SAN JUAN EUDES
EL REINO DE JESUS EN LAS ALMAS CRISTIANAS D onde se contiene lo que debem os hacer en loda nuestra vida, para vivir cristianam ente, y para formar, hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros T rad u cció n de D. G erm án Jim énez
Serie Grandes Maestros N.° 3 APOSTOLADO MARIANO Recaredo, 44 41003 -SEVILLA
INDICE PR O LO G O ...........................................................
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PRIMERA PARTE La vida cristiana y sus fundamentos 1. 2. 3. 4. 5. 6.
7. 8. 9.
Que la vida cristiana es una continuación de la vida santísima que Jesús hizo en la tierra .. Confirmación de la verdad precedente ........... C uatro fundamentos de la vida cristiana. Pri mer fundamento: la fe ........................................ Que la fe debe ser la norm a de todas nuestras a c c io n e s ................................................................... Segundo fundamento de la vida cristiana: el odio y apartam iento del p e c a d o ....................... Tercer fundamento de la vida cristiana: el desprendimiento del m undo y de las cosas del m u n d o ..................................................................... Continuación de la materia precedente sobre el desprendimiento del m u n d o ......................... Del desprendimiento de si mismo ................... La perfección del desprendimiento cristiano .
9 12 15 19 21
26 30 33 36
10. 11. 12. 13. 14. 15.
16.
Cuatro fundamentos de la vida cristiana: La oración ................................................................... Diversas maneras de orar y en primer lugar de la oración m e n t a l ............................................ Segunda manera de orar: la oración vocal . . . Tercera manera de orar: practicar todas las obras con espíritu de oración ........................... Cuarta manera de orar: la lectura de los li bros buenos ........................................................... Quinta manera de orar, que es hablar de Dios; y cóm o hay que hablar y oír hablar de D i o s ......................................................................... De las disposiciones y cualidades que deben acom pañar a la oración ......................................
40 43 44 45 45
46 48
SEGUNDA PARTE Virtudes cristianas 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11.
De la excelencia de las virtudes cristianas . . . De la excelencia, necesidad e importancia de la humildad cristiana .......................................... De la humildad de espíritu ............................... De la humildad de c o r a z ó n ............................... Práctica de la humildad c r i s t i a n a ..................... De la confianza y abandono en las manos de D i o s ......................................................................... Más sobre la c o n fia n z a ........................................ De la sumisión y obediencia c r i s t i a n a ............. Práctica de la sumisión y obediencia cristiana La perfección de la sumisión y obediencia cristiana ................................................................. De la caridad c r i s t i a n a ........................................
54 57 59 65 70 77 81 87 91 93 96
12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20.
21.
Práctica de la caridad c r i s t i a n a ......................... Del celo por la salvación de las a l m a s ............. De la verdadera devoción cristiana ................. Práctica de la devoción cristiana ..................... De la formación de Jesús en nosotros ............. Lo que hay que hacer para formar a Jesús en n o s o tro s ................................................................... Del buen uso que hay que hacer de las conso laciones espirituales ............................................ Del santo uso que hay que hacer de las seque dades y aflicciones espirituales ......................... Que la perfección y consumación de la vida cristiana es el martirio; y en qué consiste el verdadero martirio .............................................. Que todos los cristianos deben ser mártires y vivir con el espíritu de martirio, y cuál es este espíritu ...................................................................
99 102 104 108 110 112 115 117
123
130
TERCERA PARTE Ejercicios para la mañana 1.
2. 3. 4.
5.
Que Jesús debe ser nuestro principio y fin en todas las cosas, y lo que hay que hacer por la mañana al despertarse ........................................ Lo que hay que hacer al vestirse....................... Que toda nuestra vida pertenece y debe ser consagrada y empleada en la gloria de Jesús . Tres medios para hacer de manera que toda nuestra vida sea un ejercicio continuo de ala banza y de am or hacia J e s ú s ............................. Elevación a Jesús para la m añana ...................
136 138 140
143 146
6.
Otra elevación a Dios para santificar todas nuestras acciones, y hacerlas agradables a su divina M ^ e s t a d ....................................................
148
Ejercicios durante el día 7. 8.
Que Jesús es nuestro centro y nuestro paraíso y que dabe ser nuestro único o b j e t o ................. Elevaciones a Jesús durante el día ...................
151 154
Ejercicios para la noche 9. 10. 11. 12.
Ejercicios de ag ra d ec im ie n to ............................. Ejercicio p ara el examen de c o n c ie n c ia ........... Actos de contrición para la noche ................... Para ofrecer vuestro descanso a Jesús .............
156 157 158 160
Para la confesión 13. 14. 15. 16. 17.
Lo que se debe hacer antes de la confesión . . . 162 Lo que se debe hacer después de la confesión 165 Lo que es la c o n tr ic ió n ............................................166 Para pedir a Dios la c o n tr ic ió n ......................... ....170 Actos de c o n tr ic ió n .............................................. ....171
Para la santa C om unión 18. 19.
Elevación a Dios para disponernos a la santa Com unión ............................................................. Lo que hay que hacer después de la santa C o m unión ...................................................................
173 176
20. 21. 22.
Elevación a Jesús después de la santa C o m u nión ......................................................................... Tres actos de adoración, oblación y de amor a J e s ú s ..................................................................... Oración a la santísima Virgen María Madre de Dios ...................................................................
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Profesiones cristianas 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30.
Profesión de fe c r i s t i a n a .......................................... 185 Profesión de odio y de aborrecimiento cristia no del p e c a d o ........................................................ .... 186 Profesión de humildad c r is tia n a ........................... 187 Profesión de abnegación cristiana ....................... 188 Profesión de sumisión y abandono de uno mismo a la divina v o lu n ta d ............................... ....191 Profesión de am or hacia Jesús y M a r í a ............... 192 Profesión de am or a la Cruz ............................. .... 193 Profesión de caridad cristiana hacia el próji mo ........................................................................... ....193
PROLOGO Ni un m o m e n to d u d am o s en ace p tar la a m a b le invita ción que nos dirigió el d o cto tra d u c to r de esta obra al presentarla a sus lectores con unas líneas nuestras de p ró logo. ¿C óm o no acep tarla m uy gustosam ente? Se trataba de un Sacerdote bien conocido p o r su celo p o r la salva ción y santificación de las alm as, que había traducid o el precioso libro p or en ten d er «q ue las alm as buenas m u c h o se pu eden ap rovechar, tratándo se de libro tan sólido y práctico». Se trataba del am ab le San Ju an Eudes, el gran e n a m o ra d o y apóstol del Sagrado C orazón de Jesús, a quien «se le ha de m irar co m o padre, d o cto r y apóstol» de esta devoción. M as n o lo h u b ié ra m o s hecho de n o co no cer de a n te m ano y estim ar en lo que se merece este ad m irab le libro. Su co n ten id o lo anu n cia bien claram en te el subtítulo. En él «Se contien e lo que debem os hacer en toda nuestra vida p ara vivir cristianam en te y para form ar, hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros». Casi al co m e n z a r el cap ítu lo p rim ero y después de ci ta r el famoso texto de San Pablo: «N o so tro s los que c o m p o n e m o s la Iglesia som os m iem bro s de su cuerpo, form a dos de su carne y de sus huesos» (Ef. 5, 30), añ ade herm o-
sám ente: «Estando, por consiguiente, unidos a Él con la m ás ín tim a un ión que p u ed e darse, c o m o es la de los m iem bro s con su cabeza; unidos a Él espiritualm en te por la fe y p o r la gracia q ue se nos ha dad o en el Santo Bau tismo, y co rp o ralm en te p o r la unión de su Santísim o C u e rp o con el nuestro en la Sagrada Eucaristía, síguese de aquí necesariam ente que, así c o m o los m iem bros están an im ad o s del espíritu de su cabeza y viven de su vida, de igual m anera deb em o s nosotros vivir la vida de Jesús y estar a n im ad o s de su espíritu, c a m in a r tras sus huellas, revestirnos de sus sentim ientos e inclinaciones, realizar todas nuestras acciones con las m ism as disposiciones e intenciones con qu e Jesús realizaba las suyas; en una p a labra, co n tin u ar, haciendo nuestra la vida, religión y d e voción que Él practicó en la tierra». Y am p lifican do estas preciosas ideas, dice en el c a p í tulo siguiente: « P o r aq u í veis lo q u e es la vida cristiana: una c o n tin u ació n y c o m p le m e n to de la vida de Jesús. Es decir, que nuestras acciones deben ser la co ntinu ación de las acciones de Jesús; qu e d eb em o s ser otros ta n to s Jesús para c o n tin u a r en la tierra su vida y sus obras y para h a cerlo y sufrirlo to d o santa y d ivin am ente con el espíritu de Jesús; o sea, con las disposiciones e intenciones santas y divinas con q u e el m ism o Jesús se con ducía en todas sus acciones y sentim ientos...». «Estas son las grandes verdades, las im p ortantes ver dades y dignas de toda nuestra consideración, q u e nos obligan a algo grande y q u e d eben ser con stan tem e n te m editadas p or c u an to s desean vivir cristianam ente. »Pensad, p o r lo tanto, en ellas m u ch as veces y con atención, y a p ren d e d de aquí q u e la vida, la religión, la devoción y piedad cristianas consisten p ro p ia y verdade ram en te en c o n tin u a r la vida, devoción y religión de Je sús en la tierra; y q u e p o r ello no solam en te los religiosos y religiosas sino tam b ién to dos los cristianos están obliga
dos a llevar un a vida co m p le ta m e n te santa y divina y a practicar todas sus obras santa y divinam ente. Lo cual no es im posible, ni siquiera tan difícil c o m o m uchos se lo im aginan, antes m u y dulce y fácil para los que tienen c u i d ad o de elevar con frecuencia su espíritu y su corazón a Jesús y de entregarse y unirse a Él en to d o lo q u e h a cen». Es de n otar q ue en el lenguaje de San P ablo «cuerp o místico» n o quiere decir algo tan recóndito y elevado que sea m edio enigm ático e inasequible, sino c u erp o no m a te rial, sino moral. U n colegio, u n a familia, iera form a un cu e rp o místico, moral. D e la im p o rta n c ia de esta preciosa o bra de San Juan Eudes decía el Padre L ebrún, do cto r en Teología, después de h aber hecho largos estudios sobre ella: «El V enerable (ahora Santo) ha con densado en ella con lu m in osa preci sión sus ideas sobre la vida cristiana, su n aturaleza, sus fundam entos y su expansión co m p leta en la práctica de las virtudes. C o n piedad tan ardiente co m o p en etran te ha fo rm ulado los actos y ejercicios que deben alim en tarla y desenvolverla. N in g u n a otra de sus obras presenta sem e jantes ventajas». Así pensaba de ella su m ism o ilustre a u tor. El Reino de Jesús lo p ub licó en C aen el añ o 1637, cu an d o con tab a 36 años de edad, en plena ju v e n tu d . T a n favorable fue la acogida qu e el pueblo fiel le dispensó, q u e h u b o de hacer su a u to r en C aen y R o u en , París y Lyon, siete copiosas ediciones en solo treinta y tres años. Los Hijos del Santo a u to r fueron n a tu ra lm e n te los que p rim ero y más co n stan tem e n te lo leyeron. A éstos siguie ron m uch os M onasterios de Benedictinos, C arm elitas, Ursulinas. M u ch as alm as piadosas del siglo hicieron de él su libro preferido y alcanzaron una elevada santidad c o n form ando con sus enseñanzas su vida cotidiana. U n a de las más célebres C o m u n id ad es de F rancia, al decir de al
guno, decidió no a d m itir a nin gu na p o stu la n te qu e no lle vara consigo el precioso libro. En el pasado siglo el C a r denal M erm illod lo tenía en tan ta estim a q ue pen só p u blicar una nueva edición. « U n o de los m ás excelentes libros que se han publica do» lo llam a el P. H eram b o u rg y añade: « M erece el n o m bre de em anación del cielo q ue han d a d o los filósofos a la miel, este licor delicioso q u e a lim en ta y da salud. Es en verad un libro q u e conviene a pequ eño s y grandes, a sen cillos y sabios, a justos y pecadores. Los unos ap ren d e rá n en él el m o d o de hacer qu e mazca Jesús en sus alm as y los otros el de hacer q ue crezca y se afirm e de día en día. Parece su d octrina co m ú n y vulgar a los qu e lo leen dis traídam en te, p ero los qu e piensan en él un po co y lo m e ditan, lo en cuentran lleno de los misterios de la teología mística, explicados y descubiertos con una sencillez ase quible a todas las inteligencias. Leyéndolo se ap ren de en poco tiem p o a santificar a N uestro Señor en el fondo de su p ro p io C orazón, c o m o lo desea el A póstol. Sin rebajar en n ad a el m érito de tantos y tanto s libros excelentes cada uno en su género, se puede aseverar qu e no hay uno solo que enseñe con tan ta claridad y brevedad el secreto de la vida interior c o m o el Reino de Jesús en las a lm as cristia nas». *
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¡Lástima grande! C o n razón se lam en ta el celoso tra d u cto r de que entre nosotros sean tan poco conocidos el libro y el au tor. P or eso ha hecho u n a obra m u y m eritoria que le han de agradecer todas las alm as que quieren ser cristianas de veras. N os presenta el precioso libro francés vestido con la herm osa lengua de Castilla en una trad u c ción correctísim a, reflejo fiel de las ideas del au to r, nítida.
fluida, corriente, q ue se lee con ta n to gusto co m o pro v e cho. ¿Os extrañareis quizás, piadosos lectores, de no en co n tra r en sus páginas el n om bre benditísim o del Sagrado C o razó n de Jesús? N o está, es cierto, ex presam ente c o n signado, pero sí está im plícito en todas ellas. En el Reino de Jesús en las alm as cristianas está ya en germen lo que el gran Santo escribiría sobre el D ivino C orazón. De este libro al del « C orazón adm irable» n o hay más q u e un paso. Leed Corazón de Jesús do n d e él dice sólo Jesús y tendréis un libro m uy sólido y devoto de la gran devoción de nuestros días. ¿N o había dicho el A póstol de las G entes en quien con preferencia se inspira San Ju an Eudes: Fom entad en vuestros corazones los m ism os sentim ientos que Jesucris to fomentó en el suyo?¿Pues qué es esto sino decir: A m ad, honrad, im itad al C o razó n del Salvador? ¿N o dirá poco después Santa M argarita M aría que la preciosísima d e voción ha de ser a n te todo im itación de las virtudes y sen tim ien tos del m ism o a m a n tís im o C orazón? Por otra parte, « no difieren esencialm ente», ha p ro b a do el au to rizad o P. Bainvcl, S. J.. la devoción eudista y la margaritona, llam ém oslas así, al D ivino C orazón. Cierto q u e la Virgen de Paray fue la evangelista y la apóstol ofi cial de esta devoción; pero tam b ién lo es q u e San Juan Eudes fue «su auxiliar y precursor». « N o sin algún m o do de inspiración divina tuvo el p rim ero la idea de un culto público en su honor» asegura el Breve de Beatificación. H agam os que sea una verdad cada día más exacta el R einado de Jesús en nuestras almas; q u e entonces reina rá plenam en te en nosotros el am an tísim o C orazón. Este reinado entero, absoluto, am o roso , será el m ás espléndido m o n u m e n to qu e le p o d em o s erigir. José M .“ S áenz de Tejada. S. J.
PRIMERA PARTE La vida cristiana y sus fundamentos c a p it u l o
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Que la vida cristiana debe ser una continuación de la vida santísima que Jesús hizo en la tierra Jesús, Hijo de Dios e Hijo del hom bre, Rey de los hom bres y de los ángeles, no solam en te es nuestro Dios, nuestro Salvador y soberano Señor, sino tam b ién nuestra cabeza, y nosotros sus m iem bros y su cu erp o , c o m o dice San Pablo: «N osotros, los q u e c o m p o n e m o s la Iglesia, so mos m iem b ro s de su cuerpo, form ados de su carn e y de sus huesos» (1). Estando, p o r consiguiente, unidos a Él con la más íntim a unión q u e darse puede, c o m o es la de los m iem b ros con su cabeza; unidos a Él espiritualm ente l. « M em bra sum us co rp o ris ejus, de carne ejus, el de ossibus ejus». E ph., V. 30.
por la fe y por la gracia que se nos da en el santo bautis mo. y co rp o ra lm e n te por la unión de su santísim o cuerp o con el nuestro en la sagrada Eucaristía, síguese de aquí necesariam ente que, así c o m o los m iem bros están a n im a dos del espíritu de su cabeza, y viven de su vida, de igual m anera debem os nosotros vivir la vida de Jesús y estar a n im ad o s de su espíritu, c a m in a r tras sus huellas, reves tim o s de sus sentim ien to s e inclinaciones, realizar todas nuestras acciones con las m ism as disposiciones e in ten ciones con que Jesús realizaba las suyas; en u na palabra, c o n tin u ar, hacer nuestra la vida, religión y devoción que Él practicó en la tierra. Esta afirm ación es m uy fundada, po rqu e tiene en su ap o y o no pocos lugares de las sagradas páginas, d o n de habla Aquél q ue es la m ism a verdad. ¿N o le oís c ó m o dice en diversos lugares del evangelio? «Y o soy la vida». « Y o he venido para qu e tengáis vida». «Y o vivo y voso tros viviréis. Entonces conoceréis vosotros q ue yo estoy en mi Padre, que vosotros estáis en mí, y yo en vosotros» (2). Es decir, qu e co m o yo estoy en mi Padre, viviendo de la vida q u e Él de co n tin u o me co m u n ica, así vosotros estais en mí y vivís mi propia vida, y yo vivo en vosotros, y vosotros conm igo y en mí viviréis. Y su a m a d o discípulo ¿no nos dice a voces «q ue Dios nos ha dad o un a vida eterna y q u e esta vida está en su Hijo, y q u e quien tiene al Hijo de Dios tiene la vida»; y, po r el con trario , «que quien n o tiene al Hijo, no tiene la vida» y «q ue Dios envió a su Hijo unigénito al m undo, para que p o r Él tengam os la vida, y q u e «som os nosotros
2. «Ego sun.. vita». Jo an . X IV, 6. «Ego veni ut vitam habeant». Jo an . X. 10. «E t non vultis venire ad me ut vitam habeatis». Jo an . V. 40. «Ego vivo et vos vivetis. In illo die vos cognoscetis quia ego sum in Patre m eo, et vos in me, et ego in vobis». Jo an . X IV , 19. 20.
en este m u n d o co m o Él lo fue d u ra n te su vida (3); es d e cir, que aqui nosotros o cu p am o s su lugar y debem os vivir en este m u n d o c o m o Él vivió. Y en su apocalipsis ¿no nos declara el m ism o apóstol que el esposo am a d o de nuestras alm as, q ue es Jesús, cla m a sin cesar, diciéndonos: «V enid, venid a mí. El qu e tie ne sed q u e venga; y el q ue quiera, tom e de balde el agua de vida (4); es decir, qu e p ued a d a r d en tro de mí con el agua de vida verdadera?». Lo cual está conform e con lo que cu en ta el santo Evangelio, q u e un día el Hijo de Dios, puesto en pie en m edio de una gran m u c h ed u m b re, decía en alta voz: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (5). Y ¿qué es lo que a todas horas nos predica el apóstol San Pablo? «Q ue estam os m uertos y que nuestra vida está escondida con Jesucristo en Dios» (6). « Q ue el Padre E terno nos dio vida ju n ta m e n te en Cristo y con Cristo» (7); es decir, q ue no solam en te nos ha hecho vivir con su Hijo, sino tam b ién en su Hijo y de la vida de su Hijo»; q u e la vida de Jesús debe manifestarse ta m b ién en nues tros cuerp os (8); q ue «Jesucristo es nuestra vida» (9); que Él está y vive en nosotros. «V ivo yo, dice de sí el A póstol,
3. «V itam aeternam d edil nodis D eus. Et haec vita in Filio ejus cst. Q ui ha bel Filium , ha bel vitam ; qui non habet F ilium , vitan non habet». I Joan., V, II, 12. - «F ilium suum unigenitum m isil in m u n d u m . ut vivam us per eum ». I Jo an .. Iv. 9. - Sicut ille est, et nos sum us im hoc m undo, ibid., I 7. 4. «V eni.. veni. El q u i sitit veniat: et qui vult, accipiat a q u a m vitae gra tis». A poc., X X II, 17. 5. «Si quis sitit, venial ad me el bibat». Jo an . VII, 37. 6. «M ortui eslis el vita vestra abscondita cst cum C risto in D eo». C ol.. III, 3. 7. «D eus autem .. convivificavii nos in C risto». E ph., II. 5. «E t vos., convivificavit cum illo». C ol., II. 13. 8. «Et vita Jesu m anifestetur in co rp o rib u s nostrís». II C o r., IV, 10, I I . 9. «C um C ristus a p p a ru e rit, vita vestra». C ol., III. 4.
o m ás bien, n o soy yo el que vive, sino q u e Cristo vive en mí» (10). Y, si bien meditáis to d o el cap ítu lo en q ue él expone estas palabras, os convenceréis de q u e no habla solam ente de sí m ism o y en su n o m b re, sino en el n o m bre y person a de to d o cristiano. Y, finalm ente, hablando en otro lugar a los cristianos, dice: « q u e ora sin cesar por ellos, p ara qu e Dios les haga dignos del estado a q u e les ha llam ado, y c u m p la n todos los designios que su bo ndad tiene sobre ellos y hagan co n su poder fecunda su fe en bu enas obras, a fin de q u e sea glorificado en ellos el n o m bre de N. S. Jesucristo y ellos en Él» (11). T o d o s estos sagrados textos nos dem uestran con toda evidencia que Jesucristo debe vivir en nosotros, q ue noso tros n o d ebem o s vivir sino en Él, y q u e su vida debe ser nuestra vida, que nuestra vida debe ser u n a contin uació n y expresión de su vida; y qu e p ara ning un a o tra cosa te n e m os derecho a vivir en la tierra, si no es p a ra llevar, santi ficar, glorificar y hacer vivir y rein ar en nosotros, el n o m bre, la vida, las cualidades y perfecciones, las disposicio nes e inclinaciones, las virtudes y acciones de Jesús.
CAPITULO II Confirmación de la verdad precedente Para en ten der m ás claram ente, y para c im en ta r con más firmeza en nuestras alm as esta verdad fundam ental 10. «V ivo au tem . ja m n o n ego. vivit vero in m e C ristus». G a l., II. 20. 11. « O ram us sem per p ro vobis: ut d ig n etu r vos vocatione sua D eus noster, et im pleat om nem v o lu ntatem b o n itatis. et o pus ñdei in virtu te, u t clarificetur nom en D om ini nostri Jesu C hristi in vobis, et vos in illo». II. T hess, 1, 11. 12.
de la vida, religión y devoción cristianas, tened a bien re parar y considerar que N. S. Jesucristo tiene dos clases de cuerpos y dos clases de vidas: Su p rim e r cu erp o es el cu erp o natural q ue to m ó de la S antisim a Virgen: y su pri m era vida es la vida qu e tuvo en este m ism o cuerpo, m ientras estuvo en la tierra. Su segundo cu erp o es su cu erp o místico, la Iglesia, a la q u e San Pablo llam a «corpus Christi» (1), el cu erp o de Jesucristo; y su segunda vida, la vida q ue tiene en este cu erp o y en todos los ver daderos cristianos, qu e son m iem bros de este cuerpo. La vida pasible y te m p o ral q u e Jesús tuv o en su cu er p o n atu ral, te rm in ó po r co m p leto en el m o m e n to de su m uerte; pero quiere Él c o n tin u a r esta m ism a vida en su cu erp o místico, hasta la co n su m ación de los siglos, p ara glorificar a su Padre, con las acciones y sufrim ientos de una vida m ortal, laboriosa y pasible, no solam ente d u r a n te el espacio de treinta y c u atro años (2) sino hasta el fin del m undo. Esta vida de Jesús en su cu erp o místico, esto es, en los cristianos, si bien es verdad que n o llega a ú n a su total cu m p lim ie n to , llénase, no obstante, de día en día, y se co m p leta rá con entera perfección al fin de los tie m pos. P or eso dice San Pablo: q u e «él está c o m p le ta n d o en su carne lo qu e q u ed a p o r padecer a Cristo en sus m ie m bros, sufriendo trabajos en p ro de su cu erp o místico, qu e es la Iglesia» (3). Y lo q ue San Pablo dice de sí m ism o, p uede decirse de cada cristiano verdadero, c u a n d o sufre algo con espíritu de sum isión y de am o r a Dios. Y lo que San P ablo dice de los sufrim ientos, puede decirse de todas
1. I C or., X II. 27. 2. M ás com ún es la op in ió n de los q u e creen q u e Jesucristo N. S. vivió en este m undo treinta y tres años. N o ta del trad u cto r. 3. « A dim pleo ea, q u ae desu n t passio n u m C hristi, in carne m ea p ro corp ore ejus. quod est Ecclesia». C ol.. 1, 24.
las dem ás acciones qu e un cristiano realiza en la tierra. P orque así c o m o San Pablo nos asegura q u e él co m pleta los sufrim ientos de Jesucristo, de igual m anera p uede d e cirse con toda verdad que un cristiano verdadero, p o r ser m iem b ro de Jesucristo y p o r estar u nido a Él p o r la gra cia, co n tin u a y co m p leta con las acciones q u e realiza a n i m ad o del espíritu de Jesucristo, las acciones que el mis m o Jesucristo ejecutó, d u ra n te el tiem p o de su vida pasi ble en la tierra. De suerte que, c u a n d o un cristiano ora, c o n tin ú a y co m p leta la oración que Jesucristo hizo en la tierra; c u a n d o trabaja, co n tin ú a y com p leta la vida laboriosa de Jesu cristo; c u a n d o trata con el prójim o con espíritu de cari dad, co n tin ú a y c o m p leta la vida de com u nicació n de Je sucristo; c u a n d o com e o reposa cristianam ente, co ntinú a y com p leta la sujeción qu e Jesucristo quiso tener a estas necesidades; y así p o d ríam o s decir de todas las d em ás a c ciones cristianam ente practicadas. En este sentido nos m anifiesta San P ablo q u e «la Igle sia es el c o m p le m e n to o la perfección de Jesucristo, en c u a n to Él es su mística cabeza y lo llena tod o en todos, form ando un todo c u m p lid o y perfecto y co m u n ic a n d o a todos sus m iem b ro s el ser y la vida» (4). Y en o tro lugar nos da a en tend er qu e «todos nosotros trabajam os en la edificación del cu erp o místico de Jesucristo, hasta que lleguemos a la m edida de la edad perfecta de Jesucristo (5); es decir a la edad según la cual Jesucristo se ha de for m ar m ísticam ente en nosotros, lo cual no se cum p lirá en toda su perfección sino en el día del juicio.
4. «Et ipsum dedit cap u t supra o m n em Ecclesiam . quae est Corpus ipsius. et plen itu d o ejus, qu i o m n ia in óm n ib u s ad im p letu r» . E ph.. 1, 22, 23. 5. «Et ipse dedit quosdam apostolos... in aedifícationem corporis C hristi; doñee o ccurram us om n es in u n itatem fidei, et agnitionis Filii D ei, in virum perfectum , in m ensuram a e ta tis p len itu d in is C hristi». E p h ., IV, 11-13.
Porque siendo este divino Jesús nuestra cabeza y n o sotros sus m iem bros, unidos a Él con una unión in c o m p arablem en te m ás estrecha, más noble y elevada q u e la unión q u e existe entre la cabeza y los m iem bros de un cu erp o n atural, síguese forzosam ente q ue debem os estar an im a d o s de su espíritu y vivir de su vida, más particular y perfectam ente que los m iem b ro s de un cu erp o natural están a n im ad o s y viven de su cabeza. Estas son las grandes verdades, las im portantes verda des y dignas de toda nuestra consideración, que nos o bli gan a algo grande y qu e deben ser c o n s tan tem e n te m edi tadas p o r cuan to s desean vivir cristianam ente. Pensad, p o r lo tanto, en ellas m u c h as veces y con atención y ap ren d e d de aquí: qu e la vida, la religión, la devoción y piedad cristianas consisten p ro p ia y verdade ram en te en c o n tin u a r la vida, devoción y religión de Je sús en la tierra, y qu e p or ello, n o solam ente los religiosos y religiosas, sino tam bién todos los cristianos están obli gados a llevar u na vida co m p leta m en te santa y divina y a practicar todas sus obras santa y divinam ente. Lo cual no es im posible, ni siquiera ta n difícil c o m o m uchos se lo im aginan, antes m u y dulce y fácil para los que tienen c u i d ad o de elevar con frecuencia su espíritu y su corazón a Jesús y de entregarse y unirse a Él en to d o lo q u e hacen.
CAPITULO III Cuatro fundamentos de la vida cristiana Primer fundamento: LA FE A sentado ya qu e no ten em o s d erecho a vivir en el m u n d o sino para c o n tin u a r la vida santa y perfecta de
nuestra cabeza, que es Jesús, c u a tro cosas debem os consi d erar frecuentem ente, ad o rar en la vida q u e Jesús tu v o en la tierra y esforzarnos, c u a n to nos sea d a d o con la ayuda de su gracia, p o r expresarlas y co n tin u arla s en nuestra vida, c u atro cosas que son c o m o otros tantos fu n d am e n tos de la vida cristiana, y sin las cuales, p o r consiguiente, es im posible ser verdadero cristiano. Por esto, es necesa rio deciros aquí algo de cada u na de ellas en particular. El p rim e r fu n d am en to de la vida cristiana es la fe. P orque San P ablo nos manifiesta «q ue si q u erem o s ir a Dios y llegarnos a su divina Majestad, el p rim er paso que hem os de d ar es creer» (1) y q u e «sin fe es im posible agra d a r a Dios» (2). «La fe, dice el m ism o apóstol, es el fun d a m e n to de las cosas q u e esperam os» (3). Es la piedra fundam ental de la casa y del reino de Jesucristo. Es una luz celestial y divina, una p articipación de la luz eterna e inaccesible, un rayo del rostro de Dios; o, para hablar un lenguaje más conform e a la Escritura, la fe es co m o un d i vino sello p o r el cual la luz del rostro de Dios q u ed a im presa en nuestras alm as (4). Es una co m u n icac ió n y un a c o m o extensión de la luz y ciencia divina que fue infundida en el alm a santa de Je sús, en el m o m e n to de su E nca m ació n . Es la ciencia de la salvación, la ciencia de los santos, la ciencia de D ios que Jesucristo ha sacado del seno de su Padre y nos la ha traí do a la tierra, p ara disipar nuestras tinieblas, para ilum i n a r nuestros corazones, para d arn o s los con ocim ientos necesarios a fin de servir y a m a r a Dios perfectam ente, para som eter y subyugar nuestros espíritus a las verdades que Él nos enseñó y nos enseña aún p o r Él m ism o y por
1. 2. 3. 4.
«C rederi enim o p o rte t accedentem ad D cum ». H cb.. II, 6. «Sinc fide au tem im possibile est placere Deo. Ib id .». «Esl au tem fides sp eran d aru m su b stan tia rerum ». H eb., II. 1. «Signatum est super nos lum en vultus tu i. D om ine». Ps. 4 , 7.
m edio de su Iglesia, y así expresar, c o n tin u a r y c o m p leta r en nosotros la sum isión, la docilidad y el ren d im ien to vo lun tario y sin som bras q u e su espíritu h u m a n o tuvo con respecto a las luces q ue su E terno Padre le co m u n icó y a las verdades q u e le fueron enseñadas; toda vez qu e la fe, q ue nos ha sido dada p ara sujetar y hacer cautivo nuestro espíritu a la creencia de las verdades q ue se nos m anifiestan de parte de Dios, es una co n tin u ació n y c o m p le m en to de la sum isión am oro sa y perfectísim a que el espíritu h u m a n o de Jesucristo tuv o a las verdades que su Padre E terno le manifestó. Esta luz y ciencia divina nos da un perfecto co n o ci m iento, en la m edida q ue se puede tener en este m un do , de todas las cosas qu e están en Dios y fuera de Dios. La razón y la ciencia h u m a n a las m ás de las veces nos engañan; ya p o rq u e son débiles y lim itadas en sus luces para alcan zar el co n o cim ie n to de las cosas de Dios, infi nitas e incom prensibles; c o m o ta m b ién , p o rq u e la ciencia y la razón h u m a n a están envueltas en tinieblas y oscuri dades, c o m o consecuencia de la co rru p ció n del pecado, para p o d er tener siquiera un c o n o cim ie n to verdadero de las cosas qu e están fuera de Dios. Pero la luz de la fe, siendo, c o m o es, u na participación de la verdad y luz de Dios, no nos puede engañar, sino q u e nos hace ver las co sas co m o Dios las ve, es decir, en su propia verdad y c o m o son a los ojos de Dios. D e suerte, q u e si m iram o s a Dios con los ojos de la fe, le verem os en su p ro p ia verdad, tal co m o Él es, y en cier ta m a n era c o m o cara a cara. Porque, a u n q u e bien es ver dad que la fe va u nida a la oscuridad y nos hace ver a Dios, no con la claridad con q u e se le ve en el cielo, sino oscu ram ente y co m o a través de una nube, sin em bargo, n o h um illa su su p rem a grandeza, c o m o hace la ciencia, entregándose al alcance de nuestro espíritu, sino que, a través de sus som bras y oscuridades p enetra hasta la infi
nitud de sus perfecciones y nos le hace cono cer tal com o Él es: infinito en su ser y en todas sus divinas perfeccio nes. Ella nos da a con ocer qu e to d o lo q u e hay en Dios y en Jesucristo, H om bre-D ios, es infinitam ente grande y adm irab le, infinitam ente adorable y am able, e infinita m ente digno de ser glorificado y a m a d o p o r sí mismo. Ella nos hace ver q ue Dios es veracísim o y fidelísimo en sus palabras y prom esas, que es to d o b ondad, to d o d u lz u ra y todo a m o r para con los q ue le buscan y p onen en Él su confianza, así co m o to do rigor, esp an to y severidad para con los qu e le a b a n d o n a n , siendo cosa esp an to sa m ente terrible caer en las m anos de su justicia. Ella nos da a con ocer con com p leta seguridad q u e la divina Provi dencia guía y gobierna, santa y sapientísim am en te y del mejor m o d o posible, to d o c u a n to ocurre en el m undo; providencia que merece ser in finitam ente ad o rad a y a m a da p o r todos los seres qu e ella ordena, sea en su justicia, sea en su misericordia, en el cielo, en la tierra y en el in fierno. Si m iram o s a la Iglesia de Dios a la luz de la fe, vere mos qu e ten iend o a Jesucristo p or su cabeza y al Espíritu Santo po r su guía, es im posible qu e p ued a en cosa alguna apartarse de la verdad ni en callar a la m entira; y que, po r consiguiente, todas las cerem onias, usos y funciones de la Iglesia han sido san iam en te instituidos, que c u a n to ella pro h íb e y m and a, m u y legítim am ente queda pro h ib id o y m an d ad o , qu e to d o lo q u e en señ a es infaliblem ente ver dadero. q u e hem os de estar dispuestos a m o rir mil veces antes qu e a p a rta rn o s lo m ás m ín im o del m u n d o de verda des que nos c o m u n ica, y, q u e en fin, estam os obligados a h o n ra r y reverenciar de una m anera p articu la r todas las cosas qu e están en la Iglesia, co m o cosas santas y sagra das. Si nos vemos a nosotros m ism os y a todas las cosas del
m u n d o con los ojos de la fe, verem os con toda claridad que, de nosotros m ism os, no somos m ás que nada, peca do y ab o m in ació n , y que todo lo qu e hay en el m undo, no es sino h u m o , ilusión y vanidad. Así hem os de m irar todas las cosas, no en la vanidad de nuestros sentidos, ni con los ojos de la carne y de la sangre, ni con la pobre y engañosa vista de la razón y de la ciencia h u m a n a , sino en la verdad de Dios, y con los ojos de Jesucristo, con aquella luz q u e Él sacó del seno de su Padre, con la que m ira y conoce todas las cosas, luz d i vina que Él nos ha c o m u n icad o , a fin de que m irásem os y conociésem os todas las cosas c o m o Él las mira y conoce.
CAPITULO IV Que la Fe debe ser norma de todas nuestras acciones
Así c o m o debem o s m irar todas las cosas a la luz de la fe p a ra conocerlas con verdad, de igual m anera debem os p racticar todas nuestras acciones, guiados po r esta m ism a luz para realizarlas santam ente. Porque, c o m o Dios se c o n duce p o r su divina sabiduría; los ángeles, po r su inte ligencia angélica; los ho m b res privados de la luz de la fe, p o r la razón; las personas del m u n d o , po r las m áxim as qu e en él se siguen; los voluptuosos, p o r sus sentidos; así los cristianos, de quien Jesucristo es la cabeza, deben guiarse po r la m ism a luz que a Jesucristo guió; es decir, p o r la fe, q ue es un a parti pación de la ciencia y luz de Jesucristo.
P ara ello, debem os esforzarnos, con to d a clase de m e dios, p o r a p re n d e r bien esta divina ciencia y p o r no e m prend er nada q u e se desvíe de esta santa norm a. A este efecto, al c o m e n z a r nuestras acciones, sobre tod o las más im p ortantes, p o n g ám o n o s a los pies del Hijo de Dios, ado rém osle c o m o a u to r y c o n s u m a d o r de la fe y co m o a quien es Padre de las luces, luz verdadera que ilum ina a todo h o m b re q u e viene a este m undo. R econozcam os que, de nosotros m ism os, no somos más que tinieblas y q u e todas las luces de la razón, de la ciencia y hasta de la experiencia h u m a n a no son, con har ta frecuencia, m ás q u e oscuridades e ilusiones, en las que no d ebem os tener confianza alguna. R en u nciem o s a la p rudencia de la carne y a la sabiduría del m u n d o ; p id a m os a Jesús q u e las destruya en nosotros c o m o a verdade ros enem igos, qu e n o p erm ita que sigam os sus leyes, sus m áxim as y consejos; antes, p o r el co ntrario , que nos ilu mine con su luz celestial, q ue nos guíe con su divina sabi duría, que nos dé a con ocer lo qu e le es más grato, que nos conceda gracia y fortaleza para asentir in q u e b ra n ta blem ente a sus palabras y prom esas, para cerrar c o n sta n tem en te los oídos a toda consideración, y para preferir con valentía las verdades y m áxim as de la fe qu e Él nos enseña p o r su Evangelio y p o r la Iglesia, a todas las razo nes y discursos de los hom b res que se co n d u cen según las m áxim as del m undo. A este fin, m u y b u y i o sería, co n ta n d o con el perm iso de quienes lo pu ed an dar, leer todos los días de rodillas un cap ítu lo de la vida de Jesús con ten id a en el N uevo T estam en to , a fin de ap re n d e r cuál ha sido la vida de nuestro Padre y de advertir cuid ad osam ente, con sid eran do las acciones q u e Él obró, las virtudes q u e ejercitó y las palabras qu e profirió, las reglas y m áxim as po r las qu e Él se co n du jo y quiere q ue nosotros nos cond uzcam os. P or que la p rudencia cristiana consiste en ren u n ciar a las m á
ximas de la pru d en cia h u m a n a , en invocar el espíritu de Jesucristo, a fin de qu e nos ilum ine, nos co n du zca según sus m áxim as y nos gobiene, conform e a las verdades que Él nos ha en señ ad o y las acciones y virtudes que Él p ra c ticó. Esto es co nducirse según el espíritu de la fe.
CAPITULO V Segundo fundamento de la vida cristiana: El odio y el apartamiento del pecado
Si estam os obligados a c o n tin u a r en la tierra la vida santa y divina de Jesús, d ebem os tam b ién revestirnos de los sentim ientos e inclinaciones del m ism o Jesús, según la enseñanza de su Apóstol: «H o c sentite in vobis et in C hristo Jesu» (1). Habéis de ten er en vuestros corazones los m ism os sentim ientos q u e tu v o Jesucristo en el suyo. A h o ra bien, Jesucristo tu v o dos clases de sentim ientos en extrem o contrarios, a saber: un sen tim ien to de am o r infinito, p o r lo q u e m ira a su Padre y a nosotros, y un sentim iento de su m o odio a to d o lo que es co n tra rio a la gloria de su Padre y a nuestra salvación, es decir, a to d o lo q u e respecta al pecado. A m a a su Padre, y lo m ism o a nosotros, con a m o r in finito; del m ism o m odo, odia al p ecado infinitam ente. Y am a ta n to a su Padre y a nosotros, q u e ha hecho cosas in finitam ente grandes, ha sufrido to rm en to s s u m am en te do1. Philip.. 2. 5.
lorosos, y ha sacrificado su vida so b eranam en te preciosa p o r la gloria de su Padre y p o r nuestro am or. P or el co ntrario , es tal el ho rro r que tiene al pecado, q u e bajó del cielo a la tierra, se a n o n a d ó a sí m ism o to m a n d o la form a de siervo, vivió treinta y c u atro años (2) en la tierra una vida llena de trabajos, de desprecios y su frimientos, d erram ó hasta la últim a gota de su sangre, y m u rió con la m ás afrentosa y cruel de todas las muertes; to d o ello, por el odio que tiene al pecado y p o r el deseo s u p re m o que alberga en su corazón de destruirlo en noso tros. D ebem os, p o r lo tanto, c o n tin u a r en nosotros estos m ism os sentim ientos que Jesús tu v o p a ra con su Padre y en orden al pecado, d eclarándole la guerra q u e Él le d e claró m ien tras estuvo en la tierra; porq ue, si estamos obligados a a m a r a Dios sobre todas las cosas y con todas nuestras fuerzas, tam bién lo estam os a odiar infinitam en te, o c u a n to podam os, al pecado. Para llegar a esto, m irad desde ah ora al pecado, no c o m o lo m iran los hom bres, con ojos carnales y cegados, sino c o m o lo m ira Dios, con ojos esclarecidos con su luz divina, con los ojos de la fe. Veréis a esta luz y con estos ojos, q u e siendo el pecado en cierta m an era infinitam ente co n tra rio y op uesto a Dios y a todas sus divinas perfecciones y su p o n ien d o la privación de un bien infinito, co m o es Dios, en tra ñ a en sí una m alicia, una locura, un a fealdad, una miseria tan grande co m o Dios, infinito en bondad, en sabiduría, en herm o sura y en santidad (3); y qu e d ebe ser, p or co nsi guiente, en algún m od o tan odiado y perseguido co m o Dios merece ser buscado y am ado. Veréis q u e el pecado es cosa ta n horrible qu e no p uede ser borrado sino con la sangre de un Dios; tan detestable q u e n o puede ser des2. Véase la nota (2) de la página 24.
tru ido sino p or la m uerte y destrucción de un H o m breDios; tan a b o m in ab le qu e n o puede dejar de existir sino p o r el a n o n a d a m ie n to del Hijo único de Dios; tan execra ble ante Dios, a causa de la injuria y d esh o n o r infinito q u e le infiere, que tal injuria y d esh o n o r no puede ser dig n am en te rep arad o sino con los trabajos, sufrimientos, agonías, con la m uerte y m éritos infinitos de un Dios. Veréis qu e el p ecado es un cruel hom icida, un deicida espantoso, y la más horrible destrucción de todas las co sas. Es un hom icida, puesto q u e es la única causa en el ho m b re de la m u e rte de su c u e rp o y de su alm a j u n t a mente. Es un deicida, p o rq u e el pecado, el pecad or hizo m orir a Jesucristo en la cruz y todavía le crucifica cada día en sí m ism o. Es adem ás, la destrucción de la n a tu ra le za, de la gracia, de la gloria y de todas las cosas, p orque destruyendo, en c u a n to en él está, al a u to r de la n a tu ra le za, de la gracia y de la gloria, destruye en cierta m anera todas estas cosas. Veréis tam bién , q u e el pecad o es ta n destestable ante Dios, q ue la p rim era, la m ás noble y q u erid a de sus c ria turas, el ángel, así q u e cayó en un solo pecado, y él nada m ás de p en sam ien to , un pecado de un m o m e n to , le preci pitó desde lo m ás alto del cielo a lo m ás p ro fu n d o de los infiernos, sin darle un solo m o m e n to de tiem p o p ara h a cer penitencia, p o r indigno e incapaz (4) de ella; y cu an d o se e n cu e n tra a un alm a a la hora de la m uerte con un p e cado m ortal, a pesar de ser todo b on dad y a m o r p ara con su criatu ra, no obstante el deseo su p rem o qu e tiene de salvar a to d o el m u n d o , y a este efecto h aber d erra m a d o su sangre y dad o su vida, se ve obligado p o r su justi-
3. «Pcceatum contra D cum com m isssum q u an d am inflniuitcm habet. ex infinítate d ivinae m ajestatis: tan to cnim ollensa est gravior. q u a n lo m ajo r est ile in quem d elinquitur» . St. T h . III. 1. 2. ad 2 m. 4. Cf. S. T h ., 1 ,6 4 ,2 .
cia a p ro n u n c ia r una sentencia de eterna condenación contra esta a lm a desventurada. Pero, lo m ás asom broso de to d o esto es: Q u e el P adre Eterno, viendo a su p ro pio Hijo, a su H ijo único am adísim o , santísim o e inocentísi m o, cargado de pecados ajenos, « n o le ha perd o n ad o , dice San Pablo, sino q u e le ha entregado p o r nosotros a la cruz y a la m uerte» (5). ¡Tan ab o m in a b le y execrable ante Él es el pecado! Veréis ad em ás q ue el pecad o está tan lleno de malicia q u e transform a a los servidores de D ios en esclavos del diablo, a los hijos de Dios en hijos del diablo, a los m ie m bros de Jesucristo en m iem b ro s de Satanás y hasta a los qu e son dioses p o r gracia y p o r p articipación en diablos po r sem ejanza e im itación, según la palab ra del q u e es la m ism a verdad, q uien h a b lan d o de un pecador, le llam a diablo: « u n u s ex vobis diabolus est» (6). C onoceréis, en fin, q u e el pecado es el mal de los m a les y la desgracia de las desgracias; el m anantial de todos los males y desgracias q u e cu n d en p o r la tierra y colm an el infierno. En verdad q ue no hay sino este solo mal en el m u n d o q u e p u ed a ser llam ad o m al, entre todas las cosas terribles y espantosas, la m ás terrible y espantosa; más horrible que la m uerte, m ás esp antable q u e el diablo, más pasm oso qu e el infierno, puesto q u e to d o lo q u e hay de horrible, espantable y pasm oso en la m uerte, en el diablo y en el infierno, procede del pecado. ¡Oh pecado, q u é detestable eres! ¡Ah si los ho m bres te conociesen! Es preciso decir bien claro q u e hay algo en ti, infinitam ente más horrible qu e c u a n to se p uede decir y pensar, p o rq u e el alm a m a n ch ad a con tu c o rru p ció n no pu ed e q u ed ar lim pia y purificada sino con la sangre de un
5. « P ro p rio Filio suo non p ep ercit, des p ro nobis ó m n ib u s trad id it illum ». R om . VIII, 32. 6. Jo an . 6, 71.
Dios, y tú no puedes ser destruido y an iq u ilad o sino por la m uerte y an o n a d a m ie n to de un H om bre-D ios. ¡Oh gran Dios! no me aso m b ra q u e ta n to odiéis a este m o n stru o infernal y que le castiguéis con ta n to rigor. A sóm brense los q ue no os conocen y los qu e n o conocen la injuria qu e se os hace con el pecado. En verdad, ¡oh Dios mío! q ue n o seríais Dios si n o odiaseis infinitam ente la iniquidad. Porque, viéndoos felizmente necesitado de a m a ro s a Vos m ism o, c o m o a b on dad infinita que sois, con infinito am or: estáis igual santam ente obligado a ab o rrecer infinitam ente lo qu e os es, en cierto m odo, infinita m ente contrario. ¡Oh cristianos q ue léeis estas cosas, fundadas todas ellas en la palab ra de la eterna Verdad!, si aún os queda alguna centellita de a m o r y de celo p o r el Dios q u e a d o ráis, aborreced lo q u e Él ta n to aborrece y le es ta n c o n tra rio. T e m e d al pecado y huid de él m ás q u e de la peste, m ás q u e la m uerte, m ás q u e de todos los males im agina bles. C onservad siem pre en vosotros u na inquebratable resolución de sufrir mil m uertes con toda clase de to r m entos, antes q u e separaros ja m á s de D ios p o r un pecado m ortal. Y , a fin de q u e Dios os preserve de sem enjante desgra cia, cuidad tam bién de evitar, c u a n to podáis, el pecado venial. Porque debéis recordar, que fue preciso q u e N ues tro Señor d erram ase su sangre y sacrificase su vida para bo rrar ta n to el pecado m ortal co m o el venial; y q u e el q u e descuida el pecado venial, caerá p ro n to en el mortal. Si no sentís en vosotros estas resoluciones rogad a N ues tro Señor q u e os las im p rim a en vuestra alm a, y no te n gáis un m o m e n to de reposo hasta q ue os encontréis con ellas. Porque, m ientras no esteis en la disposición de m o rir y de sufrir toda clase de desprecios y to rm en to s antes q u e c o m eter pecado alguno, sabed q u e no sois verdadera m ente cristiano; que si p o r desgracia acontece que caye
rais en alguna falta, esforzaos p or levantaros c u a n to a n tes. p o r m edio de la contrición y confesión y volved nue vam en te a vuestras prim eras disposiciones.
CAPITULO VI Tercer fundamento de la vida cristiana: El desprendimiento del mundo y de las cosas del mundo N o basta a un cristiano estar d esp rendido del vicio y aborrecer toda clase de pecados, ad em ás de esto es nece sario qu e trabajéis cuidadosa y varonilm en te p o r m a n te neros en un perfecto d e sp ren d im ien to del m u n d o y de to das las cosas del m u nd o. E ntiendo p o r m undo: la vida corru m p id a y desarreglada que se lleva en el m u n d o , el es píritu reprobable qu e en él reina, los sentim ientos e incli naciones perversas qu e allí se siguen, y las leyes y m áxi mas perniciosas po r las q u e el m u n d o se gobierna. E n tiendo p o r cosas del m un do: todo lo q ue el m u n d o tanto estima y a m a y con afán busca, a saber: los honores y a la banzas de los hom bres, los vanos placeres y c o n te n ta m ientos, las riquezas y com odidades tem porales, las am istades y aficiones fundadas en la carne y en la sangre, en el a m o r p ro p io y en el p rop io interés. Ojead la vida de N uestro Señor Jesucristo y e n c o n tra réis qu e Él vivió en la tierra d en tro del más perfecto des p re n d im ie n to y privación de todas las cosas. Leed su Evangelio, escuchad su palabra y aprenderéis: «que el que no ren uncia a todas las cosas no p uede ser su discípulo». Por esto, si deseáis ser verd aderam ente cristiano y discí
pulo de Jesucristo, si deseáis c o n tin u a r y reprodu cir en vosotros su vida santa y d esprendida de todas las cosas, es preciso q ue os esforcéis p o r m a n ten ero s en este des p re n d im ie n to absoluto y universal del m u n d o y de todas las cosas del m undo. Para ello, debéis co nsid erar con frecuencia; q ue el m u n d o ha sido y será siem pre c o n tra rio a Jesús, que siem pre le ha perseguido y crucificado y le perseguirá y crucificará sin cesar hasta la co n su m ació n de los siglos, que los sentim ientos e inclinaciones, las leyes y m áxim as, la vida y el espíritu del m u n d o , de tal m anera son o p u es tos a los sen tim ien tos e inclinaciones, a las leyes y m á x i mas, a la vida y espíritu de Jesús, que es im posible p u e dan subsistir ju n ta m e n te . P o rq ue todos los sen tim ien tos e inclinaciones de Jesús no se e n ca m in a n sino a la gloria de su Padre y a nuestra santificación, y los sentim ientos e in clinaciones del m u n d o no tienden m ás q u e al pecado y a la perdición. Las leyes y m áxim as de Jesús son dulcísim as, m uy santas y razonables; las leyes y m áxim as del m u n d o son leyes y m áxim as de infierno, co m p le ta m e n te diabólicas, tiranas e insoportables. ¿Puede haber nada m ás diabólico y tirano qu e las leyes execrables de esos m ártires del m u n d o que se obligan, según sus reprobables m áxim as, a sacrificar su bienestar, su alm a y su salvación a Satanás, p o r un m ald ito p u n tillo de honor? Y lo que es más ho rri ble a ú n , es que están obligados po r la tiranía rabiosa de las leyes abo m in ab les del m u n d o , si se les llam a p o r se gunda vez, a batirse a veces a sangre fría, sin objeto y sin razón, p o r la pasión y locura de un im pertin en te, que les es indiferente, con el m a y o r de sus enem igos y clavarle a m e n u d o la espada en su seno, dándole m uerte, a r r a n c a n d o el alm a del cu erp o para entregarla a Satanás en las llamas eternas. ¡Qué rabia y crueldad! ¡Oh Dios mío! ¿Pude verse nada más d u ro y tiránico?
La vida de Jesús es u n a vida santa y ad o rn a d a de toda clase de virtudes; la vida del m u n d o es una vida d e p ra v a da, llena de desórdenes y de to d a clase de vicios. El espí ritu de Jesús en orden a Dios, es espíritu de luz, de ver dad, d e piedad, de am o r, de confianza, de celo y de reve rencia; el espíritu del m u n d o es un espíritu de error, de incredulidad, de tinieblas, d e ceguera, de desconfianza, de alboroto, de im piedad, de irreverencia y de du reza para con Dios y las cosas de Dios. El espíritu de Jesús es un espíritu de hum ild ad, de modestia, de desconfianza d e u n o m ism o, de m ortifica ción y abnegación, de con stancia y firmeza, co n relación a nosotros m ism os; p o r el co ntrario , el espíritu del m u n do, es un espíritu de orgullo, de presun ción , de a m o r d e sordenado de sí m ism o, de ligereza e inconstancia. El es p íritu de Jesús, co n relación al prójim o, es un espíritu de m isericordia, de caridad, de paciencia, de d u lz u ra y de unión; el espíritu del m u n d o es un espíritu de venganza, de envidia, de im paciencia, de cólera, de m u rm u ra c ió n y de división. En fin, el espíritu de Jesús es el espíritu de Dios, espí ritu santo y divino, espíritu de toda clase de gracias, de virtud y de bendición, espíritu de paz y de tranquilidad, espíritu qu e no busca más q u e los intereses de D ios y de su gloria; p o r el co ntrario, el espíritu del m u n d o es el es píritu de Lucifer; p orque siendo Lucifer principe y cabeza del m u n d o , síguese necesariam ente q u e el m u n d o está a n im a d o y regido de su espíritu; espíritu terreno, carnal y an im al, espíritu de m aldición y de toda clase de pecados, espíritu de tu rb ac ió n y de inq uietud, espíritu de borrasca y tem pestad, «spiritus pro cellaru m » (1), espíritu q ue no busca m ás que su pro pia co m o d id ad , sus gustos e inte reses. Juzgad a h o ra si es posible q u e el espíritu y la vida 1. P s ..X , 7.
del m u n d o p ueda c o m p a rtir co n el espíritu y la vida cris tiana, q ue no es o tra cosa q u e el espíritu y la vida de Jesu cristo. Por todo lo dicho, si deseáis ser verdad eram ente cris tianos, es decir, si deseáis pertenecer perfectam ente a Je sucristo, vivir su vida, estar an im ad o s de su espíritu y conduciros según sus m áxim as, es d e to d o p u n to necesa rio q u e os propongáis ren u n ciar e n teram en te y d ar un eterno adiós al m u n d o . N o q u ie ro decir q ue sea necesario q u e ab andonéis el m u n d o para encerraros entre cuatro paredes, si Dios no os llam a a ello; pero sí que os esfor céis p o r vivir en el m u n d o , c o m o si no fuerais del m u n d o , esto es, que hagáis profesión pública generosa y constante de no vivir m ás la vida del m u n d o y de no cond uciros en adelante p o r su espíritu y p o r sus leyes; que no os aver goncéis, antes p o r el contrario, q ue os gloriéis san tam en te de ser cristianos, de pertenecer a Jesucristo y de preferir las santas m áxim as y verdades que Él nos ha dejado en su Evangelio a las perniciosas m áxim as y falsedades que el m u n d o enseñ a a sus discípulos; y que, a lo m enos, tengáis ta n to á n im o y firmeza p ara ren u n ciar a las leyes, senti m ientos e inclinaciones del m u n d o y p a ra despreciar po r virtud todos sus vanos discursos y engañosas opiniones, c o m o tem eridad e im p iedad él alardea tener en despreciar p erversam ente las leyes y m áxim as cristianas y en enojar se im p ertin en tem en te con los que las siguen. Porque en esto consiste el verdadero valor y la perfec ta generosidad; y lo q u e el m u n d o llam a valor y espíritu fuerte, no es m ás que cobardía y debilidad de corazón. He aqu í lo q u e yo llam o desprenderse del m u n d o y vi vir en el m u n d o c o m o si en él no se estuviese.
Continuación de la materia precedente, sobre el desprendimiento del mundo Es necesario, a fin de grabar m ejor en vuestra alm a este desp ren d im ien to del m u n d o , q u e no os limitéis en vuestro em p e ñ o a ap artaro s de él, sino tam bién que le aborrezcáis c o m o Jesucristo le aborreció. Pues bien, Jesu cristo de tal m anera aborrece al m u n d o qu e no sólo nos exhorta p o r su discípulo am a d o a que « no a m e m o s al m u n d o ni las cosas que hay en el m u n d o » (1), sino qu e nos declara ad em ás p o r su apóstol Santiago q u e «la am is tad de este m u n d o es para Él enem istad » (2), es decir, que tiene p o r enem igos suyos a cuantos am an al m u n d o . Y p o r sí m ism o nos asegura «q ue su reino n o es de este m u n d o ; co m o ta m p o co lo son, ni Él, ni los que su Padre le ha d ado» (3). Y, lo q u e es m u c h o m ás formidable, p ro testa altam ente, y esto al tie m p o y en el día en q u e da a co n o ce r los m ayores excesos de su bon dad, la víspera de su m uerte, c u a n d o se dispone a d a r su sangre y su vida po r la salvación de los hom bres; protesta, digo, a ltam e n te «que Él no ruega po r el m u n d o » (4); y con esto, fulm ina un espantoso an a te m a , una m aldición y ex co m u n ió n co n tra el m u n d o , declarándole indigno de la p articip a ción de sus plegarias y de sus misericordias. 1. «N olite diligere m u n d u m ñeque ea quae in m u n d o sunt». I Jo an . II. 15. 2. «N escilis q uia am ic itia hujus m undi inim ica est Dei? Q u icu m q u e ergo voluerit am icus esse saeculi hujus, inim icus Dci co n stitu itu r» . Jac., IV, 4. 3. R egnum m cun non cst de hoc m undo. Jo an ., X V III. 36. «Q uos dedisti m ihi custodivi... non sunt d e m u n d o sicut et ego non sum de m undo. N on rogo ut tollas eos de m undo, sed ut serves eos a m alo. De m undo non sunt, sicut et ego non sum de m undo». Jo an ., X VII, 12-16. 4. Ego p ro cis rogo; non p ro m u n d o rogo». Jo an .. XVII. 9.
Nos asegura, finalm ente, «que el m u n d o está ya ju z g a do, qu e el príncipe de este m u n d o ha sido lanzado fuera» (5). En efecto, tan p ro n to c o m o el m u n d o cayó en la co rrupción causada p o r el pecado, la divina justicia lo juzgó y co n d e n ó a ser abrasado y co n su m id o p o r el fuego. Y, a u n q u e el efecto de esta sentencia se dilate, se resolverá, no obstante, en la con su m ac ió n de los siglos. En conse cuencia de lo cual, Jesucristo m ira al m u n d o co m o el o b je to de su odio y de su m aldición, c o m o cosa que intenta y desea pasarlo p o r el fuego el día de su furor. Penetrad, pues, en estos sen tim ien to s y afectos de Je sús con respecto al m u n d o y a todas las cosas del m undo. M irad en adelante al m u n d o c o m o Jesús lo m ira, c o m o el objeto de su odio y m aldición. M iradle c o m o cosa q u e Él os p ro híb e am ar, bajo pena de incurrir en su enem istad: c o m o cosa q u e Él ha co n d e n a d o y m ald ito p o r su propia boca, con el que, po r consiguiente, n o nos es perm itido co m u n ic a rn o s sin participar de su m aldición; miradle c o m o cosa q ue Él quiere ab rasar y reducir a cenizas. M i rad todas las cosas qu e el m u n d o ta n to am a y estima: los placeres, los honores, las riquezas, las am istades y aficio nes m u n d a n a s y d em ás cosas semejantes, c o m o cosas de p u ro paso, según el oráculo divino: « M u n d u s transit et concup iscen tia ejus» (6), el m u n d o pasa, y pasan tam bién con él todos sus atractivos: cosas q u e no son m ás que nada y h u m o , engaño e ilusión, vanidad y aflicción de es píritu. Leed m u c h as veces y considerad a ten tam en te estas verdades; pedid tod os los días a N uestro Señor que os las im p rim a en vuestro corazón. Y, a fin de disponeros a ello, to m ad tod os los días a l gún tiem p o p ara ad o ra r a Jesucristo en el perfecto des-
5. « N u nc ju d iciu m est m undi; nunc princeps hujus m undi cjicictur To ras». Jo an ., XII, 31. 6. I Jo an .. II. 17.
p ren d im ien to qu e tuv o del m u n d o y suplicadle q u e os desprenda de él p o r co m p leto e im p rim a en vuestro c o ra zón, odio y abo rrecim iento a todas las cosas del m und o. G uardaos, p o r vuestra parte, de no com p ro m ete ro s con las visitas y conversaciones inútiles que se estilan en el m u n d o . Si estáis ligados a ellas, ro m p ed ¡por Dios! a cualq u ier precio vuestros co m p ro m iso s y huid m ás que de la peste, de lugares, personas y c o m p añ ías en las que no se habla m ás q u e del m u n d o y de las cosas del m un do. Porque, c o m o de estas cosas se habla con ap recio y consi deración, es m u y difícil q u e las conversaciones q u e en el m u n d o se tienen n o dejen alguna m ala im presión en vuestro espíritu. Y fuera d e esto, no ganaréis m ás que una peligrosa pérdida de tiem po; n o encontraréis m ás que una triste disipación y aflicción de espíritu; n o reportaréis m ás q u e am arg ura de corazón, enfriam ien to de la p ie dad, a p a rta m ie n to de Dios y mil otras faltas qu e c o m ete réis. Y m ientras busquéis y am éis la conversación del m u n do, Aquél qu e tiene sus delicias en estar con los hijos de los hom bres, no las te n d rá en vosotros y n o os hará gustar las du lzu ras que co m u n ica a los qu e p o n en todas sus deli cias en conversar con Él. H uid, pues, del m u n d o , os lo digo una vez más; huid de él y aborreced su vida, su espíritu y sus m áxim as, y no hagáis am istad ni tengáis co m u n icac ió n , en c u a n to os sea posible, sino con las personas q u e podéis o que os pueden ay u d ar y an im ar, co n su ejem plo y su palabra, a a m a r a nuestro am ab ilísim o Jesús, a vivir de su espíritu y a detes ta r c u a n to le es contrario.
Del desprendimiento de sí mismo M u ch o es haber ren u n ciad o al m u n d o , de la m anera que a ca b am o s de decir, p ero esto no es aún b astante para llegar al perfecto d esp rendim iento , q u e es u no de los principales fundam entos de la vida cristiana. Porque N uestro Señor Jesucristo c lam ó en alta voz q u e «quien quiera ir en pos de Él, renuncie a sí m ism o y le siga» (1). Por lo tanto, si q u erem o s seguir a Jesucristo y pertenecerle, es preciso ren u nciarno s a nosotros m ism os, es decir, a n uestro p ro p io espíritu, a nuestros propios sentidos, a nuestra pro p ia voluntad, a nuestros deseos e inclinaciones y a nuestro a m o r p ro pio q u e nos lleva a odiar y evitar tod o lo q ue ocasiona cualqu ier p ena y mortifcación al es píritu y a la carne, y a a m a r y buscar lo que les p ro p o r ciona algún placer y co nten tam ien to . Dos razones nos obligan a esta abnegación y renun cia de nosotros mismos: 1 .a Porque c u a n to hay en nosotros de tal m o d o está desarreglado y viciado, co m o consecuencia de la c o r r u p ción del pecado, qu e n o hay n ad a nuestro en nosotros que no sea con trario a Dios, que no en torpezca sus santos d e signios y n o se oponga al a m o r y a la gloria q u e le d ebe mos. P o r esto, si deseam os ser de Dios, es de to d a necesi dad ren u n ciarn o s a nosotros m ism os, olvid am o s, od iar nos, perseguirnos y an onadarno s. 2.a Porque N uestro Señor Jesucristo, qu e es nuestra cabeza y n uestro m odelo, en q uien n ad a hub o que no fue se santo y divino p o r com pleto, vivió, sin em bargo, con I. «Si quis vult post m e venire. abneget sem etipsum et to llal crucem suam el seq u alu r me». M atth ., X V I. 24.
tal desp ren d im ien to de sí m ism o y con tal a n o n a d a m ie n to de su espíritu h u m a n o , de su prop ia voluntad y del a m o r de sí m ism o, q u e ja m á s hizo nada po r su p ro p io es píritu y h u m a n o sentim iento, sino guiado del espíritu de su Padre: n unca siguió su propia voluntad, sino la de su Padre; se co nd ujo consigo m ism o c o m o quien no se tiene a m o r alguno, antes odio extrem ado, privándose en este m u n d o de una gloria y felicidad infinitas y de todos los placeres y c o n ten tam ien to s hu m an os, y b uscando y abra z an do lodo aquello q ue podía p ro p o rcio n a rle sufrim iento en su cu erp o y en su alma. Por esta razón, si som os con verdad sus m iem bros, deb em o s penetrarn os de sus scntim ienios y disposiciones, y to m a r una firme resolución de vivir en lo sucesiyo con un c o m p le to d e sp ren d im ien to y odio de nosotros^ mis mos. A este efecto, tened cu id ad o de ad o ra r frecuentem ente a Jesús en este desp ren d im ien to de sí m ism o y de entrega ros a Él. su plicándole q u e os despegue enteram en te de vosotros m ism os, de vuestro p ro p io espíritu, de vuestra prop ia voluntad y de vuestro a m o r propio, para uniros perfectam ente a Él y regiros en todas las cosas, según su espíritu, según su voluntad y su p u ro am o r. Al d a r co m ien zo a vuestras obras, elevad a Jesús vues tro corazón de este m odo: ¡Oh Jesús, yo ren u n cio con to das mis fuerzas a mí m ism o, a mi p ro p io espíritu, a mi p ro p ia voluntad y a mi a m o r propio y me entrego to tal m ente a Vos, a vuestro santo espíritu y a vuestro divino am or; sacadm e fuera de mí m ism o y guiadm e en esta obra según vuestra santa voluntad. En las ocasiones de discutir, qu e se os presentarán dada la diversidad de opiniones q ue a cada hora se nos pon en delante, a u n q u e os parezca tener razón y qu e la verdad está de vuestra parte, alegraos, con tal q ue no vayan en ello los intereses de la divina gloria, de tener
ocasión de ren u n ciar a vuestro p ro p io parecer y ceder a la opinión ajena. En los deseos e inclinaciones que hacia cu alquier cosa sintáis, deshaceos enseguida de ello a los pies de Jesús, y protestadle qu e n o queréis tener más voluntad c inclina ciones qu e las suyas. T a n p ro n to c o m o os apercibáis q ue tenéis alguna ter nura o afición sensible hacia algo, en el m ism o m o m e n to dirigid a Jesús vuestro corazón y vuestros afectos, de esta manera: ¡Oh mi querido Jesús, os hago entrega com pleta de mi corazón con todos sus afectos! ¡Oh único objeto de mis am ores, haced q ue ja m ás am e nada sino en Vos y por Vos! C u a n d o se os prodigue alguna alabanza, referidla a Aquél que es el único digno de to d o honor, diciendo: ¡Oh gloria mía, no q u ie ro yo n u n ca más gloria q u e la vuestra: po rque a Vos sólo es debido to d o h onor, toda alabanza y toda gloria y a mí toda abyección, desprecio y h u m illa ción! C u a n d o se os presenten m otivos de mortificación para el cu erp o o para el espíritu, u ocasiones de privaros de a l gún c o n te n ta m ie n to (lo q u e acontece a cada paso) a b ra zadlas de b uena gana po r a m o r de N uestro Señor y b en decidle p orq ue os conceda la gracia de tener ocasión de mortificar vuestro a m o r p ro p io y de h o n rar las m ortifica ciones y privaciones que El so p o rtó en la tierra. C u a n d o sintáis algún gozo o consolación, devolvédse lo al q u e es m anantial de todo con su elo y decidle así: ¡Ah Señor, bastante gozo es para mí saber que sois Dios y que sois mi Dios! ¡Oh Jesús, sed siem pre Jesús: es decir, siem pre lleno de gloria, de grandeza y de felicidad y yo estaré siem pre contento! ¡Oh Jesús m ío. ja m á s perm itáis q u e me goce en cosas del m und o, sino sólo en Vos, y haced que
pu ed a deciros con la santa reina Ester: «Sabes que ja m ás he tenido co n ten to sino en ti» (2).
CAPITULO IX La perfección del desprendimiento cristiano La perfección de la abnegación o despren dim ien to cristiano no consiste solam ente en estar desasido del m u n d o y de sí m ism o; nos obliga ta m b ién a despegarnos en cierto m o d o del m ism o Dios. ¿N o sabéis c ó m o N ues tro Señor, c u a n d o todavía estaba en la tierra, aseguró a sus apóstoles q u e era conveniente que se separase de ellos y se fuera a su Padre p ara enviarles su S anto Espíritu? La razón de esto es, p o rqu e estaban pegados a la consolación sensible que les p ro p o rc io n a b a la presencia y el trato visi ble de su sagrada h u m a n id a d , lo cual era un im p ed im en to para q u e viniera a ellos el Espíritu Santo. T a n necesario es estar despegados de todas las cosas, po r santas y divi nas q ue ellas sean, para vivir a n im ad o s del espíritu de Je sucristo, que es el espíritu del cristianism o. Por esto digo, qu e es preciso d esp ren d em o s en cierta m an era hasta de Dios, es decir, de las d ulzuras y consola ciones q ue van o rd in ariam e n te unidas a la gracia y al a m o r de Dios; de los deseos qu e tenem os de m ayor p e r fección y a m o r de Dios; y a u n del deseo q ue pod em o s te-
2. « T u seis... quod n u n q u am 1acta la sit an cilla tu a, ex q u o huc translata sum usque in praesentem diem , nisi in te. D om ine Deus A n rah am » . Esth.. X IV. 18.
ner de vernos libres de la cárcel de este cu erpo , p ara ver a Dios, para estar unidos q El con toda perfección y para a m arle p u ra y eternam ente. Por lo que, c u a n d o Dios nos hace sentir las dulzuras de su bo ndad en nuestros ejerci cios de piedad, d ebem o s guardarn os m u c h o de no lim itar nos a descansar en ellas y tom arlas afición, sino h u m illa r nos al m o m e n to , creyéndonos indignos de to do consuelo y to m a rla s a Él, estando dispuestos a ser despojados de ellas, y p ro testan d o qu e deseam os servirle y am arle, no po r la consolación q u e Él da, sea en este m u n d o , sea en el otro, a los que le a m a n y le sirven, sino p o r el a m o r de sí m ism o y p o r su pro p ia felicidad. C u a n d o concebim o s algún buen pro pó sito o realiza mos alguna acción santa po r la gloria de Dios, aun q u e hayam os de po n er todos los m edios posibles para llegar a su cu m p lim ie n to , d eb em os, no obstante, cuid arnos de afi c io n a m o s d em asiad o a ello; de tal suerte, qu e si po r algún m otivo nos vemos obligados a in te rru m p ir o ab an d o n a r e n teram en te esta acción o propó sito, no p erd am o s la paz y q uietu d de nuestro espíritu, sino que nos m antengam os contentos, en vista de la volun tad y perm isión divinas que tod as las cosas gobierna, y p ara quien todas ellas son igualm ente am ables». D e igual m anera, a u n q u e debem os p o n e r c u an to está de nuestra parte p ara vencer nuestras pasiones, vicios c im perfecciones y p ara practicar con perfección toda clase de virtudes, debem os, no obstante, trabajar en ello, sin apego y sin excesiva com placencia; de suerte, q u e cu an d o no nos e n co n tram o s con tan ta virtud y a m o r de Dios c o m o desearíam os, p erm a n ezca m o s en paz y sin inq uie tud , co nfund ién do nos p orque p o n em o s en ello nuestro p ro p io obstáculo, a m a n d o nuestra p ro p ia abyección, c o n te n tán d o n o s con lo qu e al Señor pluguiere concedernos, p erseverando siem pre en el deseo de ir ad elan tan do , y te niendo confianza en la b on dad de N uestro Señor que nos
dará las gracias q ue necesitam os para servirle co nform e a la perfección qu e pide de nosotros. A sim ism o, a u n q u e debem os vivir con cierta esperan za, con cierto deseo y c o n tin u o desfallecimiento, teniendo delante la hora y el m o m e n to feliz qu e nos ap artará de una vez de la tierra, del pecado y de toda imperfección y nos unirá perfectam ente a Dios y a su p u ro am or: y a u n que d eb am o s trab ajar con todas nuestras fuerzas para que se c o n su m a la obra de Dios en nosotros, a fin de que. p er feccionada su obra c u a n to antes en nosotros, nos recoja Él p ro n to d en tro de sí. ha de ser, no obstante, este nues tro deseo sin apego ni inquietud: de suerte que si es del agrado de N. Señor que estem os aún m uchos años p riv a dos de la visión dulcísim a de su divino rostro, nos q u ed e mos contentos, en vista de su am abilísim a voluntad, aún c u a n d o a Él le plugiera hacernos so p o rtar tan d u ra priva ción hasta el día del juicio. He aquí lo qu e yo llam o estar d esprend id o de Dios y en qué consiste el perfecto d esp ren d im ien to q u e todos los cristianos deben tener del m u n d o , de ellos m ism os y de todas las cosas. ¡Oh. q u é dulce cosa es, vivir de esta m a nera libre y desprend id o de todo! Se pensará, acaso, qu e es m uy difícil llegar a esto: todo se nos hará fácil, si nos entregam os e n teram en te y sin reserva al Hijo de Dios y si po n em o s nuestro a p o y o y confianza, no en nuestras fuerzas y resoluciones, sino en lo inm enso de su bon dad, en el p o d er de su gracia y de su am or. Porque, d o nd e este divino a m o r se encuen tra, todo se hace su m a m e n te dulce. Es verdad que hay que hacer nos m u c h a violencia a nosotros m ism os y pasar m uchas penas, am arguras, oscuridades y m om ificaciones: sin e m bargo, en los cam in os del a m o r divino hay más miel que hiel, más d u lzu ra que rigor. ¡Oh Salvador mío, qué gloria para Vos! ¡Qué satisfac ción más íntim a os p ro p orcionan estas alm as en quienes
tan grandes cosas obráis, c u a n d o avanzan llenas de valor y entu siasm o p o r esos cam inos, a b a n d o n á n d o lo lo do y desprendiéndose de lodo, hasta en cierta m anera de Vos! ¡Con qué santidad os ad ueñáis de ellas! ¡Cuán adm irbalem ente las transform áis en Vos m ism o, revistiéndolas de vuestras cualidades, de vuestro espíritu y de vuestro amor! ¡Qué c o n ten to y suavidad exp erim enta el alm a que puede decir con loda verdad: Dios mió. hem e aqui libre y d esem barazado de todo! ¿Q uién podrá ah o ra estorbarm e am aro s con toda perfección? H em e to talm en te desp rendi da de to do lo terreno: atraedm e ya en pos de Vos. ¡oh Je sús mío! « T ra h e me post te. c u rem u s in od orem unguento rum lu o ru m » . De q ué gran consuelo disfruta el alma q u e puede decir con la esposa: «Mi A m a d o es to do para mí, y yo soy toda de mi am ado » (1) y con Jesús: «T odas mis cosas son luyas, ¡oh Salvador mío! com o las luyas son mías» (2). E ntrem os, pues, en grandísim os deseos de este santo desp ren dim ien to, d ém o n o s e n teram en te y sin reserva a Jesús y su pliquém osle q ue haga un alarde del p oder de su brazo para ro m p er nuestras ligaduras y desasirnos total m ente del m un do , de nosotros m ism os y de todas las co sas. a fin de qu e p ued a Él o brar en nosotros sin im p e d i m ento alguno, c u a n to Él desée para su gloria.
1. « D ilectus m eus m ihi et ego ¡lli». C an .. II. 16. 2. « O m nia m ea tua sunt. et tu a mea sunt». Jo an .. X VII. 10.
Cuarto fundamento de la vida cristiana: la oración El ejercicio santo de la oración debe colocarse entre los principales fun dam ento s de la vida cristiana, porque toda la vida de Jesucristo no fue sino una no in te rru m p i da oración que debem os nosotros c o n tin u a r y hacer p a tente en nuestra vida, c o m o cosa ta n im p o rta n te y abso lutam en te necesaria, que ni la tierra que nos sostiene, ni el aire q u e respiram os, ni el pan q u e nos sustenta, ni el corazón q u e late en nuestro pecho son tan necesarios al hom bre p ara vivir la vida h u m a n a , co m o lo es la oración a un cristiano para vivir cristianam ente. La razón es: 1. P o rqu e la vida cristiana, llam ada po r el Hijo de Dios vida eterna, consiste en co nocer y a m a r a D ios (1); y esta divina ciencia se ap ren d e en la oración. 2. Porque, p o r nosotros m ism os n a d a somos, nada podem os, no tenem os sino pobreza y nada. D e aquí q ue tengam os una grandísim a necesidad de acu dir a Dios a cada instante, p o r m edio de la oración, para ob tener de Él to d o lo que nos falta. La oración es una elevación respetuosa y am orosa de nuestro espíritu y de nuestro corazón a Dios. Es un dulce entretenim iento, una santa co m u n icac ió n y una divina conversación del alm a cristiana con su Dios, en la que le considera y c o n te m p la en sus divinas perfecciones, en sus misterios y en sus obras; le ado ra, le bendice, le am a, le glorifica, se entrega a Él, se hu m illa a n te Él a la vista de I. «H aec est au tem vita aetern a ut cognoscant te solum D eum v erum . et quem m isisti Jcsum C h ristum ». Jo an .. X V II, 3.
sus pecados e ingratitudes, le suplica que tenga con él m i sericordia. ap re n d e a hacerse sem ejante a Él im ita n d o sus divinas virtudes y perfecciones; y, en fin, le pide c u an to necesita para servirle y am arle. La oración es una p articip ació n de la vida de los ánge les y de los santos, de la vida de Jesucristo y de su santísi ma M adre, de la vida del m ism o D ios y de las tres divinas Personas. P orqu e la vida de los ángeles, d e los santos, de Jesucristo y de su santísim a M adre no es otra cosa que un c o n tin u o ejercicio de oración y de co n tem p la ció n , estan do, c o m o están, sin cesar ocup ad os en co n tem p la r, glori ficar y a m a r a Dios, y en pedirle p a ra nosotros las cosas q u e necesitam os. Y la vida de las tres Personas divinas es una vida em p leada etern a m e n te en contem p larse, glorifi carse y am arse las unas a las otras, qu e es lo que p rim era y p rin cip alm en te se hace en la oración. La oración es la felicidad perfecta, la dicha soberana y el verdadero paraíso qu e cabe en la tierra; toda vez que po r este divino ejercicio el alm a cristiana se une a Dios, q u e es su centro, su fin y su soberano bien. En la oración el alm a posee a Dios y es de Él poseída; en ella le da cu en ta de sus deberes, le rinde sus hom enajes, sus a d o ra ciones, sus am ores, recibe de Él sus luces, sus bendiciones y mil testim onios del excesivo a m o r que p or ella tiene. En ella, en fin, tiene D ios en nosotros sus delicias, según ésta su palabra: «M is delicias son estar con los hijos de los hom bres» (2), y nos hace co nocer p o r experiencia q u e las verdaderas delicias y los perfectos goces están en Dios y q u e cien y au n mil años de los falsos placeres del m u n d o no equivalen a un m o m e n to de las verdaderas du lzuras q u e D ios hace gustar a las alm as que p o n en todo su co n ten to en tratar con Él. po r m edio de la santa o r a ción. 2. «D eliciae m ae esse cum filiis ho m in u m » . P rov., V III, 31.
Es. en fin. la oración la acción y ocu pació n más digna, noble y elevada, la más grande c im p o rtan te en la que p o déis em plearos, puesto qu e es o cup ación y em pleo co n ti nu o de ángeles y santos, de la Santísim a Virgen, de Jesu cristo y de las tres santas Personas d u ra n te toda la etern i dad, ocupación que ha de ser nuestro ejercicio perp etu o en el ciclo. Más a ú n . es la verdadera y prop ia función del hom bre y del cristianism o, puesto q ue el hom b re no ha sido creado sino para Dios, para estar en c o m p a ñ ía de Él y el cristiano no está en la tierra sino para co n tin u a r lo qu e Jesucristo hizo, m ientras estuvo en ella. Por todo esto, yo os ex horto c u a n to pu ed o y os re quiero con todo encarecim ien to a cu an tos leáis estas li neas. que. ya que nuestro am ab ilísim o Jesús se digna te ner sus delicias en estar y conversar con nosotros po r m e dio de la santa oración, no le privéis de este su c o n te n ta miento: probad, más bien, cu ánta verdad encierra lo qu e dice el Espíritu Santo: «Ni en su conversación tiene rastro de am argu ra, ni causa tedio su trato, sino antes bien c o n suelo y alegría» (3). Mirad este negocio de la oración c o m o el p rim ero y principal, co m o el m ás necesario, urgente e im p o rtan te de todos vuestros negocios, y libraos c u a n to podáis de otros negocios m enos necesarios, p ara qu e podáis dedicar a él el m ay or tiem p o posible, especialm ente p o r la m a ñ a na. po r la tarde y un poco an tes d e la com ida, con algu nos de los m odos de o rar q u e a c o n tin u ació n se exponen.
3. «N on enim habet am aritu d in e m con versa lio illius. ncc laedium eonvictus illius. sed alelitiam el gaudium ». Sap.. VIII. 16.
Diversas maneras de orar y en primer lugar de la oración mental Hay varias clases de oración, entre las cuales harc re saltar aquí cinco principales. La p rim era es la que se lla ma oración mental o interior, en la que el alm a trata inte rio rm ente con Dios, to m a n d o po r m ateria de su conv er sación: alguna de sus divinas perfecciones, o algún m iste rio, virtud o palabra del Hijo de Dios, o lo que Él ha o b rado y sigue o b ran d o todavía, en el orden de la gloria, de la gracia y de la naturaleza, en su Santísim a M adre, en sus Santos, en su Iglesia y en el m u n d o natural: e m p le a n d o en prim er lugar el en ten d im ien to en considerar con suave y firme atención y aplicación de espíritu las verda des que se en cu e n tran en la m ateria que se m edita, c a p a ces de excitarnos al a m o r de Dios y a la detestación de los pecados: ap licando , luego, el corazón y la voluntad a p ro ducir diversos actos y afectos de ado ració n, de alabanza, de am o r, de h um illación, de con trición , de oblación y de resolución de h u ir del mal y p racticar el bien, y otros se mejantes. según le sugiera el espíritu de Dios. Es santo, útil y lleno de bendiciones este m o do de orar que no puede explicarse con palabras. Si Dios os atrae hacia Él y os concede esa gracia, debéis agradecérselo m ucho, co m o un grandísim o don que se os concede. Si aú n no os lo ha concedido, suplicadle q u e os lo conceda y haced c u a n to podáis de vuestra parte p ara co rresp o n d er a su gracia y para ejercitaros en esta santa oración qu e Dios m ism o os enseñará mejor q ue todos los libros y doctores del m u n d o , si vais a postraros a sus pies con hum ildad, confianza y pu reza de corazón.
Segunda manera de orar: la oración vocal La segunda m a n era de orar es la que lleva el nom bre de vocal, la cual se ejecuta hab lan d o a Dios con la boca, sea diciendo el oficio divino, o el santo rosario o cu al qu ier otra plegaria vocal. Esta no es m enos útil que la precedente, con tal q u e la lengua vaya a una con el co ra zón, es decir, que, hab lan d o a Dios con la lengua, le h a bléis a la vez con el corazón, m ediante la diligencia y aplicación de vuestro espíritu. D e este m o d o vuestra o ra ción será ju n ta m e n te vocal y m ental. Si, po r el contrario, os acostum bráis a m uchas oraciones vocales hechas por rutina y sin atención, saldréis de la presencia de Dios más disipados, más fríos y más flojos en el am o r, qu e lo esta bais antes. Por esto os aconsejo que, exce p tu an d o las de obliga ción, hagáis más bien pocas oraciones vocales; q ue te n gáis la santa costum bre de hacerlas bien, con m u c h a a te n ción y u nión con Dios, o c u p a n d o vuestro espíritu y vues tro corazón, m ientras habla vuestra lengua, en algunos pen sam ientos y afectos, aco rd ánd oos que debéis co n ti n u a r la oración q u e Jesucristo hacía en la tierra, e n tre gándoos para ello a Él, uniénd oo s al am or, a la pureza y santidad y a la perfectísim a atención con que Él o raba y rogándole que im p rim a en vosotros las disposiciones e intenciones santas y divinas con las qu e Él hacía su ora ción. Podéis, asim ism o, ofrecer vuestra oración a Dios en unión de todas las santas plegarias y divinas oraciones qu e han sido y serán hechas co n stan tem e n te en el cielo y en la tierra, p o r la S antísim a Virgen, p o r los ángeles, por todos los santos de la tierra y del cielo, uniéndoos al
am or, a la devoción y atención con q u e ellos p racticaron este divino ejercicio.
CAPITULO XIII Tercera manera de orar: practicar todas las obras con espíritu de oración La tercera m anera de o rar es realizar cristiana y s an ta m ente todas nuestras acciones, aun las más pequeñas, ofreciéndolas a N u estro Señor al com enzarlas, y elevando de vez en c u a n d o nuestro corazón a Él, m ientras las reali zamos. Porque practicar así nuestras obras es practicarlas con espíritu de oración, es estar siem pre en un co n tin u o ejercicio de oración, siguiendo el m a n d a m ie n to de N ues tro Señor q ue quiere «que orem os siem pre y sin in te rm i sión» (1); es adem ás un excelente y facilísimo m o d o de estar siem pre en la presencia de Dios.
CAPITULO XIV Cuarta manera de orar: la lectura de los buenos libros La c u a rta m a n era de o rar es p o r m edio de la lectura de los buenos libros; leyéndolos, no de corrida y precipi1. «O portet sem per orare et non deficere». Luc.. X V III. 1. «Sine interm issione orate». 1. T hess., V, 17.
todam ente, sino despacio y con la debida aplicación de la m ente a lo q u e leéis, deteniéndo os a considerar, rum iar, p o n d erar y gustar las verdades que más os co n m u ev an , a fin de im prim irlas en vuestro espíritu y sacar de ellas d i versos actos y afectos, c o m o se dijo en el cap ítu lo de la oración mental. Es este un ejercicio im p o rtan tísim o y obra en el alm a los m ism os efectos q u e la oración m ental. Por eso, una de las cosas que m ás os recom iend o es q u e no dejéis pasar ningún día sin leer media hora un libro santo. Mas, p ro curad, al c o m e n z a r vuestra lectura, entregar vuestro espí ritu y vuestro corazón al Señor, suplicándole q u e os c o n ceda la gracia de sacar de ella el fruto q u e Él os p ida y que obre en nosotros por ella c u a n to desee para su gloria.
CAPITULO XV Quinta manera de orar, que es hablar de Dios; y cómo hay que hablar y oír hablar de Dios Es tam bién cosa m u y útil y santa y q ue m u c h o suele inflam ar las alm as en el a m o r divino, hablar y con feren ciar de vez en c u a n d o fam iliarm ente los unos con los otros d e Dios y de las cosas divinas. En esto debieran los cristianos e m p le a r su parte de tiem po ; estos debieran ser sus discursos y entretenim ientos ordinarios; en esto debie ran hacer consistir su recreación y esparcim iento. A ello nos exhorta el prín cip e de los apóstoles, c u a n d o nos dice: «El qu e habla, hágalo de m o d o q ue parezca que habla Dios p o r su boca» (1). 1. «Si quis loquitur. quasi serm ones Dei». I Peí.. IV. 11.
Porque, puesto que som os hijos de Dios, deb em o s go zarnos en hablar el lenguaje de nuestro Padre, q ue es un lenguaje santísim o, celestial y to do divino: y, ya que so m os creados para el cielo, d eb em os c o m en zar desde la tierra a hablar el lenguaje del cielo. ¡Oh qu é santo y deli cioso lenguaje! ¡Qué dulce cosa es para un alm a que am a a Dios sobre todas las cosas, hab lar y oír hablar de lo que ella m ás a m a en el m undo! ¡Oh qué gratos son estos san tos entretenim iento s a Aquél que ha dicho, q u e «donde dos o tres se hallen congregados en su nom bre, allí se halla Él en m edio de ellos!» (2). ¡Qué diferente es este len guaje del lenguaje ord in ario del m undo! ¡Qué tiem p o más sa n tam en te em p lead o , siem pre q u e se reú n an las debidas disposiciones! A este efecto, debem os seguir el ejem plo y las reglas qu e sobre esta m ateria nos da San Pablo, en estas p a la bras: «H ablam o s, com o de pa rte de Dios, en la presencia de D ios, y según el espíritu de Jesucristo» (3); palabras que nos señalan las tres cosas que hem os de observar para h ablar s a n tam en te de Dios. La p rim era es, que hem os de hablar «com o de parte de Dios», es decir, q u e hem os de sacar del corazón de Dios las cosas y palabras q u e te n em o s que decir, e n tre gándonos al Hijo de Dios, al d ar co m ien zo a nuestras conversaciones espirituales, a Fin de q u e Él ponga en nuestra m ente y en nuestra boca las ideas y palabras que hem os de decir, para así po d er decirle lo qu e Él dijo a su Padre: « Y o les di las palabras, o d o ctrin a q ue tú me dis te» (4). La segunda cosa es. que h em os de hablar «en la pre-
2. «U bi enim sunl d ú o vel tres congregali in nom ine m eo. ibi sum in m e d io eorum ». M alh.. 18 .2 0 . 3. «Sicul ex D eo, coram D eo, in C h risio loquim ur». C or.. I I . 17. 4. «V erba quae dedisti m ihi dedi cis». Jo an .. I 7, 8.
sencia de Dios», es decir, co n atención y aplicación a Dios qu e está presente en todas partes, y con espíritu de oración y recogim iento, entregándonos a D ios para hacer nuestros los efectos de las cosas que decim os, o qu e oímos decir, haciendo de ello to d o el uso qu e Él espera de n o so tros. La tercera es, q u e deb em o s hablar «en Jesucristo», es decir con las intenciones y disposiciones de Jesucristo, y co m o Jesucristo hablaba c u a n d o estaba en la tierra, o c o m o Él hablaría, si estuviese en nuestro lugar. P ara esto, hem os de entregarnos a Él, y u nirno s a las intenciones con q u e Él hablaba, cu an d o estaba en el m u n d o , q ue no se en ca m in a b a n a otro fin q u e a la p u ra gloria de su P a dre, así c o m o ta m b ién a sus disposiciones q u e no eran otras que: h u m ild ad consigo m ism o, d u lz u ra y caridad para con los qu e hablaba, y a m o r y unión p ara con su Padre. Si así lo hacem os, nuestros discursos y conversaciones le serán m u y gratos, Él estará en m edio de nosotros, ten drá en tre nosotros sus delicias, y el tiem p o q u e e m p lee m os en estos santos entretenim ientos, será tie m p o de o ra ción.
CAPITULO XVI De las disposiciones y cualidades que deben acompañar a la oración N os enseña el apóstol San Pablo q u e p ara hacer san ta m en te todas nuestras acciones es preciso hacerlas en el nom b re de Jesucristo; y el m ism o Jesucristo nos asegura q u e «todo lo que pidiéram os a su Padre en su no m bre,
nos lo concederá». De aq u í que para orar santam en te y para alcanzar de D ios to d o lo que le pedim os, haya que orar en el n o m b re de Jesucristo. Pero ¿qué es o rar en el n o m b re de Jesucristo? Es lo que hem os ya dich o c o m o de pasada y lo q ue n u n ca d ire mos lo bastante, a fin de grabarlo bien en vuestra alm a, co m o verdad im p o rtan tísim a y qu e os hará gran servicio en todos vuestros ejercicios. Es c o n tin u a r la oración que Jesús hizo en la tierra. Porque, siendo los cristianos m iem bro s d e Jesucristo, siendo su cu erp o , c o m o habla San Pablo, o cu p an en la tierra el lugar de Jesucristo, re presentan a su persona, y, p o r consiguiente, c u a n to h a cen, deben hacerlo en su n o m b re, esto es, con espíritu, c o m o él m im so lo hizo c u a n d o estaba en el m u n d o , y c o m o lo haría si estuviese a ctu alm en te en nu estro lugar; enteram en te lo m ism o q u e el em b ajado r que representa la persona del rey y hace sus veces, debe o brar y hablar en n o m b re del rey, esto es, inform ado de su m ism o espíri tu, con las m ism as disposiciones e intenciones que o b ra ría y hablaría el m ism o rey si estuviera presente. Así es c o m o deben o rar los cristianos. Para conseguirlo, acordáos c u a n d o vais a orar, que vais a c o n tin u a r la oración de Jesucristo y q ue la debéis c o n tin u a r, o ra n d o c o m o Él haría su oración, si estuviese en vuestro lugar, es decir, con aquellas disposiciones con qu e oró y c o n tin ú a o ran do en el cielo y en nuestros altares, en los que está presente con un co n tin u o ejercicio de o ración a su Padre. A este fin, unios al a m o r, a la hu m ildad , a la pureza y santidad, a la aten ción y a todas las disposiciones e intenciones san tas con q u e Él ora. A h o ra bien, entre estas disposiciones hay sobre todo cuatro , con las que Él oró y nosotros debem os orar, si d e seam os d ar gloria a D ios con nuestra oración y alcanzar de Dios lo q u e le pedim os. 1. La p rim era disposición para la oración es: que
deb em o s presentarnos delante de Dios con profunda h u mildad, reconociéndonos indignísimos de co m parecer ante su presencia, de m irarle y de ser mirados y escu cha dos p o r Él y q u e no-sotros m ism os no podem os tener p ensam iento algun o bueno, ni realizar ningún acto qu e le sea agradable. Por esta razón, hem os de a n o n a d a rn o s a sus pies, en tregarnos a N uestro Señor Jesucristo y rogarle q u e Él nos an o n ad e y perm anezca entre nosotros, a fin de q u e sea Él quien ruegue y haga oración en nosotros, p orqu e Él sólo es digno de presentarse ante su Padre, para glorificarle y am arle y para o b te n er de Él c u a n to le pide. Debem os, p o r consiguiente, pedir al Padre Eterno con co m pleta confianza, to d o lo qu e le pedim os en nom bre de su Hijo, p o r los m éritos de su Hijo, por su Hijo Jesús que está con nosotros. 2. La segunda disposición con qu e hem os de o rar es: una respetuosa y am orosa confianza; creyendo, sin n in gún género de d u d a, q u e c u a n to p id a m o s para la gloria de Dios y nuestra salvación infaliblem ente lo alcanzarem os; y las m ás de las veces con m ay or resultado de lo que p re tendem os. puesto que le pedim os, no afian zánd ono s en nuestros méritos o en la eficacia de nuestra plegaria, sino en el n o m b re de Jesucristo, p or los m éritos y súplicas de Jesucristo, po r Jesucristo m ism o, ap o yado s en su pura b o ndad y en la verdad de estas sus palabras: «Pedid y se os dará; c u a n to pidiéreis al Padre en mi nom bre os lo concederá»; y: «todas cu an tas cosas pidiéreis en la o ra ción, tened viva fe de conseguirlas y se os concederán sin falta» (1). Porque, realm ente, si Dios nos tratase confor me a nuestros méritos, nos arrojaría de su presencia y nos
I. « P clitc et d a b itu r vobis». Lúe.. II. 9. «Si q u id peticritis Patrem in no m ine m eo. d abit vobis». Jo an . X VI. 23. «O m n ia q u aecu m q u e oran tes p a i tes. credite q uia accipietis et evenicnt vobis». M arc., II, 24.
hu ndiría en el abism o, al presentarnos a n te Él. Por esto, c u a n d o nos concede alguna gracia, no hem os de pensar q u e se nos concede a nosotros o p o r nuestras súplica, sino que todo c u an to Él da, lo da a su Hijo Jesucristo y p o r la eficacia de su m éritos y oraciones. 3. La tercera disposicón es: la pureza de intención, pro testand o ante N uestro Señor, al co m e n z a r la oración, que ren u n ciam o s a toda curiosidad de espíritu, a todo a m o r p ro p io y qu e qu erem o s practicar la oración, no por nuestra propia satisfacción y consuelo, sino buscan do ex clusivam ente su gloria y su agrado, ya q ue Él se ha digna do, del m ism o m odo, cifrar sus delicias en tratar y c o n versar con nosotros; pro testan d o asim ism o qu e en c u an to le pedim o s q u erem o s q ue to d o ello vaya e n c a m in a d o a este m ism o fin. 4. La cuarta disposición que ha de a c o m p a ñ a r a la perfecta oración debe ser: la perseverancia. Si deseáis glo rificar a Dios con la oración, y alcanzar de su bondad c u an to le pedís, es preciso perseverar con fidelidad en este divino ejercicio. Son m u c h as las cosas q ue pedim os a Dios y no las alcanzam os, ni con una ni con tres peticio nes: y es que quiere que le p id a m o s m uch as veces bu scan d o Él p o r este m edio que nos m a n ten g am o s en la h u m il dad, en el desprecio de nosotros mism os, y en el aprecio de sus gracias y agradándose en a b a n d o n a rn o s largo tiem po en un a su n to que nos obligue a ir a Él, para, de este m odo, p oder estar frecuentem ente, nosotros con Él y Él con nosotros. ¡Hasta tal p u n to nos am a, y tan cierta cosa es que tiene sus delicias en estar con nosotros! F inalm ente, y c o m o co m p le m e n to de toda santa dis posición, c u a n d o com encéis vuestra oración, entregad ge nerosam ente vuestro espíritu y vuestro co razón a Jesús y a su d iv in o Espíritu, rogándole qu e ponga en vuestra m ente y en vuestro corazón los pensam ientos, sen tim ien tos y afectos qu e Él desee, a b a n d o n á n d o o s c o m p le ta m e n
te a su santa dirección, para que os dirija com o a Él le p a rezca en este divino ejercicio y esperando confiadam ente en su inm ensa bondad que os dirigirá com o más os con venga y que os concederá cuanto le pidáis, o en la medida que le pedís, o sobre todos esos vuestros deseos.
SEGUNDA PARTE Virtudes cristianas U na vez expuestos los principales fundam entos de la vida cristiana, com o son: la fe, el odio al pecado, el des prendim iento del m undo, de uno mismo y de todas las cosas y la oración; es necesario, adem ás de esto, si deseáis vivir cristiana y santam ente, o mejor dicho, si deseáis ha cer vivir y reinar a Jesús en vosotros, que os ejercitéis con todo cuidado en la práctica de las virtudes cristianas que N uestro Señor Jesucristo ejercitó m ientras estuvo en el m undo. Porque, partiendo de que debem os continuar y com pletar la vida santa que Jesús llevó en la tierra, nos vemos en la obligación de continuar y com pletar las vir tudes que en la tierra Él practicó. Por esta razón y a fin de llegar a ello, expondrem os aquí, en prim er lugar, de una m anera general, algo acerca de la excelencia de las virtudes cristianas y de la manera de practicarlas cristianam ente; hablando después en p ar ticular, de algunas de las principales cuyo uso es más im portante y necesario para la perfección y santidad de la vida cristiana.
De la excelencia de las virtudes cristianas Se encuentran m uchas personas que estim an la virtud, la desean, la buscan y ponen gran cuidado y trabajo en adquirirla, y se ven. no obstante, muy pocas que estén adornadas de verdaderas y sólidas virtudes cristianas; de lo cual una de las causas principales parece ser. que en los cam inos y adquisición de las virtudes, no tanto se guían por el espíritu del cristianism o com o por el espíritu de los filósofos paganos, herejes y políticos; es decir, no según el espíritu de Jesucristo y de la divina gracia que Él nos ganó con su sangre, sino según el espíritu de la natu raleza y razón hum ana. ¿Queréis conocer la diferencia que existe entre estos dos espíritus, en lo que toca al ejercicio de las virtudes? La veréis en tres cosas. 1. Los que andan tras la virtud a estilo de los filóso fos paganos, herejes y políticos, la m iran sim plem ente con los ojos de la hum ana razón, la estim an com o cosa en sí muy excelente y muy puesta en razón y necesaria para la perfección del hom bre que por ella se distingue de las bestias que no tienen más guía que el sentido; y movidos por estas consideraciones, más hum anas que cristianas, se anim an a desear y adquirir la virtud. 2. Persuádensc los tales que podrán adquirir la vir tud por sus propios esfuerzos; a fuerza de cuidados, de vi gilancia, de consideraciones y prácticas; en lo cual, engáñanse sobrem anera, sin tener en cuenta que, sin la divina gracia, nos es imposible practicar el m enor acto de virtud cristiana. 3. Am an la virtud y se esfuerzan por adquirirla, no tanto por Dios y para su gloria cuanto para ellos mismos;
por su propia gloria, interés y satisfacción y para pasar por más excelentes y perfectos, que es el m odo que tienen los paganos, herejes y políticos de desear y buscar la vir tud. Los dem onios mismos la desean de esta m anera, p or que, encontrándose llenos de orgullo, am bicionan todo aquello que puede hacerles más honrados y distinguidos. Por esto querrían tener la virtud, por ser cosa muy no ble y excelente; pero no para ser agradable a Dios, sino por espíritu de orgullo y de propia excelencia. Por el contrario, los que se conducen según el espíritu y la gracia de Jesucristo, en la práctica de la virtud: 1. La m iran, no sólo en sí misma, sino en su origen y m anantial, en Jesucristo que es la fuente de toda gracia, que contiene de un m odo em inente y en sum o grado toda clase de virtudes y en quien alcanza la virtud un m érito y una excelencia infinitos. Porque, siendo santo, divino y adorable todo lo que hay en Jesús, la virtud en Él se san tifica y deifica, siendo, por lo tanto, digna de alabanza y adoración infinitas. Por esta razón, si consideram os la virtud en Jesucristo, esta consideración será infinitam ente más poderosa para llevarnos a estim arla, am arla y bus carla. que si sólo la m irásem os según la excelencia que tiene en sí misma y atendiendo a la estima que le dan la razón y el espíritu hum anos. 2. Los que en la práctica de las virtudes se guian por el espíritu del cristianism o, saben muy bien que, por ellos mismos no pueden practicar el m enor acto de virtud; que, si Dios se apartase un m om ento de ellos, caerían al mo m ento en el abism o de toda clase de vicios; que, siendo la virtud puro don de la m isericordia de Dios, es preciso pe dírsela con confianza y perseverancia. Por esto piden ins tante y continuam ente a Dios las virtudes que necesitan, sin cansarse jam ás de pedírselas: y, hecho esto, ponen de su parte cuanto cuidado, vigilancia y trabajo les es posi ble para ejercitarse en ellas.
Así y todo, guárdanse m ucho de confiar y afianzarse en m anera alguna en sus cuidados y vigilancias, en sus ejercicios y prácticas, en sus deseos y resoluciones, com o tam poco en la oración, que por esta causa dirigen a Dios; ellos lo esperan todo de la pura bondad de Dios y para nada se inquietan cuando no ven en ellos las virtudes que desean... Y, en vez de turbarse y desanim arse, perm ane cen en paz y hum ildad delante de Dios, reconociendo: que de ellos es la falta e infidelidad y que, si Dios les tra tase com o lo m erecen, no sólo no les concedería nada de lo que le piden, sino que Ies despojaría de las incesantes gracias hasta el presente concedidas; reconociendo asi mismo, que harto favor les hace con no desecharles y abandonarles por com pleto. T odo lo cual, enciende en ellos nuevo fuego de am or y una nueva confianza en tan infinita bondad, ju n tam en te con un ardientísim o deseo de buscar por toda suerte de medios las virtudes que ne cesitan para servirle y glorificarle. 3. Desean éstos la virtud y se esfuerzan por practicar con frecuencia actos internos y externos de am or a Dios, de caridad para con el prójim o, de paciencia, de obedien cia, de hum ildad, de m ortificación y dem ás virtudes cris tianas, no por ellos, por su propio interés, satisfacción o recom pensa, sino por el agrado e interés de Dios, para hacerse sem ejantes a su cabeza que es Jesucristo, para glorificarle y para continuar el ejercicio de las virtudes que Él practicó en la tierra, en lo cual, propiam ente con siste la virtud cristiana. Porque, com o la vida cristiana no es otra cosa que una continuación de la vida de Jesucris to, así las virtudes cristianas son una continuación y com plem ento de las virtudes de Jesucristo. Y es preciso practicar las virtudes cristianas con el m ism o espíritu, por los mismos m otivos e intenciones con que Jesucristo las practicó, de suerte que la hum ildad cristiana sea realm ente una continuación de la hum ildad
de Jesucristo, la caridad cristiana una continuación de la caridad de Jesucristo y así en todas las dem ás virtudes. Juzgad por aquí cuánto más santas y excelentes son las virtudes cristianas que las virtudes llamadas morales (1), virtudes propias de paganos, herejes y falsos católicos. Porque estas virtudes morales no son sino virtudes hum a nas y naturales, virtudes fingidas y aparentes, faltas de base y de solidez, puesto que no se apoyan más que en la fragilidad del espíritu y de la razón hum ana y sobre la arena m ovediza del am or propio y de la vanidad. Mas las virtudes cristianas son verdaderas y sólidas virtudes, vir tudes divinas y sobrenaturales; son, en una palabra, las virtudes mismas de Jesucristo, de las que necesitam os vi vir revestidos y las que Jesucristo com unica a los que se unen a Él, a cuantos se las piden con hum ildad y confian za y se esfuerzan, a la vez, por practicarlas com o Él las practicó.
CAPITULO II De la excelencia, necesidad e importancia de la humildad cristiana Si albergáis en vuestras almas un verdadero y delibe rado propósito de vivir cristiana y santam ente, uno de vuestros mayores y principales cuidados debe ser. funda1. Asi llam aban , en tiem p o del S anto, algunos escritores a las virtudes pu ram en te naturales, sin relación alg u n a con el m érito y la vida eterna: o. m ejor, a las m al llam ad as virtudes de los m undanos. Los docto res católicos entienden co m unm ente p o r virtud m oral: la virtud infusa, so b ren atu ral c in form ada p o r la caridad. (N ota del T rad u cto r).
ros bien, con toda seriedad, en la hum ildad cristiana: p o r que no hay virtud más necesaria e im portante que ésta. Es la virtud que Nuestro Señor más instante y cuida dosam ente nos recom ienda, en aquellas divinas y am oro sas palabras que debem os recordarlas con frecuencia y re petirlas con todo am or y respeto: «A prended de mí, que soy m anso y hum ilde de corazón; y hallaréis el reposo para vuestras almas». Es la virtud que San Pablo llam a la virtud de Jesucristo por excelencia. Es la virtud propia y peculiar de los cristianos, sin la cual es imposible ser ver daderam ente tal cristiano. Es el fundam ento de la vida y santidad cristiana. Es la guarda de las dem ás virtudes. Es ella, la que obtiene para nuestras almas toda clase de ben diciones: porque el gloriosísimo y hum ildísim o Jesús ha cifrado su descanso y sus delicias en las alm as hum ildes, según esta su palabra: «¿En quién pondré yo mis ojos (para hacer en él mi m orada y mi descanso) sino en el pobrecito y contrito de corazón, y que oye con respetuoso tem or mis palabras?» (1). Esta es la virtud, que a una con el am or divino, hace santos, y grandes santos: porque la verdadera medida de la santidad es la hum ildad. Dadme un alm a que sea ver daderam ente hum ilde y diré de ella que es verdaderam en te muy santa; si es m uy hum ilde, la llam aré muy santa: si es hum ildísim a, diré que es santísim a, que está adornada de toda clase de virtudes, que es Dios muy glorificado en ella, que Jesús mora en sem ejante alm a com o en su teso ro y en el paraíso de sus delicias, y, añadiré, que ella será muy grande y a gran altura elevada en el reino de Dios, puesto que es palabra de la Eterna Verdad «que quien se hum illa será ensalzado» (2).
1. «A d quem respiciam . nisi ad p au p ereu lu m et c o n triiu m sp irilu . ct trem entem serm ones meos». Is.. LXV I, 2. 2. «Q ui se hum iliaveril ex allab itu r» . M alth .. X X II. 12.
Por el contrario, alm a sin hum ildad es alm a sin vir tud. es un infierno, es la m orada de los dem onios, y el abism o de toda clase de vicios. Puede, en fin, decirse, en cierta m anera, que la hum il dad es la madre de Jesús, ya que por ella la Santísim a Virgen se ha hecho digna de llevarle en su seno. Tam bién por esta virtud nos harem os nosotros dignos de formarle en nuestras alm as de hacerle vivir y reinar en nuestros corazones. Por esto, debem os, cueste lo que cueste, am ar, desear y buscar esta santa virtud. En vista de lo dicho, me extenderé en esta m ateria un poco más que en las demás.
CAPITULO III De la humildad de espíritu Hay dos clases de hum ildad: hum ildad de espíritu y de corazón; las dos a una, forman la perfección de la hu mildad cristiana. La hum ildad de espíritu es un profundo conocim iento de lo que realm ente somos a los ojos de Dios. Porque, para conocernos bien, es preciso que nos m irem os, no por lo que parecem os a los ojos y al juicio engañoso de los hombres, de la vanidad y de la presunción de nuestro espíritu, sino según somos a los ojos y al juicio de Dios. A este efecto, es preciso m irarnos a la luz y en la verdad de Dios, por medio de la fe. Ahora bien, si nos m iram os a esta luz y con estos divi nos ojos, veremos: 1. Q ue. en cuanto hom bres, no som os más que tie
rra, polvo, corrupción y nada; que nada tenem os, pode mos, ni somos por nosotros mismos. Porque, com o quie ra que la criatura ha salido de la nada, no es nada, ni por ella misma puede ni tiene nada. 2. Q ue, com o hijos de Adán y com o pecadores, naci dos en pecado original, somos enemigos de Dios, esclavos del dem onio, objeto de abom inación del cielo y de la tie rra, de nosotros mismos y por nuestra virtud incapaces de hacer bien alguno y de evitar ningún mal; que no tene mos más cam ino, si querem os salvarnos, que el de renun ciar a Adán y a todo lo que de él traem os, a nosotros mis mos, a nuestro propio espíritu, a nuestras propias fuerzas, para entregarnos a Jesucristo y hacernos con su espíritu y su virtud. Divina certeza entraña lo que El nos dice: «que no podem os librarnos de la esclavitud del pecado sino por Él (1); que sin Él nada podem os hacer (2); que después que hubiérem os hecho todas las cosas, hemos de decir con toda verdad, que som os siervos inútiles» (3). Y lo que nos dice San Pablo: «que no somos capaces por nosotros mis mos para concebir algún buen pensam iento, com o de no sotros mismos, sino que toda nuestra suficiencia o capaci dad viene de Dios» (4); y «que no podem os confesar que Jesús es el Señor sino por el Espíritu Santo» (5). Lo cual proviene no sólo de la criatura que de sí m ism a nada 1. « R esp o n d eru n t ei: Sem en A b rah ae sum us, et nem ini servivim us unquam : q u o m o d o tu dicis: Liberi eritis? R espondí! ei Jesús: A m en dico vobis. qu ia om nis q ui facit peccatum servus est peccali. Si ergo vos F ilius libera ve ril, verc liberi eritis. Jo an ., VIII, 33-36. 2. Sine m e nihil potestis facere. Jo an ., X V , 5. 3. «Q uum feceritis o m nia quee p raecep ta su n t vobis. dicite: servi inútiles sum us: quod d cb uim us facere. lee i m us». Luc., X V II, 10. 4. «N on quod sufTicicntes sim us cogitare aliq u id a nobis. quasi ex nobis. sed sufficientia nostra ex D eo est». II C o r.. III. 5. 5. « N cm o potest dicere D om in u s Jesús, nisi in S piritu Sancto». I C or.. X II. 3.
es y nada puede, sino de la atadura que tenem os al peca do; porque somos nacidos de Adán que nos ha engendra do, sí, pero en su condenación; que ciertam ente nos ha dado la naturaleza y la vida, pero con ella el im perio y la tiranía del pecado, com o él m ismo lo tuvo después de su culpa; no pudiéndonos engendrar libres, siendo él escla vo; ni dam os la gracia y am istad de Dios, habiéndola él perdido. De suerte que, por justísim o juicio de Dios, lle vamos todos este yugo de iniquidad que la Escritura lla ma «el reinado de la m uerte» (6), que no nos deja practi car obras de libertad y de vida, es decir, obras de verdade ra libertad y vida, cual es la de los hijos de Dios, sino tan solo obras de esclavitud y de m uerte, obras privadas de la gracia de Dios, de su justicia y santidad. ¡Oh qué grande es nuestra miseria c indignidad, que el más pequeño pensam iento de servir a Dios y hasta el mero poder presentarnos ante Dios, fue preciso que el Hijo de Dios nos com prara con su sangre! Pero, no es esto todo: Si bien nos m iram os a la luz de Dios, veremos que, com o pecadores e hijos de A dán, no m erecem os existir ni vivir, ni que la tierra nos so.-tenga, ni que Dios piense en nosotros, ni aun de que se tom e el cuidado de ejercitar su justicia en nosotros, com o, con tanta razón com o adm iración, lo dice el santo Job: «¿Y tú te dignas abrir tus ojos sobre un ser sem ejante, y citarle a juicio contigo?» (7). Veremos, si así nos m iram os, que es gran favor el que Dios nos hace con soportarnos en su presencia y perm itir que la tierra nos sostenga; y que, si Él no hiciera un m ila gro, todo contribuiría a nuestra ruina y perdición. Porque el pecado tiene eso de suyo propio, que apartándonos a
6. «R egnavii m ors ab A dam usque ad M oysem ... U n iu s delicio m ors regnavit». R om ., V, 14-17. 7.
nosotros de la obediencia de Dios, nos priva de todos nuestros derechos; por consiguiente, ser y vida, cuerpo y alm a, sentidos y potencias, por doble razón, no nos perte necen: el sol no nos debe ya su luz. ni los astros su in fluencia, ni la tierra su sostenim iento, ni el aire la respira ción. ni los dem ás elem entos sus cualidades, ni las plantas sus frutos, ni los anim ales su servicio: sino, más bien, to das las criaturas deberían hacernos la guerra y em plear todas sus fuerzas contra nosotros, puesto que nosotros em pleam os las nuestras contra Dios, a fin de vengar la in ju ria que hacem os a su C riador; la venganza que el m un do entero al fin de los siglos desplegará contra los pecado res. debiera descargarse a diario contra nosotros, cuando com etem os nuevos pecados; Dios podría muy ju stam en te, en castigo de uno solo de nuestros pecados, despojar nos del ser y de la vida, de cuantas gracias tem porales y espirituales nos ha concedido y descargar sobre nosotros toda clase de castigos. Veremos tam bién, que. de nostros mismos, en cuanto pecadores, somos otros tantos dem onios encarnados, otros tantos A nticristos (8). no teniendo nada en nosotros, de nosotros mismos, que no sea contrario a Jesucristo: que llevamos con nosotros un dem onio, un Lucifer, un A nticristo, a saber, nuestra propia voluntad, nuestro o r gullo y nuestro am or propio, que son peores que todos los dem onios, que Lucifer y que el A nticristo, porque todo lo que tienen de m alicia los dem onios. Lucifer y el A nticris to lo sacan de prestado de la propia voluntad, del orgullo y del am or propio; veremos que de nosotros mismos no somos otra cosa que un infierno con toda clase de m al diciones, pecados y abom inaciones; que tenem os en noso tros, com o en principio y semilla, todos los pecados de la tierra y del infierno: siendo, com o es. la corrupción que el
pecado original nos ha transm itido, raíz y m anantial de toda clase de pecados, según estas palabras del ProfetaRey: «M ira, pues, que fui concebido en iniquidad, y que mi madre me concibió en pecado» (9); que. en su conse cuencia, si Dios no nos llevase continuam ente en los b ra zos de su m isericordia, y no hiciese com o un continuo milagro para librarnos de caer en el pecado, nos precipi taríam os a cada instante en un abism o de toda clase de iniquidades; veríamos, en fin, que som os cosa tan horri ble y espantosa, que si pudiéram os vernos com o Dios nos ve, no nos podríam os soportar a nosotros mismos. Así leemos de una santa, que pidiendo a Dios le diese el co nocim iento de ella misma y siendo por Él escuchada, se vio tan horrible que exclamó: «Basta, Señor, que de lo contrario desfallezco». Y el Padre M aestro Avila dice ha ber conocido a una persona que, habiendo hecho a Dios esta misma oración, se vio tan abom inable que com enzó a exclam ar a grandes gritos: «Señor, yo os suplico con toda instancia por vuestra m isericordia que me quitéis este espejo de mis ojos; ya no tengo curiosidad de ver mi imagen». Y, después de todo esto, ¡tener alta estima de nosotros mismos, pensar que somos y merecemos algo! Y, después de esto, ¡amar la grandeza y buscar la vani dad y com placerse en el aprecio y alabanzas de los hom bres! ¡Oh singular fenóm eno, ver que criaturas tan m ezqui nas y miserables com o nosotros quieran encum brarse y enorgullecerse! ¡Oh con cuánta razón el Espíritu Santo nos atestigua, hablándonos por el Eclesiástico: «que abo-
9. «Eccc enim ¡n in iq u itatib u s co n ccp tu s sum el in pcccalis co ncepit me m aler m ea». Ps.. L, 7.
rrece y le es sum am ente enfadoso el proceder del pobre soberbio»! (10). Porque, si es insoportable el orgullo en cualquiera, ¿cómo lo deberá ser en aquél a quien su pobreza le obliga a una extrem a hum ildad? Es, sin em bargo, vicio com ún a todos los hom bres, quienes, por grandes prendas que ap a rezcan tener a los ojos del m undo, llevan con ellos mis mos el estigma de su infam ia, esto es, la condición de pe cadores que debe m antenerles en grandísim o abatim iento ante Dios y ante todas las criaturas. Y, sin em bargo, ¡oh deplorable desgracia! transfórm a nos el pecado en tan viles e infames y no querem os reco nocer nuestra miseria, semejantes en esto a Satanás que, por el pecado que le dom ina, es la más indigna de las criaturas, y es, con todo, tan sobebrio que rehúsa aceptar su ignom inia. Esto es lo que hace que Dios aborrezca tan to el orgullo y la vanidad: hácesele extrem am ente inso portable ver que cosa tan baja e indigna quiera encum brarse. Y, particularm ente, recordando que Él, que es el todo y la misma grandeza, se abatió hasta la nada, y vien do que, después de esto, la nada quiere ensalzarse... ¡Ah, esto le es más que insoportable! Si deseáis, pues, agradar a Dios y servirle con perfec ción, estudiad con em peño esta divina ciencia del propio conocim iento: grabad bien en vuestro espíritu las verda des arriba dichas, m editadlas frecuentem ente delante de Dios y pedid todos los días a N uestro Señor que os las im prim a bien en vuestras almas. N otad con todo, que si bien es verdad que com o hom-
10. «T res speeies odivit a n im a m ea. et aggravor valde an im ae illorum : pauperem superbum : divitem m endaccm : senem fatuum et insensatum . T res especies de personas aborrece mi alm a, y su pro ced er me es su m am en te e n fadoso. F.l pobre soberbio, el rico m entiroso, el viejo fatuo e im prudente». Eccli., X X V . 3-4.
bre, hijo de Adán y pecador, sois tal com o os acabo de describir, sin em bargo, considerado com o hijo de Dios y m iem bro de Jesucristo, si estáis en su gracia, tenéis en vo sotros un ser y una vida nobilísim a y sublim e y poseéis un tesoro infinitam ente rico y precioso. N otad, asim ism o, que aunque la hum ildad de espíritu deba haceros conocer lo que sois por vosotros mism os y en A dán, no debe ocul taros lo que sois en Jesucristo y por Jesucristo, y no os obliga a ignorar las gracias que Dios os ha hecho por su Hijo; lo contrario sería una falsa hum ildad; aunque sí os obliga a reconocer que todo lo que tenéis de bueno os viene de la purísim a m isericordia de Dios, sin que lo hayáis vosotros m erecido. He aquí en qué consiste la hu m ildad de espíritu.
CAPITULO IV De la humildad de corazón No basta tener la hum ildad de espíritu que nos hace conocer nuestra m iseria e indignidad. La hum ildad de es píritu sin la hum ildad de corazón es una hum ildad diabó lica: los diablos, que no tienen hum ildad de corazón, tie nen hum ildad de espíritu, porque conocen m uy bien su indignidad y m aldición. Por esto, hem os de aprender de nuestro divino D octor Jesús, a ser hum ildes, no sólo de espíritu sino tam bién de corazón. La hum ildad de corazón consiste: en am ar nuestra ba jeza y abyección, en alegrarnos de ser pequeños, abyectos y despreciables, en tratam os nosotros y celebrar que los demás nos traten com o tales, en no excusarnos y justifi carnos sin gran necesidad, en no quejam os jam ás de na
die, teniendo bien presente que llevando en nosotros el m anantial de todo m al, m erecem os toda clase de reproba ción y malos tratos, en am ar y abrazarnos de todo cora zón a los desprecios, hum illaciones y oprobios y a cuanto pueda rebajarnos. Y esto, por dos razones: 1. Porque a nosotros nos toca toda clase de despre cios y desestimas y que todas las criaturas nos persigan y pisoteen; sin que m erezca la pena de que se molesten por nosotros. 2. Porque debem os am ar lo que tanto am ó el Hijo de Dios, y poner nuestro centro y nuestro paraíso, en esta vida, en las cosas que Él escogió para glorificar a su Pa dre, a saber, en los desprecios y hum illaciones de que es tuvo llena toda su vida. La hum ildad de corazón, adem ás, no consiste sola m ente en am ar las hum illaciones, sino en odiar y abom i nar toda grandeza y vanidad, según este divino oráculo salido de la boca sagrada del Hijo de Dios, que os suplico lo meditéis bien y lo grabéis fuertem ente en vuestro espí ritu: «Lo que parece sublim e a los ojos hum anos, a los de Dios es abom inable» (1). He dicho toda grandeza, porque no basta despreciar las grandezas tem porales y aborrecer la vanidad y estim a de las hum anas alabanzas, sino que debem os aborrecer más aún la vanidad que puede proce der de las cosas espirituales y tem er y huir de todo lo que sobresale y se presenta extraordinario a los ojos de los hom bres en la práctica de la piedad, com o visiones éxta sis, revelaciones, don de hacer milagros y cosas sem ejan tes. Y, no sólo no hemos de desear, ni pedir a Dios estas gracias extraordinarias, más aún, si el alm a reconociese que el Señor le brinda con alguna de estas cosas extraor dinarias, debería retirarse al fondo de su alm a, juzgándose I. «Q uod h om inibu s altu m est, ab o m in a tio est ap u d D eum ». Luc., 16. 15.
harto indigno de estos favores y suplicarle que, en lugar de esa, le otorgase alguna otra gracia menos ostentosa y más conform e a la vida oculta y de desprecios que Él lle vó en la tierra. Porque N uestro Señor se agrada en col m arnos, en un exceso de su bondad, de sus gracias ordi narias y extraordinarias, mas, se place sobrem anera, en que nosotros, por un verdadero sentim iento de nuestra indignidad, y por el deseo de hacernos semejantes a Él en su hum ildad, huyam os de todo aquello que es grande a los ojos de los hombres. Y, quien no se encuentre en esta disposición, dará lugar a m uchos engaños e ilusiones del espíritu de vanidad. N otad, no obstante, que hablo aquí de cosas extraor dinarias, y no de las acciones com unes y ordinarias de to dos los verdaderos servidores y siervos de Dios, com o co mulgar con frecuencia, postrarse ante Dios m añana y tar de para ofrecerle los trabajos, acom pañar al Santísim o Sacram ento por la calle, cuando se lleva a un enferm o, m ortificar la carne por m edio del ayuno, de la disciplina o de alguna otra penitencia, rezar el rosario, hacer ora ción en la iglesia, en casa o por el cam ino, visitar y servir a los pobres y encarcelados, o hacer cualquiera otra obra de piedad. G uardaos bien de querer om itir el ejercicio de tales acciones bajo el pretexto de una falsa hum ildad; no sea que lo om itáis, por verdadera flojedad. Si el respeto hum ano o el descrédito del m undo se oponen a lo que debéis a Dios, debéis dom inarlos, acor dándoos de que no habéis de avergonzaros, sino tener a m ucha gloria el ser cristianos, realizar acciones de cristia no y servir y glorificar a vuestro Dios ante los hom bres y a la faz de todo el m undo. Pero, si es el tem or de la vani dad y de la vana apariencia de una hum ildad postiza lo que quiere im pediros practicar las susodichas acciones, debéis rechazarlo, protestando a N uestro Señor que nada
queréis hacer sino por su pura gloria y considerando que todas estas obras son tan com unes a todos los verdaderos siervos de Dios y que deberían ser tan frecuentes en todos los cristianos que no hay lugar a vanidad en cosa que tantos practican y que todo el m undo debiera practicar. Yo bien sé que N uestro Señor Jesucristo nos enseña a ayunar, a dar lim osna y a orar en secreto; pero San G re gorio el G rande nos declara que esto se entiende de la in tención y no de la acción (2); es decir: que N uestro Se ñor Jesucristo no exige que no hagamos esas acciones u otras semejantes, en público y ante los hom bres, porque dice en otra parte: «Brille así vuestra luz ante los hom bres de m anera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (3); lo que quiere es que nuestra intención sea secreta y oculta, es decir: que en las acciones exteriores y públicas que hacemos, tenga mos en nuestro corazón la intención de hacerlas, no por agradar a los hom bres o para captarnos su vano aplauso, sino para agradar a Dios y buscar su gloria. En fin, la verdadera hum ildad de corazón que N uestro Señor Jesucristo quiere que aprendam os de Él y que es la perfecta hum ildad cristiana, consiste en ser hum ilde com o Jesucristo lo fue en la tierra; es decir: en aborrecer todo espíritu de grandeza y de vanidad, en am ar los des precios y la abyección, en escoger siem pre en todas las cosas lo más vil y hum illante, y en estar en disposición de ser hum illados hasta el punto en que Jesucristo se h u m i lló, en su encarnación, en su vida, en su pasión y en su muerte. En su encarnación, «se anonadó a sí m ism o, com o ha2. «H oc autem dico, non ut proxim i. O p era n o stra bona n o n videant... sed ut per hoc quod agim us, laudes exteríus non q u arcam u s» . H om il. XI in Evang. 3. «Sic luceat lux vestra coram hom in ib u s. ut videant o p era vestra bona. et glorificent P atrem vestrum qui in coelis est». M ath ., V, 16.
bla San Pablo, tom ando la naturaleza de siervo» (4); q u i so nacer en un establo, se sujetó a las debilidades y nece sidades de la infancra, y se redujo a mil otras hum illacio nes. En su pasión. Él m ismo dice «que es un gusano y no un hom bre; el oprobio de los hom bres y el desecho de la plebe» (5); carga con la cólera y el juicio de su Padre, cuya severidad es tan grande que le hace sudar sangre, y en tal abundancia que queda con ella regada la tierra del H uerto de los Olivos. Com o Él m ism o lo asegura (6). se entrega al poder de las tinieblas, es decir, de los diablos, quienes, por medio de los judíos por ellos poseídos y de Pilato y Herodes conducidos por el infierno, le hacen sufrir todos los vilipendios del m undo. La sabiduría in creada es tratada por los soldados y por Herodes com o un m aniquí. Es azotado y puesto en cruz com o un esclavo y un ladrón. Dios, que debiera ser su recurso, le abandona y le m ira com o si Él sólo hubiera com etido todos los crí menes del m undo. Y en fin, para hablar el lenguaje de su A póstol, «se ha hecho por nosotros objeto de m aldición» (7), más aún ¡oh extraño y espantoso envilecim iento! ha sido hecho pecado por el poder y la justicia de Dios; p o r que m irad cóm o habla San Pablo: «Dios le hizo pecado por nosotros» (8); es decir, que no sólo cargó con las confusiones y abatim ientos que merecen los pecadores, sino tam bién con todas las ignom inias e infam ias que son debidas al pecado mismo, constituyéndose en el estado más vil e ignom inioso a que Dios puede reducir al m ayor 4. «E xinanivit sem etipsum form am servi accipiens». P hilip ., II, 7. 5. «Ego autem sum verm is, et non hom o: o p p ro b riu m h o m in u m et abjectio plebis». Ps.. X X I, 7. 6. «H aec est hora vestra et potestas ten eb raru m » . Luc. X X II. 53. 7. «C hristus nos redem it de m aledicto legis, faclus p ro nobis m aledictum ». G al., III, 13. 8. «D eus eum pro nobis pcccatum fccit». D ios p o r a m o r de nosotros ha tratad o a A quel q ue no conocía el pecado, som o si hubiese sido el pecado m ism o. II C or.. V. 2 I .
de sus enemigos. ¡Qué hum illación para un Dios, para el Hijo único de Dios y soberano Señor del universo, verse reducido a semejante estado! ¡Oh Jesús, ¿es posible que améis tanto al hom bre, que por su am or, hasta este punto os anonadéis? ¡Oh hombre! ¿cómo puede ser que todavía te envanezcas, viendo a tu Dios tan abatido por tu am or? ¡Oh Salvador mío, sea yo hum illado y anonadado con Vos, entienda yo de una vez los sentim ientos de vuestra profundísim a hum ildad y esté dispuesto a soportar todas las confusiones y abatim ientos que son debidas al pecador y al pecado mismo! En esto consiste la perfecta hum ildad cristiana, en es tar dispuesto no sólo a querer ser tratado com o lo merece un pecador, sino a soportar, adem ás, todas las ignom inias y vilipendios debidas al pecado m ism o, puesto que Jesu cristo, nuestra cabeza, el Santo de los Santos, la misma santidad, los soportó y nosotros no merecemos otra cosa, no siendo de nosotros mismos más que pecado y m aldi ción. Si estas verdades quedaran bien grabadas en nuestro espíritu, estim aríam os que tenem os sobrado m otivo para exclam ar y decir con frecuencia con Santa G ertrudis: «Señor, uno de los mayores milagros que hacéis en el m undo, es perm itir que la tierra me sostenga».
CAPITULO V Práctica de la humildad cristiana Siendo la hum ildad cristiana tan im portante y nece saria, com o se ha dicho, debéis buscar toda clase de m e dios para fundaros bien en esta virtud.
A este fin, os ruego nuevam ente que leáis y releáis con frecuencia y que consideréis y ponderéis con toda aten ción las verdades que acabo de proponeros, hablando de la hum ildad de espíritu y de la hum ildad de corazón, y las que, adem ás, trato de proponeros aquí; que pidáis asi m ism o a N uestro Señor que os las im prim a en vuestro es p íritu, y que lleve a vuestros corazones los efectos y senti m ientos de tan necesaria virtud. Porque no se trata sólo de que conozcáis de una m a nera general y superficial que sois nada, que no tenéis p o der alguno para obrar el bien y evitar el m al, que «todo don perfecto viene de arriba, del Padre de las luces» (1), y que toda buena obra nos viene de Dios por su Hijo; es n e cesario, adem ás, que os fundéis con toda solidez en un profundo conocim iento y vivo sentim iento de vuestra es clavitud bajo la ley del pecado, de vuestra inutilidad, in capacidad e indignidad para el servicio de Dios, de vues tra insuficiencia para todo bien, de vuestra nada, de vues tra extrem a indigencia y de la aprem iante necesidad que tenéis de Jesucristo y de su gracia. Por esta razón, debéis invocar incesantem ente a vues tro Libertador y recurrir, a cada instante, a su gracia, afianzándoos tan sólo en su virtud y bondad. Perm ite Dios a veces que trabajem os largo tiem po por vencer alguna pasión y aseguram os en alguna virtud, y que no avancem os m ucho en lo que pretendem os, para que reconozcam os por propia experiencia lo que p o r no sotros mismos somos y podem os, y para ello nos obligue a buscar fuera de nosotros, en N uestro Señor Jesucritso, el poder servir a Dios. Dios no quiso dar al m undo a su Hijo, sino después que el m undo lo deseó d urante cuatro mil años, y experim entó, por espacio de dos mil, que no 1. «O m ne d atu m o p tim u m el o m ne d o n u m perfectum desursum esl, des cen d erá a Patre lum inu m » . Jac., I. 17.
podía observar su ley, ni librarse del pecado, y que sentía la necesidad de un espíritu y de una fuerza nueva para re sistir el mal y practicar el bien; haciéndonos ver bien con esto, que para darnos su gracia, quiere que, antes, reco nozcam os m ucho nuestra miseria (2). Siguiendo esta verdad, debéis cada día reconocer ante Dios vuestra miseria, tal com o Dios la ve, y renunciar a Adán y a vosotros mismos, ya que no sólo él sino tam bién vosotros habéis pecado, pactando con el diablo y con el pecado. R enunciad, pues, enteram ente a vosotros m ismos, a vuestro propio espíritu, a todo el poder y capa cidad que podáis sentir dentro de vosotros. Porque todo el poder que Adán ha dejado en la naturaleza del hom bre. no es más que im potencia; el sentim iento que de ello pudiéram os tener no es sino ilusión, presunción y falsa opinión de nosotros mismos; y jam ás nosotros tendrem os verdadero poder y libertad perfecta para el bien, si no es renunciando a nosotros mismos y saliendo de nosotros mismos y de todo lo que es nuestro, para vivir en el espí ritu y en la virtud de Jesucristo. C om o consecuencia de esta renuncia, adorad a Jesu cristo, entregáos enteram ente a Él y rogadle que, puesto que con su sangre y por su m uerte ha adquirido los dere chos de los pecadores, tom e en vosotros los de A dán, que son los vuestros, y que quiera vivir en vosotros en lugar de A dán, desposeyéndoos de vuestra naturaleza para apropiarse Él de cuanto sois y de todos vuestros actos. Protestad que queréis poner en sus m anos todo lo que sois y que deseáis salir de vuestro propio espíritu, que es espíritu de orgullo y vanidad, y de todas vuestras inten ciones, inclinaciones y disposiciones, para no vivir más que de su espíritu, con sus intenciones, inclinaciones y disposiciones divinas y adorables. 2. Cf. S. T h o m .. 3.“: 1 .5 .
Suplicadle qik por su grandísim a m isericordia, os sa que de vosotros mismos com o de un infierno, y ponga en El vuestro lugar, afirm ándoos bien en el espíritu de hu m ildad, y esto no por vuestro interés o satisfacción, sino por su agrado y para su gloria. Pedidle tam bién que des pliegue todo su divino poder para destruir en vosotros vuestro orgullo, y que no cuente con vuestra flaqueza para establecer en vosotros su gloria por medio de una perfecta hum ildad. Y acordándoos de que de vosotros mismos, en cuanto pecador sois un dem onio encam ado, un Lucifer y un A nticristo, por razón del pecado, del or gullo y del am or propio que queda siem pre en cada uno de nosotros, com o arriba se dijo, ponéos con frecuencia, especialm ente al com enzar el día, a los pies de Jesús y de M aría, diciendo así: ¡Oh Jesús, oh M adre de Jesús! sujetad bien a este m i serable dem onio debajo de vuestros pies, aplastad a esta serpiente, haced m orir a este A nticristo con el aliento de vuestra boca, atad a este Lucifer, para que nada haga con tra vuestra santa gloria. No pretendo, sin em bargo, que todos los días digáis delante de Dios estas cosas tal com o aquí quedan expues tas, sino un día de una m anera y otro de otra, según al Se ñor pluguiere dároslo a gustar. C uando concibáis deseos y resoluciones de ser hum il des, formalizadlos, entregándoos al Hijo de Dios para po der cum plirlos, diciendo: «Y o me entrego a Vos, oh Jesús, para hacerm e con vuestro espíritu de hum ildad; quiero pasar con Vos todos los días de mi vida en esta santa virtud. Invoco sobre mí el poder de vuestro espíritu de hum ildad, a fin de que mi orgullo sea destruido y me m antenga yo con Vos en hu mildad. Os ofrezco las ocasiones de hum ildad que se me presenten en la vida; bendecidlas, si os place. R enuncio a
mí m ism o y a cuantas cosas puedan estorbarm e partici par de la gracia de vuestra hum ildad». Mas no confiéis en vuestras resoluciones, ni en esta súplica que acabáis de practicar; esperadlo solam ente de la pura bondad de N uestro Señor Jesucristo. Lo m ism o podéis practicar en todas las dem ás virtu des y santas intenciones que abrigáis para presentarlas a Dios. De esta m anera, todas ellas irán fundadas, no en vosotros mismos, sino en N uestro Señor Jesucristo y en la gracia y m isericordia de Dios sobre vosotros. C uando presentem os a Dios nuestros deseos e inten ciones de servirle, debem os hacerlo con la profunda con vicción de que no lo podem os ni lo merecemos; que si Dios hiciese justicia, no nos perm itiría ni pensar en ello, y que si Dios nos sufre en su presencia y nos perm ite es perar de Él la gracia de servirle, es por su inm ensa bon dad y por los m éritos y la sangre de su Hijo. C uando faltamos a nuestros propósitos, no debem os adm irarnos de ello; porque somos pecadores y Dios no nos debe su gracia. «Bien conozco, dice San Pablo, que nada de bueno hay en mí, quiero decir en mi carne. Pues aunque hallo en mí la voluntad para hacer el bien, no ha llo cóm o c u m p lirla s (3). Por esto, debem os tender a la virtud con sum isión a Dios; debem os desear su gracia y pedírsela, pero adm irar nos de que nos la conceda; cuando caem os, adorar su ju i cio sobre nosotros, sin desanim arnos, antes hum illándo nos y perseverando siem pre en entregarnos a Él, porque nos aguanta en su presencia y nos concede el pensam ien to de quererle servir. Y, aún cuando después de m ucho trabajo. Dios no nos concediera sino un solo pensam iento
3. «Scio enim quia non habitat in me, hoc est in carn e m ea, bonum . N am velle. adjacet m ihi: perficere au tem b o n u m . non invcnio». R om ., VII, 18.
bueno, deberíam os reconocer que ni aún eso lo m erece mos, y estim arlo en tanto que con ello nos diéram os por bien recom pensados por todo nuestro sentim iento. ¡Ay, si los condenados, después de mil años de infierno, pudie ran tener un solo pensam iento de Dios de buena gana lo tuvieran! El diablo rabia porque jam ás lo tendrá; mira él el bien com o cosa excelente que su orgullo desea, pero se ve p ri vado de él porque lleva consigo la m aldición. Nosotros somos pecadores com o los condenados y no hay otra cosa que de ello nos separe sino la m isericordia que Dios nos tuvo, la cual nos obliga a estim ar sus dones y a darnos por contentos con los que Dios nos dé; porque, p or pe queños que ellos sean, siem pre son más de lo que m erece mos. Penetrem os con todo cuidado y hasta lo más íntim o en este espíritu de hum ilde reconocim iento de nuestra in dignidad. que por este medio nos harem os con mil bendi ciones de Dios para nuestras alm as, y Él será muy glorifi cado en nosotros. C uando Dios os conceda algún favor para vosotros o para el prójim o, no lo atribuyáis a la virtud de vuestras plegarias, sino a su pura misericordia. Si, en las obras buenas que Dios os concede la gracia de practicar, sentís cierta vana com placencia o algún es píritu de vanidad, hum illaos delante de Dios, acordán doos de que todo bien viene de sólo Dios y que de voso tros no puede salir sino toda clase de males; y que tenéis m uchos más m otivos para tem er y hum illaros, en vista de las m uchas faltas e imperfecciones con que practicáis vuestras obras, que no para ensoberbeceros y encum bra ros ante el poco bien que obráis, que ni siquiera es vues tro. Si se os desprecia y vitupera, tom adlo com o cosa que bien os pertenece y en honor de los desprecios y calum nias del Hijo de Dios. Si se os confiere algún honor, o si
se os tributan alabanzas y bendiciones, referídselo a Dios, guardándoos m ucho de apropiároslo o descansar en ello, tem iendo no sea ésta la recom pensa de vuestras buenas acciones y que caiga sobre vosotros el efecto de estas pa labras del Hijo de Dios: «¡Ay de vosotros cuando los hom bres m undanos os aplaudieren! que así lo hacían sus padres con los falsos profetas» (4). Palabras que nos ense ñan a m irar y a tem er las alabanzas y bendiciones del m undo, no sólo com o cosa que no es más que viento, hum o e ilusión, sino adem ás com o verdadera desgracia y maldición. Ejercitáos de buena gana en acciones bajas y hum ildes y que os proporcionan alguna abyección, a fin de m ortifi car vuestro orgullo; mas cuidad de hacerlas con espíritu de hum ildad y con los sentim ientos y disposiciones inte riores que pide la acción que realizáis. En sum a, grabad bien en vuestra alm a estas palabras del Espíritu Santo, y llevadlas a la práctica con todo cui dado y diligencia: «C uando fueres más grande, tanto más debes hum illarte en todas las cosas, y hallarás gracia en el acatam iento de Dios; porque Dios es Él solo grande en poder, y Él es honrado de los hum ildes» (5).
4. «V ae cum benedixerint vobis hom ines: sccundum haec en im faciebant pseudoprophetis patres eorum ». Luc., VI. 26. 5. « Q u an to m agnus es. hu m ilia te in ó m nibus, et co ram D eo invenics gratiam : q u o n iam m agna p otentia Dei solius, et a b h u m ilib u s h onorator». Eccli. III. 20.
De la confianza y abandono en las manos de Dios
La hum ildad es la m adre de la confianza; porque viéndonos desprovistos de todo bien, de toda virtud, de todo poder y capacidad para servir a Dios, y dándonos cuenta de que somos un verdadero infierno lleno de toda suerte de males, nos vemos obligados a no apoyarnos en nosotros mismos ni en cuanto tenem os de nosotros, antes de salir de nosotros com o quien sale de un infierno para entrar dentro de Jesús com o en nuestro paraíso donde en contrem os con toda abundancia lo que nos falta en noso tros, apoyándonos y confiando en Él com o en quien el Padre Eterno nos ha dado para ser nuestra redención, nuestra justicia, nuestra virtud, nuestra fuerza, nuestra vida y nuestro todo. A todo esto Jesús nos conduce, cuan do con tanto am or com o eficacia nos convida a ir a Él con confianza, diciéndonos: «Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os alivia ré» (1), y asegurándonos «que no desechará a todos los que vinieren a Él» (2). Y, a fin de obligam os a entrar en esta confianza, nos dice en diversos lugares de sus santas Escrituras: «M aldito sea el hom bre que confía en otro hom bre, y no en Dios, y se apoya en un brazo de carne m iserable, y aparta del Se ñor su corazón; al contrario, bienaventurado el varón que tiene puesta en el Señor su confianza, y cuya esperanza es
1. «V enite ad m e om nes qui lab o ratis et o n erati estis, et ego reficiam vos». M ath., X I, 28. 2. «E um qui venit ad m e, non ejiciam foras». Jo an ., VI. 37.
el Señor» (3). «El Señor me pastorea, nada me faltará. Él me ha colocado en lugar de pastos» (4). «He aquí los ojos del Señor puestos en los que le tem en, y en los que con fían en su m isericordia» (5). «Bueno es el Señor para los que esperan en Él» (6). «AI que tiene puesta en el Señor su esperanza, la m isericordia le servirá de m uralla» (7). «El Señor estará a tu lado, y guiará tus pasos a fin de que no seas presa de los im píos» (8). «D ios es mi defensa, en Él esperaré; es mi escudo y el apoyo de mi salvación; escudo es de todos los que en Él esperan» (9). «Es el p ro tector de cuantos ponen en Él su esperanza» (10). «T ú los esconderás donde está escondido tu rostro; preservándo los de los alborotos de los hombres. Pondráslo en tu ta bernáculo, a cubierto de las lenguas m aldicientes» (11). «Ya que ha esperado en mí yo le libraré: yo le protegeré, pues ha conocido, o adorado, mi nom bre» (12). «¡Oh cuán grande es, Señor, la abundancia de la dulzura que tienes reservada para los que te temen! T ú la has com uni-
3. «M aledictus hom o qu i confídir in hom ine, et ponit carnem brachium suum , et a D om ino recedit cor ejus... B enedictus vir qui confidit in D om ino, et erit D om inus fiducia ejus». (Jer., X V II. 5-7. 4. « D om inus regit m e et nihil m ihi deerit: in loco pascuae ibi m e collocavit». Ps., X X II, 1-2. 5. «Ecce oculi D om ini su p er m etuentes eum : et in eis qui sperant super m isericordia ejus». Ps., 32-18. 6. «B onus est D om in u s sp eran tib us in eum ». T h rc., III, 25. 7. «Sperantcm in D o m in o m isericordia circundabit». Ps., X X X I, 10. 8. « D om inus enim erit in latere tu o et custodiet pedem tu u m ne capiaris». P ro., 3-26. 9. « D eu s fortis m eus sp crab o in eum : scu tu m m eum , et co rn u salutis meae: elevator m eus, et refugium m eum ... S cutum est o m n iu m sp eran tiu m in s e » . II Reg.. X X II, 3 ,3 1 . 10. « P ro tecto r est om n iu m sp eran tiu m in se». Ps., X V II, 31. 11. «A bscondes eos in a bsco n d ito facici tu ac a co n tu rb a tio n e hom inum ; proteges eos in tab ern ácu lo tu o a co n trad ilio n e linguarum » Ps., X X X . 21. 12. «Q uon iam in me speravit. liberabo eum : protegam eu m , q u o n iam cognovit nom en m eum ». Ps., X V , 14-15.
cado abundantem ente, a vista de los hijos de los hom bres, a aquéllos que tienen puesta en ti su esperanza» (13). «Alégrense todos aquellos que ponen en ti su espe ranza: se regocijarán eternam ente, y tú m orarás en ellos» (14). «Venga, oh Señor, tu m isericordia sobre nosotros, conform e esperam os en ti» (15). «Los que confían en Él, entenderán la verdad» (16). «N o perecerán los que en Él esperan» (17). «Q uien tiene tal esperanza en Él, se santifi cará a sí m ism o, así com o Él es tam bién santo» (18). «N inguno que confió en el Señor, quedó burlado» (19). «T odo cuanto pidiéreis en la oración, com o tengáis fe, lo alcanzaréis» (20). «Si tú puedes creer, todo es posible para el que cree» (21). Si tratara de traer aquí todos los dem ás textos de la d i vina Palabra, en los que Dios nos recom ienda la virtud de la confianza, ardua y prolija sería la tarea. Parece no p o der satisfacerse Dios nunca de testim oniarnos, en mil lu gares de la Escritura Santa, cuán querida y grata le es esta santa virtud, y cuánto am a y favorece a los que se confían y abandonan por com pleto al paternal cuidado de su di vina providencia. Leemos en el libro tercero de las «Insinuaciones de la
13. « Q uan m agna m u ltitu d o d ulcedinis tu ae. D o m in e, q u am abscondisti tim entibus te». Ps., X X X , 20. 14. «Q ui sperant in te. in aete rn u m c x u ltab u n t. et h abitabis in eis». Ps., V, 12. 15. « F iat m isericordia tu a . D om ine, super nos, q u em ad m o d u m speravim u s in te » . X X X I1 ,2 2 . 16. «Q ui co nfidunt in illo. intelligent veritatem ». Sap., III, 9. 17. «Et non delin q u en t om nes q u i sperant in eo». Ps., X X X III. 23. 18. «E t om nis qui habet hanc spem in eo, sanctifícat se, sicut et ille sanctus cst». I Jo an , III. 3. 19. « N u llu s speravit in D o m in o et confusus est». Eccli.. 2. II. 20. «Et om nia q u aecu n q u e p eticritis in o ratio n e credentes, accipietis». M ath., X X I, 22. 21. «Si potes credere. o m n ia possibilia sunt credenti». M ar.. IX , 22.
divina piedad», de Santa G ertrudis, que N uestro Señor Jesucristo dijo un día a esta gran santa, que la confianza filial es el ojo de la esposa, del que habla el Esposo divino en el «C antar de los Cantares»: «H eriste mi corazón, oh herm ana m ía. Esposa am ada, heriste mi corazón con uno de tus ojos, es decir, con una sola m irada tuya» (22). Dice a este propósito Santa G ertrudis: «Aquél me traspasa el corazón con una flecha de am or, dice Jesús, que tiene en m í segura confianza; a quien puedo, sé y quiero asistirle fielm ente en todo; confianza que hace tal violencia en mi piedad que de ninguna m anera puedo ausentarm e de ella» (23). Y, en el «Libro de la G racia Especial», de Santa M a tilde, encontram os que el m ism o Jesús le habló de esta m anera: «Me agrada sobrem anera que los hom bres con fíen en mi bondad y se apoyen en mí. Porque a quien m ucho confía en m í lleno de hum ildad, en esta vida le fa voreceré y en la otra le prem iaré más de lo que merece. C uanto más uno se fíe de m í y se valga de mi bondad, tanto más conseguirá; porque es im posible que el hom bre no perciba todo aquello que cree y espera. Es, por lo ta n to, sum am ente útil al hom bre confiar en mí. en espera de grandes cosas». Y a la m ism a Santa M atilde, que preguntó a Dios qué debería creer principalm ente de su inefable bondad, le respondió: «Debes creer con segura esperanza que después de la m uerte te recibiré com o un padre a su hijo am adísim o, y que jam ás padre alguno con más afecto y fidelidad ha distribuido sus bienes a su único hijo, com o yo te entregaré a m í m ism o y todos mis bie nes» 22. «V ulneratis cor m cum so ro r m ea sponsa. vuln erasti cor m eum in uno o culorim tu orum ». IV, 9. 23. «Legatus divina e pietatis». L. 3 c 7.
Más sobre la confianza N uestro dulcísim o y am abilísim o Salvador, a fin de afianzarnos más en esta sagrada confianza, tom a, en or den a nosotros, los nom bres y cualidades más dulces y am orosas que pueden darse. Se llam a, y es en efecto, nuestro amigo, nuestro abogado, nuestro m édico, nuestro pastor, nuestro herm ano, nuestra alm a, nuestro espíritu y el Esposo de nuestras almas; y nos llama sus ovejas, sus herm anos, sus hijos, su porción, su herencia, su alm a, su corazón y a nuestras almas sus esposas. Nos asegura, en diversos lugares de sus Santas Escritu ras, que tiene de nosotros continuo cuidado y vigilancia (1); que Él m ism o nos lleva y nos llevará siem pre en su corazón y en sus entrañas; y no se contenta con decirnos una o dos veces que así nos lleva, sino que lo dice y repite hasta cinco veces en un m ism o lugar (2); nos dice, en otra parte: que aunque hubiera m adre que se olvidara del hijo que llevó en su seno. Él, no obstante, jam ás se olvidará de nosotros, que nos lleva grabados en sus m anos para poder 1. «C ui (D eo) cura est de óm nibus». Sap., X II. 1 3 .- «Ipsi (D eo) cu ra est de vobis». I Pet., V. 7. 2. «A udite m e, d o m u s Jacob, qui p o rtam in i a m eo útero, qui gestam ini a m ea vulva. U sque ad sencctam ego ipse. et usque ad canos ego po rtab o : ego feci et ego feram: ego p o rta b o et salvabo». Isai., X V V I, 3-4.
tenernos siem pre delante de sus ojos (3); que quien nos toca a nosotros, toca en las niñas de sus ojos (4); que no andem os acongojados por el alim ento y el vestido, que bien sabe Él la necesidad que de esas cosas tenem os (5); que hasta los cabellos de nuestra cabeza están todos con tados y que ni uno de ellos se perderá (6); que com o Él am a a su Padre, su Padre nos am a, y que Él nos am a, com o su Padre a Él le am a (7); que donde Él está, quiere que nosotros estemos, es decir, que descansem os con Él en el seno y en el corazón de su Padre (8); que quiere sen tarnos con Él en su trono (9); y, en una palabra, que to dos seamos una misma cosa hasta ser consum ados en la unidad con Él y con su Padre (10). Si le hem os ofendido, nos prom ete que volviendo a Él con hum ildad, arrepentim iento, confianza en su bondad y resolución de apartarnos del pecado, nos recibirá, nos abrazará, olvidará todos nuestros pecados y nos revestirá de la vestidura de su gracia y de su am or, de la que había mos sido despojados por culpa nuestra. Por consiguiente, ¿quién no tendrá confianza y no se
3. « N um quid oblivisci potest m u lier infantcm suum , ul non m isereatur filio uleri sui, et si illa o b lila fuerit, ego tam en non obliviscar tui. Ecce in m anibus m eis descripsi te». Is., X L IX , 15-17. 4. «Q ui enim estigerit vos, tangit p u p illam oculi m ei». Z ach., 2-8. 5. «N olite ergo solliciti essem dicentes: q u id m an d u ca b im u s, a u t q u id bibem us, aut q u o o p erie m u r Scit cnim P ater vester, q u ia his ó m nibus indigetis». M ath., VI. 31-33. 6. «V estri autem capilli cap itis om nes n u m e ra t sunt»., M arth ., X , 30. «Et capillus de cap ite veslro non p eribit». Luc., X X I, 18. 7. « P ater ju ste... dilcctio q u a dilexisti m e. in ipsis sit». Jo a n , X VII, 26. «Sicut dilexit m e p ater et ego dilexi vos». Jo an . X V, 9. 8. «P ater, quos dedisti m ihi, volo u t ubi sum ego et illi sint m ecum ». Jo an , X VII. 24. 9. «Q ui vicerit, d ab o ei sederc m ecum in th ro n o m eo». A poc., 111,21. 10. «U t om nes unum sint, sicut tu p ate r in m e et ego in te, ut et ipsi in nobis unum sint... sint u n u m sicut et nos unum sum us. Ego in eis, et tu in me; ut sint co nsum m ati in unum ». Jo a n , X VII, 2 1-23.
abandonará enteram ente al cuidado y dirección de un amigo, de un herm ano, de un padre, de un esposo que cuenta con una sabiduría infinita para conocer lo que nos es más ventajoso, para prever todo lo que pueda aconte cem os, y para escoger los medios más conducentes a nuestra verdadera felicidad; así com o con bondad extre ma para proporcionam os toda clase de bienes, ju n to con un inm enso poder para desviar el mal que nos puede lle gar y hacem os el bien que Él quiere procurarnos? Y, para que no penséis que sus palabras y sus prom e sas quedan sin efecto, ved algo de lo que Él hizo y sufrió por vosotros, en su encam ación, en su vida, en su pasión y en su m uerte; y lo que todos los días sigue haciendo en el Santísim o Sacram ento de la Eucaristía; cóm o, por vuestro am or bajó del cielo a la tierra; cóm o se hum illó y anonadó hasta querer ser niño, nacer en un establo, suje tarse a todas las miserias y necesidades de una vida h u m ana, pasible y m ortal; cóm o em pleó por vosotros todo su tiem po, todos sus pensam ientos, palabras y obras; cóm o entregó su santísim o cuerpo a Pilato, a los verdugos y a la cruz; cóm o dio su vida y derram ó hasta la últim a gota de su sangre; cóm o os entrega, y con tanta frecuen cia, en la sagrada Eucaristía, su cuerpo, su sangre, su alm a, su divinidad, todos sus tesoros, todo lo que Él es y cuanto de más caro y precioso Él posee. ¡Oh bondad, oh am or, oh buenísim o y am abilísim o Jesús! «Confíen en ti, los que conocen y adoran tu dulcísim o y santísim o nom bre» (11), que no es sino am or y bondad, porque vos sois todo am or, todo bondad y todo m isericordia. Mas, no me extraña que haya pocos que confien totalm ente en vos, porque son pocos los que se dedican a conocer y ponde rar los efectos de vuestra infinita bondad. ¡Oh Salvador mío, hay que confesar que som os unos miserables, si no
confiam os en vuestra bondad, después de habernos hecho conocer tantos testim onios de vuestro am or. Porque, si tan to habéis hecho y sufrido y cosas tan grandes nos ha béis dado, a pesar de nuestra desconfianza, ¿qué haríais y qué nos daríais, si fuésemos a Vos con hum ildad y con fianza? Entrem os, pues, en grandes deseos de afianzam os bien en esta divina virtud; nada tem am os, antes cobrem os m u cho ánim o para form ar grandes proyectos de servir y am ar perfecta y santam ente a nuestro adorabilísim o y am adísim o Jesús, y para em prender grandes cosas por su divina gloria, conform e al poder y la gracia que de Él nos vendrá. Porque, si bien es verdad que nada podem os de nosotros mismos, todo lo podem os en Él y nunca nos fal tará su ayuda si confiam os en su bondad. Pongamos en sus manos y abandonem os totalm ente a los paternales cuidados de su divina Providencia todo lo concerniente al cuerpo, al alm a, a las cosas tem porales y espirituales, a nuestra salud, a nuestra reputación, a nues tros bienes y negocios, a las personas que nos guían, a nuestros pecados pasados, al adelantam iento de nuestras alm as en los cam inos de la virtud y de su am or, lo tocan te a nuestra vida, a nuestra m uerte, a nuestra misma sal vación y a nuestra eternidad, y en general, todas las cosas, confiando en su pura bondad que Él tendrá cuidado p ar ticular de todo, y dispondrá de todas las cosas de la mejor m anera posible. G uardém onos bien de confiar, ni en el poder o favor de nuestros amigos, ni en nuestros bienes, ni en nuestro espíritu, ni en nuestra ciencia, ni en nuestras fuerzas, ni en nuestros buenos deseos y resoluciones, ni en nuestras oraciones, ni aun en la confianza que sentim os tener en Dios, ni en medios hum anos o en cosa alguna creada, sino en la sola m isericordia de Dios. No es que no haya mos de poner en juego todas estas cosas dichas, y aportar
de nuestra parte todo cuanto podam os para vencer los vi cios, para ejercitarnos en la virtud y para proseguir y p er feccionar los asuntos que Dios ha puesto en nuestras m a nos y cum plir las obligaciones propias de nuestra condi ción y estado; mas debem os renunciar a todo apoyo y a toda confianza que pudiéram os tener en esas cosas, y des cansar sólo en la pura bondad de N uestro Señor. De suer te que, de nuestra parte, debem os poner tanto cuidado y trabajar de tal m anera, com o si nada esperáram os de p ar te de Dios; y, por el contrario, de tal m anera desconfiar de nuestro cuidado y trabajo, com o si nada en absoluto hiciéram os; esperándolo todo de la pura misericordia de Dios. A esto nos exhorta el Espíritu Santo cuando dice por boca del Profeta Rey: expon al Señor tu situación, y con fia en Él; y Él obrará» (12). Y en otro lugar: «A rroja en el seno del Señor tus ansiedades, y Él te sustentará» (13). Y hablando por el Príncipe de los apóstoles nos advierte: «que descarguem os en su am oroso seno todas nuestras so licitudes, pues Él tiene cuidado de nosotros» (14); que es lo que N. Señor dijo a Santa C atalina de Sena. «Hija mía, olvídate de ti y piensa en mí, y yo pensaré continuam ente en ti». Tom ad esta enseñanza para vosotros. Poned vuestro cuidado principal en evitar todo lo que desagrada a N. Señor, en servirle y am arle con perfección, y Él lo con vertirá todo, hasta vuestras faltas, en provecho vuestro. A costum braos a hacer frecuentes actos de confianza en Dios, pero, particularm ente, cuando os veáis acom eti-
12. «R evela D om ino viam tu am , et spera in eo. et ipse faciet». Ps. X X X V I. 5. 13. «Jacta su p er D o m in u m cu ram tu am . el ipse te cnutrict». Ps. LIV, 23. 14. «O m nem sollicitudinem vestram projicientes in eum , q u o n iam ipsi c u ra este de vobis». 1 Pet. V, 7.
dos de pensam ientos o sentim ientos de tem or y descon fianza, sea por vuestros pecados pasados, sea p o r cual quier otro motivo. Elevad prontam ente vuestro corazón a Jesús y decidle con el Real Profeta: «En ti, oh Dios mío, tengo puesta mi confianza: no quedaré avergonzado». «Ni se burlarán de mí mis enemigos; porque ninguno que espere en ti quedará confundido». «O h Señor, en Ti tengo puesta mi esperanza: no quede yo para siem pre confundi do». «T ú eres el Dios m ío en quien esperaré». «El Señor es mi sostén, no tem o nada de cuanto puede hacerm e el hombre». «El Señor está de mi parte; yo despreciaré a mis enemigos». «M ejor es confiar en el Señor, que confiar en el hombre». «A unque cam inase yo por m edio de la som rba de la m uerte, no tem eré ningún desastre; porque tú estás conm igo» (15). Y, con el profeta Isaías: «H e aquí que Dios es el Salvador mío: viviré lleno de confianza, y no tem eré (16). O tras veces con el Santo Job: «A ún dado que el Señor me quitara la vida, en Él esperaré» (17). Y, con aquel pobrecito del evangelio: «Oh Señor, yo creo; ayuda tú mi incredulidad: fortalece mi confianza» ( 18).
15. «D eus m eus in te confido, non erubescan» (PS., X X IV , 2. « ñ eq u e irrideant m e inim ici m c¡, clenim universi qui su stin en t te, non confundentur». PS., X X IV , 3. - «In le, D om ini, speravi, non con fundar in actcrn u m » . Ps., X X X , 2. - «D eus m eus, sperabo in euym ». « D o m in u s m ihi a d ju to r non tim ebo quid faciat m ihi hom o». Ps., C X V II, 6. - « D o m in u s m ihi ad ju to r, et ego despiciam in i m icos meos». Ps., C X V II, 7. - «B onum est confidere in D om ino q u am confidere in hom ine». Ps., C X V II, 8. - «Et si am b u lav cro in m edio um brae m ortis, non tim cbo m ala, q u o n iam tu m ecum es». Ps., X X II, 4. 16. «Ecce D eus sal valor m eus, fiducialiter agam et non tim ebo». Is.. X II, 2. 17. «E tiam si occiderit m e. in ipso sperabo». Job. X III, 15. 18. «C redo, D om ine, adjuva in cred u litatem m eam ». M ar., IX. 23.
O tam bién con los santos Apóstoles: «Señor, aum én tanos la fe» (19). O bien, decid así: ¡Oh buen Jesús, en vos sólo he pues to toda mi confianza! ¡Oh fortaleza mía y mi único refu gio, haced de mí lo que os plazca, que me entrego y ab an dono enteram ente a vos! ¡Oh mi dulce am or y mi am ada esperanza, pongo en vuestras m anos y os sacrifico mi ser, mi vida, mi alm a, y todo lo que me pertenece, a fin de que dispongáis de ello, en el tiem po y en la eternidad, com o más os agarade para vuestra gloria! En fin, la confianza es un don de Dios que sigue a la hum ildad y al am or; por lo que debéis pedírsela a Dios y Él os la concederá. Esforzaos por practicar todas vuestras acciones con espíritu de hum ildad y puram ente p o r am or de Dios, y pronto gustaréis la dulzura y la paz que acom pañan a la virtud de la confianza.
CAPITULO VIII De la sumisión y obediencia cristiana
La sum isión continua que hemos de tener a la volun tad santa de Dios es la virtud más universal y cuyo ejerci cio debe sernos más frecuente y ordinario; porque a cada paso se nos presentan ocasiones de renunciar a nuestra propia voluntad, para som eternos a la de Dios, la que siem pre se conoce con suma facilidad. Ha querido Dios que las cosas que nos son sum am en
te necesarias las podam os facilísim am ente encontrar. Por ejem plo: el sol, el aire, el agua y dem ás elem entos son ab solutam ente necesarios^para la vida natural del hom bre; por eso los vemos que son para todos y que están al al cance de todo el m undo. De igual m anera, puestos por Dios en este m undo únicam ente para hacer su voluntad, y m ediante esto, salvam os, es de todo pu n to necesario que podam os conocer fácilm ente la voluntad de Dios en todas las cosas que hemos de hacer. Por eso Él nos la ha puesto tan fácil de ser conocida, m anifestándonosla por cinco medios principales, muy seguros y evidentes: 1) Por sus m andam ientos. 2) Por sus consejos. 3) Por las leyes, reglas y obligaciones de cada estado. 4) Por las personas que tienen autoridad para dirigirnos. 5) Por los aconteci mientos; puesto que cuantas cosas acontecen en la vida llevan la señal inconfundible de que Dios así lo quiere, o con voluntad absoluta o con voluntad de perm isión. De suerte que, a poco que abram os los ojos de la fe, nos será m uy fácil a cada instante y en toda ocasión, conocer la santísim a voluntad de Dios, conocim iento que nos con ducirá a am arla y a som eternos a ella. Y, a fin de asegurarnos bien en esta sum isión, es nece sario grabar indeleblem ente en nuestras almas cuatro ver dades que nos enseña la fe: 1. Q ue la misma fe que nos enseña que no hay más que un solo Dios que ha creado todas las cosas, nos obli ga a creer que este gran Dios las ordena y gobierna a to das sin excepción, sea con voluntad absoluta, sea con vo luntad de perm isión: que nada se hace en el m undo que no vaya sujeto al orden de su divina dirección y no pase por las m anos de su voluntad absoluta o por las de su perm isión, que son com o dos brazos de su Providencia, con los que todas las cosas gobierna (1).
2. Q ue Dios nada quiere ni perm ite sino para su m ayor gloria; y que, de hecho, saca Él su m ayor gloria de todas las cosas. Es cosa muy evidente que, siendo Dios el creador y gobernador del m undo, habiendo hecho todas las cosas para sí m ismo, teniendo por su gloria un celo in finito, y siendo infinitam ente sabio y poderoso para saber y poder encam inar todas las cosas a este fin, no quiera ni perm ita que nada de cuanto ocurre en el m undo tenga otro fin que su m ayor gloria; así com o el bien de los que le am an y se som eten a sus divinas oraciones, porque nos dice su Apóstol que «todas las cosas contribuyen al bien de los que am an a Dios» (2). De suerte, que si quisiéra mos am ar a Dios y, en toda ocasión, adorar su santísim a voluntad, todas las cosas redundarían en nuestro m ayor bien; que esto se haga sólo depende de nosotros. 3. Q ue la voluntad de Dios, absoluta o de perm isión, es infinitam ente santa, justa, adorable y am able y que, igualm ente, m erece ser infinitam ente adorada, am ada y glorificada en todas las cosas, cualesquiera que ellas sean. 4. Que N uestro Señor Jesucristo, desde el prim er m om ento de su vida y de su entrada en el m undo, hizo profesión de no hacer jam ás su voluntad sino la de su Pa dre, según el testim onio auténtico de San Pablo, escri biendo a los Hebreos: «Jesús, entrando en el m undo, dice a su Eterno Padre: héme aquí que vengo; según está escri to de mí al principio del libro, o escritura sagrada, para cum plir, oh Dios, tu voluntad» (3); y conform e a lo que Él m ismo dice después: «He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me ha 2. «D iligenlibus D eum o m n ia c o o p e ra n tu r in b o n u m » . R om ., VIII. 28. 3. «Ideo ingrediens m u n d u m dicit: H ostiam et oblatio n em noluisli; corpus: autem aptasti m ihi. T u n e dixi: Eccc venio; in capitc libri scrip tu m cst de me: ut faciam . D eus, v olu n tatem tuam ». H eb.. X, 5-7.
enviado» (4). Y jam ás la hizo; antes por santa, deífica y adorable que fuese su voluntad, la abandonó y, en cierto sentido, la anonadó, para seguir la de su Padre, diciéndole incesantem ente y en todas las cosas, lo que le dijo la víspera de su m uerte, en el H uerto de los Olivos: «Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya» (5). Si m editam os bien estas verdades, encontrarem os una gran facilidad para som etem os en todas las cosas a la adorabilísim a voluntad de Dios. Porque, si consideram os que Dios ordena y dispone todo lo que acontece en el m undo; que todas las cosas las dispone para su gloria y para nuestro m ayor bien, y que su disposición es justísi ma y am abilísim a, no atribuirem os nosotros las cosas que pasan, ni a la suerte o al azar, ni a la m alicia del diablo o de los hom bres, sino a la ordenación de Dios que am are mos y abrazarem os con todo afecto, sabiendo, con toda seguridad, que siendo santísim a y am abilísim a nada orde na o perm ite que no sea para nuestro m ayor bien y para la m ayor gloria de nuestro buen Dios, la que debemos am ar por encim a de todas las cosas, puesto que no esta mos en este m undo sino para am ar y procurar la gloria de Dios. Y, si consideram os con la debida atención que Jesús, nuestra cabeza, ha abandonado y com o aniquilado una voluntad tan santa y divina com o la suya, para seguir la rigurosísima y m uy severa voluntad de su Padre, el cual quiso que su Hijo sufriera cosas tan extrañas, y que m u riera con m uerte tan cruel y vergonzosa, y ello por sus enemigos; ¿nos afligiremos por abandonar una voluntad como la nuestra toda depravada y corrom pida por el pe-
4. «D escendí de coelo, non ut faciam v o lu n tatem m eam . sed v o luntatcm ejus qui m isit me». Jo an , VI, 38. 5. «P ater. non m ea v oluntas, sed tu a fiat». Luc. X X II, 42.
cado, para hacer vivir y reinar, en su lugar, a la santísim a, dulcísim a y am abilísim a voluntad de Dios? En esto consiste la sumisión y obediencia cristiana, a saber: en continuar la sumisión y obediencia perfectísima que Jesucristo prestó, no sólo a las voluntades que su Pa dre por Él m ism o le declaró, sino tam bién a las que le fueron m anifestadas por su santa M adre, por San José, por el ángel que le condujo a Egipto, por los judíos, por Herodes, por Pilato. Porque no sólo se sometió a su Pa dre, sino se sujetó a todas las criaturas por la gloria de su Padre y por nuestro amor.
CAPITULO IX Práctica de la sumisión y obediencia cristiana A fin de llevar a la práctica las verdades expuestas, adorad en Jesús esta divina y adorable sum isión que tan perfectam ente practicó. D estruid con frecuencia a sus pies todas vuestras voluntades, deseos e inclinaciones, protestando que no queréis otras que las suyas, y rogán dole que las haga reinar perfectam ente en vosotros. Vivid con una continua resolución de m orir y de su frir toda clase de torm entos, antes que contravenir al m e n o r de los m andam ientos de Dios; y, con una disposición general de seguir estos consejos, conform e a la luz y a la gracia que Dios os dará, según vuestra condición y las norm as de vuestro director. M irad y honrad a las personas que tienen autoridad y superioridad sobre vosotros, com o seres que ocupan en la tierra el lugar de Jesucristo; y seguid su voluntad como
voluntad de Jesucristo, siem pre que no sea m anifiesta m ente contraria a lo que Dios m anda y prohíbe. El principe de los apóstoles, San Pedro, va más allá; nos exhorta a som etem os a toda hum ana criatura, por am or de Dios: «Estad sumisos a toda hum ana criatura; y esto por respeto a Dios» (1). Y San Pablo quiere que nos estim em os como superiores los unos de los otros: «Cada uno por su hum ildad mire com o superiores a los otros» (2). Según estas divinas enseñanzas de estos dos grandes apóstoles, debem os m irar y honrar a toda clase de perso nas como a superiores y estar dispuestos a renunciar a nuestro propio juicio y voluntad, para som etem os al ju i cio y voluntad de los demás. Porque, en calidad de cris tianos, que deben vivir con los sentim ientos y disposicio nes de Jesucristo, debemos profesar con el m ism o Jesu cristo, no hacer jam ás nuestra propia voluntad, sino obe decer a toda voluntad de Dios, en los diversos aconteci m ientos que se presenten, debem os hacer la voluntad de quienquiera que sea, m irando a todos los hom bres como a superiores, som etiéndonos a su voluntad en lo que nos es posible y no es contrario a Dios ni a las obligaciones de nuestro estado, prefiriendo, sin embargo, siem pre a aqué llos que tienen más autoridad y m ayor derecho sobre n o sotros. A dorad, bendecid y am ad en todas las cosas la volun tad de Dios, diciendo con el m ismo espíritu, con el m is mo am or, sumisión y hum ildad con que Jesús lo decía: «Sí, Padre mío, alabado seas por haber sido de tu agrado que así fuese (3). Viva Jesús, alabada sea la santísim a voluntad de mi
1. «Subjecti estote om ni h u m an ae creatu rae. p ro p ter D eum ». I Pct.. 2-13. 2. «Superiores sibi inviccm arbitrantes». P hilipp. 2-3. 3. Ita. Pater. q uoniam sic fuit placitum an te te». M atth.. 11, 26.
Jesús, sea la m ía destruida y aniquilada por siem pre ja más, y que la suya se cum pla y reine eternam ente, en la tierra y en el cielo.
CAPITULO X La perfección de la sumisión y obediencia cristiana Jesucristo N uestro Señor no solam ente ha hecho siem pre la voluntad de su Padre y se ha som etido en to das las cosas a Él, por su am or, sino que adem ás, en esto ha puesto todo su gozo, su felicidad y su paraíso: «Mi co m ida es, dice Él, hacer la voluntad del que me ha envia do» (1), es d e c ir nada estimo más deseable ni más precio so que hacer la voluntad de mi Padre. Porque, efectiva m ente, en todas las cosas que Él hacía, hacíalas con infi nito agrado, porque esa era la voluntad de su Padre. C i fraba su gozo y felicidad según el espíritu, en los sufri m ientos que soportaba, porque eran del agrado de su Pa dre. Por esta razón, el Espíritu Santo, hablando del día de su pasión y de su m uerte, le llama «el día de la alegría de su corazón» (2). Igualmente, en todas las cosas que veía acontecer o deber acontecer en el m undo, encontraba paz y satisfacción de espíritu, porque no veía en todas ellas sino la voluntad am abilísim a de su Padre. T am bién nosotros, que com o cristianos debem os estar revestidos de los sentim ientos y disposiciones de nuestra 1. «M eus eibus esl, ut raciam v o lu n iatem ejus qui m isit me». Jo an ., IV. 34. 2. «... in die laetitiae cordis ejus». C an t.. III, 11.
cabeza, debemos, no solam ente som etem os a Dios en to das las cosas por am or de Dios, sino poner en ello todo nuestro contento, nuestra felicidad y nuestro paraíso. En esto consiste la sum a perfección de la sum isión cristiana. Esto es lo que todos los días pedim os a Dios: «Hágase tu voluntad así en la tierra com o en el cielo» (3). A hora bien, en el cielo los santos, hasta tal punto ponen su feli cidad y su paraíso en el cum plim iento de la voluntad de Dios, que. m uchos de ellos, ven a sus padres y m adres, a sus herm anos y herm anas, a sus mujeres o hijos en el in fierno y se regocijan de los efectos que la justicia de Dios obra en ellos, porque, siendo los Santos una cosa con Dios, tienen con Él un solo sentim iento y una sola volun tad. Dios quiere desplegar su justicia sobre estos m isera bles que lo tienen bien m erecido, y gózase infinitam ente en los efectos de su justicia lo m ism o que en los de su m i sericordia. Por esto los Santos ponen tam bién en ello su gozo y su contento. «Alegrarse ha el justo al ver la ven ganza; y lavará sus m anos en la sangre de los pecadores» (4). De sem ejante m anera, debem os poner nosotros nues tro gozo en los efectos de la divina voluntad, puesto que hemos de procurar que se cum pla la voluntad de Dios en la tierra com o se cum ple en el cielo. Dos razones nos obligan a ello: 1. Siendo nosotros creados exclusivam ente para glo rificar a Dios, esto es, siendo la gloria de Dios nuestro úl tim o fin, síguese que hem os de poner nuestra felicidad en la gloria de Dios, y consiguientem ente, en todos los efec tos de su divina voluntad, puesto que todos ellos son para su m ayor gloria. 2. H abiéndonos declarado Jesucristo que quiere que 3. «F iat voluntas tu a, sicut in coelo in térra». 4. «L aela b itu r ju stu s cum viderit v indictam ; m an u s suas lavabit in sanguine peccatoris». Ps. LVII, 1 1.
seamos una m ism a cosa con Él y con su Padre, dedúcese que no debem os tener con Él sino un m ism o espíritu y sentim iento, como se ha dicho de los que están en el cie lo, y, por consiguiente, que hemos de poner nuestro gozo, nuestra felicidad y nuestro paraíso en aquello m ism o en que lo hacen consistir los Santos, la Santísim a Virgen, el Hijo de Dios y el Etem o Padre. A hora bien, los Santos y la Santísim a Virgen, en todo encuentran su felicidad y su paraíso; porque, viendo en todas las cosas la voluntad de Dios, en todas ellas ponen su contento. El Hijo de Dios y el Padre celestial, gózanse infinitam ente en todas sus obras, en todas sus voluntades y permisiones: «Com placerse ha el Señor en sus criatu ras». Y, tan cierto es que Dios se com place en los efec tos de su justicia, cuando ésta exige el castigo del pecador obstinado com o en los efectos de su bondad cuando obra en los bienaventurados, que leemos en el libro sagrado del D euteronom io estas palabras: «Así como en otros tiem pos se com plació el Señor en haceros bien, así se go zará en abatiros y arrastraros» (6). He ahí porqué debe mos tam bién nosotros poner nuestra felicidad en todas las voluntades, perm isiones y obras de Dios, y, en térm inos generales, en todas las cosas, excepto en el pecado que de bem os detestar y aborrecer, adorando, no obstante, y ben diciendo la perm isión de Dios y la disposición de su ju sti cia que, por justo juicio, perm ite que, en castigo de un pecado, caiga el pecador en otros nuevos pecados. De este m odo, supuesta la gracia de N. Señor, hemos dado con el m edio de vivir siem pre contentos y de tener el paraíso en la tierra. C iertam ente, seriam os nosotros bien difíciles de contentar, si no nos contentáram os con lo que contenta a Dios, a los ángeles y a los Santos, quie6. «Et sicut an te laetatus est D o m in u s su p er vos, bene vobis faciens..., sic laetab itu r disperdens vos atq u e subvertens». XXV11I - 63.
nes no tanto se regocijan por la grandísim a gloria que po seen. com o por el cum plim iento de la voluntad de Dios en ellos: es decir: porque Dios se com place en glorificar les. Y, a la verdad, no tendrem os m otivo de quejam os por encontram os en el paraíso de la M adre de Dios, del Hijo de Dios y del Padre Eterno. Practicándolo así, com enzaréis vuestro paraíso en este m undo, gozaréis de una continua paz, realizaréis vuestras obras, com o N uestro Señor Jesucristo realizaba las suyas cuando estaba en la tierra, con espíritu de agrado y ale gría; que esto Él lo desea y pide a su Padre para nosotros la víspera de su m uerte, con estas palabras: «Que ten gan ellos en sí mismos el gozo cum plido que tengo yo» (7).
CAPITULO XI De la caridad cristiana
No sin razón el Hijo de Dios, una vez que hubo dicho en su santo Evangelio que el prim ero y m ayor de los m andam ientos de Dios es que le am em os con todo nues tro corazón, con toda nuestra alm a y con todas nuestras fuerzas, nos declara a continuación que el segundo m an dam iento, que nos obliga a am ar a nuestro prójim o como a nosotros mismos, es sem ejante al prim ero (1). Porque, en efecto, el am or de Dios y del prójim o son inseparables; 7. U t habeant gaudium m eum im p lctu m in sem etipsis». Jo an , X V II - 13.
no son dos am ores, sino un solo y único am or: y hemos de am ar a nuestro prójim o con el m ismo am or con que am am os a Dios, porque debem os am arle, no en él ni por él, sino en Dios y por Dios: o, por mejor decir, a Dios m ism o es a quien debem os am ar en el prójim o. Así es com o Jesús nos ama: nos am a en su Padre y por su Padre, o más bien, am a a su Padre en nosotros y quiere que nos am em os unos a otros, com o Él nos ama. «El precepto mío es: que os am éis unos a otros, com o yo os he am ado a vosotros» (2). En esto consiste la caridad cristiana, en am arnos unos a otros com o Jesús nos ama. A m anos Él tanto, que nos entrega todos sus bienes, todos sus tesoros, a sí mismo; y em plea todo su poder, todos los resortes de su sabiduría y su bondad para hacernos bien. Su caridad para con noso tros es tan excesiva que aguanta nuestros defectos largo tiem po y con una dulzura y paciencia grandísim as; que es el prim ero en buscarnos, cuando le hem os ofendido; Él. que no nos hace sino toda clase de bienes y que parece preferir, en cierta m anera, nuestras com odidades, gustos e intereses a los suyos, sujetándose durante su vida m ortal a toda clase de incom odidades, miserias y torm entos para librarnos a nosotros de ellos y hacernos felices. En una palabra, nos am a tanto que em plea por nosotros toda su vida, su cuerpo, su alm a y su hum anidad, todo lo que es, tiene y puede; todo caridad y am or hacia nosotros, en sus pensam ientos, palabras y acciones. He aquí la regla y el m odelo de la caridad cristiana. Ved lo que reclama de nosotros, cuando nos manda 1. «D iliges D o m in u m D eum tu u m ex to lo corde tuo. et in tota an im a tu a, et in to ta m ente tua. Hoc est m axim un et p rim u m m an d atu m . Secundum autem sim iic est huic: Diliges p ro x im u n tu u m sicut te ipsum ). M atlhe. X X II: 37-39. 2. «H oc est p raecep tu m m eum . ut diligatis invicem . sicut dilexi vos». Jo an ., X V . 12.
am arnos unos a otros, com o Él nos am a. D ebem os m u tuam ente am arnos, haciendo los unos por los otros lo que Jesucristo hizo con nosotros, según el poder que de Él m ism o recibamos. Y, a fin de traeros y anim aros más a esto, m irad a vuestro prójim o en Dios y a Dios en él; es decir: m iradle com o cosa salida del corazón y de la bondad de Dios, com o una participación de Dios, com o un ser que ha sido creado para volver a Dios, para m orar un día en el seno m ism o de Dios, para glorificar a Dios eternam ente, y en el que Dios será eternam ente glorificado, sea en su mise ricordia, sea en su justicia. M iradle com o cosa que Dios am a, cualquiera que ella sea; porque Dios am a todo lo que creó, y nada aborrece de cuanto hizo; únicam ente aborrece al pecado, que por Él no ha sido hecho. M irad que vuestro prójim o tiene el m ism o origen que vosotros, que es hijo de un m ism o padre, criado para el m ismo fin, perteneciente al m ism o Señor, rescatado al mismo precio, es decir, con la sangre preciosa de Jesucristo; que es m iem bro de una m ism a cabeza que es Jesús, y de un mis mo cuerpo que es la Iglesia de Jesús; que, com o vosotros, se alim enta con el m anjar de la cam e y sangre preciosísi mas de Jesús; y, con quien, por consiguiente no debéis te ner más que un m ism o corazón. M iradle tam bién com o tem plo de Dios vivo, com o a quien lleva en sí la imagen de la Santísim a T rinidad y el carácter de Jesucristo, ver dadera porción de Jesús, hueso de sus huesos y carne de su carne, por quien Jesús tanto trabajó y sufrió, em pleó todo su tiem po y sacrificó su sangre y su vida; y, en fin, com o a quien Jesús os recom ienda que le tratéis com o si fuese Él m ism o, asegurándoos que «lo que hiciéseis con el más pequeño de los suyos, es decir, de los que creen en Él, lo tendrá com o hecho a Él mismo» (3). ¡Ah, si pensá semos y m editásem os bien la im portancia de estas verda
des, qué caridad, qué respeto, qué reverencia nos tendría mos los unos a los otros! ¡Qué tem or tendríam os de lasti m ar la unión y caridad cristiana, con nuestros pensa m ientos, palabras o acciones! ¡Cómo nos aguantaríam os los unos a los otros! ¡Con qué caridad y paciencia excusa ríam os los defectos del prójimo! ¡Con qué dulzura, m o destia y discreción nos trataríam os! ¡Qué cuidado p on dríam os, com o habla San Pablo, «en procurar d ar gusto al prójim o en lo que es bueno y puede edificarle»! (2). ¡Oh Jesús, Dios de am or y de caridad, im prim id estas dis posiciones y estas grandes verdades en nuestros corazo nes!
CAPITULO XII Práctica de la caridad cristiana
Si queréis vivir del espíritu de la caridad cristiana, que no es otro que una continuación y com plem ento de la ca ridad de Jesús, es necesario que os ejercitéis con frecuen cia en las prácticas siguientes. A dorad a Jesús, que es todo caridad; bendecidle por toda la gloria que ha dado a su Padre, con los continuos ejercicios de su caridad. Pedidle perdón de todas las faltas que, en todo tiem po habéis com etido contra la caridad, suplicándole que, en satisfacción de estas faltas, ofrezca 3. «A m en dico vobis, q u a n d iu fecistis uni ex his fratribus meis m inim is, m ihi fecistis». M allh.. X X V . 40. 4. « U nusquisque vestrum p ro x im o suo p laceat in bo n u m ad aedificationem ». R om ., X V, 3.
Él por vosotros a su Padre su caridad. Entregaos a Él y suplicadle que destruya en vosotros, pensam ientos, pala bras. acciones, todo lo que sea contrario a la caridad y que haga vivir y reinar en vosotros su caridad. Leed repetidas veces y m editad estas plabras de San Pablo: «La caridad es sufrida, es dulce y bienhechora: la caridad no tiene envidia, no obra precipitada ni tem era riam ente, no se ensoberbece; no es am biciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal, no se huelga de la injusticia, com plácese sí en la verdad; a todo se acom o da, cree todo el bien del prójim o, todo lo espera y lo so porta todo. La caridad nuca fenece» (1). A dorad a Jesucristo, pronunciando estas sagradas pa labras, entregaos a Él, suplicaándole que os de su santa gracia para poder llevarlas a la práctica. En los servicios y en todas las acciones que realicéis con el prójim o, sea por obligación, sea por caridad, elevad a Jesús vuestro cora zón, diciéndole de esta manera: «¡Oh Jesús, quiero reali zar esta obra, si es de vuestro agrado, en reverencia y unión de la caridad que Vos tenéis con esta persona, y por Vos m ismo, a quien deseo ver y servir en ella!». C uando necesitéis alim entar o dar algún descanso y refrigerio a vuestro cuerpo, hacedlo con la m ism a inten ción, m irando vuestra salud, vuestra vida y vuestro cuer po, no com o cosa vuestra, sino com o uno de los m iem bros de Jesús, com o cosa que pertenece a Jesús, según el testim onio de la palabra divina. C uando saludéis u obsequiéis a alguno, saludadle y honradle com o a tem plo e imagen de Dios y m iem bro de Jesucristo. I. «C haritas patiens est. benigna est: ch aritas non aen iu lalu r. non agit perperam . nom inflalur. non est am itio sa. non q u aerit quae sua sunt. non irritalu r. non cogitat m alum . non gaudet su p er iniquitatc. congaudet aulem veritati: o m n ia sufíert. o m n ia credil. o m n ia speral, om nia sustinet. C haritas n unquam excidit». I C or.. X III. 4-8.
En los tratos y cum plidos que se os presenten, no per m itáis a vuestra lengua proferir palabras de deferencia que no estén en vuestro corazón; porque existe esta dife rencia entre las alm as santas y cristianas y las alm as m un danas: que unas y otras em plean las mism as fórm ulas de educación, la m ism a m anera de hablar y que acostum bra a usarse en relaciones y visitas; aquéllas lo hacen de cora zón y con espíritu de verdad y caridad cristianas, mas és tas solam ente con la boca y con espíritu de m entira y vana com placencia. No digo yo que sea necesario que os actuéis en estos pensam ientos e intenciones cada vez que saludáis a algu no, o que profiráis alguna palabra de edificación o que practiquéis alguna obra buena en favor del prójim o a cada paso, que aunque así fuera, cosa buenísim a haríais; pero sí que, por lo menos, forméis en vuestro corazón una intención general de hacer todas las cosas con el espí ritu de la caridad de Jesús, esforzándoos por renovar ante Dios esta intención, siem pre que El os la sugiera. C uando sintáis alguna repugnancia, aversión o sentim iento de en vidia para con el prójim o, procurad renunciar a él con toda energía, desde sus com ienzos, y destruirlo a los pies de N uestro Señor, suplicándole que os llene de su divina caridad. Si se os ha ofendido, o si habés vosotros ofendido a al guno, no esperéis que vengan a buscaros; acordaos de lo que N uestro Señor ha dicho: «Si, al tiem po de presentar tu ofrenda en el altar, allí te acuerdas que tu herm ano tie ne alguna queja contra ti, déjate allí m ism o tu ofrenda de lante de tu altar, y ve prim ero a reconciliarte con tu her m ano» (3). Para obedecer a estas palabras del Salvador y en su honra y alabanza, puesto que Él es el prim ero en 3. «Si ergo ofTers m u n u s tu u m ad altare, ct ibi rcco rd atu s fucris quia frater tuus habet aliquid adversum te; relin q u e ibi m unus tu u m ante altare, et vade prius reconcilian fratri tuo». M atth .. V. 23-24.
buscam os a nosotros. Él, que no nos hace sino toda clase de favores y que no recibe de nosotros sino toda clase de ofensas, id a buscar a quien habéis ofendido o a quien os ha ofendido, para reconciliaros con él, dispuestos a ha blarle con toda dulzura, paz y hum ildad. Si en vuestra presencia se sostienen conversaciones con perjuicio del prójim o, desviadlas, si podéis, con p ru dencia y dulzura, haciéndolo de suerte que no déis con ello ocasión a que se hable más; porque en este caso, val dría más callar y contentarse con no m anifestar atención ni com placencia en lo que se dice. Rogad a N uestro Señor que im prim a en vuestro cora zón una caridad y un tierno afecto, principalm ente hacia los pobres, viudas, huérfanos y a cuantos os son extraños. M iradles com o seres que os son recom endados por el m ayor de vuestros amigos, que es Jesús, quien os los reco m ienda frecuente e insistentem ente y com o a sí mismo, en sus santas Escrituras; y en vista de esto, habladles con dulzura, tratadles con caridad y prestadles toda la asisten cia que podáis.
CAPITULO XIII Del celo por la salvación de las almas Tened sobre todo una especialísima caridad para con las alm as de todos los hom bres, pero en particular de los que os pertenecen o dependen de vosotros, procurando su salvación por todos los medios posibles. Porque San Pa blo nos declara que «quien no mira por los suyos, m ayor m ente si son de la familia, ese tal negado ha la fe, y es
peor que un infiel» (1). Acordaos que un alm a ha costado trabajos y sufrim ientos de treinta y cuatro años (2), la sangre y la vida de un Dios, y que la obra más grande, más divina y agradable a Jesús que podáis hacer en el m undo es, trabajar con El en la salvación de las alm as que le son tan queridas y preciosas. Daos, p o r tanto, a Él para trabajar en ello, de cuantos m odos se os pida. Ju z gaos indignísimos de em plearos en tan gran obra; pero, cuando se os presente alguna ocasión de ayudar en su sal vación a alguna pobre alm a (lo que os ocurrirá con fre cuencia si prestáis atención y ponéis cuidado en ello), por nada la dejéis pasar; pedid en prim er lugar a N uestro Se ñ o r su santa gracia, y em pleaos en ello, según vuestra condición y los medios que Él os conceda, con cuanto cuidado, diligencia e interés podáis, com o si se tratase de un asunto de mayores consecuencias que si os fuese en ello todos los bienes tem porales y hasta la vida corporal de todos los hom bres que existen en el m undo. Hacedlo puram ente por am or de Jesús y a fin de que Dios sea am ado y glorificado eternam ente en las alm as, teniendo a m ucha honra y com o un especial favor el consum ir todo vuestro tiem po, toda vuestra salud, vuestra vida, y sobre todos los tesoros del m undo si los poseyéseis, para ayudar en su salvación a una sola alm a por la que Jesucristo dio su sangre y em pleó y agotó todo su tiem po, su vida y sus fuerzas. ¡Oh Jesús, celador de las alm as y am ador de la salva ción de los hom bres, im prim id en los corazones de todos los cristianos los sentim ientos y disposiciones de vuestro celo y ardentísim a caridad por las almas.
1. Si quis autem su o ru m , et m áxim e do m estico ru m , curam non habet, finem negavit et est infideli deterior». I T im .. V, 8. 2. Véase la n ota de la página 24.
De la verdadera devoción cristiana C onsiguientem ente a lo que hasta aquí venim os d i ciendo acerca de las virtudes cristianas, es fácil conocer qué es y en qué consiste la verdadera devoción. Porque, asentado repetidas veces que todas las virtudes cristianas no son otras que las virtudes de Jesucristo por Él practi cadas m ientras estuvo en la tierra, cuyo ejercicio nosotros debem os continuar, necesariam ente se deduce que la ver dadera devoción cristiana no es otra que la devoción san ta y divina de Jesucristo que debem os co n tin u ar y com pletar en nosotros. A hora bien, Jesucristo N uestro Señor puso su devo ción en cum plir con toda perfección la voluntad de su Padre, y en cifrar en eso sus com placencias. Púsola en servir a su Padre y a los hom bres por am or de su Padre, habiendo querido tom ar la forma y condición baja y abyecta de siervo, para con este abatim iento, rendir más honor y hom enaje a la grandeza suprem a de su Padre. C i fró su devoción en am ar y glorificar a su Padre en el m undo: en realizar todas sus acciones puram ente por la gloria y am or de su Padre, haciéndolas con disposiciones santísim as, purísim as y del todo divinas, es decir: con profundísim a hum ildad, con una caridad ardentísim a para con los hom bres, con un desprendim iento perfectísimo de sí m ism o y de todas las cosas, con una unión in quebrantable con su Padre, con exactísim a sum isión al querer de su Padre, con gozo y alegría. En fin, hizo Él consistir su devoción en inm olarse y sacrificarse por com-
pleto a la gloria de su Padre, habiendo querido tom ar el estado de víctima y de hostia y pasar en esta condición por toda clase de desprecios, hum illaciones, privaciones, m ortificaciones interiores y exteriores, y, finalm ente, por una cruel y vergonzosa m uerte, por la gloria de su Padre. Hizo Jesús desde el m om ento de su Encam ación tres com o profesiones solem nes y votos que los cum plió a la perfección en su vida y en su m uerte. 1. Hizo profesión de obediencia a su Padre, es decir: profesión de no hacer nunca su voluntad sino de obedecer siem pre con toda perfección a la voluntad de su Padre, y, com o antes se dijo, de poner en ello todo su gozo y felici dad. 2. Hizo profesión de esclavitud. Es la cualidad y condición que su Padre le ha dado hablando por un p ro feta: «Siervo mío eres tú, oh Israel (1), en ti seré yo glori ficado» (2). Es la cualidad que Él m ism o tom a: «tom ando la forma o naturaleza de siervo (3), anonadándose hasta el estado o forma de una vida de hum ildad y de esclavitud a sus criaturas, hasta el oprobio y suplicio cruel y servil de la cruz, por nuestro am or y por la gloria de su Padre. 3. Hizo profesión de ser hostia y víctim a, totalm ente consagrada e inm olada a la gloria de su Padre, desde el prim er m om ento de su vida hasta el últim o. He aquí en qué consiste la devoción de Jesús. Por eso, ya que la devoción cristiana no es otra que la devoción de Jesucristo, debem os hacer consistir nuestra devoción en esas mismas cosas. A este efecto, debem os tener con Jesús 1. Se da aquí a C risto el n o m b re de «Israel», p o rq u e m ereció este n o m bre qu e significa «fuerte c o n tra D ios», pues venció y d esarm ó con su pasión y m uerte en cruz, la ju sta ira de D ios, haciéndole prop icio a los hom bres. Torres A m at. Edición «La E ditorial V izcaína». 1927. 2. «Servus m eus es tu , Israel, quia in le gloriabor». Is.. X L IX , 3. 3. « F orm am serví accipiens». P h il., 2-7.
un enlace y unión muy íntim o y estrecho y una adhesión y aplicación m uy perfectas, en toda nuestra vida, en todos nuestros ejercicios y en todas nuestras acciones. Ese es el voto solem ne y la profesión pública prim era y principal que nosotros hacem os en el bautism o a la faz de toda la Iglesia. Porque entonces -h a b la n d o según San Agustín, Santo Tom ás en su Suma y el Catecism o del Concilio de T ren to -, entonces hacem os voto y profesión solem ne de renunciar a Satanás y a sus obras, y de ad h e rim os a Jesucristo com o los m iem bros con su cabeza, de entregam os y consagram os enteram ente a Él y de m orar en Él. Y, hacer profesión de adherim os a Jesucristo y de m orar en Él, es profesar su devoción, sus disposiciones, su espíritu y su dirección, su vida, sus cualidades y virtu des, y todo lo que Él hizo y sufrió. Por eso, haciendo voto y profesión de adherim os a Jesucristo y de m orar en Él, que es el m ayor de todos los votos, dice San Agustín (4), hacem os tres grandes profe siones, m uy santas y divinas y que debem os m editarlas con frecuencia. 1. H acem os profesión con Jesucristo de no hacer ja más nuestra propia voluntad; sino de som etem os en todo a la voluntad de Dios, y de obedecer a toda clase de per sonas, en lo que no es contrario a Dios, poniendo en esto nuestra alegría y nuestro paraíso. 2. H acem os profesión de esclavitud a Dios y a su Hijo Jesucristo, y a todos los m iem bros de Jesucristo, se gún estas palabras de San Pablo: «haciéndonos siervos vuestros por am or de Jesús» (5). Com o corolario de esta profesión, los cristianos todos lo m ism o que los esclavos, nada poseen para ellos mismos; no tienen derecho a h a cer uso alguno, ni de ellos mismos, ni de los m iem bros y 4. «V otum m áxim u m nostrum ». Epist. ad P au lin u m , n. 16. 5. «N os servos vestros p er Jesum ». 2 C or., IV, 5.
sentidos de sus cuerpos, ni de las potencias de sus almas, ni de su vida, ni de su tiem po, ni de los bienes tem porales que poseen, si no es por Jesucristo y por los m iem bros de Jesucristo, que son todos los que creen en Él. 3. Hacemos profesión de ser hostias y víctim as con tinuam ente sacrificadas a la gloria de Dios, «víctim as es pirituales, que dice el príncipe de los Apóstoles, agrada bles a Dios por Jesucristo». «Os ruego encarecidam ente, dice San Pablo, por la m isericordia de Dios, que le ofrez cáis vuestros cuerpos com o una hostia o víctim a vivas, santa y agradable a sus ojos» (6). Y lo que aquí se dice de nuestros cuerpos, lo m ism o debe decirse de nuestras al mas. Por esta razón estamos obligados a glorificar y a am ar a Dios, con todas las facultades de nuestros cuerpos y de nuestras alm as, a hacer cuanto podam os para que Él sea am ado y glorificado, a no buscar en todas nuestras ac ciones y en todas las cosas sino puram ente su gloria y su am or, a vivir de suerte que nuestra vida sea un continuo sacrificio de alabanza y de am or a Él, a estar dispuestos a ser inm olados, consum idos y aniquilados por su divina gloria. En una palabra, «el cristianism o, dice San G regorio Niseno, es una profesión de la vida de Jesucristo» (7). Y San Bernardo nos asegura que «Jesús jam ás coloca en el rango de profesos de su religión a los que no viven de su vida» (8). He aquí porqué en el santo bautism o hacemos profesión de Jesucristo, es decir: profesión de la vida de Jesucristo, de la devoción de Jesucristo, de sus disposicio nes e intenciones, de sus virtudes, de su perfecto despren dim iento de todas las cosas. Hacemos profesión de creer 6. vestra 7. 8. res».
«O bsecro vos, fratres, per m isericordiam D ei, ut exhibeatis corpora hostiam viventem , sanctam , D eo placentcm ». R om ., X II, 1. «C hristianism us est prolessio vitae C hristi». « N on in ter suos d ep u tal professores, quos vitae suae ccm it deserto
firm em ente todo lo que por Él m ism o y por su Iglesia nos enseña, de m orir antes que apartam os una tilde del m u n do de estas nuestras creencias. Hacemos profesión de de clarar, con Él, guerra m ortal al pecado, de vivir, con espí ritu de continua oración com o Él vivió, de llevar con Él su cruz y su m ortificación en nuestros cuerpos y en nues tras alm as, de continuar el ejercicio de su hum ildad, de su confianza en Dios, de su sum isión y obediencia, de su ca ridad. de su celo por la gloria de su Padre y la salvación de las almas, y de todas las dem ás virtudes. Hacemos, en fin, profesión de no vivir en la tierra y en el cielo sino para ser de Jesús, y para am arle y honrarle en todos los estados y m isterios de su vida, y en todo lo que Él es, en Él m ism o, y fuera de sí mismo; y de estar siem pre dis puestos a sufrir toda clase de suplicios, y a m orir mil m uertes y a ser aniquilados mil veces, si fuera posible, por su am or y por su gloria. He aquí el voto y la profesión que todos los cristianos hacen en el bautism o. He aquí en qué consiste la verdade ra devoción cristiana; y toda otra devoción (si cabe decir otra), no es más que engaño y perdición.
CAPITULO XV Práctica de la devoción cristiana Para penetrar más en esta sagrada devoción, adorad a Jesús en su perfectísim a devoción, y en la profesión que hizo a su Padre desde el m om ento de su encam ación, y que observó a la perfección en toda su vida. Bendecidle por la gloria, que, por este medio, Él dio a su Padre. Pe
didle perdón por las faltas que habéis com etido contra el voto y la profesión que hicisteis en el bautism o, rogándo le que las repare Él por su grandísim a m isericordia. Pen sad delante de Dios las obligaciones que van unidas a este voto y profesión. Renovad con frecuencia el deseo de cum plirlas, pedid a Jesús que para ello os conceda su gracia y que consolide en vosotros esta santísim a devo ción. Poned vuestra devoción en lo que Jesús puso la suya: en la práctica de las susodichas cosas; y en todo cuanto hagáis y sufráis, tened cuidado de uniros a la de voción de Jesús, de esta manera: ¡Oh Jesús, yo me entrego a Vos para realizar esta ac ción o para sobrellevar esta aflicción, en unión de la per fectísima devoción con que practicasteis todas vuestras obras y sufristeis todas vuestras aflicciones! H aciéndolo así, viviréis con verdadera y perfecta de voción, por medio de la cual formaréis a Jesús en voso tros, según el deseo de su Apóstol: «H asta form ar entera mente a C risto en vosotros» (1); y seréis transform ados en Jesús, según la palabra de este mismo Apóstol: «somos transform ados en la m ism a imagen de Jesucristo» (2); es decir: haréis vivir y reinar a Jesús en vosotros, no seréis sino una cosa con Jesús, y Jesús será todo en vosotros, se gún esta divina palabra: «consum ados en la unidad: todo de Dios en todas las cosas» (3); lo cual es el blanco y el fin a que tienden la vida, piedad y devoción cristianas. De aquí que sea necesario, com o lo harem os en los ca pítulos siguientes, haceros ver cuán im portante es esta gran obra de la formación de Jesús en nuestras alm as y lo que hay que hacer para conseguirlo.
1. 2. 3. C or..
«D oñee form entu r C h rislu s in vobis». I. Cial., IV, 19. «In cam dcm im aginem transform am ur». 2 C ar., III, 18. « C onsum m ati in u n u m , el o m n ia in óm nibus». Jo an , X V II, 23 y 1 X V, 28.
De la formación de Jesús en nosotros El m isterio de los m isterios y la obra de las obras es la form ación de Jesús en nosotros, según nos lo hace notar San Pablo por estas palabras: «Hijitos míos, por quienes segunda vez padezco dolores de parto hasta form ar ente ram ente a Cristo en vosotros» (1). Este es el m ayor de los m isterios y la m ás grande de las obras que se hacen en el cielo y en la tierra, por personas las más excelentes de la tierra y del cielo, com o son el Padre Eterno, el Hijo y el Espíritu Santo, la Santísim a Virgen y la Santa Iglesia. Es la acción más grande que el Padre E tem o hace en toda la eternidad, durante la cual está continuam ente ocupado en engendrar a su Hijo en sí m ismo. Y fuera de sí, nunca realiza nada más adm irable que cuando le form a en el seno purísim o de la Virgen, en el m om ento de la Encar nación. Es la obra más excelente que el Hijo de Dios obró en la tierra, form ándose a sí m ism o en su santa M adre y en su Eucaristía. Es la operación más noble del Espíritu Santo que le form ó en las sacratísim as entrañas de la Virgen, la cual tam poco hizo nunca nada ni hará jam ás más digno que cooperar a esta m aravillosa y divina form ación de Jesús en ella. Es la obra más santa y grande de la santa Iglesia, la cual no tiene actuación y misión más soberanas que cuando, de cierta y adm irabilísim a m anera, le produce, por medio de sus sacerdotes en la divina Eucaristía, y 1. «Filioli, quos ilerum p artu rio , doñee fb rm etu r C hristus in vobis». G al., IV, 19.
cuando le forma en los corazones de sus hijos; no tenien do m ás fin la Iglesia en todas sus funciones que form ar a Jesús en las alm as de todos los cristianos. Este tam bién debe ser nuestro deseo, nuestro cuidado y nuestra principal ocupación: form ar a Jesús en noso tros, es decir: hacerle vivir y reinar en nosotros, hacer que en nosotros viva y reine su espíritu, su devoción, sus vir tudes, sus sentim ientos, sus inclinaciones y disposiciones. A este fin han de tender todos nuestros ejercicios de pie dad. Esta es la obra que Dios pone en nuestras m anos, para que incesantem ente trabajem os en ella. Dos razones m uy poderosas deben anim am os a trab a ja r con toda energía en la realización de esta obra: 1. A fin de que se realice cum plidam ente el ideal y el deseo grandísim o que el Padre Eterno tiene de ver vivir y reinar a su Hijo en nosotros. Porque, desde que su hijo se anonadó por su gloria y por nuestro am or, quiere que, en recom pensa de su anonadam iento se asegure y reine en todas las cosas. A m a Él tanto a su am abilísim o Hijo, que no quiere ver sino a Él, ni tener otro objeto de su m i rada, de su com placencia y de su am or en todas las cosas. Por esto quiere que sea su Hijo, el todo en todas las cosas. 2. A fin de que Jesús, form ado y asegurado en noso tros, am e y glorifique dignam ente en nosotros a su Padre Eterno y a sí m ism o, conform e a estas palabras de San Pedro: «A fin de que en todo cuanto hagáis sea glorifica do Dios por Jesucristo» (1). Él sólo es capaz de am ar y glorificar dignam ente a su Padre Eterno y a sí mismo. Estas dos razones deben encender en nosotros un a r dentísim o deseo de form ar y establecer en nosotros a Je sucristo y de buscar cuantos medios puedan servim os a este fin, algunos de los cuales os voy a proponer. 1. «U t in ó m nibu s h o n o rifiee tu r D eus. per Jesum C h ristum ». I Pet.. IV,
Lo que hay que hacer para formar a Jesús en nosotros Para form ar a Jesús en nosotros tenem os que hacer cuatro cosas: 1. Debemos ejercitarnos en m irarle en todas las co sas y en no tener otro fin que El y todos sus estados, m is terios. virtudes y acciones, en todos nuestros ejercicios de devoción y en todas nuestras acciones. Porque Él es todo en todas las cosas: es el ser de las cosas que son, la vida de las cosas que viven, la belleza de las cosas bellas, el poder de los poderosos, la sabiduría de los sabios, la virtud de los virtuosos, la santidad de los santos. Y nosotros no rea lizamos la más m ínim a acción que no la haya hecho Él antes, m ientras estaba en la tierra; acción de Jesús que de bemos tener siem pre presente para m irarla e im itarla, cuando hacem os la nuestra. Por este m edio llenarem os nuestro entendim iento de Jesús y le form arem os y afian zarem os en nuestro espíritu, pensando frecuentem ente en Él y m irándole en todas las cosas. 2. Debem os form ar a Jesús, no solam ente en nuestro espíritu pensando en Él y m irándole en todas las cosas, sino tam bién en nuestro corazón, por medio del ejercicio frecuente de su divino am or. Para esto debem os acostum bram os a elevar m uchas veces nuestro corazón a Él por am or, y a hacer todas nuestras acciones puram ente por su am or. Consagrándole todos los afectos de nuestro cora zón. 3. Hay que form ar a Jesús en nosotros, m ediante un entero anonadam iento de nosotros mismos y de todas las cosas en nosotros. Porque, si deseamos que Jesús viva y reine perfectam ente en nosotros, es preciso destruir y dar
m uerte a todas las criaturas en nuestro espíritu y en nues tro corazón, y no m irarlas ni am arlas ya más en ellas m is mas, sino en Jesús y a Jesús en ellas. Es preciso que nos aseguremos en esta idea: que el m undo y todo cuanto hay en el m undo ha sido destruido para nosotros, que en el m undo para nosotros no hay m ás que Jesús, que no tene mos que contentar más que a Él, ni m irar y am ar más que a Él. Es preciso adem ás trabajar para destruirnos a nosotros mismos, es d e c ir nuestro propio juicio, nuestra propia voluntad, nuestro am or propio, nuestro orgullo y vani dad, todas nuestras inclinaciones y hábitos perversos, to dos los deseos e instintos de nuestra naturaleza deprava da. y todo lo que hay de nosotros mismos. Porque de n o sotros mismos, no habiendo en nosotros nada que no esté depravado y corrom pido por el pecado, y que no sea, por consiguiente, contrario a Jesucristo, y opuesto a su gloria y a su am or, es preciso que todo esto sea destruido y an i quilado, a fin de que Jesucristo viva y reine en nosotros con toda perfección. A quí tenem os el fundam ento principal, el prim er principio y el prim er paso de la vida cristiana. Es lo que se llama, en el lenguaje de la palabra divina y en los li bros de los Santos Padres, perderse a sí m ism o, m orir a uno mismo, perecer a sí m ismo, renunciar a sí mismo. Es uno de los principales cuidados que debem os tener, uno de los principales ejercicios en que debem os ejercitam os, por la práctica de la abnegación, de la hum illación, de la m ortificación interior y exterior, y uno de los medios más poderosos de que debem os servim os para form ar y asegu rar a Jesús en nosotros. 4. Pero, como quiera que esta gran obra de la form a ción de Jesús en nosotros excede incom parablem ente a todas nuestras fuerzas, el cuarto y principal m edio ha de
ser recurrir al poder de la divina gracia y a las oraciones de la Santísim a Virgen y de los Santos. Así pues, roguemos frecuentem ente a la Santísim a Virgen, a todos los ángeles y santos, que con sus súplicas nos ayuden. Encom endém onos al poder del Padre Eter no, y al am or y celo ardentísim o que tiene p or su Hijo, suplicándole que nos destruya por com pleto para hacer vivir y reinar a su Hijo en nosotros. Ofrezcám onos tam bién al Espíritu Santo con la m is ma intención, y hagámosle la m ism a súplica. A nonadém onos con frecuencia a los pies de Jesús, con todo lo que hay de nosotros, y supliquém osle p or aquel ardentísim o am or con que a sí m ism o se anonadó que em plee su divino poder para anonadam os y asentar El su realeza en nosotros, diciéndole a este fin: «!Oh buen Jesús, os adoro en vuestro divino anonada m iento, recalcado en estas palabras de vuestro Apóstol: “ se anonadó a sí m ism o tom ando la forma de siervo” (1). A doro ese am or grandísim o a vuestro Padre y a nosotros que tanto os ha anonadado. Me entrego y abandono por com pleto al poder de este divino am or, a fin de que to tal m ente me anonade! ¡Oh poderosísim o y buenísim o Jesús, desplegad todo vuestro poder e infinita bondad para an o nadarm e, y, para que, entronizado Vos en mí, reduzca a la nada, a mi am o r propio, a mi propia voluntad, a mi propio espíritu, a mi orgullo y a todas mis pasiones, sen tim ientos e inclinaciones, a fin de afirm ar y hacer reinar en su lugar, a vuestro santo am or, vuestra sagrada vo luntad, vuestro divino espíritu, vuestra profundísim a h u m ildad, y todas vuestras virtudes, sentim ientos e inclina ciones. «D estruid y anonadad tam bién en m í a todas las cria turas y a mí m ism o con ellas; ponéos en mi lugar y en el I. «E xinanivit sem etipsum , form am servi accipiens». I Phil. 2-7.
de ellas, a fin de que establecido y asegurado Vos en todas las cosas, no se vea ya, ni se estime, ni se desee, ni se bus que, ni se am e otra cosa sino a Vos, no se hable más que de Vos, no se haga nada sino por Vos; y seáis Vos, por este medio, quien lo es y lo hace todo en todos y quien am e y glorifique a vuestro Padre y a Vos m ism o en noso tros y por nosotros, con un am or y una gloria digna de Él y de Vos».
CAPITULO XVIII Del buen uso que hay que hacer de las consolaciones espirituales
Así com o la vida que el Hijo de Dios llevó sobre la tierra está dividida en dos estados diferentes, a sa b e r esta do de consolación y de gozo, y estado de aflicción y de sufrim iento; gozando en la parte superior de su alm a de toda clase de delicias y divinos contentam ientos, y su friendo en la parte inferior y en su cuerpo toda clase de am arguras y de torm entos; del m ism o m odo, la vida de sus siervos y de sus m iebros, siendo, como hemos dicho, una continuación e im itación de la suya, está siem pre m ezclada de gozo y de tristeza, de consolaciones y aflic ciones. Y, como el Hijo de Dios hizo un uso todo divino de estos dos estados diferentes, e igualm ente glorificó a su Padre en uno y en otro, así nosotros debemos esforzam os por hacer un santo uso de uno y otro estado, y d ar en ellos a Dios toda la gloria que pide de nosotros, a fin de que podam os decir con el santo Rey David: «A labaré al
Señor en todo tiem po: no cesarán mis labios de p ro n u n ciar sus alabanzas» (1). Por eso, ponem os aquí nosotros el uso que hay que hacer de consolaciones y desolaciones, para ser fiel a Dios y glorificarle en tiem po de gozo y en tiem po de tristeza. En cuanto a lo prim ero, todos los que tratan de esta m ateria nos enseñan que no hem os de hacer gran hinca pié en las consolaciones, cualesquiera que ellas sean, inte riores o exteriores, ni desearlas y pedirlas, cuando no las tenem os; ni tem er perderlas, cuando las tenemos; ni pen sar que son más a propósito que las desolaciones para po der tener hermosos pensam ientos, grandes luces, m uchos sentim ientos y afectos sensibles de devoción, o ternuras, lágrimas o cosas semejantes; porque no estam os en este m undo para gozar, sino para sufrir, quedando reservado para el cielo el estado de gozo y para la tierra el de sufri m iento, como hom enaje a los sufrim ientos que aquí so portó el Dios de cielos y tierra. Pero no obstante, cuando a Dios le place enviarnos consolaciones, no hay que rechazarlas ni despreciarlas, por tem or al orgullo o a la presunción; sino, vengan de donde vengan, de Dios, de la naturaleza, o de otras p ar tes, hem os de poner sum o cuidado en aprovecham os bien de ellas, haciendo que las cosas, de cualquier parte que ellas vengan, sirvan todas a Dios, de la siguiente m a nera: 1. Es preciso que nos hum illem os m ucho delante de Dios, reconociéndonos indignísim os de toda gracia y con solación y pensando que nos trata com o a seres débiles e imperfectos, com o a hijos pequeños que no pueden toda vía com er m anjares sólidos, ni sostenerse por su propio pie, a quienes por el contrario, hay que alim entarles con 1. «B enedictam D o m in u m in om ni tem porc; sem per laus ejus in ore m eo». Ps. X X X III - 2.
leche y llevarles en los brazos: de otro m odo caerían por tierra y m orirían. 2. No hay que perm itir a nuestro am or propio ali m entarse con estos gustos y sentim ientos espirituales, ni a nuestro espíritu em paparse y reposar en ellos, sin rem itir los a su m anantial, a aquél que nos los ha dado, es d e cir sin referirlo a Dios que es el principio de toda consolida ción y el solo digno de todo gozo y satisfacción; protes tándole que no querem os otro contentam iento que el suyo, y que m ediante su gracia estamos dispuestos a ser virle eternam ente por el am or de sí m ismo, sin buscar ni pretender recom pensa ni consolación alguna. 3. Hay que poner en las m anos de N. S. Jesucristo todos los buenos pensam ientos, sentim ientos y consola ciones que se nos ofrezcan y pedirle que haga Él de ellos por nosotros todo el uso que quiere que hagam os noso tros por su gloria; por lo demás, hacerles servir a Dios, anim ándonos a am ar más ardientem ente y a servir con más ánim o y fidelidad al que nos trata tan dulce y am o ro sam ente, después de haber merecido tantas veces ser des pojados por com pleto de todas sus gracias, y ser to tal m ente abandonados de Él.
CAPITULO XIX Del santo uso que hay que hacer de la sequedades y aflicciones espirtuales H abiendo estado toda la vida N. S. Jesucristo, que es nuestro Padre y nuestra Cabeza, repleta de trabajos, am arguras y sufrim ientos, tanto interiores com o exterio res, no es razonable que sus hijos y sus m iem bros anden
por otro cam ino del que Jesús anduvo. Hácenos Él una gran gracia y no tenem os m otivo de quejam os, cuando nos da, lo que para sí m ism o Él tom ó, y nos hace dignos de beber con Él en el cáliz que su Padre le dio con tanto am or, poniéndonoslo delante con el m ism o am or con que su Padre a Él se lo puso. En este punto es donde Él nos atestiguará más su am or y donde nos da las más seguras señales de que nues tros pequeños servicios le son agradables. ¿No oís, ade más, a su apóstol que clam a que: «todos los que quieren vivir virtuosam ente según Jesucristo, han de padecer per secución»? (1); y al ángel Rafael que dice al santo Tobías: «Por lo mismo que eras acepto a Dios fue necesario (ad vertid bien esta palabra) que la tentación, o aflicción, te probase» (2); y al Espíritu Santo que nos habla de esta m anera por el Eclesiástico: «Hijo, entrando en el servicio de Dios, persevera firme en la justicia y en el tem or, y prepara tu alm a para la tentación. H um illa tu corazón, y ten paciencia: inclina tus oídos y recibe los consejos prudentes, y no agites tu espíritu en tiem po de la oscuridad, o tribulación. Aguarda con pa ciencia lo que esperas de Dios. Estréchate con Dios, y ten paciencia, a fin de que en adelante sea más próspera tu vida. Acepta gustoso todo cuanto te enviare, y en medio de los dolores sufre con constancia, y lleva con paciencia tu abatim iento: Pues al m odo que en el fuego se prueban el oro y la plata, así los hom bres aceptos a Dios se prueban en la fragua de la tri bulación» (3). 1. «O m nes qui pie v olunl vivere in C h risto Jesu, pereecutionem p atientur» (2 T im . 111-12). 2. «Q uia acceptus eras Deo, necesse fuit ul ten tatio probare! te». Tob. X II, 13. 3. «Fili, accedens ad servitutem D ei, sta in ju stitia . et tim o re, et praepara an im am tuam ad ten tatio n em . D eprim e co r tu u m et sustine: inclina aurem
Palabras todo divinas, que nos enseñan que la verda dera piedad y devoción van siem pre acom pañadas de al guna prueba o aflicción, bien por parte del m undo o del diablo, bien por parte del m ism o Dios, quien parece a ve ces retirarse de las alm as a quienes am a, para probar y ejercitar su fidelidad. Por lo tanto, no os engañéis, pensando que no hay más que rosas y delicias en los cam inos de Dios. Encon traréis en ellos m uchas espinas y trabajos, mas, ocurra lo que ocurra, am ad siem pre a N. Señor con fidelidad, y su am or trocará la hiel en miel, y la am argura en dulzura. Haced más: tom ad la resolución de hacer consistir vues tro paraíso y felicidad, m ientras estáis en esta vida, en h cruz y en las penas, como en cosa con la que podéis glori ficar más a Dios y com probarle vuestro am or, y en la que vuestro padre, vuestro Esposo, y vuestra Cabeza, que es Jesús, puso su gozo y su paraíso m ientras estuvo en el m undo, pues el Espíritu Santo llama al día de su pasión «el día de la alegría de su corazón» (4). He aquí el uso que debéis hacer de toda clase de aflic ciones, corporales y espirituales. N o es, sin em bargo, mi plan, hablaros aquí de las aflicciones corporales y exterio res. Sólo he de poroponeros aquí el uso que debéis hacer de las aflicciones interiores y espirituales, com o son se quedades, tristezas, tedios, tem ores y turbaciones interio res, hastío de las cosas de Dios y dem ás penas de espíri tu que suelen sobrevenir a las alm as que sirven a Dios. Porque es sum am ente im portante saber hacer el debi-
tuam . et suspice verba intellectus: et ne festines in tem p o re o b ductiones. Sustine sustentationes Dei; conjungere D eo, et sustine, ut crescat in novissim o vita tu a, O m ne quod tibi ap p licitu m fuerit. accope: et in dolore sustine. et in h im ilitate tua p aticn tiam habc. Q u o n iam in igne p ro b a tu r a u ru m et argcntum hom ines vero receptibiles in cam in o hum iliationis». Eccli. 2. 1-6. 4. «In die laetitiae cordis ejus». C ant. III 11.
do uso de todas estas cosas y ser fiel a Dios en este estado. Ved, a este fin. la conducta que debéis observar: 1. A dorad a Jesús en los sufrim ientos, privaciones, hum illaciones, tem ores, tristezas y abandonos que sopor tó en su santa alm a, según estas sus palabras: «Mi alm a está harta de males. Mi alm a se ha conturbado. Mi alm a siente angustias m ortales» (5). A dorad las disposiciones de su divina alm a en este estado, y el buen uso que de él hizo por la gloria de su Padre. Entregaos a Él para conse guir estas m ism as disposiciones, y para hacer de vuestras penas el buen uso que Él hizo de las suyas. Ofrecédselas en honor de las suyas. Rogadle que las una a las suyas, que las bendiga y santifique por las suyas, que supla vues tras faltas y que haga por vosotros el uso que Él hizo de sus propias penas, para la gloria de su Padre. 2. No os entretengáis dem asiado en buscar en p arti cular la causa del estado en que os encontráis, ni en exa m in ar vuestros pecados; hum illaos a la vista de todas vuestras faltas e infidelidades en general; adorad la divina justicia, ofreciéndoos a Dios, dispuestos a abrazaros a cuantas penas Él se digne enviaros en hom enaje de su ju s ticia juzgándoos adem ás m uy indignos de que esta su ju s ticia se tom e la m olestia de actu ar sobre vosotros. Porque debem os reconocer que el m enor de nuestros pecados merece que seamos enteram ente abandonados de Dios. Y, cuando nos encontrem os en este estado de sequedad, de hastío de las cosas de Dios y que apenas podem os rogar a Dios y pensar en Él, sino con mil distracciones, debemos recordar que somos indignísim os de toda gracia y consolación; que Nuestro Señor nos hace todavía un gran favor con tolerar que la tierra nos sostenga, y que 5. «R epleta esl m alis a n im a m ea». Ps. L X X X V II, 4. « N u n c a n im a m ea tú rb ala est». Joan, X II, 27. «T rislis est a n im a m ea usque ad m ortem ». M alth., X X V I. 38.
hem os merecido tantas veces el lugar de los condenados, quienes por toda la eternidad no podrán tener más que pensam ientos de odio y de blasfemia para con Dios. Así es com o hem os de hum illam os profundam ente ante Dios en este estado. Esto es lo que en estas circunstancias espera Dios de nosotros: éste es entonces su divino plan. Q uiere que re conozcam os lo que de nosotros mismos somos y que nos fundam entem os bien en un profundo conocim iento y sentim iento de nuestra nada a fin de que, cuando Él nos conceda algún buen pensam iento y sentim iento de piedad u otra gracia cualquiera, no se lo apropie nuestro orgullo y nuestro am or propio, atribuyéndolo a nuestro cuidado, vigilancia y cooperación, sino que se lo dirijam os todo a Él, reconociendo que no es nuestro, si no solam ente de su m isericordia, y poniendo toda nuestra confianza en su pura bondad. 3. Cuidaos m ucho de no dejaros llevar de la tristeza o del desaliento, antes regocijaos pensando estas tres co sas: 1.a Que Jesús es siem pre Jesús. Es decir: siem pre Dios, siem pre grande y adm irable, siem pre en el m ism o estado de gloria, de gozo y de fidelidad, sin que nada sea capaz de dism inuirle su suprem a dicha y contentam iento. Decidle así: ¡Oh Jesús, me basta saber que sois siem pre Jesús! ¡Oh Jesús, sed siem pre Jesús, y suceda lo que suce da, me tendréis siem pre contento! 2.a Regocijaos de que Jesús es vuestro Dios y todo vuestro, y de pertenecer a Señor tan bueno y tan am able, acordándoos de lo que dice el Real Profeta: «Feliz aquel pueblo que tiene al Señor por su Dios» (6). 6. «B ealus populus, cujus D om inus D eus ejus». Ps.. C X L III. 15.
3.a Alegraos, sabiendo que entonces es cuando po déis servir más puram ente a N uestro Señor y dem ostrarle que le am áis con toda verdad por sí m ism o y no por las consolaciones que antes os daba. Y, para probar con las obras la fidelidad y pureza de vuestro am or, poned cuida do en hacer todas vuestras acciones y ejercicios ordinarios con toda la pureza y perfección que podáis. Y, cuanto más frío, cobardía y debilidad sintáis en vosotros, recu rrid más al que es vuestra fuerza y vuestro todo, entregáos a Él con más fervor, y elevad con m ás frecuencia a Él vuestro espíritu. No dejéis de hacer m uchas veces actos de am or, sin inquietaros porque no los hacéis con el fer vor y consuelo ordinarios. Porque, ¿qué os im porta a vo sotros estar o no contentos, si vuestro Jesús está contento? A hora bien, m uchas veces, lo que hacem os en este estado de sequedad y desolación espiritual le contenta y agrada más -co n tal que tratem os de hacerlo con la intención pura de honrarle-que lo que hacem os con m ucho fervor y devoción sensible; porque esto va acom pañado m uchas veces de am or propio, m ientras que lo prim ero está de o r dinario más depurado. En fin, no os desanim éis por las faltas y debilidades que cometáis, m ientras estáis en este estado; hum illaos a los pies de N uestro Señor, rogándole que las repare Él por su grandísim a m isericordia, y con fiad en su bondad que así lo hará; y, sobre todo, conser vad siem pre en vosotros un gran deseo y firme resolución de servirle y am arle perfectam ente, a pesar de cuanto pueda aconteceros y de serle fiel hasta el últim o aliento de vuestra vida, confiando siem pre que, a pesar de todas vuestras infidelidades, os concederá esta gracia, por su grandísim a benignidad.
Que la perfección y consumación de la vida cristiana es el martirio, y en qué consiste el verdadero martirio
El colm o, la perfección y consum ación de la vida cris tiana es el santo m artirio. El m ayor milagro que Dios obra en los cristianos es la gracia del m artirio. La cosa más grande y m aravillosa que los cristianos pueden hacer por Dios, es sufrir por Él el m artirio. El favor más señala do que N uestro Señor Jesucristo hace a los que de parti cular m anera le am an, es hacerles sem ejantes a Él en su vida y en su m uerte, creyéndoles dignos de m orir p or Él, como Él m urió por su Padre y por ellos. En los santos m ártires es donde más se deja ver el poder m aravilloso de su divino am or; y, entre todos los santos, los m ártires son los más adm irables ante Dios. Y, así, vemos que los más grandes santos del paraíso, com o San Juan Bautista y todos los apóstoles, son mártires. Los m ártires son los santos de Jesús. Así les llama Él m ism o, hablando por el oráculo de su Iglesia: «Sancti mei-m is Santos» (1). Por que, si bien es verdad que todos los Santos pertenecen a Jesús, sin em bargo los santos M ártires le pertenecen de una m anera muy propia y especial, porque han vivido y m uerto por Él. Por eso les profesa un am o r especial y ex traordinario, y les prom ete lo más grande y ventajoso que se puede prom eter. 1. Les anuncia, hablando por boca de su Iglesia, que I. Brev. rom ; com . m a n . 8 resp.
les tiene reservado un lugar distinguido en el reino de su Padre (2). 2. Les prom ete que «les dará a com er del árbol de la vida que está en m edio del paraíso de su Dios» (3), es de cir: A Él m ism o, com o explican los santos Doctores. De suerte que es com o si les dijera: Habéis perdido p or mí una vida hum ana y tem poral; yo os daré por ella una d i vina y eterna. Porque os haré vivir de mi vida y yo m is m o seré vuestra vida en la eternidad. 3. Les declara que les dará un m aná escondido: «D arélc yo a com er un m aná recóndito» (4). ¿Qué m aná es condido es éste sino el am or divino que reina perfecta m ente en el corazón de los santos M ártires, que cam bia aquí en la tierra la am argura de los suplicios y el infierno de los torm entos en un paraíso de dulzuras y delicias in creíbles, y que les colm a en el cielo de gozos y alegrías eternas e inenarrables por las penas pasajeras que han so portado en este m undo? 4. Les asegura que «les dará autoridad sobre las na ciones y un poder tan grande que las regirá con vara de hierro y las desm enuzará com o vaso de alfarero, confor me al poder que Él ha recibido de su Padre» (5). Es decir: que les hará reinar y dom inar como Él en todo el univer so; que les constituirá jueces de todo el m undo con Él (6) y que juzgarán y condenarán con Él a los impíos en el día del juicio. 5. Les prom ete que les revestirá de sus colores; a sa ber, blanco y rojo, que son los colores del Rey de los 2. «D abo sanctis m eis locum n o m in a tu m in regno Patris m ei». Brev. rom . C om m art. 2, noel. 3. «V inccnti d abo ederc de ligno vitae. quod est in parad iso Dei mei». A poc. 1-7. 5. «Q ui viecrit... dabo illi potestatem su p er gentes; el reget cas, lan q u am vas figuli confringentur, sicut et ego accepi a Patre m eo». A poc. 2. 26-28. 6. « Judicabunl natio n es el d o m in a b u n lu r populis». Sap. III. 3.
M ártires, según estas palabras de la Esposa: «Mi A m ado es rubio y blanco» (7). Estos son tam bién los colores de los m ártires: llevan las libreas de su m artirio. Van vesti dos de blanco. Dice la divina palabra: «Lavaron sus vesti duras y las blanquearon en la sangre del C ordero» (8). Y Jesús dice: «A ndarán conmigo en el cielo vestidos de blanco. El que venciere será vestido de ropas blancas» (9), porque el m artirio es un bautism o que borra toda clase de pecados, y reviste las alm as de los santos M ártires de gloria y luz inm ortal. Están adem ás vestidos de rojo, que significa la sangre que han derram ado, así com o tam bién el am or ardentísim o con que la han derram ado. 6. Les anuncia «que escribirá sobre ellos el nom bre de su Dios y de su Padre y el nom bre de la ciudad de su Dios» (10); que es com o si dijera, según la explicación del piadoso y docto Ruperto: Serán mi padre y mi madre: yo les m irare, am aré y trataré com o tales. Porque tam bién en otra parte ha dicho el m ism o Señor que «cualquiera que hiciere la voluntad de su Padre que está en los cielos, ése es su herm ano y su herm ana y su m adre» (11). A hora bien, no haya nada en que tan perfectam ente se cum pla la voluntad de Dios como en el m artirio. Por esto el Hijo de Dios, hablando de su Padre y de sus santos M ártires, dice que «ha cum plido m aravillosam ente todos sus de seos. en los santos que m oran en la tierra» (12). Les dice 7. «D ilectus m eus candidus et rubicundus». C ant. V. 10. 8. «L averunt stolas suas. et dealb av eru n t in sanguine Agni». A poc.. VII. 14. 9. « A m bulabunt m ecum in vestim entis albis. Q ui vicerit sic vestietu r albis». A poc., III. 4-5. 10. «Scribam su p er eum nom en Dei m ei, et nom en d v ita tis Dei mei». A poc.. II. 112. 11. «Q uincunque enim recerit volu n tatem Patris m ei, qui in coelis est. ipse m eus frater. el soror, et m ater est». M atth ., X II, 50. 12. «Sanctis. qui sunt in taerra ejus. m irificavit o m n es volúntales m eas in eis». Ps., X V . 3.
adem ás «que escribirá sobre ellos su nom bre nuevo, que es Jesús» (13); porque, habiendo los santos M ártires im i tado perfectam ente a Jesús, m ientras estuvieron en la tie rra, se asem ejarán a Él en el cielo de m odo tan adm irable, que serán llamados Jesús, y en realidad lo serán de cierta y adm irable m anera, a saber, m ediante una perfectísim a sem ejanza y m aravillosa transform ación. 7. Les da palabra de que «les hará sentar con Él en su trono, como Él se sentó con su Padre en su trono» (14). Y la santa Iglesia en la fiesta de cada m ártir, nos lo presenta hablando así a su Padre; «Q uiero, oh Padre mío, que mi servidor esté donde yo estoy» (15). Es decir: que esté m orando y descansando conmigo, en vuestro seno y en vuestro paternal corazón. No se me oculta que la m ayor parte de estas prom esas hechas a los m ártires, se dirigen tam bién a los dem ás San tos; no obstante, aplícanse a los m ártires de una m anera m ucho más especial y ventajosa porque éstos son los San tos de Jesús, que llevan su sello y divino carácter, a quie nes am a con particular am o r y distingue con privilegios extraordinarios. ¡Oh bondad, oh am or, oh exceso de bondad y de am or de Jesús para con sus santos Mártires! ¡Qué dichosos son los que llevan en sí la imagen perfecta de vuestra santísi m a vida y de vuestra am orosísim a muerte! ¡Qué felices los que lavan sus vestiduras en la sangre del Cordero! (16). T anto, que, para hablar el lenguaje del sagrado evangelio: aquí está el fin de toda perfección y la consum ación final y perfecta de toda santidad; puesto que el hom bre nada 13. «Scribam s u p e re u m ... nom en m eum novum ». A poc.. III, 12. 14. «Q ui vicerit, dabo ei sedere m ecum in th ro n o meo: sicut et ego vici, et sedi cum Pare m eo in th ro n o ejus». A poc., III, 21. 15. «V olo, Pater. ut ubi ego sum , illic sit et m in ister m eus». Brev. Rom . ad laúd. 16. «Beati qui lavant stolas suas in sanguine Agni». A poc. X X II, 14.
más grande puede hacer que sacrificarle lo que le es más querido, su sangre y su vida, m orir por Él (17); en lo cual consiste el verdadero y perfecto m artirio. Hay diversas clases de m artirios y de mártires. Unos son m ártires en cierta m anera, ante Dios; dispuestos y anim ados de una verdadera voluntad a m orir por N uestro Señor, aunque en realidad, no den por Él su vida. O tros son tam bién, en cierta m anera m ártires, dice San C ipria no, porque prefieren m orir antes que ofenderle (18). M or tificar su carne y sus pasiones, resistir a sus desarreglados apetitos, y perseverar así hasta el fin por a m o r de N uestro Señor, es una especie de m artirio, dice San Isidoro (19). Sufrir con paciencia por este m ism o m otivo las necesida des y miserias de la pobreza, o cualquier otra aflicción, aguantar con dulzura las injurias, calum nias y persecu ciones, no volver mal por m al, antes, bendecir a los que nos odian, es otra clase de m artirio, dice San G regorio el G rande. Pero el verdadero y perfecto m artirio no consiste sola m ente en sufrir sino en m orir. De suerte que la m uerte es de esencia el verdadero y perfecto m artirio. Esto quiere decir que, para ser verdadera y perfectam ente m ártir, en el sentido que la Iglesia tom a la palabra m ártir, es necesa rio m orir, y m orir por Jesucristo. Es, por lo tanto, cierto que si alguno realiza alguna ac ción por am or de N uestro Señor Jesucristo, o sufre alguna pena por este motivo, que, según el curso ordinario de las cosas debería acarrearle la m uerte, y po r un favor ex traordinario y m ilagroso de Dios, se ve preservado de ella; aunque después viva largo tiem po y m uera al fin de m uerte com ún y ordinaria, sin embargo, Dios que le ha 17. Joan. X V. I 3 y S. T h .. 2-2. 124-3. 18. De E xhortatione m artirii. C. 12. 19. E tym ol. I-VII. C. II.
librado m ilagrosam ente de la m uerte que estaba dispuesto a sufrir por Él, no le privará de la corona del m artirio, con tal que persevere hasta el fin en su gracia y en su am or. Testigos: San Juan Evangelista (20). Santa Tecla, la prim era de su sexo que sufrió el m artirio p or Jesucristo (21), San Félix, sacerdote de Ñola (22). y otros que la igle sia honra com o verdaderos m ártires, aunque no hayan m uerto en las m anos de los tiranos o en los torm entos que sufrieron por N uestro Señor. Pero fuera de esto, fuera del m ilagro que estorba el efecto de la m uerte, para ser verdaderam ente m ártir, es necesario m orir, y m orir por Jesucristo. Es decir: m orir, o por su misma persona, o por m antener el honor de algu nos de sus m isterios y sacram entos, o por la defensa de su Iglesia, o por sostener alguna verdad que Jesús enseñó, o alguna virtud que Él practicó, o por evitar algún pecado bajo el punto de vista de que le es desagradable, o por am arle tan ardientem ente que la violencia sagrada de su divino am or nos haga m orir, o por realizar alguna acción que se refiera a su gloria. Porque el doctor angélico nos asegura que cualquiera acción, aunque sea hum ana y natural, referida a la gloria de Dios y hecha por su am or, puede hacem os m ártires, y de hecho nos hace, si viene a ser causa de nuestra m uerte (23). Por esto os aconsejo y exhorto que tengáis un gran de20. «Joannes Evangelista senio confectus q uievit. sed tan q u am m arty r celeb ratu r ab Ecclesia. d ie 6 m aii, p ro p te r cru ciatu m quem R o m ae passus est. In ferventis elenim olei do liu m conjeclus, d ivina protegente eum gratia, illaesus evasit». Bcn. X IV , le bealiflc. 21. «Sancta T hecla P ro to m arty r a P atrib u s a p p ellalu r. cum p rim a fuerit ex fem inis, quae m arty riu m p ro C h risto subierit. F uit nem pe ad bestias d a m n ata, sed incolum nis evasit. non sine specialc ope divina». Bened. XIV (23 Sep.). 22. M art. Rom . 14 Jan. 23. 2-2-124 5 ad 3.
seo de elevar vuestro corazón a Jesús, al com enzar vues tras obras, a fin de ofrecérselas y protestar que las queréis hacer puram ente por am or y por su gloria. Porque, si por ejem plo, la asistencia corporal o espiritual que prestáis a un enferm o, o cualquiera otra cosa sem ejante, os p ropor ciona un mal que sea causa de vuestra m uerte, y habéis practicado realm ente esta acción por am or de N uestro Señor Jesucristo, seréis reputado ante Él com o m ártir y tendréis parte en la gloria de los santos M ártires que están en el cielo (24). Y m ucho más si la amáis tan fuerte y ardientem ente que el esfuerzo y el poder del am or divi no destruya en vosotros la vida corporal. Porque esta m uerte es un m artirio em inente, es el más noble y santo de todos los m artirios. Es el m artirio de la M adre del am or, la Santísim a Virgen. Es el m artirio del gran San José, de San Juan Evangelista, de Santa M agdalena, de Santa Teresa, de Santa C atalina de G énova, y de m uchos otros Santos y Santas. Es hasta el m artirio de Jesús que m urió, no sólo en el am or y por el am or, sino p o r el exce so y fuerza de este m ism o am or.
24. «D e los qu e m ueren p o r carid ad , sirviendo a los apestados, dice el M artirologio R om ano»: “ Q uos veluti m artyrcs, religiosa fides venerari consuevit».
Que todos los cristianos deben ser mártires y vivir con el espíritu de martirio y cuál es este espíritu Todos los cristianos, de cualquier estado y condición que sean, deben estar siem pre preparados a sufrir el m ar tirio por Jesucristo N uestro Señor; y están obligados a vi vir con la disposición y el espíritu del m artirio, por varias razones. 1. Porque pertenecen a Jesucristo por infinidad de títulos; por donde, así com o no deben vivir sino por Él, así están obligados a m orir por Él, según estas sagradas palabras de San Pablo; «N inguno de nosotros vive para sí. y ninguno de nosotros m uere para sí. Q ue, com o so mos de Dios, si vivimos, para el Señor vivimos, y si m ori mos, para el Señor m orim os. O ra, pues, vivamos, ora m uram os, del Señor somos. Porque a este fin m urió Cris to, y resucitó: para redim irnos y adquirir un soberano d o m inio sobre vivos y m uertos» (1). 2. Porque, no habiéndonos Dios dado el ser y la vida sino para su gloria, estamos obligados a glorificarle de la m anera más perfecta posible, a saber: sacrificándole nues tro ser y nuestra vida en hom enaje de su vida y de su ser suprem o, protestando por ello, que Él sólo es digno de ser y de vivir, y que toda otra vida debe ser inm olada a los pies de su vida soberana e inm ortal. 3. M ándanos Dios que le am em os con todo nuestro 1. «N em o enim vestrum sibi vivit. et n em o sibi m o ritu r; sive enim vivim us. D om ino vivim us, sive m o rim u r. D o m in o m o rim u r. Sive enim vivim us, sive m o rim u r, D om ini sum us. In hoc en im C h ristu s m o rtu u s est et rcsurcxit, ut et vivorum et m o ru o ru m d o m in etu r» . R om . X IV. 7-10.
corazón, con toda nuestra alm a y con todas nuestras fuer zas; es decir: con el más perfecto am or que podam os. A hora bien, para am arle de esta m anera, debem os am arle hasta el punto de derram ar nuestra sangre y d ar nuestra vida por El. Porque en esto consiste el sum o grado del am or, visto lo que dice el Hijo de Dios: «N adie tiene am or m ás grande que el que da su vida p o r sus amigos» ( 2 ). 4. N uestro Señor Jesucristo, asi com o tuvo desde el m om ento de su E ncam ación una sed ardentísim a y un in menso deseo de derram ar su sangre y de m orir por la glo ria de su Padre y por nuestro am or, y no pudiendo por entonces cum plir este deseo por Él m ismo, porque toda vía no había llegado el tiem po señalado para ello por la ordenación de su Padre, escogió a los Santos Inocentes M ártires para satisfacer por m edio de ellos este su deseo y m orir de alguna m anera en ellos: del m ism o m odo, des pués que resucitó y subió a los cielos, conserva siem pre este m ism o deseo de sufrir y de m orir por la gloria de su Padre y por nuestro am or. Pero, no pudiendo sufrir ni m orir por Él m ismo, quiere sufrir y m orir en sus m iem bros, y busca por todas partes personas en las que Él pue da efectuar este deseo. Por esto, si tenem os algún celo por que se cum plan estos deseos de Jesús, debem os ofrecernos a Él, a fin de que refresque, si es lícito hablar así, esta sed en nosotros y logre este su inm enso deseo de derram ar su sangre y de m orir por el am or de su Padre. 5. Com o ya se dijo, hem os profesado en el bautism o unim os a Jesucristo, seguirlo e im itarle; ser, por consi guiente, víctim as consagradas y sacrificadas a su gloria, y a estar siem pre dispuestos a sacrificarle nuestra vida y cuanto hay en nosotros, según estas santas palabras: «Por 2. «M ajorem hac dilectionem nem o habet, ut a n im am su am p o n at quis p ro am icis suis». Jo an , X V . 13.
am or de ti, estam os todos los días destinados a la muerte: somos reputados com o ovejas para el m atadero» (3). 6. Siendo Jesucristo nuestra cabeza y nosotros sus m iem bros, com o debem os vivir de su mism a vida, así es tam os obligados a m orir con su m uerte; puesto que es evidente que los m iem bros deben vivir y m orir la vida y la m uerte de su cabeza, conform e a este texto sagrado de San Pablo: «Traem os siem pre representada en nuestro cuerpo por todas partes la m ortificación de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste tam bién en nuestros cuerpos. Porque nosotros, bien que vivimos, som os conti nuam ente entregados en m anos de la m uerte por am or de Jesús: para que la vida de Jesús se manifieste asim ism o en nuestra carne m ortal» (4). Pero, sobre todo, la razón más poderosa y aprem iante que nos obliga al m artirio es, el m artirio sangriento y la m uerte dolorosísim a que Jesucristo N uestro Señor sufrió en la cruz por nuestro am or. Porque este am abilísim o Salvador no se contentó con em plear por nosotros toda su vida; quiso tam bién m orir por nuestro am or, y, en efecto, m urió con la m uerte más cruel e ignom iniosa que ha habido ni habrá jam ás. Dio una vida, de la que un solo m om ento vale más que todas las vidas de los hom bres y de los ángeles, y estaría dis puesto, si fuera preciso, a darla hasta mil veces. Y, en efecto, está continuam ente en estado de hostia y víctim a en nuestros altares, donde es y será inm olado todos los días y a todas horas hasta el día del juicio, cuantas veces el divino sacrificio incruento y sin dolor del altar es y 3. « P ro p ter te m orlificam u r to d a die: aestim ati su m u s sicut oves occisionis». Ps. X LIII. 22. 4. «S cm pcr m ortificationem Jesu in co rp o re nostro circunferentes, ut ct vita Jesu m anifestetur in c o rp o rib u s nostris. S em per enim nos q u i vivim us, in m ortem trad im u r p ro p te r Jesum . u t et vita Jesu m an ifestetu r in carn e nostra m ortal i». 2 C or. IV, 10-11.
será celebrado hasta el fin del m undo; atestiguándonos con ello, que está dispuesto, si hubiera necesidad, a ser sacrificado otras tantas veces por nuestro am or, con sacri ficio sangriento y doloroso com o el del calvario. ¡Oh qué bondad, oh qué amor! Ya no me adm iro de ver cien, doscientos, cuatrocientos, mil, diez m il, veinte mil, treinta mil, trescientos mil m ártires que derram an su sangre y dan su vida por Jesucristo. Porque, habiendo m uerto Jesucristo por todos los hom bres, ciertam ente, to dos los hom bres deberían m orir por Él. No me extraña ya que los Santos M ártires y todos aquellos a quienes Jesús ha hecho conocer y sentir los santos ardores de ese divino am or que le clavó en la cruz, tengan una sed tan ardiente y un deseo tan inflam ado de sufrir y m orir por su am or. No me extraña que m uchos hayan, en efecto, sufrido to r m entos tan atroces, y con tanto gozo y alegría, que antes se cansaban los verdugos de atorm entar que ellos de aguantar; y que todo cuanto de más cruel sufrían, no les pareciera nada, en relación con el deseo insaciable que tenían de sufrir por Jesucristo. Pero, si me adm iro de vernos ahora tan fríos en el am or de un Salvador tan am able, tan cobardes para sufrir las m enores cosas, tan apegados a una vida tan m iserable y despreciable com o la vida de la tierra, y tan lejos de querer sacrificarla por quien sacrificó por nosotros la suya tan digna y tan preciosa. ¡Qué falsedad! decirse cristiano, y adorar a un Dios crucificado, a un Dios agonizante y m uerto en una cruz, a un Dios que pierde por nuestro am or una vida tan noble y excelente, a un Dios que se sacrifica todos los días ante nuestros ojos en nuestros altares por el m ism o fin, y no estar dispuestos a sacrificarle cuanto podem os tener de más querido en el m undo, nuestra m ism a vida que, por otra parte, por tantas razones le pertenece. C iertam ente no somos de verdad cristianos si no nos encontram os en esta disposición. Por esto os digo, y es cosa clara para
quien considere bien las precedentes verdades, que todos los cristianos deben ser m ártires, sino por el efecto, sí, al menos, por la disposición y por la voluntad. Cosa verda dera es que si no somos m ártires de Jesús lo serem os de Satanás. Escoged de am bas cosas la que más queráis. Si vivís bajo la tiranía del pecado, seréis m ártir de vuestro am or propio y de vuestras pasiones, y por consiguiente, m ártir del diablo. Pero, si deseáis ser m ártir de Jesucristo, procurad vivir con el espíritu del m artirio. ¿Cuál es el espíritu del m artirio? Es un espíritu que tiene cinco cualidades m uy excelentes: 1. Es un espíritu de fortaleza y de constancia que no puede ser debilitado ni vencido con prom esas ni con am enazas, con dulzuras ni con rigor, y que no tem e nada, más que a Dios y al pecado. 2. Es un espíritu de profundísim a hum ildad que aborrece la vanidad y la gloria del m undo y que am a los desprecios y hum illaciones. 3. Es un espíritu de desconfianza de sí m ism o y de absoluta confianza en N uestro Señor, com o en quien está nuestra fuerza y en cuya virtud lo podem os todo. 4. Es un espíritu de desprendim iento el más perfecto del m undo y de todas las cosas del m undo. Porque han sacrificado su vida a Dios, deben tam bién sacrificarle to das las dem ás cosas. 5. Es un espíritu de am or ardentísim o a N uestro Se ñor Jesucristo que conduce a los que están anim ados de este espíritu, a hacerlo y sufrirlo todo por am or de quien todo lo hizo y lo sufrió por ellos, y que de tal m odo les abrasa y embriaga, que m iran, buscan y desean por su am or, las m ortificaciones y sufrim ientos com o un paraíso y huyen y aborrecen los placeres y delicias de este m undo com o un infierno. He aquí el espíritu del m artirio. Rogad a N uestro Se ñor, Rey de los M ártires, que os llene de este espíritu.
Rogad a la Reina de los M ártires y a todos los M ártires que con sus oraciones os obtengan este espíritu del Hijo de Dios. Tened devoción especial a todos los santos m ár tires. Rogad tam bién a Dios por todos los que tienen que sufrir el m artirio, a fin de que les dé la gracia y el espíritu del m artirio; pero especialm ente, por los que lo tendrán que sufrir en el tiem po de la persecución del A nticristo, que será la más cruel de todas las persecuciones. En fin, procurad im prim ir en vosotros, por m edio de la im itación, una imagen perfecta de la vida de los santos M ártires, y lo que es más: de la vida del Rey y de la R ei na de los M ártires, Jesús y M aría, a fin de que os haga dignos de ser semejantes a ellos en vuestra muerte.
TERCERA PARTE Que contiene algunos de los principales y más importantes ejercicios necesarios para vivir cristiana y santamente, y para formar, santificar, hacer vivir y reinar a Jesús en nosotros. Ejercicios para la mañana CAPITULO I Que Jesús debe ser nuestro principio y fin en todas las cosas, y lo que hay que hacer por la mañana al despertarse. Jesús, Hijo único de Dios, Hijo único de M aría, sien do, según el lenguaje de su A póstol, el autor r con su m a dor de la Je y de la piedad cristiana, y según El mismo, siendo el alfa r el o mega, el prim ero y el último, el princi pio r el f m de todas las cosas, es justo que sea el principio y el fin de toda nuestra vida, de todos nuestros años, de lodos nuestros meses, de todas nuestras semanas, de todos nuestros días y de todos nuestros ejercicios. Por esta ra
zón, del m ismo m odo que hubiéram os debido consagrarle el com ienzo de nuestra vida, si por entonces hubiéram os tenido uso de razón, y del m ism o m odo que deseamos term inarla en su gracia y en el ejercicio de su am or, así tam bién, si deseam os obtener este favor de su bondad, de bemos poner cuidado en consagrarle, por medio de algún ejercicio de piedad y am or hacia él, el com ienzo y el fin de cada año, de cada mes, de cada sem ana, y especial m ente de cada día. Porque es cosa de gran im portancia em pezar y concluir bien cada día, pero particularm ente em pezarlo bien, llenando nuestro espíritu desde la m aña na con algún buen pensam iento, y ofreciendo a N uestro Señor nuestras prim eras acciones, porque de esto depen de la bendición de todo el resto de la jornada. Por ello, tan pronto os despertéis por la m añana, ele vad vuestro ojos hacia el cielo, y vuestro corazón hacia Jesús, a fin de consagrarle por este m edio el prim er em pleo de vuestros sentidos y los prim eros pensam ientos y afectos de vuestro espíritu y vuestro corazón. Q ue la prim era palabra que pronunciéis sea el santo nom bre de Jesús y de M aría, de este modo: Jesús, María, ¡Oh Jesús! ¡Oh M aría. M adre de Jesús! ¡Oh buen Jesús, os entrego mi corazón para siempre! ¡Oh M aría. M adre de Jesús, os entrego mi corazón; os ruego que lo entreguéis a vuestro Hijo! l'eni. D om in e Jesu, venid Señor Jesús, ve nid a mi espíritu y a mi corazón, para llenarlo y poseerlo por com pleto; ¡Oh Jesús, perm aneced conmigo! Q ue la prim era acción exterior que hagáis sea la señal de la cruz diciendo con la boca: En el nom bre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y entregándoos de cora zón al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, a fin de que os posean perfectam ente. Al llegar la hora de levantaros, acordaos del inm enso am or por el que el Hijo de Dios, en el m om ento de su Encarnación, salió del seno de su Padre, lugar (si se puede
usar esta palabra) lleno de delicias, de reposo y de gloria para el, y vino a la tierra para estar som etido a nuestras miserias, y para cargar con nuestros dolores y tristezas. Y en honor y unión con este m ism o am or, levantaos rápida y valientem ente de la cam a diciendo: Surgam et quaeram qu em diligit a n im a mea: «M e levantaré y buscaré a quien mi alm a am a». Y al pronunciar estas palabras quem diligit an im a mea, «a quien mi alm a am a», desead p ro n u n ciarlas, en la medida que sea posible, con todo el am or que es dirigido a Jesús en el cielo y en la tierra. Después, postrándoos en tierra, adorad a este m ismo Jesús, diciendo: A doram is te. D om in e Jesu, et benedicim us tibi, et diligim us te ex toto corde nostro, ex tota an i m a nostra, et ex totis viribus nostris: «Os adoram os, oh Señor Jesús, os bendecim os, y os am am os con todo nues tro corazón, con toda nuestra alm a y con todas nuestras fuerzas». Y diciendo estas palabras, desead decirlas, en la m edida que se puede, con toda la hum ildad, devoción y am or del cielo y de la tierra, y por todas las criaturas que están en el universo.
CAPITULO II Lo que hay que hacer al vestirse Al vestim os, por m iedo a que el espíritu del mal llene vuestro espíritu de pensam ientos inútiles o malos, llenad lo de buenos. Y a este fin acordaos que N uestro Señor Je sucristo se revistió por m edio de su E ncam ación, de nues tra hum ildad, de nuestra m ortalidad, y de todas nuestras miserias y necesidades hum anas a las que estamos suje tos; y que se rebajó a un estado en el que tuvo necesidad
de vestidos com o vosotros, y todo esto por am or a voso tros; y después elevad vuestro corazón hacia él y decidle así: «Oh Señor, sed por siempre bendecido y exaltado, por haber sido hum illado por am or hacia mí. Oh Jesús, os ofrezco la acción que ahora realizo, en honor de la acción que realizásteis cuando revestísteis vuestra divinidad con nuestra hum ildad, y cuando revestísteis esta m ism a hu m anidad con ropas parecidas a éstas con las que nos re vestimos nosotros, y deseo hacer esta acción con las m is mas disposiciones e intenciones con las que Vos la hicis teis». Pensad tam bién cuántos pobres hay com pletam ente desnudos, y sin nada con que cubrirse, que no han ofen dido a Dios tanto com o vosotros, y que al m enos N uestro Señor, en un exceso de bondad, os ha dado con que reves tiros más que a ellos; y con este pensam ientos, elevad vuestro espíritu hacia él de este modo: «Oh Dios mió, os bendigo mil veces por todas las m i sericordias que me dispensáis. Os suplico que veléis por las necesidades de todos los pobres; y que del mismo m odo que me habéis dado con que revestir mi cuerpo, re vistáis tam bién mi alm a con Vos m ism o, es decir con vuestro espíritu, con vuestro am or, con vuestra caridad, hum ildad, dulzura, paciencia, obediencia, y vuestras otras virtudes».
Que toda nuestra vida pertenece y debe ser consagrada y empleada en la gloria de Jesús T oda nuestra vida, con sus pertenencias y dependen cias, pertenece a Jesús por cinco conceptos generales que com prenden una infinidad de particulares: 1. Porque es nuestro Creador, que nos ha dado el ser y la vida, que ha im prim ido en nuestro ser y en nuestra vida una imagen y sem ejanza de su vida y su ser. Por esta razón nuestra vida y nuestro ser le pertenecen absoluta y universalm ente en todos sus usos, y debe tener una m ira da y una relación continua hacia él, com o la imagen ha cia su prototipo. 2. Porque es nuestro C onservador, que nos conserva en cada m om ento en el ser que nos ha dado, y que nos lleva continuam ente entre sus brazos, y con más cuidado y am or que el de la m adre que lleva a su hijito. 3. Porque, según la Palabra sagrada, su Padre le ha dado toda la eternidad, le da incesantem ente, y le dará eternam ente todas las cosas en general y a cada uno de nosotros en particular. 4. Puesto que es nuestro R edentor que nos ha librado de la esclavitud de Satán y del pecado, y nos ha com pra do con el precio de su sangre y de su vida, y que por con siguiente ha com prado todo lo que hay en nosotros y de nosotros, es decir toda nuestra vida, todo nuestro tiem po, todos nuestros pensam ientos, palabras y acciones, todo lo que está en nuestros cuerpos y en nuestras alm as, todo el uso de los sentim ientos de nuestros cuerpos y de las po tencias de nuestras almas; com o tam bién todo el uso que hacem os de las cosas exteriores que están en el m undo.
Porque no solam ente nos ha adquirido por su sangre to das las gracias que son necesarias para la santificación de nuestras alm as, sino tam bién todas las cosas que requie ren para la conservación de nuestros cuerpos. Por nues tros pecados no tendríam os ningún derecho ni a andar so bre la tierra, ni a respirar el aire, ni a com er un trozo de pan, ni a beber una gota de agua, ni a servim os de ningu na cosa de las que hay en el m undo, si Jesucristo no nos hubiera adquirido este derecho por su sangre y por su muerte. Por ello, todas las cosas que hay en nosotros, per tenecen a Jesucristo y no deben ser em pleadas más que para él, com o cosas que ha adquirido con el precio de su sangre y de su vida. 5. Porque nos ha dado todo lo que tiene y todo lo que es. Nos ha dado a su Padre para que sea nuestro padre, haciéndonos hijos del m ismo Padre del que él es Hijo. Nos ha dado a su Espíritu Santo para que sea nuestro propio espíritu, y para enseñarnos, guiam os y conducir nos en todas las cosas. Nos ha dado a su santa Madre para que sea nuestra m adre. Nos ha dado a sus Angeles y sus Santos para que sean nuestros protectores e interceso res. Nos ha dado todas las otras cosas que están en el cie lo y en la tierra, para nuestros usos y necesidades. Nos ha dado su propia persona en su Encarnación. Nos ha dado toda su vida, no habiendo pasado ni un solo m om ento que no haya em pleado para nosotros: no habiendo tenido un pensam iento, dicho una palabra, hecho una acción ni un solo paso, que no lo haya consagrado a nuestra salva ción. Por últim o nos ha dado en la santa Eucaristía su cuerpo y su sangre, y adem ás su alm a y su divinidad y en su hum anidad, y esto todos los días o al menos tantas ve ces com o queram os disponem os a recibirle. Siendo esto así, ¿cuánto estamos obligados a entregar nos enteram ente a él y a ofrecerle y consagrarle todas las funciones y ejercicios de nuestra vida? C iertam ente si tu
viéram os todas las vidas de todos los Angeles y de todos los hom bres que han sido, son y serán, deberíam os consu mirlos en su servicio, aún cuando él no hubiera em pleado más que un m om ento de su vida para nosotros, ya que un solo m om ento de su vida vale más que mil eternidades, por así decirlo, de todas las vidas de los Angeles y de los hom bres que ha habido, hay y habrá. ¿Cuánto, pues, esta mos obligados a consagrar y em plear el poco de vida y de tiem po que tenem os que estar sobre la tierra? A tal efec to, la prim era y principal cosa que debéis hacer, es con servaros cuidadosam ente en su gracia y am istad, tem ien do y huyendo de todo lo que pueda haceros perderla, es decir todo tipo de pecado, más que la m uerte y más que todas las cosas más tem ibles del m undo. Si por desgracia sucede que caéis en algún pecado, levantaos de inm ediato por m edio de la santa confesión y de la contrición, de lo que se hablará más adelante. Pues igual que las ram as, las hojas, las flores, los frutos y todo lo que hay en un árbol, es de aquél a quien el tronco del árbol pertenece, así tam bién, m ientras que pertenezcáis a Jesucristo y estéis unidos a él por su gracia, toda vuestra vida con todas sus dependencias, y todas las acciones que realiceis, que por si mismas no sean malas, le pertenecerán. Pero, adem ás de esto, voy a proponeros otros tres medios, de uso muy dulce y fácil, por m edio de los cuales toda nuestra vida será m ucho más perfecta y santam ente em pleada en el am or y en la gloria de Jesús.
Tres medios para hacer de manera que toda nuestra vida sea un ejercicio continuo de alabanza y de amor hacia Jesús Para consagrar y em plear toda vuestra vida a la gloria de Jesús, adem ás de lo que se ha dicho anteriorm ente, te néis adem ás que hacer tres cosas, que se contienen en la elevación de la m añana, que se expondrá más adelante. 1. U na vez vestidos, antes de salir de casa y de reali zar ninguna otra acción, poneos de rodillas; y de las vein ticuatro horas que hay en el día, entregad al m enos la m i tad de un cuarto de hora a quien os ha dado toda su vida, a fin de adorarlo, de darle las gracias, y de ofreceros a él, así com o todas las acciones que hagáis durante el día, con la intención de hacerlas todas por su gloria. Sabemos, por los libros de santa G ertrudis, que N uestro Señor le asegu ró que le era m uy agradable que le ofreciera todas sus ac ciones m ínim as, incluso todas sus respiraciones y todos los latidos de su corazón. En virtud de esta oblación, to dos vuestros pasos, todas vuestras respiraciones, todos los latidos de vuestro corazón, todo el uso de vuestros senti dos interiores y exteriores, y en general todas las acciones que hagáis, que no sean m alas, pertenecerán a Jesucristo y serán otros tantos actos de glorificación hacia él. A dvertid, por favor, que cuando os exhorto a poneros de rodillas todas las m añanas en vuestra casa para adorar a N uestro Señor Jesucristo, para darle gracias y para ofre ceros a él, no quiero decir que estos actos sean hechos ha cia la persona del Hijo de Dios solam ente, sino hacia la Santisim a T rinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Lo que se hace siem pre infaliblem ente, aunque no siem pre se considere expresam ente. Porque, ya que Jesucristo es uno
con el Padre y el Espíritu Santo, y la Santísim a Trinidad, o com o dice San Pablo, toda la plenitud de la divinidad habita en Jesucristo, hay que concluir necesariam ente que adorar y glorificar a Jesús es adorar y glorificar al Pa dre y al Espíritu Santo; ofrecer a Jesús toda la gloria que se le ofrece en el cielo y en la tierra, es ofrecer esta misma gloria al Padre y al Espíritu Santo; y pedir al Padre y al Espíritu Santo que glorifiquen a Jesús, es pedirles que se glorifiquen a si mismos. Siguiendo esta verdad, he aquí la segunda cosa que debéis hacer por la m añana, si deseáis que toda vuestra vida sea un perpetuo ejercicio de glorifi cación y de am or hacia Jesús, y por consiguiente hacia el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. 2. Ofreced a este m ism o Jesús todo el am or y toda la gloria que le serán rendidos ese m ism o día en el cielo y en la tierra y que os unís a todas las alabanzas que le se rán dadas ese m ism o día por su Padre eterno, por él mis mo, por su Espíritu Santo, por su bienaventurada M adre, po r todos sus Angeles y Santos, y por todas las criaturas; y de este m odo estaréis asociados al am or y a las alab an zas que se le harán continuam ente durante ese día. 3. Pedid a todos los Angeles, a todos los Santos, a la Santísim a Virgen, al Espíritu Santo y al Padre Eterno, que glorifiquen y am en a Jesús por vosotros durante ese día. y con toda seguridad lo harán; porque es la oración más agradable que se les pueda hacer, y la que escuchan y atienden con más gusto. Y así tendréis parte especial en el am or y la gloria que Jesús recibe continuam ente de es tas santas y divinas personas; y recibirá este am or y esta gloria, com o si en cierto m odo le fuesen ofrecidos p or vo sotros, puesto que serán ofrecidos a vuestra petición y sú plica. H aciendo un uso fiel de estas tres prácticas todas las m añanas, cada día de vuestra vida y toda vuestra vida ju n tam ente será un perpetuo ejercicio de am or y de gloria
hacia Jesús. Si hubiera un hom bre en el m undo tan exe crable, que quisiera que todas sus acciones y respiracio nes fuesen otras tantas blasfemias contra Dios, y adem ás de esto tuviera la intención de unirse a todas las blasfe mias que se com eten en la tierra y en el infierno, y no contento con esta im piedad invitara y excitara a todos los dem onios y a los hom bres m alvados a blasfemar por él. ¿no es cierto que por su intención detestable, todas sus acciones y respiraciones serían otras tantas blasfemias, y todas las que se hicieran en la tierra y en el infierno le se* rían im putadas a él? Por el contrario si ejercitáis esas tres prácticas anteriorm ente propuestas, es m uy cierto que en virtud de la santa intención que tendréis, todas las accio nes de vuestra vida serán otros tantos actos de alabanza a Dios, y que seréis asociados de una m anera especial a todo el honor que se le rinde incesantem ente en la tierra y en el cielo. A dem ás de esto, es bueno tam bién que hagáis todas las m añanas un acto de aceptación, por am or a N uestro Se ñor, de todas las molestias que os sobrevendrán durante el día; así com o tam bién un acto de renuncia a todas las ten taciones del espíritu del mal, y todos los sentim ientos de am or propio y de las otras pasiones, que os podrán acom e ter durante el día. Estos dos actos son im portantes; porque suceden mil pequeños disgustos durante el día, que sim plem ente pasan y no ponem os cuidado en ofrecerlos a Dios; así com o tam bién m uchas tentaciones y m ovim ien tos de am or propio, que se deslizan insensiblem ente en nuestras acciones. Así pues, en virtud del prim er acto. Dios será glorificado en todas las penas, ya sean del cuerpo o del espíritu, que experim entéis durante el día, al haberlas aceptado desde la m añana por am or a él; y en virtud del segundo, os dará la fuerza para resistir más fácilmente a las tentaciones malignas, y para destruir con m ayor facilidad los efectos del am or propio y de los otros vicios.
Estos dos actos, con las tres prácticas precedentes, son contenidas en la elevación siguiente.
CAPITULO V Elevación a Jesús por la mañana O h adorable y am ado Jesús, postrado a vuestros pies desde lo más profundo de mi nada, en la extensión in m ensa de vuestro espíritu, en la grandeza infinita de vues tro am or, en todas las virtudes y potencias de vuestra d i vinidad y de vuestra hum anidad, os adoro y os glorifico, os bendigo y os am o en todo lo que sois en general en Vos m ism o y en todas las cosas, y os adoro, bendigo y am o en el interior de Vos, por Vos y con Vos a la santísim a T ri nidad. Os doy gracias infinitas por el cuidado y la vigilan cia que habéis tenido sobre mí durante esta noche. Os ofrezco todas las bendiciones, que os han sido dadas d u rante esta misma noche, en el cielo y en la tierra. O h mi Salvador, yo me ofrezco y me consagro a Vos, y p or Vos al Padre eterno, enteram ente, absolutam ente y para siem pre. Os ofrezco mi cuerpo, mi alm a, mi espíri tu, mi corazón, mi vida, todas las partes de mi cuerpo, to das las potencias de mi alm a, todos mis pensam ientos, palabras y acciones, todas mis respiraciones, todos los la tidos de mi corazón y de mis venas, todos mis pasos, to das mis m iradas, todo el uso de mis sentidos interiores y exteriores, y en general todo lo que ha sido, es y será en mi, deseando que todas estas cosas sean consagradas a vuestra santa gloria, y que sean otros tantos actos de ala banza, de adoración y de am or puro hacia Vos. Haced, os ruego, Dios m ió, por vuestro santo poder y m isericordia.
que esto sea así, a fin de que todo lo que hay en mí os rin da honor y hom enaje continuo. Os ofrezco tam bién, oh am able Jesús, y por Vos a la santísim a Trinidad, todo el am or y la gloria que os serán rendidos hoy y torda la eternidad en el cielo y en la tierra. Me uno a todas las alabanzas que han sido, son y serán hechas por siem pre al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; al Hijo y al Espíritu Santo por el Padre; y al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por la Santísim a Virgen, por to dos los Angeles, por todos los Santos y por todas las cria turas. Oh Jesús, adorad y am ad al Padre y al Espíritu Santo por mí. O h Padre de Jesús, am ad y glorificad a vuestro Hijo Jesús por mí. O h Espíritu Santo de Jesús, am ad y glorificad a Jesús por mí. O h M adre de Jesús, bendecid y am ad a vuestro Hijo Jesús por mí. Oh bienaventurado San José, oh Angeles de Jesús, oh Santos y Santas de Jesús, adorad y am ad a mi Salvador por mí. A dem ás de esto, acepto desde ahora por am or a Vos, oh mi Señor Jesús, todos los disgustos, reveses y afliccio nes, del cuerpo o del espíritu, que me sucedan hoy y toda mi vida, ofreciéndom e a Vos para sufrir todo lo que os plazca, por vuestra gloria y contentam iento. Igualm ente tam bién declaro que renuncio desde ahora a todas las sugestiones y tentaciones del espíritu maligno, y que repruebo y detesto todos los m ovim ientos, senti m ientos y efectos de orgullo, del am or propio, y de todas las otras pasiones e inclinaciones malas que hay en mí. Os suplico, oh mi Salvador, que im prim áis en mi co razón. un orl'o. un horror v un te rro r al pecado, m ayor que todos los males del m undo; que hagáis que m uera a n
tes que ofenderos voluntariam ente: y me deis la gracia de que os sirva, hoy y todo el resto de mi vida, con fidelidad y am or, y que me com porte respecto a mi prójim o con toda caridad, dulzura, paciencia, obediencia y hum ildad.
CAPITULO VI Otra elevación a Dios para santificar todas nuestras acciones, y hacerlas agradables a su divina Majestad Oh Dios mió, mi C reador y soberano Señor, com o soy todo vuestro por infinidad de conceptos, tam bién todo lo que procede de mí debe ser vuestro. Vos me habéis crea do para Vos: por ello debo ofrecerme a mí m ism o y todas mis acciones, que no tendrán ningún valor si no os son ofrecidas. Así pues, yo, vuestra ruin criatura, os ofrezco ahora, y para cada m om ento de mi vida, a mí m ism o y todas mis obras, particularm ente las que debo hacer hoy, tanto las buenas com o las indiferentes, tan to las libres com o las naturales. Y a fin de que os sean más agrada bles, Dios m ió, yo las uno a todas las de Jesucristo nues tro Señor, y de la santísim a Virgen M aría, su M adre, así com o tam bién las de todos los Espíritus bienaventurados, y de todos los justos que ha habido, hay y habrá en la tie rra y en el cielo. Os consagro todos mis pasos, mis p ala bras, mis m iradas, cada m ovim iento de mi cuerpo y cada pensam iento de mi espíritu, todas m is respiraciones, y en suma todas mis acciones, con la intención y el deseo, para cada una de esas mismas acciones, de rendiros una gloria infinita y am aros con un am or infinito. Y no sólo os ofrezco mi corazón, mi voluntad, mi entendim iento y
a mí m ismo de la m anera que os es más agradable (lo que tengo intención de hacer en cada una de mis acciones); sino que tam bién, en estas mismas acciones, os ofrezco y dedico todas las acciones de otras criaturas, especialm en te las que no os son ofrecidas. Os ofrezco la perfección de todos los Angeles, la virtud de los Patriarcas, de los Profe tas, y de los santos Apóstoles, los sufrim ientos de los M ártires, las penitencias de los Confesores, la pureza de las Vírgenes, la santidad de todos los bienaventurados, y finalm ente a Vos a Vos mismo; y todo esto no para obte ner algo de Vos, ni siquiera el Paraíso, sino sólo para agradaros más y rendiros más gloria. A dem ás de esto tengo la intención de ofreceros desde ahora, en este estado de libertad, todos los actos de am or por los que yo os am aré necesariam ente en la bienaventu rada eternidad, así com o lo espero de vuestra bondad. Lo m ism o hago con todos los actos de las otras virtudes que haré, y que todos los bienaventurados harán en la gloria. Y porque cualquier cosa es tanto más excelente cuanto más os agrada y es más conform e a v u e str .vina volun tad, en todo lo que haga, no sólo deseo ajustar mi volun tad a la vuestra, sino que tam bién deseo hacer sólo lo que os sea más agradable, deseando que vuestra santa volun tad, no la m ía, se cum pla en todas las cosas; y dicie’ Jo siempre con la boca y con el corazón, y en todas las ac ciones de mi vida: Fiat, D om ine, voluntas tua sicut in caeló et in térra :« Señor, hágase vuestra voluntad así en la tierra com o en el cielo». Concededm e, Dios m ió, esta gracia, a fin de que pue da siem pre am aros más ardientem ente, serviros más per fectam ente y actuar más puram ente para vuestra gloria, y que me transform e tanto en Vos, que viva sólo en Vos, y para Vos sólo, y que todo mi paraíso, en el tiem po y en la eternidad, sea daros contentam iento.
A LA SA N TISIM A V IRG EN Oh M adre de Jesús, R eina del cielo y de la tierra, os saludo y honro com o mi soberana Señora, a la que perte nezco, y de la que dependo ante Dios. Os rindo todo el honor y sumisión que puedo según corresponde a Dios y a vuestra grandeza. Yo me entrego todo a Vos; dadm e, os lo ruego, a vuestro Hijo, y haced de m odo que por vues tras oraciones, todo lo que hay en mí sea consagrado a su gloria y a la vuestra, y que m uera antes que perder su gra cia.
OH SAN JOSE O h bienaventurado San José, venerable padre de Jesús y dignísim o esposo de M aría, sed mi padre, mi protector y mi guía hoy y toda mi vida.
AL SA N TO A N G EL DE LA G U A R D A O h Santo Angel m ió, me ofrezco a Vos, ofrecedme a Jesús y a su santísim a M adre, y pedidles que me conce dan la gracia de honrarlos y am arlos con toda la perfec ción que ellos piden de mí.
A TO D O S LOS A N G ELES Y SA NTOS Oh Santos Angeles, oh bienaventurados Santos y San tas, yo me ofrezco a Vos, ofrecedme a Jesús; pedidle, os ruego, que me de su santa bendición, a fin de que em plee fielmente este día en su servicio, y que m uera antes que ofenderle.
PA RA PE D IR LA BENDICION A N U E ST R O SEÑOR Y A SU SA N TA M AD R E O h Jesús, oh M aría, M adre de Jesús, dadm e, os ru geo, vuestra santa bendición. N os cum Prole p ia benedicat Virgo M añ a. In nom ine Patris, et Filii, et Spiriti4s sancti. P ater noster. Ave M aría. C redo in D eum .
Ejercicios durante el día CAPITULO VII Que Jesús es nuestro centro y nuestro paraíso y que debe ser nuestro único objeto El prim ero y principal, incluso el único objeto de la m irada del am or y de la com placencia del Padre eterno es su Hijo Jesús. Digo el único; porque com o el Padre divi no ha querido que su Hijo Jesús sea todo en todas las co sas >’ que todas las cosas sean consistentes en él y p o r él, según la palabra de su Apóstol, así tam bién m ira y a m a todas las cosas en é l y no m ira y am a m ás que a él en to das las cosas. Y com o el m ism o A póstol nos enseña que él ha hecho todas las cosas en él y p o r é l así tam bién nos enseña que ha hecho todas las cosas p o r él. Y com o ha pu esto en él todos los tesoros de su ciencia y su sabiduría, de su bondad y de su belleza, de su gloria y de su felicidad y de todas sus otras perfecciones divinas, así tam bién nos anuncia con fuerza y repetidas veces que ha p u esto toda su com placencia y sus delicias en su H ijo único y p red i lecto. Lo que no excluye al Espíritu Santo, ya que es el Espíritu de Jesús, que es uno con Jesús.
A im itación de este Padre celestial, que debem os se guir e im itar com o nuestro padre. Jesús debe ser el único objeto de nuestro espíritu y de nuestro corazón. Debemos contem plar y am ar todas las cosas. Debem os realizar to das nuestras acciones en él y por él. Debem os poner todo nuestro contentam iento y nuestro paraíso en él; porque, así com o él es el paraíso del Padre eterno, en el que se com place, así tam bién este Padre santo nos lo ha dado, y se nos ha dado a si m ism o para ser nuestro paraíso. Por ello nos m anda que pongam os nuestra m orada en él: M ú ñete in me: «Perm aneced en mí». Y su discípulo predilec to nos reitera este m andato por dos veces: P erm aneced en él -d ic e - hijitos, perm a n eced en él. Y San Pablo nos ase gura que no h ay condena alguna para aquellos que p e r m anecen en Jesucristo. Por el contrario se puede decir que fuera de ello no hay más que perdición, m aldición e infierno. Pero daos cuenta aquí por favor, que cuando digo que Jesús debe ser nuestro único objeto, esto no excluye al Padre y al Espíritu Santo. Pues al aseguram os Jesús que quien lo ve, ve a su Padre, se deduce que quien habla de él habla tam bién de su Padre y de su Espíritu Santo; que quien lo honra y lo am a, honra y am a igualm ente a su Padre y a su Espíritu Santo; y que quien lo contem pla com o su único objeto, contem pla conjuntam ente a su Es píritu Santo. C ontem plad, pues, a este am abilísim o Salvador com o el único objeto de vuestros pensam ientos, deseos y afec tos; com o el único fin de todas vuestras acciones; com o vuestro centro, vuestro paraíso y vuestro todo. Desde to das partes retiraos hacia él com o un lugar de refugio, por m edio de la elevación del espíritu y del corazón hasta él. Perm aneced siem pre en él, es decir que vuestro espíritu y vuestro corazón, todos vuestros pensam ientos, deseos y afectos estén en él, y que todas vuestras acciones sean he
chas en él y por él, del m odo que se explicará más deta lladam ente en la sexta parte de este libro. Considerad a m enudo en vuestro espíritu esta palabra suya: Unum est necessarium : «U na sola cosa es necesa ria», a saber, servir, am ar y glorificar a Jesús. Considerad que fuera de ello todo el resto no es m ás que loc ura, enga ño, ilusión, pérdida de tiem po, aflicción del cuerpo y de! espíritu, nada, vanidad y vanidad de vanidades; que no estáis en la tierra más que para esta única cosa, que es la principal, la más im portante, la más necesaria, la más ur gente, incluso el principal asunto que tenéis en el m undo: que esto debe ser vuestro único y principal cuidado; que todos vuestros pensam ientos, palabras y acciones deben tender a este fin. Por esta razón debéis poner cuidado, al com ienzo de vuestras acciones, especialm ente las princi pales, en ofrecerlas a N uestro Señor, declarándole que las deseáis hacer para su pura gloria. Si caéis en alguna falta, no os desanim éis, aunque cayerais varias veces; sino que hum illaos profundam ente ante Dios en vuestro propio espíritu, e incluso a veces, si el lugar y el tiem po os lo perm iten, retiraos a algún lugar para poneros de rodillas y pedirle perdón, intentando ha cer algún acto de contricción, y suplicando a N uestro Se ñ or Jesucristo que repare vuestra falta, que él os de nueva gracia y fuerza para im pediros caer en ello de nuevo y que im prim a nuevam ente en vosotros la resolución de m orir antes que ofenderle. Acordaos de vez en cuando, que estáis ante Dios y dentro de Dios mismo; que Nuestro Señor Jesucristo, se gún su divinidad, os rodea por todas partes, incluso os im pregna y os llena tanto que está más en vosotros que vosotros mismos; que piensa continuam ente en vosotros, y que tiene siem pre los ojos y el corazón vueltos hacia Vosotros. Que esto os m ueva a pensar tam bién en él, si no siem pre, al menos no dejar pasar una hora entera sin ele
var vuestro espíritu y vuestro corazón hacia él p o r medio de alguna de las siguientes elevaciones, u otras sim ilares que su Espíritu Santo quiera inspiraros.
CAPITULO VIII Elevaciones a Jesús durante el día ¡Oh Jesús! ¡Oh buen Jesús! ¡Oh el único de mi cora zón! ¡Oh am ado de mi alma! ¡Oh objeto de todos mis am ores; ¿cuándo será que os am e perfectam ente? ¡Oh mi sol divino, ilum inad las tinieblas de mi espíri tu, encended las frialdades de mi corazón! ¡Oh luz de mis ojos, que os conozca y me conozca, a fin de que os ame y me odie! ¡Oh mi dulce luz, haced que vea claram ente que todo lo que no sea Vos es la nada, engaño y vanidad! ¡Oh mi Dios y mi todo, separadm e de todo lo que no sea Vos, para unirm e del todo a vos! ¡Oh mi T odo, sed mi todo y que todo el resto sea nada para mí! ¡Oh mi Jesús, sed mi Jesús! ¡Oh vida de mi alm a, oh Rey de mis am ores, vivid y reinad en mí perfectamente! ¡Viva Jesús, viva el Rey de mi corazón, viva la Vida de mi vida, y que sea por siem pre am ado y glorificado por todo y en todas las cosas! ¡Oh fuego divino, fuego inm enso, que estáis en todas partes, fuego que consum e y devora! ¿Cómo no me con sumís por com pleto en vuestras llamas sagradas? ¡Oh fuego, oh llamas celestes, venid sobre mí, y trans
form adm e todo en una pura llam a de am or hacia mi Je sús! ¡Oh Jesús, Vos sois todo fuego y todo llam a de am or hacia mí! ¡Ay! ¿Por qué no soy yo todo llam a y todo fue go de am or hacia Vos? ¡Oh Jesús, Vos sois todo para mí! ¡Que yo sea todo para Vos para siempre! ¡Oh Dios de mi corazón! ¡Oh única herencia de mi alma! ¿Qué quiero yo en el cielo y en la tierra sino a Vos? O unum necessarium ! Unum quaero, unum desidero, unum vola, unum m ihi est necessarium , Jesús meus, et om nia! ¡Oh lo único necesario, a quien busco, a quien de seo, a quien quiero, lo único que necesito, mi Jesús, que es todas las cosas y fuera del cual todo es nada! Vími. D om in e Iesu! ¡Venid, Señor Jesús, venid a mi corazón y a mi alm a para que en él os améis a Vos mis mo perfectamente! ¡Oh Jesús, ¿cuándo será que no haya nada más en mí que sea contrario a vuestro santo am or? ¡Oh M adre de Jesús, m ostradm e que Vos sois la M a dre de Jesús, form ándolo y haciéndolo vivir en mi alma! ¡Oh m adre del am or, am ad a vuestro Hijo por mí! ¡Oh buen Jesús, daos a Vos m ism o al céntuplo todo el am or que habría debido daros en toda mi vida y que to das vuestras criaturas os deberían rendir! ¡Oh Jesús, os ofrezco todo mi am or del cielo y de la tierra! ¡Oh Jesús, os doy mi corazón, llenadlo de vuestro san to amor! ¡Oh Jesús, que todos mis pasos rindan hom enaje a los pasos que Vos habéis dado en la tierra! ¡Oh Jesús, que todos mis pensam ientos sean consagra dos al honor de vuestros santos pensamientos! ¡Oh Jesús, que todas mis acciones den gloria a vues tras divinas acciones!
¡Oh mi G loria, que sea yo sacrificado por entero a vuestra gloria eternam ente! Oh mi Todo, yo renuncio a todo lo que no sea Vos. y me entrego todo a Vos para siem pre. No quiero nada y quiero todo Jesús es todo para mi, sin el todo m e es nada. Q uitádm elo todo, d a d m e este único bien. r tendré todo sin tener nada.
EJERCICIO PARA LA NOCHE No es menos im portante acabar bien que com enzar bien el día, y consagrar especialm ente a Dios las últim as acciones de cada día así com o las prim eras. A tal efecto acordáos por la noche, antes de descansar, de poneros de rodillas al menos por espacio de un cuarto de hora, a fin de dar gracias a Dios por las gracias que os ha concedido durante el día, de hacer exam en de conciencia, y ofrece ros a él de nuevo con los ejercicios y prácticas siguientes.
CAPITULO IX Ejercicio de agradecimiento ¡Oh Jesús, mi Señor, os adoro com o el principio y la fuente, con vuestro Padre y vuestro Espíritu Santo, de todo lo que hay de bueno, de santo y de perfecto en el cielo y en la tierra, en el orden de la naturaleza, de la gra cia y de la gloria. Os dedico todos los dones y todos los bienes celestiales y terrestres, tem porales y eternos, que
han procedido siem pre de Vos, especialm ente en este día, en la tierra y en el cielo. Os bendigo y os doy infinitas gracias por todo lo que Vos sois en Vos m ismo, y por todos los efectos de bondad que habéis operado por siem pre, especialm ente en este día, hacia todas vuestras criaturas; pero más particular m ente por los que habéis operado en mí, la más mísera de vuestras criaturas, y que tenéis el designio de operar en mí desde la eternidad. Os ofrezco todo el am or y las alabanzas que os han sido dados por siem pre, pero especialm ente los que os han sido dados hoy en el cielo y en la tierra. Q ue todos vuestros Angeles, todos vuestros Santos, todas vuestras criaturas y todas las potencias de vuestra divinidad y de vuestra hum anidad os bendigan eternam ente.
CAPITULO X Ejercicio para el examen de conciencia O h Señor Jesús, os adoro com o mi soberano Juez; yo me som eto voluntariam ente al poder que tenéis para ju z garme y estoy satisfecho de que tengáis ese poder sobre mí. H acedm e partícipe, os ruego, de la luz por la que Vos me haréis ver mis pecados, cuando com parezca ante vuestro tribunal a la hora de la m uerte, a fin de que en la claridad de esa luz, pueda conocer los pecados que he co m etido contra vuestra D ivina M ajestad. H acedm e p artíci pe del celo de vuestra divina Justicia, y del odio que te néis contra el pecado, a fin de que yo odie mis pecados com o Vos los odiáis. Después de esto, haced brevem ente una revisión de
toda la jo m ad a, para ver en qué habéis ofendido a Dios; y habiendo reconocido los pecados que habéis com etido, acusaos ante él, pidiéndole perdón, haciendo los actos de contrición de esta m anera.
CAPITULO XI Actos de contrición para la noche O h mi Salvador, me acuso ante Vos, ante todos vues tros Angeles y Santos, de todos los pecados que he com e tido en toda mi vida, y particularm ente en este día, con tra vuestra divina M ajestad. Os suplico, mi Señor, por vuestra grandísim a m isericordia, por la preciosa sangre que habéis derram ado por mí, y por las oraciones y m éri tos de vuestra santísim a M adre y todos vuestros Angeles y Santos, que me deis ahora la gracia de hacer una perfec ta contrición y arrepentim iento. O h Dios m ió, detesto mis pecados con lodo mi cora zón y en toda la extensión de mi voluntad; los detesto por la ofensa, la injuria y el deshonor que os he hecho con ellos. Los odio porque Vos los odiáis, y porque os son in finitam ente desagradables. Oh buen Jesús, estos pecados míos han sido causa de haceros sufrir los torm entos más atroces que jam ás hayan sido sufridos, de haberos hecho d erram ar vuestra sangre hasta la últim a gota, y de haceros m orir con la m uerte más cruel de todas las m uertes. Por esta razón, mi buen Salvador, abom ino de ellos y renun cio a ellos para siem pre. ¡Oh! ¿Quién me dará todo el do lor y contrición de un San Pedro, de una Santa M agdale na y de todos los santos penitentes para llorar las ofensas que he hecho contra mi Dios, con tanto sentim iento y
arrepentim iento, com o ellos lloraron las suyas? ¡Oh! ¿Quién hará que yo odie tanto mis iniquidades, com o los Angeles y los Santos las odian? ¡Oh, si fuera posible, Dios mió, que yo tuviera tanto horror de mis pecados, com o Vos m ism o tenéis! Mi Se ñor, que yo los deteste com o Vos los detestáis, que yo me horrorice de ellos com o Vos os horrorizáis, que yo los abom ine com o Vos los abom inais. Oh am abilísim o Señor, que yo m uera mil veces antes que ofenderos en adelante m ortalm ente, incluso antes de ofenderos de cualquier m odo con voluntad deliberada. D eclaro que con vuestra gracia me acusaré de todos mis pecados en la prim era confesión que haga, y que tengo la firme resolución de apartarm e de ellos en lo sucesivo por am or a Vos. Dios mió, sí. con todo mi corazón, renuncio para siem pre a cualquier tipo de pecado, y me ofrezco a Vos para hacer y sufrir todo lo que os agrade en satisfac ción de mis ofensas; aceptando de buen grado desde aho ra, en hom enaje a vuestra divina justicia, todas las penas y penitencias que queráis im ponerm e, ya sea en este m undo o en el otro, en expiación de mis faltas, y ofre ciéndoos, en satisfacción del deshonor que os he hecho con mis pecados, toda la gloria que os ha sido rendida hoy por Vos m ismo, por vuestra santa M adre, p or vues tros Angeles, por vuestros Santos y por todas las alm as santas que hay en la tierra. O h buen Jesús, me entrego por entero a Vos: anulad en mí todo lo que os desagrada; reparad por mí las ofen sas que he com etido respecto a vuestro Padre eterno, a Vos, a vuestro Espíritu Santo, a vuestra bienaventurada M adre, a vuestros Angeles, a vuestros Santos y todas vuestras criaturas; y dadm e la fuerza y la gracia para no ofenderos jam ás. O h Angeles de Jesús, Santos y Santas de Jesús, M adre de Jesús, reparad por favor, mis defectos; reparad por mí
el deshonor que he hecho a Dios por mis pecados, y dadle al céntuplo todo el am or y la gloria que habría debido rendirle este día y toda mi vida. Oh M adre de Jesús, M adre de m isericordia, pedid a vuestro Hijo que se apiade de mí. M adre de gracia, pedid a vuestro Hijo que m e dé la gracia de no ofenderlo más, y para servirle y am arle fielmente. Oh bienaventurado San José, oh santo Angel de mi guarda, oh bienaventurado San Juan, bienaventurada Santa M agdalena, interceded por mí a fin de que obtenga m isericordia y gracia para ser más fiel a Dios. P ater, Ave, Credo.
CAPITULO XII Para ofrecer vuestro descanso a Jesús O h Jesús, os ofrezco este descanso que voy a tom ar, en honor del descanso eterno que Vos tenéis en el seno de vuestro Padre, y en honor del sueño y del descanso tem poral que tom asteis, tanto en el seno de vuestra M adre, com o durante el tiem po que estuvisteis en la tierra. Os ofrezco todas las respiraciones que haré durante esta noche, todos los latidos de mi corazón y de mis ve nas, deseando que sean otros tantos actos de alabanza y de adoración hacia Vos. Me uno a todas las alabanzas que os serán dadas durante esta noche y siem pre en el cielo y en la tierra. Y suplico a todos vuestro Angeles y vuestros Santos, a vuestra bienaventurada M adre, y a Vos m ism o que os am éis y os glorifiquéis por mí durante esta noche y toda la eternidad. Después de esto, al acostaros, hay que hacer la señal
de la cruz: y una vez acostados, decid la últim a oración que Jesús hizo a su Padre en el últim o m om ento de su vida, a saber: Paier, in m am is mas. co n m in u to spirilum m eum : «Oh Padre, en vuestras m anos encom iendo mi es píritu»; y hablando a Jesús: in m anus litas. D om ine lesu, com m en do spiritu m m eum : «O h Señor Jesús, en vuestras manos entrego mi espíritu». Hay que decir esta oración por la últim a hora de vuestra vida, e intentar decirla con la m ism a devoción con la que querríais decirla en esa úl tim a hora. Y a tal efecto, hay que decirla, en la m edida de lo posible, con el am or, la hum ildad, la confianza y todas las disposiciones santas y divinas con las que Jesús la dijo; uniéndoos desde ahora para la últim a hora de vues tra m uerte a estas últim as disposiciones con las que Jesús term inó su vida diciendo esta oración, y pidiéndole que las im prim a en Vos, y que os las conserve para la últim a hora de vuestra vida, a fin de que por este m edio m uráis en Jesús, es decir en las disposiciones santas y divinas en las que Jesús m urió, y que así seáis de aquellos de los que se ha escrito: B eati m oriui qu i in D om ino moriuntur. «Bienaventurados los m uertos que m ueren en el Señor». Por últim o, cuidad que la últim a acción que hagáis antes de dorm iros sera la señal de la cruz: que el últim o pensam iento que tengáis sea Jesús; que el últim o acto in terior que hagáis sea un acto de am or hacia Jesús; y que la últim a palabra que digáis sea el santo nom bre de Jesús y de M aría, a fin de m erecer por ello que las últim as pala bras que digáis en vuestra vida sean estas: ¡Jesús, M aría! ¡Viva Jesús y M aría! ¡Oh buen Jesús, se d m i Jesús! ¡Oh M aría, M adre de Jesús, sed la M adre de m i alm a!
PARA LA CONFESION CAPITULO XIII Lo que se debe hacer antes de la confesión Es una cosa m uy necesaria, m uy santa y m uy útil para la gloria de Dios y la santificación de las alm as cristianas el uso frecuente del sacram ento de la Penitencia, de la que la confesión es una parte, con tal de que uno se ap ro xime a ella con las debidas disposiciones. Pero es algo la m entable el ver el extraño abuso que hoy día hacen de este sacram ento m uchos que, acercándose a los pies de los sacerdotes para recibir de ellos la absolución de sus faltas, lo único que obtienen es su condena, al no presen tarse con las disposiciones que son necesarias para una penitencia verdadera y sólida. Lo que debe ser muy tem i do, incluso por quienes se confiesan a m enudo, porque se puede tem er que lo hagan más por rutina que por un ver dadero espíritu de penitencia, especialm ente cuando no se ve ningún cam bio en su vida o en sus costum bres, ni ningún avance en las virtudes cristianas. Por tanto cuanto más frecuentéis este sacram ento, tanto más debéis tener cuidado en hacer las convenientes preparaciones. A tal efecto tenéis que hacer tres cosas. 1. Tenéis que poneros de rodillas a los pies de N ues tro Señor en algún lugar retirado, si es posible, para con siderarlo y adorarlo con la rigurosísima penitencia, y con la profundísim a contrición y hum illación que él tuvo por vuestros pecados durante toda su vida, y especialm ente en el huerto de los Olivos; y para suplicarle insistente m ente que os haga partícipe de su espíritu de penitencia, y que os de la gracia de conocer vuestros pecados, de
odiarlos y detestarlos tanto com o él lo desea, de converti ros perfectam ente a él, renunciando a todas las ocasiones de pecado, y sirviéndoos de los rem edios necesarios para la curación de las heridas de vuestra alm a. A tal fin po dréis serviros de la oración siguiente o de alguna otra pa recida. Oh am adísim o Jesús, contem plándoos en el huerto de los Olivos, al inicio de vuestra santa Pasión, os veo pros ternado contra la tierra ante el rostro de vuestro Padre, en nom bre de todos los pecadores, com o cargándoos con to dos los pecados del m undo y de los míos en particular, que hicisteis vuestros en cierto modo. Veo que p or vues tra divina luz ponéis todos estos m ism os pecados ante los ojos, para confesarlos a vuestro Padre en nom bre de todos los pecadores, para llevar ante él la hum illación y la con trición, y para ofreceros a él a fin de darle la satisfacción y la penitencia que le agraden. A la vista del horror de mis crím enes, y del deshonor que por ellos se hace a vuestro Padre, os veo reducido, oh buen Jesús, en una ex traña agonía, en una horrible tristeza, y en un dolor y una contrición tan extrem as que la violencia del dolor entris tece vuestra bendita alm a hasta la m uerte, y os hace sudar hasta sangre con tal abundancia que la tierra se em papó toda. Oh mi Salvador, os adoro, os am o y os glorifico en este estado y en este espíritu de penitencia al que os han llevado vuestro am or y mis ofensas. Me entrego a Vos para entrar ahora con Vos en este espíritu. H acedm e p ar tícipe, os ruego, de esta luz por la que Vos habéis conoci do mis faltas, a fin de que yo las conozca para acusarm e de ellas y detestarlas. H acedm e partícipe de la hum illa ción y la contricción que llevasteis ante vuestro Padre, com o tam bién del am or con el que os habéis ofrecido a él para hacer penitencia y del odio y del horror que tenéis del pecado, y dadm e la gracia de hacer esta confesión con
una perfecta hum ildad, sinceridad y arrepentim iento, y con una firme y fuerte resolución de no ofenderos más en el futuro. Oh M adre de Jesús, obtened para mí, os ruego, estas gracias de vuestro Hijo. Oh santo Angel de la guardia, pedid a N uestro Señor para mí que me conceda la gracia de conocer mis peca dos, de confesarlos bien, de tener una verdadera co n tri ción de ellos, y de convertirm e perfectam ente. 2. Después de hacer esta oración, debéis exam inaros cuidadosam ente, e intentar acordaros de los pecados co metidos desde vuestra últim a confesión; después, habién dolos reconocido, intentar form ar en vuestro corazón un verdadero dolor, un perfecto arrepentim iento y co n tri ción de haber ofendido a un Dios tan bueno, pidiéndole perdón de vuestros pecados, detestándolos y renunciando a ellos porque le desagradan, tom ando la firme resolución de apartaros de ellos en lo sucesivo, con su gracia, huir de todas las ocasiones y serviros de todos los medios propios y eficaces para llegar a una verdadera conversión; que es lo que constituye la contrición. Pero porque esta misma contrición es extrem adam en te necesaria e im portante, no sólo en la confesión, sino tam bién en m uchas otras ocasiones, deseo haceros ver más particularm ente en qué consiste, cuándo y cóm o hay que hacer actos de contrición; esto será después de habe ros explicado el tercer requisito para la perfección de la confesión, y lo que hay que hacer después de haberse confesado. 3. La tercera cosa que hay que efectuar para hacer una confesión perfecta es ir los pies del sacerdote, com o quien representa la persona y ocupa el lugar de Jesucris to; c ir en calidad de crim inal de lesa m ajestad divina, con un gran deseo de hum illaros y confundiros, de tom ar el puesto de Dios contra vosotros m ism os, com o si se tra
tara de su enemigo, com o pecador que sois, y de revesti ros del celo de su justicia contra el pecado, y del odio in finito que él tiene; así com o tam bién con la firme resolu ción de confesar hum ildem ente, enteram ente y claram en te todos vuestros pecados, sin disim ularlos, excusarlos, ni achacarlos a otro, sino de acusaros com o si estuvieseis en el punto de la m uerte. Porque debéis considerar que más vale decir los pecados al oído de un sacerdote, que sufrir la vergüenza en el día del juicio ante todo el m undo, y ser condenado para siem pre; y, por otra parte, debem os abra zar de buen grado la pena y confusión que producen el confesar nuestros pecados, para rendir hom enaje a la con fusión y a los torm entos que N uestro Señor Jesucristo su frió en la cruz por estos mismos pecados, así com o tam bién para glorificar al Señor por esta hum illación, recor dando que cuanto más nos hum illem os, tanto más es exaltado él en nosotros.
CAPITULO XIV Lo que se debe hacer después de la confesión Después de haberos confesado, y haber recibido el perdón de vuestros pecados por medio del sacram ento de la Penitencia, acordaos de dar gracias a N uestro Señor Je sucristo por haberos concedido una gracia tan grande. Porque cuando él nos libra de algún pecado, ya sea evi tando que caigam os en él, ya sea perdonándonos el haber caído, aunque no fuera más que el pecado venial más leve del m undo, nos da una gracia más grande, y estamos más obligados a agradecérsela, que si nos librara de todas las pestes, enferm edades y otras aflicciones corporales que
nos pueden sobrevenir. Dadle pues gracias de esta m ane ra y pedidle que os guarde del pecado en el futuro. ¡Bendito seáis, oh buen Jesús; bendito seáis mil veces! ¡Que todos vuestros Angeles, vuestros Santos y vuestra santa M adre os bendigan ahora y siem pre, por haber esta blecido en vuestra Iglesia el santo sacram ento de la Peni tencia, y por habernos dado un m edio tan presente, tan fácil y tan poderoso para borrar nuestros pecados y re conciliam os con Vos! ¡Bendito seáis po r toda la gloria que os ha sido y os será dada hasta el fin del m undo por este sacram ento! ¡Bendito seáis tam bién por toda la gloria que Vos m ism o habéis rendido a vuestro Padre p or la confesión de nuestros pecados, por así decirlo, que Vos hicisteis en el huerto de los Olivos, y por la hum illación, contrición y penitencia que Vos sufristeis por ellos! ¡Oh mi Salvador, im prim id, os ruego, dentro de mí un odio, un horror y un tem or del pecado m ayores que todos los dem ás males que hay en la tierra y en el infierno, y haced que m uera mil veces antes que ofenderos en el futuro.
CAPITULO XV Lo que es la contrición La contrición es algo tan poderoso, tan santo y tan am able que un solo acto verdadero de contrición es capaz de borrar mil pecados m ortales, si los hubiera en un alm a. Pues bien, he aquí en qué consiste. La contrición es un acto de odio y de horror, de dolor y arrepentim iento hacia el pecado que se ha com etido, porque desagrada a Dios; es decir, es un acto de nuestra voluntad, por el cual declaram os a Dios que querem os
odiar y detestar nuestros pecados, que nos hem os arre pentido de haberlos com etido, y que renunciam os a ells, y tenem os el deseo de apartarnos de ellos, no tanto en consideración a nuestro propio interés, com o el de él. Q uiero decir no tanto a causa del mal, del error y del daño que nos hemos hecho a nosotros mismos p o r nues tros pecados, com o a causa de la injuria, del deshonor, de los grandes torm entos y de la m uerte cruelísim a que he mos hecho sufrir a N uestro Señor por estos mismos peca dos. Por consiguiente hay que señalar que es cierto que la m enor ofensa hecha contra una bondad infinita es tan de testable que, aunque lloráram os hasta el día del juicio, o m uriéram os de dolor por la más pequeña de nuestras fal tas, sería todavía dem asiado poco; sin em bargo no es ab solutam ente necesario, para tener una verdadera co n tri ción, derram ar lágrimas, ni tener un dolor sensible o un sentim iento doloroso de los pecados: Porque, al ser la contrición un acto espiritual e interior de la voluntad, que es una potencia espiritual y no sensible de nuestra alm a, se puede hacer un acto de contrición sin tener nin gún dolor sensible; del m ism o m odo que es suficiente de clarar a N uestro Señor, con una verdadera voluntad, que querem os odiar y detestar nuestros pecados, y apartarnos de ellos en lo sucesivo, porque le desagradan, y que tene mos el deseo de confesarnos de ellos en la prim era confe sión que hagamos. O bservad tam bién que la contrición es un don de Dios y un efecto de la gracia; por lo que, aunque supierais muy bien en qué consiste, y em plearais todas las fuerzas de vuestro espíritu y de vuestra voluntad para realizar algún acto de contrición, no lo podríais hacer jam ás, si el Espí ritu Santo no os diera su gracia. Pero lo que os debe con solar es que no os la rehusará, si se la pedís con hum il dad, confianza y perseverancia, y no esperáis a la hora de
la m uerte para pedírsela; porque generalm ente no se con cede, en ese m om ento, a quienes la han descuidado d u rante su vida. Tened en cuenta tam bién que para tener una verdade ra contrición, son necesarias cuatro cosas, siendo la p ri mera el devolver lo más pronto posible el bien del próji mo, cuando uno lo tiene y puede devolverlo, aunque sea incom odándose, y restituir el buen nom bre, cuando uno lo ha m anchado con alguna calum nia o m aledicencia. La segunda es hacer todo lo que uno pueda para re conciliarse con aquellos con quienes uno está en discor dia. La tercera es tener una voluntad firme y constante, no sólo de confesar los pecados y de renunciar a ellos, sino tam bién de em plear los rem edios y los medios necesarios para vencer las m alas costum bres y com enzar una vida verdaderam ente cristiana. La cuarta es evitar realm ente todas las ocasiones tanto activas com o pasivas del pecado, es decir, tanto aquellas que se da a otros para ofender a Dios, com o aquellas otras por las que uno es m ovido a defenderlo: com o son para los concubinos y adúlteros sus am antes; para los borrachos las tabernas; para los jugadores y blasfemos los juegos, cuando en ellos tienen la costum bre de ju ra r y blasfemar, o perder m ucho tiem po o dinero; para las m u jeres y las jóvenes el descubrir sus escotes o el cuidado ex cesivo y la vanidad en sus cabellos y sus vestidos; y para m uchos otros los m alos libros, los cuadros feos, los bailes, las danzas, las com edias, la frecuentación de ciertos luga res, de ciertas com pañías o de ciertas personas; com o tam bién ciertas profesiones y oficios que no se pueden ejercer sin pecado (1). Porque, cuando el Hijo de Dios I . N o dice San Juan Eudes nada del cine ni de la televisión, p o rq u e n a tu ralm ente, en aquellos tiem p o s no existían, p ero todos debem os saber q u e hoy son los culpables y causa d e c o n d e n a c ió n tle la m ayoría de las alm as.
nos dice: Si tu m ano, o tu pie, o tu ojo te escandalizan, córtalos, arráncalos, y arrójalos lejos d e ti, porqu e m ás vale entrar en el cielo sólo con una mano, o un pie, o un ojo. que ser arrojado a! infierno con las dos m anos, los dos pies, o los do s ojos, es un m andato absoluto que nos hace bajo pena de la condena eterna, según la explicación de los santos Padres, de arrancar de nosotros y abandonar por com pleto todas las cosas que son ocasión de ruina para nosotros o para el prójim o, incluso las que de por si no son malas, com o ciertas profesiones y oficios, cuando no es posible ejercerlos sin pecado, así com o las que no son m uy familiares, queridas y preciadas, cuando son para nosotros ocasión de perdición. Se pueden hacer actos de contrición en todo tiem po y ocasión, pero especialm ente se deben hacer: 1. C uando uno va a confesarse, porque la contrición (o al m enos la atrición, que es una contrición imperfecta) es una parte necesaria para la Penitencia. Por eso he d i cho anteriorm ente y repito ahora que hay que tener m u cho cuidado antes de confesarse, después de exam inarse, de pedir a Dios la contrición y después form ar actos de contrición. 2. C uando se ha caído en algún pecado, a fin de le vantarse de inm ediato por m edio de la contrición. 3. Por la m añana y por la noche, para que, si se han com etido algunos pecados durante la noche y durante el día, sean borrados por m edio de la contrición, y así se conserve uno siem pre en gracia de Dios. Para ello os he señalado varios actos de contrición en el ejercicio de la tarde, después del examen. Pero adem ás de esto para facilitaros m ás el m edio y la m anera de practicar algo tan necesario e im portante y de lo que tenem os necesidad en toda ocasión, he añadido aquí varios actos de contrición en diversas m aneras, que
podréis utilizar sirviéndoos de uno u otro, según el m ovi m iento y guía del Espíritu de Dios. Pero no os equivoquéis im aginando que, para tener la contrición de vuestros pecados es suficiente leer y p ro nunciar con atención los actos que se recogen en este li bro u otros parecidos; porque adem ás de que es necesario que la verdadera contrición vaya acom pañada de las con diciones anteriorm ente enum eradas, debéis sobre todo acordaros que os es im posible producir ningún acto, sin una gracia particular de Dios. Y al em pezar, cuando de seéis entrar en un verdadero arrepentim iento y contrición de vuestras faltas, acordaos de pedir a N uestro Señor que os de para ello la gracia, de la siguiente m anera.
CAPITULO XVI Para pedir a Dios la contrición O h buen Jesús, deseo tener toda la contrición y todo el arrepentim iento de mis pecados que Vos deseáis que tenga; pero sabéis que no puedo tenerlo, si Vos no me lo concedéis. D ádm elo pues, os ruego, mi Salvador, por vuestra grandísim a m isericordia; Sé m uy bien que soy m uy indigno de ser contem plado y atendido por Vos; pero tengo confianza en vuestra infinita bondad de que me concederéis lo que os ruego m uy insistentem ente por los m éritos de vuestra santa Pasión, de vuestra santa M a dre, de todos vuestros Angeles y de todos vuestros santos. O h M adre de Jesús, oh santos Angeles, oh bienaven turados Santos y Santas, rogad a Jesús por mí para que me conceda un perfecto arrepentim iento de mis pecados.
Después de esto, tratad de expresar actos de co n tri ción de alguna de las siguientes m aneras.
CAPITULO XVII Actos de contrición Oh am abilísim o Jesús, quiero odiar y detestar mis pe cados por am or a Vos. Oh mi Salvador, renuncio para siem pre a todo peca do, porque os desagrada. Oh mi Jesús, quiero odiar y tener horror a mis ofen sas, a causa de la injuria y el deshonor que os he hecho con ellas. Oh Dios mió, desearía no haberos ofendido jam ás, porque Vos sois digno de todo honor y amor. Oh mi Señor, quiero tener toda la contrición que Vos queréis que tenga de mis pecados. Oh mi Dios, desearía tener en mí todo el dolor y la contrición que todos los santos penitentes han tenido por siem pre de sus pecados. Oh buen Jesús, hacedm e partícipe de la contrición que Vos m ism o habéis tenido de mis pecados: porque de seo tener la misma contrición que Vos habéis tenido, en la m edida que me sea posible. Oh Padre de Jesús, os ofrezco la contrición y la peni tencia que vuestro am ado Hijo ha tenido de mis pecados, uniéndom e a esta misma contrición. Oh am abilísim o Jesús, que yo odie y abom ine de mis pecados, porque ellos han sido la causa de los torm entos y de la m uerte que habéis sufrido en la cruz. Oh Dios m ió, quiero odiar mis pecados con el mism o
odio con el que vuestros Angeles y Santos los odian. Oh Dios mió, quiero odiar y detestar mis pecados com o Vos mismo los odiáis y detestáis. Podéis tam bién hacer un acto de contrición golpeán doos el pecho, com o aquel pobre publicano del Evange lio, diciendo con él: Deus, p ropitiu s esto m ihi peccatori: «Oh Dios sedme propicio a mí pecador», pero deseando hacer y decir esto con la misma contrición con la que él hacía y decía estas mismas cosas, y en virtud de la cual volvió a su casa justificado, según el m ism o testim onio del Hijo de Dios. He aquí diversos actos de contrición de los que el m enor es capaz de borrar todo tipo de pecados, con tal de que sea pronunciado, con los labios, o sólo con el corazón, con una verdadera voluntad, m ovido por la operación de la gracia, y con la firme resolución de abandonar el peca do y las ocasiones del pecado, de confesarse de ellos y lle var a cabo lo antes posible las otras condiciones señaladas antes.
PARA LA SANTA COMUNION Com o N uestro Señor Jesucristo viene a nosotros por medio de la santísim a Eucaristía, con inm ensa hum ildad que le hace hum illarse hasta tom ar forma y apariencia de pan, para darse a nosotros; y con el ardiente am or que le lleva a darnos, en este sacram ento, todo lo que tiene de más grande, más querido y más preciado: así tam bién no sotros debem os acercam os a él y recibirlo en este mismo sacram ento, con profundísim a hum ildad y grandísim o am or. Estas son las dos disposiciones principales con las que hay que ir a la santísim a com unión. Para entrar en estas disposiciones, podréis serviros de esta elevación.
Elevación a Dios para disponerse a la santa Comunión O h Jesús, mi luz y mi santificación, abrid los ojos de mi espíritu y llenad mi alm a con vuestra gracia, a fin de que conozca la im portancia de la acción que voy a reali zar, y que la haga santa y dignam ente para vuestra gloria. Oh alm a m ía, considera atentam ente, te ruego, la grandeza y la m aravilla de la acción que vas a realizar, y la santidad y dignidad de quien vas a recibir. Vas a hacer la acción más grande, la más im portante, la más santa y más divina que puedas jam ás hacer. Vas a recibir en tu boca, en tu corazón, en el seno más íntim o de ti m ism o, a tu Dios, a tu C reador, a tu Salvador, a tu soberano Señor, a tu Jesús. Sí, vas a recibir, en tu seno y en tus entrañas, real y actualm ente, a este m ism o Jesús, en persona, que reside desde toda la eternidad en el seno de su Padre. Este mismo Jesús que es la vida, la gloria, el tesoro, el am or y las delicias del Padre eterno; este m ismo Jesús que tantos Patriarcas, Profetas, y Justos del A ntiguo T estam ento de searon ver y no lo vieron; este m ism o Jesús que vivió nueve meses en las entrañas sagradas de la bienaventura da Virgen, a quien ella am am antó con sus senos, y llevó tantas veces en su regazo y en sus brazos; este m ism o Je sús a quien se vio andando y viviendo sobre la tierra, be biendo y com iendo con los pecadores; este m ism o Jesús que fue colgado sobre la cruz; este m ism o cuerpo que fue m altratado, desgarrado y roto por am or a ti: esta misma sangre que fue derram ada sobre la tierra; este m ism o co razón que fue atravesado por una lanza, tú vas a recibirlo j nto a tu corazón; esta m ism a alm a de Jesús que fue en tregada en las m anos de su Padre, al m orir en la cruz, tú
vas a recibirla en tu alm a. ¡Qué m aravillas son éstas! ¿cómo? ¡Que yo reciba en mí a este Salvador, que ascen dió al cielo gloriosa y triunfalm ente, que está sentado a la derecha de Dios, y que vendrá con poder y majestad, al fin de los siglos, para juzgar el universo! O h grande y adm irable Jesús, los Angeles más puros que el sol, no se consideran dignos de contem plaros, de alabaros y adoraros; y hoy, no sólo me perm itís contem plaros, adoraros y am aros, sino que deseáis que os aloje en mi corazón y en mi alm a, y que adem ás posea dentro de mí toda la divinidad, toda la santísim a Trinidad, y todo el Paraíso. ¡Oh Señor, qué bondad! ¿De dónde me viene la felicidad de que el soberano Rey del cielo y de la tierra quiera poner su m orada dentro de mí, que soy un infierno de miseras y de pecados, parra cam biarm e en p a raíso de gracias y bendiciones? ¡Oh Dios m ió, cuán indig no soy de tan gran favor! De verdad reconozco ante el cielo y la tierra que más bien m erezco ser arrojado a lo más profundo del infierno, que no recibiros en mi alma tan llena de vicios e imperfecciones. Pero ya que deseáis, oh mi Salvador, entregaros de este m odo a mí, deseo recibiros con toda la pureza, el am or y la devoción que me sean posibles. Con esta inten ción os entrego mi alm a, o buen Jesús; preparadle Vos m ismo, del m odo que Vos deseeis; destruid en ella todo lo que es contrario a Vos y llenadla de vuestro divino am or, y de todas las otras gracias y disposiciones con las que queréis que yo os reciba. Oh Padre de Jesús, reducid a la nada todo lo que en mí desagrada a vuestro Hijo, y hacedm e partícipe del am or que sentís por él, y con el que lo recibisteis en vues tro seno paterno el día de su Ascensión. Oh Espíritu Santo de Jesús, os ofrezco mi alm a; ador nadla, os ruego, con todas las gracias y virtudes requeri das para recibir en ella a su Salvador.
O h M adre de mi Dios, hacedme participe, os ruego, de la fe y la devoción, del am or y la hum ildad, de la p u re za y la santidad, con la que com ulgásteis tantas veces, después de la Ascensión de vuestro Hijo. O h santos Angeles, oh bienaventurados Santos y San tas, os ofrezco tam bién mi alm a; ofrecedla a mi Jesús y pedidle que él m ism o la prepare y me haga partícipe de vuestra pureza y santidad, y del grandísim o am or que sentís por él. O h mi querido Jesús, os ofrezco toda la hum ildad y devoción, toda la pureza y santidad, todo el am or y todas las preparaciones con las que habéis sido recibido en to das las alm as santas que ha habido y hay en la tierra. D e searía tener en mí todo este am or y esta devoción; inclu so, si fuera posible, desearía tener en mí todos los santos fervores y todos los divinos am ores de todos los Angeles, de todos los Serafines, de todos los Santos de la tierra y del cielo, para recibiros más santa y dignam ente. Oh mi dulce A m or, Vos sois todo am or hacia mí en este sacra m ento de am or, y venís a mí con un am or infinito. ¡Y yo no voy a ser tam bién todo am or hacia Vos, para recibiros en un alm a transform ada toda en am or hacia Vos! Pero, oh mi Salvador, no hay ningún lugar digno de Vos más que Vos mismo; no hay ningún am or con el que podáis ser recibido dignam ente, sino el que Vos os tenéis a Vos mismo. Por ello, a fin de recibiros no en mí, pues soy indigno de ello, sino en Vos m ismo y con el am or que sentís por Vos m ismo, me reduzco a la nada a vuestros pies, todo lo que puedo y todo lo que hay en mí; me en trego a Vos y os suplico que me reduzcáis a la nada Vos m ism o, y que os establezcáis en mí, y en mí establezcáis vuestro divino am or, a fin de que, cuando vengáis a mí en la santa com unión, seáis recibido no en mí, sino en Vos mismo, y con el am or que sentís por Vos mismo. Observad bien este últim o artículo, porque ahí está la
verdadera disposición con la que hay que recibir al Hijo de Dios en la santa com unión: es la preparación de las preparaciones, que com prende todas las otras, y que he puesto al final de esta elevación, para las alm as más espi rituales y elevadas. Observad tam bién que desear tener en nosotros toda la devoción y am or de las alm as santas, no es cosa inútil, porque N uestro Señor dijo un día a santa M echtilde, reli giosa de la santísim a Orden de San Benito, que cuando fuera a com ulgar, si no sentía en ella ninguna devoción, que deseara tener toda la devoción y todo el am or de to das las almas santas que habían com ulgado siem pre; y que él la consideraría com o si en efecto la hubiera tenido. Y leemos tam bién de santa G ertrudis, que era de la misma época, de la misma O rden y del m ism o m onaste rio que santa M echtilde, que un día, estando a punto de com ulgar y no sintiendo en ella la preparación y la devo ción que ella deseaba, se dirigió a N uestro Señor, y le ofreció todas las preparaciones y devociones de todos los Santos y de la santísim a Virgen. Después de lo cual él se le apareció y le dijo estas palabras: Ahora apareces ante m i r a los ojos d e m is Santos con el aparato y adorno que has deseado. ¡Oh, Señor, qué bondadoso sois tom ando nuestros buenos deseos com o realidades!
CAPITULO XIX Lo que hay que hacer después de la santa comunión Después de la santa com unión debéis hacer tres cosas: 1. Debéis prosternaros en espíritu a los pies del Hijo
de Dios, que reside en vosotros, parra adorarle y pedirle perdón de todos vuestros pecados e ingratitudes, y de ha berlo recibido en un lugar tan inm undo, y con tan poco am or y disposición. 2. Tenéis que darle gracias por haberse dado a voso tros, e invitar a todas las cosas que están en el cielo y en la tierra a bendecirlo con vosotros. 3. C om o él se ha dado todo a vosotros, tam bién voso tros tenéis que daros por com pleto a él, y pedirle que des truya todo lo que es contrario a él, y que establezca el im perio de su am or y de su gloria para siem pre. A este fin podréis serviros de la siguiente elevación.
CAPITULO XX Elevación a Jesús después de la santa Comunión O h Jesús, oh mi Dios, oh mi C reador, mi Salvador y mi soberano Señor, ¿qué m aravilla es ésta? ¡Que yo tenga ahora verdaderam ente en el seno de mi alm a a quien vive desde toda la eternidad en el seno del Padre! ¡Que yo lleve en mis entrañas a este m ism o Jesús que la santísim a Vir gen llevó en sus entrañas puras! ¡Que este am abilísim o C orazón de Jesús, sobre el que el discípulo am ado reposó y que fue atravesado por el golpe de la lanza en la cruz, esté ahora reposando dentro de mí y ju n to a mi corazón! ¡Que su santísim a alm a esté viva en mi alma! ¡Que toda la divinidad, la santísim a T rinidad y todo lo que hay más adm irable en Dios, y todo el paraíso, haya venido a fun dirse dentro de mí, criatura mísera e indigna! ¡Oh Dios, qué m isericordia, qué favores! ¿Qué diré, qué haré ante cosas tan grandes y tan m aravillosas? ¡Oh mi Señor Jesús,
que todas las potencias de mi alm a y de mi cuerpo se pos tren ante vuestra divina M ajestad, para adorarlo y rendir le el hom enaje que le es debido! ¡Que el cielo y la tierra y todas las criaturas que están en la tierra y en el cielo, ven gan a fundirse a vuestros pies, para rendiros conm igo mil hom enajes y mil adoraciones! ¡Pero, Dios mío, qué tem e ridad por mi parte el haberos recibido a Vos que sois el Santo de los santos, en un lugar tan inm undo, y con tan poco am or y preparación! Perdón, mi Salvador, os pido perdón por ello con todo mi corazón, así com o tam bién por todos los dem ás pecados e ingratitudes de mi vida p a sada. ¡Oh dulcísim o, queridísim o, deseadísim o, am abilísim o Jesús, el único de mi corazón, am ado mió de mi alm a, el objeto de todos mis am ores, oh mi dulce vida, oh mi alm a querida, oh mi queridísim o corazón, oh mi único am or, oh mi tesoro y mi gloria, oh todo mi contenta m iento y mi sola esperanza! Jesús mió, ¿qué pensaré de vuestras bondades que son tan excesivas hacia mi? ¿Qué haré por vuestro am or Vos que hacéis tantas m aravillas p or mí? ¿Qué acciones de gracias os rendiré? ¡Oh mi Sal vador, os ofrezco todas las bendiciones que os han sido dadas y os serán dadas por toda la eternidad por vuestro Padre, por vuestro Espíritu Santo, por vuestra sagrada M adre, por todos vuestros Angeles y por todas las alm as santas que os han recibido en todo tiem po por m edio de la santa com unión! Dios mió, que todo lo que hay en mí sea cam biado en alabanza y en am or hacia Vos! ¡Que vuestro Padre, vuestro Espíritu Santo, vuestra santa M a dre, todos vuestros Santos y todas vuestras criaturas, os bendigan eternam ente por mí! Padre de Jesús, Espíritu Santo de Jesús, M adre de Jesús, Angeles de Jesús, Santos y Santas de Jesús, bendecid a Jesús por mí! O h buen Jesús, Vos os habéis entregado todo a mí, y con un gran am or. En este m ism o am or, yo me entrego
todo a Vos; os doy mi cuerpo, mi alm a, mi vida, mis pen sam ientos, palabras y acciones, y todo lo que depende de mí; de este m odo yo me entrego del todo a Vos, a fin de que Vos dispongáis de mí y de todo lo que me pertenece, en el tiem po y en la eternidad, de todos los modos que os plazca, para vuestra pura gloria. O h mi Señor, y mi Dios, em plead Vos m ismo, os ruego, el poder de vuestra m ano para arrebatarm e a mí m ismo, al m undo y todo lo que no seáis Vos, para poseerm e enteram ente. Destruid en mi am or propio, mi propia voluntad, mi orgullo y todos mis dem ás vicios e inclinaciones desordenadas: Estableced en mi alm a el reino de vuestro am or puro, de vuestra santa gloria y de vuestra divina voluntad, a fin de que en ade lante os ame perfectam ente; que no am e nada sino en Vos y por Vos; que todo mi contentam iento sea co n ten ta ros a Vos, toda mi gloria glorificaros y hacer que os glori fiquen, y mi soberana felicidad el cum plim iento de vues tras santas voluntades. Oh buen Jesús, haced reinar en mí vuestra hum ildad, vuestra caridad, vuestra dulzura y p a ciencia, vuestra obediencia, vuestra m odestia, vuestra castidad, y todas vuestras otras virtudes; revestidm e de vuestro espíritu, de vuestros sentim ientos e inclinaciones, a fin de que no tenga otros sentim ientos, deseos e inclina ciones que los vuestros. Finalm ente anulad en mí todo lo que os es contrario, y am aos y glorificaos en mí Vos m is mo de todas las m aneras que deseéis. O h mi Salvador, os encom iendo a todas las personas por las que estoy obligado a rezar, especialm ente os enco m iendo a N .N .; anulad en estas personas todo lo que os es desagradable; llenadlas de vuestro am or; cum plid todos los designios que vuestra bondad tenga sobre sus alm as, y dadles todo lo que os he pedido por mi parte. Podéis tam bién, si queréis, después de la santa com u nión, serviros de los tres actos siguientes.
Tres actos de adoración, de oblación y de amor a Jesús Puesto que no estamos en la tierra más que para hon rar y am ar a Jesús, y le pertenecem os por infinidad de conceptos, nuestro cuidado y ejercicio principal debe ser adorarlo y am arlo, y entregarnos y unirnos sin cesar a él. Por ello, adem ás de los ejercicios precedentes que os he señalado para la noche y la m añana, será conveniente que, de tanto tiem po com o hay en cada día, se tom e toda vía un cuarto de hora, antes o después de la com ida, para practicar los tres actos siguientes, que pueden hacerse fá cilm ente y en poco tiem po, y adem ás son m uy útiles y es tablecen poco a poco e insensiblem ente a quienes los practican con perseverancia, en una relación y pertenen cia muy estrecha, y en un espíritu de am or y de confianza hacia Jesús. Hay que practicarlos no a la carrera y con prisas, sino con calm a y tranquilidad de espíritu, y deternerse especialm ente en aquel que produzca m ayor atrac ción e inclinación. He aquí la práctica:
1.- A C TO DE A D O R A C IO N A JESUS Oh grande y adm irable Jesús, os adoro y os honro com o a mi Dios y soberano Señor, de quien dependo, y os adoro y honro con todas mis fuerzas, y en todas las m aneras que me es posible: os ofrezco todas las adoracio nes y todos los honores que os han sido, son y serán ren didos por siempre en el cielo y en la tierra. ¡Oh! ¿Por qué no me convierto todo en adoración y alabanza hacia Vos? ¡Oh! que el cielo y la tierra os adoren
ahora conm igo, y que todo lo que está en el cielo y en la tierra se convierta en adoración y glorificación hacia Vos.
2.- A C TO DE OBLACION A JESUS Oh Jesús, mi Señor, os pertenezco necesariam ente por mil y mil conceptos, pero deseo tam bién perteneceros vo luntariam ente. Por ello os ofrezco, os doy, os consagro enteram ente mi cuerpo, mi alm a, mi vida, mi corazón, mi espíritu, todos mis pensam ientos, palabras y acciones, y todas las dependencias y pertenencias de mi ser y de mi vida, deseando que todo lo que ha habido, hay y habrá en mí, os pertenezca totalm ente, absolutam ente, únicam ente y eternam ente. Y os hago esta oblación y donación de mí m ismo, no sólo con toda mi fuerza y poder, sino, a fin de hacerla más eficazm ente y más santam ente, me ofrezco y me doy a Vos, en toda la virtud de vuestra gracia, en todo el poder de vuestro espíritu, y en todas las fuerzas de vuestro divino am or, que es el mío, puesto que todo lo que es de Vos está en mí. Y os suplico, mi Salvador, que por vuestra grandísim a m isericordia, em pleéis Vos m is m o la fuerza' de vuestro brazo y el poder de vuestro espí ritu y de vuestro am or, para arrebatarm e a mí m ismo y a todo lo que no sea Vos, y poseerm e perfectam ente y para siem pre, y ello para la gloria de vuestro santo nombre.
3.- A C TO DE A M O R A JESUS Oh am abilísim o Jesús, ya que sois todo bondad, todo am or e infinitam ente am able, y Vos no me habéis creado sino para am aros, y no pedís otra cosa de mí m ism o que os am e, yo quiero am aros, mi queridísim o Jesús, quiero am aros con todo mi corazón, con toda mi alm a y con to-
das mis fuerzas. No sólo esto, sino que adem ás quiero am ar en Vos toda la extensión de vuestra divina volun tad, en todas las fuerzas de vuestro C orazón y en todas las virtudes y potencias de vuestro am or; porque todas estas cosas son mías, y de ellas puedo hacer uso com o si fueran mías, puesto que al daros a mí, me habéis dado todo lo que es vuestro. Oh mi Salvador, quiero anular en mí, cueste lo que cueste, todo lo que es contrario a vuestro am or. Oh buen Jesús, me entrego a Vos para am aros en toda la perfección que dem andáis de mí. A nulad Vos m ism o en mí todo lo que pone obstáculos a vuestro am or, y am aos Vos m ism o dentro de mí en to das las m aneras que lo deseéis, puesto que me entrego a Vos para hacer y sufrir todo lo que os agrade para vuestro am or. O h Jesús, os ofrezco todo el am or que os ha sido, es, y será ofrecido por siem pre en el cielo y en la tierra. ¡Oh! ¡Que todo el m undo os am e ahora conm igo, y que todo lo que hay en el m undo se convierta en una pura llam a de am or hacia Vos! Oh Padre de Jesús. Espíritu Santo de Je sús, M adre de Jesús, bienaventurado San José, bienaven turado San G abriel, Angeles de Jesús, Santos y Santas de Jesús, am ad a Jesús por mí, y dadle al céntuplo todo el am or que yo habría debido darle en toda mi vida, y que todos los malos ángeles y todos los hom bres que ha habi do, hay y habrá, le deben dar.
Oración a la santísima Virgen María Madre de Dios Oh Virgen santa, M adre de Dios, Reina de los hom bres y de los Angeles, m aravilla del cielo y de la tierra, os reverencio de todas las m aneras que puedo según Dios, de todas las m aneras que debo según vuestras grandezas, y com o vuestro Hijo único Jesucristo N uestro Señor quiere que Vos seáis venerada en el cielo y en la tierra. Os ofrez co mi alm a y mi vida, y quiero perteneceros para siem pre, y rendiros algún hom enaje y señal de dependencia particular en el tiem po y en la eternidad. M adre de gracia y de m isericordia, os elijo com o Reina de mi alm a, en ho nor de que plugo a Dios m ism o elegiros com o a su M a dre. Reina de los hom bres y de los Angeles, os acepto y os reconozco com o mi Soberana, en honor de la depen dencia que el Hijo de Dios, mi Salvador y mi Dios, quiso tener de Vos com o de su M adre; y en esta cualidad, os entrego sobre mi alm a y mi vida todo el poder que puedo daros según Dios. O h Virgen santa, m iradm e com o cosa vuestra, y por vuestra bondad tratadm e com o el sujeto de vuestro poder y com o el objeto de vuestras misericordias. O h fuente de vida y de gracia, refugio de los pecado res, me acojo a Vos, para ser librado del pecado y para ser preservado de la m uerte eterna. Que esté bajo vuestra tutela, que tenga parte en vuestros privilegios, y que ob tenga, por vuestras grandezas y privilegios, y por el dere cho de la pertenencia a Vos, lo que no m erezco obtener por mis ofensas; y que en la últim a hora de mi vida, deci siva de mi eternidad, esté en vuestras m anos, en honor de ese m om ento feliz de la E ncarnación, en el que Dios se hizo hom bre, y Vos la M adre de Dios.
¡Oh Virgen y M adre al m ism o tiempo! ¡Oh tem plo sa grado de la divinidad! ¡Oh m aravilla del cielo y de la tie rra! Oh M adre de Dios, os pertenezco por el título general de vuestras grandezas; pero quiero adem ás ser vuestro por el título particular de mi elección y de mi franca volun tad. Me entrego pues a Vos y a vuestro Hijo único, Jesu cristo N uestro Señor, y no quiero pasar ningún día sin rendirle a él y a Vos algún hom enaje particular y algún testim onio de mi dependencia y servidum bre, en la cual deseo m orir y vivir para siem pre. Así sea. Ave M aría.
PROFESIONES CRISTIANAS QUE CONVIENE RENOVAR CADA DIA La vida y la santidad cristiana están establecidas sobre ocho fundam entos principales, que fueron explicados más en particular en la segunda parte de este libro. El p ri m ero es la fe; el segundo el odio al pecado; el tercero la hum ildad; el cuarto la negación de si m ismo, del m undo y de todas las cosas: el qu in to la sum isión y el abandono de si m ism o a la divina voluntad; el sexto el am or a Jesús y a su Santísim a M adre; el séptim o el am or a la cruz; el octavo la caridad hacia el prójim o. Estos son los princi pios de la teología del cielo, de la filosofía cristiana, y de la ciencia de los Santos, que N uestro Señor Jesucristo ex trajo del seno de su Padre, nos trajo a la tierra, y nos e n señó por sus palabras y m ucho más por su ejem plo, que estamos obligados a seguir, si querem os ser cristianos. A esto nos hemos com prom etido con el voto y la profesión solem ne que hicimos en el Bautismo, com o será explica do m ás am pliam ente en la segunda parte. Por ello es m uy im portante renovar todos los días esta profesión que se
contiene en los ocho artículos siguientes. Pero tened buen cuidado de no hacerlo de prisa y corriendo, sino con cal m a, considerando e im prim iendo en vuestro espíritu lo que decís. Si no disponéis de tiem po, no tom éis más que uno o dos artículos cada vez, y dejad los otros para otra hora o incluso otro dia. Pues si tenéis poco tiem po libre, sería preferible no em plear más que un artículo cada día y servirse de él con atención, antes que em plearlos todos a prisa y sin la aplicación de espíritu que la im portancia de estas cosas dem anda.
CAPITULO XXIII Profesión de fe cristiana Oh Jesús, os adoro com o autor y m odelo de la fe, y com o luz eterna y fuente de toda luz. Os doy gracias infi nitas de que habéis querido, por vuestra grandísim a m ise ricordia, llam arm e de las tinieblas del pecado y del infier no a vuestra adm irable luz, que es la luz de la fe. Os pido mil veces perdón de no haberm e dejado conducir en el pasado por esta divina luz, reconociendo que he m ereci do m uchas veces ser privado de ella por el mal uso que de ella he hecho, y declarándoos que en adelante no quiero vivir más que según la palabra de vuestro divino A póstol, que nos anuncia que el ju sto vive de la je. Para ello, me entrego al espíritu de vuestra santa fe, y en el poder de este espíritu, así com o en unión de la fe vivísima y perfectísim a de vuestra bienaventurada M adre, de vuestros san tos A póstoles, y de toda vuestra santa Iglesia, hago profe sión ante el cielo y la tierra, y estoy dispuesto, con vues tra gracia, a hacerlo ante todos los enemigos de esta m is
ma fe: 1.° de creer entera y firm em ente todo lo que Vos nos enseñáis por Vos m ism o y por vuestra santa Iglesia; 2.° de querer dar mi sangre y mi vida, y sufrir todo tipo de torm entos, antes que apartarm e en un solo pu n to de esta creencia y de adherirm e, por poco que sea, a los erro res que le son contrarios; 3.° de querer vivir y conducirm e en adelante, no según los sentidos com o los anim ales, o según la razón hum ana, com o los filósofos, sino según la luz de la fe, com o los verdaderos cristianos, y según las m áxim as de esta misma fe que Vos nos habéis dejado en vuestro santo Evangelio. Conservad y acrecentad en mí, oh mi Salvador, estas santas resoluciones, y dadm e la gra cia de cum plirlas perfectam ente para la gloria de vuestro santo nom bre.
CAPITULO XXIV Profesión de odio y de aborrecimiento cristiano del pecado Oh Jesús, os adoro en vuestra santidad incom prensi ble y en el odio infinito que tenéis al pecado. Os pido p er dón, desde lo más profundo de mi corazón, por todos los pecados que he com etido en toda mi vida. Me entrego a vuestro espíritu de santidad y a vuestro espíritu de odio contra el pecado. En este espíritu hago profesión: 1.° de odiar y detestar el pecado más que la m uerte, más que el diablo, más que el infierno, y más que todas las cosas más detestables que puedan im aginarse; 2.° de no odiar nada más que el pecado, y de no entristecerm e jam ás p or n in guna cosa más que por las ofensas que se com eten contra vuestra divina M ajestad, no habiendo nada en el m undo
que merezca ser objeto de nuestras enem istades y suje to de nuestras tristezas más que este m onstruo infernal; 3.° de odiarlo tanto que, m ediante vuestra gracia, si viera todos los torm entos de la tierra y del infierno de un lado, y un pecado del otro, elegiría más bien el prim ero que el segundo. Oh Dios mío, conservad y aum entad siem pre cada vez más este odio dentro de mi corazón.
CAPITULO XXV Profesión de humildad cristiana Oh adorabilísim o y hum ildísim o Jesús, os adoro y os bendigo en vuestra profundísim a hum ildad. Me hum illo y me confundo ante Vos, y a la vista de mi orgullo y vani dad, os pido perdón m uy hum ildem ente. Me entrego de todo corazón a vuestro espíritu de hum ildad. Y en este espíritu, así com o tam bién en toda la hum ildad del cielo y de la tierra, hundido en lo más profundo de mi nada, reconozco ante todo el m undo: 1.” que no soy nada, no tengo nada, no puedo nada, no sé nada, no valgo nada, y que no tengo ninguna fuerza por mí m ism o para resistir al m enor mal, ni para hacer el m enor bien; 2.° que yo m ismo soy capaz de todos los crím enes de Judas, de Pilatos, de Herodcs, de Lucifer, del A nticristo, y en general de todos los pecados de la tierra y del infierno; y que si Vos no me sostuvierais por vuestra grandísim a bondad, caería en un infierno de toda suerte de abom inaciones; 3.° que he merecido la ira de Dios y de todas las criaturas de Dios, y las penas eternas: He aquí mi heredad, he aquí de lo que puedo enorgullecerm e, y nada más. Por esta razón, hago profesión: 1 de quererm e hum i
llar por debajo de todas las criaturas, contem plándom e y estim ándom e, y queriendo ser m irado y tratado, com o el últim o de todos los hom bres; 2 ° de tener horror a toda alabanza, honor y gloria, com o veneno y m aldición, si guiendo vuestras palabras, oh mi Salvador; ¡Ay de voso tros. cuando los hom bres os bendigan!; y de abrazar y am ar todo desprecio y hum illación, com o cosa debida al miserable condenado que soy, según la cualidad de peca dor e hijo de Adán que hay en mí, por la cual, com o dice el A póstol, soy natura filius irae. hijo de ira y m aldición por mi condición natural; 3.° de querer ser anulado ente ram ente en mi espíritu y en el espíritu del prójim o, a fin de no tener ninguna contem plación, ni estim a, ni búsque da de mí mismo; y que del mismo m odo nadie me mire ni me estime, no más que a quien es nada, y que sólo se os mire y considere a Vos. Buen Jesús, verdad eterna, gra bad en mí fuertem ente estas verdades y sentim ientos, y haced que produzcan en mí los efectos, por vuestra gran dísima m isericordia y para vuestra santa gloria.
CAPITULO XXVI Profesión de abnegación cristiana
¡Oh Jesús, mi Señor y mi Dios! Os adoro al p ro n u n ciar estas palabras: si alguno quiere venir en p o s d e mí. que se niege a si m ism o, cargue su cruz y m e siga; y cu al quiera que no renuncia a todas sus cosas, no p u ed e ser discípulo mío. Me entrego al espíritu de luz y de gracia con el que Vos las pronunciásteis, para reconocer su im portancia y llevarrlas a efecto. En este espíritu reconozco
tres grandes verdades que me obligan poderosam ente a renunciar a mí m ism o y a todas las cosas. Porque veo: 1." que sólo Vos sois digno de existir, de vivir y de operar y que cualquier otro ser debe ser reduci do a la nada ante Vos; 2.° que para existir y vivir en Vos, según el grandísim o deseo que Vos tenéis, debo salir de mí m ism o y de todas las cosas, debido a la corrupción que el pecado ha puesto en mí y en todas las cosas; 3.° que he merecido por mis pecados ser despojado de todas las cosas, incluso de mi propio ser y de mi propia vida. Por ello, en el poder de vuestra gracia, y en unión de este m ism o am or por el que Vos quisisteis vivir en el de sasim iento de todas las cosas de este m undo: así com o tam bién en la virtud del espíritu divino por el que Vos pronunciásteis estas terribles palabras: No oro p o r el m undo; y estas otras, hablando de los vuestros: N o son de! mundo, com o tam poco yo so y del m undo, hago profe sión pública y solemne: 1.u de querer en adelante conside rar y aborrecer el m undo com o a un excomulgado, un condenado, un infierno, y renunciar enteram ente y para siem pre a todos los honores, riquezas y placeres del m un do presente; 2.° de no querer obtener voluntariam ente ninguna satisfacción, deleite o reposo de espíritu en nin guna de estas cosas; sino hacer uso de ellas com o si no se usaran, es decir sin aferrarse ni apegarse a ellas de ningún m odo, sino sólo por necesidad, para obedecer a vuestra santa voluntad que lo ordena así, y para vuestra pura glo ria; 3.° de intentar vivir en este m undo del viejo Adán, com o si no estuviera, sino com o siendo del otro m undo, es decir el m undo del nuevo A dán, que es el cielo; incluso viviendo en él com o en un infierno, es decir no sólo con desasim iento, sino con odio, contrariedad y horror hacia todo lo que hay en él; con am or, deseo y añoranza del si glo venidero; y con paciencia hacia éste, y las inclinacio nes infinitas que tenéis de destruirlo y reducirlo a cenizas.
com o haréis el día de vuestra ira. ¡Que yo esté de este m odo en medio de este m undo, de la misma m anera que un alm a verdaderam ente cristiana, si por orden vuestra estuviera en m edio del infierno, estaría allí con estas m encionadas disposiciones. Q ue yo esté en la tierra com o si no estuviera; sino que mi espíritu, mi corazón y mi conversación estén en el cielo y en Vos m ism o, que sois mi cielo, mi paraíso, mi m undo y mi todo! A dem ás de esto, mi Señor, quiero tam bién ir más allá; quiero seguir vuestra palabra por la que Vos me declaráis que, si quiero ir en pos de Vos, debo no sólo renunciar a todas las cosas, sino tam bién a mí m ismo. A tal fin me entrego al poder de vuestro divino am or por el que Vos os negasteis a Vos mismo; y, en unión a este m ism o am or, hago profesión: 1.° de renunciar enteram ente y para siem pre a todo lo que es de mí y del viejo Adán; 2.° de querer anular ante vuestros pies, todo lo que me sea posible, mi espíritu, mi am or propio, mi propia voluntad, mi vida y mi ser; suplicándoos m uy hum ildem ente que utilicéis vuestro divino poder para reducirm e a la nada, a fin de estableceros en mí, vivir en mí, reinar en mí, y ac tu ar en mí según todos vuestros designios; y que de este m odo yo no exista más, no viva más, no actúe y no hable más en mí y por mí, sino en Vos y por Vos. 3.° Hago esta profesión, no sólo para ahora, sino para todos los m o m entos y todas las acciones de mi vida, y os suplico con todo mi corazón que la contem pléis y aceptéis com o si la hiciera en cada m om ento y en cada acción, y que hagáis, por vuestro grandísim o poder y bondad, de m anera que lo lleve a efecto para vuestra gloria, y que pueda decir con vuestro santo Apóstol: Ya no vivo en mi, sino que J e sucristo vive en mí.
Profesión de sumisión y abandono de uno mismo a la divina voluntad O h mi Salvador, os adoro al pronunciar estas divinas palabras: he bajado d el cielo no para hacer m i voluntad, sino para hacer ¡a voluntad de quien m e ha enviado. Os adoro en la perfectisim a sumisión que habéis ofrecido a todas las voluntades de vuestro Padre. Os pido perdón de todos los obstáculos que he puesto a vuestras santas vo luntades. Me entrego a vuestro espíritu para seguiros en adelante en la práctica de esta virtud de la sumisión. Y a la luz de este divino espíritu, reconozco que vuestra santa voluntad gobierna y dispone todas las cosas, por orden absoluta o por perm iso. Reconozco tam bién que me ha béis puesto en la tierra sólo para hacer vuestra divina vo luntad, y que por consiguiente ello es mi fin, mi centro, mi elem ento y mi soberano bien. Y por tanto, en unión con la perfectisim a sum isión que Vos, vuestra santa M a dre y todos vuestros Santos tenéis hacia la divina volun tad, hago profesión: 1,° de renunciar enteram ente y para siem pre a todos mis deseos, voluntades e inclinaciones, y de no tener jam ás otra voluntad que la vuestra, m irarla siem pre fijamente, seguirla a donde quiera que vaya, lo más perfectam ente que me sea posible, y abandonarm e totalm ente a ella en cuerpo y alm a, para la vida y para la m uerte, en el tiem po y en la eternidad; 2.° de preferir m o rir, incluso sufrir mil infiernos, que no hacer algo con in tención y deliberación contra vuestra am abilísim a volun tad; 3." de no querer, ni en la vida ni en la m uerte, ni en este m undo ni en el otro, otro tesoro, otra gloria, otra ale gría, otro contentam iento, ni otro paraíso que vuestra adorabilísim a voluntad. O h queridísim a voluntad de mi
Dios, en adelante sois mi corazón, mi alm a, mi vida, mi fuerza, mis riquezas, mis delicias, mis honores, mi coro na, mi im perio y mi soberano bien. Vivid y reinad en mí perfecta y eternam ente.
CAPITULO XXVIII Profesión de amor hacia Jesüs y María O h am abilísim o Jesús, oh queridísim a M aría, M adre de mi Jesús, os adoro en todas vuestras perfecciones, y en el grandísim o am or que os profesáis m utuam ente. Os pido mil perdones por haberos am ado tan poco hasta ahora, y de haberos ofendido tanto y tanto. Me entrego enteram ente a vuestro divino am or. Y en este mism o am or, así com o tam bién en todo el am or del cielo y de la tierra, reconociendo que no estoy en el m undo sino para am aros y glorificaros, que tengo infinitas razones para ha cerlo, y que éste es mi gran y único objetivo aquí, hago profesión: 1.° de querer aplicarm e en todas m is fuerzas a serviros y am aros; 2.” de querer hacer todo lo que haga por am or a Vos, lo más perfectam ente que pueda; 3.° de querer ser anulado más que d ar a cualquier cosa que sea el m enor ápice de am or que os debo; 4.° de poner toda mi felicidad y mis delicias en honraros, serviros y amaros; 5.° de hacer que os amen y glorifiquen todos aquellos que pueda, y de todas las m aneras que me sean posibles.
Profesión de amor a la Cruz Oh Jesús, mi querido am or crucificado, os adoro en todos vuestros sufrimientos. Os pido perdón por todos los fallos que he com etido hasta ahora en las aflicciones que me habéis querido enviar. Me entrego al espíritu de vues tra cruz, y en este espíritu, así com o tam bién en todo el am or del cielo y de la tierra, abrazo con todo mi corazón, por am or a Vos, todas las cruces del cuerpo y del espíritu que me vengan. Y hago profesión de poner toda mi glo ria, mi tesoro, y mi contentam iento en vuestra cruz, es decir en las hum illaciones, privaciones y sufrim ientos, d i ciendo con San Pablo: M ihi au tem ahsit glorian, nisi in cruce D om in i nostri Iesu Christi: «En cuanto a mi, hago profesión solem ne de no querer otro paraíso en este m un do que la cruz de mi Señor Jesucristo».
CAPITULO XXX Profesión de caridad cristiana hacia el prójimo O h Jesús, Dios de am or y de caridad, os adoro en to dos los excesos de vuestra divina caridad, os pido perdón por todos los fallos que he com etido contra esta virtud, que es la reina de todas las otras. Me entrego a vuestro es píritu de caridad. Y en este espíritu, así com o tam bién en toda la caridad de vuestra santa Madre y de todos vues tros Santos, hago profesión: 1,° de no odiar jam as a nadie ni a nada salvo el pecado; 2.° de querer am ar a todos por am or a Vos; 3.° de no pensar, ni decir, ni hacer jam ás mal
a nadie; sino pensar bien, juzgar bien, hablar bien, hacer bien a todos; de excusar y soportar los defectos del próji mo; de explicar todo en la mejor parte; de tener com pa sión de las miserias corporales y espirituales de mi próji mo, y de com portarm e con cada uno con todo tipo de dulzura, bondad y caridad. Oh caridad eterna, me entrego a Vos, anulad en mí todo lo que os es contrario, y estable ced vuestro reino en mi corazón y en todos los corazones de los cristianos.