EL PRINCIPE QUE HA DE VENIR LA MARAVILLOSA PROFECIA DE LAS SETENTA SEMANAS DE DANIEL, CON RESPECTO AL ANTICRISTO.
Por Sir Robert Anderson Prologo Evis L. Carballosa
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Índice Prólogo — Prólogo — Evis E vis L. Carballosa ................................... ............................................... ............
2
Prefacio a la décima edición inglesa ..................................... .....................................
4
Prefacio a la quinta edición inglesa in glesa.................... ....................................... ...................
8
1. INTRODUCCIÓN ...............................................................
23
2. DANIEL Y SU ÉPOCA ........................................ .................................................... ............
30
Prólogo
3. EL SUEÑO DEL REY Y LAS VISIONES DEL PROFETA .......................................................................
33
4. LA VISION JUNTO AL RIO ULAY ............................... ...............................
38
5. EL MENSAJE DEL ÁNGEL ....................................... ........................................... ....
41
6. EL AÑO PROFETICO PROFETICO ......... . ................. ................. ................ ................. ................. ............
47
7. EL TIEMPO TIEMPO MÍSTICO MÍSTICO DE DE LAS LAS SEMANA SEMANAS S ................ ........ ............
50
8. «EL MESÍAS PRINCIPE» .................................. ............................................... .............
54
9. LA CENA PASCUAL ........................... ................................................ ........................... ......
60
10. 10. EL CUMPLIMIENTO DE LA PROFECÍA ……………
64
11. PRINCIPIOS DE INTERPRETACIÓN............................ ............................
68
12. LA PLENITUD DE LOS GENTILES ............................. .............................
75
13. EL SEGUNDO SEGUNDO SERMÓN DEL MONTE ................. ......... ............. .....
79
14 14.. LAS VISIONES DE PATMOS........................................ PATMOS........................................
84
15. EL PRINCIPE PRINCIPE QUE HA DE VENIR ………………....
90
«CUANDO SE PUBLICA un libro nuevo, lee uno viejo.» Ese pensamiento de la pluma de un literato que vivió hace más de un siglo es, en cierto sentido, apropiado para la obra El Príncipe que ha de Venir. Dicha Venir. Dicha obra es vieja porque vio la luz por primera vez en el idioma inglés en el año 1882, pero es nueva porque su contenido es tan pertinente en nuestros días como lo fue hace un siglo. Sir Robert Anderson, autor de El Príncipe que ha de Venir, fue, Venir, fue, sin duda, un hombre extraordinario. Nacido en Inglaterra en el año 1841, Anderson procede de un trasfondo presbiteriano. Su instrucción no fue en el campo de la teología, sino más bien en asuntos legales. Trabajó como abogado en Dublín y en Londres. Entre los años 1868-1888 fue consejero de la oficina británica d e Asuntos Internos en el área de crímenes políticos. También trabajó como comisionado asistente de la policía metropolitana de Londres y como jefe del departamento de investigación criminal de Scotland Yard de 1888 a 1901. Aunque Sir Robert Anderson no podría clasificarse como un teólogo profesional, no cabe duda que fue un estudiante ferio de la Palabra de Dios. En medio de sus ocupaciones fue un conferenciante muy solicitado y un escritor de pluma ágil. Sus trabajos trataron principalmente temas de apologética y profecía bíblica, aunque dio atención también a otros temas. Las obras más conocidas de Anderson fueron El Evangelio y sus ministerios (1876),
Índice Prólogo — Prólogo — Evis E vis L. Carballosa ................................... ............................................... ............
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Prefacio a la décima edición inglesa ..................................... .....................................
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Prefacio a la quinta edición inglesa in glesa.................... ....................................... ...................
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1. INTRODUCCIÓN ...............................................................
23
2. DANIEL Y SU ÉPOCA ........................................ .................................................... ............
30
Prólogo
3. EL SUEÑO DEL REY Y LAS VISIONES DEL PROFETA .......................................................................
33
4. LA VISION JUNTO AL RIO ULAY ............................... ...............................
38
5. EL MENSAJE DEL ÁNGEL ....................................... ........................................... ....
41
6. EL AÑO PROFETICO PROFETICO ......... . ................. ................. ................ ................. ................. ............
47
7. EL TIEMPO TIEMPO MÍSTICO MÍSTICO DE DE LAS LAS SEMANA SEMANAS S ................ ........ ............
50
8. «EL MESÍAS PRINCIPE» .................................. ............................................... .............
54
9. LA CENA PASCUAL ........................... ................................................ ........................... ......
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10. 10. EL CUMPLIMIENTO DE LA PROFECÍA ……………
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11. PRINCIPIOS DE INTERPRETACIÓN............................ ............................
68
12. LA PLENITUD DE LOS GENTILES ............................. .............................
75
13. EL SEGUNDO SEGUNDO SERMÓN DEL MONTE ................. ......... ............. .....
79
14 14.. LAS VISIONES DE PATMOS........................................ PATMOS........................................
84
15. EL PRINCIPE PRINCIPE QUE HA DE VENIR ………………....
90
«CUANDO SE PUBLICA un libro nuevo, lee uno viejo.» Ese pensamiento de la pluma de un literato que vivió hace más de un siglo es, en cierto sentido, apropiado para la obra El Príncipe que ha de Venir. Dicha Venir. Dicha obra es vieja porque vio la luz por primera vez en el idioma inglés en el año 1882, pero es nueva porque su contenido es tan pertinente en nuestros días como lo fue hace un siglo. Sir Robert Anderson, autor de El Príncipe que ha de Venir, fue, Venir, fue, sin duda, un hombre extraordinario. Nacido en Inglaterra en el año 1841, Anderson procede de un trasfondo presbiteriano. Su instrucción no fue en el campo de la teología, sino más bien en asuntos legales. Trabajó como abogado en Dublín y en Londres. Entre los años 1868-1888 fue consejero de la oficina británica d e Asuntos Internos en el área de crímenes políticos. También trabajó como comisionado asistente de la policía metropolitana de Londres y como jefe del departamento de investigación criminal de Scotland Yard de 1888 a 1901. Aunque Sir Robert Anderson no podría clasificarse como un teólogo profesional, no cabe duda que fue un estudiante ferio de la Palabra de Dios. En medio de sus ocupaciones fue un conferenciante muy solicitado y un escritor de pluma ágil. Sus trabajos trataron principalmente temas de apologética y profecía bíblica, aunque dio atención también a otros temas. Las obras más conocidas de Anderson fueron El Evangelio y sus ministerios (1876),
El Príncipe que ha de Venir (1882), El Silencio de Dios (1897), La Biblia y la Crítica Moderna (1902) y Racionalismo Cristianizado y la Alta Crítica,* escrito poco antes de su muerte, en 1918. El lector de habla castellana, no importa su persuasión teológica, debe sentirse complacido con la publicación de El Príncipe que ha de Venir. Esta Venir. Esta obra consiste de un estudio esmerado y sobrio de la profecía de Daniel 9:24-27, con particular énfasis en lo relacionado a la septuagésima semana y más concretamente las enseñanzas tocantes a la persona del Anticristo. Varios son los méritos del trabajo de Sir Robert Anderson. Primeramente, el hecho de que vivió y escribió en una época en que el mundo teológico estaba embriagado con el vino que llenaba el cáliz de la alta crítica y que era ávidamente ingerido por los racionalistas europeos. Es muy notable que Anderson no cayera víctima del desatino teológico de su tiempo sino que defendió con valentía la integridad las Sagradas Escrituras. En segundo lugar, el autor de El Príncipe que ha de Venir aboga por un sistema congruente de interpretación 'bíblica. Un método que sea aplicable de manera consecuente a la totalidad de la Palabra de Dios sin exceptuar la profecía. O como él mismo a firma: «No hay una sola profecía cuyo cumplimiento se cumplimiento se registre en las Escrituras, que no se haya cumplido con absoluta exactitud, y en cada detalle; y es totalmente injustificable asumir que un nuevo sistema de cumplimiento haya sido inaugurado después de haberse cerrado el canon sagrado» (p. 147). Además, Sir Robert Anderson estaba interesado en exponer el Texto Sagrado. De modo que su trabajo es eminentemente exegético. Es evidente que Anderson estaba interesado en descubrir qué enseña la Palabra de Dios. Su mente analítica e investigadora lo llev ó también a trazar una cronología de las setenta semanas de Daniel, trabajo éste que ha servido de base para muchos estudiosos de temas proféticos
Puede observarse, además, que Sir Robert Anderson estaba compenetrado tanto con la historia bíblica como con la historia secular. Prueba de esto es el uso constante de fuentes biblio gráficas apropiadas y los apéndices cronológicos al final de la obra. Sin embargo, su obra está saturada de un tinte pastoral y a veces hasta devocional. Finalmente, debe recordarse que la obra El Príncipe que ha de Venir fue escrita originalmente en el año 1882. Es decir, hace casi un siglo. Su autor murió en 1918, o sea hace más de seis décad as. Muchas cosas han pasado desde entonces. Algunas como el establecimiento del estado moderno de Israel, la situación en él Oriente Medio y la formación de cuatro esferas de influencia mundial han fortalecido lo que Sir Robert Anderson escribió hace más de medio siglo. Seguramente si viviese, Anderson hubiese revisado y aclarado algunos de los detalles de su obra. Pero generalmente hablando hubiese podido decir lo mismo que escribió hace un siglo. Recomendamos, pues, a todos los estudiosos de la Biblia en él mun do de habla castellana la obra El Príncipe que ha de Venir. No Venir. No importa la persuasión teológica del lector, debe prestar atención cuidadosa a este trabajo. Nuestra felicitación sincera a Publicaciones Portavoz Evangélico por él esfuerzo realizado. Quiera Dios usar esta obra para estimular a muchos a un estudio más profundo del Texto Sagrado. Evis L. CARBALLOSA Guatemala, C A., 14 de julio de 1980
* Estos libros han sido editados en inglés por Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan, EE.UU.
3
Prefacio a la décima edición inglesa
EL PRÍNCIPE QUE HA DE VENIR ha estado agotado por más de un año; no parecía adecuado reimprimirlo durante la guerra 1. Pero la guerra parece haber creado un mayor interés hacia las profecías de Daniel; y como este libro está en demanda, se ha decidido publicar una nueva edición sin más tardanza. No es debido a que estas páginas contengan ninguna teoría sensacional respecto a «Armagedón». Porque «el lugar que en hebreo se llama Armagedón» no está situado Ni en Francia ni en Flandes, sino en Palestina; y el futuro de la tierra y del pueblo del pacto será el asunto principal en la gran batalla que todavía debe librarse en aquella histórica llanura. Los estudiosos de la profecía son susceptibles de adherirse a una u otra de las escuelas rivales de interpretación. La enseñanza de los «futuristas» sugiere que esta dispensación cristiana es un blanco completo en el esquema divino de la profecía. Y los «historicistas» desacreditan las Escrituras frivolizando con el significado de palabras llanas a fin de hallar el cumplimiento de las mismas en la historio. Evitando los errores de ambas escuelas, este volumen ha sido escrito siguiendo el aforismo de Lord Bacon, de que «las profecías divinas tienen cumplimiento inicial y germinal a lo largo de muchas épocas, aunque su cumbre o plenitud pueda pertenecer a una época determinada».
1. Se refiere a la Primera Guerra Mundial. (N. del T.)
4
Y esta guerra mundial pertenece, indudablemente, al esquema profético, aunque no constituya el cumplimiento de ningún pasaje especial de las Escrituras. Hace ya muchos años que mi atención fue atraída hacia un volumen de sermones de un devoto rabí judío de la sinagoga de Londres, en el cual él intentaba desacreditar la interpretación cristiana de ciertas profecías mesiánicas. Y al tratar de Daniel 9, acusaba a los expositores cristianos de entremeterse no ya tan sólo con la cronología, sino con las mismas Escrituras, en sus esfuerzos de aplicar la profecía de las Setenta Semanas al Nazareno. Mi indignación ante tan grave acusación dio paso al dolor cuando el proceso de estudio al que me abocó me prove yó de pruebas de que no se trataba en absoluto de un libelo infundado. Mi fe en el libro de Daniel, ya perturbada por la incrédula cruzada alemana de la «Alta Crítica», fue así más socavada. Y decidí asumir el estudio de este asunto con la fija determinación de aceptar sin reserva alguna no solamente el lenguaje de las Escrituras, sino también las fechas normativas de la historia tal como han sido establecidas por nuestros mejores cronólogos.2 Lo que sigue a continuación es un breve resumen de los resultados de mi indagación por lo que respecta a la gran profecía de las «Setenta Semanas». Empecé con la asunción, basada en la lectura de muchas obras clásicas, de que la era en cuestión se refería a los setenta años de la cautividad de Judá, y que tenía que finalizar con la Venida del Mesías. Pero pronto hice el sorprendente descubrimiento de que esto era totalmente erróneo.
Porque la Cautividad duró tan sólo sesenta y dos años; y las setenta semanas estaban relacionadas con el juicio totalmente distinto de las Desolaciones3 en Jerusalén. Y además de ello, el período «hasta el Mesías Príncipe», como Daniel 9:25 afirma de una manera tan llana, no era de setenta semanas, sino de 7 + 62 semanas. El fallo de no distinguir entre los diversos juicios de la Servidumbre, de la Cautividad y de las Desolaciones, constituye una fructífera fuente de error en el estudio de Daniel y de los libros históricos de las Escrituras. Y es extraño que esta distinción sea ignorada, no tan sólo por parte de los críticos, sino también por parte de los cristianos. Debido a su pecado nacional, Judá fue sometido a servidumbre bajo Babilonia durante setenta años; esto sucedió en el tercer año del rey Joacim (606 a.C). Pero el pueblo continuó endurecido, y en el año 598 a.C. cayó sobre ellos el juicio mucho más severo de la Cautividad. En la primera conquista de Jerusalén, Nabucodonosor dejó intocada la ciudad y sus habitantes, siendo sus únicos prisioneros Daniel y otros jóvenes de familias principales. Pero en esta segunda ocasión deportó a la masa de los habitantes a Caldea. No obstante, los judíos permanecían impenitentes a pesar de las amonestaciones divinas por boca de Jeremías en Jerusalén y por medio de Ezequiel entre los cautivos; y después de un lapso de otros nueve años, Dios trajo sobre ellos el terrible juicio de «las Desolaciones», que fueron decretadas para una duración de setenta años. Así, para el año 589 a.C. los ejércitos babilónicos invadieron Judea de nuevo, y la ciudad fue devastada e incendiada. Ahora bien, tanto la «Servidumbre» como la «Cautividad» finalizaron con el decreto de Ciro en 536 a.C, que permitía el retorno de los expatriados. Pero como bien claramente lo indica el lenguaje de Daniel 9:2, fueron los setenta años de «las Desolaciones» que sirvieron de base a la profecía de las setenta semanas.
2. No obstante, por lo que se refiere a los años de reinado de los reyes judíos, las fechas de los meses de Fynes Clinton quedan aquí modificadas siguiendo la Mishná hebrea, que era un libro cerrado, para los lectores ingleses cuando el Fasti Hellenici fue escrito. Por lo que respecta a una fecha de importancia fundamental estoy especialmente en deuda con el difunto canónigo Rawlinson y con el difunto Sir George Airey.
3. A lo largo de este libro, y siempre que aparezca, se utilizará «el juicio de las Desolaciones» como un término técnico. Este término no aparece en la versión Reina-Valera en Jeremías 25:11-12, pero sí en la Versión Moderna, y naturalmente en la versión inglesa Revised Versión de la que se sirvió el autor. (N. del T.)
Y la época de los setenta años se inició en el día en que Jerusalén fue sitiado — el décimo de Tabeth en el noveno año de Sedequías — día éste que se observa desde entonces como día de ayuno por los judíos en todos los países en que están (2° Reyes 25:1). Daniel y el Apocalipsis indican definitivamente que el año profético es un año de 360 días. Así, además, era el año sagrado del calendario judío; y, como es bien sabido, así era el año antiguamente en las naciones del Oriente. (Ver el capítulo 6: El año profético). Pero setenta años de 360 días consisten exactamente de 25.200 días; y como el Año Nuevo judío dependía de la luna equinoccial, podemos asignar el 13 de diciembre como la «fecha Juliana» del décimo de Tabeth del 589 a.C. Y 25.200 días contados a partir de esta fecha finalizaron el 17 de diciembre del 520 a.C, que fue el día veinticuatro del mes noveno del segundo año del rey Darío de Persia — el mismo día en que se echaron los cimientos del segundo Templo (Hag. 2:18-19. Ver pp. 94 y ss.). Aquí hay algo que debería hacer pensar tanto a críticos como a cristianos. Un decreto de un rey persa era tenido como divino, y cualquier intento de obstaculizarlo era objeto generalmente de un castigo rápido y drástico; y, no obstante, el decreto que ordenaba la reconstrucción del Templo, emitido por el rey Ciro en el cénit de su poder, fue frustrado durante diecisiete años por insignificantes gobernadores locales. ¿Cómo piulo ser esto? La explicación es que hasta que no hubiera expirado el último día de «las Desolaciones», Dios no iba a permitir que se pusiera piedra sobre piedra en el monte Moriah. Así, pues, apartando de nuestras mentes todas las meras teorías respecto a este asunto, llegamos a los siguientes hechos definitivamente averiguados: 1. La época de las Setenta Semanas arranca de la emisión de un decreto para restaurar y edificar a Jerusalén. (Dn. 9:25.) 2. Nunca ha habido más de un decreto para la reconstrucción de Jerusalén. (Ver p. 94.) 3. El dicho decreto fue emitido por Artajerjes, rey de Persia, en el mes de Nisán en el año 20 de su remado, o sea, en el 445 a.C. (Ver pp. 95-97.)
4. La ciudad fue realmente construida en obediencia a la orden dada. 5. La fecha juliana del 1° de Nisán del 445 fue el 14 de marzo. (Ver p. 140.) 6. Sesenta y nueve semanas de años — o sea, 173.880 días — contados a partir del 14 de marzo del 445 a.C. finalizaron el 6 de abril del 32 d.C. (Ver p. 143.) 7. Aquel día, en el que tuvieron su fin las sesenta y nueve semanas, fue el día fatal en que el Señor Jesús cabalgó a Jerusalén en cumplimiento de la profecía de Zacarías 9:9; cuando por primera y única vez en toda su peregrinación terrena lúe aclamado como «Mesías, Príncipe, el Rey, el Hijo de David». (Ver p. 142.) Y aquí, de nuevo, debemos limitarnos a las Escrituras. Aunque Dios no ha registrado en ningún sitio la fecha del nacimiento de Cristo en Belén, ninguna fecha en la historia, sea ésta sagrada o profana, está fijada con mayor precisión que la del año en el que el Señor empezó Su ministerio público. Me refiero, naturalmente, a Lucas 3:1-2. (Ver pp. 117-118.) Afirmo esto enfáticamente, debido a que expositores cristianos han intentado de manera persistente establecer una fecha lie Licia para el reino de Tiberio. Por lo tanto, la primera Pascua del ministerio del Señor cayó en Nisán del 29 d.C; y podemos fijar la fecha de la Pasión como Nisán del 32 d.C. con certeza total. Que escritores incrédulos o judíos se dedicaran a confundir y corromper la cronología de estos períodos no sería de sorprender. Pero es a expositores cristianos a quien debemos esta mala obra. Felizmente, empero, podemos apelar a las labores de historiadores y cronólogos seculares para la demostración de la divina exactitud de las Sagradas Escrituras. El ataque general contra el libro de Daniel, brevemente considerado en el «Prefacio a la quinta edición», es tratado con más detalle en la reimpresión de 1902 de Daniel in the Critic's Den (Daniel en el foso de los críticos). El lector hallará allí una respuesta a los ataques de la Alta Crítica a Daniel, basada en la filología y la historia; y hallará también que los críticos quedan refutados por sus propias admisiones con respecto al Carón del Antiguo Testamento.
La mayor parte de los «errores históricos» de Daniel, que el profesor Samuel R. Driver copió de la obra de Bertholdt del siglo pasado4 han sido mostrados no ser tales errores gracias a la erudición e investigación de nuestros propios días. Pero, al escribir sobre este asunto, me di cuenta de que la identidad de Darío el Meda era todavía una dificultad. Pero desde entonces he hallado una solución de esta dificultad en un versículo en Esdras, utilizado hasta ahora por Voltaire y otros para desacreditar las Escrituras. Esdras 5 nos dice que en el reino de Darío Histaspes los judíos solicitaron al trono, apelando al decreto por el cual Ciro había autorizado la reconstrucción del Templo. La fraseología de la petición indica claramente que, por lo que los líderes judíos sabían, el decreto había sido archivado en la casa de los archivos en Babilonia. Pero la búsqueda que se hizo allí no dio frutos, y al final se encontró en Ecbatana (o Acmeta: Esdras 6:2). ¿Cómo fue posible que un documento de estado fuera transferido a la capital de Media? La única explicación razonable de este extraordinario hecho completa el conjunto de pruebas de que el rey vasallo a quien Daniel denomina Darío de Media fue Gobryas (o Gubaru), que llevó al ejército de Ciro a Babilonia. Como varios autores han señalado, el testimonio de las inscripciones señala hacia esta conclusión. Por ejemplo, la tablilla de los Anales de Ciro registra que, después de tomar la ciudad, fue Gobryas quien designó a los gobernadores o sátrapas; designaciones que Daniel afirma haber sido hechas por Darío. El hecho de que era un príncipe de la casa real de Media, y presumiblemente bien conocido por Ciro, que había residido en la corte de Media, explicaría el que se le tuviera en tan alta consideración. Fue el que gobernó Media como Virrey cuando aquel país fue reducido a la posición de provincia; y para cualquier persona acostumbrada a tratar con evidencias, parecería natural inferir que, por una u otra razón, fue enviado de nuevo a su trono provincial y que, al volver a Ecbatana, se llevó consigo los archivos de su breve reinado en Babilonia. 4. O sea, el siglo XVIII, pues la obra está escrita a fines del siglo XIX. (N del T.)
En el intervalo entre la ascensión de Ciro y la de Darío Histaspes, el decreto referente al Templo pudo haber quedado olvidado por todos menos para los mismos judíos. Y a pesar de que era algo muy grave impedir la ejecución de una orden dada por el rey de Persia (Esdras 6:11), no obstante n esta ocasión, como ya se ha señalado, un decreto divino se sobre impuso al decreto de Ciro, y vetó su toma de acción referente a él. La elucidación de la visión de las Setenta Semanas, tal como se desarrolla en las siguientes páginas, es mi personal contribución a la controversia sobre Daniel. Y ya que la investigación crítica a la que ha sido sujeto ha sido incapaz de detectar en él un solo error o defecto5 se puede aceptar en la actualidad sin dudas ni reservas.
5. Un punto puede ser digno de una nota de pie de página. La traducción de la R. V. de Hechos 13:20 parece eliminar mi solución del perturbador problema de los 480 años de 1." Reyes 6:1 (ver pp. 111-112). Pero aquí, siguiendo (los revisores de la versión inglesa) sus prácticas acostumbradas, y negligiendo los principios por los cuales los expertos se guían en caso de evidencias en conflicto, los Revisores han seguido servilmente a ciertos de los MSS (manuscritos) más antiguos. Y el efecto ■obre este pasaje es desastroso. Porque lo cierto es que ni el apóstol dijo, ni el evangelista escribió, que el disfrute de la tierra por parte de Israel estuviera limitado a 450 años, ni que transcurrieran 450 años antes de la época de los Jueces. El texto adoptado por los Revisores es, por ello, claramente erróneo. (Desafortunadamente, esta lectura errónea se halla también en nuestra excelente Versión Moderna y en la encomiable Versión 1977 de Reina-Valera, que siguen este punto la misma línea que los Revisores de la versión inglesa. (N. del T.) Dean Alford lo considera como «un intento de corregir la difícil cronología del versículo»; y, añade, «si se toman las palabras tal como son, no se puede dar otro sentido que el que el tiempo de los J ueces duró 450 años». Esta es, como sigue explicando, la era dentro de la cual tuvo lugar el gobierno de los Jueces. No significa que los Jueces gobernaran durante 450 años — en cuyo caso se utilizaría el acusativo, como en el versículo 18 — sino, como implica la utilización del dativo, que el período hasta Saúl, caracterizado por el gobierno de los Jueces, duró 450 años. Apenas necesito señalar la objeción de que en la página dejo de tener en cuenta la servidumbre mencionada en Jueces 10:7-8. Esta servidumbre afectó solamente a las tribus más allá del Jordán.
El único comentario despreciativo que el profesor Driver ha podido ofrecer acerca de el en su Book of Daniel es que es «un reavivamiento en una forma ligeramente modificada» del esquema de Julio Africano, y que deja la septuagésima semana sin explicar. Pero lo cierto es que el hecho de que mi esquema esté en la misma línea que la del «padre de los cronólogos cristianos» crea una muy fuerte presunción en su favor. Y bien en contra de dejar la Septuagésima semana sin explicación, la he tratado según la creencia de los padres primitivos. Porque ellos contemplaban la semana ésta como futura, siendo así que esperaban al Anticristo de las Escrituras — «una persona individual, la en carnación y concentración del pecado».6 R. A NDERSON
6. Alford's Greek Testament, prólogo a 2 Tesalonicenses, n.° 5
Prefacio a la quinta edición inglesa Una defensa del libro de Daniel contra la «Alta Crítica»
ESTE LIBRO ha sido menospreciado en algunos círculos debido a que, según se afirma, ignora la crítica destructiva que supuestamente ha conducido a «todas las personas con discernimiento» a abandonar la creencia en las visiones de Daniel. La acusación no es completamente justa. No tan solamente se da respuesta a algunas de las principales objeciones de los críticos desde estas páginas, sino que al demostrar la genuinidad de la gran profecía central de este libro, se establece la autenticidad del todo. Y puede explicarse la ausencia de un capítulo especial sobre este asunto. La práctica, demasiado Común en controversia religiosa, de d ar una representación ex parte de los puntos de vista de los oponentes, en lugar de Aceptar la propia afirmación de ellos, nunca es satisfactoria, y pocas veces honesta. Y no había ningún tratado disponible de parte de los críticos que fuera lo suficientemente conciso como para permitir una consideración detallada, aunque breve, y lo suficientemente plena y autorizada como para permitir su aceptación como adecuada. No obstante, esta falta ha sido suplida desde entonces por la Introduction to the Literatura of the Old Testament,1 del profesor Driver, obra ésta que incorpora los resultados de la denominada «Alta Crítica» tal como son aceptados por el sobrio juicio del autor. Evitando siempre la maliciosa extravagancia de los racionalistas alemanes y de sus imitadores ingleses, no omite nada que la erudición pueda presentar como honestidad en contra de la
autenticidad del Libro de Daniel. Y si se puede demostrar que los argumentos hostiles que el aduce son erróneos y no convincentes, el lector puede aceptar el resultado, sin ningún tipo de temores, como un «punto final a la controversia» sobre este asunto.2 Aquí tenemos la tesis que el autor intenta establecer: En vista de los hechos presentados por el libro de Da niel, la opinión de que éste sea obra del mismo Daniel m puede sustentarse. La evidencia interna muestra, con una fuerza irresistible, que no puede haber sido escrito antes dj c. 300 a.C., y eso en Palestina y es como mínimo probable que fuera compuesto bajo la persecución de Antíoco Epífanes, el 168 ó 167 a.C. El profesor Dríver ordena sus pruebas bajo tres títulos: 1) hechos de naturaleza histórica; 2) la evidencia lingüística de Daniel; y 3) la teología del Libro.
1. An Introduction to the Lilerature of the Old Testament, por S. R. Driver, D.
D., Profesor Regius de Hebreo, y Canónigo de Christ Church, Oxford. 3a edición (T. & T. Clark, 1892). Deseo, desde aquí re conocer la cortesía del profesor Driver al darme respuesta a varias preguntas que rne aventuré a dirigirle. 2. De acuerdo con el plan de la obra, el capítulo 11 empieza con un examen del contenido de Daniel, juntamente con unas nota* exegéticas. Estas notas no son de mi incumbencia, aunque parecen pensadas para preparar al lector para la secuela. Las dejaré de lado con solamente un par de comentarios. Primero, en su crítica de Dn. 9:24-271 él ignora el esquema de interpretación que yo he seguido, aunque es adoptado por algunos escritores de mayor eminencia que algunos de, los que él cita; y los cuatro puntos que enumera en contra de la interpretación mesiánica «comúnmente comprendida» son ampliamente, considerados en estas páginas. Y en segundo lugar, su comentario acerca del cap. 9, de que «difícilmente puede ser legítimo, en una descripción continua, sin cambio aparente de sujeto, referir una parte al tipo y otra parte al antitipo»; deja de lado con una extraordinaria superficialidad ¡un canon de interpretación profética aceptado casi universalmente desde los días de los Padres post-Apostólicos hasta nuestros días!
Bajo (1) él enumera los siguientes puntos: (a) «La posición del Libro en el canon judío, no entre los profetas sino en la colección miscelánea de escritos llamados Hagiografa, y entre los últimos de éstos, cerca de Ester. Aunque es poca cosa definida lo que se sabe con respecto a la formación del canon, la división conocida como de «los Profetas» fue indudablemente formada antes que la de la Hagiografa; y si el libro de Daniel hubiera existido en aquel tiempo, es razonable suponer que hubiera tenido el rango de la obra de un profeta, y que hubiera sido incluido en la dicha clasificación.» (b) «Jesús, el hijo de Sirac (escribiendo alrededor del 200 a.C), en su enumeración de dignidades israelitas, capítulos 44-50, en la que menciona a Isaías, Jeremías, Ezequiel y (colectivamente) a los doce profetas menores, no obstante, guarda silencio con respecto a Daniel.» (c) «Que Nabucodonosor cercara Jerusalén y se llevara parte de los utensilios sagrados en "el año tercero del reinado de Joacim" (Dn. 1:1 ss) es — aunque no pueda, hablando estrictamente, demostrarse falso — altamente improbable: no solamente guarda silencio sobre ello el libro de los Reyes, sino que Jeremías, al año siguiente (cap. 25, etc.), habla de los caldeos en una manera que parece implicar de una manera clara que sus armas no habían sido todavía vistas por Judá.» (d) «Los "caldeos" son sinónimos en Daniel con la casta de magos. Este sentido "es desconocido en el lenguaje asirio-babilónico, y, allí donde aparece, ha surgido después del fin del imperio babilónico, y es por ello una indicación de la redacción post-exílica del Libro" (Schrader).» (e) «Se presenta a Belsasar como rey de Babilonia; y se menciona a Nabucodonosor por el capítulo 5 como su padre (vv. 2, 11, 13, 18, 22).» (f) «Darío, hijo de Asuero, un Medo, es — después de la muerte de Balsasar — "hecho rey sobre el reino de los caldeos". No parece haber sitio para este gobernante. Según todas las otras autoridades, Ciro es el inmediato sucesor de Nabunahid, y gobernante de todo el imperio persa.»
(g) «En 9:2 se afirma que Daniel "miró atentamente en los libros" el número de años que, según Jeremías, Jerusalén debía estar arruinada. La expresión utilizada implica que las profecías de Jeremías formaban parte de una colección de libros sagrados que, no obstante, se puede afirmar con seguridad que no se formó con anterioridad a; 536 a.C.» (h) «Otras indicaciones aducidas para mostrar que el libro no es obra de un contemporáneo son como las que siguen»: los puntos son la improbabilidad, primero, de que un judío estricto hubiera entrado en la clase de los «magos», o de que él hubiera sido admitido por los mismos magos; segundo, la locura de Nabucodonosor y su edicto; tercero, los términos absolutos en los que él y Darío reconocen a Dios, todo y manteniéndose en su idolatría. Desecho (f) y (h) dé inmediato, pues el mismo autor con su acostumbrada honestidad, renuncia a imponerlas. «Deberían — admite — ser utilizadas con reserva.» La mención de Darío el Medo es quizá la mayor dificultad a que se enfrenta el estudiante de Daniel, y el problema que ella implica espera todavía su solución.3 El rechazo incondicional de la narración por parte de muchos autores eminentes demuestra tan sólo la incapacidad, incluso por parte de resultados eruditos de suspender el juicio ante cuestiones de este tipo. La historia de aquella época es demasiado incierta y confusa para justificar dogmatismos, y, como muy justamente remarca el profesor Driver, «una crítica cauta no edificará demasiado sobre el silencio de las inscripciones, campo éste en la que ciertamente muchas esperan aún ver la luz» (p. 469). En la reciente obra del señor Sayce4 se descuida esta precaución. Aún más, el señor Sayce acepta, con una fe indebidamente simple, todo lo que Ciro dijo acerca de sí mismo. Evidentemente, le interesaba a Ciro representar la adquisición de Babilonia como una revolución pacífica, y no como una conquista militar. 3. Esta solución ya ha llegado. Ver Prefacio a la décima edición en esta misma obra, y el amplio estudio de J. C. Whitcomb: Darius the Mede (Reformed and Presbyterian Pub. Co., Nutley, N. J., 1977). (N. del T.)
4. The Higher Criticism and the Verdict of the Monuments, A. H. Sayce.
Pero es que el libro de Daniel no entra en conflicto con ninguna de estas hipótesis. Aquí el señor Sayce «introduce sus preconcepciones en la lectura», como tan constantemente se hace, leyendo ahí lo que de ninguna manera se afirma, ni tan siquiera se implica. No se dice ni una palabra con respecto a un cerco ni una captura. Belsasar «fue muerto», y Darío «tomó el reino»; pero la forma en que estos eventos toman lugar tenemos que aprenderlas de otras fuentes. El profesor Driver admite aquí de una manera expresa «que Darío el Medo" puede mostrarse, después de todo, como personaje histórico »5 y esto es ya suficiente para nuestro propósito presente. Y paso a considerar los puntos que quedan, por orden: (a) Este punto está correctamente colocado en primer lugar, al ser el más importante. Pero su aparente importancia disminuye más y más cuando se examina más de cerca. Nuestra Biblia inglesa (y la castellana), siguiendo a la Vulgata, divide al Antiguo Testamento en treinta y nueve libros. El canon judío reconocía solamente veinticuatro. Estos estaban clasificados bajo tres encabezamientos — la Torah, los Neveeim, v los Kethuvim (La Ley, los Profetas y los Otros Escritos). El primero contenía el Pentateuco.
5. Página 479, nota. Pero la apelación del autor bajo (f) a «todas las otras autoridades» es difícilmente honesta, ya que Daniel es el único historiador contemporáneo, y ya que la exploración de las ruinas de Babilonia ha de efectuarse aún. Por lo que respecta a (h), es poco lo que precisa decirse. El profesor Driver admite cándidamente que «existen buenas razones para suponer que la licantropía descansa sobre una base de hecho». Ningún estudiante de la naturaleza humana hallará nada extraño en la acción registrada de estos reyes paganos cuando se enfrentaban con pruebas de la presencia y del poder de Dios. Vemos la contrapartida actual, cada día, en la conducta de los hombres impíos cuando les acontecen sucesos que ellos consideran como juicios divinos. Y nadie que esté acostumbrado a tratar con evidencias entretendrá la sugerencia de que la historia de Daniel viniendo a ser un «Caldeo» sería inventada por un judío educado bajo el estricto ritual de los días del post-exilio. Y la sugerencia de que habría rehusado la admisión en el círculo a Daniel frente a la orden del gran rey de que se le admitiese no merece ninguna respuesta.
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El segundo contenía ocho libros, que de nuevo se clasificaban en dos grupos. Los primeros cuatro — esto es, Josué, Jueces, Samuel y Reyes — recibían el nombre de los «Profetas Primeros»; y los otros cuatro — esto es, Isaías, Jeremías, Ezequiel y «los Doce» (o sea los profetas menores, que se contaban como un solo libro) — recibían el nombre de los «Profetas Postreros». La tercera división contenía once libros — esto es, Salmos, Proverbios, Job, el Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester, Daniel, Esdras y Nehemías (que se contaban como uno solo), y Crónicas. Ahora bien, el examen de la lista hace que sea imposible dejar de aceptar una de las siguientes dos posiciones. O el canon fue confeccionado bajo dirección divina, o la clasificación de los libros entre la segunda y la tercera división fue arbitraria. Si alguien adopta la primera alternativa, la inclusión de Daniel en el canon decide la cuestión. Si, por otra parte, se asume que el arreglo fue humano y arbitrario, el hecho de que Daniel esté en el tercer grupo demuestra — no que el libro fuera mirado como de dudosa reputación, pues en tal caso habría quedado excluido del canon, sino — que el gran expatriado de la Cautividad no era considerado un «profeta». A personas superficiales esto podrá parecerles un completo abandono del caso. Pero si se utiliza la palabra «profeta» en su sentido aceptado ordinario, Daniel no pretende en absoluto a este título, y si no fuera por Mateo 24:15 es probable que nunca se le hubiera aplicado. Sus visiones tienen su contra partida en el Nuevo Testamento, pero a pesar de ello nadie habla del «profeta Juan». Según 2.a de Pedro 1:21 loa profetas «hablaron siendo inspirados (griego: movidos) por el Espíritu Santo». Esto caracterizó las declaraciones de Isaías, Jeremías, Ezequiel y «los Doce». Fueron las palabras de Jehová por boca de los hombres que las proclamaron. Los profetas se mantení an aparte del pueblo como testigos da parte de Dios; pero la posición y el ministerio de Daniel eran totalmente diferentes. «No hemos obedecido a tus siervos loa profetas, que en Tu Nombre hablaron»: tal era su humilde actitud. La alta crítica puede desdeñar la distinción en qua aquí insistimos; pero la cuestión es, cómo era él considerado por los hombres que establecieron el canon; y en el juicio de ellos era de inmensa importancia. Daniel contiene el registro, no de palabras
inspiradas por Dios proclamadas por el vidente, sino de palabras dichas a él, y de sueños y visiones que le fueron concedidos. Y las visiones de la última mitad del libro le fueron concedidas después de más de sesenta años empleados en asuntos de estado-años que hubieran registrado en la mente popular su fama como estadista y go bernante. El lector reconocerá así que la posición de Daniel en el canon es precisamente la que sería de esperar. El crítico hab la de su posición «en la colección miscelánea de escritos llamada la Hagiografa, y entre los últimos de éstos, cerca de Ester». Pero, al adoptar este punto de otros autores anteriores el autor citado es culpable de lo que se podría denominar como deshonestidad inintencionada. Daniel está situado antes que Esdras, Nehemías, y Crónicas, en un grupo de libros que incluye a los Salmos — aquellos Salmos que los judíos apreciaban más que ninguna otra parte de su canon — aquellos Salmos, muchos de los cuales, muy correctamente, consideraban como proféticos en el sentido más elevado y estricto.6 Pero Daniel, se nos dice, fue colocado «próximo a Ester». ¿Qué quiere decir el crítico con esto? No puede querer sugerir con esto que Ester esté teñido en baja reputación por los judíos, pues él mismo declara que llegó a ser «considerado por ellos como superior tanto a los escritos de los profetas como a las otras partes de la Hagiografa» (p. 452). Por lo que respecta al libro de Ester estando situado antes que el de Daniel, no puede habérsele pasado por alto que está incluido en el canon con los cuatro libros que le preceden — el Megilloth. No puede significar la implicación de que los libros de los Kethuvim estén dispuestos de manera cronológica; y ciertamente no puede querer crear un ignorante prejuicio. Por lo tanto su afirmación constituye un enigma, y la consideración bajo este título puede cerrarse con la siguiente consideración general de que (a) implica que los judíos estimaban los libros en la tercera división de su canon como menos sagrada que «los profetas».
6. Como los Salmos eran el primer libro en los Kethuvim, dieron su nombre a toda la sección; como, por ejemplo, cuando nuestro Señor hablaba de «la ley de Moisés, los Profetas, y los Salmos» (Lc. 24:44), se refería a todas, las escrituras.
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Pero esto no tiene base alguna. Juntamente con el resto, se aceptaban, como nos dice Josefo, «justamente creídos ser divinos, por lo que, antes que hablar en contra de ellos, estaban prontos a sufrir tortura, o incluso la muerte».7 (b) Poco es lo que tiene que decirse con respecto a esto. El canónigo Driver admite que este argumento es tal «que, si estuviera solo, sería arriesgado adelantarlo», y esto es precisamente lo que sucede si la posición (a) queda refutada. Si el asunto consistiera en la omisión de Daniel de una lista formal de los profetas, todo lo que se ha dicho antes se podría aplicar aquí con la misma fuerza; pero el lector no debe suponer que el hijo de Sirac da ninguna lista de este tipo. Los hechos son los siguientes: El libro apócrifo del Eclesiástico que es el que aquí se cita, finaliza con una rapsodia en alabanza a «varones gloriosos». Este panegírico, esto es cierto omite el nombre de Daniel. Pero, ¿en relación a qué se incluiría aquí su nombre? Daniel era un expatriado en Babilonia desde su temprana juventud, y nunca pasó un solo día de su larga vida entre su pueblo, nunca se asoció abiertamente en sus luchas ni en sus tristezas. Además, el crítico deja de mencionar que el hijo de Sirac deja también de mencionar no sólo a dignidades como Abel, y Melquisedec, y Job, y Gedeón y Sansón, sino también a Esdras, que, a diferencia de Daniel, jugó un papel de capital importancia en la vida nacional, y que también dio su nombre a uno de los libros del canon. Que el mismo lector decida después de leer por sí mismo el pasaje en que deberían aparecer los nombres de Daniel y de Esdras.8 Si alguien está constituido mentalmente de tal manera que la omisión le guía a decidirse en contra la autenticidad de estos dos libros, ninguna palabra mía será capaz de influenciarle. (c) Se declara improbable la afirmación histórica con que se inicia el libro de Daniel, sobre dos bases: primero, a causa de que «el libro de los Reyes guarda silencio» sobre ello; y segundo, porque Jeremías 25 parece inconsistente con ella.
7. Contra Apión, i. 8. 8. Esta sección de Eclesiástico empieza con el capítulo 44, pero el pasaje en cuestión es 49:6-16.
El primer punto parece que está señalado de manera equivocada, puesto que 2° Reyes 24:1 afirma, de manera explícita, en los días de Joacím, Nabucodonosor vino contra Jerusalén, y que el rey judío pasó a ser vasallo suyo.9 Y el segundo punto está exagerado. Jeremías 25 guarda silencio sobre el asunto, y esto es todo lo que se puede decir. Ahora bien, el peso que se le dé al silencio de un testigo o documento dado con respecto a cualquier asunto es un problema familiar al tratar con evidencias. Depende totalmente de circunstancias el que cuente mucho, o poco, o nada. Siendo el libro de los Reyes un registro histórico, su silencio aquí significaría algo. Pero ¿por qué una admonición y una profecía como el capítulo 25 de Jeremías, debería contener el relato de un suceso anterior en unos meses, suceso que nadie en Jerusalén podría nunca olvidar?10 Pero es innecesario discutir más en esta línea, pues la exactitud de la afirmación de Daniel puede establecerse sobre bases que el crítico ignora completamente. Me refiero a la cronología de las épocas de la «servidumbre» y de las «desolaciones». Ambas son comúnmente confundidas con «la cautividad», que solamente en parte se solapaba con ellas. Estas varias épocas representaron tres juicios sucesivos de Judá (ver p. 92). La cronología de éstas queda completamente explicada en la secuela, y el examen de la detallada consideración de las pp. 216-224, o incluso un solo vistazo a las tablas que siguen (pp. 225-230), 9. Posiblemente el crítico quiere poner en duda el que Jerusalén hubiera sido realmente tomada, esto es, asaltada, en esta ocasión. Yo, lo admito, lo he asumido en estas páginas. Pero las Escrituras no lo dicen en ningún lugar. Reuniendo todos los relatos, podemos solamente afirmar que Nabucodonosor vino contra Jerusalén, y que la sitió, que, de alguna manera, Joacim cayó en sus manos y fue encadenado para llevarlo a Babilonia, y que Nabucodonosor cambió su propósito y lo dejó como rey vasallo en Judea. Puede ser que saliese a encontrarse con el rey caldeo, como su hijo y sucesor hizo más tarde (2° R. 24:12); y es muy probable que la acción de Joaquín a este respecto hubiera sido sugerida por la leniencia mostrada hacia su padre. 10. las palabras «como hasta hoy», en el versículo 18, parecen ser una alusión a la subyugación acabada de Judea. Según el versículo 19, Egipto era el siguiente a caer bajo Nabucodonosor; y el capítulo 46:2 registra la victoria sobre el ejército egipcio en aquel mismo año.
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suministrará prueba absoluta y completa de que la servidumbre empezó en el año tercero de Joacím, precisamente como lo certifica el libro de Daniel. (d) Me referiré a este tema de la cuestión filológica aquí involucrada en el segundo capítulo del cuerpo de la obra. No es en ningún sentido, una dificultad histórica. (e) El lector hallará este punto tratado a partir de la página 211 y ss. El canónigo Driver remarca: «Se puede admitir como probable que Bel-sar-usur mantuviera el mando de su padre en Babilonia;... pero es difícil pensar que esto podría darle derecho a ser mencionado como rey por un contemporáneo», Si Belsasar era regente, como indica la narración, es difícil que un cortesano hablara de él de otra manera que como rey. Si hubiera dejado de darle el título ¡ello hubiera podido costarle la cabeza! Daniel 5:7, 16, 29 lo corrobora de una manera más notable de lo que pueda parecer debido a que no está preparado intencionadamente. Nabucodonosor había hecho a Daniel el segundo hombre en el reino: ¿por qué Belsasar le hace el tercero? Presumiblemente, porque el mismo sólo poseía el segundo lugar. Para evitar esto, los críticos, manejando una posible traducción alternativa del arameo (como la que se da en el margen de la Revised Versión), conjeturan un «Buró de tres». Pero asumiendo que las palabras puedan significar un triunvirato en el sentido del capítulo 6:2, la cuestión de si éste es su verdadero significado debe ser apelando a la historia. Y la historia no da una sola indicación de que un tal sistema de gobierno prevaleciera en el Imperio Babilónico. Una verdadera exégesis, por tanto, debe decidirse en favor de la alternativa más natural, de que Daniel debía gobernar como tercero, siendo el primero el rey ausente, y el rey regente el segundo. Pero Belsasar es llamado el hijo de Nabucodonosor. El lector hallará esta objeción plenamente contestada por el Dr. Pusey (Daniel, pp. 406-4Ü8). El remarca con mucha justicia que «el enlace matrimonial con la familia de un monarca conquistado, o con una línea lateral, es evidentemente una manera de fortalecer el trono recientemente adquirido y es probable a priori que Nabunahit reforzara así su pre tensión», y el profesor Driver mismo admite (p. 468) que posiblemente el rey se hubiera casado con una hija de
Nabucodonosor, «en cuyo caso este último podría ser mencionado como padre de Belsasar (= abuelo, por costumbre hebrea)». Añadiré tan sólo dos observaciones: primera, los críticos olvidan que incluso desde el propio punto de vista de Daniel la existencia de una tradición es prueba prima facie de su verdad; y la segunda, si el usurpador hubiera elegido ser llamado hijo de Nabucodonosor, aun sin ninguna base para el título, nadie en Babilonia hubiera osado impedírselo. (g) Aquí están las palabras de Daniel 9:2: «Yo Daniel llegué a entender por medio de los libros, la cuenta de los años de que había revelado Jehová al profeta Jeremías, que hubiesen de cumplirse setenta años de las desolaciones de Jerusalén». Reconocidamente, la profecía que aquí se menciona es Jeremías 25:11-12. Ahora bien, la palabra sepher, traducida «libros» en Daniel 9:2, significa simplemente un rollo. Puede denotar un libro, como es tan a menudo el caso en las Escrituras, o meramente una carta. Ver, a guisa de ejemplo, en Jeremías 29:1 (la carta que Jeremías escribió a los expatriados en Babilonia), o Isaías 37:14 (la carta de Senaquerib al rey Ezequías). De nuevo, Jeremías 36:1-2 registra que en el cuarto año del rey Joacím, el mismo año en que se proclamó la profecía de Jeremías 25, se registraron todas las profecías dadas hasta aquel tiempo en «un libro». Y en Jeremías 51:60-61 hallamos que unos diez años más tarde se escribió otro libro, y fue enviado a Babilonia. ¿Dónde, pues, se halla la dificultad? Además, el profesor Driver mismo da una completa respuesta a su propia crítica al adoptar «la suposición de que en algunos casos los escritos de Jeremías estuvieron en circulación durante un tiempo como profecías aisladas, o como pequeños grupos de profecías» (p. 254). Estos pueden haber sido los rollos o «libros» de Daniel 9. Pero supongamos, por amor del argumento, que admitamos que «los libros» tiene que significar los escritos sagrados hasta aquel período, ¿qué justificación existe para poder afirmar que no existía una «colección» tal en el año 536 a.C.? Nunca se ha hecho una afirmación más arbitraria, ni dentro del campo de la controversia. ¿No es absolutamente increíble que los rollos de la Ley no se guardaran juntos? Y considerando la intensa piedad de Daniel, y los extraordinarios medios y recursos que tenía a
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su disposición bajo Nabucodonosor, ¿no se puede «afirmar con seguridad» que no había hombre sobre la tierra con más posibilidades que el de tener copias de todos los escritos sagrados?11 Paso ahora al segundo argumento del crítico, que está basado en el lenguaje del libro de Daniel. El apela, primero, al número de palabras persas que contiene; segundo, a la presencia de palabras griegas; tercero, al carácter del árame en que está escrito parte del libro; y, por último, al carácter del hebreo. Sosteniendo el argumento basado en la presencia de palabras extranjeras está en realidad la asunción implícita de que los judíos eran una tribu inculta que había vivido hasta entonces en rústico aislamiento. Y ello, no obstante, cuatro siglos antes de Daniel se hablaba de la sabiduría y de las riquezas de Salomón por todo el mundo entonces conocido Era un naturalista, botánico, filósofo y poeta. ¿Y por qué no también un lingüista? ¿O es que todas sus comunicaciones con sus esposas extranjeras fueron efectuadas por medio de intérpretes? Comerció con naciones cercanas y distantes, y cada uno de nosotros sabe cómo el lenguaje es influenciado por el comercio. ¿Y podemos dudar que la fama de Nabucodonosor atrajera extranjeros a Babilonia? Lo que sus relaciones con las cortes extranjeras fueran, no lo sabemos. ¿Por qué no pudo Daniel haber sido un erudito persa? La posición que se le asignó bajo el gobierno persa muestra que ello es extremadamente probable. Según el profesor Driver, el número de palabras persas en el libro es de «probablemente de quince por lo menos»; y aquí tenemos su comentario acerca de ellas: Que tales palabras se tengan que hallar en libros escritos después de la organización del Imperio Persa, y cuando la influencia Persa prevalecía, no es más de lo que sería de esperar (p. 470). Pero fue precisamente en estas circunstancias que se escribió el libro
de Daniel. La visión del capítulo 10 fue dada cinco años después del establecimiento de la dominación Persa, y estas visiones fueron la base del libro. Indudablemente, el autor tenía registros y notas de las porciones anteriores e históricas; pero constituye una razonable asunción que el todo fuera redactado después que le fueran concedidas las visiones. Por lo que respecta al arameo y al hebreo de Daniel, naturalmente no puedo expresar ninguna opinión mía propia. Pero mi posición no quedará en absoluto prejuzgada por mi incompetencia a este respecto. En primer lugar, no tenemos aquí nada nuevo. El crítico nos sirve simplemente de una manera condensada lo que los alemanes han instado ya; todo este terreno ha sido ya cubierto por el Dr. Pusey y otros que, habiéndolo examinado con igual erudición y cuidado han llegado a conclusiones totalmente diferentes. Pero, en segundo lugar, es innecesario; porque la notable honestidad con que el profesor Driver afirma los resultados de su argumento me posibilita aceptar todo lo que él dice a este respecto, y dejar la discusión de ello a la secuela. Aquí están sus palabras: Así, el veredicto del lenguaje de Daniel es claro. L as palabras persas presuponen un período después del establecimiento del Imperio Persa de una manera firme; las palabras griegas demandan, el hebreo apoya, y el arameo permite, una fecha posterior a la conquista de Palestina por Alejandro el Grande (332 a.C). Con nuestro conocimiento actual esto es todo lo que el lenguaje nos autoriza a afirmar de manera definitiva (p. 476). ¿Puedo afirmarlo en otras palabras? Los términos persas suscitan una presunción de que Daniel estaba escribiendo después de una cierta época. El hebreo fortalece esta presunción, el arameo es consistente con ella, y se utilizan las palabras griegas para establecerla con certeza. Precisamente problemas similares a éste exigen decisión cada día en nuestros tribunales.12
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La sugerencia del profesor Bevan en este punto es, en mi opinión, Insostenible. Pero me refiero a ella para mostrar cómo un avanzado exponente de la Alta Crítica puede desechar (g). Commentary on Daniel, p. 146, No tengo ninguna duda de que si Daniel tuvo ante sí el libro de Levítico, como, bien pudiera haber sido, era la ley de los años sabáticos lo que tenía en mente, y no 26:18, etc.
12. Será interesante hacer notar en este punto que el autor, Sir Robert Anderson, caballero comandante de la Orden del Baño (K. C. B.) era doctor en Leyes, y fue durante muchos años director de Scotland Yard , (N. del T.)
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Toda la fuerza del caso depende del último punto afirmado. Cualquier número de presunciones argumentables pueden ser rechazadas; pero aquí se alega que tenemos una prueba irrefutable: Las palabras griegas demandan una fecha que destruye la autenticidad de Daniel. ¿Podrá el lector creer que la única base sobre la que descansa esta superestructura es la afirmación de que se hallan dos palabras griegas en la lista de instrumentos musicales que se halla en el tercer capítulo? En un bazar que se celebró hace un cierto tiempo en una de nuestras ciudades diocesanas, bajo el patrocinio del obispo de la diócesis, se dio la alarma de que un ladrón estaba operando entre los presentes, y que dos damas presentes habían perdido sus bolsos. En la confusión consiguiente se hallaron los bolsos robados, vaciados de sus contenidos, ¡en el bolsillo del obispo! ¡La «Alta Crítica» le habría entregado a la policía! Quizá debería pedir perdón por esta divagación; pero, con sobria seriedad, lo cierto es que es oportuno investigar si es que estos críticos comprenden las mismas bases del arte de ponderar evidencias. La presencia de los dos bolsos robados no «demandaban» la culpabilidad del obispo. Ni tampoco la presencia de dos palabras griegas debería decidir la suerte de Daniel.13 La cuestión todavía permanecería: ¿Cómo llegaron a estar allí? Según el profesor Sayce, quien era una autoridad hostil, la evidencia proveniente de monumentos ha refutado enteramente este argumento de los críticos.14
13. Hablo solamente de dos palabras griegas, porque kitharos está prácticamente abandonada. El doctor Pusey niega que estas palabras sean de origen griego. ( Daniel, pp. 27-30.) El doctor Driver argumenta que en el siglo V a.C. «las artes y los inventos de la vida civilizada fluyeron así hacia Grecia desde Oriente, y no desde Grecia hacia Oriente) Pero lo cierto es que la figura que él utiliza aquí distorsiona su juicio. Las influencias de la civilización no «fluyen» en el sentido en que el agua «fluye». Hay, y siempre debe haber, un intercambio; y las arte y los inventos que pasan de un país a otro llevan consigo sus nombres Estoy obligado a repasar de manera rápida estas cuestiones filológicas pero el lector las hallará plenamente discutidas por Pusey y otros. E doctor Pusey señala: «Tanto las palabras arameas como las asirías son apropiadas a su verdadera edad», y, «su hebreo es, precisamente, el que sería de esperar en la época en la que él vivió» (p. 578).
Ahora parece ser que había colonias griegas en Palestina en tiempos tan tempranos como los de Ezequías, y que había relaciones entre Grecia y Canaán en períodos aún más tempranos. Pero admitamos, por amor del argumento, que las palabras son realmente griegas, y que no se conociesen tales palabras en Babilonia en los días del exilio. ¿Es legítima la inferencia hecha basada en su presencia en el libro? Mientras que algunos apologistas de Daniel han insistido indebidamente en la hipótesis de una revisión, tal hipótesis provee una explicación muy razonable de las dificultades de este tipo particular. ¿Por qué deberíamos dudar de la veracidad de la tradición judía de que «los hombres de la gran sinagoga escribieron» (esto es: editaron) el libro de Daniel? Y si ello es cierto, estas palabras griegas pueden ser fácilmente explicadas. Si en la lista de instrumentos musicales, y en el título de «magos», los editores hallaron términos que les eran extraños, cuan natural les sería sustituirlos por palabras que les fueran familiares a los judíos de Palestina.15 Cuan natural, también, escribir los nombres de Nabucodosor y de Abed-nego de la manera que ha venido a ser normal. Este es precisamente el tipo de cambio que ellos adoptarían; cambios de ninguna importancia vital, pero adecuados para hacer que el libro fuera más apropiado para aquellos para quienes estaban revisando el libro. La última base de ataque del crítico es la teología del libro de Daniel. Esta, señala el Dr. Driver, «apunta a una época más tardía que la del exilio». No se sugiere ninguna acusación de error, pues el profesor Driver tiene cuidado desde el principio de repudiar lo que él denomina las «exageraciones» de los racionalistas alemanes y de sus imitadores ingleses. Pero su alianza con hombres así, distorsiona su juicio y le obliga a adoptar afirmaciones engendradas de su mescla de ignorancia y malicia. Un solo ejemplo será suficiente «Es asimismo notable — dice él — , que Daniel — tan distinto de la generalidad de los profetas — no exhiba ningún interés en el bienestar o esperanzas de sus contemporáneos».
14. Higher Criticism and the Monuments, pp. 424 y 494. 15. Sobre este asunto, ver el artículo del Obispo de Durham en el Smith Bible
Dictionary.
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Ahora la cuestión aquí es, no si la doctrina del libro es verdadera, porque esto no está bajo discusión, sino si una verdad de un cará cter tan avanzado y definido podría haber sido revelada en un período tan temprano en el esquema de la revelación. No es fácil fijar los principios sobre los que deba ser considerada esta cuestión. Y la discusión puede ser evitada suscitando otra, la respuesta de la cual decidirá todo el asunto en discusión. Conocemos la «posición ortodoxa» del libro de Daniel. ¿Cuál es la alternativa que propone el crítico a nuestra aceptación? Aquí él hablará por sí mismo, y las dos citas siguientes serán suficientes: Daniel, esto es indudable, fue una persona histórica, uno de los judíos expatriados a Babilonia que, juntamente con sus tres compañeros, sobresalió de su fiel adhesión a los principios de su religión, que consiguió una posición de influencia en la corte de Babilonia, que interpretó los sueños de Nabucodonosor, y que predijo como vidente algo de la suerte futura de los imperios caldeo y persa (p; 479). Por otra parte, si el autor hubiera sido un profeta viviendo en la época misma de los infortunios, se pueden explicar de manera consistente todas las características de libro. Él vive en la época por la que manifiesta su interés y que necesita los consuelos que tiene que proveerle. No escribe después del final de las persecuciones (en cuyo caso las profecías no tendrían objeto), sino al principio, cuando su mensaje de aliento tendría valor para los judíos piadosos en el tiempo de su aflicción. Así, él proclama: predicciones genuinas; y la llegada de la era mesiánica sigue de cerca al final de Antíoco, así como en Isaías o Miqueas sigue de cerca a la caída del Asirio: en ambos casos el futuro es abreviado (p. 478). La primera de estas citas se refiere a Daniel mismo, el doble del supuesto autor del libro que lleva su nombre. En esta primera cita pasamos por un momento afuera de la niebla de meras teorías y argumentos a la clara y transparente luz del hecho. «Esto es indudable», o, en otras palabras, es absolutamente cierto, que no tan sólo Daniel fue «una persona histórica» sino además «un vidente» — esto es, un profeta — . Pero volviendo de nuevo a las oscuridades,
vamos a conjeturar la existencia de otro profeta en los días de Antíoco — un profeta real — , porque «proclama predicciones genuinas» para alentar a «los judíos piadosos en el tiempo de su aflicción». Ahora, la posición del escéptico es, en cierto sentido, inacatable. Es como el individuo del jurado que arrima su espalda contra la pared y rehúsa aceptar la evidencia. Pero obsérvese lo que este compromiso aquí sugerido involucra. Como ya se ha señalado, Daniel no tenía pretensiones al manto del profeta en el sentido en que Jeremías y Ezequiel lo llevaron. El mismo no hizo ninguna pretensión de serlo (ver Dn. 9:10). Además, su vida transcurrió en el espléndido aislamiento de la corte de Babilonia, mientras que ellos eran figuras centrales entre su pueblo — uno de ellos en medio de aflicciones de Jerusalén, el otro entre los expatriados. No sería extraño, por ello, si el nombre y la fama de Daniel no tenían el mismo lugar que el de ellos en la memoria popular. Pero aquí se nos pide que creamos que otro profeta, surgido en tiempos históricos, cuyo «mensaje de aliento» puede haber estado en boca de todos a través de la noble lucha macabea, quedó limpiamente olvidado de la memoria de la nación. El historiador de esta lucha no puede haber vivido más que una generación después, y a pesar de ello ignora su existencia, aunque se refiere en los términos más concretos al Daniel de la Cautividad.16 La voz del profeta había estado callada durante siglos. ¡Con qué desenfrenado y apasionado entusiasmo la nación no habría saludado el surgimiento de un nuevo vidente en un momento tal! Y cuando el resultado de aquella fiera lucha colocó el sello de la verdad sobre sus palabras, su fama hubiera eclipsado la de los viejos profetas de la antigüedad. Pero el hecho es que no sobrevivió ni un vestigio de su fama ni de su nombre. Ningún escritor, sagrado o secular, parece haber oído hablar de él. No quedó ninguna tradición referente a él. ¿Se ha visto una invención más insostenible que ésta? No es posible un compromiso tal entre fe e incredulidad. No ha y escape posible a aceptar una de las dos alternativas.
16. 1° Mac. 2:60; ver también 1:51. El primer libro de los Macabeos es una historia de la mejor reputación, y su exactitud es universalmente admitida.
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O el libro de Daniel es lo que proclama ser, o es totalmente inválido. «Tiene que ser o todo verdad o todo impostura.» Es en vano hablar de él como constituyendo la obra de algún profeta de una época posterior. Data de Babilonia en los días de la Deportación, o es un fraude literario, forjado después de la época de Antíoco Epífanes. Pero entonces, ¿Cómo llegó a ser citado en el libro de los Macabeos — y ello no de una manera incidental, sino en uno de los pasajes más solemnes y notables de todo el libro — las últimas palabras del viejo Matatías antes de su muerte? ¿Y cómo llegó a quedar incluido en el canon? Los críticos hablan mucho de su posición en el canon: ¿cómo explican ante todo el que tenga su lugar allí? Es razonablemente cierto que las primeras dos divisiones del canon fueron establecidas por la Gran Sinagoga mucho antes de los macabeos, y que su finalización fue la obra del Gran Sanedrín, no más tarde que el segundo siglo antes de Cristo. Y se nos pide que supongamos que esta gran institución, compuesta de los más eruditos varones de la nación habría aceptado un fraude literario de reciente factura, o que podría haber sido engañada por él. Esta es una de las hipótesis más desenfrenada y arbitrarias que se pueda imaginar. Y tampoco queda este argumento debilitado si los críticos insistieran que el canon podría haber quedado abierto todavía durante unos cien años después de la muerte Antíoco.17 Si hubiera quedado así abierto, el hecho hubiese constituido otra prenda y prueba de que hubieran estado ejerciendo el cuidado más vigilante y celoso de manera incesante. La presencia del libro de Daniel en el canon es un hecho de más peso que todas las críticas de los críticos. Son miles los que se adhieren al libro de Daniel, y que a pesar de ello sienten espanto de tener que enfrentarse a esta crítica destructiva, por temor de que la fe sucumbiera ante su influencia. Y a pesar de ello, esto es todo lo que los críticos pueden exponer, tal y como lo formula
uno de sus mejores portavoces. De todos estos argumentos no hay ni siquiera uno que no pueda quedar refutado en cualquier momento por el descubrimiento de más inscripciones. En presencia de algún cilindro que pueda descubrirse pronto de las aún inexploradas ruinas de Babilonia18 todas estas teorizaciones acerca de improbabilidades y frivolidades acerca de palabras pudieran ser acalladas en un solo día. Y siendo así, es evidente, en cualquiera que no le falte la facultad de juzgar, que los críticos exageran la importancia de su crítica. Incluso si todo lo que ellos alegan fuera verdadero y tuviera entidad, sólo debería guiarnos a suspender el veredicto. Pero los críticos son especialistas, y es cosa proverbial que los especialistas son malos jueces. Y aquí es posible que alguien que no pueda alardear de ser teólogo o erudito pueda enfrentarse con ellos sobre mejores bases que la de la igualdad. Para ellos es suficiente con que la evidencia de un cierto tipo señale en una dirección. Pero en aquellos en quienes se ha desarrollado la facultad judicial se detendrán y pedirán, «y ¿qué es lo que se puede decir desde el otro lado?» y « ¿la decisión propuesta armoniza con todos los hechos?» No obstante, las cuestiones de este tipo no existen para los críticos. Y si jamás se han presentado en la mente del profesor Driver, es de lamentar que dejara de tenerlas en cuenta al afirmar los resultados generales de sus investigaciones. Y si fueron ignoradas por un autor tan dispuesto a llegar a la verdad, es inútil tratar de verlas mencionadas en los escritos de los escépticos y de los apóstatas. Hasta aquí he estado tratando con presunciones, inferencias y argumentos. Negar que tengan entidad sería a la vez deshonesto e inútil. Se podría conceder que si el libro de Daniel hubiera salido a luz dentro de la era cristiana, podrían ser suficientes para impedir su admisión al canon. Pero para el cristiano el libro de Daniel está acreditado por el mismo Señor Jesús; y ante este hecho toda la fuerza de estas críticas se desvanece como la niebla ante el sol.
17. El Sanedrín, aunque dispersado durante la revuelta macabea fue reconstituido
18. Las ruinas de Borsippa están prácticamente inexploradas; y considerando el
a su finalización. Ver los artículos del doctor Ginsburg «Sanedrín» y «Sinagoga» en la Cyclopedia de Kitto.
carácter de las inscripciones halladas en otras localidades caldeas, podemos esperar hallar en el futuro registros estatales muy completos de la capital.
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La misma predicción ante la cual los racionalistas presentan tantos reparos, la adopta El en aquel discurso que es la clave a toda la profecía pendiente de cumplimiento;19 y si se puede demostrar que Daniel es un fraude, Aquel a quien reconocemos Señor queda también desacreditado por lo mismo. Los racionalistas de la escuela alemana desprecian este tipo de razonamiento. Y para ellos no cuenta para nada el lecho de que Daniel esté mencionado en el libro de Ezequiel, aunque según sus propios cánones debería contrapesar en mucho la evidencia negativa que ellos aducen. Daniel no es mencionado por otros profetas; por lo tanto, argumentan, Daniel es un mito. En tres ocasiones hablan de él las profecías de Ezequiel; por lo tanto, se está tratando de algún otro Daniel. Su argumento está basado en el silencio de los libros sagrados, y otros, de los judíos. Un hombre tan eminente como el Daniel del exilio no habría sido ignorado de esta manera, adelantan ellos. Y a pesar de ello ¡conjeturan la carrera de otro Daniel de igual, o mayor, eminencia, cuya mismísima existencia ha quedado olvidada! No es fácil tratar con casuistas como ellos. Pero hay un argumento, por lo menos que no nos pueden arrebatar. Ellos se han librado del segundo capítulo y del séptimo y de la visión que cierra el libro, pero la gran profecía de las Setenta Semanas permanece; y ésta da prueba de la autoridad divina de Daniel, que no puede ser destruida. Que fijen la fecha del libro cuando quieran, no pueden dar cuenta de ella, no pueden explicarla. Porque a partir de un suceso histórico definitivamente registrado — el edicto de reconstruir Jerusalén, hasta otro suceso histórico definitivamente registrado — la manifestación pública del Mesías, hay un intervalo de tiempo que fue predicho de antemano; y es con total exactitud y día por día se cumplió la predicción. Este volumen se ha escrito con el fin de dilucidar esta profecía, y como el resultado constituye mi contribución personal a la controversia, se me podrá perdonar que explique los pasos por medio de los cuales he llegado a él. La visión se refiere a 70 hebdómadas de años, pero trataré aquí solamente de las 69 «semanas» del versículo veinticinco. Aquí están las palabras:
19. Mateo 24.
Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro, pero esto en tiempo angustiosos. Ahora bien, es un hecho indiscutido que Jerusalén fue reconstruida por Nehemías, bajo un edicto emitido por Artajerjes (Longimano), en el año vigésimo de su reinado. Por lo tanto, a pesar de las dudas que la controversia arroja sobre todo, la conclusión es obvia e irresistible que ésta era la época del período profético. Pero el mes era el de Nisán y el año sagrado de los judíos empezaba con la fase de la luna pascual. Solicité entonces al Astrónomo Real, el difunto George Airy, que me calculase la posición de la luna en marzo del año en cuestión, y conseguí así la fecha que precisaba, 14 de marzo del 445 a.C. Teniendo esto establecido, tan sólo quedaba una cuestión pendiente: ¿de qué tipo de años consiste la era? Y la respuesta a ello es definitiva y clara. Es el antiguo año de 360 dias,20 lo que puede quedar llanamente probado de dos maneras. Primero, porque según Daniel y el Apocalipsis, 3 años y medio proféticos equivalen a 1.260 días; y segundo, porque se puede demostrar que los 70 años de las «Desolaciones» tienen este carácter; y la conexión entre el período de las «Desolaciones» y la era de las «semanas» es uno de los pocos hechos universalmente admitidos en esta controversia. Las «Desolaciones» tuvieron su comienzo en 10 de Tebeth de 589 a.C. (un día que ha sido conmemorado por los judíos durante veinticuatro siglos con ayunos), y finalizaron el 24 de Quisleu de 520 a.C.21 Habiendo así establecido el terminas a quo de las «semanas», y el tipo de año de que están compuestas, tan sólo queda calcular la duración de la era. Así, se puede calcular con certeza su terminus ad quem. Ahora bien, 483 años de 360 días contienen 173.880 días.
20. Ver p. 102. . 21. Ver pp. 91, 103-104, 222.
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Y un período de 173.880 días, principiando el 14 de marzo del 445 a.C, finalizan en aquel domingo de la semana de la crucifixión cuando, por primera y última vez a lo largo de Su ministerio, el Señor Jesucristo, en cumplimiento de la profecía de Zacarías, hizo una entrada pública en Jerusalén, e hizo que su mesiazgo fuera proclamado abiertamente por «toda la multitud de los discipulos».22 No es necesario discutir más este asunto de momento. En los siguientes capítulos se considera cada cuestión que Incide en este asunto, y se da respuesta a cada objeción.23 Es suficiente repetir que en presencia de los hechos y de las cifras así detalladas no es posible la mera negación de creer. Estos tienen que explicarse de alguna manera. «Existe un punto más allá del cual la incredulidad es imposible, y la mente al rehusar la verdad, tiene que buscar refugio en un tipo de incredulidad que constituye una mera credulidad.» No fue hasta después de tener las páginas anteriores en prensa que llegó a mis manos el libro Daniel del arcediano Farrar. Quizá se deben pedir excusas al profesor Driver por poner juntamente con el suyo una obra tal, pero The Expositor's Bible será leído por muchos para los que The Introduction (libro escrito por el doctor Driver) es un libro desconocido. Ambos autores concuerdan en impugnar la autenticidad del libro de Daniel; pero sus posiciones relativas son ampliamente diferentes, y no lo son menos sus argumentos y sus métodos. El erudito cristiano escribe para eruditos, deseoso tan sólo de determinar la verdad. El teólogo popular escribe detalladamente las extravagancias del escepticismo alemán para la ilustración de un público fácilmente engañado. Al pasar de un libro al otro, nos viene a la mente la diferencia entre un proceso criminal cuando está a cargo de un fiscal responsable de la Corona, y cuando lo promueve un acusador privado vengativo. En el primer ejemplo el único propósito del abogado es el de asistir al tribunal a llegar a un veredicto justo. En el segundo ejemplo podemos prepararnos a oír argumentos temerarios, o incluso desaprensivos.
22. Lucas 19. , 23. Ver capítulos 5-10, especialmente, pp. 138-143.
Y aquí es donde debemos trazar la distinción entre la Alta Crítica cuando es utilizada legítimamente por eruditos cristianos en interés de la verdad, y el movimiento racionalista que se atribuye este nombre. Si este movimiento lleva a la incredulidad, es obedeciendo a la ley de que «de tal palo tal astilla». Es en sí mismo hijo del escepticismo. Su reconocido fundador lo inició con el deliberado designio de eliminar a Dios de la Biblia. Desde el punto de vista del escéptico las teorías de Eichorn eran inadecuadas, y De Wette y otros las han mejorado. Pero su intención y objetivo son los mismos. Se tiene que dar cuenta de la Biblia, y se tiene que explicar la existencia del cristianismo, en base a principios naturales. Los milagros, por ello, tenían que ser eliminados, y la profecía es el mayor de los milagros. En el caso de la mayor parte de las Escrituras Mesiánicas el escepticismo que se había depositado como una niebla nocturna sobre Alemania hizo que la tarea fuera cosa fácil; pero Daniel constituía una dificultad. Pasajes tales como los del capítulo cincuenta y tres de Isaías se podían eliminar a la ligera, pero el incrédulo no podía hacer nada con las visiones de Daniel. El libro permanece como testigo de Dios, y tiene que ser silen ciado no importa por qué medios, limpios o sucios. Y hay tan sólo un método para conseguirlo. Los conspiradores se impusieron la tarea de demostrar que fue escrito después de los sucesos que predice. La evidencia que han reunido es de un tipo que no sería suficiente para demostrar la culpabilidad de un reconocido ladrón de un pequeño latrocinio — y desde luego, muchas de estas «evidencias» han sido ya descartadas — ; pero cualquier tipo de evidencias serán suficientes para un tribunal prejuiciado, y desde el primer momento el libro de Daniel estaba ya sentenciado. El libro del doctor Farrar reproduce cada fragmento de estas evidencias en su forma más desnuda y cruda. Su contribución original a la controversia se limita a la retórica que cubre la debilidad de argumentos falaces, y el dogmatismo con que a veces deja de lado resultados acreditados por el juicio de autoridades de la mayor eminencia. Dos ejemplos típicos de ello serán suficientes. El primero se relaciona con una cuestión de pura erudición. Refiriéndose al quinto capítulo de Daniel, escribe así:
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Agarrándose a un clavo ardiendo, aquellos que intentan vindicar la exactitud del autor ... creen que mejoran el caso al adelantar que Daniel fue hecho «el tercer gobernante del reino» — ¡siendo Nabunaid el primero, y Belsasar el segundo! Desdichadamente para su muy precaria hipótesis, la traducción «tercer gobernante» se presenta sin fundamento alguno. El significado es «uno de un triunvirato». «¡Sin fundamento alguno!» En vista de la decisión de la compañía de Revisiones del Antiguo Testamento, la afirmación denota un extraordinario descuido o una arrogancia intolerable. Y estoy completamente autorizado a afirmar que los revisores dieron a esta cuestión una exhaustiva consideración, y que fue tan sólo en la última revisión que se admitió en el margen la versión alternativa, «gobernar dentro de un triunvirato». En ningún momento se consideró la posibilidad de aceptar esta versión en el texto.24 La correcta traducción de 5:29 es, admitidamente, «el tercer gobernante» en el reino; pero las autoridades difieren con respecto a los versículos 7 y 16. El profesor Driver me dice que, en su opinión, la traducción absolutamente literal allí es «gobernar como una tercera parte en el reino», o parafraseando ligeramente las palabras «gobernar dentro de un triunvirato» (como en el margen de la Versión Revisada). El profesor Kirkpatrick, de Cambridge, ha sido lo bastante amable como para referirme al Die Heilige schrift des alten Testaments, de Kautzsch, como representante de la mejor y más reciente erudición alemana, y su traducción del versículo 7 es «el tercer gobernante en el reino», con la nota, «esto es, ya como uno entre tres sobre todo el reino (cp. 6:3), o como tercero al lado del rey y de la reina madre». Y el Gran Rabino (cuya cortesía hacia mí quiero aquí reconocer) escribe: No puedo encontrar ninguna falta en absoluto con---- por traducir las palabras «la tercera parte del reino», ya que sigue con ello a dos de nuestros comentaristas hebreos de gran reputación, Rashi y Ibn Ezra.
24. Al haber asumido este asunto como uno de ensayo crucial, lo he investigado con sumo cuidado.
Por otra parte, otros de los comentaristas, como Saadia, Jachja, etc., traducen el pasaje como «él será el tercer gobernante en el reino». Esta traducción parece estar más estrictamente de acuerdo con el significado literal de las palabras, como lo muestra el doctor Winer en su Grammatik des Cháldaismus. También recibe confirmación gracias al notable descubrimiento de Sir Henry Rawlinson, por la cual Belsasar era el hijo mayor del rey Nabónido, y que estaba asociado con él en el gobierno, por lo que la persona que le siguiera en honor sería la tercera Queda así perfectamente claro que la afirmación del doctor Farrar es totalmente injustificable. ¿Se tiene que atribuir a falta de erudición o a falta de integridad? De nuevo, y refiriéndose a la tercera visión del profeta el arcediano Farrar escribe: El intento de relacionar la profecía de las setenta semanas primaria o directamente a la venida y muerte de Cristo... se puede apoyar solamente por medio de inmensas manipulaciones, y por hipótesis tan crudamente imposibles que hubieran conducido a una profecía prácticamente sin significado tanto para Daniel como para el lector posterior (p. 287). No es fácil tratar con esta afirmación siquiera con un respecto convencional. Ninguna persona honesta negará que, ya sea que el noveno capítulo de Daniel sea profecía o fraude, las bendiciones especificadas en el versículo 24 son mesiánicas. En este punto coinciden todos los expositores cristianos. Y a pesar de que los puntos de vista de algunos de ellos están marcados por choc antes excentricidades incluso el más desatinado de ellos contrastará favorablemente frente a la exégesis de Kuenen que, en toda su cruda extravagancia, adopta el arcediano Farrar.25
25. Su capítulo acerca de Las Setenta Semanas provoca la exclamación ¡Esto es a dónde ha venido a parar la teología inglesa! No aludo a los vulgares fallos de llamar a Gabriel «el Arcángel» (p. 275), ni a su confusión de la era de la Servidumbre con la de las Desolaciones (p. 289), «sino al estilo y al espíritu de estudio como un todo. Ningún tratado reciente inglés se puede comparar con éste con respecto a «inmensas manipulaciones» y a «hipótesis crudamente imposibles».
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Las opiniones del profesor Driver son de la mayor autoridad dentro de la esfera en la que él posee una tal erudición.26 Pero aquí he aventurado la sugerencia de que su eminencia como erudito da un peso indebido a sus declaraciones sobre las generalidades involucradas, y que él sufre de la proverbial incapacidad de los expertos al tratar con una masa de evidencia aparentemente en conflicto. El tono y manera en que su investigación ha sido efectuada muestran una prontitud a reconsiderar su posición a la luz de cualquier tipo de descubrimientos posteriores. En contraste a ello no hay reserva alguna en las denuncias de Farrar. Para él es imposible la retirada, sin importar lo que el futuro pueda descubrir. Pero no es mi propósito analizar su libro. Ya se ha pasado revista a lo único que cuenta seriamente en la acusación contra Daniel. No obstante, su tratado suscita una cuestión general de importancia trascendente, y a ella me quiero referir para concluir. Para él el libro de Daniel es una mera ficción, difiriendo de otras ficciones del mismo tipo sólo en razón de la multiplicidad de sus inexactitudes y errores. Su historia es una vana leyenda. Sus milagros son tan sólo fábulas sin fundamento. Es, en cada sección, una obra de la imaginación. «Ficción reconocida» (p. 43), la llama, porque es tan evidentemente un romance que la acusación de fraude es debida tan sólo a la estupidez de la Iglesia Cristiana al no reconocer el propósito del «santo y dotado judío» (p. 119) que lo escribió. Tal es el resultado de su crítica. ¿Qué acción debemos tomar en vista de ello? ¿No deberíamos, tristemente, pero con firme propósito, arrancar el libro de Daniel del sagrado canon? No, en absoluto.
26. Aludo a su intento de fijar la fecha del libro por el carácter de su hebreo y arameo. Este es, además, un punto en el que los eruditos disienten. Ya he citado la afirmación del doctor Pusey. El profesor Cheyne afirma: «No se puede hacer ninguna inferencia importante a partir del hebreo del libro de Daniel con respecto a su edad con alguna certeza» ( Encyc Brit., «Daniel», p. 804); y una de las más eminentes autoridades en Inglaterra, que ha sido citado en favor de la asignación de una fecha tardía para el libro de Daniel, escribe, en respuesta a una pregunta que le dirigí: «Soy ahora de la opinión de que es muy difícil establecer la edad de cualquier porción de este libro por medio de su lenguaje. No creo, por lo tanto, que debiera citar más mi nombre en esta discusión.»
Estos resultados — afirma el doctor Farrar — no son en absoluto detractores de la preciosidad de este Apocalipsis del Antiguo Testamento. Ninguna palabra mía puede describir el alto valor que asigno a esta porción de nuestras Escrituras Canónicas... Su derecho a un puesto en el canon es indiscutible e indiscutido, y apenas hay un solo libro del Antiguo Testamento que pueda hacerse más ricamente aprovechable para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios se enteramente apto, bien pertrechado para toda buena obra (p. 4). Esta no es una afirmación aislada que la caridad pudiera atribuir a un desliz del pensamiento. Parecidas palabras son utilizadas una y otra vez en alabanza de este libro.27 ¡Daniel no es nada más que una novela religiosa, y con todo y esto «apenas hay un solo libro del Antiguo Testamento» que sea de más valía! La cuestión aquí no es la de la autenticidad de Daniel, sino del carácter y valor de las Sagradas Escrituras. Los eruditos cristianos cuyos estudios les guíen a rechazar alguna porción del canon tienen que actúan confesando que, al hacer esto, aumentan la autoridad, y subrayan la valía del resto. Pero el arcediano de Westminster, al impugnar el libro de Daniel, aprovecha la ocasión para degradar y menospreciar la Biblia como un todo. El obispo Westcott afirma que ningún escrito del Antiguo Testamento tuvo una parte tan importante en el desarrollo del cristianismo como Daniel.28 O, citando a un testigo hostil, el profesor Bevan escribe: «En el Antiguo Testamento se menciona a Daniel en una sola ocasión, pero la Influencia de su libro es evidente casi en todas partes.»29 «Son pocos los libros --dice Hengstenberg-cuya autoridad divina queda tan plenamente establecida por el testimonio del Nuevo Testamento, y en particular por nuestro mismo Señor, como la del libro de Daniel.»
27. Ver ex. gr., pp. 36-37, 90, 118, 125. 28. Smith, Bible Dictionary, «Daniel». 29. Commentary on Daniel, p. 15.
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Así como la niebla y la tormenta pueden esconder la roca sólida de la vista, así esta verdad puede quedar oscurecida por el casuismo y la retórica; pero cuando éstos se han agotado aquélla se mantiene llana y clara. En toda esta controversia se pasa comúnmente por alto, o se esconde muy estudiadamente, uno de los resultados del rechazo del libro de Daniel. Si «el Apocalipsis del Antiguo Testamento» es excluido del canon, el Apocalipsis del Nuevo debe participar en esta exclusión. Las visiones de san Juan están tan inseparablemente entrelazadas con las visiones del gran profeta expatriado que se mantienen o caen juntas. El crítico tiene el derecho de ignorar este resultado, pero el predicador no puede ignorarlo en absoluto. Y ello da importancia al hecho, tan a menudo olvidado, de que la Alta Crítica pretende una posición que no se le puede acordar en absoluto. Su verdadero puesto no está en el sitial del juez, sino en el estrado de los testigos. El teólogo cristiano tiene que tomar en cuenta muchas cosas que la crítica no puede sin abandonar enteramente su esfera y función legítimas. Nadie se apropia de esta posición con más libertades que el arcediano Farrar. El evade el testimonio del capítulo 24 de san Mateo al rehusar creer que nuestro Señor pronunciara las palabras que se le atribuyen a Él. Pero esto socava el cristianismo; porque, repito, el cristianismo reposa sobre la Encarnación, y si los Evangelios no son inspirados, la Encarnación es un mito. ¿Cuál es su respuesta a esto? Cito sus palabras: Pero nuestra fe en la Encarnación, y en los milagros de Cristo, descansa sobre una evidencia que, después de repetidos exámenes, es para nosotros abrumadora. Aparte de todas las cuestiones de verificación personal, o del Testimonio Interno del Espíritu, podemos mostrar que esta evidencia está apoyada, no solamente por los registros existentes, sino, además, por miríadas de testimonios externos e independientes. Esto merece una atención más cuidadosa, no solamente a causa de su relevancia con respecto a lo que se está considerando en este momento, sino como una buena muestra del razonamiento de este autor en esta extraordinaria contribución a nuestra literatura teológica. Aquí tenemos el argumento cristiano: «El Nazareno era
reconocidamente el hijo de María. Los judíos declararon que Él era hijo de José; el cristiano le adora como el Hijo de Dios. El fundador de Roma fue declarado ser el hijo divinamente engendrado de una virgen vestal. Y en los antiguos misterios babilónicos se adscribía una paternidad similar al hijo martirizado de Semíramis, proclamada Reina del Cielo. ¿Qué base tenemos entonces para distinguir entre el milagroso nacimiento en Belén de estas y otras leyendas parecidas del mundo antiguo? Señalar la resurrección es una petición de principio transparente. Apelar al testimonio humano sería una total necedad. En este punto nos encontramos cara a cara con aquello que ningún mero testimonio humano podría proveernos siquiera con una probabilidad a priori.»30 ¿Sobre qué, entonces, basamos nuestra fe en el gran hecho central del sistema cristiano? Aquí el dilema es inexorable: el desprecio de los Evangelios, como el que este autor evidencia, implica la admisión de que el fundamento de nuestra fe es simplemente una leyenda galilea. En absoluto, nos dice el doctor Farrar, tenemos solamente la «verificación personal, y el Testimonio Interno del Espíritu, sino que además tenemos miríadas de testigos externos e independientes». Ningún cristiano ignorará el Testimonio del Espíritu. Pero recordemos que la cuestión aquí es una de hechos. Todo el sistema cristiano depende de la veracidad del último versículo del primer capítulo de san Mateo — no lo voy a citar. ¿De qué otra manera puede el Espíritu Santo impartirme el conocimiento d el hecho allí afirmado, si no es por la Palabra escrita? Acepto este hecho porque acepto el registro como la escritura inspirada de Dios, una revelación autorizada y verdadera que procede del cielo. Pero hablar de verificación personal, o apelar a algún instinto trascendental, o de decenas de millares de testigos externos, es divorciar las palabras de los conceptos, y salir de la esfera de la afirmación inteligente y del sentido común.31 R. A NDERSON
30. A Doubter's Doubts, p. 76. 31. El profesor Driver me ha llamado la atención, desde entonces, a una nota en la «Addenda» a la tercera edición de su Introduction, en la que condiciona sus
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admisiones con respecto a Belsasar. Me ha informado también que el profesor Sayce es la «eminente autoridad en Asiriología» a que allí se refiere. Esto nos permite descontar su retractación. Cuando estaba escribiendo mis comentarios acerca de (e) en este Prefacio, tenía ante mí las páginas 524-529 del Higher Criticism and the monuments, y me impresionó la fuerza de los argumentos que se adelantaban allí en contra de la historia de Belsasar en Daniel. Fue grande la reacción de mis sentimientos cuando descubrí que los argumentos del profesor Sayce dependían de su mala lectura de la tablilla Ánnalística de Ciro, Es cosa reconocida que la tablilla se refiere continuamente a Belsasar como «el hijo del rey», pero cuando registra su muerte en la toma de Babilonia, el profesor Sayce lee «esposa del rey» en lugar de «hijo del rey», y de aquí pasa a argumentar que, como Belsasar no está mencionado en este pasaje, ¡no puede haber estado en Babilonia en aquella ocasión! Que las tablillas de contratos estén fechadas con referencia al reinado del rey, y no del regente, es precisamente lo que sería de esperar. He tratado exhaustivamente la cuestión de Belsasar en mi libro Daniel in the Critics' Den, al que quisiera referir para una réplica más completa al libro del Deán Farrar. Si se considera el testimonio de la tablilla Annalística, se puede considerar el caso como cerrado. Y si, al escribir esta obra, hubiera tenido ante mí lo que el Rev. J. Urquart saca a luz en su Inspiration and Accuracy of Holy Scripture, debería haber considerado que ésta, la única dificultad que permanecía en pie en la controversia acerca de Daniel, ya no lo era más de una manera seria .
1 Introducción PARA LOS HOMBRES VIVIENTES ningún momento puede ser tan solemne como «el presente vivo» sean cuales sean sus características; y esta solemnidad queda inmensamente ahondada en una época de progreso sin paralelo en la historia del mundo. Pero surge la cu estión de si estos días en que vivimos ¿son sin comparación, por causa de ser, en el sentido más estricto, los últimos? ¿Está a punto de cerrarse la historia del mundo? ¿Está casi agotada la arena de su reloj, y está a mano el choque final de todas las cosas? Los pensadores profundos no permitirán que las disparatadas afirmaciones de los alarmistas, ni las extravagancias de los traficantes de profecías, les separen de una investigación que es a la vez tan solemne y tan razonable. Es solamente el incrédulo que duda que haya un límite predeterminado a este «presente siglo malo». Que Dios impondrá un día Su poder para asegurar el triunfo del bien es, en cierto sentido, digo evidente. El misterio de la revelación es, no que Él lo hará, sino que espera hacerlo. Si juzgáramos por los hechos que vemos a nuestro alrededor, Él es un espectador indiferente de la desigual lucha entre el bien y el mal sobre la tierra. «Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador.»1¿Y cómo pueden ser estas cosas así, si realmente el Dios que rige sobre todo es todopoderoso y totalmente bueno?
1. Ec. 4:1.
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El vicio, la impiedad, la violencia y la injusticia crecen lozanos por todas partes, y a pesar de ello los cielos arriba guardan silencio. El incrédulo apela a ello como prueba de que el Dios de los cristianos es tan sólo un mito.2 El cristiano halla en ello prueba adicional de que el Dios a quien adora es paciente y lento para la ira — «paciente porque Él es eterno» — y lento para la ira porque Él es todopoderoso, y porque la ira es un último recurso del poder. Pero se está acercando el día cuando «vendrá nuestra Dios, y no callará»?3 Esta no es una opinión, sino un asunto de fe. El que lo ponga en tela de juicio no puede tener pretensión alguna al nombre de cristiano, pues es una verdad tan esencial del cristianismo como lo es el registro de la vida y de la muerte del Hijo de Dios. Las viejas escrituras rebosan de ello, y de todos los escritores del Nuevo Testamento no hay ni siquiera uno que no hable explícitamente de ello. Fue el asunto de que trató la primera proclamación profética que las Sagradas Escrituras registran;4 y el libro que cierra el sagrado canon, desde el primer capítulo hasta el último, confirma y amplifica el testimonio. Así, la única investigación que nos concierne se refiere a la naturaleza de la crisis y a la época de su cumplimiento.
2. Según Mill, el curso del mundo da prueba de que tanto el poder como la bondad de Dios están limitadas. Sus Essays on Religión muestran de una manera evidente que el escepticismo es una actitud mental prácticamente imposible de mantener. Incluso con un razonador tan claro y capaz como Mill, degenera inevitablemente a una forma degradante de fe. «La actitud racional de una mente pensante hacia lo sobrenatural» (dice Mili) «es la de escepticismo, distinguiéndose éste de la creencia, por una parte, y del ateísmo por otra»; y a pesar de ello procede a continuación a formular un credo: no es que no haya un Dios, pues ello es tan sólo probable, pero si hubiera un Dios Él no es todopoderoso, y su bondad hacia el hombre es limitada (Essays. etc., pp. 242-243). El no da una demostración a este credo, naturalmente. Su verdad es evidente a «una mente pensante». Es también evidente que el sol se mueve alrededor de la tierra. Un hombre sólo necesita ignorar tanto de astronomía como el incrédulo del cristianismo, ¡y hallará la más indiscutible prueba de este hecho cada vez que examine los cielos! 3. Sal. 50:3.
Así, la única investigación que nos concierne se refiere a la naturaleza de la crisis y a la época de su cumplimiento. Y la clave de esta investigación es la visión de las Setenta Semanas del profeta Daniel. No es que una correcta comprensión de la profecía nos capacitará a profetizar. Este no el propósito para el cual fue dada.5 Pero demostrará ser una suficiente salvaguardia durante el estudio. Lo notable es que nos librará de los desatinos a que inevitablemente conducen los falsos sistemas de cronología profética a aquellos que los siguen. No es solamente en nuestra época que se ha predicho el fin del mundo. Se esperaba su consumación con mucha más certeza a principio del siglo vi. Toda Europa vibraba de ello durante los días del papa Gregorio el Grande. Y al final del siglo x la aprensión llegó a desembocar en un verdadero pánico general «Fue entonces predicho a menudo, y escuchado por multitudes sin aliento; el asunto en que todos meditaban, y de que todos conversaban»«Bajo esta impresión, innumerables multitudes — dice Mosheim — , habiendo donado sus propiedades a monasterios o Iglesias, viajaron a Palestina, donde esperaban que Cristo descendiera en juicio. Otros se ataron a sí mismos con solemnes juramentos a ser siervos de las iglesias o de los sacerdotes, con la esperanza de una sentencia más suave al ser siervos de los siervos de Cristo. En muchos lugares se dejaron edificios a perder, como cosas que en el futuro ya no serían necesarias. Y en las ocasiones de eclipses de sol y de luna, la gente huía a esconderse a las cavernas y a las rocas.»6 Y así en años recientes, fecha tras fecha ha sido emitido de manera confiada como la de la crisis suprema; pero el mundo continúa. El año 581 d.C. fue una de las primeras fechas determinadas para este evento,7 y 1881 entre las últimas.
4. Jud. 14. 5. «La profecía no nos es dada para profetizar, sino como testigo de Dios cuando venga el tiempo.» Pusey, Daniel, p. 80.
6. 7.
Elliot, Horae Apoc. (3.a ed.), I, 446; ver t ambién cap. iii, pp. 362-376. Elliot, op. cit., p. 373. Hipólito predijo el año 500 d.C.
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Estas páginas no llevan el designio de perpetuar los dislates de este tipo de predicciones, sino de intentar de una manera humilde la elucidación del significado de una profecía que debería librarnos de todos estos errores y rescatar esta área de estudio del descrédito que le ha sido impuesto. No sería necesario tener que decir nada para reforzar la importancia de este asunto, y a pesar de todo el descuido de las Escrituras proféticas, incluso por parte de aquellos que profesan creer que to da la Escritura está inspirada, es cosa proverbial. Poniendo el argumento en su nivel más elemental, se podría mencionar que si es necesario un conocimiento del pasado, un conocimiento del futuro tiene que ser aún de mayor valor, al ampliar los horizontes de la mente y al remontarla por encima de la estrechez producida por una contemplación limitada y sin luz del presente. Si Dios ha concedido una revelación a los hombres, su estudio debería ciertamente producir un interés entusiasta, y atraer el ejercicio de todos nuestros talentos que puedan ser útiles en su aprovechamiento. Y esto sugiere otro terreno sobre el cual, en nuestros días especialmente, el estudio profético proclama especial prominencia; esto es, el testimonio que provee al carácter divino y al origen de las Escrituras. A pesar de que la infidelidad fue muy grande en tiempos pretéritos, entonces tenía sus propias banderas en su propio terreno, y chocaba contra la masa de la humanidad que, aunque ignorante del poder espiritual de la religión, no obstante, se aferraba con gran tenacidad a sus dogmas. Pero la especial característica de nuestra época, — y muy apropiada para provocar ansiedad y alarma a todos los hombres que piensen — es el surgir de lo que podría ser denominado escepticismo religioso, un cristianismo que niega la revelación --una forma de piedad que niega aquello que es el poder de la piedad.8 La fe no es la actitud normal de la mente humana hacia las cosas de Dios; por lo tanto, el que duda honestamente merece respeto y simpatía. Pero, ¿de qué calificación serán dignos aquellos que se deleitan en proclamarse personas que dudan, afirmando a la vez ser ministros de una religión en la que la FE es la característica esencial?
No son pocos en la actualidad aquellos cuya fe en la biblia es aún más profunda y firme precisamente porque han tomado parte en la revuelta general en contra del clericalismo y de la superstición; y para éstos no hay discusión real de tomar ningún lado en la lucha entre la libertad de pensamiento y la servidumbre de los credos y de los clérigos. Pero en el conflicto entre fe y escepticismo dentro de la cristiandad, sus simpatías no están tan divididas. Por un lado puede haber mojigatería, pero, por lo menos, hay honestidad; y en un caso así ciertamente se ha de considerar el elemento moral procediendo a las pretensiones de vigor mental e independencia. Además, cualquier pretensión de este tipo precisa de investigación. La persona qu e afirma su libertad de recibir y de enseñar lo que él considera la verdad, sea la que ésta sea, no debe ser acusado a la ligera de vanidad ni de ser voluntarioso. Sus motivos pueden ser rectos y veraces, y dignos de alabanza. Pero si él se ha suscrito a un credo, debería ser muy cuidadoso al afirmar un terreno tal. No es precisamente en el terreno de las vaguedades que nuestros credos británicos tienen sus fallos, y los hombres que se vanaglorian de ser librepensadores merecerían más respeto si mostraran su independencia rehusando suscribirse a ellos, en lugar de socavar las doctrinas a las que se han comprometido defender, y por lo cual reciben un sueldo para enseñarlas. Pero lo que aquí nos concierne es el indiscutible hecho de que el racionalismo, en su forma más sutil, está leudando la sociedad. Las universidades son sus principales seminarios. Los pulpitos le sirven de plataforma. Algunos de los líderes religiosos más populares están entre sus discípulos. Ninguna clase está libre de su influencia. E incluso si se pudiera fijar el presente, estaría bien así; pero hemos entrado en una pendiente, y tienen que ser ciegos los que no ven a donde ella lleva. Si no se socava la autoridad de las Escrituras se pueden perder verdades vitales por una generación, y la siguiente recobrarlas; pero si se toca ésta, se socava el fundamento de toda verdad, y se pierde todo el poder de recuperación. El escéptico cristianizado de hoy dará lugar al incrédulo cristianizado, cuyos discípulos y sucesores serán incrédulos a su vez, pero sin ningún barniz de cristianismo sobre ellos. Algunos, indudablemente,
8. 2.' Ti. 3:5.
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escaparán; pero para la mayoría Roma será el único refugio para escapar de la meta a la que esta sociedad se está apresurando. Así, se están formando las fuerzas para la gran lucha profetizada del futuro entre la apostasía de una falsa religión y la apostasía de la incredulidad abierta.9 ¿Es la Biblia una revelación de Dios? Esta se ha convertido ahora en la cuestión más importante y urgente. Podemos rechazar de una vez el sofisma de que se reconoce que las Escrituras contienen una revelación. ¿Es que el sagrado volumen no es mejor cosa que un tambor de lotería del que se sacan premios y perdidas al azar, sin poder distinguir entre ellos hasta el día que el descubrimiento ha brá llegado demasiado tarde?
9. No puedo dejar de dar el siguiente extracto de un artículo del profesor Goldwin Smith, en Macmillan's Magazine de febrero de 1878: «La negación de la existencia de Dios y de un estado futuro, en una palabra, constituye el destronamiento de la conciencia; y la sociedad pasará, por decir poco, a través de un peligroso intervalo antes de que la ciencia social pueda ocupar el trono vacante... Pero en el ínterin, la humanidad, o algunas porciones de ella, pueden estar en peligro de una anarquía de intereses propios, reducida, por el propósito de orden político, por un despotismo brutal. »Que la ciencia y la crítica, actuando --gracias a la libertad de opinión ganada por el esfuerzo político-- con una libertad nunca antes conocida, nos han librado de una masa de supersticiones oscuras y degradante, lo reconocemos con una gratitud cordial a los liberadores, y en la firme convicción de que la eliminación de las falsas creencias, y de las autoridades e instituciones fundadas sobre ellas, no va a resultar al final que en otra cosa que en una bendición para la humanidad. Pero al mismo tiempo han sido sacudidas, inevitablemente, las bases de la moralidad general, y se ha suscitado una crisis cuya gravedad nadie puede dejar de ver, y que nadie, excepto un fanático del materialismo, puede ver sin sentir los más serios recelos. »No ha habido nada en la historia del hombre como la situación actual. La decadencia de las antiguas mitología está muy lejos de dar nos un paralelo... La Reforma fue un tremendo terremoto: sacudió la fábrica de la religión medieval, y como consecuencia de la perturbación de la esfera religiosa, llenó al mundo de revoluciones y de guerras. Pero dejó inamovible la autoridad de la Biblia, y los hombres podían sentir que el proceso destructivo tenía un límite, y que tenían una base de diamante bajo sus pies. Pero un mundo intelectual y agudamente despierto al significado de estas cuestiones, y que lee todo lo que se escribe acerca de ellas con avidez casi apasionada, se ve abocado a una crisis de cuyo carácter cada uno puede darse cuenta si se presenta a sí mismo de una manera clara la idea de una existencia sin un Dios.»
Y en la fase actual de la cuestión no es menos sofisma aducir que hay pasajes, e incluso libros, que pueden haber sido introducido s erróneamente en el canon. Rehusamos someter las Sagradas Escrituras a los tiernos cuidados de aquellos que la manejan con la ignorancia de los paganos y con el ánimo de apóstatas. Pero para el propósito de la presente controversia podríamos consentir en dejar de lado aquello sobre lo cual la ilustrada crítica haya arrojado la sombra de una duda. Pero esto solamente serviría para allanar el camino a la verdadera cuestión que se debate, y que no es la de la autenticidad de una porción o de otra, sino del carácter y valor de lo que admitida mente es auténtico. Ahora estamos mucho más allá de la discusión de las teorías rivales acerca de la inspiración; lo que nos importa es considerar si las Sagradas Escrituras son lo que ellas proclaman ser, «los oráculos de Dios».10 En medio del error y de la confusión e incertidumbre que van en aumento por todos los lados, ¿pueden las almas devotas y honestas volverse a una Biblia abierta, y hallar allí «palabras de vida eterna»? «La actitud racional de una mente pensante hacia lo sobrenatural es la de escepticismo»11 La razón puede inclinarse ante los shilobets y trucos del clericalismo — «la voz de la Iglesia», como es llamada — ; pero esto es pura credulidad. Pero si DIOS habla, entonces el escepticismo da paso a la fe. Y esto no es meramente una petición de principio.
10.
(Ro. 3:2). Las viejas Escrituras hebreas estaban así consideradas por aquellos hombres que eran los custodios divinamente señalados para ell o(ib.). No solamente era por los devotos entre los judíos sino, como Josefo testifica, por todos, que «eran tenidas con justicia como Divinas», de tal manera que los hombres estaban dispuestos a sufrir torturas de todo tipo antes que hablar en contra de ellas, incluso «a morir decididamente por ellas» (Josefo, Contra Apión,, I, 8). Este hecho es de inmensa importancia en relación con la propia enseñanza del Señor sobre este asunto. En su trato con una nación que creía en la santidad y el valor de cada palabra de las Escrituras, nunca perdió ni una oportunidad para confirmarles en esta creencia. El Nuevo Testamento nos ofrece pruebas abundantes de cómo dio esta enseñanza sin ningún tipo de reservas a Sus discípulos. (Por lo que respecta a los límites y fecha de cierre del canon de la Escritura, ver Pusey Daniel, p. 294, etc.)
11.
Mill, Essays on Religión.
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La prueba de que la voz es realmente divina tiene que ser absoluta y
concluyente. En tales circunstancias, el escepticismo revela una degradación mental o moral, y la fe no es la negación de la razón, sino el más elevado acto de la razón. Mantener que una prueba tal es imposible es equivalente a afirmar que el Dios que nos ha hecho no nos puede hablar de manera que la voz lleve con ella la convicción de que es de Él; y esto no es en absoluto escepticismo, sino incredulidad y ateísmo. «Dios ...tuvo a bien revelar a su Hijo en mí», fue el relato de San Pablo de su conversión. Las bases de su fe eran subjetivas, y no podían sacarse a luz. En demostración a otros de su realidad podía apelar tan sólo a los hechos de su vida; aunque éstos eran eternamente el resultado, y en ningún sentido ni en ningún grado la base, de su convicción. Tampoco su caso fue excepcional, San Pedro fue uno de los tres que fue testigo de cada milagro, incluyendo el de la transfiguración, y a pesar de ello su fe no fue el resultado de ellos, sino que surgió de una revelación dada a él. En respuesta a su confesión, «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente», el Señor afirmó: «No te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.»12 Tampoco fue esta gracia exclusiva de los apóstoles. «A lo que habéis alcanzado... una fe igualmente preciosa que la nuestra»,13 fue el saludo de san Pedro a los fieles en general. Les describe cómo «habiendo renacido de nuevo... por medio de la Palabra de Dios». Así, también san Juan habla de los tales como los que «no han sido engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios».14 «El, por designio de Su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad» es la parecida afirmación de Santiago.15 Sea cual fuere el significado de estas palabras, de cierto que significan algo más que la simple llegada a una correcta conclusión a partir de las suficientes premisas, o que la aceptación de los hechos a partir de la suficiente evidencia. Ni tampoco valdrá para nada aducir 12. 13. 14. 15.
Mt. 16:16-17. 2.a P. 1:1. Jn. 1:13. Stg. 1:18.
que este nacimiento lo constituye simple simplemente el cambio moral o mental provocado naturalmente por la verdad a la que se haya así llegado por medios naturales. El lenguaje de las Escrituras es inequívoco de que el poder del testimonio para producir este cambio depende de la presencia y de la operación de Dios. Se podrían rellenar páginas con citas para demostrar este extremo, pero con dos será suficiente. San Pedro declara que ellos predicaban el Evangelio «por el Espíritu Santo enviado del cielo»;16 y las palabras de san Pablo son todavía más definitivas: «Nuestro Evangelio no llegó a vosotros solamente en palabras, sino también en poder, en el Espíritu Santio,»17 Y si el nuevo nacimiento y la fe del cristianismo fueron así producidas en el caso de personas que recibieron el evangelio directamente de los apóstoles, no será menos lo que nos será suficiente a nosotros, que vivimos dieciocho siglos después de los testigos y de su testimonio. Dios está aún con su pueblo. Y El habla a los corazones de los hombres, ahora, con tanta realidad como lo hacía en los tiempos antiguos; desde luego no por medio de apóstoles inspirados, y aún menos por sueños y visiones, sino por medio de los Sañudos Escritos que El mismo inspiró;18 y como resultado de ello los creyentes son «nacidos de Dios», y obtienen el conocimiento del perdón de los pecados y de la vida eterna. Este fenómeno no es natural, como resultado del estudio de las evidencias; es totalmente sobrenatural. 16. 1.a P. 1:12. 17. (1.a Ts. 1:5). Pero también en poder, sí, en el Espíritu Santo.» No hay aquí
ningún contraste entre Dios por una parte y poder por otra, ni tampoco entre diferentes tipos de poder. Objetar que esto se refiere a los milagros que acompañaban la predicación es evidenciar ignorancia de las Escrituras. Hechos 17 representa el tipo de predicación al que aludía el apóstol, Que el poder milagroso existía en las iglesias de los gentiles queda evidente en 1. a Corintios 12; pero la cuestión es: El evangelio que produjo estas iglesias ¿apeló a los milagros para confirmarlo? ¿Puede alguien leer los primeros cuatro capítulos de 1. a Corintios y retener alguna duda con respecto a la respuesta? 18. Dios es omnipresente; pero existe un sentido real en el cual el Padre y el Hijo no están en la tierra, sino en el cielo, y en aquel mismo sentido el Espíritu Santo no está en el cielo, sino en la tierra.
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«Las mentes pensantes», considerándolo objetivamente, pueden, si así lo quieren, mantener hacia ello lo que ellas denominan «una actitud racional»; pero por lo menos que reconozcan que existen miles de personas creíbles que pueden testificar de la realidad de la experiencia de que aquí se habla, y además que reconozcan que está totalmente en consecuencia con las enseñanzas del Nuevo Testamento. Y estas personas poseen una prueba trascendental de la verdad del cristianismo. Su fe descansa, no sobre el fenómeno de la propia experiencia que han tenido, sino sobre las grandes verdades objetivas de la revelación. Pero su convicción primaria de que son verdades divinas no depende de las «evidencias» que el escepticismo se complace en criticar, sino de algo que el escepticismo no tiene en cuenta.19 No se puede escribir ningún libro en defensa de la Biblia como la misma Biblia. Las defensas humanas son la palabra del hombre; pueden servir de ayuda para vencer los ataques, pueden exponer alguna parte de su significado. La Biblia es la Palabra de Dios, y por medio de ella Dios el Espíritu Santo, que la ha hablado, ha bla al alma que no se cierra frente a ella.20 Pero aún más, el creyente bien instruido hallará dentro de ella pruebas inagotables de que es de Dios. La Biblia es mucho más que un texto de teología y de moral, e incluso más que una guía al cielo. Es el registro de la progresiva revelación que Dios ha concedido al hombre, y la historia divinamente dada de nuestra raza en relación a Su revelación. La ignorancia puede fallar en no ver en ella más que la literatura religiosa de la raza hebrea, y de la iglesia de los tiempos apostólicos; pero el estudiante inteligente que pueda leer entre líneas hallará allí diagramado, algunas veces de manera patente, otras veces 19. Tal fe está inseparablemente conectada con la salvación, y la salvación es el don de Dios (Ef. 2:8). De ahí las solemnes palabras de Cristo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las revelaste a los niños.» (Mt. 11:25.) 20. Pusey, Daniel, pref., p. xxv.
oscuramente, pero siempre discernible al investigador devoto y paciente, el gran esquema de los consejos y actos de Dios en y para este mundo nuestro de eternidad a eternidad. Y el estudio de la profecía rectamente entendido tiene un campo no menos extenso que éste. Su valor principal no es el de darnos un conocimiento de «los eventos del porvenir», contemplados como sucesos aislados, a pesar de la importancia que ello tiene; sino el de capacitarnos a conectar el futuro con el pasado como parte del gran propósito y plan de Dios revelado en las Sagradas Escrituras. Los hechos de la vida y de la muerte de Cristo fueron una abrumadora prueba de la inspiración del Antiguo Testamento. Cuando, después de Su resurrección, El buscaba confirmar la fe de Sus discípulos, «comenzando de sde Moisés, y siguiendo por todos los profetas», se puso a explicarles en todas las Escrituras lo referente a él.21 Pero se habían dado muchas promesas, y se habían registrado muchas profecías, que parecían haberse perdido en la oscuridad de la extinción nacional de Israel y de la apostasía de Judá. El cumplimiento de ellas dependía del Mesías; pero ahora el Mesías había sido rechazado, y Su pueblo estaba a punto de ser entregado, y los gentiles podían ser admitidos en la bendición. ¿Tenemos que llegar a la conclusión de que el pasado ha sido borrado para siempre, y que los grandes propósitos de Dios para la tierra han quedado frustrados debido al pecado del hom bre? De la manera como los hombres juzgan la revelación en la actualidad, el cristianismo se encoge hasta llegar a ser un mero «plan de salvación» para individuos, y si se les deja con el evangelio de san Juan y unas pocas de las epístolas se quedan satisfechos. ¡Cuán diferente fue la actitud de la mente y el corazón mostrada por san Pablo! Desde el punto de mira del apóstol, la crisis, que parecía una catástrofe para todo lo que los profetas antiguos habían predicho acerca de los propósitos divinos para la tierra, abría un propósito aún más amplio y más glorioso, que incluiría el cumplimiento de todos ellos; y extasiado en su contemplación, exclamó: «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios, e insondables sus caminos!»22 21. Le. 24:27. 22. Ro. 11:33
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El verdadero estudio profético es una investigación de estos inescrutables consejos, estas profundas riquezas de sabiduría y conocimientos divinos. Bajo la luz que éste da, la Escritura ya no es más una heterogénea compilación de libros religiosos, sino un todo armonioso, del que no se podría omitir ninguna parte sin destruir la plenitud de la revelación. Y aun así se desprecia su estudio en las iglesias como careciendo de importancia práctica. Si las iglesias están leudadas con escepticismo en este momento, su negligencia en el estudio profético, en éste su aspecto más verdadero y amplio, ha hecho más que todo el racionalismo alemán para promover el mal. Los escépticos pueden vanagloriarse de poseer eruditos profesores y doctores entre sus filas, pero podemos desafiarles a que nos nombren a uno solo de ellos que haya dado pruebas de que conoce algo dé estos más profundos misterios de la revelación. El intento de detener la inundación en crecida del escepticismo es vano. Lo cierto es que este movimiento es tan sólo una de las muchas fases de intensa actividad mental que marcan esta edad. El reinado de los credos ha pasado. Han pasado los días, para siempre, en los que los hombres creían, sin suscitar dudas, lo que sus padres creían. Roma, en alguna de las fases de su desarrollo, muestra un extraño atractivo para las mentes de una cierta casta, y el racionalismo es fascinante para no pocos; pero la ortodoxia en el sentido antiguo ha muerto, y si algunos han de ser librados de estas tendencias, ello será tan sólo por medio de una comprensión más profunda y más completa de las Escrituras. Estas páginas son tan solamente esfuerzo en este sentido; pero si son útiles en alguna medida para promover el estudio de las Sagradas Escrituras su principal propósito se habrá cumplido. El lector puede así esperar hallar vindicada la exactitud de la Biblia en puntos que parecen de valor insignificante. Cuando David llegó al trono de Israel y fue a elegir a sus generales, nombró como jefes supremos a los hombres que se habían distinguido por sus actos de valor. Entre los tres más importantes había uno de ellos de quien el registro afirma que defendió un pequeño terreno lleno de lentejas, y que rechazó y derrotó a una tropa de filisteos.23
Para otros esto hubiera podido parecer poco más que un campo de malas hierbas, e indigno de ser defendido, pero era muy precioso para el israelita, como porción que era de la herencia dada por Dios, y, además, el enemigo lo hubiera podido utilizar como base de futuras incursiones desde la cual conquistar fortalezas. Así es con la Biblia. Toda ella es de valor intrínseco si ciertamente es de Dios; y, además, la afirmación objeto de ataque, y que puede parecer que carece de importancia, puede mostrarse como un eslabón en la cadena de verdad de la que dependemos para la vida eterna.
23. 2.° S. 23:11-12.
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Daniel y su época
« DANIEL el profeta.» Nadie tiene un derecho más elevado A este título, pues así es como el Mesías lo denominó. Y aún así es indudable que el gran príncipe de la Cautividad no lo hubiera pretendido. Isaías, Jeremías, Ezequiel, y el resto «hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo»;1 pero Daniel no proclamó tales «palabras inspiradas por Dios».2 Como el «discípulo amado» de los tiempos mesiánicos, él contempló visiones, y registró lo que vio. La gran predicción de las Setenta Semanas fue un mensaje que le fue entregado por un ángel, que habló con él como un hombre habla con otro hombre. Un extraño a la mesa3 y al vestido de un profeta, vivió en medio de todos los lujos y de 1a pompa de una corte oriental. Después del rey, fue el hombre más destacado del mayor imperio de la antigüedad; no fue hasta el 1. 2.a P. 1:21.
2. Mi creencia en el carácter divino del libro de Daniel aparecerá, espero yo, de manera llana en estas páginas. La distinción que deseo subrayar aquí es entre profecías de hombres que fueron inspirados a pronunciar y profecías como las de Daniel y S. Juan, que fueron simplemente receptores de la revelación. Con ellos, la inspiración empezó alregistrar por escrito lo que habían recibido.
3. Citar Dn. 1:12 en oposición a esto involucra un evidente anacronismo. La palabra «legumbre», además, se refiere generalmente a alimentos vegetales, e incluiría platos tan sabrosos como aquel a causa de cual Esaú vendió su primogenitura (cp. Gn. 25:34). Comer alimento y animales procedentes de la mesa de los gentiles hubiera significado una violación de la ley; por ello Daniel y sus compañeros se volvieron «vegetarianos».
final de una larga vida dedicada al servicio del Estado que recibió las visiones registradas en los últimos capítulos de su libro. Para comprender correctamente estas profecías, es esencial no perder de vista los eventos principales de la historia política de aquellos tiempos. El verano de la gloria nacional de Israel demostró ser tan breve como brillante. El pueblo nunca se inclinó de corazón al decreto divino que, en la distribución de dignidades tribales, entregó el cetro a la casa de Judá, mientras que pasó el derecho de primogenitura a la casa de José;4 sus celos mutuos y sus feudos, aunque mantenidos a raya por la influencia personal de David, y por el inmenso esplendor del reino de Salomón, produjeron una disgregación de la nación cuando la ascensión de Roboam. Al rebelarse contra Judá, los israelitas también cometieron apostasía contra Dios; y al abandonar la adoración a Jehová, cayeron en una idolatría abierta y flagrante. Después de dos siglos y medio de una historia sin un rayo de luz en toda su historia, pasaron a cautividad a Asiría;5 y cuando Daniel nació ya había transcurrido un siglo desde la fecha de su extinción nacional. Judá todavía retenía una independencia nominal, aunque, de hecho, la nación había caído en un estado de vasallaje total. La posición geográfica de su territorio la señalaba particu larmente para esta suerte. Extendiéndose a medio camino entre el Nilo y el Éufrates, la soberanía sobre Judea iba a ser de manera inevitable la prueba de la supremacía entre el viejo enemigo al sur de la frontera y el imperio que el genio de Nabopolasar estaba suscitando en el norte. El nacimiento del profeta cayó sobre la mitad del mismo año que abrió la época del segundo Imperio Babilónico.6 Era todavía un muchacho en la época de la fracasada invasión de Caldea por parte del faraón Necao. En aquella lucha el buen rey Josías se puso del 4. «Judá llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y príncipe sobra ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José.» (1.° Cr. 5:2.) 5. La separación tuvo lugar en 975 a.C, la cautividad a Asiria e 721 a.C. 6. 625 a.C.
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lado del rey de Babilonia, y no solamente perdió su vida sino que comprometió aún más la suerte de su casa y la libertad de su país.7 Apenas había finalizado el luto público por Josías cuando el faraón, en su retorno a su patria, apareció ante Jerusalén para reafirmar su soberanía exigiendo un fuerte tributo sobre la tierra y decidiendo la sucesión al trono. Joacaz, un hijo joven de Josías, había recibido la corona a la muerte su padre, pero fue depuesto por el faraón en favor de Eliaquim, que, indudablemente, cayó en favor del rey de Egipto por las mismas cualidades que probablemente indujeran a su p adre a desheredarle. El faraón cambió su nombre por el de Joacim, y lo estableció en el reino como vasallo de Egipto.8 El tercer año después de estos sucesos, Nabucodonosor, príncipe Real de Babilonia,9 se puso en expedición de conquista, al mando de los ejércitos de su padre; y entrando en Judea demandó la sumisión del rey de Judá. Después de un sitio del que la historia no nos ofrece ningún detalle, capturó la ciudad y se llevó al rey como prisionero de guerra. Pero Joacim volvió a conseguir su libertad y su trono comprometiéndose con Babilonia en una alianza; y Nabucodonosor se fue sin más despojos que una parte de los utensilios del Templo, que se llevó a la casa de su dios, y no se llevó más cautivos que unos pocos jóvenes de la simiente real de Judá, grupo al que Daniel pertenecía, y que fueron seleccionados para adornar su corte como príncipes vasallos.10 Tres años más tarde Joacim se rebeló; pero aunque su territorio fue escenario de múltiples incursiones de «tropas de caldeos», cinco años más tuvieron que transcurrir antes de que los ejércitos de Babilonia asegurasen la conquista de Judea.11 7. 2.° R. 23:29; 2." Cr. 35:20. 8. 2.° R. 23:33-35; 2.° Cr. 36:3,4. 9. Beroso afirma que la expedición fue en tiempo de Nabopolasar (Josefo Contra
Apión, i, 19), y la cronología lo demuestra. Ver Apéndice I por lo que respecta a las fechas de estos sucesos y su cronología. 10. 2.° R. 24:1; 2.° Cr. 36:6,7; Dn. 1:1,2. 11. 2.° R. 24:1, 2. Según Josefo (Antigüedades, x, 6,3). Nabucodonosor halló a Joacim todavía en el trono durante su segunda invasión, y fue él el que lo hizo ejecutar y puso a su hijo en el trono. Continúa diciendo que pronto el rey de
Joaquín, un joven de dieciocho años, que acababa de subir al trono, se rindió en el acto con su familia y su corte,12 y de nuevo quedaba Jerusalén a discreción de Nabucodonosor. En su primera invasión mostró ser magnánimo y clemente, pero ahora no tenía solamente que afirmar su supremacía, sino además castigar la rebelión. Así, saqueó la ciudad despojándola de todo lo que hubiera de valor, y «llevó en cautiverio a toda Jerusalén», no dejando tras si nada más que «los pobres del pueblo de la tierra».13 Sedequías, tío de Joaquín, fue dejado como rey o gobernador de la despoblada y despojada ciudad, habiendo jurado por Jehová ser leal a su soberano. Esta fue «la deportación del rey Joaquín», correspondiente con la era del profeta Ezequiel, quien estuvo entre los cautivos.14 La servidumbre a Babilonia había sido predicha con tanta antelación como la época del rey Ezequías;15 y después del cumplimiento de la profecía de Isaías a este respecto, se le encomendó a Je remías un mensaje divino de esperanza a los deportados, de que cuando se cumplieran setenta años serían vueltos a su tierra.16 Pero mientras que los deportados recibían este aliento con promesas de bien, el rey Sedequías y el «resto de Jerusalén que quedó en esta tierra» fueron advertidos de que la resistencia al decreto divino que les sujetaba al yugo de Babilonia les conllevaría unos juicios mucho más terribles que los que habían conocido. Nabucodonosor volvería «para exterminarlos», y hacer de toda la tierra «horror y calamidad».17 No obstante, surgieron falsos profetas Babilonia empezó a sospechar de la fidelidad de Joaquín, y volvió de nuevo a destronarle, y puso a Sedequías en el trono. Estas afirmaciones, aunque no son inconsistentes con 2° Reyes 24 de una manera total, se ven bastante improbables al comparar ambos registros. Esta posición es la adoptada por el Canónigo Rawlinson en Five Great Monarchies (vol. iii, p. 491), pero el doctor Pusey se adhiere a la narración de las Escrituras {Daniel, p. 403). 12. 2° R. 24:12. 13. 2° R. 24:14. 14. Ez. 1:2. 15. 2° R. 20:17. 16. Jer. 29:10 17. Jer. 24:8-10; 25:3-8.
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para alimentar la vanidad nacional prediciendo una pronto recuperación de su independencia,18 y a pesar de las advertencias solemnes y repetidas y las recomendaciones de Jeremías, el débil y malvado rey fue engañado por el testimonio de ellos, y habiendo recibido una promesa de apoyo militar de Egipto,19 se rebeló abiertamente. A causa de ello, los ejércitos caldeos volvieron a sitiar Jerusalén. Los sucesos parecieron al principio justificar la conducta de Sedequías, porque las fuerzas egipcias se apresuraron a asistirle, y los babilonios se vieron obligados a levantar el sitio y a retirarse de Judea.20 Pero este triunfo momentáneo de los judíos sirvió solamente para exasperar al rey de Babilonia, y para hacer la suerte d e ellos aún más terrible cuando al final cayeron en sus manos. Nabucodonosor determinó infringir un escarmiento señalado a la ciudad y a la gente rebelde; y poniéndose al frente de todas las fuerzas de su imperio,21 invadió Judea una vez más y puso sitio a la Santa Ciudad. Los judíos resistieron con fanatismo ciego como el que solo las falsas esperanzas inspiran; y es una prueba clara de la inexpugnabilidad de la antigua Jerusalén el que mantuvieron al enemigo a raya durante dieciocho meses,22 y que al final sucumbieron al hambre, y no a la fuerza. La ciudad fue así entregada al fuego y a la espada. Nabucodonosor «mató a espada a sus jóvenes en la casa de su santuario, sin perdonar joven ni doncella, anciano ni decrépito; todos los entregó en sus manos. Asimismo todos los utensilios de las casas de Dios, grandes y chicos, los tesoros de la casa de Jehová, y los tesoros de la casa del rey y de sus príncipes, todo lo llevo a Babilonia. Y quemaron la casa de Dios, y rompieron el muro de Jerusalén y consumieron a fuego todos sus palacios, y destruyeron todos sus objetos deseables. 18. 19. 20. 21. 22.
Jer. 28:1-4. Ez. 17:15. Jer. 37:1,5, 11. 2° R. 25:1; cp., Jera. 34:1. 2° R. 25:1-3.
Los que escaparon de la espada fueron llevados cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos de él y de sus hijos, hasta que vino el reino de los persas; para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías.»23 Así como Él había sobrellevado a sus padres durante cuarenta años en el desierto, así durante cuarenta años aplazó su juicio definitivo, «porque Él tenía misericordia de su pueblo y del lugar de su morada».24 Durante cuarenta años no había callado la voz del profeta en Jerusalén; «mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra Su pueblo, y no hubo ya remedio».25 Tal es la descripción del cronista sagrado de la primera destrucción de Jerusalén, rivalizada en tiempos posteriores por los horrores de aquel evento bajo cuyos efectos aún yace postrada, 26 y destinado a ser todavía sobrepasado en magnitud en días todavía futuros, cuando se cumplirán las predicciones de la suprema catástrofe de Judá.27 23. 2° Cr. 36:17-21. 24. 2° Cr. 36:15. 25. 2° Cr. 36:16. Este período es, indudablemente, el de los cuarenta años del
pecado de Judá, especificado en Ezequiel 4:6. Jeremías profetizó desde el año decimotercero de Josías (627 a.C.) hasta la caída de Jerusalén en el año undécimo de Sedequías (587 a.C). Ver Jer. 1:3 w 25:3. Los 390 años del pecado de Israel, según Ezequiel 4:5, parecen haber sido contados desde la fecha del pacto de bendición a las diez tribus, hechos por el profeta Ahítas con Jeroboam, por lo que parece el segundo año antes de la división (esto es, 977 a.C, 1° R. 11:29-39). 26. Recordemos que el autor estaba escribiendo por el año 1882. 27. Los horrores del sitio y de la captura de Jerusalén por Tito sobrepasan todo lo que la historia recuerda de eventos similares. Josefo, que fue él mismo testigo de ellos, los narra en todo su terrible detalle. Su estimación del número de judíos que perecieron en Jerusalén es de 1.100.000. «La sangre se enfría, y el corazón se enferma, ante estos horrores sin ejemplo; y nos refugiamos en la esperanza de que hayan sido exagerados por el historiador.» «Podría parecer que Jerusalén e s un lugar sobre el que cae una maldición peculiar; probablemente haya sido testigo de más miserias humanas que cualquier otro lugar sobre la tierra.» Milman, History of the Jews.
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El sueño del rey y las visiones del profeta
No obstante, el segundo capítulo es de gran importancia, al da r la base de las últimas visiones.2 En un sueño, el rey Nabucodonosor vio una gran estatua, cuya cabeza era de oro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y caderas de bronce, sus piernas de hierro, y sus pies en parte de hierro y en parte de barro cocido. Después, una piedra, sin intervención de mano, golpeó a la estatua en sus pies, y cayó y quedó hecha polvo, y la piedra fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.3 La interpretación se da en estas palabras: Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo, tú eres aquella cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra. Habrá un cuarto reino fuerte como hierro, semejante al hie rro que 2. El siguiente análisis del Libro de Daniel puede ser de ayuda para su estudio:
LA DISTINCIÓN entre las porciones hebreas y caldeas de los escritos de Daniel1 permite una división natural, la importancia de la cual aparecerá evidente ante una cuidadosa consideración del todo. Pero por lo que respecta al propósito de la presente investigación, e l libro queda dividido, de manera más conveniente, entre los seis primeros capítulos y los últimos, constituyendo la primera sección una porción principalmente histórica y didáctica, y recogiendo la última el registro de las cuatro grandes visiones concedidas al profeta en sus años finales. Aquí nos ocupamos de manera especial de esas visiones. La narración de los capítulos, tercero, cuatro, quinto y sexto queda fuera del propósito de estas páginas, al no tener relación directa con la profecía. 1. «La sección caldea de Daniel comienza en el cuarto versículo del segundo capítulo, y continúa hasta el final del séptimo capítulo» Tregelles, Daniel, p. 8.
Capítulo 1. La captura de Jerusalén. La cautividad de Daniel y de sus tres compañeros, y la suerte de ellos en Babilonia (año 606 a.C.). Capítulo 2. El sueño de Nabucodonosor de UNA GRAN ESTATUA años 603602 a.C). Capítulo 3. La estatua de oro erigida por Nabucodonosor para ser objeto de adoración por parte de todos sus súbditos. Los tres compañeros de Daniel son arrojados al horno de fuego. Capítulo 4. El sueño de Nabucodonosor acerca de su propia locura, y su interpretación por parte de Daniel. Su cumplimiento. Capítulo 5. La fiesta de Belsasar. Babilonia tomada por Darío el Medo (538 a.C). Capítulo 6. Daniel es promovido por Darío; rehúsa adorarle, y es arrojado a un foso de leones. Su liberación y consiguiente prosperidad (¿? 537 a.C). Capítulo 7. La visión de Daniel de LAS CUATRO BESTIAS (¿? 541 a.C). Capítulo 8. La visión de Daniel de EL CARNERO Y EL MACHO CABRIO (¿?539 a.C). Capítulo 9. La oración de Daniel: La profecía de LAS SETENTA SEMANAS (538 a.C). Capítulos 10-12. ULTIMA VISION de Daniel (534 a.C). Capítulos 10-12. ULTIMA VISION de Daniel (534 a.C)
3. La dificultad relacionada con la fecha de esta visión (el segundo año de
Nabucodonosor) se considera en el Apéndice I.
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rompe y desmenuza todas las cosas; como el hierro que todo lo hace pedazos, así él lo quebrantará todo. Y lo que viste a los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido; mas habrá en él algo de la fuerza de hierro, así como viste hierro mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno al otro, como el hierro no se mezcla con el barro. Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, sin intervención de manos humanas, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; el sueño es verdadero, y fiel su interpretación.4 La profetizada soberanía de Judá pasaba mucho más allá de una mera supremacía entre las tribus de Israel. Era un Cetro imperial que estaba confiado al Hijo de David. «Yo también le nombraré mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra.»5 «Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán.»6 Tales eran las promesas que heredó Salomón; y la breve gloria de su reinado dio prueba cabal de la plenitud con que se hubieran realizado,7 si no hubiera ido tras de necedades, y no hubiera cambiado por placeres sensuales presentes las perspectivas más espléndidas que jamás se abrieron ante el hombre mortal. El sueño de Nabucodonosor de la gran estatua, y la visión de Daniel dando la interpretación de esta imagen, constituían una revelación divina de que el cetro había sido arrebatado a la casa de David, y que había
4. Dn. 2:37-45 5. Sal. 89:27
6. Sal. 72:11 7. 2° Cr. 9:22-28
pasado a manos de gentiles, para permanecer en ellas hasta el día en que «el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido»8 Es innecesario discutir aquí detalladamente las secciones más tem pranas de esta profecía. De hecho, no hay controversia alguna con respecto a su carácter y extensión generales; y si se mantiene en la mente la distinción entre las cosas que son dudadas y las cosas que son dudosas, no es preciso que exista ninguna controversia con respecto a la identificación de los reinos allí descritos con Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Que el primero fuera el reino de Nabucodonosor queda definitivamente afirmado,9 y una visión posterior nombra con la misma claridad al imperio medo-persa y al imperio de Alejandro como imperios distintos dentro del campo de la profecía.10 Por tanto, el cuarto imperio tiene que ser necesariamente Roma. Pero es suficiente enfatizar aquí el hecho, revelado en los términos más claros a Daniel en su exilio, y a Jeremías en medio de las aflicciones de Jerusalén, que así la soberanía de la tierra, a cuyo título había perdido Judá todo derecho, había sido solemnemente encomendada a los gentiles.11 8. Dn. 2:44
9. Dn. 2:37- 38. 10. Dn. 8:20- 21. 11. Cp. Dn. 2:38, y Jer. 27:6, 7. La afirmación de Gn. 49:10 puede parecer chocar con esto a primera vista: «No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh.» Pero, como lo demuestran los sucesos, esto no puede significar que se tuviese que ejercer el poder real por la casa de Judá hasta la venida de Cristo. Hengstenberg lo ha interpretado de una manera correcta (Christology, traducción de Arnold, n.° 78): «Judá no dejará de existir como tribu, ni perderá su superioridad, hasta que sea exaltada a un honor más elevado y mayor gloria por el gran Redentor, que surgirá de ella, y a quien no solamente los judíos, sino además, todas las naciones obedecerán.» Como él señala, «no es infrecuente que hasta signifique hasta entonces y después». (Ver. ex. gr. Gn. 28:15.) Por lo tanto, el significado de la profecía no es que Judá tuviera que ejercer poder real hasta Cristo, y entonces perderlo, que es la coja e insatisfactoria glosa frecuentemente adoptada; sino que la preeminencia de Judá ha de ser irrevocablemente establecida en Cristo — no espiritualmente, sino de hecho, en el reino acerca del cual Daniel profetiza.
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Las únicas cuestiones que se suscitan se refieren, primero al carácter de la catástrofe final simbolizada por la caída y la destrucción de la imagen, y segundo al tiempo de su cumplimiento; y todas las dificultades que aquí se han suscitado no se refieren al lenguaje de la profecía, sino que tan solamente dependen de las preconcepciones de los intérpretes. Ningún cristiano duda que «la piedra cortada sin intervención de manos humanas» es un tipo ya de Cristo mismo o de Su reino. Es igualmente claro que la catástrofe debía ocurrir cuando el imperio quedase dividido, y fuera «en parte fuerte, y en parte frágil». Por lo tanto, su cumplimiento no podía tener lugar en el tiempo de la primera venida. No es menos claro que su cumplimiento tenía que ser por medio de una crisis repentina, que sería seguida por el establecimiento de «un reino que no será jamás destruido». Por ello, se trata de eventos aún por venir. Aquí estamos tratando, no de teorías proféticas, sino del significado de las palabras; y lo que la profecía nos predice no es el surgimiento y expansión de un «reino espiritual» en medio de los reinos terrenos, sino el establecimiento de un reino que «desmenuzará y consumirá a todos estos reinos».12 La interpretación del sueño real elevó de golpe al exiliadlo cautivo al puesto de Gran Visir de Babilonia,13 posición de confianza y de honor que probablemente poseyó hasta que fuera destituido o él mismo se retirara del cargo bajo uno u otro de los dos últimos reyes que sucedieron a Nabucodonosor en el trono. La escena de la noche fatal de la fiesta de Belsasar sugiere que había estado retirado durante tanto tiempo, que el joven rey-regente no sabía nada de su fama.14 Pero a pesar de ello, su fama era tan grande entre los hombres de más edad, que a pesar de su edad avanzada, fue de nuevo llamado a
ocupar el cargo más elevado por Darío, cuando el rey medo se hizo el dueño de la ciudad amurallada.15 Pero fuera que él estuviera en prosperidad o en retiro, Era fiel al Dios de sus padres. Los años en que transcurrió su niñez en Jerusalén, aunque políticamente oscuros y angustiosos, constituyeron el período del mayor avivamiento espiritual que su nación hubiera nunca disfrutado, y él había llevado consigo a la corte de Nabucodonosor una fe y una piedad que se mantuvo frente a todas las influencias adversas que abundan en tal escena.16 El Daniel del segundo capítulo era un hombre joven que recién entraba en el ejercicio de un cargo de extraordinaria dignidad y poder, tal como pocas personas lo hayan conocido. El Daniel del capítulo séptimo era un santo envejecido, que, habiendo pasado incólume por la prueba, poseía todavía un corazón tan devoto hacia Dios y hacia Su pueblo como cuando, unos sesenta años antes, había entrado por las puertas de las anchas murallas de la ciudad, cautivo, extranjero y sin amigos. La fecha de la primera visión fue alrededor del tiempo de la revuelta de Joacim, cuando su ingobernable orgullo de raza y de credo impulsaba aún a los judíos a soñar con la independencia. Hacia el tiempo de la última visión habían transcurrido más de cuarenta años desde que Jerusalén había sido asolada, y que el último rey de la casa de David hubiera entrado por las puertas de bronce de Babilonia cargado de cadenas. Aquí de nuevo aparecen con claridad los principales trazos de la profecía. Así como los cuatro imperios que fueron destinados a ejercer sucesivamente poder soberano durante «los tiempos de los gentiles» están representados en el 15. Dn. 6:1, 2. Daniel no puede haber tenido menos de ochenta años por esta
12. Creer que tal profecía puede llegar a realizarse puede denotar lunatis mo y necedad,
pero, por lo menos, aceptemos el lenguaje de las Escrituras, y no caigamos en la absurda ceguera de esperar el cumplimento de teorías basadas en lo que los hombres conjeturan que los que los profetas hubieran debido predecir. 13. Dn. 2:48. 14. Ello se deduce de la manera de hablar de la reina madre, Dn. 'i: 10-12. Pero el capítulo 8:27 muestra que incluso entonces Daniel mantenía algún cargo en la corte.
época. Ver tabla cronológica, Apéndice I. 16. Es improbable que Daniel tuviera menos de veintiún años de edad cuando fue puesto a la cabeza del imperio al segundo año de Nabucodonosor. La edad hasta la que vivió hace también improbable que fuera de más edad. Así, la fecha de su nacimiento caería, como se ha sugerido antes, alrededor del 625 a.C, durante el tiempo de Nabopolasar, teniendo lugar unos tres años después la pascua de J osías, que fue como ninguna otra había tenido lugar desde los tiempos de Samuel en todo Israel (2.° Cr. 35:18-19).
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sueño de Nabucodonosor por las cuatro secciones de la gran estatua, quedan en esta visión tipificados por cuatro animales salvajes. A continuación citamos la visión relatada en Daniel 7: 2-14: Daniel comenzó su relato diciendo: Miraba yo en mi visión de noche, y he aquí que los cuatro vientos del cielo irrumpieron en el gran mar. Y cuatro bestias grandes, diferentes la una de la otra, salieron del mar. La primera era como un león, y tenía alas de águila. Mientras yo la miraba le fueron arrancadas las alas, fue levantada del suelo y se puso erguida sobre sus patas a manera de hombre, y le fue dado un corazón de hombre. A continuación, otra segunda bestia, semejante a un oso, la c ual se alzaba de un costado más que del otro, y tenía en su boca tres costillas entre los dientes; y le fue dicho así: levántate, devora mucha carne. Después de esto, yo seguía mirando y vi otra, semejante a u n leopardo, con cuatro alas de ave en sus espaldas; esta bestia tenía cuatro cabezas; y le fue dado poder. Después de esto seguí mirando en las visiones de la noche, y he aquí una cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y lo sobrante lo pisoteaba con sus patas, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos. Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salió de entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba con gran arrogancia. Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de muchos días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono, llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fu ego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y miríadas de miríadas asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos. Yo entonces miré atraído por el sonido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; estuve mirando hasta que mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y arrojado al fuego para que se quemase. Habían también quitado a las otras bestias su dominio, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo.
Seguía yo mirando en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino, un reino que no será destruido jamás. Los diez dedos de los pies de la imagen en el segundo capítulo tienen correlación con los diez cuernos de la cuarta bestia del séptimo capítulo. El carácter y la carrera del cuatro imperio son el asunto prominente en esta otra versión, pero ambas profecías son igualm ente explícitas acerca de que aquel imperio, en su última y definitiva fase, terminará de una manera repentina y señalada por una manifestación de poder divino sobre la tierra. Los detalles de la visión, aunque son interesantes e importantes, pueden aquí ser pasados por alto, porque la interpretación que reciben es tan sencilla y tan definitiva que las palabras no pueden dejar lugar a ninguna duda para una mente sin prejuicios. «Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes (reinos; cp. con el v. 23), que se levantarán en la tierra. Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino eternamente, por eternidad de eternidades.» I7 El profeta procede a continuación a recapitular la visión, y su manera de hablar ofrece una respuesta explícita a la única cuestión que pueda suscitarse de una manera razonable acerca de las palabras que se acaban de citar; o sea, si el «reino de los santos» seguirá de manera inmediata a la finalización del cuarto imperio gentil.18 17. Vv. 17, 18. 18. Ciertos autores abogan por una interpretación de estas visiones que distribuye
los «cuatro reinos» entre Babilonia, Media, Persia, y Grecia. Este punto de vista, con el que se identifica el profesor Westcott, reclama atención aunque sólo sea para distinguirlo de otro con el que ha sido confundido, incluso en una obra de tantas pretensiones como la del The Speaker's Commentary(vol. VI, p. 333, Excursus on the Four Kingdoms). El erudito autor de Ordo Saeculorum (n.° 616, etc.), citando a Maitland, que a su vez sigue a Lacunza (Ben Ezra), argumenta que la ascensión de Darío el Medo al trono de Babilonia no implicó un cambio de imperio. (sigue pie)
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Luego, tuve deseo de saber la verdad acerca de la cuarta bestia, que era tan diferente de todas las otras, espantosa en gran manera, que tenía dientes de hierro y uñas de bronce, que devoraba y desmenuzaba, y pisoteaba con sus patas lo sobrante; asimismo acerca de los diez cuernos que tenía en su cabeza, y del otro que le había salido, delante del cual habían caído tres; el mismo cuerno que tenía ojos, y boca que hablaba con gran arrogancia, y cuya apariencia era mayor que la de los otros. Y veía yo también que este cuerno hacía guerra contra los santos, y los vencía, hasta que vino el Anciano de muchos días, y se dio el juicio a los santos del Altísimo; y llegó el tiempo en que los santos recibieron en posesión el reino (Dn. 7:19-22). Tal era el interrogante del profeta. Y aquí tenemos la Interpretación que se le dio como respuesta: La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será diferente de todos los otros reinos; devorará toda la tierra, la pisoteará y la triturará. Y los diez cuernos significan que de aquel reino se levantarán diez reyes; y tras ellos se levantará otro, el cual será diferente de los primeros, y derribará a tres reyes. Y hablará palabras contra el Altísimo, y tratará duramente a los santos del Altísimo, y pretenderá cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados en su mano hasta un tiempo, y tiempos, y medio tiempo. Pero se sentarán los jueces, y le será quitado su dominio para que sea destruido y arruinado totalmente, y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todos los cielos sean dados al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es un reino eterno, y todos los imperios le servirán y obedecerán (Dt. 7:23-27).19 …Viene 18. Estos autores argumentan, además, que la descripción del tercer reino se parece más a Roma que a Grecia. Según este punto de vista, por ello, los reinos son, el 1.° Babilonia, incluyendo Persia, el 2.° Grecia, el 3.° Roma, el 4.° un reino futuro que ha de surgir en los últimos tiempos. Pero como ya se ha señalado (p. 74), el libro de Daniel distingue claramente a Babilonia, Media-Persia, y Grecia como «reinos» dentro del campo profético.
19. Acerca de esta visión, ver Pusey, Daniel, pp. 78, 79.
El que la historia registre algún evento que pueda quedar dentro del campo de esta profecía es asunto de opiniones. Que no ha sido aún cumplida es un hecho evidente.20 La tierra romana quedará un día distribuida entre diez reinos separados, y de uno de éstos surgirá el terrible enemigo de Dios y de Su pueblo, cuya destrucción será uno de los eventos de la segunda venida de Cristo.
20. Se ha apelado al estado de Europa durante o después de la división del
Imperio Romano como su cumplimiento, ignorando el hecho de que el territorio que Augusto gobernó incluía una considerable sección de África y de Asia. Y esto no es todo. No existen presunciones en contra de hallar en el pasado un cumplimiento parcial de tal profecía, pero el hecho de que se han preparado veintiocho diferentes listas, incluyendo sesenta y cinco «reinos», en esta controversia, constituye una prueba de cuan poco valor posee la evidencia de que haya habido aún un cumplimiento. La verdad es que la escuela histórica de interpretación ha hecho caer el descrédito sobre todo su sistema, a pesar de contener tantas cosas que reclaman atención (ver Apéndice II, nota C).
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4 La visión junto al rio Ulay «Los TIEMPOS de los gentiles»; así es como Cristo mismo describió la era de la supremacía gentil. Los hombres han llegado a considerar la tierra como el propio dominio de ello, y se ofenden con el pensamiento de que Dios intervenga en sus asuntos. Pero a pesar de que parezca que los monarcas deben sus tronos a derechos dinásticos, a la espada, o a la urna electoral — y en su capacidad individual sus derechos sólo pueden descansar sobre éstos — el poder que esgrimen es delegado divinamente, porque «el Altísimo tiene el dominio sobre la realeza de los hombres, y ….la da a quien él quiere».1 En el ejercicio de esta elevada prerrogativa Dios volvió a tomar el cetro que había confiado a la casa de David, y lo puso en manos gentiles; y la historia de este cetro durante todo este período, desde aquella época hasta la finalización de los tiempos de los gentiles, es el sujeto de las primeras visiones del profeta. La visión del capítulo 8 de Daniel tiene un campo más restringido. Trata solamente de los dos reinos que estaban representados en la sección central, o sea brazos y tronco, de la imagen del segundo capítulo. El Imperio Medo-Persa, y la relativa superioridad de la 1. Dn. 4:25.
nación más joven, quedan representados en la visión del carnero de dos cuernos, uno de los cuales era más alto, aunque el último en crecer. Y el surgimiento del Imperio Griego bajo Alejandro, seguido por su división entre sus cuatro sucesores, queda tipificado por un macho cabrío con un solo cuerno entre sus ojos, cuerno este que se quebró, dando lugar a cuatro cuernos que surgieron en su lugar. De uno de estos cuernos surgió un cuerno pequeño, representando a un rey que se haría infame como blasfemo de Dios y perseguidor de Su pueblo. Que el curso de Antíoco Epífanes estuvo de una manera especial dentro del campo y del significado de esta profecía es algo indiscutido. Que su cumplimiento definitivo pertenezca a un tiempo futuro es cosa que, aunque no está generalmente admitida, está lo suficientemente clara. La prueba es doble. Primero, no puede por menos que reconocerse que sus detalles más notables permanecen completamente sin cumplir.2 Y, segundo, se afirma expresamente aquí que los sucesos han de tener lugar «al fin de la ira»,3 que es «la gran tribulación» de los últimos días,4 «tiempo de angustia» que debe preceder inmediatamente a la completa liberación de Judá.5 Es necesario recargar más el especial asunto de estas páginas con más consideraciones de este tipo. Por ahora, la investigación que nos concierne, la visión del carnero y del macho cabrío es importante principalmente como explicación de las visiones que la preceden. Lo que sigue es la visión del capítulo 8: Miré durante la visión y me vi yo en Susa, que es la plaza fuerte de la provincia de Elam; vi, pues, en visión que me hallaba junto al río Ulay. Alcé los ojos y miré, y vi un carnero que estaba delante del 2. Me refiero a los 2.300 días del versículo 14, y a la afirmación del versículo 25, «y se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero será quebrantado, aunque no por mano humana». 3. Dn. 8:19. 4. Mt. 24:21. 5. «Y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo» (esto es, los judíos, Dn. 12:1, RV. 1960).
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río; tenía dos cuernos, y aunque ambos cuernos eran altos, uno era más alto que el otro, aunque el más alto había empezado a crecer después del otro. Vi que el carnero acometía con los cuernos contra el poniente, el norte y el sur, y que ninguna bestia podía resistirle, ni había quien escapase de su poder, y hacía conforme a su voluntad, y se engrandecía. Mientras yo consideraba esto, he aquí que un ma cho cabrío venía del lado del poniente sobre la superficie de toda la tierra, pero sin tocar el suelo; y aquel macho cabrío tenía un cuerno bien visible entre sus ojos, y vino hasta el carnero de dos cuernos, que yo había visto de pie delante del río, y corrió contra él con la furia de su fuerza. Y lo vi que alcanzaba al carnero, y se levantó contra él y le acometió, quebrándole sus dos cuernos, y el carnero no tenía fuerza para resistirle; lo derribó, por tanto, en tierra, y lo pisoteó, y no hubo quien librase al carnero de su poder. Y el macho cabrío se engrandeció en gran manera; pero estando en su mayor fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar le salieron otros cuatro cuernos bien visibles hacia los cuatro vientos del cielo. Y de uno de ellos salió un cuerno pequeño, que creció mucho hacia el sur y el oriente, y hacia la tierra gloriosa. Y se engrandeció hasta el ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por tierra, y las pisoteó. Aun contra el príncipe de los ejércitos se irguió y por él le fue quitado el continuo sacrificio, y el lu gar de su santuario fue echado por tierra. Y a causa de la iniquidad le fue entre gado junto con el continuo sacrificio; y echó por tierra la verdad, e hizo cuanto quiso, y le acompañó el éxito. Entonces oí a un santo que hablaba; y otro de los santos preguntó a aquel que hablaba: ¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio abolido, y la iniquidad asoladora puesta allí, y del santuario y el ejército pisoteados? Y él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado. Y aconteció que mientras yo, Daniel, contem plaba la visión y procuraba comprenderla, he aquí que se puso de lante de mí uno con apariencia de hombre. Y oí una voz de hombre entre las riberas del río Ulay, que gritó y dijo: Gabriel, explícale a éste la visión. Vino luego cerca de donde yo estaba; al acercarse, me sobrecogí y me postré sobre mi rostro. Pero él me dijo: Presta atención, hijo de hombre, porque la visión es para el tiempo del fin.
Mientras hablaba conmigo, perdí el conocimiento y caí en tierra sobre mi rostro. El me tocó, y me hizo estar en pie. Y dijo: He aquí, voy a enseñarte lo que ha de venir al fin de la ira; porque el fin está fijado. En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cue rnos, éstos son los reyes de Media y de Persia. El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el primer rey. Y en cuanto al cuerno que fue quebrado, y sucedieron cuatro en su lugar, significa que se levantarán de esa nación cuatro reinos, aunque no con la fuerza de él. Y al fin del reinado de éstos, cuando las transgresiones lleguen a su colmo, se levantará un rey altivo de rostro y experto en intrigas. Y su poder se fortalecerá, mas no con fuerza propia; y causará grandes ruinas, y se alcanzará éxitos en sus empresas, y destruirá a los fuertes y al pueblo de los santos. Con su sagacidad hará prosperar la intriga en su mano; y se ensoberbecerá en su corazón, y destruirá a muchos por sorpresa, y se levantará contra el Príncipe de los príncipes, pero será quebrantado, aunque no por mano humana. La visión de las tardes y mañanas que se ha referido es verdadera; y tú guarda la visión, porque es para días lejanos (Dn. 8:2-26). Un punto de contraste con la profecía del cuarto reino gentil demanda un reconocimiento muy enfático. La visión del reino de Alejandro, seguido por la división de su imperio en cuatro, sugiere una rápida secuencia de eventos, y la historia de los treinta y tres años que transcurrieron entre las batallas de Issos y de Ipsos6 comprenden el total cumplimiento de la profecía, pero el surgimiento de diez cuernos sobre la cuarta bestia en la visión del séptimo capítulo parece tener 6. Fue la batalla de Issos el año 333 a.C, no la victoria de Granico el año anterior,
lo que hizo de Alejandro el dueño de Palestina. La batalla definitiva, que marcó el fin del imperio Persa, fue la de Arbela el año 331 a.C. Alejandro murió el 323 a.C, y la distribución definitiva de sus territorios fue entre sus cuatro generales princi pales, seguida de la batalla de Ipsos el 301 a.C. En esta partición, la parte de Seleuco incluyó a Siria («el rey del norte»), y Ptolomeo retuvo la Tierra Santa con Egipto («el rey del sur»); pero más tarde Palestina fue conquistada y mantenida por los seléucidas. Casandro obtuvo Macedonia y Grecia, y Lisímaco se quedó con Tracia, partes de Bitinia, y los territorios entre ésta y los de Menandro.
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lugar en un período tan breve como el del surgimiento de los cuatro cuernos sobre el macho cabrío en el capítulo octavo; mientras que es evidente en las páginas de la Historia que esta división del imperio romano no ha tenido todavía lugar. Se pueden dar fechas definidas al surgimiento de los tres primeros reinos de la profecía; y si se asigna la fecha de la batalla de Accio como la del principio de la época del monstruo híbrido que llenaba las escenas finales de la visión del profeta — y no se le puede asignar ninguna fecha más tardía — se sigue de ello que, al interpretar la profecía, podemos eliminar la historia del mundo desde la época de Augusto hasta la actualidad, sin perder la secuencia de la visión.7 O, en otras palabras, la percepción del profeta hacia el futuro pasó completamente por alto estos diecinueve siglos de nuestra Era. Así como los picos de montañas se ven juntos en el horizonte, pareciendo casi tocarse, aunque un gran valle de ríos, campos y colinas puede extenderse entre ellas, así se presentaron ante la visión del profeta estos eventos de épocas ya en el pasado remoto, y de tiempos todavía futuros. Y con el Nuevo Testamento en nuestras manos, traicionaría la realidad de una extraña y voluntaria ignorancia si pusiéramos en duda el deliberado designio que ha dejado este largo intervalo de nuestra era cristiana como un espacio en blanco en las profecías de Daniel. La revelación más lícita del capítulo 9 cuenta los años antes de la primera venida del Mesías. Pero si estos diecinueve siglos hubieran sido añadidos a la cronología del período. ¿Cómo hubiera podido el haber tomado el testimonio del próximo cumplimiento de estas mismas profecías, y haber proclamado que el reino se había acercado?8 Aquel que conoce todos los corazones, conocía bien este asunto; pero es impío pensar que la proclamación no era genuina en el sentido más estricto y verdadero; y hubiera sido engañosa e incierta si la profecía hubiera predicho un largo intervalo de rechazo 7. La misma observación se aplica a la visión del segundo capítulo, el surgimiento del imperio Romano, su futura división, y su condenación final, que se presentan como una sola figura. 8. Esto es, el reino tal como Daniel lo había profetizado. Acerca de esto, ver Pusey, Daniel, p. 84.
de Israel antes de que pudiera llevarse a cabo lo prometido. Es por ello que las dos venidas de Cristo parecen estar tan juntas en las Escrituras. Las corrientes superficiales de la responsabilidad y culpabilidad humanas no quedan afectadas por la presciencia y soberanía inmutables y subyacentes de Dios. La responsabilidad de ellos era real, y su culpabilidad era inexcusable, al haber rechazado a su largamente prometido Rey y Sal vador. Ellos no eran víctimas de un hado inexorable que les arrastrase a su condenación, sino los agentes libres que habían utilizado de su libertad para crucificar al Señor de la gloria. «Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos», fue el terrible e impío clamor ante el sitial de Pilato, y durante dieciocho siglos les ha caído encima este juicio, que llegará a su aterradora culminación en aquel «tiempo de angustia, cual nunca lo hubo hasta entonces, desde que existen las naciones».9 Estas visiones estaban impregnadas de misterio para Daniel, y llenaron la mente del viejo profeta de angustiosos pensamientos.10 Una larga Lista de sucesos parecían así interponerse antes de la consecución de las bendiciones prometidas a su nación, y aun así estas mismas revelaciones hacían que estas bendiciones fueran más seguras. No pasó mucho tiempo sin ser testigo de la caída del Imperio Babilónico, y ver a un extranjero entronizado dentro de la amurallada ciudad. Pero el cambio no trajo esperanzas para Judá. Daniel fue desde luego restaurado al puesto de poder y de dignidad que había ejercido durante tanto tiempo bajo Nabucodonosor,11 9. Dn. 12:1; Mt. 24:21. Discutir lo que hubiera sido el curso de los eventos si los judíos hubieran aceptado a Cristo es una mera ligereza. Pero es legítimo inquirir cómo el judío creyente, inteligente en las profecías, hubiera esperado el reino, sabiendo que tenía que tener lugar primero la división del Imperio Romano en diez partes y el surgimiento, del «cuerno pequeño». La dificultad desaparecerá si vemos cuan repentinamente se desmembró el imperio de Alejandro a su muerte. De la misma manera, la muerte de T iberio hubiera podido llevar a la inmediata fragmentación del Imperio Romano, y al surgimiento del perseguidor predicho. En una palabra, todo lo que permanecía sin cumplir de la profecía de Daniel podría haberse cumplido en los años que tenían que pasar aún para cumplir las setenta semanas. 10. Dn. 7:28; 8:27. 11. Dn. 2:48; 6:2.
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pero no por ello dejó de ser un exilado; su pueblo estaba en cautivi-
dad, su ciudad permanecía asolada, en ruinas, y su tierra era un desierto. Y el misterio sólo quedó acrecentado cuando consideró la profecía de Jeremías, que fijaba en setenta años el tiem po dispuesto para «las desolaciones de Jerusalén».12 Así, «en oración y ruego, en ayuno, cilicio y cenizas», se presentó ante Dios; como príncipe de su pueblo, confesando su apostasía nacional, y orando por su restauración y perdón. Y ¿quién puede leer aquella plegaria sin conmoverse? Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos los que nos rodean. Ahora pues, Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo, y sus rue gos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor de ti mismo, oh Señor. Inclina, oh Dios mío, tu oído, y escucha; abre tus ojos, y mira nuestras ruinas, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus grandes misericordias. ¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, presta atención y actúa! ¡No tardes más, por amor de ti mismo, Dios mío! Porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo (Dn. 9:16-19). Mientras que Daniel estaba así «hablando y orando» Gabriel — aquel mismo mensajero angélico que llevó el anuncio del nacimiento del Salvador en Belén — , se le apareció una vez más,13 y, en respuesta a sus súplicas, dio al profeta la gran predicción de las setenta semanas.
12. Dn. 9:2. 13. Dn. 9:21. Ver 8:16.
5 El mensaje del ángel Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para acabar con las prevaricaciones y poner fin al pecado, y sellar la visión y la profecía, y ungir al santo de los santos.1 Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden2 para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas, se volverá a edificar la pla za y el muro, pero esto en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, y no por él mismo; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será en una inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Y hará que se concierte un pacto3 con muchos por una semana; y a la mitad de la semana hará cesar el 1. «La expresión no se aplica en un solo caso a ninguna persona.» Tregelles, Daniel, p. 98. «Estas palabras son aplicadas al Nazareno, a pesar de que esta expresión nunca se aplica a ninguna persona a través de toda la Biblia, sino que invariablemente denota una parte del templo, el lugar santísim o ». Doctor Hermán Adler, Sermons, p. 109 (Trübner, 1869). 2. «A partir de la promulgación de la orden.» Tregelles, Daniel, pg. 96 .
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sacrificio y la ofrenda; y en el ala del templo estará la abom inación horrible, hasta que la ruina decretada se derrame sobre el desolador (Dn. 9:24-27). TAL FUE EL MENSAJE confiado al ángel en respuesta a la oración del profeta por misericordia sobre Judá y Jerusalén. ¿A quién deberemos apelar para tener una interpretación de este anuncio? Desde luego, no al judío, pues aunque él mismo es el objeto de esta profecía, y de todos los hombres el más interesado en su significado, está obligado, al rechazar el cristianismo, a falsificar no solamente su propia historia, sino, además, sus propias Escrituras. Tampoco el teólogo que tiene teorías proféticas que defender, y que al descubrir, quizás, alguna era de siete veces setenta en la historia de Israel, llega a la conclusión de que ha resuelto el problema, ignorando el hecho de que la extraña historia de este maravilloso pueblo está marcada a lo largo de todo su curso por ciclos cronológicos de setentas y de múltiplos de setentas. Pero cualquier hombre sin prejuicios que lea las palabras sin otro comentario aparte del q ue dan las mismas Escrituras y la historia de aquellos tiempos, admitirá prestamente que en ciertos puntos clave su significado es inequívoco y claro. I. Se reveló así que toda la provisión de bendiciones prometida a los judíos sería suspendida hasta el final de un período de tiempo descrito como «setenta sietes», después de los cuales la ciudad y el pueblo de Daniel4 han de ser establecidos en una bendición de la máxima plenitud. II. Otro período compuesto de siete semanas y de sesenta y dos semanas se especifica con la misma certeza. 3. No el pacto (RV. 1960), sino un pacto (RV. 1977). Esta palabra se traduce pacto cuando se trata de cosas divinas, y liga cuando se trata, como aquí, de un tratado ordinario (Cp. ex. gr., Jos. 9:6, 7, 11, 15, 16, donde se usa la palabra alianza). 4. Sí las palabras del versículo 24 y del 25 no llevan por sí mismas la convicción de que son Judá y Jerusalén los sujetos de la profecía, el lector sólo tiene que compararlos con los versículos precedentes, especialmente el 2, 7, 12, 16, 1 8 y 19.
III. Esta segunda era data desde la emisión de un edicto para reconstruir Jerusalén — no el templo, sino la ciudad — , porque para impedir cualquier tipo de dudas, «la plaza y el muro» 5 son mencionados de una manera expresamente enfática; y un evento definido, descrito como quitarle lo vida al Mesías, marca su final. IV. El comienzo de la semana precisa (que se ha de añadir a las sesenta y nueve) para completar las setenta, debe quedar señalada por el establecimiento de un pacto o tratado por una persona descrita como «el Príncipe que ha de Venir», pacto que él violará a la mitad de la semana con la supresión de la religión de los judíos.6 V. Y de esta manera el tiempo completo de las setenta semanas, y el período más corto de las sesenta y nueve semanas, datan a partir de la misma época.7 Por lo tanto, la primera cuestión que se suscita es si existen registros históricos que marquen el principio de dicho tiempo. Ciertos autores, tanto cristianos como judíos, han asumido que las setenta semanas empezaron el primer año de Darío, la fecha en que se emitió la profecía; y así, al caer en un craso error en el mismo principio de su investigación, todas sus conclusiones son necesariamente erróneas. Las palabras del ángel son inequívocas: «Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas». 5. Literalmente, «el foso o escarpa». Tregelles, Daniel, p. 90. 6. La persona mencionada en el versículo 27 no es el Mesías, sino el segundo príncipe nombrado en el versículo 26. La teoría, que ha ganado seguidores en la actualidad, de que el Señor hizo un pacto durante siete años con los judíos al principio de Su ministerio, merecería un importante lugar en una enciclopedia de extravagancias del pensamiento religioso. Conocemos el antiguo Pacto, que ha sido abrogado, y el nuevo Pacto, que es eterno, pero la extraordinaria idea de un pacto de siete años entre Dios y los hombres no tiene ni una sombra de base sobre la letra de las Escrituras, y está totalmente opuesta a su espíritu. 7. El período entero de setenta semanas queda dividido en tres periodos sucesivos: siete, sesenta y dos, una. Y la última semana se divide en dos partes. Es evidente por sí mismo que ya que estas partes, siete, sesenta y dos, y una, son iguales al total, o sea, setenta, es que así estaba dispuesto que fuera.» Pusey, Daniel, p. 170.
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Que Jerusalén fue, de hecho, reconstruida como ciudad fortificada es cosa totalmente cierta e indudable; y el único punto que aquí nos concierne es si la historia nos registra el edicto de su restauración. Cuando nos volvemos al libro de Esdras, hay tres decretos de varios reyes persas que reclaman nuestra atención. Los versículos iniciales nos hablan del extraño edicto por el que Ciro autorizó la reconstrucción del templo. Pero la «casa a Jehová Dios de Israel» queda especificada con una claridad tan excluyente que no puede, en manera alguna, satisfacer las palabras de Daniel. Verdaderamente, la fecha de aquel decreto da prueba concluyente de que no constituía el principio de las setenta semanas. Setenta años era la du ración determinada de la servidumbre en Babilonia.8 Pero se decretó otro juicio de setenta años, de desolaciones durante el reinado de Sedequías,9 debido a la continua desobediencia y rebelión. Así como transcurrió un intervalo de diecisiete años entre la fecha de la servidumbre y la época de las «desolaciones», así el segundo período finalizó diecisiete años después del primero. La servidumbre finalizó con el decreto de Ciro. Las desolaciones continuaron hasta el segundo año de Darío Histaspes.10 Y era el tiempo de las desolaciones, y no de la servidumbre lo que Daniel tenía ante sí.11 8. Jer. 27:6-17; 28:14; 29:10. 9. Fue profetizado en el cuarto año de Joacim, esto es, el año después que tuviera
lugar el principio de la servidumbre (Jer. 25:1, 11). 10. Las Escrituras distinguen así tres distintos tiempos, que se solapan entre ellas, y que han llegado a recibir el nombre de «la cautividad». Primero, la servidumbre; después, la cautividad de Joacim; y tercero, las desolaciones. «La servidumbre» tuvo su comienzo en el tercer año de Joacim, esto es, el 606 a.C, o antes del 1° de Nisán (Abril) del año 605 a.C, y llegó a su término con el decreto de Ciro setenta años más tarde. «La cautividad» empezó en el octavo año de Nabucodonosor, según el tiempo escritural de su reinado, o sea, el año 598 a.C; y las desolaciones empezaron en su decimoséptimo año, el 589 a.C, y finalizaron el segundo año de Darío Histaspes — de nuevo otro período de setenta años. Ver Apéndice I acerca de las cuestiones cronológicas aquí involucradas. 11. Dn. 9:2 es explícito a este respecto: «Yo, Daniel, miré atentamente en los libros sagrados el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse sobre los ruinas de Jerusalén: setenta años [ruinas: desolaciones en otras versiones. Son sinónimos].»
El decreto de Ciro era el cumplimiento divino de la promesa dada a los de la cautividad en el capítulo 29 de Jeremías, y de acuerdo con la promesa se garantizó la máxima libertad a los deportados para su retorno a Palestina. Pero hasta que no hubiera finalizado el tiempo de las desolaciones no se iba a poder poner piedra sobre piedra sobre el Monte Moriah. Y esto explica el hecho aparentemente inexplicable de que el firman para construir el templo, concedido a agentes deseosos de cumplirlo por Ciro en lo más exaltado de su poder, permaneció inefectivo hasta su muerte; porque les fue permitido a un puñado de samaritanos reluctantes que impidiesen la ejecución del edicto más solemne jamás emitido por un déspota oriental, un edicto además que parecía estar confirmado por una sanción divina apoyando la voluntad inalterable de un rey Medo-Persa.12 Cuando expiraron los años de las desolaciones, se promulgo un mandato divino para la construcción del santuario, y en obediencia a este mandato y sin esperar permisos de la capital, los judíos retornaron a la obra que tan a menudo les había sido impedida.13 La oleada de excitación política que llevó a Darío al trono de Persia, fue engrosada con un fervor religioso en contra de la idolatría mágica.14 Así, aquellos momentos eran oportunos para los Israelitas, cuya adoración a Jehová atraía las simpatías de la fe zoroástrica; y cuando las noticias llegaron a palacio acerca de su aparente sedición en Jerusalén, 12. «La ley de Media y de Persia, la cual no puede ser abrogada» (Orí. 6:12). El
canónigo Rawlinson asume que el templo estuvo quince o dieciséis años construyéndose, antes de que la obra cesase por el decreto de Artajerjes mencionado en Esdras 4. (Five Great Mon., vol. iv. Pag 398.) Pero ello es enteramente opuesto a las Escrituras. Los cimientos del templo se echaron en el segundo año de Ciro (Esd. 3:8-11), pero no se hizo ningún progreso hasta el segundo año de Darío, cuando se volvieron a echar los cimientos, pues, todavía no se había levantado ni una sola piedra de la casa (Hag. 2:10, 15, 18). El edificio, una vez empezado, fue finalizado en cinco años (Esd. :15).Se debe tener en mente que el altar fue establecido, y el sacrificio fue renovado inmediatamente a la vuelta de los deportados (Esd. 3:3-6). 13. Esd. 5:1, 2, 5. 14. Five Great Mon., vol. 4, p. 405. Pero el canónigo Rawlinson está totalmente equivocado al deducir que fue el sabido celo religioso de Darío el motivo que puso en marcha a los judíos. Ver Esd. 5.
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Darío hizo una investigación en archivos babilónicos de Ciro, y hallando el decreto de su predecesor, emitió a su vez un firman propio para darle efecto.15 Y este es el segundo suceso que permite un posible comienzo de las setenta semanas.16 Pero, aunque se puedan presentar argumentos plausibles con el fin de demostrar, ya sea considerándolo co mo un edicto independiente, o como dando efecto práctico al decreto de Ciro, que el acto de Darío dio comienzo al período profético, hay una respuesta clara y contundente a ello, en que deja de satisfacer las palabras del ángel. Sea como se quiera dar cuenta de los hechos, lo cierto es que, a pesar de que se habían cumplido las «desolaciones», aun así el alcance del edicto real, y la acción de los judíos en el cumplimiento de este edicto, no fueron más allá de construir el Templo Santo, mientras que la profecía predecía un decreto para la construcción de la ciudad; no tan sólo de la calle, sino de las fortificaciones de Jerusalén. Cinco años fueron suficientes para la construcción del edificio que sirvió de santuario a Judá durante los cinco siglos que siguieron.17 Pero, en notable contraste con el templo que habían erigido en los días cuando la magnificencia de Salomón hizo que en Jerusalén el oro fuera tan barato como el bronce, ningún ornamento costoso adornaba la segunda casa, hasta que en el séptimo año de Artajerjes Longimano los judíos obtuvieron un firmán «para honrar [hermosear] la casa de Jehová que está en Jerusalén».18 Esta carta autorizaba, además, a Esdras a volver a Jerusalén con todos los judíos que deseasen volver con él, y allí restaurar de una manera total la adoración del templo y las ordenanzas de su religión. Pero este tercer decreto no hace referencia alguna a la construcción, y podría haber sido pasado por alto si no fuera porque muchos autores lo han señalado como el comienzo de la época de la profecía.
El templo había sido reconstruido hacía muchos años ya, y la ciudad permanecía desolada después de trece años. Es en vano investigar en el libro de Esdras por un decreto de restaurar y construir Jerusalén. Pero tan sólo tenemos que ir al libro que le sigue en el canon de la Escritura para hallar el registro que buscamos. El libro de Nehemías abre sus páginas relatándonos que estando él en Susa,19 donde él era el copero del gran rey, «un honor nada pequeño en Persia»,20 ciertos de sus hermanos llegaron de Judea, y él preguntó «por los judíos que habían escapado, que habían quedado de la cautividad, y por Jerusalén». Los emigrantes declararon que todos estaban «en gran mal y afrenta», «el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego».21 El primer capítulo concluye con el dato de las súplicas de Nehemías al «Dios de los cielos». El segundo capítulo narra cómo «en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes», él estaba cumpliendo los deberes de su oficio, y que mientras él estaba ante el rey, su cara traicionó su pesar, y Artajerjes le dijo que le explicara su angustia. «Para siempre viva el rey», respondió Nehemías. «¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad , casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, .y sus puertas consumidas por el fuego?» «¿Qué es lo que deseas?» le preguntó el rey. Con lo que Nehemías le respondió así: «Si le place al rey, y tu siervo ha hallado gracias delante de ti, envíame a Judá, a LA CIUDAD de los sepulcros de mis padres, y LA REEDIFICARE».22 Artajerjes concedió la petición, y emitió las órdenes necesarias para su ejecución. Cuatro meses más tarde, manos bien dispuestas estaban ocupadas en las arruinadas murallas de Jerusalén, y antes de la Fiesta de los Tabernáculos la ciudad estaba de nuevo rodeada de muros con puertas y baluartes.23 19. Para una descripción de las ruinas del gran palacio de Susa, ver W. Kennett
15. Esd. 6. 16. Esta es la época asignada por el señor Bosanquet en su Mesiah the Prince. 17. El Templo fue empezado en el segundo año de Darío, y finalizado en el séptimo (Esd. 4:24; 6:15). 18. Esd. 7. Ver vv. 19 y 27.
Loftus, Travels and Researches in Chaldea and Susiana, cap. 28. 20. Herodoto, iii, 34. 21. Neh. 1:2. 22. Neh. 2:5. 23. Neh. 6:15.
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Pero se ha alegado que «el decreto del año vigésimo del rey Artajerjes es tan sólo una extensión y una renovación del primer decreto, así como el decreto de Darío confirmaba el de Ciro».24 Si esta afirmación no estuviera apoyada por un gran nombre, no merecería ni tan siquiera dar cuenta de ella de pasada. Si se mantuviera que el decreto del séptimo año de Artajerjes era «tan solamente una ampliación y renovación» de los edictos de su predecesor, la afirmación sería estrictamente exacta. El decreto autorizaba a los judíos principalmente «a honrar [hermosear] la casa de Jehová que está en Jerusalén»,25 extendiendo los decretos de Ciro y de Darío por los que se permitió su construcción. El resultado fue el de tener un maravilloso santuario en medio de una ciudad en ruinas. El movimiento que tuvo lugar en el año séptimo de Artajerjes fue simplemente un avivamiento religioso,26 aprobado y financiado con el favor real; pero el suceso que tuvo lugar en el año vigésimo de 24. Pusey, Daniel, p. 171. El doctor Pusey añade: «La pequeña colonia que Esdras llevó consigo de 1.683 varones (y si añadimos mujeres y niños la cantidad se aumenta a unas 8.400 almas) era en sí misma una adición considerable a aquellos que ya habían retornado antes, e implicó una reconstrucción de Jerusalén. Esta reconstrucción de la ciudad y reorganización de la política, principiada por Esdras, y continuada y perfeccionada por Nehemías, se corresponde con las palabras de Daniel, "desde la salida de la orden para edificar y restaurar Jerusalén"» (p. 172). Este argumento es el más débil que se pueda imaginar, y ciertamente esta referencia al decreto del año séptimo de Artajerjes es una mancha en el libro del doctor Pusey. SI Una emigración de 8.400 almas involucró la reconstrucción de la ciudad, y por ello marcó el principio de las setenta semanas, ¿qué deberemos decir de la emigración de 49.697 almas setenta y ocho años antes? (Esd. 2:64, 65.) ¿No implicó ello una reconstrucción? Pero el doctor Pusey continúa afirmando: «El término también se corresponde», esto es, los 483 años, al tiempo de Cristo. Aquí tenemos evidentemente la base, el motivo real, de que él haya fijado la fecha en el 457 a.C, o, más apropiadamente, 458 a.C., según Prideaux, a quien desafortunada-mente Pusey ha seguido en este punto. Con mucha simpleza el autor de la Connection argumenta que los años no concordarán si se los asigna otra fecha, y, por ello, ¡el decreto del año séptimo de Artajerjes tiene que ser el referenciado! (Prid ., Con., I, 5, 458 a.C.) Este tipo de sistemas de interpretación han hecho mucho para provocar el descrédito total del estudio profético. 25. Esd. 7:27. 26. Esd. 7:10.
Artajerjes fue nada menos que la restauración de la autonomía de Judá. La ejecución de la obra que Ciro autorizó fue detenida bajo la falsa acusación que los enemigos de los judíos llevaron al palacio, de que su objeto no era meramente el de construir el Templo, sino la cuidad. «La ciudad rebelde» como se había mostrado hacia cada soberano sucesivo, «por lo que esta ciudad fue destruida», declararon ellos correctamente. «Hacemos saber al rey que si esta ciudad es reedificada», añadieron ellos, «y son levantados sus muros, la región de más allá del río no será tuya».27 Permitir la construcción del templo significaba simplemente permitir a una raza conquistada el derecho de adorar siguiendo la ley de su Dios, pues la religión de los judíos no conoce ninguna adoración aparte del monte Sión. Fue un evento muy diferente en carácter cuando se les permitió erigir de nuevo las muy famosas fortificaciones de su ciudad, y, atrincherados tras aquellas murallas, restaurar bajo Nehemías la antigua política de los Jueces.28 Este fue el avivamiento de la existencia nacional de Judá, y por ello se escoge apropiadamente como el comienzo de la época de las setenta semanas. 27. Esto es, el Éufrates, Esd. 4:16. 28. «Este último es el único decreto que hallamos registrado en las escrituras que
se relaciona con la restauración y la reconstrucción de la ciudad. Se tiene que tener presente que la misma existencia del lugar como ciudad dependía de la existencia de tal decreto; pues antes de ello cualquiera que volviera de la tierra del cautiverio salía tan solo en la condición de transeúntes; fue el decreto lo que les dio una existencia política reconocida y distinta.» Tregelles, Daniel, p. 98. «No obstante, de repente, en el vigésimo año de Artajerjes, Nehemías, un hombre de linaje judío, copero del rey, recibió el mandato de r econstruir la ciudad con toda la urgencia posible. La causa de este cambio en la política persa debe buscarse, no tanto en la influencia personal del copero, como en la historia exterior de aquellos tiempos. El poder de Persia había recibido un golpe fatal en la victoria obtenida en Cnido por Conon, el almirante ateniense. El gran rey se vio obligado a someterse a una paz humillante, entre cuyos artículos se hallaba el abandono de las ciudades marítimas, y la condición de que el ejército persa no debería aproximarse más que a tres jornadas del mar. Jerusalén, estando a esta distancia, aproximadamente, de la costa, y estando tan cerca de la línea de comunicaciones con Egipto, llegó a ser un puesto de suma importancia.» Milman, History of the Jews (3.a ed.), i., 435.
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La duda que se ha suscitado acerca de este punto puede servir como ilustración del extraordinario prejuicio que parece gobernar la interpretación de las Escrituras, en consecuencia del cual se deja de lado el significado llano de las palabras en favor de lo remoto e improbable. Y a la misma causa se debe atribuir la duda que algunos han sugerido con respecto a la identidad del rey que aquí se menciona como Artajerjes Longimano.29 La cuestión permanece en pie, de si la fecha de este edicto puede ser determinada de una manera exacta. Y aquí un hecho muy notable nos llama la atención. En la narración sagrada la fecha del suceso que marcó el principio de las setenta semanas se da solamente con referencia el tiempo del reinado de un rey de Persia. Así, tenemos que dirigirnos a la historia secular a fin de conseguir determinar la época, y la Historia data de este mismo período. Herodoto, «el padre de la historia», fue contemporáneo de Artajerjes, y visitó la corte persa.30 Tucídides, «el príncipe de los historiadores», fue también su contemporáneo. En las grandes batallas de Maratón y de Salamis, la historia de Persia quedó entrelazada con los sucesos de Grecia, por los que se puede conocer su cronología y se puede comprobar su certeza; y las principales eras cronológicas de la antigüedad estaban ya funcionando en aquellos tiempos.31 No nos falta entonces ningún elemento para facilitamos la exactitud y la certeza para poder fijar la fecha del edicto de Nehemías. Es cierto que en historia ordinaria la mención del «año vigésimo de Artajerjes» nos dejaría en la duda de si se refería a su ascensión real, o a la muerte de su padre;32 pero la narrativa de Nehemías evita toda ambigüedad a este respecto. El asesinato de Jerjes y el comienzo del reino del usurpador Artaban (o (Gautama), de siete meses de duración, fue en julio del 465 a.C; la ascensión de Artajerjes tuvo lugar en febrero del 464 a.C.33 Una u otra de estas fechas, por tanto, tiene que ser la del comienzo del reinado de Artajerjes. Pero como Nehemías menciona el mes de Quisleu (Noviembre) de un año, y el siguiente Nisán (Marzo) como perteneciendo al mismo año del reino de su señor, es evidente que, como hubiera sido de esperar de un miembro de la corte, él cuenta a partir de la fecha de la ascensión de derecho, esto es, desde julio del 465 a.C. Así, el año vigésimo del
reinado de Artajerjes empezó en julio del 446 a.C, y el mandato de reconstruir Jerusalén fue dado el siguiente Nisán. La época del ciclo profético queda así definitivamente fijada en su co mienzo en el mes judío de Nisán del año 445a.C34.
29. «Artajerjes I, reinó cuarenta años, desde el 465 hasta el 425 a.C. es mencionado en una ocasión por Herodoto (vi. 98), y por Tucídides con frecuencia. Ambos escritores fueron sus contemporáneos. Todas las razones nos indican que él fue el rey que envió a Esdras y a Nehemías a Jerusalén, y que dio su aprobación a la restauración de las fortificaciones.» Rawlinson, Herodotus, vol. iv., p. 217. 30. El año en que se dice que recitó sus escritos en los juegos olímpicos fue el mismo año en que le fue encomendada a Nehemías su misión. 31. La era de las Olimpiadas empezó el 776 a.C. La era de Roma ( A. U. C.) el 753 a.C; y la era de Nabonasar, 747 a.C. 32. «Los siete meses de Artaban fueron añadidos por algunos al último año de Jerjes, y otros lo incluyeron en el reino de Artajerjes.» Clinton, Fasti Hellenici, vol. i, p. 42. 33. Ya se ha mostrado que la ascensión de Jerjes queda determinada al comienzo del 485 a.C. Su año vigésimo fue completado al principio del 465 a.C, y su muerte hubiera tenido lugar al principio del arcontado de Lisiteo. Los siete meses de Artabán, completando los veintiún años, rebajarían la ascensión de Artajerjes (después de la eliminación de Artabán) al principio del 464, en el año 284 de Nabonasar, donde está situado por el canon. «Podemos colocar la muerte de Jerjes en el primer mes de aquel arcon (esto es, del de Lisiteo), julio del 465 a.C, y la sucesión de Artajerjes en el mes octavo, febrero del 464 a.C.» Clinton, Fasti Hellenici, vol. ii, p. 380. 34. Ver Apéndice II, nota A, acerca de la cronología del reinado de Artajerjes Longimano.
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6 El año profético
PUEDE QUE SUENE a pedante en oídos castellanos el que se hable de «semanas» en otro sentido que no sea el generalmente aceptado. Pero para el judío era muy distinto. El efecto de sus leyes era que «se pudiera traducir la palabra semana de manera que pudiera significar siete años de una manera tan natural como siete días. Y, desde luego, la generalidad de la palabra tendría de cualquier manera este efecto. De ahí que su utilización en profecía no sea un mero simbolismo arbitrario, sino que constituye el empleo de una manera de hablar familiar y fácil de comprender.»1 La oración de Daniel se refería a setenta años cumplidos: la profecía que vino como respuesta a aquella oración predijo un período de setenta veces siete todavía por venir. Pero aquí se suscita la cuestión que nunca ha recibido la suficiente atención en la consideración de este asunto. 1. Smith, Bible Dictionary,III, 1726, «Week». «Los filósofos griegos y latinos conocieron también las "semanas de años."» Pusey, Daniel, pg. 167.
Nadie dudará que el período de que se trata sea un período de años; pero, ¿qué tipo de años? Que el año judío era lunisolar parece ser razonablemente cierto. Si se puede confiar en la tradición, Abraham conservó con su familia el año de 360 días, que él había conocido en su hogar caldeo.2 Las fechas mensuales del diluvio (se especifican 150 días como el intervalo transcurrido entre el día decimoséptimo del segundo mes, y el mismo día del mes séptimo) parece indicar quo esta forma de año es la más antigua conocida en nuestra raza. Sir Isaac Newton afirma que «todas las naciones, antes de que fuera conocida la verdadera duración del año solar, contaban los meses por el curso de la luna, y los años por el retorno del invierno y verano, primavera y otoño; y al hacer calendarios para sus fiestas, contaron treinta días para el mes lunar, y doce meses lunares por año, aceptando los números redondos más próximos, de donde proviene la división de la eclíptica en 360º grados». Y al adoptar esta afirmación, sir G. C. Lewis afirma que «todo el testimonio creíble y toda la probabilidad antecedente nos lleva al resultado de que el año solar, conteniendo doce meses lunares, y determinado dentro de ciertos límites de error, fue generalmente reconocido por las naciones de alrededor del Mediterráneo, desde la antigüedad más remota.3 Pero las consideraciones de este tipo no van más allá de demostrar la importancia de la cuestión aquí planteada. Continúa pendiente el que exista alguna base para rechazar la presunción que existe en favor de que sea el año civil normal. Ahora bien, el tiempo profético es claramente siete veces los setenta años de las «desolaciones» que estaban ante la mente de Daniel cuando se dio la profecía. ¿Es, pues, posible, aclarar el carácter de los años de este último ti empo? Una de las ordenanzas características de la ley judía era que cada séptimo año la tierra tenía que quedar sin cultivar, y es en relación a esta negligencia con respecto a esta ordenanza que fue decretada la era de las desolaciones. 2. Enciclopedia Británica (6.a ed.). Título «Chronology». Ver también Smith, Bible Dictionary, título «Chronology», p. 314. 3. Astronomy of the Ancients, cap. I, n.° 7. ¿Y no se ve que los ciento ochenta días de la gran fiesta de Jerjes implican la equivalencia a seis meses? (Est. 1:4.)
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Tenía que durar hasta que la tierra haya disfrutado de sus Sábados «todo el tiempo de su asolamiento reposó, hasta que los setenta años fueron cumplidos».4 El elemento esencial en este juicio fue, no una ciudad arruinada, sino una tierra yaciendo asolada por la terrible plaga de una invasión hostil, 5 cuyos efectos fueron perpetuados por el hambre y la pestilencia, las pruebas continuadoras del enojo divino. Es así evidente que el verdadero tiempo de este juicio no tiene, Como se ha asumido generalmente, su comienzo en la captura de Jerusalén, sino en la invasión de Judea. A partir del tiempo en que los ejércitos babilónicos entraron en la tierra, se suspendieron todas las actividades agrícolas, y por ello se pueden contar las desolaciones a partir del día en que Jerusalén fue sitiada, o sea, el día décimo del décimo mes del año noveno de Sedequías. Esta fue la fecha que le fue revelada al profeta Ezequiel en su exilio en las riberas del Eufrates,6 y durante veinticuatro siglos este día ha sido observado por los judíos con ayunos en todos los países. El final del tiempo queda indicado en las Escrituras con igual claridad, como «desde el día veinticuatro del noveno mes» en el segundo año de Darío.7 «Considerad, pues decía la palabra del profeta] desde este día en adelante, desde el día veinticuatro del noveno mes, desde el día que se echó el cimiento del templo de Jehová; considerad ...desde este día os bendeciré». Ahora, desde el día décimo de Tebeth de 589 a.C.8 hasta el día vigesimocuarto del Quisleu de 520 a.C.9 transcurrieron 25.202 días; y setenta años de 360 días contienen exactamente 25.200 días. Podemos así concluir en que el tiempo de las «desolaciones» fue un periodo de setenta años de 360 días, empezando el día después de que el ejército Babilónico 4. 5. 6. 7.
2.° Cr. 36:21. Cp. Lv. 26:34, 35. Cp. con Jer. 27:13; y Hag. 2:17. Ez. 24:1, 2. Hag. 2:10, 15-19. Los libros de Hageo y Zacarías registran in toto las proclamaciones proféticas que la narración de Esdras menciona (4:24; 5:1-5) como la autorización y el incentivo bajo el cual los |judíos volvieron a la obra de erigir su templo. 8. El año noveno de Sedequías. Ver Apéndice I. 9. El segundo año de Darío Histaspes.
sitio Jerusalén y finalizando el día antes de que se echaran los cimientos del segundo templo.10 Pero es posible llevar esta búsqueda aún más lejos. Ya que el tiempo de las «desolaciones» fue fijado en setenta años, debido a haber dejado de celebrar los años sábaticos,11 podríamos esperar hallar que un período de setenta veces siete años, contados a partir del final de los setenta años de «ira contra Judá», y contados hacia atrás, nos llevaría al tiempo en que Israel entró al disfrute de sus privilegios nacionales de manera plena, y así incurrió en un a plena responsabilidad. E investigándolo se demuestra que este es el caso. Desde el año que siguió a la dedicación del Templo de Salomón hasta el año anterior al que se echaran los cimientos del segundo templo, transcurrió un período de 490 años de 360 días.12 No obstante, se debe admitir que ningún argumento basado en cálculos de este tipo es definitivo.13 Los únicos datos que nos autorizarían a decidirnos sin reservas de ningún tipo de que el año profético consta de 360 días, sería si hallásemos alguna porción del tiempo subdividido en los días de lo que está compuesto. No hay otra prueba que pueda ser totalmente satisfactoria, pero si ésta apar eciese sería absoluta y concluyente. Y esto es precisamente lo que el libro del Apocalipsis nos provee. Como ya hemos señalado, el tiempo profético queda dividido en dos períodos, el primero de 7 + 62 hebdómadas, el otro de una sola 10. La fecha de la luna nueva pascual, por la que se regula el año Judío, fue por la
tarde del 14 de marzo de 589 a.C, y alrededor del mediodía del 1º de abril de 520 a.C. Según la fase de la Luna, el l° de Nisán correspondió probablemente al 15 o 16 de marzo en el primer caso, y al 1° o 2° de abril en el segundo. 11. 2ª Cr. 36:21; Lv.-26:34, 35. 12. El templo fue dedicado en el año undécimo de Salomón, y el segundo templo fue fundado en 520 a.C. El período intermedio fue de 483 años = 490 años lunisolares de 360 días. Es cosa digna de señalarse que el intervalo entre la dedicación del templo de Salomón y la dedicación del segundo templo (515 a.C), fue de 490 años. Un período igual había transcurrido entre la entrada de los israelitas en Canaán y el establecimiento de la monarquía bajo Saúl. Estos ciclos de 70, y de múltiples de 70, en la historia hebrea son notables e interesantes. Ver Apéndice I. 13. Aunque queda confirmado de una manera señalada por el hecho indudado de que el año judío sabático era coincidente con el año eclesiástico, no con el solar.
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hebdómada.14 Relacionados con estas dos eras hallamos a dos «príncipes» mencionados muy especialmente; primero, al Mesías, y segundo, a un príncipe de aquel pueblo por el cual Jerusalén sería destruida — un personaje de tal preeminencia que, a su venida, su identidad será tan cierta como la de Cristo mismo. El primer período se cierra con el arrebatamiento de la vida al Mesías, el principio del segundo período data a partir de la firma de un «pacto», o tratado, por este segundo «príncipe», con, o quizás en favor, de «los muchos»,15 esto es, la nación judía como distinguida probablemente de un sector de personas piadosas entre ellos que se mantendrá al margen. A la mitad de la hebdómada habrá de ser violado el tratado con la supresión de la religión de los judíos, y seguirá un tiempo de persecución. La visión de Daniel de las cuatro bestias nos da un notable comentario acerca de ello. La identificación de la cuarta bestia con el Imperio Romano no es dudosa, y leemos que un «rey» se levantará, relacionado territorialmente con aquel Imperio, pero perteneciendo históricamente a un tiempo posterior; será un perseguidor de «los santos del Altísimo», y su caída deberá ser seguida inmediatamente por el cumplimiento de las bendiciones divinas sobre el pueblo favorecido — el evento preciso que marca el final de las «setenta semanas» — . La duración de aquella persecución, además, se afirma que es de «tiempo, tiempos, y medio tiempo», expresión mística, cuyo significado podría ser dudoso, si no fuera que se utiliza de nuevo en las Escrituras como sinónimo de tres años y medio, o media semana profética.16 Tampoco puede haber dudas razonables de la identidad del rey de Daniel 7:25 con la primera «bestia» del capítulo 13 de Apocalipsis. En Apocalipsis se le asemeja a un leopardo, un oso y un león — las 14. La división de las 69 semanas en 7 + 62 tiene su explicación en el hecho de que los primeros 49 años, durante los que se completó la restauración de Jerusalén, finalizaron con una gran crisis en la historia judía, el cierre del testimonio profético. El transcurso de cuarenta y nueve años a partir de 445 a.C, nos lleva a la fecha de la profecía de Malaquías. 15. «La multitud.» Tregelles, Daniel, p. 97. 16. Ap. 12:6, 14.
figuras utilizadas para las tres primeras bestias de Daniel. En Daniel hay diez reinos, representados por diez cuernos. Así es también en Apocalipsis. Según Daniel, «hablará palabras contra el Altísimo, y tratará duramente a los santos del Altísimo». Según Apocalipsis, «abrió su boca en blasfemias contra Dios», «y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos». Según Daniel, «serán entregados en su mano hasta un tiempo, y tiempos, y medio tiempo», o tres años y medio: según Apocalipsis, «se les dio autoridad para actuar durante cuarenta y dos meses». Naturalmente, es posible que la profecía pudiera predecir la carrera de dos hombres distintos, respondiendo a la misma descripción, que seguirán un curso similar en circunstancias similares por un período similar de tres años y medio; pero la suposición más evidente y natural es que los dos son el mismo. Debido a la misma naturaleza del asunto, su identidad no se puede demostrar por lógica, pero descansa precisamente sobre el mismo tipo de prueba por la que los jurados exponen la convicción de crímenes a sus autores, y por la que se castiga a los convictos. Ahora bien, admitidamente esta semana septuagésima es un período de siete años, y la mitad de este período es descrito en tres ocasiones como «un tiempo, tiempos, y medio tiempo», o «la división de un tiempo».17 En dos ocasiones como cuarenta y dos meses;18 y en dos ocasiones como 1,260 días.19 Pero 1,260 días son exactamente equivalentes a cuarenta y dos meses de t rei nt a días, o a tres años y medio de 1,360 días, mientras que tres años y medio julianos contienen 1.278 días. De ello se sigue que el año profético no es el año juliano, sino el antiguo año de 360 días.20 17. Dn. 7:25; 12:7; Ap. 12:14. 18. Ap. 11:2; 13:5. 19. Ap. 11:3; 12:6. 20. Es cosa digna de señalarse que la profecía fue dada en Babilonia, y que el
año babilónico consistía de doce meses de treinta días. Que el año profético no es el ordinario no es ningún descubrimiento nuevo. Ya fue señalado hace dieciséis siglos por Julio Africano en su Cronografía, en la que él replica las setenta semanas como semanas de años judíos (lunares), empezando con el año vigésimo de Artajerjes, el cuarto año de la 83° Olimpíada, y terminando en el segundo año de la 202° Olimpíada; 475 años julianos equivalen a 490 años lunares.
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7 El tiempo místico de las semanas LAS CONCLUSIONES a las que se ha llegado en el capítulo interior sugieren un notable paralelo entre las primeras visiones de Daniel y la profecía de las setenta semanas. La historia no posee ningún relato que pueda satisfacer el curso preanunciado de la septuagésima semana. El libro de Apocalipsis no estaba ni tan siquiera escrito cuando aquel período hubiera debido cerrarse cronológicamente, y aunque dieciocho siglos han transcurrido desde entonces, la restauración de los judíos parece todavía la quimera de unos fanáticos optimistas.1 Pero recuérdese que el propósito de la profecía no es el de satisfacer el interés de los curiosos ni el de divertir o entretener. Es preciso que las proclamaciones proféticas estén caracterizad as por un cierto misticismo, pues de otra manera hubieran podido ser «cumplidas bajo petición» por hombres calculadores; pero una vez que tenemos la profecía al lado de los sucesos de los que habla, dejaría de cumplir uno de sus principales propósitos si la relación que 1. Esto fue escrito a finales del siglo xix. Pero el estado de Israel fue proclamado por Ben Gurión en mayo de 1948. (N. del T.)
tiene con ellos fuera dudosa. Si alguien quiere aprender la relación de la profecía con su cumplimiento, que lea el capítulo cincuenta y tres de Isaías, y que lo compare con la historia de la pasión: tan desdibu jado y figurativo que nadie hubiera podido haber fabricado el drama que predecía; pero a pesar de ello tan definido y claro que, una vez cumplido, un niño puede comprender su propósito y significado. Así, si el suceso que constituye el principio del tiempo de las setenta semanas tiene que ser tan pronunciado y cierto como la comisión encargada a Nehemías y como la muerte del Mesías, es necesariamente aún futuro. Y esto es precisamente lo que el estudio del séptimo capítulo de Daniel nos hubiera debido de hacer esperar. Todos los intérpretes cristianos están de acuerdo en que entre el surgimiento de la cuarta bestia y el crecimiento de los diez cuernos hay una discontinuidad o paréntesis en la visión; y, como ya se ha señalado, esta discon tinuidad incluye todo el período entre el tiempo de Cristo y la división de la tierra romana en diez reinos, de entre los cuales deberá surgir el gran perseguidor del futuro. Además, se admite que este período no queda señalado con las otras visiones del libro. Había así una gran probabilidad, a priori, de que no fuera incluido en la visión del capítulo noveno. Pero aún más, no sólo existen las mismas razones para este acortamiento místico en la visión de las setenta semanas, como en las otras visiones,2 sino que, además, estas razones se aplican aquí con una fuerza especial. Las setenta semanas fueron interpuestas como el período durante el cual se posponían las bendiciones de Judá. En común con toda la profecía, el significado de esta profecía será inequívoco cuando tenga lugar su cumplimiento definitivo, pero fue emitida necesariamente en forma mística, a fin de encerrar a los judíos en la responsabilidad de aceptar a su Mesías. La inspirada proclamación de san Pedro a la nación en Jerusalén, relatada en el tercer capítulo de los Hechos, estaba de acuerdo con esto. Los judíos esperaban meramente un retorno a su supremacía nacional, pero el principal propósito de Dios era la redención por medio de la muerte 2. Ver pp. 84-85.
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del gran Sustituto por el pecado. Ahora, el sacrificio había sido cumplido y san Pedro señaló al Calvario como el cumplimiento de aquello que Dios «había antes anunciado por boca de tollos los profetas, que su Cristo había de padecer»; y a conminación añ adió este testimonio, «así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, designado de antemano para vosotros».3 La realización de estas bendiciones hubiera constituido el cumplimiento de la profecía de Daniel, y la semana septuagesima hubiera corrido su curso sin interrupción. Pero Judá se mostró impenitente y endurecida, y las promesas de bendición quedaron de nuevo pospuestas hasta la finalización de esta extraña era de la dis pensación gentil. Pero se puede preguntar: ¿No fue la Cruz de Cristo el cumplimiento de estas bendiciones? Un cuidadoso estudio de las palabras del ángel4 nos mostrará que ni tan sólo una de ellas ha sido todavía cumplida. La semana sexagésimo novena tenía que finalizar con la muerte del Mesías; el final de la semana septuagésima tenía que traer sobre Judá el total disfrute de las bendiciones que resultaban de aquella muerte. La transgresión de Judá tiene que ser aún acabada, y sus pecados no han sido aún suprimidos. Todavía es futuro el día en que se abrirá un manantial para la iniquidad del pueblo de Daniel,5 y cuando la justica les será introducida. ¿En qué sentido les ha sido sellada la visión y la profecía a la muerte de Cristo, considerando que la mayor de todas las profecías tenía aún que ser proclamada,6 y que todavía tenían que llegar los días en que se tenían que cumplir las palabras de los profetas?7 Y, sea el que fuere el significado que se le aplique a «ungir al Santo de los santos», está claro que el Calvario no fue su cumplimiento.8 3. 4. 5. 6.
Hch. 3:18-20. Dn. 9:24. Zac. 13:1. El Apocalipsis. 7. Le. 21:22. 8. Ver la p. 89. Todas estas palabras señalan los beneficios prácticos a ser concedidos, de una manera práctica sobre el pueblo, a la segunda venida de Cristo. Isaías 1:26 es un comentario acerca de «traer la justicia». Tomar esto como sinó-
Pero ¿es consecuente con una correcta argumentación o con el sentido común argüir que un tiempo así definido cronológicamente debiera quedar interrumpido indefinidamente en su curso? La rápida respuesta que se podría dar es, que si el sentido común y la correcta argumentación --si el juicio humano--, deben decidir la cuestión, la única duda debe ser si el último período del ciclo, y las bendiciones prometidas a su finalización, no deben quedar para siempre abrogado nimo de declarar la justicia de Dios (Ro. 3:25) es doctrinalmente un error y un anacronismo. Para cualquiera cuyos puntos de vista acerca de la «reconciliación» no estén basados en la utilización de dicha palabra en las Escrituras, «expiar [hacer reconciliación] la iniquidad» podrá parecer una excepción. La palabra hebrea caphar (verbo que significa hacer expiación, o reconciliación) significa literalmente «cubrir» el pecado (ver su utilización en Gn. 6:14), anular la acusación en contra de una persona mediante el derramamiento de sangre, o en otras maneras (p. ej., por intercesión, Ex. 32:30), a fin de asegurar su aceptación al favor divino. A continuación sigue una lista de pasajes donde se utiliza esta palabra en los primeros tres libros de la Biblia: Génesis. 6:14 (brea); 32:20 (apaciguar); Éxodo. 29:33, 36, 37; 30:10, 15, 16; 32:30; Levítico. 1:4; 4:20, 26, 31, 35; 5:6, 10, 13, 16, 18; 6:7, 30; 7:7; 8:15, 34; 9:7; 10:17; 12:7, 8; 14:18, 19, 20, 21, 29, 31, 53; 15:15, 30; 16:6, 10, 16, 17, 18, 20, 24, 27, 32, 33, 34; 17:11; 19:22; 23:28. Se verá que nunca se utiliza caphar de la expiación o del derramamiento de sangre considerado objetivamente, sino de los resultados que de ella se deriva para el pecador, algunas veces inmediatamente después de la muerte de la víctima, otras veces condicionado a la acción del sacerdote que estaba encargado de la función de aplicar la sangre. El sacrificio no constituía por sí mismo la expiación, sino el medio por el que se lograba la expiación. Por ello, «la preposición que marca la sustitución no se utiliza nunca en relación con la palabra caphar». (Synonyms, de Girdlestone, p. 214.) Hacer reconciliación, o expiación, por lo tanto, si ha de ser en el sentido escritural de la palabra, implica la eliminación del alejamiento de hecho entre el pecador y Dios, la obtención del perdón de los pecados; y las palabras en Daniel 9:24 señalan al tiempo en que este beneficio será aplicado a Judá. «En aquel tiempo habrá un manantial abierto... para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia» (Zac. 13:11); esto es, las bendiciones del Calvario serán suyas, la reconciliación habrá sido cumplida para el pueblo. De acuerdo con ello, la prevaricación será acabada (ver la utilización de la misma palabra en Gn. 8:2; Ex. 36:6); en otras palabras, dejarán de transgredir; los pecados serán puestos a su fin, sellados en el original, la palabra ordinaria para cerrar una carta (1.° R. 21:8), o una bolsa de tesorería (Job 14:17); o sea, los pecados se habrán acabado y habrán sido alejados en un sentido real; y la visión y la profecía serán asimismo cerradas, o sea, sus funciones tendrán su fin, pues todo habrá sido cumplido.
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y perdidos a causa de la abrumadora culpabilidad de aquel pueblo que «mato al autor de la vida».9 De cierto, que no existe ninguna presunción en contra de suponer que el flujo del tiempo profético queda detenido durante todo este intervalo de la apostasía de Judá. Permanece la cuestión de si puede hallarse algún precedente a esto en la cronología mística de la historia de Israel. Según el libro de los Reyes, Salomón empezó a construir el templo en el año 480 después de que los hijos de Israel hubieran salido de Egipto.10 Esta afirmación, que por lo que parece no podría ser más exacta, ha perturbado amargamente a los cronólogos. Por algunos de ellos ha sido condenada como una falsificación, por otros ha sido rechazada como un error; pero todos están de acuerdo en rechazarla. Además, la misma Escritura parece chocar con ella. En su sermón en Antioquía de Pisidia,11 Pablo compendia así la cronología de este período de la historia de la nación: cuarenta años en el desierto; 450 años bajo los jueces, y cuarenta años del reinado de Saúl; hacen un total de 530 años. A ellos se les tiene que añadir los cuarenta años del reinado de David y los tres primeros años de Salomón, con lo que se llega a 573 años para el mismo período que se describe en Reyes como de 480 años. ¿Se pueden compaginar estas conclusiones, aparentemente tan inconsistentes?12
Si seguimos la historia de Israel tal y como queda detallada en el libro de Jueces, hallaremos que por cinco períodos su existencia nacional como pueblo de Jehová estuvo en suspenso. En castigo por su idolatría, Dios los entregó una y otra vez, y «los vendió en manos de sus enemigos». Fueron a ser esclavos del rey de Mesopotamia durante ocho años, del rey de Moab durante dieciocho años, del rey de Canaán por veinte años, de los madianitas por siete años, y finalmente de los filisteos durante cuarenta años.13 Pero la suma de 8 + 18 + 20 + 7 + 40 son 93 años, y si a 573 años se le restan 93, el resultado es 480 años. Es evidente entonces que los 480 años del libro de Reyes desde el éxodo hasta el Templo es el tiempo místico formado eliminando cada período durante el cual el pueblo había sido rechazado por Dios.14 Así, si este principio fuera inteligible para el judío por lo que respecta a la historia, sería a la vez natural y legítimo introducir éste en relación con un tiempo esencialmente místico como el de las setenta semanas. Pero esta conclusión no depende de argumentos, por fuertes que éstos sean, ni de deducciones, por muy justas que resulten. Queda indiscutiblemente establecido por el mismo Cristo. «¿Cuál será la señal de tu venida, y del final de esta época?» le preguntaron los discípulos cuando se reunieron con el Señor en uno de los últimos
9. Hch. 3:15. 10. 1.° R. 6:1. 11. Hch. 13:18-21. 12. Según Browne (Ordo Saec, n.° 254 y 268), el éxodo tuvo lugar el viernes, 10
revisa los argumentos de Clinton, en Ordo Saec, n.° 6, etc. Las conclusiones de Browne tienen mucho de recomendables. Pero si otros están en lo cierto al insertar períodos conjeturales, mi argumento permanece igual, pues .si tales períodos existieron, fueron evidentemente excluidos de los 480 años bajo el mismo principio en que lo fueron los tiempos de las servidumbres. (Este .asunto se considera con más extensión en el Apéndice I.) 13. Jue. 3:8, 14; 4:2, 3; 6:1; 13:1. La servidumbre de Jueces 10:7, 9 afectó tan sólo a las tribus más allá del Jordán, y no suspendió la posición nacional de Israel. 14. Los israelitas eran, nacionalmente, el pueblo de Dios de una manera en que ninguna otra nación puede serlo; por ello recibieron un trato en algunos conceptos sobre principios similares a aquellos que se utilizan en el caso de individuos. Una vida sin Dios es muerte. La justicia tiene que mantener un registro estricto y juzgar con severidad; o la gracia puede perdonar. Y si Dios perdona, El además olvida el pecado (He. 10:17); lo que indudablemente significa que el registro queda borrado, y el período de que se trata es considerado como un espacio en blanco. Asimismo, los días de nuestra servidumbre a la maldad son ignorados en la cronología divina.
de abril del año 1586 a.C; el paso del Jordán fue el 14 de abril del 1546 a.C. La ascensión de Salomón fue en 1016 a.C. , y los cimientos del Templo fueron echados el 20 de abril de 1013 a.C. Así, él acepta las afirmaciones de Pablo sin reservas de ningún tipo. Clinton conjetura que hubo un intervalo de unos veintisiete años antes del tiempo de los jueces, y otro de doce años antes de la elección de Saúl, fijando así el año 1625 a.C. como la fecha del éxodo, extendiendo todo el periodo a 612 años. La cuenta de Josefo es de 621 años, y esto lo adopta Hules, que dice que la afirmación de Reyes es «una falsificación». Otros cronólogos asignan períodos que varían desde 741 años para Julio Africano hasta los 480 años para Ussher, cuya fecha para el éxodo ha sido adoptada en nuestra Biblia --1491 a.C.-- aunque es claramente errónea, por lo menos, por noventa y tres años. El asunto es totalmente considerado por Clinton en Fasti Hell., vol. i, pp. 312-313, y por Browne, que
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días de su ministerio sobre la tierra.15 Como contestación les habló de la tribulación predicha por Daniel, y les amonestó que la señal de aquella temible persecución iba a ser precisamente el evento que marca la mitad de la septuagésima semana, o sea, la contaminación del lugar santo por la «abominación de la desolación» probablemente una imagen que el falso príncipe erigirá de sí mismo en el templo, violando su tratado y sus obligaciones de respetar y defender la religión de los Judios.16 Que esta profecía no fue cumplida por Tito es una cosa tan cierta que la historia puede certificarlo;17 pero, además, las Escrituras mismas no dejan ningún margen de duda acerca de este punto. Parece, por los pasajes ya citados, que la predicha tribulación tiene que durar tres años y medio, y que tendrá su principio en la violación del tratado a la mitad de la septuagésima semana. Lo que tiene que seguir queda así descrito por el mismo Señor en palabras de una solemnidad peculiar: E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces harán duelo todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.18 Se asume aquí que esta profecía se relaciona con las últimas escenas de la dispersación.19 Y como que estas escenas tienen que seguir 15. Mt. 24:3. 16. Mt. 24:15. Cp. con 1º Macabeos 1:54, este pasaje en Mateo nos da prueba irrefutable de que todos los sistemas de interpretación que hacen que las setenta semanas finalicen con la venida o muerte de Cristo, y por ello antes de la destrucción de Jerusalén por Tito, son completamente erróneos. Y que aquel suceso no fue de hecho, el término del tiempo, queda evidente de Mt. 24: 21-29, y Dn. 9:24. 17. Teniendo en cuenta la despreciable contemporización de Josefo y su admiración por Tito, su testimonio acerca de este extremo es demasiado pleno y explícito como para admitir alguna duda ( Guerra de los judíos, vi, 2, 4).
18. Mt. 24:29.
inmediatamente después de una persecución, que queda dentro de la septuagésima semana, la irrefutable deducción es que los eventos de aquella semana pertenecen a una época aún futura.20 Podemos así concluir en que, cuando manos malvadas erigieron la cruz en el Calvario, y Dios pronunció su temido «Lo-ammi»21 sobre Su pueblo, el curso de la era profética dejó de fluir. Y no volverá a fluir de nuevo hasta que se restaure la autonomía de Judá; y, con una evidente propiedad, esto sucederá a partir de que su readmisión en la familia de las naciones sea reconocida por un tratado.22 Así, sea pues decidido aquí que la primera porción del tiempo profético ha corrido su curso, pero que los sucesos de los últimos siete años tienen todavía que ser cumplidos. Por lo tanto, el último punto necesario para completar la cadena es averiguar la fecha de «el Mesías Príncipe».
19. Estoy al corriente de los sistemas de interpretación que disuelven el signi-
ficado de todas estas Escrituras, pero no se cumpliría ningún propósito tratándolos de refutar en detalle (ver cap. 11, y el Apéndice, nota C). 20. Tal era la creencia de la iglesia primitiva; pero se ha discutido profundamente debido a nuestra deferencia a autores modernos que han abogado por una interpretación diferente de Dn. 9:27. Hipólito, obispo y mártir, que escribió a principios del siglo III, es bien definitivo a este respecto. Citando el versículo, él dice: «Por una semana él significaba la última semana, que tiene que ser al final de todo el mundo; de esta semana los profetas Enoc y Elías tomarán la mitad; porque ellos predicarán durante 1.260 días, vestidos de saco» (Hipólito en Christ and Antichrist). Según Browne (Ordo Saec., p. 386, nota) , esta era también la posición del padre de los cronólogos cristianos, Julio Africano. Que la mitad de la semana ha sido cumplida, pero que los siguientes tres años y medio son aún futuros es cosa que mantiene el mismo Browne (n.° 339), que nota lo que tantos autores modernos han pasado por alto, que los sucesos que pertenecen a este período están conectados con el tiempo del Anticristo. 21. Ro. 9:25, 26; cp. Os. 1:9, 10. 22. O sea, el pacto mencionado en Dn. 9:27
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8 El Mesías Príncipe
ASI COMO VEMOS que en ciertos círculos personas de piadosa repu-
tación corren el riesgo de ser tenidos por sospechosos, así parece que cualquier escrito que proclame la autoridad o aprobación divinas inevitablemente suscita desconfianza. Pero si los evangelistas pudieran ganar la misma atención justa que los historiadores profanos reciben; en sus afirmaciones fueran contrastadas por los mismos sobre los que se juzgan los registros del pasado por parte de los erudit os , y como se juzga la evidencia en nuestros tribunales de justicia, se aceptaría como un hecho bien estable cido por la historia que nuestro Salvador nació en Belén, en la época en que Cirenio era gobernador de Siria, y Herodes era rey en Jerusalén. La narración de los dos primeros capítulos de san Lucas no es como la página ordinaria de la historia que no lleva consigo otra garantía de exactitud excepto la que pueda suministrar el crédito general del autor. El evangelista está tratando de hechos de los que él ha «investigado todo con esmero desde su origen»;1 en los cuales, además, su propio interés personal era bien intenso, y con respecto a lo cual un solo error evidente hubiera provocado prejuicios no sólo acerca del valor de su libro, sino contra el triunfo de aquella causa a la cual su vida estaba dedicada, y con la cual se identificaban sus esperanzas de felicidad eterna. El asunto ha sido tratado como si su referencia a Cirenio fuera simplemente una alusión incidental, con respecto a lo cual un error 1. Lc. 1:3.
no tendría ninguna importancia; mientras que, de hecho, sería absolutamente vital. Que el verdadero Mesías debe nacer en Belén era cosa afirmada por el judío y concedida por el cristiano: que el Nazareno nació en Belén el judío lo negaba persistentemente. Si incluso en la actualidad él pudiera demostrar que este hecho fuera falso, justificaría su incredulidad; porque si el Cristo que nosotros adoramos no fuera heredero por derecho de nacimiento al trono de David, Él no es el Cristo de la profecía. Muy pronto olvidaron esto los cristianos cuando ya no tenían que mantener su fe frente a una línea judía monolítica, sino que sólo tenían que proclamarlo al mundo pagano. Pero no fue olvidado por los inmediatos sucesores de los apóstoles, Así fue como al escribir a los judíos, Justino Mártir afirmó con tanto énfasis que Cristo nació durante el censo de Cirenio, apelando a las listas de aquel censo como documentos entonces existentes y disponibles para referencia, para demostrar que, aunque José y María vivían en Nazaret, fueron a Belén a ser censados, y que así fue cómo sucedió que el Niño nació en la ciudad real, y no en el despreciado pueblo galileo.2 Y estos hechos del linaje y del nacimiento del Nazareno ofrecían prácticamente el único terreno sobre el que se podría debatir el asunto, donde un lado mantenía, y el otro lado negaba, que Su carácter y misión divinos quedaban establecidos por pruebas trascendentes. Nadie podría poner en tela de juicio que Sus actos eran más que humanos, pero la ceguera y el odio podían adjudicarlos al poder satáni co; y las sublimes proclamaciones que en cada época sucesiva han atraído la admiración de millones, incluso por parte de aquellos que le han rehusado el homenaje más profundo de su fe, no podía tener ningún atractivo para hombres con prejuicios tan fuertes. 2. «Belén, en la que Jesús nació, como puedes también aprender de las listas del
censo que fue hecho en el tiempo de Cirenio, el primer gobernador vuestro en Judea.» Apol., i, n.° 34. «Afirmamos que Cristo nació hace ciento cincuenta años, bajo Cirenio.» Ibid., n.° 46. «Pero cuando hubo un censo en Judea, que se hizo primeramente entonces bajo Cirenio, El subió de Nazaret, donde vivía, a Belén, el lugar de donde era, para ser censado», etc. Dial. Trifo, n.° 78.
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Pero estas afirmaciones acerca del censo que llevó a la Madre Virgen a Belén no preciaban de una adecuación moral para que pudieran ser apreciadas. Que en un asunto tal un escritor como Lucas pudiera haber caído en error es totalmente improbable, pero que el error hubiera permanecido sin recusación es absolutamente increíble; y hallamos a Justino Mártir escribiendo cerca de cien años después del evangelista, apelando al hecho como irrefutable. Así, se puede aceptar como uno de los hechos mejor establecidos de la historia que el primer censo de Cirenio se hizo antes de la muerte de Herodes, y que mientras que éste estaba en marcha Cristo nació en Belén. No hace muchos años esta afirmación hubiera sido recibida con ridículo o con indignación. La mención por parte del evangelista de Cirenio parecía ser un anacronismo imposible de reconciliar; y, según la indiscutida historia, el período de su gobierno y la fecha de su «censo» tuvieron lugar nueve o diez años después de la natividad. Denigrado y ridiculizado por Strauss y otros de su misma laya, y rechazado por innumerables autores ya como un enigma o como un error, el pasaje ha sido vindicado y explicado en años recientes con los trabajos del doctor Augustus Zumpt de Berlín. Por una extraña razón, hay una discontinuidad en la historia de este período, por siete u ocho años empezando con el 4 a.C.3 Por ello, la lista de gobernantes de Siria nos falla, y durante el mismo intervalo P. Sulpicio Quirino, el Cirenio de los griegos, desaparece de la historia. Pero gracias a una serie de investigaciones y argumentos separados, todos ellos independientes de las Escrituras, el doctor Zumpt ha establecido que Quirino fue gobernador de la provincia en dos ocasiones, y que su primer término en el cargo tuvo su principio a últimos del año 4 a.C, cuando sucedió a Quintilio Varo. La unanimidad con que se ha aceptado esta conclusión hace innecesario discutir aquí este asunto. Pero no estará fuera de lugar una observación al respecto. Las bases de las conclusiones del doctor Zumpt pueden ser adecuadamente 3. Josefo deja aquí un hueco en su narración; y por medio de la pérdida del manuscrito, la historia de Dión Cassio, la única otra autoridad para este período, no es asequible para suplir la omisión.
descritas como una cadena de evidencias circunstanciales, y sus críticos están de acuerdo en que el resultado es razonablemente cierto.4 Para hacer que ello fuera absolutamente cierto, nada falta excepto el testimonio positivo de algún historiador de reputación. Si, por ejemplo, uno de los fragmentos perdidos de la historia de Dión Cassio saliera a la luz, conteniendo la mención de Quirino como gobernador de la provincia durante los últimos meses del reinado de Herodes, se tendría por cierto el hecho, tanto como que Augusto era el emperador de Roma. Un escritor cristiano puede ser perdonado si le otorga el mismo peso al testimonio de Lucas. Por ello, se acepta como absolutamente cierto que el nacimiento de Cristo tuvo lugar en alguna fecha no anterior al otoño del año 4 a.C.5 La sentencia de nuestro más eminente cronólogo, no habiendo nadie 4. Los trabajos del doctor Zumpt sobre este asunto fueron hechos públicos por primera vez en un tratado en Latín que apareció en 1854. Más recientemente los ha publicado en Das Geburtsjahr Christi (Leipzig, 1869). El lector inglés hallará un resumen de sus argumentos en el Greek Testament del Deán Alford (nota sobre Lucas 2:1), y en su artículo sobre Cyrenius en el Smith's Bible Dictionary los describe como «muy notables y satisfactorios». El doctor Farrar señala: «Zumpt, con una diligencia y una investigación increíble, ha llegado casi a establecer a este respecto la exactitud, de Lucas, al demostrar la extrema probabilidad de que Quirino fuera gobernador de Siria en dos ocasiones» (Life of Christ, vol., i, p. 7, nota). Ver también un artículo en el Quaríerly Review de abril de 1871, que describe las conclusiones de Zumpt como «muy posi blemente ciertas», «casi ciertas». La cuestión es también discutida en la Chron. Syn, de Wieseler (traducción al inglés de Venable). En su historia de Roma, el señor Merivale adopta estos resultados sin ninguna reserva. Dice él (vol. 4, p. 457): «Una luz notable ha sido arrojada acerca de este punto por la demostración, por lo que parece ser, de Augustus Zumpt en su segundo volumen de Commentationes Epigra-phicae, de que Quirino (El Cirenio de Lucas 2) fue primeramente gobernador de Siria a partir del final del año 750 A.U. (4 a.C), hasta el año 753 A.U. (1 a.C.).» 5. El nacimiento de nuestro Señor es asignado al 1 a.C. por Pearson y Hug; 2 a.C. por Scaliger; 3 a.C. por Baronius, Calvisius, Süskind, y Paulus; 4 a.C. por Lamy, Bengel, Anger, Wieseler, y Greswell; 5 a.C. Ussber y Petavius; 7 a.C. por Ideler y Slanclementi (Smith, Bible Wclionary, «Jesús Christ», p. 1.075). Se debería añadir que la fecha de Zumpt para la Natividad queda ligada sobre una base independiente en el 7 a.C. Siguiendo a Ideler, él concluye en que la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno, que tuvo lugar en aquel año, fue la «estrella» que guió a los magos a Palestina.
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más digno de confianza que él en estas materias, es una suficiente garantía de que esta conclusión es consecuente con todo lo que la erudición pueda aportar en relación a este asunto. Fynes Clinton resume esta conclusión de la siguiente manera: «La natividad tuvo lugar no más de dieciocho meses antes de la muerte de Herodes, y no menos de cinco o seis. La muerte de Herodes tuvo lugar en la primavera del año 4, o del 3 a.C. Así, la fecha más temprana posible para la natividad es el otoño del año 6 a.C. (748 A.U.), dieciocho meses antes de la muerte de Herodes el 4 a.C. La más tardía sería el otoño del 4 a.C. (750 A.U.), unos seis meses antes de su muerte, asumiendo que ésta hubiera ocurrido en la primavera del año 3 a.C.»6 Esta opinión es de peso, no sólo debido a la eminencia del autor como cronólogo, sino también debido a que su propia posición acerca del nacimiento de Cristo le hubiera guiado a ajustar aún más los límites dentro de los cuales tuvo que ocurrir, si su sentido de justicia se lo hubiera permitido. Además, Clinton escribió sin saber nada de lo que Zumpt ha sacado desde entonces a la luz con respecto al censo de Quirino. La introducción de este nuevo elemento en la consideración de este asunto nos permite asignar con total confianza, utilizando la sentencia de Clinton, la fecha de la muerte de Herodes al mes de Adar del año 3 a.C, y la Natividad al otoño del año 4 a.C. El hecho de que la más mínima incertidumbre hubiera de existir con respecto a la fecha de un suceso de un interés tan trascendente para la humanidad constituye un hecho de extraño significado. Pero sea la que fuere la duda acerca de la fecha del nacimiento del Hijo de Dios, no se debe a ninguna omisión si se sienten algunas dudas acerca de la época de su ministerio sobre la tierra. No existe en todas las Escrituras una afirmación cronológica más definida que la que está contenida en los versículos introductorios del tercer capítulo de Lucas. En el año decimoquinto del reinado de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de la región do Iturea y de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, durante el sumo sacerdocio de Anas y de Caifás, vino palabra de Dios sobre Juan el hijo de Zacarías, en el desierto.
Ahora bien, la fecha del reinado de Tiberio César se conoce con total exactitud; y su año decimoquinto, contado a partir de su ascensión, empezó el 19 de agosto del año 28 d.C. Y además, se sabe también que durante aquel año, así contado, cada uno de los personajes mencionados en el pasaje ejercían los cargos allí asignados a ellos. Así, se podría suponer que ninguna dificultad ni dudas se le presentan a nadie. Pero el evangelista continúa hablando del principio del ministerio del Señor mismo, y menciona que «al comenzar, tenía unos treinta años».7 Esta afirmación tomada en relación con la fecha comúnmente asignada a la Natividad, había hecho suponer que «el año decimoquinto de Tiberio» tenía que referirse, no a la época de su reinado, sino a una fecha más temprana, cuando la historia testifica que Augusto le confirió ciertos poderes durante sus dos últimos años. Pero todas estas hipótesis «están sujetas a una objeción abrumadora, cual es la de que el reinado de Tiberio, empezando el 19 de agosto del año 14 d.C, era una fecha tan bien conocida en los tiempos de Lucas como el reinado de la reina Victoria lo es en nuestros propios días; y no se ha hallado ni tan sólo un caso en que se trate los años de Tiberio de cualquier otra manera».8 6. Fasti Romani, 29 d.C. 7. Lucas 3:23. Tal es la correcta traducción del versículo, que se podría poner de otra manera: «Y Jesús mismo, cuando empezó a enseñar, tenía alrededor de treinta años.» 8. Lewin, Fasti Sacri, p. líii Diss., cap. vi. La teoría de la coprincipalidad del reinado de Tiberio, argüida de manera muy elaborada por Greswell, es esencial para autores como él, que asignan la fecha de la crucifixión a 29 ó 30 d.C. San Clementi mismo, al hallar que «ni en historias, ni en monumentos, ni en monedas, hay un solo vestigio que nos diga la manera de contar sus años de emperador», se libra de esta dificultad tomando la fecha en Lucas 3:1 como refiriéndose, no al ministerio de Juan el Bautista, sino a la muerte de Cristo. Browne adopta esta hipótesis en una forma modificada, reconociendo que la hipótesis referida «cae bajo fatales objeciones». Señala él que «es improbable en grado sumo» que Lucas, que escribía especialmente para un funcionario romano, y en general para los gentiles, se hubiera expresado de manera como para que le malinterpretasen. Por ello, aunque la afirmación del evangelista choca con sus conclusiones referentes a la fecha de la Pasión, reconoce su obligación de aceptarla. Ver Ordo Saec, n.° 71 y 95.
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Tampoco existe ninguna incoherencia entre estas afirmaciones de Lucas y la fecha de la Natividad (tal como la fija el mismo evangelista), bajo Cirenio, en el otoño del año 1 a.C.; porque el ministerio del Señor, datando del otoño del año 28 d.C, puede de hecho haber empezado antes de que expirara su año trigésimo, y no puede haber ido más que unos meses más allá de este año. La expresión «unos treinta años» implica un margen así. Ya que por ello es completamente innecesario, llega a ser totalmente injustificable asignar un significado especial a las palabras del evangelista; y al mencionar el año decimoquinto de Tiberio César tiene que haber querido decir lo que todo el mundo estaría asumiendo que quería decir, o sea, que se trataba del año que empezó el 19 de agosto del año 28 d.C. Así, saliendo del campo de la discusión y de la controversia, llegamos a una fecha bien precisada, de importancia vital en esta investigación. La primera Pascua del ministerio público del Señor en la tierra queda así definitivamente fijada por la misma narración evangélica, en Nisán del año 29 d.C. Y podemos así filar el año 32 d.C. como la fecha de la crucifixión.9 Esto se opone, indudablemente, a las tradiciones incorporadas de la espúrea Acta Pilati que tan a menudo se cita en esta controversia, y 9. «A mí me parece absolutamente cierto que el ministerio del Señor duró por un período alrededor de tres años» (Pusey, Daniel, p. 176, y ver nota 7 en p. 177). Esta opinión se mantiene ahora con tanta universalidad, que ya no es necesario presentar con detalle las bases sobre las que descansa; de cierto, autores recientes asumen por lo general, sin prueba alguna, que el ministerio incluyó cuatro Pascuas. La discusión más satisfactoria de esta cuestión que yo conozca es la de Hengstenberg en su Christology (traducida al inglés por Arnold, n.° 755-765). Juan menciona expresamente tres Pascuas a las que el Señor estuvo presente; y sí la fiesta de Juan 5:1 fue una Pascua, la cuestión queda cerrada. En la actualidad se admite por lo general que la fiesta era o Purim o la Pascua, y las pruebas de Hengstenberg a favor de la última son abrumadoras. La fiesta de Purim no tenía sanción divina. Fue instituida por un decreto de Ester, reina de Persia, en el año 13.° de Jerjes (437 a.C), y era más bien una fiesta social y política que religiosa, en la que el servicio en la sinagoga era más bien secundario frente a los excesos en comer y en beber que caracterizaban el día. Es dudoso que el Señor hubiera observado esta fiesta; pero que, saliendo de la práctica normal, hubiera subido a Jerusalén especialmente a celebrarla, es cosa totalmente increíble.
en los escritos de algunos de los padres, para quienes el año decimoquinto de Tiberio era precisamente la fecha de la muerte de Cristo; «por algunos, porque confundieron la fecha del bautismo con la fecha de la Pasión; por otros, porque transcribieron de sus predecesores sin examinarlo».10 Se puede citar un impresionante cúmulo de nombres en apoyo de cualquiera de los años entre 29 d.C. y 33 d.C; pero tal testimonio tiene fuerza solamente si no se encuentra otro mejor. Así como una cadena aparentemente perfecta en evidencias circunstanciales cae ante el testimonio de un solo testigo de veracidad y valor reconocidos, y la voz unida de medio país no apoyará un derecho prescriptivo, si se opone una sola hoja de pergamino, así las tradiciones acumuladas de la Iglesia, incluso si fueran definidas y claras, cuando de hecho son contradictorias y vagas, no podrían contrapesar las pruebas a las que se ha apelado aquí. No obstante, otro punto reclama nuestra atención. Numerosos escritores, algunos de ellos eminentes, han discutido el asunto como si no se necesitara nada más para establecer la fecha de la Pasión que la de hallar un año, dentro de ciertos límites, en el cual la luna pascual estuviera llena en un viernes. Pero ello traiciona un extraño olvido de la complicación del problema. Cierto es que si el sistema por el cual se establece el año judío en la actualidad hubiera estado vigente hace dieciocho siglos, toda la controversia giraría en torno a la fecha semanal de la Pascua en un año determinado; pero a causa de nuestra ignorancia del tema embolismal utilizado entonces, no se le puede dar ningún peso.11 10. Clinton, Fasti Rom., 29 d.C. 11. «El mes empezaba con la fase de la luna...y ello sucede cuando, según Newton, la luna tiene dieciocho horas. Así, el decimocuarto día de Nisán pudiera empezar cuando la luna era de 13 días y 18 horas, y le faltaban 1 día, 0 horas y 22 minutos para llegar a llena. [La edad de la luna cuando está llena será de 14 días, 18 horas, 22 minutos.] Pero en algunas ocasiones la fase era retrasada hasta que la luna tenía 1 día y 17 horas; y así, si el primero de Nisán se posponía hasta la fase, el decimocuarto empezaría sólo a 1 día y 22 minutos después de la luna llena. No obstante, esta precisión para ajustar el mes con la luna no existía en la práctica. Los judíos, como otras naciones que adoptaron el año lunar, y que suplían el defecto
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Mientras que el año judío era el antiguo año lunisolar de 360 días, no es improbable que los ajustaran, como durante siglos lo habían hecho con probabilidad en Egipto, añadiendo anualmente los «días de costumbre» de los que habla Herodoto.12 Pero no debe de suponerse que cuando adoptaron la forma presente de año que continuaron corrigiéndolo de la misma manera. Su utilización del ciclo metónico para estos propósitos es comparativa-mente moderno.13 Y es proba ble que con el año lunar obtuvieran también bujo los Seléucidas el antiguo ciclo de ocho años para su ajuste. El hecho de que este ciclo estaba en uno entre los cristianos primitivos para sus cálculos de la Pascua.14 suscita la presunción de que estaba tomado de los judíos; pero no tenemos un conocimiento cierto acerca de d e ello. Realmente, la única cosa razonablemente cierta acerca de este asunto es que la Pascua no cayó dentro de los días que son asignados por autores cuyos cálculos acerca de ello se hacen con una exactitud astronómica estricta,15 porque la Mishná la Mishná nos da la prueba clara de que el principio del mes no quedaba determinado por la verdadera luna nueva, sino por la primera aparición de su disco; y a pesar de que en un clima como el de Palestina esto quedaría en raras ocasiones …Viene 11. con los meses intercalados, no obtenían una exactitud total. No sabemos cuál era su método de cálculo cuando empezó la era cristiana.» (Fasti Rom., vol. ii, p. 240); 30 d.C. es el único año entre el año 29 y 33 en el que la fase de la luna llena cayó en viernes. En el año 29 d.C. la luna llena cayó en sábado, y la fase en lunes. (Ver la Tabla de Wurms, en la Chron. Syn., de Wieseler, traducción al inglés de Venable, p. 407). 12. Herodoto, ii, 4. cuando los judíos adoptaron el ciclo metónico metónico 13. Fue alrededor del año 360 d.C. cuando de diecinueve años para el ajuste de su calendario. Antes de esta época utilizaban un ciclo de ochenta y cuatro años, que era, evidentemente, evidentemente, el período calípico de setenta y seis años con un octaeterio griego añadido. Algunos autores afirman que estaba en uso en tiempos de nuestro Señor, pero la afirmación es muy dudosa. Parece descansar en el testimonio de los últimos rabinos. Julio Africano afirma, por su parte, en su Cronografía, que «los judíos insertan tres meses intercalados cada ocho años». Para una descripción del calendario judío moderno, Ver la Encyclo pedia Británica (9.a ediciones, vol. v, p. 714). 14. Browne, Ordo Saec, n.° 424.
retardado por causas que operarían en latitudes más lóbregas, es indudable que en algunas ocasiones no aparecían «ni sol ni estrellas por muchos días».16 Estas consideraciones justifican la afirmación afirmación de que en cualquier año el 15 de Nisán hubiera podido caer en un viernes.17 Por ejemplo, el año 32 d.C, la fecha de la luna nueva verdadera, por la cual se regulaba la Pascua, cayó en la noche (10 h 57 m) del 29 de marzo. La fecha ostensible del 1° de Nisán, entonces, según la fase, fue el 31 de marzo.18 Puede que hubiera sido retardado, a pesar de todo, hasta el 1° de abril; y en este caso el 15° de Nisán hubiera ejemplo, ver Browne, Browne, Ordo Saec, n.° 64. El afirma que «si en un año dado 15. Por ejemplo, la luna pascual estuvo llena en cualquier instante entre la puesta de sol de un jueves y la puesta del sol de un viernes, el día incluido entre las dos puestas de sol era el 15 de Nisán»; y sobre este terreno él afirma que el año 29 d.C. es el único posible de la crucifixión. Pero como su propia tabla muestra, ninguno de los años posibles (esto es, ningún año entre el 28 y 33) satisface esta condición; porque la luna pascual de 29 d.C. fue fue el sábado, 16 de abril, abril, y no el viernes viernes 18 de marzo. Esta posición también también la mantienen Ferguson Ferguson y otros. Se puede puede explicar quizá por por el hecho de que no ha sido hasta hace poco que la Mishná no ha sido traducida al inglés. 16. Hch. 27:20. El tratado Rosh tratado Rosh Hashanah de la Mishná la Mishná trata del modo en que, en los días del «segundo templo», se regulaba la fiesta de la luna nueva. La evidencia de dos testigos competentes era demandada por el Sanhedrín teniendo que declarar que habían visto la luna, y las numerosas, reglas para el viaje y examen de estos testigos demuestran que con no poca frecuencia venían de una buena distancia. distancia. Verdaderamente, Verdaderamente, se tiene en cuenta cuenta el hecho de poder poder estar «todo un día y una noche en camino» (cap. i, n.° 9). Así, la proclamación por parte del Sanhedrín puede haber quedado retrasada, en ocasiones, por un día e incluso dos después de la fase, y en algunas ocasiones la fase se retrasaba hasta que la luna tenía 1 día y 17 horas de edad [Clinton, Fasli [Clinton, Fasli Rom., vol. ii, p. 20]; con lo que el 1.° de Nisán puede haber caído más tarde, por algunos días, que la verdadera luna nueva. Además, es posible que hubiera estado más retrasado por la operación de normas tales como las del moderno calendario calendario judío a fin de impedir que ciertas fiestas caigan en días incompatibles. Por lo que se ve de la Mishná (Pesachim), estas normas no estaban aún en vigor; pero podrían haber existido reglas similares en vigor. Ver Fasti Rom., vol ii, p. 240, acerca de la imposibilidad de determinar en 17. Ver Fasti qué años cayó la Pascua en viernes. 18. Ver p. 122 (nota 12).
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