LA MULA DE LO GAUCHESCO Yo, de buena fe, ignoro si han existido gauchos. Al menos no los he visto. Recuerdo, sí, que en mi angélica infancia me detuve más de una vez, asombrado, frente a cuadernillos que costaban diez centavos, escritos en décimas y titulados El gaucho Hormiga Negra o Juan Moreira y representando a los susodichos con calzones puntilludos y facón negro en duelo con unos polizontes que tenían rostro colorado y patillas a la zanahoria. Han pasado, de entonces ahora, buena purretada de años; la suficiente para hacerme perder a mí y a todos los de mi generación cualquier nota angélica que tuviéramos; y si he de ser sincero, los únicos gauchos que vimos en
aquella época y veíamos en el arrabal y entre gente que desenvainaba con más facilidad un cuchillo que un breviario, fueron los gauchos de carnaval. De manera que hace años, el gaucho era un mito. Un mito tan pasado que sólo el carnaval podía resucitarlo. Existían, sí, no lo negaré, truculentos malandrines que se pasaban el día glosados a un despacho de bebidas y que robaban lo que les venía a manos; pero éstos no eran gauchos sino sinvergüenzas, que en todos los países florecen en los barrios bajos. En el campo estos gauchos tampoco tampoco se conocían para entonces. Se daba el caso del hombre de estancia, criollo que se ganaba la vida como resero o domador; domador; y el otro, más fiacún, que ni para domar el caballo caballo que montaba servía. Pero de cualquier modo, el gaucho era un producto producto del recuerdo. Y si había pasado por la Pampa, Pampa, todo el mundo agradecido de que el spécimen hubiera desaparecido para dejar lugar al hombre que produce y vive honestamente y no molesta a sus prójimos con paradas de bravucón. Y cuando todos creíamos que el gaucho estaba enterrado y embalsamado por 'secula seculorum', he aquí que nos lo resucita el ambiente moderno ¡y con qué intensidad!... Le dejaré la palabra a mi amigo, el poeta Novillo Quiroga, de quien es lo que va a continuación: Se está incurriendo incurriendo en un lamentabl lamentablee abuso abuso del calificat calificativo ivo 'gaucho". 'gaucho". Se le aplica aplica con ligereza ligereza y arbitrari arbitrariedad edad desconce desconcertant rtantes. es. Así, gaucho gaucho es cualquiera cualquiera en nuestra nuestra peregrina peregrina Babel, Babel, aunque aunque su apellido, apellido, su físico físico o su actividad actividad trasciendan a cosa absolutamente inversa. Por ejemplo, leemos, a ocho columnas, en los más importantes rotativos: 'Nuestros polistas gauchos hicieron esto o aquello..." (Tales gauchos se llaman Mr. Miles, Mr. Lacey, Mr. Harrington, Harrington, Mr. Nelson, etc). Es por demás frecuente, también, escuchar a locutores radiotelefónicos que anuncian: 'Ahora el gaucho Tal, al frente de su típica sinfónica, ejecutará el tango Cual...' Cual...' (El gaucho Tal se llama Cattaruzzo, Nijisky, Nijisky, Duprot o Muller. La típica sinfónico no ejecuta bailable criollo alguno, y el tango transmitido -música del arrabal ciudadano, por otra parte- se titula 'Morfate los macarrones'). Gauchescas se denomina también a las danzas rusas, húngaras o napolitanas que al compás de "La condición" o 'La zamba' realiza la niña cursi X en el transcurso del beneficio Z. Gaucho se califica también al cantor de tangos, valsecitos, rancheros u otras piezas que nada tienen que ver con lo gauchesco. En cuanto a los espectáculos gauchos que los radioteatros propalan, moverían a risa si no suscitaran la indignación de quienes, quienes, como el que habla, son precedidos precedidos de cuatro cuatro generaciones generaciones de criollos criollos auténticos auténticos.. Es también innegable innegable la confusión introducida introducida entre lo gauchesco y lo indígena. Así se entiende por poesías gauchescas gauchescas a las producciones de ambientes indígenas debidas a Zerpa, Gigena Sánchez o Caminos. Y como corroboración final de los disparates en que se incurren con la aplicación del calificativo gaucho, va la siguiente anécdota: tras una lúcida actuación en partidos partidos internacionales, regresaba al país un team de fútbol. Los diarios, a grandes titulares, referían referían el coraje 'criollo', el entusiasmo 'gaucho' o la técnica 'pampeana' de los jugadores. jugadores. Un teatro de la capital les ofreció una función de homenaje. Terminado el espectáculo, y ante los requerimientos insistentes del público, adelantóse hasta las candilejas el as del equipo y con acento netamente "criollo' confesó textualmente: "¡Mi sun imbatatato!" imbatatato!" Eso no es nacionalismo sino carnavalismo
La única explicación que tiene el calificativo de lo gauchesco se explica en este afán de nacionalismo al cuete, fomentado fomentado en las actividades actividades que tienen menos que ver con el gauchaje gauchaje o con lo gaucho. gaucho. Sería Sería buena buena hora hora de que se terminara terminara con el gaucho. gaucho. El gaucho, gaucho, en realidad, realidad, según entendemo entendemoss muchos muchos argentinos, argentinos, no ha si'do, si'do, sino el elemento elemento retrógrado, enemigo de la civilización, de] progreso y del trabajo. Poltrón por sus siete costados, camorrero, compadrito, individualista individualista y, por consiguiente, anarquista hasta decir basta, el gaucho no ha servido nunca para nada, como no sea para dejarse utilizar por el caudillo, desbaratar elecciones o formar en una montonera, lo cual le alegraba porque allí se podía comer carne gorda. Los únicos gauchos que han pasado a la historia y ¡cuán injustamente! debieron ser ahorcados cien veces por los delitos que cometieron. Esto es lo que nos demuestra la documentación de la existencia de un Juan Moreira y otros malandrines como él. De allí que sería buena hora de terminar con esta rémora fantasmal de una época en que la gente se bañaba una vez cada diez años y que para hacer un viaje de la Aduana a Liniers hacía testamentos. 24 de noviembre de 1932
ALGO MÁS SOBRE EL GAUCHO
La nota sobre el gauchismo que publiqué días pasados, ha originado un montón de protestas... y varios elo gios. Los elogios, los dejamos en casa, y vamos a las protestas. Muchos lectores se han creído obligados a salir en defensa de algo que no existe, en nombre de lo que pasó... es decir, reprocharme. en nombre de un nacionalismo a la violeta y por demás ingenuo, la afirmación de que el gaucho era un tipo haragán, individualista y anárquico. A propósito de anárquico, una señorita del interior se creyó en el caso de enviarme una disertación sobre las ventajas del individualismo, citando a los ingleses que eran individualistas... y de consiguiente parecidos al gaucho. Si esto no es buscarle cinco pies al gato, poco le falta. Menos mal que la ocurrencia es de
una señorita... Otro, en cambio, para convencerme de las excelencias del gaucho, me envió unos versos... buena la forma y pueril el contenido, sin darse cuenta que con versos no se convence a nadie. Otro, me habló de la conquista del desierto llevada a cabo por los gauchos. ¡Cómo se conoce que este buen señor no ha estado en los museos para examinar los cepos conque se le adornaban los pies a los gau, chos remisos en conquistar el desierto ... ! ¡Cómo se conoce, también, que este mismo señor ignoraba los tiempos de barbarie, en que la barbarie de los más era explotada por la codicia de los menos! Los gauchos de salón
Lo que ocurre en estos benditos días de ignorancia elevada al cubo es lo siguiente: Todos los países, me refiero a los europeos, por su antigüedad de cultura han tenido a su disposición un material mitológico para proporcionarle a sus artistas motivos de arte por lujo. En el nuestro, país reciente, lo único que se ofrecía era el gaucho o las guerras civiles. E 1 elemento indígena y sus leyendas carecían de interés. 0 faltó el artista que supiera explotarlo. La generación de escritores del año 1921 empezó con una revista Martín Fierro (d onde se enzarzaba a la nueva sensibilidad ¡y qué distante está esto del gaucho!) a remover los escombros de una tapera ha mucho tiempo desmoronada. Luego Güiraldes, con Don Segundo Sombra y Larreta con Zogi'bi-hicieron circular esta desvalorizada moneda del gaucho y los eternos imitadores, la cáfila de escritorzuelos desocupados, recitadores de radio, compositores de tango y declamadoras
profesionales, hicieron el resto. A lo cual, por no ser menos, se sumó la arquitectura colonial; consecuencia que nos pone ahora frente a esta formidable contradicción: Gente que viaja en automóvil, que tiene heladera eléctrica, visita Europa y se desvanece escuchando a Stravinsky, ha dado con la moda del gaucho. Y gaucho viene y gaucho va. Y a desenterrar el gaucho que es casi lo mismo que exhumar las polvorientas momias de Tichanuaco, aunque estas últimas son casi cien veces más interesantes que aquellos. Lo más divertido del caso, es que el noventa y nueve por ciento de los defensores del gaucho son excelentes ciudadanos que si los suben a un caballo de pisar barro, se caen para el otro lado, y que si les entregan unas boleadoras se rompen la cabeza con ellas, con lo cual, sea dicho esto en confianza, ni el país ni la civilización perderá nada. Pero como se ha puesto de moda el gaucho, ellos insisten. Como por otra parte son lo suficietemente indiferentes para no enterarse de nada que les exija un esfuerzo mental, lo que menos hacen es ir a los libros de historia nacional. Informarse qué pito tocó el gaucho en la formación de nuestra cultura (suponiendo que ella exista), es mucho trabajo. Mejor es entusiasmarse al cuete. La frase ha corrido. Se hace nacionalismo con el gaucho, con el mismo criterio qüe ün pobre muchach'o quiere hacer elegancia con trajes que se han tirado por viejos. Eso es ridículo, lo cual no impide que sea muy nuestro. Tan nuestro que en cuanto se trata de informarse qué diablos es lo que ha hecho el gaucho, qué rieles ha tendido en la Pampa (que no es hermosa, sino terrosa), qué postes telegráficos ha colocado, qué usinas construyó... se encuentra usted con el vacío perfecto. Indolente por naturaleza, incapaz de inventar la silla (se sentaba en una cabeza de buey), atrasado al punto de no efectuar cultivos, dejando que la naturaleza buenamente lo proveyera como a los pajaritos, haciendo trabajar a su compañera y, al mismo tiempo que él contemplaha el vuelo de los mosquitos, vendiendo sus derechos por una copa de caña; introduciendo el desorden en una comunidad primitiva, fácil para ciertas guerras, porque las montoneras de aquellos tiempos eran de robo, degúello y violación, el gaucho histórico constituye el elemento más sombrío que ha producido nuestra civilización; tan perjudicial que la policía, que obedecía órdenes superiores de sus jefes, los políticos criollos, se apresuraban a exterminar a este elemento en cuanto les molestaba mucho. ¡Y si fuera esto solo! Pero su haraganería alcanzaba tal profundidad que si no podemos pretender que inventara la silla, al menos se le pudiera exigir que absorbiera los elementos de civilización que aportaba el extranjero... Ni eso. Los haraganes de otras razas han creado cuando menos un arte regional. Una música propia. Nuestro gaucho... las mejores composiciones gauchas son obra de señores que si no gastan levita y bastón, usan cuello palomita y fuman cigarrillos turcos... Y conste que el autor de esta nota no hace más que esbozar un ensayo de análisis. Si se fuera al fondo de la cuestión, a las cifras, a las citas de los historiadores argentinos (no extranjeros), se descubriría que el elogio que se hace del gaucho, obedece quizás a la intensa alegría que esta langosta humana ha producido al desaparecer de la campaña, con su rancho piojoso, sus perros flacos y pulguientos y sus malas artes de desocupado sempiterno, que en tiempo de elecciones se mataba por cualquier caudillo que le pagara unos pesos con que jugar a la taba. Disculpen si no estoy de acuerdo con todos ustedes. Pero no me nieguen lo único que pongo en mis notas, porque tengo de sobra: la sinceridad.
5 de diciembre de 1932