CIENCIA Y TECNOLOGÍA: ¿LIBERACIÓN U OPRESIÓN? 1 El sueño del progreso La aparición de la sociedad moderna, cuyo inicio puede situarse en el siglo XVII, señaló el comienzo de un período signado por el gran optimismo respecto del rol que le cabía desempeñar a la ciencia en el avance de la humanidad. Se pensaba que la ciencia, basada en la observación y en la experimentación, se iba a constituir en una fuerza liberadora para toda la humanidad. Sin ir muy lejos, Francis Bacon, una suerte de “padre” de la revolución científica, indicaba que “el verdadero y legítimo legítimo objetivo de la ciencia ciencia era dotar a la vida humana con nuevos descubrimientos y poderes”. Loable objetivo, sin dudas. Ahora bien, ¿se ha cumplido ese objetivo? ¿Se cumple c umple hoy en día? Bacon describía en su Utopía una sociedad en la que la ciencia estaba dedicada a incrementar el bienestar y los beneficios de toda la humanidad, y en la que los científicos estaban investidos de poder en virtud de su entrega a ese objetivo supremo. La ciencia, entonces, era sinónimo de utilidad y de progreso. Esta idea sería retomada doscientos años más tarde, por Macaulay. La ciencia se erigía como “la multiplicadora de los goces y la mitigadora de los sufrimientos humanos”. Era el instrumento adecuado para superar la concepción judeo-cristiana que “separaba”, por expresarlo de alguna manera, al hombre de la Naturaleza. Al fin, se creía, el hombre podría dominar a la Naturaleza, en vez de ser presa de sus exigencias. Cierto es que, en nuestra era científica y tecnológica, los avances de la medicina han producido resultados sencillamente espectaculares en la conquista de la enfermedad. La mortalidad infantil, por ejemplo, se ha reducido y la esperanza de vida se ha ido elevando de manera constante. Esto no puede ser negado y convengamos en que no es poco: se ha avanzado nada menos que contra la muerte. Por otro lado, las máquinas han liberado al ser humano de las tareas más pesadas, cuanto menos en ciertos lugares. Pero, más allá de todo esto (que debe ser reconocido por una cuestión de estricta justicia), ¿han sido realizadas las esperanzas de la ciencia? ¿Hemos sido testigos, realmente, del alivio de la condición humana? Es claro que, en este punto, las cosas ya se complican; ya no son tan simples ni lineales. Las respuestas, por lo tanto, empiezan a ser ambivalentes, según la perspectiva con que se mire…
Las críticas Hoy por hoy, la ciencia y la tecnología reciben una crítica que se plantea a dos niveles. ¿Qué significa esto? Pues bien: por una parte, está lo que podríamos denominar la crítica a nivel material. 1
Extracto de un artículo de Dorothy Griffiths, miembro de la Sociedad Británica para la Responsabilidad Social de la Ciencia.
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El ataque a nivel material se deriva, o bien de lo que la ciencia y la tecnología han producido, o bien de lo que ambas no han producido. Dentro de esta crítica hallaremos argumentos como que la ciencia ha contribuido a la posibilidad concreta de la destrucción del mundo en caso de un holocausto nuclear (recordemos que existen suficientes explosivos como para que nuestro planeta desaparezca doce veces). También se señala que ha contribuido al despojo ambiental y a la posibilidad futura de un mundo poblado por niños “armados” en tubos de ensayo. Y, por si esto no alanzara, se la acusa de ser indiferente y de no solucionar el hambre que padece más de la mitad de la población mundial. Por otra parte, existe un ataque al nivel de conciencia. ¿Qué queremos decir? Este ataque se centra especialmente en el hecho de que la ciencia sea presentada como el único saber. Este saber está sustentado en la racionalidad. Teodoro Roszak señala que “reconocerán que el ideal de la objetividad científica es una común enfermedad de alienación, bien disfrazada de respetable epistemología (…); debemos librarnos del cultivo de la ciencia si hemos de ser espíritus libres (...) pues lo que la ciencia puede medir es solamente una porción de lo que el hombre puede conocer” . Es innegable que los ataques a nivel material tiene, por lo menos, una parte de validez. Pensemos en las aplicaciones militares de la ciencia-tecnología. Pensemos en sus costos sociales (especialmente en términos de degradación ambiental). Pensemos también en que se han dejado problemas sociales sin resolver e, inclusive, en que se han planteado dilemas morales para los cuales todavía carecemos de guía normativa. El descubrimiento de medios sofisticados para matarnos unos a otros no constituye, por lo menos para muchos, la realización de la ciencia como fuerza liberadora. En cuanto al desarrollo industrial alentado por el progreso científico y técnico, si bien es verdad que no puede ignorárselo, tampoco puede desconocerse que ha colaborado con la contaminación de nuestro planeta y con el saqueo de sus recursos. Se afirma, como contrapartida de este desarrollo industrial, que las nuevas tecnologías de los últimos treinta años exigen más recursos y producen más contaminación que lo que esas mismas tecnologías venían a reemplazar. La Revolución Verde, en otro plano, ya no parece de ese color cuando se repara en su dependencia de carísimos pesticidas que atentan contra la propia vida. Los deshechos industriales tóxicos han provocado en Japón los horrores del envenenamiento por mercurio. El optimismo, respecto de las ventajas y beneficios que nos traería la ciencia, comienza a ser mucho más que moderado. Más aún si nos hacemos cargo de que, aunque la ciencia ha sido capaz de la hazaña asombrosa de poner en la luna a varios de los nuestros, sigue siendo incapaz de proporcionar alimentos, remedios y viviendas para muchos semejantes que, sobre todo en el Tercer Mundo, mueren diariamente de desnutrición o enfermedades como el
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paludismo o el mal de Chagas. Ahora bien, surge una pregunta insoslayable: ¿todo esto es responsabilidad de la ciencia?, ¿es ella, la ciencia, así personalizada, la culpable?
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