Títu lo srcinal en ing les: "THE BOOK OF TEA”
CONTENIDO
Pre sen tac ión ....... ....... ........ ...... ....... ........ ....... .... 7 Biografía de Kak uzo Okakura I. Copyright 1977 de esta edjcion por ed ito ria l Sim iente s. Buenos Aires. RepúbUca Argentina
Hecho el depósito que dispone la
II.
....... ....... ....... ...
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La Copa de la Hum anidad............................. 23 Las Escuelas del T .................................... é ..
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III.
Taoísmo y Zenn ismo .....................................
IV.
La Cámara del T é........ ................................81
V.
El Sentido del A rt .......................................... e 105
VI.
Las Flo res.........................................................
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ley 11.723
V II .
Impreso en la Argentina Printed in A gentine
Lo s Maestros del T é ...................................... 145 ..
Biografía de Kalcuzo Okalcura
pRENTE al Pa be lló n de A rt e en el Par qu e de Uye no de Tokio, un busto de bronce .inm ortali za a Kakuzo Okakura quien, desde su juventud fuera promotor entusiasta del arte nacional. E ra más comunmente conocido en su país bajo el pseudónim o “ Ten sh in ” , con el cual publicó num erosos trabajos. Era un convencido de la bondad del arte nipón y el procl am arlo fué su nort e. Kanyemon, un Samurai —(del Clan de Fukui, provincia de Echizcn, que durante muchas generaciones desempeñara funciones de importancia al servicio del muy hidalgo y poderoso Daimyo Matsudaira)— que se estableció en la enton ces peq ueñ a ciu da d de Yokoham a pa ra dedicarse, con el auspicio del mismo daimyo, a la exporta ció n de seda s ya que la regió n de F uk ui er a la que más la producía, fué el padre de Kakuzo Okakura, quien nació el 26 de diciembre de 1862. Siendo muy niño, falleció su madre y su educación fué confiada a Otsune, una institutriz instruida, discdpu
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la del célebre lealista Sanai Haslíimoto, de la escuela nacionalista tradicional. Así, pues, estas fueron las primeras ideas que el niño recibiera y que más tarde el hombre pr oclam aría. En 1871 y en el primer colegio ingles de Yokohama hizo su aprendizaje do este idioma. En este colegio de la misión norteamericana que dirigiera ol Dr. Hepburn estudio ingléá un año antes de conocer la escritura china. Después de asistir tres años a ambas clases y a los 13 años ingresó a la Escu ela “ Ka isei ” de Toldo , la que luego so convirtió en Univer.
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tural en esa época de agitación de ideas e ideales como fuera la del período de la organización del Japón moderno. Mas, como era muy descuidado, dejó sus papeles abandonados y fueron rotos por un criado suyo. En el br eve tiem po de quince días tuv o que pre p ara r un nu evo trabajo; por esta razón en los últimos años solía decir entre sus íntimos, refiriéndose al suceso, que de no haber ocurr ido, el destin o de su vid a ha bría sido mu y distinto. Pero, era necesario trabajar y felizmente inspirado present ó la tesi.s intitula da “ Bellas Ar tes ” . Kakuzo, que por la profesión de su padre, había tenido oportunidad de practicar el inglés hasta dominarlo, tenía un conocimiento que en aquellos tiempos representaba un caudal intelectual. Con ésto, su título de Doctor en Letras y los conocimientos claros y poco comunes sobr e ar te, est ab a ca pacit ado para esc alar con fa cil ida d altos puestos en el Ministerio de Educación. Fué así como a los 3 meses de haber egresado le fué encomendado un trabajo de investigación de la música nacional. Desempeñó luego varios cargos en dicho ministerio, entre los cuales uno, como inspector de estudios, le br ind ó op or tunida d de \ ia ja r po r el int er ior . En 1886, junto con los señores Hamao y Fenellosa, fué comisionado por el Gobierno Imperial para estudiar Bellas Artes en Europa, siendo nombrado a su regreso, Secretario de la Comisión Organizadora de la Escuela de Bellas Artes de Tokio, y en 1890 fué su Director con
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una cátedra de Historia del Arte. Mantuvo esta dirección ocho años, durante los cuales dió a la Escuela estabilid ad y le fij ó rum bos de acuerdo con su idea l tr a d icional. En esta época era Okakura una figura sobresaliente en las esferas del arte y nada se hacía sin su consejo. De tal modo, cooperó en la tarea de investigacione.s artísticas, organizó centros, seleccionó profesores, participó en la organización de exposiciones internas y externas, además de dictar clases y dar conferencias sobre la historia del arte japonés y oriental en facultades y colegio.''. Pero Okakura era un bohemio y en el barrio Negishi, al norte del Parque üyeno, se reunía diariamente con un grupo de jóvenes escritores y su vocación literaria lo retuvo, haciéndole descuidar, sin querer, sus deberes de Director de la Escuela de Bellas Artes. En IS&S, por esa falta disciplinaria fue separado de la Institución, y hubo de renv inciar al cargo de Dire cto r del Museo Im pe rial. Había en el INIinisterio un grupo cuya tendencia era occidentalizante y aprovecharon esta circunstancia para debilitar la preponderancia del inteligente director destituido. Esto provocó un movimiento de reacción entro numerosos discípulos y amigos de Okakura, quienes, haciendo causa común con él, renunciaron a sus cátedras. Hashimoto, Yokoyama, Shimomura, e Hishida se encuentran entre ellos, y son junto con Okakura discípulos de
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Fenellosa, que estaban convencidos de la superioridad del arte nipón. Estos jóvenes, la flor espiritual de la era de Meiji, solidarizándose con Okakura, organizar on la prim era Academia del Arte de Japón en 1898, srcen de la actual institución. Hasta ese entonce.?, fuera del viaje a China realizado én 1893, por orden del Ministerio de la casa Imperial, no había tenido ocasión de conocer el continente de Asia. En 1901 visita a la India. Su franca simpatía para con el pueblo oprimido do la península y su amistad con el poe ta Tag ore y otros prohom bres de la In dia, provoc aron el desagrado del entonces Virrey, Lord Curzon, viéndose obligado a salir de la misma en menos de un año de estadía. Pero sus estudios fueron muy fructuosos. El libro The ideáis of the east ” , pub licad o en Lon dre s en 1903, fue el resultado de este viaje. En 1904, por invitación del Museo de Bellas Artes de Bo.ston, fue a los Estad os Unidos, donde es nombra do consejero del mencionado Museo, y en 1905, se hace cargo de la Sección Oriental del mismo, con la obligación de permanecer seis meses del año en Boston. Hizo viajej anuales desde entonces, con frecuencia pasando por Europa y la In dia que ta n to amó. Fu e en esos via jes que en tabló relaciones con el escultor francés Augusto Rodin y el pintor ingles Alma Tadema, quienes así se enteraron de los méritos del arte Nipón.
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El Director de la Sección Oriental del Museo de Bellas Artes de Boston se convierte en una autoridad mundial ; sus actividades son asimismo dedicadas más al mundo Occidental que al Japón y el Oriente. Durante su estadía en Norte américa, publi có entre o tras: “ The Aw a kening of Ja p an ” , 1904, y “ The Book of Tea ” , en 1906.
Sus princ ipales obras, además de numerosos info rmes sobre estudios de arqueología y bellas artes del Japón, de Ch ina y de la In dia , qu e son tesoros par a la ciencia del arte, son: Curso de Historia del Arte Japonés y Curso de Arte Oriental, dictados en las Universidades japonesas; The ideáis of the Bast with special re
estas publicaciones, en inglés por él mismo,Por se conoció en el mundoescritas intelectual de Europa y Norteamérica, su eminente personalidad, no solamente como experto en materia del arte, sino como filósofo y pensador oriental de mérito. Falleció en 1913, habiendo sido a su muerte condecorado por Su IMajcstad el Emperador del Japón, con la Orden del Sol Naciente, en virtud de su meritoria labor en fav or de su país , en el cual, fu er a del red ucido círculo de artistas y estudiantes del arte, era poco conocido; pero dada la circunstancia del momento —la ola del movimiento nacionalista— las ideas de Okakura, pro nuneiada.s con el anticipo de una generación, han florecido de lleno en todo el Imperio y el autor es la figura central de ese movimiento, porque Okakura fué, como dice una esc ritora inglesa conocedora de la civilización oriental, en el prólogo del l ibro “ Los ideal es del Oriente ” : “ Autoridad máxima en la arqueol ogía y bellas art es del Oriente, reconocido en Japón y en el extranjero; apóstol de la unidad asiática y apologista de los ideales del Oriente”.
ference to of theTea, art of Japan,srcinariamente The Awakening Japan y The Book escritos en of inglés. Estos libros traducidos a varios idiomas por la casa editora Payot de París en los últimos años, han sido vertidos al japonés en un solo tomo junto con los cursos del arte arriba citados.
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Kakuzo Okakura
EL LIBRO DEL TE
editorial simientes
Títu lo srcinal en ingles: “ THE BOOK OF TEA”
CONTENIDO
Presentación.......................................................... Biografía de Kakuzo Okakura ........................... I. Copyright 1977 de esta edición por editori al Simie ntes. Buenos Aires. Repúbüca Argentina
Hecho el depósito que dispone la ley 11.723
Impreso en la Argentina Printed in A gentine
La Copa de la Humani dad
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............................... 23
II .
Las Escuelas del T...................................... é 41 ..
III .
Taoísmo y Zenn ismo....................................... 59
IV .
La Cánrara del
V.
El Sentido del
V I. V II .
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T é ....... ...... ....... ....... ....... ...... ..
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A r te ...... ....... ...... ....... ....... .....105
Las Flo res............................................................. 123 Los Maestros del T é ........................................... 145
El presente libro podrá hacer sonreír a los espíritus superficiales de O ccidente, que no comprenden que en el vértigo sensual de la vida moderna haya un culto que practican millones de hombres, srcinado en el hecho trivial de beber una taza de té; un culto, el teísmo, que, como dice Okakura, esté basado en la adoración de lo bello sobre todas las vulgaridades de la existencia cotidiana; un cuito que inspira a todos sus fieles la pureza y la armonía , 'el misterio de la caridad mutu a, el sentido del romanticismo y eí orden social. A i entrar a la cámara del té, ese pequeño espacio de recogimiento y abstracción de las pequeñeces de la vida, los que llevan armas las dejarán en el armero del pórtico
y,
todos, abandonarán sus pasiones para
sentarse con eí alma pura y Ubre a disfrutar plenamente de los momentos de serenidad que tienen ía v irtu d de unir a humildes y poderosos en un mismo sentimiento estético y elevado por encima de las diferencias de los hombres. No hay en Occidente, fuera de templos y de claustros, un lugar de recogimiento tan venerable y tan recatado, y, sin embargo, tan común y accesible como ía Cámara del Té que forma el centro íntimo de cada hogar y es una de las fuentes morales y educativas más sólidas del pueblo japonés.
LA COPA DE LA HUMANIDAD
■'■,V.áÉÍ
La Copa de la Humaniciaci
g N sus comi enzo s el té, antes de ll egar a ser una bebida, fué una medicina. Hasta el siglo VII no hace su entrada en China en el reino de la poesía, ni pasa a ser una distracción de los elegantes de la época. En el siglo XV el Japón lo ennoblece y hace de él una religión estética: el teísmo. El teismo es un culto basado en la adoración de lo bello sobre todas las vulgaridades de la existencia cotidiana. Inspira a todos sus fieles la pureza y la armonía, el misterio de la caridad mutua, al sentido del romanticismo y el orden social. Es es encialmente el culto de lo Impe rfecto, pu esto que signific a un esfuer zo para re alizar lo posible en esa cosa imposible a la que llamamos vida. 25
La filosofía del té no es una sencilla estética en la ordinaria acepción del vocablo, porque nos ayuda a experimentar, conjuntamente con la ética y con la religión, nuestro concepto integral del hombre y de la naturaleza. Es una higiene, puesto que obliga a la limpieza. Es una economía, puesto que demuestra que el bienestar se da más bien en la sencillez que en la complejidad y el despilfarro. Es una geometría moral, puesto que define el sentido de nuestra proporción en relación con el Universo. Representa, por último, el verdadero espíritu democrático del Extremo Oriente en cuanto convierte a todos sus adeptos en aristócratas del gusto. El hecho de que el Japón se haya encontrado durante tanto tiempo aislado del resto del mundo, ha contribuido poderosamente, a desarrollar la afición a la vida interior, a propagar el teísmo.
rada s más humildes.
que en las mo
cult ivar l as flores y^ h f tra baj ado r e l r esp eto pL a c o n t con el agua.
"
Piedras
y
para
me nte al hab lar u*n'homb” ^^ co rr ien teepisodios tragi-cóm icos ^"se nsi ble ante Jos “carece de té". Y se celebr-f'''"'" individual, que «te ta goza dor, qu e td Y f ’ mu ndan a se abanHnn • ^ tra ge dia
‘ad , a la c o ír t, " éJ que “tien e mu cho té ”.
dicie ndo de
en este oíd e^ drc ós Ts ^se T ^’n para nad a. “¡Qué temnestaH dirá. P ero déspuL d T S l '" queña que es la copa de la , ®^,‘^°"sidera lo pe pronto se desbo rda en lá • hum an a y que
N uest ra s casas y nuest ra s co stum bres; nues tra manera de vestirnos y nuestra cocina, nuestra porcelana, nuestra laca, nuestra pintura, hasta nuestra literatura, todo entre nosotros ha sufrido su influencia. Nadie que conozca la cultura ja pone sa puede ig nor ar lo . 26 27
imagen sanguinaria de Marte: hemos de consagrarnos a la rema de las Cam lias? ¿por qué no hemos de abandonarnos a la cálida corriente de simpatía que desciende de sus
que^ño 'oto^nf”^'
”'
altares? , i. En el liqui do amba rino que lle na la taza de
b a r i f Si
ac ep taríam os el dictad o de bá r
porcel m arf il inde a, Confuc. el inieiado gusta « o u isitanaa reserva o, la exci tac ión rd la . Laotsé y hasta el aroma etéreo de Syakamuni. Los que son incapaces de sentir en raos la pequenez de las grandes cosas, pre para dos para_ disc er nir y separa r unas de otr as las cosas pequeñas. Un occidental cualquiera, en superficial, no verá en la ceremonia del te sm< alguna de las mil y una constituyen la puerilidad y el encanto del Extre moOriente. , Enc ont rá bas e ha bi tu ad o a “ “ '<'5“' como un país bárbaro, mientras en el se practica
L.;rcnteTASe TlXl “'^^
'«s mo,
baros, cim s, nuestro rech olaal glo de ria civ ilizados debiera en tarse de sobre m ilitar sólo y esoe ser ';Tnced Tdo el re spet o qu e m” ecen°
h u b L a de' ^
in teíi H ^" ^” ’ Occid ente comprenderá o mtentara comprender al Oriente? Muchas veces, nosotros mismos, los asiáticos .nve nH o ^’e hech os v de nvenciones en que se nos ha envuelto. de l í Z l n r ''ívíe^do del perfum e de los lotos, y hacen de ello tema y motivo de sonrisas o de censuras. Entre nosotros —dicen— no hay más que fa natismo impotente o sensualidad abyecta. El espi
ban la s art es am ables de la paz y tien e al Ja P»" p“ S iH z a d o desde que lo h a f “Js pra ctica r el as es in ato en gra nde escala en campos de batalla de la Manchuria. ¡Oué de comentarios se han dedicado a digo d " o s Sumurai , a es e Arte de la Muerte , al
S r , « n o ra n c ia r ia so .m a fl L "■'''?'" h T í " '’ japonés T d e ír " fatali smo, y hasta se ha llegad o L r J sensi bles al dolo r v a tro « í “‘S‘tez de núe s tro sistema nervioso.
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i P o r qué no se han de divert ir a cos ta nuestra? El Asia les devuelve el cumplido. Mucho "rreirtais si supierais todo lo que aquí se ha .ma pinad o v escr ito ac er ca de vo so tro s. ^ Hay en ello todo el encanto de la perspectiva,
or? num ero de com patriotas míos ha • op ado ya mu cho s de vuest ros trajes y de v ues >a etiqu eta con la ilusión de cre er que com pran
todo la el venganza homenaje silenciosa inconsciente toda de alolonuevo .
fio cuellos almidonados y sombreros de copa ad
‘" '‘u n tf o s han car gado de vir tude s dema siado afinad as p ara imitarlas y acusado de cr ímenes de masiado pintorescos para condenarlos N uestro s escr itores de la a n tig ü e d a d hom br es pru dente s y sabios— nos han dicho, po r ejemplo, que teníais colas de madera, p a r t e 'p ó r vues tr os v estidos , y. que en ^ ^ a s o^a L n c s , se os ocu rría comer un guisote de nmos cien mcidos.^ aún: nosotros estamos acostumbra dos a consideraros como al pueblo menos piact To él la tierra, porque se nos aseguró que predicabais lo que no practicabais. Felizmente estas falsas ideas comienzan a d sioarse entre nosotros. El comercio ha traído muchos europeos a los puertos del Extremo Oriente fos jóvenes asiáticos afluyen a los colegios occi dentales para adqu irir la educaci ón Si todavía no profundizamos en vuestra cultura, por 30
lóamenos hemos demostrado la voluntad de cono
Po r d olorosas y deplorables que
sean estas
.‘o de acercarnos con respeto al Occidente, í or desgracia la actitud occidental es muy po _fav orable para la comprensió n del O rien te El m.s>onero cristiano, viene a nosotros para ense 'm da? íipr endcr . Las infor maci one s est án •Mdas sobre algunas pobres traducciones de m cstra inmensa literatura, cuando no en anécdo ■is, poco dignas de fe, de viajeros que pasaron; y .cas os ra n ^m os el de Ja pluma caballe resca d e Hearn, o el de un escritor como el ■mlor del Tejido de la vida india, que aclaran las 'nieblas orientales con la antorcha de nuestros |'i(i|)ios sentimientos. , l’ero está resultando posible que yo traicione "I ITopia Ignorancia del Culto del Té al mostrarían franco. La esencia de la cortesía impone •I'"' no se diga por adelantado lo que se espera 31
de nosotr os. Tan to peor si yo paso por un po co ^
di ferent es''”^ ? ” ''t ” “ <'««'>™e lto en se ntidos d rc rp ^ ^ rot t"
'‘' ' “ alncomprensi ón mutua de l Nue vo M und o V del Viejo ha hec ho tanto mal, q ue no ay p pvc usarse de quere r co la bora r un poco, au X progreso de una me
S ' zo del siglo XX hubiera economizado al mundo el espectáculo tosamente sanguinaria si la Rusia
§^®riado en ex pa ns ión a co sta '5 “ 5“ Ma d ; nosotros” “ ntra un
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Podéis bu rlaros de
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" t e t r o s ' fo roc áde n tales, ,ue p odéis “ ca recer de té” en vu estr a cons titución . ,¡{¡ " '" mi da mos el que los c o n " J ¿ ™ quen asi con epigramas, o por ' . jj d j pé mo nos de p rM u ra r la m utu a venta ja medio hemisferio. 32
I""' encima de toda controversia ....... 33
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con frecuencia dudoso, proclama bien alto que, allí al menos, el espíritu del Oriente rema sm opo^^^Xa primera mención escrita que del te se co noce en Europa, dícese que se encuentra el i elato de un viajero árabe, quien cuenta pnés año de 879Cantón las principales rentas publicas de la del ciudad estaban constituidas poi los derechos sobre la sal y sobre el te. ívlarco Polo habla de la expulsión de un M. nistro de Hacienda de China e n 128o a causa d . un aumento arbitrario en las tasas sobre el te. En la época de los grandes descubrimientos, Europa comienza a estar un poco mejor mformada sobre las cosas del Extremo Oriente. Al final del siglo X V I los holandeses espa cieron la noticia de que en Oriente se hacia una bebida deliciosa con las hojas de un aibusto (15o9). Los vajeros Giovanni-Batista Ramsio L, A Í li d a (1576), Maff eno (1588) y Tare .ra ('1610') también hacen mención del te. En éste último año los bajeles déla Compañía holandesa de las Indias “ Europa el primer té, que íue conocido en Franca en 1636 y llegó a Rusia en 1638.^ En 1650 Inglaterra lo aco gió y allí , de él como de una excelente bebida aprobada porj 34
Sm
en China se llama en las dernasnaciones tay, alias tee” Como sucede con lasmejores cosas del munV en
día y
<>pósición°^''^^"
encontrar
Algunos heréticos como Henry Saville (1678) lo denunciaron como una bebida impura Joñas Hanway en su Ensayo sobre elté aue ji.Ua de 1 ^06, afirmaba que su uso hace perder a i s hombres su estatura y su amabilidad v a las '’Hijeres su belleza. AI principio el precio del té (unos quince o ^f qne fue ' ‘i una bebida de consumo corriente y determinó . 1.10 fñera un regalo para las recepeines dTla .|lla sociedad y solo estuviera al alcance de los MI andes y de los príncipes. Sm einbarp, a despecho de estos inconvenienel^uso del te se difundía con rapidez extraEn la primera mitad del siglo XVIII los cafés I.- Londres, realmente se habían transformado en • as de te y en puntos de concurrencia de los es■ <^omo Addisón y Steele, que se olKl.i^ban hasta de si mismo ante su taza de té. Muy pronto el té fué una necesidad de la vida ^ |)or consecuencia una necesidad corríente. 35
Recordamos a propósito de esto el papel que ha desempeñado en la historia moderna. La América colonial ha soportado la opresion hasta el día en que la paciencia humana se rebelo ante los fuertes derechos que le fueron tos al té. La independencia de America data de la destrucción de las cajas de te en el puerto de
^°^El” gusto del té tiene un encanto sutil que lo ^ hace irresistible y particularmente susceptible de idealización; asi los humoristas occidentales, no han tardado en mezclar su aroma con el perfume de su pensamiento. , El té no tiene la arrogancia del yino,_ ni el in dividualismo consciente del café, m la inocencia sonriente del cacao. , Ya en 1711 El Espectador dijo; -Quiero re comendar particularmente mis reflexiones a todas las familias bien acomodadas que consagran una hora especial cada mañana al té, al pan y a la manteca y así he de rogarlas ante todo, y por su interés el que exijan que este periódico les sea seivido puntualmente y lo consideren como algo que forma parte del servic io del té” . Samuel Johnson, por último, al hacer su autoretrato se representa'con los rasgos de un bebe^_ de té empedernido y sin pudor, que durante vein 36
te años no ha rociado sus comidas sino con infuf^ encantadora, que el té siempre ha entretenido por la tarde y consolado por la Lamb, adepto declarado del té, da la V Tdadera definición del teísmo al escribir que el [>l.icer mas grande que conocía era el de hacer im.i buena acción ocultamente y que apenas le desuihriera el azar, porque el teísmo es el arte de i.ltar la belleza que se es capaz de descubrir, y aquella que no nos atrevemos a reEste es el noble secreto de sonreírse a sí mis mo, tranquilamente, pero por completo y este es '•"iihien el humor, la sonrisa de la filosofía. ' Todos los humo ristas verdaderamente or í-i •ules pueden ser considerados como filó sofos del I hackeray, por ejemplo, y más aún Shakes|"'aro. Ivos poetas de la decadencia — ¿cuándo no ha "'■■xio el mundo en decadencia?— con sus pro*' materialismo, también en cierto míKlo han abierto un camino al teísmo, y podrá imiv bien suceder que a nuestra facultad de coníni.plar lo imperfecto se deba el que el Oriente 37
y el Occidente puedan encontrarse en una espe cie de consolación mútua. Los Taoistas cuentan que en el gran comienzo del No-Comienzo, Espíritu y Materia sostuvieron un combate mortal y al fin el Emperador Amari llo, el Sol del Ciclo triunfó de Shuhyung, el de monio de las tinieblas y de la Tierra. El Titán en su agonía golpeó con su cabeza la bóveda solar y logró que saltara e'n pedazos el templo del Jade Azul. Las estrellas perdieron sus nid os: la luna erró sin rumbo entre los abismos desiertos de la noche: desesperado el Emperador Amarillo buscó por todas partes alguien que pudiese reparar los cielos, y no buscó en vano, pues del mar oriental surgió una reina, la divina Niuka, con una corona de cuernos y una cola de dragón resplandeciente en su armadura de fuego, que fundió los cinco co lores del arco iris en su caldera mágica y recons truyó el cielo chino.
en iflucha ctlópeaTnÍMa El mundo marcha f-ro ^Queza y el poder « , Z : entre ,as Ciencia con malvada concien • compra ^rmo por amor a la utilid Pi'actica el Occidente como dos Oriente y el entre el oleaje de un mar en” ? bambolean en vano para reconquistai l! la vida. Tenemos necesidad rlp Preciosa de parar el gran desTs fr. p Para re tar. Mientras Ileg¡ o-ustemor^'” °^ de la tarde dora té. La deliciosamente y el suspiro S'orgean l>ajo nuestra marmitn resuena dejémonos ar ra stT á^ oo ^l? h ^ r^ y cosas. ^ bella locura de las a
J
Pero se dice también que Niuka se olvidó de tapar dos agujerillos el firmamento azul y quei así comienza el dualismoendel amor: dos almas ruedan a través del espacio y no reposarán hasta que hayan de juntarse para completar el LTniver-1 so. Cada una a su vez debe reconstruir su cielo] de esperanza y de paz. 38
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I. LAS ESCUELAS DEL TE
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Las Escuelas del Té
E L té es una obra de arte y tiene necesidad de la mano de un maestro para manifestar sus no bles cualidades. Hay té bueno y té malo, como hay buenas y malas pinturas — más abundante lo malo— y no existen recetas para obtener un té bueno, como tampoco las hay para producir un Ticiano o un Sesson. Cada manera de preparar las hojas tiene su individualidad, sus afinidades especiales con el agua y el calor, sus recuerdos hereditarios y su forma peculiar. 'La verdadera belleza debe unirse a todo acto. ¡ Cuanto habremos sufrido al ver que la Sociedad se resiste a admitir esta ley fundamental, y sin embargo, tan sencilla, del arte y de la vida! 43
Lichíhlai, un poeta de la dinastía Sung, ha se ñalado melancólicamente, que las cosas mas deplo rables del mundo son: ver una bella juventud es tropeada por una falsa educación; ver hermosos cuadros degradados por la admiración del vulgo, y ver como se despilfarra tanto té bueno, como consecuencia imperfecta. El té comodeeluna Artemanipulación tiene sus Escuelas y sus pe ríodos. Su evolución puede dividirse en tres eta pas principales; la del té hervido, la del te batido y la de la infusión de té. Los modernos pertenecen a la última escuela. Estos diversos modos de estimar el té reflejan perfectamente el espíritu de las épocas en que han prevalecido, porque la vida es una expresión y nuestros gestos inconscientes traicionan siempi c nuestro íntimo pensamiento. Con fuci o decía que “ el hombre nada sabe ocultar” . Aca so cuando no nos revelamos dema siado en las cosas pequeñas sea por que no tene mos muchas cosas grandes que ocultar. Los hechos más insignificantes de la rutina cotidiana, son casi siempre el comentano de los ideales de una raza, mucho mas practico y pre ciso que los más altos postulados de la filosoíia o de la poesía. 44
Así como las diferentes maneras de preparar el vino caracterizan los temperamentos particulares de as diferentes épocas y de l as diferentes nacionalidades europeas, los ideales del té carac terizan las diversas modalidades de la cultura oriental. La pasta de té coc er; el polvo el e^ que se batía; la que hojasedehacía té que se ponía en dinnpl T rí diversas impulsiones emo cio nales de las dinastías chinas Tang, Sung v Ming y para emplear la terminología de la clasificación artistica de que tanto se ha abusado, se las po dría designar respectivamente como las escuelas clasica, romantica y naturalista del té. La planta del té, srcinaria del Sur de la Chi na, era bien conocida desde los tiempos más remo tos por la botanica y la medicina del país, con los divers(^ non^res que le asignan los escritores clá sicos: Tou, Tseh, Chung, Kha y Ming, y h esti maban mucho como remedio contra l a fatiga así comoy para deleitar el ánimo, fortificar la vo’luntad reanimar la vista. í^o sólo la administraban como remedio inter no, sino que con frecuencia la aplicaban como re medio externo, en forma de pasta para curar las fiolencias reumáticas. 45
Los Taoistas considenban el té como un com ponente importantísimo leí elixir de la inniortalidad, y los Budistas se servían de él corriente mente para combatir el sieño en sus largas hoias de meditación. Entre el siglo IV y ;1 V el té llega a ser la bebida los balitantes del cuando valle Yangtse Kiang yfavorita en estadeépoca taiibién fué se for jó el carácter ideográfico moderno, Cha corrup ción evidente del clásicoTou. Los poetas dé las dnastías del Sur nos han dejado señales de la ferviente adoración que con sagraban a **los aromas del divino liquido . ^Los Emperadores d( entonces tenían costum bre de conceder a sus )rmieros ministros, como recompensa de servicio; eminentes, alguna rara preparación de las precosas hojas. Sm embargo, la forma en que se toniiba el té en esta época era, extremadamente primiiva. Se ablandaban las hojas poniéndolas al va)or y después se hacia con ellas una pasta, mach.cándolas en un mortero, que se hacía hervir ca arroz, genjibre, corteza de naranja, especias, lehe, y algunas veces hasta cebollas. Costumbre tdavía floreciente entre los thibetanos y entre varas tribus de los mongoles, que con todos estos iigredientes preparaban un extraño jarabe. 46
^El u¿o de los trozos de limón, de que tan de votos sori los rusos, que deben su conocimiento ael te a las posadas o paradores chinos, es una sup^vivencia de estos antiguos procedimientos. i^uc preciso el genio de la dinastía Tang para emancipar al te de este estado grosero y elevarlo a su idealización definitiva. Luwuh, que vivió a mediados del octavo sido es el pnmer apóstol del té. Había nacido en una época en la que el budismo, el taoismo y el conlucianismo buscaban una síntesis común y conci liadora. El simbolismo panteista de entonces, preten día reflejar lo universal en lo particular. Luwuh como era un verdadero poeta, descubrió en el servicio del te” el mismo orden y la misma arTK en tí>das las cosas, y su famoso I que puede ser considerado como la iiiblia del te, formuló el código del té y en re cuerdo de ello los mercaderes del té chino suelen lionrarlo como acomprende su Dios tutelar. B Chakíncj tres volúmenes v diez '•apitulos. En el primero el autor trata de ía natiiraleza de la planta del té, en el segundo de los esternas empleados para recoger sus hojas: en el KTcero del escogido de las mismas. Según él la i-alKlad superior de las hojas “debe tener los.pHe47
eues como las botas de cuero de los caballeros tár taros; los rizos como las papadas de un buey po deroso; desarrollarse como la bruma que sube de una torrentera, brillar como un lago acariciado por el céfiro y ser, por último, suaves y dulces al tacto como la tierra humedecida recientemente por El la lluvia. cuarto capítulo está consagrado a la enu meración y descripción de las veinticuatro partes que componen el “ equipo del té” , desd^e el braserc de tres pies, hasta el gabinete de cana en donde se guardan todos estos utensilios. Regist rem os aquí la predilec ción de Luwul por el simbolismo taoisma en este orden de cosaa porque tiene verdadero interés la influencia del té sobre la cerámica china. La porcelana celeste, se propone como es sabi do, reproducir cuidadosamente todas las colora ciones exquisitas del Jade, habiendo llegado i crear bajo la di nastía Tan g el esmalte azul (u -
ladón) del Sur y el esmalte blanco del Norte. Luwuh tenía el azul como el color ideal de una copa para té, a causa de que da al liquido un tinte verdoso, mientras el blanco lo hace rosado y desagradable. De esta manera usaba el la pa,ta de té. 48
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Más tarde, cuando los maestros del fé de los Sung emplearon el té en polvo, prefirieron las tazas fuertes de colores muy oscuros, mientras Jos Mmg habían preiendo beber su infusión de té en tazas de finísima porcelana blanca En el quinto capitulo explica el poeta cl modo de hacer el te. Proscribe todos los ingredientes excepto la sal. Insiste también en la cuestión tan deb a ^ a de la elección de agua y los grados de eb u lición a que debe llegar ésta; según él, el agua de la montana es la mejor; luego viene la del rio y por ultimo la de manantial ordinario. _H ay, según dice, tres estados de ebullición: el primero cuando las pequeñísimas burbujas pare cen OJOS de peces que flotan en la superficie del agua; la segunda cuando las burbujas son como perlas de cristal que nadan en una fuente; y en lij ar el te y devolver al agua su juventud” . Luego ya se llenan las tazas y se bebe. (Oh néctar! Las hojitas membranosas quedan flotantes como nubecillas en un cielo sereno o nadan como nenúfares blancos en un estanque de ••smeralda. Este es el brevaje de que hablaba Loi"g, el poeta Tang cuando decía; “la primera ta za humedece mis labios y mi garganta; la segun' .1 rompe mi soledad; la tercera penetra en mis 49
entrañas y remueve allí millares de ideog rafías raras; la cuarta me produce una ligera transpi ración y todos los males de mi vida los elimino por mis por os; con la quinta quedo purifi cad o; a sexta me transporta al reino de los inmortales; a séptim a... ¡Ah la séptim a!... pero n o puedo, beber más; siento únicamente el soplo del iicsco viento que hincha mis mangas. ¿En donde est, que allí me lle va !” , Los demás capítulos del Chakíng tratan de la vulgaridad, de las maneras ordinarias de bebci d té, de la bibliografía de los bebedores ilustres de té, de las plantaciones más famosas del te de la China, de las variaciones que se puede introducá en el servicio del té y de los utensilios precisos para hacer el té. El resto, desgraciadamente se ha perdido. , . La aparición del Chakíng debió de producir en su tiempo una gran sensación; Luwuh fue el favorito d cl linipcrciclor Tiiisung ( /6 2 - // 9 ) Y nombre le procuró numerosos adeptos. Se asegura que algunos refinados eran capa ces de distinguir el té hecho por Luwuh del que hacían sus discípulos y se cita un mandarín cuyo no'mbre fué inmortal, sólo porque no apreciaba el té de este gran maestro. 50
Bajo la dinastía Sung, el té batido se puso en moda y con ello se creó la segunda escuela del té. Se reducían las hojas a polvo en un molinillo de piedra y se batía la preparación en el agua ca liente con una espátula de caña hendida. Este nuevo método in trodujo algunas modificacio nes
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en el del té” y en ladefin elección de las“servicio hojas. La sal de fuéLuwuh descartada itiva mente. El entusiasmo de los chinos del tiempo de bung por el té no conoció límites. Los epicúreos rivalizaban en el descubrimiento de variedades nuevas y se organizaban concursos regulares pa ra fallar sobre su superioridad. El Emperador Kiasung (1101-11 24) que er i demasiado gran artista para ser gran soberano, disipaba sus tesoros para adquirir una nueva es pecie de té más preciosa que las otras. El, perso nalmente, escribió una disertación sobre las vein te especies de té y colocó el té blanco a la cabeza, como el más raro y exquisito. El ^eal de¡ te según los Sung se aparta del e los Tang tanto como se apartaban sus respec tivas concepciones de la vida. Trataban de reali zar lo que sus predicadores habían intentado sim bolizar . 51
Por el espíritu imbuido del Neo-confucianismo, la ley cósmica no se reflejaba en el mundo de los fenómenos; pero el mundo de los fenomenos era la propia ley cósmica. Los Eons no eran mas que momentos que ofrecía el Nirvana contmuamentc. La concepción taoista de que la mmortalidad consiste en el cambio eterno, impregno to das sus era maneras de pensar. El progreso la acción, lo dignode interés. El acto ydenoreali zar y no la realización era verdaderamente el acto vital. Así los hombres pueden encontrarse frente a frente con la naturaleza. Un nuevo sentido se introducía en el arte de la vida. El té comenzó a ser, no entretenimiento poético, sino un método de realización personal. Wangyucheng celebró el té que inundaba su alma como un llamamiento directo, cuyo delicado amargor le dejaba el sainete de un buen consejo. Sotumpa alababa la fuerza de la pureza inma culada que tiene el té para desafiar la corrup ción como un hombre verdaderamente virtuoso. Entre los budistas, la secta Meridional Zen que asimiló tantas doctrinas taoistas, formulo un ritual completo del té. Sólo ante una estatua de Bodhí Dharma recolectaban los monjes el té y lo bebían en un tazón único con toda la solemnidad 52
formalista de un sacramento. De este ritual Zen nació y se desenvolvió y difundió en el Japón la ceremonia del té en el sig-lo XV. Desgraciadamente, las continuas revoluciones de las tribus mongoles en el siglo XIII, que tu vieron como resultado la devastación y la con quista de la China bajo el gobierno bárbaro de los Emperadores Yuen, destruyó todos los frutos de la cultura Sung. La dinastía indígena de los Ming, que a me diados del siglo décimo quinto intentó la renacionalización de la China, fué perturbada por dis turbios interiore s y la China en el siglo X V II vol vió a caer bajo la dominación extranjera de los Manchurianos. Las costumbres y los trajes se transformaron hasta el punto de perder todos los matices de las épocas precedentes. ^ El té en polvo es completamente olvidado. Se ve a un comentarista Ming que no acierta a re cordar cual era la forma de la espátula de batir el té tal y como la describe uno de los clásicos Sung. Por entonces se toma el té haciendo infusión de las hojas en una taza y esto demuestra que el mundo occidental ignora en absoluto las antiguas maneras de preparar el té. *
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Europa no ha conocido el té hasta el final de la dinastía de los Ming. Para el chino de hoy el té es, ciertamente, una bebida deliciosa; pero de ningún modo un ideal. Las grandes desgracias de su país le han em botado el gusto de la significación de la vida. Se ha hecho “ moderno” , esto es, viejo y des encantado. . Ha perdido aquella solemne fe en las ilusio nes que constituye la eterna juventud y el eterno vigor de los poetas y de los ancianos. Es ecléctico y acepta cortesmente las tradi ciones del Universo. Juega con la Naturaleza; pero no se allana a adorarla ni pretende conquistarla. La hoja de té es con frecuencia maravillosa gracias a su aroma floral, pero la poesía de las ceremonias Tang y Sung ha desertado de su taza. El Japón, que ha seguido las huellas de la ci vilización china, ha conocido el té en sus trei¡ edades. Desde el año 729 leemos que el Emperadoi Syomu ofrecía el té a cien monjes en su palacio de Nara. Las hojas habían sido importadas po< nuestros embajadores en la corte de Tang y pr© paradas según la moda de entonces.
En 801 el monje Saityo, importó algunas se millas y las cultivó en el Yeisan. En los siglos siguientes se hace mención de muchos jardines de té, y del placer que la aristo cracia y el clero encontraban en esta bebida. .El té de Sung nos llegó en 1191, al retorno de Yeisaizenzi que había ido a estudiar en la escuela meridional de Zen. Se sembraron los nuevos gérmenes que había traído en tres demarcaciones distintas y crecieron maravillosamente, sobre todo en el distrito de Uzi, cerca de Kioto, que todavía tiene reputación de producir el mejor té del mundo. El Zen meridional se impuso con una maravilosa rapidez y con él el ritual y el ideal del té de los Sung. En el siglo XV, bajo el patronato de Syógun Asikaga-Yosimasa, la ceremonia del té quedó completamente estatuida y fija en su forma inde todo pendiente el Japón. y secular, y luego el teismo circuló por El uso de la infusión de té de la China antiirua es relativamente moderno entre nosotros, pues empezó a conocerse a mediados del si«•lo X V IL Ha reemplazado en el consumo corriente al 55
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té en polvo; pero éste no por eso ha dejado de ser considerado como el primero de los tes. En la ceremonia del té japonp es en donde los ideales del té llegan a su más alta realiza ción . . Nuestra resistencia victori osa a la mvasion mongol de 1281, nos había hecho capaces de con tinuar el movimiento Sung tan desastrosamente interrumpido en China hasta por las incursiones nómadas. El té llega a ser entre nosotros nada menos que una idealización de la forma de beber: una religión del arte de la vida. Esta bebida se constituyó en un motivo para el culto de la pureza y del refinamiento, en una función sagrada en la que el huésped y su invita do se unen para realizar en esta ocasión la mas alta placidez de la vida mundana. La cámara del té fué un oasis en eUnste de sierto de la existencia, en el que los viajeros fati
cosas: ningún gesto alteraba la armonía; ningu na palabra rompía la unidad de los alrededores • todos los movimientos se realizaban sencillamen te, naturalmente. Estos son los detalles característicos de la ce remonia del té. Es bastante extraño que haya te nido tanto éxito. En ella se contiene una filoso fía sutil. El teísmo era el Taoismo disfrazado.
gados encontrarse y beber fuente podían común del amor y del arte. juntos en la La ceremonia fué un drama improvisado, cu yo plan se tejió alrededor del té, de las flores y de las sedas pintadas. ^ Ningún color venía a turbar la tonalidad de la estancia; ningún ruido destruía el ritmo de las 56
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III. TAOlSMOYZENNISMO
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laolsmo y
Zenninismo
parentesco entre*el Zennismo y el té es casi proverbial. Ya hemos consignado que la ceremonia del té era un desenvolvimiento del ritual Zen. El nombre de Laotsé, el fundador del Taoismo está también ligado intimamente a la historia del té. Se dice en el manual escolar chino sobre el ori gen de los usos y costumbres, que la ceremonia de ofrecer el té a un huésped data de Kwanyin, dis cípulo muy en conocido de Laotsé, quien fué de el pri mero que la portada del desfiladero Han presentó al “Viejo Filósofo” una copa del dorado elixir. No nos detendremos a discutir sobre la auten ticidad de estos cuentos; sea ella la que fuere, ol
siempre confirmará la antigüedad del uso que de esta bebida hacían los taoistas. El interés que ofrecen aqui para nosotros el Taoismo y el Zennismo, reside sobre todo en las ideas que atañen a la vida y al arte y que fiteron incorporadas a lo que nosotros llamamos el
oyen hablar de Tao, ríen a carcajadas. Y sin em bargo, no habría Tao, si ellos no rieran. Literalmente Ta o significa el sendero; pero con frecuencia lo han traducido por el camino. Lo absoluto, la Ley, la Naturaleza, la Razón suprema, la Moda, términos que en otros aspec tos distan mucho de ser equívocos o ambiguos, los
taoismo. Es de lamentar el que a pesar de ciertas ten tativas muv estimables, no exista todavía ningu na exposición completa de las doctrinas Taoistas, y Zennista en ninguna lengua extranjera. Una traducción es siempre una traición, y co mo subraya un autor Ming, no puede ser por bue na que sea sino el reverso de un brocado; allí es tán ciertamente todos los hilos, pero no esta la sutilidad de los colores y del dibujo. Y ¿cuál es la gran doctrina que puede ser ex plicada con facilidad? Los sabios antiguos jamás daban a sus ense ñanzas una forma sistemática. Hablaban por pa radojas, porque temían entregar a la circulación medias verdades. Comenzaban por hablar com o locos y con cluían haciendo sabios a sus oyentes. El mismo Laotsé, con su delicado humorismo, dice : “ Cuando las gentes de i nteligencia inferior
taoistas acostumbran darles arbitrariamente un significado acorde cona su deseo o con su propó sito. Laotsé mismo, dice, por ejemplo: “ Existe una cosa que lo conti ene todo y que nació antes de que nacieran el cielo y la tierra. (Cuán silenciosa ! ¡Qué solitaria! Se mantiene sola y jamás cambia. Vuelve sin peligro a sí misma y <:s la madre del Universo” . Como yo ignoro su nombre, la llamo el sendero. A regañadientes la llamo el Infinito. El Infinito es lo Fugitivo; lo l^igitivo es el Desvanecimiento y el Desvaneci miento es el Retor no” . El Tao está en el Pasaje más bien que en el Sendero. Este es el principio de la Transmutación Cós mica, del eterno crecimiento que vuelve siempre a '.i mismo para producir nuevas formas. Se enrosca sobre sí mismo como el Dragón, (liie es el símbolo favorito de los taoistas. Se pliega y se repliega como hacen las nubes.
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Se puede entender por Tao la Gran Transi ción. Subjetivamente, esta es la manera de ser del Universo. Su absoluto es lo Relativo. Conviene recordar primeramente que el Taoismo, de igual manera que su sucesor legítimo el Zcnnismo, representa el esfuerzo individualista del espíritu chino meridional en oposición con el comunismo de la China septentrional, que tiene su expresión en el Confucianismo. El Imperio del IMedio es tan vasto como la F-urnpa y sus diferencias de idiosincrasia están definidas por los dos grandes sistemas fluviales que lo atraviesan. El Yangtse-Kiang y el Hoang-Ho se pueden com])arar al Mediterráneo y al Báltico. Hoy mismo, a despecho de los siglos de unifi cación, los celestes del Sur difieren tanto en pen samientos y en creencias de sus hermanos los dcl Norte, como la raza latina d ifiere de la ger mánica En .los tiempos antiguos, cuando las comuni caciones eran mucho más difíciles que hoy, y so bre todo, durante el período feudal, esta divergen cia de pensamiento se advertía mucho más pro nunciada. 64
El arte y la poesía de los .unos respiran una atmósfera completamente distinta de la qiie res piran los otros. En Laotsé y sus discípulos y en Kutugen, el precursor de los poetas naturalistas de YangtseKian g, se manifiesta un idealismo de hecho in compatible con las nociones morales tan netamen te prosáicas de los escritores contemporáneos del Norte. Laotsé vivió cinco siglos antes de la era cris tiana . En realidad, el germen de la , especulación taoista aparece mucho antes de Laotsé, llamado Laotsé “ el de las orejas largas” . En los viejos anales de los chinos, singularmente en el Libro de los Cambios se expone sn pensamiento. Pero el gran respeto que entonces se otorgaba a las leyes y a los usos de aquella época clásica de la civilización china, que llega a su apogeo con el establecimiento de la dinastía Chow en el si glo X V I antes de Jesucristo fué, dur ante mucho tiempo, un gran obstáculo para el progreso del individualismo, de suerte que sólo después de la disgregación de la dinastía Chow y de la forma ción de innumerables reinos independientes, es 65
cuando el taoismo puede infundir su avidez de li bre pensamiento. , ; Laotsé y Sosi (Chauangtse) que fueron los más aventajados representantes de la escuela nue va, eran los dos del Sur. Por otra parte, Confucio y sus numerosos dis cípulos trataban de conservar las convenciones ancestrales. ,. , y sin embarg o, no s e puede c onocer b i^ Taoismo sin tener algún conocimiento del Con-. fucianismo y recíprocamente. ^ Y a hem os dicho que lo Abs olut o Ta oista ei a lo Relativo. En ética los taoistas negaban las le-, ves V los códigos morales de la Sociedad, porqi para ellos el bien y el mal no eran sino términos *^^^^Una de fin ici ón es siempre un a lim ita ción ; “ fi jo ” e “ inmutab le” no son sino palabras que si g nifican un detenimiento del desarrollo. Kutugen decía: “ Los Sabio s muev en el Mundo” . . Nuestros modelos d e moralidad nacieron de las necesidades pretéritas de la Soc ieda d; pero ¿ será la Socie dad siempre la m ism a. : El respeto a las tradiciones comunes lleva con^ sigo el sacrificio constante del individuo al E:.*^
tada. 66
La educación, para entretener la ilusión cu su máxima forma, alienta una, especie de ignoniiicia. Jamás se enseña al pueblo a ser realmente vir tuoso, sino a conducirse convenientemente. Somos malos porque somos terriblemente oons cientes. Jamás perdonamos al prójimo, porcjue saho rnos que nosotros también somos capaces ilo faltar. Entretenemos nue-stra conciencia poríiuc no;i da miedo decirnos la verdad a nosotros mi iiios. ¿Cómo se puede tratar seriamente al iniuido cuando el mundo en sí es tan ridículo? El espíritu del tráfico está en todas partos. ¡El Honor y la Castidad! ¡Ved al incrcadcr complaciente que pregona el Bien y lo Verdadero! Hasta se puede comprar una Religión que no es en realidad sino la moral, común santificada con las flores y con la música. Despojad a la iglesia de sus accesorios: ¿que le quedará? Mientras tanto las esperanzas prosperan ma ravillosamente porque cuestan absurdamente ba ratas. A favo r de ellas una oración se cambia por una entrada para pasar al cielo; un diploma por un derecho honorario de ciudadanía. 67
Ocultaos pronto en un bosque, pues si el mun do llega a conocer vuestra verdadera utilidad,^ el comisario-prior os adjudicaría enseguida a quien más ofreciera. ¿Por qué los hombres y las mujeres se desvi ven por hacerse notar? ¿No es este un instinto
No dejaremos, ante todo, de rendir homenaje al taoismo, por la influencia que ha tenido en la formación del carácter de los celestes, al que ha comunicado cierta capacidad de retención y de re finamiento “ cálido como el Ja de” . Los ejemplos son numerosos en la historia de
que La les virilidad queda dede susuna díasidea de esclavitud no consiste? tanto en su poder para abrirse paso en el pensamiento con temporáneo, como en su capacidad para dominar sus pensamientos futuros. La potencia activa dcl taoismo se manifiesta durante la dinastía Shin que representa la época de la unificación china, de la que data el nombre de China. ¡Qué interesante sería, si tuviéramos tiempo el hacer la luz sobre la influ encia que ^entonces ejerció sobre los pensadores, los matemáticos, los escritores, legistas y militares, los místicos, ios alquimistas y los poetas naturalistas de Yangtse
la y demuestran comopor los ejemplo, adeptos del taois mo,China príncipes y eremitas, practica ban los preceptos de sus creencias y de ello saca ban resultados diversamente interesantes. El relato, rico en anécdotas, alegorías y afo rismos, no estaría desprovisto de cierta dosis de instrucción y de entretenimiento. Entraríamos en conversación con aquel deli cioso emperador que jamás murió, por la sencilla razón de que jamás ha vivido. Montaríamos a caballo en el viento con Liehtse y encontraríamos todo dispuesto y en reposo, dado que nosotros mismos seríamos el viento. ^Nos detendríamos en medio del aire con el
Kiang, y trazar el de estos especuladores de la Realidad, queretrato se preguntaban si un caballo blanco existía realmente porque era blanco o por que era sólido! ¡Y de los Conversacionalistas de la s seis Di nastías, qué, como lo? filósofos Zen invertían su tiempo en discutir s; ore lo Puro y lo Abstracto.
vejete Hoang-Ho, quenovivía el del cielouno y lanitie rra a causa de que era entre súbdito del otro. En la apología grotesca por sí misma que la China actual ofrece al Taoismo encontraríamos una verdadera mina de rasgos cómicos que en nin guna Religión tiene términos equivalentes.
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En el dominio de la estética es en donde ha sido más fue rte la acción de l taoismo sobre la vida asiática. Los historiadores chinos, siempre han considerado al Taoismo como “el arte de estar en el mundo” porque ha perfilado el presente, esto es, a nosotros mismos. En nosotros es donde Dios se encuentra con la Naturaleza y en donde el ayer es distinto del mañana. El Presente es el Infinito en movimiento, la esfera legítima del Relativo. La Relatividad busca la Adaptación: la Adaptación es el Arte. El arte de la vida consiste en una readaptación constante al medio. El taoista acepta el mundo tal y como es y, al contrario de lo que hacen los confucionistas y los budistas, se esfuerza por encontrar la belleza en nuestro mundo de desgracia y confusión. La alegoría Sung de las 1'res Degustaciones de Vinagre, explica admirablemente la tendencia de las tres doctrinas. Syakam uni, Confucio y Lao tsé s e enco ntraba n re un id os an te un ja rro de vin ag re — em blema de la vida,— y cada uno mstia en él su dedo para —
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prob arlo. Co nfuc io lo en con tr ab a a g rio ; Bud a amargo y Laotsé dulce. Los taoistas pretendían que la comedia de la vida podría resulta r mucho más interesan te si cada uno guardara el sentido de la unidad. Según ellos, en conservar su proporción a las cosas y hacer sitio a las demás sin perder las propia s, es tá el se cr et o del éx ito en el dra m a de la vida. Para desempeñar bien nuestro papel es necesario que conozcamos toda la obra. La concepción de la totalidad, jamás debe perderse, ni confundirse con la de la individualidad. Laotsé lo demuestra con su metáfora favorita _del vacío. Sólo en el vacío pretendía que reside lo que es verdaderamente esencial. Se encontrará por ejemplo, la realidad de una habitación en el espacio libre cerrado por el techo y los muros, y de ningún modo en el techo y los muros. La utilidad de un cántaro para el agua, reside en el vacío en el que se puede colocar el agua y no en la forma del cántaro, ni en la materia de que está hecho. El vacío e s todopoderoso, puesto que puede ''ontenerlo todo. 71
E n el vacío solamen te, es posib le el movimiento. Bl que pueda hacer de sí mismo un vacío en el que los demás puedan penetrar libremente, llegará a ser dueño de todas las situaciones. El todo podrá siempre dominar la parte. Estas ideas taoistas han tenido gran influencia sobre las teorías de la acción; incluso en el terreno de la esgrima y de la lucha. El Zyuzyutu, el arte japonés d¿ la defensa personal, debe su nombre a un pasaje del Taoteikuig. En el Zyuzyutu se trata de atraer y absorber la fuerza del adversario por medio de la no resistencia, esto es, del vacío, conservando siempre la pr op ia fu erz a p ara la lu ch a fi na l. Aplicado al arte este principio esencial se demuestra por el valor de la sugestión. Al no decirlo todo, el artista deja al espectador ocasión para completar su idea y de este modo una obra m aes tra retiene irresistiblemente nuestra atenc ión hasta que mom entáne amente nos creemos formar parte de ella. Hay allí un vacío que nosotros podemos penetrar y que nosotros podemos llenar cumplidamen te con nue stra ‘emoción artístic a. 72
Quien hubiera hecho de sí mismo un maestro del arte de Ja vida, era para los taoistas el Hombr e V erd ad er o. Desde el instante de su nacimiento entra en el reino de los sueños para no despertar a la realidad hasta el momento de su muerte. Atenúa su propio resplandor para poder sumergirse en la obscuridad de los demás. “Vacila como aquél que vadea el río en invierno; indeciso como el que tiene miedo a sus vecinos; respetuoso como un invitado; tembloroso como el hielo que se derrite; sencillo como un pedazo de madera no esculpido aún; vacío como un valle; informe como el agua movida”. Las tres perlas de la vida son para él la Piedad, la Economía y la Modestia. Si ahora volvemos al Zennismo, a primera vista encontraremos que refuerza las teorías del Taoismo. Zen es una palabra derivada del vocablo sánscrito D hy an a, que significa meditación. El Zennismo pretende que por la meditación sagrada se puede llegar a la realización suprema del yo. La me ditación es una de las victorias q ue conducen al estado de Buda y los Zennistas afirman que Syakamuni insistía particularmente 73
sobre este método en sus últimas predicaciones y en que había transmitido las reglas a su discípulo fa vori to K as hi ap a. Según su tradición, Kashiapa, el primer patriarca Zen, había confiado el secreto a Ananda, quien a su vez lo había transmitido sucesivamente a los patriarcas hasta el vigésimo Bodhi Dharma. BodhiDharma llegó a la China del Norte durante la primera mitad del siglo sexto y fue el pr im er p a tr ia rc a Ze n de la Ch ina. Flota una gran inccrtidumbre sobre la historia de estos patriarcas y de sus doctrinas. Filosóficamente el Zennismo primtivo parecía tener afinidades de una parte con el negadvisrno indio de N ag arju na y de otra co n la filosofía Gnan que formuló Sancharacharya. Se han atribuido las prim eras predicaci ones Zen al sexto patria rca chin o Yeno (677713), fundador del Zen meridional, llamado así a causa de su predominio en la China del Sur. Fué seguido inmediatamente por el gran Baso (muerto en 778) que hizo del Zen una influencia viva en la vida china. Hiakuzyo (719814), discípulo de Baso fundó el primer monasterio Zen y allí estableció la regla y el ritual. 74
En las discusiones de la escuela Zen después de Baso se manifiesta el espíritu de Yangtsekiang con sus maneras naturalistas de pensar, tan diferentes del precedente idealismo. Tal vez porque el orgullo de secta pretendió lo contrario, no se pudo impedir el que fuera influido por la similitud del Zen meridional y por las doctrinas de Laotsé y por los conversaciona listas taoistas. El Tao-teiking contiene alusiones tancia de la concentración en si mismo cpidad de regular convenientemente la ción, puntos esenciales en la práctica ditación Zen.
a la impory a la ne respirade la me-
Po r lo demás, los mejores comen tarios que existen sobre el libro de Laotsé, han sido escritos po r los sabio s Zen. El Zennismo como el Taoismo es el culto de lo Relativo. Un maestro definió el Zennismo, como el arte de percibir la estrella polar en el cielo meridional. La verdad no puede obtenerse comprensión de los contrarios.
sino
por
Como el Taoismo, el Zennismo es también un caluroso defensor del individualismo. 75
la
N ada co nti en e más re al id ad sino la que co ncierne a las operaciones de nuestro propio espíritu. Yeno, el sexto patriarca vió un día dos monjes que m ir aban fl o ta r la ban der a de u na pa go da y uno dijo: — El vi en to es lo que la m ue ve ; y el otr o re ctificó: — Es la pr op ia ba nde ra la que se mu eve . Y Yeno les explicó que el mov imiento rea l no venia ni del viento ni de la bandera, sino de algo que estaba en el espíritu de ellos. Hiakuzyo se paseaba en un bosque con uno de sus discípulos, cuando una liebre huyó al sentir que se acercaba. ¿Por qué esa liebre huye de nosotros? —preguntó Hiahuzyo. — Por qu e tiene mi edo de no so tros ,— le contestaron. — N o: — di jo el m ae st ro — es po rq ue no so tros tenemos instintos asesinos. Estas palabras recuerdan las del taoista Sosi (Chauntse). Paseaba un día por la orilla de un río con un amigo. — ¡ Cóm o se re cre an los pece s en el a g u a ! — exclamó. 76
Y su amigo le dijo: — T ú no er es un pe z: ¿có mo en ton ce s' sabes que los peces se recrean en el agua? El Zen se ha opuesto con frecuencia al Budismo ortodoxo c omo el Taoism o al Confucia nismo. Para penetrar la enseñanza trancendental del Zen, las palabras no hacen más que enturbiar el pen sa m ie nt o; la m as a ent er a de las E sc ri tu ra s bu distas no son sino comentarios sobre la especulación personal. Los adeptos del Zen, tenían la vista fija en la comunión directa con la Naturaleza íntima de las cosas y no consideraban los accesorios exteriores sino como obstáculos para una percepción clara de la verdad. El amor a lo Abstracto es lo que impulsaba a Zen a preferir los bocetos en blanco y negro a las pinturas cuidadosamente terminadas de la escuela budista clásica. Por haber tratado de reconocer a Buda en sí mismos más que en las imágenes y en los símbolos, ciertos adeptos del Zen llegaron a ser iconoclastas. El propio Tankaw osyo, un día de invier no, rompe una estatua de madera de Buda para procurarse fuego. 77
— ¡ Qué sa cri le gio !— g ri ta un es pe ct ad or lleno de espanto. — Y o e x tr a eré de sus ce niz as las Shalí que contiene —contestó tranquilamente el Zen. — P ero en esa es ta tu a, se gu ra m en te no ha béis de encontrar las Shalí.
para los mon je s más re sp et ab le s y más av an za do s en el camino de perfección. Estas obligaciones formaban parte de la disciplina Ze n y era indispensable el que la acción más insignificante fuera realizada con ima perfección absoluta.
— Pue s en tonc es — rep lic ó el T an ka — es que la estatua no es de un Buda y en ese caso no cometo sacrilegio. Y se volv ió hacia el fuego llameante par a calentarse bien. El Zen aportó, por últi mo, al pensamiento oriental la noción de que la importancia de lo tempo ra l es lo mi sm o que la de lo es pi ri tu al y en las relaciones superiores de las cosas, no hay diferencia entre las pequeñas y las grandes: un átomo está dotado de posibilidades iguales a las del Universo. El que busca la perfección puede encontrar en su propia vida el reflejo de la luz interior.
¡ Qué de g rav es discusiones debieron de suscitarse al regar el jardín, al fregar las ollas o al servir el té! El ideal completo del Teísmo es la total realización de las concepciones Zennistas en lo tocante a la grandeza que acompaña a los más pequeños incidentes de la vida. El Taoism o ha sum inistrado Ja base de los ideales estéticos; el Zennismo los ha hecho prácticos.
N ad a más si gn ific at iv o desde este pu nt o de vista que la regla de un monasterio Zen. A cada miembro, excepción hecha del Abad, estaba asignada una tarea especial en el entretenimiento del monasterio, y, cosa extraña, a los novicios incumbían las funciones más ligeras y se reservaba las más fatigosas y las mas humildes 78
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IV. LA CA MA RA DEL TE
II: w
I' '
IV
La
Cámara
del
Té
los ojos de los Arquitectos europeos, educados en las tradiciones de la piedra y el ladrillo, nuestra manera de construir con caña y madera, seguramente aparecerá como indigna de ser llamada arquitectura. Por excepción, recientemente, un hombre peritísimo en la arquitectura occidental, ha rendido homenaje a la perfección notoria de nuestros antiguos templos. Y si esto ocu rre con lo que pertene ce a nue stra arquitectura clásica ¿cómo podremos esperar que los extranjeros aprecien la belleza sutil de la Cám ara del t é, dado que sus, principios cons tructivos y su decoración son por completo diferentes de los países occidentales? La Cámara del té (el Sukiya) no pretende ser otra cosa sino la sencilla casa de un campesino; una cabaña de paja, como nosotros decimos. 83
Los cara cteres ideográficos or iginario s del Sukiya, significan la “casa de la Fantasía”. Más adelante, los diversos m aestros del té, substituyeron en ella algunos caracteres chinos, según su concepción personal de la Cámara del té, de forma que el Sukiya pudo significar también la “casa del Vado” o la “mansión de la Aritmética”. Es en efecto la casa de la Fantasía en cuanto no pasa de ser una construcción efímera, erigida pa ra que si rv a de asilo a una im pu lsi ón poética.^ Es, así mismo la casa del Vacío, porque ésta desnuda de ornamentación y por consecuencia en cualquier momento se puede colocar en ella libremente, lo que puede satisfacer un capricho estético pasajero. Es por últ imo la mansión d e la Aritmética porque está consagrada al culto de lo imperfecto, y en ella se deja siempre, voluntariamente alguna cosa inacabada, que los juegos de la imaginación acabarán a su gusto. Los ideal es del Teismo han ejercido sobre nuestra arquitectura, a partir del siglo VI, tan gran influencia que ordinariamente los interiores ■ ja po ne se s de hoy prod uc en a los e x tr a n je ro s el | efecto de encontrarse casi vacíos, a causa de la * extrema sencillez y de la pureza de su estilo decorativo.
La creación de la primera Cámara del té aislada, se debe a SennoSoyeki, generalmente conocido por Rikiu, que era sti último nombre y fué uno de los más grandes maestros del té. El fué quien en el siglo XVI bajo el patronato de TaikoHideyosi instituyó las formalidades de la ceremonia del té y las elevó al más alto grado de perfección. Las proporciones de la Cámara del té habían sido antes determinadas por un famoso maestro del té del siglo XV llamado Zyowo. La primitiva Cámara del té sólo era una parte de un salón ordina rio limitada y acotada por biom bos. ^Esta pieza así separada tomó el nombre de Ka koi, (cercado) nombre que todavía se da a las Cámaras de té que forman parte de una casa y no son por tanto construcciones independientes. Pero volvamos al Sukiya. El Sukiya lo forma al principio la Cámara del té propiamente dicha, destinada a no recibir más de cinco personas, número que recuerda el dicho; “Más que las gracias y menos que las musas”. Luego se añade una antecámara, Midsuya, en donde se lavan y se prepa ran los utensi lios necesarios para el servicio del té antes de llevarlo a la Cámara.
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Luego un pórtico (matiai) en donde los convidados esperan a que se les invite a penetrar en la Cámara del té, y un pasillo (rozi) que une ésta con el pórtico. La Cámara del té es por lo general de apariencia ordinaria. Es más pequeña que las más pequeñas casas ja po ne sa s y los m at er ia le s que en su co nstruc ció n se emplean deben dar la sensación de la pobreza más refinada. N o olvidemo s, sin em ba rg o que tod o esto es el resultado dé una premeditación artística profunda y que todos los detalles se prepararon y ejecutaron con un cuidado mucho más exquisito que el que se pone en la construcción de los palacios y de los templos más suntuosos. Una buena Cámara del té cuesta mucho más cara que la habitación más lujosa, porque la elección y la combinación y la obra de los materiales que la componen exigen un cuidado y una precisión infinitos, de tal forma que los carpinteros empleados por los maestros del té forman una clase aparte de artesanos, especialmente distinguida, cuyas obras no son, ni menos delicadas, ni menos preciosas que las de los fabricantes de muebles de laca. 86
Así, la Cámara del té, no sólo se aparta desde todos los puntos de vista de las producciones arquitectónicas de Occidente, sino que tamb ién y muy profundamen te de l a propi a a rquitectura clásica japonesa. N ues tr os an tiguo s ed ifi cios nobles, se an civiles o religiosos, no son de desdeñar ni mucho menos si sólo se los considera desde el punto de vista de sus proporciones. Lo poco que se ha salvado de las desastrosas conflagraciones de los siglos, es capaz todavía de imponernos por su grandeza y por la riqueza de su decoración. Vigorosas columnas de madera de dos a tres pie s de diá m et ro y de tr ein ta y cuatr o de alt u ra , soportan a favor de un orden complicadísimo de consolas, enormes vigas que gimen bajo el peso de los techos oblicuos cubiertos de tejas. Si estos m ateria les, y estos métodos de con strucción ofrecían poca resistencia al incendio, en cambi o, bien probado es tá que eran asom brosamente fuertes contra los temblores de tierra; resultaban, pues, verdaderamente apropiados a las condiciones climatéricas del país. La Sala Dorada de Horyuzi, y la Pagoda de \akusizi, testimonian magníficamente la potencia y duración de nuestra arquitectura de madera. 87
Estos dos edifi cios permane cen intactos al cabo d e doce siglos de existencia. Se decoraba con profusión el interior de los antiguos templos y de los palacios y aún existen del siglo XVI un pabellón (HoODo, de Uzi) y dos baldaquinos dorados del trabajo más rico, respl an de ci en te s, de mil colores, in cr us ta do s de espe jo s y de ná ca res; y re st os de p in tu ra s y es cu lt ur as que antiguamente cubrían los muros. Más tarde en Nikko y en el castillo de Nizyo, en Kyoto, comprobaremos de igual modo que la belle za ar qui te ct ón ic a se ha sa cr if ic ad o po r co mple to al be ne fic io de una or na m en ta ci ón que po r sus detalles exquisitos y sus coloraciones iguala la extrema suntuosidad de las creaciones árabes o moriscas. La simplicidad y el purismo de la Cámara del té, es el secreto de la anulación inspirada por los monasterios Zen. Un monasterio Zen se diferencia de los monasterio s de las demás sectas budistas, e n que ante todo está destinado a ser una habitación monástica. La capilla nada tiene de lugar de religión o de peregrinación; es una sala de colegio en donde los estudiantes se reúnen para discutir o para meditar. 88
Es sencillamente una nave central con un altar en el que se hiergue una estatua de BodhiDhar ma, fundador de la secta, o de Syakamuni entre Kaphiapa y Ananda los dos primeros patriarcas Zen. Sobre el altar, incienso y flores, como ofren das^ a la m em oria de los servicios que estos dos sabios han prestado a Zen. ^ Ya hemos di cho qu e prescribe e l ritual ins tituido para los monjes Zen el que beban sucesivamente el té en un tazón ante la imagen de Bodhi Dharma, a quien se debe la fundación de la ceremonia del té. Añadamos ahora que el altar de la capilla Zen fué el prototipo del Tokonoma, que es el puesto de honor de la casa japonesa y el sitio en donde se colocan las pinturas y las flores para la edificación de los invitados. Todos nuestros grandes maestros del té fueron adeptos de Zen y se esforzaron por introducir en las cosas actuales de la vida el espíritu del Zen nismo. Así también la Cámara del té y todos los obje to s ne ce sa rios p ar a la ce re m on ia del té son como el reflejo de las doctrinas Zen. 89
Es fácil que aún encontrándose en medio de una ciudad sienta la sensación de verse en un bosque, muy lejos del polvo y del ruido de la civilización. Ciertamente; fué muy grande el ingenio que derrocharon los maestros del té para llegar a pro-
La dimensión de la Cámara ortodoxa del té, que es de diez pies cuadrados, está determinada po r un pas aje del S u tr a de V ik ra m ad yt ia . En esta obra tan interesante. Vikramadytia recibe un día al santo Manjushiri y a ochenta y cuatro mil discípulos de Buda en una sala de esta dimensión; alegoría basada sobre la no existencia del espacio para los verdaderos iluminados.
ducirLaestas impresiones serenidad y de producía pureza. naturaleza de lasdeemociones que el paso por el rozi eran, por ejemplo, diferentes según los maestros del té. Algunos, como Rikiu preparaban un efecto de completa soledad y pretendían que el secreto para hacer un rozi estaba encerra do en una canci ón antigua que dice:
Por otra parte, el rozi, pasillo que atraviesa el jardín y conduce desde el pórtico a la Cámara del té significa el primer grado de la meditación, el paso a la autoiluminación. El rozi estaba destinado a romper todos los lazos con el mundo exterior y a preparar al visitante, por una sensación de frescura para los puros goces estéticos que le esperan en la Cámara del té propiamente dicha.
Miro por allá y no hay flores ni hojas de colores.
Quien ha ya hollado el suelo del pasillo que atraviesa el jardín, no podrá menos de recordar
Al borde del mar
como su espíritu se elevaba sobre los tos ordinarios, mientras caminaba en lapensamienpenumbra crepuscu lar entre l os árboles de hojas siempre verdes, sobre las irregularidades regulares de los guijarros recientemente rociados, sobre los que se extiende una capa de viruta s de pino sec as bajo las linternas de granito cubiertas de musgo.
hay entre una solitaria casa campesina la luz mortecina de una tarde de otoño. Otros como KoboriEnsyu decían que se podía encontrar en los versos siguientes la ¡dea de un rozi; 91
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I
El sentido que se asigna a estas palabras, resulta un poco arbitrario.
ral que decoraban el tokonoma, instalábanse en sus puestos. El huésped no entraba en la estancia hasta que todos sus invitados habían tomado asiento y reinaba allí la tr anq uil id ad po r na di e tu rb a d a ; de lic ioso silencio en el que sólo se oía la música del agua
Sugieren, según di cen, la visi ón de un alma apenas despierta que vaga todavía por los ensueños brumosos del pasado, que está sumergida todavía en Ife suave inconsciencia de una melodiosa luz espiritual y aspira a la libertad que siente vib ra r lejos de sí mism a, en el más allá. Así dispuesto el invitado, se acercará silenciosamente al santuario y si es un Samurai dejará su sable en el armero colocado en elpórtico, porque la Cámara del té es ante todo la mansión de la paz. Después, encorvándose, se deslizará a el interior de la Cámara por una puertecilla, que no tendrá de altura más de tres pies.
que hervía en la marmita de hierro. La m arm ita canta bie n porque se ha teni do cuidado de colocar en su fondo trozos de metal que pr od uz can esa arm oní a part ic ula r cuy os ecos parecen los de una tempestad lejana, apagados por las nubes, los de una catarata o los de un remoto mar, que se rompen contra las rocas, los de un chubasco que barre un bosquecillo de cañas, o los suspiros de los pinos en el vértice de una colina remota. Hasta en pleno día, la luz está siempre amortiguada en la estancia, porque las avanzadas del techo en pendiente apenas dejan que penetren los rayos del sol.
Esta operación que se imponía a todos los invitados, sea cual fuese su condición, tenía por obje to inc ul ca rles la hu mild ad . El orden de presencia se fijaba por acuerdo mutuo entre los invitados durante su estancia en el pórtico; entraban uno a uno, sin ruido y despué s de ha be r sa lu da do la pin tu ra o el ado rn o fl o-
Todo, desde el techo al piso, es de tonalidades sobrias; los invitados han elegido también vestidos de colores discretos. La pátina del tiempo se muestra en todos los objetos, porque allí nada se admite de lo que pueda re velar una adquisici ón reciente, exc epto e l lar-
Un grupo de árboles; el estío; Un trozo de mar; Una luna pálida de la tarde...
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go cucharón de bambú y el mantel de tela, que deben ser de una blancura inmaculada y nuevos. Por mucho que se haya usado la Cámara del té y los utensilios del té, debe resaltar en ellos una limpieza absoluta. No debe ser posible encontrar ni aun en el rincón más obscuro im solo grano de polv o, o el hu és pe d no es un ve rd ad er o m ae st ro del té. U na de las prim eras cualidade s del ma estro del té es la de saber barrer, fregar y limpiar, puesto que hay verdadero arte en estas operaciones y no se debe acometer a un objeto antiguo de metal con el ardor desconsiderado de una azacana holandesa. Las gotas de agua que caen de un florero no necesitan ser secadas porque sugieren rocío y frescura. Se cuenta a propósito de esto una historia de Rikiu, que pone de relieve pintor esca me nte las ideas que sobre la limpieza profesaban los maestros del té. Rikiu contemplaba como su hijo Syoan barría y rociaba el paso del jardín. — N o es tá b ast a nte lim pio — le di jo cu an do terminó su tarea. Y le ordenó que recomenzara. Después de una ho ra de tra bajo el joven se v olvió hacia Rikiu: — P a dre , le di jo, me pa re ce que ya est á bien. H e frega do tres vec es los escal ones, he lavado 94
bie n las li nte rn as de pi ed ra , he ro ci ad o los árb o les; el musgo y los liqúenes ostentan un verde brillante hermosísimo; en el suelo no ha quedado una paja , ni el más leve fr ag m en to de una ho ja. ^—¡Ay joven aturdido! —repuso el maestro del té.— No es así como se deben limpiar estos sitios. Y descendiendo al jar dín sacudi ó un árbol qu repartió en derredor hojas de oro y de púrpura; caireles del manto de brocado del otoño. Lo que Rikiu exigía, no era solamente la limpie za. sino, ad em ás la belle za y la natu ra lidad. El nombre que todavía se da a la Cámara del té, la Casa de la Fantasía, implica una estructura destinada a satisfacer las exigencias artísticas pe rson ales . La Cámara del té, está hecha para el maestro del té y de ningún modo el Maestro del té para la Cámara del té. N o es efímera. tá dest in ad a a la po st er id ad y es po r co nsecuencia La idea que cada uno debe tener de su propia casa está basada en una de las costumbres más antiguas de la raza japonesa; la superstición Sin to ordena, en efecto, que toda habitación sea evacuada a la muerte de su principal ocupante. 95
Es probable que en el establecimiento de este uso haya intervenido alguna razón de higiene.
Así se explica el que las capitales imperiales en los tiempos antiguos fu era n traslad ada s con
El Zennismo, de acuerdo con la teoría budista del anonadamiento y en sus esfuerzos para estable cer lo do min ac ió n del es pír itu so bre la m at eria, sólo consideró la casa como un refugio tempo ra l del cu erpo . El cuerpo mismo no era para ellos sino una
tanta frecuencia de un punto a otro. La reconstrucción del templo de Isé, santuario supremo de la Divinidad Solar cada veinte años, es aún en nuestros días una supervivencia de estos Ritos seculares. Claró está que la observancia de estas costumbr es sólo er a posi ble g ra cia s a un a fo rm a de co ns trucción semejante a la que sugiere nuestro sistema arquitectónico de la madera cuyas creaciones son tan fáciles de construir como de demoler. Un sistema de edificación más duradera, con el emplea de la piedra y el ladrillo, hubiera hecho imposibles estas prácticas, como sucedió más tarde pasado el período de Nara cuando adoptamos
gruta, una cabaña en la soledad, vm ligero abrigo hecho con las yerbas empujadas de los alrededores que no encontrándose ligadas se disolvían pr on ta m en te en la nad a orig in al . Así, en la Cámara del té la fugacidad de las cosas se encuentra sugerida por el techo de caña, su fragilidad por los pilares calados; su ligereza po r los cua rt one s de ba mbú y su a pare nte de spr eo cu pa ción po r el empleo de m at er ia le s o rd inarios. En cuanto a la eternidad, reside únicamente en el espíritu, que, encarnando luego en las cosas más sencillas, las embellece con la luz sutil de su refinamiento.
las construcciones de madera más macizas y más estables de la China. Pero he aquí que en el siglo XV, gracias al pr ed om inio del individu alism o Ze n, est a vie ja ide a se penetró de un sentido más profundo en lo concerniente a la Cámara del té.
Lo de que la Cámara del té sea construida para adaptarse a un gusto individual, es una aplicación singularmente vigorosa del principio de la vitalidad en el arte. El arte, para alcanzar su valor máximo, debe mostrarse en absoluta conformidad con la vida contemporánea.
O tra vieja costumbre i mponía el que nueva pareja habitase una casa nueva.
cada
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Cierto que no se trata de desconocer los derechos de la posteridad; pero debemos buscar el medio de obtener del presente el mayor goce posible. Tampoco se trata de desdeñar las creaciones del pasado, sino que debemos, por el contrario asimilarlas a nuestra propia conciencia.
cesidad de cambiar continuamente los motivos ornamentales. La Cámara del té está absolutamente vacía, lo repito, salvo lo que en ella se coloca interinamente para satisfacer cualquiera fantasía estética. Allí se l leva en ocasiones' un o bjeto de ar te
Una conformidad servil con las tradiciones y con las fórmulas entorpece la expresión de la individualidad en la arquitectura y no se puede menos de deplorar esas necias imitaciones de los edificios europeos que hoy se ven en el Japón. Sorprende el que en Occidente, aún en las naciones que son más susceptibles de progreso, se muestre la arquitectura tan desnuda de srcinalidad y tan abrumada de repeticiones de los estilos antiguos. Acaso en espera de la llegada de un soberano fundador de una nueva dinastía, el arte atraviesa un período de democratización. Amemos sobre todo a los antiguos; pero copiemo s de ellos lo menos posible. Se dice que los griegos fueron grandes porque nada tomaron de sus antepasados. El otro nombre que se da a la Cámara del té, Casa del Vacío, además de reflejar la teoría taois ta ya expuesta significa la concepción de una ne-
part ic ula r y en to rn o suy o se dis po ne to do para subrayar y realzar la belleza del tema principal. ¿Se quiere suge rir la idea de que al mismo tiempo se escuchan hermosos trozos de música? ¿Es imposible la concepción de lo bello si no se concentra en torno de un motivo central? El sistema de decoración de nuestras Cámaras del té es notoriamente opuesto al que se sigue en Occidente, en donde con tanta frecuencia se suele convertir en Museo el interior de una casa. Asi, para un japonés, habituado a la sencillez ornamental y a los cambios frecuentes de decorado, un interior occidental, repleto de inanera permanente de una colección de cuadros, de escultu-
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ras, y de objetos antiguos, de todas las épocas, da la impresión vulgar de una simple exposición de riquezas. Es precisa, en verdad, una extraordinaria facultad de entusiasmo crítico, para gozar de la vista constante, aun cuando sea de una obra maestra y se debe suponer dotados de una capacidad sin 99
límites de sentido estético a los que puedan vivir diariamente en medio de una confusión de colores y d e form as, co mo con tan ta frecuencia se v e ; erv las casas de Europa y América. El nombre de Casa de la Asimetría, simboliza, po r úl tim o o tr a fra se de nuest ro sistem a de co ra -
La naturaleza dinámica de su filosofía adjudicaba mayor importancia a la manera de buscar la perfección que a la perfección misma. La verdadera belleza sólo puede descubrirla quie n m entalme nte ha ya completado lo incomple to. La virilidad de la vida y del arte residen en
tivo. Los críticos o ccident ales han escrito muchos comentarios sobre la ausencia de simetría que caracteriza los objetos de arte japoneses. Este es todavía un resultado de la colaboración de los ideales tao istas al tra vés del Zen nismo. El Confucianismo, con áu idea profundamente arraigada del dualismo y el Budismo del N o rt e con su culto trinitario, de ningún modo se oponían a la expresión de la simetría. Si estudiamos, por ejemplo, los bronces antiguos de la China o las artes religiosas de la dinastía Tang y del período Nara, en todo ello descubr irem os u n a pe rs ec uc ión co ns ta nt e de la sim etría. La decoración de nuestros interiores clásicos es notoriamente regular. La concepción taoista y Zen, eran sin embargo diferentes con respecto a la perfección.
estas posibilidades de desenvolvimiento. En la Cámara del té corresponde a cada invitado completar su imaginación y según su gusto pe rs on al el ef ec to del co njun to .
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Desde que llegó el Zennismo, a ser la moda en la manera de pensar, el arte del ExtremoOriente, de un modo deliberado evita la simetría puesto que no sólo expresa la idea de lo completo, sino además, la idea de la repetición. La uniformida d del dibujo fue considerada como dañosa para frescura de la imaginación. Por esto, los paisajes, los pájaros y las flores llegaron a ser temas favoritos de la pintura con pre fe re nc ia so bre la fi g u ra hu m an a, cu ya pr ese ncia ya está constituida por la persona que la mira. Se pone demasiado en evidencia y, a despecho de nuestra vanidad, deja muy pronto de mirarse a sí misma. En la Cámara del té el temor de la vuelta de los que fueron está siempre presente. 101
Los diferentes objetos que participan en la decoración de una pieza deben ser esco gido s de fo rma que ningún color ni ningún dibujo se repitan. Si colocáis en ella una flor viva, todo cuadro de flores de la misma factura queda prohibido. Si os servís de una marmita redonda que el ja rro del agua sea angula r. Una taza esmaltada negra jamás deberá tener por veci na una caja de té de laca negra. Al colocar un sahumador sobre el tokonoma, tened mucho cuidado de no colocarlo en el centro mismo, para no separar el espacto en dos partes iguales. El pilar del tokonoma será de madera distinta de la de los otros pilares con el fin de evitar en la pieza toda impresión de monotonía. El método de decoración interior japonés, difiere también del método favorito de los occidentales, que tienen los objetos simétricamente dispu es to s sobre las ch im en ea s y sus al re de do re s. Con frecuencia nos ocurre en las casas occidentales encontramos en presencia de cosas que a nosotros nos producen el efecto de repetic iones inútiles. N os ot ro s, po r eje mplo , co nv er samos con un hombre cuyo retrato de tamaño natural está colocado a su e spalda y nos preguntam os qué es lo real, 102
si el retrato o el que nos habla y enseguida formamos la convicción de que uno de los dos es falso. ¡Cuántas veces al sentarnos a comer nos hemos visto forzados a contemplar, no sin inquietud por nuestra digestión, cómo las representaciones de la abundancia y de la moda decoraban los muros de los comedores! ¿A qué esos cuadros de caza y de sport, esas frutas y esos peces esculpidos? ¿A qué ese escaparate con la vajilla de plata familiar que nos recuerda a los que comieron en esta misma mesa y están ya muertos? La sencillez de la Cámara del té y su carencia absoluta de vulgaridad, hacen de ella un verdadero santuario y un refugio contra las vejaciones del mundo exterior. Allí y solamente allí, nos podemos consagrar, sin que nos perturben, a la adoración de la belleza. En el siglo XVI la Cámara del té ofrece a los fieros guerreros y a los hombres de Estado que trabajan por la unificación y por la reconstrucción japonesa, bellas horas de reposo de sus duras tareas. En el siglo X V II después d e que s e impuso e l estrecho formalismo de la regla Tokugawa, cons 103
íituyó para las almas artist as la ocasió n única pa ra la comun ión libre . En presencia de una gran obra de arte no hay diferencia posible entre el daímío, el samurai y el hombre del pueblo. El industrialismo hace hoy en el mundo entero cada vez más difícil el verdadero refinamiento. ¡Ahora es cuando más que nunca necesitamos las Cámaras del té!
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V. EL SENTIDO DEL ARTE
El senfido del Arfe
^O N O C E IS el c uento taoi sta del ar pa amansada o domesticada ? En la avenida de Lungmen erguíase antiguamente, muy antiguamente un árbol, Kiri, que era el verdadero rey del bosque. Tanto levantaba su cabeza, que podía conver ^ r con l as est rella s y sus ra íces, entraban tan pr of un da m en te en la tie rra, que mezclaban sus anillos de bronce con los del dragón de plata que en el seno de la tierra dormía. Sucedió que un poderoso mago hizo de este árbol una arp a maravill osa, cuyo feroz espíritu sólo podía ser amansado por los más grandes músicos. Durante mucho tiempo el instrumento formó par te del tesoro del Empe rado r de China ; per o 107
ninguno de los muchos que sucesivamente habían probado a obten er de sus cuerd as un a melodía, logró ver su tentativa coronada por el éxito. En respuesta a sus esfuerzos supremos, del arpa sólo salían unas duras notas de desdén, poco en armonía con los cantos que deseaban entonar. El arpa se resistía a aceptar un dueño. Llegó al fin Peiwoh, el príncipe de los a rpis tas. Con una mano delicada acarició el arpa como cuando se trata de calmar un caballo bravio, y comenzó a tocar dulcemente las cuerdas. Cantó la naturaleza y las estaciones, las altas montañas, los arroyos, y todos los recuerdos del árbol despertaron. De nuevo, la dulce brisa de la primavera se recreó en sus ramas. Las jóvenes cataratas danzando en la torrentera sonrieron a las flores en capullo. De «nuevo se escucha ron las voces s oñad oras del estío, con sus miríadas de insectos, y el lindo batir de la lluvia, y los lamentos del cuclillo. Escuchad: ha rugido un tigre y le contesta el eco de los valles. En el otoño, en la noche desierta, tajante como una espada, la luna centellea sobre la hierba helada. 108
El invierno ahora reina y al través del aire pleno de niev e se atorbelHn a el revolo teo de los cisnes y los graznidos sonoros golpean las ramas con júbilo salvaje. Luego P eiwoh cambia de tono y canta el amor. El bosque se inclina, como un hombre joven perdidoAllí, en el de sus propios enlaberinto lo alto, semejante a unapensamientos. altiva doncella se alza una nube resplandeciente, de suprema belleza; pero sy paso tapi za el suelo de somb ras largas y negras como la desesperación. El tono cambia nuevamente: Peiwoh canta la guerra; espadas que chocan y caballos que piafan. Por último, en el arpa se eleva la tempestad de Lungmen; el dragón cabalga sobre un relámpago y la avalancha se oye al través de las montañas con ruido de trueno. El monarca Celeste, extasiado pregunta a Peiwoh cuál era el secreto de su victoria. — Señ or, — contesta— fr ac as ar on los demás porque tr ata ro n de ca nta r solps. Yo he de jad o que el arpa escoja su tema y en verdad no sabía si el arpa era Peiwoh o Peiwoh era el arpa. Este cuento demuestra hasta qué punto el sentido del arte es cosa de misterio. Una obra maestra es una sinfonía ejecutada con nuestros más refinados sentimientos. 109
El arte verdadero es Peiwoh y nosotros somos el arpa de Lungmen. Al contacto mágico de lo bello, despiertan las cuerdas secretas de nuestro ser y en respuesta a su llamamiento, vibramos y temblamos. El espíritu habló al espíritu.
El espectador debe cultivar su propia aptitud pa ra rec ibir el mensaje . El art is ta debe sabe r cómo enviarlo. El maestro del té KoboríEnsyu, que era dai mio, nos ha dejado esta sentencia memorable: ‘■ ‘Ace rcao s a u n gr an pi nto r como os ace rca -
Oímos lo que jamás se ha dicho y contemplamos lo invisible. El maestro hace que broten las notas sin que nosotros sepamos de dónde. Recuerdos mucho tiempo olvidados, vuelven a nosotros impregnados de un sentido nuevo. Esperanzas sof ocada s por el temor y arr an ques de ternura que nos atrevíamos a exteriorizar, se nos ofrecen adornados de un nuevo esplendor. N ue stro espíritu es la tel a sob re la que el a rtista coloca sus colores; los matices son nuestras emociones y el claroobscuro está hecho con la luz de nuestros goces y la sombra de nuestras
ríais a un gran Principe”. Para comprender una obra maestra, inclinaos pr of un da men te an te ella y esperad ret enien do el aliento a que ella os hable. Un crítico eminente de la época Sung, hizo un día esta encantadora declaración: “Cuand o yo era joven alababa al m aestro cuyos cuadros amaba; pero a medida que maduraba mi juicio me alababa a mí mismo por amar lo que los maestros habían elegido para hacer que lo amase”. Es de lamentar el que muy pocos de entre nosotros se tomen el trabajo de estudiar los maestros. En nu estra ignorancia obstinada, nos resisti-
tristezas. La obra maestra está en nosotros, y nosotros estamos en la obra maestra. La comuni ón de sim patía que es necesaria pa ra el nacimiento del sentido del ar te , tie ne por base una mutua lid ad de concesiones.
mos a rendirles el más sencillo homenaje de cortesía y así nos vemos privados del rico festín de belleza que ofrecen a nuestros ojos. Un maestro, siempre tiene algo que ofrecer y nos quedamos con el deseo, sencillamente, porque carecemos de gusto.
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Para quien, por el contrario, tiene el sentido del arte, una obra maestra llega a ser una realidad viviente a la que se siente ligado por lazos de camaradería. Los maestros son inmortales porque sus amoi res y sus angustias viven en nosotros eternamente. Es más bien el alma que la mano, el hombre que la técnica lo que nos llama, y cuanto más humano es el llamamiento, más profunda es núes' tra respuesta, por efecto de esa c omprensión se * creta que existe entre el maestro y nosotros, que llegamos a sufrir y a regocijarnos con los héroes, y las heroínas de los poemas y de los romances. Tikamatu, nuestro Shakespeare japonés, consideraba como uno de los principios esenciales de la composición dramática el de inspirar confianza al público. Entre un gran número de obras que sus discípulos hab ían le dado a conocer, sólo un a le agrad ó. Era la que tenía cierta semejanza con Comedia de los errores, en donde aparecen dos hermai nos que son víctimas de su extraordinario parecido. — S í; dijo Tik am atu— yo sie nto vivir aquí el espíritu del drama, porque se ha tenido en cuenta al público tal y como es, y esto le permitirá sabe r algu na cosa más que los actore s. Sabe sob re lo
que reposa el error y tiene piedad de los personajes que ve en la escena precipita rse inc ons cientemente hacia su destino. Los grandes maestros del Oriente, lo mismo que el Occidente, jam ás desdeñ aron la sujestión como medio de atraer la confianza del espectador. ¿Qu ién puede contemp lar una obra* maes tra sin asustarse de la inmensidad de pensamientos que ante nuestra mirada descubre? No ha y ve rdadera s obras mae stras que no sean familiares y simpáticas. ¡Qué frías son , por el contrario, las producciones corrientes del momento actual! ¡Aquí, la expansión acalorada del corazón de un hombre! Allá nada más que un gesto formalista. Esclavos de la técnica, los modernos rara vez se elevan sobre sí mismos. Como los músicos que en vano intentan hacer vibrar el arpa de Lungmen, sólo cantan para sí mismos. Podrá suceder que sus obras se acerquen a la ciencia; seguramente en la misma proporción se alejarán de la humanidad. Existe un viejo proverbio japonés, según el cual, una mujer no puede amar a un hombre verdaderamente vanidoso, porque en su corazón no 113
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I queda la más pequeña rendija por donde el amor pue da pen etra r y llenarlo. La vanidad en arte es igualmente fatal para la simpatía, sea por parte del artista, sea por parte del público. No conozco na da má s sa ntifi ca nte que la unión en el arte de los espíritus ligados por el parentesco. En el momento de estos encuentros, el amante del arte se sobrepasa a sí mismo. A la vez es y no es. Entrevé un resplandor de infinito; pero las pa pa br as no le ba stan par a ex pr es ar su gozo, puesto que los ojos carecen de lengua. Libre de las cadenas de la materia su espíritu se mueve con el mismo ritmo de las cosas. Así el arte se identifica con la religión y ennoblece a la humanidad. Así el que hace una obra maestra, hace una obra sagrada. En los tiempos antiguos, la veneración de que los japoneses rodeaban las obras de un gran artista, era verdaderamente extremada. Los maestros del té conservaban sus tesoros con una discreción acendradamente religiosa y con frecuencia era preciso abrir una después de otra un gran número de cajas antes de describir el re-
Hcario y la envoltura de seda en cuyos dulces pliegues reposaba el Sancta sanctorum. Sólo muy de tarde en tarde se exhibía únicamente ante los verdaderos iniciados. En la época en que el Teísmo llegó a su apogeo, los generales del Taiko se mostraban mucho más satisfechos de que para premiar sus victorias se les regalase una obra de arte preciosa, que de que se les diera una vasta extensión de territorio. Muchos de nuestros dramas favoritos tienen como asunto la pérdida de una obra maestra y el éxito de recobrarla. En uno de ellos, por ejemplo, el palacio del señor Hosokawa, en donde se guarda el célebre retrato de Dharuma pintado por Sesson, se ve de repente envuelto en llamas a causa de la negligencia del samurai de guardia. Resuelto a afrontar todos los riesgos para salvar el precioso cuadro, éste se precipita en el edificio ardiente y se apodera del kakemono, pero encuentra todas las salidas obstaculizadas por el
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fuego. Pensand o únicamente en la salvación de la obra maestra, se da en el cuerpo con la espada un tajo largo y profundo, se desgarra una manga, envuelve en ella la seda pintada y lo hunde todo en su terrorífica herida.
T El fuego al fin se extingue y entre las cenizas humeantes se encuentra el cuerpo medio consumido en cuyo interior reposa, respetado por las llamas, el inestimable tesoro. Demuestra esta historia trágica, a la vez que la fidelidad de un samurai, el precio que nosotros sabemos asignar a una obra maestra. No olvidemos, sin embargo que el ar te sólo tiene valor en la 'medida que habla a nues tro corazón. Puede llegar a ser una obra universal si nosotros sabemos ser universales eñ nuestras simpatías. N ue st ra na tu ra le za lim ita la fu er za de la tr a dición y de las convenciones, del mismo modo que nuestros instintos hereditarios restringen nuestra capacidad para los goces estéticos. N ues tr a propia individ ualid ad, fi ja tam bié n hasta cierto punto límites a nuestra comprensión y nuestra personalidad estética busca sobre todo sus propias afinidades en las creaciones del pasado. Es verdad, por ora parte, que mediante la cultura nuestro sentido del arte se amplía y cada día vamos siendo más capaces de gozar nuevas expresiones de belleza para las que ayer nos creimos todavía insensibles.
Pero, después de todo ¿dejará de ser nuestra pro pia im agen lo que no sotro s vemos en el U niverso? ¿No será nuestro propio temperam ento el que nos impone las m ane ras de perc ibir ? Los maestros del té, sólo coleccionaban objetos que correspondieran exactamente a la modalidad de su gusto personal. Recuerdo a propósito de esto una historia que se cuenta de KoboríEnsyu. Pa ra cumplimen tarle por haber dado una prue ba de un gu sto pe rfe cto en la elección de sus colecciones, le decían sus discípulos: — “Ca da objeto es de ta l nat ur alez a que no hay persona que pueda negarle su admiración. Esto prueba que tenéis mejor gusto que Rikiu, puesto que entre mil personas sólo habrá una capacitada para admirar su colección.” Y a esto Ensyu, respondió tristemente: — “E sa es un a prue ba de mi vul gar id ad : N ue stro gra n Rikiu ten ía la auda cia de no admirar más que los objetos que le complacían personalmente, mientras que yo, inconscientemente, me incorporo al gusto de la mayoría. En verdad, en verdad, no hay más que un Rikiu por cada mil que puedan llevar el título de Maestros del té”. Sea de ello lo que fuere, jamás lamentaremos bas ta nt e el que la mayor par te del ent usi asm o
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aparente que se siente hoy por el arte, no emane de un sentimiento real y profundo. En una época democrática como la nuestra , los hombres aplauden todo lo que es considerado por las masas como lo mejo r, sin respeto par a los propios sentim ientos. Aman lo costoso y no lo refinado; lo que está de moda y no lo que es bello. A las masas populares, la contemplación de los periódicos ilustrados, que son productos de su propio industrialis mo, les da un, alimento de goce estético, mucho más fácil de digerir que los Primitivos italianos o los maestros de Asikaga que simula n admirar. Eí nombre del artista es para ellos mucho más importante que la calidad de la obra. Como decía un crítico chino hace ya muchos siglos, “el pueblo hace la crítica de la pintura con los oídos.” A la falta de gusto personal y de juicio srcinal debemos los horrores pseudo clásicos que nos acometen hoy por todas partes. Otro error no menos difundido es el de confundir el arte con la arqueología. La veneración inspirada por la antigüedad es uno de los rasgos más nobles del carácter huma118
no y sería de desear el que estuviera más extendida de lo que está. Los viejos maestros tienen derecho a ser venerados por haber abierto las vías para el progreso futuro y el sólo hecho de que hayan cruzado intactos por los siglos de la crítica y hayan llegado a nosotros cubiertos de gloria, impone todos los respetos. Pero sería una locura evidente evaluar sólo sus esfuerzos por la medida de la edad. M ientras tanto, dejamos a nue stra simpatía histórica la dirección de nuestro dicernimiento estético. Ofrecemos las flores de nuestra aprobación al artista cuando está tranquilamente tendido en su tumba. El siglo XIX que ha engendrado la teoría de la evolución, a pesar de ello ha creado en nosotros la costumbre de perder de vista el individuo en la especie. Un coleccionista se cuida ante todo de adquirir ejemplares de una escuela o de una época y olvida que una sola obra maestra nos atrae más que una gran cantidad, por grande que sea de producciones mediocres de una época o de una escuela determinadas. 119
Clasificamos demasiado y no gozamos lo suficiente. El hecho de haber abandonado el método de pre sen tac ión estéti ca de las ob ras de art e por el pr ete ndido método de presentac ión cie ntífica, ha causado la muerte de algunos museos. Por último, los derechos del arte contemporáneo, no pueden quedar ignorados en ningún plano vibrante de la vida. El arte de hoy es él que realmente nos pertenece; es nuestro propio reflejo. ■Condenarlo es condenarnos a nosotros mismos. Es corriente declarar que la época actual ningún art e posee. Si asi es ¿ a quién incumbe la responsabilidad?
El pasado puede mirar muy bien con desdén la pobreza de nuestra civilización; el porvenir se reirá de la esterilidad de nuestro arte. Destruimos el arte al destruir la belleza de la vida. ¿Llegará el gran mago que construya con el tronco de la sociedad moderna el arpa poderosa cuyas cuerdas vibren un día al impulso de los dedos del genio?
¿No es una vergüenza el que a pesar de todas nuestras rapsodias sobre los antiguos, prestemos tan poca atención a nuestras propias posibilidades? Hay, sin embargo, artistas que luchan, almas fatigadas que se marchitan en la sombra de un helado desdén. En un siglo fijo sobre su propio centro ¿qué inspiraciones podemos ofrecerles? 120
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1 VI. LAS FLORES
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Fl o r e s habéis oído alguna vez en medio de la luz gris y temblorosa de un amanecer de primavera, entre fel murmullo de los pájaros en los árboles, una cadencia misteriosa que no podía ser sino una conversación que entre ellas sostenían las flores? Está fuera de duda en todo caso, que para la humanidad el amor a las flores ha debido nacer al mismo tiempo que la poesía del amor. ¿Cómo en efecto se podrá concebir mejor que en presencia de una flor, tan dulce en su inconsciencia y que no tiene tanto perfume como silencio y misterio, la revelación del alma de una virgen? Al ofrecer a su amada la primera guirnalda, el hombre primitivo se eleva por encima del bruto; se eleva por encima de las necesidades groseras de la naturaleza; asciende a ser humano. 123
Al percibir la utilidad sutil de lo inútil hace su entrada en el reino del arte. En la alegría o en la tristeza las flores son nuestras amigas más fieles. Comemos, bebemos, cantam os, da nzam os y flirteamos con ellas. Nos casamos y nos ba utizam os con flores. Morimos entre las flores. Hemos adorado con los lirios, meditado con los lotos y a la vez que cargábamos con los arcos de las batallas lo hacíamos con la rosa y el crisantemo. H asta hemo s intentado hablar la lengua de l as flores. ¿Cómo, pues, podríamos vivir sin ellas? Da miedo imaginar un mundo vacío de su presencia . ¡Qué consuelos aportan a la cabecera del enfermo! ¡Qué luz de bendici ón a los espíritus fat igados ! Su serena ternura conforta nuestra confianza desfalleciente en el universo, del mismo modo que la mirada atenta de un niño hermoso, resucita nuestras esperanzas perdidas. Cuando estamos ya acostados sobre el polvo,
ellas son las que más se detienen a llorar sobre nuestras tumbas. Por triste que ello sea, no hemos de ocultar que a despecho de nuestra familiaridad con las flores, no nos hemos levantado mucho por encima de los brutos. Aguijad al cordero, y el lobo que en nosotros vive no tardará en mostrar los dientes. Alguien ha dicho que el hombre es a Jos diez años un animal, a los veinte un loco, a los treinta un fracasado, a los cuarenta un farsante y a los cincuenta un criminal. Acaso se convierte en criminal porque nunca cesó de ser criminal. Nad a hay par a nosotros más rea l que el ha mbr e; na da más sa gr ad o que nu estro s deseos. Todos los altares„unos detrás de otros se han demolido ante nuestros ojos; uno sólo es eterno; aquel sobre el que quemamos incienso a nuestro ídolo supremo: a nosotros mismos. N ue stro Dios es gr an de y el Dinero es su pro feta. Para sus sacrificios, devastamos la naturaleza entera. Nos envanecemos de ha ber conquis tad o la m ateria y olvidamos que es la materia quien ha hecho de nosotros sus esclavos.
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i Cuántas atrocidades cometemos en el nombre de la cultura y del refinamiento! Decidme, gentiles flores, lágrimas de las estrellas, que permanecéis en el jardín balanceando vuestras cabezas a gusto de las abejas que cantan al rocío y al s o l: ¿ Conocéis el terrib le d estino que os aguarda?
Flore s : si habi táis en el palacio del Mikado, encontraréis a veces un terrible personaje armado de unas grandes tijeras y una pequeña sierra. Se titulará a sí mismo Maestro de las Flores. Reclamará para sí los derechos de un doctor. Y por instinto le odiaréis, porque no ignoraréis que un doctor busca siempre el medio de pro-
Soñad, balanceaos, loquead mientras podáis en las dulces brisas del estío. Mañana una mano implacable os estrangulará la garganta, seréis arrancadas brutalmente, destrozadas miembro a miembro y arrastradas muy lejos de vuestras moradas apacibles. La desdichada, que pasara en el mundo por bella, po dr á dec ir lo encantad oras que ér ais antes de que sus dedos se mojaran con vuestra sangre. ¿Es esto la bondad? ¿Será tal vez vuestro destino el veros aprisionadas entre los cabellos de una a la que sabéis sin corazón, o prendidas en el ojal de la solapa de uno que no se atrevería a miraros cara a cara si
longar los sufrimientos de sus víctimas. Os cortará, os plegará, os curvará en todas direcciones, en posturas imposibles; torturas que ju zgará con veniente imponeros. Retorcerá vuestros músculos y dislocará vuestros huesos como un osteópata.
fueseis un hombre? Tal vez sea vuestra suerte la de veros encerradas en un vaso estrecho, con un poco de agua manida para aplacar la sed agotadora que os advierte que la vida se acaba. 128
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Os quemará con carbones ardientes para detener la salida de vuestra sangre y os clavará en las carnes hilos de hierro para activar la circulación. Os inyectará sal, vinagre, alumbre y hasta vitriolo. Verterá a vuestros pies agua hirviente cuando le parezca que estáis a punto de desfallecer. Y será su gloria el poderos guardar vivas durante dos o tres semanas más dé lo que hubiérais podido vivir sin su tra tamiento. ¿No hubiérais preferido mo rir de un sólo golpe ? 129
¡ Qué de crím enes debéis de hab er cometido en vuestra encarnación anterior para merecer ahora tan prolongado castigo! La devastación desenfrenada de las flores que se practica en Occidente, es acaso más espantosa que la forma en que son tratadas por los Maestros de flores del Oriente. La cantidad de flores cortadas cada día para adornar los salones de baile y las mesas de los ba nquetes en Eu ro pa y en Am érica, pa ra a rro ja rlas al día siguiente, debe de ser enorme. Ensartadas juntas, harían una guirnalda para todo un continente. Comparado con esta despreocupación total de la vida, el crimen del Maestro de las flores resulta ya insignificante. Este por lo menos, respeta la economía de la naturaleza y en su seno escoge sus víctimas, con cierta previsión, y una vez muertas rinde honores a sus restos. En el Occidente la aglomeración de flores parece formar parte del decoro y de la riqueza; es la fantasía de un momento. ¿A dónde van todas estas flores cuando ha terminado la fiesta? ¿ H ay nada más lamentabl e pa ra ser visto que 130
una flor marchita^ tirada sin remordimientos al pu dr idero? ¿Po r qué nacen las flores a la vez que tan bellas tan desgraciadas? Los insectos pueden picar, y la bestia más apacible puede luchar si se la hostiga. Los pájaros, cuyas plumas se buscan para adornar un sombrero, pueden escapar volando de quien los persigue. El animal de quien tomáis la piel para vuestros vestidos, puede ocultarse al sentiros llegar. Pero ¡ay! solamente la flor que tiene alas, es la mariposa. Las demás tienen que permanecer inmóviles y desarmadas ante sus verdugos. Si lanzan gritos durante su agonía, no llegan a nuestros duros oídos. Somos con frecuencia brutales frente a los que nos sirven en silencio; pero puede llegar la hora en que nuestra maldad aleje de nosotros a nuestros mejores amigos. ¿No habéis notado que las flores se van h a ciendo más raras cada año? Tal vez se deba esto a que sus sabios las hayan aconsejado la huida hasta que el hombre se haga más humano. 131
I Sin duda han emigrado al cielo. Alabemos al hombre que se dedica al cultivo de las plantas. El hombre del tiesto de flores, es indudablemente mucho más humano que el hombre de las tijeras. Vemos con placer cómo se preocupa por la lluvia y por ael las sol,heladas, sus luchas contra loscuando parásitos, su miedo su ansiedad los boton es se m ue stra n ta rdíos, su encanto cuando las hojas hicieron su explosiva aparición. En oriente, el arte de cultivar las flores es uno de los más antiguos y los cuentos y las canciones están saturados del amor del poeta por su planta favorita. Bajo las dinastías Tang y Sung, los ceramistas crearon para sus plantas recipientes maravillosos; no eran vasos, sino verdaderos palacios de piedras preciosas. A cada flor estaba asignado un doméstico especial encarg ado de ve lar por ella y de la va r sus hojas con su finísimo pincel de pelo de conejo. Está escrito que la peonía debe ser bañada por una hermosa joven vestida de gala, y el ciruelo de invierno por un monje pálido y joven. En el Japón una de las danzas No, más antiguas y más populares, el hatinoki, que data de la 132
época de Asi ka ga, tiene por tema la historia de un caballero que se queda pobre y en una noche helada, no teniendo otra cosa para hacer fuego, corta sus plantas más queridas en obsequio a un religioso errante que llega hasta él. El religioso no es otro sino HozyoTokiyori, el HarumalRaschid de nuestros cuentos y el sacrificio del buen caballero es bien recompensado. Hoy mismo, l a representación de esta obr a, no deja de arrancar lágrimas al público de Tokio. Entonces se adoptaban grandes precauciones par a cu idar y cons erv ar las flo res delicadas. El Emperador Huensung, de la dinastía Tang, colgaba cascabeles de oro en las ramitas de su ja rd ín par a ah uy en ta r los pá jaros. Este mismo soberano, hacía que en la primavera los músicos de su corte recrearan a las flores con suaves conciertos. Existe aún en un monasterio del Japón una preciosa tableta que la tra dició n atrib uy e a Yosi tuné, el héroe de nuestro ciclo de leyendas análogo al ciclo de la Tabla Redonda. Es un aviso referente a un ciruelo maravilloso y nos habla en el tono propio de una época guerrera. Después de haber hecho mención de la belleza de las flores, la inscripción dice; 133
“A quien quiera que corte una sola rama de este árbol, en castigo le será cortado un dedo.” ¿No convendría aplicar hoy estas leyes a los que ejercitan su frenesí destructor sobre las flores y a los que inutilizan las obras de arte? En lo que concierne a las flores en tiestos, es
emperatriz Komío, una de las soberanas más famosas de Nara, cuando cantaba: “Si te cojo, mi mano te lastimará, ¡oh flor! Tal y como te veo en el seno de la pradera, te doy en ofrenda a los Budas del pasado, del presente y del porvenir.”
preciso us ar al egoísmo hum ano ¿Por ac qué substraer las plantas de. su medio y pedirle s que flo rezcan en los medios ex tr añ os? ¿No es esto lo mismo que pedir a los pájaros que gorjeen y canten en la prisión de una jaula? ¡ Quién sabe lo que se ntir án las orqu ídeas al sofocarse en el calor artificial de vuestros invernaderos, suspirando sin esperanza por un destello de su cielo meridional! El amante ideal de las flores es el que las visita en sus retiros naturales, como Taoyuenming que se sentaba delante de una empalizada de bambú corta do , par a co nv ersa r con un crisantem o salvaje, o como Linwosing que perdió su camino seducido por unos perfumes misteriosos cuando se
N oSeamos seam os, menos sin em bar go, dem asiado ntim tale s. lujosos; pero másse m agnen í-ficos. Laotsé decía: “El cielo y.la tierra son implacables.” Kobodaisi decía: ‘‘Corre, corre, corre; la corriente de la vida va todavía más lejos.” “Muere, muere, muere; la muerte llega para todos.” La muerte nos acecha, sea cual fuere la dirección que tomemos. Destrucción arrib a y abajo; destru cción delante y detrás. El cambio es lo único que es eterno, ¿por qué,
pa seaba du ra nt e el crep úsc ulo por en tre unos ciruelos en flor junto al lago occidental. Se cuenta también que Chawm ushih dormía en una barquilla en tal forma que sus sueños pudieran confundirse con los de los lotos. .Este mismo espíritu era el que animaba a la
pues, no hem os de acoger bien ta nto la m ue rte como la vida? No existen más que co nt ra pa rtid as , la No che y el Día de Brahama. A favor de la desintegración de lo viejo, resulta posible el deleite.
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Hemos adorado a la Muerte, la diosa implacable de la piedad, bajo los nombres más distintos . Era la sombra del Devorador Universal que los Gheburs saludaban en el fuego. An te el purism o helado del alm aespada, el Japón de Sinto, se arrodilla hoy todavía. El fuego místic o consume nues tra debilidad; la espada sagrada rompe la esclavitud del deseo. De nuestras cenizas se alza el genio de la celestial espada; de la libertad nace una más alta realización de la Humanidad. ¿Por qué, pues, no destruir las flores, si de sus despojos podemos sacar nuevas formas para ennoblecer las ideas del mundo? Concretémonos a imponer el que a nuestro sacrificio se una la belleza. Sólo rescataremos nuestras acciones consagrándonos a la pureza y a la sencillez. Así razonaron los maestros del té cuando establecieron el culto de las flores.
pe rder de vista la composición estética que en su espíritu llevan. Se acongojarían si hubiesen llegado a cortar más de lo que sea absolutamente necesario. Se observará, a propósito de ésto, que asocian siempre que pueden las hojas con las flores, con el deliberado propósito de representar por entero la belleza de la planta viviente. En lo tocante a esto, como en otras muchas cosas, su método es bien distinto del que se sigue en los países occidentales, en donde no es posible ver más que tallos, y cabezas de flores sin cuerpos am on tona da s en desorde n y al az ar en un vaso. Cuando un maestro del té haya arreglado una flor a su gusto, la colocará sobre el tokonoma. que es el sitio de honor de todo interior japonés. —J un to a ella no se rá colocada otr a que pueda dañar el efecto que deba producir. Y tampoco se colocará ningun a pintu ra, a no ser que así lo determine una razón estética parti-
Quien conozca la manera de ser de nuestros maestros del té y de las flores, no habrá dejado de adm irar c on qué veneración religiosa tra tan las flores. Jamás las cogen al azar, sino escogiendo cuidadosamente las ramas y hasta las briznas, sin
cular para una combinación de determinada índole . La flor está allí como un príncipe en su trono, y los invitados o los discípulos, al entrar en la estancia la saludarán con una profunda reverencia antes de ofrecer sus cumplimientos al anfitrión.
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Ante las obras maestras del género se trazan dibujos que se reparten para edificación de los aficionados, y sobre el tema existe una copiosa literatura. Cuando la flor se marchita, el maestro la confina tiernamente en la ribera y allí piadosamente se la entierra en la arena. Algunas vece s, hasta se han eleva do monumentos a su memoria. El srcen del Arte de tratar las flores es, al pa rec er, con tem poráneo del Teísmo, esto es, data del siglo XV. Las leyendas nuestras atribuyen el primer ordenamiento floral a aquellos viejos santos budistas que recogían las flores tronchadas por el huracán y en su infinita solicitud para con todas las cosas vivientes, las colocaban en vasos llenos de agua. Se cuenta que Soami, el gran pintor de la Corte de AsikagaiYosímasa fue uno de los prime ros adeptos de esta encantadora costumbre. Zyuco, el maestro del té, fue uno de sus primeros discípulos, como también lo fué Senno, el fundador de la casa de Ikenobo, familia tan ilustre en los anales de la Flor, como la de los Kano^ en los de la pintura. Al mismo tiempo que se perfeccionaba bajo
Rikiu el ritual del té, hacia el final dpl^siglo XVI, el arte de tratar las flores llegaba a su máximo desarrollo. Rikiu y sus sucesores, los célebre s Oda Yuraki, FurudaOribé, Ka yetu, KoboriEns yu, KatagiriSekisyu, rivalizaban entre ellos en busca de combinaciones nuevas e imprevistas. Pero no debemos olvidar que el culto de las flores, tal y como lo practicaban los maestros de! té, sólo era una parte de su ritual estético y no constituía por sí mismo una Religión. To da decoración flora l, así como las demás obras de arte que adornaban la Cámara del té estaba sometida al plan gen eral de .ornamentaci ón. Así, Sekisyu prohibía el que se hiciera uso de las flores blancas d e ciruelo cuando aún había nieve en el jardín. Las flores engañosas estaban implacablemente desterradas de la Cámara del té. Un decorado floral combinado por un maestro del té, pierde toda su significación si se transpo rta del sitio par a donde fué destinado , por que todas sus líneas, todas sus proporciones se estudiaron con el objeto de que resultara en armonía con los objetos de alrededor. La adoración de la flor por sí misma comien
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Ante las obras maestras del género se trazan dibujos que se reparten para edificación de los aficionados, y sobre el tema existe una copiosa literatura. Cuando la flor se marchita, el maestro la confina tiernamente en la ribera y alli piadosamente se la entierra en la arena. Algunas vec es, ha sta se han elevado mon umentos a su memoria. El srcen del Arte de tratar las flores es, al parec er, contem porán eo del Teism o, esto es, data del siglo XV. Las leye ndas n uestras atribuyen el primer ordenamiento floral a aquellos viejos santos budistas que recogían las flores tronchadas por el huracán y en su infinita solicitud para con todas las cosas vivientes, las colocaban en vasos llenos de agua. Se cuenta que Soami, el gran pintor de la Corte de Asikagai Yosimasa fue uno de l os primeros adeptos de esta encantadora costumbre. Zyuco, el maestro deltambién té, fue lo unofué de Senno, sus pri-el meros discípulos, como fundador de la casa de Ikenobo, familia tan ilustre en los anales de la Flor, como la de los Kano^ en los de la pintura. Al mismo tiempo que se perfeccionaba bajo 138
Rikiu el ritual del té, hacia el final del siglo XVI, el arte de tratar las flores llegaba a su máximo desarrollo. Rik iu y sus suceso res, los céle bres Oda Yuraki, FurudaOribé, Kayetu, KoboriEnsyu, KatagiriSekisyu, rivalizaban entre ellos en busca de combinaciones nuevas e imprevistas. Pero no debemos olvidar que el culto de las flores, tal y como lo practicaban los maestros del té, sólo era una parte de su ritual estético y no con stituía por sí mismo una Rel igi ón. To da decora ción floral, así como las demás obras de arte que adornaban la Cámara del té estab a sometida al plan general de .orna mentación. Así, Sekisyu prohibía el que se hiciera uso de las flores blancas de ciruelo cuando aún había nieve en el jardín. Las flores engañosas estaban implacablemente desterradas de la Cámara del té. U n decorado floral combin ado por un m aestr o del té, pierde toda su significación si se transp o r ta de l si tio p a ra donde fu é des tinad o, por qu e todas sus líneas, todas sus proporciones se estudiaron con el objeto de que resultara en armonía con los objetos de alrededor. La adoración de la flor por sí misma comien139
en la pintura han formado las escuelas de Ukiyoé y de Sizyo? Sería muy interesante, si para ello tuviéramos lugar el estudiar más a fondo las leyes de composición y de detalle formuladas por lOs diferentes Maestros de Flores de esta época, basadas en suma en las mismas teorías fundamentales que re-
za con el nacimiento de los Maestros de Flores, a mediados del siglo XVII. Entonces se hace independiente de la Cámara del té y no conoce otra gloria sino la que le impone el vaso eilegido. Nuevas concepciones y nuevos métodos de eje cución fueron ya entonces posibles y de ellos resultaron verdaderos principios y verdaderas escuelas. Un escritor de mediados del siglo último decía que él podría contar más de cien escuelas diferentes en el arte de tratar las flores. Se dividían en dos ramas principales: la formalista y la naturalista. Las escuela s forma listas, dirigidas por los Ikenobo aspiraban a un idealismo divino, correspondiente al de la Aca dem ia de Kano. Tenemos descripciones de decorados florales ejecutados por antiguos maestros de esta escuela, que casi llegan a reproducir los cuadros de flores de Tansetu y de Tunénobu.
gían la decoración Tokugawa. ^Tres principios esenciales las gobernaban: el princ ipi o prim ordial, que er a el cielo; el prin cipio subordinado, la tierra; y el principio conciliador, el hombre. Todo decorado floral’que no se sometiera a la aplicación de estos tres principios, se consideraba infec undo y muerto. Insistían también mucho los Maestros de Flores de entonces sobre la importancia que tiene el tratar una flor en sus tres aspectos diferentes: el formal, el semiformal y el informal. Podría decirse que el primero presenta las flores en un suntuoso tocado de baile, el segundo en
La su escuela naturalista, el contrario, indica nombre, acepta lapor naturaleza, ante como todo, por modelo y se conform a con impone rle algu na s modificaciones en la forma, necesarias para la expre sión de un a unidad artís tica. ¿No se observan aquí los mismos impulsos que
la cómoda de undeshabillé vestido dedel tarde y el tercero en elelegancia encantador gabinete. N ues tras sim pa tía s personales están , hemos de declararlo, con el decorado floral del maestro del té más bien que con el del maestro de Flores. El primero representa el arte concebido según
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su objeto esencial y sobre el terreno de su verdadera intimidad con la vida. Quisiéramos llamar a esta escuela N atu ra l en oposición a la naturalista y a la formalista. El Maestro del té estima que su deber se limita a la elección de las flores, y deja que ellas cuenten su propia historia. Entrad en una Cámara del té hacia el final del invierno y allí veréis una sutil ramita de cerezo silvestre, combinada con una camelia en botones. ¿No es ésto como un eco del invierno que se vá, y a la vez la anunciación de la primavera? Y cuando entráis par a tom ar el té de mediodía durante el caluroso tiempo estival y descubrís en la fresca sombra del tokonoma un lirio sencillo en un vaso colgado, que saborea el rocío, ¿no parece que sonríe a la lo cura de la vida ? Ciertamen te que un decora do sólo de flores puedo ser muy in te re sa nt e; pe ro cua ndo se combin a en concierto con la pi ntu ra y la escu ltu ra, ¡qué encanto! Sekisyu colocó una vez algunas plantas acuáticas en un vaso plano para seguir la visión de una vegetación de lago y en la parte alta del muro cuelga' una pintura de Soami que representa patos sa lvaje s en pleno vuelo. 142
Syoa, otro Maestro de té, compuso un poema sobre la belleza de la soledad junto al mar con un quemadero de perfumes de bronce que tenía la forma de una cabaña de pescador, y algunas de esas flores silvestres que la resaca deposita en las playas. Uno de los invitados cuenta haber sentido ante esta composición el soplo del invierno muriente. Las historias de las flores, jamás tienen fin. Escuchad una todavía. En el siglo XVI, “la gloria de la mañana” era todavía muy rara entre nosotros. Rikiu tenía un ja rd ín semb rad o por completo de ella y lo cultivaba con un cuidado exquisito. La nombradía de sus convnlvuhis llegó hasta los oídos del Taíko, quien sintió el deseo de contemplarlos. Rikiu le invitó a un té matinal en su casa. En el día fijado, el Taíko llegó y se paseó por el jardín; pero allí no había la menor sombra de con vulznthis. El suelo había sido apisonado y cubierto de arena y guijarros finísimos. Lleno de sombrío enojo, el déspota entró en la Cámara del té y allí un espectáculo inesperado lo calmó. 143
Sobre el Tokonoma, en un bronce precioso de la época de los Sung había una sola “gloria de la ma ñana” . ¡ La reina de tod o el jar d ín ! Tales ejemplos nos demuestran toda la significación del sacrificio de las flores. Es posible que las propias flores aprecien esta significación. No son las flo res ta n cobardes como los hombres. Ciertas flores en cu en tran en la m ue rte su gloria: las flores del cerezo japonés, por ejemplo, que se abandonan al viento libremente. Quien haya visto las avalanchas olorosas de Yosino o de Arasiyania, podrá comprenderlo. Un momento voltigean como nubes de piedras precios as y da nz an sobre las ag ua s de cri st al : después, bogando sobre las ondas sonrientes, parece como si dijeran; “¡Adiós, Primavera, que nos vamos hacia la Eternidad!”
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VII. LOS MAESTROS DEL TE
V II
Los M aestro s del Té
En Religión el porvenir está detrás de nosotros . En Arte, el presente es eterno. Los Maestros del té sostenían que el verdadero sentido del arte sólo es posible para los que hacen del arte una influencia viva. Así trataban de arreglar su vida cotidiana con arreglo al perfecto modelo de refinamiento que realizaban en la Cámara del té. En todas las circunstancias cuidaban de mantener su serenidad de espíritu y de dirigir la conversación de manera que no alterase la armonía de alrededor. El corte y el color de los vestidos, el equilibr io del cuerpo, la m an era de an dar; todo ello 147
podía serv ir par a la man ife stación de un a pe rs onalidad estética. Objeto serio, ciertamente, pues quien no sabe cultivar la belleza en sí mismo no tiene el derecho de apreciarla en los demás. Así el Maestro del té se esforzaba por ser algo másEste que era un artista; el arte mismo. el Zen por de laserestética. La perfección está en todo, si tratamos cuidadosamente de buscarla. Rikiu se complacía en citar un viejo poema en el que se dice: “A los que no aman las flores, quisiera yo mostrarles la Primavera en plena florescencia, cuando pinta y viste los botones sobre las colinas cubier tas de nieve” . Nu mero sas ha n sido las ap ort acion es hechas por los Mae stros del té. Han revolucionado por completo la arquitectura clásica y la decoración interior, y creado el nuevo estilo que hemos descrito en el capítulo consagrado a la Cámara del té, cuyas influencias se encuentran hasta en los palacios y en los monasterios que se han constru ido después del siglo XVI. El complejo KoboriEnsyu ha dejado notabilísimas muestras de su genio en la villa imperial de 148
Katura, en los castillos de Nogoya y de Nizyo y en el monasterio de Kohoan. Todos los jardines célebres del Japón, los han dibujado los maestros del té y es más que probable que nu es tras art es de la cerám ica jam ás hu bi er an lleg a les su hubieran gr ad o de perfec sus ció ninssi los maestros delado té no prestado piraciones, puesto que la fabricación de los ut en silios empleados en las ceremonias del té exigía de nuestros alfarero s un gran derroche de ingenio. Los siete Hornos de Ensyu son bien conocidos de todos los que han estudiado la cerámica japon esa . ¡Cuántas de nuestras telas llevan los nombres de los maestros del té que concibieron para ellas el color y el dibujo! Es imposible, a la verdad, encontrar una rama del arte en donde los maestros del té no hayan deja doEnlalahu ell a dey su genio. pintura en la laca parece supérfluo señalar los inmensos servicios que se les debe. ¿ No debe su srcen una de nuestras más grandes escuelas de la pintura al maestro del té Hon ami Koyetu, no menos famoso como artista de las lacas que como alfarero? 149
Después de sus obras, las magníficas creaciones de Koho, su nieto y de Korin y Kenzan, sus sobrinos, quedan casi en las sombras. Toda la escuela de Korin, tal y como se la define generalmente, es una expresión del Teismo; parec e que en sus gr an de s ray os es ta escu ela posee la vitalidad de la propia naturaleza. Por grande, sin embargo, que haya sido la influencia de los maestros del té en los dominios del arte, es muy pequeña si se la compara con la que han ejercido en la evolución de la vida. No sólo en los usos de la sociedad ele gante se siente la influencia de los maestros del té, sino que llega hasta el arreglo de todos los detalles de nuestra vida doméstica. Muchos de nuestros platos más delicados, así como nuestra manera de presentar los alimentos, han sido inventados por ellos. Nos ha n ens eñado a no lle var ves tido s sino de colores sobrios. Nos ha n enseñado el gu sto especial p ara colo-
Aquellos de entre nosotros que ignoran el secreto para arre glar conve nien temen te la propia existencia, sobre este mar tumultuoso de inmensas perturbaciones que llamamos vida, viven en un estado de sufrimiento perpétuo, intentando en vano parecer felices y satisfechos. Desfallecemos en nuestros esfuerzos para conservar el equilibrio moral y vemos un precursor de la tempestad en cada nubecilla que flota en el horizonte. Hay, sin embargo, un goce y una belleza en el rodar de cada una de las ond&s que barren la eternidad. ¿Por qué no penetrarnos de su espíritu, o como Lichtsé, por qué no m ontar sobre el h ur acán? Quien sólo ha vivido con la belleza, morirá con belleza. Los últimos momentos de los maestros del té están así mismo llenos del refinamiento y de la exquisitez que habían formado su vida.
car Han las flores a otras. hechounas más junto enérgico nuestro amor natural a la sencillez y nos han revelado la belleza de la humildad. En una palabra, por sus enseñanzas el té ha entrado en la vida del pueblo.
de mantenerse armonía con Tratando el gran siempre ritmo del Universo, en mostrábanse siempre dispuestos a entrar en lo desconocido. El último té de Rikiu, se presentará siempre ante mi espíritu como la culminación de la grandeza trágica.
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Una vieja amistad unía a Rikiu con el Taiko Hideyosi; el gran guerrero le profesaba altísima estimación. Pero la amistad de un déspota es siempre un honor pelig roso. En aquel tiempo reinaba la traición y los hombres no te ní an co nf ianz a ni au n en sus pa rie ntes
A la hora indicada los invitados se reunieron tristemente junto al pórtico. Como recorrieran con la vista las avenidas del ja rd ín , los árboles les pa re cían que tem bla ba n y oyeron entre el murmullo de las hojas pasar los fantasmas sin asilo. Las linternas de piedra gris parecían centine-
más próximos. Rikiu no era ni mucho menos un cortesano servil, y, con frecuencia había tenido la audacia de contradecir a su orgulloso patrono. Así, aprovechándose de la frialdad que existía desde tiempos an tig uo s en tre el Ta iko y Rik iu, los enem igos de éste le acusaron de haber tomado parte en una confabulación para envenenar al déspota. Se murmuró en los oídos de Hideyosi que el brev a je fa ta l deb ía serle ad m in istrad o en un a copa de licor verde pr ep ar ad o po r el propio ma estro del té. La menor sospecha bastaba a Hideyosi para decidirle a una ejecución inmediata y no había apelación posible a la voluntad del soberano irritado. El único privilegio que concedía a quien había conden ado er a el de m orir po r su prop ia ma no. En el día fijado para su propio sacrificio, Rikiu invitó a sus principales discípulos a la última ceremonia del té.
las solemne s colocad os en las puer tas de los Hados. Pero de la Cámara del té les llega una preciosa oleada de incienso; es la llamada para que entren. Uno a uno avanzan y ocupan sus puestos. En el tokonoma está suspendido un kimono en donde están escritas las maravillosas reflexiones de un anciano monje sobre el anonadamiento de todas las cosas terrestres. El ruido de la marmita hirviente sobre el brasero parece el canto de una cigarra que exhala su tristeza al estío que se va. Aparece el anfitrión; cada uno a su vez se sirve y vacía silenciosamente su taza; el huésped el último de todos. Después, según la etiqueta, e l invitad o más notable p ide permiso par a exam inar el servicio del té. Rikiu coloca ante ellos los diferentes objetos y el Kakemono.
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Cuan do han experiment ado toda la adm iración que les inspira la belleza de aquellos objetos, Rikiu se los regala para recuerdo. Sólo guarda para él su tazón. “¡Que jamás esta taza, manchada por los labios de la desgracia, sirva para otro hombre!” Y al decir esto lo hace pedazos. La ceremonia ha concluido. Los invitados, reteniendo a duras penas sus lágrimas le dan su último adiós y abandonan la Cámara. A ruegos de Rikiu, uno sólo, el predilecto, permanece para asistir a su fin. Rikiu entonces abandona su ropa de té, la pliega cuidadosamente sobre la mesa y aparece vestido con la ropa de la muerte, de blancura inmaculada . Mira con ternura la hoja brillante del fatídico acero y le dirige este poema exquisito: “Sé bien venida espada de la eternidad. Al través de Buda y al través de Dharuma igualmente, te has abierto tu camino.” Y con el rostro sonriente Rikiu pasa a lo desconocido. 154
Kste libr o se terminó Talleres de Artes Con stituc ión
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de Enero de 1978
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