuevas preguntas. Una de las líneas surgidas, con un perfil relativamente consolidado, es la de las epistemologías evolucionistas. La física, merced a los éxitos deslumbrantes de la mecánica newtoniana, había sido durante más de dos siglos el modelo de cientificidad para todo saber que pretendiera constituirse en ciencia; este carácter hacía que se constituyese en el ejemplo paradigmático de el método científico, y, además en la proveedora de analogías y modelos emplea-
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dos en otras áreas del conocimiento con mayor o menor éxito y lucidez (cf. Cohen, 1994). Este papel asignado a la física alcanza su punto culminante con la CH, convirtiéndose en modelo de la racionalidad y en algunos de sus representantes, y apuesta ontológica de por medio, sirve de base para el programa de la ciencia unificada. En este marco las discusiones epistemológicas, incluso las herejías a la CH, giraban en torno a ejemplos tomados en abrumadora mayoría, de la física. Por otro lado, la relevancia de la física como modelo de saber hacía muchísimo tiempo que había desbordado el marco académico y de los especialistas, y se había instalado como modelo cultural de la racionalidad y la confianza y optimismo cognitivo, en la medida en constituía el ejemplo paradigmático de las posibilidades del hombre. Por otro lado, y paralelamente, a mediados del siglo XIX, sobre todo aunque no exclusivamente (cf. Jacob, 1977) con la teoría darwiniana de la evolución, comienzan a cumplir un papel destacado lo que hoy llamaríamos las ‘ciencias biológicas’, iniciándose un proceso que, con el correr de las décadas, llegó a establecer redes de interrelaciones con otras áreas del conocimiento mucho más complejas y abarcativas. De hecho, ya el mismo Darwin había utilizado conceptos provenientes de la ciencia social, tales como la idea de ‘lucha por la vida’ de R. Malthus y de otras áreas como por ejemplo la teoría uniformitarista de Lyell. A su vez el éxito y el rápido y generalizado reconocimiento de la teoría darwiniana de la evolución posibilitaron los desarrollos de distintas teorías apoyadas sobre la misma, como por ejemplo el darwinismo social, la sociobiología, la eugenesia, la antropología criminal, etc. 7 7. En verdad, si bien las distintas versiones del ‘determinismo biológico’ reciben un aval fundamental de la teoría darwiniana de la evolución sus formulaciones son anteriores a Darwin. Básicamente consiste en afirmar que tanto las normas de conducta compartidas como las diferencias sociales y económicas que existen entre los grupos (básicamente diferencias de raza, de clase
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Poco a poco la biología fue convirtiéndose en un discurso hegemónico con ramificaciones e interrelaciones omniabarcativas, merced a complejos y largos procesos. Quizá la aparición de una buena teoría como la darwiniana con gran poder explicativo en un ámbito casi ‘fronterizo’ entre las ciencias naturales y sociales de la biología, cuando aborda el estudio del ser humano, ubicación que le otorga un carácter funcional a los discursos del poder 8 (cf. Achard et al, 1980, Gould, 1986, Chorover, 1985, Harris, 1978), expliquen buena parte de este proceso. Por otro lado el deterioro del modelo mecanicista y la vigencia de la relatividad y la mecánica cuántica debilitaron la posibilidad de la utilización de modelos físicos en otras áreas, en contraste con los desarrollos espectaculares de la biología molecular (cf. Watson y Crick, 1995 y Jacob, 1977). La biología también ejerce su poder de seducción sobre la epistemología, proveyendo modelos explicativos que, a la postre, dan lugar a las epistemologías evolucionistas. De tal modo que, además, la constitución de las epistemologías evolucionistas –aunque no exclusivamente ellas- representan un cambio en la relación tradicional entre epistemología y ciencia. Ya no se tratará de plantear un modelo epistemológico de tipo prescriptivo, en el cual los episodios extraídos de la historia de la ciencia cumplen el papel de meros y de sexo) derivan de ciertas distinciones heredadas o innatas (la naturaleza biológica humana), y que, en este sentido, la sociedad constituye un reflejo fiel de la biología. 8. “(...) a lo largo de la historia del capitalismo se exigió a la biología cumplir con un papel de productora de conocimientos científicos, de respuestas a los secretos de lo viviente, pero también con otro papel, el de aval ideológico y argumento de autoridad de lo que sucede en lo político, económico y social; tal es el propósito que une a los diversos trabajos de esta antología. La biología se convierte entonces en una presencia manifiesta o latente en ecología, medicina, economía, psicología, disciplinas que en búsqueda de una legitimidad mayor acuden a ella como la más legitimada de las ciencias. Esta legitimidad obtenida no es sólo recompensa al buen desempeño del primer papel, sino sobre todo del segundo (...)” (Achard et al, 1980).
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ejemplos elegidos estratégicamente, sino que será la ciencia misma la que proveerá de modelos a la epistemología. Es una costumbre bastante extendida, a la hora de delimitar una temática o una línea de pensamiento, realizar un rastreo, a modo de introducción, de los antecedentes de las mismas. La cantidad de antecedentes que se puedan hallar está en una relación inversamente proporcional con la rigurosidad de los criterios que les otorgan tal carácter. Este modo de argumentación, que no es otra cosa sino una concepción ‘ahistórica’ de la historia, se traduce muchas veces en una serie de extemporaneidades. Así, es posible considerar a Demócrito como antecedente de la teoría atómica o a Empédocles como defensor de una verdadera teoría de la evolución en la antigüedad. Afirmaciones de este tipo atentan contra la especificidad histórica de las problemáticas involucradas y son expresión, en general, de un modelo de historia lineal y acumulativa. Es por ello que privará en este trabajo un criterio mucho más restringido. Se considerará que la epistemología evolucionista a pesar de que abreva en una larga tradición de por lo menos ciento cincuenta años e incluya trabajos dispersos desde ese entonces, se consolida en la década del ’60 y constituye una de las respuestas a la serie de críticas que ha recibido la CH. Se desarrolla en el marco cultural general de la hegemonía de lo biológico y dentro de la epistemología goza del clima propicio de la propuesta de naturalización de la epistemología, aunque muchos de sus autores no se sienten deudores directos de la misma. 6 La, e)$,-e&(("a, e/(.c$('$,-a, Tal como se ha señalado más arriba, Quine resulta, con su propuesta de naturalizar la epistemología, el iniciador de un amplio espectro de ideas y concepciones epistemológicas cuyas líneas divisorias son bastante difíciles de establecer con claridad. Como quiera que sea la epistemolo-
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gía evolucionista9 queda incluida dentro del espectro más amplio de las epistemologías naturalizadas en la medida en que pueden compartir este marco conceptual básico como una suerte de partida de nacimiento común. Tal como se encuentra hoy la epistemología evolucionista, por lo menos en algunas de sus fomulaciones, es una parte de lo que ahora se conoce como epistemologías naturalizadas (cf. Bradie, 1997). Según Shimony, el desarrollo y refinamiento posterior de las sugerencias iniciales de Quine condujeron a la combinación con una propuesta más general, cuyas raíces comunes son las siguientes: “Todos los filósofos que pueden ser llamados apropiadamente ‘epistemólogos naturalistas’ suscriben dos tesis: a) los seres humanos, incluyendo sus facultades cognitivas, son entidades naturales que interactúan con otras entidades estudiadas por las ciencias naturales; b) los resultados de las investigaciones científicas naturales de los seres humanos, particularmente los de la biología y la psicología empírica, son relevantes y probablemente cruciales para la empresa epistemológica”(Shimony, 1987a)
De cualquier manera este marco general no indica más que cierta comunidad de origen. Más allá de ello los desarrollos posteriores de la epistemología naturalizada propiamente dicha (cf. Kornblith, 1994) de filiación estrictamente 9. Para evitar confusiones, sobre todo a partir de bibliografía no traducida, se usará ‘evolutivo/a’ cuando se quiera calificar, o se haga referencia a, los procesos naturales en sí mismos. En cambio se utilizará ‘evolucionista’ y más propiamente ‘epistemología evolucionista’ (EE) para designar las teorías epistemológicas o puntos de vista, que hagan referencia o utilicen modelos de la biología evolutiva para la descripción de los procesos del desarrollo de la actividad científica. Esta distinción obedece a que el término ‘evolutivo/a’ en el contexto de la epistemología aparece muy ligado a la psicología genética de J. Piaget, en la cual se atiende únicamente el desarrollo cognitivo individual. Por otra parte no considero necesario recurrir al neologismo ‘evolucionario/a, a pesar de que resulta bastante común que en el inglés se utilice “ evolutionary” (o en el alemán “ evolutionär ”) y tal término sirva para jugar con la oposición con ‘revolucionario’.
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quineana siguen otras direcciones. Dentro del amplio abanico de posiciones que intentan naturalizar los estudios epistemológicos, se destacarán aquí, en correlación con el propósito de este trabajo, los puntos de vista que, motivados directamente por consideraciones evolutivas pueden ser llamados propiamente epistemologías evolucionistas (en adelante EE). Veamos algunos intentos de definir su ámbito: “Una epistemología evolucionista sería una epistemología que, al menos, tuviera en cuenta y que fuera compatible con la idea del status del hombre como un producto de la evolución biológica y social” (Campbell, 1997)
Pero para que una epistemología pueda considerarse evolucionista debe además guardar un isomorfismo básico y elemental con la teoría evolucionista. Por ello el mismo Campbell (Campbell, 1960) señala que una EE debería cuando menos incorporar: “un mecanismo para introducir la variación (…) un proceso de selección consistente y (…) un mecanismo de preservación y reproducción”. Sin embargo, estos compromisos elementales obligan, desde un punto de vista filosófico, a asumir algunos presupuestos que, al igual que ocurre con toda teoría científica o filosófica resuelven algunos problemas pero conllevan otros. Parece seguirse a partir de aceptar los presupuestos iniciales y básicos de la EE, los siguientes puntos, aunque lo cierto es que entre los distintos autores no hay unanimidad (cf. Pacho 1995): • Alguna forma de realismo, aunque no necesariamente se deba asumir sin más una posición ingenua en este respecto. Cuando menos se debe aceptar la existencia de un mundo real externo a, e independiente en alguna medida relevante, del sujeto y de sus representaciones. • Una relación de isomorfismo o de correspondencia (cuando menos débil o mínima) entre la estructura
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de la representación de la realidad (es decir del conocimiento)y la de la realidad, es decir de los objetos, internos o externos, a los que la representación se refiere. Nótese que no se trata aquí de defender la concepción de verdad como correspondencia al estilo de Tarsky o, como más tarde lo hizo Popper. Los puntos que siguen aclararán la cuestión • Entre el sujeto y el mundo exterior se dan interacciones reales, una de las cuales es la cognitiva, de tal modo que el mundo exterior es cognoscible al menos parcialmente mediante la experiencia ordinaria y explicable mediante hipótesis, teorías, sistemas, etc. De lo que se sigue que, • todo conocimiento es hipotético, es decir, conjetural, falible. • Las estructuras cognitivas no son vacías o neutrales, sino portadoras de información o esquemas de interpretación del mundo exterior (“prejuicios constitutivos”, hipótesis, previsiones, persuasiones, etc.); esta información es inherente a las funciones del sistema cognitivo. Si bien estos marcos conceptuales no pueden asimilarse así sin más al status de teoría en el sentido de teoría científica es posible sospechar, cuando menos, la prioridad de la teoría por sobre la experiencia. • El sistema cognitivo es a priori de la experiencia individual, pero se ha desarrollado filogenéticamente, es decir que su adquisición ha tenido lugar a posteriori de la experiencia evolutiva de la especie. • Del punto anterior se desprende que el sistema cognitivo está estructurado sobre la base de “condi-
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ciones de posibilidad” del conocimiento y estas con-
diciones son parcialmente ajustadas a la realidad en la medida en que son resultado del éxito adaptativo de la especie y constituyen, para el sujeto individual, elementos de relativa idoneidad.
• Las estructuras cognitivas concuerdan tan sólo parcialmente con las del mundo real, ya que la concordancia no es en el proceso de adaptación un fin en sí mismo, sino que está al servicio de la supervivencia. Parece seguirse de este punto que, • la función primordial de las estructuras cognitivas no es el conocimiento objetivo de la realidad, sino el éxito en la supervivencia. • Por lo tanto el error no es concebido como un defecto circunstancial del sistema cognitivo sino que se le debe asignar un status diferente, como elemento consustancial con el funcionamiento del mismo, en la medida en que no es la verdad su objetivo, sino la apropiación interna del mundo exterior con fines utilitarios. Este punto resulta particularmente conflictivo a la hora de pretender explicar la ciencia como producto evolutivo en la medida en que la misma no parece tener ningún valor de supervivencia. • la razón humana es un producto evolutivo, directa o indirectamente originado por el proceso evolutivo. Este es un punto sumamente controvertido y que ya originara polémicas incluso entre Darwin y Wallace (cf. Pacho, 1995). Del análisis de los diferentes autores que sostienen una EE, que en muchos casos se rechaza uno o varios de los aspectos que se han señalado. Popper no es una excepción
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a esta regla y más adelante se verá que esto origina, cuando menos, algunas tensiones internas en su pensamiento. Los presupuestos indicados hasta aquí no incluyen los problemas y debates propios del campo de la EE, derivados de otro grupo de presupuestos obligatorios vinculados a la necesidad de establecer un isomorfismo básico entre el modelo biológico evolutivo y su análogo epistemológico. Los debates en este sentido están fundamentalmente referidos a los ajustes o desajustes de la analogía biológica utilizada, y se desarrollarán luego. Se han realizado intentos por dar cuenta del campo de las EE a través del establecimiento de alguna taxonomía adecuada. Dicho campo, si bien no es demasiado extenso, es bastante heterogéneo, característica que atenta contra cualquier clasificación que pretenda ser simple y exhaustiva al mismo tiempo. Bradie ofrece una posible clasificación de las EE, señalando que no son teorías estrictas o perfectamente articuladas, sino formas genéricas de hacer epistemología. Esto conduce a que las diferencias entre las distintas visiones del tema sean sustanciales, en la medida en que se pretende incluir autores tan disímiles como Toulmin, Popper, Campbell, Lorenz o el mismo Kuhn. Bradie ha distinguido dentro de la epistemología evolucionista dos ‘programas’: el programa EEM (programa de la evolución de los mecanismos cognoscitivos) y el EET (programa de la evolución de las teorías): “Uno es el intento de dar cuenta de las características de los mecanismos cognitivos en animales y humanos mediante una extensión directa de la teoría biológica de la evolución a aquellos aspectos o rasgos de los animales que son los substratos biológicos de la actividad cognitiva, es decir, de sus cerebros, sistemas sensoriales, sistemas motores, etc. Lo he llamado programa EEM. El otro programa intenta dar cuenta de la evolución de las ideas, teorías científicas y cultura en general usando modelos y metáforas obtenidos de la biología evolucionista. A este lo he llamado programa EET”. (Bradie, 1989:356)
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La taxonomía propuesta por Bradie es útil en la medida en que apunta a las dos grandes líneas de problemas que pueden abordar las EE a saber: la ontogenia y la filogenia del conocimiento. Sin embargo, resulta muy difícil ubicar en ella de manera unívoca a los autores, sobre todo porque prácticamente todos los que serían ubicados en EEM también sostienen EET, pero no necesariamente es así a la inversa. Evidentemente, la propuesta de naturalización conlleva un giro fundamental en el modo de concebir la epistemología. Tal como se ha señalado más arriba, las epistemologías naturalizadas pretenden ser descriptivas. Esta constituye su nota específica que las diferencia en un sentido fundamental de la epistemología tradicionalmente entendida como una empresa esencialmente prescriptiva o normativa cuyo principal objetivo era estipular normas de evaluación del conocimiento (científico). Por otro lado, toda la epistemología naturalizada en general y la EE en particular pretenden ser una descripción del hombre como ser que conoce en sus múltiples aspectos. De tal modo que la relación que guarda con la epistemología tradicional, resulta muy importante. Por ello, J. Sánchez Navarro (Sánchez Navarro, 1994) sostiene que para establecer las diferencias básicas entre todas estas formas de hacer epistemología se deben atender tres puntos: a) la disciplina científica a que se conceda más importancia, aun asumiendo también las otras (psicología, biología, etc.); b) la relación que mantienen con la epistemología clásica: sustitución, complementariedad o dependencia y c) el status que conceden al sujeto del conocimiento: individual, social o sin sujeto cognoscente. Por su parte, para Bradie hay tres posibles configuraciones de las relaciones entre epistemología tradicional prescriptiva y la epistemología descriptiva. En primer lugar la epistemología descriptiva como competidora de la tradicional. Ambas tratarían de explicar los mismos asuntos ofreciendo soluciones opuestas, por ejemplo Riedl (Cf. Riedl, 1984) y Dretske (Cf. Dretske 1987, 1985), para
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quien la epistemología descriptiva sería epistemológicamente irrelevante porque no toca las cuestiones tradicionales. Segundo, la epistemología descriptiva como sucesora de la tradicional. Según este criterio la epistemología tradicional estaría ‘agotada’, dado que sus respuestas serían irrelevantes, no interesantes o, simplemente, ella no tendría respuesta para algunas cuestiones centrales. Muchos defensores de las epistemologías naturalistas coinciden en esto: Quine (Cf. 1960, 1969); Davidson (Cf. 1973); Dennett (Cf. 1978); Harman (Cf. 1982); Kornblitt (Cf. 1985); véase también Bartley (Cf. 1976, 1987a, 1987b) y Munz (Cf. 1985). Finalmente, la epistemología descriptiva como disciplina complementaria de la tradicional (Cf. Campbell, 1974). También es posible establecer un criterio de clasificación realizando una revisión de los principales problemas que abordan los autores enrolados en la EE, estableciendo un grupo de tópicos refiriendo luego a ellos a los distintos autores. Este tipo de taxonomía resulta muy útil a la hora de establecer comparaciones entre las distintas EE (cf. Bradie, 1994, 1997), pero muchas veces este descuartizamiento de los autores conspira contra la comprensión fina de los mismos y enturbia u oculta los problemas filosóficos de detalle o las tensiones tanto internas como con otras posiciones. 6 Deba-e, e' e ca&)( de a, e)$,-e&(("a, e/(.c$('$,-a, Todo campo cognitivo inaugura no solamente un conjunto de respuestas a ciertas problemáticas, sino también una cantidad de debates recurrentes y típicos, agrupables básicamente en dos clases: por un lado los que surgen de las pretensiones de constituirse en un referente legítimo, es decir los intentos de fundamentar su carácter de interlocutores válidos sobre algunas cuestiones específicas y, por otro, los debates ‘internos’ alrededor de los puntos de divergencia entre sus adherentes y entre éstos y sus opositores. Algunos
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de los debates propios de la EE se esbozarán brevemente en lo que sigue. La EE consiste, básicamente, en la extrapolación de un modelo biológico evolucionista al campo de los problemas epistemológicos. Resulta natural, entonces, y en la medida en que tal extrapolación se funda en la relación (bien de mera semejanza, bien de identidad) entre ambos ámbitos, que un debate fundamental se constituya alrededor de la constatación de tal relación cognitiva; es decir respecto de la evaluación del ajuste o desajuste entre el modelo original y el análogo. También se juega la pertinencia o impertinencia y aun la relevancia o trivialidad de la analogía. Los defensores de la EE tienden a remarcar los aspectos en los cuales la comparación es ajustada y pertinente, mientras que dejan de lado o consideran irrelevantes los desajustes que se producen. Los detractores de la EE, por su parte pretenden mostrar que los desajustes son profundos y que la analogía es, o bien trivial o bien demasiado general. Esta cuestión, además, pone sobre el tapete un problema relacionado, aunque de una índole diferente, y que no parece ser percibido en su justa dimensión por los defensores de la EE. Se trata de una cuestión más básica y general y concierne al papel que cumplen las metáforas y analogías en la producción misma del conocimiento. Este problema si bien se hace patente en la EE por la índole de la misma, es decir que ella misma es un caso testigo, sin embargo es per se un problema gnoseológico de primer orden. Su tratamiento debería, además de contribuir a clarificar el status mismo de la EE, repercutir en la epistemología en su conjunto. Dentro del marco básico de las discusiones acerca de la analogía surgen, en mayor o menor medida, los tres grupos de problemas señalados a continuación 8.1. La filogenia y la ontogenia del conocimiento
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En la biología, estos conceptos hacen referencia a los desarrollos, respectivamente, de la especie y de los individuos. Dentro de la EE, por su parte, la analogía biológica involucra dos grupos de problemas: por un lado, los que se refieren tanto a los aspectos ontogenéticos y filogenéticos de los desarrollos cognitivos humanos, es decir tanto desde el punto de vista de los individuos como desde el punto de vista de la especie; por otro lado, utilizando otro tipo de analogía filogenética, al desarrollo de las teorías científicas a lo largo de la historia. A este grupo pertenecen lo que Bradie (cf. supra) llama EET. Muchas de las discrepancias dentro del campo de la EE se basan en los distintos modos de entender las interrelaciones, continuidades y rupturas entre estas distintas perspectivas. La relación entre desarrollo filogenético y conocimiento se fundamenta como sigue: “Nuestro aparato cognitivo es resultado de la evolución. Las estructuras cognitivas subjetivas están adaptadas al mundo porque ellas se han desarrollado en el curso de la evolución, como adaptación a ese mundo. Y ellas igualan -parcialmente- las estructuras de la realidad, porque sólo tal ‘igualación’ ha hecho posible la supervivencia”. (Vollmer, 1975:102)
También K. Lorenz considera al entendimiento humano de un modo similar a otras funciones y órganos evolucionados filogenéticamente y que sirven al propósito de la supervivencia. Sostiene, en lo que llamó el ‘biologicismo de Kant’, que las estructuras categoriales a priori que los organismos usan para producir conocimiento, deben considerarse como un producto evolutivo a posteriori del desarrollo filogenético, es decir como “diferenciaciones hereditarias del sistema nervioso central que se han convertido en característica de la especie, produciendo disposiciones hereditarias a pensar de ciertas formas” (Lorenz, 1982). Por otra parte, tanto K. Lorenz como D. Campbell suscriben la posición de Popper respecto de concebir el modelo
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de aprendizaje de los organismos individuales como una secuencia continua de ensayos y eliminación de errores (que con la emergencia de la ciencia se transforma en su correlativo conjeturas y refutaciones). Por su parte, D. Hull sostiene que ni la evolución biológica por sí sola sirve como modelo para explicar el desarrollo del conocimiento, ni éste a su vez sirve de modelo para explicar la evolución biológica. Hull desarrolla un análisis general de la evolución a través de procesos de selección que se pueden aplicar, del mismo modo, tanto a la evolución biológica, como a la evolución social y cultural (Cf. Hull, 1988). Popper, por su parte, extiende el análisis al desarrollo de las teorías, es decir a lo que en este contexto podríamos denominar un abordaje filogenético de las teorías científicas. S. Toulmin, en un intento de desarrollar una epistemología descriptiva, sostiene que la teoría poblacional de Darwin de la variación y la selección natural es una ilustración de una forma más general de explicación histórica y que ese mismo patrón es aplicable también, en condiciones apropiadas, a las entidades históricas y poblaciones de otros tipos: “(…) Enfrentamos preguntas acerca de los cambios intelectuales, sociales y culturales, que son responsables de la evolución histórica de nuestros diferentes modos de vida y pensamiento, nuestras instituciones, conceptos y otros procedimientos prácticos. Estas cuestiones corresponden a las preguntas acerca de la filogenia en biología evolutiva. Individualmente hablando (…) enfrentamos cuestiones acerca de la manera en la cual la maduración y experiencia, socialización y enculturación dan forma a las capacidades de los niños pequeños para el pensamiento racional y la acción -cómo los niños llegan a participar en su sociedad nativa y su cultura-. Estas cuestiones corresponden a las preguntas acerca de la ontogenia en biología evolutiva” (Toulmin, 1981)
8.2. El problema del realismo
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En principio parecería que el planteo evolucionista amenaza con destruir la posición realista, de modo tal que el criterio de ‘verdad como correspondencia’ debería ser reemplazado por un criterio basado en la supervivencia. J. Pacho expone así el problema: “(…) La historia evolutiva de nuestro sistema cognitivo muestra en efecto que éste no ha surgido para ‘conocer’ la realidad y que, por tanto, tampoco habría de estar primariamente capacitado para ello. Los problemas cuya solución han determinado la historia evolutiva y, a causa de ésta, la estructura real de nuestra capacidad cognitiva no son problemas de verdad o falsedad, sino de utilidad o supervivencia, estrictamente circunspectos al -complejo y dinámico pero- reducido ámbito de exigencias y posibilidades de esa utilidad para una clase de individuos, a saber los de la especie humana. El conocimiento de la realidad independiente del sujeto, incluso modestamente concebido como conocimiento parcial e hipotético de elementos discretos de una realidad nunca abordable en su conjunto, aparecería entonces como una tarea en principio impropia de nuestro sistema cognitivo. Más propio sería acaso decir que el conocimiento, sobre todo el desprovisto de fines prácticos, el denominado ‘puro’, el saber en sí y por sí mismo, constituye un subproducto de dicho sistema. Un subproducto en cuanto que residuo o desecho funcional de una actividad que satisface otros fines; y, además, tal vez tan inútil para estos fines como necesariamente parcial y falible en la pretensión fundamental que le ha atribuido la evolución cultural: conocer sin resto de error o duda la realidad tal y como ella es ‘en sí’ – que no otra cosa se ha entendido y se sigue entendiendo espontáneamente por ‘verdad’, ‘ciencia’, o ‘conocimiento” (Pacho, 1995).
Como quiera que sea, la ciencia parece plantear problemas (y ella misma es uno de ellos) que van más allá de la mera supervivencia y que no podrían ser explicados por ella solamente, lo cual cuando menos implicaría cierta tensión interna en el planteo. Dentro del campo de la EE se han ensayado diversos intentos de conciliar el realismo con los
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postulados básicos de la teoría de la evolución. Campbell sostiene el realismo hipotético y Popper, por su parte, el realismo crítico, posiciones que más allá de las semejanzas referidas al carácter hipotético de toda teoría explicativa acerca del mundo y el rechazo de la resignación idealista, se diferencian en un aspecto básico: para el realismo hipotético aun la afirmación de la realidad del mundo exterior constituye una hipótesis, mientras que para el realismo crítico es una verdad incuestionable. Th. Kuhn, por su parte, defiende un ‘kantianismo post-darwinista’ rechazando la verdad como correspondencia (cf. Kuhn, T., 1991). 8.3 El problema del progreso La teoría darwiniana de la evolución constituyó una verdadera y multifacética revolución. No sólo en cuanto a los aspectos internos de lo que hoy llamamos ciencias biológicas, sino que también significó una verdadera revolución cultural, una modificación fundamental en el modo de concebir la naturaleza misma de lo biológico. Darwin consiguió expulsar los aspectos teleológicos del mundo de lo viviente. Por un lado por su oposición a otra teoría transformista como la de Lamarck según la cual los seres vivos poseen un ‘impulso’ a adaptarse. Pero por otro lado, y lo que es más importante, consiguió construir una teoría que no contempla una finalidad de la naturaleza en su conjunto. Es por ello que la noción de ‘progreso’ en el sentido de dirigirse hacia lo mejor o a lo más perfecto, no tiene sentido dentro de la evolución biológica de los seres vivos. Cualquier analogía con la teoría darwiniana de la evolución, en la medida en que es éste el significado profundo de la misma, debe contemplar este aspecto so pena de desvirtuar por completo el sentido mismo de la analogía. Pero, por otro lado resulta un lugar común en la epistemología sostener que hay progreso en la ciencia, más allá de las diferentes y a veces incompatibles versiones del mismo. Los intentos por compatibilizar estos puntos de aparente tensión son una constante en la literatu-
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ra del área. Las estrategias son diversas: desde la aceptación lisa y llana de que allí la analogía se desdibuja completamente, hasta proponer una noción distinta de progreso en ciencia, pasando por algún intento de rescatar aspectos teleológicos en la misma teoría de la evolución. 10
10. Un interesante debate sobre la cuestión del progreso en biología evolucionista, pero con connotaciones y referencias directas a la temática desarrollada aquí, se reproduce en Wagensberg y Agustí (edit.) 1998.
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Dentro del heterogéneo campo de la EE resulta una tarea prácticamente imposible elegir un autor típicamente representativo, más allá de las coincidencias básicas. De hecho, Popper tampoco lo es, y las motivaciones para analizar la EE a partir de su propuesta pasan, entonces, más por la especificidad, es decir por las diferencias y particularidades de la misma, a saber: • La epistemología popperiana guarda una relación peculiar con la CH, ya que recoge, y aun profundiza, las críticas a algunos de sus supuestos básicos, pero, al mismo tiempo, refuerza otros aspectos, cerrando de este modo una suerte de círculo en la reflexión epistemológica del siglo XX, según el cual los postulados iniciales de la ciencia como un sistema de enunciados, y una empresa sin sujeto, autónoma y que se desenvuelve en el contexto de justificación, vuelven con más fuerza en una nueva versión de epistemología sin sujeto cognoscente. • Popper representa, como consecuencia de lo señalado, un punto de inflexión hacia consecuencias que él mismo no pudo o no quiso sacar –aunque sí lo han hecho otros autores-, al tiempo que conserva en su pensamiento algunas de las tensiones
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e insuficiencias de la CH, la teoría epistemológica más influyente de este siglo. • Porque representa una formulación muy fuerte de la EE en la cual se expresa un compromiso ontológico y gnoseológico fuerte, y no una utilización meramente metafórica o analógica de la teoría biológica de la evolución. • Porque es un protagonista privilegiado a lo largo del siglo, de los debates de la epistemología surgida de la filosofía analítica, además de un referente obligado para todos los autores del campo. 1.1. Las preocupaciones de Popper La gran preocupación de Popper, fue siempre el desarrollo y progreso de la ciencia. En este sentido, su criterio de falsabilidad o refutabilidad, expresado en sus primeras obras tiene la ventaja o el demérito (según desde el lugar que se mire) de desplazar el problema de la demarcación hacia el problema del desarrollo y progreso de la ciencia y, al mismo tiempo, intentar dar una respuesta al mismo. En efecto, si bien Popper establece un criterio de demarcación, éste no tiene ni la finalidad ni las consecuencias del criterio de demarcación establecido por el Círculo de Viena, porque para él, no se trataba de un criterio de significatividad, sino, en todo caso de cientificidad a través de la práctica científica: “Para mí resultaba claro que todos estos pensadores buscaban un criterio de demarcación no tanto entre ciencia y pseudociencia como entre ciencia y metafísica. Y también me parecía claro que mi antiguo criterio de demarcación era mejor que el suyo. Porque, en primer lugar, ellos intentaban hallar un criterio que hiciese de la metafísica un absurdo carente de sentido, un puro galimatías, y cualquier criterio de esa suerte estaba abocado a conducir a confusión, puesto que las ideas metafísicas son, con frecuencia, las precursoras de las ideas científicas. En segundo lugar, la demarcación
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por significatividad frente a carencia de significatividad se limitaba a desplazar el problema. Como el mismo Círculo reconocía, este criterio creaba la necesidad de otro criterio, de un criterio que distinguiese entre significado y carencia de significado. Y para ello adoptaron la verificabilidad, que suponían ser lo mismo que la susceptibilidad de prueba por enunciados de observación. Pero esto era solamente otro modo de establecer el criterio de los inductivistas, consagrado por el tiempo; no había diferencia real entre las ideas de inducción y de verificación. Pero según mi teoría, la ciencia no era inductiva; la inducción era un mito que había sido destruido por Hume”. (Popper, 1974:107)
El criterio de falsabilidad, entonces, establece la cientificidad de ciertas afirmaciones pero no desde el punto de vista de su significado, sino desde el criterio de racionalidad por excelencia y fundamento de el método científico, vale decir desde el desarrollo de la ciencia. Es evidente que este criterio de demarcación resulta a todas luces más operativo y defendible que el estrecho criterio verificacionista del significado, porque evita una avalancha de problemas que conlleva la posición del positivismo lógico. Pero, al mismo tiempo, abre un abanico de problemas y derivaciones nuevas que las mismas discusiones dentro de la tradición epistemológica se encargaron de mostrar, pero que Popper no estaba dispuesto a sostener. Para Popper, la tarea fundamental de la epistemología estaba dirigida a determinar los mecanismos por los cuales la ciencia progresa, es decir sus aspectos dinámicos, en lugar de los aspectos estructurales de las teorías científicas. Popper ha caracterizado el progreso científico de distintos modos, aunque todos basados en el mismo mecanismo básico de conjeturas y refutaciones: como el pasaje de explicaciones satisfactorias a explicaciones más satisfactorias aún, como incremento en el grado de verosimilitud o como un proceso evolutivo hacia la verdad, entendiendo ésta como
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una suerte de ‘idea regulativa’ y no como un fin accesible efectivamente. Popper considera como objetivo de la ciencia “encontrar explicaciones satisfactorias de todo aquello que se nos aparece como necesitando explicación” (Popper, 1972:180). El concepto de ‘explicación’ utilizado es el del Modelo Nomológico Deductivo de K. Hempel (Hempel, 1979). La sucesión de explicaciones implica progreso: “(…) toda vez que procedamos a explicar alguna ley o teoría mediante una nueva teoría conjetural de un grado mayor de universalidad, estamos descubriendo más acerca del mundo, y tratando de penetrar más profundamente en sus secretos” (Popper, 1974:196)
Pero estas explicaciones son cada vez más profundas en la medida en que van teniendo cada vez más contenido empírico y, por tanto, siendo más falsables. Es por ello que el otro modo de explicar el progreso científico está relacionado con el grado de verosimilitud. La idea popperiana acerca del progreso de acuerdo al grado de verosimilitud, se basa en el reconocimiento de la concepción semántica de la verdad de Tarsky (Popper, 1963: 273) como una teoría de la correspondencia de los enunciados con los hechos 1. En esta línea, Popper define como contenido absoluto de un enunciado al conjunto de las consecuencias lógicas del mismo. Así, el contenido de verdad de un enunciado consiste en el conjunto de sus consecuencias verdaderas, y el contenido de falsedad en el conjunto de sus consecuencias falsas.
1. Se ha señalado que Popper, en verdad, hace un uso indebido de la teoría de la verdad de Tarsky (cf. por ejemplo, Gómez, 1995, quien lisa y llanamente sostiene que Popper comprende mal dicha teoría).
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Una hipótesis o teoría científica será más verosímil que otra (es decir estará más cerca de la verdad) en algunos de los casos siguientes: si el contenido de verdad de una, pero no su contenido de falsedad, es mayor que el de la otra, o si el contenido de falsedad, pero no su contenido de verdad es menor que el de la otra. O dicho de otro modo, si se comparan dos teorías se aproxima más a la verdad aquella que tiene más consecuencias verdaderas sin tener más consecuencias falsas o la que tiene menos consecuencias falsas sin tener menos consecuencias verdaderas. La diferencia entre los contenidos de verdad y de falsedad corresponde al grado de verosimilitud. Pero Popper establece una relación inversa entre contenido y probabilidad, de modo que el contenido de cualquier enunciado (teoría o hipótesis incluidas) será tanto mayor, cuanto menor sea su probabilidad lógica y viceversa. De esta manera se puede definir la medida del contenido de un enunciado utilizando el cálculo de probabilidades, con lo cual parecería que, en principio, se podría establecer una versión cuantitativa del progreso científico como aumento de verosimilitud. Este modo de cuantificar el progreso de la ciencia ha recibido críticas desde diversos frentes (cf. por ejemplo Gómez, 1995:59 y sigs.), pero más allá de ello, estas dos maneras relacionadas y correlativas de explicar el progreso científico (la búsqueda de explicaciones más satisfactorias y el grado de verosimilitud) no hacen más que dar una justificación o fundamentación desde un punto de vista lógico, pero no se encuentra allí, y subiste la necesidad de, una explicación plausible de los mecanismos por los cuales se lleva a cabo tal desarrollo. De hecho Popper ha planteado ya desde sus primeros escritos que tal mecanismo no es otro que el de conjeturas y refutaciones. Sin embargo, plantear un mecanismo del desarrollo histórico que la historia misma de la ciencia se encarga de desmentir (cf. Lakatos, 1981), aparece tan sólo como ‘un golpe sobre la mesa’, situación que no se diluye argumentando prescriptivamente. El punto de vista evolucionista, a
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mi juicio viene a llenar tal hueco, pero no como una tercera forma de explicar lo mismo (Gómez, 1995) esto es el progreso científico, sino que constituye una verdadera filosofía evolucionista que subsume como un caso particular ese progreso. En este sentido la epistemología evolucionista consiste básicamente en el intento de dar una respuesta a la problemática del desarrollo histórico de la ciencia desde un punto de vista naturalista y viene a cerrar o completar de alguna manera el pensamiento popperiano. De cualquier modo, esta estrategia teórica está muy lejos de eliminar algunas tensiones internas. 1.2. Popper y la teoría de la evolución Popper ha mantenido un vínculo estrecho y peculiar con la Teoría de la Evolución (Cf. Popper, 1974). Si bien la utiliza profusamente, en principio mantuvo una actitud muy crítica sosteniendo que se trataba de un “programa metafísico de investigación” y llamando la atención acerca de que “la afirmación de que sobreviven los más aptos es circular o simplemente una tautología, por lo que carecería de apoyatura empírica”. Sin embargo, a partir de sus obras de fines de los años ’60, aunque mantiene la idea de que se trataría de un “programa metafísico de investigación” modificó su actitud hacia la teoría de la evolución y, al tiempo que intentó encontrar una versión ‘no tautológica’ de la misma, comienza a utilizar lo que llama un ‘enfoque evolucionista’, constituyendo, en verdad, una verdadera filosofía evolucionista. Este giro en el pensamiento popperiano es de suma importancia, no tanto por las modificaciones que éste pueda haber sufrido sino más bien porque a través de este nuevo enfoque unifica el conjunto de su filosofía. Alguien cercano a Popper describe así este cambio: “El rol influyente de Popper como filósofo de la biología, puede parecer sorprendente a aquellos que lo conocen prin-
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cipalmente como filósofo de la física, pues la biología fue apenas mencionada en su obra temprana. En rigor, la biología domina su obra tardía. Es el tema dominante de su Objective Knowledge: An Evolutionary Approach (1972), y de The Self and Its Brain (1977), y también juega un rol central en su autobiografía intelectual Unended Quest (1974)(…). Sin embargo su discusión pública de la biología, es comparativamente reciente. Ésta puede fecharse precisamente en la tarde del jueves 15 de noviembre de 1960. Ese día, los miembros de su seminario se habían dispuesto de la manera usual en torno a la gran mesa del viejo salón de seminarios en el cuatro piso del viejo edificio de la London School of Economics (actualmente desmantelado para hacer lugar para la expansión del Senior Common Room). Cuando apareció Popper, anunció que abandonaría el formato usual y que leería un trabajo suyo. El trabajo, que hablaba de “tres mundos”, de biología y que daba un apoyo calificado a la teoría hegeliana de la mente objetiva, tomó desprevenidos a los miembros del seminario. La subsiguiente discusión fue más desordenada que apasionada, y Popper, usualmente el hombre más persistente, no insistió en el tema. Ningún miembro del seminario podría predecir que había escuchado las primeras notas de un nuevo desarrollo de su pensamiento. Ninguno de ellos tenía algo más que un interés marginal en la biología. Y el mismo Popper, en su temprano bosquejo autobiográfico (para British Philosophy in Mid-Century y otros lugares) no hace virtualmente ninguna mención de la biología o de su filosofía.
Desde entonces, Popper ha continuado el desarrollo de sus ideas sobre al biología, trabajando con grandes golpes de ingenio, y por consiguiente ha generalizado y unificado toda su filosofía. Aunque los componentes fundamentales de su filosofía de la física -desarrollados en las décadas del veinte y del treinta- no han sido afectados por ese giro a la biología, sus presentaciones se han transformado, ellas están explicadas y tienen algunas correcciones menores. Se podría presentar el pensamiento popperianos anterior a 1960 como un incremento de temas: sus nuevos fundamentos para la lógica y su obra sobre el indeterminismo en física, sus contribuciones a la teoría de la probabilidad, todo
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ello podría presentarse como elaboraciones de su temprana obra sobre inducción y demarcación. Su nueva obra en filosofía de la biología, sin embargo, más que agregar temas, unifica todo el conjunto.(resaltado mío) La manera en que la biología integra su pensamiento se puede ver en su nueva formulación del problema central de la epistemología: “La tarea central de la teoría del conocimiento es comprender a éste como una continuación del conocimiento animal; y comprender también sus discontinuidades -si las hay- con el conocimiento animal.”(Bartley, 1982a) El punto de vista popperiano se trata, entonces, de un enfoque sumamente amplio, con el cual aborda diferentes niveles de análisis: a) en el ámbito propiamente epistemológico, le sirve para explicar el desarrollo y el progreso de la ciencia; b) en el campo más amplio de la teoría del conocimiento, para criticar al empirismo y proponer su propia teoría, según la cual el conocimiento en general, es parte del proceso adaptativo de los humanos; c) la evolución biológica, de acuerdo con la biología evolucionista, aunque proponiendo algunas modificaciones a la teoría de la evolución habida cuenta de algunos desajustes observados en la analogía utilizada; y d) a través del concepto de ‘evolución emergente’, construye una verdadera ontología que da sustento a los otros niveles de análisis: la teoría de los ‘tres mundos’. En resumen, hay cuatro niveles que son explicados desde un ‘punto de vista evolucionista’: el más general de la emergencia misma de los objetos del mundo; el de la aparición de la vida con su correlato de la multiplicidad creciente de especies; el del conocimiento en general y el del conocimiento científico en particular. En todos estos niveles, como se verá en las secciones siguientes, opera el mismo mecanismo genérico. @6 E)$,-e&(("a ,$' ,.%e-(
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Ya se ha señalado, en la presentación de este trabajo, que toda epistemología, aunque de un modo trivial, es una epistemología con sujeto. También se ha señalado que, en relación directa con su carácter trivial, esto no tiene nada de interesante. Pero esta cuestión deja de ser trivial inmediatamente, cuando se trata de determinar las condiciones y características de los sujetos y de la relación peculiar (cognitiva) que éstos establecen con los objetos del mundo. Por otro lado, como también se ha adelantado, salvo planteos relativistas extremos y escasos, toda epistemología es, en algún sentido relevante, una epistemología sin sujeto. Las ideas platónicas, por ejemplo, conformaban un mundo objetivo, autónomo y hasta más real que el mutable mundo empírico o mundo de los sentidos; las ideas no eran las ‘ideas de un sujeto’ y, su contemplación, vale decir, el verdadero conocimiento, estaba reservado a unos pocos que cumplieran con el camino de ascenso dialéctico hacia la idea suprema, la idea de Bien. Pero la autonomía, objetividad y realidad de este mundo inteligible no estaba atada de ninguna manera a los avatares de sujeto individual o colectivo alguno. En todo caso los individuos podían o no acceder a él, pero las ideas representaban el conocimiento absoluto, eterno e inmutable. Según Aristóteles, cuando se conoce algo, la mente y el objeto están informados por el mismo eidos. A pesar de que este modo de ver puede ser de alguna manera traducido en términos del modelo representacional de la modernidad, la inclinación básica del modelo aristotélico puede ser descrita mucho mejor en términos de participación: al ser informada por el mismo eidos, la mente participa en el ser del objeto conocido y no sólo lo representa. Pero, no obstante, esta teoría depende totalmente de la teoría de las formas, y una vez abandonada la explicación en estos términos esta concepción del conocimiento se hace insostenible. El ideal de ciencia demostrativa de Aristóteles se basaba en, y cobraba significación por, la asunción de una férrea metafísica. El Universo era un todo ordenado
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jerárquica y finalistamente. El conocimiento consistía en descubrir ese orden y deducir. La filosofía de Aristóteles fue quizá la más influyente de la antigüedad, no tanto por haber ostentado un carácter hegemónico a través de la antigüedad y la edad media, sino más bien por haber sido el interlocutor más importante de los filósofos modernos de Descartes en adelante. En los inicios de la modernidad, época signada por cambios profundos en todos los ámbitos de la vida humana, una de las grandes preocupaciones fue la naturaleza y origen del conocimiento. Pero aun el modo de comprender el conocimiento del ‘inventor de la subjetividad moderna’, R. Descartes, puede entenderse como una epistemología sin sujeto. Una epistemología en la cual Dios es el garante del conocimiento en la medida en que se sigan los pasos metodológicos correctos a partir de la captación de ideas claras y distintas. En la epistemología cartesiana el sujeto concreto e histórico, interviene a la hora de explicar no tanto el conocimiento, sino más bien el error. Los errores son concebidos como ‘lo otro’ del conocimiento en la medida en que constituye una instancia de precipitación del ánimo, es decir una consecuencia de la voluntad desmedida (infinita) por encima de un entendimiento humano limitado (finito). La ‘claridad y distinción’, es decir la evidencia, (requisito primero y básico del conocimiento genuino) están lejos de ser determinaciones psicológicas. Tales determinaciones, si bien van de la mano del nuevo modo representacionalista de concebir el conocimiento e implican una suerte de giro reflexivo respecto del aristotelismo, encuentran su fundamento metafísico (y metodológico) en el cogito. Por esa misma época, época de derrumbe y reconstrucción de saberes, F. Bacon arremete contra las “fuentes del error” que él llama idola o falsa imagen y que no son otra cosa que la interferencia del sujeto en el camino hacia el conocimiento. Los idola tribus, propios de la especie humana como tal, cuya mente imperfecta deforma las imágenes de las cosas, y tiene la tendencia a poner uniformidades y
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%$orden en las cosas donde en verdad no los hay. Los idola specus deformaciones o errores propios de la naturaleza psíquica, de la experiencia particular de cada individuo, que se encierra en sí mismo como se encierra el prisionero en la oscura caverna, según el famoso mito platónico de la República (y justamente por el recuerdo de este mito se designan con el nombre de idola specus). A causa de ellos, cada uno mira las cosas no en su real conformación, tal como son en el gran mundo luminoso de la naturaleza, sino las imágenes que tiene de ella, deformadas y oscurecidas por la refracción que han sufrido a través de su particular temperamento. Los idola fori (o sea del mercado, símbolo de las relaciones sociales) se refieren al carácter convencional de las palabras, la creencia en la existencia de cosas ficticias designadas por el lenguaje. Por último los idola theatri, las sugestiones ejercidas sobre las mentes por los sistemas filosóficos que se suceden en el escenario de la historia como fábulas teatrales, representaciones más o menos ficticias de la realidad. Al examen crítico del proceso de liberación del intelecto, sigue en el Novum Organon la delineación del método a que debe atenerse el científico para encontrar y afirmar la verdad sobre la naturaleza: es la teoría de la inducción. El desarrollo del empirismo bajo una lógica implacable (y, obviamente prekantiana), lleva a Hume al borde del escepticismo. Sin embargo, es posible mantener una certeza que excluya toda duda, y que garantice la objetividad más allá de los sujetos individuales o colectivos. Eso sí, tal certeza se limita a las cuestiones de hecho y a las relaciones entre ideas. Vale decir: quedan en el ámbito de las impresiones sensoriales (y sus ideas correlativas) y en el de la demostración lógica. Por su parte, y a despecho del ‘giro copernicano’, la epistemología kantiana implica también la postulación de una epistemología sin sujeto ya que el sujeto kantiano es trascendental y no psicológico o social. La Crítica de la Razón Pura establece las condiciones de posibilidad del conoci-
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miento humano; y las limitaciones al mismo allí desarrolladas, en el sentido de que el conocimiento tiene un comienzo empírico y un fundamento a priori, no constituyen una limitación transitoria y superable de la Razón científica, sino un elemento constitutivo único e insoslayable, por detrás del cual se yergue como testigo y sustento, mudo e inasible, la ‘cosa en sí’. Ya se ha visto en la primera parte de este trabajo de qué manera, en algún sentido importante, la CH defiende una epistemología sin sujeto. La separación entre contextos de descubrimiento y de justificación condena a toda apreciación psicológica o sociológica al papel de explicar los errores pero no los éxitos de la ciencia o, en última instancia, a dar cuenta de los mecanismos de interacción de los sujetos humanos científicos, pero dejando a salvo de estos avatares la instancia de justificación. Sólo las falencias y el carácter incompleto del conocimiento del Universo daban a la tarea una dimensión humana. La ciencia, como sistema de enunciados verdaderos, quedaba a salvo, pero también al margen del sujeto que la construía. El giro ‘fisicalista’ que le imprime Carnap a la CH reasegura la condición de epistemología sin sujeto.2 Como se ha visto, en todos estos autores – lo que no excluye a muchos otros no explicitados- es posible hablar en un sentido no trivial de epistemología sin sujeto. Sin 2. Las primeras versiones empiristas, sobre todo las que provenían de la línea de Mach, pretendían basar todo conocimiento, y en especial el científico, en la experiencia más inmediata, concebida como un ‘haz de sensaciones’. La posibilidad de reconstruir la totalidad de lo real a partir de las ‘vivencias elementales’ implicaba la existencia de proposiciones primeras que describieran sin ornamento alguno esas percepciones. Ahora bien, debido al carácter puramente intimista de tales experiencias no podía atribuírsele objetividad alguna. De allí que Carnap, bajo la influencia de O. Neurath, modificó su postura inicial, adoptando una base conceptual fisicalista como fundamento de su epistemología al considerar que el sentido de las proposiciones depende de la posibilidad de reducirlas a contenidos que versan sobre las propiedades y el comportamiento de los cuerpos físicos. (cf. supra, p. 29, la propuesta fisicalista.)
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embargo esta ausencia de sujeto, no reviste el mismo carácter para todos. Cabe entonces preguntar ¿en qué sentido peculiar, si es que lo tiene, Popper habla de ‘epistemología sin sujeto?. En principio la ‘anulación’ del sujeto pasa, en Popper, por atender sólo a los productos humanos, tomando en consideración la distinción que hace Frege: “Entiendo por pensamiento, no el acto subjetivo de pensar, sino su contenido objetivo…” (Popper, 1972:108). Vale decir que, en este sentido, epistemología sin sujeto y conocimiento objetivo, son sinónimos. La distinción clásica entre contexto de descubrimiento y de justificación es respetada. En lo que sigue se analizará esta posición de Popper comenzando por inscribirla en el marco teórico más amplio de su teoría de los tres mundos. 6 Te(+a de (, -+e, &.'d(,
La postulación por parte de Popper de una ‘epistemología sin sujeto cognoscente’ (tal es el título de una ponencia presentada al ‘Tercer Congreso Internacional de Lógica’ del año 1967 y publicada luego en Conocimiento Objetivo -Popper, 1972-) es el resultado de su teoría de los tres mundos. Ésta, a su vez, constituye una verdadera ontología, cuyos estadios constitutivos surgen de un mecanismo de desarrollo al que llama ‘evolución emergente’. Este mecanismo conlleva como elemento esencial la ‘aparición de novedades’ y algún mecanismo de restricción a tales novedades. La teoría darwiniana de la evolución aparece, en todo caso, como una aplicación específica de este mecanismo generalizado y
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universal.3 Según la teoría popperiana de los ‘tres mundos’, éstos se componen de la siguiente manera: “(…) primero, el mundo de los objetos físicos o de los estados físicos; en segundo lugar, el mundo de los estados de conciencia o de los estados mentales, o quizás, de las disposiciones comportamentales a la acción; y en tercer lugar, el mundo de los contenidos de pensamiento objetivo, especialmente, de los pensamientos científicos y poéticos y de las obras de arte” (Popper, 1972:106)
Estos estadios representan, además de la estructura ontológica de la realidad, el orden de aparición de los mismos en el devenir temporal. En efecto, el orden señalado por Popper, también representa, merced a un número variable de pasos intermedios, los ‘estadios de la evolución cósmica’, por orden de aparición. El mecanismo que rige tal irrupción en el mundo es el de la ‘evolución emergente’: “Cuando utilizo la idea confesadamente vaga de ‘evolución creadora’ o ‘evolución emergente’, pienso al menos en dos tipos distintos de hechos. En primer lugar, está el hecho de que en un universo en el que en un momento no existiesen otros elementos (según nuestras teorías actuales) más que, digamos, el hidrógeno y el helio, ningún teórico que conociese las leyes que entonces operaban y se ejemplificaban en este universo podría haber predicho todas las propiedades de los elementos más pesados que aún no habían surgido, 3. “(...) considero asimismo que el darwinismo es una aplicación de lo que llamo ‘lógica situacional’. El darwinismo como lógica situacional puede ser entendido como sigue. Supongamos que existe un mundo, un marco de constancia limitada, en el que hay entidades de variabilidad limitada. Entonces, algunas de las entidades producidas por variación (aquellas que ‘encajan’ en las condiciones del marco) pueden ‘sobrevivir’, mientras que otras (las que están en conflicto con esas condiciones) pueden ser eliminadas” (Popper, 1974:227)
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ni podría haber predicho su emergencia, por no hablar de todas las propiedades incluso de las más simples moléculas compuestas, como el agua. En segundo lugar, parece haber como mínimo las siguientes etapas en la evolución del universo, algunas de las cuales producen cosas con propiedades que son completamente impredictibles o emergentes: 1) La emergencia de los elementos más pesados (incluyendo los isótopos) y la emergencia de cristales y líquidos. 2) La emergencia de la vida. 3) La emergencia de la sensibilidad. 4) La emergencia (junto con el lenguaje humano) de la conciencia del yo y de la muerte (o incluso del córtex cerebral humano). 5) La emergencia del lenguaje y de las teorías acerca del yo y de la muerte. 6) La emergencia de productos de la mente humana como los mitos explicativos, las teorías científicas o las obras de arte.
Podría resultar útil (…) disponer algunos de estos estadios de la evolución cósmica en la siguiente tabla: Mundo 3 (los productos de la men- (6) Obras de arte y de ciencia te humana (incluyendo la tecnología) (5) Lenguaje humano. Teorías acerca del yo y de la muerte Mundo 2 (el mundo de las expe- (4) Conciencia del yo y de la muerriencias subjetivas) te (3) Sensibilidad (conciencia animal) Mundo 1 (el mundo de los objetos (2) Organismos vivos físicos) (1) Los elementos más pesados; líquidos y cristales (0) Hidrógeno y helio
(Popper, 1977:18). Los distintos niveles, desde el más elemental del hidrógeno y el helio (nivel 0) hasta el último de las obras de arte y de la ciencia (nivel 6) constituyen, cada uno, una nove-
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dad respecto del nivel anterior. Este modelo de ‘evolución cósmica’ sirve de fundamento, en la óptica popperiana, para la explicación del desarrollo científico, no solamente porque los productos científicos constituyen parte de uno de sus niveles, sino porque en ambos sistemas (en el cósmico general y en el de las ‘conjeturas y refutaciones’ propias de la ciencia) existe un isomorfismo fundamental: ambos funcionan sobre la base de la ‘novedad’ (de carácter emergente) y restricciones a la novedad. Pero este planteo popperiano, lejos de ser una ingenua taxonomía conduce a la necesidad de analizar con cierto detenimiento algunas cuestiones involucradas: por un lado las que se refieren a la articulación entre niveles, lo cual implica analizar la noción de emergencia –y, correlativamente la de ‘reducción-; y por otro lado determinar exactamente cuáles son los contenidos del mundo3, y qué relaciones se establecen entre los tres mundos. 3.1. Emergencia y reducción Entre emergencia4 y reducción se establecería, por lo menos en principio, una relación inversa y hasta de incompatibilidad. Afirmar la posibilidad de reducción implicaría que no hay emergencia entre un nivel y el siguiente y viceversa. Así plantea Popper el problema de la reducción, a partir de la siguiente tabla:
4. ‘Emergentismo’ se ha denominado a las doctrinas de autores como por ejemplo S. Alexander, Ll. Morgan, W. Wheeler, H. Bergson y otros. Estas doctrinas están conectadas a la pretensión de explicar la variedad, diversidad y novedad de los fenómenos sin recurrir a modelos de explicación mecanicistas, vitalistas o reduccionistas. Afirman, en general, que cada nivel del ser (esto es materia, vida y conciencia) presenta respecto del anterior alguna cualidad irreductible, es decir elementos que no son continuos con lo que fue antes.
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12) Nivel de los ecosistemas 11) Nivel de poblaciones de metazoos y plantas 10) Nivel de metazoos y plantas multicelulares 9) Nivel de tejidos y órganos (¿y de esponjas?) 8) Nivel de poblaciones de organismos unicelulares 7) Nivel de células y de organismos unicelulares 6) Nivel de orgánulos (y quizá virus) 5) Líquidos y sólidos 4) Moléculas 3) Átomos 2) Partículas elementales 1) Partículas subelementales 0) Lo desconocido: ¿partículas subsubelementales?
“La idea reduccionista que se esconde tras esta tabla es que los sucesos o cosas de cada nivel deberían explicarse en términos de los niveles más bajos” (Popper, 1977:19)
Popper acepta que sean concebibles y realizables las reducciones parciales exitosas, pero niega que pueda realizarse una reducción ‘final’: “De hecho, la tan mencionada reducción de la química a la física, por más importante que sea, dista mucho de ser completa y muy posiblemente sea incompletable” (Popper, 1977:21).
La aceptación-rechazo de la reducción depende, en el pensamiento popperiano, de la incorporación de la noción de ‘emergencia’, concepto cuya elucidación hace necesaria una breve digresión. Cuando menos analíticamente, habría que distinguir un concepto sustancialista u ontológico de emergencia de otro meramente cognitivo o metodológico. Según el primer punto de vista, las múltiples y diferentes estructuras que ocurren en el universo entero (incluido el mundo de lo orgánico) constituyen una larga cadena
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de ‘niveles’ que van incrementando su complejidad. Estos niveles son mutuamente irreductibles, dado que presentan rasgos cualitativamente nuevos, inesperados sobre la base de los niveles más bajos. Aquí, la emergencia aparece como una característica intrínseca de los nuevos hechos y eventos. Éstos no constituyen una mera suma de elementos preexistentes, sino que son únicos e irrepetibles, de modo que no pueden ser explicados sobre la base de los hechos ya conocidos. Las críticas más fuertes a este punto de vista, y que separan polarmente ambas formas de reduccionismo, provienen, básicamente, de posiciones como las de la CH en general y del positivismo lógico en particular, que defienden la posibilidad de un ‘reduccionismo’ fuerte. Hempel, entre otros, insiste en la necesidad de eliminar la “errónea idea de que ciertos fenómenos tienen una misteriosa cualidad de inexplicabilidad absoluta” (Hempel, 1953:335). La emergencia, sostiene, no es una propiedad de los objetos, estados, procesos y entidades, sino una propiedad de los conceptos y leyes de la ciencia, por lo cual dependen del status de las teorías y el lenguaje científico. No hay referente ontológico objetivo para la emergencia, sino que ella depende del poder explicativo y predictivo de las teorías en el campo específico de cierta ciencia. Sólo indica el alcance de nuestro conocimiento. Según este modo de ver las cosas, sólo se puede hablar metodológicamente de emergencia relativa, en el sentido de que cierta propiedad que parece emergente en términos de alguna teoría puede no ser emergente con respecto a contextos teóricos diferentes. Ellos admiten la emergencia de las leyes y teorías en el lenguaje de la ciencia, es decir la presencia de nuevos e impredecibles conceptos y leyes en el conocimiento científico, sólo en la medida en que ellos no sean considerados intrínsecamente nuevos, sino vistos como no reducibles a los sistemas standard de leyes y teorías. Uno de los ataques a la teoría de la emergencia metodológica sobre el supuesto de un reduccionismo ontológico proviene de Popper en su defensa del desarrollo del
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conocimiento como “un progreso sin reducción”. La posición de Popper en este respecto resulta peculiar. Si hemos de aceptar lo que él señala explícitamente, su posición no parece de ningún modo una restauración del emergentismo ontológico, sino un intento crítico de ofrecer un enfoque racional de la evolución emergente que evite lo pernicioso del reduccionismo, dado que el mismo es, para Popper, un sinónimo de inductivismo y determinismo. (cf., entre otros, “Sobre Nubes y relojes” en Popper 1972; 1977, cap.1; 1974, # 37 a 39 ). De tal modo que la suya es una emergencia circunscripta a un nivel lógico o cognitivo, es decir a elementos novedosos e impredictibles de conocimiento. Esta aparente tensión la resuelve negando la posibilidad de una reducción completa (en oposición al Círculo de Viena y la CH) pero manteniendo la necesidad de la reducción como un Programa de Investigación5: “Ahora bien, quiero dejar bien claro que, como racionalista, deseo y espero comprender el mundo, por lo que deseo y espero una reducción. A la vez, considero muy probable que no pueda haber tal reducción; es perfectamente concebible que la vida sea una propiedad emergente de los cuerpos físicos”.(Popper, 1972:265)
Unos años más tarde afirmará: “Esta idea reduccionista es interesante e importante, y cada vez que logramos explicar las entidades y sucesos de un nivel superior mediante los del nivel inferior, podemos hablar de 5. “Pero uno de los principales puntos de este capítulo [refiriéndose al último capítulo del Postscript] era la descripción y apreciación del rol desempeñado por los programas metafísicos de investigación, con ayuda de un breve esquema histórico mostré que a lo largo de las edades han ocurrido cambios en nuestras ideas relativos a cómo debería ser una explicación satisfactoria. Estas ideas cambiaron bajo la presión de la crítica. Así fueron criticables, aunque no contrastables. Y eran ideas metafísicas- de hecho, ideas metafísicas de la mayor importancia”.(Popper, 1974:202)
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un gran éxito científico y podemos decir que hemos contribuido substancialmente a la comprensión que tenemos del nivel superior. Como Programa de investigación, el reduccionismo no sólo es importante, sino que forma parte del programa de la ciencia, cuyo objetivo es explicar y comprender” (Popper, 1977:20).
El lugar de la ‘emergencia’ en el desarrollo del conocimiento y en la filosofía popperiana en general no está exento de generar ciertas tensiones internas, y se encuentra necesariamente ligado con varias cuestiones tales como: la adecuación al modelo evolucionista que utiliza; el resguardo de la compatibilidad entre ese modelo y el pensamiento y la epistemología general de Popper; el análisis de sus reglas epistemológicas básicas y los límites de su aplicabilidad. Quizá sobrellevar las tensiones que tal concepto entraña, sea parte del precio que el sistema popperiano debe pagar en virtud del papel fundamental que le tiene reservado a la ‘emergencia’, y a su correlato el punto de vista evolucionista, en la explicación de la relación mente-cuerpo (cf. Popper, 1972- “Sobre nubes y relojes”, sección XXIII- y 1977, sobre todo el capítulo P2). La defensa del emergentismo, por parte de Popper, va en paralelo con el rechazo del determinismo y, obviamente del reduccionismo (cf. Popper, 1972, 1974b, 1977). La argumentación en favor de la emergencia como impredictibilidad, sobre todo en defensa de sus críticos reunidos por Popper en tres grupos- deterministas, atomistas y ‘partidarios de una teoría de capacidades o potencialidades’ (Popper, 1977)-, se basa en el señalamiento de los nuevos elementos indeterministas en los cuales se fundamenta buena parte de ciencia actual.6 Por otra parte Popper señala 6. Muchos autores han señalado que la existencia de elementos impredictibles en el conocimiento -lenguajes científicos que determinen factores no acumulativos- no necesariamente implican una negación del determinismo (cf. Feigl y Meehl, 1974, Nagel, 1967). La impredictibilidad de propiedades de los compuestos químicos complejos u orgánicos, organismos y grupos sociales sobre
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que la reducción sólo puede ser llevada adelante si fuera posible definir los conceptos de las teorías a reducir en términos de los conceptos de la teoría a la que es reducida. Pero, se ha señalado, que “dado que la definibilidad es una condición necesaria pero no suficiente, la emergencia en el sentido de impredictibilidad o no derivabilidad puede sin embargo darse, aun si la condición de definibilidad es satisfecha. El problema de la emergencia es, por eso, una cuestión empírica y no una cuestión lógica como Popper insiste” (Egidi, 1986)7. Resta realizar aun algún comentario acerca de si efectivamente, y más allá de sus dichos, Popper defiende tan sólo una emergencia cognitiva o lógica solamente, o, por el contrario, el despliegue de las consecuencias de su pensamiento lo lleva a tener que suponer, quizá a su pesar, algún fundamento ontológico o sustancialista de tal emergencia. Resulta cuando menos interesante el hecho de que Popper, tan afecto a relegar-rescatar la categoría de ‘programa de investigación’ (también calificará así a la teoría darwiniana de la evolución) no la haya utilizado para calificar su programa emergentista, un expediente ‘sencillo’, que lo hubiera puesto a resguardo, al menos en principio, de tener que hacerse cargo de un emergentismo sustancialista. Sería esta una buena solución posible, ya que, teniendo en cuenta que para Popper el proceso del conocimiento es infinito e inacabable, la emergencia y la reducción no serían más que la base de las propiedades de sus partes componentes, tales como elementos químicos, células o personas individuales, sería un problema lógico, basado en los patrones de la lógica de las relaciones entre el todo y la parte, y sobre un modelo nomológico deductivo de explicación científica. Por ello, ‘emergencia’ en el sentido de impredictibilidad implica la imposibilidad de reducción de las partes al todo, p.e. deducción de las propiedades de las partes de las propiedades de las totalidades. Pero impredictibilidad y no derivabilidad no son, en ningún sentido, un argumento contra el determinismo, esto es, contra la posibilidad de explicación de totalidades orgánicas por medio de teorías deterministas. 7. Un análisis relativamente detallado de esta problemática se puede hallar en Egidi, 1986 y Vollmer, 1983.
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dos polos de tensión antitéticos e irreductibles metodológicamente, pero sobre todo, en lo concerniente al desarrollo histórico del conocimiento humano. Es decir que funcionarían como ‘programas de investigación’ o como verdaderas ideas regulativas en el sentido kantiano. Reforcemos de cualquier modo algo ya señalado. Hay dos elementos que parecerían indicar que el pensamiento popperiano necesita suponer la emergencia desde un punto de vista ontológico. El primero de ellos, quizá el más débil, se refiere a la autonomía y objetividad del mundo tres. Por otro lado, y este es el elemento más fuerte, es muy posible que el papel que la emergencia juega en la estructura del pensamiento popperiano está irremediablemente encadenado a su solución del problema mente-cuerpo. La emergencia de la mente no parece admitir otra solución, habida cuenta de las premisas aceptadas. (cf. Popper, 1978, 1972, 1977) 3.2. El ‘tercer mundo’ o la ‘biblioteca de Babel’ El mundo3 popperiano nos recuerda al Borges que escribía en “La biblioteca de Babel” de su libro Ficciones: “Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basílides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito”. La teoría de los tres mundos tiene implicancias fundamentales para la epistemología, y Popper establece seis tesis –tres principales y tres derivadas- sobre la misma:
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“(…) el conocimiento científico pertenece al tercer mundo, al mundo de las teorías objetivas, de los problemas objetivos y de los argumentos objetivos. (…) Mi primera tesis entraña la existencia de dos sentidos de conocimiento o pensamiento: (1) conocimiento o pensamiento en sentido subjetivo que consiste en un estado mental o de conciencia, en una disposición a comportarse o a reaccionar y (2) conocimiento o pensamiento en sentido objetivo que consiste en problemas, teorías y argumentos en cuanto tales. (…). Mi segunda tesis consiste en afirmar que lo que es relevante para la epistemología es el estudio de los problemas científicos objetivos, (…) el estudio del tercer mundo del conocimiento objetivo, en gran medida autónomo, es de importancia decisiva para la epistemología. (…). Pero tengo una tercera tesis. Es la siguiente: una epistemología objetivista que estudie el tercer mundo puede contribuir a arrojar muchísima luz sobre el segundo mundo de la conciencia subjetiva; especialmente, sobre los procesos de pensamiento subjetivos de los científicos. Pero la conversa no es verdadera”. (Popper, 1972:107 y sigs.)
Esta tesis popperiana se inscribe claramente en la tradicional división entre contextos de descubrimiento y justificación, haciendo hincapié en que las cuestiones del primero no son relevantes para el segundo aunque sí sostiene la inversa. De hecho Popper explicita y refuerza esta idea: “Todas ellas pueden formularse diciendo que en la actual situación problemática de la filosofía, pocas cosas son tan importantes como la conciencia de la distinción entre las dos categorías de problemas –problemas de producción por un lado, problemas relativos a las estructuras mismas producidas por el otro. Mi segunda tesis afirma que hemos de constatar que la segunda categoría de problemas, los relativos a los productos mismos, es casi en todos los sentidos más importante que la primera – los problemas de producción. Mi tercera tesis dice que los problemas de la segunda categoría son básicos para comprender los problemas de
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producción(…) En su aplicación a lo que puede denominarse ‘conocimiento’, mis tres tesis pueden formularse del modo siguiente: 1) Deberíamos tener siempre en cuenta la distinción que hay entre los problemas relacionados con nuestras contribuciones personales a la producción de conocimiento científico, por una parte, y los problemas relacionados con la estructura de los diversos productos, como teorías o argumentos científicos, por la otra. 2) Deberíamos constatar que el estudio de los productos es mucho más importante que el estudio de la producción, incluso para comprender la producción y sus métodos. 3) Podemos aprender más sobre la heurística y la metodología e incluso sobre la psicología de la investigación estudiando las teorías y los argumentos en pro y en contra que empleando un método directo conductista, psicológico o sociológico. En general, podemos aprender muchísimo sobre el comportamiento o la psicología mediante el estudio de los productos”. (Popper, 1972:113)
Aceptar este planteo popperiano implica sobrellevar ciertas dificultades para acomodarlo de un modo ortodoxo en la línea de la epistemología naturalizada (cf. Capítulo III supra). Esto parece ser, en buena medida efectivamente así, dados los fundamentos de ésta en el sentido de abandonar las intenciones prescriptivas (y fundacionalistas) de la epistemología, habida cuenta del fracaso expuesto por el programa cartesiano en conjunto. Pero también es una señal de tensiones internas en el pensamiento popperiano o, cuando menos, del establecimiento de una relación peculiar entre epistemología y ciencia a la hora de proponer un modelo evolucionista, punto que se desarrollará luego. Tres ‘tesis de apoyo’ completan a las tres primeras: “(…) La primera de ellas afirma que el tercer mundo es un producto natural del animal humano, comparable a una tela de araña. La segunda tesis de apoyo (que por cierto es una tesis casi crucial) afirma que el tercer mundo es autónomo en gran medida, aunque actuemos constantemente sobre él y éste a su vez, actúe sobre nosotros: es autónomo a pesar de
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ser un producto nuestro y de tener un fuerte efecto de retroalimentación sobre nosotros; es decir, sobre nosotros en cuanto inquilinos del segundo e incluso del primer mundo. La tercera tesis de apoyo afirma que el conocimiento se desarrolla mediante esta interacción entre nosotros y el tercer mundo, existiendo una estrecha analogía entre el crecimiento del conocimiento y el crecimiento biológico; es decir, la evolución de animales y plantas” (Popper, 1972:107 y sigs.)
Si bien Popper hace sólo consideraciones genéricas acerca de lo que llama ‘inquilinos del tercer mundo’, establecer claramente quiénes son éstos, no resulta una cuestión meramente accesoria, sino, que por el contrario, se derivan de ello consecuencias cualitativas importantes. Popper señala: “(…) el mundo de los contenidos de pensamiento objetivo, especialmente, de los pensamientos científicos, poéticos y de las obras de arte. (…) Entre los inquilinos de mi ‘tercer mundo’ se encuentran especialmente los sistemas teóricos y tan importante como ellos son los problemas y las situaciones problemáticas. Demostraré también que los inquilinos más importantes de este mundo son los argumentos críticos y lo que podríamos llamar- por semejanza con los estados físicos o los estados de conciencia- el estado de una discusión o el estado de un argumento crítico, así como los contenidos de las revistas, libros y bibliotecas. (…) el conocimiento científico pertenece al tercer mundo, al mundo de las teorías objetivas, de los problemas objetivos y de los argumentos objetivos”.(Popper, 1972:106)
Más adelante sostiene que: “(…)[Platón] no se percató de que el tercer mundo no sólo contenía nociones o conceptos universales, como el número 7 o el 77, sino también verdades matemáticas o proposicio-
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nes, como por ejemplo, ‘7 por 11 es igual a 77’, e incluso proposiciones tales como ‘7 por 11 es igual a 66’, así como todo tipo de proposiciones o teorías no matemáticas” (Popper, 1972:150)
Algo similar expresa en El yo y su cerebro : “Por mundo3 entiendo el mundo de los productos de la mente humana, como las historias, los mitos explicativos, las herramientas, las teorías científicas (sean verdaderas o falsas), los problemas científicos, las instituciones sociales y las obras de arte. Los objetos del Mundo3 son obra nuestra, aunque no siempre sean el resultado de una producción planificada por parte de hombres individuales”. (Popper, 1977:44)
Sin embargo, hay un detalle sumamente importante en cuanto a los contenidos del mundo3, a saber: “(…) Afirmo además que, aún cuando este tercer mundo sea un producto humano, hay muchas teorías, argumentos y situaciones problemáticas en sí mismos que nunca han sido producidos o entendidos por el hombre y puede que nunca lo sean. (…) Una gran parte del tercer mundo objetivo de teorías, libros y argumentos actuales o posibles (resaltado mío), surgen como subproducto involuntario de los libros y argumentos realmente producidos.” (Popper, 1972:115)
Más adelante, en “Sobre la teoría de la mente objetiva”, señala: “Aunque sea hecho por el hombre, el tercer mundo (tal como entiendo yo este término) es sobrehumano por cuanto que sus contenidos son objetos de pensamiento virtuales más bien que actuales, en el sentido de que tan sólo puede conver-
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tirse en objetos actuales de pensamiento un número finito de los infinitos objetos virtuales. No obstante hemos de guardarnos mucho de interpretar estos objetos como pensamientos de una conciencia sobrehumana como fue el caso, por ejemplo, de Aristóteles, Plotino y Hegel”. (Popper, 1972:152)
Los dos últimos párrafos parecen señalar que el mundo3 es una verdadera ‘biblioteca de Babel’ en la cual están todos los libros (enunciados) posibles. Refuerza esta suposición el hecho de que Popper toma, para ilustrar su posición, ejemplos de sistemas matemáticos como el de los números naturales o las tablas logarítmicas. Sin embargo, en la medida en que éstos son sistemas axiomáticos, no parece haber allí dificultad alguna en considerar infinitas consecuencias posibles. De hecho, sistemas como el de los números naturales o los logaritmos contienen infinitos elementos. Ahora bien, qué ocurre con los enunciados referidos al mundo empírico. Si ocurriera algo semejante la empresa científica sería un constante vagar por los infinitos pisos y salas de la fantástica biblioteca que Borges imaginó. Como quiera que sea, no queda demasiado claro el alcance que tienen este mundo3, porque por otro lado sostiene: “(…) Considero al mundo3 como siendo esencialmente el producto de la mente humana. (…) y el mundo3 tiene su historia. Es la historia de nuestras ideas; no sólo una historia de su descubrimiento, sino también una historia de cómo nosotros las hemos inventado: cómo las hicimos, y cómo ellas reaccionaron sobre nosotros y cómo nosotros reaccionamos frente a estos productos de nuestro propio hacer” (Popper, 1974:250)
Llegados a este punto queda claro que establecer el alcance del contenido del mundo3 es una necesidad de primer orden para la suerte del planteo popperiano. Sin
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embargo, esta cuestión no queda definitivamente esclarecida. La solución para esta tensión parece ser que el alcance de la virtualidad de los enunciados posibles está referida tan sólo a la verosimilitud, vale decir a los contenidos de verdad y falsedad en tanto consecuencias deducibles de una teoría. Pero aun así resulta un mundo superpoblado, dado que también están las teorías falsas y todas las consecuencias lógicas de las teorías, consecuencias que son potencialmente infinitas. Evidentemente la respuesta de Popper será que el mecanismo de ensayo y error (conjeturas y refutaciones) desbastará este paraíso tropical y superabundante de afirmaciones. De cualquier manera la ‘selección’ de las mejores explicaciones en este panorama parece remitir nuevamente a la biblioteca de Borges: (…) Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos, los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron… Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias)pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero. J.L.Borges, “La biblioteca de Babel”, en Ficciones
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Evidentemente la historia de la ciencia no nos muestra científicos que corran indiscriminada y alocadamente por los infinitos pasillos, galerías y estanterías de la biblioteca de Babel. Y esto no es así aún bajo los supuestos falsacionistas, según los cuales el progreso científico, en la medida en que la verdad de las teorías funciona como una suerte de idea regulativa, operante pero inalcanzable, se resuelve en la obtención de teorías cada vez más excluyentes, es decir que, en la medida en que ‘prohíban’ más, tengan más contenido empírico. En la última sección de este capítulo se volverá sobre este punto, luego de analizar las características de autonomía y objetividad del mundo3. 3.3. Objetividad y autonomía del mundo3 El mundo3 es presentado por Popper como gozando de una autonomía (relativa) a la vez que constituyendo un mundo objetivo: “Una gran parte del tercer mundo objetivo de teorías, libros y argumentos actuales o posibles, surgen como subproducto involuntario de los libros y argumentos realmente producidos. También podemos decir que es un subproducto del lenguaje humano. El propio lenguaje es, como el nido de un pájaro, un subproducto involuntario de acciones orientadas a otros fines (…)De este modo puede surgir todo un nuevo universo de posibilidades o potencialidades- un mundo en gran medida autónomo. (…) La idea de autonomía es fundamental para mi teoría del tercer mundo: aunque sea un producto humano, una creación del hombre, a su vez crea, como otros productos animales, su propio campo de autonomía. (…) sugiero la posibilidad de aceptar la realidad o (como también puede decirse) la autonomía del tercer mundo y, a la vez, admitir que éste se constituye como producto de la actividad humana. Incluso se puede admitir que el tercer mundo es un producto humano a la vez que sobrehumano
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en un sentido muy claro. Trasciende a su productor” (Popper, 1972:115 y ss.)
En verdad, si bien por un lado Popper considera a toda obra humana como integrante del mundo3, lo cual requiere un análisis detallado que luego se abordará, por otro lado otorga un lugar preponderante y casi excluyente a las teorías, argumentos y problemas. De allí que el lenguaje humano resulte un elemento fundamental en la constitución misma de este mundo3 a partir de sus propiedades o funciones, sobre todo con vistas a justificar la actuación humana a través de las conjeturas y refutaciones. Popper considera que sin el desarrollo de un lenguaje descriptivo exosomático- es decir un lenguaje que, como las herramientas, se desarrolle fuera del cuerpo-, la discusión crítica carece de objeto. Al mismo tiempo el desarrollo de un lenguaje descriptivo (y además escrito) posibilita la emergencia de un tercer mundo lingüístico, junto con los problemas y normas de crítica racional. Según Popper la humanidad y la razón misma se apoyan en las funciones superiores del lenguaje, en la medida en que identifica el poder de la razón con el poder de la argumentación crítica. En El yo y su cerebro, Popper establece las funciones del lenguaje: “(…) 1) La función expresiva consiste en una expresión exterior de un estado interno. Incluso los instrumentos simples, como los termómetros o los semáforos ‘expresan’ sus estados en este sentido. Con todo, no sólo los instrumentos, sino también los animales (y a veces las plantas) expresan su estado interno mediante su conducta. Asimismo ocurre con los hombres, como es natural. De hecho, cualquier acción que emprendamos, y no sólo el uso del lenguaje, es un modo de autoexpresión. 2) La función señalizadora (…) presupone la función expresiva y, por consiguiente, se sitúa en un nivel superior. El termómetro puede señalarnos que hace mucho frío. El semáforo es un instrumento señalizador (por más que pueda funcionar a horas en que puede no haber coches por
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ahí). Los animales, los pájaros en especial, suministran señales de peligro; e incluso las plantas hacen señales (a los insectos, por ejemplo). Finalmente, cuando nuestra autoexpresión (sea lingüística o de otro tipo) conduce a una reacción en un animal o en un hombre, podemos decir que ha sido tomada como una señal. 3)La función descriptiva del lenguaje presupone las dos funciones inferiores. Sin embargo, lo que la caracteriza es que, además de expresar y comunicar (cosa que puede constituir un aspecto realmente poco importante de la situación), realiza enunciados que puede ser verdaderos o falsos; esto es, se introducen los criterios de verdad o falsedad. (Podemos distinguir una parte inferior de la función descriptiva en la que las descripciones falsas caen más allá del poder de abstracción del animal -¿las abejas?-. También encajaría aquí un termógrafo, ya que describe la verdad si no se estropea). 4) La función argumentadora añade los argumentos a las otras tres funciones inferiores, con sus valores de validez e invalidez”. (Popper, 1977:67)
Ahora bien, y retomando la cuestión de la objetividad (y autonomía) del mundo3, resulta necesario distinguir cuando menos dos sentidos relacionados pero diferentes de objetividad: a)por un lado, en un sentido casi ‘antropológico’, la objetividad del tercer mundo consiste, para Popper, en la concreción de los contenidos de la mente humana, sea en forma de obras de arte, edificios, teorías científicas o sistemas políticos. Pero, por otro lado y en un sentido epistemológico, b) la objetividad derivada del realismo epistemológico y correlativamente, la convicción de que es posible construir un conocimiento al margen de las determinaciones individuales y sociales. Si se analiza el concepto en el sentido (a), aparecen inmediatamente dos cuestiones: por un lado la necesidad de establecer una distinción -que Popper sólo hace por omisión privilegiando las teorías y argumentos- entre los distintos tipos de objetos que pueblan el mundo3; por otro lado las consecuencias de lo que se ha llamado, más arriba, el problema de la biblioteca de Babel. Por su parte el punto (b) recibirá en Popper una ‘solu-
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ción’ peculiar: una suerte de objetividad institucional apoyada en la mecánica de las conjeturas y refutaciones. Inmediatamente se abordarán, y en el mismo orden, estos tres grupos de problemas. Respecto de la distinción cualitativa entre los objetos del mundo3 es necesario señalar una cuestión básica. Por un lado están los objetos efectivamente producidos por la especie humana; ellos constituyen la historia de la humanidad, el espíritu objetivo hegeliano: las diversas formas culturales, las catedrales, los instrumentos, los sistemas políticos, etc. Por otro lado, los enunciados virtuales o posibles desde un punto de vista lógico. La historia de la ciencia es sólo la historia de los enunciados efectivamente ‘emitidos’, vale decir, de aquella insignificante porción de enunciados –verdaderos y/o falsos- elegidos de entre los infinitos posibles. De este modo, el problema de la biblioteca de Babel deja de ser una cuestión puramente lógica y se convierte en el problema básico de la epistemología popperiana (y muchas otras): cómo es el desarrollo de la ciencia, es decir de qué modo surgen y, sobre todo de qué modo se eligen y se aceptan los enunciados científicos efectivamente emitidos. Comienza a asomar lo que más abajo será desarrollado con la denominación de ‘el primer problema de Popper’, que por ahora sólo será enunciado como sigue: explicar el progreso de la ciencia y, de hecho el carácter racional del mismo- sin atender a los condicionantes históricos, subjetivos, sociales, etc., operantes en la construcción del conocimiento. En suma explicar un proceso histórico en términos lógicos. 3.4. Otra vez la biblioteca de Babel Como ya se ha señalado el mundo3 goza de autonomía, además de ser objetivo. Las relaciones entre éste y el mundo1, es decir el de las cosas físicas o de los estados físicos, se realiza a través de la mediación del mundo2, es decir el de los estados mentales. De hecho hay un campo de interacciones entre los mundos1 y 2 conocido como el problema
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mente-cuerpo, extensamente desarrollado por Popper, aunque no interesa en lo fundamental aquí. Queda aún por ver el ‘problema de la biblioteca de Babel’. Hay que señalar que el mundo3 sería ‘objetivo’ en un sentido peculiar. No tanto en cuanto a la posibilidad de constituirse al margen de las determinaciones subjetivas o sociales como una descripción del mundo ‘tal como él es’, sino por el hecho de contener todos los enunciados posibles. Es cierto que, para Popper, lo que determina la racionalidad del proceso es la contrastación, pero, así como no es posible asegurar la verdad de una teoría en virtud de los postulados falsacionistas, tampoco es posible contrastar todos los enunciados posibles. El problema parece tener o bien una solución metafísica o bien trasladarse a otra instancia. La solución metafísica consistiría en señalar que la historia de la humanidad es poco más que el descubrimiento de los enunciados posibles ya contenidos en el mundo3 (una solución algo platónica y también algo hegeliana). La otra posibilidad es aceptar que en la economía de los enunciados efectivamente utilizados y emitidos históricamente, intervienen otras instancias de selección y aceptación. Si esto fuera así obligaría a redefinir las funciones y, sobre todo los alcances del mundo2; una posibilidad no compatible con la propuesta popperiana. Planteado de otro modo, resulta un verdadero dilema. O bien el mundo3 es como la biblioteca de Babel o bien no lo es. Si lo es, no se ve de qué manera se explica la elección que la humanidad ha hecho y actualmente hace de los enunciados efectivamente emitidos, salvo que se acepte la solución metafísica planteada más arriba. Si no lo es, es decir que el mundo3 constituye un recorte de las afirmaciones lógicamente posibles, debe explicarse en virtud de qué criterios se hace este recorte. Popper fundamenta la racionalidad del proceso en el mecanismo de conjeturas y refutaciones y, por supuesto desdeña la entidad del problema. Pero aquí surge otro problema poco menos que insalvable. Por un lado, para Popper, de ningún modo se pue-
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de probar la verdad de una teoría (en sentido estricto, ni siquiera de los enunciados observacionales) y, por otro lado, el objetivo de la ciencia es acercarse a la verdad paulatina aunque asintóticamente. La solución popperiana a esta cuestión pasa por su postulación de la verosimilitud, tesis que ha sufrido una avalancha de objeciones. Newton-Smith llega a sostener que “Popper, en sus propios términos, tiene que contemplar la ciencia como una actividad irracional” (Newton-Smith, 1987:58), en la medida en que la verosimilitud no provee principios de comparación racionalmente justificables que permitan elegir entre dos teorías rivales. La estrategia de la verosimilitud, por tanto no soluciona lo que he denominado el problema de la biblioteca de Babel, lo cual conduce desde otro punto de partida a la controvertida tesis de la inconmensurabilidad entre teorías. En efecto, la versión de la inconmensurabilidad que aparece en La Estructura de las Revoluciones Científicas (Kuhn, 1970)8 parece implicar la imposibilidad de comprender dos paradigmas desde un punto de vista externo a los mismos –y, en tal sentido, privilegiado-. Por lo tanto, la elección entre ambos se realiza sobre la base de, en buena parte, decisiones no racionales. La ‘oferta’ infinita de enunciados y teorías, a que conduce el punto de vista popperiano, parece tener la misma consecuencia. Respecto de la objetividad entendida como el desarrollo de un saber al margen de las determinaciones históricas, sociales y psicológicas, para Popper, es posible gracias al método de las conjeturas y refutaciones. La falsabilidad como criterio permite que después de todo, según Popper, 8. Es este un tema que ha generado un sinnúmero de controversias, tanto sustantivas en el sentido de defender o atacar la inconmensurabilidad entre teorías como en cuanto al verdadero alcance de la idea propuesta por Kuhn en esta, su obra más conocida. Más allá de que Kuhn haya sostenido que se lo ha malinterpretado, lo cual ha ocurrido efectivamente, lo cierto es que fue modificando su idea de inconmensurabilidad hasta reducirla a un problema de intraducibilidad (cf. Kuhn, 1991).
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si el científico no somete a crítica sus afirmaciones otro lo hará por él. En su conocida polémica de los años ’60 con T. Adorno (cf. Adorno y otros, 1972) volvió a sentar su posición. En principio sostiene que no hay ninguna diferencia en términos de objetividad entre las ciencias naturales y las sociales y, habida cuenta de que Popper cree que los peligros que acechan a la objetividad científica resultan de las características individuales de los científicos (su obstinación, sus pasiones, etc.), considera que la objetividad científica puede ser descrita como la intersubjetividad9 del método científico. El método de las conjeturas y refutaciones resulta así el garante de la objetividad en la medida en que existen instituciones científicas desarrolladas a tal fin 10: “Para resumir estas consideraciones, se podría decir que lo que designamos por ‘objetividad científica’ no es un producto de la imparcialidad del científico individual, sino un producto de carácter social o público del método científico; y la imparcialidad del científico individual, en la medida en que ella exista, no es la fuente sino el resultado de esta objetividad social e institucionalmente organizada de la ciencia” (Popper, 1966:388)
3.5 A modo de ‘epistemología ficción’ ¿Qué pasaría al interior del punto de vista popperiano si el mundo3 no fuera un mundo lógico sino histórico? Vale decir que ese mundo3 contuviera no ya todos los enunciados posibles sino tan sólo los posibles en un momento dado. De hecho el mundo 3 contiene todos los productos humanos, como por ejemplo las catedrales, las obras de 9. Sobre este punto de vista popperiano en relación con la ideología y la sociología del conocimiento y las diferencias entre ciencias sociales y naturales cf. Lowy, 1986. 10. Sobre tensiones interiores en el pensamiento popperiano y críticas a este punto de vista cf. Lowy, 1986, p.43 y ss.
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arte o los códigos morales; del mismo modo podría contener todos los enunciados efectivamente emitidos por la humanidad, más un plus de derivaciones posibles, variable aunque no infinito. Es muy probable que en el pensamiento popperiano una concesión así sea impensable porque en la medida en que debe echarse mano a las prácticas de los científicos se borronean los límites con el mundo 2, es decir que debería pensarse en un mundo 2 que incluya al 3 o, quizá con más propiedad un mundo 3 que contemple al 2. En el Apéndice se volverá sobre este punto. 6 La -e(+a )())e+$a'a de a e/(.c$' b$("$ca
La estrategia de Popper con respecto a la teoria biológica de la evolución nos recuerda el mito griego de Procusto, quien tenía estatura y fuerzas prodigiosas y atraía a su mansión a los viandantes para robarles y hacerles sufrir suplicios atroces. Les tendía sobre un lecho de hierro y si sus piernas excedían los límites del mismo, cortaba con un hachazo la porción sobrante; si, por el contrario, las piernas resultaban cortas las estiraba hasta que dieran la longitud del lecho fatal De hecho todos los epistemólogos evolucionistas intentan establecer ciertas analogías de mayor o menor compromiso ontológico y mayor o menor meticulosidad entre la teoría de la evolución darwiniana y la evolución conceptual, el desarrollo de las teorías o el conocimiento en general. Sin embargo la relación que se establece entre el modelo original y el análogo para la construcción de la analogía es sumamente variada. Por ejemplo para Toulmin, el darwinismo proporciona una analogía explicativa, lo mismo que para Kuhn aunque en un sentido distinto y sin ser éste un epistemólogo evolucionista. En cambio para Popper no se trata de una analogía o de una extrapolación de un ámbito a otro, sino de que ambos procesos son explicados
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por la misma teoría porque tanto la evolución biológica como la del conocimiento, son procesos adaptativos (de los organismo y de las teorías respectivamente). Pero, además, la propuesta de Popper reviste un carácter más radical en el sentido de que el modelo original es su concepción del conocimiento y, sobre esa base, pretende reconstruir o retocar la misma teoría de la evolución 11 aun en aspectos que establecen fuertes tensiones cuando no directamente incompatibilidad con la teoría biológica aceptada y reconocida por la comunidad científica. Nótese que en vez de utilizar a la ciencia para las explicaciones epistemológicas, lo cual encajaría en la propuesta de naturalización ortodoxa, Popper realiza un proceso inverso y modifica según su necesidad el modelo científico de explicación. En este sentido, y por una decisión acerca del orden de la exposición, se desarrolla aquí en primer lugar la teoría evolucionista tal como la entiende Popper, aunque en rigor de verdad, es fundamental y primera desde un punto de vista lógico la teoría acerca de las conjeturas y refutaciones que se desarrollará luego. La teoría de la evolución ocupa, obviamente, un lugar central en la epistemología evolucionista popperiana. Ella inspira el modelo general de la ‘evolución emergente’, a través del cual se explican todos los niveles, desde el nivel físico más elemental hasta el de las sutilezas de las teorías científicas. Sin embargo, y como se ha dicho, Popper ha mantenido desde sus primeras obras una actitud crítica respecto de la teoría de la evolución calificándola de tautológica:
11. A este respecto, Ruiz y Ayala (Ruiz y Ayala, 1998:112) señalan, a mi juicio y por lo menos en cuanto a Popper se refiere, equivocadamente, que "tanto Popper como Campbell toman el modelo biológico de evolución y lo llevan a la evolución de las ideas, sino que hacen un círculo completo, regresan de la evolución conceptual a la evolución biológica y hacen propuestas de modificación de la teoría evolutiva a partir de lo encontrado en la evolución conceptual".
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“Totalmente al margen de las filosofías evolucionistas, lo chocante de las teorías evolucionistas es su carácter tautológico o cuasi tautológico; la dificultad estriba en que el darwinismo y la selección natural, a pesar de su inmensa importancia, explican la evolución mediante “la supervivencia del más apto” (expresión debida a Herbert Spencer). Sin embargo, no parece haber mucha diferencia -si es que la hay- entre decir “los que sobreviven son los más aptos” y la tautología “los que sobreviven son los que sobreviven”. Esto es así porque me temo que no haya más criterio de aptitud que la supervivencia efectiva, de manera que del hecho de que haya sobrevivido un organismo, concluimos que era el más apto o el más adaptado a las condiciones vitales”. (Popper, 1972:223)
Pero a pesar de todo, su valoración de la teoría de la evolución y su utilización, obligó a Popper a encarar una estrategia doble dirigida a un mismo fin: por un lado intentó presentar una teoría de la evolución no tautológica y por otro introducir un elemento teleológico fuerte en la misma, dado que la teoría de la evolución tal como habitualmente se presenta, constituye un problema para Popper. Dicho problema puede ser enunciado brevemente como sigue: el carácter profundamente revolucionario del aporte darwiniano se patentizó en la expulsión de la teleología de la naturaleza; pero, si se lo utiliza como modelo, surge entonces la dificultad de pretender explicar un proceso que, en principio aparece como teleológico (el de la ciencia), mediante un modelo no teleológico (el de la Teoría de la Evolución). De hecho, la argumentación de Popper, no se dirige a utilizar otro modelo general ni mucho menos a abandonar las metas propuestas para la ciencia, sino a intentar plantear una teoría de la evolución teleológica sabiendo que: “(…) puede ser muy objetable para la mayoría de los biólogos que crean que las explicaciones teleológicas en biología
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son tan rechazables, o casi, como las teológicas” (Popper, 1972:246)12
La Teoría de la Evolución legitima su carácter de modelo de explicación para ámbitos ajenos a la biología, en los éxitos y consensos logrados, precisamente, dentro de la biología. Resulta sumamente interesante, entonces, mostrar (tema que se desarrollará más extensamente luego) que en el caso de Popper el recorrido del modelo original al isomórfico, resulta inverso. En efecto él utiliza como original su concepción gnoseológica (ensayo y eliminación del error) para explicar lo biológico. Así, haciendo uso de una suerte de, por otra parte habitual, impunidad interpretativa sostiene en su autobiografía: “Algunas de las cosas que voy a decir han surgido de un intento de utilizar mi metodología y su parecido con el darwinismo para aportar alguna luz sobre la teoría de la evolución de Darwin”. (Popper, 1974:226)
Repetidamente Popper argumenta, intentando incluir elementos a favor de una versión teleológica de la teoría de la evolución. En El yo y su cerebro sostiene: “Así, la actividad, las preferencias, la habilidad y las idiosincrasias del animal individual pueden influir indirectamente sobre las presiones selectivas a las que está expuesto y con ello influir sobre el resultado de la selección natural (…) Los cambios evolutivos que comienzan con nuevos patrones
12. Esta afirmación resulta un ejemplo más de la estrategia de Popper a la hora de criticar posiciones diferentes a la suya: plantear para el adversario posiciones tan extremas o débiles que resultan indefendibles. Su crítica del marxismo es otro caso paradigmático (cf. Gómez, 1995:87 y ss. y Lowy, 1986:43 y ss.)
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de comportamiento (…) no sólo hacen más comprensibles muchas adaptaciones, sino que revisten los objetivos y propósitos subjetivos del animal de un significado evolutivo” (Popper, 1977:14).
Entre otros argumentos en apoyo de su punto de vista Popper utiliza el problema de órganos complejos como por ejemplo el ojo de los mamíferos y el del ‘monstruo comportamental’. El ‘problema del ojo’, en tanto órgano sumamente complejo ya fue tomado en consideración por Darwin como un posible problema de su teoría13 y, de hecho, desarrolló una polémica con A. Wallace en el mismo sentido, pero acerca del cerebro humano 14. El problema es expresado así por Popper: “El problema a resolver es el viejo problema de la ortogénesis versus mutación accidental e independiente –el problema 13. En el capítulo VI de El Origen de las Especies Darwin encara este problema, que está relacionado básicamente con su concepción gradual de la evolución, aunque no lo resuelve: “Parece completamente absurdo, lo confieso francamente, suponer que el ojo, con todas sus inimitables disposiciones para acomodar el foco a diferentes distancias, para admitir diferentes cantidades de luz, y para la corrección de las aberraciones esféricas y cromática, pueda haberse formado por selección natural. Pero cuando se dijo por primera vez que el Sol estaba inmóvil y que la Tierra giraba, el sentido común de la humanidad declaró falsa esta doctrina. Si se puede demostrar que existen numerosas gradaciones desde un ojo simple e imperfecto hasta uno complejo y perfecto, siendo cada grado útil a su poseedor, y si el ojo varía y las variaciones son heredadas, entonces la dificultad de creer que un ojo perfecto y complejo pueda formarse por selección natural no debe considerarse subversiva para la teoría. Saber cómo un nervio llega a hacerse sensible a la luz apenas nos concierne más que saber cómo se originó la propia vida; pero como quiera que algunos de los organismos más inferiores, en los que pueden detectarse nervios, son capaces de percibir la luz, no parece imposible que algunos elementos en ellos se agregaran y se desarrollaran formando nervios dotados de esta sensibilidad especial”. 14. Cf. en El Yo y su Cerebro, las discusiones con J. Eccles
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de Samuel Butler de la casualidad o la astucia. Surge de la dificultad de comprende de qué modo puede resultar de la cooperación puramente accidental de las mutaciones independientes un órgano complicado como el ojo. Brevemente, mi solución al problema consiste en la hipótesis según la cual en muchos, si no en todos, los organismos cuya evolución plantea este problema- tal vez haya que incluir algunos organismos de una escala muy baja- podemos distinguir más o menos tajantemente, al menos, dos partes distintas: grosso modo, una parte que controla la conducta, como el sistema nervioso central, y una parte ejecutiva, como los órganos de los sentidos y las piernas, junto con sus estructuras sustentadoras” (Popper, 1972:250)
La táctica de Popper a favor de una versión teleológica de la teoría se basa en lo que denomina ‘dualismo genético’(cf. nota 17). El otro argumento en el mismo sentido es la hipótesis del ‘monstruo comportamental’ (Popper, 1972:256). Basada en la misma idea de: “(…) distinguir entre las bases genéticas de (1) las finalidades o preferencias, (2) de las habilidades y (3) de las herramientas anatómicas ejecutivas [las cuales pueden] constituir una contribución importante a una teoría evolucionista de corte darwiniano.” (Popper, 1972:257)
Popper propone introducir la idea de ‘monstruo comportamental’ en contraposición con la de monstruos anatómicos, es decir individuos dotados de diferencias de índole estructural sumamente significativas respecto de sus progenitores o de la media de su especie. Las características ‘monstruosas’ en este último sentido generalmente son letales para el organismo. En cambio el monstruo comportamental, según Popper, tendría diferencias significativas respecto de la media de su especie pero su comportamien-
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to no necesariamente lo llevaría a la muerte. La conducta novedosa podría así tener significado evolutivo: “Para tomar el famoso ejemplo del ojo, la nueva conducta que utiliza las manchas sensibles (ya existentes) puede aumentar en gran medida su valor selectivo que quizá antes fuese despreciable. De este modo, el interés por ver puede fijarse con éxito genéticamente, convirtiéndose en el elemento rector de la evolución ortogenética del ojo; hasta las menores mejoras en su anatomía pueden ser valiosas selectivamente si la estructura propositiva y la de destreza las utilizan suficientemente”. (Popper, 1972:258)
Interesa aquí, más allá de las objeciones que desde el punto de vista de la biología pueden hacerse 15, solamente remarcar la intención de Popper en el sentido de construir una estrategia argumental tendiente a mostrar el papel fundamental de las intenciones de los organismos cuyo objetivo final es dar una versión teleológica de la teoría de la evolución. Ahora bien, ¿vale la pena el esfuerzo popperiano por redefinir teleológicamente la teoría darwiniana de la evolución? O, dicho de otro modo, ¿son verdaderamente incompatibles con la teoría de la evolución los aspectos teleológicos que Popper intenta reintroducir en la misma?. Y si la respuesta a esta pregunta fuera negativa, ¿cuál sería el sentido del esfuerzo popperiano?. Resulta indispensable, para responder estas preguntas, indagar en qué sentido se dice habitualmente que Darwin consigue expulsar los aspectos teleológicos de la concepción de lo viviente. Son básicamente dos los sentidos emparentados pero diferentes en que la teoría darwiniana deja de lado toda teleología. Por un lado porque anula todo resabio de la concepción aristotélica de la naturaleza finalista (sustituida por 15. Sobre este punto cf. Ruiz y Ayala, 1998, p. 112 y ss.
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el mecanicismo del siglo XVII para la naturaleza física, por el siglo XIX ya sólo reducida a la explicación de lo viviente) expresada por la idea cristiana de pensar al hombre como la culminación del plan divino de la creación. Darwin consigue suplantar, en palabras de Popper, la ‘teleología por la causación’, al tiempo que elude el problema del origen de la vida (de hecho la teoría de la evolución no es incompatible con la creación divina (tampoco con el surgimiento de la vida a partir de procesos naturales sobre lo inorgánico)16. Por otro lado también se anulan en la teoría darwiniana los aspectos teleológicos propios de la teoría lamarckiana de la evolución.17 Ahora bien, los aspectos señalados por Popper no resultan incompatibles con los esfuerzos no teleológicos de Darwin y sus sucesores. En efecto, más allá de que la intención de Popper sea poner el acento en los cambios que se dan a partir de cambios conductuales, en la esperanza de que esto servirá para salvar un matiz teleológico en la 16. El último párrafo de El Origen..., resulta muy significativo a este respecto: “Hay grandeza en esta concepción de que la vida, con sus diversas facultades, fue originalmente alentada por el Creador en unas pocas formas o en una sola; y que mientras este planeta ha ido girando según la ley constante de la gravitación, a partir de un comienzo tan sencillo se desarrollaron y están evolucionando infinitas formas, cada vez más bellas y maravillosas”. 17. La teoría de Lamarck era teleológica en varios sentidos diferentes aunque relacionados.Por un lado postulaba que la vida en su conjunto tendía al aumento de la complejidad. En la Histoire naturelle sostiene que “la vida, por sus propias fuerzas, tiende continuamente a aumentar el volumen de todo el cuerpo y a extender las dimensiones de sus partes hasta un límite que le es propio”. Esta tendencia así como también la modificación de los órganos por el uso y el desuso y la herencia de los caracteres adquiridos eran aceptadas por Ch. Darwin.La novedad de Darwin, es decir la propuesta del mecanismo de la selección natural como principal motor de la evolución, anula la idea lamarckiana según la cual había una suerte de ‘impulso interior’ de los organismos a la adaptación en función de las necesidades que surgen. Lamarck sostenía en le mismo texto que “la producción de un nuevo órgano en un cuerpo animal resulta de una nueva necesidad que surge (subrayado mío) y que continua haciéndose sentir (...)”.
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medida en que estos cambios son intencionales, lo cierto es que tales cambios conductuales, en la medida en que son pertinentes y relevantes desde el punto de vista evolutivo son perfectamente explicados por la selección natural. Los esfuerzos de Popper en esta línea, pueden explicarse, a mi juicio, principalmente por dos factores: por un lado, y en un doble juego de legitimaciones teóricas, porque el modelo original es el epistemológico de las conjeturas y refutaciones que después es extrapolado a las otras instancias, inclusive la de la biología; y por otro lado, por la explicación dualista popperiana respecto del problema mente-cuerpo. En “Sobre nubes y relojes”, Popper intenta reformular la teoría de la evolución, dado que la misma, sostiene, por tener un carácter tautológico: “(…) dista mucho de ser perfecta. Precisa una reformulación que la haga más precisa. La teoría evolucionista que voy a pergeñar constituye un intento de reformularla en dicho sentido”. (Popper, 1972:224)
Esta reformulación la realiza a través de doce tesis, en las cuales intenta mostrar que el darwinismo da cuenta de todos los procesos que implican aumento de conocimiento. Los procesos biológicos, tanto como los científicos pueden ser vistos como procesos de resolución de problemas; los órganos son soluciones tentativas análogas a las teorías. Es decir, para él, la explicación darwiniana puede extenderse a la comprensión de la evolución de las ideas, con sólo hacerla más precisa. De hecho, tal como lo entiende Popper, la evolución de los seres vivos, no es más que un caso especial del mecanismo de ensayo y eliminación de errores, que a su vez es un caso de la misma lógica situacional del mecanismo
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evolutivo emergente. El próximo paso será determinar el alcance del proceso de ensayo y eliminación de errores. 6 E',a1( 1 e++(+ =c('%e-.+a, 1 +e.-ac$('e,> 1 e de,a++(( de a c$e'c$a
Como es bien sabido, la propuesta epistemológica de Popper descansa sobre la idea de que el conocimiento procede según el mecanismo de ‘ensayo y error’ o lo que es lo mismo ‘conjeturas y refutaciones’. Pero, como se ha señalado más arriba, este modelo, en su versión más general es extrapolado para explicar ámbitos mucho más abarcativos que el del conocimiento en general y el del conocimiento científico en particular. Pero vayamos por partes. La racionalidad de la ciencia no es para Popper una cuestión discutible, sino más bien un hecho que, en todo caso, debía ser explicado a la luz de la ciencia moderna, en tanto ésta constituye su objetivación más genuina: “(…) no hay procedimiento más racional que el método del ensayo y el error, de la conjetura y la refutación (…)” (Popper, 1972:77).
Pero este mecanismo de conjeturas y refutaciones no es privativo del modo particular que los humanos de los últimos tres o cuatro siglos tenemos de explicar el mundo, sino que, para Popper, resulta un caso particular – mediado por “el descubrimiento griego del método crítico”- de un mecanismo que se encuentra en la naturaleza misma de lo viviente: “El método del ensayo y error, por supuesto, no es simplemente idéntico al enfoque científico o crítico, al método de la conjetura y la refutación. El método del ensayo y error no sólo es aplicado por Einstein, sino también, de manera más dogmática, por la ameba. La diferencia reside, no tanto en los ensayos como en la actitud crítica y constructiva hacia los errores; errores que el científico trata, consciente y cautelosamente de descubrir para refutar sus teorías con argu-
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mentos minuciosos, basados en los más severos tests experimentales que sus teorías y su ingenio le permitan planear.
Puede describirse la actitud crítica como el intento consciente por hacer que nuestras teorías, nuestras conjeturas, se sometan en lugar nuestro a la lucha por la supervivencia del más apto. Nos da la posibilidad de sobrevivir a la eliminación de una hipótesis inadecuada en circunstancias en las que una actitud dogmática eliminaría la hipótesis mediante nuestra propia eliminación” (Popper, 1963:79). Para Popper todos los aspectos biológicos en general y de la vida humana en particular pueden ser vistos como procesos de adaptación, que se dan no solamente en el nivel genético, sino también en el conductual y en el del conocimiento científico, a través de un proceso de instrucción y selección: “Podemos distinguir entre tres grados de adaptación: la adaptación genética, el aprendizaje conductista adaptativo, y el descubrimiento científico, que es un caso especial de aprendizaje conductista adaptativo. (…) (Pero hay una) similitud fundamental de los tres niveles (…) el mecanismo de adaptación es en lo fundamental el mismo (…) La adaptación comienza a partir de una estructura heredada que es básica para los tres niveles: la estructura genética del organismo. A ella corresponde, al nivel conductista, el repertorio innato de los tipos de comportamiento de que dispone el organismo, y al nivel científico, las conjeturas o teorías científicas dominantes. Estas estructuras son siempre transmitidas por instrucción en los tres niveles, por medio de la duplicación de la instrucción genética codificada a los niveles genético y conductual, y por tradición social e imitación a los niveles conductual y científico. En los tres niveles, la instrucción procede de dentro de la estructura. Si ocurren mutaciones, variaciones o errores, éstos son instrucciones nuevas, que también surgen de dentro de la estructura, y no de fuera del medio (…) La siguiente es la etapa de selección entre las mutaciones
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y variaciones disponibles: las de los nuevos juicios tentativos que están mal adaptados quedan eliminadas. Esta es la etapa de eliminación del error. (…) La eliminación del error, o de las instrucciones de prueba mal adaptadas, también se llama selección natural: es una especie de ‘realimentación negativa’, y opera en los tres niveles”.(Popper, 1981:156)
Estas estructuras heredadas, que proceden siempre desde dentro del organismo y nunca desde afuera, como la relación del individuo con el medio es dinámica (y el medio mismo es cambiante también) están sujetas a problemas o ‘presiones’ (ya sea genéticas, ambientales o teóricas). “Como respuesta, se producen variaciones de las instrucciones genética o tradicionalmente heredadas, por métodos que, al menos de manera parcial son aleatorios. Al nivel genético, éstas son recombinaciones y mutaciones de la instrucción codificada; al nivel conductista, son variaciones y recombinaciones tentativas del repertorio innato; al nivel científico, son teorías tentativas y revolucionarias” (Popper, 1981:157).
El proceso de instrucción y selección se completa a través del “método de la prueba y la eliminación del error” según el cual son eliminadas las variantes menos aptas. De hecho, la adaptación supone un equilibrio inestable, en la medida en que resulta buscado y nunca alcanzado plenamente, dado que: “(…) pueden volverse pertinentes nuevos elementos del medio y surgir en consecuencia nuevas presiones, nuevos desafíos, nuevos problemas como resultado de los cambios estructurales que han surgido de dentro del organismo. Al nivel genético el cambio puede ser la mutación de un gene (…) con él pueden surgir nuevas relaciones entre el organismo y el medio (…) Lo mismo ocurre al nivel conductista,
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pues la adopción de un nuevo tipo de conducta puede equipararse las más de las veces con la adopción de un nuevo nicho ecológico. Surgirán, por consiguiente nuevas presiones de selección y nuevos cambios genéticos. (…) Al nivel científico, la adopción tentativa de una nueva conjetura o teoría puede resolver uno o dos problemas, pero invariablemente abre muchos nuevos problemas; y es que una nueva teoría revolucionaria funciona exactamente como un nuevo órgano sensorio.(…) Resumiré ahora mi tesis. A los tres niveles que estoy considerando, genético, conductual y científico, estamos operando con estructuras heredadas que nos han sido legadas por instrucción; sea mediante el código genético, sea por tradición. A los tres niveles, surgen nuevas estructuras y nuevas instrucciones mediante cambios de prueba de dentro de la estructura: por pruebas tentativas que están sujetas a la natural selección o eliminación del error (resaltado nuestro)” (Popper, 1981:159)
En suma, es posible señalar que hay unidad, orden y continuidad en las relaciones entre los tres niveles. Hay unidad porque los tres niveles operan de modo similar, es decir mediante instrucción y selección; hay, además, un orden en cuanto a su emergencia temporal, tanto desde un punto de vista filogenético como ontogenético -el orden filogenético implica por su parte dos órdenes distintos, a saber: uno del cual da cuenta la teoría de los tres mundos que ya fue tratado y el otro representado por la evolución conceptual a través de la historia que se abordará luego; por su parte, el orden desde el punto de vista ontogenético supone el planteo de una teoría del conocimiento); y por último, hay continuidad entre los niveles, ya que cada uno presupone al anterior. Sin perjuicio de la evaluación final se adelantarán aquí dos comentarios acerca de lo dicho. El primero se refiere a que pensar la evolución biológica como eliminación del error merece cuando menos dos observaciones. Por un lado, y como ya se ha señalado, se invierte el camino más habitual de la epistemología evolucionista, ya que Popper
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no procede a extrapolar un modelo evolucionista de la biología para explicar el desarrollo del conocimiento científico, como hacen otros autores, sino más bien al contrario, echa mano de su concepción gnoseológica o epistemológica para proponer un modelo de evolución biológica. Por otro lado, ¿es posible pensar la muerte de un individuo y aún de una especie como un error? Perder en la lucha por la supervivencia parece ser sólo eso: perder (y morir). Pero un error se comete: “(…) en un momento y lugar especificables, por un individuo determinado. Tal individuo no ha obedecido una de las reglas establecidas de la lógica o del lenguaje, o bien de las relaciones entre algunas de esas y la experiencia” (Kuhn, 1977, p. 302).
El segundo comentario está relacionado con un tema que suele destacarse como uno de los grandes problemas de la EE ya desde el planteo mismo de la analogía. Este tópico se refiere a que mientras la evolución biológica es no direccional y contingente, el desarrollo de la ciencia y la aparición de novedades en la actividad científica no parece ser aleatoria prácticamente en ningún caso. Muy por el contrario, es una actividad profundamente teleológica (cf. entre otros, Bradie, 1994 y 1997, Pacho, 1995, Ruiz y Ayala, 1998, Thagard, 1980). De hecho, y manteniéndose dentro de los postulados popperianos acerca de la existencia de una realidad objetiva independiente del sujeto cognoscente y la defensa de la verdad como correspondencia, cuyo carácter inalcanzable no invalida su búsqueda, no parece defendible una analogía evolucionista. Los intentos de imprimirle un sesgo teleológico a la teoría de la evolución apuntan a diluir esta objeción devastadora.
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6 Te(+a de c('(c$&$e'-( de,de .' ).'-( de /$,-a e/(.c$('$,-a Resta aún señalar algunos aspectos referidos al conocimiento en un sentido más general y básico. La teoría del conocimiento desde el punto de vista evolucionista lleva a Popper a concebir a los organismos como ‘solucionadores de problemas’. Y no se trata aquí de una mera metáfora: “Al plantear así la situación, pretendo describir cómo se desarrolla realmente el conocimiento. No es una metáfora, aunque sea obvio que se utilizan metáforas. La teoría del conocimiento que deseo proponer es una teoría del desarrollo del conocimiento en gran medida darwiniana. De la ameba a Einstein, el desarrollo del conocimiento es siempre el mismo: intentamos resolver nuestros problemas, así como obtener, mediante un proceso de eliminación, algo que se aproxime a la adecuación en nuestras soluciones provisionales” (Popper, 1972:241)
Este ‘enfoque evolucionista’ le permite a Popper proponer una teoría del conocimiento que se construye en oposición a la teoría del conocimiento del sentido común –el empirismo en general-, pero sobre todo al empirismo del Círculo de Viena y sus variantes subjetivistas, como así también al idealismo (cf. Popper, 1972p. 65 y ss.). El empirismo en general, al que llama ‘teoría del cubo’ y que: “(…) en el mundo filosófico es conocido más dignamente con el nombre de teoría de la mente como una tabula rasa”, [defiende como su tesis más importante que] “aprendemos la mayoría de las cosas, si no todas, mediante la entrada de la experiencia a través de las aberturas de nuestros sentidos, de modo que toda experiencia consta de información recibida a través de los sentidos”. Popper, 1972:66)
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La crítica a la ‘teoría del cubo’ está dirigida básicamente a negar tanto la idea de que los datos de los sentidos sean el origen del conocimiento como también el fundamento de los mismos. Así, señala que “tal vez el error central sea suponer que nuestra misión es lo que Dewey ha denominado la busca de la certeza” (Popper, 1972:67) en base a la percepción. Y respecto de la posibilidad de que la percepción sea el origen del conocimiento: “En otras palabras nuestro conocimiento subjetivo de la realidad se compone de disposiciones innatas que van madurando”. Creer que nuestro conocimiento comienza y se funda en lo dado sólo es una ilusión basada en “nuestra increíble eficacia como sistemas biológicos (…) Casi todos nosotros somos eficaces observando y percibiendo. Pero este problema hay que explicarlo recurriendo a teoría biológicas y no se puede tomar como base para ningún tipo de dogmatismo sobre el conocimiento directo, inmediato o intuitivo”. (Popper, 1972:68)
Desde el punto de vista evolucionista, la crítica al empirismo, está dirigida fundamentalmente a mostrar que la teoría de la tabula rasa es pre-darwinista, y estableciendo un paralelo entre el darwinismo como enfoque crítico (que opera mediante “instrucción desde adentro” de la estructura) y por el otro el enfoque de tipo lamarckiano asimilándolo al inductivismo en tanto opera con “instrucción desde fuera”18 (desde el ambiente): 18. Nótese que se trata aquí de una interpretación bastante discutible de la teoría lamarckiana, dado que según su teoría evolucionista, si bien es cierto que los individuos responden a necesidades provocadas por el ambiente, la evolución se basa en todo caso en un impulso vital –interior- de los individuos a adaptarse. Y es precisamente a este aspecto teleológico del lamarckismo que se opone Darwin (cf. nota anterior).
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“Af Afir irmo mo que que todo todo anim animal al ha naci nacido do con con expe expect ctat ativ ivas as o anti antici ci-pacion paciones es que pueden pueden tomars tomarsee como como hipóte hipótesis sis;; una una especi especiee de de conocimiento hipotético. Afirmo, además, que en este sentido pose poseem emos os dete determ rmin inad adoo grad gradoo de cono conoci cimi mien ento to in inna nato to del del cual partir, aunque sea poco fiable. Este conocimiento innato, estas expectativas innatas crearán nuestros primeros problemas, si se ven defraudadas. Podemos decir, por tanto, que el ulterior desarrollo del conocimiento consistirá en corregir y modificar el conocimiento previo” (Popper, 1972:238)
Pero no hay que interpretar la afirmación anterior de un modo trivial, ya que Popper no está dispuesto a concede cederr abso absolu luta tame ment ntee nad nadaa al empi empiri rism smo; o; muy muy por por el cont contra ra-rio, su posición es hiperbólicamente antiempirista: “(…) no existe nada que pueda llamarse ‘instrucción desde fuer fuera’ a’ de la estr estruc uctu tura ra,, o rece recepc pció iónn pasi pasiva va de una una aflu afluen enci ciaa de información que se imprima en nuestros órganos sensorios. Todas las observaciones están impregnadas de teoría: no existe una información pura, libre de teorías, desinteresada. La objetividad descansa en la crítica, en la discusión crítica y en el examen crítico de los experimentos (…) el 99,9 % del conocimiento de un organismo es heredado o innato y sólo una décima parte consiste en modificaciones modificaciones de dicho conocimiento innato. Sugiero también que es innata la plasticidad precisa para estas modificaciones. De aquí se sigue el teorema fundamental: Todo Todo conocimiento adquirido, todo aprendizaje, consta de modificaciones (posiblemente de rechazos) de cierto tipo de conocimiento o disposición que ya se poseía previamente y, en última instancia, consta de disposiciones innatas (…). Todos los
órganos sensoriales incorporan genéticamente teorías anticipatorias (…) todos nuestros sentidos están de este modo impregnados de teoría”. (Popper, 1972:65 y ss.)
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El carácter hiperbólicamente antiempirista se expresa claramente en esta afirmación de Popper respecto de los órganos de los sentidos, en la cual asimila lo que podría denominarse disposición o capacidad con teoría. Este es otro claro ejemplo de que, de hecho, Popper no utiliza el modelo biológico para aplicarlo a la epistemología, sino por el contrario, utiliza su modelo gnoseológico extrapolándolo a la realidad biológica. 6 E +b( de a e/(.c$'
Popper, Popper, como ya se ha señalado, considera que los mismos mecanismos de desarrollo subyacen tanto a los procesos ontogenéticos de conocimiento como a los filogenéticos. cos. Vale deci decirr que que la evo evoluc lución ión conc concep eptu tual al – la hist histooria ria de la ciencia en suma-, procede mediante el mecanismo de con jeturas y refutaciones. Resulta particularmente interesante analizar el símil con la biología utilizado, en la medida en que allí aparece claramente un desajuste fundamental con el modelo evolucionista evolucionista propio de la biología. Popper Popper toma el ya clásico ‘árbol’ de la evolución, que simboliza la idea de que no ha habido creación especial y por separado de las especies, especies, sino que éstas tienen anteceso antecesores res comunes comunes y, como dijera el propio Darwin, a partir de “unas pocas formas o en una sola (…) se desarrollaron y están evolucionando infinitas formas, cada vez más bellas y maravillosas”: “El árbol de la evolución crece desarrollando cada vez más ramas a partir de un tronco común. Es como un árbol ordinario: el tronco tronco común está formado formado por nuestros antecesoantecesores unicelulares comunes, los antecesores de todos los organismos. Las ramas representan desarrollos tardíos, muchos de los cuales se han ‘diferenciado’- para decirlo con la terminología de Spencer- en formas altamente especializadas, cada una de las cuales está hasta tal punto ‘integrada’ que
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puede resolver sus dificultades particulares, sus problemas de supervivencia” (Popper, 1972:241)
A partir de este ‘árbol’, Popper Popper establece una analogía, primero con el ‘árbol’ de las herramientas: “El árbol de la evolución de nuestras herramientas e instrumentos ofrece un aspecto muy similar. Es de presumir que haya empezado a partir de una piedra y un palo, pero bajo el influjo de problemas cada vez más especializados se ha ramificado en un inmenso número de formas altamente especializadas” (Popper, 1972:241)
Poppe opperr pare parece ce asum asumir ir aquí aquí una una dife difere renc ncia ia sust sustan anci cial al entre el desarrollo de la tecnología – la metáfora sugiere que es acumulativo-, y el desarrollo de la ciencia. Parecería espe espera rabl blee que, que, mien mientr tras as la Teorí eoríaa de la Evoluc olució iónn in inte tent ntaa ser ser una explicación de la aparición de la multitud de especies sobre el planeta, la analogía muestre una estructura similar en cuanto al desarrollo del conocimiento. Sin embargo, en este punto en el cual el isomorfismo entre evolución biológica y evolución de las teorías debería ser mostrado, Popper retrocede y, en consonancia con lo señalado anteriormente respecto del reduccionismo (cf. supra, Capítulo IV, sección 3.2), afirma que el ‘árbol’ de teorías es opuesto al árbol de las especies: “Ahora bien, si comparamos ahora estos árboles evolucionistas en desarrollo con la estructura de nuestro conocimiento en desarrollo, nos encontramos con que el árbol del conocimiento humano en crecimiento posee una estructura manifiestamente distinta. Está claro que el desarrollo del conocimien miento to apli aplica cado do es muy muy simi simila larr al desa desarr rrol ollo lo de herr herram amie ient ntas as y otros instrumentos: siempre constituyen aplicaciones aplicaciones cada vez más diversas y especializadas. Mas el conocimiento conocimiento puro
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(o investigación fundamental como se la llama a veces) se desarrolla de un modo muy distinto. Se desarrolla casi en sentido opuesto a esta especialización y diferenciación progresiva. Como señaló H. Spencer, está dominado en gran medida por la tendencia hacia una integración creciente, hacia teorías unificadas. (…) Cuando hablábamos del árbol de la evolución, suponíamos, como es obvio, que la dirección del tiempo, señalaba hacia arriba – la dirección en que crece el árbol-. Suponiendo la misma dirección del tiempo, habremos de representar el árbol del conocimiento como surgiendo de incontables raíces que crecen en el aire, más bien que bajo tierra, y que, finalmente tienden a unirse en un tronco común. En otras palabras, la estructura evolucionista del desarrollo del conocimiento puro es casi la opuesta a la del árbol de la evolución de los organismos vivos, los instrumentos humanos o el conocimiento aplicado”. (Popper, 1972:241).
Vale Vale la pena aquí aquí una breve digresión, para realizar realizar una comparación con lo que dice un autor como T. Kuhn, quien en muchos respectos difiere sustancialmente de Popper. En “The road since structure” Kuhn retoma la metáfora biológica que ya utilizara en las últimas páginas de La Estructura de las Revoluciones Científicas , aunque aquí de un modo diferentes rentes.. Señala Señala básica básicame mente nte dos ‘paral ‘paralelo elos’ s’ entre entre la evolu evolució ciónn biológica y la evolución del conocimiento, siendo el primero el que más interesa aquí, dada la comparación con el ‘árbol evolutivo’ popperiano. En primer lugar, “(…) revoluciones, que producen nuevas divisiones entre los campos de la investigación científica, como muchos episodios de especiación en la evolución biológica” (Kuhn, 1990:8). El paralelo ya “(…) no son las mutaciones como pensé durante mucho tiempo, sino la especiación”. El isomorfismo ya no se establece por la aparición de teorías (o paradigmas) que compiten entre sí, sino porque en ambos procesos se producen división y especialización (especiación). Inclusive el problema que se presenta habitualmente a la biología, esto es la dificultad para identificar un episodio de especiación
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hasta algún tiempo después de que ha ocurrido, y la imposibilidad, aún entonces, de fechar el momento en que ocurrió, constituyen episodios similares a los que presentan los cambios revolucionarios y la individuación de nuevas especialidades científicas. El desarrollo de la actividad científica, daría como resultado la aparición de nuevas especialidades derivadas de troncos comunes, y, aunque también es posible que se den “reunificaciones” como la biología molecular se trata de excepciones, siendo lo contrario la regla. En segundo lugar, otro aspecto en el cual se puede establecer un paralelo con la evolución biológica, aunque no estrictamente relacionado con el tema de la metáfora del árbol, marca sin embargo otro punto de disidencia importante entre Popper y Kuhn, más allá de la utilización por parte de ambos de una analogía biológica. El otro paralelo que establece Kuhn “(…) se refiere a la unidad que sobreviene a la especiación”. Así como en la biología se trata de poblaciones reproductivamente aisladas, en la ciencia se habla de comunidades de especialistas intercomunicados entre sí, pero manteniendo su aislamiento como grupo respecto de profesionales de otras especialidades. La analogía en este sentido permite establecer una correlación entre los pares individuo- especie por un lado y científico – comunidad científica por otro. En las especies biológicas los organismos individuales son los que perpetúan las especies, las unidades cuyas prácticas permiten que la evolución ocurra. Pero para entender el éxito del proceso uno debe ver la unidad evolutiva como la distribución e intercambio del capital genético en el interior de la población. Del mismo modo, la evolución cognoscitiva opera con el intercambio, a través del discurso, de informes en el interior de una comunidad. Si bien las unidades que cambian estos discursos son científicos individuales, la comprensión del avance del conocimiento, del éxito de sus prácticas, depende de concebirlos como átomos constitutivos de un todo mayor, la comunidad de profesionales de alguna especialidad científica. El marco en el que se desarrollan estas prácticas está compuesto por
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el lexicon: una estructura abstracta de la cual “participan” los miembros con sus lenguajes individuales no idénticos. La función del lexicon será la de realizar taxonomías sólo comprensibles plenamente desde el interior de la comunidad que la usa, verdaderas “condiciones de posibilidad” de la experiencia. Es en este sentido que califica su posición como “una suerte de kantismo post darwiniano” donde el lexicon actúa del mismo modo que las ‘categorías’. Para terminar este Capítulo, y antes de entrar en la evaluación de la EE popperiana, es necesario, y en relación directa con la tesis de la epistemología sin sujeto, remarcar una suerte de paradoja proveniente de que, a pesar de adoptar un punto de vista evolucionista respecto del progreso científico, Popper es muy claro a la hora de evaluar los aspectos históricos, psicológicos y sociológicos de la génesis del conocimiento. Evidentemente, a pesar de situar la emergencia del pensamiento crítico en un momento histórico concreto y cercano (la antigua Grecia) rescata de la evolución biológica sólo el mecanismo de instrucción y selección, desentendiéndose de la historia, factor que, prima facie parecería fundamental a la hora de pensar la ciencia desde un punto de vista evolucionista: “(…) he hecho mucho hincapié en la distinción entre dos problemas del conocimiento: su génesis o historia, por un lado y los problemas de su verdad, validez y ‘justificación’ por otro (…) la justificación de la preferencia de una teoría a otra (el único tipo de ‘justificación’ que creo posible), ha de distin guirse tajantemente de todo problema genético histórico y psicológico (…) las investigaciones lógicas sobre problemas de validez
y aproximación a la verdad pueden ser de la mayor importancia para las investigaciones genéticas, históricas e incluso psicológicas. En cualquier caso son lógicamente anteriores a este último tipo de problemas, aunque las investigaciones sobre historia del conocimiento pueden plantear importantes problemas al lógico de la investigación científica. Hablo pues de epistemología evolucionista, aunque sostengo que
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las ideas fundamentales en epistemología no son de carácter fáctico, sino lógico. A pesar de ello, todos sus ejemplos y la mayoría de sus problemas pueden ser sugeridos por estudios sobre la génesis del conocimiento” (Popper, 1972b, p. 71)
E/a.ac$' de a e)$,-e&(("a e/(.c$('$,-a )())e+$a'a ?6 N$/ee, de a'$,$, )a+a a, EE e' "e'e+a En el abordaje de las EE en general pueden instrumentarse, cuando menos, cuatro niveles de análisis distintos aunque entre ellos haya, de hecho, interrelaciones y solapamientos. El primero corresponde a la delimitación del campo de las EE y, más específicamente al establecimiento de una taxonomía de las mismas (cf. entre otros Bradie, 1994 y 1997). En el ámbito de este trabajo un análisis de este tipo debería conducir a la ubicación de la EE popperiana en alguna taxonomía que pueda dar cuenta de sus especificidades. El segundo nivel, de hecho aplicable a cualquier análisis teórico, es el de la consistencia interna. El tercero, especialmente aplicable a las EE concierne al análisis del ajuste o desajuste de la analogía biológica utilizada, aunque, como ya se ha dicho, Popper procede a la inversa, esto es utiliza como modelo original su concepción gnoseológica. Y, finalmente, un análisis externo, respecto del status teórico y la pertinencia y relevancia de la EE en la reflexión epistemológica. @6 P+$&e+ '$/e6 La EE )())e+$a'a e'-+e a, (-+a, EE El primer nivel comporta una dificultad directamente proporcional a la diversidad de versiones de las EE aunque en el marco de este trabajo sólo importaría, en principio, poder ubicar la EE popperiana en una clasificación más abarcativa, cuestión no sencilla por cierto.
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Ya se han señalado algunas de las taxonomías planteadas con el objetivo de clarificar el heterogéneo campo de las EE. Quizá la más interesante sea la de Bradie (cf. supra p.81) quien divide los distintos puntos de vista en dos grandes grupos: EET –que intentan explicar la evolución de las ideas, teorías científicas y cultura en general- y EEM – que apunta al desarrollo de la actividad cognitiva en los animales y en especial al hombre-, en suma, unas que se ocuparían del desarrollo ontogenético y otras del desarrollo filogenético del conocimiento. El problema es que Popper al igual que otros autores- realiza una propuesta que abarca ambas problemáticas y aún más, como ya se ha visto ambas perspectivas son explicadas a través de un mecanismo evolutivo similar. Vollmer (Vollmer, 1987), por su parte señala que la propuesta de Popper no es en verdad una epistemología evolucionista –tal como serían las de K. Lorenz y la suya propia- sino una filosofía evolucionista de la ciencia al mismo estilo que Toulmin o Campbell. Pretender una clasificación tomando como criterio el mayor o menor compromiso ontológico con la analogía biológica no parece de mayor utilidad, sea porque esta intención de los autores no siempre es explícita, sea porque sólo es útil cuando se trata de clasificar posturas extremas en este punto, como por ejemplo la EE popperiana por un lado y por otro la analogía, de valor e intenciones puramente aclaratorios, que utiliza Kuhn en La Estructura de las Revoluciones Científicas (cf. Palma, 1998) Lo cierto es que el pensamiento popperiano ni siquiera sigue el patrón clásico de las EE, en el sentido de tomar como original la biología para realizar una analogía en el campo del conocimiento, sino todo lo contrario. En todo caso el ‘original’ resulta ser su teoría del conocimiento, extrapolada a la biología y a otros ámbitos más abarcativos.
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6 Se".'d( '$/e6 La, -e',$('e, $'-e+'a, Ya se han ido señalando a lo largo del trabajo algunos de los puntos que provocan cierta tensión o cuando menos algunas incomodidades en la estructura conceptual del pensamiento de Popper. Es por ello que aquí solamente se pondrá el acento en dos temas generales. El ‘primer problema’ de Popper: explicar el progreso de la ciencia, y, de hecho el carácter racional del mismo- sin atender a los condicionantes históricos, subjetivos, sociales, etc., operantes en la construcción del conocimiento. En suma, explicar un proceso histórico en términos lógicos. Volvamos sobre un párrafo ya citado: “(…) la justificación de la preferencia de una teoría a otra, ha de distinguirse tajantemente de todo problema genético histórico y psicológico. (…) Hablo pues de epistemología evolucionista, aunque sostengo que las ideas fundamentales en epistemología no son de carácter fáctico, sino lógico” (Popper, 1972:71).
La solución que Popper da a este problema está en directa relación con el tema central de este trabajo: la redefinición del modelo de ciencia sin sujeto. La estrategia discursiva y teórica utilizada por Popper conduce al segundo problema. El segundo problema de Popper: consiste en buscar la solución del primero mediante la propuesta de un fundamento ontológico a través de la utilización de un modelo teórico que sólo en principio parece provenir de la ciencia biológica, aunque, lo que hace Popper es adaptar la biología a su convicción filosófica en torno de las conjeturas y refutaciones. El antiempirismo militante de Popper lo conduce, en el planteo de la analogía, a una serie de desajustes – que se desarrollarán en el siguiente punto- algunos de detalle o superficiales pero otros fundamentales, como por ejemplo
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explicar un proceso teleológico (el de la ciencia) mediante un modelo no teleológico (el de la biología evolucionista). 6 Te+ce+ '$/e6 A+eded(+ de a'a("a, 1 &e-(+a, La formulación de una EE se basa en, y depende de, cierto isomorfismo mínimo (si es más que esto mejor) entre la teoría de la evolución biológica y la obtención y desarrollo del conocimieednto. Es por ello que la mayoría de las discusiones (cf. entre otros, Thagard, 1997; Bradie, 1997) giran en torno a la analogía biológica utilizada: por una lado los debates internos al campo tendientes a desarrollar una analogía más ajustada; por otro lado los externos, en las cuales los detractores insisten en mostrar los desajustes con la teoría biológica, mientras que los defensores intentan o bien poner el acento sólo en las similitudes o bien sencillamente ignorar los desajustes. Así, por ejemplo Thagard (Thagard, 1997) en una crítica generalizada a las EE señala que: “(…) las similitudes que existen entre el desarrollo científico y el biológico son superficiales y que un examen claro de la historia de la ciencia muestra la necesidad de un enfoque no darwiniano en la epistemología histórica”.
Una crítica en el mismo sentido introduce Bradie “Al construir una analogía entre la evolución biológica y la evolución de la ciencia o del conocimiento en general, se debería, al parecer, identificar los análogos epistemológicos apropiados para los conceptos biológicos centrales. Así, cabria esperarse que encontráramos los análogos epistemológicos de ‘organismo’, ‘especie’, ‘población’, ‘variación’, ‘mutación’, ‘deriva’, ‘adaptación’, ‘ambiente’, ‘selección’, ‘genotipo’, y adecuación’, así como alguna indicación clara de mecanismos de transmisión, principios hereditarios y crite-
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rios de éxito deseados. Ninguno de los modelos evolucionistas del cambio conceptual con los que estoy familiarizado proporciona tanto detalle”. (Bradie, 1997:261)
La estrategia de los defensores de las EE apunta a lograr un isomorfismo lo más abarcativo a la vez que lo más detallado posible entre los elementos y procesos intervinientes en la teoría de la evolución biológica y la evolución ontogenética y filogenética del conocimiento. Como quiera que sea, y más allá de artificios argumentativos y alquimias verbales, lo cierto es que hay algunas diferencias entre ambos procesos involucrados, algunas realmente devastadoras para cualquier EE. Lo que sigue se referirá, no obstante, a algunos desajustes básicos de la analogía, tomando exclusivamente a la EE popperiana: • un punto importante– aspecto ya señaladocorresponde al carácter teleológico de la investigación científica en contraposición con el carácter no teleológico de la evolución biológica. En este punto debe inscribirse el debate acerca del progreso científico. Suele haber en general cierto acuerdo en cuanto a que no hay progreso en la naturaleza biológica1, mientras que si bien se discute sobre mecanismos, procedimientos, secuencias e indicadores posibles, no parece haber duda entre los autores de que la ciencia progresa en algún sentido. Ahora bien, respecto del carácter teleológico de la actividad científica resulta necesario distinguir dos aspectos relacionados aunque diferentes. En primer lugar está fuera de toda discusión el hecho 1. No obstante, aunque parecen ser sólo artificios argumentativos, hay autores que sostienen cierta finalidad en la naturaleza biológica y por ende un cierto indicador del progreso en ese mismo sentido. Sobre este debate se puede consultar Wagensberg, J. Y Agustí, J.(comp.)1998.
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de que la ciencia en tanto actividad humana y en tanto actividad llevada a cabo por una comunidad, resulta esencialmente teleológica 2. Pero hay otro aspecto que concierne a la determinación de cuál es la meta requerida. No toda epistemología defiende que tal meta sea la verdad; tal el caso de Kuhn3 (cf. Kuhn, 1970) y muchos pragmatistas. Pero otros autores, y tal es el caso de Popper afirman que la finalidad de la ciencia es la verdad –aunque en su caso ésta funcione como una idea regulativa-. El primer aspecto del carácter teleológico de la actividad científica resulta entonces una hipoteca para toda epistemología evolucionista, pero no el segundo, aunque éste sí lo es para la EE popperiana en particular, lo cual constituye un desajuste doblemente relevante. • el carácter específico del conocimiento científico en contraposición con otras formas de conocimiento en el sentido de que el primero carece de valor de supervivencia biológica, característica que sí se le pueden atribuir a las otras formas; • ya se ha señalado el desajuste entre el “árbol de la evolución” y el árbol del conocimiento (cf. supra, p. 125); • teniendo en cuenta que, para Popper, es fundamental el papel evolutivo de las conductas intencionales – entre ellas la producción de cienciay este carácter resulta no reductible a los postulados de la teoría de la evolución – o cuando menos implica cambios sustanciales en la misma-, 2. También para la sociología mertoniana, la meta de la ciencia es la verdad y en pos de ella trabaja la comunidad científica. Para otros autores es el prestigio y la acumulación de capital simbólico, la resolución de enigmas, etc. 3. En las últimas páginas de ERC, Kuhn argumenta a través de una metáfora evolucionista, sobre la ausencia de verdad -en el sentido de verdad como correspondencia- en la ciencia; (cf. también Nota 23 del Capítulo IV).
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y teniendo en cuenta además la idea de evolución emergente (cf. supra p. 95 y ss.), parece necesario tener que suponer dos teorías evolutivas o cuando menos diferentes mecanismos evolutivos para animales por un lado y para plantas y organismo primitivos por otro. La teoría darwiniana de la evolución no tiene dificultad alguna para subsumir las conductas intencionales de los seres vivos y otorgarles valor de supervivencia. El problema surge a partir del giro que intenta imprimirle Popper para ajustarla a su ‘original’ de conjeturas y refutaciones’. • Popper plantea la igualdad en los procesos tanto ontogenéticos como filogenéticos de conocimiento, lo cual merece un doble cuestionamiento. Por un lado en el ámbito mismo del conocimiento, en la medida en que pueda ponerse en duda que los procesos cognitivos por los cuales adquieren y producen conocimiento los individuos humanos sea un proceso que en lo fundamental sea similar al de la historia del conocimiento. Pero además, y esto es lo que más interesa aquí, en el mundo biológico no resultan asimilables, ni en cuanto a los mecanismos ni en cuanto a los procesos mismos, los desarrollos ontogenéticos y filogenéticos. Probablemente el viejo mito de la relación isomórfica o simétrica entre filogenia y ontogenia esté a la base de las afirmaciones popperianas; • un punto en parte derivado del anterior surge cuando Popper señala que:
“Las soluciones tentativas que los animales y plantas incorporan en su anatomía y en su comportamiento son biológicamente análogos a las teorías y viceversa. Las teorías corresponden a los órganos endosomáticos y sus modos de funcionar (Popper, 1972:145)”.
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Al considerar que los órganos son análogos a las teorías, surge otra vez el problema de que en principio los procesos involucrados en la evolución filogenética de los órganos biológicos y en su desarrollo ontogenético son diferentes; • un problema directamente relacionado con el punto anterior, resulta de la afirmación de Popper respecto de que los órganos de los sentidos implican teorías. • un punto que, además de un desajuste propiamente dicho, resulta una suerte de afirmación supraorganicista de la naturaleza, y una reafirmación de la ontología popperiana basada en las conjeturas y refutaciones:
“El organismo individual es una especie de punta de flecha de la secuencia evolucionista a que pertenece (su phylum): él mismo es una solución tentativa que prueba nuevos nichos ecológicos, eligiendo y modificando el medio. Mantiene con su phylum unas relaciones casi exactas a las que las acciones (comportamiento) del organismo individual mantienen con éste: tanto el organismo individual como su comportamiento son ensayos que se pueden eliminar mediante la supresión de errores” (Popper, 1972:225)
• muchos autores se han tomado el trabajo de señalar desajustes de diverso tenor y alcance con la teoría biológica, algunos importantes y otros irrelevantes e insuficientes para impugnar la EE popperiana (cf. entre otros Gómez, 1995; Bradie, 1994 y 1997; Vollmer, 1987)
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De cualquier manera, esta suerte de costumbre metodológica propia de la EE, en cuanto a la búsqueda de metáforas cada vez más ajustadas, más allá de resultar interesante e incluso ingeniosa, a mi juicio no resulta útil y parece, más bien, agotarse en sí misma. Básicamente pueden ofrecerse dos argumentos fuertes en apoyo de esta idea. En primer lugar, una objeción de esta estrategia argumental resulta del hecho de que los detalles con respecto a la evolución aún son objeto de debate dentro de la biología, lo cual implica que, en verdad, no puede sostenerse un modelo original unívoco. Aunque la ‘selección natural’ continúa siendo el principal mecanismo evolutivo, la biología contempla hoy otros mecanismos, o bien alternativos o bien complementarios de aquélla. Tampoco hay unanimidad de criterios dentro de la comunidad científica en cuanto al ‘sujeto’ de la evolución (genes, individuos, especies, etc.), discusión que en la biología ha dado en llamarse el problema de las unidades de selección (cf. Sober, 1994). E incluso la misma noción de ‘especie’ genera discusiones interminables que no sólo están referidas a los aspectos puramente taxonómicos, sino también, y sobre todo, a cuestiones teóricas fundamentales para la biología (cf. Sober, 1994 y Ruse, 1973). En segundo lugar, si la EE apunta a explicar el desarrollo de la ciencia, no tiene mayor relevancia denunciar los desajustes con el modelo biológico original. En el peor de los casos el hecho de encontrar un desajuste fundamental con la teoría biológica tan sólo mostraría que las EE no son evolucionistas en el mismo sentido que lo es aquélla. En última instancia, la pertinencia y relevancia explicativa o aun la utilidad/ inutilidad del modelo evolucionista deberá ser contrastada en la historia de la ciencia o en las prácticas científicas. En el Apéndice de este trabajo se indaga sobre esta cuestión apuntando, a través del concepto de ‘metáfora epistémica’ a un doble objetivo: por un lado anular o desplazar las discusiones (y las objeciones) respecto del desajuste de la metáfora; por otro, y aunque esto excede ampliamente las expectativas y pretensiones de las EE, poner de manifiesto
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un problema mucho más básico y que concierne al papel que cumplen las analogías y metáforas en la producción y legitimación del conocimiento. Este problema, aunque se hace patente en las EE por la índole de las mismas, sin embargo es per se un problema gnoseológico de primer orden. Su tratamiento debería repercutir en la epistemología en su conjunto y contribuir, además, a clarificar el status mismo de la EE. Se abre así un universo de problemas a resolver bajo una luz nueva: desentrañar el papel que analogías y metáforas cumplen tanto en el desarrollo ontogenético como filogenético del conocimiento. 6 C.a+-( '$/e6 U'a e/a.ac$' e0-e+'a Este nivel de análisis que apunta a determinar el status cognoscitivo así como la pertinencia y relevancia de la EE, puede desarrollarse sobre la base de tres preguntas básicas, mediante las cuales puede interrogarse tanto a las EE en general, en tanto campo cognitivo, como a la EE popperiana en particular. Obviamente no se obtendrán las mismas respuestas en ambos casos, habida cuenta de algunas especificidades y peculiaridades que la última presenta respecto del conjunto. Tales preguntas básicas son: ¿son naturalizadas las EE?, ¿son evolucionistas las EE? y ¿son verdaderamente epistemologías las EE? Con respecto a la primera, si definimos las epistemologías naturalizadas como aquellas que pretenden ser descriptivas y explicativas en el mismo sentido en que la ciencia lo es y en oposición a la epistemología normativa, las EE son trivialmente verdaderas en dos sentidos. Por un lado ellas pueden dar una explicación del valor adaptativo del conocimiento en general pero en la medida en que establecen una continuidad entre saber animal/ saber vulgar/ saber científico deja de lado el carácter específico del conocimiento científico. Este carácter no se inscribe en la necesidad de establecer criterios de demarcación al estilo del Círculo de Viena o al falsacionismo, sino al hecho de
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reconocer que el conocimiento científico no reviste valor adaptativo alguno en un sentido biológico. Pero también son trivialmente verdaderas a la hora de explicar el desarrollo de la ciencia a través de la historia sólo mediante el surgimiento y abandono de teorías. La segunda pregunta debe ser respondida afirmativamente. Las EE son evolucionistas, aunque no necesariamente en el mismo sentido en que lo es la teoría de la evolución biológica. Y esto es así, en principio por los fuertes desajustes respecto de la teoría biológica en aspectos centrales y fundamentales de la misma. Pero además porque las distintas formulaciones de las EE además de ser de una disparidad muy grande, apuntan a responder a problemas diferentes, que van desde la mera analogía con finalidad explicativo-didáctica, hasta la ontogénesis del conocimiento, pasando por la historia del cambio conceptual. Pero, en definitiva, la suerte de las EE, va de la mano de la posibilidad de contestar afirmativamente a la tercera pregunta, cosa bastante dudosa por cierto en la medida en que deja sin resolver o elude las preguntas eminentemente filosóficas: • una cuestión general concierne al carácter intrínsecamente- aunque no exclusivamente- prescriptivo de la epistemología; aún reconociendo el fracaso del fundacionalismo epistemológico en el sentido de establecer normas de evaluación científica universales, quitarle a la epistemología su impronta prescriptiva implica el abandono definitivo de la misma, para encarar otro tipo de análisis –absolutamente lícitos por otra parte. • las EE deberían poder establecer más que una continuidad entre conocimiento común/conocimiento científico, un criterio de demarcación entre ambos, pero no al estilo clásico del positivismo lógico o del falsacionismo, sino debido al hecho de
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que la ciencia no representa, o al menos eso parece, un valor de supervivencia biológica; • en este sentido y dado que la ciencia va más allá de, y aún en contra de, toda experiencia vital cotidiana, se hace patente resolver, o cuando menos plantear el problema de la verdad o algún sucedáneo de ésta que de cuenta más allá del valor de supervivencia, del status de las explicaciones científicas. • como ya se ha señalado, concebir la aventura del conocimiento humano como una generación/ abandono de teorías resulta trivialmente verdadero. Dar cuenta del mismo implica justamente entender las particularidades y especificidades de mecanismos mucho más finos, sutiles y complejos. Las respuestas ensayadas valen en general para la EE pero si estos interrogantes se aplican a la propuesta popperiana es necesario establecer algunas precisiones y distinciones, a saber: ¿en qué sentido, si es que lo es, la EE de Popper es una epistemología naturalizada?; ¿en qué sentido biológico la EE popperiana es evolucionista?; y ¿en qué sentido diferente al tradicional la EE popperiana es epistemología?. A lo largo de este trabajo ya se han respondido estos interrogantes. Aquí sólo resta puntualizar los más importantes Resulta bastante difícil da una respuesta por si o por no a la primera pregunta. Por un lado la EE popperiana sigue planteándose en un sentido no trivial como prescriptiva en la medida en que los episodios históricos atentan contra el esquema de conjeturas y refutaciones. Por otro sostiene que ensayo y error es el mecanismo más general de la naturaleza y hay en esto un compromiso ontológico cierto. Probablemente Popper no ha podido escapar a un estilo de hacer epistemología y resulte así un ejemplo viviente de las tensiones que en el campo de la misma se han dado en los últimos cuarenta años. La decisiva crítica
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de Popper al Círculo de Viena, que ayudó al derrumbe del ‘justificacionismo’, desnudó la necesidad de fundamentar en la práctica de seres humanos reales en interacción con un medio natural, social y cultural el desarrollo de la ciencia. Sin embargo, Popper no despliega las consecuencias de sus críticas, sino al contrario, prescinde de los aspectos socioculturales proponiendo una epistemología sin sujeto cognoscente, según la cual el desarrollo de la ciencia ocurre en un Mundo 3 objetivo y autónomo. En este sentido, la respuesta de Popper a los debates de los años ‘60 es una vuelta de tuerca más a sus postulados de los años ‘30 y, en definitiva una suerte de salvataje de algunos puntos básicos de la CH que habían mostrado su fragilidad. El punto de vista evolucionista le permite pensar a la ciencia como un sistema de enunciados ubicados en un mundo objetivo y realizada por un sujeto biológico (con lo cual la racionalidad descansa sobre fundamentos ‘naturalistas), pero no por un sujeto histórico. La EE popperiana resulta así en un fundacionalismo de nuevo cuño. Respecto a la pregunta ¿en qué sentido biológico la EE popperiana es evolucionista? Ya se ha señalado una característica peculiar de la misma, en el sentido de que Popper invierte el procedimiento más habitual de las EE, ya que no utiliza un modelo biológico para hacer en la epistemología, sino que muy por el contrario, a partir de una semejanza superficial entre su modelo de conjeturas y refutaciones y la teoría de la evolución biológica, procede a extrapolar su modelo gnoseológico a todos los ámbitos, incluyendo el mundo biológico. Esta utilización de la ciencia está lejos de constituir un ejemplo de naturalización de la epistemología. Para responder a la última pregunta, la evaluación de la EE popperiana ha mostrado que se trata de una propuesta epistemológica al estilo tradicional, en el sentido de que resulta una respuesta insuficiente a la crisis del carácter fundacionalista de la CH.
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6 F$'a =1 )+$'c$)$( de (-+a, c.e,('e,> Si bien Popper se opone tajantemente al positivismo lógico del Círculo de Viena, de alguna manera su filosofía evolucionista puede inscribirse en la línea más general del positivismo evolucionista. De hecho las ciencias biológicas han contribuido a conformar las características principales del positivismo de la segunda mitad del siglo XIX (cf. Kolakowski, 1988, cap. IV y Conclusiones). El descubrimiento de la continuidad entre la existencia humana y el resto de la naturaleza como producto de la biología evolucionista darwiniana, permitió al pensamiento positivista reducir todos los comportamientos humanos (la propensión a generar conocimiento entre ellos) al ámbito de las condiciones biológicas de supervivencia. Este principio de la evolución extendido a principio universal agregado al ideal de ciencia unificada (propios de, entre otros, la filosofía de Spencer) conforman las ideas directrices que pueden volver a hallarse –con algunos cambios importantes- en la filosofía evolucionista popperiana. El papel fundamental otorgado al lenguaje, no sólo en la conformación filogenética de la humanidad, sino también por el hecho de considerarlo como la forma en que se expresa el conocimiento, identificándolo con el conocimiento mismo, es decir con el conocimiento objetivo residente en el mundo3, además de inscribir a Popper en la tradición de la filosofía analítica, llevan a la (aparente) paradoja de anular al sujeto de conocimiento a pesar de sostener un punto de vista evolucionista. No hay que pensar este sujeto biológico popperiano que evoluciona, como un sujeto histórico cuyas condiciones reales de existencia conllevan alguna relevancia epistémica. Como quiera que sea la EE popperiana pude ser leída como el esfuerzo por lograr una redefinición de una epistemología sin sujeto; no obstante, la cantidad de tensiones internas que presenta –muchas de ellas explicitadas a lo largo de este trabajo-, más bien llevan a la reformulación de preguntas que la tradición a
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la que pertenece Popper parece incapaz de contestar. El replanteo del mapa intelectual respecto de la racionalidad científica operado en las últimas dos décadas expresa de alguna manera el fracaso de las epistemologías sin sujeto, cuyo rasgo fundacionalista ha sido puesto en cuestión desde múltiples frentes: desde la misma filosofía analítica, desde la filosofía europea continental, así como también desde la historia y la sociología de la ciencia. Queda aun por señalar, aunque aquí no se desarrollará, una cuestión atinente a las EE en general en su carácter de metáfora biológica. Es muy difícil establecer juicios definitivos sobre programas en desarrollo. Tanta búsqueda de fundamentos inviolables a lo largo de la historia del pensamiento y tantos anuncios de muertes prematuras- sobre todo en las últimas décadas- obligan a mantener cuando menos cierta prudencia antes de caer en la defensa irrestricta de las EE o en el anuncio de su inutilidad. Quizá su gran ‘defecto’ sea no haber podido escapar a la tentación fundacionalista y reduccionista, de modo que pretenden desarrollar una epistemología naturalista pero sin poder abandonar el lastre del ‘estilo’ tradicional de la epistemología. Como quiera que sea, hay un gran mérito en la inauguración de un universo de nuevas preguntas (algunas incluso a su pesar) respecto del conocimiento, que en alguna medida pueden contribuir a revisar el rumbo de la reflexión epistemológica y aportar a la construcción de una teoría de la ciencia que aborde el fenómeno en su complejidad interdisciplinaria. Hay una problemática, que si bien no se sigue necesariamente de las EE, las controversias en su seno parecen dejar al descubierto: la indagación sobre el status epistémico de las metáforas. Sobre este punto tratará el Apéndice
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Podría decirse que la crisis de la hegemonía teórica de la CH, analizada en los primeros Capítulos de este trabajo, fue revelando al tiempo que la insuficiencia de la reconstrucción racional de las teorías, la necesidad de atender a lo que ellos mismos denominaron ‘contexto de descubrimiento’. El derrumbe paulatino de la epistemología de corte fundacionalista de la CH produce un giro en la reflexión sobre la ciencia que comienza a tener en cuenta al sujeto que la produce, reconociendo que las prácticas de la comunidad científica tienen relevancia epistémica, es decir que en el devenir del proceso socio-histórico mismo acontece la legitimación del conocimiento producido. Este complejo panorama, que en principio parece indicar la necesidad de una nueva teoría de la ciencia de perfil transdisciplinario, ha dado lugar sin embargo, a la proliferación de una variada gama de posiciones relativistas, irracionalistas, retoricistas, posmodernistas en general, que, apoyadas en el reconocimiento de que ya no es posible defender puntos de vista fuertes como la CH y de la necesidad de atender a los elementos contextuales también en la validación del conocimiento científico, han salido a impugnar la especificidad de la ciencia sosteniendo que ella sería ‘un saber entre saberes’ sujeto a los mismos criterios de producción y legitimación. Esta igualación hacia ‘abajo’ se ve amparada en el señalamiento de la habitual invasión de #,(
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la ciencia por recursos, tales como las metáforas, propios de otros discursos. Esta ampliación de la incumbencia de las metáforas, es tomada erróneamente como una señal inequívoca de que no hay nada especial en la ciencia. En el convencimiento de que son tan indefendibles las posturas fuertes de la CH como así también las impugnaciones extremas de la misma, resulta indispensable generar un Programa de Investigación de corte transdisciplinario sobre la base de un supuesto fundamental diferente: de la aceptación de que en la ciencia habitual y cotidianamente se utilizan recursos discursivos y retóricos varios, no se sigue que se deba desdibujar la especificidad epistémica de la ciencia. Esto más bien obliga a indagar, y eventualmente replantear la pertinencia y relevancia epistémica de esos recursos discursivos, fundamentalmente las metáforas.
El tono general de la propuesta que se desarrollará en lo que sigue puede ilustrarse en palabras de F. Jacob:
“El siglo XVII tuvo la sabiduría de considerar la razón como una herramienta necesaria para tratar los asuntos humanos. El Siglo de las Luces y el siglo XIX tuvieron la locura de pensar que no sólo era necesaria, sino suficiente, para resolver todos los problemas. En la actualidad, todavía sería una mayor demostración de locura decidir, como quieren algunos, que con el pretexto de que la razón no es suficiente, tampoco es necesaria” (Jacob, 1982:132)
En este Apéndice se pretende, rescatar algunas ideas básicas de la Epistemología Evolucionista, al tiempo que elaborar un instrumento conceptual que explique de un modo diferente al tradicional el uso de metáforas en la ciencia y la epistemología, partiendo de la idea de no reducir la ciencia a mero discurso entre otros o disolver la epistemología, sino más bien para extender la idea de metáfora como recurso cognoscitivo. Se analizará el concepto de ‘metáfora’, aunque adjudicándole un sentido no tradicional, a fin de entender de qué modo puede argumentarse que mediante su uso se explica buena parte de los procesos de
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desarrollo de las ciencias y también de la epistemología (sea evolucionista o de otro tipo). Puede pensarse, no sin cierto optimismo quizá desmesurado, que el planteo que se realizará servirá de heurística positiva para un Programa de Investigación transdisciplinario. Mediante el desarrollo de algunas ideas sobre analogías, modelos y metáforas y a través del concepto de ‘METAFORA EPISTEMICA’, se persigue un objetivo inmediato, y otro más ambicioso y a largo plazo. El inmediato apunta a describir el modo peculiar en que la EE (popperiana o de otro tipo) se relaciona con la teoría biológica de la evolución, habida cuenta que los principales debates dentro de la EE se realizan en torno, básicamente, a la cuestión de la analogía con la biología evolucionista. El otro objetivo, más ambicioso y que tan sólo quedará insinuado aquí es la aplicación de la noción de ‘metáfora epistémica’ al desarrollo de un Programa de Investigación epistemológico –aunque transdisciplinario- que permite explicar una gran cantidad de procesos en el desarrollo histórico de la ciencia al tiempo que resignificar los principales tópicos de la agenda epistemológica. ?6 La, &e-(+a, En la vida cotidiana se recurre todo el tiempo a metáforas y analogías de todo tipo y alcance. También es suficientemente reconocido el poderoso papel retórico y estético que cumplen estas formas discursivas no sólo en el lenguaje corriente sino también, y principalmente, en la literatura. Por su parte, en la ciencia, en general se habla de ‘modelos’, lo cual parece implicar además de una rigurosidad conceptual mayor, algún paralelismo o isomorfismo más estricto entre un sector de la realidad que se pretende explicar y el sustituto o modelo utilizado a tal fin. De hecho la noción de ‘modelo’ dista de ser unívoca e implica realizaciones sumamente diversas. Las buenas metáforas y algunos tipos de modelos suelen tener también un papel preponderante en
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tanto recursos didáctico-pedagógicos. Más allá de las diferencias, modelos y metáforas son conceptos emparentados: se basan en la posibilidad de establecer alguna semejanza, comparación o relación entre los ámbitos involucrados, es decir, en la posibilidad de plantear algún tipo de analogía. Por ello, sus significados en buena medida se superponen, de modo tal que las diferencias entre ellos no siempre se pueden establecer con claridad. Para hacerlo, muchas veces se recurre no tanto a aspectos sustanciales, sino más bien apelando a demarcar los ámbitos de incumbencia u otras veces a las intenciones de los hablantes. Pero más allá de estas distinciones, ha llegado a constituirse en un lugar común afirmar que las metáforas y (las analogías en general) no poseen, en ultima instancia valor cognoscitivo alguno. El hecho de que en las últimas décadas esto se haya comenzado a poner en duda no cambia demasiado el panorama general. En el ámbito de los modelos científico esta disputa, constituida en un tópico, se desarrolla en los siguientes términos: ¿tienen los modelos un valor meramente instrumental o heurístico o, por el contrario, constituyen descripciones realistas de algún sector del mundo?. El primer autor, por lo que sabemos, que abordó el estudio de la metáfora sistemáticamente, a la par que fijaba lo que consideraba su limitación fundamental fue Aristóteles (384-322 a. C). Definió la metáfora como “la transposición de un nombre a cosa distinta de la que tal nombre significa. Esta transposición puede hacerse del género a la especie, de la especie al género, o por una relación de analogía” (Aristóteles, Poética, cap. XXI). En otra de sus obras (Aristóteles, Retórica 1404b 32 – 1405b 20), trazó normas para el uso de la metáfora: concebía este recurso como circunscripto al lenguaje poético constituyendo su adecuado uso una demostración del genio del escritor. El conocimiento no podía quedar atado a una instancia tan impredecible y carente de reglas. Frente a la abundancia del lenguaje figurado y de imágenes utilizados por su maestro
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Platón (427-347 a. C.) Aristóteles sostuvo la necesidad de una extrema sobriedad para evitar la ambigüedad y la equivocid ocidad ad.. Por ello ello el leng lengua uaje je meta metafó fóri rico co debí debíaa ser ser supr suprim imid idoo de la ciencia, a la sazón entendida por aquel entonces, con un significado mucho más amplio que en la actualidad. A lo largo de los siglos ha sido una constante, constante, por parte de filósofos y científicos, rechazar todo valor cognoscitivo a las metáforas. En el siglo XX, el punto de vista de la filosofía de la ciencia, surgida en el marco del giro lingüístico de la filosofía analítica, es categórico respecto de las metáforas y analogías. La llamada Concepción Heredada de las Teorías Científicas (en adelante CH), pretendió restringir el papel de la filosofía al estudio y análisis del discurso científico para expulsar del mismo toda afirmación metafísica, y además, obviamente, rechazó por entero cualquier uso metafórico del lenguaje, l enguaje, apoyada en su optimismo fundacionalista. Ningún lugar legítimo quedaba para las metáforas: “Es cierto como han sostenido algunos científicos y epistemólogos, que el uso de metáforas ha sido un recurso a menudo oscurantista y que genera confusión dentro de la ciencia. Se trata de un lenguaje figurado, ambiguo e impreciso, muchas veces subjetivo y valorativo del que costó mucho desembarazarse (…) las metáforas son resabios de modos primitivos de pensar que deben ser eliminados del discurso científico” científico” (Gianella, (Gianella, 1995:137).
Sin embargo sea como fuere que se considere la relación entre los modelos científicos y la realidad a que ellos refieren, si se analizan las características básicas de éstos, se pue puede ver que que encaj ncajaan muy muy bi bieen en el conce oncept ptoo de metá etáfora, ra, aunque pueda decirse que se trata de metáforas sistemáticas y rigurosas. Los modelos: a) “constituyen un sistem sistemaa de repres represent entaci ación ón: algo es tomado en lugar de otra cosa”. b) “la relación entre representante y representado tiene la peculiaridad de ser asimétrica, ya que es el modelo, metá-
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fora o símil el que está en lugar de otra cosa, y sus roles no son intercambiables”. c) la representación presupone un sujeto para el cual hay una relación entre dos dominios: un dominio X de la representado y un dominio Y de la representación. d) siempre ocurre “una selectividad que opera una sim plificación: siempre son algunos rasgos los que se toman en consideración, y necesariamente se dejan otros de lado. e) “restricción en la aplicación o alcance del modelo o metáfora. La analogía de las propiedades de los dominios X e Y permite describir nuevas propiedades comunes pero hay límites más allá de los cuales se producen distorsiones. La selectividad que opera al construirse la representación, fija límites a su utilización en la búsqueda de nuevas propiedades”. (Gianella, 1995:133) De tal modo las metáforas y modelos, según este modo de ver, tendrían ciertas funciones como por ejemplo las de un dominio de fenómenos a partir de otro “más comprender un accesible y conocido que el primero”; pueden tener también una función didáctica y además “una función heurística, ya que a través de ellas se llega a la formulación de hipótesis sugeridas por las analogías”; pero queda absolutamente claro que no se les reconoce r econoce poder explicativo ni probatorio. En base, entonces, a ciertas similitudes de funcionamiento básicas, consideraremos aquí a los modelos como un caso especial de las metáforas sobre la base de dos cuestiones. En primer lugar porque constituyen tipos de analogías, aunque de hecho no se debe seguir de esto que tales analogías sean a priori. Es decir que no se trata de ningún modo de un compromiso ontológico en el sentido de suponer que tales analogías están dadas de antemano. Más bien debería pensarse que la analogía/metáfora debe ser construida. En segundo lugar, y más allá de ciertas especificidades de uso, porque deben afrontar problemáticas similares en dos cuestiones centrales: dar cuenta de la relación lenguaje literal/lenguaje metafórico (realidad/modelo), (realidad/modelo), y el del
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status cognoscitivo de las metáforas (modelos) es decir el problema de la referencia y la l a verdad. Ahora bien, hechas las aclaraciones precedentes puede volverse al tema central de esta sección y ver en una perspectiva distinta la relación entre metáforas y ciencia. El punt puntoo de vist vistaa trad tradic icio iona nall cons consid ider eraa que que metá metáfforas oras y cien cienci ciaa son incompatibles, tolerando ciertas funciones heurístico/ didá didáct ctic icas as de de los los mode modelo loss cien científ tífic icos os.. Sin Sin emba embarg rgo, o, y a pesa pesarr de estas supuestas incompatibilidades e incomodidades, a poco que se comience a indagar en la historia de la ciencia es posible percibir que el uso de ciertos procedimientos que cuando menos se parecen mucho a lo que ocurre cuando se plantea una metáfora, no sólo no es marginal sino que a veces parece más bien la regla. Se produce entonces un curioso y ostensible desfasaje entre la normativa canónica respecto del uso de metáforas en ciencia y lo que muestra la historia y las prácticas efectivas de la comunidad científica. Esta disparidad notoria entre el precepto metodológico sobre ‘lo que debería haber’ y lo que muestra efectivamente el recorrido a través de varios siglos de ciencia debe cuando menos llamar la atención. Este llamado de atención queda plasmado en este libro planteando la posibilidad de llevar adelante un Programa de Investigación que parta de una concepción evolucionista evolucionista de la historia de las ciencias, en la cual le selección se realiza sobre un conjunto amplio pero limitado de estructuras conceptuales que se constituyen en el arsenal de metáforas disponibles en un momento histórico dado. Llevar a cabo esta tarea requiere, en primer lugar la aceptación de algunos presupuestos básicos, que contribuyan a plantear las habituales preguntas epistemológicas de otra manera. @6 S.).e,-(, &e-(d("$c(,
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fendibles las tesis fuertes de la CH como así también las impugnaciones extremas de la misma, resulta indispensable generar un Programa de Investigación de corte transdisciplinario basado en el supuesto de que el mismo debe contribuir a explicar el desarrollo de la ciencia a través de la historia sin desconocer la especificidad epistémica del discurso científico. Se trata, entonces, de ampliar el horizonte de la racionalidad científica indagando y en todo caso revalidando el status epistémico de las metáforas disponibles, en tanto material sobre el cual se opera una selección epistémica a través de la historia, en lugar de igualar ‘hacia abajo’ diluyendo la especificidad del conocimiento científico. Enfaticemos lo ya dicho: de la aceptación de que es necesario atender a los elementos contextuales y prácticos de la actividad científica y aún al desarrollo histórico social de la misma, habida cuenta de su relevancia epistémica y de que en la ciencia habitual y cotidianamente se utilizan recursos discursivos y retóricos varios, no se sigue que se deba desdibujar la especificidad de la misma. Esto más bien obliga a indagar, y eventualmente replantear la pertinencia y relevancia epistémica de esos recursos discursivos, fundamentalmente las metáforas, en el contexto del devenir histórico de la ciencia.
2.1. Concepción amplia de ‘metáfora’ En primer lugar se asumirá lo que podría denominarse una concepción amplia de las metáforas extendiendo su ámbito de incumbencia, en contraposición al uso tradicional, restringido a propósitos estéticos, o meramente didácticos o heurísticos. De este modo, los modelos y metáforas -en el sentido tradicional restringido- pueden ser considerados como formas acotadas y específicas de usos o estrategias metafóricas más amplias y abarcativas. Como primera aproximación general se puede afirmar que en el uso metafórico del lenguaje, un término (o grupo de términos), expresión o conjunto de expresiones y las prácticas con ellos asociadas sustituye a otro término (o
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grupo de términos), expresión o conjunto de expresiones y las prácticas con ellos asociadas. Una definición en este sentido amplio puede encontrarse en la obra de Lakoff y Johnson (1998:41): “La esencia de la metáfora es entender y experimentar un tipo de cosa en términos de otra”. Se desprende de esta caracterización que quedan determinados, en principio, dos ámbitos bien diferentes: el del uso original de la expresión, que puede llamarse ‘literal’, en contraposición con el del uso ‘metafórico’. Entre el uso original habitual de una expresión y un uso metafórico de ésta es posible establecer algún tipo de vínculo, comparación o relación. Evidentemente, si hubiera identidad absoluta entre las expresiones, no se produciría el fenómeno de la metáfora. Por el contrario, si fueran completamente heterogéneas, es decir que no pudiera establecerse vinculación alguna no sería posible acercarlos y de este modo, tampoco se cumpliría la metáfora. Surge de esta dualidad elemental, uno de los puntos nodales de la propuesta, a la vez que uno de los tópicos fundamentales de los debates acerca de la metáfora: la relación entre lenguaje literal y lenguaje metafórico (el otro, que se abordará luego, se refiere a su status cognoscitivo). Mientras algunos autores establecen distintos tipos de relación entre ellos, otros directamente niegan que haya dos lenguajes. A continuación se reconstruirán brevemente las principales posiciones a este respecto, aunque cabe adelantar que tal como se entiende aquí esta distinción no implica necesariamente ni la asunción de una concepción semántica de la metáfora, ni compromiso ontológico alguno, de modo que el vínculo pueda considerarse como establecido de antemano por un orden ‘natural’ o relación categorial a priori. La distinción entre uso o ámbito literal y uso o ámbito metafórico tan sólo es posible tomando en consideración los usos y conductas habituales de una comunidad de hablantes, sea una comunidad en general o una comunidad científica con su lenguaje técnico.
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Para entender el alcance del punto de vista sostenido aquí resulta necesario repasar, cuando menos brevemente, algunas opiniones acerca de la esencia y alcance de las metáforas. 2.1.1. ¿Qué es una ‘metáfora’?. Lo primero que corresponde es analizar las metáforas desde un punto de vista general sin hacer ninguna distinción respecto sus ámbitos de incumbencia. Hay una definición clásica de metáfora dada por Aristóteles: “La metáfora consiste en dar a una cosa un nombre perteneciente a otra cosa, produciéndose la transferencia del genero a la especie, o de la especie al genero, o de la especie a la especie, o con base en la analogía” (Poética, 1457)
Esta definición tiene dos limitaciones básicas. La primera, no demasiado importante, reside en el hecho de considerar a las metáforas solamente un recurso literario. La segunda, más importante y causa de la primera, es que presupone un compromiso ontológico. En la realidad hay un orden inteligible que puede ser explicado en términos de género y especie. Es por ello que se puede hablar de usos literales y metafóricos. Quizá buena parte de la renuencia a aceptar alguna relevancia cognoscitiva de las metáforas resulte de aceptar un punto de vista semejante a éste. Sin embargo, y a propósito de metáforas, ha corrido mucho agua bajo el puente, desde los griegos hasta aquí. Puede seguirse, para un examen analítico de las metáforas y de las relaciones entre significados literal y metafórico el trabajo de M. Black (1961). El uso del término ‘metáfora’ refiere en general a caracterizar una oración u otra expresión en la cual alguna/s palabra/s tiene/n un uso metafórico en medio de otras palabras que no lo tienen, como por ejemplo en las expresiones:
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• ‘el hombre es un lobo’ • ‘atacó todos los puntos débiles de mi argumento’ En ellas se puede diferenciar entre el foco -la o las palabras usadas metafóricamente, en los ejemplos citados ‘lobo’ y ‘atacó’- y el marco, es decir, el resto no metafórico de la expresión. En este sentido es posible pensar que la presencia de un marco determinado pueda dar lugar al uso metafórico de una expresión, en tanto que en un marco distinto la misma expresión no sea capaz de producir una metáfora, o bien que pueda producir otra metáfora. Este señalamiento de Black remite a otra cuestión clave para la evaluación y análisis de las metáforas: ellas no representan tan solo una cuestión semántica, sino también y quizá principalmente, se desenvuelven en el ámbito de la pragmática (no así en el de la sintaxis). En efecto, si bien cuando se dice que una expresión es una metáfora se dice algo acerca de su significado, también es cierto que hablar de metáfora implica atender a las condiciones mismas de posibilidad de su concreción: las circunstancias en que se empleen, los pensamientos, actos, sentimientos e intenciones de los hablantes en las ocasiones correspondientes: “Existen infinitos contextos dentro de los cuales es preciso reconstruir el significado de la expresión metafórica basándose en las intenciones del hablante (y en otros indicios), pues las reglas maestras del uso normal son demasiado generales para proporcionarnos la información que necesitamos (…) es preciso prestar atención a las circunstancias concretas en que se emita una metáfora para reconocerla e interpretarla (…) en cierto sentido ‘metáfora’ pertenece más a la pragmática que a la semántica: sentido que puede ser uno de los más dignos de atención”. (Black, 1961:40)
Luego de esta elemental y analítica caracterización de la metáfora es posible abordar el problema de la relación existente entre los dos ámbitos que, por alguna circunstan-
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cia, dan forma a este curioso fenómeno de la metáfora: el del lenguaje literal y el metafórico. 2.1.2. lenguaje literal y lenguaje metafórico Sobre este punto se centra uno de los debates más fuertes alrededor de las metáforas. Según Black, son dos los enfoques básicos: el enfoque sustitutivo, con su variante el enfoque comparativo y el enfoque interactivo. Según el enfoque sustitutivo: “(…) la expresión metafórica (M) opera como sustituto de otra expresión, ésta literal (L), que habría expresado idéntico sentido si se hubiese utilizado en lugar de aquélla. De acuerdo con esta opinión, el significado de M en su aparición metafórica es exactamente el sentido literal de L: el uso metafórico de una expresión consistiría en el uso de una expresión en un sentido distinto del suyo propio o normal, y ello en un contexto que permitiría detectar y transformar del modo apropiado aquel sentido impropio o anormal (…) De acuerdo con el enfoque sustitutivo, el foco de la metáfora vale para la comunicación de un significado que podría haberse expresado de modo literal: el autor sustituye L por M, y la tarea del lector consiste en invertir la sustitución, sirviéndose del significado literal de M como indicio del también literal de L. Comprender una metáfora sería como descifrar un código o desenmarañar un acertijo” (Black, 1961:42)
Sostener este enfoque sustitutivo implica aceptar que las metáforas proceden de dos tipos de necesidades o motivaciones. O bien la catacresis que consiste en asignar una acepción nueva a una palabra en caso de que no haya un equivalente literal (L) en un lenguaje determinado. Si esto fuera así, y la catacresis fuera a llenar un hueco dejado por el lenguaje, rápidamente la nueva acepción se literalizaría con lo cual dejaría de ser metáfora. O bien un afán estilístico. En este sentido la metáfora es una decoración. Su finalidad es distraer y solazar y, según este enfoque su uso “constituye
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siempre una desviación respecto del ‘estilo llano y estrictamente apropiado”. Dentro de esta idea básica de enfoque sustitutivo Black distingue un caso especial: el enfoque comparativo, según el cual la expresión metafórica tiene un significado que procede, por cierta transformación, de su significado literal normal. En este sentido la metáfora sería una forma de lenguaje figurado (como la ironía o la hipérbole) cuya función es la analogía o semejanza, y en tal sentido M tendría un significado semejante o análogo a su equivalente literal L . El enfoque sustitutivo/comparativo presenta serias limitaciones, básicamente porque presupone alguna analogía o semejanza dada de antemano. Según Black: “(…) la principal objeción que puede oponerse a una tesis comparativa es que padece una vaguedad tal que está al borde de la vacuidad (…) en algunos casos, decir que la metáfora crea la semejanza sería mucho más esclarecedor que decir que formula una semejanza que existiera con anterioridad” (Black, 1961:47).
La crítica se basa en el hecho de que si entre dos dominios diferentes hubiera una semejanza predeterminada las metáforas estarían regidas por reglas estrictas tanto de producción como de interpretación. El enfoque interactivo, según Black, permite superar tales objeciones. Según este punto de vista más que una comparación o sustitución, cuando se construye una metáfora se ponen en actividad simultánea dos ámbitos que habitualmente no lo están. Merced a esta interacción resulta la metáfora. Las principales características del enfoque interactivo son: 1. El enunciado metafórico tiene dos asuntos (sub jects) distintos: uno principal y otro subsidiario. 2. El mejor modo de considerar tales asuntos es, con frecuencia, como ‘sistemas de cosas’ y no como ‘cosas’.
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3. La metáfora funciona aplicando al asunto principal un sistema de ‘implicaciones acompañantes’ característico del subsidiario. 4. Estas implicaciones suelen consistir en ‘tópicos’ acerca de este último asunto, pero en ciertos casos oportunos pueden ser implicaciones divergentes establecidas ad hoc por el autor. 5. La metáfora selecciona, acentúa, suprime y organiza los rasgos característicos del asunto principal al implicar enunciados sobre él que normalmente se aplican al asunto subsidiario. 6. Ello entraña desplazamientos de significado de ciertas palabras pertenecientes a la misma familia o sistema que la expresión metafórica; y algunos de estos desplazamientos, aunque no todos, pueden consistir en transferencias metafóricas. 7. No hay ninguna razón sencilla y general que de cuenta de los desplazamientos de significado necesarios: esto es, ninguna razón comodín de que unas metáforas funcionen y otras fallen” (Black, 1961). Dado el ejemplo: “El hombre es un lobo”, según el punto de vista interactivo hay dos asuntos, el principal, el hombre (o los hombres) y el subsidiario, el lobo (o los lobos). La metáfora no funcionará si el destinatario es lo suficientemente ignorante acerca de los lobos. Pero, como bien señala Black: “(…) lo que se necesita no es tanto que éste conozca el significado normal, del diccionario, de ‘lobo’ (o que sea capaz de usar esta palabra en sus sentidos literales) cuanto que conozca lo que he de llamar sistema de tópicos que la acompañan. Imaginemos que se pide a un profano que diga, sin reflexionar especialmente sobre ello, qué cosas considera verdaderas acerca de los lobos: el conjunto de afirmaciones resultantes se aproximaría a lo que voy llamar aquí el sistema de tópicos que acompañan a la palabra ‘lobo’; y estoy asumiendo que en cualquier cultura dada las respuestas de
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distintas personas a este ensayo concordarían bastante bien, y que incluso un experto ocasional, que podría poseer unos conocimientos desusados acerca de tal cuestión, sabría, con todo, ‘lo que el hombre de la calle piensa sobre ella’. Sin duda, desde el punto de vista de la persona enterada, el sistema de tópicos podría incluir muchas semiverdades o, simple y llanamente, errores (como cuando se clasifica la ballena entre los peces); pero lo importante para la eficacia de la metáfora no es que los lugares comunes sean verdaderos, sino que se evoquen presta y espontáneamente (y por ello una metáfora que funcione en una sociedad puede resultar disparatada en otra: las personas para las que los lobos sean encarnaciones de difuntos darán al enunciado ‘El hombre es un lobo’ una interpretación diferente de aquella que estoy dando por supuesta aquí). (…) Por tanto, el efecto que produce el llamar -metafóricamente- ‘lobo’ a una persona es el de evocar el sistema de lugares comunes relativos al lobo: si esa persona es un lobo, hace presa en los demás animales, es feroz, pasa hambre, se encuentra en lucha constante, ronda a la rebusca de desperdicios, etc.; y cada una de las aserciones así implicadas tiene que adaptarse ahora al asunto principal (el hombre), ya sea en un sentido normal o en uno anormal; lo cual es posible –al menos hasta cierto punto- si es que la metáfora es algo apropiada.
El sistema de implicaciones relativo al lobo conducirá a un oyente idóneo a construir otro sistema referente al asunto principal y correspondiente a aquél; pero estas implicaciones no serán las comprendidas por los tópicos que el uso literal de ‘hombre’ implique normalmente: las nuevas implicaciones han de estar determinadas por la configuración de las que acompañen a los usos literales de la palabra ‘lobo’, de modo que cualesquiera rasgos humanos de que se pueda hablar sin excesiva violencia en un ‘lenguaje lobuno’ quedarán destacados, y los que no sean susceptibles de tal operación serán rechazados hacia el fondo –la metáfora del lobo suprime ciertos detalles y acentúa otros: dicho brevemente, organiza nuestra visión del hombre”. (Black, 1961:49/50)
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La estrategia de Black no se aparta de la búsqueda de establecer las relaciones adecuadas entre ambos lengua jes reconociendo esta dualidad básica. Pero otros autores, como por ejemplo D. Davidson, critican la idea del enfoque interactivo insistiendo en que la metáfora significa tan sólo lo que las palabras usadas para expresarlas literalmente significan y nada más. Su tesis constituye un rechazo directo de todo punto de vista que sostenga que se debe establecer una distinción de niveles de palabras o sentencias entre dos clases de significados: el literal y el metafórico. De este modo, Davidson, sitúa la metáfora fuera del alcance de la semántica, al insistir en que una oración metafórica carece de otro significado que su significado literal: “El error principal contra el que dirigiré mis invectivas es la idea de que una metáfora posee, además de su sentido o significado literal, otro sentido o significado. Esta idea es común a muchos que han escrito sobre la metáfora: se encuentra en los trabajos literarios de críticos como Richards, Empson y Winters; filósofos desde Aristóteles a Max Black; psicólogos desde Feud a Skinner; lingüistas desde Platón a Uriel Weinreich y George Lakoff.” (Davidson, What metaphor mean)
Según Rorty la posición de Davidson revela que entiende la metáfora: “(…) según el modelo de los acontecimientos no conocidos en el mundo natural -causas de cambio de creencias y deseos- en vez de según el modelo de las representaciones de mundos no conocidos, mundos que son ‘simbólicos’ en vez de ‘naturales’. Así nos invita a concebir las metáforas que hacen posibles teorías científicas nuevas como causa de nuestra capacidad de conocer más acerca del mundo, en vez de como expresión de este conocimiento” (Rorty, 1996:224).
Esta anulación de la distinción entre lenguaje literal y metafórico puede tener lugar, porque para Davidson, las nociones semánticas tales como ‘significado’, sólo tienen
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un papel dentro de los límites bastante estrechos (aunque cambiantes) de la conducta lingüística regular y predictible -los límites que delimitan (temporalmente) el uso literal del lenguaje. Para Davidson, en todo caso, lo que se necesita es una explicación de cómo es comprendida la metáfora. Supone que el proceso de comprensión de la metáfora es el mismo tipo de actividad que el que se pone en juego para la comprensión de cualquier otra expresión lingüística, y toda comprensión requiere un acto de construcción creativa de lo que el significado literal de la expresión metafórica es y lo que el hablante cree sobre el mundo. Hacer una metáfora, como hablar en general, es una ‘empresa creativa’. Otros filósofos de la ciencia como Mary Hesse han adoptado estrategias diferentes. Defienden el valor cognitivo de la metáfora pero a costa de resaltar el papel de ámbitos discursivos tradicionalmente desprovistos de toda pretensión cognoscitiva. De modo que pretende dar a las oraciones metafóricas verdad y referencia, encontrar mundos acerca de los cuales versan estas oraciones: “(…) los mundos simbólicos imaginarios que tienen relaciones con la realidad natural distinta a la de un interés predictivo. Las utopías, las exposiciones novelescas de los perfiles morales de este mundo mediante la caricatura y otros medios, y todos los tipos de mitos simbólicos de nuestra comprensión de la naturaleza, la saciedad y los dioses” (Hesse, 1984).
A este respecto señala Rorty: “Al igual que en muchos otros filósofos de este siglo (por ejemplo, Cassirer, Whitehead, Heidegger, Gadamer, Habermas, Goodman, Putnam) considera que la atención excesiva a las ciencias naturales ha distorsionado la filosofía moderna. Siguiendo a Habermas, Hesse entiende que el conocimiento es más amplio que la satisfacción de nuestro interés técnico, y se extiende al interés práctico de la comunicación personal y el interés emancipatorio de la crítica de la ideología.
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En el discurso que satisface estos intereses -afirma Hessela metáfora sigue siendo el modo de hablar necesario. Así, cree que la metáfora plantea un desafío radical a la filosofía contemporánea y que necesitamos «una ontología y teoría del conocimiento y de la verdad revisadas, para hacer justicia a la metáfora como instrumento del conocimiento” (Rorty, 1996:223)
Por su parte Lakoff y Johnson rescatan el valor no solo cognoscitivo sino el carácter constitutivo mismo de la experiencia cotidiana de las metáforas: “Nuestro sistema conceptual ordinario, en términos del cual pensamos y actuamos, es fundamentalmente de naturaleza metafórica. Los conceptos que rigen nuestro pensamiento no son simplemente asunto del intelecto. Rigen también nuestro funcionamiento cotidiano, hasta los detalles más mundanos. Nuestros conceptos estructuran lo que percibimos, cómo nos movemos en el mundo, la manera en que nos relacionamos con otras personas. Así que nuestro sistema conceptual desempeña un papel central en la definición de nuestras realidades cotidianas. Si estamos en lo cierto al sugerir que nuestro sistema conceptual es en gran medida metafórico, la manera en que pensamos, lo que experimentamos y lo que hacemos cada día también es en gran medida cosa de metáforas.
Pero nuestro sistema conceptual no es algo de lo que seamos conscientes normalmente. En la mayor parte de las pequeñas cosas que hacemos todos los días, sencillamente pensamos y actuamos más o menos automáticamente de acuerdo con ciertas pautas. Precisamente en absoluto es algo obvio lo que son esas pautas. Una manera de enterarse es mirar al lenguaje. Puesto que la comunicación se basa en el mismo sistema conceptual que usamos al pensar y actuar, el lenguaje es una importante fuente de evidencias acerca de cómo es ese sistema, Sobre la base de la evidencia lingüística ante todo, hemos descubierto que la mayor parte de nuestro sistema
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conceptual ordinario es de naturaleza metafórica. Y hemos encontrado una forma de empezar a identificar detalladament mentee qué qué son son exac exacta tame ment ntee las las metá metáfo fora rass que que estr estruc uctu tura rann la manera en que percibimos, pensamos y actuamos”. (Lakoff y Johnson, 1998:39) En la obra de Th. Kuhn el papel de las metáforas en la ciencia se encuentra en relación con las nociones centrales como ‘paradigma’, ‘paradigma’, ‘ciencia normal y revolución científica’ y queda atada a las vicisitudes de la noción de inconmensurabilidad, interviniendo, según este autor, en un nivel tan fundante como el de la fijación de la referencia de los términos científicos: cuando un nuevo término es introducido en el vocabulario de la ciencia, intervienen procesos de tipo metafórico (metaphor-like). Kuhn toma la idea de metáfora como interacción, tal como la expone Black: “(…) ‘metáfora’ se refiere a todos esos procesos en los cuales la yuxtaposición ya sea de términos o de ejemplos concretos da nacimiento a una red de similaridades que ayuda a determinar el modo en que el lenguaje se adhiere al mundo” (Kuhn, 1979:415)
En su artículo de 1991 (“The road since structure”) Kuhn, en el marco de un explícito ‘kantianismo postdarwiniano’ expresa una concepción del significado y la relación lenguaje mundo, de resonancias wittgensteinianas además de kantianas. Los significados de los términos de ‘familias naturales’ no constituyen listas de propiedades compartidas únicamente por los miembros de dicha familia, sino antes bien un conjunto abierto de ‘parecidos de familia’, o similitudes percibidas entre algunos aspectos de los complejos implicativos asociados a los dominios puestos en interacción. El significado surge de la yuxtaposición ostensiva de situaciones ejemplares en situaciones de entrenamiento, en que el mostrar y nombrar el objeto va acompañado generalmente de ciertas acciones con el objeto. A partir del bautismo de ejemplares prototípicos, se produce una extensión metafórica de la referencia a otros objetos del mundo que
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presentan “parecidos de familia” con los prototipos. Este proceso que Lakoff y Johnson señalan para el conocimiento vulgar puede extenderse también a los científicos. Luego, el uso naturaliza las similitudes y diferencias, al punto de hacer que supongamos un “pegamento metafísico” entre el lenguaje y el mundo, y hacernos olvidar que nuestras categorías surgieron -en parte- de la interacción entre ciertos ejemplares, y que otras interacciones habrían hecho surgir otras similitudes. Pero los significados no son fijos, no están adheridos a las cosas desde una eternidad sin tiempo, no están dados de una vez y para siempre a partir de un ‘bautismo’ originario; sino que en ocasiones, en virtud de un proceso de renombramiento ( redubbing ) pueden ligarse al mundo de otra manera. Los procesos revolucionarios, como las metáforas novedosas, transgreden los usos corrientes: “(…) generan un léxico localmente diferente (…) El nuev nuevoo léxi léxico co abre abre nuev nuevas as posib posibili ilida dade des, s, posi posibi bililida dade dess que que no podrían haberse estipulado por el uso del viejo léxico”. (1990:306-307) Las metáforas pueden conducirnos a una recategorización del mundo al crear similitudes de un nuevo tipo y hacer surgir nuevos significados. Permiten así dar cuenta de ese elemento dinámico o histórico que estaba ausente en Kant: Kuhn ofrece una ‘visión evolutiva (developmental) del significado’, que hace lugar a esos cambios. Allí reside el valor cognitivo de la metáfora: nos recuerda que el mundo podría haber sido recortado de otra manera y de hecho históricamente lo ha sido, según nos muestran algunos historiadores de la ciencia. Y, en la medida en que viola el principio de no-solapamiento, la metáfora puede también abrir nuevos mundos, mundos recortados de otra manera, promoviendo promoviendo el desarrollo de la ciencia. Más allá de las diferentes formas de ver el punto, en general la tendencia es a desconocer la preexistencia de una semejanza o relación establecida luego por la metáfora y, como consecuencia al carácter creativo y de producción de semejanzas que opera el lenguaje y la acción humana. En
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este trabajo se adoptará una concepción de metáfora que se ubica en esta línea. Sin embargo, este punto de vista, en última instancia, conduce a la anulación de la dualidad de lenguajes, como hace por ejemplo Davidson. Si bien su señalamiento a este respecto es atendible, adelantemos que se respetará aquí la dualidad entre lenguaje literal y metafórico aunque tal dualidad no sea semántica sino que se ubica en las relaciones entre comunidades de hablantes 1 . Para poder fundamentar este punto de vista es necesario que la concepción amplia de los usos metafóricos que hasta aquí ha sido presentada sincrónicamente sea puesta en marcha, es decir en una visión diacrónica. Para ello se explicitarán dos supuesto más: el primero referido al desarrollo histórico de la ciencia y el otro en relación con las instancias de relevancia epistémica que puede establecerse alrededor de la concepción amplia de las metáforas. 2.2. Supuesto histórico-sociológico. Las metáforas en la historia La historia de la ciencia presenta una superabundancia de episodios en los cuales se dan ciertas interrelaciones, apropiaciones, transferencias o extrapolaciones de estructura turass conc concep eptu tual ales es entr entree ámbi ámbito toss dive divers rsos os del del cono conoci cimi mien ento to que, por lo menos en una primera aproximación, presentan cierto aire de familia con los usos o procedimientos meta1. Podría objetarse que, en la medida en que la metáfora es una construcción –a veces con intenciones cognitivas- y, según se sostendrá aquí no se basa en ninguna relación preestablecida o a priori, siempre es posible vislumbrar alguna relación entre ámbitos o afirmaciones muy diferentes y a primera vista no relacionados. Es evidente que así planteadas las cosas queda pendiente de tratamiento la cuestión de la referencia y la verdad de las expresiones que en algún sentido general puedan denominarse denominarse metafórica metafóricas. s. Se trata de una cuestión fundamental pero que no será tratada en este trabajo. Como quiera que sea no resulta relevante para defender las tesis expuestas aquí.
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fóricos, dado que, en suma se habla en un ámbito determinado con conceptos que pertenecen por uso, costumbre o tradición a otro ámbito. Un repaso por la historia de la ciencia muestra que quizá estos procedimientos sean algunos de los mecanismos más importantes de producción y desarrollo del conocimiento. Pero en ellos, aunque se trate de epis episod odio ioss de dist distin into to alca alcanc nce, e, rele releva vanc ncia ia y cons consec ecue uenc ncia ias, s, de ninguna manera las metáforas cumplen un papel estético o meramente didáctico: se trata de verdaderas ‘metáforas epistémicas’. Tan solo a modo de taxonomía provisoria y tentativa pued pueden en seña señala lars rsee algu alguno noss episo episodi dios os que que pued pueden en cons consid ider erar ar-se como casos testigo de procedimientos típicos en los cuales se producen interacciones de diversa forma, alcance y niveles, tales como apropiaciones, extrapolaciones o transferencias de conceptos, o teorías completas o parciales: 1. utilizando utilizando model modelos os muy genera generales, les, muchas muchas veces veces asunciones metafísicas sobre la naturaleza o la sociedad, aplicados en distintas disciplinas o áreas de conocimiento: el finalismo de raigambre aristotélica que predominó hasta el siglo XVII en forma generalizada, el mecanicismo que signó las explicaciones desde el siglo XVII en adelante, el vitalismo, el holismo y el individualismo en ciencias sociales, la teoría general de sistemas, etc. 2. los los estil estilos os o modo modoss de in inve vest stig igac ació iónn y abor aborda daje je de los objetos a estudiar, como por ejemplo la matematización de la naturaleza a partir de la Revolución Científica como criterio de cientificidad, el planteo positivista de Comte, etc. Este tipo de interacciones o marcos teóricos a la vez que conllevan un fuerte componente metodológico, implican una suerte de abstracción que puede ser considerada un procedimiento metafórico. Muchas veces implican también una concepción metafísica acerca del mundo. Si bien aquí es posi-
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ble establecer alguna diferencia analítica con el punto anterior ambos (modelos metafísicos y estilos) suelen ir juntos. 3. utilización de cuerpos teóricos completos – o casi completos- originales de un ámbito científico particular que se exportan o extrapolan a otros ámbitos diferentes. Podrían citarse infinidad de casos, aunque existen básicamente dos ejemplos paradigmáticos: la física newtoniana y la biología en general y la biología evolucionista darwiniana en particular. La física newtoniana además de constituirse en modelo de cientificidad durante más de dos siglos, sus conceptos y fórmulas fueron extrapoladas, cono mayor o menor rigurosidad, meticulosidad y felicidad a ámbitos ajenos como la economía y la sociología (Cohen, 1994). Por citar tan sólo algunos ejemplos: A mediados del siglo XIX los economistas León Walras y Henry C. Carey propusieron leyes que pueden ser consideradas análogas a las de Newton en la medida en que pudieran servir a la misma función básica en sociología o economía que tiene la ley de Newton en física. Autores como Berkeley, Fourier, Hume, Durkheim, por ejemplo tampoco pudieron sustraerse a la ‘tentación’ newtoniana. Figuras como Jevons, Walras, Edgeworth, Fisher y Pareto- todos arquitectos de la revolución marginalista en economía- basaron sus teorías o al menos las asociaron con la matemática de un subconjunto específico de la física: la mecánica racional post newtoniana (o sea incorporando los principios de Lagrange y Laplace más los métodos de Hamilton) combinada con las doctrinas de la energía. La otra gran línea de campos proveedores de modelos utilizados en otras áreas procede de las ciencias biológicas sobre todo a partir de sus espectaculares desarrollos del siglo XIX. En esta línea, la otra gran
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teoría que ha desbordado los límites originales de la biología fue la teoría darwiniana de la evolución, que sirvió de marco teórico para la antropología evolucionista de la segunda mitad del siglo XIX; la antropología criminal de Lombroso y otros; el darwinismo social en sus distintas versiones; teorías sociológicas de corte organicista evolucionista como la de Spencer y Durkheim; la eugenesia, que apoyada sobre la teoría de la evolución, sirve de marco legitimante de diversas tecnologías sociales; en las últimas décadas han surgido economías evolucionistas (como teoría económica general, como teoría de la empresa o economía de la innovación tecnológica) y también epistemologías evolucionistas. 4. en un sentido más restringido puede mencionarse una infinidad de usos metafóricos dentro mismo de los cuerpos teóricos de disciplinas particulares. Podría hacerse una lista interminable de metáforas usadas por los científicos: el árbol de la vida, la lucha por la supervivencia, los sólidos de Kepler, la superabundancia de metáforas usadas por Freud, la ‘mano invisible’, el mercado en economía, etc. 5. También las distintas versiones reduccionistas del conocimiento pueden ser consideradas una suerte de uso metafórico, en el sentido amplio que le damos: de hecho la física social de Comte; el fisicalismo de algunos representantes del neopositivismo; la sociobiología humana; distintas formas y niveles de reduccionismo en medicina, etc. 6. finalmente se encuentran los usos metafóricos con propósitos didácticos, sea de la enseñanza de la ciencia o de la divulgación científica. Ellos son importantes en la medida en que responden a la vez que contribuyen a construir y a reforzar imágenes culturales sobre el mundo y además, en el caso de la educación de científicos y la divulga-
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ción especializada, tienen un papel fundamental en la formación académica y profesional de los científicos. Es necesario destacar, en oposición a la imagen tradicional de la ciencia, por un lado que no es este el único uso relevante y pertinente de metáforas como meras estrategias instrumentales de aprendizaje, sino que además este nivel resulta fundamental en la constitución de marcos teórico conceptuales sustantivos. Los ejemplos citados revelan en buena medida la multiplicidad de los tipos de interrelaciones posibles entre áreas de conocimiento En ellos puede considerarse que hay una apropiación metafórica de algún modelo científico, aunque de diversos niveles. Puede considerarse entonces como ‘metáfora epistémica’ a los procedimientos de tipo metafórico (en el sentido general que aquí se le ha dado), que tiene lugar en la ciencia (y muchas veces en la epistemología), en el cual se transfiere una cuerpo de significados, taxonomías y a menudo prácticas concretas de un ámbito de conocimiento a otro, iniciando a la vez un proceso autónomo de atribución de significados, generación de taxonomías y a veces herejías en las prácticas, en el ámbito receptor, además de permitir reordenar la experiencia considerada relevante y pertinente lo cual posibilita nuevas preguntas.
Pero, el supuesto sociológico desarrollado hasta aquí debe ser completado, a su vez con un supuesto epistémico y además la idea de ‘metáfora epistémica debe entenderse en el marco dinámico de la historia concebida aquí desde un punto de vista evolucionista. Estos dos aspectos serán abordados de inmediato. 2.3. Supuesto epistémico
Adjudicarle a los recursos metafóricos, en el marco de este Programa de Investigación, un lugar central, implica también reconsiderar su relevancia epistémica. Esto lleva directamente al otro problema en torno a la metáfora:
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su status cognoscitivo. El punto de vista tradicional, quizá demasiado pegado a los usos estéticos u ornamentales de la metáfora es claro y contundente: “Es cierto como han sostenido algunos científicos y epistemólogos, que el uso de metáforas ha sido un recurso a menudo oscurantista y que genera confusión dentro de la ciencia. Se trata de un lenguaje figurado, ambiguo e impreciso, muchas veces subjetivo y valorativo del que costó mucho desembarazarse (…) las metáforas son resabios de modos primitivos de pensar que deben ser eliminados del discurso científico” (Gianella, 1995:137).
Por otro lado, están aquellos que le reconocen a las metáforas algún valor en la producción del conocimiento. Dice Black: “(…) una metáfora memorable tiene fuerza para poner en relación cognoscitiva y emotiva dos dominios separados, al emplear un lenguaje directamente apropiado a uno como lente para contemplar el otro (…)” (Black, 1961:232). Los puntos de vista fundacionalistas y algunas posiciones falsacionistas al estilo de Popper, pueden reconocer el papel sugerente e inspirador de las metáforas en el ‘contexto de descubrimiento’ aunque le niegan toda relevancia en la validación del conocimiento generado. Posiciones relativistas y retoricistas, rescatan el papel de metáforas (y demás recursos retóricos) pero a costa de asimilar la ciencia con otros tipos de discursos, es decir anulando su especificidad. Lakoff y Johnson (1998) por su parte otorgan a las metáforas un papel constitutivo del conocimiento y la acción en la medida en que sostienen que ‘nuestro sistema conceptual ordinario, en términos del cual pensamos y actuamos, es, fundamentalmente de naturaleza metafórica’. Esto resulta una extensión fundamental y un cambio cualitativo respecto al papel de las metáforas pero están referidas al conocimiento cotidiano.
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Ahora bien, la propuesta de indagar acerca del status cognoscitivo de las metáforas se realiza sobre la base de cuando menos cuatro hipótesis: 1. primera hipótesis: una buena parte de los procesos humanos de conceptualización, aunque no necesariamente todos, proceden de algún uso del tipo metafórico. 2. segunda hipótesis (de continuidad): las primeras metáforas que podríamos según algún criterio, considerar científicas, pueden tener un origen no científico o preteórico, o que las metáforas utilizadas en campos científicos nuevos son provenientes de otros campos consolidados o del conocimiento vulgar. 3. tercera hipótesis (de demarcación): dado que la ciencia constituye un tipo de actividad y producto específico la hipótesis de continuidad debe ser completada con una hipótesis de demarcación, vale decir con el reconocimiento de la pertinencia de unos criterios de demarcación aunque los mismos no puedan ser exclusivamente semánticos en el sentido de la Concepción Heredada ni metodológicos en el sentido popperiano. Más bien debería incluir alguna versión debilitada de ambos más algún criterio sociohistórico. 4. cuarta hipótesis: para llevar a cabo la propuesta, y aunque es posible hacerlo, no necesariamente se debe desarrollar una psicología o biología del conocimiento. Vale decir que puede leerse la historia de la ciencia o el funcionamiento de la comunidad científica desde un punto de vista sociológico como fundado en el trafico metafórico de modelos de un ámbito a otro sin que necesariamente ello implique la indagación sobre el aparato cognoscitivo de los humanos
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La hipótesis de continuidad no implica necesariamente aceptar una continuidad o similitud entre los mecanismos de los procesos ontogenéticos del conocimiento, es decir los procesos psicológicos de desarrollo individual, y los procesos filogenéticos, es decir los que se dan en la historia del conocimiento. En este trabajo se intentará aportar un modelo adecuado para entender estos últimos desde un punto de vista evolucionista. 2.4 El punto de vista evolucionista Resta aun inscribir los supuestos mencionados en la dinámica de la historia. La imagen de la ciencia que surge de ellos, es la de un proceso que en buena medida se constituye a partir de la apropiación, legitimación, abandono, descarte y recuperación de las metáforas disponibles. Esta disponibilidad no es lógica sino histórica; vale decir que en cualquier momento dado, no está disponible un universo infinito de metáforas posibles, sino que, por el contrario, hay en cada época un escaso número de candidatos a imágenes de la sociedad y el mundo suficientemente legitimados. Estos conceptos y teorías susceptibles de ser utilizados metafóricamente conforman, utilizando una terminología popperiana, una especie de mundo3. Aunque Popper tiene razón cuando sostiene que hay un mundo objetivo de las producciones humanas y de los argumentos y teorías científicas, se equivoca en dos aspectos sustanciales: cuando afirma que es un mundo lógico y cuando afirma que hay un método universal, las conjeturas y refutaciones. Si bien podría objetarse que un planteo semejante borraría los límites con el mundo2, siempre es posible pensar algún modo de establecer alguna discriminación con los estados mentales individuales; como quiera que sea tal objeción no afecta el planteo llevado adelante en lo que sigue. El mundo3 propuesto aquí, al igual que el popperiano es objetivo, pero tiene una gran diferencia con aquel: no se trata de un mundo lógico, sino que es un mundo de las
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explicaciones disponibles, es decir es un mundo3 histórico y social. Pero es objetivo porque se autonomiza de los autores o creadores y además sus consecuencias son imprevisibles. Es decir que genera un universo de nuevas preguntas e indagaciones científicas cuyo éxito o fracaso explicativo y derivaciones hacia otros campos y preguntas no es posible prever a priori. También se diferencia del mundo3 popperiano en que no hay un método científico único para todo tiempo y lugar (las conjeturas y refutaciones) como regla de oro a seguir, sino que las reglas y pautas metodológicas específicas son generadas al interior de la comunidad científica; no hay en este sentido pautas que se prescriban a priori de la actividad científica. De hecho la instancia de legitimación epistémica es siempre comunitaria, ya sea a través de una comunidad científica consolidada, protocomunidades científicas o bien grupos sociales. Este supuesto sociológico tiene, por así decirlo, dos instancias que tan sólo como distinción analítica podríamos denominar interna y externa. La instancia interna está relacionada directamente con la comunidad científica particular y comprende todas las decisiones metodológico- epistémicas; la externa comienza a jugar cuando comienza el tráfico y las interrelaciones entre ámbitos de conocimiento diferentes. La historia de la ciencia es pensada aquí desde un punto de vista evolucionista, es decir que se toma como modelo general a la teoría darwiniana de la evolución biológica, lo cual implica en este contexto que debe haber una cantidad de variantes intelectuales y un proceso de selección que determina qué variantes sobreviven y cuáles se abandonan y algún mecanismo de transmisión de las variantes sobrevivientes. Respecto al primer requisito no es necesario pensar aquí que se trata únicamente de teorías científicas reconocidas, aunque pueden serlo, sino que podrían operar en esta suerte de mundo 3, todo tipo de estructuras conceptuales, modelos de distinto tipo, concepciones metafísicas, taxonomías filosóficas, científicas o de sentido común, pre juicios, etc. Muchos de ellos pueden operar como modelos
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en apropiaciones de tipo metafórico, es decir siendo utilizados en ámbitos diferentes al original. Los mecanismos de selección entre todas las metáforas disponibles son internos a la comunidad científica, y aún el status mismo de comunidad científica y la demarcación entre lo que se considera ciencia y lo que se considera otra cosa, resulta acotada a las condiciones histórico/sociales de producción de saberes. De modo tal que no es preciso pensar unos procedimientos canónicos que permitan establecer estas distinciones. De hecho los procedimientos de selección y los criterios también están sujetos a evolución. La variante de modelo evolucionista tomada aquí representa algunas ventajas respecto de otras versiones del mismo signo. En primer lugar constituye un modelo heurístico y se espera que funcione al modo de un ‘programa de investigación’. Vale decir que no comporta compromiso ontológico alguno, al menos en un sentido fuerte. Al plantear que la selección se hace sobre un mundo 3 superpoblado y heterogéneo, y si bien es posible establecer un paralelo provisorio entre la especie biológica y la disciplina científica, no es necesario identificar cuál es el agente o unidad de variación (teoría, variantes intelectuales, red conceptual, etc.), y menos aun encontrar el par biológico para tal agente. Según los supuestos desarrollados más arriba, este punto de vista permite en primer lugar aceptar la continuidad del conocimiento en sus diversas formas con lo cual se evitan los problemas de los criterios de demarcación estrechos además de desconocer a priori la distinción entre historia interna e historia externa- en todo caso, y siguiendo con la metáfora biológica, puede pensarse que esa división se realiza a través de una membrana osmótica e infinitamente elástica-; pero al mismo tiempo permite reconocer unos límites al concepto de ciencia. Si bien se supone un mecanismo de selección, y una organización de las teorías que respete las reglas de la lógica, no es necesario pensar que se trata de un mecanismo de selección único y universal. El mismo responde a cier-
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tas prácticas y se desarrolla e implementa al interior de las comunidades. Hay un desajuste devastador entre el modelo biológico y algunas epistemologías evolucionistas como la de Popper, consistente en que mientras la evolución biológica carece de todo fin, la empresa científica resulta fundamentalmente teleológica. El planteo propuesto aquí permite superar esta dicotomía y compatibilizar la abundante y heterogénea ‘variación ciega’, con mecanismos de preselección en función de ciertas exigencias de la sobrevivencia. En concreto: no cualquier metáfora puede ser aplicada a la resolución de un problema científico, y más aun los científicos no deciden sobre un conjunto infinito, y ni siquiera numeroso de variantes. Nótese que no es necesario traicionar la idea de selección natural y caer en un mecanismo de tipo teleológico lamarckiano. Este modelo evolucionista permite plantear una tarea interdisciplinaria entre filosofía de la ciencia e historia de la ciencia. Este punto no resulta una resolución de la escisión disciplinar como resultado de un mero agregado o complementación de puntos de vista, sino que surge de viene a situarse en el centro de una controversia teórica que se desarrolló prácticamente a lo largo de todo el siglo XX, e involucra dicotomías tradicionales y muy fuertes como las de prescriptivo/ descriptivo (con relación al papel de la epistemología por un lado y las disciplinas como la historia de la ciencia, la sociología, la antropología por otro) contexto de descubrimiento/ de justificación, las ya señaladas de historia interna/ externa, la demarcación ciencia/ nociencia. Estas dicotomías no son eliminadas sino antes bien mantenidas y superadas dentro de este modelo. Este modelo provee además las herramientas necesaria para desarrollar una perspectiva tanto sincrónica como diacrónica de la ciencia. Resumiendo, la ciencia tal como es vista desde este punto de vista evolucionista consistiría en un conjunto de decisiones epistémicas sobre la experiencia disponible. Son
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decisiones que toma la comunidad científica en un lugar y tiempo determinado, vale decir con un cierto margen de arbitrariedad, pero son racionales porque responden a pautas de la comunidad científica aunque de hecho tales pautas no sean ni universales ni a priori. Son ‘epistémicas’, vale decir que con ellas se pretende decir algo acerca del mundo, lo cual confiere especificidad al conocimiento en general y al conocimiento científico en particular respecto a otros discursos. Se realizan, además, sobre la ‘experiencia disponible’, es decir sobre lo que en un momento determinado se considera evidencia empírica. La evidencia empírica es variable, no tanto porque el desarrollo técnico permita acceder a nuevos umbrales de observación, sino fundamentalmente por la inauguración de programas de investigación o campos teóricos nuevos merced al planteo de nuevas preguntas. Tales decisiones epistémicas semejan en una gran cantidad de casos procedimientos de tipo metafórico (en el sentido general que aquí le hemos dado), en los cuales se transfiere una cuerpo de significados, taxonomías y muchas veces prácticas concretas de un ámbito de conocimiento a otro, iniciando a la vez un proceso autónomo de atribución de significados, generación de taxonomías –incluyendo también las herejías que puedan darse en el ámbito receptor. Este proceso de extrapolación/apropiación está sujeto a los criterios de aceptabilidad y legitimidad de la comunidad científica. Gran parte (si no toda) la generación de corpus teóricos en la ciencia y su consecuente proceso de división/constitución de nuevos ámbitos de conocimiento se da a través de ellos. Probablemente estos procedimientos metafóricos, a veces de gran nivel de abstracción y complejidad se inicien con usos metafóricos a partir del conocimiento vulgar.
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6Pa+a *. #ace+ a"( 1 '( &, b$e' 'ada3 Plantear la necesidad de un Programa de Investigación diferente implica sobrellevar la carga de la prueba. Sin embargo, no es posible determinar a priori si la generación de un instrumento conceptual nuevo resultará útil o superflua, tarea que dependerá de las indagaciones posteriores acerca de la historia de la ciencia y la epistemología. Desde el punto de vista de la dinámica de la ciencia y del conocimiento hay cuando menos tres ámbitos que se intersecan y que son relevantes: el desarrollo ontogenético, es decir el proceso tal y como acontece en los individuos, el desarrollo filogenético, es decir la indagación del desarrollo evolutivo de las capacidades humanas, y por último el desarrollo histórico del conocimiento, incluyendo lo que en los últimos 400 o 500 años se ha dado en llamar ‘ciencia’. La expectativa de máxima es que la indagación sobre el uso epistémico de las metáforas pueda explicar estos procesos. Sin embargo, si contribuyera a brindar la posibilidad de explorar una perspectiva distinta de algunos procesos interesantes de la historia de la ciencia y la epistemología, sería una aceptable expectativa de mínima Es de esperar también que una reorganización de la dinámica científica en los términos propuestos arroje una perspectiva distinta sobre la ‘agenda epistemológica’ corriente, es decir que al menos como criterio formal contribuyera en alguno de los tres sentidos siguientes: que pueda dar una respuesta satisfactoria a los principales problemas epistemológicos, o bien desplazar las cuestiones en la medida en que se inauguran nuevas y mejores preguntas, o –la expectativa de mínima- no acarrear problemas nuevos sin solucionarlos
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