JUAN MANUEL IGARTUA
ESCRITOS ESPIRITUALES DEL BEATO CLAUDIO DE LA COLOMBIÉRE, S .J
(Contraportada) El Beato Claudio de la Colombiére, autor de estos escritos, murió a los cuarenta y un años (1641-1682). Su vida de apostolado directo sola mente se desarrolló entre 1675 y 1678, es decir, durante cuatro años. Dos de ellos los pasó en la pequeña ciudad de Paray-le-Monial en Francia, y los otros dos en Londres, en la Corte inglesa como predicador de la Duquesa de York, que era católica y francesa, casada con el hermano del rey. Fue un notable predicador del gran siglo de Bourdaloue y Bossuet, y sus ser mones han tenido repetidas ediciones en Francia, como obras religiosas y literarias de altura. Pero su fama principal proviene de haber sido en Paray-le-Monial director espiritual de santa Margarita María de Alacoque, a quien se le manifestó en grandes apariciones el Sagrado Corazón de Jesús. La santa estimó siempre a su director como a un gran santo, que fue elegi do por el mismo Señor para ser su «fiel servidor y perfecto amigo», y a quien le fue pedido el sacrificio de su vida en una larga enfermedad, agra vada por su prisión en Londres, de donde fue desterrado habiendo confe sado su fe ante los hombres. Fue beatificado en 1929. Estos «Escritos espirituales» comprenden sus Retiros personales y apuntes espirituales, así como sus cartas, de dirección espiritual en su ma yoría. La seguridad y riqueza de su doctrina hacen de él un verdadero maestro del espíritu. Especial relieve adquiere, en la historia de la Iglesia, el texto de su Retiro de Londres. En él se publicó por vez primera la gran revelación del Sagrado Corazón en 1675, en Paray, en la que el Señor pe día a su Iglesia la instauración de la fiesta. Hoy es celebrada con solemni dad litúrgica en la Iglesia universal, como fiesta en que se conmemora el misterio del Amor de Dios en Jesús, verdadero centro del cristianismo. Los últimos pontífices la han señalado como una devoción que ha llenado de gracias divinas la Iglesia y las almas en estos últimos tiempos.
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JUAN MANUEL IGARTUA
ESCRITOS DEL BEATO CLAUDIO DE LA COLOMBIÉRE, S.J.
1979
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Prólogo
El 16 de junio de 1929, en un solemne acto celebrado en la Basílica Vaticana, Su Santidad Pío XI otorgó en nombre de la Iglesia la gloria de los Beatos al P. Claudio de la Colombiére, el apóstol del Corazón de Jesús. Celebramos este año el cincuentenario de tal glorificación primera (1929 79). Y esperamos que el Señor, cuyo «servidor fiel y amigo perfecto» fue declarado por El mismo, querrá concederle un día no lejano la suprema glorificación del título de Santo. Dejando aparte los elogios de la Iglesia, que tiene el carisma del Es píritu para conocer los dones de Dios en las almas de los hombres, vamos a fijarnos un instante en los elogios que le tributó aquella que estuvo unida con él por la singular misión del Sagrado Corazón de Jesús: santa Margari ta María de Alacoque, cuyo director espiritual fue La Colombiére, y testi go ante la Iglesia y los hombres de su extraordinaria misión celeste. En la introducción que hacemos después sobre su vida pueden leerse las palabras admirables que el mismo Señor dijo a santa Margarita María sobre el «hombre que le enviaba», para ayudarle en su difícil empeño. Ahora nos vamos a limitar a entresacar de alguna de las cartas de la santa la opinión que tuvo sobre su Director, a quien tan bien conocía, y los elo gios que hace de los escritos que este libro quiere presentar. A los dos años de la muerte del P. La Colombiére, en 1684, aparecía ya impreso el primero de los libros de sus escritos, el de sus Retiros espiri tuales, en vida todavía de la santa, que es aludida claramente en el mismo. Aprovechó ella la ocasión para atribuir la devoción del Sagrado Corazón de Jesús al Padre, en cuyo libro aparecía con mucha claridad como inspi rada a ella, y transmitida a él: «Hemos hallado esta devoción en el libro del Retiro del R. P. La Colombiére, a quien se venera como a Santo. No sé si tenéis conoci miento de él ni si poseéis el libro de que os hablo. Para mí serla de su mo placer podéroslo enviar». (Carta del 4 de julio de 1686 a la M. Luisa Enriqueta de Soudeilles, superiora de Moulins. Obras, carta LI). Dos meses más tarde, recibida su respuesta, le envía el libro, con es tas palabras: 4
«Os envío el libro del Retiro del R. P. de La Colombiere, y esas dos estampas del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo... Os confieso que no puedo creer que perezcan las personas consagradas a este Sagrado Corazón... No os podéis figurar los excelentes efectos que produce en las almas que tienen la dicha de conocerle, por medio de es te santo varón (el P. de La Colombiere), el cual se había consagrado en teramente a este Corazón, y no suspiraba más que por hacerle amar, honrar y glorificar. Tengo para mí que esto fu e lo que le elevó a tan alta perfección en tan breve tiempo». (Carta del 15 setiembre 1686, a la misma. Obras, carta LUI). Más adelante envía a la misma los restantes libros publicados del P. La Colombiere, que eran sus sermones y reflexiones. (Obras, cartas LXXIII y LXXV). Pero con mayor claridad abierta podía expresarse escri biendo a la M. de Saumaise, a Dijon. Esta había sido Superiora de la santa en Paray-le-Monial en el momento crítico de las grandes revelaciones, cuando llegó de superior a Paray el P. La Colombiere. Ella misma se habla entregado también a su dirección, y como podrá verse en la co rrespondencia que el Beato le dirige, tuvo una gran confianza espiritual con él, y el Beato la admiraba y recibía sus consejos como luces de Dios. Escribe pues la santa a la M. de Saumaise, un año antes de la muerte de la misma santa, y le dice así sobre el Padre: «Espero que este divino Corazón será un manantial inagotable de misericordia, como me parece lo prometió a nuestro buen P. de La Colombiere el día (de su fiesta, o sea) de su muerte (15 de febrero), que celebré yo en nuestra Capilla, desde las diez de la mañana hasta eso de las cuatro de la tarde». (Carta de febrero de 1689, a la M. de Saumaise, Obras, carta XCVII). Y como aquella a quien escribía habla tenido tanta confianza y tanta parte con el P. de La Colombiere en la obra del Sagrado Corazón, le aña día: «Debe serviros de mucho consuelo tener tan Intima unión con el buen P. de La Colombiere, porque hace él en el cielo por su intercesión lo que se va obrando aquí en la tierra para gloria de este Sagrado Cora zón» (ib.). Todavía podemos decir más de la veneración que la santa tenía hacia su Director. Pues en la carta que había escrito a la misma M. de Seumaise en marzo de 1686, con ocasión del traslado de los restos del Beato (falleci 5
do en 1682) a la nueva iglesia edificada por los Jesuitas de Paray, le envía en secreto una reliquia del Padre, diciéndole: «Me complazco de antemano en el contento que tendréis al recibir las reliquias de nuestro santo P. de La Colombiére, cuyo cuerpo han trasladado los reverendos Padres jesuitas a su nueva iglesia. Nos han regalado, muy en secreto, un huesecito de sus costillas y su cinturón. Yo deseo compartirlo con vos, pues sé que el aprecio que hagáis de ello estará en relación con la estima en que tenéis a este gran siervo de Dios». (Carta de marzo de 1686, a la M. de Saumaise. Obras, carta XLIV). Presentamos así al lector este libro que hemos titulado «Escritos espi rituales del Beato Claudio de La Colombiére», y que contiene el texto de los Retiros y Notas espirituales de 1674 a 1677, así como el texto de su co rrespondencia, en un total de 149 cartas. No se incluyen pues, aquí los sermones del Beato, ni las llamadas «Reflexiones cristianas», o apuntes para sermones. Además de ser demasiado voluminoso el conjunto de sus obras completas, no parece que tengan tanta actualidad los sermones, en un tiempo como el nuestro, aunque sin duda son materia sólidamente es piritual, obra literaria digna de gran estima, y desde luego, necesarios para quien quiera entrar profundamente en el conocimiento de la personalidad total del autor. Pero estos escritos presentados, por su carácter de intimidad y alta espiritualidad, podrán servir para recibir luces sobre los caminos de Dios, y conocer bastante el alma del Beato. La primera edición de sus obras se inició, como hemos dicho, ya en 1684, a los dos años de su muerte, lo que muestra la estima que dejó como recuerdo. A ese texto de los Retiros, que fue providencial para la devoción al Sagrado Corazón, dándola a conocer por primera vez, por las notas refe rentes a la Gran Revelación de santa Margarita María en Paray en 1675, siguió la edición de sus sermones en varios tomos. Fueron estos tan apre ciados del público, que en medio siglo conocieron hasta nueve ediciones. Las cartas tardaron más en ver la luz pública. En 1715 se publicó la primera colección, y el mismo año pudo imprimirse otro volumen con las nuevas remitidas, que formaron un total de 139 cartas. Con ello quedaba publicada la obra integra conocida de La Colombiére, hasta que Charrier logre hacer una edición clásica y definitiva de sus obras, en 1900. Pero en 1864 se hizo en Lyon una reedición de las Obras completas en 7 tomos, y en 1875 en París una edición de sólo las Cartas. 6
En cuanto a biografías del Beato la demora para tenerlas fue mayor. En 1875 publicaba el P. Pierre-Xavier Pouplard una resumida «Notice sur le serviteur de Dieu P. Claude de la Colombiere», que contenía un resu men breve de su vida, y algunas cartas selectas de su correspondencia. En 1876 el P. Eugenio Séguin publicaba el primer ensayo histórico sobre la Vida y Obras del P. La Colombiere. Pero fue el P. Pedro Charrier el hombre destinado por la Providencia para reunir, clasificar y penetrar la enorme materia. En 1894 publicó su «Histoire du Venerable P. de La Colombiere» en dos volúmenes, con nu merosas notas y documentos que resultaban nuevos, debidos a su investi gación. Por fin en 1900-1901 dio a luz su edición de las obras completas del P. La Colombiere: Oeuvres completes. Forman seis gruesos volúme nes, de los cuales los cuatro primeros (I-IV) contienen, además de una in troducción, y del prefacio del P. la Pesse a la primera edición de los ser mones, el texto completo de éstos, tal como quedaron escritos por el Bea to. El volumen quinto (V) se dedica a las «Reflexions chrétiennes», que son apuntes para sermones, a veces extensos, compuestos por el Beato, y las «Meditations sur la Passion». En el volumen último (VI) es donde se encuentran tanto los «Retiros y notas espirituales» como las «Cartas», or denadas pacientemente por Charrier, como diremos en su lugar. Es a este último volumen, pues, al que debemos remitirnos para el texto de este li bro. En 1904 refundía en un volumen nuevo y diverso su «Histoire du Ve nerable», de 1894. Una importante deuda, para poder situar el conocimiento de la perso nalidad del Beato, tenemos con la gran vida escrita en 1942 por el P. Jorge Guitton, Le Bienheureux Claude La Colombiere, y traducción al español por el P. Luis Ramírez, que publicó el Mensajero del Corazón de Jesús de Bilbao en 1956, bajo el título: «Perfecto amigo. B. Claudio de La Colombiere». Declaramos aquí que hemos aprovechado mucho esta obra para los datos necesarios, junto con nuestra propia crítica sobre el texto del Beato. También debemos afirmar, como deuda de gratitud, la que tenemos con el P. José María Sáenz de Tejada, que trabajó en su vida incansable mente por la gloria del Corazón de Jesús y sus dos apóstoles, desde el mismo Mensajero. El publicó con admirable paciencia y fruto la Vida y Obras completas de santa Margarita María de Alacoque, que alcanzaba en 1958 la tercera edición, y que aprovechamos repetidamente, como se verá. El también publicó, mucho más modestamente, la primera edición del Retiro del Beato en español en 1929, que alcanzó una segunda edición 7
en 1944. Todavía más, este libro le es deudor también de la traducción de las Cartas del Beato, que dejó realizada. Es cierto que hemos debido confrontar cuidadosamente tanto el texto de la traducción del Retiro como el de las Cartas con los originales france ses. Es cierto que hemos verificado numerosas correcciones. Pero induda blemente tenemos una deuda básica de gratitud, que nos honramos en re conocer. Finalmente (last, but non least) manifestamos aquí nuestra profunda gratitud al Instituto Internacional del Corazón de Jesús (International Insti tuto o f the Heart o f Jesus), conocido por sus siglas IIHJ, y a su Fundador y Presidente, Mr. Harry G. John, de Milwaukee, USA, que generosamente ha hecho posible esta edición. Juntamente agradecemos su estrecha cola boración al Vice-presidente ejecutivo del Instituto, P. Jesús Solano. El Sagrado Corazón de Jesús agradecerá mucho mejor que nosotros esta obra a los que la han hecho posible. Bilbao, 16 junio 1979. Ju a n M a n u e l I g a r t u a s . j .
Universidad de Deusto - Bilbao
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Introducción I El autor de los escritos
a)
Familia y formación humana El Beato Claudio de La Colombiére, autor de estos escritos, com puestos con sus Retiros espirituales y Notas personales de los años 1674 1676, y con la correspondencia mantenida en 149 cartas, todas las que se conservan, nació en el pequeño pueblo francés de S. Symphorien d’Ozon. Se halla dicho pueblecito en la actual diócesis de Grenoble, pero entonces se incluía en la de Lyon, y en la dependencia civil de Vienne en el Delfinado. La fecha de su nacimiento, tercer hijo del matrimonio de Bertrand de La Colombiére y Margarita Coindat, fue el 2 de febrero de 1641, en la fies ta de la Purificación de la Virgen y Presentación del Señor en el Templo. Los hijos del matrimonio, y hermanos de Claudio (que es el tercero de ellos), fueron: Humberto el primogénito, Yzabeau y René, fallecidos de niños, Floris, Margarita Isabel y José. En la primavera de 1650 la familia abandonó el pueblecito y se trasladó a vivir a Vienne. Ese mismo año, Claudio fue enviado a Lyon, al colegio de los jesuitas de Nuestra Señora del Socorro. Era un colegio menor, del que pasó el año 1653 al gran Colegio de la Trinidad, regentado por los mismos jesui tas, donde estudiaban los niños de más edad. Bajo la dirección de eminen tes maestros de humanidades y retórica, cursó normalmente y destacando por sus aptitudes los estudios entonces vigentes, donde las ciencias y la li teratura alternaban, con preferencia para la formación humanista, con los principios de la filosofía. A los diecisiete años, en 1658, Claudio decidió su vocación al tér mino de los estudios. «Con una horrible aversión por la •vida religiosa», sentida por su sensible naturaleza (carta LXX), pero viendo clara la llama da del Señor, hizo a Dios su sacrificio y entró en el Noviciado de la Com pañía de Jesús en Aviñón. Teniendo por Maestro de novicios al P. Juan Papón, a quien había ya conocido como prefecto de las clases de literatura 9
en el Colegio de Lyon, hizo el bienio ordinario de los que comienzan la vida religiosa en la Compañía de Jesús. Hizo sus primeros votos, que son ya perpetuos en la Compañía, el 20 de octubre de 1660 en el Colegio de Aviñón, donde comenzaba a cursar el tercer año de filosofía. Aquel año se grabó además en la memoria del Beato porque en él murió su madre, a la que quería entrañablemente, el día 3 de agosto. Un biógrafo de Claudio, el P. Séguin, afirma que asistió a la muerte de su ma dre y que recogió de sus labios esta predicción: «Hijo mío, tú serás un san to religioso». Poco después era designado, al comenzar el curso de 1661, como profesor o regente de la clase de gramática, así llamada en el conjun to de las humanidades, que era la primera de todas para los alumnos meno res. Dio ya muestras de su notable talento oratorio, como en el discurso inaugural del curso de 1665, ante un brillante auditorio, y en el sermón pa ra celebrar la canonización del gran san Francisco de Sales en uno de los días del octavario celebrado. Tenía entonces 25 años y participó con desta cados oradores sagrados de varias Órdenes religiosas. En 1666, por especial disposición del General de la Compañía de Je sús, fue destinado a los estudios de la Teología, preparatorios para el sa cerdocio, en el Colegio de Clermont, de París, próximo a la Sorbona. El ambiente religioso, si por una parte ofrecía una renovación extraordinaria con un san Vicente de Paúl en plena actividad hasta su muerte, acaecida seis años antes (1660), y con la gran obra de espiritualidad iniciada por Berulle y M. Olier en san Sulpicio, por otra presentaba el drama jansenista en toda su fuerza, así como el problema del quietismo de Molinos. Port Royal, con su doble centro, con un Pascal que en 1655 había lanzado sus cé lebres Cartas Provinciales, contra los jesuitas, y donde la famosa M. Angé lica reunía en torno almas de notables austeridades y entregadas a una pie dad desviada por hallarse en rebeldía contra el Vicario de Cristo en la tie rra. En cuanto al ambiente literario y oratorio, ¿qué más será necesario decir que recordar que, por los años de La Colombiere en París como estu diante de Teología, triunfaban en la escena Racine y Moliere, y en los púlpitos sagrados Bossuet y Bourdaloue? La Colombiere tenía un extraordina rio dominio de la lengua francesa, y un espíritu fino y capaz de percibir y expresar todos los matices. Nos dirá el P. de La Pesse, en el prefacio a la primera edición de los sermones de La Colombiere, que Oliveti Patru, aca démico de la Real Academia Francesa, y «el hombre que hablaba mejor el francés» en la Francia de tan grandes talentos del siglo de oro, «admiraba 10
las reflexiones del P. de La Colombiére acerca de los más finos secretos del estilo francés», y llegó a decir de éste que era «uno de los hombres del reino que mejor conoce nuestra lengua». Por este tiempo, mientras estudiaba su Teología, fue nombrado en el Colegio preceptor del hijo mayor del influyente Colbert, ministro de Fi nanzas de Luis XIV. Se cuenta una anécdota, según la cual La Colombiére cayó al fin en desgracia del hombre de Estado, porque éste habría hallado entre los papeles personales del preceptor de su hijo inopinadamente un epigrama copiado de su mano contra él. Pero la crítica hoy rechaza como improbable tal suceso. El 6 de abril de 1669, víspera del domingo de Pasión, fue ordenado sacerdote. No conservamos ninguna noticia, ninguna impresión personal de tan grande y decisivo momento, en un hombre que después vivirá inten samente su sacerdocio y la devoción a la Eucaristía (V. Retiro de 1674 en Lyon, I, n. 10). Terminada la Teología al año siguiente, volvió en 1670 a Lyon, al Colegio de la Trinidad, como profesor. Ahora le fue encomen dada la cátedra de los cursos superiores, o de Retórica. Tuvo en el Colegio como contemporáneo al célebre P. Menestrier, polígrafo insigne y célebre por su erudición, brillantez y fecundidad. También le fue encargada la di rección, primero, de la Congregación de los Santos Angeles, y después de la Anunciación, conociendo así de cerca la utilidad para las almas de estas Congregaciones marianas, de lo que dará muestra en Paray-le-Monial, fundando una en su breve estancia como superior en la ciudad. Era tam bién predicador en la ciudad, y tuvo ocasiones de ejercitar este ministerio con su preparación extraordinaria. Tuvo como Rector en el Colegio al célebre P. de la Chaize, que fue poco después Provincial, quien envió a La Colombiére al destino de Paray, y más tarde fue designado confesor de Luis XIV, y con su influjo hizo que La Colombiére fuese enviado de Paray a Londres, como capellán de la Duquesa de York. La Providencia pone los hombres necesarios en el ca mino para que se obtengan los resultados que quiere. b)
El giro espiritual de su vida
Hemos llegado al momento en que la vida del Beato girará significa tivamente hacia los caminos de Dios. En setiembre de 1674 es enviado, en el mismo Lyon, a la «isla de Anay», donde una conocida Abadía presidía la confluencia de los grandes ríos Ródano y Saona. En la Casa de san José, se reunían todos los jesuitas que iban a vivir los meses de la llamada Ter 11
cera Probación (Terceronado vulgarmente entre los propios jesuitas). La Tercera Probación es un tiempo para intensificar la vida espiritual. Pero el principal centro de ese tiempo es el mes entero dedicado a los Ejercicios Espirituales íntegros, tal como en plenitud los concibió y escribió san Ig nacio de Loyola. Este mes de silencio y de intensa meditación interior, tiempo de oración y penitencia, fue decisivo en la vida del P. Claudio de La Colombiere, bajo la dirección del P. Athiaud, que dirigía la Tercera Probación, y que ocupó después todos los cargos más importantes de su Provincia religiosa. La importancia de este retiro, que cambia profunda mente el alma del religioso al enfrentarle directamente con el misterio de Jesús que le ha llamado, la pondremos de relieve brevemente al hablar de la espiritualidad del Beato. Ahora baste decir que supone un ángulo de giro hacia Dios en totali dad de entrega. El lo dice: «Dios mío, quiero hacerme santo entre Vos y yo», en la soledad de su propósito (Retiro, III, 5 ante Herodes). Y acaba su mes exclamando con decisión: «A cualquier precio que sea, es necesario que Dios esté contento». El 2 de febrero de 1675 La Colombiere hacia en Lyon, en el Terceronado, su Profesión religiosa. Era la unión con Jesucristo por los tres votos solemnes de los Profesos de la Compañía de Jesús, de los cuales dirá en un sermón pronunciado en Londres: «Me clavé hace tiempo en vuestra Cruz con los votos de mi Profesión religiosa». Hecha la Profesión, debía ya co menzar su trabajo apostólico, cuya preparación larga y cuidadosa habla así terminado. Era su primer destino como miembro pleno de la Compañía. ¿A dónde podía ser enviado un hombre de tan brillantes cualidades, que había desempeñado ya cargos de importancia como profesor en el Colegio de Lyon? La mano de Dios, por medio de su Provincial, el P. de La Chaize, se ñaló una pequeña ciudad provinciana, al parecer oscura, pero en la que ha bía comenzado a irradiar una misteriosa luz: Paray-le-Monial. Claudio de La Colombiere fue enviado como Superior de la pequeña Residencia en aquella ciudad. Sólo tenía tres o cuatro Padres en la Residencia, con un pequeño colegio para los alumnos de Paray. En la ciudad había una nota ble abadía cluniacense, que todavía conserva su gran iglesia abacial, con título de Basílica. Ocho monjes, divididos en dos observancias, «antiguos» y «reformados», para mayor conflicto. De este foco antiguo monacal, que poseyó antaño como propia la ciudad de Paray, había venido el sobrenom bre «le-Monial» (el Monacal). Había también una iglesia parroquial de 12
Nuestra Señora, con un párroco y unos quince sacerdotes entre curas y ca pellanes. Había un convento de Ursulinas con su colegio y pensionado. c)
Santa Margarita María de Alacoque
Pero, sobre todo, en Paray-le-Monial existía, desde hada cincuenta años solamente, un Monasterio de la Visitación de santa María, conocido por el nombre del Fundador, san Francisco de Sales, con el nombre fami liar de las Salesas. Hay que tener en cuenta, para apreciar mejor la situa ción, que la fundadora o Madre de la nueva Orden inspirada por el célebre obispo de Ginebra, santa Juana Francisca de Chantal, había muerto en 1641, el mismo año en que nació el Beato, y la Orden se hallaba en el auge inicial y además en la misma región donde había comenzado. La santa ha bía nacido en Dijon y muerto en Moulins. En este Monasterio, cuando La Colombiére llegó a Paray en 1675, en el mes de febrero, se hallaba uno de los más poderosos focos de irradiación espiritual que han existido en la Iglesia: las revelaciones y apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a una humilde religiosa del Monasterio llamada Margarita María de Alacoque. No tratamos aquí de hacer un resumen de esta devoción, apariciones y revelaciones, sino del Beato de La Colombiére. Por eso mencionaremos simplemente los datos relacionados con el Beato. Entrada en el monasterio el 20 de junio de 1671, a los treinta años de la muerte de santa Chantal y mientras La Colombiére enseñaba Retórica en el Colegio de la Trinidad de Lyon, Margarita había sido elegida por Jesucristo ya antes de su entrada en el monasterio como predilecta de su Corazón. Desde el principio de su no viciado el Señor había comenzado a manifestársele más claramente con insistentes llamadas y palabras interiores. A los veinticuatro años de edad (nació el 22 de julio de 1647, seis años más tarde que La Colombiére) en tró en el monasterio. El 25 de agosto de 1671, a los dos meses de su entra da, tomó el hábito de religiosa, y el 6 de noviembre de 1672 hizo su profe sión religiosa primera. Desde el día de san Juan Evangelista, 27 de di ciembre de 1673, el Corazón de Jesús había comenzado con mayor clari dad sus manifestaciones: «Mi divino Corazón ama tan apasionadamente a los hombres, que quiere repartirles los tesoros de su caridad...». Durante todo el año de 1674 crece el divino esplendor de la llamada. Se le mostra ba el Corazón de Cristo sobre su pecho como un divino sol rodeado de una corona de espinas. Tiene ardiente deseo de ser amado por los hombres. Se trata de un «último esfuerzo de su amor en estos últimos siglos». Los he chos prodigiosos, las curaciones, los éxtasis, se sucedían, y comenzó a tur barse la paz del convento. Era hasta entonces Superior de los jesuitas el P. 13
Papón, y al marchar llamó la atención del P. Provincial sobre el problema de su sustituto, que debía dirigir el caso. El Provincial encontró el hombre que la divina Providencia había preparado para ese momento: el P. Claudio de La Colombiere. La señorita de Lyonne, cuyo director será el Padre y a quien se dirige una serie de car tas del epistolario conservado, se extrañaba que un hombre tan eminente hubiese sido enviado a una ciudad tan retirada como Paray. Otro Padre de la Residencia le aclaró el misterio: «Es en favor de un alma que necesita su dirección». Esta era santa Margarita María. Se hallaba sometida a las an gustias que acompañan de ordinario a los casos extraordinarios, y que ne cesitan un maestro iluminado por Dios entre la incomprensión de los de más. ¿Era el demonio o era Dios el que actuaba? ¿Eran ilusiones o era el impulso del Espíritu? Santa Teresa conoció una situación muy semejante. Pero el Señor dijo a santa Margarita María: «Yo te enviaré a mi siervo fie l y perfecto amigo, que te enseñará a conocerme y abandonarte a Mí». (Vida y Obras de santa Margarita María, 3 edic., Bilbao, 1958. Carta CXXXII, tercera de Aviñón al P. Croiset, p. 445). Cuando a fines de febrero de 1675 el Beato hacia su primera visita al monasterio de Paray, la superiora M. de Saumaise, le presentó la Comuni dad de la que iba a ser confesor extraordinario. Tras las rejas del locutorio, entre las demás, la santa oyó interiormente y con claridad esta palabra del Señor: «He aquí al que te envío». Era el siervo fiel y perfecto amigo pro metido, con un título inigualable para el que aspira al amor de Jesucristo entre sus sacerdotes. Pocos días después, y aunque ella no quiso entonces o no se atrevió a declararse, se retiró del confesonario, según dice, con la in vitación a otra conversación sobre su alma. (Autobiografía, c. VI). La se gunda conversación fue más explícita y él admiró los singulares favores que Dios hacía a aquella alma, y la lanzó con seguridad por el camino de Dios. A la Superiora había dicho: «Es un alma elegida». Como san Juan en el lago de Genesaret ante el Señor aparecido, había dicho con la seguridad del instinto divino del Espíritu: Es el Señor. Un día que vino el Padre a decir Misa en la Visitación, cuenta la san ta que el Señor le hizo a él, y también a ella, grandes favores espirituales. Y cuando ella se aproximó a recibir de su mano la Comunión, vio al Señor que le mostraba su Sagrado Corazón como un horno ardiente, y vio otros dos corazones, el suyo y el del Beato, que iban a unirse y abismarse en el del Señor, mientras le decía: «Así es como mi puto amor une para siempre estos tres corazones». Visión, carisma y profecía. Porque efectivamente se 14
ha cumplido la palabra y los dos corazones de los dos santos están unidos indisolublemente con el del Señor en la Iglesia de Dios como primeros fautores de esta admirable expansión del culto al Corazón de Jesús que es talló en Paray-le-Monial. (Autobiografía, c. VI). «Quería — prosigue la santa— que yo le descubriese los tesoros de ese Corazón, a fin de que pu blicase y diese a conocer su valor y utilidad. Para lo cual quería que fué semos como hermano y hermana, igualmente partícipes de los bienes espi rituales». Profecía también cumplida en el primer apóstol de esta forma de la devoción. Y como ella objetara la diferencia entre los dos, dijo el Señor: «Las riquezas infinitas de mi Corazón suplirán e igualarán todo. Háblale sin temor». Es el comienzo de la nueva misión eclesial de La Colombiere, que él aceptará con humilde gratitud. El mandó a la santa que pusiera por escrito los favores recibidos. Pe ro, en su sencilla y humilde obediencia, quemaba luego lo escrito, espe rando cumplir así lo mandado sin darse a conocer. El mandato fue renova do. Llegó el día 16 de junio de 1675. En ese día de la octava del Corpus, que cayó en domingo y por esto se hallaba expuesto el Santísimo Sacra mento en el airar, la santa recibió la comunicación y visión definitiva de la intención de Jesucristo. Ha sido llamada la Gran Revelación, en que el Se ñor pide concretamente la Fiesta en honor de su Sagrado Corazón en el viernes siguiente a la octava del Corpus, con intención reparadora por los pecados de los hombres. Habiendo sido aceptada la fiesta por la Iglesia Católica, y figurando hoy en su liturgia como Solemnidad, tenemos la ga rantía de la verdad de esta petición. El Beato la transcribió de su propia mano en el Retiro de Londres de 1677, atribuyendo el escrito a «una per sona según el Corazón del Señor, según se puede creer por las grandes gracias que le ha hecho». Y añade: «El buen Dios quiere valerse de mis débiles servicios en la ejecución de este designio». Porque, en efecto, la revelación contiene estas palabras en boca del Señor: «Dirígete a mi siervo el P. La Colombiere, y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este placer a mi Corazón» (Retiro 1677, n. 12). Añade el Señor que «encontrará dificulta des, pero que debe saber que es todopoderoso aquel que desconfía entera mente de sí mismo para confiar únicamente en Mí». La santa se refiere a esta gran revelación en su Autobiografía, c. VII, y menciona también el encargo hecho al P. La Colombiere. Siguiendo los deseos del Señor, la santa y el Beato se consagraron a su divino Corazón enteramente en el día señalado por el mismo Jesucristo para su deseo, el 15
viernes siguiente a la octava del Corpus, que aquel año fue el 21 de junio de 1675, aunque no conozcamos con certeza la fórmula literal que el Beato aquel día utilizó para su acto. (V. Retiros y oraciones, nota 53). Quedaba rubricada la definitiva entrega del siervo fiel a su Señor, del amigo perfec to a su Amigo. Jamás se apartará de ella, y le conducirá a la santidad plena. Dice santa Margarita María: «Se habla consagrado enteramente a este Co razón, y no suspiraba más que por hacerle amar, honrar y glorificar. Tengo para mí que esto fue lo que le elevó a tan alta perfección en tan poco tiem po» (Viday obras, Carta LUI a la M. de Soudeilles, p. 297). Un año más estuvo en Paray el Beato como Superior de la Residen cia. En el año y medio de su estancia, desde febrero de 1675 hasta setiem bre de 1676, trabajó lleno de celo por las almas en Paray-le-Monial y sus alrededores. Predicó en la iglesia, y la gente llenaba el lugar sagrado para escucharle. Predicó en algunos pueblos pequeños misiones, y en \ arios conventos retiros y sermones. Conmovió a varias almas, e inició su despe gamiento del mundo para comenzar a pensar en la vida religiosa, como la señorita de Lyonne y las hermanas Bisefranc, cuyas correspondencias con el Beato serán frecuentes hasta el fin de su vocación o de la vida del santo. Encauzó por el camino de la virtud a otras almas, madres de familia o pa dres, como la señora de Lyonne, la de Mareschalle y otras. Fundó y dirigió con gran fruto la Congregación de Nuestra Señora para los caballeros y jó venes. Trabó profunda amistad con el párroco Bouillet y otros sacerdotes y religiosos. Dejó huella inolvidable en la ciudad, en sólo año y medio de estancia en ella. Podemos ver su rastro en las Cartas del Beato, y hablare mos más concretamente de estas personas en la introducción a las Caitas. A mediados de setiembre de 1676 dejaba Paray para dirigirse a Lon dres. ¿Qué había sucedido? Sabemos por el mismo Beato que ya en aquel verano los superiores pensaban en darle otro destino. (Carta LXIX, a la se ñora de Lyonne). ¿Fue porque creían que sus dotes requerían un puesto de mayor relieve? ¿Fue porque hubo algún revuelo en la ciudad ante su postu ra claramente favorable a santa Margarita? Porque la misma santa dice que tuvo que sufrir por causa suya, porque la favoreció (Autobiografía, c. VI): «Se hablaba de que yo quería engañarle con mis ilusiones e inducirle a error como a los otros». De hecho, se pensó en sacarle, aunque no sabía todavía qué destino le darían. Pero Dios intervino modificando los planes humanos. d)
De Paray a Londres 16
Carlos II de Inglaterra, que era católico de corazón, pero no se atrevía a serlo francamente, no tenía herederos directos. Tocaba heredar el trono a su hermano Jaime, que era verdadero católico en sus sentimientos y con ducta. Murió su primera mujer, Ana Hyde, de la cual tuvo ocho hijos; de ellos sobrevivieron dos: Mary, futura esposa de Guillermo de Orange, usurpador del trono de los Estuardos con el nombre de Guillermo II, y Ana, futura reina de Inglaterra. Jaime, Duque de York, contrajo segundo matrimonio, muerta Ana. La elegida, contra su voluntad en principio, pues siendo muy piadosa se sentía inclinada a otra vida, fue la casi niña María Beatriz de Este, hija del Duque de Módena. Luis XIV y Carlos II intervi nieron con cartas ante el Papa, Clemente X, quien llegó a escribir perso nalmente a la joven pidiéndole en nombre de la Iglesia el sacrificio de sus ideales. La pobre joven se sometió a la gran renuncia y obedeció. Conver tida en Duquesa de York, esposa del heredero de Inglaterra (aunque apar tado de la corona por su religión católica, prohibida al rey por el Acta del Test), tenía derecho estipulado a tener una capilla en palacio y un capellán católico, desde su matrimonio en 1673. Lo fue en primer lugar el jesuita P. Saint Germain, que suplió de este modo la acción desarrollada primero por el P. Patouillet como predicador autorizado en la Embajada de Portugal. Pero a finales de 1675 fue falsamente acusado por un traidor de haberle querido obligar por la fuerza a abjurar del protestantismo. A pesar de lo absurdo de la acusación, abandonó Inglaterra, y hubo de buscársele un sus tituto. Se pensó de nuevo en el P. Patouillet, pero algunas circunstancias presentadas hicieron desistir de esta idea. La elección recayó ahora sobre el P. La Colombiere, por parte del P. La Chaize, el confesor j. de Luis XIV, que le conocía a fondo del tiempo del Colegio de Lyon y de su tiem po de Provincial. Y fue destinado. Arreglados sus asuntos de Paray, el P. La Colombiere se puso en ca mino para París y de allí a Londres. La despedida en el convento de la Vi sitación debió ser resignada, pero llena de emoción sagrada. Se despedía, sin saber si las volvería a ver, tanto de santa Margarita María como de su Superiora, la M. de Saumaise, que había puesto su confianza en él espiri tualmente, y con la que se sentía muy identificado (Carta XXXVI). En la despedida la santa entregó a la Superiora, para que lo transmitiese al Padre, un «Memorial» breve, de tres puntos. En dicho escrito se contenían algu nos consejos y prevenciones para el Beato, de parte del Señor. Este tesoro se convirtió en un foco de luz para el Beato, que iluminó sus difíciles años de Londres, y le acompañó hasta su muerte. (Véase el Memorial en «Aviso previo», en el Retiro de Londres; y sobre su efecto, la nota 8 de la carta 17
XXI). Se despidió también de otras personas, que sintieron mucho su par tida, y el 5 de octubre salía para Calais, llegando a Londres el día 13. (Car ta LIV). e)
En el palacio de S. James
El P. La Colombiére habitó en Londres en el palacio de Saint James, residencia del Duque de York. Quedaba enfrente del Palacio real, separado por un parque, y sobre el río Támesis lleno de movimiento y vida. El P. La Colombiére hizo propósito, conforme a su voto, de austeridad, y lo cum plió con tal rigor que nunca se acercó a la ventana para mirar. Ni siquiera salió a visitar la ciudad. En lo que toca al clima, le correspondió un in vierno frigidísimo, con nevadas que impedían andar por las calles. El Támesis se heló, y soportaba a los paseantes que hasta encendían fuego sin que se derritiese el hielo. El santo no permitió encender fuego en su propia habitación. La predicación del Beato convirtió la capilla del Palacio en un lugar de consuelo para los católicos ingleses. Aunque era pequeña (cabían unas ciento cincuenta personas) era la única en que no se impedía entrar a los ingleses. Allí desarrolló una intensa labor de predicación el Beato. No pre tendemos hablar de sus sermones, llenos de unción, correspondientes a las diversas épocas y fiestas del año. Sobre su valor literario y oratorio religio so, bastará decir que de ellos se hicieron en Francia durante el siglo XVIII repetidas ediciones, preparadas después de su muerte con sus escritos. De los seis grandes volúmenes, que Charrier dedica a la obra del Beato, cuatro son de sus sermones. La primera edición de ellos se publicó ya a los pocos meses de su muerte. Nos basta consignar aquí, como una muestra del valor extraordinario de su oratoria religiosa, que el Acto de confianza tan admi rable, que se puede leer al fin de los Retiros en este libro, está tomado de su sermón sobre el amor y la confianza en Dios. (Charrier, IV, 215: v. p. 167). Desde aquel palacio, el fervor apostólico de La Colombiére irradió vigorosamente en torno la fe, la esperanza y la caridad. En sus cartas apa recen repetidas veces casos de personas que venían a buscarle para tratar asuntos de espíritu, de vocación, de fe perdida o recobrada. (Cartas XXIII, XXVI, XXVIII, XXX, XXXV-XXXVIII). Hasta hay indicios de que pudo influir en el ánimo del mismo rey. Respecto a su trabajo de escritor, dan testimonio tanto el esmero con que se han conservado sus sermones, que escribía con gran cuidado (cfr. Carta XXXVI), como la notable correspon dencia con diversas personas de Francia, a quienes atendía incesantemente. 18
Si se lee su correspondencia conservada, que es una parte de la real (cf. Retiro de Londres, n. 11, carta que no se conserva), se podrá ver que la mayoría de las cartas llevan como punto de partida Londres. Una incansa ble tarea, por otra parte, siempre cumplida en Cristo y en su Espíritu. Así como en la copiosa correspondencia de santa Margarita María de Alacoque, conservada con cuidado, que son en total 142 cartas, mucho más am plias doctrinalmente que las del Beato, las 149 conservadas de éste mues tran a un hombre lleno sólo de Dios. Si santa Margarita, religiosa de un convento de clausura, dedicada íntegramente a la vida interior, no escribía sino de asuntos espirituales y del Corazón de Jesús, el P. La Colombiere, junto con los numerosos consejos de vida interior y dirección espiritual que llenan sus cartas, da, como hombre que vive en el apostolado activo, numerosos datos y referencias externas de su trabajo. Pero nunca elemen tos mundanos. f)
Enfermedad y cárcel
En febrero de 1678, año largo después de haber llegado a Londres, el Beato habla en sus cartas de una salud que «no es ciertamente buena», y empieza a crearle dificultades (carta XXXII). Tres meses más tarde, a pe sar del cuidado puesto en trabajar algo menos para cuidar de su salud, co mo le advertía la misma santa desde Paray, siente los primeros síntomas de su pulmón enfermo (carta XXXIV, del 9 de mayo 1678). La terrible enfer medad de la tuberculosis, que ha de minar y arruinar su vida, ha comenza do su tarea, favorecida, sin duda, por su absoluta entrega al trabajo y auste ridad. El primer vómito de sangre se presentó el 24 de agosto. A fines de se tiembre se presenta de nuevo la ruptura sangrienta pulmonar (cartas XLXLI). Se piensa en que vuelva a Francia para reponerse, él vuelve a reani marse momentáneamente. Y de pronto estalla la tragedia en Inglaterra. El tristemente célebre Titus Oates, aprovechando el ambiente de las ambiciones y recelos de Londres, tramó su traición. Fingiéndose católico ferviente fue a Valladolid al Colegio de ingleses, que se preparaban al apostolado sacerdotal para su patria. Expulsado de allí al poco tiempo, pa só al Colegio de los jesuitas de Roma, y también acabó con la expulsión. Pero ya sabía lo bastante para sus planes. Esto sucedía en 1678, y en julio regresaba a Londres, con sus datos y sus planes. En agosto comenzó a tra bajar en los planes de una conspiración fingida, que en frase del historia dor Macaulay es «semejante a los sueños delirantes de un enfermo». Pero los ambiciosos aprovecharon la ocasión preparada largamente. 19
El 28 de setiembre eran detenidos varios jesuitas, entre ellos el Pro vincial de Inglaterra, arrancándolos de la misma Embajada de España. Pronto, a pesar del rey, que se reía de los fantásticos planes, los rumores llenaron Inglaterra. Una conspiración papista estaba en juego. Alguna carta poco prudente, pero antigua, del Secretario del Duque de York, Coleman, que luego murió valientemente, encendió el fuego popular. Y comenzó el terror. La locura se apoderó de muchos y aun de los mismos jueces. El rey quiso resistir y comenzó a comprender que era incapaz ahora. El «Popish Plot» (complot papista), inventado por Oates y apuntalado por los protes tantes sectarios y los ambiciosos, habla entrado en la historia, hasta que más tarde quedara patente su loca ficción. El complot, como era obvio, afectó gravemente a La Colombiére. Fue denunciado por resentimientos personales por un joven a quien habla ayu dado antes (Carta XII). La falsa denuncia, en aquel ambiente, prosperó un tiempo, y La Colombiére fue arrestado en el mismo palacio de Saint James en la madrugada del 13-14 de noviembre. Dos días de cárcel con guardias de vista, como preso peligroso, y el 16 de noviembre fue trasladado a la cárcel de King’s Bench, tristemente célebre. El 18 siguiente compareció ante los comisarios de la Cámara de los Lores. Vieron fácilmente que era inocente de toda sospecha verdadera: las acusaciones eran ridículas. Pero el proceso siguió adelante. Se le acusaba de haber alentado varias vocacio nes, de haber ayudado en sus dificultades a un muchacho de 16 años, de haber dicho que el rey era católico de corazón, que podía disolver el Par lamento (lo cual era pura verdad legal), que había ayudado a abjurar a al gunos protestantes, que decía misa alguna vez fuera de palacio... Timbre de honor para un sacerdote de Cristo, que tales acusaciones le hicieran se mejante a Jesucristo. Que cuidaba de unas religiosas católicas, ocultas en Londres: debían ser las hijas de la admirable Mary Ward. Un hombre con vómitos de sangre, que se va al campo a descansar unos días, y allí dice Misa. ¡Terrible conjuración! Pues la decía a sabiendas de todos en el pala cio, y para eso había venido con autorización real. El Parlamento, no atreviéndose a más, vista la falta de pruebas, pidió al rey que desterrase a La Colombiére a Francia. Como Pilato de Jesús de cía: No hallo culpa en este hombre, por tanto, le castigaré... La cárcel de King’s Bench, donde estuvo encerrado desde el 16 de noviembre hasta el 6 de diciembre, tenía los horrores de las cárceles ingle sas de entonces, como todas las de la época. Aherrojado allí, con muy es casa comida, sin apenas agua, en el corrompido ambiente de aquella paja 20
podrida, con compañeros demacrados y atacados muchas veces de la «fie bre del calabozo», pudo gustar, aunque sea brevemente, el cáliz de Jesu cristo. Otros compañeros jesuitas llegaron más adelante con sus cruces, y acabaron en el martirio el desenlace de las fantasías de Oates y de su per versidad. Se había cumplido su visión profética. (Notas espirituales, a, n. 8). Los lores, obtenido el destierro que pedían en la sesión del Consejo privado el 6 de diciembre, a la que el propio Rey asistió, sintieron compa sión de aquel hombre tísico, sometido a graves hemoptisis, que habían empeorado en la cárcel con la humedad y frío, hambre y falta de toda asis tencia (Carta XLII). Le permitieron reposar diez días en casa de Bradley y bajo su custodia. Allí pudo despedirse de sus amigos y de otros que tuvie ron el último consuelo de saludarle. Finalmente, en la segunda mitad de diciembre abandonó para siempre Inglaterra, con el corazón puesto en el que él mismo llamará «el país de las cruces» (Carta XLIII). A mediados enero de 1979 se hallaba en París, y desde allí escribía el 16 a su Padre Provincial para solicitar órdenes suyas para su destino (Carta X). g)
Paray y Lyon de nuevo Su destino fue Lyon, donde podría, con las fuerzas escasas que tenía (Carta X), realizar la labor de un Padre espiritual dirigiendo a los jóvenes estudiantes de la Compañía de Jesús (Carta L). Pero tuvo el gran consuelo, después de más de dos años de separación, de volver a ver a las personas que tan en el corazón llevaba. Pasó por Dijon, donde la M. de Saumaise, antigua superiora de santa Margarita María en Paray, vivía ahora en el monasterio de las Salesas, aunque no como superiora. Luego, alcanzó Paray-le-Monial. Allí visitó a santa Margarita María (Carta XLIII), y a las demás personas conocidas. Una de las hermanas Bisefranc, María, estaba ya en el noviciado de las Ursulinas. También estaba allí, aunque no duraría mucho tiempo, una inglesa a quien había dirigido a Francia, pero cuya vo cación para Salesa, aconsejada por la santa de Paray, terminó al cabo de poco tiempo llevándola al monasterio de Salesas de Charolles, cerca de Pa ray (Carta XLV). Después de diez días de estancia, de nuevo se puso en camino a Lyon, a donde llegó el 11 de marzo, agotado por el viaje. Atrojó de nuevo sangre (Carta XLIII). En el mes de abril, poco después de Pascua, que aquel año fue el 1 de abril, los superiores autorizaron a su hermano Hum berto a llevarle a su casa de campo de S. Symphorien d’Ozon, su pueblo 21
natal, para obtener una mejoría. Sometido a un régimen de salud cuidado so, según la medicina entonces aconsejaba, logró experimentar alivio, por lo cual, habiendo regresado a Lyon después de mes y medio, volvió de nuevo a S. Symphorien en el verano (julio-agosto) para recuperar fuerzas y así poder resistir el curso escolar. En el campo decidió la vocación de la señorita de Lyonne (Caitas LIXLXI). En Lyon, en alternativas de salud, con esperanzas y retrocesos, mejo rías y empeoramientos, pasará los años 1679-81, practicando el inmenso sacrificio de «no hacer nada», o casi nada (Carta XLIII). Sin embargo, de esta época es más de una tercera parte de la correspondencia conservada, y particularmente las dos cartas dirigidas a santa Margarita María. Las cartas a los jesuitas dirigidos por él dan testimonio de su labor callada y del efec to con que la recibían (Cartas XIV-XV). Finalmente, en agosto de 1681, sus superiores viendo el declinar de su salud, y probablemente el peligro que podría traer a los jóvenes estu diantes un posible contagio, decidieron sacarle de Lyon. Efectivamente, el día de Pascua, en abril, había sufrido un nuevo vómito de sangre. Y la de cisión fue enviarle a la Residencia de Paray, dándole aquel consuelo. Dios estaba de por medio en tal decisión. Era el lugar elegido por el Señor. Vivió en Paray los últimos meses de su vida, aunque muy débilmente en sus fuerzas físicas. Una carta nos deja el autoretrato del enfermo en los meses finales de 1681 en Paray (Carta XCIX). No podía ni vestirse por sí mismo. Reducido a no salir de su habitación, aunque todavía podía decir Misa a intervalos. Era una ruina física, pero todavía con la esperanza, que un enfermo siempre conserva, de recuperar la salud, matizándolo como «un castigo del mal uso que hago de la enfermedad». Esta penúltima carta suya conserva también el último recuerdo de santa Margarita María: no se atreve ya a pedir por su salud, porque cada vez que lo hace él empeora. Pe to también ella conserva la esperanza, y ahora como de una cosa «de la que no dudaba». Quizás era un aviso premonitorio del definitivo descanso de la gloria. El Beato expresa su porvenir con una frase que parece inspirada: «Vere mos lo que Dios nos enviará con la primavera». Esta para él sería eterna. h)
La muerte de un santo En los meses de setiembre y octubre, todavía el Beato había podido salir algunas veces de casa, y en sus paseos ligeros y breves pudo visitar tanto a la santa como a la Hermana Rosalía de Lyonne, que había ya al 22
canzado el tesoro de las esposas de Jesucristo en el mismo monasterio de la santa. También, sin duda, hizo alguna visita a María de Bisefranc en las Ursulinas, y fue visitado por su dirigida Catalina, que le rodeaba con el afecto de quien tanto le debía (Cartas CXXXI-CXLVIII). La Hermana Ro salía se acordaba mucho después de la visita del santo y de su última re comendación: «No hallará descanso sino en el amor de Dios». En enero de 1682 los superiores, visto el peligroso estado del enfer mo y siguiendo el consejo del médico, piensan en trasladarle a un clima mejor. ¿Será el de Lyon? ¿Sería mejor el de Vienne? El Beato piensa en ello y pide consejo, en esta última carta a las puertas de la muerte, a la M. Saumaise «por el escrúpulo de guardar la regla», conforme a su voto. Su regla dice, en efecto, que cada uno debe informar a sus superiores de lo necesario para su salud, aceptando después sus decisiones (Carta XLIX). El último consejo del santo es impresionante. Después de haber deseado y trabajado tanto para hacerse santo, por fin ha comprendido: «Es imposible, si Dios no pone su mano en ello. Sólo a Él pertenece el santificarnos, y no es poco desear sinceramente que lo haga. No tenemos ni bastante luz ni bastante fuerza para hacerlo». Al fin está en el punto que Dios quiere: ha bía dicho que trataba del negocio de la santidad «entre Vos y yo a solas». Ahora ya sabe que es cosa de Dios sólo. Su humildad es plena, está madu ro para el cielo. El doctor Billet, que le atiende en Paray, es hermano del socio del Provincial. Le ha escrito indicando su opinión de la necesidad de un clima apto para el enfermo, y la conveniencia o necesidad de su traslado. Es in vierno. Habría que buscar un coche para el viaje, que sería en todo caso penoso. El Provincial manda un aviso a Floris La Colombiere, hermano del Beato y arcediano de la Iglesia primacial de Vienne, para que vaya a buscar al enfermo y lo traslade, a Vienne al parecer. Debían partir el 29 de enero, fiesta de san Francisco de Sales, fundador de la Visitación, y a quien Claudio tenía muy particular afecto, como consta por sus cartas. Santa Margarita María envió antes del día señalado un recado verbal al enfermo, sirviendo de intermediaria Catalina de Bisefranc: que si podía, sin faltar a la obediencia, no emprendiese el viaje. El Beato, por la misma intermediaria, de su entera confianza, hizo preguntar a la santa los motivos de su petición. La respuesta vino inmediatamente en una nota escrita de mano de la santa. Le decía así, simple pero elocuentemente: «El me ha di cho que quiere aquí el sacrificio de vuestra vida». Todo ello nos consta r
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por la declaración jurada de Catalina en el proceso de Beatificación de Margarita María. Dios quería, pues, unir la memoria de los dos santos con Paray, como había unido antes sus corazones de hermano y hermana con el Suyo pro pio. El P. Superior de la Residencia, al saberlo, decidió que el Viaje no se efectuase. Pasaron diez días, y no sabemos si intervino el Provincial ante el Superior, o más probablemente el hermano de Claudio, que estaba allí to davía, instó y logró la resolución del viaje, a pesar de todo. El hecho es que el día 9 de febrero, el Beato, acomodado lo mejor que se pudo, en el coche de su hermano y acompañado de éste, emprendió la ruta. Pero se cumplió el deseo del Señor. Un violento acceso de fiebre impidió al enfermo proseguir el viaje. Hubo de volver a la Residencia, y el día 15 de febrero, con 41 años de edad justamente cumplidos el 2 de febrero, recién pasado, murió en un vómito de sangre, desangrándose así en manos del Señor, en el ahogo. Catalina de Bisefranc supo la triste noticia. A la primera hora del día siguiente, apenas se abrió el Convento de la Visitación, corrió a dar a Mar garita María, la noticia de la santa muerte del director espiritual de las dos. La santa ya la sabía por el mismo Señor. Sólo dijo: «Rezad y haced rezar por el descanso de su alma». Pero unas horas más tarde le escribió una no ta: «Cesad de afligiros. Invocadlo, no temáis; es más poderoso que nunca para socorrernos». Y le pedía que reclamase la nota escrita que había en viado al Beato sobre su partida, el día 29 de enero. Catalina corrió al Cole gio, pero el P. Bourguignet respondió firmemente: «Antes que deshacerme de este escrito entregaría todos los Archivos de esta Casa». Y para justifi carlo leyó a la señorita el contenido de la nota, transcrito antes. La entonces superiora de la santa, M. Greyfié, en su Memoire, narra que extrañándose con la santa de que no pidiera hacer sacrificios especia les por el alma del P. La Colombiére, Margarita María le respondió: «Mi querida Madre, no tiene necesidad. Está en estado de pedir por nosotros, colocado muy alto en el cielo por la misericordia y bondad del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. Únicamente, para satisfacer por al guna negligencia que le habla quedado en el ejercicio del divino amor, se ha visto privada su alma de Dios desde que abandonó el cuerpo hasta el momento en que fue colocado en el sepulcro» (Gauthey, Vie et Oeuvres de S. M. M , I, 378). Dios ha iniciado y casi concluido la glorificación externa de su servi dor. El 8 de enero de 1880 León XIII introducía la causa de La Colombiére 24
en Roma. El 11 de agosto de 1901 el mismo León XIII proclamaba el De creto de heroicidad de sus virtudes, culminando los procesos. Dios añadió por su misericordia los tres milagros requeridos para que el Venerable fue se proclamado Beato. Realizados aquellos, Pío XI el 7 de junio de 1929, Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, declaró completo el proceso de beati ficación y aprobados los milagros, con el Decreto llamado de Tuto ( = con seguridad): se puede proceder con seguridad a la Beatificación. Esta se realizó en la acostumbrada ceremonia en la Basílica Vaticana el domingo 16 de junio de aquel año de 1929. Era el 254 aniversario de la Gran Reve lación de santa Margarita María de Alacoque, el 16 de junio de 1675, en la cual el mismo Señor había encargado a Claudio de la Colombiere su gran misión. Era verdaderamente reconocido por la Iglesia como el apóstol del Sagrado Corazón de Jesús. Esta fue la misión que el Señor le había encar gado con aquellas palabras: «Dirígete a mi servidor el P. Claudio de la Colombiere, y di le de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción, y dar este gusto a mi divino Corazón.» El apostolado lo había hecho en vida. Pero, apenas coronada su vida con su muerte, iba a comenzar la fecundidad de su apostolado. Lo hemos de ver al señalar el perfil espiritual del Beato. En Paray-le-Monial un altar guarda, en la Iglesia de los jesuitas, los sagrados restos y huesos del Beato. Sobre la urna de cristal, en la que pueden verse ahora los huesos del após tol del Sagrado Corazón, una admirable estatua yacente del mismo de co bre dorado, estalizada y hierática, que hemos admirado con devoción, y ante la que pudimos ofrecer el santo sacrificio de la Misa. La capilla dirige la atención hacia el sagrario, al que sirve con su línea, en medio de la nave lateral y paralelamente, el altar del Beato. Sobre el sagrario, en el que atrae la mirada una cabeza de Jesús con sus manos llagadas y el Sagrado Cora zón, en mosaico brillante, un gran fresco representando la célebre visión de santa Margarita María del 2 de julio de 1688, en la que la santa ve a la Virgen María junto al Sagrado Corazón de Jesús sentado en el trono, y a un lado junto a la Virgen las religiosas de la Visitación, y al otro, junto a san Francisco de Sales, el P. La Colombiere. El Señor encarga a ambas ór denes la misión de promover y dar a conocer esta devoción. Y es el Beato precisamente aquel a quien se dirige la Virgen María como a «siervo de su Hijo», para que promueva entre los Padres de la Compañía de Jesús este apostolado. Ha sido elegido así como miembro de esta Compañía para tal misión. Esta fue su gloria, y éste es el apostolado que desde el cielo ha de 25
realizar. A nosotros corresponde luego el ejecutarlo como servidores de la Iglesia y de Jesucristo, en unión con todos aquellos que sientan la misma llamada. El encargo es expreso, pero no exclusivo. El Beato La Colombiére es el primer apóstol de la Compañía de Jesús en esta devoción. ¡Ojalá que la Compañía no abandone tan precioso encargo, que oficialmente reci bió por su Congregación General con agradecida devoción! (V. Carta XC de santa Margarita: S. Tejada, Vida y Obras, p. 356-57).
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II
Cronología de la vida del beato
Damos aquí la cronología ordenada de la vida del Beato Claudio de la Colombiére. La intención al proponerla es facilitar con ello la consulta del lector, especialmente cuando quiera consultar acerca de datos o fechas de las cartas. Por eso fijamos algunas fechas particulares también, que se des prenden de algunas cartas suyas, indicando la carta de referencia. 1641 S. Symphoritn Nacimiento de Claudio la Colombiére. d'Oipn Traslado familiar. 1650 Vienne abril Claudio estudia la gramática 1650 Lyon octubre en el Colegio de Nuestra Señora del Socorro. Colegio de la Trinidad. Es octubre 1653 Lyon tudia Retórica y Filosofía. Noviciado. 1658 AviñÓn 25 octubre Votos de fin del Noviciado, 1660 » 26 octubre perpetuos. Estudios de Filosofía (1 año), y Magisterio (5 años de Profesor). Muerte de su madre, en 2 agosto 1661 » S. Symphorien d’Ozon. Colegio de Clermont. Estu setiembre 1666 París dios de Teología (4 años). Preceptor del hijo del mi nistro Colbert. Ordenación sacerdotal. Pri 6 abril 1669 » mera Misa. Colegio de la Trinidad. Pro setiembre 1670 Lyon fesor de Retórica. Predica dor (4 años). Casa de San José. Tercera setiembre 1674 Lyon Probación. Mes de ejercióos ( 1.*r Rttiro) oct.-nov. 1674 Lyon 2 febrero
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2 febrero febrero
9 octubre 13 octubre 2 febrero febrero 9 mivo 24 agosto setiembre 14 noviembre 16 noviembre 6 diciembre fin diciembre 16 enero «oaro-febr. H nano ■brü
1675 Lycn t675 Paray
Profesión solemne. Superior de la Residencia. Director de Sta. Margarita María y de ¡a M. Sau maise. 1676 París Salida para Londres (L1V). 1676 LonJnt Capellán y Predicador de la Duquesa de York. Palacio de Saint James. 1677 » Retiro de ocho días (2.* R a in ) (XXIII). 1678 Londrti Primeros síntomas de mala salud (XXXII). 1678 » Enfermedad del pulmón (Caita XXXVI) (en mayo, M. Saumaise a Dijon). 1678 » Primer vómito de sangre (XL). 1678 » Segundo vómito de sangre (XLI). 1678 » Detención en la madrugada, acusado de complot pa pista. C úrttl (XII). 1678 » Comparecencia ante los ma gistrados. C á r t e lK u ig 't Bttttb. Salud mala (XL1I). 1678 » Libertad vigilada. Casa de Bradley. Viaje a París, desterrado. 1679 París Carta al Provincial, espera destino (X). 1679 Dipn Visita a la M. Saumaise. Paray Visita de diez días. Sta. Margarita (XLU1). 1679 Lyon Colegio de la Trinidad. En fermo. Pequeño vómito de sangre (XLIII). 1679 S. Sjm pberün Estancia en casa de su her fO q* mano Humberto (XL1V)
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fin mayo 1679 Vuelve al Colegio. jul.-agosto 1679 S. Symphoritn Nueva estancia de reposo d'O^on d n * * m (Lxn). setiembre 1679 Lyon Encargado del espíritu de los estudiantes jesuitas de filo sofía (XI, XIV-XV). 1680 Lyon Enfermo. Alternativas. Di rector de espíritu (L). 6 abril 1681 Lyon El día de Pascua, vómito de sangre (LXXXVÜI y XOV). agosto 1681 Paray Traslado del enfermo a la Residencia. oct.-dic. 1681 » Vómito de sangre (LXXX). noviembre 1681 » Entrevista con santa Mar garita M. (XQX). diciembre 1681 » Mal estado de salud (XCIX). 10 diciembre 1681 » Ultima Misa del Beato diciembre
1681
enero
1682
28 enero
1682
29 enero
1682
9 febrero
1682
15 febrero
1682
16 febrero
1682
(xax).
»
Ultima visita a S. Margarita María (Carta XIII de la santa a la M. Saumaise). Proyecto de viaje a Vienne, para reponer su salud (XLIX). Aviso escrito de santa Mar garita María: «Quiere aquí el sacrificio de su vida». Suspensión del viaje proyec tado. Intento de viaje. Regreso con fiebre alta. Muerte del Beato a las siete de la tarde. Entierro a las diez de la mañana. Santa Margarita M. declara que está en la gloria del Señor.
»
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agos.-scpt. 1685
Lectura en el Refectorio de la Visitación de Paray del Retiro y la Gran Revela ción, presente santa Mar garita M. Proceso ordinario sobre las virtudes del Siervo de Dios. Proceso romano de beatifi cación. León XIII. Decreto de Heroicidad de virtudes: el Venerable Clau dio de la Colombiéere. León XIII. Decreto de T uto para la Beatificación: Pío XI.
Paray
7 diciembre
1874 Autsbt
8 enero
1880 Roma
11 agosto
1901 Roma
7 junio
1929 Roma
16 junio
1929 Roma
Beatificación de Claudio de la Colombiere: Pío XI. (Santa
Margarita María beatifica da el 4 setiembre 1864: Pío IX ; canonizada el 13 de mayo 1920: Benedic to XV).
III Perfil espiritual
La vida exterior de un hombre es reflejo de su vida interior. Si dice el Señor en el evangelio que del corazón salen las palabras de la boca y las acciones, y que por los frutos se conoce la calidad del árbol (Lc 6, 43-45), es un claro indicio del corazón del Beato Claudio saber que fue elegido por el Señor para una altísima misión, y que la desempeñó fielmente hasta su muerte. Como los frutos proceden del árbol, comenzaremos por éste. Examinamos brevemente, reduciéndolo a un esquema, el interior del espí ritu y alguna cualidad especialmente destacada del mismo que sea como un sello de marca interior. Luego dirigimos, también brevemente, nuestra 30
atención sobre la gran misión a él encomendada y su desempeño. De este modo tendremos el perfil espiritual de Claudio de la Colombiére en sus lí neas esenciales. También indicaremos su carisma de director de almas. Creemos que así habremos trazado el retrato de Claudio de la Colombiére en sus rasgos fundamentales. 1.
— Vida interior y espíritu
En el Beato, como en aquellos santos que nos han dejado apuntes personales de su propia vida, tenemos motivos para pensar que llegamos más adentro de su alma que a través solamente de sus obras externas. Sus Retiros nos dan los más íntimos sentimientos de su alma en momentos im portantes de su vida, tiempos de concentración y de oración, de reflexión y personalidad. En sus Cartas hallamos también detalles importantes de su vida espiritual propia, ya por algunas alusiones a ella (cf. cartas a la M. Saumaise y a santa Margarita), ya a través de los consejos que da a otras personas, sacados de su propia experiencia. Si quisiéramos examinar todos los sentimientos y virtudes del hom bre de Dios, tendríamos que recorrer íntegros los escritos que después da mos. Dejamos al lector el gustarlos y leer en ellos el alma del Beato, y so lamente hacemos aquí consideraciones fundamentales. Su oración, su hu mildad, su obediencia y su amor a las Reglas de su vida religiosa nos pare cen algunas de las constantes básicas de su vida interior, y sólo de ellas decimos algo a manera de síntesis. a)
La oración contemplativa
Si se comparan los dos Retiros que conservamos del Beato, uno el de sus ejercicios de mes entero en Lyon en 1674, que podemos llamar de su entrega definitiva a Dios y la santidad, y el otro de ocho días en Londres de 1677, hallamos una notable diferencia entre ambos. Hasta sus ejercicios de mes el P. Claudio ha hecho, como es costumbre entre los jesuitas, pri mero otro mes de ejercicios en el noviciado para comenzar su vida religio sa, y luego retiros de ocho días cada año hasta el de 1674, en total durante dieciséis años. De todos ellos no conservamos ningún apunte, sea porque los haya destruido después, sea porque no tomase todavía apuntes. En quien con tanta fidelidad ha anotado sus sentimientos en el mes entero de 1674, parece natural suponer que tomase ya por costumbre antes hacer apuntes espirituales, pero han desaparecido. 31
Después tenemos notas espirituales de algunos días o meditaciones de los años 1674-76, pero no propiamente Retiros hasta el de febrero de 1677 (Carta XXIII del 17 de febrero a la M. Saumaise). Podemos pensar que no los ha habido en el intermedio, visto el cuidado con que ha conser vado estos dos. Como los de mes de 1674 fueron a fines del año, y prece dieron a los votos de su Profesión del 2 de febrero 1675, parece natural pensar que fueron considerados válidos para este año. En 1676, si no los hizo antes del verano, al ser puesto en perspectiva de nuevo destino ya en agosto y enviado a Inglaterra en octubre, pensamos que dejó los ejercicios de este año para hacerlos con reposo en Londres. Donde los hubo de retra sar algo por razón de la acomodación al nuevo destino y los hizo en febre ro de 1677, que son los que conservamos. El 2 de diciembre de este mismo año de 1677 habla, en una carta a la M. de Saumaise (XXVIII), de un reti ro que va a comenzar «dentro de dos días»; pero no ha dejado ninguna no ta de él. En 1678, ya desde febrero comienza a notar fallos en su salud, y en el mes de mayo se presentan claros los síntomas del pulmón. Luego los vó mitos de sangre y la cárcel, no le dieron el tiempo de hacer otro Retiro en soledad. Pensamos, sin embargo, que fue un admirable Retiro el de sufri mientos, y en las seis semanas de cárcel no dejarla de dedicar lo principal de su tiempo a la oración en cuanto podía por su salud. Pero, como es ob vio, no conservamos ningún apunte escrito de tal tiempo. Comparando pues el primer Retiro de 1674 y el segundo de 1677, no tamos claramente en este intervalo que el Beato ha pasado de la medita ción iluminativa de los misterios de la vida del Señor (uno por uno, según el propio orden de los ejercicios, excepto en la segunda parte de la segunda semana,) a una situación propia de un contemplativo que encuentra su re poso en pensar en Dios por fe (n, 7), porque no encuentra ya su devoción en la meditación reflexiva anterior. Su espíritu se esponja pensando en la presencia de Dios, y en este Retiro ha encontrado a Dios no tanto en las meditaciones cuanto en reflexiones sobre la misericordiosa conducta del Señor con su alma. Piensa que en estos y otros sentimientos semejantes «hubiera pasado horas enteras, sin agotarme ni fatigarme» (n. 7). Por lo demás, hallamos en las notas espirituales intermedias a los dos retiros una serie de reflexiones sobre los divinos atributos, que muestran a un hombre sumergido en el pensamiento de Dios. Se hallan también en sus apuntes algunos pasajes que con razón han sido juzgados como gracias de carácter místico. Charrier ha notado, creemos que con razón, que cuando el 32
Beato en sus ejercicios de mes dice, escribiendo en su meditación sobre los pecados propios (I, 4): «Después de recibirme con tanta afabilidad, esta Señora me ha presentado, a mi parecer, a su Hijo, el cual, en consideración a filia, me ha mirado y abierto su seno como si yo hubiera sido el más inocente de los hombres». La expresión «a mi parecer», en su modestia, indica una gracia que no se atreve a dar como plenamente cierta por su ex celencia precisamente. Y sabiendo que poco después el Sagrado Corazón va a referirse a él diciendo que es su «siervo fiel y amigo perfecto», ¿cómo no ver en el final de esta gracia «me ha abierto su seno», como un preludio de la misión del servidor fiel del Sagrado Corazón de Jesús abierto? Del mismo modo, poco más tarde, relatando una gracia especial que ha recibido, dice: «Sentí en mi corazón tan gran tranquilidad, que me pare ció haber encontrado al Dios a quien yo buscaba. Esto me causó un instan te de la más dulce alegría que he gustado en mi vida» (I, 5). Asimismo, los sentimientos que describe en la meditación del Santísimo Sacramento: «Me he sentido penetrado de un dulce sentimiento de admiración y agra decimiento por la bondad que nos ha mostrado Dios en este misterio. Es verdad que he recibido por él tantas gracias, y he sentido tan sensiblemente los efectos de este Pan de los Angeles, que no puedo pensar en ello sin sen tirme movido a profunda gratitud» (I, 10). En el día de Navidad de 1675 ha considerado «con un gusto delicioso y una vista muy clara los excelentes actos que la Santísima Virgen practicó en el Nacimiento de su Hijo. He admirado la pureza de este Corazón y el amor en que se abrasa por este divino Niño... Me parecía ver los latidos de este Corazón, y me encantaba» (Notas esp. b, 1675, 5). Y en un don carismático de profecía muy claro, el día de san Francis co Javier de 1674, a pocos días del fin de los ejercicios de mes todavía, ve la futura cárcel de Londres cuatro años antes de sufrirla: «De pronto se ha hecho una gran claridad en mi espíritu. Me parecía verme cargado de hie rros y cadenas, arrastrado a una prisión, acusado y condenado por haber predicado a Jesús Crucificado, y deshonrado por los pecadores». (Notas esp., a, 1674,8). Y él solicita estos males y penas: «Enviadme estos males, Señor, los sufriré con gusto». (¿Tuvo purificación pasiva?, C. XLI). b)
La humildad y el olvido de sí mismo
El punto que podemos llamar central de su espiritualidad es, sin duda, el deseo de alcanzar lo que él llama «el perfecto olvido de sí mismo». Esta gracia es la petición con que inicia su consagración al Sagrado Corazón de 33
Jesús, en la cumbre de su vida espiritual (Orac. I, c, p. l67). Pide el olvido de sí mismo, porque es «el único camino por el cual se puede entrar en el Sagrado Corazón». Esta enseñanza se la ha dado santa Margarita María, desde luego, en relación a la entrada en el Sagrado Corazón. Lo dice él mismo, atribuyendo «el deseo de olvidarme enteramente de mí mismo», a «un consejo dado de parte del mismo Dios, como así lo creo, por medio de la persona de quien Dios se ha servido para otorgarme muchas gracias», que es santa Margarita María (Retiro 1677,13). Pero ese consejo divino, ¿no le ha sido ya sugerido también a él mismo antes personalmente? Al terminar la tercera semana del mes de ejercicios ha escrito: «Sería necesario vivir como si ya estuviese muerto y enterrado. Oblivioni datus sum... Estoy dado al olvido como muerto de corazón (Sal 30,13). Un hom bre de quien ya nadie se acuerda, que no es ya nada en este mundo, que no sirve para nada; he aquí el estado en que es necesario que viva yo de aquí en adelante, en cuanto me sea posible, y anhelo estar efectivamente en él» (111,11). Sin duda, este anhelo, infundido por Quien le preparaba a entrar en su Sagrado Corazón, había de ser una de sus líneas directrices o maes tras de vida. Podemos pensar que respondía a un estado admirable, buscado por el Señor, de víctima de su Sagrado Corazón. En realidad, responde plena mente a la reflexión final de san Ignacio en los Ejercicios espirituales, al terminar la segunda semana: «Tanto aprovechará cada uno cuanto más sa liere de su propio amor, querer e intereses». En su profunda humildad, dice en la carta a santa Margarita María exponiendo el interior de su alma, y su visión de sí mismo: «No puedo lle gar a ese olvido de mi mismo que debe darme entrada en el Corazón de Jesucristo, del cual por consiguiente estoy muy lejos. Veo claramente que, si Dios no tiene piedad de mí, moriré muy imperfecto» (Carta L). Esta car ta es desde Lyon en el verano de 1680. Año y medio más tarde, víspera de su muerte, escribirá a la gran confidente de su alma, la M. Saumaise, en su última carta: «Desde que estoy enfermo no he sabido otra cosa, sino que nos apegamos a nosotros mismos por muchos lazos imperceptibles, y que si Dios no pone la mano en ello, no los romperemos nunca. Ni siquiera los conocemos. Sólo a El pertenece santificarnos. No es poca cosa desear sin ceramente que haga Dios todo lo necesario para ello...» (Carta XLIX; enero 1682). c)
La obediencia 34
En el voto de guardar las reglas que hace en su Retiro de mes, si bien puntualiza detenidamente los compromisos que adquiere respecto a diver sas reglas o costumbres religiosas, cuando se trata de la virtud central de la obediencia solamente dice: «En cuanto a la obediencia, ya he hecho voto de practicarla según nuestras Reglas» (Retiro 1674, B,2-14). Este voto es el voto religioso que tiene perpetuo desde el noviciado, y que pronto con vertirá en voto solemne por su profesión. No le parece pues que necesita especificar nada, porque ya lo tiene hecho, y es según las reglas y constitu ciones de la Compañía, que lo extienden, si no en cuanto voto estricto, sí al menos en cuanto virtud buscada, a todas las cosas de la vida mientras no haya pecado y sean conformes a las reglas. Convendrá únicamente recor dar que el voto religioso de obediencia obliga por sí mismo en los casos en que el superior apela expresamente a él, mandando algo en virtud de ese voto, o como suele decirse «en virtud de santa obediencia». Pero si bien esto sucede pocas veces, y quizás nunca en la vida, sin embargo, propia mente el voto de obediencia introduce al religioso en la Orden como miembro de ella, y así queda dispuesto a la obediencia en todas las cosas. Por eso no necesita el Beato especificar en qué cosas obedecerá, pues son todas: la casa, el oficio, el trabajo, la tarea diaria, la salud y enfermedad... , todo queda de algún modo en el área de la obediencia, aunque na turalmente no siempre del mismo modo. En sus cartas recomienda con frecuencia a las religiosas la obedien cia. Pero recogeremos aquí algo que hace alusión a su obediencia como eje de su vida. En dos cartas particularmente, la CIV y la CV, toca este tema con especial atención. En la primera recuerda a la religiosa Ursulina (pro bablemente la misma en ambos casos), que la obediencia se hace por Jesu cristo y como a Jesucristo. ¿Qué es lo que nos santifica? «Créame, querida Hermana: no son el retiro y las largas conversaciones con Dios las que ha cen los santos. Es el sacrificio de nuestra propia voluntad, aun en las cosas más santas, y una adhesión inseparable a la voluntad de Dios, que se nos declara por medio de nuestros propios superiores» (CIV). La religiosa parece haber objetado que sería feliz obedeciendo si su piera que su superiora (había dificultades en aquel monasterio) le trataba así por consejo del P. La Colombiére, como director suyo. A lo que el san to responde con una clara doctrina tradicional sobre la obediencia: «Ay, mi querida Hermana. ¿Haría usted más por mí que por Jesucristo, que la go bierna por medio de su superiora? Yo no he aconsejado a su superiora que le mande lo que le manda; pero a usted le he aconsejado, y le aconsejo de nuevo, que obedezca. Yo no respondo de que ella haga bien aplicándola a 35
lo que le repugna; pero respondo con gusto de todo lo que haga usted si guiendo sus órdenes, que seguramente serán las órdenes de Dios, cualquie ra que sea el motivo que le obliga a dárselas» (XCIV). La doctrina es cla ra: el superior puede equivocarse, y se equivocará más de una vez, cuando manda, si miramos a lo que objetivamente hubiese sido más apropiado mandar. Nada garantiza que el mando haya de acertar siempre, aunque se pueda pensar que la Providencia asiste de algún modo al que manda en su nombre (sin embargo, la historia hace ver cuántas veces se han equivocado los superiores religiosos también, y no sólo eso, sino que han podido tener y han tenido a veces mala voluntad). Pero el que obedece hace bien en obedecer a lo mandado, y agrada a Dios, exceptuado el caso en que el su perior manda algo que es pecado hacer (pues entonces no manda en nom bre de Dios), o manda algo contrario a las Reglas (pues entonces no tiene autoridad para mandarlo). Doctrina difícil, peto que da su precio religioso a la obediencia, si se hace por el reino de los cielos. En la otra carta, el Beato manifiesta su propia conducta en la obe diencia a lo largo de su vida. Aconseja así a la Directora del pensionado de las Ursulinas: «Antes de hacer nada, querida Hermana asegúrese de que hace lo que Dios quiere. Hágase dependiente de otro desde la mañana has ta la noche... El demonio nunca ha engañado ni engañará a un alma verda deramente obediente». Y pasa a descubrir su propia conducta en la obe diencia: «En cuanto a mí, hago tan grande caso de esta virtud que todas las demás no me parecen nada si ella no las conduce. Reconozco que el empe ño que he tenido en practicarla ha sido la felicidad de mi vida, que le debo todas las gracias recibidas de Dios, y que mejor quisiera renunciar a toda clase de mortificaciones, de oraciones y de buenas obras, que apartarme en un solo punto no sólo de los mandatos, sino aun de la voluntad de aquellos que me gobiernan, por poco que pueda entrever esa voluntad» (CV). Tales palabras son de un hijo de san Ignacio de Loyola, sin duda. So lamente podríamos matizar que, ciertamente, la verdadera obediencia no debe impedir el desarrollo de la propia iniciativa y actividad personal, por lo cual hay que tener cuidado de no convertir la obediencia en una evasión de la propia responsabilidad. Pero evitado este peligro, no cabe duda de que la doctrina de los mejores maestros de la vida espiritual está completa mente de acuerdo con el consejo y la práctica, en algunos casos heroica, de esta virtud, como el Beato la vivió. d)
El voto de guardar las Reglas 36
Es claro que entre las virtudes en que el Beato La Colombiére destacó sobresale la fidelidad a las Reglas de su Instituto religioso. Y es un ejem plo memorable de ello especialmente por el Voto de guardar las Reglas, que estudió detenidamente y realizó durante el mes de ejercicios de 1674. Al llegar en los ejercicios al instante cimero de la elección, que es el corazón de la praxis de los ejercicios de san Ignacio, la realización del Vo to queda anotada con estas palabras: «Ha sido en esta situación (resolución de santidad, tras una falta de humildad interior) cuando, sintiéndome ex traordinariamente instado a cumplir el proyecto de vida que desde hace tres o cuatro años medito, con el consentimiento de mi Director, me he en tregado enteramente a Vos, oh Dios mío» (II,B,1). Fue una entrega sin re serva, como él deseaba. Dice que lo había meditado largamente, durante tres o cuatro años an tes. Es así cómo, ya en su vida de profesor en el Colegio de Lyon, surgía en su alma por divina inspiración el proyecto que ahora tomaba forma. Y señala que hace tal entrega en la misma edad en que Jesús nos redimió, y así se entregó por él. Su intención, ya antes de conocer las revelaciones de Patay, es con este voto «reparar el daño que hasta este punto no he dejado de haceros al ofenderos» (ib.). Esta reparación, tras la revelación de Paray, se tornará reparación al amor. El Voto comprende todas sus Reglas, sin excepción. Enumera las obligaciones que contrae, una por una, en cuanto a las Reglas del Sumario de las Constituciones (que son las que más propiamente forman su Regla de vida), las llamadas Comunes (porque afectan a todos los miembros de la Compañía por igual), y las de la modestia, escritas por san Ignacio, y las propias de los sacerdotes como tales. No es necesario que nos detengamos a tratar de cada una. Mirando el conjunto de obligaciones que contrae, se comprende que haya escrito en su retiro de Londres de 1677: «Es del todo evidente que, sin una particular protección, sería casi imposible guardar este voto. Lo he renovado con todo mi corazón, y espero que Nuestro Se ñor no permitirá que jamás lo viole» (Retiro 1677, 6). Tales palabras son un elocuente testimonio de su propia conciencia ante Dios de que no lo ha violado hasta entonces, en aquellos tres años de intensa actividad. Bien podemos pensar que no lo violó en los cinco restantes, particularmente ha biendo pasado los tres últimos en el retiro de su enfermedad hasta su muer te. ¿No basta esto para atestiguar la plena santidad de este hombre en la Iglesia de Dios? Es ella la que aprueba estas reglas como un camino de santidad para los miembros de la Compañía, mientras están en vigor. Y el 37
voto de obediencia se hace siempre, y la Iglesia hoy de nuevo lo ha seña lado enérgicamente declarando necesaria la condición pata la validez de la fórmula de los votos, de modo que la obediencia se prometa según las Constituciones o Reglas de vida propia de cada Instituto. Al leer las condiciones y motivos del Voto, que ofrece a su Director para que lo examine y apruebe o rechace (II,B,5-6), comprende uno bien la alteza de espíritu de este hombre, y que una moción divina le guiaba. Bus ca la libertad de espíritu en las ataduras que quiere. Se siente desprender de todo por esta resolución. Le parece «que va a entrar al hacerlo en el reino de la libertad y de la paz». Puede acaso parecer a alguno hoy que es más conforme a la libertad de los hijos de Dios actuar por amor que por obligación. Pero es que, en este caso, como en los mismos votos religiosos, la obligación se contrae libremente por amor. Es el amor el que resplandece, no el temor. Nada de escrúpulo ni mezquindades. Es un espíritu equilibrado y reflexivo el que lo hace. Sabe, por eso, medir con precisión las obligaciones que quiere acep tar, dejar un resguardo para el caso de que le llegue a producir turbación o ansiedad. Pero aquel hombre mantendrá su voto hasta el fin: «terminará solo con mi vida». El ascético Gandhi ha escrito: «El voto estabiliza la vo luntad, la conforma a la inmutabilidad divina». Dios le dio en aquellos mismos ejercicios una señal de su agrado so bre el voto. Pues al leer en la vida de san Juan Berchmans el memorable ejemplo de lo mismo, aunque sin voto, testimoniado por el santo joven en su lecho de muerte, tuvo un intenso dolor de su vida pasada. Lloró por sus faltas anteriores. Se decidió a guardar su voto con entera fidelidad (II,C,5). No sabemos qué día hizo el voto exactamente, pero fue en la mitad de la segunda semana, como hemos anotado (II,B,1). Pudo ser en la repetición de las tres maneras de humildad, de la que habla como tiempo del voto, hacia mediados de octubre de 1674. La austeridad con que lo vivió fue la que le hizo no permitir encender fuego en su habitación del palacio de Saint James, en el durísimo invierno londinense de 1677 (se heló el Támesis, y sobre el río helado se asaba car ne), y la que hizo que no se asomase nunca a la ventana para ver el espec táculo grato del ir y venir de las gentes, ni pasear nunca por la curiosidad de conocer Londres. En la hora de su muerte, ya próximo a ella, consultará a la M. Saumaise, su confidente de espíritu más de una vez, sobre su pare cer en cuanto a manifestar a los superiores las ventajas de Vienne sobre Lyon para su enfermedad por el clima: «a fin de descargar mi conciencia, 38
y no morir con escrúpulo de haber quebrantado la regla», que le manda dar cuenta al superior de lo que hace falta para su salud, modestamente ex puesto (Carta XLIX). Podemos resumir el aprecio que tuvo de las Reglas y el modo como las vivió si recorremos su correspondencia, diciendo que en toda ella como en un espejo aparece el modo religioso que tenía en todas las cosas. Su concepto de la vida religiosa era plenario. Y contra aquellos que piensan que la regla escrita es una atadura de la actividad, y que hay que buscar sin ellas una libertad de acción que les lleva a extremos tantas veces inauditos, se puede recordar que el hombre que brilla por este voto no es un apocado o un hombre retirado en un rincón mientras ha tenido fuerzas. Sus sermo nes han quedado como una de las más hermosas colecciones de elocuencia religiosa de Francia, en el mismo tiempo de Bossuet y de Bourdaloue. Su actividad apostólica se ha desarrollado en una corte real, la de Inglaterra, y en un país sacudido por las tormentas de la persecución religiosa, de la cual él mismo ha sido víctima. Es un hombre lleno de cualidades humanas, entregado a Dios sin re servas, y que al ser desterrado de Inglaterra, piensa y sueña en «volver al país de las cruces» (Carta XLIII), tiene nostalgia de la persecución y de la prueba en medio de su enfermedad, que es el sello de su confesión de la fe. Es un mártir, que no ha podido dar el testimonio directo de su sangre, pero ha dado el de su palabra incansable, el de la cárcel, el del perdón. Ha dado el testimonio de una vida agotada por sus trabajos, su firmeza y sus sufri mientos. No es un niño ignorante, sino un atleta verdadero de Jesucristo. Este es el hombre que, desde el Londres de las nieblas y la nieve, de las persecuciones y la tormenta, escribe en 1677, en plena actividad apos tólica: «La perfecta observancia de las reglas es una fuente de bendiciones. De mí sé decirle que mis reglas son mi tesoro, y que encuentro tantos bie nes encerrados en ellas, que aun cuando estuviese enteramente solo en una isla en el extremo del mundo (o sea, desprovisto de todo lo demás) nada me haría falta ni desearía otro socorro, con tal de que Dios me concediera la gracia de observarlas bien. ¡Oh santas Reglas, Bienaventurada el alma que ha sabido poneros en su corazón y conocer cuán provechosas sois!» (Carta CVII). 2.
— Misión del B. Claudio de la Colombiére en la Iglesia
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El hombre cuyo espíritu nos manifiestan tales escritos y máximas ha tenido una altísima misión en la Iglesia de Cristo. Ha sido escogido para ser el testigo de una de las más admirables revelaciones habidas en la Igle sia Católica, la cual ha sido tan extraordinaria que la misma Iglesia la ha recogido en su esencia en la liturgia, otorgándole la máxima solemnidad: la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. No es, cierto, exclusiva de su vida, pero en ella adquiere un relieve tal que alcanza finalmente la aceptación de la Iglesia como fiesta particular, y por fin aparece como expresiva de uno de los más grandes misterios de la religión católica y de toda religión: el Amor infinito de Dios a los hombres hecho carne en Jesucristo. Ha habido otros santos antes de él, y también después, que han sido favorecidos con altísimas gracias, en ciertos aspectos mayores que las suyas en relación con este misterio de amor; pero él fue elegido para ser el testigo eclesial de una particular voluntad del Señor, la de la instauración de una fiesta para honrar este altísimo misterio. a)
El misterio del Sagrado Corazón de Jesús
Hemos hablado ya de su encuentro con la que el mismo Señor distin guió con el título de «Discípulo amada de su Sagrado Corazón». (Auto biografía de Sta. Marg. María, c. V). Hemos visto la misión que en rela ción con ella tuvo, y cómo fue designado por el mismo Señor como el amigo fiel que le enviaba para asegurarla y dirigirla en su nombre. El mismo Señor le designaba así para una misión particular: dar a conocer es te misterio de amor a los hombres y a la Iglesia, por ésta a aquellos. Suele haber, en la vida de los hombres que Dios escoge es pecialmente, un instante que puede ser calificado como «el instante de Dios». Este instante cambia el curso de su vida, ya torciendo totalmente su curso del pecado a la gracia, del error a la verdad, ya marcando una huella candente en su vida que transforma el hierro en fuego. Tal es el camino de Damasco para Pablo, tal la herida de Pamplona para san Ignacio de Loyo la. Tal fue para el Beato Claudio el encuentro con santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-Monial. Su mirada iluminada por el Espíritu conoció la obra y la presencia de Dios en aquella llamada extraordinaria. La aseguró en su camino. Le man dó, con una certeza carismática, ejecutar las peticiones del Señor, huma namente no aconsejables, por las que le exigía que comunicase a religiosas de su comunidad defectos que el Señor quería ver corregidos (Autobiogra fía, c. VI), aunque prudentemente haciéndolos pasar primero por la Supe40
riora, para seguridad de obediencia. Las manifestaciones del Sagrado Co razón de Jesús a santa Margarita María culminaron en la Gran Revelación del 16 de junio de 1675. Como había mandado a la santa escribir todo lo que pasaba en su al ma, y luego dárselo a leer a él para mejor juzgar, ella obedeciendo trans cribió esta gran revelación en que el Señor pedía la Fiesta de su Sagrado Corazón en la Iglesia, que había de culminar y asegurar católicamente esta devoción. De su propia mano, seguramente con una profunda emoción de humildad, él transcribió en su diario del retiro de Londres de 1677 la copia que conservó de este escrito. En este escrito se dice: «Dadme — le dije— el medio para hacer lo que me mandáis. En tonces añadió: Dirígete a mi siervo, el P. Claudio de la Colombiére, y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este gusto a mi divino Corazón. Que no se desanime por las difi cultades que para ello encontrará, y que no le han de faltar. Pero debe saber que es omnipotente aquel que desconfía enteramente de sí mismo para confiar únicamente en Mí» (Retiro de 1677, n. 12). El Beato hace preceder el relato de la gran gracia con estas palabras de testimonio: «Habiéndose Dios descubierto a la persona que hay motivo para creer que es según su Corazón (santa Margarita M.), por las grandes gracias que le ha hecho, ella se me manifestó a mí, y yo la obligué a poner por escrito lo que me había dicho. Y esto es lo que con mucho gusto he querido copiar de mi mano en el Diario de mis Retiros, porque quiere el buen Dios valerse de mis débiles servicios en la ejecución de ese proyec to». Esta fue la hora de Dios en la vida de su servidor. Un gran fuego ha bía sido encendido en su alma en ese momento, preparado largamente. A partir de aquel encuentro y de aquella invitación su vida cobraba un senti do plenario. Era la misión para la cual Dios le había elegido y preparado. Su agradecimiento es total. «He reconocido que Dios quiere servirse de mí, procurando el cumplimiento de sus deseos respecto a la devoción que ha sugerido a una persona a quien Él se comunica muy confidencial mente, y para la cual ha querido servirse de mi flaqueza» (n. 11). El sabe ahora que tiene que clamar sobre el mundo a los amigos del Señor de parte de El, que existe un Corazón apasionado de amor por los hombres, que es pera su amor y su reparación, el culto a su divino Corazón. Por eso exhala este grito de su alma encendida: 41
«¡Que no pueda yo estar en todas partes, Dios mío, y publicar lo que Vos esperáis de vuestros servidores y amigos!» (n. 11). Esto lo va a hacer de un modo humanamente increíble, conforme a la divina paradoja del Bautista: «Conviene que El crezca y yo disminuya». b)
El cumplimiento de su misión
Teniendo conciencia del encargo hecho por el Señor de una misión particular, bien se puede comprender cómo su alma se ordenó en aquella dirección con toda su voluntad de cumplirlo. El mismo nos lo dice en la efusión de su espíritu agradecido: «Ya la he inspirado a muchas personas en Inglaterra, y he escrito a Francia a uno de mis amigos, rogándole que dé a conocer su valor en el sitio en que se encuentra. Esta devoción será allí muy útil, y el gran número de almas escogidas que hay en esa Comunidad me hace creer que el practicarla en dicha santa Casa será muy agradable a Dios» (Re tiro Londres, n. 11). Aunque no dice cuál sea esa Comunidad de Francia, el modo de ha blar de «uno de mis amigos», dentro de una Comunidad, hace dar por se guro que se trata de una Comunidad de jesuitas, y ésta ¿cuál podría ser sino la de Lyon, donde el Beato había vivido la mayor parte de su vida an terior a Paray? Parece más propio pensar en Lyon que en París y su teolo gía, aunque sea posible. Sería entonces la Comunidad del Colegio de la Trinidad en Lyon, donde él mismo irá a vivir a su vuelta a Francia, y ten drá ocasión de encender más el sagrado fuego. Dice también que la ha inspirado a «muchas personas en Inglaterra». Estas habrían de ser aquellas almas más piadosas con las cuales ejerció su dirección espiritual. Entre todas ellas podemos estar seguros de que la más importante, tanto por su calidad como por el influjo que más tarde ejercerá para conseguir su desarrollo, es la misma Duquesa de York. María Beatriz de Este fue la primera de las personas reales en Europa que solicitó de Roma la concesión para las Salesas de la fiesta del Sagrado Corazón. ¿No se debe pensar que le había hablado concretamente el P. La Colombiere de tal deseo del Señor? Al menos es seguro que habrá leído en los Retiros, publicados ya en 1696 cuando ella hace la petición, la expresa mención hecha por su antiguo confesor el P. de La Colombiere del deseo del Señor de que se instituya esa fiesta en tal día precisamente. Tengamos en cuenta que la petición se hace sólo seis años después de la muerte de santa Marga rita, para toda la Orden de la Visitación, y para el viernes siguiente a la oc 42
tava del Corpus. Por iniciativa de santa Margarita misma, en vida suya, el Monasterio de Roma había solicitado esa fiesta para sí solamente, y fue denegada entonces. Ahora volvió a ser denegada la fiesta pedida por la Reina, en razón a la «novedad» que introducía; pero se concedió, a cam bio, la Misa de las Cinco Llagas, ya existente, para ese mismo día en la Orden de la Visitación (3 abril 1697). La Reina piadosísima pudo gozar este triunfo parcial en su retiro del Monasterio de la Visitación de Chaillot en París, donde se refugió después de Saint Germain cuando se vio deste rrada de Inglaterra por la persecución. ¿No era un primer triunfo de La Colombiére? En la Carta V a su hermana Margarita, religiosa de la Visitación de Condrieu, dice el Beato que ha inspirado esta devoción, la de la comunión pedida por el Señor en esta fiesta, a «varias comunidades». Escribe desde Lyon, vuelto ya de Inglaterra. Estas comunidades son, sin duda, de Salesas principalmente, por razones obvias. Tenemos testimonio de algunas de ellas en la Carta XLV, a la M. Saumaise superiora ahora de Moulins, don de más bien es un recuerdo del encargo; la Carta LXXXI bis a la M. Thélis, Superiora de Charolles, y luego a su sucesora en el superiorato (Carta LXXXIII) y a una de las religiosas inglesas (Carta LXXXIX) del mismo monasterio, aparte de la de su hermana en Condrieu. Seguramente que también en Dijon la M. Saumaise espoleada por el Beato ha movido áni mos para este efecto. Así son varias las Comunidades movidas por el Bea to con indicaciones breves, por ser devoción nueva. Pero la cumbre de este apostolado lo va a tener la inserción de la Gran Revelación en su Retiro de Londres, n. 12, y va a alcanzar inmensa resonancia después de su muerte, como suele suceder en los casos divinos muchas veces. Es el apostolado póstumo del santo. Sucedió así. La fama de su santidad al morir era ya tan dilatada que habiendo sido hallados entre sus papeles los que contenían las notas espirituales de sus Retiros, los superiores consintieron en darlos a la luz pública ya a los dos años de su muerte. Es necesario para comprenderlo pensar que era un hombre que tenía también la aureola de confesor de la fe. Pues su misma enfermedad había sido contraída en Inglaterra, y aumentada por la penosa estancia en la cárcel, aunque breve. El testimonio que había dado de sus virtudes era tan grande que aquel hombre, muerto en la mitad de su vida todavía, y cuyos sermones ilustres no habían sido apenas oídos en Francia, fue juzgado inmediatamente digno de ser conocido en su espíritu por el público de la Francia de la edad de oro de Luis XIV. En 1684 se editaban 43
pues sus Retiros, en el segundo de los cuales se hallaba copiada la Gran Revelación. Llegó inmediatamente un ejemplar al monasterio de santa Margarita María en Paray, donde todas las religiosas habían conocido al Superior de los jesuitas en los años 1675-76. Se leyó su libro en el refectorio de las re ligiosas como lectura apropiada y deseada por todas. Mas, por un descuido providencial de la encargada de tal lectura (si no fue deliberadamente bus cado), al llegar al pasaje de la gran revelación fue leído íntegramente. Co mo en él se alude expresamente a «una persona a quien él se comunica muy confidencialmente», como receptora y transmisora de esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que el Beato acoge con tan humilde gratitud, y dice de la misma persona que «hay motivo para creer que es persona se gún su Corazón, por las grandes gracias que le ha hecho, que ella me mani festó a mí, y yo le obligué a ponerlas por escrito», la voz de la lectora se ñalaba con absoluta claridad a la santa presente en el refectorio entre los oyentes. Pocas veces se habrá dado en la historia de los santos situación tan singular. Un santo hace el elogio en público de otra santa que está pre sente. El ha muerto, pero ella vive. Transcribe a continuación la gran manifestación en que el Señor pide una fiesta particular para honrar a su Corazón en un día determinado. Pue de verse el extraordinario texto íntegro en el Retiro de Londres, n. 12, y se comprenderá lo que su lectura hubo de suponer para aquellas que «hablan arrastrado (a la santa) de una parte a otra en medio de espantosa confu sión» (Autobiografía, c. VI) hacía solamente ocho años, el 20 de noviem bre de 1677 (Carta XXVIII). El Beato actuaba como testigo público de Dios, y su testimonio fue aceptado. La devoción al Sagrado Corazón, a partir de esta lectura, comenzó a verse libre de trabas en los conventos de la Visitación, y fue públicamente conocida. Razona el P. Guitton que esta lectura hubo de tener lugar en los meses posteriores a julio de 1685, por que algunas de la Comunidad de Paray, de tan recta intención como la M. des Escures, que era un modelo de fervor religioso, se opuso a la celebra ción de la fiesta del Sagrado Corazón en el Noviciado dirigido por santa Margarita María con sus novicias, y cree que no lo hubiera hecho si la lec tura ya hubiese tenido lugar en el refectorio. Ahora bien, aquella fiesta la celebraron con ocasión del santo de su Maestra las novicias, y fue el 20 de julio de ese año (Guitton, p. 400). c)
El Memorial de santa Margarita María 44
Hemos indicado antes cómo la santa entregó al P. La Colombiére, al partir éste de Paray para Londres, un breve Memorial o nota de parte del Señor mismo. Se halla transcrito este Memorial, no por el Beato sino por los editores de los Retiros, al comienzo del Retiro de Londres, en el «Avi so previo», n. 1, para que el público lector pueda comprender las alusiones del Beato al mismo en el Retiro. Consta de tres puntos: el primero habla del carisma del beato de llevar las almas a Dios, y le alienta para las cruces que en esto tendrá que soportar en Inglaterra; el segundo, le habla de la dulzura con los pecadores, invitándole quizás así a corregir un cierto exce so de rigor que al principio de su ministerio pudo aparecer en él; el tercero le habla misteriosamente de «no apartar el bien de su fuente». Aparece el Beato, tanto en sus ejercicios o Retiro posterior de Lon dres como en su correspondencia con la M. de Saumaise, confidente de la santa y suya, íntimamente penetrado de la importancia de aquellos puntos del divino mensaje. Piensa en ellos, y goza de una gran alegría cuando la luz divina le hace descubrir su sentido, y con ello comprobar su verdad. Sobre todo, el punto tercero, con su enigmática fórmula, le ha hecho pen sar mucho hasta que la luz divina interviene. Y entonces comprende al fin, tras haber dado muchas vueltas a la frase con profundo respeto, que se re fiere a la pobreza y su voto, y que tiene una aplicación inmediata en el uso de la pensión de que dispone como predicador de la Duquesa de York. No debe conservar como ahorro lo que le sobra, pues sería perder su confianza en Dios y «apartar el bien de su fuente». Y decide extender su voto al uso de lo sobrante de la pensión en obras buenas y pobres, o mejor «ya estaba comprometido con voto antes de tener la inteligencia, peto habla todavía algunos puntos a los cuales no había extendido todavía el voto» (Retiro de Londres, n. 4). Y en un movimiento de alegría, bendice a Dios y «la santi dad de la persona de quien quiso servirse para darme este aviso». Esta gra cia fue el quinto día de sus ejercicios de ocho días, el día en que se trata de la reforma ordinariamente. Pero también los otros puntos del memorial son objeto de la luz de Dios. El día tercero de los ejercicios comprende el punto primero sobre los lazos o persecuciones del enemigo en su actividad apostólica (n. 3). Y el día quinto entiende también el segundo punto sobre la conducta que debe seguir con algunas personas que resisten a la gracia divina (n. 5), declaran do que sólo falta por entender una parte del punto primero sobre las perse cuciones movidas por personas eclesiásticas. Ya lo entenderá cuando lle guen, y será la causa de su confesión de fe. 45
En su correspondencia con la M. Saumaise expone con claridad la importancia que da al Memorial, y las luces que ha recibido en los ejerci cios. Especialmente en la carta escrita inmediatamente después de su retiro de Londres, a diez días de distancia, donde todavía rebosa la alegría del descubrimiento hecho, Carta XXIII. Habla de los tesoros del memorial, de la luz recibida, de la grandísima alegría que le llenó. Habla del escrito co mo de un mensaje ciertamente divino, lleno de la luz del Espíritu. Del mismo modo menciona repetidas veces después el Memorial, en las Cartas XXIV, XXV, XXVI, XXXI. En la Caita XXI, de noviembre de 1676, ape nas llegado a Londres, se halla la primera mención del Memorial como de un escrito de grandísimo valor para él. Tal carta responde a otra en que se confirmaba el Memorial de nuevo. En toda su correspondencia puede apreciarse el respeto y como veneración con que recuerda siempre a la san ta, y el aprecio en que la tiene ante Dios, como a tal. Véase para ello las notas de la correspondencia n. 7, 25, 45 y 67. A la M. Saumaise en más de veinte cartas le habla de la santa. Un punto conviene al fin destacar, porque el mismo Beato le da un inmenso alcance. Es la palabra final de un nuevo escrito de la santa que le ha transmitido la M. Saumaise, y que él propone como muy difícil por lo que encierra: «Sin reserva» (C. XXV). No sabemos lo que le decía, pero debe ser la entrega al amor del Sa grado Corazón sin reserva. Esta carta, como la siguiente XXVI, prueban que la M. Saumaise le seguía transmitiendo algunos breves escritos (o bi lletes) de la santa de parte del Señor. Tales escritos son su felicidad y le ayudan en sus dificultades. Recordemos también un punto de suma importancia, respecto del Memorial. En el Retiro de Londres, n. 8 (v. nota 44) habla también del Memorial, y en él encuentra la fuente de una virtud de inmensa importan cia en su vida: la confianza. La hermosa oración de confianza en que allí se explaya con Dios, así como su Acto de confianza, que puede verse entre sus oraciones (p. 167) tras su Consagración, nos muestran una de las virtu des características de la vida de quien se ha entregado totalmente, sin re serva, al Sagrado Corazón de Jesús. Esta confianza en El, tan propia de es ta devoción, es «un gran tesoro» y «no pondrá límites en ella». d)
La Eucaristía y su sacrificio como víctima
En sus Retiros hallamos una de las más profundas devociones de su vida sacerdotal, la de la Eucaristía y la Misa. En la contemplación que ano
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ta del día de la Inmaculada Concepción de 1674 (Notas espir. a, 1674, n. 9), recuerda la devoción con la que María llevó a Jesús en sus entrañas, y su pureza, como estímulo para sus comuniones. Recordemos que Kempis, en su Imitación de Cristo, es el único recuerdo que nos ha dejado de su propia devoción a la Virgen: «Con tal afecto, reverencia, honor y alabanza; con tal agradecimiento, dignidad y amor; con tal fe, esperanza y pureza, deseo recibirte hoy como te recibió y deseó tu santísima Madre, la gloriosa Virgen María, cuando al ángel que le anunció el misterio de la Encarna ción, respondió humilde y devotamente: He aquí la esclava del Señor, há gase en mí según tu palabra» (Imit. Cristo, IV, 17). En la meditación final de la primera semana de su Retiro de mes, 1,10, expone abiertamente cuáles son sus sentimientos hacia este admira ble misterio. En él pone su confianza de perseverar. Y tiene esta admirable expresión: «Celebraré Misa todos los días. He aquí mi esperanza y mi único recurso». Y apoyándose con seguridad en El, presente en el Sacra mento, añade: «Poco podría Jesucristo si no pudiese sostenerme de un día al otro». AHI encontrará su consejo, su corrección, su fuerza. Como Lope de Vega en su célebre soneto, sabe que tiene a Jesús en sus manos y consi dera sus sentimientos: «Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro...». En su Retiro de Londres esta devoción a la Eucaristía ha penetrado mucho más profundamente en su corazón. Se halla ahora, por una parte, con el conocimiento de la devoción al Sagrado Corazón y un mandato de misión recibido de El, que toca al Sacramento, pues la fiesta pedida es para reparar especialmente las ofensas que en el Sacramento se le hacen; y, por otra parte, se halla rodeado de herejes que niegan la presencia real. Se siente movido a desear derramar su sangre por el misterio. Hace cada día muchas veces actos de fe en el mismo. Y se impuso «como una ley» pro curar el cumplimiento de su misión respecto a este Santo Sacramento y la presencia real de Jesucristo con su Amor en el mismo. (Retiro 1677, n. 9). Ahora bien, el sacrificio de la Misa pone a Jesús en estado de Victima divina, renovando el sacrificio del Calvario, como el máximo esfuerzo re dentor de Cristo, la obra suprema de su amor. También el Beato, aunque no lo sabe todavía, pero lo comenzará a saber pronto, habrá de acompañar a Cristo Víctima como nueva víctima de sacrificio. El todavía piensa en una vida de apostolado lleno de actividad y celo. Cree que el sacrificio de su vida será en el movimiento y la actividad. Pero el sacrificio trae la muerte y tal es el estado de víctima. Y Jesucristo le ha elegido especial mente, como a amigo fiel, para esto.
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Un año más tarde, en febrero 1678, su salud empieza a resentirse, se declara el pulmón enfermo, y comienza a arrojar sangre. Se añade la cár cel, y su salud queda reducida a una ruina. Los cuatro años que durará su vida estarán ya marcados por la enfermedad incurable que acabará con su muerte en febrero de 1682. No podrá hacer nada, tendrá que vivir día a día «el sacrificio de no hacer nada» (C. XLIII), y en efecto poco podrá ya ha cer en actividad. Deberá cuidar su salud, y esto le será obediencia, a sus superiores y al Señor mismo (C. XLVI). Ejercita la paciencia de callar (XLIV). Tiene una moderada actividad, peto se resiente fácilmente a cada momento, si se excede un poco. Se halla tan pobre de fuerzas que debe decir a santa Margarita María, en una de las dos cartas que conservamos a ella, que la Misa es casi su único ejercicio espiritual y lo hace mal (L). Y al aproximarse el fin de su vida, cuando se halla en tal estado que no puede salir de su habitación, jun to al fuego, en Paray y necesita dejar que le vistan y le desnuden por la ex trema debilidad en que se halla (XCIX), la misma santa Margarita María le ha aconsejado que no diga Misa sino solamente comulgue, y así lo hace, al parecer, desde el tiempo de la Inmaculada. Y el secreto de esta voluntad divina de victimación se lo transmite la misma santa: «Hace mes y medio fui a verla — dice el propio Beato— y me dijo que Nuestro Señor le había dicho que si yo tenía salud le glorificaría por mi celo, pero que estando en fermo Él se glorificaba en mí» (XCIX). Aparece en el pensamiento comunicado por Jesús a la santa como una mayor y mejor glorificación del Señor la glorificación pasiva operada por El en el enfermo con su enfermedad, que la glorificación activa que hubiese dado por su trabajo en salud. Es el estado de víctima como mayor glorificación de Dios. Es el reflejo y la participación en el misterio de Je sús, cuya actividad sobre la tierra fue a cumplirse en plenitud de vértice en la entrega total de su muerte. Esta era la Misa que ahora le pedía Jesús: «cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24). Es la razón de ser del sufrimiento cristiano en su más alta valoración. Es el sacrificio del mártir en Cristo. Es la plenitud del ministerio de la reparación, al que Claudio estaba llamado. La misma santa, en carta a la M. de Saumaise, le comunicaba ya a fi nes de 1680, en noviembre, sobre los sufrimientos de la enfermedad en curso del Padre, diciendo confidencialmente que el Señor le ha dicho a es te respecto: «Que el siervo no es más que su Señor, y que nada había tan provechoso para el Padre como la conformidad con su querido Maestro. Y
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aunque, según el parecer humano, parecía más gloria de Dios que gozase de salud, se la daban mucho mayor sus padecimientos, porque hay para cada cosa su tiempo. Hay tiempo para sufrir y tiempo para trabajar, tiempo para sembrar y tiempo para regar y cultivar» (Carta X, Vida y Obras, p. 235). Estos son los pensamientos de Dios que nos resultan misteriosos, pe ro que en Jesús resplandecen, y en sus servidores. El tiempo plenario no es el de trabajar, sino el último de sufrir; no el de sólo sembrar, sino el de re gar con sangre lo sembrado. Es la excelencia de la redención, y del estado de víctima con Jesús. 3.
— El Director de almas
El punto primero del citado Memorial de la santa, entregado al Padre como un mensaje de Jesús y recibido por él como un tesoro, según hemos visto, al partir para Londres, dice así: «El talento del P. La Colombiére es el de llevar las almas a Dios» (Retiro de Londres, Aviso previo). Por eso, añade el mensaje, sufrirá contradicción de los demonios y de los hombres. La palabra utilizada por la santa «el talento» («le talent») recuerda la palabra evangélica con que el Señor, en la parábola, designó los dones di vinos concedidos a sus servidores y de los que pide luego cuenta. Creo que la traduciremos aquí de modo equivalentemente válido si hablamos del «carisma» del P. La Colombiére en la Iglesia al servicio de sus hermanos. Llevar las almas a Dios, como don peculiar, y atraerlos hacia el amor del Sagrado Corazón. Este carisma lo hizo fructificar el Beato a lo largo de su vida apostó lica, aunque breve en años, de dos maneras principales: por la palabra ha blada en sus conversaciones de espíritu y dirección, y por sus cartas. En ambas formas aparece y se mostró su carisma de llevar las almas a Dios. Diremos algo sobre este doble aspecto para terminar el perfil espiritual que estamos trazando. a)
El apóstol de la palabra
El P. La Colombiére ejercitó por oficio durante varios años, en Fran cia en Lyon y Paray, pero sobre todo en la Corte inglesa de Londres, en la Capilla del Palacio de Saint James, la predicación en determinados días y fiestas del año. Entre los escritos suyos, que quedaron a su muerte como precioso legado, se conservan sermones en bastante abundancia, unos
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ochenta, de los diversos temas de la predicación cristiana; y también cen tenares de páginas (318 en la edición de Charrier) con las llamadas «Refle xiones cristianas». Estas son los apuntes y borradores tomados diariamente al paso por La Colombiere, sobre diversos pensamientos que se le ofre cían. Son como pequeñas improvisaciones, que podrán servir después qui zás para un desarrollo más amplio, o ser insertadas, según la conveniencia, en su predicación. Tienen así, divididas en cuarenta capítulos, un mayor encanto de espontaneidad, aunque el conjunto sea disperso. Pero en su to talidad tales «reflexiones» o pensamientos bosquejados en algunas breves páginas cada vez, abarcan casi toda la materia de la religión cristiana: sus misterios, las virtudes, verdades y mandamientos, consejos y advertencias. No tratamos en este resumen de presentar al Beato como predicador elocuente. No es pues necesario que desarrollemos un estudio sobre sus variados sermones, que responden en su temática o a los tiempos litúrgicos del año, o a las fiestas del Señor, de la Virgen o de los santos. Tales ser mones fueron escritos íntegramente por el orador como preparación a los mismos, aunque quizás no fueran dichos exactamente del mismo modo. El trabajo de prepararlos y escribirlos, limando el estilo y desarrollando el or den del tema propuesto con mayor perfección, era grande, conforme a la costumbre de los grandes oradores profanos y sagrados, cuyas piezas de elocuencia nos han quedado. En la Carta XXXVI explica cómo preparaba sus sermones con gran cuidado, «escribiendo hasta la última exactitud», y esto ya para «los ser mones del año que viene», cuando está todavía en mayo. Su falta de salud le obliga a pensar en la conveniencia de escribir solamente un resumen del sermón en adelante. Ya este año será el último de su predicación, pues la enfermedad, la cárcel, el destierro y luego la lenta enfermedad devoradora le impedirán predicar, aunque al llegar a París, escribe al Provincial que «fuera de la predicación» podría hacer otros ministerios, pero que aún aquella está dispuesto a tomarla si se le manda. Su voluntad de sacrificio le engañaba, pues su salud estaba profundamente minada, aunque desarrolla rá el ministerio de dirigir en espíritu a los estudiantes jesuitas de Lyon du rante dos años largos (Carta X). Como aquí no ofrecemos los sermones de La Colombiere, podrá, sin embargo, tener el lector una muestra del ardiente estilo del orador sagrado si lee el admirable «Acto de confianza», ofrecido entre las oraciones o fórmulas del Beato, en este mismo libro. Tal «Acto de confianza» es en realidad la peroración de un sermón sobre el amor de Dios; y al leerla se
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comprende el efecto que en sus oyentes había de causar tal unción, tal sin ceridad, tal afecto y entrega. Nos ofrece además la ocasión de notar que, si bien es verdad que el santo hombre no se libró en algunas de las páginas que escribe, cuando toca temas afines, del rigorismo vigente en aquella época, del cual hay diversas muestras en los predicadores y sus severos acentos, tales acentos se hallan también en el evangelio en boca del Señor. Y que lo característico de La Colombiére es más bien el amor de Dios y la confianza en El, como era natural en el elegido para la misión del Sagrado Corazón de Jesús, Amor ofrecido a los hombres para su salvación. Tam bién hay que considerar en cualquier hombre el progreso de la vida. Este le va limando, y el que empezó por fuertes exigencias, sin dejarlas en su fon do, pero va atemperando, según el amor de Dios le penetra más y más, el temor al amor, y éste es el triunfador como una clara llama. Pero hay otro aspecto del apostolado de la palabra en el que es aún más eminente el Beato, y que responde con exacta precisión al mensaje de que su carisma está en saber llevar las almas a Dios. Es el apostolado de la palabra personal, la conversación dirigida a traer el alma a Dios. Este fue tino de los más excelentes apostolados de este hombre. Podemos compro barlo en Paray, durante la estancia primera de Superior allí en 1675-76. Su palabra personal, directa, al alma que se entregaba a su dirección, fue tan eficaz como puede verse por los frutos de la semilla sembrada. Su corres pondencia posterior (toda prácticamente) hace ya ver cuán atraídas habían sido aquellas almas por su palabra de dirección personal antes. Del mismo modo, estando en Londres, sembraba continuamente con su encendida pa labra las llamaradas del divino amor en muchas personas que acudían a él para encontrar consuelo, luz, firmeza. En medio de la persecución inglesa La Colombiére, durante aquellos dos años, aparece como un apóstol del Señor, una torre de defensa o un faro que guía con su luz. En la correspondencia con la M. de Saumaise desde Londres (Cartas XX-XLI) se muestra la labor constante, eficiente del hombre de Dios en sus conversaciones y trato diario. Acuden a él, además de aquélla para la que en primer lugar ha ido a Londres, la Duquesa de York y su trabajo en la Corte, muchas personas que buscan su fuerza y seguridad: un cirujano, un mercader, señoras que buscan a Dios, vocaciones para el desierto o para el claustro, una abundante mies. En la Carta XLIII desde Lyon el recuerdo le hará pensar con nostalgia en la abundancia de la cosecha que recogía en Londres.
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Si queremos sintetizar esta incansable acción, que contribuyó nota blemente a su agotamiento de salud, podremos hacerlo con dos frases su yas, testimonio directo de tal labor. En la Carta XXIX pide a la M. Saumaise que «alabe a Dios, porque hay gran motivo para ello; es en todas partes admirable. Podría escribir un libro sobre las misericordias de que me ha hecho testigo desde que estoy aquí». Escribe esto a finales de 1677, cuando lleva un año allí. Seis meses más tarde, próximo ya al ocaso de su acción en Inglaterra por la enfermedad y el destierro, escribe en la Carta XXXIX: «los favores que me hace Dios, haciéndome testigo de las opera ciones de su Espíritu en las almas». Quien podría escribir el libro de las misericordias de Dios, y ha sido puesto por El como testimonio de la acción de su Espíritu en las almas, es un hombre en el que verdaderamente comprobamos «el carisma de llevar las almas a Dios». Como cuadro que sintetiza toda esta acción y su figura de apóstol de la palabra, transcribiremos el retrato que de él nos dejó un mártir francis cano, el P. Wall, sobre la entrevista que tuvo con el P. La Colombiére en la noche de Todos los Santos, 1 de noviembre de 1678, cuando la persecu ción rugía alrededor y amenazaba a todos los católicos ingleses, especial mente a los sacerdotes como él. Dos semanas más tarde, el 16 de noviem bre, la gran marea llegará hasta la misma habitación del Beato y será dete nido y llevado a la cárcel y al destierro. La página es memorable, y mejor que muchas nos muestra al apóstol de] Sagrado Corazón de Jesús. La transcribimos del relato que nos hace el P. Guitton siguiendo a un biógrafo inglés del P. La Colombiére (Sir Mary Philip, A jesuit at the englisb Court, p. 135; Guitton, p. 271-2). Aprovechando la oscuridad de la noche el religioso, que tenía prohi bida, como todos los sacerdotes ingleses, su entrada en Inglaterra, llegó hasta las habitaciones del P. La Colombiére. «Vengo — le dijo— a buscar junto a usted la fortaleza y el consejo del Sagrado Corazón de Jesús. Todo el país sabe que usted es su apóstol». Hablaron de la persecución y la for taleza, del cáliz de amargura de Getsemaní. «¡Oh, exclamó el Beato — si yo pudiese recibir esta gracia tan preciosa, que los sacerdotes ingleses es tán ahora cosechando en este país de las cruces!». Prolongaron su coloquio martirial varias horas. El P. Wall, que meses después moriría mártir de Cristo, celebró finalmente la Misa en el altar del Sagrado Corazón, que el Padre tenía en su oratorio privado.
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El P. Wall daba más tarde cuenta de esta entrevista: «Cuando me vi en su presencia, creí encontrarme con el apóstol san Juan, vuelto a la tie rra para encender el fuego del amor del Sagrado Corazón. Su actitud bella y tranquila me parecía ser la que debió tener el Discípulo amado al pie de la Cruz, cuando la lanza traspasó el Costado de su Señor, y descubrió el tabernáculo de su ardiente caridad». b)
La correspondencia escrita
Una parte importante de este volumen la forma la colección de Car tas, que del Beato hemos conservado. Dejamos para su lugar, en la intro ducción a ellas, los detalles más técnicos respecto a sus ediciones, destina tarios y cronología, y aquí solamente queremos trazar las que podríamos llamar líneas maestras de su apostolado epistolar, y ello brevemente. En todo caso, es necesario tener siempre en cuenta a quién se dirige la carta para valorarla mejor, y también en qué fecha está escrita. No pue den ser iguales, ni en el estilo ni en el abandono de la confidencia, las car tas escritas a religiosas que solicitan una orientación espiritual y las escri tas a la M. de Saumaise, con quien siente una gran identificación, pues percibe que «sus gracias tienen mucha relación con las mías», y con la que puede hablar claramente de la Hermana Margarita María. También hay que pensar que el tiempo, y las enseñanzas que la vida da, y en su caso la misma enfermedad, moldean al hombre, madurándole en la comprensión de los demás, y haciendo que, si bien persevere en la exigencia de la entre ga a Dios total y sin reserva, trate de realizarlo de manera más dulce y be nigna. Entre todas las cartas destacan de manera especial las de la M. Sau maise (XX-XLIX). Son treinta cartas, de ellas veintidós desde Londres. Desfila por ella el cuadro de su vida en la Corte inglesa, su apostolado, sus preocupaciones íntimas, su perpetuo recuerdo de las gracias del Sagrado Corazón y la Hermana Alacoque. También las dos cartas a esta misma san ta (L-LI) destacan por su destino, y por la profundidad con que nos intro ducen en su propio corazón. Las cartas a la señorita de Lyonne y a su ma dre (LII-LXX) forman una magnífica lección del modo de conducir un al ma a la perfección de la vocación religiosa a que Dios la llama, sin vacila ciones pero con prudencia, a veces sobrenaturalmente ilustrada con gracias especiales (LX). Por la pintoresca variedad de sus múltiples consejos, merecen espe cial mención las cartas dirigidas a Catalina de Bisefranc, preguntona per
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manente y «ángel» por su ingenuidad y espíritu, como la llamará él mismo en una carta a la M. Saumaise (XLIII). El humor del Beato ha de hacer al guna vez el comentario, después de haber contestado a páginas y páginas de cuestiones espirituales, que otra vez escribirá más largo, cuando tenga más tiempo (CXXXVHI). Podemos también notar en su varia correspondencia, algunas cartas que merecen ser destacadas por el tema que tratan o el modo con que lo hacen. Así, la Carta IV a su hermana, donde la tibieza religiosa le da oca sión para un cuadro digno del verbo de un profeta. La Carta XII hace el relato personal de su encarcelamiento. La Carta LXX es modelo de cómo escribir a una madre que se opone a la vocación de su hija. La LXXII es admirable por los consejos que da a quien va a morir pronto. La LXXIV por la sólida doctrina sobre la verdadera virtud, que no consiste en éxtasis sino en virtudes. Quizás asusta la dureza con que escribe la primera carta a la M. de Théliz, superiora de Charolles; pero esta Carta LXXXI está escri ta a quien se ha entregado a su dirección, y con quien acaba de hablar para lanzarla por el camino de la perfección y santidad. Pensamos, con todo, que en las cartas posteriores no se halla la energía, un tanto ruda, con que al comienzo de su ministerio en Paray (pesa el detalle de temprana crono logía de estas cartas) se dirige tanto a ella como a la joven Abadesa de la Benissons Dieu, porque ha reconocido a dos elegidas del Señor (CIX). Mezcla de la ternura de un padre, que ha orientado a sus hijas desde la persecución inglesa hasta el retiro de Francia en Charolles, con la firme za del director exigente de su perfección: así son las escritas a las inglesas que han entrado en la Visitación de Charolles, y especialmente a la H. Ma ría (LXXXVI-XCV, XCIX), la viuda que lo ha abandonado todo para en tregarse a Dios. Admirable la Carta XCVI sobre la confianza en Dios a pe sar de todos los pecados, y aun por ellos mismos, digna de quien ha fre cuentado la escuela del Sagrado Corazón de Jesús (Puede verse y confron tarse con ella su «Acto de confianza»). Del mismo modo la carta sobre la tribulación y angustias de espíritu y el modo de comportarse en ellas (XCVII1). De manera especial adquiere interés biográfico profundo la Carta XCIX penúltima del Beato, en que describe su estado de salud y es tancia en Paray, dos meses antes de su muerte, ya agotado por la enfer medad. Como puede verse, en esta correspondencia del Beato la parte princi pal la obtienen las religiosas: su hermana Margarita, la M. Saumaise y san ta Margarita María, las Salesas de Paray, las de Charolles, las Ursulinas de
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Paray. En total, hallamos dirigidas a religiosas ochenta y una cartas entre 149, a las que habría que sumar las siete dirigidas a jesuitas. Las demás es tán escritas a seglares: su hermano Humberto, los señores de la Congrega ción de Paray y su párroco, la señorita de Lyonne y su madre, una señora desconocida y las hermanas Bisefranc. Aun de éstas hay que decir que las dos series de la señorita de Lyonne y de María Bisefranc, aunque dirigidas a seglares, llevan la dirección de orientar su vocación religiosa, y algunas de ellas se dirigen ya a la corresponsal cuando ha tomado el hábito religio so. A seglares y como seglares, principalmente hallamos la carta a su her mano, las de la señora de Lyonne (primera, no relacionada con su hija), las dirigidas a una señora, al parecer con problemas de separación matrimo nial (CXIII-CXV), y las de Catalina de Bisefranc. Sería, sin embargo, un error si pensamos que no las hubo, pues estamos muy lejos de conservar todas las cartas del Beato, y es natural que hayan podido tener mayor difi cultad en ser recuperadas, si se conservaron, las de seglares y sus asuntos particulares. La actividad del Beato en la Corte de Londres, donde vivió diariamente entre seglares durante dos años enteros y hubo de estar en fre cuente conversación con ellos, nos muestra su actividad apostólica en ese campo. Nos queda, por ejemplo, la mención de dos cartas a seglares ingle ses que no conservamos: pueden verse sus referencias en las Cartas LXXXII y XCII. Por lo demás es claro que en su dirección de seglares el Beato sabe mantenerse en un discreto término medio, buscando la perfección de ellas en vivir conforme a su estado con plenitud cristiana. Así nos lo muestran los consejos dados a las hermanas Bisefranc, que viven la perfección entre su familia, aunque María descubra en sí los indicios de su vocación, que el Beato consolidará. No en vano La Colombiére tiene una grandísima devo ción a san Francisco de Sales (Cartas XXIII y XXXI-XXXII y Retiro de Londres, n. 13, fin), cuyas obras aprovecha ampliamente. El autor de la ««Introducción a la Vida devota», que trata de hacer la perfección asequible a los seglares en sus diversos estados profesionales, enseñaba al Beato el tacto con que debe dirigirse a cada uno conforme a su situación. La vida religiosa es camino exigente de perfección, pero también se halla la santi dad en la vida seglar, aunque los consejos han de ser diversos y las exi gencias también. Por lo demás, el amplio espectro de sus sermones predi cados a seglares suple con mucha ventaja a las cartas, mostrando a un di rector espiritual que presenta a sus oyentes los problemas del mundo con exacta descripción de sus dificultades y de sus caminos hacia Dios. Es un
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director de almas el que tenemos delante, ya de seglares ya de almas lla madas por Dios a la vida religiosa. Terminaremos enumerando algunas de las cuestiones o virtudes que en sus cartas pueden hallarse. No citaremos ahora en cada caso cartas de terminadas, por no alargar la enumeración y hacerla poco digerible, pero pueden fácilmente hallarse casos de ellas en el índice analítico de las cartas que va al fin del volumen. El amor de la soledad es recomendación importante en hombre que sabe su valor, aunque ha de vivir en medio del bullicio de los hombres. La obediencia religiosa y el amor de las propias Reglas se inculca en las reli giosas repetidamente, como ya hemos demostrado. Una sincera abnega ción, con sobriedad en las penitencias, especialmente cuando la frágil sa lud pide mayor prudencia en su uso. La pobreza, en cuanto renuncia a lo innecesario para mejor poseer a Jesucristo. La paciencia en la enfermedad, como don divino de sumisión a su voluntad. Las alternativas del fervor sensible y las sequedades en la oración, sobre la cual hallamos muchas referencias: prevención contra las ilusiones, ánimo para hacerla con fidelidad, modo y consejos prácticos pa ra su mejor aprovechamiento. Es un maestro ejercitado el que da tales doc trinas a los demás. En las cartas a Catalina de Bisefranc (CXXXICXLVIII) podemos encontrar multitud de consejos a una seglar situada en medio de los pequeños problemas de cada día en la vida familiar y social: desde el uso del color rojo en su vestido hasta el problema de una sortija o las amis tades en el mundo, y el apoyo que en ellas debe buscarse para servir a Dios. Pero entre todas las virtudes que en la correspondencia encuentran su lugar, quisiéramos señalar algunas que tienen preeminencia, y marcan lí neas de fuerza. Hemos hablado de la obediencia y las Reglas. Añadamos la perfecta humildad, virtud enraizada en el Beato como un constante anhelo, que él llamará y definirá, en la escuela de santa Margarita María, el perfec to olvido de sí mismo, del que ya hemos hablado. Ese olvido de sí, tan difí cil de alcanzar, es la virtud de la infancia espiritual, que el Beato varias ve ces propugnará, conforme al Evangelio, declarando que es necesario saber hacernos niños ante Dios, como Jesús enseña (Cartas LXVII, LXXVI y XCVII). En todos los casos, fundamentalmente el Beato busca persuadir a que el alma se convierta totalmente a Dios, se entregue sin reservas. La dona ción de si a Dios es el fin de sus trabajos apostólicos con los demás, para él
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y para ellos. Quiere mover a esta entrega resuelta, que sabe será para ellos el principio de la más profunda paz. Aunque nunca sin cruces. Por el con trario, siempre tiene la palabra de la cruz en el corazón y en la pluma. Las cruces son las joyas, las cruces son el camino, las cruces son el tesoro (LXIV, LXV, XCV, CVII, CXXIV). Así se encuentran dispersas en sus cartas las luces del Espíritu en consejos y afectos del corazón ante Dios. Como buen director quiere ser concreto. Por ello pide a sus corresponsales, tanto para facilitar su respues ta como para economizar su tiempo y orden, que propongan las cuestiones que plantean numeradas y en determinado orden. Así facilita el orden de la respuesta. Esta es la explicación de la multitud de breves alusiones a pun tos particulares que se hallan en sus cartas a veces, sobre todo en la corres pondencia con las hermanas Bisefranc, particularmente de Catalina. Al no poseer las cartas dirigidas por ellas solamente adivinamos la pregunta o la cuestión planteada, al leer la respuesta. Este método de escribirle lo indica a veces él mismo a sus corresponsales religiosas o seglares (CI, CXVII, CXXXII). Hay un método particular de entrega a Dios que el Beato aprecia, y que ha practicado como punto central en su vida: es hacer voto a Dios, pa ra vivir con mayor plenitud y firmeza la entrega que se le hace. El ha he cho el Voto de guardar sus Reglas, que hemos visto fue el punto de giro de su vida espiritual hacia la plenitud de la entrega. Conocedor del valor de este apoyo para la firmeza del propósito no vacila en recomendarlo a veces para puntos particulares. Recomienda el voto de hacer oración, aunque con las prudentes cautelas de seguridad (LXXI). Recomienda en las tentacio nes de una novicia contra su vocación, que haga voto de hacer la profesión en el día que le señalen, si le admiten (XCI). Por supuesto ha aconsejado, en las ocasiones en que lo veía posible y oportuno, el voto de castidad. Y estima tanto el voto, que nos liga con Dios, que a propósito de los tres vo tos religiosos, compromiso con Dios, exclamará con alegría: «¡Oh, si pu diéramos, en lugar de tres, unirnos por un millón de cadenas a ese amable Esposo!» (LXVIII). Pero lo que en el fondo de toda su correspondencia, y de toda su acti vidad, respira es el amor personal de Jesucristo, su amigo y su Señor. Por algo es el servidor perfecto y amigo fiel, en expresión del Sagrado Cora zón de Jesús. Habiendo conocido el secreto de su Corazón en Paray, quiere a toda costa entrar en su Corazón. Considera esto como el verdadero teso
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ro. Para él la vida interior se convierte en esa profunda aspiración. Jesús es el centro, Jesús es la razón de ser. Es Jesucristo el verdadero Maestro y Fuente de perfección de la reli giosa, como se lo declara a su hermana (VII). La presencia del Sagrado Corazón en las cartas a la M. Saumaise es invisible y permanente, ya en encabezamiento o en despedidas, o en palabras expresas o en menciones de la Hermana Margarita María. En las dos cartas a la santa habla más es pecialmente del Señor. Generalmente habla de El como del Maestro o el Señor, expresando plenamente su confianza, su adhesión, su amistad con El, tanto más cuanto mayor es la confianza que tiene con la persona a quien escribe. Y habla de su Corazón. Al entrar por fin en la casa religiosa de sus deseos, la señorita de Lyonne es recibida por Jesucristo, que al abrirle su casa le abre su Co razón (LXIV), y dará fuerzas a su madre para la separación. Le desea un lugar en el Corazón de Jesucristo (LXVII). Pide a la señora de Lyonne que gane el Corazón de Dios consintiendo en la vocación de su hija (LXX). A la Hermana Catalina, carmelita, le propone el recuerdo expreso del estado de Jesucristo en el Huerto de los Olivos para animarla a reparar y sufrir (LXXIII). A la Hermana inglesa María de Charolles le explica que la profesión es una gloriosa alianza con Jesús Crucificado (XCI). Y a otra de las inglesas, tentada con violencia en una prueba que hace pensar en una purificación pasiva, con temores de condenación, le propone con sublime audacia de amor: «No deje sus pies adorables, y estréchelos tan fuertemen te que, si quisiera precipitarla en los infiernos, se viera como obligado a dejarse arrastrar con usted» (XCVIII). «Pero, ¿cómo te digo que me espe res — llorará Lope de Vega— si estás para esperar los pies clavados?». Es el mismo que en sus Retiros ha considerado a Jesucristo como su centro y su todo. En el Retiro de mes de 1674, al ver a Jesucristo clavado en cruz, siente que «no podría ser dichoso sin ella» (III, 9). En el Retiro de Londres de 1677 transcribe la Gran Revelación, en que Jesucristo le pide que sea el encargado de promover su amor. Tal es, con las inevitables omisiones y defectos, el cuadro que se nos ha ofrecido del espíritu y del consejo del Beato La Colombiere en sus car tas. Los editores de la primera edición de las mismas en 1715 proponían el cuadro de sus luces en las cartas, expresando que no están escritas en tér minos misteriosos y esotéricos, que no buscan novedades sino la solidez, que no llevan por caminos de ilusión de lo superficial y accesorio, sino en lo sustancial. Se trata, según los mandamientos y consejos evangélicos,
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nunca recargados innecesariamente, de destruir el amor propio para que triunfe el de Dios. Servirán tanto a los lectores que buscan consejos para sí, como a los directores de espíritu que las aprovecharán para los demás. Sirva como de un pequeño ramillete espiritual, un breve florilegio que muestra el acierto de algunas inspiradas frases de la correspondencia: «Esté para siempre en el Corazón de Jesucristo, con todos aque llos que se han olvidado de sí mismos, y no piensan sino en amarle y glori ficarle» (XLVUI). «Sólo a Dios pertenece el santificarnos, no es poco desear sin ceramente que lo haga» (XLIX). «No puedo llegar al olvido de mí mismo, que debe darme en trada en el Corazón de Jesucristo» (L). «Le deseo un lugar en el Corazón de Jesucristo, con los que le aman» (LXVII). «Trate de morir con espíritu de víctima, arrójese a ciegas al mo rir en el seno de Dios, que no la perderá» (LXXXII). «Dios la ama, y quiere hacer de usted un trofeo de la misericor dia infinita» (XC). «El secreto espiritual es abandonarse sin reserva, en cuanto al pasado y al porvenir, a la misericordia de Dios» (XCV). «Aunque mis crímenes fueran cien veces más horribles de lo que son, siempre esperaré en Vos» (XCVI). «Un corazón lleno de amor de Dios no piensa sino en sufrir por lo que ama, y ama a todos aquellos que le dan ocasión de sufrir por su Amado» (CIV). «El empeño que he tenido en practicar la obediencia ha sido to da la felicidad de mi vida» (CV). -
«¡Oh santas Reglas, bienaventurada el alma que ha sabido po neros en su corazón, y conocer cuán provechosas sois!» (CVII). «¡Qué feliz sería usted si fuese pobre!» (CXIV). «Valdría mil veces más haber ofendido a todo el género hu mano, que haber desagradado en lo menor a un Esposo tan perfecto como Jesucristo» (CXXX). «Ame la nada en que El la deja, para que brille más su miseri cordia» (CXLVIII).
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El hombre que ha escrito estas cosas, y todas las demás que en sus escritos se hallan, no puede menos de ser un hombre plenamente entregado a Dios, y que ha comprendido lo que es amar a Jesucristo. Es el servidor perfecto y el amigo fiel, el P. Claudio de la Colombiere. c) El estilo del escritor Solamente queremos advertir sobre el estilo literario del Beato La Colombiere, especialmente en sus cartas, que no puede olvidarse que per tenece a la Francia del siglo XVII. Es el siglo de oro francés, ciertamente, bajo Luis XIV; pero es un siglo refinado en las formas de cortesía, que re sultan algo anacrónicas para nosotros. Debe, además, tenerse en cuenta que la formación religiosa del Beato puede mostrar algo de tendencia, en su primera fase, a las máximas algo extremas cuando habla de la justicia divina. El, sin embargo, es el apóstol de la confianza y del amor, como co rrespondía a un elegido del Sagrado Corazón de Jesús. El lector sabrá dis tinguir estos matices.
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Retratos y notas espirituales Prefacio de 1684
Para explicar el título de este libro es necesario informar al lector que los Jesuitas tienen costumbre, antes de hacer la profesión solemne de sus votos, de pasar un año, que llaman de Tercera Probación, en los Ejercicios del Noviciado. Como esto suele ser a la edad de treinta años, sobre poco más o menos, son capaces de hacer reflexiones maduras y sólidas sobre los compromisos que van a contraer. Y a fin de que mejor se penetren de la obligación en que están de santificar sus acciones y asimilarse el espíritu de la santa Compañía de que forman parte, san Ignacio ordenó que hicie sen un Retiro de treinta días al empezar esta última Probación. Así pue den, con la gracia de Dios, durante este largo tiempo de retiro y oración conocerse bien a sí mismos y concebir una idea exacta de la perfección; y difícil será que no se sientan movidos del deseo de cumplir todos sus debe res. Y los que tienen grandes sentimientos de Dios, no dejan de formar un plan de vida digno de su vocación y tomar resoluciones que los conducen a la santidad. El Padre de La Colombiére sacó de este santo retiro todas las ventajas que se podían esperar de una virtud tan grande como la suya. Se preparó con excelentes disposiciones junto con una alta santidad, y ansiaba llegase este tiempo feliz en el que se habla de desprender por completo de las cria turas, como en efecto se desprendió. No hay sino leer el Voto inserto en este Retiro, para juzgar exactamente del fruto de sus Ejercicios espiritua les.
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Pero ¿qué hizo para lograr el fruto apetecido? Se sorprenderán cuan tos lean este libro al ver la exactitud con que anotaba todos los pensamien tos y movimientos de su corazón. Dios ha permitido para gloria de su siervo que él mismo escribiese detalladamente sus meditaciones y las luces y sentimientos que iba conci biendo y que aquí fielmente publicamos. No dudamos que gozará el lector al ver la sinceridad de su alma y admirará juntamente la pureza y elevación de la misma. Aprenda al mismo tiempo cómo se debe responder a Dios cuando tiene la bondad de hablarnos por su gracia y pedirnos que le sirva mos con fervor. Hemos creído que sería además muy oportuno añadir a este prefacio cierta Instrucción para los Ejercicios espirituales, que el Padre de La Colombiere dirigió a los jóvenes Hermanos Filósofos o Jesuitas del Colegio de Lyon que allí estudiaban Filosofía después del Noviciado y de cuya educación estaba encargado desde su vuelta de Inglaterra. Los dirigió para esta clase de Ejercicios que se hacen cada año; y para hacerles sacar de ellos el fruto que de esta santa práctica espera la Compañía, les dio los avi sos siguientes que pueden ser útiles y aun necesarios a todos los que hacen semejantes retiros. Al saber las gracias que Dios hizo al Padre de la Colombiére durante su retiro, será muy provechoso saber también con qué disposiciones entró en él: 1.° No deberían hacerse los Ejercicios espirituales sino cuando el alma, atraída por Dios a la soledad, por el disgusto de las cosas del mun do, o por alguna luz especial o moción extraordinaria que la invita a re formarse o a santificarse, busca los medios de responder al divino llama miento, o cuando movida a la vista de sus desórdenes, concibe deseos de hacer verdadera penitencia. 2.° Convendría entonces entrar en Ejercicios para tener tiempo amplio de examinar lo que pasa dentro de nosotros, qué es lo que esta gracia exige de nosotros y cómo podremos corresponder a ella. 3.° Muy buena disposición para retirarse a la soledad es el deseo de cambiar de vida y santificarse; pero los que no tienen esta resolución creo que deben entrar en Ejercicios para examinar seriamente el estado de su alma; para ver a sangre fría si están en camino de salvación; si vi viendo como viven, no arriesgan algo para la eternidad; si deben cambiar algo, o si pueden seguir con tranquilidad el camino emprendido.
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4.° Darse enteramente a esto y no admitir ningún otro negocio, cualquiera que sea. Es justo dar a Dios y a nuestra alma toda la aplica ción que pide el negocio más importante que tenemos que tratar en la vi da. 5.° Completa soledad. 6.° Purera de corazón y perfecta exactitud en guardar todas las Reglas y todas las Adiciones. No son más que ocho días. Una falta ligera puede ser un gran obstáculo a las luces del Cielo y desagradar a Dios 7.° Gran indiferencia para las consolaciones. No esperarlas, y aun resolverse a pasar toda clase de fastidios, sequedades y desolaciones. Somos dignos de ellas, y en el caso en que Dios quiera enviárnoslas, serán ocho días de Ejercicios de paciencia y penitencia. 8.° Si no tenemos la resolución de hacernos santos con estos Ejer cicios, es necesario al menos estar en disposición de recibir las gracias que a Dios plazca concedernos, y de no resistir a las buenas mociones que el Espíritu Santo podría darnos por su misericordia infinita: — Dios mío, no siento ningún deseo de esta perfección tan elevada y aun quiyás esté muy alejado de ella; pero si Vos por un efecto de vuestra divina bondad quisierais cambiarme, inspirarme mayor ánimo, arre batarme, a pesar mío, del mundo, espero que os dejaré hacer. Vos sabéis qué medios debo tomar para vencerme; estos medios están en vuestras manos; Vos sois el dueño. La vida perfecta me da miedo; Vos podéis qui tarme este falso temor y hacerme agradable todo lo que me parece tan re pugnante; Vos solo sois capaz de hacerlo. 9.° Gran confianza en Dios. El me buscaba cuando yo huía de El, en medio del mundo y de las ocupaciones; no me abandonará cuando yo le busco en el retiro, o al menos dejo de huir de El. 10.° Gran humildad en descubrirse al Director, aunque uno no le pueda decir otra cosa, sino que no siente nada, que no ve nada, que no se siente movido a nada bueno. Atenerse exactamente a los puntos y lecturas prescritas, aunque se crea que sería mejor otra cosa. Esta sencillez es muy meritoria y atrae grandes bendiciones. 11.° El día que precede a los Ejercicios es necesario excitar en sí el deseo de la soledad: Quis dabit mihi pennas? (Ps. LIV, 7). «¿Quién me dará alas?». — El deseo de la perfección: Beati qui esuriunt et sitiunt justitiam, quoniam ipsi saturabuntur. (Matt. V, 6).
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«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán hartos» (1).
1 Véase en la carta LXXIX, donde se podrán encontrar estas mismas normas que aquí se proponen, en forma de consejos a una religiosa para sus ejercicios de año.
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Primer retiro espiritual Hecho en Lyon en la casa de San José en 1674 En que se anotan las gracias y luces particulares que Dios le comunicó en sus Ejercicios espirituales de 30 días.
I.— PRIMERA SEMANA
1.—Preparación He comenzado, a mi parecer, con la voluntad bastante determinada por la gracia de Dios a seguir todos los movimientos del Espíritu Santo y sin ningún obstáculo que me impida darme a Dios sin reserva. Resuelto como estoy a sufrir por Dios todas las sequedades y todas las desolaciones interiores que me puedan sobrevenir, y que tengo muy merecidas por otra parte por el abuso que he hecho de las luces y consuelos en otras ocasiones recibidas: 1.° Me he propuesto hacer estos Ejercicios como si debieran ser los últimos de mi vida y hubiera de morir en seguida. 2.° Ser en ellos extremadamente fiel y sincero, venciendo el orgu llo, que siente gran repugnancia en descubrir la conciencia. 3.° No apoyarme nada en mí mismo, ni en mis diligencias. Para es to me he resuelto a no leer ni escrito ni libro alguno espiritual extraordina rio, aunque sienta verdadera pasión por ciertas obras que tratan de la vida espiritual de un modo más elevado, como santa Teresa, El Cristiano inte rior, etc. (2). He creído que Dios me hará encontrar en los puntos que el 2 Véase en la carta CXLI, punto 1, dirigida a Catalina Mayneaud de Bisefranc, el consejo concreto de que las obras de santa Teresa no son para todos, sino para algu nos directores. Aparece, a través del temor a una mala inteligencia de las doctrinas místicas, el alto aprecio de la santa Doctora y sus obras, que aquí es objeto de penosa renuncia, (v. c. CIX).
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Padre espiritual me señalará, y en los libros que me dará, todo lo que quie ra el Señor que yo encuentre y sienta en este Retiro. Me encuentro perfec tamente con este desprendimiento y doy gracias a Dios por haberme inspi rado hacerle este sacrificio, el mayor sin duda que pudiera ofrecerle en esta ocasión. 2 .—Principio y fundamento He sentido gran confusión de, que habiéndome Dios hecho el honor de destinarme a amarle, haya pasado gran parte de mi vida no solamente sin amarle, sino aun ofendiéndole; he admirado con un sentimiento muy suave la paciencia y misericordia infinita de este mismo Dios, que, viendo el desprecio que yo hacía de un fin tan glorioso, y no sirviéndole por con siguiente para nada en el mundo, antes al contrario, perjudicando sus in tereses, no ha dejado de sufrirme, de esperar a que yo quisiese pensar para qué me encontraba en él y haciéndomelo recordar de tiempo en tiempo. No me ha costado nada el prometerle vivir en adelante sólo para servirle y glo rificarle. Todos los empleos, lugares, estados en que pueda encontrarse mi cuerpo, sano, enfermo, tullido, vivo, muerto, me son, por la gracia de Dios, enteramente indiferentes. Y aun me parece que tengo cierta envidia a aque llos a quienes la ceguera o cualquiera indisposición habitual tiene separa dos de todo trato con el mundo, obligándolos a vivir como si ya estuviesen muertos. No sé si será el pensar en los combates que preveo me han de so brevivir en el resto de mi vida lo que me hace encontrar satisfacción en es tos estados, en que viviría tal vez con más tranquilidad, y en un despren dimiento que me costaría mucho menos. Cuando uno quiere ser de Dios a cualquier precio, es fácil comprender cómo se desean las cosas más extra ñas, si en ellas se ve mayor seguridad para cumplir tales deseos. En estos tan ardientes que Dios me da de amarle sólo a Él y conservar mi corazón libre de todo apego a las criaturas, una prisión perpetua en que me hubiese arrojado una calumnia me parecería una fortuna incomparable, y creo que, con el socorro del Cielo, jamás me aburriría allí. No he encontrado en mí gran celo para trabajar en la salvación de las almas. Al considerar la segunda de nuestras Reglas me ha parecido que en otros tiempos lo tenía mayor. No sé si me equivoco. Pero creo que lo que me entibia en este particular no es sino el temor que tengo de buscarme a mí mismo en los cargos en que el celo se manifiesta; pues me parece que no hay ninguno en que la naturaleza no encuentre su propia satisfacción, 66
sobre todo cuando se trabaja con éxito, como se debe desear para gloria de Dios. Se necesita una gran fuerza de espíritu, una gracia muy grande para resistir al placer que se experimenta en cambiar los corazones, y a la con fianza que toman con nosotros las personas que han sido por nosotros con vertidas. 3.—El pecado de los Angeles Fuerza es que sea muy horrible el pecado, puesto que obligó a Dios a condenar a criaturas tan perfectas y tan amables como los Angeles. Pero ¡cuán grande es vuestra misericordia, Dios mío, pues me habéis sufrido, después de tantos crímenes, a mí, que sólo soy un poco de barro! ¡Y me llamáis y no queréis que me pierda! ¡Cuán grande debe ser vuestro amor para contrapesar y vencer la espantosa aversión que, naturalmente, tenéis al pecado! Verdaderamente, esta consideración me traspasa el corazón y me llena, a mi parecer, de un amor muy tierno para con Dios. 4.—Los pecados propios A la vista de mis desórdenes, y tras la confusión que he sentido, ha sucedido después un dulce pensamiento, de que hay, a la verdad, en ellos materia muy propia para ejercitar la misericordia de Dios y una esperanza firmísima de que al perdonarme será El glorificado. Reposita est haec spes in sinu meo (Job 19, 27). «Esta esperanza la tengo yo guardada en mi cora zón». Y la tengo en él tan arraigada, que me parece que, con la gracia de Dios, antes me arrancarían la vida que este sentimiento. Me he echado en seguida en los brazos de la Santísima Virgen, y ella me ha recibido, me parece, con admirable suavidad y dulzura; lo cual me ha conmovido tanto más cuanto más culpable me siento de haberla servido hasta ahora con negligencia. Pero he venido aquí con grandes deseos de no olvidar en este año nada de cuanto me haga concebir un grande amor hacia ella y de trazarme un plan de devoción para con ella, que procuraré guar dar toda mi vida. Me siento muy consolado con el pensamiento de que tendré facilidad para trabajar en esto y que lo conseguiré con la protección de la misma Virgen María. Después de recibirme con tanta afabilidad, esta Señora me ha presentado, a mi parecer, a su Hijo, el cual, en consideración a Ella, me ha mirado y abierto su seno como si yo hubiera sido el más inocente de los hombres. (Cf. p. 39). 5.°— Una gracia especial
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Antes de hacer la meditación sobre la muerte, he tenido una conver sación que me ha producido cierta inquietud, causada, de un lado, por el temor de haber contentado mi vanidad, y de otro, por temer igualmente que lo que yo había dicho no fuese para mí una fuente de confusión. Habiendo ido al oratorio embargado por estos pensamientos, estuve cerca de media hora luchando por combatirlos y para recobrar la calma perdida; pero al fin, arrojándome resueltamente del lado de la misericordia de Dios por la falta cometida, y aceptando, por otro lado, toda la confusión que me pudiese traer, y habiéndome resuelto a prevenirla y salir a su en cuentro, en un momento sentí en mi corazón tan gran tranquilidad, que me pareció haber encontrado al Dios a quien yo buscaba. Esto me causó un instante de la más dulce alegría que he gustado en mi vida. Desde entonces he quedado extremadamente fortificado contra el respeto humano y el ju i cio de los hombres, y con valor para vencer la repugnancia que sentía para descubrir mis debilidades. 6.—La muerte Pensando después en el estado a que la muerte nos reduce respecto a todas las cosas criadas, me ha parecido que esto no me costaría gran cosa, encontrándome como me encuentro desprendido de todo, y me he dirigido a mí mismo esta pregunta: Puesto que ninguna pena me daría el morir aho ra mismo ni, por consiguiente, el estar privado para siempre de todo placer u honor en esta vida, ¿por qué no resolverme a vivir en adelante como si realmente estuviese muerto? Me he respondido que ningún sentimiento me causaría el separarme realmente de todas las cosas, como si hubiese de pa sar el resto de mis días en una tumba, o en una prisión con todas las inco modidades y todas las infamias posibles. Preveo, con todo, que aún tendré que sufrir muchos combates, si quiero vivir en un perfecto desprendi miento de todo afecto en medio del mundo, donde nos obligan a permane cer nuestros ministerios. He resuelto, sin embargo, hacerlo con la gracia de Dios, la única que puede obrar en mí semejante milagro. En fin, pensando en lo que da pena en la hora de la muerte, que son los pecados pasados y las penas futuras, se me ha ocurrido de improviso qué partido tomar, y he resuelto seguirlo de todo corazón y con gran con suelo de mi alma. Ha sido el de formar en este último momento con todos los pecados que vendrán a mi imaginación, sean conocidos o desconoci dos, como un haz que presentaré a los pies de nuestro Salvador para que sea consumido por el fuego de su misericordia; cuanto más numerosos 68
sean y más enormes me parezcan, con tanta mayor voluntad se los ofreceré pata que los consuma, porque será una obra mucho más digna de su mise ricordia. Nada podría hacer yo más razonable, ni más glorioso para Dios. Es tan grande la idea que he concebido de la bondad de Dios, y la siento tan de veras en mi corazón, que nada me costará el determinarme a ello. 7 .°—El purgatorio Respecto al Purgatorio —pues haría injuria a Dios temiendo en lo más mínimo el infierno, aunque lo hubiese merecido más que todos los demonios— , el Purgatorio, digo, no lo temo (3). Quisiera, cierto, no haberlo merecido, porque al merecerlo no he po dido menos de disgustar a Dios; pero, puesto que es cosa hecha, me encan ta ir a satisfacer a la divina justicia del modo más riguroso que sea posible imaginar y aun hasta el día del juicio. Sé que los tormentos allí son horri bles, pero que honran a Dios y no pueden alterar la paz del alma; que allí hay seguridad completa de no oponerse jamás a la voluntad de Dios; que al alma no le disgustará su rigor, que amará hasta la severidad del castigo; que esperará con paciencia hasta que esté completa la satisfacción. Por es to be ofrecido de todo corazón todas mis satisfacciones a las almas del Purgatorio, y les he cedido todos los sufragios que por mí se ofrezcan des pués de mi muerte, a fin de que Dios sea glorificado en el Paraíso por las almas que habrán merecido estar allí elevadas a mayor gloria que yo.
3 Por una parte parece que el Beato aquí no admite el «más mínimo» temor del in fierno, apoyado en la misericordia de Dios; y por otro que puede exagerarse un tanto el dogma del Purgatorio, al decir que «los tormentos allí son horribles». Conviene advertir que no se debe entender que debamos suprimir en nosotros el temor del in fierno totalmente, pues Jesucristo lo inculca (Mt 10, 28); y lo enseña san Ignacio en sus ejercicios, en la meditación del infierno, «para que si del amor me olvidase, a lo menos el temor rae impida caer en pecado» lo mismo que en las reglas para sentir con la Iglesia (R. 18). Pero la caridad perfecta arroja fuera el temor (1 Jn 4, 18). En cuan to al Purgatorio, y los sufrimientos del mismo, bastará recordar que en el caso del propio Beato al morir, según declaró santa Margarita Alacoque, estuvo retenida su alma sin entrar al ciclo hasta que fue sepultado su cuerpo, por alguna pequeña negli gencia en el divino servicio, pero sin sufrimientos diversos (vida y Obras, publicadas por el P. S. de Tejada, Bilbao 1958, p. 45j. Acerca del ofrecimiento de sus obras y méritos por las almas del Purgatorio, de que aquí habla el Beato, véase la fórmula de su Consagración al Sagrado Corazón de Jesús, donde habla de esta entrega realizada por él.
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Me he persuadido asimismo enteramente en esta primera semana, de que los hombres son incapaces de satisfacer a la justicia divina ni por la menor falta. Esto me ha causado alegría: 1.° Porque me quita la inquietud en que eternamente estarla de si habría o no satisfecho enteramente por mis pecados, pues me diría cons tantemente a mí mismo: No, tú no has satisfecho bastante; en cuanto a la culpa, no está en tu mano, se necesita la Sangre de un Dios para borrarla; en cuanto a la pena, es precisa una eternidad o los sufrimientos de Jesu cristo. Ahora bien, tanto esta Sangre como estos sufrimientos están en nuestras manos. 2.° No se ha de descuidar el expiar por la penitencia los desórdenes de la vida; pero esto sin inquietud, pues lo peor que puede suceder, cuando se tiene buena voluntad y está uno sometido a la obediencia, es el estar mucho tiempo en el Purgatorio, y se puede decir, en el buen sentido de la palabra, que eso no es al fin y al cabo tan grande mal. Prefiero, además, deber mi gracia a la misericordia de Dios más que a mis diligencias; por que esto da más gloria a Dios y me lo hace mucho más amable. Me encuentro muy bien habiendo hecho aprobar mis penitencias. Es to me libra o de la vanidad o de la indiscreción o de la inquietud que me hubiese causado el temor en que estarla de adularme, pues indudablemente hubiera caldo en uno de esos lazos, o tal vez en los tres.
8.—El juicio final En el juicio habrá gran confusión para las personas vanidosas que hi cieron sus acciones para ser honradas o estimadas de los hombres, que buscaron en ellas el distinguirse en todas las cosas, al verse entonces con fundidas entre la más vil canalla y con increíble desprecio de aquellos mismos que más los estimaron en la Vida. Al contrario, ¡qué alegría para las almas humildes, que por amor a Dios se abrazaron con una vida oscura y común al verse entresacar de la multitud para ser exaltadas a la mayor gloria sin tener ya que temer por su virtud!
9.—Desolación espiritual
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Me parece que de todos los tiempos de la vida el de sequedad y de solación es el mejor para merecer. Un alma que sólo busca a Dios soporta sin dificultad este estado, y se eleva fácilmente sobre todo lo que pasa en la imaginación y en la parte inferior del alma, que es donde radica la ma yor parte de los consuelos. No deja de amar a Dios, de humillarse, de acep tar este estado; aunque fuese para siempre. Nada tan sospechoso como las dulzuras y nada tan peligroso; se aficiona uno a ellas algunas veces y des pués que han pasado se encuentra, con frecuencia, no con más fervor que antes para el bien, sino al contrario. Pero para mí es un sólido consuelo pensar, en medio de esas arideces y aun de las tentaciones, que tengo un corazón libre, y que sólo con ese co razón puedo yo merecer o desmerecer; que no puedo agradar ni desagradar a Dios por las cosas que no están en mi mano, como los gustos sensibles y los pensamientos importunos que se presentan a la imaginación contra toda mi voluntad. Cuando me encuentro en tal estado digo a Dios: Dios mío, que el mundo, y aun el mismo demonio, tenga para sí lo que yo no puedo quitarle, de lo que yo no soy dueño. En cuanto a mi corazón que Vos ha béis querido poner en mis manos, no tendrán parte alguna; es todo vues tro, bien lo sabéis, bien lo veis. Por lo demás, Vos lo podéis tomar de mo do que sólo a Vos os pertenezca, y lo podéis hacer cuando os planta. Por nada debe turbarse el hombre a quien da Dios verdadero deseo de servirle. Pax hominibus bonae voluntatis: «Paz a los hombres de buena vo luntad». Eso hace que yo espere, contando con la gracia de Dios, hacer ac tos de verdadera contrición, porque, aunque bien veo los motivos interesa dos que nos pueden inspirar dolor de nuestros pecados, pero con plena vo luntad y con entera deliberación renuncio a todos esos motivos. Estoy per suadido de que Dios es infinitamente amable, que sólo El merece ser teni do en cuenta, que es justo le sacrifiquemos nuestros intereses y sólo pen semos en su gloria. O eso es posible, o no lo es. Si fuese imposible, Dios no me lo aconsejaría o no me lo ordenarla; si es posible, lo hago con su gracia; pues sinceramente hago y quiero hacer de buena fe todo cuanto puedo. 10.— La Sagrada Eucaristía No creo haber estado nunca tan consolado como en la meditación del Santísimo Sacramento, que es la última de la primera semana. Desde el primer momento que entré en el oratorio y consideré este misterio, me he sentido totalmente penetrado de un dulce sentimiento de admiración y
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agradecimiento por la bondad que nos ha mostrado Dios en este misterio. Es verdad que he recibido por él tantas gracias, y he sentido tan sensible mente los efectos de este Pan de los Angeles, que no puedo pensar en ello sin sentirme movido a profunda gratitud. Jamás he sentido mayor confianza de que perseveraré en el bien y en el deseo que tengo de ser todo de Dios, no obstante, las temibles dificulta des que imagino para el resto de mi vida. Celebraré Misa todos los días; he aquí mi esperanza y mi único re curso (4). Poco podría Jesucristo si no pudiese sostenerme de un día a otro. No dejará de reconvenirme mi flojedad desde el momento en que empiece a abandonarme; todos los días me dará nuevos consejos, nuevas fuerzas, me instruirá, me consolará, me animará, me concederá o me obtendrá por su sacrificio todas las gracias que yo le pida. Aunque no vea yo que está presente, Jo siento; soy como esos ciegos que se echaban a sus pies y no dudaban que Je tocaban, aunque no le vie sen. Mucho ha aumentado en mí esta meditación Ja fe en este misterio. Me he sentido muy movido, considerando qué pensará de mí Jesu cristo cuando le tengo en mis manos, y cuáles serán sus pensamientos acerca de mí; quiero decir los sentimientos de su corazón, sus deseos, sus designios, etc. ¡Cuántas dulzuras, cuántas gracias recibiría en este Sacra mento un alma muy pura y desprendida! 11.— Véncete a ti mismo El séptimo día por la mañana me sentí acometido de pensamientos de desconfianza respecto al plan de vida que me he trazado para el porvenir; veo grandísimas dificultades en su cumplimiento. Cualquiera otra clase de vida me parecería fácil de pasar santamente, y cuanto más austera, solita ria, oscura, separada de todo comercio, más suave y fácil me parecería. Respecto a lo que más suele asustar a la naturaleza, como las prisio nes, las continuas enfermedades, la misma muerte, todo me parece suave en comparación de la eterna guerra que hay que hacerse a sí mismo, de la vigilancia contra las sorpresas del mundo y del amor propio, de esa vida muerta en medio del mundo.
4 La gran devoción de la Eucaristía es central en el Beato, como se ve aquí, y en las notas 27 y 45.
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Cuando pienso en esto, me parece que la vida va a hacérseme terri blemente larga y que la muerte nunca llegará demasiado pronto. He com prendido estas palabras de san Agustín: Patienter vivit et delectabiliter moritur: «Lleva la vida en paciencia y recibe la muerte con deleite». He comprendido además muy bien, que la vida que escogió para sí Jesucristo es seguramente la más perfecta, y que es imposible dar una idea más alta de la santidad que la de un perfecto compañero de Jesús (5). Esto ha producido en mí un buen efecto: convencerme de que, si has ta aquí he practicado algún desprendimiento, aunque muy imperfecto, no lo he hecho seguramente por mí mismo, y así es necesario que en lo suce sivo ponga Dios mano a la obra, si quiere hacer algo bueno en mí; pues veo muy bien la imposibilidad en que estoy de hacer nada sin su gracia. 12.—Progresos en la perfección He notado que hay muchos pasos que dar antes de llegar a la santi dad, y que a cada uno que se da se cree haber llegado; pero una vez dado se ve que no se ha hecho nada, que aún estamos por empezar. Un hombre que va a dejar el mundo mira esta acción como si después de esto ya no le quedase nada más que hacer; pero cuando se encuentra en la Religión con todas sus pasiones, ve que sólo ha cambiado de objetos y que es un mundano, aun fuera del mundo; ve que no le han salido sus cuentas (6).
5 Es natural que Dios baya mostrado la perfección a un miembro de la Compañía de Jesús como realizable por sus propias reglas y Constituciones. Ello nada quita a que baya formas diversas, e igualmente conducentes a la más alta perfección en la vida religiosa y de la Iglesia, como lo vemos en las variadas vidas de los santos. Pero, ciertamente, un jesuita que realice en sí el ideal inspirado por Dios a san Ignacio de Loyola, alcanzaría la perfección en el grado más alto piara él, ya que no podrá alcan zarla por otro camino. El amor a la vida de Jesús se traduce para él en s u vida reli giosa. 6 Se puede notar en las notas del Beato la alusión a diversa* pasiones interiores que combaten en su corazón, atrayéndole hacia el mundo, especialmente la tentación de vanidad. Véase, por ejemplo, aquí, en este Retiro, II, A. 13, y en las notas espirituales de 1674-76 lo» n. 1-2, donde describe el combate de pasiones y la tentación de la va nagloria, que fue un punto de gran lucha para él, según su testimonio, hasta que lo superó por la gracia divina (véase Retiro de Londres, n. I), a lo que contribuyó tanta Margarita María de Alacoque, como allí se ve.
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Se le presenta entonces otro paso que dar, y es desprenderse de los objetos de que, por su estado, aún no está enteramente desprendido; apar tar del mundo su propio corazón y no tener amor a ninguna cosa creada. Es cosa muy distinta hacerse religioso y dejar el mundo. Una vez conseguido esto, aún queda otro paso que dar, que es des prenderse de sí mismo, no buscar sino a sólo Dios en el mismo Dios. No solamente no buscar en la santidad ningún interés personal, lo que sería una grosera imperfección; pero ni siquiera buscar en ella nuestros intereses espirituales, buscar en ella puramente el interés de Dios (7). Para llegar ahí, Dios mío, ¡cuán necesario es que trabajéis mucho Vos mismo! Pues ¿cómo podría por sí misma llegar una criatura a ese grado de pureza? Quis potest facere mundum de immundo conceptum semine? Nonne tu qui solus es? «¿Quién podría limpiar al hombre concebido en la inmundicia fuera de Vos, que sois el único Ser necesario?» (Job 14, 4). Una idea que me consuela mucho y que me parece capaz, con la gra cia de Dios, de calmar parte de mis turbaciones es que para saber si esta mos apegados humanamente a las cosas que nos manda la obediencia, si disgustamos a Dios al satisfacer, por ejemplo, las necesidades de la vida, o al gozarnos de la gran estima o de la gloria que siguen a nuestros trabajos, o en el placer que sentimos en conservarla aunque sea con fines santos, etc., para saber, digo, si no se desliza algo de humano en todo eso, es nece sario no juzgar por el sentimiento, porque ordinariamente es imposible no sentir el placer que lleva consigo esa clase de bienes, como es imposible no sentir el fuego cuando se aplica a una parte sensible. Peto hay que examinar: 1.° Si hemos buscado de algún modo el placer que expe rimentamos. 2.° Si tendríamos pena en dejarlo.
7 Por una parte, sin duda que los hombres perfecto» buscan el puro interés de Dios, aun prescindiendo de su propio interés espiritual, como lo muestra el famoso soneto: «No me mueve, mi Dios, para quererte, etcétera...». Pero también es verdad que el amor de Dios lleva a hacer obras que merecen la gloria, y mirando a la salvación en felicidad eterna. Lo contrario sería un exceso de espiritualidad, que la Iglesia rechazó al condenar la doctrina de Fenelón en ese punto, porque la esperanza es virtud obliga toria. Es claro que aquí el Beato habla como han hablado los santos, sin que haya oposición entre el interés de Dios y el nuestro espiritual verdadero, que va unido a aquel.
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3.° Si siendo igual gloria de Dios y teniendo libre elección, escoge ríamos con preferencia las cosas desagradables y oscuras. Cuando se está en esta disposición, hay que trabajar con gran libertad y ánimo en las obras de Dios, y despreciar todas las dudas y escrúpulos que podrían detenernos o turbarnos.
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II
Segunda semana
A. — Hasta la elección 1. — Reino de Cristo En la primera meditación he estado agitado con algunos pensamien tos, a propósito de una flaqueza en que había caído el día anterior. Pero habiendo descubierto la causa porque Dios habla permitido las faltas que había cometido, es a saber, para curarme de cierta vana estima de mí mis mo que empezaba a concebir, este conocimiento me ha causado paz y ale gría muy sensible. Me he dado cuenta, con un placer que no es ciertamente natural, de que no era lo que pensaba ser, y no recuerdo haber descubierto jamás nin guna verdad con tanta satisfacción, como he descubierto mi miseria en esta ocasión. 2.
— Encarnación
No encuentro aquí sino anonadamiento y humildad. El Angel se abaja a los pies de una doncella, María toma la calidad de sierva, el Verbo se ha ce esclavo y Jesucristo, concebido en el seno de su Madre, se anonada de lante de Dios de la manera más sincera y profunda que es posible imagi nar. Dios mío, ¡qué hermoso espectáculo para Vos ver a seres tan excelen tes humillarse delante de Vos de un modo tan perfecto, cuando Vos los honráis con los más extraordinarios favores! ¡Cuánto placer experimento considerando los sentimientos interiores de estas divinas personas; pero, sobre todo, ese profundo anonadamiento, por el cual Jesucristo empieza a glorificar a su Padre y a reparar el agravio que el orgullo de los hombres ha hecho a Su Majestad! En cuanto a mí, no puedo humillarme ante esta vida, porque ¿dónde podré meterme, pues veo al mismo Jesucristo en la nada? He aquí cómo rebajar mi orgullo: ¡el Hijo de Dios anonadado delante de su Padre!
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Hasta ahora no había comprendido las palabras de san Bernardo: ¡Qué insolencia que un gusano se infle de orgullo cuando el Hijo sínico del Padre se humilla y anonada! (8). 3. —Circuncisión Se me ha ofrecido que la vida de apóstol pide gran mortificación: 1.°, sin ella Dios no se comunica, y 2.°, no se edifica al prójimo. Un hombre que se priva de los placeres y trabaja sin cesar en reprimir sus pasiones, habla con más autoridad y hace mucha mayor impresión. Como naturalmente siento atractivo al placer, he resuelto vigilar esta mala inclinación. 4.°— Huida a Egipto De no consultar más que la prudencia humana parece muy duro y po co razonable. ¿Qué hacer en un pueblo desconocido e idólatra? Pero Dios es quien lo quiere, luego necesariamente es conveniente; el razonar sobre la obediencia, por extravagante que parezca, es desconfiar de la prudencia de Dios y creer que con toda su sabiduría hay órdenes que no sabría El hacer redundar en gloria suya y provecho nuestro. Cuando nos llegan mandatos en que la razón humana no ve nada, debe alegrarse el hombre de fe con el pensamiento de que sólo Dios obra allí, y que nos pre para bienes tanto mayores cuanto debe enviarlos por vías ocultas que noso tros no podemos prever. Gracias a Dios, no tengo ninguna dificultad en eso; pues la experiencia me ha instruido. 5.°—Presentación ¡Qué ofrenda! ¡Qué bien hecha de parte de Jesús y de María! ¡Qué honor dado a Dios en esta ocasión! Yo hago la misma ofrenda en la Misa; ¡si la hiciese con los mismos sentimientos, con los mismos deseos de agra dar a Dios! Me gusta considerar en el cántico de Simeón la profecía clara y neta de la conversión de los Gentiles: Salutare tuum, quodparasti ante faciem 8 Recordamos aquí la hermosa palabra del Abbé Huvelin: «Jesucristo se ha apode rado de tal manera de) último lugar que no es posible arrebatárselo». Llama la aten ción que no haga mención del Nacimiento en las meditaciones, véase el n 6. El tema se puede hallar luego, en las «Notas espirituales», 1675, n. 5.
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omnium populorum, Lumen ad revelationem gentium. «Tu Salud, que pre paraste en presencia de los pueblos, Luz para la iluminación de las gentes» (Lc 2, 31-32). Este santo varón estaba bien iluminado; menester es que tuviese gran santidad para merecer tan señalados favores. Hay pocos verdaderos santos; pero los hay, sin embargo, y los ha habido en todo tiempo. 6.—Navidad Omitía la Navidad; recuerdo que pedí a Dios con gran fervor, durante cerca de media hora, el perfecto desprendimiento de que Jesús nos dio ejemplo; lo pedía por intercesión de san José, de la santísima Virgen y del mismo Jesucristo. Entre mis devociones a la Santísima Virgen, he resuelto no pedir nada a Dios, en ninguna oración, que no sea por intercesión de María. 7.°—Niño perdido
Quid est quod me quaerebatis etc.?: «¿Por qué me buscabais, etcéte ra?» (Luc 2,49). En esta meditación me ha conmovido mucho el dolor que sintió la Virgen durante los tres días en que estuvo privada de la presencia de su Hijo; pero aún más, la tranquilidad de su corazón, que no se turbó en esta ocasión en que, al buscar a Jesús, se ejercitaba en actos de la más he roica y sumisa resignación que hubo jamás. In his quae Patris mei sunt oportet me esse: «Conviene que yo me ocupe en las cosas de mi Padre» (Lc 2, 49). He encontrado en estas pala bras grandes lecciones para mí. Aunque el mundo entero se sublevase contra mí, se burlase de mí, se quejase, me censurase, es necesario que yo haga todo lo que Dios me pida, todo lo que me inspire para su mayor gloria. Se lo he prometido y espero observarlo con la gracia de Dios. Esto pide una gran vigilancia; sin ella, fácilmente se deja uno sorprender por el respeto humano, sobre todo cuan do se es tan débil como soy yo. 8.— Vida oculta
Et era subditas illis... Et Jesúsproficiebat sapientia et aetate: «Y es taba sujeto a ellos... Y Jesús adelantaba en sabiduría y en edad» (Lc 2, 51 52). He reflexionado que en vez de crecer en virtud, a medida que se avan za en edad, más bien se decrece y sobre todo en sencillez y en fervor, res 78
pecto de las humillaciones exteriores y de la dependencia de nuestra con ducta espiritual. Me ha conmovido el reconocer que a medida que el número de los beneficios de Dios aumenta, nuestro amor y agradecimiento se enfrían. ¿Por qué deshacerse de las virtudes de los novicios? Confieso que no bas tan y que es necesario añadir otras; peto hay mucha diferencia entre adqui rir nuevas virtudes y deshacerse de las antiguas; es preciso fortalecer las primeras, pero no renunciar a ellas. En segundo lugar, este amor de la soledad me parece muy conforme con el espíritu de Dios. El espíritu del mundo hace que uno se apresure, procure exhibirse y se persuada de que no llegará bastante pronto. El espí ritu de Dios tiene sentimientos enteramente contrarios: treinta años oscuro, desconocido, a pesar de todos los pretextos de la gloria de Dios que podría sugerir un celo menos iluminado. Permaneceré en la soledad todo el tiem po que la obediencia me lo permita. Ninguna visita de pura cortesía, sobre todo a mujeres. Ninguna amis tad particular con ningún seglar; al menos no buscaré ninguna y nada haré por cultivarla, a no ser que vea claramente que el interés de la gloria de Dios pide que proceda de otra manera. He aquí uno de mis propósitos. En tercer lugar, este interior de Jesucristo que sublima tanto la bajeza de sus acciones, me ha hecho descubrir, a mi parecer, el verdadero camino de la santidad. En el género de vida que he abrazado éste es el único medio de dis tinguirse delante de Dios, porque todo es común en lo exterior. También me siento fuertemente atraído a aplicarme a hacer las cosas más pequeñas con grandes intenciones, a practicar a menudo en el secreto del corazón actos de las más perfectas virtudes de anonadamiento ante Dios, de deseo de procurar su gloria, de confianza, de amor, de resignación y de perfecto sacrificio. Esto se puede hacer en todas partes, aun cuando no se esté ha ciendo nada. Aunque todo lo que nosotros hacemos para procurar la gloria de Dios sea bien poca cosa, y aunque esta gloria, aun la exterior, sea un bien muy pequeño respecto de El, no es, sin embargo, tan pequeño puesto que el Verbo Eterno ha querido encarnarse para eso. Es maravilloso que, pudiendo por sí mismo convertir toda la tierra, haya preferido hacerlo por sus Discípulos. Empleó toda su vida en formar los. Parece que de todas las cosas necesarias para la conversión del mundo sólo escogió para sí las más espinosas, como la muerte, y dejó a los hom79
bres las de mayor brillo. ¡Qué amor hacia algunos hombres, querer servirse de ellos para santificar a otros, aunque pudiese fácilmente hacerlo sin ellos! 9 .—Bautismo He pensado que el hombre llamado a convertir a otros, tiene necesi dad de grandes virtudes, y sobre todo, de una gran humildad y de una obe diencia admirable. Hay ocasiones en que se puede imitar esta conducta; no hay que de jarlas escapar. El arreglar las cosas de manera que parezca que uno sigue el consejo que recibe y que no pasa de ser un mero instrumento cuando es en realidad el agente, esto facilita la ejecución y ayuda a la humildad. Ningún trabajo me cuesta el atribuirlo todo a Dios. ¿Cómo podría yo hacer nada por mí mismo en la santificación del prójimo, cuando tan fuertemente sien to la impotencia en que me encuentro de curarme de las menores imper fecciones, aunque las conozca, aunque tenga, por decirlo así, entre las ma nos mil clases de armas para combatirlas? He resuelto ser obediente como un niño durante toda mi vida, espe cialmente en las cosas que se refieren de algún modo al adelanto en el ser vicio de Dios; porque sin esto hay peligro de buscarse uno a sí mismo. ¡Qué ilusión pensar en servir a Dios y glorificarle más o de otro modo que como a El le agrada! Aun cuando fueseis el mayor hombre del mundo, ¿qué dificultad hay en obedecer en todo a otro hombre? Este hombre re presenta a Dios: y ¿no reconocéis en una campana la voz de Dios? Además, honrar a todos los que trabajan en la salvación de las almas, hacer valer sus ministerios tanto cuanto me sea posible, mantener gran unión con ellos, alegrarme de sus triunfos. Una conducta opuesta a ésta sería la más ridícula, la más imperfecta, la más vana, la más alejada del espíritu de Dios que podría tener un hom bre que se emplea en la salvación de las almas. 10.—Desierto Parece que treinta años de preparación deberían ser suficientes. Peto no; Jesucristo no pone en práctica la misión de su Padre antes de que el Espíritu Santo le conduzca al desierto para practicar allí la mortificación y demás virtudes necesarias al cargo de un apóstol.
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He propuesto huir toda clase de delicadezas en la comida, en el vesti do, etc.; nunca pedir nada para mi sustento al predicar, y no quejarme nun ca de nada. Non in solo pane vivit homo: «El hombre no vive de solo pan» (Mt 4, 4). Segundo, no tener nada de particular para mis vestidos, ni aun para el campo, y hacer todos mis viajes siempre a pie, en cuanto sea posi ble. Es fácil hacer esto sin mucha incomodidad, y esto, a más de otros buenos efectos, humilla el espíritu (9). También he hecho el propósito de hacer mis Ejercicios espirituales y los Retiros con una fidelidad inviolable y con el mayor fervor posible; de meditar mucho la vida de Jesucristo, que es el modelo de la nuestra. He comprendido la sentencia de san Juan Berchmans: Mortificatio maxima vita communis: «Sea mi mayor mortificación la vida común». Mortifica el cuerpo y el espíritu. Todo lo demás no es las más de las veces sino la vanidad que busca distinguirse. En todo caso, antes de hacer algo extraordinario, quiero hacer todas las cosas ordinarias y hacerlas con todas las circunstancias que piden nuestras Reglas: esto lleva lejos, a una admirable santidad. Al leer nuestras Reglas he concebido un gran deseo de observarlas todas, con la gracia de Dios. Esto pide, a mi juicio, gran ánimo, gran sencillez, gran recogimiento, gran esfuerzo y gran constancia, y sobre todo, una grande gracia de Dios. 11.—Elección de los Apóstoles Jesucristo escogió por Apóstoles, primeramente, hombres pobres, analfabetos, y juzgando humanamente muy poco a propósito para sus pla nes. No porque sea preciso ser de familia oscura y sin letras para trabajar en la salvación de las almas; sino para hacer entender, a aquellos que son llamados a este ministerio, lo poco necesarios que son los talentos natura les o adquiridos, y que no deben atribuir a ellos el éxito de su empleo. Escogió lo segundo pescadores, etc., para enseñarnos que no es este oficio de personas delicadas, sino que es necesario sufrir mil fatigas y pre pararse para los más rudos trabajos. Me he sentido dispuesto a todo, gra cias a Dios, ningún trabajo me causa miedo, moriría contento trabajando
9 Los viajes antiguos tenían como comodidad el caballo o muía, sobre todo el co che de caballos. El B. Pedro Fabro recorrió Europa a pie. S. Estanislao de Kostka fue a pie de Viena a Roma.
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en esto; pero me siento tan indigno de esta gracia, que no sé si Dios querrá ni siquiera servirse de mí en alguna cosa. 12 —Las Bienaventuranzas
Beati pauperes spiritu..., mites, mundo corde: «Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los limpios de corazón» (Mt 5, 3). Estas tres bienaventuranzas tienen entre sí, me parece, alguna relación y no pue den darse la una sin la otra. He comprendido que son verdaderamente di chosos los que están desprendidos de todas las cosas y han arrancado de su corazón hasta las inclinaciones viciosas; pero ciertamente me encuentro muy lejos de este estado. 13.— Tentaciones de vanagloria He sentido, pensando en el fin de esta segunda semana, que la incli nación a la vanagloria está aún en mi corazón casi tan viva como nunca, aunque no produzca los mismos efectos y reprima sus movimientos con la gracia. Me parece que nunca me he conocido tan bien; pero me veo tan miserable que me avergüenzo de mí mismo, y este conocimiento me causa de vez en cuando accesos de tristeza, que me llevarían a la desesperación si Dios no me sostuviese. En este estado nada me consuela tanto como la reflexión que me hago de que esta misma tristeza es efecto de una gran vanidad, y que este cono cimiento y este sentimiento de mis miserias es una gran gracia de Dios, y que con tal que yo espere en Dios, y le sea fiel en combatir mis inclinacio nes, no permitirá que perezca. Me someto en todo a su voluntad y estoy dispuesto, si así lo quiere, a pasar mi vida en este molesto combate, con tal que El me sostenga con su gracia para no sucumbir. Creo, sin embargo, que se puede ahogar este ape tito de vanagloria a fuerza de reprimir sus movimientos; como también, al fin y al cabo, se ahogan los remordimientos de la conciencia, aunque mili ten en su favor la gracia, la naturaleza y la educación. 14.— Tres maneras de humildad En la meditación de los tres grados de humildad (10) además de que he sentido con mucha dulzura, confusión y temor que Dios me llama al 10 En los ejercicios ignacianos se llaman tres maneras o grados de humildad a tres disposiciones del ejercitante, para que se examine y aspire a la tercera. La primera es
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tercero, que consiste en combatir las malas inclinaciones y amar todo lo que el mundo aborrece; además de que veo que sería el más desgraciado de los hombres si me contentase con algo menos, mil razones me persua den que tengo que procurarlo con todas mis fuerzas. Lo primero, Dios me ha amado demasiado para que yo trate de esca timarle en adelante nada; el sólo pensamiento me horroriza. ¡Qué! ¿No ser todo de Dios cuando El ha sido tan misericordioso para conmigo? ¿Reser varme alguna cosa, después de tantas como he recibido de El? Jamás con sentirla tal cosa mi corazón. Lo segundo, cuando veo lo poco que soy y qué es lo que yo puedo hacer para gloria de Dios, empleándome enteramente en su servicio, me avergüenzo sólo de pensar en reservarme algo, quitándoselo a Dios. Lo tercero, no tendría yo seguridad ninguna, tomando un término medio: me conozco y sé que caería bien pronto en un mal extremo. Lo cuarto: sólo los que sirven a Dios, sin reserva, deben esperar morir dulcemente. Lo quinto: sólo estos llevan una vida dulce y tranquila. Lo sexto: para hacer mucho por Dios es necesario ser completamente suyo; por poco que le quitéis, os hacéis poco a propósito para hacer gran des cosas por el prójimo. Lo séptimo: en este estado es donde se conserva fe viva y esperanza firme; se pide a Dios con confianza y se obtiene infaliblemente lo que se pide.
15.— Tres binarios (11) En la meditación de los tres estados o clases de hombres he resuelto, y me parece que de buena fe, gracias a Dios, ser de aquellos que quieren curarse a toda costa. Y como he conocido muy bien que mi pasión domi no cometer pecado mortal, ni dudar en ello. La segunda lo mismo del pecado venial, y con indiferencia a todo sino a la voluntad de Dios. La tercera es desear imitar a Cristo en humillaciones y desprecios, aunque fuese igual gloria de Dios tenerlos que no tenerlos, por amor. 11 Llama san Ignacio en sus ejercicios «tres binarios» a tres clases de hombres, que sirven como de espejo para la actitud del ejercitante: primera clase, de los que quieren renunciar a todo por Cristo, pero a la hora de la muerte; segunda, de los que dicen que lo quieren, pero no ponen medios eficaces para lograrlo; tercera, de los profundamen te sinceros en este querer.
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nante es el deseo de la vanagloria, he hecho un firme propósito de no omi tir ninguna humillación de todas las que me pueda procurar sin faltar a la Reglas y no huir nunca de las que se me presenten. He notado que este continuo cuidado de humillarse y mortificarse en todo causa a veces tristeza a la naturaleza, lo que la hace floja y menos dispuesta a servir a Dios. Es una tentación que podemos, me parece, ven cer pensando que Dios no exige esto de nosotros sino por amistad, y que nosotros nos entregamos a esta práctica como un amigo se aplica en todo momento a agradar a su amigo, o un buen hijo a servir y alegrar a su buen padre, sin que tenga para esto necesidad de forzarse, conservando cierta libertad de espíritu en medio de los menores y más asiduos cuidados, liber tad que es una de las señales más sensibles del verdadero amor. Se hace con gusto lo que se cree que agrada a la persona a quien amamos de veras. B .—La elección y el Voto En la repetición de las dos últimas meditaciones, habiendo empezado primero con un gran sentimiento a la vista del orgullo que encierra un pe cado cometido con propósito deliberado y de la ceguedad de los hombres que se ponen a deliberar si deben limitarse a huir del pecado mortal, etc., como si un bien grande no debiera siempre preferirse, sin ponerlo en pa rangón con uno más pequeño; este dulce sentimiento ha quedado extin guido por un pensamiento de vana complacencia que me ha sobrevenido y que he tenido que combatir. No acertaría a decir cuánto me ha humillado esto. He pasado el resto de la oración pensando sobre mi nada y mi indig nidad respecto a todas las gracias y consuelos de Dios, He aceptado con completa sumisión la privación de esta clase de bienes durante toda mi vi da, y ser hasta la muerte como el juguete de los demonios y de toda clase de tentaciones. Me parece que he reconocido, con los sentimientos de la Cananea, que no debo tener ninguna parte en el pan de los hijos. He pedido a Dios sólo lo que me es precisamente necesario para sos tenerme de manera que no le ofenda jamás. No pierdo, sin embargo, la es peranza de llegar al grado de santidad que pide mi vocación, y lo espero; pero preveo que tendré que pedir esta gracia durante mucho tiempo. Bien está; estoy resuelto, gracias a Dios, a la perseverancia cuanto fuere preciso; es una cosa tan grande y tan preciosa la santidad, que nunca se comprará demasiado cara.
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1.—La entrega del Voto Ha sido en esta situación cuando sintiéndome extraordinariamente instado a cumplir el proyecto de vida que desde hace tres o cuatro años medito, me he entregado enteramente a Vos, ¡oh Dios mío! ¡Cuán grandes son vuestras misericordias para conmigo, Dios de la Majestad! ¿Quién soy yo para que Vos os dignéis aceptar el sacrificio de mi corazón? Será, pues, todo para Vos; las criaturas no tendrán parte algu na, no valen la pena. Sed, pues, amable Jesús, mi padre, mi amigo, mi maestro, mi todo; si os contentáis con mi corazón, ¿sería posible ni razo nable que el mío no estuviese contento con el vuestro? Sólo quiero vivir en adelante para Vos y vivir mucho tiempo, si así lo queréis, para sufrir más. No pido la muerte, que abreviaría mis miserias. No es vuestra voluntad que yo muera a la misma edad que Vos; sed por ello bendito; pero me parece, al menos, que es de justicia que yo empiece a vivir por Vos y para Vos a la misma edad que Vos moristeis por todos los hombres, y por mí en particu lar, que tantas veces me he hecho indigno de tan grande gracia. Es natural que Dios baya mostrado la perfección a un miembro de la Compañía de Jesús como realizable por sus propias reglas y Constituciones. Ello nada quita a que baya formas diversas, e igualmente conducentes a la más alta perfección en la vida religiosa y de la Iglesia, como lo vemos en las varia das vidas de los santos. Pero, ciertamente, un jesuita que realice en sí el ideal inspirado por Dios a san Ignacio de Loyola, alcanzaría la perfección en el grado más alto piara él, ya que no podrá alcanzarla por otro camino. El amor a la vida de Jesús se traduce para él en s u vida religiosa. Recibid, pues, amable Salvador de los hombres, este sacrificio que el más ingrato de todos ellos os hace para reparar el daño que hasta este punto no he de jado de haceros al ofenderos (12).
12 Tenía el Beato La Colombiere en este momento treinta y tres años de edad (1641-1674), la edad que la tradición asignó a Jesús al morir. Es la edad de plenitud viril en la que el hombre de Dios va a entregar su vida a Dios con el extraordinario «Voto de guardar sus Reglas», que constituirá su camino de entrega a Dios. Se puede decir que la vida del P. La Colombiere da un cambio profundo a partir de este instan te, y aparece un hombre nuevo de espíritu. No nos parece necesario detallar las diver sas Reglas de la Compañía de Jesús, que él incorpora a su voto. Van suficientemente indicadas en el «Proyecto de Voto», que describe. Sí diremos que estas Reglas y Constituciones, por voluntad expresada del propio Fundador de la Compañía en las mismas Constituciones, por sí mismas no obligan a pecado alguno, son motivo del espíritu generoso de la mayor gloria de Dios. El Beato va a añadir con su voto la con
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PROYECTO DE VOTO
Juravi et statui custodire judicia justitiae tuae: «Juré y determiné guardar los preceptos de tu justicia» (Salmo 118, 106). Me siento atraído a hacer a Dios voto de observar nuestras Constitu ciones, nuestras Reglas comunes, nuestras Reglas de modestia y las Reglas de los sacerdotes, de la manera siguiente: 2.— Sumario de las constituciones 1.° Trabajar toda mi vida en mi perfección particular por la obser vancia de las Reglas y en la santificación del prójim 0 aprovechando todas las ocasiones que la obediencia y la pro’ videncia me proporcionen de ejer citar mi celo sin detrimento de las Reglas de la discreción y prudencia cris tianas. (Regla 2.a) 2.° Ir indiferentemente, sin excepción, sin réplica, a cualquier parte que la obediencia me envíe. (Regla 3.a). 3.° Tratar con el Superior sobre las penitencias exteriores y no omi tir, sin necesidad, las que a él le haya parecido bien que haga; hacer la con fesión general todos los años; el examen de conciencia dos veces al día; tener un confesor fijo, y descubrirle toda mi conciencia. (Reglas 4.a, 5.a, 6.a y 7.a). 4.° Amar a mis parientes sólo en Jesucristo. Me parece que, por la gracia de Dios, me encuentro ya en esta disposición; así este punto no me puede dar ningún trabajo. (Regla 8.a). 5.° Ver con gusto que me reprendan, que se dé cuenta a mis supe riores de mis defectos y darla yo también de los defectos de mis hermanos cuando juzgue estar obligado a ello por la Regla. (Reglas 9.a y 10.a). 6.° Desear ser ultrajado, colmado de calumnias e injurias, pasar por un insensato, sin dar ocasión para ello, y sin que Dios sea ofendido. Me parece que en todo eso sólo tengo que pedir a Dios me conserve los senti mientos que ya me na dado por su infinita misericordia. (Regla 11.a). 7.° Por lo que hace a la mayor abnegación y continua mortificación me parece que, con la gracia de Dios, puedo hacer voto (Regla 12): dición de pecado en su inobservancia, y dará sus motivos para hacerlo en las Consi deraciones que acompañan al fin del Voto. Sin que sea necesario imitar su conducta, es indudable que a él le llevó a una gran perfección, y constituye un gran ejemplo pa ra los religiosos de amor a sus Reglas, como camino seguro hacia Dios.
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1. De no tener jamás voluntad eficaz respecto a la vida, salud, prosperidad, adversidad, empleos, lugares, sino en cuanto esta voluntad sea conforme a la suya. 2. De desear, en cuanto de mí dependa, todo cuanto sea contrario a mis inclinaciones naturales, si ello no se opone a su mayor gloria; y me parece que por su infinita bondad me ha puesto ya en esta disposición. 3. De no buscar nunca lo que halaga los sentidos, como los espec táculos, los conciertos, los olores, las cosas agradables al paladar ni lo que pueda satisfacer la vanidad; de no buscarlo, digo, nunca ni en mis discur sos ni en mis acciones; en cuanto a los muebles y vestidos, contentarme con lo que me den, a menos que la obediencia o la Regla de la salud no me obliguen a obrar de otro modo. 4. De no evitar ninguna de aquellas mortificaciones que se me presenten, a menos que juzgue, según Dios, que debo obrar de distinto modo por alguna razón que me parezca verdadera. 5. De no gustar jamás ningún placer de aquellos a que la necesi dad me obliga, como beber, comer, dormir, ni de aquellos que no podamos evitar en la Compañía sin alguna afectación o singularidad, como las re creaciones, los manjares extraordinarios, etc. Jamás tomarlos por el placer que en ello experimenta la naturaleza, sino renunciar a ello de corazón, y mortificarme efectivamente tanto cuanto Dios me inspire, y pueda yo ha cerlo sin llamar la atención demasiado. (Regla 12.a). 8.° Las cuatro Reglas siguientes están encerradas en todas las otras. Respecto a la 17.a, que trata de la pureza de intención, me parece que pue do hacer voto: 1. De no hacer nunca nada con la gracia de Dios, al menos con re flexión, sino puramente por su gloria. 2. De no hacer ni omitir nada por respeto humano: este último punto me agrada sobremanera, y me parece que me afianzará en una gran paz interior. (Regla 17.a). 9.° Este presente voto encierra, si no me equivoco, la observancia de la diecinueve. (Regla 19.a). 10.° Respecto a la 21.a puedo hacer voto. 1. De no faltar nunca a la oración y observar, ya sea en la prepara ción, ya sea en la misma oración, las adiciones de san Ignacio, a menos que alguna razón o de necesidad o de caridad u otra parecida me dispense de algunos de esos puntos.
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2. De observar, respecto a la Misa y Oficio divino, las Reglas de los sacerdotes. (Regla 21.a). 11.° En cuanto a la pobreza, ya he hecho voto de observar todas las Reglas dadas por san Ignacio. 12.° Por lo que hace a la castidad, no mirar jamás ningún objeto que pudiera inspirarme pensamientos contrarios a esta virtud, al menos con in tención formada, o sin necesidad indispensable; no leer, oír ni decir cosa que no sea casta, a menos que la caridad o la necesidad de mi empleo me obliguen a ello guardar las Reglas de los sacerdotes referentes a la confe sión y visitas de mujeres. 13.° Comer siempre con templanza, modestia y decencia, diciendo la bendición y acción de gracias con respeto y devoción. 14.° En cuanto a la obediencia, ya he hecho voto de practicarla se gún nuestras Reglas. 15.° Respecto de las cartas que se entregan o reciben, observaré lo que los superiores deseen que guarde. 16.° Dar cuenta de conciencia según la fórmula que tenemos en nuestras Constituciones. 17.° De no tener nada oculto a mi confesor, al menos de lo que debe saber para dirigirme. 18.° Respecto a la unión y caridad fraterna, los negocios puramente seculares y el cuidado de la salud, no encuentro en mí ninguna dificultad, así como tampoco en la manera de proceder cuando uno está enfermo. 3 .—Reglas comunes Hacer todos los días dos veces el examen de conciencia y el examen particular y anotar el adelanto, según la instrucción de san Ignacio; la lec tura espiritual, siempre que pueda; no faltar al sermón sin permiso, estando en casa; en la abstinencia del viernes guardar el uso de la Compañía; no predicar sin la aprobación cíe los superiores. Las tres Reglas siguientes se refieren a la pobreza; en todas las otras no encuentro dificultad. Puedo ha cer voto, me parece, de no dispensarme de ellas sin permiso. Convendría acordarse al llegar a una casa de pedir permiso a los su periores. 1.° Para tener libros.
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2.° Para ver con frecuencia a los enfermos, si es que no hay la cos tumbre de pedirlo cada vez que se va a visitarlos. 3.° Para entrar un momento en el cuarto de ciertas personas en de terminadas ocasiones, como para tomar luz, devolver un libro, etc. 4.° Para hablar en casa con los de fuera y llamarlos si fuere necesa rio. 5.° Para hacer los encargos de los de fuera de casa a los de dentro, y de los de dentro a los de fuera cuando nos lo piden, siempre que se juz gue que en ello no hay nada de particular. Para escribir cartas; bien entendido que se mostrará a quien se deba hacerlo, si es que no hay costumbre de pedir este permiso cada vez que se escribe. 4,
4 .—Reglas de la modestia y de los sacerdotes Las Reglas de la modestia están compuestas de tal manera, que no pueden costar ningún trabajo. Dígase lo mismo de las e los sacerdotes. La que recomienda la instrucción de los niños no impone, a mi juicio, mayor obligación que la que está encerrada en el voto que hacen los profesos. Se podría hacer voto de las Reglas de los oficios particulares a medi da que a ellos sea uno aplicado. 5 .—Motivos de este voto 1.° Imponerme una necesidad indispensable de cumplir, en tanto cuanto sea posible, los deberes de nuestro estado y de ser fieles a Dios, aun en las cosas más pequeñas. 2.° Romper de un golpe las cadenas del amor propio y quitarle para siempre la esperanza de satisfacerse en alguna ocasión; esta esperanza, me parece, vive siempre en el corazón en cualquier estado de mortificación en que uno se encuentre. 3.° Adquirir de una vez el mérito de una larga vida, en la extrema incertidumbre en que estamos de vivir ni un solo día, y ponernos en estado de no temer que la muerte pueda quitarnos los medios de glorificar más a Dios; pues esta voluntad que tenemos de hacerlo eternamente no puede de jar de tomarse por efectiva, puesto que nos obligamos tan estrechamente a cumplirlo.
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4.° Reparar las pasadas irregularidades por el compromiso que con traemos de ser regulares cumplidores de las Reglas durante todo el tiempo que Dios quiera prolongar nuestra vida. Este motivo me agrada mucho y hace mucha más fuerza que todos los otros. 5.° Reconocer en cierto modo las misericordias infinitas que Dios ha tenido conmigo, obligándome indispensablemente a ejecutar sus más pequeñas órdenes. 6.° Por respeto a la divina voluntad, que bien merece I ser ejecuta da bajo pena de condenación; aunque Dios, por su infinita bondad, no nos obliga siempre a ello bajo tan graves penas (13). 7.° Hacer de mi parte todo cuanto de mí dependa para ser todo de Dios sin reserva, para desprender mi corazón de todas las criaturas y amar le con todas mis fuerzas, al menos con un amor efectivo. 6.—Algunas consideraciones que me animan a hacer este voto 1.° No encuentro más trabajo en observar todo lo que este voto en cierra, que el que tendría un hombre naturalmente inclinado al placer pata guardar la castidad que le obliga a tantos combates y a tanta vigilancia. 2.° Dios, que inspiró nuestras Reglas a san Ignacio, pretendió que fuesen observadas. No es, pues, imposible el hacerlo, ni aun con imposibi lidad moral. Ahora bien, el voto, lejos de hacer la observancia más difícil, la facilita, no sólo porque aleja las tentaciones por el temor de cometer un pecado grave; pero, además, porque en cierto modo obliga a Dios a dar mayores gracias en las ocasiones. 3.° San Juan Berchmans pasó cinco años en la Compañía sin que su conciencia le reprochase la infracción de ninguna Regla; ¿por qué, con la gracia de Dios, no lo haré yo en una edad en que se debe tener mayor fuer za y en que se está menos expuesto a los respetos humanos, que son los mayores enemigos que tenemos que combatir? 4.° No temo que esto me quite la paz del alma y me sea piedra de escándalo: Pax multa diligentibus legem tuam et non est illis scandalum: «Mucha paz hay para los que aman tu ley y no les sirve de tropiezo» (Sal 118, 135). Es artículo de fe y, por consiguiente, cuanto más se ama esta ley mayor tranquilidad se experimenta: Ambulabam in latitudine quia manda13 Dios ni nos obliga, ni en su justicia nos podría obligar, a cosas leves bajo penas eternas. Es con exceso rigurosa esta reflexión.
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ta tua exquisivi: «Andaré con amplitud de corazón porque busqué tus mandamientos» (Sal 118, 45). El exacto cuidado en obedecer a las más pe queñas observancias pone al espíritu en libertad en vez de causarle violen cia. 5.° Me parece que desde hace algún tiempo vivo ya poco más o menos como tendré que vivir después de hecho este voto. Y más bien por el deseo de obligarme a perseverar, que por gana de hacer algo nuevo o ex traordinario, he tenido este pensamiento 6.° Me parece que el solo pensamiento de hacer este voto me des prende de todo lo del mundo poco más o menos como si sintiera acercarse la muerte. 7.° No me apoyo en mi resolución ni en mis propias fuerzas, sino en la bondad de Dios, que es infinita, y en su gracia, que nunca deja de comunicarnos abundantemente, tanto más cuantos mayores esfuerzos ha cemos por servirle: Non delinquent omnes qui sperant in eo. «No pecarán lo que esperan en El» (Sal 33,23). 8.° Me parece que este voto sólo me obliga a un poco más de vigi lancia que la que tengo, pues ahora mismo no querría, me parece, quebran tar ninguna Regla con voluntad deliberada. 9.° Para prevenir los escrúpulos puedo no comprometerme a nada cuando tenga duda. 10.° Puedo comprometerme bajo esta condición: que, si pasado al gún tiempo encuentro que este voto me turba, cesa el compromiso; si no, terminará sólo con mi vida. 11.° Cuando se tiene permiso no se quebranta la Regla, al menos cuando se trata de una Regla exterior, porque muy desgraciado tendría uno que ser para preferir quebrantar una Regla y desagradar a Dios, aunque no hubiere obligación de pecado mortal, que decir una palabra al Superior. 12.° No pretendo estar obligado a nada en todas las ocasiones en que cualquiera otro pudiera dispensarse de la Regla, sin hacer nada contra la perfección. 13.° El pensar en este compromiso, lejos de asustarme me llena de júbilo; me parece que en vez de ser esclavo voy í entrar en el reino de la libertad y de la paz. El amor propio no se atreverá a enredarme cuando tan gran peligro habrá en seguir sus movimientos. Me parece que toco ya mi felicidad y que he encontrado, al fin, el tesoro, que es necesario comprar a tan gran precio. 91
14.° No es éste un fervor pasajero; hace mucho tiempo que lo medi to; pero me reservaba el examinarlo a fondo en esta ocasión, y mientras más se aproxima el tiempo de ponerlo por obra, más facilidad encuentro en él y más fuerza y más resolución en mi mismo. 15.° Esto, no obstante, esperaré la resolución de V. R. antes de se guir adelante. Por esto le suplico quiera examinar este escrito y reflexio nar, sobre todo, en estas últimas consideraciones, en las cuales encontrará, tal vez, señales del espíritu de Dios; si no, no tiene más que decirme que no juzga a propósito que yo ponga en práctica este designio, y tendré para con el sentir de V. R. el mismo respeto que debo a la palabra de Dios. C.— La misión apostólica (14). 1.—Misión de los Apóstoles En la meditación de la Misión de los Apóstoles comienzo, me parece, a conocer mi vocación y el espíritu de la Compañía, y creo también que, por la gracia de Dios, este espíritu nace y se fortifica en mí, ya sea a causa de un afecto particular y de una gran estima que tengo de todas las Reglas, ya porque me parece que mi celo se aumenta y purifica. Sobre esta palabra que encierra la Misión de los Apóstoles: Docete omnes: «Enseñad a todos» (Mt 18,19), he comprendido que somos envia dos a toda clase de personas, y que en cualquier parte que se encuentre un Jesuita, y en cualquier compañía que esté, está allí como enviado de Dios para tratar el negocio de la salvación de aquellos con quienes trata, y que si no habla de este negocio, y no aprovecha todas las ocasiones para hacer que adelanten en él, hace traición a su ministerio y se hace indigno del nombre que lleva. He resuelto, pues, acordarme de esto en toda ocasión y estudiar los medios para hacer recaer la conversación sobre cosas que puedan edificar, sea quien sea aquel con quien me encuentre; de tal modo, que nadie se se 14 En esta parte de la «Segunda semana», que sigue a la elección del Voto, sin duda por seguir la dirección dada a los ejercicios por el P. Athiaud, que los dirigía, si guiendo el libro del P. Le Gaudier sobre la perfección (Cf. Guitton, J. Perfecto amigo, Bilbao 1956, p. 92), se deja a veces el estricto orden ignaciano. Así no aparecen aquí las meditaciones de la vida pública de Cristo, que pone en orden san Ignacio, y en cambio se proponen las virtudes del apóstol que a continuación ira proponiendo La Colombiére en sus notas.
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pare de mí sin tener más conocimiento de Dios que cuando llegó, y, si es posible, con mayor deseo de su salvación. 2.—Celo apostólico Al meditar sobre el celo, me ha ocupado todo el tiempo el desinterés y la indiferencia que debo tener. Doy gracias a Dios de que no he encon trado en mí ninguna repugnancia en ocuparme de los niños y de los po bres; antes, al contrario, me parece que tomaría estos empleos con gusto; no están expuestos a la vanidad y son de ordinario más fructuosos. Des pués de todo, el alma de un pobre es tan querida de Jesucristo como la de un rey, y poco importa de quiénes se llene el cielo. Entre las señales que Jesucristo da de su misión, ésta es una de las principales: Pauperes evangelizantur: «Los pobres son evangelizados» (Mt 11,5), y por esta señal se puede reconocer que es el Espíritu de Dios quien ha fundado la Compañía; pues el Catecismo y el cuidado de los po bres es una de sus principales atenciones; las Constituciones nada nos re comiendan tanto como eso. Me parece que podemos esperar que somos enviados de Dios, y que a El buscamos, cuando tenemos esta indiferencia; por esto he resuelto, sea en las confesiones, sea en la predicación, servir con gusto a los pobres, y cuando quede a mi elección, preferir a éstos, pues a los ricos nunca les faltará quienes les sirvan. 3.—Pobrera apostólica En la meditación de la pobreza apostólica he resuelto gloriarme toda mi vida y complacerme en esta virtud, y tener el consuelo de poder decir siempre: «No tengo nada»; así, como n0 el contrario, el mundo y el amor propio sienten tanta satisfacción en decir y contar lo que poseen. Sobre to do, no tener libros propios; esto me obligará a leer mucho y bien aquellos que tenga y crea más necesarios; respecto a los demás, no me costará nada el pasarme sin ellos. 4.—Mortificación apostólica En la meditación de la mortificación he comprendido que un Apóstol no está llamado a llevar una vida muelle ni descansada; es necesario sudar y fatigarse, no temer ni el calor ni el frío, ni los ayunos ni las noches en vela; es necesario gastar la vida y las fuerzas en este empleo. Lo peor que 93
puede suceder es morir sirviendo a Dios y al prójimo; mas no veo que esto pueda hacer temer a nadie. La salud y la vida me son, por lo menos, indiferentes; pero la enfer medad o la muerte, cuando me lleguen por haber trabajado en la salvación de las almas, me serán muy agradables y preciosas. 5.—Observancia de las Reglas Este mismo día, después de la comida, habiendo leído en la vida de San Juan Berchmans la muerte de este santo joven, me sentí muy conmo vido por lo que entonces dijo: que sentía gran consuelo por no haber que brantado nunca ninguna Regla; y reflexionando en lo que podría decir yo sobre esto, si debiera dar cuenta a Dios, concebí de pronto tan grande dolor de haberlas observado tan mal, que derramé lágrimas en abundancia. Hice en seguida mi oración, en la que formé grandes resoluciones de ser en adelante mejor Jesuita que lo que he sido hasta aquí; invoqué con gran confianza a este bienaventurado joven y le rogué por la Santísima Virgen, a quien él tanto amó, y por la Compañía, a la cual fue tan fiel, que me obtuviese la gracia de vivir hasta la muerte como él vivió durante cinco años. Todo el testo del día estuve penetrado de dolor, teniendo siempre an te mis ojos las Reglas despreciadas y quebrantadas tan a menudo; lloré tres o cuatro veces, y me parece que, con la gracia de Dios, no será fácil que las quebrante en lo sucesivo. Pero no por eso dejo de estar sin consuelo por lo pasado; nunca jamás habla pensado en el mal tan grande que hacía en ello. Pensaba que, si hubiesen querido solicitar de Berchmans que que brantase una Regla a la hora de su muerte, por ninguna consideración lo hubiese hecho, después de haber pasado su vida sin haber quebrantado ninguna. Ahora bien, las mismas razones tenemos nosotros que las que tu vo él para resistir a las tentaciones de esta naturaleza. Ai faltar hoy al si lencio, no desagradaré menos a Dios; desprecio una orden inspirada por el Espíritu Santo a nuestro Santo Fundador. Por mí no queda que no se des truya la observancia regular; no es tan poca cosa esta Regla que no depen da de ella todo el bien del cuerpo de la Compañía. 6.—Desprecio del mundo
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Me parece que para el desprecio del mundo es un medio muy eficaz la costumbre de la presencia de Dios. Es pensamiento de San Basilio que un hombre que tiene por testigos de lo que hace a un rey y a un lacayo, no atiende principalmente al lacayo, sino sólo a merecer la aprobación del príncipe. Es una servidumbre extraña y desgraciada la del hombre que sólo piensa en agradar a los otros hombres. ¿Cuándo podré yo decir: Mihi mundus crucifixus est et ego mundo: «El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo?» (Gal 6,14). He pedido con instancia a Jesucristo y a la Santísima Virgen me concedan esta disposición de ánimo. 7.—Humildad apostólica En la meditación de la humildad, es verdad, y yo lo comprendo, que debe ser grande esta virtud en un hombre apostólico, y el temor de no po seerla bastante me tendrá toda mi vida, a mi parecer, en un continuo temor. Paréceme, sin embargo, que para esto sólo hay que estar atento y evitar la inconsideración. Pues cualquiera que considere qué es, qué ha sido, qué es lo que puede hacer por sí mismo, no es fácil que se atribuya nada a sí mismo; para destruir el orgullo basta con recordar que la primera señal de la virtud es no estimarse absolutamente en nada. En segundo lugar, basta con mirar a Jesucristo, anonadado de cora zón, que reconoce delante de Dios que es nada y que sólo a su Padre se debe la gloria de todo cuanto hace. Si me alaban se equivocan; es una in justicia que hacen a Dios. Es como si alabasen a un comediante por los versos que recita y que otro ha compuesto; además, no nos estiman tanto como pensamos; son conocidos todos nuestros defectos, aun aquellos que a nosotros se nos escapan, o, al menos, los demás no se ocupan en pensar en nosotros. Más aún: concediendo que hagamos grandes cosas, o por decir mejor, que Dios haga grandes cosas por nosotros, es muy digno de admiración y de alabanza que El haga tan buen uso de tan malos instrumentos; pero no soy por eso mejor; y puede suceder que Dios me condene después de haber salvado a muchos por mi medio, como sucede que un pintor tira al fuego un carbón que le ha servido para trazar un dibujo admirable y excelentes figuras. La práctica de la Santísima Virgen es admirable; confiesa de bue na fe que Dios ha obrado en ella grandes cosas y que por eso la alabarán todas las generaciones; pero en vez de envanecerse, Magníficat anima mea Dominum: «Mi alma engrandece al Señor» (Lc 1,46). 95
8.—Repetición En la repetición de esta meditación, después de haber reconocido y confesado delante de Dios que no soy nada y que jamás he hecho nada por mí mismo, he comprendido cuán justo es que sólo Dios sea glorificado, y me ha parecido que un hombre que se ve alabado por una virtud o una buena acción, debe sentirse avergonzado como un hombre de pundonor a quien toman por otro y le alaban por lo que no ha hecho. Pero si somos tan vanos que nos hinchamos por estas cualidades naturales o sobrenaturales que no nos pertenecen, ¡qué cobardía, qué confusión cuando en el día del Juicio Dios presente ante toaos a este hombre vano, y, dé a conocer a todo el mundo lo que ha recibido y la nada que tiene por si mismo, y le diga re prochando su vanidad: Quid habes quod non accepisti?; si autem accepisti, quid gloriaris?: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has reci bido ¿por qué te glorías?» (1 Cor 4,7). Me parece ver a un bribón que, habiéndose hecho pasar algún tiempo por un hombre honrado, gracias a una capa robada, viene a quedar descu bierto en medio de la buena sociedad y se llena de grandísima confusión (15). Pero, mucho peor será todavía, Dios mío, cuando hagáis ver que no solamente no tenía nada de qué vanagloriarme, pero ni aun siquiera tenía aquello de que me he gloriado; cuando descubráis mi hipocresía, el abuso que he hecho de vuestras gracias, mis miserias interiores, etc. Dios me ha hecho verme a mí mismo, en esta ocasión, tan deforme, tan miserable, tan desprovisto de todo mérito, de toda virtud, que verdade ramente jamás me había encontrado tan desagradable a mí mismo; me pa recía oír a Dios en el fondo de mi corazón, recorriendo todas las virtudes y haciéndome ver claramente que no tengo ninguna; le he suplicado con ins tancia que conserve siempre en mí esta luz. Confieso que este conocimiento de mi mismo, que crece en mí de día en día, debilita mucho o al menos modera cierta firme confianza que hace mucho conservaba en la misericordia de Dios. No me atrevo ya a levantar los ojos al cielo; me encuentro tan indigno de sus gracias, que casi no sé si les habré cerrado del todo la entrada. Este sentimiento me viene especial-
15 Esta comparación y sus sentimientos muestran al Beato como un hombre de educación refinada socialmente, para quien la vergüenza de quedar mal ante los hom bres era un impacto natural muy grande, que él llama «respeto humano» muchas ve ces.
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mente cuando comparo mi vida, mis crímenes y mi orgullo con la ino cencia y humildad de nuestros santos (16). 9.—Desconfianza de sí mismo En la meditación de la desconfianza de sí mismo no encontré nada tan fácil después de la meditación precedente. Cuando se conoce lo que es salvar un alma y lo que nosotros somos, pronto nos persuadimos de que nada podemos. ¡Qué locura pensar que con algunas palabras dichas de pa so podamos hacer lo que tanto costó a Jesucristo! Habláis y se convierte un alma: es como en el juego de las marione tas, el criado manda a la muñeca que baile y el maestro la hace bailar por medio de un resorte. El mandato no ha hecho absolutamente nada. Exi a me quia homo peccator sum, Domine: «Apartaos de mí, Señor, que soy hombre pecador» (Lc 5,8). ¡Hermoso sentimiento del alma en quien o por quien Dios hace algo extraordinario! 10.—Oración Como siento, por la gracia de Dios, bastante atractivo por la oración, he pedido de todo corazón a Dios, por la intercesión de la Santísima Vir gen, que me conceda la gracia de amar cada día más este ejercicio hasta la muerte. Este es el único medio de purificarnos, de unirnos con Dios, de que Dios se una con nosotros para poder hacer algo por su gloria. Es nece sario orar para obtener las virtudes apostólicas, es necesario orar para ha cerlas útiles al prójimo, es necesario orar para no perderlas en el servicio del prójimo. Este consejo o este mandamiento: Orad sin interrupción, me parece muy dulce y de ningún modo imposible; encierra la práctica de la presen cia de Dios. Quiero procurar seguirlo con la ayuda de Nuestro Señor. Siempre tenemos necesidad de Dios; así, pues, hay que orar siempre; cuan to más oremos, más le agradaremos y más conseguiremos. No pido las dulzuras que Dios da a sentir en la oración a quien le place; no soy digno, no tengo fuerzas suficientes para soportarlas. No son buenas para mí las gracias extraordinarias; dármelas sería edificar sobre arena, echar un licor 16 No debe interpretarse, en modo alguno, este sentimiento como una disminución de la verdadera confianza en Dios. Es más bien el sentimiento del publicano ante el Señor, en el evangelio, que es alabado por Jesús. (Lc 18, 13-14).
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precioso en un vaso roto que nada puede retener. Lo que yo pido a Dios es una oración sólida, sencilla, que le glorifique a El y no me hinche a mí; la sequedad y la desolación, acompañadas de la gracia de Dios, me son, a mi parecer, muy útiles. Entonces hago con gusto actos de las más excelentes virtudes; hago esfuerzos contra la mala disposición y procuro ser fiel a Dios, etc. 11.—Conformidad con la voluntad de Dios Desde el principio de la oración me he sentido movido a hacer actos de ella. Y los he hecho sin trabajo, porque, efectivamente, no siento ningu na oposición por la gracia de Dios hacia ningún estado, y me parece que, con la misma gracia, aceptaría con sumisión los más enojosos accidentes que la Providencia permitiera me sucediesen, o al menos pronto me resol vería a ello si Dios no me abandona. Me he resignado, sobre todo, a santificarme por el camino que a Dios le plazca: por la sustracción de toda dulzura sensible, si así lo quiere El; por las penas interiores, por los continuos combates contra mis pasiones. Esto es para mí lo más duro que hay en la vida; me someto, sin embargo, a todo de todo corazón, y tanto más voluntariamente cuanto que comprendo que ese es el camino más seguro, el menos sujeto a ilusiones, el más corto para adquirir una perfecta pureza de corazón, grande amor de Dios y mu chísimos méritos.
III Tercera semana
1.—Preparación a la Pasión En la primera meditación de la tercera semana, que es la de prepara ción a la Pasión, considerando el ardiente deseo que Jesucristo tenía de su frir, mi espíritu se ha inclinado, desde luego, al deseo que tenían los santos de morir; el cual deseo hacía que la muerte tuviese para ellos dulzuras inexplicables. Es el efecto, me parece, de una fidelidad inviolable en 98
cooperar a todas las gracias de Dios y hacer por El todo cuanto han podido durante muchos años. Esta vista ha encendido en mi corazón un gran deseo de no perder el tiempo, de hacer cuanto antes todo el bien que pueda, a fin de ponerme en estado de desear la muerte y recibirla con alegría. He pensado, además, que el hombre que verdaderamente desea sufrir mucho por Jesucristo es como una persona hambrienta o extremadamente sedienta, la cual, mientras espera se le presente con qué saciarse, toma, sin embargo, la poca comida o bebida que le ponen delante. Siento en mí un gran deseo de sufrir por Dios, y creo que no hay ningún dolor que yo no aceptase, a mi parecer, con gran alegría; pero estimo que ésta es una gracia que Dios hace sólo a sus amigos, y me encuentro tan indigno de ella que no creo que Dios me haga nunca este favor. 2.—Prendimiento de Jesucristo Dos cosas me han conmovido sumamente y me han tenido ocupado todo el tiempo. La primera es la disposición con que sale Jesucristo al en cuentro de los que le buscaban, con la misma firmeza, el mismo valor, el mismo porte exterior que si su alma hubiese estado en perfecta calma. Su corazón (17), está anegado en una horrible amargura: todas las pasiones se han desencadenado en su interior, toda la naturaleza está desconcertada y a través de estas turbaciones y de todas estas tentaciones su Corazón va de recho a Dios, no da un paso en falso, no vacila en tomar el partido que la más alta virtud le sugiere. He aquí un milagro que sólo el Espíritu de Dios es capaz de obrar en un corazón: el de concertar la guerra y la paz, la tur bación y la calma, la desolación y cierto fervor varonil que ni la naturaleza ni los demonios ni el mismo Dios (que parece armarse contra nosotros, o al menos abandonarnos) pueden quebrantar. La segunda cosa es la disposición de este mismo Corazón con respec to a Judas, que le traicionaba; a los Apóstoles, que cobardemente le aban donaban; a los Sacerdotes y a los demás, que eran los autores de la perse cución que sufría. Es cierto que todo ello no fue capaz de excitar en Él el menor sentimiento de odio ni de indignación; que no disminuyó en nada el 17 En esta meditación de la agonía de Getsemaní, el Beato se introduce en los sen timientos del Corazón de Jesús, antes de conocer las revelaciones de Paray le Monial, que dentro de unos meses van a convertirse en el gran acontecimiento de su vida. Getsemaní y la agonía del Corazón de Jesús es uno de los temas precisamente sugeri dos por el mismo Señor a santa Margarita como propios de esta devoción.
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amor que tenía a sus discípulos y a sus mismos perseguidores; que se afli gía en extremo y de corazón del daño que a sí mismos se hacían, y que lo mismo que sufría, lejos de turbarle, dulcificaba en cierto modo su dolor, porque veía que sus dolores podrían remediar los males de sus enemigos. Por esto me represento el Corazón de Jesús como un corazón sin hiel, sin acritud, lleno de verdadera ternura aun para con sus enemigos, en el cual ninguna perfidia, ningún mal tratamiento puede excitar sentimiento de odio. Después, dirigiéndome a María para pedirle la gracia de poner mi co razón en esta misma disposición, me doy cuenta de que el suyo ya se en cuentra perfectamente en ella; que está abismada en el dolor, pero sin ha cer nada inconveniente, y que no pierde el juicio en tan terrible coyuntura; que no quiere mal ninguno para los verdugos de su Hijo, antes, por el con trario, los ama y lo ofrece por ellos. Confieso que semejante espectáculo me encanta, me da un amor increíble a la virtud y me causa el mayor pla cer que pudiera yo experimentar. ¡Oh Corazones, verdaderamente dignos de poseer todos los corazo nes, de reinar sobre todos los corazones de los Angeles y de los hombres! (18). Vosotros seréis, de aquí en adelante, la regla de mi conducta, y en to das las ocasiones trataré de inspirarme en vuestros sentimientos. Quiero que mi corazón no esté, en adelante, sino en el de Jesús y de María, o que el de Jesús y de María estén en el mío, para que ellos le comuniquen sus movimientos; y que el mío no se agite ni se mueva sino conforme a la im presión que de ellos reciba. 3.—Repetición Amice, «amigo». Es verdad que Jesús le amaba; no hubiese empleado esta palabra si no hubiese sido verdad. Jesucristo quería de veras convertir le, había escogido bien el dardo, así que Judas sintió herido su corazón; pero le sucedió como a esos enfermos desahuciados a quienes les dan los más fuertes remedios. Producen éstos su efecto, pero el enfermo no tiene 18 El Beato ha encontrado en esta meditación no solamente el tesoro del Corazón de Jesús, sino juntamente ha pasado a considerar el Corazón de María, de los cuales había ya hablado recientemente san Juan Eudes. Esta ardiente invocación final a am bos Corazones preludia la próxima vida del Beato, y es digna de figurar en las anto logías de la devoción a los Corazones de Jesús y de María: «Quiero que mi corazón no esté, en adelante, sino en el de Jesús y de María, o que el de Jesús y María estén en el mío...».
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fuerzas bastantes para soportar la operación y exhala el alma al arrojar los malos humores. ¡Todo es admirable! Jesucristo arrastrado; Jesucristo delante del juez, sentado en el banquillo, acusado y callando. Me ha parecido que, con la gracia de Dios, sufriría yo ser calumniado y tratado como un malvado; en contraría en ello el completo anonadamiento del amor propio. Me parece que en semejante ocasión daría gracias a Dios de todo corazón y le pediría con instancia que me dejara morir en este estado. Pero es perder el tiempo pensar en esto. Creo que este favor no es para mí; es necesario para eso ser un santo; es necesario aprovechar las pequeñas ocasiones que se presentan, y tener cuidado, no sea que, mientras me entretengo en esos quiméricos deseos, corra tras la vanagloria mundana y deje escapar las pequeñas oca siones que se presentan. 4.—Negaciones de san Pedro Al meditar sobre la caída de san Pedro he visto con sorpresa y espan to cuán débiles somos. Esto me hace estremecer; tengo dentro de mí las semillas y fuentes de todos los vicios; no hay uno sólo que no pueda come ter; entre mí y el abismo de todos los desórdenes sólo media la gracia de Dios, que me impide caer. ¡Qué humillante es esto! ¡Qué confusión debe excitar, aun en las almas santas, este pensamiento! He aquí por qué dice san Pablo: Cum metu et tremore vestram salutem operamini: «Con temor y temblor, trabajad en vuestra salvación» (Flp 2,12). Jesucristo pasa toda la noche atado, sirviendo de juguete a la insolen cia de los soldados. ¡Hermoso motivo de meditación los pensamientos de Jesús durante toda la noche! (19). 5.—En el palacio de Herodes ¿Hay cosa más admirable que ver a la Sabiduría encarnada, Jesucris to, tratado de loco por Herodes y por toda su Corte? El mundo no ha cam biado aún de modo de pensar con respecto al Hijo de Dios: todavía pasa por loco. ¡Qué valor el de Jesucristo, haber despreciado toda la gloria, todo 19 Esta interiorización de tan hermosa reflexión sobre los dolores de Jesús y sus pensamientos, responde a uno de los puntos que indica san Ignacio en los ejercicios para la tercera semana: «Considerar lo que Cristo Nuestro Señor padesce o quiere padescer...» (195).
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el respeto que tan fácilmente podía atraerse de toda esta Corte; haber deja do de buen grado a este príncipe y a todos sus cortesanos en la creencia de que era un insensato! ¡Qué sacrificio a su Padre! y ¡qué acto tan glorioso!, y ¡qué cobardes somos nosotros que hacemos tanto caso de los sentimien tos de los hombres y nos hacemos esclavos de su opinión! ¿Cuándo sacu diremos este vergonzoso yugo? ¿Cuándo nos elevaremos por encima del mundo? ¡Cuán digno es de un alma cristiana el sufrir una confusión que po dría evitar, y contentarse con tener a solo Dios por testigo de una verdad ventajosa para nosotros! Dios mío: quiero hacerme santo, entre Vos y yo, despreciando toda confusión que no disminuya la estima que Vos podríais tener de mí. La consideración de estos actos generosos, y que tan por encima es tán de la naturaleza, eleva, me parece, mi alma sobre sí misma y sobre to dos los objetos creados. 6.—En el pretorio de Pilatos ¡Qué espectáculo ver a Jesucristo vuelto a casa de Pilatos, atravesan do Jerusalén vestido de loco! Pilatos le condena a ser azotado. ¡Oh justi cia! Jesucristo no se queja, aunque ve la causa en la envidia de los sacerdo tes y en la falsa condescendencia del juez, como también prevé la crueldad de este suplicio. He comparado este proceder con el que nosotros solemos tener cuando nos injurian en alguna cosa. ¿Cómo quejarnos, teniendo a la vista este ejemplo? He estado sumamente confuso con el recuerdo del pasado, Dios mío: las hermosas ocasiones que he desperdiciado no volverán jamás; no soy digno de ello. He resuelto no quejarme nunca de nada. Me he convencido de que, de cualquier manera que me traten, no me harán ninguna injusticia. 7.—Flagelación y Coronación de espinas Nada me conmueve tanto en la flagelación como el desprecio con que es tratado en ella Jesucristo. El más criminal de los hombres encuentra compasión cuando es condenado al suplicio: apedrean al verdugo si hace sufrir demasiado a un ladrón, a un asesino; y he aquí a Jesús entregado al capricho de los soldados, que desgarran sus carnes, que añaden pena sobre pena, que le tratan a su placer impunemente como si no fuese hombre. Je 102
sús no se queja, se anonada aún más, en presencia de su Padre; acepta, como venidas de su mano, todas estas penas, se regocija al poder darle un soberano honor por este espantoso abatimiento. Le ponen una corona de espinas sobre la cabeza para expiar esta ho rrible pasión que tenemos de querer ser en todas partes reyes, de sobresalir, de sobreponernos a todos y en todas las cosas. 8.—Ecce Homo Pilatos lo muestra al pueblo: Ecce Homo. ¡Debía estar en un lastimo so estado! Buena lección para los que aman los grandes teatros y los aplausos. Prefieren a Barrabás: ¡qué cosa tan extraña! Nos quejamos de las atenciones que tienen con los demás; Jesucristo no se queja, sino que se pone más bajo aún de lo que le colocan con esta injusta comparación. En este momento decía en su corazón al Padre: Vermis sum et non homo: «Gusano soy y no hombre» (Sal 21,7). Grifaban: Crucifige «Crucifícalo» (Jn 19,15), y consentía en ello de todo corazón. A la vista de este ejemplo, de este modelo, ¿hay cristianos en el mun do? Si cada vez que por respeto humano quebrantamos una Regla refle xionásemos que preferimos un hombre a Dios, yo creo que no lo haríamos a menudo. Este pensamiento me ha movido, y me parece que de aquí en adelante seré inflexible en este punto. Me parecía tan poca cosa un hom bre, que no podía comprender cómo se toma uno tanto trabajo para agradar a algunos, siendo Dios testigo de nuestras acciones. Pero ¡ay, Dios mío! ¿no se desvanecerán todos estos sentimientos en la primera ocasión? 9.—Sentencia de muerte No me he asombrado mucho de la injusticia de Pilatos al condenar a Jesucristo; pero si me he sentido conmovido al ver a Jesucristo someterse a este injusto juicio, tomar su Cruz y cargar con ella con una humildad, una dulzura y una resignación admirables; al verle cómo, llegado al alto de la montaña, se deja despojar de sus vestiduras, se extiende sobre la Cruz, tiende sus manos y sus pies para ser clavados, y se ofrece a su Padre con sentimientos que sólo El es capaz de experimentar. Ciertamente, esta vista me hace la Cruz tan amable, que me parece no podría ser dichoso sin ella. Miro con respeto a aquellos a quienes Dios vi sita con humillaciones o adversidades, de cualquier clase que sean; son, sin 103
duda alguna, sus favoritos. Me bastará para humillarme el compararme con ellos, cuando esté en prosperidad. 10.—Crucifixión y muerte Al considerar a Jesucristo muriendo en la Cruz, he notado que aún es tá muy vivo en mí el hombre viejo, y que si Dios no me sostiene con una gracia muy grande, me encontraré después de treinta días de retiro y medi tación tan débil como antes. Es necesario que Dios haga un gran milagro para que yo muera enteramente a mí mismo: todavía vive en mí el hombre viejo, no está del todo crucificado, y no está perfectamente muerto. Mueve guerras interiores, no deja estar en paz el reino de mi alma (Kempis, Imit. 3, 34). He notado que siempre que Dios me ha dado este vivo sentimiento de mis miserias, y he entrado en oración después de alguna falta o debilidad, que me ha hecho conocer mis imperfecciones, he sido consolado antes de terminar la oración y he salido de ella con más firmeza: Iratus es et misertus es mei; conversus est furor tuus et consolatus es me: «Te has airado y te has compadecido de mí; se ha vuelto tu furor y me has consolado» (Is 12,1). Esto me sucede también fuera de la oración, después de haber ven cido alguna tentación con la gracia de Dios. Lo mismo me ha sucedido esta vez: he salido con nueva resolución de no dar cuartel a mi amor propio y estar en guardia contra sus sorpresas. He pedido con mucho sentimiento esta gracia a Jesucristo, exponién dole mis miserias y mis debilidades; cada día las descubro mayores. 11.—Sepultura En la meditación de la sepultura, viendo cuán lejos estoy de llegar al estado a que Jesucristo se haya reducido para honrar a su Padre y salvar me, he dicho con gran sentimiento: ¡Dios mío!, ¿es posible que tantos do lores, tan profundo anonadamiento, una muerte tan cruel y tan infame, que todo esto, digo, haya sido padecido para aplacar vuestra cólera contra mí, para atraerme vuestras gracias y vuestras bendiciones, y que, con todo, sea yo tan imperfecto? Padre Eterno, ¿no ha sido esto bastante para hacerme santo? ¿De dónde viene que no sienta yo en mí un cambio que esté en pro porción con tantos trabajos?
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He aquí un gran tesoro; pero permitidme que os diga, Señor que me parece que todavía no me habéis dado gracias que respondan a tal precio. Espero un gran resultado del amor de vuestro Hijo; pero no lo siento aún como me parece debo esperarlo. ¿Es acaso que no quiero yo experimentar tales efectos? Pero, Dios mío, si fuese así no os ofrecerla yo la muerte de vuestro Hijo y el sacrificio de la Misa para alcanzarlo; no se emplean me dios tan excelentes y poderosos cuando no re tiene deseo de obtener nada. Sería necesario vivir como si se estuviese ya muerto y enterrado: Oblivioni datas sum tanquam mortuus a corde: «Estoy dado al olvido como muerto de corazón» (Sal 30,13). Un hombre de quien ya nadie se acuerda, que no es ya nada en este mundo, que no sirve para nada: he aquí el estado en que es necesario viva yo de aquí en adelante, en cuanto me sea posible, y anhelo efectivamente estar completamente en él (20).
20 El olvido de sí mismo será el punto de mira de su perfección, que repetirá fre cuentemente en sus notas. Lo considera necesario para entrar en el Corazón de Jesu cristo, como lo dice en su Consagración (oraciones, p. 167, c). «Que no sirve para nadan»: v. Carta XLIII.
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IV
Cuarta semana
1.—Resurrección ¡Qué alegría para aquellos que sufrieron con Jesucristo y que verda deramente habían tomado parte en sus dolores, como María, san Juan, la Magdalena, etc., pues los demás tienen tan poca parte en esta fiesta como la tuvieron en los tristes misterios que la precedieron! ¡Con cuánto placer y cuánta abundancia recompensa Dios los dolores e ignominias de su Hijo! Sin hablar del cielo donde tiene gloria tan grande, aun en la tierra, por un Judas que le vendió, ¿cuántos millones de hombres se despojarán de todo para poseerle?; por una ciudad ingrata y sacrílega que no le reconoció por Rey, ¿cuántos reinos e imperios sometidos a su poder? Se ha visto negado por san Pedro; ¿cuántos millones de mártires sufrirán la muerte antes que renegar de El? ¿Cuántos altares a cambio del banquillo de reo? ¿Cuántas verdaderas adoraciones por las burlas de los soldados? ¿De cuántas riquezas no se revestirán sus templos y sus altares por el manto de púrpura y por la vestidura blanca, etc.? 2.—Impasibilidad de Jesús Al meditar sobre la impasibilidad de Jesucristo he examinado qué podría aún alterarme. He sentido una extrema repugnancia a obedecer en cierta circunstancia; la he vencido con la gracia de Dios, y me encuentro dispuesto a todo. He reflexionado cuán peligroso es formar proyectos, aun en cosas de poca importancia, a menos que no estemos bien resueltos a dejarlo todo por obedecer y ejercitarla caridad. En toda ocupación que se deja con pena, o si prefiere uno más seguirla que hacer otra cosa o que no hacer nada, cuando Dios así lo quiere, hay peligro de estar aficionado a ella con algún apego humano. He resuelto muy de veras vigilarme sobre este punto. Es necesario tener el consuelo, con la gracia de Dios, de no conceder nada a la naturaleza. Es preciso, con la ayuda de Dios, antes de determi106
narme a cualquier cosa que sea, en cualquier proposición que me hagan, es necesario, digo, consultar a Dios y acostumbrarme a prevenir el movimien to que pueda causar en el alma mediante una elevación del espíritu a Dios y ver qué debo yo sentir de tal cosa, según las reglas del Evangelio. Si no se tiene este cuidado es imposible conservar la paz del corazón y no caer en muchas faltas, porque todas las cosas que suceden tienen un aspecto agradable o desagradable a la naturaleza, y no es por ese aspecto por donde hay que mirarlas. No hay otro medio para proceder rectamente que este método de elevación, al cual se refiere todo lo que acabo de notar. El método de san Ignacio, de hacer un examen o deliberación antes de cada acción y particularmente antes de aquellas en que hay mayor peli gro de caer en faltas, este método, digo, es incomparable: he resuelto ser virme de él; no puede menos de producir con el tiempo una gran pureza y conservar gran tranquilidad de conciencia. Esto, con la gracia de Dios, no es tan difícil; como tampoco lo es el examen que debe seguir a la misma obra. Cuando se tiene gran celo por la propia perfección se hace esto como naturalmente y casi sin sentir. 3.—Ascensión ¡Hermosa palabra! Opus consummavi quod dedisti mihi ut faciam: «He terminado la obra que me encomendaste» (Jn 16,4). Jesús y María pu dieron decir esto al morir. He notado, que cuando me determino a imitar en esto a Jesucristo para toda mi vida, siento que la naturaleza como que se sorprende de semejante proyecto, y que me siento más fuerte para actuarlo; para resolverme, por ejemplo, a hacer durante este mes, este año, todo cuanto pueda para que mis acciones sean más agradables a Dios y lo más perfectas que me sea posible. Es necesario para esto gran vigilancia y la práctica de las Reglas, la elección y frecuentes exámenes, junto con la ora ción, para obtener muchas gracias. 4.—Repetición En la repetición de la Ascensión he notado que Jesucristo, después de haber sufrido, haber muerto y resucitado, sale de Jerusalén, sube a lo alto de la montaña, y después de tantas pruebas, desprendido enteramente del mundo y de la tierra, se eleva sin trabajo al cielo. Lo que a nosotros nos impide seguirle es que estamos aún o viviendo con una vida natural, o sepultados en el pecado, o comprometidos en el 107
trato de los hombres, o apegados a la tierra, donde todavía encontramos nuestra felicidad. San Pablo decía: Nostra conversatio in caelis est: «Nuestro modo de vivir está en los cielos» (Flp 3,20). ¡Bienaventurados los que pueden decir lo mismo! Pido a Dios para mí el poder vivir entre el cielo y la tierra, sin gozar ni de los placeres de aquí abajo ni de los del Paraíso, con un desprendi miento universal, estando ligado sólo a Dios, que se encuentra en todas partes. A nosotros nos toca el desprendernos de todos los placeres de la tie rra, al menos no tomar ninguno por puro gusto; desprender de ellos nuestro corazón, si no podemos renunciar realmente a ellos; hacer que se nos con viertan en tormento por el deseo ardiente que tenemos de privarnos de ellos por amor de Dios. En cuanto a los consuelos del cielo, es necesario dejar hacer a Dios, que conoce nuestras fuerzas y tiene sus designios, y vi vir en una gran indiferencia, siempre dispuestos a pasarnos sin ellos. 5.—Contemplación para alcanzar amor (21) En la meditación sobre el amor de Dios, me ha movido mucho el ver los bienes que he recibido de El desde el primer instante de mi vida hasta ahora. ¡Qué bondad, qué cuidado, qué providencia tanto para el alma como para el cuerpo, qué paciencia, qué dulzura! No he tenido trabajo ninguno, ciertamente, en entregarme a El, o al menos en desear de todo corazón ser del todo suyo, pues no me atrevo todavía a lisonjearme de haber hecho el sacrificio completo; sólo la experiencia será capaz de asegurarme en este punto. La verdad es que me tendría por el más ingrato y desdichado de los hombres si me reservase la cosa más mínima. Veo que es absolutamente necesario que yo sea de Dios y no podría nunca consentir en dividirme. Pe ro será necesario ver si en la práctica tendré bastante fuerza y constancia para sostenerme en este hermoso sentimiento. Soy tan débil, que es impo sible que por mí mismo lo haga; palpo esta verdad.
21 La Contemplación para alcanzar amor, que cierra el ciclo de los ejercicios ignacianos en la cuarta semana, tiene cuatro puntos: primero, ver los beneficios recibidos de Dios y mi correspondencia; segundo, considerar la presencia de Dios en todos es tos beneficios y en las cosas del mundo; tercero, que trabaja en todas ellas por noso tros con su acción; cuarto, que todas las cosas tienen un reflejo de Dios. Aquí el Bea to desarrolla o contempla especialmente los tres primeros puntos en tres diversas con templaciones (5-7).
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Si yo os soy fiel, Dios mío, vuestra será toda la gloria, y no sé cómo podría yo atribuirme algo. Sería necesario que me olvidase de mí mismo enteramente. 6.—Segunda contemplación En la segunda meditación del amor de Dios, el Señor ha hecho que me penetre y vea claramente esta verdad: Primero, que El está en todas las criaturas. Segundo, que El es todo lo bueno que hay en ellas. Tercero, que Él nos da todo el bien que de ellas recibimos. Me ha parecido ver a ese Rey de gloria y majestad ocupado en calentamos con nuestros vestidos, en refrescarnos con el aire, en alimentarnos con los manjares, en regocijamos con los sonidos y objetos agradables, en producir en mí todos los movi mientos necesarios para vivir y obrar. ¡Qué maravilla! ¡Quién soy yo, oh Dios mío, para ser así servido por Vos, en todo tiempo, con tanta asiduidad y en todas las cosas, con tanto cuidado y amor! De la misma manera procede El en todas las demás criaturas; pero todo por mí, semejante a un intendente celoso y vigilante que en todos los lugares de su reino hace trabajar para su rey. Lo que es aún más admirable, es que Dios hace esto por todos los hombres, aunque casi ninguno piensa en ello, a no ser algún alma escogi da, algún alma santa. Es necesario que al menos yo piense y sea agradeci do. Me imagino que como Dios tiene su gloria por último fin de todas sus acciones, hace todas estas cosas principalmente por amor de aquellos que piensan en ellas y que admiran en esto su bondad, le son reconocidos y toman de aquí ocasión para amarle; los otros reciben los mismos bienes, como por casualidad y fortuna, a la manera que cuando se hace una tiesta o «e ofrece un concierto a una persona, mil personas gozan de este placer porque se encuentran en la casa donde está la persona por quien se hace la fiesta. A esto se refiere lo que Dios decía a santa Teresa: que si no hubiese hecho el mundo, lo crearía por ella. (cf. S. Marg. M., Autob. VIII, de la Eucaristía). 7.— Tercera contemplación En la tercera he considerado que los servicios que Dios nos hace por medio de las criaturas deberían tenernos sumidos en gran confusión y re 109
cogimiento. Cuando es un criado quien nos sirve, se recibe con frecuencia este servicio haciendo otra cosa, hablando con otra persona, durmiéndose, etc.; peto si una persona de calidad se abajase hasta querer servimos, cier tamente que entonces procuraríamos estar bien despiertos: Domine in mihi lavas pedes! «¡Señor, tú me lavas a mí los pies!» (Jn 13, 6). Esto es admi rable para quien haya comprendido un poco lo que es Dios y lo que somos nosotros. Dios refiere incesantemente a nosotros el ser, la vida, las acciones de todo lo creado que existe en el universo. He aquí su ocupación en la natu raleza; la nuestra debe ser recibir sin cesar lo que nos envía de todas partes y devolvérselo por medio de acciones de gracias, alabándole y reconocien do que El es el autor de todas las cosas. He prometido a Dios hacerlo así en cuanto pueda. El ejercicio de la presencia de Dios es un ejercicio de utilidad admi rable; pero puede decirse que es un don de Dios muy singular el continuar lo con esta dulzura, sin la cual se haría perjudicial. Ahora bien, yo sólo pi do a Dios su amor y su gracia, un amor que tenga más de sólido que de bri llante y dulce. Lo que he prometido hacer con su gracia es no comenzar ninguna acción sin recordar que le tengo por testigo, y que El la hace con migo y me da todos los medios para hacerla; y no terminar ninguna sino con el mismo pensamiento, ofreciéndole esta acción como cosa que le per tenece; y durante el transcurso de la acción, cada vez que me venga este pensamiento, detenerme en él algún tiempo y renovar el deseo de agradar le. A propósito de estas palabras: Amorem tui solum etc. «Dadme vues tro amor y gracia, que esto me basta, etc.», me he sentido dispuesto a pasar toda mi vida sin consuelos, ni siquiera espirituales; me contento con servir a Dios con gran fidelidad ya sea en sequedad, ya sea aun en medio de ten taciones (22). Para recibir, como se debe, lo que veo que teme la naturaleza, es ne cesario que recuerde cuando tal suceda que se lo he pedido a Dios. Es ésta una gran señal de que me ama, y por lo tanto debo esperarlo todo de su bondad. Es una consecuencia que me confirmará en el dulce pensamiento de que lo que hasta aquí me ha sucedido, ha sucedido por una muy particu 22 La fórmula de la entrega en los ejercicios, en respuesta al amor de Dios, es el cé lebre: «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad...». Al fin de esta fórmula de entrega se pide a cambio de la misma solo el amor de Dios como deseo, «Amorem tui solum».
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lar providencia. Hago el propósito de aceptarlo, como si fuera la cosa más agradable del mundo, sin mostrar nunca a nadie las inclinaciones de la na turaleza. Mihi autem absit gloriari (vel laetari), nisi in cruce Domini nostri Jesu Christi: «Fuera de mí el gloriarme (o el alegrarme) en otra cosa que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gal 6, 14). Mihi autem pro minimo est ut a vobis judicer, aut ab humano die; qui me judicat Dominus est: «En cuanto a mí, poco me importa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; porque el Señor es quien me juzga» (1, Cor 4, 3). Vivir cada día como si no hubiera otro, como si fuésemos a morirnos en la ocupación que tenemos entre manos. Las personas verdaderamente humildes no se escandalizan de nada, porque conocen perfectamente su debilidad; se ven a si mismas tan cerca del precipicio, y temen tanto el caer en él, que no les llama la atención el ver que caen los otros. ¿Qué honor hay en predicar, si a Dios no le place que lo haga?, de cía el P. B. Alvarez; y ¿qué cosa hay baja en los oficios más viles, si agra do a Dios ocupándome en ellos? A cualquier precio que sea, es necesario que Dios esté contento. NOTAS ESPIRITUALES Posteriores a este Retiro (1674-76) a) Año 1674 1.—Combate espiritual Resulta extraño ver cuántos enemigos hay que combatir desde el momento en que se toma la resolución de hacerse santo. Parece que todo se desencadena: el demonio con sus artificios, el mundo con sus atractivos, la naturaleza con la resistencia que opone a nuestros buenos deseos; las alabanzas de los buenos, la crítica de los malos, las solicitaciones de los tibios. Si Dios nos visita, es de temer la vanidad; si se retira, la timidez, y la desesperación puede suceder al mayor fervor. Nuestros amigos nos tien tan por la complacencia que tenemos costumbre de tener con ellos; los in diferentes, por el temor de desagradarles. En el fervor, es de temer la in 111
discreción; la sensualidad en la moderación, y el amor propio en todo. ¿Qué hacer, pues? Non est alius qui pugnetpro nobis nisi tu, Deus noster: «Nadie hay que combata en nuestro favor, sino Vos, Dios nuestro». Sed cum ignoremus quid agere debeamus, hoc unum habemus residui, ut oculos nostros dirigamus ad te: «No sabiendo lo que debemos hacer, no nos queda otro remedio que dirigir a Vos nuestras miradas» (2 Cron 20, 12). Sobre todo, no consistiendo la santidad en ser fiel un día o un año, sino en perseverar y crecer hasta la muerte, es necesario que Dios nos sirva de escudo, pero como escudo que nos rodee, porque de todas partes nos atacan. Scuto circumdabit te: «Te rodeará con un escudo» (Sal 90, 5). Es necesario que Dios lo haga todo. ¡Tanto mejor! No hay que temer que falte en nada. En cuanto a noso tros, no tenemos que hacer sino reconocer francamente nuestra impotencia, y ser fervorosos y constantes en pedir socorro por la intercesión de María, a quien Dios nada rehúsa; pero ni esto mismo lo podemos nosotros, sino con una gran gracia, o mejor con muchas grandes gracias de Dios. 2.—Tentaciones de vanagloria Me parece que siento un poco más de fuerza, por la infinita miseri cordia de Dios, contra las tentaciones de vanagloria. Los mismos pensa mientos se presentan, pero con menos fuerza y no me hacen ya tanta im presión. Empiezan a cansarme y me parecen menos encantadores; las ra zones que hacen ver su vanidad me persuaden mucho mejor que antigua mente. Esto sucede, sobre todo, desde que hice un sincero propósito de re nunciar enteramente a ella por un camino en extremo eficaz e infalible; la resolución quedó formada en mi espíritu y la hubiese puesto en práctica, con la gracia de Dios, desde el día siguiente si, como lo habla previsto, no se me hubiese hecho saber que no debía esperar conseguir el permiso de hacerlo (23). Quando bene erit sine illo, aut quando male cum ¡lio?: «¿Cuándo me irá bien sin El, o cuándo me irá mal con El?» (Kempis, III, 59).
23 No sabemos cuál fuese esta especial resolución formada por el Beato para cortar sus tentaciones de vanagloria, y que el director espiritual de sus ejercicios le hace sa ber terminantemente que no será aprobada. ¿Fue acaso la de vivir el resto de su vida en ejercicios humildes de servicio a los demás?
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3.—Oración y humildad Cuando se siente en la oración cierta inquietud que hace que nos pa rezca el tiempo largo, por la impaciencia que se tiene por pasar a otra ocu pación, podemos decirnos provechosamente a nosotros mismos: ¡Y qué, alma mía!, ¿te aburres con tu Dios? ¿No estás contento con El? ¿Lo posees y buscas otra cosa? ¿Dónde te encontrarás mejor que en su compañía? ¿De dónde podrás sacar mayor provecho? He experimentado que esto calma el espíritu y une a Dios. Como la perfección consiste en buscar en todo agradar a Dios y no agradar más que a El, me he convencido con mayor firmeza que de ordina rio, de que no hay que vacilar en las ocasiones en que podemos agradar a Dios, aunque sea desagradando a los hombres, y adquirir alguna estima de El, aunque sea perdiendo algo de la que los hombres tienen de nosotros. Por esto he resuelto no vacilar en las ocasiones que se presentarán de humillarme y hacer que los hombres me conozcan tal como soy y he sido. No me costará mucho trabajo, si Dios me hace la gracia de recordar que mientras menos me estimen los hombres más me estimará Dios, y de que rer tan solo agradarle a El. Aunque pasase por un criminal y esta repu tación no aumentara mis méritos, debería mirarla como cosa indiferente, pues no es con los hombres con quienes quiero hacer fortuna; pero si esto me hace adelantar delante de Dios debo considerarlo como un gran bien. 4.—Cuán noble es servir a Dios He comprendido también que es una gran dicha ser todo de Dios, considerando su grandeza infinita. Dios nos honra mucho llamándonos a la santidad. He comprendido esto, haciendo comparación con un Rey que es coge a uno de sus súbditos para set únicamente suyo y no quiere que preste a nadie ningún servicio más que a su propia persona; que desea poseer to da su amistad, sobre todo si es un Príncipe de mérito relevante. Se ama al Rey, aunque nunca se le haya visto ni se le haya de ver ja más, aunque él no nos ame, aunque ignore nuestros sentimientos, aunque no nos conozca y aunque, caso de conocernos, ningún caso hubiera de ha cer de nosotros. Y a Dios, a quien no vemos, es verdad, pero a quien ve remos eternamente; que nos ve, que nos ama, que nos hace bien, que es 113
testigo de todos nuestros pensamientos, ¿no podemos amarle? — ¡Es que el Rey es nuestro Señor!— ¿Y no lo es Dios, además de ser nuestro criador y nuestro padre, etc.? Si Dios reina en nosotros, todo le obedecerá, todo se hará al menor de sus mandatos, nada se hará sino según sus órdenes. Además, procuraremos agradarle en todo, estudiaremos sus inclinaciones, nos adelantaremos a sus deseos, haremos siempre y en todo lo que creamos ser más de su gusto. Es tas son las dos cosas con que tenemos más cuenta respecto de los Reyes: una sumisión ciega, y una extrema complacencia. Es, pues, necesario hacer lo que agrada a Dios y lo que más le agrada. 5.—Fidelidad a la gracia La gracia de Dios es una semilla que es necesario no ahogar, pero que también es preciso no exponer demasiado. Es necesario fomentarla en el corazón y no mostrarla demasiado a los ojos de los hombres. Hay dos clases de gracias, pequeñas en apariencia, pero de las cuales puede, sin embargo, depender nuestra perfección y nuestra salvación: 1.° Una luz que nos descubre una verdad. Es necesario recogerla cui dadosamente y procurar que no se extinga por culpa nuestra; hay que ser virse de ella como de una regla de nuestras acciones, ver a que nos lleva, etc. 2.° Una moción que nos induce a hacer algún acto de virtud en ciertas ocasiones. Es preciso ser fiel a estas mociones, porque esta fidelidad es a veces el nudo de nuestra felicidad. Una mortificación que Dios nos inspira en ciertas circunstancias, si escuchamos su voz producirá, tal vez, en nosotros grandes fruto» de santi dad; y si, por el contrario, despreciamos esta pequeña gracia, podría tener funestas consecuencias, como sucede a veces con los favoritos que caen en desgracia por no haber complacido a su Rey en cosas muy pequeñas. 6.—Amor a la Cruz Habiendo sufrido con pena una pequeña mortificación que no espera ba, he sentirlo gran confusión, conociendo el poco amor que profeso a la Cruz; de suerte que me da lugar a creer que todos los deseos que, en dife rentes ocasiones, he sentido de sufrir dolores y humillaciones han sido de 114
seos aparentes o al menos que yo he mirado en esos males otra cosa distin ta que Dios y la cruz de Jesucristo. Nuestro Señor, continuando su costumbre por su misericordia infinita de tomar ocasión de mis propias ingratitudes para hacerme nuevas gracias, Nuestro Señor, digo, ha hecho seguir a esta confusión una luz que me ha hecho comprender que el amor a la Cruz es el primer paso que hay que dar para serle agradable; que estoy todavía comenzando, puesto que estoy tan lejos de los sentimientos de los Santos que se regocijaban en las ocasiones de sufrir que Dios les enviaba. ¡Qué cobardía!, recibir refunfuñando delante del Señor una pequeña mortificación que nos presenta! Todos estos pensamientos han producido en mí no sé qué fuerza que antes no tenía, para sufrir todo lo que se pre sente y aun para buscar lo que no se presente. Me parece que esto me ha curado de no sé qué timidez, de cierta delicadeza que me hacía temer, en tre otras cosas, el rigor de las estaciones y desear ciertos alivios, sin los que puede uno pasar sin gran peligro. ¡Alabada sea eternamente la bondad infinita de mi Dios, que lejos de castigarme como merecía por mis faltas, me hace encontrar en ellas tan grandes tesoros de gracias! 7.—Día de San Andrés (30 de noviembre de 1674) O bona Crux! Me he sentido muy conmovido al ver a este santo pros ternarse súbitamente a la vista de la Cruz, no poder contener su alegría y hacerla estallar con estas palabras tan apasionadas: Bona: útil, honrosa, agradable: la Cruz es todo su bien, es el único bien que le conmueve. Diu desiderata: «Hace largo tiempo deseada». No solamente la deseaba, sino que la deseaba con ardor, por lo que se le hacía largo el tiempo. Diu sollicite amata: «Hace mucho tiempo solícitamente amada». El amor no puede estar sin cuidado; este santo buscaba la Cruz con la dili gencia y con el temor de un hombre que teme no encontrarla, que no puede encontrarla bastante pronto. Diríase que ha encontrado un tesoro al encon trarla, y los transportes a que se entrega son los de un amante poseído de un amor extremado. Sine intermissione quaesita: «Buscada sin descanso». He aquí nues tra regla, y por ella fue por lo que mereció él encontrarla. 115
Et aliquando: «Y por fin». Esta palabra demuestra un gran deseo: ne cesario era que amase mucho a Jesucristo para encontrar tanto placer en la Cruz: «preparada para el que la desea». Muchas veces amamos a los hombres por los bienes que poseen: pero amar sus miserias por amor de ellos es cosa inaudita; y maravilla será si no se les aborrece a causa de las mismas. Majorem hac dilectionem nemo habet ut animam suam ponat quis pro amicis suis: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Pero hay grados en este sacrificio; pues morir con esta alegría, con esta diligencia, es un amor in comparable. ¡Qué fe! 8.—Día de san Francisco Xavier (3 de diciembre 1674) Este santo hablaba de Dios en todas partes, a toda clase de personas. Su primer pensamiento, en cualquier parte que se encontrase, era ¿qué ser vicio puedo prestar a mi prójimo? Hay mil ocasiones en que poder llevar los hombres a Dios, y a menu do se consigue más que con la predicación; nadie hablaba con Berchmans que no saliese todo inflamado. Tengamos al menos ese celo los unos por los otros. ¿De qué hablamos con los seglares? En nuestras recreaciones ¿hablamos como jesuitas? Hablo poco de Vos, oh Dios mío; es que pienso poco en Vos, porque apenas os amo nada. Podemos llevar los hombres a Dios por el ejemplo, como san Juan Berchmans, san Luis Gonzaga y el santo hermano Alfonso Rodríguez; con nuestra modestia para con los de fuera, y con los de casa por la observan cia, por la práctica de todas las virtudes. ¿No soy yo, por el contrario, pie dra de escándalo? Si los otros siguieran mi ejemplo, ¿habría observancia regular, habría mortificación en Casa? No queda por mí el que la Compa ñía no sea un conjunto de personas muy libres y sensuales. Podemos hacerlo con nuestras oraciones y buenas obras. La predica ción es inútil sin la gracia, y la gracia no se obtiene sino por la oración. San Javier empezaba siempre por ahí; testigo aquella cuaresma que pasó toda entera en tan terribles austeridades, que estuvo luego enfermo un mes entero, para obtener la conversión de tres soldados que vivían en el desor den. En efecto, sin eso ¿habría conseguido tanto fruto? ¡Cuántos predica dores le han sucedido que no han predicado menos, aunque hayan conse guido menos fruto! Si hay tan pocas conversiones entre los cristianos es porque hay pocas personas que oren, aunque hay muchas que predican. 116
¡Cuán agradables a Dios son estas oraciones!; es como cuando a una ma dre le ruegan que perdone a su hijo (24). La obediencia de san Francisco Xavier es muy digna de admiración: le hablan de hacer un viaje de seis mil leguas y está dispuesto al punto. San Ignacio le dice sencillamente: Hay que ir. No se detiene un solo momento. Hay que dejar amigos, parientes, las dulzuras de la patria, ir completamente solo a otro mundo. No hacen falta discursos para persua dirle. Parte sin recursos, sin equipaje, sin libros, etc. ¿Obedezco yo así? ¿Estoy presto a hacerlo? ¿O es que me mandan cosas más difíciles? Yo tengo hecho voto de obediencia; él no lo tenia he cho todavía. ¿No me hablan de parte de Dios? Javier obedece con alegría, y se echa a los pies de san Ignacio; se estima dichoso por haber recaído sobre él la elección; le da las gracias. Es esta una ocasión de gran mérito: cree que Dios le habla por la boca de Ignacio; y nosotros murmuramos cuando nos mandan cosas difíciles o contrarias a nuestras inclinaciones; las hacemos a regañadientes, creemos que el superior no nos tiene ninguna consideración, y quedamos resenti dos. Sin embargo, debíamos considerar esto como una gracia; no obede cemos sino cuando nos mandan lo que nos da gusto, lo hacemos porque nos gusta y no porque se nos manda. Javier somete su juicio. ¡Qué ocurrencia, llamar a Europa al Apóstol de las Indias, al apoyo de la religión en medio mundo, y precisamente cuando está a punto de entrar en China, exponer una vida tan preciosa! No se le da ninguna razón de esto, ni tampoco la espera él para obedecer. Y nosotros, cuando estamos en un lugar en que nos encontramos bien o creemos hacerlo bien en una ocupación que resulta bien; en una casa don de somos útiles, ¿qué cosa no decimos contra las órdenes que nos llaman a otra parte? Entonces es cuando debemos obedecer: es Dios quien obra en tonces contra toda razón humana por razones que nos son desconocidas, pero muy provechosas. El mal está en que no nos fiamos de Dios. —Pero, este clima, este superior, esta ocupación... —Vete en nombre de Dios: Omnem sollicitudinem vestram proficientes in eum, quoniam ipsi cura est de vobis: «Arrojad en Dios toda vuestra solicitud, porque El tiene cuidado de vosotros» (1 Pe 5, 7). 24 Estas consideraciones del Beato son como un presentimiento de los fundamentos del Apostolado de la Oración, que más adelante concretará, por obra del P. Ramiére, la devoción al Sagrado Corazón para utilidad de muchos.
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San Francisco Xavier se creía indigno de obtener algo de Dios por sí mismo, y utilizaba los méritos de san Ignacio, las oraciones de sus herma nos y las de los niños. Por un sentimiento de verdadera humildad, se creía un gran pecador, y atribuía a sus pecados los obstáculos que se oponían a la propagación de la fe. ¡Qué milagro de humildad en tan grande hombre! Pero ¿no es todavía mayor milagro el que nos atrevamos nosotros a enso berbecernos? ¿Qué hemos hecho en comparación de lo que hizo este gran santo? ¡Qué diferencia en el modo de hacer las mismas cosas! ¡Qué confu sión al vernos tan diferentes! Pero si, no obstante, esta diferencia, todavía tenemos vanidad, tenemos entonces un motivo mucho mayor de confusión. Estimaba a los demás: a san Ignacio, a los que de Europa le escribían, a los demás eclesiásticos. Hacía caso de todos, les hablaba con una dulzura y una bondad admirables, les servía, les prestaba los oficios más viles. No tenemos motivo para despreciar a nadie. Un hombre humilde sólo ve sus defectos, y es una señal de poca virtud el fijarse en las imperfecciones de los demás. Acaso es uno imperfecto hoy, y tal vez dentro de pocos días, reconociéndolo, se elevará a una gran santidad. Además, nuestra Regla nos obliga a mirar a los demás como superiores: Inde honor, reverentia, prompta ad serviendum mictaque voluntas: «De aquí el honor, la reverencia, la pronta voluntad de servir a todos». Cuando uno conoce bien sus miserias no parece mal que nos despre cien, porque se ve que es cosa justa; por esto san Xavier recibía con pa ciencia, y hasta con gran alegría, los desprecios y ultrajes de los bonzos, no alterándose nunca y respondiéndoles con dulzura. Un pobre mendigo no se turba cuando le rechazan, cuando no le saludan, ni cuando le dan el deshe cho de todo. Un hombre humilde, por mal tratamiento que reciba, cree que le ha cen justicia. Los hombres no me estiman, se dice; tienen razón, convienen en esto con Dios y con los Angeles. Un hombre que ha merecido el in fierno, encuentra que le es muy debido el desprecio. Mirabilis Deus in sanctis suis; magnificus in sanctitate: «Admirable es Dios en sus santos; magnífico en la santidad» (Sal 67, 36; Ex 15,11). No es a san Xavier a quien yo admiro: admiro a Dios, que puede hacer tan grandes cosas de un hombre, en un hombre y para un hombre; es decir, elevarle a tan grande virtud, darle un grado tan elevado de contemplación, hacer por su medio tan grandes conversiones y tan grandes milagros. Esto me ha dado, a mi parecer, una gran idea de Dios y me ha hecho compren der la gloria tan grande que es servirle. ¡Es extraño que descuidemos el 118
servicio de tan gran Señor! ¡Que tan pocas personas quieran consagrarse enteramente a El! ¡Qué prodigio esas conversiones que debían ser tan difí ciles, y que han sido logradas en tan poco tiempo por un extranjero, por un pobre mal vestido, que hace siempre sus viajes a pie, completamente solo, que ignora la lengua de las naciones a quienes predica! Este hombre hace cambiar las costumbres y de religión a los Reyes, a los sabios, a los pueblos y a la mitad del mundo en diez años; a pueblos separados por tan enormes distancias, que parece increíble los haya podido recorrer en tan poco tiempo. He concebido un gran deseo de la conversión de estos pueblos abandonados. He pedido a Dios que, si era su voluntad fuese yo a llevarles la luz del Evangelio; que tuviera la bondad de abrirme el camino; si no, que se formen obreros dignos de tan alto honor, pues veo claramente que yo soy del todo indigno. Me siento movido a trabajar para hacer conocer y amar a Dios en to das las ocasiones y por todos los medios posibles a mi debilidad, sostenida por la gracia de Dios, fortificada con los ejemplos de este gran santo y por su poderosa intercesión para con Dios. ¿Acaso, le he dicho, si tú has tenido tanto celo por un bárbaro y desconocido, que has ido a buscarle hasta el fin del mundo, rechazarías a uno de tus hermanos, descuidando su salvación? ¡Ayúdame, gran Apóstol, a salvarme y yo no descuidaré nada para ayudar a la salvación de los demás! De pronto se ha hecho una gran clari dad en mi espíritu: me parecía verme cargado de hierros y cadenas, arrastrado a una prisión, acusado y condenado por haber predicado a Je sús crucificado y deshonrado por los pecadores (25). He concebido al mismo tiempo un gran deseo de la salvación de los infelices que están en el error, y me parecía que daría de buena gana hasta la última gota de mi sangre por sacar una sola alma del infierno. ¡Qué dicha para mí si a la hora de la muerte pudiera decir a Jesucris to: Vos habéis derramado vuestra sangre por la salvación de los pecadores y yo he impedido que para tal y tal no resultara inútil! Pero ¿qué diré yo mismo, si pensando en convertir a otros no me convierto a mí mismo? ¿Acaso trabajaré para poblar el Paraíso e iré yo a llenar el infierno?
25 Esta iluminación de espíritu tuvo carácter profético, pues se había de realizar li teralmente en Inglaterra cuatro años más tarde en noviembre y diciembre de 1678. Véase la carta XII, que contiene el relato sobre la cárcel, en donde los presos de en tonces «se pudrían».
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No, no, Dios mío; Vos sois muy bueno, me ayudaréis a salvarme, me fortificaréis en los trabajos, con los cuales quiero merecer el Paraíso. ¿De bo morir acaso por mano del verdugo, debo ser deshonrado por alguna ca lumnia? Aquí todo mi cuerpo se horroriza y me siento sobrecogido de te rror. ¿Me juagará Dios digno de sufrir algo notable por su honor y su glo ria? (26). No veo la más mínima apariencia; pero si Dios me hiciera este honor, abrazarla de todo corazón cualquier cosa: prisiones, calumnias, oprobios, desprecios, enfermedades; todo lo que sea de su gusto, ni sólo nuestros su frimientos le agradan. Me parece, no sé si me engaño, pero me figuro que Dios me prepara males que sufrir; ¡enviadme estos males, amable Salvador mío! ¡Procurádmelos, gran Apóstol, y eternamente daré por ello gracias a Dios y os alabaré! Beati estis cum vos oderint homines et persecuti vos fuerint: «Seréis bienaventurados cuando os aborrezcan y persigan los hombres» (Mt 5, 11). Enviadme, Señor, estos males, los sufriré con gusto. 9.—Inmaculada Concepción (8 de diciembre 1674) El día de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen resolví abandonarme de tal modo a Dios que está siempre en mí, y en el cual exis to y vivo, que no me preocupe absolutamente nada de mi vida, no sólo ex terior, pero ni aun interior, descansando suavemente en sus brazos, sin te mer ni tentación, ni ilusión, ni prosperidad, ni adversidad, ni mis malas in clinaciones, ni siquiera mis propias faltas, esperando que El lo llevará to do, por su bondad y sabiduría infinita, de tal modo que todo redunde en su gloria. Me resolví a no querer ni ser amado, ni sostenido por nadie, que riendo tener en Dios mi padre y mi madre, mis hermanos y mis amigos, y todos aquellos que pudieran ser objeto para mi de algún sentimiento de afecto. Me parece que se está muy a gusto en un asilo tan seguro y tan dulce, y que no debo temer en él ni a los hombres, ni a los demonios, ni a mí mismo, ni la vida, ni la muerte. Con tal que Dios me mantenga en él, soy
26 No había de pedirle el Señor el martirio, sino que libre de la cárcel volvería a Francia, pero para morir tres años después tras una larga enfermedad de tuberculosis con vómitos de sangre, contraída en Inglaterra y agudizada por el mal trato y hume dad de la cárcel. Nótese en el párrafo que sigue a éste, la paridad de los sentimientos del Beato con los célebres de san Ignacio de Antioquía en sus marchas hacia el circo romano para ser devorado por las fieras (Ad Rom, V, 3).
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sumamente feliz. Paréceme que he encontrado en esto el secreto para vivir contento, y que de aquí en adelante ya no debo temer nada de lo que temía en la vida espiritual. ¿Por qué una pureza tan grande en María? Porque debía alojar en sus entrañas al Hijo de Dios. Si no hubiese sido más pura que los ángeles, el Verbo no hubiese podido entrar en ella con agrado, no hubiera venido con placer, no hubiese podido darle aquellos preciosos dones de que la llenó en el momento en que en ella fue concebido. Nosotros recibimos en el Santí simo Sacramento del Altar al mismo Jesucristo a quien María llevó nueve meses en sus entrañas (27). ¿Cuál es nuestra pureza? ¿Qué cuidado pone mos en preparar nuestra alma? ¡Cuánta inmundicia! Caemos en faltas la víspera, el mismo día, en el acto mismo de comulgar. Y con todo, viene Jesús; ¡qué bondad!, y nosotros vamos a El: ¡qué temeridad! Ext a me, Domine, quia homo peccator sum: «Apartaos de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lc 5, 8). Pero este Dios de bondad ¿viene con gusto? Examinemos cuáles de ben ser sus sentimientos. ¿No le repugna la vista de tan gran corrupción? Y nosotros vamos a El osada e imprudentemente, sin confusión, sin contri ción, sin penitencia. ¡Oh Dios mío!; procuraré preparar mi corazón de tal suerte, que tengáis placer en él y encontréis en él vuestras delicias. Para no oponerme a las inmensas gracias que recibiré si tuviera cuidado de puri ficarme, si supiera lo que pierdo. Pero, ¡ay Dios mío, mi ignorancia justifi ca poco mi negligencia! ¿Ignoro acaso lo que el decoro exige de mí, cuan do debo tratar con los hombres? Además de lo que me han enseñado y he mamado, por decirlo así, con la leche, ¿cuántas reflexiones, cuánto tiempo perdido en instruirme?, y todo para agradar a quien, un momento después, se burla de mí. Y puede ser que nunca haya pensado bien lo que debo evitar para no desagradaros a Vos. ¿Qué digo, pensar bien alguna vez en mis deberes para con Vos? ¿He pendo siquiera? ¿Qué espero así, tan ingrato e infiel? ¿Que Vos tengáis cuidado de mí? ¿Y cuándo habéis dejado de hacerlo? ¿Esperaré a que mis extravíos os obliguen a no pensar más en mí? ¡Ay, amable Salvador mío!, no lo tengáis en cuenta, ¡os ha dado tan tas ocasiones de olvidarme, de despreciarme, y de no acordaros de mí más que para precipitarme en los infiernos! No lo habéis hecho, Dios de bon
27 Ya en la primera semana aparece la gran devoción a la Eucaristía del Beato (I, 10). Puede verse asimismo en el Retiro de Londres, n. 9.
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dad; os doy gracias; quiero serviros mejor en lo sucesivo. Con el cuidado que ponga en purificarme, me haré capaz de aprovecharme de vuestras vi sitas, y de moveros a venir a mí con gusto. ¡Venid a mí, Dios mío, y con vuestra santa gracia encontraréis mi corazón más puro y más limpio; pero si llega a agradaros alguna vez, tomadlo entonces Vos, Dios mío, no sea que las criaturas os lo roben! No lo consentiré jamás, porque quiero ser to do vuestro; con todo, me temo a mí mismo más que a mis más terribles enemigos. ¡Unicamente en Vos confío! Omniapossum, et audeo in eo qui me confortat: «Todo lo puedo —diré, y añadiré luego— y a todo me atre vo en Aquel que me conforta» (Flp 4, 13). b) Año 1675 1.—Respeto humano Reflexionando ayer tarde (28), después de la oración, sobre lo que ha bía casi debilitado mis resoluciones, he reconocido que no ne ahogado aun en mí el vano temor de los hombres, quiero decir el respeto humano; y, que, aunque gracias a vuestra infinita misericordia, Dios mío, he salido bien en algunas ocasiones con la ayuda de vuestra poderosa gracia, reco nozco, sin embargo, mi miseria, y comprendo que sois Vos solo quien ha ce todo el bien en mí. Y os ofendería a cada momento, y muy gravemente, si no me dieseis la mano para sacarme del lodazal a que me llevarían mis malas inclinaciones, y donde mi natural, demasiado complaciente, me comprometería si no usaseis conmigo del dominio que ejercéis sobre todas las criaturas. Pero, Dios mío, ¿cuántas acciones de gracias deberé daros por tantos beneficios como me hacéis? Por indigno e ingrato que sea os alabaré, amable Salvador mío, y publicaré por doquier que Vos sois el único que debe ser amado, servido y alabado. Para confirmarme en esta verdad, me habéis hecho ver que el respeto humano nos mueve a hacer el mal por te mor de desagradar a los hombres, nos hace omitir el bien por no disgustar los y hacer el bien para agradarles. En efecto; me doy cuenta de que por miedo de desagradar a los hombres se da cosas sin permiso, se quebranta 28 Situamos estas notas siguientes ya en el año 1675, por hallarse entre la anterior sobre la fiesta de la Inmaculada Concepción de 1674, todavía en el retiro del Terceronado de la Casa de san José de Lyon, y la fiesta de san Juan Bautista, b, n. 3 ya del año 1675 evidentemente.
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el silencio, se oye criticar y murmurar y no se advierte de ello a los supe riores cuando se debiera hacer. ¡Cosa extraña! Se prefiere atraerse la in dignación de Dios antes que exponerse a disgustar a un hombre: Cui similem me fecistis? «¿A quién me habéis hecho semejante?» (Cf. Is 40, 18). Confusión, con dolor y propósito, a la vista de Dios no obstante sus amenazas y sus promesas. ¿Qué espero yo de este hombre? ¿Qué temo? ¿No es verdad que es imposible que no tengamos en la religión a menudo buenos deseos? Pero es extraño que a veces no los pongamos por obra por temor a los hombres. ¿Qué dirán si quiero ser exacto, devoto, mortificado? He emprendido ya cierto género de vida; si tuviese que empezar, muy de otro modo procedería; pero, pasaría por beato. Gustoso haría esto y aquello si me atreviese: Qui me erubuerit coram hominibus: «El que se avergonza re de mí delante de los hombres» (Lc 9, 26). Y lo de santa Frontina: Ita timebat Deum ut ab hominibus timeretur: «De tal modo temía a Dios, que era temida de los hombres». ¿Tendré yo menos fuerza y resolución que el hermano Jiménez?, al cual cuando iba a entrar jesuita hizo este voto: Promitto tibi, Deus meus, nihil me facturum quod non sit amoris tui causa. Ego enim nescio quo eam ut alicui serviam nisi tibi qui es Deus meus ac Dominus meus: «Os prome to, Dios mío, no hacer nada que no sea por amor vuestro. Pues ¿a dónde iré para servir a alguien, si no es a Vos, que sois mi Dios y Señor?». Si no estamos alerta perdemos casi toda la vida por el deseo de agra dar a los hombres. Pues ¿qué obligación tenemos para con ellos? ¿Qué bien esperamos de ellos? Más desgraciados somos y más despreciables que los que trabajan para ganar dinero. Pero, ¡qué error el mío!, estos hombres, a quienes tanto y tan necia mente temo en la religión, esperan verme practicar todo el bien que yo te mo hacer delante de ellos. Me tratan de loco e insensato cuando falto; sa ben que precisamente para ser virtuoso, devoto y mortificado he dejado el mundo y ven que no lo soy. Mira a ese extravagante, dicen, que se aparta de su fin; si quería vivir así, ¿por qué no se quedó en el mundo, donde hu biera podido hacerlo sin pecar, y en la religión está con peligro de perder se? Esto es lo que juzgan de mí aquellos mismos cuyos juicios temo. ¿No soy bien miserable, Dios mío, por desagradaros a Vos y no agradar a los hombres? Si hiciera por Vos otro tanto me juzgaríais favorablemente, y los hombres no sentirían por mi conducta el desprecio que sienten; pues, al fin y al cabo, todo hombre de buen sentido estima la virtud, aun cuando no la quiera practicar. 123
2.—Combate espiritual (29) Cuando considero mi inconstancia, me horrorizo y temo ser del nú mero de los réprobos. ¡Dios mío, qué desorden!, ¡qué revolución!, tan pronto estoy alegre como triste. Hoy acaricia uno a todos; mañana nos volvemos como un erizo, que no se puede tocar sin pincharse. Señal es és ta de poca virtud; de que reina aún en nosotros la naturaleza; de que nues tras pasiones no están nada mortificadas. Un hombre verdaderamente vir tuoso es siempre el mismo. Si a veces obro bien, es más bien por humor que por virtud. Un hombre que se apoya en Dios es inconmovible, no pue de ser derribado, decía el P. Caraffa. Suceda lo que suceda y por enojoso que sea, está contento, porque no tiene otra voluntad que la de Dios. ¡Oh dichoso estado! ¡Oh paz, oh tranquilidad! ¡Es necesario luchar para llegar ahí! Lo reconozco, Dios mío, y demasiado me lo enseña la experiencia, que uno es bueno un día y al otro es malo; que insensiblemente se va uno relajando. ¿De qué proviene que ya no soy lo que era en el noviciado? ¿Se rá acaso que creemos que hemos hecho bastante para pagar a Dios y ganar el Paraíso? Comparemos nuestros méritos con los de los santos. Hemos recibido nuevas gracias; deberíamos, por lo tanto, aumentar nuestro agra decimiento. Estamos más cerca de la muerte, somos más razonables, te nemos mayor formación. ¿De dónde viene, pues, que hayamos cambiado? ¡Que la razón nos haga entrar en nosotros mismos! Las más pequeñas oca siones me hacen olvidar mis buenos propósitos: ¿cómo las preveo? ¿cómo me conduzco en ellas?, etc. 3.—Día de san Juan Bautista (30) 29 Dado el orden y cronología correspondiente de las notas, se cree que esta nota pertenece ya al tiempo en que el Beato comenzó su oficio de Superior en la Residen cia de Paray-le-Monial, donde el encuentro con santa Margarita María va a sellar su vida hasta la muerte con la devoción al Sagrado Corazón. Comenzó este oficio en el mes de febrero de 1675. En el mes de junio iba a producirse la llamada gran revela ción de la devoción del Sagrado Corazón, la petición de una fiesta especial en su ho nor en la Iglesia, y el nombre de Claudio de la Colombiére iba a ser designado por el mismo Señor a la santa para comenzar el camino de ejecución de este gran proyecto. 30 El 16 de junio se ha producido en el convento de la Visitación de Paray la gran Revelación, que indicamos en la nota anterior. Este texto está redactado el 24 de ju nio, ocho días después del gran suceso, y tres días después del viernes correspondien te aquel año a la fiesta pedida por el Señor, que fue el 21 de junio. En este día, al pa
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(24 de junio 1675) San Juan, aunque inocente, pasa la vida en una continua penitencia. Este es el espíritu del cristianismo. Debemos practicar siempre esa virtud, porque hemos pecado; aunque hubiéramos cometido un solo pecado, no sabemos si Dios nos ha perdonado; y aunque lo supiéramos, san Pedro y santa Magdalena lloraron hasta la muerte. He merecido el infierno, he cru cificado a mi Dios; esto me debe mantener en humildad y alimentar en mi corazón un santo arrepentimiento de mí mismo. Peco todos los días; apenas hago una acción, aunque sea santa, en la que no haya algo que merezca el Purgatorio. Por esto, el hacer a menudo actos de contrición es muy necesario y ventajoso. San Ignacio se examina ba después de cada acción. Yo hago muchas más faltas que él y ni pienso en ellas; ¡qué ceguedad! Puedo aun pecar. ¡Miserable condición de la vida! ¡que este peligro me vuelva amarga la vida a mí y a los que aman a Dios y conocen el pre cio de la gracia!, pero ¡que les vuelva también agradable la penitencia y la mortificación, que es un medio tan eficaz para prevenir esta desgracia! Re prime la carne, debilita la naturaleza, cercena las ocasiones, aleja los obje tos, etc. ¡Santa penitencial ¡Dulce penitencia! La consideración de las virtudes de nuestros hermanos debe inspirar a los que tienen verdadera caridad sentimientos de alegría al ver que tienen estas virtudes y que Dios se glorifica en ellos: Non gaudet super iniquitate, congaudet autem veritati: «La caridad no se regocija de la iniquidad, sino que se alegra con la verdad» (1 Cor 13, 6). ¿Nos causan tristeza? Es nece sario alabar a Dios, darle gracias y pedir para ellos que perseveren y se perfeccionen más y más. Este es el medio de tener parte en todo el bien que hacen las confe siones, mortificaciones, misiones, etc., y a veces más parte que ellos mis mos a causa del desinterés. San Agustín decía: ¿Estáis envidiosos de que vuestro hermano es más mortificado? Regocijaos de su mortificación, y desde ese momento será vuestra. No, Dios mío, no tengo envidia de las virtudes de mis hermanos: Soror nostra est, crescat: «Hermana nuestra es: que crezca» (Gen 24, 60). recer, los dos santos hicieron su consagración al Corazón Sagrado del Señor. Sin em bargo, ningún rastro aparece aquí, en la nota del día 24, de tan gran suceso. A pesar de que el Beato conservará cuidadosamente, como un tesoro, y lo copiará en su Reti ro de Londres (n. 12), el relato de la grande gracia con su propio nombre en la misma, que la santa escribió por orden suya.
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Por el contrario, me humillo y me confundo comparándome con ellos. Pocos hay en los cuales no vea yo algo excelente y que yo no tengo. Puede suceder que tengan defectos; pero la mayor parte son involuntarios, y un pecador como yo apenas los debe notar, sino excusarlos y tener los ojos fijos en los míos. Sus virtudes son de ordinario verdaderas virtudes. Esto nos sirve para mantenernos en la humildad, en el respeto, en la ca ridad. ¿Lo hago yo así? No; señal de orgullo. En vez de esta envidia en cended en mí, oh Dios mío, una santa emulación de imitarlos y aprove charme de sus ejemplos. Me condenarán en el día del Juicio. Deben exci tarme y animarme para hoy. Son avisos sensibles que Dios me da. Et non poteris quod isti?: «¿Y no podrás tú lo que éstos?» (S. Agustín, Confesio nes, I. 8, 11). Los ejemplos de nuestros hermanos nos deben mover más que los de los santos antiguos, porque los tenemos todos los días ante los ojos. Los veo, por ejemplo, proceder con gran moderación, teniendo un tempera mento de fuego; los veo practicar las humillaciones más repugnantes, siendo de distinguida educación; los veo austeros y mortificados, aunque sean de muy delicada salud. ¡Qué vergüenza para mi, tener a la vista tan grandes ejemplos de humildad en personas de calidad, de tan ruda mortifi cación en cuerpos educados tan delicadamente!, ¿y no me aprovecho para ser mejor? 4.—Presencia de Dios Dios está en medio de nosotros y parece que no le reconocemos. Está en nuestros hermanos y quiere set servido en ellos, amado y honrado, y nos recompensará más por esto que si le sirviésemos a El en persona. ¿Cómo me porto yo? ¿Amo, honro a todos mis hermanos? Si exceptúo a uno sólo, ya no es a Jesucristo a quien considero y ni siquiera parece que le reconozco en ellos. Si los amo es por ellos, para ser estimado, considerado, porque es conforme al mío su carácter. Que cada uno considere en su hermano a Jesucristo. Está en medio de nosotros en el Santísimo Sacramento. ¡Qué con suelo estar en una casa donde habita Jesucristo! Pero, ¿no se diría que ig noramos nuestra dicha? ¿Le visitamos a menudo? ¿Vamos a El en nuestras necesidades? ¿Le consultamos nuestros proyectos? ¿Le contamos nuestros disgustillos, en vez de tomar consejo de nuestros amigos, de quejarnos, de murmurar, etc.? Medius vestrum stetit etc.: «En medio de vosotros está Aquel a quien no conocéis» (Jn 1, 25). 126
Dios está en medio de nosotros, o, mejor dicho, nosotros estamos en medio de El; en cualquier lugar donde estemos nos toca: en la oración, en el trabajo, en la mesa, en la conversación. No pensamos en ello; pues si no, ¿cómo haríamos nuestras acciones, con qué fervor, con qué devoción? ¡Si cuando estoy ocupado en el estudio, en la oración, en cualquier otro traba jo creyese yo que un superior me ve desde algún rincón donde está oculto! Hagamos a menudo actos de fe; digamos con frecuencia: Dios me mira, aquí está presente. No hacer nunca nada, estando a solas, que no quisiéra mos hacer a vista de todo el género humano. 5.—Día de Navidad (25 diciembre 1675) He considerado con un gusto delicioso y una vista muy clara los ex celentes actos que la Santísima Virgen practicó en el nacimiento de su Hi jo. He admirado la pureza de este Corazón y el amor en que se abrasa por este divino Niño; pues su santidad no se ha disminuido con el afecto natu ral, y con todo ha sobrepujado en ardor y ternura el amor natural de todas las madres del mundo. Me parecía ver los latidos de este Corazón y me en cantaban (31). Desde la víspera de Navidad he estado muy ocupado con un pensa miento muy consolador que me ha hecho practicar muchas veces y con mucha dulzura los actos siguientes: De alegría, considerando que la mayor parte de los fieles en el mundo cristiano se ocupan en honrar a Dios y santificarse, sobre todo las personas santas, los religiosos fervorosos, muchos seglares escogidos que viven de un modo muy perfecto y pasan especialmente la víspera y el día de Navi dad, en santos ejercicios. Me parece que el aire está todo embalsamado con su devoción y que las virtudes juntas dan un perfume admirable que sube al Cielo y lo alegra infinitamente (32).
31 He aquí una nueva mención del Corazón Inmaculado de María, visto como obje to de veneración, y signo del amor de María hacia Jesús. 32 Esta contemplación del nacimiento, a fines de 1675, nos muestra a un hombre invadido ya por la luz de la contemplación infusa. El embalsamiento del aire, y el perfume de las virtudes, que aquí se contemplan interiormente, son un signo de la ab sorción espiritual en una contemplación por los sentidos interiores. San Ignacio en sus ejercicios propone tal ejercicio en la llamada aplicación de sentidos de la segunda semana (n. 121-126), donde el punto tercero es precisamente éste: «Oler y gustar con
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De acción de gracias, por los favores que Dios dispensa a las almas santas y a todos los cristianos. De petición: que quiera Dios purificar y abrasar el sacrificio de ellos y el mío. Venís, Señor, Vos mismo a traer este fuego, y ¿qué queréis sino que arda y que toda Ja tierra se abrase? Todos vuestros fieles servidores trabajan con ardor y constancia para merecer alguna centella de él, y Vos recompensaréis sus santos trabajos. Para mí, Dios de misericordia, no os pido recompensas; pues ¿qué he hecho todavía que las merezca? Os pido solamente, Dios todopoderoso y anonadado, que no me tratéis con rigor; perdonadme mis infidelidades en atención a todo el bien que practican mis hermanos, que os sirven tan religiosamente. Y si mis debilidades y mis extravíos os han enojado e irritado contra mí, castigadme en este mundo. Tengo un cuerpo que sirve para sufrir, ha cedle sentir el peso de vuestra justicia; no me quejaré, sino que, en lo más fuerte de la enfermedad y de la calumnia, en la prisión y en la infamia, os alabaré y bendeciré con los tres niños del horno de Babilonia, segurísimo de que, si tenéis la bondad de castigarme en este mundo, me perdonaréis en el otro. Sentía en mí grandes deseos de imitar el fervor de los santos religio sos y fervorosos cristianos que pasan estos días en continuas comunicacio nes con este Dios humillado, ofrecer a Dios algunas heroicas mortificacio nes, mantenerme unido a Dios hecho niño. Y me sentía tan atraído, que no podía ocuparme de ningún otro pensamiento sin trabajo, cometiendo aun incongruencias; tanto era lo que me arrebataba este pensamiento (33). ¡Cuán bueno sois, Dios mío, pues recompensáis tan plenamente los esfuerzos que he hecho! Cesad, mi soberano y amable Señor de colmarme de vuestros favores; conozco lo indigno que soy de ellos, me acostumbra réis a serviros por interés, o me induciréis a excesos; pues ¿qué no haría yo si no me obligaseis a obedecer a mi director, para merecer un instante de estas dulzuras que me comunicáis? ¡Insensato! ¿Qué digo merecer?, per donadme, oh amable Padre, esta palabra; me turba el exceso de vuestras el olfato y el gusto la infinita suavidad y dulzura de la divinidad, del ánima (de Cris to), y de sus virtudes y de todo». Pero aquí, parece tal contemplación del Beato de tipo infuso, por la suavidad. A ello apunta san Ignacio. 33 He aquí una nueva señal del efecto de la contemplación infusa muy clara: «No podía ocuparme (durante el día) de ningún otro pensamiento sin trabajo, cometiendo aun incongruencias; tanto era lo que me arrebataba este pensamiento», (cfr. Sta. Tere sa, Vida, c. 20).
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bondades, no sé lo que digo; ¿acaso puedo yo merecer estas gracias e inefables consuelos con que me prevenís y me colmáis? No, Dios mío; Vos solo sois quien por vuestros sufrimientos me procuráis, y por vuestra intercesión para con vuestro Padre, todos los favores que recibo. Sed eter namente bendito por ellos, y agobiadme con males y miserias para que tenga alguna parte en las vuestras. No creeré que me amáis, si no me ha céis sufrir mucho y por mucho tiempo. Yo he cometido la falta: ¿es acaso justo que el Hijo sea castigado por el esclavo? Nada tan puro como la maternidad de María. Dio a luz a Jesucristo sin perder nada de su integridad; ninguna mancha, ninguna sombra empa ñó la santidad de este parto. Así es como las personas apostólicas deben hacer nacer a Jesucristo en los corazones. Sucede a veces que nos man chamos purificando a otros. Es cosa frecuente, y hasta es una especie de milagro el que no pierda un hombre nada de su humildad, nada de su san tidad en las obras de celo, y que en ellas no busque más que a Dios. Dios nos había dejado caer en un abismo de miserias para tener oca sión de manifestarnos su amor. Pero nuestras miserias, por grandes que sean, estaban muy por debajo de su celo. Una sola gota de su sangre basta ba para curarnos; pero su amor no se podía contentar con tan poca cosa: derramó hasta la última gota de sus venas. No era esto necesario para la curación de nuestros males; pero sí lo era para la manifestación de su amor.
c) Año 1676 1.—El hombre y Dios (34) Me encuentro consolado, oponiendo a los sentimientos de los hom bres que nos estiman y tienen en algo, el juicio de Dios, en presencia del 34 En esta serie de notas, que proponemos como del año 1676 (por ser la última an terior de la Navidad de 1675), el Beato toma como materia de sus consideraciones y contemplaciones los atributos divinos: la esencia, espiritualidad, simplicidad, inmor talidad, perfección, eternidad de Dios. Esta materia es muy apta para que el corazón del Beato se expansione, pues ha de declarar en su Retiro de Inglaterra, n. 7, que la oración afectiva pensando en Dios directamente le resulta mucho más fácil y gustosa que las meditaciones de los temas ordinarios de los ejercicios. Es propio de un alma que ha entrado ya en un ambiente de contemplación extraordinaria.
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cual no somos más que átomos. No le somos necesarios para nada; puede pasarse tan fácilmente sin nosotros, como si jamás hubiéramos existido; hará perfectamente y sin nosotros cuanto tiene designio de hacer, tiene mil servidores más celosos, más fieles, más agradables a sus ojos; puede for mar en un momento una infinidad de otros más completos todavía, y ser virse del más miserable de los hombres para sus designios más grandiosos. ¡Qué maravilla, Dios amabilísimo, si algún día queréis serviros de mi debilidad para sacar a algún miserable de las puertas de la muerte! Si no hay más que quererlo, yo lo quiero con todo mi corazón. Verdad es que es necesario ser santo para hacer santos, y mis defectos tan considerables me dan a conocer cuán lejos estoy de la santidad; pero hacedme santo, Dios mío, y no me perdonéis nada para hacerme bueno; pues yo quiero serlo, cueste lo que cueste. 2.—Esencia de Dios Sobre esta verdad: que hay un Dios y que este Dios es un set que no tiene nada de no ser; que nada puede perder, nada adquirir; que encierra en sí todo el ser y es su manantial; que no puede depender de ningún otro ser en la más mínima cosa, ni para ser ni para mejor set; me he sentido pene trado de un profundo respeto hacia esta grandeza incomprensible, me pa rece que jamás he comprendido tan bien como ahora la nada de todos las cosas, oponiéndolas a esta idea. Los ángeles, los grandes Santos, la misma Virgen Santísima y la santa Humanidad de Jesucristo, que no tienen nada por sí mismos y que dependen de Dios en todo: todo esto me parecía como nada en comparación de Dios. Mi sorpresa ha llegado al colmo cuando he reflexionado que ese Dios, siendo tan grande y tan independiente como me lo represento, se digna pensar en el hombre, entretenerse, por decirlo así, en escuchar sus ruegos, en exigir sus servicios, en considerar sus defectos. Me parecía ver a un gran Rey cuidando de un hormiguero. Si nos condenase o nos aniqui lase sin otra razón que su voluntad, sería como si un hombre se entretuvie se en matar moscas o en aplastar hormigas, (cfr. Sab. 12, 18: «Con gran atención nos gobiernas»). Lo que me hace volver de mi asombro es que en la misma medida en que es grande es también bueno, misericordioso y benéfico. Es un abismo de grandeza, es verdad; pero también es un abismo de misericordia. He aquí lo que me anima a esperar, a atreverme a acercarme a El para hablar 130
le; sin esta consideración, me parece que ni siquiera me atreverla a pensar en Dios. Pensaré, no obstante, en Vos, Dios mío, no para comprenderos; es necesario no estar apegado a la tierra para ello, y yo siento que mi corazón está aún apegado a las cosas humanas. Tantos deseos de ser estimado, amado y alabado, aunque la gloria y las alabanzas sólo a Vos son debidas; tanto amor a mis propias comodidades me hace gemir; porque, cuando me creía más a cubierto del amor propio, veo que me ha sorprendido, y con gran vergüenza y confusión mía se ha burlado de mí. Abridme, pues, los ojos, amable Jesús: Domine, ut videam: «¡Señor, que vea!» (Lc 18,41). No os pido ni veros, ni conoceros; dadme solamente luces que me descubran a mí mismo, y así infaliblemente os conoceré: Noverim me, noverim te: «Señor, conózcame a mí, conózcate a ti» (S. Agus tín). No puedo conocerme a mí sin conoceros a Vos; mis imperfecciones me darán un ardiente deseo de conocer algo que sea mejor que la criatura; y ¿qué hay sobre la criatura que valga más que el Creador de ella? Ad te omne desiderium meum: «A ti se dirige todo mi deseo» (Sal 37,10). Todo lo demás me desagrada, y yo a mí mismo más que todo; porque no conoz co nada más digno de repulsión, nada más despreciable y miserable. Esta consideración de la grandeza e independencia de Dios, por un lado, y de la nada de todas las criaturas por otro, me ha descubierto la ba jeza y cobardía de aquellos que se hacen dependientes de los hombres, la generosidad y la dicha de los que sólo quieren depender de Dios. El único medio para sacarnos e la triste nada en que estamos, es adherirnos a Dios: Qui adhaeret Deo unus spiritus est: «El que se apega a Dios es un mismo espíritu con El» (1 Cor 6,17). Así nos elevamos del polvo y en cierto modo nos hacemos semejantes a Dios. 3.—Espiritualidad de Dios Al considerar la espiritualidad de Dios he entendido cómo es que Dios, que es todo espíritu, puede ser gustado, oído, visto, abrazado por los sentidos espirituales. Esta consideración ha sido una persuasión interior y fuerte de la presencia de Dios que la fe hace como sensible al alma, de tal manera que no duda, y que ni aun necesita hacerse violencia ni razonar pa ra quedar convencida de su verdad. Esta disposición en que me he encontrado me ha dado un gran deseo de mortificar los sentidos exteriores, cuyos desórdenes y operaciones son los únicos obstáculos que tiene el alma en el uso de los sentidos espiritua 131
les. Animalis homo non percipit ea quae sunt spiritus Dei: «El hombre animal no percibe las cosas que son del espíritu de Dios» (1 Cor 2,14). No me sorprende que los hombres carnales no conozcan a Dios. Es que Dios es espíritu y el espíritu está muerto, o al menos amortiguado, en el hombre carnal. 4. —Simplicidad de Dios La simplicidad de Dios me parece cosa admirable. Una naturaleza que excluye toda composición de partes, ya esenciales, ya integrantes, ya accidentales; que es todas las cosas, y no es sino una sola cosa; que es su propia existencia, que es todo lo que ella tiene: su sabiduría, su bondad, su eternidad, su poder, etcétera. Me represento una flor que tuviese los olores de todas las flores. Se podría quizás hacer una composición en donde se encontrasen todos estos olores; pero ¡qué maravilla si una cosa simple los tuviese todos y en todas sus partes y en la mayor perfección! Una fruta que tuviese el gusto de to das; una piedra preciosa que tuviese todos los colores de las otras piedras; una planta que tuviese todas las virtudes de todas las demás plantas, etécetera: in te uno omnia habentes non debemus dimitiere te: «Teniendo en ti solo todas las cosas, no debemos dejarte» (Tob 10,5). Me he sentido inclinado a imitar esta simplicidad de Dios. 1.° En mis afectos, no amando sino sólo a Dios; no recibiendo en mí sino este amor. Y esto es fácil, puesto que en Dios encuentro todo lo que pudiera amar fuera de El, y así mi amor será como dice la Escritura de Dios: Sanctus, unicus et multiplex «Santo, único y múltiple» (Sab 7,22). Pero mis amigos me aman, yo los amo; Vos lo veis, Señor, y yo lo siento. ¡Oh Dios mío, el único bueno, el único amable! ¿Es necesario sacrificáros los, pues que me queréis sólo para Vos? Haré este sacrificio que me costa rá aún más que el primero que hice al dejar padre y madre. Hago, pues, es te sacrificio y lo hago de corazón, pues que me prohibís dar parte de mi amistad a ninguna criatura (35). Dignaos recibir este sacrificio tan rudo; pe ro en cambio, divino Salvador mío, sed Vos su amigo. Ya que Vos queréis ocupar en mí su lugar, ocupad en ellos el mío; yo os haré acordaros de 35 El sacrificio de la amistad es para el Beato, por educación y por inclinación, uno de los mayores que Dios le pidió. Como a santa Teresa en su conversión: «Ya no quiero que trates con hombres, sino con ángeles». (Vida, c. 24). Jesús llamara al Bea to: «Perfecto amigo».
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ellos todos los días en mis oraciones, y de lo que debéis hacer por ellos, pues me habéis prometido sustituiros en mi lugar. ¡Dichosos de ellos si se aprovechan de esta ventaja! Os importunaré tanto, que os obligaré a hacer les conocer y estimar el bien que tendrán en el mandamiento que me po néis de no tener más amigos para poder serlo vuestro. Sed, pues, su amigo, Jesús mío, el único y verdadero amigo. Sed el mío ¡puesto que me orde náis serlo vuestro. 2.° En mis intenciones: Si oculus tuus fuerit simplex, totum corpus tuum lucidum erit: «Si tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo será claro» (Mt 6,22). No buscar sino a Dios; ni siquiera buscar sus bienes, sus gracias, las ventajas que en su servicio se encuentran como la paz, la alegría, etc., sino sólo a El. 5. —Desasimiento universal Un medio excelente para desprender el corazón de todo, es cambiar a menudo de lugar, empleo, etc.: se apega uno insensiblemente y se echan raíces, como aparece en la pena que se siente al dejarlos. Es una especie de muerte el salir de un lugar donde uno es conocido y donde tiene algunos amigos. El pensamiento de que Dios me acompañará a todas partes es lo que me hará soportar sin turbarme la separación; porque en cualquier parte adonde vaya encontraré al mismo Señor, y en este aspecto no cambiaré nada. Es el mismo Dios a quien yo adoro aquí, quien me conoce y me ama, y a quien quiero únicamente amar. 6. —Inmortalidad de Dios Qui solus habet immorialitatem: «El único que tiene la inmortalidad» (1 Tim 6,16). Sólo Dios es inmortal. Todo lo demás muere: reyes, parien tes, amigos; los que nos estiman, o a quienes estamos obligados, se sepa ran de nosotros o por la muerte o por la ausencia. Nos separamos de ellos, y el recuerdo de nuestros beneficios, la estima, la amistad, su agradeci miento mueren en ellos. Las personas a quienes amamos mueren, o al menos la belleza, la inocencia, la juventud, la prudencia, la voz, la vista, etc., todo eso muere en ellos.
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Los placeres de los sentidos no tienen, por decirlo así, más que un momento de vida. Sólo Dios es inmortal de todas las maneras. Como Dios es simplicísimo, no puede morir por la separación de par tes que lo componen; como es sumamente independiente, no puede desfa llecer por la sustracción de un concurso extraño que lo conserva. Además, no puede ni alejarse ni cambiar. No solamente existirá siempre, sino que será siempre bueno, siempre fiel, siempre razonable, siempre hermoso, generoso, amable, poderoso, sabio y perfecto con todas las maneras de perfección. El placer que gustamos en poseerlo es un placer que jamás pasa; es inalterable, no depende ni del tiempo ni del lugar, no causa jamás hastío, antes, al contrario, se hace cada vez más encantador a medida que más se goza. 7. — Infinita perfección de Dios Dios es perfecto en todos los sentidos. Es imposible encontrar en El algo que no sea infinitamente bueno. Dios es sabio, prudente, fiel, bueno, generoso, hermoso, dulce, no desprecia nada de cuanto ha creado, hace caso de nosotros, gobernándonos con dulzura y hasta con respeto, paciente, exento de todos los movimientos desordenados de las pasiones, tiene todo cuanto amamos en las criaturas. Todo está reunido en El, y para siempre y de un modo infinitamente más perfecto. No tiene ninguno de los defectos que nos desagradan, que nos disgus tan, que nos repugnan en las cosas criadas. ¿De dónde, pues, procede que no le amamos exclusivamente? ¿Qué es lo que puede justificar este desamor? Cuando encontramos algo muy perfecto y cumplido, en cual quier género que sea, ya no podemos sufrir lo demás. Una hermosa voz bien educada nos produce un gran disgusto de los malos cantores; un hombre entendido en pintura y que ha estudiado duran te algún tiempo los originales de Rafael y del Ticiano no se digna fijar sus ojos sobre las obras de otros pintores. Cuando se ha vivido entre personas educadas y finas no es posible acostumbrarse a una conversación menos delicada y fina. 8. —Dios, fuente de toda perfección 134
Dios no solamente es perfecto, sino que es la fuente de toda perfec ción. Sólo de El se puede sacar, y hay que hacerlo, estudiándolo y conside rándolo: Similis ei erimus quoniam videbimus eum sicuti est: «Seremos semejantes a El, porque le veremos tal como es» (1 Jn 3,2). Esto será en el Cielo; en esta vida, tanto más nos asemejaremos a El cuanto más le contemplemos. Tenemos gran obligación de ser perfectos, porque en un hombre que predica la virtud y hace profesión de ella las im perfecciones perjudican más al prójimo que le aprovecha su virtud; dan ocasión para creer que no hay verdadera santidad, que es imposible la per fección y que no es sino ilusión o hipocresía. Si las imperfecciones no producen estos pensamientos, persuaden al menos a los flojos que se pueden tener y ser santo al mismo tiempo. Es su ficiente para adormecer a un imperfecto y para alimentar en su corazón al guna pasión que le lisonjea y que ama, el haber observado alguna sombra de ella en un hombre que tiene fama de hombre bueno. Se cree así autori zado a continuar contentando su amor propio, y se imagina que no será por ello menos santo. 9. —Eternidad de Dios Pensando en la eternidad de Dios, me la he representado como una roca inmóvil a la orilla de un rio (36), desde donde el Señor ve pasar todas las criaturas sin moverse y sin que El pase nunca. Todos los hombres que se apegan a las cosas creadas me han pareci do como individuos que, arrastrados por la corriente de las aguas, se aga rran los unos a una tabla, los otros a un tronco de árbol, los otros a una aglomeración de espuma que toman por cosa sólida. Todo eso se lo lleva la corriente; los amigos mueren, la salud se consume, la vida pasa, se llega a la eternidad, llevado sobre esos pasajeros apoyos, como a un dilatado mar, donde no podéis impedir el entrar y el perderos. Compréndese bien cuán imprudente ha sido uno al no agarrarse a la roca, al Eterno; se quiere vol ver atrás, pero las olas nos han llevado demasiado lejos y no se puede vol ver; es necesario perecer juntamente con las cosas perecederas. Por el contrario, un hombre que se abraza a Dios ve sin temor el peli gro y la pérdida de todas las otras cosas. Suceda Jo que suceda, haya los 36 Esta magnífica imagen del Beato, obtenida con la luz de Dios que le ilumina, le «conmueve mucho», como dirá enseguida aquí. Una luz semejante fue la que movió la conversión del célebre P. Gratry cuando era aún adolescente y recobró la fe.
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cambios que haya, se encuentra siempre sobre su roca. Dios no puede es capársele; abrazado a solo El, se encuentra siempre a El asido; la adversi dad le sirve sólo para regocijarse de la buena elección que ha hecho. Posee siempre a su Dios; la muerte de sus amigos, de sus parientes, de los que le estiman y favorecen, el alejamiento, el cambio de empleo o de lugar, la edad, la enfermedad, la muerte, nada le quitan de su Dios. Está siempre igualmente contento, diciendo en la paz y gozo de su alma: Mihi autem adhatrere Deo bonum est, ponere in Domino meo spem meam: «Bueno es para mí el juntarme a Dios; poner en el Señor mi esperanza» (Sal 72,28). Esta consideración me ha conmovido mucho. Me parece haber com prendido esta verdad, y que Dios me ha hecho la gracia de persuadirme de ella, de un modo tal que me da gran ánimo y facilidad para desprenderme de todo, y no buscar más que a Dios en toda mi vida y por todos los cami nos por los que a El le agradará llevarme, no manifestando nunca inclina ción ni repugnancia, recibiendo ciegamente todos los empleos que mis Su periores me encargaren. Y si alguna vez sucediese que me diesen a escoger (lo prometo, Dios mío, y confío guardarlo con vuestra gracia); si sucediese, digo, que me diesen a escoger mis Superiores, prometo renovaros el voto que me habéis inspirado hacer (37): de escoger siempre el empleo y lugar hacia los cuales sintiere mayor repugnancia y donde crea, según Dios y en verdad, que ten dré más que sufrir. Vos me habéis dado el ejemplo, ¡amable Jesús mío!, y en cuanto pueda, quiero regirme por vuestros ejemplos y vuestras máxi mas, que son las únicas que me pueden conducir a Vos, y sacarme de mis perplejidades e ignorancias y de los errores en que pueden precipitarme mis pasiones.
37 Sobre este voto, que está comprendido en el que formó la resolución central de sus ejercicios de mes, véase en estos, en la segunda semana, II, B, 2 y la regla 12.
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SEGUNDO RETIRO ESPIRITUAL DE OCHO DÍAS, DEL BEATO PADRE DE LA COLOMBIÉRE HECHO EN LONDRES: 1-8 FEBRERO 1677. (CARTA X X IIl)
AVISO PREVIO (38) E l M em orial de Santa M argarita A laría Los que se tom en el tra b a jo de le e r este JZet/ro, se e n c o n tra ría n embarazados si n o se Ies com unicase lo s p u n to s de/ A fe/t/oria/ d e q ue habla el P. de La C olom b iére en el tercero y q u in to día d e este D iario de sus E jercicios espirituales. E sta M em o ria le fu e dada al salir de Francia para ir a Inglaterra com o p re d ic a d o r de su Alteza Real Madame la D uquesa de Y ork . La p ro b id a d y la v irtu d de la persona que le dio este papel (Santa M argarita A lacoq u e) hizo que el Padre lo guardase cuidadosamente. S ó lo h a y tres artículos, que he creído deber poner aquí palabra p o r palabra, copiados cuidadosamente del original, sin añadir nada. (3 8 ) E ste « a v i s o » , q u e p r e c e d e a la s notas del Retiro anual de ocho d ía s, q u e , s e g ú n la c o s t u m b r e de los jesuítas, hizo el Beato L a Colombiére e n L o n d r e s , s e g u r a m e n t e e n e l m is m o Palacio de la Duquesa de York en d o n d e v iv ía c o m o p r e d i c a d o r oñeial, no es u n aviso del propio Beato. Pro viene d e los e d ito re s de la p r i m e r a edición. Transcribe literalmente el p a p e l o M em orial (M c m o i r c ) entregado por santa AdCargarita al P. L a Colo m b ié re , a trav és d e su S u p c r io r a la M a d r e de Saumaise, cuando el Padre a b a n d o n ó P a r a y -I e -M o n ia l p a r a tra s la d a rs e a su nuevo destino de Londres. L a fech a d e este re tiro es a principios de febrero, según puede verse en la c arta X X I I I a la N I. S au m a ise.
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I. El talento del Padre de La Colombiére es el de llevar las almas a D ios: por esto los demonios dirigirán contra él sus esfuerzos; basta personas consagradas a Dios le harán sufrir, y no aprobarán lo que diga en sus sermones para guiarlas hacia Dios; pero la bondad de Dios será su sostén en sus cruces, tanto cuanto en El confíe. II. Debe tener una dulzura compasiva para con los pecadores, y no servirse de la fuerza sino cuando Dios se lo dé a entender. III. Que tenga gran cuidado de no apartar el bien de su fuente. Esta palabra es corta, pero encierra muchas cosas, de las cuales Dios le dará la inteligencia según la aplicación que haga de ella. —Disposición actual del P. La Colombiére Al presente me encuentro en una disposición completamente opuesta a la que tenía hace dos años (39). El temor me preocupaba completamente y no sentía atractivo por las obras ae celo, por la aprensión que sentía de que no podría evitar los peligros o lazos que trae consigo la vida activa, en que veía que me iba a comprometer mi vocación. Hoy ese temor se ha disipado; todo cuanto hay en mí me impulsa a trabajar por la salvación y santi ficación de las almas. Me parece que sólo para eso amo Ja vida, y que sólo quiero la santificación por ser un medio admirable para ganar muchos corazones para Jesucristo. Me parece que la causa de encontrarme en esta disposición es el no sentir ya tanta pasión por la vanagloria. Es un milagro que sólo Dios podía obrar en mí. Los empleos brillantes ya no me mueven como me movían antes. Me parece que no busco ya más que almas, y que las de las aldeas y pueblecillos me son tan queridas como las otras. Además, estoy muy lejos, por la misericordia de Dios, deque las alabanzas y la estima de los hombres me conmuevan como antes, aun cuando soy todavía demasiado sensible a ellas. Pero antes era tan importunado por esta tentación, que me quitaba todo ánimo (39) Véase la nota 5 de los Retiros. Puede comprobarse el notable cambio verificado en estos dos años, a partir de las confidencias de santa Margarita María sobre el Sagrado Corazón y su voluntad, en el espíritu del Beato La Colombiére.
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y me hada casi perder la esperanza de poder trabajar por mi salvación mientras pensaba en la salvación de los otros. De suerte aue si hubiese estado libre, no dudo que hubiera pasado mis oías en la soledad. Esta tentación empezó a debilitarse por una palabra que me dijo un día N. N. (la Hermana Margarita María). Puec como me dijese un día que, al rogar a Dios por mí, Nuestro Señor le había dado a entender que mi alma le era querida y que tendría especial cuidado de ella, yo le respondí: —¡A y! N. N.9¿cómo puede concor dar esto con lo que yo siento dentro de mi? ¿Podrá amar Nuestro Señor a una persona tan vana comoy o : a una persona que sólo busca agradar a los hombres y merecer su consideración, llena de respetos humanos? —¡Oh Padre mió! —replicó—; nada de eso habita en vos. Es verdad que esta palabra me calmó, y que al paso que comencé a turbarme menos con estas tentaciones, comenzaron también ellas a debilitarse y a ser menos frecuentes. Pero nada ha contribuido tanto, según me parece, a darme este deseo de trabajar en la salvación de las almas como dos cosas: el éxito que plugo a Dios dar a los pequeños cuidados de que me hice cargo en N. (Paray-le-Monial) y lo que N. N. (la Hermana Margarita María) me mandó decir a mi salida por medio de N. N. (la Madre de Saumaise) e hice me lo dieran por escrito (el Memorial). Veo todos los días cosas que me dan lugar a creer que no se ha equivocado. ¡Concédame Dios la gracia de hacer uso de tantos bienes, de los cuales me había hecho tan indigno 1 2.—Fin del hombre El pensamiento de que Dios me ha hecho sólo para El, me eleva, a lo que creo, por encima de las criaturas y me coloca en una libertad e independencia que produce en mi corazón una gran paz y un gran deseo de consumirme por su servicio. Quisiera, si me fuera posible, no resistir jamás a la voluntad de Dios. Siento en mí un gran deseo de seguir todas sus inspiraciones, sobre todo, después que una persona, de trato sumamente familiar con Dios (santa Margarita María), me dijo que Nuestro Señor le había dado a entender que yo le resistía hacía ya mucho tiempo en una cosa sobre la que yo titubeaba, a lo que yo creía, por temor de no obrar con prudencia. 154
3,—El primer punto del Memorial Me he dado cuenta, el tercer día de mis Ejercicios, de que el primer punto del papel que me dieron al salir para Londres, el cual punto me ha sido confirmado de nuevo en una carta que recibí hace dos meses; me he dado cuenta, digo, de que no era sino muy verdadero (40). Porque desde mi salida de París el demonio me ha tendido cinco o seis lazos que me han turbado mucho, y de los cuales no me he visto libre sino por una gracia particular y después de haber caldo en mil cobardías. No sé cómo no me di cuenta en seguida, por la turbación que estas cosas me causaban. Cierto, no eran cosas enteramente malas; pero sí cosas en las cuales dudaba cuál de ellas era la mejor. Y el partido de la naturaleza se hallaba tan fortalecido con la tentación del demonio, que me impedía ver lo más perfecto, o me quitaba al menos la fuerza para abra zarlo; de tal manera que me encontraba en gran turbación, y en inquietudes que han cesado, gracias a Dios, por la gracia que Nuestro Señor me ha hecho de hacerme ver la verdad y abrazarme con ella. 4.—«No apartar el bien de su fuente» (3.° punto) El quinto día Dios me ha dado, si no me equivoco, la inte ligencia de este punto del Memorial que he traído de Francia: Que tenga gran cuidado de no apartar jamás el bien de su fuente. Esta palabra es corta, pero encierra muchas cosas, de las cuales Dios le dará la inteligencia según la aplicación que haga de ella. Es verdad que muchas veces había examinado esta palabra —apartar el bien de su fuente— sin poder penetrar su sentido (41). Hoy, habiendo notado que Dios debía dármela a entender según la aplicación que de ella hiciese, la he meditado mucho (40) El Beato alude a esta confirmación del Memorial de santa Mar garita, en la carta aue escribe a la M. Saumaise el 20 de noviembre, dos meses antes de este Retiro de Londres. (V. carta X X I). (41) Véase el comentario sobre este mismo punto tercero, que hace el propio Beato en la carta X X III a la M. Saumaise. Habla de la «gran alegría» que le causó esta luz sobre el escrito y su sentido hasta entonces incógnito. La nueva inteligencia obtenida parece ser ésta: no debe poner ninguna confianza en el dinero de la pensión, sino usarlo como materia de pobreza con perfección, porque lo contrario sería «apartar el bien de su fuen te», que es Dios solo, por la observancia de las Reglas.
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tiempo sin encontrar en ella otro sentido que éste: que debo referir a Dios todo el bien que quiera obrar por mí, puesto que El es su única fuente. Pero apenas he apartado con trabajo mi pensamiento de esta consideración, cuando de pronto se ha hecho luz en mi espíritu, a favor de la cual he visto claramente que ésta era la resolución de la duda que tanto me había turbado los dos o tres primeros días de mis Ejercicios sobre el uso que debía hacer del dinero de mi pensión. He comprendido que esta palabra contiene mucho, porque lleva a la perfección de la pobreza, a un gran desprendimiento de toda vanagloria, a la perfecta observancia de las Reglas y que es la fuente de una gran paz interior y exterior, y de muchos actos de edificación; y que, por el contrario, siguiendo cualquier otro consejo por muy especioso que fuese: 1.° Me hubiera alejado de la perfección de la pobreza. 2.° Hubiera tenido que pedir dispensas sin necesidad. 3.° Daba a la vanagloria y al amor propio un alimento delicado. 4.° Me exponía a cuidados exteriores que me hubieran ocupado mucho tiempo. 5.° Corría peligro de escandalizar a los de Francia e inspi rarles amor al mundo, o al menos hubiere privado a los de In glaterra de un buen ejemplo. 6.° Iba a entregarme a todas las espinas que la avaricia trae consigo, y empezaba ya a estar muy inquieto. Lo que hay en esto de admirable y hace ver que sois bueno de veras, ¡oh Dios mío!, es que me habéis hecho la gracia de com prometerme con voto a seguir este consejo antes de darme la inteligencia. No sabría decir qué alegría, qué sentimientos de gratitud, de confianza en Dios y de valor me ha inspirado este conocimiento. Había todavía algunos puntos a los cuales no habla extendido el voto porque estaban aún muy lejos; pero heme ya, si al Señor le place, tranquilo sobre este particular para toda mi vida. ¡Alabado sea mil y mil veces el Señor, que ha querido hacerme conocer así su misericordia y la santidad de la persona de quien quiso servirse para darme este aviso! 156
5.—Segundo punto del Memorial He encontrado también en el segundo articulo un remedio contra una tentación que, desde que estoy aquí, me ha atormen tado mucho. En él he visto claramente la conducta que debiera haber observado respecto de una persona cuyas acciones me desagradan; no sé cómo no lo he entendido antes; pero alabado sea Dios, que al fin me lo ha hecho entender. Este papel contenía justamente todas las reglas de que tenía necesidad para sacarme de los lazos del demonio; sólo queda un punto cuya ejecución permitirá Dios cuando a El le plazca. Toda mi confianza está en El. 6.—Renovación del Voto de perfección El sexto día, meditando sobre el voto particular que tengo hecho (42) me he sentido conmovido por un gran agradecimiento hacia Dios, que me ha concedido la gracia de hacer el voto. Nunca había tenido tanto tiempo para considerarlo bien; he sentido grande gozo al verme así atado con mil cadenas para cumplir la voluntad de Dios. No me he aterrado a vista de tantas obli gaciones tan delicadas y tan estrechas, porque me parece que Dios me ha llenado de una gran confianza, que no he hecho sino cumplir su voluntad al abrazar estos compromisos, y que El me ayudará a cumplirle mi palabra. Es del todo evidente que, sin una particular protección, sería casi imposible guardar este voto; lo he renovado con todo mi corazón y espero que Nuestro Señor no permitirá que jamás lo viole. 7.—Oración afectiva He notado hoy, séptimo día, que, aunque Dios me ha con cedido muchas gracias en este Retiro, sin embargo, no ha sido casi nunca en las meditaciones; al contrario, en ellas he tenido mucho más trabajo que de ordinario. No sé si es*o será por haber querido sujetarme a los puntos ordinarios, hacia los cuales no siento apenas atractivo (43). Me parece que hubiera pasado horas (42) Véase en el primer Retiro de mes, el Voto de perfección: se gur J ~^mana, II, B. Véase la nota 34 de esta serie, en las «Notas espirituales», p. 142.
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enteras sin agotarme ni fatigarme considerando a Dios alrededor de mi y dentro de mi, sosteniéndome y ayudándome, alabándole por sus misericordias y entreteniéndome con sentimientos de confianza, con deseos de ser de El sin reserva, anonadando en mí todo lo que es mío, deseando glorificarle y hacerle glorificar por otros, viendo mi impotencia y la gran necesidad que tengo ae la ayuda de lo alto, complaciéndome en todo lo que Dios puede querer, ya con respecto a mí, ya con respecto a otras per sonas, con las cuales tengo alguna obligación. Y sin embargo, cuando quería meditar algún misterio me sentía, desde luego, cansado y quebrada la cabeza; de suerte que puedo decir que jamás he tenido menos devoción que en la ora ción. Creo que no haré mal en continuar trabajando en lo sucesivo como lo hacía antes, para unirme con Dios presente por la fe, y después con actos de otras virtudes a las que más atraído me sienta. Esta manera de oración no está expuesta a ilusiones, me parece, porque nada hay más verdadero que el que Dios está en nosotros y nosotros en El, y esta presencia es un gran motivo de respeto, de confianza, de amor, de alegría, de fervor. Sobre todo, la imaginación no tiene parte en el cuidado que nos tomamos para representamos esta verdad, y no nos servimos para esto sino de las luces de la fe. 8.—Confianza ilimitada en Dios Este octavo día paréceme haber encontrado un gran tesoro, si sé aprovecharme de él. Es una firme confianza en Dios, fundada en su infinita bondad y en la experiencia que tengo de que jamás nos falta en nuestras necesidades. Además, encuentro en el Memorial que me dieron al salir de Francia, que me promete Dios ser mi fortaleza, según la confianza que tenga en El (44). Por esto he resuelto no poner límites a esta confianza y extenderla a todo. Me parece que en lo sucesivo debo servirme de Nuestro Señor como de un escudo que me rodea, y que opondré a todos los dardos de mis enemigos. (44) Se refiere, sin duda, al punto primero del Memorial:
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Vos seréis, pues, mi fortaleza, ¡oh Dios míol Vos seréis mi guía, mi director, mi consejero, mi paciencia, mi ciencia, mi paz, mi justicia y mi prudencia. A Vos recurriré en mis tenta ciones, en mis sequedades, en mis disgustos, en mis fastidios, en mis temores. O más bien, no quiero temer ya ni las ilusiones, ni los artificios del demonio, ni mi propia debilidad, ni mis indis creciones, ni aun siquiera mi desconfianza; porque Vos debéis ser mi fortaleza en todas mis cruces, y me prometisteis serlo a proporción de mi confianza. Y lo que es admirable, ¡oh Dios mío!, que al mismo tiempo que me ponéis esta condición, me parece que me dais esta confianza; sed eternamente amado y alabado por todas las criaturas, ¡oh mi amabilísimo Señorl ¿Qué haría yo, ¡pobre de mí!, si no fueseis Vos mi fortaleza? Pero siéndola, como me lo aseguráis, ¿qué no haré por vuestra gloria? Omnia possum in eo qui me confortat: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Flp 4,13). Vos en todas partes estáis en mí y yo en Vos; luego en cualquier parte que me encuentre, ante cualquier peligro, cualquier enemigo que me amenace, tengo mi fuerza conmigo. Este pensamiento es capaz de disipar en un momento todas mis penas y, sobre todo, algunos resabios de la naturaleza, la que siento tan viva algunas veces que no puedo impedir el temblar por mi perseverancia, y estremecerme a vista del completo despojo de todo a que Dios me ha hecho la gracia de llamarme. Todos los textos de la Sagrada Escritura que hablan de esperanza me consuelan y fortifican: In te, Domine, speravi, non confundar in aetemum...: «En Vos, Señor, he puesto mi esperanza; no seré confundido eternamente» (Sal 30,2). In pace in idipsum dormiam et requiescam: quoniam tu, Domine, singulariter in spe constituisti m e...: «Dormiré en paz y descansaré, porque me habéis, ¡oh Dios mío!, confirmado ae modo especial en la esperanza» (Sal 3,9-10). Diligam te, Domine, fortitudo m ea...: «Os amaré, Señor, a Vos que sois mi fuerza» (Sal 17,2). Dominus firmamentum meum et refugium meum...: «El Señor es mi apoyo y mi refugio» (Sal 17,30). Dominus illuminatio mea et salus mea; quem timebo...: «El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré?» (Sal 27,1). 159
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Laus mea et fortitudo mea Dominus: «El Señor es mi gloria y mi fortaleza» (Sal 117,14). El será, también, si le place, mi agradecimiento. 9.—Amor a Jesús Sacramentado Al acabar este Retiro, lleno de confianza en la misericordia de mi Dios, me he impuesto como una ley el procurar, por todos los medios posibles, la ejecución de lo que me fue prescrito de parte de mi adorable Maestro, respecto del Santísimo Sacramento del Altar, donde creo está real y verdaderamente presente (45). Movido a compasión hacia esos ciegos que no quieren so meterse a creer este grande e inefable misterio, daría voluntaria mente mi sangre para persuadirles de esta verdad que yo creo y profeso. En este país ( Inglaterra), en donde se hace punto de honor el dudar de vuestra presencia real en este augusto Sacramento, siento gran consuelo en hacer muchas veces al día actos de fe respecto a la realidad de vuestro cuerpo adorable, bajo las especies de pan y vino. 10.—Devoción a la Iglesia Romana Mi corazón se dilata cada vez que me doy a hacer estos actos de fe sobre las verdades que nos enseña la Iglesia Romana, que es la única Iglesia verdadera y fuera de la cual no hay que esperar salvación (46). Mi corazón, digo, se dilata en semejantes ocasiones y siente dulzuras que puedo, sí, gustar y recibir de la misericordia de mi Dios, pero que no puedo explicar. ¡Qué bueno sois, Dios mío, al comunicaros con tanta bondad a la más ingrata de vuestras criaturas y al más indigno de vuestros siervos! ¡Sed alabado y bendito eternamente! (45) Véase la nota 27. El «mandato» de Jesús a que hace aquí re ferencia parece debe ser la noticia de la Gran Revelación del Sagrado Corazón (v. n. 12 aquí mismo), que le transmitió santa Margarita María, como voluntad de Dios acerca de él mismo, y en la que se contiene la re ferencia a las ofensas que recibe Jesucristo en el Sacramento del Altar. (46) Esta verdad de la Iglesia Católica, único camino de salvación (Una-Santa), que es dogma de fe católica, adquiere dramático valor en el territorio donde se encuentra, en una Inglaterra separada de la fe romana.
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11.—Devoción al Sagrado Corazón de Jesús
He reconocido que Dios quiere servirse de mí, procurando el cumplimiento de sus deseos respecto a la devoción que ha su gerido a una persona (Santa Margarita María), a quien El se comunica muy confidencialmente, y para lo cual ha querido ser virse de mi flaqueza. Ya la he inspirado a muchas personas en Inglaterra y he escrito a Francia a uno de mis amigos, rogándole aue dé a conocer su valor en el sitio en que se encuentra. Esta devoción será allí muy útil, y el gran número de almas escogidas aue hay en esa Comunidad me hace creer que el practicarla en ai cha santa Casa será muy agradable a Dios. ¡Que no pueda yo, Dios mío, estar en todas partes y publicar lo que Vos esperáis de vuestros servidores y amigosl (47). 12.—La Gran Revelación de Paray (16 de junio de 1675) Habiéndose, pues, Dios descubierto a la persona que hay motivo para creer que es persona según su Corazón, por las grandes gracias que le ha hecho, ella se me manifestó a mí y yo la obligué a poner por escrito lo que me había dicho. Y esto es lo que, con mucho gusto, he querido copiar de mi mano en el Diario de mis Retiros, porque quiere el buen Dios valerse de mis débiles servicios en la ejecución de ese designio (48). (47) Sin duda que esta persona de Francia a quien se refiere sería alguno de los jesuítas franceses de su provincia. Quizás es el Colegio de Lyon, la misma Casa de estudios a donde él va a ser destinado dentro de no mucho tiempo. (48) La noticia de la Gran Revelación, con la petición de la fiesta del Sagrado Corazón por parte del Señor y la misión confiada al mismo Beato para este apostolado en la Iglesia, es transcrita por el Beato en sus notas, copiándola del papel que santa Margarita, por orden luya, le en tregó escrito. Cuando fueron publicadas sus notas espirituales de estos Retiros en 1684, dos años tan solo después de su muerte (lo que muestra la estima que se tenía de él como hombre de espíritu y predicador notable), vivía todavía santa Margarita María Alacoque, su confidente (murió en 1690). En 1685 llega el libro de La Colombiére, ya fallecido en el mismo Paray en 1681, y a quien todos conocen personalmente en el Convento de la Visitación. Es leído el libro en el refectorio a la Comunidad de la que forma parte la misma santa Margarita. Entre el estupor general se revela asi la comunicación del Sagrado Corazón de Jesús a todo el monasterio, quedando anonadada la santa, pero sirviendo el hecho para dar comienzo al auge de la devoción y a la desaparición de los obstáculos, dada la auto ridad reconocida del P. La Colombiére como hombre de Dios. Asi comenzó
«Estando, dice esta santa alma, delante del Santísimo Sacra mento un día de su octava, recibí de mi Dios gracias excesivas de su amor. Movida del deseo de corresponderle de algún modo y devolverle amor por amor, me dijo: —«No me puedes dar mayor prueba de amor que la de hacer lo que y a tantas veces te he pedido», y descubriéndome su divino Corazón: «He aquí este Corazón que
tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor; y en reconocimiento no recibo de la mayor parte más que ingratitudes por los desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdades que tienen para M í en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan. Por esto te pido que se dedique el primer viernes, después de la octava del Santísimo Sacramento, a una fiesta particular para honrar mi Corazón, reparando su honor por medio de un acto público de desagravios, y comulgando ese día, para reparar las injurias que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto sobre los altares. Y y o te prometo que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre ¡os que le rindan este honor. »—Pero, Señor mío, ¿a quién os dirigís? ¿A una criatura tan frágil y pobre pecadora, que su misma indignidad sería capa^ de impedir el cumplimiento de vuestros designios? Vos que tenéis tantas almas gene rosas para ejecutar vuestros planes. »—¡Pues qué! ¿No sabes tú, pobre inocente, que y o me sirvo de los sujetos más débiles para confundir a los fu ertes; y que de ordinario, sobre los más pequeños y pobres de espíritu es sobre quienes hago brillar con más esplendor mi poder, a fin de que nada se atribuyan a sí mismos? »—Dadme, pues, le dije, el medio para hacer lo que me mandáis. —Entonces me añadió:
»—Dirígete a mi siervo (el P. de La Colombiére) y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este gusto a mi divino Corazón; que no se desanime por las dificultades que para ello encontrará, y que no le han de faltar. Pero debe saber que es todopoderoso aquel que desconfía enteramente de sí mismo para confiar únicamente en Mí». el más amplio cumplimiento de su gran misión de apóstol después de muer to, aunque ya la había iniciado en vida con discreción y constancia, como hemos visto antes. Así logró publicarlo «en todas partes», como deseaba, n. 11.
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13.—Fin del Retiro. A fectos varios En este Retiro que termino hoy (8 de febrero de 1677) las luces que ha placido a Dios comunicarme han sido más cortas; pero también por su misericordia más claras que otras veces. El sentimiento más ordinario que he tenido ha sido un deseo de abandonarme y olvidarme enteramente de mi mismo, según el consejo que me ha sido dado de parte de Dios, como así lo creo, por medio de la persona de quien Dios se ha servido para otorgarme muchas gracias (49). A veces ha llegado a entrever en qué consiste este olvido total de sí mismo y el estado de un alma que no tiene para Dios reserva alguna. Este estado, que me ha dado miedo durante tanto tiempo, empieza a agradarme y espero que, con la gracia de Dios, trataré de llegar a él. Me sor prendo a veces en sentimientos opuestos a este total abandono, y esto me causa mucha confusión. Cuando estoy plenamente en mí, me siento por la misericordia infinita de Dios en una libertad de corazón que me causa incom parable alegría. Creo que nada puede hacerme desgraciado; no me encuentro apegado a nada, al menos entonces; esto no impide que sienta cad? día movimientos de casi todas las pasiones, pero un momento de reflexión las calma. He gustado a menudo gran alegría interior al pensar que estoy al servicio de Dios; siento que esto vale mucho más que todo el favor de los Reyes. Las ocupaciones de las gentes del mundo me parecen muy despreciables en comparación de lo que se hace por Dios. Me encuentro elevado por encima de todos los Reyes de la tierra por el honor que tengo de pertenecer a Dios. Siento que vale más conocerle y amarle que reinar; y aunque tenga a veces pensamientos de ambición y vanagloria, es cierto que toda la gloria del mundo, separada del conocimiento y amor de Dios, no me tentarla nada. Me inspiran grandísima compasión todos los (49) Santa Margarita de nuevo, a quien continuamente recurre en sus recuerdos, impulsó al Beato hacia el perfecto olvido y desprendimiento de sí mismo para entrar en el Corazón ae Jesús, como dice él en su Con sagración. El olvido de sí mismo, que en estas últimas notas adquiere todo su valor como meta de la perfección buscada, constituye una de las cons tantes del Beato tanto en su propia vida interior como en la dirección de sus cartas. Véase la carta L.
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que no se contentan con Dios, aunque posean todo cuanto desean fuera de El. He descubierto también, y descubro todos los días, nuevas ilusiones en el celo, y siento un gran deseo de purificar bien el que Dios me inspira y que siento crecer en mí de día en día. También he tenido sentimientos de gran confusión por mi vida pasada. Una persuasión tan firme como clara de lo poco o nada que contribuimos a la conversión de las almas, una visión muy nítida de mi nada. Me he dado cuenta de la necesidad de andar siempre con gran circunspección, y una gran humildad y desconfianza de sí mismo en la dirección de las almas y en la conducta espiritual. Hay que desprenderse completamente del excesivo deseo que naturalmente sentimos de hacer grandes progresos por cierto sentimiento de amor propio; esto hace que caigamos en grandes ilusiones, y puede comprometernos en cosas muy indiscretas. El amor de la humildad, de la abyección, de la vida oculta y oscura es gran remedio para todos estos males. Nos comparamos insensible y muy ridiculamente a los mayores santos, y hacemos por motivos muy imperfectos lo que ellos hicieron por una pura moción del Espíritu Santo. Queremos hacer en un día, en nosotros mismos y en los demás, lo que a ejlos los costó muchos años; no leñemos ni su prudencia, ni su experiencia, ni sus talentos, ni sus dones sobienaturales. En una palabra, ellos eran santos y nosotros estamos aún muy lejos de serlo; y sin embargo, somos tan presuntuosos, que creemos poder hacer todo lo que ellos hicieron. Sólo se encuentra la pa%en el total olvido de sí mismo. Es necesario que nos resolvamos a olvidarnos hasta de nuestros intereses espirituales, para no buscar más que la pura gloria de Dios (50). Siento continuamente un gran deseo, cada vez mayor, de entregarme a la observancia de mis Reglas. Siento un intenso placer en practicarlas. Cuanto más exacto soy en cumplirlas, tanto más me parece que entro en una perfecta libertad; es cierto, aue esto no me violenta. Al contrario, este yugo me hace, por decirlo así, cada día más ligero. Considero esto como la mayor gracia que be recibido en mi vida. (50)
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Véase lo que hemos dicho en la nota 7, p. 83.
No puedo decir hasta qué punto me encuentro miserable: mi imaginación es loca y extravagante. Todas las pasiones sacuden mi corazón, y apenas se me pasa un día sin que una tras otra no exciten en él sus más desordenados movimientos. Tan pronto son objetos reales como imaginarios los que las remueven. Verdad es que por la misericordia ae Dios sufro todo eso sin contribuir mucho a ello y sin consentirlo; pero a cada momento sorprendo en mí estas pasiones locas que agitan mi pobre corazón (51). Este amor propio huye de rincón en rincón y siempre en cuentra algún escondrijo; tengo gran compasión de mí mismo, pero no por eso me encolerizo, ni me impaciento; ¿de qué me serviría? Pido a Dios que me haga conocer lo que tengo que hacer para servirle y para purificarme; pero estoy resuelto a esperar con dul zura hasta que a El le plazca hacer e^ta maravilla, pues estoy bien convencido de que esto sólo a El le pertenece: Quis potest facere mundum de i m mundo conceptum semine, nisi tu qui solus es? : «¿Quién puede hacer puro a un ser concebido de sangre impura, sino tú, el Unico» (Job 14,4). Con tal de que yo pueda ir a Dios con gran sencillez y confianza, soy muy feliz. ¡Dios míol, haced que tenga yo siempre este pensamiento en mi espíritu. Siento en mí un gran deseo de hacer el bien, conozco los medios para ello, y con tal de que reflexione al obrar faltaré en pocas cosas; pero esta reflexión es una gracia grande de Dios, que le pido muy humildemente. He aquí algunas palabras que nunca se presentan a mi espíritu sin que la luz, la paz, la libertad, la dulzura y el amor entren en él al mismo tiempo: Sencillez; Confianza; Humildad; Abandono completo; Ninguna reserva; Voluntad de D ios; Mis Reglas. No tengo alegría semejante a la que experimento cuando descubro en mí alguna nueva flaqueza que se me había ocultado hasta entonces. Varias veces he tenido este placer durante este Retiro, y lo tendré cuantas le plazca a Dios comunicarme su luz en las reflexiones que haga sobre mí mismo. Creo firmemente, (51) Resalta la sinceridad y realismo del Beato en su profunda hu mildad, que nos muestra a un hombre poseído de Dios, y que sigue sin embargo siendo hombre. Ya ha llegado a ese grado de perfección que su pone «tener compasión de sí mismo» por sus propias debilidades, con per manente deseo y trabajo por corregirlas. Es la suprema forma del huma nismo y de una verdadera santidad. Véasz la carta L.
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y siento gran placer al creerlo, que Dios conduce a los que se abandonan a su direccióny que se cuida aun de sus cosas más pequeñas (52). Cada día siento mayor devoción a san Francisco de Sales; ruego a Dios Nuestro Señor que me conceda la gracia de acordar me a menudo de este Santo para invocarle e imitarle.
(52) Esta admirable fórmula de conducta espiritual, que guía casi siempre las cartas de dirección del Beato en su época ñnal, es la que pro clama san Pablo: «Los que son guiados por el Espíritu de Dios son los hijos de Dios» (Rom 8, 14).
ORACIONES COMPUESTAS POR EL B. LA COLOMBIERE 1.—Ofrecimiento o Consagración al Corazón Sagrado de Jesucristo a) Ramones para el ofrecimiento (53) Este ofrecimiento se hace para honrar a este divino Corazón, asiento de todas las virtudes, fuente de todas las bendiciones y retiro de todas las almas santas. Las principales virtudes que pretendemos honrar en El, son las siguientes: Primero: Un ardentísimo amor a Dios, su Padre, junto con un profundo respeto y la mayor humildad que existió jamás. Segundo: Una paciencia infinita en los males, un sufrimien to y un dolor extremo por los pecados de que se había car(53) El escrito que contiene esta consagración, de mano del Beato, tiene dos partes, que aistinguimos para mejoi inteligencia del texto: a) las razones o motivos para hacer el ofrecimiento; b) la misma Fórmula de la consagración, que se dirige ya propiamente al Corazón de Jesús, es decir Jesús Dios y Hombre, atendiendo al Corazón como símbolo del amor. Pues la palabra «Corazón de Jesús», en toda la tradición eclesial, eviden temente se sustituye a la Persona de Jesús hombre, que es la divina, pero en su Humanidad, que tiene Corazón, signo del amor como lo entiende la Iglesia, y lo muestra la devoción enseñada a santa Margarita por Jesu cristo. Algunos, como el P. Croiset, han juzgado que esta Consagración es la que hizo el Beato juntamente con santa Margarita el mismo día 21 de jumo de 1675, viernes siguiente a la octava del Corpus (Fiesta del Safrado Corazón, hoy), en el mismo año y a los cinco días de la gran Reveación. Otros piensan que esta fórmula más elaborada es posterior, escrita por el Beato quizás en Londres. De todos modos la autoridad de Croiset es grande, ya que fue corresponsal y visitante de santa Margarita María, y encargado por ella de escribir el primer libro sobre la devoción.
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gado; la confianza de un hijo tiemísimo unida a la confusión ae un grandísimo pecador. Tercero: Una compasión muy sensible por nuestras mi serias, un amor inmenso a pesar de estas mismas miserias; y no obstante todos estos sentimientos, cada uno de los cuales llegó al más alto grado posible, una igualdad de ánimo inalterable causada por una conformidad tan perfecta con la voluntad de Dios, que no se podía turbar por ningún suceso, por contrario que precíese a su celo, a su humildad, a su mismo amor y a todas las otras disposiciones en que se hallaba. Este Corazón se encuentra aún, en cuanto es posible, en los mismos sentimientos y, sobre todo, siempre abrasado de amor para con los hombres; siempre abierto para derramar so bre ellos toda clase de gracias y bendiciones; siempre sensible a nuestros males; siempre apremiado del deseo de hacernos par tícipes de sus tesoros y de dársenos a sí mismo; siempre dis puesto a recibirnos y a servirnos de asilo, de mansión, de paraíso, ya en esta vida. A cambio de todo esto no encuentra en el corazón de los hombres más que dureza, olvido, desprecio, ingratitud. Ama y no es amado y ni siquiera es conocido su amor; porque no se dignan los hombres recibir los dones por los que quiere atesti guarlo, ni escuchar las amables e íntimas manifestaciones que quiere hacer a nuestro corazón. b) Fórmula de la entrega En reparación de tantos ultrajes y de tan crueles ingratitudes, oh adorable y amable Corazón de Jesús, y para evitar en cuanto de mí de penda el caer en semejante desgracia, yo os ofrezco mi corazón con todos los sentimientos de que es capa^;yo me entrego enteramente a Vos. Y desde este momento protesto sinceramente que deseo olvidarme de mí mismo, y de todo lo que pueda tener relación conmigo para remover el obstáculo que pudiera impedirme la entrada en ese divino Corazón, que tenéis la bondad de abrirme y donde deseo entrar para vivir y morir en él con vuestros más fieles servidores, penetrado enteramente y abrasado de vuestro amor. Ofrezco a este Corazón todo el mérito, toda la satisfacción de todas las misas, de todas las oraciones, de todos los actos de mortificación, de todas las prácticas religiosas, de todos los actos de celo, de humildad, de obediencia y de todas las demás virtudes que practicare hasta el último instante de mi vida. 168 á
No sólo entrego todo esto para honrar al Corazón de Jesús y sus admirables virtudes sino que también le pido humildemente que acepte la completa donación que le hago, y disponga de ella de la manera que más le agradey en favor de quien le plazca. Y como ya tengo cedido a las santas almas que están en el Purgatorio todo lo que haya en mis acciones, capa% de satisfacer a la divina justicia, deseo que esto les sea distribuido según el beneplácito del Corazón de Jesús. Esto no impedirá que yo cumpla con las obligaciones que tengo de celebrar misa y orar por ciertas intenciones prescritas por la obediencia; ni que ofrezca por caridad misas a personas pobres o a mis hermanos y amigos que podrían pedírmelas. Pero como entonces me he de servir de un bien que y a no me pertenecerá, quiero, como es justo, que la obediencia, la caridady las demás virtudes que en estas ocasiones practicare sean todas del Corazón de Jesús, del cual habré tomado con qué ejercitar estas vir tudesy las cuales, por consiguiente, le pertenecerán a El sin reserva. c) Consagración ¡Sagrado Corazón de Jesúsl Enseñadme el perfecto olvido de mi mismo, puesto que este es el único camino por el cual se puede entrar en Vos. Puesto que todo lo que yo haga en lo sucesivo será vuestro, haced de manera que no haga yo nada que no sea digno de Vos. Enseñadme lo que debo hacer para llegar a la purera de vuestro amor, cuyo deseo me habéis inspirado. Siento en mi una grande voluntad de agradaros y una impotencia aún mayor de lograrlo, sin una lu^y socorro muy particulares que no puedo esperar sino ae Vos. Haced en mi vuestra voluntad, Señor. Me opongo a ella, lo siento, pero de veras querría no oponerme. A Vos os toca hacerlo todo, divino Corazón de Jesucristo; Vos solo tendréis toda la gloria de mi santifi cación, si me hago santo. Esto me parece más claro que el día; pero será para Vos una grande gloria, y solamente por esto quiero desear la per fección. Asi sea (54). 2.—Acto de confianza del Beato La Colombiére Estoy tan convencido, Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en Ti, y de que no puede faltar cosa alguna a quien aguarda de Ti todas las cosas, que he determinado vivir (54) La fórmula de la consagración, más propiamente hablando y como en su núcleo, se halla condensada en los dos últimos párrafos de la fórmula total. Puede verse que comienza con el motivo fundamental del Beato: el olvido de si mismo para poder entrar en el Corazón de Jesús.
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de ahora en adelante sin ningún cuidado, descargándome en Ti de todas mis solicitudes. In pace in idipsum dormiam et requiescam, quoniam tu, Domine, singulariter in spe constituisti m e: «En paz me duermo y al punto descanso, porque tú, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza» (Sal 4, 10). Despójenme en buena hora los hombres de los bienes y de la honra, prívenme de las fuerzas e instrumentos de serviros las enfermedades; pierda yo por mí mismo vuestra gracia pecando, que no por eso perderé la esperanza; antes la conservaré hasta el postrer suspiro de mi vida y vanos serán los esfuerzos de todos los demonios del in fierno por arrancármela: in pace in idipsum dormiam et requies cam. Que otros esperen la dicha de sus riquezas o de sus ta lentos: que descansen otros en la inocencia de su vida, o en la aspereza de su penitencia, o en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí toda mi confianza se funda en mi misma confianza: quoniam Tu, Domine, singulariter in spe constituisti me: «Tú, Señor, me has afirmado singularmente en la esperanza» (Sal 4, 10). Confianza semejante jamás salió fa llida a nadie. Nemo speravit in Domino et confusus est: «Nadie esperó en el Señor y quedó confundido» (Sir 2, 11). Así que, seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero firme mente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo espero; in te, Domine, speravi non confundar in aeternum. «En Tí, Señor, he esperado; no quede avergonzado jamás» (Sal 30, 2; 70, 1). Conocer, demasiado conozco cjue por mí soy frágil y mu dable; sé cuanto pueden las tentaciones contra las virtudes más robustas; he visto caer las estrellas del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de eso logra acobardarme. Mientras yo espere, estoy a salvo de toda desgracia: y de que esperaré siem pre estoy cierto, porque espero también esta esperanza inva riable. En fin, para mi es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos. Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y para llegar de un solo vuelo con la espe ranza hasta donde puede llegarse, espero a Ti mismo, de Ti mis mo, oh Criador mío, para el tiempo y para la eternidad. Amén (55). (55) Esta fórmula del Acto de confianza es admirable y tiene senti mientos de la más pura confianza y esperanza en el Señor. Propiamente, es la peroración de un sermón del Beato sobre el amor de Dios: Oeuvres, IV, 215. Véase la carta XCVI y la nota 40 de la misma.
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CARTAS Destinatarios y cronología de las cartas La primera edición de las cartas del P. Claudio de La Co lombiére fue hecha en 1715, treinta y tres años después de su muerte, cuando ya estaban publicados hacía años (en 1684) sus sermones y reflexiones, las meditaciones sobre la Pasión y su Retiro. Los editores de las cartas en 1715 lograron reunir un conjunto primero de cincuenta y seis cartas, a la vez que pedían a los que poseyeran algunas otras que quisieran enviarlas. Fueron entregadas otras ochenta y tres, publicadas en un segundo vo lumen aquel mismo año. Formaron así un conjunto de ciento treinta y nueve cartas, que con numeración romana han ido pa sando desde 1715 hasta que el P. Charrier, como decimos en el prólogo, se ocupó de completarlas en 1901. Más tarde, en su vida del Beato, (la segunda, de 1904) ha ofrecido una nueva carta a la M. de Thélis (LXXXI, aquí). El caudal de la corres pondencia engrosó así de las cincuenta y seis primeras a las ciento treinta y nueve del segundo volumen en el mismo año 1715; luego, por obra del P. Charrier, pasó a ciento cuarenta y ocho, y finalmente a ciento cuarenta y nueve (las ciento cuarenta y ocho de nuestra numeración, más la LXXXI bis, que duplicamos en el número, para no corregir la numeración de Charrier en sus obras completas). La obra crítica de Charrier no se limitó a añadir diez cartas nuevas al acervo antiguo. Fue necesario hacer mucho más. Por que en las ediciones primeras, y en las reimpresiones que de ellas se hicieron, las cartas aparecen generalmente sin nombre de des tinatario y sin fecha, con pocas excepciones. Charrier pues hubo de reconstruir pacientemente tales datos, logrando éxito en la mayoría de los casos en cuanto a los destinatarios hasta entonces 171
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velados eo sus nombres. Pues, excepto las cartas a sus hermanos, Margarita y Humberto, y las cartas al Cura de Paray y a los se ñores de la Coogtegadón de la dudad, todas las demás en las coJecriooes primeras aparecen con las simples inscripciones: a una religiosa, a un jesuíta, a una señorita, a una señora reli giosa... Y lo que es aún más complicado, al no tener fechas, aparecen mezcladas de modo que las mismas siete cartas a su hermana figuran con los números I-IV y XLV-XCVTL La cuidadosa paciencia de Cbarrier logró reconstruir las series de cartas dirigidas a una misma persona, y aun poner or den de prelación en ellas. Para ello naturalmente hubo de modi ficar enteramente la numeración antigua de las cartas, establedendo la que podemos llamar definitiva (al menos hasta ahora no se han descubierto más), y que nosotros seguimos, excepto el caso antes atado. Todavía sin embargo ha tenido que dejar diversas cartas con el rótulo genérico de «Religiosa de la Visi tación de Paray», o de «Religiosa Ursulina de Paray». No son muchas, con todo, en el conjunto. Asimismo hay alguna dirigida a un Padre o estudiante jesuíta innominado. Para mayor claridad las hemos distinguido en secciones, por personas o grupos de destinatarios, como podrá advertirse, sin modificar el orden de Charrier. Pero queaaba el problema del lugar de partida de la carta y de su fecha. Charrier aquí hubo de moverse con mayores dificultades. Sólo se conservan pocas cartas autógrafas actualmente. Los primeros editores daban en bastantes cartas el lugar de partida ae Londres (no siempre fiel mente, pues lo pocen a la carta Lili, que evidentemente no puede ser de allí, ya que dice que ha estado hablando con la madre de la señorita...). Los lugares de donde se escribe las cartas son, fuera de unas pocas primeras de Paray, durante su estancia de superior en 1675-76, Londres, Lyon y ¿mímente de nuevo Paray. En su estancia en Lyon hay algunas que podemos controlar es critas «desde el campo», o sea en la casa de su hermano Hum berto en Saint Symphorien d’Ozon. Los términos cronológicos no son amplios, ya que toda la acción apostólica del Beato se desarrolla entre 1675 (Paray) y 1682 (Paray de nuevo). En estos siete años, dos son para el primer Paray, otros dos para Londres, y tres pata Lyon, con las oos estancias de S. Symphoríen. Véase en la Introducción la cronología de la vida del Beato. Así los años básicos están bastante determinados, aunque dentro de ellos hay incertidumbres. Cbarrier señaló, además de las cartas que tienen fecha fija de encabezamiento, otras varias por datos
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recogidos de ellas o de relación con otras. Otras las dejó con el simple encabezamiento de la ciudad de origen, que ya las sitúa al menos en un tiempo determinado. Pero su obra principal fue la de ordenarlas por grupos, señalando lo* destinatarios, y dentro de cada serie, por el orden de los temas epistolares, establecer el orden de preladón dicho.
I LOS DESTINATARIOS DE LAS CARTAS 1 .—Cartas a sus hermanos Margarita j Humberto (I-VUI) En la Introducción hemos enumerado los hermanos de Claudio de La Colombiére, de los cuales vivieron, junto con él, otros cuatro: Humberto, Floris, Margarita Isabel y José. Hum berto, carta VIII, es el mayor (1635), y tuvo trece hijos, llegando a ser miembro distinguido del Parlamento del Delfinado, ejer ciendo el oficio de contador (Maitre de Comptes). Margarita Isabel (I-VH) nadó en 1649 (un año después que Santa Margarita María Alacoque), y entró Salesa en el monasterio de Condrieu, donde tomó el hábito en mayo de 1674, haciendo un año des pués la profesión (I-II). Murió el 8 de febrero de 1734 a la edad de ochenta y cinco años, después de una vida religiosa ejemplar, y ferviente, en la que procuró ejercitar las prácticas en honor del Sagrado Corazón, que su hermano le había comunicado. Los últimos veinte años de su vida, perdió casi completamente la vista, a pesar de lo cual no faltaba a ninguno de los ejercicios de comunidad. S. Svmphorien y Condrieu están sobre el Ródano: a unos kilómetros de Lyon el primero y a unos cuarenta Condrieu. Floris (n. 1645) fue sacerdote, arceüano de la Catedral de S. Mauricio en Vienne. El será quien acuda a recoger en coche a Claudio para llevarle a Vienne enfermo el 28 de enero de 1682. Pero tendrá que volverlo a Paray apenas iniciado el viaje el 9 de febrero. Asistió a su muerte (XJLIX). El último hermano, osé (n. 1651), abogado y sacerdote de S. Sulpido, morirá en i misión de Quebec.
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2 .—Cartas a jesuítas (IX-XV) El P. Domingo Bouhours (IX) tuvo contacto con La Co lombiére en París, durante los estudios teológicos del joven es
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tudiante. En 1668 había publicado una «carta a un señor de la Corte», contra los jansenistas, entonces en gran ebullición (la Bula condenatoria ae Jansenio y sus cinco proposiciones es de 1653. Inocencio X). Escribió a Claudio solicitando información sobre obras de los jansenistas, que podría recoger en el Colegio de Lyon, donde ahora enseñaba Retórica. Claudio habrá de dis culparse de no atenderle hace ya bastante tiempo, por el agobio de ocupaciones, y hace comentarios sobre una Vida de D. Bar tolomé de los Mártires, escrita por los jansenistas en su alabanza, porque este arzobispo de Braga sostuvo que la jurisdicción episcopal no depende del Papa. Es la carta más antigua del Beato, y de tiempo anterior a su mes de ejercicios (junto con la primera a su hermana). Aparece esto en su estilo y tratamiento más de senvuelto y menos espiritual del tema. El P. Provincial de Lyon (carta X), P. Luis de Camaret, destinó al P. La Colombiére a Lyon a su vuelta de Inglaterra. El viaje lo hizo por Dijon, donde pudo visitar a la M. Saumaise residente allí entonces (unos 250 kilómetros de viaje en coche), y de allí bajó hacia Lyon, desviándose a Paray-le-Monial al oeste unos kilómetros para visitar la ciudad y a santa Margarita María. Salido de Paris a fines de enero, llegó a Lyon a 11 de marzo de 1679 (cartas X y XLIII), habiéndose detenido en Paray unos diez días, y algunos en Dijón. El P. Luis de Chastemet (XI) era Maestro de Novicios de la Provincia en Aviñón. Los novicios debían pasar a Lyon al terminar el noviciado para estudiar allí la filosofía. Ignoramos el nombre del jesuíta a quien se dirige la car ta XII, de sumo interés por el relato personal que hace de su arresto, prisión y destierro. Tenemos otra carta escrita a un Padre que acompañó al Beato en su enfermedad. Este Padre, también desconocido, le acompañó, al parecer, durante su es tancia en S Symphorien en casa de su hermano Humberto en abril-mayo de 1679, y parece ser un joven, conforme a los con sejos que le da (XIII). Finalmente hay entre las cartas a jesuítas otras dos dirigidas a jóvenes estudiantes que terminada la filosofía en Lyon co mienzan su estudio teológico para la ordenación sacerdotal. Ignoramos sus nombres concretos, aunque sabemos que han sido dirigidos durante aquel año espiritualmente por el Beato, que ocupó ese cargo durante los cursos 1679-80 y 1680-81. 174
Puede ser esta ocasión de mencionar el nombre de algunos de aquellos jóvenes dirigidos suyos, que luego tuvieron tanta importancia para el desarrollo de la devoción al Sagrado Corazón. Alguno será Rector, alguno Provincial. El más célebre e impor tante, sin duda, es el P. José de Gallifet, que fue más tarde Pro vincial y aun Asistente de Francia en Roma, junto al P. General. Su talento teológico y su posición, después de haber sufrido también contradicción por causa de su afecto a la devoción, le hacen importante: su primer libro De cultu sacrosaneti Cordis Dei Iesu fue rechazado en Roma por los censores de la Compañía de Jesús. Más tarde, su gran autoridad hizo que su libro en latin sobre el culto del Corazón de Jesús, publicado en Roma en 1726, contribuyese a difundir por el mundo cristiano esta devoción y su valor. El mismo recuerda que aprendió la devoción en pri mer lugar del P. La Colombiére. Aunque no fue discípulo del Beato, pero entró pronto en la órbita ae la devoción otro estu diante teólogo, algo posterior, en íntima relación con el P. Ga llifet, y destinatario de diez hermosas y grandes cartas de santa Margarita María sobre la devoción: es el P. Juan Croiset, autor del libro más importante destinado al publico sobre esta de voción, escogido, según santa Margarita María, por el mismo Señor para este apostolado y empujado a ello con vehemencia e intimidad por la santa en sus diez cartas llamadas de Aviñón (por el archivo en que fueron halladas más tarde). Son las car tas CXXX-CXXXIX de la santa, llenas de datos y de teología del culto al Corazón de Jesús. En la segunda le dice que fue el P. La Colombiére el elegido para dar comienzo a esta devo ción, porque desea el Señor valerse de los Padres de la Compañía para* lograrlo (S. T e j a d a , Vida y Obras, 438). 3.—Cartas al Cura y Congregación de Paray Las cartas XVI y XIX se dirigen al Cura-Párroco de Paray, el Rdo. Juan E. Bouillet, de una de las familias más conocidas de Paray. Era párroco de la iglesia de S. Nicolás, que propia mente era una aneja de la antigua parroquia de Nuestra Señora exterior a las murallas sobre la colina, pero que por la proximi dad, y por las reliquias del santo que poseía en veneración era la que tenía culto habitual y era la única parroquia prácticamente. Junto al párroco oficiaban las misas habituales, procesiones y demás actos de culto, unos quince sacerdotes (el llamado «mépart»), a modo de beneficiados, hijos de residentes en la parro quia. Bouillet hizo pronto amistad con La Colombiére, el nuevo 175
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superior. Era párroco desde 1661, y su casa cural estaba contigua a la residencia de los jesuítas. Como párroco presidía la Con gregación de señores que el Beato fundó en Paray. Añadiremos que también había en Paray una Abadía benedictina, todavía hoy existente y con culto, donde dos grupos de religiosos, antiguos y reformados, habitaban. Las cartas XVII y XVIII se dirigen a la Congregación de señores y a uno de sus miembros, anónimo para nosotros, que escribió al Beato para darle cuenta de la carta acordada escribir y escrita por el secretario a Londres, como recuerdo al P. La Co lombiére, fundador de la Congregación. Esta Congregación, bajo la protección de la Virgen María, Auxilio de los Cristianos y Reina de los Apóstoles, fue fundada en 1675 por el Beato Claudio en Paray. Su fin era ayudar a sus miembros en su vida cristiana, en su vida familiar, a evitar el pecado y fomentar la gracia por los Sacramentos, la devoción a la Virgen y el apostolado. 4.—Cartas a la Rvda. M. de Saumaise (XX-XLIX) La R. M. María Francisca de Saumaise fue superiora del Monasterio de la Visitación de Paray desde el verano de 1672 hasta mayo de 1678. Al terminar su segundo trienio fue destinada al Monasterio de Dijon, como Directora o Maestra de Novicias. Más tarde, en mayo de 1679 pasó como superiora al monasterio de Moulins, donde había muerto la santa fundadora santa Juana Francisca de Chantal. Estuvo allí tres años, y en mayo de 1682, poco después de la muerte del Beato, cumplido su primer trienio y a causa de su mala salud volvió a Dijon. La importancia de la M. de Saumaise en la correspondencia del Beato aparece claramente en el número de cartas dirigidas a ella, desde la primera que escribe llegado a Londres, a 12 no viembre 1676, hasta la última de su vida, desde Paray, días antes de morir. En total suman hasta treinta cartas. Lo mismo se ad vierte por la intimidad y riqueza de tales cartas en cuanto a de talles ae su vida y apostolado, así como por la humildad con que recibe sus consejos o se los pide. La gran ventaja de esta serie de cartas, además, es que casi todas tienen fecha concreta, escri tas desde Londres, Lyon y la última de Paray. Son muy ricas en detalles y sirven también pata la cronología del Beato. La M. de Saumaise fue la superiora de santa Margarita María de Alacoque en los años 1672-78. Por lo " 'o su trato 176
espiritual con el P. La Colombiére como superior de Paray tuvo en parte su origen en la santa. Porque, aunque era natural que el superior y la superiora del monasterio tratasen, y ella vio en seguida al hombre de Dios que podía ayudarla en su espíritu, la santa con su misión especial, en la que ambos participaron, les unió más aún. Supo comprender bien a la santa, tras las pri meras comprobaciones, y especialmente a partir de la visita del Beato al monasterio, cuando él le dijo de la H. Alacoque: «Es un alma de elección». La santa le comunicaba sus gracias, y más de una vez, como aparece en las cartas, transmitió al P. de La Colombiére mensajes de ella. Le entregó, al partir, el famoso Memorial en tres puntos, al que alude tantas veces el Beato (v. carta XXIII-XXV y carta XXXI). Ella hubo de afrontar la «noche dramática» de la santa en 1677 (carta XXVIII), pues ella dio el permiso solicitado para cumplir el encargo del Señor del aviso a la Comunidad en el refectorio. El Beato la considera alma excepcional, y si bien su estima de santidad de Margarita María es cosa aparte, aprecia en ella sumamente sus dones sobrenaturales y su discreción y prudencia. Declara que las gracias que él recibe tienen mucha semejanza con las de la M. Saumaise (XXXVI). En la correspondencia de santa Margarita María se conservan muchas cartas a la M. Saumaise a Dijon y Moulins. 5.—Santa Margarita María de Alacoque (L-LI) En la introducción hemos explicado la importancia del en cuentro del Beato con la santa para su vida personal interior y para la misión del Señor encargada a él. A pesar de esto sola mente conservamos dos cartas del Beato a ella, y ninguna cierta de ella a él. Consta por la correspondencia del Beato con la M. Saumaise el inmenso aprecio que hacía de las gracias de Jesucristo a la santa, así como por la noticia que de ella hace anónimamente en el Retiro de Londres. (Véase en dicho Retiro, n. 11-12, y los números anteriores en que habla del Memorial. Asimismo v. no tas 7 de la carta XX y 13 de la XXXIV). En cuanto a cartas de la santa al Beato, que a él le cuenta contestar por el respeto que tiene por su espíritu y santidad, véase nota 11 a la carta XXVI. Por las cartas del Beato consta que ella le escribió varias veces: XXVI, XXXIV, XXXVII, XLVT, XCIX, y las cartas repetidas que le escribió a Lyon des 177
pués de su vuelta de Inglaterra enfermo, a dos de las cuales con testa en estas cartas L-LI. La misma santa, en su carta VI a la M. Saumaise, (Vida y Obras, p. 228) dice, sin quejarse, que él no le responde en 1680. Quizás más tarde responde con su carta L. La carta CXLI de la santa (V id a y Obras, p. 495) juzgan algunos que es a su Director, el P. de La Colombiére. Pero parece im posible, ya que en ella, además de otras cosas importantes sobre la importancia de esta devoción para las almas perfectas, y de numerosas promesas para bendecir sus trabajos especialmente los apóstoles y sacerdotes, se habla de la misión de la Compañía de Jesús para promover esta devoción. Ahora bien, esta misión aparece en la santa expresada como consecuencia de la visión que tuvo el día de la Visitación, 2 de julio de 1688, cuando ya el Beato había muerto hacía seis años. No solo eso, sino que es precisamente allí el P. de La Colombiére en el cielo el que recibe de la Virgen María como «fiel siervo de su divino H ijo» la pro mesa de la elección de la Compañía de Jesús para promover este tesoro, junto con la Orden de la Visitación (carta XCI de la santa a la M. Saumaise, que relata ampliamente la visión: Vida y Obras, p. 355). En su carta C a la misma M. Saumaise la santa dice en junio de 1689: «Nuestro buen P. de La Colombiére ha alcanzado que, después de nuestro querido Instituto, sea favo recida la santa Compañía de Jesús con todas las gracias y pri vilegios particulares de esta devoción del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo...». Lo mismo afirma en la carta CXXXI (2.a de Aviñón) al P. Croiset; sin narrar la visión, explicando el don concedido, lo atribuye al P. de La Colombiére: «He aquí por qué se ha servido del buen P. La Colombiére para dar co mienzo a la devoción de ese admirable Corazón» (Vida y Obras, p. 438). En la carta CXXXII al mismo, habla más largamente de sus relaciones iniciales con el P. La Colombiére, y dice tam bién que fue elegido para el cumplimiento de este «gran designio», añadiendo esto: «Conviene dirigirse a su fiel amigo, el P. de La Colombiére, al cual Jesús ha otorgado un gran poder, encar gándole de lo concerniente a esta devoción (en el cielo). Confi dencialmente os confieso haber recibido de él grandes socorros, siéndome aún más favorable que cuando estaba en la tierra. Si no me engaño, esta devoción del Sagrado Corazón le ha hecho muy poderoso en el cielo, y le ha elevado más en la gloria que todo lo restante que hubiera podido hacer durante todo el curso de su vida» (Vida y Obras, p. 451-2). Todo esto lo cuenta para animar más al joven apóstol, P. Croiset, a trabajar por esta de-
voción. Mayores elogios del P. La Colombiére y de su gran misión no se pueden hacer.
6.—C artas a la señorita M aría M argarita de Reclesne de Lyonne des R egarás, y a su m adre, la señora de Lyonne (LII-LXVIII, y L X IX -LX X ) Esta im portante serie de diecisiete cartas a la hija y dos a la madre, es un modelo de lo que supone la dirección de una joven seglar desde el mundo hasta el claustro, después de su conver sión. Su historia es original e interesante. Sus apellidos provie nen de estos orígenes: su padre era Antonio de Reclesnes, que era señor de Lyonne por título de Auvernia. El sobrenombre de Regards le viene de un feudo familiar, y era llamada «la belle des R egards», aludiendo quizás a su propia mirada y belleza. Señorita del gran mundo, todos se afanaban en torno suyo por agradarle, pretendían su mano y ella vivía de diversión en diver sión, aunque su virtud era intachable. Un día, antes de que el P. La Colombiére llegase a Paray, al salir engalanada como siem pre de la iglesia, con mucha gente, una piara de cerdos numerosa venía corriendo por la calle embarrada. Ella no cuidó de reti rarse como los demás, divertida por el caso, y el cerdo enorme que abría paso la embistió y quedó montada sobre el animal, que la paseó como jinete casi media hora, agarrada desesperada mente al rabo para no caer en el barro. Fue la comidilla de Paray durante muchos días. Poco más tarde llegó el Beato a la ciudad como superior, y al oír su prim er sermón el día de Pentecostés se sintió con m ovida, aunque su conversión final llegó el día de san Agustín, 28 de agosto, en las Ursulinas. La prudencia y tino con que co menzó a dirigirla a partir de este día nunca fue desmentida. Las dos primeras cartas se dirigen a ella, cuando por consejo de él marchó a un retiro en el campo, que dio como resultado tras la prim era carta del Beato a ella a los dos meses de su marcha (LII), su entrega definitiva al Señor, probablemente por voto de castidad el día de san Juan Evangelista, 27 de diciembre (LIH). Vuelta a Paray continuó asiduamente tratando con el Beato como director de su espíritu, el cual había hablado, cuando ella estaba ausente, a su madre la señora de Lyonne para que permi tiera a su hija v iv ir en renuncia de lo mundano, aunque conser vando su puesto (L ili). No se trataba todavía para nada de vo179
cadón religiosa, y el director, consciente de la dificultad, le per mitía prudentemente parddpar en fiestas honestas y seguir la vida familiar con normalidad. Poco antes de marchar de Paray a Londres, cuando ya lo sabia aunque no el destino concreto, escribe a la madre una carta sobre algún asunto particular que tiene de problema con alguna persona (LXTX). Al partir para Londres, ya desde París, escribe una carta a la joven, lo cual muestra el afecto e interés que mantenía por su caso y la confianza con que la trataba, pues le dice que le siga escribiendo (LTV). Cuatro cartas desde Londres, que conserva mos (segaramente hubo más) van dirigiendo la vocación hada su fin. Como permanece en Paray la M. Saumaise, el Beato se remite confiadamente a ella para ayudarla en su direcdón con su consejo. Cuando la M. de Saumaise abandona Paray en junio de 1678 para trasladarse a Dijon, ya en el alma de la joven ger mina la idea de su vocadón: primero el trabajo en el hospital de Paray (LVÜ) y al fin la idea de entrar en las Ursulinas, al me nos de retirarse allí como pensionista para vivir, lo que será ejemplo para la dudad, y gran ayuda para el monasterio, ya que tiene recursos económicos. Sin embargo nada se dedde. Vuelto a Francia el Beato desterrado y enfermo, visita Paray en febrero de 1679 unos días, y habla con ella y con las demás. Permanece, con todo, la dedsión de seguir en su casa, y se tiene la idea de que la señora de Lyonne su madre no aceptaría fádlmente la vocadón y la marcha de su hija. Y de pronto, sobreviene la crisis de la vocadón, a lo divino. Estando el Beato reponiendo su quebrantada salud en casa de su hermano en S. Symphorien d’Ozon tedbe una carta angustiada de la joven, en que le consulta sobre «la nueva condición en que quieren colocarle» en voca dón (UX). El Beato contesta resumiendo lo que habían acordado en su visita poco anterior a Paray, de palabra, y dice que, si las coodiáones no han cambiado, no debe mudar el propósito de permanecer en su casa como hasta ahora Está sorprendido, al no saber «qué puede haber sucedido desde que la vi» Y de pronto, apenas enviada esta carta, escribe rápidamente otra y la envía, deddidamente favorable a que la joven entre en las Salesas de Paray (LX). ¿Qué ha sucedido de inesperado? El Beato ha sabido la causa de la preocupadón. Santa Margarita Mana le ha escrito (no conservamos la carta) sobre el asunto, declarando que es el Señor quien quiere a aquella joven en la Visitadón «a todo predo», y ella es quien se lo ha indicado a la joven, pidiéndole que haga treinta dias de pendones a Dios
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para que la ilumine. La nueva carta del Beato, después de la primera tranquilizadora para la joven, cae como un rayo. Acom pañada de su hermano se pone en camino inmediatamente para S. Symphorien, donde vive una prima suya. Tras la entrevista con el Beato sale decidida a seguir la voluntad de Dios, pero, de nuevo en Paray, renacen sus dificultades. Se añade la oposición decidida de su madre, y el Beato ha de escribir cartas a las dos (LXI-LXITT, LXX), siendo la última un modelo de carta a la madre sobre la vocación de la hija. El Beato, escarmentado tal vez con el suceso, escribe a la joven manteniendo su decisión y parecer, pero dejando la deci sión personal a ella, cuando ya se va abriendo a la idea de la vo cación de Salesa (LXHI). Le promete escribir a su madre, la carta citada antes. Finalmente, la gracia vence en el gran com bate, y ella se decide (LXTV). Es en abril de 1680 cuando toma el hábito religioso, tras casi un año de espera, y su madre acaba por cambiar también de estado de ánimo (LXV-LXVH). Cuando el Beato recae en su enfermedad gravemente, en la Pascua de 1681, escribe todavía a la religiosa, ahora con el nombre de H. María Rosalía, pues su nombre propio de María Margarita ofrecía confusión en el monasterio con el de la santa. Es la profesión de la joven. Vuelto a Paray en agosto, el P. La Colombiére fue a visitarla, pasados los primeros días de su lle gada. En el lecutorio del monasterio, después del saludo «que daron los dos como extasiados por los efectos maravillosos de la gracia, permaneciendo un rato en silencio sin poder expre sarse». Cinco meses más tarde moría el Beato, que quizás volvió alguna vez más todavía a visitarla. 7 —Cartas a religiosas de la Visitación de Paray (LXXI-LXXX). Aquí solamente podemos señalar como destinatanas de las cartas a la H. Emerendana Rosselin, en la carta LXXTV, la cual fgnk otra hermana Ana en el monasterio; y a la H. María Catalina, de las Carmelitas de Chailloux, que se incluye en este grupo de cartas, aunque no sea de la Visitadón de Paray, por ser única. (XXI11). Son notables estas diez cartas, por varias razones. En conjunto, al estar dirigidas a religiosas de trato menos frecuente quizás con el Padre, aunque confiado, habla en ellas exdusivamente de temas religiosos. La carta LXXTI es admirable para comprender los sentimientos ante la muerte, la entrega a
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la voluntad de Dios y la confianza absoluta en El. La carta LXXIII a la H Carmelita nos propone los sentimientos de Jesús en Getsemaní, para los momentos de angustia La carta LXXIV, a la H. Rosselin, expresa de forma gráfica el valor de las virtudes practicadas como fruto de la oración (es igual, «venticuatro dis tracciones en un Avemaria y venticuatro éxtasis en un día», si hay la misma virtud de mortificación y humildad). Las car tas LXXVII y LXXVIII ofrecen la singularidad de hallarse co mo fragmentos de las cartas XCVTII y XCIV respectivamente, pudiéndose pensar que sean un borrador de aquellas, o repetidas porque era la misma la situación. Finalmente las cartas LXXIX y LXXX son de los últimos meses del Beato en Paray, nos sitúan en una nueva recaída de la enfermedad, y muestran la profunda humildad del hombre de Dios. 8 —Cartas al Monasterio de la Visitación de Charolles Paray-le-Monial proviene de una donación al Abad de Cluny por parte del Obispo de Auxerre. El Abad de la célebre abadía de Cluny era pues el «señor y decano» de la ciudad, re presentado por un prior y varios monjes de la Abadía de Paray, de donde el nombre le-Monial (monacal). La alta justicia, con todo, la ejercía el Rey por medio de un gobernador en la región del Charollais. El monasterio de Charolles, como se ve, era cer cano y relacionado especialmente con el de Paray. En este mo nasterio estaba de superiora desde 1674 la R. M. Francisca Lu crecia de Thélis, a quien se dirigen las cartas LXXXI, LXXXI bis, y al parecer también la LXXXII. (El P. Guitton dice que con la LXXXI publicada más tarde por Charrier, sólo hay dos cartas a ella, pero parecen tres). Religiosa ferviente, entrada en el claustro a los quince años de edad, tan sólo unos treinta después de la muerte de la santa Fundadora, Santa Juana F. Chantal, en 1641, como Superiora había de ser observante en la Visitación. Pero La Colombiére, al conocerla en octubre de 1675 advirtió en ella algunos defectos y falta de entrega a Dios. El 4 de no viembre le escribió la carta LXXX, que figura seguramente como la más dura de expresión salida de su pluma. Nos parece en exceso rígida y fuerte, y hay que tener en cuenta que el Beato estaba todavía en el primer año de su ministerio. Pero la luz de Dios, sin duda le guiaba. Pues la M. de Thélis sacó tal fruto que dio ejemplos admirables de virtud siendo superiora, soportando una calumnia de robo e injusticia con admirable silencio, hasta 182
que todo se descubrió. Lo cual es aún más admirable por la noble familia de que venia. Conservó todo su agradecimiento al Beato, y recibió en su monasterio a la hermana María, la viuda inglesa entrada en las Ursulinas de Paray, de que enseguida hablamos. El Beato, en la carta LXXXII, le encarga la práctica de la fiesta del Corazón de Jesús, seguro de que la recibirá en su monasterio. Tenemos otras dos cartas (LXXXIII y LXXXIV) a la superiora que su cedió a la M. de Thélis, y otras dos a la Directora o Maestra de Novicias de Charolles (LXXXV-LXXXVI), en las cuales trata del problema de alguna de sus novicias, que es alguna de las novicias inglesas, llevadas por el Beato a aquel monasterio donde la M. de Thélis las ha recií>ido con gran caridad y deseo de com placer a La Colombiére. La serie principal de este grupo es la dirigida a la hermana María, joven viuda venida de Inglaterra, antes que el Beato, para entrar en las Ursulinas de Paray, como puede verse en la carta XXXIX a la M. Saumaise, a quien la envía al pasar hacia Paray por Dijon, donde aquella se encuentra, para que le exa mine y si le parece otra cosa modifique el plan religioso de su vocación. De hecho va a Paray y entra en las Ursulinas (LXXXVIILXXXVIII). Pero, cuando el Beato al volver de Inglaterra pasa diez días en Paray, en febrero de 1679, la visita, y la encuentra con problemas. Santa Margarita María le declara que el Señor la quiere en Charolles en la Visitación, y las mismas Ursulinas son quienes le indican que serla preferible para su vocación, como lo escribe a la M. Saumaise desde S. Symphorien en el mes de abril (XLV). La primera idea de su vocación había sido el desierto, y el Beato la envió al pensionado de las Ursulinas, sin declarar su nombre (XXXVII, XXXIX, LXXXVII). El Beato la sostiene en sus alternativas, la dirige con sus consejos y estando ella lejos de su país y en soledad, le declara con acento emocionado que él hará con ella de padre (XCI), y para asegurar su vocación le pide que haga voto de seguirla, conforme a su propio procedimiento (XCI). La ayuda en la muerte de su padre, escribe a su madre, le prodiga atenciones. Le da cuenta ae su recaída en la enfermedad (XCIV), en la Pas cua de 1681, que provocará en agosto su ida última a Paray. Las cartas de la serie (LXXXVII-XCV) son un espejo de la so licitud del Beato por una vocación de la que se siente responsa ble, y a la que ama en Jesucristo. Pensamos que es a ella misma 183
a la aue se dirige la carta XCIX, penúltima en vida del Beato, y en la que traza un vivo cuadro ae su enfermedad y situación mes y medio antes de morir, y habla de las comunicaciones de santa Margarita María, haciendo ver que las conoce por él mis mo su comunicante. Esta intimidad corresponde con el trato largo y afectuoso que ha tenido con la hermana María. Dicha carta es una de las joyas de la colección total. Hay otras tres cartas a otras dos inglesas de Charolles, donde ingresaron como la hermana María. Las cartas XCVI-XCVIII son un modelo del modo de comunicar esperanza y sostener en las tentaciones a un alma. La XCVI especialmente es un mag nífico grito de confianza en el Señor. 9.—Cartas a religiosas Ursulinas de Paray El monasterio de Ursulinas de Paray, de la orden fundada por santa Angela Merici en el siglo XVI, fue fundado en 1644, y se hallaba contiguo al monasterio de la Visitación donde vivía santa Margarita María. Había muy buenas relaciones entre am bos conventos, uno de enseñanza de niñas de condición humilde y otro de la Visitación. En la iglesia de las Ursulinas predicó varias veces el Beato durante su estancia en Paray, y de allí sa lieron vocaciones como la de la joven de Lyonne. Las Ursulinas se hablan propagado de manera admirable, pues tenían en Francia en 1673 muchísimas casas. El monasterio de Paray había pasado de la obediencia de las casas de Lyon a la de Paris, quizás por que esta rama añadía un cuarto voto de dedicarse a la enseñanza. La situación o acomodación del monasterio no reunía en tonces todavía todas las comodidades que hubieran sido de desear. Se murmuraba por ello contra las superioras, había quejas, a ve ces carecían de cosas estimadas por ellas necesarias. En esta serie de cartas (C-CVTII) afloran estas cuestiones. Por lo demás solo en tres de las cartas podemos determinar la destinataria. La carta CIII a la M. María de los Angeles, Asistenta de la Superiora, es una de las que se conservan en su autógrafo hoy. La CI se dirige a la Maestra de Novicias, y la CV a la Directora del pensionado, en que habla de la ida a él de la hermana María desde Londres. En toda la serie aparece la necesidad de la obe diencia con la comprensión de las dificultades existentes allí, así como se inculca especialmente el amor de las reglas religiosas, de lo cual dan hermosa muestra las cartas CVII y CVIIL 184
10.—Cartas a la señora Abadesa del Monasterio de la «Benissons Dieu» (CIX-CXII) La Abadía llamada «.Benissons Dieu» (Bendigamos a Dios) se halla situada a poca distancia de Paray, pocos kilómetros, en el límite de las provincias o regiones de Lyonnais, Bourgogne y Bourbonnais. El marqués de Nérestang había obtenido varios beneficios eclesiásticos, con la facultad de nombrar en posesión a la Abadesa del monasterio o Abadía. Por un cambio con los monjes de Claraval, obtuvo la posesión de la «Benissons Dieu» en 1610, trasladando a ella la comunidad de religiosas de Mégemont en Auvernia, donde había puesto de abadesa a su hija Francisca, con solo doce años de edad, y ahora en el traslado con dieciocho. Son los inconvenientes de los beneficios eclesiásticos en poder de seglares, y como potestades de investidura rema nentes. Pero Francisca de Nérestang fue un modelo de virtud y religiosidad, durante los cuarenta años que vivió allí todavía. Le sucedieron una hermana Aymare (con solo cinco días de vida de Abadesa), y después su sobrina Francisca II de Nérestang. Tenía sólo ventitres años. En 1671 obtuvo esta piadosa Abadesa un compromiso con los jesuítas de Roanne de dar misiones en las tierras que depen dían de la Abadía, cada tres años. El P. La Colombiére en 1675, al llegar de superior a Paray, se encargó de una de estas misiones por el mes de marzo. La dio con el fervor en él habitual, y des cribe con viveza los detalles de una misión en su oración fúnebre de la Abadesa de Nérestang. Porque dos meses más tarde, el 21 de mayo, murió la piadosa Abadesa, una de las precursoras en sus escritos de la devoción del Sagrado Corazón de Jesús según el estilo de su fundador san Bernardo, en la intensa piedad al más profundo interior de Cristo, aunque no escribía para publicarlo, sino para su propia devoción. A fines de junio, co nociendo ya la gran Revelación (21 junio 1675) el Padre La Co lombiére predicó en el monasterio en un solemne funeral por la Abadesa la oración fúnebre, como entonces se estilaba. Se hallaban pensando las Benedictinas de la «Benissons Dieu» en el nombramiento de la nueva Abadesa, cuando supieron que sería nombrada una joven religiosa de ilustre familia, pero no benedictina sino de las agustinas de Honfleur, y además de sólo ventiún años de edad. Llegó al monasterio desde Normandía en un viaje lleno de atractivos para su juventud, y se leyeron las dispensas de edad, de cambio de orden, y la asistencia de una 185
priora del monasterio hasta que pasasen tres años. Al compren der, pasados los primeros momentos de entusiasmo, la carga 3ue se había hechado encima, y al ver el fervor religioso de aquea comunidad, la joven se descorazonó profundamente. Pocos días más tarde, la joven Abadesa, Madame Louise Houel de Morainville (su nombre de familia), recibía en la Abadía la visita del P. Claudio de La Colombiére. Le manifestó sus preocupaciones, su necesidad de hacer ejercicios espirituales para darse a Dios de modo distinto que hasta ahora. La Colombiére no pudo quedarse, pero le escribió desde Paray enseguida en la misma semana (me dijo usted el domingo...) una larga carta para alentarle, y recomendarle que no dejara su idea de hacer los ejercicios, con una larga serie de profundos consejos espirituales para su situación (CIX). Poseemos cuatro cartas a la Abadesa (CIX-CXII), todas en el corto espacio de aquellos meses, desde julio de 1676, apenas llegada la nueva Abadesa a su monasterio, hasta setiembre del mismo año, al partir el Beato para Londres. Son modelo estas cartas de exci tación de un alma a la perfecta conversión (CIX-CXI). En la última carta (CXII) le anima para la visita que brevemente y ya de marcha va a hacerle. «El tiempo de su libertad se acerca». ¿Hizo confesión general? En esta carta se encuentra la notable frase: «No se si ha amado a nadie más que lo que le ha amado a usted». Se pregunta uno: ¿No conoce ya el Padre a santa Mar garita María, y la estima como santa? Es verdad que la frase está en tono dubitativo, y tiene algo de literaria para estimular la confianza. Muestra, en todo caso, los dones que descubre en la Abadesa. 11.—Cartas a seglares: las hermanas Bisefranc Entre las cartas dirigidas a seglares —aparte de las que di rigió a la señorita de Lyonne, todavía en el mundo, antes de en trar Salesa— tenemos un primer grupo pequeño, de sólo tres cartas (CXIII-CXV), dirigidas a «una señora desconocida». Las tres forman ciertamente una unidad de serie, pues tratan un mismo problema, que parece ser el de una separación matri monial. Pues, en efecto, se trata en la primera ae la solución a una consulta, sobre la conveniencia de permanecer con aquel hombre (que pensamos ser su marido, obviamente, por la misma solución), aunque él con sus costumbres torcidas y hasta blas femias la hace sufrir mucho. No se habla, sin embargo, para 186
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nada de hijos, sino solo de sobrinos, lo que podría hacer dudar si no se hallaba en casa, por ejemplo, de un cuñado viudo, cui dando o atendiendo a sus hijos. Los consejos de La Colombiére en este caso tan difícil son un modelo de equilibrio en la solu ción de un problema extremo. A la vez trata de liberarla de las cosas de abajo, excepto las de obligación, dirigiéndola por la oración a Dios. En la carta CXIV le habla ya de las ventajas de hallarse libre de apego al dinero. Pero en la CXV al responder a la consulta sobre el pago de impuestos, muestra un espíritu tan evangélico que se puede decir inspirado plenamente en el consejo evangélico: «Al que te reclame en juicio la túnica, dale también el manto» (Mt 5,40). Esta doctrina sobre la necesidad de pagar los impuestos reclamados, tiene ya vivencia moderna de justicia social. Notamos que la carta CXXV tiene cierta afini dad en el tema de vivir con un hombre de malas costumbres y de guardar silencio sobre él. Las cartas de las dos últimas series van dirigidas a las hermanas Mayneaud de Bisefranc, María y Catalina. Estas dos hermanas pertenecían a una familia acomodada de Paray, y vivían con su madre —que hemos de pensar era viuda al no hablarse del padre, y hablarse de la herencia— y tenían otros hermanos. Entre las dos se nota por la correspondencia bastante diferencia de carácter. De hecho María tuvo vocación religiosa, y la siguió entrando en las Ursulinas de Paray en 1678, cuando el Beato estaba todavía en Londres, y desde allí dirigía su vocación. A Catalina siempre procura quitarle la idea de la vocación. Ella será una de sus más fieles adictas hasta el fin de su vida, con la libertad de movimientos de su condición seglar. María de Bisefranc, dirigida como Catalina ya por el Padre desde su estancia en Paray de superior, comienza a escribirle a Londres inmediatamente después de su marcha. Ya en la pri mera carta de su serie (CXVI-CXXX) aparece la idea de retirarse a un convento como Hermana conversa, cosa que el Beato le disuade. Tanto a ella como a Catalina les exigirá que pongan en orden sus cuestiones para poderlas contestar más fácilmente (CXVII). La decisión del director sobre la idea de vocación religiosa es firme: no puede pensar en ella mientras su madre se oponga y retenga su herencia (quizás por el testamento del padre), lo que le impide tener la dote necesaria. Entretanto le aconseja que viva en el mundo y en su familia como una persona espiritual, dejando los asuntos temporales y la administración a su madre, y dedicada a la vida interior, a los pobres, sin dejar 187
por ello de vivir la vida social necesaria. Como la M. Saumaise se halla en Paray se vale de ella para la dirección de los casos ordinarios. Le recomienda que acuda a buscar consejo a ella (CXXII). Como la dificultad para su vocación proviene de su madre y de la falta de fortuna personal hasta entonces, debe vivir en obediencia a su madre, y aun en sus limosnas depender de ella. Pero siempre le asegura y afianza en su ideal de vocación, aunque en espera. Al fin sa madre concede a sus dos hijas disfrutar perso nalmente de la fortuna heredada (CXXV1 y CXXXVIII), y entonces, en febrero o marzo de 1678, comienza a tratar de la realización de la vocación, poniendo en duda que convenga ir a las Clarisas (CXXVII). Se entremezclan los consejos espirituales con los de la recta administración temporal, siempre en el máximo respeto por su madre. Resuelve un caso de restitución en la penúl tima carta (CXXIX). Luego el silencio de la enfermedad y per secución y destierro, interrumpe la correspondencia del director. También la M. Saumaise se ha marchado de Paray a Dijon. María de Bisefranc se decide, aconsejada también por las religiosas, y entra en las Ursulinas de Paray en el mes de agosto, después de la última carta, la CXXIX, en que parece haber ya llegado a una decisión personal: «la resolución que Nuestro Señor le ha inspirado». Cuando el Padre vuelva a Francia, en enero de 1679, como desterrado, y haga una visita de diez días a Paray en el mes de febrero, antes de llegarse a Lyon, su nuevo destino, ya la encontrará en «las pruebas» del noviciado, con dificultades, pero resuelta en su vocación (Carta XLIII a la M. de Saumaise desde Lyon). Finalmente, la última carta dirigida a ella desde Lyon (CXXX), está ocasionada por alguna carta suya, como podemos pensar, acompañada de otra de su superiora de las Ursulinas, en que da cuenta al Beato de que ha mejorado en sus dificultades. El Beato suavemente indica que su falta de salud hace difícil atender a la dirección por carta, y sabe que ella ya religiosa no tiene tanta necesidad de él. Parece una despedida. Pero necesaria mente hemos de pensar que, al menos cuando volvió a Paray en agosto de 1681, una de las religiosas que él visitó fue ella. En cuanto a Catalina de Bisefranc la cosa cambia bastante. La larga serie de sus cartas (CXXXI-CXLVIII) es una interesante mezcla de asuntos espirituales y familiares, y de otras clases, donde entra desde el vestido y su color hasta los libros que puede consultar en la oración, o las amigas que debe tener y el modo de hablar de los demás. Ha de comenzar por advertirle que no use términos como «querido» al encabezar las cartas, cosa que ella 188
hacía sin duda para disimular en Londres que él fuese sacerdote (CXXXI). Es de salud frágil (CXXXII, CXXXIV y CXXXVI), y quizás esta condición entra en la dificultad para la vida religiosa. Pero además es imaginativa, fantástica a veces, como en su idea de vivir disfrazada (Carta CXXXV1I), voluble, aunque «un ángel» (XLIII), y con un corazón de oro puro afinado en el crisol de tentaciones (CXXXIII). Su carácter un tanto turbulento requiere corrección del director (CXXXII, CXXXVII), para que trate a su familia con mayor atención. Pero en toda la correspondencia se advierte que el Padre sabe que puede confiar en su corazón fiel, aunque no siempre tenga toda la discreción necesaria, como cuando enseña las cartas a otras personas. El Beato «consiente» en ser su director desde Londres (CXXXV, cf. XXVII) y la dirige con sus largas cartas (las más largas de todas, motivadas por las innumerables preguntas y consultas que ella hace), aunque también con ella se vale del recurso de que acuda a la M. de Saumaise (CXXXV). La pone además, confiadamente, en comunicación con santa Margarita María (CXXXVI), y brota una amistad constante. Catalina llevará a la santa la noticia del fallecimiento del Beato, a primera hora de la mañana del 16 de febrero de 1682, como hemos narrado. Amiga también de la señorita Lyonne (CXLVII) hasta su entrada en religión en abril de 1680. Tiene intención de ir a ver a su di rector enfermo a Lyon (CXLVII-CXLVIII), y recoge en las cartas admirables consejos en forma expresada admirablemente. Podemos aprovechar la oportunidad para recordar, pues sale en estas cartas, el caso de la señora de Mareschalle (Cartas XXVI a la M. Saumaise, LVI a la señorita Lyonne, CXXIV a María Bisefranc, CXXXVIII a Catalina). Juana Morelet se casó con el señor de Mareschalle, que era católico, en tanto que ella era calvinista de ardiente proselitismo. Hizo cambiar la fe a su marido, el cual una tarde de i unió de 1672 dio desgraciadamente un paso en falso en la oscuridad de la noche, y se ahogó. Juana, lectora de la Biblia, vio en esta desgracia un castigo de Dios, y aun antes de que llegase el Beato a Paray en 1675 se encontraba ya predispuesta hacia el catolicismo que habla aborrecido. Cuando el Beato llegó fue «una de las primeras» de quien logró la abjuración pública del error. Tenía una hija, Ana Aleja, calvinista también, de catorce años de edad. Movida por el Beato, cuando éste aban donaba Paray hacia Londres, la ingresó en el monasterio de la Visitación de Paray para su educación. La hija gritó como loca, y prefería morir que convertirse. Pero el ambiente de las Sale189
sas la transformó muy pronto, y el día de Pentecostés hacía ella también la abjuración del error calvinista en manos del obispo. Puede decirse que fue el Beato quien logró, con su consejo a la madre, y seguramente con sus oraciones desde Londres, esta conversión. Ana ingresó más tarde en las Salesas y vivió religiosa mente. II LA RESTAURACION DEL TEXTO DE LAS CARTAS Charrier, como hemos dicho, añadió otras diez cartas a la antigua colección de 139. Estas cartas añadidas fueron: la IX al P. Bouhours, que es la más antigua del Beato y anterior a su total entrega a Dios en el mes de Retiro espiritual; la XI al P. Chastemet maestro de novicios; la CIII a la M. de los Angeles, Asis tenta de la Superiora de las Ursulinas, y que es una de las pocas autógrafas que conservamos; la LXXXI a la M. de Thélis, que fue incorporada la última de todas. Fuera de estas cuatro, las otras seis son dirigidas a la M. de Saumaise, y tratan de la Hermana Margarita María Alacoque. Son las cartas XXIV, XXV, XXXI, XXXIV, XLV, XLVI. Si se examina estas cartas se verá que evidentemente la razón de no incluirlas en la antigua colección de 1715 era la persona de la santa, entonces sujeta a contradicción aunque venerada como santa por mucha gente. Son además breves, y tratan exclusivamente de algo relacionado con la santa. Aparte de esto, y por la misma razón, en otras cartas a la M. Saumaise (a la que pertenece la mayor información sobre santa Margarita María, por la confianza con que le escribía el Padre sobre el caso, como a superiora de ella) aparece una muti lación, algunas veces de pasajes importantes, referidos a la misma santa. Póngase como ejemplo de ello la carta XXIII, en donde fue suprimido todo el amplio párrafo en que el Beato habla del Memorial. Lo mismo en otras cartas, por ejemplo XXI, XXXVI, XXXVII, XL... Sin embargo, curiosamente no se omitió la referencia a la santa, aunque sí su nombre, en las cartas XXXII o XLVIII. Y por excepción en la carta XLIII aparece con su propio nombre ya en la colección antigua: «No pude ver (en mi visita a Paray al volver a Francia) sino una sola vez a la Her 190
mana Margarita María, pero tuve gran consuelo en esta visita; la encontré siempre sumamente humilde y sumisa, con grande amor a la cruz y a los desprecios. Esas son señales de la bondad del espíritu que la guía, las cuales no han engañado nunca a nadie». Mayor elogio, sin embargo, no puede hacerse, pero los vigilantes editores de 1715 dejaron pasar el rasgo alusivo, como los del Retiro había dejado pasar la alusión a la gran Revelación y la santa en la primera publicación de 1684, todavía en vida de la santa. Para el tiempo de las cartas ya había muerto, en 1690. Además de estas mutilaciones, las más importantes que Cha rrier restituyó, hubo de completar a veces (cuando le fue posible) los nombres propios sustituidos en la primera edición por N. N. Podemos decir que hoy día tenemos seguridad de poseer las cartas básicamente completas, aunque sea imposible hacer edición propiamente crítica de ellas, por poseer pocos autógrafos directos.
III LA CRONOLOGIA DE LAS CARTAS Nos queda por explicar la cuestión de la cronología de las cartas. Algunas de ellas, pocas en total, veintinueve entre las ciento cuarenta y nueve, conservan la fecha identificada en día, mes y año. De ellas dieciocho son de la serie de M. de Saumaise, tres a jesuitas, una a la Congregación de Paray, tres a la señorita Lyonne y otra a su madre, una a la M. de Thélis, otra a la H. María, inglesa, y otra a la M. María de los Angeles, ursulina. Otro grupo de cartas, que son 38 entre el total, sólo puede llevar fijada como referencia cronológica la del año, y algunas de ellas ni siquiera esto, sino solamente un doble año como fecha posible. Resultan 25 las cartas con fecha simple de año, y 13 las de fecha ambigua doble. Por lo demás, no es difícil comprender por qué se puede al menos asignar una fecha doble anual; ya que la estancia del Beato de Paray dura dos años 1675-76, en Londres otros dos, 1677-78, y en Lyon, durante los años 1679-80 y 1680-81, que pueden quedar diferenciados entte sí por los avances de la enfermedad mortal. Nos queda todavía el grupo más numeroso, de otras 82 cartas, entre los dos extremos de asignar con certeza fecha plena191
mente identificada y sólo poder asignar el año o los años. "En este grupo podemos asignar también el mes, o al menos alguna vez los meses en los que la carta con seguridad fue escrita. ”La tazón de la asignación del mes y año habrá de buscarse en cada caso en el contexto de la misma carta, bien porque en ella se contengan datos ue hacen cierto el mes, bien porque la materia tratada entte otras os de fecha controlada lo haga necesario. No podemos en cada, caso dar la razón de tal asignación. A veces fue ya. dada, por Charrier, quizás a veces se puede fijar con suficiente aproximación por los datos aue poseemos. Examínese cada carta y se v e ri que Charrier obró lógicamente al ordenar cada serie de cartas en una forma determinada como cronológica, y que en ta\ s u p o s i c i ó n y por los datos, el mes asignado (o los meses') tienen base sufi ciente.
3
Ofrecemos ahora así la serie de cartas ordenada cronológica mente. Este cuadro cronológico de las cartas puede servil para que pueda uno comprobar con facilidad el ambiente en qvit se escribe cada carta, en qué tiempo de la vida del autor y en contem poraneidad con qué otras cartas. Para ello damos, siguiendo el orden cronológico, los siguientes datos en cada una- el num ero romano de la carta en la colección total, el \ugar desde donde escribe el autor, la persona destinataria y e\ Yugar en c\ue V w e, y la fecha exacta o aproxim ada del m odo dicbo.
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CUADRO CRONOLOGICO DE LAS CARTAS 1671 1. IX
— Lyon, al P. Domingo Bouhours (París).............
1 julio
1674 2. I
— Lyon, a su hermana Margarita (Condrieu) . . .
mayo
1675 3. 4. 5. 6.
II LXXXI LII III
— Paray, a su hermana Margarita (Condrieu). . . — Paray, a la M. de Thélis (Charolles).............. — Paray» a la señorita de Lyonne (en el campo). . — Paray, a su hermana Margarita (Condrieu). . .
abril 4 noviembre noviembre (1675-76)
1676 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13.
LIII LXIX CIX CX CXI CXII LXXI
— Paray, a la señorita de Lyonne (en el campo). . — Paray, a la señora de Lyonne (Paray). . . . . — Paray, a la Abadesa de la «Benissons Dieu» . . — Paray, a la Abadesa de la «Benissons Dieu» . . — Paray, a la Abadesa de la «Benissons Dieu» . . — Paray, a la Abadesa de la «Benissons Dieu» . . — Paray, a una religiosa de la Visitación (Paray) .
enero 1 julio julio agosto agosto setiembre (1676)
( Partida para Londres) 14. 15. 16. 17. 18. 19.
LIV XX XXI IV CXXXI CXVI
— Paris, a la señorita de Lyonne (Paray).............. — Londres, a la M. de Saumaise (Paray) . . . . — Londres, a la M. de Saumaise (Paray) . . . . — Londres, a su hermana Margarita (Condrieu) — Londres, a Catalina Bisefranc (Paray)............. — Londres, a María Bisefranc (Paray).................
3 octubre 12 noviembre 20 noviembre nov.-dic. nov.-dic. diciembre
1677 20. 21. 22. 23.
XXII CXXXII XXIII LXXIII
24. 25. 26. 27. 28. 29. 30.
CXXXIII CII CXVII XXIV CXVIII CXXXIV XXV
enero - Londres, a la M. de Saumaise (Paray) enero-feb. - Londres, a Catalina Bisefranc (Paray) . . 17 febrero - Londres, a la M. de Saumaise (Paray) - Londres, a la E Catalina, Carmelita (Chaifebrero lloux) . ' febrero • Londres, a Catalina Bisefranc (Paray) . . feb.-marzo ■Londres, a una religiosa Ursulina (Paray). feb.-marzo - Londres, a María Bisefranc (Paray) . . . 17 marzo • Londres, a la M. de Saumaise (Paray) abril • Londres, a María Bisefranc (Paiay) . . . abril ■Londres, a Catalina Bisefranc (Paray) . . 3 mayo • Londres, a la M. de Saumaise (Paray) .
193
31. CXIX 32. CXX 33. C 34. CIII 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56. 57. 58. 59. 60. 61.
XXVI CIV VIII XVII XVI XVIII XXVII CXXIII XXVIII X X IX LV LXXII LXXIV CI CVI CVII CXXI CXXII CXXIV CXXXV CXX XVI CVIII CXIII GXIV CXV GXXV CXXXVII
- Londres, a María Bisefranc _ Londres, a María Bisefranc ■-* - Londres, a una religiosa Umiii; FaKn ' ' ; * *
- ís f * . * '*M:d'
_ Londres, a la M. de Saumaise (Para vi _ Londres, a una rehgiosa Ursulina (Paray) ' Londres, a su hermano Humberto (Lyon). . - Londres, a la Congregación de Parav - Londres, al Rdo. Bouillet, Cura de Parav -L o n d res, a un miembro de la Congregación de P a ra y ................................................. - Londres, a la M. de Saumaise (Paray) - Londres, a María Bisefranc (Paray) . . ! . - Londres, a la M. de Saumaise (Paray) - Londres, a la M. de Saumaise (Paray) . . - Londres, a la señorita de Lyonne (Paray). . - Londres, a una religiosa Visitación (Paray) - Londres, a la Hermana Rosselin (Paray) . . - Londres, a la M. de Novicias Urs. (Paray) . - Londres, a una religiosa Ursulina (Paray). . - Londres, a una religiosa Ursulina ( Paray). . - Londres, a María Bisefranc (Paray) . . . . - Londres, a María Bisefranc (Paray) . . . . - Londres, a María Bisefranc (Paray) . . . . - Londres, a Catalina Bisefranc (Paray) . . . - Londres, a Catalina Bisefranc (Paray) . . . - Londres, a una religiosa Ursulina (Paray). . - Londres, a una señora desconocida (Paray) . - Londres, a una señora desconocida (Paray) . - Londres, a una señora desconocida (Paray) . - Londres, a María Bisefranc (Paray) . . . . - Londres, a Catalina Bisefranc (Paray) . . .
mayo
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,2j S V »
]ul.-ag°st0 agosto 18 agosto set.-oct. oct.-nov. 25 noviembre otoño 2 diciembre diciembre (1677) 1677 1677) (1677) (1677) (1677 1677 1677 1677 1677 1677) 1677) (1677-78) 1677-78) (1677-78) (1677-78) (1677-78)
1678 62. LVI 63. X X X 64. X X X I 65. X X X II 66. CXXVI 67. CXXXVIII 68. LVII 69. XXX III 70. X X X IV 71. CXXVII 72. G XX XIX 73. X X X V 74. X X X V I 75. LXXV 76. LXXVI 77. CXL 78. XX X V II
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Londres, a la señorita de Lyonne (Paray . . . . 7 febrero Londres, a la M. de Saumaise (Paray) . . . . 10 febrero Londres, a la M. de Saumaise (Paray) . . . . febrero Londres, a la M. de Saumaise (Paray) . . . . febrero Londres, a María Bisefranc ( P a r a y ) ................... febr.-marzo Londres, a Catalina Bisefranc ( P a r a y ) ............... febr.-marzo Londres, a la señorita de Lyonne (Paray). . . . 27 marzo Londres, a la M. de Saumaise (P a ray)............... marzo Londres, a la M. de Saumaise (Paray) . . . . 30 abril Londres, a María Bisefranc ( P a r a y ) ................... ar r?i Londres, a Catalina Bisefranc ( P a r a y ) ............... abril-mayo Londres, a la M. de Saumaise (Paray) . . . . 6 mayo Londres, a la M. de Saumaise (Paray) . . . . 9 mayo Londres, a una religiosa Visitación (Paray) . . mayo-jumo Londres, a una religiosa Visitación (Paray) . . mayo-junio Londres, a Catalina Bisefranc ( P a r a y ) ............... mayo-junio ■Londres, a la M. de Saumaise (D ijon)................27 jumo
79. 80. 81. 82. 83. 84. 85. 86. 87. 88. 89.
L VIII C X X IX GXLI X X X V III X X X IX XL L X X X V II XLI L X X X V III CV C X X V III
— Londres, a la señorita de Lyonne (Paray) . . . — Londres, a María Bisefranc (Paray) ................ — Londres, a Catalina Bisefranc (P a ra y )............... — Londres, a la M. de Saumaise (D ijon)................ — Londres, a la M. de Saumaise (D ijon)................ — Londres, a la M. de Saumaise (D ijon)................19 — Londres, a la Hermana María, inglesa (Dijon) . — Londres, a la M. de Saumaise (Dijon)................ — Londres, a la H. María, inglesa (Paray) . . . . — Londres, a la Directora Pensionado Urs. (Paray) — Londres, a María Bisefranc (P a ra y )...................
junio-julio junio-julio junio-julio 2 julio julio setiembre 19 setiembre octubre octubre (1678) (1678)
( Vuelta de Inglaterra) 1679 — París, al P. de Gamaret, Provincial (Lyon) . . 16 enero — Paris, a la M. de Saumaise (D ijo n )....................17 enero — Lyon, a la M. de Saumaise (D ijo n )....................23 marzo marzo — Lyon, a un Padre jesuíta (—)............................... abril — S. Symphorien d’Ozon, a la M. Saumaise (Dijon) — S. Symphorien d’Ozon, a la señorita Lyonne (P a ra y )................................................................... abril 96. LX — S. Symphorien d’Ozon, a la señorita Lyonne (P a ra y )................................................................... abril 97. L X X X I bis — S. Symphorien d’Ozon, a la M. Thélis (Charo lles) .......................................................................... abril 98. LXI — S. Symphorien d’Ozon, a la señorita Lyonne (P a ra y )................................................................... mayo 99. L X X X IX — S. Symphorien d’Ozon, a la Hermana María (Charolles)............................................................... mayo 100. GXLII — S. Symphorien d’Ozon, a Catalina Bisefranc (P a ra y )................................................................... mayo 101. XLV — Lyon, a la M. de Saumaise, (Moulins)...............26 mayo junio-julio 102. CXLIII — Lyon, a Catalina Bisefranc ( P a ra y )................... 6 julio 103. XLVI — Lyon, a la M. de Saumaise (M oulins)............... Lyon, a la señorita de Lyonne (Paray)............... julio 104. LXII — 105. GXLIV — S. Symphorien d’Ozon, a Catalina Bisefranc (P a ray ).................................................................. julio-agosto 106. VI — S. Symphorien d’Ozon, a su hermana Margarita (Condrieu).................................................. agosto 107. LXIII — S. Symphorien d’Ozon, a la señorita Lyonne (P a ray).................................................................. agosto S Symphorien d’Ozon, a la señora Lyonne (Pa 108. LXX ray) ............................... ... agosto Lyon a un jesuita, compañero suyo (—)............. agosto-set. 109. XIII Lvon, a su hermana Margarita (Condrieu) . . . (1679) 110. V Lyon a la Hermana María (Charolles)............... (1679) 111. XG L v o n ! a María Bisefranc (Paray) . . . . . • • (1679) 112. G XXX Lvon a su hermana Margarita (Condrieu) . . . (1679-80) 113. VII T v o n al señor Cura de Paray (Paray) . . . . (1679-80) 114. X IX Lyon’ a una religiosa (inglesa) (Charolles) . . . H679-80) J15. XGVI ¿yon) a Catalina Bisefranc (P a ra y )....................... (1679-80) 116. CXLV 90. 91. 92. 93. 94. 95.
X XLII XLIII X II X L IV L IX
195
1680 117. 118. 119. 120. 121.
XI XCI L X IV XCII LXV
122. 123. 124. 125. 126. 127. 128. 129. 130. 131. 132. 133. 134. 135. 136. 137. 138.
L X X X II L X X X III CXLVII LXVI L X IV LI XLVII L X X V II L X X X IV LXXXV LXXXVI XCVII XCVIII CXLVI XV XCIII
-
Lyon, al P. L. Chasternct, (A viñ ó n )................... Lyon, a la Hermana M aría (Charolles)............... Lyon, a la señorita de Lyonne (P a ra y )............... Lyon, a la Hermana M aría (Charolles)............... Lyon, a la señorita Lyonne, Hermana Rosalía ( P a ra y )...................................................................... - Lyon, a la M. de Thélis (C harolles).................... - Lyon, a la nueva Superiora (Charolles)............... - Lyon, a Catalina Bisefranc ( P a r a y ) .................... - Lyon, a la H. Rosalía (señ. de Lyonne) (Paray) - Lyon, a santa M argarita M aría Alacoque (Paray) - Lyon, a un estudiante jesuita (Aviñón) . . . . - Lyon, a santa Margarita María Alacoque (Paray) - Lyon, a la M. de Saumaise (Moulins) . . . ■Lyon, a una religiosa Visitación (Paray) . . ■Lyon, a la nueva Superiora (Charolles). . . • Lyon, a la Directora de Novicias (Charolles) - Lyon, a la Directora de Novicias í Charolles) ■Lyon, a una religiosa (inglesa) (Cnarolles) • Lyon, a una religiosa (inglesa) (Charolles) ■Lyon, a Catalina Bisefranc (Paray) . . . ■Lyon, a un estudiante jesuita (Aviñón) . ■Lyon, a la Hermana María (Charolles). .
10 enero fe br.-marzo marzo marzo abril abril abril abril-mayo mayo-junio verano setiembre otoño (1680) (1680) 1680 1680) (1680 1680 1680 (1680) 1680-81) 1680-81)
1681 139. 140. 141. 142. 143. 144. 145. 146. 147. 148.
LXVII LXVIII L X X V III X C IV CXLVIII XLVIII XCV L X X IX LXXX X C IX
- Lyon, a la H. Rosalía (señ. de Lyonne) (Paray) - Lyon, a la H. Rosalía (señ. de Lyonne) (Paray) • Lyon, a una religiosa Visitación (Paray) - Lyon, a la Hermana María (Charolles). - Lyon, a Catalina Bisefranc (Paray) . . - Lyon, a la M. de Saumaise (Moulins) . - Lyon, a la Hermana María (Charolles). - Paray, a una religiosa Visitación (Paray) - Paray, a una religiosa Visitación (Paray) - Paray, a la Hermana María (Charolles)
marzo abril mayo mayo
mayo-jumo
mayo-agosto junio-julio oct.-dj0,
oct.-dic.
diciembre
1682 149. X L IX
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— Paray, a la M. de Saumaise (Moulins)
enero
CARTAS DEL BEATO PADRE CLAUDIO DE LA COLOMBIERE
1•—Cartas a sus hermanos Margarita y Humberto (I-VIII) a) A su hermana Margarita de ¡a Colombiire (1), religiosa de la Visitación (I-VII) 6 CARTA I
Lyon, mayo 1674 Mi muy querida hermana: Acabo de recibir noticias tuyas que me han sido muy gratas, porque me aseguran que estás plenamente contenta. (Alabado sea DiosI Serla preciso ser muy desgraciado para no encontrarse bien con un Señor tal como es Aquél a quien te has entregado. Tu felicidad aumentará a medida que desprendas más tu corazón de todas las cosas de este mundo para consa grárselo por entero. No temo para ti sino una sola cosa: que el amor al descanso y el horror natural que tienes al tumulto y al cúmulo de negocios, sean la causa de una parte de la alegría que disfrutas. Si esto fuera cierto, sería una falsa alegría la tuya; porque es la cruz lo que hay que buscar en el estado que has (1) Véase la nota sobre la familia del Beato en «Destinatarios y cronología de las cartas», en la pág. 171. Estas siete primeras de 1aserie van dirigidas a su hermana Margarita Isabel, nacida en 1649, religiosa salesa de la Visitación en Condrieu en 1674 a los 24 años cumplidos, y muerta el 8 de febrero de 1734 a los 84 años cumplidos de edad, modelo de fervor. La carta VIII, p. 208, va dirigida a su hermano Humberto.
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abrazado, la gran cruz; es decir, aquella que pesa más a la naturaleza y que choca más con nuestras inclinaciones. Malo sería no encontrar siempre alguna de esta clase; en una comunidad hay siempre algo que contraría nuestro humor o nuestros senti mientos. Es necesario estar en guardia para aprovecharse de estas preciosas ocasiones y para someter en todas las cosas el juicio y la voluntad. Sin esto, no se goza de paz perfecta, o por lo menos no se goza mucho tiempo de ella. Te considero sumamente feliz por haber entrado en una casa donde reinan tantas virtudes y una caridad tan perfecta. Yo sé que aunque hubiera menos ello no podría perjudicar a una persona fervorosa que no busca sino a Dios. Además de que casi no se piensa en los defectos ajenos cuando se aplica uno bien a corregir los propios; todo sirve a quien está bien intencionado y los malos ejemplos, que pervierten a los débiles, despiertan a los que tienen algún amor a Nuestro Señor, por el deseo que tienen de reparar lo que El sufre de los negligentes y por el temor de asemejárseles. Sin embargo, es una ventaja estar rodeados de santos ejemplos y tener ante los ojos modelos que puedan despertarnos y reprocharnos nuestra cobardía cada vez que los miremos. Siempre se encuentran algunos en las familias numerosas. En todo caso los difuntos pueden servirnos a falta de los vivos, [)or lo cual creo que será bueno que leas a menudo, y con atención, a vida de las santas de tu Orden, o aún de otras religiosas que han seguido una regla diferente de la tuya y que han llegado a una gran santidad. Supongo que las personas que te gobiernan lo encontrarán bien; porque valdría más, por decirlo así, estarse ociosa que hacer algo sin su consentimiento. Pero, suponiendo que te lo concedan, aplícate a esa lectura y observa bien los cami nos que esas santas han seguido para llegar al punto de perfección que han alcanzado, por la gracia de Nuestro Señor. Verás que han hecho pocas cosas que tú no puedas practicar con la misma gracia. No tengo sino una cosa más que decirte, pero es esencial, y ruego a Dios con todo mi corazón, que no salga nunca de tu espíritu ni de tu corazón, porque sé que si la observas, estarás satisfecha toda tu vida: acuérdate de que no has entrado en reli gión sino para salvarte, tú en particular, y para disponerte a dar cuenta a Dios cuando le plazca llamarte para ello y así éste debe ser tu único cuidado. Tu regla y tus votos son artículos según los cuales serás examinada. Haz de suerte que estés pronta siempre para ello. Deja vivir a tus hermanas como les plazca, eso no te toca. jQué horrible tentación es esa de cargarse con la conducta 198
ajena! Deja gobernar a los Superiores y a las Superioras como lo juzguen conveniente. ¿Por qué preocuparse por ello? Que te baste saber lo que se pide de ti y, sea que te parezca razonable o no, si no hay pecados evidentes, es Dios mismo quien te lo manda. Una cosa que tú juzgarlas digna de censura es tal vez aquella que Dios ha juzgado más propia para tu santificación. Un superior puede gobernar mal, tal vez, pero es imposible que Dios no te gobierne bien por medio de él ¡Dios mío!, que esto penetre dentro de tu espíritu, mi querida hermana, porque si no te estableces bien en ese principio, perderás el tiempo en la reli gión, pues toda tu vida no es sino obediencia. Ahora bien, esa obediencia no tiene mérito sino cuando se obedece a Dios en la persona de aquéllos a quienes ha puesto en su lugar, y ciertamente no es a Dios a quien se considera, cuando se juzga, se examina, y sobre todo, se condena lo que se nos manda. Cuando el Espíritu Santo es el que nos posee, El nos inspira una sencillez de niño, que todo lo encuentra bueno y razonable, o si quieres mejor, una prudencia divina que descubre a Dios en todas las cosas, que le reconoce en todas las personas, aun en aquellas que tienen menos virtudes y cualidades naturales o sobrenaturales que le representen. Te escribo todo esto, porque como comienzas en una edad más avanzada que la mayor parte de las demás, podrías verte tentada por ese lado. Pero cuanto más juicio tengas, más sumisión de espíritu debes tener, porque no hay nada tan razonable como dejarse gobernar por Dios, de cualquiera manera que quiera hacerlo y sea quien sea la persona de que quiera servirse para ello. Una buena religiosa no debería tener mayor trabajo en obedecer a un niño, del que pudiera tener en obedecer a su fundador, si viviera todavía, y aun a la Virgen Santísima, si tomara visible mente la dirección del monasterio. Te recomiendo que comiences pronto a amar la pobreza. Qué dulzura la de poder decir a Jesucristo: «Salvador mío, no poseo nada sino a Vos. Entre las cosas necesarias, no hay una a la cual tenga apego, y si lo tuviera a algo, fuera de Vos, me despren dería de ello inmediatamente y no podría sufrirlo ni en mi ni en mi cuarto un solo momento». He aquí un sermón completo, pero te ruego que no lo consi deres como se hace con la mayor parte de los discursos de piedad, que se miran como cosas muy hermosas dichas al aire. Te escribo mis sentimientos impulsado por el afecto que te profeso y 199
por d gran deseo que tengo de que seas santa. Estaría sin esperanza si no pensaras seriamente en serlo, y creo que no podría resolverme a verte ni a escribirte jamás, si supiera que te contentabas con ser medianamente buena.
La Colombüre
CARTA H Paray, abril 1675 La señorita N., tu buena amiga, me ha pedido que te escriba. No ha tenido que rogarme mucho para ello, pues tenia bastante deseo, y lo habría hecho hace mucho tiempo si se hubiera presen tado nna ocasión semejante. Esta señorita me ha asegurado de tu parte que estás muy contenta, lo que me ha regocijado mucho. Si esta disposición no es señal de gran virtud, por lo menos es necesaria para alcanzarla. Desde el momento en que se ha conce bido un verdadero deseo de ser enteramente de Dios se comienza a gozar de una eran paz, y no dudo de que la que tú disfrutas, por la misericordia de Nuestro Señor, sea un efecto de la voluntad sincera y fervorosa que te da de servirle y entregarte a El sin reserva. Serías muy desgraciada si hubiera algo en el mundo que te causara inquietud, puesto que no hay nada que pueda impedirte el bacertr santa, y aun toaas las cosas pueden ayudarte a sedo. No hay ninguna, ni aun nuestros pecados, de que no podamos sacar utilidad para nuestra santificación por el conoci miento que nos dan de nosotros mismos, y por la renovación de fervor que deben inspiramos. Además, no veo qué pueda sucederte que no te sea ae provecho, si tienes bastante fe para reconocer que nada sucede sino por disposición de Dios, y bas tante sumisión para conformarte con su voluntad. Así, hermana mía, sigue contenta de esa manera y, si te viene algún acceso de tristeza o pesadumbre, reflexiona, te lo ruego, si es que tienes todavía algún apego a la vida o a la salud o a alguna comodidad o persona o cosa, que debes olvidar y despreciar para no desear ni amar sino a Jesucristo. Cada vez que sientas algún asomo de turbación en el fondo del corazón, ten la seguridad de que su causa es alguna pasión mal mortificada, que es un fruto del amor propio que vive todavía; y con ese pensa 200
miento arrójate a los pies de Jesús crucificado y dile: «¡Qué, Salvador mío! ¿Deseo todavía alguna cosa fuera de Tí? ¿No me bastas Tu sólo? ¿No me basta ser amada de Tí? ¿Qué he venido a buscar a este retiro si no es a Tí? ¿No podré reteneros aquí ? ¿Qué me importa lo que digan de mí ?, que me amen o me desprecien, que esté sana o enferma, ocupada en un ejercicio u otro, con estas personas o las otras. Con tal de estar contigo y que Tú estés conmigo, estoy contenta». Me dicen que deseas mucho que vaya a predicar en tu pro fesión; temo que si tienes tan gran deseo, Dios, que te ama, no lo permita. En cuanto a mí, no puedo responder nada todavía. Sea lo que fuere, estoy persuadido de que estás resignada a todo, y que has superado mayores penas que ésta; la indiferencia, en que estés para esto, te será más útil y te hará más agradable a Dios que todo lo que yo pueda decirte en varios sermones. No hay que desear nada, mi querida hermana, sino tener el corazón Ubre de toda clase de deseos. Esto no se logra en un día; pero cuanto más tiempo se necesita para conseguirlo, más debemos apresuramos y trabajar con toda la aplicación que podamos. Si tenemos la felicidad de alcanzarlo, créeme que seremos bien recompensados de nuestro trabajo, aun desde esta vida. Te recomiendo una observancia exacta y decidida de las más menudas reglas y de las órdenes menos importantes de tus supe rioras. No hay nada ligero cuando se trata de agradar a Dios es gran mal desagradarle, aun en cosas pequeñísimas. No ce mucho leía yo la vida de un santo religioso que, a la hora de la muerte, deda que moría con el consuelo de no haber violado nunca una regla de su orden ni ningún mandato de sus superiores, por ligeras que hubieran sido las cosas que le ordenaban (2). Para eso se necesita mucha vigilanda y mucha resoludón; pero bienaventurado el religioso y bienaventurada la religiosa que se imponga esa tarea y viva en esa perfecta fidelidad. Piénsalo, mi buena hermana, ve lo que puedas hacer en ese punto, lo que Dios merece, y lo que quisieras haber hecho al morir. No hay nada imposible con la gracia, y las dificultades no detienen a un buen corazón. Ruego a Nuestro Señor que fortalezca el tuyo, y que lo llene de tal manera de su amor, que no ames sino a El solo y no desees ser amada sino de sólo El.
L
La Colombiére
(2) Véase el efecto de esta lectura en el alma de La Colombiére durante su retiro de mes de 1674, sobre S. J. Berchmans: II, C, 5, p. 104. 201
CARTA III Paray (1675-76) Mi queridísima hermana: La Reverenda Madre de (Thélis) (v. Carta LXXXI), me ha enviado una carta para ti y esto me obliga a escribirte porque, no hay que disimularlo, sin esto no sé si tendrías tan pronto noticias mías, por muy gran deseo que tuviera de dártelas. Cuando me despedí no creía que había de pasar tanto tiempo sin verte, y ahora no sé cuando tendré ese consuelo: será cuando nuestro Señor lo quiera. Espero que he de encontrate muy ade lantada en la virtud y que me enseñarás muchas cosas que la experiencia y tus reflexiones continuas te habrán hecho aprender desde tu profesión. ¡Qué feliz eres, mi buena hermana, de estar en la soledad en que estás!, ¡qué fácil te será, si lo quieres, desprenderte de todas las cosas y vivir en una gran unión con Dios! No sé si duran aún tus achaques, pero sé muy bien que para un corazón muy puro y desprendido de las criaturas, no hay mal que pueda impe dirle unirse a su Criador. No hay necesidad para esto de tener la cabeza muy sana, basta tener el corazón muy limpio. Cómo envidiaría tu retiro con todos tus males, si no estuviera bien persuadido de que no hay mayor bien en el mundo que hacer la voluntad de Aquél que nos gobierna. Sé que no hay ocupación, por abrumadora que sea, capaz de impedir a una persona que se aplique a alcanzarlo sólo por razones sobrenaturales y porque Dios lo auiere. Pero, mi buena hermana, es difícil estar siempre entre los nombres y no buscar allí sino a Dios; tener siempre tres o cuatro veces más asuntos de los que se puede despachar, sin perder, sin embargo, el reposo del espíritu, fuera del cual no se puede poseer a Dios; tener apenas algunos momentos para entrar en sí mismo y recogerse en la oración y, no obstante, no estar nunca fuera de sí. Todo esto es posible; pero me confesarás que no es muy fácil. Esto es lo que yo debería hacer, si quiero verda deramente ser lo que deseo que tú seas. Con todo, no me compa dezcas, hermana mía, estoy donde Dios quiere que esté, hago lo que Dios quiere que haga; no conozco otra felicidad en la vida. Se puede ser santo en todas partes cuando se quiere serlo. 202
Yo saludaría a toda la Comunidad si me atreviera a tomarme esa libertad. Ruego a Dios por todas cada día y les deseo la misma santidad que a ti. Ruega mucho a Nuestro Señor por mí. La Colombiére
CARTA IV Londres, nov.-dic. 1676 Queridísima hermana: He recibido muy tarde tu carta; no hace quince días que me la entregaron. Por respuesta te diré que he dejado Francia sin pesar, porque creo que encontré a Dios en Inglaterra, puesto que es El quien me llama. Si algo pudiera haberme dado pena a mi partida, habría sido el alejarme demasiado de ti; no porque la unión que hay entre nosotros me haga desear verte; pasaría toda la vida sin ese placer, aunque muy grande, si supiera que el sacrificio podía ser de alguna utilidad para tu perfección. Pero me imaginaba que teniendo ocasión de conversar contigo alguna vez, nos habríamos animado uno al otro a hacernos ambos más y más dignos de la vocación a que plugo a Dios llamarnos ¡Dios mío!, cuánto temo, pobre hermana mía, que lo que hacemos en la casa de Nuestro Señor no responda al ardiente deseo que mani festamos de entrar en ella. |Qué vergüenza haber hecho tantos esfuerzos, haber tenido tanto fervor cuando se trataba de dejar el mundo, y después llevar una vida tibia y lánguida en la reli gión! Y esto es todavía más vergonzoso cuando se trata de una religión tan santa como aquélla en que te encuentras. La conozco a fondo por la gran comunicación que he tenido durante año y medio con dos de tus monasterios. Es verdad que no veo otras reglas más propias para conducir pronto a una gran perfección. Así también he encontrado, entre tus hermanas, personas de una santidad tan elevada que no he conocido nadie de mayor virtud (3). (3) Parece referirse a santa Margarita María Alacoque. La firmeza de esta carta contra el estado de tibieza en la vida religiosa adquiere sin gular energía. Resulta un comentario a la palabra del Señor en el Apo calipsis, dirigida al obispo de la comunidad cristiana de Laodicea: «No eres ni frío m caliente, voy a arrojarte de mi boca» (Ap 3, 15-18). Recuér dense las quejas dadas por el Sagrado Corazón a santa M argarita M aría en este tiempo por las ofensas de «las almas especialmente consagradas».
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Me pides que te escriba sobre la tibieza y la insensibilidad. ¿Quieres pues, que te predique o que te envíe un libro en lugar de carta? Si fuese cierto, lo que no puedo creer, que estás en el estado de que me hablas, sería necesario emplear mayores recursos y medios para sacarte de él, y no espero que mis oraciones y exhor taciones puedan conseguirlo. Preferiría tener que convertir a un gran pecador que a una persona religiosa que ha caído en la ti bieza. Es un mal casi sin remedio. Pocos he visto que salgan de él, y la edad, que cura los otros defectos de la naturaleza, no hace sino aumentar éste. He hallado algunas veces, en un mismo monasterio, religiosas que, por falta de vocación y por haber en trado a pesar suyo, vivían en él de la manera más libre del mundo; y otras que no hacían nada que pudiera escandalizar, pero que carecían ae fervor y celo por su perfección. Y he tenido el consuelo de ver pasar en tres meses a esas jóvenes tan inobservantes a la más perfecta regularidad y a una aplicación continua de morti ficarse y unirse con Dios; sin que los afanes, de varios meses y años enteros, hubieran podido despertar a sus hermanas del letargo en que estaban ni decidirlas a hacer cosas que no eran nada en comparación de lo que hacían las otras. Que Dios te preserve, hermana mía, de caer en tal desgracia. Mejor quisiera verte muerta. Y no es que ello no sea sumamente común. Las casas religiosas están llenas de personas que guardan sus reglas, que se levantan, que van a Misa, a la oración, a confe sarse, a la Comunión, porque es costumbre, porque llama la campana y van las otras; que hacen esto y más todavía, sin devo ción interior, sin interés, sin deseo de agradar a Dios; y si puri fican su intención es más bien por rutina que por verdadero fervor de espíritu. El corazón casi no tiene parte en lo que hacen; tienen sus miras pequeñas, sus pequeños designios que las ocupan; las cosas de Dios no entran en su espíritu, sino como cosas indi ferentes. Los parientes, las buenas amigas, sea de dentro, sea de fuera, consumen todos sus afectos; de suerte, que no queda para Dios sino no sé qué movimientos lentos y forzados que le dis gustan y que no acepta en ninguna manera. Esas personas se forman cierta conciencia, que no se turba por mil cosas que alarmarían a las almas temerosas de Dios. Alimentan a veces aversiones, sentimientos de murmuración y rebelión contra las superioras; se perdonan faltas contra la pobreza; tienen una voluntad formal de no hacer caso de cosas pequeñas, de no darse el trabajo de pensar en su perfección; así se confiesan y comulgan, sin deseo de enmendarse; dicen sus pecados como una historia 204
indiferente; van al tribunal de la Penitencia, no con los sentimien tos de dolor y de humildad que deberían tener, sino porque es el día de confesarse, porque es su turno; y al salir de allí se faltará al silencio, se murmurará una hora después, y se verá después de uno, dos y tres años, que las cobardes son siempre cobardes, las irregulares siempre irregulares, las coléricas no han adquirido nada de mansedumbre, las orgullosas nada de humildad, las perezosas ningún fervor, las interesadas ningún desprendimiento, y así de lo demás. De suerte que las comunidades, que deberían ser hogueras en que se inflamaran sin cesar en el amor de Dios, y en que el alma se purificara cada vez más y más, permanecen siempre en una espantosa medianía, y quiera Dios que eso no vaya de mal en peor. Si se quiere vivir de esa manera es mejor quedarse en el mundo; habrá, tal vez, menos peligro para la sal vación. Sé que tú estás en una casa donde tienes muy buenos ejemplos; pero, aun cuando no fuera así, ya no eres una niña: tienes una regla muy santa; obsérvala sin reserva, dedícate a no omitir nada de cuanto te prescribe, y en esto sé tan severa contigo misma como si hubieras hecho voto de cumplir los puntos más menudos; pasa por encima de todas las consideraciones humanas cuando se trate de la regla, no tengas ni condescendencia ni respeto humano en esas ocasiones; he aquí el único medio de salvarte en la profe sión que has abrazado. Hazte digna de los favores de Dios, por una aplicación continua a negarte, dentro y fuera, todo lo que pide la naturaleza. No tengas voluntad propia y está atenta para hacer siempre lo que quieren los demás y no lo que tú quieres, aun en las cosas indiferentes. Y verás que Nuestro Señor se en contrará pronto muy cerca de ti y que desaparecerá la insensi bilidad. Pero, si verdaderamente estás insensible, leerás todo esto y muchas cosas más fuertes todavía, y no harás ni más ni menos. Pedirás remedios y no usarás ninguno; harás mil reflexiones sobre mi carta, y ninguna de ellas dará resultado. Diré las veinte misas que me pides. Adiós... Ruega mucho por mí a Nuestro Señor. La Colombiere
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CARTA V Lyon, 1679 Queridísima hermana: Ruego al Espíritu Santo que llene tu alma de sus más preciosos dones. Te doy las gracias para la bondad que has tenido en acordarte de mí. Espero que Nuestro Señor te recompensará... porque, ¿qué podrías esperar de mi agradecimiento? En cuanto a lo que deseas saber, no vale la pena de expli cártelo, pues mi salud es de poca importancia para los demás y para mí puede ser muy perjudicial. Hazme el favor de rogar a Dios que, sano o enfermo, responda fielmente a los designios de su misericordia. En cuanto a ti, mi querida hermana, hazte una gran santa y emplea mejor tus fuerzas que lo que yo hice con las que Dios me había dado. Amalo, sírvele por ti y por mí; ofrécele a menudo mi corazón con el tuyo y ruégale que acepte los deseos incumplidos que tengo de mi perfección y de la santificación de todo el universo. Te aconsejo que comulgues el día siguiente a la octava del Santísimo Sacramento para reparar las irreverencias que se hayan cometido para con Jesucristo, durante todo el tiempo de la octava en que ha estado expuesto en los altares de todo el mundo cristiano. Me ha aconsejado esta práctica una persona de una santidad extraordinaria, que me ha asegurado que todos los que den a Nuestro Señor esta muestra de amor sacarán de ella grandes frutos. Procura llevar a tus amistades a lo mismo. Espero que varias comunidades comenzarán este año a practicar esa devoción para continuarla siempre después (4). Doy gracias a Dios de todo corazón por el deseo que te da y el valor que sientes para emprender algo por su amor. Créeme, mi querida hermana; mi alejamiento no podrá perjudicarte, encontrarás a Nuestro Señor siempre cerca de ti, cuando lo busques sinceramente y, cuando lo tengas, todo lo demás te será (4) Habla de santa Margarita María y de la Gran Revelación del 16 de junio de 1675. V. Retiro de Londres, de 1677, n. 12, y en su nota 48. Dice aquí de esta devoción que la ha inspirado «a varias comunidades», que fin duda son principalmente de Salesas.
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inútil. Te he dicho muchas veces, y te lo repetiré cuantas veces tenga ocasión, que tus reglas deben serlo todo para ti hasta que las observes en todos sus puntos, de suerte que no haya nada en que no cumplas exactamente lo que ellas te ordenan. No tienes necesidad ni de director ni de dirección; consulta tus reglas en tus más grandes fervores y no dudes de que lo que Dios te pide, por los buenos movimientos que te da, sea una fidelidad inviolable en ejecutar su voluntad la cual está expresada tan exactamente en esas reglas. Si se supiera la seguridad que hay y las bendiciones que van adjuntas a ese esmero en guardar hasta las más menudas observancias, a eso se limitarían todos los afanes y todas las prác ticas de devoción. No veo mucha posibilidad de ir a verte en el tiempo en que lo esperas; pero cualquiera que sea el bien que puedas sacar de esa visita, sabes lo mismo que yo que es necesario sacrificarlo todo a la voluntad divina, y que ese sacrificio vale más que todo el provecho que pudiera venirnos por otra vía. Ruega a Dios f)or mí y presenta mis respetos a tu Reverenda Madre y a todos as demás. Me ha edificado muchísimo su piedad, pero su bondad y sus atenciones me han cubierto de confusión. Ruego a Nuestro Señor que las recompense y las colme de su amor, que las llene de su Espíritu Santo y del de tu santo Fundador. Todo tuyo en Jesucristo. La Colombilre
CARTA VI Saint Symphorien d’Ozon, agosto 1679 Queridísima hermana: Ruego a Nuestro Señor que cumpla en ti sus divinos que reres. He sentido mucho no haber visto a tu pretendiente (nombre dado a las aspirantes a la vida religiosa). Estaba yo ausente cuando ella llevó tu carta a la casa. 207
No podría ahora trazarte el método para dar cuenta de tu interior, lo haré en la primera ocasión; no es cosa difícil. No tienes sino leer tu regla en ese punto y luego decir con senci llez lo que hay en ti, tal como me lo dirías a mí, excepto los pe cados. Basta decir las malas inclinaciones, las tentaciones y las penas interiores, los buenos deseos, el cuidado que se tiene de mortificarse, de perfeccionarse, o la negligencia en hacerlo. Se podrían decir también las faltas que se ha cometido, aunque no hay ninguna obligación; pero hay que acostumbrarse a no limitarse a sólo lo obligatorio. El amor de Dios está muy lejos de contentarse con tan poca cosa, pues nada le puede contentar. Mi sobrina (Eléonore), que te escribe, sigue cada día mejor; espero que Nuestro Señor la haya escogido para ser una de sus fieles siervas. Tiene muy buenas disposiciones para ello. Adiós, hermana mía, toda la familia te saluda y te ama cariño samente. Ruega a Dios que todos amemos a Jesucristo, sobre todas las cosas, y que no amemos sino a El en todas las cosas. JLa Colombiére
CARTA VII Lyon, 1679-80 Queridísima hermana: Aunque plugo a Dios devolverme algo de salud y sacarme a lo menos por un tiempo del peligro en que estaba, no puedo, sin embargo, escribir mucho sin molestia; por esto respondo brevemente a tu carta. Me haces notar que si yo tuviera tiempo de verte a menudo serlas mejor de lo que eres. Tal vez no has reflexionado en que tienes en tu soledad a Aquél de quien viene toda gracia espiritual, sin cuyo socorro ningún hombre puede serte útil. El no necesita ni de mí ni de nadie para santificarte. Examina bien este punto y no repliaues nada a este pensamiento, porque no puedes res ponder nada sólido; sólo nuestra poca confianza es la que nos impide aprovecharnos de la presencia de Jesucristo, que no está 208
entre nosotros para no hacer nada; pero se recurre a El tan rara vez y con tan poca fe, que no es maravilla que se tenga tan poca parte en los tesoros de luces y bendiciones que comunica a los que se dirigen a El, como a Maestro y Fuente de toda perfección. En segundo lugar, temo que tomes por falta de fervor la sustrac ción de los gustos sensibles y las consolaciones interiores; de lo que resulta que, encontrándote algún tiempo después en sequedad, pierdas el valor y caigas en faltas que no tienes cuidado de reparar prontamente, de donde se sigue la verdadera tibieza. Aaemás te imaginas que para comenzar de nuevo a actuar santamente, como se hace cuando hay gran fervor y devoción, es necesario tratar de recobrar ese ardor que se ha perdido. Al contrario, para recobrar ese ardor hay que comenzar por humillarse y prac ticar la mortificación, como si se sintiera uno llevado por una gracia sensible. No es el fervor el que hace a las personas humildes, caritativas, regulares, mortificadas; sino el ejercicio de la humil dad, de la regularidad y de la mortificación es el que las hace fervorosas, a la manera que tú lo entiendes. He aquí una lección que vale por mil, mi queridísima her mana; medítala, ponía en práctica y verás que no serás engañada. ¡Qué error atormentarse y afligirse cuando se está en la oración sin luz y sin sentimiento, romperse la cabeza para tener devoción sensible cuando se comulga, y descuidar las faltas pequeñas, las menudas observancias, las ocasiones de mortificar los deseos y la propia voluntad, de vencer el respeto humano, de procurarse la humillación delante de los hombresI En lugar de pensar sólo en estos últimos puntos se hacen grandes esfuerzos para obtener el éxito según nuestro parecer; porque a la verdad, sólo se obtiene el mayor éxito cuando se sufre humildemente la aridez y la priva ción de e
charas; porque es cierto que, conforme al ardor con que deseabas el estado en que estás, nadie hubiera creído que no ibas a ser una santa de primer orden. Adiós, mi queridísima hermana. JLa Colombiére
b) A su hermano el señor Humberto de la Colombiére CARTA VIII Londres, agosto 1677 Mi queridísimo hermano: Hace algún tiempo que recibí tu carta de 7 de julio y te habría contestado más pronto si hubiera podido hacer yo también las cosas que quieres. Si pudiera disponer de mis bienes, tal vez te ofrecería el reloj que deseas. Y digo tal vez, no por falta de afecto y agradecimiento, sino porque quizás me creería obli gado a darlo también a los pobres. En cuanto a lo que a mí toca, estoy bien de salud, gracias a Dios; muy ocupado en diversas cosas, todas de la gloria de Nuestro Señor. En medio de la completa corrupción que la he rejía ha producido en esta gran ciudad, encuentro mucho fervor y virtudes muy perfectas; hay una mies muy grande, pronta para la siega y que cae sin trabajo en las manos de que Dios se sirve, según le place. Sirvo a una princesa sumamente buena en todo sentido, de una piedad muy ejemplar y de gran dulzura. Por lo demás, no me turba el tumulto de la Corte más que si estuviera en un desierto, y sólo depende de mí ser tan observante como en nuestras casas. No es la distancia la causa de que no te escriba; pero tengo Í ocas cosas que decirte y siempre las mismas, poco más o menos, us cartas tardan sólo diez días y mis respuestas hasta ahora no se pierden, a Dios gracias. Me parece que, cuando no estoy demasiado ocupado y tengo algo que decir, no me cuesta de masiado trabajo tomar la pluma en la mano. 210
Mi hermano (José) no me escribe sino muy rara vez; pienso que será por la misma razón y no se lo reprocho. Con el deseo que tiene de darse todo a Dios, estoy encantado de ser el pri mero a quien olvide. Pido a Nuestro Señor que le haga la gracia de olvidarse de todo, hasta de sí mismo. Cuando se comienza a gustar a Dios como él lo hace, queda en el corazón poco lugar para las criaturas; y aun queda poco en el recuerdo. Todo está ocupado porque es El quien lo llena todo. Te deseo a ti, queri dísimo hermano, semejantes sentimientos en medio de los ne gocios de que te ha encargado la Providencia. Aun cuando te amo afectuosamente, consentiría con gusto en quedar borrado de tu memoria, con tal de dejar el lugar a Jesucristo que merece todo tu amor. Mi muy humilde besamanos a la señora de La Colombiére... (Dios mío! qué mujeres tan santas las que conozco aquí. Si te dijera de qué manera viven, quedarías asombrado. Yo lo estaría tal vez del mismo modo si tú me contaras las virtudes de mi hermana. La religiosa no me escribe. He contestado a una de sus cartas desde que estoy aquí. Conozco a varias religiosas de su orden que me escriben cada mes. Como no sé si recibe mis cartas, no tengo valor para multiplicarlas. Con tal de que se haga santa, consiento con todo mi corazón que nunca me dé noticias suyas; porque no deseo recibirlas sino para saber si responde a la vo cación a que Dios la llama, y que siguió al principio con tanta constancia. Ruego a Nuestro Señor que colme de bendiciones a tu fa milia y que reine en ella la paz y el temor de Dios, y que reine El mismo por la sumisión de todos sus miembros a su santa vo luntad. Adiós, mi querido hermano, ruega mucho a Dios por mi. La Colombiert
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2.—Cartas a jesuítas (IX-XV) CARTA IX Al R. P. Domingo Bouhours (5) Lyon, 1 julio 1671 ¿Qué dirá usted de mí, mi querido Padre? ¿No ha sido una desgracia el pasar tanto tiempo sin escribirle? Porque, en verdad no puedo acusar sino a mi mala suerte, o para hablar más cris tianamente, la Providencia de Dios parece complacerse en pri varme del consuelo más sensible que tengo en esta vida. Si su piera usted en qué estado me encuentro al presente, se admira ría de mi valor. Estoy abrumado de asuntos desagradables, y para colmo de desgracias no puedo aplicarme a ninguno. El dolor de cabeza le aeja descansar a usted este año, de lo que me regocijo mucho, pero ahora es mi turno, según creo. Si tuviera un poco más de tiempo y tanta paciencia como usted, me parece que me aprovecharía más del dolor que siento. No le envío notas, porque me ha sido imposible acabar de llenar la hoja que he comenzado hace tiempo. Si en la respuesta que dé usted a las cartas con que le ame nazan encontrara usted ocasión de envolver a esos señores por causa de las obras que han dado al público y sobre todo por sus historias, me parece que sería un gran acierto. No he visto en mi vida nada tan ridículo. Por ejemplo: incluir la aventura de don Sebastián rey de Portugal en la vida de don Bartolomé, y contar toda la historia de su viaje a Africa bajo pretexto de que (5) Esta es la carta más antigua que conservamos del Beato, anterior al mes de ejercicios de 1674. Esta muestra un tono muy diferente del de las restantes cartas. Se aprecia que el Beato todavía no ha dado el gran giro espiritual de su vida, aunque la carta sea normal, pero muestra una ironía y un modo de hablar más interesado por las cosas del mundo, por asi de cirlo, aunque son también del servicio de Dios. Está La Colombiére en el Colegio de la Trinidad de Lyon de profesor de retórica. Según un testi monio del Beato, por este mismo tiempo, sin embargo, ha comenzado ya a meditar su futuro voto de guardar las reglas (V. el Retiro de 1674, Segun da semana, II, B. 1, donde dirá: «Sintiéndome instado a cumplir el pro yecto de vida (Voto) que hace tres o cuatro años medito...»). Henry Bremond ha dicho por esta carta, que el Beato, cuando subiese a los altares, podría ser el «patrono de los críticos literarios» (Histoire du sentiment religteux en Franor, V I, 405). Sobre la «Vida de D. Bartolomé», véase Introd. Cartas, I, 2.
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el santo prelado rogó a Dios por el éxito de esa empresa, sin haber hecho otra cosa. Eso me parece tan divertido que no puedo impedir la risa cada vez que lo recuerdo. Toda la historia del Concilio de Trento aparece en esa obra poco más o menos de la misma manera. Hallará usted un capítulo que tiene por título: Del cuidado que tenía de unir el estudio de la piedad con el de la teología, en el cual después de repetir casi en los mismos tér minos lo que dice en el título, compone todo el resto con pasajes de los Padres, entre otros de Granada, que aconsejan no descuidar la devoción por mucho interés que se tenga por el estudio. Hacen lo mismo en la mayor parte de los capítulos que tratan de sus virtudes y para unir estos textos con la vida del santo, acostum bran emplear esta fórmula: «Este santo no ignoraba lo que dice san Agustín» e insertan en seguida dos páginas de san Agustín traducidas al francés; y todo esto para hacer gruesos libros que se reducirían a casi nada, si se quitara todo lo que no es del asunto. Es cierto que nunca ha habido nadie que se haya apartado más de la buena manera de escribir la historia. Lea usted la mitad de la vida de san Bernardo, porque los cuatro primeros libros no son sino una simple traducción; vea «san Crisóstomo», «san Atanasio» en dos grandes volúmenes in 4.° Si Salustio, a quien se pone como modelo de excelente historiador, hubiera escrito como esos señores, tendríamos dos volúmenes in folio de la guerra de Yugurta y de la conjuración de Catilina y no seríamos por eso más ricos. Qué graciosos son, entreteniendo al lector con la fundación de Nuestra Señora de los mártires, bajo pre texto de que don Bartolomé fue bautizado allí. Dese usted el trabajo de leer los libros que han escrito; mantengo que están llenos de necedades y absurdos. No tardará usted en darse cuenta de ello si se decide a recorrerlos. Adiós, mi querido Padre. Le aseguro que no deseo tener tiempo y salud sino para tener la satisfacción de hacerle algún servicio. Ruego a Dios por usted todos los días; hágalo alguna vez por el más fiel de sus amigos. La Colombiere
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CARTA X Al R. P. Luis de Camaret, Provincial de Lyon Paris, 16 de enero 1679 Mi Reverendo Padre: jLa Paz de Jesucristo! Si en Inglaterra hubiera tenido libertad para enviar cartas a Francia habría avisado a su Reverencia que he sido desterrado, y tal vez al llegar a esta ciudad hubiera encontrado sus órdenes respecto al lugar a donde debo ir. Como no creo que sea opor tuno que permanezca aquí mucho tiempo, si no recibo carta de su Reverencia antes del 29 de este mes, partiré para ir a esperar tn Lyon su mandato, si mi salud me lo permite. Me es penoso regresar a la provincia en un estado en que aparentemente no podré trabajar mucho este año, por tener los pulmones muy alterados, y tan sensibles al calor y al frío que he recaído dos veces por algún esfuerzo de espíritu, y otra por haber sufrido un poco de frío. Sin embargo, los médicos de Inglaterra me han asegurado que el aire de Francia y la frescura de la pri mavera me volverán infaliblemente al estado en que estaba antes de esta enfermedad. ¡Que se cumpla en todas las cosas la vo luntad de Dios! Creo que, fuera del trabajo de la predicación, podré hacer desde ahora todo aquello de que su Reverencia me juzgue capaz, y si quiere que hasta me aventure a predicar no tengo ninguna repugnancia para hacerlo. Tal vez es sólo una idea que tengo de que puede hacerme mal, y cambiaré de opi nión en cuanto reciba la orden de su Reverencia. Cuando sea necesario obedecer, espero, con la gracia de Dios, que nada me será imposible. Me encomiendo muy humildemente en su Santo sacrificio, y le suplico crea que no se puede ser con más respeto y sumisión, Mi Reverendo Padre, de su Reverencia humildísimo y obedientísimo siervo e hijo en Jesucristo: La Colombiére
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CARTA XI Al Reverendo Padre Luis Chasternet, Maestro de Novicios Lyon, 10 de enero 1680 Mi Reverendo Padre: Pax Christi. Pido humildemente perdón a su Reverencia por mi pereza. El estado de mi salud y las prescripciones de los médicos me han servido de pretexto para dispensarme de responder a la cortesía con que usted tuvo la bondad de anticiparse. Espero serán también motivo para que me perdone. Estoy muy edificado del fervor y de la piedad de los jóvenes 3ue nos ha enviado su Reverencia. Quisiera ser capaz de ayuarles a conservar lo que les ha inspirado. Pero será necesario que sus oraciones hagan en el porvenir lo que sus instrucciones y buenos ejemplos hicieron cuando ellos estaban en el Novi ciado. Quisiera también que a mí me hicieran algún buen efecto, pues tengo gran confianza en ellas. Le ruego que no me las rehúse y crea que soy con toda sinceridad. mi Reverendo Padre, de su Reverencia muy humilde y obediente siervo en Jesucristo. La Colombiére
CARTA XH A un Padre desconocido Lyon, marzo 1679 Mi querido Padre: Me han entregado en esta ciudad la carta que usted me di rigió a Paris. He recibido con mucho placer las muestras de 215
afecto que en ella me da usted. No sé en qué se funda un agra decimiento tan grande; muy poca cosa es lo que usted me debe; pero me gusta que la crea grande, porque asi se creerá obligado a recordarme en sus oraciones en las que tengo mucha confianza. Yo no le olvido en las mías y, aunque no tengo motivo para creer que nuestro Señor le haya hecho algún bien por ellas, no he dejado de dirigirle mil acciones de gracias al saber las ben diciones que derrama sobre usted, y que cumple con su gracia las esperanzas que yo había concebido de que sería usted muy fervoroso. Su señor padre, que tuvo la bondad de venir a verme, me manifestó que usted deseaba saber algo de mis aventuras. Fui acusado en Londres por un joven del Delfinado a quien creía haber convertido, y a quien después de su pretendida conversión había sostenido durante el espacio de unos tres meses. Su con ducta, de la cual tenía yo algún motivo de queja, la imposibilidad en que estaba de continuarle los mismos socorros, me obliga ron a abandonarlo. El creyó que se vengarla descubriendo la comunicación que habíamos tenido entrambos. Así lo hizo y aun me imputó algunas palabras contra el rey y el parlamento. Como conocía una parte de mis asuntos no dejó de convertir en grandes crímenes el poco bien que había hecho entre los pro testantes, y aun me hizo aparecer mucho más celoso y afortunado en mis trabajos de lo que efectivamente era. Conforme a su acusa ción, fui detenido en mi cuarto a las dos de la madrugada y con ducido en seguida a la prisión de donde salí dos días después, para ser examinado y confrontado con mi acusador, delante de doce o quince comisarios de la cámara de los lores; después de lo cual me llevaron de nuevo a la prisión donde me custodiaron estrechamente durante tres semanas. Los señores del parlamento llamaron varias veces, durante ese tiempo, a los testigos que mi acusador citaba contra mí, y no habiendo encontrado lo que es peraban al principio, esto es grandes revelaciones sobre la falsa conspiración que se atribuía a los católicos, no me citaron más, sino que se contentaron con pedir al Rey que me desterrara. Así lo hizo, dando orden a uno de sus oficiales de conducirme hasta el navio y levantar acta de mi embarque. Felizmente caí enfermo entre tanto, con un vómito de san gre por el cual ya me habían sentenciado a pasar el mar, lo que dio lugar a que se pidiera al Rey que me concediera tiempo para restablecerme. Me dio diez días, durante los cuales me dejaron en casa bajo mi palabra, y tuve tiempo para despedirme de 216
muchas personas a quienes deseaba ver antes de mi partida. Sería muy largo si quisiera darle pormenores completos de este breve asunto y, sobre todo, si le contara todas las misericordias que Dios me ha hecho en cada punto y en cada momento. Lo que puedo decirle es que nunca me he encontrado tan feliz como en medio de esta tempestad, que me ha sido enojoso salir de ella y que estoy pronto a pasarla de nuevo. Yo era indigno de mayor felicidad, y me confundo cuando reflexiono que Nuestro Señor se ha visto obligado a retirarme de su viña por no haber encontrado en mí el fervor y la fidelidad que pide a sus obreros. Le conjuro que ruegue por aquellos que he dejado en tan gran tribulación; son dignos de su compasión y de su celo, sufren mucho y la mayor parte con una constancia admirable. Todo suyo en Jesucristo. La Colombiére
CARTA XIII A un Padre que había sido su compañero durante su enfermedad Lyon, agosto-setiembre 1679 Mi Reverendo Padre: Esperaba la partida de N....... para escribirle, pero no creía que se retardara tanto. Usted espera sin duda que le manifieste lo que experimento aquí y el dolor que me causa estar tan lejos de usted; no, mi querido Padre, me regocijo cada día más de 3ue estemos separados. No era fácil que yo estuviera desprenido de todas las cosas mientras estaba usted aquí, y siento bien al presente que no era Dios solo quien me aliviaba la reclusión, mientras lo tenía a usted por compañero de mi soledad. Es usted demasiado inteligente para no darse cuenta del justo motivo de mi regocijo. Es un bien tan grande el de no poseer sino a Dios y verse privado de todos los placeres que se pudieran gustar fuera de El, que se deben contar como ventajas todas las pér didas que nos pongan en este estado. No depende, según me parece, de la Providencia divina que yo no esté enteramente 217
en esa disposición, pero usted sabe que, a falta de todo lo demás, uno se encuentra siempre consigo mismo. Por lo demás, por muy persuadido que esté de que no hay felicidad en la vida, sino la ae hacer lo que Dios quiere, tengo trabajo en no envidiar a usted cuando pienso en el descanso de que goza. Yo no pido ninguno a Dios, ni tampoco lo espero hasta la muerte. Aprovéchese del que El le da, mi querido Padre, créame, y sírvase de él para hacerse santo. Quizá, si desaprovecha esta ocasión, no tendrá nunca otra semejante y perderá para el délo muchos años de trabajo y de fatiga, que sin duda se guirán a éste. ¿No admira usted la bondad ae Dios que le ha inspirado tan gran deseo de pertenecerle, justamente en el tiempo en que lo coloca en un lugar y en un empleo en que debe serle tan fácil la ejecución de ese designio? Desea usted que le hable con franqueza: si quiere respon der a los favores que ha de recibir, esté en guardia contra los primeros ataques de las pasiones, y sobre todo del amor al placer y al honor. El amor al placer incluye las amistades. Si no me engaño, es usted muy accesible a todo eso y no estará casi en su poder el moderar esas pasiones, una vez que les haya dado en trada. Primero le ocuparán, en seguida absorberán toda su atendón, haciéndole descuidar lo demás, de suerte que más tarde, cuando ellas se apacigüen, se hallará usted tan perdido, por de cirlo así, tan alejado de Dios, tan fuera de camino, que, no sa biendo por donde volverse, tiene peligro de arrojarse desespe radamente a través de los campos y de dejarse llevar a donde la naturaleza lo conduzca. Por esto, debe usted combatir contra los primeros movimientos y anticiparse a ellos, si es posible, retirándose en sí. ¡Dios mío!, mi pobre amigo, le ha dado Dios a usted un corazón que me parece tan bueno para amarle! ¿Sería posible que fuera para algún otro que para Aquél que lo ha hecho ? Le pido perdón por mi libertad. Ruegue usted a Nuestro Señor que me convierta. La Colombiére
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CARTA XIV A un joven religioso que va a estudiar teología Lyon, setiembre 1680 Mi queridísimo hermano: No podré decirle con cuanto afán he pedido noticias suyas y con qué alegría las he recibido de su propia mano. Me han encantado los sentimientos que me expresa usted en su carta de una manera tan cortés y tan fina como sincera. No sé de qué obligaciones habla usted cuando me mani fiesta tan gran agradecimiento. Pero me pone usted en mayor aprieto cuando me pide consejos para su conducta. Hablando en serio, quisiera yo recibirlos de usted. Si tuviera que comenzar de nuevo la teología no encontra ría nadie más capaz de aconsejarme. Además usted casi no tiene necesidad de instrucción para regular la vida que va a comenzar. Le gusta la soledad, ama el estudio y se dedica como natural mente a lo más importante y más sólido. La inclinación que tiene usted al bien, y el gusto sobrenatural que a él lo lleva, no le per miten dejar pasar las ocasiones que tiene de confirmarse más en él. Una persona que tiene esas disposiciones puede prescindir aun de los consejos de un hombre que tuviese tantas luces como tengo yo tan pocas. En cuanto a la teología, le diré que, si tu viera que volver a ese estudio, meditaría dos veces más de lo que leyera. Sólo por la meditación se profundizan las cosas y se conoce lo fuerte y lo débil de las opiniones. Preveo que en estos cuatro años va a convertirse usted en un gran doctor y un gran santo, porque sé que tiene usted gran deseo de ello, y no veo nada que pueda impedirle satisfacerse en esos dos puntos. Usted se halla en cierto estado en que el ardor se halla muy mitigado; en que uno tiene menos afán por las cosas, en que no se obstina fácilmente ni con las gentes ni con las opiniones o las ocupaciones; en que se comienza a exa minarlo todo y a considerarse a sí mismo con más tranquilidad de espíritu. La única cosa que ha podido perjudicar a usted en tiempos pasados ha sido ese sumo ardor con que su imaginación, su espíritu y aun su corazón, se dedicaban a los objetos que le interesaban. El tiempo, la experiencia y, sobre todo, su reflexión 219
y su virtud, han reducido ese ardor a los límites que la razón señala. De suerte que no veo nada que pueda poner trabas a los grandes deseos que ahora le animan. Preveo pues, con gran placer, el feliz éxito que tendrán esos designios. Me regocijo desde aquí con usted y le ruego esté persuadido de que habrá pocas personas en el mundo que tomen mayor parte que yo en esos éxitos. He quedado muy edificado al saber que se queda usted en Avignon. Le tendría envidia por muchas razones, si no estuviera seguro de que es Dios quien me detiene aquí y que, aun privado de los buenos ejemplos de usted, no dejaré de convertirme con la gracia de Nuestro Señor, si así lo quiero. No me olvide en sus santas oraciones. Su muy humilde, etc. La Colombiére
CARTA XV A un joven estudiante, a quien había dirigido Lyon (1680-81) Mi querido hijo: Aunque haya dilatado mucho tiempo el responderle, a causa de mi salud y por la falta de ocasión, no quiere decir que no haya recibido con mucho gozo y gratitud la expresión de su re cuerdo. Me ha conmovido tanto más, cuanto que he sabido por otra parte mil cosas de usted que me han sido muy gratas y me han dado motivo para alabar a Nuestro Señor y agradecerle muy sinceramente lo que hace por usted. Su carta ha sido para mí muy buena prueba de la aplicación que me dicen tiene usted al estudio. Me regocijo de ello, porque esa aplicación es por sí misma muy agradable a Dios, que la quiere en nosotros, y porque es un buen medio de conservar el fervor de la devoción y hacerle a usted capaz de desempeñar las obligaciones de su estado. Con tinúe, mi querido hijo, haciéndose un santo religioso; ruego todos los días a Nuestro Señor que le haga esa gracia. Si cono 220
ciera algo mejor en este mundo se lo desearía, y quisiera procu rárselo a costa de mi vida; pero cuanto más conocimiento ad quiero, más me persuado de que es gran desgracia divertirnos con todo lo que puede agradarnos aquí abajo, pudiendo emplear el tiempo y el espíritu en santificarnos por la práctica de la hu mildad y el desprendimiento completo de nosotros mismos. Hágame el favor de rogar a Dios que haga yo primero lo que veo y aconsejo a los demás. Que Dios le colme de las bendiciones de su puro amor. La Colombiére
3.—Cartas al Cura y Congregación de Paray-le-Monial (XVI-XIX) CARTA XVI Al Rdo. J. Bouillet, Cura de Paray-le-Monial Londres, setiembre-octubre 1677 He recibido, señor y queridísimo amigo, una carta suya de 15 de este mes en la cual se queja usted de la partida del Padre (Raybaud) y verdaderamente le tengo mucha compasión. Puedo asegurarle que esta noticia me ha conmovido hasta el fondo del corazón. En efecto, tenía tantas razones para consolarme al se pararme de usted, dejándole a él en mi lugar, que habría creído no amarle a usted bastante si me hubiera afligido mucho al abandonar un puesto que él debía ocupar; por lo que me parece que sentí menos nuestra separación. Ese mismo pensamiento me ha sostenido durante este año, y sólo después que él partió me he sentido separado de usted. Espero, sin embargo, que nues tro Señor lo reemplazará y no le dejará a usted sin consuelo. Me dice usted que la pérdida de sus cartas le hace temer que por ello se menoscabe en algo nuestra amistad. ¿Qué dice usted, mi querido amigo? Las uniones que se fundan en Jesucristo son inalterables, y le aseguro que ni la distancia ni su silencio me cam biarán en nada respecto a usted. Al contrario, me parece que cada día quiero más a mis amigos; toda la corte no podrá bo 221
rrarlos de mi espíritu, y cada día recuerdo en el altar a algunos y algunas que tendrían motivo para creer que los he olvidado. Creo que sólo Dios sabe cuándo partiré de Inglaterra. Creo que no pensarán en ello antes del mes de septiembre del año próximo. Estoy pronto para partir o para quedarme. Si fuera más hombre de bien de lo que soy, tendría aquí amplia cosecha que recoger; encuentro grandes desórdenes que corregir y además gran valor en las gentes, cosas muy propias para una gran virtud. No corro aquí ningún peligro sino el del alma, que está ex puesta a todos los riesgos que se pueden imaginar. Toda mi confianza está en Dios y en las oraciones de las almas santas. Recomiendo a su celo aquellas que Dios le ha confiado; pero no olvide usted la suya propia, que me es muy cara y que debe serlo para usted más que todas las demás. Estoy sumamente agradecido a N. N. por el honor que me hacen con su recuerdo. Ruego a Nuestro Señor Jesucristo que les colme de sus favores espirituales. Me siento con más celo que nunca por su perfección y quisiera que lo viera usted así en mi corazón. En cuanto a los Señores de la Congregación, son demasiado sensatos para pensar en hacer imprimir la miserable carta que les he escrito. Pero, espero que, si han encontrado en ella algo capaz de inflamarlos en el amor a nuestro buen Maestro y a nues tra buena Madre, lo grabarán tan hondo en sus almas que jamás lo olvidarán. Me alegro mucho de la gloria que el Sr. N. adquiere cada día; cuando se le estima como yo lo hago, es imposible no de searle todos los bienes verdaderos. Pocos hombres he encontrado de un carácter tan cumplido; soy humilde siervo de toda su familia. Adiós, amigo mío, si yo creyese en mi propio valor le pediría noticias de toda esa ciudad, que considero como una gran familia, cuyo jefe ha querido Dios que sea usted, a la cual ha de conducir al paraíso, si así lo quiere, por medio de sus santos discursos y sus buenos ejemplos. La Colombiére
CARTA XVII A los señores de la Congregación de Nuestra Señora (6) Inglaterra (Londres) 18 agosto 1677 Mis queridos Cofrades: La paz de Jesucristo. Aunque no hubiera sabido que me hacían ustedes el honor de escribirme, había resuelto, hace largo tiempo, no dejar pasar este año sin presentarles mis respetos y la expresión de la tierna amistad que conservo por su santa congregación. He sabido con mucha satisfacción que su número aumenta y que su fervor no disminuye. Espero que Aquél que los ha reunido por su misericordia infinita no permitirá que se separen nunca, ni que se relajen en esa piedad que tanto me edificó du rante un año. Pluguiera a Dios, Señores, que pudiera expresarles todos mis sentimientos respecto a la prácdca que han abrazado ustedes; me parece que me responde de su salvación y que no tendré nada que temer por sus almas mientras cumplan los de beres que ella impone. Recuerdo el celo que desplegaron desde el principio para arreglar las cosas de tal suerte que nada pudiera desmentirse más tarde. Admiro todavía la facilidad que encontré en una em presa que muchas personas creían imposible. Estoy persuadido de que fue obra de Dios y de que la Providencia quiso abrir por allí el camino del cielo a muchas almas a quienes había pre destinado antes de todos los siglos. Para comprender cuánto me consuela este pensamiento, sería preciso saber cuán caros me son sus intereses y cuánto me importa su salvación eterna. Jesucristo, a quien los encomiendo todos los días, conoce la extensión de mi afecto y el ardor con que les deseo todas las bendiciones de los santos. Preveo con gran placer que las gracias 3ue ustedes reciban en el servicio de la Santísima Virgen han e recaer sobre sus familias y aun sobre su posteridad, y que (6) Esta Congregación fue un notable fruto apostólico del Beato. La fundó, con gran resultado, siendo Superior en la Residencia de Paray 1675-76. Esta carta debiera ser la X V I, pues la del Cura habla de ésta.
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recibirán en el paraíso la recompensa del mucho bien que se ha de hacer en la ciudad más tarde, y que Nuestro Señor deberá, por decirlo así, a los buenos ejemplos que ustedes habrán dejado a sus sucesores. Por esto les conjuro, Señores, por las entrañas de Jesucristo y las de nuestra buena Madre, que perseveren en la feliz disposición en que están al presente y aun que crezcan, si es posible, en la constancia y en la observancia ae los regla mentos que Dios les ha inspirado hacer. Conserven en nombre de Nuestro Señor esa devota asamblea en tan buen estado, que sea para todos los que entren en ella un medio infalible de salvarse y que, imitándolos a ustedes, encuentren sus hijos un medio de santificarse. Que no se diga que los que fundaron la Congrega ción fueron los primeros en autorizar en algún punto la relajación. Sean ustedes, por el contrario, tan fieles en guardar hasta las más menudas reglas, y tan generosos en corregir abusos que el tiempo pueda introducir, que los que vengan después no tengan nada que reformar, y en caso de que caigan en alguna negligencia se les pueda hacer avergonzarse oponiéndoles el fervor de ustedes. Es cierto que solo de ustedes dependerá, Señores, ser causa de la salvación de un gran número de personas y de muchas virtudes que se practicarán muchos siglos después de su muerte; porque si durante todo el tiempo que han pasado en la familia de la Santísima Virgen han estado alejados de todo lo que puede deshonrarla; si hacen franca profesión de tener horror a todo lo que condenan las reglas, si se distinguen de los demás, como lo han hecho hasta aquí, por la fuga de la intemperancia, de las querellas, de la ociosidad, por una perfecta unión, por el uso frecuente de los sacramentos, por la compasión con los pobres, por el cuidado de hacer reinar la paz en casa; si, repito, hay la persuasión de que esa conducta y esas virtudes son como esenciales a los Congregantes, nadie ingresará en esa corporación sin una firme resolución de hacer lo mismo. Bastará pues ser Cofrade para verse comprometido a vivir cristianamente. Hagan ese servicio a Dios ¿Quién podrá imaginarse cuál será su recompensa? Sobrepasará sin duda a todo lo que yo pueda decir, pero me atrevo a asegurar, señores, que no sobrepasará mis deseos, puesto que ruego a Dios con todo mi corazón que sea igual a la de los santos. Me encomiendo muy humildemente en sus oraciones y les abrazo en el Corazón de Jesucristo y en el de nuestra Señora. Soy y quiero ser eternamente, Señores, mis queridísimos cofrades. 224
Su humildísimo y obedientfsimo siervo en Nuestro Señor. La Colombiére, de la Compañía de Jesús
CARTA XVIII A un miembro de la misma Congregación. Londres, oct.-nov. 1677 Señor, aunque no había visto la carta que los señores de la Congregación me hicieron el honor de escribirme, no dejé de cumplir con ellos, hace ya tiempo, un deber en el que no hubiera querido se me anticiparan. Le doy las gracias por la copia que tuvo usted la bondad de enviarme: me imaginaba que la carta estaría llena de cortesía y afecto y, si hubiera sabido quien era el secretario, me la habría imaginado muy espiritual y muy bien escrita. No me han sorprendido las muestras particulares que me da usted de su recuerdo; esto responde a la idea que formé de usted en el tiempo que pasé en Paray. Todo se puede esperar de su virtud y cortesía. Muy agradecido estoy a su padre y a su buen amigo, el Señor N... de que no me hayan olvidado. Le aseguro que los tres están ustedes muy presentes en mi espíritu. Estimo tanto su piedad, que mientras Nuestro Señor se la conserve estaré persuadido de 3ue ama a nuestra Congregación y que no podrá perecer .Y igo nuestra Congregación, porque no pretendo haberme sepa rado de ella. Cada día me encuentro en espíritu en medio de sus asambleas para tomar parte en las gracias que la Virgen Santísima derrama sobre ellas. Como no me dice usted nada de su familia, creo que su Señora madre y sus hermanas estarán en perfecta salud. Les deseo a todos mil bendiciones y les suplico humildemente rueguen a Dios me asista en este país donde no dejo de estar como estaba en Francia. 225
Su muy humilde y muy obediente servidor,
La Colombiére
C A R T A X IX
Al señor cura de Paray-le-Monial Lyon, 1679-80 ¿Qué dirá usted, señor, de mi pereza? ¿No es extraño que haya esperado tanto para responder a usted, a quien estimo tanto y con quien tengo tantas obligaciones? Me parece que no he podido hacer de otro modo, pero sea de ello lo que fuere, espero que usted me perdonará. Ya verá usted que los señores de la Congregación volverán de sus prejuicios y que este ligero desvio no servirá sino para hacerlos más fervorosos. De todos modos, no servimos a Dios y a su Santa Madre por los hombres; y así espero que ninguna consideración le hará abandonar su cuidado. Trate, mi querido señor, de persuadir a sus amigos de que deben ser constantes y hacer honor a Nuestra Señora. Aunque fuera usted solo el que perseverara y fuera constante en observar los estatutos exacta mente, no habría que relajarse. Nuestro Señor reconoce muy bien a sus verdaderos amigos y los distingue de los demás con gracias particulares. Ruego a Dios a menudo por ustedes, y por todos los congregantes, y deseo con todo mi corazón que sean colmados de las bendiciones celestiales. ¿Qué no haría porque fueran todos tales como deben ser?
Siempre le recomiendo el cuidado de su gran familia, debe usted encomendarla todos los días a Dios, que es su primer padre y que le ha confiado a usted sus queridos hijos. Hágales comprender bien que deben distinguirse más aún por una sólida piedad que por el nacimiento, y que toda la grandeza del hombre consiste en servir a Dios. Perdóneme, mi querido Señor, que no le escriba sino estas pocas palabras. Si supiera de qué corazón parten haría más caso de ellas que de una carta de diez páginas. 226
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No puedo ir a ver a usted tan pronto como lo deseo. Acuér dese de mí en sus oraciones. Todos los días ofrezco a Nuestro Señor el padre y los hijos. No dude usted de que soy con el más firme afecto, Señor. Su muy humilde y muy obediente servidor, La Colombiére
4.—Cartas a la Reverenda Madre Francisca de Saumaise (7), Superiora de Paray (XX-XLIX) CARTA XX Londres, 12 noviembre 1676 Reverenda Madre: Recibí en esta ciudad la carta que usted me envió a París. Ya estoy acostumbrado a la vida de los ingleses como si me hubiera criado en Londres. Mañana hará un mes que estoy aquí. He en contrado un gran número de católicos, pero dicen que son pocos los buenos. No me asombra, porque si nosotros tuviéramos en Francia tan pocos auxilios como tienen ellos aquí, seríamos peores. No se permite a los súbditos del rey de Inglaterra ir a las capillas de los embajadores para oir Misa y, desde que estoy aquí, han [>uesto guardias a la puerta de esas capillas y hasta en la de a reina, para prender a los ingleses que salgan de ellas. Es cierto que hay aquí muchos franceses, pero hace un año que no hay catecismo. De suerte que se puede decir que la palabra de Dios es muy rara en este país, y que el que venga a predicarla no dejará (7) Las cartas a la M. de Saumaise, Superiora del convento de la Visitación de Paray, cuando el Beato actúa allí, y Superiora en ese tiempo de santa M argarita M aría Alacoque, comienzan con la marcha del Beato a Inglaterra. En cerca de una veintena de estas cartas mencionará a la santa, de la que tanto ha tratado en Paray con la M. Saumaise. Son las cartas X X I-X X V I , X X V III, X X X I -X X X I I , X X X I V -X X X V I I , X L , X L III, X L V -X L IX .
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de ser muy bien recibido. A yer comencé por el sermón del paraíso, porque aquí se celebra la fiesta de Toaos los Santos diez días después que en Francia. Doy gracias muy humildemente a todas sus santas hijas por el recuerdo que hacen de mí en sus oraciones. Y o no dejo nunca de ofrecerlas a Jesucristo en la Misa. Espero de su caridad, que bien conozco, que continúen encomendándome a Nuestro Señor; tengo de ello suma necesidad y tendré también muy profundo agradecimiento.
La Colombiére
C AR TA X X I Londres, 20 de noviembre de 1676 Mi Reverenda Madre: \La paz de Nuestro Señor JesucristoI Como uno de mis amigos debe llevar esta carta a París, no tengo dificultad en escribirle como si estuviera en país ca tólico.
No puedo expresarle la alegría que me ha causado usted dándome noticias de su Comunidad. Me regocijo del aumento de santidad que este último retiro habrá procurado a todas sus queridas Hijas. Son muy felices por tener en sus manos tantos medios como tienen de hacerse agradables a Dios. Si los católicos de este país tuvieran una parte de ellos, creo que habría muchos santos. Pero es gran lástima ver cuán perseguidos son y qué pocos auxilios tienen para la piedad. No oyen hablar de D ios; les prohiben ir a Misa y después se quejan de que no son muy fervorosos. Seguramente es ésta una iglesia muy desolada, y me parece que no estarán mal empleadas las oraciones de los buenos, si interceden para que se restablezca el fervor en este reino. No hay aquí Hijas de Santa María y mucho menos H ermanas Alacoque; pero se encuentra a Dios en todas partes, cuando se le busca, y no es menos amable en Londres que en Paray. A E l agradezco de todo corazón la gracia que me hace de conservarme en el 228 i/
recuerdo de esa santa muchas gracias; pero Trataré de hacer uso todo de aquél que me
Religiosa. No dudo de que sus oraciones me atraen temo que y o no las aproveche, como debiera hacerlo. de los consejos que usted me da p or escrito y sobre dice haber sido confirmado en su último retiro (8).
La señora duquesa de York es una princesa de gran piedad; comulga casi cada ocho días y aun con más frecuencia; todos los días hace media hora de oración mental; me ha ordenado que predique el dia de la Presentación; piensa fundar en Flandes un convento de la Orden de ustedes para jóvenes inglesas, y hay ahora en la ciudad una de sus religiosas que ha venido con este objeto. Mi salud nunca ha estado mejor, gracias a Dios. Usted es demasiado caritativa al ocuparse de ella y recomendarme que me cuide. Estoy demasiado lejos de los excesos que usted teme; desearía no hacerlos en sentido opuesto y ser tan mortificado como debería serlo. En cuanto a la persona de quien me habla usted al fin de su carta, la he entregado en sus manos y no podrá estar mejor; sé con gusto que persevera. Ella teme que en su voto haya algo que lo limite a un lugar. Es cierto que nunca es demasiada la extensión con que uno se entrega a Dios y yo sería de opinión, si la de usted no es contraria, que ella prometiera a Dios que en caso de no poder estar en absoluto en esa casa, entraría en otra. Esto es para quitar todo recurso al amor del mundo; porque no hay apariencia de que pueda hacerlo mejor en un lugar que en otro. No hay nada tan racional como la orden que le ha dado usted de interrumpir durante su indisposición los ejercicios que pueden aumentarla. En fin, Madre, cuéntela usted, si me hace el favor, como una de sus hijas y a mí como el más humilde y celoso de sus siervos,
La Colombiére Me encomiendo a las dos Hermanas a quienes he visto más a menudo que a la otras. ¡Qué gusto tengo de saber que están (8) Se hace aquí mención del M em orial que la santa entregó al adre, a través de la M . Saumaise, al p a rtir para Londres L a Colom biére. s dado de parte del Señor (Retiro de Londres, 1677, nota 34). El nombre de santa M arg arita M aría fue suprimido en todos los pasajes en las p ri meras publicaciones de las cartas, y muchas veces los pasajes íntegros. Cartas X X I I I , X X I V , X X V , X X V I , X X X I , sobre el M em orial.
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CARTA XXII Londres, enero 1677 Mi Reverenda Madre: Dios no quiso que recibiera su carta a tiempo para darle la satisfacción que usted deseaba de mí. Espero que Nuestro Señor habrá suplido por sí mismo a todo lo que me hubiera ins pirado escribirle. No se asombre usted de las penas que siente en la oración; pero no se desanime. Basta que sea constante y sumisa, y Dios quedará contento. La vista de su indignidad, que a veces la im presiona, es tal vez una gracia con que quiere Dios prepararla para esa sequedad en que cae después y que es un castigo de sus infidelidades pasadas. No crea usted que mi ausencia sea un efecto de la cólera de Dios contra usted, ya se lo he dicho muchas veces: Dios no necesita de mí para salvarla. No crea usted tampoco que yo le rehúse ninguno de los servicios que me cree usted capaz de hacerle: le serviré hasta el fin, y nunca diré la Misa sin pedir a Dios que le haga sentir los efectos de su misericordia infinita. Hágame el favor de pedir para mí la misma gracia y que mis faltas, por graves y frecuentes que sean, nunca me hagan desconfiar de su bondad. Este es, según mi opinión, el mayor mal que pueda acontecer a una criatura. Si uno se libra de ese mal, no hay nin guno que no se pueda convertir en bien y del cual no se puedan sacar grandes ventajas. 230
Adiós, mi Reverenda Madre, cuide a la buena Hermana Mar garita María; pero, sobre todo, cuídese usted y trate de ser la más santa de su monasterio como debe usted serlo. Todo suyo en Nuestro Señor. La Colombiére
CARTA XXIII Londres, 17 de febrero de 1677 Mi Reverenda Madre: Tomo gran parte en la muerte de sus buenas amigas y no dejaré de ofrecer mis pobres oraciones a Nuestro Señor, y también por su querida Hija enferma. La salud la pondría en estado de servir a Dios con el fervor con que siempre lo ha hecho, y la muerte en estado de gozar de Dios, que es el fin de todo lo demás. Ciertamente es una noticia muy agradable la que me da usted de la demolición de ese edificio (un templo de hugonotes en Paray) que la señora de Saint-Léger deseaba ver destruido. Espero que Nuestro Señor no se contentará con esto, sino que reconciliará tantos templos espirituales que fueron edificados para su gloria y el demonio se los usurpó. No podía dar usted mejor consejo a su pretendienta que el de estar tranquila y no añadir nada al escrito de que se trata. En efecto, cualquiera cosa que se añadiese sería una nueva fuente de penas. Alabo a Nuestro Señor porque no permitió que se sirviera del consejo imprudente que yo le di. Mucho deseo que la considere a ustea como si fuera ya su Superiora, y que en este punto cumpla desde ahora el voto que ha hecho. Nada podía usted decirme que me regocije más que su perseverancia en el bien. Espero que no se detendrá en tan hermoso camino y que, con el auxilio de usted, hará progresos que respondan a tan felices comienzos. jQué bendición que las dos personas de que me habla usted después, sean constantes en su resolución! ¡Qué alegría me causa 231
eso! {Cuánto les agradezco que hagan honor a la gracia aue han recibido y a la santa profesión que han abrazadol ¡Sea el Señor bendito para siempre por haberse reconciliado así con sus esposas y habérselas unido tan fuertemente, que me atreverla a jurar que, en el porvenir, serán de las más fieles y más ardientes en su serviciol Le gustará a usted saber que el billete que me dio a mi partida estaba lleno de casi tantos misterios como palabras. No comprendí su sentido sino en un retiro que hice hace diez días. Pero es cierto que Nuestro Señor no dejó nada por decir, y que había previ siones contra todos los males que me pudieran suceder. Todo se ha cumplido, excepto la persecución de que se habla en el primer artículo, que una persona consagrada a Dios me debe suscitar; porque en cuanto a las del demonio, que allí mismo se predicen, es cierto que no hubo ninguna especie de lazos que no me tendiera. El segundo artículo y el tercero eran de la mayor importancia para el descanso de mi vida y para mi perfección. Yo me imaginé al principio que sólo eran avisos generales que se extendían a toda la vida, y así lo crei durante tres meses; pero comprendí después, que eran consejos para ocasiones presentes y remedios contra pensamientos y deseos que me turbaban y eran muy opues tos a los de Dios. El último, sobre todo, que nunca había podido comprender, se abrió de repente a mi espíritu con tan gran claridad, que para mí no hay nada en el mundo más claro. No podré explicarle la alegría que me causó esa luz, poraue vino en un tiempo en que me aplicaba a buscarla. Después ae haber reflexionado sobre estas palabras que están al fin: «Que Dios me daría la inteligencia según la aplicación que yo aportara» (9). No le digo todos los tesoros que he descubierto en esa peque ña memoria, sería muy largo. Todo lo que puedo decir es que si es el mal espíritu quien lo ha dictado es sumamente contrario a sí mismo, puesto que de allí he sacado tan grandes auxilios contra sus ataques y que hace en mí todos los efectos que el Es píritu Santo suele producir. (9) Se refiere aquí por extenso al Memorial de santa Margarita María y sus tres puntos, que pueden verse en el Retiro de Londres, Aviso previo. Véase allí también la luz recibida en el día quinto de ejercicios (nota 38). En la carta X X X I dice cómo ha comprobado también al fin la utilidad del punto primero del Memorial.
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No dejaré de dar las gracias al señor Raybaud por el hermoso sermón que predicó en su fiesta (de san Francisco de Sales). Usted me dio un gusto muy grande al hacerme saber que estaban muy contentos con él. Ruego al Señor que pueda reparar todas mis faltas y santificar a todos los de la ciudad. Ya le escribí qué tristemente iba a pasar ese día, pero tengo el gusto de decirle que Nuestro Señor no me ha dejado sin consuelo. Por que el mismo día llegó un hombre que estaba como desesperado por la razón que paso a decirle: es un cirujano que tiene un emplasto admirable, que recibió como herencia de su padre, y que nunca falló en hacer su efecto desde hace más de treinta años en los enfermos a quienes lo aplicó. Este emplasto tiene una fuerza tan extraordinaria, que aplicándolo en una parte cualquiera la descubre hasta el hueso en 24 horas sin que haya necesidad de aplicar el hierro ni el fuego. El rey llamó al cirujano para que cu rara a uno de sus hijos que hacía dos años estaba en manos de otras personas, las cuales no habían podido hacer nada, y él prometió curarlo en dos meses. Apenas dio su palabra, cuando el remedio perdió toda su virtud. Vio que a los otros enfermos que trataba les hacía un efecto enteramente contrario al que había hecho antes; que no solamente no penetraba en la carne, sino que la corrompía y formaba una especie de gangrena. Fingió que el príncipe, a quien debía aplicar el emplasto, no estaba todavía bien dispuesto; buscó pretextos, un día en el mal tiempo, otro día en otra cosa, entre tanto lo probaba en otras personas y él mismo se lo aplicó y lo que debía roer en 24 horas ni siquiera lo lastimó en tres días. Creyó que alguno de los otros cirujanos, que no podían sufrir que los suplantara, y que veían con confusión que iba a adquirir mucha gloria, creyó, digo, que habían hecho algún sortilegio para volver inútil su remedio. El pobre hombre lloraba día y noche; había prometido des cubrir en 24 horas el mal de aquel niño que estaba oculto en el hueso de la pierna y le apremiaban para comenzar la cura. Re currió a los exorcismos de la Iglesia; pero no obtuvo el resultado que esperaba. Por fin vino a verme el día de san Francisco de Sales, por la tarde, y era preciso necesariamente que al día si guiente por la mañana comenzara a vendar a su enfermo o que se desdijera de la palabra dada. Yo le aconsejé que hiciera una promesa al santo, cuya fiesta celebrábamos, y así lo hizo. Al día siguiente aplicó su emplasto; después de lo cual fue a ver a los otros enfermos, a quienes encontró en mejor estado y al día siguiente, al quitar el aparato al príncipe, halló que el remedio 233
había hecho más efecto que nunca. Desde entonces todo siguió tan bien como podía desear. El pobte hombre comulgó dos días después en acción de gracias, y está con un gozo y un deseo de servir a Dios que no podré expresar. Espero que esto hará conocer a ese gran santo y despertará algo la devoción de nuestros ca tólicos que está muy adormecida. Sea alabado Dios eternamente por ello.
La Colombiére
CARTA XXIV Londres, 17 de marzo de 1677 Mi Reverenda Madre: Hace sólo quince días que comprendí los dos puntos del papel que traje de Paray en el cual se me recomendaba que tuviera una dulzura compasiva con los pecadores. No dudo de que esto se refería a la primera persona que se me presentó a mi llegada. Nuestro Señor ve muy bien la necesidad gue tengo de que me avisen. Ya le he señalado a usted en mi última carta varias cosas muy particulares respecto a ese billete; pero es imposible decir las cosas como las siento. (fragmento)
CARTA XXV Londres, 3 de mayo de 1677 Mi Reverenda Madre: Me regocijo con nuestra Hermana Alacoque por el sacrificio que ha hecho a Nuestro Señor y las muestras de aprobación que Dios le ha dado. Tomo mucha parte en el ventajoso cumpli234
miento de lo que se había predicho respecto a usted. Admiro en esto la fidelidad de Dios y la perfección con que lo hace todo. Le suplico que le haga el bien en proporción de las obligaciones que tengo con usted. Usted misma, mi queridísima Madre, no sabe cuán grandes son. En el último billete de la Hermana Alacoque me parece que lo comprendí todo, menos estas últimas palabras: sin reserva. Eso tiene tanta extensión que temo mucho que no cumpla tal consejo. No porque no haya sacado ya gran fruto; pero ¡qué feliz me estimaría si pudiera hacer todo lo que esas palabras significanl (fragmento)
CARTA XXVI Londres, julio-agosto 1677 Mi Reverenda Madre: Recibí, hace tiempo, todas las cartas que tuvo usted la bondad de enviarme; pero, según su consejo, no me apresuré a contes tarlas. Demasiada consolación es la que recibo de las suyas y temo que sea demasiado también el afán con que las aguardo y que por esto, como por otras muchas cosas, tenga que reprocharme Nuestro Señor mi poca indiferencia. He leído su relación y he quedado muy consolado (conversión de la hija de Madame de Maréschalle). Espero que esa maravilla se ha de extender más lejos y que varias conversiones seguirán a la de esa pequeña predestinada (10). A nuestra señorita le faltó el valor justamente en el tiempo en que todos los caminos se le abrían para abrazar la cruz. Es cierto ?[ue su padre no olvidó nada para desviarla, pero no se opuso ormalmente. Tengo motivo para creer que hay culpa de mi parte, me ha faltado vigor en una circunstancia y prudencia en varias. (10) Madame de Mareschalle, Ju ana M orelet, se convirtió del cal vinismo, al cual había arrastrado a su marido católico. Su conversión fue ocasionada por la muerte de éste por accidente. Abjuró el error en manos del P. La Colombiére. Su hija, educada en las Salesas, también se convirtió al catolicismo y aquí habla de su caso. (v. p. 187).
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Pido a Nuestro Señor que no castigue a nadie por mis faltas, sino a mí mismo. Espero que esa corona no se pierda y que otras ocupen ese lugar. Hay algunas, cuyo fervor es para mí de gran consuelo. En verdad, no recuerdo haber visto nunca más resolu ción y más valor de los que veo en dos o tres personas, que Dios me ha enviado para servirme de ejemplo y de aguijón. Me parece que trabajo mucho por otras que no van a tan a prisa o, más bien, que van muy lentamente. Habría abandonado ya la empresa si no esperara gran fruto de su perfecta conversión, y si no es tuviera persuadido de que no hay que cansarse de pedir semejantes gracias. Estoy sumamente agradecido a usted, por los consejos que me da, sea respecto a mi salud, sea respecto a mi conducta. En cuanto a los apóstatas, estoy seguro de que reflexiono mucho en lo que usted me dice, y me parece que me aprovecho de ello. Es cierto que es preciso tener gran cuidado con esas personas que han renunciado a la vida religiosa y a la religión cristiana; ya me han engañado dos, tres y tal vez cuatro; pero, gracias a Dios, para mí no ha sido sino pérdida de dinero. No puedo decirle cuánto consuelo me ha procurado su carta. El billete de la Hermana Alacoque me fortalece mucho y me tranquiliza sobre mil dudas que me vienen cada día. Mucho me apena lo que ella desea de mí, y no sé qué responderle. Dios no se me descubre a mí como a ella y estoy muy distante de acon sejarla en nada. Sin embargo, para contentar su humildad, le escribiré boj (11). IQué alegría me causa todo lo que usted me dice de esa buena hermanal ¡Qué admirable es Dios, pero qué amable en sus santos! No podría compadecerla por su mal. Me parece que los golpes que se reciben de la mano de Dios son más dulces mil veces que las caricias que nos vienen de la mano de los hombres. Me encanta que esté usted contenta de la señora (de Maréschalle). No dudo de que tiene que esperar muchas cruces y debe hacer provisión de fortaleza y constancia. Adiós, mi Reverenda Madre, le doy mil gracias por todas sus caridades; le ofrezco mis miserables oraciones y le conjuro que no me olvide en las suyas. Su humildísimo y afectísimo siervo en Jesucristo.
La Colombiére (11) Habla de otras cartas recibidas de la santa en varias suyas: X X IV , X X X V II, XLVI, X C IX nota 45, asi como Retiro de Londres, n. 3.
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CARTA XXVII Londres, 25 de noviembre de 1677 Mi muy Reverenda Madre: La paz de Jesucristo. Estoy sumamente agradecido por el buen consejo que ha dado usted a esas buenas señoritas (Mayneaud de Bisefranc, v. carta XXXII) sobre el asunto de que le había escrito. No dudo de que por una y otra parte volverán a los primeros senti mientos, y de que Dios lo conducirá todo para su gloria. Conti núan preguntándome qué deben hacer respecto a su dirección. Es menester que usted tenga la bondad de aceptar que yo le diga lo que pienso, a fin de que se lo haga comprender, si es posible. Creo que es absolutamente necesario que se determinen, una vez por todas, a elegir una persona, que sea la única que tenga cono cimiento de su interior; porque cambiar cada año es para no ade lantar nunca. Confieso que no podré hacer nada por ellas, si en cada caso tengo que confirmar o aclarar las miras ae otra persona. Usted ve muy bien, Reverenda Madre, qué dificultad, qué pérdida de tiempo será para ellas y para m í; qué fuente de turbaciones e inquietudes. Confieso que no comprendo cómo unas jóvenes, que no son enteramente incultas ni ignorantes, no puedan decir sus pecados a una persona sin decirle todo lo que hacen, desde la mañana hasta la noche, sobre todo teniendo una regla en que, me parece, están explicadas la mayor parte de las cosas. Es necesario disminuir, o aun dejar enteramente por obe diencia, todos los ejercicios que puedan aumentar el mal o retardar su curación. Tenga usted la bondad de decírselo, si no lo he hecho yo. Aunque estuviese cerca de ellas, no tendría nada que decirles, sino lo que les he escrito. Si, después de esto, les diese media hora cada mes para que me digan cómo les va en su oración y sus disposi ciones actuales, eso bastará, y sería una verdadera dirección; porque son una gran distracción y una verdadera ilusión esas visitas, que no acaban y vuelven a comenzar todos los días. Uno se contenta o se disipa con tantas conversaciones, y entre tanto se deja a Dios con quien únicamente se debería tratar de unirse. De suerte, mi Reverenda Madre, que si esas jóvenes no pueden contentarse con los servicios que puedo hacerles desde aquí, es absolutamente necesario que tomen un director, cuyas órdenes deben seguir en todas las cosas. Si así lo hacen, no rehusó 237
escribirles y darles todos los consejos que sea capaz de dar; pero no deben recibirlos sino como simples consejos, y someterse a aquél cuya voluntad debe ser para ellas como una ley inviolable. Mientras esté usted ahí, someteré a su juicio todas las cosas; pero fuera de usted, no creo oportuno, en ninguna manera, que vayan a declararse a cualquiera que pasa; es un modo cierto de llenarse de vanidad y de turbaciones, de quedarse siempre en el mismo punto sin avanzar un solo paso, y aun volver atrás. Es preciso tener cuidado de no ocuparse de tal manera de sí que se busque en seguida cómo conversar con todo el mundo, sin ocuparse de Dios con quien debe ser toda nuestra conversa ción interior, yendo a El con sencillez, sin hacer tantas reflexiones y sin abrumar a los demás a fuerza de hablarles de nosotros mismos. Se sigue trabajando por fundar un convento de inglesas con la regla de ustedes; será en Boloña, en Picardía. Me parece que, desde hace algunos días, el asunto ha tomado mejor orienta ción que hasta ahora. Hace ocho días tuvo un príncipe la señora duquesa; no se puede decir con qué alegría de los católicos. Soy siempre todo suyo en Jesucristo. La Colombiére
CARTA XXVIII Londres, 2 de diciembre de 1677 Le escribo, mi Reverenda Madre, para darle cuenta de mi dolor por lo que pasa en el sitio donde usted se encuentra. Ayer recibí cartas que me afligieron mucho, y si no esperara firmemente de la misericordia de Dios que cuidará de esas buenas Hijas me costaría mucho consolarme (12). ¡Qué desolación sería que, mientras (12) Alude aquí el Beato a la dolorosa escena en el monasterio de Paray, que se llama a veces «la noche dram ática», de que habla santa M argarita M aría ( Autobiografía , c. V I), del día 20 de noviem bre de 1677
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Nuestro Señor bendice aquí nuestros trabajos, el enemigo de nuestra salvación destruyera en otra parte lo que tuve el consuelo de establecer allí por la misericordia de Diosl Doy gracias a Nuestro Señor porque se digna aprobar, por su bondad infinita, el consuelo que recibo de sus cartas llenas de piedad. Necesito, según creo, ae ese socorro, porque aquí, mi Reverenda Madre, no podré insistir demasiado, los peligros son infinitos y no hay socorro sino el que viene de Dios. Tengo entre manos muchas buenas obras, todas las cuales se refieren a la conversión o la santificación de las almas; me siento con un celo mucho mayor por ayudar a las que quieren tender a la perfección y para inspirar ese deseo a las que no lo tienen. Hay en esta corte una viuda joven, de unos veintisiete o veintiocho años, que, entre la corrupción casi universal, ha con servado una reputación intacta, aunque su hermosura y su talento la hayan expuesto a las más fuertes tentaciones. Esta señora, que es de la primera nobleza, no deja nunca de venir a mis ser mones y de derramar lágrimas a la vista de todo el mundo. Tiene deseos muy frecuentes de darse a Dios y aun de dejarlo todo; pero es rica, tiene mucho brillo y no puede resolverse todavía a renunciar a la vanidad. Tiene un natural admirable; yo la exhorto vivamente, ella me escucha con gusto; pero no veo que adelante; admira la virtud, pero no tiene fuerza para abrazarla. Yo no voy nunca a verla sino con gran repugnancia; voy, sin embargo, porque he sentido lo mismo respecto a otras personas a quienes Dios atrajo por fin enteramente. No deseo saber en esto lo que Nuestro Señor quiere de mí. Estoy muy contento de trabajar en la incertidumbre en que estoy. Sólo temo perder un tiempo que podría emplear en otra cosa. Si esta señora hiciera algo por Dios sería un gran ejemplo, porque seguramente no hay mujer alguna en toda esta corte que pueda comparársele por sus her mosas cualidades de cuerpo y de espíritu. Ruegue usted un poco a Dios por esto. Yo no la olvidaré a usted nunca y trataré de tener un recuerdo más particular de su comunidad durante su tiempo de retiro. Espero que Dios en que le ordenó el Señor pedir permiso a su superiora para decir públi camente en el refectorio las faltas de la Comunidad, de que el Señor se quejaba y que ofendían a Dios. El sacrificio fue terrible, y su resultado fue que «se me llevó como arrastrada de una parte a otra, con espantosa confusión mía».
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me hará la gracia de comenzar el mío pasado mañana, porque tengo gran necesidad (v. p. 38). Soy todo suyo en Nuestro Señor. La Colombiére
CARTA XXIX Londres, fin de diciembre de 1677 Mi Reverenda Madre: Sólo le escribo una palabra para tener un momento de con suelo con usted y participarle la muerte del principito, que Dios nos habla dado. Esto ha afligido mucho a todos los católicos, pero sobre todo al señor duque, su padre, y a la señora duquesa, su madre, que, sin embargo, han recibido esta aflición del modo más cristiano. Veo todos los días nuevos y grandes efectos de la gracia de Dios en las almas; siento, sin embargo, que mi poca virtud es causa de que sus progresos sean lentos y que no lleguen tan lejos como llegarían si estuvieran baio la dirección de un homore más desprendido. Hoy he recibido la abjuración de una señorita que antes había estado muy obstinada: ruegue a Dios por ella. Hace apenas ocho días tuve otra. Pero lo que más me conmueve es ver las maravillas que hace Dios en ciertas almas, respecto a la perfección. Alabe usted a Dios, se lo ruego, porque ciertamente hay gran motivo; es en todas partes admirable. Podría escribir un libro sobre las misericordias de que me ha hecho testigo desde que estoy aquí. Todo suyo en Jesucristo. La Colombiére
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CARTA XXX Londres, 10 de febrero de 1678 Mi Reverenda Madre: No puedo dejar de saludarla al dirigirle estas cartas. Cele bramos pasado mañana la Presentación, un poco mejor que el año pasado, si así lo quiere Nuestro Señor. Tenemos indulgencia plenaria en nuestra capilla y espero que varias personas la ganarán. Me han dejado, por una providencia muy particular, una vida de la Madre de Chantal (santa Juana Fr., la Fundadora de las Salesas). Me ha edificado tanto que no se lo puedo expresar. Se la hice ya leer a dos personas que han quedado encantadas y han sacado un provecho incomparable. Espero todavía mayor fruto, porque pretendo servirme de esa obra en varias ocasiones. Tengo también las Cartas de san Francisco de Sales y pronto tendré su Vida. Espero hacer mucho bien por los libros y por la intercesión de ese gran santo. Dios me dio hace poco un gran consuelo, con la conducta de una viuda de alto rango, que no es aquella de quien le hablé. Por una providencia muy particular, me encontré comprometido a dirigirla por los caminos de Dios. Yo me quejaba de la lentitud de la otra; ésta no me ha costado nada; todo se hizo en la primera conversación. ¡Alabado sea Dios eternamenteI La Colombiere
CARTA XXXI Londres, febrero de 1678 Mi Reverenda Madre: No sin razón me dice usted que nuestra querida Hermana Alacoque ha sido confirmada acerca de lo que contenía el primer artículo del billete que me entregó usted a mi partida (v. Carta XXIII). Necesitaba ese aviso justamente en el tiempo en que usted me escribió. Creo que se refería a la persona eclesiástica que me 241
f - o «ms» de lo que yo dijera a las almas para atraerlas ÍD?osSU&a’ la única cosa cuyo efecto no había visto hasta ahora. Pero eñ fin, ello sucedió al tratarse de la persona que k d 1)e se había dado a Dios sin que me costara nada (Carta XXX). Lo recordé eradas a Dios, muy a tiempo en la primera ocasión. Me sirvió mucho para darme constancia, porque estuve tentado de abandonarlo todo por temor de poder escandalizar y alterar la caridad. La Colombiére
CARTA XXXII Londres, febrero de 1678 Mi Reverenda Madre: Me regocijo de las gracias que Nuestro Señor continúa haciendo a aquélla, cuyo nombre ha borrado usted en su carta (santa Margarita María, v. Carta XXVIII). y me regocijo tam bién de la parte que ha tenido usted; esos son verdaderos favores: sufrir por la justicia y por la gloria de nuestro buen Maestro jOhl [qué cruces tan excelentes y qué buen gusto deben tener para las almas a quienes ha llenado Dios de su amorl Confieso que sería Eara mí una dulzura muy grande poder hablarles a usted y a esa uena Hermana. Pero que se cumpla en mí la voluntad de Dios en todo. No creo que haya nadie en el mundo que esté más in cierto que yo, en cuanto a lo que le ha de suceder; espero en esto con tranquilidad la voluntad de nuestro gran Maestro. Le doy mil gracias por el cuidado que tiene de sus queridas hijas. Las dos hermanas (v. Carta XXVII), me han consolado mucho con sus últimas cartas; espero que estarán capacitadas para sostenerse, con la gracia de Dios, antes que usted las deje. Respondería con gusto a la de nuestra santa hermana Alacoque, que me ha edificado muchísimo, pero me siento incapaz e ecir e algo; temo tanto interrumpir sus ocupaciones inteme Pue<^° resolver a seguir en esto mi inclinación. oersuaHí^ a tan P£Jf.^ente 7 equilibrada, y además estoy de que Dios se comunica con ella de una manera
muy particular, que habría presunción en querer darle algunos consejos. Me habla de un segundo sacrificio que le pide Nuestro Señor y es el cuidado del cuerpo y de la salud; en cuanto a mí, creo que ese sacrificio es más perfecto que el de las oraciones, porque es muy humillante y muy a propósito para desprendernos de todo el apoyo que podemos tener en nosotros mismos. SÍ tuviera necesidad de ser exhortada a obedecer en esto a la voz de Dios, yo la exhortaría con todo mi corazón. No veo nada que pueda darle pena en esto; ella ama las humillaciones y la obscuridad; esa conducta contribuye mucho a ello. En todo caso, no aventura sino su propio interés, que debe contar en nada. En cuanto a mi salud, que parece me recomienda usted tan a menudo, ciertamente no es buena; llega ya la cuaresma y, si esto continúa, temo que mis oyentes tengan pocos sermones. Tal vez sea mejor para ellos, porque yo ponaré menos de lo mío. Por lo demás, la enfermedad no me da miedo, a Dios gra cias; que se haga la voluntad de Dios en todas las cosas. Aquí no se habla ya sino de la guerra con Francia; pero no creo que por eso tenga que volver pronto. Después de co menzada esta carta, tuvimos fiesta de San Francisco de Sales. Hice lo que pude para celebrarla devotamente. La señora Du quesa me prometió ayer que pediría una indulgencia plenaria para el año próximo. Si así sucede, predicaré ese día y no olvi daré nada para hacer que los ingleses conozcan a ese gran santo. La Colombiére
CARTA XXXIII Londres, marzo 1678 Mi Reverenda Madre: No puedo seguir adelante sin darle noticias mías. Después de lo que le escribí la última vez, le extrañará saber que nunca me he sentido mejor ni he trabajado tanto, ni con tanto éxito y tan buenas esperanzas, por la misericordia de Nuestro Señor. 243
Nuestro Dios, por su bondad, derrama bendiciones increíbles sobre los sermones más mediocres. No dudo de que después de Pascua he de ver en el camino que deseo a la señora de quien le di a usted quejas. Asiste a todos los sermones y en ellos nunca deja de derramar lágrimas. La última vez que le hablé en su casa lloró amargamente por la resistencia que ha hecho a Dios, ase gurándome que no creía que Dios hubiera convencido a nadie más plenamente de la vanidad del mundo y de la obligación que tenemos de ser del todo suyos. Seguramente es un alma muy hermosa, que junto con todas las cualidades de cuerpo, de espíritu y de fortuna puede, con su ejemplo, ser útil a toda clase de personas. En cuanto a la otra persona que Dios me envió después, está, por su bondad infinita, en el gran camino de la perfección y sigue en él como debe. Dios le dio primero consuelos, que no se pueden expresar; le ha hecho dar en poco tiempo todos los pasos necesarios para desprenderse de todas las cosas y para dejar la esperanza de acercarse a cualquiera de ellas. Pero hoy tiene penas horribles; nunca he visto otras semejantes. El de monio hace lo posible para hacerle perder el valor, pero Nuestro Señor la sostiene admirablemente. Alabado sea eternamente. No le hablo sino de estas dos, porque son las que más me ocupan al presente. Hay otras que están más firmes y que me dan menos trabajo, aunque no menos consuelo. Observo que todas tienen buen espíritu y buen juicio. Le conjuro por el nombre de Jesu cristo, que ha unido los corazones más separados por la distancia, que tenga usted un poco de interés por la santificación de estas almas y le bendiga mil veces por las gracias que les hace y las que yo recibo todos los días por causa de ellas. No tengo inquietud por aquellas que le entregué, porque sé que Dios las protege y que usted no las descuida. ¡Oh cómo me alegro cuando pienso que se ama a Dios de un extremo del mundo al otro y que en todas partes hay verdaderos siervos y siervas fieles! Deseo a sus hijas, tanto a las religiosas como a las otras, tanta paz y alegría espiritual, perseverancia y aumento en el amor de Dios como me deseo a mí mismo. Siempre las tengo en mi espíritu para encomendarlas a nuestro Padre común. Espero que El las amará siempre. Me encomiendo en sus oraciones y en las de toda la santa comunidad. Le Colombiire 244
CARTA XXXIV
Londres, 30 de abril de 1678 Mi Reverenda Madre:
Le doy las gracias muy humildemente por la carta de nues tra hermana Alacoque. Yo le daré respuesta y si usted lo juzga a propósito se la entregará; si no, haga usted lo que le parezca. Estoy muy edificado por todo lo que me escribe y me confirmo tan fuertemente en la fe de las cosas que Nuestro Señor le des cubre, sea del pasado, sea del porvenir, que pienso que no hay mérito en creer (13). ( Extracto )
CARTA XXXV Londres, 6 de mayo de 1678 Reverenda Madre: Recibo con todo el dolor y, al mismo tiempo, con toda la sumisión que me es posible, la noticia de su partida de Paray (va a Dijon). Estoy seguro de que, en cualquiera parte donde plegue a Nuestro Señor enviarla, trabajará usted por su gloria y de que su voluntad se cumplirá en usted. He aquí lo que debe consolarnos de todo. Podrá suceder que se acerque usted a Paris y así pueda haber noticias suyas más fácilmente. Por interés de sus queridas hijas, a quienes su presencia era tan provechosa, las entrego en manos de Aquél a quien perte necen, y que tiene mil caminos para procurarles los socorros (13) Nótese la gran estima que el Beato muestra por la santa de Paray. Aquí dice haber recibido una carta de ella, que va a contestar. Pero en la carta L, dirigida a la propia santa M argarita desde Lyon, de vuelta ya de Londres, dice que ha preferido no escribir hasta ahora por hacer un sacriñcio a Dios. Habla también de esto en las cartas X X X V i l y X L . En la X X V I dice que «escribirá hoy», agosto 1677, a la santa.
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Nuestro Dios, por su bondad, derrama bendiciones increíbles sobre los sermones más mediocres. No dudo de que después de Pascua he de ver en el camino que deseo a la señora de quien le di a usted quejas. Asiste a todos los sermones y en ellos nunca deja de derramar lágrimas. La última vez que le hablé en su casa lloró amargamente por la resistencia que ha hecho a Dios, ase gurándome que no creía que Dios hubiera convencido a nadie más plenamente de la vanidad del mundo y de la obligación que tenemos de ser del todo suyos. Seguramente es un alma muy hermosa, que junto con todas las cualidades de cuerpo, de espíritu y de fortuna puede, con su ejemplo, ser útil a toda clase de personas. En cuanto a la otra persona que Dios me envió después, está, por su bondad infinita, en el gran camino de la perfección y sigue en él como debe. Dios le dio primero consuelos, que no se pueden expresar; le ha hecho dar en poco tiempo todos los pasos necesarios para desprenderse de todas las cosas y para dejar la esperanza de acercarse a cualquiera de ellas. Pero hoy tiene penas horribles; nunca he visto otras semejantes. El de monio hace lo posible para hacerle perder el valor, pero Nuestro Señor la sostiene admirablemente. Alabado sea eternamente. No le hablo sino de estas dos, porque son las que más me ocupan al presente. Hay otras que están más firmes y que me dan menos trabajo, aunque no menos consuelo. Observo que todas tienen buen espíritu y buen juicio. Le conjuro por el nombre de Jesu cristo, que ha unido los corazones más separados por la distancia, que tenga usted un poco de interés por la santificación de estas almas y le bendiga mil veces por las gracias que les hace y las que yo recibo todos los días por causa de ellas. No tengo inquietud por aquellas que le entregué, porque sé que Dios las protege y que usted no las descuida. ¡Oh cómo me alegro cuando pienso que se ama a Dios de un extremo del mundo al otro y que en todas partes hay verdaderos siervos y siervas fieles! Deseo a sus hijas, tanto a las religiosas como a las otras, tanta paz y alegría espiritual, perseverancia y aumento en el amor de Dios como me deseo a mí mismo. Siempre las tengo en mi espíritu para encomendarlas a nuestro Padre común. Espero que El las amará siempre. Me encomiendo en sus oraciones y en las de toda la santa comunidad. L e C olom biire 244
CARTA XXXIV Londres, 30 de abril de 1678 Mi Reverenda Madre:
Le doy las gracias muy humildemente por la carta de nues tra hermana Alacoque. Yo le daré respuesta y si usted lo juzga a propósito se la entregará; si no, haga usted lo que le parezca. Estoy muy edificado por todo lo que me escribe y me confirmo tan fuertemente en la fe de las cosas que Nuestro Señor le des cubre, sea del pasado, sea del porvenir, que pienso que no hay mérito en creer (13). ( Extracto )
CARTA XXXV Londres, 6 de mayo de 1678 Reverenda Madre: Recibo con todo el dolor y, al mismo tiempo, con toda la sumisión que me es posible, la noticia de su partida de Paray (va a D ijon). Estoy seguro de que, en cualquiera parte donde plegue a Nuestro Señor enviarla, trabajará usted por su gloria y de que su voluntad se cumplirá en usted. He aquí lo que debe consolarnos de todo. Podrá suceder que se acerque ustea a Paris y así pueda haber noticias suyas más fácilmente. Por interés de sus queridas hijas, a quienes su presencia era tan provechosa, las entrego en manos de Aquél a quien perte necen, y que tiene mil caminos para procurarles los socorros (13) Nótese la gran estima que el Beato muestra por la santa de Paray. A quí dice haber recibido una carta de ella, que va a contestar. Pero en la carta L, dirigida a la propia santa Margarita desde Lyon, de vuelta ya de Londres, dice que ha preferido no escribir hasta ahora por hacer un sacrificio a Dios. Habla también de esto en las cartas X X X V II y X L . En la X X V I dice que «escribirá hoy», agosto 1677, a la santa.
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que hasta ahora les ha dado por medio del celo de usted. Le doy mil gracias por la bondad que ha tenido con ellas y por las buenas noticias que me da. Soy enteramente de su opinión, respecto a la más joven de las dos hermanas; es preciso que se quede como está, hasta que Nuestro Señor nos dé otras luces. Tomo más parte de lo que puedo decirle en el favor extraor dinario que ha recibido usted ae Nuestro Señor; le doy las gra cias de lo más profundo del alma como si me lo hubiera conce dido a mi mismo; ya he dicho algunas misas én acción de gracias y hoy la diré también por esa intención. La felicito también por la cruz que Dios quiso enviarle; espero que será para usted una fuente de bendiciones. Supe la muerte del Sr. N. pero no sabía aún el retiro de su Señora. Ruego a Nuestro Señor que le haga sacar gran fruto de los buenos ejemplos que verá en su casa. La Cuaresma no me debilitó, aunque ciertamente he tra bajado mucho. Creo que sin el billete de la Hermana Alacoque no habría podido soportar nunca las penas que sufrí, y que nunca me ata caron con más violencia que cuando estaba urgido y como abru mado de trabajo. [Alabado sea Dios eternamente! Ahora me parece que cose cho, en lo cual casi no hay menos trabajo que en sembrar, tanto a causa del gran numero de personas a quienes hay que hablar y escribir, como a causa de los disgustos que nos hace padecer el enemigo de nuestra salvación. Se necesita una gracia de Dios muy grande para sufrir con paciencia sus persecuciones y las nuevas turbaciones aue no cesa de suscitar en las almas que Dios quiere atraer a sí. Anoche estuve otra vez durante tres largas horas con la señora de quien le escribí. Es extraño que el demonio se sirva para detenerla de un falso respeto, que ie han inspirado por el cuerpo de Jesu cristo, lo que le da tal alejamiento de la comunión que es la única cosa que teme en una vida devota; de suerte, que habiéndole hecho promoter que recibiría el cuerpo de Jesucristo cada quince días por lo menos, durante tres meses, me manifestó tan gran pena que me dio compasión, hasta decirme que todo lo que exigiera de ella, o pudiera exigir, no era nada en comparación, 246
y que le atravesaba el corazón al pedirle eso. Sin embargo, me mantuve firme y me lo prometió. Mucho la encomiendo en sus oraciones. No sé de qué depende que no sea toda de Dios; está detenida por ilusiones, porque es una maravilla la admirable disposición en que está respecto a las cosas de la tierra. Me pa rece que siento el temor que tiene el demonio de su conversión completa. Ya sólo él se opone, pues casi nada encuentro en ella que resista. Me ha convertido usted completamente en materia de salud; me ha inspirado el deseo de conservarla para servicio del pró jimo. Veo que la necesito mucho para el oficio que Dios quiere que desempeñe; pero trate ustea también de cambiarme res pecto al alma, sea con sus sermones, sea con sus oraciones; por que, como sabe usted, necesito más virtud aún, para conversar con toda clase de personas, como estoy obligado a hacerlo y con tan poco tiempo para recogerme. Tiene usted razón, Reve renda Madre, en envidiarme la ventaja que tengo en poder ani mar a otros a amar a Dios, pero también sabe que es necesario tener el corazón lleno de amor a fin de que se derrame sobre aquellos con quienes se habla, y que los pecados del hombre son grandes obstáculos para los designios de Dios, que quiere ser virse de él. No quiere decir que no me estime muy feliz en ser llamado al empleo que tengo, pero temo con razón que mis faltas impidan más conversiones de las que mi celo pueda realizar. No dejaré de continuar con confianza a pesar de mis justos te mores y las ligeras fatigas que van adjuntas a mi ministerio, porque hay más cruces interiores y exteriores de lo que parece. Desde el momento en que uno se siente movido por Dios para trabajar en la santificación de un alma, hasta que se la pone en cierto estado de consistencia, hay muchas penas que pasar. Es cierto que hay también grandes dulzuras, sobre todo al observar las vías de la gracia, sus operaciones, sus progresos en los cora zones, las bondades de Dios, su paciencia, su ternura, su pru dencia admirable, su poder y otras cien cosas que iluminan el alma de los que reflexionan en ello y la colman ae alegría. Ruego a Nuestro Señor que continué colmándola de bendi ciones y que le haga la gracia de que, al partir, deje usted su es píritu tan bien establecido en su monasterio, que permanezca en él hasta el fin de los siglos. La Colombiére
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CARTA XXXVI Londres, 9 de mayo de 1678 Mi Reverenda Madre:
Es cierto que me siento un poco mal del pulmón, en lo cual me creía yo inatacable (14). En este país se está muy expuesto a ello a causa del carbón de piedra que se usa, y que da un humo muy perjudicial. Lo que siento es poca cosa todavía, y creo que el estudio es lo que contribuye más que cualquiera otra cosa exterior. Como tengo que preparar nuevos sermones para el año próximo, me ha venido la idea de que será tal vez mejor preparar en resumen lo que tengo que decir, sin querer escribirlo todo con la máxima exactitud. Así estaré mejor de salud y tendré más tiempo para ayudar a las almas, cuya dirección quiera Dios confiarme, y tal vez Nuestro Señor derramará más bendiciones sobre esos sermones en que tenga menos parte la elocuencia humana. La señora Duquesa de York me ruega que le proporcione un cordón de san Francisco de Sales; he escrito a París para obtenerlo. La pretendiente de quien le hablé tiene una admirable cons tancia y, a pesar de todas las tentaciones que la atormentan, parte con la firme resolución de morir religiosa, aunque tuviera que sufrir las mismas penas hasta la muerte. Tiene veinte años, no tiene madre, la que tuvo era una santa cuyo más vivo deseo era ver a su hija religiosa. Creo que le obtendrá esa gracia desde el cielo. No podré expresarle mi agradecimiento por todos los bienes que Dios me ha concedido por medio de usted. Desea usted, mi queridísima Madre, que yo la exhorte a aprovechar, mejor que yo, las gracias que recibe: tienen mucha relación con las (14) Por prim era vez en estas cartas a la M . de Saum aise habla de su enfermedad pulmonar, que le llevará a la m uerte. D a todavía poca im portancia a las molestias que siente, atribuyéndolas al aire contam inado de Londres. Pocos meses más tarde, en las cartas X L -X L I, tendrá que hablar ya de vómitos de sangre por dos veces. Poco después de la segunda vez será encarcelado, y el tiempo de su dura prisión contribuirá a aum entar fuertemente el mal.
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mías; pero, me haría sufrir mucho si no respondiese usted a ellas mejor que yo. Cada día soy más infiel y me veo obligado a decir para mi confusión que Dios se sirve de mí para formar en la piedad a almas que dentro de poco tiempo me sobrepasarán en todo. Tengo gran necesidad de sus oraciones. Le recomiendo con instancia a los elegidos que Dios tiene en esta ciudad; ruegue usted para que mis indignidades no detengan los designios de su misericordia. Veo las más hermosas esperanzas, pero tiemblo continuamente, no sea que yo lo arruine todo con mis infideli dades. Tengo actualmente cinco personas que me vienen a ver para abjurar la herejía, dos de los cuales han sido religiosos, los otros son dos señoritas francesas y un joven inglés; pero hay otros que son católicos, buenos o malos, cuya perfecta conversión serla de la mayor importancia, y de la cual no desespero sino cuando veo que soy yo quien se mezcla en convertirlos. Le digo todo esto para animarla a redoblar sus oraciones si es posible y a con tinuarlas. Espero que el paquete la encontrará todavía en Paray. No he podido contestar todavía a esas buenas hijas; las cartas aue recibí me hacen esperar mucho de ellas. No sé lo que harán des pués que usted se vaya; pero Dios cuidará de ellas. Las abandono a su Providencia y trato de abandonarme yo mismo; porque me parece que, además de la paz del alma y la dulzura de la vida, en ese abandono se encuentran todas las cosas. Sin ese socorro no podría vivir en el empleo aue tengo; porque el cuidado de las almas produce mil inquietudes, a causa de la resistencia que oponen a la gracia o de la inconstancia del espíritu humano, del cual nada se puede uno prometer. Hay que entregar necesariamente el éxito a Aquél que puede darlo completo a nuestras penas, según el saludable consejo que me envió una vez la hermana Alacoque. Recibí de ella tres o cuatro que han sido toda la felicidad de mi vida. Bendito sea Dios eternamente que se digna iluminarnos a nosotros pobres ciegos con las luces de las personas que comunican más íntima mente con El. No puedo expresar a usted bastante mi gratitud por lo que le debo. Ruego a Dios que la recompense al céntuplo. La Colombiére
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CARTA XXXVII Londres, 27 de junio de 1678 Mi Reverenda Madre :
¡La paz de Jesucristo sea con usted! Me regocijo de que esté usted ya en el estado que había deseado, hasta que quiera Nuestro Señor hacerla pasar a otro. En cualquier cosa que ordene para usted, estoy seguro de que todo la ayudará a crecer y perfeccionarse en su amor. Otro motivo de consuelo es saber que ha hallado en su superiora un alma tan buena y tan santa. Espero que Nuestro Señor habrá escogido una muy buena para las hijas que acaba usted de dejar y a quienes ha hecho tanto bien con el auxilio del mismo Señor. No le doy las gracias por lo que ha hecho por las de fuera; tengo que darle muchas por mí. No se si tendré alguna vez la felicidad de manifes tarle mi agradecimiento; pero ciertamente Dios me lo ha dado muy grande por todas las bondades de usted. La carta de nuestra Hermana Alacoque me ha causado mu cha confusión; no podré darle a entender cuán a propósito han llegado estos consejos. Si hubiera visto mi interior, no habría podido decirme nacía más preciso. No sé lo que voy a respon derle; el Señor me lo inspirará. Le suplico que me dé un consejo respecto a un asunto que se me presenta. Una viuda joven de unos treinta años, de poca salud pero de mucho talento y valor, aunque sin fortuna, se ha sentido movida, hace cerca de un año, a retirarse a alguna parte en un desierto para llevar allí una vida penitente y retirada; des pués de haber rechazado varias veces como inútil esta propuesta que me hacía, me declaró por fin que se sentía tan fuertemente atraída a dejar el mundo y pasar sus días en la penitencia que me suplicaba tuviera cuidado ae no oponerme a la voluntad de Dios, si le resistía. Le hice ver que la cosa era como imposible, pero viéndola con tan gran resolución, me pareció que tal vez habría otro partido más racional que tomar, si deseaba hacer algo por Dios. Le propuse entonces que fuera a presentarse a algún mo nasterio para servir, en calidad de sirvienta secular, en guardar los rebaños en la granja o alguna otra cosa de esa naturaleza, sin darse a conocer a nadie, como algunos santos que nos han dado ese ejemplo. Esa propuesta, que le hice primero para ejer250
citarla y mantener su fervor, más bien que para hacérsela adoptar de hecho, le agradó. Me rogó que le ayudara en esto y le prometí que lo pensaría. Es francesa y hace año y medio que la conozco. Ha hecho hasta ahora todo lo que he deseado que haga. Ha trababajo mucho en mortificar sus pasiones; tiene mucho fuego, pero hace dieciocho meses que combate valerosamente; tiene un valor extraordinario, así lo he experimentado a menudo. Vea usted lo que piensa sobre esto. ¿Cree usted que querrá Nuestro Señor renovar en nuestros días los ejemplos de esas almas grandes, que admiramos en los primeros siglos de la Iglesia? Espero la respuesta, que tenga la bondad de darme, después de haber en comendado el asunto a Nuestro Señor. Hago poca cosa, mi Reverenda Madre, por el servicio de Aquél con quien tengo tantas obligaciones, como usted no lo ignora. A pesar de ello, para ese poco, necesito que me alienten, y sus exhortaciones me sirven más de lo que usted puede pensar. Todas las almas cuya dirección particular me ha encomendado Dios aquí adelantan por su misericordia, y es cierto que hay tres o cuatro que no se reservan nada y hacen todo lo que quiero. En cuanto a mí, casi no me considero y hago muchas cosas por su adelantamiento que parecen ser contrarias a mis propios in tereses, pero no quiero tener otros que los de Dios. Hágame el favor de pedirle que sea así hasta el fin. La Colombiére
CARTA XXXVin Londres, 2 de julio de 1678 Mi Reverenda Madre: Es hoy el 2 de julio, y celebramos aquí la fiesta de la Visi tación. Lo hemos hecho, a Dios gracias, bastante bien para el país en que estamos: además de varias personas que han comulgado, dos señoritas escogieron este día para consagrarse a Dios por un voto de castidad perpetua, después de haber hecho confesión general. Una de las aos comienza a recibir de Dios gracias muy grandes. Dos viudas jóvenes deseaban hacer lo mismo, pero he 251
juzgado a propósito dejarlas para la Asunción. Nuestro Señor me manda cada día almas que me parecen escogidas y cjue se entregan a El de una manera muy generosa; tres de ellas piensan en la religión, y han venido otras aos hace algún tiempo, que me parece no están muy lejos de lo mismo. Despedí a los dos reliiosos de los cuales le escribí. CV. carta XXXVI). Pida a Nuestro eñor que les inspire verdaderos sentimientos de penitencia. Entreveo buenos asuntos, que creo prepara Dios para su gloria. Pero, por lo demás, yo no hago nada, no me apresuro y observo que Nuestro Señor me envía después de tres, cuatro y cinco meses, algunas personas que casi no me había atrevido a desear. {Oraciones por favorl, porque si usted me ayuda, espero que Nuestro Señor no considerará mis pecados y se glorificará mucho en esta ciudad.
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Todo suyo en Jesucristo La Colombtire
CARTA XXXIX Londres, julio de 1678 Mi Reverenda Madre: Recibí su carta del 6 de julio con mucho consuelo y pro vecho de mi alma, según me parece. La persona aue debe entregarle ésta es aauella viuda respecto a la cual le pedí consejo (v. carta X X X vII). Se va a Paray al convento de las Ursulinas, donde me han prometido darle un puesto de sirvienta sin que les haya hecho saber auién es ni tenga intención de hacerlo jamás. Si acaso quiere usted detenerla en el camino, le he ordenado que la obedezca en todo. Le llamará la atención, sin duda, que yo haya precipitado tanto este negocio; no sé lo que será, pero no teneo ninguna aprensión respecto a las consecuencias, después de las precauciones que he tomado, siguiendo su consejo. Espero que cuando usted la vea, la encon trará con disposiciones que no le desagraden y así no hallará usted tanta temeridad en mi proceder. Pongo toda mi confianza en Dios y en el valor que le aa a esa mujer, que está tan resuelta 252
a lo peor que le pueda suceder que nada teme. Se la encomiendo, hágame el favor de darle los consejos que usted crea útiles. La mejor prenda que tengo de su constancia es que en el mundo ha hecho sin reserva todo lo que le he aconsejado para su per fección, sin que haya retrocedido nunca en materia de venci miento propio, lo que hizo siempre con valor y resolución admi rables. Hizo en casa de su propio padre una especie de noviciado, en que sufrió la mayor parte de las pruebas a que podía estar expuesta en la vida que auería abrazar, hasta hacer confesar a las personas que la ejercitaban que infaliblemente sería una santa. Todo ese fuego que tiene naturalmente no impidió que se so metiera como una niña al disgusto y mal humor de sus padres, que exigían de ella cosas muy mortificantes y nunca estakan sa tisfechos con su obediencia. No la daré a conocer a nadie, por que me parece que eso perjudicarla a los designios de Dios, que la quiere en una vida enteramente humilde y oculta, si no me engaño. Le escribiré otra vez sobre un nuevo descubrimiento que he hecho aquí, y que será para usted de mucha edificación. Le doy las gracias por la parte que toma usted en los fa vores que Dios me hace, haciéndome testigo de las operaciones de su Espíritu en las almas. Es cierto que me ha puesto entre las manos tres o cuatro que van hacia El a grandes pasos y de una manera muy generosa. Me parece que no dejan nada que desear. Me regocijo a mi vez del santo descanso que Nuestro Señor le da a usted. Aparentemente sólo es para prepararla para el trabajo. Que se cumpla la santísima y amabilísima voluntad de Dios siempre. Espero que la amaremos sin reserva en todos los estados en que le agrade colocarnos. Es todo lo que deseo para usted y para mí, que soy, Todo suyo en el Corazón de Jesucristo. La Colombiére
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CARTA XL Londres, 19 de setiembre de 1678 Mi Reverenda Madre: Hace largo tiempo que no he contestado a nadie. Puede usted creerlo, puesto que no le he contestado a usted. La cazón de mi silencio fue un accidente que me acaeció mando menos lo pensaba y me creía con mejor salud. Comencé a arrojar sangre la víspera de la Asunción, aue aquí se celebra diez días después que en Francia. Todo lo abandono a la Pro videncia (v. carta XX X VI). Lo que me hace creer que estaré aquí todavía por algún tiempo es, según me parece, que se presentan nuevos frutos que cultivar, y que nuestra buena Hermana Alacoque no me habla sino de nuevas fatigas. Recibí la carta de usted y el papel escrito por ella justamente el día en que hablé al médico, y en un tiempo en que me encon traba tan abatido y que me sentí poco capaz para los trabajos que preveo para el año próximo, y consideraba mi mal como un efecto de la Providencia que, conociendo la im potencia en que estaba de sostener la carga, quería retirarme de este país. Pero después de leer el billete que me ordenaba no perdiera el valor en las dificultades, y me hada recordar que uno es todopoderoso cuando confia en Dios, comencé a cambiar de sentimiento. Y es de creer que permaneceré todavía aquí (15). No me opongo a ello y estoy pronto para viv ir o m orir aquí, a fin de cumplir la voluntad de Dios. Tengo entre manos las hermosas esperanzas del mundo para el próximo año. Me parece que no ¿altarán sino fuerzas y tiem po; pero Dios pued e suplir a todo esto. Veo por fin a la duquesa, de quien le escribí a menudo, enteramente convertida. Nuestro Señor le envió en días pasados una enfermedad de veinticuatro horas, durante la cual concibió tan gran pesar de no haberlo dejado (15)
Los trabajos y fatigas, que la santa le ammdaha de parte del
Señar, se referían propiamente, con segundad, a la cárcel y destierro pró
ximos. Ya d mismo había recibido una iluminación sobre estos trabajos: v. Xobu espiritada 1674-76, a, nota 25, (p. 131) y cartas XII y XLII sobre la prisión.
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todo por Dios que estuvo a punto de morir de tristeza. Me rogó ayer que fuera hoy a verla para hablarle en particular. Espero que vamos a comenzar una vida que honrará mucho a Dios; ella es capaz de una gran virtud y creo que Dios le ha dado para conmigo todos los sentimientos necesarios, para que mis pobres consejos le sean muy útiles. Hace unos dos meses que un joven mercader de veinticuatro años vino a verme para consultarme acerca del proyecto que tenia de dejar el mundo e ir a pasar sus días en países descono cidos, pidiendo limosna y abandonándose a toda clase de auste ridades, de que lo hace capaz, según parece, la fuera de su cuerpo robusto. Mi opinión fue que no precipitara nada y que era ne cesario que yo le conociese más, antes de darle un consejo sobre el particular. Desde entonces le he dado algunas reglas para pro bar su docilidad; le ha tomado tanto gusto a la obediencia que hace de ella su principal interés. Ya no piensa en su proyecto ni en el porvenir, únicamente en adelantar en la virtud. Nuestro Señor lo había elevado ya a una alta oración; pero esto aumenta cada día con luces tan particulares y tan delicadas, sobre la prác tica de las más excelentes virtudes, que me causa gian admiración. Justamente cuando escribía esto recibí su carta del 10 de setiembre. Ruego a Nuestro Señor le recompense la caridad que ha tenido usted con la señorita que le envié de aquí. Es un gran consuelo el saber que ha quedado usted satisfecha. No la enco miendo en sus oraciones, porque sé que su generosidad y la bondad que tiene Dios con ella se la harán muy querida.
La Cobmbiére
CARTA XLI Londres, octubre de 1678 Mi Reverenda Madre: Después que escribí, estuve a punto de morir de un nuevo vómito ae sangre, y de volver a Francia, porque mis superiores lo habían dejado a mi elección y la mayor parte de las personas me lo aconsejaban. Los médicos me detuvieron, didéndome 255
que no estaba en estado de hacer el viaje y que podía curarme aquí. Ahora no sé lo que Nuestro Señor me prepara, si debo morir o vivir, quedarme aquí o regresar, predicar o no hacer nada. No puedo ni escribir ni hablar ni casi rezar. Veo una gran mies; nunca he tenido tanto deseo de trabajar y no puedo hacer nada. Que se cumpla la voluntad de Dios; yo no merezco servirle. Me ha puesto por mi culpa en el estado en que estoy. Ruego a Nuestro Señor que me castigue y me perdone. He sufrido, desde que estoy enfermo, penas interiores, que sobrepasan en mucho a las exteriores; pero también tuve el consuelo de ver grandes progresos en las almas que Dios me confiaba. No puedo escribirlo todo. Tengo bajo mi dirección a una viuda de treinta años de muy buen espíritu y buen juicio, que desde hace año y medio sigue el camino de una perfecta abnegación, y de quien puedo res ponder en todo sentido. Quiere ser religiosa de santa María, lejos de Paris. Tiene salud, ha sido educada en Francia en un convento. Su padre es francés, y cirujano de la reina de Inglaterra. Tiene una hija de nueve años, de muy buen natural, a la que quiere poner en un colegio para hacerse ella luego religiosa, si Nuestro Señor lo quiere. Tienen dos mil escudos. ¿Dónde quiere usted que las mande?, quiero confiárselas a usted. Ellas están dispuestas; y esté segura de que quedará usted contenta de ellas. Hágame el favor de contestarme, y ruegue a Dios por mí a fin de que no desee sino su voluntad, y que me abandone sin reserva a su Providencia. Encomiéndeme en las oraciones de sus amigas. No escribo a sus santas hijas; pero sí ruego a Dios por ellas más que nunca. La Colombiére
CARTA XLII Paris, 17 de enero de 1679 Mi Reverenda Madre: Le escribo sólo para avisarle mi llegada a esta ciudad. Salí de Inglaterra, después de haber sido desterrado por un decreto y haber corrido varios riesgos de perder la vida. He estado preso 256
durante cinco semanas. Mi enfermedad se renovó en la prisión; pero ahora estoy mejor. Como espero ver a usted dentro ae pocos días, no le digo más. He encontrado aquí una de sus cartas, en que me habla usted de la pretendiente respecto a la cual le escribí. Se vio obligada a huir para sustraerse a la persecución. Está aquí, pero muy lejos de poder dar ocho mil francos; tendrá que reducirse nece sariamente a mil seiscientos escudos, y no los podrá tener tan pronto, porque en Inglaterra está todo tan turbado aue no se puede tratar de negocios. Mientras recibe el dinero poaría entrar como pretendiente y su hija como pensionista, porque puede pagar la pensión; pero no quiere entrar al noviciado antes de recibir su peculio y así se lo ne aconsejado yo. Es una persona muy completa. Si usted lo juzga oportuno, haré la propuesta a la Madre Superiora de (Charolles), creo que la aceptará. Yo le enviaré a usted la carta que le escriba. Cuántas cosas tendré que decirle, si Dios nos concede la gracia de una entrevista. He dejado en Londres personas de gran mérito y muy amadas de Dios; no pierdo la esperanza de poner a algunas en manos de usted. Ruegue a Dios por ellas y por su siervo en Jesucristo. La Colombiére
CARTA XLIII Lyon, 23 de marzo de 1679 A la queridísima Madre en Nuestro Señor. La paz de Jesucristo. Estoy aquí desde el 11 de este mes. Me siento peor que nunca desde mi partida de Inglaterra. Hasta arrojé un poco de sangre, y estuve muy cerca de caer en el primer estado. Creo que una pequeña sangría me salvó de esa recaída y según me parece he mejorado hace dos días. Desde que estoy aquí, como carne aun los viernes y sábados, por orden del médico, y pronto 257
podré tomar leche de burra, de la cual espero algún alivio. Que se haga la voluntad de Dios. Hallo en todas partes una mies tan grande, que me cuesta muchísimo contenerme; pero me ordenan el silencio y estoy resuelto a observarlo, según el con sejo de usted. Si la Providencia me vuelve a llamar al país de las cruces, estoy enteramente dispuesto a p a rtir; pero Nuestro Señor me enseña, desde hace algunos días, a hacerle un sacrificio mayor todavía, que es estar resuelto a no hacer nada, si es su voluntad; a morir el primer día y extinguir por la muerte el celo y los grandes deseos que tengo de trabajar por la santificación de las almas, o bien arrastrar en silencio una vida achacosa y lánguida sin ser ya sino una carga inútil en todas las casas en que me encuentre. Estaba mal cuando llegué a Paray; pero allí me restablecí en dos días, de tal suerte que trabajé en seguida durante ocho días de la mañana a la noche sin sentir la menor molestia. No podría decirle cuántos motivos de consuelo me ha dado Dios. Encontré las cosas en una disposi ción admirable y me parece que todo ha aumentado desde mi partida. Hay no sé cuántas pobres personas a quienes yo había olvidado y en quienes Dios ha hecho germinar las semillas de las cuales yo esperaba poco; de suerte que producen en sus almas vir tudes sólidas y una constancia admirable. Usted podrá comprender que en ocho días no pude tener largas entrevistas con todos los que deseaban hablarme; y sin embargo, quiso la misericordia infinita de Dios dar tales bendiciones a las pocas palabras que les dije, que todo el mundo quedó contento y como renovado en el fervor; Dios sea eternamente glorificado por ello. Al pasar por Paray no pude ver sino una vez a la Hermana Alacoque; pero tuve mucho consuelo en esa visita; la encontré siempre sumamente humilde y sumisa con gran amor a la cruz y a los desprecios. Esas son señales de la bondad del espíritu que la guía, las cuales no han engañado nunca a nadie (16). La señorita de Bisefranc es un ángel. La menor no ha salido aún de las pruebas del noviciado, pero las lleva con ánimo. La desconocida que le escribió me encanta por su valor y toda clase de virtudes; irá pronto a Charolles, ya está decidido. (16) Es el reencuentro con la santa después de la vuelta de Ingla terra. Solamente una visita pasajera de diez días en P aray; pero el Señor, que ha unido estos dos corazones con el suyo, como lo mostró a la santa en una visión ( A utobiografía , c. V I), llevará de nuevo al Beato a m orir en Paray-le-Monial dentro de tres años justos.
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Nuestro Señor ha dispuesto todas las cosas para eso. La Her mana Alacoque ha sido la primera de esa opinión; pero yo no me rendí sino a buenas razones. No he dicho nada a esa persona, para tenerla en la indiferencia, pero le escribí una palabra ayer por la mañana. La inglesa que está en Charolles hace todo lo que yo espe raba de la gracia que Dios le ha dado. Mil y mil gracias por los buenos consejos que me da usted para el cuerpo y para el alma; continúe, mi querida Madre, ha ciéndome recordar de tiempo en tiempo lo que me es tan impor tante no olvidar, y que olvido sin embargo tan fácilmente; los recibo como debo, no tenga ninguna pena por ello. Le prometo el recuerdo que me pide usted en la celebración de la Misa; no sé si ya le he dicho que esa es una de mis prácticas, pensar en ese momento en todos mis amigos y llevar mi espíritu a todas partes donde puedan encontrarse. Encomiéndeme en las oraciones de su comunidad y parti cularmente en las de su Madre y de sus fervorosas hijas. No la compadezco de verse privada de las dulzuras de que gozaba; todo lo que puedo hacer es no envidiarla. Si ve usted al Señor N., a su esposa y a la Sra...... discúlpeme con ellos por no haberles escrito, porque mi salud me lo impide. Soy en Nuestro Señor, etc. La Colombiére
CARTA XLIV S.Symphorien d’Ozon, abril de 1679 Mi Reverenda Madre: [Nuestro Señor Jesucristo sea toda nuestra fuerza y nuestra alegría I Le escribo desde el campo, donde acabo de poner en prác tica algunos remedios, que me han prescrito. Ya ve usted que 259
estoy en casa de mi familia, lo que es para mi un gran motivo de humillación; y en lugar de edificarlos con mis palabras y mi manera de vivir, los médicos me ordenan callar o no hablar sino para distraerme. ¿No es verdad que es una vida muy humillante? Comprendo que un alma muy espiritual podría hacerse de esa vida una especie de purgatorio, muy apto para purificarla. Pero Dios sea eternamente bendito por la paciencia infinita con que me soporta, a pesar de mi inutilidad y de las imperfecciones que descubro en mi cada día. La persona de quien me habla usted piensa hace mucho tiempo en ser religiosa y desea ponerlo en práctica algún día. ¿Por qué diferirlo? No espera sino la orden del director, el cual no se opone sino por razones de salud, que serán cada día más fuertes. Tales razones no hacen que los Superiores la rechacen, y entretanto el mundo se ve privado del ejemplo que le dará ese sacrificio. Se impide a esa persona abrazar un estado que tiene ella el valor de abrazar y que Jesucristo aconseja a todos los cristianos, y así estará privada de mil socorros y facilidades para servir a Dios. Este sacrificio no deja de costar algo a su corazón; ¿no es esta una señal de que ese corazón no está del todo libre y que le queda algo que dar a Dios? Ruéguele, se lo pido, por el éxito de este asunto, y por mí que soy. Todo de usted en el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. L a Colombiére
CARTA XLV Lyon, 26 de mayo de 1679 Mi Reverenda Madre: Habrá sabido usted tal vez que la Hermana María, a quien envié desde Inglaterra, y que estaba con las Ursulinas, ha ido a casa de nuestras Hermanas de Charolles. Me pareció que nuestra Hermana Alacoque estaba bien persuadida de que tal era la vo luntad de Dios; y como yo le representara que me parecía ne cesario su ejemplo en la casa donde estaba, me respondió que Dios nos quita a veces las cosas que nos serían útiles para nuestra 260
santificación, cuando resistimos demasiado a sus gracias y como que cansamos su paciencia. Ya ve usted que esto debe quedar secreto. Sin embargo no he retirado por eso a esa buena Hermana. Las mismas religiosas son las que me han obligado a hacerlo, dándome a entender que era para ellas una carga. Sin embargo, manifestaron gran dolor por su partida. Recuerdo lo que se me ha recomendado respecto al viernes que sigue a la octava del Santísimo Sacr mentó. Estoy seguro de que usted no lo olvidará. La Colombiére
(Extracto)
CARTA XLVI Lyon, 6 de julio de 1679 Mi Reverenda Madre: Recibí, hace pocos meses, una carta de la Hermana Alacoque (17) llena del espíritu de Dios. Me dice varias cosas muy extraordinarias, y me habla de una persona que yo le había re comendado al pasar, de una manera que hace ver muy bien que tiene muy particulares conocimientos respecto a mí. Me ordena de parte de su Amado Dueño que no piense más en el pasado, que no haga ningún proyecto para el porvenir y, en cuanto al presente que cuide a un enfermo que Dios me ha confiado para que ejercite la caridad y la paciencia, añadiendo que el enfermo soy yo mismo, y que debo hacer sin escrúpulos lo que pueda para restablecerme. Y lo hago ciegamente. La Colombiére
(17) No conservamos esta carta, al menos hasta ahora. La santa le haola de «cosas extraordinarias», relativas a él mismo (no sabemos cuá les), y le recomienda que cuide su propia enfermedad por caridad, lo aue hará el Beato también por obediencia a sus superiores. Pero la enfermedad es de muerte, aunque la santa parece creer todavía que podrá curarse. Pero hubo un restablecimiento pasajero, que le permitió vivir aún dos años largos, restablecimiento del que habla en la carta XLVIII.
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CARTA XLVII Lyon, 1680 Mi Reverenda Madre (18):
Usted ha rezado tanto para que yo recobre la salud que creo que Dios la ha escuchado, por fin. Me encuentro mejor que nunca desde mi regreso de Inglaterra; pero será poco lo que ha hecho, sin embargo, si no vuelvo al estado de antes. Será preciso rezar más aún para obtener la gracia de vivir como sabe usted que debo hacerlo. Tendría necesidad de auxilios muy particulares, para comportarme de tal suerte en la salud que no tenga motivo de arrepentiime de haber sido curado. Porque, si yo supiera que en el futuro debía haber en mí un solo átomo que viviera para el mundo, y no puramente para Dios, quisiera mejor haberme muerto. Con esto usted verá lo que debe hacer por mí cerca de D ios; porque le echaré a usted la culpa en parte, si sucediera que mi restablecimiento me fuera perjudicial. Aunque he pasado tanto tiempo sin contestarle, no he de jado de rogar a Nuestro Señor por el feliz éxito de su retiro. Espero que usted y todas sus hijas se hayan renovado en el amor a Jesucristo. Feliz usted, porque Dios la ha escogido para in flamar en ellas ese amor y llevarlo, si es posible, hasta el colmo. Para esto, he observado que, además de un gran celo, es necesario tener una humildad profunda y una completa desconfianza de sí mismo; que es preciso proceder sin prisa y esperar con paz y confianza que quiera Dios hacer en esas almas lo que sólo su gracia es capaz de obrar, de lo que le corresponde a El toda la gloria. Sin duda la experiencia le ha enseñado ya todo esto, y ruego a Nuestro Señor que le ayude a ponerlo en práctica. Seguramente ha sabido usted la muerte de la señorita N ... La pobre joven ha sufrido mucho interiormente en este mundo y con mucha fidelidad. La vi un momento el verano pasado; me dijo al dejarme, que no me vería más, porque pensaba que (18) La M. Saumaise es ahora superiora del monasterio de Moulins, desde mayo de 1679.
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yo moriría pronto. Ruegue usted a Dios que tenga misericordia de ella y de mí. Todos los días le envío a usted muchas bendiciones; como se las envío de parte de Nuestro Señor Jesucristo y de toda su Iglesia, no dudo de que le llegarán. Así sea. Todo suyo en Nuestro Señor Jesucristo. La Colombilre
CARTA XLVni Lyon, mayo-agosto de 1681 Mi Reverenda Madre: Le doy mil gracias por la carta que me escribió y la parte que tomó en el restablecimiento de mi salud. Me parece que se restablece por la voluntad de Dios, y que la gran crisis, que cre yeron sería mortal, será justamente lo que sirva para devolverme la salud, o completa o por lo menos tal que pueda servir todavía a Nuestro Señor. Es maravilla ver cuántos provechos temporales y espirituales me han venido por esta enfermedad; no podré admirar ni alabar bastante la sabiduría y la bondad infinitas de Dios, que cumple sus amables designios por las mismas vías que a los hombres parecen destruirlo todo. Nunca he tenido tanta alegría, nunca he encontrado a Dios tan bueno para con migo como en el tiempo en que me he visto en mayor peligro de morir. No habría cambiado ese peligro por todo lo que hay en el mundo más digno de nuestros deseos. Me modero mucho en el celo, que usted pretende que tengo. Quiera Dios que sea muy puro. Tal como es, me parece que Dios lo bendice más de lo que mi debilidad pudiera esperar. Esto me persuade cada vez más de que no son nuestros trabajos y afanes los que santifican las almas. La de usted me es muy que rida ; ruego a Nuestro Señor todos los días que aumente en nos otros las gracias que ha derramado y que le agradezco muy afec tuosamente. Ruego también por su comunidad, a la que deseo mil bendiciones. 263
Le estoy muy agradecido por la copia de la carta que me envió (19). Si lo que me concierne no es enteramente cierto, no puedo acusar sino a mí mismo, que por mis infidelidades continuas me opongo a los designios de la misericordia de Dios. Espero de ella, sin embargo, el perdón de mis infidelidades y la gracia de ser más fiel a Dios en el porvenir. En cuanto a usted, mi Reverenda Madre, esté para siempre en el Corazón de Jesu cristo con todos aquellos que se han olvidado completamente de sí mismos, y que no piensan ya sino en amar y glorificar a Aquél que es el único que merece todo amor y toda gloria. La Colombiere
CARTA XLIX Paray, enero de 1682 Acabo de recibir sus dos (¿paquetes ?) con dos de sus cartas (20) No había necesidad de enviarme tantas cosas, antes de saber si debo partir para Lyon, en lo que no encuentro ya dificultad, puesto que el médico se explicó hace sólo dos o tres días con nosotros, como lo hizo por carta con su hermano (socio del Pro vincial). El P. Bourguignet, que me manifiesta una bondad extraordinaria, tendrá alguna pena. Además tal vez podamos encontrar un coche cómodo y un tiempo favorable. Sin embargo no he tenido todavía tiempo de pensar en el coche, y tal vez el Señor Billet (el médico) persuada al Padre Superior. Sea lo que fuere, estoy convencido de que no mejoraré aquí, y usted sabe que, antes de que el médico se declarara des(19) Debe ser copia de la carta enviada por santa M arg a rita M aría a la M . Saumaise en noviem bre de 1680 (C arta X de la santa), en la que le habla de los sufrimientos del P. L a Colombiére. (20) Santa M argarita escribe a la M . Saumaise sobre el estado de salud del P. La Colombiére, a principios de 1682: que «está m uy m al, y le cuesta mucho trabajo hablar». La santa ha podido verle dos veces (S . ae T ejada , Vida y obras de santa M argarita M aría de Alaeoque , Bilbao 1958, 3 edic., carta X III, p. 242). Esta es la últim a carta del Beato, próxim o a la m uerte, proyectando el viaje ordenado por el médico. Santa M arg arita le escribe el 9 de febrero gue no salga, porque «El me ha dicho que quiere aquí el sacriñcio de su vid a». M orirá en Paray el 15 de febrero.
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pués de estudiar muy bien la enfermedad, yo le había dicho a usted que nada me aliviaría sino un aire sumamente vivo y sutil. Creer que el de Lyon es el que se necesita, lo dudo un poco. El de Vienne me parecería más a propósito, porque el Sr. Billet dice que no basta pasar dos o tres meses en un lugar alto; se necesitan años enteros para dejar tiempo de reponerse a la na turaleza. Todo lo entrego en manos de los superiores y no pro pongo ésto sino para guardar mi regla. Habría escrito sobre ello al Reverendo Padre Provincial, si hubiera creído que era necesario; pero antes he querido comunicárselo a usted. Hágame el favor de decirme su opinión y aconsejarme según Dios a fin de descargar mi conciencia, y que no muera con el escrúpulo de haber faltado a mi regla. En cuanto a los consejos que usted me pide, desde que estoy enfermo no he sabido otra cosa sino que nos apegamos a nosotros mismos por muchos lazos imperceptibles, y que, si Dios no pone la mano en ello, no los romperemos nunca; ni siquiera los conocemos; que sólo a El pertenece el santifi carnos; que no es poca cosa desear sinceramente que haga Dios todo lo necesario para ello, pues, en cuanto a nosotros, no tene mos ni bastante luz ni bastante fuerza para hacerlo. Ruegue a Dios por el que es todo de usted en Jesucristo. Estoy muy agradecido al P. N.... por su caridad, quisiera poder darle las gracias; pero no tengo ni tiempo ni fuerzas para hacerlo en una carta particular; hágame el favor de suplir esta falta. La Colombiére
5.—Cartas a Santa Margarita María Alacoque (21) (L-LI). CARTA L Lyon, verano de 1680 Mi queridísima Hermana en el Corazón de Jesucristo. Me he privado hasta hoy del consuelo que hubiera tenido en escribirle porque creí que Dios deseaba le hiciera ese pequeño (21) Conservamos solamente dos cartas, por lo demás admirables, del Beato a santa M arg arita M aría, aunque bastantes alusiones a ella,
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sacrificio. Pero ¡ay!, vivo de una manera extraña, y siento que el pesar que tengo y mis quejas por ello, lejos de justificarme ante Dios, me hacen más culpable todavía. No sé qué es lo que me impide ser bueno y adelantar en los caminos de Dios; creo que el deseo que tengo no es bastante puro. Se suscitan en mi alma diversos deseos de emprender varias cosas para expiar mis pe cados y para glorificar a nuestro amable Señor; pero, en el estado en que estoy respecto a mi salud, temo que sean sólo ilusiones, y que Nuestro Señor no me juzgue digno de hacer nada por su amor. Me parece que nada me sería difícil si cono ciera lo que El pide de mi. Sin embargo, yo no trabajo sino en recobrar la salud como me lo han ordenado; pero tengo motivo para pensar que, con este pretexto, cometo muchas cobardías. Envejezco y estoy infinitamente lejos de la perfección de mi estado; no puedo llegar a ese olvido de mí mismo que debe darme entrada en el Corazón de Jesucristo del cual, por consi guiente, estoy muy lejos. Veo claramente que si Dios no tiene piedad de mí, moriré muy imperfecto. Sería para mí muy dulce si, después de tanto tiempo pasado en la religión, pudiera des cubrir por fin algún medio de adquirir un completo olvido de mí. Pida para mí a nuestro buen Maestro que yo nunca haga nada contra su voluntad, y que en todo lo demás disponga de mí según su buen querer. Por favor, dele las gracias por el estado en que me ha puesto. La enfermedad era para mí una cosa absolu tamente necesaria; sin ella, no sé lo que habría sido de mí. Estoy como dijimos n. 7-8, p. 225, 227. En esta carta el Beato dice dolorosamente, como un gemido de su alma sedienta de la santidad, que «no puede llegar a ese olvido de sí mismo, que debe darle entrada en el Corazón de Jesu cristo». Este olvido de sí mismo había sido la constante de su vida. La consagración al Sagrado Corazón de Jesucristo está centrada en esto mismo. La propia santa M argarita le había impulsado en esa dirección, como se ve en el Retiro de Londres, nota 49 p. 161. Son dos cartas admirables. Parece éste lugar apropiado para transcribir el aviso que dio el Beato a la santa, a requerimiento de ella, al partir de Paray para Londres: «Es preciso recordar que Dios le pide todo y no le pide nada. Le pide todo, porque quiere reinar en usted y sobre usted, como en una heredad que le perte nece de todas las maneras, de suerte que pueda disponer de todo, que nada le resista, que todo se doblegue, todo obedezca a la menor señal de su vo luntad. No pide nada de usted, porque El quiere hacerlo todo sin que usted se mezcle en nada, contentándose con ser el sujeto sobre quien y en quien El obra, a fin de que toda la gloria sea de El, y que EJ solo sea co nocido, alabado y eternamente amado». En verdad, si Jesucristo quiere todo esto es por hacer que ella sea eternamente feliz al conocerle, alabarle y amarle en la gloria. ( Memorial des Contemporaines: G a u t h e y , Vie et Oeuvres de s. M. M.y ed. 1915, I, 149).
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persuadido de que es una de las misericordias más grandes de que ha usado Dios conmigo. Si la hubiese aprovechado bien me habría santificado. En la última carta que recibí de usted me contaba una especie de visión en que el demonio la había representado llena de pe cados, ninguno de los cuales, sin embargo, veía usted en particular, r me decía usted que temía fuera un efecto de ceguera e insensibiidad. Creo, más bien, que es Dios el que quiere que se entregue usted totalmente a su misericordia y no se mezcle en lo que le concierne. Porque creería hacer injuria a su inefable bondad, si pensara que la había dejado caer en el endurecimiento de corazón, El, que tiene tanta ternura para con nosotros y tan gran deseo de nuestra salvación. Pudiera suceder que nuestras infidelidades hubieran merecido ese estado; pero no hay que juzgar de la con ducta de tan buen Padre por el exceso de nuestras ingratitudes. Por malos que seamos, El siempre será bueno con nosotros, mientras esperemos en El. Me han encargado aquí el cuidado de quince o dieciséis religiosos jóvenes, a quienes doy muy mal ejemplo; encomiéndelos un poco a Nuestro Señor. También me han rogado que le reco miende a uno que no está bajo mi dirección, y por el cual me reprocho no tener bastante celo. Siento mucho esto por el que me ha hecho esta petición. Hágame el favor de recordar a ambos delante de Dios. Ofrezco a Nuestra Señora aquella persona que me recomendó usted cada vez que la recuerdo en la Misa; éste es casi el único ejercicio espiritual que hago; y lo cumplo muy mal. Ruego a Nuestro Señor Jesucristo que la una cada vez más con su divino Corazón, que aumente y purifique en usted el deseo que le ha inspirado de su cruz y sus preciosas abyecciones. En El y sólo por El, soy todo suyo. La Colombiére
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CARTA LI Lyon, otoño de 1680 Mi queridísima Hermana en el Amor y en el Corazón de Jesu cristo: 267
Es muy claro que el espíritu que la turba y que trata de hacerla caer en la desconfianza, persuadiéndola de que está usted engañada y que no debe pretender amar a Dios, sea en este mundo, sea en el otro, es muy claro, digo, que ese espíritu es un des graciado espíritu y del número de aquellos que conocen a Dios sin amarlo y aun sin poderlo amar. Nuestro buen Maestro ha permitido que la ataque a usted con artificios sumamente groseros, a fin de que yo pueda descubrirlos, aunque soy tan ignorante. Me regocijo y alabo a Dios con todo mi corazón, porque todo recae sobre ese impostor, y porque usted queda purificada por todos los esfuerzos que él hace para separarla de su Todo. No, una vez más, no está usted engañada en ninguna manera; no hay ilusión en los favores que recibe de la misericordia del Señor. No tengo ningún motivo para sospechar disimulo o hipocresía, y aunque haya lugar de asombrarse de que el Soberano Dueño se abaje hasta criaturas tan viles e imperfectas, sería una blasfemia pensar que su bondad no pueda llegar hasta allí, y que sea capaz de ser sobrepasada por nuestras infidelidades. Comprendo todo el mal que no puede usted decirme de sí misma, mas de lo que usted piensa; me parece que leo en su con ciencia y que descubro allí sus ingratitudes para con su soberano Bienhechor. Pero todo ello no puede darme ninguna desconfianza acerca de su estado; por el contrario, ello me persuade, más aún, de las misericordias ae Dios para con usted, porque es digno de esa Bondad Infinita comunicarse con profusión a las almas en las que nada le atrae sino sus mismas comunicaciones y el placer que tiene de hacer el bien. Y estoy tan seguro de lo que le digo, que me parece podría responder, si fuera necesario, con la misma salvación de mi alma; que debe usted caminar con confianza y no pensar sino en agradecer a Dios la conducta que sigue con usted. Nunca la he lisonjeado y ahora estoy más leí os que nunca de hacerlo, tanto más cuanto que jamás he mirado la bondad que Jesucristo le manifestaba como bienes que sean de usted, sino como efecto de su caridad sin límites, que se complace con los pecadores, que hace abundar su gracia donde más abundó el pecado, que llena los vasos menos preciosos, a fin de que ninguna criatura se glorifique en su presencia, y que no se atribuya al alma que lo recibe lo que El pone en ella. No se preocupe por leer la Vida de Santa Teresa a causa del consejo que se le dio en otro tiempo, si por otra parte no se siente usted atraída a hacerlo. Yo leo muy fácilmente sus cartas, y no tengo trabajo en comprenderlas. Cuando recibí la última, no estaba en estado de 268
contestarla; hasta se creía que iba a morir en ese otoño. Ahora me parece que estoy mejor de lo que he estado desde que estuve enfermo; pero en cuanto al interior, en lo cual no dudo que tome usted tanta parte como me lo manifiesta, le daría gran compasión si lo viera. Siento muy grandes deseos de glorificar a nuestro gran Maestro; pero no sé cómo ejecutarlos; aun tengo motivos de temer que sean muy impuros esos deseos, que sean ganas de salir de la vida oscura y abyecta que llevo al ptesente más que un verdadero celo; porque, en el fondo, si yo desempeñara bien el modesto empleo que tengo, haría mayor bien que en ocupacio nes más laboriosas y de mayor ruido. Desearía mucho volver en todo a la vida común, y sobre todo a una oración ordenada, porque me encuentro mejor de lo que he estado hace tiempo Pero, como he recaído tantas veces, temo no estar todavía sufi cientemente restablecido y que haya ilusión en querer seguir los ejercicios comunes. Lo que encuentro de bueno en el estado en que estoy es una gran abyección, sea interior, sea exterior; comprendo que es un tesoro inestimable; pero ruegue usted mucho a Nuestro Señor que me lo haga amar por su amor, y que después, si es para su gloria, lo aumente cada día más y lo lleve hasta el colmo, sin tener consideración con mis repugnancias ni con mi indignidad. La Colombiére
6.—Cartas a la señorita de Lyonne y a su madre (LII-LXX) a) A María Margarita de Reclesne de Lyonne des Regards (22) (LII-LVIX)
(22) Las cartas L II-L X V I, dirigidas a esta señorita con vocación religiosa o al menos para dirigirla hacia ella y por ella, son un modelo del modo de ayudar a un alm a en estas condiciones. Las últimas, L X IV L X V III, se dirigen ya a la joven a punto de entrar o entrada en el claustro de las Salesas de Paray. Esta correspondencia fue proseguida hasta la úl tima recaída en su m ortal enfermedad en Lyon en 1681, que provocará su vuelta a Paray, donde es de suponer que tuvo ocasión de hacerle alguna visita, como a santa M argarita M aría.
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CARTA LII Paray, noviembre 1675
Señorita: Veo bien lo que desea cuando quiere que le escriba. Ruego a Nuestro Señor que me inspire algo que pueda aumentar en usted su amor y el deseo que le ha dado de agradarle. Me alegro en extremo de lo que sé de su perseverancia; espero más todavía, que habrá hecho usted muchos progresos desde su par tida. No es posible que dos meses de soledad hayan sido inútiles y que se contente usted con conservar los bienes que había ad quirido aquí. Cuando Dios se ha adueñado una vez de un corazón, no se queda allí ocioso; si se viese que todo seguía lo mismo no sería buena señal, aunque las cosas estuvieran ya en buen estado. Aunque todo el exterior estuviere bien arreglado, no se sigue de ahí que todo esté hecho en el interior. El mundo está enteramente satisfecho, y hasta lleno de admiración; y se extraña de que un alma verdaderamente iluminada con la luz del cielo halle todavía mil cosas que reprocharse, y no cese de asombrarse del error de los que admiran su virtud. No creo que haya en el mundo almas de las que Dios esté menos contento que de aquéllas que creen tener motivo para estar satisfechas de sí mismas. Después que uno comienza a conocer cuán amable es el Señor es preciso ser muy insensible para dejar de amarle mucho, y cuando se le ama así no se cree haber hecho nunca bastante por El. No le escribo estas cosas por temor de que tenga usted vana estima de su piedad, sino para animarle a adelantar cada vez más. Aproveche la gracia de Dios, señorita; es usted muy feliz por haber sido escogida entre tantas otras y sacada de las tinieblas en que muchas están envueltas. Si quiere usted buscar la causa de esa felicidad inestimable, creo que le será muy difícil encontrarla en sí misma; pero, de cualquier parte que venga, no es menos cierto que ha sido usted muy distinguida. Después de lo que ha hecho Dios por usted yo la consideraría la persona más desgraciada del mundo si no tuviera usted sino un agradecimiento mediocre hacia El, o si pusiera límites al apasionamiento que debe tener por servir y glorificar a su Bienhechor. Cierto es que no puedo comprender bien con cuánta bondad se ha insinuado Dios, y con cuánta miseri cordia, en su corazón. Para mí es un milagro más grande que la resurrección de un muerto. Quisiera que pudiera usted ver en mi espíritu hasta dónde pienso que debe llegar su gratitud; no puedo expresarlo. Sin embargo, todo lo que Dios ha hecho por usted hasta ahora es 270
poca cosa, no es nada en comparación de lo que desea hacer; en nombre de Jesucristo, no se oponga usted a sus designios; déjele hacer, se lo ruego, ayúdele con toda su capacidad, sea fiel en ejecutar todo lo que El le inspire y verá pronto los efectos ad mirables de su docilidad. ¡Qué desgracia si pusiera usted obstáculo a los buenos deseos que tiene en su favorl Le confieso que me costaría mucho consolarme; pero casi no temo esa desgracia; Jesu cristo tiene demasiado interés en acabar la obra que tan felizmente ha comenzado, y usted es demasiado generosa para no desear por su parte todo lo que sea necesario para darle la última mano. Me encomiendo en sus oraciones y soy con respeto, señorita. Su humilde y muy obediente servidor. La Colombiére
CARTA LUI Paray, enero de 1676 Señorita: Me apremian urgentemente para que responda a su carta, que me ha dado mucha alegría. Tengo gran esperanza de esos buenos comienzos y estoy seguro de que, si es usted fiel a Dios, El le hará sentir los efectos de su misericordia infinita. No la olvidé el día de San Juan (27 dic.) y me alegro de que usted no haya olvidado lo que resolvió hacer por Dios. Después de ese paso, ya no debe pensar en el mundo. Está usted consagrada al más amable de todos los esposos; pero recuerde que es también el más celoso, y no podrá sufrir en su corazón el menor apego a cosa alguna. Trate pues, señorita, de estudiar bien ese corazón y descubrir, por sus diversos movimientos, si hay todavía criatura alguna a la que esté apegado, alguna cosa por la cual tenga afán, a fin de Ípurgarlo, lo más pronto, de toda pasión desordenada. Si está impio al presente, esté en guardia para impedir que entre en él ningún amor, ningún deseo de las cosas creadas, cualesquiera que sean. Hablé con la señora de Lyonne acerca de sus trajes, me promete que la dejaría vivir a su gusto, que desde ahora no la 271
molestará a usted ni en eso ni en ninguna otra cosa. Unicamente sea usted constante y verá que D ios le allanará todas las dificul tades exteriores. Le recomiendo la soledad y la unión con Nuestro Señor; no le abandone sino lo menos posible; admire la elección que hizo de usted cuando usted pensaba tan poco en El, y que este pensamiento la mantenga en gran humildad y gran temor de hacerse indigna de las bondades que le prodiga. E l valor que D ios le dio p ara d eclararse p o r E l no lo debe usted ni a mis cuidados ni a m is trab a jo s; es u n efecto del amor que E l le tiene, pero recuerde usted que todas esas facilidades que halla ahora pata cum plir su deber se cam biarán, tal vez pronto, en grandes cruces interiores. Esté dispuesta a to d o ; tenga firme confianza de que, en cualquier estado en que quiera Dios colocarla, no deiatá nunca de darle grandes auxilios. Es usted suya, El la mita aesde ahora como bien propio que tiene interés en conservar, y asi, con tal de que no se entregue usted a otro, no permitirá que le suceda nada que pueda perjudicarla y que, por el contrario, no pueda usted convertir en su provecho, si lo quiere. Tenga usted todo el celo que pueda para co n vertir y santificar las almas, sin que aparezca demasiado sin em bargo. Usted no puede nada en ello ni yo tam poco, peto pudiera suceder que Dios quisiera servirse de usted en alguna circunstancia. Ruegue a D ios, sobre todo por aquellos que no le conocen ni le aman; tenga compasión de su desgracia y del mal uso que bacen del tiempo, de su espíritu y de su corazón. Usted es muy £eliz, porque no la dejó más tiempo en las tinieblas. Adiós, señorita, le deseo mil bendiciones; me encomiendo en sus oraciones y la ofrezco a Nuestro Señor todos los días en la Misa. Su humilde y obediente servidor. L a Colombiére
CARTA LIV P a r ís , 3 d e o c t u b r e d e 1 6 7 6 VLe e sta d o m u y b ie n , g ra c ia s a D i o s , d e s d e R o a n n e ; p a r tiré p asad o m añ an a p a r a C a la is, y e s p e ro , c o n e l a u x i li o d e N u e s tro Z72.
Señor, ir a Londres el 14 de este mes. No me asombra que su pri mera confesión le haya causado alguna pena; es un nuevo motivo de mérito. Es bueno dar a conocer lo que sufre usted, eso la ali viará sin duda, pero es preciso no buscar tanto ese alivio cuanto la humillación que debe causarle la declaración que hace de sus miserias. Esté contenta, mi querida hija, y no se espante de nada; Jesucristo será su fuerza y su consolador. El demonio se burla de usted cuando le sugiere el pensamiento de dejarlo todo. Esa tentación es ridicula, después de los compro misos que ha contraído usted; habría sido menos extravagante en los primeros días de su conversión. Pero ya se acabó, su partido está tomado, es usted de Dios y no puede darse a ningún otro. Es tiempo de consolarse de mi ausencia; ya me debía haber olvidado usted. Escríbame cuando guste; pero recuerde que no debe tratarme de Padre en sus cartas ni darme ningún título, ni llamarme señor. Guárdese bien de manifestar a nadie que recibe cartas mías; tendrá usted trabajo para callarlo; sin embargo, hay que hacer a Dios ese sacrificio. La encomiendo a Nuestro Señor y le ruego con todo mi cora zón que la sostenga con su gracia, y que le haga sentir siempre los efecto de su misericordia infinita. La Colombiére
CARTA LV Londres, 1677 Alabado sea Dios, señorita, porque se digna dar a mis cartas alguna fuerza para llevarla a su amor. Usted no se engaña al atribuirle a El todo el bien que mis cartas pueden hacerle; porque siento que es El quien me inspira todo lo buenp que le digo, y tengo menos parte aún de la que usted puede pensar. Sí, señorita, tiene usted razón, no debe pensar en esos bienes, hay que abandonarlo todo a la discreción de su buena madre; déjela disponer de los fondos y de la renta como ella lo entienda. Dice usted que lo peor que le puede suceder es tener que servir, 273
quedar abandonada en sus enfermedades y reducida a la última indigencia; y yo me atrevo a decirle que eso es lo mejor que puede acontecer a un alma que ama a Dios y que ha comprendido qué honor es asemejarse a Jesucristo. Su madre desea que usted crea que la quieren; crea todo lo que quieran y no se apure porque no sabe si dicen verdad o si la engañan. ¿Se puede pensar en el amor de las criaturas cuando se aspira al de Dios ? Puede usted hacer o no hacer testamento, como lo juzgue mejor. Si no le hablan más de ello, déjelo. Si le hablan, proceda usted de tal manera que queden contentos y que vean que hace usted poco caso de los bienes de la tierra. En una palabra, sería ocuparse demasiado tiempo en una cosa indigna del menor de sus pensamientos. Son entre tenimientos que le impiden gozar de Dios que está con usted y la quiere toda para sí. En el estado en que está usted, sin haber hecho voto de obediencia, practique esa virtud como si hubiera hecho voto. No veo todavía ninguna señal de tener que salir de aquí. Será cuando a Nuestro Señor le plazca. En lo que le concierne, no creo estar ausente de usted, mientras sea usted fiel a Dios; me parece que nada es capaz de separarnos sino nuestra inconstancia y nuestra frialdad en el servicio de Dios. Doy gracias a Dios con usted, por los favores 3ue le ha hecho. Como los considero como hechos a mí, trataré e no ser ingrato. Respecto a las comuniones, puede usted pedir permiso para algunas extraordinarias con tal de que no sea muy a menudo; lo que le diga su confesor en este punto debe tomarlo usted como si yo se lo dijera. No hay que tener escrúpulos por los pecados pasados, pero no está mal decir al fin de las confesiones ordinarias aquéllos que tema usted no haber confesado nunca. No hay que turbarse por ese recuerdo, sino buscar con toda confianza el remedio a ese mal, desconocido hasta entonces. Dice usted que, si yo estuviera presente, me rogaría, sin duda, que le permitiera hacer confesión general; si es así, hágala sin esperar ese tiempo que tal vez no llegará nunca; por eso, prepárela lo más pronto sin turbarse, ofreciendo a Nuestro Señor la pena y la confusión que debe usted sufrir al hacerla, en parte para procurar esa confusión. Pero, guárdese bien de enredarse en algún escrúpulo; es preciso que sea el amor y no el temor lo que la induzca a hacer esa revisión; no pretenda decirlo todo; las cosas importantes se pueden detallar, 274
las demás en general; de otro modo no se acaba nunca. En los movimientos del amor de Dios puede usted seguir suave y humildemente su atractivo interior, con sumisión a la impresión de la gracia y no por ningún apego que tenga a los favores sen sibles. No cambie el tema de la oración en la sequedad; sufra con humildad el abandono en que se halla. No le hablo ya de su bienestar; cuanto más dura le parezca la cosa, más motivos tiene de regocijarse; de otro modo todos sus sentimientos de amor serían ilusiones. Haga usted ver a Dios que le ama; lo puede hacer en todos los estados. El amor se alimenta de sufrimientos; y éstos se encuentran en todas partes. La Colombiére
CARTA LVI Londres, 7 de febrero de 1678 Me parece, señorita, que será fácil satisfacerla en el asunto de su confesor. Diríjase usted al nuevo en las ocasiones en que lo juz gue necesario para tranquilidad de su conciencia y mientras el antiguo esté ausente. Me parece bien que le dé a conocer todo lo necesario para entender la gravedad de sus pecados, sin hablarle de mí sin embargo, porque eso no sirve para nada. No me parece oportuno que ayune con todo rigor esta cuaresma; creo que las viandas ordinarias le son dañosas. Hable usted con el médico y séale obediente. Me parece que debe tomar huevos; la leche le hace bien y le aconsejo que la tome a menudo. No es tiempo toda vía de volver a usar las mortificaciones corporales; será cuando le plazca a Nuestro Señor. No sé qué decir a la señora (de Maréschalle) hasta que la vea, porque no conozco el estado en que están las cosas, ni lo que ella misma hace. Gran deseo tendría de que fuera santa, y temo mucho que sus bienes sean un obstáculo para ello. Si fuera así, más valdría que tirase todo al río. Por lo demás, si regatea con Dios, y da a las criaturas aunque sea la menor parte de su corazón, será la mujer más desagradecida que yo conozca; porque después de las 275
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a Nuestro Señor entrar en una casa donde las cosas no están muy en orden, con el fin de contribuir a restablecer el fervor. Serla un celo que se extendería sumamente lejos, pues todas las religiosas que entraran en ese monasterio y que se santificaran, tal vez hasta el fin del mundo, serían los frutos de un celo de esa naturaleza. Además, nada se puede hacer sino por personas como usted, porque las demás son demasiado jóvenes para cambiar a las antiguas con su ejemplo, y generalmente entran sin tener las luces y las gracias que Nuestro Señor le ha concedido a usted. De suerte, que hay mayor peligro de que sean arrastradas por la cobardía de las otras, que probabilidad de reformarlas con su fervor. Preveo que el ejemplo de usted hará gran impresión en los espíritus, y que, por lo menos, inspirará el deseo de perse verar. Lo cierto, señorita, y de lo que puedo responder es que para usted no puede haber peligro, y que cuanta menos virtud haya en general en esa casa (y la hay sin embargo más de lo que se piensa) más medios de santificarse habrá para usted. Añado a esto que la causa de que no pueda restablecerse enteramente el monasterio es que hace falta un edificio donde pueda tener cada una su celda, y usted puede contribuir a hacerlo levantar, sea con sus bienes, sea pidiendo al señor N. que las ayude; y aunque no pudiera usted soportar la regla, tal vez serla muy agradable a Dios que entrara como pensionista en esa casa y con sus ahorros tratara ae hacer comenzar el edificio usted misma, para despertar la caridad de los demás, que podrían ayudarle en esa obra de caridad. En fin, hija mía, no se trata aquí de poca cosa para la gloria de Dios. Si Jesucristo le hiciera el honor de escogerla para restablecer su casa, atraer a sus esposas y preparar a tantas almas que serán allí recibidas un retiro seguro contra el desenfreno y los peligros que debían correr en un monasterio relajado, yo la estimarla muy feliz. Piense usted en todos estos puntos, envíeme los pensamientos que Dios le inspire sobre este asunto, sus penas, sus razones, todas sus miras, después de lo cual le daré un consejo decisivo; será desinteresado, se lo aseguro y espero en la miseri cordia de Dios que será según su santa voluntad. Ha hecho usted muy bien en levantarse a la hora que ha señalado, como también en abrir su corazón a la buena Madre de Santa María, y seguir en todo su consejo. Desearla que le propusiera usted el asunto de que le escribo, y aun puede usted mostrarle mi carta; estoy seguro de que la aconsejará según Dios. Me alegro de los buenos sentimientos que inspira usted a la 278
señora N..., pero recuerde, hija mía, que Dios le ha hecho a usted gracias que no hace a todo el mundo. Tomo mucha parte en la enfermedad de la pobre señora N..., salúdele de mi parte si lo juzga a propósito; le prometo que rezaré por ella. Exhórtela mueno a la paciencia; estoy persuadido de que su enfermedad le será muy provechosa; verdaderamente es un alma hermosa y sería gran lástima que no amara a Dios con todo su corazón. Me escribe usted como conviene; cuanto más sencillamente mejor. Señáleme alguna vez cómo hace la oración y la comunión, las gracias que allí recibe y las faltas en que incurre. Dice usted que es muy débil, pero recuerde que Jesucristo es la fuerza de los débiles que confían en El ¡Feliz es la debilidad que alimenta la humildad, y que nos obliga a poner en Dios toda nuestra esperanza! La Colombiére
CARTA LIX S. Symphorien d’Ozon, abril de 1679 Señorita: Contesto muy tarde a una carta y un billete que recibí de usted al mismo tiempo, y a pesar de ello no le diré sino dos palabras sobre lo que me dice de la nueva condición en que quieren colo carla. No sé lo que pueda haber sucedido desde que la vi; pero me parece que entonces convinimos en que usted permanecería en el estado en que está, a lo menos por un tiempo. No me mani festó usted entonces que estuviera inclinada a abrazar otro; por el contrario, tenía razones para no pensar en la vida religiosa. Si las cosas están ahora en el mismo estado de entonces, no veo por qué haya de cambiar usted de resolución. No tiene salud, no se siente atraída interiormente a dejar el mundo; está contenta con el género de vida que lleva, y en él encontrará medios de practicar todas las virtudes cristianas; no tiene ningún apego al mundo; los asuntos que atiende no le separan de la unión que 279
desea tener con Dios. Se siente usted dispuesta a obedecer a su señora madre; puede hacer algún bien entre sus amigas con su palabra y su ejemplo y se siente inclinada a hacerlo. Hasta que usted me diga otra cosa no puedo decirle sino que permanezca como está. Si en estas cosas que acabo de suponer le sobreviene alguna duda, hágame el favor de escribírmelo y le diré lo que pienso. Ruegue a Dios por mí a fin de que trabajemos todos de acuerdo en honrar a nuestro Dios, y crecer en el odio de nosotros mismos y en su puro amor. Se lo deseo sobre todas las cosas y con todo mi corazón. La Colombiére
CARTA LX S. Symphorien d’Ozon, abril de 1679 Le sorprenderá, sin duda, señorita, recibir esta carta puesto que hace largo tiempo no he recibido ninguna de usted. Deben haberle entregado la respuesta que envié un poco tarde a la única que me escribió usted desde que no tengo el gusto de verla (25). En esa respuesta, le decía que no veía razón para que cambiara usted de estado de vida por ahora, a c^usa de que nada habla cambiado desde nuestra última entrevista, en que convinimos que no era todavía necesario. Hoy me veo obligado a decirle, por razones que me parecen buenas, que he cambiado de sen(25) El Beato ha visto la señorita de Lyonne a su paso por Paray en febrero de 1679, a su vuelta de Londres a Francia. Este repentino cambio de decisión en asunto tan importante se debió a que el Beato recibió en tretanto, y apenas escrita la anterior, una de santa M argarita M aría en que ésta le hada saber que el Señor le había dicho claramente que quería a todo precio la vocación de la de Lyonne en las Salesas de Paray. La se ñorita Lyonne, aterrada ante la clara posición de su director, a quien tanto estimaba, hizo inmediatemante un viaje a S. Symphorien d’Ozon para hablar con él, y volvió decidida en su vocación. La oposición de su madre y su propia inseguridad la retrasaron todavía un año en realizar su pro pósito. La carta L X X a la madre de esta señorita trata con la madre el asunto de la vocación de su hija, ante el sobresalto levantado por su re pentina decisión.
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timicnto. Soy de opinión de que se disponga usted lo más pronto a hacer a Dios un sacrificio que sólo ha comenzado usted, y ue Nuestro Señor le pide sea consumado. Es fácil prever que el emonio se unirá al mundo para oponer obstáculos a tan grande empresa, que debe dar tanta gloria a Dios y atraer a usted tantas gracias. Pero el Señor, a quien se sacrifica usted enteramente, no aejatá de socorrerla, y espero que con la gracia ha de triunfar de todo. Combata generosamente, señorita, una gran corona la espera, la cual bien merece todo lo que sufra usted por alcanzarla. Se trata de dar a su Esposo la última muestra, o más bien la pri mera, de su amor; porque, a decir verdad, no se ha dado testimo nio de que se ama a Jesucristo de veras mientras no se le ha dado todo lo que es posible darle. Me regocijo con usted por la mi sericordia que le hace de llamarla a su servicio y el deseo que tiene de poseerla por entero; es decir, que El, a su vez, se entregará a usted todo y sin reserva, lo cual es un tesoro que ninguna criatura puede merecer y que hace igual nuestra felicidad a la de los án geles. Espere usted de mi parte, en esta ocasión importante, todo el socorro que puede esperar de mis débiles plegarias, y del celo muy sincero y muy ardiente que de su perfección me da Nuestro Señor. Todo suyo en Jesucristo. Colombiére
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CARTA LXI S. Symphorien d’Ozon, mayo de 1679 Ya ve usted claramente, señorita, que Dios no quiere que se apoye usted en nadie, puesto que permitió que estuviera usted todavía más turbada después de su regreso, siendo así que vino aquí para calmarse. Debe pues tomar esta lección una vez por todas: que Dios es el único dueño del corazón; que sólo El pu<*d' dar una paz sólida y que sólo °n El debemos poner nuestra confianza. No debe disponer usted de nada, mientras viva su madre, sin su permiso; y cuanto más exacta sea en este punto, más agra 281
dará usted a Nuestro Señor. Por lo tanto, no debe vestir a esc pobre; pero, en lugar de eso, trate sin ansiedad de instruir a alguno en los puntos principales que debe saber un buen cristiano para creer y para vivir bien. Puede usted, para obligarlo a escuchar sus instrucciones, darle alguna cosilla, como para premiarle el cuidado de retener lo que le enseñe. No hay que pensar en el porvenir; sin embargo, puede usted recibir como limosna lo que le dé su madre y de ello puede dar parte a los pobres, si a ella no le disgusta. Si yo vivo, veremos lo que tendremos que hacer; si no, Dios proveerá. Le doy las gracias por sus oraciones, Dios las ha escuchado, pues me parece que nunca he estado tan bien, al menos desde que regresé a Francia. Continúe rogando a Dios por mí, y téngame por todo suyo en Nuestro Señor. La Colombiére
CARTA LXII Lyon, julio de 1679 Me asombra, señorita, que le haya sorprendido mi carta. Me parece que habiendo pedido a Dios, durante treinta días, la gracia de conocer su voluntad, sin que yo supiera nada, y cuando mi carta se le entregó justamente al día siguiente, podía parecer que había sido usted escuchada y que Nuestro Señor le daba a conocer de ese modo lo que usted deseaba saber de El. No encuentro mal que haya mostrado usted mi carta a su señora madre y a la señora de (Varenne). Estoy seguro de que ninguna de las dos pondrá trabas a los designios de Dios, pero tenga cuidado de ocultar a los demás lo que le escribo. En cuanto a las dificultades que se encuentran en la ejecución, no me asombran; el demonio no puede ver sin despecho los pasos que damos para santificarnos y para agradar a Dios; pero, si tiene usted valor y resolución, Aquel que la llama le allanará todos los caminos y le dará fuerzas para vencer. 282
Le perdono las lágrimas y la ternura para con su madre; pero esto no impide que en ello mismo descubra una fuerte razón de separarlas; porque si fuera usted de Nuestro Señor, tan enteramente como lo desea, su corazón no sufriría tanto al solo pensamiento de dejarla. Ese resto de apego, aunque inocente, es lo que da celos a Dios, y lo que debe sacrificársele. No podré ir a verla; los médicos me han ordenado nueva mente que tome leche de burra, y dentro de dos o tres días tendré que ir al campo por un mes; después de eso estaré en Lyon, un año lo menos, si quiere Nuestro Señor que viva tanto. Tome usted sus medidas en esto, y suceda lo que suceda no haga nada indigno de la misericordia que ha recibido de Dios. En El soy de usted. La Colombiére
CARTA LXIII S. Symphorien d’Ozon, agosto de 1679 Señorita: ¡Jesús sea su luz y su fuerzal Sin duda habrá recibido usted una carta que le envié por el correo, respecto a lo que me escribió y me escriben sobre su pro yecto; no tengo nada nuevo que decirle. Si desea usted darse a Nuestro Señor, hágalo, como por decisión propia y por el único deseo de sacrificarle todo lo que más ama. Me parece también que de nada sirve dar a conocer las re pugnancias que siente, porque el mundo no es capaz de concebir que se pase por encima de todos los sentimientos de la naturaleza para pertenecer a Dios sin reserva. Estos proyectos que se forman para agradar al Señor jamás se ejecutan sin pena. Cuanto más se esfuerza el demonio por impedirlos, más gloria para Dios se debe esperar de ellos. 283
Escribo a su señora madre Carta (LXX); no sé cómo recibirá mi carta; ruego a Nuestro Señor que se resigne enteramente a su voluntad. En cuanto a usted, debe recordar que el que ama a su padre o a su madre más que a Jesucristo no es digno de El. Hágame el favor de rogar a Dios por mi; yo lo hago muy a menudo por usted. La Colombiére
CARTA LXIV Lyon, marzo de 1680 Señorita: {Nuestro Señor Jesucristo sea en adelante su Todo! Me regocijo grandemente con usted porque ha querido Nuestro Señor abrirle su santa casa. No dudo de que al mismo tiempo le haya abierto también su Sagrado Corazón para darle allí un lugar entre todas las almas santas que permanecen en El continuamente; bendígale con todos sus esfuerzos por haberla atraído a sí enteramente y alábele tanto más gustosamente cuanto mayor ha sido el trabajo en efectuarlo. Tenga confianza en el Señor por usted y por su madre; ya verá que, con tal de que no les falte el valor, todo resultará para bien de ambas y pronto una gran calma les hará olvidar las agitaciones de la tempestad. Comience usted su ensayo lo más pronto, si no lo ha comenzado todavía; no hay que diferir ni un solo momento, si es posible, el placer que tendrá Jesucristo de poseerla toda entera, y el honor que tendrá usted de ser toda suya. No tema las consecuencias, piense que se da a un Esposo omnipotente. El será su fortaleza, como ha sido hasta aquí su paz y su dulzura. Hágale ver que sabe usted amarlo en la cruz como en el consuelo, y que el camino penoso de los santos no la espanta. Nunca he estado tan contento de usted como desde que sufre. Ese reposo continuo de que go zaba antes me daba alguna pena. Pero veo ahora que Dios la preparaba de ese modo para las pruebas que le place enviarle en esta hora. Le ruego con todo mi corazón que la sostenga con su gracia. 284
No puedo ir a verla, por más que lo desee. Es preciso que nos conformemos en esto con la voluntad de nuestro buen Maestro, y que nos contentemos con El sólo. No dude usted de que he de aprovechar todas las ocasiones que me ofrezca la Providencia de ir a visitarla. No olvidaré ni a usted ni a su señora madre. La Colombiére CARTA LXV Lyon, abril de 1680 Mi muy querida Hermana: Si no ha sucedido nada extraordinario, al presente estará ya revestida con el hábito de su Esposo; y no dudo de que ese cambio exterior haya causado otro muy provechoso en su alma. Llevo con usted todas sus cruces, y pediría con gusto cargar yo solo con ellas, si no temiera hacerle un mal, y si no estuviera seguro de que son las joyas más preciosas que recibió usted de Jesucristo en la santa alianza contraida con El. ¡Oh qué agradable a Dios y a los ángeles es usted, mi querida Hermana, con ese hábito de gracia y de inocencia con que su muy Amado se ha complacido en adornarlal ¡Ojalá que lo lleve hasta la muerte con toda la santidad que pide a aquéllas que con él se revisten! En lo que toca a su señora madre tenga usted un poco de paciencia. Dios lo convertirá todo en provecho de ella. El dolor que siente no la abrumará; saldrá de él más pura y más santa; pero usted piense que no tiene ya ni madre ni parientes en el mundo. Jesu cristo es todo eso para usted y algo más. En El soy, etc. La Colombiére
CARTA LXVI Lyon, mayo-junio de 1680 Muy querida Hermana: Tuve hoy el honor de ver a su señora hermana. Lo que puedo decirle es que todas las buenas razones que trajo para persuadirme 285
de que usted había hecho mal en darse toda a Nuestro Señor, me han hecho tan poca impresión, que, por el contrario, nunca he estado tan firme en el pensamiento de que ha cumplido usted la voluntad de Dios y que su sacrificio le ha sido muy agradable. No quisiera, por toaos los bienes del universo, que la cosa es tuviera por hacerse, y me expondría con gusto, por tan buena causa, a todas las persecuciones de parte del mundo. Alégrese, mi querida Hermana, ahora es cuando puede usted decir a su Esposo que le ha dado todo su corazón y cuando puede pedirle el suyo en recompensa. Permita que le avise de paso que debe rezar por su señora madre y por sus otros parientes, pero que cuanto menos piense en ellos y menos se preocupe de lo que sufren por usted más pronto les consolará Nuestro Señor. Puesto que Jesucristo tiene todo su corazón, quiere tener todas sus preocupaciones y cuidados. Piense en El, y deje todo lo demás a su bondad. Verá que El arreglará todos sus asuntos cuando usted no se ocupe sino de los de EL Haga usted, si le agrada, una reflexión muy particular sobre este consejo; encierra un gran tesoro; la experiencia le hará ver que no la engaño. Acuérdese de los dos discípulos que pedían tiempo a Jesucristo para ir a asistir a su padre, que no tenía ya sino pocos días de vida, y cumplir con él sus últimas obliga ciones. Nuestro Señor les dio esta respuesta: «Dejad a los muertos que enrierren a sus muertos.—Cualquiera que pone la mano al arado, y mita hada atrás, no es apto para el reino de los cielos». Aprenda usted bien sus reglas, y cúmplalas de tal manera que a la hora de la muerte tenga el consuelo de no haber que brantado (m W aHanvntf- nna sola. Adiós, mi querida Hermana; ame mucho a su nuevo Esposo crucificado; su corazón es muy pequeño para amarle como El merece; dediqueselo, por lo menos, todo entero, y no le permita ningún movimiento voluntario que no sea de amor a Jesús en b cruz.
La Coiomb&re
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CARTA LXVn Lyon, marzo de 1681 Mi muy querida Hermana en Jesucristo: Estoy muy avergonzado de haber pasado tanto tiempo sin contestarle, a lo que estaba tanto más ooligado cuanto que su última carta me había procurado muy sensible consuelo al darme a conocer el ventajoso cambio que Nuestro Señor tuvo a bien hacer en su alma y en las de las señoras su madre y la de (Varenne). Cuando recibí esa noticia no me bailaba en estado de maní' (estarle mi alegría, pero la sentí tan vivamente como si hubiera estado en perfecta salud, y di gracias a Dios con todo mi corazón. Le doy gracias de nuevo muy humilde y afectuosamente. Nuestro Dios es bueno, mi queridísima Hermana, se conmueve con nues tros males y no permite que sean eternos. Le gusta probar nuestro amor por un tiempo, porque ve que esas pruebas nos purifican y nos hacen dignos de recibir sus mayores gracias; pero atiende muchísimo a vuestra debilidad, y se diría que sufre con nosotros, tanto afán manifiesta en aliviamos. ¡Que sea eternamente bendito y alabado por todas las criaturas! En cuanto a nosotros, Hermana mía, continuemos amándole sin reserva y creciendo de día en día en ese samo amor. Recibiremos muchas otras pruebas de su bondad; todo lo que hemos experimentado oo es nada en com paración de lo que hará por nosotros, si le somos fieles y no ponemos obstáculos a sus amorosos designios. No puedo decirle por ahora nada mejor que exhortarla a vivir en la casa de Dios con una gran sencillez, a dejarse gobernar como una niña de seis años con el mismo candor y la misma humildad que si no supiera sino el Padrenuestro, mirando a sus soperioras como a Jesucristo y no dudando de aue son ellas amenes deben conducirla 2 El j abrirle la entrada de su Corazón,
hade le deseo un buen lugpr entre los que aman a ese Salvador.
Escribo a su señora madre, como lo deseaba usted; con mucha tardanza, pero espero que Nuestro Señor haga que mi carta sirva para algo. Ruegue mucho a Dios por mí; es una des gracia que no sepa usted cuánto lo necesito. Soy todo suyo en Jesucristo, etc.
La Colombihr 2X1
CARTA LXVIII
Lyon, abril de 1681 [Que Jesucristo posea todo su corazón!, mi muy querida Hermana: Hoy no le escribo sino un billete por falta de salud; porque recal el día de Pascua, arrojando sangre, lo que me duró tres días. Esto no impide que tome mucha parte en su felicidad, y que considere con gran alegría que va usted a poner el sello a la santa alianza contraída con Nuestro Señor. Después de la profesión, ya no hay vuelta posible. Sus votos son. vínculos aue deben atarla a Jesucristo y a su cruz por toda la vida. ¡Oh aulces lazos, mi querida Hermana, y cuán queridos deben ser para usted! ¡Oh si pudiéramos, en lugar de tres, unirnos por un millón de cadenas a ese amable Esposo! Apriete bien esos nudos, mi querida Her mana, y rompa al mismo tiempo todo lo que pueda quedarle de apego a las criaturas, cualesquiera que sean. Me regocijo de todo corazón por las buenas disposiciones en que encuentro a su señora madre; y me acordaré de ustedes ante Nuestro Señor todo el resto de mi vida, la que le pido encomiende a Dios, a fin de que la viva según su santísima y amabilísima voluntad. La Colombiére
b) A la señora de Lyonne (LXIX-LXX) CARTA LXIX Paray, 1 de julio de 1676 Señora: No tengo sino un momento para responder a la carta que me hizo usted el honor de escribirme. La conducta que quiere usted seguir con la persona de quien me habla sería bastante razonable y aun, tal vez, bastante cristiana, si el celo que la lleva a abandonarla fuera muy puro y no entrara en él algo de pasión. Pero esas grandes inquietudes son señales 288
infalibles de que piensa mucho menos en vengar a Dios que en vengarse a sí misma de la afrenta recibida. Créame, señora; mantenga su corazón en la mayor calma que pueda, y tenga en este encuentro la misma entereza que ha mostrado en otras oca siones. Hace usted muy bien en estar alarmada y preocupada por una posible falta irreparable. Era usted demasiado insensible a todo lo demás, y Dios ha escogido ese punto en que podía ser sensible para tener una prueba de su sumisión. Hasta ahora no ha recibido usted demasiado bien la cruz que se le presentaba; pero todavía es tiempo de apro vechar. Es preciso callarse, señora, y tener, con la pariente del señor de N ..., toda la indulgencia que deseamos que Dios tenga con nosotros. Ya ha hecho usted bastante para persuadir a las gentes da que esa aventura la ha conmovido. Puede usted decir en adelante que ha resuelto no hablar más de ello; que ha tomado la cosa demasiado a pecho y que, aunque muera usted de dolor, no podrá reparar el mal que se ha hecho. Si no puede usted salvar a esa joven delante de los hombres, discúlpela por lo menos en su corazón, téngale compasión, hágale toao el bien que pueda. En una palabra, saque de este asunto todo el fruto que pueda para su propia alma. Espero a la persona de quien me habla usted. La señorita N... me dijo que ella le ofrecía su casa. Esta clase de proyectos nunca se ejecutan demasiado pronto, y es cierto que debo irme de Paray en el mes de setiembre; pero no sé todavía a dónde debo ir (26). A cualquiera parte del mundo donde me envíen llevaré una estima particular por su virtud, y muy gran deseo de su santi ficación. Quisiera poder contribuir a ella de alguna manera; y no ahorraré ni mis oraciones ni mis trabajos. Pero sólo Dios puede poner la mano en esa obra y quiere para sí toda la gloria. Será mucho para mí, que usted me permita aspirar a sei toda mi vida, con profundo respeto, señora, su muy humilde y complaciente servidor. La Colombiére (26) El Beato sabe ya que saldrá de Paray, pero no sabe aún a dónde va a ir. Para el puesto de confesor y capellán de la Duquesa de York había sido nombrado primero el P. Patouillet, pero ante las dificultades surgidas, que no pudieron superarse, fue designado el P. La Colombiére.
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CARTA LXX
S. Symphorien d’Ozon, agosto de 1679 Señora: Nuestro Señor sea todo su amor y su único consuelo. Puesto que no quiso Dios que le entregaran la carta que había tenido el honor de escribirle respecto a su hija, me tomo la libertad de dirigirle este billete para rogarle, en nombre de Jesucristo, que me perdone todos los disgustos que le he causado sin pensarlo. No he podido disimular mis sentimientos a una persona, que tiene en mí cierta confianza, sin traicionar mi concien cia, y sin hacerme culpable delante de Dios de un crimen que no quiero añadir a mis otras infidelidades. Pero como no he tenido otro interés ni otro deseo que procurar la gloria de Nuestro Señor, le aseguro que no me disgustaré nada si no siguen mis consejos, ni me costará trabajo creer que estoy en un error, y que me he engañado pensando que haría usted un sacrificio agradable a Dios dándole sin reserva una hija tan buena, como es esa que El sólo le confió. Reflexione usted., si quiere, que todas las razones que la apartan de consentir en dejarla, no le habrían parecido, tal vez, tan fuertes si se hubiera tratado de casarla bien a cien leguas, aunque usted no hubiera podido ir a vivir con ella ni verla más de una vez al año. Después de la muerte de usted ella tendrá menos salud de la que tiene ahora; y le costará más acostumbrarse a la vida religiosa cuando sus negocios le permitan a usted se pararse de ella; además de que no hará usted entonces un sacrificio en separarse de ella, y ella perderá la parte principal de su mérito, que consiste en separarse de usted. Encuentra, usted extraño que abrace un estado hacia el cual no tiene demasiada inclinación. Pero me parece que nunca se tiene demasiada inclinación a la cruz. Yo sé que tuve una horrible aversión a la vida que abracé cuando me hice religioso; y casi no he visto persona que no haya dado ese paso sino con extrañas repugnancias, a no ser esos niños que Dios saca del mundo sin saber bien lo que hacen, porque no tendrían bastante fuerza para sobreponerse a las dificultades, si las vieran. Respecto a su objeción de que yo pensaba de otro modo cuan do tuve el honor de verla, no tengo otta cosa que responderle 290
sino que eso le hará ver que no hay que hacer caso de mi opinión, y que si me engañé entonces, como lo creo, puedo engañarme también ahora (v. Cartas LIX-LXII). Nuestro Señor nos da, cuando le place, las luces que nos son necesarias para conocer su voluntad y el valor para cumplirla. Si El le inspira el deseo de consentir en que se retire su amadísima hija, hará usted algo que le valdrá tal vez más que todo el bien que haya hecho. Quizás no se necesite nada más para borrar todos los pecados de su vida. Recuerde que nunca tendrá ocasión tan ventajosa para ganar el corazón de Dios, y que deja usted escapar un tesoro que nunca podrá recobrar. Me parece que Dios le hace mucho honor al pedirle su hija; se la habría usted concedido a un gentilhombre, y ¿tendrá valor para negársela a Aquél que la ha creado, y debe juzgarla tal vez más pronto de lo que usted piensa? Adiós, señora, ruego a Dios que le haga tomar en este asunto, la decisión que más le agrade a El, cualquiera que sea. Lo deseo por el amor de su alma, que me es infinitamente cara, y que de searía poder hacer tan agradable a Nuestro Señor como las de los más grandes santos. No deje usted, por favor, de recordarme en sus oraciones y de creerme Todo suyo en Jesucristo. La Colombiére
7.—Cartas a diversas religiosas de la Visitación de Paray (LXXI-LXXX) CARTA LXXI A una religiosa de Paray Paray, 1676 Mi querida Hermana: Tendría motivo de disculparme con usted por haber tardado tanto en devolverle su papel, si no estuviera usted persuadida, como lo creo, de que no es deseo de servirla lo que me faltó, sino estar más libre de mis ocupaciones de lo que estoy. Para aprovechar 291
pues, este rato libre le diré, mi querida Hermana, que he leído todos sus papeles y, después de haberlos examinado, me ha sor prendido que le dé tanta pena una cosa en la cual tomó usted tantas precauciones para no tenerla; de suerte que no creo que esa obligación de hacer oración la exponga a ningún pecado, a no ser que usted quiera dispensarse de ella con propósito deli berado, por gusto e intencionadamente, sin ninguna razón de enfermedad u ocupación. No concibo que uno se pueda obligar más levemente que lo ha hecho usted, ni que una obligación acompañada de todas esas circunstancias pueda dejar alguna duda de conciencia, puesto que puede hacerse dispensar de ella a voluntad. Así, mi querida Hermana, le aconsejo que sea muy fiel en esto. Pero tenga cuidado de no contentarse con satisfacer a esa obligación; porque si no hace usted oración sino cuando esté obligada, o porque está obligada, nunca adelantará en la oración, nunca la amará ni se complacerá en conversar familiarmente con Dios. Un alma que se dispensa de hacer oración en las enfermeda des, por temor de hacerse daño, no sabe hacer oración; porque, lejos de hacer daño, sostiene el espíritu y el corazón, mantiene al alma en calma y deja un consuelo que alivia mucho la pena. No digo esto para obligarla, mi querida Hermana, sino para hacerle entender que se engaña usted mucho si espera sacar fuerzas de un ejercicio que deja usted tan a menudo porque puede en conciencia dispensarse de él. Ni los votos ni las promesas han de ser los que nos atraigan a ese santo ejercicio, sino, más bien, la felicidad que encuentra un alma fiel en acercarse a Dios con frecuencia. Ruego al Espíritu Santo que le dé parte del santo don de oración; es ese tesoro oculto del Evangelio por cuya po sesión es preciso deshacerse de todo para gustar a Dios y merecer sus caricias. Le doy las gracias por el trabajo que ha tomado usted en el asunto que le confié. Sólo desean saber si había una pensión vitalicia, no piden otras informaciones, y no les disgustará que sea para una de las hijas de la Señora... a fin de quitar su inquietud a los que pudieran sospechar otras cosas. Creo que se prepara usted para recibir al Espíritu Santo, mi querida Hermana. Pido a ese Divino Espíritu que le haga desprender el corazón de todas las criaturas, a fin de que, hallán 292
dolo vacío, lo llene con su luz y su amor. Hágame la misma cari dad, y créame todo a su servicio. La Colombiére
CARTA LXXII A una religiosa de Paray Londres, 1677 Mi muy querida Hermana: Alabo a Dios, como estoy seguro de que lo hace usted misma, por el estado a que le place reducirla. La engañaría si le dijera que recibí la noticia con dolor. No podría afligirme de ver que se cumple la voluntad de Dios, y me parece que nada es malo en este mundo sino lo que es contrario a esa divina voluntad. Pues bien, mi muy querida Hermana, hay que pensar en el paraíso y hacer a Nuestro Señor un sacrificio de esta miserable vida que hemos recibido de El. Espero que usted lo hará de buena gana y que nin gún pretexto la hará vacilar en esta circunstacia. ¿Sabe lo que me serviría para despertar mi confianza si estuviera tan cerca de dar cuenta a Dios como lo está usted, según me dicen? Sería precisamen te el número y la magnitud de mis pecados. He aquí una con fianza verdaderamente digna de Dios, que lejos de dejarse abatir a la vista de sus faltas se fortalece, al contrario, con la idea infinita que tiene de la bondad de su Creador. La confianza que inspira la inocencia y la pureza de vida no da, según me parece, muy grande gloria a Dios, porque salvar a un alma santa que nunca lo ha ofendido, ¿es acaso todo lo que puede hacer la misericordia de nuestro Dios? Lo cierto es que, de todas las confianzas, la que más honra al Señor es la de un pecador insigne que está tan persuadido de la misericordia infinita de Dios, que todos sus pecados le parecen como un átomo en presencia de esa misericordia (27). (27) Véase, entre las oraciones (p. 167-8), el admirable acto de con fianza del Beato, con sentimientos semejantes a los que aquí se expresan.
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Pero, me dirá usted, tal vez, que todavía no ha hecho nada para el cielo, que no ha hecho ninguna penitencia ni adquirido ninguna santidad, ninguna virtud. Pues bien, ¿y por eso no se ha de hacer la voluntad de Dios? ¿No valdrá más que se cumpla esa voluntad que si estuviéramos seguros de llegar a la santidad de nuestra buena Madre la Virgen? He aquí, Hermana mJa, la disposición con que deseo entregue usted su alma en manos de Jesucristo; que aunque supiera usted infaliblemente que viviendo un día por su propia voluntad iría derecha al cielo y estaría colo cada muy por encima de los serafines, prefiriera morir por voluntad de Dios e ir a satisfacer a su justicia en el purgatorio hasta el fin del mundo. SI, Dios mío, es necesario que se cumpla vuestra voluntad, es lo único que importa. Que muera tarde o temprano; de una enfermedad o de otra; enteramente purificada o no; me importa poco, con tal de que muera en el momento, de la enfer medad y en el estado de perfección que quiera Nuestro Señor. Trate, hija mía, de morir con ese espíritu de verdadera víctima; arrójese a ciegas en el seno de Dios, y espero que no ha de perder a un alma que no confía sino en El y que se entrega a El sin re serva. Adiós mi querídima Hermana, le deseo mil bendiciones. No cesaré de rogar por usted. No me olvide en el cielo. La Colombiére
CARTA LXXIII A la Hermana María Catalina, carmelita de Cbaillaux Londres, febrero de 1677 Mi muy querida Hermana: Alabo a Dios de todo corazón por la misericordia infinita que tiene con usted. Me da usted compasión por una parte, y por otra le tengo envidia. No olvide nunca los sentimientos cjue tuvo el día de santa Catalina, y persevere en el sacrificio que hizo a Nuestro Señor de toda la paz y todo el reposo de espíritu que podría desear. ¿No es bienaventurada por hallarse en el mismo 294
estado en que se encontró Jesucristo en el huerto de los Olivos? (28).
He dejado pasar el tiempo de Adviento sin escribirle, ni le contesté sobre las prácticas de devoción que me pedia usted para ese tiempo. Pero llega ya el carnaval, y creo que este tiempo no es menos a propósito para la penitencia que el que ha pasado. En esta hora en que el mundo triunfa, en que reina el pecado, en que Dios es ultrajado y sufre una cruel pasión, la misma que soportó en el Huerto de los Olivos, cuando a la vista de nuestros pecados sudó sangre y agua, es necesario que sus buenos amigos tomen parte en su duelo y traten de devolverle toda la gloria que los otros le arrebatan. Imagínese pues, mi querida hija, que es usted la víctima pública; tome sobre sí, por amor a Dios, todos los desórdenes que se cometen actualmente en todo el mundo y, para expiarlos, no se contente con aceptar todas las penas interiores que sufre, ofrézcase para sentir otras todavía más crueles. En cuanto a las mortificaciones corporales, en vista de la debilidad de su complexión, creo que debe moderarlas con el consejo de su confesor. Tiene usted razón en considerar el estado en que está como una erada que le hace Dios; lo es verdaderamente, y aún más grande de lo que puede pensar; nada me ha hecho aamirar más su bondad como la manera paternal y misericordiosa que usa para con usted. Piense un poco en lo que habrían sido las penas que hubiera sufrido en la otra vida, puesto que es necesario para evitarlas que Dios le imponga en ésta otras tan pesadas. Se engaña completamente cuando cree que sus ejercicios espirituales le son inútiles. Pero aunque fuera así, ¿habría motivo por ello para omitirlos o para inquietarse? Es necesario obedecer a Dios y esto le debe bastar, sin examinar demasiado si su obe diencia le trae provecho. ¿No sabe usted que hay que sacrificarlo todo a Dios? Duda usted todavía de que pueda comulgar, después de lo que me indica. ¿No ve usted que esas turbaciones que preceden (28) Por dos veces menciona en esta carta el Beato los sufrimientos del Señor en el Huerto de los Olivos, meditación que nota en su Retiro de mes en Lyon en 1674, III, 2. (p. 110) Este pasaje evangélico es propio de la devoción al Corazón de Jesús, promovida por santa M argarita por iniciación del mismo Señor (A utobiografía, c. V ).
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a las comuniones son del mal espíritu que les tiene horror, y que ese momento de paz que las sigue es del espíritu de Dios que las aprueba? Me asombra que vacile usted en eso; es más claro que el dia; ya estaría usted perdida sin ese socorro. Tan lejos estoy de dis minuirle las comuniones que la obligaría a recurrir a ellas con más frecuencia que las demás, si no temiera hacerla parecer singular. Guárdese bien de importunar en adelante a la Reverenda Madre para obtener que le dispense; pero continúe descubrién dole sus pensamientos y tenga cuidado, en nombre de Nuestro Señor, de no ocultarle nada, por mucho que le cueste declararle lo que pasa en usted. Por lo demás, todos sus ejercicios espirituales y toda su vida no deben ser sino sacrificio y conformidad con todo el querer divino. La justicia es la perfección que debe usted amar y adorar en El sobre todas las demás. Es la que ha brillado más y casi únicamente respecto a Jesucristo; y para usted será un honor, 3ue no sabría estimar bastante, el ser tratada como el Hijo único el Padre Eterno. En medio de sus mayores desolaciones será dulce para usted representarse a ese Cordero inocente, ya pros ternado en el Huerto diciendo: Si es posible, etc., ya clavado en la Cruz exclamando: D ios mío, ¿por qué me has abandonado? [Cuán bueno es ese SalvadorI Es decir, que, sin retirarse de usted, la ha entregado a la tentación, no para perderla sino para castigarla y purgarla de todas sus faltas, a fin de que se haga pura y agradable a sus ojos. Sería preciso castigarla mucho para ponerla en el mismo estado en que debiera estar, si no le hubiera usted ofendido. Pero también ¡qué felicidad si al fin pudiera usted volver a esol Adiós, mi querida Hermana. Ruegue por mí a Nuestro Señor que tenga piedad de mí, como la tiene de usted. V iva en paz en medio de todas sus tribulaciones. La Colombiére CARTA LXXIV A la Hermana Rosselin Londres, 1677 Mi querida Hermana: Recibí dos cartas suyas en menos de 18 días; continúe escri biéndome por lo menos cada dos meses, con tal de que sus superioras no lo encuentren mal. 296
En la primera me indicaba usted que estaba muy descontenta de si misma y que le viene a veces el pensamiento de atribuir su desgracia a causas extrañas y a una falta que no es posible corregir. Le confieso, Hermana, que a veces he tenido el mismo pensamiento. Peto, alabado sea Dios. El ha tenido sus razones para permitir lo que le sucede, y sería una horrible tentación creer que hubiera en ello algún mal irreparable. Aunque hubiera cometido usted alguna infidelidad, lejos de perder el valor, debía ser para usted un motivo de mayor fervor a fin de reparar esa cobardía. Tampoco debe dejarse abatir cuando ve que las más fervorosas tienen temores y escrúpulos. Porque en primer lugar, hay que admirar en este punto un efecto del amor a Dios, que nunca está satisfecho ni encuentra nada que pueda compararse a las bondades que el Señor tiene con nosotros; que estima que todo lo que se hace para conocerle es nada; que comprende cuán grande mal es disgustarle; que a la sola vista del peligro en que estamos de pecar, se estremece. En segundo lugar, si ese temor y escrúpulos llegan a la inquietud, guárdese de creer que sean una virtud. Hay que servir a Dios con todo el corazón, no olvidar nada para impedir el ofenderle; mas es necesario hacerlo todo con alegría, con corazón libre y lleno de confianza, a pesar de todas las debilidades que se experimenten y las faltas que se cometan. Nunca se turbará usted, si no fuere por una mala causa o por un efecto de su poca virtud. La verdadera virtud anima, alienta, pide siempre ir adelante, le parece que no hace nada y tiene razón; pero no pierde por eso la paz interior. Todo movimiento que inquieta al alma, o que debilita en ella la esperanza de adquirir la santidad, es infaliblemente del mal espíritu. Temo que sea usted en efecto un poco lenta y pusilánime; si es así lo conocerá en estos indicios: si se siente tentada a diferir lo que tiene obligación de hacer o lo que ha resuelto ejecutar; si se cansa cuando ha comenzado una obra buena; si cambia a menudo de método, de práctica de devoción; si se imagina que hay algo superior a usted y que debe dejarlo para las grandes santas; si omite el hacer alguna cosa por respeto humano, por miedo de pasar por mejor de lo que es, por temor de importunar a las superioras, porque no parezca que quiere condenar a las demás, por no mortificarlas; si no trata usted con gran sinceridad con las personas a quienes debe revelar su interior; si se persuade de que debe contentarse con un fervor mediano; si tiene usted la idea de que hay cosas pequeñas en la obediencia y que una 297
palabra no es nada, que se puede esperar un m omento, hacer un punto, etc. El remedio es no perdonarse nada, no escuchar nin guna repugnancia, tratar de vencerse continuam ente; estar muy convencida de que es ya m otivo para hacer una cosa el sentir alguna dificultad, y para no hacerla tener inclinación a ella, suponiendo siempre que no se haga nada contra la obediencia. Si yo estuviera seguro de que usted procedía así, poco cui dado me darían esas oraciones de que se queja usted en su segunda carta. ¡Oh, qué gran ilusión es, mi querida Herm ana, y sin em bargo, qué común, im aginarse que se tiene poca o mucha virtud según que se tenga muchas o pocas distracciones en la oraciónl He conocido religiosas que habían sido elevadas a un alto grado de contemplación, y que a m enudo estaban distraídas desde el principio basta el fin de la oración. La m ayor parte de esas personas, que sufren tan gtan pena p o r tener esas divagaciones de espíritu, son almas llenas de amor propio, que no p ueden sufrir la confusión que eso causa delante de D ios y de los hom bres, y que no pueden soportar el disgusto y la fatiga que les producen los ejercicios espirituales, pues quisieran, p o r recom pensa de las mortificaciones que practican, los consuelos sensibles que esperan. Querida Hermana: aunque sea usted arrebatada en éxtasis veinticuatro veces al día y tenga yo veinticuatro distracciones al rezar una avemaria, siendo yo tan hum ilde y m ortificado como usted, no quisiera cambiar mis distracciones involuntarias por todos sus éxtasis sin m érito. E n una palabra no reconozco devo ción donde no hay mortificación. Hágase una violencia perpetua sobre todo en el interior; no soporte nunca que dom ine la natura leza ni que su corazón se apegue a nada, sea lo que fuere; y yo la canonizaré sin preguntarle siquiera cóm o va su oración. Estoy encantado de que ame tanto su vocación, no sé en qué lo conoce, pero una buena señal es cuando no hay una sola regla, ni el más pequeño reglam ento, que no se quiera observar tan exactamente como los votos. O no había oído hablar de la pensión o lo había olvidado. Si yo estuviera en su lugar, he aquí cóm o p ro ced ería: tal como si fuera pensión de otra persona a quien nunca hubiera visto y de quien nunca hubiera oído hablar. Preferiría que mi padre me hu biera dejado al m orir su maldición, (lo que es cosa bien horrible), que una herencia en la cual tuviera yo más confianza que en los tesoros del rey de la China; preferiría m orir de pura miseria que salir de la tumba por medio de ese dinero .¡O h D ios mío!, cuándo
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se conocerá la felicidad de la pobreza, y se la amará tanto como vos amáis a los que la aman! ¿De qué me sirve haber hecho voto de pobreza si temo que me falte alguna cosa, si quiero estar tan seguro como los ricos de que nada me ha de faltar? En cuanto a mi, le confieso que no comprendo qué pobreza es esa y qué gran mérito puede haber en practicarla. El afecto de los parientes es bueno cuando es en Jesucristo, quiero decir, cuando no tiene afanes ni inquietudes ni interés, cuando no se recibe nada de ellos ni se les da nada. Adiós, Hermana mía. He leído muy bien sus dos cartas. No sé cuándo regresaré a Francia; no hay señal de que sea antes del mes de setiembre del año que viene, y no sé todavía lo que sucederá entonces. Que se haga la voluntad de Dios. La Colombilre
CARTA LXXV A una religiosa de la Visitación Londres, mayo-junio de 1678 Mi muy querida Hermana en Nuestro Señor: He sabido con grande alegría la perseverancia que Dios le da en su santo servicio, y doy gracias con toda mi alma. Espero que continuará haciéndole esa gracia hasta el fin, y le ruego en su nombre que también lo espere usted, pues esa esperanza no ha engañado nunca a nadie. 5>i considerásemos nuestra debilidad, sé muy bien que habría que abandonarlo todo; pero es cierto que tanto la más débil de las criaturas como la más fuerte no tienen motivo para desesperar, porque nuestra confianza está en Dios que es igualmente fuerte para los fuertes y para los débiles. Es indudable que Madre. Sin embargo, conviene a usted que no le faltarán medios ese socorro. Ofrezca a
pierde usted mucho al perder a su buena si su confianza estaba puesta en ella, le se vaya; y si confia usted en Dios, a El de ayudarla, después de haberle quitado N uestro Señor el dolor de esta separación
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por el tiempo en que no se aprovechó usted bien de la dirección verdaderamente maternal de su superiora, y espere que, por esta resignación, expiará todas las faltas cometidas respecto de ella. \Oh, qué feliz será, mi querida hermana, si puede tener, para con aquella que debe sucederle, un corazón igualmente franco y un espíritu enteramente sumisol No importa cuál sea su carácter; el Señor bendice la sencillez y la obediencia, cualesquiera que sean los superiores; y así esas virtudes le serán igualmente útiles si las practica usted tan perfectamente en el porvenir como lo ha hecho hasta ahora. Ya ve usted bien que las comunicaciones con el exterior no le son ventajosas. Tiene usted en casa la fuente de su felicidad; aficiónese a ella, se lo suplico, y sea fiel en este punto; esto es esencial para usted. Si es usted desgraciada, no podrá serlo sino por no haber seguido este consejo, que quisiera poder grabar en lo más profundo de su corazón. ¿En qué piensa usted cuando tem e que N u estro Señor la abandone? Pues qué, herm ana, no la ab an d onó en u n tiempo en que usted parecía h u irle y ¿la dejará ah ora cuando usted le busca? Aleje de sí al dem onio que le sugiere un pensamiento tan ofensivo pata la m isericordia del Señor, y hágale la justicia de creer que es infinitamente bueno, después de todas las pruebas que ha recibido de su bondad infinita. A unque n o se ad elan te e n la d e s tru c c ió n d e las pasiones, n o se de’^a de avanzar e n el a m o r de D io s c o m b a tié n d o la s. A D ios toca destruir m is pasiones, y lo h a rá c u a n d o le p laz c a ; p ero a nú m e toca reprim irlas e im p ed irles q u e estallen y m e arrastren al m al, a donde tra ta n de llevarm e. E stas cruces q ue n o había usted esperado, m i queridísim a h erm an a, si q u iere hacerse un poco de violencia, serán seguidas de consuelos que nunca h u biera usted esperado. Créame, v ien e n de la m ano de D ios como las otras gracias, y la creo dem asiado p ru d en te para rehusar lo que viene de tan buena parte y lo que la sabiduría eterna juzga que le es necesario. N o tenga ninguna pena, sea que le perm itan, sea que le rehúsen poder escribirme. N o baga depender su paz de lo que está, fuera de si misma; verá usted que N uestro Señor suplirá a todo, y cuando usted quiera contentarse con E l solo encon trará más en TL\ que en todo el resto de las criaturas. Guárdese, mi querida Hermana, de pensar que pueda usted tener necesidad de mi o de cualquiera otro a quien Dios haya alejado de usted. 300
Es demasiado fiel para quitarle los socorros que puedan serle necesarios para la perfección que le exige. Suplico hum ildem ente a D ios que se digne alimentar e inflamar sus buenos deseos; que la sostenga en las preciosas humillaciones que le envía; que se las haga soportar con man sedumbre; que le haga im itar el silencio que Jesucristo practicó en semejantes ocasiones; que le haga conocer el valor de sus cruces, a fin de que las ame y que lleguen a ser sus delicias, como lo fueron para todos los santos. Adiós, mi queridísim a herm ana, acuérdese de mí en sus devociones. P or m i parte n o cesaré de pedir a Dios que le dé constancia, hasta que la haya coronado con una santa muerte, a menos que me llam e antes que a usted. Que se cumpla eterna mente su santa voluntad. L a Colombiere
CARTA LX X V I A una religiosa de la Visitación L ondres, m ayo-junio de 1678 Aunque haya recibido noticias suyas por otra parte, he tenido m ucho gusto, m i queiida herm ana en N. Señor, en reci birlas de usted m ism a y ver que Jesucristo la conserva, por su gracia, con tan buenos sentim ientos, que pueden hacerla cons tantemente feliz. Le alabo m il veces p o r las victorias que le ha hecho alcanzar contra sí m ism a, y le suplico con toda mi alma que acabe en usted lo que ya ha comenzado. E n cuanto a las quejas de sí misma, que no deja usted de darme, las recibo, y responderé a ellas como si estuvieran bien fundadas. E n una palabra, m i querida hermana, todo se vence con la hum ildad y la sencillez; y estas virtudes no son, como se pudiera creer, de espíritus apocados o sin personalidad; por el contrario, los espíritus débiles y lim itados no son capaces de ellas en m odo alguno. H ay que tener muchas luces para cono
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cerse a si misma, y mucha fuerza para despreciar todo lo que no es Dios, para abandonarse a E l y a aquellos que nos gobiernan en su lugar; de suerte que las personas que tienen menos doci lidad y que se apoyan en sí m ism as, p o rq u e se persuaden de que tienen más conocim ientos, esas personas, digo, me dan gran compasión. Sería una extraña ceguera la de pensar que hay algún saber o alguna prudencia superior a la de D ios, la cual nos dis pense de seguir el Evangelio. E n cuanto a mí, querida hermana, le confieso que, a m edida que me vuelvo más razonable, hallo más ridicula la confianza dem asiada que tuve en mi propio es píritu ; a medida que adquiero más luz p o r la experiencia y el estudio de mí mism o, más facilidad encuentro para ser humilde y para practicar esa adm irable sencillez, que renuncia a sus pro pias miras, a sus intereses, para obedecer a D ios y a los hombres. No sé si me engaño, pero, después de haber examinado bien la cosa, me parece que toda la sabiduría está encerrada en esas dos virtudes. Por lo demás, mi querida herm ana, una vez que se ha en trado en el verdadero ejercicio de esas dos virtudes me parece que ya no se está sujeto a la inconstancia, y que uno se siente como inquebrantable; se goza de una paz y de una tranquilidad que nada puede alterar; uno se consuela de to d o , se está siempre contento con todo; se es verdaderam ente filósofo, una cualidad que los más grandes talentos de entre los paganos siempre pro curaron, y que sólo los discípulos de la cruz pueden atribuirse con justicia. ¡Oh qué excelente m uestra de u n Duen espíritu, de un espíritu grande y sólido, es la poca estim a de sí mismo, la re nuncia a su propio juicio, el cual siem pre nos engaña por hábiles que seamosl Le diré tam bién esto de m í m ism o: D ios quiere servirse a veces de mi ignorancia para dar consejo a personas que desean agradarle; pero yo evito, en cuanto puedo, acon sejarme a mí mismo. A veces hay confesores que no son excesi vamente ilustrados y lo m ism o superiores; pero yo no me engaño nunca siguiendo sus órdenes; y si ten g o alguna dulzura en la vida la atribuyo al cuidado de dejarm e conducir p o r ellos como un niño. Me ha sucedido a veces sentir prim ero alguna opo sición a sus ideas; pero más tarde encontré siem pre que tenían razón, y que yo no era sino un ignorante. R uego a N uestro Señor que quiso hacerse niño po r am or nuestro, y que nos dijo que a menos de volvernos niños no podríam os pretender alcanzar la perfección cristiana, le ruego que la ilum ine de tal manera con su luz celestial, que sus luces naturales queden com o apaga
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das, y que usted utilice sabia y cristianamente todas las facultades de su alma. El desprendim iento de las amistades particulares es una hermosa disposición para el odio de sí misma y el perfecto amor de Dios. De todas m aneras, la compadezco por la pérdida que va a experimentar; sé lo que pierde usted; pero mientras le quede una gran confianza en D ios, y u n deseo sincero de perderse en El, no hay nada perdido. Le agradezco m ucho sus oraciones y no la olvido en el altar. Todo suyo en Jesucristo. L a Colombiére
C A R T A L X X V II Lyon, 1680 ¡Qué feliz será usted, mi querida hermana (29), si soporta con sumisión los horribles golpes que recibe, sea que le vengan de la mano de D ios, sea que la atorm enten los demonios por orden de Aquél a quien ha ofendido! N o se atormente demasiado, sino humíllese bajo el brazo om nipotente de la justicia de Dios, que la hiere, y acepte con to d o el corazón lo que le plazca or denar respecto a usted. Si p o r la fuerza de la tentación cae, debe prontamente pedir perd ó n a D ios, esperar en El a pesar de la caída, recibir la hum illación y detestar la malicia con toda su alma. La incertidum bre en que está de si peca o no es otra cruz, que hay que llevar con resignación perfecta. Si Dios nos hace la gracia de conservarnos la vida, hay probabilidad de que no pasaré mucho tiem po sin verla. E ntre tanto ruegue por mí; yo lo hago por usted. L a Colombiére (29) La carta X C V III desarrolla el mismo tem a más am pliam ente, pero comenzando con las mism as palabras, tal vez copiadas de un bo rrador conservado. A m bas son p a ra religiosas de la Visitación.
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CARTA LX X V III Lyon, mayo 1681 Si tiene usted entera confianza en su superiora (30), no es del to d o tan desgraciada co m o lo dice, m i querida hermana; es difícil perecer cuando se está así u n id a a los que Dios nos ha dado para conducirnos al cielo. E l alejam iento en que se encuen tra de to d o g usto sensible es u n castig o am o ro so que Dios ejer cita con usted. Si yo estu v iera en su lu g a r, n o m e turbaría por ello, ni haría grandes esfuerzos de e sp íritu para recobrarlo; su friría hum ilde y pacientem ente esos d iv in o s rechazos. Trataría únicam ente de im pedir que estallaran m is pasiones, obrando a pesar de ellas en to d o según la v o lu n ta d de D io s, y recibiendo com o una penitencia p o r el p asad o to d o el trab ajo que sintiera en hacer el bien. H e aquí, seg ú n m e p arece, m i querida hermana, el m ejor consejo que pueda darle. S ig u ién d o lo exactamente, hallará usted, en la m ism a tu rb a c ió n , la paz que busca, y que le deseo entera y perfecta. T odo suyo en Je su c risto . L a Colombiire
C A R TA L X X IX A una religiosa de la Visitación Paray, o c tu b re -d ic ie m b re de 1681 Ya ve usted, mi queridísim a h erm an a en Je su c risto , que me aprovecho de su caritativa discreción. Sin em b arg o , era mi in tención verla ayer, pero m e d e tu v o u n a su n to que sobrevino, y que no había previsto. (30) L a m ism a ad v e rten c ia q u e e n la c a r ta a n te rio r se debe hacer aquí. Si se com para esta c a rta con la se g u n d a p a r te d e Ja X C 1V se ad vierte la casi to tal id e n tid a d de térm inos. A m b as p a r a religiosas.
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Tengo m ucho gusto en que haya continuado en el pro yecto de hacer los ejercicios p o r las razones que me indica (31). Ha escogido el lib ro y el tem a de m editación que necesitaba. En cuanto a lo dem ás, me parece que para sacar algún fruto del retiro debe ser entero, en cuanto sea posible, es decir que no debe interrum pirse p o r nin g u n a conversación, a no ser con el director o la superiora, si ella lo desea o si es necesario. Hay que prescribirse una regla para el em pleo del tiempo, que no deje un m om ento libre, y ser m uy exacta en observarla. Se debe leer poco; una hora p o r la m añana y otra p o r la tarde, basta. N o es perar consuelos interiores, sino estar dispuesta para las arideces, el disgusto y otras cruces que quiera D ios enviarle. Estar resuelta a escuchar a D ios y a seguirle, p o r lejos que quiera llevarla. N o siempre se reciben las luces más grandes en el tiempo de oración, sino a m enudo en los o tro s tiem pos, si se ha sido fiel en emplear los de la m anera prescrita al principio. Me parece que es im p o rta n te em prender estos ejercicios más seriam ente de lo que tal vez se ha hecho, para examinar de buena fe si se ha v ivido com o se debería vivir, si la prudencia y la religión no nos p id en alguna cosa para el presente o para el por venir, que hem os descuidado hasta ahora por falta ae suficiente reflexión. ¿De qué se tra ta? E l asunto ¿es de importancia? ¿En qué se funda la confianza en que vivo y los plazos que tomo? ¿Se puede estar así con m ucha seguridad? ¿No aventuro dema siado faltando a las m enores precauciones?, y ¿qué es lo que pongo en juego? Sirvám onos u n poco de nuestra razón en la cosa en que debem os ten er más interés que en ninguna, para h cual únicam ente se nos ha dado la razón. Hay que vivir como santa, no digo hasta la m uerte, sino p o r lo menos durante siete u ocho días. La más ligera infidelidad podría echarlo todo a perder, y poner un obstáculo invencible a las gracias que Dios le tiene preparadas. No debe usted o lvidar p o r esto, sin em bargo, que está en ferma. Las m ayores m ortificaciones son las del corazón y del espíritu; no les conceda nada en el tiem po del retiro, si quiere que Dios le haga sentir la unció n de su gracia. (31) Esta c a rta contiene los m ism os consejos que han sido repro ducidos en el Prefacio de los Retiros , com o dirigidos allí a los estudiantes jesuítas de Lyon ( Retiros , p. 72), au n q u e no ten g au el orden y forma de finida que allí ofrecen.
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CARTA L X X V m Lyon, mayo 1681 Si tiene usted entera confianza en su superiora (30), no es del todo tan desgraciada com o lo dice, m i querida hermana; es difícil perecer cuando se está así u n id a a los que Dios nos ha dado para conducim os al cielo. E l alejam iento en que se encuen tra de to d o g u sto sensible es u n castigo am o ro so que Dios ejer cita con usted. Si yo estu v iera en su lu g a r, n o m e turbaría por ello, ni haría grandes esfuerzos d e esp íritu para recobrarlo; su friría hum ilde y pacientem ente esos d ivinos rechazos. Trataría únicamente de im p ed ir que estallaran m is pasiones, obrando a pesar de ellas en to d o seg ú n la v o lu n tad de D io s, y recibiendo como una penitencia p o r el pasado to d o el trab ajo que sintiera en hacer el bien. H e aquí, según m e parece, m i qu erid a hermana, el m ejor consejo que pueda darle. S iguiéndolo exactamente, hallará usted, en la m ism a tu rb ació n , la paz que busca, y que le deseo entera y perfecta. T odo suyo en Jesu cristo . L a Colombiére
C A R T A L X X IX A tma reliposa de la Visitación Paray, octubre-diciem bre de 1681 Ya ve usted, m i queridísim a herm ana en Jesucristo, que me aprovecho de su caritativa discreción. Sin em bargo, era m i in tención verla ayer, pero me detu v o u n asunto que sobrevino, y que n o habla previsto. (30) L a misma advertencia que en la carta anterior se debe hacer aqoL Si se com para esta ca rta con la segunda p arte de la X G IV se ad vierte la casi total identidad de térm inos. Ambas p ara religiosas.
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Tengo m ucho gusto en que haya continuado en el pro yecto de hacer los ejercicios por las razones que me indica (31). Ha escogido el libro y el tema de meditación que necesitaba. En cuanto a lo demás, me parece que para sacar algún Eruto del retiro debe ser entero, en cuanto sea posible, es decir que no debe interrum pirse p o r ninguna conversación, a no ser con el director o la superiora, si ella lo desea o si es necesario. Hay que prescribirse una regla para el empleo del tiempo, que no deje un momento libre, y ser muy exacta en observarla. Se debe leer poco; una hora p o r la mañana y otra por la tarde, basta. No es perar consuelos interiores, sino estar dispuesta para las arideces, el disgusto y otras cruces que quiera Dios enviarle. Estar resuelta a escuchar a D ios y a seguirle, po r lejos que quiera llevarla. No siempre se reciben las luces más grandes en el tiempo de oración, sino a m enudo en los otros tiempos, si se ha sido fiel en emplear los de la manera prescrita al principio. Me parece que es im portante emprender estos ejercicios más seriamente de lo que tal vez se ha hecho, para examinar de buena fe si se ha vivido como se debería vivir, si la prudencia y la religión no nos piden alguna cosa para el presente o para el por venir, que hem os descuidado hasta ahora por falta de suficiente reflexión. ¿De qué se trata? El asunto ¿es de importancia? ¿En qué se funda la confianza en que vivo y los plazos que tomo? ¿Se puede estar así con mucha seguridad? ¿No aventuro dema siado faltando a las menores precauciones?, y ¿qué es lo que pongo en juego? Sirvámonos un poco de nuestra razón en la cosa en que debemos tener más interés que en ninguna, para la cual únicamente se nos ha dado la razón. Hay que vivir como santa, no digo hasta la muerte, sino por lo menos durante siete u ocho días. La más ligera infidelidad podría echarlo todo a perder, y poner u n obstáculo invencible a las gracias que Dios le tiene preparadas. N o debe usted olvidar por esto, sin embargo, que está en ferma. Las mayores mortificaciones son las del corazón y del espíritu; no les conceda nada en el tiempo del retiro, si quiere que Dios le haga sentir la unción de su gracia. (31) Esta carta contiene los mismos consejos que han sido repro ducíaos en el Prefacio de los Retiros, como dirigidos allí a los estudiantes jesuítas de Lyon ( Retiros, p. 72), aunque no tengau el orden y forma de finida que allí ofrecen.
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Ruegue a D ios p o r mí, bién p o r usted, a fin de que y le inspire un gran deseo de con su voluntad, que, en lo ni la m uerte.
hágam e ese fa v o r; yo lo haré tam N u e stro S eñor la llene de su amor, su frir y una conform idad tan grande sucesivo, n o tem a usted ni la vida
Soy en E l to d o suyo. L a Colombiére
CARTA L X X X A la misma religiosa Paray, o ctubre-diciem bre de 1681 Después que le escribí, m i querida herm ana, volví a arrojar sangre y así no creo que p o d ré tener el consuelo de verla du rante su retiro. U sted no perderá nada con ello. N u e stro Señor» que es infinitam ente bueno, suplirá con ventaja en m i ausencia. El quiere que pongam os en E l toda nuestra confianza, y p o r eso nos sustrae todos los socorros que pudiéram os esperar p o r otra parte. Veo claro que no sirvo para nada, y que no hago sino echar a perder la obra que po n e en m is m anos, p u esto que me quita todo m edio de trabajar. Cúm plase únicam ente su santa y amable voluntad, y la nuestra, p o r buena que sea en apariencia, sea anonadada y sacrificada a su beneplácito (32). R ogaré a D ios con todo mi corazón que le inspire u n am or sincero y perfecto a esa adorable y soberana voluntad, a fin de que reine en usted absolutamente, y que triunfe de todos los deseos y de to d o s los m ovimientos de su alma. Pida, si le place, la m ism a gracia para mí, a fin de que estando enteram ente m uertos a nosotros m ism os sólo viva en nosotros Aquél en el cual soy, Su muy hum ilde y obediente servidor. L a Colombiére (32) Notem os la profunda hu m ildad del Beato, que se siente in c a pacitado p ara los trabajos apostólicos por su enferm edad, y lo a trib u y e a la inutilidad del instrum ento. Siendo v erd ad que, precisam ente, Dios se vale de los instrum entos más inútiles p a ra sus grandes em presas, con tal de que sean hum ildes y p ara que lo sean.
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8)
Cartas al Monasterio de la Visitación de Charolles ( L X X X I XCIX)
a)
A la R. M. Lucrecia Francisca de Thélis, Superiora de Charolles (LXXXI-LXXXII) CA RTA L X X X I Paray, 4 de noviembre de 1675 Mi Reverenda M adre:
Me veo obligado a escribirle un poco aprisa, para no per der la com odidad de enviar la carta hoy. Queda a su voluntad el hacer una confesión general anual distinta o el mezclar los pecados de este año con los precedentes, según le parezca m ejor. Podría decir aparte las cosas principales, y en cuanto a las m enores decirlas con las restantes. No vuelva a revisar las nueve o diez confesiones anuales que ha hecho ya. El voto de no faltar a la oración me parece inspirado por Dios. Pero me parece que lo limita usted a un tiempo demasiado pequeño. ¿Qué tem e? ¿Que le falte la gracia de Dios Nuestro Señor? Créame, tenga un poco más de confianza en Dios, y a pesar de todas las dificultades que siente elévese sobre sí misma, y haga lo que haría si estuviese en el estado de máximo fervor. Prom étalo a D ios para toda la vida: quizás durará menos de dos años. Pero haga el voto de hacer la oración cuando se halle con salud, y no se halle im pedida por razones que dispensarían a otra religiosa de hacerla. Además, haga el voto bajo la condi ción de que un prudente director pueda absolverla del mismo, si lo juzga conveniente. Finalmente, no se obligue a hacer bien la oración, sino solamente a hacerla, de manera que para faltar a la prom esa sería necesario que no tomase tiempo para meditar, o que, hallándose en el coro con las demás, estuviese pensando en otra cosa todo el tiem po, y esto con deliberada voluntad. Adm iro el m odo como Dios la trata en las comuniones. Pero no es a usted m ism a a quien ha atendido en esas ocasiones, sino a su com unidad, a guien ha querido librar del escándalo que le hubiera usted podido dar.
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Hago que en todas partes recen por usted. Acuérdese de la fidelidad que le he recomendado durante los ejercicios. No debe fallar a nada, ni siquiera a los pequeños consejos que dan los libros que se utilizan para ello. Quédese en su celda durante todo el tiempo como una persona condenada y separada de las demás, como una excomulgada; no aparezca en el coro ni en los demás sitios públicos sino con una gran confusión interior, como una criatura a quien Dios ha herido con su maldición y que debería ser pisada por todo el m undo. N o se encontrarla en el peligro tan grave de condenación en que está si su estado le diese miedo. No se siente el mal cuando uno ha caído en la insensibilidad. (V. pp. 63, 180, sobre este duro lenguaje). Es patente que Dios está sumamente irritado contra usted y esto, hablándole con sinceridad, no me extraña nada. Pero me parece entender claramente que desea verle volver a El; y los pasos que quiere que usted dé para ello, si no me equivoco, son que viva en el miserable estado en que está con una tan gran fidelidad, con un cuidado tan exacto de mortificarse y de mante nerse en su presencia, como si estuviese inflamada de devoción, y por el tiempo que le plazca dejarle en la sequedad en que se encuentra. Quizás le conmueva su constancia. Si no, estoy al menos seguro de que tendrá misericordia de usted en la otra vida, después ae haberle hecho sufrir por mucho tiem po en ésta. Procure ponerse en el estado en que debe hallarse al m orir; porque pudiera suceder que fuese la última gracia que Dios ha determinado darle y que la muerte siga de cerca a este retiro. Su salud no es fuerte, y nuestro Señor podría muy bien castigar con su muerte temporal el abuso cometido con sus gracias, hace ya tiempo. Prepárese para ella, como debe hacerse. L a Colombiére
CARTA LX X X I bis S. Symphorien d ’Ozon, abril 1679 Mi Reverenda M adre: El Espíritu Santo llene su corazón del más puro amor de Dios 308
Como no he podido saber todavía a quien debo entregar los doscientos escudos que han enviado para nuestra hermana inglesa, hoy no le escribo sino para rogarle que haga hacer a su comunidad una comunión extraordinaria el día siguiente a la octava de Corpus, no por intención mía, sino para reparar en cuanto esté en su poder todas las irreverencias que se hayan co metido para con Jesucristo durante toda la octava en que ha estado expuesto en nuestros altares en el mundo cristiano. Le aseguro que ese testimonio de amor que le den les atraerá a todas grandes bendiciones; es una práctica que le aconsejo guarde toda su vida. N o puedo ahora decirle más. Rueeue a Dios por mí (33). Espero que habrá recibido usted dos de mis cartas. Ruego a Dios con mucha instancia por todas sus hijas. Ya había cerrado esta carta, pensando enviarla aprovechando una ocasión, que me ha fallado, cuando me trajeron tres de las suyas, a la vez. Como estoy en el campo, no he podido recibirlas antes ni dar el dinero a las personas que usted me indica. Por eso escribo a Lyon, que entreguen la suma a la Madre N., para que ella la haga llegar de nuevo a usted. Alabo a Dios con todo mi corazón por la misericordia que ha tenido con la hermana María, inspirándoles a todas el cari tativo deseo de admitirla entre ustedes en un rango tan honorable. No le digo que quisiera manifestarle mi agradecimiento, porque estoy seguro de que el Señor, por quien ha hecho usted esta ge nerosa acción, no la dejará sin recompensa, y que derramará tantas bendiciones espirituales y temporales sobre su comunidad, aue verá en efecto que ninguna de sus hijas le ha traído tan rica aote como ésta, que no le ha dado nada. Si mi salud, que está mejor sin embargo, me permitiera escribir más, me tomaría la libertad de dar a su casa muy humildes acciones de gracias; usted lo hará por favor y les asegurará que todo lo que tengo en el (33) El Beato ejercita el apostolado de propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, en el día señalado por El mismo para su fiesta, como le había pedido El por santa M argarita María. Pide para el día siguiente a la octava del Corpus la comunión reparadora, como consta en la Gran Revelación que él copió de su mano en el Retiro de Londres, n. 12, (p. 160). Repite este mismo encargo varias veces, como en las cartas LX XX III a su sucesora, y en las X LV y L x X X IX . Y véase el número 11 del Retiro de Londrest así como la nota relativa a la carta V a su hermana Margarita.
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mundo, que son las misas y oraciones, está a su disposición, y que si alguna vez se presenta una ocasión de procurarles algún otro provecho, serán siempre las primeras en mi espíritu. Actual mente no puedo hacer nada; todas las señoras inglesas se han dispersado y están en peligro de perder los bienes que tienen en Francia. No conozco a nadie que esté en estado de desembol sar dinero. Pero créame, querida madre, Jesucristo es capaz de pagarle la deuda toda entera. Reciba de sus manos a esa pobre extranjera, tal como se la ha presentado sin otra esperanza que la de agradarle a El; verá usted, una vez más, que no pierde nada en ello. Yo le serviré con gusto de fiador, si es que puede usted reclamarlo tratándose de Aquel por quien se han sacrificado todas, y por quien lo han abandonado todo, fiándose de su pa labra. Escribiré una palabra a esa hermana para la declaración que usted desea y si necesita un certificado mió, o de sus parien tes o de cualquiera persona de Inglaterra, lo tendrá usted infa liblemente. L a Colombiére
CARTA LXXXn Lyon, abril 1680 Mi Reverenda M adre: Recibí al mismo tiempo sus dos cartas. Le devuelvo la de Paray en la que no encuentro nada que no sea muy edificante y de mucho provecho y consuelo para usted. No se admire de las tentaciones de nuestra hermana. Todo se convertirá en su provecho y la profesión hará que termine ese combate, según espero. Agradezco mucho a usted y a toda su comunidad la gracia que han hecho a la hermana María, admitiéndola a la profesión. Ruego a Nuestro Señor que la disponga de la manera que le sea más agradable para una acción tan santa como esa.
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Es necesario que yo sacrifique a Dios el deseo que tendría de ir a ver a usted en el tiempo que me indica; ni mi salud ni la pequeña ocupación que tengo aquí me lo permiten. Sin embargo, estoy un poco mejor por la gracia de Nuestro Señor, y parece que saco provecho de los remedios que sigo usando. Estaría encantado de servir a esa señorita en el buen deseo que Nuestro Señor le ha inspirado, y si estuviera en otro estado ciertamente no vacilarla en hacer un viaje expresamente para eso. Si mis cartas pudieran suplir a mi presencia, escribiré de buena gana a su señor padre o a algún otro que usted juzgue a propósito, y en tal caso será necesario que usted me sugiera las razones particulares que ella pueda tener para doblegar los espíritus, y las que ellos tendrán para oponerse a su resolución. Usted la ha puesto en buenas manos, y es de esperar que Dios cuidará de esa alma y que la recibirá en el número de sus esposas. A El hay que dirigirse; El es el dueño de los corazones y le gusta que le im portunen en semejantes asuntos. N o tengo nada que decirle respecto a la negativa que dieron a su hermana, sino que debe usted someterse a la voluntad de Dios y a su santa y amable Providencia, y no hablar nunca de ese negocio ni considerar por qué camino ni cómo ha sucedido. Si a Dios le agrada ocultar sus designios, es justo que sea dueño de las circunstancias lo mismo que de la sustancia de las cosas, y que nosotros lo aceptemos toao sin más examinarlo. En cuanto a lo que a usted le concierne, ha tomado el mejor partido, que es abandonarse enteramente y esperar con entera indiferencia la casa que su Padre le ha destinado desde toda la eternidad, sin mezclarse en ello de ninguna manera. Si procede usted de otro modo, estoy seguro de que no le aprovechará. Adiós, reverenda madre. Ruego a Nuestro Señor que la conduzca en todas las cosas, y que la una tan enteramente a sí que ya no tenga sino desprecio e indiferencia por todo lo demás. No olvidaré delante de Dios el tiempo de su elección; tengo en ello grande interés. No me olvide tampoco por favor.
La Colombiére
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b) A la nueva superiora de la Visitación de Charolles ( L X X X I I I LXXXIV) CARTA LX X X III Lyon, abril 1680 Mi Reverenda Madre: No puedo escribirle sino una palabra. Diré a N. y a las dos hijas de usted todo lo que usted desea de mí. Su (¿enviada?) llevará las cartas que le escriba con más descanso que ésta. No tema usted un mal resultado de las tentaciones de esas dos buenas hermanas, mientras se las descubran; llegará el tiempo en que todo se tranquilice; pero esa calma bien merece que se compre con el trabajo que sufren en combatir. Bendigo a Dios porque ha puesto a N ....... (la hermana María, inglesa) en sus manos. Hasta ahora el Señor la ha guiado muy bien, y tanto respecto a ella, como en cuanto a las demás, no se equivocará usted, mientras espere mucho en El que lo sabe todo, y que de nuestras mismas faltas sabe sacar provecho para las almas que nos ha confiado, como lo he experimentado a menudo. Si en la dirección de los demás no nos conduce por amor a nosotros, lo hará por amor a sus predestinados, que ha puesto a nuestro cuidado. Úna persona que procede con humildad no da malos pasos que tengan consecuencias enojosas. No he olvidado a los señores N ....... rogué por ellos esta mañana, antes de leer su carta. Continúe usted preparando muy bien para Jesucristo esas almas que El ha escogido como esposas suyas. Soy en El todo suyo. Recuerde la devoción que le encomendé el año pasado a N .......(la M. de Thélis) para el viernes después de la octava del Santísimo Sacramento.
La Colombiére
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CARTA LXXXIV Lyon, 1680 Reverenda madre: Le agradezco mucho, mi reverenda madre, la bondad que ha tenido al darme noticias suyas y de nuestras queridas (inglesas). También le doy las gracias por los avisos que me da sobre el estado de (hermana María, inglesa); lo que me dice no me aflige. Mis propias miserias me han acostumbrado de tal manera a las de los otros, que no me asombran. No se llega a la perfección en un momento, tenemos toda la vida para eso, y con tal de que no se pierda el deseo de adelantar, no desespero de nada. Le escribo mis sentimientos sobre sus defectos y lo hago por esta vez con suavidad, a fin de que no desconfíe de nada y no crea que lo hago para satisfacer a sus superioras. Le hablo poco más o menos como le habla usted misma. Sin embargo si la hermana directora no encuentra bien que me sirva de ese idioma extran jero (34) usted tiene obligación de decírmelo; no lo llevaré a mal y me corregiré. Le deseo a usted más salud de la que tiene, si es la voluntad de Dios, a fin de que pueda continuar sirviéndole y haciéndole amar por todas las almas que tienen confianza en usted. Desearla mucno ir a verla, si Dios lo quisiera, ahora tengo bastante salud para ello, y si se presenta alguna ocasión me ser viré de ella con gusto. Ruegue a Dios por esto y por mi cura ción. Tenga la bondad de ofrecer mis respetos a N .......le deseo mil bendiciones lo mismo que a usted y a toda la comunidad. La Colombiére
(34) Escribe en inglés, a la inglesa entrada en Charolles. Obvia mente habla bien el inglés, pues ha estado en Londres dos años. Pero teme no ser muy correcto en la lengua al escribir una carta, como se ve en la carta X C Il.
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c)
A la Maestra de Novicias (LXX XV -LXX XV I) CARTA L X X X V Lyon, 1680 Mi muy querida herm ana:
Si no se queja usted de mi pereza y de mi descortesía, es usted la persona más paciente del m undo. Pero aunque no haya respondido a la primera carta que recibí de usted y haya diferido tanto tiempo contestar a la segunda, no he dejado de conmo verme muy sensiblemente por la bondad que ha tenido usted con nuestras dos pobres N ... (hermanas inglesas) y de rogar a N uestro Señor que teng 1’ ¡nsarla. Nada más prudente que la conducta usted con una y otra, y no dudo de que Dios, que es Padre de ellas, le habrá ins pirado todo lo que ha hecho. N o me asom bran las tentaciones de N ....... no es mala señal; al contrario me parecen un buen augurio para su santificación y para el buen ejemplo que dará algún día a todo el m onasterio. A pruebo de verdad el rigor aparente que emplea usted con ella. N o quiero decir con eso que, según mi manera de ver, no sea necesario cambiar a veces e im itar en esto al mismo Dios, que mezcla ordinariamente la dulzura con la severidad y, por lo común, hace suceder la con solación a la desolación para volver a ponernos otra vez bajo la prueba. Este proceder es más conforme con nuestra debilidad y nos hace las pruebas más sensibles y más útiles; pero me engaño tantas veces en mis juicios que no sé si esto que le pro pongo será razonable. Espero que Nuestro Señor, que ha entre gado esas almas en sus manos, le dará luz para conducirlas, mien tras usted se lo pida, como lo hace, con hum ildad y confianza. Ya ve usted que, por su misericordia, ha bendecido hasta ahora sus afanes, y no puedo creer que, siendo tan bueno como es, perm ita que se extravíe enla dirección de sus esposas; siendo así que no tiene usted otro fin que conservárselas muy puras y hacérselas cada día más agradables. Le ruego con todo mi co razón que la colme a usted y a ellas de mil bendiciones. E n El soy todo suyo.
La Colombiére
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CARTA LXXXV1 Lyon, 1680 Mi queridísima hermana en Nuestro Señor: ¡La paz de Nuestro Señor Jesucristo reine siempre en su corazón! No he recibido todavía su primera carta; N ...... me entregó la segunda; hablé con ella algún tiempo y espero verla otra vez. Creo que con la gracia de Dios estará usted contenta de ella en el futuro; me parece muy dispuesta para eso. Puede usted decirle c^ue le he rogado me dé cuenta de sí misma, a fin de que, si re siste al amor que Dios le manifiesta, yo la abrume con reproches de parte del Señor. Haré a N ....... todos los favores aue él me pida; estoy contento de que su pequeña haya marchado; ruego a Nuestro Señor que la conduzca con felicidad. Todos los rumores que lleguen a esa ciudad acerca de nues tra hermana no nos hacen ni bien ni mal, de modo que no hay 3ue hacer gran caso. Le he enviado las cartas que me pidió usted e su parte. Se la encomiendo a su cuidado y a su caridad, y yo me encomiendo en sus oraciones. La Colombiére
d)
Cartas a mas hermanas inglesas de Charolles (L X X X V I 1 XCIX)
A la hermana María inglesa ( L X X X V I I - X C V ) CARTA LXXXVII Londres, 19 setiembre de 1678 Mi muy querida hermana: Hemos recibido todas sus cartas de Paris y de Dijon; pero es una pena saber que no le han llegado las nuestras. El señor N. me escribió que las habla quemado; Dios sea bendito de que se
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vea usted privada de todo consuelo tem poral, y que contribuya así por su parte al perfecto desasimiento a que la llama por su gracia. He tomado parte en todas las penas que usted ha sufrido, las he presentado a Nuestro Señor, le he rogado que las acepte, le he rogado y suplicado a menudo por los méritos de Jesucristo que le socorra. Con frecuencia ofrezco al Santo Sacrificio de la Misa por esa intención. Hasta ahora me parece que todo ha ido bien, Dios la ha protegido y guiado; y espero que lo continuará haciendo hasta el fin. Aguardo con paciencia noticias de su llegada, de cómo la han recibido y cómo ha comenzado a hallarse en ese nuevo gé nero de vida. Confío que N uestro Señor lo dispondrá todo para su gloria y que tendremos mil m otivos de acción de gracias a El. Hice todo lo que me encargó usted en sus cartas. Su despedida ha sido muy bien recibida y con muchas lágrim as; pero lo que debe consolarla grandemente es que después de su partida, se ha obrado un gran cambio en su familia. N ....... que es testigo de todo y que no es mujer que se deje engañar, me dijo hace dos días que no reconoce ya a ....... , que todo lo sufre con una pa ciencia admirable, que tiene una gran ternura para con .......; todo el mundo cumple con su deber y así me confirmo cada vez más en que era voluntad de Dios que hiciera usted lo que ha hecho. Escribo a la (madre superiora de las Ursulinas de Paray), lo habría hecho antes si no hubiera dudado si no la detendrían en (la Visitación de D ijon); pero, en fin, espero de la m isericordia de Dios, que todo habrá resultado bien; en todo caso siempre habrá posibilidades para la Providencia. Le había escogido a usted por nombre el de María, pero no sé si ya ha tom ado usted otro. Pediré a N .......que le entregue esta carta. Espero noticias suyas para decirle muchas cosas sobre el estado en que está ahora; entre tanto, mi queridísima hija, tenga gran valor; está usted, por la misericordia de Dios, en la vía de los santos; en estado de practicar el puro amor y testim oniar a Jesucristo alguna gratitud por los favores inmensos que le ha hecho. jDios mío!, qué digna de envidia me parece usted, y cómo estimarían su felicidad, si la conocieran, todas las almas que tienen algún conocimiento d^ Nuestro Señor. |Oh, qué fácil le será, con la asistencia de Dios, conservarse en una unión perfecta y continua con El! |O h, qué cosa tan encantadora ese secreto, que existirá entre usted y su divino Maestro!; pero tenga cuidado
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de no revelarlo, ni dar motivo a las gentes para adivinar algo de él. Este ha de ser su gran cuidado; mi querida hija, es un te soro que está en sus manos, pero lo perderá si es descubierto. Vele pues continuamente por la conservación de esa preciosa humillación con qus Dios la ha favorecido (35). Adiós, mi querida hija, soy más que nunca de usted, puesto que es usted de Jesucristo a quien quiero pertenecer sin reserva. La Colombiére
CARTA LXXXVIII A la misma Londres, octubre de 1678 Mi queridísima hermana: Si pudiera escribirle una carta tan larga como lo desearla, respondería ampliamente a todos los puntos de las suyas; las he recibido todas. Baste por ahora con decirle que no le puedo expresar la alegría que me causa usted y con cuánto placer pienso en todo lo que me dice; y cuánto ruego a Dios que le conceda la perseverancia. Valor, pobre hija mía, ya está usted en el camino recto; si continúa caminando generosamente será la escogida de Jesucristo. Respecto a lo que me señala, observo demasiado afán por los que ha dejado aquí; demasiada curiosidad por saber cosas que yo desearía estuvieran enteramente fuera de su corazón, como el resultado que tienen sus cartas o el efecto que producen. No he entregado la última que escribió usted, en la que N ...... incluyó una página para... tampoco la que usted le consignó de N ... déjeme a mí ese cuidado y usted no piense sino en sí y en su Esposo. El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es digno del reino de los cielos. Estoy un poco disgustado (35) El secreto que debe m antener cuidadosamente es el de su ori gen y condición social en Inglaterra, cf. carta XXXIX.
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por las quejas que ha dado a los de N ... respecto a la conducta que han tenido con usted. Dice usted cosas que me parecen opuestas a la humildad y a la perfecta sumisión que me había prometido. Se diría, al oiría hablar, que espera usted su recom pensa en este mundo, y que no se considera bien pagada por todas sus penas con el honor que tiene de servir a Nuestro Señor en su casa y en la persona de sus hijas. Le confieso que no puedo hacer concordar esos sentimientos con la resolución que tomó usted. Además, ¿no hay algo de voluntad propia y de orgullo en decir que no se quiere recibir el dinero de los pobres, y que se tomará otra resolución antes que consentir en ello? Espero que usted hará todo lo que yo quiera, y que olvidará para siempre que tiene voluntad. Consiento en la abstinencia de fruta. Recuerde que, ante todo, es necesario mortificar y humillar el espíritu. No se enfadará usted porque le diga de este modo lo que pienso, estoy seguro. Proviene de un fondo de estima por usted, que se ha aumentado mucho después de su sacrificio, y que Dios quiere que conserve hasta la muerte. Adiós. Que Jesucristo la colme de sus bendiciones. Pero nada de desconfianza, de voluntad, de murmuración ni de re serva para con Dios, que tanta bondad tiene con usted. L a Colombiére
CARTA LXXXIX A la misma S. Symphorien d’Ozon 1679 Espero, mi queridísima hermana, que me perdonará el atraso con que respondo a su carta del 14 de abril y lo breve de la respuesta de hoy; mi salud no me permitió escribir antes, y los remedios, a que estoy todavía sujeto, me impiden hacerlo como yo quisiera. Todo lo que me dice usted de sí misma me consuela gran demente, sobre todo el paso que ha dado cerca de su superiora.
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Me parece que ese paso me responde de su constancia en todo lo demás. Respecto a las emociones y resentimientos de que se queja usted, no tengo que decirle otra cosa sino que todo lo que no es libre en usted no se le puede imputar, y que puede subsistir una gran caridad junto con grandes movimientos indeliberados de odio y de venganza. Basta que, a pesar de todo ello, usted no se canse de orar por las personas por quienes siente aversión; que cuando las encuentre hable usted y obre al exterior como si las amase, y desee tener en el fondo del alma todo lo que Dios quiere que tengan efectivamente todos los que lo aman. Ruego al Espíritu Santo que llene su corazón de sus más preciosos dones. Si su reverenda madre encuentra bien que reciba usted a Nuestro Señor al día siguiente de la octava del Santísimo Sacra mento, para reparar las irreverencias que se hayan cometido (>ara con el Cuerpo adorable de Jesucristo durante el tiempo de a octava en que ha estado expuesto en los altares, tendré mucho gusto en que practique usted esa devoción y lo haga después toda su vida, cuando se lo permitan. Espero que sacará gran fruto de esa comunión. Tenga la bondad de rogar a Dios por mí. Todo suyo en Jesucristo. La Colombiére
CARTA XC A la misma Lyon, 1679 Mi muy querida hija en Jesucristo: Que Nuestro Señor la llene de mil bendiciones y de sí mismo. No he recibido el paquete de que me habla y lo tengo por perdido; pero no importa. Dios es quien así lo ha permitido.
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Basta con saber que está usted contenta de todo, menos de sí misma. Sólo temo que tenga la mirada un poco demasiado fija en sí. Me parece que sería bueno olvidarse de sí alguna vez y no pensar en las miserias propias, sino cuanto dan a conocer la inmensa misericordia de Dios para con nosotros. Además, me parece que no debería asombrarse tanto de encontrarse suma mente miserable (36). ¿Qué podemos esperar de nosotros, sino eso? Pero hay que admirar con complacencia y amar la bcndad de Dios que la sufre, que la ama, tal como es y que quiere hacer de usted como un trofeo de la gloria y de la misericordia infinitas. Espere sólo en El y, en cualquier estado en que se encuentre, no pierda nunca la confianza de que la salvará y aun la santificará, infaliblemente, si usted lo quiere. Adiós, mi querida hermana en el Corazón de Jesucristo. Ruego a Nuestro Señor que le de su paz y su amor, y que la desprenda de tal manera de sí misma, que ya no se ocupe sino de El sin pensar si está usted todavía en el mundo. La Colombiére
CARTA XCI A la misma Lyon, febrero-marzo 1680 Mi muy querida hermana. Que Dios sea su fuerza y su consuelo en todas sus penas. Estoy tan lejos de abandonarla, que mi celo por su querida alma crece cada día. Sus tentaciones me afligirían, si no supiera 3ue las tiene a pesar suyo, y que el demonio es el único autor e ellas. Me basta, muy querida hija, que conserve usted siempre (36) Aconseja el «olvido de sí», y el ffozo en descubrirse miserable y defectuosa, como él mismo lo practica, habiendo llegado a esa plenitud de santidad que es la perfecta comprensión de la humildad y de si mismo en Dios, como aparece ya en el Retiro de Londres, n. 13, y especialmente en su nota 51.
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mucha confianza en Dios y un deseo sincero de hacer su voluntad. Estoy seguro de que su obediencia la salvará; apéguese fuerte y constantemente a ella, y búrlese de los vanos temores que su enemigo quiere inspirarle acerca del porvenir. El teme muchí simo el sacrificio que va usted a hacer; y como hasta entonces no desesperará de retirarla del puerto a donde el Señor la ha conducido, no cesará tampoco de atormentarla hasta que esté atada a Jesucristo y a su cruz por un vínculo indisoluble. Escuche Írnes, mi amadísima hija en el corazón de Jesucristo, escuche a voz de su buen Padre y el mandamiento que hoy le doy de su parte. En cuanto lea mi carta vaya usted ante el altar donde des cansa ese Esposo infinitamente amable y perfecto que la ama tal como es, y que quiere tenerla por esposa; y allí, sin esperar más, hágale un voto secreto de hacer su profesión en el día que se destine para ello (37), a fin de quitar al demonio por ese medio toda esperanza de obtener algo con sus tentaciones importunas. Confío en nuestro buen Maestro que, después de dar este paso, quedará usted en paz y en estado de disponerse para las santas bodas, aue desea celebrar con el Cordero. Viva contenta, mi querida hija, soy incapaz de tener aversión por un alma a quien Dios ama y que ha tenido la bondad de confiarme; será usted hija mía hasta la muerte y yo haré con usted, por amor a Jesu cristo, todos los oficios de un buen padre. Quien la trajo al mundo no tuvo nunca por usted tanta ternura como la que Dios me inspira por su salvación y perfección. No iré a Charolles, por mucho deseo que tenga; aunque mi salud parece restablecerse, no es suficiente para emprender ese viaje ni las fatigas que le seguirán necesariamente. Adiós, mi querida hija, la felicito de antemano por la glo riosa alianza que va a contraer con Jesucristo crucificado. Re cuerde los grandes deseos que le dio el año pasado de abrazarse con su cruz; ha llegado el tiempo de cumplirlos. En la profesión es cuando se ha de firmar el contrato y celebrar la ceremonia. Ruego a Nuestro Señor que derrame mil bendiciones sobre ese desposorio espiritual. Todo suyo en la cruz y en el Corazón de Jesús. La Colombiére (37) El medio práctico de utilizar el voto como medio de perfec cionamiento y seguridad espiritual es empleado por el Beato, naturalmente con discreción. El mismo lo ha practicado a gran escala en su Voto de
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CARTA XCII A la misma Lyon, marzo de 1680 Mi muy querida hermana en Jesucristo. Supe la muerte de su señor padre a quien Nuestro Señor haga sentir, según su bondad, los efectos de su misericordia infinita. Tomé mucha parte en el dolor que esa noticia puede haberle causado; pero no me cuesta trabajo creer lo que me dicen: que usted la ha recibido con fe cristiana; y estoy seguro de que el Señor no la ha abandonado en esta circunstancia. Sea alabado eternamente su santo nombre y cumplida su voluntad en la tierra, como lo es en el cielo. Escribo una palabra en inglés a su buena madre. Quisiera tener más conocimiento de ese idioma para expresarle mejor y más detenidamente mis humildes pensamientos. lluego a Nues tro Señor que les dé por su gracia la fuerza y la unción que les falta. Tómese el trabajo de leer y corregir esta carta. Por lo demás, pronto hará un año que entró usted en la casa del Señor; fue el veintiséis de este mes. Le ruego que celebre ese día con solemnidad. En cuanto a mí, le prometo celebrar la Misa en acción de gracias, porque fue el día en que tuve el honor de entregarla en manos del Esposo de su alma. Estoy impaciente por ver terminadas con la profesión esas santas y purísimas bodas. Estoy seguro de que el compromiso indisoluble que contraerá entonces con Jesucristo le atraerá grandes bendiciones. Por favor, prepárese para una acción tan importante. Si Dios quisiera que fuera yo testigo de ella, sería para mí un gran consuelo; pero es preciso sacrificar todo eso a la amable voluntad de nues tro Dios, en cuyo cumplimiento auiero cifrar toda mi felicidad. Ruéguele que no me aparte de ella jamás. Encomiéndeme tam bién en las oraciones ae N ...... a quien deseo mil bendiciones. Me parece que estoy un poco mejor. Si quiere Dios devol verme un poco de salud, será para mí un gran placer emplearla observar las Reglas del Retiro de mes. El método responde a los consejos ignacianos de los ejercicios, como puede verse en las Anotaciones de ellos, que san Ignacio propone previamente a su libro: Anotación 14.
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en ayudarle con todas mis fuerzas para crecer en el amor de Aquél en quien soy, para usted, todo lo que se puede ser por amor de El. La Colombiére
CARTA XCIII A la misma Lyon, 1680-81 Mi muy querida hija: Quisiera poder escribirle una carta larga; pero me veo obli gado a decirle brevemente que el voto o promesa que ha hecho es bueno, y que lo ratifico de buena gana. Habría hecho bien en consultar antes con su maestra o su superiora, o por lo menos en no comprometerse sino a condición de que se aprobara su compromiso. No es un voto propiamente hablando, pero debe usted considerarlo como si lo fuera. El hambre que siente es señal de gran calor. Dígalo a la madre y sufra ese tormento como expiación de las delicias pa sadas; coma, sin embargo, todo lo que le permitan. Apruebo mucho la carta que ha escrito usted a N...... La luz, con la cual ha querido Dios descubrirle la fuente de todas sus penas y tentaciones, debe haberla calmado completa mente. Eso quiere decir, en una palabra, que la turbación en que la ponen sus distracciones, sus disipaciones, el alejamiento que siente de Dios y todas sus oposiciones al bien, que esa turbación, digo, cesaría si recibiera usted con humildad todos estados penosos que, en el fondo, no son pecados ni males espirituales, sino úni camente castigos amorosos de su buen Padre, que ha encontrado ese secreto para purificarla de todas las manchas que su alma había contraído en su vida anterior. Todo lo que la desconsuela y le hace creer que está perdida, todo eso, digo, svfrido con pa ciencia, humildad, conformidad con la voluntad de Dios, se cam biaría en un tesoro que la enriquecería en un día más de lo que pudiera hacerlo un año de consuelos y éxtasis. Pero su amor
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propio huye de modo notable de la cruz, y corre tras las luces y delicias espirituales. Ruego a Dios que le haga conocer cuin misericordiosa es la conducta que sigue con usted; la perderla si la tratara de otro modo. Le envío un billete para N ...... tenga la bondad de hacér selo entregar. No sé en qué soy tan riguroso con usted; haría muy mal en tratarla severamente, siendo tan indulgente conmigo mismo. Le he dado la bendición que me ha pedido, con todo el afecto y toda la devoción de que soy capaz. Ruego por usted ardiente y constantemente; pero me falta mucho para tener delante de Dios el crédito que usted piensa. Ponga en El su confianza, mi querida hija. La amo en El y por El únicamente. L a Colombiére
CARTA XCIV A la misma Lyon, mayo de 1681 Es cierto, mi querida hermana en Nuestro Señor, que reco bré en apariencia mucha salud (38), pero comencé de nuevo a hacer tan mal uso de ella que obligué a Dios a permitir que re cayera después de Pascua, con los mismos accidentes que me Hevaroa ya, más de una vez, cerca de la muerte. No sé todavía coates serán las consecuencias; la voluntad de Dios se cumplirá, como lo espero y lo deseo únicamente. Si tiene usted entera confianza en su superiora, no es tan desgraciada como dice; es difícil perecer cuando se está así unida a los que Dios nos ha dado para que nos conduzcan al cielo. (38) Véase la carta XLVI1I del mismo tiempo o algo posterior. Las alternativas de temores v esperanzas de la enfermedad se suceden en el estado de agotamiento del enfermo tras tamas recaídas. Y véase la no ta 30 de ta carta LXXV1II, que es idéntica a ésta en su final.
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El alejamiento de Dios en que se encuentra es un castigo amoroso que ejercita con usted; si yo estuviera en su lugar, no me turbaría por ello, ni hada grandes esfuerzos de espíritu para recobrarlo; sufriría humilde y pacientemente esos divinos rechazos, lo mismo que toda la rebelión de las pasiones, que sólo trataría de impedir que estallaran al exterior; obrando, a pesar de ellas, en todo según la voluntad de Dios, y recibiendo como una penitencia por el pasado todo el trabajo cjue sintiera para hacer el bien. Este es, según me parece, el mejor consejo que puedo darle; siguiéndolo fielmente encontrará usted, en medio de esa misma turbación, la paz que busca. Se la deseo entera y perfecta. Todo suyo en Jesucristo. La Colombiire
CARTA XCV A la misma Lyon, junio-julio de 1681 Muy querida hija en el amor y el Corazón de Jesucristo. Que Nuestro Señor sea su paciencia y su fortaleza* Estoy bastante bien al presente, y aun mejor de lo que estaba antes de este último accidente, que creyeron mortal. Sin embargo, no puedo escribir mucho todavía sin sentirme maL Sus cartas me dan mucha alegría, porque me hacen saber aue Nuestro Señor continúa dándole parte de su cruz, es decir ae su amor y sus delicias. Por fin ha encontrado usted el verdadero secreto, sejjún lo que me dice al fin de su carta; que es no volver a examinar su estado presente y abandonarse sin reserva, en cuanto al pasado y al porvenir, a la misericordia de Dios; tener plena confianza en su bondad, que es infinitamente mayor de lo que usted puede escribir, y creer, a pesar de todo lo que le persuadan en contrario, que es amada de El no obstante todas sus miserias. Conserve 325
con amor esos pensamientos; son seguramente de Dios; yo respondo de ello (39). Le envío una carta de N... escríbale, con permiso de su supe riora, y avísele que ha hecho la profesión. N ... está siempre en..., partirá pronto para hacer un nuevo establecimiento cerca de ... Ruego a Dios por ella y por mí, y le deseo a usted mil bendicio nes y soy para usted todo lo que puedo serle en Jesucristo. La Colombiére
CARTA XCVI A una religiosa inglesa Lyon, 1679-80 Mi muy querida Hermana: Ruego a Nuestro Señor que tenga piedad de usted, según su grandísima e infinita misericordia. Conmovido por vivo dolor he leído su carta, y no tanto por las faltas que ha cometido; me hace sufrir más el estado lamentable en que esas faltas la han puesto, a causa de la poca confianza que tiene usted en la boncfod de Dios y en la facilidad amorosa con que El recibe, según debía usted saberlo, a aquellos que más gravemente le han ofendido. Reconozco en su disposición pre sente los engaños y la malicia suma del espíritu maligno, que trata de aprovechar sus caídas para llevarla a la desesperación. Al contrario, el Espíritu de Dios la inclinaría a la humildad y a la compunción, y le inspiraría que buscase los medios de reparar el mal que ha hecho. Es grande, mi muy querida Hermana, pero no es irremediable. Puede ser un remedio admirable para curarla enteramente de todo orgullo, de toda presunción (40). Si yo (39) Este «secreto verdadero» de la vida espiritual, que es el aban dono en Dios, que aquí aprueba y ensalza el Beato, es el mismo que él ha encontrado como último fruto perfecto de su Retiro de Londres, (v. nota 52 allí, d. 164). (40) Las cartas CXVI-XGIX están dirigidas a hermanas inglesas de Charolles, dirigidas en su vocación desde Inglaterra por el Beato. Es
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estuviera en su lugar, he aquí cómo me consolaría: diría a Dios con confianza: Señor, he aquí un alma que está en el mundo para ejercitar vuestra admirable misericordia y para hacerla brillar en presencia del cielo y de la tierra. Los demás os glorifican haciendo ver cuál es la fuerza de vuestra gracia por su fidelidad y su constancia, cuán dulce y generoso sois para con aquellos que os son fieles. En cuanto a mí, os glorificaré haciendo conocer cuán bueno sois con los pecadores y que vuestra misericordia es superior a toda malicia, que nada es capaz de agotarla, que ninguna recaída, por vergonzosa y criminal que sea, debe hacer desesperar del perdón a un pecador. Os he ofendido gravemente ¡oh mi amable Redentor! pero sería peor todavía si os hiciera el horrible ultraje de pensar que no sois bastante bueno para per donarme. En vano vuestro enemigo y mío me tiende cada día nuevos lazos; me hará perderlo todo, antes que la esperanza que tengo en vuestra misericordia. Aunque recayera cien veces y mis crímenes fueran cien veces más horribles de lo que son, siempre esperaré en Vos. Después de lo cual, me parece que nada de lo que pudiera reparar mi falta y el escándalo que hubiera dado me costaría trabajo. Iría a arrojarme a los pies de la superiora, le rogaría que me perdonase, que reflexionara que aquello había sido una tentación del demonio, que sabiendo que su salvación depende de la confianza que tiene usted con ella, y de la perfecta unión que ha de conservar, ha querido separarla. Le suplicaría que ordenara lo que juzgara a propósito para reparar en público y en particular una falta tan escandalosa; después de lo cual, comenzaría de nuevo a servir a Dios con más fervor que antes, y con la misma tranquilidad que si nunca le hubiera ofendido. Ruego a Dios de todo corazón que se digne bendecir estos con sejos que le doy, con un afecto muy sincero y una confianza muy fuerte de que, si usted quiere seguirlos, recobrará la paz del alma, que le suplico en nombre de Jesucristo no pierda nunca, en cual quier desgracia que le sobrevenga. La Colombiére
admirable la expresión que aquí explaya La Colombiére de sus sentimien tos de confianza en el Señor como perdonador de faltas y pecados. Se puede recordar a santa Teresa del Niño Jesús, siglos más tarde, cuando diga: «Aunque tuviese sobre mí todos los pecados del mundo me arrojaría en los brazos del Señor». Compárense estos sentimientos con el Acto de confianza, al fin de los Retiros.
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CARTA XCVn A ana religiosa inglesa
Lyon, 1680 Mi querida Hermana en el Corazón de Jesucristo: Su Madre superiora Je dirá la razón por la cual he pasado tanto tiempo sin responder a la suya, y no puedo al presente escribir sino poco cada vez. Por la que usted me escribió comprendo muy bien su estado interior. Nunca he dudado de que, por la misericordia de Dios, sus tentaciones le hayan sido útiles y provechosas; El no permite nada que no sea muy oportuno. Si supiera usted qué alegría es la que siente mi corazón cuando me da a conocer que está contenta en el servido de Dios, creo que me daría a menudo ese consuelo. No pierda el ánimo, mi querida Hermana; verá usted que Nuestro Señor le hará misericordia; El es bueno, más allá de todo lo que se puede decir o pensar. Recuerde solamente lo que le dije tantas veces, que sacrim^ra a Dios su propia voluntad, su juicio, ol vidando por amor a El sus propios pensamientos y luces, viviendo como un niño pequeño que no sabe discernir lo que es suyo. Créame, esa es la víctima que Nuestro Señor quiere que le inmole. Estas palabras, que están en el Evangelio, son para usted: «Si no os har/is como un niño pequeño no entraréis en el reino de los ciclos». Déjese conducir por sus superioras, como quieran, según su voluntad y como les agrade; que juzguen las cosas de usted, y no se preocupe sino de obedecer a ciegas y someter su juicio. Yo saldré garante de todo lo que la obediencia le mande y lo tomaré todo sobre mi conciencia. Sé que eso es muy difícil y contrario a su naturaleza; pero nada es imposible a los que aman a Dios y son amados por EL En cuanto a su dinero, déjelo todo a la Providencia de su buen Padre; que El cumpla su voluntad; suceda lo que suceda, nada puede impedirle a usted ser santa. No desconfío de volver a verla, si es voluntad de Dios. Estoy mucho mejor, y casi como nunca. Nada deseo tanto como hablarle del Amado de nuestros corazones; espero que El nos dará alguna ocasión para ello y quizás más pronto de lo que pensamos. íQue se cumpla su dulce, buena y amable voluntad ahora y siempre en todas las cosas, por contraria que sea a la nuestra!
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Nada me han dicho de las personas de quienes me hablaba en su carta; no he visto todavía a aquella a quien no quiete usted nombrar; no está aquí, le ruego que olvide enteramente esas cosas, y todo lo que no le concierne a usted o a su divino Esposo, por cuyo amor la amo en su Corazón tanto como puede ser amada La Colombiére
CARTA XCVm A una religiosa inglesa
Lyon, 1680 ¡Qué feliz es usted, mi querida Hermana (41), si soporta con sumisión los horribles golpes que recibe, sea que vengan de la mano de Dios, sea que los demonios la ataquen por permisión de Aquél a quien ha ofendido! No se atormente demasiado para deshacerse de los pensamientos espantosos que asaltan su espíritu; toda la resistencia que hay que hacer es la que usted hace, humi llándose bajo el brazo omnipotente de la justicia de Dios que la hiere y aceptando de todo corazón cuanto le plazca ordenar respecto a usted. Usted no consiente en esas imaginaciones im portunas; pero, aun cuando cayera por la fuerza de la tentación, sería necesario levantarse con valor, pedir perdón a Dios, esperar en El, a pesar de la caída, recibir la humillación con ánimo y detestar la malicia con toda su alma. La incertidumbre en que está, de si peca o no, es otra cruz que también hay que llevar con re signación perfecta. No le aconsejo que confiese esas cosas, mientras se queden precisamente en el estado que me dice. Podía usted decir, si quiere, en general, que le han pasado diversas clases de pensamientos por el espíritu, muy malos en sí mismos, pero que usted cree involuntarios. Valor, mi querida hija, sufra con sumisión y amor las pruebas del Señor; póngase de su parte contra sí misma, y ponga su placer en ver que le castiga a usted de manera proporcionada a sus (41) Véase la nota 29 a la carta LXXVII.
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desórdenes, y trate de agradarle por una perfecta devoción a las más rigurosas disposiciones de su divina justicia, por la aceptación voluntaria de tocio lo que suceda de más doloroso, de más humi llante en el cuerpo y en el alma, y particularmente de la confusión y el arrepentimiento que le queda, de haber empleado tan mal una vida de la que podía haber hecho un uso tan provechoso. Es preciso que se mezcle a su compunción cierta complacencia en encontrarse pobre, miserable, anonadada, desprovista de todo mérito y de todas las virtudes. Manténgase, en cuanto le sea posible, en la oración y fuera de la oración, a los pies de Jesu cristo, como la más imperfecta y la más desgraciada de todas las criaturas y como la que más merece el infierno. No deje, sin em bargo, de poner en El toda su confianza, y no tema que la rechace a causa de sus infidelidades. Sabe usted bien que El busca a aquellos 3ue le ofenden, y que por el pecador se ha hecho hombre. No eje sus pies adorables, y estréchelos tan fuertemente que, si auisiera precipitarla en los infiernos, se viera como obligado a dejarse arrastrar con usted (30). En cuanto a sus ejercicios spirituales, cuando no pueda hacer nada, ejercítese en actos de humildad, comparando su nada con la grandeza de Dios, sus ingratitudes con sus beneficios, su vida pasada con la santidad de sus reglas, su poca virtud con la pureza y la perfección de los santos, y sus defectos con las virtudes de sus hermanas. Basta por esta vez. Si Dios nos hace la gracia de conservarnos la vida, hay probabilidad de que no pasará mucho tiempo sin verla. Entre tanto, niegue a Dios por mí; yo lo hago todos los días por usted en la Santa Misa. Soy, etc. La Colombiére
(42) Nótese la fuerza de esta expresión, sublime por absurda, de aseguramiento de la confianza en el amor de Jesucristo.
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CARTA XCIX A la Hermana María
Paray, diciembre 1681 Mi querida Hermana: Sólo hoy he recibido su carta del 6; la he comprendido toda muy bien, sobre todo el pasaje que usted sabe me ha de regocijar más (43). Doy gracias a Dios con todo mi corazón. Le confieso de buena fe aue ese punto me ha conmovido siempre mucho, y ha constituido uno de los mayores pesares o placeres de mi vida, según los cambios buenos o malos que en él he notado. Debo confesarle que esas alternativas tan sutiles y frecuentes me han sugerido a veces extraños pensamientos, hasta de desconfiar de ver las cosas llegar a buen término. Pero en fin, nada es im posible a Dios, y su misericordia no tiene límites. Le ruego que asegure usted a la persona de quien me da tan agradables noticias, que, después de usted, ninguno de sus amigos tomará tanta parte como yo en ello, y que rogaré a Dios que acabe y perfeccione lo que tantas veces ha comenzado en esa hermosa alma. Por lo que a mí toca, estoy siempre mal con una tos muy fuerte y una opresión continua; esto, de vez en cuando, tiene pequeñas disminuciones y aumentos. N o salgo, no hablo sino con trabajo, aunque, por otra parte, tengo buen apetito y casi todas las demás señales de salud. N o he podido todavía probar si el aire de aquí me hace bien, porque no puedo respirar sino el del fuego de mi cuarto. Es cierto que hace unos dos meses que mis fuerzas y el buen tiempo me perm itieron dar algunos paseos, con lo que sentí alivio; pero la humedad y las lluvias me sumer gieron pronto en el estado en que estaba antes. Hará pronto cinco meses que necesito que me vistan y me desnuden, porque yo mismo no puedo hacerme ningún servicio (44). En, lo demás no puedo estar mejor, y los criados y los seglares tienen tal cuidado de proveerme de todo lo que puede gustarme que llega hasta al exceso. Veremos lo que Dios nos enviará con la primavera. (43) Ignoramos a qué punto concreto se refiere el Beato, si a algo propio, o más bien a algo de su corresponsal. (44) Al leer estas indicaciones parece como que hay alguna contra dicción entre necesitar desde hace cinco meses que le vistan y desnuden, lo que supone un agotamiento extremo, y haber salido de paseo hace dos meses varias veces. Quizá son alternativas, no permanentes, de su estado físico. En esta primavera, de que habla aquí con esperanza, habrá muerto ya.
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La persona cuyas cartas le comuniqué ha dicho siempre hasta ahora que estaba a punto de no rogar a Dios por mi, porque veía que cuanto más rogaba peor me ponía (45). Hace mes y medio que fui a verla, y me dijo que Nuestro Señor le había dicho que si yo tenía salud le glorificaría por mi celo, pero que estando enfermo El se glorificaba en mí. Con todo, me recomienda mucho el cuidado de mi salud y me aconseja que no celebre Misa como lo hice durante la octava de san Javier, sino que me contente con comulgar todos los días; y esta mañana una persona amiga suya (Catalina de Bisefrane), y que tiene mucho interés por lo que me toca, me dijo que ella esperaba con tal seguridad mi cura ción, que le había hablado de esto como de una cosa de que no dudaba. Dios podría devolverme la salud para castigarme del mal uso que hago de la enfermedad; que se haga su santa voluntad. Hágame el favor de guardar todo esto en el mayor secreto. Ruegue por mí. L a Colombiére
9.—Cartas a religiosas Ursulinas del monasterio de Paray (C-CVTII) CARTA C A una religiosa Ursulina Londres, junio-julio de 1677 Mi muy querida Hermana: La paz de Jesucristo. No he recibido otra carta suya que la que tiene fecha del 23 de mayo. De ningún modo la he olvidado, y no creo que pu diera hacerlo aun cuando lo quisiera. Me regocijo al saber que continúa usted en los mismos pensa mientos con que la dejé. Espero que haya avanzado también mucho en la virtud, y que el cuidado de la mortificación interior (45) garita María.
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E«ta persona de la que habla con reserva el Beato es santa M ar
habrá obrado en su alma mayores cambios todavía que aquellos de los que fui testigo. Así debe ser, mi querida Hermana; Nuestro Señor ha usado con usted de tales bondades que la comprometen a un perfecto agradecimiento. Si después de los pasos que ha dado, se hubiese detenido en el camino de la virtud por los débiles obstáculos que le quedan por vencer, sería para usted motivo de gran confusión. Por eso le conjuro que se examine con fre cuencia, y recuerde en su espíritu los sentimientos que Dios le dio en su conversión, así como las resoluciones que formuló entonces. Vea usted si no se ha relajado en nada y si no hay nada en sus deseos, en sus pensamientos, en sus acciones, que desmienta ese primer fervor, y que pueda ser una vergüenza después de tan fervorosos comienzos. Yo no le dejé reglas, porque tiene usted una que no deja nada que desear y que contiene toda la perfección religiosa. No es un hom bre quien le ha dado esa regla; la tiene usted de Dios mismo; y si se aplica a observarla exactamente es imposible que no llegue pronto a una grandísima perfección. Las penas que usted sufre son, a mi entender, muy buena señal; si le causan melancolía, debe soportar con paciencia ese humor desagradable como una cruz que Dios quiere añadir a las otras. Siento que mi silencio la haya m ortificado; Dios ha permitido que se hayan perdido sus cartas para ayudarla a desprenderse de todas las cosas y a no esperar socorro sino de su parte. Acos túmbrese, se lo ruego, a aprovecharse de esas pequeñas m orti ficaciones de que está sembrada toda la vida, y cuyo buen uso conduce pronto al alma a una gran familiaridad con Dios. Me dice usted que, si supiera que me habían de llegar sus cartas, me contaría muchas historietas. Le agradezco mucho su buena voluntad, pero, a decir verdad, no tengo mucha gana de recibir noticias que no me edifiquen. Aquí veo demasiados es cándalos, y necesito que me cuenten cosas que me ayuden a pre servarme contra el mal ambiente que se respira en un país herético. Le aconsejo que usted misma ignore, si es posible, u olvide lo más pronto aquello que no la induzca a amar a Dios y a estimar y querer al prójimo. Hágame el favor de no hablarme más de la pena que siente por hallarse en la casa en cjue está. Dios es quien la ha colocado ahí, y quien desea que trabaje ahí por su perfección. Es una gran ilusión querer hacer todo lo que se oye y todo lo que se ve en los libros, lo mismo que cargarse de tantas prác
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ticas de devoción. Hay que leer pocos libros y meditar mucho a Jesucristo crucificado. Sus reglas le dicen casi todo lo que tiene que hacer; he aquí a lo que debe aplicarse. Redúzcase, en la meditación, al cuidado de mantenerse en la y vencerse en todas las cosas, y sobre todo en os sentimientos interiores y en lo que se refiere a la caridad, la obediencia y la conformidad perfecta a la voluntad de Dios, y deje todas las demás prácticas desde el momento en que reciba mi carta. Haga ese sacrificio de su juicio y de su voluntad.
Í>resencia de Dios
No le prohíbo las penitencias que hace con consentimiento de su superiora. Para practicar bien las acciones, el único secreto es no mirar sino a agradar a Dios y a curarse de la inquietud y el disgusto que le causan sus defectos; eso viene de que se ama demasiado a sí misma, y de que piensa más en sí que en Dios, en el cual sin embargo debe únicamente pensar. Deme noticias de la Hermana N ...; según creo, la dejé en muy buenas disposiciones; le ruego que se lo haga recordar, y la conjure de mi parte que se aplique exactamente a su regla, que la unirá a Jesucristo. Soy todo suyo en Nuestro Señor.
La Colombiére
CARTA CI A la Maestra de Novicias Londres, 1677 Mi querida Hermana: Recibí, hace algunos días, dos cartas suyas al mismo tiempo. He tardado en responder, le pido perdón; pero créame que no es la única cosa que tengo que hacer. No me parece mal que me escriba; al contrario, sus cartas me consuelan, pero trate de poner juntas las cosas que requieren repuesta, a fin de no omitir nada y no verme obligado a leer varias veces sus cartas. Deseo que todas sus amigas hagan lo mismo; escríbame poco más o menos como yo le contesto. 334
1) Alabo a Dios porque le abre los ojos para ver sus errores y las ilusiones de su amor propio. En nombre de Dios, sea vigilante y esté siempre en guardia contra sí misma; la humildad y la obe diencia la sacarán de todos los peligros. 2) Me dice usted que le cuestan las cosas que ha prometido a Dios. Perdóneme, mi querida Hermana, si me alegro de ello; es buena señal; sin eso ¿qué mérito tendría usted en ser fiel? Demuestre que ama a Dios y que nada es capaz de separarla de su amor. 3) ¿Es cierto que carece usted de lo necesario? Dios mío, Hermana, cómo le envidio esa felicidad y con qué gusto cambiarla mi condición por la suya. Confieso, sin embargo que no diría esto a todo el mundo; pero sé con quién hablo. 4) Sus escrúpulos me parecen muy poco razonables en cuanto a lo que le cuesta acusarse de algunas circunstancias de los pecados pasados; no puedo tolerar en usted esa cobardía. Aun cuando ya lo haya dicho todo, no debe soportar que venza la vanidad. ¿Teme usted tanto una confusión que debe hacerla más gloriosa a los ojos de Dios? ¿Cómo puede soportar un día entero los reproches que le hace por eso su conciencia? ¿No basta que sienta usted una gran repugnancia para obligarla a aprovechar esa ocasión de hacer a Dios un sacrificio? Eso le está permitido, y prefiere usted hacer cosas que no lo están y que no valen la centésima parte de aquélla. 5) Ya le he respondido respecto a las oraciones vocales y las mortificaciones. Tiene usted razón en estar inquieta por lo que hace por propia voluntad, porque Dios no gusta de esa clase de sacrificios. 6) No me disgusta que esté usted en el noviciado; si cumple bien su deber, puede dar mucha gloria a Dios. Proceda de modo que esas jóvenes pongan buenos fundamentos a su piedad. Puede reparar, por medio de ellas, todas las faltas de su primera juventud. Entre todos los empleos, es el que puede favorecer más el reco gimiento. Inspíreles el respeto a los votos, el amor a su regla, el odio al locutorio, y sobre todo, enséñeles a vencerse en todas las cosas. Salude de mi parte a la pobre Hermana N ..., a quien com padezco. Hágale recordar lo que me prometió que sería toda su vida; que no pierda el ánimo; yo rogaré a Dios por ella hasta que sepa que no na olvidado las grandes gracias que Dios le hizo.
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7) No hablemos ya de las debilidades en que caímos o de la cólera que Nuestro Señor le manifestó alejándose de usted. Todo eso me lo había imaginado; pero, alabado sea Dios, uno conoce su fragilidad por sus caídas y así se mantiene en guardia para el porvenir. 8) En cuanto a mortificaciones, pida a su Madre que le permita dormir en el suelo una vez al mes; espero que consentirá; pero acostúmbrese a pedir esa clase de cosas con gran respeto, como si fuera a Jesucristo. 9) Temo mucho las acciones que denotan vanidad. Llamo acciones los desprecios que se hacen de los demás, el temor de dar a conocer sus debilidades, la repugnancia a someterse, a humillarse, a consultar, a ser iluminada, instruida por otros, las palabras que tienden a hacerse estimar, etc. Evite con valor esas flaquezas, y trate, en nombre de Jesucristo, de sobreponerse a ellas. 10) Me parece haberle señalado el tiempo de la oración mental: nna hora por la mañana^ una hora por la tarde, es bastante; y $i siente usted que tiene algún apego o sentimiento de vanidad quedándose en el coro más tiempo que las demás, siga algún tiempo a las otras y haga lo restante en particular. No basquemos sino cómo agradar a nuestro Dios, mi querida Her mana. El nos ve, nos oye, nos ama; que eso le baste. Soy todo suyo en Jesucristo. L a Colombiére
CARTA C n A una reliffosa ursulina
Londres, febrero-marzo de 1677 Mi querida Hermana: Contesto a una de las suyas de 17 de enero, en la cual me da cuenta de su vida con una sinceridad y humildad que me r*n
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machísimo. Me ofrece usted el detallarlo más, lo que no juzgo necesario. Basta que Dios le dé un gran deseo de agradarle y de reparar el pasado; le doy gracias de todo corazón. Le ha con ducido a la religión por un gran don de su misericordia, aunque por caminos difíciles y molestos; pero qué importa, mi queri dísima Hermana, con tal de que El la atraiga por fin a si y le dé su amor. Tenga usted siempre gran confianza en su superiora, que ocupa para con usted el lugar de Jesucristo. No hay hermano ai hermana, ni nadie en este mundo que se lo pueda impedir. Guárdese bien de encontrar mal que le rehúse alguna cosa que usted desea por devoción; seria una mala señal. ¿Qué le importa hacer poco o mucho, con tal de hacer la voluntad de su buen Maestro? No he perdido la buena opinión que tenia de usted por lo que me ha dicho; la humildad lo repara todo y hasta con ventaja; todo ello se convertirá en bien para usted. Alabo a Nuestro Señor porque no ha envejecido usted en la tibieza; todavia es lo bastante joven para hacerse una gran santa. Uno de los mejores medios pata llegar a serlo es soportar el humor de suN ...; esté segura de que así ganará el corazón de Dios, mejor que por todas las otras prácticas de piedad. Adiós, mi querida Hermana, continúe rogando a Dios por el que es Todo suyo en Jesucristo. La Colombiére
CARTA Cm A la Madre de ¡os Angeles, asistenta de la superiora Londres, 12 de julio de 1677 (46) Mi buenísima y queridísima hija: Le estoy sumamente agradecido por la bondad que tiene de acordarse de mi y de las cosas que le dije cuando estuve con usted. (46) Esta et una de las pocas cartas cuyo autógrafo se ha conservado.
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Ruego a Nuestro Señor Jesucristo que las imprima cada día más en su corazón, y que produzcan todo el fruto que yo deseaba produjeran, cuando le hablé. No sé qué motivo tendrá usted para turbarse por la confesión general. Si algo se le olvidó debe decirlo sin vacilar, y no perder esa ocasión de humillarse y ahogar sus faltas en la humillación. Si quiere usted darme a conocer más precisamente lo que le turba, puede hacerlo con toda seguridad por la misma vía por la que escribió. Sin embargo, le suplico, en nombre de Jesucristo, que viva tranquila y no dé entrada a ninguna turbación. No hace honor a Nuestro Señor el permanecer ni un momento en la desconfianza. Tenemos en su bondad el remedio para todos los males; y si las penas que sufrimos vienen de nuestra parte, veo cada día que un poco de ánimo y de mortificación devuelve la calma a las almas más atribuladas. Me imagino que una de las penas más grandes que ha tenido usted en su vida ha sido hacer confesión general. Pues bien, ¿no habría sido usted mucho más desgraciada si por vano temor se hubiera privado del provecho que esa acción le ha procurado para descanso de su conciencia? ¿Qué mal le ha sobrevenido? ¿Y qué mal le vendrá de todas las cosas que Dios pueda exigirle para estar contento de usted? Valor, querida hija, no tema nada de parte de Dios, y no descuide nada de la suya para satisfacerle y para calmarse a sí misma. ¿Qué es lo que se puede presentar de tan difícil que no pueda usted superarlo con la gracia? ¿y no quedará usted encantada, un momento después de haberlo superado? No he recibido ni sus otras cartas ni las del señor cura. Me alegro de que todas ustedes van a ser observantes. Alabo a Dios con todo mi corazón por ello, y le suplico con instancia que no haya nadie que no se doblegue bajo su yugo voluntariamente y por motivo del más puro amor. Bienaventuradas aquellas que son perseguidas por la justicia. Compadezco a aquellas que se atraviesan en sus buenos designios; pero no podría enojarme; Dios no concede a todas las mismas gra cias. Llegará un día en que las más indóciles igualarán tal vez a las más fervorosas. Es una gran desgracia no haber tenido educación y haber contraído, sin pensarlo, malos hábitos. Admiro con usted, cómo aprovecha la Providencia divina la relajación de algunas para restablecer una regularidad universal,
y espero que esa amable Providencia no se detendrá ahí, y que cambiará en una regularidad agradable y voluntaria la que in trodujo por fuerza y contra el gusto de las más tibias. N o ceso de ofrecer mis oraciones po r esa intención. Le prom eto que tendrá usted una parte muy particular, y pediré con frecuencia a Nuestro Señor que liberte su corazón de todo lo que puede impedir que reine en él absolutam ente, y haga reinar esa santa paz que nunca se deja de disfrutar bajo su im perio. Espero que no me olvide, pues nunca tuve tan gran necesidad de auxilio, tanto para mi como para las almas por las cuales me imagino haber sido enviado a este país. Encom iéndem e tam bién a las tres queridas Hermanas Lafin y conjúrelas, de mi parte, que sean siempre tan buenas como las dejé y recuerden que, para ser feliz en esta vida y en la otra y para servir a D ios com o E l merece, es preciso ser de Dios sin reserva. Así es, mi querida M adre, Herm ana e Hija, como soy suyo en el Corazón de Jesucristo. L a Colombiére
C A R TA CIV A una religiosa ursulina Londres, julio-agosto de 1677 Mi muy querida H erm ana: Que Nuestro Señor le dé su espíritu, su paz y su santo amor. Respondo un poco tarde a su última carta, que es de 29 de mayo; pero como no he encontrado nada muy urgente en lo que usted me dice, creo no le parecerá mal que naya descansado un poco. No sé qué decirle respecto a su superiora, sea la actual, sea la que vendrá. Ruego a N uestro Señor que les dé luz y fuerza para cumplir bien su deber. Si yo pudiera contribuir de otra ma nera ai orden de su casa, sabe muy bien que lo haría. Respecto a usted, le aconsejo que no se cargue con negocios de esa natura leza; haga de buena fe lo que N uestro Señor le inspire, y luego
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trate de llevar generosamente el yugo de la obediencia hasta la muerte, como lo llevó Jesucristo por amor a usted. En el empleo en que estoy, tendría motivo de quejarme lo mismo que usted de lo abrum ado que me encuentro; Ja soledad me sería sin duda más agradable, pero mejor quisiera la muerte que decir una palabra para aliviarme. Y aunque apenas me queda una hora cada día para pensar en Dios, me parecería una gran ilusión tomar ese pretexto para sustraerme a la dirección de la Providencia, a la que me he abandonado de tal manera que pongo en ello toda mi felicidad. Créame, mi querida Hermana, no son el retiro y las largas conversaciones con Dios las que hacen los santos; es el sacrificio de nuestra propia voluntad, aun en las cosas más santas, y una adhesión inseparable a la voluntad de Dios, que se nos declara por medio de nuestros superiores (47). Dice usted que si supiera que su M adre la trataba así por consejo mío se sometería sin repugnancia. |AyI mi querida Her mana, ¿haría usted más por mí que por Jesucristo, que la gobierna por medio de ella? Yo no he aconsejado a su superiora que le mande lo que le manda; pero a usted le he aconsejado y Je acon sejo de nuevo que le obedezca. Yo no respondo de que ella haga bien aplicándola a lo que le repugna, pero respondo con gusto de todo lo que haga usted mal siguiendo sus óraenes, que segura mente son las órdenes de Dios, cualquiera que sea el motivo que le obliga a dárselas. El apego que tiene usted a su propio juicio es, en efecto, un gran mal; pero, si es cierto que tiene usted alguna confianza en mí, espero que ese mal no irá más lejos y le suplico, en nombre de Dios, que me crea hoy más que nunca. No, Hermana, no hay verdadera virtud sin sencillez y humildad; la sencillez nos hará olvidar nuestras propias luces, y la humildad nos persuade de que todo el m undo ve más claro que nosotros. Una persona verdaderamente hum ilde no ve en sí sino defectos y no distingue los ajenos. {Qué triste ocupación, Dios mío, la de entretenerse en examinar la vida de los demásI M ejor es ser ciego y sin juicio que servirse de él para considerar y juzgar Jas acciones del prójimo. Un corazón lleno de amor de Dios tiene muchas otras ocupaciones; no piensa sino en sufrir po r los que ama, y ama a todos aquellos que le dan ocasión de sufrir p o r su Amado. (47) El Beato expone en esta carta con gran fuerza la doctrina sobre la obediencia, y como el subdito acierta obedeciendo (mientras no se mande pecado), aunque el superior puede no acertar en su m andato.
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Es necesario que le diga lo que pienso con toda la sinceridad que le debo; creo que el cuidado que toma usted de procurar mejoras a su monasterio es una distracción. Veo que Dios no responde a ese plan, y que no ha secundado los pasos dados por usted. Si me cree, abandone el asunto a la Providencia, y continúe adelantando en el camino de la verdadera perfección sin querer contribuir a la reforma de las demás sino por el ejemplo y la oración. Estos son mis pensamientos; quisiera que pudiera usted ver en mi corazón cuáles son las razones que me obligan a expre sárselos y cuán sincero, desinteresado y ardiente es el celo que tengo de su salvación. Evite, se lo ruego, las murmuraciones contra las demás. No atienda sino a sí misma y verá que vivirá mucho más contenta, y que Dios habitará en usted y encontrará allí sus delicias. Le doy las gracias por sus oraciones; le suplico que las continúe, y crea que yo no la olvido allí donde debemos acordarnos de las almas que nos son más queridas. La Colombiére CARTA CV Londres, 1678 A la directora de las pensionistas Recibí sus cartas, mi queridísima Hermana, y la razón por la que no le contesté antes fue, según me parece, porque no tuve bastante tiempo para hacerlo. No veo nada en lo que me dice usted de sí misma que pueda apartarme de servirla; y si supiera usted cuán a menudo y ae qué manera ruego por usted, estoy seguro de que estada contenta de mí. Alabo a Nuestro Señor, mi queridísima Hermana, por toda la bondad que ha tenido con usted y el deseo ardiente que le da por el bien; pero no me ha escrito nada hasta ahora que me haya gustado tanto como ese amor que Dios le inspira por su comuni dad. Yo la ayudaré todo lo que pueda, no lo dude; y si fuera preciso emplear en esto mi vida, la daría con gusto. Escribo a la persona de que me habla; en cuanto reciba una respuesta de ella le diré claramente mi parecer, que será conforme con el de usted, si Nuestro Señor no me da otras luces. Esté segura de que, si Dios quiere que salga bien este asunto, yo gozaré 341
tanto como aquellas que tendrán la felicidad de vivir con esa aspirante (48). Estoy persuadido de que dará muy buen ejemplo; porque, por ahora, no hay novicia en Francia que tenga más humildad, una sencillez más santa y prudente, mayor docilidad y sumisión que ella. En esto, mi querida Hermana, es en lo que deseo que se distingan todos aquellos que quieran ser de Dios sinceramente; confieso que, de todas las señales que puede haber del espíritu de Dios, no conozco otra mejor que ésta. Creerá usted, tal vez, que digo esto de paso, para hacerle recordar lo que tantas veces le he repetido, que es preciso que su fervor, su amor al retiro, a la oración, a las austeridades esté siempre regulado por la obediencia. Antes de hacer nada, mi querida Hermana, asegúrese de que hace lo que Dios quiere, hágase dependiente de otra desde la mañana hasta la noche, y crea que las cosas más hermosas y las más santas en apariencia son poco gratas a los ojos de Dios, cuando se mezcla en ellas nues tra propia voluntad. Un alma que no se somete en todo como un niño está expuesta a todos los engaños del demonio, quien nunca ha engañado ni engañará a un alma verdaderamente obe diente. En cuanto a mí, queridísima Hermana, hago tan gran caso de esta virtud que las demás no me parecen naaa, si ella no las conduce; reconozco que el empeño que he tenido en practicarla ha sido toda la felicidad de mi vida, que le debo todas las gracias recibidas de Dios y que mejor quisiera renunciar a toda clase de mortificaciones, de oraciones y de buenas obras, que apartarme en un solo punto, no sólo de los mandatos, sino aun ae la voluntad de aquellos que me gobiernan, por poco que pueda entrever esa voluntad (49). ¡Oh Dios míol ¿Cómo se puede tener un solo momento de descanso cuando se hace la voluntad propia? ¿Cómo se puede vivir, aun cuando se viva muy santamente, cuando se duda si lo que se hace os es agradable? Y, ¿cómo no dudar cuando lo que se hace no ha sido ordenado o aprobado por los superiores? Digo aprobado, aceptado y juzgado bueno; porque se pueden arrancar los permisos, y se cree hacer maravillas cuando se fuerza a una superiora a acomodarse a nuestro favor. (48) Véase el caso de esta aspirante en la carta X X X IX a la M. Saumaise. Se trata de una viuda inglesa, que en trará en las Ursulinas de Paray con el nombre de hermana M aría, y luego pasará a las Salesas de Charolles, por consejo de santa M argarita M aría y a propuesta de las propias Ursulinas. A ella se dirigen las cartas L X X X V I-X C V . (49) El Beato propone la obediencia como virtud-eje de su propia vida, como fiel hijo de san Ignacio de Loyola, quien la propuso como virtud característica a los miembros de su Compañía.
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Ruego a Nuestro Señor, con todo el ardor y afecto de mi alma, que no perm ita caiga usted nunca en error tan peligroso; esto haría inútiles todos nuestros afanes y no haría nunca grandes progresos en la piedad, po r m ucho que a ello se aplicara. Deseo que lea usted bien esta carta, que la medite a menudo y que la obediencia sea en adelante su v irtud favorita, como lo fue de Jesucristo. Si hubiera algo m ejor debe usted pensar que se lo diría, pues ¿por qué no habría de hacerlo? Le doy mil gracias porque me recuerda en sus oraciones. Le recomiendo las pensionistas. Puede usted hacerles mucho bien y preparar almas para N uestro Señor, que las ha puesto en sus manos con ese fin. Tenga cuidado, pues quizás dependa de usted que sean algún día santas. L a Colombiere
C A R T A CVI Londres, 1677 A una religiosa ursulina ¿Qué dirá usted, mi queridísim a Hermana, de mi pereza y de mi falta de cortesía? Tiene razón en quejarse, y es muy ex traño que la haya tratado de ese m odo teniendo tantos motivos de satisfacción de usted y de su perseverancia. Porque no creo lo que me dice en su carta, que está muy relajada; otras personas que la conocen, y en quienes tengo m ucha confianza, me dan otro testimonio de usted. ¡Dios sea alabado po r todas las gracias aue le hace! Le suplico con todo mi corazón que las aumente cada día. No, yo espero que no se arrepentirá nunca de haberse dado a Dios, ni de haberse decidido a vencerse en todas las cosas por amor a El. Le recom iendo esta práctica; no la abandone nunca, se lo ruego. Busque sin cesar las ocasiones de ofrecer a su amable Esposo algún nuevo sacrificio por la práctica de esa santa mor tificación, fuente de todas las gracias que han recibido los más grandes siervos de Dios. Recom iendo lo mismo a su hermana; sin eso toda virtud no es sino ilusión. Ruego a Dios por las dos,
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y le pido c}uc les haga la gracia de observar sus votos y reglas, como quisieran haberlo hecho a la hora de la muerte. Me encomiendo en sus oraciones, mucho las necesito. Todo suyo en Jesucristo. luí Colombiére
CARTA CVII A una religiosa ursulina
Londres, 1677 No sé lo que dirá usted de mi, queridísima Hermana, pero estoy muy avergonzado de mi pereza. Sin embargo no es efecto de falta de recuerdo, porciue pienso en usted y doy gracias a Nues tro Señor por las bondades aue le prodiga. Sé que su salud está algo quebrantada; alabo también a Dios por esa muestra de su amor. No dudo en ninguna manera de que usted la aprovechará y gustará con mucha dulzura los frutos de la santa cruz. Acepte que yo la aliente a la perfecta observancia de sus reglas; en verdad es una fuente de bendiciones. De mi sé decirle que mis reglas son mi tesoro, y que encuentro tantos bienes encerrados en ellas que, aun cuando estuviese enteramente solo en una isla en el extremo del mundo, nada me haría falta ni desearla otro socorro, con tal de que Dios me concediera la gracia de obser varlas bien. ¡Oh santas reglas/ / Bienaventurada el alma que ha sabido poneros en su corazón y conocer cuán provechosos sois! (50). Adiós, mi querida Hermana en Jesucristo. La Colombiére
(50) La alabania de las Reglas religiosas aquí expresada es una vivencia del Voto de guardar las Reglas que hiso el Beato en sus ejercicio* de mes. Culmina con la exclamación: «Oh santas Reglas...». La destinataria de esta carta puede ser la hermana de la de la anterior, pues allí habla de las dos hermanas religiosas, lo mismo que en la carta siguiente a ésta.
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CARTA CVIII Londres, 1677 Mi muy querida Hermana: Aunque fuera cierto que usted me debe algo, cosa de que no puedo persuadirme, me encuentro tan bien recompensado con los buenos sentimientos en que la veo, que no sé lo que no haría para procurarme un goce semejante al que usted me proporciona. Seguramente, Hermana, ha hallado usted la fuente de la verda dera paz; y, puesto que Nuestro Señor le ha hecho la gracia de gustar su dulzura incomparable, no temo que vaya a buscar arroyos ciue, lejos de apagar su sed, nunca han hecho otra cosa que dejarla más sedienta. jCuánto debemos agradecer a Dios que nos haya dado una regla para toda nuestra conductal {Qué ciegos somos cuando cree mos que alejándonos de esa regla encontraremos algo mejorl Créame, Hermana mía, toda nuestra felicidad está unida al respeto que tengamos por las más menudas observancias. Los espíritus relajados miran esto como una molestia, una tortura. Pero hay un tesoro encerrado en esa fidelidad exacta, una cierta abundancia de dulzura, y, cuando se hace con amor, una especie de libertad mil veces más agradable que los falsos placeres de las personas más desarregladas. No tengo necesidad de decírselo, mi muy Querida Hermana, usted lo ha experimentado por la misericordia de Dios, y espero que una más larga experiencia la convencerá todavía más. Aunque crea usted que ha perdido algo con mi ausencia, no me resuelvo a compadecerla; cuando se encuentra a Dios es fácil consolarse de todo lo demás. Me alegro por los hermosos frutos que ha dado en este otoño su desierto; espero que desde ahora no habrá estación estéril ara usted y cjue tendrá siempre con qué hacer regalos a Jesucristo. Ispere también que ha de recibir ae su parte grandes muestras de bondad. Si los efectos de su misericordia la colman de tanto consuelo, ¿qué será cuando le obliguemos a manifestarnos su amor?
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No tengo dificultad en creer que es usted bien recibida cuantas veces recurre al asilo que tíios ha colocado en medio de su casa; aunque no tuvieran todas las bondades que han usado con usted, siempre sería un asilo donde estaría fuera del alcance de los golpes de sus enemigos. Participo en la caridad que su
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m adre tien e co n u s te d ; le d o y las g racias co n to d o mi corazón y ru e g o al S eñ o r q u e la re c o m p e n se . N o d eb ería u ste d h a c e r m u c h o caso d e m is oraciones; sin em b arg o , y o la re c u e rd o p a rtic u la rm e n te . C ure usted lo más p ro n to q u e p u e d a a su q u e rid a h e rm a n a ; e sto y seguro de que su enferm edad le cau sa ta n p o c a p e n a q u e a m i m e cuesta tenerla. L o ú n ic o q u e d eseo es q u e su fra c o m o h ija d e Jesucristo, y que la v o lu n ta d d e D io s se c u m p la e n ella. A diós, m u y q u e rid a H e rm a n a ; ru e g u e a D io s p o r este pobre desterrad o q u e es T o d o suyo en N u e s tro S eñ o r L a Colombiere
C o r to a la señora A badesa d el monasterio de la Bcntssons Ditu, J-Mtsa H ouel de M orainville ( C I X - C X I I ) (51)
CARTA CIX P aray , ju lio d e 1676 S eñ o ra: Dodido o lv M ^ f0 P ° f ” oc^ e> m e d ijo u s te d cosas q u e n o be D ios m e Ho A S1. ^ 1®ra te n id o m ás p r o n to el d escan so que A dem ás de e h a b ría ex p resad o ya m is p ensam ientos. a w S o m n l, A Cn u ste d u n f o n d o adm irab lem en te 2S a Pv l a f u S * Santlda,d ’ n o P u ed o d e ja r d e a d m ira r la dul^ ú t s c ñ o A ^ L qX? Cl, S eñ o r la llam a 7 la atra e. B asta d e reT o d ó será en v an n ^ ° f j 1^ 0 en ^ u e cs necesario rendirse, contentad o a D ios d ?scan so m ie n tra s n o haya zó n A l oírla hí>K!o • ? e
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adelantado, y me som etí con algún trabajo a la orden de la P ro videncia que me obligaba a p artir tan pronto. Me parecía que, si me quedaba algún tiem p o más, tendría el placer de verla hacer el sacrificio que no p o d ría diferir más sin hacerse culpable de una horrible in g ratitud. [Q ué feliz es usted, señora, de ser tan amada por Dios! P orque, en fin, n o puedo dudar de su excesiva bondad con usted; la reconozco en m il señales; pero El le dará muchas otras pruebas, si u sted n o se opone. Me habló usted de hacer u n retiro espiritual; ese pensamiento es una inspiración de D io s; respondo ae ello. Está usted en el m om ento o p o rtu n o para hacerlo con un fruto increíble. Pero como yo soy todavía m uy joven, y no tengo ni bastante sabiduría ni bastante experiencia para d irig ir las almas, no me atrevo a com prom eterm e a servirla en esta ocasión en que usted necesita un hom bre m uy ilu strad o y m uy virtuoso. N o creo que se deba diferir ese re tiro para más ta rd e ; sería de desear que lo comenzara lo más p ro n to . N o dejará usted de hacer una buena confesión general, con la m ism a exactitud con que la haría si debiera m orir un m om ento después, a fin de purificar bien esa alma que N. S. quiere escoger p o r esposa y a la que proyecta hacer en el porvenir tanto m ayor b ien cuanto más indigna se ha hecho. Y no tem a ni las dificultades de una vida santa, ni su carácter, ni sus malos h áb ito s; eso po d ría intim idar a un alma a quien Dios am ara m enos; abandónese simplemente a El y pronto allanará esas m ontañas que la asustan. 5>i quiere usted seguir el impulso que E l le da de p ensar plenam ente en su santificación, me atrevo a asegurarle que, en quince días, quedará destruido todo lo que en usted se op o n e a la gracia; quizás se verificará eso en el mismo m om ento en que u sted form e la resolución de ser toda de Nuestro Señor. M ientras entra usted en una más perfecta consideración de sí m ism a, le aconsejo que lea cada día en particular algún libro de piedad con la m ayor atención que pueda. Si tiene las «Confe siones», de san A gustín, creo que no hará mal en leer algunos capítulos, y sobre to d o el libro octavo o el noveno, donde en contrará m uchas cosas conform es a la disposición en que está usted al presente. P o d rá leer tam bién la vida de algún santo religioso o religiosa, com o la de santa Teresa escrita por ella m ism a o alguna otra (52). (52)
Véase en el Retiro de mes la n o ta 2 sobre la lectura de santa
T eresa. L a p ro p ia san ta h ab la en su A utobiografía de las Confesiones de
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En cuanto a las meditaciones, hágalas durante algún tiempo sobre la muerte, el juicio, el infierno, a fin de que esas grandes verdades sujeten la imaginación y acostum bren su espíritu a fijarse en un buen pensamiento. M edite también algún punto de la Pasión, si le es posible. Cuando no pueda usted aplicarse a otra cosa, haga un poco de examen de su vida, eche una m irada a todo lo que ha transcu rrido, vea cómo ha vivido, de qué manera ha respondido a su vocación, qué clase de religiosa ha sido usted desde el noviciado hasta hoy. Si todas las religiosas hubieran sido semejantes a usted ¿habría sido Dios glorificado? ¿Habría tenido esposas dignas ae El? Compárese con aquellas que viven m ejor; recorra todas sus reglas, todos sus votos, todas las virtudes, todos los vicios, todas las acciones del día y de la semana. ¿Qué uso ha hecho u s te d de sus sentimientos y de todas las facultades de su alma? Será maravilla que no se conmueva con esa consideración, y que no halle en eso con qué fijar la ligereza de que se queja. Si a pesar de todo no puede conseguir nada en el interior, haga por l o menos que en el exterior no haya nada d e s a r r e g la d o . Sea de las más exactas en el silencio y la obediencia, en el oficio, en la observancia de las más menudas reglas. Haga algunas ligeras mortificaciones corporales, cuando su poca salud se lo permita; use al menos de aquellas que humillan el espíritu, aunque aflijan poco al cuerpo; recite algunas oraciones prosternada en el ora torio. Cuando trate usted de arreglar así el exterior, lo que está más en su poder, Dios no dejará de hacer en el interior lo que es principalmente obra de su gracia. Vaya también algunas veces sola ante el Santísimo Sacra mento para rogar a Jesucristo que tenga piedad de usted; pre séntese a El como una pobre desgraciada toda cubierta de lepra y atada con mil cadenas, a fin de que El vea el estado en que está usted y se conmueva. Pero sobre todo, le recomiendo la comunión. Preséntese allí con entera confusión, con el recuerdo de la vida que ha llevado y con el pensamiento de que sus hermanas presentan muy diferente retiro a Jesucristo. Ruegue con instancia a Nuestro Señor que la cure con su contacto y que haga un milagro en su favor. san Agustín, como de un libro que la movió mucho hacia Dios: Autobio grafía , c. 9.
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No se acueste nunca sin esforzarse por concebir una sincera contrición de sus pecados, a fin de que, si la muerte la sorprendiera antes de haber hecho lo que Dios espera de usted, no dejara de ha cerle misericordia.
Dedique también alguna devoción extraordinaria a la San tísima Virgen, como refugio seguro de todos los pecadores para que Ella la ayude con su poder. He aquí, señora todo lo que puedo decirle por ahora. Espero que, si practica usted estas cosas, se dispondrá para recibir mayores luces de Aquél que es fuente de ellas. Guárdese de recaer en la indiferencia respecto a su perfección. No deje extinguir en su corazón esa llamita que Dios enciende en él; si eso sucediera no creo que pudiera usted volverla a encender jamás. Pido a Dios que la libre de esa desgracia, y se lo ruego por su bondad infinita y, sobre todo, por el sumo amor que le tiene a usted. Si no teme usted que sepan que le he escrito, le agradecería que saludara a esa ioven prudente, cuyo fervor la ha edificado, y que me encomendara en sus oraciones. Yo las ofrezco por usted todos los días; ya he dicho varias misas por su intención. N o olvide en su fervor, señora, a su muy humilde y muy obediente servidor. La Colombiére
CARTA CX Paray, agosto de 1676 Reverenda Madre: Estaba ausente el martes pasado cuando trajeron su paquete; volví el miércoles por la noche y por eso no recibió usted respuesta. Enviaré sus bulas a Lyon; pero no creo que den indulgencias hasta después de la elección del nuevo Papa (53). Yo no estaré (53) Clemente X.
El nuevo Papa era Inocencio X I, que sucedió en este año a
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ya aquí en ese tie m p o ; d a ré o rd e n d e q u e le e n v íe n lo que se haya o b te n id o ; le d e v u e lv o la q u e es p e rp e tu a . S e g ú n m i opinión, no será m u y difícil c o n se g u ir lo q u e m e p id e c o n ta l de que se pueda esperar el tie m p o fav o ra b le . N o sé lo q u e q u ie re u ste d d e c ir d e su d e sesp e rac ió n ; se diría que nu n ca ha o íd o h a b la r d e D io s n i d e su m ise ric o rd ia infinita. N o p u e d o p e rd o n a rle ya esos s e n tim ie n to s ; le r u e g o q u e les tenga h o rro r, y q ue re c u e rd e q u e to d o el m al q u e h a h e c h o n o es nada en c om paración del q u e h ace fa lta n d o a la co n fianza. E sp e re pues hasta el fin, se lo m a n d o c o n to d o el p o d e r q u e u s te d m e ha dado sobre sí; si m e o b ed ece en este p u n t o , y o le r e s p o n d o d e su con versión. P a rtiré tal vez m ás p r o n to d e lo q u e p e n sa b a . L a v e ré antes, pero n o sé si p o d ré q u e d a rm e m u c h o tie m p o e n P aray. Q uieren enviarm e a In g la te rra p a ra se r p r e d ic a d o r d e la se ñ o ra d u quesa de Y ork. N o sé lo q u e re s u lta rá d e to d o e s to . Q u e se cu m p la la v o lu n tad de D io s. H ágam e el fa v o r de r o g a r a D io s p o r m í. Soy to d o su y o e n N u e s tro S e ñ o r.
L a Colombiére
CARTA CXI P a ray , a g o s to d e 1676 M i m uy q u e rid a H e rm a n a : R ecibí su p a q u e te . N o sé c ó m o se h a p e rd id o m i re sp u e sta p e ro , de cu alq u ier m o d o q u e haya su c ed id o , h a sid o p e rm itid o p o r D io s, y h ay q u e g u a rd a rse de m u rm u ra r. T a l v e z se la e n tre g a ro n después de su ú ltim a carta. Sea lo q u e fu ere , la v o lu n ta d a e D io s debe cu m p lirse en to d o . E l sab rá rec o m p en sa rla de p é rd id a ta n p eq u eñ a. E s to n o im p e d irá q u e sea u ste d to d a de D ios y q ue se ap liq u e sin descanso a h acer u n a v e rd a d e ra p e n i tencia, llev an d o e n el c o razó n u n a a m a rg u ra c o n tin u a y u na g ra n pena p o r el ab u so q u e h a h e c h o de las b o n d a d e s de D io s , y so p o rta n d o to d o lo q ue le envíe d e penas, sea in te rio re s, sea ex te
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riores, con h u m ild e s u m isió n , h a s ta q u e la justicia de D io s quede satisfecha, y a fuerza d e castig arla la p o n g a en estado de recibir los favores y las caricias d e su b o n d a d . C onténtese c o n esto, si le place, p o r esta vez. L e h a b la ré m ás la rg o en la p rim era res puesta que le dé. E n tre ta n to ru e g u e a D io s p o r m í com o lo ha hecho hasta a h o ra ; y o lo h a g o p o r u ste d co m o lo haré hasta la muerte. E ncom iéndem e a su c o m u n id a d a la q u e deseo m il bendiciones. T o d o suyo e n N u e s tro S e ñ o r J e su c ris to . L a Colombiíre
C A R T A C X II P aray , se tie m b re de 1676 Mi R ev eren d a M a d re : E sta ré darle to d o órdenes de lo que ella pone a sus
m añ a n a e n su m o n a s te rio a eso de las siete. N o p uedo el tie m p o q u e u s te d d esea; es p reciso som eterse a las la P ro v id e n c ia ; tie n e u s te d suficientes p ru eb as de que hace es lo m e jo r, p a ra n o qu ejarse del obstáculo que d eseo s e n e sta c irc u n sta n c ia .
V a lo r, m i q u e rid a M ad re, e sp ero q u e el tie m p o de su lib ertad se acerca. T ie n e u s te d necesidad de u n a g ra n m iserico rd ia; pero la de D io s c ie rta m e n te es in fin ita . B asta lo escrito , créam e; usted m e d irá lo q u e haya e sca p a d o a m i p lu m a . E s ex trañ o que sea usted ta n p o c o sen sib le a la v ista de tan ta s faltas reu n id as, y que no p u ed a a rre p e n tirs e de h a b e r d e sp re c ia d o a u n D io s tan bueno co m o el suyo. ¿Q u é le h a h e c h o , p a ra q u e haya p o d id o llegar usted a ta n g ra n in d ife re n c ia ? N o sé si ha am ad o a nadie más que lo q u e le h a a m a d o a u s te d (54). ¿ E s p o sib le que usted, que parece ta n rac io n al e n to d o lo dem ás, lo sea ta n p o c o en este asunto? (54) N os re s u lta e x tr a ñ a e s ta afirm ació n , au n q u e en form a d u b i ta tiv a , e n el B eato , q u e conoce y a a s a n ta M a rg a rita M a ría , p o r la que m o s tra rá e n a d e la n te ta n g ra n d e e stim a c ió n d e sa n tid a d , com o aparece e n m u c h as d e sus c a rta s a la M . S au m aise, y e n el R etiro de L ondres, n. 11-12.
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Confieso que esto me asom bra; p ero espero m ucho de la bondad de Jesucristo y de la v irtu d de su sangre. Represéntese a menudo su vida en bloque, y a la vista de N u e stro Señor que la ve, trate de procurar la confusión que debería usted sentir, si no fuera insensible. Direm os más m añana. P id o a D ios que le dé una gracia semejante a la que conm ovió a santa M agdalena y al buen Ladrón. Por su parte ruegue usted a D ios p o r m í, que soy m uy sincera mente, mi Reverenda M adre, su muy hum ilde y m uy obediente servidor. L a Colombiére
11.— Cartas a señoras seglares (C X III-C X L V III) a)
A una señora desconocida (C X H I-C X V ) C A R T A C X III L ondres, 1677-78
No, señorita (55), n o hace usted mal en quedarse con N ... Por las razones que me indica; pero, en nom bre de Jesucristo, súfralo todo sin quejarse y sin m urm urar. Las injurias, las blasfemias deben hacerle derram ar lágrim as, porque son consecuencias de sus infidelidades pasadas, p eto de ninguna m anera darle cólera ni hacerle lanzar ni una sola queja. H aga to d o el bien que pueda a sus sobrinos, pero desprenda su corazón de ellos cuanto pueda. N o deje nunca la oración de la m añana; de o tro m odo se expondrá usted a perderlo todo. ¡Qué! ¿Se cansaría usted de D ios o despreciaría el honor que le hace de conversar con usted? (55) A unque le d a en las cartas el nom bre de señ o rita (m adem oiselie), el tono de estas cartas C X III-C X V hace pensar que se tr a ta de u n a se p a ración m atrim onial. Podría tratarse sin em bargo de separación d e a lg ú n fam iliar no esposo precisam ente, quizás cuñado viudo.
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Es necesario que ocupe el primer lugar, y no debe pensar en los negocios antes de la meditación, como si no hubiera negocios para usted. ¿Le parece que seria buena educación y muestra de gran amor que, cuando Jesucristo la espera para abrirle su corazón y saber lo que pasa en el suyo, usted lo olvidara para ir a ocuparse de bagatelas? Quisiera poder escribir en todos los rincones de su casa, pero sobre todo en su corazón, estas tres palabras: Pa ciencia, amor, presencia de Dios.
La Colombiére
CARTA CXIV Londres, 1677-78 Señorita: No me cansaré de servirla si usted no se cansa antes de servir a Dios y amarlo. Espero que lo hará hasta la muerte. Pero, ¿cómo le amaremos con todo el corazón, si amamos tanto el dinero? Dios mío, ¡qué feliz sería usted si fuera pobre! Si no tuviera usted sobrinos la cosa se haría pronto; pero en buena hora ocúpese de ese malhadado dinero. Consérvelo, si es posible, sin inquietud; más valdría que se acabara mil veces, antes que hacerle cometer el más ligero pecado venial (56). Encuentro buena la reflexión que hace usted del provecho que ha sacado del cambio que se ha hecho en ese hombre, y cómo usted ha comenzado a ser mejor desde que él comenzó a ser peor. Dios sea eternamente alabado, porque hace servir así la corrupción de un pecador para la conversión del otro. Cuando esté retirada acuérdese de que debe estarlo de corazón, lo mismo que con el cuerpo; que si se vuelve mejor en la soledad será señal de que hace la voluntad de Dios. No debe amarla porque vive en ella en paz, sino porque así no cometerá tantas faltas .En fin, si en lugar de esa cruz que deja, Dios le envía otra, llévela de buena gana. (56) Del modo decía el santo Cura de Ars ante alguna des gracia: «Peor es un pecado venial». Es la doctrina de san Ignacio en los ejercicios, al tratar del segundo grado de humildad, que debe preferir perder el todo y la misma vida antes que cometer un pecado vmial.
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No hable a nadie de N ..., diga que si está separada, es más bien efecto de impaciencia de usted que del mal caracter de él. Con verse a menudo con Dios en su retiro, pero suavemente. Todo suyo en Jesucristo. La Colombiére
CARTA CXV Londres, 1677-1678 Me alegro, señorita, de saber que por fin se ha separado usted de N... Sea Dios eternamente alabado por ello; aproveche bien su soledad. En nombre de Nuestro Señor, no se atormente tanto con los impuestos; si estuviera en su lugar, preferiría dar el doble que cometer la menor falta de las que usted comete murmurando. Si Nuestro Señor le pide sus bienes por intermedio de los que tienen autoridad, ¿se los negará usted? ¿No le pertenece a El todo? ¿No lo ha recibido usted todo de El? ¿Cree usted que esto se hace sin una disposición particular de jsu Providencia? Haga lo que pueda a fin de que no cometan injusticia, porque Nuestro Señor lo quiere así; pero que sea sin inauietud y, cuando haya hecho usted todo lo que está en su poaer, entregue el dinero al cobrador con tanta alegría como si Jesucristo en persona se lo pidiera visiblemente (57). No omita nunca la oración de la mañana sin verdadera ne cesidad. El tema de la Magdalena es bueno desde el principio del año hasta el fin, mientras le convenga; y, en general, todo tema que le agrade, si encuentra usted gusto y provecho en medi tarlo, es el que debe adoptar y continuar. Se puede cambiar todos los días y aun muchas veces en una misma meditación, y también se puede continuar el mismo asunto toda la vida. Debe examinar (57) Notable firmeza en la doctrina sobre el pago de los impuestos reales, en un tiempo que nos resulta antiguo. Hay exigencia, además de desprendimiento espiritual de los bienes. *
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lo que hace en la oración, cuáles son sus pensamientos y senti mientos más ordinarios cuando conversa usted con Dios; si está muy distraída, si se complace en ese ejercicio, si piensa a menudo en Dios durante el día, a qué virtud se siente más in clinada interiormente. Haría bien en descubrir todo eso a su direc tor; como también, si tiene grandes deseos de comulgar y qué efecto hace en su corazón la presencia de Jesucristo. Continúe, si le place, rezando por mí; yo no cesaré nunca de hacerlo por usted ni de desearle todas las gracias que le son ne cesarias para su santificación, que pido a Nuestro Señor se digne adelantar y cumplir lo más pronto, por su misericordia infinita. La Colombiére
b) A la señorita Marta Mayneaud de Bisefranc (58) (CXVI-CXXX) CARTA CXVI Londres, diciembre de 1676 No me trate ya de Reverendo Padre, señorita, porque, si abren sus cartas en Inglaterra, me haría un mal negocio. No piense más en la condición de Hermana servidora; es una quimera, no la soportarían en ese estado y usted no podría sufrirlo. En cuanto a la manera de dormir, cámbiela sin escrúpulo en cuanto se sienta mal. Si ahora no le hace daño, menos le hará en lo futuro; pero si está cansada, si duerme con menos tran quilidad, debe dejarla absolutamente y contentarse con practicarla una o dos veces por semana. (58) En las cartas C X V I-C X X X , dirigidas a María Mayneaud de Bisefranc, que entró al fin en las Ursulinas de Paray en agosto de 1678, tenemos un notable ejemplo del tacto del Beato en dirigir una vocación hacia su perfeccionamiento, hasta dejarla en la casa del Señor. De este don habla el M emorial <^ue entregó santa Margarita María al Beato al partir para Londres, diciendo de parte del Señor en el punto 1.° c^ue el carisma del Beato La Colombiére es «llevar las almas a Dios». ( Retiro de Londres, Aviso previo).
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Teme usted que Dios le mande pruebas que no pueda so portar; es un pensamiento que le pasa por la imaginación, porque si creyera que así lo siente no le perdonaría esa desconfianza y el ultraje que haría a la sabiduría y a la bondad de Nuestro Señor. No llega a entender todavía que es El principalmente quien lo hace todo en nosotros, excepto los pecados, y que no debemos considerar ni nuestras faltas ni nuestra debilidad, sino esperarlo todo de El. Nuestro Señor le dará por sí m ism o los socorros que habría recibido de la santa m ujer de que me habla; a usted no le faltan luces para servir a Dios, conténtese con eso sin desear nunca otras extraordinarias. Apliqúese, sobre todo, a lo que la fe y el Evangelio nos enseñan; es lo que, para nosotros, debe reemplazar lo demás. Ruegue a Dios por m í; yo le pido para usted firmeza y pro greso en su servicio.
La Colombiire
CARTA X CVII
A ¡a misma Londres, febrero-marzo de 1677 No sé, señorita, lo que habrá pensado usted de tan largo silencio. Le pido perdón; he estado sumamente ocupado y ahora lo estoy más que nunca; pero no puedo diferir más el contestarle; en el porvenir trataré de ser más puntual, aunque antes de Pascua me será difícil. Por lo que a ustea toca, trate ae ser precisa en las cosas que me escribe, a fin de que halle m ayor facilidad en satis facerla. Esto quiere decir que debe poner desde el principio y en pocas palabras los puntos que quiere aclarar. Si es posible distíngalos por capítulos; en seguida podrá añadir lo que quiera. Haga de manera que sus cartas sean poco más o menos como ésta: 1. Me pregunta usted si los sentimientos que tiene usted, respecto a los santos que han sufrido por Dios, son buenos. —Sí, señorita, son buenos; pero si quiere tener una buena señal, imí-
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tclos en las ocasiones grandes o pequeñas, que se presenten, de sufrir por Dios. 2.—Acerca de la tristeza de la que yo le advertía, ha creído usted que se habían quejado a mí. —No, yo no he juzgado sino por sus cartas. Sea lo que fuere, no hay necesidad ae que se justifique; basta con que se corrija, si es cierto; si no, que Dios sea bendito. 3.—Me pregunta usted otra vez si debe entrar en el convento en el estado en que están las cosas; y sobre eso me escribe tres páginas, como si nunca le hubiera respondido sobre ese punto. Pero si quiere tomarse el trabajo de ver mis cartas (¿en Paray?), hallará que le he dado a conocer mi pensamiento tan ampliamente que no puedo dudar de que el demonio, a fin de atormentarla, le impide reflexionar. No me vuelva a escribir sobre eso, aténgase a lo que juzgue la Madre superiora. 4.—No está usted obligada a decir al confesor sino sus peca dos, a menos que él le pregunte; porque en ese caso hay que res ponder con sencillez por el respeto que se debe al tribunal de la penitencia, pero brevem ente; fuera de eso, nada absolutamente. 5.—Quiere usted que le diga ahora lo que pienso, sobre la necesidad que cree usted tener de un director en el estado en que está... —No, señorita, no tiene ninguna necesidad; tantas comu nicaciones perjudican mucho y no sirven de nada. Viva tranquila, en nombre de Jesucristo: lo repito otra vez, deje los bienes temporales; que hagan de ellos lo que quieran. Si después de haberla despojado de una parte, quisieran todavía quitárselo todo, sería preciso consentir en ello por amor de Dios. |Oh, cuándo será el día en que Jesucristo la ocupe sin reserva, y que ningún pretexto la obligue a dedicar su cuidado y sus pen samientos a otra cosal (59). Es necesario dirigirse a El con sencillez infantil, y amarle en todo. Basta que de vez en cuando dé usted a su confesor una simple cuenta de las gracias que Dios le hace y de los desos que le inspira, a fin de que juzgue si todo va bien y para no fiarse de sí m ism a; pero no aude de que Dios le ha de (59) La dura exigencia planteada del desprendimiento total nos puede parecer excesiva; pero se trata de un alma llamada a dejarlo todo por Dios, y el Beato sigue la enseñanza del evangelio. Parece tratarse de la herencia de su padre, que queda a disposición de su madre mientras ella no disponga algo. Cf. Carta C X X V I. Y en la carta CXIX le dice: «Si estuviera Ud. sola le aconsejaría que reclamara sus derechos...».
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dar por sí, o por esc confesor, todo lo que le sea necesario, ni de que nunca dejará perecer un alma que preferirla morir antes que desagradarle. Le confieso que no puedo perdonar ni un instante de inquietud a una sierva de Jesucristo. Es una gran in juria a su Señor, que soporta, conserva y colma de bienes a sus mayores enemigos; piense si querrá perder a los que no sueñan sino en servirle. Adiós, señorita, procure mucho que su amor a Dios sea cada día más puro; no olvide nada para conseguir olvidarse entera mente de sí; piense en Dios, y entréguele todo el cuidado de sus negocios.
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CARTA CXVIII Londres, abril de 1677 Señorita: Creo que habrá recibido por fin la respuesta que le hice es perar tanto tiempo. Hoy contesto a las prreguntas que me hace usted sobre la oración. 1.—Encuentro bien todo lo que me dice sobre ese asunto. Una cosa me sorprende, y es que para ponerse en la presencia de Dios piense usted que El la ve desde el cielo, como si hubiera olvidado que no está con más realidad en el cielo que en el lugar donde usted ora, o que en su corazón, donde El habita, in visib le mente a la verdad, pero con tanta realidad como está Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar. El cielo está pues en todas partes para usted, puesto que todos los lugares están llenos de su Dios y usted misma está llena de El. 2.—Ocuparse de sí misma no es, en ninguna manera, ne cesario. Pluguiera a Dios que estuviéramos tan ocupados con el pensamiento y el amor de nuestro Maestro, que nos olvidáramos enteramente de nosotros. 3.—Su modo de oración no es tan elevado como usted piensa; es común a todas las almas que quieran ser de Dios sin reserva; 358
por lo menos a la mayor parte de ellas. Lejos de que haya pre sunción en meditar las perfecciones de Dios, es un ejercicio que todos los hombres están obligados a practicar. El Creador no ha hecho nada en el mundo que no tenga por objeto hacerle conocer, admirar y amar de nosotros. Todas las criaturas nos invitan a pensar en El, y aquellos que no lo hacen son monstruos de la naturaleza, que se alejan del fin para el cual los ha formado el Señor (60). 4.—Desprecie todos los objetos que se presenten a su espí ritu durante los ejercicios espirituales, y soporte su importuniaad con gran sumisión; son penas que sirven para expiar las faltas pasadas. 5.—No se preocupe por su ignorancia; conténtese con lo que sabe y practíquelo, y Nuestro Señor mismo le enseñará lo que no sabe. 6.—Me gusta mucho el desprendimiento de todo apoyo humano, para no esperar sino en Dios solo. 7.—No podrá hacer bien los ejercicios espirituales en el estado en que está; se necesita para ello más libertad de la que tiene. 8.—Tranquilícese respecto a sus confesiones, y crea que la misericordia infinita de Dios lo ha olvidado todo. Sin embargo, si se siente usted inclinada, por motivo de humildad y de morti ficación, a sufrir la confusión de una confesión general, no me opongo a ello; pero si no es sino un escrúpulo, no quiero ni que piense en eso. 9.—Me parece muy bien que se comulgue por intenciones de caridad y de celo, por los parientes, amigos o enemigos, por los pecadores, por la perseverancia y progreso de los buenos, por agradecimiento de gracias particulares que se reciben de Dios, por las almas del purgatorio, por honrar a los santos en el día de su fiesta, o por todas esas intenciones a la vez, cuando no se tiene ocasiones particulares de aplicarlas. 10.—Combata constantemente sus imperfecciones y sobre todo los juicios y repliegues sobre sí misma. Sopórtelas paciente mente; el gran remedio es la humildad. (60) El Beato en sus Notas espirituales de Paray tiene una serie de apuntes sobre los atributos o perfecciones de Dios: Notas esp.f p. 142-49.
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11.—No pida nada a su madre, déjela gobernarlo todo como ella lo entienda; sométase a la Providencia que se opone a los deseos que tenía usted de dejar el mundo, y no piense ya sino en servir a Dios en su estado. Ruegue mucho por mí en esta cuaresma.
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C AR T A C X IX Londres, mayo de 1677 Señorita: Contesto a su última carta. Primeramente, nada de inquietudes, se lo ruego en nombre de Nuestro Señor. jCómo quisiera que pudiera usted hacer pe netrar en su alma que lo que le inquieta no viene del buen espíritu, y que cuando las cosas son inspiradas por Dios dejan completa libertad para buscar consejo sin turbar el corazón, con tal de que haya voluntad de ejecutar lo que se ordene!; pero, mientras se espera el consejo, se goza de completo reposo. Así, en todas las dudas que le vengan, respóndase a sí misma: Veremos cuál será la voluntad de Dios, y con su gracia la seguiremos. Después, viva en paz hasta que haya comunicado sus dudas a aquellos que deben resolverlas, esperando su parecer con entera indiferencia. 2.—Le han respondido muy prudentemente que después de la falta que ha cometido, comunicando por propio movimiento aquello que estaba convenido no comunicaría usted, que después de esa falta, digo, no había que cometer una segunda inquietán dose. Sería preciso vivir en un perpetuo disgusto, si hubiera que disgustarse por todas las faltas que se cometen; hay que conten tarse con humillarse ante Dios, y aceptar la mortificación que nos causan. 3.—Si hubiera usted consultado a la (Madre de Saumaise) sobre el disgusto que manifestó usted por los gastos, y la oposición que pensó hacer contra ellos, no dudo que le habría dicho que esos pensamientos y esos disgustos no agradan nada a Dios,
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y que es necesario abandonarlo todo a la Providencia. Usted tiene una madre que la quiere y que, según parece, no olvidará sus intereses. Si estuviera usted sola, le aconsejarla que reclamara sus derechos; pero imagínese que Nuestro Señor la gobierna por medio de su madre. 4.—Continúe viendo y ayudando al alma que le recomendé. Dígale que viva en paz, puesto que Dios está con ella. Sería muy desgraciada si no estuviera contenta, ahora que desea servir a Nuestro Señor, ella que en otro tiempo no tenía tan buena vo luntad. La pena que tiene es una tentación del demonio; está rabioso al ver que está bien con Jesucristo y quisiera arrojarlo de su corazón, introduciendo en él la turbación y la inquietud. Pero que se guarde bien de dar ese gusto a su enemigo; que cada vez que se le ocurra que pierde algo por estar yo lejos, no deje de decir al Señor: ¡Oh Dios míol ¿No soy bastante rica pose yéndoos? Vos sois mi todo y nadie puede arrebatármelo. Por lo demás, no tenga usted dificultad en decirle lo que piensa sobre las cosas que le dan pena, aunque por eso cobre buena opinión de usted. Es un gran bien ser desconocido; pero vale más todavía hacer conocer y amar a Nuestro Señor, y practicar la caridad que es la más grande de las virtudes. Me contenta usted hasta un punto que no puedo expresarle, cuando me dice que se confirma cada día más en sus buenos deseos. Ruego a Aquél que es autor de ellos y que la amó tanto que la llamó a su servicio, la conserve siempre en lo más profundo de su Corazón. En cuanto al pensamiento de retirarse de tantos peligros, ofrézcalo a Nuestro Señor y espere con resignación entera lo que le plazca ordenar. Entre tanto procure una soledad dentro de sí misma, donde no haya sino Dios y usted, y donde no entre nada de lo de fuera. Adiós, señorita, ruego a Nuestro Señor que le dé todo el fervor que merece el buen Señor a quien sirve.
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CARTA CXX Londres, junio de 1677
Estaba bien persuadido, señorita, de que usted perservaría en el servicio de Dios y que Nuestro Señor Jesucristo, en cuyas manos la entregué al partir, cuidaría de usted. Pero, no obstante, es una satisfacción saberlo por usted misma, que es la única que puede dar de ello testimonio infalible. Me regocijo, pues, con usted de que pertenezca para siempre a Aquél que ha escogido por Dueño y por Esposo. Le doy mil y mil gracias por las bondades que derrama sobre usted y las misericordias de que la hace objeto. Le suplico con todo mi corazón que se digne no cansarse nunca de amarla y atraerla a sí cada día más. Seguramente es una gracia de Dios esa seguridad en que se encuentra usted; es una señal muy evidente de que el Dios de la paz habita en su alma. Haga todo lo que pueda para conservarse así. Le confieso, sin embargo, que si yo estuviera en el mismo estado me sentiría sumamente humillado, y me consideraría muy débil al ver que Nuestro Señor tenía conmigo una conducta tan amorosa, es verdad, pero tan cuidadosa y tan distante de la que observa con sus grandes servidores. Cuanao digo que me sentiría humillado, no oigo que estaría turbado. Al contrario, la humildad sirve para aumentar la calma y hacerla continua. Además le aconsejo que, sin alterar en nada su corazón, lo desprenda, en cuanto sea posible, de esas dulzuras que Dios le presenta, como de un bien muy sensible y que puede corromper su amor, el cual no debe tener por objeto sino a Dios solo y no sus dones y sus gracias. Desearía que tuviera usted necesidad de resignación para perma necer en un estado tan agradable, y que tuviera una gran envidia a los que tienen bastante fuerza para llevar la cruz. En fin, debe usted creer que la razón de que Nuestro Señor la trate de ese modo es porque espera que usted suplirá las cruces que le faltan con un ejercicio continuo de mortificación interior, y que a medida que El la colma de dulzuras espirituales usted suprima todas las dulzuras temporales. No tengo nada que decirle respecto a la señora N ... Deseo que Nuestro Señor la convierta y así se lo he pedido muchas veces; pero ya ve usted el crédito que tengo con Dios, y si tiene usted motivo para pensar que mis oraciones son las que la sostienen. Sea Dios alabado eternamente y amado, si es posible, de todos los corazones. Apruebo mucho su docilidad con su señora madre. 362
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Hace bien en obedecerle en todo lo que no sea contra la voluntad de Dios. Si es una cruz para usted acompañarla en las visitas que hace, tanto mejor. Ruego a Dios con toda mi alma que le disguste siempre el mundo; mientras suceda así no le hará daño.
En cuanto a la oración, temo que se apegue usted demasiado a los puntos de su lib ro ; sin embargo, si le va bien no cambie. Recuerde que cada vez que se sienta llena de algunos sentimientos extraordinarios, sea de agradecimiento, sea ae amor de Dios, sea de admiración por su bondad, de deseo de agradarle o de desprecio de las cosas de la tierra, sea en fin de su presencia, debe hacer de ello el asunto de su oración y ocuparse en gustar y fortalecer tales sentimientos; hace muy bien en hacerlo así antes de salir de la oración. Me alegro muchísimo de que sea tan fiel en observar lo que Dios le pide; continúe asi y crezca cada día en el amor de Aquél que la ama tanto. No quede nunca contenta de sí misma hasta que no tenga indiferencia y aun horror por todo lo que no es su Esposo, y hasta que no se sienta languidecer y como morir por su amor. Puesto que halla usted tantas dulzuras después de algunos pasos que ha dado, jqué será cuando haga mayores progresos! En cuanto a la oración a san Juan que desea, no tengo por ahora tiempo para hacerla; pero alégrese con él por haber sido santificado en el seno de su madre; porque desde ese tiempo nunca estuvo en desgracia de Dios, y porque mereció recibir alabanzas de boca de Jesucristo con preferencia a todos los hijos de los hombres; dé gracias a Dios por todas las que concedió a ese santo; pida por sus méritos la de conocer a Jesucristo y seguirlo con tanta fidelidad como tuvo él en servirle de precursor. Casi he compuesto la oración, que decía que no tenía tiempo para hacer. Ya le será fácil a usted componerla con lo que le llevo dicho. No tenga dificultad para escribirme, y hágalo con sencillez; de otro modo, prefiero que no me escriba. Hágame saber qué cosas la conmueven más, los sentimientos que más de ordinario afectan su corazón; si le agrada el ejercicio de la presencia de Dios, si saca algún provecho de él; si reza algunas oraciones vocales; si tiene gusto en ellas; si no está tentada de dejarlas. Pero no cambie nada, sin embargo y hágalo todo como antes, a menos que yo le escriba lo contrario. 363
Adiós, señorita, continúe ofreciéndome a Nuestro Señortengo gran necesidad de oraciones; creo que, sin ese socorro ya habría perecido mil veces. La Colombiére
CARTA CXXI Londres, 1677 Creo, señorita, que ya le dije que hace tiempo que Dios me inspiró el deseo de su salvación. Le doy gracias con todo mi corazón porque ha escuchado mis deseos respecto a usted, insEirándole una gran voluntad de pertenecerle. ¡Sea eternamente endito por ello! Así como veo todas las señales de una verdadera vocación en el proyecto que tiene usted de entrar en la compañía de las esposas de Jesucristo, así veo también los obstáculos que a ello se oponen. Le confieso que me parecen muy grandes; pero a Nuestro Señor le es muy fácil darle los medios de cumplir su voluntad cuando El lo quiera. Entretanto, desearía que usted hiciera lo que está ahora en su poder, aue es vivir en el mundo como si estuviera ya fuera de él, privándose de todos los placeres que no convienen al estado religioso, haciéndose como una especie de claustro en su casa, sin tener trato sino con Aquél que ha es cogido ya por Esposo, excepto las visitas de cortesía que no pueda usted rehusar a sus parientes; porque, en cuanto a lo demás hay que separarse absolutamente de ello. Además, soy de opinión de que debe usted arreglar el tiempo y las ocupaciones de tal modo, que no sólo no esté nunca ociosa sino que no haga nunca su voluntad, haciéndose en todo dependiente de la regla que haya elegido siguiendo el consejo de la (superiora de Santa María). Y no me diga que no siente bastante fuerza para emprender la práctica de una vida santa: Nuestro Señor que la llama a ella, se la dará y será El mismo su fuerza. Basta que comience con valor; haga conocer al mundo, una vez por todas, que lo desprecia y renuncia a él, y pronto verá que con la gracia de Nuestro Señor, nada es imposible a un alma que tiene un poco de amor a Dios. No olvide probar la práctica de las ligeras mortificaciones cor porales que se practican en la religión. Acostúmbrese a ellas poco a poco, y hallará una gran ayuda para la vida que le aconsejo. 364
Respecto a los asuntos domésticos, tómelos como si Nuestro Señor se los hubiera confiado, por espíritu de obediencia y de
Hágalos con esmero y sin prisa. Hay que sobrellevar por amor a Dios el trabajo que le cuesta hablar al señor N ... cuando crea usted que es para gloria de Dios, aunque no ha de olvidar nunca el profundo respeto que debe al que ocupa para usted el lugar del mismo Dios. No está usted obligada en ninguna manera a..., y el poco atractivo que siente es señal de que no debe sujetarse a ello. Sea obediente en todo a su buena maestra (la superiora de Santa María) y no se preocupe de nada más. Valor, señorita, Nuestro Señor la ama mucho, pues ha ido a buscarla en medio del mundo, donde usted se hallaba, para darle su Corazón y ponerla en el número de sus elegidas. caridad.
Le conjuro en su nombre que no le rechace, y que acepte con humildad y confianza la gracia que le ofrece. ¡Si supiera usted lo que es ser toda suyal, ¡con qué ardor abrazaría el ejercicio de la perfecta devociónl Sea usted el ejemplo de su pequeña ciudad. Quizás ha unido Dios a su perfecta conversión la santificación de varias almas que la seguirán en cuanto haya comenzado usted. ¡Qué felicidad la suya por haber sido la primera! ¡Cómo se lo agradecerá su querido Esposo! A El le ruego con todo mi corazón que acabe en usted lo que ha comenzado y que la llene de la fuerza y la dulzura de su santo amor. Le ofrezco todos los servicios que me crea capaz de hacerle; sería muy feliz si pudiera contribuir en algo a hacerle amar a Aquél a quien bien sé que ama, el cual quiere amarla todavía más. Soy en El todo suyo, etc.
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CARTA CXXII Londres, 1677 Consuélese, señorita, estoy encantado de haberme engañado; pero no se puede dejar de clamar cuando uno se imagina que el enemigo de nuestra salvación siembra cizaña y trata de seducir a las esposas de Jesucristo.
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Se preocupa usted demasiado cuando se trata de escribirme; no soy tan refinado como usted piensa. La sencillez me agrada mil veces más que el bien decir. Estoy muy contento con sus cartas; son lo que deben ser, no se trata de dar pruebas de elocuencia. Si algo la aflige en cuanto al interior, diríjase a la Madre superiora de Santa María y siga sus prudentes consejos. Cuanto a las cosas exteriores, puede comunicarlas a las personas prudentes que juzgue a propósito. No creo que su señora madre consienta nunca en su retiro, que sin eso tendría toda mi aprobación. Sin embargo, sí a ella le viniera deseo de retirarse, la cosa no sería imposible. Se me presenta otro medio que no puedo decirle todavía; niegue a Dios por ello, y entre tanto viva contenta en su estado y trate de ade lantar como si nunca debiera salir de él. En cuanto a sus limosnas, las alabo; pero serán mil veces más agradables a Dios cuando usted se comporte con su madre con sencillez de niña. Le es permitido representarle sus razones; pero cuando ella rehúse, alégrese de esa negativa; considere la impotencia en c¡ue está de hacer limosna como un efecto de su pobreza. Regocíjese de ser pobre como Jesucristo y prívese por amor a El ae1 placer que hay en ejercer la caridad. Me equivoqué al principio cuando le dije que no me daba a conocer las causas de su dolor de cabeza; hay remedios para ello. Ni la oración ni el recogimiento piden tensión; es necesario evitar esos defectos; es preciso que nuestro corazón se una a Dios; si su espíritu resiste a esa unión, ame y haga todo lo que auiera en lo demás. Nada es difícil al que ama y no hay que hacer violencia para sentir el amor. Digo sentir, porque ni siquiera es necesario expresarlo siempre en la oración. Aquél a quien ama verá su corazón y eso c>asta; no quiere que nos atormentemos con la impotencia en que a veces nos encontramos de actuar y tener afectos con el gusto que desearíamos. Hay que someterse humilde mente en esto a su voluntad, juzgándonos indignos de elevar nuestros pensamientos hasta El. ¡Oh!, aué feliz será usted, señorita, si apremíe bien esta lección, y sí establece de ese modo su alma en una santa libertad y en una perfecta resignación, bajo la dirección de Dios. He leído su carta sin ninguna dificultad, el temor que tiene usted de lo contrario es una tentación.
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Ruego a Nuestro Señor que la conduzca por sus vías rectas y seguras, que la llene de su puro amor y que aumente cada día en su alma lo que ha comenzado tan misericordiosamente.
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CARTA CXXIII Londres, otoño de 1677 Señorita: Estoy muy agradecido por su recuerdo y la parte que toma usted en lo que me concierne. A Dios gradas, tengo ahora buena salud; tal vez no será por mucho tiempo; que se haga la voluntad de Dios en todas las cosas. Por favor, no me hable más de la pérdida que ha sido para usted mi partida; es añorar con exceso a un miserable, que por sí mismo era más capaz de perjudicarle que de servirle. No cambie de parecer, créame. Usted se queja de que la hacemos caminar con demasiada lentitud; y yo me quejo de su poca humildad. ¡Ahí ¿Quién podrá detenerla, si tiene usted ver dadero deseo de adelantar? Su corazón, ¿no está acaso en su poder? ¿Quién puede poner límites a su amor, si su amor propio no se los pone? ¿Tendrá usted desde ahora necesidad de que la animen a pensar en su Dios que está siempre con usted, a reconocer la bondad infinita que ha tenido con usted, a reparar el tiempo que no ha empleado en su servicio, a desprenderse cada vez más de todo lo que le ha sido ocasión de ofenderle? ¿Cree usted que todo consiste en las prácticas exteriores que le quitan? ¿No sabe usted que vale más obedecer que hacer sacrificios? ¿Le impiden que mortifique sus pasiones y que se una a Jesucristo en el San tísimo Sacramento del altar, y a Dios en todas partes donde usted se halla? No tema nada, Nuestro Señor está con usted Mientras persevere en el deseo de agradarle, no le faltarán los medios necesarios para ello; le ruego que no pierda el valor suceda lo que suceda. La encomiendo a Dios todos los días; yo necesitaría que hi cieran otro tanto conmigo.
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CARTA C X X IV Londres, 1677
Le escribí, señorita, después de la muerte de su querida hermana. Nuestro Señor permitió que mi carta se perdiera; sea eternamente bendito. Ya puede usted pensar que he cumplido una parte de mi deber con la difunta y no pienso dejar tan pronto de rogar por ella. Sin embargo, no me inquieta su salvación. Tengo muchos motivos para creer que su alma es bienaventu rada, porque ha sido sumamente probada en esta vida y fiel a Dios en todas esas pruebas. Ahora es necesario pensar en usted. No dudo de que la pena que ha tenido su madre, durante su enfermedad, respecto a usted, esté bien fundada. Me parece que su ternura para con ella llega al exceso, y que usted la prefiere a Dios lo mismo que hace con sus otros parientes. Después de lo que le ha dicho, me admiro de que no lo haya realizado todavía. Se entretiene usted con es crúpulos sobre lo que ha hecho en servicio de su hermana, y no tiene en cuenta que deja pasar el tiempo de hacer a Dios un sa crificio que expiaría todas sus faltas pasadas. Vamos, vamos a la cruz, señorita, y acordémonos de que debemos amar a Jesu cristo más que a todo lo demás. Si viene aquí (= , ¿si me es cribe?) (61) será bienvenida, pero preferiría que fuera a Santa María. Tengo gran deseo de que la señora (de Maréschalle) sea santa, pero temo mucho que sus bienes sean un obstáculo para ello. Dígale de mi parte, que si regatea con Dios, y da una parte de su corazón a las criaturas, es la persona más ingrata que conozco; porque, después de la bondad que ha tenido con ella Nuestro Señor, aunque tuviera cien millones de fortuna, debía sacrificarlos todos para servirle. M aravilla que tan poca cosa sea capaz de detenerla en tan buen camino y que renuncie, por cualquier razón que sea, a los favores que tan buen Señor le prepara. Según el (61) Añadimos nosotros este inciso, como posible explicación de la frase: «Si vous venez i d , soyez la bienvenue», porque parece difícil que su corresponsal pensase en hacer un viaje hasta Londres, desde donde él escribe, dados los peligros y solamente para hacer una consulta. El sentido obvio de la frase parece pedir un proyecto de viaje a Londres. Nos parece que la remite a la M . Saumaise para resolver sus dudas en vez de acudir a él en este caso. \ no ser que escriba desde Lyon, a o tra persona.
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modo coa que Dios comenzó con ella, debía ser ya tan santa como los más grandes santos; exhórtela a que recuerde los primeros días de su conversión; soy testigo y nunca pienso en ello sin alabar la misericordia infinita de N uestro Señor. En cuanto a usted, señorita, ponga toda su confianza en Dios y no en criatura algu n a; ponga toda su esperanza en E l; espérelo todo de El, y no de criatura algu n a; ni aun de sus directores, quien quiera que sean; no pueden nada sin Nuestro Señor, y El lo puede todo sin ellos. Guárdese en adelante de ese aire altivo tan contrario al es píritu de hum ildad, y que irrita más la cólera que si se mostrase colérica. Es preciso callar, pero tam bién se debe hablar, cuando hay motivo para creer que el silencio m olestará. En fin, señorita, es necesario ser paciente con buena fe, y dulce como Jesucristo hasta el fondo del alma. Le recomiendo esta virtud sobre todas las cosas, es preciosa a los ojos de Dios. Me parecen bien las visitas a los pobres con la señora N ... Sólo hay que señalar el tiem po y el número, y tener cuidado de que no le hagan faltar a usted ni a ella a sus deberes domésticos, y también cuidar de no disiparse en esos actos de caridad. Converse usted algunas veces con sus buenas amigas de cosas santas; es dulce hablar de lo que se ama, pero más todavía con Jesucristo dentro de su corazón. Adiós, señorita, ruegue a Dios que me haga la gracia de morir enteramente a mí mismo.
La Colombilre
C A RTA CXXV Londres, 1677-78 Señorita: Su carta (62) me ha gustado tanto como la mía le gustó a usted. No hay que pensar en hacer tantas confesiones generales; (62) £1 asunto de esta carta, y el modo como habla de ese descono cido cuya conducta le exhorta a soportar a pesar de todo, y a guardar
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la que hizo usted me pareció muy buena; todas las inquietudes que le vienen sobre este punto son meras tentaciones. Si tiene a veces grandes deseos de humillarse, y al fin de la confesión ordi naria quiere decir algún pecado del pasado, puede hacerlo. Si después de hacer esto queda turbada, no vuelva a hacerlo más. Si quieren que comulgue en la semana, hágalo sin vacilar; es un bien que Nuestro Señor le envía; no debe rehusarlo. Somos in dignos de ello, pero cuando el Señor manda a usted le toca obedecer. Desearla mucho que N... fuera más razonable de lo que es; lo desearla, digo, por su interés; por el de usted quisiera que fuese usted la primera en cambiar; no sea que Nuestro Señor tenga que reprocharle que no ha sido paciente sino cuando no ha tenido nada que sufrir. Yo quisiera, si fuera posible, que de una vez usted se persuadiese de que las cosas seguirán siendo como hasta hoy, y que tomara la resolución de guardar por amor de Dios un silencio eterno sobre la conducta de ese hombre, que la misericordia infinita le ha conservado para purificarla y hacerla santa por esas menudencias que han estado a punto de perderla. He aquí un consejo de amigo. Aunque estuviera tan cerca de usted como lo estoy de distante, no podría decirle otra cosa. Hay que sacrificar, si es necesario, todo lo bueno que Dios le ha dado para conservar la paciencia y la paz del alma. Estoy persuadido de que sólo de eso depende que sea usted feliz y completamente agradable a Dios. Abandónelo todo a la Providencia, y haga de buen grado lo que hasta ahora ha hecho regañando y murmurando. No digo que conceda usted más ni que le tire a N ... el dinero a la cabeza, pero cuando Dios permita que se vea como forzada a dárselo para tener paz, no vacile; o si se lo niega, como puede hacerlo, hágalo con toda la dulzura y la calma de espíritu que pueda. En cuanto a él, déjele vivir como quiera, y no le (liga nunca una sola palabra sobre su pureza o sobre sus malas costumbres, si cae en ellas. Vea usted si tiene valor para hacer esto por amor de Aquél que la ha amado tan tiernamente, y que la ha atraído a sí cuando pensaba tan poco en hacerse digna de esa gracia. «un silencio eterno sobre la conducta de ese hombre», y sobre «sus malas costumbres» ( débauches), hace pensar que esta carta podría pertenecer al grupo de las cartas C X III-C X V (cf. nota 55), que tienen asuntos paralelos. Solo el ñnal, donde habla de las dos hermanas, «ayúdense entrambas a salvarse», puede hacer pensar en las hermanas Bisefranc. Pero tampoco resulta muy acomodada la indicación de que dé a su hermana recuerdos, sabiendo que ésta escribía al Beato con más frecuencia aún que la primera.
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Ruegue a Nuestro Señor que me perdone mis pecados, que me conceda una perfecta conversión, y que me conserve, si le place, entre los peligros en que estoy de perderme en este país. Agradezco a su hermana su recuerdo; ámense siempre en Nuestro Señor y ayúdense entrambas a salvarse.
La Colombiére
CARTA CXXVI Londres, febrero - marzo 1678 Señorita: Dios sea alabado por haber movido al fin a su madre a que le conceda disfrutar sus bienes. Espero que sacará usted de ello algún provecho para su alma. Me alegro de que Nuestro Señor le haya dado fuerza para vencer la tentación de murmurar, que le ha causado tantas penas. Convengo con usted en la poca utilidad que ha sacado de las penas de su vida. Pero el único medio de reparar esa pérdida con ventaja es bendecir a Dios que ha per mitido que sucediera así, y no dejarse turbar por el recuerdo inútil de lo que ha hecho por N ... y lo que habría podido hacer por usted misma. Sí, se lo repito, no se inquiete nunca por nada. No piense en otra orden ni en ser Hermana conversa. La disipación exterior no impide la soledad del corazón, cuando el espíritu está tranquilo y lo deja todo en manos de Dios, cuando se hace con humildad y resignación lo que se hace por el mundo; cuando se cree que nada sucede sin permiso de Dios; cuando se obedece a los hombres como al mismo Dios, persua diéndose de que sus palabras, sus acciones, su carácter, sus faltas, que todo eso, digo, en general y en particular, está ordenado por la voluntad de Dios, que sabe muy bien lo que nos ha de suceder y lo quiere para nuestro bien y para su gloria. En cuanto a su oración, hace usted bien en no buscar cosas particulares como tema. Deténgase en admirar las perfecciones de Dios y las virtudes de los santos, y soporte con paciencia las dis tracciones involuntarias. Le aseguro que todo eso es de gran mé371
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Goce del dominio de sus bienes: ahorre lo que pueda sin inquietarse por ello sin embargo, y luego veremos lo que ha de hacer con esos ahorros. No hable más a su madre de nada ni le dé a conocer sus in tenciones; respétela, tenga mucha condescendencia con ella; pero no le manifieste los proyectos de vida retirada que pueda tener. L a Colombilre
CARTA CXXVIII Londres, 1678 Señorita: Creo haber respondido a todos los puntos de su carta. Me parece bien que use usted de sus propiedades de la manera que me dice; esto, es arrendándolas y disponiendo de la renta; pero no creo que deba mirar como una desgracia la obligación en que está de emplear su tiempo en servir a sus hermanas. Este ejercicio vale más que todos los que usted deja. Todo lo que hace por los demás lo hace también por sí, más que por ellos, puesto que trabaja por Dios y practica al mismo tiempo la obediencia, la humildad y la caridad. Me gusta el amor que siente por la soledad y le aconsejo que se haga una celda en el corazón, a imitación de santa Catalina de Sena, de donde no salga nunca ni siquiera Eara las ocupaciones exteriores, sin demasiada tensión, sin emargo. Pero no apruebo ese disgusto que le causan las dificultades en que la ha puesto la Providencia y en que la retiene a pesar de lo que usted desea. Me parece que todo lo que viene de Dios debe recibirse con humildad, silencio, dulzura, gozo espiritual y perfecta tranquilidad. Usted cree que tendría menos distracciones si no estuviera metida en los negocios en que Dios la ha puesto, y yo creo que tendría menos si tomara esos negocios con más conformidad con la voluntad de Dios, y si se considerara en sus ocupaciones como una sierva de Jesucristo, a quien ocupa su Señor donde le place, y que está igualmente contenta con cual quier servicio que le pida. Trate de vivir en el estado en que está como si no debiera salir nunca de él, y piense más bien en hacer 374
buen uso de sus cruces que en descargarse de ellas bajo pretexto de estar más libre para servir a D ios. E spere de la Providencia los medios que ella le ha de enviar para realizar su proyecto; proveerá a ello seguram ente. La in qu ietu d que esto le causa no viene de Dios; échese en sus brazos, y espere allí sus órdenes en profunda paz. Puesto que su m adre quiere que reciba usted sus bienes, hágalo, pero vea a quién los arrienda. E l pensamiento de entrar en un monasterio en form a de pensión no me parece m al; pero dudo de que tenga usted suficiente renta para ello. Además auisiera saber en qué m onasterio. E ncuentro muchas dificultades. Un poco de paciencia: D ios le ab rirá tal vez algún camino. _ Tomo parte en todos los m ales que sufre, y pido a Nuestro enor, que se los envía, que la colm e al m ism o tiem po de los dones y gracias de su E spíritu Santo. N o dudo de que usted recibe sus cruces con los m ism os sentim ientos de un am or purísim o y muy ardiente. Espero que saldrá de estas pruebas m uy pura y agradable a D ios. j esu^ etCnC0m*en<^0 Cn SUS orac*ones y S°Y> en Nuestro Señor Todo suyo. L a C olom biere
C AR TA CXXIX Londres, junio-julio de 1678 Señorita: No se atormente en manera alguna por la restitución de que me habla, y no piense ya sino en vivir constantemente en la resolución que Nuestro Señor le ha inspirado. Soporte con hu mildad y paciencia el estado de insensibilidad en que se halla; es una penitencia que ha merecido, y Dios mismo se la impone para hacerle expiar todas sus faltas. Ha esperado justamente hasta después de su confesión general para sustraer.e así toda gracia sensible, a fin de que usted no pueda dudar de la razón por qué 375
lo hice, y etté bien pertuadida de que e« caitigo por iu i pecado». SI ei nece*arlo, para e*timuiarle a la compunción, recordarle Iti falta* patada* ei porque no quiere que pierda untcci ene recuerdo, No ei necesario, iln embargo, examinarle con dema*iado» por menores; batta que u*ted ae arrepienta en general de lo» a u«ted, deapuea de tan larga y genero»» penitencia, no le aerán ya *o»necho*o*. Haga, puea, c»a penitencia ctm fortaleza, valor y humildad; créaae aaetm* indigna de llevar e»a cruz que Dio* le env/a para di «ponerla a «er una e»po«a digna de ni.
Soy, «eftorita, todo «uyo en Nue»ir// Señor. La Colombllrt
CARTA CXXX Lyon, 1679 Mi muy querida Merman* en Nuroro
ñeñor.
Ku Reverencia Madre me ha asegurado que cali u«ted ahora en una di*po*idón mucho mejor de ío que hubiera podido creer por »u» última» carta*. Tal noticia me na dado dema»iado gozo K ra que *« lo manlfie*t«, Alabo a Dio* con todo mi corazón, no m* hace peruar cuál serta el con*u«lo que yo tendría *i u»ted fuera tan buena y estuviera tan contenta como lo deveo, |Ayl,
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mi querida Hermana, qué lejos estaríamos de encontrar mal que prefirieran a cualquiera de la tierra ante* que a nosotros. «i tuvié ramos completo conocimiento de nosotros mismo* y quí*iéramo* recordar toda* la* falta* que hemos cometido. ¿Podría amarno* más Nuestro Señor que procurándonos cruces y humillaciones aue puedan hacer la* vece* de penitencia, y ahorrarnos la con fusión que recibiremos en el día del juicio, si no tratamos de anticiparnos sometiéndonos a todas las que nos vienen en esta vida? Continúe pues, mi querida Hermana, desprendiéndose de todo juicio, de toda voluntad propia y sacrificando a la obediencia y a la justicia de su buen Maestro todo el honor que pueda esperar en este mundo. Me pide usted noticias de mí salud; le diré ingenuamente que la* frecuente* recaída* que experimento me hacían hecho comprender que Dio* no quería servirse de mi, y que yo era indiano de emplearme en la dirección de la* alma*. Ksto no im pedirá que la recuerde constantemente delante de Nuestro Señor. Tenga la caridad de rogarle también que me haga la gracia de no tener nunca oiro deseo que el de agradarle. Trate usted, por su parte, de hacersc todavía más delicada en todo lo que puede *gra«íar o desagradar a «u Ksposo. el más *abio, el má* razonable y el más amable de lo* hijo* de lo* hombre*. Valdría mil vcce* má* haber ofendido a todo el género humano, y haberre convertido en objeto del odio de toda* la* criaturas, que haber desagradado en lo menor del mundo a un Ksposo tan perfecto. Soy todo suyo en Jesucristo, Lm Colombilri c)
A la uñorlta Catalina Mayneaud di Tllitfranc (CXXXI-
CXI/VIH) (63)
CARTA CXXXI I/omlres, nov.-dic, de 1676 G ;m o me ruega usted que le diga lo que pienso de su carta, voy mcomentar por ahí mi respuesta. rr«»poiKl*n»:l» con Catalina M avw au d án Bisrfraw, lirrmana d* M arta, aunm u liMUtnln distinta d* «'lia. VA dlrrctor explaya «n ¿«tas «u nuaiimcsi* awotuosa, respondiendo a lnij»l*aM« nnnsultas, oonMjos con* gfütm , como al singular d* la «falda rqja», e, UXLI.
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Primeramente, no me parece bien que se sirva de esa manera de hablar: «mi querido». Sería tolerable decir: m i querido Padre o mi querido Señor; pero, m i querido sólo, como lo ha empleado usted dos veces, no debe usarlo nunca una joven. Me dice usted que tiene el corazón oprim ido por muchas razones que no me puede decir. ¿Y por qué no lo puede hacer? Puede escribirme con entera libertad; pero no me hable de mi marcha ni del dolor que le causa, porque es un dolor que rechazo; su corazón no debe sentir otro dolor que el de haber ofendido a Dios. ¿Es posible que el matrimonio de que se habla le turbe toda vía el espíritu? (64). Un alma que se ha dado toda a Dios, ¿piensa todavía en las cosas del mundo? ¿Teme acaso la pobreza, que Jesucristo amó tanto por amor a usted? ¿De qué se inquieta, hija de poca fe? ¿No ha confiado a Dios todos sus asuntos? ;Teme usted que El la engañe? ¿En qué se entretiene, en lugar de aprovechar el tiempo que le queda para amar a Dios y reparar el que ha perdido? ¿Por qué me dice que no tiene nadie a quien quejarse de sus penas? ¿Tan poca humildad tiene que no se atreve a descu brirlas a su confesor? Créame, no tenga dificultad; aun cuando no fuera tan instruido como lo es, Dios bendecirá su sencillez y le inspirará lo que debe decirle para su bien. ¡Cómo se engañaría usted si creyera saber más que él, o si lo considerara simplemente como un hombre y no como aquél por medio del cual Dios quiere instruirla y consolarla! No estoy contento con lo que me dice de que es siempre la misma. Si no tiene otra cosa que decir no es necesario que me escriba, a no ser tal vez cada seis meses para darme el consuelo de saber que persevera en el servicio de Dios. Fuera de eso, a menos que tenga alguna necesidad particular o alguna duda, no debe perder el tiempo en hacerme cumplidos. No porque no le agradezca las muestras de bondad que me da; sino porque, sienao sus intereses para mí mucho más importantes que mi propia satisfacción, temo que queriendo mostrarme cortesía se haga usted un mal a sí misma. Es preciso ser toda de Dios sin reserva, y temer como la muerte todos los movimientos del corazón que (64) E*te matrimonio, que preocupa a Catalina Bisefranc, ei el de su hermano, como se ve en la carta C X X X III.
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no vayan directamente a El jQué desgracia la de desperdiciar las lágrimas por otro motivo que el de manifestarle su amor! Ligrimas, digo, que son tan preciosas y una sola de las cuales puede, con su gracia, apagar todas las llamas del infierno y del purgatorio. No le diré más... Soy en Jesucristo, etc. JLd
Colombüre
C A R T A C X X X II Londres, enero-febrero de 1677 Señorita:
Respondo brevemente a los principales puntos de su carta de 16 de enero, que me ha procurado gran consuelo y grandes esperanzas de que Nuestro Señor no la abandonará y la colmará, por el contrario, de mil bendiciones. Le aconsejo lo que Jesucristo mismo nos aconsejó en el Evangelio, no obstante su poca salud y todas las razones que pue dan alegarse: que no piense de qué vivirá ni de qué se vestirá, porque su Padre celestial sabe que usted tiene necesidad de esas cosas, y si no provee en esto será porque juzga más a propósito para su bien dejarla carecer de ellas. Deje a su madre que lo haga todo como mejor lo entiende, y que vea que su devoción, a lo menos en esto, favorece las inclinaciones y los designios que ella tiene. Usted está obligada a cuidarse más que si tuviera perfecta salud, esto es muy claro y su madre tiene razón en ese punto, como en todo lo demás. Cuando su madre le diga que desea que salga, o sus hermanas le pidan que las acompañe, no hay mal en hacerlo por obediencia y por caridad, sobre todo si le disgusta; pero en esa clase de cosas es bueno esperar a que se las ordenen o se las pidan. Ha hecho usted bien en comulgar todas las veces que N. N... le ha dicho que lo haga; no puede usted engañarse obedeciéndole. Seria una gran ilusión que esperara usted encontrar a Dios sensiblemente o verlo en algún lugar en que pueda estar. Pero, ¿no le basta que esté infaliblemente cerca de usted y aun dentro?
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Es preciso esperar la hora señalada para hacer oración. En cuanto a la desaparición de los actos, puedo decirle en general, que la mera atención a la presencia de Dios es m uy buena oración, y que si puede usted ocuparse en ella sin hacerse violencia no tiene que pensar en otra cosa; no es que tenga que evitar el hacer actos cuando se siente atraída; pero no debe afanarse por hacerlos, excepto si se viere obligada por alguna razón. Trate sencillamente con Dios, y con gran confianza de que su bondad la ha de guiar; déjese llevar con esa confianza de las inclinaciones de su corazón sin temer nada sino el orgullo y el am or propio. El gusto de la sagrada hostia es o de Dios o de su imagina ción que la engaña. No sé qué decir, sino que es cosa muy hu millante de cualquiera parte que ven ga; porque, si es de Dios, la trata de una manera que hace ver que es usted todavía muy poco espiritual, puesto que juzga que para atraerla son necesarios pla ceres que halaguen los sentíaos. Pero da lo mismo de cualquier parte que venga, lo mejor es no hacerle ningún caso. Se puede decir que no es ni bueno ni malo, y que lo m ejor que se puede hacer es no darle im portancia. No tiene que hacer preparación; tampoco hay necesidad de formar resoluciones cuando no se sienta atraída y esté ocupada en otra cosa. Es una tentación peligrosa la idea que tiene usted de no descubtir todo su interior. Hay que tener más sencillez; aunque de biera perderlo todo descubriéndose, debía exponerse a ello antes que faltar a la obediencia y a la sincera hum ildad. Esto es más importante de lo que puede decirse. No es necesario renunciar actualmente a las dulzuras que siente en la oración; basta que no se apegue a ellas y esté dispuesta a que le falten. Seguramente es el menor de los dones de Dios. Sin embargo, debe amarlas porque es voluntad de Dios que esté usted en ese estado. Mucha sencillez y confianza en la miseri cordia de Dios, y luego recibir indiferentemente todo lo que viene de su mano, sin tantas reflexiones. Combata generosa mente contra las tentaciones, pero con suavidad; sométase a los juicios de Dios más terribles y no se turbe por nada. La frialdad que muestra usted con sus hermanas y la razón que aduce para ello son igualm ente insoportables, y no son del espíritu de Dios. 380
¿Es posible que no haya dado las gracias todavía al Padre N... y que yo haya olvidado responderle sobre ese punto? Hágalo lo más pronto posible y no falte a la gratitud con nadie; pero soy de opinión de que no establezca correspondencia fija con ninguna persona. La C olom biére
CARTA CXXXIII Londres, febrero de 1677 Señorita: Contesto su carta de 1 de febrero. Puede escribirme todo lo que quiera, se lo repito, con tal de que no me dé el título de señor. No soy desconocido en esta ciudad; un hombre que predica públicamente no debe temer pasar por lo que es, puesto que hace tan alta profesión de ello. No, no he confundido el m atrim onio de su hermano con el suyo; no quiera Dios que la crea capaz de tan enorme infidelidad; conozco demasiado su corazón para sospechar una traición seme jante en usted. (Tiene voto de castidad, p. 395). Ya comprendo de qué intereses me quiere usted hablar y he manifestado mi deseo de que los confíe a su madre y, sobre todo, a la Providencia, cuya hija quiero que sea hasta la muerte. Si puede usted dejarlo todo a la disposición de su señora madre sin perjuicio considerable, y juzga que ello le dará gusto, le aconsejo que lo h aga; tendrá así más tiempo para no pensar sino en Nuestro Señor. Según me parece, he comprendido lo que me quiere decir sobre esa dificultad, que le ha hecho sufrir tanto durante cinco o seis días. ¡Pobre hija m íal, le tengo gran compasión. Confieso que tiene usted con eso una de las cruces más pesadas que se pueden llevar en esta vid a; pero tenga valor, créame, no pierde el tiempo. Nuestro Señor es testigo de sus combates; será su fortaleza y su consuelo. Arrójese a menudo en sus brazos como un pobre niño, que se hubiera perdido m il veces si no hubiese tenido 381
la bondad de sostenerla. Guárdese bien de perder la paciencia y rechazar el sufrimiento; llegará un día en que alabará usted a Dios por haberla probado bien. Recuerde que su corazón no tiene parte en eso que la inquieta, y que, en medio de tantos ataques, permanece tan puro como si no tuviera usted enemigo. Me lo represento como un hermoso corazón de oro en medio de las llamas, donde brilla y se purifica tanto más cuanto más ardiente es el fuego. Me pregunta usted si debe mostrar el papel que le dejé, porque le dijeron que era necesario. Eso quiere decir que usted ha manifestado que le había entregado uno. Si es así, no ha hecho usted bien; y si no es así, no se lo muestre a nadie, se lo ruego: si lo ha mostrado ya, ¿qué le haremos? ¡Alabado sea DiosI, no se atormente por eso. Yo estoy bien por la gracia de Nuestro Señor. Ruego a Dios de todo corazón que las debilidades, que me dice usted que sufre, sirvan para fortalecer su alma, como no dudo que lo hagan. Me da usted una alegría muy grande cuando me dice que es siempre constante; siempre he esperado que así fuera. Cuando Nuestro Señor hace a una persona tantas gracias como se las ha hecho a usted, no acostumbra abandonarla. No comete usted ninguna falta al escribirme, con tal de que lo haga con gran sencillez y en la presencia de Dios, cuyo amor debe dirigir su pluma lo mismo que sus pensamientos. Le ruego que la llene de ese amor. Si puede usted evitar el viaje de que me habla, no hará m al; sus achaques podrían servirle de pretexto; hágalo con la mayor caridad que pueda. Me ha dado mucho gusto saber que a los N ... todo les va bien. La señora N ... me dice en un billete que desea usted saber lo que pienso de las visitas que usted le hace. Juzgo que a usted le pueden ser muy útiles; pero no me parece bien que las continúe sino a condición de que ella le señale el tiempo en que le sea menos incómodo, y que la despida libremente cuando lo crea oportuno. Por lo demás, es una gran dicha para usted conocerla y saber su opinión en las dudas en que pueaa estar; pero acuér dese siempre de unirse a Dios lo más estrechamente que pueda, tener en El su mayor recurso, buscar su conversación y su fami liaridad, antes que la amistad de cualquier criatura, porque hallará en El todo lo que busque en otra parte e infinitamente más. Desea usted verme; yo deseo también verla, pero Dios me guarde de desear verla en esta vida; porque, como no sé si tendré esa 382
suerte, tal deseo me causaría in q u ie tu d ; pero sí deseo verla en el délo donde nos encontrarem os pronto con Jesucristo y todos los santos. Ruegue a Dios por m í, que soy todo suyo en Jesucristo.
La Colombiere
C A R T A C X X X IV L ondres, ab ril de 1677 Recibí, hace unos quince días, su carta de 21 de m arzo; pero todo lo que pude hacer entonces fue leerla. M e alegro tanto de la enfermedad que ha tenido usted como de la salud que Nuesaenor le ha d evu elto ; son dos grandes bienes que vienen de la misma mano, y de los cuales espero que haga usted m uy buen uso. No se preocupe por m í; estoy en plena segurid ad ; escríbame de la manera que le sea más agradable, se lo digo otra vez; pues ao me puede perjudicar, sea de sus cartas lo que fuere. Que viva usted aparte me parece bien, pero basta proponerlo sin insistir dem asiado. B ien quisiera que pudiera retirarse, en efecto, de ese m undo que le estorba. H ágalo en cuanto pueda hacerlo sin lastim ar la caridad, que debe reinar siempre sobre todas las demás virtudes. Estoy m uy agradecido por las devociones que proyecta ofrecer por m í. N unca he tenido tanta necesidad de oraciones. Alabo a Dios m il veces por lo que me dice, que en todas sus penas nunca se ha turbado con el pensamiento del sacrificio que ha hecho a D io s; he aquí una gran prueba de que le ha sido agradable. No se inquiete ya por la falta que cometió mostrando el papel de que se trataba. Otra vez puede decir lo que contiene sin mostrar lo. En cuanto a las faltas, he aquí cómo debe acusarse: No he sido puntual en seguir la regla de vida que me había propuesto; o bien : He faltado a tal ejercicio que prometí a Dios que haría todos los días o todas las semanas. 383
Hágame el favor de saludar a la señora de N ... y dígale de mi parte, que me extraña mucho no haber recibido todavía ninguna carta tuya. Tampoco tengo ninguna noticia de esa casa que he querido tanto y me es todavía tan querida. Parece como si todas se hubieran muerto, o hubieran renunciado a sus santas resolu ciones, lo que me sería mil veces más sensible. Nada más agradable podría usted decirme que asegurarme que Dios le conserva la voluntad constante de servirle hasta la muerte. No tenga miedo a esa muerte, mi querida hija; un alma que teme a Dios no debe tener miedo a nada ni en la vida ni en la muerte. En cuanto al pasado, consulte el Padre Guilloré en el capítulo de las confesiones generales, y tome para sí lo que dice que no se deben hacer por escrúpulo. Hay a veces movimientos interiores que llevan a humillarse y a vengarse de sí mismo tan violenta mente, por la confusión que uno se procura al decir sus faltas, que puede satisfacerse sin aventurar nada; pero, fuera de ese caso, no haría usted sino aumentar las tentaciones pensando en el pasado. No comprendo su estado de deseos: expliqúese en nombre de Dios, y no tema más que si yo estuviera en Charolles. Llámeme, si quiere, Padre mío en la carta; no hay peligro, con tal de que no lo ponga en la dirección, no sea que si algún protestante lo ve, tire la carta al río; es lo peor que puede suceder. Ya no me envía usted cumplidos en sus cartas; pero me es cribe alabanzas, que me desagradan más todavía, porque se me deben menos y pueden perjudicarme. Cuando le dije que la vería pronto en el cielo, sólo me refería a lo corta que es nuestra vida y que por ello no hay motivo para desear verse en este mundo, puesto que estamos tan cerca de la eternidad. Sostenga usted a la pobre señora (de Maréschalle) en sus buenas resoluciones, en cuanto le sea posible. Siempre debe usted decir lo que siente con mucha discreción y humildad; pero esta virtud no debe impedir el celo ni el amor al prójimo. ¿Por qué tiene usted dificultad para hablarme del asunto del señor (Bronchet)? Recibí una carta del Padre (Raybaud), escrita hace cuatro meses, en la que me habla de eso. 384
Supe la conversión de la señorita N ..., pero es usted la prim era que me da noticias de la señorita d e ... Las espero pronto de ella misma. Si usted le escribe tenga la bondad de decirle que dirija sus cartas a París, al Padre N ... E nvíele de mi parte m il bendiciones. Valor, pobre hija m ía, las penas que la esperan en esta vida no serán tan grandes como usted piensa, el am or de Dios todo lo alivia. En todo caso, no serán m uy duraderas y la eternidad no tendrá fin. Ofrézcase voluntariam ente al Señor a quien sirve, para todas las cruces que quiera en v iarle; E l le ayudará a llevarlas y la llevará a usted con ellas. Se lo repito, tenga m ucha confianza en el Padre N ... no le oculte nada de lo que pasa en su corazón. A un cuando tuviera opinión diferente de la m ía, no sería señal de que se engaña; pero, alabado sea D ios, estam os de acuerdo. Ya le he dicho que me gustaría mucho que tuviera casa, aparte de su madre y de su fam ilia. H aga la división, consiento en ello; pero si es posible con la condición de que su madre sea siempre dueña de las dos partes, y adm inistre lo que a usted le pertenece. Si este camino no es bueno, le confieso que no tengo más luz sobre el asunto. Adiós. En cuanto a las m ortificaciones y la interrupción o continuación de los ejercicios de piedad, haga todo lo que el Padre N ... juzgue a propósito. Soy suyo en Jesucristo, más de lo que puedo decirle. L a C olom biere
C A RTA C X X X V Londres, 1677 Sí, mi queridísim a H ija en Jesucristo, consiento en que no descubra su interior sino a su antiguo director, por muy lejos que esté. En cuanto a sus tentaciones las puede decir siempre a su confesor ordinario, a fin de dejar tranquila su conciencia. No es porque no pueda usted encontrar personas más capaces y más santas que aquél que le dio las primeras instrucciones; sino porque me parece que JDios destina a ciertas almas ciertos Padres 385
espirituales y no otros, aunque esos otros valgan cien veces más. Créame, hija mía, usted va bien y no tiene m otivo alguno de arrepentirse de los pasos que ha dado; no piense sino en adelantar en el camino de la cruz, donde le ha hecho Dios el honor de introducirla. Me pide usted medios para v ivir en la hum ildad y el desin terés. No hay mejor medio para eso que pensar que así agrada más a Dios. Hablo a una hija y a una esposa de Jesucristo; basta decirle lo aue da gusto a su Esposo para inclinarla a hacerlo. Cuando le digo que debe usted mirar a todos sus hermanos como a señores, no quiero hablar sino de los sentimientos interiores y de las muestras de respeto y sumisión exterior; porque no pre tendo aue pase la vida a su servicio; pero mientras esté usted en el estado en que está, haga lo que ellos y su madre desean de usted con tanto celo, mansedumbre, humildad, silencio y alegría como si estuviera a sueldo suyo. Cuando le haya respondido sobre algún punto, no debe ya dudar de nada; no porque yo no pueda engañarme, sino porque ese error no se le imputará a usted. Sin dejar sus ejercicios de devoción, un cierto aire de humildad y de modestia, mezclado de santa alegría, gusta a las gentes. Algunas veces hasta es necesario preferir la obediencia a todo lo demás, sobre todo si se siente que repugna al corazón; entonces yo pre ferirla la mortificación a la oración y aun a la comunión. No suprima nada cuando está con la fam ilia; conténtese con ofrecer a Dios esa acción mezclando algunas ligeras mortificaciones, que no aparezcan. He hecho bien en seguir el consejo del S. N. Respecto al confesor, ya le he dicho o he pedido a Ha superiora de Santa María) que le diga cómo debe acusarse ae las faltas contra la regla; puede usted creer en todo a esa persona. No hay necesidad de confesarse al día siguiente de una confe sión, ni aun al segundo. Continúe haciendo la oración como me dice, según se sienta atraída. Pero no se inquiete por lo que allí hace, pues esa inquietud es efecto del amor propio; hay que abandonarse a la dirección de Dios sin otra intención que la de agradarle, y cuando se siente que ese deseo está muy dentro del corazón, no hay que entretenerse en hacer reflexiones sobre si misma, ni sobre el grado de virtud 386
en que se está, sino ocuparse con A quél a quien se am a, haciendo poco caso de sí. Considere atentam ente este últim o consejo; es para usted de la máxim a im po rtan cia. Después que comencé esta carta, recib í la que me escribió usted sobre la señora N ... C onsiento en que ella se separe y lo haga lo más suavem ente posible. Su herm ana ha sido siempre un obstáculo para esa separación. Si ha podido vencerlo, hará bien en retirarse; pero una vez que lo haga, no quiero que cambie sin mi consejo. Adem ás, será bueno que se sirva del interm edio de algún hombre form al para hacer el contrato que proyecta hacer, para evitar los rum ores y las disputas que sobrevendrían si hablara ella misma. R uego a N uestro Señor que se digne asistirla en esta ocasión que es de tan gran im portancia para el descanso de su vida. No desconfíe de ella, tiene m ucho v alo r; si no tuviese bienes, sería pronto m uy santa (v. Carta C X IV ). Adiós, mi queridísim a h ija en Jesucristo. Soy en El todo suyo para siem pre. L a C olom biére
C A RTA C X X X V I Londres, 1677 No le extrañe, señorita, que le escriba más sucintamente (65) de lo que usted desearía; si supiera todo lo que tengo que hacer, se admirarla de que me extienda yo tanto. Cuando dejo algún punto de sus cartas sin respuesta, es de ordinario porque no juzgo que haya necesidad de contestarle y Que usted no debe inquietarse por ello. Me parece que una palabra dice mucho, cuando JDios da un poco de confianza en la persona que habla. (65) Expresión en que se puede mezclar el buen humor con la ama bilidad, que nos hace ver cómo se entrega el apóstol en la dirección. Puede verse, en efecto, la longitud de esta carta, y la cantidad de respuestas que debe dar a la joven, detallista e incansable en preguntar.
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Desprecie las tentaciones contra la fe y piense que usted no cree sino lo que han creído tantos santos y tan grandes doctores. Avergüéncese de su desconfianza en cuanto al porvenir; ¿ignora usted que su Padre celestial conoce sus necesidades y es todopoderoso para proveer a ellas? ¿Qué teme usted en los juicios de D ios? Son siempre favora bles a las almas de buene voluntad. Para consolarse de sus penas, lea el noveno capítulo del segundo libro de la Im itación de Cristo y trate de comprenderlo bien (66). jQ ué desgraciada es usted, si duda de que sus penas vengan de Dios! Pues, ¿de dónde vendrían? ¿Sucede algo en la tierra sin su m andato? A un cuando esas penas vinieran del demonio, como las de Jo b , o del fondo de su natura leza como las de Jesucristo en el huerto, ¿cree usted que serían por eso menos estim ables? Usted pidió en otro tiem po sufri mientos y Dios le hace hoy esa g racia, ¿habrá algo que pueda consolarla más que verse escuchada y en cosa de tan gran im portancia? Me parece m uy bien todo lo que usted me d ic e ; es una mues tra de sinceridad que me gusta en usted sobre todas las cosas, y que le ruego conserve hasta el fin. Respecto a sus bienes, no pida nada, pero reciba lo que le den. Si el Padre N ... fuera a Paray, yo no encontraría m al que usted le descubriese su interior y recibiera consejos de él, que es muy capaz de dárselos. Trate de lim itarse a él, y no haga confidencias a toda clase de personas. Pero com prendo que usted necesita alguien que esté presente y le resuelva las m il ligeras dudas a las cuales es imposible que yo satisfaga desde tan lejos, y que piden pronta resolución para que se conserve usted en paz. Creo haberle respondido respecto a la presencia de Dios. Hay un tratado completo del Padre G uilloré. Léalo y de las di versas maneras que él propone elija aquella a que se sienta más atraída. Puede decirlo todo a sus confesores cuando le preguntan y la dirigen al bien. Apruebo gustoso al Padre N ... (66) Este capítulo de la Imitación de Cristo trata «De la carencia de todo consuelo».
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Cuando su confesor esté ausente, importa poco, según mi opinión, con quién se confiese usted. Respecto a la comunión, puede usted seguir el consejo del confesor y hacer lo que él juzgue mejor. Apruebo que vea usted a la Hermana (Margarita María) (67), si a ella le parece bien. Haga sin temor todo lo que le diga. Pero tenga cuidado de no apegarse demasiado a nadie, y que su principal confianza esté siempre en Nuestro Señor. El Padre N ... ha tenido razón en reprobarle que permita a su pariente tratarla de la manera que me dice; no lo soporte más. También hará usted bien en no vestirse de seda en adelante. Cuide de no inspirar vanidad a su pequeña sobrina, vistiéndola de una manera mundana; acostúmbrela, al contrario, a despreciar va desde niña lo aue sabe usted que no puede concordar con la verdadera piedaa. Temo aue se apegue usted demasiado a esa niña; Dios quiere poseer todo nuestro corazón, mi querida hija, y ciertamente lo merece. Hay que corregir y, a veces, hasta con energía; pero cuando uno se siente muy alterado, debe esperar a tener más calma y modera ción. En cuanto al delantal, no haga nada que pueda desagradar a su madre; espere hasta que pueda disponer sin disgustarla. No vuelva a confesarse por ligeras impaciencias. No se debe aplicar remedios sino cuando se está enfermo (68). (67) Catalina de Bisefranc tuvo mucha amistad con santa Margarita María, sin duda movida por alguna insinuación del Beato. Ella fue quien anunció a la santa la muerte del Beato, en la mañana temprana del 16 de febrero de 1682. El Beato había muerto en la Residencia de Paray a las siete de la tarde del 15, y el monasterio ya no recibía visitas a aquella hora tardía, ni lo supo la joven inmediatamente. (68) La frase aparece un tanto extraña, pues resulta, al parecer, demasiado evidente que no hay que usar remedios sino cuando se está enfermo. Puede referirse quizás a un exceso de preocupación de Catalina por su salud, que era frágil ciertamente. Pero también puede suceder más probablemente que la palabra francesa «remides» (II ne faut pas /aire des remides...) esté aquí utilizada en el sentido ambivalente de su lengua. Por que especialmente en el siglo XVII, de Luis XIV, como es sabido, se sus-
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No debe cambiar la manera de dormir. No hará mal en devolver a su huésped el dinero que le ha retenido, cuando tenga ocasión favorable. No apruebo que duerma con los cilicios. En las dudas en que se halle, debe consultar a alguien y tratar de conducirse en todo por obediencia; porque es una vía infalible. Todos los libros hablan de hum ildad; léalos y hallará cosas que no puedo decirle en una carta. Respecto a lo que le dijo la señorita de N ... le estoy íntima mente agradecido por el interés que usted manifiesta conmigo; pero no tengo naaa que responder a sus quejas, sino que son demasiado justas, y que tiene mil motivos de estar descontenta de mí. Tengo tan poco tino que hago lo mismo con casi todos mis amigos, dándoles diariamente motivos para que se disgusten de mí. No hay necesidad de que me escriba lo que ella le dijo, aunque estoy seguro de que, con la gracia de Dios, no me enojaría. Estoy cierto de que esa señorita no se quejarla de mí, si no tuviera razón. Conozco su virtud; qusiera yo tenerla tan grande. No me admiro de que mi última carta le haya sido in ú til; lo que me admira es que las otras le hayan servido de algo. Pero Dios se vale de todo para hacer bien a los que le aman. La intención más común al comulgar, debe ser la misma que tiene Jesucristo al venir a su corazón que es la más pura y excelente que se pueda tener, la de unirla a la fuente y al objeto mismo del amor, la de fortalecerla en el propósito de servir a Dios y en la práctica de todas las virtudes, la de purificarla por la tituyó la palabra estimada vulgar por esta otra para designar la aplica ción del instrumento ridiculizado por Moliére en «El enfermo imaginario», y que entonces era de uso habitual ( Larousse, Grand Dict. Univ. da XIX sié ele 1869, 4, 467). No debe, por lo demás, extrañar encontrar una tal resmesta en el realismo humano, realismo que ha movido a los editores de a magnífica edición reciente del Centenario, de las obras de santa Teresa del Niño Jesús, a mencionar sin ambages tal aplicación en la enfermedad de la santa en gravísima necesidad, y con crudo verismo. (D erniers entre tieru, Lisieux, 1971, 755, 759-61), marginando la tendencia de un cierto idealismo a suponer que los santos no hayan sido seres plenamente humanos en sus condicionamientos. El mismo Señor y los evangelistas son un ejemplo de este auténtico realismo humano, pues no omitieron la alusión de la palabra de Jesús a la más vulgar necesiaad humana. (Mt 15,17; Me 7, 1° 1^ .
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unión de su alma al cuerpo de A quél que es la misma pureza. Usted puede añadir a esas intenciones otras particulares, según sus necesidades y obligaciones. Adiós, señorita, no hable de mí con nadie, no se ocupe en justificarme: haga de modo que me olviden, o que no se acuerden de mí sino para pedir perdón a Dios por mis pecados, que se multiplican cada día y temo que al fin me abrumen. En cuanto a usted, viva tranquila. Acuérdese de que el verdadero amor se alimenta de sufrimientos, y que las tentaciones no sirven sino para purificarlo aunque no se sienta.
La Colombiere
CARTA CXXXVII Londres, 1677-78 Muy bien, señorita, consiento en que no acepte usted la dispensa que le envié; a condición de que se mantenga en el estado al que dice usted que Dios la llama y en el que halla el descanso de su espíritu. Me dice que le viene a veces el pensamiento de disfrazarse. Lo creo, pero no dudo de que rechace pronto ese pensamiento, Si no me engaño, está usted en una gran ilusión al pensar en la perfecta renuncia y el martirio de los santos, mientras con serva el apego a sus bienes y a su propia voluntad, aun contra las disposiciones de la Providencia, hasta perder la paz del alma y caer en una tristeza escandalosa, hasta perder el respeto que debe a su madre, hasta afligirla con palabras picantes, etc. El espíritu de Dios lleva al fervor; pero el fervor que inspira no es turbulento, no causa desorden ni en nosotros ni en los demás, sino a pesar nuestro; y cuando encuentra obstáculos sabe detenerse y someterse a la voluntad de Dios. Ese fervor no tiene otras armas que la paciencia y la mansedumbre. Desea usted el martirio; y tiene uno que sufrir cada día y lo soporta de mala gana y sin resignación. En todo eso que le pasa por la imaginación sobre esto no hallo nada que sea juicioso, y ten ga apariencia de verdadera inspiración. 391
Cuando le dije que no era necesario aplicar sus resoluciones a cosas particulares, quise decir que debía contentarse con esas resoluciones generales que hace de ser toda de Dios, de amarle con todo el corazón, cuando no se presente nada de particular que pueda prometer a Dios. Es bueno leer algún asunto o concretar algo en que ocuparse durante la oración; pero si después se siente atractivo por otra materia, no hay que hacer esfuerzo para detenerse en lo que se ha preparado. Dice que su madre ha quemado la donación que le había hecho a usted; sea Dios eternamente alabado por ello. No veo que eso sea gran motivo de inquietud. Ni siquiera le dará las rentas: que se haga la voluntad de nuestro Dios en eso, como en todo lo demás. No quiero decir, señorita, que no comprenda lo penoso que ha de ser para la naturaleza ver que se disipa su fortuna, que sus hermanos se llevan lo mejor y aun saquen pro vecho de sus penas; pero ese es el m artirio que Nuestro Señor le ofrece. A usted le toca ver si quiere hacer inútiles los deseos que Dios le da o hacerlos efectivos, soportando las adversidades que le parecen insoportables. He aquí en qué ejercitarse en la oración y a qué aplicar sus resoluciones. No desearía que pareciera usted demasiado alegre, pero no puedo aprobar ese aire triste, que hace desagradable la devoción. Todo lo que me dice después sobre los pensamientos que Dios le da de agradar a su madre, de desprenderse de toda criatura, es lo más juicioso del mundo y me parece que Dios comienza a abrirle los ojos. Siga los m ovimientos de resignación y de aban dono a la Providencia y a la voluntad de Dios que siente. Estoy muy conforme con que siga el atractivo que tiene por la soledad. Trate usted de que su madre apruebe que se vista muy sen cillamente y que no haga visitas; pero valdría más obedecerle que rehusárselo bruscamente sin mansedumbre ni humildad. No creo que haga mal en obedecerla cuando quiere que acompañe usted a las personas de que me habla; no van a menudo a su casa y eso, hecho por obediencia y por caridad, no puede hacerle mal. En nombre de Dios, confórmese con su madre, y por la dulzura de su conducta haga que apruebe la vida que quiere usted llevar. L a C olom biire 392
CARTA C X X X V III Londres, febrero-marzo de 1678
Señorita: Una carta que acabo de recibir del señor N ... me ahorra todo lo que le habría dicho sobre el asunto de sus bienes. ¡Alabado sea Dios! Ya es usted dueña de ellos y me regocijo y alegro (v. Carta CXXVI). Espero que Dios recompensará su caridad para con su her mana. No; si ella hiciera hoy la profesión y muriera usted mañana, su testamento no le serviría a ella de nada; todo recaería en sus hermanos (69). Le doy las gracias por sus oraciones. Le pido que continúe y le prometo ser tan agradecido como pueda. Tenga cuidado con las ilusiones de la mortificación; sea más obediente en ese punto que en los demás. Sacrifique a Dios los deseos que siente de hacer austeridades, y redúzcase a las penitencias que no dañan la salud, como son todas las interiores. No debe dejar la oración por ningún m otivo; si le molesta estar de rodillas siéntese, es lo mismo. El Padre N ... la ha aconsejado muy bien cuando le dijo que se mantuviera en la presencia de Dios cuanto le fuera posible, y gustara con hum ildad las dulzuras que encuentre; no tema engañarse. Ríase de los pensamientos que allí la turban, o soporte su importunidad con resignación. El temor que tiene un alma que (69) Aun con la profesión hecha, de ordinario los bienes recibidos en herencia pueden ser recibidos por la religiosa como propios. Si ha reali zado la profesión temporal solamente, como parece seria aquí el caso, siguen siendo de su propiedad hasta la renuncia que debería hacer de ellos antes de la profesión solemne. En caso de profesión perpetua simple, si guen siendo de su propiedad. Y en el caso de la renuncia, solamente si quiere renunciar a los bienes de herencia, estos entrarán en la renuncia. Otra cosa es, en todos los casos, la percepción de los frutos del capital de que es propietaria en derecho, los cuales percibirá la Orden. En la Compañía de Jesús, a que pertenece el Beato, por especial concesión el profeso re nuncia al hacer su última profesión a la posibilidad de recibir herencias. Por todo ello resulta algo confusa esta advertencia del Beato.
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teme a Dios de cometer faltas, no la turba; trata con su Señor con una eran libertad y confianza infantil. Cuando no se desea sino agradarle no hay que temer que se ofenda de lo que creemos que está bien hecho. Me encanta que sea buena amiga de la señora N ..., dígaselo de mi parte. Es necesario que los amigos de Dios se unan para fortalecerse mutuamente; pero tenga cuidado de no hacer confi dencias de todo a cualquier clase de personas y, sobre todo, no comunique nunca sus tentaciones sino a sus directores. Me alegro de que haya hecho usted confesión general por segunda vez, porque creo que habrá alcanzado una gran victoria sobre sí. En cuanto a los deseos de ver a Dios, y esas inquietudes en que se halla después de la comunión, opino que eso no es ni bueno ni malo; sino que es una cosa de la que se puede hacer buen uso, si con ello se desprende usted de esta vida, y de todo lo que pueda impedirle gozar de Dios en la otra. Alégrese de que no es nada extraordinario ni en bien ni en mal. El dolor del cuerpo es un efecto de la tensión del espíritu. Ofrezca ese dolor a Jesucristo. Guárdese de la vanidad; el recuerdo del pasado es muy buen contraveneno. Nada es tan de temer en la vida espiritual como las cosas extraordinarias; todo lo que la lleve a la humildad, y al odio de sí misma, es bueno. Lo que le pide Dios, por medio de las enfermedades que le envía, es un gran desprecio de todas las cosas, una gran indiferen cia por la vida o la muerte, un abandono perfecto a la voluntad divina, un amor soberano y un respeto infinito por esa adorable voluntad, la cual se debe preferir a todo, y en cuyo cumplimiento debe usted poner todas sus complacencias; en fin, un gran amor a las cruces, sobre todo a las que humillan el cuerpo y el espíritu. Seguramente está usted en el estado en que Dios la quiere; ¡bendito sea El eternamente! La compadezco por la pérdida de N ...; pero es preciso morir a todas las cosas, a fin ae no vivir ya sino para Jesucristo. 394
Respondo brevemente a las dudas que tiene usted sobfe su regla: Puede cambiar el tiempo y el lugar de la oración cuando la necesidad lo pida. Los domingos puede quedarse más tiempo en la Misa. Debe obediencia a su madre en todo lo que crea que puede agradarle y ha de observar un gran respeto al hablarle. Puede cambiar las horas cuando los negocios lo exijan. No está obligada a pedir permiso para hacer algo cada mes, a menos que le hayan prohibido toda penitencia. Cuando en las oraciones vocales se sienta atraída a orar con el corazón, déjelas; ya las rezará otro día. Los tres comuniones comprenden la del domingo, a menos que su confesor juzgue de otro modo. Le prohibo que se inquiete respecto a las confesiones; las hace bien, se lo aseguro. Es cierto que, en cuanto al vestido, no puede haber demasiada sencillez. A usted le toca ver si tiene algún apego a esos encajes o a esa seda, porque si lo tiene, aun pequeño, desearía que cambiase. Negro está bien, se puede poner algo g ris; pero no quisiera que fuera de seda. Use ahora lo que tiene y después ya se verá. Se hace a veces la propia voluntad en todo, aun en las cosas santas. Todas las pasiones están dominadas cuando nada nos inquieta. Puede usted cambiar las horas, diferirlas, salir a la hora del silencio, con tal de que haya necesidad efectiva y no sea cobardía, capricho o disgusto por las cosas santas. Debe despreciar absolutamente todo lo que la turba; soporte la incertidumbre en que está de si agrada a Dios, y si resiste a los pensamientos molestos; sopórtelo, digo, con paciencia y resignación, y arrójese en los brazos de Aquél que lo sabe todo y que la ama. D ígale: Dios mío, sea lo que sea, yo os amo con todo mi corazón y quisiera no haberos ofendido nunca. El mejor libro de meditación es la Pasión misma, que hay que leer y luego meditar con reflexiones sobre la paciencia y el amor de Jesucristo. 395
No, no se confiese a toda clase de personas indiferentemente. Comulgue sin escrúpulo todas las veces que le he señalado, con tal de que no se lo prohiba positivamente su confesor, pero si en eso tiene dificultad, por pequeña que sea, limítese a dos veces por semana. Cuanto menos resista, mejor. (¿A los demás?). Apruebo las visitas que hace usted; pero que no sean ni demasiado frecuentes ni demasiado largas. No se entregue de masiado en ellas. Escuche más de lo que hable; pero, en general, cuantas menos visitas haga, mejor. Apruebo mucho la deferencia que N... tiene con su madre; imítela. Sí, deje o postergue las oraciones para obedecer, eso está claro. Si dispone de su herencia, disponga de ella según consejo de sus amigos; lo mejor sería que hiciera como su hermana, para no seguir conducta diferente, porque las dos deben estar unidas en todo, si es posible. Adiós, señorita, me da gran consuelo ver el cuidado que tiene usted de cumplir sus deberes para con Dios. Si no la dejo satisfe cha en todo es porque tengo hoy tanta ocupación que temo no poder terminarla. Otra vez le escribiré más largo, cuando no haya tantos puntos que aclarar y tenga menos respuestas que dar (70). La Colombiére
CARTA CXXXIX Londres, abril-mayo de 1678 Señorita: Le escribí por el último correo ordinario. Recibí hoy dos cartas suyas y aquí las contesto (71). (70) Véase lo dicho en la nota 65, p. 385. (71) Se aprecia la diligencia en contestar, el mismo día en que recibe dos cartas, cuando hace poco ha contestado tan largamente como se ha visto.
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Su hermana no saldrá de Paray, y no tendrá necesidad tan de su buena voluntad. Vivan las dos como santas hijas y buenas hermanas. Cuiden juntas de sus bienes, y alivien a su madre encargán dose de las tierras que les han tocado en herencia. Honren siempre a su madre, y aun más que hasta ahora: no hagan nada sino con su consejo y por sus órdenes, y traten de ahorrar, primero para pagar las deudas y en segundo lugar para dar algún día a su hermana con que cumplir su buena voluntad si Dios le presenta la ocasión; si no, se santificarán juntas y ayu darán a los pobres. No se ocupe usted de la santa joven de quien le hablé en otro tiempo. No me gustan esas devotas que quieren conocer a todas las demás. Dios le debe bastar, mi queridísima hija, y deseo que no tenga confianza sino en El. En cuanto a la oración, no tema mantenerse en la presencia de Dios; aun cuando no hiciera otra cosa, emplearía bien el tiempo, no lo dude. pronto
No parece que la sortija de que me habla sea suya, después de haber estado perdida tanto tiempo. ¿Cómo la encontró esa mujer? Si ella no la reclamara podría creerse que tenia intención de restituirla; pero, puesto que la pide, le aconsejo que se la dé. Vale más ayudar a su madre que dar limosnas. No tome nada de la casa sin permiso. No se preocupe de cómo hablar a Dios. El no tiene nada que hacer ni con sus palabras ni con sus pensamientos, con tal de que su corazón esté con El. Espero que no irá usted al campo. Si su madre lo quisiera, sería necesario obedecer, encomendarse a Dios, confesarse con el primer sacerdote que encuentre, vivir con la persona de ciuien me habla usted como un ángel, y darle a conocer que usted quiere vivir como una santa. Si le vuelven a hablar de matrimonio, diga en secreto a su madre que ha pro metido a Dios no casarse nunca. Nada de austeridades en la enferm edad; pero en cuanto a la oración, no tendría v a lo r para prohibírsela, a no ser que le haga m al; hágala con m enos intensidad. N o veo nada que pueda decir ahora a su confesor, sus pecados. En cuanto al v o to , puede declarárselo y bien. En todo lo demás, tantéele un poco y, según le puesto, hágale confidencias según sus necesidades. Hay
si no son está muy halle dis que decir
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el voto en la confesión como una circunstancia necesaria, y sin decir nada más. Soy en Nuestro Señor, etc. La Colombiére
CARTA CXL Londres, mayo-junio de 1678 Señorita: Le confieso que me pone usted en dificultad sobre el punto del director espiritual. Pero ¿qué quiere que le diga? Necesita usted uno que esté presente. No tengo nada que responderle, sino que la necesidad no tiene ley y que es preciso servirse de lo que se tiene. En cuanto a sus tentaciones, puede usted descubrirlas y con sultar a la persona que Dios le ha enviado y seguir ciegamente sus consejos. Yo le conozco, es en el fondo muy buena persona, puedo responder de ello. En cuanto a la oración, si puede guardar secreto con todo el mundo, estaría tal vez más tranquila. Digo lo mismo de todas sus mortificaciones, de su regla y de todo lo interior. Respecto a las cosas temporales, no hay mucho que temer. No es porque desconfíe de él en lo demás; pero temo que la diver sidad ae pareceres la perturbe. En cuanto al placer y la devoción que le causa la presencia de Dios y ese amor que siente, seguramente no es ilusión; no tema nada; todo lo que la incline al amor de la abyección, todo lo que la aliente a perserverar en el desprendimiento de todas las criaturas, todo eso, digo, no puede venir sino de Dios. Dios sea alabado por las nuevas aflicciones que le envía; continúe dándole gracias y que ningún interés ni siquiera el de su hermana, la induzca a murmurar. Sería ese un falso celo: es preciso querer sin reserva todo lo que Dios quiere. Respecto a su madre y a toda la familia, no debe usted hacer menos por ellos por amor de Dios que lo que hacía cuando no pensaba sino en agradarles y esperaba toda su recompensa de 398
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su gratitud. Es preciso que le confiese que no temo otra cosa en usted sino que su proceder con sus parientes no sea ni bastante humilde, ni bastante caritativo, ni bastante dulce. Evite usted eso y le respondo de lo demás. Lo digo muy en serio, es la única cosa que me inquieta; tenga cuidado y trate de vivir como si hubiera hecho voto de pobreza y de obediencia; y respecto a sus hermanos y cuñadas como si fueran sus señores y le representaran la persona de Jesucristo, como en efecto la representan, de cualquier ma nera que sean. He aquí a dónde conduce la verdadera virtud; créase muy imperfecta mientras no llegue hasta ahí. Muestre este punto del escrito a su hermana. Sí, hija mía, me parece muy bien que su hermana entregue sus bienes a su hermano menor y que usted le deje mil francos después de su muerte, con tal de que él se obligue con ella; si su hermano acepta esta condición, y las (Ursulinas) le aceptan a él como deudor, no veo nada que pueda apartarle a usted de ese buen propósito. Seguramente será preciso que usted se quede como está; lo más que podrá hacer algún día será retirarse a un convento como pensionista, y lo podrá usted hacer tan fácil mente como si no hubiera hecho nada por su hermana. No hable a nadie, sino a la (superiora de Santa María), de lo que se refiere al proyecto de su hermana, de otro modo lo echará todo a perder. Ya le he escrito a usted que ella no saldrá de Paray; eso debe bastarle. No hay nada que temer en la mortificación, sino la propia voluntad. No se atormente demasiado por saber si el amor que siente es verdadero amor. Ame en las tinieblas y en la incertidumbre en que Dios la quiere. ¿Qué importa de qué fuente venga ese amor con tal de que se sigan buenos efectos? Ya le dije lo que quería que hiciese respecto a las comuniones. ¿Por qué me escribe otra vez sobre ese punto? Obedezca con sencillez, y Dios le hará encontrar en la obediencia todo el bien que le hacía la comunión. El Padre N... ha hecho muy bien en lo que le ha permitido; pero, en nombre de Dios, acostúmbrese a no replicar nunca, no sea que me haga cambiar con sus observa ciones una conducta que tal vez me había inspirado Dios. Dígale a su hermana que le muestre lo que le escribo, respecto al ánim o alegre en que su madre quería verlas.
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Me parece que le he respondido a todo. No sé por qué no ha entregado todavía esa cruz, no comprendo el apego que le tiene. No debe tomar nada de la casa, ni cosa grande ni pequeña sin permiso. Más vale que le falten. Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos; nada es pequeño cuando se trata de agradar a Dios. En la fidelidad a las cosas pequeñas, consiste la perfección. Adiós, hija mía, no se deje enredar por nada; consulte en sus dudas a la Madre de (Saumaise). Viva en paz. El Dios de paz sea con usted. L a C olom btire
CARTA CXLI Londres, junio-julio de 1678 Señorita: ¡Que Nuestro Señor Jesucristo la llene de su santa pazl Cuando iba a responder a su primera carta recibí la segunda; contestaré a las dos al mismo tiem po: 1.—No hubiese sido mi parecer que lea usted la vida y las obras de santa Teresa: es un libro demasiado difícil, y no conviene a todos sino a algunos directores. 2.—Tenga cuidado de no buscar demasiadas comunicaciones; no es medio para conservar la paz del alma, ni para estar segura en lo que se hace por Dios. No me parece mal que reciba usted su renta y la guarde; pero rechazo completamente el motivo, que parece demostrar alguna desconfianza de la Providencia de Dios. Además, no puedo aprobar la actitud que adopta para con su hermano y sus cuñadas, ni lo que dice de ellos a su madre, ni el disgusto que le causa su presencia; todo eso no pertenece en ninguna manera al espíritu de Dios. 3.—Lo que siente en el fondo del pecho no es nada al parecer, no haga caso de ello. No es bueno ni malo. 400
4.—Todos los asuntos de m editación que me indica son buenos, lo mismo que todas las maneras de presencia de Dios. No está mal cambiar el tiem po de la oración cuando es necesario; pero no se debe hacer solamente porque se siente atractivo. 5.—No se preocupe más de la vida pasada; todo lo que me dice en su carta de las ocasiones no se ha dicho para usted. ¿Me cree tan necio que no haya sabido lograr que hiciera usted una buena confesión en p eligro de m uerte? ¿No será usted cuerda en este punto nunca, y tendrá siem pre el demonio poder para turbarla, cada vez que quiera hacerle recordar la vida pasada? Bástele haberla dejado yo en buen estado y no me hable más de ese asunto, salgo garante. 6.—Com ulgue, según la regla que le dejé, que puede usted entender como dos com uniones por sem ana; para lo demás atienda a sus confesores, con tal de que no la lleven a excesos. 7.—Aprovéchese del consejo que le dio N ........ 8.—Es cierto que todos los temas de oración son buenos; sobre todo si se siente usted inclinada a detenerse en alguno. 9.—Cuente sus penas a N uestro Señor que está siempre cerca y dentro de usted, y a quien olvida para buscar consuelo fuera. 10.—V isite a su confesor, me parece m uy bien, y hable de Dios con él y con las demás personas espirituales que conoce; pero todo ello con mucha moderación. 1 1 .—No haga más penitencia de la que le he señalado, y ofrezca a, Dios las penas que sufre como expiación de sus faltas. 12.—La falda roja me parece demasiado llamativa. 13.—Cuando le falte consuelo en la oración, debe soportar con hum ildad la im paciencia que tiene de acabar y, para mor tificarse, quédese algo más de tiempo que lo ordinario. 14.—Me pregunta usted a qué no debe apegarse; no hay que apegarse a nada ni a la fortuna, ni a los parientes, ni a los directores, ni a las dulzuras interiores; en fin no debe haber nada en el mundo de que no estemos prontos a separarnos sin in quietud, si Dios quiere privarnos de ello. 15.—Hace usted bien en hacer el examen de cada mes. 16.—Hay tiempos en que no se atreve a decir a Dios que le am a: no me admira. Es preciso amarle en todo tiempo, pero 401
no siempre es tiempo de decírselo; siga en eso la disposición de su corazón. 17.—No tengo ni idea de si volveré a Francia, y mientras estoy aquí no puedo hacer nada por los asuntos de N ....... , déjelo todo a la Providencia. Me alegro de que el Padre N ....... haya estado por ahí, y de los consuelos que le ha procurado; es un hombre muy bueno; hace mucho tiempo que le conozco. Apruebo todos los consejos que le ha dado respecto a sus deberes; espero que gozará de ellos sin apego, y que su Dios será siempre su tesoro. Ya le dije lo que pensaba respecto a sus tentaciones; no se inquiete por ellas. Pero no deje de declararlas a su confesor, si él quiere soportarlo. Le ruego que se contente con lo que le digo, si se fía de mí; cuando le he dicho una cosa, aténgase a ella y no me consulte más sobre eso. Es bueno el consejo que dio usted a la señora N ....... Por amor de Dios, suprima los cumplidos. Soy suyo en nuestro Señor, sencillamente y sin reserva. La Colombiére
CARTA CXLII S. Symphorien d’Ozon, mayo 1679 Ruego a Nuestro Señor que la conserve en su santa paz. No quiero perder palabras en responderle, porque estoy todavía bajo un régimen de salud, que no me permite hacerlo muy a la larga. Me pregunta usted la causa de la frialdad que siente en los ejercicios espirituales. Es el deseo demasiado grande que tiene de hacerlos con fervor sensible. Es necesario amar a Dios solo con todo el corazón, y contentarse con su cruz como única mues tra de su amor. Sé que esa disposición es difícil; pero le suplico que aspire a ella y haga esfuerzos por conseguirla. 402
Hará bien en moderarse en los ayunos, en vista de las indis posiciones que nuestro Señor le manda. En cuanto a la práctica de la presencia de Dios que me pide, no tengo cosa nueva que darle. Pero ya que Dios no la atrae a pensar en El durante el día, basta que de tiempo en tiempo haga actos de fe en su presencia, y que al mismo tiempo se someta a no tener ningún sentim iento y a no pensar en El sino con esa sequedad, que es menos agradable pero mucho más meritoria. Cuando deje de seguir su regla por pura obediencia y dis creción, y no por ligereza de espíritu y amor a la libertad, no hay en ello ningún m al; al contrario, hace usted muy bien; pero, si fuera por liberarse de ella o por pereza, sería un gran obstáculo para las gracias de Dios. En cuanto a sus palabras interiores, no veo en ellas ninguna diferencia con lo que se llam an buenos pensamientos, santas ins piraciones ; por lo cual, mientras no la lleven a nada extraordinario, puede seguirlas (72). Sus oraciones son todas buenas, gracias a Dios, sobre todo aquellas en que sufre más. Póngase en la postura que le inco mode menos, y tenga cuidado de orar suavemente y sin hacerse violencia. Respecto a su hermano, siga el consejo de su confesor. Estoy encantado de que haga usted todo el bien que pueda a su sobrina; pero tenga cuidado de que la amistad con ella no le haga mal, quitándole una parte del corazón a Jesucristo, que lo quiere todo. Puede usted leer los Evangelios. Combata generosamente por su alma hasta la muerte; tenga confianza en Jesucristo que la hará victoriosa de sus enemigos. La Colombiére
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Muestra el Beato su conocimiento de las palabras interiores.
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CARTA CXLIII Lyon, junio-julio de 1679
Sí, le permito que cambie de confesor. Le aconsejo que se dirija al Padre N.......basta que yo encuentre conveniente hacerla cambiar de nuevo. Seguramente han hablado a la persona de quien me escribe usted; y siempre pensé que así sucedería. Bendito sea Dios. Espero que eso no produzca mal efecto. Siga siempre en la oración el atractivo de su corazón, sea que Dios le inspire que considere los dolores de Jesucristo o que se sienta inclinada a pensar en el paraíso; en eso no podría engañarse. Cuando le viene el pensamiento de que no hace ningún 5ran mal, dé gracias a Dios, piense en lo que haría si El la abanonara; admire su misericordia, aue pudo sacarla del estado en que estaba. En fin, recuerde que, después de la gracia que hemos recibido, es un gran mal hacer tan poco bien como el que hacemos. Le permito que vuelva a sus comuniones como le había ordenado el Padre N.......Tenga cuidado de que, al rehusar el papel que le presentan, no se pueda creer que lo hace por despecho; sería un gran mal. Deseo que tenga una gran deferencia con su madre. Estoy seguro de que por la dulzura la obligará usted a que le parezca bien todo lo que haga usted por Dios. Cuídese mucho de decir lo que piensa de la conducta de N. (¿su confesor anterior?). Tengo un gran dolor de verla obligada a dejarle, porque es un nombre de gran mérito y de mucha virtud. La Colombiére
CARTA CXLIV S. Symphorien d’Ozon, julio-agosto 1679 Señorita: Respondo brevemente a su carta, porque todavía no puedo escribir largo. 404
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Mientras esté enferma, no piense en hacer penitencia ni en orar de otro modo que uniendo sus males a los de Jesucristo, y tratando de alegrarse del honor que le hace dándole parte de su cruz. Confórmese en todas sus penas interiores y exteriores a su voluntad, y todo será para su provecho. Se comporta usted como debe en sus tentaciones; eso le debe bastar. No encuentro nada que decirle en lo que ha hecho respecto a su confesor o al voto que hizo a ese santo por su salud. No me parece conveniente que hable a su madre de entrar en religión. Cuando esté ya bien, vuelva a la oración y a la hora de silencio, si puede. Comprendo que sería necesario retirarse; hágalo si no hay inconveniente. Si omito contestar a alguna cosa, es señal de que no tengo nada que decirle. Todavía no es tiempo de pensar en el viaje de que me habla (¿a visitar al Beato?, v. p. 405). Es preciso que la señora N....... tome un confesor estable. No puedo escribir a su madre todavía; pídale perdón en mi nombre y dígale que la encomiendo mucho a Nuestro Señor. Le ruego que la colme a usted de su paz y de su santo amor. La Colombiére
CARTA CXLV Lyon, 1679-80 Señorita: Recibí con gusto las buenas noticias que me dio usted de su persona; es para mí un gran consuelo ver renacer en su corazón los santos deseos que le vi concebir, y pido a Dios con toda mi alma que los alimente y los aumente cada día más. Confío en que la pequeña falta que cometió le haya sido muy útil, y que 405
habrá salido de ella bastante fuerte para vencer todas las dificul tades que se oponen a sus generosas resoluciones. [Dios mío. cuando recuerdo el fervor en que la vi, habría jurado que estaba llena de valor! Nada se ha perdido, puesto que Nuestro Señor le ha hecho la gracia de volver a seguir ese hermoso camino. Es preciso resolverse de una vez a desagradar a todo el universo antes que desagradar a Dios. Las personas con quienes condes ciende no la defenderán delante de Dios, y será para usted una gran confusión haberlas considerado más que a Aquél que debe ser su juez. Confieso que para entrar por el camino de la piedad se necesita un poco de fuerza; pero una vez que uno se ha mani festado, todo está hecho y se goza de una gran paz. Acuérdese de mí en sus oraciones, y créame en el Corazón de Jesús. Todo suyo.
L a Colombiére
CARTA CXLVI Lyon, 1680 Señorita: Con mucho gozo me entero de lo que me escribe de sí misma. Espero que, con la gracia de Dios, lo acabaremos del todo. Si es usted constante en vencerse, la paz de que goza durará infalible mente; Dios la da siempre a las almas humildes y valientes. Importa poco que no se acerque a los sacramentos con fervor sensible, con tal de que reemplace esa disposición por una profunda y sincera humildad, sin la cual no hay nada tan despreciable a los ojos de Dios como nosotros, y con la cual podemos acercarnos a El sin vacilar, segurísimos de que se dig nará bajar hasta nosotros los ojos de su infinita misericordia. A El ruego con todo mi corazón que le haga sentir sus efectos y la llene de su amor. La Colombiére 406
CARTA CXLVII Lyon, abril-mayo de 1680
Señorita: Me equivoqué, sin duda, en la fecha de mi última carta. He recibido desde entonces dos suyas. En la primera me hablaba de la señorita de (Lyonne). Me alegro de saber que ha entrado en la casa de Dios, y ese consuelo no ha disminuido por las penas que me dice usted que sufre. Su sacrificio es así más valioso y más agradable al Esposo a quien se entrega. Cuanto más pronto pueda comenzar la prueba tanto mejor; ya ha diferido demasiado el ser toda de Dios, y toda dilación debe cesar para el amor, el cual está naturalmente impaciente, sobre todo de parte de Dios, que sabe amar y ama como quien es. En seguida me habla usted de que vaya a Paray. No veo posibilidad alguna para esta primavera, ni para el verano próximo. No sé si en otoño será posible. Pudiera suceder alguna cosa que viniera a facilitarme ese viaje; pero por ahora nada puedo ase gurar. Es preciso que ella y usted se sometan a la voluntad de Dios, y que nos acostumbremos a prescindir de todo, excepto de Dios. Es mucho que, habiendo estado tan cerca de la muerte, me deje todavía libertad para comunicar con usted por carta, a fin de alentarnos mutuamente a amarle hasta la muerte. No deseo que vengan a verme ni usted ni nadie (73). Si la señora N ....... desea servir a Dios como debe, es claro que debería deshacerse de aquello que se lo impide. En cuanto a la manera de hacerlo, es necesario que consulte a hombres de negocios prudentes y desinteresados y siga su consejo. No sé de qué le serviría a usted verme para calmar sus penas causadas por un asunto del que le he rogado no hable más. Me parece que mi ruego debía bastar para sacarla de su inquietud; si Dios no lo permite, hay que echarse en el seno de su Provi dencia y sufrir con paciencia. En cuanto al desprendimiento de lo temporal, usted misma se ha respondido lo que yo podría decirle. ¿Qué teme usted? (73) Parece el Beato mostrar su despego de ver a las personas de confianza. Sin embargo, en la carta siguiente, última a Catalina, le dice «que la esperaba cada día». En «otoño» el Beato volverá enfermo a Paray.
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¿Le parece tan gran mal la pobreza? Después que Jesucristo la escogió por amor a usted, ¿creerá hacer demasiado haciendo por El lo que El hizo por usted?, ¿se estimará desgraciada por que se asemeja a El? Quédese tranquila respecto a la oración. La falta que cometió, dando a conocer su pesar, es una gran infidelidad, pero no sin remedio; humíllese; hacerse más humilde es aprovecharse de sus faltas. Ruegue mucho y siempre a Nuestro Señor por mí, para que me perdone mis pecados y no permita que le ofenda más. La Colombibe
CARTA CXLVm Lyon, mayo-junio de 1681 No tiene usted mucha razón, señorita, para quejarse por la brevedad de mis cartas, en un tiempo en que pueao apenas leer las suyas. Si las anteriores fueron cortas era porque la espe raba cada día, y me reservaba para decirle de viva voz lo que hubiera podido escribirle. Como no estoy todavía repuesto de mi última recaída, no debe esperar de mí sino poca cosa. Basta que le reproche la pequeñez de su corazón y su poca confianza en Dios; se diría que aun no conoce usted a su Duen Maestro. Muchas veces le he aconsejado que permanezca tranquila, y no piense sino en servir a Dios cada día como si fuese el último de su vida. Parece aue estuviera usted segura de vivir cien años. Si quiere ser perfectamente agradable a Aquél que la ama, debe usted complacerse en su miseria suma, amar la nada en que El la deja con el propósito de hacer brillar más su misericordia, por la paciencia con que la soporta y por las gracias que no dejará de hacerle. ¡Hija de poca fe!, ¿por qué ha dudado? No pensemos ya en nada, si le place, sino en abandonarnos a la Providencia de nuestro buen Padre y en vivir día por día. Sea obediente a su madre y no haga nada que sea ni siquiera contra su inclinación. Recuerde que la verdadera virtud consiste en sufrirlo todo pa 408
cien tem en te , sobre todo nuestras propias debilidades espirituales, y en tener una conform idad com pleta con la voluntad de Dios en to d o lo que suceda. E n nom bre de D ios, ejercítese seriamente en la. práctica, de esos dos puntos y haga todos los días examen
sobre ello. N o haga, penitencias p o r ahora, trate de restablecer y con servar la salud. N o rehúse el l e g a d o de su herm ana; pero no pleitee por o b ten erlo . Vale más p e rd e rlo to d o que perder la caridad. R uegue a D ios p o r mí. La Colombiere
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