Acta del martirio de San Policarpo de Esmirna (año 155 d.C.)
San Policarpo de Esmirna
En Esmirna el año 155 d.c. La Iglesia de Dios, establecida en Esmirna, a la Iglesia de Dios, establecida en Filadelfia, y a todas las partes de la Iglesia santa y católica extendida por todo el mundo; que la misericordia, la paz y el amor de Dios Padre y Nuestro Señor Jesucristo sobreabunde en vosotras.
Os escribimos relatándoos el martirio de nuestros hermanos, y, en especial, del bienaventurado Policarpo, Policarpo, quien, con el sello de su fe, puso fin a la persecución de nuestros enemigos. Todo lo sucedido fue ya anunciado por el Señor en su Evangelio, en el cual se halla la regla de conducta que hemos de seguir. Según, El, por su permisión, fue entregado y clavado en la cruz c ruz para salvarnos. Quiso que le imitáramos, y El fue el primero de entre los justos que se puso en manos de los malvados, mostrándonos de ese modo el camino que habíamos de seguir, y así, habiéndonos precedido El, no creyéramos que era demasiado exigente en sus preceptos. Sufrió El el primero lo que nos encargó a nosotros sufrir. Se hizo nuestro modelo, enseñándonos a morir, no sólo por utilidad propia, sino también por la de nuestros hermanos.El martirio, a aquellos que le padecen, les acarrea la gloria celestial, la cual se consigue por el abandono de las riquezas, los honores e incluso los padres.
¿Acaso tendremos por demasiado el sacrificio que hacemos a tan piadoso Señor, cuando sabemos que sobrepuja con creces lo que El hizo por sus siervos, a los que éstos pueden hacer por El? Por tanto, os vamos a narrar los triunfos de todos nuestros mártires, tal como nos consta que tuvieron lugar, su gran amor para con Dios y su paciencia en soportar los tormentos. ¿Quién no se llenará de admiración al considerar cuán dulces les eran los azotes, gratas las llamas del eculeo, amable la espada que los hería y suaves las brasas de las hogueras? Cuando corriendo la sangre por los costados, con las entrañas palpitantes a la vista, tan constantes estaban en su fe, que aunque el pueblo conmovido no podía contener las lágrimas ante tan horrendo espectáculo, ellos solo estaban serenos y tranquilos. Ni siquiera se les oía un gemido de dolor; y así como habían aceptado con alegría los tormentos, del mismo modo los toleraban con fortaleza. A todos los asistía el Señor en los tormentos, no sólo con el recuerdo de la vida eterna, sino también templando la violencia de los dolores, para que no excediesen la resistencia de las almas. El Señor les hablaba interiormente interiormente y les l es confortaba, poniéndoles ante los ojos las coronas que les esperaban si eran constantes; e ahí el desprecio que hacían de los jueces, y su gloriosa paciencia. Deseaban salir de las tinieblas de este mundo para ir a gozar de las claras moradas celestiales; contraponían contraponían la verdad a la mentira, lo terreno a lo celestial, lo eterno a lo caduco Por una hora de sufrimientos les esperaban esperaban goces eternos. El demonio probó contra ellos todas sus artes; pero la gracia de Cristo les asistió como un abogado fiel. También Germanico, con su valor, infundía ánimos a los demás. Habiendo sido expuestos a las fieras, el procónsul, movido de compasión, le exhortaba a que tuviese piedad al menos de su tierna edad, si le parecía que los demás bienes no merecían ser tenidos en consideración consideración.. Pero él hacía poco caso de la compasión que parecía tener por él su enemigo y no quiso aceptar el perdón que le ofrecía el juez injusto; muy al contrario, el mismo azuzaba a la fiera que se había lanzado contra el, deseoso de salir de este mundo de pecado. Viendo esto el populacho, quedó sorprendido de ver un ánimo tan varonil en los cristianos. Luego todos gritaron: gritaron : "Que se castigue a los Impíos y se busque a Policarpo”.
En esto, un cristiano, llamado Quinto, natural de Frigia, y que acababa de llegar a Esmirna, él mismo se presentó al sanguinario Juez para sufrir el martirio. Pero la flaqueza fue mayor que el buen deseo. Al ver venir hacia sí las fieras, temió y cambió de propósito, volviéndose de la parte del demonio, aceptando aquello contra lo que iba a luchar. El procónsul, con sus promesas, logró de él que sacrificara. En vista de esto, creemos que no son de alabar aquellos aquellos hermanos que se presentan voluntarios a los suplicios, sino mas bien aquellos que habiéndose ocultado al ser descubiertos, son constantes en los tormentos. Así nos lo aconseja el Evangelio, y la experiencia lo demuestra, porque éste que se presentó, cedió, mientras Policarpo, que fue prendido, triunfó. Habiéndose enterado Policarpo, hombre de gran prudencia y consejo, que se le buscaba para el martirio, se ocultó. No es que huyera por cobarde, sino más bien dilataba el tiempo del martirio. Recorrió varias ciudades, ciudades, y como los fieles le dijesen que se diese más prisa, y se ocultase prontamente, él no se preocupaba, como si temiera alejarse del lugar del martirio. Al fin se consiguió que se escondiese en una granja. Allí, noche y día, estuvo pidiendo al Señor le diera valor para sufrir la última pena. Tres días antes de ser prendido le fue revelado su martirio. Parecióle que la almohada sobre la que dormía estaba rodeada de llamas. Al despertarse el santo anciano dijo a los que con él estaban que había de ser quemado vivo. Cambió de retiro para estar más oculto, mas apenas llegó al nuevo refugio llegaron también sus perseguidores. Estos buscaron largo rato y no hallándole cogieron a dos muchachos y los azotaron hasta que uno de ellos descubrió el lugar en que se hallaba oculto Policarpo. No podía ya ocultarse aquel a quien esperaba el martirio. El jefe de Policía de Esmirna, Herodes, tenía gran deseo de presentarle en el anfiteatro, para que fuese imitador de Cristo en la Pasión. Además, ordenó ordenó que a los traidores se les recompensara como a Judas.
Armado, pues un pelotón de soldados de a caballo, salieron un viernes antes de cenar en busca de Policarpo, con uno de los muchachos a la cabeza no como para prender a un discípulo de Cristo, sino como si se tratara de algún famoso ladrón. Encontráronle de noche oculto en una casa Hubiera podido huir al campo, pero cansado como estaba, prefirió presentarse él mismo a esconderse de nuevo, porque decía. "Hágase la voluntad de Dios; cuando El lo quiso me escondí, y ahora que El lo dispone, lo deseo yo también". Viendo, pues, a los soldados, bajo adonde ellos estaban y les habló cuanto su debilidad se lo permitió y el Espíritu de la gracia sobrenatural le inspiró. Admiraban los soldados ver en él, a sus años, tanta agilidad y de que en tan buen estado de salud le hubieran encontrado tan pronto. En seguida mandó que les prepararan la mesa, cumpliendo así el precepto divino, que encarga proveer de las cosas necesarias para la vida aun a los enemigos. Luego les pidió permiso para hacer oración y cumplir sus obligaciones para con Dios. Concedido el permiso, oró por espacio de dos horas de pie, admirando su fervor a los circunstantes y hasta a los mismos soldados. Acabó su oración, pidiendo a Dios por toda la iglesia, por los buenos y por los malos, hasta que llegó el momento de recibir la corona de la justicia, que en todo momento había guardado […] Al entrar en el anfiteatro se oyó una voz del cielo que decía: "Sé fuerte, Policarpo". Esta voz sólo la oyeron los cristianos que estaban en la arena, pero de los gentiles nadie la oyó. Cuando fue llevado ante el palco del procónsul, confesó valerosamente al Señor, despreciando las amenazas del juez. El procónsul procuró por todos los medios hacerle apostatar, diciéndole tuviera compasión de su avanzada edad, ya que parecía no hacer caso de los tormentos. "¿cómo ha de sufrir tu vejez -le decía- lo que a los jóvenes espanta? Debe jurar por el honor del César y por su fortuna. Arrepiéntete y di: "Mueran los impíos". Animado el procónsul, prosiguió: "Jura también por la fortuna del César y reniega de Cristo". "Ochenta y seis años ha respondió Policarpo- que le sirvo y jamás me ha hecho mal; al contrario, me ha colmado de bienes, ¿cómo puedo odiar a aquel a quien siempre he servido, a mi Maestro, mi Salvador, de quien espero mi felicidad, al que castiga a los malos y es el vengador de los justos?" Mas como el procónsul insistiese en hacerle jurar por la fortuna del César , él le respondió: "¿Por qué pretendes hacerme jurar por la fortuna del César? ¿Acaso ignoras mi religión? Te he dicho públicamente que soy cristiano, y por más que te enfurezcas, yo soy feliz. Si deseas saber qué doctrina es ésta, dame un día de plazo, pues estoy dispuesto a instruirte en ella si tú lo estás para escucharme" . Repuso el procónsul: "Da explicaciones al pueblo y no a mi ".
Respondióle Policarpo: "A vuestra autoridad es a quien debemos obedecer, mientras no nos mandéis cosas injustas y contra nuestras conciencias. Nuestra religión nos enseña a tributar el honor debido a las autoridades que dimanan de la de Dios y obedecer sus órdenes. En cuanto al pueblo, le juzgo indigno, y no creo que deba darle explicaciones: lo recto es obedecer al juez, no al pueblo" . -"A mi disposición están las fieras, a las que te entregaré para que te hagan pedazos si no desistes de tu terquedad" , dijo el procónsul. -"Vengan a mi los leones -repuso Policarpo- y todos los tormentos que vuestro furor invente; me alegrarán las heridas, y los suplicios serán mi gloria, y mediré mis méritos por la intensidad del dolor. Cuanto mayor sea éste, tanto mayor será el premio que por él reciba. Estoy dispuesto a todo; por las humillaciones se consigue la gloria ". -"Si no te asustan los diente de las fieras, te entregaré a las llamas". -"Me amenazas con un fuego que dura una hora, y luego se apaga y te olvidas del juicio venidero y del fuego eterno, en el que arderán para siempre los impíos. ¿Pero a qué tantas palabras? Ejecuta pronto en mi tu voluntad, y si hallas un nuevo género de suplicio, estrénalo en mi" . Mientras Policarpo decía estas cosas, de tal modo se iluminó su rostro de una luz sobrenatural, que el mismo procónsul temblaba. Luego gritó el pregonero por tres veces: "Policarpo ha confesado que es cristiano". Todo el pueblo gentil de Esmirna, y con él los judíos, exclamaron: " Este es el doctor de Asia, el padre de los cristianos, el que ha destruido nuestros ídolos y ha violado nuestros templos, el que prohibía sacrificar y adorar a los dioses; al fin ha encontrado lo que con tantos deseos decía que anhelaba". Y todos a una pidieron al asiarca Filipo que se lanzara contra él un león furioso; pero Filipo se excusó, diciendo que los juegos
habían terminado. Entonces pidieron a voces que Policarpo fuera quemado vivo. Así se iba a cumplir lo que él había anunciado, y dando gracias al Señor, se volvió a los suyos y les dijo: "Recordad ahora, hermanos, la verdad de mi sueño".
Entre tanto, el pueblo […] acude corriendo a los baños y talleres en busca de leños y sarmientos. Cuando estaba
ardiendo la hoguera, se acercó a ella Policarpo, se quitó el ceñidor y dejó el manto, disponiéndose a desatar las correas de las sandalias, lo cual no solía hacer él, porque era tal la veneración en que le tenían los fieles, que se disputaban este honor por poder besarle los pies. La tranquilidad de la conciencia le hacía aparecer ya rodeado de cierto esplendor aun antes de recibir la corona del martirio. Dispuesta ya la hoguera, los verdugos le iban a atar a una columna de hierro, según era costumbre, pero el Santo les suplicó, diciendo: "Permitidme quedar como estoy; el que me ha dado el deseo del martirio, me dará
también el poder soportarlo; El moderará la intensidad de las llamas” . Así, pues, quedó libre; sólo le ataron las manos atrás y subió a la hoguera. Levantando entonces los ojos al cielo exclamó: " Oh, Señor, Dios de los Ángeles y de los Arcángeles, nuestra resurrección y precio de nuestro pecado, rector de todo el universo y amparo de los justos: gracias te doy porque me has tenido por digno de padecer martirio por ti, para que de este modo perciba mi corona y comience el martirio por J es ucri s to en unidad del Espíritu Santo; y así, acabado hoy mi sacrificio, veas cumplidas tus promesas. Seas, pues bendito y eternamente glorificado por Jesucristo Pontífice omnipotente y eterno, y todo os sea dado con él y el Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén". Terminada la o ración fue puesto fuego a la hoguera, levantándose las llamas hasta el cielo […] Su martirio fue muy superior, y todo el pueblo le llama "su maestro" . Todos deseamos ser sus discípulos, como él lo era de Jesucristo, que venció la persecución de un juez injusto y alcanzó la corona incorruptible, dando fin a nuestros pecados. Unámonos a los n y a todos los justos y bendigamos únicamente a Dios Padre Todopoderoso; bendigamos a Jesucristo nuestro Señor, salvador de nuestras almas, dueño de nuestros cuerpos y pastor de la Iglesia universal; bendigamos también al Espíritu Santo por quien todas las cosas nos son reveladas. Repetidas veces me habíais pedido os comunicara las circunstancias del martirio del glorioso Policarpo, y hoy os mando esta relación por medio de nuestro hermano Marciano. Cuando vosotros os hayáis enterado, comunicadlo a las otras iglesias, a fin de que el Señor sea bendito en todas partes, y todos acaten la elección que su gracia se digna hacer de los escogidos. El puede salvarnos a nosotros mismos por Jesucristo Nuestro Señor y Redentor, por el cual y con el cual es dada a Dios toda gloria, honor, poder y grandeza, por los siglos de los siglos. Amén. Saludad a todos los fieles; los que estamos aquí os saludamos. Asimismo os saluda Evaristo, que esto ha escrito, os saluda con toda su familia. El martirio de Policarpo tuvo lugar el 25 de abril, el día del gran sábado, a las dos de la tarde. Fue preso por Herodes, siendo pontífice o asiarca Filipo de Trates, y procónsul Stacio Cuadrato. Gracias sean dadas a Jesucristo Nuestro Señor, a quien se debe gloria, honor, grandeza y trono eterno de generación en generación. Amén. Este ejemplar le ha copiado Gayo de los ejemplares de Ireneo, discípulo de Policarpo. Yo, Sócrates, lo copié del ejemplar de Gayo. Yo, Pionio, he confrontado los originales y lo transcribo por revelación del glorioso Policarpo; como lo dije en la reunión de los que vivían cuando el Santo trabajaba con los escogidos. Nuestro Señor Jesucristo me reciba en el reino de los cielos, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
¿Sabes quien era San Policarpo? Obis po de Esmirna (+155) "Todavía me parece oírle contar cómo había conversado con Juan y con muchos otros que vieron a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos”. Son palabras de San Ireneo, ilustre discípulo de San Policarpo y futuro obispo de Lyon.
Discípulo de San Juan Apóstol "Yo puedo mostrar el sitio en el que el bienaventurado Policarpo acostumbraba a sentarse a predicar. Todavía recuerdo la gravedad de su porte, la santidad de su persona, la majestad de su rostro y de sus movimientos, así como sus santas exhortaciones al pueblo. Todavía me parece oírle contar cómo había conversado con Juan y con muchos otros que vieron a J esucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos” . Son palabras de San Ireneo, ilustre discípulo de San Policarpo y futuro obispo de Lyon. San Policarpo vivió 86 años, y recibió el bautismo ya en su infancia. Había sido discípulo del apóstol San Juan, y tuvo por eso el privilegio de oír en boca de un testigo presencial las descripciones de la vida de Jesús.
Más tarde, fue probablemente el mismo San Juan el que encomendó al cuidado episcopal de San Policarpo la grey cristiana de Esmirna. De este modo, San Policarpo ocupó el episcopado de Esmirna (en la actual Turquía) hacia el 110 d. C. Ya desde el principio, se hizo notar por su fuerte personalidad y por su implacable valentía para confesar la fe cristiana.
Su actitud y carácter quedan claramente reflejados en estas sencillas palabras suyas: “Seamos, pues, imitadores de la pasión de Cristo, y si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémosle, porque ése fue el ejemplo que Él nos dejó en su propia persona y eso es lo que nosotros hemos creído”.
Martirio Según podemos saber, gracias a una carta que escribieron los cristianos de Esmirna con razón de su martirio, San Policarpo no se entregó voluntariamente al martirio, pues no se sentía con fuerzas suficientes como para afrontarlo, en parte debido a su elevada edad. En lugar de entregarse, y obedeciendo también a la petición de sus fieles, se escondió en una casa de campo. Pero finalmente fue delatado por uno de los esclavos, y cuando llegaron los soldados para llevárselo, no opuso ningún tipo de resistencia, sino que aceptó la Voluntad de Dios. Mandó que les dieran de cenar a aquellos que le habían apresado y pidió que le dejaran rezar un rato. Los soldados, viendo su fe y su piedad, se arrepintieron de lo que habían hecho, si bien ya era demasiado tarde. San Policarpo fue llevado al fin ante el procónsul Decio Cuadrato, que aún le dio la oportunidad de arrepentirse de su fe. El diálogo que mantuvieron fue este: “Declara que el César es el Señor” . Policarpo respondió: “Yo sólo reconozco como mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios” . Añadió el gobernador: “¿Y qué pierde con echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncia a Cristo y salvarás tu vida” . A lo cual San Policarpo dio una respuesta admirable. Dijo así: “Ochenta y seis años llevo sirviendo a Jesucristo y Él nunca me ha fallado en nada. ¿Cómo le voy yo a fallar a Él ahora? Yo seré siempre amigo de Cristo”.
El procónsul le grita: “Si no adoras al César y sigues adorando a Cristo te condenaré a las llamas” . Y el santo responde: “Me amenazas con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero es no tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga”. En ese momento, el pueblo, lleno de ira, pidió al procónsul que fuera condenado a morir entre las llamas. Así lo ordenó el procónsul. Lo único que pidió Policarpo es que lo dejaran libre entre las llamas, que no se iba a escapar. Los soldados tan solo le ataron las manos y lo dejaron allí, pasto de las llamas. Los verdugos recibieron la orden de atravesar con una lanza el corazón de San Policarpo. Más tarde, los cristianos pudieron recoger sus huesos. No hay que olvidar el significado etimológico del nombre “Policarpo”: el que produce muchos frutos de buenas obras (poli, mucho; carpo, fruto).
Disponemos del “Martyrum Polycarpi”, carta dirigida por la Iglesia de Esmirna a la de Filomenum (villa de Frigia) y escrita por testigos oculares del martirio de San Policarpo.
Carta de San Policarpo de Esmirna a los Filipenses San Policarpo de Esmirna
Según San Ireneo, San Policarpo había sido discípulo de San Juan, y hecho obispo de Esmirna por los Apóstoles. El año 156 Policarpo murió mártir; conocemos los detalles de su martirio por una carta contemporánea que lo relata y que forma por tanto parte del grupo que en sentido amplio llamamos actas de los mártires.
De las varias cartas que San Policarpo escribió a Iglesias vecinas y a otros obispos, de las que tenía conocimiento Ireneo, nos ha llegado sólo una Epístola a los Filipenses, con la que acompañaba una copia de las de San Ignacio; en realidad, es probable que se trate de dos cartas escritas con unos años de diferencia y que al ser copiadas juntas han llegado a unirse, pues la nota acompañando al envío no parece estar muy de acuerdo con la extensión y el tipo de temas que se tratan después y que recuerdan la de Clemente de Roma a los corintios. En ella insiste en que Cristo fue realmente hombre y realmente murió; que hay que obedecer a la jerarquía de la Iglesia, que hay que practicar la limosna, y que hay que orar por las autoridades civiles. CARTA DE SAN POLICARPO DE ESMIRNA A LOS FILIPENSES
Saludo Policarpo y los presbíteros que están con él, a la Iglesia de Dios que habita como extranjera en Filipos: que la misericordia y la paz les sean dadas en plenitud por Dios todopoderoso y Jesucristo nuestro Salvador.1 La fe en Jesucristo Me alegré mucho con ustedes, en nuestro Señor Jesucristo, cuando recibieron a las imágenes de la verdadera caridad, y acompañaron, como debían hacerlo, a aquellos que estaban encadenados por ataduras dignas de los santos, que son las diademas de quienes han sido verdaderamente elegidos por Dios nuestro Señor.2 Y me alegré de que la raíz vigorosa de su fe, de la que se habla desde tiempos antiguos, permanece hasta ahora y da frutos en nuestro Señor Jesucristo, que aceptó por nuestros pecados llegar hasta la muerte; y Dios lo resucitó librándolo de los sufrimientos del infierno.3 Sin verlo, ustedes creen en él, con un gozo inefable y glorioso (1 P 1,8) al cual muchos desean llegar, y ustedes saben que han sido salvados por gracia, no por sus obras, sino por la voluntad de Dios por Jesucristo (Ef 2,5.89). Por tanto, cíñanse sus cinturas y sirvan a Dios en el temor y la verdad (1 P 1,13; ver Sal 2,11) dejando a un lado las palabras falsas y el error de la multitud, creyendo en Aquel que ha resucitado a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y le ha dado la gloria (1 P 1,21), y un trono a su derecha.4 A él le está todo sometido, en el cielo y sobre la tierra (ver Flp 2,10; 3,21); a él le obedece todo lo que respira, él vendrá a juzgar a vivos y muertos (Hch 10,42), y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no aceptan creer en él. Aquel que lo ha resucitado de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros (2 Co 4,14), si hacemos su voluntad y caminamos en sus mandamientos, y si amamos lo que él amó, absteniéndonos de toda injusticia, arrogancia, amor al dinero, murmuración, falso testimonio, no devolviendo mal por mal, injuria por injuria (1 P 3,9), golpe por golpe, maldición por maldición, acordándonos de lo que nos ha enseñado el Señor, que dice: "No juzguen, para no ser juzgados; perdonen y se les perdonará; hagan misericordia para recibir misericordia; la medida con que midan se usará también con ustedes, y bienaventurados los pobres y los que son perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de Dios.5 Fe, esperanza y caridad No es por mí mismo, hermanos, que les escribo esto sobre la justicia, sino porque ustedes primero me invitaron. Porque ni yo, ni otro como yo, podemos acercarnos a la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, que estando entre ustedes, hablándoles cara a cara a los hombres de entonces (sobre el asunto de la predicación de Pablo en Filipos, ver Hch 16,12-40), enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad, y luego de su partida les escribió una carta; si la estudian atentamente podrán crecer en la fe que les ha sido dada; ella es la madre de todos nosotros, seguida de la esperanza y precedida del amor por Dios, por Cristo y por el prójimo. El que permanece en estas virtudes ha cumplido los mandamientos de la justicia; pues el que tiene la caridad está lejos de todo pecado.6
Que todos lleven una vida digna de la fe que profesan El principio de todos los males es el amor al dinero.7 Sabiendo, por tanto, que nada hemos traído al mundo y que no nos podremos llevar nada (1 Tm 6,7), revistámonos con las armas de la justicia (ver 2 Co 6,7), y aprendamos primero nosotros mismos a caminar en los mandamientos del Señor. Después, enseñen a sus mujeres a caminar en la fe que les ha sido dada, en la caridad, en la pureza, a amar a sus maridos con toda fidelidad, a amar a todos los otros igualmente con toda castidad y a educar a sus hijos en el conocimiento del temor de Dios.8 Que las viudas sean sabias en la fe del Señor, que intercedan sin cesar por todos, que estén lejos de toda calumnia, murmuración, falso testimonio, amor al dinero y de todo mal; sabiendo que son el altar de Dios, que Él examinará todo y que nada se le oculta de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, de los secretos de nuestro corazón (ver 1 Co 14,25).9 Sabiendo que de Dios nadie se burla (Ga 6,7), debemos caminar de una forma digna de sus mandamientos y de su gloria. Igualmente que los diáconos sean irreprochables delante de su justicia, como servidores de Dios y de Cristo, y no de los hombres: ni calumnia, ni doblez, ni amor al dinero; sino castos en todas las cosas, misericordiosos, solícitos, caminando según la verdad del Señor que se ha hecho el servidor de todos.10 Si le somos agradables en el tiempo presente, Él nos dará a cambio el tiempo venidero, puesto que nos ha prometido resucitarnos de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de Él, también reinaremos con Él (2 Tm 2,12), si al menos tenemos fe. Del mismo modo, que los jóvenes sean irreprochables en todo, velando ante todo por la pureza, refrenando todo mal que esté en ellos. Porque es bueno cortar los deseos de este mundo, pues todos los deseos combaten contra el espíritu (ver 1 P 2,11), y ni los fornicadores, ni los afeminados, ni los sodomitas tendrán parte en el reino de Dios (ver 1 Co 6,9-10), ni aquellos que hacen el mal. Por eso deben abstenerse de todo esto y estar sometidos a los presbíteros y a los diáconos como a Dios y a Cristo.11 Las vírgenes deben caminar con una conciencia irreprensible y pura. Los presbíteros También los presbíteros deben ser misericordiosos, compasivos con todos; que devuelvan al recto camino a los descarriados, que visiten a todos los enfermos, sin olvidar a la viuda, al huérfano, al pobre, sino pensando siempre en hacer el bien delante de Dios y de los hombres.12 Que se abstengan de toda cólera, acepción de personas, juicio injusto; que estén alejados del amor al dinero, que no piensen mal rápidamente de alguien, que no sean duros en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores del pecado. Si pedimos al Señor que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues estamos ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo (ver Rm 14,10-12). Por tanto, sirvámosle con temor y mucha circunspección, conforme él nos lo ha mandado, al igual que los apóstoles que nos han predicado el Evangelio y los profetas que nos anunciaron la venida de nuestro Señor. Seamos celosos para lo bueno, evitemos los escándalos, los falsos hermanos y los que llevan con hipocresía el nombre del Señor, haciendo errar a los cabezas huecas [kenoys anthrópoys, literalmente: hombres vacíos]. Advertencia contra el docetismo Todo, en efecto, el que no confiesa que Jesucristo vino en la carne es un anticristo, y el que no acepta el testimonio de la cruz es del diablo, y el que tergiversa las palabras del Señor según sus propios deseos y niega la resurrección y el juicio, ése es el primogénito de Satanás.13 Por eso, abandonemos los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas, y volvamos a la enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio. Permaneciendo sobrios para la oración (ver 1 P 4,7), constantes en los ayunos, suplicando en nuestras oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca en la tentación (Mt 6,13), pues el Señor ha dicho: El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil (Mt 26,41).
Esperanza y paciencia Perseveremos constantemente en nuestra esperanza14 y en las primicias de nuestra justicia, que es Jesucristo, que llevó al madero nuestros pecados en su propio cuerpo (ver 1 P 2,24), él, que no había cometido pecado, en quien no se había encontrado falsedad en su boca (1 P 2,22). Pero por nosotros, para que nosotros viviéramos en él, lo soportó todo. Seamos, pues, los imitadores de su paciencia, y si sufrimos por su nombre, glorifiquémoslo. Porque éste es el ejemplo que él nos ha dado en sí mismo, y esto es lo que nosotros hemos creído (ver 1 P 4,16; 2,21). Los exhorto a todos a obedecer a la palabra de justicia, y a perseverar con toda paciencia, la que han visto con sus ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre ustedes, en Pablo mismo y en los demás apóstoles. Convencidos de que todos éstos no han corrido en vano (Ga 2,2; Flp 2,16), sino en la fe y la justicia, y que están en el lugar que les corresponde junto al Señor con los que han sufrido. Ellos no amaron este siglo presente (ver 2 Tm 4,10), sino a aquel que murió por nosotros y que Dios resucitó por nosotros. Caridad fraterna (A partir de este capítulo no tenemos el texto griego de la carta, sino una antigua versión latina) Permanezcan, por tanto, en estos (sentimientos) e imiten el ejemplo del Señor, firmes e inconmovibles en la fe, amando a los hermanos, amándose unos a otros, unidos en la verdad, teniéndose paciencia unos a otros con la mansedumbre del Señor, no despreciando a nadie.15 Cuando puedan hacer el bien, no lo posterguen, pues la limosna libera de la muerte (Tb. 12,9). Todos ustedes estén sometidos los unos a los otros, teniendo una conducta irreprensible entre los paganos, para que por sus buenas obras (también) reciban la alabanza y el Señor no sea blasfemado por causa de ustedes (ver 1 P 2,12). Pero pobre de aquel por quien sea blasfemado el nombre del Señor (ver Is 52,5). Enseñen, pues, a todos la sobriedad en la que viven ustedes mismos.16 El caso de Valente1 Estoy muy apenado por Valente, que fue presbítero por algún tiempo entre ustedes, (al ver) que ignora hasta tal punto el cargo que se le había dado. Por tanto, les advierto que se abstengan de la avaricia y que sean castos y veraces. Absténganse de todo mal. Quien no se puede gobernar a sí mismo en esto, ¿cómo puede enseñarlo a los otros? Si alguno no se abstiene de la avaricia, se dejará manchar por la idolatría y será contado entre los paganos que ignoran el juicio del Señor (ver Jr 5,4). ¿O acaso ignoramos que los santos juzgarán al mundo, como lo enseña Pablo? (ver 1 Co 6,2). Yo no oí ni vi nada semejante en ustedes, entre quienes trabajó el bienaventurado Pablo, ustedes que están al comienzo de su epístola.18 De ustedes, en efecto, él se gloría delante de todas las iglesias (ver 2 Ts 1,4), las únicas que entonces conocían a Dios, puesto que nosotros todavía no lo conocíamos.19 Así, pues, hermanos, estoy muy triste por él y por su esposa, a ellos les conceda el Señor la penitencia verdadera (ver 2 Tm 2,25). Ustedes sean sobrios, también en esto, y no los consideren como a enemigos (ver 2 Ts 3,15), sino que vuelvan a llamarlos como a miembros sufrientes y extraviados. Haciendo esto se construyen a sí mismos.20 Recomendaciones finales Confío en que están bien ejercitados en las santas Escrituras, y que nada ignoran. Yo, por mi parte, no tengo este don. Ahora (les digo), como está dicho en las Escrituras: Enójense y no pequen, y que el sol no se ponga sobre su ira (Sal 4,5; Ef 4,26). Feliz quien se acuerda. Creo que sucede así con ustedes. Que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y él mismo, el pontífice eterno, el Hijo de Dios, Jesucristo (ver Hb 6,20; 7,13), los edifiquen en la fe y en la verdad, en toda mansedumbre, sin cólera, en paciencia y en magnanimidad, en tolerancia y en castidad. Y les den parte en la herencia de sus santos21, y a nosotros con ustedes, y a todos los que están bajo el cielo, que creen en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre, que lo resucitó de entre los muertos.
Oren por todos los santos. Oren también por los reyes, por las autoridades y los príncipes, por los que los persiguen y los odian, y por los enemigos de la cruz (ver Mt 5,44; 1 Tm 2,2; Jn 15,16; 1 Tm 4,15; St 1,4; Col 2,10; Flp 3,18.); de modo que su fruto sea manifiesto para todos, y ustedes sean perfectos en él. Ustedes e Ignacio me han escrito, para que si alguien va a Siria también lleve la carta de ustedes. Lo haré, si encuentro una ocasión favorable, sea yo mismo, sea aquel que enviaré para que nos represente. (Ignacio de Antioquía le había pedido a Policarpo que enviase un mensajero a Antioquía, a fin de llevarles a los cristianos sus felicitaciones y animándolos [ver Ep. a Policarpo 7,2; 8,1]. La comunidad de Filipos, según parece, les había escrito a los Antioquenos con idéntica finalidad. Policarpo responde con esta primera carta.) Conforme me lo pidieron, les mandamos las cartas de Ignacio, las que él nos envió y todas las demás que tenemos entre nosotros. Ellas van unidas a la presente carta, y ustedes podrán obtener gran provecho; porque ellas contienen fe, paciencia y toda edificación relacionada con nuestro Señor. Hágannos saber lo que sepan con certeza del mismo Ignacio y de sus compañeros. ("Les mandamos las cartas de Ignacio." Esta frase parece indicar que, con mucha probabilidad, muy pronto se formó un corpus de las cartas de Ignacio. Policarpo no tenía dificultad en reunir todas las epístolas de Ignacio a las iglesias de Asia. Esto permite conjeturar que no formaba parte del corpus la carta a los Romanos, que ha sido transmitida de forma independiente. - Desde "Hágannos saber..." el texto sólo se conserva en latín. "Ignacio y sus compañeros" es la traducción de "qui cum eo sunt"). Despedida (A partir de este capítulo se retoma el texto, en su versión latina, de la segunda carta. Crescente no es el secretario de Policarpo, sino el portador de la carta [ver Ignacio de Antioquía, Rom. 10,1; Filad. 11,2; Esmir. 12,1]) Les escribo esto por Crescente, a quien recientemente les recomendé y ahora (de nuevo) les recomiendo. Se ha conducido entre nosotros de forma irreprochable; y creo que lo hará entre ustedes de la misma manera. También les recomiendo su hermana, cuando ella llegue entre ustedes. Sean perfectos en el Señor Jesucristo, y en su gracia con todos los suyos. Amén. (También se podría traducir, esta última frase, por "Compórtense bien en el Señor Jesucristo" [Incolumes estote in domino Iesu Christo]).
El martirio de San Policarpo ¿Quién habría pensado que este santo anciano sería tan valiente? Herramientas
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El relato que sigue es la narración más antigua que se conoce de un martirio cristiano. Fue escrito aproximadamente en el año 156 d.C., unos meses después del acontecimiento que cuenta, de manera que es un testimonio auténtico de quienes presenciaron personalmente la heroica muerte de un anciano cristiano llamado Policarpo. Policarpo era el Obispo de Esmirna, hoy importante ciudad y puerto situado en la costa occidental de Turquía. Provenía de una generación de importantes cristianos de autoridad en la Iglesia y sucesores de los apóstoles. Según una tradición, fue discípulo de San Juan Apóstol y nombrado en su cargo por los propios apóstoles.
Este relato de la muerte de San Policarpo lo debemos a los cristianos de Esmirna, que lo escribieron como carta para circularla entre todas las iglesias. El carácter de Policarpo y su relación personal con el Señor brillaban claramente en la sencillez con que hablaba y escribía y por eso sus seguidores y feligreses querían darlo a conocer a todo el mundo. La aparente derrota de su muerte se transforma en un testimonio victorioso de la resurrección. Policarpo fue martirizado antes del comienzo de las grandes persecuciones ordenadas desde Roma por emperadores como Diocleciano. En el relato de su vida vemos las tensiones que ya se estaban formando en todo el imperio, cuando los cristianos rechazaron a los dioses y diosas que todos los demás adoraban. Los paganos les llamaron “ateos” a los cristianos, por su aparente falta de sentido religioso, pero como lo declaró Policarpo a un oficial del gobierno romano, los verdaderos ateos son los que no adoran al único Dios verdadero. El relato en esta adaptación del Martirio de San Policarpo empieza cuando ya había una persecución contra los cristianos en la ciudad, y ya habían dado muerte a varios fieles de Esmirna. Ahora había brigadas encargadas de buscar al obispo, a quien sus seguidores lo habían persuadido a actuar con prudencia y abandonar la ciudad. Pero alguien pasó la información a los perseguidores de que Policarpo se encontraba oculto en una lejana casa de campo. Los guardias montados se pusieron en camino un viernes al atardecer, provistos de armas de combate, como si anduvieran buscando a un bandido. Tarde esa noche llegaron a la casa y encontraron a Policarpo descansando en el piso superior. Fácilmente pudo haber escapado, pero decidió quedarse: “Que se haga la voluntad de Dios”, decía. Cuando supo que habían llegado los guardias, bajó al piso principal para hablar con ellos. Todos quedaron sorprendidos al darse cuenta de su edad y de su valentía, y no comprendían por qué había tanto afán en arrestar a un anciano como éste. Pese a lo avanzado de la noche, Policarpo hizo servir una mesa para que los guardias comieran y bebieran cuanto quisieran. Les pidió que le dieran una hora para rezar tranquilo y ellos accedieron. Así fue como Policarpo se puso de pie y oró en voz alta. Estaba tan lleno de la gracia de Dios que su oración se prolongó por dos horas sin parar. Los que
lo escuchaban no daban crédito a sus oídos y muchos sentían gran pesar por tener que arrestar a un anciano tan venerable. Cuando Policarpo terminó de orar, después de recordar a todos los que había conocido en su vida, grandes y pequeños, nobles y plebeyos, y a toda la Iglesia Católica en el mundo entero, llegó la hora en que debía partir. Lo montaron sobre un burro y lo llevaron a la ciudad. El jefe de los guardias, de nombre Herodes, y su padre, Niketas, fueron a encontrar a Policarpo y lo llevaron en su carruaje. Sentados a su lado, trataron de convencerlo de que cambiara de actitud: “¿Qué tiene de malo decir ‘El César es el Señor’ y ofrecerle sacrificios y así salvarte de la muerte?” Al principio, Policarpo no les contestó, pero viendo que insistían, les dijo “No voy a hacer lo que ustedes me aconsejan.” Entonces, Herodes y Niketas desistieron de persuadirlo y en lugar de eso comenzaron a amenazarlo. Lo obligaron a salir del carruaje con tanta fuerza que Policarpo se lastimó la pierna al salir, pero él, como si no hubiera sentido nada, empezó a caminar decididamente y lo llevaron al ruidoso estadio lleno de gente. “¡Salvate a ti mismo!”
Al entrar, se sintió una voz del cielo que le decía: “¡Sé fuerte, Policarpo, y actúa como hombre!” Nadie vio quién hablaba, pero nuestros amigos que estaban allí escucharon la voz. Sin miedo. Llevaron a Policarpo ante el procónsul, que también trató de
convencer al santo de que renegara de su fe. “¡Respeta tu edad! —le dijo— Jura por el divino poder del César. Cambia de parecer y di ‘¡Abajo los ateos!’ ” Pero Policarpo, dando una solemne mirada al bullicioso gentío, los apuntó con la mano y mirando al cielo exclamó: “¡Abajo los ateos!” El procónsul volvió a insistir: “Pronuncia el juramento y te dejo en libertad. Maldice a Cristo.” “Lo he servido por 86 años y Él jamás me ha hecho ningún mal —dijo Policarpo con plena convicción— ¿Cómo voy a blasfemar contra mi Rey, que me salvó?” Como el procónsul seguía insistiendo para que Policarpo jurara por el César, el santo respondió: “Si vanamente crees que voy a jurar por el supuesto poder divino del César, como dices, y si pretendes no saber quién soy, escucha bien claro: ‘Soy cristiano, y si quieres conocer el mensaje cristiano, organiza una reunión y permite que dé razón de mi fe’.”
“Lo que yo tengo son animales salvajes” respondió el procónsul. “Si no cambias de opinión te arrojaré a ellos.” “Llámalos —replicó Policarpo— porque no estamos autorizados para abandonar lo sublime y aceptar lo despreciable.” “Búrlate de las fieras salvajes y te haré quemar vivo, si no cambias de actitud.” Policarpo exclamó: “Me amenazas con un fuego que arde por un poco de tiempo y luego se extingue, pero tú no sabes nada del fuego que trae el juicio venidero ni del castigo eterno que aguarda a los malvados. Pero, ¿qué esperas? ¡Haz lo que vas a hacer!” Fuerzas para soportar. La faz de Policarpo se iluminaba de valor y gozo
al decir estas cosas y muchas otras. En su rostro no se veía ningún indicio de temor, sino más bien una gracia tan plena que el procónsul estaba impresionado. Tres veces mandó a su heraldo a que anunciara en medio del campo del estadio: “¡Policarpo ha declarado que es cristiano!” Al escuchar estos anuncios, toda la multitud prorrumpió en un ruidoso griterío de desaprobación y exclamaba a viva voz: “Este es el padre de los cristianos, el que destruye nuestros dioses, el que enseña a muchos a no ofrecer sacrificios a los dioses.” Gritando todos a una sola voz, exigieron que Policarpo fuera quemado vivo. Todo esto sucedió con mucha rapidez, mucho más de lo que se demora el relato de la historia. La multitud corrió a las tiendas y casas vecinas para juntar madera para una hoguera. Cuando el fuego estuvo preparado, Policarpo se quitó su vestimenta exterior, se quitó el cinturón y trató de quitarse los zapatos. La gente empezó de inmediato a apilar la madera a su alrededor. También lo iban a clavar en una estaca, pero él les dijo: “Déjenme como estoy. Aquel que me da fuerzas para soportar el fuego me ayudará a permanecer en las llamas sin moverme aunque no esté sujeto con clavos.” Aroma de vida. Así fue como le amarraron las manos a la espalda, como
un noble becerro, de una gran manada, listo para el sacrificio, una ofrenda inmolada que se ofrecía preparada y agradable a Dios. Mirando al cielo exclamó: Señor, Dios Todopoderoso, Padre de tu amado Hijo Jesucristo, por medio de quien todos hemos recibido el pleno conocimiento de Ti, el Dios de todos
los ángeles y potencias celestiales y de toda la creación, y de toda la familia de los justos, que viven para Ti: Bendigo tu santo Nombre por considerarme digno de este día y esta hora, de compartir con los mártires la copa de tu Cristo, para luego compartir la resurrección a la vida eterna del alma y el cuerpo en el Espíritu Santo. Concédeme ser recibido entre ellos hoy en tu presencia como sacrificio digno y aceptable. Por esto y por todo te alabo y te glorifico por intermedio de nuestro eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu amado Hijo. Por medio de Él y con Él, que Tú, Señor, seas glorificado con el Espíritu Santo, ahora y para siempre. Amén. Cuando hubo pronunciado el amén y terminado su oración, los encargados encendieron más la gran fogata que despedía enormes llamas. Los que tuvimos el privilegio de presenciarlo, vimos un gran milagro y nos hemos mantenido vivos para poder informar a los demás de lo sucedido. El fuego adoptó la forma de una vela de barco hinchada por el viento y rodeó el cuerpo del mártir como una muralla. Él permaneció allí dentro, no como carne quemada, sino como pan en el horno, como oro y plata refinados en el crisol. Y todos percibimos una maravillosa fragancia, como de incienso y otras especias costosas. Viendo que el fuego era incapaz de consumir su cuerpo, los malvados finalmente le ordenaron a un verdugo que subiera y apuñalara al Santo y cuando así lo hizo, de la herida salió una paloma y brotó tanta sangre que extinguió el fuego. Este era sin duda uno de los escogidos de Dios, el extraordinario mártir, San Policarpo, un maestro apostólico y profético de nuestro tiempo, Obispo de la Iglesia Católica en Esmirna. Por su paciencia y fortaleza venció al maligno y ganó la corona de la inmortalidad. Ahora se llena de alegría con los apóstoles y todos los santos, porque con ellos está glorificando a Dios, el Padre Todopoderoso, y bendiciendo a Jesucristo, nuestro Señor, el Salvador y Capitán de nuestras almas y cuerpos, y el Pastor de la Iglesia Católica en todo el mundo.
Morir por Cristo: Policarpo FEBRERO 12, 2008
tags: Fe, Iglesia, mártires, policarpo
La primera vez que leí acerca de Policarpo, quedé fascinado con la vida de este hombre. Muchos han dicho que este hombre, fue discípulo del apóstol Juan, pero gran cantidad de historiadores creen que Policarpo simplemente le conoció y le escuchó predicar a un anciano Juan. Este día quiero resumir la vida e historia del martirio de Policarpo, tomado de las narraciones de Eusebio, en su Historia Ecclesiastica [1]. En realidad es una historia bastante interesante, y que nos puede ayudar a fortalecer el tema que hemos estado tratando en estos últimos días. Policarpo (65-155 d.C) fue el obispo de la iglesia de Esmirna, y a pesar de no ser un teólogo o un filósofo, según los escritos de Ireneus, era “un hombre de mucho mayor peso, y mejor testigo de la verdad que Valentius y Marcion, y el resto de los herejes.”[2] Policarpo era un gran maestro, que vivió en la era del martirio de los apóstoles, y era uno de los encargados de mantener la doctrina ortodoxa dada por los discípulos de Jesús. El único escrito que queda de Policarpo, es su Epístola a los Filipenses , en la cual buscaba alentar a esta iglesia a mantenerse fuerte en la fe. En ella escribe, “Mantengase fuertes, por lo tanto, en esta conducta y sigan el ejemplo del Señor, ‘firmes e inalterables en la fe, amantes de la hermandad, amando a cada uno, unidos en la verdad,’ ayudándose unos a otros con la delicadeza del Señor, sin despreciar a ningún hombre.” En esos años, los romanos acusaban a los cristianos de cosas increíbles, como por ejemplo canibalismo, con la única intención de poderlos llevar a juicio y luego asesinarlos por el simple hecho de ser cristianos. Cuando Policarpo supo que lo buscaban para matarle, tomó fuerzas y prefirió permanecer en la ciudad. En su casa, junto a unos pocos amigos se dedicó a orar por todos los hombres, y según escribe Eusebius, tuvo una visión, en la cual vio una almohada bajo su cabeza, que estaba en fuego. Según dice la historia, Policarpo se levantó y le dijo a sus amigos, “Debo ser quemado vivo.” [3] Cuando supo que los romanos habían descubierto donde se encontraba, huyó a otra casa, pero los romanos tomaron a uno de sus sirvientes, quien después de haberlo torturado, les reveló donde estaba Policarpo. Luego fue comandado por los romanos, que una vez que lo encontraran fuera llevado al estadio. Los romanos, encuentran la casa en donde estaba el anciano Policarpo, quien para este momento tiene 86 años de edad. Oyendo que los hombres estaban fuera de su casa, Policarpo, bajó y habló con los hombres, que le dejaran orar por una hora. Los hombre, viendo al anciano, se lo permitieron, por lo que Policarpo ordenó que les dieran de beber y comer.
Luego, lo tomaron, lo montaron en un asno, y lo llevaron a la ciudad. Herodes, el jerarca y su padre, Nicetes, intentaron persuadirlo diciéndole, “Qué mal hay en decir, Señor Cesar, y sacrificar, además de las demás ceremonias observadas en tales ocasiones?” [4]. Según dice la historia, Policarpo calló al principio, y luego dijo, “Yo no voy a seguir su consejo.” Los hombres, viendo que no lo podían persuadir, lo maltrataron y cuando intentaban con violencia hacerlo entrar en el carruaje, le dislocaron la pierna a Policarpo. Cuando fue llevado al estadio, el procónsul lo interrogó y le urgía a negar a Cristo, y jurar por la fortuna de Cesar. Policarpo, levantó sus manos al cielo y dijo, “Fuera con los Ateos.” El procónsul insistió que si negaba a Cristo, lo pondría en libertad. Pero Policarpo dice su frase celebre, “Ochenta y seis años le he servido a Él, y Él nunca me ha hecho daño: como, entonces, yo podré blasfemar a mi Rey y Salvador?”Escuchame declarar con fuerza, yo soy un Cristiano. Y si tu deseas aprender que son las doctrinas del Cristianismo, asígname un día, y las escucharás. A ti he pensado correcto ofrecer testimonio de mi fe; pues somos enseñados que debemos honrar a los poderes y autoridades que han sido ordenadas por Dios.” [5]
El procónsul entonces, viendo la fe de Policarpo le amenazó con lanzarlo a las bestias. Policarpo le respondió, “Llámalas, pues no estamos acostumbrados a arrepentirnos de lo que es bueno para aceptar aquellos que es malo.” De nuevo, el procónsul le amenazó con lanzarlo al fuego. La increíble respuesta de este gran cristiano fue, “Tu me amenazas con fuego que quema por una hora, y luego al poco tiempo se extingue, pero eres ignorante del fuego del juicio por venir, y del castigo eterno, reservado para los impíos. Pero porqué te retrasas? Trae lo que desees.”
La multitud que se encontraba en el estadio para presenciar el juicio, gritaba que soltaran a las bestias. Cuando supieron que no se podía, debido a que fueron usadas en un espectáculo anterior (quizás para matar meas cristianos), gritaron a una, “quémenlo vivo.” Los guardas se apresuraron a juntar leña y pusieron a Policarpo en medio de ella y le amarraron. Policarpo, según escribe Eusebius, hace la siguiente oración, “Oh Dios Todo Poderoso,Padre de tu amado y bendito Hijo Jesucristo, por quien hemos recibido tu conocimient, el Dios de ángeles y poderes, y de toda criatura, y de toda la raza de justos que viven ante Ti, uo te doy gracias de que me has contado apto para este día y esta hora, de que pueda tener parte en Tu número de mártires, en la copa de Tu Cristo, para resurrección a la vida eterna, tanto de alma y cuerpo, a través de la incorrupción impartida por el Espíritu Santo. Entre los cuales yo seré aceptado en este día ante Ti como un sacrificio gordo y aceptable, de acuerdo a Ti, el siempre verdadero Dios, que ha ordenado, revelado de antemano, y que ha cumplido. Por tanto también te alabo por todas las cosas, te bendigo, te glorifico, igual que a Jesucristo, Tu amado Hijo, con quien, Tu, y el Espíritu Santo, tienen gloria tanto ahora como en todas las eras. Amén.”
Cuando pronunció la última palabra, los guardas encendieron el fuego, pero fueron testigos de un milagro, cuando el fuego no le hizo daño a Policarpo, que crecía alrededor del anciano, pero no le tocaba. Cuando los hombres se dieron cuenta que el fuego no le hacía daño, ordenaron a uno de los guardas a que fuera con una lanza y le traspasara, con lo que asesinaron a Policarpo. Luego quemaron su cuerpo.
Qué nos enseña esta historia? Creo que lo principal es la sumisión de Policarpo a la voluntad de Dios, esencial en nuestras vidas. Jesús, nos lo enseña en todos los evangelio. No debemos buscar realizar nuestra voluntad, sino someternos a la voluntad de Dios. Vean un video corto de la vida de este gran cristiano… El martirio de Policarpo de Esmirna
Policarpo era ministro en Esmirna Leemos en El Apocalipsis que el Señor ordenó a su siervo Juan que escribiera unas cuantas cosas al ángel de la iglesia en Esmirna, para amonestar al líder y a los miembros, diciendo: “El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto; Yo conozco tus obras, y tú tribulación, y tú pobreza… No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:8-10). Estas palabras del Señor Jesús indican que los creyentes y su líder sufrían tribulación y pobreza, y que les esperaba aun más sufrimiento. Por eso, les exhortó a la fealdad; luego recibirían la corona de la vida. En cuanto al líder de esa iglesia, la mayoría de los escritores antiguos dio su nombre como Policarpo. Se dice que era un discípulo del apóstol Juan, puesto que había escuchado al mismo predicar la Palabra de Dios y se juntaba con los discípulos que habían conocido al Señor Jesucristo personalmente en su trato diario. De igual modo, se dice que Juan mismo lo había nombrado obispo de la iglesia en Esmirna. Después de un tiempo, el pastor Policarpo y su congregación empezaron a sufrir la persecución. Está escrito que el mismo Policarpo, unos días antes de ser arrestado y sentenciado a la muerte, de repente fue vencido por el sueño, mientras oraba. En ese sueño tuvo una visión, en la cual vio la almohada en que se reclinaba encenderse de repente y consumirse ... Se despertó del sueño y concluyo que iba a sufrir el martirio por medio de fuego, a causa de Cristo. Cuando llegaron cerca los que le iban a encarcelar, los amigos de Policarpo trataron la manera de esconderle en otro pueblo. Sin embargo, sus perseguidores le descubrieron allí, con la ayuda de dos jóvenes, a quiénes hubieron azotados para que dijesen dónde se encontraba Policarpo. Fácilmente hubiera podido escapar del cuarto en que vivía, para huir a ot ra casa cercana, pero no quiso hacerlo, diciendo: —Sea hecha la voluntad de Dios.
Bajó la escalera para recibir cordialmente a sus perseguidores y los saludó tan amablemente que algunos, quiénes no le habían conocido antes, dijeron con pena: —¿Por qué hicimos tanto alboroto para aprehender a este anciano tan manso? Inmediatamente Policarpo mandó que los de la casa preparasen una comida para sus opresores, y les rogó a estos que comiesen bien, implorándoles también que le otorgasen una hora de soledad, para orar mientras ellos comieran. Esto le fue concedido. Durante esa oración, revisó su vida entera y luego encomendó la congregación en las manos de Dios y su Salvador. Al terminar la oración, le montaron en un asno y llevaron a la ciudad. Fue el domingo, día de la gran fiesta. Nicetes y su hijo Herodes, llamado el príncipe de paz, fueron al encuentro de los alguaciles y Policarpo. Hicieron desmontar a Policarpo y le acomodaron en su carro de caballos. Así pensaron persuadirle que negase a Cristo, diciendo: —¿Que te cuesta solamente decir ‘Señor emperador,’ y ofrecer holocausto o incienso ante él, para salvarte la vida? Policarpo no les contestaba nada, pero, puesto que iba insistiendo, al fin les dijo: —Nunca voy a cumplir lo que me piden y aconsejan ustedes. Cuando vieron la firmeza de su fe, empezaron a golpearle y lo arrojaron del carro. Al caer, el anciano se lastimó gravemente una pierna, pero, levantándose, él mismo se entregó otra vez en las manos de los alguaciles y siguió caminando al lugar de su muerte; sin ninguna queja en cuanto a la pierna lastimada. Luego de entrar el anfiteatro, dónde le iban a ejecutar, una voz del cielo le habló a Policarpo, diciendo: —¡Fortalécete, Oh Policarpo! Sé firme en tú confesión y en el sufrimiento que te espera—. Nadie sabía de dónde provenía la voz, pero muchos creyentes la escucharon. Sin embargo, a causa de la gran bulla, la mayoría de la gente no la escuchó. Pero este acontecimiento animó bastante a Policarpo y a los demás que sí, la escucharon. El gobernador aconsejó a Policarpo que tuviese piedad de sí mismo por razón de su edad avanzada, y que negase su fe en Cristo de una vez por medio de un juramento en el nombre del emperador. Policarpo le contestó: —He servido a mi Señor Jesucristo durante 86 años y nunca me ha causado daño alguno el mismo. ¿Cómo puedo negar a mi Rey, que hasta el momento me ha guardado de todo mal, y además me ha sido fiel en redimirme? Al escuchar ese testimonio, el gobernador amenazó de echar a Policarpo al foso de las fieras, si continuaría firme en su testimonio. —Tengo listas las fieras y te echaré entre ellas, a menos que cambies de pensar.
Policarpo contestó sin temor alguno: —Qué vengan las fieras, porque no cambiaré mi fe. No es razonable cambiarnos del bien al mal por razón de las persecuciones; mejor sería que los hacedores de maldad se convirtiesen del mal al bien. El gobernador respondió: —Está bien, si no quieres negar tú fe y a las fieras no les tienes miedo, te vamos a quemar. Una vez más Policarpo les contestó, diciendo: —Usted me amenaza con el fuego que arderá tal vez una hora y luego se apagará; pero usted no sabe de la llama del juicio de Dios que es preparada para el castigo y tormento eterno de los impíos. Pero, ¿por qué demora? Traiga las fieras, traiga el fuego, o traiga lo que sea; ningún tormento me hará negar a Cristo, mí Señor y Salvador.
Al fin, cuando la gente ya se había cansado de la averiguación, demandó su muerte, y Policarpo fue entregado para ser quemado. Inmediatamente juntaron un montón de leña y viruta. Cuando Policarpo vio eso, empezó a quitarse la ropa y los zapatos, alistándose para acostarse sobre la leña. En seguida, los verdugos le alistaron para clavarle las manos y los pies en la madera, mas Policarpo les dijo: —Dejen, El que me dará la fuerza para aguantar la llama del fuego, me fortalecerá también para permanecer quieto en la misma, aunque no me clavaran las manos y los pies. Entonces acordaron no clavarle en la madera, y sólo le ataron las manos detrás de él con una soga. Preparado en esta manera para el sacrificio, y puesto sobre la leña como un cordero en holocausto, empezó a orar a Dios, diciendo: —Oh, Padre del bendito Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, por medio de quién hemos recibido la sabiduría salvadora de tú santo nombre; Dios de los ángeles y todas las criaturas, pero sobre todo, el Dios de todos los justos quienes viven en tú voluntad: te agradezco que me contaste digno de tener lugar entre los santos mártires; y digno de compartir de la copa de sufrimiento que bebió Jesucristo; par a sufrir junto con El y compartir sus dolores. Te ruego, ¡oh, Señor! que me recibas este día, como una ofrenda, de entre el número de tus santos mártires. Cómo Tú, ¡oh Dios verdadero, para quien el mentir es imposible!, me preparaste para este día, y me avisaste de antemano; ya lo has cumplido. Por esto te agradezco, y te alabo sobre todo hombre, y glorifico tú santo nombre por medio de Jesucristo tú Hijo amado, el Sumo sacerdote eterno, a quién, junto contigo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y para siempre. Amen. Dicho el amen, los verdugos prendieron fuego a la leña, sobre la cual había puesto Policarpo. Mientras la llama ascendía hacia el cielo, notaron con asombro que le hacía muy poco daño. A causa de esto, ordenaron al verdugo herirle con la espada, el cual fue hecho inmediatamente. La sangre, que por el calor del fuego o por otra razón, salió copiosamente de la herida y casi extinguió el fuego. Así, por fuego y por espada, el fiel testigo de Jesucristo falleció y entró al descanso de los santos, hacia el año 168 d.c. (Traducido y adaptado del libro The Martyr’s Mirror (El espejo de los mártires))
EL MARTIRIO DE POLICARPIO Los cristianos de los primeros siglos debieron enfrentar sangrientas y crueles persecuciones. La entrega al Señor y la profunda fe impidieron que el falso poder humano pudiera derrotar el crecimiento de la Iglesia.
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La persecución contra los cristianos alcanzó una crueldad sin límites en el Asia Menor, donde, entre otros muchos, padeció el martirio el venerable Policarpo. Hay una carta circular, escrita por la Iglesia de Esmirna, que ha conservado la relación de aquel suceso. Por su importancia, la reproducimos casi por entero.
En la carta se comentan los tormentos que sufrían los cristianos de aquella región, señalando especialmente el entusiasmo y el calor demostrado por un tal Germánico, quien, una vez, arrojado a las fieras, en vez de temblar ante ellas, las excitaba. La multitud se maravillaba del valor de los cristianos, sin que por eso los mirara con más simpatía. Al contrario; la entereza de Germánico excitó de tal modo a la muchedumbre que, en el colmo de su furor, gritaba: "¡Matad a los ateos! ¡Que traigan a Policarpo!"
Al principio, Policarpo se había propuesto no salir de la ciudad; pero, cediendo a las instancias de sus amigos, salió por fin al campo, donde perseveraba en la oración. Tres días antes de ser preso, tuvo una visión: la almohada donde apoyaba su cabeza, la vio rodeada de llamas. Voy a ser quemado por Jesucristo, dijo proféticamente a los que se encontraban en su compañía. Uno de sus criados que había sido preso, no pudiendo soportar la tortura, denunció a Policarpo, quien avisado oportunamente, desdeñó la ocasión que se le ofrecía huir, contestando a los que se lo suplicaban: ¡Cúmplase la voluntad de Dios! Cuando le avisaron de la llegada de sus perseguidores, bajó de la cámara alta y ordenó que se les diera de comer, al par que suplicaba a sus enemigos que le concedieran un momento para consagrarse a la oración. En sus ruegos, acordóse de todas las
personas que había conocido, grandes y pequeños, dignos e indignos, y oró por la Iglesia esparcida por todo el mundo. Así permaneció durante más de dos horas, con tal unción, que los que habían ido a prenderle lamentábanse de la suerte de un hombre tan piadoso y tan venerable.
Después, fue llevado a la ciudad, montado en un borrico. Antes de llegar a ella, encontraron al primer magistrado que acompañaba a su padre y, colocándolo en su carruaje, procuraron hacerle vacilar de su fe.
-Vamos – le decían – ¿qué mal puede venirte si te decides a sacrificar, pronunciando sencillamente estas palabras: Señor César?
A pesar de aquella insistencia, Policarpo permaneció silencioso, hasta que a los ruegos de sus acompañantes, replicó: Nunca seguiré vuestro consejo. Ellos, enojados, le injuriaron y le arrojaron del carro con tanta violencia, que se produjo una dislocación en un pie. Impasible ante el mal que le aquejaba, hostigó a su cabalgadura a llegar cuanto antes a la ciudad.
Ya en el circo, miró resignado aquella multitud que lo llenaba, ávida de la sangre del varón ferviente. Mientras entraba – añade la carta – , oyóse una voz del cielo, que decía: ¡Esfuérzate, Policarpo, ten valor! Al tiempo que la muchedumbre daba gritos ensordecedores, al verlo en la pista.
Conducido a la presencia del procónsul preguntó éste:
-¿Eres tú Policarpo? -Sí, contestó. -Pues jura por la fortuna de César. ¡Arrepiéntete y di que los ateos sean cercenados de este mundo!
Policarpo, volviéndose gravemente hacia la multitud que le rodeaba y señalándola con la mano, mirando al cielo, gimió diciéndole:
-Sí, ¡qué los ateos sean cercenados de este mundo! -Jura por la fortuna de César – añadió el procónsul – , maldice a Cristo, y te devuelvo la libertad. -Hace ochenta y seis años que le sirvo y no me hizo ningún daño, ¿cómo podré maldecir a mi Rey y Salvador? Ya que parecéis ignorar quien soy, os diré con franqueza que soy cristiano, indicadme el día, y yo os lo diré. -Dirigíos al pueblo. -Yo he aprendido a honrar los poderes establecidos por Dios, motivo que me obliga a responderos; en cuanto al pueblo, no lo considero digno de que oiga mi defensa. -Tenemos las fieras, a las que os echaré si no os arrepentís. -Haced lo que queráis; no es posible abandonar el bien para abrazar el mal. -Ya que no teméis a las fieras, seréis quemado vivo, si no os arrepentís. -El fuego a que me condenáis llamea un instante; después se extingue, y es preciso saber que hay otro fuego que no se extinguirá nunca, reservado en el último juicio para los impíos. ¿Qué esperáis? Realizad en mí vuestro propósito.
El procónsul ordenó, desde luego, que un heraldo lo condujera en medio del circo y anunciara por tre s veces que Policarpo había confesado que era cristiano.
Furiosa la muchedumbre, daba gritos, diciéndole: ¡Éste es el doctor del Asia, el padre de los cristianos, el destructor de nuestros dioses! Seguidamente, llamaron al asiarca (el presidente de los juegos)1, pidiéndole que lanzara un león a Policarpo. El asiarca negóse a ello, alegando que había concluido la temporada de los juegos. Entonces todo el pueblo dio voces, diciendo: ¡Quemadle! ¡Quemadle!
La multitud lo arrojó a la calle, buscando las tiendas donde vendieran maderas, y en los baños, haces de leña. Los judíos se mostraron los más ardientes: la hoguera quedó formada en pocos instantes.
Policarpo se quitó los vestidos, desabrochó su cinto y, como quisieran sujetarle con clavos al madero, dijóles: Dejádme, que Aquel que me da las fuerzas para resistir al fuego me las dará también para que inmóvil me consuma la hoguera.
Entonces le ataron con sogas y Policarpo, dirigiendo la mirada al cielo, oró:
Señor, Dios Todopoderoso, Padre de Jesucristo, tu Hijo amado, y bendito, por quien hemos recibido la ventura de conocerte, te doy gracias porque me has juzgado digno de este día y de esta hora, contándome el número de tus mártires y haciendo que participe con ellos del cáliz de Jesucristo, para resucitar alma y cuerpo a la vida eterna y gozar de la incorruptibilidad por tu Santo Espíritu. ¡Pueda yo ser recibido hoy en medio de tus elegidos como víctima agradable! ¡Oh, Dios verdadero y fiel! Como lo habías preparado y manifestado de antemano, así lo has cumplido. Yo te alabo, ¡oh Dios!, por todas estas cosas; te bendigo, te glorifico al par que a Jesucristo, tu eterno hijo, divino y amado, al cual, como a Ti y al Espíritu Santo, sea la gloria desde ahora y para siempre.
Encendida la hoguera, se levantó una gigante llamarada que formó alrededor del cuerpo del mártir como una bóveda, parecida a la vela hinchada de un buque, semejante a oro o plata que brilla en el crisol, al mismo tiempo que al cuerpo de aquel sufrido mártir descendía un olor suave a incienso, mezclado con perfumes deliciosos.
Uno de los verdugos, viendo que el fuego no llegaba a él, se acercó y le atravesó con una espada. De la herida manaba sangre, con tal abundancia que apagó el fuego. Los fieles procuraron recoger su cuerpo, pero los judíos que habían adivinado su deseo, pidieron al gobernador que no lo permitiera. Tal vez – decían – olviden al Crucificado para adorar a Policarpo.
¡Cómo si fuera posible – añaden los autores de la carta – abandonar a Cristo, que sufrió por la redención del mundo entero, para adorar a otro! Nosotros, adoramos a Cristo: en cuanto a los mártires, solamente los rodeamos de nuestro respetuoso amor, porque han sido los imitadores del Salvador y de sus discípulos."
Y termina la carta diciendo que los fieles recogieron sus calcinados huesos, de más valor para ellos, que "las alhajas más preciosas y que el oro más puro":
"Los colocamos en un sitio a donde pudiéramos llegar, con el permiso de Dios, y celebrar con alegría el aniversario de su martirio".
Permítasenos reproducir las notables reflexiones que el deán Milman hizo al relato que acabamos de leer:
"Toda esta relación lleva impreso el sello de la verdad. La actitud prudente al par que resuelta del anciano obispo, el furor del populacho, los judíos, aprovechando la ocasión de manifestar su odio, siempre vivo, al nombre cristiano, todo está descrito con sencillez y naturalidad. Lo maravilloso de la carta no puede sorprendernos. La exaltada imaginación de los espectadores cristianos transforma en milagro cualquier incidente. La voz del cielo, que solo los fieles pueden percibir, la llama de la hoguera, con tan poco tiempo preparada, formando una bóveda sobre el cuerpo indemne, el olor, suave, producido probablemente por los haces de plantas aromáticas sacadas de las casas de los baños públicos, que se destinaban para calentar los baños a los ricos, la efusión de su sangre, en fin, todo ello podía asombrarles a causa de la decrepitud de un anciano que tendría lo menos cien años de edad. Hasta la visión pudo presentarse a su espíritu en una tan peligrosa crisis"
De Policarpo ha quedado su Epístola a los filipenses, en la cual habla del apóstol Pablo: "Cuando estaba entre vosotros, os enseñaba, fiel y constantemente, la Palabra de Verdad. Cuando estuve lejos de vosotros, os escribí una carta. Si queréis edificaros en la fe, la esperanza y la caridad, estudiadla con cuidado".
Su epístola se compone, casi enteramente, de citas bíblicas y referencias a pasajes de Pablo, pues compone que los filipenses conocían las Escrituras. Andamos que Policarpo no escribió solo en su nombre, sino también en el de los presbíteros y ancianos que estaban con él4.
Debido a su larga vida, Policarpo es, de alguna manera, el lazo que une la época apostólica con el siglo III. Uno de sus discípulos, Ireneo, obispo de Sión, vivía aún en el año 202. En una carta escrita al final de su vida, donde cuenta los recuerdos de su infancia – más frescos en su memoria que muchos sucesos más recientes, según dice¬ – , Ireneo da de su reverenciado maestro los detalles siguientes: "Yo podría indicar el sitio donde el bienaventurado Policarpo tenía la costumbre de sentarse a hablar… Me acuerdo de su humor, de sus
ademanes, de su talle. Podría repetir sus discursos y, ordinariamente, lo que contaba de sus relaciones familiares con Juan y con otros que habían conocido al Señor. De qué modo repetía sus discursos y hablaba de los milagros de Cristo y su doctrina, como se lo habían contado los que lo habían visto. Todo lo que nos decía de estas cosas estaba de acuerdo con lo que leemos en las Escrituras. Por la gracia de Dios, escuché con mucha atención – anotando cada detalle, no en el papel, sino en mi propio corazón – , lo que refrescó a menudo el recuerdo de mi juventud"5.
Tomado del libro Historia de la Iglesia Primitiva, desde el Siglo I hasta la muerte de Constantino, E. Backhouse y C. Tyler
San Policarpo Obispo de Esmirna, mártir 69-c.155 Padre Apostólico Importante vínculo entre el Apóstol San Juan y San Ireneo, San Ignacio y otros padres de la Iglesia. Fiesta: 23 febrero En breve: Policarpo, discípulo de los apóstoles y obispo de Esmirna, dio hospedaje a Ignacio de Antioquía. Hizo un viaje a Roma para tratar con el papa Aniceto la cuestión de la fiesta de la Pascua. Sufrió el martirio hacia el año 155, siendo quemado vivo en el estadio de la ciudad. Testimonio sobre su martirio: Como un sacrificio enjundioso y agradable De su carta a los Filipenses: Estáis salvados por gracia Las obras y fuentes sobre San Policarpo: (1) Las epístolas de San Ignacio; (2) La epístola de Policarpo a los Filipenses; (3) algunos pasajes de San Ireneo; (4) La carta a los de Smirna sobre el martirio de San Policarpo.
Vida de San Policarpo San Policarpo fue uno de los más famosos entre aquellos obispos de la Iglesia primitiva a quienes se les da el nombre de "Padres Apostólicos", por haber sido discípulos de los Apóstoles y directamente instruidos por ellos. Policarpo fue discípulo de San Juan Evangelista, y los fieles le profesaban una gran veneración. Entre sus muchos discípulos y seguidores se encontraban San Ireneo y Papías. Cuando Florino, que había visitado con frecuencia a San Policarpo, empezó a profesar ciertas herejías, San Ireneo le escribió: "Esto no era lo que enseñaban los obispos, nuestros predecesores. Yo te puedo mostrar el sitio en el que el bienaventurado Policarpo acostumbraba a sentarse a predicar. Todavía recuerdo la gravedad de su porte, la santidad de su persona, la majestad de su rostro y de sus movimientos, así como sus santas exhortaciones al pueblo. Todavía me parece oírle contar cómo había conversado con Juan y con muchos otros que vieron a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de ellos. Pues bien, puedo jurar ante Dios que si el santo obispo hubiese oído tus errores, se habría tapado las orejas y habría exclamado, según su costumbre: ¡Dios mío!, ¿por qué me has hecho vivir hasta hoy para oír semejantes cosas? Y al punto habría huído del sitio en que se predicaba tal doctrina". La tradición cuenta que, habiéndose encontrado San Policarpo con Marción en las calles de Roma, el hereje le increpó, al ver que no parecía advertirle: '¿Qué, no me-conoces?" "Sí, -le respondió Policarpo-, se que eres el primogénito de Satanás". El santo obispo había heredado este aborrecimiento hacia las herejías de su maestro San Juan, quien salió huyendo de los baños, al ver a Cerinto. Ellos comprendían el gran daño que hace la herejía. San Policarpo besó las cadenas de San Ignacio, cuando éste pasó por Esmirna, camino del martirio, e Ignacio a su vez, le recomendó que velara por su lejana Iglesia de Antioquía y le pidió que escribiera en su nombre a las Iglesias de Asia, a las que él no había podido escribir. San Policarpo escribió poco después a los Filipenses una carta que se conserva todavía y que alaban mucho San Ireneo, San Jerónimo, Eusebio y otros. Dicha carta, que en tiempos de San Jerónimo se leía públicamente en las iglesias, merece toda admiración por la excelencia de sus consejos y la claridad de su estilo. Policarpo emprendió un viaje a Roma para aclarar ciertos puntos con el Papa San Aniceto, especialmente la cuestión de la fecha de la Pascua, porque las Iglesias de Asia diferían de las otras en este particular. Como Aniceto no pudiese convencer a Policarpo ni éste a aquél, convinieron en que ambos conservarían sus propias costumbres y permanecerían unidos por la caridad. Para mostrar su respeto por San Policarpo, Aniceto le pidió que celebrara la Eucaristía en su Iglesia. A esto se reduce todo lo que sabemos sobre San Policarpo, antes de su martirio. El año sexto de Marco Aurelio, según la narración de Eusebio, estalló una grave persecución en Asia, en la que los cristianos dieron pruebas de un valor heroico. Germánico, quien había sido llevado a Esmirna con otros once o doce cristianos se señaló entre todos, y animó a los pusilánimes a soportar el Martirio. En el anfiteatro, el procónsul le exhortó a no entregarse a la muerte en plena juventud, cuando la vida tenía tantas cosas que ofrecerle, pero Germánico provocó a las fieras para que le arrebataran cuanto antes la vida perecedera. Pero también hu bo cobardes: un frigio, llamado Quinto, consintió en hacer sacrificios a los dioses antes que morir. La multitud no se saciaba de la sangre derramada y gritaba: "¡Mueran los enemigos de los dioses! ¡Muera Policarpo!" Los amigos del santo le habí an persuadido que se escondiera, durante la persecución, en un pueblo vecino. Tres días antes de su martirio tuvo una visión en la que aparecía su almohada envuelta en llamas; esto fue para él un a señal de que moriría quemado vivo como lo predijo a sus compañeros. Cuando los perseguidores fueron a buscarle, cambió de refugio, pero un esclavo, a quien habían amenazado si no le delataba, acabó por entregarle. Los autores de la carta de la que tomamos estos datos, condenan justamente la presunción de los que se ofrecían espontáneamente al martirio y explican que el martirio de San Policarpo fue realmente evangélico, porque el santo no se entregó, sino que esperó a que l e arrestaran los perseguidores, siguiendo el ejemplo de Cristo. Herodes, el jefe de la policía, mandó por la noche a un piquete de caballería a que rodeara la casa en que estaba escondido Policarpo; éste se hallaba en l a cama, y rehusó escapar, diciendo: "Hágase la voluntad de Dios". Descendió, pues, hasta la puerta, ofreció de cenar a los soldados y les pidió únicamente que le dejasen orar unos momentos. Habiéndosele concedido esta gracia, Policarpo oró de
pie durante dos horas, por sus propios cristianos y por toda la Iglesia. Hizo esto con tal devoción, que algunos de los que habían venido a aprehenderle se arrepintieron de haberlo hecho. Montado en un asno fue conducido a la ciudad. En el camino se cruzó con Herodes y el padre de éste, Nicetas, quienes le hicieron venir a su carruaje y trataron de persuadirle de que no "exagerase" su cristianismo: "¿Qué mal hay -le decían- en decir Señor al César, o en ofrecer un poco de incienso para escapar a la muerte?" Hay que notar que la palabra "Señor" implicaba en aquellas circunstancias el reconocimiento de la divinidad del César. El obispo permaneció callado al principio; pero, como sus interlocutores le instaran a hablar, respondió firmemente: "Estoy decidido a no hacer lo que me aconsejáis". Al oír esto, Herodes y Nicetas le arrojaron del carruaje con tal violencia, que se fracturó una pierna. El santo se arrastró calladamente hasta el sitio en que se hallaba reunido el pueblo. A la llegada de Policarpo, muchos oyeron una voz que decía: "Sé fuerte, Policarpo, y muestra que eres hombre". El procónsul le exhortó a tener compasión de su avanzada edad, a jurar por el César y a gritar: "¡Mueran los enemigos de los dioses!" El santo, volviéndose hacia l a multitud de paganos reunida en el estadio, gritó: "¡Mueran los enemigos de Dios!" El procónsul repitió: "Jura por el César y te dejaré libre; reniega de Cristo". "Durante ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi respuesta: Soy cristiano. Y si quieres saber lo que significa ser cristiano, dame tiempo y escúchame". El procónsul dijo: "Convence al pueblo". El mártir replicó: "Me estoy dirigiendo a ti, porque mi religión enseña a respetar a las autoridades si ese respeto no quebranta la ley de Dios. Pero esta muchedumbre no es capaz de oír mi defensa". En efecto, la rabia que consumía a la multitud le impedía prestar oídos al santo. El procónsul le amenazó: "Tengo fieras salvajes". "Hazlas venir -respondió Policarpo-, porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al mal, pues sólo es justo convertirse del mal al bien". El precónsul replicó: "Puesto desprecias a las fieras te mandaré quemar vivo". Policarpo le dijo: "Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras". Durante estos discursos, el rostro del santo reflejaba tal gozo y confianza y actitud tenía tal gracia, que el mismo procónsul se sintió impresionado. Sin embargo, o rdenó que un heraldo gritara tres veces desde el centro del estadio: Policarpo se ha confesado cristiano ". Al oír esto, la multitud exclamó: "¡Este es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el enemigo de nuestros dioses que enseña al pueblo a no sacrificarles ni adorarles!" Como la mul titud pidiera al procónsul que condenara a Policarpo a los leones, aquél respondió que no podía hacerlo, porque los juegos habían sido ya clausurados. Entonces gentiles y judíos pidieron que Policarpo fuera quemado vivo. En cuanto el procónsul accedió a su petición, todos se precipitaron a traer leña de los hornos, de los baños y de los talleres. Al ver la hoguera prendida, Policarpo se quitó los vestidos y las sandalias, cosa que no había hecho antes porque los fieles se disputaban el privilegio de tocarle. Los verdugos querían atarle, pero él les dijo: "Permitidme morir así. Aquél que me da su gracia para soportar el fuego me la dará también para soportarlo inmóvil". Los verdugos se contentaron pues, con atarle las manos a la espalda. Alzando los ojos al cielo, Policarpo hizo la siguiente oración: "¡Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos v enido en conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacr ificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!" No bien había acabado de decir la última palabra, cuando la hoguera fue encendida. "Pero he aquí que entonces aconteció un milagro ante nosotros, que fuimos preservados para dar testimonio de ello escriben los autores de esta carta-: las llamas, encorvándose como las velas de un navío empujadas por el viento, rodearon suavemente el cuerpo del mártir, que entre ellas parecía no tanto un cuerpo devorado por el fuego, cuanto un pan o un metal precioso en el horno; y un olor como de incienso perfumó el ambiente". Los verdugos, recibieron la orden de atravesar a Policarpo con una lanza; al hacerlo, brotó de su cuerpo una paloma y tal cantidad de sangre, que la hoguera se apagó.