Georg Simmel
Sociología: estudios sobre las formas de socialización (Síntesis de citas textuales) VII El Pobre
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Si consideramos al hombre como ser social, vemos que a cada uno de sus deberes corresponde un derecho de otros seres. Puede considerarse la sociedad en general como una reciprocidad de seres dotaos de derechos morales, jurídicos, convencionales convencionales y aun de muchas otras categorías. Si estos derechos derechos significan deberes para para los otros, es simplemente por una consecuencia lógica o técnica, digámoslo así; Detrás de cada deber del obligado aparecerá el derecho del demandante; es más: este parece ser el fundamento último y más racional en que pueden basarse las prestaciones de los hombres unos en pro de otros (…) Por cuanto todas las relaciones de prestación se derivan de un derecho (…) la relación de hombre a hombre ha impregnado totalmente los valores morales m orales del individuo, determinando su dirección. Pero frente al indudable idealismo de este punto de vista, se alza la repulsa no menos m enos profunda de tal génesis interindividual del deber. Nuestros deberes – se dice – son deberes para con nosotros mismos. mi smos. El deber que tenemos para con los pobres puede p uede aparecer como simple correlato de un derecho que asiste al al pobre. so corro se funda en la Otro carácter completamente distinto (…) tiene la idea, según la cual, el derecho al socorro pertenencia del necesitado al grupo. (…) cabe sostener, desde el punto de vista social, que el derecho del
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necesitado es el fundamento de toda la asistencia a los pobres. verg üenza, la desclasificación que significa la limosna, disminuyen cuando ésta no es (…) la humillación , la vergüenza, solicitada por compasión o apelando al sentimiento del deber, sino exigida como un derecho del pobre. Lo único que se pretende con esto es determinar el sentido interior del socorro, convirtiéndolo en un concepto cuya base está en una opinión fundamental acerca de la relación del individuo con otros individuos y con la comunidad. Tampoco se ve claro contra quién ha de dirigirse dir igirse propiamente el derecho del pobre, y la s olución de este punto marca diferencias sociológicas muy profundas. Allende esta correlación, que considera cada individuo como representante de la creación entera, para los efectos de las demandas que a ellos se dirigen, dir igen, encuéntranse las colectividades particulares, a las que se endereza la pretensión del pobre, el Estado, el municipio, la parroquia, la sociedad profesional, la familia, pueden, como totalidades, mantener relaciones muy diversas con sus miembros; pero cada una de estas relaciones parece contener un elemento, que se actualiza como derecho al socorro por parte del individuo empobrecido. Los derechos de los pobres, que nacen de semejantes vínculos, mézclanse de modo singularen l os estadios primitivos, donde el individuos se encuentra dominado por los usos de tribu y las obligaciones religiosas, que forman una unidad indiferenciada. Entre los antiguos semitas, el derecho del pobre a participar en la comida, no tiene su correlato en la generosidad personal, sino en la pertenencia social y en el uso religioso. relig ioso. Allí donde la asistencia a los pobres tiene su razón suficiente en un vínculo orgánico entre los elementos, el derecho de los pobres está más fuertemente acentuado. Ya veremos que cuando, por el contrario, la asistencia a los pobres tiene un fundamento f undamento teleológico en un fin que se procura con ello conseguir, en vez de u n fundamento causal en una unidad real y efectiva entre los miembros todos del grupo, el derecho del pobre desciende hasta su t otal anulación. Formas completamente nuevas se presentan, empero, cuando el punto de partida lo constituye el deber del que da, en vez del derecho del que recibe. En el caso extremo, el pobre desaparece por completo como sujeto
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legítimo y punto central de los intereses en juego. El motivo de la limosna res ide entonces exclusivamente en la significación que tiene para el que la da. -
La limosna cristiana posterior tiene la misma naturaleza; no es más que una forma de ascetismo, una “buena obra” que contribuye a determinar el destino futuro del donante. La limosna (por el carácter subjetivo de su
concesión) atiende sólo al donante y no al pobre mismo -
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De esta limitación al donante se desvía ya la motivación (…) cuando la prosperidad el todo social es la que
aconseja la asistencia a los pobres. Esta asistencia entonces se lleva a cabo, voluntariamente o impuesta por la ley, para que el pobre no se convierta en un enemigo activo y dañino de la sociedad. (El hecho de que el pobre reciba la limosna no es el fin último, sino un simple medio). El predominio del punto d e vista social en lo referente a la limosna, se manifiesta en la posibilidad de negarla (…) a veces incluso cuando más podía movernos a otorgarla la compasión personal. En cambio, la asistencia a los pobre se dirige, en su actividad concreta, al individuo y su situación. Y justamente ese individuo es, para la forma abstracta moderna de la beneficencia, la acción final, pero no en modo alguno su fin último, que sólo consiste en la protección y fomento de la comunidad. Esta situación formal, no sólo se presenta en la vida total colectiva, sino también, evidentemente, en círculos más estrechos (socorro familiar, sindical). Si la asistencia se apoyase en el interés hacia el pobre individual, no habría en principio límite alguno impuesto al traspaso de bienes a favor de los pobres, traspaso que llegaría a la equiparación de todos. Pero como se hace en interés de la totalidad social (…) no tiene ningún motivo para socorrer a sujeto más de lo que exige el
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mantenimiento del statu quo social. Teniendo en cuenta esta relación sociológica, se explica la singular complicación de los deberes y derechos que hallamos en la moderna asistencia del Estado a los pobr es. Con frecuencia nos encontramos con el principio según el cual el Estado tiene el deber de socorrer al pobre, pero a este deber no corresponde en el pobre ningún derecho al socorro. El pobre no tiene (…) ninguna acción por socorro indebidamente negada, ni puede solicitar
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indemnización. Toda la relación entre deberes y derechos pasa, por decirlo así, por encima del pobre. El derecho que corresponde a aquel deber del Estado no es el suyo, no es el derecho del pobre, sino el derecho que tiene todo ciudadano a que la contribución que paga para los pobres se eleve en tal cuantía y se aplique de tal modo que los fines públicos de la asistencia a los pobres sean realmente conseguidos. (análogo a la protección de los animales). Esta eliminación del pobre, que consiste en negarle la posición de fin último en la cadena teleológica; no permitiéndole ni siquiera, como se ha visto, figurar en ella como medio, se manifiesta también en el hecho de que dentro del Estado moderno, relativamente democrático, la beneficencia es quizá la única rama de la administración en que las personas especialmente interesadas no tiene participación alguna. (…) la asistencia a los pobres es, en efecto, una aplicación de medios públicos a fines públicos; y como de toda su teleología se encuentra excluido el pobre mismo (…), es lógico que no se aplique a los pobres y a su asistencia el principio de
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la administración autónoma. Y toda vez que domina exclusivamente este interés centralista, la relación entre el derecho y el deber puede ser alterada en virtud de puntos de vista utilitarios. Por consiguiente, el deber de alimentos no contiene un derecho del pobre fr ente a sus parientes acomodados. El deber de alimentos no es más que el deber general que corresponde al Estado, pero trasladado a los parientes y sin correlación con acción o pretensión ninguna del pobre. Lo que importa sociológicamente es darse cuenta de la posición particular en que se halla el pobre socorrido – en virtud de la cual su situación individual le convierte en término extremo de la acción del socorro, y , por otra parte, le coloca frente al Estado en la posición de un objeto sin derecho, de una materia inerte - , no impide su coordinación en el Estado como miembro de una la unidad total política. A pesar o, mejor dicho, en virtud de esas dos características que parecen colocar al pobre más allá del Estado, el pobre se ordena orgánicamente 2
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dentro del todo, pertenece como pobre a la realidad histórica de la sociedad, que vive en él o sobre él, y constituye un elemento sociológico – formal, como el funcionario o el contribuyente, el maestro o el intermediario de cualquier tráfico. Se encuentra, aproximadamente, en la situación del individuo extraño al grupo y que se halla materialmente, por decirlo así, fuera del grupo en que vive; pero justamente entonces se produce un organismo total superior que comprende las partes autóctonas del grupo y las extrañas; y las peculiares acciones recíprocas entre ambas crean el grupo en un sentido más amplio, y caracterizan el círculo real histórico. Así el pobre está, en cierto modo, fuera del grupo; pero esta situación no es más que una manera peculiar de acción recíproca, que le pone en unidad con el todo, en su más amplio sentido. Únicamente entendiéndolo así se resuelve la antinomia sociológica del pobre, en la que se reflejan las dificultades ético – sociales de la asistencia. En principio, el que recibe la limosna da también algo; de él parte una acción sobre el donante, y esto es, justamente, lo que convierte la donación en una reciprocidad, en un proceso sociológico. Ahora bien, como queda dicho, tampoco la concepción moderna del socorro a los pobres considera al pobre como un fin en sí mismo; pero, no obstante, resulta en ella que el pobre, aunque encontrándose en una serie teleológica superior a él, es, sin embargo, un elemento que pertenece orgánicamente al todo, y se halla – sobre la base dada – entretejido en las finalidades de la colectividad. Ciertamente, ni ahora ni en la forma medieval, su reacción a la donación recibida recae en ninguna persona individual; pero al rehabilitar de nuevo su actividad económica, al salvar del aniquilamiento su energía corporal, al impedir que sus impulso le lleven al uso de medios violentas para enriquecerse, la colectividad social recibe del pobre una reacción. La teleología de la colectividad puede pasar tranquilamente por encima del individuo y volver a sí misa, sin haberse detenido en el individuo. Desde le momento en que el individuo pertenece a este todo, encuéntrase también en el punto final de la acción, y no como en el otro caso, fuera de la acción. Aunque se le niegue como individuo el carácter del fin propio, participa como miembro del todo; en el carácter del fin propio que el todo siempre tiene. Por consiguiente, es completamente parcial la concepción que define la asistencia a los pobres como una “organización de las cales propietarias para realiz ar el sentimiento del deber moral, que va unida a la propiedad”. La asistencia es más bien una parte de la organización del todo, al que el pobre pertenece lo mismo que las clases propietarias. Es cierto que las características técnicas y materiales de su posición social hacen de él un mero objeto o punto de tránsito de una vida colectiva superior. Pero, en último término, este es, en general, el papel que desempeña todo miembro individual concreto de la sociedad. Si técnicamente es un mero objeto, en cambio, en un sentido sociológico más amplio, es un sujeto que, por una parte, constituye, con todos los demás, la realidad social y, por otra parte, como todos los demás, se encuentra allende la unidad abstracta y transpersonal de la sociedad. Pero, si no es más que pobre ¿a qué círculo social pertenece? Los motivos de la ley alemana de 1871 sobre el socorro domiciliario, contestan a esta pregunta de la siguiente manera: El pobre pertenece a aquella comunidad – es decir, está obligado a socorrerle aquella comunidad – que ha utilizado su fuerza económica antes de su empobrecimiento. Pero la libertad del trabajo moderno, el cambio interlocal de todas las fuerzas, ha suprimido esta limitación; de modo que el Estado entero debe considerarse como el terminus a quo y ad quem de todas las prestaciones. Este es, pues, el estadio extremo que ha alcanzado la posición formal del pobre, estadio en el que se revela su dependencia respecto al grado general de la evolución social. El obre pertenece al círculo máximo. No una par te de la totalidad, sino la totalidad misma, en cuanto unidad, es el lugar o potencia a que el pobre pertenece como pobre. Sólo para éste círculo (que por ser el mayor no encuentra otro fuera de sí en quien poder descargar la obligación) deja de existir esa dificultad que los prácticos de la beneficencia señalan para las pequeñas corporaciones: que éstas eluden con frecuencia el socorro de un pobre, por temor de que una vez se hayan ocupado de él lo tendrán siempre sobre sus hombros. 3
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Hemos visto hasta aquí dos formas en la relación entre el derecho y el deber: el pobre tiene un derecho al socorro, y existe un deber de socorrerlo, deber que no se orienta hacia el pobre como titular del derecho, sino hacia la sociedad a cuya conservación contribuye. Pero junto a estas dos f ormas existe la tercera, que es la que domina, por término medio, en la conciencia moral: la colectividad y las personas acomodadas tienen el deber de socorrer al pobre, y este deber halla su fin suficiente en el alivio de la situación del pobre; a esto corresponde un derecho del pobre, como el último correlativo de la relación puramente moral entre el necesitado y el acomodado. Evidentemente esta forma es realizada, sobre todo, por los particulares, a diferencia de la beneficencia pública. Se trata de determinar su significación sociológica en este sentido. En primer lugar, conviene comprobar aquí la tendencia ya indicada a considerar la asistencia a los pobres como asunto propio del círculo más amplio (Estado), mientras antes, en todas partes, recaía en el municipio. Esta adscripción de la beneficencia al círculo más reducido era, ante todo, consecuencia del lazo corporativo que envolvía al municipio. Hasta que el organismo supraindividual que el individuo veía en torno y por encima de él no hubo pasado del municipio al Estado, y la libertad de tránsito no hubo terminado este proceso objetiva y psicológicamente, era lo más natural que los vecinos socorriesen al necesitado, Centralizarlo en un círculo tan amplio, que se actualice movido por el concepto general de la pobreza en vez de ser impulsado por la impresión inmediata, es uno de los caminos más largos que han tenido que recorrer las formas sociológicas para pasar de la forma sensible inmediata a la forma abstracta. Finalmente prodúcese una división de las funciones muy importante sociológicamente. La asistencia a los pobres está delegada, en lo esencial, a los municipios, con razón; porque cada caso ha de ser tratado individualmente, y esto sólo es posible desde cerca y a base de un cabal conocimiento de medio; y si es el municipio el que otorga el socorro, debe ser también el que arbitre los recursos, pues de los contrario administraría con sobrada generosidad el dinero del Estado. Pero, por otra parte, hay casos de inopia, en los cuales no existe ese peligro de esquematismo que se quiere evitar; son casos que pueden determinarse según criterios objetivos, como enfermedad, ceguera, sordomudez, demencia, raquitismo. En estos casos, la asistencia tiene un carácter más técnico, y, por tanto, el Estado, o la corporación más amplia, está en mejor situación para encargarse de ella. La acción en masa tiene el carácter de mínimum, por la necesidad en que está de abarcar los grados inferiores de la escala intelectual, económica, cultural, estética, etc. El derecho válido para todos ha sido designado como el mínimum ético, la lógica válida para todos es el mínimum intelectual; el “derecho al trabajo”; postulado para
todos, sólo puede extenderse a aquellos cuya calidad represente un mínimum; la pertenencia a un partido exige en principio el acatamiento de un programa mínimo, sin el cual el partido no podría existir. Este tipo del mínimum social se expresa perfectamente en el carácter negativo de los procesos e intereses colectivos. Digresión sobre el extranjero
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El extranjero a quien vamos a referirnos no es el nómada migrador, en el sentido que hemos dado a esta palabra hasta ahora, no es el que viene hoy y se va mañana, sino e que viene hoy y se queda mañana; es, por decirlo así, el emigrante en potencia que, aunque se haya detenido, no se a asentado completamente. Se ha fijado dentro de un determinado circulo espacial (…); pero su posición dentro de él depende esencialmente de que no
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pertenece a él desde siempre, de que trae al círculo cualidades que no proceden ni pueden proceder de círculo. La distancia, dentro de la relación, significa que el próximo está lejano, pero el ser extranjero significa que el lejano está próximo. El ser extranjero constituye, naturalmente, una relación perfectamente positiva, una for ma especial de acción recíproca. El extranjero es un elemento del grupo mismo, como los pobres y las diversas clases de “enemigos interiores”.
Son elementos que si, de una parte, son inmanentes y tienen una posición de miembros, por otro lado están como fuera y enfrente.
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En la historia de la economía, el extranjero aparece como comerciante o, si se quiere, el comerciante aparece como extranjero. Sólo hace falta un comerciante para aquellos artículos que se producen fuera del círculo. En el caso de que no haya miembros del grupo que vayan fuera a buscar estos artículos, el comerciante tiene que ser extranjero. Esta posición del extranjero resulta aún más clara cuando, en vez de abandonar de nuevo el lugar en que se desarrolla su actividad, se fija en él. Pues, en muchos casos, sólo le será posible esto cuando se dedique al comercio. El comercio puede siempre emplear más personas que la producción primaria, y es por ello el campo de acción indicado para el extranjero, que penetra, en cierto modo, como supernumerario en un círculo en el que propiamente está ya ocupados todos los puestos económicos. El clásico ejemplo de esto lo ofrece la historia de los judíos europeos. Ahora bien, el dedicarse al comercio (…) confiere al extranjero el carácter específico de la movilidad, en la cual se manifiesta (por realizarse dentro de un círculo bien delimitado) aquella síntesis de lo próximo y lo lejano, que constituye el carácter formal de la posición del extranjero. Otra expresión de esta constelación hallase en la objetividad del extranjero. Como el extranjero no se encuentra unido radicalmente con las partes del grupo o con sus tendencias particulares, tiene frente a todas estas manifestaciones la actitud peculiar de lo “objetivo”, que no es meramente un desvío y falta de interés, sino que constituye una mezcla sui generis de lejanía y proximidad, de indiferencia e interés (jueces italianos, confidencias con carácter de confesión que se le realizan). También se puede designar la objetividad como libertad. EL hombre objetivo no se encuentra lig ado por ninguna consideración que pudiera ser un prejuicio para la percepción, la comprensión y estimación de los objetos. Finalmente, proporción de proximidad y alejamiento que presta al extranjero la nota de objetividad, halla otra expresión en el carácter abstracto de la relación que se mantiene con él. Con el extranjero sólo se tienen de común ciertas cualidades de orden general, al paso que la relación entre los ligados orgánicamente se construye sobre diferencias específicas comunes frente a lo puramente general Por otra parte, existe un género de “extranjería”, en el cual está excluida la comunidad a base de algo general,
común a las dos partes. Puede considerarse como típica de esta modalidad, v.gr., la relación del g riego con el “bárbaro”, y, en general, todos los casos en que se niegan al otro las cualidades que se sienten como propiamente humanas. Pero, en este caso, “el ex tranjero” no tiene ya sentido positivo. Nuestra relación con él,
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es una no-relación. Ya no es lo que supone en todas las consideraciones precedentes: un miembro del grupo. Como tal miembro está al mismo tiempo próximo y lejano. Esto procede de que la relación se basa en la igualdad general humana. Pero entre los dos elementos se produce una tensión particular, porque la conciencia de no tener de común más que lo general, hace que se acentúe especialmente lo no común. De aquí que, en el caso de los extranjeros por nacionalidad, ciudad o raza, lo que se ve en ellos no es lo individual, sino la procedencia extranjera, que es o podría ser común a muchos extranjeros. Por eso a los extranjeros no se los siente propiamente como individuos, sino como extranjeros de un tipo determinado. Frente a ellos, el elemento del alejamiento no es menos general que el de la proximidad. A pesar de estar adherido al grupo de un modo inorgánico, el extranjero constituye un mi embro orgánico del grupo, cuya vida unitaria encierra la condición particular de este elemento. Pero no sabemos caracterizar la unidad peculiar de esta posición, sino diciendo que se compone de cierta proporción de proximidad y de alejamiento, que caracteriza la relación específica y formal con el extranjero. Felipe Ruiz Bruzzone. Estudiante de sociología, segundo año. Universidad de Chile. Septiembre 2013
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