ENCUENTROS EN VERINES 2006 Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
EL MUNDO COMO INVENCIÓN Fernando Aínsa «Al Occidente van encaminadas las naves inventoras de regiones», anuncia alborozado Juan de Castellanosen las Elegías dedicadas a Cristóbal Colón en l587 y Indias a principios Hernán Pérez de Oliva escribe una Historia de la invención de las Indias 1 del Siglo XVI . La «cuarta región» del mundo « inventa est per Vespuccio», ratifica por su parte Waldseemulleren la edición del Quattuor Americi Navegationes de 1507. Para Cronistas y poetas América no se descubre: se inventa. Sin embargo, desde un punto de vista geográfico quién inventa es un mentiroso, como recuerda Ernst Bloch en El principio esperanza citando el ejemplo de los viajes fantasiosos del Barón de Münchhausen. Por el contrario, el descubrimiento no admite imaginación y fantasía; a todo lo más se presenta como una invención corregida por «hechos reales». Cuando España descubre América lo hace a partir de su encuentro físico y la devela al mundo como algo real y preexistente. Al hacerla ingresar al espacio del Occidente conocido, incorpora a la historia universal no sólo la nueva realidad descubierta, sino también el pasado, lo que ya era historia americana, tal como la reflejaban las variadas expresiones de culturas y civilizaciones abordadas. En ese sentido, España no «inventa» América, en tanto el continente «ya» existía con anterioridad al l2 de octubre de l492. Lo único que hace es «inventariarla» para mejor conocerlo. Pero nada más ajeno a una invención que un «inventario». Y sin embargo, el encuentro de América sería una excelente oportunidad para la invención: la imaginación, el sueño, el mito, la utopía y la literatura, los temas que nos reúnen aquí, en la Casona de Verines. La invención de de América
Las empresas que tienen ahora signo diferente —inventar y descubrir— fueron durante los siglos siguientes al descubrimiento de América, si no idénticas en el propósito, por lo menos complementarias en la práctica. En ese momento, el homo faber no se distinguía tan claramente del homo contemplativus, como puede parecerlo hoy en día. Se descubría un mundo, pero también se descubría una ley física; se inventaba una región en el seno de un espacio desconocido lleno de «posibilidades reales» para convertirla en un «estado real», pero también se inventaba —como sugieren los alquimistas hasta mediados del siglo XVII— cuando
1
Juan de Castellanos , Elegías de Varones Ilustres de Indias, Barcelona, Biblioteca de Autores Españoles, 1944; tomo IV.
un «gran Maestro» era capaz de ir más allá de las columnas de Hércules derogando la prohibición del Non Plus Ultra. Colón es, pues, el símbolo paradigmático de la «utopía geográfica», el expedicionario que al mismo tiempo que descubre un Nuevo Mundo inventa paraíso donde se preserva la Edad de Oro. A partir de ese instante, el Nuevo Mundo es una «realidad» geográfica que objetiva en su territorio los mitos del imaginario colectivo clásico y medieval: el Edén, el Jardín de las Hespérides, los restos de una Atlántida que brota de las aguas al conjuro del ars inveniendi del que parece investido y desterrando para siempre el temor al mare coagulatum que espantó durante siglos a los más intrépidos i ntrépidos navegantes. navegantes. Invención de un Nuevo Mundo que otros —como Bartolomé de las Casas— consideran auténtica «revelación de Dios», voluntarismo que inscribe el «azar» de un hallazgo en una misión providencial, en un verdadero «destino manifiesto» al que se asocia el propio nombre de Cristóbal Colón: Suele la divina Providencia ordenar, que se pongan nombres y sobrenombres a las personas que señala para servir conforme a los oficios que les determina cometer, según asaz parece por muchas partes de la Sagrada Escritura; y el filósofo en el IV de la Metafísica, dice: «que los nombres deben convenir con las propiedades y oficios de la cosa». 2 Para De las Casas, Cristóbal quiere decir «traedor o llevador de Cristo» del mismo modo que Colón significa «poblador de nuevo», descubridor de «gentes nuevas» y «colonizador» de una «feliz república». Aristóteles y la Biblia le sirven para explicar como Colón, gracias a su nombre y apellido, estaba «determinado a cometer» el descubrimiento de América en nombre del cristianismo. No se podría pedir un nombre y un destino más providencial y manifiesto. Más allá de la «predestinación» «predestinación» con que se ha investido el descubrimiento colombino es bueno recordar que la invención no es nunca espontánea o natural. La invención se provoca, se genera, se busca, aunque el resultado pueda ser muy diferente al originalmente buscado. buscado. Por lo tanto, la revelación de un Nuevo Mundo no es obra del azar. Tiene su origen en una causalidad («necesidad») inaplazable. Si Colón inventa un Nuevo Mundo gracias al «azar» de su hallazgo, existe —pese a su «suerte» o a ese más complejo «saber tener suerte» de que habla Jacques Derrida3— una búsqueda que en su origen era de naturaleza diferente : acceder al extremo oriental de Asia navegando hacia el oeste. El descubrimiento —América— se produce en el marco de otra «empresa de invención» : una ruta inédita más corta para acceder a la especiería. La invención «inesperada» —«ese gigantesco tropezón» de que habla Leopoldo Zea 4— es un resultado de una dimensión mucho mayor que 2
Bartolomé de las Casas, Historia de las l as Indias, citado por Diaz y Gil, América y el viejo mundo , Buenos Aires, Joaquín Gil Editor, 1942, p.83
3
Jacques Derrida, Psyché, Inventions de l'autre, París, Galilée, 1987.. "Le rôle de l'inventeur (ingénieux ou génial, c'est d'avoir précisément cette chance-là. Et pour cela, non pas de tomber par hasard sur la vérité, mais en quelque sorte de savoir la chance, savoir avoir de la chance, reconnaître la chance de la chance, l'anticiper, la déchiffrer, la saisir, l'inscrire dans la charte du nécessaire et faire oeuvre d'un coup de dé" (p.53).
4
Leopoldo Zea, “¿Qué hacer con quinientos años?” Cuadernos Americanos, 11, II, Set/Octubre 1988, México, UNAM, p.127
la vocación original del proyecto. Nada menos que un continente «inédito» para lo que era el simple trazado de una nueva vía marítima para acceder acceder a un destino destino conocido desde los viajes de Marco Polo: las legendarias tierras del Gran Cande Catay y Cipango. La invención legitimada legitimada por la historia
Una vez reconocido y aceptado, el encuentro inesperado del Nuevo Mundo se legitima a través de su incorporación a la historia y de su vertebración en el patrimonio común de la humanidad, que pasa a integrar de pleno derecho. Como a toda invención legitimada, un sistema de convencionalismos asegura a partir de ese momento su preservación en el marco de una herencia que se transmite como una certidumbre indiscutida. La invención individual se socializa, pasando a formar parte de lo existente y del sistema de creencias colectivo. La invención de América pasa a ser parte del «imaginario social» de la época. Las expediciones se multiplican, las leyendas o simples fantasías se repiten en otros espacios y motivan conquistas y emigraciones donde las grandes potencias rivalizan entre sí. Otros descubridores siguen al descubridor inicial. La invención de América se sitúa y localiza en el panorama de lo conocido en Europa, verdadera disposición que fuera señalada agudamente agudamente por Cicerón en su obra De inventione Et res, et verba invenienda sunt, et collocanda, (Libro I, VII), colocación que no sólo supone que «algo» se añade a lo existente, sino que ese algo modifica la propia sustancia de lo conocido. En el encuentro de América, se inventa otro continente al mismo tiempo que la nueva realidad se integra (se dispone) en el mundo de la época para modificarlo en forma sustancial. La redisposición de lo conocido a partir de la invención no se produce sin dificultades. El ars inveniendi y el ordo inveniendi que lo sucede necesitan de ajustes y desmentidos, porque la invención que instaura nuevas realidades, inevitablemente desborda, niega o trasgrede lo conocido con anterioridad. La invención lleva en sí un dispositivo de desestabilización, perturbación y subversión del orden aceptado, cuya intensidad se mide en función de la capacidad innovadora que conlleva. Basta pensar en los efectos que produce en Europa el descubrimiento de América, inscripción en la historia de la humanidad que desmantela una buena parte de la «visión del mundo» de la época. Esta reordenación explica en buena parte la renovada actualidad de mitos perimidos y el surgimiento de la utopía como género, que acompaña la socialización de la invención original. A través de ellos la Europa del Renacimiento, renace» y se reinventa a partir de la invención de América. La Edad de Orodel pasado se reinstaura en el presente, el cristianismo primitivo e incontaminado de sus primeros tiempos revive en la acción utópica misionera, el Paraíso perdido se reencuentra en el «edenismo», la Arcadia clásica reverdece en tierra americana, las olvidadas Amazonas de Tracia pueblan la selva continental de América del Sur. Los mitos se reinventan —«renacen»— como una consecuencia directa de la propia invención del Nuevo Mundo. La invención del otro como creación, alegoría, leyenda, fábula, o simple mentira inscribe, poco a poco, el Nuevo Mundo en el ideal de un deber ser, mítico primero, utópico luego. Esta idealidad se contrapone al ser empírico que la invención americana va ratificando al mismo tiempo en el inventario de la nueva realidad abordada, vocación etnológica avant la lettre de Cronistas y padres misioneros que integra y completa en gramáticas indígenas y detalladas descripciones descripcion es el «soñar «soñar despierto» de la utopía. Porque es bueno recordar que el discurso utópico tiene su génesis en el descubrimiento de la otredad americana y en el principio de la «realidad alternativa posible» que le ofrece la alteridad de un continente inédito, lejos de la proyección escatológica medieval —la «ciudad de los hombres» opuesta a la Civitas Dei— y
cerca de la esperanza de construir «el paraíso en la tierra» que ambicionan los Príncipes del Renacimiento. Esta reflexión especular entre lo real y lo imaginario de Crónicas y Relaciones, tensión entre el ser y el deber ser americano se manifiesta en siglos sucesivos en el marco de diferentes modelos estéticos, ideológicos y utópicos y se prolonga hasta hoy en día en el discurso ensayístico e histórico del continente. Basta pensar en obras como No hay tal lugar y Ultima Tule de Alfonso Reyes y La utopía de América de Pedro Henríquez Ureña Los signos imaginarios imaginarios del descubrimiento descubrimiento
A partir del siglo XVII inventar supone incorporar nuevos objetos a un catálogo de invenciones, cuyas «patentes» y «registros de la propiedad» inscriben legalmente el nombre y el apellido de sus inventores respectivos, en general considerados como «técnicos» y más tarde científicos o «industriales». Con Descartes y Leibniz la acción de inventar se «tecnologiza». El descubrimiento, el hallazgo o el encuentro de América, ya no puede ser considerado una invención. Sin embargo, en forma simultánea a la invención investida de credenciales científicas, la invención significa «fabulación». Inventar significa también fabular, imaginar algo que no es verdadero, privilegio de poetas y mentirosos, que se reparten ambiguamente la gloria de elaborar el mapa de la geografía mítica y utópica americana, lejos de la pretendida «invención «invención de la verdad» de Cristóbal Colón La geografía, la historia y la literatura han forjado a través de los siglos una visión entrelazada de lo americano, cuyo deslinde por disciplinas no puede ser indiferente a la complejidad cultural resultante. La importancia de lo imaginario que precede al descubrimiento, la prefiguración inventiva en que se objetiva resulta fundamental para comprender la intensidad del encuentro de los dos mundos. Los indicios de la existencia de «una cuarta región del mundo» preceden el encuentro de América en casi dos mil años y pueden ser rastreados en leyendas, crónicas de viajes extraordinarios de la antigüedad, mitos clásicos y fábulas medievales, en los versos premonitorios de poetas y en las especulaciones inventivas de cartógrafos y astrónomos. El propio Colón los enumera, confronta con la realidad y comenta en su obra de madurez, el Libro de las Profecías (1501), cuando ya ha cobrado conciencia de haber descubierto un Nuevo Mundo. Allí recapitula el vaticinio del coro de Medea en la tragedia de Séneca, los pasajes bíblicos que hablan de las ciudades de la ínsula de Ophir, como parte de ese «centón de pasajes de la Biblia y de los Padres de la Iglesias que hablan del fin del mundo y de la previa conversión de todos los pueblos a la fe, o que hacen mención de Ofir, Tarsis y Quetim, que el Almirante identificaba con la Española, o de las «islas del mar», aplicadas ahora a las Indias recién descubiertas»5. Poco antes, en el curso de su tercer viaje en 1498, Colón cree haber encontrado el paraíso terrenal en la zona de la desembocadura del río Orinoco: «Más yo muy asentado tengo el ánima que allí es el Paraíso Terrenal» 6. En el rastreo de esos indicios y presentimientos surgen las referencias a lugares descubiertos por intrépidos navegantes, tierras legendarias que aparecen en tradiciones y diferentes culturas con nombres diversos, pero con un fondo casi idéntico. También aparecen en el espacio y tiempo del «anhelo», donde se ha refugiado y preserva el tiempo dorado de los orígenes o el escenario incontaminado 5
Cristóbal Colón, “Libro de las Profecías”, Textos y documentos completos, prólogo y notas de Consuelo Varela, Madrid, Alianza Universidad, 1982, p.261.
6
Cristóbal Colón, “Relación del Tercer Viaje” (1498)”, Textos y documentos, o.c., p.220.
del Paraíso terrestre pagano o cristiano. Basta pensar en los mitos de la Edad de Oro, la Tierra prometidalas Islas Bienaventuradasespacios donde subsiste la felicidad y la armonía inicial de la humanidad en su estado puro. Sociedades ideales, climas perfectos, cosechas abundantes, árboles cargados de frutos diversos y hombres llegando a viejos sin esfuerzo ni trabajo, aparecen en muchas de las prefiguraciones de los espacios y tiempos ideales del imaginario occidental. Fábulas, como la del país de Jauja o de Cucaña lo hacen a nivel popular; elaboraciones estéticas como la Arcadia en la literatura; la preocupación por localizar el Paraíso terrestre en la religión. En el transcurso de los siglos que separan la Antigüedad clásica del encuentro de América, la cartografía mítica y fantástica sitúa estos espacios hacia el Oeste de Europa. Incluso el Paraíso Terrenaldel Génesis cuyos signos bíblicos, a diferencia de los Paraísos paganos greco-romanos y celtas, se localizan hacia el Oriente, resulta accesible por el occidente desde el momento en que se acepta el principio de la esfericidad de la tierra. Dante lo sitúa directamente en la cumbre de la isla del purgatorio que emerge en el Atlántico sur. El misticismo geográfico, geográfico, el espíritu de aventura que impulsa a los viajeros, —lo que Ernst Bloch llama «las utopías geográficas»— las versiones fantasiosas sobre territorios lejanos, se mezclan con las discusiones de astrónomos y cartógrafos sobre las dimensiones reales del planeta. La necesidad de abrir rumbos hacia los países legendarios del occidente no ofrece dudas. Se habla de la Cuarta Parte del mundo como de una certeza que sólo falta comprobar. Por ello Alfonso Reyes sostiene que América fue una «región deseada antes de ser encontrada», porque «solicitada ya por todos los rumbos comienza comienza antes de de ser un hecho hecho comprobado, comprobado, a ser ser un presentimiento a la vez científico y poético» 7. El descubrimiento de América no es, pues, obra del azar. «Europa la descubre porque la necesita», llega a afirmar Leopoldo Zea. Los ideales que el hombre necesita para vivir deben estar situados en la tierra, en una «nueva tierra», en una tierra desconocida donde todo sea todavía posible, aunque se pregunten como el recordado Reyes «Ya tenemos descubierta a América. ¿Qué haremos con América?» : A partir de ese instante el destino de América - cualesquiera sean las contingencias y los errores de la historia - comienza a definirse a los ojos de la humanidad como posible campo donde realizar una justicia más igual, una libertad mejor entendida, una felicidad más completa y mejor repartida entre los hombres, una soñada república, una Utopía 8. Se sospecha entonces que, contra toda teoría cientificista, el descubrimiento no destierra la imaginación, sino que, por el contrario, la excita y la motiva. Le da la certidumbre y la razón de la que la pura fantasía carece. Apenas descubierta, la imaginación convierte a América en esa Tierra Prometida buscada desde tiempos inmemoriales.
7
Alfonso Reyes, Ultima Tule, Obras completas, Tomo Xl, p. 29, México, Fondo de Cultura Económica; l960.
8
Alfonso Reyes, Ultima Tule, obra citada, p.57.
América como como contra-imagen contra-imagen de Europa
El encuentro del Nuevo Mundo es también el resultado y la culminación de un presentimiento y un «soñar despierto» presente en el imaginario clásico y medieval. Ese deseo y esa necesidad orientan la invención y construcción de espacios que deberían ser primordialmente la contraimagen, el reverso de la realidad europea. Su estudio, desde la perspectiva del descubrimiento de América, resulta ilustrativo, porque todos ellos conforman, conjunta o separadamente, separadamente, integrados o adaptados con tradiciones precolombinas, precolombinas, la primera visión que Europa elabora del Nuevo Mundo. Por esta razón, no es exagerado decir que la primera representación de la América real y descubierta se forja con las imágenes, símbolos y arquetipos que preceden su descubrimiento. Los espacios de la invención convergen desde diversas direcciones en la objetivación del territorio americano para investirlo con las virtudes que se «anhelaba», al decir de Bloch, encontrar desde tiempos inmemoriales en algún lugar desconocido del planeta. En vez de desmentirse en la confrontación con la realidad del Nuevo Mundo, los mitos y leyendas del pasado sobre «otros mundos posibles» se actualizan. Así, la Edad de Oro que se creía definitivamente perdida illo tempore reaparece en el nuevo espacio gracias a su aislamiento e incomunicación, lejos de la degradación de la historia en la Edad de Hierro que imperaba en Europa. Los espacios imaginarios del Paraíso terrestre y del país de Cucaña se reconocen en la abundancia, en el clima y en la vida apacible del Nuevo Mundo. Plantas y animales se confrontan con la Historia Natural de Plinio. El mito, en vez de desaparecer sumergido en la realidad del territorio conquistado, renace, crece y se transforma. A veces cambia de escenario y se hace ubicuo (El Doradolas Amazonasla Fuente de Juvencia); otras, simplemente, es releído y, por lo tanto, reinterpretado, desde la perspectiva del Nuevo Mundo, como la Atlántida del diálogo Critias de Platón Haber descubierto América no detiene la invención que había poblado los mapas de lo desconocido en la antigüedad y en la Edad Media con la imaginación de Occidente. Por el contrario, la excita y parece darle pruebas tangibles para seguir justificando la búsqueda del espacio ideal. i deal. La invención, en lugar de desmentirse, se respalda con el descubrimiento. Basta pensar en el número de expediciones que planean las coronas española y portuguesa, pero también los ingleses, alemanes, holandeses y franceses, en búsqueda de lo que hoy parecen quimeras: encontrar la Fuente de Juvencia el reino del Padre Juan las Siete Ciudades la Sierra de Plata el País de la Canela la Ciudad de los Césares el Rey Blanco El Dorado y el País de las Amazonas Buena parte de los descubrimientos y exploraciones de vastos territorios de América del Norte y del Sur se hacen en nombre de mitos que parecían certidumbres. La historia de la frustrada decepción que sigue a cada expedición es, en buena parte, la de la expansión y fundación del imperio español. La invención confirmada confirmada
El imaginario colectivo occidental transportó al mismo tiempo a territorio americano ciudades y proezas de libros de caballería, catálogos de zoología fantástica y de botánica aplicada, olvidadas leyendas y tradiciones. Durante los años que siguen al descubrimiento, la atención de cronistas y acompañantes de conquistadores se concentra en la verificación de esos mitos y en su adaptación americana. El a priori del Nuevo Mundo, tal como había sido imaginado inventivamente, impregnó la descripción de la realidad realidad develada. Buena Buena parte de la fantasía del viaje imaginario de Sir John Mandevillepublicado alrededor de 1355, algunas de las «maravillas« de
los viajes de Marco Polo otras de las fantasía de las Etimologías de San Isidoro de Sevilla las tierras legendarias de los libros de caballería parecen comprobarse en el Nuevo Mundo. Bernal Díaz del Castillo, al llegar con Hernán Cortés a Tenochtitlán y descubrir los blancos edificios de la capital del imperio azteca levantados en una florida laguna, creyó «ver las maravillas de Amadís de GaulaGonzalo Fernández de Oviedo afirmó que las Antillas en que desembarcó eran las Islas Hespérides las leyendas situabas en el límite occidental de la tierra a cuarenta días de navegación de las Islas Gorgonas(Islas del Cabo Verde) y en las cuales estaría preservada la Edad de Oro paradisíaca. Por su parte, el Padre Acosta en la obra De Natura Novi Orbis —que Alejandro Humboldt reconociera como la base de la moderna geografía americana— explicó el origen de las migraciones humanas hacia el Nuevo Mundo y la diversidad de la flora y la fauna del continente a partir del Arca de Noé del Génesis Juan de Cárdenas respalda el inventario de su obra Problemas y secretos maravillosos de las Indias (1591) con referencias a Plinio, Avicena y Discórides. Los ejemplos pueden multiplicarse, pero lo importante es subrayar en los ya mencionados el esfuerzo consciente por explicar el Nuevo Mundo a través de categorías que lo preexisten y hacerlo inteligible a los demás sin transgredir los principios de la invención que lo había precedido. «Los españoles —sostiene Claude Levy Strauss— no tratan de adquirir nuevas nociones en América, sino más bien verificar antiguas leyendas : las profecías del Antiguo Testamento, los mitos grecolatinos como la Atlántida y las Amazonas, las leyendas medievales con el Reino del Padre Juany la Fuente de Juvencia» 9. Este esfuerzo de adecuación de la realidad a un imaginario que la precede da como resultado una visión irreal de América que se transmite y se repite en los años que siguen al descubrimiento y conquista. Muchos de esos caracteres, algunos ambivalentes y contradictorios, superviven en las ideas sucesivas que se repiten sobre América y lo americano y se ponen de manifiesto en la representación, cuando no el estereotipo, de lo que se entiende en la actualidad por identidad latinoamericana.. Lugares comunes sobre América —el continente «nuevo» y del «futuro», la «juventud» del Nuevo Mundo, el territorio lleno de «posibilidades», la tierra de lo «real maravilloso» o del «realismo mágico»— se repiten no sólo por los europeos desde visiones lejanas y esquemáticas, sino por los propios latinoamericanos. La idea sobre el «destino manifiesto» al al que se cree predestinado el continente o el voluntarismo con que se reivindica el derecho a una auténtica utopía americana, marcan la tensión entre la realidad y la América idealizada, aunque la realidad cotidiana hecha de desigualdad social, miseria, injusticia, dependencia, inestabilidad y explotación la siga desmintiendo. Un nuevo vivero de imágenes
«América no era otra cosa que el ideal de Europa. En el Nuevo Mundo solo quería ver lo que había deseado que fuera Europa» ha escrito Leopoldo Zea 10. En ese territorio virgen y sin historia, aunque civilizaciones milenarias probaran ostensiblemente lo contrario, se podría (mejor aún, se debería) rehacer el mundo occidental. El futuro americano se tiñe desde su incorporación a la historia universal con las nostalgias del pasado europeo. Nostalgia que no es otra que : 9
Citado por Marianne Mahn–Lot, La découverte de l'Amérique, París, Flammarion, l970, p. 90.
10
Zea, Leopoldo; América en la historia. Madrid, Revista de Occidente,1970; pag.15
La disposición de espíritu que reencuentra por vías mentales los sentimientos y los estados estados de alma alma ya conocidos, conocidos, es decir, lo vivido en lo imaginario colectivo europeo 11. En cierto modo, Occidente no habría emprendido el descubrimiento de un Nuevo Mundo, sino «un retorno a sus orígenes orientales más allá de las aguas primordiales del Océano» 12. La Edad de Oro y el Paraíso terrestreque creyeron encontrar no hizo más que exorcisar la verdadera realidad. Gracias a la intensidad de esa evocación nostálgica, América pudo aparecerse como la suma de las perfecciones, como una auténtica Tierra de Promisión Por la simple terapia de la lejanía que facilitaba la ruptura de cruzar el Océano Atlántico, el pasado volvía a ser posible en el futuro, repetición cíclica de un tiempo perdido que el descubrimiento de América actualiza. El mito de la Tierra Prometidase alimenta de esta idea y juega un papel fundamental en la representación del Nuevo Mundo que se forjan pioneros y emigrantes, no sólo en el período colonial, sino hasta nuestros días.. En nombre de «la invención de América», sueños sociales colectivos europeos tomaron consistencia en el Nuevo Mundo y se organizaron en conjuntos coherentes de ideas-imágenes, muchas veces contradictorias entre sí : la cruz que revive el Paraíso terrestrese ve confrontada a la espada que busca el Dorado; el ocio y la abundancia de Jauja al severo principio bíblico de «ganarás el pan con el sudor de tu frente» en el que creían los l os constructores de la Nueva Jerusalénen tierra americana. Lo que importa subrayar es que América, a partir de su descubrimiento, se convierte en «un nuevo vivero de imágenes», utilizando la feliz metáfora de Lezama Lima: «Desde su incorporación a la historia occidental, el Nuevo Mundo entrelaza íntimamente el mito clásico y la nueva utopía» 13. Porque, si bien «no se puede entender América si se olvida que somos un capítulo de la historia de las utopías europeas» —como ha escrito Octavio Paz— estudiar la utopía supone, estudiar además una forma de permanencia de antiguos mitos. Porque son justamente los mitos europeos transplantados a América los que permiten el nacimiento de la utopía renacentista. La construcción construcción de la utopía
Los relatos y crónicas americanas que llegan a la convulsionada Europa de la época influyeron directamente directamente en los autores de lo que fue un nuevo género género —el utópico— a partir de la publicación de Utopía en l5l6. El propio Moro habría tenido en cuenta De Orbe Novo de Pedro Martir publicado en 1511 y las cartas de Américo Vespucci reunidas en el Quattuor Navigationesque circulaban en Europa en esos mismos años. La alteridad americana propiciaba una reflexión sobre un otro posible, alternativa a 11
"Utopie: cocagne et ^age d'Or" por Alexandre Cioranescu, revista Diogène No 75, Unesco/CIPHS, París,l971; pag, 86-l74
12
Jean Servier, Histoire de l'utopie (París, Gallimard, 1967); pag.122
13
En América, en los primeros años de la conquista —recuerda José Lezama Lima— «la «la imaginación no fue "la loca de la casa" sino un principio de agrupamiento, de reconocimiento y legítima diferenciación». El Cronista de indias lleva la novela de caballería al paisaje. Flora y fauna son objeto de reconocimiento en relación con los viejos bestiarios, fabularios y libros sobre las plantas mágicas. La imaginación va estableciendo las semejanzas. (José Lezama Lima, La expresión americana, Santiago de Chile, Ed. Universitaria, l969).
lo existente que se presentaba como una construcción racional y elaborada y no únicamente como la transposición de los mitos clásicos que acompañaban el proceso. El género utópico se difunde al mismo tiempo que la conquista de América se acelera. Uno y otro se acompasan, en un progresivo movimiento pendular entre teorías sobre mundos imaginarios y lo que fue la práctica de la conquista y la colonización. América vive entre las geométricas conceptualizaciones sobre países de «ninguna parte», «nuevas Atlántidas«Oceanías«Ciudades del So» y las expediciones que se multiplican a los rincones más aislados del continente, muchas veces tras las huellas de un mito o de una leyenda. Mito y utopía superviven en experiencias paralelas, tangenciales o superpuestas y pueden reconocerse en diversos momentos de la historia del siglo XVl. Aunque los textos de la antigüedad clásica, medieval y religiosa, siguen estando en el origen de muchos descubrimientos, va siendo cada vez más evidente que la nueva discusión que se instaura con el encuentro de un Nuevo Mundo gira alrededor de como organizarlo y administrarlo. Utopía que es, antes que nada, una formulación teórica y orgánica de una sociedad ideal al modo como lo había sido La República de Platónsustituye poco a poco, los mundos imaginados a priori. El mundo ideal no existe per se. La otra realidad hay que construirla con esfuerzo a partir de un proyecto. El mito clásico y la escatología cristiana que suponían otro mundo existente en alguna parte y al que únicamente habría que acceder por la revelación del lugar donde se esconde, ceden a la propuesta de la construcción utópica. «Se trata del hombre que juega a ser Dios, no del hombre que sueña con un mundo divino», ha resumido Raymond Ruyer 14. No es exagerado decir que gracias al encuentro de un Nuevo Mundo el hombre occidental desarrolla la condición demiúrgica y antropocéntrica que descubre con el Renacimiento. Desde el momento de la irrupción del discurso utópico, el sentido de la búsqueda original del Paraíso terrestre cambia radicalmente de contenido, aunque la intención siga siendo la misma. Ya no se trata de recuperar los restos de una Edad de Oropreservada por milagro en algún rincón americano. Con la utopía se apuesta al futuro a partir de un territorio nuevo, pleno de posibilidades. Se trata de organizar una sociedad ideal, con seres humanos reales y de recoger el desafío práctico de oponer a la conquista puramente militar y al dominio indiscriminado del nativo, una sociedad alternativa justa e igualitaria, lejos de la corrompida Europa. De allí el interés que provoca el descubrimiento de América. En lugar de terminar el proceso de búsqueda del Edén, la verdadera empresa de instauración de la utopía recién comienza. «El hombre con su mano puede crear una segunda naturaleza», afirma Fray Luis de Granada La utopía transfiere al hombre el deber y la responsabilidad responsabilidad de transformar el mundo, privilegio que había sido en el pasado exclusividad de los dioses. El hombre puede hacer todo, prever y, sobre todo, organizar la nueva realidad. El proyecto utópico será, por lo tanto, esencialmente organizativo. Establecerá sus fines últimos con sus propios medios. Pero esta ya son otras modalidades de la invención utópica de la realidad, lejos del desconcierto inicial del encuentro de dos mundos que propicia Cristóbal Colón, tan diversos en sus orígenes, pero tan ligados en su destino a partir de 1492.
14
Raymond Ruyer, L'utopie et les utopies, París, PUF, l950 p.9.