El día que te merezca. El día que te merezca seré una persona increíble. El día que te merezca seré, de lo bueno, lo mejor. Me admirarás casi tanto como yo te admiro, me envidiarás casi tanto como yo a ti hoy. Los pajaritos se dejarán de cantar babosadas, las nubes se levantarán cachondas cachon das perdidas y las vírgenes suicidas abandonarán sus dos vocaciones de un polvazo y sin dilación. Todo eso el día que yo te merezca, todo eso el día que tú te merezcas algo como yo. El día que te merezca habré hecho tanto por ti como lo que tú ya has hecho por mí. Poner cara de que estás conmigo cuando nadie más lo está. Y ponerla hasta h asta partírtela si hace falta por cualquier tontería indefendible que se me caiga de la boca. Hacer ver que tengo razón aún cuando ya hace rato que me la quitan de las manos, oiga. Y aflojármela un poco cuando ya hacía tiempo que se me estaba atragantando. Nuestra amistad dará por fin balance cero, pero un cero con muchos unos a su izquierda y bien relleno de aparentes sobras, como todo buen relleno. Y es que el día que te merezca, al resto del mundo, que le den. Esta sensación de no llamarte ni oírte ni verte lo suficiente no creo que desaparezca, pero como mínimo tendré claro que a ti también te compensa. Ya sé que nada cambiará demasiado por tu parte el día que te merezca. Seguirás sin exigir tu cambio, como hasta ahora. Seguirás al otro lado de mis cosas, como hasta siempre. Con la distancia prudencial del que viaja todo el trayecto por el carril de al lado, exactamente a la misma velocidad, seguramente hacia cualquier destino menos el mío. Pero mira, igual para entonces ya me siento mejor, por estar dando a la altura de lo que llevo recibiendo durante todo este tiempo. Mientras tanto, tendrás que conformarte con lo que hay. Mientras tanto, tendrás que perdonarme si sigo siendo fecha en tu calendario, calend ario, inversión al cero por ciento de interés, llamada perdida de tanto en tanto que te recuerda que tenemos que quedar, y ese encuentro esporádico con todas las garantías de poder retomar las cosas justo en el punto donde las dejamos. Ahora que lo pienso, es difícil que llegue el día en que te merezca. La entropía no deja de ser la religión de la naturaleza, la asimetría, su liturgia, y lo natural, este equilibrio caótico entre cosas muy desequilibradas que tienden a desordenarse juntas. Y las personas, las relaciones, las amistades y hasta las cosas más descojonantes, como la pareja, representan equilibrios jodidamente inestables, imposibles, contradictorios… aunque necesarios. Corte al final de mi película favorita. Un tipo va al psiquiatra y le cuenta, oiga, mi amigo cree que es una gallina. Y el psiquiatra le pregunta y por qué no me lo trae. El hombre contesta, no puedo, necesito los huevos. A lo que iba. El día que te merezca te llamaré amigo. El día que te merezca, te llamaré.
Que has hecho conmigo
Qué has hecho conmigo. Dónde me has dejado. No es que pretenda salir a buscarme, es por simple curiosidad. A dónde has enviado todas mis penas, que mira que no eran pocas. A qué lugar enviaste mis agravios, mis nunca más. De verdad, dime qué has hecho conmigo, y ya puestos dime también cómo lo has hecho. De qué vas. Eh. De. Qué. Vas. En poco más de un año tú me has dado vuelta y vuelta. Me miro y no me reconozco. Y me gustaría explicarme mejor, pero no puedo, la verdad que no sé. Tan sólo sé que la resta entre lo que soy ahora y lo que era es mucho más que positiva, y también que tiene una principal responsable. Así que no te me escondas con otra caidita de ojos y confiesa. Qué has hecho conmigo y con todo aquello de lo que yo me solía quejar. Qué has hecho con mi nostalgia. Qué has hecho con mis noches en vela preguntándome por lo que pudo ser y no fue. Qué has hecho con lo que me gustaba a mí dolerme al recordar. Al llorar mis penas, que para eso eran mías. Porque las regaba cada día a base de lágrimas de usar y tirar. Qué has hecho con mi pasado que ya no me parece más que un telonero de esto que tenía que llegar. Qué has hecho con mi frase fetiche. Crecer es aprender a despedirse. Que parece que de pronto sólo sea válida para los demás. Qué has hecho con esta sonrisa que ya no se me cae de la cara. Que me paseo por la vida con esta cara de idiota que se suma a la que ya tenía, que no estaba mal. Yo que siempre me tuve por un tipo serio y más bien introvertido, y mírame ahora. No hay día en que no me descubra haciendo el payaso con el simple objetivo de estirar tu boca, de sacarte un venga tonto, para ya. Qué has hecho con mi vergüenza. Que no es que la haya perdido, es que me río de ella cada día más. Qué me has hecho para que me dé todavía más igual el qué dirán. Cuando uno tiene algo tan bonito entre manos, no necesita la aprobación ni el juicio del otro. Simplemente, lo disfruta, sin más. Y quien no lo entienda, pues para él toda nuestra lástima, y desearle que lo llegue a descubrir en esta vida, ojalá.
Si alguna vez me dejas –y me dejarás– hazme un favor y jamás me vuelvas a dejar como estaba Qué has hecho con mis ojos, que ahora ya sólo buscan los tuyos en medio de cualquier reunión o cualquier cena, como la proa que busca el faro en plena tempestad. Y eso cuando no estás hablando, porque cuando pronuncias alguna palabra, la que sea, entonces ya pierdo totalmente el norte y no puedo ni quiero evitar tu boca y tu lengua, acariciando y jugando con cada sílaba antes de dejarla en libertad.
Qué has hecho con mis amigos, que me amenazan todos diciéndome que pobre de mí que la cague contigo. Que me observan insistentemente como advirtiéndome que más me vale cuidarte bien. Como si ellos supieran lo que yo sé. Porque seguramente lo saben desde mucho antes que yo. Que yo antes no me gustaba nada de nada. Y sigo sin gustarme, francamente. En eso, es en lo único en que todo sigue igual. Pero si hay algo de mí que parece que te ha gustado, quisiera seguir teniéndolo por siempre jamás. No sé lo qu e hice en esta vida o en otra para merecerte, pero me gustaría saberlo lo antes posible para hacerlo las veces que hiciera falta y retenerte aquí conmigo. Si alguna vez me dejas -que me dejarás- hazme un favor y jamás me vuelvas a dejar como estaba. Me has mejorado por dentro y por fuera, te me has bajado mi última versión y este hardware ya no quiere ser compatible con un software anterior al nuestro. Hoy te disfruto sin pensarlo, porque como lo piense, seguro que me pongo nervioso y dejo de hacer lo que sea que hago para hacerte feliz. Qué has hecho conmigo, que nos has unido tanto. Qué has hecho conmigo, que ya no sé qué hacer sin ti.
Lo que duele no es el dolor. “Lo que duele no es el dolor. El dolor es s ólo una consecuencia. El efecto secundario de algo que nos hizo sufrir y que todaví a hoy sigue haciéndolo. Me gustar í a que esto que tanto duele fuese lo que me aplasta el pecho y me araña las ví sceras y el corazón. Esto que se puede paliar poco a poco, con consejos, amigos, medicamentos, horas, sobremesas y tazas de té. Pero algo me dice que no. Que lo que duele no es el dolor. Lo que duele no es el dolor. Lo que duele es la ausencia. El hueco que deja alguien que ya no está. Echar de menos con contrato indefinido. Y saber que quer í a llevársela y se la ha llevado, que ya está, que le han ganado la vida esas malditas seis letras que no pienso volver a juntar en mi boca nunca más. Lo que duele no es el dolor. Lo que duele es conocer un vivo menos. Borrar su número del móvil. Tener que frenarme cuando la iba a llamar y recordarme a mí mismo que ya no puedo, que un dí a pude, que lo hice menos de lo que debí a y que ya nadie podr á. Lo que duele no es el dolor. Lo que duele es recoger los pedazos de quien se queda. No saber consolar a quien más quieres en este mundo. Tratar de estirarle los labios. Con una broma, un chascarrillo, una tonter ía . Fracasar. Lo que duele no es el dolor. Lo que duele es la distancia. Este saberse lejos de ti, este llevarte conmigo, ese llevarme contigo y aún así , ser incapaces de llevarnos más. Haber caí do con nuestro mayor triunfo. Haber sucumbido ante nuestro mayor logro. Lo mejor que habremos hecho en nuestra vida. Algún dí a él nos lo explicar á. Lo que duele no es el dolor. Lo que duele es no saber volverlo a intentar. Matar el nervio y dejar que se desangre la encí a. Hablarlo tantas veces y acabarlas todas en ese silencio de punto final. Darnos por imposible. Constatar nuestra propia incompetencia. Seguir doliéndonos. Seguir mal. Lo que duele no es el dolor. Es todo lo que dejamos atr ás. El remolque desbocado de los recuerdos que nos perseguí a al mismo ritmo y velocidad. Ahora sólo sabemos que le ha fallado el enganche, los frenos y no tenemos ni idea de en qué momento nos va a atropellar. Ni con qué.
Lo que duele no es ni siquiera llorar. Lo que duele es tener tantas razones para tener que hacerlo. Es esta maldita sequí a de lágrimas. Es el miedo a quedarse solo y en pareja. Y esta cochina culpabilidad. Lo que duele no es que la gente opine. Es que lo haga como quien habla del tiempo, alegremente y buscando de todo, menos ayudar. Que nos den consejos que no hemos pedido. Que inventen razones. Qué sabr án ellos. Qué sabr án. Lo que duele no es el dolor. Porque el dolor es esto que me viene aquí y ahora. Lo que más duele es todo lo que vendr á.”
La tristeza se acumula, la felicidad no. “La tristeza se acumula, la felicidad no. Y hasta aquí mi artículo de hoy. Sí, ya no hace falta que sigas leyendo, ¿ves qué bien? Todo lo demás que pueda decirte será paja, o peor aún, maneras de justificarme, igual que tratamos de justificarnos cuando nos ocurre algo malo, cuando algo nos causa sufrimiento y dolor. Es que no hay mal que por bien no venga. Es que lo que sucede conviene. Es que aquello que no te mata, te hace más fuerte. Es que. Es que. Y tal y tal. Mira, con todos mis respetos, pero a otro con ese cuento. La única verdad es que nada tiene más poso que una buena dosis de cortisol. Que hay putadas que son putadas y nada más. Que ha y fracasos de los que no se aprende nada de nada. Y que hay personas que pasan por nuestra vida únicamente para restar. La prueba: cuando las eliminas es cuando empiezas a sumar. Aritmética emocional básica. Y si alguien necesita demostrártelo, eso es que tú no lo has descubierto todavía, que nadie lo va a poder descubrir por ti. La tristeza se acumula, la felicidad no. No es ningún hallazgo, es una verdad como un templo monumental. Constatar que lo que más perdura es lo que más duele. Acumular cicatrices cardiovasculares y manchas como las del vino barato o las del primer sol de verano, de las que no se van. Y ya te puedes poner cremitas, que no marcharán jamás. Podría tratar de suavizarlo. Podría haber dicho que los buenos recuerdos también quedan, que las cosas malas son las que tendemos a olvidar. Y aunque estaría en lo cierto, estaría obviando la diferencia fundamental. No hablo de recordar lo que ha pasado. Hablo de las heridas que nos dejan las cosas y las personas al irse, al abandonarnos o al, simplemente, pasar. La gente feliz no consume. La gente feliz no tuitea. La gente feliz no escribe. La gente feliz no crea. Y cuando lo hace, más vale que no lo hubiera hecho. Ahí están esos cantantes con los ojos en blanco destrozando canciones que más les valdría haber dejado en paz. Para aportar al mundo, lo tienes que hacer desde el vacío que te ha dejado aquello que perdiste. Para que quepa un sentimiento, tiene que haberte dejado espacio algo o alguien que ya no está. Quien nunca haya llorado a Chavela aún no sabe hasta dónde se puede uno llegar a vaciar. Por eso te insisto, te machaco, te repito. La tristeza se acumula, la felicidad no. Eso de vive aquí y ahora, menuda patraña. Tanto si te llamas Siddhartha como si te llamas Vinicius o Damián. Vivir el ahora sirve sólo cuando tu ahora es perfecto, idílico, maravilloso, algo que te gustaría que perdurase, que fuese inmutable, que no hubiese que retocar jamás. Pero dime, cuándo ocurre eso. La gente mínimamente consciente, la que vale la pena realmente, es justo la que aborrece tanto su ahora que prefiere vivir pensando no en lo que es, sino en lo que algún día será. Un sueño es el primer sospechoso de homicidio para cualquier realidad. Al final, existen tan sólo dos formas de vivir honestamente. Y todo depende de dónde pongas tu ilusión.
Si la pones en el pasado, tu fuente de satisfacción serán tus recuerdos, le estarás diciendo a la vida que sólo puedes empeorar y seguramente acabarás teniendo razón, pues para qué vas a proyectar nada, si total, todo irá de mal en peor. Distópico, fundamentalista, pesimista existencial. Considérate descendiente anímico de Jorge Manrique, si es que alguna vez lo hubo, si es que alguna vez lo habrá. Pero es que si pones tu ilusión en el futuro, tu fuente de satisfacción serán tus proyectos, todo aquello que estés preparándote para llevar a cabo. Ese futuro que se está creando hoy, o lo que es lo mismo, ya. Si me lo preguntas a mí, soy más de los que no ve el vaso ni medio lleno ni medio vacío. Y es que a mí no me preocupa el volumen, sino el caudal. La mejor forma de llenar esta bañera que perdió el tapón hace tiempo, es tratando de que siempre el flujo de cosas buenas sea mayor que el de las cosas que te hacen mal. Eso es disfrutar la vida a temperatura aceptable. Eso es procurarse todos los días cosas y personas bonitas. Y compensar así esas otras no tan bonitas, el único lastre que es imposible soltar.”