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*•» I I a blo a las pa redes”, dic e Laoan, y I p sicoa sic oa n ális is prov iene de un saber supin ' in, i I ib I incon inc on scie nte. nt e. Se a cce de a él por la vía vía de ln ln m il ul (> I ana lizan te se esfuerza en decir crudam ente ln i|u, i|u, I pasa por la cab eza) cu and o esta cond co nd uce uc e ni ni non (i I an alista interpreta los dich os del niluli/uulii •n términos de libido)”. En cambio, otras dos vías cierran ol tic niUiniil la ignor ancia an cia (en tre garse ga rse a ella non panino panino >i> >i>11111 > i siempre consolidar el saber establecido] y rl pm p m li i {la pasión por el d om inio oblitera lo que irvi lii i I m ni fallido fallido ). El psicoa ná lisis lisis enseñ a las las v iilm lr, ib U impotencia: ella al menos respeta lo real L ecció ec ciónn de sabidu sab iduría ría para un unaa época, épo ca, tu im imii nli.i nli.i qim qim ve cómo la burocracia, de la mano de ln nli'niilii, «ni fin con co n cam biar lo más p rofun do que qu e líerie líerie el linitilm linitilm |n<< medio de la propaganda, de la manipnli <111 • • in del cerebro, de la biotecnología y hunlu i|.| u, pi • >• engineering. A n tes mañana podría ser peor. ___
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J A C Q U E S
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HABLO A LAS PAREDES
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HABLO A LAS PAREDES
PARADOJAS DE LACAN
Lo que Ies ensena un ¡uiftliíii'i mi hc obtiene por ningún otro camino, tu poi l.i < n»< ii.m/ i. ni por ningún otro ejertiaia ipir serviría? ¿E sto sig n ific a q u e lmy (ju< lall m i p ar tic u la i q u e míi iIi <.nl.i iitm.
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enseñarlo, «le ii.ummiiii |»n luí menos sus principios y a lgu n a s de sus i o n u i n< m 1.1. I a i .111 se lo p re g u n tó y re sp o n d ió d* distin tas m am 1.1. Í'.ii su ¿¿m ijiario, ar gu m en ia .1 « n .iiu Im i l n mi* liscritos, p r e t e n d e de m os trar , y aim tu rn ia i,i Irna .1 .11 an tojo , l’e ro ta m b ién están su* ti m li’ f. m tas, .u'. .m ie v is ta s , sus ob ras improvisadas, dondr lodo avanza m.n tapido. Se trata d e s o r p r e n d e i la s o p l n l o m 1 |»aia i n l u c i r l u m e jo r . Esto es lo que llam am os sus l'ni¡nli>iin ¿ Q u i é n h a b la ? U n m a r u m d e s a bi d u rí a, p e r o d e u n a sa bid u ría sin resigna» ión, un a ntiils.ibidtit ía, sarcástica, sardónica. Cada uno es libre de tta/arse una con du cta según su parecer, Esta serie, primero consagrada a inédito», publicará a continu ación fragm entos escogidos de la obra.
J A C Q U E S L A C A N
HABLO A LAS PAREDES
4
PAIDOS Buenos Aires - Barcelona - México
Título original: ¡t ¡>inlt iiiix miiri. EnttlHitu Jr ln Chnpelle de Samte-Anne, delacqiiM ljítim Éditloni o
Lucnti, Jticquns Ha blo n lan /ittia ite * ■t’ ed ■ituo tm* Altos C uldás, VO I -*
120 pp.; 1(1x11 otll Irnducldo | x i i (iota t >ln.ly, Minólo* im iN UNI im u IV :irmr, y 1, PltCi!k»I)ln I tim o l-n D i k h lilm ly a, lia il II 1 1tulo
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Tirada:
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índice
Nota sobre el texto................................ .............
S a b e r , i g n o r a n c i a , v e r d a d y g o c e .............
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o t r o s t e m a s .......
47
H a b l o a l a s p a r e d e s ..............................................
85
De
l a in c o m p r e n s ió n
9
y
Anexo...................................................................................121
Nota sobre el texto
In vita d o a dic ta r u n a se tie de se minarios men suales en el h ospit al Sain te -A nne destin ados a los reside ntes de p siq u ia tr ía , L a ca n eligió como títu lo “E l sa ber del p sico a n a li sta ”. A lg u n os de su s alu m nos, ta l vez, in spir ados en la lectura de B ata ille , enarb ola ban en aquelUi época la bandera d el “no saber”. Si bien las tres prim eras de esas “ch ar la s”, como las llamó L aca n , respon dieron m ás o men os a su idea in ic ia l, la s cua tro siguientes, en cambio, giraro n alrede dor de la s cuestiones que se discutían en el gran seminario que impartía en la p la za del P ante ón, en la s a u la s de la F acu lta d de Derecho, con el tí tu lo de “...o p e o r ”. Respeté esa se para ció n in clu yendo esas cuatro “ch arla s” en orden cronológico en el libro XIX del seminario, donde se n o ta ría su f a lla si no estuvie ra n. L a s tre s prim eras, p a r el contrario, desvia ría n la atenció n. So n la s que re u n í en este pequeño volu men. Fue ro n p ro n u n cia d a s en la capilla del hospit al el 4 de no viembre de 1 9 7 1 , el 2 de diríem bre del mismo añ o y el 6 de enero de 19 72 .
Jacq u esA lain M iller
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Saber, ignorancia, verdad y goce
A
l volver a hablar en Sainte-Anne espe raba que hubiera residentes; en mi época se los llamaba “residentes de los asilos”, que en la actualidad son los hospi tales psiquiátricos, dejando de lado los demás. Al volver a Sainte-Anne apuntaba a este público. Tenía la esperanza de que alguno de ellos se hubiera tomado la molestia de venir. Si hay algunos aquí -me refiero a residentes en actividad—, ¿me harían el favor de levantar la mano? Es una aplastante minoría, pero en fin, me basta ampliamente. A partir de ahora y en la medida en que pueda sostener el aliento, voy a intentar decir les algunas palabras. Estas palabras, como siempre, son impro visadas, lo que no quiere decir que no tenga algunas anotaciones. Son improvisadas desde 13
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esta mañana porque trabajo mucho. No se sientan obligados a hacer lo mismo. He insistido sobre la distancia que existe entre el trabajo y el saber. No nos olvidemos de que esta noche lo que les anuncio se refie re al saber; por lo tanto, no hace falta que se cansen. Verán por qué, algunos lo sospechan ya por haber asistido a eso que se llama mi seminario. Para volver al saber, yo había señalado, en un tiempo ya lejano, que la ignorancia, en el budismo, puede ser considerada como una pasión. Es un hecho que se justifica con un poco de meditación. Pero como la meditación no es nuestro fuerte, solo contamos con una experiencia para hacerlo conocer. Es una experiencia memorable que tuve hace mucho tiempo, en la sala de guardia, porque hace una pila de años que frecuento estas murallas, aunque no eran especialmen te estas en aquella época. Esto se remonta a 1925-1926. En aquella época, los residen tes -no hablo de lo que son ahora-, en lo que concierne a la ignorancia, 110 andaban lejos. Se trataba sin duda de un efecto de 14
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VERDAD Y GO CE
grupo. Podemos considerar que aquel era un momento de la medicina al que tuvo que seguir necesariamente la vacilación actual. Acabo de decir que la ignorancia es una pasión. No es para mí una minusvalía, ni tam poco es un déficit. Es otra cosa. La ignorancia está ligada al saber. Es una m anera de estable cer el saber, de hacer de él un saber estable cido. Por ejemplo, cuando alguien quería ser médico en aquel tiempo, que era con seguri dad el final de una época, pues bien, era nor mal que quisiera manifestar una ignorancia -si me permiten—consolidada. Después de lo que acabo de decirles sobre la ignorancia, no se sorprenderán de que les haga notar que cierto cardenal, en tiempos en que el título no era un certificado de ignorancia, lla maba “docta ignorancia” al saber más elevado. Para recordarlo de paso, era Nicolás de Cusa. De este modo, debemos partir de la correlación entre la ignorancia y el saber. Si la ignorancia, a partir de cierto momento, en cierta zona, lleva el saber a su nivel más bajo, no es por culpa de la ignorancia sino más bien lo contrario. Desde hace cierto tiempo, la ignorancia no es lo suficientemente docta en la medici 15
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na como para que esta sobreviva por otra cosa que no sea la superstición. Sobre el sentido de este término, y precisamente, llegado el caso, en lo que respecta a la medicina, volveré luego si tengo tiempo. Pero, para señalar un hecho que proviene de esta experiencia de la cual me interesa mucho retom ar el hilo después de cerca de cuarenta y cinco años de frecuentar estas murallas (no es para vanagloriarme, pero después que entregué algunos de mis escri tos a la poubellication1 todo el mundo conoce mi edad, es uno de los inconvenientes del asunto), debo decir que es mejor no evocar el grado de ignorancia apasionada que reinaba entonces en la sala de guardia de Sainte-Anne. Es verdad que se trataba de gente que tenía vocación y, en aquel m om ento, tener vocación por el asilo era algo bastante particular. A esta misma sala de guardia llegaron al mismo tiempo cuatro personas cuyos nom bres no me parece desdeñable volver a recordar, puesto que soy una de ellas. La otra, que me
1.
N eo logism o a partir de poubelle [tacho d e basara] y
fm blication [p ub licación].
[N. de la T.] 16
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complazco en hacer resurgir esta noche, era Henri Ey. Se puede decir, con el espacio de tiempo transcurrido, que de esta ignorancia, Ey fue el civilizador. Rindo homenaje a su trabajo. Como lo hizo notar Freud, la civilización no nos desembaraza de ningún malestar, sino todo lo contrario -das Unbehagen, el no bien estar- pero, en fin, esto tiene un aspecto valioso. Si creen que hay un a mínima ironía en lo que acabo de decir, se equivocan seriamente, pero no pueden más que equivocarse, por que no pueden imaginar lo que era la igno rancia en el ambiente asilar antes de que Ey metiera las manos allí. Era algo absolutam en te increíble. Actualmente la historia avanzó, y acabo de recibir una circular que señala la inquietud que existe en cierta zona de dicho ambiente en relación con ese movimiento que prome te todo tipo de chispas, llamado antipsiquia tría. Pretenden que yo tome partido en este asunto. ¿Se puede tom ar partido en algo que ya es una oposición? Sin dudas sería conveniente 17
JACQ UES
LA C AN
que sobre este asunto haga algunas observa ciones inspiradas en mi antigua experiencia, la que acabo de evocar, diferenciando en esta oportunid ad la psiquiatría y la psiquiatrería. La cuestión de los enfermos mentales o, para decirlo mejor, de las psicosis no es resuel ta en absoluto por la antipsiquiatría, cuales quiera que sean las ilusiones que mantienen al respecto algunos emprendimientos locales. Me atrevo a expresar que la antipsiquiatría es un movimiento cuyo sentido es la liberación del psiquiatra, y es seguro que no está bien encaminado. No está bien encam inado debido a que hay una característica que después de todo no habría que olvidar en aquello que se llama revoluciones, y es que este término está admi rablemente elegido, puesto que quiere decir retorno al punto de partida. El alcance de todo esto ya era conocido, pero está ampliamente demostrado en el libro titulado Historia de la locura, de Michel Foucault. En efecto, el psi quiatra cumple lux servicio social. Es una crea ción de cierto giro histórico. El que estamos atravesando no va a aliviar esta carga ni a redu cir su lugar, es lo menos que se puede decir, y 18
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esto deja las cuestiones de la antipsiquiatría un poco fuera de lugar. Esta es una indicación introductoria, pero quisiera destacar que, en lo que respecta a las salas de guardia, hay algo que es sin embar go sorprendente y que a mi juicio constituye una continuidad entre las antiguas y las más recientes: se trata de comprobar hasta qué punto, en relación con el sesgo que allí toman los saberes, el psicoanálisis no hizo ninguna mejora. El psicoanalista -planteé la cuestión en los años 1967-1968 cuando introduje la noción del psicoanalista precedido por el artículo definido, artículo definido cuyo valor lógico intentaba recordar ante un auditorio bastante am plio-, el psicoanalista no parece haber cam biado nada en cierto soporte del saber. Todo esto tiene una regularidad. No suce de de un día para otro que se cambie el sopor te del saber. El porvenir está en manos de Dios, como se dice, esto es, en la buena suer te, la buena suerte de aquellos que tuvieron la buena inspiración de seguirme. Algo surgirá de ellos si los chanchitos no se los comen. Esto es lo que llamo buena suerte. Para los otros, 19
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no es cuestión de buena suerte. Su asunto será resuelto por el automatismo, que es lo contra rio de la suerte, buena o mala. Para aquellos a quienes el psicoanalista al que recurren no les deja ninguna chance, qui siera esta noche evitar un malentendido que podría instalarse en nom bre de algo que es efecto de la buena voluntad de algunos de los que me siguen. Estos escucharon bastante bien -en fin, como pueden- lo que dije acerca del saber como correlato de la ignorancia, y eso los ator mentó un poco. A algunos de ellos no sé qué mosca les picó, una mosca literaria po r supues to, algunas cositas que circulan en los escritos de Georges Bataille, por ejemplo, porque de otro modo no creo que se les hubiera ocurri do. Se trata del no saber. Georges Bataille pronunció un día una conferencia sobre el no saber, y eso circula tal vez en dos o tres rincones de sus escritos. Pero sabe Dios que no se estaba burlando. Muy especialmente, el día de su conferencia en la Sala de geografía de Saint-Germain-des-Prés, que ustedes conocen muy bien porque es un sitio de la cultura, no dijo ni una palabra, lo 20
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que no era una mala manera de hacer ostenta ción del no saber. Se le rieron y se equivocaron, porque ahora resulta chic el no saber. Es algo que circula un poco por todas partes entre los místicos, ¿no es cierto?, incluso nos llega de ellos, incluso es entre ellos donde esto tiene un sentido. Ade más, es sabido que insistí sobre la diferencia entre saber y verdad. Por lo tanto, si la verdad no es el saber, es el no saber. Lógica aristotéli ca: todo lo que no es negro es no negro. Como articulé que el discurso analítico se sostiene en la frontera sensible entre la verdad y el saber, pues entonces, levantar la bande ra del no saber es un buen camino. No es un mal estandarte. Puede servir como convocato ria para aquello que no resulta excesivamen te raro reclutar como clientela, la ignorancia crasa, por ejemplo. Eso también existe pero, en fin, es cada vez más raro. Sin embargo, hay otras cosas, otras vertien tes, la pereza por ejemplo, de la que hablo desde hace m ucho tiempo. Y además hay algu nas formas de institucionalización - “campos de concentración de Dios”, como se dijo en otra época- dentro de la Universidad, donde 21
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L ACAN
esas cosas son bien recibidas porque eso es chic. En síntesis, se dedican a toda una panto mima: “Pase usted primero, señora Verdad, el agujero está ahí, ese es su lugar”. En fin, este no saber es un hallazgo. No hay hay nada mejor m ejor para introducir introduc ir una confusión confusión definitiva en un tema delicado, el punto en cuestión para el psicoanálisis, eso que llamé la fro fr o n tera ter a sensible sensible entre en tre verda v erdadd y sab saber. er. Diez años antes habían hecho otro hallaz go que tampoco estaba nada mal respecto a lo que bien debo llamar mi discurso. Lo había comenzado diciendo que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Encontraron u n a cosa formidable; formidab le; a lo loss dos dos tipos tipos que m ejor habrían podido trabajar en esta línea, hilar este hilo, les encomendaron un flor de traba jo j o , u n d icc ic c io ionn a r io d e filosof filo sofía. ía. ¿Qué ¿Q ué dije? Dic Dic cionario de psicoanálisis. Vean el lapsus. En fin, esto bien vale el Lalan Lal ande. de.2 2 Alguien pregunta: pregunta: ¿Lalangue [ lalengua] ?
2.
Nom bre de un co no cido diccionari diccionarioo de fil filosofí osofí a.
[N. de la T.] 22
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No N o , n o es gue, gue, es de de. Lalengua, tal como la escribo ahora, en una sola palabra, es otra cosa. ¡Miren que cultivados son! No N o d ije ij e q u e el in incc o n scie sc ienn te esté es té e s tru tr u c tu tu rado como lalengua, sino como un lenguaje, voy a retomar esto más tarde. Pero cuando se encargó a los “responsivos”3 que mencioné recién la tarea de u n vocabulario vocabulario de psicoanáli psicoanáli sis, fue evidentem ente porqu po rquee yo yo había hab ía puesto a la orden del día ese término saussureano, la lengua, que, lo repito, voy a escribir de ahora en más en una sola palabra, y voy a justificar po p o r q u é . P u e s b ien ie n , lale la lenn g u a n o tie ti e n e n a d a que qu e ver con el diccionario, diccionario, cualquiera cualqu iera que qu e sea sea.. El diccionario tiene que ver con la dicción, es decir, por ejemplo, con la poesía y con la retórica. No es poca cosa, ¿eh? Eso va desde la invención hasta la persuasión. Es muy impor tante, salvo que no es est estee aspecto justam jus tam ente en te el que tiene que ver con el inconsciente. Con
3.
F.n el uso irón ico de l término respon res ponsifs sifs [responsi
vos] vos] también se p uede escuchar una con den sación entre respons resp onsabl ables es
[responsables] y po p o n d f s [triviales, banales],
IN.delaT.] 23
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trariamente a lo que piensa la masa de asis tentes, tentes, el inconsciente tiene tiene que ver ante an te todo con la gramática. De todos modos, una parte importante ya lo sabe si escuchó esos pocos términos con los cual cuales es intento inten to hacer hac er pasar pa sar lo lo que digo del inconsciente. Este también dene un poco poc o que qu e ve ver, much m uchoo que q ue ver ver,, todo to do que q ue ver ver, con la repetición, es decir, la vertiente total m ente contraria con traria a aquell aquelloo para p ara lo que sirv sirvee un diccionario. De modo que poner a confeccio nar un diccionario a quienes habrían podido en aquel mom m om ento ayudarme a hacer mi mi cami cami no fue una manera bastante buena de des viarlos. La gramáúca y la repetición son una vertiente totalmente diferente a la que recién señalaba como invención, que sin duda no es po p o c a cosa, cos a, y tam ta m p o c o lo es la p e rsu rs u a sió si ó n . Contrariamente a lo que todavía no sé por qué está muy difundido, la vertiente útil en la función de lalengua -útil para nosotros, psi coanalistas, para aquellos que se las tienen que ver con el inconsciente- es la lógica. Este ste es u n pequ pe queñ eñoo paréntesis paréntesis que se conec conec ta con el riesgo riesgo de pérd p érdida ida que qu e conl conlle leva va la pro moción absolutamente improvisada y endeble del no saber, a la que en verdad no di jamás 24
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ninguna ocasión de error. ¿Es necesario demos trar que en el psicoanálisis, de manera funda mental y primera, está el saber? Sin embargo, es lo que voy a tener que demostrarles. Tomemos po r un a pun ta este carácter pri mero, macizo, de la primacía del saber en el psicoanálisis. Hace falta recordarles que, cuando Freud intenta d ar cuen ta de las dificultades qu e hay para el avance del psicoanálisis, publica en Imago, en 1917 si recuerdo bien, un artículo que fue traducido y publicado en el primer número del International Journal of Psycho Analysis con el título “Una dificultad del psi coanálisis”. Ocurre que el saber que está en juego no es aceptado con facilidad. Freud lo explica como puede, y por eso mismo se pres ta al malentendido. No es casual ese famoso térm ino resistencia, con el que creo haber logrado que ya no nos taladren los oídos, al menos en cierto sector. Pero es cierto que hay uno, no lo dudo, do nde todavía florece este término, que es para el psicoanalista una aprensión permanente. ¿Por qué no atreverse a decirlo? Todos tenemos 25
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nuestros deslices y sobre todo son las resis tencias las que los favorecen. Se lo descubrirá dentro de un tiempo en lo que yo digo... aun que después de todo n o es algo tan seguro. En resumen, Freud incurre en un desacier to. Cree que contra la resistencia solo hay un a cosa para hacer: la revolución. Pero entonces resulta que él encubre completamente aque llo que está enjueg o, a saber, la dificultad muy específica que hay para hacer intervenir cier ta función del saber. La confunde con aquello que se señala como revolución en el saber. En ese pequeño artículo -lo retomará des pués en “El malestar en la cultura”- está el prim er gran fragmento acerca de la revolu ción copernicana. Era algo trillado en el saber universitario de la época. Copérnico -pobre Copérnico- había hecho la revolución. Fue él -como dicen en los manuales- quien ubicó al Sol en el centro y a la Tierra girando alrededor. Queda totalmente claro que a pesar del esquema que muestra muy bien esto, efectiva mente, en De revolutionibus, etc., Copérnico no había tomado absolutamente ningún partido en el tema, y nadie hubiera pensado en fasti diarlo por eso. 26
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Pero, en fin, es un hecho, en efecto, que pasamos del geo al heliocentrismo, y se supo ne que esto asestó un golpe, un blotu, como se expresa el texto inglés, a vaya a saber qué pre tendido narcisismo cosmológico. El segundo blotu es biológico. Freud nos lo evoca en el nivel de Darwin, con el pretex to de que, en lo que concierne a la Tierra, la gente tardó cierto tiempo en reponerse de la novedad que ubicaba al hombre en relación de parentesco con los primates modernos. Freud explica la resistencia al psicoanálisis por lo siguiente: lo que está afectado es esa consisten cia del saber que hace que, cuando uno sabe algo, lo mínimo que se puede decir es que uno sabe que lo sabe. Ese es el nudo de la cuestión. Alrededor de eso se hizo un pintarrajo en forma de yo. Hay que saber que el que sabe que sabe, pues bien, soy yo. Está claro que esta referencia al yo es segunda en relación con lo siguiente: que un saber se sabe, y que la nove dad que revela el psicoanálisis es que es un saber no sabido para sí mismo. Pero, les pre gunto ¿qué habría ahí de novedoso, capaz de provocar resistencia, si este saber fuera natural? En todo el mundo animal, nadie puede sor 27
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prenderse de que el animal sepa grosso modo lo que le hace falta. Si se uata de un animal de vida terrestre, no va a ir a sumergirse en el agua más que un tiempo limitado, sabe que eso no le vale de nada. Si el inconsciente es algo sor prendente, se debe a que ese saber es diferen te. De ese saber tenemos desde siempre una idea, muy infundada por otra parte, porque fueron evocados la inspiración, el entusiasmo. El saber no sabido del que se trata en el psicoa nálisis es un saber que efectivamente se articu la, que está estructurado como un lenguaje. Resulta de este modo que la revolución argumentada por Freud tiende a encubrir lo que está en juego. Eso que no es aceptado, revolución o no, es una subversión que se pro duce en la función, en la estructura del saber. En verdad, fuera de las molestias que oca sionaba a algunos doctores de la Iglesia, no puede decirse que la revolución cosmológica estuviera encaminada a que el hombre, como se dice, se sienta de ningún modo humillado. Si el uso del término revolución es tan poco convincente, es porque el hecho mismo de que haya habido revolución en ese punto es más bien exaltante en lo que atañe al narcisismo. 28
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Lo mismo ocurre en cuanto al darwinismo. No hay ninguna doctrina que encumbre más la producción del ser humano que el evolucio nismo. Tanto en un caso como en el otro, cosmo lógico o biológico, todas esas revoluciones mantienen al hombre en el lugar de la flor y nata de la creación. Por esto mismo esta referencia de Freud está realmente mal inspirada. Tal vez sea que está hecha justam ente para encub rir y hacer pasar lo que está en ju eg o , a saber, que este nuevo estatus del saber debe generar un tipo de discurso completamente nuevo, el cual no es fácil de sostener y que hasta cierto punto todavía no ha comenzado. Dije que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. ¿Pero cuál? ¿Y por qué dije un lenguaje? En cuestión de lenguaje empezamos a conocer un poco. Se habla de lenguaje-objeto en la lógica, matemática o no. Se habla de metalenguaje. Incluso se habla de lenguaje, desde hace cierto tiempo, en el nivel de la bio logía. Se habla de lenguaje a tontas y a locas. Para empezar, diría que si hablo de lengua 29
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je es porque se trata de rasgos comunes que se encuentran en lalengua. Aunque esta misma está sujeta a una gran variedad, sin embar go tiene constantes. El lenguaje en cuestión, tal como me tomé el tiempo, el cuidado, la preocupación y la paciencia de articular, es el lenguaje en el que se puede diferenciar, entre otras cosas, del mensaje, el código. Sin esta distinción mínima, no hay lugar para la pala bra. Por eso cuando introduzco estos términos titulo “Función y campo de la palabra -es la fun ción- y del lenguaje” -e s el cam po-. La palabra define el lugar de aquello que se llama la verdad. Lo que señalo desde su entrada, por el uso que quiero hacer de ella, es su estructura de ficción, es decir, también de engaño. En verdad, viene al caso decirlo, la verdad solo dice la verdad, y no a medias, en un solo caso: cuando dice miento. Este es el único caso en el que estamos seguros de que no miente, porque se supone que ella lo sabe. Pero de Otro modo [Autrement],4 con
4.
Hay ho m ofonía entre a u ír m m t [de otro modo] y
Autre ment [Otro
m ien te], [N. de la T.] 30
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A mayúscula, es muy probable que diga pese a todo la verdad sin saberlo. Esto es lo que intenté indicar con mi S mayúscula, parén tesis, A mayúscula, donde dicha A está pre cisamente tachada S(A)- En todo caso, aque llos que me siguen no podrán decir que esto, al menos esto, no es un saber y que no debe tenerse en cuenta para guiarse, aunque más no sea en el día a día. Este es el primer punto del inconsciente estructurado como un lenguaje. El segundo, no me esperaron a mí para saberlo -hablo a los psicoanalistas- puesto que es el principio mismo de lo que ustedes hacen cuando interpretan. No hay una sola interpretación que no con cierna -en lo que ustedes escuchan- al lazo que se manifiesta entre la palabra y el goce. Puede ser que ustedes lo hagan de manera inocente, sin que nunca se hayan dado cuenta de que nunca una interpretación quiere decir otra cosa, pero en fin, una interpretación ana lítica siempre es eso. El beneficio, ya sea pri mario o secundario, es un beneficio de goce. La cosa surgió de la pluma de Freud pero no de manera inmediata, puesto que hay una etapa, la del principio de placer. Pero queda 31
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claro que un día lo sorprendió que, hagan lo que hagan, inocente o no, lo que se formula, hagan lo que hagan con eso, es algo que se repite. Dije: “La instancia de la letra”, y si utilizo instancia tengo mis razones, como para todos los usos que hago de las palabras. Instancia resuena tanto en el nivel de la jurisdicción como en el de la insistencia, donde hace sur gir ese módulo que definí como el instante, en el nivel de cierta lógica. Freud descubre el más allá del principio de placer en la repetición. Solo que, si hay un más allá, no hablemos más de principio. Un principio donde hay un más allá ya no es un principio. De paso, dejemos de lado el principio de realidad. Todo esto debe ser revisado. Después de todo, no hay dos clases de seres hablantes, aquellos que se rigen por el principio de placer y el principio de reali dad, y aquellos que están más allá del prin cipio de placer, sobre todo porque, como se dice, clínicamente -reconozcámoslo- son los mismos. El proceso primario se explica en un pri mer tiempo mediante esta aproximación que 32
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es la bipolaridad principio de placer/princi pio p io d e r e a lid li d a d . Este Es te esbo es bozo zo es in inss o s ten te n ib ible le y está hecho para que estos primeros enuncia dos sean digeridos como puedan por los oídos contemporáneos, que son oídos burgueses -no quiero abusar de este término-, esto es, que no tienen ni la menor idea de qué es el pr p r in incc ip ipio io d e placer. pla cer. El principio de placer es una referencia a la moral antigua. En la moral antigua, el prin cipio de placer, que consiste precisamente en hacer lo menos posible, otium cum dignitale, dign itale, es una ascesis. Podría decirse que confluye con la de los puercos, pero de ningún modo en el sentido en que se los entiende. El término puerco puerco en la Antigüedad no significaba que se fuera cochino. Quería decir que se lindaba con la sabiduría animal. Era una apreciación, un toque, una un a nota, dada desde el el exterior p or gente que no comprendía de qué se trataba ese último refinamiento de la moral del amo. ¿Qué puede pue de tener ten er esto esto que ver ver con la idea idea que se hace el burgués acerca del placer y, además, de la realidad? Sea como com o fuere, fuere , de la insist insistencia encia con la que el inconsciente nos entrega lo que formula, 33
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resulta lo siguiente: si acaso nuestra interpre tación solo tiene como sentido hacer notar lo que el sujeto encuentra, entonces, ¿qué encuentra? Nada que no deba catalogarse en el registro del goce. Este es el tercer punto. Cuarto punto. ¿Dónde yace el goce? ¿Qué hace falta ahí? Un cuerpo. Para gozar hace falta falta un cuerpo. Hasta aquellos aquellos que hacen u na pr p r o m e s a d e B e a titu ti tudd e s e t e r n a s solo so lo p u e d e n hacerlo suponie sup oniend ndoo que el cuerpo es su su sopor te. te. Glorioso o no, no , ahí deb d ebee esta estar. r. Hace falta falta un cuerpo. ¿Por qué? Porque la dimensión del goce para el cuerpo es la dimensión del des censo hacia la muerte. Por otra parte, es en esto en lo que el pr p r in incc i p io d e p lac la c e r a n u n c ia q u e d e s d e a q u e l momento Freud sabía bien lo que decía. Si lo leen con cuidado, verán allí que el principio de placer no tiene nada que ver con el hedo nismo, aunque nos haya sido legado por la más antigua tradición. En verdad, es el princi pio p io d e displa dis place cer, r, a p u n t o tal q u e al e n u n c iarl ia rloo , Freud derrapa a cada paso. Nos dice: ¿en qué consiste consiste el placer?, placer?, y respond resp onde: e: en bajar la ten sión. Pero al contrario, ¿por qué se goza si no es porque se produce una tensión? Este es el 34
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pr p r in incc i p io m ism is m o d e to todd o lo q u e d e n e el n o m br b r e d e goce. go ce. Por eso, mientras recorre el camino de Jenseits des des Lustprinz Lustp rinzips, ips, del “Más allá del prin cipio de placer”, ¿qué nos enuncia Freud en el “Malestar en la cultura” si no es que, muy pr p r o b a b lem le m e n t e , m u c h o m ás allá all á d e la lla ll a m a d a represión soc social, al, debe hab h aber er un a represión represión -lo -l o escribe escribe textua tex tualm lm enteen te- orgáni orgánica? ca? Es una lástima que haya que tomarse tanto trabajo para cosas que resultan tan evidentes. La dimensión en la cual el ser hablante se dis tingue del animal es ciertamente que hay en él ese ese hiato po r donde don de se perdería, p or do nde nd e le estaría permitido operar sobre el o los cuer po p o s , sea se a el suyo o el d e sus sem se m eja ej a n tes, te s, o el d e los animales que lo rodean, para hacer surgir, en su propio beneficio o en el de ellos, lo que se llama, para hablar con propiedad, el goce. Los encaminamientos que acabo de subra yar, que van desde la descripción sofisticada del principio de placer hasta el reconocimien to abierto de lo que concierne al goce fun damental, vuelven aún más extraño ver que Freud recurre en aquel momento a eso que designa como insünto de muerte. No es que 35
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esto sea falso, pero que sea dicho así, de una manera tan sabia, es precisamente lo que no pueden tragarse de nin gún modo los sabios que él engendró con el nombre de psicoana listas. La institución psicoanaíítica internacio nal se caracteriza por una larga cogitación, una rumia alrededor del instinto de muerte. Observen si no esos interminables dédalos, la manera que tiene de partirse, de dividirse, de repartirse -lo admite, no lo admite, llego hasta aquí, no lo sigo hasta allá-. Antes bien que uti lizar un término que parece elegido para dar la ilusión de que algo fue descubierto en ese campo que puede considerarse análogo a lo que en lógica se llama una paradoja, resulta sorp rend ente que Freud, si se tiene en cuenta el camino que ya había trazado, no haya creí do necesario señalar de una manera pura y simple el goce. En el orden de la erotología, este está verdaderamente al alcance de cual quiera. Es verdad que en aquel tiempo las publicaciones del Marqués de Sade estaban menos difundidas. Por esto mismo, creí que debía marcar en algún lugar de mis Escritos -para poner una fecha- la relación de Kant 36
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con Sade. ¿Por qué Freud procedió así? Creo que después de todo hay una respuesta. No es obligatorio que él, no más que cualquiera de nosotros, haya sabido todo lo que decía. Pero en lugar de contar tonterías sobre el instin to de muerte primitivo, venido del exterior o venido del interior, o retom ando del exterior hacia el interior, y más tarde volcándose en la agresividad y en la pelea, tal vez se habría podido leer en el instinto de muerte de Freud aquello que conduce a decir que, en suma, el único acto —si hubiera uno que fuera un acto logrado—sería, si pudiera serlo, el suicidio. Entiéndase bien que hablo de un acto que fuera logrado como el año pasado hablaba de un discurso que no fuera del semblante. Tanto en un caso como en el otro, no hay ni un tal discurso ni un tal acto. Esto es lo que Freud nos dice. No nos lo dice así, en crudo, en claro, tal como podemos decirlo ahora, una vez que la doctrina despe jó un poquito el camino, y sabemos que no hay más acto que el fracasado e incluso que esta es la única condición para un semblan te de logro. Por esto mismo el suicidio mere ce una objeción. No es necesario que quede 37
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como tentativa para que de todos modos sea fracasado, completamente fracasado desde el punto de vista del goce. Quizás no sea así para los budistas con sus bidones de nafta, porque están a la orden del día. No sabemos nada al respecto porque no vuelven para d ar testimonio. El texto de Freud es un lindo texto. No por nada nos trae el soma y el germen. El sien te, presiente, que ahí hay algo para profundi zar. En efecto, lo que se debe profundizar es el quinto punto que enuncio este año en mi seminario de este modo: no hay relación sexual. Esto puede sonar un poco chiflado. Bas taría con echarse un buen polvo para demos trarme lo contrario. Lamentablemente, eso es algo que no demuestra en absoluto nada semejante porque la noción de relación no coincide del todo con el uso metafórico que se hace de este término a secas, relación, tuvie ron relaciones. No es del todo eso. Se puede hablar seriamente de relación no solo cuando un discurso establece la relación sino cuando además se enuncia la relación. Lo real está allí antes de que lo pensemos, pero la relación, en cambio, es mucho más incierta. No solo hay 38
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que pensarla, sino también escribirla. Si no son capaces de escribirla, no hay relación. Sería quizá muy destacable si durante bas tante tiempo, como para que eso comience a dilucidarse un poco, se verificara que es impo sible escribir lo que sería la relación sexual. La cosa tiene su importancia porque justa mente, a través del progreso de lo que llama mos la ciencia, estamos llevando muy lejos un montón de pequeños asuntos que se sitúan en el nivel del gameto, del gen, de cierto número de elecciones, de selecciones, llámenselas como se quiera, meiosis u otra cosa, y que parecen esclarecer realmente algo que sucede a nivel del hecho de que la reproducción, al menos en cierto sector de la vida, es sexuada. Pero esto no tiene nada que ver con lo que atañe a la relación sexual, por cuanto es muy cierto que hay en el ser hablante, en torno a esta relación en tanto basada en el goce, un abanico con un despliegue absolutamente admirable. Dos cosas fueron puestas de manifiesto por Freud y por el discurso analítico. Por una parte, está toda la gama del goce. Todo lo que se pueda hacer cuando se trata de manera conveniente un cuerpo, incluso el 39
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propio cuerpo, participa en cierto grado del goce sexual. Solo que el goce sexual mismo, cuando quieren ponerle la mano encima -si puedo expresarme así-, ya no es para nada sexual, sino que se pierde. En segundo lugar entra en juego todo lo que se elabora con el término falo. El mismo designa cierto significado, el significado de cierto significante totalmente evanescente, porque en cuanto a definir qué es el hombre o la mujer, el psicoanálisis nos muestra que eso es imposible. Hasta cierto grado nada indi ca especialmente que sea hacia el partenaire del otro sexo hacia donde deba dirigirse el goce, aun si se lo considera, por un instante, como el guía de la función de reproducción. Nos encontramos ante el estallido de la noción -digamos- de sexualidad. Sin duda algu na la sexualidad se encuentra en el centro de todo lo que sucede en el inconsciente. Pero está en el centro por cuanto es una falta. Es decir que, en el lugar de sea lo que fuere que pudie ra escribirse de la relación sexual como tal, en sustitución están los impasses engendrados por la función del goce sexual, en la medida en que este aparece como el punto de espejismo 40
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VERDAD Y GOCE
que Freud mismo pone como ejemplo del goce absoluto. Y es tan verdadero como no absoluto. No lo es en ningún sentido, en prim er lugar, porque como tal está destinado a esas diferentes formas de fracaso que constituyen para el goce masculino la castración, y para el femenino la división. Por otra parte, aquello a lo que lleva el goce no tiene absolutamente nada que ver con la copulación, en la medida en que esta es el modo usual -digámoslo así, aunque eso va a cambiar- po r el cual se realiza la reproducción en la especie del ser hablante. En otros términos, hay una tesis: no hay relación sexual, estoy hablando del ser hablan te. Hay una antítesis, que es la reproducción de la vida. Este es un tema muy conocido y es la bandera actual de la Iglesia católica, en lo cual hay que reconocer su valentía. La Iglesia católica afirma que hay una relación sexual, aquella que culmina haciendo niñitos. Se trata de una afirmación muy aceptable, solo que es indemostrable. Ningún discurso puede soste nerla, salvo el discurso religioso, en la medida en que él define la separación estricta que hay entre la verdad y el saber. En tercer lugar, no hay síntesis, a menos que ustedes llamen sínte 41
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sis a esta observación de que el único goce que hay es el de morir. Tales son los puntos de verdad y de saber en los que importa acentuar lo que atañe al saber del psicoanalista, con la salvedad de que no hay ni un solo psicoanalista para quien esto no sea letra muerta. En cuanto a la síntesis, podem os confiar en ellos para sostener los términos y verlos en un lugar completamen te diferente del instinto de muerte. Como se dice: Chassez le naturel, il revienl au galop.b De todos modos, convendría darle su ver dadero sentido a esta vieja fórm ula proverbial. Hablemos de “lo natural”, que es todo lo que se recubre con las vestiduras del saber, y sabe Dios que eso no falta. El discurso uni versitario está hecho únicamente para que el saber sea una vestidura. El ropaje del que se
5.
La ex pre sión francesa chassez. le naturel, il revienl au
galop significa
que nunca se pierden las malas costum
bres, las tendencias naturales. Su traducción aproximada al castellano es “genio y figura hasta la sepultura". [N . de la T.] 42
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trata es la idea de naturaleza. No va a desa parecer así nomás de la escena. No es que yo intente sustituirla por otra. No se imaginen que soy de aquellos que oponen la cultura a la naturaleza, aunque más no sea porque la naturaleza es precisamente fruto de la cultura. Pero, en fin, para esta relación: saber/verdad, o verdad/saber, como ustedes prefieran, ni siquie ra hemos empezado a ten er ni el más mínimo principio de adhesión, como tampoco para lo que decimos sobre la medicina, la psiquiatría y un montón de otros problemas. Dentro de poco tiempo, antes de cuatro o cinco años, vamos a estar sumergidos en proble mas segregativos a los que estigmatizaremos con el término racismo. Todos esos problemas resul tan del control de lo que sucede en el nivel de la reproducción de la vida en seres que, en razón de que hablan, se encuendan con todo tipo de problemas de conciencia. Es inaudito que toda vía no se hayan dado cuenta de que los proble mas de conciencia son problemas de goce. Pero, en fin, estos problemas recién esta mos empezando a poder decirlos. No hay nin guna seguridad de que esto tenga la menor consecuencia, puesto que sabemos que la 43
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interpretación requiere, para ser recibida, eso que al comienzo llamé un trabajo. El saber es del orden del goce. No vemos en absoluto por qué cambiaría de lecho. Si la gente denuncia eso que llaman intelectualización es simple mente porque está acostumbrada, por expe riencia, a darse cuenta de que no es en abso luto necesario ni en absoluto suficiente com prender algo para que algo cambie. La cuestión del saber del psicoanalista no es de ningún modo saber si eso se articula o no, sino saber en qué lugar hay que estar para sostenerlo. A este respecto, intentaré darles una indicación a la que no sé si voy a lograr dar una formulación transmisible. La cuestión es saber lo que la ciencia -a la que el psicoanálisis, así como en la época de Freud, no puede más que escoltar- llega a alcanzar de aquello que concierne a lo real. La potencia de lo simbólico no necesita ser demostrada, porqu e es la potencia misma. No hay en el mundo ninguna huella de poten cia anterior a la aparición del lenguaje. En lo que Freud bosqueja de la época anterior a Copérnico, él se imagina que el hombre era muy feliz por estar en el centro clel universo 44
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y creerse el rey del mismo. Esto es una ilusión absolutamente extraordinaria. Si el hombre tenía alguna idea sobre las esferas celestes era precisamente porque allí se encontraba la última palabra del saber. ¿Quién sabe algo en el mundo? Las esferas etéreas. Ellas sí saben. Hizo falta tiempo para que eso fuera supera do. Por eso el saber está asociado desde los orígenes a la idea de poder. La pequeña nota que se encuentra en el dorso del grueso volumen de mis Escritos invoca las Luces. ¿Por qué no admitirlo?, soy yo quien la escribió. ¿Quién otro sino yo hubiera podi do hacerlo? Se reconoce mi esdlo, y está muy bien escrita. Las Luces tardaron cierto tiempo en elucidarse. En un primer tiempo, fallaron su intento. Pero en fin, así como el Infierno, esta ban sembradas de buenas intenciones. Contrariamente a todo lo que se dijo, las Luces tenían como finalidad enunciar un saber que no fuera un homenaje a ningún poder. Sin embargo, lamentamos tener que constatar que aquellos que se dedicaron a esta tarea se encontraban un poco demasiado en posición de lacayos con respecto a cierto tipo de amos, los nobles de la época -debo decir 45
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LACAN
que bastante felices y prósperos-, como para poder desembocar de cualquier m anera en algo diferente de la famosa Revolución Fran cesa, que tuvo el resultado que ustedes cono cen, a saber, la instauración de una raza de amos más feroz que todo lo que se había visto en acción hasta entonces. Desde cierta perspectiva, que no califica ría como progresista, el psicoanalista podría transportar un saber que nada puede hacer, e! saber de la impotencia. Para ponernos a tono con la huella en la que espero continuar mi discurso este año, les voy a dar la primicia -p ara que se les haga agua la boca- del título del seminario que voy a dictar en el mismo lugar que el año pasado, gracias a algunas personas que se ocuparon de preservárnoslo. Se escribe así: para empezar, tres puntos. Luego una o y una u. En el lugar de los tres puntos pongan lo que quieran, lo dejo librado a su meditación. Este ou [o] es lo que se llama vel o aut en latín. Se le agrega pire [peor]. Y de esto resulta ...o u pire [o peo r]. 4 de noviembre de 1971 46
De la incomprensión y otros temas
L
o que hago con ustedes esta noche evi dentemente no es lo que me propuse dar este año como paso siguiente de mi seminario. Será, como la última vez, una charla. Todos saben, aunque muchos lo ignoren, de la insistencia que pongo en las entrevistas preliminares al análisis, ante aquellos que me piden consejo. No hay entrada posible en el análisis sin entrevistas preliminares. Esto acer ca la relación que existe entre esas entrevistas y lo que voy a decirles este año en mi semina rio, salvo que, dado que soy yo quien habla, soy yo quien se encuentra aquí en la posición de analizante. Podría haber tomado muchos otros sesgos pero, a fin de cuentas, siempre es a últim o mom ento cuando sé qué elijo decir. 49
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Para la charla de hoy, me pareció una oca sión propicia una pregunta que me fue plan teada ayer por alguien de mi Escuela, una de esas personas que se toman un poco a pecho su posición. La voy a repetir textualmente: ¿la incomprensión de Lacan es un síntoma?
Esta pregunta tiene para mí la ventaja de hacerme entrar de inmediato en el meollo del tema, lo que me ocurre rara vez, porque en general me acerco con pasos prudentes. Le perdono fácilmente a esta persona que haya puesto mi nom bre -lo que se explica po r el hecho de que estaba frente a mí- en lugar de lo que hubiera correspondido, esto es, mi discurso. Como verán, no me escabullo, lo llamo mi. Veremos luego si este mi merece ser mantenido. ¿Qué importa? Lo esencial es saber si la incomprensión de la que se trata, así la llamen de un modo o de otro, es un sín toma. Yo no lo pienso así. No lo pienso, primero, porque no puede decirse que mi palabra, que después de todo tiene cierta relación con mi discurso aunque no se confunda con él, sea absolutamente incomprendida. Puede decirse, 50
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de un modo preciso, que la presencia numero sa de ustedes es una prueba de ello. Sí mi pala bra fuera incomprensible, no veo muy bien por qué serían ustedes tan numerosos, tanto más cuanto que esta cantidad está constituida en gran parte por gente que vuelve. En lo que respecta al muestreo de opinio nes que me llegan, hay algunas personas que se expresan de esta manera: no siempre com prenden bien o, al menos, tienen la impresión de no comprender. Según uno de los últi mos testimonios que me llegaron, la persona en cuestión, a pesar de que tenía un poco la impresión de no captar, encontraba una ayuda para orientarse en sus propias ideas, para acla rarse a sí misma en algunos puntos. Se puede decir, entonces, que al menos en lo que con cierne a mi palabra, que evidentemente se debe distinguir del discurso, no hay lo que se dice, en sentido estricto, incomprensión. Aclaro de inmediato que esta palabra es una palabra de enseñanza. En este caso, dife rencio la palabra del discurso. Como estoy hablando en Sainte-Anne -y tal vez a través de lo que dije la última vez se puede percibir lo que esto significa para mí- elegí tomar el 51
JACQUES
L AC AN
asunto en un nivel, digamos, elemental. Esto es algo completamente arbitrario, pero es un a elección. Cuando fui a la Sociedad de Filosofía para presentar una comunicación sobre lo que llamaba en esa época mi enseñanza, tomé el mismo partido. Hablé como si me dirigiera a gente muy rezagada. No lo estaban más que ustedes, pero sobre todo se debía a la idea que tengo de la filosofía. Y no soy el único. Uno de mis muy buenos amigos que hizo reciente mente una comunicación en la Sociedad de Filosofía me acercó un artículo sobre el fun damento de las matemáticas sobre el que le hice notar que era de un nivel diez o veinte veces más elevado que lo que él había dicho en esa Sociedad. Me respondió que no debía sorprenderme, dadas las respuestas que había obtenido. Como yo había recibido respuestas del mismo tenor en el mismo lugar, eso fue lo que me tranquilizó por haber articulado, en el mismo nivel, algunas cosas que pueden encon trar en mis Escritos. Por lo tanto, en algunos contextos, hay una elección menos arbitraria que la que yo sos tengo aquí. La sostengo aquí en función de 52
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Y O T RO S T E M AS
elementos memorables relacionados con esto que voy a decirles. Si en cierto nivel mi discur so permanece aún incomprendido, digamos que se debe a que durante mucho tiempo, en cierto sector, estuvo prohibido. No prohibido escucharlo, lo que habría estado al alcance de muchos, como lo demostró la experiencia, sino prohibido venir a escucharlo. Esto es lo que nos va a permitir diferenciar esta incom prensión de algunas otras. Existía una prohi bición y, a fe mía, que esta prohibición provi niera de una institución analítica es con segu rid ad significativo. ¿Qué quiere decir significativo? No dije de ningún inodo significante. Hay una gran dife rencia entre la relación significante/signifi cado y la significación. La significación es un signo. Un signo no tiene nada que ver con un significante. Un signo -desarrollo esto en un rincón, en algún lado del último número de mi revista Scilicet-, u n signo es siempre, pense mos lo que pensemos, el signo de un sujeto. ¿Que se dirige a qué? Esto también está escrito en ese Sálicet. No puedo extenderme ahora al respecto, pero ese signo de prohibición pro venía con seguridad de verdaderos sujetos, 53
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en todos los sentidos de la palabra, de sujetos que obedecen, en todo caso. Que se trate de un signo proveniente de una institución analí tica es apropiado para permitirnos dar el paso siguiente. Si la pregunta me fue planteada en esta form a es en función de lo siguiente: la incom prensión en psicoanálisis es considerada como un síntoma. Esto es algo reconocido en el psi coanálisis, y también admitido generalmente. Lo es a tal punto que ha pasado a la concien cia común. Cuando digo que es algo admiti do generalmente, es más allá del psicoanáli sis, quiero decir del acto psicoanalítico. En la modalidad de la conciencia común las cosas llegaron a tal punto que se oye decir Anda a psicoanalizarte cuando la persona que lo dice considera que la conducta de ustedes, o sus palabras, son síntomas, como diría el señor Perogrullo. Les haré notar que, de todas maneras, en este nivel, por este sesgo, síntoma tiene el senti do de valor de verdad. En esto, lo que pasó a la conciencia común es más preciso, por desgra cia, que la idea que llegan a hacerse muchos psicoanalistas. Digamos que son demasiado 54
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Y OTROS TEMAS
pocos los que saben la equivalencia de síntoma con valor de verdad. Esto tiene una correspondencia histórica que dem uestra que el sentido del término sín toma fue descubierto, denunciado, antes de que el psicoanálisis entrara en juego. Como lo subrayo con frecuencia, esta equivalencia es el paso esencial dado por el pensamiento marxista. Para traducir el síntoma en un valor de verdad debemos palpar lo que supone como saber en el psicoanalista e] hecho de que haga falta que sea a sabiendas como él interprete. Para abrir un paréntesis, señalo que este saber le es presupuesto al analista, si puedo decirlo así. Es lo que recalqué con el sujeto supuesto saber como fundamento de los fenó menos de transferencia. Siempre puse de relieve que esto no entraña ninguna certeza en el sujeto analizante de que su analista sepa mucho, bien lejos de esto. Lo que es perfec tamente compatible con el hecho de que el saber del analista sea considerado por el ana lizante como muy dudoso, lo que por otra parte, con frecuencia, es el caso por razones muy objetivas. En suma, los analistas no siem55
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pie saben todo lo que deberían por la simple razón de que a menudo no hacen demasiado esfuerzo. Esto no cambia en absoluto el hecho de que el saber es supuesto a la función del analista y que sobre esto reposan los fenóme nos de transferencia. CieiTo el paréntesis. Tenemos entonces el sín toma con su traducción como valor de verdad. El síntoma es valor de verdad; lo recíproco no es verdadero, el valor de verdad no es un síntoma. Es bueno señalarlo en este pu nto en razón de que la verdad no es algo cuya fun ción yo sostenga como aislable. Su función, y especialmente allí donde se ubica, en la pala bra, es relativa. No es aislable de otras fun ciones de la palabra. Razón de más para que insista en esto: aun reduciéndola al valor, la verdad no se confunde en ningún caso con el síntoma. Los primeros tiempos de mi enseñan za giraron en torno a qué es el síntoma. En efecto, los analistas estaban en tal nebulosa en este punto que el síntoma se articulaba en sus bocas como el rechazo de dicho valor de verdad. Después de todo, tal vez se deba a mi enseñanza que esto no se despliegue ya tan 56
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fácilmente. Pero la verdad no tiene ningnna relación con la equivalencia, en un único sen tido, del síntoma con un valor de verdad. La verdad hace entrar enjuego el ser del ente. Lo llamo así porque estamos entre nosotros y porque dije que era una charla. Lo llamo así sin más, sin preocuparme de que los términos que impulso ya sean utilizados en lo más avan zado de la filosofía. Digo el ser porque desde los tiempos en que la filosofía viene dando vueltas en torno a cier tos puntos, creo que ya se da por sentado que el ser hablante es por ser hablante -discúlpen me por el primer ser- como llega al ser, en fin, al menos tiene el sentimiento de ello. Natural mente, no llega, falla. Pero podemos decir que esta dimensión del ser, que se abre de repen te, durante un buen tiempo sacó de quicio al menos a los filósofos. Sería un error ironizar, porque si sacó de quicio a los filósofos es porque ellos sacan de quicio a todo el mundo. Esto es lo que se seña la en la denuncia que hacen los analistas de eso que llaman resistencia. Si yo batallé durante toda una etapa de mi enseñanza, de lo cual hay huellas en mis Escri 57
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fue efectivamente para interrogarlos sobre qué sabían de lo que hacían cuando introdu cían el ser de ese bendito ente del que hablan, no del todo a tontas y a locas. De vez en cuan do llaman a esto el hombre, pero lo llaman así cada vez menos desde que estoy entre aquellos que emiten algunas reservas al respecto. Este ser no tiene con respecto a la verdad ningún tropismo especial. No digamos nada más. Por lo tanto, el síntoma es valor de verdad. Esta es la función que resulta cuando se intro duce, en cierto momento histórico que he fechado suficientemente, la noción de síntoma. El síntoma no se cura del mismo modo en la dialéctica marxista que en el psicoanálisis. En el psicoanálisis se las tiene que ver con algo que es la traducción en palabra de su valor de verdad. Que esto suscite en el analista lo que es sentido como un ser de rechazo no perm ite en absoluto zanjar si ese sentimiento merece de algún modo ser com alido, porque además, en otros registros, precisamente el que evocaba hace un rato, es por procedimientos completa mente diferentes como debe ceder el síntoma. No le estoy dando preferencia a ninguno de esos procedimientos, y esto menos aún
tos,
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cuando quiero hacerles entender que hay otra dialéctica que la que se imputa a la historia. Entre las preguntas: ¿la incomprensión psi coanalítica es un síntoma? y ¿la incomprensión de Lacan es un síntoma ?, voy a ubicar una tercera: ¿la incomprensión matemática es un síntoma? Hay gente, incluso jóvenes -porque esto solo tiene interés entre los jóvenes-, en quienes existe esta dimensión de la incomprensión matemática. Cuando nos interesamos en sujetos que manifiestan incomprensión matemática, bas tante difundida todavía en nuestro tiempo, se tiene el sentimiento -udlizo el término senti miento exactamente como lo hice recién para aquello que los analistas denominan resisten cia- de que esta proviene de algo así como una insatisfacción, como un desfase, algo experimentado por el sujeto precisamente en el manejo del valor de verdad. Los sujetos que sufren de incomprensión matemática esperan de la verdad más que la reducción a esos valores que se llaman deductivos, al menos en los primeros pasos de la matemática. Las articulaciones llamadas demostrativas parecen para ellos carentes de algo que se sitúa precisamente en el nivel de 59
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una exigencia de verdad. La bivalencia verda dero o falso los deja sin duda desconcertados, y, digámoslo, con razón. Hasta cierto punto, puede decirse que existe cierta distancia entre la verdad y lo que podemos llamar la cifra. La cifra no es otra cosa que lo escrito, lo escrito de su valor. Que la bivalencia se expre se, según los casos, ya sea por 0 y 1 o por V y F, el resultado es el mismo en razón de algo que parece exigible para ciertos sujetos. Habrán escuchado que hace un rato no hablé para nada de algo que fuera un conte nido. ¿En nombre de qué se lo llamaría con este término? Puesto que contenido no quiere decir nada mientras no se pueda decir de qué se trata. Una verdad no tiene contenido. Una verdad que se dice tal es verdad o bien es sem blante, diferenciación que no tiene nada que ver con la oposición de lo verdadero y lo falso, puesto que si es semblante, es precisamente semblante de verdad. La incomprensión matemática procede justam ente de la cuestión de saber si verdad o semblante no son uno. Permítanme que lo plantee así, lo retomaré más profundam ente en o tro contexto. 60
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En todo caso, en este punto, no es por cierto la elaboración lógica que se hizo de las matemáticas la que vendrá a oponerse. Bertrand Russell, por otra parte, se preocupó por decir en sus propios términos que la mate mática se ocupa de enunciados de los que resulta imposible decir si tienen una verdad, ni siquiera si tienen algún significado. Es un modo un poco exagerado de decir que toda la preocupación que dedicó al rigor de la puesta en forma de la deducción matemática segura mente se dirige a algo diferente de la verdad, pero tiene una vertiente que sin em bargo guarda relación con ella, sin lo cual no sería necesario separarla de un modo tan contun dente. Es seguro que, de manera no idéntica a la matemática, la lógica se esfuerza precisa mente en justificar la articulación matemáti ca con respecto a la verdad. En nuestra época se afianza en una lógica proposicional que sostiene -la verdad está planteada como un valor que es la denotación de una proposi ción d ada- que una proposición verdadera no podría engendrar sino otra proposición verda dera. 61
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Lo menos que se puede decir es que esto parece muy extraño. De esta extraña genea logía de la implicación resulta, en efecto, que lo verdadero, una vez alcanzado, de ningún modo podría volverse falso por nada de lo que él implica. Por mínimas que sean las probabi lidades de que una proposición falsa engen dre una proposición verdadera -lo que po r el contrario está totalmente admitido-, una vez qu e se propone en esta vía, que según nos dicen es sin retorno, no debería haber desde hace mucho tiempo más que proposiciones verda deras. A decir verdad, semejante enunciado no puede sostenerse ni un instante más que en razón de la existencia de las matemáticas independientemente de la lógica. En algu na parte aquí hay un embrollo. Los mismos matemáticos se sienten tan poco tranquilos con respecto a esto que todo lo que estimuló efectivamente la invesdgación lógica relativa a las matemáticas partió de la idea de que la no contradicción no bastaría para fun dam entar la verdad. Esto no quiere decir que la no conüadicción no sea algo esperable y hasta exigible. Pero lo seguro es que no es suficiente. 62
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Pero no avancemos más en el tema por esta noche, puesto que solo se trata de una char la introductoria a un manejo del que precisa mente me propongo mostrarles el camino en mi seminario. Este embrollo se presta a hacernos pensar que el síntoma de la incomprensión matemáti ca, en suma, está condicionado por el am or de la verdad hacia ella misma, si puedo decirlo así. Esto es algo diferente de ese rechazo del que hablaba hace un rato, incluso es lo con trario. Es un tropismo positivo para la verdad, si puedo decirlo así, mientras que cierto modo de exponer las matemáticas escamotea total mente lo patético de la verdad. La presentan de una manera práctica, común, simple y ele mental, sin ninguna introducción lógica, de manera tal que la evidencia, como se dice, perm ite escamotear muchos pasos. Los fenó menos de incomprensión se producen en los jóvenes sin duda en razón de cierto vacío sen tido en lo que respecta a lo verídico de aque llo que se articula. Estaríamos muy equivocados si pensáse mos que la matemática logró vaciar de pate tismo todo lo que concierne a la relación con 63
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la veidad. No hay solo matemática elemental. Conocemos bastante de historia para saber la pena y el dolor que engendraron, cuando fueron excogitados, los términos y las funcio nes del cálculo infinitesimal, e incluso poste riormente la regularización, la ratificación, la logificación de esos mismos términos y de esos mismos métodos, hasta la introducción de un número cada vez más elevado, cada vez más elaborado, de lo que en ese nivel corres ponde llam ar maternas. Dichos maternas no implican en absoluto una genealogía retróg ra da, no implican ningún planteo posible para el que hubiera que emplear el término “his tórico”. La matemática griega, por ejemplo, mues tra muy bien los puntos en los que, aun cuan do gracias a los procedimientos llamados exhaustivos tuvo la posibilidad de acercarse a lo que se produjo en el momento del surgi miento del cálculo infinitesimal, sin embargo no lo alcanzó, no franqueó el paso. Si a partir del cálculo infinitesimal o, para decirlo mejor, de su reducción perfecta, resul ta fácil ubicar y clasificar, pero a posteriori, en qué estaban los procedimientos de demos 64
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tración de la matemática griega y a la vez los impasses que encontraban de entrada, no se justifica en absoluto hablar del materna como de algo que estaría separado de la exigencia de verdad. Innumerables debates, debates de palabras, el surgimiento de nuevos maternas en cada momento de la historia. Hablé implícitamente de Leibniz y de Newton, pero pienso también en aquellos que los precedieron con una auda cia increíble, en no sé qué factor de encuentro o de aventura a propósito del cual se evoca el término proeza o golpe de suerte, como un Isaac Barrow, por ejemplo. Esto se renovó en un tiempo muy cercano a nosotros con la efracción cantonaría, donde nada está hecho para disminuir lo que hace un rato llamé la dimensión patética, que en Cantor llegó hasta la amenaza de locura. Tam poco creo que baste con decirnos que se debió a las decepciones en su carrera, a la oposición, incluso a las injurias que el susodicho Cantor recibió de parte de los universitarios que rei naban en su época. No tenemos la costumbre de considerar que la locura esté motivada por persecuciones objedvas. 65
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Por lo tanto, la incomprensión matemática debe ser algo muy diferente de una exigencia que resultaría de u n vacío formal. A juzgar por lo que ocurre en la historia de las matemáti cas, no es seguro que la incomprensión no se genere en alguna relación entre el materna, así sea el más elemental, con una dimensión de verdad. Quizás sean los más sensibles quie nes menos comprenden. Tenemos ya una indicación de esto en el nivel de los diálogos socráticos -me refiero a lo que nos queda de ellos, a lo que de ellos podem os sup o n er-. Después de todo, tal vez haya gente para quien el encuentro con la verdad desempeñe el papel que dichos griegos tomaban de una metáfora, tenga el mismo efecto que el encuentro con el pez torpedo: los aletargue. Esta idea proviene del aporte, sin duda confuso, de una metáfora, pero para esto sirve una metáfora, para hacer surgir un sentido que sobrepasa en mucho los medios. El pez torpedo, y luego quien lo toca y se cae redondo, es evidentemente, sin que se lo sepa todavía en el momento en que se hizo la metáfora, el encuentro entre dos campos no acordes entre sí, campo está toma 66
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do aquí en el sentido propio de campo magné tico.
Les haré notar que lo que acabamos de abordar desemboca en el término campo, y este es el término que utilicé cuando dije “Función y campo de la palabra y del len guaje”. El campo está constituido por lo que llamé el otro día lalengua. Considerar que este campo constituye la clave de la incomprensión es precisamente lo que nos permite excluir cualquier psicología. Los campos de los que se trata están consti tuidos por lo real, tan real como el pez torpe do y el dedo del inocente que acaba de tocar lo. El materna, aunque lo abordemos por las vías de lo simbólico, no deja de ser real. La verdad enjuego en el psicoanálisis es lo que por medio del lenguaje, quiero decir, por la función de la palabra, toca un real. Sin embargo, se trata de una perspectiva que no es en modo alguno de conocimiento, sino más bien, diría, de algo como la induc ción, en el sentido que tiene este término en la constitución de un campo. Se trata de la inducción de algo que es totalmente real, aun 67
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que nosotros no podamos hablar de eso sino como de significantes, quiero decir que no tiene otra existencia más que significante. ¿De qué estoy hablando? Pues bien, d e nin guna otra cosa sino de lo que se llama en len guaje corriente los hombres y las mujeres. No sabemos nada real sobre esos hombres y esas mujeres como tales. No se trata de perros ni de perras. Se trata de qué son realmente quienes pertenecen a cada uno de los sexos a partir del ser hablan te. No hay aquí ni una sombra de psicología. Hombres y mujeres, eso es real. Pero no somos capaces de articular en lalengua ni lo más mínimo que tenga la menor relación con este real. El psicoanálisis no deja de machacarlo. Esto es lo que enuncio cuando digo que no hay relación sexual para los seres que hablan. ¿Por qué? Porque su palabra, tal como esta funciona, depende, está condicionada como palabra por lo siguiente: le está precisamen te prohibido funcionar de cualquier manera como palabra que le permita dar cuenta de esa relación sexual. En esta correlación no le estoy dando pri macía a nada. No digo que la palabra exista 68
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porque no hay relación sexual, sería totalm en te absurdo. Tampoco digo que no hay relación sexual porque la palabra esté ahí. Pero cierta mente no hay relación sexual porque la pala bra funciona en un nivel cuya preeminencia el discurso psicoanalítico descubrió como siendo específico del ser hablante en todo lo que con cierne al orden del sexo, a saber, el semblan te. Semblantes de hombres [ bonshommes] y de mujeres [botines femnies\,1 como se decía des pués de la últim a guerra. No las llamaban de otro modo: bonnes femmes. Como no soy existencialista, no lo diría exactamente así. Sea como fuere, el hecho es que el ente que mencionaba anteriormente habla, y el goce, aquel que llamamos sexual, solo pro viene de la palabra, y debe distinguirse de la relación sexual. Solo él determina en el ente del que hablo aquello que se trata de obtener, esto es, el acoplamiento. El psicoanálisis nos
1.
El térm ino bonhomme design a cíe m anera familiar
“un hombre”; bonne fetnme, manera también familiar de referirse a una mujer, puede tener una connotación lige ram en te despectiva. [N. de la T.]
69
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confronta con esto, que todo depende de este punto pivote llamado goce sexual. Sin embargo, resulta que este no se puede articular en un acoplamiento un poco fre cuente, o incluso fugaz, si no encuentra la cas tración, cuya única dimensión es la de lalengua. Lo único que nos permite afirmarlo son las palabras que recogemos en la experiencia analítica. La articulación de ese núcleo opaco llama do goce sexual en ese registro por explorar llamado castración solo data de la emergencia históricamente reciente del discurso psicoanalítico. Así pues, me parece que esto es algo cuyo materna merece que nos dediquemos a formular. Querríamos que esto se pudiera demostrar de otro modo que como algo pade cido, padecido como una especie de secreto vergonzoso que, aunque haya sido publicado por el psicoanálisis, sigue siendo tan vergon zoso, tan sin salida. Parecería que nadie se dio cuenta de que la cuestión se encuentra en el nivel de la dim ensión cabal del goce, esto es, la relación del ser hablante con su cuerpo, pues to que no hay otra definición posible del goce. En la especie animal, ¿quién goza de su 70
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cuerpo, y de qué manera? Encontramos hue llas de esto en nuestros primos los chimpan cés, que se despiojan uno al otro dando señas de un vivo interés. ¿A qué se debe que en el ser hablante la relación con el goce sea mucho más elaborada? El psicoanálisis descubrió que eso se debe a que el goce sexual emerge antes que la maduración del mismo nombre. Esto parece alcanzar para que sea infantil todo lo que concierne al abanico, reducido sin duda, pero variado, de los goces calificados como perversos. Esto tiene estrecha relación con ese enig ma que hace que no sea posible proceder con aquello que parece directamente vinculado a la operación a la que supuestamente apunta el goce sexual y embarcarse en la vía de la copula ción, cuyos caminos sostiene la palabra, sin que esta se articule como castración. No fue antes de u n ... —no quiero decir un intento, porque como Picasso decía No busco, encuentro, yo No intento, concluyo- cuando concluí que el punto clave, el punto nodal, era lalengua y, en el campo de lalengua, la operación de la palabra. No existe una interpretación analítica que no esté dirigida a atribuir a cualquier propo 71
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sición que encontramos su relación con un goce. ¿Qué quiere decir el psicoanálisis? Que en esta relación con el goce la palabra es la que garantiza la dimensión de verdad. Pero además, nada es menos seguro que el hecho de que la palabra pueda decirla completa mente. No puede más que mediodecir esta relación, como me expreso, e inventar un semblante, el semblante de lo que se llama un hom bre o una mujer. Se hace algo con eso, pero no se puede de cir casi nada. Según parece, no se puede decir mucho sobre el tipo. Hará unos dos años, en la vía que intento trazar, llegué a articular lo que concierne a los cuatro discursos. Esos discursos no son discursos históricos, no se trata de mitología, de la nostalgia de Rousseau, o incluso del neolítico. Esas son cosas que solo interesan al discurso universi tario. Este discurso nunca está tan bien como en el nivel de los saberes que ya no quieren decir nada para nadie, porque el discurso uni versitario se constituye haciendo del saber un semblante. 72
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Estos cuatro discursos constituyen de manera tangible algo real. En esa relación de frontera entre lo simbólico y lo real, ahí vivi mos, viene al caso decirlo. El discurso del amo se mantiene todavía y más aún. Ustedes lo pueden ver con suficiente claridad como para que no me sea necesario indicarles lo que habría podido hacer si eso me hubiera divertido, esto es, si yo buscara la popularidad. Les habría mostrado la pequeña vueltita que en alguna parte lo convierte en el discur so del capitalista. Es exactamente el mismo asunto, con la salvedad de que está mejor hecho, funciona mejor, los embauca más. De todos modos, ustedes ni se dan cuenta. Pasa lo mismo con el discurso universitario, están ahí metidos hasta el cuello creyendo que provo can la conmoción de mayo.2 Ni hablemos del discurso histérico, es el propio discurso científico. Es muy im portante
2.
L'énwi de M ai, expresión
en la que resuena la homo-
fonía entre l'émoi [conmoción], le tnois [el mes], les muis [los y o es ]. Re ferencia al mayo francés del ’68. [N . de la T.] 73
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conocerlo para hacer pequeños pronósticos. Esto no disminuye en nada los méritos del dis curso científico. Si hay algo seguro es que pude articular estos tres discursos en una especie de materna solo porque surgió el discurso analítico. Cuan do hablo del discurso analítico no les estoy hablando de algo del orden del conocimiento. Hace mucho tiempo que se podría haber visto que el discurso del conocimiento es una metá fora sexual y haberle atribuido su consecuen cia, a saber, que, puesto que no hay relación sexual, tampoco hay conocimiento. Hemos vivido durante siglos con una mitología sexual y, por supuesto, una buena parte de los analis tas no quiere más que deleitarse con esos esti mados recuerdos de una época inconsistente. Pero no se trata de eso. “Lo dicho, dicho está”, escribí en la primera frase de algo que estoy excogitando para entregárselo más adelante. Lo que está dicho es de hecho, del hecho de decirlo. Pero hay un escollo. Todo el escollo está ahí, todo sale de ahí. Es eso que llamo l ’hacosa [ Chachóse] -puse una hache delante para que vean que hay un apóstrofo, pero no debería 74
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ponerla, debería llamarse l ’acosa [ l ’achosé]—. En síntesis, el objeto a. El objeto a por cierto es un objeto, pero solamente en el sentido de que sustituye defi nitivamente a toda noción de objeto como sos tenida por un sujeto. No se trata de la relación llamada de conocimiento. Cuando se lo estu dia en detalle, resulta bastante sorprendente observar que en esa relación de conocimiento se las arreglaron de modo tal que uno de los términos, el sujeto en cuesüón, no fuera más que la sombra de una sombra, un reflejo eva nescente. El objeto a solo es un objeto en el sentido de que está ahí para afirmar que nada en el orden del saber deja de producirlo. Esto es algo completam ente diferente a conocerlo. Para que haya alguna chance de analis ta hace falta que cierta operación que llama mos experiencia analítica haya hecho llegar el objeto a al lugar del semblante. No podría ocupar este lugar si los otros elementos reductibles en una cadena significante no ocuparan los otros. Si el sujeto, y lo que llamo el signi ficante amo, y lo que designo como cuerpo y como saber, no estuvieran repartidos en las cuatro puntas de un tetraedro -que para tran 75
JACQUESLACAN
quilidad de ustedes dibujé en el pizarrón con la forma de vectores que se cruzan en el inte rior de un cuadrado al que le falta un lado-, resulta evidente que no habría en absoluto dis curso.
Digo que lo que define un discurso, lo que lo opone a la palabra, en la perspectiva del hablante, es que lo determina lo real. Esto es el materna. El real del que hablo es absoluta mente inabordable salvo por una vía matemá tica. Para situarlo no hay otro camino más que el último en llegar de los cuatro discursos, el que defino como el discurso analítico. De una manera de la que sería excesivo decir que es consistente, puesto que se trata por el contra rio de una brecha, y particularmente la que se expresa en la temática de la castración, ese dis curso permite ver dónde se afirma el real del que se sostiene como discurso. 76
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En conformidad con todo lo que es admiti do en el análisis, el real del que hablo es que nada de lo que parece ser la finalidad del goce sexual, esto es, la copulación, está garantizado sin esos pasos percibidos muy confusamente pero jamás despejados en una estructura com parable a la de una lógica, que constituyen lo que se llama la castración. Precisamente en esto el esfuerzo lógico de be ser un modelo para nosotros, incluso una guía. Y no me hagan hablar de isomorfismo. Que haya un buen picaro en la universidad que encuentre que mis enunciados acerca de la verdad, el semblante, el goce y el plus-degozar serían formalistas, y hasta hermenéuticos, ¿por qué no? Se trata más bien de lo que se llama en matemáticas -e s un hallazgo- una operación generatriz. Intentarem os este año, y en otro lugar que aquí, acercarnos prudentemente, de lejos y paso a paso, a aquello de lo que se trata. No hay que esperar demasiado que se produzcan destellos, pero eso ya va a venir. El objeto a del que les hablé hace un rato no es un objeto, es lo que permite hacer un tetraedro con esos cuatro discursos, cada uno 77
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a su manera. Lo sorprendente es que los ana listas no puedan ver que el objeto o no es un punto que se localiza en alguna parte en los cuatro discursos que ellos forman juntos; es la construcción, es el materna que permite que esos cuatro discursos se construyan como tetraedros. La pregunta pues es esta: ¿Dónde los seres acósicos, los a encarnados que somos todos po r diversos motivos, están más a merced de la incomprensión de mi discurso? La pregunta puede ser planteada. Que esta incomprensión sea un síntoma o que no lo sea es un asunto secundario. Pero es muy cierto que, teórica mente, es en el nivel del psicoanalista donde debe dom inar la incomprensión d e mi discur so, justam ente porque es el discurso analítico. Tal vez no sea el privilegio del discurso ana lítico. Después de todo, quien llevó más lejos el discurso del amo antes de que yo trajera al mundo el objeto a, y que p or supuesto se equi vocó porque no conocía el objeto a, es Hegel, para nombrarlo. Hegel siempre nos dijo que si había alguien que no entendía nada del dis curso del amo era el amo, En lo cual se man tiene en la psicología, porque no hay amo, 78
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hay significante amo, y el amo lo sigue como puede. Esto no favorece en absoluto la com prensión del discurso del amo por parte del amo. En este sentido la psicología de Hegel es exacta. Igualmente, sería muy difícil sostener que la histérica, en el punto en que se sitúa, es decir, en el nivel del semblante, esté en el mejor lugar para comprender su discurso, si no, sería innecesario el viraje del análisis. Ni hablemos de los universitarios. Nunca nadie creyó que tuvieran el atrevimiento de m antener una coar tada tan prodigiosamente manifiesta como lo es todo el discurso universitario. Entonces, ¿por qué los analistas tendrían el privilegio de estar abiertos a lo que es el mate rna de su discurso? Al contrario, existen todas las razones para que ellos se instalen en un estatus del que sería interesante dem ostrar lo que resulta en esas increíbles elucubraciones teóricas que llenan las revistas del mundo psicoanalítico. Demostrarlo no es algo que pueda hacerse en un día, pero voy a inten tar decirles en qué puede residir ese interés. Hay que agotar nuestro tetraedro en todos sus aspectos. Acabo de dar la indicación de 79
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lo que podría ser el estatus del analista en el nivel del semblante. No es menos importante articularlo en su relación con la verdad. Y lo más interesante -viene al caso decirlo, es uno de los únicos sentidos que puede darse al tér mino interés- es su relación con el goce, que sostiene este discurso, que lo condiciona, que lo justifica. No quisiera term inar dándoles la im pre sión de que yo sé lo que es el hombre. Segu ramente hay gente que necesita que les arroje este pescadito. Después de todo, se lo puedo arrojar porque esto no connota ningún tipo de promesa de progreso ...o peor. Puedo decirles que, muy probablemente, lo que especifica a esta especie animal es una relación totalmente anómala y exü aña con su goce. Eso podría tener algunas pequeñas prolon gaciones del lado de la biología, ¿por qué no? Pero constato simplemente que los analistas no le hicieron hacer el menor progreso a la referencia biologizante del análisis. En cambio, del lado de los biólogos se vio que sostenían una cosa increíble, en nombre de lo siguiente: ese goce rengo y tan ampu 80
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tado, la castración misma, parece tener en el hombre cierta relación con la copulación, con eso que biológicamente culmina en la conjun ción de los sexos, pero sin que esto condicione a bsolutam ente nada en el semblante. Hubo entonces biólogos que extendieron este punto anóm alo, esta relación totalmente problemáti ca, a las especies animales y nos expusieron en ellas la perversión. Hicieron un libraco sobre esto que recibió enseguida el patrocinio favo rable de mi querido colega Henri Ey, de quien les hablé la vez anterior con la simpatía que habrán podido apreciar. La perversión en las especies animales, ¿en nombre de qué? Las especies animales copu lan, ¿pero qué nos prueba que lo hagan en nom bre de un goce cualquiera, perverso o no? Sin duda hay que ser hombre para creer que copular hace gozar. Hay volúmenes enteros que explican que algunos lo hacen con pin zas, con sus patitas, y también están los que mandan el esperma al interior de la cavidad central, como la chinche, creo, y entonces nos admiramos de cómo deben gozar con seme jantes cosas. Si nosotros nos hiciéramos eso con un a jerin ga en el peritoneo, sería algo 81
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voluptuoso. Con eso creen que construyen cosas correctas, mientras que la primera cosa palpable es precisamente la disociación del goce sexual. Resulta evidente que la cuestión es saber de qué manera lalengua, de la que por el mom ento podem os decir que es correlativa de la disyunción del goce sexual, tiene una rela ción evidente con algo real. Pero partiendo de ahí, ¿cómo llegar a maternas que nos perm itan construir la ciencia? Esta es verdaderam ente la cuestión, la única cuestión. ¿Qué tal si observa mos un poco más de cerca cómo está armada la ciencia? Intenten hacerlo, aunque sea una vez, con una pequeñísima aproximación: mi escrito titulado “La ciencia y la verdad". Había un pobre tipo, del que yo era hués ped en ese momento, que se puso como loco cuando me escuchó hablar sobre el tema; des pués de todo ahí se ve bien que mi discurso es comprendido. Fue el único que se molestó mucho. Es un hombre que demostró de mil maneras que no era alguien muy dotado. Yo no tengo ningún tipo de pasión por los débi les mentales, en eso me diferencio de mi que 82
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rida amiga Maud Mannoni. Pero como tam bié b iénn se e n c u e n t r a n débi dé bile less m e n tale ta less e n el Ins In s tituto, no veo veo po p o r qué me conmovería. conmovería. En fin, “La ciencia y la verdad” intentaba una pequeña aproximación a algo así. Des pu p u é s d e to todd o , tal vez e s ta a fam fa m ada ad a c ien ie n c ia esté es té hecha con casi nada, en cuyo caso nos expli caríamos mejor cómo la apariencia, tan condi cionada como lalengua po r un défi défici citt, puede pu ede lleva llevarr der d erec echo ho a eso eso. Pues bien, estas son las cuestiones que pro ba b a b l e m e n t e a b o r d a r é este es te a ñ o. E n fin, fi n, tra tr a t a r é de hacer hac er lo lo mejo mejor, r, ...o peor. 2 de dici diciem embr bree de de 1971 1 971
83
Hablo a las paredes
N
o se sabe si la serie es el principio de lo serio. No obstante, me encuentro frente a esta cuestión. Se me pre senta por el hecho de que evidentemente no puedo continuar aquí lo que en otro lugar se define como mi enseñanza, lo que se llama mi seminario, aunque más no sea porque no todos están advertidos de que yo manten go aquí una pequeña conversación por mes. Como hay gente que se desplaza a veces desde bastante lejos para seguir lo que digo en otro lado bajo ese título de seminario, no sería correcto continuar aquí. Se trata de saber qué estoy haciendo aquí. Esto no es realmente lo que yo esperaba. Me ha hecho cambiar de posición esta concu rrencia, que motiva que aquellos a quienes en realidad convoqué para algo que se 11a87
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maba “El saber del psicoanalista” no estén del todo ausentes aquí, pero sí un poco per didos. No sé si al hacer alusión a mi semina rio hablo de algo que conozcan quienes están aquí presentes. Es necesario que consideren el hecho de que, precisamente, después de la última vez abrí ese seminario. Lo abrí, y si se está un poco atento y se es riguroso, no es posible decir que eso pueda hacerse de una sola vez. Efectivamente hubo dos veces. Por eso mismo puedo decir que lo abrí, porque si no hubie ra habido un a segunda vez no habría una pri mera. Esto tiene su interés para recordar algo que introduje hace cierto tiempo con respecto a lo que se llama repetición. La repetición, evidentemente, no puede com enzar más que la segunda vez, que p or lo tanto resulta ser la que inaugura la repetición. Es la historia del cero y del uno. Con el uno solamente no puede haber repetición, de tal modo que para que haya repetición, para que esto no quede abierto, tiene que haber una tercera vez. 88
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Es lo que aparentemente se percibió a pro pósito de Dios. El recién empieza con tres. Llevó un tiempo darse cuenta, o bien se lo sabía desde siempre pero no fue advertido porque después de todo, en este sentido, no se puede estar seguro de nada. Pero, en fin, mi querido amigo Kojéve insistía mucho en la cuestión de la Trinidad cristiana. Sea como fuere, desde el punto de vista de lo que nos interesa —y lo que nos interesa es analítico- evidentemente hay un mundo entre la segunda vez y lo que consideré que debía subrayar con el térm ino Nachlrag, el a posteriari [aprés-coup].
Son cosas que voy a intentar retomar este año en mi seminario. En esto hay un mundo entre lo que aporta el psicoanálisis y lo que aportó cierta tradición filosófica, que por cier to no es desdeñable, sobre todo cuando se trata de Platón, que subrayó bien el valor de la diada. Quiero decir que a partir de ella todo se viene abajo. ¿Qué se viene abajo? Él debía saber qué era, pero n o lo dijo. De todos modos, el segundo tiempo no tiene nada que ver con el Nachtrag analítico. En cuanto al tercero, cuya importancia acabo 89
JACQUES
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de destacar, la cobra no solo para nosotros, sino para Dios mismo. Hace un tiempo insistí vivamente para que todos fueran a ver cierta tapicería que estaba expuesta en el museo de Artes Decorativos y que era muy linda. Se veía allí al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo representados estric tamente en una misma figura, la de un perso naje bastante noble y barbudo. Eran tres que se miraban entre sí. Eso causa más impresión que ver a alguien frente a su imagen. A partir de tres, empieza a causar cierto efecto. Desde nuestro punto de vista de sujetos, ¿qué podría empezar con tres para el mismo Dios? Se trata de una vieja pregunta que plan teé tempranamente cuando comencé mi ense ñanza y después no retomé. Les diré de inme diato la respuesta: recién a partir de tres él puede creer en sí mismo. Resulta bastante curioso que la pregunta siguiente no haya sido nunca planteada, que yo sepa: ¿cree Dios en sí mismo? Sería sin embargo un buen ejemplo para nosotros. Es absolutamente sorprendente que esta pregun ta que planteé bastante temprano, y que no creo vana, no haya provocado aparentem ente 90
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ninguna inquietud, al menos entre mis corre ligionarios, quiero decir, en aquellos que se formaron a la sombra de la Trinidad. Entien do que a los otros eso no les haya sorprendido, pero estos verdaderamente son incorreligiona bles.1 No hay nada que hacer con eso. Sin embargo, había ahí algunas personas destacadas de la jerarquía llamada cristiana. La cuestión que se plantea es la de saber sí es porque están dentro por lo que no entienden nada -m e cuesta creerlo- o, lo que es mucho más probable, si profesan un ateísmo bastante integral como para que esta pregunta no les haga ningún efecto. Esta es la solución por la qu e me inclino. No se puede decir que esto sea lo que llamé recién una garantía de seriedad, por que este ateísmo puede no ser más que som nolencia, que es algo bastante extendido. En otras palabras, no tienen ni la menor idea de
1.
El térm ino en francés es incareligionnibtes, e n el que,
a modo de una “palabra-valija”, se pueden encontrar: inconigibk [incorregible], religión [religión] re [correligionario].
[N. de la T.]
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y coreligiimnai-
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la dimensión del medio en el cual hay que nadar. Se mantienen a flote, que no es lo mismo, gracias al hecho de que se tienen de la mano. Hay un poema de Paul Fort que es de ese estilo: Si todas las chicas del mundo se die ran la mano, etc., podrían dar la vuelta al mundo. Es una idea loca porque, en realidad, las chi cas del mundo nunca pensaron en eso, pero en cambio los muchachos, de los que también habla, en esto sí se entienden. Se tienen todos de la mano, más aún cuando, si no se tuvieran de la mano, cada uno debería enfrentarse solo con la chica, y eso no les gusta. Hace falta que se tengan de la mano. En cuanto a las chicas, es otro asunto. Ellas se entrenan para eso en el contexto de ciertos ritos sociales -remítan se a Les Danses et IJgendes de la Chine ancienne [Danzas y leyendas de la China antigua]-. Eso es chic, incluso Che King -no shocking-. Ese libro fue escrito por alguien llamado Granet, que poseía una clase de genio que no tenía absolutamente nada que ver con la etnología -era indiscutiblemente etnólogo- ni con la sinología -era indiscutiblemente sinólogo-. Planteaba entonces que, en la China antigua, las chicas y los muchachos se enfrentaban en 92
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igual núm ero. ¿Por qué no creerle? En la prác tica, por lo que sabemos en nuestros días, los muchachos se juntan en cierto número, más allá de la decena, por la razón que les expuse hace un rato, porque encontrarse solo, cada cual frente a su cada cuala -ya se los expli qué-, conlleva demasiados riesgos. Para las chicas es diferente. Como ya no estamos en la época del Che King, se agrupan de a dos, hacen migas con una amiga hasta que logran arrancar a un chico de su banda. Sí señores. Piensen lo que piensen, y por más superficiales que les parezcan estas ideas, tie nen fundamento, fundamento en mi expe riencia de analista. Cuando lograron apartar a un muchacho de su banda, naturalmente dejan de lado a la amiga, que por otra parte no se las arregla tan mal con esto, Me dejé llevar un poco. ¡Pero dónde creo que estoy! Esto se me fue presentando así, poco a poco, a causa de Granet y esa historia sorprendente acerca de la alternancia en los poemas del Che King, del coro de muchachos enfrentado al coro de chicas. Fue así como me dejé llevar a hablar de mi experiencia analíti ca, sobre la que presenté un flash. Este no es 93
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el fondo de las cosas. No es aquí donde expon go el fondo de las cosas. Pero, ¿dónde estoy, quién me creo que soy para hablar del fondo de las cosas? Casi creería que estoy con seres humanos, o incluso “hechos a mano”.2 Sin embargo, me dirijo a ellos de este modo. En el fondo, lo que me motivó fue hablar de mi seminario. Como quizás ustedes sean los mismos, hablé como si les hablara a ellos, lo que me llevó a hablar como si hablara de uste des, y, quién sabe, eso me llevó a hablar como si les hablara a ustedes. No era en absoluto mi intención, porque si vine a hablar a Sainte-Anne fue para hablar a los psiquiatras, y de manera manifiesta uste des no son evidentemente todos psiquiatras. Pero, en fin, lo seguro es que se trata de un acto fallido. Es un acto fallido que por lo tanto en cualquier momento corre el riesgo de
2.
Cousehumains.
hum ains [seres
Ju ego de palabras a partir de etres
humanos] y “cousu main" [textualmente:
cosido a mano], expresión de la lengua francesa que se refiere a algo hecho con habilidad y perfección, [N. de
laT.] 94
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ser logrado, es decir que podría ocurrir que pese a todo le hable a alguien. ¿Cómo saber a quién hablo? Sobre todo porque, a fin de cuentas, ustedes cuentan en el asunto, por más que me esfuerce en hacer abstracción de cuántos son. Cuentan al menos por cuanto no estoy hablando donde contaba con hablar, puesto que contaba con hablar en el anfitea tro Magnan y estoy hablando en la capilla. [Ruido de petardos.]
¡Qué lío! ¿Escucharon? ¿Escucharon? Le hablo a la capilla. Esta es la respuesta. Hablo a la capilla, es decir, a las paredes.3 Cada vez más logrado, el acto falli do. Ahora sé a quién le vine a hablar, a lo que siempre hablé en Sainte-Anne, a los muros. Hace una pila de años. De tanto en tanto volví con algún p equeño título de conferencia
3.
En francés, Parler au x murs equivale a la exp resión
“hablar a las pared es”. En ad elan te se conserv a el térm ino “m uro ” para ma ntener la coheren cia con lo que sigue de lach arla . [N. de la T.] 95
J A C Q U E S L AC AN
acerca de lo que enseño, y algunos otros, no les voy a hacer la lista. Siempre les hablé a los muros. ¿Quién tiene algo que decir? Alguien del público : Deberíamos salir todos si usted quiere hablarles a los muros.
¿Quién me habla? Ahora voy a poder comentar lo siguiente: cuando hablo a los muros se interesan algunas personas. Por esto mismo pregunté recién quién hablaba. Es cierto que en lo que se denominaba un asilo, en una época en que se era honesto, “el asilo clínico”, como se decía, los muros, de todos modos, no eran cualquier cosa. Diré más: me parece que esta capilla es un lugar extremadamente bien hecho para que captemos de qué se trata cuando hablo de los muros. Esta especie de concesión de la laici dad a los internados, una capilla con su guar nición de capellanes, no es que sea formidable desde el punto de vista arquitectónico pero, en fin, es una capilla con la disposición que se espera de ella. Se olvida demasiado que el arquitecto, por más esfuerzo que haga para 96
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huirles, está hecho para eso, para construir muros. Y los muros, a fe mía -a partir de lo que hablaba hace un rato, tai vez el cristianis mo tiende demasiado hacia el hegelianismo-, están hechos para rodear un vacío. ¿Cómo imaginar lo que llenaba los muros del Partenón y de algunas otras bagatelas por el estilo, de las que nos quedan algunos muros derruidos? Es difícil saberlo. Lo cierto es que de eso no tenemos absolutamente ningún tes timonio. Tenemos la impresión de que d uran te todo ese período al que designamos con el rótulo moderno de paganismo, había cosas que sucedían en diversas fiestas de las que se conservó el nombre porque había anales que fechaban las cosas así: Fue en las grandes Panate neas donde Adimantoy Glaucón, etc., encontraron al llamado Céfalo. ¿Qué pasaba ahí? Es absoluta mente increíble que no tengamos ni la menor idea. Por el contrario, en lo que respecta al vacío, sí tenemos una y grande, porque todo lo que nos fue legado por una tradición a la que se llama filosófica le hace un gran lugar al vacío. Hay incluso un tal Platón que hizo girar en torno de esto su idea del mundo, viene al 97
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caso decirlo. Fue él quien inventó la caverna. Hizo de ella una cámara oscura. Algo sucedía en el exterior y todo eso, al pasar por un agu jerito , producía sombras. Tal vez tengamos ahí un pequeño hilo, una pequeña huella. Mani fiestamente es un a teoría que nos perm ite pal par de qué se trata el objeto a. Supongan que la caverna de Platón sean estos muros en los que se hace oír mi voz. Es evidente que los muros me hacen gozar. Y en esto gozan todos y cada uno de ustedes, por participación. Verme hablando a los muros es algo que no puede dejarlos indiferentes. Reflexionen, supongan que Platón hubiera sido estructuralista, se habría dado cuenta de qué se trataba la caverna, a saber, que sin duda es allí do nde nació el lenguaje. Hay que dar vuelta el asunto. Hace mucho tiempo que el hombre da vagidos como cual quier animalito que chilla para obtener la leche materna, pero necesita cierto tiempo para darse cuenta de que es capaz de hacer algo que, por supuesto, entiende desde hace mucho, porque todo se produce en el parlo teo, en el balbuceo. Para elegir, tuvo que darse cuenta de que las k resuenan mejor desde el 98
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fondo, desde el fondo de la caverna, desde el último muro, y que las by las p surgen mejor a la entrada, es ahí donde escuchó su resonancia. Esta noche me dejo llevar porque les hablo a los muros. No vayan a creer que esto que les digo quiere decir que no obtuve otra cosa de Sainte-Anne. A Sainte-Anne no llegué a hablar sino muy tarde, quiero decir que no se me había ocu rrido antes, salvo para cumplir algunas tareas m enores cuando era jefe de clínica. Relataba algunas historias a los practicantes y fue inclu so ahí donde aprendí a ser cuidadoso con las historias que cuento. Un día relaté la his toria de la madre de un paciente, un encan tador homosexual al que yo analizaba, y que, no pudiendo evitar lo que se veía venir, había dado este grito: ¡Y yo que creía que él era impoten te! Cuento la historia y diez personas de la asis tencia -n o había solo practicantes- la recono cen de inmediato. No podía ser otra más que ella. Se dan cuenta ustedes de lo que es una persona mundana. Fue toda una historia natu ralmente, porque me lo reprocharon, cuando yo no había contado absolutamente nada más que ese grito sensacional. Desde entonces, eso 99
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me inspira mucha prudencia para la comuni cación de casos, Pero, en fin, es otra vez una pequeña digresión, retomemos el hilo. Hice muchas otras cosas en Sainte-Anne antes de venir a hablar aquí, aunque más no fuese venir a cumplir mi función, y en lo que respecta a mi discurso, todo parte de ahí. Si bien les hablo a los muros, empecé tarde. Mucho antes de escuchar lo que ellos me devuelven, esto es, mi propia voz predicando en el desierto -esta es una respuesta a la perso na que hablaba de partir-, escuché cosas total mente decisivas, o al menos lo fueron para mí. Pero este es mi asunto personal. Quiero decir que la gente que está aquí, entre los muros, es plenamente capaz de hacerse oír a condición de que haya orejas apropiadas. En resumen, para rendirle un homenaje por algo a lo que ella personalm ente es ajena, todos saben que fue por esta enferm a a la que designé con el nombre de Aimée, que por supuesto no era el suyo, por la que fui atraído por el psicoanálisis. Por supuesto que no fue ella solamente. Hubo algunos otros antes, y además hay toda vía unos cuantos a quienes dejo la palabra. En 100
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eso consiste lo que se llama mi presentación de enfermos, esta especie de ejercicio que consiste en escuchar a los pacientes, algo que evidentemente no les ocurre con mucha fre cuencia. Cuando lo hablo después con algunas personas que estaban allí para acompañarme y captar lo que podían, me ocurre que de eso aprendo. Después, no de inmediato. Evidente mente, hace falta armonizar la voz para reen viarla a los muros. Lo que intentaré cuestionar este año en mi seminario va a girar en torno a la relación del psicoanálisis con la lógica, a la que otorgo mucha importancia. Aprendí muy temprano que la lógica podía volver a la gente odiosa. Era en una época en la que tenía afición po r cierto Abelardo, atraí do sabe Dios por qué. No puedo decir que la lógica me haya vuelto a mí absolutamente odioso para nadie, salvo para algunos psicoa nalistas. Quizá sea porque logro limitar seria mente su sentido Llego a eso tanto más fácilmente que no creo en absoluto en el sentido común. Hay sentido, pero no lo hay en común. Probable 101
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mente no haya ni uno solo entre ustedes que me entienda en el mismo sentido. Por otra parte, me esfuerzo para que el acceso a ese sentido no sea demasiado cómodo, de modo que ustedes deban poner algo de su parte, lo que es una secreción saludable y hasta tera péutica, Secreten sentido con fuerza y verán cuánto más cómoda se vuelve la vida. Fue así como me di cuenta de la existen cia del objeto a, del que cada uno de ustedes tiene el germen en potencia. Lo que consti tuye su fuerza y al mismo tiempo la fuerza de cada uno de ustedes en particular es que el objeto a es totalmente ajeno a la cuestión del sentido. El sentido es un pintarrajo añadido a este objeto a con el cual cada uno tiene su ligazón particular. Esto no tiene nada que ver ni con el sen tido ni con la razón. El tema a la orden del día es que muchos piensan en reducirlo a la réson. Dénme el gusto, escriban r.é.s.o.n.4 Es una grafía de Francis Ponge. Siendo un poeta,
4.
Hay ho m ofonía entre réson, derivado del verbo
résonner [resona r],
y raison [ra zón ]. [N. de la T.]
102
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y siendo lo que es, un gran poeta, no debemos dejar de tomar en cuenta, en esta ocasión, lo que nos dice. El no es el único. Es un asunto muy importante que, por fuera de este poeta, solo vi formulado seriamente en el nivel de los matemáticos, y es saber que la razón, de la que por el momento nos contentamos con captar que ella parte del aparato gramatical, tiene que ver con algo, no quiero decir intuitivo, ya que sería caer en la pendiente de algo visual, sino con algo resonante. ¿Acaso lo que resuena es el origen de la res, con lo que se hace la realidad? Es una pre gunta que concierne a todo lo que se puede extraer del lenguaje a título de lógica. Todos saben que esta no alcanza y que le hizo falta desde hace algún tiempo poner en juego la matemática; habrían podido verlo venir desde hace rato, desde Platón precisamente. Aquí entonces se plantea la cuestión de dónde cen trar ese real al que la interrogación lógica nos lleva a recurrir y que resulta estar en el nivel matemático. Hay matemáticos que dicen que de ningún modo podemos orientarnos en esa conjunción llamada formalista, en ese punto de conjun 103
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ción matemático-lógico, que hay algo más allá, a lo que después de todo no hacen más que rendir homenaje todas las referencias intui tivas de las que se creyó poder purificar a la matemática. Se busca más allá a qué réson recu rrir para aquello que está en juego, esto es, lo real. No va a ser esta noche cuando pueda abor dar el asunto. Lo que puedo decir es que por cierto sesgo que es el de una lógica pude -en un recorrido que partiendo de mi paciente Aimée culminó en mi anteúltimo año de semi nario, al enunciar los cuatro discursos hacia los que converge el tamiz de cierta actuali dad- ¿hacer qué? Dar al menos la razón de los muros. En efecto, quienquiera que habite entre estos muros, ios muros del asilo clínico, tiene que saber que lo que sitúa y define al psiquia tra en tanto tal es su situación en relación con estos muros, estos muros mediante los cuales la laicidad excluyó de ella la locura y lo que esta quiere decir. Esto no se aborda más que por la vía de un análisis del discurso. A decir verdad, se hizo tan poco análisis antes de mí que es válido decir que por parte 104
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de los psicoanalistas nunca se hizo escuchar la m enor discordancia con respecto a la posición del psiquiatra. Sin embargo, está retomado en mis Escritos algo que planteé desde antes de 1950 con el título de “Acerca de la causalidad psíquica”. Allí denunciaba toda definición de la enfermedad mental que se escude en esta construcción hecha a partir de un semblante que, aunque se refiere al órgano-dinamismo, no por eso deja enteramente de lado aque llo que está en juego en la segregación de la enfermedad mental, eso es, algo que es otra cosa, que está ligado a cierto discurso, aquel que señalo como el discurso del amo. Además, la historia muestra que ese discur so vivió durante siglos de una manera prove chosa para todo el m undo hasta que en cierto desvío, en razón de un deslizamiento ínfimo que pasó inadvertido para los mismos intere sados, se convirtió en el discurso del capitalis mo, del que no tendríamos ni la menor idea si Marx no se hubiera dedicado a completar lo, a darle su sujeto, el proletario, gracias a lo cual el discurso del capitalismo se expande dondequiera que reine la forma de Estado marxista, 105
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Lo que distingue al discurso del capitalis mo es la Verwerjüng, el rechazo hacia afuera de todos los campos de lo simbólico, con las con secuencias que ya dije. ¿El rechazo de qué? De la castración. Todo orden, todo discurso, que se emparente con el capitalismo deja de lado, amigos míos, lo que llamaremos simplemen te las cosas del amor. Ya ven, ¡eh! No es poca cosa. Por eso, dos siglos después de ese desliza miento, nombrémoslo, calvinista -¿por qué no?-, la castración hizo su entrada impetuo sa, bajo la forma del discurso analítico. Natu ralmente el discurso analítico todavía no fue capaz de darle ni siquiera un esbozo de articu lación pero, en fin, multiplicó su metáfora y se dio cuenta de que todas las metonimias prove nían de ahí. En consideración a esto, e incitado por una especie de rumor que se había producido en algún lugar por el lado de los psicoanalistas, fui llevado a introducir lo que era evidente en la novedad psicoanalítica, esto es, que se trata ba de lenguaje, y que era un discurso nuevo. Como finalmente les dije, el psicoanalista hace de objeto a en persona. No puede siquie 106
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ra decirse que el psicoanalista se dirija a esa posición, sino que es llevado ahí por su anali zante. La pregunta que planteo es: ¿cómo un analizante puede tener ganas alguna vez de volverse psicoanalista? Es algo impensable, lle gan a eso como las bolitas de algunos juegos de trictracP que ustedes conocen, que terminan cayendo en esa cosa. Llegan ahí sin tener ni la menor idea de lo que les ocurre. Finalmente, una vez que están ahí, ahí están y, pese a todo, en ese momento, algo se despierta. Es por este motivo por lo que propuse su estudio. Sea como fuere, en la época en que se pro dujo ese torbellino entre las bolitas, no les puedo decir con qué alegría escribí “Función y campo de la palabra y del lenguaje...”. ¿Cómo fue que acepté, entre tantas otras cosas sensa tas, un exergo de tipo cantinela que encontra rán en la tercera parte? Hasta donde recuer do, es algo que había encontrado en un alma naque que se llamaba París en el año 2000. No le falta talento, aunque nunca más hayamos escuchado el nombre del tipo de quien cito el
5. Ju eg o de mesa similar al backgam mon. [N, d e la T.] 107
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nom bre -soy hon esto-, y que relata este asun to que cae como peludo de regalo en la histo ria de “Función y cam po...’’. Entre el hombre y la mujer, Está el amor. Entre el hombre y el amor, Hay un mundo Entre el hombre y el mundo, Hay un muro.
Como ven, había previsto lo que les iba a decir esta noche, les hablo a los muros. Verán que no tiene ninguna relación con el capítu lo que sigue. Pero no me pude resistir. Como acá les hablo a los muros, no estoy dictando un curso, entonces no les voy a decir lo que en Jakobson basta para justificar qu e esos seis versos de morondanga sean de todos modos poesía. Es poesía proverbial, porque ronronea: Entre el hombre y la mujer, Está el amor.
¡Pero por supuesto!, si es lo único que hay, y:
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Entre el hombre y el amor, Hay un mundo
Cuando se dice Hay un mundo, eso quiere decir Ustedes no lo lograrán nunca. Como quien no quiere la cosa, dice al comienzo: Entre el hombre y la mujer, está el amor, quiere decir que eso encaja. Un mundo queda flotando, pero con Hay un muro, ahí sí ustedes comprenden que entre quiere decir interposición. Porque es muy ambiguo el entre. En otro lugar, en mi seminario, hablaremos de la mesología. ¿Qué es lo que cumple función de entre? En esto, nos encontramos en la ambigüedad poética pero, reconozcámoslo, vale la pena.
Esto que acabo de dibujarles en el piza rrón, y que da vueltas, es una manera como 109
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cualquier otra de representar la botella de Klein. Es una superficie que tiene cier tas propiedades topológicas sobre las que podrán informarse quienes no estén al tanto. Se parece mucho a una banda de Moebius, esto es, eso que se hace torciendo simple mente una tirita de papel y pegándola des pués de darle una m edia vuelta. Pero aquí tenemos un tubo. Un tubo en el que en cierto lugar se produce una inflexión. No les estoy diciendo que esta sea la definición topológica de la cosa, es un modo de imaginarlo que ya utilicé bastante como para que una parte de las personas que están aquí sepan de qué hablo. La hipótesis es que entre el hombre y la mujer debería hacerse ahí un redo ndel, como decía Paul Fort hace un rato. Puse el hom bre a la izquierda, por pura convención, y la mujer a la derecha, podría haberlo hecho a la inversa. Tratemos de ver topológicamente lo que me gustó en esos seis versitos de Antoine Tudal, para nom brarlo. Entre el hombre y la mujer, está el amor. Hay comunicación a fondo. En este caso, ustedes lo ven, algo circula. Se comparte, el flujo, el 110
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influjo, y todo lo que se le agrega cuando se es obsesivo, por ejemplo lo oblativo, ese sensa cional invento del obsesivo. El amor está ahí, el redondelito que está en todas partes, excep to que hay un lugar donde eso se invierte, y brutalmente. Pero quedémonos en el prim er tiempo. Entre el hombre, a la izquierda, y la mujer, a la derecha, está el amor, es el redon delito. Les dije que ese personaje se llamaba Antoine. No crean de ningún modo que digo alguna vez una palabra de más, esto es para decirles que era de sexo masculino, de modo que ve las cosas de su lado. Ahora se trata de ver lo que va a haber, ¿cómo podemos escribirlo?, lo que va a haber entre el hombre, es decir él -el “pueta” [poué te] , “el pueta de Puasia” [ le pouéte de Pouasie] ,6 como decía el estimado Léon Paul Fargue-, lo que hay entre él y el amor.
6.
Re ferencia a! poe m a A u pa ys de Pap ou asie [En el
país de Papuasia] de León Paul Fargue, donde este juega con la sonoridad de los términos pouéte (deformación de poete, poeta)
y pou as ie (deformación d e poésie, poesía). [N.
de la T.] 111
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¿Me veré obligado a volver al pizarrón? Vie ron hace un rato que era un ejercicio un poco vacilante. Pues bien, de ningún modo, porque de todas formas, a la izquierda, él ocupa todo el lugar. Por lo tanto, lo que hay entre él y el am or es justam ente lo que está del otro lado, es decir, la parte derecha del esquema. Entre el hombre y el amor, hay un mundo, es decir que eso recubre el territorio ocupado primero por la mujer, ahí donde escribí “M” en la parte de la derecha. Por esto, aquel al que llamaremos hombre en este caso se imagina que conoce el mundo, en sentido bíblico. Este conocimien to es simplemente esa especie de anhelo por saber quién viene al lugar de lo que está mar cado con la M de mujer. Lo que nos permite ver topológicamente de qué se trata es que a continuación nos dice: Entre el hombre y el mundo, ese mundo que sus tituye a la volatilización del partenaire sexual, hay un muro, o sea el lugar donde se produce la inflexión que un día introduje para signifi car la ju ntura entre verdad y saber. No dije que eso estuviera cortado. Es un poeta de “Puasia” quien dice que es un muro. No es un muro, es simplemente el lugar de la castración. Esto 112
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lleva a que el saber deje intacto el campo de la verdad, y recíprocamente además. No obstante, lo que hay que ver es que ese muro está en todas partes. En efecto, lo que define esta superficie es que el círculo o el punto de inflexión -digamos el círculo, porque aquí lo representé con un círculoes homogéneo en toda la superficie. Incluso esto los llevaría a estar equivocados si pensa ran que la misma es intuitivamente representable. Si les mostrara enseguida qué tipo de corte basta para volatilizar instantáneamente esta superficie en tanto topológica, verían que no es una superficie la que se represen ta, sino que ella se define mediante ciertas coordenadas -llamémoslas, si quieren, vec toriales- tal que en cada uno de los puntos de la superficie la inflexión está siempre ahí, en cada uno de sus puntos. De modo que, en cuanto a la relación entre el hombre y la mujer, y en todo lo que de ahí resulte respec to a cada uno de los partenaires, a saber, su posición como así también su saber, la castra ción está en todas partes. El amor, el amor que comunica, que fluye, que brota, eso es el amor, pues. El amor, el 113
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bien que la m adre quiere para su hijo, el (a) muro,7 basta con poner entre paréntesis la a para reencontrar lo que palpamos a diario, y es que incluso entre la madre y el hijo cuenta, y mucho, la relación que la madre tiene con la castración. Para hacerse u na sana idea fiel amor, tal vez habría que tom ar como punto de partida que cuando algo se juega, pero seriamente, entre un hombre y una mujer, siempre se pone en juego la castración. Eso es lo castrante. Eso que pasa por el desfiladero de la castración, nosotros intentamos abordarlo por vías que sean un poco rigurosas. No pueden ser sino lógicas, e incluso topológicas. Aquí, les hablo a los muros y hasta a los (a) muros y a los (a)murs-se?nents.H E n otro lugar,
7. Juego de palabras entre l ’amour[el amor] y l\á)mur [el (a)muro]. [N. de laT.] 8. Neologismo que incluye el juego de palabras ante rior, y adem ás e l térm ino amusement, que tiene el sentido de distracción agradable, entretenimiento, pero también pérdida de tiem po, en gaño. [N. de la T.] 114
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en mi seminario, trato de dar cuenta de esto. Pero comoquiera que se utilicen los muros para m antener en forma la voz, está claro que los muros, no más que el resto, no pueden tener un soporte intuitivo, ni con todo el arte del arquitecto como broche final. Los cuatro discursos de los que hablaba hace un rato son esenciales para situar aque llo de lo que ustedes, hagan lo que hagan, en cierta manera son siempre los sujetos, quiero decir supuestos en lo que pasa de u n significan te a otro. El amo del juego es el significante, y uste des no son sino lo supuesto respecto de algo que es diferente [ autre], po r no decir el O tro [ l’Autre]. Ustedes no le dan sentido puesto que ustedes mismos no lo tienen lo bastante como para hacerlo. Pero sí le dan un cuerpo a ese significante que los representa, el significante amo. Pues bien, no vayan a imaginarse que la sustancia -que desde siempre sueñan con atribuirse- de lo que ustedes son aquí dentro, literalmente sombras de sombra, sea otra cosa más que este goce del que están separados. Cómo no ver la semejanza que existe entre 115
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esta invocación sustancial y ese increíble mito del goce sexual, del que Freud mismo se hizo reflejo. El goce sexual es efectivamente ese objeto que corre, que corre, como en el jueg o “corre el anillo” [le j m du furet] pero cuyo estatus nadie es capaz de enunciar, si no es como el estatus supremo, precisamente. Es supremo en una curva a la cual le da su sentido, y también muy precisamente del cual lo supremo esca pa. El psicoanálisis da su paso decisivo porque puede articular el abanico de los goces sexua les. Él dem uestra justamente que el goce que podría llamarse sexual, que no sería semblan te de lo sexual, se manifiesta con la marca -n ad a más hasta nueva o rd en - de lo que solo se enuncia, de lo que solo se anuncia, con la marca de la castración. Antes de que los muros tengan un esta tus, de que tomen forma, los reconstruyo aquí lógicamente. Ese S tachado, esos Si, S2 y esa a con los que estuve jugando para ustedes durante algunos meses, después de todo es eso, el muro detrás del cual pueden po ner el sentido de lo que nos concierne, de eso que creemos saber lo que quiere decir, 116
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la verdad, el semblante, el goce, el plus-degozar. Con respecto a eso que no necesita muros para escribirse, esos térm inos que son como cuatro puntos cardinales, con respecto a ellos ustedes tienen que situar lo que son. El psi quiatra, después de todo, bien podría darse cuenta de la función de los muros a los que está ligado por una definición de discurso. Puesto que de lo que debe ocuparse, ¿qué es? No es de otras enfermedades sino de aquella definida por la ley del 30 de junio de 1838, a saber, alguien peligroso para sí mismo y para los demás.
Resulta muy curiosa esta introducción del peligro en el discurso en el cual se asienta el orden social. ¿Qué es este peligro? Peligroso para si mismo, en fin, la sociedad no vive más que de eso, y peligroso para los demás, sabe Dios que a cada uno se le deja libertad en ese sen tido. Veo en la actualidad que surgen protestas contra el uso que se hace en la Unión Soviéti ca de los asilos -p ara llamar a las cosas por su nom bre e ir ráp ido - o de algo que debe tener un nom bre más pretencioso, para poner a res117
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guai do -d igam os- a los opositores. Es muy evi dente que son peligrosos para el orden social en el que están insertos. ¿Qué separa, qué distancia hay, entre la form a de abrir las puertas del hospital psiquiá trico en un lugar donde el discurso capitalista es perfectamente coherente consigo mismo, y en un lugar como el nuestro, donde todavía es balbuciente? Quizá lo primero que los psi quiatras podrían recibir, si hay algunos aquí, no digo de mi palabra, que no tiene nada que ver en el asunto, sino de la reflexión de mi voz en estos muros, es saber lo que los especifica como psiquiatras. Esto no les impide que dentro de los lími tes de estos muros escuchen algo más que mi voz. Por ejemplo, la voz de aquellos que están internados aquí, puesto que, después de todo, eso puede conducir a algún lado, hasta a hacerse una idea precisa de lo que es el objeto a. Los hice partícipes esta noche de algunas reflexiones que, por supuesto, son reflexiones a las cuales mi persona como tal no puede ser ajena. Es lo que más detesto en los otros. Por que después de todo, entre la gente que me 118
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escucha de tanto en tanto, y a la que se llama por eso, Dios sabe por qué, “mis alumnos”, no podemos decir que se priven de reflejarse. El muro siempre puede ser muroir9 Sin duda por eso volví a Sainte-Anne para decir algunas cosas. Para hablar con pro piedad no es para delirar pero, a pesar de todo, me quedaba cierto resquemor de estos muros. Si con el tiempo logré construir con mi S tachado, mi Si, S-¿ y el objeto a, la réson de ser, de cualquier manera que lo escriban, quizás después de todo no tomen la reflexión de mi voz sobre estos muros como una simple reflexión personal. 6 de enero de 1972
9.
M u ro ir ;
neologismo a partir de
pared], miroir [espejo] y
mouroir [hospicio
dos], [N. de la T.]
119
m ur
[m u r o ,
para moribun
Anexo
En la m arta conversación (3 de febrero de 1972), Lacan anuncia que tiene la intención de aclarar lo que expone en su seminario
“...o peor "
pero el comienzo empalma con la conclusión de la tercera conversación. Se puede leer aquí el resumen correspondiente.
JAM Les dije la última vez Hablo a las paredes. De esta frase, que se articulaba en armonía con lo que nos rodea, hice un comentario, un esquemita basado en la botella de Klein, que debería tranquilizar a aquellos que podrían sentirse excluidos de esta fórmula. Como lo expliqué detalladamente, lo que se dirige a los muros tiene la propiedad de repercutir. Que yo les hable indirectamente no está diri123
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gido por cierto a ofender a nadie, porque se puede decir que ese no es un privilegio de mi discurso. Con respecto a este muro que no es en absoluto una metáfora, quiero aclarar lo que digo en otra parte, en mi seminario. Como no se trata, en efecto, de hablar de cualquier saber, sino del saber del psicoanalista, eso justi fica que n o lo haga en mi seminario. Para introducir un poco estas cosas, suge rirles su importancia a algunos, digo que debe ría sorprender que no se pueda hablar de amor, como se dice, sino de manera imbécil o abyec ta, lo que es una agravación -abyecto, así es como se habla de él en el psicoanálisis-, que no se pueda entonces hablar de amor, pero que se pueda escribir sobre él. La carta1 de (a)muro, para continuar con la pequeña poesía de seis versos que comen té aquí la última vez, tendría que morderse la cola. Esto empieza así: Entre el hombre, del que nadie sabe qué es, y el amor, está la mujer,
1. En francés, lettre significa letra y también carta. [N.delaT.] 124
ANEXO
luego continúa, y debería terminar al final con el muro. Entre el hom bre y el muro, está jus tamente el amor, la carta de amor. Y lo mejor que hay en ese curioso impulso que se llama am or es la carta/letra. La carta/letra puede tomar formas extra ñas. Así, hubo un tipo hace tres mil años que estaba en la cúspide de sus éxitos, de sus éxitos de amor, y vio aparecer sobre un muro -algó que ya comenté- Mené Mené, como se decía, Tekel, upharsin, lo que habitualmente, no sé por qué, se articula Mane, Tekel, Pares. Como algunas veces lo expliqué, las cartas siempre llegan a destino. Felizmente, llegan demasia do tarde, además de que son poco frecuentes. También puede ocurrir que lleguen a tiempo, son los casos pocos comunes en los que las citas no son fallidas. No hay muchos casos en la historia en los que eso haya ocurrido, como el de ese insignificante Baltasar. Como entrad a en materia, no voy a avanzar más en el tema, aunque luego lo retome. Pues to que, tal como se lo presento, este (a)muro no tiene nada de divertido. Pero yo no puedo sostenerme de otra manera más que divirtiendo, divertimento serio o cómico. Lo que expli 125
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qué la última vez fue que los divertimentos serios transcurrirían en otra parte, en u n lugar donde me cobijan, y que reservaba para este lugar los divertimentos cómicos. No sé si esta noche estaré plenam ente a la altura, en razón quizás de este comienzo acerca de la carta de (a) muro.
Sin embargo, lo voy a intentar.
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