Isas aventaras de
Cualquiera
Richard Bandler
Título srcinal: The Adventures of Anybody © Copyright 1993 by Meta Publications, versión srcina l en inglés. © Copyright 2006 by Hernán Cenia Training (HCT), esta edición. © Copyright 2006 by Roberto R. Bravo, sobre la traducción.
Introducción prólogo
Traducción: Roberto R. Bravo Adaptación: Xavier Pirla Llorens Edición literaria: Hernán Cenia Vergara Ilustraciones: Ricardo Díaz Mañero Diseño: Martin Sánchez Albújar
Reservados lodoslos derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autor ización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra, incluyendo el diseño de portadas e ilustraciones del interior, por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprogratía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
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Vindicatoria
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Introducción
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Versión en Inglés: ISBN: 0-916990-29-X Versión en Castellano: ISBN-13: 978-84-935429-0-0 ISBN-10: 84-935429-0-3
Cómo
Cualquiera Islegó a Uamarse flsí
Depósito legal: B-51.4Ü6-2006 Hernán Cerna Traini ng HCT ) Plaza Urquina ona, 6 18"-B 08010 Barcelona Tel. 933 182 283 e-mail:
[email protected] www.hernancerna.es Producción: Creacions Gráfiques Canigó, s.l. Impreso en España-Printed in Spain
Cualquiera y el Tiempo 50
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Introducción
¿ Qu é es este libro ? Co mo su autor nos dice desd e las pri meras páginas, es una fábula. Podríamos añadir que es una fábula que va más allá de un simple cuento, un cuento que
tidad es el reflejo de nuestra propia búsqueda interior, en un mundo que, en muchos aspectos, no por llamarlo real se diferencia demasiado del de la fábula.
va másadquiere allá de una simple fábula, donde la magia de las pa labras protagonismo como expresión simbólica, abstracta y universal a la vez que extrañamente próxima. Richard Bandler, mundialmente conocido como co-creador de la Programación Neurolingüística, lleva al lector de este libro, con su estilo dinámico y divertido, por un mundo de ideas que po dr í a ser de meras pal abras .. . O qui zá s los jue gos de pal abra s tengan el po der de trans formarse en ideas. Palabras que encierran las claves de un viaje, un retorno al srcen, una búsqueda, donde nada es lo que parece, desde la aparente evidencia de los nombres (empezando por el del propio protagonista), hasta la insi nuación de enigmas más allá de lugares y situaciones, lle gando a abarcar inclus o el pro pi o relato, del que Band le r nos recu erda con curi osa insistenci a que "no es más que una fá bul a". .. Qui zá s la man era má s en fát ica de nega rlo.
¿Quién es en realidad Cualquiera? Cualquiera sale en bu sc a de su i den ti dad . Tr at an do de reco br ar la me mo r i a pe rd i da, r ec o r r er á los lu gare s má s ex t r añ o s -p ero , ¿ c ó mo saber si son extraños, si no recuerda su pasado?- y conocerá a enigmáticos y a veces estrafalarios personajes: el Instante, el Mago, los Sabios, el Guía, el Tiempo, la Princesa -pero, ¿c óm o saber si no los hab í a co noc ido ante s, o si ellos no lo conocían a él?...-, mientras intenta encontrarse a sí mismo, tratando de ser Alguien. ¿Podrá alguno de ellos proporcio narle su identidad perdida? ¿Será él, alguno de ellos? ¿Los será todos? Si finalmente pudiera llegar a ser Alguien, ¿de j a r í a de ser Cu al qu i er a? Al f i na l , ¿v al dr á l a pe na l a trans formación? Por otra parte, en su recorrido por lugares en cantados, a través de la magia, el tiempo y el espacio, ¿no se va convirtiendo Cualquiera poco a poco en Alguien?
En esta obra Richard Bandler pone un paréntesis a sus libros té cni cos y divulgativos para hacer un lugar a la l i teratura... Pero la literatura no es de ningún modo una actividad anodina (Richard lo sabe bien), y el recorrido de "Cualquiera" por su fantástico mundo en busca de su iden-
Un cuento infantil que leerán los adultos, una historia pa ra adul to s q ue pr i nc i pa l ment e l ee rá n l os ni ño s .
Hernán Cerna Vergara, M.D. Presidente Grupo HCT
mpecé a escribir este cuento en 1975, después de haber escrito cinco libros en menos de dos años, ninguno de ellos de
través de corazones de piedra y voluntades de vulgar sentimentalismo todos tejemos nuestras vidas. Hasta que el fuego de la
pasión, uniéndose con la luz del amor, disperse y desvanezca a bestias y necios..., mis niños... mejor que os alejéis lejos... lejos...
ficción. Las Aventuras Je Cualquiera fue
mi escapatoria, mi pasión, mi oportunidad de poner en práctica, de manera consciente e inconsciente, lo que había aprendido en la construcción de modelos lingüísticos. Sin embargo, los viajes no son nunca tan fáciles como parecen, cuando vale la pena hacerlos. Mi viaje resultó un enrevesado recorrido a través de diferentes lugares y personas, mostrando finalmente que todos los cambios apuntan en la dirección correcta cuando es el corazón en que se cansa de la mente, y no al revés. Así que dedico este libro, en primer lugar, a todas las ilusiones que surgen por el camino. Es de esperar que su viaje las lleve a buen sitio, a un lugar donde valga la pena llegar. Principalmente, dedico este relato al corazón que sabe que con el auxilio de la mente la pasi ón puede crecer má s all á de lo que imaginamos. Recuerda, lector, que la vida es mejor cuando se va en la dirección correcta, y la manera de saber que es la correcta es porque te sientes lo bastante seguro para dudar que lo sea, pero no tan inseguro como para no seguir tu camino.
Con toda mi dedicación.. A mi amiga,compañera y fuente d e pasión,
Paula
Mae
Bandler. Somosuno.
Con un amor que no surg e Je cualquier a...
Somos más allá del tiempo
ntes de empezar, debo dejar bien claro que lo que presento aquí no es otra cosa que una fáb ula. U n a fábula es sólo una manera de dejar volar la imaginación... ahor a mismo. Así, pues, fig urativamente hablando, imagínate, lector, que tú fueras este desafortunado joven prí nc i pe, aq u í mi s mo , en me di o de a l g ú n lu gar , an he l an do nuevas experiencias. Todo era nuevo para ti cuando eras jo ve n: ju gu etes , ju eg os , depor tes , as í c o mo co rr er, ca zar , y todo lo demás. Pero ahora todo ha envejecido. La cacería se había convertido en algo viejo, así como el castillo, y hasta sus amigos estaban envejeciendo. Así que se dirigió al bufón de la Corte, y le ordenó: —H az me reír. El bufón de la Corte repitió los mismos trucos y los viejos ju egos de siemp re. — H m m — p en só el P r í nc i p e— ¿ C ó m o es posi ble que pu eda haber tan ta nada en al g ún sitio, just amente aq uí , en medi o de este lugar? El Príncipe concluyó que quizás debía esforzarse un poco má s; tratar de ver má s lejos. Se dirigió al sabio de la Corte, y le ordenó que le enseñara algo nuevo. El sabio em p ez ó enseñ arl e historia, pero el Prí nci pe se quejó de que la historia era algo que se vuelve anticuado de un momento a otro. El sabio empezó a enseñarle matemáticas
avanzadas, pero el Príncipe objetó que eso no era más que una manera nueva de hacer viejas cosas. El sabio de la Corte empezó a preocuparse, como todo bu en sabi o har í a en esas ci rcu nstanc ias . Fue a deci rle al Re y que no estaba bien que alguien no quisiera aprender antiguos saberes, que se negara a hacer las viejas cosas de antes. El sabio exclamo: Si todo el mu ndo estuviera haci endo siempre cosas n uevas, sería el caos. Nadie sabría qué esperar de nadie. Estaríamos todos en un permanente estado de sorpresa, y entonces sucederían, con toda seguridad, dos cosas. En primer lugar, nos encontraríamos todos tan agotados de tanta novedad que el reino vecino podría lanzar un ataque por sorpresa que resultaría totalmente inesperado, porque estaríamos tan acostumbrados a las sorpresas que no haríamos planes para esperar determinadas cosas. Ya ha sucedido muchas veces antes en la historia. Debéis creerme, no es nada nuevo. Y, en segundo lugar, si siempre estuviéramos sorprendiéndonos, nos acostumbraríamos a ello de tal manera que ni siquiera nos daríamos cuenta. Así que —sentenció el sabio de la Corte— el jo ven tiene un pr ob l ema que est á má s a ll á d e mi p osi bi li dad de ayudarlo. De be rí a hacers e cargo el mé di co de la Corte. El Prí nci pe se hall aba un tanto perplejo an te la situ aci ón. Po r una parte, se sentía mal por el semblante preocupado del Rey, y todas las caras decepcionadas de los notables de la Corte, que murmuraban: — ¿ Q u é podem os hacer? ¡ Qu é terri bl e si tu ac i ón par a el Rey, tan orgulloso que estaba de su hijo! Y, ¿cómo recibirá la noticia su madre?
Por otra parte, todo esto era, precisamente, una situación novedosa p ara él. Se requirió la inmediata presencia del médico de la Corte. Este auscultó la lengua y los ojos del Príncipe, su nariz y orejas.
miela
Examinó al Príncipe de los pies a la cabeza, pero no encontró nada anormal. Finalmente, concl uyó: — E l pr ob le ma debe estar en el inter ior , así que debemos tratar el interio r del Prín ci pe para arreglarlo. De este modo, le dieron a tomar numerosas pociones, infusiones y brebajes. Pero al final el médico exclamó, orgulloso de su hallazgo, que ya que el problema del Príncipe era totalmente nuevo, las antiguas fórmulas y pociones no p o dí an servirl e de nada. El P rí nc i pe , entre tanto , se ca rcaj eaba de placer ante la novedad de toda s estas cosas, lo q ue te rm i nó
po r pr eo cu par sob rem aner a al mé di c o de la Co rt e qu ie n, enarcando una ceja, le dijo al Rey: —S us sí nt om as est án empe ora ndo. El Rey estaba tan angustiado sin saber qué hacer ni adonde acudir, que convocó a toda la Corte ofreciendo una gran recompensa a cualquiera que pudiera curar a su hijo, el Príncipe. Al mismo tiempo, llamó en secreto al Capitán de la Guardia y a todos sus generales, y les advirtió que estuvieran alertas, porque podría tratarse de un complot para derrocar al reino, y quién sabe cuánto tardarían otras gentes del reino en ped ir t a mb i é n cosas nuevas.
Pronto hubo espías por todas partes, observando y escuchando, tratand o de descubrir qu ié n ha bí a sido el pri mero en provoc ar este probl ema en el Prí nci pe. Mient ras, todos los mé dic os trabajaban día y noche para curar al Prín ci pe, pero el p ro b l e m a no t e n í a fá ci l s o l u c i ó n . El Príncipe, mientras tanto, se estaba poniendo nervioso. Sabía que tenía un problema que nadie sabía cómo resolver. Empezaba a asustarse y a sentirse preocupado, y se quejaba durante horas enteras, deseando que no le hubiera ocurrido semejante calamidad. — ¿ P o r q u é a m í ? — d e c í a — ¿ P o r q u é no le s u c e d i ó est o a alguna otra persona?
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V C
El médico de la Corte seguía levantando la ceja y diciéndole al Rey: —S us s í nt om as es tá n empeo rand o. Los médicos le aplicaron sanguijuelas, y rezaron por él, pero todo era inúti l. Finalmente el Rey, desesperado, llamó a todos los sabios de la Corte: — S i no se les ocu rre nad a que pu eda cu rar a mi hij o, mandaré cortar la cabeza a todos. Los sabios, médicos y consejeros se alarmaron mucho por esto, y por último decidieron ir ante el Rey para declarar solemnemente: — S ó l o hay un a cosa má s que s e nos ocu rre qu e po dr í a hacer Su Majestad para ayudar a su hijo. — ¿ Q u é co sa es? — d e m a n d ó el Re y.
— De bé i s enco ntra r al Mag o que reco rre errant e los desiertos del sur. El Rey exclamó:
— T r á i g a nm e a ese ho mbr e. — N o po demo s —re sp ondi ero n los sabios de la Co rt e— . Es el Rey quien debe pedirle que venga. No hay hombre o guerrero que pueda someterlo. Es un hipnotizador con el poder de hechiz ar multitudes. Por esa raz ón no os ha bí am os hablado antes de él. Es muy temible, y capaz de hechizar tanto al Rey como al Príncipe.
el octavo día, todo el noveno día, y el décimo día se tornó tan impaciente que mandó a llamar a toda la Corte y exigió una explicación.
Los sabios deliberaron que el Rey debía atraer al Mago con oro y riquezas. Se le envió un ofrecimiento, y pasaron otros diez días mientras el Rey seguía preocupado y el Príncipe se dep ri mí a má s y más. E ntonces el Rey le envió otro ofrecimiento al Mago , ma nd á nd ol e decir que le darí a todo cuan to estuviera bajo su p oder si cu rab a a su hij o. Y al fin el Mago vino al palacio. El Príncipe se sorprendió
mucho al verlo, porque había esperado un mago envuelto en un manto negro y cubierto por un sobrero puntiagudo y pintado de estrellas. Pero este Ma g o no estaba vestido así . Su man to era de color púrpura real y no llevaba sombrero. Su melena, bl anc a co mo la nieve, le ca ía en cas cada sobre la espal da y los hombros, y bajo sus pobladas cejas refulgían sus ojos como dos centellas. El Príncipe no pudo discernir de qué color eran. Parecían cambiar de color de miel a azul, a verde agua, y a color de miel nuevamente. El Rey im plo ró al Mag o:
—T e rueg o q ue cures a mi hij o. El Mago esbozó una enigmática sonrisa, y dijo lentamente: — M i qu eri do Rey, no tengo que cu rar a t u hij o, por que tu hijo, el Prín ci pe, no tien e ning ún problema. De hecho, tampoco hay ningún Príncipe, porque todo esto no es más que una parte
El Rey miró a sus consejeros con el ceño fruncido, y finalmente dijo:
de un sueño que alguien está soñando en algún lugar, quien no
— Y a soy viejo , y no hay nadie que pu eda ayu dar a mi hijo. Debo encontrar a este Mago y correr el riesgo de sus hechizos. Se envió una llamada al Mago. El Rey esperó todo el primer día, todo el segundo día, todo el tercer día, todo el cuarto día, todo el quinto día, todo el sexto día, todo el séptimo día, todo
no es un problema real. Todos en la Corte convinieron en que las palabras del Mago tenían mucho sentido, y al fin el Rey suspiró aliviado. Pero el
sabe que en realidad está soñando. Y un problema de un sueño
Príncipe se inquietó, en cambio, porque si el sueño sucedía
en algún lugar, y algún lugar no estaba aquí, entonces aquí no podía ser ningún sitio. Y por un momento el Príncipe se
sintió confuso sobre si en realidad estaba en algún lugar o en ninguna parte, y si de hecho estaba en algún sitio. C o n estos pensamientos hasta se ol vi dó de que era un Príncipe, y el mundo a su alrededor empezó a dar vueltas..., ¿o era el sueño el que daba vueltas? No podría haber dicho cuál era el que giraba; y en ese giro debió quedarse dormido, o despertarse (tampoco estaba muy seguro de esto). De lo que sí estaba seguro era de no estar en el cast il lo del Rey. M á s aú n, estaba seguro de no hallars e en ni ngu na de las tierras del Rey, porque nunca antes había visto ese lugar... Estaba por lo menos ta n seguro como cual quie ra podr ía estar lo de cualqui er cosa en tales circunstancias. Y se preguntó: — ¿ D ó n d e pued o estar? ¿Es to y despier to o du rm ie ndo ? Dec id ió explorar los alreded ores y posponer tan important e cuestión para más tarde. Así que dejó de preocuparse por dónde estaba y quién era, y empezó a mirar alrededor para ver qué encontraba. Y encontró que este lugar donde estaba era por cierto un lugar muy extraño.
Jlas aventuras decualquiera
Cómo Cualquiera igdtegó a llamarse así
na de las cosas que distinguen una fábula de una historia es que no hay ni una pizca de verdad en ella. Y, como todo el mundo sabe, las fábulas tienen que ser cortas, mientras las historias, incluso las historias cortas, deben ser má s largas. Ta mb i é n hay que ten er en cuenta que aunque las historias puedan ser casi tan cortas como una fábula, nunca son tan profundas.
Así, pues, el Príncipe, por problemas que no necesitamos detallar más a fondo, se ha olvidado de que es un Príncipe (en realidad, nunca lo fue). Y he aquí que el desafortunado muchacho está en alguna parte, aunque no sabe muy bien dónde. Este sitio tiene algunas caracte rís tic as peculiares. Imag ín at e que te encuentres, por raro que te parezca, en medio de un campo verde. Y aunque no te acuerdas, sabes que siempre has creído en las cosas tal y como son y te sientes perfectamente cuerdo. Aunque no siempre has sido perfecto, nunca has creído en engaños; y con todo, aquí y frente a ti, en un campo verde, te encuentras cara a cara con un hombrecillo. Aunque es más p eq u eñ o qu e t ú, parec e ser may or, y al bajarse de la p ie dra en la que está sentado, se hace más grande y a la vez más joven. El jo ven Prí nc ip e, que ha olvida do que lo es, se sacude la cabeza y mir a sorprendido có mo el hombrec il lo se acerca, y a la vez que cami na va creciendo y hac ié ndos e má s joven, todo
al mismo tiempo. Hasta que al final dice: — M i nom br e es Instante. ¿ Y el tuyo? El Prínc ip e, que ha bí a quedado boquiabi erto, int ent ó contestar como cualquier persona educada pero, para su sorpresa, sólo salió silencio de su boca. El extraño hombrecillo ladeó la cabeza y arrugó, atento, el entrecejo: — ¿ P u ed es h abl ar má s alto? N o te oi go. — E s porq ue no he di ch o nada —c o nt es t ó el P rí nc ip e. El hombrecillo asintió, en señal de haber comprendido. — N o s é c ó m o m e l l a m o . N i si qu ie ra s é d ó n d e est oy n i c u á n t o tiempo llevo aquí. El extraño hombrecillo se rascó la cabeza —E s o no tiene sentido. Ti enes que ser al gui en, y de seguro estás aquí; en cuanto al tiempo, ¿qué significa eso? Súbitamente, el Príncipe pensó que la situación no tenía nada de divertida, y le respondió con desdén: — P o r supuesto que estoy aq uí , pero ¿d ó nd e es aq uí en comparación con donde debería estar? Y no es que no sea alguien, es que no sé quién soy. He olvidado quién soy. Pero debo ser alguien... El hombrecillo, que de repente pareció muy aliviado, exclamó: —B ue no , si eres al gui en, ¿p or qu é no lo dijiste? Gus to en conocerte. Mi r a, Alg ui en, qui zás pueda ayudarte a encontrar tu camino, si es que te has perdido. El hombrecillo empezó a divagar y a hablar de miles de caminos, de sus nombres y los lugares a los que conducen,
nada de lo cual tenía sentido para alguien tan perdido como lo estaba el Príncipe. Así que éste se echó al suelo y empezó a sollozar, quejándose de que nadie podía entenderlo y de que había perdido su identidad. Instante lo interrumpió, para afirmar enfáticamente que si se trataba de un caso de identidad perdida, tendrían que ir a la
pol icí a. De este mod o, Al gu i en e Instante f ueron al puesto de pol icí a m á s c ercano, que estaba en el li ndero del bosque po r el que el campo verde había decidido extenderse. Al entrar al puesto de policía, Instante saludó cortésmente al sargento, y después de charlar alegremente durante unos momentos, se disculpó por no haberle presentado a Alguien que lo acompañaba. Le explicó al sargento: —V er á , ést e es preci samente el pr obl ema par a el que M-querimos su ayuda. Mi amigo ha perdido su identidad. El sargento asintió concienzudamente, murmurando: —Identi dad per di da. .. H m m m — m i r ó atentamente a Alguien, con aire desconfiado, y preguntó: —¿ Se gu ro que no se la robaron? —Complet amente seguro —r es po nd ió Alg ui en. — ¿ S a b e c ó m o la perdió ? —No. —Ent onc es —e xc l am ó el sargento, deci didam ente— no est á seguro de que no se la hayan robado. — . . .S upo ngo q ue no. —B i e n —di jo el sargento, sacando los respectivos fo rmul ari os— , esto parece ser un caso de robo. Una identidad es demasiado importante para perderla, así que debe haber sido robada. Podría asegurar que la robaron, tan seguro como que estoy vivo. Instante pareció totalmente de acuerdo con el sargento, y por ú 1timo Alg ui en ace pt ó que, seguramente, ha bí a sido robada. El sargento le aseguró que todas las cosas que habían sido r< >badas en su jur is di cc ió n hab í an sido f inalmente devueltas, y que lan pronto como completaran los formularios correspondientes, el caso qu eda rí a resuelto y cerrado. El sargento murmuró otra vez: —R ob o , fecha, uh mm , veamos .. . ¿ N o mb re , po r favor? — N o tengo nombr e. L o perd í ju nto c on mi identi dad. —¡S in nombre! —e xc l am ó el sargento— ¿ C ó mo voy a
completar las formas sin un nombre? Instante, que era por naturaleza servicial, le respondió al sargento que no habría problema en escribir en el lugar del nombre, "desconocido", y seguir adelante. El sargento convino en que era una solución aceptable. — ¿D irecció n? —Desc ono ci da. — ¿ H o r a del robo? —Desc ono ci da. —¿ Lu g ar del robo ? —Desc ono ci do. El sargento se sintió muy desconcertado, y sacudiendo la cabeza en todas direcciones, dijo: — N o tengo un caso si no tengo un info rme, y u n i nfo rme sin información no es un informe. Un robo se le hace a alguien, en algún lugar, en algún momento, y si no, no es ningún robo. Me gustaría ayudarlo, pero creo que éste es un caso para una autoridad más elevada. Así que voy a escoltarlos a ambos hasta el ju ez del distrito; es perso na sabia que sabe c ó mo interpretar los hechos. El sabrá cómo ayudarlos. El viaje hasta la corte del juez fue largo y monótono. El sargento condujo a Alguien y al Instante al juez, que era muy, muy viejo. Su rostro severo se mantuvo inalterable mientras el sargento explicaba el problema. Era tan viejo como el tiempo, y dos veces más sabio. Instante le aseguró a Alguien que el juez le daría la solución. Nunca había fallado en encontrar la solución de un problema. Cu and o el sargento te rm i nó de hablar, el jue z susp iró y sac udi ó la cabeza como si hubi era oí do esa historia cientos d e veces. C o n mirada implacable, como la de un padre ya harto de responderle a un niño una pregunta tonta, dijo: —E sc uc he n. Y escuchen b ien, por que no qu ier o que se vuel va a presentar ante mí este problema.
»E s obvio que este desafortunadojo ven ha perdi do su identi dad, o bien se la han robado, lo que podría sucederle a cualquiera. Por tanto, mientras no logre recobrar lo que por derecho le pertenece, él es Cua lq ui era. Así que ya tiene usted un nomb re para escribi r en sustontos formul arios. Y esc úc he me usted, joven. No andedic iendo po r ahí que no sabe qui én es, o dici endo que es algui en. Porq ue ha quedado firmemente establecido que usted es Cualquiera. »E n cuanto a la manera de recob rar lo que es suyo, es un asunto muy sencillo. Usted ha perdido su identidad. Una identidad es como cualquier otra cosa que la gente lleva durante mucho tiempo : tiene cara cte rís ti cas que le son propias. Le sugier o, pues, que salga y se pruebe todas las identidades del país, hasta que encuentre la que le vaya mejor. Ésa será la suya, y la persona que la tenga será el cu lpable. Todo se veía ahora tan sencillo, que no comprendían cómo no habían podido darse cuenta antes de una cosa tan obvia. Le dieron las gracias al juez y salieron a buscar una identidad que le quedara bien a Cualquiera. Cua lq ui era se sentía muy ali viado de contar al men os con una solución parcial a su problema. Y se preguntaba: "¿Quién seré?" Le pr eg un tó al Instante: — ¿ Qu i é n crees que pue da ser yo? Instante lo mi ró de la cabeza a los pies. —B ue no , eres demasi ado jo ven pa ra ser el ju ez; y si fueras él, ha br í am os tenido que consultarte a ti la sol uci ón de tu proble ma. Así que creo que el juez queda descartado. Por otra parte, estoy bastante seguro de q ue no eres yo; por que eres demas iado alto, y no tenemos los ojos del mismo color. No te pareces a un policía; tampo co pareces un herrero, porque tend rí as que tener los brazos má s largos. No , no te pareces a nadie que yo co noz ca. T e ves mu y normal..., podrías ser cualquiera. — Y a soy Cua lq ui era —p ro te st ó C ual qu i era —. Lo q ue qui ero ahora es ser alguien en concreto.
— A h —di jo el Instante—, te entiendo. Per o creo que deber ía s I rutar de ser distintas personas, y eso te dará una idea de quién te gustaría ser.
-¡Qué tontería! —respondió Cualquiera— Nadie es quien i|iiisiera ser. Nunca se ha oído semejante cosa. Tienes que ser oirá persona para que puedas querer ser quien realmente quieres ser. Si fueras quien quisieras ser, ya no querrías ser esa persona. Así que tengo que ser otro. Instante estuvo de acuerdo, y quedó tan impresionado con NU explicación que pensó que Cualquiera debía ser alguien muy inleligente. Y así salieron a probar la identidad de cada sabio del lugar. Anduvieron durante medio día hasta que llegaron a un bosque de ideas. Instante dijo que allí residían los hombres más sabios, porque un hom bre c o mú n se pe rd er í a en un sitio tan confuso, co n matorrales y enredaderas por todas partes. Es el lugar donde se sentir ía m á s a gusto una persona de altosestudios. Instante le expli có que la pre oc up ac ió n en aquel sitio era conocer cada curva y cada giro de cada arbusto, de manera que pudieras predecir la ruta que seguiría cualquier extraño que allí entrara en un día determinado, dados el punto de part ida y, po r supuesto, su destino.
Cua lq ui era estuvo a punto de preguntar cuá l era el objetivo de aquello, pero as um i ó que cualqui er cosa que no pudi era entender debía ser algo muy importante. Y decidió preguntar al Instante cuál era su destino. Instante se encogió de hombros y repuso: — N o s é siqu iera cu ál es el mí o. Pro po ngo que entremos en el bosque por un rato, a lo mejor encontramos a alguien que pudieras ser tú . Se adentraron en el bosque. No podían ver mucho por la espesura, por lo que siguieron a tientas su camino hasta que < >yeron una voz indignada: — ¿ C ó m o se atreven a a ndar po r aq uí a ciegas? N o pueden seguir por este camino. ¿A dónde se dirigen?
Cualquiera, muy desconcertado, pensó que cualquiera que fuese quien hablaba, no podía ser él: "Soy muy cortés para hablarle así a nadie", se dijo. La voz exclamó de nuevo, esta vez con gran furia: — ¡ H e preguntado c uá l es vuestro destino! Instante repl ic ó: — N o tenemos ni nguno . ¡Majaderías! —dijo la voz— Todo el mundo va en alguna dire cc ió n. Eso es parte de cualquiera, y ya que están aq uí deben ir en alguna dirección, o no estarían ni yendo ni viniendo. ¿Lo ven? Es simple lógi ca. Cual qui era, un tanto confundido por e stas palabras, le aseg ur ó a la voz que él era Cualquiera, y que estaba con Instante en este bosque no yendo o vini endo, sino busc ando; y co mo no sab ía a quién buscaba no sabía tampoco dónde estaba y, por eso, no tenía dirección alguna que seguir. La voz exclamó: —¡ Br avo , bravo! ¡Es un plac er encontrar a algu ien tan versado en la disciplina del pensamiento! Un hombre de gran estatura salió de detrás de un árbol ext endi éndo les la mano en señal de bienven ida. —¿ Es usted letrado? —l e p re gu nt ó a C ua lq ui era mi entras l e estrechaba la mano dando grandes muestras de simpatía. Cualquiera respondió: — Qu i z á s l o sea, a mable se ño r —a unqu e en real idad estaba pensando en lo p oc o amabl e que h ab í a sido el e xt ra ño hasta ese momento—. He perdido mi identidad, y estoy buscando a la perso na que la tiene. Se me oc ur ri ó que po dr í a encontr arse en este bosque. Soltando la mano de Cualquiera, el extraño propuso: —Q u i z á s yo pu eda ayudarl o. He visto muc has identi dades en mucha gente al pasar de un lado a otro de este bosque. ¿Cuál de ellas era usted?
Cua lq ui era pudo haber contestado: " N o lo sé ". Pero estaba cansado de repetir que andaba sin nombre y que no podía recordarlo. Ade má s, de momento estaba plenamente convencido de ser Cualquiera. Así que respondió: —S oy Cual qui era. El viejo sabio se inclinó para observar a Cualquiera atentamente. Inquirió: — ¿E s ése en verdad su nomb re? Cualquiera pudo haber contestado relatando las peripecias
fuera de él no es explicable en términos familiares al bosque. De manera que, como hace toda persona de gran saber cuando algo resulta inexplicable, los sabios dejaron la explicación de esas cosas a la reli gió n. La reli gió n resultaba muy buena par a explicar lo que sucedía fuera del bosque, pero no tenía mucha utilidad en el bosque, así que dejamos la religión fuera y nosotros nos quedamos dentro. N ad a de eso ten í a muc ho sentido par a Cu al qu ie ra , per o hi zo como si entendiera y siguió adelante.
que lo habían llevado ése hasta se su contentó deciren que en este momento era,allí, en pero efecto, nombre,con y que otros momentos lo era de otros. El viejo sabio lo pensó por unos momentos y sigu ió diciendo: — ¿ C ó m o puedo ayudarl o? No todos los dí as se encuentra uno con Cualquiera. El viejo sabio emit ió u na risa apagad a, repiti endo sus propias palabr as u na y ot ra vez. Sintiéndose desesperado, Cualquiera le explicó su problema al sabio, hasta donde él y el Instante podían hacerlo. El sabio se disculpó por no haber captado la seriedad de la situación, y prop uso que consu lta ran a otros sabios, y a que el pr oblema er a ciertamente de naturaleza académica. El anci ano los gu ió hasta un claro en el medi o del bosque donde, según les dijo, crecían los árboles más antiguos. Allí convocaría a los sabios, y con sus grandes mentes, todos juntos, hallarían la solución. Por el camino a través del bosque, Cualquiera preguntó al
Al poco rato, C ual qu ie ra se encontraba sentad o en el suelo, en el claro en medio del bosque, delante de un gran árbol marchito y nudoso. Lo ro deaba n los sabios provenientes de todos los rinco nes del bosque: jó vene s y ancianos, de pelo blanco o ca st año , vestidos de todas las maneras imaginables y de toda imaginable manera de hablar. Discutían los problemas de Cualquiera intentando encontrar, co mo sabios que eran, una sol uci ón lógica. C ual qu ier a se fue aburriendo poco a poco, le dio hambre, y finalmente tuvo tanto sueño que apoyándose en el Instante, se quedó dormido. La segunda cosa que le llamó la atención al despertar fue el suave tintineo de lo que parecían ser miles y miles de lejanas campanillas. El sonido lo intrigó tanto que olvidó, sin que ello le importara mucho, cuál había sido la primera. Al incorporarse, no tó que en el có mo do lecho de hier ba donde había estado durmiendo, al abrigo del agujero al pie del elevado árbol, se apreciaba la silueta no de una, sino de dos formas. De súbito, curioso al mismo tiempo que alarmado, echó una rápida mirada a su alrededor esperando descubrir a alguien a su lado. No
viejo sabio por qué los hombres de gran saber vivían en aquel bosque. Le ref iri ó la exp li ca ci ón que le h ab í a dado el Instante, y le preguntó qué había de cierto en ella. El viejo sabio, en tono de digni dad y sinceridad, dijo simplemente: —T o do cuant o hay en el antigu o bosqu e es co mpr endi do y predecible por quienes lo conocen. En cambio, cuanto hay
había nadie. Se estiró como un gato y descubrió con agradable sorpresa que estaba vestido de pies a cabeza con una ajustada y tibia malla verde, suave y ligera, de una tela que no había visto nunca antes.
Jlas aventuras Jecualquiera
El brillo del sol se reflejaba en las gotas de rocío, creando chispas de luz sobre las hojas de hier ba que bordeaban la linde del
ñÁarJ BanJler
bosque. Sal ió al ca mpo , ha ci a l a l uz, si nt ié ndo se pl eno d e u ní vigor que recorría todo su cuerpo. Quería descubrir el srcen del tintineo que de vez en cuando llenaba el aire. Siguiendo el pr im er c ami no que en c on tr ó e n d i rec ci ón a ese sonido, c am i nó un largo trecho. Empezaba a preguntarse dónde se hallaba y cuándo se enc ont ra rí a con alguien, cuando divisó una e stela de hum o que se elevaba por encima de los árboles en los que desaparecía el camino por el que iba. Al adentrarse entre los árboles pudo
Acababa de terminar de comer cuando los platos y cubiertos emitieron un fuerte silbido, y después de tres relámpagos de luz di saparecieron por completo. Al mismo tiempo, una apacible y melodiosa voz, yendo y viniendo en susurros, llenó su mente linto con toda la casa. Al principio no entendió las palabras, .Hinque de algún modo sabía su significado. Luego se hicieron has claras cuando se acercó despacio a la bola de cristal, que bri ll aba s uavemente.
oler la hoguera y, como el sonido de campanillas había cesado po r momento s, p udo oí r t am bi é n el ru mo r de un r ia ch uelo . Tras recorrer una corta distancia entre los árboles, llegó a una casa ju nto a un arroyo. Fasci nado por la belleza del lugar, ap res ur ó el paso y lla mó a la puerta. Ést a se abr ió lentamen te, y bajo el rayo de luz que entró en la casa vio la alfombra más curiosa que había visto jamás. Justamente en el centro de la alfombra, iluminada por la luz, había una enorme y pulida bo la de cri stal , casi de la m i sm a alt ura q ue él . La casa estaba en complet o silencio. D es pu és de llama r varias veces, esperando la respuesta de su morador, entró y cerró la pu ert a tras de sí. En ese mi sm o i nstante, so nó un estruendo de. miles y miles de campani ll as. C o n la puert a cerrada , el sonido disminuyó hasta ser sólo un distante murmullo, y la estancia quedó suavemente iluminada, aunque no pudo discernir el srcen de esa luz.
Se sentó en el cómodo sillón que apareció a sus pies. —Puedo r espo nder tus preguntas . P re g ú nt am e. I >a voz lo envolvía por completo, y le pareció ver haces de lux en la esfera. Respiraba profundamente, con las manos descansando cómodamente en sus costados. — ¿ Qu i é n eres? — ¿ Y qu i é n eres tú ? —r es p o nd i ó la voz . —Yo soy Cu al qu i er a —c o nt es t ó co n segu rida d. — ¿ C ó m o sabes que eres Cu al qu ie ra?
Siéntate y relájate.
"Sí, ¿cómo sé que soy Cualquiera?", se preguntó. Y pensó
cómo sería no ser cualquiera. — N o estoy seguro —c o nt es t ó f i na lm en te . — ¿ Y piensas q ue p orq ue no est ás seguro, eres Cua lq ui era ? La pregun ta lo desc onc ert ó un tanto. —N o. .. , qui ero deci r que no sé c ó mo sé que soy (¡ualquiera.
Le asaltó un pensamiento suave y melodioso: " C O M E " . Mirando alrededor, vio una olla humeante donde se cocía una
invitó la voz con persuasión.
especie de gachas, una copa llena de un líquido dorado que olía a albaricoques frescos, mantequilla y unas hogazas de pan tostado que, para su sorpresa, estaban calientes y listas para comer. Pensó que sería apropiado que comiera, porque necesitaría fuerza, cualquier cosa que fuese lo que le deparara esta aventura.
Esta pregunta lo inqu ie tó un poco. — ¿ Q u é signif ica eso? —S ig ni f ic a ap render de verda d a ser C ua l qu i er a —i ns is ti ó la voz con una risita ahogada, y se fue desvaneciendo mientras sus ojos se fijaban en la bruma que se arremolinaba en la esfera de cristal, y Cua lq ui era volvi ó a sentir el fresco olor del aire que
— ¿ T e gu st ar ía apre nder de verd ad a ser Cu al qu ie ra? — l o
había sentido esa misma mañana. Por encima de su cabeza] oyó el canto de un pájaro y el sonido del viento entre las hojas de los árboles. Las brumas se aclararon lentamente, y vio la figura de un joven vestido de verde de la cabeza a los pies, que? empezaba a despertar y a agitarse, y justamente al abrir lo. ojos oía el sonido apagado y lejano de miles de campanil las. I Cualquiera sintió acelerarse sus latidos. Se inclinó ligeramente haci a delante en el sillón. El jove n se incor por aba y mirab a el sitio donde había estado durmiendo, espiaba alrededor suyof con rápidos movimientos, y luego de estirarse y hacer un pau sa, se i ba p or el c amp o. Cualquiera seguía mirando y oyendo lo que le sucedí; al joven en la bola de cristal, pero le costaba mantener latí atención fija. Sintió que estaba tenso, como si tratara de evitar! algo; así que deliberadamente se relajó y respiró con calma ^ pro fu ndamen te. L os soni dos, ol ores e im á ge ne s que le lleg aba n de la esfera de cris tal eran ex t ra ñ am en t e familiares, a veces co mo si se trataran de recuerdos. Se incorporó levemente, prestando la máx i ma ate nci ón a lo que se desarrollaba fren te a él. O y ó el rumo r de un riachuel o. Vi o humo, y los acontecimientos dentro de la bola de cristal parecieron acelerarse. Unos golpes; en la puerta lo sorprendieron hasta el punto en que casi salta de su asiento. Oy ó una ll amada que sonaba un poco como si vinie ra desd é dentro a la vez que fuera de la bola de cristal. Era como si algui en preguntara: " ¿H ay alguien en casa?" Las bruma s se espesaron en la esfera de cris tal. C ua lq ui er a dej ó caer la cabeza haci a at rá s en el asiento, y ya no supo nada má s. I Cuando recobró la conciencia, el joven estaba terminando de comer. Cualquiera sintió un leve temblor recorrer su cuerpo cuando oyó tres fuertes silbidos seguidos por un suave y melodio so mur mul lo , y vio al joven girar se lentamente haci a élj y acercarse a través de su reflejo en la bola de cristal. Se quedóí
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par al iz ado cu ando la fi gur a p ar ec i ó detenerse just o sobre sus pies y darse m edi a vuel ta p ar a sentarse en el sil lón en el que é| mismo estaba sentado. Entonces comprendió. La voz em p ez ó a reí r quedamente, aum entando en intensi dad hasta llegar a ser una carcajada que casi lo sacudió de la silla¿ Pensó que iba a estallarle la cabeza. Final mente, se dio cu enta de que la risa ha bí a cesado. — ¿ Ya entiendes c ó mo puedes de ver dad ser Cual qui era? ] — p r eg u nt ó la voz quedam ente. — N o , n o lo ent iendo. Su mente era toda confusión. Se preguntó que pasaría ahora. —Y ah or a te preg untas q ué pa s ar á , ¿ verd ad? Cualquiera sintió que ya no soportaba más. Y así fue Recuperó sus sentidos con las primeras ráfagas del frese olor del a ire de la ma ña na . La segun da cosa qu e le l l am ' la atención fue el suave tintineo de lo que parecían miles miles de campanillas lejanas. Se incorporó de un salto bajo elevado árbol, proyectando sus pensamientos con la intenció de romper el inevitable flujo de acontecimientos. Se esforzó desesperadam ente po r log rarlo . S ab ía exactamente lo que sucedería, a menos que pudiera hacer algo al respecto! Al acercarse a los árboles de donde provenía el olor del humo el rumor del riachuelo, su respi rac ió n se volvió agitada. Se di cuenta de que estaba apretando los puños. Su visión se nubló le parec ió percibir una tenue luminosi dad aprox im ándo se po su derecha, cerca de donde el camino entraba en el grupo d árboles. Trató de alcanzarla, lanzándose con todas sus fuerza haci a el lugar de donde pro vení a.
El tiempo parec ió detenerse. Er a co mo si, de súb ito , hubier empezado a moverse dentro de un líquido espeso y viscosoSi nti ó el cuerpo pesado y lento, y un susurro sordo en los oí dos La dificultad creció cuando sus pies traspasaron el borde de
(.imino. De repente, como si hubiera estado enganchado a una gigantesca banda elástica que se rompiera de golpe, salió disparado hacia delante con tal velocidad que tropezó y cayó, Ion tanto impulso que siguió rodando un trecho por la verde y alta hierba. Vi o una enorme cria tur a de muchas patas, con anten as, que se arrastraba por un interminable bosque de plantas que se arqueaban y balanceaban, mientras sentía un fuerte olor a tierra. Se extrañó de no asustarse ante la criatura que se acercaba. Comprendió lo que pasaba cuando oyó, por encima del suave murmullo del viento entre las plantas, una voz extrañamente familiar, profunda y melodiosa: — ¿ C u á n t o t iem po pi ensas estar ah í ti rado, pas mado , c on l a nariz pegada al suelo y a la hierba? Cualquiera levantó la cabeza con expectación. Vio a un hombre con ondeantes vestiduras color púrpura y largo pelo bla nco q ue le ca í a sobre los ho mbr os. Su m i ra da era p rof unda, y Cualquiera no pudo descifrar el color de sus ojos. —¿ Dó n de estoy? — pr eg u nt ó, i nc or po rá nd os e y sen tá ndo se en el suelo. —Aquí. — S í , per o ¿d ón de ? Po dr í a estar en med io de ni ng una parte. — N o , no, no — el ho mbr e ri ó su avemente, y su b la nco p elo se movió con fluidez—. Esto podría ser el límite de ninguna parte, p ero ci ertam ente no es el c entro. Pa re cí a di vert ido , y se sentó sobre una roca, con su blanco pelo ondeante, riéndose para s í mi entr as C ua l qu i er a lo o bser vaba. Cualquiera hubiera querido preguntarle otras cosas, pero pen só que serí a i núti l. Así que pr osi gu ió su ca min o bor deando el grupo de ár bo le s, a la derecha, ec há ndo l e de vez en cua ndo una mir ada furtiv a por encim a del hombro. Des pu és que hubo avanzado un tanto, percibió una sombra que parecía seguirlo,
Iridiar J Bam
dentro de la línea de árboles, siempre a unos cien metros por detrás de él. Se mantuvo alerta. El silencio era inquietante.! De vez en cuando miraba directamente al punto donde debía estar la sombra, pero no lograba ver nada. La línea del árboles, aunque muy irregular, torcía gradualmente hacia las izquierda. Era bien entrada la tarde cuando Cualquiera se encontró ante un camino que conducía nuevamente hacia los árboles. Al principio dudó, pero al final decidió seguir el camino, pensando lo ll hab evarí ía a donde pu di eracienco ntra r a en otras personas. que Apenas a avanzado unos en metros elí interior del grupo de árboles cuando oyó un ruido apresurado j a sus espaldas. Al girar, vio una forma trémula, constantementej cambiante, que obstruía el paso de la luz, dejando el camino en penumbra. Aquello, totalmente ajeno a su experiencia, lo asustó. La figura avanzaba acercándose a él. Trató de calmarse) repitiéndose: "No hay nada que temer... Nada que temer..."; pero mientr as m á s lo dec ía , m á s mi edo le d aba. De súb ito , la extr añ a criatura se abal anz ó sobre él con un grito. Cualquiera ya no pudo controlar su miedo, y sus pensamientos desaparecieron. Logró recuperar el sentido y salió corriendo velozmente por el camino. Mientras corría a gran velocidad, aterrorizado, se sorprendió de oírse a sí mismo reír. Pero la avalancha de la desconocida criatura se oía cada vez más cerca, hasta que le pareció sentir su aliento sobre su* cabeza. Justo entonces llegó a ver un puente sobre un arroyo^ y una casa al otro lado. Acelerando aún más su carrera, atravesó velozmente el puente y, sin detenerse a preguntar sil había alguien en la casa, alcanzó la puerta, la abrió y entró cerrándola de un portazo a sus espaldas. Oyó el golpe sordo de un cuerpo pesado al otro lado de la puerta, al mismo tiempo que sonaban miles y miles de campanillas, y se desplomó.
—¿Y q ui é n eres tú? —r es o nó una vo z baj a y mel odi osa que pronto se co nvi rt i ó en una ris a at rona dora . Ent onc es si nti ó l a pri mera rá fa ga del fresco aire de la m a ñ a na . Ab ri ó los ojos lentamente. Desde atrás le llegaba el murmullo de un riachuelo, y al girarse despacio vio el agua del arroyo que brillaba bajo la luz matuti na a poc a distanc ia de él. Mi r ó a todo su alrededor, dándose la vuelta hasta que sus ojos volvieron al punto inicial. Esforzándose por mantenerse de pie, Cualquiera empezó a percibir nuevas y extrañas sensaciones. Intentó pensar. Apart ando los ojos de cuanto le rodeaba, se fijó por pri mera vez en sus manos-garr as-patas . O y ó un gri to ahog ado, y luego se dio cuenta de que pro ven ía de su pro pi a garganta. V i o sus manos, o patas, o lo que fuesen, bajo la trémula luz que se filtraba, vacilante, entre las hojas de los árboles por encima de él. Eran, de alguna manera, insustanciales; a veces le parecía poder ver a través de ellas. Pero eran al mismo tiempo increíblemente flexibles y fuertes. Todo su cuerpo estaba recubierto con el mismo lustroso pelaje. Descubrió que se sentía igualmente cómodo tanto en pie como a gatas. Una parte de su mente, sin embargo, se hallaba sorprendida y paralizada de terror, rehusando aceptar lo que veía y sentía. Notó que podía oír con más agudeza de la que jamás había tenido: podía discernir el movimiento de cada rama de los árboles balanceándose en el viento; tan distintos eran los sonidos y crujidos de cada una de ellas como las voces de una multitud de personas. Y los cambios de dirección del viento creaban un inesperado concierto de hojas en las copas de los árboles y en los arbustos. Cerró los ©jos y se sintió inmerso en un mar de sonidos. Mientras escuchaba, sentía que cada parte de su cuerpo reaccionaba a los cambios en los movimientos de las hojas bajo la fuerza del viento. Abrió los ojos, y le sorprendió ver cómo su propio cuerpo relucía irradiando en rápidos y cambiantes patrones de colo res, com pl eta mente a tono co n el envolvente
concierto de sonidos. Cuá nt o tiempo pe rma nec ió Cualq uiera en este trance, nunca llegó a saberlo. Sobre el fondo del apacible y suave movimiento de sonidos, algo atrajo su atención. Era en parte un olor, en parte uní sabor; sintió que se le erizaba el pelo de la espalda al tiempo que su cuerpo se alargaba y se aplastaba. Un gruñido casi inaudible escapó de entre sus dientes. Sin una decisión consciente de su parte, se retorció alejándose del arroyo para dirigirse a un área menos espesa de la arboleda. El sol caía casi en vertical mientras él esperaba a la sombra de los árboles, examinando acucioso el campo frente a él. Directamente enfrente, a cierta distancia vio a alguien acercándose con rapidez hacia los árboles. Tan pronto detectó la figura que se aproximaba, se quedó quieto en su posición,* con la mirada fija en ella. Sintió sus orejas moverse y apuntar en esa dirección. Percibió con toda claridad los sonidos de la respiración del hombre, sus pisadas y el roce de su vestimenta color verde claro contra la hierba y los arbustos. A medida que el hombre se acercaba al grupo de árboles, Cual qui era pudo oír el repentino cambi o en su respi rac ió n, y| captar la rigidez que adqu ir ía n sus mov imientos. Al arm ado , se pegó todavía más al suelo. De súbito, el hombre pareció salir disparado del camino para caer fuera de su vista, detrás de una gran piedra entre la alta hierba. La parte superior de la piedra aparecía envuelta en una extraña luminosidad, en la que a Cualquiera le pareció ver trazas de colores rojo y púrpura. Sin previo aviso, su cuerpo se giró suavemente hacia los árboles, para dirigirse otra vez al arroyo junto al que había despertado antes. Aunque trató de recuperar algún control de su cuerpo, no lo logró hasta que tuvo la] nariz y la boca sumergidas en el agua del arroyo. La part e de su mente que se h ab í a reh usad o antes a acept ar lo que le dec í an sus sentidos respecto al cuer po en el
que se encontraba, le exigía recuperar el control y regresar I la linde de los ár bol es, par a saber qu é ha bí a pasado con el hombre que había visto y oído allí. Algo dentro de Cualquiera se resistía, sin embargo, y tras una lucha interminable consigo mismo, por fin se dirigió lentamente .1 la arbo leda. Al llegar a su anterior lugar de observación, ya no pudo ver la extraña luminosidad sobre la roca. Ni siquiera la roca estaba allí. Esto le dio que pensar. Entonces, con otro giro involuntario del cuello, captó a su izquierda, a lo lejos, el movimiento de una figura de color verde claro. Durante gran parte de la tarde siguió a la figura vestida de verde. Sólo podía aproximarse hasta una cierta distancia, antes de que su cuerpo se rehusara a acercarse más. Pero de alguna manera sabía que era importante para él llegar a establecer contacto con el hombre. Así, dejó que su cuerpo lo siguiera de lejos, mientras se esforzaba por idear un plan que le permitiera engañar a su cuerpo y acercarse más a él. Entonces se le ocu rr ió . Recu perando la calm a, con pala bras c imágenes empezó a evocar suaves sugerencias de alimento, esperando despertar en la criatura la experiencia de comer. Al cabo de un breve lapso, percibió un flujo de energía, y sintió la saliva gotear de su boca, mientras sus manos-garraspatas se est ir aba n y en c o g í an i nvo lu nt ari ame nt e, c on las u ñ as extendiéndose y recogiéndose. Siguió así, forzando sus ojos a mantenerse fijos en el color verde claro del hombre que avanzaba a sólo cien metros de la línea de árboles. Su cuerpo respondía con presteza, agazapado contra el s uelo, mov ié ndo se ágil y silenciosame nte tras el hombre. Cuando hubo mediado la distancia con éste, empezó a enviarle señales de peligro y temor. El hombre reacc ionó inmed iatamen te, que dá ndo se paralizado. Rió para sus adentros, felicitándose por su éxito.
Proyectando alternativamente distintas imágenes, iba aprendiendo a comunicarse con el cuerpo de la criatura, y ya era capaz de controlar sus movimientos bastante bien. Cada cierto tiempo, con un nuevo olor o sonido, o una repentina oscilación de las ramas, perdía el control que había logrado, per o l o v o l ví a a rec up er ar d es p ué s. El hombre de color verde claro se encaminó nuevamente po r un se nde ro ha c i a l a ar bo le da. Cu al qu i er a ag u di z ó su vista y oído, sabiendo que pronto tendría su oportunidad. Cuando el hombre había penetrado cierta distancia entre los árbo les, Cu al qu ie ra se abala nzó corriendo d irectam ente tras él. Avanzaba ya sin ninguna precaución, y el hombre giró y se detuvo al verlo. De momento, Cualquiera pensó en esperar, pero entonces se le oc ur ri ó que qui zá s el hombre tam bi én deseaba establece r contacto. Entusiasmado, se lanzó hacia él con un grito. Súbitamente, aquél giró sobre sí mismo y salió corriendo pe netr an do m á s a ú n en l a arb ol eda . Con rapidez, evocó las sugerencias de comida y su cuerpo se precipitó tras él. Empleó toda su habilidad recién aprendida en controlar su cuerpo para no saltar sobre las espaldas del hombre que huía delante de él. El cuerpo de la criatura estaba tan absorbido por la persecución, estirando cada mú s c u l o de sus patas y ganando veloc idad en cada sa lto, que no se dio cuenta de que se aproximaban a un puente con una casa al otro lado del arroyo. Cualquiera avanzaba a grandes pasos y saltos, cubriendo cinco o seis metros con cada zancada. En medio de un salto vio que el hombre había desaparecido y en su lugar se en c o nt ró c o n una puerta. Inesper adam ente, se estrell ó cont ra ell a co n un fuerte golpe, rebo tando y cayendo al suelo, si n ll eg ar a darse cuenta del tintineo de miles y miles de campanillas.
El tiempo pareció detenerse. En su mente todo lo que había era humedad y rapidez. De una manera confusa, oscuramente recordó algo como una voz baja y melodiosa, una brumos a esfera cri stal ina y algo má s. . . Y luego, lentamente, muy lentamente, bajo el suave empuje del viento y ráfagas de lluvia, como si estuviera profundamente enraizado, empezó a balancearse despacio, muy despacio. Sólo oía a lo lejos la vaga sugestión de una brillante bola de cristal y una voz que reclamaba su atención. Oía también otras cosas, muy ajenas a las otra palabras llegó a sus oídos voz: para poder recordarlas. Finalmente, — ¿ Y qu ié n eres ahora? —ins is ti ó la voz, baja y profu nda. Estaba otra vez en el sillón, sumido en él, viendo las brumas arremoli narse en el interior de la esfera cristalina. —To da ví a soy Cu alq uier a. — ¿ Y ya sabes có mo sabes que eres Cualq uiera? —No. — ¿ Y entiendes mejor lo que de verdad es ser Cualqu ier a? Vaciló, mientras se hundía en una ensoñación. Después de un largo silencio, la voz añadió: — M u y bien. Hasta luego. Tuvo un extraño mal presentimiento al sentir la primera ráfaga del fresco aire de la mañana, y haciendo un esfuerzo se incorporó y gritó: — ¡B a st a ! —¿Sí...? —E st o no puede seguir —re pi ti ó— : Esto no puede seguir. — ¿ Y qu é crees que pod rí a detenerlo? —i nq ui ri ó la voz, co n un deje de humor. — C a da vez q ue me despierto es de m añ an a, y huelo el aire fresco y. . . , y.. .— de pronto, se ha bí a quedado sin palabras. —¿P ref eri rí as despertar en la tarde caliente y hú me da , o quiz ás por la noche? — pr eg un tó l a voz con inter és.
— N o , no ... , no es eso. E s que hago las mismas cosas una y otra vez. — M e he dado cuenta. Ya debes hacerlas bastante bien, ¿no? —S í . . . , no. .. , o sea, sí .. . —Extra ordi nario —c om en tó la voz, que no sonó muy esperanzadora—. ¿Qué es exactamente lo que quieres? — N o has respondido mi pregunta. ¿Q ui é n eres? —r ep li có , sorprendi éndose de su propia contestación. —B uen o, bueno. .. —di jo la voz, con una ri si ta— Soy un nervomismo. -¿Qué? — U n nerv omi smo . Y debo advertirt e que sól o pu edo responderte tres preguntas. Ya has hecho dos. — N o es cierto. ¿ Cu á l fue la segunda? — r ec l a m ó Cua l qu i er a indignado. —P ri me ro preguntas te q ui é n era, y cu ando te co nt es té preguntaste " ¿ Qu é ? ". Así que re pe tí la respuesta. Ya so n dos. Y si eso te parece una estupidez, considera el hecho de que ésta es la respuesta a tu tercera pregunta. Has agotado todas tus preguntas —contestó la voz con tono inflexible—, lo cual es bastante torpe. —P o r favor, po r favor: ¿p ue des co ncederm e un a p reg unt a más? —rogó desesperado. — A l menos, sé l o bastante intel igent e pa ra ped ir dos, así cuando te responda esa pregunta, te quedará una para usar —l e e x p l i c ó l a vo z. — S í , sí, ¿p ue des co ncederm e dos má s, po r favor? —B u en o, pero que sea u na p reg unt a i nteresante. — ¿ Q u i é n deci de lo que va a pasar? —i nq u i r i ó , so rp rend ié ndos e otra vez de su propia pregunta. Cualquiera se sintió barrido por el estruendoso aplauso que surgió de todos los rincones de la casa. Al desvanecerse el aplauso, oyó la carcajada de la voz, y luego:
Sintió
una
multitud
de
imágenes
y
voces
que
parecía
— ¿ Q u é quieres saber ex actament e de l o que va a pasar? He sido alguien vestido de verde y conozco dos rutas para llegar aquí desde la arboleda. He sido otras cosas también, cosas que no logro entender o que, al menos, no puedo explicar en este momento. Pero lo que de verdad quiero saber es quién decide qué cosa seré la siguiente vez —hizo una pausa, sin aliento. Inesperadamente, la habitación se iluminó y oyó las campanillas sonar. Su visión se hizo borrosa, y cuando pudo enfocar la vista de nuevo se hallaba sentado entre dos personas.
pr oven ir de su int eri or, y dej ó de segu ir los mo vi mi ent os de su cuerpo. Percibió un viento fresco rizándole los cabellos, y suaves sonidos que lo envolvían calladamente. Por su izquierda oyó una música a gran distancia. Lentamente abrió los ojos. Las primeras imágenes que vio le hic iero n dar un grito y volvió a cerrarlos. Po co a poc o co br ó conciencia de una voz que lo tranquilizaba, murmurándole al oído que estaba a salvo y que no debía tener miedo de lo que viera.
A anco un lado él estaba un hombre abundante y largo pelo bl co n de suaves vestiduras c ol or p de ú r pu ra ; al ot ro, una mu jer vestida de rojo, de pelo negro que le caía en cascada sobre la espalda, dejando algunos rizos sobre los hombros. Ambos lo observaban como aguardando oírlo hablar. Se preguntó que esperarían que dijera, cuando los dos se miraron e intercambiaron una tenue sonrisa. N o t en í a i dea de c u á nt o ti emp o du r ó aqu ell a sonri sa; era como si el tiempo se hubiera detenido. — ¿ Q u é si gnif ic a par a el ti emp o estar detenido? — i nq u i ri ó el hombre, mirando intensamente a Cualquiera desde debajo de sus pobladas cejas. — A c t ú a co mo s i tod o fuer a no rm al —l e a p r em i ó l a muj er en voz baja. Todo su cuerpo se enervó al oír su voz, alarmado po r l a i mp l i c ac i ón de estas p ala bras . — ¿ P u ed es resp onder mi preg unta ? —d ij o el ho mbr e, recobrando su tenue sonrisa. — H a z lo que él di ga —l e su su rr ó la mujer, que ah or a
La voz lo instó a abrir los ojos de nuevo. Lo hizo. Tardó unos segundos en calmarse, dirigiendo su respiración con regularidad hasta sentirse tranquilo. Estaba de pie sobre el borde de un enorme risco. Ante él se extendían tierras, bosques y montañas hasta el océano. Adonde quiera que dirigiera su vista y sus oídos desde allí po dí a ver y oí r cu ant o su ce dí a. La in fi nit a var i eda d de lo que percibía lo inquietó, quedándose quieto, sin atreverse a moverse por miedo a perder el equilibrio. Poco a poco, su vista y su oído fueron atraídos por una zona arbolada, muy abajo y lejos a su izquierda, en donde concentró toda
reprimía su risa.
Cerró los ojos y sintió cómo ambos lo tomaban por los braz os. Iba a protest ar, pero un a se ns ac i ón de mo vi mi ent o lo invadió mientras ellos, sosteniéndole las muñecas y los
codos, le movían los brazos, al principio acercándolos y apa rt ánd ol os , y ace rcá ndol os nuevamente.
su atención.
Pronto su atención se enfocó en una pequeña casa en el cam po. El tejado par ec i ó desvanecerse an te sus ojos y pu do contemplar a un joven vestido de color verde claro, comiendo ante una mesa. Y a través del espacio oyó su propia voz, habla ndo con firmeza, que ll enaba la ca sa. El jo ven se acer có colocándose enfrente de una esfera de cristal que brillaba con luz tenue. —S i é nt at e y relá ja te —i nv i t ó amab le ment e al j ov en —. Puedo responder tus preguntas. Pregúntame —le dijo. Al hacerlo, oyó las risas suaves y agradables de un hombre y una mujer. Levantando la mirada, vio un rastro de tonalidades
p úr pu ra s y rojas pe rd i én do se en el ci elo. Vol vió a mi ra r just o a tiempo para oír al joven vestido de verde que preguntaba: — ¿ Q u i é n eres? Le sobrevino una ensoñación de la que no pudo recordar des pu és todos los detalles. Vi o a una Princ esa cabalg ar sobre un caballo , a un Rey entristecido y una gran hogu era. Vi o un misterioso objeto de cristal brillante y reluciente, frente al que se sinti ó a la vez intr igado y temeroso. Por úl ti mo, se vio a sí mismo atravesando un largo túnel para entrar en un bosque. Avanzó despacio hasta un claro del bosque, donde estaba
sentado un anciano de pelo blanco con brillantes vestiduras de color púrpura. El anciano se dirigió a Cualquiera como si lo hubiera estado esperando largo tiempo y le dijo: — ¿ Q u é qui eres? Cualquiera se oyó a sí mismo contestar: — Qu i er o ser al gu ie n, al gu ie n en co ncr et o. El anciano rió y dijo: —P ob re t onto , has si do al gu ie n en co ncr eto to do el ti emp o; sólo que no lo sabes. El anci ano de vestiduras col or p ú rp u ra se rió para sí mismo, cada vez más y más fuerte, hasta que Cualquiera no pudo soportar el estruendo. Se dirigió hacia él, pero se encontró corriendo dentro de una nube, y por más que se esforzara no lograba avanzar ni un paso. Al dejar de correr, cayó al suelo. —¡ E s t o y atr apa do, estoy at rap ado! — g r i t ó . Gri tando y pate ando, despe rt ó de su sueño para descubrir que no estaban allí los sabios del bosque ni Instante. En realidad, no había tampoco bosque, ni claro alguno, ni siquiera árbol; sólo Cualquiera, que se sintió algo mejor ya que al menos sabía quién era.
ualquiera recobraba poco a poco el sentido, y recordaba lo bien que había comido la última vez que lo
hizo. De repente se dio cuenta de que no estaba en cama, ni soñando, sino acostado con la espalda en el suelo. Se dijo a sí mismo: "Otra vez no puede ser. Esto debe acabar en alguna parte." Cuando empezabjB a abr ir los ojos se le ocu rr ió : "Esp era, ¿no sería m ejor se g u í » soñando?"
Pero a medida que se le aclaraba la mente, convino en que, si bien esto podría ser un sueño, también podría serl agradable. Sin embargo, al abrir los ojos despacio, el sol lo cegó y sólo alcanzó a ver líneas onduladas. Por un momento! sintió náuseas, y luego hizo un esfuerzo por recuperar la visión, pestañeando una y otra vez y sacudiendo la cabeza. 1 Por fin el mundo se detuvo. Se encontró sentado en una! roca desde la que divisaba un hermoso valle. Exclamó en vom alta, aunque en realidad se dirigía a sí mismo: — ¿ C ó m o ll egu é aq uí ? ¿. . . Y dó nd e es aq uí ?
Para su sorpresa, una voz le respondió: — A q u í es aq u í , po r supuest o, ¿ c ó mo p o dr í a ser de o t r a manera? Cualquiera se giró lo más rápido que pudo, pero a su alrededor sólo vio vacío . Est aba tan seguro de que encont rar ía"
a alguien, que se quedó como hechizado. Sin entender cómo no podía ver a nadie, finalmente suspiró y, dándose una pa lm ada en l a me ji ll a, dij o: — A h o r a s í que teng o pr ob le mas . Oi g o voces sin qu e ha ya nadie. Debo estar enloqueciendo. A esto, la voz replicó, para mayor sorpresa de Cualquiera: —¿ As í que no soy nadi e? Cualquiera volvió a girarse mirando a todas partes, pero lampoco pudo ver a nadie esta vez. En medio de la confusión en
la que estaba, llegó a decir: — L o s iento , pe ro . . . Es de ci r. .. , pi do dis cu lpas, pe ro .. . me lias sorprendido, y no logro verte. —¡ Es o es! — r e s p o n d i ó l a v o z — Y, co mo todo s l os tonto s, sólo porque no ves algo supones que no hay nada, ¿verdad? Bueno, no sólo Cualquiera pensaba que hay que ver para ' ¡Peer; muchas otras personas respetables piensan lo mismo. Y, romo Cualquiera le explicó a la voz, ésta parece ser una actitud muy racional. ha voz se burló de Cualquiera, que estaba siendo muy lógico:
¡Aah hh , tonto!... ¡ Qu é ton to! ¿H as tenido algu na vez un resfriado? —Pues .. . sí, l o he ten ido — r e s p o n d i ó C u al q ui er a. ¿Y creíste en él? -¡Claro que creí en él! Pero, ¿podías verlo? —exclamó la voz.
Esto confundió a Cualquiera, que protestó diciendo que no < ii lo mismo. Pero la voz continuó razonando sobre el mismo (Milit
o:
¿ Q u é me dices del aire? ¿Cr ee s que existe el aire? ¿O el •Bor? ¿Y la amistad? Finalmente, Cualquiera, que hubo de aceptar su derrota, I ircguntó a la voz cómo era vivir sin tener cuerpo.
La voz ir ru mp i ó en risa, en una larga carcajada. Finalmente , pregunt ó:
— ¿ P o r q u é piens as que no tengo cu erp o, só lo po rq ue no lo ves? —B u en o, lo supuse. —S up us is te .. . —i ns i st i ó la voz c on ru dez a— . Sup ones demasiado. Ese es tu problema, ¿verdad? Cualquiera le aseguró a la voz que no lo sabía. De hecho, no sabía nada, excepto que él era Cualquiera. Le dijo a la voz:
— N o sé dó nd e estoy, ni si qui era c uá nt o ti empo ll evo aq uí . La voz soltó una estruendosa carcajada y repuso, imitando el habla de un anciano: — ¿ T i e m p o . . . ? Ee hhh. . . ¿ Q u é si gni fi ca eso? El t ie mpo n o es nada en absoluto —y continuó riendo—: ¿Qué significa haber leído un libro? No significa nada, ¿verdad? Cua lq ui era sólo pudo responder que, has ta donde le pa rec ía a él, nada significaba nada. Pero al decirlo le sonó como una estupidez. La voz, sin embargo, le contestó: — E h , ¿ qu é t e parec e?: " N a da s ig nif ic a nada ." Y agregó:
— C r eo que nos va mo s a ll evar mu y b ie n. Entonces, una brillante luz cegó a Cualquiera que, con un ¡pufff...!, vio aparecer delante de sus ojos la figura de un hombre. — ¿ D e dó nd e saliste? — e x c l a m ó Cu al qu i er a, asustado . S e sentía muy confundido con todo lo que le estaba pasando. La fi gura avan zó un paso y, ri endo, dijo: — N o te preocu pes de d ó n d e he veni do; bas ta co n que esté aquí y puedas verme. Si supieras la manera de saberlo, habrías sabido que estuve aquí todo el tiempo, y entonce me habrías visto. Pero no tenemos tiempo para esas cosas. Debemos irnos. ¿Est ás listo?
— ¿ P a r a q ué? — p ro t est ó Cualquiera. — P ar a enco ntr arn os c on el la , p or sup uesto — r es p o n di ó la figura con aire de gran sorpresa—. ¿No lo sabes? — ¿ S a b e r q ué? —insistió Cua lquiera. La figura respondió con una gran carcajada que puso a Cualquiera muy nervioso, porque no sabía de qué se reía y| pe ns ó, cl aro, que de bí a reí rse de él, lo que no le gu st ó nada. Esperó pacientemente, mientras el hombre seguía riendo sin la me nor preo cup aci ón. Cuando cesó de reír, le dijo a Cualquiera, que permanecía atento: —V ay á mo no s . De j é mo no s de to nt er í as, que algo muc ho más importante nos espera. Cualquiera se puso instintivamente en camino, siguiendo al extraño, pero de repente se detuvo y exclamó: — ¿ P o r q u é debo ir co nti go ? ¿ Qu i é n eres? ¿ Qu é es tan importante? El extraño dio media vuelta despacio, miró a Cualquiera, y em pe zó a decir lentam ente: — N o debes pr eg unt ar po r q u é . En cu ant o a q u i é n soy, p o dr í as dec ir que soy al gu ie n que ay ud a a gente c om o tú, ; que está perdida en un sentido muy especial de la palabra; per o és a serí a, po r supu esto, só lo u na ma nera de des cr ib ir quién soy. Cualquiera insistió: —D eb es tener un no mb re .. . — U n no mb re, ¿ qu é hay en u n no mbre?
Cualquiera, que ya estaba preparado para cualquier tontería, replicó: — E n un no mb re hay letras o, si no es tá escr it o, po r lo menos hay sonidos. — E n efecto —r ec o no c i ó el ex t r añ o —, en mi nombr e hay seis letras: T- I- E- M- P- O.
Cualquiera se dio cuenta de inmediato de que esas letras formaban la palabra "tiempo", pero pensó que era un nombre ext rañ o para cualquiera. El probl ema es que cuando te llamas Cualquiera, no puedes decir una cosa así. Así que se dio por satisfecho, pero sigui ó insisti endo: —¿Adonde va mos , T iem p o? — A enc ontr arno s co n ell a —r es p o nd i ó . De repente, Cualquiera recordó lo que Tiempo acababa de decir hacía pocos minutos: "¿Qué significa el Tiempo? El tiempo no es nada en absoluto". Y añadió, aunque era un cambio de tema: — E l T i em p o s í sign if ic a al go .. .: tú . Ti emp o igno ró ese comentario y siguió avanzando, d ejando bi en cl aro pa ra Cu al qu i er a que no de bí a n hac erl a esperar. Con esto, el Tiempo empezó a correr y Cualquiera lo siguió lo mejor que pudo, pensando que es mejor estar en algún sitio con Tiempo que sin él. Corrieron durante una hora hasta llegar al pie de una alta montaña solitaria. Cualquiera se detuvo a mirarla, alta y solemne, sin nada que la rodeara. Se diri gi ó al Ti em po y le dijo: —E st o y mu y ca nsado , y tengo ha mb re. No voy a sub ir la montaña, a menos que me des una buena razón para ello. Tiempo, que para ese momento ya casi había perdido la paciencia con Cualquiera, le respondió que en la cima encontraría alimento y descanso, mientras que al pie de la montaña sólo había descanso. Antes de que Cualquiera pu di era contes tar, el T i emp o ya esta ba ava nza ndo , y to do lo que Cualquiera pudo hacer fue seguirlo cansadamente. Tardar on horas en alcanzar la cima , pero al final Cual qui era y el Tie mpo llegaron al borde de un magní fi co ja rd ín , (malquiera no lograba ver ninguna casa o castillo, nada que no fuera el ja rdí n. Mi ró a su alred edor, pr eg un tá ndo se que
p o dí a ha ber aq uí ar ri ba que fuer a tan im po rt ant e. T i em p o , que parecía leer la mente de Cualquiera, le aseguró que no había casa alguna, pero sí mucha comida. —S abe s —l e dij o el T i em p o — , la D a m a es de gra ndes poderes, de mo do que nu nc a ll ueve en tod o el j ar dí n a la vez ni tampoco hace demasiado calor. No hay necesidad de ocultarse de la naturaleza. La naturaleza y la Dama son buenas ami gas , y entre ambas co nst ruy ero n este j a r dí n co n sus poderes. Para entonces, Cualquiera había empezado a sentirse verdaderamente a gusto con el Tiempo, aunque hubiera] deseado que se cambiara el nombre. Entraron en el jardín,! y Cualquiera admiró su belleza. Pronto llegaron a un claro, un área verde en cuyo centro había un pabellón de piedra con un a cascada que llenaba un amp li o estan que; ju nto 1 éste, una mesa de roble repleta con toda clase de alimentos. Col oca ndo el brazo sobre la espa lda de Cualqu iera, Ti emp o lo acercó a la mesa. Ambos comieron hasta hartarse. Finalmente, cómodamente sentados y bebiendo sorbos de vino, Tiempo empezó a hablar: —C ua l q ui er a, ami go mí o, qu i zá s no sepas m uc ho ace rc a de ti mi smo , de dó nd e provienes, ni si qui era adonde vas; peroj te aseguro que comer sí sabes. Tiempo se rió de buena gana. Cualquiera se sentía mejor de lo que se había sentido en largo tiempo. Se le ocurrió hacefl algunas preguntas, pero pensó que nunca sacaba nada buendj de ello, así que se recostó en su asiento y sonrió. Casi inmediatamente se quedó dormido y, aunque n p o dí a r ec or dar mu ch o de sus s ue ño s, vi o un a en or me fuente de la que manaba el agua más maravillosa. Se sintió elevado en el aire y flotando e n el espacio. Vi o al mago d e p ú rp u r as vestiduras y lo oyó murmurar en su oído, pero no pudo entender qué decía.
Súbitamente se dio cuenta de que soñaba y, lo que es peor, de que estaba desp ert ando. Su ment e se ac el er ó y su corazón empezó a latir con fuerza. Pensó: "¿Dónde estaré ahora? Justamente cu ando h ab í a encontrado un lug ar en el que estaba a gusto". Abrió los ojos despacio y suspiró con alivio. Seg uí a en el ja rd ín , y el Ti emp o estaba a su lado, sentado ju nto al estanque, bal ance ando los pies en el agua y acariciando con los dedos las piedras del pabellón. Notó que Cualquiera lo observaba, y le dijo:
— Ya despier tas, so ño l i en t o ami go . Dema si ad o vi no , me atrevería a decir. Pero la Dama quiso dejarte dormir, así que has dormido; mejor te lavas la cara y te pones presentable pa ra ir ante el la. Cualquiera se lavó y siguió a Tiempo a través del bosque hasta otro claro del jardín. Se detuvo de golpe cuando la vio. No era tan suave y del ic ada c om o h ab í a esper ado, un a especie de gentil y co rt és fant así a femenina. Er a má s bien alta e imponente y, no obstante, a su manera, más hermosa que cualquier otra mujer que hubiera visto. Se hallaba envuelta en vestiduras de color rojo brillante, y era como una gran rosa carmesí en medio del verde jardín. No se giró a mirar ni dio señal alguna de advertir su presencia, pero Cualquiera sintió que sabía que se acercaban. Al final habló lentamente, y Cualquiera reconoció una inflexión inteligente que guiaba unas palabras bien escogidas. — A l f i n has lle gado. So ñé que ve nd rí as . ¿F ue dur o el viaje? —g i ró su rost ro p ar a mi ra r a Cu al qu i er a, que la obs erva ba. — ¿ Q u é q ueréis de mí? — in q u i r i ó Cua lquiera con la v oz m á s casual que pudo musitar; en el fondo estaba aterrorizado. — U n favor —r e sp o nd i ó ell a. Pa re c í a busc ar algo en Cualquiera con su mirada. El estaba sorprendido a la vez que asustado. — ¿ Q u é p o dr í a q uer er de mí un a p ers ona tan nota bl e? Yo
ni siquiera sé... —su voz se apagó porque la Dama empezó a negar con la cabeza, sin él saber qué era lo que negaba. Se quedó callado. Ella le sonrió, y eso le hizo sentir diferente, más tranquilo. Le dijo: — N o temas. No te ha ré ni ng ú n da ñ o . Y el favor que necesito te lo explicaré más tarde. Por los momentos, sé mi bi enve ni do hu é sp ed . Cua lq ui era pasó los tr es días siguien tes en el ja rd ín . Pas ó
el tiempo con la Dama y con Tiempo, aunque no pudo averiguar casi nada. Ellos reían y le daban respuestas tontas. Le preguntó su nombre a la Dama, pero ella le respondió: —P ue des l l am ar me he ch ic er a o br uj a, o ll am ar me pri ncesa, per o nu nc a da r é mi no mb re a Cu al qu i er a, po rq ue en mi nombre reside gran poder. Al finalizar el tercer día, llegó el Tiempo para llevarse a j Cua lq ui era del estanque, en el que se estaba ba ña nd o . Se dirigi eron al otro claro del jardín, donde estaba la Dama sentada en un diván de terciopelo. Cualquiera entró en el claro, maravillado de su belleza, y enton ces rep ri mi ó un grito ahog ado. A la derecha de I la Dam a estaba el Ma go de vestidura pú rp ur a. Cualquiera cayó de rodillas, pidiendo compasión. El Mago se acercó enojado. —¡ Ba st a! S er é na t e, n o tenemo s ti emp o par a ll or iq ueo s. Cualquiera se puso en pie de un salto y observó a las dos poder osas f ig ur as. El vi ejo Ma g o se se nt ó. — M e j o r así , m uc ha ch o. Gu ar da t u ent erez a. T end r á s que vértelas con cosas mucho peores que yo antes de que todo termine. Cualquiera tembló de miedo. —A nt es de q ue t er mi ne, ¿q ué ? — di j o, co n temo r. El Mago le indicó a Cualquiera con un gesto que se sentara.
—E s c u c ha b ie n, mu ch ac ho , tienes mu c ho que ap render y mucho que hacer. Debes perdonarnos por la manera en que llegaste, pero teníamos que asegurarnos de que nadie supiera qu ié n eres. —B ue no , eso no era ni ng ún pr ob le ma —r ep l i c ó Cualquiera—. Yo mismo no sé quién soy. — C r é e me —l e ad vi rt ió el Ma g o — , es mejo r q ue no sepas quién eres realmente. Cualquiera se sintió angustiado por estas palabras, y la pr eo cu pa ci ón se l e refl ejó en el rostro. La Dama lo miró con simpatía, y le dijo para tranquilizarlo que mientras no supiera quién era en realidad, nadie tendría po der sobr e él ni po der pa ra hac erl e da ñ o . Y c o nt i nu ó diciéndole: — E l po der par a lanz ar un hec hiz o reside en saber q ué pal abras usar con cada persona en particular. El nombre de cada quien es la palabr a má s poderosa, así como ciertas palabras de la histori a personal. To dos tenemos nuestra his tori a, aunque la mant engam os en secreto, así como mantenemos nuestros nombres en secreto. Pero los poderes malignos con los que hemos de enfrentarnos saben mucho de nosotros. Tienen muchos espías, y nuestros poderes hasta ahor a ha n sido equi parados po r los suyos. »Recientemente, todos los que aquí estamos hemos recibido un golpe mortal. Nosotros, los sabios que durante siglos hemos protegido todos los mundos a nuestra costa, ahora estamos en peligro. El Maestro de lo Desconocido ha descubierto mi nombre y quizás también los de mis nobles amigos que residen aquí conmigo. Sentimos que nuestros poderes se deb il it an, y la suerte de qui enes, si n saberl o, son nuestros protegidos, está amenazada. »Te hemos escogido a ti de entre ellos para que nos ayudes en esta hora de necesidad. Tú estás protegido por tu propia ignorancia, y deseamos que seas nuestro ejército.
Cualquiera no podía creer lo que estaba oyendo. Se sentía a la vez honr ado y lleno de terror . M i r ó a la Da m a aturdido. —P er o, ¿c ó mo pu edo ser yo un ej ér ci to ? El Mago intervino. — S í , ¿ ex ac t am en t e, q u é si gni fi ca pa ra un sol o ho mbre ser un ejército? Ésta es tu tarea. Debes adentrarte en los dominios de lo Desconocido. Tú solo debes cruzar la barrera que ninguno de nosotros se ha atrevido a cruzar. Pero, lo más importante: debes regresar y traer contigo información; información vital sobre el alcance de lo Desconocido en el más allá. ¿Me entiendes? —el Mago miró a Cualquiera, que no dejaba de prestarle toda su atención. Cualquiera
exclamó:
— N o pu ed o. . . N o m e haga n hac erl o, yo so y. .. Es dec i r. .., yo. .. —y emp ez ó a gemir en tre sollozos. El Mago le dio una palmada y lo sacudió. — ¡ Ma n t e n t u entereza ! Tú eres sól o u na p e q u e ñ a pa rt í c ul a de un vasto unive rso. ¿ Cr ee s que tienes mu ch o que perder? j Repentinamente, Cualquiera recobró la calma. Lo que el Mago acababa de decir cristalizó en su mente. No tenía nada en realidad, así que no tenía nada que perder. Pensó pa ra sí: "A rr i es ga ré to da la nad a que tengo, y af ro nt ar é lo Desconocido en busca de algo". Este pensamiento le dio una sensación de propósito..., que era algo por lo que valía la
pe na no tener nada . De l miedo,
pa só a
la
fría
y firme r esol ució n. Res pir ó
pr of und amente y se di ri gi ó a la Da m a , que h a bí a estado observando pacientemente su descontrol. —I r é . H a r é lo que me pi den. Enf rent ar lo Desc ono ci do allá fuera no puede ser peor que enfrentar aquí todo lo que no sé. La Dama y el Mago sonrieron, y todos juntos disfrutaron de un gran banquete. Convocaron a todos los sabios, quienes
instruyeron a Cualq ui era sob re cuan to sab ía n de los mét od os de su adversario. Le enseñaron hechizos y contrahechizos, pal abra s y cosas má g i c as , enc ant ami ent os y def ensas .. .; to do lo que pensaron que podría servirle a su valiente guerrero. Cualquiera durmió bien aquella noche, y pasó toda la semana siguiente prac tic ando sus conoci miento s y sus nuevas habilidades. Finalmente, el Mago vino a él y le dijo: — M i ami go , es ho ra de parti r. E l Ti em p o ser á tu gu í a hast a dond e él pueda guia rte; lue go dep end er ás de ti mismo. Po drí as necesitar más práctica, pero eso sería ya sólo historia..., pel ig ros a p or qu e p o dr í a ser us ada en tu co ntr a. Par te y a. Te deseo un regreso rá p i do y salvo; per o no regreses si no traes parte de su hi st ori a, o lo m á s pr ob able es que ya no exi sta lugar a donde regresar. El Mago dio unas palmadas a Cualquiera en la espalda y lo acompañó al borde de la montaña. Tiempo había reunido pro vis io nes pa ra amb os . La s ca rg ar on a sus espal das y empre ndier on el viaje. Cualquiera y el Tiempo bajaron de la montaña y atravesaron rápido y en silencio un tupido bosque durante dos días, hasta llegar a un claro. Cualquiera contempló el pa is aj e, qu e se e x t e n d í a p o r mi ll as y mi l la s. T o d o lo qu e h a b í a
era nada y más nada. Una gran llanura ante ellos. Tiempo se giró hacia Cualquiera y le extendió la mano en señal de amistad. Cualquiera supo que era el momento de separarse. Tiempo
dijo:
— H as t a aq u í hem os ll ega do, mi val ient e c o m p a ñ er o . Ahora debemos separarnos; yo no puedo continuar. Cualquiera hubiera deseado que el Tiempo lo siguiera acompañando,
pero
sabía
que
sería
inútil
pedirle
que
continuara el viaje. Así, pues, Cualquiera se despidió y siguió su camino solo. Tiempo se detuvo para mirarlo marchar. Cualquiera giró la
cabez a just o a tiempo par a ver al Ti em po disolverse en el aire. .. , ¡pufTF...!, y c om pr en di ó que a partir de ahora esta ba realmente solo. Los días transcurrían con lentitud. Cualquiera cruzó la extensa llanura y llegó a un bosque, distinto de todos los que había visto antes. Con cierto recelo, se adentró entre los árboles. Avanzó despacio a través de millas de árboles, con ojos y oídos alerta, pero no llegó a percibir nada extraordinario, aunque sabía que su sensación de desasosiego provenía de algo más que los extraños árboles que lo rodeaban. De pronto, algo lo golpeó por detrás. Se giró tan rápido que pu do ver cayendo al s uelo la pi edr eci ll a que lo ha bí a golp eado. ' Era tanto su miedo, que todo le parecía desarrollarse con extrema lentitud. Le vant ó la mir ada y se enco ntr ó cara a car^j con un extraño anciano, encorvado y cargado de espaldas po r l os añ os , arr opa do co mo un mendi go . — ¿ P u ed es dar al go de co mer a este viej o h amb ri ent o? Sintiéndose aliviado, Cualquiera sacó un trozo de pan de su mochila y se lo dio al anciano. Éste empezó a comerlo mientras miraba a Cualquiera con el rabillo del ojo. — ¿ Q u i é n eres, mi qu eri do jo ven, que atraviesas solo mi bosq ue, sin pr ot ec c i ón co ntr a las fuerzas qu e habi tan en él? Cualquiera, que se había relajado un tanto, se puso tenso otra vez. —S o y . . . , soy C ua l qu ie ra , y v oy ... —se di o cu enta de que iba sin ningún destino—No tengo..., no... er... ah... a... El anciano lo yen int err ump ióuien? : —¿ E s t á s hu do de a lg — S í , sí. Así es.. . Y no sé adond e voy. El anciano pareció complacido por ello. — ¿ Y no sabes a d ó nd e t e di rig es? Cualquiera trató de aprovechar el momento.
— N a d a —r es p on di ó é st e— . Só lo hab la ba c onm ig o mis mo. Pero, ¿quién eres tú, en realidad, que osas penetrar en mi bos que? Cualquiera le aseguró al anciano que de buen grado saldría del bosque, si él le mostrara el camino; pero el anciano sacudió la cabeza en una negativa y sacó una larga espada de su capa. Su aspecto no era ya el de un anciano, sino el de un gran guerrero esculpido en bronce, intrépido y mortal. Cualquiera se llenó de temor. Su mente recorrió todas las enseñanzas que había recibido del Mago, hasta recordar la des cr ip ci ón de este Gu ar di á n del bosque. Entonces le gri tó: ¡ —¡ T al vez tu espa da sea tan l iv i ana q ue te levante a ti! — l o dijo mirando al brazo del Guardián, y su mano que sostenía la espada emp ez ó a elevarse en el aire. —¡ Sa b ré ar re gl á rm el as ! —r ep l i c ó el anc ia no conv erti do ahora en guerrero, y el movimiento ascendente de la espada se detuvo. Le sonrió a Cualquiera, diciendo:
Cualquiera recitó: — L a ca bez a es al so mbr ero co mo el cu erp o a l _, y yo soy a mí co mo tú a , y los pal os a las Tes co mo los puntos a las . Mientras los parpados del anciano-guerrero se hacían pesados, Cu al qu i er a lo oy ó m ur mu ra r: — E s t á s pet ri fi cado antes de ti emp o. Cualquiera se sintió paralizado, y un escalofrío recorrió su espalda. El anciano-guerrero avanzó ciegamente hacia él, sosteniendo la espada en el aire. — Av a nz ar á s sin tr op iez o, s iem pre c on t u mej or pie del ante — a l c a nz ó a dec ir C ua l qu i er a, co n la vo z ent rec ort ada. El movimiento del anciano-guerrero se fue deteniendo mientras que su pie derecho avanzaba lentamente hacia Cualquiera, y el izquierdo... permanecía atrás. Cualquiera soltó una risita, diciendo: —S or pr end ent e. .. Les das un mi l í me t ro y avan zan un kil ómet ro. E so pod rí a darte un dolor d e cabeza que te parti era por l a mi tad —C ua l q ui er a ha br í a di ch o que el Gu a r di á n del bosqu e emp ez ab a a que bra rse —. ¡ Gu ar da tu enterez a! —l e ordenó mordazmente— Piensa que pudo haber sido peor: po dr í a h abert e co nver ti do en un a asti ll a, en un a i mag en, en mi taza de té . . . , o en un saco de palabras vacías . —¡ Ya basta! — e x c l a m ó el Gu a r di á n , bastante mal tr ec ho por l a exp eri enc ia . — N o de l t odo. Cr eo que de be rí as sentarte mientr as pi enso dijo Cualquiera, buscando qué hacer a continuación.
— S í , pu edo ar re gl á rm el as , tan rá p i do co mo late tu corazón. —N at ur al ment e —d i j o sol emnement e Cu al qu i er a— , tan pr ont o c om o resp ondas mi acert ij o. —E mp i ez a, po r favor. C o nt i nú a —i nsi st i ó el anc ian oguerrero.
—P re fe ri rí a acost arme —r es p o nd i ó el Gu ar di á n, lo que era totalmente cierto. —P o r supues to —l e co nt es t ó Cu al qu i er a, co n ac i dez —, | tero eso te daría nuevos bríos. La Espada cayó al suelo, y la figura del guerrero se tornó anciana y marchita otra vez.
— N o t engo f utur o p or ahor a, y estoy b usc ando uno —d i j o, con la mayor convic ci ón que pudo. El anciano empezó a hablar en acertijos, que Cualquiera no pudo entender. Su habla era enigmática: — C ab a l l o al g alo pe, serpi ente desl izant e, c onj uro ri su eñ o, desvanescencia... De pronto se le ocurrió que el anciano podría estar intentando atacarlo con hechizos. — ¿ Q u é está s haci endo? —l e i nq ui ri ó.
— ¡ N o me destruyas ! —l e r o g ó — Ig no ra ba que tuvi eras tales poderes. El Guardián se seguía quejando, pero Cualquiera lo hizo dormi r, desvaneciendo el dolor: —D ue r me pro fun dament e, oh Gu ar di á n , co n un a c an ci ón en tu corazón y tu bolsa repleta de sueños, hasta que yo te llame —le ordenó Cualquiera, y siguió su camino. Se sentía muy cansado, a la vez que asustado, y muy impr esio nado por sus nuevos poderes. Ha b í a aprendi do má
— T e ha n envi ado desde l a m o nt a ñ a . En su l oc ur a me han subestimado una vez más, y tú has caminado hacia tu muerte. U n a fig ura em p e z ó a sali r de entre los velos de seda. Cualquiera la observó intrigado y espantado a la vez por lo mucho que esa persona sabía y por la mención de su muerte. Pero él hab í a venido dispuesto a morir , y lo ha rí a si fuera necesario. La enorme figura salió de la tienda. Tenía el cuerpo de un
de lo que de las enseñanzas recibidas, pero ahora sólo sospechaba deseaba descansar un rato. Encontró cobijo enpo u lugar donde se dispuso a dormir. Inmediatamente, Cu al qu ie ra tuvo un su eñ o, o lo que pens . que era un sueño. En su mente, se esforzaba por abrir un multitud de puertas fuertemente cerradas; una por una 1 ab rí a sin encontrar nada dentro. U n a tras otra las puert cedían a su esfuerzo, mostrando siempre una habitació vacía. Entonces se dio cuenta de que no era su mente la qu efectuaba una búsqueda sino que, por el contrario, alguie bu sc aba dent ro de su ment e. Se es fo rz ó po r despertar, pe no pudo lograrlo. Luchó consigo mismo por recobrar 1 conciencia y, cuando al fin lo hizo, descubrió que no estab ya en el bosque, ni durmiendo. Estaba de pie en un pati vacío excepto por una persona a la que no podía ver, qu le ha bl ó desde una tienda de paredes de seda sit uada en centro del patio:
hombre y la cabeza de un oso, de o eso parecía. tenía manos normales, sino grandes garras largas uñas.No Cualquiera dio un paso atrás y exclamó con la voz entrecortada: — ¿ Q u é d añ o po dr í a hacerte? Soy p eq u eñ o, y tú tan fiero... La figura se detuvo, observando a Cualquiera. —P er o tú sabes c ó m o , ¿ ve rd ad ? Cualquiera pretextó estar soñando; le replicó que nada de esto era real, y nadie puede hac er da ñ o a nadie en un sueño . Y. . . ¡Pufff...! La fi gur a ya no era un monstruo, s ino un hombr e co mú n y corrien te. — ¿ Q u é has h echo ? — r e c l a mó l a f i gu ra . —N a da —r ep l i c ó Cu al qu ie ra . —E nt on ce s enfr entar emos nuestro s p oderes, ¿ no es así ? — N o —se op us o Cu al qu i er a, pensa ndo que era el momento de ser muy prudente—. He venido a encontrarme con alguien tan poderoso que podamos ser aliados. Si soy bi enveni do, ha bl emo s c om o ami go s.
— ¿ Q u é haces aq uí ? — N o l o sé —r es po nd i ó Cu al qu ie ra . — ¿ Vi en es a c om pa ra r tus p oder es co n los mí os ? — l a voz era dura e inflexible. — O h , no. E n real id ad, estoy pe rdi do —l e as eg u ró Cualquiera.
El hombre lo observó atentamente, pensando. Luego dio una palmada y exclamó: —M es a, co mi da, vi no ... , mú si c a p ara mi hu é sp ed . Al instante apareció una mesa cargada de manjares, y tras ella músicos tocando sus instrumentos. Por último, el hombre le extendió su mano a Cualquiera, diciendo:
—Puedes l la ma rm e el Gu í a . ¿ E n q u é pu edo servirt e? Cualquiera no sabía cómo responder: — S o y Cu al qu i er a. Só l o bu sco co mpr ende r. — ¿ C o mp r e n d e r q u é ? —e l hombr e l o mi r ó f i j a me nt e . — L o s ca min os de lo des co no ci do. Y antes de que Cualquiera pudiera pronunciar otra palabra el Guía contestó: — Q u e así sea — y di o un a pa lm ad a. Cualquiera se encontró recostado sobre la falda de una
—S up o ng o . . . —d i j o Cu al qu i er a. —P ue s empec emo s ya . Con una seña, el Capitán indicó a Cualquiera que lo siguiera hasta un patio donde los soldados practicaban lucha con espadas y lanzas. Todos eran grandes y rápidos. El sonido de los aceros chocando entre sí resonaba en los oídos de Cualquiera, que se preguntaba si podría siquiera soportar aquel ruido. El gigantesco hombre le dio a Cualquiera una gra n espada, que apenas p o dí a sostener.
colina, desde donde se divisaba una gran ciudad. Al principio pen só que de b í a ha be r desp ert ado de su su eñ o, pe ro pa ra su consternación, todavía sostenía en la mano su copa de vino. Fue bajando lentamente la colina hacia una ciudac bu ll ic io sa, rep let a de gen te de muc has razas ex tr añ as . To do el mundo en la ciu dad pa r ec í a dirigir se apresuradamente a alguna parte. Cualquiera se echó a caminar, preguntándose qué pas arí a ahor a. Se le acercó un soldado, que lo miró fijamente a los ojos. — S ig ú e m e —le d ijo — . Sigúem e. Cualquiera siguió al soldado hasta un gran palacio, donde fue conducido a los alojamientos de los soldados. E Capitán de la guardia era un hombre de estatura enorme que po rt ab a un gr an b a s t ó n de ma nd o . Es ta ba amo nest ando a l os soldados má s j óv en es p o r haber armado un a pelea cuanc llegó Cualquiera. El soldado que lo había escoltado hasta a lo presentó por su nombre, por así decirlo, lo que sorprendí a Cua lq ui era , ya que no h a b í a visto nunc a antes a ni ng ún
El Capitán le ordenó: —Golpéame. Cualquiera pensó que atacar al Capitán era una idea ridicula. Replicó: — N o lo haré. Como respuesta, el Capitán blandió su bastón y asestó un fuerte golpe en el pecho a Cualquiera. Éste cayó al suelo, pr iva do de ali ento , tras lo cu al se l ev an tó co n la fu ri a en los ojos. Su rabia activó un resorte en su memoria, y por su mente pasaron las lecciones que había recibido acerca de los ejércitos de lo Desconocido. Finalmente, exclamó:
de aquellos personajes. El Capi tán se gir ó ha ci a Cualquie ra y lo miró des d arriba. —A sí que qui eres se r so l da do . — N o er a m i i n t e n c i ó n , n o — c o n t e s t ó C u a l q u i e r a . — E l t e envió, ¿ v e r d a d ? — insist ió el cap it án.
Se dirigió al palacio de la ciudad, sintiéndose invencible. Con un gesto de su mano los guardias caían a sus pies. Entró, encaminándose directamente al salón del trono, mientras los MI vientes se alejab an a su paso. Al salir el úl ti mo , vio al Gu í a lentado en el trono, sonriendo. Mu y impresio nante, am igo mío —dijo, ap lau diéndo le.
-¡A LTO , A L T O ! ¡D e ro di ll as , TE LO O R D E N O ! El patio quedó en completo silencio, y una lluvia de espadas y lanzas ca yó al suelo. Ci en homb res cayer on de rodillas, y el Capitán fue expelido hacia atrás cayendo de ispaldas. Cualquiera alzó la mano en un gesto de fuerza, y lodos mostraron sumisión, rogándole piedad. Cualquiera se g¡ ró y salió del pati o.
Pero Cualquiera no se estaba divirtiendo. Miró fijamente i a la figura en el trono y desde el interior de su mente penetró en la mente del Guía. Se enfrentaron. El tiempo pareció detenerse. La tensión se hizo insoportable. Finalmente, el Guía cayó de rodillas y se arrastró hasta su vencedor. Pero enseguida se levantó de nuevo, con el rostro lleno de odio. Miró a Cualquiera, que no dejaba de observarlo, y le dijo: — N o te sobreestimes, p eq ue ño . No soy un si mple C ap i tá n. En ese momento, Cualquiera sintió el enorme poder del Guía que se oponía al flujo de sus pensamientos, impidiéndole penet rar en su mente. El Gu í a s on ri ó ex t r añ am en t e. — ¿ Q u i e r es hac er un viaje? E nt ra en tus pr op io s pe ns a mi e nt os . ¡ H A Z L O A H O R A ! La mente de Cualquiera se quedó en blanco por unos segundos. Mientras sus pensamientos empezaban a divagar, oy ó una voz en el fondo de su cabez a: " N o lo dejes distr aerte". Recuperando el control por un momento, dejó salir una explosión de furia de sus manos. Pero, para su sorpresa, se vio frente a un amp li o espejo. ¿O no era un espejo? Ha b í a dos Cualquiera. Supuso que el otro debía ser el Guía. Al moverse, lo hicieron al unísono. Cualquiera no estaba seguro de quién era el que guiaba y quién el que seguía. Se sintió algo de sconcertad o, pero mantuvo su det er mi nac i ón y vol có sus pensamientos sobre el Gu ía . C o n esto, la ima gen de Cualquiera se convirtió en la del Guía, pero ambos seguían ' moviéndose en círculos, como gatos antes de la lucha, midiéndose mutuamente. El Guía rompió el silencio con una andanada de hechizos: — ¿ S e qu eda Cu al qu i er a co n la ment e en bl anc o po r momentos? ¿Q u é sign ifica lo que digo? ¿Se hund e Cual qu ier a más y más?... Pero Cualquiera bloqueó los hechizos echando una rápida mi rada al pie del Guí a co mo si algo le estuviera sucediendo.
Éste instintivamente miró su propio pie, y Cualquiera apro vech ó para ex clamar: — Silencio. De nuevo los dos volvieron a mirarse en una batalla de poderes: vo lu nt ad c ont ra vo l un ta d, ojo a oj o. Cua lq ui era empezaba a a gota rse; sent ía c óm o su poder se desvanecía. Se dio cuenta de que no aguantaría mucho más. Súbitamente se le ocurrió que quizás el Guía estaba sintiendo lo mismo. Le dijo: — S I E N T E S c ó mo tu po der se debi li ta. Te vuelves má s dé bi l a cad a instante. Si entes c ó m o se te va, lo pierdes, se desvanece y se agota, ¡¡YA!! El Gu í a em pe zó a palidecer. Se esforzó por recuperar su fortaleza, pero Cu al qu ie ra supo aprovechar la si tu ac ió n y se la arrojó, haciéndole perder el equilibrio. Siguieron lanzándose conjuros uno al otro, persiguiéndose y esquivándose, hasta que una idea empezó a cristalizar en la mente de Cualquiera. To da la historia del Guí a que él hab í a aprendido del Mag o, t odo lo que ha bí a visto y oíd o desde su lleg ada, toda la información sobre el Guía que tenía en la mente... Lo miró concienzudamente. Y el Guía cayó bajo el peso de tales pensamientos, gritando y retorciéndose en el suelo. El enfrentamiento había terminado. — ¿ D ó n d e e s t á él ? — p r e g u n t ó C u a l q u i e r a . — N o pu edo dec í rt el o. El Guía le imploró, pero Cualquiera doblegó su voluntad hasta que finalmente accedió a llevarlo a donde deseara. Saliero n lo s do s a la ma ñ a n a siguiente. El Guí a dijo que irían a una ciudad llamada Ish donde residía el Maestro. Durante tres días atravesaron lugares muy extraños hasta llegar al borde de un pastizal, a una milla o dos de distancia de la ciudad que se divisaba al otro lado, una ciudad como Cualquiera no había visto nunca. Altas torres se elevaban
hacia el cielo hasta casi perderse de vista, y los muros eran de pi edr a c la ra, rel uci entes y bri ll antes . El me matará —dijo el Guía, rogándole—: Déjame volver. Cualquiera lo dejó regresar, tras lo cual avanzó solo, deci dido a enfrentarse a aquel lo que h ab í a estado temi endo antes de haber llegado a ver su gloria y su poder. Al aproximarse a la ciudad y acercarse a sus puertas, sintió, aun sin estar seguro cómo, el poder que emanaba de ella; po der co mo no hab í a exp eri men ta do nun ca .
Sacaron sus espadas, pero Cualquiera levantó la mano y las espadas cayeron al suelo. Su furia creció aún más. Cuando volvió a gritar, los dos hombres estallaron en llamas y huyeron en dirección al bosque. La doncella retomó el control de su cabalgadura y se dirigió a la ciudad. Cualquiera se sintió orgulloso de haber podido ayudarla; aunque hubiera deseado que la hermosa dama se detuviera un momento a hablarle. Una vez más intentó entrar a la ciudad, y una vez más no
Descubrió que no podía entrar. Tuvo que retroceder unos pasos. No había guardias en la puerta, pero al intentar acercarse de nuevo, la fuerza que sentía era de tal magnitud que no po dí a atravesar la puert a abierta de la ci uda d. Entonces,* se dio cuenta de que no se oían voces dentro; de hecho, ni un solo sonido salía de su interior. Ac am p ó en las afueras de la ci udad, y esp eró ; aunque no estaba seguro de qué era lo que esperaba. El sol se puso en el horizonte, y lo invadieron las ganas de dormir; así que se recogió y se sintió hundirse en un sueño. Soñó con guerras largas y terribles, más allá de su co mpre nsi ón. V i o la co ron ac ió n de un rey. Pero no alcan zó a ver bien ninguna cara, por lo que no sabía si eran conocidas. Vi o una pesada puer ta de robl e que oc ul tab a algo atroz, y un p eq u eñ o li br o co n letras gra bada s que no sa bí a leer. Lu eg o oyó el retumbar de cascos de caballos, pero casi al mismo tiempo se dio cuenta de que no estaban en su sueño. Se incorporó de un salto, y mirando en torno suyo vio una
pu do . Se Entonces si nti ó muoyó y f rust fi nalmente su spdesde i ró y dentro vo lv ió a sentarse. unarado; voz que lo llamaba de los muros de la ciudad: —Entr a, y sé bi enve ni do. El Mae st ro te agra dece tus servicios, y desea recompensar tu valor. Cualquiera entró a la ciudad, y esta vez no fue repelido po r n in gu na fu erza . Fue rec ib id o p or un paje que lo co nduj o a una ma ns i ón para invitados. N o obstante, no vio ni oyó a nadie en la ciudad, sólo él y el paje. Se ba ñ ó y se enc on tr ó con ropas nuevas; luego fue conducido a un salón donde ardían dos hogueras a ambos extremos, y allí esperó. La Princesa no tardó en entrar. Era la mujer más hermosa que había visto, quizás aún más que la Hechicera. Le habló dá ndo l e las gracias, y le hab l ó tam bi én de otr as cosas, pero él estaba embelesado por el tono de su voz. Se sintió perdido en sus palabras, como nadando en un océano, sumergido por las olas de las que volvía por aire a la superficie, una y otra vez. De repente, ella echó una ojeada por encima del hombro,
hermosa princesa sobre un caballo blanco. Apenas sintió el gozo de tan agradable visió n cuando dos hombres corpul entos sali eron de los arbustos cercanos y asieron el caball o. U n o de ellos trató de agarrar a la encantadora doncella. Instintivamente, Cualquiera lanzó un grito, que sonó fuerte y penetrante. Los dos hombres quedaron paralizados.
le dio otra vez las gracias y se marchó. La sala quedó en silencio. Súbitamente, un gran estrépito recorrió el suelo. Cu al qu ie ra leva ntó la vista y vio una gran puerta de roble q ue se abría lentamente. Sintió que tras ella había una fuente de inmenso poder, hasta el punto en que su voluntad empezaba a dobleg arse bajo esa pr es i ón . H i z o un gra n esfuerzo po r
mantenerse en pie. Las hogueras se avivaron y las llamaradas inundaron de luz la habitación cuando se abrió la puerta y entró un ser diez veces más alto que Cualquiera, llenando la sala con su presencia. Su voz resonó con eco: — ¿ Q u i é n eres? Cualquiera se sintió impactado y lleno de terror. — N a di e . . . Es d ec ir .. . , C u al q u i er a. . . ¡ Oh . . . ! La voz retumbó de nuevo: — N o tengas tanto mi edo , p e q u e ñ o . Tú has sal vado a mi sobrina de quienes querían raptarla. No voy a hacerte daño; po r e l c on tr ar io , te c o nc ed er é un favor. ¿ Q u é q u er í as de mí , a las puertas de mi ciudad? Cualquiera estaba seguro de que no era el momento para pe di r u na b i og ra fí a, así que le c on te st ó a l M ae st ro : — H e ven id o a ver gr and ez a, a co nt emp la rl a, pa ra darl e sentido a mi vida aunque debiera morir por ella; y es lo que he hecho. He visto tu grandeza, y la belleza de la doncella a la que presté mi ayuda es suficiente recompensa para mí. La voz tronó otra vez: — H a b r á alg o qu e p ue da con cede rte . ¿ C u á l es tu deseo? Cual qui era se sentía algo más rela jado, por lo que ave ntu ró un deseo: — T e ped i rí a la op or tu ni da d de co mer co n tu so br in a. N u nc a h ab í a vi sto tant a b el le za, y el pl ac er de su c o mp a ñ í a sería el mayor regalo que un hombre pudiera desear. La voz rió con una estruendosa carcajada: —E re s un ser ex tr añ o, pero detecto que hay t am b i é n un po der en ti. Te concederé tu deseo, y sé que volveremos a vernos si no me equivoco. Porque tienes otro propósito, ¿no es así? Cualquiera sintió que hurgaban en el interior de sus pen sami ento s. Se ap r es u r ó po r enf oca r su at en c i ó n exclusivamente en la Princesa. Al fin, la puerta de roble se cerró y Cualquiera se desplomó al suelo, exhausto.
atender.
descubrir acerca del Maestro de lo Desconocido. No estaba seguro de cuál debía ser su próxima jugada. Esa tarde, en el curso de una conversación, la Princesa le dijo lo sorprendida que había quedado el día que vio al Maestro de lo Desconocido escribiendo en un diario. Le dijo a Cualquiera, que la escuchaba muy atentamente, que el Maestro le había revelado que guardaba un recuento completo de toda su vida para que pudiera conservarse en la historia. "Esta es la oportunidad de lograr mi cometido" —se dijo Cualquiera—. "Quizás pueda escapar con el diario y la Princesa". Y esa noche se dispuso a encontrar el diario. Salió por la larga y estrecha calle, preguntándose en qué habitación de qué casa podría estar el libro. Iba con paso lento y cuidadoso por la calle empedrada. Dio vueltas y más vueltas, girando en cada esquina, preguntándose qué casa po dr í a oc ul tar el secreto. Cerca del edificio del gran salón había una enorme casa de piedra con altas columnas en el frente y una puerta de tres metros de altura. Cualquiera se dijo: "Este sería un lugar po r cu ya pu ert a p o dr í a pasar el Mae st ro ". Qu i z á s el di ari o estaba en su interior. Pero Cualquiera no pudo abrir la pesada puert a. Ni si qui era p o dí a al ca nza r el pest il lo. Decidió rodear la casa, y se dio cuenta de que podría trepar po r un a de las paredes lateral es hast a un a v enta na de la parte superior. Le llevaría bastante tiempo hacerlo, pero estaba decidido. Finalmente, alcanzó la ventana y se deslizó en el
Cualquiera regresó a su alojamiento, y durante las tres semanas siguientes cabalgó, jugó y rió con la Princesa. No tenía la menor duda de estar pasando los mejores días de su vida, pero en su mente estaba siempre presente la tarea que había prometido realizar. Podía andar libremente por toda la ciu dad, pero no ha bí a a dó nde ir ni nada que pudi era
interior como un gato. Estaba muy oscuro, y podía oír un bajo y constante "humm..., humm..., humm..." de alguien dentro de la casa. Se deslizó hasta el suelo y empezó a explorar alrededor, hasta que oyó unas pisadas tenues..., una por cada paso suyo. Contuvo el aliento, pero de pronto perdió el control
Fue conduci do de nuevo a su aloj amiento, donde pe rm an ec i ó esperando hasta la llegada del paje, que lo llevó a un jardín donde ha bí a una mesa dispuesta para comer . C om i ó, c onve rsó y rió con la Princesa. Esta le confesó que se sentía sola y con
grandes deseos de conversar, pero dijo no saber nada de su tío, excepto que había cuidado de ella después de que mataron a sus padres. Lo veía muy raramente, y su presencia siempre le daba miedo. En la ciudad no había más de cien personas, todos sirvientes del Maestro de lo Desconocido. Los ejércitos estaban en otra ciu dad, en occidente, y ha bí a mensajeros que iban y vení an, pero ella ignorab a cuanto suc edí a en el mundo a su alrededor. H ac í a añ os que deseaba aband onar ese lugar, pero su t ío no se l o p er mi t í a. Cualquiera disfrutó de su visita y durmió bien aquella
noche, en un agradable lech o. En la ma ñ a na le sirvier on el desayuno, y después fue llevado otra vez ante el Maestro. De nuevo se enco nt ró en el gran sal ón, donde esp eró su apar ic ió n a través de la gran puerta de roble, para decirle: —He dec id id o que cu al qu ie ra que sea el desv ar í o que has venido a perpetrar, te haré una mejor oferta. Puedes quedarte y hacer compañía a mi sobrina. Serás honorable con ella, o te torturaré más allá de lo que podrías imaginar.
El Maestro invocó la imagen de calabozos con serpientes, e instrumentos de dolor, en la mente de Cualquiera. —E st á sola, y necesi ta ami st ad, c om o cu al qu ie r j ove n, hombre o mujer. Ahora vete, tengo otros asuntos que
y, asustado, se dio la vuelta lentamente con los ojos muy abiertos. Estaba completamente solo, sin saber qué hacer. Nunca había tenido que enfrentarse a su propio miedo. Se había enfrentado al Guía, y al Guardián del bosque, pero ahora estaba solo consigo mismo, asustado. No sabía qué hacer. Por puro instinto, extendió su brazo a la defensiva, pero se fue más allá de sí y empezó a flotar como si careciera de peso. T ra t ó d e c ontenerse, p r eg u nt á nd o se c ó mo ha bí a po di do hacer algo tan disparatado. Est aba má s confuso d e lo que ha bí a estado nunc a, a lo largo de todas las cosas por las que había pasado. En ese momento, todo en la habitación empezó a flotar: sillas, mesa, todo. Se vio perdido en una aglomeración de objetos que giraban en torbellino. Trató de contenerse a sí mismo, pero en ese momento sintió un fuerte viento que lo aspiró atravesando un túnel . H ab í a ido más allá de sí mismo, y ahora trataba de alcanzarse para finalmente quedarse atrás de sí. Todo eso lo estaba volviendo loco, y ahora se encontraba desdoblado, con el resultado de que no sabía cuál de sus imágenes era verdaderamente él. Estaba por todas partes, dondequiera que mirara; y lo que es peor, miraba desde todas partes a la vez. N o , es taba a la vez en al g ú n sit io y en ni ng uno , pero nu nc a h a b í a estado en t odas par tes a un ti emp o. Así que trató de volver en sí. Una por una, recobró cada faceta suya, manteniendo su entereza, conteniéndose para no volver a quedar hecho pedazos. La experiencia era como para destrozar a Cualquiera. Lograba mantenerse íntegro sólo para quedar deshecho instantes después. Al fin, el torbellino cesó, y poco a poco volvió a ser él mismo otra vez. Pero estaba seguro de no haber vuelto en sí totalmente, por lo que empezó a explorar alrededor, hasta que se en c on tr ó de nuevo d isgregado, c uando
se vio apoyado contra la puerta de un gran salón. Se palmeó a sí mismo la espalda y se dijo: — ¿ C ó m o pu de perde r el c ont ro l de mí mi sm o? Para su sorpresa, se respondió: —P i en sa c uá nt os Cu al qu i er a hay dentr o de ti . Es tá s en el templo en el que uno aprende a encontrarse a sí mismo. Cua lq ui era est aba muy comp laci do de d escubrir que hablar consigo mismo podía ser tan educativo. Al fin, comprobó que permanecía de una sola pieza, y volvió a la búsqueda
del diario. Al cabo, regresó de nuevo a la ventana abierta, y trepando por ella se deslizó fuera de la casa. Cualquiera bajó nuevamente hasta la calle. Llegó a la siguiente casa que le pareció propicia e intentó entrar, per o no pu do . Al tra tar de atravesar el um br al , se qu eda ba pa ra li za do de mi edo , at rap ado en un a ac tu al id ad im po si bl e. Se dio cuenta, con absoluta claridad, de que aquello era más que una desconcertante confrontación: era una realidad depresiva. En lugar de traspasar una puerta, inició una caída, en derechura, girando com o un tornillo, hu ndi én do se má s y más profundamente dentro de lo desconocido hasta que... ¡plof!, sintió que había caído en agua helada. Salió apresuradamente de lo que parecía ser un gran po zo , y al su bi r p or las rocas que lo ro dea ba n se di o cu ent a de que estaba oyendo una risa. Al mirar alrededor suyo, vio dos misteriosos personajes, vestidos como adivinos, riendo a carcajadas y pa l me á nd os e uno al otro las espald as. De pronto, uno de ellos se quedó muy serio mirando directamente a Cualquiera. —E x pl í c at e —l e or de nó , mient ras el otro adi vi no se re ía aún con más ganas. Cualquiera replicó:
— N o p uedo . El primer adivino le siguió diciendo:
— ¿ Q u é te lo imp id e?
El tono de su voz era bajo e inquisitivo. Cualquiera pensó que era una pregunta muy rara, pero antes de que pudiera responderle, el otro adivino intervino, cobrando también una repentina seriedad: —Razo nes. So n razones las que se lo im pi den . La r az ó n le impide hablar y pensar y reír y olvidar y perdonar... La razón se lo impide. Es todo. Los dos adivinos estallaron en risas nuevamente. Cualquiera pensó lo ridículo que debía haberse visto, cay endo de repente en el poz o de esos dos viejos sabios. U n a experienci a que lo sacudi ó. Vol vió a mirarlo s para disculparse, como haría una persona educada en tales circunstancias, pero pa ra su sorp resa ha bí a só lo uno solo de el los, y un gig antesc o espejo que parecía seguir a Cualquiera a todas partes por las que se movía . El adivi no que quedaba mi ró signif icativamen te a Cualquiera y le preguntó con un tono que sonó sincero: — ¿ C ó m o s e ven l as cosas p ar a ti? La situación se volvía cada vez más incómoda. Cualquiera trataba de evitarlo, pero siempre aparecía frente a él, dondequiera que mirara. Mientras más nervioso se ponía, más se reía el espejo, hasta que se dio cuenta de que en realidad no era un espejo. Era el otro adivino, que lo miraba atentamente y lleno de simpatía. — ¿Po r q u é es tá s a q u í ? — l e p r e g u n t ó c o r t é s m e n t e . El otro adivino interrumpió antes de que Cualquiera pu di er a contes tar: H ay razones, ya sabes , razo nes. Ambos se rieron otra vez, dándose palmadas en la espalda. Cualquiera pensó que sería mejor irse. Les preguntó por la salida, pero ninguno de los adivinos respondió. Se miraron uno al otro y fijaron su vista en Cualquiera, decepcionados.
El primer adivino tomó a Cualquiera de la mano: —N o, no . . ., no puedes irte to dav í a, ¿v er da d? Pr i mero tienes que pedirnos la ayuda que necesitas, pero todavía no. Antes queremos compartir un cuento contigo. Agarraron a Cualquiera, que a regañadientes aceptó oírlos, principalmente por miedo. Lo sentaron en una silla y le pusieron en las manos un libro. Le sonó sincero cuando le dijeron que era el libro del tiempo. El primer adivino le dijo, mientras todavía lo sostenía en su mano, que entre esas p á g i na s p o dí a oí r per mane ntement e los vient os del ti emp o y el cambio. Cualquiera oyó entonces el ulular del viento: Vuuuuuuuuuuuff..., vuuuuuuuuuuuff... El sonido le llegó entonces del otro lado, proveniente del segundo adivino. Y ahora, juntos: Vuuuuuuuuuuuff..., vuuuuuuuuuuuff... Los adivinos siguieron haciendo el sonido de los vientos del tiempo y el cambio. El rostro del segundo adivino era casi beatífico, con los ojos humedecidos y perdidos en un punto lejano. Sólo más tarde se dio cuenta Cualquiera de que el primer adivino había estado susurrando mientras tanto en su otro oído. Y a través del arrebatador torrente de sonido, oía primero a un adivino en un oí do diciendo: " N o hay necesidad de hablar, no hay necesidad de moverse", mientras en el otro oído seguían sonando los vientos del tiempo y del cambio; luego se invertía la sensación, y mientras los vientos del tiempo y del cambio sonaban en el otro oído, en éste oía: " N o hay necesidad de escuchar, y no hay n ecesi dad de oír, po rqu e ha ll egado el mo ment o de enc ont rar recu erdos de hace mucho, mucho tiempo". C o n esto, torrentes d e recuerdos lo invadi eron, ar rastr ando secretos anteriormente bien guardados. Pero la voz seguía dic iendo en el otro oíd o: " N o hay necesi dad de recordar, qué aburrida tarea la de la memoria, vuuuuuuuuuuuff..., vuuuuuuuuuuuff..."
Y ahor a hab í a terminado, i ncluso ante s de empezar. Estab a allí mirando a los dos adivinos, que reían y se palmeaban mutuament e las espaldas de manera incontro labl e. Cu al qu ie ra sacudió la cabeza para aclararse, pero estaba demasiado embotado, entre dormido y despierto, y bastante inseguro de qué era qué. Abrió los ojos y el adivino que tenía delante le dijo: —S i ent o mu ch o haber te mal tr at ado así . Qu i z á s f ui mos un po co duro s co nti go . Le extendió su mano amiga. Cualquiera la tomó automáticamente. Lo siguiente que recordaba era que estaba en la calle, como surgiendo de algún sitio; su ropa estaba seca y el sol estaba saliendo. H ab í a perdi do hora s, y no tení a idea de dón de encontrarlas. Sólo se había incorporado a medias cuando se dio cuenta de que había estado recostado sobre un gran libro, con una inscripción en su cubierta que no sabía leer. — E l d i a r io . ¿ C ó m o l o e n c o n t r é ? Lo agarró y se dirigió corriendo a su alojamiento. Mientras empacaba sus cosas se detuvo sólo para decidir si debía esconder el libro o intentar llevárselo rápidamente al Mago y la Hechicera. Paró lo que estaba haciendo. Picado p o r l a c u r i o si d a d , se p r e g u n t ó : — ¿ Q u é e s t a r á es cr it o e n e l l ib ro ? Decidió que debía leerlo y asegurarse de que fuera el libro correcto, aunque obviamente era el único que había. Ab ri ó la cubi erta, y n o pudo cesa r de pes ta ñe ar de asombro cuando una gran mano salió de la primera página para agarrarlo por el cuello y arrastrarlo al interior del libro. Puede que suene raro, pero es que era un libro muy extraño. C ualqu iera tampoc o pod í a creerlo. C o mo fuera, la persona al otro extremo de la mano era muy gran de. Co nt em pl ó a Cual qui era, que lo observaba con la vista levantada, y le pr eg un tó :
— As í q ue qui eres enterarte de a lgo , ¿ ve r da d? Cualquiera se aterrorizó, respondiendo que no quería nada. — T o do esto es só lo un a co i nc i den ci a, un ac ci dent e insistió. La gigantesca figura se inclinó hacia él y exclamó con suspicacia: — S í , cl aro ; he aq uí el cent ro de co nt ro l de co in ci denc ia s de toda la tierra. ¿Y qué es exactamente de lo que no quieres enterarte?
Cualquiera insistió en que no quería enterarse de nada, salvo de cómo podía salir del libro. La figura replicó, simplemente: — S í , cl aro . Ent onc es ve pa ra al lá y va c í a ese c ub o y señaló un enorme cubo que estaba cerca de Cualquiera. Cualquiera se acercó al cubo y miró dentro, pero estaba vacío. Se sintió muy confuso, mientras su cabeza daba vueltas tratando de adivi nar qu é hab í a queri do dec ir eso. Mi r ó hac ia arriba para replicar que no había nada en el cubo, pero tampoco había nadie en la habitación, sólo él, en su cuarto con un libro cerrado. El tiempo pareció detenerse. Lo siguiente que oyó fue la voz del Mago: — . . . vac ío s en tu e xp er ie nc ia ... y re cu er da bi en qu e el "es" de hoy fue el "se rá " de a yer a la vez que ma ñ a n a se rá .. . Se le acababa el tiempo; así que ya era hora de que Cualquiera se alejara de sus actuales recuerdos del pasado. Sal ió otra vez y en breve tiempo se enc o nt r ó en un call ejó n que lo condujo nuevamente hasta su puerta. ¡Oh, oh! Siguió su camino a lo largo de la calle, descansando para tomar aliento. "Debo seguir adelante", pensó. Llegó a un nuevo sitio que le pareció probable. Subió los escalones de entrada y sobre la puerta leyó un letrero que
ten ía escrito: "A br ir esta puert a es una experie ncia que puede sacudirte ". Cua lq ui era dud ó por un instante. Qu er í a encontrar el diario, pero no tenía ninguna prisa por encontrarse con lo absurdo. Al terminar de subir los escalones, se dijo a sí mismo: " N o tengo idea de dó nd e buscar. Es co mo para echarse a llorar". Y a través de las lágrimas recibió una respuesta. —B us c a en el frío pro fu ndo. Cualquiera dio un salto. Todo esto empezaba a ponerlo nervioso. Vi o una escalera y emp ez ó a bajarla. Al llegar al cuarto escalón encontró un descanso. Pero no quería descansar. Re c or dó su agotadora experi encia de antes, cuando se hab ía sen tido d isgregad o, pero se tranq ui li zó al compro bar que ahora conservaba toda su entereza, por lo menos hasta que alcanzó el último escalón. Porque al poner pie en el suelo oyó un fuerte grito: —Y yy aa aa aa ah hh hh h. .., y yy aa aa aa ah hh hh h. .. Dio un respingo.
había perdido la cara, pero él no le sirvió de ayuda. Al fin, p en s ó que no p o dí a hab er nad a de valo r en esa casa, y d ec i di ó empezar otra v ez desde cero. Qu i é n sab ía en cu án to s sitios pod r í a estar el dia ri o. Vi o que sól o un esc al ón lo separ aba de la ventana, y lo pisó, pidiéndole disculpas. Se sostuvo del alféi zar de la ventana. Para su des esp era ci ón, la cabeza le empezó a dar vueltas. Se sintió muy mareado, y p en s ó : " S i pu di er a p on er un dedo sobr e l o que sea q ue hac e que pasen estas cosas, quizás lograría mantener la cabeza sobre los homb ros" . C o n esto, pi só otro punt o débil y em p ez ó a perder el equil ibr io. Uno s instantes má s pasaron por su lado y, por si todo esto fuera poco, los hechos no parecían darle tregua. Las cosas se le estaban yendo de las manos otra vez, así que sacó lo mejor de sí y se echó afuera por la ventana.
Esta vez no pensaba dejar que las cosas se le fueran de las manos. — D e los p unto s dé bi l es —i ns i st i ó la voz . No sab ía que pensar de eso, así que dec id i ó ig nor ar la vo z y seguir adelante. Llegó hasta una puerta, que tenía un letrero: "Entrada para Tontos". Cualquiera dudó por un momento y luego, tragándose su orgullo (que, dicho sea de paso, se le atascó en la garganta), se aproximó e intentó salir por allí,
Cualquiera cayó en la calle con un golpe seco, y sus pen sami ent os gi ra ro n a su alr ededor . P en só en lo fá cil que h ab rí a sido dejarse desfallecer, pero la urg enci a de su mi si ón lo mantenía despierto. Con lentitud abrió los ojos, se incorporó, y sin hacer caso a su cabeza que todavía estaba divagando, se fue con cuidado por la calle. Tras mirar alrededor sin encontrar nada que le llamara la atención, llegó hasta otra casa grande, con un letrero en el frente que decía: "Sala de Registros". Se sorprendió mucho, porque nunca había visto un letrero que hablara. Pero tras la primera impresión, entró pen san do que si ta mp oc o enc ont rab a al lí el di ari o, al meno s p o dr í a enterar se de alg o que le si rvi era a l a H ec hi c er a p ar a defender la mon ta ña .
per o no h a bí a ni ng ú n pi ca po rt e en la pu ert a; ac ababa de desaparecer. De pronto, se encontró flotando en una espesa bruma. Al ca nz ó a ver una lengua burl ona y a oír palabras de protesta ; todo a quello le par ec ió una e xperiencia muy amarga. Tro pe zó de frente con una ceja inquisidora que quería saber cómo
Al atravesar la arcada de la entrada, le llamó la atención una gran habitación cuyas paredes estaban completamente tapizadas de libros. Paseó la mirada de pared a pared, y se detuvo a leer los títulos de los enormes volúmenes, en sucesión: " L a Batall a de las Creencias", "L os Primeros Emperadores", "Fallecimientos Familiares"...
— ¡ C u i d a d o ! — l e a d v i r t i ó u na v oz . — ¿ D e qué? — pr egunt ó.
Los ojos de Cualquiera recorrieron la habitación hasta el otro extremo hasta posarse en un volumen encuadernado en cuero que estaba aparte de los demás libros: "Particulares". —¡ Ah ! — e x c l a mó tr iu nf al ment e— Este debe tener información
importante.
Saltó al otro lado de la habitación y se hizo con el libro,
abriéndolo en la primera página. Estaba, por supuesto, en bl anc o. Pa só a la segu nda, que estaba má s bl anc a to da ví a. Siguió pasando las páginas con una sensación de decepción
creci ente. U n a tras otr a, todas estaban en bl anco . — ¿ Y d ó n d e e s t á n lo s pa rt ic ul ar es ? — e x c l a m ó
al fin,
desesperado. No esperaba oí r má s que el eco de su pr op i a voz , po r lo que habrá que imaginar su sorpresa cuando oyó una voz responderle: —E st am os a t u alr ededor , po r to das p artes . Cualquiera no entendió esto, y decidió que lo que debía hacer
era llevarse el libro, junto con la Princesa, y que ya era hora de volver a la mo nt añ a y presentarse ante la Dama . S e meti ó el diario bajo la camisa, y se fue a buscar a la Princesa. Le contó cuál había su misión al llegar allí, y ella aceptó huir con él.
Pero cuando llegaron a los muros de la ciudad, se encontraron rodeados de soldad os por todas partes. No veí an má s que ejércitos y ejércitos, extendiéndose a millas de distancia.
Cualquiera oyó hablar a un pequeño grupo de oficiales, que no se había percatado de su presencia. —Ap ue st o a qu e aplas taremos la mo n t a ñ a y a la He ch ic er a en tres días —decía uno de ellos.
Y otro replicaba: — E l
lo
hará
en
só lo
do s
dí as ,
se gu ro ,
y
no so tr os
tendremos que levantar un solo dedo. Todos se rieron, hablando de las torturas que harían, y del b o t í n qu e s e l l e v ar í a n c ua nd o ar ra sa ra n l a m o n t a ñ a .
no
Cualquiera comprendió que el fin estaba cerca. Ya no p od í a regresar a la mo n t a ñ a , así que de bí a act uar pero , ¿q ué po dr í a hac er él solo co ntr a el Mae st ro de lo Des co no ci do y sus poderosos ejérci tos? E staba compl etamente solo junt o co n ; la Princesa, que miraba al enorme ejército y se preguntaba qué es lo que iban a hacer. Inesperadamente, oyeron un estruendoso lamento que pr ov en í a del centr o del casti llo . R e t u mb ó tan fuerte que el suelo tembló y los soldados cayeron de rodillas.
Cualquiera estaba dispuesto a morir. Su mente se resquebrajaba ante el impetuoso empuje del Maestro, que hurgaba en sus pensamientos. Cualquiera no pudo soportar la presión. — E s t á e n p o d e r de la Pr in ce sa . S e lo di a el la . No po dí a cr eer que aca ba ra de di vul ga r ese secreto. Le va nt ó la mirada hacia el Maestro, a lo alto. El Maestro de lo Desconocido lo observó atentamente. —¿ Cr ee s que soy tan tonto ? ¿ Dó nd e lo tienes?
¿Dónde está mi diario? ¿Quién ha sido el ladrón que ha saqueado mi ciudad, mi privacidad, mi diario? ¡MUERTE
p or respu esta.
PAR A CU AL QU IE RA QU E HAY A SIDO!
Cualquiera se quedó sin saber qué decir. Sólo dio el silencio
Esas palabras inquietaron a Cualquiera. Con toda seguridad, había sido descubierto. Pero ya había tomado una determinación. Se enfrentaría al Maestro de lo Desconocido pas ara lo que pas ara, o la mo n t a ñ a e st ar ía pe rd id a, y e ra a lgo muy grande perder una montaña. Se incorporó: —Q ui en pr egu nta po r Cu al q ui er a pr eg unt a po r mí contestó con voz fuerte. Inmediatamente le dio el diario a la Princesa, diciéndole que intentara hacérselo llegar a la Dama de la montaña, si podía hacerlo a tiempo. Se alejó de ella y se dirigió a la plaza, frente a la puerta pr in ci pa l. Allí estaba el Mae st ro de lo Des co no ci do co n la hostilidad dibujada en el rostro y una mirada fría como el acero. Todo su semblante inspiraba la muerte. —¡Así qu e eres un pequ eñ o espí a y un ladrón! —b ra mó .
Eso hizo crecer la ira del Maestro, que agarró a Cualquiera y lo arrojó, derribándolo ante sus pies. —N ad i e le da rí a un a cosa tan val io sa a un a in gen ua muchacha. ¿Dónde está? Analizando lo que acababa de escuchar, Cualquiera comprendió que ésta era su oportunidad. El Maestro de lo Desconocido no lo mataría mientras no le dijera dónde estaba el diario, pero no creía que el diario estaba donde él le había dicho. Cualquiera empezó a reírse sin parar. El Maestro respondió con un silencio de muerte. Entonces el Maestro de lo Desconocido lanzó a Cualquiera una mirada cargada de perspicacia. Levantó las manos y el sol empezó a desvanecerse. El día se volvió noche. La luz de la luna inundó a Cualquiera cuando se incorporó, muy sor pre ndido de encontrarse en el j ar dí n de la Dam a de la montaña.
— ¿ P u e d e s le v an ta r l a v o z u n me tr o m á s ? — l e p r e g u n t ó Cualquiera con presteza. El Maestro se desconcertó ligeramente. H ab í a esperado que todo fuera tan fácil como aplastar una hormiga. —¿ Dó nd e est á? — r ec l a mó , pos ando su pesad a mi ra da sobre Cualquiera, que permaneció de pie frente él.
Giró en derredor suyo con incredulidad, pero estaba allí, sin duda alguna. La Hechicera apareció de entre los árboles y le dirigió una sonrisa. — H a s estado cer ca de suc umb ir , per o te hemo s sal vado, nuestro pequeño guerrero. Cualquiera todavía no podía creer que estuviera a salvo:
—T en em os poder es que ni si qu iera el Mae st ro de lo Desconocido puede entender. El Mago puso el brazo sobre los hombros de Cualquiera, pa ra tr anq ui l iz arl o: —P er o ahor a, mi p e q u e ñ o ami go , antes d e co mer y b ebe r ju nto s, debes dec ir me d ó nd e es tá e l di ari o, po rq ue el T i em p o no es muy largo. Cualquiera estaba un tanto confuso. Recordaba que el Tiempo, por el contrario, era un tipo bastante largo de estatura. Eso le sugirió una manera de probar si lo que estaba viviendo era verdad. Replicó: — ¿ C u á n t o mid e el T i em p o ? El Mago pareció confundido. — N o tenemo s ti emp o pa ra juegos . Cualquiera contestó: — N o qui ero juga r. Só l o qu iero saber c u á nt o mi de, y te d i ré dónde. El Mago se estaba impacientando:
—¿ De sc an sa st e bie n? Se sentía confuso, pero sólo por cortesía respondió: —P ue s. . . sí, p ero h e teni do los s ue ño s m á s ex t ra ñ os . El sabio se dirigió entonces a sus compañeros: — Y a h a des pert ado. Po dem os emp ez ar c on las preg untas . — ¿ Q u é preg untas ? — i nq u i r i ó Cu al qu i er a. Los sabios respondieron con condescendencia: — T ú qu ier es u na so l uc i ón a t u pr ob le ma. H em o s ace pta do ayudarte, pero necesitamos conocer algunas cosas. Cualquiera entendió la situación, y convino en responder sus preguntas. El que parecía más viejo de todos los sabios del bosque repuso: — ¿ T i ene s al go que sea de tu pert enenc ia? Cual qui era negó con la cabe za: — N o —ent onc es r ec o r dó — : Bu eno , tengo mis ropas ; al menos creo que son mías. El viejo sabio se acercó más a Cualquiera. — ¿ N a d a de ani ll os, li bro s, ni n in gu na ot ra cosa? Cualquiera contestó: —No. El segundo sabio le preguntó si podía recordar cualquier cosa que fuera de importancia. Otra vez Cualquiera contestó: —No. El siguiente sabio le preguntó si recordaba algo de sus sueño s, cual quier cosa simb óli ca como haber escon dido a lgo
— C u á n t o mi de, q u é tan la rgo , bas ta de to nt er í as . E st amo s ante la amenaza de una guerra. ¡El diario, el diario! Cualquiera empezó a reírse, pero lo despertó el Instante, y se encontró con que todos los sabios del bosque estaban discuti endo su pro bl ema. Un o de ellos se diri gió a Cua lq ui era, que toda ví a se estaba sacudiendo e l su eñ o y los sueñ os .
que pudiera ser una clave para su identidad. Cualquiera pensó por un momento y, sonriendo levemente, dijo: — H a b í a al go .. . — ¿ Q u é ? —t odo s los sabio s se i nc l i nar on ha ci a él c on expectación.
— ¿ C ó m o llegué a q uí? La Dama le sonrió y se retiró nuevamente al bosque. En su lugar, apareció el Mago. Sus ropas brillaban a la luz de la luna . Co n voz apacible, le d ijo a Cua lq ui era: — N o p o dí a p er mi ti r q ue te dest ruy eran, de sp u é s de tod o lo que has hecho por nosotros. Cualquiera insistió: —P ero , ¿c óm o lo hici steis? El Mago respondió:
momento. Se pasó la lengua por los labios. — ¿ C ó m o t e l la ma ba n tus padres cu ando eras n i ño ? El Maestro tragó saliva. Estaba atrapado entre perder el juego o pe rder l a vi da. Al f in m u r m u r ó :
Cualquiera también se inclinó hacia ellos, mirándolos intensamente. —Es verd ad. .. H a b í a alg o qu e es co ndí , p ero no es ahor a. Los sabios miraron sorprendidos a Cualquiera, que los miraba atentamente. — ¿ Q u é . . . ? —di je ro n todos al un í so no . Cualquiera repitió: —N o e s ah or a. Est o n o e s ah or a, ¿v er da d? ¿ N o V E N L O Q U E DIGO ?
las manos y ordena tu habitación! —y así siguió diciendo cosas semejantes.
sabios se retirar on. Frente a élque qu su ed ófuria el Maest de Los lo Desconocido. Cualquiera pudo ver y su ro desesperación habían alcanzado enormes proporciones. Le preguntó: — ¿ D e v erd ad qui eres tanto ese di ari o? El Maestro replicó: —E s m í o . Y p o r él te a p l a s t a r é , te d e s p e l l e j a r é y te h e r v i r é en aceite. Cualquiera no se sentía ya impresionado. — ¿ T a n t o qui eres t enerl o que a po st ar í as p or él ? El Maestro mir ó a Cual qui era con s uspicacia. —¿ Ap os ta r? —y se dijo a sí mis mo: "A po st ar é "— ¿A q ué ju ego ? Cualquiera le respondió: —S e sup one que eres el ser má s sabi o de la ti err a, el m á s sabio de todos. Te haré una pregunta. Si la respondes, te devolveré el diario; si no, ganaré mi libertad. ¿Aceptas? ¿Juras po r tu vi da qu e r es pe t ar á s el trato ?
des lo sede fuemeno haciendo cada más p eEl q uMaestro eñ o y má jo Desconocido ven , ca da vez r t am a ñ ovez hasta q ue llegó a ser un niño pequeño. Cualquiera lo tomó en brazos y se lo llevó a la Princesa. Pocos días más tarde, los ejércitos se habían disuelto y los sol dados ha bí a n regr esado a sus casas, co n sus rnadres y esposas. Todos los esclavos fueron liberados, y la inmensa riqueza del Maestro de lo Desconocido fue repartida entre los pobre s de la ciudad. C ual qui era se ma rc hó a una pe qu eñ a casita en un oasis recién aparecido en el desierto cercano, se casó con la Princesa y desde entonces usó sus poderes mágicos pa ra ll egar a converti rse en un gr an sana dor de hom bres. El hambre y la enfermedad desaparecieron en muchas millas a la redonda. La Dama de la montaña hizo regalos de hierbas y plantas a Cualquiera, que se dedicó a rondar por los alrededores ayudando a los pobres y necesitados, trayendo algo de bien a un mundo envilecido. El día en que cumplió ochenta y cuatro años, llegó un
Su desesperación era tanta que aceptó el juego y el trato. Cu al qu ie ra mi ró atentamen te al Maest ro de lo Desconoc ido, haciendo una pausa. El Maestro estaba impaciente. —E mpe ce mo s. P re g únt am e. Cualquiera respiró profundamente, saboreando el
mensajero a su casa en el oasis. U n a pri nces a ya algo envejecida le entregó a Cualquiera el mensaje que había dejado el mensajero. Decía: "Se necesita urgentemente vuestra ayuda en el Reino del Norte. Se os ruega acudir sin demora"- Pero Cualquiera estaba muy viejo ya para viajar, y le fallaba la memoria; así que lo ignoró o lo olvidó.
—Rafi. Cualquiera exclamó, divertido: —Raf i, Ra í i , Ra f i . . . Lleg as tarde par a la cena. Ra fi , ¡lá vate
Llegó un segundo mensaje, al que respondió de igual manera. Por último, después de ser molestado por tercera vez, Cualquiera se decidió a hacer el viaje hasta el norte, esperando encontrar una gran plaga o un enorme desastre causado por alguna guerra. En su lugar, encontró sólo a un rey excesivamente preocupado, que le imploró: — T e rueg o que cures a m i hi jo . Cualquiera, que para entonces era tenido por todos como el má s grand e de los magos, mi ró al prí nc ip e postrado en su lecho y esbozó una enigmática sonrisa. Entonces dijo lentamente: — M i qu eri do rey, no teng o que c ur ar a tu hi jo , el p rí nc i p e, po rq ue t u hijo no t iene n i ng ú n pr ob le ma . De hecho, ta mp oc o hay ningún príncipe. Todo esto no es más que una parte de un sueño que alguien está soñando en algún lugar, quien no sabe que en realidad está soñando; y un problema de un sueño no es un problema real. Y, en realidad, tampoco hay ningún sueño; porque ésta no es más que una fábula, y una fábula es sólo una manera de dejar volar la imaginación, ahora mismo.
Esperando que haya disfrutado de este apasionante libro y del mágico viaje a tr avé s de los relatos de Las Aventu ras de Cualquiera junto a Richard Bandler. Si desea cono cer má s acerca de su obra o está interesado en descubrir el fascinante mundo de la P N L o simplemente quiere hacernos llegar sus comentarios Contáctenos en: Hernán Cerna Training SL (HCT) Plaza. Urquinaona, 6 planta 18, puerta B 08010 Barcelona España Telf. +3 4 933 182 283 - 934 815 530 Fax: +34 932 192 856
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