ANN BRASHARES
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Sinopsis My name is memory es el primer libro de una nueva serie escrita por la autora de Verano en vaqueros. Es la historia de amor épica de Daniel y Sophia, una relación que empezó hace más de mil años, cuando él la mato. No es una gran manera de empezar las cosas, pero está horrorizado por lo que ha hecho y todavía la persigue todos estos años más tarde. Desde esa primera reunión, sus almas se han reencarnado en muchos cuerpos diferentes, sin embargo, solo Daniel tiene la suerte (¿o la desgracia?) de recordar cada vida y la capacidad de reconocer a las almas conocidas en sus nuevos cuerpos. Los amantes con mala suerte se sienten atraídos uno al otro en cada vida, pero nunca es el momento adecuado para ellos, hasta ahora. En el presente, Daniel y Sophia (alias Lucy) están a la vez en el colegio de secundaria y Lucy se siente inexplicablemente atraída por Daniel, que está intentando llevarlo bien y no asustarla con sus intensos sentimientos. Lo que Daniel no sabe es que un viejo enemigo de su pasado ha vuelto y busca venganza.
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Epígrafe He vivido más de mil años. He muerto innumerables veces. Olvido exactamente cuántas veces. Mi memoria es algo extraordinario, pero no es perfecta. Soy humano. Las primeras vidas son un poco borrosas. El arco de tu alma sigue el patrón de cada una de tus vidas. Es macro-cósmico. No fue mi infancia. Ha habido muchas infancias. E incluso en la primera parte de mi alma alcancé muchas veces la edad adulta. Hoy en día, en todas mis infancias, la memoria llega más rápido. Lo hacemos de forma mecánica. Miramos de una manera extraña al mundo que nos rodea. Recordamos. Digo “nosotros” y me refiero a mí mismo, mi alma, mis yos, mis muchas vidas. Digo “nosotros” y también me quiero referir a otros como yo que tienen la Memoria, el registro consciente de la experiencia en esta tierra que sobrevive en cada muerte. No hay muchos, lo sé. Tal vez uno por siglo, un nacimiento de cada millón de ellos. Rara vez nos encontramos el uno al otro, pero créeme, hay otros. Al menos uno de ellos tiene una memoria muchísimo más extraordinaria que la mía. He nacido y he muerto muchas veces en muchos lugares. El espacio entre ellos es el mismo. No estuve en Belén para el nacimiento de Cristo. Nunca vi el esplendor que fue Roma. Nunca me incliné ante Carlomagno. Por ese tiempo, estaba arrancando una cosecha en Anatolia, hablando en un dialecto incomprensible para los pueblos del norte y del sur. Solo a Dios y al demonio se les puede contar para todas las partes emocionantes. Los grandes impactos de la historia avanzan sin el conocimiento de la mayoría. Leo sobre ellos en los libros como todos los demás. A veces me siento más afín a las casas y los árboles que a mis semejantes. Me quedo quieto mirando las oleadas de personas que vienen y van. Sus vidas son cortas, pero la mía es larga. A veces me imagino como un poste clavado en el borde del océano. Nunca he tenido un hijo, y nunca he envejecido. No sé por qué. He visto la belleza en un sinfín de cosas. Me he enamorado, y ella es la única que perdura. La maté una vez y he muerto por ella muchas veces y aun así no he logrado nada. Siempre la busco; siempre la recuerdo. Tengo la esperanza de que algún día ella me recuerde. My Name is Memory
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Hopewood, Virginia, 2004 No había sabido de él en mucho tiempo. Había aparecido allí, en el comienzo del undécimo grado. Era una pequeña ciudad con un pequeño distrito escolar. Se podía seguir viendo los mismos niños año tras año. Él era joven cuando llego, al igual que ella, pero de alguna manera parecía más viejo. Había oído muchas cosas acerca de dónde y cómo había pasado los últimos diecisiete años de su vida, pero dudaba que alguno de esos rumores fueran ciertos. Él estaba en una institución mental antes de venir a Hopewood, decía la gente. Su padre estaba en la cárcel y vivía solo. Su madre fue asesinada, dijeron, lo más probable por su padre. Siempre llevaba camisas de manga larga, alguien dijo, porque tenía quemaduras en los brazos. Él nunca se defendió contra esas historias, por lo que ella sabía, y nunca ofreció ninguna alternativa. Y aunque Lucy no creía en los rumores, entendía lo que ellos querían obtener. Daniel era diferente, no trataba de ser algo que no era. Su rostro era orgulloso, pero no había sentimientos de tragedia en él. Le parecía como si nadie se hubiese ocupado de él y ni siquiera se daban cuenta. Una vez lo vio de pie en la cafetería junto a la ventana, mientras todos los demás estaban empujando por delante de él con sus ruidosas bandejas, charlando a mil por hora, él parecía perdido por completo. Había algo en el aspecto que tenía en ese momento que le hizo pensar que era la persona más solitaria en el mundo. Cuando apareció por primera vez en la escuela, hubo una gran conmoción porque era muy guapo. Era alto y de huesos fuertes y dueño de sí mismo, y su ropa era un poco más agradable que la de la mayoría de los otros niños. Al principio, los entrenadores fueron a husmear para que jugara al fútbol debido a su tamaño, pero no lo pudieron persuadir. Como se trataba de un pueblo pequeño y una ciudad aburrida y un pueblo de esperanza, los niños empezaron a hablar y comenzaron los rumores. Los rumores se ennoblecieron al principio, pero luego él cometió algunos errores. No se presentó en la fiesta de Halloween de Melody Sanderson, a pesar de que lo invito personalmente en el pasillo, y todo el mundo lo vio. Habló con Sonia Frye directamente a través de la junior anual picnic, a pesar de que era un monstruo intocable a la gente como Melody. Era un delicado ecosistema social en el que vivían, y la mayoría de la gente se asustó de él por el primer invierno.
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Excepto Lucy. Ella misma no sabía por qué no. No respetaba a Melody o a su pandilla de yeahgirls, pero pisó con cuidado. Tenía marcas en su contra, para empezar, y no quería ser una paria. No podía hacerle eso a su madre, no después de lo que ya había pasado a través de su hermana. Tampoco era Lucy el tipo al que le gustaban los chicos difíciles. Ella no lo era. Tenía la extraña idea, una especie de fantasía, en realidad, de que podía ayudarlo. Ella sabía lo que era el exterior y el interior de esta escuela, y sabía lo que se necesitaba para mantener a sí misma a través de ambos. Sentía que llevaba un peso más pesado que la mayoría de la gente, lo que le hizo sentir una extraña empatía hacia él. Se sintió honrada con la idea de que tal vez él la necesitaba, que tal vez era ella la que lo podía entender. Él no mostró ningún signo de compartir esta opinión. En casi dos años no había hablado con ella ni una vez. Bueno, una vez porque había pisado el cordón de su zapato y se disculpó con él, la miró fijamente y le murmuró algo. Se había sentido molesta e incómoda después, y su mente seguía volviendo a ello, tratando de averiguar lo que había dicho o lo que había querido decir, pero finalmente decidió que no había hecho nada malo y fue su problema ir por ahí con su zapato desatado en el pasillo a las tres de la tarde. ―¿Crees qué estoy obsesionada pensando en esto? ―le había preguntado a Marnie. Marnie la miró como si hubiera decidido jalarle el cabello. ―Sí, lo hago. Creo que piensas demasiado en ello. Si hubiese un película sobre esto se llamaría ‘’Estoy obsesionada pensando en ello”. Ella se echó a reír en el momento y se preocupó más tarde. Marnie no estaba tratando de ser mala. Marnie la amaba, era la mejor y más honesta que nadie en el mundo, con la posible excepción de su madre, que la amaba intensamente si no honestamente. Marnie odiaba verla pasar tanto de su tiempo en alguien que no le importaba. Lucy sospechaba que era una especie de genio. No es que él hiciera o dijera algo para saberlo. Pero una vez que se había sentado a su lado en clase de inglés, lo miro a escondidas cuando la clase estaba discutiendo sobre Shakespeare. Lo miró, sus anchos hombros inclinados sobre su cuaderno, escribiendo sonetos de memoria, uno tras otro, su hermosa letra cursiva le hizo pensar en Thomas Jefferson redactando la Declaración de la Independencia. Tenía una expresión en su rostro que le hizo creer que estaba tan lejos del pequeño salón como una caja, con la fluorescente luz titilando, el suelo linóleo gris, y la pequeña ventana. Me pregunto de dónde vienes, pensó. Me pregunto por qué terminaste en este lugar.
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Una vez le había preguntado, en un arranque de audacia, cuál era la tarea de inglés. Él solo había señalado al pizarrón, donde decía que debían prepararse para un ensayo de su clase en La Tempestad, pero parecía como si hubiera querido decir algo más. Sabía que podía hablar, le había oído hablar con otras personas. Se había preparado para darle una mirada alentadora, pero cuando lo miró a los ojos, que eran del color de los guisantes en conserva, fue arrastrada tan lejos de repente por una torpeza tan confusa que echó la mirada al suelo y no la levantó otra vez hasta el final de la clase. Por lo general, no era así. Era una persona razonablemente segura. Sabía quién era y dónde encajaba. Había crecido sobre todo entre niñas y en medio del gobierno estudiantil y el estudio de la cerámica y los dos hermanos de Marnie, la mayoría de sus amigos eran chicos. Ninguno de ellos la hizo sentir de la misma manera en que Daniel lo hizo. Luego estaba el tiempo, al final del tercer año de secundaria, cuando estaba limpiando su casillero. Le dolía el pensamiento de no verlo durante todo el verano. Había estacionado mal el Blazer blanco oxidado de su padre, con dos ruedas sobre la acera a un par de cuadras de la escuela, tuvo que sacar montones de papeles y libros de su armario en una caja de cartón y dejarla en la acera mientras intentaba abrir la puerta del auto. Vio a Daniel por el rabillo del ojo al principio. Él no estaba caminando hacia cualquier lugar o llevando cualquier cosa. Solo estaba parado con los brazos colgando a los costados, mirándola con esa expresión perdida en su rostro, parecía triste y un poco a la distancia, como si estuviera mirando dentro de sí y también dentro de ella. Se volvió y lo miró a los ojos, ninguno de ellos saltó lejos esta vez. Se quedó allí como si estuviera tratando de recordar algo. La parte ordinaria de ella esperaba una señal o hacer un comentario que pareciera inteligente y memorable, pero por otra parte solo contuvo la respiración. Parecía que realmente se conocían entre sí, y no simplemente que hubiese pensando obsesivamente en él durante un año. Parecía que estaba confiando en ella al estar ahí por un momento, como si no hubiera tantas cosas importantes que podrían haber dicho a los demás pero no tenían que decir nada entre ellos en absoluto. Él parecía dudoso y se alejó, luego se preguntaría qué significaba. Más tarde, trato de explicar a Marnie que era prueba de una verdadera conexión, pero Marnie se desechó como un ‘’No-acontecimiento’’. Marnie sentía que estaba a cargo de domar las expectativas de Lucy y adoptó incluso un mantra especial para este fin: “Si le gustaras, lo sabrías’’ decía constantemente, una frase que Lucy sospechaba que había leído en un libro. No era solo que Lucy quería ayudarle. No era tan desinteresada para eso. Se sentía locamente atraída hacia él. Se sentía atraída por todas las cosas normales y
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cosas raras, también, como la parte trasera de su cuello y los pulgares en el borde de su escritorio, y la manera en que su cabello sobresalía por un lado como una pequeña ala sobre su oreja, Pudo captar su olor una vez, y la hizo marearse. No pudo conciliar el sueño esa noche. Y la verdad era que él le había ofrecido algo que ningún otro chico en la escuela podría: No conocer a Dana. Dana siempre había sido “difícil” como su madre le puso decorosamente, pero cuando eran jóvenes había sido la heroína de Lucy. Era la más inteligente, la persona que más rápido hablaba que Lucy conocía, y siempre era valiente. Valiente y temeraria. Cuando Lucy se metía en problemas por algo, aunque sea por algo tonto, como ensuciar de barro la casa o derramar salsa de tomate en el suelo, Dana tomaba la culpa. Lo hacía incluso cuando Lucy le rogaba que no, pero ella le dijo que no le importaba la culpa y Lucy le creyó. Dana se hizo conocida cuando Lucy estaba en quinto grado y ella en noveno. Lucy no entendía al principio lo que murmuraban los chicos mayores y adultos significaba al principio, pero sabía que había algo de lo que avergonzarse. “Tuve a su hermana”, decía siempre uno u otro de sus maestros de manera significativa. Algunos niños no fueron más a su casa, e incluso dejaron de invitarla a las suyas, y ella entendía que su familia había hecho algo mal sin saber muy bien lo que era. Solo Marnie fue su amiga incondicional. En séptimo grado Dana fue el ‘’Pregúntale a Alice’’ de la escuela, la historia con moraleja, sus padres fueron sobre lo que la gente especulaba sin cesar. “¿Sabían que bebía? ¿Hay drogas en la casa? ¿Su madre trabajaba cuando las chicas eran jóvenes?” Las especulaciones por lo general terminaban en alguien diciendo: “Parecían lo suficientemente agradables”. Sus padres inclinaron tanto la cabeza que era como una invitación para más. Su vergüenza no tenía límite, y era más fácil sentir culpa que no hacer nada en absoluto. Dana mantuvo la cabeza alta, pero el resto caminaba con un ojo negro y una disculpa. Lucy había tratado de ser leal a veces y otras veces deseaba que su apellido fuera Jonhson, de los cuales había catorce en la escuela. Había tratado de hablar con Dana, y cuando no había diferencia alguna, se convenció de que no le importaba. ¿Cuántas veces podrían a abandonar a alguien amado? “Lucy es un tipo diferente de Broward”, escuchó decir a su maestra de matemáticas al consejero cuando entró en la escuela secundaria, y se sentía horrible por la ferocidad con que se aferró a él. Pensó que si se esforzaba lo suficiente podría compensar. Dana bajó unos pocos grados por falta de asistencia y cualquier otro crimen que no fuera académico: Drogas, violencia, sexo oral en el baño de chicos. Lucy una vez vio en el escritorio de su padre el sobre de Becas Nacional al Mérito
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declarando a Dana finalista basado en su SAT. Era extraño, las cosas que Dana optaba por hacer. Se había retirado para siempre en el penúltimo día de la escuela, justo una semana antes de que se graduara. Había aparecido de nuevo el día de la graduación y en medio de ‘’Pompa y Circunstancia’’ hizo su espectacular salida. Daniel era posiblemente el único chico que Lucy sabía que no había visto a Dana arrancando su ropa en el jardín delantero de la escuela, rodeada de médicos tratando de no poner los ojos sobre los rasguños, acarreándola al hospital por última vez. Dana sufrió una sobredosis en Acción de Gracias de ese año y entró en coma. Murió tranquilamente en Navidad. Fue enterrada en la víspera de año nuevo en un acto al que asistieron la familia y Marnie, sus dos abuelos sobrevivientes, y su tía loca de Duluth. El único representante de la escuela fue el Sr. Margum, que era el profesor de física y el miembro más joven de la facultad. Lucy no estaba segura si vino porque Dana había estado en su clase o le había dado una mamada, tal vez ambas. Entre el complicado legado de Dana, lo más tangible que había dejado era una serpiente de maíz de metro veinte llamada Sawmill, y Lucy se quedó con ella ¿Qué otra cosa podía hacer? Su madre no la iba a cuidar. Semana tras semana descongeló ratones congelados y alimentaba a Sawmill con incomodidad permanente. Obedientemente cambiaba su luz de calentamiento. Pensaba que tal vez Sawmill moriría sin el espíritu animador de Dana en su vida, y una vez que vio una versión desecada, inerte de él en su caja de cristal por un momento lo creyó con una mezcla de horror y alivio. Pero resultó que había mudado de piel solamente. Estaba descansando en su tronco hueco, buscando más frescura que nunca. Lucy recordó bruscamente las pieles secas gris que Dana había pegado a su pared, en un esfuerzo por decorar su hogar. El undécimo grado fue el primer año en el que Lucy fue algo más que la hermana de Dana. Debido a que era bonita, los muchachos se olvidaron más rápido que las chicas, pero todos lo hicieron con el tiempo. Lucy había sido elegida secretaria junior a finales del otoño. Dos de sus piezas de barro, un vaso y un cuenco fueron escogidos para un programa de arte en todo el estado. Cada momento de libertad o éxito era sobrepasado por un momento de culpa y pena. Odiaba esperar algo de los demás, pero lo hacía. “Sabes, Lu, no tengo un solo amigo en esa escuela”, recordaba a Dana decirle una vez, como si eso fuera una verdadera sorpresa.
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―Es probable que ni siquiera vaya a aparecer ―anunció Marnie por el teléfono, cuando se estaban preparando para el Baile Senior, el evento final de la escuela secundaria. ―Él quiere obtener su diploma firmado ―señaló Lucy antes de colgar el teléfono y volver a su armario. Marnie llamó por segunda vez. ―Incluso si va, no es como que vaya a hablarte. ―Tal vez voy a hablar con él. Lucy tomó cuidadosamente su nuevo vestido de seda color lavanda de su armario y se deshizo del plástico. Lo puso con cuidado sobre su cama mientras se cambiaba el sujetador normal por uno de encaje color crema. Se pintó las uñas de color rosa pálido y pasó un cuarto de hora completo en la lavadero tratando de limpiar el barro y la tierra de jardinería de debajo de sus uñas. Utilizó un rizador, a sabiendas de que los rizos estarían fuera de su cabello liso en una hora. Uso su delineador negro a lo largo del borde de su parpado superior, se imaginaba a Daniel mirándola y preguntándole por qué estaba apuñalándose con el lápiz su ojo. A menudo pensaba en eso. Vergonzosamente a menudo. Todo lo que estaba haciendo, se imaginaba a Daniel con sus pensamientos y opiniones. Y aunque nunca habían hablado en realidad, siempre tenía una idea clara de lo que podía pensar. No le gustaría un montón de maquillaje, por ejemplo. El secador podría golpearlo tan fuerte y dejarlo sin sentido y su rizador de pestañas sería un instrumento de tortura. Le gustaban las semillas de girasol, pero no la Pepsi Dietética. A medida que su iPod pasaba sus canciones, sabía las que le gustarían y las que creía que eran estúpidas. Le gustaría el vestido, decidió mientras lo pasaba con cuidado sobre su cabeza y dejó que delicado tejido resbalara sobre su cuerpo. Es por eso que lo había escogido. Marnie llamo de nuevo. ―Deberías haber ido con Stephen. Él te lo pidió amablemente. ―No quería ir con Stephen ―dijo. ―Bueno, Stephen te traería flores. Posaría bien para las fotos.
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―No me gusta. ¿Para qué querría yo fotos? ―No menciono el problema principal con Stephen, que era Marnie, obviamente, lo admiraba. ―Bailaría contigo. Stephen es un buen bailarín. Daniel no va a bailar contigo. A él no le va importar si estás ahí o no. ―Tal vez sí le importe. No lo sé. ―No lo hará. Ha tenido un montón de oportunidades para importarle, y no hizo nada. Después que Lucy colgó el teléfono por última vez se puso de pie delante del espejo. Le hacían falta unas flores. Recorto tres violetas pequeñas de las macetas en su ventana, dos purpuras y otra rosa. Las adjuntó a una horquilla y la colocó a unos centímetros por encima de la oreja. Eso estaba mejor. Marnie llegó a su puerta a las ocho menos cuarto. Lucy podía ver la expresión de su madre mientras bajaba las escaleras. Su madre había deseado cautelosamente alguna versión de Stephen, un chico guapo en un traje blandiendo un ramillete, y no solo Marnie con sus medias de color negro. Ella había tenido dos hijas encantadoras rubias pero no un niño ansioso en un esmoquin para demostrarlo. Pero con Lucy parecía ser suficiente en su día. Lucy sintió una vieja punzada. Ahora sabía para qué querría las fotos. Su madre las podría utilizar como un recuerdo de un mejor resultado de lo que había pensado. Lucy se aplacó de su letanía habitual de los reductores de culpa: Ella no tomaba medicamentos. Su lengua no tenía un piercing ni tenía un tatuaje de una araña en el cuello. Llevaba un vestido color lavanda y flores violetas y rosas en el cabello. No podía hacer todo bien. ―Oh, Dios ―dijo Marnie cuando miro a Lucy―. ¿Has tenido que hacer todo esto? ―¿Todo qué? ―No importa. ―¿Todo qué? ―Nada. Lucy lo había hecho todo con demasiado esfuerzo. Eso fue todo. Miró su vestido y sus zapatos de oro. ―Esta podría ser la última vez que lo veo ―dijo lastimosamente―. No sé qué va a pasar después de esto. Tengo que hacer que me recuerde.
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―Odio esta canción. Salgamos a la calle. Lucy siguió a Marnie fuera del auditorio de la escuela. Marnie odiaba cada canción, y Lucy crujió ida y vuelta en sus zapatos dorados, mirando el anillo color rojo oscuro de la barra de labios en el filtro del cigarrillo de Marnie. Marnie se encorvó para encenderlo, y Lucy vio las tiernas raíces amarillas empujando lejos el teñido cabello oscuro. ―No veo a Daniel ―dijo Marnie más malhumorada que triunfante. ―¿Quién iba a venir con Stephen? ―preguntó Lucy, siendo más mala de lo que debería haber sido. ―Cállate ―dijo Marnie, porque ella también se había decepcionado. Lucy guardó silencio, mientras tanto, miraba el humo subir y disiparse. Pensó en el diploma de Daniel sobre la mesa a lo largo de la pared del gimnasio, y se sentía como un reproche hacia ella. Realmente no iba a venir. Él realmente no se preocupaba por ella. Lucy sentía el maquillaje rígido en su rostro. Quería lavarlo. Miro su vestido, que le había costado todo un semestre de trabajo los sábados en la tienda de rosquillas. ¿Y sí nunca lo volvía a ver? El solo pensamiento le dio una sensación casi de pánico. Esto no podía ser todo lo que había. ―¿Qué fue eso? ―Marnie giró la cabeza bruscamente. Lucy lo había oído, también. Hubo gritos dentro de la escuela, y luego un chillido. Se escuchaban un montón de gritos en una fiesta de instituto, pero este era del que te hacia parar. Marnie se quedó con una mirada de sorpresa que Lucy rara vez veía en su rostro. Las personas se amontonaban en las puertas principales, y se oían gritos. Lucy se sobresaltó al oír el sonido de cristales rotos. Algo estaba muy mal. ¿En quién piensas tú cuando un vidrio se rompe y la gente está realmente gritando? Ese fue un pensamiento revelador. Marnie estaba allí y su madre estaba en casa, así que Lucy pensó en Daniel. ¿Y si él estaba allí en alguna parte? La multitud se acumulaba espesa y salvajemente en la puerta principal, y necesitaba saber lo que estaba pasando. Entró por la puerta lateral. El pasillo estaba oscuro, así que corrió hacia los gritos. Se detuvo cuando cruzo el pasillo principal. Oyó más cristales rotos en la distancia. Vio rayas oscuras en el piso e instintivamente sabía lo que era. Más sangre se acumulaba y rodó por el pasillo principal, y tuvo un pensamiento, observó aturdida, que ese piso era plano. Dio unos pasos y se quedó inmóvil.
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Alguien, un niño, estaba tirado en la oscuridad y todo el mundo huía. Era su sangre la que se arrastraba por el pasillo. ―¿Qué está pasando? ―gritó tras ellos. Buscaba su teléfono celular en su bolso con manos temblorosas. En el momento en que lo había abierto oyó las sirenas, había muchas de ellas. Alguien la agarró del brazo y tiró de ella, pero se lo quitó de encima. La sangre se deslizó hacia la punta de su zapato de oro. Alguien entró y salió corriendo, dejando huellas de sus zapatos sobre el linóleo, lo que parecía mal. Se dirigió hacia el cuerpo en el suelo, tratando de no andar en su sangre. Se inclinó hacia abajo para ver su rostro. Era un senior, reconoció la cara, pero no lo conocía. Se agachó a su lado y tocó su brazo. Él gemía con cada respiración. Estaba vivo por lo menos. ―¿Estás bien? ―Era obvio que no lo estaba―. La ayuda está llegando ―le aseguró con voz débil. De repente se escuchó una explosión de gritos y pasos que se acercaban hacia ella. Había llegado la policía. Ellos les estaban gritando a todo el mundo, bloquearon las puertas y le dijeron a todos que se calmaran, aunque ellos mismos no estaban tranquilos. ―¿Hay una ambulancia? ―dijo. No lo suficientemente fuerte, por lo que lo dijo de nuevo. No se había dado cuenta de que estaba llorando. Dos policías acudieron al chico, y ella dio un paso atrás. Hubo otro estallido de gritos en las radios. Se dio paso a los paramédicos. ―¿Está bien? ―les preguntó, también en voz baja aunque no hizo ninguna diferencia. Retrocedió más. No podía ver nada. En ese momento una mujer policía se acercó a ella. ―No iras a ninguna parte ―le ordenó ella, a pesar de que Lucy no iba a ir a ninguna parte. La dirigió por el pasillo y señaló una puerta a la derecha que era el salón de ciencias―. Ve allí y permanece hasta que podamos encontrar un detective para hablar contigo. No te muevas, ¿me oyes? Ella abrió la puerta al laboratorio de química donde habían hecho experimentos en los mecheros Bunsen en décimo grado. A través de las ventanas podía ver todo, las luces rojas de los coches de policía. Se metió entre las sillas y mesas en la oscuridad para ver hacia fuera. Probablemente había diez coches de policía estacionados en ángulos extraños en el parche de hierba en la parte posterior de la escuela donde pasaban horas libres en
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buen tiempo. Cuando las luces brillaron sobre él pudo ver que los neumáticos habían dañado la hierba. Se dirigió al fregadero del salón de clases más por memoria que por la vista. Pudo haber encontrado el interruptor de luz, pero no tenía ganas de exponerse a toda la gente bulliciosa fuera de las ventanas. Se dio la vuelta y fue hacia el grifo, se inclinó hacia delante y lavó su maquillaje y sus lágrimas. Se secó la cara con una toalla de papel. Sus violetas se habían caído. Pensó que la habitación estaba vacía, hasta que se dio vuelta y vio una figura sentada en un escritorio en la esquina, sintió miedo. Se acercó, tratando de ajustar sus ojos a la oscuridad. ―¿Quién es? ―preguntó con una voz que era apenas un susurro. ―Daniel. Ella se detuvo. El resplandor rojo iluminaba algunas partes de su rostro. ―Sophia ―dijo. Ella se acercó para que pudiera ver quién era. ―No, es Lucy. ―Tembló un poco su voz. Había un chico sangrando en el pasillo, y sintió decepción de que aún no la conociera. ―Ven siéntate. ―Él llevaba una expresión estoica, una mirada de resignación, como si prefiriera que fuese Sophia. Ella se deslizó a lo largo del borde de la sala, recogiendo las sillas y las chaquetas y bolsos que los niños habían dejado allí. Sentía que su vestido parecía insustancial para este tipo de noche. Él estaba sentado contra la pared en una de esas combinaciones sillas/escritorio con los pies cruzados como si estuviera esperando algo. No estaba segura de lo cerca que debía sentarse, pero él saco una silla del escritorio para que los dos escritorios estuvieran frente a frente como el yin y el yang. Se estremeció cuando ella se acercó. Ella sentía la piel de gallina en los brazos desnudos. Conscientemente sacó las violetas de su cabello. ―Tienes frío ―dijo. Echó un vistazo a las pequeñas flores sobre el escritorio. ―Estoy bien ―dijo ella. La mayor parte de la piel de gallina se debía a él. Él miró a su alrededor en las pilas sobre los taburetes, sillas y escritorios. Sacó una camiseta blanca con un halcón en él y se lo tendió a ella. Se lo puso sobre sus hombros, pero no subió las mangas o la cremallera. ―¿Sabes lo que pasó? ―preguntó, inclinándose hacia adelante, con el cabello rozando sus hombros por lo que casi tocaba sus manos.
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Extendió sus manos planas sobre la mesa como lo había visto hacer muchas veces en clase de inglés. Eran las manos de un hombre y no de un niño. Parecía que se estaba estabilizando por algo. ―Algunos jóvenes entraron y destrozaron el salón principal y el pasillo. Un par de ellos tenían cuchillos y hubo una pelea. Creo que dos de ellos se cortaron y apuñalaron a un chico. ―Yo lo vi. Estaba tendido en el suelo. Él asintió. ―Él va a estar bien. Fue en su pierna. Perdió sangre, pero va a estar bien. ―¿En serio? ―se preguntó cómo lo sabía. ―¿Los paramédicos llegaron ya? Ella asintió. ―Entonces sí. Él va a estar bien. ―Parecía como si estuviera pensando en otra cosa. ―Eso es bueno. ―Ella le creyó si él se lo merecía o no, la hizo sentir mejor. Sus dientes castañeteaban, así que cerró la boca para hacer que se detuvieran. Él se inclinó y levantó algo del suelo, una bolsa. Era una botella de whisky, por la mitad. ―Alguien dejó su escondite. ―Se acercó al fregadero y tomó un vaso de plástico de la pila―. Aquí. Lo estaba vertiendo antes de que dijera sí o no. Lo puso en el escritorio justo en frente de ella, inclinándose tan cerca que podía sentir su calor. Se sentía sin aliento y ligera de la cabeza. Se llevó la mano a la garganta caliente, sabiendo que se estaba poniendo roja, como lo hacía en momentos de agitación profunda. ―No me di cuenta que estabas aquí ―dijo ella, olvidando pensar cómo se delató al decirlo. Él asintió. ―Llegué tarde. Oí los gritos todo el camino desde el estacionamiento. Quería ver lo que estaba pasando. Habría tomado un sorbo de whisky, pero sus manos temblaban y no quería que él lo viera. Tal vez ´l lo comprendió, porque se apartó de ella hacia el mostrador, donde encendió un mechero. Vio los puntos de destello del fuego alrededor del borde antes de que el fuego prendiera. Se reflejaba en la puerta de cristal y una débil luz temblorosa iluminaba la habitación. Tomó un sorbo y sintió
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el escozor en su boca fría. Trató de no retroceder ante los vapores. No era exactamente su costumbre beber whisky. ―¿Quieres un poco? ―preguntó ella cuando él se acomodó en la silla. Sus rodillas rozaban la suya. No pensaba que él tuviera la intención de beber. Pero la miró, y miró al vaso. Tomó el vaso en sus manos, y miró con asombro, como él posaba los labios justo donde los suyos habían estado y tomo un largo trago. Ella había imaginado que se serviría en un vaso, pero nunca que lo compartiría. ¿Qué le diría Marnie sobre eso? Esta era una intimidad que no podía creer. Estaba sentada con él, hablando con él, bebiendo con él. Pasaba tan rápido que no podía asimilarlo todo. Ella tomó otro sorbo, con imprudencia temeraria. Si veía el temblor, no le importaba. Su mano estaba donde estuvo su mano y sus labios sobre sus labios. ¿Tienes alguna idea de cuánto te he amado? Él se sentó de nuevo. Inclinó su cabeza hacia un lado y estudió su rostro. Sus rodillas se tocaban. Esperaba que él dijese algo, pero estaba tranquilo. Apretó el vaso de plástico con nerviosismo en la mano, doblando el círculo en un óvalo. ―Pensaba que el año terminaría y que seguiríamos por caminos separados y nunca más volveríamos a hablar ―dijo con valentía. Sentía cómo sus palabras hacían eco en el silencio y odiaba pegarse a ellas durante tanto tiempo. Deseaba que él dijera algo para encubrirlas. Él le sonrió. Pensó que nunca había visto su sonrisa. Era hermoso. ―No hubiera dejado que eso sucediera ―dijo. ―¿No lo harías? ―Estaba tan genuinamente sorprendida que no podía dejar de preguntar―. ¿Por qué no? Continuo estudiándola, como si hubiera muchas cosas que decir y no estaba dispuesto a decirlas. ―He estado esperando para hablar contigo ―dijo lentamente―. No estaba seguro… cuándo era el momento adecuado. De una manera totalmente juvenil y embriagadora, deseaba que Marnie pudiera haberle oído decir eso. ―Pero esta es una noche extraña ―prosiguió―. Tal vez no es el mejor momento. Esta noche solo quería asegurarme de que estabas bien. ―¿En serio? ―Estaba preocupada de que su rostro pareciera tan ansioso que fuera a ser digno de lastima.
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Sonrió de esa misma manera. ―Por supuesto. Ella tomó otro sorbo de whisky y vertiginosamente sintió como si fueran viejos amigos. ¿Tenía alguna idea de cuánto tiempo había pasado pensando en él y había fantaseado acerca de él, analizando su mirada y cada gesto? ―¿Sobre qué quieres hablar conmigo? ―Bueno. ―Estaba tratando de medir algo acerca de ella, aunque no sabía qué. Tomó otro trago largo―. Probablemente no debería estar haciendo esto. No lo sé. ―Sacudió la cabeza, su rostro estaba serio. No estaba segura de si se refería a beber whisky o hablar con ella. ―¿No deberías hacer qué? Él la miró con tanta fuerza que casi le daba miedo. No quería nada más en el mundo que él la mirara a los ojos, pero esto era demasiado para asimilarlo. Era como cubos de agua que se derramaban en la tierra reseca. ―He pensado mucho sobre esto. Hay tantas cosas que he querido decirte. No quiero… ―hizo una pausa para elegir sus palabras―… abrumarte. Nunca había oído hablar a un joven de esa manera. No había esa cobertura de mierda, sin coquetería, sin encanto añadido, pero su mirada era abrasadora. Él era diferente a cualquier persona que había conocido. Ella tragó saliva para mantenerse abajo. Sentía que podía darle vuelta completamente a la cosas y mostrarle los riñones si no tenía cuidado. Se mantenía a sí misma unida, pero no lo iba a dejar por su propia cuenta. ―¿Sabes cuánto he pensado en ti? Estaban sentados, rodillas con rodillas, presionándolas juntas, así que cuando se separó de ella su pierna le buscó como si tuviera práctica. La rodilla de ella estaba casi en su entrepierna, y la suya en la de ella. Su rodilla estaba desnuda, y la de él estaba profundamente bajo su vestido, apretada contra su ropa interior, sus nervios zumbaban. Tenía una sensación de incredulidad. Sospechaba que su imaginación estaba coreografiando esto por puro deseo y que no estaba realmente sucediendo. ―¿En serio? ―le preguntó. De repente lo sabía, solo sabía que él estaba empapándose de ella, que estaba tan seco como ella. Él se acercó y puso su mano en la parte posterior de su cuello y tiró de ella hacia adelante. Contuvo el aliento, asombrada de que él pusiera su boca sobre la de ella. La besó. Ella se perdió en su aliento, su calor y su olor. Se inclinó hacia delante
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hasta que sintió el borde de la mesa en sus costillas debajo de su pecho y su corazón golpeando contra él. El brazo de él golpeo el vaso de whisky y cayó al suelo. Ella sintió vagamente el líquido salpicándola y los charcos bajo sus pies y no le importaba. Prefería permanecer en su beso hasta la muerte si era necesario, pero sentía algo extraño, una sensación extraña disparándose hacia ella, un presentimiento fuerte. Fue capaz de ignorarlo por un tiempo, hasta que la golpeó todo a la vez. Era una sensación de sentir y recordar, al mismo tiempo, dos explosiones en colisión y en expansión. Fue como un déjá vu, pero mucho más intenso. Se sentía mareada y con miedo de repente. Abrió los ojos y se apartó de él. Lo miró a los ojos. Sintió las lágrimas en su rostro, totalmente diferente a las lágrimas de antes. ―¿Quién eres tú? ―susurró. Sus ojos parecían dilatarse y reorientarse. ―¿Te acuerdas? No podía obligarse a ver frente a ella. La sala giro tan violentamente que cerró los ojos y él también estaba allí, detrás de los ojos, como si fuese su memoria. Estaba acostado en una cama y lo estaba mirando, ella sintió una resaca de desesperación que no entendía. Ella lo sintió ahora juntando sus manos, se dio cuenta, y firme. Cuando abrió los ojos su expresión era tan intensa que quería mirar hacia otro lado. ―¿Te acuerdas? ―La miró como si su vida dependiera de su respuesta. Sintió miedo. Había otra escena invadiendo su mente que no tenía lugar. Era él, pero en un entorno extraño, no en cualquier lugar que ella conociera. Se sentía como si estuviera completamente despierta y al mismo tiempo, soñando. ―¿Te conozco de antes? ―Estaba segura que era cierto, y también que no podía ser. Tenía un terror de no saber muy bien dónde estaba. ―Sí. ―Ella vio que había lágrimas en sus ojos. Él la sacó de la mesa y la mantuvo de pie por lo que su cuerpo se aferró al suyo. Sintió un balanceo en su pecho, y no sabía si era su corazón o el de él. ―Eres Sophia. ¿Lo sabes? ―Su cabeza presionaba en su cuello, y sentía la humedad en la parte superior de su cabeza. Si él no la estuviera sosteniendo, no creía que pudiera estar de pie. Se sintió caer. No sabía dónde estaba ni quién era, y no sabía lo que recordaba. Se preguntó si el whisky estaba actuando como una especie de alucinógeno o si solo estaba perdiendo la cabeza.
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¿Es esto lo que era? Dana había amado estar fuera de control, pero Lucy lo odiaba, Se imaginó a una ambulancia viniendo a buscarla. Pensó en su madre. Tomo distancia de él. ―Hay algo mal en mí ―dijo entre lágrimas. No quería dejarla ir, pero vio la blancura de su rostro y el miedo. ―¿Qué quieres decir? ―Me tengo que ir. ―Sophia. ―Ella se dio cuenta de que tenía dos puñados de su vestido, y no la dejaba ir. ―No, es Lucy ―dijo. ¿Estaba loco? Lo estaba. Estaba confundido y pensaba que era otra persona. Él tenía una especie de psicosis. Estaba tan loco que la estaba volviendo loca a ella, también. De repente sintió una abrumadora sensación de peligro. Se preocupaba demasiado por él, y él era una persona peligrosa para amar. Él no quería su amor de vuelta. La había confundido pensando que era otra persona. Y a ella le gustaría mucho que él le creyera que no sabía quién era. ―Por favor, déjame ir. ―Pero. Espera. Sophia. Tú me recuerdas. ―No. No lo hago. Me estás asustando. No lo sé. No sé de lo que estás hablando. ―Sollozó entre las palabras. Ella sentía sus manos temblorosas. No podía ver la desesperación en su rostro. ―Me gustaría poder decirte todo. Me gustaría que lo supieras. Por favor, voy a tratar de explicarte. Ella se apartó con tanta fuerza que su vestido se rasgó en el frente. Miró hacia abajo y luego a él. La miró sorprendido y horrorizado de que tuviera la tela en sus manos. ―Oh, Dios. Lo siento. Trató de poner su sudadera en torno a ella para cubrirla. ―Lo siento mucho ―dijo. Él no quitaría los brazos alrededor de ella. No la dejaría ir―. Lo siento mucho. Te amo. ¿Lo sabes? ―Presionó la cara desesperadamente en su cabello―. Siempre lo haré. Ella se alejó de él. Golpeó el escritorio con su pierna y lo envió hacia atrás. Tropezó con sillas y bolsas para llegar a la puerta. No podía amarlo así. No en su estado. Ni siquiera por él.
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―No ―dijo sin volverse―. Ni siquiera sabes quién soy. No se acordaba de llegar a las puertas de la escuela, pero un policía la encontró allí. Estaba llorando y no podía encontrar una salida porque todas las puertas estaban cerradas. Eso es lo que el policía le dijo a su madre cuando ella vino a buscarla, pero Lucy honestamente no recordaba nada de eso.
*
Él se sentó agazapado en la sala ensimismado por mucho tiempo después de que ella lo dejó. Todavía podía sentir su sabor en los labios y sentir el calor de su cuerpo contra el suyo, pero eran un reproche ahora. Miró las tres flores marchitas sobre la mesa donde había estado. Todavía tenía un pedazo de su vestido en la mano. Sólo había lamentado que lo dejara. Y asco de sí mismo. No quería moverse por miedo a abrir más grietas y dejar todo, y empeorar las cosas. Deseó poder bañarse en el tacto y el olor de ella en vez de en su fracaso, pero el fracaso lo abrumaba. Había destruido toda esperanza con ella. La había herido y molestado. ¿Cómo podía haberle hecho eso a ella? Se acordaba de mí. Esa fue su peor debilidad, su droga más tóxica. Estaba tan ansioso para que lo recordara, que le hubiera dicho cualquier cosa de sí mismo. Haría cualquier cosa, creería cualquier cosa, imaginaria cualquier cosa. Ella lo hizo. Ella lo sabía. Aturdido, dejó la escuela poco después que todos se hubiesen ido. Había pocos guardias de seguridad, limpiando el desorden. Nadie se molestó con él. Sus fracasos eran privados e invisibles. Pero no con ella. La había empujado. La había asustado. La había asediado. Se había prometido que no lo haría, y lo hizo. Se había escondido tan escrupulosamente durante tanto tiempo, pero cuando se vino abajo lo hizo con la fuerza de los siglos. Se odiaba a sí mismo y toda la intención y el deseo que había tenido siempre. Odiaba todo lo que había planeado o deseado. La quiero. La necesito. Le di todo lo que tenía para ella. Esperaba que quisiera conocerme.
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Caminó hasta se encontraba lejos de la vista y sonido. Encontró un claro más allá del campo de fútbol y se acostó en la hierba húmeda. No podía ir más lejos. No había lugar a donde ir, nadie para ver, nada que desear o esperar. Había construido su visión con tanta paciencia durante tantos años y la destruyó en cuestión de segundos. Ella es mi deber y mi perdición. Ella siempre lo había sido. Y que precio que había pagado ella por eso, también. No podía quedarse allí. Todavía veía el rojo de las luces de la policía golpeando contra el pesado cielo de junio. Se levantó, su espalda mojada por el suelo. Caminó por la colina de la escuela. Había terminado con esto, para no volver jamás, dejándolo en un estado de ruina en el que parecía dejar todo. Tendría que haber dejado el mundo en solo. Se dio cuenta de que había olvidado tomar su diploma. Se lo imaginó sobre la mesa en el gimnasio, solo en medio de las serpentinas y globos de crepe hundiéndose. Eran para la gente que le importaba, que los atesoran como si fuera el primero y el último. Él lo sabía mejor. ¿Qué importaba uno más para él? Así que allí estaba, con su nombre escrito en una caligrafía cuidadosa. ¿Por qué seguir adelante cuando todo el mundo tiene que empezar de nuevo? ¿Por qué todavía estaba aquí y ella se iba siempre? A veces se sentía como el único en la tierra. Él era diferente. Siempre lo fue. Sus intentos por vivir en el mundo ordinario parecían estúpidos y falsos. La he vuelto a perder. Parecía que alguien que había estado tanto tiempo como él, que había visto todo lo que tenía, tendría una visión más amplia y cierta cantidad de paciencia. Pero era demasiado reprimido, lleno de necesidad. Ella estaba ahí y él no podía controlarse. Se engañó a sí mismo pensando que iba a mirarlo a los ojos y recordar, que el amor conquista todo. El whisky era un truco, también. Nadie lo recordaba. Mantenía el pensamiento encerrado, pero esta noche lo dejó escapar. La soledad era insoportable a veces.
Caminó a través de una carretera de dos carriles. Caminó a lo largo del río, y se sentía bien estar cerca de algo más viejo que él. Este río tenía una gran memoria, pero, a diferencia de él, sabiamente lo guardó para sí mismo. Pensó en la campaña
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de Appomattox, la batalla de Puente Alto. ¿Cuánta sangre se había derramado en este río? Y sin embargo, el río fluía. Se limpiaba y se olvidaba de sí mismo. ¿Cómo podrías limpiarte si no podías olvidar? No quería esto nunca más. No quería hacerle esto a ella. Quería terminarlo. No tenía a nadie que lo mantuviera aquí. No tenía una familia real. En la vida antes de esta, había tenido mucha suerte en estar dentro de una de las familias verdaderamente grandes, e imprudentemente uso lo que ellos le dieron para seguir a Sophia. No era de extrañar lo que consiguió en esta vida, una adicta que lo dejo antes de cumplir los tres años, y una familia de acogida tan mala como se merecía. En los últimos dos años había estado por su cuenta, viviendo casi exclusivamente por la esperanza. Había renunciado a las bendiciones de que él no había sido digno de estar con ella, y ahora la había perdido, también. ¿Cómo sería si ella no volviera? Ese fue uno de los pocos rincones de la experiencia que no había examinado. ¿Moriría siendo diferente? ¿Quería conocer a Dios finalmente? Se sentó en el borde del río, cuidándose del frío, ensuciándose de barro, y se preguntaba por qué no podía liberarse de las pequeñas inclinaciones. No importaba el tiempo que viviera. Al igual que el convicto condenado a la muerte mirando el reloj. Tú jamás podrías ajustar completamente las pequeñas rotaciones de las grandes, ¿verdad? Sacó unas rocas cubiertas de barro de la orilla del río, lo suficientemente pequeñas como para caber en los bolsillos. Las más grandes las lanzó a ciegas en el lecho del río, escuchando la piedra golpeando o bofeteando misericordiosamente el agua blanda. Empujó rocas con lodo en los bolsillos de sus pantalones, solo su tonto cerebro se resistía, Metió algunas rocas dentadas en el bolsillo del pecho, un poco avergonzado de su propia puesta en escena en un momento como este. No hubo un momento tan trascendental que estranguló todas las pequeñas nociones. Excepto cuando la besó. Decisiones como estas eran más dignas en el futuro o el pasado, o cuando tenían lugar en las vidas de otras personas. El funcionamiento de su pequeña mente de pájaro lo derribó, y el olvido había sido su única salvación. Era la maldición de recordar sus vidas en esos momentos. Debidamente cargado, caminó a la carretera y siguió por el puente. El aire oscuro se movía más fresco y más rápido sobre el agua. Los faros de un coche aparecieron y crecieron en el otro lado del río, pero paso sin cruzar. Llegó al punto más alto, se subió a la barandilla y se sentó en ella, frente al río, sus piernas
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colgando sobre el agua, sintiéndose extrañamente joven. Observó las piedras cortando en su piel como si hirieran a alguien más. Subió el pie, equilibrando la barrera bajo sus zapatos de suela dura. Agitó los brazos para evitar resbalarse. ¿Por qué le parecían importantes saltar y no caer, cuando se trataba de lo mismo? La pesada humedad en el aire hacía que su rostro se sintiera mojado. Otro coche pasó. De todas las millones de cosas posibles que podía llevar con él, tenía un trozo suave del vestido purpura de Lucy hecho un ovillo en su mano y el sabor amargo del whisky en la parte posterior de la garganta. En su mente tenía la expresión de miedo en su rostro mientras trataba de escapar de él y no la soltaba, arruinando siglos de cuidadosa esperanza cultivada, sabiendo que estaba arruinando, y todavía no poder evitar arruinarlo. Eso fue suficiente para mantener el equilibrio y saltar. My Name is Memory
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África del Norte, 541 Una vez fui una persona perfectamente normal, pero no duró mucho. Eso fue en mi primera vida. El mundo era nuevo para mí entonces, y yo mismo era nuevo para mí. Comenzó aproximadamente en el año 520 D.C., pero no estoy seguro del momento exacto. No hacía un seguimiento de las cosas de la misma manera que entonces. Fue hace mucho tiempo, y no sabía que las llegaría a recordar. La considero mi primera vida porque no recuerdo nada que venga de antes. Supongo que es posible que haya vivido más vidas antes que esa. Quién sabe, quizás llevo vivo desde antes del tiempo de Cristo pero algo me sucedió en esta vida en particular que condujo a la formación de mi extraña memoria. Dudoso pero posible, supongo. Y la verdad es que algunas de las primeras vidas son turbias. Hubo una o dos cuando creo que debí haber muerto joven de algún tipo de enfermedad común en la infancia, y no estoy seguro de cómo encajaron en el gran orden de los acontecimientos. Guardo unas pocas piezas de ellas, la calentura expansiva de la fiebre, una mano o voz familiar, pero mi alma apenas estaba situada antes de que avanzara. Es doloroso para mí pensar sobre esa primera vida e intentar narrártela. Lo habría hecho mejor muriendo pronto de viruela o sarampión. Desde que por primera vez comencé a entender mi memoria, he considerado mis acciones de forma diferente. Sé que el sufrimiento no acaba con la muerte. Esa es la verdad para todos nosotros, nos acordemos o no. No lo supe entonces. Quizás sirva de ayuda para explicar cómo hice las cosas que hice, pero eso no las atenúa.
* Nací primero en el norte de la ciudad que en ese entonces llamaban Antioquía. El primer agujero imborrable en mi gran historial fue el terremoto de 526. No tenía perspectiva sobre ello en ese momento, pero en los años posteriores, he leído toda versión que pude encontrar para compararla con la mía. Mi familia sobrevivió, pero dejo a su paso miles de muertes. Nuestros padres se habían ido al mercado ese día, y yo me quedé con mi hermano mayor pescando en los Orontes, cuando
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ocurrió. Recuerdo caerme de rodillas cuando la tierra se balanceó como en olas bajo nuestros pies. Por razones que no me puedo explicar me levanté de nuevo y caminé con paso vacilante hacia el río. Aún puedo recordar estando de pie con el agua hasta el cuello, sintiendo el balanceo sincopado de una superficie tras otra, y después de repente hundiéndome, mis ojos abiertos como platos y mis brazos estirados a cada lado para mantener el equilibrio. Levanté mis pies del suelo y me estiré hasta que estuve paralelo con el río. Me moví hasta que estuve boca arriba y vi el cielo a través del agua. Observé como la luz perdía su seguridad allí abajo, y sentí que entendía algo sobre ello. He conocido a un místico de verdad lo suficientemente bien para saber con certeza que yo no era como él, pero por un momento el tic-tac del tiempo fue silenciado y atisbé la eternidad a través del entramado de este mundo. No lo procesé en ese momento, pero he soñado con ello unas miles de veces desde entonces. Mi hermano me gritaba todo tipo de palabrotas para que volviera y después me siguió cuando no lo hice. Creo que él tenía la intención de darme una paliza y después llevarme a rastras hasta la orilla, pero las sensaciones fueron tan peculiares que él se detuvo a unos pocos metros de mí, su rostro suspendido por encima del río con una mirada de abstracción. Volví hacia la superficie, y esperamos a que la orilla volviera a la normalidad. E incluso cuando lo hizo, recuerdo caminando hasta casa, maravillado sin perder de vista el suelo mientras pasaba bajo mis pies.
En ese entonces éramos ciudadanos dignos de Bizancio. El pertenecer a un gran imperio marcó una pequeña diferencia en nuestra pequeña vida doméstica, pero la idea nos transformó. Hizo que nuestras colinas fueran un poco más grandiosas y que nuestra comida tuviera un poco más de gusto y que nuestros hijos estuvieran más orgullosos porque peleábamos por ellos. Los hombres sanos en mi familia lucharon, aunque a distancia, bajo las órdenes del famoso general Belisarius. Él, más que ningún otro, trajo la gloria y dio forma a nuestras vidas, que no eran otra cosa que gloriosas. Mi tío, a quién venerábamos, fue asesinado en una campaña para sofocar una revuelta de los Beber en el Norte de África. Solamente teníamos la información suficiente sobre esta muerte para demonizar el Norte de África y toda alma que allí figuraba. Más tarde descubrí que muy probablemente mi tío fue apuñalado hasta la muerte por un compañero por robar su pollo, pero de nuevo, eso fue más tarde.
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Me embarqué junto a mi hermano y un centenar de soldados del imperio por el Mar Mediterráneo hasta el Norte de África. Ardíamos por la venganza. Como muchas almas nuevas, nunca estuve mejor preparado para ser un soldado que en esa vida. Obedecía órdenes con absoluta literalidad. No cuestionaba a mis superiores, ni siquiera en la intimidad de mi mente. Estaba plenamente comprometido, listo para matar, preparado para morir por mi causa. Si me hubieras preguntado por qué esta o aquella tribu Beber, quienes no compartían nada de nuestra cultura, religión o lengua, tuvieron que morir o formar parte del Imperio Bizancio en un período de unos años, no sería capaz de responderte. No fuimos los primero en conquistarlos y no seríamos los últimos, pero yo era un joven hombre de fe. No necesitaba saber con exactitud la causa de mi fervor. El fervor por sí solo era la causa. Y así tan ciegamente como creía en la razón de mi bando, creía en el corazón oscuro de mis enemigos. Esto es característico de un alma muy joven y es una señal, aunque no lo prueba, de que esta fue mi primera vida de verdad. Eso espero. Sería una atrocidad haber permanecido tan tonto. En cada vida desde esa, he sabido desde el principio que yo era diferente. He sabido que mi vida interior era algo que tenía que esconder. Siempre me he mantenido al margen, siempre compartiendo poco de mí salvo en los casos más raros. Pero así no es como era cuando empecé. Estaba henchido de entusiasmo por mi primera misión militar, pero pasamos semanas, al parecer, construyendo un campamento civilizado para nuestro comandante. Recorrimos largas y arbitrarias distancias para hacer que un desierto africano fuera tan cómodo para él como su casa de la colina en Tracia. Esas no son las críticas que hice en ese momento. No sé si es que no reflexioné sobre nada en absoluto. No imaginé entonces cuánto tendría que reflexionar y cuánto tendría que soportar mis remordimientos. Incluso los lugares interesantes son aburridos la mayor parte del tiempo. Guerras. Escenarios de película. Salas de urgencias. Esta era sin embargo otra guerra donde sobre todo nos quedábamos sentados sin hacer nada más que jugar, fanfarronear, emborracharnos y ver como los borrachos más mezquinos provocaban peleas, normalmente en este caso mi hermano. Era casi idéntica a cualquier otra guerra en la que había combatido hasta, e incluyendo, la Primera Guerra Mundial. Las partes memorables, como cuando matas o te matan, toman muy poco tiempo. Por fin llegó el momento de nuestra misión. Estábamos haciendo una incursión en un campamento a un día de marcha al oeste de Leptis Magna. Cuando la delegación se acercaba se hizo evidente que no era un campamento
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militar sino un pueblo. Un pueblo, se nos dijo, donde el ejército estaba siendo alojado. ―¿Este es un pueblo de los Tuareg? ―pregunté con brillante sed de sangre. Era la tribu a la que hice responsable de haber matado a mi tío. Mi superior directo era bueno motivando. Él sabía la respuesta que quería. ―Por supuesto. Emprendí el asalto con un cuchillo y una antorcha sin iluminar. Recuerdo llevar el cuchillo en los dientes, pero eso es un recuerdo emocional y no uno de verdad. Intento filtrarlos tan bien como puedo, pero hay excepciones, algunas más placenteras que otras. Cuando me veo a mí mismo en esa vida, es generalmente desde fuera hacia dentro. Parece como si, sin la conciencia de la memoria, aún no fuera yo. Esta era una persona normal que llegaría a convertirse en mí, y le observo desde la distancia. Quizás eso es lo que hago para vivir con ello. Comparo el exterior desliñado, lleno de granos e incapaz de ese joven con la tormenta de ferocidad y la auto-confianza que sé que estaba pasando por dentro de su cabeza. Mis compañeros de asalto eran como yo, los más jóvenes, los más bajos, y los más prescindibles. Podrían contar con nosotros por escrito y volver todos o ninguno. Nos dispersamos por el valle, preparados para hacer la guerra. En alguna hora sin luna de esa noche, aproximadamente una cuarta parte de nuestra tropa tomó un desvío para buscar agua. Mi hermano fue puesto a cargo del grupo escindido, y yo fui con él. Encontramos el agua, pero después no pudimos encontrar de nuevo a nuestra tropa. Había como veinte de nosotros vagando por alrededor en la maleza seca. Podría decir que mi hermano estaba desconcertado, pero no quería mostrarlo. Era tan susceptible al poder que este le corrompía al instante. Reunió a su grupo. ―Marcharemos directamente hacia el pueblo. Sé a dónde ir. De hecho él parecía saber a dónde ir. Era solo el indicio de la madrugada cuando avistamos el pueblo en el horizonte. ―Hemos llegado los primeros. ―Alardeó mi hermano. Nos unimos un instante para encender nuestras antorchas en una llama común. Recuerdo los ojos ávidos en la luz del fuego. Todos queríamos hacer nuestra parte en la vida. El pueblo era poco más que un grupo indistinto de construcciones simples y de techos de paja. Podía imaginarme a los soldados enemigos agazapados allí
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dentro, siniestros. Coloqué mi antorcha en el techo seco del primer domicilio al que llegué. Esa paja estaba hecha para arder. Sentí una inyección de satisfacción cuando vi como el fuego ardía y se propagaba. Preparé mi cuchillo por si algún hombre salía y me enfrentaba. Continué con la cabaña de al lado y puse mi antorcha. Oía gritos por alguna parte detrás de mí, pero mis oídos estaban confusos por mis propios rugidos y la emoción. En la tercera casa, ciertos olores por mi nariz y sonidos por mis oídos empezaron a penetrar en mi mente racional, cavando en ella como gusanos. El fuego había creado un falso y maníaco amanecer, pero ahora el sol otorgaba uno de verdad. Podía ver la casa justo delante de mí. De memoria avancé hacia ella con mi antorcha y encendí un terrón en el techo, pero no se prendía de inmediato, como en los otros. Volví a dar la vuelta para intentarlo en otro punto, y me tropecé con una cuerda tensa. Tenía la certeza de que era una trampa del enemigo, pero cuando di un paso atrás vi que había ropa que colgaba de ahí y de un tendedero de más arriba. El viento se levantó y sacudió el humo por un momento, y así pude ver que era un jardín atado con tendederos y ropa pequeña secándose al aire que ahora era gris. Volví hacia el frente de la casa, confundido y enfadado por la ropa pequeña que colgaba en el tendedero y el techo que chisporroteaba pero no se quemaba. La antorcha que parecía tan brillante en la oscuridad se veía débil y falsa cuando el sol salió con más intensidad. El viento sopló fuerte alejando el humo, y vi que muchos de los jardines tenían tendederos. No estaban escondiendo soldados; estaban cultivando melones y calabacines y estaban secando la colada. Algunos de los jardines ya estaban ardiendo. No sabía qué hacer entonces aparte de conseguir que la casa ardiera. No podía tener otras ideas. Hice frente a la confusión con la acción. Prendí fuego a la casa desde la parte inferior, un armazón de madera bien construido. Sin darme cuenta pensé en el armazón de madera en el que habíamos trabajado tanto para nuestra casa. Me apresuré entorno al otro lado y encontré un puñado de tejas ralas que ardían. Por fin el fuego aceptó lo que le había dado, y las llamas machacaron y estallaron. Me pareció oír el sonido del llanto de un bebé que venía de dentro. El fuego ardía sin problemas. No podía decir si la emoción que me llenaba era de orgullo o de horror. Apenas podía moverme. Apenas me podía obligar a alejarme del calor embarrado. Vi la casa como una cabeza con el cabello salvaje y ardiendo. Las dos ventanas eran ojos, y la puerta era la boca. Para mi asombro, la boca se abrió y allí había una persona. Era una persona joven, una chica, y llevaba un camisón.
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Cuando pienso en ello intento imaginármela en la lejanía, como la desconocida que era en aquel entonces, y no como la chica a la que amo. La cambio un poco en mi recuerdo; sé que lo hago. Tenía el cabello largo y suelto, y su rostro se volvió hacia el mío con una expresión de lo más extraña. Ella debía de haber sabido lo que yo había hecho. Me quedé quieto delante de su casa en llamas con una antorcha en la mano. La antorcha se había apagado. Había sido suficiente para destruir sus hogares y quitarles la vida, aunque ahora no era nada. Podía oír el llanto del bebé tras ella. Quería sacar a la chica de allí. Quería que corriera. Era tan bonita como un cervatillo. Sus ojos eran grandes y verdes, con llamas naranjas haciendo chispas en ellos. Sentí pánico. ¿Quién iba a ayudarla? Había cambiado de bando. Estaba horrorizado. Quería apagar el fuego. Había un bebé que moriría. Tal vez su hermano o su hermana. ¿Estaba la madre en casa? Tienes que despertarla, quise gritar. Te ayudaré. Ya no me parecía saber quién había hecho esto tan terrible, pero ella sí lo sabía. Las llamas hicieron un estruendo. El viento las azotó y las propagó. Danzaron alrededor de ella. ―¡Tienes que correr! ―grité. Sus ojos estaban perplejos y afligidos, pero no temerosos, esquivos, y enloquecidos como estaban los míos. Su rostro estaba tan calmado como él mío lo estaba de crispado. Di un paso hacia ella, pero el calor era infranqueable. Las llamas se arremolinaban y chisporroteaban entre nosotros. Ella contempló las casas en llamas y los jardines de sus vecinos y después me miró a mí. Giró la cabeza y dirigió la mirada tras ella en su casa en llamas. Recé para que saliera de allí, pero no lo hizo. No podía imaginarme que este fuera su final. Volvió a entrar. ―¡No vayas! ―le grité. La boca de la casa estaba vacía de nuevo. En cuestión de segundos la estructura cedió y se hundió, pero las llamas siguieron y se alimentaron. ―Lo siento. ―Me oí a mí mismo gritarle a ella―. Lo siento ―repetí las palabras en Arameo, porque pensé que esa sería una lengua que podía entender―. Lo siento. Lo siento.
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Estaba casi inconsciente en la marcha de vuelta a nuestro campamento, pero de hecho miré hacia el frente el tiempo suficiente para observar el denso humo en el horizonte. Recordé, con frialdad, que no nos habíamos reincorporado al grupo grande, y cuando nos acercamos al humo entendí por qué. Estaba demasiado nublado para pensar o para medir mis palabras. ―Era el pueblo equivocado ―dije. Sólo mi hermano me escuchó. Él debió haber visto lo que vi y supo lo que yo supe tan bien como yo. ―No es cierto ―dijo de forma impasible. En ese momento mi angustia era demasiado abrumadora para mí como para pensar en algo más. ―Sí, lo es. ―No lo es ―dijo otra vez. No vi culpa, ni duda de sí mismo, ni remordimiento. Lo que sí vi fue ira hacia mí, y habría sido mejor si lo hubiera marcado y nunca volver a decir nada sobre esa noche.
He sido testigo de muchas muertes y tragedias. He causado unas cuantas desde entonces. Pero nunca he vuelto a quitarles la vida a inocentes. Nunca he destrozado tanta belleza o me he sentido tan avergonzado. Intenté mantener la distancia, pero aún siento como unas náuseas en mi alma cuando pienso en ello, y el sentimiento no disminuye con el tiempo. El hedor de la madera quemada, el alquitrán y la carne en mis orificios nasales era tan espeso que creo que ocupó un lugar permanente allí. La masa borrosa de humo gris entró en mis ojos y alteró mis sentidos para siempre. My Name is Memory
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Charlottesville, Virginia, 2006 ―Eres tan escéptica, Zurda. Simplemente ven. ―Llevo dos noches sin dormir ―sostuvo Lucy―. Este sitio está hecho una pocilga. Necesito limpiar. Marnie echó un vistazo alrededor de su pequeña habitación de estudiantes. ―No puedes limpiar esto sin mí, porque entonces puede que me sienta culpable. Mañana lo haremos. Vamos. Jackie y Soo-mi están ya abajo. Tenemos que celebrarlo. ―¿Y si no tengo ganas de celebrar? ―Lucy era de hecho una escéptica y zurda, y también era una supersticiosa con eso de celebrar antes de que le devuelvan las notas―. ¿Y si Lawdry se da cuenta de que entregué mi trabajo con dos días de retraso? La resistencia de Lucy era apenas un suspiro para el tifón de fuerza de voluntad de Marnie. ―Toma. Aquí están tus zapatos. ―Marnie tiró una a una las sandalias―. Trae algo de dinero. ―¿Tengo que pagar por esto que no quiero hacer? ―Veinte dólares. La gente paga por un montón de cosas que no quieren hacer. El dentista. Las guerras de Iraq. Los ratones muertos para la serpiente de Dana. ―No estás haciendo que suene más tentador. ―Lucy tomó su bolso y se puso los zapatos. Pero no las sandalias que le tiró Marnie. Tenía energía sólo para pequeñas rebeliones. ―No te preocupes por Lawdry. Él te quiere. ―Marnie abrió la puerta de su habitación e hizo salir a Lucy. ―No, no es verdad. ―Me temo que sí. ―¿Con que coche vamos? ―Con el tuyo.
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―Ah, ya veo. A la salida de la Ruta 53 en dirección a Simeon el sol se deslizaba en la azotea de un Bed Bath & Beyond1. Marnie puso una de esas mezclas horribles de rap de su hermano Alexander y se partió de risa mientras Jackie y Soo-mi comenzaron a abrir sus cervezas en la parte de atrás. ―¿Quién es esta persona con la que vamos a ir? ―preguntó Lucy por encima del estruendo. ―Madame Esme ―dijo Marnie, leyendo con detenimiento las indicaciones escritas a mano en la oscuridad del coche―. Tres kilómetros y medio y gira en Bishop Hill. ―¿Ustedes dos no quieren estar sobrias para su lectura psíquica de veinte dólares de Madame Esme? ―preguntó Lucy, mirando la cara de Soo-mi por el retrovisor. Soo-mi alzó su Miller Lite2. ―No del todo. ―¿De verdad es esto al lugar que vamos? ―preguntó Lucy, girando hacia un camino de tierra repleto de caravanas y otros restos de remolques oxidados. Marnie estaba intentado descifrar las direcciones. ―¿Ves algún número? ―preguntó ella―. La nuestra es veintitrés treinta y dos. ―Creo que es esa de ahí. ―Lucy hizo señas hacia delante a una envejecida casa móvil rodeada de unos enrejados entrelazados con rosas. Puede que alguna vez haya tenido ruedas, pero ahora no parecía como que se fuera a ir para algún lado en cualquier momento―. ¿Esas rosas son de verdad o de mentira? ―preguntó. Marnie entrecerró los ojos. ―Creo que son de verdad. ―Creo que son falsas ―dijo Lucy mientras estacionaba en la entrada de coches. Madame Esme se encontró con ellas en la puerta. Lucy vio más o menos lo que esperaba ver. Túnica verde larga. Cabello apilado. Mucho colorete. Gestos desmesurados. Bed Bath & Beyond: cadena de tiendas al por menor de mercancías nacionales en Estados Unidos y Canadá. Venden artículos para el dormitorio, el baño, la cocina y el comedor 2 Miller Lite: Marca de cerveza rubia de Miller Coors 1
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―¿Quién va primero? ―preguntó Madame Esme. ―Marnie, tú has montado todo esto. Vas tú ―dijo Jackie. ―Ustedes tres pueden sentare allí. ―Madame señaló hacia una diminuta sala de estar/cocina. Había una mesa de madera pintada y cuatro sillas desiguales―. Tú sígueme ―le dijo a Marnie. Vimos a Marnie seguirla por una puerta hacia una habitación oscura iluminada solo por la luz de las velas. Madame cerró la puerta tras ellas. ―¿Qué estamos haciendo? ―preguntó Lucy al sentarse en una silla plegable de metal. ―Alicia Kliner dijo que se supone que ella es de verdad increíble ―dijo Soomi con un susurro. Lucy no sabía que tenía esto de potencialmente asombroso. Su madre iba a ver a los psíquicos cada dos años y se asombraba cuando decían cosas como “Estás en paz por el agua. Los libros te alimentan. No puedes evitar cultivarte”. Su madre también estaba asombrada por la polaridad, los chacras, los masajes de pies, y por muchos artículos que se ofrecían en Home Shopping Network3. Lucy sospechaba que tenía un umbral muy alto de asombro.
A Lucy le parecía bien esperar la última para la gran Madame Esme, pero era difícil mantenerse despierta. Sobre todo después de que Marnie saliera con una mirada rebosante de satisfacción pero reivindicando que no podía hablar de ello hasta que todas ellas hubieran acabado sus lecturas. ―Oh, venga. ―No puedo. En serio. ―¿Quién te importa más, yo o Madame Esme? ―No me hagas elegir. Lucy negó y la volvió a apoyar sobre la mesa. Por fin salió Madame Esme por tercera vez y dejo salir a Jackie por la puerta. ―Estoy lista para ti ―le dijo a Lucy.
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Home Shopping Network: Canal de televisión de tele tienda las 24h del día.
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Lucy bostezó y se acercó. La pequeña habitación estaba oscura salvo por tres llamas agitadas de las velas encima de una mesa de cartas. Dos sillas más plegables estaban puestas cerca de la mesa. Cuando los ojos de Lucy se habituaron, vio los estantes abiertos con ropa. Repletos de suéteres y pilas de pantalones y un montón de calcetines. Era más de lo que Lucy quería saber, y esto socavaba gravemente el halo de misterio. A lo largo de la pared había una cama individual con una almohada. También había un poster, pero Lucy no pudo distinguir qué era porque estaba casi completamente tapado por una estantería. Madame Esme cerró la puerta y se sentó. Lucy se sentó en la silla de enfrente. Esme cerró sus ojos y extendió sus manos para arriba. Lucy no estaba segura de que era lo que se suponía que tenía que hacer. ―Dame tus manos ―dijo Esme. Lucy lo hizo de forma torpe. Las manos de Madame Esme eran cálidas y se aferraban a las suyas de forma sorprendentemente intensa. Era difícil decirlo con todo el maquillaje, pero sentada así de cerca y sintiendo sus manos, Lucy notó que Madame Esme no era mucho mayor que ella. ¿Cómo había encontrado su camino en esta profesión?, se preguntó Lucy. Eso le tomó una cierta cantidad de coraje. Esme cerró sus ojos de nuevo y se meció para delante y para atrás. En cuanto a la actuación, decidió Lucy, era un poco así, así. Esto es lo que te dan por veinte dólares. Intentó parar otro bostezo. Esme abrió su boca como si fuera a decir algo y entonces la volvió a cerrar. Se quedó callada durante un largo e incómodo momento. Lucy se esforzó por escuchar las voces de sus amigas al otro lado de la puerta. ―Estoy viendo una llama, luces rojas, mucho ruido ―dijo por fin Esme―. ¿Es una escuela? ―No lo sé ―dijo Lucy. Sabía que estaba cansada y de mal humor, pero no tenía ganas de hacer aquí el trabajo. ―Parece como una escuela ―dijo Esme―. Mucha gente corriendo de aquí para allá, pero tú estás sola. Lucy estaba preparada para esto. Te sientes solo en una multitud. Eres más tímida de lo que la gente piensa. Esto es tu cebo psíquico básico. Los ojos de Madame Esme se estaban moviendo nerviosamente bajo sus párpados, pero se quedaron quietos. Su expresión cambió. ―No estás sola. Él está ahí contigo. ―Está bien. ―Se preguntó Lucy si estaban entrando en la parte de cumplimiento de deseos románticos.
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―Él ha estado esperándote. No ahora, sino desde hace mucho tiempo. ―Esme se quedó callada un rato. El silencio se extendió, y Lucy se preguntó si quizás eso fue todo. Pero entonces Esme habló de nuevo, y esta vez su voz sonaba diferente, más baja y más intensa―. No le hiciste caso. ―¿Perdón? ―dijo Lucy educadamente. ―Él estaba intentando decirte algo. Lo necesitaba entonces. ¿Por qué no le escuchaste? ―Su voz se alzó, como de lastima. ―¿Escuchar a quién? ―Lucy se aclaró la garganta―. No estoy segura de lo que estamos hablando. ―En el baile. La fiesta. Algo por el estilo. Siento que estabas asustada. Pero aun así. ―Esme estaba apretando sus manos con más fuerza de lo que a Lucy le gustaba. Lucy no quería saber de lo que estaba hablando Esme. Esme no sabía siquiera de lo que Esme estaba hablando. Ella solo estaba pescando. Diciendo cosas típicas e intentando atrapar a Lucy para que picara en algo. ―Deberías haber escuchado. ―¿El qué? ―¿Se suponía que las psíquicas opinaban? ―Lo que él te dijo. ―La voz de Esme era más profunda y extraña. Su trance era cada vez más convincente. Obviamente estaba entrando en calor. Lucy tuvo un impulso sádico de darle una patada bajo la mesa―. Porque él te amaba. ―¿Quién me amaba? ―Los psíquicos nunca daban nombres. Ellos esperaban que tú se los dijeras. ―Daniel ―dijo ella. Lucy se recostó. Se obligó a respirar. ―¿Quién? ―Daniel. ―De acuerdo ―dijo lentamente. Se puso derecha y sintió como la silla crujía y se reajustaba. ¿Qué sabía esta mujer de ella? ¿Las conocía de la escuela, de alguna forma? ¿Le había informado Marnie de alguna manera? ―Daniel quería que recordaras. Él te besó, y tú de hecho recordaste por un momento, ¿no es así? Pero huiste. Marnie no le pudo haber contado eso. Nadie pudo hacerlo. Lucy sintió una oleada de miedo seguida de una oleada de nauseas mientras su mente se apresuraba a encontrar una explicación racional. Ella no quería decir nada más.
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Quería que terminara, pero Esme no había acabado con ella. ―Dijiste que lo intentarías. Cuando tú eras Constance prometiste que lo recordarías, pero te diste a ti misma la espalda. Ni siquiera lo intentarías. Lucy sintió las lágrimas arder en sus ojos. Hacía dos años que había empaquetado esa noche. La había sellado cuidadosamente y bien. ¿Cómo podía alguien saber algo sobre eso? ―Él estaba solo. Tú lo sabes. Y tú eres Sophia, su gran amor, y dijiste que lo intentarías. ―¿Qué se supone que intento recordar? ―preguntó Lucy. Era una voz que apenas reconocía. Se escapaba de alguna parte de ella, no sabía de dónde, débil y despreocupada y silbando como un escape. ―Se supone que le recordarías… a él ―dijo Esme en voz alta y con indignación―. Se supone que recordarías cómo le amabas. Él dijo que volvería, y tú prometiste que le recordarías. La cabeza de Esme estaba casi vibrando, y aunque sostenía las manos de Lucy, Lucy tenía la clara sensación de que el resto del cuerpo de la chica estaba yendo a alguna otra parte. ―En la guerra. Cuidaste de él. No podía respirar. Sabías que se estaba muriendo. Él no quería dejarte, pero tú dijiste que nunca lo olvidarías. Tú olvidaste y él recuerda. Él te dijo lo que era. Confió en ti. Lo sabes, ¿verdad? Lucy se sintió retroceder. Se sintió mordaz y criticada. ―No lo sé. ―Esta chica había burlado las defensas de Lucy. ―Tú sabes lo que es. Tú entiendes. ―No. ¿Qué es él? ― Por favor. Tú eres Sophia, y él te necesita. ―¡Basta! ¿Quién es Sophia? ¿Por qué sigues hablando de ella? ―Es lo que Daniel había hecho también. La había asustado entonces como lo hacía ahora. ―Estoy hablando de ti. ―No, no es verdad. Yo soy Lucy ―dijo con vehemencia. Había visto una vez una película sobre una chica con un trastorno de doble personalidad. La manera en la que habló Esme, fue como si hubiera alguien más dentro de Lucy escuchando e incluso respondiendo, y la idea le aterrorizaba. ―Ahora eres Lucy. Pero antes. ―¿Antes qué?
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―Debes encontrarle si puedes. ―¿Cómo puedo encontrarle? Hablé con él una vez. Ni siquiera le conozco. ―Sí, sí lo conoces. No me mientas con eso. Lucy apartó sus manos. ―¿Puedes parar esto, está bien? ―Lucy escuchó las lágrimas de su propia confusión, el sonido traicionándose a sí misma. ¿Desde cuándo te regañaban las psíquicas? Estrechó sus brazos alrededor de ella. Tenía que mantenerse unida. Esme abrió los ojos y miró a Lucy como si se sorprendiera al verla ahí. Parpadeó un par de veces. Ella y Lucy se miraron fijamente la una a la otra como desconocidas. ―Debes encontrarle porque él te ama ―dijo Esme débilmente, volviendo por etapas. Era peor con los ojos de Esme abiertos y fijos en ella. Lucy no quería que las palabras se descargaran donde descargaron. Pero lo hicieron. ―Ni siquiera pienso más en él ―dijo Lucy, medio esperando que Esme estuviera dispuesta a llegar a un acuerdo y olvidara todo lo que acababa de pasar. Era raro para ambas, lo sabía. Y Lucy aún tenía que pagarle. Esme la miró con fuerte reproche. No parecía una persona de veintitantos con mucha sombra de ojos verde y con ganas de que le pagara. Parecía más bien el juez más viejo del mundo. ―¿Cómo puedes siquiera decir eso? Lucy negó. Deseó no llorar. Deseó poder seguir fingiendo que no tenía miedo y que no creía en nada de eso. ―No lo sé ―dijo ella, y lo decía de verdad. My Name is Memory
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Nicacea, Asia Menor, 552 Te dije sobre la niña en el pueblo cerca de Leptis, en el norte de África en mi primera vida. Mi segunda vida comenzó aproximadamente treinta y un años después en otra parte de Anatolia. Las vidas tienden a agruparse, ya sabes. Esta segunda vida transcurrió de manera externa, pero en mi opinión, fue extraordinaria. Todo comenzó lo suficientemente normal. Yo no sabía aún lo que era. Pero en cuanto tuve la edad suficiente para pensar, o la edad suficiente para recordar los pensamientos, pensé en la niña en la casa de paja. Vi su cara en la puerta. Más tarde vi las llamas y entendí lo que le estaba sucediendo a ella y lo que había hecho. Pensé en ella cada vez que cerraba los ojos. Grité por la noche. Lloré en mis sueños. Empecé a pensar en ella durante el día, también. Tenía probablemente solo dos o tres años de edad, sin la suficiente edad para entender mi culpa o la vergüenza, o la importancia de su cara en mí. Sin embargo, he experimentado el puro horror todos los días, casi como si me estuviera pasando a mí. Tuve una madre bondadosa en esa vida, pero incluso ella se cansó de mí. Yo vivía en otro mundo. No podía dejarlo ir. El tipo de memoria que tengo es extrema, pero muchas personas tienen un grado pequeño de la misma. Una vez conocí a un chico en Sajonia, cuya familia vivía a unas pocas casas de la mía. Un día cuando él, Karl, era muy pequeño, su madre vino con él a entregar algo o pedir algo, yo no estaba prestando atención a esa parte y él vio mi cuchillo, mi posesión más preciada. Yo tenía probablemente diez u once años en esa época, y él ni siquiera tres. Este niño pequeño apenas podía hablar todavía, pero me siguió hasta el jardín, desesperado por decirme como había sido apuñalado tres veces a través de sus costillas por un ladrón, un bandolero, que lo abordo en el camino de Silesia. Él vio mi confusión y espero mucho para hacerme entender. ―Ahora no, pero antes, cuando yo era grande ―repetía, levantando los brazos para marca el punto―. Cuando era grande. Él se levantó la camisa y sumió su vientre que mostraba marcas de nacimiento irregulares a lo largo de su caja torácica. Innecesario decir que yo
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estaba fascinado y asombrado por todo eso, le hice muchas preguntas. Pensé que había descubierto un espíritu afín. Cuando su madre vino a buscarlo vio a su animación y me dio una mirada de largo sufrimiento. ―¿Te dijo sobre el ladrón en el camino? ―preguntó ella con cansancio. Poco después me fui. Comencé mi aprendizaje con un herrero en un pueblo de varios kilómetros fuera de la ciudad. No vi a Karl de nuevo por cinco años, pero pensaba en él cientos de veces. Cuando lo vi, de inmediato le pregunte por el apuñalamiento. Me miró con interés, pero sin el menor recuerdo. ―El ladrón en la carretera de Silesia ―le recordé―. La cicatriz en tu torso. ―Esta vez fui yo el que estaba desesperado por convencerlo. Él me miró y movió la cabeza. ―¿De verdad te dije eso? ―preguntó antes de salir corriendo a jugar con sus amigos. He aprendido desde entonces que no es tan inusual que los niños muy pequeños tuviesen recuerdos de sus antiguas vidas, sobre todo si han sufrido una muerte violenta, la última vez. O tal vez la violencia les da una necesidad más urgente de comunicarse. Por lo general se expresan sus viejos recuerdos al momento en que pueden hablar y mantenerlos durante un par de años. Y por lo general el tiempo pasa y llegan más lejos de su muerte, y sus padres tal vez se asustaron o simplemente hartaron. Los recuerdos se desvanecen y los ponen a un lado. Las nuevas experiencias los llenan. A la edad de la razón, a las siete u ocho, todos menos unos pocos olvidan y siguen adelante. Esto está bastante bien documentado, y he seguido la investigación con cuidado. Hay científicos que han recopilado miles de entrevistas y estudios de casos de este tipo. Pero los buenos son naturalmente reacios a decir lo que realmente significa, ¿y quién puede culparlos? Yo, de todas las personas, sé lo inútil que es tratar de hacer que la gente racional crea. Mi caso era diferente. En mi caso, cuando fui creciendo mi memoria se hizo más fuerte y llenándose. A mayor capacidad de razón tenía, más recordaba las pequeñas y grandes cosas, nombres, lugares, intereses, y los olores. Era como si mi muerte fuera un largo sueño, y cuando me despertaba reorientándome a mí mismo, todo volvía. No me acordaba de estas cosas sucediéndole a otra persona. Me acordaba de lo que me paso. Me acordaba de las cosas que había dicho y la forma en que las había sentido. Me recordaba a mí. A la edad de diez años supe que era diferente, pero dejé de hablar al respecto. Sabía lo que había vivido antes. No tenía necesidad de convencer a nadie más para conocer la verdad. Sobre todo sentía que los demás no se acordaban de la forma en
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que lo hacía. Me preguntaba si tenían vidas viejas para recordar, o si era sólo yo quién regresaba de nuevo. Me preguntaba si era un error de la planificación de Dios que se fijaba en el final de mi vida. Creo que todavía me siento como un error de planificación. Todavía estoy esperando a que se fije. Con cada vida que se iniciaba era más o menos lo mismo. Mi mente era un torbellino de oscuridad de bebé y, a continuación, tarde o temprano, veía su cara en la puerta. Ella se volvía más clara y más presente, y luego las llamas. Trato de no estar tan molesto más. Sé lo que viene, y creo que, aquí estoy de nuevo. Cada vida que empiezo es con ella, mi pecado original. Me conozco a través de ella. My Name is Memory
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Charlottesville, Virginia, 2006 ―¿Qué pasa contigo? ―le susurró Marnie a la salida de la caravana. ―Nada. Lucy no alzó la vista. Cerró la puerta con cuidado tras ella, asegurándose que el cerrojo capturara y sellara el aire extraño de ese lugar que se encontraba detrás de ella. Jackie y Soo-mi estaban de pie junto al coche. ―¿De verdad fue tan mal? ¿Por qué no me cuentas lo que te ha dicho? ―No ha sido nada. Solo un montón de tonterías. Era difícil mentir a Marnie. No había posibilidades de hacerlo si los ojos de Marnie se encontraban con los suyos. Mantuvo la cabeza gacha. El cielo estaba oscuro, pero la luz que venía del interior de la caravana por la ventana iluminaba las rosas. Había unas de plástico que se entrelazaban al enrejado blanco mugriento, y cuando las miró detenidamente, Lucy se dio cuenta de que también había de verdad, unas preciosas Celestiales de color rosa abalanzándose contra las de plástico por la luz del sol y el espacio. ―¿Qué clase de tonterías? ¿Estás enojada? Marnie no solo le estaba dando la lata. Conocía a Lucy y detectaba la alteración de verdad. Esto hacía más difícil apartarla, pero también más necesario. ―Así que resulta que me encanta el agua ―informó Jackie―. Y también que soy mi propia guía. ―Oye, yo soy mi propia guía ―dijo Soo-mi. Marnie estaba intentando recordar. ―Creo que puede que yo también sea mi propia guía. ―¿Esto vale veinte dólares? ―preguntó Jackie. ―Quizás no, pero, ¿fluye energía por su interior? ―pregunta Soo-mi. Jackie se rió. ―¡Oh, Dios mío! Sí que fluye energía por mi interior. ¿Cuáles son las probabilidades?
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Marnie la estaba mirando fijamente, y Lucy se dio cuenta de que sería apropiado reírse. O al menos sonreír. Lo intentó. ―¿Te importa conducir de vuelta? ―preguntó a Marnie. ―No. Marnie le quitó las llaves de la mano. Marnie estaba de acuerdo con dejarla que lo escondiera por ahora. Lucy se sentó en el asiento del pasajero y apoyó su caliente cabeza contra el cristal frío mientras arrancaban. ―Entonces, Lucy, ¿eres tu propia guía? ―le preguntó Soo-mi, consciente de que se había quedado fuera de la conversación. ―No ―dijo Lucy, tan cansada que apenas podía alzar la cabeza―. No creo que lo sea.
Lucy se escabulló de la Casa Whyburn después de que volvieron. Vagó por los alrededores del campus oscuro. La mayoría de la gente estaban en fiestas o recogiendo sus habitaciones. Algunos ya se habían ido. Unos pocos seguramente seguían acabando sus trabajos. Subió por Jefferson Park Avenue hasta la Villa Académica. Pasó por encima del césped y entró en su jardín del oeste preferido, y trepó por un muro serpentino construido por su primer amor platónico, Thomas Jefferson. Anhelaba una brisa o unas pocas gotas de lluvia. Algo que la cambiara. Se estiró y se tendió en la parte de arriba del muro, curvada. Estaba cansada pero temía irse a dormir. Daniel tenía un modo de llegar hasta ella en sus sueños, y le pareció casi seguro que él haría algo para perturbarla esta noche. Nada de sueños esta noche, se dijo a sí misma. Eso funcionó sorprendentemente bien. Desde el momento en que tenía nueve años y vio un espectáculo terrorífico sobre tiburones, se advirtió a su yo durmiente de que no tuviera pesadillas, y había funcionado. Comenzando a la edad de dieciséis años, escribiendo su ensayo sobre Jane Eyre, pidió sueños que le dieran ideas o entendimiento. A veces funcionaba. Sophia de nuevo. Una guerra. Un hospital, donde cuidó de él. Estas eran algunas de las piezas que se quedaron clavadas muy dentro de ella, desconectadas de la experiencia, la conversación o la memoria. También parecía que estuviera mal que estas pudieran existir fuera de ella.
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¿Estaba loca? ¿Se lo había imaginado todo? Madame Esme les había dicho cosas absolutamente típicas a las otras tres chicas. ¿Le había dicho también a Lucy cosas normales, y Lucy las había evocado como algo fantástico? Y mientras se estaba cuestionando su juicio, Lucy tenía que preguntarse: ¿Daniel era una persona real? ¿O era la ficción romántica de una chica que había estado desesperada porque se presentara un atractivo desconocido? Si te preocupa estar loca, ¿no es ese un indicio de que no lo estás? ¿O de que estás menos loca? Llegados a este punto, se había decantado por la opción de menos loca. Más tarde, en su dormitorio, Lucy se dio una ducha. A veces eso puedo cambiarte. ―¿Me lo vas a contar? ―preguntó Marnie, cuando esa noche Lucy se sentó en su cama, aún con la toalla puesta. ―Lo intentaré. Lucy se quitó el esmalte naranja de las uñas. Era divertido quitarlo cuando había dos o tres capas en ellas, pero Lucy solo tenía una fina capa, y escarbó y se rascó en el blanco de la uña sin ninguna satisfacción. ―¿Daniel es una persona real? ―preguntó Lucy. ―¿Daniel? ¿Tu antiguo amor Daniel? ―Sí. ―Eso creo. ―Le recuerdas, ¿verdad? ―Te recuerdo más a ti hablando de él. ―¿Alguna vez te preguntas qué le pasó? ―No mucho. Recuerdo algunos rumores extraños. Pero sí me pregunto qué pasó contigo en la última fiesta y por qué paraste de hablar de él. Lucy asintió. Echó un vistazo a la habitación. Aunque era una habitación diferente a la de los últimos años, en lo esencial era la misma habitación. Muebles de pino en forma de bloque, las mismas colchas y almohadas, la misma mugrienta y enmarañada alfombra, las mismas tazas encima de los escritorios y las sillas y el mismo desastre por todas partes. Libros diferentes pero en los mismos sitios de siempre. La misma parafernalia de los Pink Floyd en el lado de Marnie, y en el lado de Lucy la misma pareja de piezas de barro viejas del instituto, el terrario de Sawmill, y las mismas dos fotografías enmarcadas: una de ella y Dana cuando eran
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pequeñas delante del Boat Pond en Nueva York y otra de sus padres en blanco y negro, de pie delante de la rotonda en el día de su boda. ―Después de eso cambiaste tu amor a Thomas Jefferson ―recordó Marnie―. Y aunque lleva mucho tiempo muerto, él de hecho te ha estado dando mucho más a cambio. Lucy no estuvo en desacuerdo con eso. ―Pensé que quizás al final renunciaste a Daniel y decidiste seguir hacia delante, pero ahora de pronto estoy pensando que esa no es toda la historia. Lucy negó. ―Le vi esa noche. Hablé con él. ―¿Hablaste con él? ―Marnie parecía dubitativa―. ¿Hubo cruce de palabras? ¿Más de dos? ¿Él dijo algunas? ―Sí. Muchas palabras. Él dijo la mayoría. ―En serio. ―Marnie se incorporó en la cama con las piernas cruzadas. Puso su almohada en su regazo. Ya no parecía tan cansada―. ¿Qué dijo? Lucy no tenía los recursos para desenmarañarlo y presentarlo con claridad. Pero necesitaba dejar salir algo de ello. ―¿Me puedes prometer algo? ―No lo sé ―dijo Marnie con honestidad. ―¿Podemos volver a poner esto en su caja después de hablar? ―Podemos intentarlo. Lucy suspiró. ―Él me besó. ―Estás bromeando. ―No. En realidad tampoco puedo creerlo. ―Se colocó las manos en la cabeza―. A veces hago memoria y me pregunto si lo recuerdo bien. ―No pudiste olvidar eso, ¿verdad? ―No. No. Pero fue una noche extraña. Me sentí como si estuviera perdiendo la cabeza. Él dijo que había algo que se suponía que tenía que recordar. No dejaba de llamarme Sophia. ―Tal vez él no sabía quién eras. ¿Estaba borracho?
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―Bueno, algo así. Seguramente. Yo también estaba un poco borracha. Y no dejaba de hacerme esa pregunta: ¿Él sabía quién era yo? De algún modo tenía la certeza de que sí. Me sentía como si él me conociera mejor que yo. ―¿Qué quieres decir? ―Pues, todo me sonaba familiar. Algunas de las cosas que dijo eran cosas en las que he pensado antes. O con las que he soñado. ―Lucy, no me puedo creer que no me contaras esto. Lucy negó. ―Esto me asusta de verdad. No quise pensar en ello, y contándotelo a ti lo habría hecho real. Empecé teniendo esos horribles ataques de pánico ese verano, ¿te acuerdas? Marnie asintió. ―Todavía me gustaría que me lo hubieses contado. Lucy escarbó en la uña de su pulgar. ―Sabía que pensarías que estaba perdiendo el tiempo con él. Para empezar, la forma en la que actué fue irracional. Lo admito. Pero esto era un poco fuerte. Sentí como si mis fantasías se detonaran y mi cabeza explotara. Todavía me pregunto si incluso pasó. Así de extraño es. O él está loco o lo estoy yo. ―Yo voto por él. ―Lo sé. ―Lucy se echó hacia atrás. Marnie sabía cómo hacerle pasar un mal rato, pero también sabía cómo no hacerlo. Lucy se frotó la parte de atrás de su cabeza contra la pared, sabiendo que los enredos se iban a enredar más―. Y entonces esta noche, esa Madame Esme. De verdad quería que fuera una farsante. ―Yo quería de hecho que no lo fuera. ―Tal vez era una farsante. Tal vez nuestra energía fluye profundamente, y eso es todo. Eso espero. Pero ella me dijo otras cosas. ―¿Como qué? El rostro de Marnie era dulce. Lucy sabía que no la presionaría. ―De nuevo ese nombre. Sophia. Estuvo hablando de Daniel y de esa noche y como si estuviera regañándome por no escucharle y no intentar entender lo que él estaba diciendo. ―¿Cómo sabes que estaba hablando de Daniel? ―Porque lo dijo. ―¿Dijo su nombre?
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El rostro de Marnie delató una ligera alarma. Lucy asintió. ―Lo sé. ―Ellos nos suelen hacer eso. ¿Crees que a lo mejor ella podría conocerle? Lucy sacudió su cabeza contra la pared. ―¿Quién sabe? Tal vez. ―Sería una extraña coincidencia. Pero tal vez eso lo explique. ―También había otras cosas. ―¿Cómo cuáles? ―Ella dijo cosas sobre Daniel que me eran familiares. Imágenes que he tenido o cosas que he soñado durante mucho tiempo. Más tiempo incluso del que le he conocido a él. Tengo esta imagen de mí inclinándome sobre él y sabiendo que se está muriendo. Nunca le conté a Daniel nada de eso. Marnie sacudió su cabeza despacio, pensando. Este era su lugar, una frente a la otra a cada lado de la pequeña y abarrotada habitación, cada una sentándose cruzadas de piernas en su cama. Esta era la posición desde la que hacían funcionar su mundo. ―Ella dijo que debía encontrarle. ―¿Debes encontrar a Daniel? ¿Por qué? ―Porque… dijo que él me ama. ―¿Dijo eso? Lucy asintió. Le dio algún sentimiento de importancia decirlo, pero el sentimiento no era igual al del placer. ―Dios, esa mujer me estaba vendiendo energía que fluye, pero a ti te estaba vendiendo crack. ―¿No crees que deba? ―¿Intentar encontrar a Daniel? ―Marnie se lo pensó un poco más. Negó―. No sé ―Frunció su almohada entres sus manos―. ¿Tú quieres? ―No lo sé. ―Pareces abatida. Lucy asintió. ―Hay dos cosas que puedes hacer.
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Lucy asintió otra vez. No confiaba en sí misma para decir nada más. Le gustaba que Marnie pudiera tomar el mando. ―Podrías intentar encontrar a Daniel, y ver si hay algo que hacer ahí. O podrías volver a poner todo este acertijo en su caja e intentar olvidarte de ello. Lucy no se lo pensó mucho. ―Me gustaría olvidarme de ello. My Name is Memory
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Constantinopla, 584 Mi tercera vida comenzó y terminó en la gran ciudad de Constantinopla, y aunque esta fue pobre, cruel y corta, contuvo un reconocimiento muy importante: reconocí a alguien más aparte de mí de una vida anterior. Y naturalmente fue la chica del Norte de África. La gente me había parecido familiar antes de ese momento. Había empezado a pensar que seguramente no era el único que había regresado. Había ciertas personas que sentía que seguro las conocía de antes. Un hermano mío mucho más joven me recordaba persistentemente a un vecino muerto. Pero aún no había aprendido a reconocer a un alma, ni siquiera entendía que se pudiera. Tenía como once años, y estaba parado en un puesto de verduras en un mercado cerca de Bosporus. Era pobre entonces. Creo que ni una vez en esa vida llegué a llevar unos zapatos puestos. Hubo cierto alboroto en unos puestos más allá. Vi una procesión de sirvientes de apariencia robusta llevar a cuestas algo parecido a una litera. Fui tranquilamente hacia allí porque era emocionante. Los seguí a una cierta distancia. Sabía que si me acercaba más me aplastarían como a una cucaracha. Pero quería mirar. Las cortinas eran delicadas, y el viento soplaba. Con cada ráfaga pude ver una rodilla o una mano o una tela cara de una manga. Me di cuenta de que era una mujer. Creía que era una princesa. No podía comprender distinciones más sutiles que esa. En algún momento los sirvientes giraron por una esquina y al ondularse las cortinas, vi unos dedos, y a continuación una cara asomándose hacia afuera. Supe al instante y de forma visceral quién era ella. Puede que jadeara o hiciera algún tipo de ruido, porque ella me miró. La pose de su cuello y sus ojos redondos y oscuros se posaron en mí. No era exactamente la misma cara, pero era la misma chica. Ahora era mayor que yo, seguramente tenía al menos veinticinco. No podría decirte cómo supe que era ella. En los años transcurridos desde entonces, he llegado a ser muy bueno reconociendo almas de una vida a la otra. Yo mismo lo encontraba desconcertante, así que era difícil explicar cómo lo hacía. Pero no era el único que podía hacerlo. No es tan diferente de la forma en la que puedes conocer a una persona cuando tiene veinte años y reconocerla otra vez cuando tiene ochenta, aunque mientras tanto toda célula de su cuerpo haya cambiado. No había casi nada que pudieras programar en un ordenador para
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hacer, mediante simple observación, que le permitiera reconocer a una persona a tan dispares edades. Pero nosotros podemos hacerlo. Los animales pueden hacerlo. ¿Qué es lo que reconocemos? El alma es algo misterioso. No es menos misterioso para mí, aunque he visto la mía propia y la de otros refractada a través de cientos de cuerpos con el paso del tiempo. Una cosa que puedo decirte desde mi inusual punto de vista es la fuerza con la que nuestras almas se revelan a sí mismas en nuestras caras y en nuestros cuerpos. Simplemente algún día siéntate en un tren y mira a la gente a tu alrededor. Elije la cara de una persona y estúdiala detenidamente. Mucho mejor si son viejos o desconocidos para ti. Pregúntate qué sabes sobre esa persona, y si te abres a esa información, te encontraras con que sabes una cantidad abrumadora. Nos protegemos de forma natural de las verdades evidentes de los desconocidos que nos rodean, así nos prevenimos. Puedes llegar a sobre estimularte y a inquietarte si de verdad empiezas a mirar. Una de las habilidades del vivir es simplificar sobre la marcha, así que cuando dejas tu guardia baja, la complejidad es problemática. Hay algunas personas raras que te encuentras, normalmente son curanderos o poetas o gente que trabaja con animales, que viven sus vidas en este estado, y los admiro y los entiendo, pero yo no soy para nada como ellos. He hecho un montón de simplicidad en mi vida. Cuando mires a la cara de ese desconocido serás capaz de adivinar con bastante certeza su edad, su origen y su clase social. Y cuando lo mires por más tiempo, si te permites ver, las sutilezas pedirán a gritos mostrarse por sí mismas. Dudas, compromisos, y desacuerdos grandes o pequeños, estos normalmente residen alrededor de los ojos, pero no hay ninguna regla. Por lo general, las esperanzas están escondidas por la boca, pero también la amargura y la tenacidad. El sentido del humor es fácil de detectar en las cejas, y también el autoengaño. Añade a tu observación la colocación de la cabeza en el cuello, el porte de sus hombros, la postura de su espalda, y sabrás mucho más. Esas son las cualidades acumuladas en el alma, y estas se expresan vida tras vida. Por el momento en que una persona se hace muy vieja, el alma se ha desgastado tanto en su cuerpo que seguramente se vea casi de forma exacta a como se vería si hubiera alcanzado esa edad en una de sus otras vidas. Apenas necesita para nada tener que preocuparse con el cuerpo nuevo. Lo que no quiere decir que las almas no cambien y evolucionen al paso del tiempo, porque lo hacen. La primera vez que ves una persona conocida en un nuevo cuerpo es una sensación extraña, e incluso inquietante, pero te acostumbras a ello. Empiezas reconociendo sitios reveladores donde se imponen las almas: los ojos, por
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supuesto; las manos, la barbilla, la voz. Lo patético está en cuánto de nosotros mismos tendemos a cualquier ojo que pase que tenga interés. Ya lo creo que fue inquietante ver a la mujer en el mercado de Bosporus. Corrí hacia ella sin pensar. Agarré las cortinas con mis sucias manos y tiré de ellas mientras corría al lado. ―Yo-yo… yo era… tú eras… quiero… ―No podía pensar en cómo expresar nuestra conexión―. ¿Me recuerdas? De forma infantil, no distinguí mi experiencia de la suya. No sé por qué dije eso. Si lo hubiera pensado por un momento, no habría querido que ella me recordara. Dudo que me entendiera. No puedo si quiera recordar en qué idioma lo dije. De todas formas, llevó menos de un segundo para que uno de esos corpulentos sirvientes pusiera sus manos sobre mí. Yo era flacucho y pequeño, y él me levantó y me tiró hasta el otro extremo del callejón. Después se acercó dando grandes zancadas y me dio una patada tras otra en las costillas y en el pecho. ―¡Alto! ―gritó ella. Apartó las cortinas. Su pie ya estaba levantado, y me dio otra patada en la cara. ―Es la mujer del juez municipal, rata insolente ―me refunfuño él. Ella salió de la litera, para sorpresa de sus sirvientes. La gente se agrupaba alrededor. ―¡Es solo un niño! ―dijo―. No le vuelvas a tocar ―habló en un elegante griego. ―Lo siento ―dije, también en griego. Ella se inclinó y puso una mano en mi mejilla. Sentí que la sangre se escapaba por mi nariz. Le debía mucho a ella, y ella no me tenía que mostrar nada excepto asco, pero fue amable conmigo. Me pregunté, sin energía, cómo iba a estar en condiciones de hacer nada bien por ella. ―Lo siento ―dije otra vez, en Arameo antiguo, las mismas palabras que utilicé para disculparme con ella la primera vez. Si esto despertó algún recuerdo en ella, no lo sé. Siempre lo espero. Ella parecía triste. ―Lo siento por ti ―dijo ella, y se levantó―. Llévale a casa con su madre ―le ordenó a una sirvienta. Desapareció tras las cortinas. No tenía ni madre ni casa en ese momento, así que huí de la sirvienta antes de que esta pudiera patearme también.
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Todos los días durante un año o más esperé en ese puesto con la esperanza de volverla a ver. Tramé elaborados planes de lo que haría cuando la viera. Hice un guión con las cosas que diría si pudiera acercarme lo suficiente. Encontré un trabajo levantando bolsas en un puesto cercano de especias y le compré pequeños tesoros con el dinero que hice: una naranja, un trozo de panal. Pero nunca la volví a ver. Morí de cólera antes de que tuviera la oportunidad. Desde ese momento, cuando miro hacia atrás, puedo trazar el comienzo de unos pocos temas desafortunados que continuarían ahí durante siglos. Nuestras vidas coincidiendo con el tiempo. Ella siendo esposa de alguien más. Ella olvidándome. A pesar de haber sido golpeado, verla fue el mejor momento de mi vida. Me estaba desconcertando, honestamente, y estaba buscando patrones. Si bien era sólo una idea, la idea era reconfortante. Ella había regresado. Estaba viva de nuevo, a pesar de lo que le había hecho. Seguía siendo hermosa. Ella prosperó. Podía verla otra vez. No es que la fuera a ver, pero al menos podía. De alguna manera ahí fue cuando entendí por primera vez el poder regenerativo de la vida. Me aferré a la idea de que había un momento clave para vivir una y otra vez, y para mi extraña memoria. Pensé que me daría la oportunidad de enmendar mis pecados y hacerlo bien. No sabía cuánto duraría y lo tenso que sería el camino. Las personas a veces hablan sobre el poder de las primeras impresiones, y créeme, hay verdad en ello. El camino de tu vida puede cambiar en un instante. No solo el camino de tu vida sino también el de todas tus vidas, el camino de tu alma. Lo recuerdes o no. Te hace querer pensar mucho antes de actuar. ¿Y si no hubiera incendiado su casa? ¿Cuántas veces había pensado en ello? ¿Y si hubiera visto la insensatez de lo que estábamos haciendo y le hubiera puesto fin? ¿Y si la hubiera salvado a ella y a su familia, y al resto del pueblo, lo mejor que pudiera? Habría acabado muerto, pero ¿y qué? De todas formas había muerto unos años después, y no logré nada por ello. Si la hubiera salvado en vez de haberla matado, podríamos haber vuelto al mundo juntos con tranquilidad y harmonía, una y otra vez. No pretendo sugerir que existen fórmulas simples. Pero algunas almas forman unidad. Es algo raro pero posible. Algunas almas forman pareja eternamente, como gansos y langostas. He sido testigo de ello un par de veces. Pero requiere dos voluntades poderosas para que así sea, y la mía solo contaba por una. No era suficiente para mí querer encontrarla otra vez. Ella necesitaba querer encontrarme a mí, también, y ella tenía toda la razón de querer mantenerse lo más lejos de mí.
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La muerte es un lugar que no se puede conocer, pero he aprendido algo de ella con el paso del tiempo. Mi estado de conciencia después de la muerte y el de antes de nacer no es como el estado normal de despertarse y vivir, pero sí que tengo la percepción y los recuerdos de aquellos momentos. Es duro para mí calcular cuánto tiempo pasa entre esas oscuras transiciones. No puedo decir si es un mes o diez. O nueve, tal vez. Siendo como soy el custodio de esa extraña y larga memoria y uno de los pocos en la tierra que puede regresar de la muerte, he sentido una sensación de responsabilidad para hacer un seguimiento de cómo funciona e intentar entenderlo mejor. No estoy seguro de quién será el que se beneficie de este gran estudio mío, o sí es que no habrá nadie que se beneficiara en absoluto, pero es lo que hago. Tomar nota no es lo mismo que hacer, me diría mi viejo amigo Ben, recordar no es lo mismo que vivir, pero cuanto más viejo me hago, me parece lo mejor de lo poco que tengo que ofrecer. No puedo expresar el sentimiento de morir en una comunidad de almas. Es cuando entiendes que ya no estás vivo pero sientes a otros estando a tu alrededor, y eso es profundamente reconfortante. Personas que quizás has conocido hasta cierto punto u otras, quienes te conocen y se preocupan por ti, están contigo. No hablas con ellas ni te comunicas de ninguna forma explícita, pero sabes que no estás solo y que de alguna forma se quedarán contigo. No eres capaz de hacer preguntas en ese estado, pero existe como una condición de complicidad. También conozco el sentimiento de morir en el vacío. Todos morimos solos, pero esto es diferente. No apresas nada y apresas a la vez la nada. Tienes el sentido de que estas vagando, y puede seguir así durante mucho tiempo. Te encuentras a ti mismo anhelando, casi con ansia, la presencia de otro ser. Existe un patrón en ello. Tu muerte es la sombra de tu vida. Si tienes fuerza y relaciones afectuosas en tu vida, formas unidad con tu comunidad de almas. Seguramente volverías a la vida rápidamente y entre tu gente. Tus vidas se encontrarían geográficamente y étnicamente en grupos. Cuando llegas a un nuevo lugar, a menudo migras allí con tus seres queridos. Si tu comunidad es étnicamente mixta es más probable que cambies de raza, y si no seguramente no lo cambias. Si eres distante y misantrópico, egoísta y cruel, te encontraras solo en la vida y en la muerte. Morirás en la nada y volverás entre desconocidos y muy de vez en cuando entre enemigos. Y te quedarás solo y en desacuerdo hasta que ya no lo
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quieras más. Lleva mucho tiempo y mucho esfuerzo encontrar cualquier tipo de comunidad, mucho menos una que desees. A mi modo de ver, este esfuerzo es a la vez de penitencia y de rehabilitación. Volverás, pero se necesita un tiempo. Permanecerás entre extraños hasta que te hayas formado algún tipo de familia. No sucederá hasta que tú lo quieras. No sé nada sobre el cielo o el infierno, y no he encontrado a Dios todavía. Pero tengo que admirar el estilo. Tu voluntad está en vigencia entre las vidas, pero no de la forma en la que estás acostumbrado. En la muerte creo que sintonizas con la frecuencia más alta de tu voluntad, y es un sonido que rara vez escuchas en la vida porque este está ahogado por el ruido de la vida, por tu lugar particular en el mundo y los deseos a corto plazo de tu cuerpo. En la muerte eres libre de forma temporal de las peligrosas garras del tiempo. Haces borrón y cuenta nueva, no tienes más intereses, así que tu voluntad actúa sin influencia ni prejuicio. En algún lugar expresado en tu máxima voluntad existe un deseo de pagar tus cuentas y de compensarte. Y aunque este equilibrio es profundamente saludable para el alma, no necesariamente comporta algún tipo de consuelo o placer para el cuerpo vivo. Naturalmente existen límites para tu voluntad, como la expresión de las voluntades de los demás. Que es por lo que mi historia sería un poco más corta y más alegre si simplemente hubiera amado a Sophia desde el principio y hubiera encontrado otras formas de hacer que ella me quisiera. No habría pasado más de mil años esperándola y buscándola e intentado mantenerla lo suficientemente cerca como para vencer nuestro primer encuentro. Parte de mi castigo fue que no la volvería a ver en otros doscientos años. Pero cuando lo hice, fijó el rumbo del resto de mis días. My Name is Memory
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Hopewood, Virginia, 2006 Lucy se sentó en el jardín trasero con el denso olor a césped recién cortado ocupando su mente. A pesar de ser casi las siete de la noche el calor era tan intenso que estaba sentada con sus pies sumergidos en una cacerola llena de agua fría. Ahora que había crecido y conocido las maravillas de los jardines del campus universitario de Jefferson, podía ver que en aquel patio no había nada realmente especial. Sin embargo, cuando era pequeña aquel había sido su cúpula de placer, un lugar especial. Desde sus más tempranas memorias podía evocar lo mucho que amaba cavar en la hierba y hacer charcos con la manguera. Al igual que con la arcilla, adoraba ensuciarse las manos, aquello era un placer táctil, una de sus pequeñas rebeldías. Cuando aún estaba en quinto grado, hizo una huerta en un pequeño espacio del jardín y pudo cosechar algunos pepinos, pero los conejos y venados se los comieron todos cuando estaba en séptimo grado ya que los había descuidado por completo al pasar el mes de julio en Virginia Beach, con la familia de Marnie. Cuando estaba en noveno grado plantó frambuesas. Su madre solía quejarse del desagradable olor a abono que Lucy había adquirido y del hecho de que los juncos se habían apoderado de toda la parte posterior del patio. Era cierto aquello de que Lucy era muy generosa al colocar el abono y perezosa en lo que a podar se refería. Pero a cambio siempre había frambuesas frescas durante todo el verano y otoño, eso sin mencionar las mermeladas de frambuesa, salsas de frambuesa y durante el resto del año, frambuesas congeladas. ―En el supermercado tienes que pagar cuatro dólares por un pequeño y apestoso montón de frambuesas que comparadas con las nuestras no tienen sabor en absoluto ―reconocía su madre con un cierto deje de orgullo. Su primer diseño de paisajismo lo realizo cuando tenía dieciséis años. Ya que sus vecinos a ambos lados de la casa habían construido piscinas en sus patios traseros, su padre había proclamado que ellos debían tener una también. Había hecho cientos de dibujos en su cuaderno de bosquejos, tratando de encontrar una forma de encajar la alberca en el patio ya que no quería el habitual rectángulo azul turquesa que se podía verse en todas las casas. Diseñó una pequeña piscina con la forma y color de un estanque, con un banco natural de hierba y flores con una
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caída natural sobre el agua, de forma que fuera imposible ver algo de concreto, a menos claro, que te asomaras al borde. Había tratado de averiguar qué tipo de materiales necesitarían, investigado los problemas de drenaje, pronosticado cuales serían los costos en general de todo y escrito una ordenada lista para el vivero con todo lo que requerirían. Pero el momento de la piscina nunca había llegado a concretarse. Le insistía a su padre, año tras año, mostrándole nuevos diseños con refinados dibujos. Una noche lo vio escribiendo cheques en la mesa del comedor y se dio cuenta de que aún estaba pagando las deudas hospitalarias de Dana, desde entonces decidió no insistir más en el tema. Además, se dijo a sí misma, la alberca que construyera jamás se vería tan genial como la que se había imaginado en su cabeza. Este verano Lucy había estado ávida de llegar a casa desde la escuela y encontrarse de nuevo con su habitación, sus frambuesas y el poco especial jardín. Desde el final del semestre se había sentido ansiosa, dormía muy poco y continuamente se despertaba sobresaltada en el medio de la noche después de una horrible pesadilla. Le había asegurado a su madre que aquello se debía al estrés de los exámenes. En sus pesadillas siempre había persecuciones, fuego, lágrimas y normalmente las protagonizaba la absurda Madame Esme haciendo tratos con Dana. Y también estaba Daniel, a veces sólo como una presencia física o un sentimiento, pero nunca faltaba. A causa de esto siempre despertaba con el cuerpo adolorido. Lucy había esperado que al estar en casa se calmaría y aburriría, así como sucedía siempre. Pensaba que si cambiaba el ritmo de sus noches y días, los sueños se detendrían. Y aquí estaba ahora, en casa, sin la preocupación de los exámenes y Madame Esme lejos de ella, sin embargo, las pesadillas persistían. Simplemente no podía sacar a su cerebro de la escuela, ese era el problema, si supiera cómo hacerlo podría haber disfrutado de unas perfectas y felices vacaciones de verano. Oyó la puerta del patio deslizarse y se volvió para observar a su madre con aquel traje rosa chillón entrando al jardín. ―¿Vienes de mostrar alguna casa? ―preguntó Lucy. ―Sí, ya sabes, vengo de aquella casa abierta en Meadow. Lucy podía ver como el sudor de su madre se filtraba en forma de círculos por debajo de sus brazos y a través de aquella chaqueta de lino rosa. ―¿Qué tal te fue? ―Pues coloqué flores, comida y limpié toda la basura en la casa. Cuatro agentes se presentaron sin ningún comprador a la vista y no contento con ello esos
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buitres tuvieron la indecencia de comerse todos mis aperitivos ―su tono era tan dramático que Lucy tuvo ganas de reír, pero se contuvo. ―Siento oír eso. Su madre odiaba ser una agente de bienes raíces, decía continuamente que prefería vender ropa interior en Victoria’s Secret, pero su padre opinaba que aquello era impropio para una graduada del Sweet Briar College. Lucy siempre tenía la sensación de que su madre nunca se había podido rebelar contra su prisión nativa, así que sus hijas lo habían hecho por ella. ―Bueno ―dijo ella observando el vestido veraniego de Lucy―. ¿Vas a salir? ―Kyle Farmer hará una fiesta. ―¿Kyle el del coro? ―Síp. Ese mismo. ―Qué divertido. Bueno, me alegro de que vayas a ver a tus viejos amigos. Su madre había dicho aquello con tanta emoción que Lucy se sintió mal de no tener más interacciones sociales como aquella. Se preguntó si debería haberse quedado en Charlottesville durante el verano con Marnie y así evitar que su madre la viera en aquel estado de ánimo. Constantemente trataba de evitar esas fiestas en las que estaban sus viejos amigos de secundaria, todos siempre tenían un aire a depresión y nostalgia. Eran como unas reuniones prematuras de reencuentro, donde nadie había hecho nada con su vida aún. Pero esta noche era diferente, tenía un motivo para ir, Brandon Crist estaría allí y él era la persona más cercana a un amigo que Daniel había tenido en la escuela. ―¿Puedo usar tu coche? ―le preguntó. Su madre asintió, pero su rostro mostraba reticencia. ―Está bien, pero tendrás que ayudar a pagar la gasolina este verano, ¿de acuerdo? ―Ya lo sé, llenaré los tanques. ―Buena chica. Su madre siempre había querido complacerla, no quería que Lucy pasara un mal rato. Dana la había decepcionado tanto que ahora los defectos de Lucy eran una casi bendición. My Name is Memory
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Pérgamo, Asia Menor, 773 He dejado de lado una de mis vidas más trascendentes, fue la séptima y comenzó en Pergamun, también conocida como Pergamon, ubicada en Asia Menor, alrededor del año 754 de nuestro calendario moderno. Probablemente alguna vez has escuchado algo sobre Pergamun, durante su apogeo fue una gran ciudad, además de mi lugar de nacimiento y uno de los sitios más hermosos en los que he crecido. Fue desarrollando notoriedad al ser una ciudad helenística con una gigante y magnífica acrópolis, además de un teatro con capacidad para diez mil cuerpos. Se convirtió en una ciudad Romana con facilidad al entregarse al Imperio sin muchos incidentes durante el siglo II A.C. Tuvo una de las más grandes bibliotecas del mundo antiguo que contaba con más de doscientos mil libros. El pergamino se inventó allí después de que los Ptolomeos dejaron de exportar el papiro de Egipto. Si sabes algo de historia antigua recordarás que aquella librería fue la que Marco Antonio dio a Cleopatra como regalo de bodas. Algunas de las más gloriosas partes de la ciudad se mantuvieron intactas durante mi infancia, aunque ciertos lugares se habían derrumbado y la mayoría de los templos y santuarios habían sido destruidos o convertidos en iglesias cristianas para ese entonces. El mercado, sin embargo, siempre se mantuvo igual. Cuando vivía allí se podía contemplar el Mar Egeo desde nuestra puerta. Hace unas cuantas vidas regresé allí, para el tiempo en que los arqueólogos alemanes estaban descubriendo la ciudad, y fue entonces cuando tuve la oportunidad de ver las ruinas de lo que una vez fue mi hogar. Conocía esas columnas, esos bloques de piedra que había tocado una vez y que ahora se encontraban escondidos bajo mis pies. Me sentía más cercano a esas ruinas de lo que nunca me he sentido con la mayoría de los humanos, esa ciudad y yo habíamos permanecido inescrutables mientras el mundo cambiaba a nuestro alrededor. Normalmente no suelo ser nostálgico, hay demasiado pasado detrás de mí. Los cambios graduales son más fáciles de asimilar, a diferencia de las pérdidas y cambios abruptos que pueden llegar a abrumarte. Mi vida, hogar y todo rastro de lo que una vez fue mi familia durante esa época hace ya mucho tiempo que fue borrado de la superficie de la tierra que ahora pisaba. Pero esa no fue la razón de
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mi repentina melancolía, no, era la visión de aquella antigua ciudad que una vez fue poderosa, dueña de un mar de comercio y que ahora se veía estrangulada por la sequía y el abandono. En ese entonces, durante el siglo VIII, fue cuando aún siendo un niño me permití a mí mismo sufrir lo destructivo que podía sentirse el presente y lo frágil que podía llegar a ser el pasado. Se podría decir que el presente te pasa por encima con facilidad, y lo hace, pero en la realidad esto llega a destruirte con la ferocidad de una bola de demolición. Podría sentarme en un cierto montículo de tierra a observar el océano y tratar de imaginar esta ciudad con la grandeza que solía tener antes de las degradaciones que el tiempo le había hecho pasar. Los restos de Pergamun me demostraban que la historia no siempre iba por el camino del progreso. El primer momento importante que ocurrió durante esa existencia fue la reaparición del hermano mayor que había tenido en mi primera vida en Antioquía. Esa clase de cosas sucedían ocasionalmente, miembros de una familia que se reencontraban en una u otra vida. Por lo general la devoción es lo que mantiene unida a la gente a través de sus vidas, por la misma razón a veces el alma en su anhelo por mantener el equilibrio y la resolución puede llevar a una persona a enfrentarse al mismo castigo una y otra vez. Reconocí a este hermano con una cierta sensación de incomodidad. Toda asociación con la quema del pueblo en el Norte de África era terrible para mí, pero además de eso estaba la enemistad que había crecido entre nosotros cuando le confesé a nuestro superior, y más tarde sacerdote, que habíamos atacado el pueblo equivocado. Fue mi implacable culpa la que me llevo a hacer aquello, no la hostilidad o venganza, pero mi hermano no pudo entender eso. Desde ese primer momento de reconocimiento, cuando tenía apenas unos dos o tres años, ya sabía que debía alejarme de él. Él se llama Joaquim ahora, y aún se mantenía fiel a sus convicciones de convertirse en un ejecutor de la iconoclastia de Constantino, dejando de lado nuestro hogar y familia en Pergamun a la edad de diecisiete años. Su misión era la destrucción del arte religioso, la invasión de monasterios y la humillación de sus monjes. No es un misterio cómo las hermosas obras del mundo antiguo fueron destruidas. Me llamaban Kyros en ese entonces. En aquellos días luchaba para acostumbrarme a cada nuevo nombre que me colocaban, luego decidí que respondería al nombre que mis padres me dieran, pero internamente pensaría sobre mí mismo con mi nombre antiguo. Todo eso era más desconcertante de lo
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que te podrías imaginar. Ya de por sí es bastante difícil mantener tu identidad a través de una sola vida en un solo cuerpo. Imagina docenas de vidas y cuerpos en miles de lugares diferentes a través de cientos de familias y muertes entre ellas. Sin mi nombre, mi historia no es más que una larga y desordenada maraña de recuerdos. A veces he deseado rendirme a mantener el hilo de memorias de mi existencia. Era muy difícil conservarme a mí mismo como una sola entidad o persona. Sentía que el pasado y el presente, la causa y efecto, los patrones y conexiones, todo ello no era más que un enorme y complejo aparato que solo se mantenía funcionando gracias a mis esfuerzos. Si me daba por vencido todo se disolvería en un caos de sensaciones y recuerdos confusos. Eso era todo lo que realmente tenía. El resto es romanticismo y narración. Pero eso es lo que necesitamos, o eso supongo yo. En algún momento al final del milenio pasado comencé a nombrarme a mí mismo. Sin importar el nombre que mis padres me dieran, les pedía que me llamaran Daniel, el nombre que había tenido desde el principio. Algunos se resistían, pero a la larga terminaban accediendo ya que nunca les daba otra opción.
La noche sobre la que deseo contar tomo lugar alrededor del año 773. Hay tantas cosas que he visto y que podría contar. Pero en vez de eso solo pretendo decir una historia, una historia de amor e intentaré, con divagaciones limitadas, mantener un hilo coherente. Esa noche en particular la recuerdo con claridad, después de haber pasado dos años sin haber visto a mi hermano Joaquim, él por fin iba a regresar a casa. Nos había enviado la noticia de que estaba casado y nos visitaría con su esposa cuando regresara. Nuestra casa estaba envuelta en un gran revuelo, como puede que hayas imaginado. Mi hermano era el hijo mayor de nuestro padre, aunque era una mala persona, después de haberse ido por tanto tiempo, todos deseábamos verlo de nuevo. Con la excepción de mi hermano menor, la familia que tenía en ese entonces era muy buena. Ha sido un gran error de mi parte el pensar que habría más como ellos y olvidarlos, en vez de apreciarlos como lo merecían. He visto un amplio rango de personas en mis tiempos de vida, y la mayoría no es lo que uno desearía tener de compañía. Mi padre aunque distante, era un hombre amable, mi madre era un alma amorosa, probablemente demasiado para su propio bien. Lo único
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malo de lo que podría acusarlos sería de ceguera paternal, y ese es un defecto que comparten con todos los padres que de verdad amen a sus hijos. Mis dos hermanos más jóvenes, especialmente el pequeño, fueron de un carácter dulce y confiable. Supongo que era mejor amando entonces, y también mejor al ser amado, los dos van juntos. Fue hace mucho tiempo. En aquel entonces el pasado no se extendió tan lejos, y el presente parecía mucho más vivo, no, trataba de parecer más tarde como una fracción cada vez más pequeña de todo lo que había. Nuestra familia no era adinerada, mi padre era carnicero, pero éramos prósperos y teníamos dos sirvientes. Estoy seguro de que mi padre no tenía carne para vender en el mercado aquel día, cada criatura con carne y patas fue utilizada para el banquete de bienvenido a casa de mi hermano. Mi anticipación era casi tan grande como mi excitación y temor. Tenía la esperanza de que una versión mejorada de mi hermano llegara a casa esa noche con su esposa, pero sabía que el sádico arrogante que se había ido, regresaría igual. La casa y el patio fueron decorados como si aquello fuera una bienvenida para un emperador. Después de realizar todos los preparativos con premura, mis padres, mis dos hermanos pequeños, tíos, abuela materna, primos y sirvientes Debido a todo el suspenso y expectación no podíamos comer o hablar. No habría sido del estilo de mi hermano llegar cuando la comida estuviese frescamente preparada, la carne y salsas cocinadas a la perfección y la espera por su llegada fuera aún soportable y amena. Su estilo era más bien llegar cuando la comida estuviera al fin marchita y helada y la emoción de la anticipación se hubiese convertido en inquietud y preocupación. Mientras esperábamos, comenzó a llover. Recuerdo a mi madre intentando mantener a flote una conversación amena. Hablábamos griego en ese entonces. No el lenguaje de Sófocles, pero si una versión un poco corrupta del mismo. Todavía recuerdo la mayor parte de la conversación, palabra por palabra. Trato de aferrarme al recuerdo de las lenguas antiguas, pero conservarlas en mi mente a veces es insuficiente, están hechas para hablar, comunicarse, y como nadie en la actualidad las utiliza suelo olvidarlas con facilidad. Mi hermano no llegó a caballo o vestido con su glorioso uniforme, como nos habíamos imaginado que lo haría. Venía a pie, con ropas inadecuadas para el clima del momento y un humor bastante irascible. Llegó desde la oscuridad, alumbrando su camino con un par de velas, lo observé con curiosidad, preguntándome qué había sucedido con su carrera militar, pero luego su esposa entró en la habitación. Desde el momento en que levantó la capucha y descubrió su rostro, no pensé en él de nuevo. Esta es la parte especial de mi historia, la que de verdad cuenta.
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Había visto a la chica del Norte de África sólo en mis memorias y sueños durante un par de siglos, y para mi sorpresa estaba aquí, en el rostro de la esposa de mi hermano. Hasta estos días no hay alma que reconozca de forma más inmediata y poderosa. Sin importar la edad, o circunstancias en la que este, nuestro encuentro siempre deja una fuerte impresión en ella y en mí. Primero confusión, sorpresa y finalmente alegría, todas esas emociones pasando por mi rostro mientras la observaba fijamente. Mi hermano estaba esperando a ser recibido con una apropiada reverencia de mi parte, sin embargo, no podía dejar de observar el rostro de su esposa. Una gran parte de mis problemas pueden ser explicados por la imprudencia que cometí aquella noche. No fue el disgusto de él lo que me obligó finalmente a desistir en mi observación, fue ella. Estaba confundida y avergonzada por toda mi atención, su cabeza estaba orientada al suelo, y sus ojos, que habían proyectado más seguridad que las veces anteriores que los había contemplado, estaban inquietos. Traté de reanudar mi comportamiento con normalidad. Abracé a mi hermano y di un paso hacia atrás para permitir que los demás miembros de la familia se acercaran. Vi a mis padres dar la bienvenida a su nueva hija, Sophia. Sentía un extraño magnetismo hacia ella durante toda esa noche, trataba de evitarlo, pero cada movimiento o cosa que hacía estaba inevitablemente relacionado con ella. Traté de no observarla con fijeza durante demasiado tiempo. Ya estaba bastante abrumada sin que yo estuviera revoloteando a su alrededor. En vez de comer, solo se dedicó a lanzar largas miradas sobre su nueva familia, evitando cualquier contacto con su esposo. El resto de la familia festejaba y bebía, mientras que ella permaneció muy quieta sentada sobre sus manos. Después de unas cuantas copas de vino, mi hermano finalmente se fijó en ella. ―¿Acaso nuestra comida no es lo suficientemente buena para ti? ¡Come algo! ―le rugió con brusquedad y ella terminó obedeciéndole. Esa noche no pude dormir, estaba demasiado abrumado. Al principio solo se trataba de mi sorpresa por haberla visto de nuevo, sabiendo que aún estaba viva y cerca de mí. Me tomó un poco más de tiempo procesar la injusticia de cómo habían resultado las cosas. Aún no sabía la profundidad con la que llegaría a amarla más adelante. Pero al escuchar la voz de mi hermano a través de la pared, tuve que reconocer todo lo que estaba sucediendo. Ella era su esposa, le pertenecía a él y no a mí. No eran celos, por lo menos no al principio. Estaba demasiado impresionado por ella y el lugar que ahora ocupaba con intensidad en mi mente. Deseaba su
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perdón. No la pretendía o merecía de alguna otra forma que no fuera esa. Si mi hermano hubiese sido amable con ella, si la hubiese amado, con gusto habría aceptado su relación sin inmiscuirme, compartiendo su alegría con ellos y siendo feliz de tenerla cerca de mí de vez en cuando. Pero él no era amable con ella. La voz a través de la pared sonó abusiva y violenta. No pude escucharlo todo con claridad, pero sí oí cómo la llamó puta en varias ocasiones. Incluso lo escuché pronunciando mi propio nombre más de una vez.
Apenas podía mirarla al día siguiente, me sentía demasiado avergonzado y culpable. ¿Por qué nunca podía hacer algo bueno por ella? ¿Por qué mi presencia solo le agregaba sufrimiento a su vida?, pero eventualmente la observé, simplemente no podía evitarlo. Sin duda vi algo de miseria en sus ojos, pero también algo de orgullo. Cuando Joaquim le habló a través de la mesa pude observar algo de disgusto en su rostro. Esa mirada me aseguró lo que ya estaba sospechando, ella no había elegido ser su esposa. El poder de mi hermano sobre Sophia era limitado, ella no lo amaba. Trate de evitarla por consideración durante varios días, pero entonces mi hermano se fue. Desaparecía por varias semanas y luego regresaba, por lo general ebrio, cuando se le acababa el dinero. Mientras iba transcurriendo el tiempo descubrí que Sophia paseaba por el jardín tan a menudo como yo lo hacía, así que me permití decirle algunas palabras primero, y luego otras más. Fui ganándome su confianza y ella empezó a contarme sobre su vida al crecer en Constantinopla, su padre había sido un maestro albañil y constructor de varias iglesias, incluso había hecho reparaciones en la cúpula de la basílica de Santa Sophia. Pero sus padres habían muerto en un incendio cuando ella apenas tenía nueve años, lo que explicaba por qué su abuela la había vendido al mejor postor cuando tenía quince años, justo en el momento en que mi hermano estaba disfrutando sus victorias militares. Para el momento en que fui aprendiz de un artista que había sido el encargado de diseñar los mosaicos para el baptisterio de nuestra iglesia, siempre llevaba a Sophia conmigo al trabajo y le mostraba los planos. A través de las semanas, y con cierta renuencia, le mostré las tallas que había hecho y algunos de los poemas que había escrito en un pedazo de pergamino. Estas eran cosas que había aprendido en vidas anteriores, idiomas, lectura, escritura, talla y diseño,
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siempre se los escondía a la mayoría de la gente ya que eran ajenos a mis inexplicables conocimientos. Pero con ella era diferente, simplemente no podía escondérselo. Teníamos muchas cosas en común. Ella amaba los poemas y las historias tanto como yo, además de que conocía muchas cosas que yo ignoraba. Me abrí a ella en una manera que nunca había hecho con nadie anteriormente. Esa fue la primera vez que la conocí y amé. La quise inocentemente, lo juro. Incluso en mi mente. Mi hermano nunca nos vio hablando, estoy seguro, pero probablemente oyó de alguien más sobre nuestra amistad. Tres meses después de la noche en que trajo a Sophia, llegó borracho y furioso a la casa. Había perdido una gran suma del dinero de mi padre en una apuesta, ganándose además una golpiza y amenazas de muerte. Al otro lado de la pared lo oía gritar, pero sabía que todos los insultos que vociferaba no le importaban a Sophia. Pero entonces oí otro tipo de sonido. Un golpe pesado contra la pared, luego un grito y después el sonido de un llanto. Me levanté de la cama y me dirigí a su habitación. A pesar de que tengo buena memoria, en realidad no recuerdo cómo llegue de un lugar a otro. La puerta debió de haber estado cerrada. Recuerdo las astillas y piezas de madera cayendo en el suelo. Ella estaba tirada en el suelo, con el cabello enredado, el camisón desgarrado y el brillo pegajoso de la sangre y el sudor adherido en su rostro. Dos siglos antes, en la puerta de su casa ardiendo ella me observaba con una extraña ecuanimidad, pero ahora solo había angustia en sus ojos. Me detuve por un momento y vi a mi hermano agachado y desafiante como un lobo, estaba esperando por mí, retándome a ir tras él, tratando de atraerme a su juego. Pero Joaquim era lo que menos me importaba. Ella era lo único que me interesaba. Cerré mi puño y golpeé su cara con toda la fuerza que pude reunir. Él se cayó al suelo. Lo vi levantarse y lo golpeé de nuevo. Aún recuerdo su mirada de asombro en medio de toda la furia. Yo era el más joven, el más pequeño, el raro, el artista. Lo golpeé de nuevo. Su nariz y boca estaban sangrando. Todavía estaba borracho, desorientado, farfullaba y lanzaba golpes indistintamente. La violencia más profunda estaba en camino, pero tomando más tiempo para que él la reuniera. Quería abrazarla y consolarla, pero sabía que sólo empeoraría las cosas para ella. Sophia estaba sentada, apoyándose contra la pared y escondiendo su rostro. Si él no hubiese estado tan borracho sin duda me habría matado. Fue lo único que salió en mi favor aquella noche. Yo amaba a su esposa y él no la quería en lo absoluto.
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Lo dejé tirado en el suelo, rodeado de su propio vómito y sangre. Empaqué mis pocas pertenencias, desperté a mi padre y le rogué que cuidara de ella. Deje mi hogar y familia pensando que al estar lejos ella podría vivir segura. Pelear contra Joaquim frente a su esposa fue de las decisiones más significativas de toda mi larga existencia, y desde entonces me he juzgado continuamente por ello en los años posteriores, fue la chispa que desencadenó el odio, violencia y enemistad en miles de vidas. Siempre me he preguntado cómo podría haber evitado aquello, por el bien de Sophia, de mi hermano y mío. Pero en retrospectiva, no fue una decisión en lo absoluto. Mirando hacia atrás, al pasado, incluso desde esta distancia, no creo que podría haber hecho algo diferente. Equivocado como pude haber estado, lo habría hecho todo de nuevo. My Name is Memory
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Hopewood, Virginia, 2006 Lucy no se entregó a la fiesta. Esencialmente espero en el sofá hasta que Brandon Crist apareciera. Ni siquiera sabía que había desairado a Melody Sanderson hasta que su amiga Leslie Mills se lo dijo. ―Melody le está diciendo a todo el mundo que no vas a salir de nuevo al ruedo, ya que piensas que eres demasiado buena para Hopewood. Lucy tamizó a través de las mezquinas capas para darle sentido a eso. Tal vez era cierto. ―¿Disculpa? ―Ella piensa que todos los niños que asisten a escuelas de lujo en el norte actúan estirados ahora. ―¿En el norte? Estoy en Charlottesville. ―Bien. Lo sé. ―Solo no tenía ganas de luchar a través de la multitud para tomar una cerveza ―dijo Lucy. ―Sólo estoy diciendo que en caso, ya sabes, quisiera ir por ahí. Lucy consideró seriamente ir por ahí, pero se contuvo. Recordó una época más sencilla cuando era posible permanecer lo más lejos posible del lado de las niñas. También recordó cuando ella y sus padres pudieron resolver todos los problemas y el dolor y el fracaso en un solo lugar. Pero el corto plazo de Melody había expirado, y ella tenía que saberlo. Sin embargo, Lucy se reprendió y entró en la cocina llena de gente en su lugar. Es cierto que no debería ir a una fiesta si no podía ser amable. Cuando finalmente Brandon llego fue directamente hacia él. Era extraño, reconoció, pero se sentía extrañamente impulsada. ―Soy Lucy ―dijo―. Estábamos en química juntos. ―Por supuesto ―dijo―. Sé quién eres. ―Chocó su copa con su vaso de plástico.
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―Tengo una pregunta para ti ―dijo ella directamente. Él utilizó demasiado gel en el cabello, que por alguna razón dirigía a Lucy a considerar que probablemente pensaba que estaba tratando de invitarlo a salir. ―Está bien. ―Sus cejas se levantaron en la posición de coquetear. ―Conoces a Daniel Grey, ¿verdad? ―Pareció imprudente e incluso emocionante decir sólo su nombre directamente como si fuera cualquier otro nombre. Sus cejas flotaban hacia abajo un poco. ―Sí. Algo. No muy bien. ―Bueno, ¿tienes alguna idea de lo que pasó con él? Brandon se veía incómodo. ―No lo sé a ciencia cierta. Pero sabes lo que Mattie Shire y esos chicos dicen. Lucy oyó la desolación en su voz, y un golpeteo lento comenzó en su garganta. ―No. No lo sé. ¿Qué dicen? ―La noche de la fiesta pasada y la pelea de cuchillos. Has oído hablar de lo que pasó. ―Un montón de cosas pasaron ―dijo con cautela. Brandon miró a su alrededor a la multitud en el comedor. No vio a Mattie Shire, pero se dio cuenta del amigo de Mattie, Alex Flay, y lo llamó. ―Te acuerdas de Daniel Grey, ¿no? Alex asintió, mirando de uno al otro. ―¿Estabas con Mattie cuando lo viste saltar del puente? Lucy miró a Brandon. ―¿Qué? ―Yo no estaba allí ―dijo Alex―. Pero Mattie me lo contó. No sé si Daniel se ahogó o qué. Brandon asintió. ―Era un tipo raro, que su alma descanse. ―¿Estás diciendo que está muerto? ―le preguntó Lucy. Brandon miró a Alex, y Alex se encogió de hombros.
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―No tengo ni idea. Eso es lo que Mattie pensaba. Nadie realmente lo sabe. No oí nada más después de eso. Todo el mundo se fue en diferentes direcciones después de eso. ―No puede estar muerto ―dijo Lucy con fervor. Sintió un estallido de indignación, y no podía mantenerlo fuera de su rostro o voz―. ¿No todo el mundo habría oído hablar de él? ¿No estaría en el periódico o algo así? Ninguno de los dos quería discutir con ella. No era personal para ellos. ―Mucha gente oyó sobre eso ―dijo Alex un poco a la defensiva―. No sé dónde estabas, pero Mattie no lo mantuvo en secreto. ―Y de todos modos, los periódicos no informan sobre los suicidios ―le dijo Brandon―. Menos suicidios de adolescentes. Girando lentamente se alejó de ellos, se dirigió de nuevo al sofá y se sentó sobre él, mirando ciegamente a la ventana y viendo la cara de Daniel, que había visto esa noche. Se acordó de su propio estado frágil los días posteriores, acosada por el pánico y no haber salido de su casa o hablado con nadie. Era vagamente consciente de que Brandon y Alex seguían allí de pie, sus modales sociales eran un fracaso y su madre se avergonzaría. Brandon le dijo algo, algo así como “Pensaba que todos lo sabían”, pero las palabras ya no estaban haciendo su camino en su cerebro. Daniel no podía estar muerto. Aturdida, rebuscó por sus llaves en su bolso y salió de la fiesta a su coche. Entro en él y se fue. Conducía sin rumbo fijo por las calles más oscuras, a pesar de las constantes órdenes de su madre para ahorrar gasolina. Finalmente ya era tarde y oscuro, y condujo hasta el puente. Salió de su coche en el espacio cubierto de hierba y camino por él. Se quedó mirando debajo del Appomattox. Era un nombre y lugar mítico para ella, por su padre y su abuelo. En una ocasión le preguntó a su padre por qué siempre se hablaba de la Guerra Civil, mientras que parecía que nunca lo hacía de los Yankees. ―Debido a que hemos perdido ―dijo―. Te olvidas de tus victorias, pero te acuerdas de las pérdidas. Puso su barbilla sobre la barandilla y observó el flujo de agua oscura. Este era un río de pérdida, y aquí estaba uno más. Se preguntó cómo se sentiría saltar. My Name is Memory
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En el Camino hacia Cappadocia, 776 Mi larga ausencia de Pérgamo no fue suficiente para mantener a Sophia a salvo. Primero recibí noticias de mi hermano menor y después de mi madre. En tres años, el temperamento de Joaquim se había deteriorado, por más difícil que fuese imaginarlo. Mi padre falleció, y le lloré y lo extrañaba terriblemente. Joaquim se hizo cargo de la carnicería y dirigió un negocio rentable a la ruina. Me horroricé al descubrir que había vendido la casa familiar y había mandado a mis hermanos menores al mundo, antes de que fuesen adolescentes. Dejó a su esposa con mi madre en una habitación de una casa pública por un largo tiempo, mientras se escapaba de los acreedores o conseguía más deudas. Sofía logró, gracias a Dios, no tener a sus hijos. Cuando me llegó el mensaje de mi madre, tomé otra decisión trascendental. Pedí prestado un caballo y cabalgué cincuenta y algo de kilómetros a Smyrna hacia una cueva remota que había visto hace más o menos un centenar de años y hace dos vidas antes. Hubo bastante viento y arena en esos años, pero todavía podía ver las pequeñas marcas que había hecho en las paredes de piedra caliza. Con mi antorcha y mi discreción, me sentía como un ladrón de tumbas, pero la tumba era mía y mi cuerpo permanecía, por suerte, así que no se podía encontrar ahí. Caminé entre los pasajes, descendiendo entre la tierra húmeda mientras avanzaba. No necesitaba las marcas; me acordaba cómo ir. Sentí un alivio al ver la pila de rocas que había construido, completamente intacta. Las moví con cuidado, una por una, hasta que expuse el pequeño y deforme portal. Me metí, dándome cuenta lo grande que era en esta vida, más que en la que lo había cavado. Giré mi antorcha en el suelo sucio del aposento, y miré alrededor. Las cosas más grandes se situaban en el piso, cubiertas de siglos de polvo. Había un par de hermosas ánforas griegas, una con figuras negras que representaba a Aquiles en la batalla, y la otra figura roja, mostrando a Perséfone a cargo del inframundo. (Di la primera al museo arqueológico en Atenas en 1890, y aún tengo la segunda). Había unas buenas piezas de la estatutaria de Roma, algunos ejemplos exquisitos y modernos de trabajo en metal que había traído de un operador beduino que decía que venían de los reyes Vedic en la India. Estaba el comienzo de mi colección de plumas de aves extrañas, un número de tallados en madera (los peores hechos por
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mí), una hermosa lira que había aprendido a tocar gracias a mi padre en Smyrna, y un puñado de cosas más. Tenía que cavar por las cosas más pequeñas y vulnerables. En menos de un metro de profundidad, estaba la arena dura con bolsas de monedas de oro: griegas, romanas, bíblicas, bizantinas, y unas pocas persas. Otras bolsas contenían piedras preciosas y unas pocas piezas de joyería. Intenté no permanecer mirándolas mucho tiempo. Tenía una sensación de urgencia y de pesar ese día. Pero mis dedos se envolvieron en el oro y en el anillo de boda utilizado por mi primera esposa, Lena, que había fallecido joven y a la que había tratado de amar. Lo sostuve por un momento antes de devolverlo al suelo. En mi cuarta vida, había sido un comerciante. Utilicé mi experiencia y conocimiento de idiomas para ponerme en el centro de varias rutas comerciales rentables. Quería ser rico, y lo hice. En parte fue una reacción a mi vida dura y humillante en Constantinopla. Odiaba tener hambre, y porque conocía otras formas de vivir, lo odiaba aún más. Decidí que si esta memoria iba a permanecer en mí, debía al menos ser audaz en ese tema. Lo usaría para aislarme de los caprichos del nacimiento. Por cada vida que hiciera dinero, y me hice bueno en eso, guardé la mayor parte para los tiempos de escasez. Y recuerdo tener fantasías con la chica de África del Norte, que me vería cuando fuese rico y poderoso, y entonces querría conocerme. En mi quinta vida, en Smyrna, tuve la fortuna de crecer en una familia educada y bien conectada. Mientras crecía, construí lo que había aprendido de mi vida anterior, y me convertí, en consecuencia, en un mercader. Más allá de acumular pilas de oro, empecé a coleccionar mirando hacia el pasado y el futuro. Ahí fue cuando establecí mi cueva, y la usé por nueve vidas hasta que el viaje se volvió algo muy pesado. Moví mi escondite hacia los Cárpatos en 970 A.D. Ahora, más de cien años después, he acumulado una colección enorme de bienes y monedas y artefactos, a pesar que los sentimientos de poder y placer, que una vez me motivaron a ser dueño de todo, se han desvanecido significativamente con el tiempo. Las pocas cosas que he agregado en años recientes, no tienen para nada un valor objetivo. Había encontrado formas de regalar las piezas sin ser reconocido y también lo que conlleva para mí. Donde quiera que aparezca, siempre sé mi nombre. Y en estos días, las bóvedas de los bancos y las cuentas numeradas, lo hacen todo más fácil. Esa noche en el siglo ocho, de regreso en mi cueva, ordené todo, y me llevé conmigo una bolsa con monedas de oro recientes y homogéneas, necesitaba dinero más que tesoros. Compré suministros, hice algunos arreglos, compré un magnífico
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caballo árabe de un beduino rico, y la tarde siguiente, cabalgué de regreso a Pérgamo. Encontré a Sophia y mi madre viviendo en una habitación en un callejón. El espíritu de mi madre estaba en ruinas. Pero aún estaba tratando de encontrar una forma de amar a mi hermano; su corazón no la dejaba rendirse. El rostro de Sophia estaba magullado, pero su orgullo estaba casi intacto. Instalé a mi madre, arriba, en un bonito pueblo a unos pocos kilómetros de distancia. Intenté darle tan poco dinero como fuese posible, sabiendo dónde terminaría. Pero me aseguré que estuviera cómoda, y le prometí que volvería y traería a mis hermanos menores de regreso a su casa. Esa noche me fui con Sophia en mi caballo. Fue egoísta el tenerla ahí, tan cerca, pero ese no era el punto, me dije a mí mismo. Si la dejaba ahí, sería asesinada. Ni ella ni mi madre protestaron o preguntaron algo mientras cabalgábamos. Ellas sabían que esta era su única oportunidad. El camino por el desierto con Sophia en ese caballo tan fino, fue uno de los momentos más felices de todas mis vidas. Confieso que lo he revivido tantas veces, que ya casi no recuerdo nada más. Mis sentimientos son tan fuertes que no puedo refractarlo ni distorsionar la verdad de ese viaje. Pero luego, como diría mi amigo Ben, mis sentimientos son la verdad de ese viaje. Nos tomó cuatro días y medio el llegar a Capadocia, en la profundidad de la ciudad, y deseaba, mientras íbamos, que la distancia se acortara y que el caballo se detuviera. Y te voy a admitir desde el principio, que algo cambió en esos pocos días. Lo que había sido una devoción inocente y sin complicaciones de mi parte, se convirtió en algo profundo y más problemático. La primera noche fue vergonzosa, como puedes imaginarte. Estiré un pedazo de tela azul a través de cuatro estacas de madera para hacernos un techo y colocamos mantas debajo de este. Era bueno haciendo el fuego y preparando la comida. Estas eran unas de las muchas habilidades que había acumulado a lo largo de mis vidas. (Algunas habilidades están en la mente y otras en los músculos, y había pasado vidas aprendiendo las limitaciones de las primeras y los valores de las segundas) Pero, esa noche, era como si nunca hubiese hecho nada antes. Mis manos temblaban mientras me observaban. Nada se sentía familiar. Con mi corazón latiendo en mi pecho y una sensación de satisfacción como una madre, la observé comer arroz y pan y garbanzos y cordero. Ella era esbelta y fina y al principio comía lento. Pero conforme se iba relajando, demostró tener un apetito impresionante. Yo casi ni comí la comida que había empacado. Quería que hubiese lo suficiente para ella.
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Cuando ella se acercaba para agarrar las cosas, podía ver los golpes subir por sus brazos. Ella nunca hablaba de ello, lo que de alguna manera, me ponía más triste. Nos recostamos en las mantas a una distancia segura. Yo no sabía cómo hablarle en ese entonces. Estábamos muy cerca, y no había ninguna de las estructuras sociales que nos dieran sentido. No quería presumir. Ambos miramos hacia arriba, y me di cuenta que la única función de mi techo estaba escondiendo las estrellas. Así que sin realmente discutir, nos arrastramos con las mantas fuera del techo y nos expusimos al brillo de las estrellas. Sigo mirando al cielo muchas noches, y nunca creo que sea el mismo cielo que en ese entonces. No quería que creyese que necesitaba algo de ella. No quería que tuviese miedo. No sabía qué tan cerca o lejos estar. ¿Hasta dónde podía hablar para no ser aburrido? ¿Qué tanto silencio podía haber hasta que se sintiera sola? ¿Hasta dónde se podía atender a la persona sin llegar a ser inquietante? ¿Y, qué tan poca atención significaba frialdad? Quería que ella supiese que estaba a salvo conmigo. Ella bostezaba y yo me preguntaba. Ella dormía y yo la observaba. El segundo día que cabalgamos, estaba más al tanto de la sensación de sus brazos en los míos, la particular impresión de cada uno de sus dedos, su pecho contra mi espalda. Sus mejillas presionadas algunas veces, su frente. Incluso, mis nervios, se sentían fuera de la punta de la nariz, mientras galopábamos a través de las colinas secas y oscuras. Pero no quería nada de ella. No necesitaba nada. Quería que ella estuviese bien y mantenerla segura. No quería nada más. Decirlo era hacerlo. Cuando nos detuvimos en la tarde, ella comió con más cordialidad y menos urgencia. Vi cómo sus moretones se volvieron amarillentos y se desvanecieron en el hermoso paisaje de su rostro. Noté su habilidad básica para la vida, su resistencia, y supe cómo le ayudaría en el largo camino. Eso era algo que llevabas contigo en cada vida. Ella no sabría eso de sí misma, pero yo lo recordaría. La segunda noche fue más fría, y ya no podía encontrar la suficiente madera para mantener el fuego vivo. Las mantas eran gruesas pero no lo suficiente. Ella no podía caer en un sueño profundo con ese frío. La vi temblar, entrando y saliendo del sueño. Intenté poner mi manta encima de ella. Mi afán, la intensidad de mi propósito, me mantenía caliente, pero ella temblaba. Me empecé a acercar a ella sin haberlo decidido. No quería extralimitarme, pero tenía calor para compartir. Me encorvé al lado de ella, unos centímetros de distancia, tratando de darle algo de calor. Ella debió sentir mi calidez en su sueño, porque se acercó hacia mí. Yo no hice el contacto, por más que lo ansiaba. Me metí dentro de las mantas con ella, y como un niño, enredó sus miembros adentro y
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alrededor de la superficie caliente. Sentí la piel desnuda de su tobillo y sus pies alrededor de mis piernas, su espalda enterrada en mi pecho; mis brazos a su alrededor. Ella suspiró, y yo me preguntaba quién era yo en sus sueños. No quería moverme. Estaba demasiado feliz, y el momento era muy frágil. Mi brazo se durmió, pero no quería quitarlo de debajo de ella. Hay ciertos periodos cortos de alegría que debes estrecharlos a lo largo de varios años vacíos, yo más que la mayoría. Debes hacerlos durar lo más que puedas. En el tercer día, mientras cabalgábamos, sentí la forma en que su cuerpo se relajaba contra el mío, y eso era un regalo. Cuando nos deteníamos para comer en el mediodía, ella derramaba arroz en mi rodilla y sonreía. Quería que derramara un montón de cosas sobre mí, lava, ácido, ladrillos, cualquier cosa, y que me sonriera cada vez. Esa noche ella se metió debajo de la manta y se encorvó hacia mí sin decir palabra. ―Gracias ―me dijo mientras se quedaba dormida, su cabello sobre mi cuello, lo alto de su cabeza debajo de mi barbilla. Mis brazos presionados contra sus senos, y sentí su corazón latir y mezclándose con el pulso de mi muñeca. Intenté mantener mis regiones bajas a una distancia segura, dado que ciertos órganos no se mantenían con una disciplina adecuada. En algún momento de la noche yo debí haber bajado mi guardia y me debo de haber quedado dormido. Debo de haber estado soñando, supongo, de versiones antiguas de nosotros, y estaba desorientado. Había regresado a la primera vez que la vi, solo por un instante, pero me debo haber sacudido. Cuando me desperté, ella estaba ahí mismo, con su rostro en frente del mío. No entendía lo que ella estaba haciendo exactamente o en qué tiempo estábamos. La vista de su rostro me llenó de arrepentimiento. ―Lo siento mucho ―susurré. No estaba seguro si ella estaba despierta o dormida, pero supuse que era lo primero. ―¿De qué puedes estar apenado? ―susurró de vuelta. ―Por lo que te hice. ―Estaba claramente desorientado, porque pensé que ella sabía a lo que me refería. Mi conexión con ella se sentía tan fuerte que no podía sostener la idea que supiese menos que yo. Era raro, un momento ilusorio de creer que nuestras experiencias eran las mismas. No sabía de dónde venía aquello. Si hay algo triste que sé, es que la experiencia de nadie es igual a la mía. La confusión llenó su rostro de emoción.
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―¿Qué me hiciste? ―Se levantó―. No hiciste nada malo. Me protegiste. Salvaste mi vida. No sólo ahora, sino muchas veces. Has sido bueno conmigo, bajo riesgo. No sé por qué. No me has pedido nada. No has hecho ninguna demanda. No has sido libidinoso conmigo. ¿Qué otro hombre haría esto? Estaba siendo de día, y ya estaba despierto en ese punto, y me sentía ambivalente sobre su inocencia. Me levanté, también, intentando orientarme mejor. Quería explicarle, pero no sabía qué tanto podía decir. ―He intentado protegerte. Lo he hecho. Pero hace un tiempo atrás, te hice algo y yo… ―¿A mí? ―A ti. ―No podía soportar la mirada de preocupación―. No a ti, Sophia, cómo eres ahora. Sino mucho antes. En África. ¿No te acuerdas de África? ―Esto era algo peligroso. ¿Qué esperaba? ¿Qué de pronto le brote la memoria y coincida con la mía? Sus cejas bajaron en la forma particular que ella tenía. ―No he estado en África ―dijo suavemente. ―Pero has estado. Hace mucho tiempo. Y yo… ―No he estado. Ella estaba sentada, pequeña, debajo del gigante cielo en ese extraño paisaje lunar cerca de Capadocia, sólo conmigo para observarlo. Si mi deseo era hacerla sentir a salvo, esta no era la manera de hacerlo. ―No. Lo sé. Claro. Estaba hablando metafóricamente. Quise decir… Aunque estaba buscando expiación, no iba a hacerlo a su costa. ―No quise decir nada. ―Me encogí de hombros y miré hacia el este, dónde el sol estaba perforando nuestra noche privada―. Es una memoria extraña que tengo. ―Mi voz era tan queda que probablemente se haya ido antes que llegara a ella. No lo sé. Ella mantuvo sus ojos en mí por un tiempo largo. Había incertidumbre, pero podía ver la calidez, también. ―Eres un buen hombre, y no te entiendo. ―Algún día lo intentaré explicar ―dije Nos metimos debajo de las mantas, de nuevo, ambos mirando hacia el este. Ella se presionó ferozmente sobre mí, así que mis partes que no podía controlar eran conocidas por ella. Ella no se apartó pero volteó su cabeza para mirarme de nuevo, con curiosidad.
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Enterré mi rostro en su cuello y sentí su oreja con mi boca. Levanté sus faldas y puse mis manos en sus caderas desnudas. Abrí su vestido y besé sus senos. Quité su ropa interior y entré en ella con una pasión que solo puede ser imaginada. E imaginarlo es todo lo que fue. Esa no es una memoria sino una fantasía que he consagrado en mis memorias para que se convierta casi en una de ellas. Y lo revivo con preferencia a los otros hechos, todo el tiempo. Mi memoria, como he dicho, admite unas pocas distorsiones. Intento cultivarlo como un registro confiable, y es raro cuando mis emociones son los suficientemente fuertes como para voltear los hechos. Pero aquí volteé los hechos lo suficiente para empujar dentro de ella y quedarme ahí para siempre. Pero dejemos que el recuerdo muestre la verdad. Ella me miró y lamió sus labios con una pasión inequívoca y dijo: ―Soy la esposa de tu hermano. ―Eres la esposa de mi hermano ―dije, y triste y miserablemente me alejé de ella No importa lo brutal que mi hermano era, no podía dejar la santidad del matrimonio. Ni siquiera la idea de aquello. No lo respetaba, pero no tenía el poder de anularlo. Supongo que era porque creíamos en ello. No podíamos hacer nada. La observé con atención, y ella me observó. Un beso, uno real, y todo ello, inevitablemente, convertiría nuestra obra de misericordia en una traición. No importaba lo mucho que la amaba. No importaba lo mucho que lo quería hacer. Nadie lo sabría, solo ella y yo, la parte baja de mi cuerpo estaba en urgencia. Pero mi cerebro y mi cabeza tomaron una visión más amplia. Nadie sabría más que nosotros, y mi hermano tendría razón en todas sus sospechas horribles, y nosotros siempre sabríamos que estábamos mal. Cuando vives tanto como yo, siempre hay una distancia paralizante. Sabía que ella estaba pensando lo mismo. En ese momento, la creencia en nuestra mente común no fue una ilusión.
En el último día, cabalgamos lento. Una briza caliente nos cubrió con arena y tierra, llenándonos de sudor pegajoso, y yo apestaba peor que nuestro caballo. Más tarde, vi algo medio enterrado en el suelo, y detuve el caballo y me bajé. Resultó ser una pieza gigante de latón martillado, pesado y bien forjado. Lo volteé y descubrí que era una especie de cuenco o algo así. Probablemente
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pertenecía a un comerciante que se había encontrado bajo ataque y había huido. Era muy pesado para cargarlo, pero me dio una idea. Cabalgamos un kilómetro o algo así fuera del camino dónde había visto la última evidencia de agua. Llenamos todos nuestros contenedores y dos bebedores, y regresamos. Hice fuego para calentar el agua y coloqué el cuenco encima de la pequeña loma que ofrecía la hermosa vista del sol mientras mostraba sus rayas naranjas y moradas. El aire se volvió frío y oscuro mientras Sophia observaba mis labores con una mirada de sorpresa, pero yo lo mantuve hasta que el cuenco estaba con agua humeante y limpia. Nos habíamos acostumbrado tanto a la plomería moderna, que prácticamente considerábamos un derecho el tener un baño caliente, y era fácil olvidar el lujo que antes representaba. Encontré un pedazo de jabón en mi bolsa y se la di a ella con alguna ceremonia. No era tanto un regalo, pero se veía la forma correcta de mandarla a su nueva vida. La iba a dejar en privacidad, pero odiaba perderme su placer. ―¿Debería irme? ―le pregunté Ella sacudió su cabeza. ―Deberías quedarte. ―Se quitó el vestido y su ropa interior sin vergüenza o timidez. La vi posicionar un pie, luego el otro dentro del cuenco y luego temblar con delicia. Puedo hacerte feliz, pensé. Me di cuenta que la estaba mirando con el conocimiento de lo que venía. Quería mantenerla en mi memoria más profundamente y concretamente más que cualquier otra cosa. Quería tomar cada pedazo de ella así podía mantenerla conmigo a largo plazo, así podía encontrarla de nuevo. Estudié sus pies, ligeramente adentro, el diseño bonito de su caja torácica, y la forma que sostenía la cabeza hacia adelante. Sabía que su cabello y su color y sus formas serían diferentes la próxima vez, pero la forma en que llevaba su cuerpo, seguiría. Se deslizó completamente y sumergió la cabeza. Emergió sonriendo, y su piel era un tono más claro. Se recostó y dejó que el agua se asentara y se suavizara alrededor de ella, reflejando los colores del cielo. ―Ven, siéntate conmigo ―dijo, y me senté en la roca plana; en el cuenco, justo encima de ella. Era una hermosa vista. Después que ella terminó, me ordenó que me metiera. Ella me vio mientras me desnudaba con audacia apropiada y limpió mi espalda con sus dedos hábiles. Sumergí mi cabeza y sentí solo el silencio y sus manos. Cada uno de estos
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momentos era como una perla en un cordel, cada uno más hermoso y perfecto que el siguiente. ―Desearía que estuvieras aquí conmigo ―dije Ella me dio una larga y completa mirada. ―Hay muchas cosas que deseo. ―Nos bañaremos juntos, algún día ―le dije con un tirón de alegría ―¿Lo haremos? ―Sí. Algún día en que seas libre. Luego te encontraré y ambos seremos felices como ahora. Ella tenía lágrimas en sus ojos y espuma de jabón en sus dedos. ―¿Cómo puede ser eso cierto? ―Puede que tome un tiempo, más de lo que te imaginas, pero algún día lo haremos. ―¿Me lo prometes? La miré y tomé otra decisión fatídica. ―Sí. Cuando estuve limpio, ella lavó nuestras ropas y las dejó para que se secaran. No teníamos otra alternativa más que escondernos entre las mantas y pegarnos uno al otro, desnudos, hasta que el sol saliese y nuestras ropas estuviesen secas. Comimos lo último de nuestra comida y cabalgamos fuera de nuestro ensueño hacia el pueblo dónde empezaríamos nuestra nueva vida. Ni siquiera me atreví a besarla cuando estuvimos desnudos bajo las mantas y quemando con lujuria. Esperé a que pudiéramos leer las formas del sucio pueblo en el horizonte, antes de detener el caballo y jalarla. La mantuve por un tiempo. Incluso ahí no quise besarla. Estaba tan enfocado en preservar su inocencia. Pero luego me di cuenta que un beso le serviría mejor. Fue un beso más triste y serio que el que hubiésemos tenido unas horas antes. Saboreé la sensación de su cuerpo por última vez con una noción de lo que estaba por venir. Sabía lo que había tomado. Sabía lo que tendría que mantener, y sabía el precio que pagaría.
* * *
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Dejé a Sophia en un pueblo pequeño dónde las casas estaban construidas a los lados de las colinas. La dejé a cargo de una señora mayor, una viuda, que estaba demasiado feliz con Sophia y la llamaba su sobrina. Conocía a esta mujer porque ella había sido una vez mi madre. Sabía que podía confiar en ella. Le dejé a Sophia dinero y lo que esperaba que fuese la seguridad de una nueva identidad. ―Te veré de nuevo ―me dijo. Su rostro estaba resignado, pero vi lágrimas, también. Asentí sinceramente y ardientemente, a pesar que no era lo que ella pensaba. ―Volverás aquí algún día. ―Te prometo que lo haré. Al regresar a Pérgamo una semana después, sabía que estaba tomando un riesgo, pero no quería dar marcha atrás. No podía alejarme. No me volvería otra persona. Ya había tiempo para eso. Le dije a mi madre que volvería, y lo hice. Encontré a mis hermanos. Los situé con ella en su pequeña casa. Les di dinero y unos pocos objetos que serían fáciles de esconder y difíciles de robar. Hice cada una de estas cosas con una sensación de finalidad, mientras volvía la vista atrás. No puedo decir que estuve sorprendido por la emboscada de mi hermano, la tercera noche que dejé la casa de mi madre. En retrospectiva, hubiese sido sorprendente no verlo seguirme en la calle oscura. Sucedió rápidamente. Estaba preparado para una confrontación cara a cara, pero él estaba más enojado. Me golpeó por detrás. Puso un cuchillo en mi espalda y luego en mi cuello, y morí dolorosamente. Mientas moría, sentí el final de mi vida más fuerte de lo que esperaba. Me encontré a mí mismo, esperando que mi madre nunca supiera lo que me pasó. Pensé que estaba preparado para la muerte, pero no lo estaba. Sólo mientras me desangraba, entendí todo lo que estaba perdiendo. Estaba perdiendo a Sophia, a mi familia y a mí, también. No sería nunca más la persona en que ella confiaba y amaba. Nunca había tenido tanto por perder. Nunca viviría o moriría así otra vez. Por más que deseaba tenerla de nuevo, una parte de mí esperaba, que por fin esto, fuese el final.
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No fue el final, por supuesto. Fue, como diría Winston Churchill, el final del principio. Regresé al pequeño pueblo en Capadocia para encontrarla de nuevo. Pero tenía once, y viajé todo el camino desde el Caucasus por mi cuenta. Estaba aliviado de encontrarla ahí. La viuda había muerto, pero Sofía estaba a salvo. Ella era lo suficientemente buena para invitarme a su pequeña casa y darme de comer té y pan y miel. No había ninguna señal de marido o hijos, pero había tejidos hermosos en cada pared y superficie. Sabía que ella los había hecho. Reconocí nuestra historia en los árboles florecidos del jardín en Pergamon y el hermoso caballo, el árabe, en el que habíamos cabalgado hacia este pueblo. Se sentó a mi lado en la mesa pequeña de madera. El candelabro nos hacía sentir dentro de una caja de joyería. Estaba con ella y mirarla y también ser un extraño para ella y extrañarla dolorosamente. La observé a través de sus ojos antiguos y sentí cosas del pasado, y mi cuerpo de niño no sabía qué hacer con ello. Raramente había sentido una disyunción entre mi memoria y mi cuerpo que produjese tanta confusión. No sé qué quería de ella. Ella era la misma persona, y yo era diferente. Ella preguntó sobre mí, naturalmente, y mientras yo hablaba, ella estaba sorprendida de mí; podía ver eso. ―¿Cómo es que sabes mi idioma? ―me preguntó, perpleja. ―Lo aprendí mientras viajaba ―dije, pero no se vio del todo convencida Quería decirle más, pero no podía. No tenía sentido para nadie. Lo sabía. La haría más desconfiada de mí, y quería estar lo más cerca de ella al modo antiguo. Me dijo que me debería quedar por la noche e seguir mi camino al día siguiente. La manta que me dio era la misma en la que habíamos dormido juntos cuando yo era mayor y ella menor y era la esposa de mi hermano. No era el mismo olor que la manta anterior. Se sentó conmigo en la pequeña plataforma y frotó mi espalda con ternura, casi como si recordara. Porque yo tenía once y estaba solo y guardaba muchas memorias, lloré en mi brazo y esperé que ella no lo hubiese visto. Cuando miré hacia la luz de la mañana, observé la pieza antigua de pergamino, clavada en la pared. Era el dibujo que yo le había hecho de mis mosaicos para el baptisterio. El jardín y el árbol de manzanas, por supuesto, y la serpiente. ―¿Quién hizo eso? ―le pregunté, apuntando hacia este mientras ella me alimentaba con un desayuno que debió de haber usado casi toda su despensa. Odiaba hacer siempre preguntas falsas, pero no pude evitarlo.
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Ella miró hacia el dibujo, pensativa. ―Un hombre que conocí ―dijo, mirando hacia abajo. ―¿Qué le pasó? Ella sacudió su cabeza, y su rostro se contorsionó. Levantó la barbilla para mantenerla recta. ―No lo sé. Dijo que volvería algún día, pero estoy casi segura que fue asesinado. ―La tristeza en su rostro fue más de lo que pude soportar. ―Volverá ―le dije tristemente. Ella sacudió su cabeza. ―No sé si pueda esperar mucho más. Me di cuenta de lo que había hecho, y me sentí avergonzado. Le había dado una falsa esperanza. Había creído en mí, y la había decepcionado. Ella no podía ver el lienzo como yo lo veía. Era egoísta de mi parte el prometerle algo que ella no podía ver. ―No te ha olvidado. Te va a encontrar de nuevo, pero puede tomar más tiempo de lo que crees. Ella me miró extrañamente. ―Eso dijo él también.
Regresé de nuevo al pueblo de Sophia por última vez cuando tuve diecinueve. Estaba rebosando con la intensidad de probarle a Sophia quién era realmente, que realmente había regresado como le prometí. Planeaba vivir con ella por el resto de nuestras vidas. Estaba listo y armado para combatir cualquier duda y protesta. Preparé las palabras para convencerla que la diferencia de nuestras edades no importaba. Pasé años y kilómetros ensayando esas conversaciones y soñando con todo el amor que vendría. Pero cuando regresé noté que la villa estaba ennegrecida en algunas partes, y una nueva, y más grande casa ocupaba el lugar de la suya. La mayor parte del pueblo había sido reconstruido e irreconocible. Finalmente encontré al padre en su iglesia de piedra, una de las pocas estructuras familiares. ―Tuvimos un incendio terrible ―me explicó.
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Casi ni lo escuché mientras me contaba cómo había perdido la mayoría de las casas y casi la mitad de los pobladores. ―¿Qué hay de Sophia? ―pregunté Sacudió su cabeza. Regresé al lugar de su casa y encontré a los nuevos ocupantes. ―¿Quedó algo luego del incendio? ―les pregunté desesperadamente No había nada. Sin ningún propósito, fui al desierto, volviendo sobre la ruta que había realizado con ella desde Pérgamo, pero a pie y solo. Sentí el peso de mi memoria mientras caminaba. Se había ido, y todo lo que había tocado también. Sus movimientos, sus mantas, mis dibujos. Todo se había perdido sin dejar rastro. Dependía de mí el llevarlo conmigo o dejarlo pasar para siempre. My Name is Memory
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Arlington, Virginia, 2006 Daniel estaba cansado. Demasiado cansado para cambiar su bata del hospital antes de que se tirara en la cama. Acababa de salir de un cambio de tres días durante los cuales había dormido por un total de cuarenta minutos en una silla con la cabeza sobre una mesa y un televisor a todo volumen, The Newlywed Game a unos metros de distancia. Había normas sobre lo duro que se suponía que era el trabajo de un residente, pero el hospital de veteranos no les pagaba una cantidad excesiva de atención. Nunca se quejó al respecto. Le gustaba estar allí más de lo que le gustaba estar en casa. Le gustaba la gente de edad y le gustaban los veteranos, y era el por qué estaba especializado en medicina geriátrica, esos eran el tipo de persona con los que preferiría pasar el tiempo. Casa, en su caso actual, era un apartamento de un dormitorio en Arlington, Virginia, con vista a una playa de estacionamiento. Siempre pensó que se conseguiría una verdadera casa en un lugar hermoso. Dios sabía que tenía el dinero. Pero siempre elegía lugares temporales de mierda con contratos de arrendamiento de mes a mes. Este tenía una estufa de lleno, pero no la había encendido todavía. Tenía tres armarios, pero dos de ellos estaban vacíos. Tenía una gran TV con pantalla de plasma y un paquete de cable que le permitía ver prácticamente todos los partidos de fútbol, béisbol, baloncesto, y de hockey jugado a todas las horas del día. Y otros deportes, también, pero no estaba interesado en ellos. A excepción del tenis en medio de la noche cuando llegaba el Abierto de Australia. Se había saltado la universidad en esta ocasión. Se había saltado los dos primeros años de la escuela de medicina, también. Fingió transcripciones de ambos cuando se "transfirió" a George Washington para su tercer año. Eso fue alrededor de un mes después de que hubiese esperado ahogarse en el río de Appomattox y falló. Era un tonto por más. Había mucho que perder si se suicidase también.
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GW4 había sido feliz de que fuera. Era notable lo que podías salirte con la tuya si eras audaz. No lo habría hecho si no hubiera sabido que estaba preparado razonablemente. Se había graduado de varios colegios y universidades en Estados Unidos y en Europa. Había pasado por la formación médica más de una vez. Decenas de veces, si cuentan todo lo que había aprendido sobre las hierbas y la medicina popular a través de la Baja Edad Media y el Renacimiento. Y eso fue sorprendentemente útil para él. Es curioso cómo las viejas prácticas siempre volvían otra vez. Era el ritmo de la actividad humana de inventar y cultivar nuevos enfoques, hasta rechazar a una completa generación más tarde, al darse cuenta de la necesidad de volver a una generación o dos después de eso y luego apresurarse a reinventarse como una nueva, por lo general sin su elegancia original. Los científicos odiaban mirar hacia atrás por cualquier cosa. Esa fue siempre una fuente de asombro para él, la devoción ciega a hacer cosas nuevas. La gente no parecía darse cuenta del borde delgado que había en la historia humana y que cada persona delante de ellos estaba en ese mismo borde, pensando que era el mundo. Si miraran hacia atrás iban a ver un paisaje bastante tendido detrás de ellos, pero la mayoría no lo hacían. El superintendente del edificio había pegado un cartel de reciclaje en la puerta de su apartamento, y le hizo reír. Había una explosión de entusiasmo por el reciclaje de vez en cuando, pero por lo general no se extendía al corazón o la mente. Se limitaba generalmente a los neumáticos o a las botellas. Él era proreciclaje, con todo el derecho. ¿Qué pasaría si la gente supiera que ellos mismos eran reciclados? ¿Cambiarían en algo? Había algunas cosas básicas que a veces deseaba poder decirle a la gente. Tal vez iba a escribir un libro de consejos algún día. Había que educar en el reciclaje y también señalar las cosas prácticas, tales como la forma en cada momento pasado de preocuparse por los accidentes de aviones comerciales o de ataques de tiburones eran un momento perdido.
Daniel nunca podía dormir cuando quería. No importaba lo cansado que estuviese. Su cerebro empezaba a fijar la vista en una dirección u otra. Por lo general, en la dirección de Charlotessville, Virgina, donde Sophia estaba llevando a 4
GW: George Washington.
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cabo su vida en paz, esperaba, una paz que no dudaba en mejorar apareciendo en el vestíbulo de su residencia, como a veces soñaba. Algún día se aproximaría de nuevo. A menudo fantaseaba con ese momento. Algún día sabría decir lo correcto para recuperar el tiempo pasado. Algún día la llamaría con una pregunta rápida o le enviaría un e-mail o anotaría casualmente un mensaje humorístico en su pared, y ella no estaría horrorizada, porque para entonces el desastre de su última reunión, estaría muy atrás. Algún día era lo que tenía, porque era mucho más difícil arruinarlo hoy en día. El sueño iba a tener que cogerlo por sorpresa si le iba a atrapar esta noche. De ahí la gran TV y el paquete de cable. Se arrastró hasta el sofá, armado con su fiel remoto. Los Lakers estaban en un play-off de la serie contra los Spurs. No era un partido decisivo esta noche, pero seguía siendo bueno para ver. Se instaló en otro episodio del show de Kobe Bryant con una cierta sensación de relajación. A su juicio, la historia de Kobe. No era un alma completamente nueva sino una joven, podía decir. Los que a menudo eran los mejores atletas. Habían existido el tiempo suficiente para ver los patrones grandes, pero no lo suficiente para ser gravados por ellos. Hubo excepciones, por supuesto. Shaq recién salido de la caja, y Tim Duncan, estaba bastante seguro, de que había estado yendo desde hace siglos. En algún lugar alrededor del final del tercer cuarto, durante un largo tramo de anuncios para coches y camiones, empezó a dormitar. Cuando la imagen cambió de nuevo al juego, sintonizó de nuevo. La cámara colgada obsequiosamente captaba a las celebridades durante unos segundos. Eso estaba bien. Eso es lo que hacían. Sus párpados comenzaron a hundirse de nuevo, cuando de repente vio algo. Se sentó. Parpadeó para despejarse y se inclinó hacia delante. Sintió un cosquilleo terrible en sus extremidades. Había un hombre justo detrás de los asientos de la cancha en la segunda fila. Era alto, con una chaqueta llamativa y un corte de cabello cuidado. Podría haber sido guapo, si la mirada de él no hubiese revuelto el estómago de Daniel. Llevaba el cuerpo rígido, como un traje caro. Estaba de perfil ahora, hablando con alguien. Miró a la cámara por sólo un segundo, pero eso fue suficiente. Daniel sintió que la adrenalina conectaba con su torrente sanguíneo tan fuerte que sentía como si sus ojos estuvieran vibrando en su cabeza. Nunca había visto a este hombre antes, pero lo conocía bien.
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Más tarde, su cuerpo se recuperó. La agitación de la primera vista, dio paso a un sentimiento de vago mareo mientras trataba de procesarlo. No era solo la visión de Joaquim o el recordatorio de su historia estremecedora. Era el hecho de que Joaquim lo recordaba, también. Después de haber gastado cientos de años tan bruscamente a solas con su propia memoria, se sentía extraño para Daniel cualquier tipo de proximidad con otra persona que conocía las cosas sobre el mundo, que aún recordara algunos de los primeros años de su vida. Si hubiera sido cualquier otra alma, hubiera sido un consuelo. Daniel pensó en la última vez que había visto a Joaquim, a simple vista en una plaza del pueblo en Hungría en los trescientos. Había aprendido ya en ese momento que Joaquim también tenía memoria, y que había estado en guardia, pero Joaquim no había mostrado ningún signo de que no se conocieran. Daniel se mantuvo esperando que fuera mucho más cercano como, su tío abuelo, su padre, su maestro, su hijo, su hermano de nuevo, como personas importantes con frecuencia. Pero a diferencia de la mayoría de las cosas que temía, no había sucedido. Al principio, si Daniel lo esperaba, era porque la misantropía de la base de su hermano le levantó la muerte durante largos períodos de tiempo. Si alguna vez hubo un alma que murió apartada, era la suya. En momentos más ligeros había imaginado a Joaquim haciendo zig-zag al azar por todo el mundo, apareciendo aquí en Yakarta, no en Yakutsk. Mucho más tarde, Daniel se enteró de que Joaquim había empezado a romper las reglas de salida y regreso. Era una idea escalofriante. Daniel no sabía cómo lo hizo, lo había aprendido de un alma mística, su viejo (muy viejo) amigo Ben, y cómo Ben llegó a conocer estas cosas nunca lo entendí. Pero Daniel podría imaginar que Joaquim no tendría mucho que esperar para su turno, o empezar de nuevo como un niño impotente. Él no iba a tolerar la impotencia de la época de la infancia otra vez. Estaba dirigida a la venganza, y no quería salir de la caza de sus enemigos al azar, a pesar de que probablemente los habría encontrado más rápido si lo hubiera hecho. Era una cosa amarga volver a verlo después de tanto tiempo. Daniel había estado tentado a pensar que el alma de Joaquim había terminado, pero por supuesto que no. Tenía mucho odio para su bien. Daniel imaginaba a Joaquim utilizando su memoria con el único propósito de llevar a cabo sus venganzas a lo largo de los siglos. ¿Quién sabía cuántos había? Era gratificante verlo en un cuerpo que no merecía. Le enfermaba pensar en cómo lo había hecho y lo que había pasado con el hombre que se lo merecía. Daniel no tenía manera de saber lo que Joaquim estaba haciendo. Pero tenía un sentido
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sombrío que era peligroso para él, y peligroso para Sophia, si alguna vez la encontraba. My Name is Memory
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Frente a la Costa de Creta, 899 A comienzos del siglo, era un remero navegando bajo la bandera del dux a bordo de un buque de la flota veneciana. Me saludaban desde el campo al este de Ravenna en ese momento, y como muchos niños en esa parte del mundo, soñaba con el mar. Los venecianos eran los mejores navegantes del mundo, o así lo creía, y tenía buenas razones para hacerlo. Me uní a mi equipo por primera vez a los quince años y navegue durante veintiún años en buques de guerra y buques mercantes hasta que nos hundimos en una tormenta frente a Gibraltar. Nosotros, los marineros esperábamos morir en el mar, así que era sólo una cuestión de cuándo. Tuve una muerte, a largo plazo, y no era una mala muerte, en comparación con muchas otras. Me he ahogado dos veces, y la segunda vez, con la novedad eliminada, difícilmente me importaba, a decir verdad. Nuestras rutas nos llevaron principalmente a Grecia y Asia Menor, Sicilia y Creta, y en ocasiones a España y a la costa Norte de África. Estos eran lugares gloriosos, especialmente cuando se acercaban al mar. Como he dicho, sigo sintiendo una nostalgia mínima, pero a medida que pasan los siglos, la brutalidad de que la vida se aleja y yo me quedo con la visión de la vela en el Gran Canal al atardecer. Fue un viaje bastante rutinario en el puerto cretense de Heraklion (o Candia, los venecianos la llamaban) del que quiero hablarles. Esto fue al principio de mi carrera. Era todavía joven y humilde en la jerarquía naval y sufrí largos turnos en los remos y más de mi parte de vigilias en la noche. De un viaje al siguiente podías ver a los mismos personajes una y otra vez, pero siempre había uno o dos nuevos. En este caso era un marinero aún más joven que yo, probablemente, de quince a dieciocho años. Me había fijado en él, no por nada de lo que dijo o hizo, sino de la ausencia de cualquiera. Mantenía la boca cerrada y hacia su trabajo con asiduidad, pero había visto que escuchaba con atención todo lo que lo rodeaba. Con él no había aburrimiento, ironía, ni descaro, ni jactancia, los elementos básicos de un marinero. Tenía los ojos grandes, inteligentes, extrañamente complejos en una cara de otra manera inocente. Se llamaba Benedetto, pero los hombres le llamaban Ben o Benno cuando gritaban
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órdenes hacia él o se burlaban, y que eran esencialmente las únicas veces que se dirigían hacia él. En los primeros turnos no intercambiamos sola palabra. Pero sentía sus ojos pesados sobre mí cuando hablaba con las otras manos. Me di cuenta de cómo escuchaba. Sobre el cuarto o quinto turno fue mi único compañero en la cubierta de proa, y estaba luchando para mantenerme despierto, así que empecé a conversar. ―Tu eres italiano, ¿no? ―le pregunté bajo en italiano vernáculo que se utilizaba en el barco. Me miró antes de responder. ―Sí. Nací al sur de Nápoles. ―País de buen vino ―le dije irrelevante. Nunca he sido bueno en una pequeña charla y nunca había estado en Nápoles, pero él parecía mudo e incómodo. Lo poco que sabía. ―Y tú eres italiano también ―dijo después de un largo silencio. ―Ravenna ―le dije con cierto orgullo. ―¿Y antes de eso? ―¿Antes de eso? ―¿De dónde vienes antes de eso? Era una pregunta extraña, y me pregunté si sospechaba que yo no era exactamente de Ravenna. Tenía más interés en el estado de aquel entonces, supongo. ―Nací tres leguas al este de la ciudad ―le dije un poco a la defensiva. Asintió. No había nada urgente o exigente a su manera. ―Pero antes de que nacieras tres leguas al este de Ravenna, ¿de dónde vienes? Me llamó la atención el silencio. Todavía recuerdo cómo los pensamientos rayaban alrededor de mi cabeza. Había vivido muchas veces para este punto. Sabía lo extraño y hasta extravagante que era. Gran parte de mi vida más profunda se realizó en la parte remota de mi mente, nunca se me ocurrió que otra persona pudiese acercarse a ella. ¿Era posible que él fuese como yo? ¿Recordaba cosas? Estaba acostumbrado a ocultar estas cosas cuando abría la boca, literalmente, no podía poner las palabras en el aire. Ben me miró con curiosidad.
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―¿Fue Constantinopla? Sé que debes haber pasado algún tiempo en esa región. ¿Tal vez eso fue antes? ¿Grecia, tal vez? Probé sus palabras de diferentes maneras. ¿Podrían tener una interpretación común? ―No he navegado a Constantinopla… en esta flota ―dije lentamente. ―No quiero decir que eres ahora, sino antes. Yo, por ejemplo, nací en Iliria antes de Nápoles, y Líbano antes de eso. Sentí que mi respiración se cortaba. Me preguntaba si estaba realmente despierto o aún con vida. A los marineros les encantaban hablar de tramos encantados en el mar, que hacían a un hombre cuerdo loco. De repente me preocupaba haber sido engañado. ―No sé qué quieres decir ―dije lentamente. Mi voz sonaba tan estirada que apenas la reconocí. Ben tenía la cara más complicada que jamás hayas visto. ―Debes ser. He conocido a unos pocos como tú… como yo… muy pocos. Y he venido a esta tierra muchas veces. Es posible que me equivoque, pero no lo creo. ―¿Al igual que tú? ―dije con cautela. ―Al igual que yo, tú recuerdas. Es raro, lo sé, que la gente recuerde más allá de su nacimiento. Con algunos se remonta sólo una vida o dos, y para otros son sólo fragmentos. Pero lo tuyo es más profundo, sospecho. Miré a mi alrededor para ver que estábamos solos. Miré a la luna y a las estrellas para estar seguro de mi relación con ellas. ―Va más allá ―le dije. Él asintió. No hubo triunfo en sus ojos. Nunca lo dudó. ―Medio milenio. ¿O más? ―Correcto. ―¿Dónde empezaste? ―Nací primero cerca de Antioquía. ―Eso tiene sentido ―dijo, mirando más allá de mi cabeza hacia el este, donde el sol apenas comenzaba su ascenso sobre el océano. ―¿Cómo es eso? Sacudió un pensamiento y reoriento sus ojos en mí.
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―Es casi el amanecer. Lo que quería decir era que nuestros reemplazos llegarían en cualquier momento. Su rostro transmitía simpatía. Podía ver que era la peor tortura para mí para poner fin a esta conversación de lo que había sido empezarla. ―¿Cómo lo supiste? ―le pregunté―. ¿Acerca de mí? ―Realmente no puedo explicarlo ―dijo. Sus ojos no eran del todo directos. No significaba ser evasivo―. Yo solo… lo sabía. Y esa fue mi introducción a las capacidades extraordinarias de Ben, y la casi imposibilidad de llegar a ellas.
Ben es muy viejo. No sé cuántos años tiene. A veces pienso que es como Vishnu, la celebración de la historia completa de la experiencia humana en su mente, pero no estoy seguro ni siquiera si él sabe cuándo empezó. Me dijo una vez que su primer recuerdo era el chapoteo del río Éufrates, pero él es más impresionista que real en este tipo de recuerdos. Si se sostiene nuestra historia en su mente, me temo que ha sido confiado a un poeta y no un historiador. ―Se trata de metáforas, finalmente, ¿no? ―me dijo una vez en su forma melancólica. ―¿Lo es? ―le pregunté, a mi manera deseosa. Es tan viejo que su memoria funciona de forma diferente a la de nadie. Incluso que la mía. Más tarde se convirtió en un fanático de Lewis Carroll. (También amaba al rey Upanishads, Aristófanes, Chaucer, Shakespeare, Tagore, Whitman, Borges, E. B. White, y Stephen King, por nombrar algunos.) Una vez, cuando lo estaba molestando acerca de cómo él sabía algo que no era posible saber, cito la siguiente línea de Carroll: ―Es un pobre tipo de memoria que sólo funciona hacia atrás. Una vez me dijo que pensaba que su nombre había sido Deborah, pero no parecía seguro de ello. Le pregunté si le gustaría que le llamara así, sabiendo lo importante que mi nombre se había convertido para mí, pero dijo que no, que no era Deborah nunca más. Ben y yo navegamos tres viajes juntos, uno tras otro, y tuve la oportunidad de hablar sobre un montón de cosas. El tercer viaje al final fue a Alejandría, que llevó a Ben una gran cantidad de observaciones divertidas y fragmentadas sobre Julio
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Cesar, Marco Antonio, y Cleopatra, así como Ptolomeo, su hermano más joven y molesto que también era su marido. Descubrí que no hacía ningún bien tratar de entender la mecánica de su pasado o su memoria de alguna manera literal. Una pregunta directa no engendra una respuesta directa ("Di la verdad, pero dila desde tu punto de vista", más adelante se convirtió en una de sus frases favoritas de Dickinson.) Pero escucharlo hablar era un festín de información extraña y fascinante. Tuvo la más soleada disposición que cualquier navegante que conocía y la más viva devoción a sus labores humildes. Nunca he visto un hombre más absorto en un nudo. Probablemente la peor experiencia de mi vida en el mar fue escuchar a Ben ser violentamente golpeando por un par de lanceros borrachos en una oscura calle de Thira. Él nunca tuvo el temperamento adecuado para un marinero. Después del tercer viaje desapareció, y pasaron cientos de años antes de que lo volviera a ver, pero primero compartimos una conversación que se ha quedado conmigo, incluso más que la mayoría. En una noche lenta a centenares de leguas frente a las Costas de Creta, empecé a hablarle de Sophia. Y una vez que comencé, no hubo mucho que me guardara. Empecé con el principio fatídico y le dije sobre cada una de nuestras reuniones. No puedo describir lo emocionante que fue para mí estar con alguien como yo, y lo poco de mí mismo que he compartido con la mayoría de la gente. Me precipité hacia atrás y adelante a través de mi larga historia sin tener que dar ninguna explicación o disculpa. Me sentí como un pianista que había sido obligado a jugar en unas pocas teclas blancas en el centro, y por último permitirle el uso arriba y abajo del teclado. Terminé mi historia con el encuentro más reciente, de mí como un niño en su casa en un acantilado pequeño en el centro de Anatolia, pero era parte de la saga que involucra a mi hermano, Joaquim, a la que Ben volvía. Me pidió que le contara esas partes una y otra vez. Me cansé de él. Quería hablar de Sophia, no de mi hermano. Pero Ben quería cada trozo de la historia, comenzando con la pelea de mi primera vida y me arrastraba por cada detalle de mi muerte a puñaladas de más de doscientos años después. Cerró los ojos como si estuviera viéndolo. ―Gracias a Dios termine ―dije finalmente―. No hay razón para pensar en él nunca más si no tengo que hacerlo. ―Era una larga vida para la gente como nosotros. El tiempo suficiente para suavizaba las tragedias. Eso es lo que pensaba en ese momento. Ben se inclinó, su frente sobre sus manos. Se balanceaba, más o menos, no sabía por qué. Era sumamente empático, lo sabía, pero esto era demasiado.
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―Ben, no es tan malo. Es una vida de muchas. ―Recuerdo haberle dicho, listo para pasar a un nuevo tema―. Avanzamos. Perdonamos y olvidamos. Por lo menos perdoné y él olvidó. Ben levantó la cabeza, finalmente. Me miró con cuidado. Estaba acostumbrado a su estilo, pero se oscureció por algo que no había visto antes. ―¿Crees que se ha olvidado? ―¿Qué quieres decir? ―Confió en que lo perdonaste, pero ¿estás seguro que él se ha olvidado? ―Estoy seguro de que se ha ido ―le dije rápidamente―. Ha estado muerto por lo menos cien años. No me he topado con él en una nueva vida hasta ahora, pero estoy seguro de que tendré el disgusto en el futuro. Esperaba que mi ligereza levantara la mirada preocupada de la cara de Ben, pero no fue así. Estaba empezando a sentirme incómodo. ―¿Qué quieres decir? ―le dije otra vez. ―¿Está seguro de que él se ha olvidado? ―Todo el mundo se olvida ―le dije, casi combativamente. ―No todo el mundo. ―No es tú o yo, sino todos los demás. ―Mire a Ben, desesperado por ver alguna luz volver a sus ojos, pero no pude encontrarla―. ¿Sabes algo? ―le dije, impaciente y frustrado―. Si sabes algo, dímelo. ―No sé, pero creo que… ―dijo Ben lentamente―. Pienso en él, y no creo que haya perdonado u olvidado. ―¿Por qué crees eso? Joaquim no dio muestras de ello. Vivió como un hombre sin historia en absoluto ―argumenté―. La memoria es rara, ¿no? En casi 500 años eres la única persona que me he encontrado con esto. Y tú, que no tienes conocimiento de él, ¿crees que es así? Creo que quería que Ben estuviese enojado conmigo, a cambio, pero no lo estaba. Quería que discutiera, pero no lo hizo. ―¿Crees que cualquiera sabe lo que tienes? ―preguntó―. ¿Crees que tu hermano sabe de ti? Me quedé con una sensación creciente de temor. Joaquim estuvo presente en los eventos catastróficos de mi primera vida. Si podía rastrear mi memoria a aquel momento, ¿por qué él no lo haría también? No sabía qué decir. No tenía argumentos para decirle a Ben. No quería pensar en lo que significaría para mí y para Sophia, dondequiera que estuviese.
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―Espero estar equivocado ―dijo Ben, sus ojos compasivos―. Pero creo que él recuerda. A menudo, a lo largo de los años, he esperado que Ben estuviese equivocado. Pero, por desgracia, hasta donde sé, nunca lo estuvo.
Cuando pienso en mis días como marinero, siempre pienso en un perro que conocí una vez en Venecia llamado Nestor. Era un perro de la calle, un perro mestizo, y yo le daba de comer entre viajes. Era un perro inteligente. Siempre lo encontraba en mi barco y me saludaba, sin importar cuánto tiempo había estado fuera. Una vez lo llevé a bordo del barco para comer ratas en un viaje en un par de puertos apestados en España, él hizo su trabajo espléndidamente. Realmente me encantaba ese perro. Él debe haber vivido hasta una edad de perro extraordinaria, porque después de mi muerte y de volver a nacer, justo en la ciudad, cuando yo tenía seis o siete años, anduve a los muelles en busca de viejos amigos. ¿A quién veo allí?, a Néstor. Era viejo y artrítico, pero sabía que era él. Y sorprendentemente, él sabía que era yo. Estoy seguro de ello. Me olió. Movió la cola con tanta fuerza que pensé que podría salírsele. Me lamió, jugó conmigo, pidió golosinas en las mismas viejas formas. Esa fue una de las experiencias más felices de mi larga vida. Me sentí como un Ulises en miniatura, recordado por alguien en el pasado. A veces me encuentro a mí mismo deseando que los perros vivieran tanto como las personas. Creo que mi vida sería mucho menos solitaria. Pero Néstor murió no mucho después de eso. Fui a los muelles a menudo como me crié en esa vida, con la esperanza que podría ver Nestor en su nuevo cuerpo, como un perro nuevo, joven. Pero nunca fui capaz de identificarlo. Por ahora sé que los perros, como la mayoría de los animales, no tienen alma individualizada. Ellos tienen un alma grupal, si bien se puede llamar así. Las abejas y las hormigas hacen un buen ejemplo de la idea. Ellos llevan la sabiduría de su clase con ellos, que es un privilegio que no tenemos. Pero hace casi imposible reconocerlos de vida en vida. A veces pienso, y Carl Jung, probablemente estaría de acuerdo, que una primera versión del hombre, tal vez el Australopithecus o Neandertal, tuviese una especie de alma grupal. Creo que la verdadera ascensión del hombre, el momento en que los seres humanos divididos de manera irrevocable de los simios y otros semejantes, se produjo con el nacimiento del alma distinta en primer lugar. Y mucha infelicidad produjo.
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Charlottesville, Virginia, 2006 Él sólo estaba medio a bordo con su plan, pero seguiría de todos modos. Temía verla. Esperaba verla. La esperanza era lo que elegías que pasara, y el miedo era lo que elegías que no y muchas veces también con él se ponían borrosos. Desde que había visto en la televisión a Joaquim había estado constantemente pensando en Sophia. Siempre lo hacía por supuesto, pero ahora pensaba en su seguridad. En los últimos dos años le había seguido la pista a distancia, muy consciente de su paradero, pero retrasando su reacercamiento, con miedo de acercarse demasiado y causar más daño. Ahora tenía que ver con sus propios ojos que estaba bien. Uno de sus peores temores era que de alguna manera Joaquim la encontrara y le hiciera daño. Otro de sus peores temores era que Joaquim de alguna manera encontrara a Daniel y este sin saberlo guiaría a Joaquim hasta ella. Daniel se debatía entre esas dos cosas, el deseo de protegerla (y, sin duda, estar cerca de ella) y el temor de que su presencia la pondría en mayor riesgo. Al parecer la crueldad de Joaquim forzaba a algunas limitaciones. Él tenía una versión de la memoria emparejada con una profunda naturaleza rencorosa, pero no podía reconocer un alma de un cuerpo en otro. “No puede ver dentro de las personas”, fue como lo expresó Ben. Pero su crueldad también le ofrece ventajas a Joaquim, el robo de cuerpos por ejemplo, y Daniel tenía la inquietante sensación de que Joaquim estaba reuniendo estas ventajas con el tiempo. Daniel estacionó cerca del hospital y caminó por el césped a la rotonda con un sentimiento de admiración. El lugar era viejo para los estándares de este país y llevaba el sello de una mente maestra. Deseó haber estado en el Nuevo Mundo en la época de Thomas Jefferson. Era uno de sus períodos favoritos de la historia, pero había estado gastando una corta vida extraña en Dinamarca en ese momento. La mayor parte de sus vidas sugerían una herencia global y alguna marca de identificación de su voluntad, pero de vez en cuando se encontraba en un lugar como Dinamarca, entre extraños. Había estudiado y leído ampliamente la obra de Jefferson. Incluso creyó reconocer al hombre una vez, en 1961, en una Cabalgata de Libertad a Oxford, Mississippi. Daniel le había comprado un té helado y una bolsa de melocotones en un puesto de carretera. El hombre se presentó como Noah. Estaba viejo y cansado,
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trabajando la misma tierra, le dijo a Daniel, donde su abuelo había sido un esclavo y su padre un aparcero. Daniel no podía estar seguro de que era Jefferson, porque nunca había visto al gran hombre en persona. Lo había conocido sólo a partir de dibujos y retratos, que no eran del todo fiables para distinguir un alma, aunque eran mucho mejores que las fotografías. Pero Daniel lo sintió fuertemente y de manera intuitiva. Aún se podía ver un poco de su calidad en los ojos de Noah. Noah era un alma cansada en ese momento. Probablemente era la última de sus vidas, Daniel adivinó, la última curva de su notable existencia. Tuvo mucho sentido para Daniel que como el amante de Sally Hemings y ambivalente propietario de esclavos, Jefferson podría volver como un hombre negro antes de que su círculo se cerrara. Noah nunca habría adivinado quién había sido una vez. Y a pesar de que Daniel había estado tentado de mencionarlo, no lo hizo. Era una extraña fuente de soledad, saber cosas sobre la gente que ellos no conocían de sí mismos. Daniel sintió una gota de sudor bajar por su columna vertebral. El aire era tan húmedo que podrías olerlo, escucharlo, tocarlo, verlo y casi masticarlo. Odiaba sentir el sudor empapando su mejor camisa, la camisa de lino blanco que ella le había dado casi noventa años antes, cuando era Constance. Había pertenecido a su abuelo, el vizconde. Mantuvo esta camisa de una vida a la otra entre sus cosas más preciadas, y la usaba sólo en raras ocasiones porque quería conservarla. Cuando se la había dado, era demasiado grande para él y pensó que el vizconde era un gigante, pero había crecido tanto en esta vida que apenas cabía. Nunca había sido tan alto como lo era en esta vida. Se había puesto la camiseta hoy porque le encantaba y porque pensaba que, a pesar de que esté un poco estirada, se veía bien en él. (Era raramente vano, pero su cuerpo tenía veintiún años, y de vez en cuando le llegaba.) Sin embargo, la razón principal por la que la llevaba era porque esperaba que, irracionalmente, pudiera recordarle lo que él significó para ella una vez. Todos estos años después, podía oler su viejo sudor y fiebre, y el olor de la enorme casa antigua donde una vez había vivido, el pulimento, cera y un ligero olor a antiséptico de hospital. Y en algún lugar anidado en todo eso estaba el más elemental y frágil rastro de ella. No sólo una representación de ella, sino ella. Por eso era que realmente le gustaba esta camisa. Daniel sospechaba que su olor era solo el único sentido extraordinario en este cuerpo. Su propia versión de un súper poder. Era el Hombre Olfato, o tal vez La Nariz. Sus oídos no eran extraordinarios. Conocía a muchas canciones y podía tocar unos cuantos instrumentos, pero eso no significaba que su audición estaba siempre muy bien. Había sido buena y excelente incluso en algunos cuerpos y frustrantemente mala en otros. Solía pensar que con el tiempo se podría abrumar los límites de su cuerpo con pura voluntad y experiencia, pero no funcionó de esa
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manera. De hecho, con el tiempo se convenció más de la simple biología del talento. Había regalos que sólo un cuerpo podía ofrecer y un gran oído para la música era una de ellas. Sus ojos no eran extraordinarios. Podía identificar un gran número de cosas al verlas, pero eso era sólo porque había visto tanto de la superficie de la tierra en tantas condiciones atmosféricas. Había sido marinero en más de una vida, arrastrándose sobre el agua de la tierra, minuto a minuto, en esos lugares donde el tiempo tenía el menor efecto. Pero sus ojos no eran siempre muy astutos. Había sido un artista verdaderamente bueno sólo dos veces. Un buen ojo era otra cosa que no podías llevar contigo. El tacto era un sentido rudimentario, no muy variable y no es probable que mejore con las repeticiones. En todo caso la repetición te hace sentir un poco menos con cada toque. A su juicio, la anticipación y el hábito eran dos de los peores parásitos de las almas antiguas y una larga experiencia. Se alimentaban de la repetición y llenaban tus sentidos ávidos con el tiempo hasta que no sentías nada nuevo nunca más. Había cosas que él deseaba poder tocar por primera vez de nuevo. El olfato y el gusto, por supuesto, eran hermanas. Más como hermanas siamesas, con la primera que tiene la mayoría de los órganos, incluyendo el cerebro. La segunda hermana fue construida para el placer y la ocasional advertencia amarga. Pero era el olfato lo que guarda la memoria. Había hecho suficiente trabajo en neurología e incluso había leído recientemente de neurociencia para conocer cómo de simplista era su concepto, pero todavía era así cómo pensaba en ello. El olfato era como el agujero de gusano que te conecta con las otras partes de tu vida. Recuerdos de aromas no se desvanecen, y entran en cortocircuito con toda tu psicología, no hacen un túnel a través de la experiencia sin fin o se cargan por alguna parte de tu mente consciente. Se cosen inmediatamente y por completo a tus otras ocasiones, sin tener en cuenta la secuencia. Era lo más parecido en esta tierra a viajar en el tiempo. Si tuviera que señalar un lugar para explicar sus habilidades inusuales, probablemente sería a su nariz. Había tenido muchas de ellas a través de los siglos, y su don del olfato se quedó con él a través de todas. Caminó por la calle Alderman, más allá del estadio y hacia los dormitorios en la Universidad Hereford, donde ella vivía. Aquí era donde podría verla. Este era el lugar donde vivía y andaba. Su montaje de adrenalina le dio a cada uno de los sonidos un impulso adicional. El zumbido de un cortacésped. El movimiento de los árboles. Los camiones en una carretera fuera de su vista. Este era su lugar, y mientras más se acercaba a Whyburn House, más se imaginaba que estaba lleno de
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ella. Su acera, su polen, su cielo. Las personas en dirección a su edificio, todos llevaban su rostro por lo menos durante un momento. Notó que era difícil para él imaginar cómo era ahora. Tendía a imaginarla como Sophia y luego dejar que su imagen evolucionara en su mente como en las fotografías sin movimiento. Pero se quedó como en una especie de amalgama, disolviéndose y resolviéndose a través de diferentes versiones. Era difícil aferrarse a como se vería ahora si la veía en la acera. Su cuerpo era más pequeño esta vez, pensó, sus huesos más ligeros y más suaves. La última vez, como una anciana, había tenido pecas, venas y manchas en las manos y ahora estaba limpia de nuevo. Pensó en la primera vez que la vio en esta vida, en la acera con Marnie cuando tenía quince años y usaba esos pantalones cortos. Estaba tan radiante como si hubiera sido elegida por el sol. Eso fue antes de que él se mudara a Hopewood, antes de que ella supiera de él en absoluto. Pensó en el momento en que la había visto en el taller de cerámica un par de meses después de haber llegado a la escuela. No tenía la intención de acosarla. Había ido al edificio de arte para registrase para una clase de grabado, y cuando no pudo encontrar al maestro había paseado por el lugar. Estaba de pie en el anexo entre dos estudios cuando se dio cuenta de que la figura solitaria en la mesa de alfarería era ella. Quería decir algo y no quedarse ahí parado, pero se paralizó al verla y para el momento en que pensó otra vez había dejado que pasara demasiado tiempo. Ella no levantó la vista. Eso fue en parte lo que causó su trance paralítico. Su pie instaba la mesa de trabajo, la arcilla giraba en un montículo cambiante, sus manos se movían con una simetría hipnótica, el sol se filtraba a través de las ventanas sucias y sus ojos estaban enfocados en algo que no podía ver. Tenía barro hasta los codos y en toda la camisa y manchas del mismo en la cara y el cabello. Le llamó la atención lo mucho que estaba absorta en el momento y por la impotencia de no poder alcanzarla allí. Le llamó la atención la admiración por el terrible estado de su camisa. Recordó la noche en la escuela secundaria y a ella en el vestido púrpura claro con las pequeñas flores púrpuras en el cabello. Su sangre se precipitó abajo y arriba mientras sentía sus manos aferrándose a ella. Era ciertamente tan hermosa como siempre en este momento. Tal vez fue sólo sus ojos, pero su sonrisa era una revelación. Aunque los niños de corta edad son un poco homogéneos, la gente presiona sus almas en sus rostros y cuerpos bastante rápidamente en una vida, y más y más profundamente a medida que envejecen. Un alma amorosa siempre era más hermosa a largo plazo, pero la belleza real era fugaz. Solía pensar que la justicia dictaría una conservación de la belleza física durante la vida de un alma,
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pero no funciona de esa manera. La equidad resultó ser una construcción humana y el universo hacía poco uso de ella. Sophia tenía más que su parte de belleza. Y hoy en día. ¿Qué haría si la veía? Era una fantasía que había jugado de varias maneras diferentes. ¿Se detendría y lo conocería? Si no lo hacía, ¿la detendría? ¿Qué iba a decir? ¿Sería suficiente con verla? Se dijo que lo sería. Sólo quería verla y saber que su vida marchaba bajo el mismo arco de tiempo y espacio que la suya. Sería incluso un consuelo, casi un tipo de intimidad. ¿Estaba mal que eso pudiera contar como intimidad? Vivía con Marnie en el tercer piso de Whyburn House. Había hecho la investigación para saber eso y nada más. Si se enteraba de más se sentiría como un acosador, pero si encontraba muy poco vagaría como un idiota. No quería inclinar el conocimiento demasiado en su dirección. No quería más desigualdad entre ellos. Mayormente no quería saber y sorprenderse. Una parte triste de él quería que fuera como un chico normal conociendo a una chica y enamorándose. Ella vivió en este edificio de ladrillo rojo. Sus puertas dobles de cristal, su piso revestido con antideslizante. Su ranura para el correo. Uno de ellos tenía que ser. Se podía sentir el gigante sistema de aire acondicionado luchando su batalla para llegar a ella. Había vivido en un dormitorio una vez, pero no podía acostumbrarse a ello. No tienen la funcionalidad de un cuartel o un monasterio, por ejemplo. Tenía la suave sensación de la ingeniería social arbitraria y coercitiva. Y éste estaba prácticamente vacío, lo que subraya la impresión. Saludó al guardia en la recepción y echó un vistazo a la hoja de registro. Tenía un nombre, no el de ella. ―Identificación, por favor ―dijo el guardia. ―¿Cómo? El guardia bajó su zumbante radio. Su placa decía que su nombre era Claude Valbrun. ―Tienes que mostrar una identificación si no eres residente y no eres residente, ya que si lo fueras, te conocería. ―Él no era ni un poco hostil. Lo dijo con evidente orgullo. Nervioso, Daniel sacó su licencia de conducir. ―Yo-yo-no, yo no estaba pensando entrar en el edificio ―explicó. ―Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? Daniel se detuvo. Era una buena pregunta, y no podía responder. El guardia señaló el teléfono en la pared frente a su escritorio.
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―Incluso si sólo quieres usar el teléfono de la casa, todavía necesitas firmar. ¿Quería usar ese teléfono? ¿Podría simplemente tomarlo y llamarla? No sabía cómo llamarla. ¿Debería pedir su número? ¿Se lo daría Claude Valbrun? Y de todos modos, ¿qué estaba pensando? ―Estás buscando a alguien ―le informó el guardia con simpatía. Daniel asintió. ―¿Quién? ―Quería ayudar a Daniel. Daniel sintió como si estuviera en terapia. ¿Debería decirle? No pudo evitarlo. Iba a llamarla Sophia antes de detenerse. ―Lucy Broward. ―Oh. Lucy. ―Sonrió―. Con el cabello largo. La Lucy del tercer piso. Me gusta esa chica. Daniel se encontró asintiendo con entusiasmo. ―Ella me dio chocolates en Navidad, y una pequeña planta con flores de color rojo para mi esposa. ¿Cuál era el nombre de esa planta? ―Cerró un ojo para ayudarse a pensar―. Mi memoria es buena para algunas cosas y otras no. ―Cerró el otro ojo―. ¿Cuál era el nombre de ella? Mi esposa lo sabía. ―No lo sé ―dijo Daniel con honestidad―. ¿Flor de Pascua? ―Deseaba que pudieran seguir adelante con ello. Él abrió los dos ojos. ―Hmm. No. Comienza con una C, creo. O una G. Cuando te vayas, voy a pensar en ello. De todos modos, Lucy se ha ido. ―¿En serio? ―Su esperanza cayó tan lejos y rápido que tuvo que darse cuenta de lo alto que la había construido. No podía mantener la decepción de su cara. ―Por supuesto. La mayoría de ellos se van. El cuatro de mayo fue el último día de clases. Es tranquilo aquí hasta que los estudiantes de verano empiezan a llegar después del cuatro de julio. ―¿Se ha ido por el verano? ¿No va a estar de vuelta aquí? ―¿Él realmente pensaba que iba a verla así como así? ―Ella y esa amiga alta se mudaron al final de la semana pasada. ―¿Marnie? ―Así es. Marnie.
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―No sé dónde va a vivir el año que viene. Podría estar aquí. Podría ser en otro lugar. Daniel asintió con tristeza. ¿Quién sabe si incluso regresaría a este campus? ¿Y qué si hizo un programa de intercambio o algo así? No la encontraría en absoluto. Claude parecía realmente lamentarse por él cuando le devolvió su licencia de conducir. Tanto es así que fue vergonzoso. ―Me parece que el año escolar termina más pronto cada año ―dijo Claude filosóficamente, moviendo la cabeza de un modo que le dio a Daniel una sensación de parentesco. Aquí el hombre se sienta mirándolos pasar, año tras año, cada vez más jóvenes y más lejos de él. Ahora era el momento para que Daniel pusiera su identificación de vuelta en su cartera y diera la vuelta y saliera por la puerta. Ahora, de repente, no quería irse. Quería quedarse aquí con este buen hombre al que le gusta Sophia. Quería que Claude volviera a tratar de recordar el nombre de la flor. Daniel se sentía como si estuviera en un juego de caliente-frío. Este edificio no estaba tan caliente como esperaba ―no contenía a Sophia― pero era mucho más caliente de lo que sería una vez saliera al exterior, donde el camino sería puramente frío otra vez. Puso su identificación de vuelta en su billetera y su billetera en el bolsillo, pero no se volvió para irse. ―¿Para qué tipo de cosas es buena tu memoria? ―preguntó, tratando de sonar conversacional y alegre. Claude se encogió de hombros. Parecía feliz de tener compañía. ―Rostros. Y nombres.
Tres cervezas hicieron que Daniel se sintiera optimista. Tal vez ella se alojaba en Charlottesville por el verano. Tal vez consiguió un trabajo aquí y se trasladó fuera de la escuela durante unos meses. Tal vez era mesera o usaba una de esas camisetas de Genio, trabajando en la tienda de Apple. Tal vez caminaría a este mismo bar si se sentaba aquí lo suficiente. ―Otra ―le dijo al camarero, levantando su copa. Le tomó varios intentos más llamar la atención de la persona. El camarero era lo suficientemente demandado
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que se había vuelto repentinamente sordo y había perdido su visión periférica al mismo tiempo. ―Gracias ―dijo cuando su cuarta Bass Ale finalmente llegó, sabiendo la inutilidad de sus quizá. Sabía que podría tener cinco o diez o cincuenta cervezas Bass Ale y ella no entraría por aquí. Ella no era de la clase de familia donde alquila un apartamento y pretende ganar dinero. Ella era de la clase de familia que se muda de casa y, de hecho gana dinero. Había visto a dos chicas de su escuela secundaria, ya una pasó en la acera y otra derramó sus pechos sobre la mesa en la esquina, y tristemente no eran ella. Nada de esto era remotamente ella nunca más, y cuanto más bebía, más lejos parecía. Probablemente, era para mejor. ¿Qué bien le hacía? Pero él sólo quería verla. Eso lo dejaría satisfecho. Eso es todo lo que había venido a buscar. Lamentó llevar su mejor camisa y haberse mirado en el espejo por la mañana con tanto placer y esperanza. ¿En qué pensaba? Deseó tener una camisa para cambiarse. El olor del nuevo bar, su nuevo sudor y el perfume emitido por esa chica en la esquina podría entrar en la tela y abrumar el precioso pedacito de ella que quedaba en él. Odiaba ese pensamiento. El hombre sentado a su derecha tenía papada, zapatos de fútbol y estaba emborrachándose a una velocidad mayor que él. Había algo familiar y poco atractivo en él, algo que Daniel no tuvo tentación de perseguir. El quinto Bass llegó al mismo tiempo que la chica de la mesa de la esquina y se sentó en el taburete a su izquierda. Se olvidó de que ella le podría recordar hasta que ella lo recordó. ―Tú fuiste a Hopewood, ¿verdad? ―preguntó. ―Por un tiempo. ―Tenía los dientes muy blancos. La gente siempre tiene unos dientes muy blancos en estos días. ―Me acuerdo de ti. Eras… ―Ella tenía una mirada llena, como si el vodka estuviera tratando de hacer la conversación y ella estuviera tratando de detenerlo―. No importa ―dijo con picardía. Mantuvo los ojos fijos en el norte de su cuello. ―Está bien ―dijo, a pesar de que sin duda quería que la engatusara. ―¿Vas aquí? ―preguntó. Recordó que ella había estado en una especie de escuadrón en la escuela secundaria. Él podría imaginarla en uno de esos trajes con las faldas plisadas muy cortas, siendo constantemente puesta al revés. ―¿Ir a la escuela aquí? No. ¿Y tú? ―Sí. Pronto pasaré a tercer año.
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Sin duda conocía a Sophia. Ella comenzó a emitir un pequeño resplandor de asociación con Sophia. Se resistió a preguntar. ―¿En dónde vas? Tomó un largo trago de cerveza. ―En ninguna parte. Trabajo. ―No tenía ganas de decir nada cierto. Este embotó un poco el interés en sus ojos. O al menos lo cambió. ―¿Todavía ves a gente de Hopewood? ―preguntó. ―No. ―Él tomó otro sorbo. Hacía calor en este lugar―. ¿Y tú? ―Sí. Mucho. Como nueve personas de nuestra clase están aquí. Él asintió. Su resplandor se intensificó un poco. Le compró otro vodka con tónica en la fuerza de la misma. ―¿Puedo decirte algo? Él cedió. ―Muy bien. ―Pensamos que habías muerto. ―¿Ah, sí? ―Alguien te vio saltar de un puente. Intentó no hacer una mueca visible. No era su mejor recuerdo. ―Supongo que se equivocaron. Ella asintió y dio un sorbo a su bebida. ―Es bueno que no estés muerto. ―Hey, gracias. Ella se inclinó y le dio un beso justo al lado de la boca. Sintió la ligera humedad de saliva y sudor que había dejado en su piel. ―Entonces, ¿a quién sigues viendo? ―preguntó. ―¿De nuestra clase? ―Sus brazaletes tintineaban con cada gesto. ―Sí. Esperó a través de la lista hasta que llegó a Marnie, la amiga de Lucy. ―Creo que me acuerdo de ella. ―Chica extraña. ¿Con cabello negro y rubio?
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―Ella era amiga de… ―Se sintió estúpido pretendiendo buscar el nombre de la persona más importante en el mundo para él. ―¿Quién? ―Ella lo miró con una mirada que le hizo sentir transparente―. Te refieres a Lucy, ¿verdad? ―Su voz era plana. Hambriento como estaba de oír una cosa sobre ella, que era un traficante de drogas, un travesti, la que usaba el bastón en la banda, cualquier cosa, siempre y cuando ella estuviera en su mundo, esto era demasiado estúpido. Se puso en pie. ―Tengo que mear ―murmuró. Puso un billete de veinte para cubrir el resto de su ficha. ―Apuesto a que no te acuerdas de mi nombre, ¿verdad? Él siguió moviéndose. ―Espera ―dijo ella. Ella tintineo un poco más cuando se apoderó de su muñeca―. ¿Qué vas a hacer después de esto? ―Me iré. Volveré al norte. ―Sin embargo, espera ―ella dijo―. Hay una fiesta en casa de Deke. Ven conmigo. Su estúpida mente reptiliana se preguntó si Sophia podría estar allí. ―No. Tengo que irme. ―Podía oír la quinta y sexta cerveza en su voz. Tenía que volver a su coche y dormir hasta que no estuviera borracho. ―¿Estás seguro? Te voy a pedir otra cerveza, y entonces puedes decidir. Negó con la cabeza. Si tomaba otra cerveza no sería capaz de mantener su mirada fuera de su blusa. Y si tomaba otra después de eso, probablemente volvería a su dormitorio y rodaría sobre la cama doble con ella y le quitaría la ropa con los ojos cerrados, ya que no sería a ella a quien se estuviera imaginando. Lo había hecho antes y nunca se sintió bien después. Era probablemente un especialista de economía, o tal vez de ciencias políticas, y tal vez ella hacía margaritas geniales y amaba a su padre y podría dar un derechazo y quién sabe qué más, pero también era el tipo de chica que era llamada por el nombre de otra chica en el momento importante. ―Es Ashley ―le gritó a su espalda. Orinó unas cuantas cervezas, y cuando salió se dio cuenta de que su taburete había sido tomado por el hombre muy borracho con los tacos, que se apoyaba directamente en el escote de Ashley. Sus modales habían cambiado. ―¿Cuál es su problema? ―le escuchó decir a ella cuando el tipo se inclinó tanto desde su taburete que comenzó a caerse. El hombre se aferraba a ella con
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ambas manos cuando ella lo empujó fuera de su taburete y este se tambaleó y se estrelló contra el suelo. Ashley se puso de pie y se alejó. ―¡Perra estúpida! ―El tipo la llamó, levantándose trabajosamente―. Ven aquí. Trae tus tetas de vuelta aquí. ―Sus palabras fueron una suspensión de saliva y ginebra. Daniel se dirigió de nuevo a la barra. Se puso de pie delante del hombre mientras Ashley recogía sus cosas. El tipo se volvió hacia Daniel. ―¿Qué carajo te pasa? Daniel miró, perdiendo lo poco divertido que había en su embriaguez. Miró detenidamente los ojos del hombre, las cejas, los hombros, las orejas y las juntó. Le vino a la mente una cara en un bar no muy diferente a éste. Pero en el invierno en… en algún lugar. Frío. Debe haber sido en San Louis. La cara tenía cera, grasoso lápiz labial rojo, al igual al que las chicas solían llevar en ese entonces. Un vestido de flores con un par de terribles rellenos arrastrándose fuera de la línea del cuello. Ella le había dicho que era modelo y le mostró una foto. Era un anuncio de un concesionario de automóviles local. Oldsmobile, tal vez. Recordaba mucho culo y pierna, y no mucha cara. Ella estaba muy orgullosa de esa foto. Había oído que era un interno en el periódico de su padre y lo había llamado todos los días durante un mes. ―Quiero ser famosa ―le dijo. No digas nada, se aconsejó a sí mismo. ―Te conozco ―dijo. ―La mierda si lo haces. ―Lo hago. Ida. Definitivamente sí. No has cambiado. Bebes demasiado. El tipo estaba tratando de decidir si darle un puñetazo. ―Te gusta posar para las fotos. Estoy seguro de que todavía lo haces. Todavía te gusta tu ropa interior y los zapatos. Encaje, tacones altos y todo. Sin embargo, son difíciles de encontrar en tu tamaño, ¿no es así? Ahora el camarero estaba escuchando y Ashley había flotado hacia ellos para escuchar. Ida había sido menos borracha, podría haber cubierto su asombro y su incomodidad mejor. Daniel se sintió particularmente honrado sabiendo que tenía razón. Estas eran cosas fáciles que contar acerca de una persona. Si has cambiado el género de una vida a otra, casi siempre significa que vives en una cierta confusión en el medio. Y el exhibicionismo era el tipo de capricho neurótico que perseguía a una persona de una vida a otra.
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―La mierda si lo haces ―dijo el tipo de nuevo, pero se había encogido visiblemente. El bar estaba tranquilo cuando Daniel se fue. Estaba avergonzado de sí mismo. Estaba decepcionado y cansado. Solía hacer ese tipo de cosas. Había castigado a la gente con los secretos y vulnerabilidades que no comprendían. Pero se detuvo hace muchas vidas. Ellos olvidarían el castigo, con el tiempo, pero él lo llevaría con él. En su última vida, cuando tenía siete años, había conocido a un hombre en la oficina de su tío, que estaba atormentado por su necesidad de que su pierna sana fuera amputada por encima de la rodilla. Naturalmente todo el mundo pensó que el hombre había perdido la razón, incluyendo el hombre en sí mismo, y ningún médico realizaría la cirugía. Pero Daniel lo recordó de antes y comprendió. No todo, pero sólo un poco. Recordó que había sido un soldado y que había perdido una pierna en el Somme, cuando tenía diecisiete años. Daniel le dijo todo lo que recordaba. Pero eso no fue un castigo o retribución. Eso fue misericordia. My Name is Memory
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Charlottesville, Virginia, 2006 Lucy estaba sola en su dormitorio un temprano viernes por la tarde en Octubre, cuando el teléfono del departamento sonó desde el vestíbulo. ―¿Es Lucy? ―Sí. ―Hola. Es Alexander. ―¿Alexander? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás abajo? ―Sí. ¿Puedo subir? ―Marnie no está aquí. Está en Blacksburg hasta mañana. ―¿Puedo subir de todos modos? Lucy miró el reloj. Miró a su pijama. Había estado planeando una noche en su cama con Emily Bronte, pero no podría saber exactamente cuánto estaría el hermanito de Marnie. ―Está bien. Dame un par de minutos para vestirme. Él no le dio un par de minutos. Ya llamaba a la puerta en un minuto. Dejo que la esperara. Cuando abrió la puerta, la derribo casi en un abrazo. ―¿Qué estás haciendo aquí? ―le preguntó de nuevo cuando se soltó de él. ―Estoy visitando la universidad. ―¿En serio? ¿Ya eres un senior? ―Sí, soy un senior ya. ―Podría haber mirado herido si era capaz de ello―. Voy a tener dieciocho en enero. ―¿Sabe Marnie que estás aquí? Se encogió de hombros. ―Podría habérselo dicho. Estoy bastante seguro que lo hice. ―Bueno, eso es gracioso, porque no me lo mencionó a mí, y también se fue a Blacksburg.
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Él se encogió de hombros sin verse ni un poco herido. Había conocido a Alexander desde que era un bebé, y era probablemente el más bien intencionado y el menos concienzudo que conocía. ―¿Me puedo quedar todos modos? Tenía una sonrisa absurdamente atractiva, que tenía siempre. ―¿Tus padres saben que estás aquí? ―Claro ―dijo, como si nada. Ella se echó a reír a pesar de sí misma. ―Bueno, supongo que te puedes quedar. ―Había apenas terminado la frase cuando él había lanzado la bolsa en el suelo y saltado sobre la cama de Marnie y se recostó en ella. ―Has crecido más ―dijo ella Él asintió. ―Tú sigues igual. ―Tu cabello está más largo. ―Él tenía un cabello maravilloso, rizado, de color arena. Ella y Marnie utilizaban el mismo estilo de cuando era pequeño y que podría conseguir que se quedara quieto. Se levantó y se acercó a la pecera de Sawmill. ―¿Aún tienes esa serpiente? ―preguntó con incredulidad. Lucy suspiró. A este ritmo va a vivir más que Dana. ―Sí, ¿la quieres? Alexander se rió. ―Vamos a salir. ¿Hay alguna fiesta? ¿Podemos ir a un bar de la universidad? Traje mi identificación falsa ―dijo con entusiasmo. Lucy echó una mirada de deseo a Cumbres borrascosas. Llovía y hacía frío afuera pero sentía una obligación de hermana-mayor para mostrarle a Alexandro los tipos de experiencia de la universidad que había sido sin duda una de sus fantasías.
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Dos fiestas, un bar, un pub y después, Lucy estaba cansada y muy borracha. A Alexander le encantaba bailar, por lo que había bailado. Vio cómo muchas de las chicas lo miraban, y se encontró apreciándolo de una manera nueva. Dos años y medio parecían una diferencia más grande cuando ella tenía diez años o incluso dieciséis. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué diría Marnie si supiese que Lucy estaba pensando en su hermano menor de esa manera? Esperaba que él no pensara que era una cita ni nada. Había tratado de animarlo a bailar con otras chicas, pero no había querido. ―Tengo hambre ―declaró Alexander, poniendo su brazo alrededor de ella en una manera un poco descuidada. Era unos treinta centímetros más alto que ella. Él hubiera querido abrazarla y moler la pista de baile toda la noche. Ella estaba acostumbrada a la sensación de su cuerpo, y no tenía ganas de pensar en otra cosa. No había ningún hueso extraño en él. ―Yo también. ¿Quieres obtener una rebanada? ―¡Dios, sí! Caminaron bajo la lluvia a un lugar en West Main Street. Las luces brillantes en el interior la hacían sentirse un poco más borracha. Alexander valientemente saco su billetera y pago por tres rebanadas de pizza, una para ella y dos para él. En el exterior, se sentaron en el banco y las comieron como si se murieran de hambre. Lucy no tenía fría ya, pero su suéter olía como perro mojado. ―¿Te acuerdas cuando Marnie y yo te hicimos una cola de caballos y minimoños en todo tu cabello? Se echó a reír. ―¿Te acuerdas cuando Dorsey se comió tu pastel de cumpleaños? ―¿Te acuerdas de cuando Tyler se orinó en tu Mountain Dew? Él asintió. ―Cuando me entregó la lata estaba caliente. Eso es lo que me hizo sospechar. ―Mordió la pizza―. ¿Te acuerdas de cuando cuidabas de mí y me hiciste panqueques con frambuesas en ellos para la cena? ―¿Yo hice eso? ―Ponías frambuesas en todo. ―No, quiero decir, ¿cuide de ti?
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―Marnie se suponía que también, pero ella se iba con un chico y tú la cubrías. ―Creo que lo recuerdo. ¿No estabas un poco grande para una niñera? ―Sí. Tenía catorce años. Fue porque mis padres habían ido a un hotel por su aniversario. ―Ellos fueron a la Greenbrier el fin de semana. Me acuerdo de eso. ―¿Puedo confesar algo? ―Por la mirada en su rostro, no estaba segura de lo que iba a decir―. Subí a un lado de tu casa y te observe entrar a la ducha. ―Me miro más contento consigo mismo que culpable. ―Alexander. ―Lo siento. ―No parecía sentirlo. Ella sintió que su cara se calentaba. ―No puedo creer que hayas hecho eso. ―Fue un error ―dijo―. Pero valió la pena. Ella le dio un puñetazo en el estómago. Él se estaba riendo. ―Lo fue. Lo haría de nuevo. Ella trató de golpearlo de nuevo, pero él la agarró por los brazos y comenzó su lucha. Antes de que pudiera golpearlo la estaba besando. ―Alexander, detente ―dijo, riendo, tratando de alejarse. La besó más. ―¿Por qué? No quiero parar. ―Eres el hermano menor de Marnie. Soy demasiado mayor para ti. ―No quería que se detuviera, y él parecía saberlo. La lluvia comenzó a ser más fuerte, él le agarró la mano. ―Volvamos a la habitación ―dijo. Fuera de la sartén, se dio cuenta, ya que corrían por las calles de nuevo a Whyburn House. No había querido ir tan lejos en la realización de sus fantasías de la universidad. No hagas esto, se ordenó. Se recordó a sí misma ser la gran hermana. ―Es tarde, vamos a la cama. Camas diferentes ―aclaró cuando dio la vuelta la llave en la puerta de su habitación―. ¿De acuerdo? ―Miró hacia él. ¿Estaba sonriendo?
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Se fue en paz el tiempo suficiente para secarse e ir al baño, cepillarse los dientes, y se puso un pijama de franela poco sexy. Cuando volvió a la habitación él estaba descansando en la cama de Marnie con un par de calzoncillo, como si estuviera en su casa. ―Estoy apagando la luz. Permanece en ese lado de la habitación o vas a tener que dormir en el pasillo, ¿entendido? ―Apagó la luz y se cubrió. ―No hablas en serio ―dijo con tristeza. No, en absoluto, pensó. ―Sí, lo hago ―dijo. Ella estaba allí en la oscuridad. Apenas podía respirar, y mucho menos dormir. Seguía viendo cómo era su torso justo antes de que apagara la luz. Era como si hubiera sido grabado en su retina. Él comenzó a tararear algo. ¿Cuál era su problema? Él era joven. Era el hermano pequeño de Marnie. ¿Qué estaba esperando? Ahí estaba él, presentado en toda su gloria como en una concha de almeja, y ¿ella trataba de conciliar el sueño? Daniel se había ido. Nunca fue una buena excusa, y desde luego ya no. Daniel siempre había sido una idea, una categoría en la que nadie más entraba. Alexander pertenecía a una categoría diferente. Pero Alexander era la categoría donde su vida realmente tuvo lugar. Alexander estaba aquí y su boca estaba caliente y lo quería en su cama de una manera que no parecía implicar ninguna idea en absoluto. ―¿Oye, Alexander? ―susurró. Su cabeza apareció. ―¿Sí? ―Ven aquí. Llegó a su cama como si se hubiera tirado de una catapulta. En una fracción de segundo estaba debajo de sus frazadas, besándola, envolviéndose alrededor de ella. No puedo creer que esté haciendo esto. ―Si Marnie alguna vez se entera, te mato ―susurró mientras se arrastraba por debajo de la sábana. No era tal vez lo más romántico que decir, pero él ni se inmuto. Él asintió contra su ombligo. Le quito la pijama con una mano, lo que demostraba el talento de una persona que lo había hecho cientos de veces.
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Probablemente lo había hecho cientos de veces. Era sexy y encantador y sin complicaciones. Fácilmente la mitad de las niñas en la escuela secundaria Hopewood estaban enamoradas de él, de acuerdo con Marnie, y él las amaba a todas. Se había probablemente acostado con todas las chicas solteras entre las edades de quince y treinta en toda la ciudad de Hopewood. Y él probablemente lo ha hecho de manera bondadosa que nadie pensó peor de él por eso. Fue una cosa muy útil que él tuviese un condón listo. Era probable que los hubiera escondido en los bolsillos o en sus zapatos o detrás de la oreja, por si acaso. Ella tenía una preocupación urgente cuando él se quitó su último calcetín. Por favor, pensó con urgencia. Que no se dé cuenta que esta es mi primera vez.
―Te tienes que ir ―informó a Alexander cuando se despertó por la mañana. ―¿Por qué me tengo que ir? ―dijo aturdido―. Creo que deberías volver a la cama conmigo. Me gusta visitar la universidad. ―Porque Marnie estará de regreso antes del mediodía, y si nos ve, va a adivinar lo que pasó. ―No, ella no lo hará. ―Oh, sí, lo hará. ―Lucy ―se quejó. ―Vístete, señor. ―Señaló a su ropa en el suelo―. Vuelve otra vez. De todos modos, cuando vas de visita a la universidad, ¿no se supone que debes visitar las clases y cumplir con la gente de admisión y esas cosas? Él se rió, casi castigado, pero no del todo. ―Bueno, está bien, me voy a ir. ―Se sentó en la cama―. Si tú vuelves aquí por un minuto. ―¡Alexander! Ella volvió allí, por más de un minuto. Entonces se marcharon hasta el vestíbulo y lo envió fuera. Él se las arregló para tomar un beso en los labios antes de meterse en el Suburban azul de su madre. ―Nos vemos, Lucy ―dijo alegremente.
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En su camino de regreso a través del vestíbulo, Claude, el guardia de seguridad, la detuvo con un guiño. Este era su segundo año en su dormitorio, y ella sabía que no iba a dejar que se fuera sin un comentario de algún tipo. ―¿Nuevo novio? ―preguntó. Era bastante obvio que Alexander había pasado la noche. No estaba segura de cómo podía mentir descaradamente. ―No. ―¿No? Era apuesto el joven. ―Lo es. ―Me gustó el otro, si se me permite decirlo. ―¿Qué otro? ―El joven caballero que vino en su busca el año pasado. ―¿Quién era? ―Grande como el de hoy, pero de cabello oscuro. Cara bonita. ―Claude tenía una mirada pensativa―. Cara triste. Lucy había estado ansiosa de correr hacia el ascensor y eliminar todo rastro de su noche de libertinaje, pero algo sobre la forma en que lo dijo la detuvo. ―Ese otro le quiere mucho, creo ―agregó Claude. ―No puedo pensar en quién podría ser. ¿Dónde estaba yo? ―Usted y su amiga acababan de mudarse durante el verano. ―¿Y él preguntó por mí? ―Sí. Estaba decepcionado por no encontrarla. Trató de pensar quién podría haber sido. ―¿Ha estado aquí? ―No lo he visto desde entonces. No en mi horario. He mantenido un ojo. ―Huh. No recuerdas su nombre, por casualidad, ¿verdad? ―Él no se presentó, creo, pero me dio su identificación. ―Claude frunció el ceño y pensó por un minuto―. Creo que su nombre era Daniel.
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De todas las noches en la vida de Lucy, esta iba a ser la primera en la que no dormiría pensando en Daniel. Esta era la noche en la que su cuerpo sentía un poco de dolor y como si perteneciera a alguien más, y cuando se sentó en la cama e incluso olía ligeramente extraño. Esta era la noche en que tenía toda la intención de conciliar el sueño con los pensamientos vivos de Alexander: su generosidad, su experiencia y las sensaciones más raras y emocionantes que había sentido con él. Pero a medida que cambiaba de posición cientos de veces, sus pensamientos se arrastraban hasta el vestíbulo y al joven con la cara triste que había venido en busca de ella y que podría haberse llamado Daniel. E incluso en esta noche de tantas otras, gracias a Claude Valbrun y su recuerdo incierto, se encontró su cuerpo dejando todo atrás para conciliar el sueño una vez más con la idea lejana de Daniel. My Name is Memory
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Hastonbury Hall, Inglaterra, 1918 Por unos pocos cientos de años había estado migrando lentamente hacia el oeste, como el sol. Tengo una teoría sin confirmar de por qué algunos hacemos esto. No estoy seguro de por qué, y no todas las almas viven el suficiente tiempo para realizar este viaje. Algunas almas viven solo una vez. Al menos un alma, Ben, probablemente ha completado el círculo entero. Pero si te golpea el Este tan antiguo y sabio y el Oeste tonto y nuevo, probablemente es una base para ello. Nací cerca de Bucarest, en Montenegro, dos veces fuera de Leipzig, en Dordoña. Cogí un montón de lenguas y habilidades en el camino, como puedes imaginarte. Me parece que no me incliné demasiado hacia el sur o subí demasiado hacia el norte. Nací una sola vez en África, en el este, en lo que ahora es Mozambique, y nunca me he sentido más bendecido o abandonado como en ese hermoso y despiadado lugar. Aún sueño, a veces, con la oscuridad de mis manos, es parte de lo que soy. Y luego está, esa fría vida en Dinamarca. Por lo demás hice un seguimiento en la gruesa cadera del hemisferio norte. Conocí a Sophia brevemente al final de una corta, abrumadora vida en Grecia. Había viajado a Atenas de Montenegro en una misión comercial. Era un hombre de estado y un comerciante entonces, en control de una gran fortuna. Fue una, de la serie de vidas en las que acumulé dinero y poder, porque pude y no pude pensar en otra cosa qué hacer. Me tomo la mitad de esas vidas reconocer la diferencia entre un medio y el fin. Estaba muy satisfecho conmigo mismo en ese tiempo. Tenía una gorda esposa y dos hermosas amantes, una joven y otra vieja. Tenía un castillo con vista a Dalmacia y cientos de obras de arte que extraje y que nunca miré. Nunca me olvidé de Sophia, pero la idea de ella se había vuelto más tenue en mi mente. Así que ahí estaba yo en una calle de Atenas en mis mejores galas, rodeado de un sequito de hombres, que quedaron sin aliento con mi ingenio y que se reían de mis chistes, cuando la vi. Ella estaba al final de un callejón, piel oscura y ojos negros y se acurruco con un trozo de pan. Probablemente lo había robado, porque mientras caminaba hacia ella comenzó a correr. Corrí detrás de ella, dejando a mis asistentes confundidos. Yo estaba muy gordo y me agoté con el tiempo, me tomó varios minutos alcanzarla. Cuando lo hice ella estaba llorando. Llegué a ella y se sentía como si estuviera hecha de palos y trapos.
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―Está bien ―le dije con dulzura en una variedad de idiomas hasta que ella pareció entender―. Soy tu amigo. ―Ella tenía probablemente seis o siete, pero parecía más joven porque se estaba muriendo de hambre. No quería venir conmigo, así que me senté con ella. Quería comprarle comida, bebida y ropa, pero tenía miedo de dejarla, sabiendo que podría desaparecer si giraba mi cabeza. Estuvimos sentados ahí por un largo tiempo. Hablé con ella y le conté historias acerca de ella y yo hasta que el sol se terminó y la luna empezó. La abracé hasta que se quedó dormida. Su corazón palpitaba rápidamente y su respiración era muy rápida. Puse mi mano en su cabeza y me di cuenta de que estaba ardiendo en fiebre. La llevé de vuelta a la villa donde me estaba quedando y llamé al mejor doctor árabe de la ciudad. Cuando la colocamos en la cama, descubrimos que un horrible accidente le había ocurrido. Su brazo izquierdo estaba casi completamente cortado por encima de su codo. La herida fue mal envuelta y se había infectado gravemente. Cuidé de ella y me senté con ella para verla morir dos días después. No había nada que se pudiera hacer. No la volví a encontrar por un largo tiempo después de eso. No por al menos 500 años. Estaba asustado porque su alma hubiera terminado. El tipo de vida que sufrió sería difícil retomar. Como puedes ver, mientras algunas almas salen con el logro de la plenitud y el equilibrio, otras terminan en el desaliento puro. Como siempre he dicho, el deseo más que cualquier otra cosa es lo que nos mantiene regresando por más. Cuando tu negocio termina para bien o para mal, esa es usualmente la última para ti. En mi desvergonzado corazón, siempre he esperado que Sophia y yo pudiéramos hacer todo juntos. Odio esa frase (junto con el término “almas gemelas”), pero no puedo pensar en una mejor manera para decirlo. Siempre pensé que podría borrar mis pecados y hacer de mí mismo una mejor persona a través de ella. He tenido el descaro de pensar que puedo amarla mejor de lo que nadie podría hacerlo. Siempre he temido que ella se encuentre completa sin mí, y que yo me encuentre alrededor, estúpido e imperfecto, por siempre. Finalmente, llegué a Inglaterra. En el último día del Siglo XIX, nací en un campo inglés, cerca de Nottingham. Estaba bastante fascinado de encontrarme ahí. Aunque el sol nunca se ponía en el Imperio Británico, no había sido su tema antes. Mi madre se hizo cargo de sus hijos y el jardín. Tenía tres hermanas, una de las cuales había sido un muy querido tío para mí en Francia y otra había sido mi esposa, lo que era muy incómodo. Mi padre trabajaba en una fábrica textil, y como su hobby compitió con las palomas. Él tenía un desván detrás de la casa y lo levantó para la acción que había estado en su familia por más de dos siglos. Yo no estaba interesado en las carreras
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o la caza pero estaba cautivado por el vuelo y las capacidades especiales de búsqueda de las aves. También estaba fascinado por los prospectos de los hombres voladores. Percy Pilcher, el difunto piloto planeador, fue un temprano héroe para mí, cuando yo tenía nueve años. Recuerdo con entusiasmo seguir el progreso de los hermanos Wilbur y Orville Wright5, rogando a mi padre que nos llevara a Le Mans6 para la primera demostración pública. Cuando la Gran Guerra empezó fantaseaba con palomas entrenadas acarreando mensajes y medicina a través de la línea enemiga, y de hecho la parte británica y cada lugar en la guerra se basó en las palomas, pero yo era joven y fuerte y provenía de la clase obrera, perfecto para la primera línea de forraje. Yo era un súbdito leal de la corona y estaba ansioso por poner mi granito de arena, me hubiera alistado como grumete encargado de la pólvora a los dieciséis si eso era lo que se necesitaba, y probablemente me hubiera matado a mí mismo en Passchendaele or Verdun. Como fue. Tuve que esperar hasta 1918 para unirme como soldado de infantería, y no he podido hacer frente a la muerte hasta la segunda batalla del Somme ese mismo año. Se siente muy reciente para mí. Hay muchas cosas que podría decir acerca de ese momento, pero te diré que estaba bebido y destrozado en esa batalla, dejado inconsciente en el infame fango, lo más cerca que he estado de morir sin llegar a estarlo. Cuando desperté me encontré parpadeando a la luz del sol, luz que entraba por una enorme ventana antigua. A la vista de mi agitación, mi primera señal de vida en días, me dijeron más tarde, una joven mujer con una gorra blanca de enfermera se precipitó hacia mí. Parpadeé y me enfoque para ver un rostro suspendido frente al mío de tal belleza y profunda familiaridad que pensé que estaba soñando con ella. Hubiera creído que estaba en el paraíso, si no hubiera experimentado el más allá (pre-vida, vida anterior) tantas veces. Ella puso su mano en la mía, y de alguna manera pensé que significaba que me recordaba también. ―Sophia ―exclamé somnoliento, mi corazón en un confuso éxtasis―. Soy yo. Su mirada no fue de reconocimiento sino de lastima. Yo estaba medio muerto y desorientado pero no lo suficiente para no poder decirlo. ―Mi nombre es Constance ―me susurró. Pude sentir las pequeñas ráfagas de su aliento en mi piel―. Estoy muy contenta porque despertó. 5 6
Wright: Inventores del primer avión. Le Mans: Localidad Francesa.
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Es ella. Realmente lo es. ¿Estará realmente feliz?, me preguntaba. ¿Le seré realmente familiar? ¿Tiene ella alguna idea de lo importante que es para mí? ―El Dr. Burke va a estar tan contento. Nosotros tenemos otro chico en la unidad que despertó ayer, y ahora tú. ―Solo era otro chico en el hospital, me di cuenta. Era una potencial muerte menos. Observé su bello acento y limpia bata blanca. ―¿Eres una enfermera? ―le pregunté. ―No una completa enfermera ―me dijo, con modestia y orgullo―. Pero estoy estudiando para serlo. ―Su actitud era tan familiar y dulce para mí. Quería decirle tanto, pero no quería que se fuera en otra dirección antes de que realmente la mirara. ―¿Dónde estamos? ―le pregunté. Alcé los ojos hacia la gran ventana y el techo artesonado elegantemente. ―Estamos en Hastonbury, Kent. ―¿En Inglaterra? ―Sí, en Inglaterra. ―Esto luce como un palacio ―dije incapaz de recobrar el aliento. ―Es solo una casa de campo ―me dijo. Sus ojos se movían hacia abajo y de vuelta hacia mí―. Pero es solo un hospital ahora. Me di cuenta de que estaba sin aliento y que mi pecho dolía terriblemente. Otros dolores se presentaron en la superficie. Trate de recordar qué es lo que me había pasado. En todos los años que estuve envuelto en la Guerra, el fosgeno 7 y el gas mostaza8 no eran parte de ella. Eufórico como estaba por ver a Sophia, de repente temí lo que estaba viendo en mí. ―¿Estoy en una sola pieza? ―le pregunté. Ella me miró. ―Un poco golpeado, pero todas las partes parecen estar en sus lugares apropiados ―me dijo. No había ni una pizca de humor ahí, así que me sentí casi seguro. ―¿Sin quemaduras?
Fosgeno (COCl2): Es un importante componente químico industrial utilizado para hacer plásticos y pesticidas. A temperatura ambiente (70 °F / 21 °C), el fosgeno es un gas venenoso. 8 Gas mostaza: También conocido como iperita, de Ypres, ciudad belga donde los alemanes lo estrenaron en 1917. El gas mostaza fue creado por Fritz Haber en 1917 para acosar e incapacitar al enemigo y contaminar el campo de batalla. 7
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Ella hizo una mueca casi imperceptible. ―Alguna ampollas, pero ninguna quemadura seria. Fuiste afortunado con eso. Traté de mover mis piernas. Esto trajo una oleada de dolor, pero aún estaban debajo de mi cuerpo y aún estaba bajo mi control. Pude sentir su mano en la mía, sin insensibilidad o parálisis. Comencé a sentir esperanza. Tenía a Sophia justo a mi lado y no estaba muerto o desfigurado. Puso su mano en mi frente, y sentí que mi piel estaba cubierta de sudor. Su ternura me dio otro tipo de dolor en mi pecho y en mi garganta. ¿Acaso me conoce en absoluto? ―Vamos Constance. Sigue con tu ronda ―dijo una vieja mujer, probablemente una enfermera de verdad, que de ninguna manera estaba cerca de la bella voz, la apariencia o el comportamiento de Sophia. Ella miró hacia arriba de repente. ―Paciente… ―Miró hacia abajo, a la tabla―. D. Weston, se ha despertado, señora ―dijo con entusiasmo―. ¿Voy a decirle al Dr. Burke? La enfermera no pareció encontrar esta noticia tan emocionante como Sofía lo hizo. ―Se lo diré ―dijo mirándome críticamente. ―Sí enfermera Foster ―respondió Sophia. Odiaba a Sophia por tomar mi mano en la suya, y odié cuando caminó a la siguiente cama y puso su mano en la frente del siguiente chico en mi fila. Mi cuello dolía mucho para girarlo pero eso era demasiado para ver. Pude escuchar cómo habló con él y cómo su ánimo aumento con la visión de ella. En efecto, yo era solo otro chico destrozado en el hospital, y ella fue la enfermera en entrenamiento de corazón tierno que nos hizo pensar en el amor y nos dio esperanza. Ella no sabía que era Sophia, y no supo quién era yo. Pero estuvimos en el mismo lugar, al mismo tiempo en nuestras vidas, y solo por eso estuve inexplicablemente optimista, por lo que vale la pena unos cientos de años de agradecimiento. My Name is Memory
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Charlottesville, Virginia, 2007 Lucy tomó algunos caminos equivocados, pero finalmente lo encontró. Había sido hace exactamente un año desde que había venido aquí, y las rosas habían sido más abundantes. El pasto era más largo. Llamó a la puerta del remolque, pero nadie contesto. No había ningún otro coche más que el de ella a la vista. Lucy no podía solo regresar a casa. Había empacado y se había mudado a la residencia solo dos días antes. Había pasado las dos noches en el departamento de verano de Marnie en la avenida Bolling, y ahora el carro estaba empacado para llevarla de regreso a Hopewood por los próximos tres meses. Esta era su única oportunidad. Regreso a su caliente y mullido carro y espero. ¿Qué estoy haciendo aquí? Se sentía como una acosadora. Cómo los poderosos han caído, pensó para sí misma. Un año atrás no tenía ni la más mínima confianza en Madame Esme, y ahora estaba plantada enfrente de su remolque de aspecto triste, que no tiene ruedas, depositando sus esperanzas en lo que Madame Esme podría decir. Lucy apoyó su mejilla contra la ventana y casi se había quedado dormida cuando escuchó un carro acercándose al camino de entrada. Era un viejo Nissan rojo oxidado. A Lucy le tomo un momento decidir si la chica que salía era la misma chica que se llamaba a sí misma Madame Esme. Lucy salió de su carro e interceptó a la chica en su camino hacia la puerta del frente. ―¿Disculpa? Perdón por abalanzarme sobre ti, pero… La chica se giró, y Lucy vio que estaba vistiendo un Polo color azul marino con el logo de Wal-Mart en hilo blanco. Su placa decía hola, su nombre era Martha. ―He venido a verte una vez antes ―continuó Lucy―. Hace un año. ¿Tú eres Madame Esme, verdad? La chica asintió lentamente. No mostro ningún signo aparente de que recordara a Lucy, ni se miró satisfecha. ―Siento solo aparecerme de esta manera. Tú hiciste una lectura para mí, no sé si recuerdas; probablemente no. Probablemente haces cientos de estas. Así que…
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La chica se encogió de hombros. Lucy pensó que todo el atuendo de Madame Esme era un poco tonto, pero en retrospectiva también había sido formidable y extraño. Sin él, esta chica lucía terriblemente joven y pequeña. Lucy notó el moretón de su mandíbula y se preguntó acerca de ello. Encontró su mano flotando hacia su propia mandíbula protectoramente. ―Escucha, he estado pensando mucho acerca de las cosas que me dijiste. Tenía la esperanza de que pudieras contestarme algunas preguntas o que quizás pudieras hacerme otra lectura. He traído dinero. La chica comenzó a sacudir su cabeza incluso antes de que Lucy terminara. ―Lo siento, pero no. ―Pero tú podrías… ―La voz de Lucy estaba temblando. No sabía qué hacer. Su llegada aquí había sido un acto desesperado. Ella, que había despreciado, dudado y burlado de Madame Esme finalmente se rindió. Esme/Martha aquí, estaba tres partes demente, pero Lucy la necesitaba. Lucy se había caído hasta el fondo del barril de la cordura. Ni siquiera había pensado en la humillación de ser rechazada, no con cincuenta dólares en su bolsillo. ―¿Puedo hacerte algunas preguntas? ―preguntó Lucy―. Probablemente no me recuerdas, pero dijiste un montón de cosas extrañas, y como ya he dicho, he estado pensando en ellas. No las entiendo totalmente, pero creo que… La chica sacudió su cabeza de nuevo. Lucy se dio cuenta que la chica lucía tan desinteresada como incomoda. Ella comenzó a mirar a Lucy atentamente mientras que siguió hablando. ―¿Ya no estás en el negocio? ―le preguntó Lucy. Ella sacudió su cabeza. ―No es eso, simplemente no quiero. ―Tú no necesitas todo el conjunto, el montaje y todo eso, ¿verdad? Quiero decir, no me importa, sino te importa. Si necesitas hacerlo para ponerte en marcha, puedo esperar. Yo podría solo... ―Deberías irte ―dijo Esme/Martha en voz baja. Se giró y comenzó a caminar hacia su puerta. La angustia de Lucy fue inmensa. Este era su último recurso. ¿Que se podía hacer cuando no podías abandonarlo? ―Por favor ―dijo Lucy―. Siento emboscarte de esta manera. Me doy cuenta de lo extraño que parece. No quiero molestarte, pero si pudieras, ¿podría volver en un mejor momento? Podría hacer una cita. Tendría que haber hecho eso, pero no tenía tu número. ―Lucy levanto su bolsa―. Tengo dinero ―dijo de nuevo menos confiada.
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La chica estaba parada en su puerta abierta, mirando a Lucy sobre su hombro. Lucy vio compasión pero también había cautela. ―Mi nombre es Lucy, pero me llamaste Sophia. ¿Te acuerdas de mí? ―Tengo que ir adentro ―dijo la chica. Lucy no pudo hacer otra cosa que caminar hacia su auto y entrar en él. No había nada más que hacer. En un nivel, esperaba encontrar respuestas. A falta de eso, esperaba demostrarse a sí misma que Madame Esme estaba llena de basura, era incompetente, probablemente por suerte e impulsada por la codicia. Ella no era inferior a ninguno de ellos. Se dejó caer en su coche y lanzó una última mirada desesperada al remolque. Esme/Martha aún estaba parada en su puerta abierta. Se veía tan feliz y cómoda como Lucy se sentía. Lucy estaba a punto de cerrar la puerta, pero vio la boca de la chica en movimiento, y se inclinó fuera del auto. ―Él no está muerto. ―¿Perdón? ―preguntó Lucy con naciente asombro. ―Solo estoy diciendo que él no está muerto. Lucy estaba agarrando la puerta tan fuerte que sentía los dedos entumecidos. ―¿Te refieres a Daniel? La chica no dijo nada más. Cerró la puerta tras ella con fuerza. My Name is Memory
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Hastonbury Hall, Inglaterra, 1918 Vivía de un cambio de Sophia al siguiente. Las gachas del desayuno eran una delicia cuando las traía, y con mal sabor cuando venían de la enfermera Foster, Jones o incluso la cansina joven Corinne. Cuando Sophia toca mi cabeza, manos o me administra medicamentos, siento que mi cuerpo gira de adentro hacia afuera. No había nada que pudiera o quisiera esconder de ella, no tenía la fuerza. El alcance de Sophia era estrictamente los hombros y muñecas. Las enfermeras mayores hacían los deberes terrenales, del orinal, mi lavado y cambio de vendajes. Eran trasladados de inmediato y desdeñados, y eso me frustraba, honestamente, estar a su merced. Mi cabeza estaba tan llena de experiencias, opiniones. Había vivido en las ciudades antiguas, navegado a través del mundo y leído libros en pergamino por primera vez en la biblioteca de Pérgamo, y necesitaba un orinal. Me vieron por lo que era: otro soldado de dieciocho años con un cuerpo destrozado. No estaba acostumbrado a estar herido de gravedad. Obtuve heridas y dolores en todas mis vidas que me persiguieron, como cualquier otra persona. Pero morí por las heridas graves. La ciencia médica no era lo que es ahora. No había por lo general una transición larga o una gran cantidad de fanfarria entre la vida y la muerte, como lo hay ahora. Pero más allá de la impaciencia de mi propia debilidad, confieso que me interesó. Grandes avances se han realizado en la atención médica, y presté atención. Estableció el tema de mis próximas vidas. Tengo una inclinación natural para la ciencia, pero probablemente la verdadera razón por la que recurrí a la medicina se debe a que la atención que recibí en el hospital vino de manos tan queridas. Ahora que estaba despierto y no tenía frescas las heridas, fui trasladado a una habitación arriba. Era una habitación grande de paredes amarillas y otras cuatro camas. Tenía vista a un jardín. Pude ver un trozo de verde mezclado con el rojo del otoño cuando me senté derecho en mi cama. Las ventanas eran grandes y dejaban entrar una hermosa hoja de luz, incluso cuando llovía. En algún lugar bajo el olor de antiséptico y amoníaco, olí un débil rastro de Sophia y me aferré a él, el más delgado hilo de ello, a través de mis febriles sueños.
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Por las noches mi fiebre era peor, pero no me importó, porque a veces Sophia venía a sentarse conmigo. ―Sophia ―murmuré mientras sostenía mi mano. Era la tercera noche en mi nueva habitación. ―Constance ―susurró ella. Levanté la vista hacia ella. ―Tus ojos son de color azul ahora. ―Ellos fueron siempre azules. ―No, ellos fueron una vez negros. ―¿Ah, sí? ―Sí, e igualmente hermosa. ―Es un alivio. ―Tu cabello era más largo la vez pasada, y no estaba en esas... cosas que llevas. ―¿Peinetas? ―Sí. Era oscuro, pero tus ojos eran en realidad iguales. ―Pensé que eran negros. ―Sí, diferente color pero igual. Lo mismo en los aspectos importantes. La misma persona cuando miras en ellos. Asintió. Mi fiebre era tan alta que ella me siguió la corriente en todo. ―La última vez que te vi eras una niña muy pequeña. Creo que a los seis años. ―¿Cómo puede ser posible? No has crecido aquí en Kent, ¿verdad? ―preguntó. ―No, fue en Grecia, que te vi. ―Nunca he estado en Grecia. ―Sí, lo has hecho. Pasaste un momento terrible. ―Mi fiebre era como un suero de la verdad. Sentí lágrimas llenando mis ojos, pero no las dejé ir―. Traté de ayudarte. ―Tuve una idea―. Déjame ver tu brazo. ―Cerré mis ojos y traté de imaginarlo―. Tu brazo izquierdo. Lo puso a la vista a regañadientes. ―Levántate la manga. Tienes una marca allí, estoy seguro. Justo ahí. ―Señaló el lugar en la manga de su suéter.
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Ella me miró con atención. No se suponía que los pacientes pidieran que les mostraran más de su piel, y se supone que no debería hacerlo. Pero estaba curiosa. Se quitó el suéter de punto, de buena lana verde inglesa, y se levantó la camisa de algodón a lo alto de su brazo para mostrarme. La estaba mirando con tanta fuerza que la hice ruborizarse. En la delicada parte inferior de su brazo, un poco retirado por debajo de su axila, estaba una marca marrón de nacimiento expuesta longitudinalmente a lo largo de la curva. Quería tocarla, pero me contuve. La piel es un tramo íntimo de una persona, rara vez fuera, sobre todo en una chica inglesa. ―¿Cómo lo sabes? ―preguntó―. ¿La has visto antes? ―¿Cómo pude haberla visto antes? Ella se encogió de hombros. ―En Grecia. Me reí tanto como mis pulmones me permitieron. ―Sí. Estaba peor entonces. ―Sentí las lágrimas otra vez. La fiebre combinada con una chica a la que he amado y no he visto en quinientos años, sólo puede ponerme al descubierto. ―¿Qué pasó? No tenía ganas de contárselo. ―No quiero ni pensar. No sé. Debiste haber tenido una madre negligente, si tuviste alguna en absoluto. Eso le llamó la atención. ―¿Y ahora? ―¿Tu madre? Lo miró solemne. ―No, la marca de nacimiento. ¿Por qué la tengo ahora? ―Bueno. Es una cosa extraña. Con cada nacimiento tu cuerpo comienza a refrescarse y está mayormente en blanco, pero entonces lo imprimes por ti misma, con el tiempo. Te aferras a viejas experiencias: lesiones, injusticias y grandes asuntos de amor, también. ―Eché una mirada hacia ella―. Y los guardas en tus articulaciones y órganos, y lo usas en tu piel. Llevas tu pasado contigo, incluso si no recuerdas nada de él. ―Usted lo hace. ―Me estaba dando esa misma mirada de indulgencia, pero era menos confiada.
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―Todos lo hacemos. ―¿Debido a que vivimos una y otra vez? ―La mayoría de nosotros. ―¿No todos nosotros? ―Su cara mostró más signos de querer saber realmente. ―Algunos viven una sola vez. Algunos unas pocas veces. Y algunos simplemente siguen, siguen y siguen. ―¿Por qué? Puse mi cabeza en mi almohada. ―Eso es difícil de explicar. No estoy seguro de que lo sepa realmente. ―¿Y tú? ―He vivido muchas veces. ―¿Y lo recuerdas? ―Sí. Ahí es donde soy diferente a la mayoría de la gente. ―Voy a decir. ¿Y qué hay de mí? ―Ella lucía como si no fuera a creer la respuesta, pero la temía de todos modos. ―También has vivido muchas veces. Pero tu memoria es muy normal. ―Es evidente. ―Se echó a reír―. ¿Me has conocido en todas ellas? ―Lo he intentado. Pero no, no en todas. ―¿Y por qué no puedo recordar? ―Puedes hacerlo, más de lo que piensas. Esos recuerdos están allí en alguna parte. Actúas por ellos de una manera que no notas. Ellos determinan cómo respondes a la gente, las cosas que te gustan y las cosas a las que le temes. Una gran parte de nuestro comportamiento irracional parecerá más racional si se pudiera ver con el contexto de tu entera larga vida. Era increíble las cosas que estaba dispuesto a decir si estaba dispuesta a escuchar, y lo estaba. Toqué el dobladillo de su manga. ―Sé lo suficiente acerca de ti como para saber que amas a los caballos y probablemente sueñas con ellos. Es probable que sueñes con el desierto, a veces, y tal vez de tomar un baño al aire libre. Tus pesadillas son por lo general sobre fuego. Tienes problemas con tu voz y garganta a veces, siempre fue tu punto débil...
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Su rostro estaba absorto. ―¿Por qué? ―Fuiste estrangulada hace mucho tiempo. Su alarma era una mezcla de realidad y simulación. ―¿Por quién? ―Tu marido. ―Horrible. ¿Por qué me casé con él? ―No tenías otra opción. ―¿Y conocías a este hombre? ―Era mi hermano. ―Muerto desde hace tiempo, esperó. ―Sí, pero guardando rencor por la historia, me temó. Pude ver por su cara, que estaba tratando de averiguar dónde colocar todo esto. ―¿Eres un psíquico? ―preguntó. Sonreí y negué. ―Aunque la mayoría de los psíquicos, si son buenos, tienen algo de recuerdos de vidas pasadas. Y también lo hacen la mayoría de las personas a las que consideramos locas. En un asilo encontrarás la mayor concentración de personas con memoria parcial. Consiguen flashes y visiones, pero por lo general no en el orden correcto. Me miró con simpatía, preguntándose si ahí es donde yo pertenecía. ―¿Es eso lo que haces? ―No. Recuerdo todo. My Name is Memory
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Washington, D.C., 2007 Nada tenía que ver con la caravana de rosas de Madame Esme. Esto era una oficina situada en un edificio real de oficinas de Wisconsin Avenue, en Upper Georgetown. Había un ascensor de verdad y una sala de espera y diplomas enmarcados en la pared. Lucy dudaba que Esme hubiera conseguido mucho más que su certificado de TGE9, pero este chico tenía diplomas de Haverford College, Cornell Medical College, Georgetown University Hospital, y también de unos cuantos sitios más. Cuando Lucy se detuvo para considerarlo, fue bastante extraño encontrarse aquí. Después de todas las horribles experiencias de Dana con los psiquiatras, Lucy nunca pensó que llegaría a ir a uno por voluntad propia. Pero quizás eso es lo que hacía que esto fuera diferente para Lucy. A Dana la habían comprometido a hacerlo, la habían atado con una correa, drogado, y arrastrado. Ella nunca lo escogió. En cierto modo, Lucy tenía más evidencias que nunca de su propio tipo de locura, pero darle la vuelta para encararlo le hacía sentir menos loca que si escapara de ello. Cuerda o no, a causa de Daniel y Madame Esme estaba empezando a sospechar que esas imágenes discordantes de su cabeza correspondían a alguna realidad, y solo necesitaba descubrir cómo. Quería información. Lo necesitaba. Esperaba que esto pusiera orden al desorden que amenazaba en el borde de su mente. Y además, no sabía qué más probar. Cuando el Dr. Rosen entró, parecía tan serio como sugería su diploma. Ella se puso de pie y le estrechó la mano, esperando parecer menos joven y desesperada de lo que se sentía. ―De modo que lo que deduzco de nuestra conversación telefónica es que estás interesada en la hipnosis ―dijo él, señalando con la mano el sofá para que se volviera a sentar. ―Sí. Eso creo. ―Puede ser útil en casos de ansiedad, como me has descrito, pero funciona mejor en cuanto a terapia, y en algunos casos de medicación ―dijo estas cosas casi como si se supusiera que debía hacerlo. 9
TGE: Título de Graduado Escolar.
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―Me doy cuenta de eso ―dijo Lucy un poco nerviosa―. Pero vivo a dos horas y media de aquí, y ahora mismo solo puedo permitirme una sesión. ¿Podemos empezar con la hipnosis y ver cómo va? ―Lucy había investigado lo suficiente por Internet para saber que el Dr. Rosen tenía una reputación por ser algo poco ortodoxo en el uso de la hipnosis y por tener buena disposición para trabajar con buenos candidatos. Él la observó detenidamente. Asintió. ―Podemos probarlo. Algunas personas son más receptivas que otras. Veremos cómo lo haces. Él sacó una grabadora del cajón de su escritorio. ―¿Te gustaría que lo grabase? La mayoría de la gente quiere escuchar la sesión después. No había pensado en eso, pero le pareció una buena idea. ¿Y si hubiera tenido su sesión con Esme en una cinta? ―Sí, por favor. Empezó por hacer que se recostara y se relajara. Le dio instrucciones para que se centrara en el bolígrafo dorado de él hasta que sus ojos se cerraron. Le habló en una voz suave durante un buen rato sobre estar relajada y escuchar el sonido de su respiración y ese tipo de cosas. Después dijo que la iba a guiar a través de una imagen. La iba a dirigir a una casa, explicó, y ella iba a contarle lo que veía allí. Sintió cómo se adaptaba a su voz hasta que sintió un cansancio profundo llegando a ella. Lo siguiente de lo que fue consciente fue que estaba caminando por un pasillo. ―Y dime como es ―dijo el Dr. Rosen con voz calmada. ―La madera cruje bajo mis pies. No quiero hacer mucho ruido ―dijo Lucy. No estaba pensado, sino reportando. ―¿Por qué no? ―No quiero que nadie sepa que voy a ir otra vez a su habitación. Siempre me acercó hasta allí a escondidas. ―¿A la habitación de quién? No estaba segura de si no lo sabía o no lo quería decir, así que continuó. ―Su habitación está justo delante de mí. Antes era mi habitación. ―¿Pero ahora no lo es?
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―No. Debido a la guerra. Ahora es un hospital. ―Lucy estaba diciendo estas cosas sin comprender realmente lo que quería decir o por qué las decía, pero lo raro de eso no la inquietó por alguna extraña razón. ―¿Quieres entrar en la habitación? ―Sí. Quiero verle. ―Entonces por qué no te adelantes y entras ―sugirió él. ―Está bien. ―Dime, ¿qué ves? Se sintió terriblemente triste de repente. Como si hubiera algo terrible de lo que se había olvidado y que ahora recordaba. Sintió una dolorosa hinchazón en su garganta. ―Daniel no está allí. ―Estas molesta. ―Hay otros tres soldados. Él no está. ―Lo lamento. Sintió las lágrimas en sus ojos y bajando por sus mejillas. ―¿Por qué pensé que estaría ahí? Estaba llorando tanto que se le hizo difícil hablar por un momento. ―Sentías cariño por él. ―Lo amaba. Él no quería dejarme. Dijo que volveríamos a estar juntos. Dijo que nunca me olvidaría, sin importar qué, y que yo tenía que intentar no olvidarme de él. Por eso escribí la nota. ―¿Qué nota escribiste? ―Escribí una nota para mí. Para más tarde. Para hacerme recordar. La escondí en el compartimento de detrás de mi estantería de libros en mi antigua habitación. Ahí también está su carta. ―¿Su carta era para ti? ―Sí. ―¿En tu antigua habitación? ―Sí. ―¿Dónde está esa habitación? ―En nuestra antigua casa. La casa grande. No en la casa de campo cerca del río, donde vivimos ahora.
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Describió el paisaje que rodeaba la casa grande, y el pueblo de Hythe no muy lejos de allí, y el río y los gallineros y la vieja cocina en el jardín, que se había convertido en un estacionamiento a causa de la guerra. Describió los antiguos jardines, los magníficos jardines de antes. ―¿Antes de qué? ―preguntó él. ―Antes de que Madre muriera. Ella fue la que hizo los jardines. ―¿Cuando murió tu madre? ―Cuando era pequeña, pero la recuerdo. En algún momento su voz baja la hizo salir de la casa y la regresó a la oficina donde estaban sentados. Él habló más de relajarse y respirar. Cuando le dijo que abriera los ojos, lo hizo. Se sentía desorientada, pero no confusa o dudosa. Sintió que había estado llorando; sintió la tristeza residual pero no la emoción real. Intentó darle sentido. ―¿Lucy? ―Sí. ―¿Te sientes bien? ―Eso creo. ―¿Recuerdas lo que viste? Volvió a pensar en ello. ―Creo que sí. La mayor parte. El Dr. Rosen parecía algo desconcertado, como se podía ver, cuando ella se concentró en su cara. ―Te hundiste rápidamente y muy profundamente ―dijo él. ―¿Sí? ¿No es así como es normalmente? Él tenía una mirada ambigua. ―En realidad no hay algo normal, no diría eso. Pero tú de hecho estuviste receptiva y… tal vez inusualmente clara sobre dónde estabas y lo que veías. Ella asintió. ―¿Sabes lo que significa? ¿Está basado en alguna experiencia que te fuera conocida? ―preguntó él. ―No como una experiencia, no. Pero me suena. ―Bajó la vista hasta sus dedos―. ¿Lo llamarías una regresión, lo crees? Él parecía vagamente incómodo.
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―Podría ser. Eso puede pasar. ―No creo que sea algún lugar en el que haya estado en mi vida. Pero, crees que pudiera ser… ―No pudo terminar su frase, y él no parecía tener mucha prisa para que ella la terminara. Él dejo escapar un suspiro. ―Lucy, nuestro tiempo está a punto de acabar. Eso fue una… experiencia dramática para ti, estoy seguro. Si te estás sintiendo perturbada, eres bienvenida a sentarte en mi sala de espera todo el tiempo que necesites. ―Creo que estoy bien ―dijo. Volvió a pensar en ello. No parecía como si le hubiera pasado a ella, pero tampoco parecía como si le hubiera pasado a cualquier otro. ¿Dónde estaba la casa? ¿Era un lugar en el que pudiera haber estado alguna vez?―. ¿Crees que algo de esto fue real? ¿Crees que realmente dejé una nota para mí? No recuerdo nada parecido a eso. ―Se sentía extrañamente dormida haciendo la pregunta. El Dr. Rosen parecía reacio a ofrecer algún tipo de hipótesis. ―Es de esperar que surjan cosas raras e incongruentes en la hipnosis. Como sucede en los sueños. Estas piezas de información pueden ser extremadamente útiles en términos de autoconocimiento. Pero seguramente no es aconsejable tomárselas de forma literal. Creo que lo más inteligente es pensar en ellas como una metáfora. Lucy lo miró directamente. ―No parece como una metáfora.
Lucy escuchó la grabación de su hipnosis esa noche en su habitación con el volumen bajo y su puerta cerrada. Lo que primero le chocó y con más fuerza, fue su voz. Cuando se había imaginado recorriendo el pasillo con la instigación del Dr. Rosen, había dejado de sonar como ella y había empezado a sonar como una chica inglesa. Era casi asombroso. Volvió a reproducir esa parte tres veces, con el corazón latiendo con fuerza, para asegurarse de que lo estaba escuchando bien, de que de verdad era ella hablando. Y lo era. En la vida real, Lucy era malísima para los acentos. Había interpretado a un habitante de los barrios obreros en una producción escolar de ¡Oliver! en octavo grado con un acento que se deslizaba y se escabullía sin saber dónde situarse. Fue
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peor que Dick Van Dyke en Mary Poppins. Pero su acento en la cinta sonaba extrañamente sutil y consistente. No podía haberlo repetido ahora ni a punta de pistola. Escuchó sus palabras como si se tratase de otra persona hablando, pero recordaba decir lo que dijo y ver lo que vio. La voz, las imágenes, formaban parte de ella pero tampoco eran parte de ella. Recordaba ver la casa, y cuando cerró los ojos y escuchó la cinta ahora, tumbada en su cama, lo vio de nuevo. El pasillo, la puerta de la habitación. Su antigua habitación, dijo la chica de la cinta ―ella― que lo era. Ya no estaba bajo el efecto de la hipnosis. No podía durar tanto, ¿verdad? El Dr. Rosen dijo que la había sacado de eso. Desde que dejó su oficina y se metió en su coche para conducir de vuelta a casa, había hecho muchas cosas normales y tenido muchos pensamientos normales. Había echado gasolina al coche y había comprado un paquete de Skittles. Había cortado un puñado de hortensias azules del patio y las había puesto en un jarrón. Había cambiado el agua de Sawmill y había quitado otra muda de piel de su caja de cristal. Había ayudado a preparar la comida y comido una cena temprana con su madre. Había oído a su padre llegar a casa y le había ayudado a quitarse el uniforme de Confederado que llevaba puesto en el museo viviente en Chancellorsville de cada año. Ciertamente no había seguido hablando como una chica inglesa anticuada. Su voz sonaba otra vez normal, y se sintió, a pesar de la extraña y lenta agitación que tuvo lugar en su cabeza, más o menos como era ella. Pero cuando cerró los ojos y escuchó la cinta, las cosas que vio bajo la hipnosis las vio otra vez. Se imaginó a sí misma abriendo la puerta de la habitación; vio la habitación como la había visto antes. Pero en la grabación, la chica ―ella― de repente fue sacudida por la emoción y dejó de ver con claridad. Lucy no sintió el dolor que había sentido entonces, así que intentó echar un vistazo alrededor de la habitación. Siguiendo con los ojos cerrados, imaginó el débil resplandor de las paredes amarillas, el reparto verde y frondoso de la luz que entraba por los dos ventanales. No parecía como si se lo estuviera inventando. No sabía de dónde venía la imagen, pero parecía como si estuviera investigando, hurgando en algo que ya figuraba en su mente con todo lujo de detalles. No estaban los tres soldados en la habitación. No había ninguno, ahora que estaba mirando. Podía retener una imagen breve y fugaz de los soldados allí dentro, pero no perduró. La imagen que quedaba era de una habitación vacía con una cama alta con dosel, un armario pesado, una cómoda con un espejo poco claro sobre esta, y una fila de elegantes estantes incorporados en la pared más lejana.
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Tenía la extraña sensación de que si vencía esa balda, podría ver los títulos de cada libro que estaba en ella. Pero la chica ―ella― no había ido tan lejos. Se había quedado de pie en la entrada, llorando. Escaleras abajo en su propia casa una puerta se cerró y sorprendió a Lucy. Se incorporó, con los ojos abiertos, de vuelta a su habitación, lo que también sucedía que tenía las paredes amarillas. Cerró los ojos y los abrió de nuevo. Parecía como si hubiera subido a través de quince metros de agua pesada. Ahora, de vuelta a la superficie y mirando hacia abajo, la imagen que había tenido era borrosa y muy lejana. Ya no pudo verla más. Esa noche soñó con la habitación amarilla. Vio a Daniel en ella, lo que no sorprendió a su yo del sueño lo más mínimo. No parecía el mismo Daniel que había conocido en el instituto, pero ella, no obstante, supo que era él. Así es cómo era a veces en los sueños. Él quería decir algo. Tenía la misma expresión agonizante que en la noche de la fiesta del último curso. Estaba intentando decirle algo, pero él no pudo articular palabra. No tenía aire en los pulmones. Lo intentó y luchó, y ella se sintió triste por él. Y después se dio cuenta de que sabía lo que él estaba intentando decirle. ―¡Ah, la nota! ―dijo ella, agarrando sus manos―. Sé lo que quieres decir. My Name is Memory
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Hastonbury, Inglaterra, 1918 No podía creer que estaba muriendo. El buen Dr. Burke lo sabía, y al principio no le creí. Estaba absolutamente seguro de que estaba equivocado, porque el destino no podía ser tan cruel, decidí, a pesar de que tenía todas las razones para saber que el destino no le está prestando atención a esa escala. Pero a medida que pasaban los días fue imposible no reconocer que mis pulmones se estaban deteriorando en lugar de mejorar. Había muerto de tuberculosis antes, sabía lo que pasaba. Y esta vez mis pulmones ya habían sido devastados por el gas. Era tal vez la persona en el mundo con menos miedo a morir, pero esta vez no podía soportarlo. Habían habido tantas vidas que había sido feliz de dejar, aunque dolorosamente. Tantas veces estaba ansioso por empezar de nuevo, para ver dónde una nueva vida me llevaría con la esperanza de que me guiara hasta Sophia. Y ahora la tenía y no podía quedarme. ¿Cómo puedo volver a encontrarla? El destino podría eventualmente dejarla en mi regazo otra vez, pero ¿a qué ritmo? ¿Quinientos años? No podría hacerlo de nuevo. Tenía el poder de ponerle fin a mi vida. Eso estuvo mal, tal vez, pero lo hice. ¿Por qué no puedo vivir si quiero? Debería ser capaz de hacerlo. Eso es lo que pensaba. Quería vivir. Nunca le había pedido a mi cuerpo esto antes. Todas las cosas que sabía, mi cabeza tan llena de cosas, deberían haber hecho alguna diferencia. Podía hablar euskera. Podía tocar el jodido clavicordio. Eso debería haberme comprado algo. Pero no fue así. A mi cuerpo no le importaba. Sabía que Sophia podía dejarme atrás. Podía desaparecer durante siglos enteros, sin siquiera saber que existía. Hago la búsqueda y el recordatorio, ella la desaparición y el olvido. Odiaba ser el que la dejaba. Me aferré a esos diecisiete días tan fuerte como nunca me he aferrado a nada. Todo lo que podía pensar en hacer era amarla. Eso es todo lo que una persona puede hacer.
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Sophia debe haberlo sabido, también. Tenía una mirada triste, con cuestionamiento en sus ojos cuando entró en mi habitación esa noche. Como si dijera: No te irás realmente, ¿verdad? Los otros dos ocupantes de la habitación se habían ido, uno liberado de su vida y el otro a un centro cerca de su familia en Sussex. No puedo decir que los echaba de menos. Le dio a las reuniones de Sophia conmigo una sensación diferente. ―¿Puedo contarte un secreto? ―preguntó, mirando a su alrededor. ―Por favor. ―Esta fue mi habitación. Me senté de nuevo en la almohada. ―¿Esta fue tu habitación? ―Echo un vistazo a las paredes amarillas, las ventanas altas con las cortinas de flores, las estanterías a lo largo de la pared. Es cierto que no dio exactamente la sensación de un hospital―. ¿Cómo puede ser posible? ―Antes de que fuera requisado. ―En serio. ¿Viviste aquí? ―Estaba claro por su acento y modales que ella nació bien, pero no había notado cuán bien. Consideré esto―. Así que he estado durmiendo en tu dormitorio. Ella asintió con un poco de picardía. ―Me gusta eso. ―¿Sí? ―Sí. Mucho. ¿Dónde vives ahora? ―En una de las cabañas junto al río. ―¿Te molesta? ―No, en absoluto. Estaría encantada de quedarme, incluso después de la guerra. ―¿Pero volverás aquí? ―Supongo que lo haremos. Si alguna vez se termina. ―¿No quieres? Ella se encogió de hombros.
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―Ya no es alegre. Es demasiado grande para mi padre y yo, y los jardines ya están crecidos. La idea de que ella haya nacido en esta gran casa hizo que mis afirmaciones sobre su persona parecer un poco exagerado. Ella era probablemente la señora Constance. Ella había vuelto a ser la esposa del magistrado, y yo era el huérfano de los pies descalzos. Cuando me enteré de su relación con la casa, empezó a fascinarme. Era una casa vieja y llena de cosas viejas. Debido a que estaba muriendo, me trajo algo de ropa de un abuelo o un tío abuelo y discretamente desapareció mientras yo luchaba por ponérmelas. Debido a que me estaba muriendo, accedió a llevarme de paseo por los pisos superiores, y señaló los lugares donde hombres y mujeres famosos habían dormido, a veces juntos. A la tarde siguiente me trajo libros de la inmensa biblioteca. ―Si ha vivido tanto como usted dice, probablemente ha leído todo esto. Estudio los costados. ―La mayoría de ellos. ―Señalé el Ovid―. Leí estos en latín. Y Aristóteles en Griego. ―Así que usted lee en latín y griego, ¿verdad? ―Podía decir por mi acento y mi rango que no era un producto de la escuela pública. Tenía esa mirada desafiante, pero tenía unas pocas partes de afecto en ella, también. ―¿Cómo no pude haberlo hecho estando por aquí tanto tiempo? ―¿Qué otros idiomas conoce? Me encogí de hombros. ―Muchos de ellos. ―¿Cuáles? ―Pregúntame y yo te diré. ―¿Árabe? ―Sí. ―¿Ruso? ―No de manera moderna, pero sí. Su asentimiento fue dudoso, pero divertido. ―De acuerdo. ¿Y el alemán? ―Por supuesto.
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―¿Japonés? ―No. Bueno, un poco. ―¿Francés? ―Sí. Ella sacudió la cabeza. ―¿Está siendo honesto conmigo? ―Por supuesto. Siempre. ―Mi cara estaba más seria que la de ella. ―Es difícil de creer lo que dices. Toco los extremos de su cabello rizado, y me dejó. Yo estaba feliz. ―Por qué no buscas en tu biblioteca. Trata de encontrar un libro en un idioma que no sepa leer. Pareció gustarle el desafío. Esa noche me llevó ocho libros en ocho idiomas, todos de los que leí partes y traduje para ella. Fue capaz de probarme un poco en latín y griego, y sabía lo suficiente de italiano, francés y español para convencerse. ―Pero estos son fáciles, ―protesté―. Estas son todas lenguas románicas. Tráeme húngaro; tráeme Arameo. La mirada de burla había desaparecido de su rostro. ―¿Cómo haces esto? ―preguntó en voz baja―. Está empezando a asustarme.
Durante varias de las próximas noches me trajo los artefactos de la casa. Nuestro segundo desafío después de los libros y los idiomas eran los instrumentos musicales. Su bisabuelo había sido un coleccionista. Yo era capaz de explicar los orígenes de todos ellos y tocar la mayor parte. He tocado un aulos hecho de hueso y una flauta de pan frotada con cera antigua, y sople en un buccina de un tipo que realmente toqué en dos puntos en mi carrera militar, en Anatolia. Eran demasiado viejos para conseguir sacar un verdadero sonido, pero por lo menos podía demostrarle. Sólo podía llevar los que podía cargar, pero una noche me llevó fuera de su antiguo dormitorio, vestido con pantalones de montar de su abuelo, hacía el clavecín en la sala de música para tocarle, lo cual hice, y con alegría. Mis dedos estaban oxidados y no poseían un gran talento para empezar con ello, pero la chica, el momento y mi memoria me llevaron.
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Después, quería tanto darle un beso. ―Eres extraordinario ―dijo―. ¿Cómo lo haces? ―No pensarías que soy extraordinario si supieras cuántos años llevo tocando. Estos dedos que tengo ahora no pueden mantenerse a mi ritmo. ―Dices que al igual has tenido otros dedos. ―Tengo. Cientos. Necesitas desarrollar músculos y tener ciertas dotes físicas para tocar realmente bien. Apartó la mirada, y tenía miedo de que hubiera ido demasiado lejos con mis cientos de dedos. Bajé de mi nube y me di cuenta que estaba cansado y sin aliento y me sentí frustrado por mi estúpido decadente cuerpo. ¿Cómo iba alguna vez a darle un beso? ―Sinceramente, no sé cómo puedes ser tan joven y hacer tantas cosas ―dijo en voz baja. ―Y casi todas ellas son bastante inútiles, ¿no? ―¿Cómo puedes decir eso? ―¿Qué bien me hace que toque un aulos o flauta de pan? Se han extinguido. No tienes ni idea de cuánto tiempo perdí en cada uno de estos instrumentos. Ya no se suman a nada. ―No fue una pérdida ―dijo apasionadamente. No pude evitar sonreír a su cara caliente, de color rosa. ―Tienes razón. Me dieron la oportunidad de tratar de impresionarte. Miró sus diez dedos y luego me miró pensativamente. ―¿No te dio placer aprender a tocarlos? ―preguntó―. ¿No te gusta poder tocar? ―Fue hace mucho tiempo, pero sí, me encantó poder tocar ―le contesté. ―Entonces eso es lo bueno de ellos. Nuestro tercer desafío eran los instrumentos náuticos. Otro de sus antepasados había sido un coleccionista, así que me probó en ellos. No sólo sé cómo hacer funcionar cada uno de ellos, sino eran tremendamente ricos en recuerdos. Cada uno me sugiere una historia. Navegando por el Cabo de Buena Esperanza en una tormenta, navegando el estrecho de fuego debajo de un techo providencial de estrellas. Le hablé de enormes tifones, recaladas aterradoras, invasiones piratas, y muchos ahogamientos de los cuales dos eran míos. Le encantaba oír hablar de navegar dentro y fuera de Venecia, y le hablé del perro
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Néstor. Se quitó los zapatos y se sentó en mi cama con los pies metidos debajo, escuchando durante todo el tiempo que he podido hablar. Apoyó la cabeza en mi rodilla, y recé para que no se moviera. Suspiró, cuando las últimas luces parpadearon fuera en el pasillo y supo que tenía que irse. ―¿Cómo un chico de Nottingham se vuelve tan terriblemente inteligente para contar historias? ―Soy un chico de un montón de lugares. Sólo estoy contándote cosas que recuerdo. Me miró críticamente. ―Estoy luchando contra creerte. Eso no fue un problema al principio, pero ahora se ha vuelto difícil. ―Estudió mi cara con cuidado―. Hay algo en ti que no es como cualquier persona que he conocido. Tienes una extraña clase de confianza. Como si realmente fueras un hombre que conoce todo el mundo. O al menos lo cree. Me eché a reír, feliz de que me dejara tomarle la mano tanto tiempo. ―Es ambas cosas, supongo. ―¿Por qué no eres famoso? ¿Por qué los escritores no están escribiendo sobre ti, y los fotógrafos tomándote fotos? Me sentí herido, y no lo oculte. ―Nadie sabe estas cosas sobre mí. No se lo digo a nadie. No quiero ser famoso. Y ¿por qué alguien me creería? ―Porque puedes hacer cosas extraordinarias. ―Y muchos otros también. ―No como tú. Toqué las vendas en mis costillas. ―Quiero vivir mi vida tan serenamente como sea posible. No quiero ser considerado como un loco. No quiero ser arrojado a la papelera de locos, donde las otras personas viejas con recuerdos van. No le digo a nadie de estas cosas. ―Pero me lo contaste. Me volví hacia ella. Me sentí enterrar, y no podía actuar de otra manera. ―Dios, Sophia. No eres cualquier persona. ¿No has oído todo lo que he dicho? Puedes pensar que soy otro muchacho patético a tu cuidado, y lo soy. Pero eres todo para mí.
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Estaba sentado y sonrojado, y tan determinado que apenas podía sentir mis pulmones o cualquier otra parte de mí. Sophia había dejado caer mi mano, y lucía como si fuera a llorar. ―Por favor, trata de creerme ―dije―. Esto no sucedió por accidente. Has estado conmigo desde la mismísima primera vida. Eres mi primer recuerdo todas las veces, el único hilo en todas mis vidas. Eres tu quien me hace una persona. My Name is Memory
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Hopewood, Virginia, 2007 Lucy pasó la mayor parte de sus días en una especulación solitaria. Se puso de pie detrás de la barra Healthy Eats, batiendo ingredientes de frutas mezcladas de las montañas para una aparentemente interminable línea de clientes, pero estaba tan profunda en sus pensamientos que estaban prácticamente haciéndose solos. El sonido del crujir del hielo en el mezclador dentro y fuera de sus constantemente preguntas. Fue la banda sonora de su verano. No le había dicho a Marnie. Apenas se lo había dicho a sí misma. Estaba esperando el momento oportuno. Se preguntó acerca de Daniel con más frecuencia. No sabía si pensar si él estaba vivo o muerto, pero pensaba en él de todos modos. Dentro de su cabeza, él era el único con el que podía hablar. Se sentía como si comprendiera mejor su soledad. Entendió tan bien que se sentía mientras pensaba en él como si hubiera cogido una fiebre. Bueno, en primer lugar había capturado su locura, la soledad llegó más lentamente. Cuando sabes que eres diferente, cuando tu mundo interior no tenía sentido para nadie más, incluyéndote, es natural que te apartes. No puedes seguir la pista de lo que la gente normal se supone que debe pensar en comparación con lo que realmente pensaba, y ampliabas la brecha entre ellos. Las simples interacciones eran un poco más tensas, hasta que tal vez te rendías en la mayoría de ellas. Creo que esto podría ser llamado enfermedad mental, se dijo a sí misma en algunas ocasiones. Pero tal vez estoy en algo verdadero, argumentaba. Tal vez un montón de locos son algo cierto, se respondía. Hace tiempo dio por terminada la búsqueda de una explicación racional. Fue la búsqueda de lo irracional la explicación que mejor se adaptaba a todas las cosas que había experimentado. La consistencia interna fue tan buena como esperaba. Algunas personas pensaban que se podía acceder a vidas pasadas mediante la hipnosis. Regresión a vidas pasadas, se llamaba. Por supuesto, eso significaba aceptar la premisa de que tenías vidas pasadas, lo que era grande, pero fue dejando eso de lado por el momento. Lo estaba aceptando a manera de prueba, por el bien de una conjetura. Conjetura, después de todo, su constante compañera, su nueva mejor amiga.
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Eso significaría que la niña inglesa era ella, Lucy, en una vida anterior. Eso, de hecho, era mucho para procesar, pero allí estaba. Significaría que la enorme casa realmente existía o había existido en algún lugar, probablemente en Inglaterra. Eso significaría que una vez había tenido una madre que hacía jardines y murió cuando ella era joven. Eso significaría que había un chico real que había amado y muerto, a quien había llamado Daniel, a quien consideraba en sus sueños de ser la misma persona que su Daniel de la secundaria. Eso significa que realmente lo era, o había sido, una nota dejada por... bueno, por ella. Eso significaría que había estas cosas en el mundo real y que podía, supuestamente, encontrar, si no se habían perdido o destruido. Se sentía como un gran salto el poder conectar estas imágenes en su mente a las cosas en el mundo real, pero eso era lo que exigía su hipótesis. Ella quería saber. No podía dejarlo ir hasta que lo descubriera. Iba a seguir persiguiendo a su locura, no iba a dejar que la persiguiera. Si había un lugar real y una casa y una nota, iba a tratar de encontrarlos. Sus vacaciones de verano realmente estaban resultando ser unas vacaciones después de todo, unas vacaciones de la cordura. Pensó fugazmente en Dana. Esperaba que ella pudiera hacer un buen viaje. My Name is Memory
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Hastonbury Hall, Inglaterra, 1918 Ella quería saber sobre Sophia, por lo que le conté. No todo, pero muchas cosas. Escuchó con tanta intensidad que era casi como si estuviera recordándose a sí misma. Eso era lo que yo imaginaba, de todos modos, en las horas que tenía que pasar sin ella. ―Entonces, ¿qué hicimos cuando cabalgamos en el desierto? Estaba en parte bromeando conmigo, todavía me retaba a ver cuando acababa. Y estaba dignándose a creerme un poco. Había comenzado, a pesar de sí misma, a creer lo que dije acerca de mi pasado. Me di cuenta. Pero cuando preguntaba acerca de ella, cuando le recordé su papel en estas aventuras, seguía jugando. ―Al principio estábamos en un apuro. Como ya he dicho, tenía que alejarte de la bestia de mi hermano tan pronto fuera posible. ―¿Y entonces? —Me encantó cuando se quitó los zapatos y se subió a la cama conmigo. ―Y luego fuimos más lento. El desierto estaba completamente vacío. Empezamos a sentirnos seguros. Tenías hambre. Te comiste la mayor parte de la comida. ―No lo hice. ―Oh, lo hiciste. Chica codiciosa. ―¿Era muy pesada? Negué, al verla como estaba en el ojo de mi mente. ―No lo creo. Eras tan delgada y hermosa como lo eres ahora. ―Así que fui codiciosa y comí toda la comida. ¿Y luego qué? ―Entonces hice un fuego, monté una carpa muy primitiva y puse nuestras mantas debajo de ella. Asintió. ―Y entonces nos dimos cuenta de que las estrellas eran extraordinarias, así que salimos de debajo de la tienda.
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―Eso suena bien. ¿Y luego qué? ―Hicimos el amor tiernamente con el cielo abierto como testigo. ―También me encantó ver el rubor en sus mejillas. ―No, no lo hicimos. Le sonreí. ―Tienes razón, no lo hicimos. ―¿No lo hicimos? ―Ahora se veía decepcionada, y me reí. ―No. ―Con valentía, toqué su mejilla―. Yo quería. ―Tal vez también yo. ¿Por qué no lo hicimos? ―Llevó sus rodillas hasta su pecho. ―Porque te casaste con mi hermano. ―El que trató de estrangularme. ―Sí. Estaba mortalmente celoso, porque pensaba que lo estaba traicionando y aprovechándome de ti. No quería darle la razón. ―Se lo merecía. ―Sí, se lo merecía. Pero nosotros merecíamos algo mejor. Pude ver la emoción en su rostro. ―¿Lo crees? ―Sí. Los arrepentimientos quedan contigo. Te distorsionan con el tiempo. Incluso si no puedes recordarlos. ―Le toque los pies a través de sus calcetines. Tenía hambre de tocar cada parte de ella―. Y de todos modos, tendremos nuestra oportunidad.
No sé qué pasó con Sophia esa noche, pero cuando llegó la mañana siguiente, estaba diferente. Solemne y a la vez urgente. ―El Dr. Burke está equivocado acerca de ti. Vas a estar bien. No podía mentirle. ―Lo estarás —dijo combativa. ―Dile eso a mis pulmones.
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―Creo que lo haré. —Puso sus brazos a mi alrededor y apretó su mejilla contra mi pecho. Siempre parecía preocupada acerca de que alguien nos viera, pero no parecía importarle ahora. Me sostuvo durante mucho tiempo, y entonces me miró. ―Siento todo por lo que has pasado ―dijo―. No puedo soportar pensar en el dolor que has estado sintiendo. Mereces algo mejor. ―Está bien ―dije rápidamente―. He pasado por cosas peores. ―Sus ojos estaban llenos de tristeza, y no lo quería para ninguno de nosotros. ―Pero eso no lo hace menos doloroso, ¿verdad? ―Sí, duele ―le dije con fuerza―. El dolor es miedo, y no tengo miedo. Sé que voy a tener un cuerpo nuevo pronto. ―Hablas como si tu cuerpo fuera una habitación en la que puedes entrar y salir. ―Tenía sus manos en mis brazos―. Pero este eres tú. Me sentí frustrado de golpe. Señalé mi pecho. ―Esto no soy yo. Este cuerpo se está rompiendo, pero yo no. ―No quería su mirada de simpatía. Odiaba ser débil frente a ella―. Te lo prometo. Voy a estar sano de nuevo, y te encontraré. Su expresión era tierna. Permaneció en silencio un rato, y se me ocurrió que lucía mayor de lo que lo hizo el primer día que desperté con ella. ―Nos merecemos algo mejor ―dijo en voz baja. ―Tendremos algo mejor. ―¿Lo haremos? ―Sí, lo haremos. ―La miró con seriedad absoluta―. No me importa esto. Puedo esperar un poco más si tengo que hacerlo, porque sé que voy a estar de nuevo contigo, y voy a ser fuerte otra vez. Cuidaré de ti, te haré el amor y voy a hacerte feliz. ―Me haces feliz ―dijo. Puso sus brazos alrededor de mí, y me di cuenta de que estaba llorando en su hombro y no quería que ella lo viera. Mi fiebre estaba tan alta que era difícil no estremecerse en sus brazos. ―Una cosa, sin embargo ―dijo después de un rato, y su voz era más clara. ―¿Qué? ―Cuando me encuentres de nuevo, ¿cómo sabré que eres tú? ―Te lo diré. ―Pero ¿y si no te creo? Soy un pequeña terca, ya sabes.
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La sostuve con fuerza. ―Sí, lo eres. Pero no eres imposible.
En el último día soleado de mi vida, Sophia me trajo un abrigo de su padre y me llevó afuera. Puedo recordar el esfuerzo que tomó mantenerme en pie de un paso al siguiente. Caminamos lo suficientemente lejos de la casa para olvidar que era un hospital. Llevaba un sombrero de lana azul brillante y un vestido rojo difuso que se sentía como propia satisfacción entre mis dedos. No lucía como una enfermera, sino como una chica encantadora sin cuidado en un paseo con su novio en el jardín. Así es como pretendimos que era. Encontramos un trozo de hierba bajo el sol y nos acostamos sobre él. Sentí el calor del sol, y la dulzura de su cabeza en mi hombro, puse mis brazos a su alrededor. Me hubiera gustado meterme en ese momento y permanecer en su interior sin dejar que otro pasara. En silencio, absortos vimos una mariposa amarilla posarse en la punta de su bota. ―Este fue un jardín de mariposas una vez ―dijo―. La cosa más hermosa que jamás hayas visto. ―Se volvió hacia mí y sonrió―. Bueno, quizás no lo más maravilloso que hayas visto. Me eché a reír. Me encantaba el sonido de su voz. Quería que siguiera hablando, y parecía saberlo. ―Había miles, decenas de miles de ellas en todos los colores. Y debiste haber visto las flores. Yo era muy pequeña, pero me quedaba aquí y dejaba que las mariposas se posaran en cada parte de mí y trataba de no reír cuando me hacían cosquillas. ―Me gustaría haber visto ―dije, mirando el movimiento lento de las alas de la mariposa en su bota. ―Mi madre lo hizo. Era famosa por los jardines que hizo. ―¿Lo fue? ―Sí. Y por ser hermosa. E imprudente. ―¿Imprudente? ―Le gustaban las cosas rápido. Mi padre dijo que tenía piernas nerviosas, porque no podía estar quieta ni por un segundo. Pensamos en eso por un rato. Quería ser cuidadoso.
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―¿Y qué hay de las mariposas? ¿Qué pasó con ellas? ―Se fueron después de que murió. Mi padre no trató de mantener los jardines después de que ella murió. Ser cuidadoso no me había ayudado. Me hubiera gustado no haber hecho esa pregunta. Nos echó fuera del refugio de ese momento y de nuevo al paso del tiempo. El tiempo se perdió y Sophia había sufrido demasiado de ello. No levantó la cabeza, pero sentí la tristeza de su cuerpo apretado contra el mío, y estaba demasiado débil para resistirlo. Me llenó también. ―Te amo ―le dije―. Más que nada. Siempre lo he hecho. Oí la humedad en su respiración. Levanté la mano a su cara y sentí sus lágrimas. ―Te amo ―dijo. Esas fueron las palabras que había esperado oír muchas vidas, pero me dieron un dolor profundo. Deseé que no lo hubiera dicho. Ya había perdido demasiado. Me hubiera gustado haber muerto en el valle del fangoso río Somme y no hacerla perder una cosa más.
Durante dos días entraba y salía de un sueño febril. Sophia estaba allí. La vi cuando abrí mis ojos y la sentí cuando no podía. Me pregunté si había sido despedida de sus funciones de enfermera, estaba conmigo todo el tiempo. Hablé con ella, y ella me habló, pero sólo tengo la idea borrosa de lo que dijimos. Y entonces desperté. Me dolía el cuerpo, apenas podía respirar, pero mi cabeza estaba clara. Sophia estaba inicialmente extasiada cuando me vio sentado con los ojos abiertos. La inocencia de su respuesta fue una alegría y una agonía para mí. Pero en un examen más detenido, debería saber que el color de mi piel no estaba bien. Mi respiración no estaba bien. El Dr. Burke le dijo algo en voz baja fuera de mi puerta, y su conducta cambió cuando volvió adentro. Sus ojos estaban llenos, y su boca se prensó en una forma cooperativa. ―De vuelta de nuevo, ¿verdad? ―le pregunté en broma, hablando en voz baja para reprimir que salga fluido y tos―. ¿No has sido despedida todavía por pasar mucho tiempo con el paciente D. Weston?
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―Realmente no pueden echarme, ¿cierto? No pueden prescindir de un par de manos extra. Y es quisquilloso, siendo esta mi casa. ―Pero dime que las enfermeras te están haciendo pasar un respetable mal momento por lo menos. ―Creo que entienden lo que siento por D. Weston. ―Tocó mi oreja tiernamente―. Todas las enfermeras dicen que eres el más guapo que tenemos. Sonreí porque no tenía aire para reír más. ―¿Es eso de lo que hablas? Se sentó en la cama en silencio por un rato. Su rostro se había vuelto solemne. ―Quiero ir contigo ―dijo. Puse mis manos en su cintura. ―¿A qué te refieres, querida? ―Quiero ir a donde vas. No tengo miedo de morir. Quiero que permanezcamos juntos y volver juntos. Has dicho que las almas se juntan. Quiero quedarme contigo. ―Oh, Sophia. ―Besé sus costillas a través de su suéter. Apoyé la cabeza en su abdomen―. No puedes quitarte tu propia vida. ―¿Por qué no? ―Porque eres joven, bella y saludable, y no puedes hacerlo. De todos modos, el renacimiento viene de querer vivir. El suicidio es el rechazo, el final. Si la muerte es realmente lo que elijes, no podrás volver después de eso. ―Pero no quiero rechazar mi vida. No quiero elegir la muerte, quiero vivir. Sólo quiero vivir mi vida contigo. Tome sus manos y la miré a los ojos. ―No puedes saber lo mucho que quiero vivir mi vida contigo. Por ahora tienes que tratar de vivir tan plena y feliz como sea posible. Te convertirás en una enfermera. Tal vez en doctora. Te vas a enamorar. ―Me he enamorado ―dijo, y sus ojos se ampliaron. Besé sus manos. ―Te vas a enamorar otra vez. Y tal vez tengas hijos y envejecerás y morirás cuando llegue el momento. Y tal vez mirarás hacia atrás y me recordarás de vez en cuando. Y cuando vuelva nuevamente, voy a estar esperando. Te encontraré. Sacudió la cabeza.
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―¿Pero cómo? Dices eso, pero ¿cómo me encontrarás? ―Sólo lo haré. Siempre lo hago. ―Pero ni siquiera te conoceré, ¿verdad? Te trataré como a un extraño. Mi memoria es sólo regular. Ni siquiera soy tan buena como Néstor el perro. ―Comenzó a llorar y la sostuve tan cerca como pude. ―No hace falta que me conozcas. Yo te conoceré. Sentí sus sollozos húmedos contra mi pecho. ―Yo no me conoceré ―dijo. My Name is Memory
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Hopewood, Virginia, 2007 Resultó que era difícil localizar a un joven llamado Daniel Grey (escrito tanto Grey como Gray, las dos veces que fue incluido en el anuario de secundaria) en quien pensabas incesantemente pero no tenías información alguna. Lucy intentó todas las búsquedas normales en Internet y encontró una serie vertiginosa de Daniel Grey/Gray. El único factor de reducción era su edad ― no conocía exactamente su cumpleaños― y eso no ayudó mucho. La escuela no tenía ninguna dirección y no hay registro de él, pero por el lado positivo, la morgue tampoco tenía constancia de él. Había presionado a Claude, el guardia de Whyburn House, lo más fuerte que se había atrevido por información sobre el hombre misterioso que había venido a buscarla, pero la seguridad inicial de Claude parecía desintegrarse al ser interrogado. No estaba realmente segura de si su nombre era Daniel, ya que podría haber sido Greg. No estaba segura de si sus ojos eran verdes. Podrían haber sido marrones. ―Lo reconocería si lo veo ―dijo en tono de disculpa. Resultó, sin embargo, que era más fácil localizar a una mujer joven sin nombre, que llevaba mucho tiempo muerta, en base a un psíquico, un hipnotizador y el contenido de su mente, que una persona que había en realidad conocido y besado en la escuela secundaria. Hythe era una ciudad real en Inglaterra, y de las pocas casas señoriales de los alrededores, sólo una había sido utilizada como hospital durante la guerra. Había pensado primero que era la Segunda Guerra Mundial, pero la familia propietaria no había estado viviendo allí en los años previos a la misma. Parecía mucho más remoto ampliar su búsqueda a la Primera Guerra Mundial, pero eso es lo que hizo. Y así fue como se encontró con la honorable Constance Rowe. También hubo una Lucinda Rowe, su hermana mayor por cuatro años, pero tan pronto como Lucy vio el nombre de Constance, lo supo. La señora Esme había dicho el nombre, estaba casi segura. Constance era la señorita más joven de Hastonbury Hall, hija del lord, nieta de un vizconde. La casa fue utilizada como hospital en ambas guerras. Los ingleses obviamente amaban sus grandes casas, porque había una gran cantidad de información que se encontraba sobre ellas, incluyendo el hecho de que
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Hastonbury existía, aunque en gran parte estaba deshabitada este siglo. Lucy pasó horas sentada frente a su computadora mirando fotos de la casa. Se quedó mirando la puerta principal, cerró los ojos y supo del camino curvado fuera del alcance de la foto. Era extraña la forma en que sabía de la sombra proyectada por un grupo gigante de árboles a la izquierda y la forma en que el prado iba en pendiente hacia el río a la derecha. ¿Cómo lo sabía? Tal vez no lo sabía. Tal vez estaba equivocada sobre ellos. Tal vez era sólo su imaginación. Se sentía como si estuviera viviendo en The Matrix. Le había gustado la película. Marnie y ella la habían visto cinco veces, pero eso no significaba que quería que fuera real. Cada nueva imagen que vio le ofreció una desconcertante corroboración. Reconoció los contornos de la biblioteca desde las ventanas geminadas con arcos a lo largo de la fachada, y luego se encontró con una imagen del interior para demostrarlo. Podría apuntar hacia el comedor, la sala de música, la cocina, desde las imágenes del exterior de la casa. Y entonces descubrió un plano con todos ellos marcados, como ella lo recordaba. Podía imaginar claramente la forma en que la escalera se elevaba desde la sala central. Inquietante, como estaba todo, era una especie de fantasía imaginarse a sí misma perteneciendo a ese mundo. Lucy se preguntó qué diría su padre de esto. Se enorgullecía de ser un sureño de siete generaciones. Olvida la reencarnación, la psíquica, el hipnotizador, y todo eso. ¿Qué pensaría de ella por haber sido una británica tan recientemente? Probablemente era peor que ser un Yankee. Cuanto más descubría sobre la corta y trágica vida de Constance Rowe, menos parecía una fantasía. De hecho, a medida que pasaban los días, se puso a llorar por ella. Su madre, famosa por sus jardines y su naturaleza temeraria, había muerto en un accidente automovilístico cuando Constance era una niña (habían tenido uno de los primeros automóviles, y su madre tenía una pasión por la conducción del mismo) y su hermano mayor había muerto en la guerra. Se había enamorado de un soldado a su cuidado (de esa parte Lucy no había encontrado todavía corroboración) que murió de heridas por la guerra y le rompió el corazón. Se convirtió en enfermera y viajó con una delegación de médicos y misioneros a lo que entonces era el Congo Belga. Murió de malaria cerca de Leopoldville a la edad de veintitrés años. Lucy, manejando sus problemas por día, se encontró viviendo dentro de una extraña tristeza. No lloraba por sí misma, no se sentía exactamente de esa forma, pero la tristeza de Constance la cubría como un sudario. Ahora sus pensamientos comenzaron a desviarse en otra dirección. Estaba harta hasta los huesos de mezclar batidos. Se sentía como si fuera a llorar si tenía
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que cortar una pata más del pasto de trigo, pero tenía que aguantar más horas. Necesitaba lo suficiente para pagar un billete de avión, un hotel barato y un coche de alquiler, y la libra no estaba a su favor. Tenía que ganar el dinero suficiente para ir a Inglaterra antes de que el verano hubiera terminado. Constance era una persona real. La casa era un lugar real. Tal vez las cartas de las que había hablado también eran reales y estaban esperando a que Lucy las encontrara. Tal vez toda la información que necesitaba encontrar estaba en su cabeza. Había una satisfacción en tener la razón y un miedo en encontrar mucha evidencia de que el mundo no trabajaba de la manera que tú o la mayoría de la gente pensó que lo hacía. My Name is Memory
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Hastonbury Hall, Inglaterra, 1919 La vieja habitación, su habitación amarilla, ahora tiene tres nuevos ocupantes. Sus heridas eran graves, y sus espíritus estaban bajos y necesitaban su atención. No la llamaron Sophia. No hablaban o leían arameo. No le contaban historias de cabalgar por el desierto a caballo. Constance trató de cuidarlos de todos modos. El cuerpo de Daniel y sus cosas, incluyendo la camisa que le había dado, habían sido transportados a sus padres y hermanas cerca de Nottingham. No había querido contactar con ellos antes, no estaba segura del por qué. Tal vez porque había sabido lo que iba a pasar todo el tiempo. Constance se había sentado en los escalones polvorientos y observó a los hombres cargar el camión. Daniel no era el único. La pequeña granja fuera de Nottingham no fue su única parada. Los había visto cerrar la puerta trasera e irse. Los vio volverse pequeños y observó el polvo levantarse y luego asentarse. Recordaba cuando este estacionamiento era un jardín de la cocina y había sembrado pepinos, tomates, lechugas y calabazas. Le había dejado una carta. No pudo leerla durante varios días. La había escondido en su escondite antiguo, un compartimiento construido en la pared detrás de la estantería en el cuarto amarillo. Se sentía culpable por desear que los gimientes hombres enfermos, que no eran Daniel por favor salieran de su habitación y la dejaran con su carta y sus pensamientos. Trató de no estar distraída, pero lo estaba. Trató de recordar los nombres y las historias de estos jóvenes como si le importara, y le importaba, pero no podía hacer a su mente quedarse con ellos. Pensó en Daniel, y más obsesiva y con miedo, pensó en su propio futuro, que lo olvidaría. No quiero olvidarlo. ¿Cómo puedo hacerme recordar? ―¿Se puede incrementar una memoria común? ―le preguntó entre lágrimas, dos días antes de que falleciera. ―Si lo quieres lo suficiente ―le había dicho―. Creo que podrás. Bueno, lo quería lo suficiente. Si querer era lo que se necesitaba, entonces tendría éxito. Pero, ¿cómo lo haces? ¿Cómo te gritas a ti mismo a través de los años? ¿Cómo inscribes un mensaje en tu alma, lentamente, de manera que sea seguro que viaje
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contigo a través de la muerte y lo suficientemente fuerte para asegurarse de que se haga oír? No estaba pidiendo recordar todas las vidas, sólo quería aferrarse a ésta cosa. Me voy a dejar pistas. Me voy a enviar sueños. Voy a hacerme recordar. Pensaba en la muerte más que en la vida, y eso estaba mal en un lugar como este. Daniel se había ido allí sin ella. ¿Qué le estaba pasando? ¿Estaba asustada? ¿Y si no regresaba en esta ocasión? ¿Y si finalmente dejaba de recordar? ¿Y si esta era la muerte que le haría olvidar? Tal vez en la próxima vida se cruzarían en una acera en Madrid, Dublín o Nueva York. Tal vez se detendrían y se mirarían el uno al otro y sentirían un poco de nostalgia extraña, pero ninguno de los dos sabría por qué. Querrían detenerse, pero se avergonzarían, y ninguno sabría qué decir. Irían por caminos separados. ¿Quién sabía? Tal vez eso pasa todos los días a personas que una vez se habían amado el uno al otro. Parecía indeciblemente triste tener una tragedia que ni siquiera podrías reconocer. La idea de escribirse una carta se le ocurrió en un sueño por la mañana. Era el tipo de sueño que era tan intenso que pensabas que estabas realmente haciendo las cosas en él. Como cuando tienes frío y no dejas de pensar en que conseguirás otra manta. O bien, tienes que orinar y no dejas de pensar que tal vez te has levantado para ir, pero no lo has hecho. La carta estaba escrita hasta la mitad para el momento en que abrió los ojos. Tomó papel y pluma y escribió sin pensar, como si tomara dictado. Parecía prometedor, de alguna manera, tener este conducto a su yo en el sueño. Daniel dijo una vez que los sueños estaban llenos de imágenes y sentimientos de vidas antiguas, y porque recordaba el material de origen, encontraba sus sueños menos misteriosos que la mayoría. Tal vez este era un sueño al que podía aferrarse.
No sé quién eres, pero ruego que esta carta llegue a las manos adecuadas. Deseo que no la desprecies por las ideas extrañas que contiene y comprendas la sinceridad ardiente con que la he escrito. Yo soy Constance Rowe de Hastonbury Hall en Kent, cerca del pueblo de Hythe. Estoy a dos cortas semanas de mi cumpleaños diecinueve. Una vez fui llamada Sophia, y muchos otros nombres, también. Si esta carta ha llegado a su lector deseado, entonces soy tú, creo, tu pasado, una vieja encarnación de tu alma. Sé que suena ridículo e imposible de creer. Me sentí de la misma forma. Pero, por favor trata de creerlo.
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Daniel me contó algunas de las formas en que esto funciona, vivir, morir y vivir de nuevo, pero no lo entiendo del todo bien. Sé que hay cosas de ti/mí que no sobrevivir a cada muerte. Sospecharía que tienes una marca de nacimiento en la parte superior de tu brazo izquierdo. Probablemente tengas problemas con tu garganta. Sueñas con el desierto, y tus pesadillas son casi siempre sobre el fuego. Tal vez incluso sueñas conmigo y esta casa. Espero que lo hagas. Me encontré con Daniel aquí en la casa grande. Durante la guerra, ha sido convertida en hospital, a pesar de que pertenece a mi familia. Lo hirieron en Somme ―el segundo, no el primero― y soy una enfermera auxiliar, y cuidé de él. Murió hace once días. Quería morir con él. Daniel me/te conocía de antes, a lo largo de muchas vidas. Recuerda todo. No sé cómo será cuando lo veas, dónde va a estar o cómo se verá, pero será llamado Daniel. Te recordará si te encuentra, y Dios, como espero que lo haga. Él querrá llamarte Sophia y te contará historias extraordinarias. Estarás irritada, confundida, tal vez asustada al principio. Haz que te lo pruebe, si es necesario. No presume mucho, pero él puede hablar y leer un número imposible de idiomas, y sabe cómo funciona cada tipo de instrumento antiguo, musical o científico. Su mente es mejor que una enciclopedia completa. Él sabrá cosas sobre ti: lo que sueñas y lo que piensas, y te perseguirá. Por favor, créele. Mantén tu corazón abierto para él. Él puede hacerte feliz. Siempre te ha querido, y una vez lo amaste con todo tu corazón. Constance. My Name is Memory
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Hythe, Inglaterra, 2007 Lucy alquiló un coche en Heathrow y se dirigió a Hythe, una pintoresca ciudad con una larga y pedregosa playa gris en el Canal. Había tanta sal y niebla en el aire que todo estaba húmedo, incluso su ropa cuando la sacó de su maleta. Había conseguido una habitación pequeña en un restaurante de la High Street. Había pensado que iba a ser un pub, pero resultó ser una tienda de curry. Dentro de poco no estaría sólo húmeda, sino olería claramente a curry. A pesar del enorme esfuerzo y gastos para llegar al otro lado del Atlántico, y las extrañas mentiras que dijo a sus pobres padres incautos acerca de su querida amiga Constance, la estudiante de intercambio inglesa, que se moría porque la visitara, Lucy todavía estaba reacia a hacer el recorrido de quince minutos a Hastonbury. Tenía las direcciones. Las había descargado e impreso en casa. Toda la planificación y la formulación de estrategias había sido una cosa, pero ahora que era hora de enfrentarse a la versión real de la casa que había estado imaginando durante dos meses y medio, estaba nerviosa. Se sentía como si todos los miedos, todas las fantasías, todo mal sueño que había tenido, tendría, desde este momento en adelante, el potencial de ser real. Ir a Hastonbury Hall se sentía como hacer un acuerdo para vivir en un tipo de mundo diferente, y no sabía si estaba de acuerdo con su parte en esto. Si se asustaba de verdad, quería ser capaz de poner todo en su lugar y volver a casa. Esto, sospechaba, era su rubicón10. Tenía una taza de Earl Grey y dos trozos de pastel en una tienda de té. Compró a Marnie y a su madre pares de calcetines con diez compartimientos separados para los dedos de los pies y la cabeza de una reina diferente en cada una de ellas. ¿Qué estoy haciendo aquí?, se preguntó, caminando a lo largo de High Street. Estoy engordando y comprando innovadoras medias tontas. Consideró seriamente empacar su maleta y salir del Curry Shop y sólo ir a casa. Podía volver a la escuela y a su vida regular. Podía ir a fiestas y hablar con personas reales y vivas. Podría ser pre-profesional. Podía salir de esta extraña vida fantasma en que había entrado,
Rubicón: Tomar una decisión importante, afrontando un riesgo.
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en cualquier momento. Podía desterrar a Daniel, Constance y Madame Esme de sus pensamientos. Se sentó en un banco y miró los coches pequeños pasar. ¿Podría hacerlo realmente? Se metió en su pequeño coche alquilado y desdobló las direcciones con manos temblorosas. Comenzó a manejar como había imaginado tantas veces.
La puerta y el parque que conducía a la casa no eran exactamente como los había imaginado. Se dio cuenta, mientras conducía a la parte delantera de la casa, que en realidad podría sufrir otro tipo de tormento en este viaje. Había venido preparada para explotar el universo tal como era, bombeada de adrenalina y lista para pasar a la acción. Pero ¿y si no tenía sentido? ¿Y si la casa no era especialmente familiar o resonante después de todo? ¿Y si no encontraba ninguna carta? ¿Y si nunca hubo una? ¿Y si su conexión con el lugar no era nada especial en absoluto? Tal vez había sido utilizada como el set de una vieja película que había visto y olvidado. Tal vez su conocimiento de la misma podría ser fácilmente explicado. Eso le parecía tristemente probable mientras conducía por encima de los sedimentos del río de aspecto triste. Eso no era un rubicón. Estacionó el coche y salió. Se veía como esperaba en su más amplio contorno, pero diferente en casi todos sus detalles. No ayudó que el lugar estaba prácticamente cayéndose. Era difícil imaginar que los jardines alguna vez habían sido magníficos. A un lado de la casa una granja se mantenía de pie, y una tienda donde puedes comprar tarjetas postales y tazas de té con una foto de la casa en ellas. Por otro lado, sabía, vivía un hombre viejo. Era sobrino de Constance, o algo por el estilo. Lucy se acercó a la tienda. Sabía que ofrecían un recorrido por la casa y jardines por unas meras siete libras, y había venido preparada. La mujer de mediana edad que trabajaba en el soporte de la granja también parecía estar a cargo de la tienda. ―¿Cómo puedo ayudarte? ―le gritó a Lucy, que estaba de pie en la puerta de la tienda desierta. ―Me gustaría un tour de la casa, por favor ―dijo Lucy, acercándose. La mujer negó.
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―Me temo que nuestro guía turístico no está hoy. ―Pensé que hacían recorridos entre las diez y las tres de cada día ―dijo Lucy―. ¿Debo volver mañana? La mujer lanzó una mirada sufrida al otro lado de la casa. ―Puedes intentar. La verdad es que él viene cuando le da la gana. Lucy no había previsto este problema, pero resultó ser una bendición. Abrió su bolso y sacó un billete de diez libras en su mano. ―Soy una estudiante de los Estados Unidos, estudio las casas de campo inglesas. ―Le tendió la nota―. Podría dar un pequeño paseo. Me da lo mismo. Prometo no arrastrar barro o tocar algo ―dijo. La mujer vaciló, pero no por mucho tiempo. ―Está bien, entonces ―dijo, aceptando la nota―. Supongo que no hay nada de malo si das un paseo alrededor. Quédate fuera de las habitaciones con las puertas cerradas. Y como dices, no toques nada. ―Por supuesto ―dijo Lucy―. No tardaré mucho. ―Vuelve por aquí cuando salgas, ¿quieres, amor? ―Sí, lo haré. Ella señaló. ―El recorrido se inicia desde el interior de la tienda. Sólo tienes que ir a la parte posterior y a través de las puertas dobles. ―Gracias ―dijo Lucy con un tamborileo en su cabeza. En el frente de la tienda Lucy notó que al lado de las postales y mermelada de grosella estaba una impresionante monografía sobre la historia de la casa y los jardines. Corrió de vuelta a la granja y le dio a la mujer otro billete de diez libras. ―Me gustaría esto también, por favor ―dijo, levantando el libro. Lo apretó en su mano sudorosa mientras caminaba a través de la tienda hacía la casa. Dios, el olor. Cuando Lucy entró en la casa, el olor era suficiente para convencerla de que no podía haberla conocido de una película o una fotografía. No era ni dulce ni repugnante, sino viejo. No había un elemento identificable en él ―probablemente era una mezcla de cientos de cosas más cientos de años― pero absolutamente lo conocía. Le sugería un sentimiento, un estado de ánimo, una extraña especie de dolor que provenía de una profunda parte sin uso de ella. Se detuvo y se quedó inmóvil durante un rato y se sintió agradecida de estar sola.
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El interior de la casa había sido reconfigurado un poco, sospechaba, pero conocía el camino hacia la escalera principal. Pasó habitaciones familiares. Hizo una pausa fuera de la sala de música. Sus ojos se perdieron en más de un tipo de piano en miniatura pintado. Un clavicordio, su mente le suministró de forma inesperada. ¿Constance había tocado eso? Sabía que tenía que seguir su camino a la habitación. Podría tener que tomarse un poco de tiempo allí, y no quería que la señora de la granja viniera a buscarla. Subió las escaleras, anticipando el crujir de cada paso. Allí estaban los tapices, desteñidos por tres siglos de luz del sol y tres siglos de polvo suave. Un rayo de luz entretejido débilmente a través de una gran ventana de cristal manchada. Podía imaginarse de pie bajo ella, mirando las manchas de color claro decorar sus brazos. ¿Era ese un recuerdo? Se dio la vuelta a la derecha en el rellano. Ahora, este vestíbulo era un lugar que se veía exactamente como esperaba. La profundidad de las ventanas puestas en el ancho yeso, el patrón de las tablas del suelo. Había varias puertas faltantes. La suya estaba al final. Recordó, de pie frente a ella, que no debía abrir las puertas. Giró el picaporte y sintió un gran alivio cuando la puerta se abrió. Podía ver por qué no era parte del recorrido. Las paredes estaban en mal estado pero aun así en amarillo viejo. Había algunos muebles de los años sesenta o setenta, Lucy adivinó, apilados contra una pared. Había algunas viejas sillas de césped oxidadas, empujadas contra otra. La forma de la habitación era linda y los techos eran altos, pero le había quedado al polvo y las arañas. Se preguntó si había sido usada para algo más que almacenamiento desde la Segunda Guerra Mundial. Bajo una sábana estaba el armario que había imaginado en su mente. Ahora, se volvió hacia los estantes. Sucias sábanas de plástico cubrían la mayor parte de ellos. Sin pensar demasiado, fue a la mitad de las tres unidades y movió a un lado el plástico. Justo debajo del nivel del ojo había un estante con un par de canastas y algunos libros. Deslizó los libros a un lado. El compartimiento estaba detrás de ellos, del mismo modo que sabía que sería. Mierda, pensó. Aquí vamos. Puso la monografía abajo. Le temblaban las manos y estaban negras de mugre mientras giraba el plano pestillo y lo abría. Se asomó, pero no había suficiente luz para ver. Tenía miedo de poner su mano dentro. Su miedo de encontrar la carta estaba casi perfectamente equilibrado con el miedo de no hacerlo. Ambos eran impensables en este momento. Se dio cuenta de que su garganta estaba inflamada y dolorida, y que apenas respiraba. Llevó la mano dentro y no sintió nada en un primer momento y
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experimentó el peor tipo de trauma. No había nada allí. Sólo madera dura y polvo. Qué desperdicio. Qué decepción. Metió la mano más hacía el fondo, todo el camino hasta la parte de atrás, y comenzó el segundo trauma. Sí había. Había algo. Pegado contra la parte posterior del compartimiento estaba un trozo de papel doblado muchas veces. Con cuidado, Lucy se apoderó de este y lo sacó. La sostuvo por un momento. Cerró los ojos, atrapada entre dos conjuntos de percepciones, nuevas y viejas. Recordando el entonces, y haciendo el ahora. ¿Era ésta la explicación del déjà vu? Tenía la sensación de ambas cosas, doblarla para ocultarla y desplegarla con cuidado para descubrir sus secretos. Allí estaba. Amarilla, desvanecida, pero perfectamente legible, escrita por una mano seria con poca floritura o alegría. Miró al final y vio a la firma de Constance. Se sentía trascendental pero no grandioso. Casi podía sentir la pluma en los dedos de Constance. Era la mano de una muchacha triste y decidida. Ya sea que lo supusiera o recordara, no lo sabía. Se sentó en el centro del cuarto a leerla. Se secó los ojos con los dedos ennegrecidos cuando miró las primeras palabras. Tenía que calmarse antes de continuar. Tenía que encontrar su valor. Este era el universo alternativo. Estaba en el, y no podía volver. Este era un mundo en el que recordabas cosas que te pasaron antes de que nacieras. Este era un mundo en el que podías comunicarte contigo misma mucho después de morir y en el que te enamoraba de un chico que no conocías una y otra vez. Por favor, créele. Mantén tu corazón abierto a él. Puede hacerte feliz. Siempre te ha querido, y una vez lo amaste con todo tu corazón. My Name is Memory
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Congo, Belga, 1922 Constance miró hacia la habitación oscura desde su estado febril. Está la envolvió más cerca y de forma más cómoda que los metros de mosquitera. Soñaba con que fuera la misma fiebre que se extendió en Daniel y que se lo llevó, y que de alguna forma la llevara a ella a donde él estuviera. Oyó a sus compañeras enfermeras y a las monjas trabajando con prisas a su alrededor, preparándose para el día de remendar miembros y salvar almas, pero ella se quedaría donde estaba. Le lanzaron miradas esperanzadoras mientras la dejaban. Deseó tener tanta esperanza por su vida como la tenían ellas. La hermana Petra le puso una mano en la cabeza y le dejó un vaso de agua. Habían probado los tratamientos regulares. No había mucho por hacer en esta fase del tipo de malaria que tenía. Constance había estado en Leopoldville por lo menos dos años. Había recibido su certificado de enfermera seis meses después de que la guerra hubiese acabado y se hubiera desplazado a África poco después, con parte de la delegación que incluía a la enfermera Jones y a dos de los doctores de Hastonbury. Algunas almas buenas eran unas devoradoras de las curas y de los arreglos, y a ella le gustaba contarse como una de ellas, pero sospechaba que sus motivos eran un poco complicados. Aquí, por lo menos hasta que se había puesto enferma, había estado ocupada en todo momento del día. Había el ruido y el bullicio de necesidad por todo su alrededor en el hospital, y por la noche en su dormitorio, como buena alma dormía en cualquier sitio. H había necesitado alejarse de la multitud de fantasmas en Hastonbury: su madre, su hermano, su crédulo y afligido padre. Y por supuesto, Daniel. No podía creer que pudiera soportar estar en casa y perder algo más. Daniel la estaría adelantado unos tres años, más o menos. Eso no era mucho. No era tan malo pensar en morir, sabiendo que no estaría muy lejos detrás de él. Sabía que no debería pensar así. Solo tenía veintitrés años. No era la vida feliz y plena que Daniel había alentado. Pero la soledad había obtenido su control sobre ella, y no la dejaría ir. En sus sueños a causa de la fiebre a menudo pensaba mirando al futuro en la persona que sería después. No le parecía morboso sino algo emocionante. ¿Dónde aparecería, y cómo sería ella? ¿Sería Daniel capaz de encontrarla como le había prometido? ¿Sería capaz de amarla? ¿Y si tuviera verrugas en la nariz y flatulencia y mal aliento y echara lapos cuando hablara?
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Pensó en la nota que había escrito y dejado en su antigua habitación. ¿Cómo conseguiría que la encontrara? ¿Cómo conseguiría que ella siquiera recordara que tenía que buscarla? Tenía que haber algún modo, y lo averiguaría. No se quedaría de brazos cruzados en su nuevo yo, quien sea que fuera ella. Tenía la intención de hacérselas pasar difícil. A menudo pensaba en el principio. Intentaba una y otra vez señalar el hecho misterioso que había ocurrido en esos diecisiete días en los que había pasado con él. La primera vez que él se había despertado y la había llamado de otra forma, ella se había compadecido de él y le había frecuentado, como había hecho con muchos de los chicos. No por maldad. Sino porque había tantos de ellos y sus necesidades eran tan vastas y sólo estaba ella. Había pensado que D. Weston era una versión excepcionalmente atractiva y particularmente turbada de lo mismo, y eso fue todo. Él estaba demasiado enfermo para que ella le denegara su indulgencia. Habría escuchado cualquier locura que saliera de su boca y asentido con consideración en los momentos precisos. Deseaba haberle escuchado más atentamente, con menos escepticismo, para que así pudiera recordarlo mejor ahora. Porque algo pasó. Las cosas turbias eran ciertas. Demasiado de ellas como para pasarlo por alto. Y en la manera en que él las dijo, la forma extraña con la que él la miraba y la conocía, llegaba al interior de ella. Él no había contado sus historias como alguien que lee sobre ellas. Su visión del mundo era transcendental, y la incluía a ella. Nada en su pequeña vida podía compararse después de eso. En diecisiete días su compasión se había convertido en un profundo respeto y en una irrefrenable devoción. Él se aferraba a ella, a todos los lugares y a todas las partes, de una manera que ella no podría hacerlo. ―¿Por qué siempre me llamas Sophia? ―le preguntó una vez, sabiendo con tenacidad cómo lo conservaba. ―Porque si no lo hiciera, podría de verdad perderte ―le dijo.
Había intentado hacer lo que le importaba después de su muerte, cuidando a los necesitados. Por cada niño enfermo e hinchado que había hecho seguir su camino, sabía que el niño se volvería algo mejor. No podía ser peor. Tú, sé un duquesa, le había dicho a un cuerpo diminuto. Menosprecia el más ligero error de moda. Tú, sé un diputado, le había dicho a otro. Discute e intimida los días que faltaban, y alimenta tu abultada barriga de bistec de ternera y de vino de Oporto todas las noches.
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Había dado lo mejor de ella, pero una gran parte de la parte real, viva y echada para delante de ella había muerto cuando Daniel lo hizo. Lo notó en ese momento, y lo sabía ahora. Quizás la malaria también lo había sentido. Esperaba que Dios, o quien sea que fuera que dictaminaba esas cuestiones, no la castigaría muy gravemente por ello. Por favor, perdóname por no intentarlo mejor. No es que no amara mi vida; lo hago. Simplemente es que ésta es demasiado solitaria. My Name is Memory
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Hopewood, Virginia, 2007 No había estado de vuelta a la escuela después de la desastrosa noche del Baile de Graduación, y pensó que nunca podría volver en absoluto. Pero a las siete de la noche, un día antes Lucy se fijó en volver a Charlottesville para comenzar su último año de la universidad, que es a donde iba. Entró por una puerta lateral. Había gente de mantenimiento quedándose hasta tarde para tener la escuela lista para el inicio de un nuevo año. Había visto la podadora zumbando a través de los campos de juego, dos hombres pintando nuevas líneas blancas en el campo de fútbol. En los pasillos estaban arreglando armarios maltratados, fregando graffitis de las pintadas paredes de bloques de cemento. Deberían hacer que los estudiantes hagan esas cosas, se encontró pensando. Lo observaba todo con la mitad de su cabeza, mirándose a sí misma mirándolo, viéndose a sí misma mirándose a sí misma verlo, sin saber qué pensar sobre las cosas más simples. En estos días llevó su cuerpo de un lado a otro. Había viajado desde Inglaterra, recogió su habitación en casa. Recuperó a Sawmill del vecino de trece años, quien lo había atendido en su ausencia. (Le había rogado al chico de trece años, que lo adoptara permanentemente, pero la madre del chico dijo que no.) Había comprado los útiles escolares. Incluso había comprado dos nuevas camisas en Old Navy. Había estado de pie en la sala de montaje, mirándose al espejo y sin poder saber quién era. Se dio la vuelta con el corazón roto, y no estaba segura de quién lo había roto. Pensó que fue ella misma, en su mayoría. Pasó junto a su casillero, recordando las fotos y notas que había clavado en el interior del mismo. Recordó el pequeño espejo rosa en el que había buscado a Daniel en el pasillo, mirando a escondidas su reflejo por largo rato, más de lo que se atrevería de frente. Casi podía verlo con sus vaqueros holgados colgando de su trasero como cualquier otro chico soltero en la escuela. Era extraño y lejano, pero quería encajar. Podía imaginar los zapatos que siempre usaba, Wallabees de gamuza color canela que parecían haber sido hechos en 1972 y se desataban fácilmente. Se preguntaba cosas ahora que no había pensado en ese momento. ¿Quién lavaba sus pantalones? ¿Quién cocinaba su comida? ¿Quién le reprendía cuando desaprobaba un examen? Pensó que tal vez nadie. Pero alguien tenía que haberlo hecho una vez.
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Entró en la sala de química. Cerró la puerta detrás de ella y se hundió en una silla de escritorio. Puso sus manos sobre sus ojos. Tenía miedo de que los fantasmas vinieran por ella aquí, y, cuando no lo hicieron se encontró deseando que lo hicieran. No sabía qué hacer. Quería encontrar a Daniel. Más allá de eso, no sabía qué otra cosa quería o cómo vivir. No había puesto un pie en un taller de cerámica en más de un año. Dejó que en su antiguo jardín crecieran malas hierbas y plagas, ni siquiera las frambuesas nacerían este año. Siempre había tenido una conducción de hacer crecer las cosas y hacer cosas con las manos, pero no sabía cómo hacerse quererlo de nuevo. No estaba segura de cómo preocuparse por su futuro. Era un adulto, en nueve meses, se graduaría de la universidad. Se suponía que debía estar poniendo su vida como debía en este momento, y todo lo que pudo hacer parecía ser lanzar granadas contra él. ¿Cómo se suponía que iba a seguir delante de él? Recordó un sueño que una vez tuvo, en donde estaba de pie entre dos compartimentos en un tren. Estaba oscuro, rugiendo a lo largo de una pista curva, y seguía tratando de entrar en el compartimento frente a ella. Golpeó la puerta, le dio una patada y le gritó, pero se quedó bloqueado. Por fin se dio por vencida y volvió al compartimiento detrás de ella, y descubrió que estaba cerrada con llave, también. Había perjudicado a Daniel esa noche. Se sintió mal por ello. ¿Y si sólo hubiera escuchado? No habría sido tan difícil. Podía haberlo desafiado, discutido con él, incluso hacerle una pregunta. Eso fue probablemente lo que Constance había hecho. Lucy podría haber dicho, hombre, besas como un ángel, pero ¿por qué me llamas Sophia? No le había dado la oportunidad de explicarse, y mucho menos demostrar nada. Corrió lejos de él como una histérica temblando. Tal vez porque consiguieron todo en el orden equivocado. Estaban prácticamente devorándose antes de que pudieran presentarse. No: ¿De dónde vienes? o ¿Tienes hermanos o hermanas? Parecía natural estar en sus brazos a la vez. Parecía necesario. Tenía hambre de él, y ahora entendía un poco mejor por qué. No podía mantener sus manos fuera de él, en realidad. Tal vez eso no era algo bueno. Era demasiado intenso. Era demasiado para ella. Las visiones que invadieron su mente le hicieron pensar que se estaba volviendo loca, y ese siempre ha sido su peor miedo. No quería acabar como Dana. Siempre se había aferrado a su mente tan fuerte como podía. Tal vez temía una invasión mental porque eso es exactamente lo que Constance estaba tratando de hacer. Tenía sentido ahora por qué Lucy era propensa a recuerdos fuera de lugar y sueños oscuros, por qué era tan susceptible
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en las manos de un hipnotizador o psíquico. Su conciencia estaba llena de agujeros, y Constance fue la que los había llenado. Constance estaba muriendo por presionar su mensaje. Enterró su tesoro a la vista y rogó que Lucy lo encontrara. A veces, Lucy se preguntaba sobre la otra carta, Daniel le había escrito a Constance antes de morir. No estaba en el compartimiento para el momento en que Lucy llegó allí. Quizá Constance la haya llevado con ella a África. Eso es lo que Lucy habría hecho. Pero en realidad no había manera de saber lo que pasó con ella, y frustraba a Lucy pensar en lo poco que sabía, a los pocos pedacitos a los que tenía que aferrarse. Lucy estaba a la vez frustrada con Constance por atormentarla y triste por haberla jodido. Después de todo lo que Constance había tratado de hacer, el universo finalmente la había bendecido con un momento a solas con Daniel, y Lucy lo había dejado ir. Él puede hacerte feliz. Eso es lo que decía la carta de Constance. No podrías estar demasiado enojada con ella por querer eso. Lucy lo sentía por Daniel. Deseó poder mirarlo a la cara y decirle que lo sentía. Si hubiera una hora que pudiera cortar de su vida y hacer de nuevo, sería esa. Y a pesar de que este nuevo universo permitía muchas cosas extraordinarias, no permitía eso. Sabes que lo amabas, sin embargo. Eso fue ofrecido por una pequeña voz en la cabeza de Lucy, y la detuvo un momento. No estaba segura de si eso la hacía sentirse mejor o peor. Lo había amado. En una estúpida, infantil y aplastante manera. Pero aun así. Había estado en lo cierto, ¿verdad? Había sabido que él era importante para ella. Se sintió atraído violentamente por él. Habría cambiado todos los objetos que poseía por una palabra suya. Lo había querido, sin importar lo mal que lo había estropeado. Si pudiera estar con él ahora. Este no puede ser el final de la historia, pensó desesperadamente. Pero ya sea que se ahogara en el Appomattox y era su culpa o estaba vivo y había renunciado a ella. Si estuviera vivo, como Esme/Martha insistía, podía encontrarla si quisiera, ¿cierto? Había dejado un montón de migajas. Allí estaba su número de teléfono en la lista, su información de transmisión en esta escuela, su información en el directorio de la universidad en línea, la casa de sus padres, por no mencionar Facebook y algunos otros sitios de redes. No quiere encontrarte, se dijo. Puede o no haberle hecho una pequeña herida una vez, pero no había pruebas de que realmente hubiera tratado. Pensó en el viejo mantra de Marnie: Si le gustas, lo sabrías. Las palabras le dieron una graciosa nostalgia. Le había gustado. O por lo menos había estado bastante ansioso por besarla. O por lo menos le había gustado la medida en que
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pensaba que era Sophia. Pausó sus pensamientos. ¿Significaba eso que Marnie estaba en lo cierto o que Lucy lo estaba? Esa era otra cosa que se preguntaba. ¿Quién era Sophia? ¿Cuándo estuvo Sophia? ¿Sophia estuvo mucho antes que Constance? ¿Cuánto tiempo? Agarró la parte superior de su brazo. Había una cicatriz allí, como Constance había predicho, pero lo consiguió por un anzuelo de pesca, no había nacido con ella. ¿Quedaba alguna cosa de Sophia? ¿En qué medida un alma realmente se representa? ¿Había alguna parte de Sophia aún persistente en su memoria y en su persona? Probablemente nada en absoluto. Probablemente la devoción de Daniel era lo único que le quedaba, y ahora había perdido eso, también. Una vez descubrió que se enamoró de una chica que ya no existía, finalmente se había retirado. Daniel debe haber amado a Sophia por aguantar todo ese tiempo. Debe haber sido doloroso para él darse cuenta de que se había ido, reemplazada por una cobarde. Lucy se levantó de la mesa y se dirigió lentamente hacia la puerta lateral de la escuela. El sol lucía llamativamente por esta vez, creando una apariencia de fuego y olvido en dirección a su casa mientras caminaba hacia ella. Fue un paseo que había tomado cerca de un millar de veces, pero ya no parecía el mismo. Era la carta. Un viejo trozo de papel doblado en el bolso, pero era lo suficientemente potente como para romper el mundo como lo había conocido y consumir su mente, dormida y despierta. Pero no ayudaba saber qué hacer. No crea un mundo nuevo en su lugar. Se dejó vagar alrededor de los escombros del viejo. My Name is Memory
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San Luis, Missouri, 1932 Cuando era un niño creciendo en los años treinta en un suburbio de San Luis construí un palomar en la azotea de nuestro garaje. Compré los huevos de un criador con acciones antiguas y las crié con gran cuidado. Diseñé vuelos de entrenamiento destinados a ser un reto, pero mis pájaros siempre llegaban a casa antes que yo. Supongo que era lo más cercano a la paternidad que conseguí hasta ahora y probablemente nunca conseguiré. Siempre me han gustado las aves. Recogía plumas de especies raras o hermosas desde una edad temprana, y todavía tengo la mayoría de ellas. Algún día voy a entregarlas a un museo de historia natural, tal vez. La mayoría de los pájaros no son sólo raros ahora, sino extintos, en algunos casos durante cientos de años. Siempre estuve cautivado por el vuelo y la aviación, y tuve un trabajo de pequeño con los hermanos Wright. Yo era un niño en Inglaterra en la época de sus primeros vuelos públicos. Más tarde me di cuenta de que Wilbur había existido durante siglos y Orville era nuevo, quien siempre hace las asociaciones más ricas. (Piensa en Lennon y McCartney. Trata de adivinar quién es el más viejo.) En esta misma vida fui en avión por primera vez, un Curtiss JN-4 "Jenny", al igual que los biplanos, sobreviví la Primera Guerra Mundial. Mi padre me llevó a un espectáculo arrollador cuando tenía ocho años y me compró un billete de avión. Recuerdo subir la pista de aterrizaje, mirando hacia abajo en un trance mientras el campo se convertía en un pequeño parche en una gran manta y mi padre en una pequeña figura en la multitud. Por primera vez juré que podía ver la curva de la tierra. Fue uno de los momentos en los que sentía el más profundo respeto por la humanidad. Ha habido pocos momentos como ese. Y muchas veces he sentido lo contrario. Mi padre también me llevó a Lambert-San Louis Flying Field para ver a Charles Lindbergh regresar desde Chicago con un cargamento de correo aéreo, uno de los primeros. Tomé lecciones de vuelo más tarde en la vida, pero aún no había conseguido la certificación en el momento en que morí. Cuando pienso en la vida, lo que represento siempre está puesto entre mis pájaros al atardecer cada noche, escuchando los sonidos del barrio de abajo, mis
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padres llegando a casa después del trabajo y los niños montando sus bicicletas y las voces de la radio pasando por las ventanas del salón, satisfecho de ver el mundo que existe debajo de mí. Configuré rutas regulares de mensajería para las palomas desde la escuela. Una vez envié una nota a una bonita niña en mi clase de inglés de esa manera, y otra vez envié mi tarea de historia cuando me quede en casa enfermo. La mayoría de las veces cuando debería haber estado prestando atención a mis clases miraba por la ventana y pensaba en los cielos mientras mis palomas se reunían en el alféizar. Una vez le di una paloma llamada Snappy a mi primo en Milwaukee cuando la familia llegó de visita en la época navideña. Snappy voló en siete horas el camino a Milwaukee y regresó de nuevo a mi casa a tiempo para Año Nuevo. No lo podía creer cuando la vi caminar hacia mí a través del jardín delantero. Mi primo estaba decepcionado, pero no podía darle a Snappy después de eso. Una noche, me sentía solo y melancólico, y le escribí una carta a Sophia y la até a la pequeña cápsula en la pierna de Snappy. La envié esperando que regresara para la cena, pero no lo hizo. Esperé una semana y otra. Cuando había pasado un mes, me sentía muy mal. Sacrifiqué a Snappy en mi misión imposible, y me sentí muy mal por él. Pasaron los años, y en los momentos de soledad a veces me imaginaba a Snappy volando sobre los océanos y continentes, montañas, bosques y aldeas. Soñé que sus ojos eran míos. Me lo imaginé en Kent, en Londres, volando a través del canal en el esfuerzo para entregar su carta. Me lo imaginé encaramado en la azotea de Hastonbury Hall, esperando que Sophia volviera a casa. A veces, incluso fantaseaba que Snappy la había encontrado y había tenido éxito donde yo no lo había hecho. Seguí la noción del tiempo por lo que duro la ausencia de Snappy y el crecer de Sophia. El día que me gradué de la escuela secundaria, Snappy se había ido dos años y tres meses, y Sophia tenía cuarenta años de edad. En el primer día en mi residencia Snappy se había ido por once años y un mes, y Sophia era poco menor de cuarenta y nueve. Cuando Snappy se había ido trece años y dos semanas, y Sophia tenía cincuenta y un años, visité a mi padre, que estaba enfermo, en nuestra antigua casa. Subí al techo del garaje y me senté en el antiguo desván mirando al sol. Miré hacia abajo y vi una paloma canosa caminando por el camino. Con un ambiente y gesto familiar, desplegó sus alas y se levantó para estar a mi lado en la parte superior de la buhardilla, donde no había tenido palomas por años. Vi que todavía
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tenía mi vieja carta acurrucada en la cápsula unida a su pata. No encontró a Sophia, pero al menos pudo encontrar su camino a casa. My Name is Memory
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Hinesville, Georgia, 1968 En el año 1968 tenía cuarenta y nueve años, casi lo más viejo que he estado. Recuerdo acercarme a este patio de aspecto desolado en una base militar de Fort Stewart, creo que fue en Hinesville, Georgia. El cielo estaba gris, y el equipo era escaso y oxidado. Recorrí el lugar, sin estar seguro de qué esperar. Había una niña balanceándose en un columpio, moviendo las piernas muy decidida, como si hubiera apenas aprendido cómo. Miré el reloj, esperando que Ben apareciera, sabiendo que tenía un largo viaje por delante esa noche. Esperé y observé el columpiar de la niña. Ella dejó de moverse lentamente y dejó lentamente que el columpio se quedara quieto. Retorció las cadenas en sus manos y cayó con los pies en la tierra. ―Hola, Daniel ―dijo. Saludó con la mano de esa forma que los niños tienen con las manos abiertas. Me acerqué. ―¿Ben? ―le dije, sorprendido. ―No, Laura ―dijo. Parecía tener unos seis o siete años―. ¿Recibiste mi carta? ―Lo hice. No me di cuenta de lo joven que eras. Asintió. ―Escribí con mi mejor letra. ―¿Cómo me has encontrado? Se encogió de hombros. Pateó la suciedad un poco más para que sus zapatos blancos y medias rosados hasta el tobillo estuvieran sucias. Incluso cuando era un niño tenía gran parte de mi adulto sentido práctico. No esperaba que me lo dijera. Nunca supe cómo Ben me encontraba, pero parecía que siempre podría hacerlo si quisiera. ―¿Vives ahora aquí? ―pregunté. Ella asintió, tirando de uno de los botones de madera en su abrigo. ―Primero en Texas, luego en Alemania y luego aquí. ―Una mocosa del ejército, ¿eh? Ella me dio una mirada de reproche.
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―No creo que eso suene bien. Sabía que mi viejo amigo Ben estaba allí, junto a muchos otros, pero era difícil ver más allá de esta niña. Sonreí. ―Es sólo una expresión. No quise decir que seas una mocosa. Lo sabes. Se encogió de hombros otra vez. Su nariz estaba congestionada, y se la secó con impaciencia, sin molestarse en hacerlo con un pañuelo. Sus nudillos y dedos eran gordos e imprecisos, y me encontré mirándolos, cuestionándolos de alguna manera. Nunca viví en mis cuerpos así. Yo siempre me he impuesto. Me nombro yo mismo, e intento convertirme en el mismo hombre. Me hice cargo de las mismas aficiones y traté de establecer el mismo modo de vida. Mantengo muchos de los mismos objetos de vida a vida. Incluso llevo mis cuerpos de la misma manera, la misma marcha, mismo cabello, los mismos gestos, o tan cerca de lo mismo como puedo. ―Eres un acaparador ―me dijo Ben una vez―. Odias dejarlo ir. ―Partiré la próxima semana ―dije―. No estoy seguro de si voy a estar de vuelta por un tiempo. ―¿A dónde vas? ―preguntó, empezando a columpiarse un poco de nuevo. ―Para Vietnam. ―¿Por qué harás eso? ―Ellos necesitan cirujanos. Necesito una zona de guerra ―dije con una poca demasiada ligereza. No creía en la guerra, pero creía que podría salvar algunas vidas y hacer que algunas personas estuvieran más cómodas al estar allí. No había conseguido que me mataran en el movimiento por los derechos civiles, aunque me arrestaron un par de veces. Esa habría sido una muerte que significaría algo. ―¿Por qué necesitas una zona de guerra? Estudié sus ojos para ver si podía encontrar a Ben allí. No fue fácil. No creo que pudiera haberlo reconocido si no supiera. ―Sofía está envejeciendo ―le dije con un candor que usaría sólo alrededor de Ben―. Debe tener aproximadamente setenta años. No la he encontrado desde la Primera Guerra Mundial. Desapareció. Debe haberse casado y cambiado su nombre. Me encontré con un funcionario de Hastonbury Hall en los viejos tiempos. Él creía que se había trasladado a África. ―Subí la cremallera de mi chaqueta para protegerme del frío―. Se está haciendo tiempo de empezar de nuevo.
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Parecía incómoda. Tiró de su botón de nuevo. Se bajó del columpio y se acercó a las barras. ―No creo que puedas estar a cargo de ese tipo de cosas ―dijo mientras se subía. Me sentí frustrado de repente. Ben era la única persona en el mundo que podía entender. No estaba dispuesto a renunciar a eso, sin importar en qué cuerpo estaba viviendo. ―Ben, sé que entiendes ―dije. ―No soy Ben. ―Negó mientras se lanzaba sobre las barras. ―Lo siento ―le dije―. Es más fácil para mí aferrarme a los viejos nombres. No sé cómo lo haces sin ello. No he sido más que Daniel por mucho tiempo. Me escuchó con atención. ―Pero mi nombre es Laura ―dijo. Se subió a la cima de las barras y se sentó allí. ―Laura ―repetí, tratando de ser cooperativo. ―Tratas de controlar las cosas demasiado y llegaras a ser como tu hermano mayor y ni siquiera morirás o nacerás más. ―Se volvió a medida que lo dijo. Me acerqué para escuchar mejor. ―¿Qué quieres decir? ―Tomas cuerpos que ya tienen un alma en ellos, por lo que puedes estar cuando quieras y ser quién quieras, y eso está mal. ―Cuando ella volvió la cara hacia atrás, pude ver que había lágrimas en sus ojos. Yo estaba horrorizado. Me quedé en silencio por un momento. ―¿Eso es lo que hace? ―le pregunté. Ella asintió con tanta seriedad que me di cuenta del por qué había sido convocado. Esto era algo que necesitaba saber. ―¿Cómo lo hace? ―Él los mata primero ―dijo simplemente. Nunca había oído hablar de eso. Nunca había pensado en eso. No sabía que se podía hacer. ―¿Cómo lo sabes? Esta era una pregunta sin sentido que hacerle. Cuanto más conocía a Ben, más extraordinario se convertía. Tenía reconocimiento, precognición, y todo lo
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demás. Parecía contener el Omniverso, con o sin la estructura de tiempo. Y su conocimiento no se limita a su experiencia en el mundo, por lo que podría decir. Una vez leí un poema sobre un hombre con una imaginación tan grande que se convirtió en la historia del mundo, y me hizo pensar en Ben. Pero no podía preguntarle cómo sabía las cosas. ―¿Estás seguro? ―le pregunté, también inútilmente―. Tal vez estás equivocado. Ella fijó sus grandes y sensibles ojos en mí. ―Me gustaría estar equivocada. Ella había dicho eso antes cuando había sido Ben. Entonces, como ahora, quería que estuviera equivocado y tuve un poco de esperanza en ello. ―No lo he visto en mucho tiempo ―dije―. No por seis, siete siglos. Incluso entonces no me reconoció. ―Porque no puede ver. ―Giró sobre las barras―. Puede recordar, y puede robar cuerpos, pero no puede ver el interior. ―¿Qué quieres decir? ¿No puede reconocer un alma? Ella negó. ―Si pudiera, te habría encontrado ya. Por un momento vi cómo se mecía en las barras. Quería mostrarme cómo podía oscilar todo el camino como Tarzán, y me hizo prestar atención y no mirar el reloj o la carretera detrás de mí, con todos sus intentos hasta que finalmente lo consiguió. Cuando se hizo de noche caminé con ella hacia su casa. ―Tengo dulces ―dijo. Sacó un paquete de chicles y desenrolló la parte superior―. Puedo darte uno. ―Sacó fuera exactamente un chicle verde minúsculo y me lo tendió. Sus manos estaban tan pegajosas y llenas de mocos que no quería comerlo, pero lo tomé de todos modos―. En realidad es chicle ―dijo con satisfacción. Asentí. Se acercó a mi mano y la sostuvo mientras doblamos una esquina. ―Vivo ahí ―dijo, señalando a un pequeño un piso idéntico a todos los demás en la calle. ―Está bien ―dije. La observé con asombro puro. ¿Cómo lleva la historia del mundo, con todos sus problemas y dolores, en su pequeña cabeza y todavía se las arreglan para actuar como una niña pequeña? No entendía cómo podía ser tan parecida a un niño ordinario.
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Me miró, leyendo mi mente, como siempre lo hacía. ―Me gusta ser normal, porque eso hace que sea más fácil para mi mamá ―dijo. La vi meter su paquete de chicle con cuidado en su bolsillo y correr hacía su hogar. My Name is Memory
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Charlottesville, Virginia, 2008 Daniel había sido capaz de encontrar en Internet su más reciente y última vivienda. En un par de meses su vida se volvería impredecible de nuevo. Ella se graduaría, presumiblemente. No sabría lo que iba a hacer luego, y no estaba en condiciones de preguntarle. Era casi triste, la alegría que le dio ver su nombre en letras pequeñas en su pantalla brillante. Era absurdo la cantidad de placer que tenía al copiar su nombre y dirección en un pedazo de papel con su letra más bonita. Ni siquiera su verdadero nombre, sólo el que tenía por el momento. Eso significaba que estaba viva en el mismo mundo que él. Estaba donde se esperaba que estuviera. Estaba a salvo. Fue triste de una manera diferente a la ansiedad y el desánimo que sintió cuando la perdió de nuevo. A veces sentía que su vida se había convertido en algo despreciablemente simple. Era feliz cuando estaba en su red, estaba turbado cuando caía de la misma. Y ella cayó de ella, durante cientos de años a la vez. Saber dónde estaba en el mundo, aunque nunca la tocara, le dio una profunda satisfacción, y la otra mitad se despreciaba a sí mismo por estar satisfecho con tan poco. Podría verla, se dijo. Sé dónde está. Puedo encontrarla fácilmente si quisiera. Era un consuelo. Era un aspecto de sí mismo en la que desconfiaba. Parte del peligro de vivir por tanto tiempo, sabiendo que ibas a volver y volver, era postergar tu vida hasta que no vivieras en absoluto. Con tal de que fuera posible. Con tal de que pudieras, que en realidad nunca lo hiciste. Con tal de no arruinarlo. Es por eso que pasó por su casa en Hopewood en tres ocasiones diferentes durante el verano pasado, pero no se detuvo o llamó a la puerta. Es por eso que se sentó en un banco fuera de su dormitorio el noviembre pasado, congelándose el culo durante horas, pero no la llamó cuando la vio pasar apurada. Es por eso que en la noche antes de irse a dormir, comprobaba su muro de Facebook por una imagen o cualquier actualización de su estado, pero no reveló que era él quien era su amigo. Y aunque el papel lo hacía feliz, no era realmente suficiente. Lo llevó con él durante una semana y media antes de meterse en su coche y hacer el viaje de regreso a Charlottesville.
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Se tomó un día libre en el trabajo. Llevaba un sombrero de fieltro que había mantenido desde los años cuarenta. Llevaba un par de gafas de sol que había comprado en un Target dos días antes. Le pareció importante ser invisible, pero se dio cuenta de que era más como una caricatura de alguien que quiere ser invisible. Se preguntó si en realidad quería llamar la atención. Si no era por ella, tal vez por alguien que la conocía y le dijera, tal vez esa noche o mañana: ―¿Recuerdas a aquel tipo raro de la escuela? ¿Daniel algo? Temprano lo vi en el campus. ¿Qué le parecería? ¿Pensaría en eso? La esperó en un banco en un camino no muy lejos de su dormitorio. A juzgar por el mapa, era el que ella usaría para llegar a la mayoría de sus clases, y tenía que pasar eventualmente. Él sostuvo el periódico y no leyó ni una palabra. Habría sido un detective horrible, decidió. La primera docena o así de gente que pasó provocó una sacudida de posibilidad. Después de la primera hora tenía que calmarse. Por ninguna otra razón que porque su cuerpo había liberado toda la adrenalina que tenía. Dos horas más tarde había empezado a dudar de su propia existencia. Fue un poco sorprendente, después de todas las millones de horas que había vivido, que esas dos pudieran parecer mucho tiempo. Cuando por fin llegó, casi no la ve. Ella no estaba de la manera que él esperaba. No estaba charlando con un grupo de amigos, como a menudo estaba en la secundaria. Estaba sola. Tenía la cabeza baja y ensimismada que casi no la reconoció al verla pasar y alejarse de él. Era su caminar, vinculado en maneras sutiles en sus paseos anteriores, y sin embargo era más lento y menos consciente del mundo alrededor de ella. El dobladillo había caído sobre la parte de atrás de su chaqueta de pana oscura de color rojo. El revestimiento se inclinaba hacia abajo, y unos pocos hilos colgaban. Le ponía triste verlo. Se levantó y caminó tras ella a una distancia razonable. Su cabello claro estaba recogido. La parte de su cabello, en esta vida y antes era una línea de certeza, ahora cortado aquí y allá a través de su cabeza. Su bolso colgaba de su hombro. Alguien tiró una bola a través de su camino, y aunque sorprendida, ella apenas lo notó. Esperó fuera de Bryan Hall hasta que su clase terminó y luego la siguió en un hermoso recorrido ventoso por los jardines, más allá de la rotonda, a la biblioteca. La siguió hasta el segundo piso y trató de mantener la distancia mientras se abría camino a una de las salas de estudio tranquilo, bloqueada por un cristal. Él podía seguirla allí sin que ella lo viera. Y aunque se sentía tentado, una parte de él se
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contuvo. Su lejanía hacía más difícil irrumpir en ella. La palabra sonó un poco en su cabeza. Distante, era la palabra que la gente utilizaba a menudo con él. Pasó habitaciones con estudiantes mirando a las computadoras. Había un cielo precioso afuera, el mejor tipo de clima que ofrecía Charlottesville, pero las ventanas estaban sombreadas y todos estos jóvenes sin discapacidades, las flores de la especie, se encorvaban sobre sus pantallas. Por alguna razón su mente recordó los olivares de Creta durante la fiesta de la cosecha, una masa palpitante de jóvenes y cuerpos hermosos. Pensó en el repiqueteo de la testosterona en las cubiertas de los barcos que regresaban a Venecia, el número de bebés concebidos y las enfermedades intercambiadas esas primeras noches en casa. Recordaba el campus de la universidad de Washington en San Luis a fines de los años cuarenta y todas las fiestas y mantas cubriendo el césped en un día soleado en septiembre. Se podría haber pensado que esta generación era más estudiosa, pero una rápida mirada alrededor de la habitación mostraba más pantallas dedicadas a Facebook, YouTube y varios sitios de noticias. Deberían salir más, se sintió diciéndoles. Encontró una mesa en un lado donde pudiera verla. No abrió su bolso y sacó sus libros sino que se sentó abrazándolo en su regazo, mirando a través del cristal. No se veía como si estuviera mirando nada. Llegó la noche alrededor de ellos mientras él la miraba y ella miraba a la nada. Su rostro era encantador en su tristeza. Deseaba saber lo que la hacía lucir de esa manera. Deseó tener fe de que su interrupción podría ser una bendición para ella. Él tomó las medidas provisionales de la empatía. Podía ver que llevaban muy lejos, pero no podía ver exactamente dónde. Quería verla y estar cerca de ella. No quería perder su pista ni un momento. Pero tenía una profunda inseguridad sobre cómo interactuar con ella. No era bueno en eso. ¿Qué podía ofrecerle? ¿Una vida larga y feliz? Nunca había tenido una vida larga, por lo que parecía poco probable. A menudo encontraba la forma de acortarla antes de tiempo, pero incluso cuando no lo había hecho, no duró mucho tiempo. ¿Y la felicidad? Había tenido un poco, sobre todo con ella. No era bueno en eso, tampoco. Podía tomar felicidad de ella, ¿pero podía darle alguna? Y ¿qué pasa con los niños? Ellos eran un ingrediente natural y considerable en una vida larga y feliz, y no era bueno en eso, tampoco. No es que no fuera bueno en el sexo, era más que capaz, tal vez incluso bueno en ello, aunque no había tenido mucha práctica recientemente. Pero había sido alrededor durante más de mil años, llegado a la madurez sexual la mayoría de esas veces y tuvo relaciones sexuales cuando podía, casi en su totalidad en la época anterior al control de la natalidad. Nunca había entendido por qué nunca resultó en un bebé. Algunas personas parecían hacerlo sin esfuerzo y con frecuencia. Piensen en todas las veces
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que un hombre se mete a la parte posterior de un coche con una chica cuyo apellido no sabía, y de pronto, presto, era un padre. ¿Eran esos hombres dignos de alguna manera en la que él no lo era? Solía decirse que probablemente había engendrado a unos cuantos niños y no sabía nada de ello. Sin embargo, realmente no creía eso. De alguna manera sabía que no era cierto. Había tenido demasiadas oportunidades donde si hubiera pasado, lo habría sabido. No era simplemente algo que no había hecho. Era algo que no podía hacer. Y no sabía por qué. Al principio pensó que eventualmente se encontraría en un cuerpo con un par de buenas pelotas que hagan esperma viva. Y ahora sabía que lo tenía casi seguro. Las bolas no eran el problema. Era él. Era algo inexplicable que hacía impacto en su cuerpo todo el tiempo. Tal vez fue por la Memoria. ¿Y si era heredable de alguna manera? Tal vez Dios reconoció su error y no podía arreglarlo, pero había tomado medidas para asegurarse de que no se repita, tampoco. Se puso de pie y se dirigió al cristal que lo separaba de ella. Puso su mano sobre ella, y luego su frente. Si ella alzaba la vista ahora, lo vería. Probablemente lo reconocería. Si levanta la vista ahora, iría con ella. Si no levanta la vista, la dejará en paz. No mires hacia arriba. Por favor, mira hacia arriba. Recordó la última noche que la vio, en esa fiesta horrible. Lo recordaba con un sentimiento de vergüenza, como siempre. Había causado sólo su angustia entonces. ¿Ahora podría ofrecer algo mejor? La observó mientras ella se sentaba allí, hasta que las ventanas se oscurecieron, pero ella no levantó la vista. No iría hacía ella. Se quedó allí con sus propias complejidades. Había pensado mucho acerca de su seguridad, pero se había olvidado de pensar en su felicidad. My Name is Memory
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Fairfax, 1972
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Virginia,
Me las arreglé para morir de muerte natural en la batalla de Khe Sanh en la primavera de 1968. Morí a causa del fuego de la artillería cerca del final de ese asedio implacable, justo antes de que la Operación Pegasus alcanzara la base en abril. La vez siguiente nací en una familia de profesores en Tuscaloosa, Alabama. Vivíamos en una casa cerca de un gran estanque donde los gansos iban en invierno. Mis abuelos, los padres de mi madre, vivían calle abajo. En 1972, cuando tenía cuatro años, nos mudamos a Fairfax, Virginia. Mi padre se convirtió en el superintendente escolar. Recuerdo estar triste por dejar a los gansos y a mis abuelos, sobre todo a mi abuelo Joseph, a quien le gustaban los aviones tanto como a mí. Compartía una habitación con dos hermanos, y tenía la suerte de ser el mayor esa vez, así que tenía que marcar las pautas para ver cuánto y cuán duro nos pegábamos una paliza los unos a los otros. Con uno de ellos había servido en la Primera Guerra Mundial, y el otro era un alma nueva. Era tan hiperactivo como para ser una mancha borrosa en la mesa del comedor, pero era extraordinariamente ingenioso, sobre todo cuando se trataba de petardos. Mi madre había sido mi profesora de primer grado en mi vida inmediatamente anterior, y me encantaba por su voz para contar cuentos y sus zumos y galletas. Leía novelas de ciencia ficción y cultivaba dalias meritorias, y era una madre maravillosa, una de la mejores. Cuando me rascaba la espalda o cuando nos contaba cuentos por la noche, eso es lo que pensé: Tú eres una de las mejores. Una especie de algo milagroso sucedió unos meses después de mudarnos a Virginia. Estábamos sentados en una iglesia, los cinco. Recuerdo que mi hermano pequeño aún era un bebé. Yo estaba mirando a mis pequeños mocasines, los que colgaban a cuarenta centímetros del suelo. Ojeé el libro de plegarias y leí alguna parte en latín. Esta es típicamente la coyuntura de mis vidas donde empiezo a recordar y a procesar mis anteriores vidas en un rápido extracto. No recordaba saber latín hasta que empezamos en esa iglesia, porque nuestros viejos libros de plegarias en Alabama no estaban en latín.
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Había un gran espacio en el banco justo a mi lado, y al otro lado de ese espacio estaba una mujer mayor, de unos cincuenta, y una mujer incluso más mayor a su otro lado. Pensé por la manera en que estaban sentadas juntas que era su madre. La miré detenidamente. Tenía el cabello gris y llevaba un vestido azul oscuro con un cinturón pequeño. Llevaba medias y unos zapatos marrones prácticos de punta redonda. Tenía un aspecto un poco cuadrado, y recuerdo que me llamaba la atención la red de venas en la palma de su mano, lo azules que eran y cómo sobresalían. Quería tocar una, sentir si era suave o no. Me acerqué un poco a ella. Mi hermanito, Raymond, empezó a dar chillidos, y la señora giró la cabeza. Me esperaba que ella tuviera esa expresión de frustración que tiene la gente de cabello canoso en las iglesias cuando los bebés empiezan a llorar, pero no la tenía. Su cara estaba sonrosada y nada frustrada. Y de pronto me di cuenta de que la conocía. Estaba entrando en la edad de reconocer personas de vidas pasadas, pero ya había empezado un par de años atrás a tener mis sueños sobre Sophia. Parecía como si se sucediera una explosión dentro de mi cabeza a cámara muy lenta. Ella se volvió a girar hacia la parte de delante de la iglesia, y yo quería desesperadamente verla por mucho más tiempo. Mi madre se apresuró al final de nuestra fila con Raymond en sus brazos y salió por la parte de atrás de la iglesia para dejar que Raymond diera sus gritos fuera con los coches y los pájaros. Me deslicé más cerca de la señora. Estaba prácticamente en su axila para cuando ella miró hacia mí. Recuerdo mi asombro con cuatro años. Era Sophia. Sus ojos estaban tristes y llorosos y su piel caída y con manchas, pero era ella. Pensé en ella cuando la había visto la última vez, cuando era Constance. Era tan joven y hermosa en ese entonces, y ahora no lo era, pero sabía que era la misma. En medio del asombro estaba también la confusión, y me llevó unos pocos minutos comprender lo que estaba mal. Pensando de nuevo para mí unos pocos años atrás cuando era un doctor maduro, antes de morir, recordaba esperar que ella fuera muy mayor y siguiera siendo Constance o que fuera muy joven, como yo o incluso más joven, y alguien nuevo. No pensé que se supusiera que fuera a ser una persona que estuviera en el medio, quien estaba bastante seguro de que no era Constance. ¿Sigues siendo Constance?, me preguntaba sin convicción. De hecho era más fácil para mí reconocer que ella era Sophia que averiguar si seguía siendo o no Constance, pero estaba bastante seguro de que no lo era. Así que intenté comprender cómo ocurrió. Tan buena como era mi memoria, era difícil hacer un gran uso de ella en medio del desorden de una mente sorprendida de cuatro años.
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Cuando tienes cuatro años es fácil olvidar dónde está tu cuerpo y qué se supone que es. Mientras estaba procesando decididamente, me había deslizado contra ella. Cuando me di cuenta lo mucho que estaba presionando sobre ella, alcé la vista y vi que seguía mirándome. Si yo estaba confuso, que decir de ella. Si yo estaba procesando, ella también. En ese momento pensé que quizás era porque me conocía de alguna manera, pero creo que lo más probable fuera que estuviera confundida por tener a un desconocido de cuatro años logrando colarse en su axila. Estaba confundida, pero aceptó mi presencia. Me rodeó con el brazo. Me di cuenta de que mi padre estaba estirando el cuello hacia nosotros, también confundido. La vi a ella asentir hacia él como si dijera que no pasaba nada. Me apretó, y me sentí relajado hacia ella. Puso una mano sobre mi vientre redondo. Sentí cierta decepción. Era consciente de ello. Pero a causa de mi alegría física por estar cerca de ella, lo viví de una manera casi sumisa, por el bien de mis yo mayores anteriores y mis yos mayores futuros. Eso era algo que siempre empezaba muy pronto conmigo, un sentimiento sin palabras de lealtad hacia mis yos viejos. Se suponía que Sophia sería joven como yo esta vez y no grande y vieja, y necesitaba comprender el por qué. ―Supongo que debiste haber muerto joven la última vez ―le dije en su costilla. Naturalmente que había una decepción. Pero tenía cuatro años y ella me estaba sosteniendo, y cuando tienes cuatro años, el placer del cuerpo es difícil de perforar con el disgusto de la mente. Toqué la vena de su mano, la cual de hecho era tan suave que desapareció bajo las yemas de mis dedos.
Fuimos a la iglesia de Fairfax durante un año más o menos. Me encontraba con Sophia y me escabullía para sentarme con ella en todo momento. Mis padres la llaman mi amiga especial y una vez la invitaron a tomar limonada después de la iglesia, ella dijo que gracias pero no, tenía que llevar a su madre a casa. Con el tiempo Molly, mi madre, se cansó de lo que ella dijo eran sermones sexistas en esa iglesia. Encontró una iglesia hippie en Arlington donde el párroco cantaba sus sermones acompañado por una guitarra acústica. Recordaba que había
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un montón de canciones de Godspell. De hecho prefería el nuevo oficio, pero me sentía mal por no ver a Sophia. Creo que mi padre estaba francamente aliviado. Él pensaba que mi apego con ella era raro. Cuando monté un escándalo para averiguar su número de teléfono y llamarla, no obtuve mucha ayuda de los mayores. La llamaba Sophia, pero cuando llegó el momento de buscar su número en la inmensa guía telefónica, me di cuenta de que no conocía su nombre real. Tomé el bus hacia la vieja iglesia cuando tenía nueve años, pero ella no estaba allí. Lo hice cada domingo durante dos meses, pero ella ya no fue más. No volví a ver la hasta 1985, cuando tuve diecisiete. Mi abuelo por parte de madre, Joseph, el de nuestra antigua calle en Alabama, se estaba muriendo. Molly, mi madre, decidió ponerlo en una residencia de ancianos cerca de donde vivíamos. Ya había perdido a su madre por un repentino ataque al corazón, y quería ser capaz de cuidar de él. Fui con ella a verle. Estaba más conmovido por los sentimientos de mi madre hacia él que por los míos propios. Su dolor estaba marcado por todo la casa. Recuerdo pensar para mí, está todo bien. No es gran cosa. Tendrás otro. Y sin embargo, a pesar de que esto era lo que me decía a mí mismo todo el tiempo, no parecía exactamente cierto. Mientras había estado deambulando por el mundo, con todo lo que traía conmigo, quería pensar que lo conocía mejor que Molly, pero de hecho no era así. No sabía nada sobre el amor comparado con Molly. Seguía pensando en Laura en el patio del recreo en Georgia, siendo corriente para su madre. Me llamó la atención de una manera triste, y no estaba seguro del por qué. No había pensado mucho en jugar un papel en la vida de los demás. Estaba ansioso por hacer mi papel en cada momento; los otros solo estaban rotando en papeles cortos. Porque ellos olvidaban y yo recordaba. Eso es lo que me figuraba. Ellos estarían perdidos muy pronto, y yo continuaría. Lo mejor que podía hacer era aferrarme a ellos después de que se olvidaran de sí mismos. No es que no cumpliera con mis deberes; lo hice. Me aseguraba de que mis madres, todas menos las pocos que me abandonaban o morían antes de que me hiciera mayor, tuvieran comida y las comodidades básicas. Me aseguraba de que las cuidaran después de ponerse enfermas o hacerse mayores. El dinero que acumulaba lo utilizaba más para ellas que para cualquiera. Pero no pensé mucho más que en eso. En una vida como la mía, tienes muchas madres, y también pierdes a muchas. No aprecias mucho el tenerlas, pero sí te importa perderlas. Después de las primeras pérdidas aprendí a cómo capearlas mejor. Una madre de un montón, era lo que siempre me decía. Pero vi en el dolor de mi madre cuánto amaba a su padre. No le quería porque fuera su padre, ella le amaba. Amaba la amabilidad con la que la había
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tratado, las veces que habían estado juntos. No había nada abstracto en la manera en que le amaba a él o a cualquiera de nosotros. Puedes conseguir otro, es lo que pensé, pero supongo que con más profundidad, sabía que ella no podía.
La segunda vez que visité la residencia, sin darme cuenta me metí en una habitación unas pocas puertas más allá de la de Joseph y vi una señora de avanzada edad apoyada en una cama. Caminé unos veinte pasos más antes de darme cuenta de que la conocía. Retrocedí mis pasos y la miré desde la entrada. Era Sophia. Nunca la había visto así antes. Era la misma de la iglesia pero más vieja y enferma. Después de despedirme de mi abuelo, volví a su habitación Me senté con ella durante un rato. Le tomé de la mano. Abrió los ojos y me miró. Estaban legañosos. Sabía que eran los ojos de Constance y Sophia, pero me resistía a verlos de esa manera. Alguna parte de mí la miraba con gran dolor, y no sabía qué hacer al respecto. Tenía la más extraña sensación de elevarme y alejarme, hasta que todo en la tierra fuera cada vez más y más pequeño y pudiera ver los grandes patrones en vez de las pequeñas piezas inquietantes. No estarás así mucho tiempo. Pronto serás joven y fuerte de nuevo, le estaba diciendo a ella una y otra vez en mi cabeza. No era por su bien sino por el mío. La visité dos veces más y me senté con ella y le hablé de todo tipo de cosas. Creo que puede que yo estuviera haciendo toda la charla, pero también creo que ella estaba feliz de tenerme. Un camillero irritante me dijo que preguntaba todos los días, varias veces, si yo volvería. No tenía ni hijos ni nietos, me dijo. Yo era básicamente el único que venía. Uno de los días en que parecía más despierta, no dejó de mirarme de un forma extraña. ―¿Me recuerdas? ―le pregunté. Ella me miró detenidamente. ―Recuerdo que había alguien con tu nombre. ―¿Sí? ―De hace mucho tiempo. ―¿Alguien que conocías? ―No conocerlo, no. Le estaba esperando. Mi madre decía que era una tonta, y lo era.
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―¿Qué quieres decir? ―Era una chica de Kansas City, antes de que mi padre muriera y nos mudásemos al este. Lo pasábamos bien en ese entonces. Muchas fiestas y planes. Yo era un alma romántica, pero mi madre decía que disfrutaba más de mi imaginación que de cualquier chico real. Y eso fue una decepción para ella. Podía ver, ahora, que la soledad no era solo por ser mayor, y la realidad de ella empezó a penetrar. Todos esos años cuando estuve intentando encontrar a Constance, imaginándomela envejeciendo al otro lado del océano, haciéndose mayor como yo, unos cuantos cientos de kilómetros de distancia. Pensé en Snappy la paloma. No la pude encontrar porque estaba muerta. No había entendido toda la tragedia. Era un adolescente, tan egoísta como uno de dos años, y eso me era imposible. Siempre había deseado que ella volviera junto a mí, y lo hizo. Al menos lo había intentado. La estuve esperando y ella estaba cerca de mí, esperándome. A su manera, me recordaba. Los ojos de Sophia me estaban mirando, y yo escondí la cara. Ella ni siquiera sabía todo lo que habíamos perdido. ―Él también te estaba esperando ―le dije. La había decepcionado. ―Siempre fui una tonta ―dijo. Me quedé allí tanto como pude, con mis pensamientos agitados. Me quedé hasta que me echaron a patadas, en algún momento después de las diez de esa noche. Volví a la mañana siguiente, y le hablé de cosas anteriores. Sostuve su mano durante horas, y le conté sobre nuestro viaje por el desierto. Le hablé de la Primera Guerra Mundial y de ella cuando era una señora de la casa en Hastonbury Hall y de cómo se había convertido en un hospital y de que me había estado cuidando allí. La llamé Sophia y le dije que la amaba. Que siempre lo había hecho. Por ese entonces estaba dormida, pero necesitaba que ella lo supiera. Tenía miedo de perderla para siempre esta vez.
Al finalizar la tercera visita, supe lo que iba a hacer. ―No te preocupes ―le dije―. También vendré. Volveremos juntos. ―Eso es lo que ella había quería hacer antes, cuando era Constance, pero yo había dicho que no. Esta vez lo haríamos. Esta vez era su vida la que había pasado y la mía la
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que era joven y prometedora. Yo era el que podía ver al otro lado. Esto lo hizo más fácil―. Esta va a ser nuestra oportunidad ―le dije. Lamentaba renunciar a tal vida. Sobre todo lo lamentaba por mi madre, Molly. Perdería a su padre y a su hijo en un plazo corto, y sabía, o al menos lo habría sabido si me hubiera permitido pensar en ello, que iba a ser devastador para ella. Pero tenía una estrategia para capear las perdidas, y eso no involucraba mucho pensamiento. Deseaba poder decirle a Molly que eso era lo que quería, y que volvería pronto. Deseaba poder hacerle saber que todo estaba bien. Pero otra voz dentro de mi cabeza tenía una idea diferente. Ella te ama, dijo. No quiere perderte, y nada está bien. Sabía en mi corazón que era así, pero me las arreglé para ignorarlo. Era joven y estúpido, y tenía mucha prisa en llegar hasta Sophia otra vez. ¿De qué otra manera podía haber hecho esto? Son increíbles las cosas que damos por sentado. Había una gran parte de mí que se resistía al amor de Molly. Incluso tuve la osadía de pensar que lo logré. Era bastante difícil aferrarse a una persona vida tras vida. Era bastante difícil tener una persona que amabas olvidándote cada vez. Quizás Ben era capaz de aferrarse al amor de un nombre infinito de personas, pero yo apenas podía aferrarme a una. Fui a un rincón de triste fama en D.C. en una noche de invierno antes de mi cumpleaños dieciocho. No pienso en esa noche muy a menudo, pero confieso que sí que pienso en lo que sucedió la noche de antes. Fue la primera vez en mucho tiempo que pensé bastante sobre los sentimientos de una madre para intentar decirle adiós. No trataré de describir las cosas que le dije o la forma en la que me sentí. Como escribió Whitman, ellos desprecian este esfuerzo mío por definirlas. No soy muy bueno viviendo vidas llenas de significado, pero intento hacer mis muertes significativas, cuando puedo. Intento utilizarlas para beneficiar a alguna persona o alguna causa de alguna manera, pero esta vez era muy joven y tenía mucha prisa como para pensar en una manera de hacerlo, otra que no fuera asustar a unos pocos drogadictos. Fui a este lugar cerca de D Street, o eso creo, cerca del 9:30 Club, donde solía ir a escuchar música de vez en cuando. Me encontré yendo a una habitación apartada de un callejón donde iban los adictos. No los fumadores de marihuana felices sino los clientes serios. Llevaba suficiente dinero en efectivo para causar una impresión. Encontré a mi vendedora Virgil, una mujer desesperada en sus treinta con un brazo que contaba la historia. Le prometí que le compraría a ella si me encontraba lo mejor y lo más fuerte. Ella tenía la idea de que era habitual para mí,
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y no le corregí. Fue la aguja, su emoción, sus dedos atando la banda alrededor de mi brazo. Esta fue la única vez que consumí heroína, y será la última. Supongo que morir de eso no es una forma de empezar. Tal vez enfurecí al destino haciéndolo. No fue suicidio, pero era lo más cercano que he conseguido. Era hacer trampa, una manera de evitar como un vacío legal. Había esperado que mi ferviente pasión por reunirme con Sophia me trajera más rápido, y por suerte lo hizo. No era la muerte lo que quería. Eso estaba claro en el momento en que moría. Quería demasiado a la vida. Pero cuando la naturaleza te ofrece uno de sus verdaderos regalos, existe un castigo especial para aquellos que lo desaprovechan. Sí que volví otra vez, pero si crees en estas cosas, seguramente eso explique la madre con la que tuve que lidiar en mi siguiente vida. My Name in Memory
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Tysons Corner Mall, Virginia, 2001 La siguiente madre junto a la que nací era una adicta. Y yo era aparentemente un adicto recién nacido. Parecía apropiado. Ella era probablemente era una nueva versión de algún personaje desesperado que había conocido en una vida anterior, pero yo era demasiado joven cuando ella se fue de la casa, que fue cuando yo tenía unos tres años. Me encontraba solo en el apartamento de un vecino. Creo que estuve por mi cuenta durante un par de días, recuerdo que tenía mucho miedo. Cuando tienes tres es más difícil ver el panorama. Estuve en poder del Estado por alrededor de un mes antes de que me pusieran en cuidado de crianza. Recuerdo haberme reunido con el trabajador social el día antes de mi ubicación. ―¿Así que cuando voy a conocer a mi mamá? ―recuerdo que le pregunté. Me pusieron con una familia de acogida cerca de Shepherdstown, Virginia Occidental. Tuvieron dos niños regulares y otros dos niños adoptivos. Veían mucha televisión en esa casa. Ambos padres fumaban constantemente. No se podía separar esos días por el olor y el arder de dos cigarrillos encendidos, me daba una sensación de mareo cuando pienso en ello. No recuerdo ni una cena que nos sentáramos alrededor de la mesa. No recuerdo una comida sin el televisor. Uno de los hijos de crianza, Trevor, era violento y propenso a huir, por lo que estaba prácticamente solo a menos que me pusiera en el camino durante una de las fuertes tormentas, lo cual hice un par de veces y pagué un alto precio por ello. Era extraño que viviera dos infancias diferentes, de back-to-back de esa manera. Mi amor por mi familia antigua y el dolor de perderlos estaba obligado de cerca, y lo que era casi más difícil de tomar que la gente nueva. Con la gente nueva por lo menos, no tenía que amar a alguien ni ser obligado a ellos. Ellos no tuvieron la amabilidad de exigir nada de mí, y su falta de amabilidad traté de dejarla sin respuesta. Era libre de afecto, viviendo en mi propio mundo y haciendo las cosas yo mismo. No creo que haya causado demasiados problemas a nadie. Recuerdo que recibí un vistazo a mi archivo más tarde, durante una de mis
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reuniones periódicas con el trabajador social cuando tenía unos quince años. "Trastornos del vínculo", decía en letra grande, fuerte en la parte superior. A veces solía quedarme en la cama por la noche y escuchar algún evento deportivo en la radio muy alta, aunque todavía podía oír la lucha de mis padres. Me gustaba pensar en Molly y en mi vieja familia de antes y me preguntaba lo que estaban haciendo en ese momento. A veces, cuando los perdí pensé lo peor: ¿Qué he hecho? Pero luego, cuando fui un poco mayor y ya no necesitaba tanto una madre, me puse a pensar en Sophia otra vez. Fue el pensamiento de ella el que me mantuvo adelante. Estaba incomodo en este cuerpo, ya que creció más rápido y más grande que mis otros organismos. No era especialmente rápido o coordinado, como lo había sido en mi cuerpo anterior, pero era fuerte, por lo menos. El padre de crianza no tenía más de uno sesenta y siete de altura y mi tamaño no hizo que le gustara más. Pasé mi tiempo tallando animales de madera y en la lectura de libros en la biblioteca y pensando en cómo me iba a encontrar a Sophia. Mantuve la mayoría de los animales oculto, pero mi madre adoptiva, una vez me vio dando los toques finales a un ganso. Lo miró con atención. ―Diría que eso es suficiente para poner en un museo ―dijo, no que fuera necesariamente una buena cosa. Fuimos a una escuela pública muy triste, pero tenían unos buenos pocos maestros. Yo era, obviamente, un estudiante capacitado, por lo que algunos educadores de buen corazón se les metió en la cabeza que yo estaba ‘’dotado’’. Me hicieron sentarme en un aula mientras todos los demás estaban en el recreo y tomar pruebas estandarizadas donde se llenan las burbujas con un lápiz. Recuerdo dejar cada pregunta en blanco. Había aprendido hace mucho tiempo que era una perspectiva arriesgada destacar demasiado. Hubo aquel tiempo desastroso en la década de los cuarentas, cuando mis padres tenían mi coeficiente intelectual probado. Eso fue suficiente lección. Huelga decir que tienes que tener una gran capacidad mental e inusual para recordar mil años de historia en gran medida insignificante. Tan pronto como llegué a la edad suficiente me puse a buscar Sophia. Tuve algo de información para trabajar en ese tiempo. Sabía que ella habría muerto a finales de 1985 o principios de 1986, y la había visto y hablado con ella en el hospicio lo suficientemente cerca de su muerte para sentirme esperanzado que había dejado algunas ideas en su mente. Me sentí confiado, casi por intuición, que ella volvería en algún lugar cercano. Lo había hecho una vez antes, rezaba que lo hiciera de nuevo.
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Mi gran golpe de suerte llegó una tarde en un centro comercial en Tysons Corner, cuando yo tenía quince años. Vi a la chica, que ahora se llama Marnie, en una de esas cabinas de fotos casi extintas justo en la entrada. Me tomó un par de minutos recordarla. Por supuesto que no la conocía como Marnie en ese entonces. La reconocí de la iglesia en Fairfax a principios de los años setentas. Sus cejas puntiagudas fue lo que me ayudó. Ella tenía el tipo de ojos que te daban mierda y querían confiar en ti al mismo tiempo. Ella había sido la anciana sentada con Sophia, la madre de Sophia. Ella tenía que haber vivido tanto como su hija. Habían estado cerca, pude ver, y algo sobre su manera de relacionarse me dio una fuerte convicción de que volvería juntas. Tú no debes tratar de controlar estas cosas, me acordé de Ben diciendo, mientras seguía a Marnie desde Tysons Corner. La seguí hasta el vestíbulo de un edificio con una gran cantidad de consultorios de médicos y dentistas, donde se reunió con su madre y se fue abajo a un estacionamiento. Las vi entrar en un coche juntas y marcharse. Tenía el número de placa, y así fue como encontré mi camino a Hopewood, Virginia. La primera vez que vi a Sophia en su forma más reciente fue el sábado siguiente. Ese fue un día digno de recordar. Estaba nervioso sobre el viaje en autobús hasta allí. Nunca sabes lo que vas a encontrar o si vas a encontrar a nadie en absoluto. Fui a la dirección de Marnie en la mañana y caminé nerviosamente arriba y abajo del bloque, sin saber cuál iba a ser mi próximo paso. Y entonces la vi. Ella caminaba por la acera hacia mí. Fue bastante impresionante. Realmente no puedo describir lo que sentí. Era un día de primavera exuberante, y el sol iluminaba su cabello suelto, de color claro mientras rebotaba por la acera. Llevaba shorts recortados y sandalias y una camiseta verde. Era tan joven y de aspecto tan fresco, después de ver por última vez a su viejo y moribundo cuerpo en el hospicio. Sus piernas eran largas y fuertes y bronceadas y delgadas como las de una niña. Eso es un recuerdo de mi vida actual, al igual que cualquiera podría tener, pero ya ha sido catalogado entre uno de los mejores. Cuando pienso en ella, la veo caminar hacia mí en cámara lenta con una banda sonora en el fondo. La canción que siempre pienso es "Here Comes the Sun". He visto cosas familiares en ella. La forma en que inclina su cabeza cuando se echa a reír. Sus manos capaces. La curva de sus codos, la parte superior de la oreja sosteniendo su larga cabellera. Tenía una oscura peca al lado de la barbilla. Recuerdo la sensación tan bien. Era el comienzo de algo grande. Este es nuestro tiempo.
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Estaba un poco roto en su presencia, me di cuenta. Tan feliz como estaba por verla, tenía miedo de hablar con ella por miedo a comenzar mal. Era un extraño otra vez. Ella sería más difícil de abordar, más sospechoso este momento, en todo caso. Era demasiado bonito para presumir. La vida que estaba viviendo era casi completamente sin amor, y yo estaba cortado y fuera de práctica. Me sentía seguro de poder hacer que me amara otra vez. Pero mi esperanza era lo más importante. Ella era joven, y también sabía qué aspecto tenía, sabía dónde vivía. Ella estaba de vuelta en mi red, y no estaba casada con mi hermano ni nadie. Esta era la vida que podríamos finalmente, esperaba, pasar juntos si lo manejaba bien. Sophia apareció de pie al lado de Marnie y me quede estúpidamente allí. Marnie abrió la puerta principal y por casualidad escuché la voz de Marnie. ―Oye, ¿quién es el tipo? ―¿Qué tipo? ―Al otro lado de la calle. En el momento en que ella volvió la mirada hacia atrás, me había vuelto y comenzado a caminar en sentido contrario. ―No tengo idea ―dijo Sophia. ―Es una lástima ―dijo Marnie―. Era muy lindo. Mi corazón se elevó por esa pequeña cosa. Tuve la suerte de ser lindo, porque creo que fui bastante feo en mi último par de vidas. Pero sabía que tendría que tener cuidado. Esta era la vida por la que había sacrificado todo, y no quería hacerla explotar. Estaba tan acostumbrado a conseguir un borrón y cuenta nueva en la vida, una especie de no más de los errores principales que había cometido. Pero dentro de esta vida la memoria de Sophia sería tan buena como la mía. No sabía si dar crédito. Todo se sentía frágil para mí, y estaba lleno de dudas. No quería que ella pensara que era un loco o un acosador. Mirando hacia atrás, ojalá hubiera tomado mi propio consejo más en serio. La visité dos veces en Hopewood en los próximos dos años sin conseguir el valor de decirle una palabra. Una vez que vi una plantación de ojo negro en su jardín delantero. Una vez las vi a ella y a su hermana, Dana, en una tienda de café en la calle Coe. Recuerdo que me sorprendió verlas a ella y su hermana juntas, dulce afán de Lucy en contraste con nerviosismo nativo de Dana. Dana era familiar para mí, probablemente de una vida anterior, también porque tenía el aspecto irregular de un alma profundamente agitada.
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La reconocí como el tipo que llevaba su agitación de una vida a otra, causando estragos cuando se iba. Estoy seguro de que torturó a la gente que la amaba, les hizo preocuparse de en dónde lo habían hecho mal, cuando probablemente no podría haber hecho alguna diferencia de una manera u otra. Esperé hasta que tenía diecisiete años para hacer mi movimiento. No quería causar un gran problema en dejar Shepherdstown. No estaba preocupado porque la familia de acogida me echara de menos tanto como yo estaba preocupado por que causara dolores de cabeza a mi trabajador social. Me mudé a Hopewood, alquilé un pequeño apartamento en un restaurante indio, y entre a Hopewood High School en la clase de Sophia. My Name is Memory
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Hopewood, Virginia, 2008 EL día después de su graduación de la universidad, Lucy tomó un autobús de vuelta a Hopewood con dos bolsos, un filodendro ralo, y con Sawmill en su estúpido terrario de vidrio. Había enviado el resto de sus cosas en cajas de cartón. Llegó a casa sin planes claros para su futuro más allá de mezclar batidos o la venta de ropa interior Victoria's Secret. Pero entonces sucedió algo extraño. Durante doce noches seguidas soñó con un jardín. La primera noche sabía que no era un jardín en el que había estado, pero aun así era familiar, y natural de una manera que no era como un sueño en absoluto. La segunda noche estuvo allí de nuevo. Reconoció exactamente lo que había visto la noche anterior: la fuente, la pared de piedra, las magníficas peonías en rosa y fucsia y blanco. La mayor parte de todo lo que reconoció fue el olor. No estaba segura de que hubiese olido algo en un sueño antes, pero este olor se metió en cada parte de ella. La noche siguiente, estaba feliz de encontrarse de nuevo en el mismo jardín por tercera vez. Era el mismo lugar en todas sus bellezas particulares, pero esta vez decidió investigar más a fondo. Fue a través de una pérgola rústica ardiente con clemátides rojo y encontró un jardín amurallada bajo rodeado de cerezos silvestres en flor rosa y poblado por aproximadamente un millón de mariposas batiendo sus alas en cámara lenta en medio de las margaritas, bocas de dragón, zinnias, y cosmos. Las mariposas eran en todos los colores, patrones y tamaño, y se quedaron estáticas, en una suspensión extraña. Y luego todos a la vez se dieron a la fuga. Giraron sobre su cabeza, y sintió pánico al pensar que las había ahuyentado. Pero la espiral en la que volaban era espesa y lenta hasta que estuvieron a su alrededor y ella era el centro. Parpadeó, y todas las mariposas volvieron lentamente a posarse sobre flores. La cuarta noche investigó aún más. En la quinta noche estaba tan emocionada de empezar a soñar que iba a la cama a las nueve. Todavía había un poco de luz. No había ido a la cama tan temprano desde que le habían sacado las amígdalas en sexto grado. Era feliz en el jardín, más feliz de lo que podía recordar desde que era muy joven, mucho antes de que los problemas comenzaran con Dana. Sintió una especie de maravilla ahí, lo que trajo a su mente un profundo sueño misterioso, inexplicable de cómo se sentía ser un niño. Cada noche estaba en su cama
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esperando conciliar el sueño, con miedo de no volver a ver al jardín, rogándole a su subconsciente por volver, y cada noche volvía. Deseaba poder intercambiar sus días por sus noches, la realidad por sus sueños. ¿Se le permitiría pasar de un lado a otro? Nunca había dormido tanto en su vida. Sin embargo, todavía bostezaba en el día en la tienda de comida sana y bostezaba en la cena, con anhelo de volver a la cama y su jardín. La sexta noche soñó que cruzaba un puente en miniatura sobre un arroyo angosto y exploraba una nueva parte del jardín. No estaba familiarizada con la mayoría de las plantas, más gruesas y espinosas, y los olores eran diferentes. No era hermoso de la misma manera, pero el aire se sentía mágico para ella. Algunas de las plantas eran tan distintivas que las estudió durante mucho tiempo, y tan pronto como se despertó, sacó un bloc de notas y las había esbozado antes de que se desvanecieran en su memoria. A la noche siguiente dejó su cuaderno de bocetos y lápices de colores al lado de su cama, y cuando se durmió volvió a la parte del jardín y estudió más de ellas, parecía saber en su sueño que las dibujaría después. Las grababa así como podía, oliendo y sintiendo la textura de sus hojas. A la mañana siguiente se despertó temprano y pasó las dos horas antes de trabajar en sus dibujos. Cuando llegó a casa del trabajo por la noche, sacó su amado American Horticultural Society Enciclopedia de Plantas y Flores y, con el corazón latiendo, trató de encontrar plantas reales que coincidieran con sus dibujos. Tomó un tiempo, pero encontró con algunos partidos inconfundibles. Descubrió que todas ellas provenían de una sección del libro: hierbas medicinales. La matricaria, pamplina, rue de cabra, el cohosh azul, eterna. Esta nueva parte era un jardín de medicina. No fue sino hasta la octava noche que vio a otra persona en el jardín, con las mariposas. Al principio pensó que era Dana, y se sintió feliz, pero pronto vio que no se parecía a Dana y estaba claro que no era Dana. Era una mujer de unos veinte años, al parecer tenía ojos grises claro y pecas y cabello oscuro brillante. ―Te conozco de algún lado ―dijo Lucy a la mujer de su sueño. ―Por supuesto que sí, querida ―respondió la mujer. Cuando Lucy despertó estuvo en la cama durante mucho tiempo, tratando de mantener el rostro de la mujer del sueño en su mente. La conocía de alguna parte, pero no podía pensar de dónde.
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Cuando se levantó se dirigió a su armario y encontró la monografía de la tienda de regalos en Hastonbury. Volvió a los capítulos sobre los jardines y se quedó mirando las fotografías, incrédula. No era de extrañar que los sueños fuesen tan literales. Este jardín era de la madre de Constance. Este era el jardín que había vivido de niña hace un par de vidas. Cerró el libro de nuevo. No quería suplantar a sus sueños todavía. Pasó el fin de semana haciendo dibujos del jardín de su sueño, y cuando estaba satisfecha con ellos, los comparaba con imágenes reales de Hastonbury. Su jardín de sueño era mucho más hermoso y más completo que en las fotos en la monografía o los que se encontraban en línea, pero les emparejo en cada detalle que pudiera encontrar. Pero fue la imagen en la parte posterior del libro la que le detuvo el corazón. Le había echado un vistazo antes, pero nunca había mirado de verdad. Ahora que lo hacía, sabía exactamente quién era. Era la mujer que había soñado en el jardín. Por supuesto que era. Era la madre de Constance.
En la duodécima noche el sueño había cambiado. El jardín comenzó a perder sus fronteras. Se extendía más y en nuevas direcciones. Siguió un camino y se encontró en su propio patio trasero antes de la plaga que mató a sus frambuesas. En otra dirección se encontró en Thomas Jefferson en los jardines de la Villa Académica de la escuela, rodeada por los muros de serpentina. Caminaba hacia otro lado y se encontraba, para su asombro, una piscina con las flores hasta el mismo borde, tal como existía en sus dibujos y en su imaginación. Por la mañana después de la duodécima noche sabía lo que quería hacer. Encontró la solicitud en línea y la imprimió. Pasó el día de llenándola e incluyó lo mejor de sus dibujos esquemáticos de sus sueños de los jardines Hastonbury y sus bocetos de las hierbas. Por un capricho, también incluyó sus tres dibujos preferidos de su piscina sin construir. A los trece días de poner todo en un sobre grande, lo llevo a la oficina de correos, y la envió. A los catorce días comenzó a limpiar su jardín de las malas hierbas.
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Dos meses más tarde, una noche de agosto antes de que se fuera de casa de verdad y para siempre, Lucy estaba haciendo las maletas en su habitación cuando se dio cuenta de algo. No podía llevar a la serpiente de Dana con ella. Sawmill al parecer iba a vivir para siempre, y ella no. Sin renunciar a sí misma y sin demasiado tiempo para pensar en eso, lo sacó de su caja y dejo que se enrollase en su brazo. Él la miró, y ella lo miró. ―Siento que no disfrutáramos más de esto ―le dijo―. Nunca fuiste mi mascota preferida. Se dirigió escaleras abajo, a través de la cocina y por la puerta trasera, dejando que golpeara la puerta mosquitera detrás. Cruzó el patio y se sentó con las piernas cruzadas en el césped delante de su mata de hortensias. Dio una última mirada a Sawmill en sus ojos de serpiente. Siempre había pensado que las serpientes representan la duplicidad y el mal, y había imaginado siempre que Dana había llegado como un castigo más para sus padres. Pero como Lucy admiraba su cabecita tranquila, no creía eso. Pensó en sus pieles en los últimos años, las versiones pasadas de sí mismo que había dejado atrás cuando estaba en constante renacer. Tal vez eso era lo que quería decir Dana. ―Es hora de ser libre ―dijo solemnemente. Llevó la mano hasta el suelo para ver qué iba a hacer. Se aferró a ella durante unos segundos. Pero entonces elevó la cabeza con valentía. Él aflojó su muñeca centímetros, se extendiendo sobre la mano y se cernió sobre la tierra desconocida. Por fin se lanzó hacia el suelo y se deslizó lejos dentro de la hierba de su cúpula. My Name is Memory
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Charlottesville, Virginia, 2009 La única cosa que Lucy una vez quiso que pasara más que nada más en el mundo, por la que habría renunciado a todo, pasó actualmente un poco después de las seis en una tarde de un martes en junio. Estaba sentada fuera del Campbell Hall, el edificio que albergaba el programa de arquitectura de paisaje junto con el resto de la Escuela de Arquitectura, donde había pasado las últimas diez horas en el estudio. Ahora estaba sentada con una mirada hambrienta, usando su abrigo y gorro de lana marrón, respirando en el aire helado y dándose un momento de paz antes de retomar el ritmo del mundo normal. Marnie y su novio, Leo, estaban haciendo comida china para cenar esa noche en su minúsculo apartamento por el Cementerio Oakwood. Ellos habían rentado el apartamento en agosto. Marnie estaba trabajando en Kinko’s en el día mientras tomaba un curso de preparación para el LSAT11 y aplicando para las escuelas de leyes en la noche. Lucy había esperado estar trabajando a tiempo completo como barista en el Mudhouse por el otoño y principios del invierno. Había conseguido su solicitud para estudios de posgrado tarde, el oficial de admisiones le dijo que tendría que esperar hasta enero para iniciar el programa de maestría. Pero un espacio se había abierto, y para la exaltación de Lucy, ellos se habían saltado las reglas y le permitieron iniciar en septiembre. Así que estaba trabajando sólo diez horas a la semana en el Mudhouse y yendo profunda y calmadamente en los pagos de la escuela de posgrado. Ella y Marnie habían rentado el apartamento, solo para las dos, pero desde entonces Leo se había convertido en un tercero, no-oficial, sinpagar compañero de cuarto. Al menos era un buen cocinero. ―¿Te hace sentir sola ahora que Marnie tiene un novio serio? ―le había preguntado su madre unas semanas antes. Lucy pudo decir que eso hacía a su madre sentirse solitaria. ―No realmente ―le dijo―. Estoy ocupada en el estudio. ―No sigues esperando por Daniel, ¿no? ―le había preguntado Marnie acusadoramente el pasado sábado, cuando Lucy había declinado ir a una fiesta con ella y Leo. 11
Law School Admission Test: Examen de Admisión a la Facultad de Derecho.
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―No ―dijo Lucy. Marnie pensó que era una célibe desconcertante, y Lucy no la corrigió. No podía admitir frente a Marnie que había dormido con su hermano, Alexander, cuatro veces durante el pasado verano. Lucy no seguía esperando a Daniel. No en su mente consiente. Se había hecho a sí misma aceptar el hecho que no iba a venir por ella esta vez. Pero en sus sueños seguía suspirando por él. Su yo-durmiente pensaba que la historia de ella y Daniel estaba solo en pausa; no estaba acabada. No puedo esperar por ti por siempre, se encontró pensando mientras estaba acostada en la cama la mayoría de las mañanas, pensando sobre sus sueños, esperando por el sonido de su alarma. Y ahora estaba sentada sobre una banca en la oscuridad de invierno, considerando estas cosas, cuando un hombre joven caminó hacia ella y dijo: ―¿Eres Lucy? Subió su mirada hacia él, suponiendo que debería conocerlo. Él estaba bien vestido y limpiamente rasurado, como un atleta pasado de moda o un chico universitario. ―Sí ―dijo. No lo conocía. Probablemente estaba en una de sus clases, y no se sentía como cultivando una asociación. ―Soy Daniel ―dijo. Ella saltó un poco ante el nombre, como si hubiera sido transportado desde sus pensamientos. ―¿Te conozco? ―preguntó. Esa no fue la cosa con más tacto por decir, y si había pensado en ser educada, podría haberlo dicho de manera diferente. Sus ojos estaban llenos de secretos de alguna manera. ―Podrías pensar que no, pero lo haces. Ella no quería jugar. Usualmente cuando se ponía su gran sombrero marrón sobre la cara y se acurrucaba profundamente en su abrigo, no tenía que hacerlo. “ ―¿Y cómo es eso? ―preguntó sin curiosidad o placer. Quitando las pelusas de sus guantes. Tal vez él había estado en una de sus clases universitarias. Tal vez era el amigo de un amigo el cual lo envió porque los miembros del círculo de Lucy pensaron que necesitaba salir más. Se inclinó más cerca de ella, como si estuviera tratando de conseguir que mirara hacia él otra vez. ―Sé que luzco diferente ahora. Sé que será difícil hacerte creerlo, pero soy Daniel. El Daniel que solías conocer. Ahora ella lo miró.
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―¿De qué estás hablando? ―Te conocí en preparatoria. Te conocí muchas veces antes de eso. Se puso de pie, un tanto dudosa y empezando a sentirse electrificada. ―No entiendo. ―Soy Daniel Grey. De Hopewood. Apenas podía apenas mantenerse en pie. ―¿Me estás diciendo que eres Daniel Grey? ―Diferente, como puedes ver. Pero sí, lo soy. Lo miró fijamente, buscando sus ojos. ―¿Cómo puedes serlo? ―¿Quieres caminar conmigo? ―Comenzó a caminar, y ella lo siguió. Se sentía mareada, como si todo estuviera en un ángulo equivocado. Estaba temblando y sudando bajo su abrigo. Él tenía una larga zancada, y ella tomaba pasos extra para mantenerse a su nivel. ―No sé cuánto sabes sobre mí ―dijo, mirando hacia adelante, no a ella. Ella fijó su mirada en su perfil. ¿Era esto alguna clase de extraña broma? Él no podía en verdad ser su Daniel, ¿verdad? Se sentía como si su viejo anhelo fuera tan intenso que se había convertido en alguien, sin importar si era la persona correcta. ―No pienso que sepa nada ―dijo y de inmediato se dio cuenta que no era verdad―. Quiero decir, podría saber algo. ―Se dio prisa. ¿Qué y si en verdad fuera él? Tal vez lo era. Tropezó con un bordillo y se mojó los pantalones de barro y lodo―. Sé sobre Constance ―dijo rápidamente―. Sé sobre Sophia. ―No le estaba importando su propia protección en este momento. No le importó si sonaba sana mentalmente o no. ―Sabes mucho, entonces ―dijo. Su voz era más aguda, diferente de lo que ella había esperado. Deseó poder mirarlo a los ojos otra vez. ¿Cómo podía ser él? Si no era él, ¿por qué estaría haciendo esto? Estaba abierta a la idea de gente volviendo en cuerpos diferentes, pero esto no tenía ningún sentido. ―No lo entiendo ―dijo―. No entiendo como podrías ser Daniel. Si moriste en el puente hace tres años y medio, entonces serías un niño pequeño, ¿no? En sus fantasías de ver a Daniel otra vez, se imaginó corriendo a sus brazos, sostenerlo por horas y contándole todo lo que había aprendido y pensado desde la última vez que lo había visto. Esta no era la manera en que iba.
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―Tú no entiendes y yo no puedo explicarte. Hay misterios que nadie entiende. Pero cuando eres como yo, no necesitas crecer todo el tiempo. En raros casos puedes… poseer un cuerpo que ha sido abandonado. ―¿Qué significa eso? ―Estaba en una salvaje versión del universo, pero al menos estaba en una conversación con alguien junto a ella―. ¿Puedes poseer alguien más? ¿Por qué alguien abandonaría su cuerpo? ―Usualmente no es una opción. Algunas veces lo es. Lo abandonan cuando mueren. ―Pero si mueren, es porque no funciona más, ¿no es así? ―Sí, usualmente. Pero la gente a veces… ¿cómo puedo ponerlo sencillamente? Se van antes de que tengan que hacerlo. Se asustan y huyen lejos. Es más tentador en ese momento. ―¿Por qué es tentador? ―Porque usualmente sufren dolor, y se siente mejor irse. Lucy trató de leer sus propios sentimientos, pero más allá de los persistentes síntomas de shock, no pudo. ―¿Y tú los posees? ―La oportunidad es extremadamente breve. Y el cuerpo tiene que estar salvable, obviamente. Distantemente, ella se preguntó cómo esta conversación sonaría a un transeúnte. Estaban caminando demasiado rápido para ser escuchados más que un momento, y de cualquier manera, estaba demasiado tensa, demasiado abrumada para que en verdad importara. Pero ¿qué eran esas cosas de las que estaban hablando? ¿Cómo podría alguien empezar a aceptarlo, y cómo podría no hacerlo? ¿Había renunciado a toda expectativa de que el mundo se comportaría como anteriormente? ―Pero ¿qué sucede con ellos? ¿Qué pasa si quieren regresar? Su mirada era inequívoca, casi demandante. ―Ellos no lo hacen. ―¿Era esta una forma en la que Daniel había lucido?―. Sólo tomo lo que fue dejado atrás ―dijo. Por un momento cubrió su mano enguantada con la suya desnuda―. Y el alma que estaba allí se va a su siguiente estado, lo que sea ése es. ―¿Ellos regresan en un nuevo cuerpo? Él frotó sus heladas manos juntas. ―La mayoría sí. La mayoría de la gente regresa.
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Una parte de ella quería huir, y se sintió avergonzada por esa parte suya. Estaba tan llena de dudas; siempre arruinaba todo. Después de lo que había aprendido, ¿por qué no podía solo tratar de creerlo? Es hecho de que estuviera teniendo una conversación como esta significaba que tenía que ser Daniel. ¿Quién más sabía sobre este tipo de cosas? ―Así que tú haces un tipo de… saltar dentro de esta persona la cual eres ahora. ¿Suele haber alguien más allí dentro? ―Es difícil de comprender, lo sé. Hay tanto sobre el nacimiento y la muerte y todo lo que la gente común no sabe. Pero estás empezando a entender, ¿no es así? Ella caminó hacia un charco. Vagamente sintió sus calcetines remojarse en el helada agua. ―Creo que sí ―dijo. Él se detuvo. Le tendió sus manos en el aire, y se dio cuenta que esperaba por las de ella. Graciosamente puso sus manos en las de él, y él las apretó. ―Lucy. Ella asintió. Sintió la presión de muchas lágrimas detrás de sus ojos, más no podía explicar su naturaleza. Eso hizo más difícil mirarlo. ―Estoy feliz de verte. ¿Estás feliz de verme? Las cosas que había imaginado decirle todas esas veces, no podría decirlas a menos que supiera que era él, y aún no podría sentirse segura. ―Es difícil creer que tú eres Daniel ―dijo honestamente. Trató de mirar dentro de sus ojos, pero él estaba ocupado quitándole sus guantes―. ¿En verdad eres Daniel? ―De verdad soy Daniel ―dijo. Ella asintió una vez más. Podía creerle o no. Si no lo hacía, y era él, como casi tenía que serlo, podría dejar escapar su oportunidad otra vez. No quería dejarlo escapar otra vez. ―Lo lamento por la última vez ―dijo rápidamente―. Lamento no haber tratado más fuerte en entender. ―Una o dos lágrimas lograron abrirse paso. ―No te culpo por eso. Nadie nunca lo cree. Y probablemente es lo mejor. ―Pero desearía haber tratado. ―Está bien. Lo sé. ―Él estaba mirando hacia abajo―. Hay cosas en el pasado de las que te arrepientes.
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Su expresión era diferente a como pensó que sería. Pero entonces, ¿qué pensó que pasaría? ¿Por qué se convenció de conocerlo o tener una razón para esperar o pensar nada? No lo conoció entonces, y no lo conocía ahora. Su única relación, como Marnie lo había puesto, era su relación con su imaginación. Y ahora ¿estaba tratando de sujetarlo a eso? ―Pero tenemos la oportunidad de empezar otra vez. Ella lo miró en interrogación. Sus palabras lograron penetrar su lucha consigo misma. El problema no era la diferencia entre este hombre y el viejo Daniel. El problema estaba entre Daniel y su imaginación. Por supuesto, el Daniel actual iba a ser diferente al Daniel con quien pasó muchas horas en la privacidad de su mente. Se necesita la cosa real para mostrarte el tamaño de tus ilusiones. Eso la hizo pensar en cuando la compañía de energía Dominion no pudo entrar en su sótano. Ellos enviaron facturas estimadas por ocho meses seguidos, y cuando el chico finalmente pudo leer el medidor les dijo a sus padres que habían estado tan errados que debían cuatro mil dólares. ―Si tú quieres ―añadió él. ¿Podrían empezar otra vez? ¿Podrían solo hacerlo? ¿Eso es lo que podría pasar si ella lo permitía? Este era Daniel. No se sentía como él aún, porque ella era superficial y atada a sus propias fantasías, pero lo era. Si iba realmente a preferir sus ilusiones sobre la persona real, entonces debería simplemente conseguir un montón de gatos y encerrarse ya. Él se veía diferente antes, pero ahora que ella se tomó un momento para pensarlo, ella lucía diferente, también. En preparatoria, cada vez que lo había visto fue toda pose y actitud. Ella tenía una constante capa de brillo labial y sus mejillas ruborizadas y sus precisos jeans y cabello todo yendo en la dirección correcta. Ahora estaba distraída y absorta por otras cosas, olvidándose mirar al espejo en absoluto. Se olvidó maquillar su cara para los ojos de alguien más. Era afortunada de que no saliera corriendo en la dirección contraria. Su vida entera una vez se había paralizado por él. Su sentido del mundo se abrió por él. ¿Realmente no tomaría esta oportunidad? Su cobardía la había mantenido lejos de él antes, y podría detenerla otra vez si lo permitía. Era mayor ahora. Estaba sobre sus pies. Podría manejarlo ahora. ―Sí ―dijo ella. Otra lágrima cayó.
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Él le sonrió. Esta era una sonrisa diferente a la que esperaba. Y entonces quería golpearse a sí misma. No suposiciones. ―Estoy en D.C. ahora, trabajando en una firma de marketing. Tengo que regresar a los negocios esta noche. No sabía que te encontraría en mi primer intento. Si lo hubiera sabido, me habría quedado toda la noche. Pero estaré de regreso este fin de semana, ¿está bien? ¿Puedo llevarte a alguna parte este sábado? ¿Cuál es tu restaurante favorito aquí? Ella estaba un poco decaída porque él estaba yéndose ya, pero también francamente aliviada. Podría atormentarse a sí misma mejor por su cuenta. ―Sí. Está bien. ―Nombró un lugar a veinte minutos al este―. Te veré allí ―dijo nerviosamente. Se dio cuenta que no lo quería yendo a su departamento. No sabría cómo explicarlo a Marnie. ―Genial. ―Se inclinó y besó su mejilla, alcanzando la esquina de su boca. Se enderezó y se alejó, diciendo adiós sobre su hombro. Se quedó quieta, sintiendo el beso posándose no-absorbido sobre su rostro. Cuando él se veía muy pequeño y listo para desaparecer alrededor de la curva hacia el estacionamiento, ella compuso su cara con el pensamiento de que podría voltearse en cualquier momento, pero no miró atrás. Cállate. No sabes nada, dijo a su propia desilusión. Empezó a caminar. Sin pensarlo, terminó en un sinuoso muro, donde se subió y se sentó con sus rodillas presionadas contra su pecho y sus brazos sosteniéndolas. Era un duro mundo por conocer. ¿Qué estaba mal con ella? Daniel había venido. ¿Por qué estaba sintiéndose tan rara y susceptible? ¿Por qué no lanzó sus brazos alrededor de él? Tenemos la oportunidad de empezar otra vez, había dicho él. ¿Cuál era su problema? ¿Qué más quería escuchar? Esta no es la manera como pensé que se sentiría. ¿Podría ser que no se había sobrepuesto al hecho de que él lucía diferente? ¿Era realmente tan superficial? No era como si no luciera bien; lo hacía. Estaba muy guapo en cada sentido objetivo. Tal vez más que antes. Una terca, renegada memoria de la fatídica noche con el viejo Daniel vino a ella. Esta llevó un instantáneo estrechamiento y estremecimiento a su abdomen. Cuando él la puso en esa silla de escritorio para encararlo. Cuando estaban rodilla con rodilla. Cuando la besó. Una memoria de hace cuatro años tenía más impacto que un actual beso en su rostro. Porque no conoces esta versión aún.
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No conocí la vieja versión, tampoco. El viejo Daniel era el que Constance amó. Y Sophia amó. Eso había tenido sentido antes. ¿Por qué no tenía sentido ahora? Puso su mano en su boca. Vio trozos de copos congelado en su oscuro guante y miró hacia arriba para ver grandes, descoordinados copos de nieve flotando alrededor de ella. Era nieve de Virginia, donde el cielo no lucía como si lo fuera, y los copos salían por sí solos. Tal vez era ella quien había cambiado. Tal vez ese era el verdadero problema. Era mucho más suave entonces, mucho más dispuesta a enamorarse, o creer que lo estaba. Era más fría ahora, más solitaria, y sus contornos estaban delineados más profundamente. Tal vez ya no era capaz de tal conexión. ¿Pero por qué no? ¿Por culpa de las cosas que había aprendido de Madame Esme y el Dr. Rosen y la herrumbrosa mansión en Inglaterra? Tal vez se había enterrado a sí misma con el descubrimiento de las personas antiguas con la que había estado. Tal vez había perdido su viejo yo bajo el peso de ellos. Se sintió triste, y puso sus manos en sus ojos. Se preguntó si había sido realmente ella lo que él había deseado. Él era diferente ahora, también, y tal vez eso era bueno. No solamente en cómo lucía, se dio cuenta. Por una cosa, la llamó por su nombre. La llamó Lucy. My Name is Memory
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Calcuta, India, 2009 Recibió la llamada de una mujer en Calcuta a principios de 2009. No fue mucho tiempo después de que hubiese visto a Sophia en la biblioteca de la universidad. La mujer se presentó como Amita. Charló con él en bengalí por un minuto completo antes de que pudiera convencerla de que no lo hablaba. ―¿Cómo no hablas bengalí? ―le exigió en inglés con acento. ―Yo… no. ¿Cómo lo haría? ―No has vivido aquí, ¿verdad? Hindustani? ¿Hablas eso? ―Un poco, no mucho. ¿Se puede pegar al inglés por un momento? Ella se rió y se dio cuenta de que era Ben. ―Ah, es mi viejo amigo ―dijo en el dialecto extinto italiano que utilizaron en el barco. ―Ahora quieres hablar idiomas, ¿verdad? ―le preguntó de nuevo en inglés. ―Tenemos mucho en común ―dijo en latín. ―¿Puedes venir de visita ―le él pregunto alegremente en ingles Sabía cuando Ben le convocaba. ―Sí. ¿Cuándo? ―¡Pronto! Cuando quieras. Ella le dio una dirección, y compró un billete de avión al día siguiente. Tenía un montón de días de vacaciones para usar en el hospital.
La encontró en un pequeño apartamento en la planta superior de una casa antigua en un barrio lleno de gente y miserable de Calcuta. Era joven, con una cara en constante movimiento. Vestía un sari precioso peacockblue y tintineantes
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brazaletes de oro en las muñecas. Lo abrazó de inmediato. Lo llevó de regreso a su pequeña cocina, pasada de moda, donde estaba cocinando como una tormenta. ―Eres muy guapo, Daniel ―dijo, levantando las cejas con coquetería. ―Tuve suerte esta vida ―dijo―. Tienes la suerte de la hermosura. ―A veces sí y a veces no. ―Toco algo de una de sus ollas con el dedo―. Delicioso ―declaró. ―Me alegro de verte ―dijo con sinceridad. ―Y me alegro de verte. ―Avanzó hacia él con una cuchara en la mano y le besó en la barbilla―. Me gustaría darte un beso más ―dijo. Hizo un gesto con la cuchara a una pequeña habitación detrás de una puerta entreabierta―. Me gustaría llevarte allí, pero sé que amas a otra chica. Se echó a reír. No sabía si hablaba en serio o no, y sin tener eso en cuenta, no podía imaginar meterme en la cama con Ben. En primer lugar porque era Ben, y también porque lo había conocido brevemente como Laura y muchas otras. Nunca podría dejar la vieja vida ir. No podía con nadie, y mucho menos con Ben. La primera vez que lo conoció era un hombre, Daniel tuvo momentos complicados de sentirse atraído por cualquier versión posterior de él como mujer. Él no era bueno viviendo en el medio. ―Soy Amita ―dijo imperiosamente, leyendo sus pensamientos en la forma habitual. ―Eres un cambia-formas ―dijo en tono de broma. ―No, esto se llama vivir ―replicó con fiereza―. Y lo que haces no lo es. ―Sus ojos se mantuvo cariñoso, pero no podía dejar de decirlo―. Háblame de tu chica ―dijo Amita dulcemente. No quería ser perjudicial para él. ―Sé dónde está ―dijo. ―¿Por qué no estás con ella? ―preguntó. Siempre se puede estar seguro de que Ben a la medula del asunto. Daniel estaba cansado y estaba en Calcuta y tenía que ser honesto. ―Traté de hablar con ella hace unos años y realmente la jodí. Fui demasiado rápido, y le di miedo. No creo que ella me quiera ver después de eso. Estoy dándole tiempo antes de que volver a intentarlo. ―Su explicación sonaba débil para sus propios oídos. ¿Cuánto tiempo iba a darle? ―Tal vez no quiere que le des tiempo. Se frotó las mejillas. Sintió el sudor y el polvo de los viajes largos.
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―No sé lo que quiere. ―Su voz flotó tranquila―. Pero no creo que sea a mí. Amita se quedó parada con la cuchara, mirándolo pensativamente. ―Oh, Daniel ―dijo finalmente―. Necesitas ser amado. Eso es lo que necesitas. Estás terriblemente fuera de la práctica. Él se echó a reír. ―¿Es por eso que me quieres en el dormitorio? ―Amor es amor ―dijo. Negó con la cabeza. Su coqueteo era una misericordia que no podía entender. ―No creo que sea el momento adecuado para volver a intentarlo con Sophia ―dijo―. Si espero por un tiempo, tal vez tenga otra oportunidad. Ella parecía triste. ―Y eso es una cosa que no puedes mantener para siempre. ―Metió la cuchara de nuevo en una olla y se sentó en el mostrador. Puso su barbilla en su mano pensando por un momento―. Tal vez si te hubiera acercado a ella como ella misma y no otra persona, no la habrías asustado. ―¿Qué quieres decir? No me acerqué a ella como otra persona. Me acerqué a ella como ella misma. La llamé Sophia, porque es Sophia. ¿Es malo recordarla? ―Sophia no es su nombre. Sophia es un recuerdo. ―Amita saltó del mostrador. Reanudó su revolver―. Creo que su nombre es Lucy. ―La misma chica. ―Sí y no. ―¿Qué quieres decir con eso? ―Sonaba para sí mismo como un niño. ―Tú eres un acaparador ―dijo. Era algo de lo que Ben le había acusado varias veces antes―. Ama a los que te aman, mientras los tienes. Eso es todo lo que puedes hacer. Deja que se vayan cuando es necesario hacerlo. Si sabes cómo amar, nunca se acabará. Ben sonaba tan alegre como un libro de autoayuda, pero Daniel todavía se sintió abrumado y extrañamente frágil. No sabía cómo responder, y ella lo reconoció. Se adelantó de nuevo con la cuchara. ―Prueba esto ―dijo con ternura, sosteniéndola hacia él. Él lo hizo. ―Dios, está picante.
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Ella asintió y abrió los ojos. ―¿No es así? ―Consultó su libro de cocina por un momento y luego lo cerró―. Ya que mi marido se unió al ejército, cocino y leo. Cocinar y leer. ―¿Tu marido? ―Se sentía culpable por haber mirado la región marrón bien formada de costillas y el estómago reveladas por su sari. ―Sí. Y cuando regrese, lo voy a sorprender con mis platos ―dijo, blandiendo la cuchara como un mago. Su boca estaba ardiendo. ―Lo harás. Estoy seguro. La miró por un rato. Ella agitó, picó cosas y dispersó los ingredientes con abandono. Parecía disfrutar tirando los pimientos a la olla, en lugar de sólo ponerlos allí. ―A veces hay que hacer un lío ―le informó alegremente. Probó la materia verde en un plato pequeño de latón―. Oooh ―dijo con un suspiro―. Bueno, eso es sorprendente. ―¿En serio? ―¡Sí! Tal vez no en el buen sentido. Cocinar es siempre sorprendente, ¿no te parece? No había encontrado sorprendente a la cocina en cuatro siglos, no desde que había cocinado en la cocina de un barco navegando por el Adriático durante siete largos años. ―No ―dijo con sinceridad. ―Oh, pero lo es. Siempre lo es. ―Volvió a su libro de cocina―. No tengo una madre o una hermana que me enseñen, así que tengo que aprender por mí misma ―explicó. Él se sentía subyugado por este tiempo. Era el jet lag y la tendencia que Ben tiene para empujarlo a incertidumbres. ―¿Cómo es algo nuevo para ti? ―le preguntó―. ¿Cómo todavía encuentras algo sorprendente? Se detuvo por un momento y lo miró. Metió el dedo en la materia verde y se lo tendió a él. Lo probó, y era terriblemente horrible. Incluso venenoso. Él cedió. ―Tienes razón. Esto es sorprendente.
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Por alguna razón, se le ocurrió una cosa que ella le había dicho una vez cuando era Ben y estaban mirando hacia el cielo estrellado en una larga tranquila espera, en el Egeo: No veo patrones con facilidad.
Daniel sabía que iba a llegar al punto de su visita con el tiempo, y sucedió mientras estaban sentados en el tejado caliente después de comer, masticando semillas aromáticas y viendo una gran familia descansar en sillas de playa en el techo a través de la estrecha calle. ―El cambia-formas no soy yo ―dijo, sin venir a cuento―. Es tu hermano. ―Examinó una semilla y la lanzó a la acera. Su rostro quedó quieto por un momento, pero claramente intentaba advertirle. ―¿Es eso cierto? ―Sí. Él roba cuerpos fácilmente ahora. Tiene un amigo peligroso. ―¿Qué quieres decir? ¿Quién? ―La mente de Daniel corrió a través de varios personajes que había conocido y de los que había oído en los últimos años. Allí estaba el hombre que alguna vez lo había abordado en Gante que afirmaba haber sido el arcángel Azrael. La mujer en Nueva Orleans, Evangeline Brasseaux, y su grupo de seguidores que dijeron que ella había visto el apocalipsis. Había todo un submundo de esta gente y a pesar de que se había sumergido en él un par de veces hace tiempo, casi siempre lo evitó. Alrededor de los que tienen recuerdos auténticos estaban los parásitos, los creadores de mitos, los esparcidores de rumores, y los mentirosos. Le resultaba difícil mantener su rumbo entre ellos. Sólo ahora deseaba haberse tomado la molestia de saber más. Ella se rascó el brazo. Sus huesos eran finos y definidos, como un pájaro. ―Él ha estado reuniendo sus fuerzas por un largo tiempo. Mientras no estás encontrando a tu chica, él la está buscando. Sintió un dolor punzante en los oídos y la garganta, y no podía tragarlo. ―¿Está buscando a Sophia? Ella masticó ruidosamente una semilla y la sacó de sus dientes. ―Buscándola, te va a encontrar. ―¿Qué quieres decir? Pensó por un momento.
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―Tal vez ya la ha encontrado. Daniel se levantó y caminó. La terrible, aunque sorprendente, cena estaba removiéndose en su estómago. ―¿Cómo puede ser eso? Él no puede reconocer las almas. Tú me lo dijiste. ¿No te acuerdas? Ella se unió a él en el parapeto y escupió otra semilla. ―Es posible que haya conseguido ayuda ―dijo de nuevo. ―¿Cómo? ¿Quién? ¿Qué quieres decir? ―Se sintió como un idiota diciendo lo mismo una y otra vez, sabiendo que era el tipo de pregunta que Ben nunca contestaba, pero no podía dejar de tranquilizar su mente. Se paseó, y por primera vez se quedó completamente inmóvil. ―¿Cómo sabes eso? ―Él estaba en agonía. Ella negó, pero debió ver su estado. Fuera por pena le dio una respuesta. ―Lo recordé. Él la miró con atención. ―Pero no ha sucedido todavía, ¿verdad? Ella sacudió eso con su estrecha muñeca.
―He estado leyendo a Proust ―declaró a Daniel mientras la ayudaba a limpiar el desastre en la cocina. No quería hablar de Joaquim o Sophia más, y tuvo que aceptarlo. Sabía cómo era Ben. Él te daba todo lo que podías procesar y no más. ―¿Es eso cierto? ―dijo distraídamente, con ganas de ser sociable. ―Sí. Tenemos una buena biblioteca al final de nuestra calle. ―¿No lo habías leído antes? ―Supongo. ―Ella se rió de una manera que era muy tonta, teniendo en cuenta que había vivido por siempre―. Me encanta. Él asintió, secando una especie de salsa del techo. ―¿Qué fue de él? ―¿De Proust, quieres decir?
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―Sí. ¿Tiene memoria? ―Si atrapas a Ben con un tema que le interesaba y era irrelevante, puedes obtener extraños fragmentos de información que se le salen.
Ella negó por lo que sus pequeños pendientes de oro oscilaron. ―Ni un poco. ―Lo pensó un momento―. Es un ama de casa en el sur de Kentucky. Un jugador de bridge muy competitivo. ―¿Ni un poco? ―dijo, sorprendido. ―Ni un poco. Y Joyce, ya sabes, se ha ido. ―¿Se ha ido? ―Sólo vivió una vida. Pero la vivió intensamente. ―Eh. Sin memoria, supongo. ―No. Y tampoco Freud. ¿Sabías eso? ―No podría haberlo imaginado ―dijo. ―Pero Jung ciertamente lo hizo ―dijo Amita animadamente―. Y también lo hizo su madre. ―¿En serio? ―Por supuesto. Divagó alrededor de la cuestión que tenía que preguntar. ―¿Tiene este... peligroso amigo memoria? ―preguntó lentamente. Ella se encogió de hombros en su manera despreocupada, pero sus ojos brillaban con una complejidad que no podía leer. ―No sólo somos nosotros, ya sabes ―dijo con cierta tristeza.
Amita quería que se pasara la noche. Le ofreció la mitad de su cama con una promesa solemne de no tocar. La elevación de las cejas le hacía reír, lo que podría haber pensado era imposible en ese momento. Pero le dijo que no. Tenía que llegar a casa. Parecía triste cuando lo abrazó. ―Amas tu memoria, pero tienes que amar a tu chica ―dijo a modo de despedida―. Recuerdas lo que perdiste, y olvidas lo que está justo frente a ti.
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Sabía lo que estaba tratando de decir, pero no podía ser como ella. ―¿Si lo dejo ir, quién más estará ahí para recordar? ―dijo con melancolía inevitable―. Se habrá ido. Ella suspiró. ―Se ha ido. My Name is Memory
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Charlottesville, Virginia, 2009 Daniel estaba en frente de Campbell Hall. Miró hacia las ventanas donde las luces brillaban y se preguntó si ella estaba detrás de alguna de ellas. Había venido a Charlottesville tres veces en los pasados diez días, y no había puesto sus ojos sobre ella, pero aún sentía una sensación de confort. Ella se había graduado. Pudo haber elegido vivir en cualquier lugar en el salvaje mundo, y aun así había venido de regreso aquí. Tenía la dirección de su apartamento en Oak Street, pero no había ido allí. De alguna pequeña forma se había acercado. Se había hecho amigo del guardia quien cuidaba la entrada a los estudios de arquitectura. Había hablado con una estudiante ya graduada llamada Rose quien estaba familiarizada con Lucy y parecía pasar cada hora despierta en el estudio. Lo hizo sonar como si él y Lucy fueran amigos, y se sintió un poco culpable por eso. Odiaba ser espeluznante, y no quería inmiscuirse en su vida, pero sus preocupaciones se habían vuelto acuciantes desde que había vuelto de India. No la molestaría. Solo se aseguraría de que estaba bien. Pasó el rato alrededor de la entrada hasta que vio a Rose, regresando de cenar, adivinó. ―Hey, ¿cómo te ha ido? ―preguntó. ―Bien. ¿Esperas a Lucy? ―Sí, se suponía que tomaríamos una cena tardía ―mintió―. ¿No la has visto? ―No ―dijo Rose con conocimiento―. Ella suele estar aquí cada noche hasta la medianoche, pero no se ha estado quedando tarde por las últimas noches. ―Le dio una mirada conspiradora―. El rumor que circula en el estudio es que Lucy tiene un novio. Daniel se preguntó si Rose tenía una naturaleza cruel. ―Oh, ¿sí? ―dijo casualmente. ―Ella estaba toda arreglada cuando se fue la noche del miércoles. Nadie está acostumbrado a verla usando tacones y maquillaje. Dio una gran impresión. Daniel se encontró odiando a Rose.
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―Está bien, bueno. Bien por ella. No había escuchado sobre eso. ―Tenía una incómodamente falsa mirada estampada en su cara, y su único desafío era mantenerla allí―. Pude haber olvidado dejarle un mensaje sobre la cena ―añadió poco convincentemente. Se imaginó a Rose como una informante Stasi en su vida anterior. Así que de repente Lucy era una chica con un novio. Qué término tan tonto era ese. Trató de recordar cuándo, en la historia del lenguaje, ese había aparecido. Él nunca sería su novio. Tú serías cualquier cosa que ella quisiera que fueras, contrarrestó una parte más honesta de sí mismo. Mientras se alejaba de Campbell Hall, Daniel se sintió celoso e inmaduro, pero no se sintió alarmado. Esa era la parte buena. Lucy se había arreglado. Salió con su novio. No había ninguna señal de Joaquim en ninguna parte allí. Era depresivo pensar en ella teniendo un novio, pero se sintió seguro de que Joaquim no se podría acercar a ella de esa manera. Si Daniel sabía algo, era que Lucy encontraría la presencia de Joaquim profundamente incómoda. Caminó penosamente hacia su auto lentamente y con un ansia que no sentía muy a menudo o, en cualquier caso, se permitía sentir. Sin pensar, condujo al norte hacia Fairfax. Siguió las calles que se aprendió como un adolescente en los ochentas. Su madre solía dejarlo tomar prestado su Toyota Célica rojo, y había conducido a través del Potomac River de noche para ver los memoriales de Lincoln y Jefferson brillando blancos contra el cielo oscuro. Su padre lo desaprobaba, pero Molly casi siempre decía que sí. Tenía un doloroso sentimiento mientras conducía hacia la vieja casa. En realidad no tenía la intención de conducir todo el camino hacia la casa y parar, pero ahora estaba aquí. No había estado aquí en veintidós años. Si hubiera podido dejar al mundo solo, tal vez ahora viviría a la vuelta de la esquina. Podría ver a Molly y su papá y sus hermanos todo el tiempo. Tal vez estuviera casado y con un buen empleo, usando su enorme experiencia para algo bueno. Tal vez sería un maestro como sus padres. Podría ofrecer una perspectiva única en historia, eso lo tenía por seguro. O tal vez solo cortaría su césped y cortaría sus malezas e intentaría olvidar todo excepto los juegos el domingo. Algunas veces se sentía seguro que la llave para la felicidad era una mala memoria. Sus viejos padres estarían pasando de los setenta, asumiendo que siguieran vivos. ¿Aún vivían aquí? Alzó la mirada hacia el porche delantero y le echó un vistazo a las flores. Incluso en la oscuridad sabía que eran dalias, y esa fue su respuesta.
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Una luz estaba en la cocina y luz azulada de la TV en el segundo piso. Pudo imaginarse la casa como si fuera suya. Fue suya, una vez. ¿Por qué ya no podía pertenecerle? ¿Por qué no podía pertenecer él a ella? Porque había renunciado a ella. Se concentró en sí mismo, y desechó las otras cosas. Pensó en sus hermanos, los tres chicos Robinson todos limpios para la iglesia. Su madre con sus dulces Life Savers y pegatinas y libros coloridos para mantenerlos en silencio. Y Daniel nunca los necesitó. Siempre había estado buscando a Sophia. ¿En ese entonces eso hirió sus sentimientos? Ella debió haber sentido que en realidad él nunca le perteneció. Esa fue su tristeza, él lo supo. Se sentaba en su cama en la noche y trataba de hacerlo hablar con ella, pensando que podría acercarse a cualquiera que fuera la cosa lejana que lo mantenía apartado. Lo había amado tanto como él se lo permitió. Más de lo que le había permitido: tú no puedes controlarlo todo. Después él había desaparecido sin razón alguna, ni siquiera sin haberle dado un momento de satisfacción. Ella no se lo merecía. Aún había un hueco. Lo sabía si era honesto consigo mismo. Éste lo era tanto de él como de ella. Deseaba poder sentirse ahora de la misma manera en que se sintió entonces. Y aquí estaba él, sentado perfectamente bien y a salvo afuera de la casa de ella. ¿Pero qué bien le hizo eso a ella? ¿Qué bien le hizo a él? No quiero avanzar, quiero regresar. Él no quería avanzar, pero siempre quiso obtener otra oportunidad. Era todo principios y finales, donde la gente como Molly vivían en el medio como si fuera todo lo que ellos tenían. Se encontró a sí mismo deseando que Molly saliera de la casa. Pensó en sus dientes torcidos y sus pecas y su rizado cabello gris y le dolía el extrañarla. Pero ella no salió. ¿Por qué lo haría? Se sentó solo en su auto. No habría sido muy diferente si estuviera muerto. Con el tiempo su memoria lo hacía invisible, incluso con la gente que sentía que conocía y amaba más. Ni siquiera ellos lo conocían o les importaba ya. Era más como un fantasma que una persona, observando a la gente, esperando por gente. No para hablar con ellos o para retenerlos o para construir una vida con ellos, sino solo para recordarlos.
Lucy se emborrachó un poco cuando estuvo con Daniel. Él la llevó a buenos restaurantes, siempre ordenó vino para ellos, y pagó la cuenta con confianza. Ella
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bebió ansiosamente lo que sea que eso fuera. Estaba en un perpetuo estado de borrosidad con él. ¿Por qué hago esto?, se preguntó. No lo hacía en cualquier otro momento. Le gustaba mantenerse en sus cinco sentidos. ¿Por qué estaba tan impaciente por librarse de ellos cuando estaba en su compañía? Ahora llegó el final de la cena, pastel de chocolate derretido, algo románticamente compartido para el postre, y la cuanta estaba en camino. Él debía de ganar un montón de dinero en su trabajo, decidió. Lo miró a través de la mesa. Difícilmente podía recordar al viejo Daniel, ella había trabajado muy fuerte para conjugar las dos caras. Sintió un momento de audacia y dejó a su mente vagar de regreso a una vieja conversación que tuvieron. ―Solías llamarme Sophia ―dijo ella. ―¿Cuándo fue eso? ―En la preparatoria. En esa miserable última fiesta. No puedes haber olvidado eso. Corrió su dedo índice a lo largo del borde de la mesa cubierta con mantel. ―Solías ser Sophia. ―Hace un largo tiempo, ¿correcto? ―Estaba definitivamente achispada. ―Sí. Muy largo. ―¿Lo recuerdas? ―Por supuesto. ―¿Cómo? ―Solo lo hago. Algunas personas recuerdan un largo tiempo en el pasado. ―Desearía poder recordar. ―No todo es bueno ―dijo él. ―¿Recuerdas a Constance? La linda camarera vino a través de la habitación con la cuenta. Él la examinó mientras le contestaba. ―Por supuesto. ―¿Cómo reconoces a alguien? ¿De una vida a la otra? No entiendo cómo haces eso. Él firmó y se puso de pie. ―Vamos afuera, ¿está bien?
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No espera a que estuviera de acuerdo, así que solo lo siguió a través del armario del guardarropa y el valet parking y las propinas de las que no estaba segura si se suponía que él debía pagar. Normalmente ella escondía unos pocos dólares aquí y allá solo por si acaso. Parados en frente del restaurante, se volteó hacia ella y la sujetó en un solo movimiento. Sus labios estaban sobre los suyos antes de que pudiera esquivarlos. Él siempre quería besarla y sujetarla en lugares públicos, lo cual era lo opuesto a lo que ella quería. Trató de corresponderle, pero su cuerpo estaba temblando, sus costillas, rodillas y hombros. Sus dientes estaban castañeando demasiado para besar. Lo empujó para liberarse. ―¿Vendrás conmigo? ―preguntó él, poniendo un par de dedos bajo la pretina de su falda―. ¿Por favor? ¿Lo haría? No podría. Quería beber tanto vino como pudiera, pero no había encontrado el límite aún. ―No puedo. Recordó, en un destello, cuán ansiosa había estado por tener su rodilla bajo su vestido en la preparatoria, cuánto lo había estado besando antes de que intercambiaran diez oraciones. Estaba empezando a preguntarse cuán mucho o poco el alma en verdad contaba. El auto llegó con el ansioso valet antes de que él pudiera poner sus manos en sus muslos. Conducía un Porsche, lo que le dio cosas que decir al valet, y eso fue un alivio. ―¿Por qué no puedes? ―preguntó, sentándola en su regazo en el techo del codiciado auto después de que el valet se hubiera ido a estacionar un SUV. ―Tengo clases mañana. Tengo un examen en el estudio. Se supone que debo terminar un modelo. Él asintió en aceptación. No parecía saber que tres escusas eran tan buenas como ninguna. Empujó sus manos bajo el abrigo y falda de ella, y las metió bajo su sostén. Él no sabía sobre algunas cosas. Sus manos eran frías sobre ella. Esa era la razón por la que estaba temblando. ―¿La próxima vez? ―La próxima vez ―dijo ella. Era un ritual entre ellos. Siempre era la próxima vez.
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Encendió un cigarrillo y la condujo a su coche de mierda, el cual ella había estacionado al borde del lote. Estaba avergonzada para dárselo al valet. ―Cuéntame sobre Sophia ―pidió, su aliento creando una nube. Su nube era un humo blanco, y la suya era una torsión gris. Quería algo a lo que agarrarse, así podría creerlo la próxima vez. ―¿Cómo qué? ―¿Qué significaba ella para ti? Él levantó sus manos en señal de lo que sea. ―Ella era mi esposa. ―¿Lo era? ―Sí. ―¿La amabas? ―Eso era el vino hablando. Era la plática de la próxima vez. Él ni siquiera la estaba tocando y ella sentía los estremecimientos y castañeo como si estuviera asustada. No estoy asustada. ¿De qué tendría que tener miedo? Él la miró. ―No tan bien como debería.
―Él es en verdad diferente ahora. ―Lucy estaba tratando de explicar su cena con Daniel a Marnie. Había esperado que Marnie estuviera dormida cuando llegara, pero Marnie había estado sentada en el sofá en su sala en miniatura, alerta, con su computadora en su regazo, cuando Lucy suavemente abrió la puerta. ―¿Cuánta diferencia pueden hacer unos pocos años? ―preguntó Marnie. Marnie, típicamente, estaba haciendo las preguntas correctas, y Lucy estaba tratando de evitar responder directamente. ―Bien, en este caso… grande. ―Lucy adivinó que estaban hablando en voz baja porque Leo estaba dormido. Se tomó un largo tiempo con su abrigo, gorro, botas y calcetines. ―¿Qué quieres decir? Lucy quería explicar lo que en verdad significaba, pero ¿cómo podría? Marnie pensaba que quería saberlo, pero ¿en verdad lo hacía? Ya le había causado a Marnie mucha consternación. Marnie extrañaba la vieja amistad, cuando Lucy le contaba todo; ella no entendía lo que había pasado para cambiarla. Lucy también
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extrañaba la vieja amistad, pero no podía regresar a ella. Ni tampoco podría Lucy atreverse a decirle a Marnie la verdad. Porque la verdad no sería confortable y no las acercaría otra vez. ―Solo eso… es difícil de explicar. ―¿Cuánto quieres saber en verdad?, era lo que quería preguntarle. ―¿Cuándo vas a traerlo por aquí? ¿Lo estás escondiendo? Quiero verlo. Lucy estaba absolutamente escondiéndolo. ¿Cómo podría posiblemente aceptar el hecho de que él no mantenía ningún parecido físico con el Daniel que ella había conocido? Había sido lo suficientemente doloroso desmantelar el universo para hacerle espacio a él. No podría soportar cargar todo eso sobre Marnie. ―No. No. Él vendrá por aquí en algún momento. Trabaja en D. C. Consiguió un trabajo de verdad, y está ocupado. Lucy desenrolló lentamente su bufanda y la colgó cuidadosamente en un gancho en el armario en lugar de hacerla una bola y lanzarla a la mesa del vestíbulo como normalmente lo hubiera hecho. Se tomó su tiempo buscando en su bolsa por su celular. ―Creo que también soy diferente ―dijo en el hambriento silencio―. Definitivamente diferente de lo que era en la preparatoria. Marnie extendió sus piernas en frente de ella. ―No te gusta tanto como solía gustarte es lo que estás diciendo. ―No, no es eso ―protestó reflexivamente―. En ese entonces era estúpida, como has indicado. ―Lucy jugueteó alrededor con el cargador de su teléfono celular. No quería sentarse en la silla frente a Marnie, porque después tendría que ser honesta. Marnie se veía anhelante. ―Bueno, me gustabas estúpida. Y de cualquier manera, nunca dije eso. ―Sabes lo que quiero decir. Yo estaba solo… babeando sobre él. No creo que me guste eso ya. Marnie se veía particularmente seria. Enrollo el flojo cable de su computadora alrededor de su pie. ―¿Por qué no? ―Tenía que darle crédito a Marnie por mantenerse preguntando, incluso cuando debería temer lo que podría conseguir. Mantuvo la mirada de Marnie por un minuto y después bajó los ojos. Lucy era la cobarde por aquí.
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―Solo crecí, adivino. ―¿Esta vez lo besaste? ―Un poco. ―¿Cuántas veces has salido con él? ―No lo sé. Siete u ocho, tal vez. Algo así. ―¿Lo besaste un poco? ¿Tienes doce? ―Tengo un examen mañana. Marnie negó. ―¿Este es el mismo Daniel? Lucy tragó y asintió. ―Él ya no te gusta más. My Name is Memory
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Arlington, Virginia, 2009 Daniel conducía desde el hospital de veteranos de Charlottesville temprano una noche después de un largo y agotador viaje, y cuando vio el embotellamiento en la carretera de circunvalación decidió tomar un camino diferente. Se encontró pensando en su abuelo José, el padre de Molly. Pensó en Joseph no tanto cuando estaba viejo y enfermo en un hospicio en Fairfax, sino cuando él aún vivía en Alabama por el estanque. Había gansos en el estanque durante el invierno, y les dieron de comer trozos de pan duro casi todas las mañanas. No era fácil conseguir que un ganso confiara en un par de seres humanos, pero había sucedido. No lo planearon, en realidad. Ambos fueron los más madrugadores, y se mostraron allí. Todavía podía imaginar la expresión encantada de José en el centro de un globo giratorio con puntos negros y carrilleras blancas y alas grises y oscuras, y graznidos. Los gansos se emparejaban como los humanos, Joseph me explicó. Mejor que los seres humanos, porque los gansos se mantenían fieles. Daniel también recordó los días en la primavera, cuando las primeras parvadas regresaban al norte a Canadá a su lugar de origen. Él y Joseph verían el vuelo en V, un solo golpe de aletear de los pájaros, y verlos con la emoción de los viajes y la tristeza de quedarse de nuevo. Daniel recordó envidiar su propósito y conectividad, y cómo podían simplemente volar lejos. Recogía las plumas como una manera de aferrarse a ellos. Su abuela dijo que estaban sucias, pero su madre en secreto le permitió mantenerlas. José soñaba con ser piloto, y lo habría sido si no hubiera tenido la polio cuando era un adolescente, que dejó su pierna débil. Daniel le dijo a José que eso sería, y significo mucho en ese momento. Después se trasladaron, Joseph solía enviar imágenes de los aviones que pensó debía volar Daniel. Sintió lástima de que terminara su vida antes de que pudiera hacerlo.
Estaba tres kilómetros fuera de la ciudad en una pequeña carretera y hacia el sur cuando se dio cuenta de que el camino le era familiar, y explico por qué seguía pensando en Joseph. Siguió el camino otro par de kilómetros, en busca del
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cementerio a la izquierda, donde su abuela Margaret y, sin duda, Joseph, fueron enterrados. En lugar de quedarse, se sorprendió al girar a la izquierda y conducir bajo una avenida de robles. Estuvo sorprendido en parte porque casi nunca pensó en grandes distancias. Le significaban mucho menos que a la mayoría de las personas. Se acordó de una mujer de su antiguo barrio de San Louis conduciendo veinticuatro kilómetros al cementerio todos los días para llorar a su marido muerto hace mucho tiempo en una fría y gris piedra, mientras el marido estaba ocupado vendiendo leche en el 7Eleven a sólo ochocientos metros de la carretera de su casa. Daniel no había visto a su abuelo desde que había muerto, a pesar de que había estado manteniendo un ojo por él. Ellos probablemente serían de la misma edad ahora. Había pensado que tendrían caminos cruzados, estando tan cerca como estaban. Pero no lo hicieron, y le hizo preguntarse si José había vivido su vida pasada. Era conveniente, pensar en él, lo ponía triste. Algunas posibilidades que realmente perdió. Estacionó el coche y se acercó a una colina. Era bueno salir y caminar un poco. Estaba mareado, y su atención se ensimismo que casi esperaba que su cuerpo dejara de respirar. La tumba de su abuelo parecía como que pensaba que lo haría, sólo que no contaba con los racimos de dalias que había imaginado. Miró a su alrededor y vio las flores conocidas un poco más abajo en la fila, una brazada de ellas, recién cortadas y rosa oscuro. Estaba confundido con eso, y un poco alarmado. ¿Hay una nueva muerte en la familia? Esperaba que sus hermanos estuvieran bien. La curiosidad lo llevó por el camino hasta la tumba decorada. Leyó el nombre dos veces antes de que significara algo para él. "Daniel Joseph Robinson, amado hijo de Molly y Joshua." Era posible que en realidad hubiera dejado de respirar, ya que su respiración era rápida y dolorosa ahora. Habían grabado el nombre que le habían dado en segundo lugar y el nombre que él mismo se había dado primero. No había sólo flores, sino dos velas y una fotografía en un marco. No quería mirar a la fotografía, pero lo hizo de todos modos. Era él, por supuesto. Era él en su uniforme de campo traviesa, de pie junto a Molly. Tenía sudor, el cabello en el cuello en lanzas mojadas. Fue justo después de una carrera, y Molly se llevó el trofeo. No lo sostenía para la cámara, simplemente estaba colgando en su mano. Ganó la mayoría de las carreras, y ella sabía que no le importa el trofeo.
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Él debía haber tenido alrededor de catorce años. Todavía no era tan alto como ella. Estaba inclinando la cabeza contra su hombro. Tenía los ojos cerrados, y él se reía de algo, pero en realidad estaba riendo. Sabía por qué mantuvo esta foto. Tal vez hubo un momento o dos de satisfacción para ella. Nunca veía sus propias tumbas. No quería volver a ver un viejo retrato de sí mismo. Había evitado esas cosas, sin saber exactamente por qué, y ahora sabía por qué. Se sentó. Se dio cuenta de que tenía la llave del coche en la mano y estaba temblando. Puso la llave en su bolsillo. Se acordó de las carreras. Recordó ser rápido, solo esfuerzo rápido en ese cuerpo. Recordaba esos días de otoño y su parte favorita al serpentear por el bosque de abetos de la tierra. Nunca había sido tan buena como las anteriores. No importaba cómo la mucha diligencia y la estrategia llevaba a una carrera, esas piernas eran sólo más rápidas que las demás. Pensó en Molly tendiendo este sepulcro, trayendo las flores, encendiendo las velas. Su impulso era ir a buscarla. "Estoy bien", quería decirle. "Todavía te amo, y pienso en ti todo el tiempo. No estoy allí, estoy aquí." Miró de nuevo la fotografía. Se miró las manos y recordó sus viejas manos la uña de su dedo medio izquierdo, que creció divertida, nudillos huesudos, su piel pecosa. Aquellas manos no estaban allí, estaban allí abajo. O lo que quedaba de ellas. Esas piernas rápidas no estaban aquí, sino que fueron enterrados, también. Ese era él, el hijo de Molly, y estaba ahí abajo, no estaba aquí. Este era yo. Echaba de menos a ese cuerpo. Oyó música tan buena en ese cuerpo. Sus dedos eran elegantes y rápidos en las teclas del piano. Era un cuerpo talentoso, y fue una pena tirarlo a la basura. Mientras miraba a la cara de Molly en la imagen, sabía que no había amado a ese cuerpo porque era rápido y hacía buena música también. Le habría gustado pensar que sí, pero sabía que no era cierto. A él le encantó, porque que había sido amado. Debido a que Molly lo había amado. En este cuerpo actual no se le había amado, y no encontró casi nada de amor a sí mismo. No quiso darle a una madre ese tipo de poder, pero Molly lo tuvo de todos modos. Era increíble lo que pensaba que podía tomar todo su ser con él a cada nueva vida, sin recordar que cuando dejas a alguien como Molly, dejas una parte de sí mismo atrás para siempre. A veces se preguntó si su memoria para las cosas importantes era realmente muy buena en todo. Echó un vistazo a la fotografía por última vez antes de que se levantara con piernas temblorosas. No había sido capaz de verlo o aceptarlo entonces, pero parecía tan obvio ahora. Había lucido justo como ella.
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Charlottesville, Virginia, 2009 En el primer viernes de las vacaciones de primavera, después de que Lucy había terminado un trabajo de investigación acerca de los "arboles mascotas" de Jeffersoon en Monticello en el Grove y tomado dos exámenes en tres días, Daniel se presentó en la recepción de su edificio y llamó por el intercomunicador un poco después de mediodía. Estaba tan sorprendida y ansiosa, al pensar en él ahí de pie, que salió corriendo de su apartamento y por tres tramos de escaleras sin considerar en cambiarse el pantalón de chándal y la playera o ponerse un sujetador. Él le extendió los brazos y ella entro a ellos a regañadientes. Y porque no levanto la vista, el término besando la parte superior de su no duchada cabeza. ―Te tengo una gran sorpresa ―dijo. Él estaba obviamente emocionado. Él estando ahí, en el medio de su vida, se sentía como una gran sorpresa para ella. No sabía si podría tomar otra. Lo arrastro hacia la alcoba con el difunto teléfono público. No se atrevía a llevarlo arriba porque Marnie y Leo estaban durmiendo ahí. ―¿Qué es? Él saco unos papeles del bolsillo de su largo abrigo y los extendió hacia ella, no para que los tomara pero sí para que pudiera verlos. ―¿Boletos de avión? ―pregunto. ―Sí. Bueno no los boletos, pero sí nuestro itinerario. ―¿Nuestro itinerario? ―¿No se supone que es tu receso de primavera? Dijiste que no tenías planes, así que voy a llevarte a México por una semana. No sabía que decir. No sabía que su relación podía implicar este tipo de cosas. Si alguien le hubiera dicho hace unos meses que Daniel volvería a su vida y además la arrastraría hacia México por una semana se habría quedado estática. Pero ahora se sentía asustada y nerviosa. ―Voy a ir a ver a mis padres y amigos por unos días. Les dije que yo... ―Tienes dos semanas de descanso. Tendrás tiempo. ―La gente salía y entraba en el vestíbulo. Personas que ella reconocía. ¿Qué pasaría si Marnie bajaba
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justo ahora? Lucy no quería prolongar la discusión―. Volaremos mañana por la tarde ―dijo firmemente. Si notó su vacilación no lo demostró, lo que, como tantas otras cosas, le pareció extraño a ella―. Ve a empacar. ¿Quieres que te recoja o nos encontramos en el aeropuerto? ―Encuéntrame en el aeropuerto ―espeto ella―. Estoy totalmente fuera de tu camino. ―Fantástico ―dijo y entonces la beso―. Encontrémonos a medio día. Te llamaré para darte el número de puerta. Lo miro irse con una urgente sensación de alivio. Se preguntó si solo iba con él a México por una semana, para sacarlo de allí.
Daniel hizo algo que se prometió a sí mismo que no haría. Tarde el sábado por la mañana manejo hacia el apartamento de ella. No era suficiente para él, andar espiándola. Necesitaba superarse a sí mismo y realmente hablar con ella. Tenía que encontrar una manera de advertirle. Había estado en un modo de alerta ansioso desde que había regresado de la India, pero en las últimas veinticuatro horas había estado obsesionado soñando con ella en la escasa hora que dormía desnudo y presa del pánico el resto del tiempo. No estaba seguro si su experiencia en el cementerio fue lo que lo despertó pero la idea de esperar otro momento para verla parecía insoportable. Encontró su nombre en el apartamento 4D y apretó el botón del intercomunicador. Una familiar voz contesto, pero no era ella. ―¿Se encuentra Lucy? ―preguntó. ―No. ¿Quién es? ―preguntaron. ―Es... ah... ―Se sintió desesperado―. ¿Se encuentra Marnie? ―Sí. ¿Quién es? ―preguntaron de nuevo. ―Es Daniel Grey, de Hopewood. ―Se sintió estúpido gritándole al intercomunicador―. Probablemente no me recuerdes, pero... ―Oh, te recuerdo bien. ¿Estás en la recepción? ¿Qué estás haciendo aquí? ―Su voz era poco amable. ―Estaba esperando ver a Lucy.
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―¿De qué estás hablando? ―Marnie sonaba estridente e impaciente, incluso por el intercomunicador―. ¿No se supone que ustedes dos están viajando a México? Lucy se fue hace una hora hacia el aeropuerto para encontrarse contigo. ―¿Perdón? ―Su mente se congeló. Solo trató de ser amable. ―¿No se supone que la estás llevando a México? ―¿México? ¿Llevándola? ¿De qué hablas? ―¡Ella se fue para encontrarte! Eso es lo que me dijo. No entiendo qué estás haciendo aquí. ¿Eres realmente Daniel Grey, o es esto una estúpida broma? Un nudo de terror comenzó a formarse en alguna parte de la zona inferior de su intestino. ―¿Puedo subir a hablar contigo, o prefieres bajar? ―Bajaré ―dijo. Él miro el elevador iluminarse en el cuarto piso y bajar con ella. No quería un misterio. No le gustaba tener a Lucy lejos, donde no podía encontrarla. ―Realmente eres tú ―dijo Marnie cuando las puertas del elevador se abrieron. Estaba realmente sorprendida―. Por aquí ―dijo. Lo condujo hasta un sofá de aspecto cansado en la parte posterior del vestíbulo. Lo estudio por un momento antes de sentarse―. No luces muy diferente ―dijo―. Creo que nos fijamos en exactamente lo mismo. ―¿De qué hablas? ―Lucy se la pasa hablando acerca de lo diferente que eres ahora, de cómo ni siquiera puede reconocerte. El nudo se propago hacia arriba y abajo. ¿Lo había visto cuando él pensó que estaba siendo invisible? ¿O acaso era algo más? ―¿Cuándo dijo ella que me vio? Marnie lo miró como si fuera un imbécil y negó hacia él lentamente. ―Todo el tiempo. El pasado fin de semana, la semana pasada. Ayer. Ustedes salen todo el tiempo. ―¿Y ella dijo que yo la estaba llevando a México? ―Sí. ―Se dio cuenta de que debajo de su soberbia, Marnie se asustó, también. ―¿Y ella se fue? ―Se fue
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―¿Estas segura? ―Solo sé que empaco y se fue a algún lugar. ―El rostro de Marnie mostraba que aún estaba reticente, pero que quería confiar en él―. Aunque podría haber mentido acerca de con quién se fue. Podría haberme mentido acerca de todo esto. ―Bajo sus puntiagudas cejas y esto le recordó a cuando ella había sido la madre de Sofía. ―¿Pero ella dijo que era yo, Daniel Grey, de la secundaria? ―Si. ¿Eres su gemelo malvado o algo así? Porque no sé cómo es que esto es una sorpresa para ti. Según ella, ha estado yendo a todos los restaurantes caros en el estado de Virginia con Daniel Grey de la escuela secundaria. Él negó. ―No soy un gemelo. Si hay algo malo aquí, no creo que sea yo. ―Necesitaba pensar―. ¿Te dijo el lugar exacto al que está yendo en México? ―Un lugar en el Pacifico. ¿Ixtapa? ¿Es eso un lugar? Creo que me dijo que estaba volando a Ixtapa. ―Ella era lo suficientemente intuitiva para percibir la profundidad de su preocupación―. ¿Te iras a México? ¿Ahora mismo? ―Lo más pronto que pueda llegar. ―Pero, si ella no está contigo ¿con quién está? ―Eso es lo que tengo averiguar. ¿No tienes alguna otra información? ¿El nombre del hotel o cualquier cosa? ―Lo siento, pero no. Ella empaco dos trajes de baño. Iba a la playa. Es todo lo que dijo. ―¿Me darías su número de teléfono? ―Sí, pero no creo que vaya a ayudar. Me dijo que no tendría servicio ahí. ―Ella le dio el número y lo anotó en su teléfono de todos modos. ―Está bien. Gracias, Marnie ―dijo, sintiendo un momento de ternura por ella. ―Sabes Daniel. ―¿Qué? ―Ya se encontraba en el otro lado del vestíbulo. ―En la secundaria, nunca entendí... ¿por qué no la amabas en ese entonces? Él caminó de regreso hasta donde estaba Marnie y mirando directamente a sus ojos dijo: ―La amaba. La he amado desde la primera vez que la vi.
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Ixtapa, Mexico, 2009 Daniel subió a un vuelo de Dulles con destino a la Ciudad de México esa noche y una conexión a Ixtapa Zihuatanejo que aterrizó al mediodía del domingo. No pudo siquiera leer el periódico en el vuelo. Sus dedos temblaban y sus rodillas rebotaban y su mente giraba mientras trataba de descifrar cómo había pasado esto. Sospechaba que seguramente estaba caminando hacia una trampa. Y en ese caso adivinó que la persona que odiaba probablemente estaría más feliz de verlo que la persona a la que amaba. Eso era un trago amargo, pero tenía que ir. No había nada más que pudiera hacer. Sintió que estaba tratando de resolver un problema con demasiadas variables. ¿Cómo había Joaquim encontrado a Sophia? Si alguien más lo estaba ayudando, como Ben había sugerido, entonces ¿quién era y por qué? ¿Y qué clase de memoria tenía esa persona? ¿O había Joaquim de alguna manera obtenido la capacidad de reconocer a la gente por sí solo? Lo que sea que signifique Joaquim la había encontrado, probablemente había descubierto la proximidad de Daniel así como su lejanía, y pensar en eso hizo a Daniel sentirse estúpido. ¿Por qué se había mantenido alejado tanto tiempo? ¿Qué, aparte de la cobardía, era el punto de eso, exactamente? ¿Era por el miedo de ella o por el suyo propio? Estando lejos, incluso sabiendo lo que sabía, había dejado a Sophia abierta a este tipo de maquinaciones. Y este problemático pensamiento abrió paso a una segunda categoría de variables. ¿Cómo había sido Joaquim capaz de hacerse pasar frente a ella como Daniel? ¿Qué poderes de persuasión podría haber usado para hacerla creer eso? Y además, ¿cómo había llegado a ningún lugar con eso? Daniel, quien la había amado toda su vida, la había hecho huir por la puerta, y Joaquim, quien no había sido nada más que brutal con ella, de alguna manera logró llevarla con él de vacaciones a México. Daniel no había sido capaz de hacerla creer nada, y de alguna manera Joaquim la había convencido de… sólo sabía Dios qué. Tal vez estaban teniendo un adorable y romántico tiempo juntos. Tal vez Daniel no sabía nada de la naturaleza humana. ―Joder ―murmuró para sí mismo.
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Joaquim no la lastimaría. No, aún, por lo menos. Ese era el único beneficio de las pretensiones de Joaquim. Mientras él fuera Daniel, no iba a lastimarla. Cuando el verdadero Daniel apareciera, sin embargo, la posibilidad quedaría abierta. El calor del sol en su espalda mientras salía del avión en Ixtapa lo presionaba como una carga. Se paró en una serpenteante fila de vacacionistas, que ya estaban sonrosados y bebiendo tequila en vasos de papel. Él estaba siniestro desde su rostro sombrío hasta las oscuras ropas de invierno de las cuales no se había tomado el tiempo de cambiar. Estaba tratando de pensar en algo qué decir en su castellano del siglo dieciocho al oficial de la aduana para conseguir que lo pusieran en el frente de la línea. Era imposible el conseguir nada hecho en una pueblo lleno de turistas medio borrachos. Nadie más tenía prisa. Le tomó hora y media rentar un auto. Estaba a punto de rendirse, pero sabía que lo querría después. Tranquilízate, se mantuvo repitiendo a sí mismo. Él no va a herirla. No aún. Una vez en la parte urbana, no le tomó mucho tiempo encontrarla. No era una ciudad enorme, y había solo un puñado de hoteles de lujo. Si había dudado si era una trampa, incluso si Joaquim quería ser encontrado, no necesitaba más que mirar el nombre que usó para registrarlos en el Ixtapa Grand Imperial: Sr. y Sra. Daniel Grey. Garantizado, Daniel estaba un poco divertido sobre su nombre, pero aun así. Eso lo molestó. El original, actual y verdadero Daniel esperó en el vestíbulo. Usó el tiempo para estudiar la disposición del edificio hasta que al fin vio una cara que conocía. No era a quien quería, pero fue clarificador. Y aunque él sabía quién sería el impostor, lo desestabilizó de cualquier forma. El hombre del juego de los Lakers con los asientos cercanos a la cancha y el buen corte de cabello y el alma podrida era más perturbador en persona. Había algo tan profundamente corrupto sobre su alma que hacía a Daniel difícil reconocerlo de la forma habitual, pero Daniel sabía que era él, y el paso del tiempo no disminuyó realmente su sentimiento de repulsión. Esto era lo que esperaba enfrentarse y temido, pero aquí estaba. ―¿Venden cigarrillos aquí? ―escuchó a Joaquim preguntar al conserje. Joaquim ni se molestó en hablar en español. El hombre apuntó hacia la tienda a la vuelta de la esquina. ―¿No los venden aquí? ¿Está bromeando? ―No, lo siento, señor. Solo afuera.
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Joaquim se dirigió a la puerta, y Daniel fue a la recepción. ―La habitación del Sr. Grey, por favor ―pidió en español. ―No puedo darle el número de habitación, señor ―dijo el joven educadamente―. Pero puedo conectarlo. ―Sí, eso estaría bien. ―Observó lo suficiente para ver el número de habitación que presionó. El encargado dijo unas pocas palabras en el teléfono y puso la línea en espera. ―La Sra. Grey está allí, señor, pero no el señor Grey. Él negó despectivamente. ―Llamaré después. Tan pronto como el encargado volvió la cabeza, Daniel tomó las escaleras. Subió corriendo los seis pisos. Era caluroso en este lugar. Si había algún aire acondicionado, estaba relegado a las habitaciones. Encontró la habitación 632 y llamó. ―¿Sí? ―Él escuchó una tentativa voz desde el interior del cuarto, una voz que él conocía. ―Uh, servicio a la habitación ―dijo. Si hubiera sido un día diferente, no habría sido capaz de decirlo con una cara seria. Jugueteaba miserablemente mientras esperaba que ella llegara a la puerta. Por favor ábrela, pensó. No hay mucho tiempo. ¿Qué iba a pensar ella cuando lo viera? Por primera vez en un largo tiempo tuvo la sensación de que estaba caminando hacia su vida en lugar de solo dando vueltas por la puerta principal. Eso era, si ella lo dejaba pasar. Tenía la esperanza de que su rostro no fuera completamente mal acogido.
Ella estaba sentada sobre la cama en bata con sus brazos alrededor de sus rodillas. Daniel quería que mantuviera las ventanas cerradas y el aire acondicionado funcionando a la máxima capacidad, pero él había salido, para su alivio, así que había tomado una rápida ducha, abierto los grandes y antiguos marcos de las ventanas, y dejó entrar la brisa marina. Había logrado pasar por esta noche, pero no estaba segura si podría pasar por seis más. No pudo dormir con él. Sus nervios retrocedían con el pensamiento de
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tener sexo con él, y literalmente no pudo dormirse con el cuerpo de él a un lado del suyo. Habían llegado tarde la noche anterior, y ella había estado demasiado agitada para dormir. Cayó dormida, finalmente, leyendo en una silla, y se despertó mucho antes de que el sol se alzara. Tanto como se culpaba a sí misma, no cambiaba la manera en que se sentía. Había dicho estúpidas excusas, tenía su periodo, estaba cansada, tenía calambres y tantas cosas que dices para poner a un hombre sobre sus talones, posiblemente permanentemente. Estaba controlando esta cosa por ahora, pero no podía cambiarlo. No podía dormir con él. Y él estaba frustrado, por supuesto. Tú no llevabas a una chica a México para tenerla durmiendo en una silla con su libro. Él no hizo nada hiriente, pero se seguía sintiendo extrañamente vigilada a su alrededor. Sentía una volatilidad no muy lejos bajo su piel que nunca había sentido en preparatoria. Él salió a comprar cigarrillos y se sintió aliviada, incluso solo por tener un par de minutos para ella misma. Tenía una fantasía de escabullirse fuera del hotel y yendo a casa. Dios, ¿qué pasaba con ella? ¿Qué diría Constance? ¿Cómo había llegado a esto? Lo siento Constance. Traté de mantener mi mente abierta a él, en verdad lo hice. Pero no pienso que él me pueda hacer feliz. Tal vez había un lado bueno si lo veía desde el lado correcto. Antes de que él la encontrara, su vida estaba en un punto muerto. No podía avanzar sin él. Pensó que nunca lograría superarlo. Pero ahora que estaba con él, sabía que podía. Lo lamentaba por Constance y Sophia por no seguir su legado, pero no podía. Así de prometedor como este valiente nuevo mundo había parecido una vez, era una decepción. Y tal vez era lo mejor. Podría finalmente renovarse a sí misma a su viejo yo sin mirar atrás. Cuando escuchó pasos fuera de la puerta, su corazón se hundió. No quería que regresara tan pronto. Estaba sorprendida de que él tocara. ―¿Sí? ―Servicio a la habitación. No había ordenado nada. ¿Había él ordenado algo? Estaba francamente aliviada mientras caminaba hacia la puerta. No podría abrirla para Daniel en bata, pero no estaba asustada del servicio a la habitación. Había esperado a un extraño con una bandeja, y no podía procesar lo que en verdad vio. Lo miró y miró lejos y lo volvió a mirar otra vez. ―Oh, mi Dios. ―Hey ―dijo él nerviosamente, mirando detrás de él, abajo por el pasillo, y después de regreso a ella.
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―Daniel ―murmuró. Él era una aparición, pero estaba también sudando y jugueteando y dejando polvorientas pisadas en el oscuro tapete. ―¿Me recuerdas? ―Oh, mi Dios. ―Su mente se agarró a diferentes cosas. ¿Había el cambiado de alguna manera otra vez? ¿Entrado en incluso otro cuerpo? ¿Conseguido su cuerpo de regreso? ¿Cómo funcionaba? ¿Qué era posible? Pero vio sus ojos y su barbilla y sus hombros y sus zapatos y su cuello y su clavícula y sus manos y supo que él no era, absolutamente no era, la misma persona que la que se había ido a comprar cigarrillos. Oh, por Dios. Este era él. ―Lamento caerte en tus vacaciones así, pero ¿vendrías conmigo? ―¿A dónde? ―Lejos de aquí. Lucía como si fuera a saltar fuera de su piel. Ella entendió que tenía que apurarse. ―Solo… ¿así? ―Apuntó hacia su bata. ―Está bien. ―¿Justo ahora? ―Su corazón estaba listo para estallar, su mismo viejo y romántico corazón. Ahí estaba la campanilla del elevador llegando a su piso. ―Justo ahora. Ella salió rápidamente fuera del cuarto y él cerró la puerta silenciosamente. El elevador estaba bajando por el pasillo, pero pudo escuchar las puertas abriéndose. Él tomó su mano, y ella lo siguió, descalza. Voltearon dos esquinas. Escuchó pasos no muy lejos detrás y una tarjeta deslizándose para abrir una habitación, probablemente la suya. Él se detuvo justo antes del hueco en la escalera. Lo abrió y la empujó dentro. La cerró detrás de ellos. Era alguna clase de armario de utilería. Él era capaz de cerrarlo desde el interior. Se mantuvieron en la oscuridad, y ella trató de mantener su respiración. Se dio cuenta de que seguían tomados de la mano. ―¿Estamos huyendo del chico con el que llegué? ―susurró. ―Sí. ¿Te importa? ―No.
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―Bien. ―Él se mantuvo cerca, y ella pudo escucharlos a ambos respirando fuertemente―. Lamento ser tan sorpresivo ―murmuró. Ella rió. Fue un extraño sonido para sus propios oídos, como si nunca hubiera reído antes en su vida. ―No tienes una idea. Él sonrió a su arrebato pero amplió sus ojos como si fuera mejor si se mantenía callada. El latido de su corazón subió a su garganta y bajó al fondo de su pelvis. La idea de que la persona con la que vino era igual a este Daniel era tan absurda que sintió lástima por sí misma por tratar de pensarlo. ―No puedo creer que estás aquí ―susurró―. ¿Estás realmente aquí? ¿Sigues vivo? ¿Te estoy imaginando? ―Ella paró de reír, y ahora había lágrimas escapando de sus ojos. ―Creo que en verdad estoy aquí.
Él quería poner sus manos sobre ella, pero se detuvo a sí mismo. Había perdido la fe en sí mismo. La última vez que había seguido sus impulsos fue en un precipicio. No quería cometer el mismo error otra vez. Era tan viejo como una roca, y como una roca, no podía leer sus lágrimas y no sabía ya nada sobre amor. ―¿Estás bien? ―preguntó. ―Sí. Estoy feliz de verte. ―Él observó su rostro, el cual estaba abierto y valiente, y eso hizo a su pecho doler. Tal vez sabía un poco sobre amor. ―¿Incluso después de lo que pasó la última vez? ―Eso no fue tu culpa. Fue mía. ―No, no lo fue. ―Su mirada era vehemente. Había dos pisadas fuera de la puerta. La voz de Joaquim estaba gritándole a un hombre quien le respondía en un tranquilo español. ―Lo siento, señor, pero no le podemos ayudar con eso ―estaba diciendo la voz más tranquila―. Tendrá que contactar a la policía si usted piensa que algo está perdido. Daniel sintió a Sophia apretando su mano. Los sonidos pasaron y se desvanecieron.
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―Él dijo que eras tú. Sé que no eras tú. ¿Por qué me dijo eso? ¿Qué quiere de mí? ―Es una muy larga historia ―susurró―. Y posiblemente difícil de creer. Pero te lo contaré si quieres que lo haga. ―¿Justo aquí? ¿En este armario? ―No. Pienso que la mejor opción es esperar aquí por unos pocos minutos más y después bajar a la cocina y salir por esa puerta. Estoy estacionado en el callejón. Hay un lugar al que podemos ir en la costa hasta que arregle un vuelo fuera de aquí. Ella asintió, ambos ansiosa y desconcertada, viéndolo de arriba a abajo tan bien como podía en la oscuridad. ―Sigues teniendo esos zapatos ―susurró. Él bajó su mirada hacia ellos y de regreso a ella en interrogación. ―Esos zapatos. De la preparatoria. Los recuerdo. ―¿Lo haces? ―Él se sintió absurdamente feliz por ello. Esperó hasta que todo estaba en silencio antes de que sintiera a través de los ganchos en la parte trasera del diminuto cuarto y le pasó un blusón cerrado con cremallera del largo de un vestido como esos que las del personal de limpieza usaban. ―Serás menos notable en esto ―dijo. Encontró una diadema que iba con él―. Mantén tu cabeza abajo, ¿está bien? No deberíamos caminar juntos. Ve primero, y yo te seguiré. Pero no te preocupes sobre mí, solo sigue caminando. Baja las escaleras hacia la izquierda y después dentro de la cocina. Camina en línea recto a través de la puerta de metal bajo el signo de salida, la cual te llevará afuera. El auto es un Ford Focus rojo con placas mexicanas estacionado directamente a través del callejón, y estará abierto cuando llegues. No pares, y no hables con nadie si puedes evitarlo. ¿Está bien? ―Muy bien. ―Muy bien. ―Él quería sujetarla. Quería tocarla de algún modo. Era duro mantener sus manos fuera de ella, pero era imposible ponerlas sobre ella, también. ¿Qué pensaba ella sobre él ahora? ―¿Él es peligroso? ―Sí ―le respondió―. Pero no quitaré mis ojos de ti. Ella sostuvo el blusón. Él sonrió a pesar de sí mismo.
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―Excepto justo ahora. Mientras te cambias. Me daré la vuelta. Ella sonrió, también, y él no se quería voltear, pero lo hizo. La escuchó lidiar con el blusón. ―Hecho ―dijo ella. Él se dio la vuelta otra vez y la bata estaba en el piso y el blusón con la cremallera hasta arriba en el frente. Ella estaba recogiendo su cabello en la diadema. Él puso sus manos en sus bolsillos. ―¿Qué hay de los zapatos? ―Correcto. ―Había cubículos poco profundos a lo largo de la pared, en los cuales encontró un par de chanclas rosas de espuma. Las sostuvo para ella. ―Creo que servirán. ―Se las puso. Él encontró un cajón de ropa de cama blanca y le extendió una pila a ella. ―Aquí. Ella la tomó. Él se movió hacia la puerta y puso su mano en la perilla. Escuchó por un momento. ―¿Lista? ―Sí. Abrió la puerta. ―Ve. Mantén tu cabeza baja. Ella salió al pasillo. Se tomó un momento para voltearse y sonreírle y su corazón se derritió un poco más. Ella hacía una hermosa mucama.
Nadie los notó hasta que estuvieron en el auto. Un hombre en uniforme de botones abrió la puerta de la cocina y empezó a gritarles, pero ya Daniel estaba conduciendo fuera del callejón. ―Él está tomando las placas ―le dijo Daniel. Mirando en su espejo retrovisor.
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―¿Qué hacemos? ―Ya se nos ocurrirá algo. Ella se quitó sus chanclas de una patada y puso sus pies descalzos en el tablero del auto. ―Esto es divertido. ―Debería estar asustada, y lo estaba, pero era difícil prestarle mucha atención al mundo real cuando él estaba tan cerca. ―Si conseguimos salir de aquí lo será. Daniel se concentró por algunos momentos en buscar la carretera que los llevaría hacia el norte. Continuó lanzando miradas por el espejo retrovisor, y ella adivinó que estaba revisando que no estuvieran siendo seguidos. ―¿Él tiene un auto? ―preguntó. ―No que yo sepa. No rentamos uno. Tomamos un coche de alquiler desde el aeropuerto. ―Bien. Eso debería retrasarlo un poco. ―¿Estás seguro que va a venir? ―No. Pero pienso que nos alcanzará eventualmente. No va a renunciar ahora. Solo debemos esperar que le tome un rato. Ella se quitó la diadema y estudió el perfil de su cara. Se sentía bien estar con él, sin importar qué. ―Este es un buen momento para que me cuentes la historia, ¿no lo crees? ―preguntó ella. Él asintió, pero su mirada era cautelosa, y ella entendió por qué. ―Es larga y extraña, y no necesitas creer nada de esto si no quieres ―dijo―. Te diré qué. Te contaré mi versión, y después de eso podemos intentar pensar en una explicación que tenga sentido. Su voz era ligera, pero ella sintió una profunda compasión por él. Él había estado solo con su versión del mundo por un largo tiempo. Ella quería que entendiera que lo entendía. Tenía eso y mucho más que decirle, pero no pudo ver cómo dejarlo salir. Sus ideas giraron salvajemente en su cabeza, y no las pudo ralentizar o ponerlas en un orden lógico. ―Está bien, Daniel ―se las arregló para decir―. Entiendo más de lo que piensas que hago. Él miró de la carretera a su cara y de regreso. Estuvo en silencio por unos segundos.
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―¿Qué quieres decir? Ella trató de calmar sus pensamientos. Tomó unas pocas lentas respiraciones. ―Quiero decir que yo… yo no lo entiendo exactamente, pero creo, pienso que creo la idea de que nosotros, nuestras almas, viven de alguna forma que puedes conocer personas y recordar cosas por más de una vida. Él miró de ella hacía la carretera y de regreso algunas veces. Era más difícil tener esta conversación cuando no se podían mirar el uno al otro. Ella mantuvo la conexión con él de alguna manera, no agarrándolo y besándolo, aunque no quería dejar fuera la posibilidad, pero a entender cómo se sentía sobre ella, a leer su torpeza mejor, a empezar a romper cinco adormecedores años de incertidumbre. ―¿Qué te hace… pensar eso? ―preguntó cuidadosamente. ―Bien. Un psíquico, un hipnotista, y unas pocas otras cosas en las cuales no creo. Esa es otra larga historia. Su postura se mantuvo rígida. Ambas manos agarradas al volante. ―¿Sabes sobre mí? ―Se veía como si estuviera asustado de confiar en ella. ―Solo conozco un poco. Sé que te he conocido antes. Al menos eso pienso. ―Tiró de su cinturón de seguridad―. ¿Puedo preguntarte algo que no entiendo? ―Seguro. ―¿Cómo llegas siempre como Daniel, mientras que el resto de nosotros siguen viniendo como diferentes personas? ¿Has estado vivo por un largo tiempo? Ella vio el alivio en su cara. ―¿Es eso lo que piensas? ¿Qué tenía cientos de años? ―Él la miró y sonrió―. Pienso que has relajado tus estándares en lo referente a lo que es aceptable en una compañía. Ella rió. ―Han sido unos extraños pocos años. Él dejó salir su respiración. Se recostó en su asiento. ―Tengo veinticuatro años. En cierto modo he estado vivo por un largo tiempo, pero he muerto un montón de veces, también, justo como tú. ―Entonces ¿cómo te mantienes en la misma forma de una vida a la otra? ―No lo hago. Es mi mente la que permanece igual. Porque recuerdo. Ella asintió. ―Es la única cosa inusual sobre mí. Pero es muy inusual.
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―Huh. ―Ella se tomó un tiempo con eso―. ¿Y recuerdas todo? ¿Todas tus vidas? ¿Toda la gente que has conocido? Él se mantuvo mirando hacia ella, como si quisiera estar preparado para decir cómo se lo estaba tomando. ―Mi memoria no es perfecta, pero sí, recuerdo casi todo de ello. Excepto mi cumpleaños. Tiendo a olvidarlo. Ella escuchó la ligereza en su voz, y la sintió, también. ―No lo haces. ―Lo hago. Parece como si la mitad de los días del año fueran mi cumpleaños. Ellos como que pierden su punto. ―Puedo verlo. ―Y eso afecta mi creencia en la astrología. ―Eso es triste. ―Triste y feliz. ―Él se veía feliz justo ahora. ―Así que… feliz cumpleaños. ―Hey, gracias. ―Jugueteó con la radio y la sintoniza en algo de salsa. Ambos estaban sonriendo estúpidamente. Ella tamborileó sus dedos contra su rodilla. ―¿Hay alguien más como tú? ―Un puñado de gente. ―¿Se conocen todos entre ustedes? ¿Es como un club? El rió. ―No. Para nada. Sin camisetas ni saludos secretos. Pero conozco a dos de ellos y he conocido o escuchado sobre otros pocos. ―¿Cómo quién? Daniel echó un vistazo al espejo retrovisor. ―Como el hombre quien pronto nos estará siguiendo.
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―Te he secuestrado antes, tú sabes ―le dijo Daniel mientras el sol vertió sus rozados rayos dentro de la ventana del auto y les dio a ambos una especie de brillo. ―¿De verdad? ―dijo ella―. Y aquí yo pensando que era mi primera vez. Él rió. Estaba extrañamente relajado, casi borracho en un coctel de excitación, alivio y miedo. El alivio era porque ella sabía sobre él, le creía, no huyó de él o lo miró con aprensión. Era extraordinario, en verdad, cómo ella había trabajado estas cosas. ¿Qué significaba? ¿Qué significó para ella? Y después los pensamientos cada vez más oscuros fastidiaron para ser dejados entrar. ¿Cómo pudo haber pensado que Joaquim era él? ¿Cómo pudo haber venido todo el camino hasta México con Joaquim? ―Así que ¿cuándo fue eso? ―preguntó ella. ―Hace un largo tiempo. ―¿Cuál era mi nombre? Él la miró en sorpresa. ―Era Sophia. ―¿Sophia? Ese es el nombre por el que me llamaste en la preparatoria. ―Ese era el primer nombre por el que te conocí. La última vez hicimos nuestra fuga en un hermoso árabe, el cual fue más romántico que el Ford Focus. ―Estoy bien con el Ford Focus ―dijo ella, y él rió. No importaba cómo ella terminó en este lugar, había una sorprendente dulzura en escapar de Joaquim, en estar unido a ella en una causa común y sentir que podría protegerla. Era la única inadvertida cosa buena que Joaquim había hecho alguna vez por él, y probablemente por cualquiera. Escondió sus pies debajo de ella y lo miró seriamente. ―¿Por qué me secuestraste esa vez? ―Por la misma razón y por el mismo hombre. Estaba tratando de ayudarte. ―¿Necesitaba que me ayudaras? ―Sí. Aunque no por ninguna falta tuya. ―¿Qué es lo que quiere de mí? Daniel viró en una carretera hacia Los Cuches y subió la velocidad. ―¿Ahora o entonces? ―Empecemos con entonces.
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Él asintió. ―Empezaré por el principio, si quieres que lo haga. ―Quiero que lo hagas. ―No el mero principio pero si el principio de tú y yo y el hombre con el que viniste. Su nombre solía ser Joaquim, y no sé cuál es ahora. Sabemos que no es Daniel, así que lo llamaré Joaquim. Estoy un poco ligado a los viejos nombres, como probablemente notaste. Ella asintió. ―Comienza hace más de mil doscientos años en lo que ahora es llamado Turquía. My Name is Memory
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Joluta, Mexico, 2009 Ellos dejaron el carro en el estacionamiento de un supermercado muy iluminado a pocos kilómetros tierra adentro desde la carretera de la costa. Daniel pagó a un hombre joven un fajo de pesos para llevarlos otra media hora hasta el océano. Había arreglado para que se quedaran en una cabaña en una zona remota de la playa, le había explicado a ella, en una bahía poco desarrollada entre dos cerros rocosos. El sol se sentó tranquilamente sobre el agua cuando entraron, como si estuviera esperándolos. Daniel le dio las gracias al conductor y tomó su número de teléfono celular. ―Puede ser que le llame en poco tiempo ―explicó en su español extraño. Le había sobre pagado tan dramáticamente, que parecía saber que el joven haría lo que pudiera. ―En cualquier momento ―dijo el hombre. Daniel encontró la llave bajo la maceta, como había acordado con la oficina de alquiler. ―¿Cómo planeaste todo esto? ―preguntó ella―. ¿Cómo sabías lo que podría pasar? ―No lo hice. Tenía la esperanza de que llegáramos así de lejos. Quería asegurarme de que tuviéramos un lugar para ir si lo hiciéramos. Voy a alquilar un avión a Colima, probablemente, pero no saldríamos hasta mañana por la mañana. Era una casa de estuco blanco, con un tejado bajo una corona de profundas buganvilias de color naranja. Él abrió la cerradura y abrió la puerta. Sintió el aire del océano que llenaba la casa. Tenía un gran cuarto central de techo alto, abierto a la terraza y la playa un poco más allá, con dos ventiladores girando por encima. La cocina estaba en la parte trasera, abierta a la sala grande. A cada lado había un dormitorio, ambos sencillos y bonitos. Mientras vagaban un poco por la casa se quedaron mirando el uno al otro, y ella se preguntó si su sensación de incredulidad podría coincidir con la de ella. ¿Cuál era la categoría de esta aventura? ¿Estaba solo cuidándola? ¿La depositaria en su casa sano y salvo y volvería a su vida, y eso era todo? Una parte de su mente seguía volviendo ansiosamente a la historia que le había contado en el carro acerca
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de él y Sophia. La había dejado en un pueblo remoto y se había ido y acabado muerta. Un pequeño muro rodeaba la terraza, y sin realmente decirlo, se acercaron a ella y se sentaron en ella lado a lado para ver lo último del sol. Todavía llevaba su ridícula bata de limpieza color melocotón. Él aún vestía para el invierno de Washington. Ambos estaban callados. Ella sintió su muslo tocar el suyo. No pudo evitar darse cuenta de que no llevaba nada debajo de su bata. Había ido corriendo de la habitación del hotel en una bata de baño. No tenía nada con que cambiarse ni la capacidad de pensar aunque sea unos minutos por delante. Aturdida, se quedó mirando al muelle flotante que estaba cerca de cuarenta y cinco metros. Pensó que sería divertido nadar. Ese es el tipo de cosas que harían si estuvieran de vacaciones juntos, pensó con tristeza. Pero no lo estaban. Seguía con ganas de pensarlo, pero no era así. Esta era una misión de misericordia para mantenerla lejos de un viejo enemigo. Daniel solo estaba tratando de ayudarla. Tal vez sólo se compadeció de ella. Tal vez era por los viejos tiempos. Espero que eso no sea todo, pensó. No importa cómo se sentía al estar cerca de él, tenía que mantener su corazón hinchado bajo control. Él podría haberla encontrado mucho antes de esto si hubiera querido. Pensó en todos esos años de anhelo por él. Por qué si él la quisiera algo parecido a la forma en que ella lo había querido, ¿no hubiera venido por ella antes? Cuando el sol se sumergió bajo el Océano Pacífico él fue a la nevera y miró en su interior. ―¿Puedo conseguirte algo de beber? ―le dijo a ella. ―Gracias. Cualquier cosa ―dijo―. No bourbon. Daniel tenía algo que decir, pero no logró sacarlo hasta dos Ginger ales, un mango maduro, dos sándwiches, y una bolsa de papas fritas después. ―¿Cómo se las arregló para acercarse a ti? ―le pregunto finalmente, como si fuera la siguiente línea lógica en una conversación larga y muy frustrante. ―Te refieres a Joaquim. ―Realmente no pensaba que fuera a ser capaz de acercarse tanto, por lo que te hizo cuando eras su esposa. Sé que fue hace mucho tiempo, pero por lo general los sentimientos permanecer bastante fuertes. Creí te gustaría correr en la otra dirección. Pero supongo que estaba equivocado. Tal vez los sentimientos se
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desvanecen después de un tiempo. O tal vez simplemente no entiendo el panorama completo. Ella puso su vaso en la mesa. Sentía la frustración de él, y le envió algo de vuelta. ―Quería correr en la otra dirección, Daniel. Y lo habría hecho. Me esforzaba por hacerme sentar a su lado. No sé cómo lo hice. Me sentía con náuseas cuando me besaba. Me sentía culpable en todo momento, pero ahora cuando pienso en eso sólo me siento estúpida, quisiera haber evitado un poco más. ―¿Tú hiciste...? ―Daniel tenía una pregunta apremiante, y no podía salir. Ella sabía lo que era, y no tenía ganas de ayudarlo. ―¿Hice qué? ―¿Tú hiciste... pasando mucho tiempo besándole? ―No mucho. No. Estaba avergonzado pero terco. ―¿Fue más allá de besarlo? ―¿Eso es asunto tuyo? ―No. ―Daniel. ―Se levantó. Tenía ganas de sacudirlo―. No tuve sexo con él. No le permitía tócame. No podía soportarlo. La última noche dormí en una silla. ¿Eso es lo que estás tratando de preguntar? Él asintió, con una mirada de disgusto. ―Pero ¿por qué ir a algún lado con él si esa es la forma en que te sentías? ―Sabes por qué. Porque me dijo que eras tú. Él negó. Se quedó callado por un momento. ―¿Y eso te parecía algo bueno? Los ojos de ella de repente llenos. ―¿Cómo puedes preguntarme eso? Se levantó con valor para poner un dedo en el dedo de ella, su pulgar contra su muñeca. ―La última vez que te vi en esa fiesta al final de la escuela secundaria escapaste de mí. Entiendo por qué. Ha sido culpa mía, lo sé. Pero lo último que hiciste fue alejarme de ti. He estado tratando de mantenerse al margen, porque eso es lo que querías. No quería causarte más angustia. Y no sabía cómo volver a
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intentarlo y hacerlo bien. No quería arruinar las pocas posibilidades que algún día pueda tener contigo. Ella limpió su ojo antes de que las lágrimas pudieran ponerse en marcha. ―Todo cambió desde entonces. Tenía miedo de las cosas que dijiste, pero estaba más asustada de lo que sentía. Empecé a tener estas… visiones de la nada, y pensé que me estaba volviendo loca. Me quedé pensando en ellas y en las cosas que dijiste. Quería encontrarte, pero pensé que estabas muerto. Alguien te vio saltar al río Appomattox. Él asintió con aire taciturno. ―Salté, pero no morí. ―Así lo entendí. Pero no lo sabía entonces. Te busqué por todos lados. No tienes idea de cuánto quería encontrarte y cuánto he pensado en ti estos últimos cinco años. Su sorpresa no era del tipo que podía fingir. ―No tenía ni idea. ―Él negó lentamente―. Deseo haberlo sabido. ―Bueno, no lo sabías, tal vez, pero de alguna manera él tenía que saber lo desesperada que estaba de verte de nuevo. Se acercó a mí en la escuela diciendo que eras tú. No le creía al principio. Pero él sabía de estas cosas que no podía saber de otra forma. Eso es lo que yo pensaba, al menos. He aprendido tales cosas inesperadas sobre el mundo en los últimos años, no sé lo que es posible y lo que no lo es. El mismo tipo de cosas misteriosas que me dijiste en esa fiesta, parecía conocerlas. Dijo que habías muerto, que es lo que yo ya pensaba, y había vuelto en un nuevo cuerpo. Incluso explicó esta cosa complicada de cómo pasó de un cuerpo viejo a uno nuevo. La cara de Daniel era de dolor. ―Esa fue la única parte de lo que él te dijo que era verdad ―dijo. ―¿En serio? ―Sí. ―Dijo que no hace daño a nadie con eso. ―Daña a la gente con eso ―dijo Daniel. Ella cerró los ojos. ―No lo sabía. No sabía nada. Me dan miedo las cosas que me digo a mí misma. Pero no me he dicho casi nada, porque quería creerle. ―¿Por qué?
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―Porque quería estar contigo.
Bajaron a la playa a poner sus pies en las olas. Estaba oscuro, pero había luna llena y brillante. El agua era tranquila y prácticamente llamándolos, y Daniel realmente quería ir a nadar. Sintió que ella también quería, pero se sentía incómodo de hacer la sugerencia. Él podía quedarse en sus bóxers, pero ella solo tenía ese vestido de ama de llaves y muy posiblemente nada debajo de él. Pensando en eso, pensó en la forma en que su cuerpo se veía en él, y luego pensó en la forma que su cuerpo se veía debajo de él. Y entonces la imaginó quitándoselo para entrar en el agua, y luego se dio cuenta que ya no sería una buena idea quedarse en sus bóxers. Se sentó allí enredado en su propia torpeza, y lo más que pudo hacer fue finalmente alcanzar y sostener su mano. ―¿Qué te pasó? ―preguntó ella, mirando su brazo en la manga que había remangado. ―¿Qué quieres decir? ―Estas cicatrices. ―No es nada. ―Puso su manga hacia abajo de nuevo. Ella la levantó de nuevo. ―No se parece a nada. Para su sorpresa, inclinó la cabeza y besó las marcas de quemaduras, cada una de los tres, lenta y deliberadamente. La miró fijamente. Por mucho que quería sus labios sobre los de él, deseaba que dejara esa parte solo. ―Tenía un par fuerte de padres adoptivos ―dijo rápidamente―. La madre era fumadora con mal genio. Ella lo miró horrorizada. ―¿Tu madre te ha hecho esto? ―Ella no era mi madre. No era más que la mujer con quien vivía cuando era un niño. ―Su voz era tan desdeñosa que era grosero, pero no podía evitarlo. ―¿Quién era tu madre, entonces? ―La mujer que me dio a luz era una adicta a la heroína. No la he visto desde que era pequeño. Estaba demasiado joven para realmente recordarla. ―Sonaba impasible, y lo estaba.
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Besó su brazo de nuevo. Ella estaba triste al respecto de lo que él paso, y le gustaría poder hacérselo ver. ―No importa ―le dijo―. He pasado por cosas peores. No me preocupo por ella. Ella podría haber pensado que podía hacerme daño, pero no podía. Ella levantó la cabeza y lo miró. ―¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes decir que no importa? Eras un niño, y ella te lastimo. Quemó tu piel y dejo cicatrices. Por supuesto que importa. Eso es por qué lo que las escondes. Él negó, de repente irritado. ―No las oculto. ―¡Lo haces! No importa cuántas veces has vivido o lo que recuerdas, todavía duele. Por lo que importa. ―No de la manera que piensas. ―Se sentía enfadado con ella. Esto no era de lo que quería hablar, y deseaba que se detuviera―. Soy diferente a ti, Sophia. Esa es la cosa. Soy diferente a todos. No lo entiendes. ―Oh, lo entiendo, está bien. ―Sus cejas bajaron―. Y, por cierto, soy Lucy. Estoy aquí, y soy Lucy. Tú eres tú, y no eres tan diferente como crees. Eres este hombre que está aquí. ―Extendió el brazo con las dos manos―. Con esta piel y cicatrices en tu brazo y tu madre de mierda. Eso es lo que somos. ―Te equivocas. ―La miró fijamente―. Somos más que eso. Parecía enojada, y eso estaba bien, se dijo él. Prefería que estuviera molesta que con simpatía. Lo provocaba, y la odiaba en ese momento, pero se odiaba más a él mismo. Dios, tal vez se escaparía de nuevo. Tal vez había echado a perder de nuevo. Tal vez para toda la vida. Tal vez para todas las vidas. No significaba trabajar con ellos, ¿verdad? No sabía si podía intentarlo más. Ella lo miró fijamente durante un largo tiempo. Era difícil cuando quería serlo. Puso sus manos sobre sus hombros, y él casi esperaba que fuera a empezar a sacudirlo, pero no lo hizo. Se apoyó muy cerca hasta que pudo sentir su calor. Se sintió sacudido, y no podía respirar bien. ―¿Sabes qué, Daniel? Contuvo el aliento. ―¿Qué? Aquí era donde ella se despedía y se iba. No sabía dónde iría, pero sentía seguro de que eso lo que venía. Esperaba que al menos lo dejara ayudarla a llegar a algún lugar seguro.
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―Si no importa, entonces esto no tiene importancia. ―Volvió la cabeza hacia un lado y puso su boca en el hueco en la base de su cuello y lo besó largo y lento. Podía sentir la humedad. Podía sentir su lengua. Estaba demasiado sorprendido para responder. Se congeló. No sabía qué hacer. Su cuerpo era de repente una masa de nervios palpitantes, y su cerebro ni siquiera funcionaba. Ella se apartó y lo miró directamente a los ojos cuando empezó a desabrocharle su camisa. Con asombro la miró como si le estuviera pasando a otra persona. Sacó su camisa de los hombros y la dejó caer en una pila en la arena detrás de él. Estaba respirando con dificultad, pero no se atrevió a moverse. ―Si esto no importa, entonces esto no tiene importancia. ―Ella se inclinó hacia su pecho y lo besó. Sus manos estaban apretadas. Él respiró fuerte. ―Y esto no tiene importancia. ―Deslizó sus manos alrededor de su espalda y se acercó a darle un beso en los labios. Le dio un beso duro, y en un apuro como una marea le devolvió el beso. No pensaba en nada. La besó con todo lo que tenía, porque no podía evitarlo. No hubiera podido contenerse si lo intentaba. Sus manos se dirigían con hambre alrededor de sus caderas cuando ella se apartó de él. Ella lo sostuvo lejos y lo miró, y todo su cuerpo grande y estúpido dolía. Físicamente no podía estar separado de ella por más tiempo. Una vez iniciado, había mucho que sentir. No pudo evitarlo, tampoco. Se estaba ahogando. Sus ojos estaban inquebrantables en él, pero se llenaron de lágrimas. ―¿No importa? Ella estaba a punto de llorar, se dio cuenta. Iba a llorar por él, y no quería que ella lo hiciera. Cerró los ojos. ―Daniel, dime. ¿No importa? Porque si es así, voy a parar. Él no quería abrir los ojos. Sintió una lágrima escapar bajo su párpado. No podía mentirle. Nunca lo había hecho, y no podía hacerlo ahora. ―No te detengas. ―Su voz era apenas un susurro. ―¿Por qué no? Se sentía como si fuera a morir si no podía tocarla. ―Porque importa.
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Cuando ella lo besó otra vez él también estaba llorando, por lo bueno y lo malo. Estaban abajo en la arena, una mancha húmeda de besos y lágrimas. Él no trató de darle sentido a nada más. No trató de organizarlo o grabarlo para el futuro. Esto era lo que tenía. No sólo importaba, era lo que más importaba. La besó con todo, porque amar a una persona era todo lo que podías hacer. No sabía cuánto tiempo había estado besándola en la arena oscura o las cosas que le dijo a ella. No había nada que le separara de ella nunca más. En algún momento, sin pensarlo realmente, la levantó de la arena en sus brazos. No pensaba, sólo dejó que su cuerpo lo hiciera. Fue mucho después para luchar contra eso. Era un cuerpo fuerte, y la levantó con facilidad y la acompañó a la casa y al dormitorio. Abrió la mosquitera y la puso sobre la cama. El tiempo perdido, su significado. Las secuencias regulares que guardaba cuidadosamente se habían ido. En todo caso, el círculo de su larga existencia hizo clic de nuevo al inicio y lo convirtió en nuevo otra vez. Le desabrochó la bata de ama de llaves con dolorosa ternura y la encontró desnuda debajo con una explosión de maravilla inesperada, aunque sabía que así iba a estar. Se sentía como si nunca hubiera visto el cuerpo de una mujer antes, y cuando puso sus manos sobre ella, sintió como si nunca hubiera tocado a nadie antes. Descubrió cada parte de ella con sus dedos y su boca como si fuera nuevo. Subió cada cierto tiempo para besar su rostro húmedo y mirarla a los ojos y asegurarse de que estaba aún con él. Ella lo dio todo sin descanso. ―Te amo ―le susurró a ella, y si alguna vez lo había dicho antes, no podía recordar. Después de que él había encontrado cada parte de ella, ella enrolló sus piernas alrededor de él y lo empujó dentro. Se aferraba a él. Ella sostuvo su cuello y lo besó húmedamente y con fiereza. Podría perderse en ella para siempre, pensó. Nunca podría salir. Ella estaba aquí, y era Lucy. Él era este hombre en esta piel, y eso era todo. Lucy tenía razón. Eso era todo lo que eran. Al fin se vino y vino y vino en su interior. Eran sólo sentidos crudos. Fue un momento bastante grande para dispersar todo recuerdo de antes y después. Tal vez no podría mantenerlo, y eso era lo que siempre lo asustó más. Pero sentía una alegría delirante en el establecimiento de su mente agobiada libre. Dejó todo irse. El resto del mundo y todo registro de todo lo que le había ocurrido. Apretó su cuerpo sudoroso a lo largo de su piel hermosa y dulce. Se acurrucó a su alrededor, y él era tan crudo y nuevo como si acabara de nacer.
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Joluta, Mexico, 2009 Se despertó a un sonido. No su respiración u ocasionales suspiros, mientras se incorporaba placenteramente en el sueño, sino un sonido del que no estaba segura. Lamentablemente y con cuidado se desenrollo, su pierna de regreso a él, su brazo de nuevo hacia ella. Se había levantado a orinar un poco antes y se había puesto sus bóxers. Había una tenue luz del amanecer haciendo su camino en la habitación. Se deslizó silenciosamente de la cama. Encontró la bata de ama de llaves en una pelota en el piso y se la puso, cerrándolo lentamente, para no despertarlo. Se volvió hacia la ventana. Apenas podía distinguir las hojas de un árbol de mango. Se puso en pie, alerta. Oyó algo de nuevo desde la misma dirección. Probablemente era un pájaro o algún otro animal pequeño. El paisaje era tropical y lleno por aquí. Caminó a lo largo del borde de la habitación hacia la ventana, tratando de ajustar sus ojos a la luz apagada. ―Daniel ―gritó su nombre antes de que tuviera tiempo de pensarlo. Había algo allí. No podía distinguir un rostro, pero estaba casi segura de que podía distinguir la forma de algo en la ventana entreabierta. Trató de hacer sentido. ¿Era un arma? Varias cosas sucedieron al mismo tiempo y sin ningún orden perceptible. Él se sentó ante el sonido de su voz. Ella corrió hacia él tan rápido y tan fuerte como pudo empujándolo fuera del camino. El arma se disparó y ella gritó y Daniel estaba repentinamente en pie gritando. Ella no sabía lo que estaba pasando. Él la abrazaba y gritaba como un loco. Vio la sangre, y ella tenía miedo de que le hubieran disparado a él. Él la sacó de la cama y se la llevó fuera de la recamara hacia la habitación grande. Ella oyó otro disparo detrás de ellos. Ella estaba llorando. ―¿Estás herido? ¿Estás bien? ¿Te ha disparado? ―Ella no estaba segura de lo que decía y de lo que estaba pensando. Él estaba corriendo por la casa, fuera de la casa, a la playa. Estaba corriendo con ella a través de la arena, y ella oyó un tercer disparo. Iban a morir. ¿Dónde
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podían ir? No podían volver a la casa. Eran un blanco fácil en la playa abierta. Delante de ellos sólo había agua. Había sangre en su pecho. Oh, Dios, ¿fue herido? Él corrió con ella hacia la marea y los tiró en el agua. No fue hasta que ella estaba tratando de nadar que se dio cuenta de que apenas podía mover el brazo. A lo lejos, oyó otro disparo. ―Toma un gran respiro ―le ordenó. Se fueron juntos abajo y jaló de ella y ella nadaba lo mejor que pudo. Cayó en la cuenta de que su hombro dolía. ¿Lo había lastimado de alguna manera? Él estaba nadando con tanta fuerza por los dos, que le hizo pensar que no podía estar gravemente herido. Él la detuvo para respirar un poco y luego volvió hacia abajo otra vez. Cuando llegó el momento de la siguiente respiración vio el muelle flotante justo en frente de ellos. Esto es lo que haríamos si estuviéramos en vacaciones, se recordó incongruentemente. Él nadó alrededor por el otro lado, la empujó hacia él, y rápidamente se encaramó detrás de ella. A ella le dolía respirar. Puso una mano sobre su hombro. Vio la figura de la playa con la pistola. Joaquim era como Daniel lo llamó. Sintió el brazo de Daniel apoyarla, su otra mano desabrochar su blusa. La sacó con cautela sobre su hombro, y le dolió. Le estaba quitando su vestido, y ambos iban a morir en cualquier momento, y se sentía extrañamente tranquila sobre todo. ―Vamos a ser fácil de matar aquí ―dijo, tratando de recuperar el aliento. ―Si hubiera querido matarnos, lo habría hecho. ―Estaba estudiando su hombro, y se dio cuenta por primera vez que era ella la que estaba sangrando. El arma estaba apuntada a ellos. ―¿Crees que no lo hace? ―Creo que él ya lo habría hecho si tuviera alguna prisa. ―¿He recibido un disparo? ―le preguntó con incredulidad. ―El hombro atrapo el borde de una bala que no era para ti. Te metiste justo en frente de ella, mi niña, y tuve un miedo de mierda. ―No podía creer que él le sonreía, pero lo hacía―. Hay un rasguño profundo, pero no es una bala. Tuvimos suerte ahí. ―¿A quién iba dirigido? ―Echó otra mirada cautelosa a Joaquim y su pistola en la playa.
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―La intención era intimidarnos y obtener el control de nosotros, pero no hacerte daño. Joaquim podría no tener en mente dispararme, pero habría sido un anticlímax. Él quiere que quede a su merced. Es la clase de persona que es. Quiere hacerme lo que hice con él, alejarte de mí y dejarme saber que estás en el mundo, pero no puedo tenerte. Probablemente piensa que todavía le perteneces. No estoy diciendo que no va a dispararme o a los dos, como último recurso, pero no es lo que quiere hacer. ―¿Por qué no? ―Porque entonces nos pierde de nuevo. Él nos puso en esta vida, pero no la siguiente. Él puede recordar, pero no puede reconocer las almas. ―¿No puede? ―No. No pudo en el pasado, de todos modos. ―¿Tú puedes? ―No perfectamente, pero sí. ―Entonces, ¿qué va a pasar ahora? ―No lo sé, y tampoco él. Cuando te trajo aquí creo que probablemente esperaba que yo me presentara, pero no esperaba que tuviera éxito en huir contigo. Estoy casi seguro de que esto no estaba en sus planes. Sabe que no tenemos opciones en este momento, pero tampoco él las tiene. Además de matarnos a los dos a tiros, lo único que podemos hacer es estar allí y esperar a ver lo que hacemos. No puede dejarnos y conseguir un barco. Nos habríamos ido para entonces. No puede nadar tras nosotros. ―Entonces, ¿qué debemos hacer? ―Por ahora, es un callejón sin salida. Todos vamos a esperar. ―¿Vamos? ―A menos que tengas una idea diferente. ―Me pondré a trabajar en eso ―dijo. Se dio cuenta de que estaba tirando de la parte inferior de la blusa, y ella se sentó―. ¿Es realmente el momento para esto? Él se echó a reír. ―Me gustaría que lo fuera. ―Estaba examinando su dobladillo―. Escucha, sé que no tengo mucho con que trabajar, ropa quiero decir, pero ¿te importa si le robo al inferior un par de centímetros? Quiero atar tu hombro. ―Él hizo un gesto a sus bóxers mojados―. Tengo menos que dar. ―Creo que deberíamos usar el tuyo ―dijo.
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―Está bien, entonces ―dijo. Se puso de pie y comenzó a desnudarse, y ella no podía dejar de admirar su hermoso cuerpo de arriba abajo. No estaba en su sano juicio. Había estado demasiado borracha de felicidad para ponerse en la sobriedad correctamente. Sospechaba que él sentía lo mismo. El mundo no era suficientemente grande para contener la magnitud de lo que había sucedido entre ellos la noche anterior. No había manera de que fuera lo suficientemente grande para contener esto, tampoco. No quería recuperar la sobriedad. ―Detente. Estoy bromeando. Puedes rasgar mi vestido. No queremos que estés totalmente desnudo por aquí. ―¿No queremos? ―No con nuestra audiencia. Él expertamente arrancó los pocos centímetros del final de forma recta alrededor del dobladillo. Dio un vistazo debajo de ella. ―Tú eres quien me está volviendo loco en esta cosa. Ella se echó a reír. ―No es el traje que habría elegido para nuestra reunión, pero admito que es fácil de poner y quitar. ―No podía creer que todavía estaban deseándose el uno al otro. Con mucho cuidado y pericia vendo su hombro para detener la hemorragia. ―Parece como si supieras lo que estás haciendo. ―Soy doctor. ¿Te he dicho eso? ―No, no lo eres. ―Sí, lo soy. Un par de veces. ―Eres demasiado joven. ―Había estado en la escuela de medicina ya. Me salté un poco por delante. ―¿Un poco? Mucho. ―Está bien, mucho. ―¿Trabajas en un hospital? ―Sí. ―Él ató el vendaje, besó su pecho, puso la bata de nuevo en su lugar, y cerró la cremallera hacia arriba―. Va a estar bien, señora. ―Otra cicatriz para mi colección. ―¿Tienes muchas heridas de bala?
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―Me refiero más a la clase que se reúnen con la vida, que se quedan contigo después de tu muerte. Al igual que ésta, ¿verdad? ―Ella señaló su brazo. Él inclinó su cabeza. ―¿Cómo sabes eso? ―Por Constance. ―¿Cómo sabes de Constance? ―Yo era Constance. ―Lo sé, pero ¿cómo lo sabes? ―Leí una carta que ella me escribió. Miró brevemente a Joaquim en la playa y de nuevo a ella. ―¿Y cómo hiciste eso? ―Fui a Hastonbury Hall en Inglaterra y la encontré en su antiguo dormitorio. Él sacudió la cabeza con incredulidad. ―Me estás tomando el pelo. No sé qué decir. Fue muy divertido, decirle esto. ―¿Recuerdas el hipnotizador del que te hablé? Hice una regresión bajo hipnosis y se dirigió de vuelta a Constance. Ella estaba desesperada porque yo encontrara su nota. Y ella me ha estado molestando y me hace recordar las cosas desde entonces. ―Increíble. ―Ella lo es. ―Yo estaba equivocado, sabes. ―¿Sobre qué? ―Cuando eras Constance te dije que tu memoria era sólo normal. Ahora veo que te subestimé. ―Porque esa chica no me deja en paz. No iba a ser feliz hasta que llegara contigo. Daniel se echó a reír. ―¿Ella está feliz ahora? Lucy se echó a reír, y también se sentía como si estuviera a punto de llorar. ―Ella es muy feliz ahora.
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Daniel levantó la vista hacia el cielo. Sentía que podía ver el sol a través de un arco, y realmente quería que redujera la velocidad. Oyó el chapoteo del agua contra el flotador. Sintió una hebra de seda de su cabello haciéndole cosquillas en la axila. Se sentía como si se hubiera fumado un montón de hierba. Sabía que no tenía derecho a estar feliz con un arma apuntándoles. Sabía que debía sentir ira e indignación, pero no podía evitarlo. El miedo sobre la alegría casi siempre triunfó, pero no hoy. ―Debería estar ideando un plan ―dijo, retorciendo un mechón de cabello de ella entre sus dedos―, pero lo único que puedo pensar es en cómo te ves bajo ese vestido. ―Él rodó sobre su codo―. No puedo soportarlo. ―Tal vez deberíamos pasar a la acción aquí y ahora ―dijo―. Eso le mostraría. ―Eso probablemente lo llevaría a la locura suficiente para dispararnos a los dos a muerte. ―Pero nos gustaría volver juntos, ¿no es cierto? Se sentó y la miró con seriedad. ―Si me amas incluso una pequeña fracción de lo mucho que yo te amo, entonces sí. Estoy casi seguro de que lo haríamos. ―Entonces, lo haremos ―dijo simplemente―. Porque yo lo hago. ―Ella pensó en una posibilidad más oscura―. Tal vez juntos es exactamente lo que no quiere. ―Sospecho que no lo hace. ―Tal vez no le deberíamos de dar una opción ―dijo. Se sentó entre sus piernas y apoyó la espalda contra su pecho―. No hay manera de que te alcance sin mí. No es tan buen tirador. ―No sé cómo me siento acerca de eso ―dijo. Ella negó. ―Tú no vas a ninguna parte sin mí. ―Ella podría haber sonado como si estuviera bromeando, pero no lo estaba―. Donde quiera que vayamos, vamos juntos. Él frunció el ceño. ―En serio, Daniel.
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Sostuvo ambas manos de ella y apoyó la barbilla en su hombro bueno. ―Así que además de que nos disparen, ¿cuáles son nuestras opciones? ―Podríamos nadar hasta la orilla y aprovechar nuestras oportunidades. ―¿Y qué posibilidades serían esas? Él apretó los labios. ―No lo sé. Probablemente terminar a merced de Joaquim. Esa sería su opción a elegir. ―¿Y qué pasa entonces? ¿Me toma de rehén? ¿Me lastima de alguna manera, y te pone a ver? ¿Te obliga a alguna humillación y luego acaba matándote de todos modos? Ese es el tipo de enfrentamiento que está buscando, ¿no es así? ―Estoy casi seguro de que lo es. ―Él no se preocupa por cometer un asesinato, ¿verdad? Sólo puede saltar a otro cuerpo si alguna vez es atrapado. Daniel asintió. ―Ese es el peor de todos los mundos. ¿Es el tipo de posibilidades que estamos buscando? Daniel cerró los ojos por un momento. No quería enumerar lo que iba a pasar, pero no podía pararla de hacerlo. ―¿Hay algún lugar donde podamos nadar? ¿Podemos tratar de nadar alrededor de los cabos y hacer nuestro camino por ahí? ―Él llegaría más rápido. ―¿Crees que alguna vez alguien venga por aquí? ―No es imposible, pero creo que este es un lugar muy remoto. Ella pensó en eso. ―¿Daniel? ―Sí. ―Si por algún milagro que nos ocurriera, salimos de esto, ¿entonces qué? ¿Hay algún lugar que podamos ir o algo que podamos hacer, donde no nos encuentre? ―Probablemente no por mucho tiempo. Ella parecía desanimada, ¿y quién podría culparla? ―¿Daniel? ―Sí.
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―¿Alguna vez pensaste que no estábamos destinados a estar juntos? Su rostro era serio, pero él no pudo evitar sonreír. ―No. Estamos destinados a estar juntos. Nosotros estamos hechos el uno para el otro demasiado. Ella sonrió ante su sonrisa a pesar de sí misma. ―Me estoy quedando sin ideas. ¿Estás ocultando algo? ¿Tienes una idea? Se quedó con la cabeza hacia atrás y miró al cielo. ―Tengo la idea de estar contigo un poco más.
―¿Tienes miedo de morir? ―le pregunto a él. El sol estaba rápidamente bajando de la cima del cielo. Se tumbó de espaldas y ella se acurrucó contra su costado con la cabeza en su pecho. Se sentía muy relajado. ―No. He muerto muchas veces. Sólo he hecho el amor contigo una vez, por lo que es un milagro que me esté enfocando. Joaquim no puede tomar eso de nosotros de una manera u otra. ―¿Crees que vamos a morir? Sopló dentro y fuera, dentro y fuera. Nunca había sentido el calor del sol tan puramente. ―Lucy, no quiero tener que pensar en ello. Sólo quiero pensar en ti. Pero si tengo que hacerlo, supongo que creo que es probable que cualquiera de los dos vamos a sufrir o vamos a morir. Prefiero morir, y honestamente, creo que puedo morir feliz ahora. ―¿Puedes? ―Sí. Ella se recostó a su lado. ―¿Me has llamado Lucy antes? Volvió la cabeza para mirarla y se protegió los ojos del sol para poder verla bien. ―Es divertido, te miro ahora, y a ti es todo lo que puedo ver. Ella negó.
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―Estamos en un flotador en medio del agua. Soy todo lo que hay. Se echó a reír y tiró de ella encima de él y la abrazó. La besó en el cuello y luego en sus labios. ―Lucy ―dijo―. Lucy. ―Se encogió de hombros―. No lo sé. Creo que es un nombre perfectamente bueno. ―La besó en la barbilla―. Lucy. Esa eres tú.
Para cuando el sol estaba encima de la cabeza, la piel de Lucy se estaba poniendo color rosa y cada vez tenía más sed. Se dio cuenta de que él también, pero ninguno de los dos quería decir nada al respecto. ―Estoy viendo un problema con la espera ―dijo. ―Cuéntame. ―Él la atrajo hacia su regazo. ―Voy a conseguir quemarme hasta las cenizas, y los dos vamos a estar muy sedientos, y no se va a sentir bien. Voy a tratar de ser valiente, y vas a empezar a preocuparte por mí, y entonces vas a hacer algo de lo que te arrepentirás. ―Tienes razón. ―Besó un lado de su cara―. Así que tal vez deberíamos desnudarnos el uno al otro y disfrutar lo que nos queda. ―No quiero que nos maten. ―No quiero, tampoco. ―Y no podemos esperar para siempre. Él asintió. No quería hablar de que no creía que Joaquim dejaría pasar esta situación de estancamiento hasta la puesta del sol. Nunca había sido un hombre paciente. Ella guardó silencio durante un rato. Envolvió una mano alrededor de cada uno de sus pies. ―¿Puedo hacerte una pregunta? ―dijo ella. ―Lo que sea. ―¿Qué clase de muerte es ahogarse? Él la miró con sorpresa. ―¿Qué quieres decir? ―Quiero decir, ¿cómo es? ¿Te duele? ¿Lleva mucho tiempo? ¿Es peor que, por ejemplo, recibir un disparo mortal?
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―Bueno. ―Lo pensó―. Lo he hecho dos veces. Eso fue hace mucho tiempo. He conseguido dos disparos. Eso fue más recientemente. Diría que el ahogamiento es, en general, mejor. Ella se frotó las manos. Se lamió los labios secos y agrietados. ―Entonces eso es lo peor que puede pasar, ¿no? Y te lo aseguro que es bastante malo, pero es mejor que darle el placer de tomar nuestras vidas. ¿Qué me dices? Vamos a saltar esto y empezar a nadar. ―Ella hizo un gesto hacia el mar abierto―. O lo hacemos hasta China o no lo hacemos. Él miró hacia China. ―Entonces, ¿qué dices? ―Digo que el clima viene. ―¿Qué quieres decir? ―Hay una tormenta por ahí, y parece que viene hacia acá. No sé si eso es bueno para nosotros o malo. ―¿Cómo podría ser bueno? Pensó en eso. ―Menos quemaduras. Menos sed si pudiéramos tomar un poco de ella. Sonó un disparo, y sobresaltó a ambos. ―Creo que se está cansando de esperar ―dijo Daniel. Ella se acurrucó más apretada alrededor de él, y él sabía por qué. ―Creo que deberíamos hacer nuestro movimiento ―dijo ella―. Vamos. Sé que no quieres darle la satisfacción. Él estaba aturdido. Quería tocarla y hablar con ella y oler su aroma y ver su risa. No quería morir. No quería que esto terminara. Pero tuvo que sacudirse de ella. No lo importaba mucho lo que le pasara a él, pero se preocupaba por lo que le pasara a ella. ―¿Es esto realmente lo que quieres hacer? ―le preguntó. ―Sí. ―Ella puso sus pies sobre el borde, y él la siguió. Se dio cuenta de que ella estaba muy cerca, tocando cada parte de él todo el tiempo. ―¿Estás dispuesto a elegir esto? ¿De verdad crees las cosas que te he dicho tan completamente que estás dispuesta a nadar a China? Ella lo miró a los ojos y lo detuvo. ―Sí.
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Ella no estaba bromeando. Tuvo que lidiar con eso, y lo obligó a ser serio, también. ―Detente un minuto, Lucy. Piénsalo. Voy a dejar que me dispare, y vas a volver a él en paz. Tal vez eso podría satisfacer la sed de sangre durante un tiempo. Tal vez no te haría daño. Podrías regresar a Estados Unidos y volver a algún tipo de vida regular. Eso sería la cosa más sensata a hacer. ―¿Cómo puedes decir eso? ―Ella torció su dedo gordo del pie, con fuerza―. Nunca podía dejar que eso sucediera. De todos modos, ¿de verdad crees que él me dejara en paz? ¿De verdad crees que me dejara volver a una vida normal? Él no iba a mentir. ―No. No lo hago. Pero hay una oportunidad. Ella se mordió el labio inferior. ―Me gusta eso tanto como el resto de nuestras posibilidades. De todos modos, yo no voy a ninguna parte sin ti. Estamos nadando juntos a China. Y si ocurre lo peor, me muero contigo antes de vivir sin ti. ―Tu dijiste algo así una vez cuando eras Constance, y te convencí de lo contrario. Ella lo miró amenazadoramente. ―Me engañaste una vez, Daniel. ―Él oyó su acento de Virginia. Ella extendió la mano a la suya. ―¿Listo? ―No quiero que esto termine ―dijo. ―Es el comienzo ―dijo ella, con una certeza que envidiaba. Se ubicaron a sí mismos al oeste. Se inclinó y la besó. ―Para China ―dijo. Ella asintió. Su barbilla temblaba y podía ver que tenía miedo de abrir la boca por miedo a llorar. ―Te amo ―dijo él. Ella le dio una última mirada, una sonrisa llorosa. Le sostuvo la mano con tanta fuerza que sus dedos se entumecieron y cuando ella saltó, él saltó también.
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Otro disparo sonó mientras caían. Él quería seguir sosteniendo su mano, pero sabía que hacía difícil para ella nadar. Pensó en su hombro. Nadaron con un sentido de propósito, pero sabía que no iba a durar mucho tiempo. El sol seguía brillando en el agua, pero vio un relámpago en la distancia y asumió que sería el final si no venía antes. Vio sus piernas rosadas en el agua, la bata desaliñada. Seguía aún sosteniendo en el cálculo de cuentas, pero estaba empezando a llegarle cruelmente. Una parte de su mente volvió a Joaquim. Las olas eran cada vez más grandes y espumosas, lo que hacía que fuera más difícil de dispararles desde la orilla. Unos cientos de metros más lejos y estarían fuera de la vista y fuera de alcance. Él estaba calculando, como Joaquim estaría calculando. Joaquim podría tratar de ir tras ellos en un bote, pero el clima lo haría más difícil. Ningún dueño razonable de una embarcación estaría de acuerdo en permitirse navegar en una tormenta. Quizás Joaquim ya tenía un barco. Tal vez robaría un barco. Pero si se iba de la playa, aunque sea brevemente, estaría renunciando a su dominio de la orilla. Debe de haber creído que ellos llegarían en algún momento. Él sabía que no tenían otra opción. La única cosa que no podía controlar era su capacidad de morir. No podía perseguirlos a donde iban. Habían hecho otros cuatrocientos metros o algo así que cuando vio que ella estaba sin aliento, y temía que estaba con dolor. Disminuyó la velocidad y se balanceo por un minuto. Tomó trabajo no ser golpeado. ―Podemos tomarlo con calma ―le dijo―. China no va a ninguna parte. ―No nos puede disparar desde aquí, ¿verdad? ―No lo creo. No puedo ni verlo más. ―Estamos sólo nosotros, entonces. ―Ella estaba temblando. ―Sólo nosotros. ―Puso sus brazos alrededor de ella―. ¿Qué tal el hombro? ―Diría que es el menor de nuestros problemas. Él asintió. Deseó poder pasar por alto la siguiente parte, porque no iba a ser divertido. El agua se estaba enfriando, y frenaría todos los procesos, incluyendo la muerte. ―¿Qué pasa si no llegamos? ―preguntó sin aliento―. ¿Cómo moriste? ―Ella no se veía tan asustada como determinada. ―No te entregues ―dijo―. Deja que te lleve. Solo sigue adelante hasta que te lleve. ―¿Dura mucho tiempo?
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No quería entrar en la biología del ahogamiento. Sólo la asustaría. ―Unos pocos minutos. Eres fuerte y tu cuerpo va a luchar, pero te prometo algo. ―¿Qué es? ―En el peor momento posible, el más doloroso, más oscuro momento en el que no puedes soportarlo más y tienes miedo, es cuando una sensación de paz y consuelo vendrá sobre ti, y es como nada de lo que hayas sentido. Lo miró esperanzada. ―¿Eso les sucede a todos? ―Eso te va a pasar.
Hubo un silencio extraño que vino sobre ellos a través del siguiente tramo. Hicieron su nado bajo el agua, subiendo por un menor número de respiraciones. Se quedó junto a ella y la observó. Se sentía casi hipnotizado por la lenta belleza de su cuerpo bajo el agua. Luchó consigo mismo sobre si tratar de apoyarla y darle un descanso o no. Él no quería arrastrarla fuera. Tan terrible como era, había algo encantador acerca de la forma de las olas sobre ellos y sin embargo la luz del sol continuaba filtrándose. Pensó en su primera vida en Antioquía, como un chico de cinco años de edad tirado en el río por un terremoto. Creyó ver la eternidad entonces, y se preguntó si volvería a verla con ella. Ella era muy fuerte. Su cuerpo le estaba dando una gran explosión de energía, y pudo verlo en sus piernas y su cara. Sabía que ya no sentía dolor. Y luego, poco a poco, con el tiempo, empezó a tambalearse. Sus movimientos se desaceleraron. Sus golpes eran menos precisos. Le estaba sucediendo a él, también. No le moleste en sí mismo, pero le dolía mirarla. No quería verlo, pero no se iba a perder, tampoco. La había arrastrado a esto. Y entonces llegó el momento, inesperado aunque tenía que llegar, cuando se detuvo de trabajar. Bajo el agua, la luz del sol moteada, volvió la cara hacia atrás para mirar hacia él. No era una sonrisa, pero casi como una sonrisa. No era una cara de miedo. Era una expresión de fe más que nada. Tenía fe en él y en las cosas que le prometió. Ella confiaba en él.
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Esto era lo que se sentía al ser amado. En lugar de alejarse un poco, como solía hacer, dejo que se hundiera en él, trató de abrir cada parte de sí mismo para tomar más. Y entonces, para su horror, ella levantó los brazos sobre la cabeza y empezó a hundirse. Él la miró como si fuera en cámara lenta. El sol entraba a raudales en los ejes, revoloteando a su alrededor. Su cabello era una lenta nube de oro, y sus manos estaban abiertas. Ella se estaba hundiendo. Él vio la parte posterior de la cabeza, con los dedos abiertos hundiéndose más allá del nivel de su pecho. Ella fue derribada por la oscuridad hambrienta de la parte inferior. Dejaba la luz solar y lo dejaba a él, y se congeló por la vista de ella. Tienes que dejarla ir. ¿Por qué?, una voz en su cabeza estaba gritándole, despertando el resto de él. Porque así es como nos salvamos. Esto es lo que elegimos. Esto es lo que hemos estado esperando hacer todos estos siglos. ¿Cuáles fueron todos esos siglos? Fueron días y años y meses de recuerdos. Ellos no eran nada. Eran pensamientos en su mente, y nada más. ¿Podría realmente estar seguro de nada de eso? ¿Tenía una razón real, tangible para saber que había vuelto de la muerte o alguna vez lo haría? Ella le creía. Pero, ¿él mismo se creía? ¿Estaba tan seguro que estaba dispuesto a sacrificarla? Porque tal vez él estaba loco. Tal vez era tan simple como eso. Pertenecía a una institución para enfermos mentales con todas las otras personas que compartían sus puntos de vista. ¿Por qué se creía que era un poco mejor? ¿Solo por el hecho de que él era bueno en mantener sus locas ideas para sí mismo? ¿Cómo podía estar seguro de que había alguna vida antes de esta? No podía. ¿Cómo sabía que había alguna vida después? No lo sabía. ¿Y si hubiera inventado esta memoria como una manera de lidiar con una vida de abandono y abuso? Personas dañadas hacían cosas extrañas. ¿Cómo realmente sabía que no estaba loco? No lo hizo. Era muy posible que estuviera viviendo una desilusión y la había arrastrado hasta ella. Todo era tan sólo historias, por lo que él sabía. Pero ¿qué si no eran historias verdaderas? ¿Podría tomar ese riesgo? ¿Podría realmente dejarla ir en la fuerza de eso? Los pensamientos no eran nada. Los recuerdos no eran nada. No eran nada que se pudiera tocar. Ellos no tomaron tiempo. Se podría meter a todos en la punta de un alfiler. Puedes poner tu mundo entero en duda en el transcurso de unos pocos segundos.
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Vio cómo la nube de su cabello se hundía al nivel de sus rodillas. No arrastrarla hacia fuera. No obligarla a morir una muerte más larga. Su laringe se va a cerrar, y su corazón y sus pulmones y su cerebro pronto va a comenzar su lucha involuntaria, y el abrazarla o interferir con ella no iba a ser más fácil. Esta era la chica que amaba. Esta era su chica fuerte y hermosa. Había hecho el amor con ella en el momento más exquisito de su vida y besó cada centímetro de su cuerpo tan sólo unas horas antes, y ahora se estaba muriendo delante de sus ojos. No. Era una palabra en su cabeza, y se extendió a través de él con rapidez. Impulsó todos los músculos y nervios. No, ella no lo iba a dejar. No, no la dejaría ir. No. Con la palabra vino la memoria. Él la había visto morir una vez antes. La había visto morir porque él la había matado. Había quemado su casa y la vio morir, y había pensado en ello y soñaba con dolor todos los días desde entonces. No. No iba a verla morir esta vez. No tenemos otra opción. No tenemos opciones. ¡No! Si no tenía otra opción, tenía que hacer una elección. Si no tienes opciones, las creas. No puedes dejar que el mundo te pase. Había hecho eso demasiado tiempo. No vio la eternidad. Vio a una chica y este momento y una pequeña posibilidad. Su cuerpo estalló de la extraña congelación. Sabía lo que quería hacer. Era puro cerebro vudú y torturas corporales para mantenerse detrás de ella por más tiempo. Se lanzó hacia abajo y la alcanzó. La agarró por el medio y la arrastró hasta la superficie. Este era su cuerpo, y era un buen cuerpo, fuerte. Le amaba como ella lo hacía, porque era él. No era ni más ni menos. Él la abrazó con el agua envolviéndolos. Su cabeza cayó sobre su hombro. Sus miembros no se movían. Una oleada de adrenalina llenaba su cuerpo al sentir su cuello y su pecho en busca de signos de vida. No estaba muerta. No había tomado agua en sus pulmones, pero los había sellado, y fue un momento paralizante de suspenso hasta que abrió su garganta y comenzó a respirar de nuevo. ―Tú no vas a morir ―le dijo. Sentía la emoción de romper su voz―. Sé que dije que iba a dejarte, pero no puedo.
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Puso su brazo alrededor de su pecho, debajo de las axilas, la forma en que había aprendido en una clase de salvamento en Fairfax, y la arrastro a lo largo. Nadó hacia la tormenta, porque no había otro lugar a donde ir. El sol desapareció, y la lluvia caía. Rezaba porque el relámpago siguiera subiendo a la costa y más lejos. Nadó tan fuerte como pudo. No sabía a dónde iba o qué iba a encontrar, además de agua y lluvia. Sintió la corriente tirando de él hacia el norte, y luchó al principio, pero luego nadó con ella. ¿Cómo sabía qué camino tomar? En los momentos de enorme tensión solía representar el mundo tal como se vería desde lo alto. Pero ahora lo veía hacia abajo, dos caras blancas diminutas flotando en un ancho mar, tormentoso. Sus pulmones estaban en carne viva y sus extremidades estaban empezando a doler, pero no se frenaría. No cedería. Tú no te la estás llevando, quiso decir al océano indiferente tanto como a Joaquim. Voy a mantenerla a salvo. No sabía cómo mantenerla a salvo más que seguir nadando. Tenía que luchar. Eso es todo lo que tenía. No recuerdos, no experiencias, no habilidades. Tenía una voluntad. Y su voluntad era luchar hasta que no pudiera pelear más.
El sol estaba oculto por la tormenta, por lo que se ponía sin mucha molestia. Sabía que sólo se había puesto porque el aire estaba repentinamente oscuro y difícil de ver a través. Hacía tiempo que había dejado de sentir su cuerpo. Tenía las piernas entumecidas. Sabía que su brazo estaba allí sólo porque estaba todavía agarrando a Lucy y jalándola. Sabía que su cuerpo estaba tratando de conservar el oxígeno para el cerebro y sus órganos vitales, pero incluso esos se agotaban. Su cerebro había entrado en la fase de desdibujar lento. Tendría que haberse ahogado ya. En su mente borrosa casi envidiaba a los tiempos en que había sido capaz de ahogarse en paz. Cuando volvió a mirar a Lucy de pronto descubrió que tenía los ojos bien abiertos y desorientados. Sus miembros no se movían. Ella se dejó arrastrar. Su rostro estaba tan entumecido que apenas podía abrir la boca o hacer trabajar su lengua. ―Hey, bebé ―soltó. Ojalá pudiera hacer que su voz sonara normal, como para no asustarla. Ella parpadeó un par de veces.
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―¿Qué estamos haciendo? ―preguntó. Su voz era apenas audible. ―No estamos muriendo ―dijo. Ella echó la cabeza hacia atrás. ―Está lloviendo ―dijo. ―Lo sé. ―¿Estás segura de que no estamos muerto? Su boca se aflojó un poco. ―Malditamente espero que no ―dijo.
El trueno retumbó, pero el rayo se mantuvo alejado. El viento soplaba en las olas y sobre ellos, y con cada uno miraba hacia atrás para ver la pulverización y respirar de nuevo. ¿Qué hemos hecho?, pensó. Su corazón se llenó a reventar. Se hinchó todo hacia arriba para empezar, con el amor y la lujuria, y añade ahora hipotermia e infarto de miocardio. Por lo general, pierdes el conocimiento antes de que tu corazón explote, pero él se aferraba muy fuerte a la conciencia. Sus pensamientos estaban recibiéndose oscuros y desordenados, pero trató de mantenerse alerta y en voz alta para ella. No te vayas todavía, le rogó a su corazón. Su cabeza estaba de vuelta. De vez en cuando las nubes dejan pasar un poco de luz de luna, y ella lo miraba. Las líneas de su rostro, se volvían hacia el cielo, era encantador en la luz de la luna. Ella confiaba en él lo suficiente para morir, y al parecer ella también confiaba en él lo suficiente como para nadar sin esperanza y sin fin en un mar tormentoso. Le pareció oír algo más que el viento y el trabajo de la tormenta, pero su cerebro estaba demasiado lento para procesar lo que era. Oyó a Lucy decir algo, pero no podía saber que era. Hizo que su brazo muerto tirara de su muerte un poco más cerca. ―¿Es esta la hora más oscura? ―balbuceó ella. Sus dientes castañeteaban sin control. Su cuerpo se estremecía. ―¿P-por qué preguntas?
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―Porque mira. ―Él siguió su mirada hacia el cielo. Vio un destello de color blanco a través de la lluvia y oyó el sonido de nuevo. La miró estúpidamente. Ideas clamaban a pensar, pero no podía ponerlas en marcha. ―¿Lo ves? ―E-es una gaviota. Les rodeaba un par de veces, probablemente preguntándose si podría encontrar una manera de comérselos. Daniel vio la dirección a la que iba, y le siguió. No podía hacer que los pensamientos vinieran, pero su cuerpo parecía saber que las gaviotas no se alejan de la tierra, especialmente no con este tiempo. No volaban mar adentro sin un lugar para aterrizar. Daniel redobló sus esfuerzos. A ciegas sabía que tenía que seguir a la gaviota. No podía dejarla fuera de su vista. El ave se elevó y se retorció en el aire áspero, y despertó el dolor de la envidia en Daniel un poco. No fuimos hechos para el agua o el cielo, pensó. ¿Cómo se supone que vamos a seguirte? ―Va a aterrizar en alguna parte ―se atragantó él. ―¿Cómo lo sabes? ―Yo-yo-yo lo sé. Ella lo miró fijamente, y la preocupación rompió la calma. ―¿Cómo puedes hacer esto? ―estaba gritándole sobre las olas―. ¿Cómo puedes todavía estar en movimiento, Daniel? No lo entiendo. Él no lo sabía. No estaba seguro de que todavía se movía. Se alegró cuando sus piernas estaban todavía pateando, aunque no podía sentirlas. Tenemos que vivir, quería decirle, pero no tenía la respiración necesaria para hacer salir las palabras. Estaba teniendo problemas para ver. Mantenía los ojos abiertos, pero apenas podía distinguir incluso las formas grandes. Tuvo suerte de que ella tuviera los ojos abiertos. ―Daniel, veo algo ―gritó. Él le devolvió la mirada. Trató de enfocar sus ojos. ―Está ahí, frente a nosotros. Es una forma oscura que sale del agua. Es como una gran roca. ¿La ves? ―Yo-yo no lo sé. ―¿Puedes seguir? ¡Está tan cerca! ―Ella trató de patear, también, para ayudar.
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Estaba prácticamente cerniéndose sobre él, que estaba prácticamente chocando contra eso antes de que pudiera distinguirlo con sus ojos. Con el último aliento de puro agotamiento, la tiró para arriba sobre la roca y la vio trepar por la escarpada superficie. Sólo tenía suficiente energía mental dejó sentir una oleada lenta de alivio. Puso las manos contra la roca para levantarse. Cerró los ojos. Voy a descansar un poco, pensaba. Sólo recuperar el aliento. Ella estaba gritando antes de saber lo que había pasado. ―¡Daniel! ¡Daniel, ven aquí! Había ido a la deriva unos metros. Una corriente se había apoderado de él. Sólo voy a descansar otro minuto más, se dijo brevemente, antes de ir allí. ―¡Daniel! ¡Daniel! Abre los ojos. Mírame. Vuelve. ¡Vamos a estar bien! ¿Me oyes? Estoy cansado, pensó. ―Me estoy metiendo de nuevo en el agua si no vienes aquí ―le gritó ella―. No estoy bromeando. Vamos a ir directo de nuevo a ahogarnos si eso es lo que quieres. Él parpadeó sus ojos se abrían y cerraban. Vio sus extremidades blancas escalando hacia abajo de la roca. ¿Por qué estaba haciendo eso? ¿Por qué haces eso?, trató de preguntar, pero su boca no se abrió. En su confusa mente pensó que era una mala idea. Trató de empujarse hacia ella. No hagas eso. Él consiguió llegar a ella y encontró su mano en el tobillo. ―T-te v-v-vas a ahogar. ―Su voz era arrastrada y su cerebro estaba paralizado por lo que apenas sabía lo que decía. ―Sube aquí, Daniel, o te juro por Dios que me voy a ahogar ahora mismo junto contigo. ―Ella tenía su mano envuelta alrededor de su otra muñeca. Podía sentirla allí. Ella puso sus dos manos sobre una superficie plana―. ¿Estás listo? ¡Quédate conmigo! Estoy contando hasta tres. ¿Listo? Una. Dos. Sintió que sus párpados caían cerrándose de nuevo. ―Daniel. ―Ella apretó su brazo con tanta fuerza que los abrió de nuevo. Podía ver sus ojos claramente ahora, justo en frente de su cara. ―¡Uno, dos, tres! Con un tirón y un gemido ensordecedor, se levantó en la roca. Al igual que una oruga, dobló todo junto y se impulsó más alto en la roca. Él hizo de gusano una vez más hasta que todo excepto sus pies estaba fuera del agua, y fue el
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momento en que su cuerpo se rindió. Simplemente se desplomó y posiblemente murió, y no podía haber pedido nada más. My Name is Memory
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Petacalco, Mexico, 2009 Ella frotó su espalda y esperó la llegada de la mañana. Cada cierto tiempo lo empujaba un poco o sentía su pecho para estar segura que seguía vivo. Cada cierto tiempo, él dejaba salir un satisfactorio gemido. Había suficiente luz para que pudiera ver la forma de su roca. Tenía tres picos y varias depresiones donde el agua se había ido acumulando. Estaba desesperada por beberla, pero Daniel había colapsado sobre sus piernas y no quería despertarlo aún. La roca era roja en algunas partes y negra en otras. Tenía unas pocas vides tenaces creciendo en extraños ángulos y un montón de excremento de ave. Un puñado de gaviotas se estaban quejando y chismorreando en el otro lado. El aire era limpio y la luz estaba llegando rápidamente ahora, pero no había tierra a la vista. Daniel había nadado un muy largo tramo. Era escalofriante recordar la noche que habían pasado. Debería tomarla en piezas, decidió. Solo una cosa a la vez. El primer sentimiento en el que pensó fue cuando se rindió al agua. Ella estaba dispuesta a morir, pero él no. No sabía cómo lo había hecho. Por horas, muchas horas, después de que ella no se podía mover más, él seguía nadando. No solo para sí mismo, sino por los dos. Ellos iban a hacerlo. No había sido capaz de pensar en cómo lo harían, pero gracias a él lo lograrían. Había suficiente agua potable para mantenerlos por un par de días. El cielo estaba limpio y el agua tranquila. Alguien tendría que pasar. Serían recogidos eventualmente. ¿Y después qué? ¿Qué pasaría con ellos después? Él se revolvió y se volvió sobre su espalda. Ella se inclinó y besó su boca. La superficie de la roca era incómoda. La parte trasera de sus piernas estaba raspada a causa de ella. Tenías que estar medio muerto para poder dormir sobre ella, lo cual de hecho estaba. Se preguntó si tenía un mal sueño, porque una mirada de dolor cruzó su rostro y su cuerpo se estremeció y luego se puso rígido. Su cara se comprimió en una terrible ansiedad antes de relajarse otra vez. Acarició su estómago y pecho de la forma más ligera con la punta de los dedos. Deseó que pudiera hacer algo para alejar las pesadillas.
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Él sol se elevó lo suficientemente alto para que le pegara un rayo en su cara y lo forzara a abrir un poco los ojos. Sus ojos se cerraron y abrieron unas cuantas veces más antes de que pudiera enfocarla. ―Eres tú ―dijo él. ―Soy yo. ―Besó el centro de su frente y ambas sienes. ―Estoy contento. ¿Dónde estamos? ―Seguimos una gaviota marina hasta una roca. ¿Recuerdas algo de eso? Él pensó durante un minuto. Apretó sus ojos cerrados y los abrió. ―No. Ella negó y le sonrió. ―Estás perdiendo tu magia, nene. Él sonrió débilmente. Ella alisó su cabello en simpatía. ―Apuesto que te duele todo ―dijo. Asintió. Gentilmente puso su cabeza en su regazo y la acunó. ―Te lo juro por Dios, Daniel. No sé cómo nos trajiste aquí. Pienso que tu memoria solía ser tu poder mágico, pero creo que lo perdiste y conseguirte uno nuevo, el cual es una especie de poder nadador. ―Duele reír ―le dijo. ―Hablaremos de cosas tristes, entonces. Él asintió. Extendió la mano y tocó la cremallera de su blusón. ―Recuerdo este vestido. ―¿Quieres decir blusón? ―Sí, me encanta. Amo quitártelo. ―Eso no es triste, sin embargo. Él negó dolorosamente. ―Es la mejor cosa que jamás me había pasado. Ella se inclinó sobre él y lo besó en sus labios al revés. Cuando se retiró, sus ojos estaban abiertos y su rostro serio. ―Necesito decirte algo. ―Está bien.
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―¿Sabías qué fue lo que hice la primera vez que te vi? ―No. ―Era un soldado y quemé tu casa hasta los cimientos. ―¿Cuándo fue eso? ―Quinientos cuarenta y uno D. C. ―No lo recuerdo. ―Moriste. Lo lamento. ―Él jaló su cabeza hacia la suya y enterró su cabeza en su cuello. Fue hace casi mil quinientos años, pero ella podía sentir su cruda vergüenza, y no iba a ignorarla. Su respiración se regularizó, y él dejó ir su cabeza. ―Era la principal cosa que quería decir. Pienso sobre ello todo el tiempo. Había querido decírtelo por un largo tiempo. Ella acarició tiernamente su pecho. ―Estoy complacida de que me lo hayas contado. ―¿Lo estás? ―Sí, porque ahora puedo decirte que está bien. ―¿Cómo puede estar bien? Ella miró hacia sus manos. ―Lo que Daniel quita, Daniel da. ―¿Qué quieres decir? ―Me diste más de lo que me quitaste, mi amor. Estamos empatados. Ahora puedes permitirte olvidarlo.
Él estaba sentado junto a ella un par de horas después cuando escuchó el zumbido de un motor sobre el del agua. ―Es un bote ―le dijo a ella justo antes de que apareciera a la vista. Era un bote pesquero y venía en su dirección. Ambos se levantaron y ondearon sus brazos. Resultó que Lucy pudo hacer un silbido para taxi. Lastimó su oído, pero no podía hacer nada menos que admirarla.
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―¿Me enseñarás a hacerlo? El capitán del barco los vio y se dirigió a ellos. Tenía dos tripulantes y una apestosa red llena de pesca. Inmediatamente los invitó a subir. Daniel olvidó cómo de extravagantes lucían hasta que lo vio en los rostros de los desconocidos. ―Hemos tenido algunos problemas ―dijo en su afectado español. ―Puedo verlo ―dijo el capitán―. ¿Están bien? ―Sí. ¿Le importaría dejarnos en la costa? ―Por supuesto que no. Podemos llevarlos a Petacalco. Pueden ir desde ahí a Guacamayas o Lázaro Cárdenas. ―Eso estaría bien. Muchas gracias. Desearía tener dinero para pagárselo. El capitán lo miró en sus boxers como si se fuera a reír. ―Puedo ver que viajas ligero. Se sentaron en la parte trasera del bote. El capitán le prestó a Daniel su celular, y para el final del viaje de una hora hasta Petacalco había conseguido un auto para conducir hasta Guacamayas, un auto rentado en Guacamayas, y un vuelo alquilado desde Colima hacia Nueva York para esa misma tarde. Ella, que no hablaba español, lo miró con incredulidad. ―No tienes dinero, tarjeta de crédito no identificación. ¿Cómo lo hiciste? ―Todo lo que necesitas son los números de la tarjeta y una decente conexión telefónica. ―Así que ¿cómo conseguiste los números? Él apuntó hacia su cabeza. ―Los recordé. My Name is Memory
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John F. Kennedy, Aeropuerto Internacional, Nueva York, 2009 Se sentaron durante dos horas en un banco frente a la pared de la terminal. Hizo los arreglos del viaje desde su recién comprado teléfono celular, mientras Lucy dormía con la cabeza apoyada en su regazo. Cuando terminó, esperó a que se despertara y luego la llevó a un bar en la siguiente terminal, donde podían sentarse junto a la ventana y ver los aviones despegar. Él le ordenó a cada uno un whisky por los viejos tiempos. Ella iba vestida con pantalones vaqueros, una camisa floreada, un suéter y un chaleco debajo; además de calcetines, botas y la ropa interior adecuada. Ella tenía una maleta llena de ropa que habían comprado en las últimas horas. Kennedy era como una ciudad comercial en miniatura, aunque no muy agradable. Le hizo prometer y jurar que salvaría la bata de limpieza para siempre y la vestiría para él cuando la viera de nuevo. Él le entrego un papel doblado. ―Escribí todo aquí, ¿de acuerdo? Ella asintió. No era la primera vez que le decía eso. ―He puesto todos los números que necesitas en tu teléfono. ―Bien. ―¿Has pensado en lo que les quieres decir a tus padres y a Marnie? ―Aún estoy pensándolo ―dijo ella. Él asintió. ―Tus boletos, tu itinerario, tu pasaporte, tus cheques de viaje y tu dinero están en el sobre. ―Tu dinero ―dijo ella. ―Bueno, te lo di, entonces es tuyo.
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El dinero que le había dado era lo de menos. Él había gastado una extraordinaria cantidad en dos pasaportes, en el mercado negro de México el día anterior. ―¿Eres rico? ―preguntó ella. ―Si ―¿Mucho? ―He tenido un largo tiempo para ahorrar para los días de escases. ―No me hubiera imaginado eso de ti en la escuela secundaria. ―Me alegro y, ¿por qué no? ―Porque si fueras rico, yo en tu lugar, habría pensado que tendría que haber conseguido un nuevo par de zapatos. Él se echó a reír. Se imaginó los zapatos de gamuza color canela en el dormitorio del bungalow12 en México, donde se los había quitado en un frenesí de deseo. ―Tú sabes, lamente ver a las personas irse. Esa es otra cosa de la que me voy a tener que ocupar con mi hermano el ex idiota. Ella le tomó la mano y se la llevó a la mejilla. ―Daniel, no quiero hacer esto. ―Lo sé. Yo, tampoco. No quiero estar lejos de ti, y haría cualquier cosa para evitarlo, pero esta es la única manera. ―Creo que hubiera preferido que nos ahogáramos juntos. Él tomó sus dos manos, besó el dorso y la palma. Luego besó la parte blanda de sus muñecas y cada uno de sus dedos. ―Es hermoso al lugar donde vas. Te prometo que estarás a salvo. ―¿Cómo lo sabes? ―Debido a que es un lugar en el mundo que Joaquim nunca se atrevería a pisar. Allí ellos verían a través de él al instante. ―¿Por qué no vienes conmigo? ―Lo haré. Cuando haga lo que necesito hacer, iré por ti. Y entonces podremos vivir donde sea que quieras. Puedes terminar de graduarte en la escuela Charlottesville, nos podemos mover a D.C., podremos vivir en California, Chicago,
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Bungalow: Es una especie de cabaña o casa de dimensiones reducidas.
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Beijing, Bangladessh. Podemos regresar a Hopewood y vivir en la habitación junto a tus padres. Ella se rió a pesar de sí misma. ―Podemos ir a cualquier lugar que queramos. ―¿Y qué más? ―Podemos hacer cualquier cosa que se nos ocurra. Podemos casarnos. O elegir no casarnos y vivir en el pecado. Podemos tener trabajos o no tenerlos y holgazanear. Podemos vivir en la cima de un rascacielos o vivir en el medio del agua en una casa sobre pilotes. También podemos hacer el amor todos los días. ―Dos veces al día. ―Tres veces al día. Ella arqueo las cejas. ―¿Tres veces al día? ―Tenemos mucho tiempo para hacerlo. Ella asintió. ―Podemos envejecer juntos. ―Eso es lo que más deseo. ―Quizás tener un bebé o dos. Su cara estaba tan absorta en la fantasía que odiaba decepcionarla. Él sabía que su expresión era difícil de leer. ―No sé si eso está en las cartas para mí ―dijo él. Se dio cuenta de que quería preguntarle por qué no, pero el altavoz sonaba y de pronto llamaron su vuelo. Cogió su bolso y se apresuró por la terminal hacia la última puerta. Primera clase era la mayor parte del camino a través de abordaje. ―Esto es tuyo ―dijo. ―Esto es de primera clase. ―Es tu boleto. ―No, no lo es. ¿Lo es? ―Las grandes vacaciones en las que te llevé a México no fueron muy cómodas. Tenía la esperanza de mejorar mi récord. ―Prefiero estar incómoda, si así podemos estar juntos.
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―Lo sé. Vamos a estar juntos pronto. Voy a empezar a hacer planes para nuestras primeras vacaciones reales. Voy a llevarte a Budapest y Atenas. Luego quiero que veas de nuevo Turquía. No creo que lo recuerdes tan bien como yo lo hago. Ella sacudió la cabeza. ―Vamos a estar en un palacio en Estambul y luego volveremos a Pérgamo. Vas a hacer un recorrido como nunca has imaginado. Ella asintió. Había lágrimas en sus ojos, él puso sus brazos alrededor de ella. ―Una vez que él se haya ido, Lucy, podemos hacer cualquier cosa en el mundo que queramos. Pero hasta que no se haya ido, viviremos como prisioneros y no podemos. No quiero esperar a que las cosas sucedan. He pasado mucho tiempo haciendo eso. Me siento derrotado o desanimado, me muero porque sé que siempre hay una nueva vida y puede ser mejor. ―Pero nada puede ser mejor que esta vida, porque te tengo a ti. Ella lo abrazó con fuerza. Sintió que sollozaba. ―¿Dónde iras? ―Me voy para encontrarlo, voy a destruirlo antes de que él nos destruya a nosotros. ―¿Cómo se puede destruir a alguien como él? ¿Es acaso posible? ―Pienso que lo es. Estoy seguro que lo es. Tengo que averiguarlo, pero tengo un amigo que creo que me puede ayudar. Ella levantó la cabeza. ―Me asusta oírte hablar de eso. Es cruel, y tú no lo eres. Me da miedo que no vayas a volver jamás. ―Voy a volver. ―En esta vida. ―En esta vida ―afirmo él. ―¿Pero cómo puedes estar seguro? Ella estaba llorando abiertamente ahora. Fueron a abordar la parte de atrás del avión. ―Porque tengo algo por lo que vivir, y él solo quiere venganza. Porque yo puedo ver y él no. ―Sí, pero probablemente tiene diez cañones, cinco bombas y todo un conjunto de cuchillos.
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―Entonces también obtendré eso. Soy más listo que él, Lucy. Si tengo el tiempo necesario para pensar en ello, eso será a mi favor. Soy más grande que él, y no voy a ser una víctima más. No voy a huir de él. ―¿Qué pasa si no vuelves? Me siento como Constance, Sophia y todos los demás que tienen un corazón roto. ―Ese soy yo con mi corazón roto, Lucy. Yo he cargado con eso por más tiempo que nadie. Ella lo miro pensativamente. ―¿Puedo hacerte una pregunta? ―Por supuesto. ―¿Alguna vez... tu... ya sabes... hicimos cosas antes? Amaba el rubor en su rostro. ―¿Te refieres a engancharnos? ―preguntó en broma. Ella sonrió. ―Sí. ¿Acaso alguna vez conectamos antes de esto? ―No. Nunca. ― ¿Nunca? Ella se secó los ojos con el dorso de la mano. ―Creo que lo recordaría. ―¿Ni una sola vez en todos eso miles de años? ―Ni una. ―No sólo me refiero a sexo real, pero ni siquiera como, ya sabes… Tenía que parar porque se estaba riendo. ―¿La tercera base? ―No. Ni siquiera como, ya sabes, en segundo lugar. Apenas primera. ―Bueno, no. Tenemos algo para estar orgullosos, ¿no? Él se rió y la levantó del suelo. ―Si eso no es suficiente para mantenerme con vida y que venir por ti, Lucy, entonces no hay nada en este mundo que lo haga. My Name is Memory
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Paro, Bhutan, 2009 El paisaje era más hermoso de lo que él le había prometido. El monasterio estaba establecido en una remota colina en el valle del río de Paro en el Himalaya oriental. Cada mañana miraba el valle, a la lejana línea de picos increíblemente altos, profundamente faceticos y relucientemente blancos que contaban más como el cielo que la tierra. Lucy fue tratada por los monjes como la invitada más honorable, y comprendió que eso era porque los arreglos los había hecho una mujer india, muy amiga de Daniel, cuyo nombre, por extraño que parezca, era Ben. Comprendió por qué Daniel quería que viniera aquí. La devoción al espíritu era más penetrante que cualquier cosa que había experimentado, y su creencia en la reencarnación era fundamental. Ellos eligieron al mayor Lama, no por la línea de herencia, sino por la búsqueda del joven en el que el viejo Lama había reencarnado. Comprendió entonces porque Joaquim no vendría aquí. Había tenido algunas pequeñas aventuras. Con su guía entusiasta, Kinzang, que tenía doce años, había visitado la capital de Thimphu, fue a un concurso de tiro con arco y al mercado de fin de semana. Había hecho caminatas por el valle y vio cosas que nunca había pensado ver en su vida. Arrozales en terrazas, huertos que fluyen por la ladera de la montaña, un monasterio llamado Nido del Tigre encaramado en un acantilado. Había trabajado junto a los monjes en el jardín del monasterio y aprendió los nombres de decenas de plantas desconocidas en Dzongkha. Comenzó a aprender a tejer gracias a una mujer del pueblo, lo hizo rápido y con entusiasmo. Había empezado a usar la kira13 tradicional. Pero sobre todo, se quedaba dentro de los confines del monasterio, leyendo, escribiendo cartas, deshierbando el jardín, y aprendiendo a meditar. Los monjes eran amables con ella y pacientes para enseñarle, pero hablaban muy poco, y no podía entender algunas palabras que decían. Estaba aislada y se sentía sola. Extrañaba a sus padres y echaba de menos a Marnie. Les había dicho que había recibido una beca de último minuto, una oportunidad que no podía rechazar para estudiar en los jardines del Himalaya y que solo podía ser contactada por medio de cartas.
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Kira: consiste en un amplio y largo vestido rectangular que llega hasta los tobillos y que se lleva sobre una blusa de manga larga siempre de color rojo.
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Pero más que nada extrañaba a Daniel. El dolor de su desaparición colgaba sobre ella como una nube y le seguía a todas partes donde fuera. Se metió en sus ojos, su nariz, su boca, sus orejas y cambio el aire alrededor de ella. Leyó cada una de sus cartas cientos de veces, tratando de exprimir cada sentimiento, cada trozo de información, cada posible olor o molécula de él que podría haber viajado con ella. Se quedó durante horas sobre la lista que había escrito para ella en el aeropuerto. Era sólo una estúpida lista, pero había derramado una gota de su bebida en ella cuando se sentaron juntos en el bar, ahora puso su dedo sobre el borroso punto marrón y sintió como si fuera real. Había comenzado a sentirse mal del estómago después del primer mes. Pensó que era la carne de yak, el té de mantequilla o la gran cantidad de chiles que aparecían en cada plato. La comida estaba deliciosa, pero simplemente no estaba de acuerdo con ella, pensó. Había tratado de eliminar varios ingredientes de su dieta hasta apenas comer nada, y eso hizo que su estómago se sintiera aún peor. En el segundo mes se dio cuenta que no le había llegado su período desde antes de México y entonces puso las pruebas juntas. Y empezó a sentir miedo. Un bebé era la única cosa que Daniel no había soñado para su vida juntos. Era la única cosa que no quería. No sabía por qué, y qué hacer al respecto. No podía decirle. Trato, pero no pudo. Tenía veintitrés años, no estaba casada y estaba sola en un extraño mundo, no podía tener un bebé, pero tampoco tenía idea de cómo no hacerlo. Le escribió una carta tras otra con la intención de decirle, pero nunca se lo dijo. Al comienzo de su tercer mes en Paro, sus cartas pararon. Ella continúo escribiéndole cada día, pero con la disminución de su esperanza a medida que pasaban los días, creyó que él nunca las leería. Pensaba en Daniel con una angustia profunda. El tiempo se extendió horriblemente, pero la comodidad provino de tres inesperados lugares. Primero las cartas de Marnie, llenas de preguntas y dudas que Lucy no podía responder, pero sin embargo sin complicaciones y llena de indiscutible amor. Fue casi un milagro, como Marnie era capaz de amar, incluso cuando no podía entender. Fue un milagro y una lección. Lo segundo fueron las cartas de su padre. Él describió su última recreación de la Guerra Civil, con humor y sus preocupaciones por su seguridad e intimidad. En una era de teléfonos celulares y e-mails, nunca se dio cuenta de que este era su fuerte. Tan rígido como lo puedes llegar a ver en persona, era extrañamente
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demostrativo con un bolígrafo. Se preguntó si alguna vez le había escrito una carta a Dana. En tercer lugar, a medida que pasaban las semanas, fue la sensación de pesadez en la parte inferior de su abdomen. Se revolvía por cada gusto y olor agrio, sin embargo la proveía de una extraña sensación de compañerismo. No estaba sola. Era suyo y estaban juntos, no importa si él quería un bebé o no. Rogó porque no fuera lo único que tendría de él. Me prometiste, le dijo en sus pensamientos cada mañana y noche. Mil veces en el medio: Te quiero. No voy a renunciar a ti. My Name is Memory
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Nueva Orleans, Louisiana, 2009 Querida Lucy: Tal vez no sea capaz de enviarte esta carta hoy o incluso mañana, pero estás en mi mente y mi corazón en cada minuto. No voy a tratar de describir exactamente dónde estoy. Pero estoy a salvo y te diré todo cuando esto acabe. Hay mucho que decir que no se puede escribir o incluso pensar en estos momentos. He comenzado a ver lo que este adversario nos puede hacer, y está más allá de lo que imaginaba. Esto que estoy tratando de hacer se tiene que hacer. Sé que incluso hoy con más urgencia. Matarlo no es suficiente. He aprendido a pensar en un gran lienzo, sino en otra cosa. Sé lo que tengo que hacer y cómo hacerlo. Entonces, ¿qué es lo que hago para divertirme, te preguntarás? Pienso en ti. Pienso que llevas un kira y excavas la tierra del jardín de allí con tus manos. Quitándote tus zapatos, calcetines y mojando tus pies en el estanque. Colocándote tú cabello detrás de las orejas. Pienso en ti bebiendo té, durmiendo. (En serio, lo hago. Esa es mi idea de diversión, y no me importa lo que digas.) Pienso en todas los diferentes partes de tu cuerpo, y no, no sólo los que piensas que estoy pensando. Recuerdo la cicatriz en tu hombro, y me imagino besándola como si eso fuera a ayudarla a sanar bien. Nos imagino juntos. Haciendo el amor tres veces al día. (Tú lo prometiste.) Que estas en mis brazos durante horas y horas después de hacer todo esto, y diciéndote todo lo que paso. Es toda una historia, y para entonces será una mejor, porque voy a saber cómo va el final. No quiero decir más ahora. Tú estás conmigo, mi Lucy, en cada idea, cálculo, en cada lujuria, cada tropiezo, triunfo, y dolor de todos los días. Lo que veo, lo veo con tus ojos también. Contigo estoy más decidido y seguro que nunca podría estar sin ti.
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Sé que esta carta carece de información real, y me disculpo por eso. Puedes darme un golpe por ello más tarde. Pero me doy cuenta de que lo escribo como una especie de oración. Rezo para que, aun sin conseguirlo (o la carta que te escribí la noche anterior o la que voy a escribir mañana y mañana y mañana) sabrás lo que hay en ella. Estoy a salvo y por encima de todo, estoy contigo donde quiera que estés. No hay fuerza en el mundo, distancia o tiempo que me lleve lejos de ti. Volveré. Mi amor por ti es más verdadero que cualquier cosa que he conocido en esta larga, muy larga vida. El amor exige todo, dicen ellos, pero mi amor exige sólo esto: que no importa lo que pase o cuánto tiempo tome, mantendrás la fe en mí, te acordarás de lo que somos, y nunca te sentirás desesperada. Tuyo para siempre. Daniel.
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Créditos Moderadora: ivonne cullen Traductoras
Correctoras
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CiervoVulnerado
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Connie
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