El poder masónico

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Gustavo Lencina

Los masones y eL poder ocuLto

De los Illuminati y las logias de la Independencia a las actuales sociedades secretas


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Los masones y el poder oculto ©Gustavo Lencina, 2014

D.R. ©Editorial Lectorum, S.A. de C.V., 2014 Batalla de Casa Blanca Manzana 147 A Lote 1621 Col. Leyes de Reforma, 3a. Sección C. P. 09310, México, D. F. Tel. 5581 3202 www.lectorum.com.mx [email protected] L.D. Books Inc. Miami, Florida [email protected] Primera edición: noviembre de 2013 ISBN: Colección CONJURAS

D.R. ©Portada e interiores: Mariel Mambretti Características tipográficas aseguradas conforme a la ley. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización escrita del editor. Impreso y encuadernado en México. Printed and bound in Mexico.


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A los Maestros anónimos, cuyo aliento agita las páginas de la Historia. Gracias, una vez más, a Dalia Goldman, Vivi Pérez y Marcia Pérez; ángeles del conocimiento y la alegría.


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Prólogo


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Las raíces históricas Desde su despertar al mundo, el Hombre se valió de su conciencia para conocer e interpretar su situación en la vida. Enseguida (esto es un decir, digamos que le llevó sólo algunos miles de años) comprendió que entre las bestias que le rodeaban había algunas muy parecidas a él y las llamó congéneres. Y su instinto gregario lo llevó a establecer formas primitivas de organización social. Pero el ser humano, por naturaleza, además de sociable es conspirativo, y apenas logró crear las normas mínimas de convivencia, sintió el impulso de intrigar por fuera de ellas, a fin de obtener beneficios adicionales. De este modo, aquel hombre primigenio se demostraba a sí mismo su capacidad y vocación por vivir simultáneamente en realidades distintas. Era uno con los líderes de su clan, otro con su familia, otro con sus amigos y otro con sus co frades, aquellos con quienes se confabulaba para obtener alguna ración extra de poder. Lo hacía a espaldas del orden establecido y de los valores comunes. Lo hacía furtivamente, arriesgándose, desde el momento mismo de ocultarse, a ser descubierto. Lo hacía con otros que pensaban como él. Así fue que junto con el desarrollo mismo de la vida en comunidad nació la idea de “sociedad secreta”. A lo largo de la historia existieron todo tipo de agrupaciones de esta índole; algunas duraron siglos, otras sólo hasta que cumplieron sus objetivos y otras hasta que fueron eliminadas, prohibidas o simplemente se disolvieron con los años. 11


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Pero de entre todas ellas, hay una que surgió con los albores del cristianismo y no sólo todavía existe, sino que continúa operando e intrigando. Es una sociedad tan antigua que parece que siempre hubiera estado allí. Una corporación cuya actividad nunca ha sido del todo clara, cuyos miembros son reacios a dejarse conocer, que ha envuelto sus actividades en una especie de velo elegante, pero también cuyas huellas y señales se encuentran nítidamente grabadas en los hechos más importantes de la historia. Por supuesto hablamos de la masonería. Según sus propios enunciados se trata de una sociedad “filosófica, filantrópica y progresista sin fines de lucro”. En principio, nada más loable. Pero se trata de una corporación cuyo motor es el ocultamiento. Lo sabido sobre ella es apenas lo entrevisto en laberintos, puertas ocultas, palabras que dicen otra cosa. Para estudiarla y acceder a un atisbo de verdad, sólo podemos atenernos a algunos pocos indicios de sus acciones, sus métodos y su comportamiento interno. En ella todo es como esos grandes escritorios medievales, repletos de cajones y compartimentos falsos, grabados antiguos y tinteros que nunca se vacían. Resulta entonces inevitable preguntarse a qué obedece tanto misterio. En definitiva: ¿qué es lo que se trata de ocultar y para qué? La clave para comprender el porqué de este perpetuo secretismo se encuentra en las raíces mismas de su pensamiento y su iconografía. En el Ojo de Horus enmarcado por aquel triángulo inicial definido por tres rectas: la vida espiritual, el arte arquitectónico, los vínculos secretos.

Divinidad y arquitectura Desde tiempos inmemoriales ha existido una íntima relación entre el desarrollo de las religiones y los constructores de santuarios. estimonio de ello son las pirámides de Egipto, los antiguos templos aztecas, las inmensas catedrales góticas, 12


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los mausoleos griegos, las mezquitas islámicas. No existe religiosidad sin oratorio, y en este sentido se podría decir que la presencia de un imponente edificio, con o sin imágenes religiosas, pero siempre amplio, silencioso, provisto de una buena dosis de mística e invitación al recogimiento, es un elemento fundacional de cualquier culto que aspire a trascender. Claro que no suele ser el sacerdote o el intérprete del dogma la misma persona que siembra los cimientos y eleva los muros del edificio. Para llevar a cabo estas construcciones complejas, duraderas, gigantescas, hace falta un saber práctico que, por línea general, está reñido con el estudio de los documentos sacros o las interminables horas de oración que requiere un sacerdocio. A su vez, el hombre de ciencia, si bien resulta necesario, suele ser objeto de desconfianza por parte de las autoridades religiosas. Se ha dado entonces a lo largo de los siglos una discordante relación en la cual los sacerdotes se valían del conocimiento de los constructores sin dejar de vigilarlos, presionarlos y muchas veces traicionarlos (sobre todo a la hora de abonar por sus servicios). Era una relación de servidumbre regulada apenas por el poder de ese conocimiento que los constructores sabían preservar. La arquitectura sagrada era su don; una gracia cuyo producto final poseía el valor de lo irrefutable, y que guardaba un significado que resultaba irritante para los jefes eclesiásticos de cualquier clase: los constructores constituían el símbolo más concreto entre lo terrenal y lo divino. Desde el origen mismo de la Antigua Roma, los Colegios de Oficios (Collegia Fabrorum) gozaban de gran relevancia social. Ya en el siglo VII a.C. su poder era comparable al de los actuales sindicatos. Eran los maestros carpinteros, los proveedores de armas para los ejércitos, los constructores de empalizadas y murallas. odos ellos, cada cual en su especialidad, cultivaban un fuerte espíritu corporativo, resguardaban los secretos de su arte seleccionando cuidadosamente a los aprendices y se unían ante los poderosos que requerían de sus servicios a fin de obtener ventajas económicas. Poseían 13


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sus propios rituales, creencias y tradiciones, herederas de en alguna medida de fuentes más antiguas (griegos, egipcios y pueblos de la Mesopotamia). Centurias más adelante, en el siglo V de nuestra era, cuando se produjo la caída del Imperio Romano, los constructores, desperdigados por todo su territorio, debieron adecuarse a las necesidades de los invasores. No les fue difícil, ya que su conocimiento era respetado y requerido por los nuevos amos. Así los que se encontraban en lo que hoy es el norte de Italia fueron reclutados por los lombardos; los que estaban en las zonas de España y Francia pasaron a atender las demandas de los visigodos y muchos se refugiaron en los pocos sitios respetados por los bárbaros: los conventos cristianos pertenecientes a la Orden de San Benito. De este modo, los maestros constructores se convirtieron en asistentes y asesores de muchos de los frailes que viajaban incansablemente llevando la doctrina cristiana hasta Bélgica, Austria, Alemania, Inglaterra, Irlanda. El contacto con estos pueblos, sumado al intercambio constante con los benedictinos, constituía un importante flujo de conocimientos que, fieles a su tradición, anotaban, aplicaban y perfeccionaban en la construcción de los grandes santuarios católicos que florecían por toda Europa. Se dice que fue de los alemanes de quienes recibieron el nombre de metzen o machun, que en Francia se convirtió definitivamente en masón.

El encanto de la agremiación En este proceso se dio una interesante paradoja. Para aquellos proto-masones el pasaje de construir empalizadas a erigir templos requirió la elevación de su oficio a la categoría de ciencia. La ciencia estuvo desde siempre abocada a la búsqueda de la verdad, y para aquellos primitivos arquitectos la verdad estaba encerrada en la correcta interpretación de la naturaleza. Este enfoque los situó por encima de los dogmas 14


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religiosos, pero al mismo tiempo los mantuvo conectados con lo concreto. Su espiritualidad se tornó profunda, despre juiciada, práctica, y más pura. Su objetivo no estaba puesto en la manipulación de la conciencia sino en el dominio de la materia. Lo suyo era “real”. Y también por ello, su devoción tenía que ver con lo trascendente. Fue el estudio de lo físico el que los llevó a la comprensión de lo metafísico. En la Biblia estaba la Palabra, el origen, pero para desarrollar la Verdad sobre la ierra necesitaban la regla, la escuadra y el compás. Para estos místicos albañiles, la Iglesia era básicamente una fuente de trabajo de la que se debía recelar. Su trato con el clero era demasiado cotidiano y doméstico como para que no se conocieran sus mutuas debilidades. A la vez, las autoridades religiosas eran perfectamente conscientes de que los constructores no entregaban nunca todo su conocimiento, lo cual podía ser considerado una estrategia comercial; y tampoco terminaban de entregarse al dogma. Investigaban cuestiones incómodas, arrojaban conjeturas para resolver enigmas que la Iglesia había resuelto ya de manera clara y contundente; guardaban secretos -muchos secretos-, ocultaban su saber, jugaban al límite con todo lo bueno y verdadero. Para los sacerdotes, lo ideal hubiera sido poder adquirir esos conocimientos y formar sus propios monjes constructores, pero estos cuasi-herejes arquitectos no se lo permitían. odo lo contrario. A fin de organizar y asegurar su hermetismo comenzaron a agruparse en cofradías o hermandades, lo que sería el verdadero germen de la construcción de un gremio. Con el advenimiento de una nueva etapa histórica de desarrollo económico, social y político, que configuró la Alta Edad Media, las hermandades comenzaron a ser solicitadas ya no sólo por el clero, sino también por los nobles y los señores feudales. Esto fortaleció aún más al gremio y debilitó el poder que la Iglesia tenía sobre ellos. Los constructores comenzaron a viajar y a acumular riqueza. La incipiente burguesía requería cada vez más de sus 15


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servicios. Como gente pragmática que era, decidieron consolidar aún más su posición. Reafirmaron sus códigos de lealtad, recopilaron y organizaron sus viejas leyendas a fin de crearse una tradición, generando así una cultura propia. Aun manteniéndose cuidadosamente dentro de los límites impuestos por la nobleza y el clero, supieron refrendar sus rituales, estrechar sus filas, elegir cuidadosamente a quién impartían conocimiento y, sobre todo, guardar sus secretos.

De la defensa del oficio a la vocación política El disimulo, como estrategia, puede ser considerado en función de dos objetivos principales: protegerse y dominar. Ciertamente, también sirve para espiar, esconder y conspirar. Pero estas últimas actitudes no dejan de ser derivaciones de las dos primeras. Desde hace siglos el péndulo de la masonería oscila entre ocultar y dominar, y en ese devenir ha dejado su impronta claramente tallada en muchos de los episodios más importantes de la historia. Existe toda una mitología acerca de los hechos en los que ha estado involucrada la masonería, y sobre los hombres que han pertenecido a ella. Se sabe que personajes tan disímiles entre sí como George Washington y José de San Martín, Danton y Federico II El Grande se alistaron en sus filas, recorrieron los mismos pasos y elevaron los mismos juramentos. Igualmente, hay que reconocer que al común de la gente le gusta ver conspiraciones donde no las hay. Por eso es necesario siquiera intentar una suerte de inventario, lo más riguroso posible, de los eventos en los cuales existen pruebas concretas de que la masonería tomó parte. Se sabe que los masones jugaron un rol muy activo en el inicio de la Guerra por la Independencia de los EE.UU. (hasta existen versiones acerca de detonaron deliberadamente las revueltas para luego guiarlas desde las sombras). De modo mucho más nítido se percibe su presencia durante la Revolu16


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ción Francesa, si bien en esa ocasión la marea de la historia, espoleada por los vientos del Hombre, los arrasó en su propio éxito como un incendio que devora a quien lo inició. Fue así que se vio a masones guillotinando a masones, no una, sino muchas veces, una escena inconcebible para el juramento principal de la logia. Pero también es cierto que si por un momento nos atenemos a la visión más paranoica, y asumimos como real su participación en cuanta conspiración se les adjudica, entonces los masones quedarían muy bien parados. La Masonería estuvo presente en las luchas por la independencia de los pueblos de Latinoamérica, la abolición de la esclavitud, la unificación de Italia, la secularización de las ciencias, la enseñanza laica, la formación de las Naciones Unidas, el desarrollo del socialismo humanista y muchos eventos más. Ello además de mantener una presencia fuerte y constante en la lucha contra las monarquías, los imperios, los estados absolutos y especialmente, el poder político de la Iglesia Católica. odo esto es real, aunque hay muchos otros hechos en los que la influencia masónica no ha sido admitida o debidamente comprobada. Y sin embargo los símbolos de la orden están allí, grabados en la piedra, evocados en la esencia del pensamiento, como una firma sutil. ¿Se trata entonces de una especie de secta de superhéroes que desde hace siglos luchan por la libertad del hombre y la emancipación de su conciencia? Es seguro que a muchos masones les gustaría definirse así. Pero la Hermandad no deja de ser una costumbre humana; una y otra vez ha mutado, se ha ramificado, se ha desviado en sus objetivos y ha sido atravesada por el deseo de poder y la ambición de fortuna. al es el caso de los “Iluminados de Baviera”, logia fundada en 1776 a la que se le adjudicó un plan para acabar con las religiones y los Estados y hacerse con el poder mundial bajo un sólo regente. Un plan que, extrapolado al presente, ofrece ciertas retorcidas semejanzas con la 17


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globalización de la economía de mercado que actualmente rige el mundo.

Un modelo todavía vigente Otra característica inquietante de la masonería es la naturaleza de su modo de infiltración. Capta a sus adeptos mediante un doble juego de seducción. Se autopostula como una liga semi-clandestina de inteligencias en pos de los ideales más elevados del conocimiento humanístico. De este modo cada miembro se siente honrado de ser invitado a formar parte de sus filas; pero luego pasa a ser súbdito de un gobierno secreto y paralelo. Es parte del juramente inicial que el hermano masón debe rendir cuenta de sus actos y acatar las indicaciones que su logia le transmita, cualquiera sea el ámbito en que se encuentre. En base a esto cabría preguntarse si la masonería realmente podría llegar a ser una entidad colectiva cuya preservación está por encima de las individualidades que la conforman. En tal caso, siempre hay una o varias personas que definen el rumbo de esa conciencia colectiva. Se ignora si la hermandad funciona así. Lo que sí es seguro es que ha servido como molde para un sinnúmero de sociedades secretas del más diverso cuño y con los objetivos más dispares, algunas no tan loables como las que inicialmente se propusieron los albañiles medievales. En el siglo XXI existe todo tipo sociedades secretas. En realidad, la denominación ya es demasiado abarcadora en un mundo donde coexisten sectas, carteles de droga, mafias, escuadrones de la muerte, etc. Pero si nos restringimos a las sociedades secretas en términos “masónicos”, en la actualidad se pueden detectar claramente tres: Skull & Bones (calaveras y huesos), el Grupo Bilderberg y el CRE (Consejo de Relaciones Exteriores). Aunque cada uno de ellos será analizado en el capítulo correspondiente, podemos adelantar que se 18


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trata de pequeños organizaciones de enorme poder, que se proponen concentrar el capital y los medios de producción global a fin de regular la economía mundial. Por desgracia ese “mundo ideal” hacia el que la humanidad se estaría dirigiendo es un planeta donde la gran mayoría sobrevivirá en la miseria, con los recursos naturales devastados y controlado por gigantescas organizaciones represivas. Se trata de un mundo carente de ideologías, donde los países serán reemplazados por corporaciones internacionales de negocios. Los masones hicieron del secretismo el cimiento, columna y viga de su construcción. Gracias a ello, más allá de haber sufrido reveses, su existencia se ha extendido hasta nuestros días, y nadie sabe a ciencia cierta en qué se ha convertido, qué oculta y cuáles son sus inquietudes en el tercer milenio. Acaso lo más interesante de la masonería no esté tanto en sus objetivos (cumplidos o no) como en esa actitud de acoger una línea de pensamiento presuntamente superior al del común de la gente; de ser una institución selecta a la que sólo consigue ingresar quien lo merece, y que para la consecución de sus fines necesita rodearse de un halo de misterio. Veamos entonces de dónde proviene la raíz de su enigma, para así poder desentrañar el magnetismo que irradian sus códigos secretos.

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Capítulo 1

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“No hay problema que resista el ejercicio continuo del pensamiento” Voltaire (1694-1778), escritor, filósofo y abogado francés, masón

A la distancia de quince siglos, la historia de la humani-

dad se observa del mismo modo que se ve la ierra desde el vuelo de un avión, a quince mil metros de altura: grandes parcelas de diferentes tonos, delineadas con precisión, que se acomodan geométricamente en un trazado intrincado pero no carente de lógica. Desde acá hasta allí tenemos la Edad Moderna; más allá se distinguen los colores vivos del Renacimiento; un poco más lejana (tal vez algo cubierta por la bruma) se percibe la enorme extensión de la Edad Media; aquellas cumbres oscuras, inalcanzables, bien podrían ser los recuerdos difusos de la Edad Antigua. Pueblos, religiones, sistemas de gobierno, podrían equiparse a los ríos que atraviesan las parcelas de distintos colores. Allí una Revolución quiebra el paisaje como un inmenso cráter; aquella cadena montañosa podría significar un Imperio que duró mil años. Así como la ierra, vista desde las alturas, aparenta ser un enorme huerto, en las páginas de los libros de historia cada época comienza y termina con precisión de almanaque. Pero esa nitidez es un invento de los hombres para parcelar el tiempo e interpretarlo, probablemente, a la luz de sus propios intereses. Cuando se toca tierra con el avión, los perfectos cuadrados de color desaparecen abruptamente. El paisaje es continuo, cambiante, fluido. Las fronteras físicas no suelen coincidir con las fronteras políticas, ni culturales o económicas, ni siquiera con las idiomáticas. Lo mismo ocurre con los hechos históricos. Cada evento significativo, cada 23


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cambio de paradigma, es consecuencia de una sucesión de acontecimientos que llevaron cientos de años, durante los cuales las condiciones de vida, con todo lo que ello implica, conformaron una línea de pensamiento que, como un río, recibió influencias de muchos otros pensamientos y hechos. Afirmar que “los masones fueron los constructores franceses que en la Edad Media decidieron agruparse en secreto para proteger de la Iglesia sus conocimientos” es lícito, claro que sí. Pero no nos dice por qué los constructores poseían tales conocimientos, de qué índole eran, por qué tenían que protegerlos, ni de dónde los habían recibido. Por eso es necesario acercar un poco más el foco. Y es entonces cuando los límites de la Historia se tornan difusos a la vez que dinámicos, contradictorios, a veces absurdos.

El mundo feudal A mediados del siglo VII el mundo europeo se encontraba recién ingresando en esa era de incertidumbre que se dio en llamar Edad Media. Salvo por los miembros de la nobleza y el clero, que disfrutaban de un lujo rústico y exagerado, la gran mayoría de la población vivía en la más dura pobreza. Las aldeas estaban formadas por humildes caseríos, generalmente provistos de una sola habitación en la que se realizaban todas las actividades. Los inviernos eran temidos por ser inclementes, ya que no había manera de calentar esas precarias viviendas. El trabajo se desarrollaba literalmente de sol a sol, ya que el hambre campeaba con frecuencia. Era una época en que se moría fácilmente, lo cual constituía terreno fértil para las supersticiones, a pesar de que la Iglesia Católica ejercía un férreo control sobre las mentes de los ciudadanos. A sólo 500 años de la muerte de Jesús de Nazaret, su Iglesia era tal vez la más poderosa de las instituciones de Occidente. Pero el mensaje de paz del Mesías se había convertido en un corpus represivo del cual no era sencillo sustraerse. Era 24


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fácil ser acusado de brujería. Y si bien la época más terrible de la Santa Inquisición todavía no había llegado, la hoguera era el castigo seguro para cualquier acusado de profano, apóstata o sodomita. res cargos cuya certeza era absolutamente dependiente de las circunstancias. La condena y la muerte eran utilizadas por la Iglesia como una herramienta política, por lo que muchos corrieron la peor de las suertes en base a acusaciones falsas. En la Edad Media la sociedad se dividía básicamente en tres estamentos: el clero, los nobles y los siervos, que eran la mayoría de la población. Estos últimos rara vez se alejaban de los límites de las tierras de su señor, salvo cuando se dirigían hasta el pueblo cercano a fin de vender sus productos en el mercado, o cuando el noble disponía que le acompañasen en alguna guerra, momento en que solían ser alistados más o menos por la fuerza. En esa precaria economía, los artesanos debían aguzar su ingenio a fin de despertar el interés de los comerciantes. Existían tejedores, orfebres y carpinteros, quienes solían fabricar muebles, enseres y las casas de madera para los sectores privilegiados. ambién existía otra categoría de trabajadores que eran al mismo tiempo, admirados, y envidiados: los obreros de la piedra, también llamados “masones”. En principio la piedra sólo podía ser utilizada por los Reyes para la construcción de sus castillos y muros defensivos. Ellos se reservaban el derecho de autorizar o no a los grandes señores a edificar sus propias residencias en dicho material. Fuera de la nobleza, únicamente la Iglesia podía hacer uso de la piedra en templos, parroquias y abadías.

La necesidad de estrechar filas El Cristianismo, afianzado, erigía enormes catedrales cuyas cúpulas parecían horadar ese cielo prometido por el Salvador. En la magnificencia de sus altares, en sus inmensos arcos, en las imágenes contenidas en sus molduras, en la luz 25


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vaga y seráfica proyectada por sus vitraux, la Curia intentaba condensar el misterio, el temor y la esperanza sobre los que se apoyaba la más joven religión de Occidente. Se tallaban grandes bloques, cuyo peso hace difícil imaginar la maquinaria de madera y hierro necesaria para manipularlos. La materia utilizada para unirlos debió demandar horas de experimentos y elaboración. Los andamios configurarían intrincadas torres de madera. odo ello costaba fortunas, y aun así no era tarea sencilla erguir esos gigantescos templos con los medios de la época. Dominar la arquitectura sagrada era un don raro y ciertamente privilegiado. Los primitivos masones conocían perfectamente las reglas del juego; por eso cuidaban con celo su conocimiento, no sólo de sus clientes (la nobleza y la Iglesia), sino inclusive entre ellos mismos. Por un lado estaban los picadores de piedra, también llamados “masones rústicos”, que construían el grueso de las paredes. En un nivel superior se encontraban los “talladores”, que trabajaban una piedra más blanda y se encargaban de realizar las fachadas y frentes de los edificios. Estos eran los llamados masones de piedra libre o “franca”. Denominación que con el tiempo se abrevió en “francmasones”. La relación entre los constructores y la Iglesia era por demás tirante. La curia desconfiaba del fantástico saber dominado por esos hombres, al tiempo que deseaba apropiárselo para formar sus propios especialistas. Los constructores sabían que su integridad y su oficio dependían enteramente de conservar el conocimiento a salvo de una jerarquía que sabían corrupta y decadente, hipócrita en su esencia. Aquello era dormir con el enemigo. Por eso decidieron encerrarse en su propio juicio. Sólo ellos decidirían a quien transmitir los secretos de su arte; el mismo sería compartido mediante códigos herméticos. Para acceder a su selecto círculo debían rendirse una cantidad de pruebas; ritos iniciáticos donde el aspirante debía demostrar determinados competencias y comprometer su absoluta fidelidad, al punto de estar dispuesto a pagar con la 26


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vida la menor infidencia. Los primeros masones comenzaron a reunirse bajo las galerías de los bulevares, llamadas logias. Cada agrupación tomaba el nombre de la calle en la cual se hallaba su lugar de reunión. odas respondían a una base central. Bajo esta elemental organización, la masonería había surgido sobre el mundo. Sus primeros símbolos parecían sintetizar la suma de su pensamiento: una Biblia, una escuadra y un compás. Para ellos, Dios era “el gran arquitecto”, una entidad justa, pensante y libre, muy lejos del odopoderoso vigilante y vengativo con que la Iglesia amenazaba a los hombres. Nadie que no pertenezca a ella sabe con certeza la fecha de fundación de la masonería. No se sabe si hubo una ceremonia inaugural o si fue sólo una comunión de ideas de que de a poco adquirió su propio carácter y sus normas de conducta. Lo que sí se sabe es los masones comenzaban a reunirse a escondidas, que se transmitían de boca en boca las particularidades de su oficio y que, paulatinamente, algunos detalles de sus obras revelaban una crítica feroz al dogma de la Iglesia. El sarcasmo y la burla se deslizaban subrepticiamente. Aquí, en el bajorrelieve de un templo, allí en las líneas de un vitreaux, los rostros de las esculturas esbozaban gestos equívocos, las líneas arquitectónicas sugerían profanas influencias. Los miembros del clero acaso pensaban que eran alquimistas, o tal vez, mucho menos ingenuamente, veían crecer en los masones la semilla de un pensamiento que algún día los cuestionaría y destronaría. Cualquiera de estas hipótesis bastaría para hacer de los constructores carne de hoguera. Pero éstos eran escurridizos, furtivos, astutos y, lo peor de todo, necesarios. al vez si el clero de aquel entonces se hubiera detenido un momento a estudiar sus símbolos, la ideología masónica se les hubiera manifestado en toda su dimensión. Pero su propia porfía les impedía abrir su mente y comprender las fuentes de inspiración de los masones. Luchaban entonces contra un enemigo invisible, difuso, que les sonreía y asentía pero no les daba un ápice de confianza. 27


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Y es que en algo no se equivocaban los religiosos: en su búsqueda de conocimiento arquitectónico, los masones habían cavado profundo en las antiguas tumbas de la tradición egipcia y griega. Su cálculo de las probabilidades del comportamiento humano no excluía la posibilidad de ser perseguidos y usurpados, como lo había sido su maestro primigenio: Pitágoras de Samos. Porque la masonería se forjó hundiendo sus raíces en la revolución interior planteada por los Pitagóricos y en la intransigente independencia de los emplarios. Y los masones sabían que, al igual que estas hermandades, sufrirían todo tipo de acoso. ambién sabían del increíble sadismo que el ser humano es capaz de ejercer sobre aquél a quien teme.

Los Templarios Muchos autores han dado por cierta, durante años, la relación de los Caballeros emplarios con la masonería. Según esta línea histórica, lo que era un modesto movimiento intelectual con aires libertarios profundizó, bajo la influencia de los Caballeros, sus raíces teológicas, y reorientó sus objetivos. Y aunque otras teorías, en cambio, minimizan las consecuencias de esa relación, la influencia templaria en el diseño masónico es innegable. Resta saber si ella fue producto de algún tipo de mixtura o simplemente una forma evocativa de homenajear una antigua y noble orden, traicionada y perseguida por el clero y la nobleza, rasgo que por sí sólo justificaba cualquier forma de conmemoración por parte de una de una hermandad librepensante como era la masonería en sus inicios. A principios del siglo XII, nueve caballeros franceses, ungidos por el Papa, invadieron la ciudad de Jerusalén. Allí donde el Salvador había sido clavado en una cruz, en la cima del Monte Gólgota. Era la ciudad por cuyas calles Él había sido llevado hacia el suplicio, eran los ladrillos en que había tropezado y la piedra sobre la que su cuerpo lacerado había sido tendido. 28


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Luego de la victoria militar, esos guerreros decidieron quedarse en la Ciudad Santa para cuidar sus murallas y proteger a los peregrinos, que llegaban de toda Europa para postrarse ante la mayor reliquia viviente de la tradición cristiana. Bajo las directivas de Hugo de Payens y Henri Sinclair, formaron la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del emplo de Salomón; también llamada la Orden de los Caballeros del emple, o Caballeros emplarios. Se dice que los Caballeros cavaron en las ruinas del emplo de Salomón y que allí encontraron un tesoro incalculable. Riquezas materiales y documentos secretos que contenían, entre otras revelaciones, datos muy concretos acerca de un desconocido matrimonio y descendencia de Jesús. Información que, vale decir, bastaba por sí sola para hacer tambalear toda la estructura de una Iglesia Católica que se perfilaba todopoderosa. Lo cierto es que la fortuna saqueada del templo habría permitido a los Caballeros convertirse en importantes prestamistas, y adquirir en muy poco tiempo derechos sobre la mayoría de los nobles europeos, quienes acudían a ellos tras dilapidar las riquezas de sus pueblos. ambién se dice que la propia Iglesia, acaso amenazada con la divulgación de los documentos secretos, accedió a concederles privilegios hasta entonces inusitados. Como fuera, los emplarios se hicieron poderosos al punto que comenzaron a resultar incómodos. Gozaban de admiración y prestigio entre la plebe, pero eran cada vez más temidos y odiados por la nobleza y el clero. La conspiración contra los Caballeros del emple fue uno de los episodios más trágicos y vergonzantes de la historia antigua de Francia, y generó un escándalo de tal magnitud que sacudió todos los esquemas de poder. El Rey Felipe IV, apodado “El Hermoso”, quien se encontraba gravemente endeudado con la Orden, se alió con los Dominicos, viejos rivales de los emplarios; en bloque presionaron al Papa Clemente V y entre todos tejieron una red de calumnias apoyados en testimonios apócrifos. 29


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Los testigos eran algunos caballeros resentidos por haber sido rechazados por la Orden y, sobre todo, un supuesto “emplario arrepentido”, que hizo un relato aberrante de los supuestos rituales secretos: “Cuando ingresan en la Orden y profesan, se les presenta su imagen y, horrible crueldad, le escupen tres veces al rostro; a continuación de lo cual, despojados de los vestidos que llevaban en la vida seglar, desnudos, son llevados ante la presencia del que les recibe o de su sustituto y son besados por él conforme al odioso rito de su Orden, primero en la parte baja de la espina dorsal, segundo en el ombligo y por último en la boca, para vergüenza de la dignidad humana. Y después de haber ofendido a la ley divina por caminos tan abominables y actos tan detestables, se obliga por el voto profesado y sin temor a ofender la ley humana a entregarse el uno al otro sin negarse, desde el momento en que sean requeridos para ello, por efecto del vicio de un horrible y espantoso concubinato.” Sin dudas, era una suerte de acusación lapidaria, en una época en que por mucho menos se moría en la hoguera. Sin embargo los emplarios eran una institución con mucho poder y prestigio, que acumulaba fortuna y potencial militar, y no era tan sencillo meterse con ella. Pero la pérdida de Jerusalén y la expulsión de ierra Santa ciertamente la habían debilitado. ampoco le convenía a las autoridades que ella regresara a Europa, donde la monarquía y el clero sostenían un precario equilibrio de poder. Era necesario entonces eliminarla de la escena. Lo que siguió fue un largo y tortuoso proceso judicial plagado de arbitrariedades y falsedad. A fuerza de torturas, a los templarios les fueron arrancadas confesiones espurias. Hasta se autorizó a los interrogadores de la Inquisición a realizar falsas promesas de redención a los Caballeros que accediesen a reconocer sus graves faltas. El Papa y el Rey intentaban por 30


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todos los medios apoderarse de sus bienes, y en esa puja, los Caballeros emplarios tomados cautivos sufrían una y otra vez traslados, aislamiento y nuevos tormentos. Jacques de Molay, el último Grande Mestre de los emplarios franceses, era un administrador moderadamente bueno para guiar a sus cofrades en la lucha contra un enemigo franco, como lo habían sido los musulmanes. Pero el terreno de la política y la mentira no era para él. Con la voluntad quebrada admitió acusaciones descabelladas, llegando a aconsejar en una carta que sus compañeros hicieran otro tanto. Muchos se negaron y murieron a pie firme; otros atendieron sus razones y se produjo una confusa situación de testimonios contradictorios. Finalmente, cuando a pesar de su colaboración Jacques de Molay fue llevado hasta el cadalso, murió proclamando a gritos la inocencia de la hermandad y condenando a sus perseguidores a comparecer ante Dios por la suprema injusticia que se estaba llevando a cabo. La orden fue diezmada en Francia, y los pocos sobrevivientes se refugiaron en Escocia. Allí, no de manera casual, fue fundada la primera sede de la masonería. Como se ha dicho, el origen de la primera “logia” aún se mantiene incierto. Acerca de sus inicios, existe un nebuloso período de tiempo que siempre dejó abierta la posibilidad (acaso intencional) de que la masonería sea una suerte de continuación de la Orden de los Caballeros emplarios. Este es un dato sumamente estimulante, tanto para detractores como para defensores, porque refrenda la existencia de un mítico tesoro hallado en Jerusalén. Un tesoro cuyo contenido ha sufrido infinitas variaciones en la imaginación popular. Se ha hablado de reliquias santas, de la fortuna del Rey Salomón y de un Evangelio nunca divulgado por la Iglesia. La primera hermandad de cuya existencia se tuvo registro fue la Kilwinning Lodge, Logia Número Cero o Madre Logia de Escocia. Su nacimiento se ubica en el año 1140, cuando los constructores de la Abadía de la ciudad escocesa de Kilwinning decidieron agruparse en un gremio para evitar ser manipulados 31


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por la Iglesia, y comenzaron a diseñar su sistema de códigos y rituales de iniciación. Pero volvamos un poco hacia atrás.

Pitágoras de Samos Este notable hombre fue el gran inspirador del pensamiento masónico. El sabio griego, nacido en el año 580 antes de Cristo, no sólo aportó conocimientos matemáticos de una modernidad increíble para su época, sino que también desarrolló una ética filosófica con la que aglutinó discípulos y seguidores, los que conformaron la Sociedad Pitagórica. Era una pequeña comunidad que vivía bajo sus propias normas (pacíficos, vegetarianos, dedicaban su vida al estudio y el pensamiento). Su cosmovisión influyó radicalmente en personalidades posteriores, como Sócrates y Platón, y sentó las bases del desarrollo de las matemáticas y el racionalismo de Occidente. Pitágoras fue respetado, pero su prestigio también le granjeó muchos enemigos entre los poderosos de su tiempo. Su incursión en la mística de Egipto no hizo más que acrecentar los resquemores, al punto que muchos se preguntaban qué se proponían realmente los pitagóricos. El saber ha sido desde siempre un enemigo potencial para los gobiernos con pretensiones absolutistas. Sin embargo, él era admirado, y eran muchos los que, tal vez por simple esnobismo, aspiraban a ser admitidos entre los pitagóricos. Pero no bastaba con ser rico y poderoso para ser aceptado por el sabio, y esa pureza intransigente fue la que lo llevó a la ruina. En la ciudad de Crotona, donde se hallaba una de sus escuelas, residía un noble llamado Cilón. De carácter violento y tempestuoso, se empeñó en ser aceptado por la cofradía, y fue inmediatamente descalificado por un Pitágoras ya anciano pero aún firme en sus principios e implacable en su apreciación del alma humana; un asesino despótico no tenía ningún lugar en su escuela. Se ignora si Cilón utilizó sicarios

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o se encargó personalmente del asesinato del maestro, pero sí se sabe que luego se dedicó a perseguir a todos sus adeptos. Los Pitagóricos manejaban el arte de disimularse y seguir expandiéndose, como muchos años después lo harían los masones. Así, Cilón se extinguió en el mundo, pero el pensamiento de la hermandad se siguió difundiendo. Sólo medio siglo después, el poder los atacó abiertamente y fueron masivamente masacrados. Los sobrevivientes se dispersaron y acaso continuaron sus estudios, pero la sociedad se disolvió. Para los masones, Pitágoras encarnaba la manifestación humana de la inteligencia de Dios. Y aquí se esconde un detalle importante de su concepción espiritual, pues veneraban a Dios a través de la exaltación del raciocinio. Ponían la conciencia curiosa y práctica por sobre el concepto de culpa y humillación que exigía la religión oficial. Los masones celebraban a Dios en el estudio y el trabajo, en preguntarse todo y cuestionar todo vestigio de verdad absoluta. Por eso de Pitágoras tomaron el símbolo de la escuadra y el compás. Debajo estaba la Biblia, porque su propia inteligencia les indicaba que había un Ser Superior, tan superior como para planificar y ejecutar la obra lógica y siempre evolutiva de la naturaleza.

Los ritos de iniciación Los masones inventaron una forma religiosa propia cuyo dogma estaba basado en principios de escuela técnica, mientras que la representación litúrgica fue tomada de los antiguos ceremoniales egipcios. Probablemente de la raíz pitagórica provenga la afición por los ritos paganos. Más exactamente de los ritos de iniciación sacerdotal que evocaban la muerte y resurrección de Osiris, la renuncia y el desapego como camino hacia la renovación interior. Es curioso, pero sobre estos mismos rituales se dice que el Emperador Constantino diseñó el calendario canónico del catolicismo, fundiendo los

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episodios del cristianismo con las fechas del culto a Osiris, de manera de unificar todas las creencias del Imperio en una. El caso es que los masones tomaron toda esta simbología egipcia para codificar sus secretos e iniciar a sus adeptos. Para merecer ser llamado Masón Libre y Aceptado, el aspirante debía atravesar una serie de rituales y pruebas para los cuales solía podía prepararlo un mentor, quien ya debía ser miembro de la hermandad. La idea subyacente era justamente que el postulante muriera espiritualmente para resucitar en un hombre superior. Para empezar, el “profano” (nombre con que se denominaba a quien pretendía iniciarse) era introducido en la Cámara de Reflexión, un cuarto íntegramente pintado de negro donde sólo había una mesa, un taburete y un escritorio. Sobre la mesa había un pan, una jarra de agua y dos copas, una con azufre y la otra con sal. En las paredes colgaban distintos símbolos: el reloj de arena, la hoz, el gallo y las siglas V.I..R.I.O.L. cuyo significado es “Visita interiora terrae rectificando invenies occultum lapidem” (“Visita el interior de la tierra, por medio de la rectificación hallarás la piedra escondida”). Una invitación a la búsqueda del yo innominado, mediante el silencio y la meditación. Luego el profano debía responder varias preguntas acerca de sí mismo y de su relación con Dios; tras lo cual procedía a redactar su testamento. Se le colocaba una venda en los ojos y debía despojarse de todos los objetos metálicos (que representan la civilización). Seguidamente debía desnudar la parte izquierda de su pecho en señal de franqueza y sinceridad, arremangarse la pierna derecha del pantalón y quitarse el zapato del mismo lado, en señal de humildad. A continuación se le rodeaba el cuello con una gruesa soga con nudo corredizo, que simbolizaba todo lo que lo ata a lo profano del mundo. En esa condición debía cumplir una serie de pruebas, tras las cuales se le retiraba la venda: Sobre una Biblia con un compás encima, debía realizar su juramento de lealtad en nombre del Gran Arquitecto del Universo. El juramento era anotado en 34


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un papel que luego él mismo debía quemar. Cuando recibía la luz, el aspirante pasaba a ser un “iniciado”. Se tendía en el suelo y los hermanos presentes apoyaban la punta de sus espadas en su pecho, para atraer hacia él las fuerzas positivas del universo. En algunas órdenes, a cada iniciado se le entregaba una espada que sería la suya. Con ella debía defender, simbólicamente, su espíritu libre, su logia, y vengar el asesinato del mítico Grande Mestre, Jacques de Molay. Luego se le brindaba la información correspondiente a un ya iniciado. ambién debía jurar mantener absoluto secreto sobre las actividades de la cofradía, aceptando ser sometido a castigo en caso de quebrantar su promesa. La fórmula utilizada al efecto rezaba: “Si fallo en mi obligación consiento en que me abran el cuerpo perpendicularmente y ser expuesto ocho horas al aire libre, para que las moscas se solacen en mis entrañas; que mi cabeza sea cortada y puesta en el punto más alto del mundo. Infringiré el mismo castigo a quienes rompan sus pactos y obligaciones.” El juramento incluía respetar a rajatabla, en cualquier situación en que se hallare, el Código Moral Masónico: “Adora al Gran Arquitecto del Universo. Ama a tu prójimo. Haz el bien, y deja hablar a los hombres. El verdadero culto a Dios, consiste en las buenas costumbres. Haz el bien, por el amor al bien mismo. Conserva tu alma pura; que pueda presentarse a toda hora delante de Dios, libre de todo reproche. Ama a los buenos, compadece a los débiles, huye de los malvados. Más no odies a nadie. Háblales respetuosamente a los grandes, prudentemente a tus iguales, sinceramente a tus amigos, y con ternura a los pobres. 35


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No adules jamás a tu hermano, porque es una traición; y si tu hermano te adula, desconfía que te corrompa. Escucha siempre la voz de tu conciencia. Sé el padre de los pobres. Cada suspiro que tu dureza les arranque, será una maldición que caerá sobre tu cabeza. Respeta al extranjero y al viajero, porque su posición los hace sagrados para ti. Cuando a tu vez seas extranjero, no abuses de esa circunstancia pretendiendo mayores consideraciones que las de la justicia. Evita las disputas y prevé los insultos, poniendo la razón de por medio. Respeta a las mujeres. Jamás abuses de su debilidad, y muere antes que deshonrarlas. Si el Gran Arquitecto del Universo te da un hijo, dale gracias; pero tiembla por el depósito que te confía, porque en lo sucesivo, tú serás para ese niño, la imagen de la Divinidad. Haz que hasta los diez años te tema; hasta los veinte, te ame, y hasta la muerte te respete. Hasta los diez años, sé su maestro; hasta los veinte, su padre; y hasta la muerte, su amigo. Enséñale ante todo, buenos principios; y después, bellas maneras. Que te deba una doctrina esclarecida, mejor que una frívola elegancia. Que sea mejor un hombre honrado, que un hombre hábil. Lee y aprovecha; ve e imita; reflexiona y trabaja. Y que todo redunde en beneficio de tus hermanos, para tu propia utilidad. Sé siempre contento para todo, con todo y de todo. Jamás juzgues ligeramente las acciones de los hombres. Perdónalas y no las condenes. El Gran Arquitecto del Universo es el que sondea nuestros corazones. Es Él, sólo, quien puede apreciar su obra”.· Ese conjunto de normas de comportamiento ético, moral y social cuyas consignas se mantienen inalterables hasta el día de hoy. 36


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Capítulo 2

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“La curiosidad intelectual es la negación de todos los dogmas, y la fuerza motriz del libre examen” José Ingenieros (1877-1925), filósofo y psicólogo argentino, masón

Entre los especialistas en el tema, existe un consenso gene-

ralizado acerca de que la francmasonería moderna deriva de los gremios de constructores constituidos en la Edad Media, como corporaciones laicas de arquitectos, obreros y labradores de piedra destinadas a preservar un saber profesional. Al período de esplendor de este tipo de estructuras, aproximadamente de los siglos XII al XVI, se lo denomina convencionalmente como de la masonería “operativa” o de oficio. A comienzos del siglo XVII, cuando la hermandad entreabrió sus puertas y amplió sus criterios de admisión, tuvo lugar una profunda transformación que dio lugar a la llamada masonería “especulativa”, ya que significó el paso de un plano esencialmente material a uno espiritual. En otras palabras, esta transición implicó la masónica separación definitiva del arte de la construcción (que sólo fue conservado a nivel simbólico), para abocarse exclusivamente la búsqueda de una finalidad ética. Y a partir de ese momento, el vértigo con que la masonería se esparció por el mundo recuerda la manera en que se expandieron las principales religiones de Occidente. Comenzó como una hermandad clandestina manejada según sus propias normas, encubierta bajo un sistema de símbolos y códigos que cumplían la función de ocultar un número no determinado adherentes elegidos bajo un riguroso juicio. Luego la organización relajó un tanto los requisitos de pertenencia, pero se cuidó de conservar y reafirmar las exigencias de índole moral, filosófico y espiritual, con lo cual el ser 39


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aceptado se volvió todo un desafío para quien pretendiese ser reconocido como moderno, transgresor o iluminado. En ese mecanismo encontró la llave para transformarse en una sociedad capaz de generar una tendencia ética. Pero con los años, le ocurrió lo mismo que a tantos cultos: el factor dinero comenzó a infiltrarse en sus filas generando todo tipo de desviaciones. Ahora bien, acerca del cómo y por qué la Masonería comenzó a incorporar a aspirantes no constructores existen todo tipo de versiones, masónicas y antimasónicas; versiones pro-masónicas que se contradicen; versiones fabulosas o míticas, heroicas incluso, aunque improbables. Lo cierto es que, como en todo cambio social, no hubo una sola causa identificable. Ocurrió porque tenía que ocurrir. La masonería era una reunión de mentes libres y abiertas, habitando un mundo que evolucionaba rápidamente buscando escapar de sus limitaciones. Vale aclarar que la hermandad se inició como una asociación de constructores algo “especiales”. Como ya lo hemos dicho, poseían un conocimiento precioso, no sólo por su valor intrínseco sino porque el mismo significaba un importante vehículo social. El masón podía negociar con la nobleza y el clero desde un lugar de privilegio. Era cuidado, deseado y, si se manejaba con prudencia, podía gozar de un nivel de independencia raramente visto en esa sociedad de amos y siervos. Pero más allá de estas diferencias, los masones seguían constituyendo un gremio, como el de los tejedores, los carpinteros, los alfareros. Según la tradición de la época, los oficios eran hereditarios, pero esto era sólo una generalidad; siempre había excepciones. Los hijos de un asociado podían afiliarse a esa corporación aunque no profesaran el mismo oficio que su padre. Las adhesiones se manejaban por afinidad, simpatía o, a qué negarlo, por conveniencia. En ese contexto la masonería bien podía considerarse un gremio de lujo; por tanto no era de extrañar que al cabo de unos años, muchos caballeros deseasen ser aceptados entre 40


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sus filas. Este proceso se dio especialmente en Inglaterra, donde para los caballeros (especialmente los del campo) era una manera de tener vinculaciones en la ciudad de Londres. Para la hermandad, tener entre sus acólitos destacados representantes de la clase alta y de instituciones científicas y académicas significaba prestigio, sobre todo en una sociedad tan estratificada como la medieval. Así fue que la masonería, como tantos otros gremios, se dispuso a ceñir sus postulados en torno de una férrea postura ética y a su vez, adaptarlos a fin de darles un carácter más universal. Sin duda fue una decisión importante, de modo tal que la hermandad no sólo abandonada su naturaleza cerrada en cuanto a la transmisión de conocimientos, sino que de alguna manera apuntaba sus objetivos mucho más allá de guardar los secretos de la arquitectura de los templos. Había descubierto las ventajas de ser un poder en las sombras, un sistema de infiltración institucionalizado.

El desafío a la Iglesia Al margen de las razones señaladas, acaso convencionales, hubo motivaciones mucho más interesantes por las que se cree que ocurrió este cambio. Y es que la Hermandad les ofrecía a los nuevos miembros la oportunidad de leer y analizar la Biblia. Algo que, por extraño que parezca, constituía un desafío a las autoridades eclesiásticas de la época. Pero, ¿cómo puede explicarse que en una sociedad casi teocrática estuviese prohibido estudiar los textos sagrados de la religión imperante? Para la Iglesia oficial era menester evitar que los fieles ubicasen el núcleo de su devoción en la palabra de Jesús, y no en la gran institución que la representaba. La Iglesia, enarbolando sus textos oficiales, pretendía ser el único “mensajero” de Dios. Para el clero no era en absoluto recomendable que los creyentes desentrañaran por su cuenta las palabras del Señor. Por ello se ocupó de rastrear, capturar 41


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y quemar cuántos ejemplares de la Biblia en inglés pudiera encontrar, así como a sus traductores. Desde el siglo XIII habían surgido al sur de Francia y en algunas regiones de Inglaterra pequeñas sectas religiosas que se oponían al poder hegemónico de la Iglesia Católica. Inmediatamente se dispusieron leyes que condenaban a los “herejes” a morir en la hoguera. Hubo muchas ejecuciones en Alemania y también en Inglaterra. Sin embargo la piedra de la reforma se había lanzado a rodar, y pensadores como Zwinglio, Calvino y Lutero pronto comenzaron a ser considerados adalides del movimiento “protestante”, que tomó forma definitiva en el siglo XVI produciendo un cisma en el cristianismo. En el origen de esta nueva corriente sin duda está la rebeldía ante una Iglesia Católica que guardaba para sí misma todos los derechos. Sólo la curia tenía acceso a la Biblia y transmitía “la palabra”; los sacerdotes se autoerigían en hombres de pureza superior mediante el voto de castidad, cuyas transgresiones solían ser un secreto a voces; el manejo del dinero, las especulaciones políticas y hasta obrar el milagro de la transmutación del pan y el vino alejaban el ritual cristiano de la gente y protegían a la institución ante cualquier tipo de cuestionamiento. Por supuesto, la persecución fue feroz. Se encendieron las piras y muchos de los líderes y sus seguidores fueron ejecutados sin derecho a apelación. En Inglaterra por lo menos se les quemaba sin tortura previa; inclusive en algunos casos los amigos del condenado lograban sobornar al verdugo para que les permitiese colgar el cuello de la víctima una pequeña bolsa con pólvora, a fin de que estallase al contacto con el fuego y concediese al desdichado una muerte relativamente rápida. Pero en otros países, como Francia, previo a la hoguera el reo sufría horas y hasta días enteros de suplicios. Estos incluían mutilaciones, quebrantamiento de huesos, estrangulamiento, golpes, quemaduras, castraciones, y terminaban indefectiblemente con el fuego. A lo que hay que agregar que 42


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si el ejecutado tenía la mala suerte de que la leña estuviese húmeda la agonía podía prolongarse durante horas. En principio los masones mantuvieron prudente distancia con estas cuestiones. Entre sus filas había muchos nobles que cuidaban de sus compromisos políticos y en cierto modo la Hermandad se aferraba a la consigna cristiana de “al César lo que es del César”, para no provocar abiertamente la irritación del orden establecido. Pero es sabido que aquél muchas veces se irrita a sí mismo y patea su propio tablero, dando apenas tiempo a sus subordinados para adaptarse a los cambios. La ferviente lealtad de Inglaterra para con la Iglesia Católica terminó abruptamente cuando en 1533, el Papa le negó el divorcio a Enrique VIII. Este rey deseaba fervientemente separarse de Catalina de Aragón para oficializar su relación con Ana Bolena, hasta ese momento su amante. Enrique instruyó al Parlamento para que aprobara rápidamente una ley que declarase que su Majestad era al mismo tiempo Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, por sobre la autoridad del Papa; quien se manifestase en contra de la reforma sería acusado de alta traición y en consecuencia, colgado públicamente, a la vista de todos. Se desgarraría su vientre a fin de que antes de morir él mismo viera caer sus vísceras sobre la calle; sólo entonces se procedería al descuartizamiento. Lo que siguió fue una sucesión de luchas religiosas en las que toda Europa se dedicó a masacrarse, con cierto regodeo y siempre en el nombre de Cristo. En principio la masonería optó, con notable cintura política, por mantenerse al margen condenando a los “herejes” que abjuraban de la religión y a los “protestantes” que intentaban socavar la autoridad de la Iglesia. Pero cuando el movimiento protestante comenzó a ganar plazas en todo el continente y a ejercer una represión violenta sobre los católicos (que a su vez respondían con todo tipo de atentados), ya no les fue tan fácil a los hermanos masones conservar la unidad de su criterio espiritual. En Inglaterra, Escocia y los Países Bajos se quemaba a los católicos; en Es43


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paña y Francia se descuartizaba a los protestantes; Guillermo el Silencioso, Príncipe de Orange, fue asesinado por un fanático católico sobre quien se practicaron todas las torturas juntas durante cuatro días. Las guerras y revueltas se sucedían. Había que obtener una unidad.

Tiempos de reacomodamiento Frente a estos eventos comenzó a gestarse una corriente de pensamiento que deploraba la crueldad inusitada de las contiendas religiosas; primero a escondidas, luego en forma más explícita. A principio del siglo XVII surgió en Alemania una secta religiosa que sintetizaba este pensamiento: los Rosacruces. Si bien sus miembros fundadores eran protestantes, no renegaban del catolicismo, y en cambio proponían una convivencia pacífica buscando los puntos de encuentro de ambas religiones, en pos de una espiritualidad pura y pacífica, de la devoción a un Dios único y bondadoso que sólo requería de sus hijos una vida piadosa y la vocación de hacer el bien. Sin proponérselo, los Rosacruces recuperaban uno de los principios espirituales de los primitivos masones: la reafirmación básica de la creencia en Dios como Gran Arquitecto del Universo, un concepto que se había diluido con el crecimiento de la Hermandad. Planteaba además la necesidad de adaptar sus principios a la conveniencia de sus adeptos no provenientes del gremio de los albañiles. al vez fue por eso que algunos masones simpatizaron de inmediato con los Rosacruces. Sin embargo la Logia se negaba a ser considerada una “secta religiosa”, a pesar de lo cual las coincidencias fueron tantas que todavía hoy muchos piensan, erróneamente, que los Rosacruces son una rama de la masonería. Hoy día resultan casi irrisorias, poco creíbles, las múltiples sospechas y la obsesión con que la Iglesia y ciertos sectores de la nobleza persiguieron a los masones. Sin embargo es 44


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necesario no perder la perspectiva del enorme e indiscutible poder que detentaba la Curia en aquella época, y de cuan volátiles eran las relaciones políticas. Era una época de bandidos ocultos en los bosques y de enemigos emplazados tras las montañas. Se guerreaba por honor, por tierras, por creencias, o por la simple locura de algún monarca omnipotente que quería extender su reino de sol a sol. En ese contexto, para la Iglesia y los nobles el hecho de que un grupo de hombres instruidos y con cierta holgura económica decidiera reunirse en secreto, sin dar a conocer ni sus creencias, ni sus objetivos, jactándose simplemente de “ser distintos”, seguro podía ser desencadenante de un sinnúmero de recelos. Y desde luego los hubo a millares. La masonería fue acusada de ser una sociedad no sólo atea, sino anticristiana; conspirativa, deseosa de atentar contra el orden político y religioso, y de pretender conquistar el mundo. La Iglesia no tuvo la menor vacilación para ordenar la excomunión de sus miembros. En el siglo XVIII la situación se complicó aún más, porque muchas de las monarquías europeas comprendieron que se trataba de algo más que de clubes de encuentro de caballeros llenos de esnobismo, y procedieron a prohibir sus reuniones y a infiltrar espías. Entre 1738 y 1890 el Vaticano emitió 17 bulas condenando a la hermandad e instando a su proscripción. Sin embargo, también el lazo de la Iglesia era asfixiante para la nobleza, y la masonería poseía una seductora impronta de secreto y modernidad ante la cual caían rendidos los aburridos aristócratas, que en gran número insistían en unirse a sus filas, someterse a sus rituales, refrendar sus juramentos. Así pues, mientras algunos países las rechazaban abiertamente, en otros las logias florecían por doquier, con nuevos capítulos, códigos, símbolos. Y la red se expandía en forma soterrada pero constante. El Rey Jaime VI de Escocia fue el primer monarca sospechado de masón. El emperador alemán Francisco I, en cambio, los apoyó abiertamente a pesar de ser católico. En cam45


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bio los gobiernos protestantes de Holanda, Suecia, Ginebra, Zurich, Berna, Bavaria, Austria, Rusia y Prusia la prohibieron en forma terminante. La paranoia llegó incluso más allá de la Iglesia. A la realeza no le importaba demasiado que un grupo de destacados ciudadanos se atreviese a desairar a la neurótica Curia, y hasta es probable que lo disfrutara. Lo que sí le atemorizaba era que los planes secretos de esos individuos, que se daban en llamar masones, incluyeran destronar para siempre a la monarquía. A fines del siglo XVIII, para confirmar esas sospechas, surgió la temible logia de los Illuminati de Baviera, y con ella llegó el fin de la inocencia para los integrantes de las logias.

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Capítulo 3

E    


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“Los faros son más útiles que las iglesias” Benjamin Franklin (1706-1790), uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, masón

Desde su nacimiento, la masonería, rodeada de enigmas, ha

sido blanco de todo tipo de sospechas. La mayor parte de las veces, éstas han sido infundadas o, cuanto menos, exageradas. Sin embargo suele ocurrir que en el germen del recelo exista un atisbo de verdad, y la hermandad no ha escapado indemne a esta generalidad. Hablamos de una sociedad secreta cuyas ramificaciones han sido incontables, que se ha desarrollado a través de distintas épocas, regiones, tendencias políticas y éticas sociales dispares, que ha sido integrada por seres humanos de toda laya, con sus contradicciones, sus intereses y sus ambiciones ocultas. No es de extrañar, entonces, que alguna vez surgiera en algunos de sus miembros un deseo de trascender los fines altruistas de una organización de pensadores para ir más allá, a la búsqueda del poder total. Y hubo un momento de la historia en que de sus filas nació, efectivamente, un grupo que dio pie y argumento a todas las sospechas conspirativas que pululaban alrededor de ella. Se trató de una hermandad que surgió secretamente en el seno mismo de la masonería, la infiltró, se valió de su logística y fue por todo, por la desintegración definitiva de todas las instituciones, por la dominación total. Una logia que se lanzó decidida a luchar hasta las últimas consecuencias y que, aparentemente, fracasó. Pero que en todo caso, lo hizo tan al estilo “masónico” que su completa desaparición nunca pudo darse por cierta. Así, aún hoy puebla las fantasías de quienes agitan el fantasma 49


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de una fuerza invisible que gobierna los destinos del mundo. Estamos hablando de los Illuminati de Baviera. Sus objetivos fueron concretos y absolutos: acabar con todas las religiones y gobiernos e instaurar un solo eje de poder sin fronteras; ejercer el control sobre toda la Humanidad bajo las órdenes de un único líder; y ese líder tenía nombre y apellido: Adam Weishaupt.

El hombre que quería ser rey El 1 de mayo de 1776, un joven y modesto profesor de Derecho Canónico de la Universidad de Ingolstadt fundó la Orden de los Perfectibilistas; que luego sería conocida -y temida- como Illuminati, Los Iluminados de Baviera. En principio sus objetivos fueron tan cándidos y loables como los de cualquier logia masónica existente: Estimular una visión humana y sociable. Apoyar la virtud donde fuera amenazada u oprimida por el vicio. Promover el progreso de las personas meritorias y propiciar el beneficio de aquellos privados de educación. Nada del otro mundo, nada que se apartara de la tradición masónica. Sin embargo, ya en su gestación esta orden daba algunas señales (que, por supuesto, no fueron interpretadas) de lo que vendría después. Por empezar, el nombre su fundador, que ha sido analizado infinidad de veces por los especialistas. Bajo la luz de las versiones más paranoicas no puede tratarse de un nombre real, sino de una extraña especie de acrónimo diseñado cabalísticamente para definir a un líder total, el señalado por el destino. Según esta teoría, Adam sería un derivado de Adán, el hijo de Dios y primer hombre. El apellido Weishaupt no sería menos significativo, ya que en alemán weis quiere decir “sabio” y haupt, “líder”. El resultado final de • •

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la interpretación afirma que Adam Weishaupt significa nada menos que “El primer hombre que lidera a los sabios”. Ahora bien, ¿quién era el portador de semejante misión y de tal mensaje oculto? Se trataba de un hombre surgido de los claustros de la enseñanza canónica, por añadidura un experto en las Leyes de Dios y de la Iglesia. Poco se sabe de su origen, y los escasos datos existentes no hacen más que reafirmar su origen recóndito. Hijo o nieto de judíos conversos, fue educado en la tradición jesuítica, desde siempre considerada la más “intelectual” de las escuelas católicas y, por ello, la más celosamente vigilada por las autoridades eclesiásticas. Desde muy joven demostró poseer una inteligencia sobresaliente, y a los 28 años ya era decano en la prestigiosa Universidad Jesuita de Baviera. Pero a pesar de su aparente ortodoxia religiosa, se sostiene que era un obsesivo estudioso de los antiguos misterios y rituales provenientes de Egipto, además de ser un sólido miembro de la francmasonería. Como si esto fuera poco, Weishaupt se definía como un gran admirador del pensamiento filosófico de Jean Jacques Rousseau, tal vez el mayor intelectual del siglo XVIII, aquél que, sin proponérselo, fundó las bases ideológicas que habrían de cimentar la Revolución Francesa y que dejó grabados en la historia pensamientos como los siguientes: “El hombre ha nacido libre y por doquiera se encuentra sujeto con cadenas”; “La única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna”; “La libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha trazado”. al vez Adam Weishaupt haya pensado en estos términos cuando comenzó a trazar sus propios planes. Es posible especular con que la francmasonería tradicional resultaba demasiado maleable para su espíritu incendiario. al vez en su aprendizaje de Rousseau haya pasado por alto que el filósofo francés también había dicho que: “odas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan”. Pero Weishaupt era un hombre extraño, intrigante. 51


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Experto en mimetizarse con el fondo de la realidad y pergeñar desde allí nuevas y desafiantes formas, desde los claustros de la enseñanza católica formó en sí mismo al masón humanista. Luego utilizó a la hermandad como útero de lo que sería su propia sociedad secreta, su masonería personal, el instrumento que le ayudaría a incendiar el orden establecido y emerger de entre las llamas como la única respuesta posible ante el caos. Y la masonería fue el capullo perfecto donde esconder, dar vida y alimentar a su propia cofradía. Secretos dentro de secretos, cajones dentro de cajones y murmullos deslizados en clave entre voces que apenas se dejaban oír en los pasillos más oscuros de la logia. Así fue como en la entrelínea de los estatutos masónicos comenzó a gestarse otro reglamento, otra jerarquía y con ob jetivos que profundizaban los principios liberales de Rousseau, hasta plantear el desafío de la anarquía total que daría paso al poder hegemónico de un solo líder.

Los cimientos de un nuevo orden No es fácil imaginar cómo se habrán generado las primeras reuniones que darían forma a los Illuminati. El juramento masónico aceptaba la tortura y la muerte para quien traicionase sus secretos. Sumergido en su hermetismo, Weishaupt tuvo la audacia y el carisma para seducir y convencer a sus hermanos de desafiar la jerarquía establecida dentro de la propia orden y obedecer a otra, conocida por muy pocos, impregnada desde el comienzo por sus delirios de grandeza. Sin embargo estos “delirios”, alentados por la imaginación de una mente asimismo metódica y fría, dieron forma al esqueleto de una organización extremadamente disciplinada, que persistió más allá de la existencia de sus líderes. Una jerarquía cuasi-militar consistente en 13 grados, agrupados en tres categorías.

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El primer estadio era de preparación, y constaba de cuatro grados: Preparatorio, Novicio, Minerval (en alusión al mochuelo de Minerva, pequeño búho de ojos grandes y atentos que acompañaba a la diosa en la mitología romana) e Illuminatus Menor . Quienes aquí se encontraban no conocían a nadie de la orden más que a su instructor directo y debían esperar tres años para aspirar al siguiente nivel. ras cumplir los plazos y rendir las pruebas de rigor, se pasaba al segundo estadio llamado escuetamente Masonería. Nótese un detalle: para los integrantes de la francmasonería convencional convertirse en masón era todo un logro. En cambio, en la jerarquía de los Illuminati constituía apenas el segundo paso. Éste comprendía los grados de Aprendiz, Compañero de oficio, Maestro Masón, Illuminatus Mayor e Illuminatus Dirigente. En el último escalafón las cosas empezaban a tomar color o, por el contrario, a volverse más difusas. Se denominaba justamente Misterios y estaba dividido en dos instancias: Misterios menores, que abarcaba los grados de Sacerdote y Re gente, y Misterios Mayores, que correspondía a los grados de Magus Rex (Mago) y de Rey o Aeropagita (que era como en la antigua Atenas se denominaba a los miembros del máximo tribunal). Claro que en consonancia con la megalomanía de Adam Weishaupt, ninguno de los cargos superiores fue ocupado más que por él mismo, quien se autoproclamó Rey de los Iluminados de Baviera. Hasta 1780, aquéllos sólo eran conocidos en la región bávara, pero cuando comenzó a formar parte activa el influyente Barón Adolf Von Knigge, un célebre masón reformista de la época, los horizontes se ampliaron. Su fuerte ascendiente se hizo sentir con un importante incremento de aspirantes, lo que llevó a fundar numerosas academias de novicios y a reforzar las medidas de seguridad. Para ello, el incansable Weishaupt diseñó un sistema de claves que multiplicaba hasta la locura las de la francmasonería, ya ahora totalmente infiltrada. Muy pronto comenzaron 53


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a conocerse sus verdaderos objetivos; se acercaba el tiempo de la clandestinidad. Atrás habían quedado las sencillas insignias de la Biblia, la escuadra y el compás. Los Iluminados se representaban con un círculo (símbolo del Infinito, el Gran Arquitecto del Universo), en cuyo interior había un punto (que encarnaba la Unidad). Sus miembros recibían seudónimos extraídos de las mitologías griega y egipcia. Las ciudades también eran designadas en clave con el nombre de metrópolis de la historia antigua. odas las listas se cifraban en números o jeroglíficos. En este nuevo código, por ejemplo, Adam Weishaupt recibía el nombre de Espartacus, y el Barón de Knigge era Philo. En tan sólo seis años contaban con más de 600 adeptos que operaban activamente para incrementar las filas de la Orden y extender su influencia sobre todas las instituciones oficiales, sobre escuelas, periódicos, seminarios, catedrales. Cada miembro se convertía en un espía: observaba y anotaba minuciosamente las actividades y creencias de cuantos lo rodeaban y entregaba esa información, debidamente codificada, a sus superiores. Al mismo tiempo, gestionaba el contacto y la captación de toda personalidad influyente que se encontrara a su alcance. Los Iluminados trabajaban con un método y un hermetismo digno de los actuales servicios de inteligencia de cualquier gobierno del mundo.

La apuesta fallida En 1782, los Illuminati decidieron dar el gran golpe y asumir el liderazgo de toda la masonería europea. Esto ocurrió durante el mes de julio en el Convento de Wilhelmsbad, cerca de la ciudad alemana de Hanau. Allí se reunieron varias obediencias europeas con el declarado fin de refundar los tres grados de la masonería más tradicional ( Aprendiz, Compañero y Maestro). 54


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Naturalmente, el objetivo del encuentro era mucho más profundo. Con el advenimiento de la masonería templaria escocesa, se había encontrado cierto modo de neutralizar a las logias de tendencia más radicalmente racionalista, las cuales a su vez no ocultaban su desconfianza hacia la masonería “cristiana”, a la que acusaban lisa y llanamente de ser jesuitas disfrazados de masones. Por otra parte, el grueso de la francmasonería europea celebraba, sin manifestarlo, haber hallado un punto de encuentro con la Iglesia, a través justamente de los jesuitas escoceses, supuestamente herederos de los emplarios de Jerusalén. Esto permitía a la hermandad cierto margen de negociación con las autoridades de Roma, algo que los beneficiaba porque además propiciaba que muchos integrantes de la nobleza se les acercasen sin temor a enemistarse con las autoridades de la Iglesia. Frente a este escenario, la orden de los Illuminati se plantaba como la más fiel a la tradición masónica original: era librepensante, anticlerical, antimonárquica; en definitiva, libertaria a ultranza. Weishaupt había enviado como delegados a sus mejores hombres, bajo el mando del influyente Barón Knigge. Y las otras logias racionalistas se abroquelaron tras ellos. La Gran Logia Nacional de Alemania se abstuvo de participar del debate, pero expresó que apoyaría la decisión de la mayoría. Otro tanto hizo la de Suecia. La Gran Logia Escocesa, apoyada por la Gran Logia Inglesa, estaba dispuesta a probar que el origen de la francmasonería se hallaba en los caballeros templarios que habían sobrevivido a la traición de Felipe II. Al frente de los racionalistas, Knigge abjuraba del cristianismo y exigía que se volviese a la apostasía de los inicios de la orden (si bien esto no era totalmente cierto, ya que la masonería se había fundado bajo principios anticlericales pero claramente ligados a la imagen de Dios como Gran Arquitecto Universal). A lo largo de los días se sucedieron encendidos discursos. El Barón Knigge, convenientemente documentado por 55


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Adam Weishaupt, desató una tormenta de cuestionamientos y proclamas. Exigió ver los antiguos documentos donde, se decía, estaba probado que los emplarios hubiesen sido los fundadores de la logia original. Acusó a los masones cristianos de ser jesuitas encubiertos, cuyo objetivo era licuar los principios revolucionarios de la hermandad. Abogó por el fin de las monarquías y de toda forma de poder totalitario. Por su parte, la coalición formada por las logias inglesas y escocesas acusaba a los Illuminati de haber intentado infiltrar a toda la hermandad (cosa absolutamente cierta), de alejarse de las bases espirituales de la orden y de alentar el caos social, contrario a toda idea de perfección. Muchos fueron los masones tradicionales que al final de cada jornada se acercaban discretamente a Knigge para manifestarle su admiración, confesarle su disconformidad con la masonería cristiana y solicitarle unirse a los Iluminados. Inclusive, entre los detractores hubo un célebre teórico que no mucho tiempo después pudo salvar la vida del mismísimo Adam Weishaupt. Se trataba de Johann Joachim Bode, delegado del poderoso duque Ernst von Gotha. Pero las logias inglesa y escocesa eran antiguas y poderosas. Y además de ser expertas en los ardides de la política “de pasillo”, contaban con el poderoso apoyo de los jesuitas y de un importante sector de la nobleza. Los Illuminati exigieron que fuera presentada la misteriosa documentación que probaba que las logias británicas eran las más antiguas. Estas alegaron, sin demasiado ingenio, que dicha documentación se había perdido en diversos incendios aquí y allá, pero contraatacaron afirmando que los Illuminati se proponían cambiar los ancestrales ritos masónicos por una sucesión de grotescas ceremonias que bordeaban la promiscuidad y se hundían en la herejía. A la luz de los años resulta muy probable que ambas partes fueran veraces en sus acusaciones. Pero lo cierto es que Weishaupt, Knigge y sus cofrades quedaron expuestos; y no quisieron, o no supieron, echarse atrás. Aquella pudo haber 56


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sido una experiencia de apertura y fusión que diera lugar a una masonería fuerte y moderna, lista para encarar los tiempos que se avecinaban. Pero eso no ocurrió: cada bando se cerró sobre sí mismo, abroquelándose en su propia paranoia.

Infiltrados y perseguidos al vez los Illuminati pecaron de soberbios al subestimar la capacidad de intriga de la Iglesia. Lo cierto es que ellos mismos maestros de la infiltración, no fueron capaces de detectar a los jesuitas que se habían colado entre sus filas. Fue así como la Iglesia tuvo acceso a valiosa información acerca de sus objetivos y, sobre todo, de sus rituales secretos. De este modo, quedó develado su rito de iniciación, que se realizaba en una casa en la que había tres habitaciones. En una predominaba el color blanco, en otra el negro y en la tercera el rojo. En la habitación blanca, el candidato avanzaba ataviado con harapos como un esclavo, y le salían al encuentro los examinadores quienes le cortaban al paso a la voz de: “Alto, sólo los hombres libres pueden pasar por aquí”. Allí también se encontraban sus defensores, que debían contestar que el candidato había huido de las ataduras del mundo para entregarse a la Hermandad. Luego era llevado a la habitación negra donde, sobre una mesa, había un esqueleto humano a cuyos pies había una espada y una corona. Allí le hacían una serie de preguntas sobre el sentido de la vida. A cada error era abofeteado. Luego ingresaba a la habitación roja, donde le esperaba el Regente, en un trono del mismo color. Si bien hoy toda esta liturgia puede ser considerada algo ingenua y pretenciosa, a fines del siglo XVIII sin duda ofrecía material de sobra para ser considerada satanista por parte de la Iglesia. Hacia 1783 las cosas tomaron otro cariz cuando un grupo de profesores de la Academia Mariannes admitió ser miem57


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bro de los Illuminati, confesando su corte ateo y libertino. La Iglesia comenzó entonces a presionar sobre el Elector de Baviera Juan II, quien, vale decir, estaba hastiado de las intrigas ocasionadas por las sociedades secretas. Mediante un decreto, éste prohibió las reuniones clandestinas, y toda la Masonería se vio afectada. Otro decreto abolió directamente a los Illuminati y dio paso a su persecución. En 1785 un abad apóstata de apellido Lanz, amigo y mensajero personal de Adam Weishaupt, fue alcanzado por un rayo. La policía encontró su cuerpo casi carbonizado junto a su caballo (que curiosamente estaba ileso). Al revisar sus pertenencias descubrieron un morral (que tampoco había sufrido daño) lleno de documentación altamente comprometedora. Se trataba de largos listados de miembros de la orden, con detalle de sus nombres en clave, características y las actividades que desempeñaban. En otros papeles se hallaban impresos y legitimados los objetivos, a mediano y largo plazo, de la hermandad proscripta: acabar con el orden establecido; anular el poder de la Iglesia; terminar con las leyes sociales y el sistema de Justicia. Y cada frase cayó como un mazazo sobre la paranoia popular. Pero no se trataba sólo de enunciados teóricos. Entre la documentación había planes de acción, objetivos a infiltrar y hasta posibles atentados en pos de la desestabilización social. Cundió el terror, comenzaron los allanamientos, la cárcel y la tortura para aquellos miembros que no tenían alguna amistad influyente que pudiera cobijarlos. Y enseguida empezaron a escucharse las confesiones más frondosas, aquellas que los espeluznantes tormentos podían arrancar.

La caída Los Iluminados de Baviera tuvieron que desaparecer, esconderse o renegar de sus principios. Adam Weishaupt fue despo jado de su cátedra, expulsado de la Universidad y condenado al 58


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exilio. Una pena llamativamente leve cuando otros miembros menores de la orden sufrían el encierro y la tortura. Pero no termina en eso la extrañeza de todo su notorio ciclo. A Weishaupt se le ofreció una importante renta a cambio de renegar de sus principios. Él rechazó el ofrecimiento y marchó al extranjero, pero nadie atentó contra su integridad personal. Evidentemente el líder de la hermandad más temida y perseguida seguía teniendo amigos poderosos, o conocía secretos demasiado importantes que, por cierto, habría sabido ocultar a fin de volverse prácticamente intocable, porque eso fue lo que ocurrió. Weishaupt nunca se escondió. Por el contrario, partió al exilio desafiante, jurando que la Hermandad volvería diez veces más fuerte. Se alojó en Regensburg, donde publicó un panfleto con el que intentó limpiar el nombre de la Orden poniendo énfasis en sus principios caritativos y humanistas. Luego se dirigió a Gotha, donde fue refugiado por el Duque Ernst II, un hermano iluminado. Allí, en Gotha, vivió hasta su muerte, en 1830, cuando tenía 82 años de edad. La historia oficial cuenta que en sus años de madurez se reconcilió con los valores jesuitas y fue ésta la fe que intentó inculcar a su numerosa familia. Sin embargo escribió varios libros sobre el Iluminismo y otros en que relataba las persecuciones y penurias sufridas por los Illuminati. Algunas versiones indican que en su lecho de muerte renegó nuevamente del cristianismo y sostuvo que nunca había dejado de pensar y sentir como un iluminado. Posteriormente se ha dicho de él que fue uno de los grandes representantes del ateísmo humanista, el gran precursor del movimiento anarquista y acaso, el mayor conspirador de la Historia. Con estos acontecimientos se decretó “oficialmente” el fin de los Illuminati de Baviera. Sin embargo es en este punto que los caminos se bifurcan y nos toca ingresar en ese eterno laberinto especulativo que nos impone el estudio de las sociedades secretas. 59


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Los Iluminados, es cierto, fueron prohibidos y disueltos, su documentación fue destruida, su líder murió en el exilio. Y sin embargo... ras su aparente desaparición, sus huellas volvieron a registrarse, nítidas, en distintos momentos de la historia. Algunas inmediatamente después de su disolución. Al fin y al cabo para ese entonces la orden poseía logias en 25 de las principales ciudades europeas, desde Munich hasta Londres, incluyendo grandes urbes como Viena, París y Nápoles. Lo que logró la proscripción es que una legión de iluminados furibundos se esparciera hacia todos los puntos cardinales, con su entrenamiento intacto y sus ideales enardecidos. Eran hombres acostumbrados a moverse en el anonimato, artistas del disimulo, y portadores del legado que el propio Adam Weishaupt alguna vez proclamara: “La fuerza de nuestra orden radica en el secreto”. En los capítulos siguientes veremos cómo su accionar podría ser identificado en acontecimientos tan trascendentes como la Revolución Francesa y la independencia de los Estados Unidos de América.

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Capítulo 4

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“El hombre es libre, pero deja de serlo si no cree en su libertad. Y cuanto más fuerte supone al destino, tanto más se priva de la fuerza que Dios le ha dado al dotarlo de razón”. Giacomo Casanova (1725-1798), escritor, diplomático y agente secreto italiano, masón

Nunca se sabrá fehacientemente hasta qué punto la maso-

nería instigó los hechos históricos o si, algo que no tendría menos mérito, tuvo la agudeza de montarse en la ola de los tiempos. Decía el inmortal León olstoi en las páginas de “La guerra y la paz” que los líderes son algo así como fantoches emergentes de la voluntad de los pueblos. Si algo se debe reconocer a la masonería (y mucho más a los Illuminati) es que jamás buscaron ocupar un lugar visible y presumir de líderes. Por el contrario, intentaron inducir y acompañar los movimientos de cambio sin dejarse ver. No es muy atinado afirmar que sucesos como las revoluciones francesa o americana fueron inventados, también y en gran parte, por las sociedades secretas. Los pueblos tienen sus propios tiempos y la historia es un río que traza su propio cauce. Cada cambio social que se produce, por más violento o inesperado que parezca, es el resultado de movimientos profundos que se vienen gestando en la conciencia colectiva, impulsados por las condiciones de vida que imponen los factores de poder, por la naturaleza, etc. Es más probable que una revolución se desencadene por una mala cosecha o una peste que por el trabajo sutil de un grupo de pensadores. Pero también es cierto que el grupo de pensadores puede ser crucial a la hora de definir la dirección de los acontecimientos y hasta puede ser quien dé el empujón en el momento necesario para que los sucesos se desencadenen. 63


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En general el mundo parece haberse organizado en base a factores de poder que se elevan por sobre la masa anónima y esforzada, e intentan por todos los medios que las cosas permanezcan tal como están. Éstos establecen distintos mecanismos de control sobre los recursos de poder (económicos, políticos, culturales, informativos), ceden sólo cuando es absolutamente necesario y poseen un sinfín de maneras de presionar sobre el ciudadano común. Pero también es posible plantearse que exista cierto porcentaje de seres humanos que crean que inteligencia y egoísmo no necesariamente deben ir juntos. En tal caso se podría considerar que a la masonería le tocó encauzar una línea de pensamiento paralelo, uno que trata de que las cosas sean “como deberían ser”, sin que exista un dogma religioso de por medio, ni un derecho “natural” como pudo ser el de la nobleza. Encarnarían así el ideal de un estilo de vida que honre la inteligencia del hombre, su sentido de solidaridad y justicia. al vez dentro de esta línea de pensamiento paralelo exista otra, un poco más radical, que sostenga que la humanidad, tal como está, ya está echada a perder; y que es necesario derribarlo todo para construir todo de nuevo. ¿Estos serían los Illuminati? al vez para sostener dicha creencia y entregar la vida a hacerla realidad haga falta una cierta dosis de fanatismo y altísimas dosis de autoestima, aun a riesgo de caer en el egocentrismo y la megalomanía; aunque se pierdan los puntos de referencia y se acabe lanzado a una carrera alucinada tras un sueño de poder personal. O se termine por convertirse en el títere de los más oscuros deseos subconscientes de los pueblos, en el tirano que todo hombre guarda en su lado más oscuro.

Dos masones ilustres Hacia fines del siglo XVIII Francia se encontraba en plena convulsión. El pueblo hambreado y oprimido percibía claramente que la opulencia de la clase dominante ya no lograba 64


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disimular su decadencia y debilidad creciente. El gobierno, endeudado hasta límites inimaginables por años de despilfarro, no atinaba a accionar para salir de una crisis económica que se agudizaba día a día, producto de un largo período de malas cosechas. Cualquier iniciativa o reacción era obstaculizada por su propia aristocracia. Esto era la consecuencia de una política de mano dura con los pobres y excesivamente blanda con los ricos. El régimen había pactado que la nobleza no pagara impuestos a cambio de que no se inmiscuyera en la política. Los aristócratas se consideraban a sí mismos innovadores y progresistas, leían a los filósofos modernos, muchos habían ingresado en las filas libertarias de la masonería y sostenían argumentos audazmente liberales, pero no querían ni escuchar hablar de abandonar un céntimo de sus privilegios económicos. Por otra parte Francia, como toda Europa, estaba plagada de masones e Illuminati de toda laya. Muchos de ellos eran auténticos pensadores, intelectuales de porte que se nutrían de las nuevas ideas de la Ilustración. En su mayoría, sin embargo, eran verdaderos farsantes, mitómanos que se autoproclamaban Grandes Maestros de tal o cual logia poderosa y hermética, de la que nadie había escuchado hablar. Y acaso uno de los más enigmáticos personajes de la época haya sido el Conde de Saint Germain. Se lo vio en Francia por primera vez alrededor de 1748, y luego desapareció. Se dice que viajó por Rusia, Italia, Holanda y otras regiones de Europa. En cada país asumía un nombre distinto, tal vez para borrar mejor sus huellas y fortalecer su propia leyenda. En todas partes, se movía en los círculos sociales más altos. Se le atribuyen vínculos con los reyes Luis XV y Luis XVI de Francia; los Zares Catalina la Grande y Pedro III; los príncipes alemanes de Hesse-Kassel y Brunswick; entre otros. Y se dice que para todos ellos actuó como consejero, informante, diplomático o espía.

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Saint Germain solía decir de sí mismo que hablaba a la perfección diez idiomas; que era un consumado alquimista capaz de transformar el carbón en oro; que era el francmasón de más alto rango en el mundo; y que todo esto se debía a su edad, según él cercana a los 500 años, a los que había podido llegar merced a sus conocimientos de magia y alquimia. Autor de La Santísima rinosofía, hay quienes afirman que en verdad sus ideas inspiraron a Adam Weishaupt para la creación de la orden de los Illuminati. Lo único verdaderamente verificable de todo aquello era su inmensa fortuna. Llevaba entre sus ropas una pequeña bolsa con diamantes, con los cuales pagaba sus gastos, en desmedro de la moneda circulante. Otro renombrado masón fue nada menos que Giacomo Girolamo Casanova de Seingalt. Más conocido simplemente como Casanova, fue un aristócrata veneciano que intentó tomar los hábitos pero fue prontamente expulsado por sus costumbres licenciosas, en realidad no mucho más pecaminosas que las de cualquier libertino de su época, que los había y muchos. En 1750 y durante una visita a Francia, Casanova se inició en la Logia de Lyon. Si bien intentó mantener esto en secreto, las autoridades venecianas lo pusieron bajo vigilancia. Su agitada vida social y amorosa lo hizo vulnerable a una cantidad de “amigos” que en realidad eran agentes encubiertos. Se temía que pudiera realizar espionaje para países extranjeros. Nada de esto pudo ser comprobado aunque sí se confirmó su filiación masónica, algo que en Venecia estaba prohibido desde la bula papal de 1751. Es justo decir en su favor que su entereza frente a la tortura sorprendió a los propios interrogadores, que lo tenían por un débil disoluto. Ni uno solo de los secretos de la masonería (suponiendo que los hubiera) salió de sus labios. Fue condenado a cinco años de cárcel, pero en un año logró convencer y corromper a un guardia que lo ayudó a escapar a través de un túnel. Huyo a Francia donde en principio fue bien recibido y se codeó con lo más granado de la corte de Luis XV. 66


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Luego estuvo en Prusia, protegido por Federico el Grande, y en Suiza, acogido por Voltaire. Intentó volver a París pero los tiempos habían cambiado, y fue expulsado por Luis XVI y su entorno. Para su fortuna, un Conde de Bohemia le permitió refugiarse en su castillo, donde se ocupó del cuidado de la Biblioteca hasta el fin de sus días.

En vísperas de la revolución Hubo muchos otros masones célebres en Francia en los tiempos en que se gestaba la Revolución. Es cierto que muchos tuvieron participación en el desarrollo de los magnos acontecimientos, aunque no siempre fuese desde el punto de vista conspirativo o ideológico, sino simplemente por formar parte de la patética decadencia en que navegaba la nobleza. En este sentido tal vez el caso más paradigmático haya sido el de Cagliostro. Giuseppe Balsamo, más conocido con el nombre de “Cagliostro”, había nacido en Palermo, Italia, en el seno de una modesta familia de judíos portugueses. Los primeros años de la década de 1770 lo vieron recorriendo Europa, dedicado a tareas tan dispares como las de adivino, vendedor de elixires, “brujo magnético” o la más prosaica aún de proxeneta. En 1775, tras ser acusado de estafador en Barcelona, se dirigió hacia Londres, donde fue iniciado como masón. En los archivos de muchas logias figura todavía como Gran Maestro y Alto Illuminati. La historia sin embargo, lo retrata como un consumado charlatán. Metafísico, alquimista, ocultista, decía curar enfermedades mediante la imposición de manos, y afirmaba tener el método para obtener la eterna juventud, método que consistía en envolver al “paciente” en una especie de capullo de tela y dejarlo allí hasta casi morir de inanición, para luego hacerlo “renacer”. Sostenía ante sus hermanos cofrades que era el creador de una nueva masonería de origen egipcio, con sus propias 67


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tradiciones e historia. uvo contacto con los Illuminati y, más allá de que se ignora si fue verdaderamente iniciado, jamás negó pertenecer a la orden, acaso para aumentar su aura de misterio. Así se presentó en sus viajes por Lituania, San Petersburgo, Polonia. En 1785 regresó a París, donde fue acogido por el Cardenal Louis de Rohan, un religioso bastante libertino proveniente de una estirpe antigua y poderosa, cuya riqueza superaba incluso a la de la familia real. Se dice que era un hombre ingenuo y bastante frívolo, que sentía curiosidad y simpatía por la masonería y de hecho había intentado, sin éxito, persuadir al Papa de que cejara en su persecución. Su gran problema era que la reina María Antonieta, a quien insistía en cortejar (algunas versiones indican que intentaba seducirla, otras que ansiaba los beneficios políticos que podría acarrearle la relación) simplemente lo detestaba. Esto no hubiera sido más que anecdótico de no ser por la intervención de una oscura embaucadora, de origen noble pero hundida en la miseria, llamada Jeanne de la Mothe. Mujer astuta y audaz, Jeanne primero logró ganarse la amistad de Rohan. Luego se valió de una sirvienta muy parecida a María Antonieta para fraguar un encuentro nocturno, confuso y distante, entre la reina y el cardenal. Así convenció al prelado de que lo único que necesitaba para conquistar definitivamente a la reina era un presente especial, algo lujoso. Le habló concretamente de un millonario collar de diamantes diseñado por ciertos joyeros célebres de París. Ella misma negoció los plazos de pago en nombre del prelado. Pero la joya nunca llegó a la Reina, sino que fue desarmada por la estafadora y sus piezas vendidas por separado. Jeanne estaba convencida de que aunque se descubriera el engaño, Rohan nunca se atrevería a hacer una acusación pública. Pero no contaba con que los joyeros, ante la falta de pago, se presentaran en la Corte a reclamar la deuda al mismísimo Luis XVI, marido de María Antonieta. 68


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El Cardenal fue arrestado justo en el momento en que se disponía a celebrar una misa para la familia real. Se cree que Cagliostro no tenía nada que ver con la estafa, pero estaba demasiado cerca de Rohan. Sumado a ello, todo el mundo estaba al tanto de su filiación de Illuminati y él mismo se asignaba el rol de “oscuro conspirador universal”, por lo que nadie dudó de su complicidad y fue detenido. ambién fue arrestada Jeanne de la Mothe. Para decepción de María Antonieta, Rohan fue juzgado por sus propios pares y declarado libre de culpa y cargo. No corrió la misma suerte la joven Jeanne, quien fue azotada, marcada y encarcelada. Cagliostro también fue condenado al destierro y liberado, tras pasar nueve meses en el rigor de la prisión. Cuando recuperó su libertad terminó recalando en Italia, donde su nombre parecía envenenado. Los masones romanos, amedrentados por la bula papal y, sobre todo, por su fama de iluminado, huían de su presencia. De hecho, la Inquisición seguía sus pasos. Finalmente el Papa ordenó su arrestó bajo los cargos de: “conspirar para la destrucción total de la Fe Católica y las Monarquías”. Primero fue sentenciado a morir sin más en la hoguera. Pero en un alarde de misericordia, o tal vez de fina venganza, el Papa trocó esa pena por la de prisión perpetua en las terribles mazmorras del Vaticano. Seis años estuvo en una pequeña celda asfixiante, sin ningún tipo de luz hasta que murió, demente, en 1797.

Algo más que un simple affaire Hay un poderoso motivo por el que hemos particularizado tanto sobre esta intriga palaciega. Porque el “asunto del collar de la Reina”, como se lo conoció popularmente, tuvo consecuencias impredecibles. Mientras en los refinados salones de la corte se desarrollaban estos acontecimientos, la gran mayoría de la población 69


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apenas subsistía. La escasez de alimentos y los altos impuestos (que solo debían pagar las clases “no privilegiadas”) arro jaban al común de la gente a la pobreza más absoluta. En el campo, algunos podían comer de la rudimentaria agricultura, otros acaso lograban ponerse al servicio de quienes tenían la suerte de poseer algún animal. En las ciudades la situación no era mucho mejor. La mendicidad estaba a la orden del día, así como el robo y la prostitución que, si bien se consideraban socialmente deshonrosos, no dejaban de ser otra forma de supervivencia para quienes podían ejercerlos. Los que conseguían trabajar en talleres o fábricas lo hacían en jornadas extenuantes, muchas veces en condiciones inhumanas y bajo un violento control. La esperanza de vida era muy corta y los partos peligrosísimos, con lo que los lazaretos estaban superpoblados de huérfanos prácticamente abandonados a su suerte. Una enfermedad significaba la muerte; conseguir un plato de comida por día se consideraba un triunfo. En ese contexto, los sectores algo ilustrados que no poseían tanta fortuna como los nobles comenzaban a vislumbrar que otro orden social no sólo era posible, sino también necesario. El “asunto del collar”, en el que Cagliostro tuvo una participación totalmente lateral, fue algo más que un escándalo cortesano. La manera torpe y arbitraria en que la familia real manejó el caso irritó sobremanera al pueblo, y sus repercusiones fueron enormes. Los reyes se enemistaron definitivamente con la nobleza y con la Iglesia. La población se trastornó al saber que mientras el hambre campeaba en las calles, la Corte gastaba y perdía fortunas en tamañas frivolidades. Curiosamente, Jeanne de la Mothe fue reivindicada como una mujer de pueblo que había sido víctima de la ambición y el encono de la reina. María Antonieta, en cambio, fue la destinataria de todo el odio popular. Según un importante consenso histórico, este episodio detonó el hartazgo popular en Francia e hirió de muerte el 70


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alicaído prestigio de la nobleza. Si diéramos por cierta la participación del infortunado Cagliostro en la estafa, podríamos afirmar que acaso fue el golpe más certero que la masonería pudo descargar sobre la monarquía francesa. Sin embargo este hecho es poco comprobable, aunque pocos meses después de que Cagliostro muriera en la cárcel del Vaticano, el ejército revolucionario francés invadió Italia y lo elevó a la condición de mártir de la Revolución.

La fuerza del destino De todos modos existe toda una legión de historiadores que insiste en adjudicar la Revolución Francesa en pleno a la conspiración masónica. ¿En qué se basan? En principio en su fuerte presencia e influencia en los llamados res Estados, es decir, los tres estamentos en que se dividía la sociedad feudal: nobleza (primer Estado), clero (Segundo Estado) y pueblo llano (ercer Estado). En mayo de 1789 y ante una crisis que parecía no tener salida fueron convocados los Estados Generales, esto es, una asamblea en que los tres sectores tendrían representación. Poco tiempo antes, el abate y francmasón Joseph Sieyés había escrito un panfleto ampliamente difundido donde manifestaba que el ercer Estado era el único que poseía el derecho legítimo de ejercer el gobierno. Cuando se abrieron las sesiones, fue Honoré Riquetti, Conde de Mirabeu y, según muchas versiones, francmasón de alto rango, quien asumió la oratoria del ercer Estado. Bajo su inflamada prédica, la voz de los postergados cobró protagonismo en la Asamblea Nacional. Luis XVI, posiblemente sin tener una noción real de la situación, no hizo nada para impedirlo. Pero el pueblo parisino no esperaría a que tomase la iniciativa. Alertados de una inminente intervención militar (¿serían masones infiltrados en la muchedumbre quienes inventaron la amenaza?) los ciuda71


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danos en turba invadieron los depósitos de armas y tomaron La Bastilla. La Revolución había comenzado. Quien se proponga demostrar que la Revolución Francesa fue instigada por la masonería (bajo cualquiera de sus formas) encontrará argumentos de sobra. Los más frecuentes dicen que la divisa “Libertad, igualdad, fraternidad” fue tomada directamente de los principios masónicos, lo que probablemente sea cierto. Los tres colores de la bandera coinciden exactamente con los tres tipos de logia de la época (azul, blanca y roja), y su diseño fue obra de Lafayette, un célebre masón. ambién es verdad que La Marsellesa fue compuesta por un célebre artista francmasón llamado Leconte de I’lsle, y no hay por qué pensar que no fue cantada por primera vez en una reunión de la Logia de los Caballeros Francos de Estrasburgo. El Gorro Frigio, emblema de la patria, era un antiguo símbolo masónico. De igual modo, es un hecho que la propia María Antonieta deploró la infiltración de las logias en la corte. Sin embargo ello no es suficiente; y por varias razones. En principio, para fundamentar semejante conclusión es necesario aferrarse a cierto principio lógico del conocimiento histórico. Si la Revolución Francesa fue planificada y desencadenada por la masonería sería innegable que la hermandad debió actuar como una unidad monolítica, organizada, precisa y eficaz, en la que sus miembros habrían estado perfectamente conectados, y obrado en base a un programa de acción ejecutado con absoluta frialdad. Pero en los hechos, eso no se vio. Hagamos un racconto sólo sobre algunos de los innumerables masones célebres que tuvieron participación protagónica en los distintos episodios de la gesta: El conde de Mirabeau, Cagliostro, Casanova, Lafayette, Saint Just, Desmoulins, Hébert, Danton, Robespierre, Marat, Chenier, Fouché y, finalmente, Napoleón Bonaparte. He aquí lo fácil que es elaborar una teoría. Supongamos que to72


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dos ellos conspiraron para hacer estallar el sistema monárquico hasta terminar en Napoleón como emperador y gestor final del sueño de los Illuminati. Sería una historia breve y fácil de escribir, sin duda, pero absolutamente falsa. El detalle es que cada uno de estos masones estuvo en algún momento del proceso revolucionario enfrentado a otro masón que se encontraba en el bando contrario, y que abundaron delaciones, juicios y traiciones. En resumen: hubo masones contra masones, y no enfrentados en las sillas de una asamblea, sino incluso frente al cadalso, ordenando arrestos, torturas y ejecuciones. Los férreos juramentos de lealtad de la hermandad dejaron de existir, con lo cual (y de acuerdo a los códigos propios de la orden) en ese momento aquellos “no eran masones” y hubieran merecido la peor de las condenas. Pero además, y esto es decisivo, esos supuestos hacedores fueron absolutamente ignorados, o incluso arrasados por el pueblo, al que poco le importaban los sagrados códigos y los secretos de los albañiles. Es imposible no recordar a la Princesa de Lamballe, María eresa de Saboya, esa mujer inteligente y serena que llegó a presidir tres logias masónicas y fue atrapada cuando (engañada por un pariente cercano con quien disputaba cierta herencia) acudió a Francia en auxilio de su amiga en desgracia: la reina María Antonieta. La Princesa de Saboya fue ultrajada, golpeada y encerrada. Y cuando el pueblo invadió las cárceles, fue asesinada, descuartizada; le arrancaron la piel, comieron el pan mojado en su sangre y maquillaron su cabeza para clavarla en una pica y pasearla por las calles. Y no se trató de una confusión ni de un hecho fortuito. Cuando la marea de la historia adquiere características tales, los protagonismos individuales revelan su verdadera futilidad. El hombre-masa se mueve de acuerdo a las corrientes subterráneas y antiguas del pasado de su tribu; a sus terrores, su cansancio, su hambre, su ignorancia y sus odios; así como obedece a la necesidad inconsciente y colectiva de vincularse, refundar una identidad, erigir valores y respetarlos hasta que 73


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llegue el momento de comenzar a transgredirlos y cambiarlos por otros. En ese devenir, los masones, así como los nobles, los generales, los verdugos, los millones de anónimos y no tanto, fueron simplemente marionetas cuyos hilos manejó el destino. El rumbo fatal de la humanidad. Seguro que los masones influyeron en el curso de los acontecimientos. Pero si no lo hubieran hecho, la Revolución igual se hubiera producido, porque era el tiempo de la muerte de una época para el nacimiento de otra, y todos los factores convergían. La decadencia de los nobles, la desesperación del pueblo, la agitación de los burgueses y, probablemente, la capacidad visionaria de ciertos cultores del pensamiento que se reconocían mediante extrañas señas y se reunían en secreto a soñar con un mundo a futuro; todo ello fue concurrente. Los masones obraron sí, pero acaso sin advertir que el suelo bajo sus pies se había convertido en una frágil capa de hielo. Y que pronto serían en parte arrastrados hasta la muerte por la fuerza de ese tiempo que ellos mismos habían anunciado.

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Capítulo 5

A    


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“Dando libertad a los esclavos, la aseguramos a los libres” libres” Abraham Abrah am Lincoln Li ncoln (1809-1865)

Paradojas de la historia; muchos cronistas coinciden en que

la Revolución Francesa fue inspirada por la Revolución Re volución Americana. No es fácil imaginarse en qué medida el campesinado hambriento de Europa pudo tener noticias de una revolución transoceánica, pero sí es probable que dicha información la tuvieran los intelectuales que, de algún modo, acicatearon la insurrección, cumpliendo así el mandato de la Historia. Y es bastante probable que esta misma intelectualidad esclarecida estuviese profundamente influenciada por la masonería. La misma que unas décadas antes se había auto exportado a América, donde su empuje liberal y progresista produjo el fruto de la nación más poderosa de la ierra. Entre las similitudes suele mencionarse que ambas revoluciones fueron impulsadas por el deseo de establecer una constitución que garantizase a todos los ciudadanos determinados derechos inalienables, y que las dos fueron detonadas por un abusivo uso de los impuestos por parte del régimen. Pero mucho más profundas fueron las diferencias entre ambos procesos. Para empezar, Francia era una nación antigua y poderosa, con una tradición consolidada cuyas raíces se remontaban al origen de la civilización. Sus enemigos no eran externos; era la corrupción de su clase dirigente la que la la debilitaba. La Revolución Francesa estalló por la inhumana opresión a la que la nobleza y el clero sometían a la gente común. Por eso su estallido fue un desborde de furia y rencor. Es un dato cierto que en ambas revueltas (la francesa y 77


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la americana) murieron alrededor de 40.000 personas. Pero lo llamativo es que en el caso norteamericano las víctimas eran la suma de oriundos, ingleses y alemanes; mientras que en Francia la totalidad de los muertos fueron franceses que se mataron unos a otros. Y esto incluía a los masones que, desperdigados en ambos bandos no tuvieron ningún control sobre los acontecimientos desatados. El pueblo protagonista de la Revolución Francesa se encontraba hambriento y harto de gobernantes inútiles y de un clero absolutamente corrompido. Fue una revolución absolutamente anticlerical. Esto es, no tuvo ninguna contención espiritual. En cambio, en Estados Unidos la problemática no pasaba por lo social. Si bien existía ya cierta tensión por el tema de la esclavitud, cuando ésta fue abolida en algunos estados norteños (Vermont, (Vermont, Massachusetts y New Hampshire) la situación económica se vio apenas afectada. ampoco surgió plenamente como un movimiento contra la monarquía. Por el contrario el malestar surgía de no sentirse tratados plenamente como súbditos británicos. Respecto de la religión, si bien los colonos estadounidenses querían separarse de la Iglesia de Inglaterra, no era esta la principal motivación de los revolucionarios. Para los americanos el lema le ma de la revolución revoluc ión fue “ Vida, Libertad y Pr Propiedad”; opiedad”; en cambio para los franceses “ Libertad, Igualdad y Fraternidad”, y en los años de terror se le agregó “o muerte”. muerte”. El énfasis én fasis de los colonos americanos en la palabra “propiedad” sería fundacional en la mayor potencia capitalista del mundo.

La avanzada masónica Cabe recordar que en los años previos a la declaración de independencia de 1776, los Estados Unidos eran tan sólo 13 colonias fundadas sobre la costa este por un grupo de auda78


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ces ingleses protestantes, que habían sido expulsados de Inglaterra por la Iglesia Anglicana. Era una sociedad esforzada y sumamente puritana la que se abrió paso hacia la inmensa extensión a fuerza de necesidad, y a punta de fusil arrebató sus tierras a los pueblos originarios, en una invasión larga y sanguinaria. En el contexto de una América dura y brutal, los primeros masones comenzaron a introducir los ideales de independencia, humanismo y libertad de conciencia. Si bien no existen datos precisos (nunca podría haberlos tratándose de la masonería), la historia de la hermandad en los Estados Unidos se inició en 1682, cuando el escocés John Skene, quien fuera miembro de la Logia Aberdeen Angus, de Escocia, se radicó en New Jersey. res años después asumió el cargo de gobernador de West Jersey. En 1704 Jonathan Belcher fue iniciado como masón en Londres. Se dice que fue el primer francmasón nacido en los Estados Unidos y si bien este dato es algo difuso, lo cierto es llegó al cargo de gobernador en Massachusetts y New Hampshire. La masonería se propagó muy pronto en los ambientes intelectuales reales o pretendidos. al vez por admiración en algunos casos, en otros por moda; lo cierto es que muy pronto sus ideales comenzaron a manifestarse en el pensamiento moderno de la época. Estados Unidos siempre fue un terreno fértil para las sociedades secretas. Ya a fines del siglo XVII existía una poderosa hermandad de rosacruces de distintas regiones, y hasta llegaron a aunar sus esfuerzos para crear un observatorio en el que esperaban ver la llegada del Mesías, predicha para el año 1700. Algo falló en el cálculo porque el arribo no se produjo, o al menos no fue registrado, y los rosacruces se dispersaron dedicándose a ejercer la espiritualidad en forma independiente. Fue una época en que los polvorientos caminos de las rece Colonias fueron recorridos por insólitos chamanes que decían detener el tiempo y predecir las cosechas; por

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vendedores de pociones mágicas y oráculos; por sanadores que enseñaban a rezar, a meditar y a sobrevivir. Fue en los albores del siglo XVIII cuando comenzaron a surgir las primeras logias masónicas. Para la vieja Europa esta actividad no pasaba desapercibida. Por eso en 1717 se fundó la Gran Logia de Inglaterra, que inmediatamente exigió potestad sobre todas las cofradías americanas nacidas antes de su creación. Pero las hermandades norteamericanas preexistentes se negaron de plano a aceptar tal autoridad, a lo que la Logia de Inglaterra, amparada en su prestigio, respondió creando gran cantidad de hermandades en todos los estados del territorio colonial. Se cree que en el germen de ese espíritu independentista se gestó el impulso que haría pensar a los colones que era posible generar su propio Estado, con una Constitución propia que resguardase sus derechos. Con el auge de las logias masónicas en América fue creciendo el movimiento que condu jo, de manera irrefrenable, a la Revolución estadounidense. La llamada Masacre de Boston, ocurrida en 1770, fue un cruento episodio en que un grupo de soldados ingleses disparó sin justificación contra la muchedumbre que protestaba por un hecho violento cometido contra un joven. Hubo siete civiles muertos y, tras un juicio absurdo, todos los soldados fueron exculpados. La indignación ciudadana comenzó a arder, y muy pronto las llamas se alzaron ya firmes. En 1773 ocurrió el famoso motín conocido como Boston ea Party, en el que un grupo de “pieles rojas”, en protesta por los abusivos impuestos ingleses, vació todo un cargamento de té por la borda del barco que lo había transportado. En realidad los supuestos “originarios” eran miembros de los así llamados Caballeros de la Libertad, una logia simbólica e independiente que, sin embargo, acogía un sinnúmero de hermanos masones que deseaban actuar sin comprometer políticamente a la logia. El hecho se produjo cuando un mitin de independentistas se disfrazó como indios mohawk y, pertrechados con hachas y cuchillos, amedrentó a los mari80


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neros y oficiales de los buques Dartmouth, Eleanor y Beaver . En poco menos de tres horas arrojaron 45 toneladas de té fresco al mar. Las pérdidas se calcularon en 10.000 libras, cifra fabulosa para la época. Inmediatamente, Inglaterra impulsó una serie de medidas represivas que tomaron el nombre de Leyes Intolerables (Intolerable Acts), lo cual desencadenó una serie de atentados como la quema del barco Peggy Stewart. En julio de 1776 se declaró la independencia de los Estados Unidos de América. La presencia masónica se hacía sentir fuerte en el listado de firmantes del Acta y posteriormente en los principios establecidos en la nueva Constitución. John Blair y William Cushing, masones reconocidos, fueron jueces de la primera Corte Suprema de Justicia. John Muhlenberg fue el primer orador de la Cámara de Representantes. La mitad de los oficiales de la Armada Continental estaba afiliada a alguna logia francmasónica, la mitad de sus generales eran masones declarados.

Los Padres Fundadores Si nos detenemos en este punto, debemos concluir en que la masonería fue una influencia sumamente beneficiosa a los ideales que expresó la primera Constitución estadounidense. Sin embargo esta no deja de ser una versión de escuela, “políticamente correcta”. Es cierto que la historia nos muestra una masonería profusa e idealista, con ilustres personalidades como Benjamín Franklin, fundador del Club del Mandil de Cuero, miembro activo de la Logia de Filadelfia y Gran Maestro Provincial de la Gran Logia de Pensilvania. O George Washington, acaso el símbolo masónico más importante contenido en los billetes de un dólar, quien, como dato curioso, posa en una célebre estatua como Baphomet, personaje de la mitología masónica emparentado con el mismísimo Lucifer. 81


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¿Cuánto sabemos realmente de los propósitos de la masonería? ¿A qué conclusiones podemos arribar a la vista de lo que Estados Unidos significa hoy para el mundo? George Washington, masón precoz, no sólo juró como primer presidente de los Estados Unidos sobre una Biblia aportada por la Logia de St. John. En mayo de 1791 creó, a orillas del río Potomac, la que sería la capital del país. Usó mandil y collarín masónicos cuando en solemne ceremonia plantó la piedra fundamental del Nuevo Capitolio. Hasta aquí todo podría ser simplemente parte del anecdotario histórico que rodea toda revolución emancipadora. Era un tiempo joven y salvaje, los idealistas se agrupaban detrás de cualquier bandera que se alzara en pos de la libertad de los pueblos. Pero el carácter del ideario masónico cambia radicalmente de matiz si se observan los acontecimientos desde una perspectiva más amplia, sin limitarse a los hechos ordinariamente registrados en los libros.

Una trama más compleja Veamos los acontecimientos desde otro punto de vista. Si, como se dice, la masonería fue tan importante en el proceso revolucionario, quiere decir que la independencia norteamericana fue orquestada por una asociación secreta de conspiradores profesionales, ya que desde siempre la cofradía aprendió a ocultarse en reunión secretas, a comunicarse mediante documentos en clave, a proteger sus intereses de largo plazo hasta de sus propios hermanos. Y si esto fue así, nunca sabremos con qué fines y de qué medios se valió la francmasonería para convertir un grupo pequeño de colonias en la Primera República Masónica Mundial, liberal, laicista y ambiciosa. Estamos entonces ante una nación cuyas raíces se hunden en un insondable mar. Pero una de las pocas certezas que se tiene acerca de la hermandad es que, fuera cual fuese la po82


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sición que lograse ocupar alguno de sus miembros en la vida civil, seguía debiendo lealtad, confidencialidad y, por sobre todo, obediencia, a sus superiores en la logia. Y era éste un mandato que se adquiría voluntariamente bajo juramento, reforzado por una serie de confesiones y rituales sumamente comprometedores. odas ellas eran, además, obligaciones que no prescribían con el tiempo. Lo inquietante es que, más allá de que un gobernante fuera electo en forma legítima y democrática por el hombre común (acaso sin tener conocimiento de su filiación masónica), nunca podía saberse a quién debía obediencia ese funcionario. O peor aún, quién o quiénes tomaban sus decisiones desde la sombra, quiénes diseñaban las maniobras que serían ejecutadas al pie de la letra por sus miembros, aunque pertenecieran al gobierno, aunque alguno fuera incluso el primer Presidente de los Estados Unidos. ¿Por qué, si habían logrado un objetivo tan enorme y digno como la fundación de una nueva nación, la ruptura con la Corte y la Iglesia de Inglaterra, siguieron ocultándose? ¿Por qué la masonería siguió teniendo enemigos y detractores aun entre muchos norteamericanos que compartían sus ideales? ¿Por qué se disfrazaron como indios en el ea Party (aun a costa de borrar sus nombres de un evento que ya se sabía histórico) y sin embargo se ocuparon de dejar su impronta tan nítidamente grabada en los símbolos del país naciente? Si damos un salto en el tiempo, podremos preguntarnos inclusive si hoy los Estados Unidos creen ser el país más democrático del mundo mientras que su destino, y el de gran parte del planeta, sigue siendo regido por una o varias sociedades secretas de las que el ciudadano común apenas si tiene veladas noticias. No son pocos los autores que descreen de una influencia real de la masonería en el impulso que dio como resultado la fundación de la nación más poderosa de la ierra. Pero hasta los más escépticos deben aceptar ciertas “coincidencias” que, 83


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con todo lo que ya sabemos de la hermandad y sus métodos, arrojan dudas sobre la transparencia de la historia oficial.

El fantasma de los Illuminati Pocos meses antes de la Declaración de la Independencia, se fundó en Alemania la Logia de los Illuminati de Baviera, de la que ya hemos hablado en anteriormente. En 1786, voces alarmadas difundieron el rumor de que los Illuminati habían desembarcado en los Estados Unidos con el objetivo concreto de adueñarse del poder y, desde allí, extender su hegemonía sobre todo el planeta, abolir las religiones y (horror de horrores para el estilo de vida americano que apenas se esbozaba) suprimir la propiedad privada. Acaso fueron simples suposiciones, tal vez no. Lo cierto es que cuando en la flamante nación se instauró la libertad de culto, la comunidad religiosa y los sectores conservadores iniciaron una furiosa campaña antimasónica. John Adams, el segundo presidente de los Estados Unidos, declaró al 9 de mayo como “día de ayuno y plegaria”, a fin de implorar al cielo ayuda para la Nación en peligro. En Boston el Reverendo Jedediah Morse, arengó durante tres meses a sus acólitos a “unirse contra la conspiración que atacaba la libertad y la verdadera religión”. A su vez comentaba y promovía la más paranoica bibliografía contra los Illuminati que llegaba de Europa. Se desató entonces una ola de histeria colectiva y los titulares de los periódicos comenzaron a inventar historias ridículas y atemorizantes que, ante cada hecho delictivo o fuera de lo normal, encontraban la manera de arrojar sospechas infundadas sobre aquellos Iluminados, que supuestamente se habían instalado para socavar la integridad norteamericana y desde allí lanzarse hacia el resto del mundo. Nunca se encontraron pruebas concretas de la presencia de los Illuminati en América. Poco a poco la paranoia se 84


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diluyó. Evidentemente, la gente tenía en esos tiempos muchos otros problemas, más personales e inmediatos, de qué preocuparse.

Siguiendo huellas Por otra parte, los masones habían tenido fuerte presencia entre los Padres de la Patria y se encontraban operando activamente en la construcción de un país a su imagen y seme janza. odavía hoy vemos que las principales tradiciones de los Estados Unidos están plagadas de símbolos masónicos de profundo significado, y hasta podría decirse fundacionales. El Gran Sello de los Estados Unidos, aprobado en 1872 y utilizado para refrendar los primeros documentos del nuevo país, era un verdadero collage de símbolos masónicos, ordenados cabalísticamente. Allí estaban el águila (considerado desde la antigüedad el animal más libre y cercano a Dios), la pirámide trunca (símbolo masónico que evocaba las antiguas raíces egipcias de la ciencia pitagórica), la recurrencia del número 13, que además de evocar a los 13 estados iniciales recordaba que el decimotercer grado de las logias masónicas representaba el nombre de Jehová), las frases en latín y, por último, la imagen del ojo dentro del triángulo, uno de los más tradicionales símbolos de la Logia. odos esos símbolos se encuentran hoy en el billete de dólar y en la contratapa de los pasaportes estadounidenses. ambién el trazado de la ciudad de Washington evoca en escala gigante a la pirámide de Gizeh, otra referencia al misticismo egipcio. La emblemática Estatua de la Libertad de Nueva York fue donada por Francia en 1876, en salutación por los primeros 100 años de la independencia. Pero son muchos los historiadores que coinciden en que en realidad fue un obsequio del Gran Oriente de Francia a los hermanos masones americanos por el “Centenario de la primera república masónica”. 85


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Su nombre oficial es “La libertad iluminando al mundo”; la antorcha simboliza el sol, o la razón. Su diseñador fue Frederic Auguste Bartholdi, un renombrado masón francés. La construyó otro masón, el ingeniero Gustave Eiffel, el mismo que alzó la torre que lleva su nombre en París. La piedra basal fue colocada en una ceremonia masónica organizada por las logias neoyorquinas. La estatua en sí mismo es un claro ejemplo de cómo la masonería oculta sus pistas: dejándolas a la vista de todo el mundo. Esa estatua es la síntesis del espíritu americano. Millares de inmigrantes han llorado al verla recortarse en el horizonte cuando llegaban a Estados Unidos en busca de “hacerse la América”. Millones de turistas la visitan año a año. Es una obra de perfección descomunal que, sin que el común de la gente lo entienda, pone la Luz de la Hermandad a brillar en lo más alto de la próspera nación. A brillar sobre los hombres, tanto hoy como ayer.

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Capítulo 6:

E   


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“Para ir adelante de los demás, se necesita ver más lejos” José Martí (1853-1895), escritor cubano, prócer de la independencia, masón “Es mi deber anunciar al mundo un nuevo asilo en estos países a la industria, a la amistad y a los ciudadanos de todas las naciones del globo” O´Higgins (1778-1824), militar chileno, prócer de la independencia, masón

El 30 de abril de 1557, a orillas del Río Mataquito, al sur de

Chile, el general español Francisco de Villagra se disponía a tomar por asalto el campamento de un líder mapuche, Lautaro, quien al frente de sus tropas había arrasado con varias ciudades de la conquista y había llegado a poner en jaque el predominio de España en Sudamérica. Lautaro era un líder muy especial. omado prisionero desde muy niño, había sido asignado como sirviente de un importante militar realista. Astuto y observador, aprendió a montar y manejar las armas de los blancos, asimiló sus tácticas de guerra y cuando consideró que sabía lo suficiente, se dio a la fuga y volvió con los suyos. Enseñó a su gente a domar y a montar a caballo, haciéndose el jinete un solo cuerpo con la bestia. Luego los instruyó para organizar sus fuerzas en escuadrones que pudieran lanzar ataques sucesivos, les hizo comprender que batirse en retirada también podía ser una estrategia de combate y organizó un sistema de comunicación en la batalla en base al toque de corneta. Asimismo se dice que creó un complejo sistema de espionaje utilizando niños, mujeres y adolescentes que deberían infiltrarse entre los españoles fingiéndose traidores, locos o conversos; entrenó rastreadores nocturnos a los que obligaba a vivir en la oscuridad, a fin de que durante la noche vieran como si fuese de día y realizasen tareas de vigilancia y avistamiento.

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Así formó un gran ejército nativo con el que logró detener y hasta obligar a retroceder a los españoles durante más de dos años. Sin embargo, su propia grandeza la tendió una trampa. Pronto comenzó a actuar como un dictador sanguinario, aun con la gente de su propio pueblo cuando no acataba sus directivas. A veces, frente a pequeñas comunidades, demasiado pacíficas, no evidenciaba dudas: las masacraba sin piedad. Lautaro se ganó de este modo muchos enemigos, que se mostraron dispuestos a colaborar con las fuerzas invasoras. Así fue como el General Villagra logró aquel amanecer sorprenderlo en una base fortificada, luego de una noche en que el líder mapuche y su gente se habían entregado a la borrachera para celebrar una incipiente victoria sobre el hombre blanco. Lautaro fue lanceado y torturado, desmembrado vivo y luego decapitado. Su cabeza fue guardada como trofeo de guerra y su cuerpo mutilado sufrió todo tipo de vejámenes. No mucho tiempo después, el lejano sur de América comenzaba a rendirse definitivamente, ante el avance brutal de la “civilización”.

El americano más universal ¿Por qué esta breve reseña de la vida de Lautaro? Porque nunca llegaría a imaginar aquel “ lonko” (cacique) que 240 años después, su historia sería evocada en los salones del hombre blanco, en una ciudad llamada Londres, a miles de kilómetros allende los mares, y que al poco tiempo, en la ciudad criolla de Buenos Aires los cabecillas de la insurrección libertadora habrían de utilizar su nombre para bautizar a la primera logia (la célebre Logia Lautaro) que se reuniría en secreto, a fin de conjurar la dominación europea sobre el Nuevo Continente. Claro que para que ello ocurriera hubo de existir un factor aglutinante entre los ideales acuñados sobre piedra por los 90


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antiguos albañiles góticos y la lucha desesperada de un indio chileno, que veía su mundo desaparecer bajo los cascos de los caballos de la conquista española. Y este factor fue un hombre de América: Francisco de Miranda. Miranda era hijo de madre venezolana y de padre canario. De origen bastante humilde, jamás permitió que este detalle le acomplejase o determinase su destino; antes más bien, se formó en la carrera militar y llegó a ser uno de los hombres más ilustrados de su época. Su vida fue azarosa, pero de sus variadas andanzas sólo diremos que participó en la lucha por la independencia norteamericana y estuvo presente en los sucesos de la Revolución Francesa. En semejantes circunstancias, seguramente no fue impermeable a las inquietudes masónicas. Lo que no es en absoluto casual es que fuera justamente en Londres (que desde hacía años ansiaba arrebatar el mercado comercial que España y Portugal monopolizaban en el cono sur) donde consolidara la idea de que el fin de las monarquías y la creación de un Estado liberal y laico pudiera también ser el destino para América Latina. Y es aquí donde nuevamente la influencia de la masonería parece fundirse con el rumbo inapelable de la Historia. Porque la llegada de Francisco de Miranda a Londres coincidió con ciertos factores que de algún modo propiciaron las condiciones para que este gran americano hiciera todo lo que hizo. Pero para comprender esto debemos realizar un pequeño paréntesis que nos llevará a las décadas anteriores al arribo de Miranda.

Panorama europeo A mediados del siglo XVIII reinaba en España Carlos III, un soberano de mano firme, culto y muy preparado, que había reinado previamente sobre Nápoles y Sicilia. enía ciertos impulsos que para los cánones de la época podrían denomi91


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narse, sin exagerar, modernizadores. Bajo su famoso “despotismo ilustrado” se produjeron modificaciones edilicias, obras culturales y ciertos cambios sociales, que él introdujo no sin prestar atención al anhelo popular de recibirlos. Sin embargo, sería uno de sus principales asesores, el Conde de Aranda, quien lo induciría a enfrentar abiertamente a los jesuitas, cuyo poder y riquezas llegaba a preocupar al mismísimo Vaticano. Para los historiadores convencionales nunca llegó a haber pruebas concretas de que Aranda hubiera pertenecido a la masonería. Sin embargo, son muchos más los que afirman sin dudar que precisamente, esta incertidumbre se debe a su condición de hábil masón, seriamente comprometido en los juegos de poder. Y es verdad que el más ligero análisis de la entrelínea de sus acciones, nos obliga a admitir que cada uno de sus actos, y sus consecuencias posteriores, parecen haber sido largamente planeados por los cerebros masónicos, avezados por sobre todas las cosas en el arte de ocultarse. Así, el Rey Carlos III ordenó la expulsión de los jesuitas, en una operación gigantesca, sorpresiva y simultánea que despojó a los religiosos de sus bienes y armamentos. Varios de los más importantes reinos de Europa imitaron esta iniciativa, y pronto los integrantes de la Compañía de Jesús se convirtieron en una muchedumbre de parias, rechazada hasta por el Papado. Es cierto que los miembros de la Orden habían acumulado una cantidad tal de poder que los hacían peligrosos para cualquier gobierno, pero no es menos cierto que con la caída de los jesuitas la masonería se vio súbitamente liberada de sus más obstinados enemigos. Y los efectos no tardarían en hacerse sentir en el Viejo y el Nuevo Mundo. Pero lo realmente genial de esta maniobra, si todo sucedió como lo afirman los historiadores de mirada más “conspiracionista”, es que en América los jesuitas eran muy apreciados. Habían traído educación y cultura, trabajaban sobre la integración de los pueblos originarios, poseían una amplia 92


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red de comunicación, habían levantado conventos, hospicios y hospitales. Su violenta expulsión tuvo como consecuencia directa provocar un fuerte malestar de los americanos hacia sus monarcas coloniales. Otro dato significativo es que para esta época, en Inglaterra la masonería se había hecho fuerte de la mano del Rey Guillermo III, quien virtualmente fascinado por la esa hermandad, supo alentar la formación de logias a lo largo y a lo ancho de todo el Reino Unido. Este es un dato de no poca importancia, ya que se condice con la sospecha de que fueron agentes de Inglaterra y Francia quienes susurraron en los oídos del Conde de Aranda las múltiples ventajas comerciales que se producirían si América se dividía en tres grandes reinos independientes (gobernados por los hijos del Rey de España) que comerciaran con el Viejo Continente, libres de la influencia católica y de la burocracia generada por los Virreinatos, muchas veces empantanados en su propia corrupción. Pero resulta muy difícil pensar que un intelectual de la talla de Aranda se encontrase operando a favor de Inglaterra y de la independencia de las colonias españolas seducido por ese endeble argumento mercantil. Una vez más debemos preguntarnos quién planificaba, ordenaba y decidía, por sobre la persona que aparentaba detentar el poder. En 1738, Inglaterra instaló en la isla de Jamaica a un gobernador de neto corte masónico, Edward relawny, y apenas un año después se fundó la primera logia en esa isla. Pero el gobernador no había sido puesto allí para que fundara logias. A principio del siglo XVIII, Jamaica era un punto crítico de confrontación entre los intereses británicos y los españoles. relawny tenía los mismos planes que el Conde de Aranda: dividir las colonias españolas en reinos independientes y así liberar y agilizar el comercio. Sólo que Aranda manifestaba hacerlo para favorecer a España, mientras que relawny quería conquistar un mercado que a Inglaterra le estaba vedado por la corona española. Sin embargo el plan era prácticamente el mismo y aquí regresa la pregunta que hi93


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ciéramos unos párrafos atrás: ¿podían estos estrategas estar tan diametralmente equivocados o respondían a largo plazo a un objetivo común que iba mucho más allá de los intereses comerciales de Inglaterra y España? Fue en este período que muchos jóvenes americanos (en muchos casos pertenecientes a familias patricias que disponían de los recursos necesarios; en otros, verdaderos aventureros) comenzaron a viajar a Europa con el fin de profundizar sus estudios y acercarse a las nuevas corrientes de pensamiento. El primero de ellos fue ese joven venezolano llamado Francisco de Miranda. En los años posteriores se sumarían otros, como el chileno Bernardo O’Higgins, el argentino José de San Martín, o el también venezolano Simón Bolívar. Las ruedas del destino aceleraban su marcha y, si bien no existen elementos para afirmar que la masonería era el motor que las impulsaba, al menos es incuestionable que el pensamiento masónico actuó como transmisor de las ideas que muy pronto cambiarían el mapa del mundo americano.

Un largo y enriquecedor periplo En 1771, Miranda llegó a España para iniciar su carrera militar. Con grado de capitán enfrentó a las fuerzas del Sultanato de Marruecos. Al mismo tiempo, y a través de sus conocidos masones, comenzó a interiorizarse de las tendencias liberales y laicistas que germinaban en Inglaterra. Y es presumible que los cantos de sirena de los agentes británicos comenzaran a arrullar sus oídos inquietos. Sí es poco probable que Francisco de Miranda fuese a creer que la corona británica tuviese motivos altruistas para desear la libertad de América Latina. Seguramente el venezolano sabía que detrás de todo movimiento de Inglaterra había importantes intereses comerciales. Pero era un visionario y comprendió que las ideas que se estaban gestando 94


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en el Viejo Continente podían llegar mucho más allá de las necesidades de la Corona. Paradójicamente, fue la propia Iglesia la que lo impulsó a sellar su destino revolucionario. Este joven brillante, que no ocultaba su deseo de adquirir todo el conocimiento que esa época convulsa fuese capaz de aportarle, formó una enorme biblioteca entre cuyos volúmenes se encontraban muchos obras filosóficas entonces prohibidas, en cuyas páginas se desafiaba al poder instituido y se cuestionaban los mandatos de la Iglesia. Esto lo puso en la mira de la Santa Inquisición que comenzó a perseguirlo, por lo que en 1783 viajó a Estados Unidos. El círculo comenzaba a cerrarse. Pocos años antes, en los Estados Unidos se había declarado la independencia y Francisco de Miranda se sintió absolutamente identificado, hasta subyugado por el proceso revolucionario. Recorrió las principales ciudades del nuevo país absorbiéndolo todo; se imbuyó del espíritu emancipador y aprendió cuanto pudo. De algún modo (y aquí nuevamente se dibuja con nitidez la sombra de la masonería) conoció al Presidente George Washington con quien trabó una gran amistad. No se sabe con certeza en qué momento Miranda fue iniciado masón. La mayoría de los historiadores afirman que ello ocurrió en Madrid, varios años antes de su partida. Otros en cambio aseguran que fue el mismísimo Washington quien lo introdujo en la Logia de Virginia. Lo cierto es que al poco tiempo, el joven ya era un militar experimentado, filósofo, político y, sobre todo, hermano francmasón. Impedido de regresar a España, donde la Inquisición no vacilaría en prenderlo, Miranda se encaminó hacia Londres a fines de 1784. Desde allí visitó varios países de Europa y Asia, llegando hasta Rusia. Es crucial comprender con cuánta facilidad se movía este hombre sobre el que pesaban acusaciones de herejía y espionaje, cómo se relacionaba en cada lugar al que llegaba con las personalidades más ilustres y poderosas, para darse cuenta hasta qué punto contaba con un salvoconducto para deslizarse a través de las redes de la masonería. 95


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Su decisión estaba tomada, conseguiría el apoyo inglés para comenzar la lucha por la independencia en América Latina. Pronto otros se sumarían a su empresa, y Miranda comenzó a evaluar alianzas y estrategias. Por otra parte Inglaterra había encontrado su llave, el hombre del que se valdría para instalar una cuña en el dominio español sobre las colonias coloni as de Sudamérica. El año 1792 sorprendió a Miranda en París, donde la Revolución Francesa ardía en las barricadas. Sin dudarlo se puso a disposición del Gobierno Revolucionario en calidad de Mariscal de Campo, y con ese cargo combatió en Bélgica y Holanda, luchando contra el ataque de los gobiernos absolutistas. Por eso es que su nombre aún figura grabado en los muros del Arco de riunfo en París, junto con los héroes de la Revolución Francesa. Fue el único latinoamericano en haber logrado ese honor.

El proyecto independentista toma forma En 1797 Miranda fundó en Londres la Sociedad Patriótica Revolucionaria Gran Reunión Americana, también llamada Los Caballeros Racionales, con el apoyo de la Gran Logia de Londres. A diferencia de los valores de altruismo universal que guardaba la masonería tradicional, se trataba de una organización de corte netamente político y con un objetivo preciso: luchar por la independencia de las colonias españolas en América. Era una tarea de hormiga con los medios de comunicación disponibles en la época. Había que establecer contactos, escribir cartas, realizar pequeñas conferencias conferencias o charlas personales. Miranda comenzó a seleccionar a sus aliados entre los jóvenes americanos que estudiaba estudiabann en Inglaterra. Inglaterra. Con rigor de masón les exigía compromiso absoluto y discreción eterna. Sólo aquellos que estuvieran dispuestos a dedicar cada

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minuto de sus vidas a la causa podían aspirar a ser uno de los Caballeros Racionales. Demás está decir que las logias británicas le brindaban todo su apoyo. Como desde hacía muchos años esperaban el momento de socavar la hegemonía española de ultramar, la llegada del caudillo criollo les era más que propicia. Inglaterra, que siempre estaba hostigando militarmente a las colonias españolas, no necesitaba comprometerse abiertamente con la causa libertaria; serían los propios latinoamericanos quienes le allanarían el camino, claro que discretamente orientados, y hasta financiados, por las sociedades secretas inglesas. Ajeno a toda intención ulterior, Francisco de Miranda seguía operando, sin preguntarse quién o quiénes podían esperar beneficiarse de su soñada revolución. Ungido por el destino y lleno de fe, simplemente avanzaba. Los Caballeros Racionales se reunían en la propia casa del Gran Maestro venezolano. Astutamente, éste dividía las tareas y los detalles del plan para que nadie tuviera de él un panorama completo. Formó una especie de “consejo de ancianos”, para consultarlos y evaluar estrategias con ellos, pero básicamente se rodeó de jóvenes en condiciones de soportar una gran demanda física. ambién aceptó a muchos jesuitas (cerca de 200), que se acercaron a él acaso por afinidad con la causa americana o, en otros casos, sólo por resentimiento hacia el gobierno de España. Se los llamaba “jesuitas mirandinos”,, y el propio caudillo se ocupó dinos” ocup ó de golpear puertas pu ertas en Inglaterra para librarlos de cualquier tipo de persecución. Poco a poco, Miranda comenzó a atraer como un imán a todos los enemigos de España, que no eran pocos. Poco a poco, las llamadas “logias mirandistas” se expandieron por toda Europa. Entre sus miembros se encontraban muchos jóvenes que con los años serían considerados próceres de la causa libertadora. Y fue uno de ellos, José de San Martín, quien cruzó el océano y de regreso a su tierra natal formó la primera sede de la sociedad revolucionaria en territorio sudamericano: la Logia Lautaro. Dos siglos después de 97


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su muerte, la mítica figura del guerrero mapuche volvía a incorporarse para poner fin al dominio de España en América.

A capa y espada Bernardo de O´Higgins y José de San Martín tomaron todos los elementos estructurales de la masonería para formar una logia con un fin excluyente: lograr la libertad y emancipación de los pueblos de Hispanoamérica. Para ingresar en sus filas se podía ser masón (como Carlos de Alvear, uno de sus primeros adeptos) o no, pero era imprescindible haber nacido en el Nuevo Continente. El tema de la seguridad era fundamental. fundamental . La cofradía americana no era una sociedad secreta dedicada a la filantropía y a resguardar viejos saberes cuyo valor nadie conocía a ciencia cierta. Se trataba del núcleo de una insurgencia realmente dispuesta a tomar las armas y deponer al régimen colonial, a fin de instaurar un nuevo orden. Su actividad estaba totalmente fuera de los límites de la legalidad; sus miembros podían ser acusados de traicionar a la Corona y ser ejecutados sin ninguna dilación. di lación. Era mucho lo que estaba en juego. Cada espacio, cada grado dentro de la Orden debía ser ganado por el aspirante con pruebas concretas de su entrega total a la causa. Ninguno conocía a todos sus cofrades ni sabía cuál c uál era el plan de operaciones completo. Esa información se adquiría rigurosamente en entapas, conforme a su desempeño en la hermandad. Allí no se regalaba nada. Los miembros de la logia eran constantemente presionados y puestos a prueba, pues lo que se avecinaba era una guerra contra algunos de los más poderosos imperios del mundo. En 1806, mientras muchos jóvenes, futuros revolucionarios, llegaban a Europa, el veterano Francisco de Miranda encabezaba la primera intentona libertadora mediante una invasión a Venezuela desde Estados Unidos, por mar, a bordo de tres fragatas. fragatas . Pero Pero las noticias de sus su s planes habían viavia 98


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jado, vía espionaje, desde Nueva York a España, y desde allí a las autoridades coloniales en Venezuela. Su intento fue frustrado por la resistencia española que lo estaba esperando y que no dudó en cañonear las naves, dos de las cuales fueron apresadas. La mayoría de sus tripulantes fueron ahorcados sin vacilación. El propio Miranda apenas logró ponerse a salvo en Las Antillas, desde donde regresó a Londres para replantear su estrategia. La invasión frontal no tenía posibilidades contra el poderío militar de España. Se imponía diseñar una táctica de infiltración. Mientras tanto, en Inglaterra, Simón Bolívar recibía el Grado ercero (Maestro) en la Logia Simbólica de Londres Número 5. Cuatro años después el propio Miranda le otorgó el Supremo Grado de Iniciación en la Gran Logia Americana. Luego fundaron juntos la Logia Protectora de las Virtudes Número Uno, en Venezuela. Bolívar era un convencido de la causa patriótica, a la que ponía por sobre la vida misma, e inclusive por sobre los juramentos de lealtad a las hermandades, hecho que muchos años después comprobaría tristemente su propio mentor, Francisco de Miranda.

Por esos años se acercó al calor de las Logias un argentino austero y silencioso llamado José de San Martín, quien ya había tenido algún contacto con masones. Sin embargo fue a través de Miranda que descubrió todo un mundo de conspiradores entre quienes la idea de una Latinoamérica libre no era un sacrilegio ni una utopía, sino un objetivo perfecto a cumplirse en el corto plazo.

En ese sentido, la tarea de Francisco de Miranda fue impecable. odos esos jóvenes habían sido enviados al viejo continente por sus familias a fin de que se instruyeran para convertirse en administradores, contables, legistas, médicos o militares de los enclaves coloniales. Sin embargo, lo que regresó a América fue una vigorosa y entrenada red de conspiradores dispuesta a entregar su vida por el fin del colonialismo español.

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Pero el resultado del primer intento de invasión a Venezuela había dejado una certeza inquietante. La independencia sólo se obtendría mediante una guerra, y no una pequeña confrontación o un recambio de poderes menores. Los criollos deberían enfrentar una conflagración a gran escala, en un territorio inmenso, contra un Reino que se jugaba no sólo su imagen de autoridad, sino una enorme, casi infinita fuente de riquezas.

Un inesperado aliado francés Una vez más los vientos de la Historia soplaron a favor de los hermanos masones, y nuevamente ellos estuvieron atentos para aprovecharlos y orientar sus velas en la dirección correcta. Durante los primeros años del siglo XIX, Napoleón Bonaparte fue ungido Emperador de Francia. No pasó mucho tiempo antes de que Europa se convirtiera en un tembladeral que no sólo arrasaría con los planes y prioridades de las restantes naciones del Viejo Continente, sino que las obligaría a tomar recaudos para proteger su propio solar, descuidando forzosamente la presión sobre las colonias americanas. Aparentemente era un verdadero golpe de suerte para los conspiradores. Ahora bien, ¿se trató sólo buena fortuna o fue obra de la omnisciente mente masónica que digitaba todo desde sus salones secretos? Más allá de las intrigas palaciegas que pueden conducir al encumbramiento de determinado personaje en un momento histórico de caos, no cederemos a la tentación de sugerir que Napoleón fue obra y arte de la Hermandad. Se dice, y es probable que así fuera, que Napoleón Bonaparte se mofaba de los masones y de su extraña liturgia. Pero es evidente que algún contacto habrá tenido con las logias. De no ser así, no podría haber hablado nunca de esos rituales secretos. Por otra parte, sus dos hermanos eran masones reconocidos. La Masonería formó parte de la estrategia de ocu100


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pación del Imperio Napoleónico, al alentar la formación de logias en las ciudades tomadas, a fin de controlar la actividad intelectual, abierta o clandestina, que se estuviese llevando a cabo en ellas. Muy pronto Europa toda se convirtió en un campo de batalla. Las guerras se sucedían y sobre los territorios ocupados, Napoleón ponía y sacaba reyes según su parecer. Con la preocupada mirada puesta sobre la metrópoli, las colonias acusaron una súbita orfandad. . Francisco de Miranda se dio cuenta de que había llegado el momento de actuar. Los jóvenes masones latinoamericanos cambiarían su mundo ideal de pergaminos, biblias y mandiles por la áspero realidad del fusil y la bayoneta.

El estallido emancipador En 1804, de manera coincidente con los iniciales escarceos de reivindicación patriótica, surgió la primera logia masónica en lo que es el actual territorio de México. Rápidamente la cofradía se extendió por todo el país, adquiriendo un gran poder. Su influencia se hizo sentir, además, en toda Centroamérica. En 1810, con la lucha revolucionaria, ya las logias funcionaban a pleno; se multiplicaban las reuniones, los contactos y la recaudación de fondos. Curiosamente, una de las personalidades más convocantes de la época fue una mujer, la Corregidora Josefa Ortiz de Domínguez. A la sombra del patio de su residencia, tomaron decisiones personajes de la gesta independentista de la talla del capitán Ignacio Allende, Juan Aldama o los hermanos Epigmenio y Emeterio González. odos ellos impulsores de la Conspiración de Querétaro, un fallido intento de desplazar a la representantes españoles en el gobierno local (de los que se decía que se rendían obsecuentes a los pies de Napoleón) para formar un gobierno autónomo, hasta tanto Fernando VII pudiese legitimar su soberanía sobre las colonias. 101


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La conjura fracasó por culpa de una delación, pero fue el punto de partida para la lucha en pos de la creación de un Estado Independiente. En todo momento, Josefa Ortiz de Domínguez tomó parte activa de las acciones, ya fuese poniendo todos sus bienes a disposición de la conspiración como oficiando luego de correo, para advertir a los implicados de la persecución que se avecinaba. Este es un dato que vale la pena anotar, porque más adelante, cuando analicemos la presencia femenina en la masonería, veremos que en la actualidad México es uno de los países donde las masonas han ganado más relevancia, ya no como colaboradoras de las logias masculinas, si no como organizadoras y fundadoras de sus propias hermandades. Mientras esto ocurría en México, en Londres, Bolívar y Miranda ultimaban los detalles del plan de desembarco en Venezuela. El 5 de julio de 1811 se firmó en Caracas la Declaración de la Independencia de ese país, cuya acta fue suscripta por Miranda como Diputado. Y aquí ocurrió un hecho extraño. Instalado el nuevo gobierno criollo, Francisco de Miranda fue nombrado Generalísimo del Ejército Venezolano. A poco, sin embargo, debió capitular debido a varios reveses militares sufridos a mano de los españoles. Una de las plazas perdidas bajo el fuego enemigo fue Puerto Cabello, de cuya defensa era responsable Simón Bolívar. Miranda entregó sus armas para evitar un desastre total, a cambio de tener la posibilidad de exiliarse. Sin embargo en ese momento fue injustamente acusado por los revolucionarios de traición a la causa, y apresado para ser entregado luego a los españoles. Entre el grupo de independentistas que lo arrestó se encontraba su antiguo discípulo, Simón Bolívar. Dicen que ante tamaña in justicia, Miranda ya no tuvo fuerzas para defenderse. Murió solo y enfermo en una cárcel española. Mucho se ha hablado de las razones que tuvieron los criollos para entregar así a su mentor. Las versiones más recurrentes dicen que la elite de los revolucionarios estaba formada por jóvenes patricios a quienes irritaba sordamente 102


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el origen humilde de Miranda. Sin embargo eso no coincide con sus ideales ni con la situación de la época en que esclavos, criollos y originarios podían pelear hombro con hombro contra el opresor europeo. A la luz de lo que sabemos, y de lo que podemos suponer del complejo entramado de las logias, no sería extraño que la condena de Miranda fuese el resultado de alguna oscura interna masónica. Una de las tantas que nunca saldrán a la luz. Simultáneamente y hacia el sur, las revoluciones comenzaban a incendiar el continente latinoamericano. Desde 1810 hasta 1830 el Imperio Español se vio dividido en 13 repúblicas independientes, que guerrearon sin cesar contra España, entre sí y en guerras civiles que acaso buscaban definir la identidad de cada Nación que germinaba. En Buenos Aires, la Revolución de Mayo de 1810, que instaló el primer gobierno patrio, rebosaba de masones: Carlos María de Alvear, Miguel de Azcuénaga, Antonio Luis Beruti, Juan José Castelli, Vicente López y Planes (autor de la letra del Himno Nacional Argentino), Juan José Paso, Manuel Belgrano. Dos años después, arribaría a América y se sumaría a la causa José de San Martín, cuyas campañas militares fueron decisivas para la definitiva independencia de Argentina, Chile y Perú. No poco debían estos movimientos independentistas a las afiebradas reuniones masónicas en el Viejo Mundo. En una de sus cartas personales, escrita poco antes de morir, San Martín, el máximo prócer de la futura Argentina relataría sus motivaciones: “Yo serví en el ejército español en la Península desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de caballería. En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos de Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento a fin de prestarle nuestro servicio en la lucha.”

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Reunión cumbre La llegada de San Martín (replegado hasta ese momento en España donde aún revistaba como militar, pero atento a los eventos de Buenos Aires) comenzó a unir como con una costura las luchas independentistas de sur a norte, en consonancia con el descenso de Bolívar desde Venezuela, al punto de coincidir en Perú con sorprendente precisión. No cuesta nada imaginar un plan maestro cuya visión panorámica abarcara a Sudamérica toda, que tras ver estallar los distintos puntos de insurgencia hubiera decidido afianzarlos como una red, para consolidarlos. Sería una estrategia casi arquitectónica, un digno objetivo que podría haber desarrollado la masonería desde las sombras, sin que al día de hoy se tuviese noticia. Sin embargo, y aquí reiteramos cierto pensamiento inicial, debemos volver a preguntarnos si existía en verdad una gran mente omnisciente (léase, la masonería), compuesta por un conjunto de notables intelectuales, pensadores o estrategas, cuyo rostro jamás ha salido a la luz. al vez eran sólo hombres signados por su época que, entre muchas otras cosas, congeniaban sus aspiraciones en un club semi-secreto que además les servía como canal de comunicación. ¿Existía realmente un “gran regente” que tuviera la capacidad para decidir que era tiempo de que finalizase el Imperio de España y naciera un continente de repúblicas democráticas? ¿O simplemente ocurrió lo que le sucede a muchos imperios, y el español cayó por su propio peso frente a la marea de los pueblos? odos los elementos están allí para el que quiera tomarlos. San Martín se encontró con O´Higgins en 1816, en la provincia argentina de Mendoza, y éste pasó a formar parte del ejército del primero. Juntos avanzaron hacia Chile, aunque sus fuerzas se fueran desgajando campaña tras campaña. Años más tarde, cuando San Martín arribó a su encuentro con Bolívar ya había sido abandonado por los políticos de su 104


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propio país. Era entonces un hombre errante, con un Ejército Libertador que lo seguía fiel. Frente a Bolívar se planteó la vie ja disyuntiva masónica. Seguir el plan original del Conde de Aranda e instituir en Latinoamérica un pequeño gran reino, autónomo pero fuertemente anclado en lo hispano, o cortar definitivamente con Europa y seguir los lineamientos de la Logia Lautaro, e ir hasta el fin por la independencia absoluta. Muchos piensan que eso fue lo que se dirimió en la Entrevista de Guayaquil, en 1822. Y que en ella, San Martín acató el mandato de la Logia Lautaro, pero decidió que ya era tiempo de dejar el mando de la lucha. al vez simplemente cedió ante el ímpetu irrefrenable de Bolívar, a sabiendas de que el proceso histórico ya rodaba solo, que con él o con el venezolano a la cabeza, las variantes serían mínimas, porque el pueblo ya caminaba hacia la independencia por sus propios medios. Si hemos de interpretar los hechos precedentes como una prueba del poder omnisciente de la masonería por sobre todos sus miembros, en cualquier lugar del mundo en que se hallasen, no es imposible imaginar una escena en que Bolívar simplemente le transmitiera a San Martín una orden recibida por una instancia superior. Pero si la masonería era tan fuerte y real, ¿por qué admitió que dos de sus más insignes miembros terminaran sus días en soledad y pobreza? ¿Hasta dónde llegaba la mutua lealtad masónica?

Masones contra masones Muy pronto la onda expansiva de las revoluciones sureñas se extendió hacia el norte. En 1811, en México, considerada como “la joya de la corona de las colonias hispanas”, se alzó en armas un sacerdote llamado Miguel Hidalgo quien, pese a enarbolar en las batallas la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, era manifiestamente masón. No terminó bien la saga de Hidalgo, que perecería en su intento, pero es absolu105


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tamente cierto que en toda Latinoamérica, de cada tres hombres de gran ascendente, uno era masón. Lo que siguió fue muy similar a lo que ocurrió con la masonería en todas partes del mundo, luego de los procesos revolucionarios que ella misma colaborara a iniciar. El problema con las revoluciones, tomándolas como un hecho excepcional que se manifiesta cada indeterminada cantidad de años, es que al ser humano le cuesta dejar de matar. El asesinato es una conducta que horroriza y sin embargo, está marcada a fuego en el humano ADN. Casi como una constante, después de cada revolución cada nueva nación se auto bautizó con un generoso derramamiento de sangre en guerras intestinas. Ocurrió en México, en Venezuela, en Estados Unidos, en Argentina. En esas contiendas internas (al igual que en la Revolución Francesa) hubo masones de cada lado de los bandos. Se combatieron, sedujeron, aliaron, distanciaron y ejecutaron con fervor, sin que los juramentos hechos a sus logias hicieran mella en su conciencia. Y este fenómeno no solo ocurrió en el período fundacional de las flamantes naciones latinoamericanas. A lo largo del siglo XIX hubo masones enfrentados contra masones en casi todas las guerras civiles que se dieron en Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Paraguay. Grandes personalidades como Mitre, Sarmiento, Urquiza, Iturbide, Santa Ana, Guerrero, Bustamante, ravis, Houston, Polk, Scott, figuraron en las listas de distintas logias masónicas, sin que por ello vacilaran en combatirse a muerte. Es también justo suponer que los principios de la masonería tendían a unir a estos hombres en sus impulsos más modernistas, pero esa influencia cedía inmediatamente bajo la presión de los intereses y pasiones personales. Sin embargo, Guillermo Brown y Giuseppe Garibaldi, dos importantes bucaneros de origen europeo, que se batieron a cañonazos cada vez que se cruzaron, terminaron sus días comentando sus batallas al calor del cognac de las tertulias masónicas, como si éstas fuesen el hogar al que se regresa.

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De todas formas, es inevitable reconocer que en todos estos episodios, el influjo librepensador de la masonería siempre tuvo un carácter progresista y libertario. ambién es claramente reconocible que siempre se mantuvo al acecho de los estratos de poder, llegando inclusive algunos de sus miembros a ocupar los máximos cargos ejecutivos en sus respectivos países. Como sucedió en Estados Unidos, que cuenta con un larga lista de presidentes de filiación masónica (hay ya sobradas nóminas circulando por internet), y en México, con la llegada a la primera magistratura de Benito Juárez.

El presidente masón Mención aparte merece este abogado y político mexicano de origen indígena, quien no sólo llegó a ser presidente de la República sino que trascendió como “El Benemérito de las Américas”. Juárez fue una figura emblemática de la historia mexicana y nunca ocultó su calidad de masón. Los datos más certeros indican que fue iniciado en 1853 en Nueva Orleans, ciudad a la que arribó en ocasión de lo que sería sólo el primero de sus exilios políticos. Acorde con los principios de la masonería, durante su primer gobierno se concretó la separación entre la iglesia y el Estado; la suspensión de las órdenes religiosas; la nacionalización de los bienes del clero; la creación del matrimonio civil y la expulsión del nuncio papal. ambién fueron despedidos el ministro de Guatemala y el ministro de España. Su impulso reformista generaría un escenario de intensa convulsión política, signado entre otros episodios, por el enfrentamiento armado entre conservadores y liberales. En 1862, el atraso en el pago de la deuda externa fue la excusa para una cruenta invasión por parte de Francia que, tras dos años de lucha, estableció el Segundo Imperio Mexicano, que 107


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llevó al trono al archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo. ras varios años de lucha y de conducir un gobierno itinerante de resistencia, Juárez reconquistó la independencia y reasumió la presidencia en 1868, tras el fusilamiento de Maximiliano por parte las fuerzas leales. Pero las sublevaciones y asonadas impulsadas por los militares, el clero clero y los sectores conservadores no le dieron tregua hasta su muerte (ocurrida en el ejercicio eje rcicio del poder), en julio de 1872, 187 2, a raíz raíz de una angina de pecho. Durante sus exequias, todas las hermandades masónicas le rindieron público homenaje, al punto que su mejor amigo, Andrés Clemente Vázquez, orador en representación de la respetable Logia Log ia Independencia N.º 2, pronunció pronunció un extenso discurso ensalzando sus virtudes como hermano masón. Entre otros conceptos, sostuvo: “Juárez fue masón, porque vio en la Masonería la caridad, la fraternidad y el mutuo auxilio; porque encontró encontró que ella no atacaba a ninguna religión, sino que declaraba la libertad de cultos; porque, en resumen, comprendió comprendió que ser masón equivalía a tanto como ser liberal”. Este responso es un buen resumen de lo que la masonería significó en los procesos revolucionarios del Siglo XIX. Sin duda, más allá de las falencias de los individuos que la componían, la Orden, la Hermandad de los mandiles oscuros y los rituales teatrales, la Cofradía que hoy día hace sonreír de costado a los escépticos, con sus pergaminos, su simbología y sus antiguos secretos nunca develados, tuvo un papel fundamental en la libertad de los pueblos americanos. Y quizá su mayor encanto resida justamente en esa tradición de anonimato que guiaba todos sus actos, ese gesto de desdén hacia la gloria que muy pocos políticos contemporáneos son capaces siquiera de imitar hoy con suficiente (o con alguna) dignidad.

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Capítulo 7

L           


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“Mis trabajos, mis escritos, mis discusiones, hablan suficientemente de cuál ha sido el objetivo de mi vida: combatir el error y la injusticia. Ciertamente, no tengo la pretensión de legar un gran ejemplo tras mí, pero afirmo que dejaré la más profunda convicción en la capacidad de progreso, de perfección indefinida de la humanidad y el más sincero amor a mis semejantes” María Deraismes (1828-1894), pionera francesa en la lucha por la dignidad femenina, masona

En principio, vale aclarar que el machismo (o más precisa-

mente la misoginia) es mucho más antiguo que la masonería. Durante siglos la mujer fue considerada causa de pecado, distracción e intriga. Y cuando alguna de ellas, a fuerza de tesón y rebeldía, lograba destacarse en el mundo masculino, no dejaba de ser reprimida o, en el mejor de los casos, admitida con gesto condescendiente, como si se tratase de un ejemplar especial, un fenómeno de circo. Durante los siglos XIV y XV, época en que la masonería de oficios (recordamos, la también llamada “operativa”) ya estaba firmemente instaurada, la mujer tenía un papel absolutamente secundario en la sociedad, en la Iglesia y el Estado. En principio, los masones no se diferenciaron del resto de la comunidad en cuanto a su actitud hacia las mujeres; por lo tanto, éstas estaban excluidas de los antiguos gremios. Sin embargo, pese a la dureza del trabajo en las canteras no era extraño ver allí mujeres, que de algún modo participaban de los saberes del oficio que tanto se buscaba guardar en secreto. Eran tiempos difíciles, en que la viudez y la orfandad solían significar para ellas la miseria o la muerte. En general se trataba de las hijas o viudas de constructores fallecidos, que intentaban terminar alguna obra inconclusa para poder cobrarla y así seguir viviendo. Pero a comienzos del siglo XVIII, cuando la masonería especulativa comenzó a aceptar entre sus filas hombres que no eran trabajadores de la piedra ni constructores, la segre111


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gación de facto se transformó en proscripción. En 1727, se redactó la Constitución de la Gran Logia de Inglaterra (conocida como la Constitución de Anderson), que sirvió de modelo a toda la masonería de la Europa continental de ese momento. En ella se establecía claramente quienes podían aspirar a ingresar a sus filas: “Las personas admitidas como miembros de una logia deben ser hombres de bien, leales, nacidos libres y con una edad madura y suficiente, ni esclavos, ni mujeres, ni hombres inmorales y escandalosos sino al contrario, de buena reputación”. La posibilidad de que una mujer pretendiera adherirse no sólo no estaba contemplada, sino que quedaba expresamente prohibida. De hecho, la aclaración de que el aspirante tenía que ser un hombre “libre”, indicaba que debía ser económicamente independiente. Algo que en los papeles era totalmente impensado para una mujer de la época, si bien muchas veces, sobre todo en las clases más bajas, eran ellas quienes llevaban adelante la esforzada economía de las familias apelando a todo tipo de tareas y actos de servicio. Pero, hete aquí que pese al machismo recalcitrante de la sociedad, la exclusión de las mujeres fue usada por los detractores de la masonería como un motivo más de crítica y sospecha. Es probable que los masones hayan disfrutado de su espacio secreto, en principio, como una especie de “club de hombres” de genio. Pero el impulso emancipatorio de las mujeres muy pronto golpearía a sus puertas pidiendo reconocimiento. Y esas puertas se abrirían; a regañadientes al principio, pero se abrirían. Así y todo, la lucha fue larga y tuvo muchos matices. En la Francia del siglo XVII, en tiempos de Moliére y Luis XIV, las mujeres cultas se reunían para debatir, entre sí o con caballeros, todos los asuntos que agitaban a los intelectuales de su época. Y cuando la masonería amplió sus horizontes más allá del arte de la construcción, incorporando varones de to112


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das las profesiones, tanto la Iglesia como las mujeres sintieron que se les estaba excluyendo de manera flagrante. Roma por lo pronto decidió excomulgar a los masones y situarse definitivamente en la trinchera opuesta. Las mujeres, una vez más, fueron prácticas y encantadoras. Primero apoyaron el oído tras la puerta, luego entreabrieron la misma y finalmente se plantaron y les demostraron a los hombres por qué era absolutamente justo y necesario que fueran admitidas en sus logias. Fue así que, como tantas otras veces en la historia, hombres y mujeres recorrieron el engorroso camino del encuentro, lo cual dio como resultado el surgimiento de las logias “de adopción” (en que algunas mujeres podían ser aceptadas, pero bajo tutela masculina), “mixtas” (como su nombre lo indica, compuestas por hombres y mujeres en igualdad de condiciones) y “femeninas” (exclusivamente para mujeres, con sus propios objetivos y rituales). Sus motivaciones fueron distintas según el país en que se fundaban. Así, en Inglaterra sus acciones se focalizaban en la lucha por el sufragio universal; en Francia, en cambio, se abocaban a denunciar la desigualdad de oportunidades que ellas sufrían frente a los hombres; en España apoyaban la lucha contra el poder religioso. Pronto las mujeres (como lo habían hecho los hombres en su momento), comenzaron a fundar logia tras logia, pero la verdadera masonería era reacia a admitirlas; era evidente que, pese a sus aires libertarios, no terminaba de convencerles que las damas también jugaran con sus códigos y ritos tan celosamente guardados. Se dio entonces el surgimiento de muchas logias femeninas que hacían de sus rituales una burla sarcástica de los de la masonería que las había rechazado.

La primera masona Hubo sin embargo una primera vez en que una mujer logró abrirse paso a través de los prejuicios de los hermanos maso113


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nes y ser iniciada, con todos los procedimientos de rigor, en los secretos de la masonería regular. Es más, por este hecho se ganó el mote histórico de Te Lady Freemason. Estamos hablando de Elizabeth Saint-Leger, hija de Lord Donelaire, miembro de la alta nobleza de Irlanda. Cuenta la historia que, alrededor de 1712, su padre oficiaba una ceremonia de iniciación de la logia que presidía, y que se celebraba en su propia casa. La joven Elizabeth, quien no pasaba de los 15 ó 16 años de edad, se las había apañado para espiar el rito secreto desde una habitación contigua, cuando fue descubierta. El dilema era mayúsculo. Nadie que no perteneciera a la logia podía ver el ritual, mucho menos una mujer. Pero a su vez, ella era la hija del Gran Maestro, un noble poderoso. ras mucho deliberar, los cofrades decidieron que la única manera de preservar el secreto era obligar a la joven Elizabeth a realizar el juramento masón. Pero para eso antes habría que iniciarla. Así (aunque no por la puerta sino por la ventana) se convirtió en la primera mujer formalmente admitida en la masonería como miembro pleno. Poco se sabe de su vida posterior; la única certeza es que al casarse adoptó el apellido de su marido, Aldworth, y que vivió hasta pasados los 80 años. Sin embargo, cual verdadera rareza, los investigadores han corroborado que su nombre figura en la lista de suscriptores de un periódico masónico de la época, el Enquiry Dassigny. ambién se ha recuperado un retrato, que se encuentra actualmente en el museo irlandés de la masonería ubicado en la ciudad de Cork, en que se la ve ataviada con el mandil masónico. Su tumba se encuentra en la catedral de San Finbarre, Irlanda; en ella hay una placa que reza: “Iniciada en la Francmasoneria en la logia Nº 44, en Donelaire Court, en este condado, 1712 d.C.” Pero existen sospechas que arrojan un manto de duda sobre el motivo de la aceptación de Elizabeth. Por empezar, su historia fue difundida a principios del siglo XIX, es decir casi cien años después, cuando uno de sus descendientes publicó 114


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un libro trazando su biografía. En el mismo se afirmaba que había pertenecido a la cofradía durante toda su vida, sin dejar nunca de mantener intensa actividad. Un detalle a tener en cuenta es que, cuando esta versión de los hechos se publicó, las hermandades se habían cerrado más aún sobre su carácter puramente masculino. La masonería irlandesa intentaba unirse a la Gran Logia Unida de Inglaterra, de fuerte impronta conservadora, y el antecedente de una mujer masona podría haber sido una mácula que entorpeciese la fusión. Por eso, muchos historiadores afirman que se inventó esa fábula de la adolescente espía para explicar la transgresión a la regla, para presentarla como la inevitable consecuencia de un accidente no deseado. Como si haber aceptado una mujer fuera motivo de vergüenza. En realidad, Elizabeth habría presentado su solicitud, cumplido los procedimientos y defendido su postulación ante los cofrades, hasta lograr ser aceptada en base a sus méritos y argumentos. Incluso se sostiene que llegó a alcanzar el máximo grado de la jerarquía de la logia. ¿an grave podía ser para la Gran Logia de Inglaterra que una hermandad aceptase una mujer y la permitiese atravesar los rituales y conocer los secretos más antiguos y mejor guardados del mundo? odo parece indicar que así era. Al margen de la masonería, Inglaterra siempre tuvo una orgullosa tradición de clubes privados; sobre todo, masculinos: clubes de caza, de whisky, de ajedrez, o simplemente clubes de hombres en que, a puertas cerradas, se daban (y se dan) el gusto de beber, fumar y hablar de trivialidades, como si en su propia casa no se lo permitiesen. No es de extrañar entonces que esa misma rigidez, sumada a la inflexibilidad propia de la logia, obligara a los hermanos irlandeses a presentar una versión más potable, hasta graciosa, de por qué entre sus filas hubo de ser aceptada una mujer. Es de suponer que esa tensión entre las estrictas normas masónicas y el reclamo femenino por ser admitidas, existiera 115


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desde los orígenes mismos de la hermandad. Es muy difícil concebir una sociedad pretendidamente libertaria y progresista que sostuviera conceptos tan injustos y arcaicos como la segregación femenina. A este respecto, no vamos a analizar aquí en qué se basa el absurdo de la actitud misógina ni los argumentos que existen para estar en contra. Pero se ha dicho a menudo que la verdadera causa por la que el hombre desconfía y relega a la mujer es simplemente por su propia certeza inconsciente de la superioridad del género femenino. Ellas llevan en su cuerpo la cavidad en que se gesta la vida. Ellas saben sembrar la tierra y aprontar el abrigo. Ellas administran, guardan, embellecen, y cuando su nido o sus crías corren peligro, son capaces de pelear con mayor ferocidad que cualquier hombre. Baste decir que en todo proceso revolucionario las mujeres han desarrollado un rol fundamental. Y esto se debe, y aquí sí cabe la afirmación, a que el hombre lucha muchas veces por necesidad, pero también por placer, honor o tradición. Y la mujer siempre lucha por preservar la vida. Por tener un terruño tranquilo donde criar a sus cachorros con la paz que ello requiere. Y esa sola actitud conlleva más nobleza que la que se enuncia en todos los estatutos masónicos de cualquiera época.

La masonería de adopción Este tipo de logias masónicas constituyó uno de los primeros avances de las mujeres por ser admitidas, siquiera lateralmente, en las filas de la masonería. Según consta en los archivos de la Gran Logia de Francia, el rito de adopción fue instituido en la Asamblea General de 1774. En el momento de auge del Gran Oriente de Francia, las mujeres comenzaron a tomar conciencia de sus propios derechos y a intentar organizarse en pequeñas logias de carácter relativamente secreto. Ante esto, algunos masones se percataron de la situación de muchas de sus amigas, mujeres talen116


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tosas y capacitadas, y decidieron crear una modalidad que las contemplara, a la que se denominó Masonería de Adopción, Andrógina o de Damas. Cada logia “adoptiva” debía ser fundada bajo la protección de una hermandad masculina, y si bien era dirigida por una Gran Maestra, ésta era designada y supervisada por la logia de hombres de la que dependía. Otro detalle es que sólo podían ser admitidas mujeres parientes de algún masón. A principios de 1775 se formó la Logia Andrógina “El Candor”, bajo la tutela del Marqués de Saisseval y presidida por la Duquesa de Borbón, quien llegaría a ser Gran Maestra de todas las Logias de Adopción de Francia. En este cargo le sucedió María eresa de Saboya-Carignano, princesa de Lamballe, quien sufrió un trágico final en los días de la Revolución Francesa. Cuando se aplacaron las iras de la revolución, las logias femeninas se habían disuelto casi por completo, y no volvieron a renacer hasta la época del Imperio de Napoleón, siendo una de sus impulsoras la Emperatriz Josefina. Era un principio. Pero aquellas logias en realidad no pasaban de ser una suerte de “apéndice” de sus homólogas masculinas. Sus rituales de iniciación no tenían ya nada que ver con la simbología hermética de los masones y sus metáforas arquitectónicas. Aunque también juraban sobre la Biblia, los hombres no les dieron más peso real que el de un espacio de esparcimiento, donde podían compartir ciertas ceremonias con sus seres queridos del sexo opuesto, y así éstos, satisfacer la curiosidad de sus esposas. Con todo, esa modalidad fue incorporada también en España, donde en 1885 se registraban siete logias de adopción dependientes de la logia regular (masculina) del Gran Oriente Español. “Las hijas de la Unión”, “Hijas de la Regeneración”, “Hijas de los pobres”, eran algunos de sus nombres. ambién las hubo en Portugal e Italia, pero siempre como subordinadas de antiguas cofradías de hombres. En Estados Unidos, la primera de que se tiene registro fue la Orden de la Estrella de Oriente ( Eastern Star ), creada en 117


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1850, en la que los masones podían revistar con sus esposas. Luego surgieron la “Reina del Sur” y “ Amaranth”. En México, la masonería de adopción sólo se hizo fuerte en la región sur. Allí tuvo sus propios rituales y desarrolló cierta independencia respecto de la logia “tutora”. Sus filiales se autodenominaron “Centros Paramasónicos Femeninos”. al vez su escaso desarrollo en el centro y norte del país se deba al amplio progreso que tuvieron allí las logias mixtas y femeninas. En Cuba, en cambio, hasta hace muy pocos años sólo ha existido la masonería andrógina. Nació en 1937, cuando Dr. Gabriel García Galán fundó “Hijas de la Acacia”. Posteriormente sus ramificaciones llegaron hasta Costa Rica, Guatemala y Panamá. La masonería de adopción tuvo su momento de auge, pero con el tiempo comenzó a declinar. Acaso porque constituyó un primer paso, fuerte y efectivo, para dar lugar a la formación de las logias mixtas, y luego de las asociaciones completamente femeninas. Ya desde mediados del siglo XIX hubo notables avances en materia de derechos civiles y políticos femeninos, sobre todo en Francia e Inglaterra. Las mujeres lucharon por el control de los hijos, el matrimonio civil y el acceso a trabajos calificados. La masonería en conjunto apoyó fervientemente esas causas. Era una época en que, sobre todo en países como España, de densa raigambre católica, el cura párroco se inmiscuía en la vida diaria y dictaba las normas en muchas familias. Y el pensamiento progresista tenía claro que apoyar a las mujeres era, a la vez, oponerse a la Iglesia.

La masonería mixta La masonería mixta nació en Francia en 1893, como parte de un movimiento llamado Le Droit Humain (El Derecho Humano), gestado por la periodista y escritora Marie Deraismes, quien a su vez habría sido iniciada en la Logia 118


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de Los Librepensadores en 1882. El Derecho Humano se constituyó como federación de logias y tuvo alcance internacional, fundándose numerosas filiales en distintos países, lo cual la transformó en un importante vehículo de las propuestas emancipadoras femeninas. Sus principios mantenían un fuerte vínculo con las raíces de la masonería escocesa, por lo que no se limitaban a reivindicaciones de género, y en países como España abogaban por la separación de la Iglesia del Estado y el restablecimiento de la República. Pero también ocurrió en esa época que algunas de las principales logias regulares de España, como “Los Hijos de Riego” y “Nueva Cádiz”, comenzaron a incorporar mujeres mediante el antiguo rito escocés masculino. No es menor el dato de que al incorporar mujeres según el rito tradicional se estaban pasando por alto las directivas de la constitución de Anderson, pero ello no impidió a las iniciadas concurrir regularmente a todos los eventos de la otrora cofradía masculina. No obstante, con el tiempo las logias más cercanas a la masonería tradicional comenzaron a restarle su apoyo, al punto que “El Gran Oriente” de Francia llegó a crear, ya iniciado el siglo XX, la Logia “Nueva Jerusalén”, con el propósito explícito de restar influencia a la modalidad mixta.

La masonería femenina En 1935, la “Gran Logia de Francia” (masculina) decidió dar absoluta independencia a todas sus logias de adopción, y ayudarlas a desarrollarse y conformar una federación. Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial demoró el proyecto hasta 1945. Recién en 1952 la “Unión Masónica Femenina” adoptó el nombre de “Gran Logia Femenina de Francia”, que pudo por fin acoger el rito escocés antiguo y considerarse una hermandad masónica hecha y derecha. El postulado básico de la orden planteaba la necesidad de estar integrada únicamente por mujeres, no por una cuestión 119


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de segregacionismo o aislamiento, sino para poder trabajar a fondo con los problemas propios de su género y explorarse a sí mismas sin la “distracción” que podría generar la presencia masculina. En principio, manifestaban absoluta disposición para reunirse con hombres y abordar juntos las cuestiones comunes en un marco de igualdad. Pero la “Gran Logia Femenina de Francia” se fue volcando paulatinamente hacia un feminismo cada vez más exacerbado. Se habló de cierta intolerancia y fanatismo que comenzaba a atentar contra el concepto de pensamiento libre que las había atraído hacia la masonería. Por eso, muchas mujeres masonas comenzaron a emigrar o a regresar a las logias mixtas, al parecer más equilibradas y democráticas. El hecho es que desde principios del siglo XX, el cerco fue roto. Hoy existen cantidad de obediencias y logias femeninas en todas partes del mundo, pero sobre todo en la Europa continental y en Latinoamérica.

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Capítulo 8

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“Aquellos que niegan la libertad a otros no la merecen para sí, y bajo un Dios justo no pueden conservarla mucho tiempo” Abraham Lincoln

Desde siempre, el término masonería ha estado estrechamente asociado al concepto de “sociedad secreta”. Es una definición harto conocida que sin embargo esconde una trampa. Masonería no tiene sinónimos. A lo sumo se puede decir: Hermandad, Cofradía, Obediencia, Orden. Sólo son maneras de aludir a una sociedad con rituales secretos, valores ocultos y objetivos que apenas pueden conjeturarse, porque nunca serán abiertamente develados. Es muy probable que la masonería tradicional en sí misma nunca haya sido, ni sea, peligrosa, que haya sido y sea una antigua sociedad de virtuosos albañiles, que más tarde incorporó nobles y pensadores, ansiosos por preservar sus valores y conocimientos, que diseñó una manera secreta de relacionarse para desarrollar sus actividades. Pero, ¿en qué pudo haberse convertido todo eso? Es en el recorrido de esa pregunta donde surgen cuestiones que hoy día deberían producirnos, cuanto menos, inquietud. Desde los orígenes de la masonería, el hombre y la mujer comunes comprendieron que organizándose a través del secreto podrían obtener beneficios por sobre el conocimiento de la mayoría. Esto pudo haber sido muy virtuoso cuando dicho beneficio consistía en preservar esos valores humanitarios que nunca deberían ser olvidados. Pero con el tiempo, y con la política, ese hombre (o mujer), acaso ese masón, descubrió que poseía la estrategia y el entrenamiento para or123


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ganizarse en sociedades secretas con cualquier objetivo que se le pudiera ocurrir. Y si los primitivos valores masónicos se basaban en la filantropía y el pensamiento libre, los de las nuevas sociedades secretas pueden hacerlo (o bien lo hacen) en la usura, la avaricia y la discriminación. En este capítulo nos focalizaremos en tres sociedades secretas norteamericanas que acaso resulten emblemáticas por dos motivos: por un lado, por el poder que ostentan y la trascendencia de las consecuencias de sus decisiones y actos; y por el otro, por la llaneza e impunidad con que exhiben sus actos. Porque también en eso ha cambiado la Humanidad. Sin temor a ser tildados de paranoicos o filoconspirativos, podemos sotener que sin dudas, hoy los poderosos apenas intentan ocultar sus vicios y maniobras. El dinero y el poder lo pueden todo, incluso evadir las lógicas sanciones por actos a todas luces dañinos para otros. Un economista puede borrar, como si nada y de un plumazo, la industria automotriz de un país pequeño; un magnate puede abusar de la mucama que le sirve el té en un hotel de lujo. Estadistas y empresarios acumulan causas penales y acusaciones que incluyen todo tipo de amoralidad, como si fueran el “sector para adultos” de sus fojas de servicio. Estos personajes (es honesto decirlo) ya no temen a la Inquisición; el único terror real que sufren es al embargo y la cárcel, si es que eventualmente llegan. El desprestigio sólo tiene importancia si de algún modo implica la salida del juego por parte del caído en desgracia. Y hasta esa pena suele ser fácilmente conmutable si el estigmatizado logra reivindicarse con los dueños de un poder superior. Y esto se consigue simplemente haciéndoles ganar dinero. El que cae en desgracia en las altas esferas de la política y las finanzas, hoy sólo debe hacer que un par de señores incorporen un importante activo en sus cuentas para merecer otra oportunidad. Frente a estas sociedades, las de los albañiles o sus sucesores, con todos sus secretos, parecen un mero acopio de rituales bajo el amparo de ingenuos objetivos fraternales. 124


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Los hermanos del claustro El origen de estas sociedades secretas modernas (no las llamaremos “logias” en principio, para no abusar del arcaísmo, pero también en atención a las honorables intenciones de los primeros masones) han sido desde siempre las fraternidades universitarias norteamericanas. Esto no es casual. En Estados Unidos, la educación pública (y gratuita) no está ampliamente difundida, y debido a su baja calidad, no ofrece grandes perspectivas en el futuro profesional. Con un sistema educativo volcado al sector privado, las universidades más prestigiosas son las más caras, y en consecuencia son concurridas casi de manera excluyente por herederos de las clases acomodadas. Son instituciones en que importa tanto el apellido como el poderío económico y el linaje que posea la familia del aspirante. En sus claustros se forman hombres y mujeres jóvenes destinados al poder desde siempre, nacidos para continuar una estirpe de poderosos. Acaso como lo eran los noveles caudillos de la independencia sudamericana, cuando iban a estudiar a Europa, pero con resultados muy diferentes. Conocidas popularmente como Frats, apócope inglés del castellano “fraternidades”, se trata de grupos cerrados que declaran objetivos varios (en general relacionados con alguna clara inquietud académica o filantrópica), pero cuyos rituales y sistemas de seguridad remiten inmediatamente a la tradición masónica. Las primeras surgieron en la Universidad de Yale, en la segunda mitad del siglo XVIII, bajo el nombre de “Flat Hat Club” y “Phi Betta Kappa”. No mucho tiempo después, en 1832, nació una de las más herméticas y poderosas, que aún continúa operando, la “Skull & Bones”, o “Calavera y Huesos”. El nombre de esta última, si bien suena temible, tiene un origen bastante cándido. Durante sus primeras reuniones, que se desarrollaban en la capilla del campus, sus miembros colgaban en la puerta una calavera y dos tibias cruzadas, a modo de aviso de que no deseaban ser molestados. al vez 125


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por esa misma razón, y para infundir temor en los curiosos, también se hacían llamar “Estrella de la muerte”. Por sus filas pasó y pasa lo más granado de la alta sociedad estadounidense, pero sus rituales de iniciación no difieren en mucho de los que se estilaba llevar a cabo en el post medioevo, para asegurar mutua lealtad y discreción. Los aspirantes, que se eligen entre los alumnos del último año de la Universidad, deben ser presentados por miembros más antiguos y acreditar algún tipo de beneficio que puedan ofrendar a la Hermandad. La aceptación sólo se consigue por votación unánime y las exigencias son muchas. Pero las verdaderas pruebas comienzan cuando el postulante ya ha sido elegido y debe atravesar los ritos de iniciación. Esta instancia se lleva a cabo en “la umba”, el edificio principal de la Orden. En ella los novicios deben ofrecer sus mayores demostraciones de confianza. ¿Por ejemplo? Contar en voz alta todos sus secretos sexuales; beber sangre y besar pies; desnudos sobre un ataúd, deben ser capaces de masturbarse a la vista de todos los presentes; jurar una y otra vez no traicionar los secretos de la orden y jamás admitir públicamente que pertenecen a ella. Luego son entregados a sus compañeros quienes, debidamente enmascarados, los someten a pruebas aún más comprometidas, y que jamás han trascendido. La ceremonia culmina con una larga fiesta en la que los nuevos miembros comienzan a conocer los primeros secretos de la hermandad. La famosa “umba” fue construida en 1854 en un predio del campus universitario. Se trata de un sólido edificio de hormigón cuyos pasillos y recovecos son inescrutables, aun para muchos iniciados. Por lo poco que se sabe, ese edificio tiene tres plantas y un ático. El espacio está dividido en una innumerable cantidad de pasillos, cámaras secretas, salones y pasadizos. En ellos hay imponentes bibliotecas, armas, maniquíes ataviados con míticas armaduras, habitaciones cerradas cuya llave nadie sabe quién posee. Y se dice que en lo más recóndito hay 126


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un oscuro museo donde se atesoran siniestros souvenirs: la calavera del revolucionario mexicano Pancho Villa y la del jefe indio Jerónimo; huesos de presidentes, momias. Hasta se llegó a afirmar que ese museo fue el destino final de las manos del extinto presidente argentino Juan Domingo Perón, cuyos miembros fueron sustraídos de su profanado panteón sin que nunca se supiera su derrotero. Sin embargo, el museo no es el sitio más blindado de la umba. Existe todavía una cámara más. En ella sólo hay una mesa, dos sillas y un esqueleto llamado “La Madame”, que se supone perteneció a Madame de Pompadour, una célebre cortesana francesa del siglo XVII y destacada impulsora de la cultura. Nadie sabe qué es lo que el iniciado debe hacer allí.

La sombra del nazismo Hasta aquí todo podría ser el argumento de una película clase B, una producción de bajo presupuesto y para mero entretenimiento adolescente. Pero desgraciadamente no se trata de una ficción. Quienes sostienen toda esa alocada puesta en escena no son artistas experimentales, ni miembros de una secta que aspira ascender al Parnaso de los delirantes. Los que se solazan entre esqueletos y ataúdes son los personajes que luego tomarán las decisiones más cruciales para el destino de la Humanidad toda. Pero lo más preocupante no son tanto sus rituales morbosos como el poder que ejercen sobre la sociedad actual y, sobre todo, sus tendencias declaradamente filonazis. Y esto no es una exageración literaria, sino la conclusión lógica, casi estadística, a que se llega observando el accionar de “ Skull & Bones” desde su creación. Muchos historiadores afirman que el fundador de la orden, William Rusell, antes de ingresar a Yale fue iniciado en Alemania, en una orden con un ideario cercano a lo que posteriormente cristalizó en la ideología nazi. Según una inves127


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tigadora contemporánea, Alexandra Robbins, graduada en esa misma Universidad, los “Skull & Bones” poseen la platería original de Adolf Hitler, la cual es utilizada con veneración en las ocasiones más solemnes. Pero, insistimos, hasta aquí podríamos estar refiriéndonos sólo a poderosos coleccionistas de fetiches. Salvo que las más graves acusaciones contra la organización incluyen el haberse enriquecido a costa de un altísimo precio en vidas americanas. Esto es, de compatriotas. La industria militar norteamericana mantuvo un nutrido intercambio comercial con la Alemania de Hitler. El padre del ex primer mandatario de EE.UU. George Bush, Prescott Sheldon Bush, presidente de la Union Banking Corporation hacía negocios con Frotz Tyssen, proveedor militar del ercer Reich. Cuando Estados Unidos declaró la guerra a Alemania, en 1942, el presidente ruman cerró la corporación por infringir la ley que prohibía hacer “tratos con el enemigo”. Sin embargo, el abuelo Bush se las arregló para seguir concediendo créditos indirectos a Alemania, enormes sumas de dinero destinadas a la compra de combustibles para abastecer la maquinaria de guerra del nazismo, que ya se enfrentaba abiertamente con la mitad del mundo, incluidos los Estados Unidos de América. Años después, su nieto descarriado, George W. Bush, miembro, como su padre, de “Skull & Bones”, llevaría el negocio de los combustibles a su máxima expresión cuando, tras los misteriosos atentados del 9/11 invadiera masivamente Medio Oriente declarando que los americanos eran “adictos al petróleo” (sic). Pero no fueron los Bush los únicos americanos en beneficiarse con los nazis en plena guerra. ambién la Standard Oil, perteneciente al clan Rockefeller (varios de cuyos integrantes eran destacados miembros de “ Skull & Bones”), poseía seis buques petroleros que, bajo bandera panameña, transportaban subrepticiamente toneladas de petróleo hasta las Islas Canarias, donde el combustible era entregado a los submari128


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nos alemanes. Los mismos que torpedeaban naves de bandera americana, inglesa o brasileña. Este es el motivo por el cual en la actualidad son muchos los investigadores que afirman que “ Skull & Bones” es realmente un brazo de una sociedad secreta extranjera, mucho más intrincada y fuerte, que ha logrado infiltrarse hace mucho tiempo en el gobierno de la nación más poderosa de la tierra.

Falsas alternativas Los detractores de la orden presentan pruebas. En las elecciones presidenciales del año 2004, los votantes norteamericanos debían optar entre el republicano George W. Bush y el demócrata John Kerry, sin saber que ambos pertenecían a la misma hermandad, con todo lo que ello implicaba. Los dos habían confesado sus intimidades ante todos los miembros de la logia, habían participado de actos comprometedores y tal vez humillantes, con lo que se habían hermanado con sus cofrades. Y más decisivo, aún, los dos debían absoluta lealtad a una sociedad secreta (es ingenuo tildarla ya de universitaria), habían jurado defenderla y obedecían a un grupo de hombres aún más poderosos, cuya identidad se mantenía en la sombra. Resulta desolador pensar que millones de ciudadanos discutieron, reflexionaron y sufragaron ignorando que cualquiera fuese el resultado de la elección, el poder estaría en manos, rostros y mentes desconocidas. Un club de ricos para quienes el mundo de la gente ordinaria es tan sólo el tablero de un juego, en el que las piezas son continentes enteros y las prendas y estrategias incluyen la guerra, la enfermedad o el hambre masivas. Si hay algo capaz de empeorar este panorama es el hecho de que, a diferencia de sus antecesores masones que solían dejar sus juramentos de lado cuando la Patria así se los demandaba, estos modernos cofrades han demostrado ser capaces de guardar sus secretos y proteger sus acuerdos más allá de cualquier consecuencia. 129


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A fines de la década de los 80 estalló un escándalo de ribetes internacionales. El BCCI (Banco de Comercio y Crédito Internacional) fue acusado de lavar dinero proveniente del narcotráfico y financiar actos terroristas. El detalle era que el BCCI había contribuido con generosas sumas de dinero a la campaña electoral de George Bush (padre), quien se ocupó personalmente de bloquear la investigación. Pese a ello, y de acuerdo a los mecanismos de la democracia estadounidense para impedir este tipo de estratagema, el tema recayó sobre una comisión especial del Senado, con el demócrata John Kerry a la cabeza. Lo que pocos imaginaban era que Kerry también era miembro de “ Skull & Bones”, con miembros ya devenidos en hombres poderosos, que activan a su antojo y en conjunto las palancas del poder. Finalmente, y como era de prever, la investigación se diluyó; nunca se hallaron culpables y la entidad cuestionada se disgregó en una cantidad de negocios financieros mucho más modestos, sobre todo en su perfil de exposición. Desde los austeros masones que se hacían señas con las manos para reconocerse, hasta los intrincados códigos de la mafia financiera internacional, han evolucionado mucho los integrantes de las cofradías. Hoy día actúan impunemente bajo la luz de los reflectores y las cámaras, sin que nadie sepa a ciencia cierta quien manda o quien obedece a quien. “ Skull & Bones” pretende ser una vieja fraternidad universitaria en que un puñado de vejestorios millonarios recuerda sus locuras y hazañas estudiantiles, pero lo cierto es que la principal actividad de sus miembros es hacer lobby en los pasillos del poder.

El club más exclusivo del planeta Existe otra sociedad secreta cuyo poderío y alcance hace que los rituales de “Skull & Bones” sí parezcan un juego de adolescentes sobre-estimulados. Se trata del Grupo Bilderberg, una verdadera demostración de cómo ciertos intereses pueden 130


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allanar cualquier tipo de diferencia y propiciar el encuentro aún entre enemigos atávicos, como nazis y judíos. Esta organización tomó su nombre del hotel en que se realizó la primera reunión en Oosterbeek, Holanda, en el año 1954. Ésta fue convocada por Joseph Retinger, un polaco de ideas socialdemócratas, antiguo militante de las juventudes hitlerianas, y el príncipe Bernardo de Holanda, otro notable adherente al ideario nazi, obsesionado por frenar el expansionismo soviético. Claro que la vocación política no es más que un detalle a la hora de concretar buenos negocios. Los principales socios del Grupo Bilderberg no son otros que el Banco Rothschild y la Corporación Rockefeller, ambos de origen judío. A ellos se suman los Wallenberg, dueños de Electrolux y Ericsson en Suecia. Cabe señalar que cada uno de estos grupos económicos arrastra tras de sí infinitas agendas de alianzas, clientes, amigos, protectores, funcionarios y cuanto se pueda imaginar. Los integrantes de Bilderberg se reúnen cada año, algunos meses antes de la famosa reunión del “Grupo de los 8”, celebrada por representantes de los 8 países más poderosos del mundo. Los temas a tratar son, en principio, todos los que abarca la agenda mundial del Grupo de los 8: energía nuclear y biotecnología, seguridad antiterrorista, economía mundial, control del combustible y de los recursos financieros de los países emergentes, estrategias crediticias, etc. No se tiene noticia de que alguna vez se hayan incluido problemáticas como la inversión en investigación médica o las mecanismos para paliar el hambre y la desocupación. ampoco les preocupa la trata de personas ni la lucha contra el narcotráfico. El temario se remite exclusivamente a la manera en que el dinero puede producir más dinero para sus selectos miembros. Para el ciudadano común la lista completa de participantes, puede ser simplemente inabarcable. En diferentes años se han detectado en esta reunión a Henry Kissinger, Bill Clinton, ony Blair, Angela Merkel, Henry Ford II, Georges Pompidou, Helmut Schmidt, Edmund de Rothschild, Do131


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nald Rumsfeld, Alan Greenspan, George Soros, David Rockefeller, John Kerry... En suma, el Grupo comprende a los directivos de las más grandes compañías multinacionales de comunicación y tecnología, a los jerarcas de la industria y las finanzas internacionales, a funcionarios de primera línea de los gobiernos de EE.UU. y Europa, incluyendo a primeros ministros en ejercicio, que nunca desmintieron su participación. Se dice que ellos deciden guerras y epidemias, encumbramiento y caída de dictadores, recesiones y salvatajes económicos. Aunque así no fuera (o no tan en extremo), aun si estuviéramos abrevando de las teorías de los más paranoicos conspiracionistas, es impensable imaginar que semejante concentración de poder económico y político, sin ningún tipo de control por parte de institución alguna (de hecho, la prensa tiene vedado el acceso a las reuniones), no tenga enormes consecuencias sobre la población mundial. Estamos hablando de un foro en que los dueños del mundo fragmentan el planeta y clasifican cada porción de acuerdo a sus posibilidades financieras, y así definen el destino de millones de ciudadanos que ignoran su existencia. No existen “Bilderbergs arrepentidos”. Se mueven todos con la sagacidad necesaria para no ser blanco de la ira de los militantes antiglobalización ni ser acosados por la prensa. Pero algunos de sus miembros han hecho declaraciones que, a la luz de los acontecimientos, no dejan muchas dudas sobre el contenido de las conferencias. En 1996, Jack Sheinkman, presidente del Amalgamated Bank e integrante de Bilderberg, admitió que la idea de una sola moneda para toda Europa se había discutido allí muchos años antes de que se plasmara. Y que también allí se diseñó la estrategia para que Estados Unidos reanudara sus relaciones con China, y hasta la creación del Mercado Común Europeo. Si esto fuera cierto, el futuro que plantean estas reuniones evoca vagamente las ambiciones de los míticos Illuminati de Baviera, sólo que aggiornadas a la realidad del siglo XXI. La 132


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creación de un mundo en que ya no existan países sino corporaciones económicas, un poder omnímodo por encima de los gobiernos y las unidades territoriales, esquema que deja afuera a millones de personas, y donde quien no está bancarizado es un paria. Una suerte de sociedad de castas, en que cada quien sería debidamente cotizado en función de su capacidad para integrarse al sistema. al vez a ello se refiriera nada menos que David Rockefeller (conocido miembro tanto de de “ Skull & Bones” como de Bilderberg) cuando con la conspicua liviandad de los poderosos llegó a declarar públicamente que “Algo debe reemplazar a los gobiernos y el poder privado me parece la entidad adecuada para hacerlo”.

Los nuevos Iluminados Estos objetivos parecen haber sido focalizados en otra sociedad secreta cuya influencia y alcances resultan sencillamente inconmensurables: el Consejo de Relaciones Exteriores (de aquí en más, CRE), en cuya nómina vuelven a aparecer algunos de los apellidos que hemos registra registrado do en “ Skull & Bones” y el Grupo Bilderberg. El CRE nació en 1918 y tiene su sede en la ciudad de Washington, dentro del edificio del Fondo Carnagie por la Paz Internacional. Fue creado en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, con la idea de generar una usina de ideas a fin de fortalecer el sistema democrático internacional cuando finalmente el Kaiser fuera derrotado. Entre sus aportantes iniciales se encontraban, cuando no, representantes de las más ilustres familias norteamericanas: Rockefeller, Harriman, Mellon, Khun, Carnegie. Y también algunas personalidades extranjeras, como el magnate sudafricano Cecil Rhodes y, por supuesto, los banqueros europeos Warburg y Rothschild.

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La entidad enuncia objetivos exclusivamente filantrópicos. Sus informes están a disposición de cualquiera en su página web oficial. Poseen un órgano de difusión propio, el periódico Foreign Affairs, y se jactan de ser absolutamente transparentes. Claro que sus acusadores dicen otra cosa. Prestigiosos especialistas, periodistas, analistas políticos y hasta algunos miembros alejados de la organización han sido categóricos en cuanto a qué es verdaderamente el CRE: una corporación secreta dedicada a resquebrajar el orden mundial, para establecer una sociedad global liderada por un núcleo de Gerentes Mundiales que ejerzan el poder a través de la economía y las finanzas. La estrategia para arrastrar a la Humanidad hasta esta situación sería socavar las estructuras democráticas a través de sucesivas crisis económicas, estandarizar la cultura e imponer un sistema financiero absolutamente dependiente de su control. Paralelamente se aseguraría la cohesión social trabajando siempre sobre la idea de un hipotético “enemigo terrorista”. La invocación a un permanente estado de amenaza, permitiría justificar toda clase de acciones de gobierno en nombre de d e la “seguridad nacional” nacional”,, así como también opeo peraciones racion es militares en cualquier país en defensa de una difusa “seguridad global”. Y bajo el amparo de estas argumentaciones, quedaría el camino allanado para intervenciones destinadas a fomentar determinados mercados o intereses económicos (después de todo, los tres pilares de la mafia mundial siguen siendo armas, drogas y medicamentos). odos estos son elementos que el escritor George Orwell supo condensar en su apocalíptica obra 1984 , y que, tras la caída del comunismo, se pueden vislumbrar en muchos de los aspectos que expresa el capitalismo del siglo XXI. Sólo ciudadanos norteamericanos pueden ser miembros del CRE. En sus filas abundan investigadores, académicos, políticos, militares, profesores universitarios de gran prestigio y, sobre todo, altos directivos de d e los medios med ios de comunicación, comuni cación, 134


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grupos financieros y grandes industrias. Un conglomerado de gigantes que llega a sumar 4.200 miembros activos, cuyos intereses inter eses y actividades están diseminados en todas partes del mundo. Siempre están relacionados con las más altas esferas de poder de la región en que se encuentren. encu entren. Con las absolutas garantías que ofrece el poder económico total y una mesa de reunión siempre dispuesta a negociar. Entre sus miembros, a quiénes podíamos encontrar sino a David Rockefeller; Henry Kissinger; Bill Clinton, George Soros; Laurence A. isch, (presidente de la cadena CBS), Colin Powell; Jack Welsh (presidente de General Electric); Condoleezza Rice; W. Tomas Johnson (presidente de la CNN) y Katherine Graham (presidente (presidente del grupo Washington Post, Newsweek e e International Herald ribune). El círculo se cierra con el dato cierto de que miembros del CRE fueron los impulsores de dos instituciones que están presentes en la vida cotidiana de todos los países del mundo y cuyas opiniones y decisiones resultan determinantes en la economía de todas las naciones. Estamos hablando del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Para muchos, estos organismos son la clave del progreso de cualquier país sometido a las reglas del capitalismo. Sin embargo es un hecho irrefutable que algunos Estados están más sometidos que otros, a la luz de las declaraciones de importantes miembros de estas entidades que, por despecho o arrepentimiento, suelen salir a denunciar sus verdaderos ob jetivos tanto tanto como como sus irreparab irreparables les errores. errores. Josephh Stiglitz, Josep Stiglitz, galardon galardonado ado con el Premio Premio No Nobel bel de Economía en 2001, acaso sea una de las figuras más conocidas por el hombre común que ha salido a escandalizar al mundo que con revelaciones que, de ser ciertas, debieran bastar para poner en jaque a todo el sistema financiero. Pero las noticias pasan y los grupos de poder p oder disponen de medios para desviar la atención del ciudadano hacia donde deseen. Stiglitz fue economista en jefe y vicepresidente del Banco Mundial entre 1997 y 2000, hasta que fue forzado a re135


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nunciar por el Jefe de esoro de los Estados Unidos. En su denuncia aseguró que el FMI cometía terribles errores que nunca eran reconocidos ni subsanados. Especialmente, cuestionó la modalidad de ofrecerse como prestamistas internacionales, para luego imponer a los países deudores políticas macroeconómicas que sólo los obligaban a tomar más crédito hasta asfixiar sus economías llevándolos a tremendas crisis sociales, tal como ha ocurrido en los casos de Argentina, México, Brasil, Grecia, etc. En rigor, esta mecánica es ya un secreto a voces, una realidad apenas disfrazada por una sucesión de acusaciones mutuas entre las grandes entidades multinacionales y los gobiernos corruptos que éstas fomentan. Mientras tanto la gente es manipulada deliberadamente en todos los ámbitos posibles, y arrojada a su suerte. El desarrollo tecnológico produce bienes cada vez más sofisticados, que millones de personas no pueden adquirir; se restringe el acceso a la salud y a la educación; la precariedad laboral, o directamente la falta de trabajo se esparcen en forma alarmante. En este mundo cuyos valores sólo se enuncian en las pizarras bursátiles, los muertos por la miseria, la falta de atención médica o la violencia urbana son sólo cifras de estadística. Así se producen crisis en cadena y revueltas que terminan por socavar el sistema democrático. Y como si fuera poco, los bosques, las cuencas acuíferas y demás recursos naturales son devastados sin considerar las enormes pérdidas a futuro, que comprometen la existencia misma de la humanidad. ¿Será todo esto fruto de la torpeza de un conjunto de cerebros afiebrados o se trata de un plan científicamente ejecutado para disolver el concepto de Estado en un mero ente administrador de deudas impagables? El sistema de préstamos del Banco Mundial ha sido repetidamente acusado de usurario y sin embargo sigue vigente. Periódicamente, grandes oleadas de crisis hunden a países periféricos en el caos y la miseria. El poder económico juega una guerra unilateral y silenciosa contra todos los Estados 136


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del mundo, salvo aquellos en los que reposa su capital humano: léase inversionistas y directivos. Estos hacen las veces de una suerte de dictadura económica internacional, que no habrá sistema político capaz de combatir. Porque la política se mueve impulsada por dinero, y el dinero sólo lo tienen ellos. A tan corta distancia es muy difícil determinar si efectivamente vivimos inmersos en una guerra económica, digitada por intereses privados, de la que siempre saldremos perdiendo. O si, en cambio, se trata simplemente de comprender que la naturaleza del sistema capitalista es así, y que el poder hegemónico del dinero ha impregnado para siempre la razón de ser de cualquier sociedad secreta. No existe la insurgencia económica. Apenas estertores de ahogado. La única oposición posible está en los medios de comunicación independientes, en las redes sociales, en las organizaciones no gubernamentales y en todo tipo de asociación o iniciativa que genere un espacio de concientización y debate no contaminado por intereses corporativos o particulares. al vez los dueños del poder ni siquiera sepan que existen estos vehículos o simplemente les hagan reír de costado. Pero no hay que dejarse sorprender. Es imprescindible estar atentos para evitar que todas estas formas de resistencia sean cooptadas o controladas con el fin de adaptar a su propia conveniencia las necesidades de un ser humano del tercer milenio reducido a dos funciones: consumidor y deudor.

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Epílogo

Q     


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Hasta aquí, hemos intentado definir a la masonería desde

lo poco que se sabe con certeza. Es cierto que en su historia existen muchísimos fragmentos nebulosos, la más de las veces intencionadamente. Pero en esos casos nos hemos mantenido en un lugar equidistante de todas las teorías: las conspirativas, las condenatorias, las escépticas o reivindicatorias. La verdad se nos escapa. Se oculta tras puertas cerradas. Se viste con mandiles, capas y coronas de antiguos reyes muertos. Se guarda en oscuros arcones. La verdad parece no tener importancia. El ojo de Horus, enmarcado en un triángulo, nos dice que la verdad de la Masonería no consiste en saber quiénes son, sino qué es lo que ellos ven. El secreto de la Masonería es el secreto del Hombre. Entonces, tal vez sea necesario seguir las huellas humanas. En tal sentido este libro está plagado de ellas, pero sí, son demasiado confusas. Y más allá de lo atribuible a nuestras evidentes limitaciones, las huellas humanas son confusas en sí. Van y vienen, se cruzan, se funden, se confunden. Seguirlas equivale a perderse en una casa laberíntica, un diseño de M.C. Escher en que las escaleras suben pero no bajan, los pasillos se muerden la cola como serpientes, los portales dan al vacío y los techos se aplastan contra el suelo. El hombre es un laberinto, no hay nada más fácil que perderse en él. Hagamos entonces el camino inverso. Abandonemos el lugar del perseguidor e intentemos asumir el rol del perse141


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guido. Y veamos, con ojos de masón, quiénes han sido sus enemigos a lo largo de su historia. al vez en la mirada del cazador encontremos el reflejo de la presa. La masonería ha sido perseguida por la Santa Inquisición y todos los sectores reaccionarios de la Iglesia Católica. Con los años, la nobleza y el clero compartieron el odio a los masones con cualquier tipo de poder totalitario que surgiera sobre la ierra. Así fueron acosados por los partidos de derecha de Francia y Alemania, donde el nazismo les tuvo reservado un lugar en los campos de concentración y en las cámaras de tortura. Al otro lado del mundo, también la policía de Stalin se ocupó de perseguirlos bajo la acusación de ser una “asociación conspirativa pequeño-burguesa”. De tal modo, nazis y comunistas coincidieron en acusar a los masones de ser una “pantalla del judaísmo internacional” y los incluyeron en sus pogroms, casi como un ingrediente adicional. En Israel, en cambio, no han sido abiertamente cuestionados hasta el momento, si bien su voluntad permanente de confraternizar con los hermanos árabes les ha va costado no pocos inconvenientes como boicots, bloqueos o campañas difamatorias. En América Latina fueron sucesivamente atacados por los colonialistas, luego por los esclavistas, más tarde por todas las dictaduras militares. Los masones han sido acusados de todo. Sin embargo, muy rara vez han respondido a esas incriminaciones, y se conoce que jamás han intentado devolver un golpe. ¿A qué se debe entonces tanta obsesión en considerarlos peligrosos? Según Jasper Ridley, un prestigioso historiador británico, dicha aversión se debe a que los masones son vistos como un grupo de clase media privilegiada y pudiente, que no se molesta demasiado en responder a las agresiones de gente a la que consideran inferior. Cualquier otra fraternidad (ya sea de negros, asiáticos, judíos) no vacila en responder a las agresiones, de modo directo o acudiendo a las instituciones que castigan la discriminación. En tal sentido, los masones 142


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están indefensos, pero no parece importarles demasiado. Al fin, y al cabo, como decíamos al principio, ¿qué sentido tiene ocultarse si nadie los persigue?; ¿para qué sirve un secreto si nadie se muere por conocerlo? Las teorías conspirativas sostienen una y otra vez un argumento que tiene algo de certero: los objetivos iniciales de la masonería fueron derrocar a la monarquía y quitarle poder a la Iglesia. Y por cierto, eso en gran medida se ha cumplido. La Iglesia, otrora todopoderosa, ha perdido su supremacía y, si bien sigue poseyendo una fuerte influencia a nivel político y social, ya no puede decidir el destino de nadie, ni enfrentarse a un Estado cara a cara como lo hiciera durante siglos. Lo mismo puede decirse de la nobleza, que hoy día es sólo un grupo de figuras minoritarias, absolutamente decorativas, ostentando un modo de vida desprestigiado y oneroso, que subsiste en los países de Europa pero hace tiempo ha dejado de ser una clase políticamente dominante y tiene, a todas vistas, los días contados. En la misma línea, se afirma que el objetivo de los Illuminati de “establecer un poder único mundial” se ha logrado actualmente a través del mercado globalizado. Como ya hemos visto, según esta teoría los Estados son sólo una pantalla que oculta que en el mundo sólo existen dos países, el de los deudores y el de los acreedores; y quien está fuera del sistema es un paria. Una situación a la que se ha llegado con la poco inocente intervención de poderosas sociedades secretas que digitan la economía mundial. Sociedades cuyo funcionamiento, probablemente, guarde una lejana semejanza con la logística masónica de antaño. Esta última es una posibilidad cierta. Hoy el poder está centralizado en una pequeña franja de seres invisibles que poseen todo el capital, la tecnología y la comunicación, para hacer lo que les plazca y en gran escala. Y sin embargo no dejan de fabricarse armas; nadie se ha propuesto de una vez y para siempre paliar el hambre mundial siquiera con alimen-

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tos sintéticos, los recursos naturales se siguen devastando. No hemos aprendido nada. Pero a la luz de esta última (y lapidaria) conclusión, surgen todavía dos preguntas más que acaso nos permitan, tal como nos propusimos al principio de este capítulo, observar el rostro del masón en los ojos de su perseguidor. ¿Quién es el enemigo hoy día? ¿Quién se le opone? al vez realmente estemos mirando el lado equivocado del asunto. Olvidémonos de los templos, estatuas y símbolos masónicos que aún perduran en las ciudades. Olvidémonos de preguntarnos qué ocurre tras esas puertas labradas en madera. Pensemos en lo que fue la masonería en sus orígenes. Una sociedad de gente inteligente, honesta y voluntariosa que decidió enfrentarse a un poder omnipotente. Dicen los sabios que la única manera de salir de un laberinto es hacerse uno con él. al vez lo que alguna fue la Iglesia y la nobleza hoy lo sean las modernas y gigantescas sociedades secretas que digitan la economía mundial. al vez los masones que se oponen al sistema debamos ser nosotros. Junio, 2014

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Apéndice fotográfico


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L    

De la escuadra y el compás iniciales (arriba), de las antiguas herramientas de labor de los albañiles y maestros de catedrales, los masones fueron derivando todo un sistema de símbolos, condecoraciones e insignias de jerarquía (abajo) que se conservan hasta el presente.


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E  R 

Diversas teorías han atribuido a los masones un papel fundamental en los acontecimientos de 1789, en Francia. Es innegable que parte de la iconografía masónica estuvo presente en documentos oficiales como la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (arriba), precedida por el ojo panóptico, o en cuadros celebratorios posteriores como el célebre de Delacroix, donde la Libertad porta un gorro frigio (abajo).


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E   

El siglo XIX, con el auge de las ideas liberales y su fe en el triunfo de la ciencia (o la luz) por sobre las oscuridades de la religión, fue un período de consolidación de los diversos ritos y corrientes masónicas. Arriba: un certificado acreditando haber pasado por los tres grados en una logia regular. Abajo: un orgullo masón de fines del XIX ataviado con sus prendas ceremoniales.


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La literatura, el cine y hasta cierta exégesis esotérica o conspirativa han vuelto de actualidad el tema de los Caballeros del emplo de Salomón, organización que aún estaría viva, detentaría gran poder y sería dueña de secretos trascendentales para la Humanidad. Arriba: el sello original de la orden: dos hombres en un solo caballo, como símbolo de humildad (izquierda); y el detalle de un códice de la Iglesia donde se los acusa de sodomía (derecha). Abajo: Jaques de Molay, el último Gran Maestre de la orden es condenado a morir en la hoguera.


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E  E U

Arriba: George Washington, su mandil masónico donde cada figura conlleva un significado secreto, y el sello oficial de los Estados Unidos, con la pirámide trunca y el ojo panóptico de los Illuminatti. Abajo: Jimmy Carter y George W. Bush, sólo dos de una galería de presidentes que más allá de su sesgo político, fueron miembros probados de la masonería. Y su ícono más difundido, nuevamente la pirámide y el ojo en el billete de un dólar.

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Arriba: Benito Juárez (1806-1872), figura fundamental de la consolidación republicana de México, fue un notorio masón. Aunque ya el primer presidente del México independiente, Guadalupe Victoria (1786-1843), había sido Gran Maestro de la Gran Logia Nacional Mexicana. Abajo: ceremonia del 15/1/2013, en el Hemiciclo a Juárez y en celebración del Día de la Masonería Mexicana, recordando la fecha en que, en 1847, aquél entró en el Rito Nacional Mexicano.

k s g o e r r o C : o t o F


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L    

Arriba: con su ritual mandil, la pionera, Elizabeth Saint-Leger (1693-1773), miembro de la nobleza irlandesa. Su misterioso ingreso a la masonería fue fundacional. Abajo: María Deraismes (1828-1894), activista francesa por los Derechos de la Mujer, con sus insignia de la masonería (izquierda). Y una masona de épocas más recientes, con todos sus atributos (derecha).


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L  

d u o h r e d n i M . M . M : o t o F

Arriba: sin mandiles ni señales pintorescas, en el Hotel de Bilderberg, Oosterbeek, Países Bajos, se realizó en 1954 la primera Conferencia Bilderberg. Abajo: algunos coronados, sólo algunas de las celebridades (más allá de economistas, magnates y jefes de Estado) que sumaron su aporte a esta nueva sociedad tan poderosa, que ni se plantea ser secreta.

a d n a l o H e d o n i e R : o t o F

Beatriz de Holanda


n e t n a Z n a V : o t o F

h s r a M n a D : o t o F

Príncipe Carlos de Inglaterra: 1986.

Juan Carlos de España, 2004.

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Bibliografía


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Impresos Alba, Yolanda: Masonas. Historia de la masonería femenina. Madrid, Almuzara 2014. Daza, Juan Carlos: Diccionario Akal de masonería. Madrid, Akal, 1997. De la Cierva, Ricardo: La masonería invisible. Una investigación en Internet sobre la masonería moderna. Madrid, Fénix, 2010. Fernández Díaz, Jorge: La Logia de Cádiz. Buenos Aires, Booket, 2008 Ferrer Benimeli, José A.: La masonería. Madrid, Alianza Editorial, 2005. Ridley, Jasper: Los Masones. La sociedad secreta más poderosa de la tierra. Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 2009. Selecciones del Reader’s Digest: “Los últimos misterios del mundo”. Madrid, 1998.

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Material fílmico Rodrigo Vila, Gabriel Sagel, Gustavo Lencina: Sociedades Secretas, la oscura trama del poder ; 4 films: Francmasonería, el imperio secreto Un nuevo orden mundial, los Illuminati de Baviera Estados Masónicos de América Más fuertes que nunca Skull and Bones, el Grupo Bielderberg y el CFR.

Buenos Aires, 2007


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Índice Prólogo

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Capítulo 1 L 

21

Capítulo 2 L 

37

Capítulo 3 E    

47

Capítulo 4 L   P

61

Capítulo 5 A    

75

Capítulo 6: E   

87

Capítulo 7 L        

109

Capítulo 8 121 S   :      Epílogo Q     

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Apéndice fotográfico

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Bibliografía

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El poder masónico

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