Quiero dedicar este libro a los médicos y enfermeras de la República Popular China que con tanta dedicación vinieron v inieron en ayuda ay uda de mi marimari do. Y al presidente Mao Tse-t se-tung ung y al primer ministro minist ro Chou En-lai, En-lai, que hicieron posible esa ofrenda de amor y solicitud. Lois Wheeler W heeler Snow
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Edgar Snow volvió de su último viaje a China en febrero febrero de 1971. 1971. Murió el 15 de febrero de 1972. Si hubiera vivido por más tiempo, habría añadido a este texto una documentación adicional de la misma manera que hizo en sus notas y listas bibliográfcas a las nuevas ediciones de Estrella Roja sobre China y La China Roja hoy: al otro lado del río. río. Ciertamente habría ampliado la información recogida en sus su s notas relativas a las entrevistas que tuvo con el presidente Mao Tse-tung y el primer ministro Chou En-lai. La mujer de Snow, Lois Wheele Wheelerr Snow, escr escribió ibió lo siguiente en la carta en el que daba su conse consentimiento ntimiento a la publicación de La Larga Revolución:: "El libro es una obra inacabada: no es más que un esbozo al Revolución que puso fn la abrupta muerte que el destino le decretara a mi marido. En ellas están sembradas sembrada s las semillas semi llas de la renovación renovac ión de las relaciones relacione s entre el pueblo de China y el de los Estados Unidos de América. Fructif carán si sabemos cultivarlas"
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Estoy profundame profundamente nte agradecida a Mary Heathcote, quien q uien trabajó con mi marido durante muchos años como editora y buena amiga. Estuvo con él en Suiza mientras escribía este libro y continuó trabajando sobre su manuscrito en Nueva York después de su muerte. Tambien debo mi agradecimiento a nuestr nuestro o buen amigo O. Edmund Clubb, quien leyó el manuscrito con el mismo cuidado y atención que anteriormente prestara a los demás libros de mi marido Una especial mención de gratitud a Jean Pohoryles, quien ha sabido cubrir distancias e interrupciones interr upciones coordinando coordinando la totalidad de la obra. L. W. W. S.
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Primera Parte: ¿Un país diferente?
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1.Encuentro en Tien An Men
La celebración del XXI Aniversario de la fundación de la República Popular coincidió con un día maravilloso de octubre en Pekín. Estaba yo sentado, sin la menor sospecha de lo que me iba a suceder, entre el numeroso público que se apretujaba en la tribuna de Tien An Men (la Puer ta de la Paz Celestial), cuando sentí que alguien me tiraba de la manga, y vol viéndome me encontré con el primer ministro Chou En-lai. Me condujo rápidamente, junto con mi mujer, Lois, adonde estaba el presidente Mao y ahí, junto a él, ocupamos durante algunos minutos un lugar en el centro de la China, de la cuarta parte (o será aún la quinta) de la Humanidad. Nada de lo que hacen los dirigentes chinos en público carece de algún propósito. Algo signicativo estaba sucediendo, pero ¿de qué se trataba? Al otro lado de la inmensa plaza, capaz de acoger a medio millón de personas, un gran cartelón proclama ba una cita de la declaración hecha por Mao Tse-tung el 20 de mayo de 1970, en letras fácilmente legibles a una cuadra de distancia. En aquella ocasión se trataba de una declaración expresando el rme apoyo de China a la resistencia del príncipe Sihanouk en contra del golpe de Estado de Lon Nol y de los aliados norte americanos del mismo en Camboya y en favor de la alianza anti-americana recientemente formada por los pue blos de Indochina. Para destacar la signicación de aquel acto, el príncipe Sihanouk estaba también allí, al otro lado del presidente Mao. El príncipe sonreía -le gustaba sonreír- y cuando mi mujer le señaló que no éramos los únicos americanos que se oponían a la invasión de Camboya, le prodigó una cálida respuesta: -¡El pueblo norteamericano es nuestro amigo! «¡Pueblos del mundo entero -decía la proclama de Mao-, uníos para vencer a los agresores de los Estados Unidos y a sus perros falderos!» (tsou-kou). En la panoplia de epítetos de la propaganda china, perros falderos signicaba cómplices serviles. 7
Primera Parte: ¿Un país diferente?
El Diario del Pueblo me describió al publicar mi fotografía al lado del presidente, con ocasión de su 77 cumpleaños, algún tiempo después, como «amigo americano». En un recuadro a mano derecha, en la par te superior de la primera página, que contiene un pen samiento de Mao para el día, se leía: «Los pueblos del mundo, incluso el de los Estados Unidos, son todos amigos nuestros.» El presidente Mao distingue cuidadosamente entre los pueblos, sus gobiernos y su política. Si hacía falta encontrar un símbolo para expresar esa idea, me alegré de encarnarlo: es decir, de representar a los muchos norteamericanos que se oponen a la invasión armada y a la destrucción de Vietnam y de otros pueblos indochinos. ¿Había sido yo escogido para recibir en mi persona un saludo en honor de los que se oponen a la guerra dentro de los Estados Unidos, y que por n estaban deteniendo lo que el general Matthew Ridgway había llamado proféticamente «un trágico yerro»? Sí, ciertamente, pero había algo más... Los agoreros de la prensa extranjera habían descrito la mano de Mao como un miembro tembloroso, bien escondido en su manga; pero yo obser vé cuando me estrechó la mano que su pulso era tan fuerte como siempre. Había perdido algún peso y tenía un aspecto mucho más saludable que la última vez que lo vi en 1965 -fue en aquel momento, ahora me daba cuenta de ello, cuando había adoptado la decisión quizá más crucial y arriesgada de toda su vida como dirigente re volucionario-. Esa decisión fue la de purgar al sucesor ocialmente designado por el partido, Liu Shao-chi, vicepresidente del Partido Comunista y presidente de la República, junto con otros miembros del partido, que estaban «en el poder y siguiendo la senda del capitalismo» -y a todos sus propios «perros falderos»- todos ellos condenados por la Gran Revolución Cultural Proletaria. Mao habló un poco de todo esto mientras observá bamos los ingeniosos «pasos» y escenas vivas que pasaban ante nosotros. ¡Qué organización! ¡Y qué colores y variedad de atuendos, en contraste con los trajes que a diario llevan los trabajadores e intelectuales por igual! La mayor parte de las minorías de China estaban ahí representadas, unas cuarenta y siete nada menos, que hablan más de veinte idiomas diferentes y constituyen el 5 ó 6 % de la población total, que ahora alcanza los 750 o los 800 millones. El tema del día era la producción y el estado de preparación: se div isaban por doquier uniformes azules y grises, pero se veían pocas armas, excepto en las manos de la milicia compuesta por adolescentes, incluso muchachas con su pelo trenzado en «cola de caballo». Cada uno de los «pasos» excedía al anterior en su gloricación de las obras de Mao, sus máximas y consignas, tal como son aplicadas en las comunas, las fá bricas y en la vida cultural y militar. La más espec tacular: una cadena de montañas atravesada por túneles y unida por puentes por los que pasaba raudo un tren miniatura que representaba la terminación del último eslabón de un sistema ferroviario que ahora une a la parte más
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Encuentro en Tien An Men
lejana del Turkestán chino con la frontera meridional de Vietnam. Ni un solo momento dejaban de verse las estatuas y bustos, algunos de gran tamaño, que representaban a la erecta gura a cuyo lado estaba, dirigen te e iniciador de la segunda liberación o Revolución Cultural, dirigida a restaurar la pureza de la revolución y a integrar en ella a las masas como nunca se hiciera antes. ¡Mao Chuhsi wansui! ¡Mao Chuhsi wansui wansui! ¡Mao Chuhsi wansui wansui wansui! -«¡Viva el presidente Mao, diez mil veces, diez mil años! »-, gritaba el inmenso coro de voces abajo, saltándoseles a muchos las lágrimas, y no sólo entre los jóvenes. —¿Cómo ve usted todo esto?— no pude resistir el preguntarle, mientras saludaba a esa muchedumbre entusiasmada. ¿Qué sentimientos le provoca? Mao hizo una mueca, sacudió la cabeza, y dijo que era mejor que antes, pero que aún no estaba satisfecho. ¿De qué manera? Antes de que pudiera responder nos interrumpió la llegada de nuevos personajes. Sólo tuve ocasión de repetirle la pregunta unas semanas más tarde, durante una larga conversación que mantuve con él, y entonces habló con toda franqueza del «fastidio» de todo ese culto a la personalidad. Pero descu brí además que en ese día de octubre las estatuas y banderas y ores con las que manos y cabezas humanas habían estado animando las citas de Mao no habían atraído la atención de su mente. Había estado pensando en cómo recobrar el ritmo de la producción, perdido durante las convulsiones de la Revolución Cultural, en cómo poner n a la guerra en Vietnam y en cómo aumentar los contactos entre China y el mundo exterior. ¿Estaría tam bién pensando en un posible diálogo con Richard Nixon? Después de todo, en los Estados Unidos estábamos pasando por una especie de rebelión, ¿no?, me preguntó. Le había impresionado el movi miento norteamericano de resistencia contra la guerra -que había aplaudido en su declaración del 20 de mayo- y quería saber algo más sobre su signicación política. Pronto, me dijo, tendríamos ocasión de encontrar nos de nuevo.
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2. Una indicación del primer ministro Chou
Viví y trabajé en China durante la primera guerra civil entre los comunistas y los nacionalistas, y durante parte de la Segunda Guerra Mundial 1. Finalmente, en 1960, pude volver de nuevo, al igual que entre 1964 y 1965, y ahora en 1970. Lois Wheeler, mi mujer, actriz de profesión, nunca ha bía estado antes en China, aunque le habían ofrecido un visado al mismo tiempo que a mí. En ocasiones anteriores, sin embargo, nuestro Depar tamento de Estado de los Estados Unidos de América se negó a dar el «visto bueno» a su pasaporte para viajar a China, aduciendo que «no era de interés nacional». Esta vez se vino conmigo sin esperar la autoriza ción de Washington. Los «visto buenos» que dieron a mis propios visados en 1960 y 1965 solamente me fueron concedidos gracias a las presiones que mis editores pudieron ejercer a un alto nivel en Washington. Naturalmente, los informes que subsiguientemente presenté fueron debidamente ignorados a ese alto nivel. Pero esa historia de una década de infructuosos esfuerzos por penetrar los elevados olimpos donde se adoptan las decisiones mediante algunas piezas de buena información, y esa ocasión de «empe zar con China a borrón y cuenta nueva», como dijo John Kennedy en su discurso inaugural de 1963 -para olvidarse poco después de sus propias palabras y atraparnos durante su mandato presidencial en las junglas de Vietnam-, es una historia que ha sido ya descrita en otra parte 2. Ahora, Lois estaba a mi lado, entre las poquísimas mujeres norteamericanas que han entrado nunca en la República Popular, con un par de ojos marrones bien alertas y sensibles para ayudar a la percepción de los míos. Llegamos a Pekín a principios de agosto, entrando en lo que los pekineses llaman el “calor del tigre” algo mitigado últimamente por la sombra de miríadas de árboles y la reforestación de las cercanías.
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2. Una indicación del primer ministro Chou
Casi ningún extranjero, incluso entre los antiguos residentes y simpatizantes de Pekín, había sido autorizado para viajar fuera de Pekín desde la revolución cultural 3 .Hasta ahora los lugares típicamente frecuentados por el turismo -la Gran Muralla, las Tumbas de la Dinastía Ming, las montañas occidentales, incluso los grandes museos y palacios de Pekín- ha bían sido cerrados a los visitantes. Cuando yo empecé a volver a recorrer los caminos de épocas anteriores a todos esos sitios con Lois, los diplomáticos y otros presidentes extranjeros empezaron a tener esperanzas -y tenían razón- de que «el momento de las tensiones» estaba a punto de ceder. Pasamos una semana entera en dos universidades que yo conocía bien: Yenching, donde otrora diera conferencias, y Tsing Hua, no muy lejos de la anterior, conocida escuela especial de ingeniería. Allí oímos versiones de primera mano de los años de combates culturales y de disturbios uni versitarios, de la historia de los guardias rojos y de sus consecuencias. Vimos hospitales modernos y rurales, una planta ferroviaria, una industria siderúrgica y oímos otras versiones diferentes de la revolución cultural. Fuimos en avión a la provincia de Shensi, en el noroeste del país, y desde su capital, Sian, continuamos a Yenán, la famosa capital de los tiempos de las guerrillas. Continuamos luego hacia el oeste, a Pao An (Tze Dan) -los primeros occidentales que fueron allá desde 1945 y penetramos bien adentro en las montañas, en las que en 1936 viera por primera vez a Mao Tse-tung, que entonces era un «bandido rojo» 4 bien perseguido. Vimos una granja administrada por el ejército y una escuela de reeducación política, donde un antiguo presidente del Comité del Partido de Sian nos enseñó las pocilgas de las que ahora estaba encargado. Y luego, de vuelta otra vez a Sian y Pekín, con mucho teatro y muchas charlas con viejos amigos, sobre un buen yantar, y otra vez de viaje, esta vez al noroeste, más allá de la Gran Muralla. Más industrias y una escuela de sordomudos administrada por acupunturistas del ejército; el inmenso complejo siderúrgico de Ansahn.... y luego, un largo descenso hacia el sur para ver la Feria Comercial de Cantón. Vuelta arriba hacia la costa oriental y las plantaciones de té de Chekiang; seguimos más allá, hacia Shanghai y el bajo Yangtze, visitando más comunas y un pueblo siempre amistoso. En total visité once comunas en seis meses, antes de marcharme de China en febrero, sumando de esta manera un total de treinta y tres comunas -en todos los puntos cardinales de China-, en las que he sido reci bido durante los últimos diez años. Ahora toda la tierra tiene un aspecto más verde, mejor nivelado, con bancales aprovechando las laderas mejor que antes, intensamente reforestadas, y más cerca del «estado jardín» que Mao prometiera hace unos años. Y por todas partes atraíamos multitudes sorprendidas por la visión de los primeros occidentales que habían visto desde hacía años. Naturalmente, todo eso sucedía unos meses antes del «Ping-Pong».
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Primera Parte: ¿Un país diferente?
Y en un partido de ping-pong fue precisamente donde por primera vez pude saludar de nuevo al primer ministro Chou En-lai Fue el 18 de agosto de 1970. Habíamos sido invitados a un partido de tenis de mesa entre los equipos de Corea del Norte y de China, pero habíamos rechazado la invitación debido a una cena a la que ya nos habíamos comprometido. En medio de las delicias de un pato asado, mi amigo Yao Wei (con quien había compartido anteriormente muchas aventuras 5) me llamó por teléfono para decirme, simplemente: «Prepárate para un viaje.» Eso signicaba un programa de marca mayor: adiviné que sería una audiencia del primer ministro, y así fue, en efecto. Lo encontramos en el Estadio de Te nis de Mesa -un hermoso edicio con capacidad para 18.000 personas- presi diendo un partido con el octogenario vicepresidente (de la República Popular) Tung Pi-wu, el príncipe Sihanouk y su encantadora esposa, el jefe del Es tado mayor del Ejercito Huan Yung-sheng, el vicepresidente, Li Hsien-nien, y toda una hueste de otros notables. Poco después de nuestra llegada, el primer ministro Chou dejó su asiento, e inmediatamente después me condujeron abajo, a uno de los salones de recepción en el que me estaba esperando. Chou me saludó cordial mente, con sus setenta y dos años, su ingenio siempre tan despierto, su pelo ya empezando ligeramente a encanecer, vestido con una camisa de verano, unos pantalones grises y unas sandalias calzadas encima de unos calcetines blancos. Comentó mis planes de viaje, y pronto entró de lleno en los temas políticos. (Constantemente entraban mensajeros que le traían los resultados del partido para que pudiera estar presente a su término, pues estos torneos acaban siempre con la bajada al terreno de juego de los dirigentes chinos y sus invitados para saludar, felicitar y ser fotograados con los equi pos.) El primer ministro me hizo muchas preguntas sobre los Estados Unidos, lo que me hizo pensar si no estaría imaginando que nuestros problemas económicos y políticos eran tan críticos ahora como para «impedir una nueva iniciativa militar norteamericana en Asia». Me respondió eso mismo para contestar a la pregunta que yo mismo me estaba haciendo, pero también me recordó que China tenía otra amenaza en el norte: un millón de tropas soviéticas movilizadas a lo largo de toda la frontera. —Si China intentase la distensión -le pregunté-, ¿quién ofrecería me jores posibilidades de negociación, Rusia o los Estados Unidos? —Me he estado preguntando yo mismo esta misma cuestión— me replicó. Como ya los resultados de los partidos indicaran que el torneo estaba llegando a su término, el primer ministro me dijo que comentaríamos mi última pregunta en nuestra próxima entrevista. Terminamos de tomar nuestro café y subimos a estrechar las manos de los vencedores y vencidos. Vi al primer ministro brevemente el primero de octubre, cuando dijo que los norteamericanos habían propuesto la reapertura de las conver-
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2. Una indicación del primer ministro Chou
saciones chino-americanas, pero que China no estaba interesada en ello. Más tarde, en ese mismo mes, le dejé un cuestionario, y el 5 de noviembre, a mi vuelta a Pekín, me concedió una audiencia de cuatro horas, en las que combinó la entrevista periodística con la conversación, en la impresionante sala Fukien del Gran Palacio del Pueblo. Como de costumbre, el primer ministro tenía cosas importantes que decir, pero sus comentarios más destacados se referían a un posible encuentro chino-norteamericano en Pekín En cuanto a las condiciones chinas, empezaban siem pre por la retirada de armas y barcos de los Estados Unidos de la isla de Taiwán (Formosa) 6. En 1960 el presidente Mao me permitió citar expresamente sólo unas cuantas frases de nuestra conversación, pero entre ellas guraban las siguientes: «Queremos mantener la paz mundial. No queremos la guerra. Sostenemos que la guerra no debe ser em pleada como medio para sol ventar las disputas entre las naciones. Sin embargo, no sólo China, sino también los Estados Unidos, están llamados a la responsabilidad de mantener la paz.» Aña dió que «Taiwán es un asunto chino. Aún insistimos en esto». Ahora, Chou reiteró lo que él también me señalara en 1960 y en 1965: «Taiwán es un asunto interno de China» (que ha de ser solventado por los chinos entre sí). «La agresión armada de los Estados Unidos perpetrada allí es un asunto diferente, una cuestión internacional, y estamos dispuestos a negociar eso», dijo Chou. En esta ocasión añadió algunas noticias a lo anterior. Recordó que cuando el presidente Nixon ascendió a su alto cargo en 1969, había anunciado que propugnaba una relajación de las tensiones y que quería negociaciones con China. Es más, Nixon había informado a Pekín que, si Varsovia no pareciese el lugar adecuado, las conversaciones podrían celebrarse en China. Pekín había replicado que eso le parecía perfectamente. Nixon podía venir él mismo, o enviar un emisario para discutir la cuestión de Taiwán. No hubo, sin embargo, ninguna respuesta de Nixon. Se produjo entonces la invasión de Camboya en marzo de 1970. Los chinos concluyeron que Nixon no podía ser tomado en serio. —¿Está la puerta aún abierta?— le pregunté. —La puerta está abierta, pero todo depende de si los Estados Unidos están dispuestos a negociar seriamente sobre la cuestión de Taiwán. Todo lo demás -añadió- serían «cuestiones marginales» entre Pekín y Washington. No hubo más en esa parte de nuestro coloquio. A juzgar por otros comentarios, era evidente para mí que los chinos veían la «iniciativa de paz» de Nixon como una mera estratagema. Observaban atentamente no sólo sus maniobras en el Sudeste asiático, sino también sus movimientos en favor de un fortalecimiento del poder militar del Japón, preparando a este país para que en su día pudiera hacerse cargo de las «posiciones
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Primera Parte: ¿Un país diferente?
defensivas» avanzadas de los Estados Unidos en el Extremo Oriente, al mismo tiempo que seguían sus jugadas hacia un eventual acuerdo con Rusia a costa de China. El primer ministro habló con libertad, y no estaba claro dónde terminaba la entrevista y dónde comenzaba la conversación no publicable. Sometí, por tanto, un largo despacho basado sobre mis notas. Pasó más de una semana antes de que me llegara la debida autori zación. La versión ocial omitía todas las referencias a los párrafos que aparecen en cursiva más arriba. A lo largo de esa misma semana, el presidente Yahya Khan llegaba del Pakistán. Como es bien sabido ahora, traía con él una carta personal del presidente Nixon que planteaba formalmente la cuestión de su visita a Pekín, precedida de un emisario (Henry Kissinger) autorizado para «discutir la cuestión de Taiwán». A las pocas semanas tuve ocasión de saber, por boca del presidente Mao, que el emisario de Nixon estaría pronto en camino. Me pregunté por qué me habrían conado semejante información. Me acordé de que en 1936 yo había lle vado conmigo, y retenido cuando entré y abandoné secretamente las bases rojas en el noroeste de China, la información de que el segundo comandante en jefe de Chiang Kai-shek, Chan Hsueh-liang, acababa de llegar a un acuerdo secreto con los rojos para cooperar con ellos con objeto de obligar a su jefe a poner un término a la guerra civil y formar un frente unido para oponerse al Japón. Había, pues, buenas razones para que ahora tam bién me hubiesen conado esa información.
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3. Esencia de la Revolución Cultural
He hecho referencia a la preocupación del presidente Mao por el problema de la reconstrucción del partido y de la superestructura del Estado. Pero ¿por qué habrían de ser reconstruidos? Esta breve pregunta exige una larga contestación, sobre la que volveremos más adelante; sin embargo, quizá con venga hacer ahora algunas indicaciones sobre las razones que provocaron la Gran Revolución Cultural Proletaria, que tuvo el efecto de disolver temporalmente al partido comunista chino, e incluso al mismo gobierno. La ingente purga comenzó a mediados de 1966, dirigida por Mao, y duró hasta nales de abril de 1969, cuando el Noveno Congreso del Partido eligió a un nuevo Comité Central compuesto por el protoplasma que la sobrevivió, reforzado por «nueva sangre». En noviembre de 1970, Chou En-lai me dijo que alrededor del 95 % de los antiguos miembros del partido1 habían sido reintegrados al mismo. Reintegrados, sí, pero no necesariamente reincorporados; muchos de ellos esperaban aún su «liberación» después de terminado el proceso de «lucha-crítica-transformación», las tres fases de la fórmula redentora. Uno de los objetivos de Mao fue el de «simplicar la estructura admi nistrativa» y «eliminar la duplicación». A nivel provincial y urbano encontré que la reducción había sido sucientemente drástica, pero en la capital misma, la reducción de la superestructura del Estado a su propio esqueleto había sido especialmente severa. A principios de 1971 el primer ministro Chou me dijo que colaboraban con él sólo dos viceprimer ministros, por ejemplo, mientras que antes había siete. «En el pasado había noventa departamentos directa mente dependientes del gobierno central -me dijo- Ahora sólo habrá veintiséis. Todos ellos están administrados por comités revolucionarios, y en cada comité
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el partido forma el núcleo de la dirección. Anteriormente el personal administrativo del gobierno central llegaba a los 60.000. Ahora no son más que unos 10.000.» ¿Dónde habían ido a parar los cuadros desplazados? Cerca del 80 % de los que estaban en Pekín fueron enviados a los centros rurales denominados Escuelas de Siete de Mayo 2, término derivado de la fecha en que Mao Tse-tung emitió la directiva que las constituyó, en 1968. En esas escuelas, la reeducación socialista y el estudio del pensamiento de Mao Tse-tung se com binaba con el trabajo en las comunas, que vivían de su propia producción, a veces incluso cultivando tierras recién roturadas. El «descenso» a las escuelas comunales no era un castigo, sino más bien era considerado como una continua reeducación dentro del partido. En el futuro todos, excepto los cuadros más altos, serían periódicamente «enviados abajo» a someterse a revisiones ideológicas como una forma de terapéutica política de rutina. «Los más capaces de los cuadros ex urbanos irán, o han ido ya, a fortalecer los mandos en varias localidades (provincias) -dijo Chou-. Otros muchos son necesarios para auxiliar en la dirección de las industrias y de los institutos que antes estaban bajo los ministerios del gobierno central y que ahora han sido entregados a los gobiernos locales. Entre ellos, muchos tenían ya más de sesenta años y estaban ya a punto de ser retirados y pensionados. Algunos de éstos escogerán el seguir viviendo con sus familias en las comunas. Habría trabajo para todos.» Esta política descentralizadora reejaba también el ob jetivo de intensicar la autosuciencia local y regional, no sólo en la producción ali menticia, sino también en la industrial, basada en parte en el crecimiento de la producción energética en el campo. Continuaron las emigraciones organizadas, en dimensiones masivas, de jóvenes y adultos procedentes de los grupos instruidos de las ciudades, para ser empleados en diversas funciones en el interior de las ciudades y comunas provinciales. Solamente en Shanghai, el éxodo desde 1965 alcanzaba ya la cifra de un millón. Diversas valoraciones de la totalidad de las personas emigradas de esta manera, incluyendo a muchos de los estudiantes de los destacamentos de los guardias rojos que desencadenaran la Revolución Cultural, llegaban a cifras de muchos millones. Pero reformas de este tipo en la superestructura no eran más que un aspecto del bouleversement * nacional. El objetivo fundamental de Mao era nada menos que el de proletarizar el pensamiento del partido y, yendo más allá, impulsar al proletariado a tomar las riendas del poder, creando a través de esa evolución una nueva cultura, libre de toda dominación de las tradiciones feudales y burguesas. * Revuelta radical, (N de edit.)
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3. Esencia de la Revolución Cultural
Precisamente para alcanzar este n, Mao Tse-tung arriesgó deliberadamente la destrucción del partido que él, más que ningún otro, había construido. Al principio, Mao no tenía intención de desplazar más que a «un puñado» del poder. Pero la dinámica del movimiento envolvió a muchos dirigentes veteranos, e incluso a algunos de los más antiguos camaradas del mismo Mao. Ante todo, afectó a Liu Shao-chi, quien en 1959 había sucedido a Mao como titular de la jefatura del Estado, ¿Cómo y por qué ocurrió esto? Mao había ocupado efectivamente la cabeza del partido desde 1935, y había sido ocialmente su presidente desde 1943, cuando en 1956 Liu apareció como primer vicepresidente. Pero ya en 1964 Mao había perdido el control efectivo de la mayor parte de la jerarquía del partido, que habían establecido sus «sucesores», y también sobre la maquinaria administrativa del Estado. En 1965 Mao no pudo lograr que la prensa controlada por el partido en Pekín publicara un documento de la mayor importancia que estaba destinado a lanzar la fase propagandística de la Gran Revolución Cultural Proletaria; así me lo contó él mismo en 1970. No tuvo más remedio que resignarse a publicarlo en forma de pan eto en Shanghai. El «importante documento» era una larga crítica a una obra teatral escrita por Wu Han, y titulada Hai Jui destituido de su cargo 3 , y que en realidad era un ataque alegórico contra Mao Tse-tung por haber conseguido la destitución del ministro de la Defensa, Peng Teh-huai, y su sustitución por Lin Piao en la sesión plenaria del partido celebrada en Lushan en 1959. Liu Shao-chi, Peng Chen, alcalde de Pekín, Lu Ting -yi, jefe del Departamento de Propaganda del Partido, y Chou Yang, su inmediato colaborador, se encontraban entre los que se habían opuesto a su publicación. Liu Shao-chi y sus aliados en el Comité Central eran realmente los que controlaban la superestructura, los sindicatos obreros, las escuelas del partido, las ligas comunistas juveniles y los millones de cuadros y burócratas del partido, y todo en nombre de Mao. Lo más probable es que la mayoría de los cuadros se consideraran leales maoístas. Parece ser que Liu y los camaradas que pensaban como él estaban tolerando el culto de Mao en teoría y contraviniendo el pensamiento de Mao en la práctica, especialmente después de la crisis económica de 1959-61. Se sentían in clinados a situar la economía por delante del hombre, a fomentar el tra bajo mediante incentivos materiales, antes que por el celo ideológico, a estimular la producción sin atender a la lucha de clases, a elevar el nivel tecnológico sirviéndose de «expertos», a situar la política a las órdenes de la economía en benecio de la tecnología, y a favo recer a la ciudad en contra del campo. Querían una expansión del crédito (y de la deuda estatal) en lugar de «grandes saltos hacia adelante» y de la fe ideológica en la formación de capital mediante fuertes dosis de trabajo colectivo. Estas fueron las acusaciones dirigidas contra ellos por la revolución cultural.
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La crisis entre Mao y Liu, sin embargo, se había es tado fraguando incluso antes del choque que tuvieron respecto a la elección de Lin Piao para reemplazar a Peng Teh-huai en 1959. Ese fue el primer movimiento que Mao realizó abiertamente en la lucha que preveía se iba a entablar en contra de la burocracia, cada vez más potente y enraizada en la ciudad, que dirigía Liu. Lin Piao era el discípulo militar más el de Mao, y vice presidente de la Comisión de Asuntos Militares del Partido, cuya presidencia Mao había retenido desde sus primeros tiempos, en 1935. Aunque Liu fuera el jefe del Estado y controlara a los cuadros no militares, y aunque Mao siguiera siendo el presidente del partido, el Ejército Popular de Liberación era en denitiva el que tendría la última palabra en cualquier prueba de fuerza. Con Lin Piao a la cabeza del ejército, ese factor parecía quedar rmemente en manos de Mao. Pero Mao permitió que el desa rrollo de los acontecimientos determinara el resultado, y al parecer no perdió la esperanza de captar al mismo Liu y hacer que éste, por su propia cuenta, iniciara la purga de sus seguidores hasta mucho más tarde de lo que muchos supusieron. —¿Cuándo decidió nalmente que era necesario eli minar a Liu?— le pregunté durante nuestra conversación en diciembre de 1970. Contestó que el momento de la decisión se produjo en enero de 1965. En aquel tiempo presentó al Politburó un programa para la inminente revolución cultural. Ese programa era la consecuencia inmediata del Mo vimiento de Educación Socialista , que llevado a la práctica, primero en el ejército bajo la dirección de Lin Piao, se extendió luego a las comunas rurales, pero acabó fallando en las ciudades. El primer punto del programa de Educación Socialista 4 denunciaba especícamente y exigía la destitución de «aquellos que están siguiendo la senda capitalista en los mandos del partido». Este punto constituiría ahora el primer objetivo del nuevo impulso, la revolución cultural. Liu se opuso tajantemente a ese primer punto en la reunión celebrada al efecto, dijo Mao. —¿Fue entonces, en enero de 1965, cuando le vi a usted por última vez, cuando se adoptó la decisión de lanzar la revolución cultural? El presidente contestó que después de octubre de 1965, cuando se realizó la crítica y repudio de Hai Jui destituido de su cargo, los acontecimientos comenzaron a sucederse rápidamente. El Politburó había constituido anteriormente (en 1964) a un Grupo para la Revolución Cultural, dirigido por Peng Chen, alcalde de Pekín, secretario del pode roso Comité del Partido de Pekín y protector de Wu Han. En febrero de 1966, Peng intentó proteger a Wu Hang y a otros escritores que habían estado publicando ataques alegóricos contra Mao y el maoísmo. Peng procuró que sus obras fueran criticadas en términos de errores «académicos» únicamente, no en términos políticos. Peng no consultó, sin embargo, a los demás miembros del Comité, ni al mismo Mao, y fue denitivamente repudiado el 16 de mayo de 1966.
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3. Esencia de la Revolución Cultural
En esa fecha, me dijo Mao, una sesión ampliada del Politburó se reunió para trazar la estrategia de la Revolución Cultural Proletaria. En agosto de 1966, la XI Sesión Plenaria del Comité Central se reunió y adoptó los dieciséis puntos del programa de la revolución y la purga que lo complementaría 5. —¿Se opuso Liu Shao-chi al programa de los 16 puntos? —le pregunté. Se manifestó con gran ambigüedad en la sesión ple naria, dijo Mao, pero en realidad estaba terminantemente opuesto al mismo. Ya para entonces él (Mao) había colgado públicamente su ta tzu-pao, (datzibao) o cartelón en grandes caracteres 6. Liu se sumió en la consternación. —¿Ese fue el famoso cartelón suyo que decía «Bombardead el Cuartel General»?, y ¿Liu sabía que él era el Cuartel General? Así fue, efectivamente: en aquel tiempo el poder del partido, el poder de los medios de propaganda, el poder de los comités provinciales y locales del partido, incluso el poder del Comité del Partido de Pekín, estaba fuera del control de Mao. Por eso me dijo (en enero de 1965) 7 que no había «adoración del individuo» -culto a la personalidad- propiamente dicha, por entonces, pero que hacía falta. Mao empezó francamente a invocar su enorme prestigio personal y popularidad, empleándolos como un instrumento capital en su lucha por recobrar plenamente la autoridad sobre la orientación del poder revolucionario. Ahora, en 1970, ya no había tal necesidad, y el «cul to» podía reducirse en intensidad , dijo. Su justicación estribaba en la necesidad de inspirar a toda la nación con el impulso y los ideales del período de Yenán (1937-47), cuando Mao escribiera sus principales obras y cuando su jefatura había preparado a sus seguidores revolucionarios para la consecución de la victoria nal. Tenía que volverse ahora a «la política, al mando», a la doctrina de Mao, hasta el fondo; no quedaba sitio para la heterodoxia y para una escisión del partido si la nación amenazada quería sobrevivir el doble peligro de una guerra contra el imperialismo de los Estados Unidos, contra el «social-imperialismo» soviético, o contra los dos a la vez. Esto signicaba el depender exclusivamente de los propios medios que proporcionan la estrategia y táctica de la «guerra popular». Signicaba más descentralización; estimular a las masas a adoptar iniciativas e introducir innovaciones; enviar a las poblaciones urbanas a aprender de los campesinos, y viceversa; dar prioridad a las necesidades de los campesinos, que constituyen el 70 u 80 % de la población; crear capital a base del trabajo y realizar colectivamente su inversión por los mismos campesinos, y expurgar todas las inuencias burguesas que aún quedaran bajo el mando del ejército, «gran escuela del pueblo». En una palabra, Mao exigía que los sucesores proletarios del poder vol vieran a vivir las experiencias revolucionarias de su propia generación y llegaran a sus conclusiones lógicas.
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Primera Parte: ¿Un país diferente?
De esta manera, la primera cuestión fue impuesta por la convicción de Mao de que el partido estaba siguiendo un camino revisionista (soviético) hacia el capitalismo: creando una nueva clase, una elite de burócratas detentadores del poder, un mandarinato de cuadros divorciados del tra bajo y del pueblo. Otra cuestión aparecía íntimamente relacionada a ésta: la que planteaba Liu —apoyado por Peng Chen y otros según me comentó el presidente Mao— en su búsqueda de un compromiso que diera una salida al estancamiento del conicto chino-soviético. Ya en 1965, los bombardeos norteamericanos de Vietnam, bien cerca de la frontera china, amenazaban a China con una invasión. Liu quería enviar una delegación china al XXIII Congreso del Partido Soviético, con objeto de reactivar la alianza chino-soviética. Mao se opuso terminantemente a verse obligado a quedar situado en una relación de dependencia, como le sucedía a Corea, y a la posibilidad de un doble juego por parte de los rusos. En cambio, insistía en mantener una postura de completa autosuciencia, de exclusiva dependencia de los recursos de una guerra defensiva del pueblo -mientras continuaban construyendo la bomba atómica- y en un fuerte apoyo, pero sin intervenir directamente, en favor del Vietnam. La línea de Mao desquiciaba completamente el fondo ortodoxo de la estrategia china respecto a las amenazas de agresión extranjera. Yi yi chi yi , es decir, emplear a los bárbaros para que luchen contra los bárbaros, era un principio cardinal de aplicación inmemorial en Chi na, comparable al principio sagrado de divide et impera de Roma y sus sucesores. Entre los chinos mentalmente adscritos a la tradición del espíritu de su país y los pekinólogos occidentales versados en la historia de China, se decía que Mao había perdido la cabeza. ¿Una potencia débil siguiendo una política que parecía unir a sus enemigos e invitarles a iniciar una «guerra de dos frentes»? ¿Una propaganda internacional que proclamaba ofensivamente «caiga la plaga sobre sus dos casas»? Pero Mao sabía lo que estaba haciendo. El ma yor peligro provenía del interior, no del exterior. Un compromiso con cualquiera de las dos superpotencias habría conducido después a una escisión del frente doméstico. Una China resueltamente independiente y unida era capaz de afrontar cualquier tormenta. Una China desgarrada en su interior por facciones determinadas a explotar las ventajas de una alianza con Rusia no podría mantenerse. Existían además otras muchas subcuestiones y políticas especícas en contradicción, pero las dos enumeradas antes eran las fundamentales. Ahora empezaba a decirse que Liu y Mao habían representado «dos líneas» diferentes desde el principio, cuando ambos se hicieron comunistas en 1921. Desde luego que existían «dos líneas». Empleando la misma terminología de Mao, se trataba de un caso de «contradicciones no antagónicas que se habían convertido (gradualmente) en antagónicas» durante los cuarenta y cinco años en que el partido las había albergado
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3. Esencia de la Revolución Cultural
en su seno. ¿Lucha de personalidades en torno al poder? Los factores sub jetivos no pueden separarse enteramente de la realidad política objetiva, ciertamente, pero no podía dudarse de que la lucha entre Mao y Liu era principalmente una lucha de diferencias irreconciliables respecto a los medios y nes que atañían a la misma gran revolución de China, incluso, naturalmente, el papel que había de jugar el culto a la personalidad. Mucho se ha escrito sobre los acontecimientos que siguieron a las decisiones de agosto de 1966: la disolución de los comités del partido y de las organizaciones parapartidistas, como las Ligas Comunistas Juveniles y los sindicatos; el cierre de las escuelas (muchas se habían cerrado ya antes) y la liberación de millones de jóvenes no pertenecientes al partido para la formación de destacamentos de guardias rojos, que arrojaran a la elite del partido del poder; la lucha libre que se produjo entonces en torno al poder entre los nuevos dirigentes, y la intervención en último término de las fuerzas armadas. En este comentario introductorio baste anotar que la victoria de Mao -con el auxilio del ejército- fue tan completa que el vicepresidente y ministro de Defensa, Lin Piao, pudo declarar, en el No veno Congreso del Partido, en 1969 (que lo nombró sucesor constitucional de Mao) que «todo el que se oponga al pensamiento de Mao Tse-tung, en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia, será condenado y castigado por todo el partido y por todo el país». Ya en 1970 el pensamiento de Mao había logrado extender por toda la nación los siguientes propósitos: acelerar la desaparición de las diferencias entre las ciudades y el campo; progresar hacia una mayor igualdad de las condiciones materiales y culturales y las oportunidades de los obreros, campesinos, soldados, cuadros y técnicos expertos; integrar el trabajo en las aulas con el de las fábricas en la educación y en la experiencia de cada cual; aplastar todo pensamiento burgués y espe cialmente sus vestigios entre intelectuales y cuadros; proletarizar la educación superior mediante la integración de estudiantes y trabajadores y la combinación de la práctica laboral con la teoría de las aulas; extender la salud pública y llevar los servicios médicos a las masas rurales; entrenar a todos en el manejo de las armas y a aprender del ejército; crear una generación compuesta de una sola clase de jóvenes con muchas facetas, bien instruidos e inspirados por los ideales de servicio al pueblo, tanto en el interior como en el exterior de la nación, que desprecien las riquezas personales y estén consagrados a una «visión universal» en anticipo de la liberación nal del hombre de las condiciones del hambre, la codicia, la ignorancia, la guerra y el capitalismo. ¿Todo eso? Y más aún si cabe. No hago más que parafrasear las pa labras que he oído pronunciar, no sólo a las autoridades del país y a los activistas maoístas 8, sino también a todos los que se han «templado» en el pensamiento de Mao cuando les he obligado a denir lo que fue la Revolución Cultural y lo que se ha tratado de conseguir.
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Primera Parte: ¿Un país diferente?
¡Ah! Pero el camino es largo, la senda escogida bien dura y ha de ser cubierta por etapas. Todavía han de sucederse otras nuevas revoluciones culturales. Al comer, como dice Mao, se ingiere bocado a bocado, y es necesario tener tiempo para saborearlos uno a uno antes de pasar al siguiente. Mientras tanto, ¿cómo era la vida de la población no perteneciente al partido -la inmensa mayoría de los adultos- dos años después de que en el Noveno Congreso del Partido se proclamara la victoria de la Gran Revolución Cultural Proletaria?
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4. Nuestro ciudadano Wang
El ciudadano Wang, nuestro hombre de la calle, no se ha convert ido ni en un diablo ni en un santo desde 1965. «El presidente Mao está siempre con nosotros», cantaban unos pequeños a los que visité en un jardín de infancia de una fábrica, equipado con su propio refu gio aéreo, cosa nue va. Tanto ellos como sus padres me aseguraron que amaban a Mao, y no había ninguna razón particular para dudar que la mayoría lo sentía sinceramente. Y, sin embargo, a excepción de los bra zaletes maoístas que todos ostentaban, la apariencia exterior de los ciudadanos es muy parecida aún a la de los que yo conocía antes de la Revolución Cultural. Existía una mayor uniformidad en el vestido: chaquetas y pantalones azules y grises, en el invierno guateados con algodón, tanto para las mujeres como para los hombres, con una mayor presencia del caqui del ejército o de la milicia y el azul pálido de la marina. Si no fuera por las estrellas ro jas de sus gorras y las barras rojas que llevan en el cuello, los soldados no se distinguirían de los civiles. Muchas mujeres se ponían ropas mejores y más vistosas en casa, donde casi todas han atesorado algunas prendas de seda o lana para ocasiones especiales; pero la moda en la calle es ahora proletaria. —Espera un poco—me dijo un viejo amigo— y verás mayor variedad. Fíjate en esas mujeres que van por ahí; llevan un pañuelo con un nuevo estampado de colores más brillantes. Todo indica que se acerca un período de relajamiento de tensiones. Invitado a la residencia particular de unos chinos de profesión liberal, pude observar a las mujeres examinando encantadas, alrededor de una mesa, grandes cantidades de telas alegremente estampadas. Estaban estudiando cuidadosamente un libro de modas... del Japón. ¡Quién lo diría! En las ciudades era ahora más difícil distinguir a un campesino de un intelectual. Estos últimos habían descendido varios escalones más y guar23
Primera Parte: ¿Un país diferente?
daban cuidadosamente su sumersión entre las masas. Como casi todos los niños van ahora a la escuela, cinco años de educa ción han aumentado el número de las personas que saben leer. En las ciudades de China es difícil ahora encontrar hsia-tzu (ciegos de letra, el término chino para los analfabetos) por debajo de los cincuenta años de edad. La gente tiene un aspecto más decidido y un porte más digno; se saludan con cortesía y una falta de conciencia de clase que constituye algo nuevo. En las fábricas modernas me encontré con que los traba jadores eran ahora casi todos alumnos recién salidos del bachillerato. Veinte años de reforestación han embellecido tanto a las ciudades como a los pueblos, y una transformación general de la tierra estaba alegrando la faz ave jentada de este antiguo paisaje; ahora reluce con esmero. La China es hoy un país visiblemente más rico que en ninguna época anterior, pero no en términos de propiedad privada. El ciudadano Wang está ahora bien alimentado, goza de buena salud, va adecuadamente trajeado, está cons tantemente ocupado con su propio trabajo, con clases de pensamiento de Mao y estudios técnicos durante su semana laboral de seis días. En su día libre -general mente el domingo, pero frecuentemente un día entre semana, pues los días de descanso han sido repartidos para aliviar aglomeraciones- descansa con su familia o juega al ping-pong o se va a nadar durante el verano a alguna piscina o en los ríos, lagos y en el mar -el nadar es aún un deporte nuevo en China-. Durante el invierno se une a los excursionistas que salen al campo. A lo mejor presta voluntariamente su trabajo para cavar zanjas o hacer ladrillos para los refugios aéreos, trabajando al lado de un médico o de un profesor. Wang pertenece a una organización, como todo el mundo. En la ciudad acepta la disciplina de la línea del partido que sienta el comité de su vecindario, responsable del cuidado de los niños, de la sanidad y del control de la contaminación, de la solución de las disputas, de los servicios sociales, médicos y para los ancianos e inválidos. En las comunas estas funciones las comparte con los equipos de producción o los mandos de las aldeas. No podemos saber qué piensa el ciudadano Wang para sus adentros, pero si tiene problemas no serán ciertamente los de las subidas de los precios de los alimentos, de los gastos médicos o de los impuestos. Los precios han permanecido estables o han declinado durante más de diez años, y no existe inación o mercado negro. Wang no paga impuestos personales. Los ingresos estatales provenientes del valor excedente producido por el trabajo se ocultan bajo la forma de con trol de precios en los mercados administrados por el Estado, que mantienen el consumo dentro de las necesidades previstas. El ciudadano Wang vive con un pre supuesto muy estrecho, pero no está gravado por hipotecas bancarias, deudas y el miedo a morir de hambre o a quedar condenado a la indigencia que atormenta ba a sus padres.
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4. Nuestro ciudadano Wang
Su vida cultural incluye el acceso a los parques, jardines de recreo, museos, conferencias, conciertos, la radio, la televisión y el teatro, a precios sumamente reducidos, muchas veces gratuitos. En 1970 no podría encontrar otros libros que los manuales y obras de Mao. Puede disponer de una radio de onda media o comprar las partes para instalar un receptor de onda corta. En raras ocasiones tendrá un televisor propio. La pantalla es relativamente más cara que en otros países, y los aparatos generalmente son propiedad colectiva, de grupos o instituciones. Todos los programas están bien cargados de propaganda política, al igual que el teatro. Existe una fuerte demanda de entradas para el teatro o los par tidos deportivos, y en la práctica (aunque algunas localidades, muy pocas, se venden en taquilla) se consiguen a través de la organización a la que uno pertenece. Los cines son numerosos y baratos, pero ofrecen poca variedad. Los cartelones que lee nuestro amigo proclaman las directivas o las máximas de Mao; los periódicos, generalmente expuestos página a página en vitrinas públicas, sólo comunican noticias en línea con el partido. Las noticias del extranjero son escasas y cuidadosamente seleccionadas; nunca se lee nada que pueda inquietar la opinión del lector respecto a una China que, aunque aún atrasada en muchos campos, está políticamente en lo cierto en todo lo demás. Por otro lado, el señor Wang no tiene que preocuparse con noticias sobre asesinatos, caída de las cotizaciones de bolsa, pornografía, desórdenes raciales, divorcios escandalosos, tracantes de drogas, atracos, comercialización de la sexualidad, sadismo y masoquismo, y la envidia clasista del rico. Ya no hay ricos. También quedan muy pocos funcionarios corruptos, ladrones u otros parásitos de la sociedad. Aunque persisten los enemigos de clase, son responsables principalmente de delitos cometidos en el extranjero. En suma, como me dijo un ingenioso amigo, China se ha convertido en una verdadera cloaca de moralidad. Poco hay de nuevo en todo lo que hasta ahora he mencionado, más bien un poco más de lo mismo; tampoco han cambiado demasiado los salarios, a excepción de ligeros aumentos en los niveles medio y bajo y algunas reducciones de los altos. Los ociales del ejército de mayor graduación, por ejemplo, recientemente aceptaron voluntariamente una reducción del 30 % o por lo menos eso fue lo que me dijo un general a quien conocí en Hangchow. Lo mismo ha sucedido con los funcionarios de ma yor categoría (dicen que Mao Tse-tung redujo sus haberes en un 20 %). Por encima del nivel de aprendiz los salarios en las fábricas oscilan entre 20 y 50 dólares al mes -entre 48 y 122 yuanes 1- según la edad, el rango y la experiencia; mientras que algunos especialistas de mayor categoría pueden alcanzar la paga que recibe un general recién ascendido, unos 100 dólares. Un miembro dirigente del partido o un general de cierta graduación ganan unos 150 dólares al mes, pero si carece de per sonas que dependan de él lo normal es que devuelva generosamente una porción al Estado. El
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Primera Parte: ¿Un país diferente?
salario de los campesinos varía en mucha mayor medida y se les paga menos en metálico que a los trabajadores en la ciudad, pero los habitantes de las comunas gozan en cambio de una serie de benecios marginales y de renta en forma de productos que en realidad elevan sus ga nancias hasta alcanzar una mayor igualdad que antes respecto al trabajador urbano. En una docena de grandes ciudades que visité y en muchos pueblos y centros comunales pude ver que se ofrecían artículos de consumo a precios inferiores a los de 1965, pero de mejor calidad que entonces. Seleccionando algunos de estos artículos, he aquí lo que cuesta medio kilo (1,1 libras), en su equivalencia en dólares norteamericanos: legumbres en abundancia y variedad durante la temporada, de 1 a 2 centavos; la me jor calidad de arroz, de 8 a 9 centavos; harina de trigo, de 5 a 6 centavos; patatas y batatas, 2 centavos; carne de cordero, cerdo o res, de 20 a 40 centavos; pasteles y caramelos, de 30 a 80 centavos. Antiguamente, un número reducido de chinos comían alguna vez pescado; ahora se vende en abundancia, incluso en el interior, de 20 a 40 centavos el medio kilo. La leche vale 10 centavos el litro; la cerveza, 20 centavos una botella; las gaseosas, de 5 a 10 cen tavos; los helados en conos o en palillos, de 2 a 4 centavos; el vino de uva (blanco y rosado), 50 centavos la botella; la ginebra, 55 centavos, y los hue vos, 30 centavos la docena. En una tienda provincial de Pekín, solamente para extranjeros, puede uno comprar productos alimenticios de calidad especial a precios ligeramente superiores a los citados, incluso caviar negro, a 2,50 la libra más o menos. Las pequeñas tabernas ofrecen un plato del día compuesto por un panecillo de trigo hecho al vapor, legumbres en salmuera, salchichas y sopa por 4 a 6 centavos. Una comida más sustanciosa en una fábrica cuesta de 10 a 15 centavos. La gran mayoría de los chinos llevan calzado de algodón con suela de eltro, que cuesta de 1 a 3 dólares el par; los zapatos de cuero oscilan entre 6 y 10 dólares, y los zapatos de cue ro articial, entre 2 y 3 dólares. Las camisas de algodón, entre 2 y 3 dólares. Los vestidos para niños valen de 2 a 4 dólares; un buen gorro de piel cuesta 5 dólares; los abrigos forrados con pieles de oveja, o terminados en cuero o tela, de 20 a 40 dólares; los camisones y pantalones de los que no necesitan planchado, de 6 a 10 dólares. Los cereales, aceites de cocina y productos de algo dón siguen estando racionados. Según el trabajo realizado, las raciones individuales de ce reales oscilan entre 30 y 45 libras al mes; como ahora se dispone también de otros alimentos en abundancia, esta cantidad es más que suciente. China es el primer país del mundo en producción de algodón 2, y éste constituye una de las principales fuentes de divisas en el comercio exterior de China. Por ello las telas de algodón están racionadas en el interior a 18 pies por persona aproximadamente, incluyendo a los niños. Las telas de bras sintéticas o de lana no están racionadas y existe para ellas una gran
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4. Nuestro ciudadano Wang
demanda. La ración de aceite de cocina alcanza para algo más de lo que necesita una familia de tamaño medio. Aparte de estas excepciones, todos los demás productos de consumo carecen de racionamiento. Se acabaron los automóviles de propiedad privada, pero han sido mejorados los servicios de autobuses ur banos e interurbanos —aunque los autobuses vayan aún muy llenos—. Los trenes chinos guran entre los mejores del mundo. Las tarifas de los transportes pú blicos son bajas.Nuestro hombre de la calle (o del camino vecinal) probablemente posee por lo menos una bicicleta en su familia, que le cuesta entre 35 y 45 dólares. Paga de alquiler mensual (costo de mantenimiento) entre 1 y 2 dólares por habitación. Las viviendas varían mucho, pero en general han sido mejoradas. En el campo, los campesinos son propietarios de sus propias casas, libres de impuestos. Los gastos de los serv icios médicos de los tra bajadores industriales son sufragados por sus respectivas organizaciones, y lo mismo sucede en las comunas. Las medicinas cuestan sólo una fracción pequeñísima de lo que cuestan en los países occidentales. Las píldoras anticonceptivas son distribuidas gratuitamente a través de las organizaciones. Aparte de todo esto, el estilo de vida de la población sólo puede ser realmente captado mediante un estudio más detenido de la Revolución Cultural. Sus resultados han sido especialmente profundos en los cam bios políticos y organizativos introducidos en las fábricas, en la educación primaria y secundaria, en las comunas agrícolas, en los servicios médicos, en las actividades culturales de todo género y en las fuerzas armadas. El servicio militar en el ejército de tierra, en la marina o en la aviación es una de las profesiones que de manera más auténtica ambiciona la ju ventud, y son muy pocos los escogidos entre los muchos aspirantes. La nueva actitud ante la vida que han adoptado los jóvenes sucesores de Mao - «Olvídate de ti mismo: sirve al pueblo»- se reeja dramáticamente en la manera en que se han extendido al campo la ciencia y los servicios médicos de la ciudad.
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Notas a la primera parte ¿Un país diferente?
2. Una indicación del primer ministro Chou 1 Como corresponsal: véase Journey to the Beginning (Random House, Nueva York, 1957; Vintage Books, 1972). 2 Véase Red China Today: The Other Side of the River (Random House, Nueva York, 1962; Vintagc Books, 1971). 3 Una excepción era mi más viejo amigo extranjero en China, el neozelandés Rewi Alley, que es probablemente el hombre que más ha viajado en toda la historia china. Pronto publicará un libro dedicado a sus viajes durante la revolución cultural. 4 Véase Red Star over China (Randon House, Nueva York, 1937; edición revisada, Grove Press, Nueva York, 1968, 1971). 5 Véase Red China Today, op. cit. 6 Territorio chino ocupado por el Japón en la guerra de 1895 y prometido a China en las conferencias de El Cairo (1943) y de Potsdam (1945). La provincia de Taiwan se convirtió en el santuario de Chiang Kai-shek cuando éste huyó del continente, escapando de la revolución, en 1949. Truman rodeó a Taiwan con un bloqueo naval en 1950, impidiendo así la reunicación con su intervención. En 1955, Eisenhower formalizó el protectorado de facto de los Estados Unidos cele brando una alianza con Chiang —mientras que los Estados Unidos reconocían y nanciaban al gobierno nacionalista de Chiang como el legítimo soberano sobre toda China— manteniendo a Chiang en el puesto que le corresponde en las Naciones Unidas, en perjuicio de la República Popular, hasta 1971. 3. Esencia de la revolución cultural 1 A principios de 1966 se dijo que el número de miembros del partido era de unos veinte millones, siendo el 80% reclutados después de 1949. 2 Véase el capítulo 17, «Alicia en Nanniwan». 3 Véase el capítulo 12, «La conspiración de la propaganda». 4 Véase el texto completo en el Apéndice: «Resoluciones del XI Pleno del Comité Central; el Programa de dieciséis puntos».
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4. Nuestro ciudadano Wang
5 Quince grandes hojas de papel conteniendo consignas o mensajes, escritos por el pueblo y especialmente por los estudiantes, pegados sobre muros, árboles, sobre cualquier supercie conspicua, que se convirtieron en un importante medio de comunicaciones empleado por los guardias rojos y otros para atacar a los dirigentes del partido y a la prensa que no les permitía su publicación. 6 En el Apéndice gura el texto completo de esta entrevista: «Desde el sur de las montañas hasta el norte de los mares». 7 Un «activista» es una persona a la que su grupo reconoce como alguien que no sólo estudia y conoce el pensamiento de Mao, sino que también «lo practica de una manera vívida». 4. Nuestro ciudadano Wang 1 El tipo ocial de cambio es de 2,44 yuan el dólar EE. UU. (U. S. $ 1,00). Por razones estadísticas gura generalmente como 1 yuan = U. S. $ 0,40. 2 Véase la página 131.
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Segunda Parte:
Servicios médicos y control de la natalidad
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5. Abortos con Acupuntura
Estamos en la habitación de un pequeño hospital para presenciar un nuevo empleo de la acupuntura. Nos ha conducido aquí la doctora Lin Chiao-chi, una vieja amiga mía. Están practicando un aborto a una paciente que nos sonríe. Se trata de una obrera industrial, de veintiocho años de edad, que no tiene más anestesia que dos agujas que le han sido insertadas sin dolor alguno en los lóbulos de las orejas. La doctora Lin Chiao-chi fue la primera mujer chi na que se graduó como ginecóloga en Inglaterra; más tarde trabajó como internista en Chicago. Auténtica precursora de la práctica médica moderna en China, la doctora Lin ha estado entrenando a ginecólogos y tocólogos durante medio siglo. Profesando aún el cristianismo y la creencia en Dios -un tema sobre el cual mantiene conversaciones de vez en cuando con su ami go Chou En-lai-, habla corrientemente un inglés delicioso. Sin embargo, se excusa de lo mal que lo habla y dice que lo tiene «oxidado». —Empecé como médico pediatra -nos dice-, pero no podía soportar el ver cómo se morían los niños. De forma que me pasé al campo de traerlos a la vida. Ya casi con sesenta y nueve años, más allá de la edad de retiro, la diminuta doctora Lin guardaba la misma vivacidad de siempre, ligera de cuerpo, fuerte de carácter. Miembro activo de la Academia China de Ciencias Médicas y profesora de una Facultad de Medicina, dedica de cuatro a seis horas a su departamento en la antigua Facultad de la Unión Médica de Pekín. Esta Facultad, antiguamente el hospital y escuela médica más avanzada de China, fue construida con el apoyo de la Fundación Rockefeller hace ya más de medio siglo. Durante la Revolución Cultural recibió el nombre de Hospital Antiimperialista. Ahora se llama Shou Du, Hospital de la Capital. Aproximadamente el 60 % de sus médicos, enfermeras y personal son mujeres. En el departamento de obstetricia y ginecología el porcentaje llega al 90. Los estudiantes de Medicina están más o menos divididos por igual entre ambos sexos. 31
Segunda Parte: Servicios médicos y control de la natalidad
La paciente nos da con una sonrisa su consentimiento para que pueda fotograarla durante la operación. Está embarazada desde hace diez semanas. Un pequeño tubo de acero inoxidable, conectado a un dilatador número 8, está unido a un conducto que acaba en un receptáculo y más allá ligado a un compresor de aire y a una bomba eléctrica. Una presión negativa aproximadamente equivalente a la de una bomba de aire de una bicicleta basta para la extracción por la fuerza del vacío: en las zonas rurales el mecanismo puede ser activado por una bomba de pie. Este método abortivo es ahora de empleo ordinario hasta el nivel de hospi tales de las comunas rurales. —Es sencillo, prácticamente sin dolor, no produce hemorragias ni tampoco efectos posoperatorios severos — nos explica la doctora Lin. Mientras la operación continúa, me entero por la paciente que tiene ya dos niños y que no desea uno más. Lo que se recomienda es dos o tres niños, y la edad matrimonial correcta en las zonas urbanas es de veintiséis años para las mujeres y veintiocho para los hombres. Cuanto más tarde, mejor. Pero lo «recomendado» y lo «correcto» están aún muy lejos de coincidir con la práctica universal, aunque la sociedad, especial mente la ciudad urbana, condena moralmente su violación. Durante la Revolución Cultural, sin embargo, se contrajeron innumerables matrimonios a edades inferiores, y la población rural suele casarse frecuentemente entre los veinte y los veinticinco años, sin incurrir en ningún «castigo» ni separación coercitiva, como se ha dicho en el extranjero. —¿Sientes algún dolor? -le pregunto en chino-. La paciente sonríe y sacude negativamente la cabeza. Dice que está empleando el pensamiento de Mao Tse-tung. Quizá sea la máxima que reza «No temas ni a las penalidades ni a la muerte». En menos de diez minutos, se levanta ella sola de la mesa de operaciones. Aún no muy convencido, vuelvo a los pocos días para presenciar otro aborto, el de una joven de veintinueve años. Trabaja en una industria de aparatos eléctricos y tiene un niño de seis años de edad. Ha estado empleando un anillo uterino como anticonceptivo, me dice, pero ahora se pasará a la píldora. Nuevamente la anestesia es a base de acupuntura. Tan animosa como el caso anterior, parecía no darse cuenta de nada hasta que, con sorpresa, se le dice que ya ha terminado todo. Se incorpora, sen tada sobre la mesa, y charla un rato. —Ahora tendré derecho a dos semanas pagadas de descanso -nos dice-, pero quiero volver al trabajo esta misma tarde. Me siento perfectamente, la planta me necesita y todos tenemos que contribuir a completar la cuota antes de la fecha tope. La doctora Lin le dice que se acueste durante una o dos horas y que después se puede ir a casa. Los abortos se realizan gratuitamente y a petición de la madre exclusivamente, pero preferiblemente por acuerdo familiar. Desde 1964 se
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5. Abortos con Acupuntura
ha estado experimentando con la píldora anticonceptiva. Desde enton ces la píldora de veintidós días, desarrollada en China, ha reemplazado progresivamente a los anticonceptivos uterinos y de otra clase. Se administra desde el quinto día de la menstruación. Todas las organizaciones médicas, unidades móviles y equipos médicos del ejército y de la comuna distribuyen gratuitamente propaganda anticonceptiva y píldoras. Por lo general, la demanda excede a la producción. Evidentemente, el aborto no es fomentado en China como sustituto de medidas anticonceptivas. Es generalmente un último recurso para las madres que tienen ya uno o más hijos y que no han recibido o no han tenido éxito con los medios anticonceptivos. Como no hay nada semejante a la ilegitimidad en China -ambos progenitores son mutua e igualmente responsables del cuidado del niño-, el aborto no es normalmente una manera de evitar la maternidad extramatrimonial. Algunas madres piden el aborto para su primer embarazo, pero por lo general se les persuade en contra, a no ser que esté en peligro la salud de la madre. Se comenzó a experimentar con la acupuntura como anestesia para las operaciones de aborto en 1968, y ahora es empleada con gran amplitud, me dijo la doctora Lin. La acupuntura también es empleada en los partos. (Alrededor del 90 % de los partos en China son naturales, pero en casos difíciles se emplea la acupuntura u otros medios de anestesia.) Sin embargo, el éxito comprobado del método -que es especialmente importante en las zonas rurales, donde son escasos los anestesistas profesionales- no ha sido anunciado. Con gran contrariedad por mi parte, el presidente del Comité Revolucionario del Hospital Antiimperialista me pidió que no pu blicara las fotografías ni escribiera sobre lo que había presenciado. Unos días más tarde el primer ministro Chou En-lai me preguntó sobre mis impresiones respecto a la visita al hospital. Me dijo que durante algunas semanas había tenido sobre su mesa de despacho, en espera de su autorización ocial, un informe periodístico sobre el uso de la acupuntura. Pero ahora ya se sentía satisfecho, me dijo, y había autorizado personalmente la publicación de mi informe sobre la visita al hospital. Ciertamente que no podría imaginarme al presidente Nixon o al primer ministro Kosiguin dedicando su tiempo a tanto detalle en el ejercicio de sus responsa bilidades. ¿Cómo podría hacerlo un solo hombre? Es que Chou vale por muchos.
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6. ¿Qué es realmente la acupuntura?
En mis tiempos de residente en la China anterior a la Revolución nunca intenté comprender seriamente lo que era la acupuntura y la moxibustión 1.Consideraba a la medicina empírica de los chinos como cosa más bien de curanderos, como les ocurría a la mayor parte de los demás extranjeros. Durante mi primera visita de vuelta a China, en 1960, descubrí que merecía mayor atención. Me enteré entonces que se había exigido a todos los médicos formados en las facultades occidentales que se dedicaran al menos durante seis meses al estudio de la medicina tradicional, que tiene una historia escrita de más de dos mil doscientos años y cuenta con miles de volúmenes de tratados, prescripciones y descripción detallada de enfermedades y de su tratamiento. He mantenido muchas conversaciones con médicos chinos y extran jeros sobre la acupuntura, pero la mejor explicación resumida que he encontrado sobre este asunto sigue siendo un informe escrito por el doctor William Y. Chen, uno de los principales cirujanos del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos que he citado anteriormente 2. Analizando de manera general, con todo su conocimiento personal de China, los datos recientemente reunidos por médicos extranjeros en este país y examinando las investigaciones aparecidas en revistas médicas especializadas de China (veinticinco de entre las de «mayor importancia»), el doctor Chen nos ofrece el siguiente comentario sobre la acupuntura: La medicina tradicional china es un arte de curar de naturaleza empírica, basado en cuatro mil años de experiencia práctica. Su concepto de la salud y de la enfermedad es simplemente el de la armonía o falta de armonía entre dos fuerzas que se conjugan: yin (negativa) y yang (positiva). Anatómica y siológicamente, la medicina tradicional china no tiene prácticamente nada que ofrecer; pero, en cambio, el cúmulo de tratados sobre hierbas y pócimas y los tr atados médicos de-
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6. ¿Qué es realmente la acupuntura?
dicados a la anotación de observaciones sobre las enfermedades son preciosos. El resultado amalgamado del uso de esas drogas y de las artes de la acupuntura, la moxibustión, el masaje y la terapéutica respiratoria tiene ciertamente su valor empírico. La acupuntura... consiste en la introducción de agujas frías y calientes en lugares especícos del cuerpo. Las agujas pueden ser nas o gruesas, largas o cortas (de 3 a 24 cm.)... Cuando las agujas atraviesan y estimulan los diversos te jidos y órganos a profundidades variables causan reacciones siológicas y de esta manera producen resultados curatorios.
A los acupunturistas se les exige ahora que aprendan técnicas asépticas y que sigan cursos básicos de anatomía y ciencia, análogos a los que siguen los «médicos auxiliares». Todos ellos fueron incorporados a los hospitales, que en su mayoría disponían de especialistas de acupuntura. Muchos de ellos usan agujas cargadas de corrientes eléctricas de bajo voltaje. El tratamiento se combina a veces con la radioterapia. El doctor Chen conti núa diciendo: La hipótesis mantiene que el estímulo de las perforaciones es conducido desde los nervios de la periferia al córtex cerebral, suprimiendo una irritación patológica en el cerebro. Una explicación de este tipo parece estar en la misma línea que la teoría pavloviana del reejo condicionado. La acupuntura ha sido ampliamente empleada en casi toda clase de enfermedades, desde condiciones quirúrgicas tales como la apendicitis hasta condiciones crónicas como la diabetes. Se considera que produce mejores resultados en las enfermedades del sistema nervioso de origen neurológico. Se han registrado buenos resultados en el tratamiento de la parálisis facial, artritis y eczemas. Un médico ruso dio cuenta de que su larga y dolorosa historia artrítica había sido considerablemente aliviada por la acupuntura. Un médico indio que fue a China y estudió allí la acupuntura en 1958 tuvo al principio dudas sobre sus méritos. Sin embargo, más tarde consideraba que la integración de la medicina tradicional con la medicina occidental había producido ya éxitos notables. El mismo re cibió con éxito un tratamiento de acupuntura para una sinusitis aguda 3.
Yo mismo he podido conocer en hospitales de Pekín y de otras ciudades a pacientes que estaban siendo tratados con procedimientos tradicionales chinos para casos de apendicitis, eczema, reumatismo, sinusitis, tu berculosis, jaquecas, bronquitis y diversas clases de neurastenia. En Hankow conocí a un paciente que había llegado inconsciente al hospital, con lo que los cirujanos de formación occidental habían diagnosticado como un caso agudo de apendicitis. Después de un tratamiento de medicina empírica y acupuntura se le dio de alta, denitivamente curado. El herbolario médico chino y la acupuntura se com binan mutuamente, y los herbolistas generalmente practican la acupuntura también. La traducción de la terminología de la medicina tradicional china es difícil,
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Segunda Parte: Servicios médicos y control de la natalidad
pero el concepto de la contradicción entre el yin y el yang es fundamental. El cuerpo es una unidad orgánica; la enfermedad está causada por desequilibrios entre los diversos órganos o sus extensiones, y la cura consiste en restaurar el equilibrio perdido y su armonía. Esto se lleva a cabo aminorando los «antagonismos» a lo largo de ocho líneas principales de tensión: yin-yang (negativo-positivo), piao-li (exterior-interior), leng-je (frío-caliente) y hsu-shi ; (vacío-sólido). En una guía completa de la acupuntura, el cuerpo aparece organizado siguiendo esos principios y según las «fuerzas vitales» de equilibrio que se dan entre aquéllos. Normalmente existen «contradicciones» de naturaleza no antagónica en estado de equilibrio. Cuando se produce la «desunión» (léase enfermedad), uno de los órganos o una combinación de funciones ha experimentado un exceso de trabajo, o sufrido un exceso de estímulos o daños, o ha sido perturbada de cualquier otra manera. La misión del médico consiste en restaurar el equilibrio mediante la erradicación de las causas que producen el antagonismo o la congestión. —Las enfermedades tienen causas internas y externas— me dijeron en una visita que realicé en una ocasión anterior al Hospital Antiimperialista (cuando aún se llamaba Hospital de la Unión de Pekín). El que pronunció esas palabras era el v icedirector, el doctor Hsu Hung-tu. Continuó diciendo:— El alto sistema nervioso del cerebro afecta a la siología general, naturalmente. Lo que nosotros llamamos ni-chu chung-kuan (el-enojo-en-estado-de-ira-quema 4) puede llegar a producir dolores orgánicos o daños en otras par tes. Un paciente puede llegar quejándose de dolores que un diagnóstico occidental indique debidos a la hipertensión, pero que un médico chino puede tratar mediante una combinación de medicina y acupuntura. Un médico de formación occidental generalmente se limita a averiguar los síntomas e historial médico del paciente. Un médico chino considera a la persona como una unidad sujeta a presiones tanto exteriores como interiores. Quiere conocer datos sobre la familia del paciente, sus relaciones con sus padres, si está contento o no con su mujer, cómo le va en el trabajo, qué resentimientos personales alberga, dónde radica la falta de armonía en su vida, si ha nacido en la ciudad o si es del Norte o del Sur. Todo esto inuye sobre el diagnóstico. —¿ Del Sur o del Norte? ¿Es que existe alguna diferencia? —Sí, ciertas medicinas «calientes» para los del Norte producen reacciones «frías» a los del Sur. —Una investigación de ese tipo tendría que incluir también el pensamiento político del paciente, supongo. —Pues claro... es necesario traer a colación toda clase de posibles conictos. De todo esto, así como de conversaciones subsiguientes, cabe dedu -
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6. ¿Qué es realmente la acupuntura?
cir con claridad que el patólogo chino tradicional era un poco analista y también un poco psiquiatra, y que la acupuntura era empleada como una terapia catalizadora. No sé si las enfermedades causadas por tensiones o ansiedades no resueltas son mayores en la China moderna que en el frenético sistema competitivo de los Estados Unidos. El doctor Chen, a quien ya he citado, ha señalado que la incidencia de enfermedades cardíacas de carácter hipertensivo -valga por lo que esto pruebe- era más o menos la misma en ambos países. No dispongo de estadísticas sobre enfermedades neurasténicas en China, pero el número de casos que he encontrado en hospitales y sanatorios parecía muy elevado. Las tensiones internas moti vadas por las presiones sociales de un sistema como el que los comunistas están intentando crear son evidentemente severas, siendo pocas las salidas que las alivien, y no debe de sorprender que sea alta la demanda en la consulta de los terapeutas chinos. «Sólo el tiempo podrá decirnos si los comunistas llegarán a tener éxito en su ambicioso empleo de producir una nueva ciencia médica china, a base de incorporar la medicina tradicional con la moderna medicina cientíca». Sea cual fuere el resultado, su evolución merece nuestra constante atención», concluye el doctor Cheng. Aldous Huxley, el fallecido novelista británico que fuera un ardiente creyente en la acupuntura, reveló ya en 1957 que «se están celebrando ya en nuestros días congresos internacionales de acupuntura», y que varios centenares de médicos europeos estaban experimentando una «combinación de la ciencia y del arte de la medicina occidental con las ancestrales ciencia y arte de la acupuntura china». Continuaba diciendo: El que una aguja introducida en la supercie exter ior de la pierna, un poco por encima de la rodilla [en otras partes, las agujas pueden penetrar a mucha mayor profundidad; un experto puede operar con ellas sin el menor derrame de sangre], pueda afectar el funcionamiento del hígado es ciertamente algo increíble... En un organismo normalmente sano [mantienen los chinos] existe una continua circulación de energía... La acupuntura normaliza y corrige la dirección de esa corriente energética.
Según los acupunturistas chinos, las extremidades, el tronco y la ca beza están cruzados por «meridianos» invisibles que de alguna manera están relacionados con los diversos órganos del cuerpo. Huxley acepta esto como «una armación empírica de un hecho». Continúa diciendo que: A lo largo de estos meridianos se encuentran situados algunos puntos especialmente sensibles. La inserción de una aguja en uno de estos puntos afectará el funcionamiento del órgano relacionado con el meridiano en el que se encuentre el punto afectado. Mediante pinchazos en un número de puntos bien elegidos, el acupunturista experto podrá restablecer la circulación normal de la energía y de volver la salud al paciente.
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Segunda Parte: Servicios médicos y control de la natalidad
Nuevamente nos sentimos tentados a hacer un gesto escéptico con los hom bros y decir que la cosa no tiene sentido. Pero luego, al leer las actas de los más recientes congresos de acupuntura, nos enteramos de que los investigadores han logrado trazar, mediante delicados instrumentos eléctricos de medición, el curso de los meridianos chinos y que cuando un punto estratégico recibe el pinchazo de una aguja se pueden registrar cambios relativamente elevados de estados eléctricos 7 .
Huxley relataba que entre los síntomas patológicos con los que «los viejos métodos chinos funcionan muy bien» guran «diversas clases de estados mentales indeseables -ciertos tipos de depresión y ansiedad, por ejemplo que, supuestamente relacionados con desarreglos orgánicos, desaparecen tan pronto se restablece la circulación normal de la energía. Dos o tres pinchazos con una aguja de plata pueden, a veces, obtener resultados en casos en los que han fallado largos años de psicoanálisis». El entusiasmo que puedan despertar los benecios terapéuticos, tanto de la acupuntura como del herbolismo, se sentirán debidamente templados cuando se recuerde que la literatura médica china propiamente dicha no ofrece casi ningún conocimiento sobre ciencias tan fundamentales como la bacteriología, microbiología, parasitología, epidemiología, endocrinología, venereología, etcétera, y tan sólo un concepto primitivo de la asepsia. La doctrina médica china era prácticamente inútil para la prevención de la viruela, el tif us, la tu berculosis, la plaga, la disentería, el cólera, el tétano, el kala azar, la malaria, la lariasis, la sílis y unas cuantas enfermedades más. Incluso en 1971 quizá sea demasiado pronto para que un lego en estas materias pueda decir si aquellos que, es de presumir, se siguen oponiendo a la política de integración de las terapéuticas nativa y occidental no vean justicadas algunas de sus dudas. Hasta mediados de 1960 me pareció que algunos de los médicos con que me encontré en los hospitales se azoraban ante el prestigio que se estaba otorgando a los métodos tradicionales. Muchos de ellos han de bido al menos sentirse agraviados ante la obligación de tener que estudiarlos -algo así como si se hubiera exigido a los médicos occidentales que estudiasen osteopatía-. En su impacto sobre los médicos de formación occidental, la revolución cultural, con su intensicado énfasis sobre la necesidad de extender sus serv icios hasta las profundidades de la China rural, fue acompañada por una actitud más humilde respecto a la opinión de las masas sobre lo que es efectivo y lo que no lo es. La efectividad de la acupuntura, y las nuevas técnicas que se desarrollaron en su aplicación, le habían dado, allá por 1970, una mayor popularidad y le habían atribuido resultados más impresionantes 8.
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6. ¿Qué es realmente la acupuntura?
—No existe aún una teoría anatómica general que explique la acupuntura— nos decía la doctora Lin Chiao-chih, mientras conversábamos con ella sobre las nuevas aplicaciones del método anestésico en la extirpación de grandes tumores abdominales, en la cirugía del tórax e incluso en las operaciones al descubierto del corazón.— Miles de nuestros cientícos están tra bajando sobre este problema y esperamos dentro de poco una solución denitiva— concluyó.
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7. Sexo y demografía
Esa breve visión de uno de los departamentos de un hospital reeja un cambio fundamental de los servicios sanitarios: el incremento en la extensión y empleo de todos los medios prácticos de control de la natalidad. Pero la doctora Lin y su equipo dedicaban mucho más tiempo a traer niños al mundo que a prevenir su nacimiento, a tareas tales como detener un cáncer uterino y a tratamientos para hacer posibles los partos, y a su participación en programas de carácter nacional para «subrayar ante todo las necesidades del campo», que popularizó la revolución cultural. Hablando en términos generales, en la actualidad se observan los siguientes cuatro principios, sentados por Mao Tse-tung, para los responsables de la medicina y salud pública: 1) la prevención, ante todo; 2) ser vir las necesidades de los trabajadores, los campesinos y los soldados; 3) combinar las medidas de salud pública en el campo y en la ciudad con los movimientos de masas, y 4) unir a los médicos educados en la medicina china tradicional con los de formación occidental. «La prevención ante todo» ha signicado bastante más que la simple planicación familiar, pero este aspecto es tan fundamental que requiere ulterior examen antes de pasar a informar sobre otras aplicaciones del término. ¿Qué efectividad alcanzaba la píldora china? Según la doctora Lin y otros especialistas, su píldora de veintidós días carecía por completo de efectos secundarios. Tenía una efectividad del 100 % si se administraba a diario, pero los descuidos (intencionales o de otro tipo) eran aún «demasiado numerosos». Mientras tanto, se estaba realizando una investigación intensiva para producir la píldora ideal, de un mes de efectivi dad. Se había estado experimentando en este sentido desde 1969 por toda China, nos dijo la doctora Lin. Sólo en Pekín, 5.000 personas estaban adscritas a un proyecto de control de la natalidad que incluía al per sonal médico y a los trabajadores con sus familiares. 40
7. Sexo y demografía
China sigue atentamente también los estudios que se realizan en otras partes del mundo y sus resultados, especialmente en el Japón, respecto al uso de píldoras vaginales estimuladoras de la menstruación mediante el empleo de prostaglandinas. «Y nuestro grupo experimental —nos decía la doctora Lín—, al que también llamamos Grupo de Luchadores en Pro de la Planicación Familiar, también está trabajando con anticonceptivos orales de mayor duración. Estamos experimentando con unas píldoras que habrían de tomarse sólo una vez cada tres meses, y ahora creemos que podremos desarrollar una píldora o vacuna que tenga un año de efectividad.» También se continúa experimentando con remedios extraídos del herbolario chino como anticonceptivos, tanto para las mujeres como para los hom bres. ( ¡Pero nadie ha encontrado aún la manera de emplear la acupuntura para este n! ) Se propugna la esterilización de los varones (después del segundo hijo), que es gratuita, aunque no sea popular. ¿Con qué extensión se proporcionan y se practican las medidas an ticonceptivas? En las provincias que visité se aseguraba que la píldora se usaba en todas partes, incluso en lugares tan remotos como Shensi, pero la doctora Lin me dijo que la oferta no había alcanzado aún a satisfacer la demanda. Las mujeres en edad de parto llegan a los setenta u ochenta millones, lo que exigiría una producción anual de unos setenta mil millones de píldoras de veintidós días. Los anticoncepti vos empleados por los hombres cubren la diferencia actualmente existente. China también necesita miles de millones de vacunas para diversas enfermedades contagiosas y epidémicas, y ya es el principal productor en este campo. Un laboratorio «ultramoderno» que visité en Pekín -y que un médico holandés que también lo estaba visitando, el doctor J. A. De Haas, me describió como mayor que cualquiera de las plantas exis tentes en Europa- tenía una producción de ochenta millones de unidades de vacuna al año. Mi viejo amigo el doctor George Hatem, oriundo de los Estados Unidos 1, me dijo que había visto más de una docena de laboratorios con una capacidad aproximada en otras regiones de China. Se me informó ocialmente que el 70 % de las mujeres en edad de parto en Pekín usan anticoncepti vos y que las dos terceras partes emplean la píldora. En las comunas rurales que se extienden por diez distritos alrededor de Pekín, cerca del 40 % de las mujeres en esa edad empleaban preferentemente la píldora. No se han publicado estadísticas sobre el crecimiento demográco durante más de diez años, y las cifras que me fueron proporcionadas en diferentes lugares varia ban considerablemente entre sí. En el Gran Pekín el índice ha sido ocialmente jado en 1,6 % para 1969, por ejem plo; en una comuna cerca de Shanghai se me dijo que era precisamente del 1 por 100; en la zona urbana y suburbana de Sian, un funcionario la cifraba en un 3 %.
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Segunda Parte: Servicios médicos y control de la natalidad
En todo caso, el índice de crecimiento es aún demasiado alto, en opinión del presidente Mao. Hablando con él sobre el progreso alcanzado en general, le dije que me complacía constatar que los anticonceptivos se estaban empleando mucho más ampliamente en estos tiempos: «Ahora, al menos, nadie opone objeciones al control de la natalidad.» Me había tomado demasiado en serio lo que me ha bían dicho, me replicó. En el campo, si el primer nacido es una hembra, la madre seguía queriendo un varón. Si el segundo era hembra otra vez, aún seguía que riendo tener un varón. Nace el tercero, una niña otra vez, y aún intenta tener un varón. Pronto llegan a ser nueve, todas ellos hembras, y ya para, entonces tiene la madre sus cuarenta y cinco años, de forma que ¡tiene que resignarse con lo que le queda! —Sí, bueno, pero ahora ya no hay tanta gente que se oponga; quiero decir gente joven que se oponga al control de la natalidad... Mao dijo que todavía se concede importancia a los varones y se desprecia relativamente a las mujeres. Pensaba que también podía ocurrir esto en los Estados Unidos. Es menester cambiar esta situación; pero el cambio de actitudes mentales tradicionales lleva su tiempo. El escepticismo de Mao respecto al control de la natalidad en las «familias sin varones», junto con las dudas que expresó en torno a los informes del censo, me recordaron la primera entrevista que tuve, en 1965, con Chen Yung kuei, el dirigente de la famosa brigada de Ta Chai, objeto de una intensa propaganda, en una comuna en la montaña provincia de Shansi. Chen acaudilló a los 360 habitantes de su pueblo -y de entre és tos sólo 178 adultos en edad activa- en la laboriosa, construcción de una nueva tierra fértil, extraída de laderas arcillosas y rocosas con simples herramientas de mano. Trajeron irrigación a través de un canal construido con miles de paredes de piedra; plantaron huertos; lucharon una dura batalla, sin más fuerzas que las suyas propias, contra una naturaleza obstinada, y al n triunfaron. En diez años había aumentado la producción de cereales hasta las 7,5 toneladas por hectárea, un auténtico récord en esa tierra prohibitiva. Chen era un caudillo natural, vigoroso, inteligente y campesino por entero. Le pregunté sobre la «planicación familiar» en su comuna. El término no parecía serle familiar: le dije qué quería decir «control de la natalidad». —¡Ah, eso! —me respondió sonriendo— Eso no es lo que nosotros necesitamos. Aquí queremos hom bres que puedan trabajar. Pregunté al campesino Chen cuántos nacimientos habían sido registrados en su brigada durante 1964. «Ocho», me contestó sin vacilar. «¿Y cuántas muertes?» «No perdimos a nadie», me respondió. «¿Ni si quiera a algún bisabuelo?» Se rascó la cabeza. Le pare cía recordar que había muerto un viejo terrateniente. «Si quiere uno llamar a eso una muerte —añadió— ¡Aquél no había movido un brazo desde hacía años!»
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7. Sexo y demografía
Era frecuente encontrarse con hombres y mujeres del campo entre los treinta y tantos y los cincuenta años que (con alguna vergüenza) confe saban tener cinco o seis o más hijos, siendo los mayores hembras, por lo general. Es difícil sacudir la vieja creencia fatalista de que para que pueda sobrevivir un hijo es necesario traer al mundo una media docena o más. (Y he conocido a muchos viejos que habían vivido precisamente esa experiencia.) Las suegras y los abuelos en el campo siguen empujando a sus jóvenes, por simple inercia de las costumbres, para que produzcan más hijos de lo necesario. En 1964 el primer ministro Chou En-lai me dijo que su gobierno esperaba lograr que el índice demográco cayera por debajo del 2 % para 1970. Cuando le pregunté en esta ocasión cómo había ido la cosa, me dijo que alrededor de 1966 el índice nacional había descendido realmente por debajo del 2 %. Pero se elevó repentinamente durante la revolución cultural añadió, cuando millones de guardias rojos realizaron «largas marchas» y los sexos se mezclaron libremente. Muchos matrimonios a edades tempranas contribuyeron a elevar el índice demográco. Ese período de aberración había ya pasado, con la dispersión de los guardias rojos -vol viendo unos a la escuela, otros al trabajo regular- y con la restauración de la disciplina. Con un empleo más amplio de la nueva y ecaz píldora, el primer ministro pensaba que el índice demográco volvería a decaer. Los extranjeros tienen una natural curiosidad (¡igual que los chinos!) sobre los efectos que la píldora pueda tener, particularmente entre los jó venes, sobre las estrictas actitudes predominantes en lo que concierne a las relaciones sexuales. En la China pre-comunista, una mujer no casada podía perder sus posibilidades matrimoniales (o ser apedreada o atacada por la multitud) si era vista paseando, por muy inocentemente que fuera, por algún camino en el campo sola o con un hombre. Al mismo tiempo, las familias empobrecidas vendían a sus hijas como concubinas, prostitutas o esclavas. Todo eso ha desaparecido ahora: los antiguos «recursos» d el soltero inquieto o del casado descontento en busca de solaz han sido eliminados; la seducción es cosa grave, y la violación, un crimen gravísimo. La educación mixta es universal y los jóvenes solteros de ambos sexos trabajan uno junto al otro en muchos lugares, pero no en la cama. La repetición una o dos veces de un paseo juntos en bicicleta puede comprometer formalmente a una pareja. El romper un arreglo de este tipo acarrea la condena de la sociedad, especialmente para el varón. Incluso el ir a merendar bajo un árbol con un muchacho con quien trabaja en la comuna puede dejar comprometida a la muchacha ante los ojos de los demás. Esto es lo que me enseñó una ex guardia rojo, de menos de veinte años, durante una conversación de unas cuantas horas en casa de unos amigos. ¿Y una pareja tácitamente «comprometida» se permite alguna vez hacer el amor? «Los casos de relaciones prematrimoniales son realmente muy raros -nos replicó un médico amigo-. En cuanto a la promiscuidad,
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está considerada como una desviación que requiere disciplina social o, en casos de reiteración, connamiento en un reformatorio. Las relaciones extramatrimoniales les son también poco comunes, pero existen con mayor frecuencia que las relaciones prematrimoniales.» Los chinos se azoran fácilmente cuando se les hacen preguntas de este tipo; pero yo ya había establecido credenciales para mis averiguaciones cuando, en 1965, le pregunté a la vicedirectora de la Administración de la Salud Femenina e Infantil de Pekín sobre la abstinencia prematrimonial en un país en el que la edad ideal para casarse está aplazada a los veintiséis años para las mujeres y los veintiocho para los hombres. (En la China rural, las edades recomendadas son veintitrés para las mujeres y veintiséis para los hombres). A los extranjeros les era difícil creer, le dije, que existiese una castidad universal en esas circunstancias. Me señaló que ahora las mujeres están atareadas en un trabajo productivo y gozan de las mismas oportunidades que los hombres; que en el pasado era una vergüenza para la mujer si no lograba casarse antes de los veinte, mientras que ahora predomina la opinión inversa; y que la gente joven estaba disciplinada por sus principios políticos y la creencia en sus ideales de trabajar para la sociedad. No vivían sólo para el placer. —Todo eso será cierto, y hay que añadir además la ausencia de todos los estímulos comercializados del sexo, que se ven a cientos en Occidente. Pero aun así, ¿no debe la mujer gozar de libertad para conocer bien al hombre con quien se quiere casar? —Bueno, la cosa no es tan estricta. Llega un momento en que el hom bre y la mujer llegan a un entendimiento y empiezan a conocerse mutuamente. No negamos que lleguen a existir relaciones prematrimoniales algunas veces, y que ocurran casos de embarazo, aunque sean raros. Antiguamente, las mujeres que pasaban por esos trances provocaban su propio aborto, o lo intentaban, pero ahora, debido al uso de anticonceptivos y sabiendo que el aborto es gratuito, eso ocurre muy raras veces. Se presentan muy pocos casos de abortos de madres no casadas. Teniendo en cuenta la inmensidad de nuestra población, la cifra es tan baja que no puede ser considerada como un problema serio. Siempre que la mujer pide un aborto para su primer embarazo el médico trata de disuadirla, tratando de que acepte el parto. En el caso de una mujer no casada, si el matrimonio no ofrece una solución posible, porque el padre esté ya casado, o porque no convenga por razones polít icas u otras, nadie insistirá en disuadir a la mujer de seguir adelante con el aborto, y éste es realizado. Estas observaciones que acabo de mencionar fueron conrmadas en términos generales en las conversaciones que tuve con el doctor George Hatem, que tiene un hijo y una hija de su preciosa mujer china. En el caso de su hijo, que pasó un noviazgo formal de seis años, éste no tuvo «relaciones carnales» con su novia a lo largo de toda su experiencia pre-
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matrimonial. Eso es lo que cree George. En todo caso, se han casado recientemente, a la edad recomendada, y entonces conci bieron rápidamente un nieto para los Hatem. —Así es como sucede con la gente joven que conozco — me dijo el doctor Hatem, que recibe a cientos de pacientes al día.— No digo que la píldora no vaya a modicar las costumbres: todo está cambiando aquí. Pero, lo que es ahora mismo, nuestra juventud es pro bablemente la que está menos orientada en el mundo hacia la libertad sexual. En todo caso, empiecen o no las costumbres sexuales a perder su rigidez, la píldora y el aborto gratuitos producirán -después de muchos años de propaganda en favor de la planicación de la familia, que consigan derribar la barrera del conservadurismo campesino y la arrogancia del macho- un descenso creciente en el índice demográco. Pero China es una sociedad igualitaria de dimensiones inmensas, en la que los benecios del progreso han de ser compartidos por todos, y en la que el correspondiente aumento del nivel de vida ha de alcanzar a una ingente zona de la Humanidad. Así, pues, ¿cuántos chinos hay ahora? Esta pregunta ha conducido a los demógrafos extranjeros hacia especulaciones muy alejadas de su marca durante muchos años. Su principal problema radicaba en que conti nuaban aceptando religiosamente las cifras publicadas por Pekín en 1953 sobre la base de lo que se llamó el «primer censo moderno» de China. El total ofrecido entonces era de 583 millones; en 1957, un «censo exploratorio» arrojaba la cifra de 645 millones. En 1960, todos los funcionarios chinos que consulté hablaban de 650 millones, con una sola excepción: el alcalde de Shanghai, miembro del Politburó, Ko Ching-shih, hablaba de los «685 millones de China». Cinco años más tarde le pregunté al presidente Mao si me podía dar los resultados del «censo exploratorio», que, según se decía, se había formado el año anterior. Me contestó que de veras no sabía la cifra, que algunos decían que era de 680 a 690 millones, pero que él no lo creía. ¡Cómo podía haber tanta gente! —¿No podría llegarse a una estimación bastante exacta basándose en los cupones de racionamiento de telas?— le pregunté. Mao me replicó que los campesinos a veces confundían los mejores cálculos. Antes de la Liberación ha bían estado ocultando los nacimientos, en particular los de los varones, para que no guraran en el registro y pudieran así escapar al reclutamiento de Chiang Kai -shek. Desde la Li beración se tendía a registrar más hijos y menos tierras, y a minimizar las cosechas, mientras se exageraban los efectos de las calamidades naturales. En nuestros días, un nacimiento era registrado inmediatamente, pero si alguien moría quizá no valiera la pena noticar la defunción durante algunos meses. Sin duda se había producido un auténtico descenso del índice de la natalidad, pero el descenso del índice de mortandad era
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probablemente mucho mayor. La longe vidad media había subido, conclu yó, de los treinta años, aproximadamente, hasta cerca de los cincuenta. La respuesta del presidente Mao signicaba que al gunas comunas agrícolas debían considerar conveniente no registrar las defunciones, con objeto de continuar beneciándose de las telas de algodón que correspondían, según el racionamiento, a los difuntos, y minimizar las cosechas para retener la mayor cantidad posible para consumo doméstico. Su es cepticismo sobre las investigaciones demográcas del pasado y del pre sente dejó muy desconcertados a algunos de los demógrafos occidentales, que ya habían alcanzado la cifra de más de 800 millones de chinos. Si tomamos el mínimo dado por el presidente, de 680 millones, y un mínimo (probablemente subestimado, según los comentarios que me hizo el primer ministro Chou) del 2 % para el crecimiento anual durante seis años a partir de enero de 1965, entonces un cálculo arrojaría la cifra de 780 millones para nuestros días. En enero de 1971 le pregunté al primer ministro si se podía decir ya que la población china había alcanzado los 800 millones. Vaciló un poco y me contestó: «No, tanto todavía no.» Hasta que Pekín desee ser más explícito, parece posible suponer con cierta seguridad que la población china en 1972, incluyendo los 14 millones de Taiwán, pasaba de los 800 millones. Incluso con un índice de crecimiento de sólo el 1 % a partir de ahora, signicaría que pasaría de los mil millones para el año 2000. Un índice del 2 % podría teóricamente añadir unos 250 millones más a esa cifra. El margen de la producción de cereales con excedentes respecto al crecimiento de la población es ahora sucientemente cómodo. En enero de 1971, el primer ministro Chou, me proporcionó los resultados de la cosecha de 1970: un total de 240 millones de toneladas de grano, más una reserva nacional de 40 millones de toneladas. Esa producción signicaba un incremento del 70 al 80 por 100 en relación con los «años malos» de 1959-62. A pesar de ello, los planicadores chinos seguramente estarían muy satisfechos si pudieran reducir el índice demográco por debajo del 1 por 100. Ese es su objetivo para la próxima década de denodados esfuerzos hacia un rápido progreso del índice del ahorro nacional y de un aumento de la producción industrial.
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Indudablemente no fueron sólo los guardias rojos y sus amoríos los que causaron un aumento del crecimiento demográco durante la revo lución cultural, sino también la severa perturbación de toda la profesión médica y de los servicios de control existentes durante el mismo período. Las universidades permanecieron cerradas durante casi tres años, las escuelas secundarias durante dos, los estudios médicos y premédicos quedaron interrumpidos, se dispersó su personal, se trastocó o disolvió el sistema de dirección del partido en la administración de los hospitales y las nuevas organizaciones de salud pública tardaron en formarse, bajo las nuevas directivas del ejército, en 1968. Es necesario tener cuidado de «dejarse impresionar» por toda exposición ocial que pretenda ignorar -como de hecho hace la mayoría- el precio pagado en forma de pérdida de horas de trabajo en todos los servicios médicos durante el cambio de ritmo impuesto por la revolución. Sería ingenuo no preguntarse si la mayor dependencia que se acusó en el empleo de la acupuntura y de la medicina tradicional no fue una necesi dad ante la ausencia de innumerables profesionales de la medicina, enviados a «aprender de los campesinos» mientras se dedicaban a tareas laborales para las que otros habrían estado más indicados. No recibí contestaciones satisfactorias a preguntas de este tipo, y aún no era posible para un observador exterior llegar a una conclusión sobre si los benecios del nuevo enfoque habrían compensado completamente algunos de los re veses sufridos. La revolución cultural no perturbó excesivamente el trabajo de las ciencias más avanzadas, al menos en apa riencia, y se registraron algunos progresos en varias direcciones distintas del desarrollo nuclear. En septiem bre de 1965, la bioquímica china logró producir una proteína biológicamente activa en forma de insulina sintética, siendo ésta la primera
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vez que se consiguió este resultado en el mundo. Continuó el progreso en el tratamiento de miembros mutilados y en la década de 1970 China parecía estar por delante del resto del mundo en este campo. Se enseña ban ahora las técnicas de reimplantación de dedos, manos, pies, brazos y piernas con tal extensión que operaciones de este tipo se reali zaban frecuentemente en hospitales rurales relativamente primitivos. En un gran hospital municipal de Shanghai tuve la ocasión, en 1964, de estrechar una mano que había estado separada del cuerpo durante dos horas antes de ser recogida del suelo de la planta donde sucedió el accidente para reimplantarla en la muñeca de su dueño, un obrero industrial. La estaba usando ya en funciones casi normales. Ahora, en 1970, conocí en un pequeño hospital de una comuna de la provincia de Kwangtung a un paciente que había casi recobrado el uso completo de la mano después de una operación que le restituyó cuatro dedos mutilados. Otra técnica en la que se dice que los chinos han obtenido resultados que no tienen parangón con los occidentales es en el tratamiento de quemaduras graves. Se citan muchos casos de recuperación de personas con quemaduras de tercer grado que habían afectado hasta el 60 % de sus cuerpos. Vi personalmente uno de estos casos, y muchos detalles de este tema, más bien siniestro, se encuentran documentados de manera impresionante en el informe del traumatólogo inglés doctor Joshua Horn 1, que enseñó y practicó en China durante más de diez años, antes de su marcha en 1969. Surge naturalmente la pregunta de si el índice de ac cidentes en la industria china es anormalmente alto. Las estadísticas que me proporcionaron en las fábricas de diversas localidades no me parecieron excesi vas, pero no se han publicado datos de carácter nacional sobre este tema, como sobre otros muchos, desde 1960. En 1957, durante el breve período de libre crítica de las «Cien Flores», se hicieron muchas acusaciones respecto a la falta de precauciones adecuadas 2. En varias fábricas que volví a visitar pude observar que habían mejorado las condiciones de seguridad, con ulteriores modernizaciones. Una de las ventajas derivadas de la com binación del trabajo en los talleres con el estudio en las aulas, a partir de los últimos años de la enseñanza primaria, ha sido la de enseñar a todo el mundo a respetar y cuidar de las máquinas, al mismo tiempo que se aprende a usarlas. Mientras estuvimos con la doctora Lin en Pekín pudimos visitar toda un ala del hospital de mujeres convalecientes de un tipo especial de cáncer: coriocarcinoma, o cáncer del útero. Esta célula horriblemente perniciosa ataca a los trofoblastos y se extiende rápidamente hasta causar metástasis del hígado. «Antiguamente se enseñaba que no era operable -nos dijo la doctora Lin-. La gente solía decir: si alguien dice que ha curado un coriocarcinoma, es que su paciente no tenía coriocarcinoma. Ahora empleamos un tratamiento mixto que incluye la quimioterapia. Hemos
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8 Algunas situaciones especiales
salvado al 61 % de los casos, incluso cuando el cáncer ha causado la metástasis y se ha extendido al pecho. En el 40 % de estos casos se ha salvado el útero.» La doctora Lin hizo una pausa para presentarnos a una de sus compañeras cirujanos, Tai Yu-hua, que también había sido curada de coriocarcinoma mediante la quimioterapia. Le habían podido salvar el útero, y posteriormente había logrado dar a luz a un niño lleno de salud. Las lágrimas se le saltaron de los ojos a la doctora Tai cuando la doctora Lin comenzó a explicar cómo su curación en parte debida a su fe, a su fe en Mao Tse-tung. El hijo de la doctora Tai ha recibido el nombre de «Fuerte Constitución». ¿Reriéndose a su buena salud? De ninguna manera. ¡El niño ha sido llamado así en honor de la nueva Constitución adoptada por el Noveno Congreso! (más adelante, en Shensi, me sorprendió menos, na turalmente, conocer a una campesina cuyos dos pequeños hijos se llama ban «Antirrevisionista» y «Antiimperialista». Sobran las explicaciones: estamos en China y con la revolución cultural). La doctora Lin se había ofrecido voluntariamente a ir a trabajar al campo y acababa de volver tras una estancia de medio año en una comuna en Hunan, al sur del río Yangtze. Allí estuvo ayudando a formar comadronas y « médicos descalzos», así llamados porque trabajan en el campo junto a los campesinos. Un alto porcentaje del personal médico de las ciudades ha ido al interior a practicar en las comunas agrícolas y enseñar a estos «médicos descalzos» a realizar servicios del nivel de enfermeros auxiliares. Su formación -algunos son enviados a los hospitales provinciales o municipales- corre a cargo de sus propios equipos o brigadas de trabajo, y continúan perteneciendo a la comuna. La doctora Lin continuó diciendo: «La gente del campo preere a los médicos descalzos en vez de depender de los hospitales. Naturalmente que ambos son necesarios, pero para enfermedades y accidentes menores, los médicos descalzos constituyen la solución ideal. También son los que principalmente transmiten la píldora e imparten la educación correspondiente a la planicación familiar.»
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9. «Concedamos ante todo especial atención al campo»
Cambio de escena. Estamos ahora en otro hospital general de Pekín. Tiene unas 800 camas, 13 departamentos, 251 médicos de formación occidental, nueve médicos tradicionales, 254 enfermeras y 11 zonas. Por su consulta pasan diariamente de 2.500 a 3.000 pacientes externos. Fue construido e inicialmente administrado por rusos soviéticos, cuando se llamaba Hospital de la Amistad Chino-Soviética. Durante la revolución cultural recibió otro nombre, el de Fan-hsiu I-yuan u Hospital AntiRevisionista, y ahora se le llama You-yi, Hospital de la Amistad. Vamos a visitar las diversas zonas del hospital, pero primero nos sentamos en una larga mesa con Wang Kuang-chou, representante del comité revolucionario del Buró de Salud Pública de Pekín; dos «responsables» (es decir, dirigentes del comité) del equipo de propaganda del Ejército Popular de Liberación en el Hospital; Chang Wei-shen, médico pediatra bien conocido, y otro viejo amigo mío, antes vicedirector del Hospital y ahora obrero manual en una brigada de campesinos «de la capa pobre y media» en una lejana comuna (que se encuentra aquí durante unas cortas vacaciones), y otros diez profesionales médicos y miembros del comité revolucionario, incluyendo a cinco mujeres. Antes de oír lo que este comité tiene que decir sobre los cambios introducidos por la revolución cultural, con viene que recordemos las ingentes dimensiones de los problemas sanitarios heredados por la República Popular hace veinte años. Nuevamente me apoyaré en el documentado informe presentado a un simposio de médicos norteamericanos por el doctor William Y. Chen, del Departamento de Salud Pública de los Estados Unidos de América. «Antes de que subiera al poder el régimen comunista -escribió- las organizaciones médicas y de salud pública estaban aún en su infancia, y muy por debajo del nivel moderno. La pobreza y la enfermedad cundían
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por doquier.» Cuatro millones de personas morían al año, de «enfermedades infecciosas y parasitarias» y sesenta millones necesitaban «tratamiento médico diario». El alcance del problema puede medirse por una estimación del doctor Chen, según la cual las necesidades médicas de China, «a un nivel mínimo, requerían al menos un médico por cada 1.500 personas y cinco camas de un hospital por cada 1.000 habitantes». «El número total de médicos cientícamente formados [en 1949] no pasaba, según datos de aquella época, de los 12.000; para unos 500 hospitales, el país sólo era capaz de producir unos 500 médicos al año...», y tenía un total de 71.000 camas de hospital. «Como el 84 % de la población total en las zonas rurales no podía pagar un tratamiento médico privado, la única solución para una tragedia de esas dimensiones parecía ser la de un sistema estatal (o so cializado) de la medicina.» Esta era la opinión predo minante entre los principales médicos chinos ya por 1937, y la idea de un sistema de centros locales de sanidad fue ideada, formada y dirigida principalmente por médicos de formación norteamericana; muchos de ellos viven aún en China y, de hecho, forman la columna vertebral de la estructura médica y sanitaria de China». El número de camas de hospital y de médicos de formación occidental aumentó cuatro o cinco veces en los primeros diez años. Esta cifra queda ba aún muy por debajo de lo que el doctor Chen llamaba «un nivel mínimo», pero, sin embargo, signicaba para él «gran des avances en la mejoría de la situación sanitaria, en la educación pública y en la prevención... del tifus, las ebres periódicas y otras enfermedades infecciosas registradas o reconocidas, que ahora han sido controladas. Se han realizado también grandes mejoras en el control de las principales enfermedades parasitarias... Millones de pacientes de malaria han sido tratados, y el índice de víctimas de esta enfermedad parece haber descendido a menos del 3 %», y 36.000 pacientes fueron curados de anquilostomiasis 1. Un informe que dejó atónitos a los viejos expertos en cuestiones chinas, traído a Occidente por unos médicos británicos que visitaron la República Popular sólo siete años después de la revolución, difundía «el éxito en el control de las moscas, en la limpieza de las calles y en el fregado entusiasta de las casas». El profesor Brian Maegraith, decano de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, describía el trabajo de masas en los comités sanitarios de los pueblos y en la sanidad e higiene de las calles como «de una profunda inuencia para la prevención de las infecciones gastrointesti nales». Basta un sólo párrafo de este informe para impresionar a cualquiera que haya conocido la miseria de la China rural en el pasado: Otro método de control (de los caracoles esquistosómicos, transmisores de esquistosomiasis), constantemente activo, ilustra el grado general de cooperación alcanzado. Hasta que no se puedan obtener fertilizantes articiales en cantidad
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suciente, los excrementos humanos seguirán siendo el abono más barato y valioso. Afortunadamente, los peligrosos huevos de Schistosoma no viven por mucho tiempo en las heces que no están en contacto con el agua. De esta manera, el depósito de las mismas determina su inocuidad. Gracias a una hábil propaganda, esta manera esencial de conservar la «tierra noct urna» se está convirtiendo en un hecho económico y social. Cada familia tiene ahora su propio retrete, que consiste en un orinal portátil de alegre colorido. Cada mañana su contenido es depositado en grandes contenedores comunales de tierra cocida que son sellados después de ser rellenados y depositados durante el tiempo necesario para que el amoníaco que se genera en su fermentación mate a todos los huevos que pueda contener. Después, las heces pueden ser empleadas en los campos con toda seguridad. La recogida de la «tierra nocturna» se asegura pagando a cada familia seg ún un prorrateo, a tantos centavos al día por persona, según la edad. Este sistema también se está empleando para el control de la contaminación de las aguas por los pesc adores, pues ahora cada barca tiene su propio orinal, considerado como una fuente de ingresos 2.
Los antiguos expertos de China no fueron los únicos en su asombro. En 1960, cuando le pregunté a la cristiana doctora Lin cuál había sido para ella el resultado más inesperado de la revolución, exclamó: « ¡Las moscas! ¡Nunca pensé que pudieran eliminar las moscas! » Todas las enfermedades epidémicas y contagiosas habían sido exterminadas o estaban ya bajo control y grandemente reducidas para 1970, incluyendo la esquistosomiasis y la lepra. Las enfermedades venéreas ha bían desaparecido (créase o no) en veintiséis provincias (e incluso en el Tibet estaban bajo control). Tanto es así que la sección venereológica del Instituto de Enfermedades de la Piel de Pekín fue disuelto y el doctor Hatem pudo pasar a una bien merecida situación de semirret iro, como internista. La poliomielitis, la rubeola, la tifoidea y el tifus fueron prevenidos mediante vacunas y medidas higiénicas. En 1969 sólo se registraron dos casos de disentería entre los 900.000 pacientes que pasaron por el Hospital Antirrevisionista. Las causas más frecuentes de la muerte eran ahora las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. Volvamos ahora al doctor Wang Kuang-chou, del Buró de Salud Pública. Su jurisdicción se extendía a toda la Zona Administrativa Especial de Pekín, con una población de unos seis millones, incluyendo diez distritos suburbanos con 280 comunas. En ella existen diecisiete hospitales municipales y treinta hospitales provinciales, con un total de 29.000 camas, sin incluir las camas existentes en las comunas y clínicas en las fábricas. La zona goza de los servicios de 8.600 licenciados en Medicina, con un aumento del 59 % desde 1960, además de 2.000 médicos de medicina tradicional . Wang Kuang-chou nos proporciona algunos datos respecto a los recientes «cambios revolucionarios »:
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«En 1965 el presidente Mao dijo: ‘El Ministerio de Salud Pública es un organismo urbano de carácter autocrático. En los servicios médicos y sanitarios concedamos ante todo especial atención al campo.’ [Uno se vuelve indiferente ante la reiteración -como ante la política desde el poder.-] Ahora estudiamos y aplicamos el pensamiento del presidente Mao de una manera viva. En los últimos tres años, 3.600 de nuestros profesionales médicos y sanitarios de Pekín han ido al campo. Hemos organizado a 6.000 profesionales médicos y sanitarios en 430 equipos sanitarios móviles, que han alcanzado con sus servicios hasta las provi ncias de Szechuan, Yunan y Mongolia Interior. Nuestros doctores, enfermeros y cuadros participan en esta labor por rotación. «Los médicos descalzos de la zona alcanzan la cifra de 13.000. Pertenecen a ambos sexos, y su edad media es de veinte años. Reciben una formación de tres meses en las escuelas médicas o en los hospitales, com binando la medicina occidental con la acupuntura, y vuelven luego a tra bajar en las comunas bajo la supervisión de los hospitales locales. Más tarde vuelven para otros tres meses de entrenamiento. Las enfermedades más corrientes son tratadas por ellos en la casa del paciente o en los hospitales de las comunas. Solamente los casos difíciles pasan a los hospitales de las ciudades.» Además de formar a los médicos descalzos, todos los hospitales se dedican a la instrucción de los trabajadores médicos rojos, adscritos a las clínicas de los vecindarios o de las fábricas, y de los trabajadores médicos del Ejército Popular de Liberación. Pekín disponía de 2.164 médicos militares «sirviendo al pueblo» en 335 estaciones de primeros auxilios en la ciudad. El Hospital Antirrevisionista estaba entonces instruyendo a 41 jóvenes de esa clase, durante períodos de tres meses. Había man dado también a ocho miembros de su cuadro médico a unirse a un equipo de 50 personas que trabajaban en servicios médicos en Guinea. «Durante el año pasado 96 profesionales de este hospital fueron al campo a instalarse y permanecer allí. Cerca de la tercera parte de nuestro cuadro médico está constantemente trabajando en el campo por rotación. Los equipos médicos móviles tienen las siguientes misiones: servir a las masas de manera directa, proporcionando servicios preventivos y terapéuticos, siempre con la idea de prevenir antes que curar; entrenar al personal local en su información médica general; promover la planica ción familiar; elevar el nivel de los servicios existentes y de la extensión sanitaria; combinar la medicina occidental con la tradicional; promover el pensamiento revolucionario socialista entre los trabajadores médicos, mediante la vida en común junto con los trabajadores, campesinos y soldados, comiendo lo mismo que ellos, trabajando a su manera, estudiando con ellos y criticando las formas burguesas de vida.» Las comunas tienen un sistema colectivo, y de sus propios fondos de servicios sociales -a los que contribuyen los trabajadores- proporcionan
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Segunda Parte: Servicios médicos y control de la natalidad
el seguro médico para sus miembros. En la ciudad, los hospitales celebran contratos de seguro médico con las industrias y otras organizaciones, a cargo de sus correspondientes fondos de servicios sociales, también auxiliados por los subsidios estatales. Los obreros pagan su comida (20 a 30 centavos de dólar por día), pero la hospitalización es gratuita. Me vuelvo hacia Chang Wei-shen, que acaba de venir del campo de visita, fuerte, bronceado v con el pelo ya cano en las sienes. Lo conozco desde que di conferencias en la Universidad de Yenching (Pekín), hace más de treinta años, cuando él mismo estudiaba allí. Estudió Medicina en los Estados Unidos y luego volvió a China a trabajar. Hace años que no le veo. Todavía habla un inglés excelente. —Lao Chang —le digo—, ¿qué te hizo marchar de Pekín? -Soy uno de los noventa y seis profesionales de la medicina de nues tro hospital que han marchado al campo para quedarse en las comunas. Ahora trabajo en una brigada de producción de la Comuna Popular Tsa Yui, en el distrito de Ta Hsing. La brigada está compuesta de ochocientas personas. —¿Quién te ha enviado ahí? —Nadie me ha enviado. Yo pedí ir, para integrarme con el campesinado y reformar mi ideología. Antes era director del departamento pediátrico aquí y vicedirector del hospital. No me di cuenta de que era un reaccionario hasta la revolución cultural. Cuando trabajé con los equipos médicos móviles me di cuenta por primera vez de cuánto necesitan los campesinos a los médicos y a la medicina. Fui allá como miembro de un cuadro, a realizar trabajos manuales, pero los campesinos se ente raron de que era médico y vinieron a mí para que los ayudara. Al principio me llamaron «hsien-shen» o «anterior nacido», tratándome como a un intelectual. Me «rogaban» que los tratara. Trabajé con ellos día y noche durante la siembra y la cosecha. Ahora me llaman Lao Chang (viejo Chang) y somos iguales. Estoy muy contento con ellos y he decidido permanecer allí el resto de mis días. Yo estaba divorciado de las masas y de la política en el pasado. Tampoco conocía la acupuntura y la medicina tradicional. Ahora las he estudiado y he aprendido su efectividad para muchas cosas. Así, pues, he aprendido mucho. Ya no echo de menos la vida en la ciudad. Estoy formando a los jóvenes para que trabajen en la medicina allí donde hagan falta. El campo ofrece grandes perspectivas. ¿Y su familia? Todavía están en Pekín. Vuelve a visitarlos una vez al mes. Quizá lo llamen de nuevo a la ciudad, si lo necesita el nuevo partido, y después de haber formado a los jóvenes para que ocupen su lugar y ejerzan sus funciones en la brigada. O quizá su familia se traslade al campo para unirse con él. Esta selección de las conversaciones mantenidas durante muchas horas con médicos, médicos descalzos, enfermeros, pacientes y miembros de los comités revolucionarios podrá al menos transmitir la orientación o
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el ambiente de la sanidad pública en China, en una época en que la atención se ha desplazado de la ciudad privilegiada y su profesionalismo autosuciente hacia el campo y las aldeas del interior. Cerca del 70 o del 80 % de la población vive en esas zonas, precisamente la gente que llevó a los comunistas chinos al poder. «Los campesinos apoyan entusiastamente y de todo corazón al presidente Mao», dijo Lao Chang. En las once comunas que visité nunca oí nada que contradijera esa armación, pero no debe concluirse por ello que todos se han convertido en modelos del hombre socialista. Mao no se hace ilusiones de que el alma del campesino se haya liberado ya respecto a las «tendencias espontáneas hacia el capitalismo», como él mismo dice. Pero esta cuestión, así como otros problemas de las comunas, pertenece a otra sección de este libro.
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