El esplendor de la nada A TRAVÉS DE SUS IDEAS
Rafael Redondo Barba
El esplendor de la nada Prólogos de Willigis Jäger y Vicente Gallego
Desclée De Brouwer
© Rafael Redondo Barba, 2010 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2010 C/ Henao, 6 – 48009 BILBAO www.edesclee.com
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Impreso en España – Printed in Spain ISBN: 978- 84-330-2391-9 Depósito Legal: BI-806/2010 Impresión: RGM, S.A. – Urduliz
Dedicado a Ramón Cao y Teresa Velasco. Su honda amistad me pone alas. A Begoña Intxaustegi, esa gran mujer, cuya sola existencia dignifica a la especie humana. A José Antonio Abad, amigo de juventud, que se despidió muy despierto: “vida y muerte son la misma cosa”. A Liher y Gari mis maestros en el respirar. A Mari Ángeles, otra vez, siempre.
Índice
Prólogo de Willigis Jäger . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Prólogo de Vicente Gallego . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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1. Vacuidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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2. Des-prenderse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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3. Sobre la unidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109 4. Cuando “eso” llega . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195 5. Obstáculos en el camino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231 Epílogo de Mercedes Sáinz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265
Agradecimientos
A Ramón Cao, que tan generosamente se encargó del arduo trabajo corrector. A Mercedes Sáinz, que me orientó en aspectos estructurales. A Lourdes Barrera, cuya sugerente creatividad limó alguna aspereza en el estilo. A mi maestro Willigis Jäger, por su constante apoyo. A mi buen amigo el poeta Vicente Gallego, compañero de camino, por su afectuosa cercanía.
Prólogo Willigis Jäger Hasta hace bien poco, el Zen era para occidente como una semilla extraña, como una especie de planta exótica que a lo largo de los últimos decenios enraizaba en nuestro suelo hallando en él un espacio reconocido y respetado por las restantes clases de plantas. En este cambio de escenario, es inevitable que el Zen se vaya adaptando y ampliando a nuestras formas occidentales. El hecho es que el Zen ha marcado su impronta en occidente, pero también el occidente en el Zen. Se trata de una interrelación recíproca, aunque todavía en marcha, en movimiento. Sin embargo, lo esencial del Zen –el despertar de la estrechez de los límites de la personalidad– permanece inalterado, aunque hoy ya se halla en condiciones de abandonar sus ropajes asiáticos para acercarse a nuestro modo de pensar. El Zen, es un camino apto para las gentes de todas las clases y culturas. Es cierto que nos ha llegado desde un entorno budista oriental, pero ya se está revelando a occidente. Y aquí, no tendrá más remedio que desprenderse de sus iniciales épocas monacales, para adaptarse mejor tanto a la antropología como a los nuevos paradigmas de nuestro siglo 13
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XXI. El hecho es que los occidentales que transitan en el camino del Zen ya no viven bajo la protección de un monasterio, sino insertos en su muy concreta vida cotidiana con su familia, con sus hijos, con sus problemas laborales, de pareja y financieros. Problemas de los cuales los monjes siempre estuvieron exentos bajo la protección de sus monasterios. El camino del Zen, ha estado siempre –y seguirá estando– condicionado por las influencias culturales de cada época, por tanto, su desplazamiento hacia nuestra cultura moderna le habrá de exigir los importantes cambios provenientes desde la nueva psicología y la nueva psiquiatría como desde los actuales hallazgos de la neurología. La transformación del mundo comienza en la transformación de cada individuo, y el Zen nos ayudará a dejar atrás lo que ya no nos va y nos molesta como una vieja prenda que se nos ha quedado demasiado estrecha. Pero de lo que aquí se trata no es tanto de una simple reforma en nuestra manera de ver la vida y el mundo, sino de una real transformación, si es que de verdad queremos dar nueva forma a la nueva realidad. Es nuestro deber entrar en otras dimensiones de la experiencia que nos permitan conocernos mejor. Este nuevo libro, tan personal, de Rafael Redondo, intenta introducir el Zen en la vida y los paradigmas del siglo XXI. Podrá servir de ayuda a muchas personas tanto a la hora de transformar su vida como a la hora de contemplarla de otra nueva forma.
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Prólogo Vicente Gallego Alguien que hubiera leído sobre el zen de manera superficial, viendo que sus maestros más destacados guardan silencio muchas veces cuando se les pregunta por la esencia de tal asunto, podría quizá pensar que escribir un prólogo zen es cosa harto sencilla: bastará con no decir una palabra. Sin embargo, esto es olvidar que los maestros, antes de dar su callada como la mejor respuesta, hacen acto de presencia, se ofrecen y se retiran. Y esto es así porque el zen traba una unidad de sentido entre todo lo que aparece y podemos nombrar y aquello que, siendo sin nombre y sin traza, tan sólo se muestra al hombre anonadado. No hay que confundirlo, pues, como ocurre a menudo, con una forma de nihilismo o de negación absoluta, porque su insobornable poner en tela de juicio esta realidad hecha de conceptos en la que nos parece vivir es sólo la primera entre sus fases: el surgir de la Gran Duda, que nos conduce a la Gran Certeza. El zen es entera afirmación de todo bajo el aspecto de un rotundo primer ¡no! frente a todas las cosas, pues son precisamente los conceptos cerrados sobre sí que manejamos de ellas los que nos impiden verlas tal y como son, tan concretas en su apariencia como inconmensurables en su trasfondo. Las 15
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palabras no son nuestra meta final, ni siquiera se le parecen, pero construyen el camino de llegada y, una vez llegados, todas ellas se funden en ese silencio feraz del que salieron, el silencio docto y vivo, el no-saber de Sócrates y de los místicos renanos. Rafael Redondo se ha visto obligado a escribir –el lector lo sentirá pronto– movido por una necesidad interna que está mucho más allá de cualquier intención o propósito personales. Y puesto ya a ello, ha entendido que la mejor manera es confiar a la poesía, al arte de apuntar más allá del verso, lo que, siendo música callada y no siendo tampoco eso, es aquello por lo que suena la canción intemporal de la conciencia: “Utilizo el poema como la herramienta expresiva más cercana a la no-palabra, ya que en el más hondo capilar del ser humano el Gran Poema declara nuestra verdadera identidad”, escribe en una página de este libro. Lo que aquí se busca atestiguar y proponer es la presencia pura de la Palabra primigenia en cada uno de nosotros, puesto que, una vez hallada en nuestro interior, dentro y fuera, yo y el otro, antes y después vienen a ser lo mismo: una misma Verdad, un mismo asombro, un mismo gozo. El Verbo le ha llamado el cristianismo a esa Palabra, es decir, el “Yo soy”, el sentido de ser que nos hace conscientes de nosotros mismos en nuestra primera y última identidad no construida, desde la que construimos la persona con las ideas heredadas acerca de lo que debe ser el hombre: ese ser que nos parece prisionero del tiempo y de la corporalidad cuando todo transcurso e imagen aparecen en su conciencia, la cual no está separada de la Mente atemporal del Buda sino por un velo de falsas creencias aprendidas. Es decir, que esa 16
PRÓLOGO
separación no es real, sino imaginada. De ese aliento tan cristiano bebe este escrito en lo que tiene de efusión amorosa al ir siempre a buscar el corazón del lector antes que apelar a su inteligencia, pues, en el maestro Rafael, la severidad de la tradición que lo ha hecho nacer donde se unen y prueban todas las tradiciones verdaderas ha sido dulcificada por el soplo evangélico, que no espera ni a que surja el mal en el dormido, que se adelanta en su intento de despertarnos antes de que comiencen las pesadillas. Contra la anormal normalidad del “pensamiento único” se alza esta voz de avisado, porque se nos ha convencido de que vivimos en el único momento de la Historia en que el hombre ha llegado a ver, fiando en su razón y ciencia, la verdad definitiva de las cosas, siendo que lo único que hacen nuestras fatuas razones es ocultarla. El positivismo que nos aflige ha perdido de vista hasta tal punto la Realidad que ni siquiera sabemos ya que existe, pues creemos percibirla donde no pululan más que fantasmagorías. Afirmamos conocer a las personas sin caer en la cuenta de que lo único que de ellas nos resulta cognoscible son nuestras opiniones y, a partir de ahí, la pretendida realidad se convierte en una sucesión de pareceres particulares. Por su parte, Rafael Redondo trata de exponer el conocimiento verdadero: aquel que repara en lo que es idéntico a todos, el Ser como conciencia pura, porque sabe que ese hondo descubrimiento obra de inmediato el milagro de instalarnos en lo vivo Real, en cuyo seno todo queda eternamente unido y a salvo. Conocer es amar y ser en unidad. Nadie conoce lo que siente ajeno, pues esa misma distancia que interpone su mente lo 17
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llevará a detenerse en las apariencias del prójimo sin permitirle llegarse hasta su fondo, donde habría de encontrarse consigo mismo en el que semejaba otro. No ha caído en este libro ni una gota del veneno de la discriminación entre esto y aquello, porque no la hay en la Realidad, donde todo es Uno; y así vemos que el maestro no va contra la carne al afirmar el espíritu, sino que nos invita a atenderla en su momento de mayor esplendor: el acto de la entrega amorosa, para que lleguemos a percibir cómo en el orgasmo, al que los franceses llaman la “pequeña muerte”, se nos adelanta una suculenta prueba del efecto de esa reunión de los contrarios de la que han cantado la alabanza todos los sabios. Cuando la mente salta hecha pedazos, pues toda nuestra atención se centra en amar y ser amados y no queda allí lugar para pensarnos, cuando los dos, trascendiendo toda diferencia en el instante del perfecto acoplamiento, se hacen uno solo, sabemos bien la catarata de gozo en que se funde el universo. Ahora bien, ese gozo que nos parece un regalo breve de nuestra naturaleza es en realidad nuestro estado natural, y si no somos capaces de percibirlo así a cada instante es sólo por nuestro sentido de separación. Sólo el que ama por igual todas las cosas y personas vive en el Ser, donde gusto y disgusto saben a lo mismo, donde no son dos cuerpo y espíritu. Pero esto no serán más que palabras, nos recuerda Rafael con tesón, mientras no las hagamos carne de nuestra carne, porque lo que no es posible expresar con la boca sólo se presta a ser vivido en lo profundo. El zen no es una disciplina apta para pusilánimes y asustadizos, pues no hay mayor acto de coraje que el de aceptar18
PRÓLOGO
nos tal y como somos: “La liberación real alcanza su cenit cuando el ser humano llega a caer en la cuenta de la vacuidad que traspasa el universo exterior e interior. Eso es la iluminación. Esa realización es la que nos libera del sufrimiento”. Se trata, para hablar en términos más cercanos a nuestra tradición cultural, de la humildad suprema, aquella que sólo la gracia nos concede, puesto que si hubiera quien pudiese conquistarla, el humilde devendría el más soberbio de los mortales. Nadie puede comprender el Zen, porque el Zen, como el Tao, el Parabrahman, el Padre, Alá para los musulmanes, es uno más de los modos de referirse a aquello en lo que todo se halla comprendido. Toda la sabiduría práctica que necesita el ser humano para dejar de correr detrás de sus deseos y delante de sus temores cabe en una frase: por más que parezca lo contrario, no hay nada que ganar o que perder en el seno del sueño de la vida, pues de ninguna pérdida o ganancia, de ningún prestigio o desprecio de los que aquí se cosechan en saco roto quedará memoria en la Realidad, a la que la tan temida muerte nos franquea la entrada. Se nos ha enseñado a sufrir la muerte en vida como si fuera el peor mal, cuando es precisamente el final de todos ellos. Si nadie ha padecido jamás su propia muerte, como vio Epicuro, porque ya no estamos cuando ella reina, ¿quienes son los que murieron? Llegamos desnudos y así habremos de partir. Por eso, el que se ve con algo propio, ya sea la voluntad, el cuerpo, el mérito, ya tiene algo seguro que perder; pero, si mira mejor, quizá alcance a vislumbrar que lo perdió antes de llegar a exhibirlo. Entender esto aquí y ahora, sostenerle la mirada a nuestro cadáver, nos hará libres, y sólo en esa 19
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libertad hay paz y amor enteros, aunque ya no haya quien los goce o pueda desbaratarlos. Hemos de agradecer a partes iguales la dureza zen y el amor cristiano que hacen de este libro lo que es: un esfuerzo por abrir los corazones a su mejor sinceridad. El atento y el veraz siempre van juntos, y así, si se nos permitiera atender un instante, espantando miedos y apegos, a ese latido de nuestro silencio interior del que todo parte y en el que todo se abisma, no haría falta que buscáramos la Verdad, pues es ella la que nos encuentra en cuanto encontramos oídos con que escucharla. Mientras algo despreciemos o temamos, mientras busquemos algo, ya sea en la materia o en el espíritu, estando el Ser colmado desde el principio sin origen, la plenitud nos huirá. Todo este asunto nuestro es tan simple y tan jovial, de tan resuelto, que la mente, la solemne enredadora, no puede tolerar la solución, pues se siente morir donde no caben sus dicterios y agonías. En alguna parte hemos leído esta tentativa de expresar el espíritu del Zen, nuestro espíritu verdadero, y con ella queremos poner fin a estas palabras de gratitud: “El verdadero Zen es el de aquel sencillo cofrade que ha renunciado a todo lo que el zen pueda ofrecerle y, en su vacía plenitud, queda ya para siempre sonriendo”.
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Introducción
Cuando uno se aproxima a los recintos sagrados del misterio, debe hacerlo descalzo y, a poder ser, de puntillas; sólo así estará en disposición de escuchar el silente fragor que brota de la tierra, de las alas del trigo que el viento bambolea. Como un acontecimiento que indefectiblemente sucede, como una íntima certeza devenida en tacto, tan cierta, tan reveladora. La poesía –vamos a llamarle así– llega, entonces, rebasando las fronteras de la sórdida vida organizada, mercantilizada, administrada y alienada. Todo místico alberga en sí un poeta. El poeta –creo haber oído algo así– es un cultivador de grietas que fractura la realidad aparente para captar lo que está más allá del simulacro. Y aunque, empujados por un enajenante hábito suicida, regresemos después al puerto de la resignación torpemente bautizado como la realidad, el perfume de lo Otro ya ha sembrado en nosotros su semilla e invade las barreras de acceso a los ecos del Espíritu. La experiencia del Ser es una vocación inherente al ser humano, sólo por ser humano; y si son contados los que permiten su extinción después de haber saboreado su luminaria, 21
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ello es debido a esa honda necesidad. Por lo demás, el evento del escenario interior se aviene muy mal a ser definido por humanas argumentaciones, ya que la conmoción anímica que tales situaciones provocan, conlleva una siempre gozosa dicha, aunque a veces en forma de agitada superación de los cauces emocionales reconocidos por las disecadas muecas de la costumbre. Al artista interior que en nuestro fondo alienta le ha sido concedido el brotar, al menos fugazmente, el fulgor del abismo luminoso que le habita. Y ello le sorprende. Esa vibración invade su palabra, aunque sin que ella jamás consiga apresar el caudal de fondo de ese Fondo. En este trabajo he intentado la imposible misión de poner en escena la imaginación simbólica y sugerir en su palabra el brote del aliento inefable de la vida. Que me vive porque sabe que: al filo de cada verbo y cada instante, alienta un gran latido: la pasión de verdad –y bondad– que dan brío a la Vida, la que impele a tremular, a desvivir, a perseguir con ardor el sortilegio de una gran Noticia. En la pasión de volar, caer de bruces, sobre este espacio de papel-materia… ahí hace el Espíritu su experiencia como palabra nueva. Mas llegar al umbral de la palabra nueva es arte peligroso, lector, no sólo por la dificultad que entraña dar razón, de “ESO” que el místico escarba allá en su más oculta vena, sino porque cuando ese místico piensa, es porque ha vaciado 22
INTRODUCCIÓN
su alma previamente. Abreva en el Silencio. Instalarse previamente en el Vacío y atravesar la celada de las palabras, es arriesgado, da miedo; mucho miedo: vivir en el Espíritu es conceder cuerpo a lo que se nos expresa en los adentros, una suerte de escritura al rojo vivo, más bien en carne viva. Un místico es un ladrón de vacíos, un extraño híbrido pescador-cuatrero, que, apoyado en el brocal de la Nada, lanza su lazo al pozo del misterio albergado en el fondo de la Palabra Primigenia. Y lo hace hasta con el riesgo de hundirse, para emerger renovado y hacerse cumbre. El poeta verdadero es el noble pastor del Ser, el guardián de la Noticia. Y este libro quisiera ser un despertador, un noticiero de la buena nueva que albergas, lector, allá en la hondura de tu pecho, eso pretende. Pero, el poeta verdadero provoca, no se vende ni vende a ajenos ruidos su des-palabrada poesía. Persigue y comunica la verdad acotada a los pragmáticos; de ahí que jamás plante su tienda de campaña en campos banales, pues es denso su vacío, que es plenitud, no insustancialidad, por docta que se muestre en el Mercado. Además, por catar el fondo, el místico sabe habitar el ventisquero de la periferia; busca sólo la autenticidad, ya que el fuego de su palabra se ha forjado en el yunque de la soledad. Y él lo sabe. Fuente oscura y siempre clara, ¿dónde se hallará el gran cazador de instantes, el de directa visión e idea muda, que no sea en las afueras de su personaje? Quizá a un milímetro de ti y de mi, lector amigo, o quizá menos, o quizá nada… Quién sabe: es cuestión de meditar –más bien de pre-medi23
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tar– en la atmósfera virgen que brinca de instante en instante. Por todo eso, el que esto firma se ve obligado a utilizar el poema como la herramienta expresiva más cercana a la nopalabra ya que en el más hondo capilar del ser humano el Gran Poema declara nuestra verdadera identidad, que pugna por decirse y expresarse. Y este libro, lector, te invita a explorarla y a explorarte, a vaciar tu interior del carcelero sutil del Pensamiento Único, que siempre deseó hacer de tu paraíso una cloaca. Reconócete: Tu Fondo es subversivo, un objeto de deseo, no un objeto de consumo. Transfórmate en el ser que eres. Este trabajo es una aventura imposible de narrar, no se presenta a los ojos del lector en una estructurada unidad ni en sus formas ni en sus tonos; no podría hacerlo de otro modo, todo es uno: habla de la experiencia del Ser. Entra, pues, lector, en él y en sus poemas como entras en un camino lleno de curvas, ascensos y descensos y aquiétate donde él se aquieta. Detente en sus vericuetos, para en las encrucijadas, reanuda tu andar de tema en tema, o de poema en poema, porque en ellos tú resuenas golpe a golpe, verso a verso... Y te darás cuenta de que tan sólo existe un Poema del que emergen otros, como cada verso da paso al siguiente, como hay un solo camino del que parten los demás y como existe sólo una luz de la que prenden todas las antorchas. Todas las páginas, lector, todas, quieren iluminarse mutuamente. Una se contiene en otra, como pasos que definen la continuidad de la ruta y todo es cuestión de dejarse andar por ellas, porque incluso la acción impulsora de nuestros pasos nos ha sido dada, no nos pertenece. 24
INTRODUCCIÓN
Dejarse andar equivale a ganar en cada página el sentir total de todo verbo, de toda palabra, de los ritmos mudos de cada estrofa. Y de todo el libro, aunque por otra parte, lector, y no te desanimes, todo esto da casi igual, porque el Ser se encargará de fugarse de las frases, de las letras, de las páginas, y te espera donde menos piensas, juega al escondite y sopla donde quiere, porque es salvaje. Sí, produce como risa, porque de nada nos sirve emprender el Camino si por otro lado no nos desprendemos de las telarañas de los hábitos de un marmóreo ego sin fisuras, adaptado a los abismos de las tercas categorías convencionales; foso donde incluso caen los santos oficiales, incluidos tantos ortodoxos seguidores del Zen. Este libro, en la mayoría de sus partes, está escrito después de una “sentada” en Zazen, por ello, lector, no te sorprenda si ocasionalmente sus contracorrientes y contralenguajes pisoteen las fórmulas lógicas más ahincadas en nuestro razonar occidental. El Zen es el territorio sin costuras que habita otro territorio situado más allá de los contrarios y nada tiene que ver con los escuálidos cánones de los pactos entre caballeros, ni con las momificadas formas bienpensantes. En cada una de sus páginas te encontrarás –o quisiera que te encontraras– con contragolpes afirmativos y caricias negadoras, las que desnudan y desprotegen, las que violan y rajan de abajo arriba los telares de la llamada buena conciencia. Pero, sobre todo, los que nacen de la impensable ternura que brota de la Unidad vital hecha experiencia cercana; esa que Jesús de Nazareth, al igual que la sabia Maestra coreana Daheaeng, un día llamó abba, Padre. 25
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Cada página, detrás de su arrullo y su sosiego, es una airada y pacífica denuncia a quienes, con nuestra fiel colaboración, falsifican la humanidad. Denuncia que precisa ser gritada, contra las simplificaciones acomodaticias del suicidio colectivo que nos ha arrojado tan lejos de nosotros. También quiere ser una invitación a mirar hacia otra orilla, a mantener allí la vista firme. Con toda el alma. Con todo el cuerpo. Con toda la Conciencia. Con todo el Corazón, hasta desgastarse en la propia mirada y hacerse transparente.
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1 Vacuidad
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Introito Recógete, lector, en ti mismo, y figúrate en un lento deshacerte de ti, en que la luz se te apague, se te enmudezcan las cosas y no te den sonido, envolviéndote en silencio, se te derritan de entre las manos los objetos asideros, se te escurra de bajo los pies el piso, se te desvanezcan como en desmayo los recuerdos, se te vaya disipando todo en nada y disipándote también tú, y ni aun la conciencia de la nada te quede siquiera como fantástico agarradero de una sombra. (Miguel de Unamuno) La Ciencia moderna nos brinda la ocasión de caer en la cuenta de que formamos una indisoluble unidad con lo inanimado; que la frontera que separa la vida de la no-vida es una arbitrariedad. El soplo de la Vida es el aliento de la creación. Los descubrimientos científicos aclaran cada vez más esa conciencia, tan extendida en la Física Cuántica, de nuestra unidad con todo el cosmos. ¿Por qué disociarnos –se preguntaba, en tal sentido, Rustrum– de un simple átomo que estamos pisando? ¿Qué objeto tiene pretender, únicamente por motivos de dignidad, que la vida humana tiene más valor que las demás formas de vida del conjunto del cosmos? ¿Acaso no podemos ensalzar la vida como tal, toda la vida, sin perder nuestro propio presti28
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gio? ¿Acaso no somos un componente del todo? El dolor del mundo es nuestro dolor, sus sueños nuestros sueños. Tanto desde la Filosofía, como desde la ciencia moderna, vemos cómo místicos, poetas y físicos saben bien de esa unidad del Ser, donde no existe límite entre lo macroscópico y lo microscópico. Y si hay unidad en el universo –afirma Larry Dossey– la muerte es imposible. La Ciencia Transpersonal consolida esa experiencia de unidad del Ser con todo lo animado e inanimado, liberando al ser humano de la más grave de sus ignorancias, la que provoca su neurosis: el sentimiento de sentirse aislado, y su inevitable terror a la extinción. Deshaced este verso quitadle los caireles de la rima, el metro, la cadencia y hasta la idea misma. Aventad las palabras, Y si después queda algo todavía Eso será la poesía. (León Felipe) Nada alcanza una palabra apoyada sobre otra palabra. La luz y el poema que de ella brota, emergen en las fronteras del lenguaje, en la fertilidad de las vacías sendas. Se ensalza en el silencio de la inasible oquedad, donde estallan los nombres al desvelar la honda sima que aboca a lo indecible. 29
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El poema es un dardo de luz, saeta de la nada que atraviesa lo innombrado. El mismo se diluye y se hace nada. Ello me hace decir con Rilke: “yo me cuento, mi Dios, como moneda, y tuyo es el derecho de gastarme. Quitarme de en medio es ser Unidad.
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Vaciarse de “zen” Un monje, y próximo sucesor de su maestro, preguntó a éste en el lecho de muerte: –“Maestro, existe alguna enseñanza más que yo deba aprender de ti?”–. –“No, respondió el maestro– me hallo plenamente satisfecho; sin embargo hay algo en ti que me preocupa bastante”. –“¿A qué te refieres, Maestro? Dímelo por favor, para que de ese modo pueda yo corregirme”. –“¿Sabes qué es lo que me preocupa de ti –dijo el maestro–: me preocupa que sigas apestando a Zen”–. La esencia del Zen –seré reiterativo– no tiene nombre, sobrepasa el mismo Zen, incluido su nombre. Cuando uno ha experimentado lo innombrable no puede adherirse a nada ni a nadie, porque nada y nadie –ni siquiera el desprenderse total, o el Vacío– pueden dar cuenta de ESO. Adherirse a las creencias y adherirse al Vacío, en tanto que adherencia, supone el mismo mal. La misma Nada, en su plenitud, rehúsa ser venerada como objeto de adhesión. Y no hay palabras para poder explicar lo inexplicable. Será preciso, incluso rehusar al propio Zen. El desapego, cuando lo es, es total, incluido el deseo de perfección, que se queda vacío, y suprimidos tanto el individuo como su situación. Una experiencia de absoluta negación, donde sujeto y objeto se dejan diluir en la nada; tal es la más genuina expresión del Zen, que incluye su propia nega31
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ción. La negación como un no-espacio originario, entendido como manantial de donde brota todo pensamiento y toda palabra, pero a la vez inalcanzable por el pensamiento y la palabra. Un no-espacio que está fuera de toda terminología y expresión. La palabra apenas si tiene que ver con el hecho que nombra; la palabra sol no es el sol. Pero la palabras, creadas en el espacio y el tiempo, están asociadas a los sentimientos y afectos espacio-temporales; de ahí que seamos esclavos de las palabras. Tanto si soy católico como si soy budista o ateo, debo liberarme de mis creencias, sustentadas en palabras, para poder mirar la realidad, el hecho, como es, sin palabras. Esa dificultad desaparece cuando practicamos el Zen. A ESO conduce el Zen, a vaciarse del mismo Zen, y ESO, paradójicamente, constituye la esencia del Zen. Y a ESO, que no se sujeta en la palabra, más paradójicamente aún quiero yo, aquí, con mi palabra, introducirte. Por eso, necesariamente he de remitirte al ejercicio de la atención. Al ejercicio de la sentada en silencio, al ejercicio, al ejercicio, al ejercicio; a la atención, a la atención, siempre a la atención. Y cuando esto escribo, por medio de la palabra escrita, intento enviarte con todo mi ser, con toda mi atención, e incluso con todo mi cuerpo, un dardo verbal que se hinque en el punto más neurálgico de la palabra, para intentar el imposible de extraer el zumo del fruto del origen de toda palabra y colocarme contigo en el instante: en el instante que nos vacía, que nos destituye, para así alcanzar el corazón de la semilla de la Vida, tan sólo desvelada en el filo de ese mismo instante. No escribo para que me leas; escribo para que seas. Mejor sería decirlo con un soneto: 32
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Vaciar la envoltura Escribo sin palabras. Mi voz de hombre hoy desea extinguirse en la aventura de des-nombrar, vaciando la envoltura del lenguaje, y alzarme a lo sin-nombre, que es muerte y es silencio, oda sin nombre; un rumor sin rumor, y partitura que evoca otras orillas sin costura; luz que invita a su sombra a que me asombre. Extraña muerte en la que resucito del Silencio, vaciada melodía que atraviesa esta piel que me contiene en un cuerpo incendiado de infinito. Extraña Nada ardiendo en poesía. Extraña Nada, luz que me sostiene. El Za-Zen, escarba en los desvanes de nuestra propia intimidad, allí donde, vaciado de toda palabra se expresa ESO: el corazón del Zen, que no tiene palabras. Entonces, escribir, como dice Juarroz, es la manera de quien usa la palabra como un cebo, la palabra que pesca lo que no es palabra. Y cuando esa no-palabra muerde el cebo se puede con alivio prescindir de la palabra. O tirarla. La palabra de un maestro en un teishô, quiere incorporarse perdiéndose a sí misma en el significado de un fundamento que le pasa y sobrepasa; quiere, desnudándose a sí misma, llegar a las raíces que revientan la propia palabra; quiere lle33
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gar a la realidad sutil e intangible que origina toda palabra. Y allí, donde nacen y mueren todas las palabras, anunciar esa pureza natural que el contacto con lo intangible proporciona y que es de un orden que nada tiene que ver con lo visible. Dejemos ya hablar, pues, al Silencio para entrar en ese otro Orden que respira y nos respira. Quedemos desnudos hasta del propio nombre de Zen; dejemos a nuestro propio ego que abdique de sí mismo, que a sí mismo se suceda. Para que ESO, al fin, suceda. Del eterno presente emerge en cada instante la profunda inocencia de lo nuevo, que arrasa la hojarasca de tiempos de sequía. En cada instante, al respirar en el vaivén de los pulmones, podemos respirar-nos y respirar el olor y el sabor de la transparente inocencia del mundo, como una sobrevenida lluvia tras tiempos de sequía, que abona de dicha regiones donde nunca hasta entonces estuvimos. En cada instante, efectivamente, en cada instante, libre de los aferramientos del ego podemos resucitarnos. En cada instante.
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Palabra a la intemperie Vivir en el Vacío, la esencia de Dios, lugar sin lugar en la raíz de la conciencia. Ausencia del pensar donde domina el pensamiento. Desnudos labradores, desnudas manos que labran el vacío. Sabios que se aposentan en la ignorancia de ser. Quisiera encontrar la palabra que soporta la desnudez del tiempo, la que puede pronunciarse antes de dejarse decir, la que se deja escuchar con nitidez bajo el fragor de las tormentas o el griterío alienado de los hombres. La palabra luz que ve luz, que exuda luz, la que se da a buscar. Quisiera oír la palabra reventada de grietas de infinito, la palabra sola, la despojada de acentos esparcidos como avena; la palabra indolente del ser, la palabra iletrada, sin tildes, desierta de fonemas. La que no se deja escribir y nos escribe. Hablo de esa palabra extraña, olvidada, a la intemperie, la que se deja pronunciar antes de que nacieran nuestros padres. Palabra resistente al tiempo de los tiempos, la que se deja exclamar después de cada muerte. No se trata de hablar, ni tampoco de callar: se trata de abrir algo 35
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entre la palabra y el silencio. Quizá cuando transcurra todo, también la palabra y el silencio, quede esa zona abierta como una esperanza hacia atrás. Y tal vez ese signo invertido constituya un toque de atención para este mutismo ilimitado donde palpablemente nos hundimos. (Roberto Juarroz)
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Caracolas vacías Largos siglos rodaste por la orilla al vaivén de ondulados remolinos. Tu carcasa, lamida por las algas, tallada en la embestida de las rocas, hoy expande sus restos infinitos por mares de arrecifes y corales, por resacas, tormentas y salitres, hacia el silencio de honduras siderales. Gran ecuación, cumplida desde lo alto. Ahora, mi frágil caracola, suena tu sordo y salado eco en la honda plenitud de las mareas, Ahora, que ya eres polvo, y ya eres brisa, ungida por la espuma de las olas besas tu ultimo beso sobre el lecho abrasado de la arena. El sereno espejismo de los siglos, nos hizo creer que eras tan sólo caracola. Ahora, eres océano, eres ola; eres ya el Ser del mar, cumplido eco que queda en la oquedad de un cuerpo imperceptible, fundido ya en su lecho transparente. 37
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Nada, nada de nada nace, muere; la concha repite una y otra vez desde la profundidad del vacío. Su cuerpo arrastrado por la marea. ¿Y qué? Duerme en la arena, se seca al sol, se baña a la luz de la luna. Nada que ver con el mar u otra cosa. Una y otra vez desaparece con la ola. (Shinkichi Takahashi)
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Junto al río Ambía Hay una palabra matriz, vacía, a la que tan sólo acceden los místicos y contados poetas como José Ángel Valente, que describe cómo en nosotros habita el Ser latente y su Verbo sin voz, sin sonido, anterior a la locución, a la acción y al pensamiento, pero que los crea y los contiene. En nuestra más profunda veta existe un potencial de manifestación que antecede y excede a la palabra, lengua que no es lenguaje. Un verbo que, aunque callado, va siempre con nosotros. Palabra primigenia, antepalabra, cuya naturaleza no es significar sino manifestar. Por eso el poeta verdadero no nombra, desnombra; desbautiza, para alcanzar la presencia real de cada cosa, su Epifanía. Se trata de despertar a ese vacío de sombras sin forma, de donde emergen los más luminosos verbos del Cosmos. “In principio erat Verbum”. En bellas palabras de Lezama Lima, “la luz es el primer animal visible de lo invisible” y en tal sentido, José Ángel Valente señala que el despertar es ese modo de preaparición todavía informe, ininteligible, hasta que llega el Alba. Nuestro Origen es un estado de inocencia del que puede brotar “una aprehensión –sigue Lezama-repentina que destruye las palabras para sumergirlas en un amanecer en el que ellas mismas no se reconozcan”. Me refiero aquí a una palabra que no es concepción o concepto, ya que ella misma es la que nos fuerza a concebir y a crear. Palabra seminal, el semen o esperma de Dios, justo en el instante en que la materia inorgánica comienza a respirar como cuerpo y palabra. Una 39
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palabra que, como los poemas de Juan de la Cruz, no se leen, alimentan, nutren, transforman. Fueron escritos fuera de la conciencia ordinaria alienada que habita en la peor manifestación de la patología de la “normalidad”. Eso vi, y viví, junto a Anke, Teresa y Ramón, en el corazón de un bello paraje orensano, en Vilariño, junto al río Ambía.
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Al alba Liberada del yugo de las horas, se desliza la Acción de lo sin forma: insomne, sin gesto que la arrumbe. Y aún más implacable cuando a mis manos se entrega y me devora en mutua dádiva imparable. Acción de lo sin-nombre, abierta al arco múltiple que estalla en la Materia. Acción que, sin hacer, me hace hacerme Nadie y de Nadie me fecunda, esculpiendo en el alba su palabra.
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La estepa habitada (Escrito en mi refugio de Miñón) Encontrar el lugar propio en una parte que no es parte. Y comprobar, acto seguido, que no estamos, ni jamás estuvimos en parte alguna… A menudo me rehuyo, me recojo, en las alas del ángel verde de los campos de Miñón. Saben las gentes de este escondido pueblo castellano hacer buen uso de sus soles y sus nieves; todo es sagrado y dócil hasta en el olor a leña que templa sus tejados centenarios. En sus amaneceres camino entre los trigos incipientes, allí enderezo la andadura y, al ritmo del chasquido de la escarcha, se robustece mi espíritu, recompongo mis pasos, aderezo mis sonetos; qué hermoso es ser caminante sin meta y sin camino. Aunque en tu bella iglesia románica, Miñón, yo no me reconozca, sí en el vaivén de la avena, (que, inocente, ignora el origen del viento que la mece), en el piar de la alondra y en la ancha geometría de tus cielos que a nadie pertenecen. El sabio decir de tu aire, atempera y suena en el siseo del soneto como lo hiciera un oboe sobre los cuarteados labios de tus piedras milenarias. A ti me traigo, de nuevo Miñón, en el vencido atardecer de un marzo gélido; viento del cipresal, que aventa el aleteo de las últimas torcaces. En ti me retraigo, Miñón, y se retraen 42
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los mudos ojos de mis dedos tecleantes, que tan sólo contemplan, nada dicen, porque aquí nada tiene edad ni noche, y la tierra roturada también lo está de decires y palabras. En este atardecer de mi atardecer, la escritura me es ajena: se sale de sus cauces formales en pos de otros significados que la literatura se hace incapaz de concederme. … Sentarme y atender mi respirar hasta ser mi respirar. (Lourdes Barrera) Cae, mansa y sublime, la noche hacia el centro de mi adentro. Cuánta vacía noche en las frías noches de Miñón, tan copiosas de galaxias; cuánta noche vacía en mi noche, tan ebria hoy de silencio; cuánta luz en mis pupilas barridas por lágrimas que osan fertilizar la estepa… Noche de bruma y luz en mis tan húmedas retinas, tan cercadas por el indecible soplo que me habita, el que, en su insomne fluir, preludia el alba de las albas de la Tierra… Vencida está la tarde, y anochece. La luz se hundió en la sierra, pero arriba, en sus crestas, queda un dorado rastro sin noche, sin edad, en leve lumbre. Qué sonoro silencio el de estas horas que en mis pliegues labiales entreabiertos ahondan mi callar en su brillar. Cristo hecho roca y dios del horizonte. 43
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Oh, noche de mis noches, tan callada… mi soneto de furia y mansedumbre urdimbre de honda paz apasionada. Noche eterna, y tan breve en breve lumbre, noche mía, temida y deseada donde aguarda una antorcha que me alumbre. En medio de muchas noches –ahora es una de ellas– me despierto, abro los ojos, y palpo en el vientre y en el pecho a lo Sin forma. Y “ELLO” se extiende a todo el cuerpo, que, al perder también su forma, se expande más allá de los límites de su epidermis. Todo queda sin piel y todo cuanto es Nada se hace cuerpo en un cuerpo sin piel. Y todo se hace uno, ilimitada sensación de Uno, como una vaharada de energía. Sereno y fuerte vendaval que abre las ventanas y arrasa todo límite sin mover apenas nada; quebranta los muros, las horas, penetra por las células y poros. Fuerza en la fragilidad, desierto de gran luz, Real, tan real como marea tan cumplida… Y la Vida, espacio cóncavo de Fuego, cobra sentido, palpa el sentido. Eso, te dejas palpar. Y entras más que nunca en con-tacto con el mundo, abrazas el mundo y a sus seres. No cabe aquí odios, ni patrias ni fronteras. El abrazo al mundo es más fuerte cuando me transformo en Nadie. Y aunque sepa de antemano que lo que me habita no cabe en el mejor poema, porque es indescriptible: te pones delante de un ordenador… quieres comunicar-lo, comunicar-te Y escribes sin saber qué es lo que vas a escribir. Es entonces, 44
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cuando uno recorre los vocablos, persiguiendo, quizá, otras voces distintas, otros verbos sin voz, otras voces sin tiempo, otros espacios sin anchura. Y, de súbito, se encuentra frente a un marco cuadrado, aunque sin puntos cardinales; una estepa sin testigos, abierta a un final sin final, a un comienzo sin comienzos. Y, entonces, uno contempla el fluir de su teclado como simientes de palabras que persiguen un espacio que nunca tuvo espacio, un tiempo que está fuera del tiempo. Y surgen las formas de la estepa, donde el tiempo se ha derretido. Nada puede atraer ni sujetar al inerme poder de la inocencia que brota de lo Uno. El fluir es tan sólo fluir ¿cómo pronunciarlo? ¿Cómo expresarlo? Tan sólo queda atisbar el sortilegio de las formas que en su verdor solemne va desvelando lentamente el alba. Y observar; tan sólo estar atento, ser testigo mudo de lo que acontece en el filo de ese instante. Dejarse fluir… y dejar paso al sonido elemental que despunta de lo Uno y sus palabras mudas; estrofas que, como un inerme rocío, van empapando con sus versos las crines de la estepa ilimitada. Y así, hecho Nadie, en la misma hilatura de la Nada el observador con lo observado se hace uno, se hace estepa, aurora, estrofa, verso, Nada. Es cuando el poeta escribe al dictado. Observa el temblor de las formas que emergen del Silencio. 45
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Escucha, poniendo tus oídos en la tierra, el pulso cadencioso de sus fibras, tejido en la hilatura de la audacia seductora de la Vida. Observa, el amor entreverado en la materia, cuán lentamente late en los latidos de su más profunda arteria envuelta en la techumbre de los cielos. El alba, hipnotizada de silencio, despierta a la gran luz resucitada. Como si la Naturaleza, inmóvil, se dejara habitar por lo inaudible. El fresco corazón de la Materia palpita en cada forma estremecida, y, grávida, la tierra va extendiendo los pliegues de sus alas incendiadas. Estallan las primeras claridades y de sus hondos senos, como un ascua, se alza la meseta amanecida.
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Nada Mi voz ya no me pertenece, hoy quiere ser semilla al viento, y desea perderse en la honda tierra. Voz, mi frágil polen, ya de todos y de nadie. Mi voz, sin más refugio que el viento, sin más garganta que el aire. En nuestra profundidad puede detectarse la expresión poética de una conciencia que apunta hacia una nueva identidad del ser humano. Los poetas parten del laboratorio de su propia intimidad y respiran el aire que fluye de una escucha profunda, de una fina intuición que responde a las preguntas ¿por qué y para qué estamos aquí? La expresión poética auténtica procede de un fondo vacío que nada tiene que ver con el pensamiento, ni con la propia palabra que lo expresa. Porque el poeta ha escuchado con antelación la música que procede de la plenitud de la nada. Un proceso interior, que es también un primer momento donde el lenguaje aún no ha devenido en lengua. Una previa acogida que es capaz incluso de escuchar la propia escucha; fondo y fuente de las formas expresivas de la palabra primigenia. Desde esa receptividad el poeta se anticipa al propio hablar, delatando su ser, y cuando aquí digo poeta me refiero al trozo de eternidad que todo nacido alberga en su seno, sin excepción. Una de las grandes tragedias sociales radica en que la gente se reconoce más con lo que hace que con lo que en el fon47
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do es. Ignora que pertenece a una totalidad. Pero la identidad se confirma y adquiere validez como vía de acceso a esa totalidad, aunque para ello sea preciso afrontar el vacío de la profundidad, la profundidad es riesgo, el riesgo de encontrarse con la Nada. El poeta Juan de Yepes –San Juan de la Cruz– habla también de esa Nada. Pero el mayor riesgo, como dice Antonio Porchia, es el toparse con algún sucedáneo de la Nada, y encender la luz para no ver. Y los poetas esenciales saben bien el sentido de esa soledad, a veces abismal, como fundamento, como base insobornable del sentido de su trabajo. Profundizar, señala R. Juarroz, es la forma más radical y generosa del heroísmo. Y es también quedarse sin referencias… Lo que ocurre es que el auténtico poeta, al instalar su identidad en el Ser, no tiene miedo al vacío, que es la propiedad del Ser, y que es, también, su honda identidad. En tal sentido, dice el mismo Juarroz que la poesía nace y se inserta en el silencio que no pasa, y esa convicción vivida le previene de la epidemia de autoexaltación y promoción de la que adolecen la mayoría de los escritores: Mi objetivo es sentir que estoy viviendo lo que creo que debo vivir. El ojo público, la promoción, me parecen cosas insustanciales y peligrosas (…). Creo que una de las pruebas más duras que se le presentan a veces al poeta, al artista, es la aceptación de su marginalidad (…). La poesía es el anticomercio. La poesía, ineludiblemente, pone en crisis. Y nadie compra crisis, la crisis no tiene valor de mercado... 48
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El poeta verdadero es, por todo ello, “el gran obediente” a la poesía de esa realidad que se le impone, y donde él mismo sobra, y habrá de quitarse de en medio para poder hacerse transparente a ella. Convertirse en verso. Todo ello rompe con el sentido común, con el mundo de los conceptos, para habitar y dejarse habitar por esa realidad que no se ve; es más, que no existe en la existencia. O mejor aún, que jamás ha existido. El poeta –en palabras de María Zambrano– saca de la humillación del no ser a lo que en él gime, saca de la nada a la nada misma y le da nombre y rostro... Yo añadiría: una vez salida a la luz la estrofa, el poeta quisiera des-nombrarla de nuevo; des-bautizarla de nuevo, para ganar en la ausencia la presencia del Ser, que es su nostalgia más allá de las palabras. Por eso comprendemos que el auténtico poeta, al caminar desnudo, jamás tema a la nada.
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Caminar desnudo Caminar desnudo, escuchando el chasquido de la escarcha, para llegar a nadie, para llegar a nada; como una desnudez que marcha y marcha, viendo en el horizonte un gran atajo. Caminar desnudo, rodando en los caminos igual que rueda un pedazo de esperanza, sin sentirse extranjero en el silencio. Caminar desnudo, hasta hundirse en el corazón del viento, Caminar desnudo, y caer en el suelo como cae una hoja de retama en la cuneta; como cae la tormenta, que sólo sabe ser tormenta. Llueve sobre la misma lluvia, que abre nuevos surcos, dejando a la intemperie, las perlas de hondas cicatrices de la tierra. Caminar desnudo, y abrirse al silencio cuando han quedado atrás el tiempo, la palabra, el pensamiento... Caminar desnudo, caminar, caminar y caminar... 50
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hasta que el aire pulverice tus límites, y la lluvia te vaya haciendo permeable, y el viento te arranque del tiempo, hasta hacerte transparente.
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Nadie El arte no es nunca una operación tangencial, un acercamiento entre dos realidades separadas, sino más bien una feliz disolución en la realidad única del alumbramiento… Hay un solo instrumento, afinándose eternamente a sí mismo. Y los poetas no son más que los dedos que lo pulsan para que podamos escuchar su melodía. (Vicente Gallego) Captamos lo Real tan sólo al percatarnos de que aquí estamos de más. Sobramos. Pero el hombre, fuera de sus disfraces es, en potencia, un artista de la Vida, un poeta que puede cantarla solamente al constatar que él es Nadie. Vaciarse, para dejar espacio a la experiencia del Ser, poema inexpresable, pero audible. Estrofa, que, libre de ropajes, se ofrece y se revela a un poeta diluido. Caer en la cuenta de nuestra Naturaleza escondida y convertirla en segunda epidermis, para así palpar la Vida y vivirla despojada de abalorios, es el más bello soneto jamás cantado, la oda desnuda de tildes y fonemas; la que, espontánea y súbita, rebrota de la Nada. Cuestión es de estar atento: “Por toda la hermosura –clamaba Juan de la Cruz–, nunca yo me perderé, sino por un no sé qué que se alcanza por ventura”. Captar el Poema que re-suena allende el verbo. Mejor hacerlo sonar en un soneto. 52
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Poeta Vacía de tu nombre lo nombrado y déjalo sin voz, que quede mudo, sin palabras; sin más arma y escudo que el cuenco de este verso vaciado. El poema, se apoya en lo in-nombrado, su fuente es el silencio. Yo no dudo: el poeta, en su ser, bebe desnudo del propio manantial que aún no ha encontrado. Tan sólo cuando él mismo, se hace verso, y su palabra, ya rota, hecha ceniza, desvela, así, vaciada, su secreto bajo el ritmo del Ser, que se desliza en la danza que baila el Universo, sonando en el sonido del soneto. En el cuenco de esa voz cabemos todos porque el acto creador radica en aceptar la Vida Única que emerge al diluirse quien se cree el creador. El poeta des-aparece en su poema; en él se anonada, se hace nada, para que así emerja la Noticia del poema. Tal es el fruto –hecho conciencia– de vivir la Vacuidad.
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El Vacío es Dios Origen y final que no se acaba; cálido invierno, helada primavera. En ti estalla la luz como si fuera el alba, y, a la vez, su noche aciaga. ¿Qué podré hacer? Porque, haga lo que haga, nunca hallo en ti ni forma ni manera, y mi razón, tan mala consejera, ella misma ignora que se apaga. Extraño –y natural, después de todoes buscar lo Absoluto en cada verso; que el Vacío es Dios, es mi secreto. Porque en la Nada hoy ví el fuego del Todo, que hace brotar la luz del universo, y las ascuas que incendian mi soneto. Permanencia abierta, el Vacío no cabe en lugar alguno, “no ha lugar”. Por eso estremece al cuerpo y a la mente, aunque el Fondo esté tranquilo. Lo sé. Vacío, permanencia sin fondo, lo eterno más allá de las palabras y decires, presencia pregnante en las afueras del tiempo. Vacío, lo que no podemos hablar. No tiene espacio, ni es espacio. Ni lugar; aunque ofrece espacio y da lugar. El Vacío succiona, vacía, tal es su acontecer y su don, su aparecer en portentosa Epifanía, que re-clama radicales rupturas liberadoras. 54
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Nacimos para abrirnos al prodigio de la creatividad que es captar lo eternamente naciente, albergue, patria, nuestro Fondo; sin fondo, saco sin fondo, para abrirnos al mensaje que cada forma creada hace bullir allá en su más profunda vena. Nuestra naturaleza originaria, nuestra posibilidad inagotable, el prodigio de la otredad, la apertura naciente que brota en cada instante. Es por eso que el acto creador humano jamás quedará plenificado como obra terminada, sino como un final que se abre a esa Epifanía, manifestación de “lo abierto” que nos incluye y nos habita; la que tan sólo en la desnudez somos capaces de des-velar. Cada obra humana, de suyo inacabada, contiene lo incontenible, y abrazando la infinitud, desdice al yo de su artífice, abriéndose a un infinito que traspasa diferencias. Toda obra humana es un después, porque toda obra, en mayor o menor grado, testifica el Origen de su anterioridad a sí misma: ella misma es, por tanto, un después, su ahora. Y su eterno despliegue hacia otra orilla. Su ser es su abrirse. Captar el eterno presente del silencio: Silencio del mar. Silencio del viento. Silencio del poeta cuando mira, y aun cuando escribe. Silencio del Maestro, aun cuando habla. Silencio del filósofo, silenciosa verdad, ilesa, intacta, que no se ofrece a ser interpretada, que no ha necesidad de signo alguno, que tan sólo se ofrece para ser contemplada. 55
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La nada, el todo Cuando despertamos completamente al cuerpo Dharma, Allí no hay nada, En nuestro sueño vemos claramente los seis niveles de la ilusión; Una vez despiertos, no hay ni una sola cosa. Cuando caemos en la cuenta de la verdadera realidad, Allí no hay sujeto ni objeto, Y el sendero que nos hace caer en el infierno del mayor sufrimiento, Desaparece instantáneamente. Cuando vemos verdaderamente, allí no hay nada. No hay ninguna persona; no hay ningún Buda. (Yoka Daishi) Morar en el instante es morar en la Vacuidad. El ser propio, que llamamos YO, está vacío; como también está penetrado de vacío el mundo exterior, que llamamos mundo objetivo. La liberación real alcanza su cenit cuando el ser humano llega a caer en la cuenta de la vacuidad que traspasa el universo, exterior e interior. Eso es la iluminación. Esa realización es la que nos libera del sufrimiento, de la angustia, problema básico de la existencia. La raíz de la paz verdadera se fundamenta en esa experiencia, en esa conciencia de que todo es Vacío y es la única manera de trascender la vida y la muerte hacia una expansión ilimitada. Es preciso saber escuchar la profundidad sonora del Vacío, para, pasado un tiempo, llegar a constatar que en ese abismo no existe la 56
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nada sino la totalidad, la totalidad sin centro, sin norte o sur; la totalidad ilimitada y sin puntos cardinales; la totalidad que nada tiene que ver con lo conocido ni con lo poseído. La plenitud del Vacío. El esplendor de la nada. La meditación nos brinda la oportunidad de vivenciar la nada, que es el Absoluto. Y lo único necesario es afinar la escucha, afinar los sentidos, afinar todo nuestro ser a fin de percatarnos de la plenitud liberadora que surge al despuntar del Ser. La alegría que sigue a la liberación, no tiene igual; yo creo que la misma palabra alegría resulta corta. Mejor cambiarla por la palabra paz. ¡Qué difícil expresar por la palabra, por muy poética que fuere, esa inefable experiencia! La inmensa, la honda, paz que se desprende de la vivencia de que el Vacío traspasa cada objeto está más allá de toda descripción racional, y cuando uno es consciente de ese hecho cualquier problema pierde relevancia. Esa es la liberación del Zen. Esa es la comprensión de la Unidad: “... Las diez mil cosas se vuelven una...”. Za-Zen es des-aparecer, paso a paso, en la quietud eterna del corazón del Ser; paso a paso, sin apenas dejar huella. Zen es latir en los propios latidos de esa secreta dádiva que, suave y quedamente, nos envuelve. Es caminar haciéndose uno con el paso: paso a paso, paso a paso, paso a paso... hasta desaparecer y hacernos transparentes sin darnos cuenta. Todo lo que las palabras no alcanzan a decir, lo dice, vibrando, el viento; lo dice el murmullo del arroyo, lo dice la quietud de las piedras del camino. Todo lo que las palabras 57
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no alcanzan a decir, lo expresa, sin quererlo, el suave temblor de la amapola, lo clama el aire peinando las avenas y lo dice el incansable volar de los vencejos. Todo lo que las palabras no alcanzan a decir, lo afirma el corazón en sus latidos, lo confirma el vaivén de tu respiración. Todo lo que las palabras no alcanzan a decir, lo dice, sonando, el gong, cuando se expande, imparable, por el zendo. Y de ese modo, el cuerpo, atravesado de silencio, diluido en las alas de su aliento, él mismo se ha hecho ausencia. Y se ha hecho soplo. Y se ha hecho viento; como un tilo en otoño al que sus propias hojas ya le pesan, y al que su propia desnudez ya le es ajena. Tan sólo permanece el frágil rumor del palpitar. El resto, el meditador incluido, ha perdido su volumen. Sólo queda eso: la meditación, sólo queda eso: el imparable y no causado respirar.
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Meditación en Aránzazu Aquí, donde la plegaria se agrieta, las rocas, dadivosas, se cuartean, y al cincel creador se someten… Los rayos del ocaso penetran por los ángulos del último suspiro de la tarde cuando el silencio se descuelga, resbalando sus mudas notas musicales por la espalda vacía de la Nada, que se esfuma en la noche de la noche. Y, en una cita no anunciada, se escucha al Misterio llover sobre la estepa. Contemplando, a solas, todo el movimiento que habita en los vitrales contraluces, atravesé, en alas de la luz anochecida, el palacio de rocas que yace sofocado entre la hiedra de tiempos y de espacios abolidos.Y de toda palabra desasida, mi soledad tan sólo fue apariencia fundida en la espesura de los nimbos: rumoroso desierto, desierto de poemas, clamando tras la tarde desertada; rumoroso desierto, desierto de memoria, donde atento, igual que un centinela, contemplo las fauces del foso de la noche tragándose los últimos fulgores de las sombras. Esperando, atento, muy atento, que el espejo, hecho añicos, de la noche, refleje, espabiladas por la brisa, las perlas incendiadas de la aurora. El mágico roquedal de Aránzazu, exhibe su rostro plateado en esta silenciosa aurora invernal. Desde la ingente catedral rocosa, hasta las verdes campas de Urbía, Dios, ayudado por la gubia del tiempo, esculpe en 59
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la eterna noche una espesa blanca barba de rizosas formas lácteas, que, lentamente, emerge de la escarcha de granito, cuya mansa blancura esconde el volcánico corazón de un artista: Oteiza, huracanado Basajaun de estos sagrados espacios, escultor enfebrecido de la Madre Tierra, hunde su escoplo en Aránzazu, esparciendo trozos de silencio desprendidos de la magia del Vacío. Aránzazu, paraíso de riscos silentes, cincelados al viento del barranco por el airado formón de este arcángel creador que taladra, enfurecido, la maciza levadura sumergida en la roca mineral. Oteiza, como Chillida, es la palabra pedernal de aristados silogismos siderales penetrando en el Ser de la Nada, desvelando la Nada del Ser. Artista de la Oquedad, venablo de huecos invisibles donde el Vacío es Forma y la Forma es Vacío. Artista del Origen, poeta de las piedras, solitario ventisquero de aire airado, que retumba, atroz, en las conciencias de académicos desiertos desolados. Oteiza, escarpado riscal del verbo hecho tierra y eco atronador de los profundos terraplenes, donde emerge, silente, lo sin-nombre. Manantial de rumores de alabastro aireados en los aires deshojados del numinoso Silencio esplendoroso de este mítico lugar de Euskal-Herria. Oteiza, imaginación libre de imágenes, abrupto poema del ritmo hecho guijarro, que horada entre las peñas la evanescente frontera de las Forma desnuda de forma. Esta mañana, aquí, en Aránzazu, la eterna Gran Naturaleza me ha desvelado, magnánima, la generosa, la exuberan60
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te desnudez de la plenitud del Vacío, mostrando la definitiva forma de sí misma. La Nada, hoy se ha visto cincelada. La Nada, despojada de su nada; la Nada, de su muerte vaciada; la Nada, la densa Nada.
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Presencia en la ausencia A cada segundo suena y suena la hora de prestar atención a lo que somos, a respirar la amorosa Vacuidad que no tiene ni horas ni geografías, ni edades, ni estaciones preferidas. Su movilidad es el puro obrar del Ser que se reabre, y se reobra, en los instantes. Tan sólo queda al margen de ella la melancolía. Todo pensamiento queda en suspenso. Se trata de ESO… Lo presente, el instante, lo que insta e interpela: Presencia vacía. Abierta en manos y alma. En la apertura somos don, forma de ofertorio brazos alzados al cielo del ocaso (qué más da si nublado o despejado). Simplemente estar y constatar, despierto, como una llamada: en la apertura se hace real toda posibilidad. ESO no engaña. Nuestra identidad última: soplo que nos alcanza desde una lejana cercanía. Profunda identidad vacía, la que todo lo inspira e impregna de sentido. Penetrante Vacío, nuestro aliento. Soplo del Ser que todo lo traspasa. En ÉL vivimos, respiramos nos movemos, 62
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somos, Y nos respira. La Nada, que en el hombre busca ser dicha y expresada. Inmensurable Vacuidad que en todo se propaga. Viento vacío. El Dios que nada exige y todo ofrece. Presente ausencia. Principio sin fin, fin sin origen ni principio. Nos reclama el Todo para ser dicho y ofrecido.
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Ser vacío La rama tiene sus pájaros fieles porque no ata, ofrece. (Pedro Salinas) Tu mano abierta es dádiva que espera… Me acojo en su vacío. El lenguaje no se reduce a lengua. El acto creador tan sólo se limita a vaciar el espacio interior de las palabras que lo colonizan y dejarlas flotando, sin más asidero que el Vacío del que surgen, para, seguidamente, colocarlas, suspendidas, en el hueco asentamiento del Origen, donde nada ni nadie habla. Alcanzar el difícil arte en el que la palabra, silenciada en el lecho de su propio manantial, deguste en esa expectante vacuidad el sabor del profundo mutismo que traspasa las entrañas de sus rimas silenciosas. Arañar las fronteras vacías hasta perforar las sombras ilusorias que envuelven al Ser. Hundirse, hasta embriagarse, en el licor de la Oquedad que está fuera del tiempo, en ese espacio sin formas donde la palabra apenas balbucea su intención de resistirse a hablar, siendo ella tan sólo un barrunto de esa intención primigenia del ser humano, reprimida y olvidada, de permanecer callado en la experiencia del Ser. Deslizarse por las espaldas de la Nada, por el envés del Ser, por el dorso vacante del lenguaje olvidado a causa de la 64
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incontinencia verbal de los desustanciados discursos: el Gran Silencio que habita las palabras, antes de estas se dejaran decir... Ya es hora de sellar el poder del desolado lugar común, de horadar sus acotadas, y agotadas, tribunas abismales, hasta que, más allá del ruido, se deje atisbar el entreverado portal donde mora aquello que en cada instante ofrece la plenitud de su vacío cuenco. Transformarse en su silencio vacío, ser sólo su vacío. Y regenerarse en la sola sensación de ser para seguir hablando a través de la no-palabra que mana del Todo. Y, siendo Nadie, trasformarse en Testigo de la Nada.
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2 Des-prenderse
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Introito “Estas buscando una experiencia: Dios, la Belleza… esto significa que ves lo que estás buscando como un objeto. En ese caso: explora simplemente quién ve. Cuando explores realmente, comprenderás que buscas a quien ve. Es el camino más directo, si es que se puede hablar de camino. Ten claro que lo que estás buscando nunca puede ser un objeto, porque tú eres lo que estás buscando, así que no podrás verlo ni comprenderlo nunca: solo podrás serlo. Serlo significa que no hay una interpretación, una idea acerca de ello. Estarás libre de conceptos. Cuando la mente llega a esta situación, se aquieta. Hay una suspensión. Todas las ideas sobre ti, todos tus atributos deben suspenderse. Entonces te encontrarás en una suerte de desprendimiento. Tú eres ese desprendimiento, esa presencia libre de atributos. De manera que sé eso, completamente en sintonía con ello”. (Jean Klein) La belleza simplemente es; no se inventa, menos aún se aprende, no es una asignatura. Y en el ser humano, la belleza se da sin intención, simplemente, se es. Nadie, por muy erudito y documentado que fuere, o por muy instalado que se hallara en la más prestigiosa cátedra universitaria, podrá transmitir la belleza, ya que esta no se cede; en el mejor de los casos, y no siempre, se contagia. Pero nadie jamás podrá contagiar la belleza sin que previamente se haya experimen68
DES-PRENDERSE
tado a sí mismo en el silencio de su más profundo seno. La belleza no es exterior sino que –y en el mejor de los casos– se exterioriza cuando no se pretende hacerlo. Sus raíces no emergen de las cosas, ni en el rotar del pensamiento ni de los más sugestivos sentimientos, ni es fruto de las más atractivas ideas. Su residencia se halla instalada bastante más allá. En tal sentido, puedo decir y repetir que durante cuarenta años de docencia universitaria, a excepción de un sabio bedel de nombre Leonardo Sarasketa, jamás hallé dentro de los muros universitarios un solo maestro de la vida que suscitara la lucidez de la que estoy hablando. La belleza trasciende el gusto del más acreditado crítico de arte, que tan sólo sabe hablar desde el baúl de los conocimientos acumulados en criterios aprendidos. He conocido a grandes profesores, caballeros de gesto muy pulido y refinado, sí, de mente ingeniosa y porte cultivado, muy capaces de comunicar cultura pero no así de contagiarla, virtud reservada al sabio, que sabe deambular humilde y silencioso por territorios incultivables. La belleza, está libre de todo pre-juicio; en eso se parece al amor. Habita más allá del juguete del pensamiento o del capricho pasional de las escuelas de arte, porque la belleza es nuestra innombrable esencia y ninguna mente podrá medirla, ni palabra alguna formularla o con imágenes imaginarla: La belleza, simplemente, se es. En el territorio de la experiencia poética, hay espacios sin espacio y lugares fuera de todo lugar donde podemos decir que surge el Verbo virgen de todo presupuesto. Esa es la 69
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razón de que la poesía verdadera brote al margen del poeta; ella siempre será una recién nacida de la nada, en el alba del Vacío. Misión del poeta será el construir sus estrofas sin alejarse de esa Aurora que le habita. Por eso, exclama Zambrano, “el poeta no teme a la nada”. Y como pisa tierra, sabe alzarse al aire. Mejor decirlo en un soneto.
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Soledades Hoy me arraigo en tu aire, Dios del viento, me acaricias y alientas con tu aliento. Hoy me elevas del barro al aleteo de tu soplo vacante. Y te presiento... Te presiento en mi antorcha, hambre de lumbre, temblando en el fulgor de no ser nadie, (buscador de sonetos a deshora: Dime ya ¿Dónde estás? ¿En dónde moras?) Mi albergue está en las simas de tus rimas, donde truenan los vientos de la Nada, donde rugen los ecos del Silencio. Yo moro en tus destierros cuando escribes, me abismo en tus abismos cuando callas, y te amo en la intemperie, donde hoy te hallas.
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Des-prenderse ¿Qué mayor sinceridad que hacer a un lado todo aquello que se sabe y dejar que hable en uno, aunque sea sin uno, aquello que no se sabe? (R.Juarroz) A veces, y esta es una de esas veces, la vida se aparece como un temblor, como una mezcla de frío y de deseo; sobre todo, de extraña dicha. Ahogado en una Presencia que, como un lucero en las entrañas, tan sólo aparece cuando, en plena soledad, mente y cuerpo se anonadan. Curiosamente es en esa nada sonora soledad, cuando más me siento desprendido y solidario. Pero estas palabras se quedan cortas, muy cortas, para una mínima aproximación a lo que me habita… Quizá –sin quizá–, en tales momentos convenga cerrar los ojos y aguardar como una larva a que suceda lo que haya de llegar: lo simple preñado de grandeza. A mí me sucedió en una fría mañana de noviembre: observar lo extraordinario en el corazón de la simplicidad. Lentamente, sin darse apenas cuenta, los copos se desprenden del vacío. Y, cada uno en su sitio, van posando en la tierra sus pétalos helados. Tan, suaves, tan quedos, tan despacio. Lentamente, sin darse apenas cuenta se extinguen, en el suelo, devolviendo al silencio lo que es suyo. 72
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La Vida, se hace ostensible, en el corazón de lo real, vibrante incluso en su quietud, cuando, solo y mudo, temblando como una cuerda de guitarra, el observador y lo observado se hacen uno, se expanden como espuma por la arena. Saberse des-prender de las posesiones, del prestigio y del poder. Saberse des-prender de los lazos familiares, de la propia historia… Saberse des-prender de la salud… Saberse des-prender de las creencias. Saberse des-prender del miedo. También del valor. Para abrirse a otra dimensión que nos trasciende. Tan sólo aspira a la desnudez: saber des-aparecer para que lo que no es aparezca. No hablo como quien niega o renuncia a la Vida, sino como quien se apresta a vivirla intensamente. Vivirla como quien conoce lo inefable, su inmensidad, en este mismo instante... Porque nacimos para tener Vida y disfrutarla en su abundancia. El silencio es todo lo que queda Cuando todo, Incluido lo sagrado, Calla, Y la verdad No se deja interpretar, Queda intacta, ilesa. 73
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Despertar Trascenderme es mi esencia, abrir mi morada es mi morada, mi forma de vivir en ella. Hay quien utiliza el razonar como narcótico, pero lo cierto es que el ser humano allá en su mas profunda hondura, siente –más bien padece– un hambre secreta. Su cuerpo, más aún que su mente, presiente un destino distinto del que la conciencia cotidiana le brinda. Hambruna de otra latitud oculta que tan sólo descubre cuando se halla su casa sosegada. Una secreta, aunque muy persistente, voz le interpela como un grito milenario que retumba en su interior; voz sin voz que se aviene a las enseñanzas de los sabios de todos los tiempos y lugares, la que denuncia y proclama que somos peregrinos de una nostalgia: la añoranza de un Origen al que hemos dado las espaldas: nuestra verdadera naturaleza velada por los velos de una conciencia simple, asfixiada, casi atrofiada por los lugares comunes y las programaciones mentales de una civilización narcotizada. Pero esa nostalgia late fuerte por re-conocer y re-cobrar el paraíso perdido. Re-conocer que nuestra vida posee una profundidad a la que no alcanza la razón más refinada ni el más cumplido silogismo. Ello le impele a una transformación, a veces devenida en crisis que desgraciadamente no comprenden la mayoría de los terapeutas. ¿Quién soy yo? Es la pregunta que la conciencia cotidiana no llega a responder porque, encerrada en afanes vacuos, no comprende, ni 74
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entiende, el fondo del existir. Y así, aferrada a un sistema de referencias fabricadas en torno a los genes, familia, educación, relaciones sociales, política y religión, se ha forjado un modo de asegurar su corralito y una patria en medio de un infinito universo que desconoce los puntos cardinales. Pero ese montaje afecta tanto al yo individual como al colectivo y tanto los sabios como los neurólogos confluyen en afirmar la falsedad de tal montaje. El yo es una ilusión que enmascara la naturaleza humana auténtica. Nuestra des-gracia radica en habernos identificado con una mente personal y con una conciencia encapsulada en un cuerpo limitado rodeado de lo ilimitado, un yo simple, función, rol y papel a cuyo través se manifiesta la naturaleza auténtica. Es preciso, pues rebasar esos límites; diría más: soltar toda imagen que se sustente en el yo. Tan sólo quien tiene el valor de pulverizar esas fronteras hallará la liberación que añora el ser humano en su más profunda arteria. Somos más que cuerpo, más que mente y pensamiento, más que sentimientos y deseos. La práctica de la meditación es capaz de disolver esas fronteras hasta alcanzar la conciencia testigo –el hacedor vacío– que nos faculta para percibirnos como presencia, como Presencia. Eso es el despertar.
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Un arriesgado don de sí mismo No se aparta la luz de quien no huye de las sombras… (¡Cuánto se puede ver al no ver nada…!) Ver fluir los instantes como fluye el alba tras la noche. Saber resistir el estallido de la umbría en plena luz captando, y, si es posible, celebrando, la fluencia del Ser en la entrelínea de las luces y las brumas. Cuando el maestro interior toma las riendas de la existencia, se ve forzado el hombre a dejar toda posesión y posición logradas. Llegado a una determinada frontera, se plantea –y no sin sufrimiento– la disyuntiva de adaptarse al entorno o saltar al vacío. Este salto comprende a la vez la destrucción total y una nueva vida. Cuando el hombre tiene el valor de dar tal salto, desaparecen la disyuntiva y las fronteras. Todo es uno, Uno. El primer contacto con la experiencia del Ser, no supone una transformación sin más. Para poder hablar realmente de transformación en otra dimensión, es preciso tener el valor de atender constantemente al sacrificio de la forma, morir y renovarse en cada instante. Ver, y seguidamente destruir lo caduco, para des-cubrir lo esencial que emerge renovado en cada momento. La metanoia que aquí nos interesa –dice Dürckheim– pasa por la ruptura y destrucción de los viejos siste76
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mas. Sin una aniquilación del antiguo estado del sujeto, sin la muerte del yo y sin abandonar las formas caducas, sin sacrificio en última instancia, no hay transformación del ser humano en su camino hacia su centro. Dos fuerzas, luz y tinieblas, se mantienen en vilo en el escenario interior del ser humano, y es preciso vivirlas en su doble polaridad de opuestos, una lucha que termina en lo que la psicología analítica llama coincidentia oppossitorum. Se trata de no detenernos. Nuestro camino no tiene ni principio ni fin. Surge un estadio de madurez en el que el caminante se centra, llega a su centro; su cuerpo incluso lo evidencia, pero aun en semejante centro, quien camina no se liberará de los empellones esporádicos de la angustia: es la consecuencia de vivir aún en el cuerpo, que es sensibilidad transparente, pero también aferrante y resistente. La experiencia de la luz, aun transformadora, y en virtud de dicha sensibilidad, está sujeta a ser percibida en una dialéctica de luces y contraluces, en cadenas de sombras y fulgores, un proceso de eterna maduración donde el caminante caerá un día en la cuenta que umbra y luminaria son un todo. Por esas razones el ser humano, y en la misma medida en que esté muy atento a semejantes fluctuaciones, sabrá bien discernir la diferencia existente entre lo que es un estadio del ser, de suyo inmutable, de lo que es una mera reacción sensible de naturaleza esporádica por la que, aunque efímera, el Ser se hace notar. 77
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Pero, efectivamente, en la medida en que estamos instalados en la existencia, no somos pura conciencia –el cuerpo no lo resistiría– y nuestros sentidos (por los que penetra esta conciencia) cumplen con la misión de comprobar cómo la percepción de la dimensión numinosa, se extingue y renace, renace y se extingue. Y en ese movimiento ondular, en ese vaivén de sube y baja, llega un momento de madurez en el que semejante dimensión puede establecerse y consolidarse más allá de los vaivenes, ofreciendo al que camina el claro del bosque de su esencia indestructible ya enraizada. Es entonces cuando, percatado el caminante de su doble naturaleza, celeste y terrestre, se halla en inmejorables condiciones para arrostrar el sufrimiento inherente a una existencia sensible y peregrina a la Otra Orilla: que sepa sufrir –y no que ya no sufra– es la prueba de que ha alcanzado su centro… vencer el sufrimiento significa ser capaz de sufrir el dolor… tener el coraje de hacer un arriesgado don de sí mismo es lo que engendra la forma por la que el hombre, con plena conciencia, responsable y libre, mantiene el contacto con su Ser Esencial permaneciendo en su centro, no de modo pasajero sino constante. Caminar sin punto de llegada, porque el amor es siempre eso: Los modos del Origen tenazmente escondidos en las espaldas de las cosas. Algunas veces –escribe Juarroz– nos sentimos por fin asentados en la tierra. Ella parece entonces nuestra casa. Y 78
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por un momento olvidamos nuestros pintorescos atuendos de seres destinados al exilio. Quizá por esas pocas horas de arraigo sabemos que las cosas podrían haber sido de otro modo: tener un lugar, habitar nuestra casa, aunque periódicamente nos expulsara el infinito. Pero lo mismo en el arraigo o el exilio seguimos sin conocer nuestra función, quizá porque ignoramos la función de la tierra.
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Peregrino Angosto, aunque accesible, es el camino por el que hoy deseo confiarme a ti, eterno instante; y entregarme a ti, en el vaivén del torbellino. Degustar, paso a paso, el noble vino del dios que paladeo hasta embriagarme, diluirme, y, sin forma conformarme, al aliento de mi aliento peregrino. Pararme a respirar, beberte un trago, caro elixir, que late en mis latidos; huracán que, aún silente, me despiertas sin que yo pueda, al fin, frenar tu estrago. Y así camino, ardiendo en mis sentidos, y su fuego me alcanza ante tus puertas. Caer en la cuenta de que eso que llamamos vida es un pálido reflejo de nuestro verdadero rostro, aunque deformado por imágenes ajenas o razonamientos anestésicos. Ideas ondulantes, como las aguas de un lago que tan mal transparentan o emborronan la verdadera faz que allí quiere asomarse. Confuso espejo y falsa faz de una promesa que allí no puede asirse… génesis del miedo a respirar y a vivir, peor que el miedo a la muerte, pues todo suicida añora querer ser lo que no es pero que en su Fondo es. Añoranza de ser lo que se es más lo que no se es, nostalgia de un más allá de la vida y 80
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de la muerte que la torpe mirada desfigura. De ahí la melancolía, lo sé. Abrirse paso hacia el Ser, en un camino continuamente renovado. Un proceso en el que el ser humano puede llegar a ser capaz de observar el desmoronamiento de los pilares que sostienen a su pequeño ego y los roles que está empujado a ejercer en el mundo. Tan sólo un sacrificio total de lo que interrumpe el proceso de ser, abre las puertas al absoluto que nos busca. Tener el valor de tal afrontamiento forma parte del caminar, porque ese caminar es la luz con la que, aceptando su contingencia y finitud, el ser humano es capaz de avivar el fuego incandescente que en él fulge, la llama de infinito que le habita. Un comprometerse con la vida y con la muerte, para la vida y para la muerte. De eso se trata.
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Soltar-se Para iniciar este tema, quisiera despojarme de las palabras, por lo menos de las palabras que sobran; quisiera ser la trasera del pensamiento, y me siento molesto con tanto equipaje verbal acumulado. Pero debo hablar y estoy obligado a hacerlo, ya que de lo contrario tendría que reinventarme en el espacio vacío dejado en cada palabra, o entre las líneas de palabras. Por tanto, lector, sé benévolo, comprende mi discontinuidad, mis sinceras discontinuidades. Quizá nos encontremos ahí, de vez en cuando, tras abandonar el dosel del interlineado; eso: de vez en cuando, o de vacío en vacío… La discontinuidades pertenecen también a un ego, el mío de escritor, que se desgasta como tiza que ha escrito demasiado, pero cuya última e íntima partícula le invita a des-asirse de nudos, a des-nudarse, a hacerse transparente a aquello que le vive. Como un viento de fondo, la densidad de lo invisible, penetra hasta el último tejido. Fuerza del Ser, aliento en las horas oscuras. La in-presencia, deviene en gran presencia, certera condición de una experiencia que allana los sentidos. Y se hace Toque. Y se hace Tacto, presión del Infinito en cada célula. Tan denso es el fulgor del Ser en el No-Ser, que el retal nebuloso de la avalancha de sombras parece aligerarse ante la luz y ensombrece a la muerte. La trama del Ser y del No-Ser como única expresión del Uno, el último asidero que nos salva. Nuestra única identidad real. 82
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Llegar a ser lo que en el fondo somos es el fruto de un lento desprendimiento, incluida la creencia de que hay que llegar a ser. Vivir la vida junto a la muerte. Sin separarlas, porque tal separación es fruto del pensamiento y el tiempo. Ello implica un profundo cambio en la conciencia, y en la existencia. Liquidada esa separación, el miedo se diluye. En el vivir y el morir están los fundamentos de la plenitud que en cada instante se nos da. Quienes experimentan el silencio del sólo dejarse ser en su más profunda muerte, logran atisbar también su más honda belleza; ellos conocen bien que el trabajo personal, la disciplina del ejercicio que les antecede, no es otra cosa que el desprendimiento de todo pensamiento, incluido el propio pensador: la inteligencia desprovista de imágenes, el espejo vacío. No hay nada acerca de lo que se tenga que pensar. Tan sólo limitarse a ser, a ser lo que se es, ahora, aquí, al filo del instante. Al leer esta página. Contemplar la sigilosa experiencia del silencio que va más allá –bastante más allá– del habla, y más allá de la simple insonoridad. Y el silencio, atributo del Atman, se desvelará como lo que es, como conocimiento. La verdad es que no sé por qué dicen que es tan difícil constatar esa evidencia. Observar la experiencia del silencio, es constatar– que no hay nada que alcanzar. Observar que sólo ese ser silencioso merece el sin-nombre del nombre de Dios. Observar que sólo el Ser es. Vivir el Ser, vibrar en el Ser. Tal es la consecuencia de ese desprenderse: muerte devenida en Vida. Eso es la liberación. 83
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Soltar presa Contemplar el evento de limitarse a sólo ser. Permitir el suceso de dejarse suceder, extrayendo el zumo de la vida escondido en cada instante, y en el orden, tan fingido y tan agazapado en el desorden aparente. Atravesar la lógica estatuida y dejarse absorber por la materia prima tan ajena al pensamiento y a las horas: el trasfondo del tiempo, el evento del Ser. Contemplar el evento…: fue Dios quien te ha inventado. El prisionero del yo, desconoce otro medio para afirmarse en el mundo que no sea la razón y la voluntad; su eficacia se reduce a las fuerzas que le han sido donadas por la naturaleza. Ahí reside su poder. Más no se puede devenir persona completa mientras el yo esté al servicio de los objetivos externos y no sea el núcleo de su ser el que le mueva. Hemos hipertrofiado el rendimiento, la productividad... Y hemos reducido la identidad de nuestra actividad con el servicio al Dios Mercado. Así, al pequeño narcisista le obsesiona mantener sus posiciones, cerrando de ese modo sus ojos a toda nueva perspectiva. Es el mundo de la esterilidad, se cierra todo él a seguir caminando hacia otras formas de conciencia y de acción a las que tiende y demanda desde el Fondo de su ser. Por eso 84
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sufre sin saberlo. Y solicita el servicio de psiquiatras y psicólogos que, curiosamente, padecen también esa epidemia. Pero una persona, tan sólo alcanza la salud en la medida en que en todo su ser se garantice el libre desarrollo de un proceso de transformación en mente y cuerpo. De etapa en etapa, día a día, en cada aquí y ahora del mundo. La tragedia del ser humano radica en que llegue a rendirse y se inmovilice ante las resistencias que de su yo fluyen para estancarse en cada logro alcanzado, en cada forma devenida. Tan sólo aquel que sea capaz de liberarse al soltar la presa retenida, se halla en condiciones de abrir su ser hacia nuevos horizontes y posibilidades. El ser humano, hoy tan desorientado, desvive, pero puede en estos momentos de crisis colaborar con su no-existencia, o como decía Juarroz: Tal vez la existencia del hombre consista simplemente en perfeccionar el no existir.
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Transformarse en poema ENTREMOS MÁS ADENTRO… (Con un verso de Juan de la Cruz) Entremos más adentro, en la espesura, donde el tiempo se pierde, bosque adentro, campo a través en cielo y luna; al centro de un frondoso silencio. Noche oscura. La brújula interior de mi cordura licua sus agujas, mientras centro la mirada abrazada a mis adentros y al resuello final de la andadura. Allí escucho el fluir de aguas secretas, mudos sonetos sin abecedario al son de trompetistas sin trompetas. “Sólo estar siendo” y ver lo extraordinario: el sol en la honda noche. Horas muy quietas de un tiempo quieto, ajeno al calendario. Me pregunto a diario, ¿qué indecible fulgor hoy me convoca a extinguirme en su luz y hacerme roca. En la Nada somos lo que somos; en la vacuidad emerge la Noticia de nuestro sentido aquí y ahora. Nacimos para ser artistas de la vida, somos nosotros la sustancia y materia prima de semejante obra de arte, y el objetivo –si de objetivos aquí pudiera hablarse– de la medi86
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tación es transformarse de arriba abajo, cuerpo y mente. Convertirse en verso. Todo ello rompe con el sentido común, con el mundo de los conceptos, para habitar y dejarse habitar por esa realidad que no existe en la existencia. O mejor aún, que jamás ha existido. El verdadero poeta extrae del humus del no ser aquello que en su fondo late; extrae del vacío el vacío mismo, para luego ver su rostro y rebautizarlo… Aún más: una vez salida a la luz la estrofa, el poeta quisiera des-nombrarla de nuevo; des-bautizarla de nuevo, para ganar en la ausencia la presencia de aquello que es su nostalgia más allá de las palabras. Por eso comprendemos que el poeta no sólo no tema a la nada, sino que, además, se sienta incluso atraído por ella…
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Aquello que en el fondo soy Paladear los versos imposibles de escribir, deambulando entre dos pensamientos, entre dos respiraciones. Callar entre dos palabras escritas en líneas vacías; extinguirse ante la obra acabada, extinto el aposento del silencio que se desprende del subsuelo del silencio. Y, ya libre, habitar fuera de la propia existencia. El Ser no existe, tan sólo se limita a ser. Bajar de mi mismo hacia el centro de mí mismo. Lugar sin más señalización que la pura ausencia; incipiente brotar de la aurora, cuyo sol se expande en las propias espaldas, allí donde no estoy. Lugar sin lugar, en las fronteras del aire, donde la divinidad aprendió a hablar un lenguaje sin lengua, un poema escrito entre líneas vacías. Bajar por las laderas de mí mismo, permitiendo que aflore la realidad como si ella se dejara inventar de nuevo, incluyendo en su fingido invento el necesario aire para remontar de nuevo un nuevo vuelo. Anidar en la Ausencia; un espacio que en ocasiones emerge en nuestra verdadera orilla, más allá –o más acá– de la vida y de la muerte, cuando el hombre, la eternidad y su dios se han agrietado y desprendido. Vacío páramo donde es posible hallarlo todo. 88
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En ese irremediable desierto se hace inminente una compasión que recorre su entraña y sus afueras, un amor que no lo para la muerte. Vacuidad densa y real, donde los demás han dejado de ser los demás, recobrando la más íntima forma escondida en el todo, donde lo otro no existe sino en el todo; donde todos son, somos, uno. Aquello que en el fondo soy no se deja pensar, ni decir, su esencia es el silencio, el reverso impar de un poema. Por eso, cada estrofa siempre deja un espacio vacío informulable que es sagrado. Yo no soy el autor de este poema, tan sólo acaso su testigo, que en cada verso empieza a consumirse y en el punto final con él yo me he extinguido.
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El valor de des-aparecer Si tienes el valor de quitarte de en medio, puede llegar un día, quizá un momento cumbre, en que tu sombra brinque del suelo y te abandone. Y la copa vacía de tu existencia, (o de tu inexistencia) inundada de luz, haga crujir la luz, reviente sus costuras y como un enorme brazo abrace el Cosmos. Si tienes el valor de quitarte de en medio… No soy mis pensamientos. No soy mis sentimientos. No soy mis deseos. No soy mi cuerpo. Es una verdad inamovible que yo no soy lo que percibo o veo. ¿Entonces, ¿qué es lo que yo soy? Soy aquello que no puede ser pensado, ni sentido, ni deseado, ni concebido. La condición del despertar a lo que verdaderamente soy es mi propia desaparición. Sin dejar huella. Tan sólo se ilumina quien ha desaparecido. O quien ha muerto. Ningún ego particular (todo ego es particular) tiene acceso a la Luz si no se rompe. Des-aparecer con todas mis circunstancias, despejarme y despojarme de ese ensueño malamente llamado la realidad. Realizarse, ver la Verdad es sencillo: consiste tan sólo en borrarse, desbautizarse. Sólo entonces me daré de bruces con aquello que ya soy. No me refiero a un estéril nihilismo, sino a la liberación del enramado de hojarasca con que he 90
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formado el personaje de un escenario que, también falsamente, he llamado vida: al vacío absoluto de mi mente. La iluminación es la Nada en su más esplendorosa plenitud. No es preciso hacer algo para iluminarse. Aquí –para decepción de los hiperactivos redentores comprometidos con la política o la religión– el esfuerzo es un obstáculo. El Ser – si le apetece otro apelativo, el lector puede buscarlo–, que es plenitud dejaría tal plenitud, y dejaría por tanto de ser Ser, si es que dependiera de la acción de aquellos mediadores o redentores que dicen completar la redención. O la creación. Nadie puede salvar a nadie, si previamente no ha autopulverizado su yo. Pero esto mismo es una fatua conceptualización que también será preciso erradicar. Tan sólo en ese silencio veré lo que en el fondo soy. No se trata de reformar mi casa, de cambiar los muebles de mi casa, sino de cambiar de casa. O, como dice Armes S. Balsekar, ver la realidad no implica, simplemente, un cambio en la dirección de tu visión sino un cambio en su mismo centro en el que el propio espectador desaparece. Todo eso no implica lucidez sino valor, el valor de atreverse a dar un salto, un gran salto en el vacío.
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El secreto de ser nadie Aferrarse al vacío, y reconocerse en la propia desnudez. Limitarse en la humildad de ser lo ilimitado, donde la lejanía extingue sus distancias y creencias. Reencontrarse en la profundidad interior, derramándose cada vez más adentro. Extra-limitarse en el impudor de sólo ser, para ganar así la Presencia, que es tacto, y contacto, del alma con su carne, del Ser con el mundo. Reducir el lenguaje a su esqueleto y palpar la Presencia que emana de la Ausencia, como el que, siendo arquitecto de su vida, sabe instalar en el aire su morada. Lograr, sin darse cuenta, ser Nadie, la inefable belleza del rastro de una ola extinta que nace y se deshace, que avanza y des-avanza, en el eterno vaivén que fluye de su origen inmutable. Caminar tan sólo es desandar en el secreto de ser Nadie. Desde muy pequeños, tanto a la hora de aprender como a la de jugar, nos enseñaron a consolidar nuestro yo, a competir para afirmarnos frente a los otros. La Universidad sigue empeñada más en enseñarnos el mundo que en saber quiénes verdaderamente somos. Y, ahora más que nunca, el alumno vive fielmente la epidemia de los dictados de esa programación mental; somos una generación de obedientes. Nos vivimos como islotes, fragmentados, instalados en una imagen prefabricada que se configura mediante un personaje que vive de espaldas a la Vida y ocurre que nuestro ego, repatria92
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do de las raíces de su origen, pasa la vida –si a eso puede llamarse vida– en continuo temor por la suerte de su supervivencia; se halla obsesionado con la muerte. Sin embargo, quien vive anclado en su verdadero Ser conoce de primera mano que precisamente cuando esa imagen programada muere es cuando está en condiciones de vivir su plenitud. Una experiencia de total integridad imposible de ser objetivada, ya que no existe sujeto alguno al margen de semejante realidad. No puede ser definida, tan sólo vivida. Los maestros nos invitan a familiarizarnos con el hecho de morir y denuncian de qué manera nuestro ego, hablando desde su afán de sobrevivir, vive ese acontecimiento considerándolo como una ausencia. Se trata de liberarse del yugo de la estrechez del ego, porque la muerte del inseguro ego –dice Jean Klein– te deja en completa seguridad. De modo –añade– que lo que es inseguridad desde el punto de vista del relativo “yo”es seguridad absoluta en términos de la seguridad de tu ser. La propia experiencia nos dice cómo existen personas que viven las tragedias de la vida sin considerarlas como tales, ya que, aunque pueda parecer masoquismo (y no lo es) en tales circunstancias, fuera de toda situación y circunstancia, el ego tan sólo tiene la oportunidad de aferrarse a su ser esencial, y no a situación exterior alguna. El origen de la angustia se gesta precisamente en esa sensación de aislamiento con que nos programan diariamente, alienando de ese modo nuestras posibilidades de vivirnos como unidad y como totalidad. Es una gran experiencia ser 93
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uno con la Nada, vivir la vacuidad, libre de toda imagen prefabricada, exento de todo punto de vista y opinión. Ahí nos lleva el ejercicio de la meditación. Y, curiosamente, lejos de apartarnos del mundo, es la mejor forma de participar en él. Viviendo en la dicha de ser, tan sólo ser.
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Ocurre, a veces El pensamiento y el lenguaje son puente entre yo y la realidad exterior. La poesía y el amor son formas de comunicación concreta. COMUNIÓN. Creo que en el caso de la poesía, la comunión comienza en una zona de silencio, precisamente cuando termina el poema. La FUSIÓN se opera no en el regreso al silencio como refugio de subjetividad, sino como ENTRADA en el gran todo, donde el yo se vuelve un NOSOTROS. (Lourdes Barrera) A veces, ocurre a veces, tras horas de silencio y soledad, que, entre libros, papeles y palabras, brota la ligereza de un fulgor inextinguible que se deja leer. Puede advertirse entonces el aliento, voraz y salvador, de una borrasca que penetra los poros de los folios y atraviesa el tejido de las células. Presencia sin cuerpo… A veces, ocurre a veces, como ahora, en que al cabo del desayuno, se presenta a mi vista el lejano roquedal de Anboto, al que hoy se interpone, en contraluz, el verdor de las hojas que acompañan los claveles de la mesa. Detengo mi atención en una de ellas: Todo el potencial del universo en su frágil e inmensa sencillez. Se extinguen las distancias, queda abolido el tiempo; tan sólo queda un ver ligero que atraviesa los instantes. Olor, 95
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sabor a existencia verde en un trozo de infinito. Pocas veces la lucidez nos asoma a lo real que toca y quema Hoy, me aprestaba a viajar, mas desisto para tan innecesaria cabalgada. recojo las maletas. ¿Viajar adónde? Aquí está el Amazonas… Y así, ante esa ola quieta del Anboto, frente a ese mar de inmensa roca, me asomo al asomar de lo sin-nombre. Bajo un aliento quieto que me toca, el alma muy serena, al rojo vivo, se descuelgan los versos muy alerta. Y listo hacia el gran vuelo, me entrego a la pasión de ser tan sólo un hombre que ante una frágil hoja hoy se despierta del sueño en que se había entretenido. Somos pura Presencia. Cuando no nos identificamos con esos estados de ánimo que van y vienen; o con esos pensamientos invasivos; o con esas imágenes que desfilan por nuestra mente sin otro fin que el propio desfilar. Somos pura Presencia, sin elaboración mental alguna; somos lo que no puede ser percibido sin aniquilar el falso yo, sin más afán que constatar lo que ya somos. Aquí el esfuerzo volitivo es un obstáculo porque equivaldría a reforzar la falsedad del personaje yo, y la Noticia del Zen emerge en la pura ausencia de propósito y de voluntad, que tanto enervan a los falsos “agentes de cambio” que nuca cambiaron nada porque nunca se cambiaron a sí mismos. 96
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Percibir directamente, sin que el pensamiento y las imágenes lleguen a interferir. Despertar. El despertar que se da cuando nos quitamos de en medio al saborear nuestra existencia en el corazón de su propia impermanencia, que es la entraña del no ser. Ahí es cuando ESO puede revelarse. Se trata de dejar a un lado el ego artificioso para permitir que el YO perciba lo que es directamente, ajeno y lejano a toda distorsión. Convertirse, como dice Wei Wu Wei, en el agua libre del hielo que la mantiene congelada. Percibir con claridad inmediata. “Sólo así –reza el sutra–, si nuestra confusa subjetividad no nos lo impide, la vida cotidiana se puede convertir en el nirvana”. Nos demos cuenta o no, somos la vida de Buda: la Vida. Somos pura Presencia del Ser, aquí, ahora. De esa experiencia del Ser, si verdaderamente lo es, indefectiblemente, y libre de redentorismos, brotará el amor de la acción y la acción del amor. Eso somos, eso vemos después de desprender-nos de la hojarasca que re-cubre lo sinforma.
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Más allá del amor y de la muerte Marcharse, sin dejar, apenas, huella. Y dejarse borrar del tiempo, como la lluvia va borrando, (sin asomo de piedad) en el viejo muro, aquella estrofa escrita a mano, extraña y bella. Escaparse del mapa no sé cómo… desnudo de equipaje… Y nada tomo: como nací, me voy no sé a qué estrella. Que es hora ya de des-nombrar mi nombre, y de des-bautizar lo bautizado, abandonando el rastro de mi historia tan breve y tan fugaz como ser hombre. Este soneto es ya una Ausencia. Acabo: un verso entre el verdín de la memoria. Experimentar el Vacío, no es caer la desesperación, ni el sufrimiento, aunque estos no estén ausentes en el camino, porque somos expresión de una Realidad primera que en nuestro cuerpo estamos llamados a transparentar. Pero tenemos pánico a la extinción; nos aferramos a lo conocido, y nuestro cuerpo, como una lapa, se aferra también a la memoria adquirida insertada en sus tejidos; se apega a las convicciones almacenadas desde la niñez, a las experiencias protectoras, a la fijación a nuestra madre, a la tierra, a la patria, y a todas las construcciones que han edificado el personaje que llamamos yo… 98
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Pero sé, y, por cierto, lo sé muy bien, que el miedo a la extinción del yo es la última frontera que me impide experimentar quién soy de verdad, qué impide la experiencia del Ser, porque sé muy bien que es en la disolución donde precisamente esa frontera se franquea. En el abandono a “lo que venga”, empleando todo el valor que ello comporta, se abre la limitación del falso yo. Sí, cuando la estructura de mi personaje se disuelve, o desaparece, con ella desaparece el miedo. La Salud total estriba en la liberación del causante de la angustia: el ego. Y eso es una GRAN experiencia, determinante experiencia… Lo que llamamos yo es un simple envoltorio aterrado, sin existencia permanente. Cuando uno aprende a morir en vida, ya no morirá más, y eso es verdad, una verdad tan sólo revelada a quien vive el eterno presente, aquí, ahora, que es la eternidad. “La muerte –dice Willigis Jäger– es la apertura de nuestra conciencia personal hacia un conocimiento extenso de la naturaleza verdadera que podemos llamar divina o Vacío, o lo numinoso. Entramos en la no-dualidad…”. Entramos en una experiencia más amplia. En un amor, que, si es auténtico, no caben despedidas ni rupturas. La Unidad nos habita en lo eterno. Somos el océano, en la ola. Y esa experiencia está más allá del amor y de la muerte. En esa realidad vivimos, nos movemos y somos.
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Ser uno con el universo El Universo azul nos constituye. Y su Ser nos impregna. Y nos llena. Traslúcido infinito, Esencia Plena, torrentera de un Dios que adentro fluye. En la realidad se reconstruye tu latido en mi más profunda vena. Y el rocío hecho lágrima de avena, que en tu seno evapora y se diluye. Mi yo, ese gran delirio ensimismado, ese círculo opaco y bien pensado que en su propia razón se deshereda, hoy ve cómo en su afán deshabitado tu Presencia, sin forma, se ha filtrado por esta estrecha rima que aún le queda. En el Pragñaparamita sutra encontramos el siguiente texto: “Oye bien Sariputra, todos los dharmas (acontecimientos o fenómenos) se caracterizan por hallarse vacíos, no sólo no pueden crearse ni destruirse sino ni siquiera aumentar o disminuir”. El vacío es nuestra esencia unificante, nuestro nexo con el todo; es impensable hallarse separados porque un yo separado es una ilusión. Todo cuanto nos rodea se manifiesta a nuestros sentidos debido a que forma parte de otras condiciones que permiten tal manifestación. Nuestro ser habita en el inter-ser. Captar eso, vivir eso es precisamente lo que llamamos iluminación. 100
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En ti respira todo el universo; todos sus elementos bullen sin parar por y en los flujos de tu cuerpo, habitando en él todo el océano Pacífico. Soy una ola de ese mar, pero, a la vez, en mi inconsciencia, no sé si soy mar o si soy ola. Estoy compuesto de los elementos que componen a toda la humanidad. Habrá variaciones de color de la piel, de estructura corpórea, pero ellas no dejan de ser un mero accidente dentro de una única sustancia. Desde esa perspectiva ¿Qué tienen de personal mi páncreas, el color de mis ojos, mí hígado y mis pulmones? ¿Qué hay, de personal en el psiquismo inconsciente, cuya esencia es asimismo colectiva? Tan sólo soy un eslabón en la cadena del Ser. Mi auténtica identidad es el Ser, Él, mi verdadera naturaleza. Cuando sé esto es cuando puedo liberarme de esa alienante contractura, de esa restrictiva identidad del pequeño ego narcisista. La educación –confundida hoy como capacitación– nos ha programado el cerebro, desde la Educación Primaria hasta la Universidad para servir como marionetas de guiñol a ese modelo. Por eso es cuestión de tener el valor de tomar conciencia de la jaula-escenario en el que nuestra obediencia sumisa nos ha metido. Y, sobre todo, es cuestión de salir ya de ese teatro. Porque lo nuestro es amar…
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Hasta la propia extinción Cuando este corazón se desmorona, por él el Universo fluye entero. Más allá del dolor, el verdadero Yoga (yugo), que une, el que corona mi esfuerzo por llegar a ser persona. Hoy he tocado fondo. Y así, entero, se abrieron mis entrañas. Lo primero que yo advertí fue el Ser que arranca (y dona) esa experiencia: “Soy”, “yo soy”… Y fluyo al Silencio del Cosmos. Fluyo siendo lo que soy (aunque siga estando roto). Yo soy tu yo, tu-yo: tuyo. E intuyo que el mismo ser que veo me está viendo. Lo noto, ¡ya lo creo que lo noto…! Tener el valor de entregarse hasta la propia extinción, y hacerse tierra. Convertirse en su fruto sazonado hasta dejarse devorar por la brasa escondida en el corazón de ese fruto, sostenido, alimentado por la Fuerza de la oscuridad, donde anida el secreto de la Luz. Frágil forma que, torpe, se resiste a su Vacío… Penetrante Vacío que se resiste a dejarse invadir por las ruidosas formas, a dejar de ser su propio Ser. Con los brazos alzados hacia el cielo, me abandono en el viento, y me hago viento. 102
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Me entrego a Ti, Muerte que es Vida, me entrego a Ti, Mater Materia, en una comunión que duele y que libera. Y así, mi corazón carnal, dura Materia, es absorbido en tu amplio seno, como rápido sorbo, como humilde bocado del corazón del Infinito. Duro y suave cincel, que me hace cumbre en una nueva génesis; buril de cada aurora, que talla nuestro cuerpo entre la dicha y el llanto, paz y desasosiego. Las dos caras del Dios recóndito, silente y envolvente. Magnánimo jardinero del Ser, que forma y conforma nuestras formas haciendo brotar en ellas las alas que alcanzan lo insondable. Materia vacía, Materia de Luz, animada Materia. Muerte y Vida, Abismo y Cielo. Cauterio suave, toque delicado; un dulce y árido escarpelo del que se desprenden trozos y más trozos de silencio, hasta tallar en nuestro corazón el mismo corazón del Universo.
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Disolver el ego Desnombrarse, destituirse, para tocar lo único que callan las estrofas, para que se hagan tan presentes innombrables poemas sin fonemas. Y palpar la materia prima del Ser, descubierta en el tiempo real de una In-presencia, de un llegar sin llegar, que se extingue al filo del instante, cuando allá, más allá de cualquier cuando, el poema se escapa de sus versos. La experiencia del Ser no se refiere al ser particularizado de las ciencias de la naturaleza, ni al ser vagoroso del sentido común, ni al ser des-realizado que contemplábamos cuando estudiábamos Lógica. Se trata de una percepción directa, inmediata, del fondo que nos habita; de una visión muy simple, aunque superior a todo discurso y a toda demostración, puesto que se encuentra en los orígenes de toda demostración. La Experiencia del Ser es una experiencia que ningún vocablo del lenguaje puede agotar… Llega un momento en que semejante vivencia se instala en el Verdadero Yo, el gran Testigo: el que no es sus pensamientos, el que no es sus deseos, el que no es sus sentimientos. Hablamos aquí de ser testigo de los pensamientos, de los sentimientos, de los deseos. 104
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En vano alcanzarán sus depredadores al desasido que no alberga imagen de su rostro ni idea de su alma. Hablamos de un ser humano liberado de la peor esclavitud, que es la de su propio personaje; una liberación trabajada, ejercitada, diariamente labrada, consistente en ejercer esa labor de desescombro que es el ejercicio de la verdadera meditación: este raro remedio que cura porque mata al que padece, este raro ejercicio que persigue quitarse de en medio, borrarse del censo, destituirse, no dejar huella, la absoluta autodimisión. Un disolvente del que basta una sola cucharada; esa locura cuerda que libera a un mundo loco. Si algún elixir –escribe mi amigo, el gran el poeta Vicente Gallego– lograra estimular unas sensaciones corporales parecidas a las que disfruta la conciencia del despierto durante el breve espacio de unos días, los voluptuosos de este mundo matarían por una sola de sus gotas.
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¿Quién soy? Vine a saber quién soy. Y por qué atajo arribé a un apellido, a un personaje, que indaga, en la mitad de su viaje, si es águila, o si es escarabajo Un ser, que ni es de arriba, ni es de abajo; un silencio asfixiado en el lenguaje, un estruendo en un mar sin oleaje, un tañer de campanas sin badajo. Eso que llaman yo es la falsa historia de un falso personaje verdadero, que vive una comedia equivocada. Mi yo, una referencia en la memoria de un tiempo sin reloj y sin minutero, perdido en la pasión de no ser nada. La verdadera muerte es vivir aterrado y aferrado a una parcela que jamás fue propiedad de nadie. Vivir despierto consiste en contemplar de qué manera en cada segundo somos expulsados de un nido que creíamos nuestro. Un nido artificial. Siempre apegados a lo mío, a lo nuestro, hemos dejado de preguntarnos quiénes verdaderamente somos, cuál es nuestra verdadera patria más allá de las fronteras. Y sobre todo, por qué y para qué estamos en la tierra. Preguntas que la mayoría de la gente soslaya, y muere sin atreverse a responderlas.
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Sólo aquel, dice Karl Durckheim, que conoce a los cómplices de la muerte –el desasosiego, la angustia, el horror– y les hace frente, es el que puede contemplar la claridad que viene del infinito, la que traspasa toda finitud y elimina las fronteras llevando al hombre por encima de ellas y haciendo de él un testigo de la eternidad. Esta claridad, añade, es un reflejo de la luz que en realidad nosotros mismo somos. El sí a la muerte abre en nosotros ese ojo perceptor.
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3 Sobre la unidad
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Introito La verdad se sitúa más allá de los contrarios, donde no cabe la elección del fondo. La claridad no toma partido más que desde la Unidad; está más allá del amor y el odio, pero la captan los sentidos. Cuando se “toca” el espacio vacío, la entrelínea del poema de la vida, se puede arrojar al lodo la palabra, siendo entonces cuando podemos ver que habíamos hecho difícil lo que es fácil. Confundimos el terreno con el mapa; las palabras no son la realidad, y es preciso recelar de ellas ya que, en tanto que palabras, no dejan de ser un cobertizo artificial que enmascara lo auténtico, y ellas, las palabras, además de disfrazar también pueden separarnos y alejarnos de la verdad. La palabra puede ser luminosa, efectivamente, pero también posee la potencia de arrastrar a la desunión. La palabra, puede ser estéticamente hermosa, aunque también vehículo de sentimientos o sensaciones dualistas: noche y día, hombre y mujer, odio y amor, lo nuestro y lo vuestro, tu patria y la mía, oriente y occidente. Pero la Gran Experiencia nos previene ante la posible enajenación de sentirnos separados, ya que tan sólo el hecho de elegir, provoca que caigamos en la ficción de esa programación mental, llamada Pensamiento Único con la que nues110
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tra sociedad narcisista adormece las mentes de los ciudadanos convertidos en súbditos; y ello provoca sufrimiento, porque hemos nacido para la verdadera luz, no para vivir entre las sombras disfrazadas de fulgor. Nuestra verdadera morada es la Unidad y enfermamos al apartarnos de nuestro origen. ¿Cómo expresarlo? Aquí se trata de utilizar el concepto y la palabra en vez de ser utilizados por ellos; se trata de des-nombrar, de des-bautizar el mundo para palpar la Presencia de la Vida que sólo late en el lenguaje del silencio, aquí, ahora, al filo del momento presente (Presencia que nos habita en cada una de nuestras células, siendo capaz de hacerlas vibrar). La Verdad “acecha” en cada segundo y su aliento, silencioso soplo del Espíritu, puede nutrir, lector, tu corazón; absorberlo y vivirlo. Fúndete con él, sé silencio tú mismo en el huracán del ruido callejero, en el meollo de la agresividad de las organizaciones; sé tu mismo silencio ante la enfermedad y ante la muerte; porque es falso que para ello necesites apartarte de la Materia. Sagrado acceso copular de un tálamo en su sima abierta y desplegada; germen que en vida eterna aflora. Semilla de Apolo en flor de Venus; eterno vaivén de Tierra y Sol hecho caricia. Germen de mi poema, semen de tu palabra. 111
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Impermanencia Igual que un centinela espera el alba, sobre la hierba, frágil, temblorosa, la gota de rocío, aguarda, quieta, la caricia silente de la aurora. Y empieza a evaporarla el Gran Silencio cayendo de hoja en hoja; y se disipa, como lo hace un sueño pasajero que busca enajenarse de sí mismo. Fragilidad acuosa entre las flores, sutilidad del Ser temblando al viento que entre los versos se disuelve. Bajo el rayo de sol que la derrite, la gota, exenta de agua, hoy se ha hecho luz; danza del alba, luz, fuego y vacío... La gran iluminación de Shakiamuni Buda fue simplemente darse cuenta de que el “universo –mi ego incluido– es uno y vacío”. Y cuando nos hacemos uno con la meditación, también nos hacemos uno con la verdad experimentada por todos los budas (los despiertos) pasados, presentes y futuros de la Humanidad. En esa experiencia se transciende la dualidad, fenómeno que experimentamos al despertar. Y el despertar llamado “iluminación” es eso: palpar de modo vibrante esa unidad vacía en una experiencia viva, que, por ser viva, tiene la propiedad de con-movernos. 112
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Cuando superamos la dualidad de los opuestos y llegamos a ser uno con quien percibíamos como enemigo, se transciende la ceguera, se toca, esa unidad. Y al tocarla, uno se libera de la esclavitud del odio al enemigo. Al tocar la unidad llega la liberación, todo se dispone y presenta a nuestros ojos con la real sencillez del Ser. Y los problemas se resuelven por sí mismos, sin el apremio de ser el primero y sin el temor de ser el último. De ahí que el personaje que nos hemos construido sea una ficción que nos distrae de nuestra verdadera identidad. Y por eso “quitar de en medio” al personaje, al pequeño yo, es parte de la meditación. El final del yo es la única meditación.
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La fuerza del ser La experiencia del Ser siempre va unida a la conciencia de una Fuerza que nos habita, una Plenitud que, de forma inequívoca, alcanza nuestras células y que, por consiguiente, se siente y percibe en nuestro cuerpo. Pero para expresar esto sería necesario antes el arduo –y liberador– ejercicio de despojarse de uno mismo. No se trata aquí de la fuerza que nace de la voluntad del yo, esa que provoca distancia y separación, no; la Fuerza a la que aquí me refiero nace de una dimensión inefable, pero real, que, lejos de separarnos del mundo, nos ata a él en indisoluble abrazo. Fuerza que tiene su origen en la unidad universal de la Vida y que, paradójicamente, suele muchas veces aparecer en los instantes en que nos hallamos más desposeídos, cuando la voluntad de nada sirve, cuando nos sentimos desfallecer. La meditación nos coloca en contacto con esa Fuerza; ella misma es esa Fuerza que nos conecta con lo más íntimo de nuestra intimidad, con lo Uno, más allá de las fauces de la muerte, porque lo que realmente somos no conoce la muerte. Lector, si algún día vives así, tus amigos te llamarán loco, mas se trata de la única cordura. Oirás, también, que no perteneces al género humano. Mentira: vivir Eso es vivir en carne viva. Muy viva, carne que abre su clara cima al infinito.
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La verdad que cura Los extremos combaten entre sí, tal es nuestra neurosis. Vivir de espaldas al Origen Es fuente de conflicto, el conflicto... Tal es nuestra psicosis. La causa de los conflictos llamados “mentales” no tiene un único manantial, y, por tanto, no es adecuado, como aún afirman la mayoría de los especialistas en “salud mental” centrar en el cuerpo o en la mente el acontecer neurótico, porque somos más que cuerpo y mente. Freud, por ejemplo, centró el sufrimiento humano en la represión de los instintos sumergidos, pero desde él hasta hoy, nos hemos olvidado de los “instintos emergentes”. Jung fue una excepción. Vivir la vida desde el dualismo sujeto-objeto es fuente de sufrimiento y desorientación. Pero sufriremos hasta hallar el sentido del vivir, que reside en el conocimiento de la verdad original más allá de los contrarios. La verdad que cura. La neurosis, en general, consiste en una especie de rebelión de la Naturaleza cuando la hemos maltratado: la ilusión de vivirnos separados del Todo es el mal de nuestra civilización narcisista. Y conocer esto ya es un principio de curación. Durante el ejercicio del Za-Zen, suele frecuentemente emerger a la luz de la conciencia la espesura de lo negro; una mole sombría que surge del dualismo, en forma de capricho, en forma de apego: lo que me gusta contra lo que me disgus115
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ta; pero allí anida la luz, al traspasar la identificación con la mente. La verdadera meditación ejercitada con constancia, pulveriza al pequeño ego y extingue el narcisismo, causa de la mayoría de las neurosis. El trabajo meditativo incluye el milagro de la fusión de los contrarios, lo bueno y lo malo, hombre y mujer, guerra y paz, día y noche, sol y luna, luz y sombra. Se trata de volver de nuevo a la patria, a la Totalidad sin frontertas. Lo expresé en otro libro “… Regresar al Castillo Interior, donde se alberga el dios, mi cuerpo… allí clavas, puñal, la honda espuela de tu hiel, mientras de su profunda brecha brotan cascadas de turbios pensamientos, que agitan, asediándola, la noche blanca de la meditación, aunque de aquel sórdido piélago qué bien sé yo el vigor con que brota la luz, fundida con la sangre de mi herida, en la quietud silente del Za-Zen…”.
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Nostalgia del origen En Oriente, el Absoluto se representa como una esfera, redonda y perfecta. En ella no falta ni sobra nada; en ella no cabe la diferenciación, ni la dualidad, la voluntad de quien desea o quien rechaza. En la práctica de la meditación, y contra lo que pueda parecer, no se pretende regresar hacia el paraíso perdido de los estadios infantiles. No se trata de fomentar una regresión hacia el útero materno, porque lo que se pretende es caer en la cuenta de nuestra verdadera identidad, de la que nos hemos separado analizando, distinguiendo, contrastando y comparando, lo que es la fuente principal de todas las formas de angustia. Y eso es el pináculo de la madurez. Pero ocurre que el ser humano forzosamente separado de su fuente nutricia, preserva en su fondo inconsciente las primeras experiencias de su infancia, esas que rayaban lo trascendente y la educación oficial se ha encargado de reprimir. La experiencia del Ser es esencialmente atemporal e ilimitada. Está situada fuera del espacio, al margen de cualquier tipo de anchura. Quien ese informal espacio transita, se halla más familiarizado con el Camino que con las obras; más acostumbrado e inclinado al ejercicio que al rendimiento. La Mente Original es idéntica a sí misma”perfecta como el vasto espacio”. La pura vacuidad que el oriental representa en la imagen simbólica del círculo llamado “enso”. Todo es allí circular como en el Mito del Eterno Retorno, redondo como el Cosmos, tranquilo como el Fujiyama. Todo mantiene el 117
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único sabor de la Unidad: ESO, el Todo, nos impregna. Se trata de vivir, Vivir Eso: la mente original redonda y perfecta… El Camino, ese vasto espacio, invita, como afirma Larry Dossey, a hacerle un guiño a la muerte, ya que lo perecedero se subsume en lo imperecedero y las formas, en su eterno devenir, se afirman en las vacías esferas sin forma del Origen, orientándose hacia la Plenitud de la Nada, a lo SinNombre: Captar lo invisible a través de lo visible… Sentir respirar la Vida en mi respiración; sentirla palpitar en mi palpitar; aquí, ahora, sin demora. Sentir la Fuerza de la Vida expandirse en mi cuerpo y en el cuerpo del mundo. Más allá del tiempo y sus fronteras… Cuando me acerco a lo Sin-Forma desde mi pequeño yo, lo Sin-Forma, a su vez, me alcanza como un tú. Pero cuando ese pequeño yo se ha quitado de en medio, es cuando el Tú absoluto me abraza por siempre en su Unidad ilimitada. Así es como yo me convierto en un tú, en un Tú, en TU-YO, en tuyo… Consciente y muy despierto a un único sabor.
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Impregnados de ser La Unidad es nuestra verdadera patria, manantial de vida que alberga y da sentido a la existencia y fuente de salud. La clave de la vida, lo que nutre su sentido, radica en albergar nuestro corazón en la Unidad de la misma VIDA. Mantenerse en continuo contacto (con-tacto, palpar, constatar…) con el hilo que me une a lo que en el Fondo soy, a la serenidad que mora en mis entrañas: palpar, sí, el Todo, y la angustia, por si sola, desaparecerá a su ritmo. Vaciarse del pequeño “señor don” hasta que brote el Vacío que somos, el que nutre toda forma. El miedo viene del pensamiento del espacio y del tiempo de cada ego, y vaciado de tal ego no cabe ya la angustia. La Unidad nos vivifica, es más: somos la Unidad: un tú y un yo que es nodos… Se trata de un Tú, expresado falsamente en segunda persona; Tú, amor envolvente y penetrante; Tú, divinidad omniabarcate, en cuya Nada, mi yo, diluido, se transmuta en el Ti que insta en este instante. Más allá de mí, más allá de lo mío, me adentro en tu yo, transformándome en TU-YO, TUYO, y en nada, como la voz que clama en el silencio del Vacío inaugurado. En tu Unidad, me hago uno contigo, y, así libre de todo dualismo, vaciado de mi pequeño ego, contacto la transparencia vacía, mi genuina naturaleza, mi conciencia sin fronteras, mi serenidad en la Unidad de las cosas. 119
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Y en tal disolución, tan sólo cabe una oración sin yo, sin una sola plegaria sin un destinatario ajeno y lejano; porque borrado, el ego mismo se hace oración más allá de todo monólogo autista; y se forja el silencioso diálogo de mi propia esencia con mi propia esencia. De ese modo me dirijo a un Tú, habiendo dejado ya de ser yo. Pero con más limpidez hallo ese Tú, desierto de imágenes y pensamientos, en el desierto interior y sus imperceptibles expansiones, en una oración sólo aparentemente dirigida hacia mi mismo, sin palabras o con ellas. El Ser impregna, es pregnante, es envolvente: Penetrante en la más íntima intimidad: TÚ Y YO FUSIONADOS en el gran Uno. Aquí, se trata de un nuevo rito, el de rezarme a mí mismo en mi no existencia; aunque muy libre de requiebros narcisistas. Un nuevo y eterno rito en el eco de un Único Sabor, que comienza ahora mismo, aquí mismo, en esta biblioteca donde escribo, y en esta hoja en blanco que ahora ocupo. Espacio orante y silencioso, donde, sumido en una oración autónoma, tan sólo escucho mi-propio teclear, mi propio respirar, que es el propio teclear del Tú… el teclear del universo.
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Dinámica quietud Como en la arena va extinguiéndose el enorme vaivén del oleaje, y aunque de sus húmedos agujeros sigan brotando, y estallando, aun las burbujas… El movimiento del Ser nada tiene que ver con la corriente del tiempo, siendo una ola que no comienza, sin playa que la sujete, un motor interior atemporal. Por esa razón, nada persigue ni desea para sí, porque es el Todo; es la plenitud del Vacío que late en la incombustible quietud de la inefable experiencia de Unidad. Toda una gran experiencia… cuando el buscador cae en la cuanta de que él mismo es lo buscado. Cualquier poeta que escribe desde la experiencia del Ser, sabe muy bien que la Vida palpita allende cualquier límite, y como un río sin orillas, sabe trascender los “lados” y atravesar las fronteras para poder palpar el Infinito que habita y nos habita en su profunda quietud atemporal. Vibrar, igual que los bambúes cara al viento, al captar que todo es Uno; vivirlo como el cimbrear con que se vive una llama en su propio fuego: arder de modo incombustible en el corazón mismo del Ser. Sí, la experiencia de ese fuego es una fuerza anterior a toda acción: la quietud del Gran Silencio que late en nuestra más profunda vena. La Quietud no se gana. La Quietud se es: la Quietud del Ser hecha cuerpo y experiencia. El Maestro, nos invita a sentarnos en silencio, a sentarnos sin más, perseverantes, como un nenúfar lo hace en el continuo vaivén del remanso del río. Sentarnos sin más, sí, como 121
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la rosa quieta… “La rosa nace sin porqué...” ignorando que su belleza consiste en la propia ignorancia de tal belleza. ¿Cómo pretendemos realizar la Unidad si ella es lo irrealizable? El corazón del Zen es la quietud que habita lo infinito, fuera de todo objeto y objetivo. Nuestra acción esencial radica en “dejarse ser”, y sólo desde ahí emprenderemos conscientemente nuestra vuelta al mercado en la vida cotidiana, porque esta, sin aquella, ni siquiera llega a vida. No sabemos –ni podemos– pronunciar ese Fuego que desde nuestra más profunda entraña nos enciende. No se deja decir. Y le llamamos fuego y le llamamos Ser, o fuerza y sensación de Ser… da igual. Comprobar el brotar en los sentidos, la fiebre del existir latiendo a lo largo de la columna, partiendo del volcán del Hara. Tu cuerpo arraigado en la Salud. El ejercicio radica en sentarse sin demora, sentarse y asentarse en plena actividad, en la confianza básica de ser, de sólo ser, viviendo en la Unidad siendo Unidad, cumpliendo el don del existir como una plenitud que no se busca, porque ya nos fue dada desde antes de nacer el tiempo; libres de la instancia mediadora de cualquier religión, creencia o confesión. Sentarse sin más, permanecer sentado incluso en pleno afrontamiento, ante la fusta de los poderosos de la tierra. Eso es despertar: cuando compruebas que tus células se abren por todos los costados y los poros al infinito, y la resistencia radical destila compasión. Sentarse, sí, con la pancarta entre tus manos, libre de tu personaje, respirando 122
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la libertad que se respira cuando, quitado de en medio, no eres tú ya quien respira, sino tan sólo el respirado. Es entonces cuando los miedos se adelgazan, más bien arden en una combustión que se va haciendo lentamente perceptible a los sentidos. Des-aparecer hasta volverse transparente, precisamente por haber des-aparecido. Sentarse sin más, porque la meditación no tiene objeto.
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Evolución hacia la Unidad Más allá del ser y el poseer, y más allá del más allá… No se puede, sugieren los maestros, captar la Realidad desde la mente calculadora, la que analizando, divide y enfrenta; es más, salir de la conciencia de Unidad supone el gran fracaso. La ciencia, sigue considerando al ser humano como el sujeto que observa, analiza y juzga los objetos. De ahí que el Método Científico pueble de objetos el mundo, y tema hasta la angustia toparse con la nada. Tanto la afirmación (esto es), como la negación (esto no es), presente en los juicios humanos, y más presente aún en los científicos académicos, puede inducir a error. Pero en la actividad meditativa, la negación de la realidad material llamada “objetiva”, no implica que esta suponga por si misma un desprecio del mundo y sus objetos. Estos no pueden despreciarse. El vacío –Vacío– es Plenitud y origen del mundo y de sus formas. Se trata, y en el Zen así se considera, de alejarse de la falacia de la separatividad, o como observa Suzuki: “el Zen evita el error de la unilateralidad que abarca tanto al realismo como al nihilismo”. Mundo, materia y espíritu son Uno en eterna expansión y evolución. A esa comprensión tiende nuestra conciencia. Al encuentro de Eso se llega cuando no se distingue “el no tener” del “tener”. Hacia tal experiencia conduce la evolución…
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Evolución, esa amable persuasión que inexorablemente nos dirige a un despliegue infinito: luz que elige su fuego en el fulgor de su expansión. Evolución, Espíritu en acción, pasión de la Materia, horno que aflige, que derrite y que libera; que inflige dolor –y también dicha– en su expresión. De la ameba hasta el hombre, tu camino apunta, Evolución, hacia el crujido de un destello de Dios… ¿o qué otro sino, si no, puede caber? ¿Quizá el olvido del Ser? Sería un suicidio ese destino; tan sólo en ser está nuestro sentido.
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La presencia del Ser en el no-ser Pretender dibujar con la palabra lo indecible, y ver que eso es un imposible… Así que entre pedazos de palabras, puedo decir en esta aurora algo así como una intuición perdida que llega por mi ventana desde los ojos de la noche: miramos y somos mirados. El mundo, aun antes de despuntar el alba, está penetrado de vivos ojos vacíos, en una sola mirada resumida. Un invisible aliento penetra la Tierra de un resplandor que a veces se hace más diáfano en las noches de mis noches. La noche es luz que acaricia los trozos de mis palabras cuarteadas hechas papel de papelera. Vuelvo a la cama, tranquilo, a descansar mi sombra y protegerla, mientras mis ojos, aunque cerrados, agradecidos cobijarán la luz del universo. Una ausencia tremenda y dadivosa derramada en la mano esperanzada. Aquel que la recibe en su palma acogedora se encontrará siempre sin límites… La práctica de Zen, parte de la premisa de mantener constantemente la atención. En la mística cristiana se bautiza como “el sacramento del instante”, una especial devoción hacia la observación y la exploración, así como hacia el no perderse en la verborrea dialectica, en los pensamientos y sentimientos que constantemente fluyen por nuestra cabeza, a los que es preciso dejar pasar para no darles fuerza, por 126
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eso el Zen es vigilancia. Tan sólo el atento Silencio es la guía de practicante. La atención. Atención sin esfuerzo carente de la más mínima búsqueda de provecho alguno, es decir, la vigilancia gratuita, sin más; la atención desnuda, la contemplación sin objeto, la mirada sin propósito alguno y centrada en ese estar alerta. Alerta, como un guerrero en territorio enemigo, como un campesino atravesando un río helado…”. Es preciso, decía Jean Klein, ser como los animales salvajes, que están perfectamente alerta sin referencia a ninguna imagen de sí mismos, ni a un pasado o futuro. El cuerpo natural está tan despierto como una pantera”. Estar alerta no es un hacer sino un recibir. Ese es el estado natural del cerebro. Y esa serena aceptación acabará, mediante el ejercicio cotidiano, de dar la bienvenida a una nueva dimensión. Esa es la promesa del Zen. Se trata de ver claro dentro de la Nada: Volcarse hacia los propios abismos interiores, donde anida el Silencio. Desprenderse en el Vacío, como aquel que persigue su antorcha en el no-ver. Y acabar viendo claro, en la oscura raíz del espacio vacante, los ojos, aún más claros, de la noche. Contemplar la ceguera propia, igual que se presiente el preámbulo de un encuentro: la presencia del Ser en el no-ser.
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Volver al origen El humilde recato del origen se expande en el aliento del aliento que inspira al que respira. Volver a las raíces, tal es la verdadera revelación más allá de los libros sagrados, por muy sagrados que ellos sean. El manantial de la gran experiencia del ser reside en el corazón humano; allí cabe la posibilidad de hallar la verdad más que en los conceptos, imágenes y pensamientos. Se trata de recuperar nuestra Naturaleza Original, despertar a ella, porque ella es la fuente, la plenitud del Vacío; ver eso es la iluminación, ver eso es el despertar. Volver a la raíz: en el instante en que nos iluminamos por dentro y atravesamos el vacío de un mundo que nos enfrenta. Lo real reside en la raíz, no en sus sucedáneos y la Vida, verdadero maestro, invita aquí a algo más que a la simple comprensión intelectiva, a pasar a la otra orilla del río. Nos remite al silencioso ejercicio del Za-Zen. El Zen habla (sin palabras) de la experiencia del Vacío. La auténtica salvación del ser humano consiste en que este caiga en la cuenta de que tanto él como el mundo circundante están “hechos de vacío”, son vacío. La verdadera paz se produce cuando el ser humano alcanza esta experiencia de vacuidad y la transporta a su vida cotidiana; cuando la saca fuera del Zendo y la convierte en su propia carne. Cuando volvemos a la raíz, ganamos el significado y sentido de nuestra existencia. 128
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La experiencia in-corporada (hecha carne, hecha cuerpo) del Vacío es, por si sola, capaz de liberarnos de todos los sufrimientos de este mundo, incluido el miedo a la muerte. La experiencia de vacío nos libera de las sombras de la vida y de la muerte. Se trata de no enredarse en la verbosidad de los objetos, porque esa actitud nos esclaviza y exilia de nosotros mismos. Se trata de volver a la raíz de nuestra verdadera patria. En esa aventura, la gran aventura, se han embarcado desde hace milenios los sabios de oriente: atendiendo a la respiración, al ritmo del paso andado, del silencio contemplativo… Una invitación: desgarra, pensador, tu pensamiento en el sordo regazo de la respiración, escarba en la palabra hasta horadar sus propios límites. Y, llegado al gran abismo, abre de par en par sus hondas vetas en sus tildes y acentos, en las rimas salidas del yunque de los ritmos de un poema. y si ves que aún sobreviven las imágenes, desagárralas, desángralas, desóllalas, sin dejar vestigio alguno. Y cuando hayas perdido ya toda memoria, arrójate tu mismo al Gran Silencio. Transfórmate en silencio, sé tu propio fermento. Luego, atento, aguarda en la alborada la dádiva secreta de la luz. Y sigue estando atento, muy atento… El ejercicio meditativo traspasa las palabras para alcanzar el corazón del Ser, más allá del pensamiento, y la opinión. Traspasa el dualismo sujeto-objeto. Alcanza la Unidad que no necesita ser alcanzada, porque siempre anidó en nuestras más profundas raíces. Sí: en el instante en que nos iluminamos por dentro, renacemos, atravesamos el vacío de un mundo que nos enfrenta. Seguir meditando es continuar el nacimiento. 129
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La meditación favorece redescubrir el acto inaugural que da sentido a la existencia; el evento creador de la vida, causa de todo modo y forma: más abismal que el conocer y debatir, más definitivo que la acción externa. Estoy hablando del acontecimiento sin lugar y de un contenido sin continente; ese “allí” sin espacio: la Nada de la Unidad consciente desde la que corrimos el telón que dio pie a nuestro nacimiento como seres humanos. La creatividad devenida en Creación; el Ser “acontecido” en nuestra historia, o en la Historia. El Ser hecho experiencia.
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Mercadillo de ideas Cuando despertamos al cuerpo Dharma, allí no hay nada. En nuestro sueño vemos claramente los seis niveles de la ilusión; y ya una vez despiertos, no hay ni una sola cosa. Cuando caemos en la cuenta de la verdadera realidad, allí no existe ni sujeto ni objeto y aquel sendero que nos hace caer en el infierno del mayor sufrimiento, desaparece instantáneamente. Cuando vemos verdaderamente, allí no hay nada. No hay ninguna persona; no hay ningún Buda. (Yöka Daishi) Librarse por entero de las imágenes y pensamientos peregrinos que nos acechan cada instante; des-poblarse de las opiniones, de suyo pasajeras, discutibles. El Zen desprecia las especulaciones y opiniones porque se centra en la vivencia, en la experiencia. Nadie se transforma por el impacto de una simple opinión o prejuicio, que anida en el pensamiento adquirido en el mercadillo de las ideas. No hace falta buscar la verdad. Se halla dentro. Así lo vivió Agustín de Hipona, que, harto de especulaciones mentales, supo caer en la cuenta de que lo que buscaba ya residía en él antes de que nacieran sus padres. 131
EL ESPLENDOR DE LA NADA
La experiencia del Ser es Vacío, incluido el vacío de palabras, de imágenes y sentencias, porque la esencia del Ser es el Vacío que nada tiene que ver con el nihilismo carente de sentido, sino con la plenitud del sentido; un Vacío que está lleno hasta los bordes de potencia y de energía. Donde no hay ninguna cosa, allí está el Todo. Se trata de “quitarse de en medio, o como señala el poeta español José Ángel Valente, “borrarse hasta no dejar huella” Única condición para experimentar el Todo que en el fondo somos.
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No morar en el dualismo Apartarse de en medio, sin habitar lugar ni lado. Libre incluso de uno mismo, sin otorgar poder a nadie. Discernir sin separar, sin calcular. Alerta desde el corazón, muy alerta. No emplear la energía en seguir los modelos establecidos; no identificarse con posiciones discutibles: el territorio dual. En tales análisis, la mente pierde su paz. “No ponerse a ningún lado”, decía El Maestro Seng Can. Ello no significa vivir en las nubes. Es equiparable a decir: “No mores en el dualismo”. El ejercicio meditativo traspasa las palabras para alcanzar el corazón del Ser, más allá del pensamiento, y la opinión. Traspasa el dualismo sujeto-objeto. Alcanza la Unidad que, valga la palabra, no necesita ser alcanzada, porque siempre anidó en nosotros. Quien vive el Zen, sabe que éste no se reduce a una moral, porque la moral reside en el binomio “bueno-malo”, y lleva a la falacia de caer en la confusión mental de la mente discursiva del pequeño ego. Quien vive el Zen; sabe que el comportamiento bueno se desprende de la vivencia interior no de los preceptos externos en tanto que externos. La verdadera contemplación –contemplar lo que se presenta– no está sujeta a categorías morales.
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“El sentido del arte del silencio –dice Jacques Castermane– está en un «saber ser», una disposición de la persona capaz de sentir y mantener la calma, la tranquilidad y la serenidad en las distintas circunstancias de su vida cotidiana. La experiencia del silencio se puede convertir, ejercitándose, en un estado permanente. Es el estado del hombre que ha alcanzado la madurez, una disposición mental que le permite percibir una unidad esencial más allá de todas las discordancias de la vida cotidiana. Quien vive esa unidad en su vida de cada día, ha pasado de la edad adulta a la madurez”. Practicando la sentada en silencio, uno se aparta de la confusión dualista que anuncia distinguir lo erróneo de lo correcto… Y surge un momento en que nuestro cuerpo, entero, se convierte en respiración. Aquello que se inicia con cierta artificialidad, acaba espontáneamente transmutado en un fluir natural y acompasado. Y ello, de tal forma, que quien respira acaba “siendo respirado”. Sale de la caverna del dualismo y emprende su acción –la que fuere– más serena y más comprometida, con plena autonomía. Respirar es el fundamento de la vida, porque mediante el acto de respirar el ser humano inicia, cimenta y plenifica el desarrollo de su devenir como sujeto en su doble vertiente, en su doble naturaleza terrestre y celeste. Ha dejado de ser un “individuo” para convertirse en sujeto. Respirar transparenta el ciclo del ser y del no ser, la emergencia y la desaparición de la forma mediante un abrir y cerrarse, un dar y un recibir, un descender y un elevarse.
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En la respiración, con su eterno vaivén, somos –o podemos serlo– conscientes de cómo la meditación es un movimiento de Unidad, de transformación, siendo el respirar el medio por donde accede a la conciencia el soplo del Ser. El Ser que se ha hecho cuerpo. Esa es la mente libre y tranquila, a la que se referían los maestros del pasado.
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Morir en el cojín Todo, incluido el mundo que ves, así como tú mismo, el testigo del mundo, todo es Uno… (Texto tamil annónimo del siglo XIX) Decía el Maestro Seng Can: “El dos viene del uno. Ni siquiera la unidad se puede mantener. Si uno no tiene prejuicios, las diez mil cosas no tendrán culpa”. –¿Qué puedo hacer por ti? –preguntó a Diógenes Alejandro Magno–. –¡Que te quites de en medio para que se pueda ver el sol –exclamó el sabio. Sin asirme a Dios, ni al Zen, ni a la misma Unidad. Ellos, en tanto que conceptos, no son la realidad. Mediante palabras ni siquiera la Unidad se puede mantener. Es preciso alcanzar el umbral de la no-palabra, para des-cubrir la Presencia que emerge de la ausencia. Todo es Uno, el dos viene del uno. Saltarse las afiliaciones, las religiones los grupos de referencia, las asociaciones, las escuelas Zen… hasta quedarnos desnudos, vacíos de equipaje. Tan sólo entonces la Ausencia puede devenir en Presencia y el sueño en despertar. Como cuando limpiamos un cristal, el sol entra sin obstáculo. Dios no puede dejar de entrar cuando nos quitamos de en medio. 136
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Como literato, Seng Can, al igual que Parménides, se “vació” en un solo poema. Luego desapareció del escenario. Vaciarse del prestigio, del ego, para perderse en la Unidad. Desgastarse como se desgastan y vacían las caracolas cuando durante años se hallan a merced del vaivén del oleaje, hasta –ya rendidas– hacerse transparentes en la arena… Hasta el último momento, hasta el último aliento de nuestra existencia, el ego pretende “dar la talla”, hacerse notar, quedar “como un caballero”, morir como “deben” morir los maestros. Esa es la última demanda del narcisismo latente. Ah, nosotros, “los del Zen”. Ah, los Maestros Zen… Si la palabra “humildad “posee aún algún sentido”, yo sólo me dejaré guiar por un Maestro humilde, pues pienso tal es la “prueba del algodón” del sabio. Si uno no tiene prejuicios, las diez mil cosas no tendrán culpa. El discípulo avanzado no sabe de dogmas, de creencias, de rituales, o religiones. Hay un momento –insisto– en que al Zen le sobra hasta su nombre, “Zen”. El discípulo, sólo sabe o le interesa saber ser, tan el sólo ser. No le perturba ni su sombra ni su luz, ni se ofende o tiembla por la opinión que de él se prodigue. El verdadero discípulo muere todos los días sentado en el cojín. Y, a la vez, no muere, porque ya ha muerto a sí mismo antes de morir. De ese modo transcenderá la muerte
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La falacia sujeto-objeto Libre de imágenes, de pensamientos, de pre-juicios. Libre de culpabilidades religiosas, libre de la tiranía del super-yo. No hay objeto sin sujeto, ni formas sin quien las configura. No existe la ofensa para quien vive la Unidad, porque, para que se de la ofensa se entiende que debe haber un ofensor y un ofendido, que pertenecen al reino de lo múltiple. ¿Mas ¿quién es sino el pequeño ego el que percibe así? ¿Es real el yo ofendido por un ofensor? Sufrir la ofensa implica “que haya dos”, pero sufrimos a causa de la ilusión de vivirnos en un yo separado. Dar vida a lo múltiple es un error si tal multiplicidad se vive repatriada de su fuente primigenia, que es la Unidad de los contrarios; de ahí que debido a que el ofensor y el ofendido se perciban como que no SON lo mismo. El Zen libera de lo que Karl Marx llamó “la falsa conciencia”, porque la desmonta derivándola hacia su Origen: El poder subjetivo desaparecería sin la existencia objetiva y la existencia objetiva no tendría sentido sin el poder subjetivo. Así, la mente, repatriada de su Fondo, es la” productora” de la perturbación, con lo que todo ello conduce a vivir en la ilusión de separatividad, al sentimiento de sentirse aislado y separado del soplo inicial de la Vida, a la identificación destructora con el binomio bueno-malo; uno y múltiple (“las diez mil cosas”). Quien vive la Unidad no sólo está en paz, 138
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sino que él mismo es la Paz. Lo cual no quiere decir que ignoremos el mal en el mundo, sino que él, el mal, devenido en sufrimiento, se nutre de la falsa conciencia de vivirnos como entes separados. Sí hay sombra es porque hay luz. Ambas son consustanciales; sólo la mente las separa, ambas pertenecen al Uno, son lo mismo, porque “la sombra, es un fruto madurado a destiempo, si se lo aprieta suele soltar el jugo de la luz”(R. Juarroz). Además, quien vive inmerso en la Unidad no se aparta del mundo sino que adquiere la Fuerza del todo para enfrentarse a la tiranía de la ignorancia. Los místicos siempre fueron y son revolucionarios. Por eso fueron y siguen siendo incómodos y hasta perseguidos.
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Un solo sabor Al final de la vida sólo queda el Origen, soplo del que procede toda vida, temblor que late en las entrañas pulidas del Fondo Vacío de todo Universo Para la opinión establecida, la objetividad requiere subjetividad, como el objeto un sujeto exterior, y al revés. Aunque lo cierto es que ambos extremos proceden de un Fondo vacío, la Unidad Vacía, se centra en experiencias. El Maestro interior es una voz que nos habla de las cosas reales y tangibles, y cuando hablo de “realidad” no quiero hacerlo de modo vagoroso. La realidad nos arranca del palacio de la ilusión para llevarnos a nuestro verdadero hogar. Nuestros sentidos “no se enteran”. Tan sólo atisba la realidad vacía quien él mismo se ha hecho vacío. Perderse, quitarse de en medio… camino peligroso, en la medida en que traspasa la soledad. Camino liberador, también. El camino de todo verdadero Maestro, él mismo transmutado en el evento originario. Reposar en el Testigo es habitar en las “espaldas” de Dios, en el dorso del pensamiento, en las afueras del deseo, en las antípodas del sentimiento; desde donde se es testimonio de Dios, del pensamiento, del deseo y del sentimiento. Testigo del Ser; esa es la posición, la Última identidad inamovible, e infinita, del fondo que somos: la plenitud del Vacío. Quien ha saboreado la experiencia del Ser, comprende y conoce qué quiere decir eso de que tanto la objetividad 140
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como la subjetividad, provienen de la Nada... Se trata de reposar, en última instancia, en un solo sabor. Eso, ESO, es la Unidad; eso, ESO, es lo que los místicos contemporáneos dicen y, sobre todo, viven, cuando, transmitiendo su propia experiencia y vibración al texto en que se expresan, hablan del Testigo, y hablan de Un Solo Sabor.
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El ser como Vacío El Vacío habita lo múltiple, absorbe los opuestos, penetra en toda forma, nutre las diferencias. En el despertar no cabe la elección, estamos absorbidos en lo Uno para manifestar lo Uno en nuestro gesto… El despertar radica en lograr ser lo que en esencia ya éramos; la iluminación reside en ser la Unidad y caer en la cuenta de la verdad que se es. Pero ese acto consciente no emerge de una actividad exclusivamente racional, sino que abarca todo el espectro sensorial. En el fondo, la verdad que se es, es estimulada por la verdad que se siente, una verdad vivida, que es de lo que se trata cuando hablamos de una verdadera experiencia: la sensación de ser. El Ser como Vacío. Allí, en ese lugar aespacial y atemporal, se genera el bing-bang de las formas infinitas de lo múltiple. “En el Uno los dos no se distinguen, y cada cual contiene en sí la totalidad de las diez mil cosas” (el reino de lo múltiple) (Seng Can). Abrirse a la experiencia del Ser, lector amigo, es el cambio más decisivo que se nos puede otorgar en la existencia. Supone tanto un viraje crucial como el comienzo de una transformación. La persona que haya caído en la cuenta de lo que supone ser su verdadero ser, comprenderá que toda la naturaleza, incluida la de su propia mente y de su propio cuerpo, se halla impregnada por el Ser que la envuelve. Estar des142
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pierto, es captar que no sólo es uno quien toma conciencia de la Vida, sino que es la propia Vida la que toma conciencia de sí misma a través de nuestra forma humana y se inaugura en cada acto creador. VIVIR la Unidad, vibrar la paz de la Unidad EL NODOS…
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Vivir (en) lo ilimitado Escuchar es bastante más que oír palabras, Se trata de captar la voz que truena en este instante ilimitado. No es fácil ni difícil, sino más bien inevitable su clamor. La “prueba del algodón” del Zen radica en que su camino hace al caminante generoso, amplio de horizonte; no persigue más objetivo que su amoroso y firme caminar. El fin es el comienzo; y al revés. Está desierto de ambición, de ansiedad por llegar. Los que por el Camino deambulan, cuando más se apresuran más lentamente avanzan, y cuanto más prisa tienen, más tarde llegarán. El Camino es el amor latente que habita en la Unidad: Una forma de comenzar obstinadamente agazapada detrás de los finales, donde el fondo es la superficie y el centro es una ausencia. Por eso, al celebrar el hecho de caminar se brinda con la copa al revés. Es el espacio sin puntos cardinales donde el caminante, presente en cada paso y siendo uno con el paso, se hace más ausente en cada aliento. La Ausencia se orienta hacia la Presencia. La gran verdad no tiene límites, sí, porque no hay mayor generosidad y compasión que acercarse al otro y a lo Otro habiéndose quitado de en medio con antelación, vaciándose previamente del ego, para insertarse en esa verdad ilimitada. Sabe el caminante que la amplitud de corazón, la conciencia ensanchada en cada paso, nada tiene que ver con la mezquindad del que busca en el Camino algún provecho: . Somos 144
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el camino y la meta. Todo a la vez: el sujeto y el objeto; el buscador y lo buscado. La Vida nos habita, nos palpita, y nos interpela en cada recodo. La sensación de ser es ese aliento que nos penetra. Más cerca imposible. Siempre está al alcance. Despierto o dormido, quieto o parado, siempre está en ti y tú en él. El Camino es omnipresente, tan inevitable como el propio respirar. El caminante, comienza dormido, lleno su cerebro de opiniones y pensamientos adquiridos en el mercadillo de segunda mano, y al despertar cae en la cuenta de que lo que siempre buscó se hallaba siempre delante de sus ojos, o más exactamente: en el fondo de su corazón. Antes de que sus padre nacieran.
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Su aliento sopla donde quiere Mente libre aflojada por la respiración libre. Fluyendo de ese modo a la Unidad, la verdad sorprende en cada esquina, incluso allí donde no miramos, Apartarse de la Unidad es la Muerte. La Unidad es Libertad, la Libertad. Dejando en libertad la Mente, –decía Sosan– la verdad estará dondequiera, seguirá su rumbo. Se trata de fluir, de dejarse solicitar por la Vida, libre de apegos a espacios y tiempos. El camino del Zen es incompatible con el ansia de logro, con el aferramiento a las personas, a las cosas, a los objetivos, incluso al propio Zen. Abandona la crispación de forzar al Ser que nos habita a transitar el estrecho camino del pequeño ego. Aquella persona que, fundida en el Ser, realiza en cada instante su camino, es guiada por el Espíritu. Abandona la crispación, y las cosas seguirán el rumbo que le es propio. La Esencia ni se marcha ni permanece, porque la verdad estará (siempre) donde quiera. Deja que Dios sea Dios en ti. No podría ser de otro modo. La persona que, fundida en el Ser, realiza en cada instante su camino, es penetrada por una nueva forma de conciencia que nada tiene que ver con la mente habitual ni con el pensamiento cotidiano; una forma de conciencia libérrima que no se queda limitada al ejercicio meditativo, sino que alcanza a ser un estado permanente, donde el ser humano se libera de las viejas formas que aprendió desde pequeño. Su expresión 146
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se ha hecho transparente al Ser que le habita y su mente y su cuerpo han quedado para siempre transformados. Todo es cuestión de saber escuchar, y de llegar a oír, y sentir, los ritmos de la danza de la creación, cuya manifestación ideológica son los símbolos: un ser humano, un perro, un árbol, una planta, el agua, el fuego, el Camino… imágenes universales, cargadas todas ellas de la energía que impregna el lenguaje simbólico, y cuyo grado de veracidad a él atribuido es una de las más ricas expresiones del respeto que el ser humano es capaz de otorgar a la fuerza de la vida. Pero, sobre todo, todo es cuestión de saber permanecer quieto para permitir que Eso acontezca… Caminar, caminar… Mientras, la verdad estará dondequiera, la Esencia ni se marcha ni permanece. Es libre hasta de sí misma, sopla donde quiere…
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Miedo a ser la totalidad Ser Nadie es respirar todos los vientos, ser Nadie, es escuchar todos los sonidos; ser Nadie es estar a la intemperie de la sombra y de la luz, de la muerte y de la vida. Ser Nadie es vibrar en todas las posibles oraciones de todas las posibles religiones. Ser persona verdadera es ser todas las personas. Miedo a dejar de ser, angustia existencial. Miedo a ser nadie, miedo a ser… Infieles a nuestra naturaleza real, nos hemos apartado del Camino y tal repatriación produce angustia; ésta es el exponente de un estancamiento colectivo, hoy llamado Pensamiento Único. Y creemos que eso, “eso” es la verdad… Nuestros pensamientos nos atan a pensar que sólo somos eso, pensamiento: cogito ergo sum. No salimos de lo conocido, del mundo de las opiniones, del lugar común, del Pensamiento Plano que caracteriza a la cultura neoliberal. Dice el psicólogo Stanislasv Grof que nuestro mayor miedo es el miedo a ser la totalidad. Se trata del miedo a salir de los parámetros establecidos por quienes organizan la sociedad; un marco referencial asumido sin rechistar, convertido en fe, en devoción, y en creencia. Tenemos miedo a salir de nuestro corral familiar, pavor a acceder a un nivel más profundo de conciencia que trascienda el cieno chato del pára148
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mo que habitamos y que-lo que es aún peor– nos habita. Miedo a ver claro, miedo a despertar, porque ello modificaría el concepto que tenemos de nosotros, cambiaría lo que pensamos, trastocaría lo que sentimos, lo que imaginamos que somos y nos aterra todo lo que huela a cambio porque se tambalearía la concepción de mi yo, de mis amigos, de mis delirios patrióticos… Sería necesario morir a lo conocido, pasar por la experiencia de ser Nadie. Esa es la Liberación. Se trata de un miedo a que cada uno llegue a poner en duda mis falsas concepciones y vivencias “mamadas” desde apenas haber nacido. Se trata del recelo a saber adónde vamos, del miedo a morir a lo conocido. Nos negamos a crecer. Nuestra idea de la muerte –como señala el mismo Grof– también se basa en un error: la confundimos con un final, cuando es tan sólo un tránsito o una apertura a cosas nuevas. Por eso, todo lo que implica morir en algún sentido o cambio despierta temor. Se trata de ser Uno con la naturaleza de las cosas, de ponerse de acuerdo con el sentido real de la vida, ajeno al suicidio del “sentido común”. Obedece a la naturaleza de las cosas y estarás en concordia con el Método, calmo, cómodo y libre de molestias… Fiel a uno mismo y siguiendo el camino correcto, uno estará libre de preocupaciones –decía Seng Can–. Lo fundamental es ser fiel al ejercicio constante, a la práctica no menos constante de la atención al presente que es Presencia. Más para ello es preciso “hacerse Ausencia”. Todo es Uno.
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El todo, más allá de los sentidos Escribir lo indecible, es osar que un poema sostenga al infinito. Mas la escritura no resiste la total intemperie, la desnuda impresencia que aboca a la real Presencia en estos iletrados páramos preñados de Infinito, reino del Silencio primigenio. Afinar los sentidos, jamás abandonarlos, porque ello sería una esquizofrenia. Y hemos nacido para la salud total: unir lo parcial con lo total; la sustancia y sus accidentes, la tierra con el cielo. Los orientales, no obstante, advierten que si uno quiere llegar a la última categoría del Zen, tendrá que olvidar los seis sentidos terrestres: el color, el sonido, el olor, el gusto, el tacto y las cosas. Aterrizar en la realidad tangible no equivale a identificarse con ella. Estar en la tierra sin ser de ella… De ahí que a la última categoría del Zen la lógica aristotélica le venga un tanto plana, o chata, como dice Wilber. El saber oriental discurre por caminos paradójicos: la distancia más corta entre dos puntos puede ser la ondulada y los caminos difíciles se transitan bordeándolos, no atravesándolos, “atentos, como soldado en territorio enemigo”. Paradoja: estar atento a los sentidos es morir también a ellos. No lo olvidemos, toda la vida es una secuencia fluida de muertes: cuando nacemos morimos al placer del seno 150
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materno: al placer de la placenta por eso nacemos llorando y lo cierto es que estamos diseñados para atisbar la amplitud de otros mundos más inmensos, más allá de los senos maternos, más allá de las “matrias”, las patrias, los patrimonios y los patriotismos; más allá del pensamiento único de la democracia liberal, incluso más allá de todo lo visible. Eso es estar (ser) sano. Salud es vivir en y para la totalidad, expandirse hacia ella, porque nuestra naturaleza está diseñada para ir y ser hacia el Todo liberador. Pero también suscita miedo. Erich Fromm lo denuncia con lucidez en su obra “El miedo a la Libertad”. Ya nuestras tendencias primigenias han sembrado en nuestras células una conciencia más amplia, y la mayoría de nuestras depresiones y nuestros sufrimientos acaecen por obedecer al cúmulo de programaciones mentales que llamamos “normalidad”. Ellas suceden por habernos parado a medio camino, como ocurre en la llamada “crisis de los cuarenta”; surgen por adorar a un falso yo, con el que se identifica el personaje que con tanto esfuerzo y devoción hemos fabricado para adaptarnos mansamente a la forma de ser y producir de una civilización desorientada. Del mismo modo que bulle en nosotros el impulso sexual, en nuestra más profunda vena sentimos la demanda de haber nacido para vivir y experimentar la Totalidad. Ahí es donde nos lleva nuestro anhelo. Frustrar tal aspiración es la mayor alienación, la más grande fuente de neurosis que puede sufrir un ser humano.
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Más allá de la falsa conciencia Caminar, ver; con plena atención. Sin la interferencia de “los seis sentidos”. Eso es “ser normal”. Los sabios no se agitan en las cosas; los necios se esclavizan por las cosas. El Sentido atraviesa los sentidos, hasta constatar que en las cosas habita un Vínculo Unificador que las sostiene. Si se sabe mirar, las cosas, en el Fondo, no difieren. Sobran las diferencias, también las preferencias. Preocuparse por ello es un error. La psicofisiología y sociología reducen las puertas del conocimiento a los cinco sentidos, a la razón, al entendimiento, a su identidad social o “grupo de pertenencia” con su escala de valores o creencias. Pero el ser humano, además de tales dimensiones fundamentales, ES una permanencia abierta al Ser. Dicho de otro modo: presenta una doble naturaleza terrestre y celeste. Y en su fondo existencial, sufre, cuando cualquiera de esas dos dimensiones es asfixiada, como hace décadas denunció Herbert Marcuse en su gran trabajo “El hombre unidimensional”. El caminante del Zen vive de los sentidos, pero vibra en ellos sin “ser” ellos. Está atento, muy atento y presente a lo que “se presenta”: es, como decía Lao Tze, “cauteloso como quien cruza un río helado, atento como un huésped…” y sin preferir nada, porque una cosa no difiere de la otra, uno no tiene por qué preferir la una a la otra. El fondo existencial del ser humano vibra más allá del “pensamiento único” al que la actual civilización le somete, 152
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pero su Ser Esencial pugna, y no sin sufrimiento, por abrirse paso al ejercicio de su doble estructura inmanente y trascendente, terrestre y celeste. La madurez humana se alcanza cuando esa doble polaridad vuelve a su origen de Unidad del que jamás debió exiliarse. Pero es preciso ver que si esta sociedad neoliberal, incluido el stablisment de la ciencia, opta por la dimensión “plana”, no es menos cierto que también las religiones apuntan hacia otra dimensión no menos alienante: la evasión de la materia y los sentidos. Eso denuncia el Zen: cuando no tienes prejuicios contra los seis objetos sensorios, entonces eres (o” puedes serlo”, matizo yo) uno con la Iluminación, uno con el camino correcto.
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Unidad, aliento de toda forma Siempre que nos hallamos perdidos, surge la soledad y la confusión. Pero si estamos despejados, no albergaremos ni amor ni odio. Percibir que lo real tiene muchos lados, es debido al pensamiento, a que damos demasiadas vueltas a la imaginación. Las imágenes mentales tan sólo son sueños, ¿para qué preocuparse por captarlas? Tener o no tener, afirmación o negación, hay que abandonarlo todo. Si los ojos no duermen, desaparecerán los sueños por sí solos. y si la mente permanece intacta, todo será Uno. (Seng Can) Tan abstracta, y tan abstrusa, incluso, puede resultar la noción de SER cuando es abordada sólo como una teoría, o como una lejana noción académica. Mas qué exultante es su fulgor cuando revienta su potencia en nuestra más recóndita intimidad. Ahí, ya hecha experiencia, la noción de Ser queda abolida en tanto que noción, se hace presencia. El Ser, es. es más allá de los opuestos. Tener o no tener, afirmación o negación, hay que abandonar todo eso Jamás existió en el ser humano una vivencia más sólida y concreta –más táctil, añadiría yo– que la Presencia del Ser. 154
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Cuando La experiencia de la Talidad Única, de la Mente única se apodera de nosotros, sabemos que ESO ocurrió en nuestro ser profundo. ESO, es nuestra esencia; ESO es, por tanto, in-evitable. Su hondura percute, palpita, toca. Su hondura soy yo. Más cerca, imposible. Es una experiencia palpitante que abarca y unifica todos los objetos en su Origen. Palpitante, sí; reitero esta palabra para rescatar el carácter táctil de la experiencia del Ser: el impacto, incluso corporal– insisto, corporal–, con que la fuerza del Ser trasforma al ser humano entero mediante su potencia arrolladora. Las cosas ¿Por qué perturbarnos en asirlas? Todas las imágenes en la mente no son más que sueños, ¿por qué uno se preocupa por captarlas? Abracémonos, por tanto a lo visible para que en el nudo de ese abrazo, gota a gota, e instante a instante, se destile del seno de las sombras abismales la esencia deslumbrante de la luz. Seng Can, como buen oriental, pero, sobre todo, como auténtico Maestro que busca el despertar de sus discípulos, repite y repite y repite… Si los ojos no duermen, desaparecerán los sueños por sí solos, y si la mente permanece intacta, todo será Uno. Lo que equivale a decir que los ignorantes abrigan la idea de sosiego y desasosiego, mientras que los despiertos no experimentan gustos ni disgustos: todas las formas de dualismo son urdidas desde la ignorancia: la Unidad alienta en toda manifestación y en toda forma. Captar eso, querido lector, es el despertar y para ello el mejor Maestro eres tú.
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Volver a la esencia Cuando se habita en el Fondo del Origen, se olvida cualquier tipo de ambición. Todas las cosas se sitúan en un plano de Unidad. La esencia –dice el filósofo Xabier Zubiri en su trabajo “Sobre la Esencia”– “es aquello que lo real es TAL como es”, y haciendo referencia a esa dimensión esencial, es como el Maestro Sosan utiliza el concepto Mente Original, también llamada “Talidad”. La Talidad como Origen, Patria, Naturaleza Primigenia, Ser Esencial, Gran Conciencia, Divinidad, Dios… Cuando olvidamos las marañas externas es cuando todos esos nombres sobran, porque los conceptos no pueden acoger lo indecible. Una vez recuperada la mente original, se olvidará el deseo. Es más, ni siquiera nuestro propio cuerpo resiste la percusión del Ser cuando ilumina –más bien incendia– al individuo con su luz. “Mi cuerpo no podía con tanta resurrección” clamaba el gran poeta Claudio Rodríguez” ante una experiencia numinosa. Lo numinoso es lo natural. De ahí que el poeta, se negaba a ser considerado como “místico”. Efectivamente, independientemente de sus razones o argumentos empleados para tal aserción, lo cierto es que el estado místico, es nuestro estado natural, y ello no porque uno sea budista o cristiano, sino simplemente por el hecho de haber nacido. Y Claudio, “sólo” aspiraba a eso, a ser persona entera.
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Cuando olvidamos las marañas externas “de las mil cosas”, que no son sino el polvo sobre el cristal del pequeño yo, es cuando nos damos la oportunidad de que inevitablemente ESO aparezca en el lugar en que siempre estuvo, antes de que nacieran los padres de nuestros padres. Cuando “olvidamos las diez mil cosas”, y en ello sigo a Eckhart, “Dios no puede dejar de manifestarse”, ya que cuando los objetos se ven en su unidad, volvemos al origen y permanecemos donde siempre estuvimos, en ese lugar que no es lugar, en ese allí que no es allí. Eso es lo que “ocurre” cuando se sondea el hondo misterio de la Talidad.
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Causalidad… Ni húmedo ni seco. Ni desgraciado ni afortunado. La felicidad sin ser felicidad. La desgracia sin ser desgracia. (Aforismo Zen) Apaciguar las olas de nuestra conciencia, volviendo a nuestra condición original mas allá de los opuestos sujetoobjeto. Más allá de la causalidad. Es un texto abierto y, como tal, propicio a varias direcciones interpretativas; un fragmento, además, propio de un ser despierto. Para comentarlo, elijo situarlo en el núcleo más vívido de la existencia: el dualismo vida-muerte, reposomovimiento. Vivir la vida junto a la muerte. Sin separarlas, porque tal separación es fruto del pensamiento, que es tiempo. Ello implica un profundo cambio en la conciencia. Liquidada esa separación, el miedo se diluye. Cuando uno quiere parar la mente, sabrá que es inamovible y cuando quiere mover algo, sabrá que no hay nada por mover. El movimiento se detiene, y no hay movimiento, el reposo se pone en movimiento, y no hay reposo En el vivir y el morir están los fundamentos de la plenitud que en cada instante se nos da: Cuando el dualismo no subsiste más, la unidad misma tan sólo es una palabra.
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Más allá de la causalidad… se entronca en la vacuidad, pero en el sentido más radical de las palabras, porque cuando ESO ocurre, cuando ESO se experimenta, ni la palabra Vacuidad, ni la palabra DIOS, ni la palabra UNIDAD, ni la palabra ZEN, pueden definir ni a DIOS, ni a la UNIDAD, ni al ZEN… Más allá de la causalidad equivale a decir “Olvida el origen de las cosas”, que en este caso se podría aplicar al aspecto formal de la dialéctica lógica de causa y efecto, tan genuina de la mente común. Y tan occidental: quidquid movetur, ab alio movetur (lo que se mueve, por algo es movido). El sabio oriental, una y mil veces, nos invita a traspasar los opuestos para alcanzar un estado que trasciende lo análogo, donde no habrá comparaciones; el estado que no es contingente, como un simple estado de ánimo; el estado sin estado en el que realmente vivimos, nos movemos y somos: la infinitud. “Lo que realmente somos –me dijo un día Willigis Jäger– no conoce la muerte. Lo que verdaderamente somos se revela como nacimiento y muerte. Nos expresamos mal al decir he nacido. Tendríamos que decir Dios ha nacido como este yo y Dios muere como este yo. Dios se revela como nacer y morir, como formarse y desaparecer”.
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La patria Los auténticos caminos frecuentemente son borrosos: Ellos mismos son el origen y el final. Caminar, caminar… sin retener tan siquiera los recuerdos. La Realidad no está en los pensamientos, ni en la memoria donde la gente se guarece. Vivir en la Unidad comporta calma, la serenidad que habita en la claridad de las penumbras del camino. (Sosan) En este hermoso texto, parece como si el Maestro nos invitara a traducirle, a sentir con él desde el núcleo de su poema: Salta los muros del corral que te has creado, la prisión del lugar común, rompe con tu historia, tus “historias diarias”, a las que llamas vida. Y descarga de penas tu memoria rompiendo los grilletes de la lógica convencional… pero, sobre todo, libérate de esa invasiva programación mental llamada Sentido Común. Y clava el hacha alada de tu verbo en sus murallas. Sal, salta de las tapias de esa fortaleza artificial, ya que el fin último de las cosas donde estas no pueden ir más adelante, no está ligado por normas ni medidas. Anda, anda, camina sin demora, huye de la caverna donde pastan los muertos con sus palabras muertas. Donde nada pierdes, nada se deja detrás, nada se retiene. Huye, sí, de esa 160
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caverna, y que la muerte entierre a tanto muerto entre sus lúgubres ruinas. Encarámate en las raíces del aire libre y escapa, también libre, en el caballo del viento, por cuyos poros se desliza lo invisible. Porque en ti prendió la luz. Todo es vacío, lúcido, y auto-iluminador. No hay ejercicio, ni derroche de energía... Este lugar sin lugar, este espacio sin anchura, es donde el pensamiento nunca llega, y donde la imaginación no logra cuantificar ni medir. El Ser es tu verdadera patria, una morada no ligada ni religada a religión o dogma alguno; ni vinculada a creencias, culturas o rituales determinados. Tu mansión es la Nada de la divinidad. Vivir ESO, implica vivir desde la confianza básica de la Experiencia del Ser, nuestro derecho de nacimiento a vivir en plenitud. Ten valor para lanzarte al río, porque tu camino se halla más allá de la otra orilla, “donde el pensamiento nunca llega, donde no habrá nada para recordar; abraza el manantial del río de tu origen, en cuyo lecho se palpa lo inefable, y mírate, si puedes, en su espejo, que, sin dudarlo, hallarás allá tu propio rostro. Tu patria es el Ser, el Vacío donde brota lo múltiple, la plenitud de la Nada, la inmutable Talidad, más allá de toda medida.
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Vida sin fronteras Sin líneas fronterizas que me separen, que nos separen, de lo real. En la Unidad, no existen ni él, ni los demás, ni yo ni tú. La atención plena nos embarca hacia el Todo, Lugar aespacial donde siempre estuvimos. En la meditación tenemos la ocasión de caer en la cuenta de que formamos una indisoluble unidad con lo inanimado; que la frontera que separa la vida de la no-vida es una arbitrariedad, que el soplo del Ser es el aliento de la creación, palpita en lo no dicho, alienta en las palabras. Los grandes maestros advierten, más bien insisten, que en el reino superior de la Talidad verdadera no hay “yo” ni “otro”: Cuando se busca la identificación directa, sólo podemos decir “No dos”. Afirmar que en nuestro interior se halla el Océano Pacífico no es ninguna tonteria. La atención plena facilita esa conciencia, tan extendida en la Física cuántica, de nuestra unidad con todo el cosmos. “Todos los seres tienen la naturaleza de Buda”, decía Dogen, el gran Maestro Zen japonés. En el reino superior de la Talidad verdadera no hay “yo” ni “otro”: sólo podemos decir “No dos”, no hay ni los demás ni yo, señala Sosan. Yendo más al fondo: desde la ciencia moderna, vemos cómo, hoy, místicos, poetas y físicos saben bien de esa unidad del Ser, donde no existe límite entre lo macroscópico y lo microscópico. Y si hay unidad en el universo, la muerte es 162
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imposible. Esa riqueza de conexiones convierte en imposible la extinción personal, porque la extinción personal sólo es posible en un universo en el que sea posible el aislamiento personal. Y nosotros no vivimos en semejante universo.
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La inasible unidad La Unidad del Ser se filtra en cada poro de las formas. su maternal albergue nos iguala, abarca todo; los maestros del fondo de los tiempos lo supieron… “Ser uno con todo lo viviente, –decía Hölderlin– volver en un feliz olvido de sí mismo, al todo de la Naturaleza. A menudo alcanzo esa cumbre… pero un momento de reflexión basta para despeñarme de ella. Medito, y me encuentro como estaba antes, solo, con todos los dolores propios de la condición mortal, y el asilo de mi corazón, el mundo enteramente uno, desaparece; la naturaleza se cruza de brazos, y yo me encuentro ante ella como ante un extraño, y no la comprendo. El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”. Yo añadiría que el hombre, aunque no tenga conciencia de ello, ya es un dios desde antes de nacer. Aquí no cabe especie alguna de pecado original: la naturaleza es pura y estamos preñados de divinidad. El ejercicio del Zen lo detecta. Los sabios “de los diez sectores” (de todas las Vías y escuelas) entrarán todos en esta Razón Absoluta. Los maestros Zen del fondo de los tiempos lo supieron, un mundo donde –yo añadiría, aún más– ni siquiera ya tiene cabida la palabra “ZEN”. La inasible Unidad… abarca todo… “El mundo externo –decía Buda– no es sino una manifestación de la mente, y si la mente lo interpreta SÓLO (las mayúsculas son mías) como 164
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un mundo externo, se debe, sencillamente, a que se halla habituada a razonar y comprender falsamente. Al discípulo incumbe el habituarse a mirar las cosas con veracidad”. A través del humo del incienso, lentamente, se filtra el milagro que somos desde antes de que la Tierra iniciara su andadura, cuando el Final y el Origen eran Uno. Y, regresar al Vacío lugar del que jamás habíamos salido, cuando tan inocentemente creímos haber crecido en la ilusión de la existencia. Se trata de comprender que el Final y el Origen, jamás se movieron del insondable asiento de la Nada, que jamás dejaron de ser Uno, o no-dos…
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El fundamento El Zen está por encima de espacio-tiempo y las ideas, un abrir y cerrar de ojos dura lo mismo que diez mil años. El Zen no distingue el “no estar” del “estar”, el fin del mundo es como ante los ojos. (Sosan) La contemplación atenta del Za-Zen, es receptiva a la más profunda de las demandas y al clamor de nuestra Verdadera naturaleza, aespacial, atemporal. El Zen está por encima de espacio/tiempo y las ideas… no tiene voz, ya que en aquel todo es silencio, y es inmaterial, pero, sin embargo, clama en todo lo que existe y se manifiesta en la totalidad de las formas; se metamorfosea en ellas, haciéndose uno con ellas. El Universo posee un único sabor. Esta “Razón Absoluta” del Zen, quiere hacerse notar, hacerse carne, forma, cuerpo en nuestro cuerpo. Somos nosotros los buscados, no los buscadores y semejante promesa actualiza aun más esa llamada interpelante a vivir la eternidad: ¡Un instante es diez mil años!… Un abrir y cerrar de ojos dura lo mismo que diez mil años. El Ser que habita en nuestro fondo, se trasmuta en las profundidades haciéndonos uno con él, vertiendo en nuestras células el verso silencioso del Espíritu, porque nacimos para transparentarlo; somos sus testigos como lo es el Maestro Sosan, aquí, ahora, en este su poema que habla de lo no dicho entre sus rimas… 166
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Sí, aún cabe la esperanza. El ser humano tiene sentido en la Tierra. Nuestra misión en ella es hacer cuerpo de la Razón Absoluta que carece de lugar, principio y fin; más allá de los dualismos. La amorosa fuerza de la Unidad nos empuja a hacernos transparentes. En lograr la transparencia al Ser que nos habita, radica el conocerse, el encontrarse, el autorrealizarse; lo demás es muy secundario. Porque la Noticia del Zen que late en nuestros latidos, respira en nuestra respiración y vive en todo lo que vive. Sosan pretende que descubramos esa Unidad en el silencio. Eso es encontrar el sentido real de la verdadera solidaridad latente bajo las contradicciones del mundo. Y tal descubrimiento es una enorme fuente de dicha.
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Espacio sin costuras La Unidad, por serlo, carece de límites, no sabe de bordes ni fronteras. no existe lo pequeño frente a lo grande, el dualismo es un sinsentido más de los sentidos. El poeta esencial traspasa lo finito de las formas duales en busca de Ser, y lanza a la otra orilla la estacha de sus versos. La ola es el mar; el mar es la ola, como también forman un todo la hoja y el árbol, la vid y sus sarmientos, el viento y lo que arrastra… Cierto día me dijeron que existen plantas fulgurantes, de excelsos perfumes y colores, que, milagrosamente nacen sumergidas en el cieno. De su inmensa belleza, me señalaron, tan sólo se percatan, aunque no siempre, los seres más desasidos, los más despegados de sí mismos; aquellos en los que no se fija nadie, los más incomprendidos. Me gustaría, cerrando los ojos, remontar el vuelo hacia los cielos de esas simas y meditar frente a un ramal formado por esas plantas que sólo habitan en el fulgor del barro, en la profundidad de la no-palabra, en las cavernas de la luz. Y así, en un espacio sin costuras, catar el tacto de las voces inefables; y, así, inaugurando otra forma de mirar que alcance a ver, sin ojos, el brillante acorde de las brumas; percibir fuera del tiempo el sonido del sabor escondido que brilla en los abismos invisibles. Mejor expresarlo en un poema: 168
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¿Qué culpa he de tener yo Poeta de lo olvidado, Si embriagado por los versos Que me inspiran lo perdido Hallo luz en lo extinguido Y horizonte en lo acabado? ¿Qué culpa he de tener yo, cantor de lo desterrado, si alcanzo el sol en las brumas, en las tormentas el faro, la aurora entre las penumbras y la calma en los naufragios? ¿qué culpa he de tener yo, si lo que en ti nadie ve al contemplar los ocasos despierta mi entendimiento ilumina mis sentidos y me calma en los fracasos? ¿Qué culpa he de tener yo buscador de lo Absoluto, de que el clamor marginado me descubra entre los pobres tanto amor entreverado? Las cosas infinitamente enormes son tan pequeñas como las cosas pequeñas pueden serlo. Sin embargo, más allá de sus dimensiones, grandes o pequeñas, lo que al ser humano interesa radica en su capacidad de escucha, en su actitud 169
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para recibir, en ese su tan cumplido don, sea grande o pequeño; y ello no sólo para prestar atención a lo que ve, sino, sobre todo, para afinar incesantemente las cuerdas del violín de sus sentidos. Se trata de “saber permanecer” en la música que fluye de la Gran Presencia que nos habita, la siempre presta a prestar su grandeza a lo insignificante: la presencia del Ser metamorfoseado más allá y más acá de cualquier dimensión; más allá de los espacios y los tiempos…
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Conciencia ilimitada Vacío es forma, y al revés, como poseer es igual que no poseer, y al revés. Porque si no fuera así, no cabría hablar de la Unidad. Romper las palabras. Eckhart decía que “si quieres encontrar la naturaleza desnuda, toda parábola tiene que romperse, y cuanto más se adentre uno en sí mismo, tanto más cerca se estará del Ser”. La naturaleza desnuda. Los grandes maestros escribieron y hablaron desde la conciencia de Unidad. Para ellos escribir es meditar y en la meditación tenemos la ocasión de caer en la cuenta de que formamos una indisoluble unidad con lo inanimado, que la frontera que separa la vida de la no-vida es una frontera de agua. La meditación facilita esa conciencia, tan extendida en la Física cuántica, de nuestra unidad con todo el cosmos. “Todos los seres tienen la naturaleza de Buda”, decía Dogen. El “tener” es igual que el “no tener”, y lo que es lo mismo como lo que no lo es; lo que no lo es, es lo mismo que lo que es. Dogen denuncia la ilusión de tener, equiparándola a la de no tener. Y al revés. En la Unidad no cabe contradicción. Esta sólo habita en el sueño, no en el despertar. El ejercicio meditativo consolida esa experiencia de la Unidad del Ser con todo lo animado e inanimado, liberando al ser humano de la más grave de sus ignorancias, la que 171
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provoca su neurosis: el sentimiento y la conciencia de sentirse aislado, y, por consiguiente, su inevitable abocamiento a la extinción. La conciencia de la Nada propia de la meditación, nada tiene que ver con el vacío nihilista sino con la plenitud del Ser, que es el origen de toda forma. El “tener” es igual que el “no tener”, Si no fuera así, no cabria hablar de la Unidad.
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Todo alcanza sentido en la unidad El uno es todo y todo es el uno. Si fuera así, no habría otras verdades. (Seng Can) Eso que llamamos Dios, es uno de los nombres que otorgamos a la fuente de la que emanamos. Dios no puede ser algo separado de la creación y nuestro devenir como personas brota de ese manantial; nacemos en el alma de Dios, “Creer en Dios”, equivale a vivir a partir de Dios, que se manifiesta en forma humana desde su esencia de Unidad, más allá de todos los sentidos. Detrás de todos los sentidos, hay un solo Sentido,“un solo sabor”. Como también existe un solo sabor detrás de todos los sin-sabores. Uno en Todo, Todo en Uno… Sabor y no-sabor son como el trasfondo musical que emerge del silencio. Lector, para comprender este texto, te propongo un ejercicio: presta atención al flujo de tu respiración y sentirás como el Todo que en el fondo eres respira –y te respira–. El uno es todo y todo es el uno. Uno en Todo, Todo en Uno… Escúchalo, sin necesidad de oídos; escúchalo en tu más profundo latido; escúchalo en el silencio que sucede al golpear del gong. Y, sobre todo, escúchalo en el sonar interno de tu existir. Escúchalo, ahora, escúchalo… 173
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Percibe cómo Eso está siempre al acecho; percíbelo sin ponerle imágenes ni palabras, en el océano del Espíritu, bajo la claridad de los rayos de la luna que penetran las cortinas, y cuando las palabras se hayan extinguido, tu cuerpo exudará también rayos de luz. Percibe Eso como lo que es: una promesa que está continuamente a punto de… suceder y cuyo apremio en revelarse no puede ser fotografiado con imágenes, ni congelado en las palabras. Pero, ¿cómo tengo la osadía de transplantar al artificio del verbo semejante invitación? Mejor callar, y escuchar… mejor acudir al silencio de la habitación, sentarme en un cojín, y acoger la Noticia… Mejor volver al ejercicio, al ejercicio silente del Za-Zen, a la respiración y su vaivén. Y a ver qué pasa, a ver qué pasa, a ver. A ver, a abrir los ojos para siempre. Sí, si sólo se comprendiese esto, ¡no te preocuparías más por no ser perfecto! ¿Cómo traducir el encuentro con el silencio? ¿Acaso como un profundo instinto que invita a la mudanza a un reino invisible? ¡Si sólo se comprendiese esto, no te preocuparías más por no ser perfecto! Ah, si no lo consigues con un ejercicio hazlo tres veces al día. Y no te pongas límites en el tiempo. Comienza hoy, o ahora, si quieres.
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Más allá del lenguaje El lenguaje se muestra incapaz de expresar lo Otro que está más allá del tiempo y del espacio. Tan sólo en el presente el Ser es idéntico a sí mismo. El Zen es un dardo que atraviesa la ilusión de los sentidos; también de las palabras; y los maestros insisten: en la Unidad no hay dualismo; cohabitan interdependientemente lo Uno y “la multiplicidad de las mil cosas”; la sustancia y el accidente; la pequeña mente psicológica y la gran Mente de donde aquella procede. Sin embargo, incluso estas palabras y cualesquiera otras, tan inevitablemente teñidas de lógica occidental, jamás estarán en condiciones de aproximarse mínimamente a la experiencia inefable de lo que “ocurre” en el reino intemporal de la gran experiencia del Satori, en donde el pensamiento y las palabras, que pertenecen al tiempo, decepcionan pues el satori no es del pasado, del presente ni del futuro. Así se comprenden las palabras de Dogen: “Durante largos meses la nieve cae sobre las hojas rojas. Ninguno de los que contemplan este paisaje puede encontrar palabras para expresar su belleza…”. El lenguaje sólo existe dentro de las coordenadas espacio-temporales. La Vida, no. Haz, lector el ejercicio del Za-Zen con método y constancia y después lanza a la hoguera este comentario. El Zen es inexpresable; quien se acerque a él desde la lógica aristotélica o desde los conceptos, jamás comprenderá un solo ápice de su escondida verdad. De ahí que los maestros budistas frecuentemente acudan al poema, que es lo más 175
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próximo a lo sin-nombre, al límite entre la palabra y la no palabra. O que, siglos después de Buda, con Rinzai se instituyera el uso del koan, un principio de verdad eterna transmitido por un maestro al margen de los cánones semánticos que en occidente llamamos razonables o simplemente lógicos, y donde se pretende que el practicante viva la limitación de pensamiento y lo transcienda. Por todo ello, el Zen, que transmite lo inexpresable, destroza las palabras, su lógica es paradójica y así, de ese modo aparentemente contradictorio, se introduce en un cuenco silencioso que acoge a todo el Universo. Ante lo indecible no sirven las palabras. Entonces, me preguntaréis: ¿Por qué escribes con palabras? La única respuesta que procede: “para demostrar que no sirven”. Ante la experiencia de lo Otro, el cerebro y su lenguaje discursivo se muestran vacantes, en plena vaciedad, lleno del aliento del Ser, un aliento que es un vendaval que hace trizas cuanto uno piensa y siente, y ve; un vacío en el que nada existe, completa destrucción de la ilusión. A eso yo le llamo Dios.
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Silenciosa fuente Comprender las palabras desde su propia fuente silenciosa, vacíos los oídos, liberado el cerebro de sus enredaderas; como quien logra oír y ver a un mismo tiempo. Mansamente sintiendo en la retina de los tímpanos cómo aflora el aroma del incienso candente de la Nada. Así, tan sólo siendo nadie, tan sólo siendo nada, comprender lo Real inmerso en la Unidad sonora. (y al descubrir que eso es tan cierto, lloras, lloras...)
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No-dos … Porque al mismo tiempo que el ego degenera, también Dios degenera, (Maestro Eckhart) Proponer a Dios como un ente personal no hallará en un Maestro Zen sino una leve mueca cercana a la ironía, ya que aquel vive a la divinidad como lo Uno universal e impersonal. A tal degeneración perceptiva se refería Eckhart. La atmósfera silente envuelve al envolvente Dios-unidad, y su omnipresente y seductora energía amorosa. El ser humano, si ama, es porque en su Fondo late el Amor que lo envuelve, lo transciende y lo traspasa. El Amor, como esencia, se hace fenómeno humano cuando el mismo ser humano, desasido del falso ego, es capaz de transparentarlo. Nuestra esencia es Amor. Y para eso, para transparentarlo hemos nacido; para pastorear el Ser en el mundo de las formas múltiples, un Ser cuyo signo es el Amor que redime y que libera. El ego, de suyo objetivador, persigue eso: objetos, crea distancias; la enraizada distancia sujeto-objeto establecida para la oración o súplica, en la que se supone un marco diferenciador donde interviene el dualismo suplicante-suplicado al que el Zen declara la guerra. La mente y la ciencia occidentales, incluida la teología, persiguen objetos, pero, curiosamente, se asustan ante la Nada, fuente de toda forma y todo objeto. Cuando Eckhart habla de Dios expresa la Unidad de la que habla el Zen: Dios y yo, nosotros somos uno solo… uno, 178
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y no unidos. El no-dos. El Fondo de Dios, entendido aquí como el fondo del alma; un Fondo desde donde el alma es capaz de pregonar su real autenticidad: Yo soy. Un yo libre de todo atributo o predicado, incluido el de divino, o el de hijo de Dios. Un yo desasido de toda cualidad, donde todo atributo ha muerto, se ha hecho vacío. Y, gracias a tal muerte radical, el ego, en la experiencia del YO SOY se hace uno con el Uno. En una ocasión pensé, –afirmaba Eckhart– de eso no hace mucho: que sea hombre, eso lo tiene cualquier hombre en común conmigo; que vea, oiga, coma y beba, eso también lo hacen las bestias; pero que yo soy, eso no compete a otro hombre más que a mí mismo, a ningún hombre, ni ángel ni Dios, a menos que sea uno con él; eso es una pureza y una unidad. Abundando en este sentido, Karl Graf Dürckheim, de modo parecido a lo que sobre el Maestro Eckhart perciben los actuales filósofos de la Escuela de Kioto, señala: me parece que la manera con que Eckhart habla de Dios y del Padre, expresa la Unidad de que hablamos nosotros. Pero ¿estáis seguros –pregunta– de que no está igual y personalmente presente en nosotros, aunque nos guardemos de darle el nombre de UNO? Ahí, según el maestro de la Selva Negra, radica la diferencia entre Oriente y Occidente: quizá el occidental– señala Dürckheim–, aun aquel que no es cristiano, cuando ha experimentado el Ser como el Incomprensible, debe adorar el misterio como la más excelsa persona y no recatarse con el nombre santo. El oriental se abstiene de hacerlo así, se recoge y lo guarda en silencio. 179
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En el Zen eso es la salvación: la experiencia directa y originaria, sin que sea preciso acudir a la innecesaria mediación del redentor, salvador o mediador, preconizado por las religiones monoteístas. El Reino de los cielos está dentro de vosotros mismos… Caer en la cuenta de Eso, es el despertar, Eso es el satori. Desde esa experiencia, el ser humano ampliará espontánea y directamente el abrazo compasivo a todos los seres creados mediante una ética ajena al lenguaje de cualquier dogma o religión. La auténtica prueba de que el despertar ha sido auténtico despertar, supone el abrazo desinteresado y desasido. Por tanto, la experiencia del vacío, si ha sido real, no atrapa ni separa, sino que abre, libera y unifica. El Zen es revolucionario porque parte de la experiencia amorosa y compasiva del Ser amoroso y compasivo, que es desde donde nos abrimos al mundo. En esa Unidad, y solo en ella, puedo exclamar “Dios mío”. Llegado aquí, me asfixia el pensamiento, me agoto en la palabra; por ello, me refugio y, una vez más, me repito en un soneto…
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Presentimiento Presiento que tú llegas, cuando el viento bambolea las copas de los chopos; cuando aventa en los álamos los copos candeales de sus hojas. Te presiento cuando el aire, mutado en sacramento, unge en su amor mis ojos. Y los locos pensamientos (o, al menos, unos pocos) se evaporan al soplo de tu aliento. Si atravesar los versos yo pudiera, si el verbo, la palabra, el pensamiento, todo el lenguaje, ardieran en la hoguera del Silencio, tan sólo –y lo presiento– un gran Todo sería lo que viera. Lo presiento, y cómo lo presiento...
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Morir, y renacer en la unidad Ser el Todo supone el aceptar ser parte, igual que para hallarse pleno es exigible estar vacío. Morir para re-nacer, porque lo cierto es que tan sólo ofrece luz quien nada exhibe y ni él mismo se exhibe. Las personas –algunas, por lo menos– confiamos en las palabras de aquellas otras personas que, por nada tener que demostrar, se aventuran a no dejar siquiera huella de sus existencias. He visto que abandonar todo es abrir el camino para que todo sea dado, y esto, al menos para mí, rebasa la mera opinión, se instala en la certeza, en mi certeza. Al revés de lo que explican en lo másteres de la economía establecida (“establecida” viene de“establo”), el máximo beneficio acaba en caos, lo estamos viendo ahora. Y estas no son palabras vacuas para quien arrostra el valor de experimentar y ser lo que él mismo escribe o dice. No deja de ser un desgraciado desatino que, habiendo nacido hijos de algo que está fuera del tiempo y del espacio, perdamos tanto tiempo en este espacio y espacio en este tiempo. Con el desmoronamiento de la credibilidad del Dios Mercado, el nuevo socialismo liberador habrá de caer en la cuenta de qué pinta en este mundo si no pone sus ojos fuera de sus fronteras, de sus dogmas. Y de sus miedos. Porque la ciencia, desde la Astrofísica a la Biología, nos está enseñan182
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do que sólo los cuerpos que se autotrascienden, permanecen, ya que los que se autodevoran, como el capitalismo, son tejidos cancerígenos. Sí, quien no se abre al todo, a todos, es un ser mutilado. Lo estamos viendo. Y si nuestro orgullo endémico no despierta a esta verdad, el ser humano, el que –según dicen– un lejano día fue expulsado del paraíso; el que –según se ve– no distingue otra patria fuera del Mercado, no habrá cumplido su destino hacia la Vida. Y la Vida, a patadas, lo expulsara también de este planeta.
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Ahondar en la propia naturaleza Desnudo de envoltorio Respirarte, aspirarte, olerte… y verte cara a cara, desnudo de envoltorio. Que seas, Ser del Viento, el territorio donde el son de tu brisa me despierte. Para vivir en ti me falta muerte; por eso tu oleaje horada un hoyo bajo mis pies, y así, sin más apoyo que tu denso vacío, hallo tal suerte. Tu eres mi Norte, el soplo que me guía y a su acorde ligero me someto porque tu aliento es ya mi sinfonía. Y ya como un laúd, mi cuerpo, quieto, se transforma en incienso y melodía que hoy quiere hacerse tuya en un soneto. La experiencia del Ser es más fácilmente captable por vía intuitiva y, sobre todo, por el camino sensorial. Ahondar en la materia hecha cuerpo, y ambos penetrados de Conciencia, nos lleva a captar la Unidad que en el fondo somos. Un aliento transparente, que brota bien de modo súbito o lento, pero que siempre está ahí, y que des-vela nuestra última realidad, nuestra última identidad, ese Todo del que nos han hablado y que se vive en nosotros como un torrente inacabable de creatividad en la existencia, según el luminoso texto de Mercedes Sáinz, que sigue a continuación: 184
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En las épocas mágicas, arcaicas y míticas, Dios era algo inalcanzable, lejano y todopoderoso. Ha tenido que llegar la época moderna y posmoderna en su racional materialismo para descubrir realmente a ese Dios/Todo en el que, de una manera torpe fundamentalista nos han obligado a creer. Ahondar en la propia naturaleza para descubrir lo que somos nos lleva a bucear en la materia, a fundirnos y aflorar desde ella impulsados por una fuerza de ser sin referencias, simplemente dejarse ser en una atención inteligente que emana de la propia naturaleza y así desde la mas burda y consistente materia hasta el más sublime de los pensamientos que el alma inspira se descubren como parte de un Todo bien cohesionado que en otros tiempos se llamaba Dios y que actualmente es inefable. Ese mundo oculto e invisible, los misteriosos agujeros negros y los vacíos cuánticos, pasando por el oculto inconsciente y el silencio emergente entre los sonidos, nos permite descubrir ese mundo aformal, vacante que sospechamos es el sustrato esencial de eso que podríamos evocar como SER. Y todo ello se puede rastrear para percibir nuestra esencia, nuestro fondo original y recrear y recrearnos en la trascendencia aespacial, atemporal que nos lleva a celebrar la Vida como Ultima Realidad, ese Todo del que nos han hablado y que se vive en nosotros como un torrente inacabable de creatividad en la existencia. Ahonda dentro de ti y respirarás lo ilimitado. 185
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Ser nada Atento, muy atento a su propio respirar; custodiando el silencio con el mismo cuidado que un poeta hace brotar del vacío el sonido de sus silvas y sonetos. Implorar (con la mano tendida del mendigo que algo espera) a la divinidad silente de la Nada, que haga germinar el poema latente del Origen: Paso a paso, en pleno corazón del bosque; paso a paso, entre el gélido rocío de la aurora; paso a paso, monótono chasquido, helada escarcha. Atento, muy atento al propio respirar; ignorando adónde alcanza su propio caminar Paso a paso, paso a paso… Acércate a tu silencio por vez primera, como se asoma a la vida un recién nacido. Si no os hicierais como niños… Conocer ESO, que habita en las afueras de la muerte; refugio donde “los ladrones no horadan ni roban”, es el “objeto” de la contemplación, que, por definición, no tiene objeto. Un conocimiento que puede alcanzarse en esta vida, aquí, ahora, en este mismo instante. Se trata de residir, en el Ser. Escuchad, por primera vez, escuchad el silencio que os nutre. YO SOY ESO, que es pura vaciedad de la mente; YO SOY ESO, lugar sin lugar, donde la identificación con el “yo” es relegada a la extinción; YO SOY ESO, que es nuestra verdadera morada más allá del pensamiento y de la imagen, y cuya esencia fue desde siempre, YO SOY ESO 186
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que puede ser alcanzado en este mundo por y en la meditación. El que ve, lo visto, la pantalla sobre la que se proyecta la luz, todo eso es sólo ESO, el Uno. La meditación aboca a la experiencia de lo Uno, porque se asienta allí donde no halla asiento ninguna forma de ego. En la meditación puede darse que uno sea a la vez el ojo y lo que el ojo ve. Se trata de afinar los sentidos para VER CON CLARIDAD lo inefable desconocido en el corazón de lo conocido. La realidad conocida esconde un milagro, ella misma es un milagro. Es hora de descolgarse de la alienación que presupone lo sobrenatural desvinculado de lo natural, de lo sagrado como extraño a la vida cotidiana, de vivir el alma separada del cuerpo, a Dios separado del mundo y concebir la vida como algo ajeno a nosotros, como algo que hay que conquistar o de lo que urge escapar. Sin embargo, cabe recordar que el inicio de toda transformación personal comienza en esa previa disposición anímica que acepta aquellas manifestaciones sutiles, pero cuajadas de una Realidad que nos brinda el milagro de cada instante, para, de ese modo, tomar en serio los indicios sutiles en que lo Uno se esclarece y manifiesta. La meditación ES cada momento, cada momento…
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El erotismo como experiencia de unidad “¿Cómo es posible –se pregunta el gran poeta Vicente Gallego– que Díos, al que atribuimos omnipotencia y bondad infinitas, nos haya creado pecadores y luego nos conjure a abstenernos de pecar bajo amenaza de condenación eterna…?”. Reintegrarnos en la Unidad primigenia supone abrirnos a la experiencia del Ser en todas sus dimensiones posibles, incluida la experiencia erótica como expresión divina: no cabe alteración en ninguna de las cosas creadas por Dios. Esa es la verdadera religión, pero la mayor parte de la humanidad lo ignora (Corán).
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Pasión Sólo tú y yo tan sólo conocemos la llama del amor que nos anida, lumbre que estaba oculta, protegida, y ahora, al des-cubrirla comprendemos. Escala de pasión, donde ascendemos al soplo del placer, corcel sin brida, que nos alza al abismo de la vida, soga por la que al cielo descendemos... Sólo tu amor, tronando al alba pura, nos arde, nos abrasa, nos crepita, y ahora se hace luz, y antorcha, y cumbre. Tan sólo en el fragor de esa honda lumbre se expresa el Gran Amor, dulce aventura, que al horno del vivir nos precipita.
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Unidad y sexualidad (Por Mercedes Sáinz) En el cuerpo esta depositada la semilla de la Vida Eterna. A través de la sensibilidad, el cuerpo ofrece la oportunidad de recorrer la infinitud, la eternidad... La sexualidad generalmente ha sido ignorada en los textos que se ocupan de los caminos espirituales, especialmente en Occidente. La espiritualidad, tradicionalmente desarrollada y transmitida desde entornos monacales, absortos en su propia vivencia espiritual, ha ignorado la sexualidad no solo por su carácter íntimo, sino por una concepción parcial de la espiritualidad en la que la vivencia del cuerpo es poco considerada. Todo acto humano es una expresión de ser, y dependerá del nivel de conciencia del individuo el que sea realizado desde capas más o menos superficiales. La profundidad no es patrimonio de aquellos grupos considerados tradicionalmente religiosos, todo hombre y mujer que buscan el sentido último de la Vida encuentran en la sexualidad una manifestación profundamente humana, una experiencia que como tal, puede llevar a la vivencia del Ser Esencial. Dejando a un lado principios morales que desde entornos religiosos se han defendido, con la misma convicción, desde una sexualidad consciente, en la medida que el nivel de conciencia se eleva, el individuo descubre en la sexualidad el impulso profundo de Ser. 190
SOBRE
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UNIDAD
Ahondando en este impulso, el hombre y la mujer lo pueden descubrir como una poderosa fuerza que desde el instinto vital recorre todas la capas de la conciencia, tanto emocional como mental y espiritual. La experiencia sexual en el ser humano surge como una poderosa corriente que se desarrolla en todos los niveles de conciencia en comunión con todas las fuerzas del universo. No es el orgasmo la única manifestación del encuentro sexual pero si nos detenemos en él, podríamos experimentar que es uno de los momentos en que todo hombre y mujer se olvidan de sí mismos. Todo en el individuo se dispone naturalmente para el encuentro con el otro; yo diría con lo Otro, y en esta expansión hacia el otro, desaparece en la Unidad. Después del encuentro, la pareja vive un expandido estado de conciencia muy lejos de la fragmentación en niveles tanto físicos como emocionales o mentales. La sensación global se expande mas allá de ellos mismos y del otro; es una real vivencia cósmica, comparable a cualquier otra experiencia cumbre. Al igual que una experiencia de iluminación o la emoción estética (rasa) a través del arte, o la fuerza de la Naturaleza en el deporte, la sexualidad se experimenta como un rapto más allá de la individualidad de los amantes. Si lejos de prejuicios, tanto religiosos como culturales o sociales, abordamos la sexualidad como un acto profundamente humano y como tal lo vivimos en total disponibilidad, se dará una experiencia de verdadero amor (que nada tiene que ver con la posesión) en donde los amantes se funden con la totalidad del Universo. Así será descubierta por todo ser humano capaz de interiorizar y vivir conscientemente, la plenitud del encuentro sexual. 191
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Hay una gran belleza en ello y una gran oportunidad de profundización en la Naturaleza que al ser humano, como ser consciente, le ha sido dada. La sexualidad toca los resortes más íntimos del individuo, aquellos que le llevan directamente a percibir el Ser. Todo hombre o mujer en contacto con el ser esencial, descubrirá que todo acto humano es un acto profundamente espiritual y el acto sexual es el más íntimo acto surgido de su naturaleza, de la profunda fuerza de ser. Es el acontecimiento en el que se hace real la manifestación de la materia trascendiéndose a sí misma. El cuerpo no se vive únicamente como un objeto de deseo, sino como un campo de conciencia en el que el amor se presenta como una corriente de unidad que se funde con todo el Universo. Materia y espíritu se encuentran en la plenitud del Amor, en la unidad profunda de Ser. La sexualidad, como toda vivencia profunda, lleva al individuo a vivirse en libertad incluso de sí mismo, pues en ella se encuentra en Unidad, más allá de la fragmentación en que equivocadamente se vive como ser individual. La espiritualidad es consustancial a la naturaleza humana, por tanto debe ser rescatada de estructuras o modelos restrictivos ya que el Ser se manifiesta en todo lo creado y al ser humano le ha sido dada la capacidad de reconocerlo. A través de la sexualidad el individuo puede descubrir una de las más íntimas y profundas expresiones del Ser
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SOBRE
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Fuego Dos cuerpos se derriten, se deshacen, en la umbría jadean. Se hacen uno. Lubricante volcán en que ninguno de ambos dos será ya dos. Y hacen el amor (que nunca se hace): yacen, mueren, renacen, y se incendian uno al otro, y en lo Otro se hacen uno. Ardiendo en sus silencios tiemblan, pacen, sobre su piel desnuda, sofocada, y ungidos por mil flujos. Vahos de incienso brotando por los poros jadeados. Los unce una Gran Llama, cimbreada en rítmicos vaivenes, y en el denso resuello de un rimar transfigurado. R.R.
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4 Cuando “Eso” llega
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Introito Hay algo tan real cuya esencia no forma –no puede formar– parte de la existencia. La Realidad transciende lo llamado real. No es un juego de palabras sino un hecho de experiencia, que no por ser subjetivo deja por ello de ser un hecho. Que la Realidad transciende lo real no es un juego de palabras, porque en captar la Realidad más allá de lo existente nos jugamos la vida, y, desde hace milenios, en ese juego de vida o muerte han empeñado su existencia los más despejados hijos de la Tierra. Captar en uno mismo, en su misma mismidad, que la Realidad transciende lo real es un esfuerzo –esfuerzo meditativo más allá de todo esfuerzo– por reconocerse, trascendiendo el personaje que envuelve a la persona. Que la Realidad transciende lo real supone que hay algo tan real que no encaja –no podría encajar– en ninguna género de límites formales. Se trata de la constatación de re-conocerse como infinito más acá y más allá de las pretensiones del positivismo teológico y de la ciencia establecida, que ha elegido instaurar como vehículo de sus asertos un lenguaje incapaz de palpar las formas sensoriales. Re-conocerse en el infinito perteneciendo al infinito que no cabe –no podría caber– en las formulaciones del infinito matemático. Hablar de forma infinita es una contradictio in términis ya que toda forma, en tanto que forma, es de suyo limitada y por tanto finita.
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Esa Realidad que no cabe en los objetos que excitan los sentidos nos interpela en cada instante: aquí estoy, tenedme en cuenta… Lo invisible es el fermento de lo visible y logra expresarse allá donde el silencio sopla, donde corre el viento del Todo más allá de las formas de lo múltiple; donde en una explosión de amor el dolor se desvanece. Donde, allá en la Experiencia del Ser, se respira y nos respira el vaivén del aliento de la infinitud.
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Cuando en su hondo vaivén… Cuando, en su hondo vaivén, el respirar nos balancea llega siempre un momento en que la misma Vida se sorprende de albergar en su soplo algo tan bello como que un dios se urdiera allá en su hondo seno. En cada espiración y aspiración, entre la marcha y su retorno llega siempre un momento, fuera del tiempo y del momento, en que el mismo mundo se inaugura. Cuando en su hondo vaivén, el respirar nos balancea llega siempre un instante en que sentir lo infinito, en que palpar lo infinito, en el que ser lo infinito no es pedir lo imposible. El Ser es Amor. Y en la Experiencia de ese gran amor, nuestro cuerpo es vivido como materia dotada de las raíces aladas del Espíritu. El cuerpo, dotado de tacto, como contacto, transmisor y Transparencia de lo intangible. Nuestra carne-materia es alma fecundada de Vacío, vital oquedad, soplo del Ser en una singular bondad ajena al tiempo. El relámpago de luz que aflora en esa inefable experiencia, lleva en su pigmentación el color de la Bondad. Puede ser cierto que el Amor no domina en el mundo, pero ha clavado en él sus raíces y sus huellas; todo es cuestión de seguir198
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las, o no, en el libre albedrío que habita en la multiplicidad de lo existente. El Amor –y de él dan cuenta los poetas– se ha grabado en la páginas de la Historia. Todo es cuestión de saber –y, sobre todo, de querer– leer el Poema que todo individuo alberga en el continuo fluir de sus más hondos capilares. Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche… El gran secreto de la noche radica en que la aurora anida en sus entrañas. La experiencia del Ser como terapia… Nuestra existencia aflora en lo Real; por eso huele a luz, exuda luz. Observa, lector, el pulso, tan firme y denodado, del viento que sacude tu respiración; observa tus propios latidos como lo que verdaderamente son: la respiración y los latidos de todo el Universo.
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Espíritu salvaje Huracanado viento del Ser, que soplas donde quieres. Y cuando quieres. Salvaje soplo, que siempre apareces por sorpresa, y al buscarte desapareces. Me alcanzas cuando de ti huyo y sales a mi encuentro cuando me hallo vacío de equipaje. Sucede a veces que ESO se adelanta, diría que te atrapa; sin esperarlo. Y siempre, aunque de distintos modos, cobra en ti un giro particular, como si tu organismo se inaugurase de repente. Y en tu cuerpo, y por muy frágil que tu salud fuere, tus células reciben la Fuerza que pone en marcha el mundo; el acto creador del Espíritu hecho Materia, que sopla donde y cuando le da la real gana. Sientes entonces en tus tejidos la energía que no engaña, la consumación certera de lo que es, el pálpito veraz de lo palpable, aunque más ostensible y total que lo palpable. Desde ahí ahora escribo lo que aquí busco decir, en esta madrugada, teniendo muy claro y muy en cuenta que ni el saber ni el pensamiento, ni otras comprensiones derivadas del diario razonar de las argumentaciones al uso, se avienen a ese evento extraordinario. Sucede a veces que ESA revitalizadora tempestad nos sitúa tan fuera de lugar que adivinamos que no tiene lugar, y que, si lo tuviera, sería, o es, aquel territorio de Nadie, don200
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de acontece lo extraordinariamente ordinario; ese escenario sin par y sin memoria, tan únicamente tangible en la desnudez del sin-estar. ESO “nos nace” sin haber nacido. Inútil componerlo con palabras, tan sólo cabe el dejarse crear, o dejarse escribir, en la vacuidad de un dialogo desnudo con el ser desnudo. Y dejarse contar en lo que cuentas, y permitirse agradecer ese Magníficat. Fugaz epifanía, que en el tiempo de los ojos, a duras penas se acomoda. Golpe de luz en súbito claro del bosque, resurrección de instantes circulares, partitura del sol de media noche.
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Ese raro don Ese raro don, que, a veces, acaece en las afueras del tiempo. Ese raro don, que alumbra mi dialogante soliloquio en las doradas auroras. Ese raro don, abierto en las costras del Vacío, la desnudez, como único aderezo. Un denso amanecer se filtra en las cortinas. El juego de la luz y contraluz, se cumple en abanicos de reflejos plateados. Quisiera yo engancharlos con mi pluma; quisiera yo, aún más, tener mi boca muda, como el lenguaje silente de las rocas, por el secreto de las olas percutidas, y así, poder narrar las embestidas del misterio que alberga este fecundo instante. Quisiera yo otro idioma, desgajado del cuerpo, para poder decir aquello que en el silencio clama. Voz sin voz. Palabras sin acento, resbalando, como el agua, sobre la piel de los fonemas. Quisiera yo decirme en otra lengua, para expresar el hondo embate de las olas del ser sobre el vacío embalse de estos ojos. Quisiera yo otros ojos sin más pupilas que el aire, para ver más allá de este abanico de fulgores, tan sólo por mi asombro devorados. Quiero salir del tiempo para desafiar el tiempo que, igual que un inquilino extraño, 202
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anida en mi conciencia, y arañar las fronteras del viento para abrazar la densa ausencia que en esta aurora se me abre hecha presencia, en este inmerecido regalo del amanecer que hoy me habita. En esa alba, tan quieta, suavemente, emerge tu poder de las formas plurales de las sombras. La alborada, que ya irrumpe entre las hojas, reverdecidas de los chopos, vocea en el silente alfabeto de la vida, resucitada en las cenizas incendiadas de septiembre. Inocente pradera. Los rayos de la luz y el contraluz resbalan por las copas vegetales, fuera de las instancias del azar, para luego elevarse hacia los cirros, fulgentes rascacielos en llamas, donde el tiempo se halla detenido. Trozo de eternidad, donde queda perdida hoy mi mirada; prendida entre los flecos del instante. Gracias.
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Presencia Frágil, como el papel, sobre el que escribo, huidiza como el agua, como el viento… Eres, sin embargo, cierta, palpable, verdadera, presencia de todas las presencias… El poema, algunas veces, quiere ser la palabra que pretende contar lo que somos, mas como nunca lo consigue, deriva hacia un intento de presionar a Dios para que hable. No quisiera –no podría– hablar yo de eso que habita en la palabra sin palabras. Pero me crearon con boca, y no sólo para comer… No quisiera –no podría– callar yo la fuerza de ese ímpetu penetrando mis tejidos. ¡Qué claro decir su mutismo innumerable! Mas, ¿a quién contarlo? ¿Cómo y para quién escribirlo? Escribo de un Dios no nombrable, ni disponible en las mentales representaciones; un Dios carne de mi carne, del que, desnudo de tener, de saber y de poder, capto así el misterio de su querer manifestarse…
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La experiencia de una poetisa Sentarme Y atender mi respirar Hasta ser mi respirar… A veces, los dioses se apiadan de nuestra torpeza y confusión. Descienden en la noche a nuestros sueños poniendo orden en el caos. Como duendecillos se pasean por nuestra mente; barren lo innecesario, limpian los cristales empañados de percepciones erróneas, lavan con ternura nuestras heridas, nuestros, miedos… Y, al despertar, sin saber muy bien de que magia se nos ha envuelto, sentimos Paz. ¿Qué o quién abandona todos sus quehaceres o su nada y nos otorga esa compasión? Intuyo que sólo una Energía llena de amor. Percibo que cuando nuestra mente se aquieta, libre de pensamientos, ESO que nos llega, es producto de la esencial del amor, no del conocimiento. Creo que sólo cuando nos vaciamos de la mente, llegamos al amor, como estado natural del Ser.
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Experiencias de una médica Era un día cualquiera, un día más. Que recuerde, nada especial había ocurrido. Mi marido y yo acabábamos de cenar, y como a diario, pasamos a la sala, y encendimos la tv. No sé decir, si ocurrió de repente o poco a poco. No tengo ni idea. Pero sé, que en un momento dado me sentí rara. Rara, pero “muy bien”. Demasiado bien, completamente tranquila. Tampoco es que tuviera motivos para estar nerviosa, pero eso que sentía era algo anormal. Esa paz… No sabía a qué obedecía aquello. Esperé un poco en silencio, observándome atentamente. Esa sensación de “felicidad” persistía. Soy callada, y efectivamente no comenté nada a mi marido. Seguramente hubiera obtenido por respuesta, un pequeño gesto, o una corta frase como: “alguna tontería, ya se pasará”. Estando en ese estatus me dije: ¡Garbiñe, espabila! Me levanté y me dirigí a la cocina. Empecé a fregar los cacharros. “Mi rostro está sonriendo”, y no había ningún motivo. Todo volvió a la normalidad, o al menos no recuerdo nada más. No conté nada a nadie. * * * Aquel mismo día, al mediodía, los padres de mi sobrino Iñaki, me dijeron que acababan de confirmarles el diagnóstico definitivo de Neuroblastoma, con pronóstico muy grave. ¡Un duro golpe! 206
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Al poco rato, hice algo que nunca había hecho: salir a dar una vuelta a la calle, sin más objeto que estar sola, respirando aire fresco. Fui al centro, y de repente volvía a sentir algo muy, muy especial. De la locura y desesperación, pasé a una serena tranquilidad. La tranquilidad era pasmosa. ¡Qué quietud! Intentaba ver el final de la enfermedad de Iñaki, y aceptaba tanto la muerte del niño como su supervivencia. Era verdadera aceptación desde una enorme humildad. No estaba triste. Recuerdo que esta vez, mi rostro no sonreía. Pero ¡qué serenidad! Iba paseando, consciente de por dónde iba. Veía todo: personas, árboles, escaparates... Todos teníamos la forma habitual de cada cual. Sin embargo no eran tan definidas como habitualmente. Las apreciaba un poco difuminadas. Asimismo oía los ruidos, las voces de la gente que se me cruzaba ... pero tampoco el sonido eran tan agudo como habitualmente. Escuchaba una especie de silencio… Era como si todos estuviéramos como en una especie de nebulosa ... Esta vez era mucho más consciente que la primera vez, y recuerdo más detalles. También duró más, ¿4-5-6 minutos? Cuando todo acabó, no todo acabó. Gracias a vosotros, no tenía ninguna duda, de que se había tratado de un segundo encuentro con mi ser. Y digo que no acabó, porque el mensaje que quiso darme mi ser, sobre la aceptación del futuro de Iñaki con serenidad, fuera cual fuera el final del niño, me ha ayudado mucho durante estos últimos meses de calvario, y estoy segura que me acompañará hasta el final.
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La experiencia de Miguel de Unamuno “Llevaba unos días de dispersión espiritual, de estéril mariposeo de la mente; nada lograba interesarme: cogía un libro, abríalo, leía dos o tres páginas de él y lo cerraba, porque la ATENCIÓN se me escapaba y desparramaba; poníame a escribir, y tantas eran las cuartillas rotas cuantas eran las escritas. A la vez barruntaba dentro de mí algo fuerte y maduro que forcejeaba por brotar. Era, sin duda, torpeza no esperar sosegado la Gracia del Espíritu... Por fin, una tarde, cuando la lumbre del sol poniente daba en el ancho balcón de mi cuarto, encerrome en él, con mis libros mudos, con los familiares objetos en que a diario se deleita mi vista. Era como encerrarme en mí, y aun mejor, porque ese ambiente de hábito servíame para comulgar con el mundo. Aquél cuadrado tintero de cristal, aquella carpeta, aquel sillón en que asentaba mi cuerpo cuando mi mente se me ponía a galopar, aquellas cajitas en que guardaba notas, los rimeros de libros contra las paredes blancas en su desnudez: todo ello era como alargamiento de mi espíritu y a la vez brazos que me tendía el mundo para abrazarme. Dejé mi mente suelta, sin espolearla ni embridarla. A su albedrío.. Y sentí respirar el alma. Me sentí respiración. Como el aire penetrándome aireaba mis pulmones, mi sangre... ese ambiente interior de nuestro cuerpo. Es la sustancia material del mundo –pensaba– que circula dentro nuestro; es el mundo diluido y hecho nuestro. Y de 208
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aquí pasé a imaginarme a modo de una aireación espiritual al lugar de los colores, las formas, los sonidos, las impresiones todas, diluido en ello, en un TODO”.
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La experiencia de una maestra Zen alemana Había dormido muy mal, solamente tres horas. Y por la mañana, a las seis, en la sala de meditación con doscientas cincuenta personas, me sentía enormemente cansada y rendida. Lo normal hubiera sido entrar en un sueño profundo, soltarlo todo. Pero aunque me sentía tan decaída, presentía que en ese momentos se iba a abrir el velo y percibir lo Último, el Misterio. Y así fue. Súbitamente llegué a una dimensión de consciencia donde no hay nada más que El Vacío total, Inmovilidad y Silencio absoluto. Me vi. Vi el SER. Lo vi como una inmensa tabla de plata, como un inmenso cuadrado de plata. (más tarde mi marido me dijo que Carl Gustav Jung, el psicólogo, cuando hablaba de la Divinidad, usaba siempre este símbolo: un cuadrado.) Permanecí en absoluto silencio, en una pureza limpia, sin mancha. Más tarde abrí los ojos totalmente. Pero ello no estorbaba la visión, lo que vivía. ¿Dónde se había quedado mi cansancio inicial? Desde luego, no en este nuevo estado. Imposible. Porque en el SER no hay cualidades. El SER ES. El SER ES ETERNO. Esto es la culminación. Nada falta. Una claridad esplendorosa e inmóvil. Mi última certeza.
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La experiencia de una compañera de camino Silencio, quietud, vacío absoluto…, mas la vida bulle, vacío vibrante… la persona toma forma sin desmarcarse del vacío que la conforma… La vida bulle habita el espacio que no tiene límites, fusión en la nada, infinitud sin forma. Los sentidos afloran en su sensibilidad, surgen pensamientos, emociones, sentimientos, todo ello desvela la persona que sin desgajarse del todo que la sustenta destaca en sus formas. Formas que brotan y se extinguen en la totalidad del vacío. Formas estrechamente cohesionadas, incluso al vacío que las sustenta. La Vida en su infinitud, en su vaciedad, en su vacante bullir en todas dimensiones… Se siente, se vive, no se puede pensar, ni siquiera comprender su misterio. Se siente, se es. La persona se impulsa, se expresa, se manifiesta, algo parece romperse, las aristas cortan el vacío, la atracción mantiene la unidad, nada se rompe. La vida mantiene la unidad en el libre movimiento de las formas. El pensamiento se destaca, la fusión se mantiene, emociones, sentimientos todos ellos acuden conformando la unidad. La Vida en unidad, el amor se destila en la persona ligando sus manifestaciones, las aristas desaparecen, la cohesión se mantiene, la fuerza del amor sostiene la unidad del vacío. La vida humana en la libertad del vacío, sustentada en el amor.
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La experiencia de un enfermo terminal (Narrada por su hermana y por su hijo) El texto que sigue, se refiere a la dura enfermedad del hermano de una compañera de camino; una enfermedad llevada hasta el final con la entereza de quien, al margen de connotaciones confesionales, vivió su vida desde el Fondo. J.G fue diagnosticado de Esclerosis Lateral Amiotrófica (abreviadamente ELA), una enfermedad degenerativa de tipo neuro-muscular (de origen desconocido y pronóstico mortal, pues en las etapas avanzadas los pacientes sufren parálisis total) por la que las neuronas motoras disminuyen gradualmente su funcionamiento y, finalmente, mueren, provocando una parálisis muscular progresiva del aparato locomotor y en último término también de los músculos del diafragma y de la pared torácica, por lo que los enfermos pierden la capacidad de respirar. En su caso, el comienzo fue precisamente esta pérdida de capacidad de respirar, que normalmente se da en estados avanzados, por lo que precisó desde el diagnóstico, de aparatos de ventilación (estos aparatos inflan artificialmente los pulmones mediante fuentes externas que se aplican directamente sobre la cara) que, en la recta final, los utilizaba durante las veinticuatro horas del día. La expresión plácida de su cara se volvía angustiosa, cuando en los últimos meses se le retiraba, para comer por ejemplo, la ventilación asistida. Había sido, físicamente, una persona muy sana. Tras el diagnóstico en la primavera del 2006, vivió poco más de dos años y medio. 212
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Desde siempre, y no sólo porque fuese tímido, hablaba poco, lo que se hizo todavía más patente en la enfermedad y fundamentalmente en los últimos meses, en los que, sin que nadie lo estableciese, el silencio impregnaba su entorno hasta límites a veces incomprensibles. Un saludo, a través de un parpadeo suyo o de un “adónde vas”, producía en mí efectos mágicos. A las razones que desde hacía muchos años tenía para apreciar el silencio y descansar en él, se añadía, creo yo, al comienzo de su enfermedad, la necesidad de ahorrar energías para emplearlas fundamentalmente en vivir. Quería vivir, porque apreciaba y disfrutaba la vida. De ahí que empezase a gestionar su enfermedad con la rigurosidad que le caracterizaba, una rigurosidad, sin embargo, exenta de esquemas fijos, que había ido abandonando desde hacía tiempo. A pesar de su silencio, su hijo mayor que era una de las personas que hacía labores de intendencia para él, tuvo la cualidad de mantenerse en “el ahora”, lo que le permitió ser una buena compañía espiritual. Así y, al tiempo que trataban temas prácticos, ciertas reflexiones de su padre tuvieron voz, como una labor no exigente en la rutina diaria, demasiado centrada, decía él, en la evolución de la enfermedad. Sentía que la realidad de su degeneración corporal (necesitaba de los que le rodeaban hasta en los sucesos más sencillos y cotidianos: comer, vestirse, lavarse…) le había permitido una identificación con el entorno hasta hacerse uno con él, facilitándole además la extensión de este entorno desde lo inmediato al Todo. También percibía que su incapacidad para “hacer”, consecuencia de dicha degeneración, no había 213
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reducido ni un ápice su sensación de estar vivo, su sensación de “ser”. En concreto, en noviembre de 2007 expresaba su deseo de poder hacer conscientemente su Entrega Final como culminación de su experiencia individual. Tenía miedo de que el agotamiento le secuestrara la consciencia. Decía que el conocer el momento en que debiera de producirse esa Entrega consciente sería, de disfrutarlo, el último regalo, culminación de todo lo que había recibido sin saber de dónde ni por qué. También vivió el miedo, la tristeza y la soledad ante la muerte. En mayo de 2008, y tras una crisis que le llevó al Servicio de Urgencias, mencionaba su situación de agotamiento por el esfuerzo realizado en mantenerse vivo, lo cual le sumía en un estado de profunda melancolía y miedo que le impedía abandonarse al sereno vacío. En los últimos meses parecía que su atención se concentraba en lo imprescindible para seguir viviendo, como si se aferrase con fuerza a la vida. Tuvo desazón y enfado, estableciendo con rigor la rutina diaria, que era la única parcela de decisión que le quedaba en relación a su cuerpo. Recuerdo como utilizaba su mirada, posándola sucesivamente en los objetos seleccionados (medicinas, reloj, campana, máquinas, radio…) por ser necesarios para el funcionamiento en el siguiente tramo del día. A pesar de que el diagnóstico de su enfermedad me produjo un intenso dolor, mis vivencias anteriores, sola, con la ayuda de él o de amigos y, el apoyo recibido en el mismo sentido durante su enfermedad, han hecho que haya podido vivir su muerte con tranquilidad, lo cual es un gran regalo. 214
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Pero, también tengo sensaciones de tristeza al añorar, entre otras cosas, su lucidez hasta en los detalles más pequeños. De fácil acceso, parecía que no había dicho o hecho nada (a veces lo único que hacía era mantenerse en silencio), pero el poso que dejaba, y que se hacía evidente al cabo de media hora, tres días o un año, era importante. Por su profesión y cualidades, algunas muy valoradas socialmente, tuvo razones para estar distraído en la vida, pero no fue así. “Estaba atento”, es, también, la frase que mejor definiría su estado durante la enfermedad. Transcribo sus palabras cogidas al dictado. El estado de apertura de mis dos fosas nasales es una obsesión que ocupa todas mis capacidades impidiendo asimilarme al gran Ser transpersonal que es la sola realidad. ¿Dónde estás cuando me hundo cuando sin fuerzas me quedo Sumido en un mar profundo de melancolía y miedo? Ayúdame en el intento de abandonarme tranquilo a tu sereno vacío. (A.M.C.G.)
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Relato de su hijo He leído con atención y calma tus reflexiones, que reflejan tu experiencia en la evolución de la enfermedad de Aita, que provocó su paso de esta vida a la otra? En primer lugar tengo que decirte que el medio escrito no es precisamente el medio en el que me desenvuelvo mejor (me parece plano), pero entiendo que es el mejor para que la persona que lo recibe haga su propia interpretación de lo que se intenta transmitir, sin otras variables que podrían distorsionar su entendimiento. A lo largo de este mes desde que Aita dejó de vivir esta vida llevo reflexionando lo que ha sido su enfermedad, su final y cómo lo vivió él. Como sabes Aita y yo, en los años anteriores a su enfermedad, solíamos quedar todos los meses. Eran citas entrañables, en las que hablábamos de todo, compartiendo nuestro punto de vista en muchas cosas y no entendiendo (yo) otras. Uno de los temas que repetíamos con bastante asiduidad era la existencia de Algo, superior a nosotros, al que nos íbamos a entregar. Este Algo, Dios, Ser, Ente… es el que yo, empecinado en racionalizar, en ser consciente de todo, no lograba entender lo que quería transmitirme. Hablamos mucho de su preparación para abandonar esta vida, de su cada vez más abierta mente para ello; comentamos libros que él leía al respecto y tratábamos acerca de nuestra total insignificancia y de lo relativa que era y es nuestra vida. Hablamos 216
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mucho y de muchos temas, y esto es lo que más estoy echando y voy a echar en falta. Cuando XX me comunicó la enfermedad que tenía Aita también sentí un profundo dolor. Este dolor me ayudó a encarar la enfermedad de Aita como lo hice. Decidí ayudarle en lo que fuera posible hasta que él ya no estuviera con nosotros. Lo hice pensando en mí, en que iba a poder vivir su final, me iba a ir preparando para ello, me iba a ayudar a afrontar su ida. Iba a poder ver si lo que habíamos hablado, su necesidad de ser consciente del momento en que se iba a entregar y su preparación para ello habían valido para algo. La enfermedad ha sido dura. Al principio, cuando su degeneración le permitía en cierta manera seguir con una vida cuasi normal, pudimos seguir conversando acerca de lo que él sentía, cómo lo estaba viviendo y cuáles eran sus necesidades vitales. En estos momentos la perspectiva teórica que él tenía no cambiaba con respecto a lo ya conocido. Poco a poco, a un ritmo similar al de la enfermedad, se iba apoderando de él un sentimiento de melancolía, que yo creo ha sido lo que ha caracterizado su enfermedad. Él luchaba por seguir viviendo, quería disfrutar de la vida y esto yo creo que chocaba de frente con lo que él había hecho suyo en cuanto al paso de esta vida a la otra. En él convivían la preparación a su entrega, que la había interiorizado hace años, con unas ganas de seguir viviendo y posponer la misma. Tenía miedo 217
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de que todo lo que el había pensado o asimilado no fuera posible, como si no le hubiera valido, como si le faltara tiempo para prepararse más. Todo ello yo creo que hizo más fuerte su sentido del ser, pero le generaba una lucha que le producían los sentimientos que transmitía luego. Se sintió solo, triste, incomprendido, con todos y con él. Los últimos meses fueron de largo los peores. Yo en los mismos le vi profundamente abatido, sufriendo lo indecible. Era totalmente terrenal. Lo imprescindible y de importancia suma era su día a día; no salir de la rutina, no romper nada que hiciera acortar su final. Estaba dominado por el miedo, por la incertidumbre ante lo desconocido. No estaba preparado, le faltaban cosas por hacer. Quizá yo también le vi así por mi propio cansancio, por mi rebeldía a perderle, a ser consciente de que su tránsito estaba cerca, por mi egoísmo en definitiva. ¡Era tan diferente lo que habíamos hablado tantas veces a lo que era la realidad! No conseguía entenderlo, no era él. Fueron momentos ciertamente duros. Todo se aclaró el 11 de diciembre. El recuerdo que tengo de ese día lo tendré siempre conmigo y me hizo ver y sentir que lo que tantas veces habíamos hablado era así, aún sin entenderlo. No se puede explicar con palabras. Cuando me llamó y me dijo que quería acabar le dije que ya estaba acabando. Además le dije que él ya estaba preparado. Me dijo que creía que no, pero que se entregaba. Su despedida ha sido de los mejores regalos (iba a poner el mejor, pero soy totalmen218
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te contrario a las frases maximalistas y lapidarias) que me ha podido hacer. El apretón de manos y lo que me transmitió con su mirada es algo que llevaré siempre conmigo. Me sentí en otro plano, en otro nivel. El estaba en otro nivel y me hizo partícipe de ello. Estaba en “paz”, en otra dimensión o como se quiera llamarlo, y me transmitió su sensación. Hizo conscientemente su Entrega Final y vio su vida aquí culminada, y me hizo partícipe de ella. Estoy bien, con inquietudes pero bien. El final que tuvo me ha ayudado mucho a asimilar que ya no está con nosotros. Echo mucho en falta su presencia física, nuestros momentos, nuestras conversaciones, incluso sin hablar, pero le noto conmigo. No tengo tristeza. No he podido leer ninguno de los papeles que me has dado de él, porque su enfermedad y tránsito me han hecho pensar cosas que necesito aclarar o por lo menos colocarlas de una forma ordenada. Todo tendrá su momento. Cuento contigo para ello si fuera necesario. (N.A.G.) * * *
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Poemas que J.G. fue dictando a lo largo de su enfermedad El cuerpo se debilita, la mente se agita inquieta pero si se tranquilizan al espíritu liberan para sentir la experiencia de un entender no entendiendo toda muerte transcendiendo. Desde la insignificancia, en el Gran Todo embebida, se vislumbra la presencia de la Consciencia divina. Y así el alma se ilumina con un no saber sabiendo toda ciencia transcendiendo. Siento el Vacío colmado, la Nada inconmensurable llena de Ser y Milagro en un ahora insondable. Serenidad impalpable de un conocer ignorado, todo saber superado. El ensayo cotidiano de la entrega al Absoluto prepara mi yo humano para su último minuto en el que mi ser profundo 220
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se fundirá en el Ser Total en un regreso triunfal. El globo de Paz se expande lleno de algo intangible serenando al expectante del Resplandor invisible. Y la Música inaudible se escucha en el Gran Silencio, todo sentir transcendiendo. Ver, oir, oler, tocar, andar, hablar, hacer: vivir vivir, morir: antónimos. Vaciarse, silenciar, contemplar, meditar: Vivir Vivir, Morir: sinónimos, Ser en el Gran Anónimo es Vivir-Morir eterno, todo vivir transcendiendo. Cuando el cuerpo está impotente el hacer se hace imposible y el ánimo se entristece volviéndose hipersensible. ¡Cruza el límite invisible! ¡Aprovecha ese momento! ¡Libérate transcendiendo! Confundimos realidad con la experiencia inmediata impidiéndonos alcanzar la comprensión sin palabras de que ser es todo=nada, 221
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un instante=eternidad en armoniosa Unidad. Es nuestro mundo viviente, planta, animal, ser humano, manifestación terrestre del Espíritu increado en el que somos y estamos desde siempre y para siempre en un eterno presente. Soy un fugaz individuo, asombrado porque existo, surgiendo del Absoluto al que comprender ansío. En el ahora en que vivo deposito la confianza en Él, buscando (la) calma. Para avanzar en la calma me sobrecojo ante el Todo, me anonado ante la Nada, y de este peculiar modo me diluyo poco a poco en el gran Vacío Pleno y sigo Siendo no siendo. El aceptar plenamente las circunstancias presentes es condición pertinente para sentir el latente percibir del Existente. 222
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Vivo en el supraconsciente con el despertar pendiente. Cuando en momentos oscuros la tristeza se despierta disponemos de un recurso: ralentizar la cabeza permitiendo que la niebla que precede a lo Evidente nos invada lentamente. ¿Qué, quién provoca el Big Bang? ¿Existe un solo universo? ¿De dónde el impulso vital? ¿Por qué surge el pensamiento? ¿Por/para qué estoy siendo? Muchas cuestiones abiertas esperando las respuestas. Las preguntas sin respuesta son una prueba evidente de nuestra corta sapiencia que reclama humildemente la Consciencia trascendente donde en ignoto milagro se iluminen los arcanos. Cree el hombre en su soberbia ser el rey de lo creado cuando no es sino una pieza más de lo manifestado. Y sólo será salvado 223
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si, humilde, cae rendido ante lo Desconocido. Estamos obsesionados por prolongar la existencia del caduco cuerpo humano velándonos la presencia constante, en nuestra conciencia, de la muerte que culmina nuestra experiencia de vida. Esta muerte inevitable es para el humano juicio un suceso irrazonable. Será un superior criterio el que de a todo sentido. Aceptemos la evidencia de esta última consciencia. Esta Única consciencia que supera toda ciencia nos permite la vivencia de su divinal Esencia. Abracemos su existencia. Entreguemos sin reserva nuestro yo a su clemencia. Siento que soy en un Algo secreto e inconmensurable, que incluye lo que yo capto y lo no imaginable por mi saber deleznable. 224
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Por esto, de vez en cuando, me descubro anonadado. El estado de apertura de mis dos fosas nasales es una obsesión que ocupa todas mis capacidades impidiendo asimilarme al gran Ser transpersonal que es la sola Realidad. ¿Dónde estás cuándo me hundo, cuándo sin fuerzas me quedo sumido en un mar profundo de melancolía y miedo? Ayúdame en el intento de abandonarme tranquilo a tu sereno vacío.
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Enso… Caminar a la unidad Nieva sobre la nieve. Blanco lecho del Ser. Alba materia, voz del silencio, asiento de la luz. Nieva. Huele al mutismo de la nada. Relente al alba. Sinfonía en Vacío sostenido. Nieva. Sabor a tiempo detenido. Nieva. Se extingue cada copo uncido al pensamiento plano; breve vuelo, con él me extingo a ras de suelo, vacuo Enso. Enso, un círculo sin puntos cardinales donde construyo mi morada, tan frágil y fugaz. Lo dibujo en un ancho pliego, y doy en imaginarme que el pliego es una estepa en la que vivo seguro a la intemperie; infinito espacio, tan sólo visible en las horas detenidas. Me vive el Enso como en un centro tan desierto, tan adelgazado, que no fluye por la mente de casi nadie. Vivir en el Enso la liberación de la Incorporeidad, tan palpable y real como el aliento. Habito ese lugar como no-lugar, ausencia dinámica, enorme expansividad por los universos de inmensos corredores innombrables. Reino innumerable. Calma vital, ajena a la desesperanza donde lo efímero se extingue, e indiferente a la indiferencia, gastado ademán de quien se aplica a seguir dormido.
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Extraño y aparentemente contradictorio espacio vacío, donde la calma de Ser sucede, tantas veces, al vértigo del No-ser que desconozco y temo. Vivir en vértigo, ebrio de vida, esa emancipación. Ser la vida: serla en su callado rumor, sutil aliento de un himno entre las células. Temible, apacible y suprema soledad del Ser, fuera del tiempo. Vivir bajo el arco anchuroso del Vacío Enso, que sin contar con nosotros suena, suena… Sonar y más sonar en él, hasta despertarme, ser eso ESO, Enso. Y disuelto en su luz, hacerme incienso.
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EL ESPLENDOR DE LA NADA
Aliento Quizá alguna noche, al linde de la aurora, seas alcanzado por su voz, desnuda voz sin voz, sin cántico, sin nada. Voz, la viva voz, que esparce el alba… Quizá alguna noche, asombrado, con fuerza huracanada, sentirás el Evento en carne propia: que la temida ausencia se convierte en presencia. Y que la nada no era nada. Sentir de qué manera el aliento del Ser, como amigo silencioso, se hace cuerpo tuyo, se filtra entre tus células. Presenciar con impávido asombro, de qué manera tu rítmico resuello, ignorando las costumbres de la lógica, ensancha los espacios de tu cuerpo, lo fortalece, lo dota de múltiples afueras sin fronteras. Y así, cuando al yugo de aciagos acantilados te amarre el avatar del viento, no forcejees: consiente en ser espalda de un dios que oculta el rostro. Tolera ser repique de timbal, o acorde de laúd que languidece, porque lo restaurará el silente aliento, tu sustento. Consiente en ser abismo en tiempo inhóspito. Y no temas: derrámate entre sus sombras; saca fuerza incluso de tu hiel y, de ese modo, armado de valor, atraviesa la umbría; sal de ella con cuidado sumo, muy atento, quedamente, hasta fundir tus retinas en los destellos de escondidos fulgores emer228
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gentes. Hasta volverte luz sin darte cuenta. Luz de tu luz, luz de tus latidos, luz de tu aliento… Te digo más, si largo –por amargo– se tornara el potaje de tu cáliz, prueba a emborracharte en él, haz el amor en él, transfórmate en las ascuas de su llama entreverada, tórnate en insolente brebaje de salud, tan sólo vetada a los dormidos. Y luego, repuesto –es un decir– de la resaca, más insolente aun, recupera de los falsos dioses la deidad que te arrebataron, la que sólo a ti, por ser humano, te es debida. E interpela a los aciagos sacerdotes de las sombras: que ningún oscuro mediador se interpondrá jamás en tal celebración. Brinda al infinito. Fluye, en el Ser, vive, y, sobre todo, sé, sé, sé…; sí, sé tú, gritando “SOY”, hasta embriagarte de lucidez. Y si se agotara el vino, transfórmate tú en vino. Celebra en tu cuerpo la luz que eres. Y después, jamás lo olvides, cántalo al mundo, grítalo al mundo. Hasta desgañitarte.
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5 Obstáculos en el camino
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Introito La vida, contra lo que se ha dicho, no es una mala noche en una mala posada; ni ella, por sí misma, es un valle de lágrimas. El cielo siempre hubo de residir en ella y es cuestión de rescatarla de las insondables alturas. Bajar a la realidad, como se dice, sería incorporar la dicha de la Vida en el corazón de la tierra, aboliendo otros pretextos oscuros, por muy religiosos que ellos sean. La Realidad, es más que el cotidiano escenario de una lucha a muerte entre individuos muertos. Hemos programado la mente con las grandes ficciones de los autosacralizados colonizadores de conciencias, creando en sus mansos fieles una falsa idea de sí. Tal es el reino de la muerte que hemos llamado vida, el fraude que pervierte la alegría, tan ajena a todo tipo de epitafios: La tierra –decía el poeta R. Juarroz– no sabe qué hacer con los muertos, y bajar el cielo a la tierra podría servir al menos para corregir la muerte. Nuestros oídos (si el planeta no nos ha expulsado antes con nuestras patrias y fronteras a la espalda), necesitan oír otras noticias, ver otra T.V, escuchar otra música: la canción sin distancia, la canción que no entra en el oído, la única canción irrepetible. Todo hombre necesita una canción intraducible… Malvivimos sometidos, desconociéndonos, andando cabeza abajo por las calles, igual que las moscas lo hacen por el techo. Nos falta adivinar nuevos senderos, caminar cabeza arriba usando la propia cabeza, no sometidos a la ajena. Urge descolonizar nuestra conciencia de una falsa moral. Urge des-obedecer tantos catecismos religiosos y 232
OBSTÁCULOS
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políticos, ya que, de lo contrario, sobraremos en el planeta y seremos –¿ya lo somos?– el excedente narcisista de un proyecto fallido. El alma y la piel recalentada de la Tierra nos vomitará tan harta ya de nosotros; o nos cambiará por otra especie. Urge una total transformación. Cuando aquí hablamos de transformación, conviene recordarlo, nos referimos a una experiencia total, más allá de la objetividad y de la subjetividad, a un acuerdo entre lo exterior y lo interior. No existe cambio sin cambiarse, y al revés: la transformación interior que no alcanza un cambio de vida externo siempre será un alienante error o una lamentable falsedad. A un monje que estaba sumido en un intenso estado beatífico tan prolongado que no quería salir de él, el Maestro Eckhart le conminó: “sal de ahí raudamente, emprende la primera tarea que puedas, pues lo tuyo no es sino un sentimiento disolvente”. También la borrachera suele revestirse de luz y el narcisismo de beatitud. El despertar auténtico nos empuja a la vida, a “volver al mercado”, como se dice en el Zen. Lo cual, añado yo, no quiere, ni de lejos, decir que permanezcamos atontados en el moderno mundo del Mercado, dulce término, nada inocente por cierto, que enmascara la palabra capitalismo. Por esa razón esta parte del libro aterrizará en el escenario organizativo, del que el practicante de Zen, si es auténtico el ejercicio que practica, no puede evadir su praxis transformadora. La evasión es un obstáculo en forma de autoengaño que acecha al caminante. De esos obstáculos trataremos aquí. 233
EL ESPLENDOR DE LA NADA
El precio del miedo Cuando alguien me pregunta cuál es el mayor obstáculo del caminante, siempre respondo que el miedo del ego a perder sus posiciones. Herimos más con el escudo que con la lanza y el miedo es una de las mayores dificultades de nuestro crecimiento personal, de nuestra convivencia, de nuestra vida. Una persona, cuya mente se halla atrapada por el miedo, vive en la confusión y en el conflicto. Por eso suele ser agresiva: El miedo nos esclaviza en los propios patrones obsoletos, en las creencias, engendra cinismo y violencia. Para contrarrestar el miedo, los grupos humanos se organizan en torno a patrones de pensamiento programados que pretenden que la gente se religue (pues de re-ligiones se trata) a un modelo establecido, a una programación mental que busca más el mimetismo que la madurez: por ello todo grupo humano tiene sus tabúes, un “pensamiento único”, que, por inhibición del pensamiento crítico, nos preserva del enemigo desconocido. Pero lo lamentable es que esa enajenación se considere “normal” y hasta modélica. Ocurre que hemos confundido lo habitual y frecuente, es decir la normalidad estadística, la de la curva de Gauss, con la normalidad mental y espiritual que trasmite una persona en paz. Por identificarse con ese tipo de “normalidad”, se puede constatar que la inmensa mayoría de nuestros políticos son incapaces de asegurar la convivencia pacífica. Mientras consideremos que lo normal es lo frecuente y sigamos recibiendo una educación competitiva que engendra pavor y repulsa a “lo distinto”, no saldremos de las cavernas del miedo, fuente 234
OBSTÁCULOS
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de todo terrorismo. La gran prueba que constata la madurez de una persona, además de saber integrar aquello que es distinto a ella misma, pasa por la experiencia de cómo asume y maneja su propia soledad frente a un ambiente hostil. Por eso, un ser despierto es solidario, más también antigregario. Puede sentir miedo, pero no llegará a bloquearse por él. Las reacciones primarias hacia la seguridad, carecen de ideología. A los seres humanos nos cuesta bastante vivir sin marcos de orientación o devoción y soportamos con dificultad la prueba de la soledad. Tendemos a religarnos a un partido como si fuera –y en el fondo, lo es– una re-ligión, una iglesia: invistiéndole de un poder sacramental, de una fe y una docilidad ciegas a su jerarquía, siendo el miedo a la soledad la que nos empuja a refugiarnos tanto en amistades inadecuadas como en la ceguera de los dogmas. Nos aterra estar solos. Por eso me suelen llamar la atención las campañas electorales. Es curioso ese mimetismo americano que, por impregnación, cobra en Europa cotas de epidemia. Unas campañas que facilitan a las feligresías militantes el rito iniciático de la común unión, o comunión, de ese marco político “litúrgico”, donde la identificación acrítica con el líder, el programa, las siglas, así como la dependencia uniformada ante sus símbolos externos, provoca la catarsis del aplauso automático, facilitando a muchos individuos un añorado sentimiento de pertenencia que encubre el miedo a la soledad y al aislamiento. En un mitin, por ejemplo, la vacuidad del “yo” es substituida por la securizante identidad del “nosotros”. El mitin no persigue convencer, puesto que, por definición, se trata de una convocatoria de convencidos y 235
EL ESPLENDOR DE LA NADA
para convencidos. Su función más bien consiste en re-presentar el espectáculo de un colectivo de soledades que busca celebrar la conjura de su propia soledad. En este contexto, el programa, generalmente confeccionado sin la participación colectiva, resulta irrelevante frente al carisma del candidato y el importante énfasis atribuido al reparto del poder de las listas cerradas, la venta de imagen de la sigla, la programada uniformidad emotiva y el control dogmático de la disciplina de voto que se respira en la re-presentación. Esa es la “normalidad”, el concepto de normalidad de una sociedad dormida, que, presa del valor mercantil del éxito económico, padece el fracaso endémico de ignorar cuál es su fin y su sentido. Es el precio del miedo. Y hablando de éxito, le preguntaron a José Saramago, cómo había recibido el éxito del Premio Nóbel un escritor como él, eterno perdedor y abogado de causas perdidas: “Solamente fracasa quien persigue el éxito. Y yo nunca he perseguido el éxito”, respondió el escritor. Una de las causas de nuestros conflictos interiores, reside en la frágil resistencia que adoptamos frente a las situaciones de dependencia, a las que, cotidianamente, sometemos nuestra autonomía personal, pues rara vez somos conscientes de la tela de araña que la enreda: la acusada necesidad –siempre vacua y artificial– de ser aprobados, admitidos y reconocidos por aquellos a quienes hemos cedido el poder sobre nuestra persona. Guiados por la filosofía –si a eso puede llamársele filosofía– del correcto pensamiento único, vendemos nuestra pri236
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mogenitura por un plato de lentejas al tendero de nuestra seguridad. Tal es nuestro precio. En el fondo, es –lo repito– el miedo al ostracismo el que cobra su peaje a nuestra independencia, que es nuestro derecho de nacimiento a ser nuestros propios dueños, a estar despiertos, no alienados. Sería una costumbre saludable que, por lo menos, durante una hora diaria, tomáramos conciencia de los enormes controles sociales que, con nuestro permiso, nos asfixian y hacen que pertenezcamos acríticamente a una sociedad enferma, ejercicio liberador que no es frecuente enre los modernos programas de “coaching”, tan de moda entre los consultores organizacionales. Sucede que existe una estrecha relación entre el hecho de que yo me someta ante determinadas personas o grupos y, de otro lado, el hecho de que desee amoldarlos a ciertas expectativas e intereses inconfesables. Tanto quienes se autosometen, como quienes someten a otros, son, en el fondo, víctimas de un mismo sentimiento paralizante: el miedo a la soledad, que, en términos mercantiles, sería el sentimiento padecido por una mercancía que no tiene demanda. Sentimiento que no logra estremecer a personas libres. Frente a la filosofía mercantil de “La honradez no vende”, el futuro socialismo no debe perder de vista que la honradez, por definición, no está sometida al flujo de la oferta y la demanda porque la honradez por su propia naturaleza, no se plenifica en la distribución de los escaños. También ahí seguimos dormidos. La derecha pragmática (la derecha siempre fue pragmática) que es la inventora de la citada frase: “la honradez no vende”, tiene como especialidad la compraventa; ella jamás 237
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se movió ni en los sueños, ni en la utopía, ni en la justicia, ni en el humanismo social, ni en la ética del bien común. Ese campo, que se resiste a ser privatizado, no es, nunca lo será, el suyo. Quizá –sin duda– la alienante cultura televisiva y el pequeño “pensamiento hamburguesa” del pragmatismo neoliberal haya prendido en los sectores más inmaduros de la llamada “izquierda”, que pretenden transformar al mundo sin transformar-se a sí misma en ese ejercicio de la autoconciencia que nos facultaría para saber atravesar solos el desierto –y hasta el fracaso temporal– propio de quienes saben que el éxito es una idea, una meta acuñada por los mercaderes y para los mercaderes. Todo consiste en saber mantenerse al margen –quizá marginados– de una civilización que sabe de medios pero, ignorando el sentido, ni siquiera encuentra sentido a la palabra sentido. La aventura de “atravesar” el miedo a la soledad, es la asignatura pendiente, el examen de madurez y, sobre todo, la impronta del estilo de vida de quienes buscan las auténticas claves futuras de una vida despierta y con sentido.
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La función de los medios de comunicación Una sociedad, la nuestra, mediatizada por la política, es un páramo cultural, un hangar donde se recluye el aburrimiento, donde la noticia, mediatizada por el patrón ideológico de las organizaciones patronales, se torna desustanciada. Las librerías se atiborran de novelas, los jóvenes no sabe hablar, y la televisión se encarga diariamente de atontar las mentes. La tragedia es que lo urgente, con su apremiante inmediatez, impide atender lo importante. El drama –que es más que un simple error– del periodismo, reside en haberse enfrascado en la falsa teoría de no atribuir a lo importante el carácter de urgente. Lo importante, en la actual práctica del periodismo, es una abstracción, no vale la pena, no es noticia. No vende. Una sociedad desorientada que ni siquiera sabe atribuir contenido a la palabra “sentido”, no informa de lo que carece. Aquí es donde, la superficialidad mercantilista, adquiere diariamente tintes de epidemia. Una de las condiciones indispensables del arte de vivir, estriba en saber armonizar la urgencia (categoría de tiempo), con la importancia (categoría de sustancia). Sin el peso de la esencia, el periódico y sus noticias, carecen de sustancia, por eso resultan insustanciales. Los individuos y, por supuesto, los periodistas, tienden a observar la realidad a través de unas anteojeras que funcionan como filtros que condicionan nuestro conocimiento de la realidad y la amplitud de nuestra conciencia. Ello nos lleva al análisis de la construcción del pensamiento único: 239
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La construcción del pensamiento único Con encomiable devoción, los pedagogos han venido introduciendo al niño en el ejercicio de “la lógica”, sin pararse debidamente a pensar que esa Lógica es “nuestra” lógica, que no es, por tanto, una lógica universal. Ella, nada tiene que ver, por ejemplo con la “lógica paradójica” oriental, para la que “el vacío es forma y la forma es vacío”, la distancia más corta entre dos puntos puede ser la línea ondulada, y para la que dos más dos no suman necesariamente cuatro. “Nuestra lógica”, es un constructo racional condicionado por la separatividad de la cultura griega. Una construcción perfecta analizando y separando, aunque dualista y limitada a la hora de captar las totalidades que percibe la intuición. Una educación basada exclusivamente en esa lógica, puede “armarnos” de razón, pero no necesariamente de verdad. La lógica, –o, más bien, “esa” lógica– por tanto, con sus virtudes y su límites, no deja de ser un filtro condicionado, mediante el que nos acercamos a la realidad. Un filtro que impide el despertar de la conciencia. El mismo efecto filtrante posee el lenguaje. Toda lengua, a causa de su morfología y de su sintaxis, produce un efecto selectivo en nuestra visión de la realidad, existiendo, por tanto, experiencias sutiles que, en función de cómo sea el lenguaje que las aborda, entran o no entran en nuestra conciencia. Un poeta oriental, por ejemplo Basho, permanece callado ante la naturaleza. Su lenguaje no dualista, favorece la fusión del poeta con la flor. El silencio, aquí es el máximo 240
OBSTÁCULOS
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exponente de la experiencia. En occidente, embargados por la lógica dualista, y no tan sensibles al sentido del silencio y de la fusión con lo natural, nuestros poetas, Garcilaso, por ejemplo, cantan también a las flores. Pero, claro, antes las arrancan. En occidente, hemos desarrollado un excelente entramado lingüístico-racional para extender, por ejemplo el saber tecnológico, económico o informático, pero somos cada vez más incapaces para expresar nuestros sentimientos. Es más, el atolondramiento de nuestra base semántica se hace aún más radical y se muestra realmente inexpresivo para comunicar un simple placer gustativo. Nuestra insensibilidad llega hasta tal punto de torpeza, que somos realmente incapaces, por ejemplo, de manifestar la diferencia de sabor entre el vino tinto y el vino blanco. (A no ser que nos emborrachemos). Carecemos de palabras. Otro aspecto del filtro es el tabú social. No somos libres. Todo grupo humano desarrolla un sistema de categorías de pensamiento, de tal manera condicionado, que dentro de cada colectivo existen temas que no sólo no se pueden expresar, sino tan siquiera pensar. Contrasta tú mismo, lector, en un mundo tan oficialmente racional como el organizativoempresarial, de qué manera queda la virtud de la “objetividad” cuando abordan el “tema” sindical, o ya en un nivel político, el “tema” de los inmigrantes, y de ese modo comprobar cómo se construyen esos filtros –lógica, lenguaje, tabúes– que configuran eso que se ha venido en llamar Pensamiento Único, y que no es otra cosa que “lo” que queda en la conciencia después de haberla filtrado en el cedazo de la censura, de la represión. 241
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El Pensamiento Único, es una programación mental, fruto del maridaje entre el conocimiento y el interés, donde se demuestra que nuestra conciencia ordinaria no pasa de ser un cúmulo de falacias y ficciones, determinadas menos por la razón que por el miedo y ajenas a la verdadera realidad, que sigue permaneciendo velada. Resumiendo: a) El filtro del Lenguaje, con sus estructuras morfológicas y sintácticas, cuyas raíces son específicamente culturales, selecciona la realidad. b) El filtro de la Lógica, que en nuestro caso se reduce a “la” lógica colada por el cedazo de la filosofía griega y occidental, condiciona racionalmente lo real. c) El filtro de los “Contenidos de conciencia”; es decir: los tabúes de una sociedad que fomenta el Pensamiento Único, impone un aspecto de la realidad como si fuera toda la realidad, y margina la creatividad impregnando ideológicamente nuestra comunicación. Efectivamente, en toda sociedad o grupo existen cosas que no sólo no se pueden decir o escribir, sino tan siquiera pensar… Esos “filtros” socialmente condicionados alienan la conciencia de la realidad, creando espejismos y ficciones. Lo patológico es que la sociedad está aburrida –más bien dormida– y no quiere saber el porqué de esa alienación que Marx bautizó como falsa conciencia. De hecho, la opinión que emana de nuestros informativos radiofónicos, tertulias 242
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televisivas y editoriales periodísticos del pensamiento oficial, más que formar y ampliar la conciencia, crean diariamente una borrachera colectiva. Con otras palabras: nos atonta lo urgente. A diferencia de los Reyes Magos, tenemos los camellos pero nos falta la estrella; poseemos los medios pero ignoramos los fines. Es hora de despertar del sueño. Alguien tiene que romper el molde unidimensional de la palabrería, para encontrarse con la verdadera Noticia que en nuestro fondo somos. Los directores y dueños de un periódico, son, también fruto de una sociedad que padece inflación de palabras; razón suficiente para romper el molde de esos filtros. Yo propongo la terapia del silencio temporal convertido en ejercicio liberador y expansivo. Sólo a través de él, se descubre la Noticia que late en nuestra profundidad, porque la verdadera noticia parte del arte de saber silenciar las actividades de la vida que no son vida, y llegar a catar las auténticas experiencias que este mundo nos brinda. La Noticia importante, se halla fuera de las fronteras de nuestra cotidiana programación mental; está fuera del alcance de quien, inmerso y atareado en lo urgente, olvidando lo importante, ha perdido la facultad de escuchar. Y de escucharse. Recordemos la admonición de Pablo Neruda:
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A callarse Ahora contaremos doce y nos quedaremos todos quietos. Por una vez sobre la tierra no hablaremos en ningún idioma, por un segundo detengámonos, no movamos tanto los brazos. Sería un minuto fragante, sin prisas, sin locomotoras, todos estaríamos juntos en una inquietud instantánea. Los pescadores del mar frío no harían daño a las ballenas, y el trabajador de la sal miraría sus manos rotas. Los que preparan guerras verdes, guerras de gas, guerras de fuego, victorias sin sobrevivientes, se pondrían su traje puro y andarían con sus hermanos por la sombra, sin hacer nada. No se confunda lo que quiero con la inacción definitiva. La vida es solo lo que se hace, no quiero nada con la muerte. 244
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Si no pudimos ser unánimes moviendo tanto nuestras vidas, tal vez no hacer nada una vez, tal vez un gran silencio pueda interrumpir esta tristeza, este no entendernos jamás y amenazarnos con la muerte, tal vez la tierra nos enseñe cuando todo parece muerto y luego todo estaba vivo. Ahora contaré hasta doce y tu te callas y me voy. La vida, y la Noticia que de ella emerge, está en las espaldas –más bien, en la antípoda– de lo urgente. Sin cierta terapia del silencio, la facultad de ver la Noticia permanecerá siempre atrofiada. Y ella, que siempre es previa a su expresión, se nos escapa. Las demandas más importantes del ser humano no hallan respuesta en un mundo programado desde el liberalismo. Y, ante semejante panorama, surge, como un mecanismo de defensa evasivo el fenómeno social de la droga.
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Droga y sociedad En sus orígenes, a la altura de los emblemáticos años sesenta, el fenómeno drogodependiente fue interpretado como fruto del ansia de liberación frente a la coactiva sociedad tecnocrática. Vino a ser algo así como la alternativa del goce individual frente al colectivismo consumista; la rehabilitación de lo sensible frente al racionalismo tecnológico, y el ejercicio de la espontaneidad frente al utilitarismo de unas organizaciones económicas diseñadas por y para la eterna minoría ostentadora del poder. En ese contexto, la droga fue concebida como una bomba contracultural. Pero, claro, todo eso lo entendíamos así en aquel año de gracia de 1968, porque ahora, la vida nos ha enseñado que a semejante bomba le faltaba la espoleta. Aquellas ansias de liberación, nos muestran hoy su contrapartida: cuando una persona, joven, o adulta, se aferra a un goce inmediato, es debido a una radical carencia de ilusión por el futuro; carencia inconcebible en el 68, porque entonces, los jóvenes, “tenían futuro”: podían, por ejemplo, despreciar una entidad bancaria para colocarse en una cooperativa. Había dónde elegir. Eso en el plano económico, porque en el plano político el Che Guevara daba la cara en Hispanoamérica, sembrando la esperanza de un socialismo liberador; en el plano religioso, Juan XXIII, a diferencia del Vaticano de hoy, creía en el Evangelio. Efectivamente, en ciertos sectores –aunque no tan amplios como se ha hecho saber– existía una ilusión de cambio. 246
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Mas nada cambió. Y esa es la razón por la que siguen en vigor las preguntas de entonces: ¿Qué tiene esta sociedad, que, lejos de fomentar la confianza, promueve el escapismo? ¿Por qué razón –si aquí cabe más la razón que el interés– se ceba de ese modo en los jóvenes esta plaga? ¿Qué estímulos, para que apuesten por la vida, aportan los que gobiernan esta vida? La política, es vivida como una religión sustitutoria de la enorme vaciedad de una sociedad desorientada que tiene los medios pero ignora los fines. Los pobres no tienen futuro, ni les pertenece el presente, y su pasado es el pasado de sus amos. Eso clama Eduardo Galeano en su poema “Los nadies”. Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba. Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos: Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. 247
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Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata. Pero uno sostiene que los pobres, a pesar de las injusticias, son los portadores de una nueva esperanza. Porque los que no tienen ni pasado, ni presente ni futuro, son los más capacitados para poder soñar. Lo sé, me identifico con ellos. Son mi patria, por ello…
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Declaro ante notario: No tengo patria. Ni deseo albergarme ya en el tiempo. Tan sólo en los sentidos y el aliento instalo hoy mi morada, el resto… ¡al viento! Aunque arrastro un pesar: nací a destiempo. En mis suelas me voy sin sedimento ni huellas de dinero, y no me siento ni moneda de cambio ni alimento que sirva al dios Mammón de pasatiempo. Aquello que yo sé, me lo enseñaron: el grito marginal, el aire, el fuego, los ojos de aquel niño palestino… los poetas, los que nunca treparon ni en cortes ni oficinas de alto vuelo… y el rostro de emigrantes sin destino. Nuestra sociedad atontada, la que traga con fruición “Marca” y “Hola”; la que arroja un índice del 77% de neurosis, ansiedad y estrés, no tiene otro remedio que rescatar la importancia social del sueño, soñar otro mundo. Porque la fantasía, representa la razón no-domesticada. A través de la fantasía, la sociedad en general, y los oprimidos en particular, encuentran la posibilidad de entrever un mundo que trascienda la prisión que les niega respirar la vida. La democracia es pura mentira si no alcanza el ámbito de la empresa, de la fábrica y de la universidad. La fantasía es el principal 249
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patrimonio de los creadores, pero también de los enfermos, de los hambrientos y de los oprimidos por mil ataduras. La fantasía, facilita que se convierta en sujeto histórico ese universo de dos tercios de acosados y de marginados, que sueñan la demolición de las fronteras; que sueñan la igualdad para que nos podamos llamar humanos, que sueñan la desaparición de este muro que divide el Norte del Sur, un muro más implacable que el de Berlín. Lo que en todo caso está claro, es que no es decente intentar poner fin al uso de los medios que apuntan a evadirse de este mundo sin ponerse a trabajar por un mundo distinto que no de lugar a tales deseos.
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Superar la programación mental de las creencias Reitero: Nuestra civilización neoliberal, inflada de palabras, es un escenario plagado de tertulias, mesas redondas, ponencias, coloquios, debates. Recuerdo un debate sobre la pacificación de Euskadi: yo creo que es un engaño decir que se ama la paz, si a la vez uno no es capaz de ver al otro de un modo nuevo: sin siquiera nombrarlo, sin ejercer la sutil violencia de clasificarlo. Es por eso que la mayoría de los “debates” sociales y políticos llevan al fracaso. En un debate se cruzan dogmas, y los dogmas, lejos de transformar la realidad, endurecen las posiciones de los ponentes. Por eso uno piensa que urge el aprendizaje social de la atención y el adiestramiento en el ejercicio diario, aparentemente simple, de comenzar a observar “sin más”, a examinar a los demás sin referencias, a saber mirar con esa atención detallista e indagadora con que suelen mirar los llamados hombres salvajes, o como exploran y curiosean los fisgones bebés. Lo contradictorio –y, a la vez, enriquecedor– de la madurez consiste en que esta solo aparece cuando se nace de nuevo; el ser humano crece cuando es capaz de volverse como un niño. Examinar sin palabras exige abandonar las creencias. Eso es comprender, y comprender es perdonar. Una de las causas principales del miedo obedece a nuestra terca resistencia a enfrentamos a la realidad tal cual es, a los otros tal cual son y a nosotros tales cuales somos: sin definiciones, sin referencias previas, sin conceptos. Y eso produce miedo: nos aterroriza perder el patrón de pensamiento de nuestro grupo y desprendernos de las creencias con que desde pequeños nos 251
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programaron. Incluso nuestras células cerebrales han llegado a aprenderse un patrón y se resisten a crear otro patrón nuevo. Nos refugiamos en lo viejo para no sentimos solos, sin raíces y perdidos. Salir de mi programación me produce inseguridad y me torna agresivo. De ahí que estemos siempre a la defensiva. La raíz del miedo se alimenta en el pasado y se sujeta en los patrones viejos. Así, a través del ejercicio cotidiano de la contemplación silenciosa de nuestros miedos, estaremos en condiciones de llegar a comprender que la violencia propia y la ajena se nutren de una raíz común. Añoramos el aire fresco de lo sinnombre, que surge del ejercicio de vaciarnos de lo viejo conocido, ejerciendo el valor de saber mirar atentos y en silencio lo que late al margen de la palabra. Pero las creencias nos mantienen dormidos. De ahí que Krishnamurti se preguntara “por qué los seres humanos, que han vivido en esta Tierra durante millones de años, que son tan inteligentes en lo tecnológico, no han dedicado su inteligencia a liberarse del muy complejo problema del miedo, que es una de las razones de la guerra y de que nos matemos unos a otros”. Nos sentiríamos muy solos fuera de la madre-creencia, que es la otra versión de la madre-patria. La violencia se nutre de la negación a despertar al cambio. Nos negamos a despertar. Además vivimos –es un decir– en un sistema económico donde los mejor pagados son los más dormidos. Ese es su precio, y ese es el modelo que las actuales crisis económicas están desenmascarando. 252
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La sombra La llamada conciencia natural o conciencia ordinaria obstruye nuestro contacto con el Ser, me refiero a la conciencia estática del yo profano; de ello ya hemos hablado a lo largo de este trabajo. Pero quisiera finalizarlo deteniéndome en otra causa que favorece también la referida obstrucción o bloqueo de la experiencia del Ser: el fenómeno de la sombra. La sombra, noción establecida por C.G. Jung, contiene y cofigura los aspectos personales propios que no hemos querido aceptar, que hemos reprimido. La sombra, en el fondo, es luz disfrazada, las espaldas de Dios. En al sentido, la gran psicoanalista junguiana Maria Luisa Von Franz señala lo siguiente: “Que la sombra se convierta en nuestro amigo o en nuestro enemigo depende en gran parte de nosotros mismos... La sombra no es siempre, y necesariamente, un contrincante. De hecho es exactamente igual a cualquier ser humano con el cual tenemos que entendernos, a veces cediendo, a veces resistiendo, a veces mostrando amor, según lo requiera la situación. La sombra se hace hostil sólo cuando es desdeñada o mal comprendida”. En el camino del despertar, el caminante se encuentra, indefectiblemente, con la sombra, y una de las principales metas de la Psicología Profunda consiste en saber hacer acopio del coraje moral necesario para no tratar de ser ni mejor 253
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ni peor de lo que uno realmente es. Nuestra misión aquí no es otra que la de descubrir nuestra naturaleza real, una transformación que se inicia en el corazón humano. Según dicen, la relación que Gandhi sostenía consigo mismo entrañaba un tipo de violencia que le llevó a establecer “relaciones de dominio y explotación” con las personas que le rodeaban. Es interesante constatar, asimismo, la existencia de un fenómeno similar en la vida de León Tolstoy. Este, a pesar de tratar de convertir a todo el mundo hacia el amor y la paz cristianos perfectos durante los últimos diez años de su vida, mostró, no obstante, un despotismo cruel tanto hacia su esposa como hacia su ama de llaves Re-conocer el propio mal es re-conciliarse con él. Aceptar la propia imperfección, la propia agresividad es el primer paso –ineludible paso– para hacer la paz, El frente y el reverso, el tener y el no tener, igual que lo bueno y lo malo, van siempre juntos. como la luz y la sombra. Por eso, gran parte de la agresividad que distingue a la especie humana de la animal, radica en una educación dualista, una programación mental que promueve el enfrentamiento interior de una parte contra otra. Un enfrentamiento interior que se exterioriza en enfrentamiento exterior buscando chivos expiatorios. Al mundo le sobran redentores. Urge, pues, arreglarse y liberarse por dentro, porque todo el Universo va bien. Lo único que funciona mal en el mundo es el ser humano internamente dividido. Todas las personas humanas llevamos dentro de nosotros una persona cordial junto a otra tenebrosa. Ambas caminan 254
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a la par. Bajo las luces del Yo consciente se enmascaran todo tipo de sentimientos negativos: la ira, los celos, la envidia, la lujuria, la mentira, las tendencias violentas. Todo ese territorio inhóspito de nuestra interioridad es bautizado por la Psicología Análitica como sombra. Ella es la contrapartida de nuestro ego; una zona oscura que comienza a desarrollarse en la primera infancia, a través de la educación, cuando nos conducen por la senda de negar parte de nuestros sentimientos y deseos –lo oscuro– para que nos centremos en el camino luminoso de los valores o de los ideales. Pero nuestro rostro tenebroso siempre está ahí, al acecho, agazapado a la espera de surgir inesperadamente a la luz. Quizá aparezca con ocasión de encontrarme ante una persona para mí antipática, o cuando descubro en mí mismo algún rasgo que me cuesta aceptar, o cuando compruebo que me he dejado llevar por la ira, la envidia, el odio, la vergüenza. Uno de los caminos más seguros para alcanzar la madurez personal consiste en encontrar la propia sombra, reconocerla en tanto que propia, sin proyectarla adjudicándosela a otro, para, finalmente, tratar de iluminarla. El crecimiento humano veraz radica ahí: en tener el valor de enfrentarme con los propios abismos, empezando a dialogar con ellos. Difícilmente puede alcanzar la claridad quien se niega a reconocer la propia zona oscura que debe ser clarificada. Fue precisamente Jung quien dijo que uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz, sino haciendo consciente la oscuridad. Claro, todo esto puede, en principio, parecer una entelequia mental absurda, únicamente aplicable al individuo ais255
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lado, pero que no tiene sentido a la hora de aplicarlo a conductas grupales. Mas eso es una equivocación. En La Psicología de masas del Fascismo, Wilheim Reich desentraña la estructura del sufrimiento humano, que, según él, se fundamenta en el intento de negar la vertiente animal de la naturaleza humana, para conseguir lograr ser algo distinto de lo que uno verdaderamente es. Pensando en los delirios colectivos de grandeza del fascismo, Reich bautizó con la expresión “fabricantes de plagas” a los políticos que mienten sobre las posibilidades reales de los pueblos, no dudando en embarcarlos en sueños irrealizables, exigiendo, para tal fin, si es preciso, el holocausto colectivo. Todos los fascismos pretenden que las gentes piensen y sientan de modo contrario a lo que su realidad es. De ahí que todos hayan acabado construyendo su propia ruina. Nos abruma nuestra culpabilidad. La sombra, cuando no se quiere reconocer, tarde o temprano resultará ser una carga espesa, un fardo pesado y creciente sobre nuestra espalda, que acabará por desplomamos. De ahí que los colectivos siempre hayan tendido a inventar un chivo expiatorio donde se proyecte la animalidad propia que negamos en nuestra tribu. Por esa razón (?) todavía se mata, o se producen crueles sufrimientos, en nombre de Dios, en nombre de la Religión, en nombre de la Patria, en nombre de la preservación de la propia cultura, en nombre del pueblo trabajador. Pero desde el nacimiento del Psicoanálisis, siempre será sospechoso el fenómeno político de las indiscriminadas acusaciones colectivas. Y digo sospechoso, porque cuando denunciamos la intolerancia o la violencia del otro, frecuentemente no 256
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hacemos sino proyectar a las afueras la propia realidad interior, la propia sombra reprimida, con lo que las cañas se vuelven lanzas contra el mismo denunciante. No recuerdo dónde leí algo así como: “Dibuja en el rostro del enemigo la envidia, el odio y la crueldad que no te atreves a admitir como propias. Ensombrece todo asomo de simpatía en sus rostros, deforma su sonrisa hasta que adopte el aspecto tenebroso de una mueca de crueldad. Exagera cada rasgo hasta transformar a cada ser humano en una bestia, una alimaña, un insecto. Cuando hayas terminado el retrato de tu enemigo podrás matarlo y descuartizarlo sin sentir vergüenza ni culpa alguna”. Es así como se gestan los fundamentalismos; también la crueldad: primero se crea la imagen, luego el arma. Enfrentarse con la sombra es ineludible en todo ser humano que aspire a la propia maduración como persona. Es curioso observar cómo el bloqueo sistemático que siempre nos impide crecer como personas es el hecho de que fabricamos el mal y fabricamos el enemigo a partir de los ideales más elevados. Se ha torturado y, repito, se tortura en nombre de Dios, en nombre de la Patria, en nombre de la Clase Obrera, En nombre de la Democracia. Y en nombre del Pueblo Trabajador se apedrea a los trabajadores. Y en nombre de la Paz, se apalea a los pacifistas. Y en nombre de la Libertad de Expresión, se persigue a los periodistas. Nuestro narcisismo, es decir: nuestro sentimiento de inferioridad, nos ha llevado a sentirnos héroes, a estar siempre al lado de la Divinidad, a sentirnos el pueblo elegido, a sofo257
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car el mal (el ajeno, claro), a purificar el mundo, la raza, a vencer la muerte sembrando la ruina y destruyendo a quien se interponga en nuestro camino. No se de qué texto copié: “Necesitamos y creamos enemigos absolutos no porque seamos intrínsecamente crueles, sino porque proyectamos nuestra propia represión sobre un objetivo externo, agrediendo a los extraños, tratando de agrupar a nuestra tribu y permitiéndonos entrar a formar parte de un grupo cerrado y exclusivo. Creamos un excedente de mal porque tenemos necesidades de pertenencia. Y este mal pensamos que es siempre monopolio del vecino”. Quien de verdad desee construir la paz debe cuestionar quién es su verdadero enemigo y dejar de llamar “problemas políticos” a los problemas psicológicos, de naturaleza distinta, aunque no menos reales. Se hace urgente analizar críticamente los miles de formas en que negamos cotidianamente nuestra sombra. Nuestra crueldad es nuestra, y de nadie más, nuestra violencia es nuestra y de nadie más. Mi enemigo principal esta en mí mismo, y ahí comienza la verdadera batalla para iniciar la verdadera liberación.
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Lo hermoso en lo terrible Breve relato de luces y de sombras, que incluye lo hermoso en lo terrible. Por eso la angélica armonía asfixia la experiencia. Por eso, los tiempos de bonanza son la amenaza que nos aparta del Ser. Qué fatigoso el relato simple escrito en la ladera común de la fidelidad a la vida ordenada que bulle en el solar de la costumbre. Por eso, tantas y tantas veces, la noche es la ligera aurora de la luz que estalla en sus entrañas. Por eso, tantas y tantas veces, es saludable apartarse de la paralizante presencia de un arcángel. Jung, tan maestro para mí, me ayudó a descubrir el secreto de poder ver la luz en la penumbra
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El secreto Eres verso y puñal, soneto y daga; celeste invierno, helada primavera. En ti estalla la luz como si fuera la aurora, y, a la vez, su sombra aciaga. No sé qué hacer, porque, haga lo que haga, nunca hallo en ti ni forma ni manera, y mi razón es mala consejera cuando ella misma ignora que se apaga. Extraño –y natural, después de todo– es buscar lo Absoluto en lo perverso; que en la sombra anda Dios, es mi secreto. Porque entre el lodo hoy vi el fuego del Todo, que hace brotar la luz del universo, y las ascuas que inflaman mi soneto.
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Sugerencias prácticas para el trabajo personal Uno de los peligros que acechan en la práctica meditativa es lo que Dürckheim llama idealizar el ser. Cuando uno transita los caminos del crecimiento total, puede caer en la falacia de pensar que es inmune a las neurosis, así como al miedo y la inseguridad que ellas conllevan. El pensamiento “La meditación me hace impermeable a la angustia”, supone la trampa de caer en lo que los adictos a la New Age o al Control Mental llaman “pensamiento positivo”, que no deja de ser otra forma de pensamiento. Y como la meditación nos libera del poder del pensamiento, es una contradicción pensar en liberarse a través de otro pensamiento, por muy positivo que él sea. El identificarme con cualquier tipo de pensamiento, lejos de liberar, esclaviza. Lo cierto es que nuestra realidad existencial es frecuentemente más miserable si la comparamos con la imagen ideal que hemos forjado de nosotros mismos. Estar en el camino, y unido a la trascendencia no me hace inmune; vivir la trascendencia no supone que mi yo existencial se halle inmune de despistes, de apartarme del “yo ideal”, de lo que debo ser, porque nuestro ser trascendente lo trasparentamos no sólo cuando nos hallamos en la más perfecta armonía (cosa posible, pero existencialmente difícil), sino también cuando somos capaces de experimentar la disarmonía y el desorden, el coraje de atrevernos a ver nuestra realidad, nuestra verdad. Poner orden comienza por ver el des-orden inherente a nuestra debilidad humana. En tal sentido, he conocido a personas aparentemente muy santas y religiosas, incluidas algunas practicantes de 261
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Za-Zen, que, pese a todo ello, han sido incapaces de esforzarse en salir del propio engaño en que se hallan instaladas: la falacia que me muestra una imagen diferente de mi propia realidad. La auténtica meditación nos pone en contacto con la sombra, ese hermano tenebroso que nos cuesta reconocer. Y el primer paso para que tanto la sombra como el sufrimiento neurótico se disipen, consiste en re-conocerlas, en tomar nota de ellas, en adoptar el valor de ser consciente de los abismos. Pasemos a la práctica. La Imaginación Activa es una técnica instaurada por Jung para ponerse en contacto con “la Sombra”, es decir: con las motivaciones desconocidas que anidan en nuestro inconsciente. Se trata de crear una situación que nos brinde la posibilidad de “ponernos de acuerdo”, de “negociar” con las figuras que afloran en nuestro inconsciente. Condiciones: Crear un ambiente de silencio y soledad. Seguidamente, nos concentraremos en cualquier figura, palabra o sonido que emerja del fondo inconsciente. Cuando ese contenido emerge, es preciso “apresarlo”, bien dibujándolo (si es una imagen), bien escribiéndolo (si es una palabra). La expresión del contenido puede aflorar mediante la mímica, la gesticulación o la danza. Existen personas que se han puesto en contacto con su sombra mediante el cuento o la narración.
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Objetivo: Conectar con las capas inconscientes, permitiendo que las fantasmagorías que habitan nuestra psique profunda emerjan a la conciencia. La Imaginación Activa, nos enseña a percibir el contenido de nuestros sueños estando despiertos. Otra manera de dialogar con nuestro inconsciente consiste precisamente en entablar una conversación –bien mediante la visualización, o sin ella-con los contenidos que surgen, como si fueran personas. La atención debe ser plena y consciente, más profunda incluso que la que es habitual cuando nos enfrentamos ante un problema exterior. Es preciso estar con la mente en blanco para poder escuchar mejor lo que surge, siendo asimismo imprescindible dejar a los contenidos que sucedan libremente y por sí mismos, pero sin facilitar su desaparición, para así ver mejor qué mensaje nos traen. Willigis Jäger, señala que “las emociones van y vienen. Desaparecen como vemos las aguas a la orilla de un río. Mientras observamos el río de nuestras emociones –señala–, ese río no se desbordará”... Mira tu emoción y di: “Esa es mi emoción”. Antes de reaccionar desde tu ira, espera hasta ser consciente de ella, y piensa ante tí mismo: “estoy dominado por la ira”. La actuación posterior provendrá de un estado mental más claro. Porque de ver claro se trata.
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Epílogo Mercedes Sáinz Estamos en la era de las comunicaciones y la información, tenemos acceso a la documentación de todos los tiempos y lugares del mundo. Disponer de muchos medios y conocimiento puede facilitar la creatividad, pero también podemos ahogarnos en ello viviendo desde lo que otros han desarrollado, aletargados en una información de segunda mano sin tomar contacto con la realidad del momento, ausentes de la frescura que procura la experiencia, a veces enajenados de la propia existencia. Las organizaciones sociales tanto políticas como industriales, culturales, sanitarias, etc., con frecuencia desarrollan su tarea más desde prácticas aprendidas que desde un verdadero trabajo creativo inmerso en la realidad. A menudo los científicos emplean más tiempo en citar a otros que en hacer suya la experiencia de lo que con tanta devoción defienden en su discurso. Incluso aquellas disciplinas más íntimamente humanas se convierten en meros comportamientos operativos, carentes de experiencia creativa, los filósofos no viven lo que piensan, los psicólogos no se transforman a la luz de lo que conocen, incluso los médicos ejercen sus conocimientos a menudo sin mirar los ojos de la persona que tienen delante 265
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y los maestros aplican los modelos de enseñanza ciegos a la sonrisa, al asombro o disgusto del pequeño al que se dirigen. Estamos atiborrados de objetos, incluso de objetos de conocimiento; no conocemos el vacío, lo ignoramos o nos aterra. El vacío en forma de silencio, tanto mental como físico, el vacío como un espacio que frecuentar para ampliar y desarrollar una mirada nueva que nos permita resituarnos en nuestra realidad. Precisamente aquellos que se permitieron mirar más allá de lo manifestado encontraron vida en ello: la astrofísica en los agujeros negros, la física en el vacío cuántico, la psicología en el inconsciente, incluso la música se nutre del silencio entre los sonidos; en las artes cada vez más se intenta evidenciar el vacío que permite realzar la forma. El Zen goza de una larga tradición de siglos con grandes maestros reconocidos por su sabiduría, mas la esencia del Zen es la penetración en la realidad del momento, la perfecta integración de la persona en su naturaleza mas profunda en íntimo contacto con la realidad. Aquellos grandes maestros –aunque los había con vastos conocimientos, algunos incluso eran analfabetos– si lo fueron, es porque supieron recoger de la experiencia, el conocimiento inmediato, sin intermediarios ya sea internos o externos, de ahí emergía su sabiduría, también por la forma concreta que tomaba su vida, su luz se desprendía de una existencia consciente desarrollada en la presencia del instante. La sabiduría del Zen consiste precisamente en esto: la vivencia consciente de la realidad, la experiencia de ser incluso en el transcurso del hacer, por ello ha cultivado unas prác266
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ticas que, ejercitándolas con perseverancia, nos llevan a vivir esta experiencia, ese es su gran legado. Naturalmente lo esencial pervive a través de los siglos, lo casual es efímero y así el Zen desde que surgió en la India hasta nuestros días en Occidente, ha ido perdiendo rituales, gestos, modos propios de las culturas que lo adoptaban. En el siglo XXI, en Europa, el Zen está en un proceso de desprendimiento de elementos culturales propiamente orientales y de adecuación a la cultura que le acoge y lo hace suyo. El Vacío, el desprendimiento de lo efímero para que nos viva la frescura de lo nuevo, nos trae el Zen a la Europa del siglo XXI, no como una adquisición cultural, sino como una perpetuación de su sabiduría, el vacío y la emergencia al filo del instante de la presencia consciente, inmersa en la realidad inmediata. El libro de Rafael Redondo nos ha introducido profundamente en la experiencia vivenciada de la realidad. Su lenguaje entusiasmado y poético aún en su prosa, hace resonar en nosotros la alegría de vibrar en la profunda y radical experiencia vital, incluso cuando el pragmatismo científico asoma en su discurso, la palabra apunta como saeta del vacío. El Esplendor de la Nada es Zen hecho texto, reflejando la lúcida existencia del hombre en un mundo intercomunicado en el que se hace necesario integrar las múltiples y complejas facetas que encierra la persona en un entorno que le requiere. Su mente Zen descubre un estado de disponibilidad, vacante en la continuidad de la acción, sin cristalización, en el que se hace posible el bienestar, la plenitud, el simplemente ser celebrando la acción de la existencia. 267
Director: Manuel Guerrero 1. Leer la vida. Cosas de niños, ancianos y presos, (2ª ed.) Ramón Buxarrais. 2. La feminidad en una nueva edad de la humanidad, Monique Hebrard. 3. Callejón con salida. Perspectivas de la juventud actual, Rafael Redondo. 4. Cartas a Valerio y otros escritos, (Edición revisada y aumentada). Ramón Buxarrais. 5. El círculo de la creación. Los animales a la luz de la Biblia, John Eaton. 6. Mirando al futuro con ojos de mujer, Nekane Lauzirika. 7. Taedium feminae, Rosa de Diego y Lydia Vázquez. 8. Bolitas de Anís. Reflexiones de una maestra, Isabel Agüera Espejo-Saavedra. 9. Delirio póstumo de un Papa y otros relatos de clerecía, Carlos Muñiz Romero. 10. Memorias de una maestra, Isabel Agüera Espejo-Saavedra. 11. La Congregación de “Los Luises” de Madrid. Apuntes para la historia de una Congregación Mariana Universitaria de Madrid, Carlos López Pego, s.j. 12. El Evangelio del Centurión. Un apócrifo, Federico Blanco Jover 13. De lo humano y lo divino, del personaje a la persona. Nuevas entrevistas con Dios al fondo, Luis Esteban Larra Lomas 14. La mirada del maniquí, Blanca Sarasua 15. Nulidades matrimoniales, Rosa Corazón 16. El Concilio Vaticano III. Cómo lo imaginan 17 cristianos, Joaquim Gomis (Ed.) 17. Volver a la vida. Prácticas para conectar de nuevo nuestras vidas, nuestro mundo, Joaquim Gomis (Ed.) 18. En busca de la autoestima perdida, Aquilino Polaino-Lorente 19. Convertir la mente en nuestra aliada, Sákyong Mípham Rímpoche 20. Otro gallo le cantara. Refranes, dichos y expresiones de origen bíblico, Nuria Calduch-Benages 21. La radicalidad del Zen, Rafael Redondo Barba 22. Europa a través de sus ideas, Sonia Reverter Bañón 23. Palabras para hablar con Dios. Los salmos, Jaime Garralda 24. El disfraz de carnaval, José M. Castillo 25. Desde el silencio, José Fernández Moratiel 26. Ética de la sexualidad. Diálogos para educar en el amor, Enrique Bonete (Ed.)
27. Aromas del zen, Rafa Redondo Barba 28. La Iglesia y los derechos humanos, José M. Castillo 29. María Magdalena. Siglo I al XXI. De pecadora arrepentida a esposa de Jesús. Historia de la recepción de una figura bíblica, Régis Burnet 30. La alcoba del silencio, José Fernández Moratiel –Escuela del Silencio (Ed.)– 31. Judas y el Evangelio de Jesús. El Judas de la fe y el Iscariote de la historia, Tom Wright 32. ¿Qué Dios y qué salvación? Claves para entender el cambio religioso, Enrique Martínez Lozano 33. Dios está en la cárcel, Jaime Garralda 34. Morir en sábado ¿Tiene sentido la muerte de un niño?, Carlo Clerico Medina 35. Zen, la experiencia del Ser, Rafael Redondo Barba 36. La Sabiduría de vivir, José María Toro 37. Descubrir la grandeza de la vida. Una vía de ascenso a la madurez personal, Alfonso López Quintás 38. Dirigir espiritualmente. Con San Benito y la Biblia, Anselm Grün, Friedrich Assländen 39. Recuperar a Jesús. Una mirada transpersonal, Enrique Martínez Lozano 40. Dertrás de la apariencia, Matilde de Torres Villagrá 41. El esplendor de la nada Prólogos de Willigis Jäger y Vicente Gallego, Rafael Redondo Barba
Este libro se terminó de imprimir en los talleres de RGM, S.A., en Urduliz, el 8 de abril de 2010