El Espíritu Santo en los sacramentos

El Espíritu Santo en los Sacramentos

SEMINARIO MAYOR NACIONAL DE LA ASUNCIÓN

Instituto de Teología Pneumatología P. Juan Manuel Cua

EL ESPÍRITU SANTO EN LOS SACRAMENTOS

Wilder Alexander García Saj 2º. De Teología Guatemala,

13 de abril de 2010




EL ESPIRITU SANTO EN LOS SACRAMENTOS 1. SACRAMENTO DEL BAUTISMO ³Todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo´ (1 Cor 12, 13)

Juan Bautista había predicho de Cristo que bautizaría con el Espíritu Santo (Mt 3, 12; Mc 1, 8; Lc 3, 16; Jn 1, 33). Al describir el diálogo nocturno entre Jesús y Nicodemo, designa Juan el bautismo como un nacimiento de arriba del agua y del Espíritu (Jn 3, 5). Esta imagen, que nos da a entender que el bautizado renace por la virtud del Espíritu Santo, ejerció gran influjo en las concepciones de los Santos Padres y consiguientemente también en la práctica litúrgica, en sus textos y ceremonias. 1.1 El bautismo en el Nuevo Testamento: a) Simbología: La teología bíblica moderna reconoce en algunos pasajes del Nuevo Testamento, sobre todo en el Evangelio de San Juan, una dimensión teológica o simbólica de carácter bautismal, que completa la estrictamente histórica. Tal es el caso, por ejemplo, de los relatos de la boda de Caná, el diálogo de Jesús y la Samaritana, las curaciones del tullido de Betesda y del ciego de nacimiento, y la lanza del costado de Cristo en la Cruz. La analogía con las bodas de Caná, el Bautismo es el vino nuevo del banquete mesiánico ofrecido a los creyentes; y la muerte redentora de Cristo, el agua nueva que reemplazará a las purificaciones prescritas a los judíos y es alcanzada por los creyentes en el vino del sacramento del Bautismo (y también de la Eucaristía). En efecto, la expresión , hace referencia a la hora establecida por el Padre para la glorificación de Jesús, cuyo momento Él fija en su muerte (Jn 13, 1; 17, 1); el vino representa la sangre de Cristo derramada en la Cruz. Por ello, al sentido material, había que añadir otro; aún no ha llegado la hora de la Cruz, en la que será abolidas las purificaciones legales, piénsese en las tinajas preparadas allí para tal fin, cuando la sangre de Cristo borre los pecados del mundo (1 Cor 10, 16; 11, 25). El agua de las tinajas simboliza la Antigua Alianza que Jesús transforma en Alianza Nueva por el agua del Bautismo, el cual cambia al hombre y le hace renacer como hijo de Dios (Jn 3,5). El milagro de la piscina de Betesda tiene también un sentido bautismal tanto en Juan como en la tradición patrística. Cuando san Juan describe el milagro está pensado en la otra agua que Cristo dará para perdonar los pecados o, si se prefiere, en la remisión de los pecados por medio del agua del Bautismo. A si mismo se da en el milagro del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-4) también encierra un simbolismo bautismal, pues así como el agua de la piscina de Siloé abrió los ojos al ciego, del mismo modo Cristo ilumina los ojos del alma a quienes se lavan en el nuevo Siloé de su Bautismo La liturgia romana recoge esta interpretación en uno de los escrutinios.


b) La fórmula Trinitaria: Desde los orígenes, el ministro o persona que bautiza no desempeña un papel trascendental, puesto que el rito lo realiza un apóstol (Hch 2, 41; 4, 4), un diácono (Hch 8, 12-16) o un encargado, lo decisivo es el nombre en quien se bautiza. Hoy existe un acuerdo general sobre la estructura teológico-trinitario del Bautismo cristiano desde el principio y sobre el sentido de las expresiones ³en el nombre de Jesús´ y ³en el nombre del Señor Jesús´ (Hch 8,17; 10,48; 19,5): no son fórmulas litúrgicas, sino indicativas de que el Bautismo se realiza por encargo de Jesús, en su poder y según la forma por Él determinada. Se trata de distinguir el Bautismo de Jesús y el Bautismo de Juan. Esta mención trinitaria era una epíclesis, tal y como se entendía en la Iglesia primitiva: se invoca ³el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo´ sobre quien recibe el Bautismo, para expresar que Dios se hace presente con su poder y para que el bautizado se unifique con Él, el que queda consagrado. La invocación trinitaria lleva consigo la incorporación del bautizado a la salvación y misión de Jesús. Probablemente esta concepción epiclética está en la base de la ulterior fijación de los tres nombres divinos en una formulación trinitaria propiamente dicha. Esta fórmula sacramental ³en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo´ se encuentra en: (Mt 28,19), la Didaké, San Justino, Tertuliano, San Irineo, san Agustín, y en los libros litúrgicos posteriores. La expresión ³yo te bautizo´ pertenece a la tradición occidental, mientras que en la oriental prevalece (N. es bautizado). La praxis occidental acentúa la acción de Cristo, que es quien actúa a través del ministro. En Palabras del Sumo Pontífice Paulo VI afirma:³Sal de este niño, espíritu impuro, y cede el lugar al Espíritu Santo´. Por este primer exorcismo, realizado en nosotros por el ministro de la Iglesia, nuestra alma se ha hecho capaz de albergar la Espíritu Santo, de ser su tabernáculo: ³¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en nosotros?´ (1 Cor 3,16) Fue así como hemos recibido el bautismo y hemos sido hechos hijos de Dios, miembros de Cristo, consagrados al culto del Nuevo Testamento.1 De igual manera San Agustín gracias a sus flexiones la cuestión de la eficacia sacramental del Bautismo quedó esclarecida en un punto trascendental: aunque el Bautismo presupone la fe en el sujeto adulto, la fe bautismal no es causada ni por el sujeto ni por las disposiciones subjetivas del ministro. En el caso de los niños, éstos son bautizados en le fe de la Iglesia, que actúan como madre que acoge y engendra nuevos hijos. En cuanto a las dimensiones cristológicas y eclesiológica, el Bautismo aparece como un acto de Cristo y como un sacramento que: ³Hace la Iglesia, y a la vez, hace a la Iglesia´2 A si mismo mediante el Bautismo nacidos a una vida nueva, los fieles son en efecto fortificados por el sacramento de la confirmación y reciben en la eucaristía el pan de la vida eterna. Así, por esos sacramentos de iniciación cristiana, reciben siempre más las riquezas de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad. Se ha pues escrito a justo título: ³La carne es elevada para que el alma sea purificada; la carne recibe la unción para el alma sea consagrada; la carne está marcada con un sello para 1

Paulo VI, Homilía, 6 de junio de 1965 Abad Ibáñez, José Antonio. La Celebración del Misterio Cristiano Ediciones: Universidad de Navarra, S.A Pamplona. 2000 2


el alma sea fortificada; la carne es sometida a la imposición de la mano a fin de que el alma sea iluminada por el Espíritu; la carne es alimentada por el Cuerpo y la Sangre de Cristo a fin de que el alma encuentre también su desenvolvimiento en Dios´3 De igual manera podemos encontrar un acercamiento respecto al Espíritu Santo en el Bautismo recurriendo al Ritual del Bautismo de Niño en donde se refiere al Espíritu de esta manera. ³ En efecto, incorporados a Cristo por el Bautismo, constituyen el pueblo de Dios, reciben el perdón de todos sus pecados, son arrancados del demonio de las tinieblas y pasan al estado de hijos adoptivos, convertidos en una nueva creatura por el agua y el Espíritu Santo. Por esto se llaman y son Hijos de Dios´4. Por medios del Bautismo, los creyentes reciben el Espíritu de adopción como hijos; renaciendo del agua y del Espíritu Santo, se convierten en nueva creatura: por eso son llamados y son realmente hijos de Dios. (Autor teólogo) Pero debemos recordar que este sacramento está acompañado de signos visibles con los cuales se manifiesta de manera visible la presencia del Espíritu Santo. El agua: El Espíritu recibe quien cree en Jesús (Jn 7, 38-39) es un ³río de agua viva límpida como cristal que brota del trono de Dios y del Cordero´. Evocando la obra del Espíritu de Dios que desde los orígenes del mundo aleteaba sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar. En la oración de bendición del agua bautismal, la Iglesia suplica al Padre: ³Te pedimos que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente, para que los sepultados con Cristo en su muerte, por el Bautismo resuciten con él a la vida´5 De igual manera se refiere (nombre del autor) al hablar sobre los signos del Bautismo. La unción con el crisma, que sigue inmediatamente a la acción propiamente bautismal, podemos considerarla como explicación ritual de lo que ha tenido lugar invisiblemente en el bautismo. ³El bautizado se ha convertido en otro Cristo, es decir, en Ungido. Ahora bien, Cristo estaba ungido con el Espíritu Santo. Así pues, también el bautismo es el primer comienzo de comunicación del Espíritu Santo, que hallará su acabamiento en la confirmación´.6 Como bautizados debemos manifestar la acción del Espíritu que actúa en este sacramentos, siendo el motor que impulsa a un compromiso verdadero y responsable de cara a la propia vocación al cual cada uno debe responder, de ahí la responsabilidad de proporcionar una buena catequesis tanto para padres de familias y padrinos. Los cuales son los mayores responsables de salvaguardar la vida y vida cristiana del niño 3

Ob. Cit. Ritual del Bautismo de Niño, 2 5 Misal Romano, Bendición del Agua en la Vigilia Pascual. 6 Manual No. 9 4

El Espíritu Santo en los Sacramentos 2. SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN Hch 2

La confirmación es el segundo sacramento de la Iniciación cristiana, por el que los bautizados reciben la efusión del Espíritu Santo, que fue enviado por el Señor sobre los Apóstoles el día de Pentecostés. Pentecostés no es solamente una solemnidad del año litúrgico, con la que cierra la celebración anual del misterio de Cristo muerto y resucitado, exaltado a la derecha del Padre y donante del Espíritu Santo (Hch 2, 32-33). Pentecostés o mejor dicho, Pascua-Pentecostés es la gran epifanía de la Trinidad Divina en la Iglesia y en el mundo creado, la manifestación del Padre que ha entregado al Espíritu de su amor infinito al Hijo Jesucristo como respuesta a su entrega sacrificial en la cruz y que éste derrama sobre su cuerpo y esposa de la Iglesia, como arras de la promesa (Ef 1, 13; 2 Cor 1, 22). Aunque celebrada en un tiempo litúrgico, la Cincuentena pascual, y en un día solemne, la festividad de Pentecostés, la presencia y la acción del Padre y del Hijo por el Espíritu Santo en la Iglesia pertenecen a la totalidad de la actual etapa de la historia de la salvación. 1.2 El Don del Espíritu en el Antiguo Testamento a) El Ruah de la creación: El libro del Gn 1,2 habla del espíritu (ruah) que aleteaba sobre las aguas en el momento de ser creadas. El ruah estaba presente una nueva situación de vida, al transformar el caos en cosmos, poblando de seres vivos el cielo, la tierra y el mar. El espíritu que confería la fecundidad a las aguas es el mismo Espíritu Divino que regenera a los bautizados. Por eso el Bautismo es una nueva creación (2 Cor 5,17); una creación que da sentido a la primera, en cuanto que aquélla estaba orientada a ésta en los planes divinos. b) La paloma del diluvio: Según san Cirilo de Jerusalén: la paloma que anuncia el final del diluvio evoca: ³la paloma espiritual, el Espíritu Santo que descendió sobre Jesús, verdadero Noé, el día de su bautismo, para manifestar que es Él quien, en virtud de su muerte en la cruz confiere la vida a los creyentes´7 1.3 El Don del Espíritu en el Nuevo Testamento: a) El bautismo de Cristo en el Jordán: En la vida de Cristo existen dos misiones o unciones del Espíritu Santo: la de su concepción virginal y la posterior al bautismo en el Jordán. Por la primera unción, la humanidad asumida pasa a ser la humanidad del Hijo de Dios (Mt 1,20; Lc 1,35); por la segunda, el Verbo encarnado es ungido como Mesías, proclamando su misión sacerdotal, profética y real, misión que el Hijo cumplió de modo eminente en el sacrificio de la Cruz, donde se hizo testigo fiel y verdadero del Padre.

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Ob. Cit. p. 226


b) Pentecostés: El día de Pentecostés se consumió la Pascua de Cristo con la efusión del Espíritu Santo, el cual se manifiesta, da y comunica como Persona a los Apóstoles (Hch 2,36). Ellos a su vez, lo transmitieron a los bautizados en orden al testimonio mediante el sacramento de la imposición de las manos. De ahí que existían también en la vida de los creyentes dos misiones o unciones del Espíritu: la del Bautismo que por medio del agua, les convierte en nuevas criaturas y les otorga la vida sobrenatural, de la que el Espíritu Santo es el principio creador, y la de la Confirmación, que da la plenitud del Espíritu para vivir como verdaderos hijos de Dios. Pentecostés es, por ello el lazo de unión entre el bautismo de Cristo en el Jordán y la Confirmación. 1.4 La Donación del Espíritu en la Tradición Litúrgica: San Tertuliano: ³El Espíritu Santo se confiere mediante la imposición de manos del Obispo y una oración epiclética´8. En la Tradición Apostólica los ritos ya se han ampliado y presentan el siguiente estado de cosas: Bautismo; crismación posbautismal con la fórmula ; signación en la frente; ósculo de paz, y oración en común con los demás fieles y celebración eucarística. Lo más destacable de la Tradición Apostólica es la introducción de una segunda unción posbautismal, la unidad entre la Confirmación y Bautismo, la presentación de la Confirmación como sacramento que dona la plenitud del Espíritu en orden al compromiso cristiano, y la consignación del obispo en la frente del neófito como cumbre del rito, pues significa la plena incorporación del bautizado a la milicia de Cristo o su signación como propiedad de Cristo. De aquí que más tarde se designe todo el rito con el término de consignatio; última perfección de la iniciación cristiana. La Tradición Apostólica ve en la confirmación el sacramento que dona la misma persona del Espíritu Santo, para perfeccionar la nueva vida recibida en el Bautismo. Así también se afirma en la liturgia de las horas: ³Hechos partícipes de Cristo (que significa Ungido), sois llamados, con toda razón, Cristo o sea Ungido. Habéis llegado a ser consagrado cuando recibisteis el signo del Espíritu Santo« También a vosotros, después de haber salido de las aguas consagradas, se os ha dado el crisma, del que era figura aquel que ungió al Cristo, es decir, el Espíritu Santo´9 De igual forma estas mismas descripciones se encuentran en los distintos documentos de la Iglesia en la que especifican la acción del Espíritu Santo. En el documento Postconciliar Lumen Gentiun al referirse al sacramento de la confirmación afirma que: ³Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo« para 8 9

Ob. Cit. p. 230 De la catequesis de Jerusalén. Liturgia de las Horas, 2ª. Lectura del Oficio del viernes de la octava de Pascua.


difundir y defender la fe con sus palabras y su vida, como verdaderos testigos de Cristo´10 Por el bautismo nos unimos sacramentalmente a la muerte y resurrección de Cristo, a su Pascua. La confirmación nos confiere el mismo don de Cristo resucitado a su Iglesia, su propio Espíritu. Todos los sacramentos son obra y don de la vida trinitaria, pero el sacramento de la confirmación específicamente nos da al Espíritu, tal como las fórmulas lo expresan claramente. ³Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste por el agua y el Espíritu Santo a estos siervos tuyos, y los libraste del pecado: escucha nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu santo Paráclito; llénalos del espíritu de sabiduría y de inteligencia, del espíritu de consejo y de inteligencia, del espíritu de consejo y fortaleza, del espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor´. No podemos descartar uno de los gestos realizados en la confirmación siendo la imposición de las manos, cuyo gesto en el Nuevo Testamento significa la transmisión del don del Espíritu Santo. El Espíritu, don personal del Padre entregado a Cristo en la resurrección y derramado y transmitido por éste en su iglesia (Hch 2, 36-38). De la misma manera lo afirma el Santo Padre Paulo VI: ³ La imposición de las manos es reconocida en buen derecho por la tradición católica como el origen del sacramento de la confirmación que perpetúa, de alguna manera, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés.11 Respecto a la aplicación pastoral, resulta necesario hacer conciencia a todos los que aspiran recibir dicho sacramento de tal manera que siendo conscientes de lo que reciben puedan abrir sus corazones para que dicha gracia actúe en ellos. Y que mediante la recepción de este sacramento las parroquias se preocupen por ofrecer un mejor itinerario catequético a todos los jóvenes o adultos que se preparan y así catequizar y obtener cristianos más comprometidos y conscientes de su compromiso como cristianos.

3. SACRAM ENTO DE LA EUCARISTÍA ³El que coma mi carme y bebe mi sangre habita en mí y yo en él«, el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna´

3.1 Tipos eucarísticos veterotestamentario: En la oblación de la ofrenda del Canon Romano, el sacerdote pide a Dios que se digne aceptar el sacrificio que le ofrece la Iglesia, como en otro tiempo aceptó los dones y sacrificios que le ofrecieron Abel, Abrahán y Melquisedec. Dentro de esta formulación litúrgica existe una realidad más profunda: la tipología eucarística veterotestamentaria tan presente en la tradición patrística y en la teología actual. Los principales prefiguraciones veterotestametnaria son las les tres mencionadas en el Canon romano y el maná. 10 11

Documento Postconciliar LG. 11 Ob. Cit. Pag. 77


a) El sacrificio de Abel: La carta a los Hebreos se refiere el sacrificio de Abel en dos ocasiones: Hb 11,4 y Hb 12,24, el primer texto afirma que Yahvéh aceptó su sacrificio por la confianza puesta en Él y por su recta conducta; el segundo, compara el sacrificio personal del mediador de la Nueva Alianza, Jesucristo con el de Abel, afirmando su superioridad. b) El Sacrificio de Abrahán: Gn 22, 1-19 se narra la actitud de Abrahán, dispuesto a sacrificar a su único hijo, como respuesta obedencial a Yahveh. El Nuevo Testamento considera este sacrificio como tipo de Cristo. A él se refieren San Pablo (Rm 8,32) y sobre todo san Juan (Jn 3,16). La carta a los Hebreos compara la Resurrección de Cristo con Isaac: del mismo modo que Abrahán recuperó por la fe a su hijo, así el Padre recupera a su Hijo por la Resurrección (Hb 11,19). c) El sacrificio de Melquisedec: Melquisedec es un personaje que aparece en Gn 14, 13-20. El texto bíblico es muy parco al describir su personalidad, pues se limita a decir que era rey de Salem y sacerdote del Altísima, silenciando todo lo que está relacionado con su genealogía y descendencia. Cuando Abrahán volvía victorioso a su tierra, Melquisedec salió a su encuentro y le presentó pan y vino, pues era sacerdote del Altísimo y le bendijo (Gn 14, 18-20) 3.2 Tipo eucarístico Neotestamentario: La institución de la Eucaristía está atestiguada por Mc 14, 23-24; Mt 26, 26-29; Lc 22, 19-20. La historicidad de estas fuentes está avalada por la más exigente crítica histórica. Los textos eucarísticos pertenecen dice el profeta Jeremías a la roca viva de la primitiva tradición. Probablemente añade Cherderlin éste es el incidente mejor relatado de toda la vida de Cristo. Ninguna de sus palabras (de Jesús) insiste que son una creación de la comunidad primitiva, formulada, entre otras, por la escuela de la historia de las religiones, carece de credenciales críticas. La historicidad se fundamenta, sobre todo, en la fidelidad de los Apóstoles al mandato de Jesús (haced esto en memoria mía) y en la liturgia. De hecho, las comunidades apostólicas celebraron la Eucaristía, desde sus orígenes, según el modelo seguido por el Señor; la tendencia fixista de la liturgia se encargó de mantener intacto el núcleo esencial. El resultado es que los cuatro relatos transmiten una tradición oral que se remota a los mismos orígenes y tiene el sello de la liturgia, que ha eliminado lo occidental y transmite la síntesis de lo que realizó Jesús en la última Cena. Luego en el Nuevo Testamento encontramos la cita bíblica de ( ) en la que partimos y colocamos los fundamentos Bíblico, para sustentar la presencia del Espíritu Santo en el Sacramento de la Eucaristía, así como este existen otras citas bíblicas que de igual manera nos ayudan a comprender y sustentar bíblicamente la acción divina de la Tercera persona de la Santísima Trinidad. La palabra pronunciada cerca de Cafarnaún y que también entonces a muchos les parecieron un lenguaje duro, no aceptable para el hombre. Los Apóstoles, sin embargo, permanecieron en Cristo. Y ellos vivieron además el momento en el que se cumplieron estas palabras durante la última cena.


El espíritu santo, el que da la vida, hizo que ya desde el primer anuncio anticipado ellos acogieran las palabras de Cristo como Palabras de vida eterna. El Espíritu Santo iluminó su mente con la fe y reavivó sus corazones cuando, por primera vez, participaron del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies de pan y de vino. Al anunciar Jesucristo la institución de este admirable sacramento, subrayará que en él su carne bajo la especie de pan, podrá convertirse en alimento de los hombres gracias a la acción del Espíritu Santo que da vida. Si Cristo dejó a los hombres su carne como alimento espiritual, al mismo tiempo nos quiso enseñar aquella condición de consagración y de santidad que, por obra de Espíritu Santo, era y es una prerrogativa también de su Cuerpo en el misterio de la Encarnación y de la Eucaristía. Ahora bien, puesto que la Eucaristía es, en cuanto núcleo de todo culto en la Iglesia, el sacramento por excelencia de la presencia de Cristo con su acción salvífica, podemos ya esperar a priori que la acción del Espíritu Santo se ejerza aquí con la mayor fuerza. El misterio de la encarnación se efectuó por la virtud del Espíritu Santo: consiguientemente, la manifestación sacramental del Señor bajo las especies de pan y vino no se podrán tampoco concebir sin la acción del Espíritu santo. Por esta razón muchas liturgias orientales conocen desde antiguo una epíclesis de consagración, cuya forma fundamental se remonta a Cirilo de Jerusalén de la segunda mitad del siglo IV. Cuya fórmula dice: ³Que descienda el Espíritu Santo sobre los dones sacrificiales a fin de que el pan y el vino se conviertan respectivamente en el cuerpo y la sangre de Cristo´.12 Dentro de este contexto encontramos una afirmación hecha por San Cipriano, cuyas palabras afirman claramente que la presencia y acción del Espíritu Santo. Claro está que cuando hablamos de sacramentos es necesario recurrir a los Santos Padres para encontrar fundamentos de la Tradición Apostólica, cuyas explicaciones amplían la Sagrada Escritura. San Cipriano aclara: ³La ofrenda de la Iglesia no puede ser santificada si el Espíritu Santo no se hace presente´ 13. Al celebrar la Eucaristía, la Iglesia da gracias a Dios por su don inefable en Cristo Jesús, para alabanza de su gloria, por la fuerza del Espíritu Santo. La presencia operante del Espíritu Santo en la celebración eucarística es real como la de Cristo, pero también es diversa. 3.3 Epíclesis: Epíclesis es la invocación que se eleva a Dios para que envíe su Espíritu Santo y transforme las cosas o las personas. Ella es junto con la anamnesis el centro de toda la celebración sacramental14 Reconocemos una epíclesis permanente, la del Hijo que suplica continuamente al Padre para que envíe el otro defensor y la oración epíclesis da la iglesia que realiza en cada celebración. ³El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma envida divina lo que se somete a su poder´15

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Folleto 9 Arranda C. P. Alberto M.S p.s. E l Año del E spíritu Santo . Itinerario Litúrgico. Colección Tercer Milenio. Año 1998 CELAM. 14 CEC 1106 15 Ob. Cit 1127 13


La epíclesis no sólo forma parte de la Eucaristía. La oración consecratoria central de todos los sacramentos, después de la ³anamnesis´ o memoria de alabanza a Dios, siempre contiene la oración de epíclesis. Se le pide que santifique el agua del Bautismo: ³Que esta agua, reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito« que el poder del Espíritu, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente´16 . Seguidamente recurrimos a otros aspectos de la Tradición Apostólica que van en la misma línea de súplica que se realiza dentro de la Eucaristía: ³Te pedimos que envíes tu Espíritu Santo sobre la ofrenda de la Santa Iglesia. Reuniéndolos en la unidad, concede a todos los que participan en los santos misterios ser colmados de Espíritu Santo, por la confirmación de la fe en la verdad´17 Del mismo modo que la consagración del pan y del vino en Cuerpo y Sangre de Cristo es gracia del Espíritu de Dios, así también es fruto del Espíritu la unidad de los fieles que participan en la Eucaristía: esta misma súplica la podemos encontrar en la Plegaria Eucarística en la que se expresa: ³El Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo´18 La invocación del Espíritu Santo sobre los dones de la asamblea, para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tiene por finalidad y plenitud de eficacia la asamblea, que, de este modo, es constituida en un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Invocando la fuerza del Espíritu en nuestros sacramentos, estamos reconociendo que es Dios quien salva, que el protagonismo lo tiene la acción de su Espíritu santificador. Como decía San Cirilo de Jerusalén en el siglo IV: ³Invocamos al Dios amador de los hombres para que envíe a su santo Espíritu sobre la oblación, para que haga el pan cuerpo de Cristo y al vino Sangre de Cristo: pues ciertamente cualquier cosa que tocare el Espíritu será santificada y cambiada´19 Cuando vive plenamente cada uno de los sacramentos, considero que la Eucaristía, es la expresión máxima de lo que uno verdaderamente es. La Eucaristía es la identidad del cristiano, quien proporciona los elementos vitales para una vida llena de la presencia de Dios. Actualmente vivimos en una cultura indiferencia religiosa. Pareciera que la Eucaristía está siendo relativizada pero no podemos negar que se está dando otro fenómenos; hoy existe una búsqueda de lo religioso no importando la línea o espiritualidad, lo que se desea es tener un dios. Por eso, uno como cristiano que se hace llamar, debe saber descubrir y vivir lo que la Eucaristía significa, implicando la participación Trinitaria. A lo que cada sacerdote y fiel cristiano debe procurar vivirla y celebrarla manifestándola cono bautizado.

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MR. 42 Ibíd. 18 Plegaria Eucarística II 19 Catecismo Magisterial v. 7 17


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SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

4.1 Doctrina penitencial en el Antiguo Testamento: a) Pecado y penitencia: El Antiguo Testamento carece de un término preciso para designar el pecado como acto. Sin embargo, posee un rico léxico para describir, de modo concreto y bajo puntos de vistas diversos y complementarios, la actitud y situación del hombre que comete el mal ante Dios y contra su ley. Los términos más frecuentes empleados por los hagiógrafos, son ³hasta, pésa y awón. Su significado es equivalente, aunque cada uno tiene sus propios matices. Hata , cuyo sentido radical es fallar el blanco, no conseguir una finalidad; muestra el pecado como falta, ofensa a Dios y a lo que ha establecido; pésa evoca la idea de rebeldía e infidelidad contra Dios; y awón, que en sentido estricto quiere decir apartarse del camino, presenta el pecado como una separación del hombre del camino recto trazado por Dios, y por tanto, como un estado de culpabilidad y aversión. El pecado comporta, por tanto, la ruptura de las relaciones personales entre Dios y el hombre, aspecto que tendrá un papel de primer orden en la Biblia. La idea veterotestamentaria de pecado es, pues, esencialmente religiosa. b) Reconciliación: El Antiguo Testamento se refiere frecuentemente al hecho de la reconciliación, es decir, al perdón del pecado y restablecimiento de la amistad con dios, provocado por el arrepentimiento del hombre y la misericordia divina. Dios es el único que puede perdonar y restablecer los lazos que el pecado ha roto; y lo hace porque es un Dios lleno de ternura y de misericordia, lento a la ira y rico en gracia y en fidelidad (Ex 34, 6-7; Nm 14, 17-19; Dt 5,9) y sigue amando a los pecadores como un padre y los hijos cuyas debilidades conoce. 4.2 Doctrina Penitencial en el Nuevo Testamento: Si queremos hablar del Sacramento de la Penitencia, necesariamente debemos recurrir al Evangelio de san Juan en la que está establecida o da origen al sacramento de la Penitencia. ³Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les será perdonados; a quienes se los retuvieres, les serán retenidos´ (Jn, 20 22-23)

Los Apóstoles recibieron de Cristo el Espíritu para que con su nueva comunicación del mismo pudieran remitir los pecados. Por eso también el obispo, mediante la imposición de las manos, el símbolo más antiguo de la comunicación del Espíritu, comunica a los neosacerdotes la potestad de perdonar los pecados. Ésta es así mismo la razón por la cual también en la administración del sacramento de la penitencia tiene lugar aunque en forma muy reducida una imposición de manos. En su estructura litúrgica actual, apenas ocupa el Espíritu Santo el puesto que le corresponde, a pesar de ser tan estrecho el vínculo que enlaza el Espíritu Santo con el perdón de los pecados. Cristo mismo estableció este vínculo el día de sus resurrección, cuando, apareciendo a su apóstoles, sopló sobre ellos como signo de la comunicación del Espíritu.


a) El pecado: terminología y concepto:20 La terminología neotestamentaria sobre el pecado es muy variada: harmatía, pecado en general y pecado en el mundo (Jn 1,29), potencia maléfica del pecado (Rm 5-8);anomía, transgresión de la ley (1 Jn 3,4); paráptoma, caída falta (Rm 5,18); parábasis, transgresión (Rm 5-14); adikía, injusticia iniquidad (Lc 16, 8; Rm 1,18). Respecto a su naturaleza, los sinópticos ponen de relieve que para Jesús el pecado no es una impureza legal, sino moral, pues mancha al hombre en cuanto que broto de su corazón (Mc 7, 21-23), viola la justicia de Dios, dejando al hombre en deuda con Él (Mt 6, 12; 18, 21-23), y deja al hombre de Dios, colocándole en una situación lamentable (Lc 14, 11-16) y causándole, en ocasiones, incluso la muerte (Lc 15,32) Cristo prometió la potestad de perdonar los pecados mediante el sacramento de la Penitencia a Pedro (Mt 16, 17-19) y a los Apóstoles (Mt 18, 15-18) y se la donó después de la Resurrección, para que ellos y sus sucesores la ejercieran sin ninguna restricción (Jn 20, 21-23). En síntesis, las características esenciales del poder de perdonar los pecados que Cristo dejó a su Iglesia son: perdón de todo tipo de pecados, por graves, numerosos y repetidos que sean; y celebración a modo de juicio, que exige la confesión previa e íntegra y la absolución del ministro como sentencia eficaz de perdón. Sin embargo, Cristo dejó a la Iglesia la determinación del modo concreto de conceder sacramentalmente dicho perdón. Los Apóstoles, fieles al mandato de Jesucristo, celebraron ininterrumpidamente la Eucaristía (Hch 2, 46; 20, 7-12) como fuente de donde brota el perdón de los pecados, llamaron a la conversión y confirieron el Bautismo para la remisión de los pecados (Hch 2, 38), y ejercieron el poder de las llaves con quienes faltaban gravemente incluso a los compromisos bautismales, sin excluir ningún tipo de pecado. En casos extremos excluyeron al pecador de la comunidad, también de modo solemne aunque con carácter medicinal. 4.3 La Penitencia en los Santos Padres (s. II-VI) a) El Pastor de Hermas:21 Lo más característico de Hermas es la penitencia única, que se convirtió en axioma durante todo el período de la Penitencia canónica. Este principio deriva tanto de la actitud disciplinar de evitar, mediante el rigor, el deterioro de la comunidad cristiana de Roma, como del paralelismo teológico que establece entre Bautismo y Penitencia, según el cual ésta debe ser irrepetible, puesto que es una restauración de la vida adquirida por el Bautismo, que sólo puede realizarse una vez. b) Tertuliano y san Cipriano: Tertuliano describe la disciplina penitencial del siguiente modo: la acción penitencial o exomolóegesis presume la conversión interna, es comunitaria y pública, no por la confesión pública de los pecados, sino por los actos del penitente, que se deben realiza ante la Iglesia, es decir, ante la comunidad congregada, y sólo se concede una vez en la vida, como un segundo bautismo que no puede reiterarse.

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Ob. Cit. p. 353 Ob. Cit. p 357


Tertuliano, por tanto, presenta una estructura penitencial ya institucionalizada, con tres ejes: confesión de los pecados, obras penitenciales y reconciliación. En su posterior etapa montanista, negará el poder de la Iglesia para perdonar algunos pecados. San Cipriano concuerda sustancialmente con Tertuliano, tanto en la praxis penitencial como en la eclesialidad del pecado y de la reconciliación. Su severidad sobre la penitencia a los pecadores de apostatasía, adulterio u homicidio, obedece a razones pastorales, puestos que busca la salvación del pecador. 4.4 Documentos Magisteriales: En la reconciliación de los penitentes siendo el Espíritu quien actúa para transformar los corazones y restituirlos a la gracia divina, ³porque él es el perdón de todos los pecados´22 de igual manera encontramos otra oración: ³a Dios que derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados´23. Juntamente con estas oraciones, existen otras fórmulas sacramentales: ³Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo y envió al Espíritu Santo para el perdón de los pecados, te conceda por el ministerio de la Iglesia el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo´ Y en la fórmula más amplia de la reconciliación de muchos penitentes mediante la confesión y absolución general, que es triple, después de invocar al Padre y al Hijo dice: ³El Espíritu Santo consolador, que se nos ha dado para el perdón de los pecados y en el que tenemos acceso al Padre, purifique sus corazones y los llene de su claridad a fin de que glorifiquen con su vida a Aquél que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. / Amén Y yo los absuelvo de sus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén. a) La Penitencia, Sacramento de la Nueva Ley: El sacramento de la Penitencia o reconciliación es uno de los siete sacramentos de la Nueva Ley instituidos por Jesucristo: ³El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación´24 . La Penitencia es un verdadero sacramento, pues en ella se dan los elementos esenciales de todo sacramento: el signo sensible, cuya materia son los actos del penitente, contrición, confesión y satisfacción, y cuya forma son las palabras de la absolución.25 y

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Misal Romano, Sábado, VII semana de Pascua, oración sobre las ofrendas p 354. Ritual de la Penitencia, 102 24 CEC. N, 1486 25 Catecismo Romano, II cap. V n. 13; Concilio de Trento, sess XIV caps. 3-4 23


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la institución por Cristo, de la que se habla con toda claridad en la Sagrada Escritura: ³Recibid al Espíritu Santo -dijo Jesús a los Apóstoles-; a quienes perdonareis los pecados les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos´ (Juan 20, 22); la producción de la gracia, tanto la santificante -que se infunde al ser remitidos los pecados-, como la sacramental específica, que da la fuerza para no volver a cometer los pecados acusados.

b) Magisterio de la Iglesia La primera y radical conversión del hombre tiene lugar en el sacramento del Bautismo: por él se nos perdona el pecado original, nos convertirnos en hijos de Dios, y entramos a formar parte de la Iglesia. Sin embargo, como el hombre a lo largo de su vida puede descaminarse no una, sino innumerables veces, quiso Dios darnos un camino por el que pudiéramos llegar a Él. Como era tan sorprendente la divina misericordia dispuesta a perdonar, el Señor fue preparando a sus Apóstoles y a sus discípulos, perdonando Él mismo los pecados al paralítico de Cafarnaúm (cf. Lucas 5, 18-26), a la mujer pecadora (cf. Lucas 7, 37-50), etc., y prometiendo, además, a los Apóstoles, la potestad de perdonar o de retener los pecados: ³En verdad les digo: todo cuanto aten en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desaten en la tierra, será desatado en los cielos´ (Mateo 18, 18). Para que no hubiera duda de que los poderes que había prometido a San Pedro personalmente (cf. Mateo 16, 19) y a los demás Apóstoles con él (cf. Mateo 18, 18), incluían el de perdonar los pecados, ³en la tarde del primer día de la resurrección, apareciéndose Jesús a sus Apóstoles, los saluda y les muestra sus manos y su costado diciendo: reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les serán perdonados; a quiénes se los retengan, les quedan retenidos´ (Juan 20, 21 ss.). De otra manera, si la Iglesia no tuviera esa potestad, no podría explicarse la voluntad salvífica de Dios. b.1 Universalidad del poder perdonar los pecados: La potestad de perdonar se extiende absolutamente a todos los pecados. Consta por la amplitud ilimitada de las palabras de Cristo a los Apóstoles: ³Todo lo que desaten...´ (Mateo 18, 18), y por la práctica universal de la Iglesia que, aun en las épocas de máximo rigor disciplinar, absolvía los pecados más aborrecibles -llamados ad mortem- una vez en la vida, y siempre en el momento de la muerte; señal evidente de que la Iglesia tenía plena conciencia de su ilimitada potestad sobre toda clase de pecados. Juan Pablo II señala, empleando una expresión de san Pablo (cf. I Tim. 3, 15ss.), que a ese designio salvífico de Dios se le ha de llamar mysterium o sacramentum pietatis: es, en efecto, el misterio de la infinita piedad de Dios hacia nosotros, que penetra hasta las raíces más profundas de nuestra iniquidad ±mysterium iniquitatis, llama también san Pablo al pecado (cf. II Tes. 2, 7)-, para provocar en el alma la conversión y dirigirla a la reconciliación (cf. Exhort. Apost. Reconciliatio et paenitentia, nn. 19-20). b.2 Potestad conferida a la Iglesia jerárquica

Esa potestad fue conferida sólo a la Iglesia jerárquica, no a todos los fieles, ni sólo a los carismáticos. En la persona de los Apóstoles se contenía la estructura jerárquica de la Iglesia, que se había de continuar en todas las épocas.


Claro está que la realización de dicho sacramento está acompañado de gestos y de momentos que son claves para una vivencia plena de este sacramento, tanto del penitente como del sacerdote que confiesa. Estos son: la sinceridad, la integridad, de arrepentimiento y búsqueda de enmienda del pecado cometido, así mismo la acción del espíritu se manifiesta tanto en las palabras que pronuncia el Sacerdote como en el corazón mismo del penitente para mantenerse en gracias de Dios. b.3 La forma La forma del sacramento de la Penitencia son las palabras de la absolución que el sacerdote pronuncia luego de la confesión de los pecados y de haber impuesto la penitencia. Esas palabras son: ³Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo´26 (Catecismo, 1449). Como los sacramentos producen lo que significan, estas palabras manifiestan que el penitente queda libre de los pecados; ya que también se nombra al Espíritu en la oración hecha por el Sacerdote: ³derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados´. El sacramento de la Penitencia, se ve como un sacramento menor que no posee mayor eficacia en la vida cristiana, según el parecer de los que viven una moral laicista con el lema ³posee una conciencia tranquila´ lo que impulsa a menospreciar la gracia que otorga este sacramento. Se debe procurar en las parroquias estipular días de confesión para los que deseen, dando un margen de flexibilidad para los que no pueden esos días. Así mismo catequizar a los fieles para que vean este sacramento no como compromiso sino como deber de estar en gracia de Dios, siendo conscientes de la eficacia y de lo que significa el perdón de los pecados. 5.

SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Por ser sacramento de la nueva Ley, la Unción de los Enfermos sólo puede entenderse plenamente a la luz del Antiguo y del Nuevo Testamento. La enfermedad y la curación son, por otra parte, realidades que se enmarcan en la historia de la salvación. Finalmente, la praxis eclesial del sacramento y la renovación experimentada a raíz del Concilio Vaticano II tienen como punto de referencia la actitud de Cristo y de la comunidad primitiva respecto a los enfermos. 5.1 La Enfermedad y la Curación en el Antiguo Testamento El Antiguo Testamento contempla la enfermedad en el contexto más amplio del problema del sufrimiento y se interesa más por la causa que lo provoca que por su existencia. El problema se plantea en toda su crudeza cuando no hay explicación humana para las enfermedades y desgracias. Desde una perspectiva religiosa, Israel se pregunta cómo es posible que Yahveh permita la enfermedad y el sufrimiento, si ha realizado un pacto de alianza y amor con él. Las respuestas son diversas y progresivas. La más antigua es que el sufrimiento ha sido causado por el pecado del hombre, puesto que Dios todo lo ha hecho bien. Así lo ven el Gn 1-3; algunos salmos (Sal 11, 34, 39); y otros pasajes del Pentateuco (Ex 4, 6; Dt 28, 15). La raíz última del sufrimiento y de la enfermedad se encuentra, pues, en el pecado del hombre.

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El Antiguo Testamento no considera nunca la enfermedad como un bien, pero sí la vejez, en cuanto fuente de sabiduría y experiencia (Qo 25, 6-8). Pero también la vejez es asimilada a la enfermedad cuando se convierte en un peso debido a los achaques. La salud, en cambio es símbolo de bendición divina, de ahí que se pida y se agradezca a Yahveh. 5.2 En el Nuevo Testamento Entre el Antiguo y el Nuevo Testamento existe continuidad y ruptura, pues, de una parte, continúa las concepciones y el contexto cultural, y, de otra, cambian el significado y contenido del sufrimiento y enfermedad, gracias a Cristo, el Ungido de Yahveh, cada con las enfermedades y dolores de los hombres. Él cumple la profecía mesiánica sobre la desaparición de las enfermedades (Is 35, 5-6; 61, 1-3; Jr 33, 6), como lo subrayan Mateo y Lucas a propósito de algunos milagros (Mt 11, 3-6, Lc 4, 21). En esta perspectiva se comprende muy bien que Jesucristo ejerciera su ministerio entre los enfermos. Con una actitud profundamente misericordiosa se acerca a ellos, les devuelve la salud, les enseña que la enfermedad no es un castigo, ni tiene siempre una conexión causal inmediata con el pecado personal (Jn 9, 1-41), y les descubre el sentido profundo del dolor. Este ministerio alcanza punto culminante en su Pasión y Muerte en la Cruz, en la cual lleva a su plenitud la profecía de la liberación total de los males y sufrimiento. En ese momento nos rescata de nuestros pecados con el precio de su Sangre (Mt 20, 28; Mc 14, 24; 1 Co 6, 20; 1 P 2,9), restituye al hombre la vida que había perdido al separarse de Dios y repara las infidelidades a la Alianza, devolviendo al hombre a la amistad y comunión con Dios. a) Los Apóstoles y la enfermedad: El único texto evangélico que habla de una unción con óleo es Mc 6, 7. 12-13, sus paralelos (Mt 10, 1-8 y Lc 9, 1-2.6) no mencionan el aceite, pero tiene el mismo sentido, ya que se inscribe en el mandato de Jesús a los Doce: curar a los enfermos, resucitar a los muertos, sanar a los leprosos y expulsar los demonios, y atestiguan el cumplimiento apostólico de este mandato. El ministerio de los Apóstoles continúa, por tanto el de Jesucristo, como lo confirma el final del Evangelio de san Marcos (Mc 16, 15-18). Ahora bien, como este gesto al igual que el de la imposición de manos y otros, se inscribe en la línea de la misión apostólica, no indica una situación provisional, sino permanente e insinúa lo que será más tarde el sacramento de los enfermos, practicando ya por la Iglesia primitiva, según atestigua Santiago. 5.3 La Unción de Enfermos en la vida de la Iglesia: La praxis de ungir a los enfermos descrita por Santiago siguió vigente en la Iglesia. Sin embargo, hasta los siglos VII-VIII únicamente conocemos fórmulas para la bendición del aceite, cuyos primeros testimonios son del siglo II. Esto puede explicarse porque la unción era facultativa, y los primeros siglos se caracterizan por la improvisación eucológica y la consiguiente carencia de textos fijos. El Concilio de Trento no pretendió dar una visión completa del sacramento de la Unción, sino ratificar los puntos negados por los protestantes; de ahí que su doctrina se centre en la sacramentalidad, los efectos, los ministros y los sujetos del sacramento. ³Cristo con su sufrimiento en la Cruz ha tocado las raíces mismas del mal: las del pecado y las de la muerte. Ha vencido al artífice del mal, que es Satanás,


aunque su rebelión permanece contra el Creador. Ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega gradualmente los horizontes del Reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del amor. Y, de una forma lenta, pero eficaz, Cristo introduce en el mundo, en este Reino del Padre, al hombre que sufre, en cierto modo a través de lo íntimo de su sufrimiento" 27 Juan Pablo II decía en una de sus alocuciones: El sufrimiento es también una realidad misteriosa y desconcertante. Pero nosotros -cristianos- mirando a Jesús crucificado encontramos la fuerza para aceptar este misterio. El Cristiano sabe que, tras el pecado original, la historia humana es siempre un riesgo; pero sabe también que Dios mismo ha querido entrar en nuestro dolor, experimentar nuestra alegría, pasar por la agonía del espíritu y desgarramiento del cuerpo. La fe en Cristo no suprime el sufrimiento, pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica, lo sublima, lo vuelve válido para lograr la eternidad. 5.4 El significado de la Unción El sacramento de la Unción es el sacramento de la esperanza teologal, de la esperanza de entrar en la Gloria; de la entrega tranquila del espíritu en los brazos amorosos del Padre-Dios; en los brazos en los que Cristo entregó el suyo desde la Cruz. No de una esperanza que fija su meta en el bien físico de la salud corporal, sino de una esperanza teologal que tiene puesta la vista en la resurrección de ese cuerpo dolorido que ahora está ungido con el óleo, y en su destino final que es la Gloria. No es un remedio terapéutico de la enfermedad del cuerpo, pero al infundirle fe y esperanza al enfermo, bien puede aliviarle suavizándole la enfermedad, haciéndola mucho más llevadera..., e incluso sanándola, si ello ha de redundar en bien del alma. (Esta doctrina está recogida en el Concilio de Trento, de acuerdo con la Tradición de la Iglesia) y

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A través del sacramento de la Unción, la Iglesia se dirige al Señor para pedir la salvación y el alivio de sus miembros enfermos, así como la fortaleza para aquellos que afrontan la debilidad de la vejez. Por la Unción, el enfermo y el anciano se ven fortalecidos en su fe porque se hace patente la relación profunda que su situación guarda con la muerte y resurrección de Jesucristo. Este sacramento perdona los pecados de aquel que lo recibe, haciendo presente la misericordia de Dios La solidaridad y el servicio de la Iglesia para con sus enfermos y ancianos se concentran litúrgicamente en los gestos que se realizan en este sacramento. a) Efectos de este sacramento:

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Un don particular del Espíritu Santo. La primera gracia es de consuelo, paz y ánimo para vencer las dificultades propias de la enfermedad o la fragilidad de la vejez. Es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, como el desaliento y la desesperación. Juan Pablo II, Carta Apostólica sobre el sentido cristiano del sufrimiento


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El perdón de los pecados. Pues se requiere además el arrepentimiento y confesión de la persona que recibe el sacramento. La unión a la Pasión de Cristo. Se recibe la fuerza y el don para unirse con Cristo en su Pasión y alcanzar los frutos redentores del Salvador. Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este sacramento, uniéndose libremente a la Pasión y Muerte de Jesús, contribuyen al bien del Pueblo de Dios y a su santificación. Una preparación para el paso a la vida eterna. Este sacramento acaba por conformarnos con la muerte y resurrección de Cristo como el bautismo había comenzado a hacerlo. La Unción del Bautismo sella en nosotros la vida nueva, la de la Confirmación nos fortalece para el combate de la vida. Esta última unción, ofrece un escudo para defenderse de los últimos combates y entrar en la Casa del Padre. Se ofrece a los que están próximos a morir, junto con la Eucaristía como un "viático" para el último viaje del hombre.

La unción con óleos hecho sobre los enfermos va acompañada por una oración para que reciban un don particular del Espíritu Santo, la gracia del alivio, la paz y el valor. A si mismo el sacerdote ora por el enfermo en la fe de la Iglesia, es la epíclesis de este sacramento. b) La unción con óleo: Es un gesto que manifiesta la acción del Espíritu, en su variedad de expresiones en la que mediante la unción se pide el alivio y la salvación para los enfermos. Si hablamos de la unción debemos mencionar que también el gesto de tocar, es un gesto que indica el poder del Espíritu a imitación de los que hacía Jesús para sanar y salvar; es lo que acontece cuando el sacerdote unge Pastoralmente hablamos que es necesaria una pastoral de enfermos que impulse un trabajo organizado con la pastoral social; de tal modo que en toda parroquia exista la sensibilidad y preocupación por los enfermos de la parroquia quienes, con cuyo sufrimiento ayudan y fortalecen la misión parroquial. Con el trabajo de la pastoral de enfermos, se mantendría siempre en gracia de Dios a todos los enfermos quienes por su condición de enfermos no pueden asistir a la Eucaristía, y de esta manera el sacerdote se preocupe y propicie tiempo para visitar a los enfermos sin importar la distancia. 6.

SACRAMENTO DEL ORDEN

El Sacerdocio cristiano es radicalmente original, y su ser difiere de todos los demás sacerdocios. Ahora bien, como su revelación, realización y transmisión tuvieron lugar en el contexto judío y grecorromano, el estudio del sacerdocio de estos pueblos puede ayudar a resaltar con mayor nitidez sus perfiles. 6.1 El sacerdocio en el Antiguo Testamento La Alianza convirtió a Israel en un pueblo de profetas, sacerdotes y reyes (Ex 19,6). Sin embargo, Dios mismo dispuso que dentro de Israel existieran las instituciones del profetismo, del sacerdocio y de la realeza, para realizar con ese Pueblo sus designios salvíficos. Estas tres instituciones fueron durante mucho tiempo, los grandes pilares de la vida de Israel. Aunque el sacerdocio de la Antigua Alianza era incapaz de realizar la salvación, sólo lograda por el sacrificio de Cristo, la liturgia de la Iglesia ve en el sacerdocio de Aarón y en el servicio de los levitas así como en la institución de los setenta ancianos prefiguraciones del ministerio ordenado de la Nueva Alianza.


6.2 El sacerdocio de Cristo: El profetismo, la realiza y el sacerdocio del Antiguo Testamento estaban encarnados en instituciones y personas diferentes. Jesucristo, en cambio, asume en Sí mismo esta triple realidad, y ella a cumplimiento ³todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza´28. Se trata de tres dimensiones con las que se realiza una misión única: la redención o glorificación de Dios y la salvación de los hombres. El Nuevo Testamento no dejar lugar a dudas sobre la triple dimensión del sacerdocio de Cristo, a la vez que afirma que no son una culminación del profetismo, de la realiza y del sacerdocio de la Antigua Alianza, sino realidades permanecientes a un orden radicalmente nuevo y distinto. a) La Iglesia, comunidad sacerdotal, sacerdocio común de los fieles: Cristo fue constituido Sacerdote por la unción y consagración del Espíritu Santo. Se trata pues, de un sacerdocio único e intransferible, como única e intransferible es la unción con la que le consagró el Espíritu. Por esto a diferencia del de Aarón, el sacerdocio de Cristo no puede ser heredado, aunque si participado, pues el Bautismo unge y consagra con una unción del Espíritu, haciendo partícipe al cristiano de la misma misión sacerdotal del Señor. Todos los miembros del Pueblo que Cristo adquirió con su Sangre son sacerdotes y participan de su ministerio profético, cultual y real, según el célebre pasaje de la carta de san Pedro: ³Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa´ (1 P 2,9)

6.3 Tradición Apostólica: En una bellísima oración por los ministros de la Iglesia que se pronuncia e las rogaciones solemnes del viernes santo, se dice: ³El Espíritu Santo consolida y rige todo el cuerpo de la Iglesia´29 Él es el alma, el principio vital de la Iglesia, por lo cual es evidente a priori que en forma y manera muy especial actúa en la jerarquía de la Iglesia. En la Iglesia el ministro es en primera línea portador del Espíritu. Es, por tanto, también evidente que la colación de la función de la consagración del obispo, del sacerdote y del diácono implica precisamente la comunicación del Espíritu Santo, en la que la imposición de las manos constituye el rito central. La sustancia originaria de estas tres consagraciones, que en conexión con la liturgia romana se hallan ya en los más antiguos documentos que nos son accesibles: como la Traditio Apostólica de Hipólito, hasta comienzos del s III, y en el Sacramentarium Veronense, del s. VI consiste en la imposición de las manos, el signo eclesiástico tradicional de la comunicación del Espíritu, y en un prefacio de consagración en forma de una eucaristía, en la que se implora la efusión del Espíritu Santo sobre los ordenados. En la ordenación sacerdotal se efectúa la imposición de las manos por el obispo y su colegio de presbíteros; en la consagración episcopal, por el obispo consagrante y desde la Constitución sobre la sagrada liturgia también por los demás obispos presentes. Pero mientras que en la ordenación sacerdotal tiene lugar la imposición de las manos todavía bajo un impresionante silencio, en la consagración episcopal y en la ordenación de los diáconos se estimó necesario asociar esta imposición de las manos con una fórmula simultánea que reza, en imperativo: Recibe el Espíritu santo. Esta fórmula es en cierto sentido un trato superflua, puesto que el texto oracional propiamente dicho, que confiere su contenido decisivo al signo sacramental de la imposición de las manos, es el prefacio de consagración compuesto en forma deprecativa y 28 29

CEC 1544 Folleto 9


que implora, por tanto, la venida del Espíritu Santo sobre los ordenados. Es, sin embargo, confortante el que Pío XII, cuando en su constitución apostólica Sacramentum Ordinis de 30 de noviembre de 1947 fijó las acciones y palabras esenciales (materia y forma) de las órdenes, no diera extraordinaria importancia a los textos que las acompañan. En cada caso se designa como forma de estas órdenes al prefacio de consagración, en el que cada vez se han de hallas las palabras esenciales en la oración central con que se implora el descenso del Espíritu Santo. También en la Ordenación Sacerdotal se hallan las palabras esenciales del prefacio de consagración en una súplica en que se implora el descenso del Espíritu Santo, del Espíritu de Santidad ³Concede, te rogamos, ¡oh Padre omnipotente! A estos tus siervos la dignidad del ministerio sacerdotal; renueva en ellos el Espíritu de santidad; perseveren en el ministerio de grado subordinado, que han recibido de ti, oh Dios, y con ejemplo de su vida contribuyan al mejoramiento de los demás´. También aquí nos encontramos con una ampliación suplementaria de la comunicación del Espíritu mediante una unción con el crisma, aunque en este caso no aparece el hecho tan injustificado. En efecto, la unción no interrumpe tan inoportunamente como en la consagración episcopal el prefacio de consagración, sino que tiene lugar a continuación de éste. Después que el obispo ha revestido a los ordenados con las vestiduras sacerdotales, se entona el Veni Creator y entonces unge el obispo con el crisma las palmas de las manos. La Transmisión del Espíritu Santa que de esta manera se expresa, se pone claramente en relación con la potestad de santificación y de orden del neosacerdote: Se unge sus manos a fin de que todo lo que bendigan quede efectivamente bendecido, y todo lo que consagren quede efectivamente consagrado. La potestad que ejerce el sacerdote en la administración de sacramentos y sacramentales, la posee en virtud del Espíritu Santo. Que esto se aplica especialmente al poder de consagrar el pan y el vino en la celebración de la eucaristía, se expresa con un rito especial en la ordenación sacerdotal; en efecto, inmediatamente después de la unción con el crisma toca el sacerdote con sus manos ungidas el cáliz y la patena. Aquí tenemos en forma completamente inesperada un nuevo argumento de la acción del Espíritu Santo en la celebración de la eucaristía. Al final de la ordenación sacerdotal se explica todavía sobreabundante la comunicación del Espíritu: por segunda vez pone el obispo las manos sobre la cabeza del ordenado y le transmite la potestad de perdonar los pecados con las palabras que pronunció Cristo el día de la Pascua: ³Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos´. El Espíritu Santo es invocado sobre los ministros sagrados, en el momento de la ordenación: ³En el sacramento del Orden, él es el artífice de la consagración sacerdotal o episcopal´30. Es el poder del Espíritu el que da el sacerdocio que se pide para un obispo a fin de que, sin debilidades, sea el pastor del pueblo santo; es el Espíritu de santidad el que se invoca sobre los presbíteros, para que, en calidad de colaboradores de los obispos, sean fieles dispensadores de los santos misterios; para los diáconos se implora la fuerza de los siete dones del Espíritu, a fin de que puedan cumplir fielmente su ministerio al servicio de la palabra, del altar y de la caridad. 30

Juan Pablo II, Don y Misterio


Ahora bien, existen otros dos sacramentos, los del Orden y del Matrimonio, que está ordenados a la salvación de los demás. Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás. Confiere una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios. En ellos los dos fueron ya consagrados por el Bautismo y la Confirmación31 para el sacerdocio común de todos los fieles, pueden recibir consagraciones particulares. Los que reciben el sacramento del Orden son consagrados para³en el nombre de Cristo ser los pastores de la Iglesia con la palabra y la gracia de Dios´32 y los que reciben el sacramento del Matrimonio son santificados y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado por este sacramento especial. 6.4 Epíclesis En el sacramento del orden se realizan una serie de oraciones que invocan la presencia y acción del Espíritu para que realicen en ellos su obra y poder actuar en nombre de Cristo. Es aquí en donde el Obispo impone las manos sobre la cabeza de los ordenados y pronunciando luego la invocación del Espíritu, pone de relieve la fuerza de la epíclesis. El sacramento de Orden posee una gran riqueza por todo lo que implica y por todas las palabras que guardan un tremendo significado. Tanto personal como comunitario, esto hace ser responsable de este Don que Dios le ha regalado a uno aunque uno es indigno de recibirlo, pero Dios en su gran amor ha querido donarlo. Si cada sacerdote reavivara este primer amor, considero que se evitarían: vacíos interno, el desánimo, las deserciones y los grandes escándalos que últimamente están afectando a la Iglesia. Por lo tanto se tiene que tener la apertura al Espíritu para que sea Él quien con su acción sea el conductor de la vida ministerial de muchos sacerdotes. 7.

SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

El Antiguo Testamento presenta cuatro series de textos sobre el matrimonio: los relatos de la creación, la enseñanza de los profetas, la literatura sapiencial y el Cantar de los Cantares, a ellos pueden añadirse otros testimonios complementarios. 7.1 En el Antiguo Testamento El proyecto original de Dios sobre el matrimonio se encuentra delineado en el segundo relato de la creación (Gn 2, 18,23). Este texto perteneciente a la tradición yahvista (s. X a.C) insiste en la complementariedad y comunión entre el hombre y la mujer, que tienen una misma dignidad. Más en concreto, afirma que la mujer no es extraña al hombre, sino de él con idéntica capacidad de diálogo y amor. Los profetas hicieron una aportación decisiva para mantener el ideal del matrimonio: presentaron la alegoría nupcial como expresión de las relaciones de amor y fidelidad entre Dios y su pueblo, Israel. La literatura sapiencial está cuajada de referencias a los valores del matrimonio y de la familia. Hay dos temas que destacan especialmente: los hijos y la mujer. Los hijos son considerados un don de Dios (Sal 127, 3-4) y deben ser educados, incluso con rigor, si es preciso, ellos por su parte, tienen la obligación de obedecer a sus padres. Respecto a la mujer, el libro de Sirácida canta la felicidad del esposo que ha encontrado una mujer virtuosa (Si 31 32

LG 10 LG 11


26, 1-3) a la vez que condena severamente el adulterio de cualquier cónyuge (Si 23, 18-19) y especialmente de la esposa (Si 23, 22-23). Por otra parte, el libro de los Proverbios insiste en la necesidad de evitar a la mujer extranjera, porque el matrimonio guarda relación con la alianza, y como es lícito violar la alianza sinaítica, tampoco lo es violar la alianza matrimonial. 7.2 El Matrimonio en el Nuevo Testamento Una visión tan elevada del amor conyugal, como la que hemos visto, corresponde al proyecto original de Dios reflejado en el segundo relato de la creación (Gn 2, 18-23), que Jesús rescató rechazando las corruptelas vigentes en su tiempo y santificando la vida familiar. Más aún, Jesús elevó el Matrimonio a la categoría de sacramento y a símbolo de su alianza con su Iglesia. La historia de la celebración del Matrimonio cristiano puede dividirse en cinco períodos: hasta la paz de Constantino; desde el siglo IV a la época carolingia; desde el s. IX al Concilio de Trento; desde Trento al Concilio Vaticano II; y después del último concilio. La mayor parte de los autores sostiene que, durante los primeros siglos, salvo en su aspecto idolátricos e inmorales. Con todo, como los testimonios de la época no se refieren al modo de celebrar el Matrimonio, sino al concepto que se tenía de este sacramento, nos movemos en el terreno de las hipóstasis, aunque sea razonable. a) El matrimonio cristiano: De acuerdo con la célebre frase de la Carta a Diogneto (los cristiano) se casan como todos. El Matrimonio cristiano se celebraba según los usos que acabamos de describir. La Iglesia estaba de acuerdo con la concepción jurídica romana que definía el matrimonio según el consentimiento adoptando este marco legal para fijar sus exigencias, sobre todo la prohibición del divorcio, admitido por la ley romana. Sin embargo, la Carta a Diogneto no puede tomarse al pie de la letra, puesto que en la celebración del matrimonio en Grecia y Romo existían elementos que un cristiano no puede asumir, tales como el sacrificio a los dioses, la consulta a los augures y las costumbres licenciosas que acompañaban al cortejo nupcial. De ahí que no sea improbable pensar que los cristianos tuvieran algunos ritos y oraciones específicas, aunque no existan testimonios absolutamente concluyentes, debido, entre otras causas, a la no existencia de textos fijos en las celebraciones de esa época. 7.3 El Matrimonio en los documentos Magisteriales La abundante bendición del Espíritu de Dios es invocada sobre los nuevos esposos para que su ³amor derramado en sus corazones,los haga permanecer fieles en la alianza conyugal´33. Los esposos reciben el Espíritu Santo como Comunión de amor de Cristo y de la Iglesia. Él es el sello de la alianza de los esposos, la fuente siempre generosa de su amor, la fuerza con que se renovará su fidelidad. El Siervo de Dios Juan Pablo II dijo en su momento: ³Deseo recordar que el matrimonio sacramental, gran misterio« respecto a Cristo y a la Iglesia (Ef 5,32), el que tiene lugar, en nombre y por virtud de Cristo, la alianza de dos personas, un hombre y una mujer, como comunidad 33

Ritual del Matrimonio 82


de amor que da vida, es la participación humana en aquel amor divino que ha sido derramado en nuestro corazones por el Espíritu Santo (Rm 5,5). La tercera persona de la Santísima Trinidad, que según san Agustín, es en Dios de la comunidad consustancial del Padre y del Hijo, por medio del sacramento del matrimonio forma la comunión de personas del matrimonio y de la mujer´34 a) En las fórmulas bendicionales: 1. Mira con bondad a estos hijos tuyos que unidos en matrimonio, quiere que tu bendición los acompañe. Envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo para que tu amor, derramado en sus corazones, los haga permanecer fieles a su alianza conyugal. 2. Extiende tu mano protectora sobre estos hijos tuyos N. y N. y derrama en sus corazones la gracia del Espíritu Santo. 3. Que descienda, Señor, sobre esta esposa N. y sobre su esposo N. la abundancia de tu bendición y que la gracia de tu Espíritu Santo inflame sus corazones. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: ³En la epíclesis de este sacramento los esposos reciben el Espíritu como comunión de amor de Cristo y de la Iglesia´35 Claro está que el Espíritu realiza su función en el sacramento del matrimonio y que mediante las oraciones respectivas, los novios reciben el Espíritu y mediante ellos dejen actuar este Espíritu así será la fidelidad y el amor con que vivirán todos los días de su vida. Actualmente nos enfrentamos con un cierto relativismo sobre el sacramento del Matrimonio, últimamente se ha menospreciado y se vive una sacramentalidad social respecto al Matrimonio por el hecho que ya no quieren comprometerse ni formalizar una relación mediante este sacramento porque todos quieren vivir de manera light su matrimonio sin compromiso alguno respecto a la formación de su hijos dentro de un ambiente cristiano. Quizás lo que falta actualmente es una pastoral familiar en donde sus miembros y dirigentes sean personas con un buen testimonio de familia que inspire y vivan lo que verdaderamente es el sentido del matrimonio, siendo conscientes que las palabras pronunciadas en el rito del matrimonio se invoca la acción del Espíritu lo que implica que cada familia y cada persona debe permitir que dicho Espíritu actúe en su hogar asegurando la vivencia de una plena fidelidad de pareja. Ya que hemos sido testigos que muchos hogares se han destruido han recurrido al divorcio o separación por el hecho han perdido de vista el sentido original del matrimonio y sobre todo han olvidado que es mediante la acción de la Trinidad lo que les asegura que su matrimonio perdure hasta que la muerte los separes.

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Cat. 30-01-91 CEC 1624



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BIBLIOGRAFÍA

BIBLIA DE JERUSALÉN CONCILIO VATICANO II

Arranda C. P. Alberto M.S p.s. ³ El Año del Espíritu Santo´. Itinerario Litúrgico. Colección Tercer Milenio. Año 1998 CELAM. Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva Edición. Asociaciones de Editores del Catecismo. Paulo VI, Homilía, 6 de junio de 1965 Abad Ibáñez, José Antonio. ³La Celebración del Misterio Cristiano´ Ediciones: Universidad de Navarra, S.A Pamplona. 2000 López Martin, Julián. ³En el Espíritu y la Verdad´. Introducción Teológica a la Liturgia. F. Villalobos, 82. Salamanca. Edición: Secretariado Trinitario. 1987. 2ª. Edición ampliada. Ritual del Bautismo de Niño, 2 Misal Romano. Liturgia de las Horas, 2ª. Catecismo Magisterial v. 7 ¿? Ritual de la Penitencia Juan Pablo II, Carta Apostólica sobre el sentido cristiano del sufrimiento (falta el año) Juan Pablo II, Don y Misterio Ritual del Matrimonio

El Espíritu Santo en los sacramentos

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