HASTA
LOS
CONFINES DE LA TIERRA I. La fu fuer erza za de dell Esp Espíritu íritu
José J osé Luis Sicr Sicre e Díaz
verbo divino
José Luis Sicre
Hasta los confines de la tierra I. La fuerza del Espíritu
editorial verbo divino Avda A vda.. Pampl Pamplona ona,, 41 41 31200 Estella (Navarra) 2005
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ISBN pdf: 978-84-9945-454-2 ISBN versión impresa (volumen I): 978-84-8169-686-2 ISBN obra completa: 978-84-8169-685-4
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Una breve introducción
C
uando terminé de publicar El cuadrante (1998), obra centrada en los evangelios y la figura de Jesús, muchas personas (es decir, algo más de cinco o seis) me insistieron en que escribiese algo parecido sobre san Pablo. La idea no me desagradaba, porque siempre me he sentido en deuda con él. A Pablo le debo en gran parte mi afición a la Biblia, aunque una serie de imponderables me haya obligado a centrarme en el estudio y la enseñanza del Antiguo Testamento. Sin embargo, durante años me sentí totalmente bloqueado, incapaz de escribir nada. De hecho, antes incluso de la publicación de El cuadrante , ya había redactado unas páginas noveladas como introducción a las cartas de Pablo, usando personajes reales: el mismo Pablo, Timoteo, Tito, Áquila, Priscila... Influido por esa experiencia, pensaba que la nueva obra debía ser totalmente diversa a El cuadrante en sus protagonistas y en la forma de exposición. Pero no veía el modo de abordar el tema con ese nuevo enfoque. Cuando alguien me recordaba el compromiso, como Guillermo Santamaría, director de Verbo Divino en septiembre de 2002, me entusiasmaba con él. Pero a los pocos días todo se desd esinflaba. En agosto de 2004, cuando mi buena amiga Gabriela Giampetruzzi me propuso por enésima vez que escribiese este libro, lo pensé durante dos días y le contesté que abandonaba definitivamente el proyecto y que nunca más volvería sobre él. 5
Sin embargo, ese fin de semana, el marido de Gabriela, Carlos Abella, como si no supiese nada del tema, me preguntó con la mayor ingenuidad: «¿Cuándo vas a escribir el comentario a los Hechos y a Pablo?». Y esa misma noche se hizo la luz. No se trataba de escribir algo radicalmente nuevo. Los mismos personajes, a excepción de Teófilo (muerto al final de El cuadran- te y al que no podía resucitar) abordarían, con un método parecido, la aventura tan distinta de leer los Hechos y Pablo. La mayor originalidad de la presente obra quizá quiz á radique en ir entreverando esos escritos tan distintos. Los problemas de la Iglesia primitiva que presenta el libro de los Hechos son vistos también desde la óptica paulina. Soy un entusiasta de Pablo –no me da vergüenza confesarlo–, y pienso que la mejor forma de entrar en contacto con su persona y su pensamiento no es estudiarlo sistemáticamente, carta por carta (con el esquema impuesto por la ciencia bíblica: autor autor,, fecha de composición, estructura, contenido, etc.), sino abordando los problemas tan candentes y actuales –hoy como hace veinte siglos– a los que debió enfrentarse. Por eso, aunque algunas cartas son tan unitarias que se deben leer de principio a fin para entenderlas rectamente, otras, como las dirigidas a los Corintios, o incluso Romanos, se pueden desmembrar en los diversos temas que tratan y darlos a conocer sin relación entre ellos. Quien lea Hasta los confines de la tierra no tendrá al final unos conocimientos redondos y sistemáticos de las cartas de Pablo, pero espero que se haya asombrado de la actualidad y profundidad de su pensamiento. Y, sobre todo, de su enorme entusiasmo con la persona de Jesús. Sin embargo, la base del relato lo constituye el libro de los Hechos, que los protagonistas van comentando pasaje por pasaje, sin omitir nada. La abundancia del d el material desaconsejaba tratarlo todo en un solo volumen. Es muy probable, aunque ahora mismo no puedo asegurarlo, que el resultado final sean tres. 6
Gabriela Giampetruzzi ha revisado meticulosamente esta obra durante su redacción y ha tenido la paciencia de leer cuatro o cinco versiones del mismo capítulo, aportando sugerencias siempre válidas e interesantes. Gracias a ella se han evitado graves errores y contradicciones. Ventajas de la globalización, que permite el envío inmediato de documentos entre Argentina y España. A ella, a su marido Carlos, y a la hija de ambos, María Belén, les dedico esta obra con todo cariño y gratitud. Por último, antes de entrar en materia, aconsejo al lector que lea la historia siguiente. En 1927, el compositor ruso r uso Igor Stravinsky estrenó en París su oratorio Oedipus rex . Una obra basada en una tragedia griega y cantada en latín se prestaba a convertirse en un galimatías ininteligible para quien no fuese especialista en la cultura clásica. Por eso, al comienzo de la representación, Jean Cocteau subió al escenario y se dirigió al auditorio con unas palabras cargadas de suave ironía: «Señores espectadores, van ustedes a escuchar una versión latina de Edipo rey . Para ahorrarles todo esfuerzo de oído y de memoria, les recordaré de vez en cuando el drama de Sófocles». Esta anécdota me vino a la mente cuando Ignacio Maury, tras leer el original de Hasta los confines de la tierra antes de mandarlo a la imprenta, me comentó por escrito: «Este nuevo libro puede caer en manos de personas que han leído El cua- persona s que no lo conozcan. con ozcan. Yo Yo estoy entre los del d el drante o de personas primer supuesto y, quizá por mi mala memoria, he tenido que recurrir a lo ya leído en El cuadrante para situar bien a varios de los personajes que se nombran en las primeras páginas». Por consiguiente, en beneficio de quienes leyeron El cua- drante hace años y sólo guardan un recuerdo lejano, y de quienes no lo conocen, ofrezco dos opciones preliminares. La primera resume brevemente la trama. La segunda, al estilo de las 7
novelas de Agatha Christie, ofrece un simple elenco de los principales personajes.
Opción A (breve resumen de El cuadrante ) El protagonista de la historia, Andrónico, un joven cristiano del siglo I residente en Tróade, recibe de su padre, Teófilo, como regalo de bautismo, una copia del evangelio e vangelio de Marcos, el único evangelio escrito hasta entonces. El interés que le suscita es relativo. Hasta que un día, por pura casualidad, encuentra un pasaje en el que se hace referencia al cuadrante, una moneda romana que no circuló en Judá durante la vida de Jesús. ¿Qué hace allí esta moneda? Este detalle despierta en él un interés creciente por el evangelio de Marcos. Pero no es fácil de entender, y a resolver las dificultades le ayudará en parte Livia, una cristiana de origen judío adoptada desde joven por Teófilo. Teófilo. Para Andrónico, huérfano huér fano de madre, Livia representa algo intermedio entre la madre y la hermana mayor. Años más tarde se entera de que en Antioquía de Siria han ha n escrito otro evangelio, el de Mateo. Deseoso de conocerlo, marcha a esa ciudad con intención de encargar una copia. El obispo de la comunidad, Ignacio, le busca alojamiento en casa de Jacob y Sara, donde conoce también a su nieta Dina. Jacob, un anciano simpático, amigo personal del evangelista Mateo, le va explicando ese nuevo evangelio mientras dura la ardua tarea de realizar la copia. Cuando vuelve a Tróade, al cabo de unos meses, se encuentra con la sorpresa de que su padre, el excelentísimo Teófilo, ha recibido ya el evangelio que le había prometido su querido amigo Lucas. Ya son tres los libros sobre Jesús, cada uno con su estilo y su mensaje peculiar. Al cabo del tiempo, Andrónico, casado ya con Lucila, y con dos hijos (Elena y Néstor), deseoso de conocer más datos sobre el mundo en el que se movió Jesús, piensa adquirir una 8
obra de reciente publicación: la Guerra de los judíos de Flavio Josefo.. Dado su elevado precio, intenta convencer a Lucila Josefo mediante una apuesta. Las reuniones mantenidas entre TeófiTeófilo, Andrónico, Lucila y Livia nos introducen en los temas más variados de la época de Jesús: geografía, historia, culto, grupos religiosos, etc. Pasan los años. Elena se ha casado con Teodoro; Néstor sigue soltero. Y cuando Andrónico considera que ya nada nuevo le queda por aprender sobre Jesús, se presenta en la casa su gran amiga Dina, la nieta de Jacob. Ella y su marido, Felipe, le dan a conocer un nuevo evangelio, el de Juan, que irán comentando entre todos. La obra termina con la muerte de Teófilo. El cuadrante , dividido en tres volúmenes («La búsqueda», «La apuesta» y «El encuentro») pretende ofrecer de forma novelada y amena los resultados más importantes de la investigación científica sobre los evangelios. Generalmente, sobre todo en los dos primeros tomos, cada capítulo novelado se completa con una exposición más teórica, pero siempre en lenguaje asequible. La parte novelada apareció posteriormente en un solo volumen con el título Memorias de Andrónico .
Opción B (lista de personajes principales por orden alfabético) Andrónico. Protagonista de la historia. Nacido en Tróade el año cuarto de Nerón (58 de nuestra era), hijo de Teófilo y huérfano de madre desde muy pequeño. Livia es para él como una hermana mayor. Casado con Lucila, tiene dos hijos: Elena y Néstor. Su mayor virtud es el deseo de conocer todo lo relacionado con la persona de Jesús. Su mayor defecto, quedarse en un conocimiento teórico sin consecuencias prácticas. Dina . Andrónico la conoce en Antioquía cuando ella sólo tiene once años de edad. Típica niña sabihonda, repelente a veces, pero que se hace querer. Al cabo del tiempo, casada ya 9
con Felipe, se presentará en Tróade como propagandista del evangelio de Juan. En Hasta los confines de la tierra no desempeña ningún papel, sólo se hace referencia a ella ocasionalmente. Elena. Hija mayor de d e Andrónico y Lucila. Casada con TeoTeodoro, con quien tiene tres hijos. Andrónico se siente muy compenetrado con ella. Felipe. Esposo de Dina, propagador entusiasta del cuarto evangelio. Sólo aparece de pasada en Hasta los confines de la tierra y no tiene nada que ver con el apóstol Felipe ni con el diácono del mismo nombre. Julia . Hija de Elena y Teodoro, nieta preferida de Andrónico. Livia . Cristiana de origen judío y padres esenios. Huérfana desde muy joven, fue adoptada por Teófilo y su esposa, criándose en la casa como una hija. Su origen judío le permite un conocimiento de las Escrituras judías muy superior al de los otros miembros de la familia. Soltera por decisión personal, se dedicó a cuidar a Teófilo y mantiene vivo su recuerdo. Lucila . Esposa de Andrónico, mujer práctica y muy entregada a los miembros más necesitados de la comunidad, adopta a menudo una actitud crítica ante la postura de su marido, que considera demasiado intelectual. Néstor. Hijo menor de Andrónico y Lucila, casado con TaTalía, con quien tiene tres hijos. Talía . Esposa de Néstor, de origen pagano, convertida pocos años atrás al cristianismo. Mujer de gran cultura y extraordinarias ansias de saber. Teófilo. Padre de Andrónico, ya muerto cuando comienza Hasta los confines de la tierra . Este personaje ficticio se basa en el personaje real al que Lucas dedicó sus dos volúmenes: Evangelio y Hechos de los apóstoles. 10
P AR ARTE TE I La fuerza del Espíritu
1 Talía
H
abían pasado varios años desde que terminé mis memorias sobre los evangelios, que quizá ya conoces, cuando una tarde se presentó en mi casa nuestro obispo, Demetrio. Sus visitas eran frecuentes y no me extrañó. Pero esta vez no dejó pasar el tiempo en saludos protocolarios y temas anodinos. –Tú estuviste en Antioquía de joven, ¿verdad? –Sí. Fui a conseguir una copia del evangelio de Mateo. –Y conociste a Ignacio, el obispo. Sus palabras me pusieron en guardia ante la posibilidad de una mala noticia. –¿Ha muerto?– me animé a preguntar tras un breve silencio. –No. Está en Esmirna. Luego, con una mezcla de orgullo y tristeza, añadió: –Va preso a Roma. Lo más probable es que muera mártir. No podía imaginar en aquel momento que de Esmirna vendría a Tróade y permanecería con nosotros unos días, antes de que lo obligasen a continuar su viaje a toda prisa 1. El paso de Ignacio por Esmirna y Tróade Tróade tuvo lugar en fecha incierta entre los años 107-117. El dato que ofrece Andrónico no aclara en qué fecha escribió esta continuación de sus Memorias. De otros detalles se deduce que es hacia el 115. 1
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Comprenderás la emoción que me produjo volver a encontrarme con él. Pero no deseo centrarme en su persona, ni en las tres cartas que escribió estando entre nosotros, ni en las otras que había enviado desde Esmirna a algunas iglesias cercanas. La presencia de Ignacio fue decisiva para mí, pero por otro motivo: me devolvió a la realidad. A la redacción de las memorias, habían h abían seguido unos años dedicados a instruir a mi hijo Néstor en los negocios familiares para que ocupase mi puesto cuanto antes. Y cuando él comenzó a recibir a los clientes, a controlar los envíos y llegadas de mercancías, la producción de los campos, me sentí el hombre más feliz del mundo, libre para dedicarme a mi gran afición por la lectura. La noticia de la prisión de Ignacio y de su posible martirio me hizo caer en la cuenta de lo alejado que había vivido de los acontecimientos diarios de la comunidad y de las otras iglesias. No se trataba de una lejanía absoluta, sino de un desinterés práctico por los informes que llegaban, cada vez más preocupantes. Un día comentaron en la asamblea litúrgica que Simeón, el obispo de Jerusalén, había sido crucificado, después de sufrir tortura durante muchos días. El hecho de ser familiar de Jesús y obispo de Jerusalén concedía especial relevancia a la noticia. Alguno añadió que había muerto a la edad de ciento veinte años, cosa que me pareció un tanto exagerada, pero que no puedo afirmar ni negar. Sin embargo, esta noticia y otras parecidas de persecuciones en diversas partes del Imperio no alteraban mi ritmo de vida ni me provocaban una sensación de inseguridad. Y ahora, cuando el que marchaba al martirio era alguien especialmente conocido y querido, los ojos se me abrieron para entender la realidad de forma nueva. También logré valorar a fondo otros datos más cotidianos y menos heroicos. 14
Para explicártelo necesito retroceder en mi relato y hablarte del matrimonio de mi hijo Néstor. Se había casado diez años antes con una muchacha de origen o rigen pagano llamada Talía. Talía. Aunque nunca la vi coronada de hiedra, ni con máscara festiva y cayado de pastor, tenía el carácter risueño de la musa de la comedia. Yo la conocía desde niña, porque su padre, Jasón, y su abuelo paterno, Ascanio, eran grandes amigos de d e nuestra familia. Ascanio, un pagano piadoso que hablaba con respeto de los dioses y procuraba hacer el bien a los demás, se sintió desconcertado cuando se enteró de la conversión de mi padre. No podía entender que un hombre culto y respetable se adhiriese a una de esas muchas religiones orientales, sobre todo a una tan criticada como la cristiana. Mantuvieron la amistad, aunque de forma algo distante. En cambio, Jasón y yo seguimos sintiéndonos unidos a pesar de las diferentes convicciones religiosas. Fue eso lo que posibilitó el matrimonio de nuestros hijos. Yoo sentía ciertas prevenciones con respecto a Talía, Y Talía, no sólo por el hecho de ser pagana, sino por ser también demasiado guapa. Tenía miedo de que Néstor se hubiese enamorado de ella por su aspecto físico, pasando por alto valores más importantes en el matrimonio. No podía criticarlo por ello; a mí me había ocurrido lo mismo con Lucila. Pero siempre tendemos a condenar en los demás esas mismas actitudes que justificamos en nosotros. De todos modos, mis prejuicios con respecto a Talía desaparecieron pronto. Me llamó la atención que todas las mu jeress de la famil jere familia ia (Luci (Lucila, la, Livi Livia, a, Elena Elena)) se sint sintiesen iesen de inmediato atraídas por ella. Una mujer puede disimular sus sentimientos. Tres, imposible. También los hijos de Elena le manifestaban gran cariño, incluso antes de convertirse en su tía. Pero el detalle más importante lo supe cuando habían pasado varios meses. Si estás casado, conocerás esa habilidad que tienen las mu jeres para presentarte como archisabida una cosa de la que no 15
tienes la menor idea. Encima, te culpabilizan con la repetida frase: «¿Cómo es posible que no lo sepas? Te lo he dicho infinidad de veces». Lo que yo debería saber, pero no sabía, porque había escuchado cientos de veces, pero nunca oí, es que Talía era catecúmena y se estaba preparando para p ara el bautismo. La noticia supuso una gran alegría, pero en aquel momento no supe valorarla rectamente. Cuando pasaron unos años, en el contexto de la persecución contra Ignacio, el hecho adquirió un sentido nuevo. Yo Yo había procurado, desde joven, ignorar las críticas y acusaciones contra los cristianos. Tranquilo por mi posición social, seguro de mis conocimientos, no me inquietaban las estupideces que pudiese decir sobre nosotros la pobre gente ignorante. Por eso, la conversión de Talía Talía no me pareció algo a lgo extraordinario. Al contrario, la consideré lo más lógico. Ahora comprendí que no era así, y me sentí en deuda de uda con ella. Una deuda fácil de subsanar. Cuando Néstor y Talía se casaron, se quedaron a vivir con nosotros, en la parte de la casa que había ocupado mi padre hasta su muerte. Bastaron unas pequeñas reformas y ampliaciones para que pudiesen residir en ella con toda comodidad, incluso cuando fueron naciendo los hijos. No me resultó difícil encontrar a Talía, Talía, tomando el sol con los niños y la criada en el jardín. Estaba de espaldas, pero su voz me llegó clara. –Los elefantes son tan buenos que cuando pasan por mitad de un rebaño de ovejas las apartan con la trompa para no hacerles daño. Y cuando son atacados, ponen en medio a los elefantes enfermos, a los cansados y a los heridos, herid os, para que no sufran más. Fueron los niños quienes advirtieron mi presencia y pusieron fin a sus bellas historias de elefantes. La criada comprendió que quería hablar con Talía y se los llevó a jugar. Me sen16
té a su lado, carraspeé buscando el comienzo exacto, y decidí abordar el tema de forma directa. –¿A ti te costó mucho hacerte cristiana? Me miró con su habitual sonrisa, pero con aire de desconcierto. Intenté ayudarla ampliando mi pregunta. –Tus padres no son cristianos. Imagino que en tu casa no se hablaría muy bien de nosotros. Y tus amigas te comentarían los rumores que corren sobre los cristianos. Permaneció en silencio, con la mirada perdida en la fuente. Luego me miró a los ojos: –¿Por qué me hablas de estas cosas? Hace diez años que vivo en esta casa y nunca me lo habías preguntado. No pude evitar sonrojarme. –Cuando era joven –le respondí– estuve una temporada en Antioquía, ya lo sabes. Allí conocí al obispo, Ignacio. Ahora va camino de Roma, donde es probable que lo condenen a muerte. Y eso me ha hecho pensar que los cristianos estamos mal vistos y amenazados, y que tú debías debía s saber todo eso cuando te convertiste. –Sí, lo sabía... Pero no por mis padres. Talía ríe de forma alegre, pero sin estridencia. Un arte muy difícil, que le da un encanto especial. –Mi abuelo Ascanio no toleraba que se criticase a los cristianos. Siempre decía lo mismo: «La gente puede decir lo que quiera; pero si Teófilo Teófilo es cristiano, no deben ser malos». Y esa norma continuó en la familia. Las críticas más duras las escuché de mis amigas, de las criadas, de la gente que acudía a la casa... Las cosas que decían eran terribles. Al principio, cuando yo era pequeña, la que más me impresionaba era la del infanticidio. ¿Sabes a qué me refiero? –He oído algo, pero siempre prefería no enterarme de esas calumnias. 17
–Dicen que cuando uno de nosotros va a incorporarse a la comunidad e iniciarse en los misterios, tomamos a un niño muy pequeño, lo recubrimos por completo de harina y lo colocamos sobre una mesa. Cuando el neófito entra en la sala, le ordenan que golpee con fuerza aquella masa. Él lo hace, pensando que no se trata de nada grave. Y golpea una y otra vez hasta que mata al niño. Un rictus amargo se dibujó en el rostro de Talía. Le costaba verdadero esfuerzo continuar su relato. –Dicen que luego todos nos lanzamos sobre el niño muerto para lamer su sangre y repartirnos sus miembros. Que así sellamos nuestra alianza con Dios. Haciendo un esfuerzo volvió a sonreír. –Otra acusación no la entendía de pequeña porque no sabía lo que era el incesto. Y cuando preguntaba qué significaba esa palabra, todos se ponían colorados y cambiaban de conversación. Me enteré cuando tenía doce o trece años. Me lo contó una amiga que no omitió ningún detalle escabroso. Según ella, los cristianos se reúnen en sus días de fiesta para celebrar un gran banquete. Acuden con sus hijos, hermanas, madres, personas de todo sexo y edad. La sala está iluminada sólo por un candelabro, al que se encuentra atado un perro. Cuando han comido y bebido abundantemente, ya medio borrachos, excitan al perro echándole trozos de carne a un sitio al que no puede llegar, hasta que el perro tira el candelabro, se apaga la luz, y todos se abrazan al azar y se entregan a la mayor orgía entre hermanos y hermanas. –¿Y tú te creías todo eso? –Al principio, sí. Luego comencé a recordar las palabras de mi abuelo: «Si Teófilo es cristiano, no pueden ser malos». La verdad es que no podía imaginarme a tu padre bebiendo la sangre de un niño ni practicando el incesto. Se agachó a recoger unas piedrecitas y jugar con ellas. 18
–La gente decía otras muchas cosas malas de nosotros, como que damos culto a un asno crucificado. Advertí que se ponía extraordinariamente colorada y que no se atrevía a seguir. –¿Qué más? –la animé. –Me da mucha vergüenza decírtelo. Dicen que adoramos los genitales del sacerdote como si diésemos culto al sexo de nuestro propio padre. También yo me puse colorado de vergüenza e indignación. –¿Cómo pueden inventar esas mentiras? Talía no respondió a mi pregunta. Siguió el hilo de sus recuerdos. –Con el tiempo, todas estas acusaciones me fueron resultando ridículas y sin fundamento. Pero hubo otras que sí me crearon más problemas. Mi abuelo, aunque no acepta esas acusaciones absurdas, está en claro desacuerdo con ciertas cosas. «No se puede despreciar la religión de nuestros mayores ni ofender a los dioses», repite a menudo. Para él, el cristianismo es una novedad que pone en peligro la estabilidad de la ciudad y del Imperio. Cuando los dioses se sienten ofendidos, envían toda clase de calamidades: inundaciones, terremotos, epidemias, incursiones de los bárbaros, derrotas militares... 2 –A pesar de todo, decidiste hacerte cristiana. Esta vez fue ella quien se ruborizó. –Reconozco que al principio fue por Néstor. Lo veía tan convencido, que me parecía importante para estar unidos compartir la misma fe. La catequesis era para mí una forma más de darle una gran alegría. Luego, poco a poco, me fui
Sobre las acusaciones contra los cristianos, véase la nota complementaria «Las acusaciones contra los cristianos», en pág. 289. 2
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convenciendo de las verdades que me enseñaban. Ya no era por Néstor. Era por mí misma... y por nuestro Señor Jesucristo. Se lo termina queriendo mucho, ¿verdad? Era la primera vez que hablaba con Talía de estos temas y no me esperaba una sinceridad tan espontánea. –Sí –reconocí–, se lo termina queriendo mucho. Mientras me levantaba le comenté: –Muy simpáticas esas historias de los elefantes. ¿Quién te las ha contado? Ella sonrió satisfecha, pero no respondió. –Es un secreto. Los niños piensan que he vivido mucho tiempo con los elefantes. Fueron ellos (los niños, no los elefantes) quienes nos obligaron a interrumpir la conversación. Pero lo hablado era suficiente; mi curiosidad estaba satisfecha. Sin embargo, Talía volvió algo más tarde y se sentó a mi lado. –Antes se me olvidó una acusación muy importante: la de ateísmo. Quizá esperaba una reacción más fuerte de mi parte, que no se produjo. –De ésa he oído hablar mucho. Siempre me pareció la cosa más absurda del mundo. Talía sonrió. –Porque no has sido nunca pagano. Si te hubiesen educado adorando a cientos de dioses, cuando te dijesen que hay uno solo te parecería una locura. Además –la expresión de TaTalía se volvió seria–, nuestro dios no parece demasiado poderoso. La gente no comprende que renunciemos a los dioses romanos, que dominan el mundo entero, y demos culto a un dios incapaz de librarnos de las menores desgracias. Cuando pensaba en esto, recordé que un día vinieron a casa de mis padres unos amigos. La conversación recayó sobre los cristianos. 20
Ni siquiera mencionaron las acusaciones de infanticidio o de incesto. Eran personas cultas que no aceptaban calumnias absurdas. Pero había algunas cosas que les molestaban muchísimo de vosotros. Se corrigió con una sonrisa. –De vosotros, no, de nosotros. La primera está muy relacionada con la acusación de ateísmo. Dicen que por culpa nuestra los templos están casi desiertos, la gente no asiste a siste a las ceremonias rituales, no se vende la carne de las víctimas. Y eso pone en peligro la estabilidad y la paz del Imperio. Lo mismo que dice mi abuelo. También También nos acusaban de ignorantes. No puedes imaginarte la cantidad de adjetivos despreciativos que nos aplicaban: obtusos, rudos, idiotas, cabezones... Una religión para pobres mujeres crédulas, que se dejan arrastrar por la debilidad de su sexo... En fin, que no ven nada bueno en nosotros. Lo curioso es que nos critican por todas partes, pero el número de cristianos sigue creciendo. Ese tema preocupa mucho a las autoridades. –¿Tú tienes mucha relación con las autoridades? –le pregunté con cierta ironía, pero con cariño. –Yo, –Y o, no; mi padre, sí. Y luego me lo cuenta. Desde que me hice cristiana, aunque no esté de acuerdo conmigo, me informa de las cosas que pueden interesarme. Ellos tienen mucho miedo de lo que pueda ocurrirme. –¿Qué te va a ocurrir, Talía? Aquí estás segura. –Eso es lo que tú crees. Y quizá lleves razón. Pero los cristianos están siendo muy perseguidos por todas partes. Eso deberías saberlo tú mejor que yo. *** Con gran vergüenza mía, debí reconocer que no estaba muy informado de esos hechos. Tróade siempre ha sido una 21
ciudad tranquila, poco conflictiva. Nuestra comunidad no llamaba demasiado la atención. Y yo me había aislado tanto en mis intereses y gustos, que el mundo se acababa a pocas millas de mi familia y de mis libros. La conversación con Talía me hizo reflexionar sobre la dificultad de ser cristiano. Algo que yo sabía, porque Jesús pronuncia en los evangelios palabras muy claras en este sentido. Y él mismo fue el primer perseguido y condenado a muerte. Pensando en el tema, recordé haber leído una obra que hablaba de las persecuciones y dificultades que sufrieron los primeros seguidores de Jesús. La había leído hacía mucho tiempo y casi la había hab ía olvidado. Pero Pero no me cabía duda de que fue durante el viaje de vuelta de Éfeso, cuando conocí a Lucas. Era la segunda parte de su obra.
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2 Primer contacto con la obra
N
o sé si has tenido la experiencia de releer un libro treinta años después de haberlo leído por vez primera. Cuando yo la tuve con la segunda parte de Lucas, casi todo me resultaba nuevo; sólo de vez en cuando, rápido como un relámpago, un diálogo o una escena me resultaban remotamente conocidos. No había sido difícil localizar el rollo. Entre los que yo he ido comprando y los heredados de mi padre, poseo una buena biblioteca, pero no tan grande como para perderme entre ellos. Lo identifiqué fácilmente gracias a la cinta con el título: un sencillo «Lucas B». No era un rollo nuevo, como los que algunos guardan para presumir más de ricos que de cultos. Los bordes reflejaban una lectura frecuente, el deterioro provocado por unas manos que lo han desenrollado y enrollado muchas veces. La imagen de mi padre se mezcló con la de Lucas, orgulloso siempre de sus escritos, sonriendo satisfecho, con un deje de humor. Tardé un buen rato en liberarme de mis imágenes queridas, desatar la cinta y desenrollar el escrito. «En la primera parte, Teófilo ...» ...» De nuevo se hizo presente mi padre, no con la última imagen de su cuerpo muerto, sino con su sonrisa afable, su bondad espontánea, su alegre fe y su obstinada caridad. Y Lucas, su buen amigo, lo llama «Teófilo», sin más. No «excelentísi23
mo Teófilo eófilo», », como en la dedicatori dedi catoriaa de la primera pr imera parte. pa rte. TamTampoco «querido Teófilo». Simplemente «Teófilo», como signo de la amistad y fraternidad que los igualaba 1. Pero no pretendo dejarme arrastrar por la melancolía ni los recuerdos. Deseo hablarte de la obra en su conjunto, antes de dártela a conocer de forma detallada, si es que tu paciencia y benevolencia te impulsan a seguir leyendo. Si me dejase llevar por mi afición a exagerar, te la recomendaría diciéndote que es una obra maravillosa, apasionante. Y podría provocar tu desconcierto y decepción cuando empezases su lectura, porque la parte más amena e interesante, la que te fuerza a seguir leyendo hora tras hora, no es precisamente la inicial. El comienzo incluso puede resultar aburrido y pesado. Relatos de gran interés se ven interrumpidos por largos discursos de Pedro, que no habla como el sencillo pescador galileo que fue, sino como un experto en las Escrituras judías, capaz de argumentar y terminar probando lo que le interesa. En un primer momento me desconcertó este procedimiento de Lucas. Siempre he pensado que un relato debe empezar de forma atractiva, captando la atención del lector. Más tarde, cuando resulta imposible dejar la lectura, el autor puede permitirse momentos de menor tensión e interés. ¿P ¿Por or qué en la segunda parte de Lucas ocurre lo contrario? Probablemente porque quiso respetar sus fuentes, sin mutilar lo que había recibido. Además, él no escribe para entretener sino para informar y fortalecernos en la fe. He titulado esta continuación de mis memorias «Hasta los confines de la tierra» porque pienso que refleja bien el contenido de lo que cuenta Lucas. Me baso para ello en unas palaMuchas traducciones dicen: «querido Teófilo». Teófilo». Sin embargo, los mejores códices dan la razón a Andrónico. Sólo dicen: «oh Teófilo». (N. del E.) . 1
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bras que Jesús dirige a sus discípulos poco antes de subir al cielo: «Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría ». Estas pocas palabras desvelan y hasta los confines de la tierra ». el progreso geográfico del relato y cómo la fe en Jesús se fue extendiendo por todo el Imperio 2. *** Mi intención era leer la obra de Lucas sin prisas pero sin pausa, a mi aire y al ritmo que me impusiese el texto. Todo cambió la primera mañana, cuando Lucila entró en el despacho mientras yo leía. Se fijó en el volumen, inicialmente sin prestarle importancia, y de pronto dijo: –Ése es uno de los rollos que escribió Lucas. Confieso que me sorprendió su acierto. –¡Que vista tan buena tienes! –Los conozco de memoria. No te imaginas la cantidad de veces que vi a tu padre leyéndolos. –Yoo éste sólo lo leí una vez, hace muchos años, cuando vol–Y vía de Éfeso. –¿Piensas leerlo de nuevo? –Sí –respondí escueto, sin revelar lo que me había llevado a esa decisión. Lucila se quedó mirándome un momento. Luego me propuso: –Podríamos leerlo juntos. No me refiero a ti y a mí, pienso en todos: Livia, Néstor, Talía... como hicimos con esos libros tan caros que compraste de un autor auto r judío... ésos que no has vuelto a leer..., o con el cuarto evangelio, el que trajeron Dina y Felipe. Para ampliar información sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles, véase la «Base de datos», en págs. 281-288. 2
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Guardé silencio, no muy convencido. Finalmente, confesé: –Ahora la situación es distinta. Ya no está mi padre. –Es cierto, lo echaremos de menos. Pero el peso principal de las reuniones recaía siempre sobre ti. Eso puede mantenerse. –Pareces muy interesada en que volvamos a reunirnos. –La verdad es que sí. A ti te vendría bien, y también a los demás. A veces echo de menos aquellas conversaciones. Si te descuidas, al terminar el día sólo has hablado de cosas intrascendentes. Livia piensa lo mismo, me lo comenta a menudo. Y a Néstor y Talía también les harían mucho bien. Lástima que no puedan venir Elena y Teodoro. –Hace unos días tuve una charla muy interesante con Talía, sobre las dificultades que tuvo para hacerse cristiana. –No me dijiste nada. –Se me pasó, es verdad. Antes de seguir mi relato te explico la ausencia de Elena y Teodoro. El padre de Teodoro había muerto dos años antes y su madre estaba muy delicada de salud. No se atreverían a de jarla sola por las noches, hora ho ra en que solíamos celebrar nuestras reuniones. Una Una pena, porque los dos podrían aportar mucho y disfrutarían con ellas. En compensación, la idea de que Néstor y Talía estuviesen presentes me atrajo bastante, quizá por esa vanidad inevitable de poder lucirme ante mis hijos. Aquella noche, cuando lo propuse en la cena, la aceptación fue inmediata. Tan rápida, que sospeché la mano oculta de Lucila convenciendo a todos de antemano. Decidimos comenzar la noche siguiente. *** No sé por qué, me sentía algo nervioso. No se debía a la presencia de dos personas nuevas en la reunión. Era cierta in26
seguridad a propósito de la materia que debía comentarles, que no me resultaba tan familiar como los evangelios. Cuando los cinco estuvimos sentados, caí en la cuenta de que debía hacer una advertencia previa: –Talía, –T alía, este rollo es el segundo de una obra que Lucas concibió en dos partes. En la primera habla de Jesús, desde su nacimiento hasta su subida al cielo. En ésta, de lo que ocurrió más tarde. La primera parte la conocemos como «el evangelio». A esta segunda, si tuviera que ponerle un título, la llamaría: «Hasta los confines de la tierra». Desenrollé el volumen y les señalé unas líneas en la primera columna. –Aquí, nada más comenzar, Jesús Jesús dice a sus discípulos: «Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra». Advertí que mi nuera quería decir algo pero se contuvo. La animé a hablar. –¿Qué ibas a decir, Talía? No esperaba mi interpelación y se puso colorada. –Es que hay una cosa que no entiendo. Has dicho que ese rollo habla de lo que ocurrió después de la ascensión de Jesús al cielo; sin embargo, has leído unas palabras suyas. –Es cierto. Lucas, al principio de este volumen, repite lo que contó al final del primero, para que al lector le resulte más fácil relacionarlos. No tengas miedo a preguntar y a decir lo que piensas. Y tú, lo mismo, Néstor. Lo importante es que todos intervengamos. Volví a señalar las palabras que acababa de leer. –Lucas era un gran escritor. En esta frase resume lo que va a desarrollar en toda la obra: cómo los apóstoles son testigos de Jesús primero en Jerusalén, luego en Judea y Samaria, y, por último, hasta los confines de la tierra. 27
–Los confines de la tierra deben ser las islas Británicas –comentó Néstor, orgulloso de demostrar sus conocimientos. –O las columnas de Hércules –sugirió Livia. –Ésas están demasiado cerca –objetó él. –Si le preguntasen a mi abuelo, diría que el confín del mundo es Roma –intervino Talía–. No quiero decir que sea verdad, me refiero a lo que pensaría mi abuelo. El confín de la tierra no es lo más lejano, sino lo más importante. Mi abuelo, desde que leyó la Historia de Roma de Dionisio de Halicarnaso, está convencido de que lo más importante del mundo es Roma. –A lo mejor el abuelo de Talía tiene razón y Lucas estaba de acuerdo con él. Lo digo porque esta obra termina en Roma. O sea, que cuando Jesús dice a los discípulos que serán testigos suyos hasta el fin del mundo, les promete que llegarán hasta Roma. De Jerusalén a Roma: lo que menos podía imaginar aquel pequeño grupo de discípulos. Levanté el rollo mostrándolo a todos, cosa innecesaria porque lo veían perfectamente. –Para mí, la gran sorpresa no ha sido hasta dónde llegó el testimonio de Jesús, sino quiénes fueron los testigos. Al principio, después de contar la ascensión, Lucas menciona a los once discípulos que quedaron tras la muerte de Judas, y también hace referencia a algunas mujeres, a María, la madre de Jesús,, y a sus hermanos. Yo Jesús Yo pensaba que éstos serían los testigos. De hecho, al principio se habla mucho de Pedro y Juan. Pero de los otros no se cuenta nada o casi nada. Los testigos serán también otros personajes nuevos, distintos de los doce, sobre todo Pablo. Pablo Pablo es el gran testigo de la segunda mitad de este rollo. Lo que se cuenta de sus viajes es apasionante. Ya Ya sabéis que fue él quien nos predicó el evangelio. –Y quien resucitó a Eutico –interrumpió Livia riendo–. ¡Qué pesado se ponía, Dios mío! Cada vez que me lo encontraba me contaba la misma historia. 28
Advirtió el desconcierto de Talía Talía y le explicó: –Eutico era un muchacho cuando Pablo visitaba la comunidad. Una noche, Pablo se alargó hablando, Eutico se quedó dormido, se cayó desde el piso de arriba y pensaron que se había matado. Pablo bajó, lo abrazó, y dijo que no le pasaba nada. Pero Eutico siempre afirmaba que él había muerto y que Pablo lo había resucitado. –Eso se cuenta aquí con bastante detalle –intervine yo–. Pero no adelantemos acontecimientos. Sólo quiero comentaros otras dos cosas a propósito de esta obra, para que no os extrañen cuando la vayamos leyendo. La primera es que, además de los apóstoles y los otros testigos, hay también otros grandes protagonistas: los ángeles, sobre todo en la primera mitad. Se aparecen a los discípulos en el monte de los Olivos, abren las puertas de la cárcel a los apóstoles, le dicen al diácono Felipe que vaya al encuentro de un eunuco etíope, se aparecen al centurión Cornelio, liberan a Pedro de la cárcel... Ahora mismo no recuerdo más datos, pero éstos son suficientes. La segunda, muy relacionada con la anterior, es que se cuentan muchos milagros y toda clase de prodigios. Por ejemplo, Pedro Pedro tenía tanta fama de hacer milagros que la gente g ente colocaba a los enfermos en literas y camillas, por la calle, para que al pasar los cubriese su sombra. –Pero eso es normal –comentó Talía. –¿Te parece normal? –le preguntó Néstor admirado. –En todas las obras históricas se cuentan milagros y prodigios. –Por –P or ejemplo, en la Historia de Roma de Dionisio de Halicarnaso –le respondió su marido con cierta ironía. –Sí, aunque Dionisio no cuenta demasiados. Si quieres más puedes verlos en la Biblioteca histórica de Diodoro de Sicilia. 29
Lo dijo sin petulancia, como quien comenta a uno de sus niños dónde puede encontrar el juguete jug uete que busca. Nunca había imaginado que mi nuera fuera tan culta. –Imagino –continuó ella– que se contarán esos milagros y prodigios para demostrar que Dios interviene en la historia, que la comunidad cristiana se difunde gracias a Él. Cuando queráis, os puedo contar algunas de esas historias prodigiosas que se leen en Diodoro y en Dionisio. Me las sé de memoria. Advirtió mi expresión de asombro y se sintió obligada a justificarse. –A mi abuelo Ascanio le gustan mucho esas obras, y cuando yo era pequeña me leía lo que podía resultarme más interesante. Luego, yo misma las leí por mi cuenta. (Se volvió hacia mí con una sonrisa.) Las historias sobre los elefantes las leí en la Historia natural de Plinio. Los demás nos miraron sin saber de qué hablábamos. –Bien, vamos a continuar con el tema –propuse–. Sólo quiero deciros, para terminar, que esta obra no sólo cuenta milagros y prodigios. También ofrece una información muy exacta de lo que ocurrió en las primeras décadas después de la muerte de Jesús. Creo que merece la pena irla comentando poco a poco. Hubo acuerdo unánime en continuar las reuniones y en que Talía explicase cuáles eran esas historias de elefantes. *** –No imaginaba que Talía Talía supiese tantas cosas –le comenté a Lucila ya en el lecho. –¿Por qué no? Ascanio es un hombre cultísimo, tiene la mejor biblioteca de Tróade. Era la envidia de tu padre, ¿no te acuerdas? –Ahora que lo dices, sí. Pero no lo había relacionado con Talía. 30
Hubo un momento de silencio. –¿Te molesta que sepa tanto? –preguntó Lucila. –No, al contrario. Puede resultar muy interesante. Al principio temí que resultase una sabihonda repelente. Pero me he dado cuenta de que no habla por presumir, sino por aportar algo. –Las mujeres no somos tan malas como tú piensas. Y con un beso dio por terminado el día y el debate.
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3 La despedida (Hechos 1,1-14)
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reparar una reunión debiendo comentar el texto, dispuesto a aclarar posibles dificultades, no es lo mismo que leer por leer o leer por disfrutar. Instintivamente se despierta un mayor grado de atención, y detalles que pasarían desapercibidos adquieren un claro relieve. La imagen no es buena, pero te conviertes en un animal que sospecha la trampa en cualquier sitio. Es lo que me ocurrió al leer de nuevo la despedida de Jesús antes de subir al cielo. El episodio me resultaba familiar por los evangelios. Incluso sabía que existen diferencias entre ellos, dado que Marcos y Mateo sitúan la ascensión en Galilea mientras Lucas la pone en las cercanías de Jerusalén. Pero en este nuevo relato, el de la segunda parte de Lucas, había algo que me resultaba nuevo, desconocido, y no conseguía saber qué era. e ra. Releí los finales de Marcos y Mateo. Nada. Nada. Releí el final de ese cuarto evangelio que me trajeron Dina y Felipe. Tampoco. Me parecía absurdo buscar en el evangelio de Lucas, no iba a encontrar allí la causa de mi desconcierto. Pero preferí agotar todas las posibilidades. Y en él estaba la solución del misterio. Al principio, casi no podía creerlo. Estoy acostumbrado a las diferencias entre los evangelistas. Son tantas que no me extrañan ni escandalizan. Pero no podía imaginar que Lucas, tan atento a los detalles, según él decía y pre33
sumía, pudiese contar de dos formas tan distintas la despedida de Jesús de sus discípulos. A primera vista no parecen tan distintas. En ambos casos se trata de una comida, un diálogo de Jesús con los discípulos, un paseo hasta cierto sitio y la subida al cielo. Pero, prestando atención, en casi todos esos puntos existen diferencias notables. Y me asaltaron las mismas dudas que años antes, cuando comentamos el evangelio de Dina y Felipe. Las reuniones no debían convertirse en un análisis minucioso y cansino del d el texto, tenían otra finalidad. Sin embargo, esos detalles podían ser esenciales para comprender lo que quería decirnos Lucas. Así que decidí no omitirlos. *** En cuanto comenzamos, advertí la diferente actitud de Lucila y Livia, por una parte, y de Néstor y Talía por otra. Las dos primeras estaban acostumbradas a este tipo de reuniones, aunque hacía años que no las celebrábamos. Los jóvenes asistían por vez primera. Su curiosidad era mayor, y me dirigí a ellos de manera espontánea. –El método que seguimos es leer el texto poco a poco, aclarar lo que haga falta y comentar lo que nos resulte más interesante. –Como en las asambleas de la comunidad. –Sí, pero con más calma. Podemos detenernos todo el tiempo que queramos. No hay prisa. Desenrollé el volumen y comencé a leer.
En la primera parte, Teófilo, conté todo lo que Jesús hizo y en- señó, desde el principio hasta que, después de dar instrucciones por medio del Espíritu Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, elegido, fue fue llevado al cielo. 34
–¿Ese Teófilo es tu padre? –me interrumpió Talía con cara de sorpresa. –Sí, claro. Él y Lucas eran íntimos amigos. Lo que hemos leído es un resumen brevísimo de la primera parte del evangelio. Ahora va a recordar lo que ocurrió entre la resurrección y la subida al cielo de Jesús. ¿Tú qué recuerdas de ese tiempo, Talía? ¿Qué te han enseñado? No esperaba la pregunta y se quedó pensando. –Me contaron que Jesús se apareció a algunas mujeres y a los apóstoles. Y que los judíos decían que los apóstoles habían robado el cuerpo de Jesús... pero eso es mentira. Evidentemente, su conocimiento de los evangelios no era tan completo como el que tenía de los historiadores griegos o el de los relatos de Plinio. Pero no se le podía echar la culpa. Néstor intervino ayudándola. –Y que Jesús se apareció a dos discípulos que iban huyendo de Jerusalén. –Es verdad. Los dos que iban camino de Emaús, los que reconocieron a Jesús al partir el pan. –Y la aparición en el lago de Galilea –intervino Livia, que era una entusiasta de ese pasaje. –Ésa no la recuerdo –reconoció Talía Talía humildemente. –No importa –continué–. Lucas no va a recordar todos esos episodios. Fijaos lo que dice: Se les había presentado vivo, después de padecer, con muchas pruebas, mostrándose durante cuarenta días y hablando del reinado de Dios. ¿Hay algo que os extrañe en esta frase? Todos permanecieron en silencio. –Cuando la leí por vez primera no advertí nada raro. Luego caí en la cuenta de un detalle muy extraño: ningún evangelio dice que Jesús se apareciese a los discípulos durante cuarenta días, ni siquiera el de Lucas. Lo leí atentamente y todo 35
lo que cuenta entre la resurrección y la ascensión puede ocurrir en un día, dos a lo sumo. En la mañana después del sábado, las mujeres van al sepulcro, dos hombres les anuncian que Jesús ha resucitado y corren corren a decírselo a los apóstoles, que no las creen, menos Pedro, que va al sepulcro. Ese mismo día se aparece Jesús a los dos que van camino de Emaús; éstos vuelven a Jerusalén, y cuando están contándoles a los Doce lo ocurrido, se presenta Jesús en medio de ellos. Tiene con ellos unas palabras de despedida, los saca a Betania y sube al cielo mientras los bendice. Suponiendo que la cena se alargase y que la ida a Betania fuese por la mañana, todo sucedió en poco más de un día. Como veis, la diferencia es enorme con lo que dice ahora el mismo Lucas: cuarenta días. –Tee aprovechas de que no está tu padre para criticar a Lucas –T –dijo Livia sonriente–. Esa diferencia debe tener explicación. Por lo pronto, los cuarenta días no hay que entenderlos al pie de la letra. Cualquier judío sabe que el cuarenta es un número redondo, el que se usa para indicar un tiempo completo. Recordarás que Jesús ayunó cuarenta días. También Moisés ayunó cuarenta días en el monte Sinaí. El diluvio duró cuarenta días; la marcha por el desierto, cuarenta años; el viaje de Elías al monte de Dios, cuarenta días... ¿Quieres más datos? –Entonces, ¿cuál es tu interpretación? –Vuelve a leer esa frase. –Se les había presentado vivo, después de padecer, con muchas pruebas, mostrándose durante cuarenta días y hablando del rei- nado de Dios. Livia reflexionó brevemente. Los demás la mirábamos curiosos, deseando que encontrase una respuesta satisfactoria. –Supongo que Lucas querrá decir que Jesús se mostró a los discípulos el tiempo necesario para que se convencieran de su resurrección. Por eso dice que se presentó vivo con muchas pruebas. No es fácil creer que un muerto resucite. Los mismos 36
apóstoles se negaron al principio a aceptarlo, tú lo sabes. Hacía falta un tiempo más largo que un día o dos. Eso es lo que quiere decir Lucas. A falta de mejor explicación, aceptamos la de Livia y me dispuse a continuar la lectura. –Lo que cuenta ahora Lucas es la comida de despedida. Mejor dicho, lo que les dijo Jesús durante ella. Estando co- miendo con ellos, les encargó que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperaran lo prometido por el Padre, lo que me habéis escu- chado: que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautiza- dos dentro de poco con Espíritu Santo. Como veis, se trata de una orden, no alejarse de Jerusalén, y de una promesa, el don del Espíritu. Esto se parece mucho a lo que cuenta el evangelio. Pero luego viene un diálogo muy curioso, que no está en el evangelio.
Estando ya reunidos le preguntaban: –Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Is- rael? Les contestó: –No os toca a vosotros saber los tiempos y circunstancias que el Padre ha fijado con su exclusiva autoridad. Pero recibiréis la fuer- za del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaria y hasta el confín del mundo. –Los hombres siempre con la política –fue el comentario irónico de Lucila, que Livia y Talía aprobaron con una sonrisa. –Efectivamente –reconocí–. Los discípulos siguen con sus sueños de liberación, hasta el último momento. Pero Pero Jesús no dice que eso sea malo. Lo que dice es que para eso falta mucho tiempo. Antes hay que dedicarse a ser testigos suyos en todo el mundo. Os recuerdo que estas palabras son muy importantes porque resumen el contenido del libro: la comunidad de Jerusalén, la expansión por Judea y Samaria y la ex37
tensión hasta llegar a Roma... aceptando la teoría de Ascanio y Talía. Luego cuenta la ascensión de Jesús al cielo.
Dicho esto, en su presencia se elevó, y una nube se los quitó de la vista. Seguían con los ojos fijos en el cielo mientras él se mar- chaba, cuando dos personajes vestidos de blanco se les presentaron y les dijeron: Hombres Hombres de Galilea, Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando al cie- lo? Este Jesús, que os ha sido arrebatado al cielo, vendrá como lo habéis visto marchar al cielo 1. –En este relato también hay dos detalles que no aparecen en el evangelio de Lucas: la nube y los dos hombres vestidos de blanco. O sea, que es un relato muy distinto del mismo hecho. –¿En el evangelio no habla de la nube? –preguntó Talía Talía extrañada. –No. Sólo dice que Jesús fue arrebatado al cielo mientras bendecía a sus discípulos. –Pero –P ero la nube es necesaria –protestó ella–. Cuando alguien a lguien sube al cielo, siempre hay una nube que se lo lleva o lo oculta. Dionisio de Halicarnaso... Todos soltamos la carcajada, pero ella no se inmutó. –Dionisio de Halicarnaso cuenta que el dios que se unió con Rea Silvia, después de despedirse de ella se envolvió en una nube y fue transportado hacia arriba por el aire. Y Hércules también subió al cielo en una nube. –Pues yo te podría hablar de gente que sube al cielo sin necesidad de nube. Por ejemplo, Augusto y Drusila... No quiero decir que subiesen al cielo, sino que la gente dice que subieron al cielo.
Sobre la Ascensión, véase la nota complementaria en los Apéndices, pág. 289. 1
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–¿Qué más da con nube o sin nube? –nos interrumpió la práctica Lucila–. A mí me parece más importante lo que dicen los dos hombres a los apóstoles: que no se queden mirando al cielo. –¿Y eso qué significa, madre? –Que miren a la tierra, Néstor. Que no se dejen arrastrar por la nostalgia. Que no se pasen la vida echando de menos a Jesús.. Ahora les toca a ellos continuar su tarea... Jesús t area... Y a nosotros. –Estoy de acuerdo a cuerdo con tu madre. Vamos Vamos a terminar t erminar lo que había previsto para esta noche. Aquí también se nota una diferencia con el evangelio. En la primera parte, Lucas cuenta que los discípulos se volvieron muy contentos a Jerusalén y que estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. Ahora es mucho más concreto. Dice así:
Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte de los l os Olivos, que dista de Jerusalén tan sólo un camino de sábado. Cuando lle- garon, subieron al piso superior donde donde se alojaban: Pedro Pedro y Juan, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Zelota y Judas de Santiago. Todos ellos, con al- gunas mujeres, la madre de Jesús y sus hermanos, persistían uná- nimes en la oración. –Se nota la mano de Lucas –comentó Livia. Talía no entendió su alusión, y Livia se la aclaró. –Él siempre da mucha importancia a las mujeres. En el evangelio dice que a Jesús lo acompañaban los doce y también un grupo de mujeres. Y ahora cuenta algo parecido. Menos mal que alguien no se olvida de nosotras. Además, me gusta mucho que hable de María, la madre de Jesús. –Pues a mí lo que más me ha impresionado es lo último, eso de que persistían unánimes en la oración –dijo Talía–. Talía–. En la catequesis nos insistían mucho en la necesidad de orar, y aquí tenemos un ejemplo muy bueno. 39
–Es que necesitaban hacer mucha oración –aclaré–. Tenían Tenían que prepararse para la venida del Espíritu, y antes había que tomar una decisión muy importante. Guardé silencio, como queriendo ocultar un secreto. Pero Pero antes de que pudiesen preguntarme, di la reunión por terminada. –De esa decisión hablaremos el próximo día. *** –¿Qué te ha parecido la reunión? –le pregunté a Lucila cuando estuvimos solos. –Me ha gustado, pero me ha resultado un poco fría. Demasiado comparar lo que dice el evangelio con lo que dice este libro. No te molestes, ya sé que esas cosas son importantes, pero esperaba más. –Se echa de menos a mi padre. Él habría aportado eso que a ti te gusta. –A mí me gusta lo que tú comentas. Además, imagino que no siempre estarás comparando lo que cuenta el evangelio con lo que cuenta este libro. –No. A partir de ahora todo os resultará nuevo. No hay nada que comparar. Dimos por terminado nuestro breve diálogo nocturno, pero yo seguí rumiando las palabras de Lucila. Sabía lo que echaba de menos: un comentario más profundo, más espiritual, que alentase un ambiente de oración. En realidad, era un contrasentido leer un texto sobre la insistencia en la oración de los apóstoles y las mujeres e irnos directamente a la cama. Podríamos cambiar algo en el esquema de la reunión. Pero Pero tenía miedo de que el libro no terminase satisfaciendo las expectativas del auditorio. Aunque una obra escrita por Lucas tenía ganada de antemano la benevolencia de Livia y de Lucila. Tranquilizado por esta idea, conseguí conciliar el sueño. 40
4 El final de Judas y la elección de Matías (Hechos 1,15-26)
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a certeza con que me expresé al decirle a Lucila que en adelante todo era nuevo, que no había peligro de establecer más comparaciones con el evangelio, se derrumbó de inmediato. Me bastó leer las líneas siguientes para advertir mi error. No comprendo cómo se me había olvidado que Lucas cuenta de forma muy distinta la muerte de Judas a como la cuenta Mateo. Me asaltó la duda de si debía reconocer mi error y comentar el pasaje. Al final, decidí lo más sencillo. Lucas cuenta dos hechos muy relacionados entre sí: la muerte de Judas y la elección de Matías para sustituirlo. Leería todo, pero sin darle importancia a lo primero, evitando así las comparaciones. Antes de comenzar la reunión me dirigí d irigí a Néstor Néstor.. –Anoche estuviste muy callado. ¿No te interesa este libro? –Sí, mucho. Pero Pero «las palabras de un hombre son agua profunda», y «al que mide sus palabras le irá bien». –¿Quién te ha enseñado eso? –le pregunté mientras advertía de reojo la sonrisa burlona de Livia. –Son proverbios judíos que me enseñó Livia de pequeño cuando se cansaba de oírme hablar. hablar. Pero Pero no os preocupéis, hablaré en cuanto tenga algo que decir. –Esos proverbios no los observas conmigo –le reprochó Talía. 41
–Mejor para ti. De lo contrario, protestarías porque nunca te cuento nada. –Bueno, vamos a comenzar. Lo que toca hoy es muy breve y fácil de entender. Recordaréis que los discípulos se reunían en la habitación superior de una casa, no sé de quién, ni aquí lo dice. Un día, Pedro les recordó la muerte de Judas y la necesidad de elegir a otro para sustituirlo. Desenrollé el volumen, y cuando estaba a punto de comenzar la lectura se lo alargué a Néstor. –Lee tú. Así descanso. Aceptó con gusto, y su voz resonó bien timbrada, como el agua profunda del proverbio.
Un día de aquéllos se levantó Pedro en medio de los herma- nos, ciento veinte personas reunidas, y dijo: –Queridos hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo profetizó por medio de David acerca de Judas, el que guió a los que arrestaron a Jesús, que era uno de los nuestros y com- partía nuestro ministerio. Con la paga de su iniquidad compró un terreno, cayó cabeza abajo, reventó por medio y se le salieron las entrañas. Todos los vecinos de Jerusalén se enteraron, de modo que el terreno se llama en su lengua Akeldama (o sea, campo de sangre). Pues Pues está escrito en el libro l ibro de los Salmos: «Quede su mo- rada despoblada sin que nadie la habite, y que su puesto lo ocu- pe otro». Ahora Ahora bien, de todos los que nos acompañaron mientras mientras el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, desde el bautismo de Juan Ju an hasta que nos fue arrebatado, arrebatado, uno tiene que ser con nosotros nosotros testigo de su resurrección. Designaron a dos: José llamado Barsabas, apodado Justo, y Matías. Después rezaron así: –Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, indícanos a cuál de los dos eliges para ocupar el puesto de este ministerio apos- 42
tólico, que Judas abandonó para marchar al lugar que le corres- pondía. La suerte tocó a Matías y fue incorporado a los once apóstoles. Alargué la mano para que me me devolviese el rollo, pero lo lo reretuvo mientras lo releía atentamente. Cuando hubo terminado preguntó: –¿Os digo todo lo que me llama la atención? En primer lugar, que en la habitación superior de esa casa cupiesen ciento veinte personas. Demasiada gente. Además, con tanto peso se podía hundir el suelo. Livia lo miró con una sonrisa irónica. –«Al necio no le gusta la discreción, sino publicar lo que piensa». Este proverbio también te lo he repetido muchas veces. –¿He dicho una tontería? –No –respondió Livia conciliadora–. Sólo quería meterme contigo. Yo también pienso que ciento veinte personas son muchas para una sola habitación. Pero no creo que hubiese ciento veinte. Todos la miramos desconcertados. –¿Crees que Lucas nos engaña? –preguntó Lucila. –No, de ninguna manera. Pero Pero utiliza el simbolismo de los números. –Como los pitagóricos –intervino Talía. Talía. –Como los judíos. Ciento veinte es un número simbólico: diez veces doce. –O doce veces diez –rebatió Néstor con cierta ironía. –No es lo mismo. La fuerza recae en el doce, que simboliza a las doce tribus de Israel. –Pues podía haber dicho ciento cuarenta y cuatro, que es doce veces doce, y sería más perfecto. Livia se sintió desconcertada. 43
–Sí, podía haber dicho ciento cuarenta y cuatro... pero entonces sí que se habría hundido el suelo. Dejándonos de bromas, yo creo que Lucas quiere decir que la primera comunidad representaba a todo el pueblo de Israel y que tenía un número adecuado de personas. Yoo no le había concedido ninguna importancia a la canti Y dad indicada por Lucas, y advertí que el detalle tenía interés. Pero Néstor no me dejó intervenir. –Otra cosa que me ha llamado la atención es mucho más seria. Me refiero a la traición de Judas. He oído hablar de ella muchas veces, pero... no sé, ahora me ha impresionado más. ¿Cómo es posible que traicionara a Jesús? –Lo traicionó por dinero –comenté, recordando lo que dice Mateo. –Eso es lo que dicen siempre. Pero entonces lo entiendo menos todavía. Si Judas era tan egoísta, ¿cómo lo eligió Jesús para apóstol? ¿Es que no cayó en la cuenta de cómo era? 1 –La gente cambia. –¿Tan rápido? Todos permanecimos en silencio hasta que intervino Livia. –Eso pertenece a los misterios de d e Dios. Vuelve Vuelve a leer lo que dice Pedro al principio de su discurso. Néstor obedeció. –Queridos hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo profetizó por medio de David acerca de Judas... –Ya basta –lo interrumpió Livia–. ¿Veis? Tenía que cumplirse el plan de Dios. –¿Y tú eso lo entiendes? –le preguntó incrédula Talía, deseosa de defender a su marido. Sobre la elección de Judas como discípulo, véase en los Apéndices la nota complementaria «El destino de Judas», pág. 291. 1
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–No, claro que no lo entiendo. Por eso he dicho antes que es un misterio. Nadie se atrevió a continuar la discusión de este tema. Sabíamos que cualquier intento de aclararlo estaba condenado al fracaso. Néstor actuó con presteza pasando a otro tema. –La forma de morir Judas también me ha impresionado. Compró un terreno, cayó cabeza abajo, reventó por medio y se le salieron las entrañas. Lo que no entiendo es cómo se cayó, ni desde dónde, para reventar por medio. Yo creía que Judas se había ahorcado. Por fin se me ofrecía la posibilidad de intervenir. –El que cuenta que Judas se ahorcó es Mateo; además, dice que el campo lo compraron los sumos sacerdotes para convertirlo en sepultura de extranjeros. Lucas recoge una tradición distinta: el campo lo compra Judas, y parece que se despeña por él. –¿Y no podían ponerse de acuerdo para contar los dos lo mismo? –la voz de Lucila reflejaba cierto malestar con estas versiones divergentes del mismo hecho. –Eso no tiene nada de raro, madre –le respondió Talía–. Siempre ha habido distintas versiones del mismo hecho. Todos los historiadores las recogen. La diferencia consiste en que Mateo y Lucas no cuentan las dos versiones, sino que cada cual elige la que considera más probable, o la única que ha conocido. –Lo que dice Talía es cierto –sentencié yo–. Lo importante es que Judas tuvo un final trágico. En ese momento Néstor me alargó el rollo. –Sigue tú. Yo ya he dicho lo que me ha llamado más la atención. Pero Talía no me dio ocasión de abrir la boca. –¿Por qué era tan importante elegir a uno para sustituir a Judas? J udas? ¿Por lo del número doce que decía antes Livia? 45
–Supongo que sí –respondió ésta–. Los doce apóstoles representan a los doce patriarcas, o a las doce tribus de Israel. Así queda clara la continuidad entre el antiguo y el nuevo pueblo de Dios, que somos nosotros. Si pensaba seguir, no se lo permití. –¿Habéis advertido qué cualidades debe tener el sustituto de Judas? Talía pareció a punto de hablar pero se contuvo. Los otros tampoco se atrevieron a una respuesta inmediata, hasta que Lucila aventuró. –Supongo que tendría que ser muy bueno, con mucho amor a Dios y al prójimo, como quería Jesús. Talía se decidió a dar su opinión. –Lo que ha dicho Pedro es que tenía que haber acompañado a los apóstoles desde el primer momento hasta el final de la vida de Jesús: desde el bautismo hasta que fue arrebatado al cielo. Pero no entiendo por qué lo dice. No esperaba que recordase aquel detalle ni que me pidiese una explicación del mismo. Desconcertado, estaba a punto p unto de responder: «porque sí», que no es respuesta alguna, cuando Livia vino en mi ayuda. –Los doce formaban un grupo muy importante. Recuerda que el día pasado nos dieron todos sus nombres. Cualquiera que sustituyese a Judas tenía que conocer muy bien a Jesús y a los otros. Tenía que haber convivido con ellos. Talía pareció satisfecha con la respuesta de Livia y yo planteé una nueva cuestión. –¿Recordáis cuál tiene que ser la misión fundamental del que salga elegido? –No basta oír el texto una vez para recordar todos los detalles –dijo Lucila–. Pero supongo que la misión fundamental de Matías era... mejor me callo, iba a decir una tontería. 46
–A lo mejor no es ninguna tontería –la animé. –Iba a decir que Matías fue elegido para estar con Jesús y predicar el evangelio, como se cuenta de los otros apóstoles. Pero no podía estar con Jesús, porque ya había subido al cielo. –Efectivamente. La misión de Matías será convertirse en testigo de la resurrección de Jesús. Igual que los otros. ¿Recordáis que Jesús les dijo al despedirse que tenían que ser testigos suyos en todo el mundo? Pues aquí se completa esa idea: id ea: se trata de ser testigos de su resurrección. –Pero Matías no vio a Jesús en el momento de resucitar. Nadie lo vio. La objeción procedía, lógicamente, de Talía. Talía. Su pasado pagano le ayuda a captar los problemas de forma espontánea. Nada le resulta obvio, como a nosotros. Sin embargo, la solución era fácil en este caso. –Nadie lo vio entonces, pero lo vieron después. –Yo añadiría otra cosa –intervino Lucila–. ¿Nosotros somos testigos de la resurrección de Jesús? Intuí una trampa, pero no pude dejar de darle la razón. –Sí. Yo creo que todos los cristianos debemos ser testigos de la resurrección de Jesús. –Entonces, lo importante no es haberlo visto resucitar ni haberlo visto resucitado, sino otra cosa. Porque nosotros no lo hemos visto. Yo, al menos, no. Y tú, Andrónico, menos todavía. La vuelta a las antiguas ironías no me molestó. Al contrario, era como retroceder a un pasado joven y alegre. –Pues dinos en qué consiste ser testigos de la resurrección de Jesús. –En una manera de vivir. Si creyésemos que Jesús murió, sin más, estaríamos tristes, nostálgicos. Pero si estamos convencidos de que resucitó, la vida resulta más esperanzada, más alegre; los problemas se vuelven más pequeños y las dificulta47
des se superan más fácilmente. Para mí, la forma de dar testimonio de la resurrección de Jesús es viviendo con alegría y entregándonos a los demás. Las palabras de Lucila nos impresionaron a todos. Pero no pude dejar de matizar sus afirmaciones. –Es posible que lleves mucha razón en lo que dices. Pero tú has hablado de «dar testimonio» de la resurrección. Y Matías tiene que «ser testigo» de la resurrección. Son dos cosas distintas. –Yo no veo la diferencia por ninguna parte –saltó Talía. –Yo tampoco –la apoyó Néstor. Con ciertas dudas, reconocí mi derrota. Pero nadie me quitó la última palabra. –Dos cosas más. La primera: de Matías no vuelve a hablarse. Por lo menos, no recuerdo que vuelva a aparecer su nombre en ningún momento. –Entonces, ¿para qué cuentan con tanto detalle su elección? –la típica pregunta ingenua de Talía. –Para dejar clara la pervivencia del grupo de los doce. Lo importante no es Matías, sino los doce. Y os advierto que tampoco se cuenta lo que hizo la mayor parte de los apóstoles. Hice una pausa para subrayar el cambio de tema. –Lo segundo que quería indicaros es la importancia de la oración. Fijaos que antes de echar la suerte rezan. La comunidad siempre reza en los momentos importantes, igual que hizo Jesús a lo largo de su vida. También nosotros podríamos terminar nuestra reunión bendiciendo a Dios y agradeciéndoagrad eciéndole todos sus beneficios. Así se hizo sin objeción de nadie y con especial beneplácito de Lucila.
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5 La fuerza del Espíritu (Hechos 2,1-13)
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a idea de que Néstor leyese el texto en la reunión anterior se había revelado tan adecuada que pensé aplicarla a las sesiones siguientes. Livia, Lucila, Talía, por orden de edad y de respeto, podían irse turnando con nosotros dos. Naturalmente, esto no me eximía de preparar el texto por mi cuenta. Y cuando releí el pasaje que nos tocaba, mi plan se derrumbó de inmediato. El texto me resultaba tan complicado, tan largo, tan pesado a veces (excusa que lo exprese de esta forma que Lucas no me habría perdonado), que no podía encomendarle a nadie la tarea de presentarlo. Debía ser yo mismo quien se ocupase de resumirlo y explicarlo. En ello me encontraba cuando me interrumpió Livia. –Lo de esta noche es difícil, ¿verdad? La miré extrañado. –¿Cómo sabes tú lo que toca esta noche? Me acarició la cabeza como cuando era niño. –Ese libro me lo sé de memoria. No puedes imaginar la cantidad de veces que me lo leyó tu padre. Lo que toca ahora es la venida del Espíritu el día de Pentecostés y el discurso de Pedro. Seguro que te resulta demasiado largo. Además, algunos datos no se entienden si no se conoce la Torá. Y tú no la conoces –me reprochó sonriendo–. Pero todo tiene solución. Te Te propongo una un a cosa: esta noche, n oche, antes ant es de comentar coment ar la 49
primera parte, la venida del Espíritu, déjame que cuente dos historias. –¿Cuáles? –No seas curioso. Tú déjame que las cuente. –Pero –P ero yo tengo que saber de qué se trata. tra ta. Si no, todo lo que prepare puede resultar inútil. –Será interesante ver lo que se te ocurre. A lo mejor te lo tiro todo por tierra. Y,, dejándome intrigado, se marchó. Y *** Antes de comenzar comenzar,, intenté tomarme la revancha. –Resulta que Livia conoce este libro de memoria, mi padre pad re se lo leyó muchas veces. Y ahora quiere disfrutar viendo cómo yo me equivoco a la hora de interpretarlo. Le he propuesto que sea ella quien lea el libro y lo comente. Pero dice que ya no está muy bien de la vista y que tiene cosas más interesantes que hacer en la casa. Así que se limitará a echarnos una mano cuando lo considere conveniente. –Ya podéis imaginar que la mitad de lo que ha dicho es mentira. Sobre todo, lo de mi vista, que es magnífica. Lo único que le he dicho es que el texto de esta noche es complicado, y que yo conozco dos historias que aclaran algunos detalles. –Y no ha querido contármelas. –Para que no estés en ventaja sobre los demás. –Venga, dejaos ya de peleas y empieza –terció Lucila. Me aclaré la voz, indeciso. Luego, dejando el volumen cerrado en mi regazo, pregunté: –¿Cómo y cuándo vino por primera vez el Espíritu Santo? Me miraron extrañados, como si no hubieran entendido una pregunta tan sencilla. Menos Livia, naturalmente, que respondió de inmediato: 50
–El Espíritu de Dios estaba ya presente en los orígenes del mundo, aleteando sobre las aguas. Esta vez el desconcertado fui yo. No esperaba la referencia a un relato que desconocía. Ésa debía ser una de sus historias secretas. –Yo no me refiero a cosas tan antiguas –protesté–. Me refiero a algo elemental, muy sencillo. Jesús prometió a sus discípulos el don del Espíritu. ¿Cómo y cuándo vino el Espíritu por vez primera? –Cuando Jesús se bautizó, en forma de paloma –sugirió Talía. Empecé a maldecir interiormente el momento en que se me ocurrió hacer aquella pregunta. –No me refiero a eso. Me refiero al momento en que se cumplió la promesa de Jesús a los discípulos. –Fue el mismo día de la resurrección, por la tarde, cuando Jesús se apareció a los discípulos. d iscípulos. Sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo». La respuesta fue de Lucila y me quedé mirándola incrédulo. –¿De dónde te has sacado esa historia? –La cuenta el cuarto evangelio, el que trajeron Dina y Felipe. Era imposible que Lucila recordase ese detalle. La sonrisa apenas disimulada de Livia me reveló cuál era su fuente de información. –Pues aquí se cuenta de manera muy distinta –comenté algo irritado–. Mucho más grandiosa. –No te pongas así, que yo no tengo la culpa –protestó Lucila–. Lee esa versión de la historia y así conocemos las dos. Comprendí que mi reacción había sido absurda, recuperé la calma y leí:
Cuando llegó el día de Pentecostés, Pentecostés, estaban todos reunidos. De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que 51
llenó toda la casa donde se alojaban. Aparecieron lenguas como de fuego, repartidas y posadas sobre cada uno de ellos. Se llenaron ll enaron todos de Espíritu y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, extranjeras, se- gún el Espíritu Santo les permitía expresarse. Residían entonces en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todos los países del mundo. Al oírse el ruido, se reunió una multitud, y estaban espantados porque cada uno oía a los apóstoles hablando en su propio idioma. Fuera de sí por el asombro, comentaban: –¿No son todos los que hablan galileos? ¿Pues cómo los oímos cada uno en nuestra lengua nativa? Partos y medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y los distritos de Libia junto a Cirene, romanos residentes, judíos y prosélitos, cretenses y árabes: todos los oímos contar, en nuestras lenguas, las maravillas de Dios. Fuera de sí y perplejos, comentaban: –¿Qué significa esto? Otros se burlaban diciendo: –Están bebidos. Pedro se puso en pie con los once y alzando la voz les dirigió la palabra. –Ahora sigue un discurso muy importante de Pedro, pero demasiado largo y con muchas citas de la Escritura. Así que vamos a pararnos aquí. Livia me dijo que antes de comentar nada quería que le dejase contar esas historias que conoce y que son muy útiles para entender esto. Ella no vaciló en tomar la palabra. –Me imagino que lo que más os ha extrañado es que hablasen en distintas lenguas 1. Pero hay algo más importante Sobre el número de pueblos que escuchan asombrados a los l os apóstoles en sus propias lenguas, véase en los Apéndices la nota complementaria «Una curiosidad matemática», pág. 295. 1
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todavía. El Espíritu Santo viene sobre toda la comunidad: los apóstoles, las mujeres, la familia de Jesús, todos los que están allí. Los ciento veinte de los que habló Lucas. –Es lo normal, ¿no crees? No iba a venir sobre unos sí y sobre otros no. –Eso es lo l o que a nosotros noso tros nos parece p arece normal, nor mal, Talía. Talía. Pero no tiene nada de normal. Es el cumplimiento de una gran promesa. Aquí entra la primera historia que quería contaros. Una vez, durante la marcha del pueblo de Israel por el desierto, Moisés se quejó a Dios de que tenía demasiado trabajo y de que necesitaba alguna ayuda. El Señor le ordenó entonces elegir a setenta dirigentes del pueblo y que los convocase en la Tienda del Encuentro. Cuando estuvieran reunidos, Él, Dios, apartaría una parte del espíritu de d e Moisés y se lo pasaría a ellos para que compartiesen la carga carg a del pueblo. Y así ocurrió. Pero Pero ya sabéis que siempre hay gente que se despista. Dos de los setenta, Eldad y Medad, no se presentaron en la tienda. Sin embargo, el espíritu también se posó sobre ellos y comenzaron a profetizar en el campamento. Cuando se enteró Josué, el ayudante de Moisés, montó en cólera y le pidió a Moisés que prohibiese a esos dos profetizar. ¿Sabéis lo que le contestó Moisés? «Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor» 2. Hizo una pausa, pero nadie la interrumpió. –La historia no termina ahí. Siglos más tarde, el profeta Joel, acordándose de esas palabras de Moisés, anunció en nombre de Dios: «Derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vues- tros jóvenes verán visiones. También sobre siervos y siervas derra- maré mi espíritu aquel día » 3. Fijaos que todos reciben el EspíLa historia se cuenta en el libro de los Números 11,16-29. 3 Joel 3,1-5. 2
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ritu, sin que valgan diferencias: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, incluso los esclavos y las esclavas. El Espíritu no es patrimonio de los varones ancianos, ni siquiera de los apóstoles. Como veis, se trata de una novedad muy grande. Yoo no había percibido aquel detalle, y me gustó la inter Y pretación de Livia. Pero quien habló fue Lucila. –Eso que cuenta Lucas me gusta más que lo que dice el cuarto evangelio. En éste parece que el Espíritu lo reciben sólo los doce apóstoles. –Los once –la corregí–. Judas ya no estaba. –Bueno, los once. Da lo mismo. –Para que veas, madre –comentó Talía–, que contar las cosas de distinta forma tiene sus ventajas. Las tradiciones se complementan. Livia, a mí esa historia de Moisés me ha gustado mucho. ¿Cuál es la otra? –La otra es más rara, y a lo mejor no os convence tanto mi interpretación. Ahora hay que remontarse mucho más lejos que a Moisés, hasta la torre de Babel. Después del diluvio universal... –El de Deucalión y sus tres hijos –exclamó entusiasmada Talía. –¿Deucalión? La historia que yo conozco no habla de ningún Deucalión, sino de Noé y sus tres hijos. Seguro que los griegos la habéis copiado de los judíos. Bueno, después del diluvio universal, toda la humanidad estaba unida y hablaba una sola lengua. Emigró hasta una llanura que había en oriente y se estableció allí. Y algunos propusieron: «Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance al cielo, para hacernos famosos». Pero, a Dios, aquel deseo de llegar al cielo le pareció un pecado de orgullo que no podía permitir. Entonces decidió confundir la lengua de los hombres para que no se entendiesen unos a otros. Cuando un obrero pedía un ladrillo, le daban un trozo de madera; cuando pedía argamasa, le 54
daban agua; cuando los capataces mandaban trasladar una gran piedra, la dejaban en su sitio... Al cabo de poco tiempo, desesperados, se separaron unos de otros y se extendieron por toda la tierra. Se calló y la miramos extrañados. –¿Y qué tiene que ver esa historia con lo que hemos leído? –preguntó Néstor. –En lo que hemos leído ocurre lo contrario que en la torre de Babel. ¿No os dais cuenta? En Babel, Dios confunde la lengua y la gente se dispersa. En Pentecostés, la gente se congrega de todas partes del mundo y cada cual entiende a los apóstoles en su propia lengua. Nos miramos unos a otros con ciertas dudas. –La oposición es clara, pero me parece un poco rebuscado –insistió Néstor. –A Lucas le gustaban mucho esas alusiones a las Escrituras –se defendió Livia–. Las utiliza a menudo. –Es cierto –la apoyé–. Además, así se explican algunas cosas que, de lo contrario, resultan incomprensibles. Me refiero a que esto no se puede entender al pie de la letra. ¿Cómo sabe un medo que el cretense está oyendo a los apóstoles en cretense? ¿O que el árabe los oye en árabe? Además, habla de demasiadas razas y pueblos. –Eso no es problema –objetó Livia–. En Jerusalén se reúne mucha gente para las fiestas y vienen de todas partes del mundo. Pero Pero estoy de acuerdo contigo en que esto no se puede interpretar al pie de la letra. Se quedó reflexionando un momento y añadió: –Tu padre decía que sí, que se puede interpretar al pie de la letra, pero de otra manera. No como lo que ocurrió entonces, sino como lo que ocurre ahora. Él decía que ahora toda la gente, partos, elamitas, medos, árabes, romanos, egipcios... 55
todos, han escuchado a los misioneros cristianos hablar de las maravillas de Dios. Y eso lo ha hecho el Espíritu. Cuando Jesús murió, los discípulos tenían pánico a las autoridades judías. Incluso después de verlo resucitado se quedaron encerrados en la casa. Ahora, cuando viene el Espíritu, tienen tie nen el valor suficiente para hablar en público. Y al cabo de unos años, su mensaje se ha difundido por todo el mundo. El silencio que siguió no sé si fue de duda o de aprobación. Lo rompió Néstor, que me pidió el rollo y buscó algo. –Una cosa que me extrañó fue lo que dice al principio: « De repente, vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, huracanado, que ». llenó toda la casa donde se alojaban ». –Eso está relacionado con la profecía de Joel que mencioné antes –explicó Livia–. Déjame el rollo, por favor. Buscó unas líneas más adelante. –En ese discurso que no ha leído tu padre, Pedro cita el texto de Joel que mencioné antes. Pero yo no lo cité entero. Sigue así: «Haré prodigios en cielo y tierra, sangre, fuego, huma- reda; el sol se volverá oscuro, la luna ensangrentada, antes de lle- gar el día del Señor grande y terrible. Todos Todos los que invoquen el ». Es decir, el profeta relaciona el nombre del Señor se salvarán ». don del Espíritu con unos prodigios en el cielo y la tierra, y eso es lo que hace Lucas, pero de forma más suave. –Para no asustar a nadie –ironizó Lucila. –Más o menos. Además, Lucas necesitaba un recurso para que la gente acudiese a ver lo ocurrido. Pero Pero hay una cosa que ni tu padre ni yo sabíamos cómo interpretar: lo de las lenguas de fuego que se posaban sobre cada uno. –¿Y qué significan? –pregunté con cierta mala intención. –Ya te he dicho que no lo sé. –Os voy a proponer mi teoría, a ver qué os parece. Juan Bautista decía que él bautizaba con agua, pero que Jesús bautizaría con Espíritu Santo y fuego. Os acordáis de eso, ¿ver56
dad? Pues aquí tenéis las dos cosas juntas: primero las lenguas de fuego y luego el Espíritu. –Yo estaba convencida de que Juan se refería a que el Mesías iba a purificarnos con fuego –comentó asombrada Talía. –Es posible que Juan pensase eso: que el Mesías iba a venir con sangre y fuego contra los malvados, con el hacha en la mano para cortar los árboles que no dan fruto. Pero Lucas le da un sentido nuevo a esa idea. El fuego y el Espíritu que envía Jesús no son para condenar a nadie, sino para que los apóstoles puedan proclamar las maravillas de Dios. Lucila se revolvió inquieta en su asiento. –Todo lo que habéis dicho está muy bien, es muy interesante. Pero a mí me gustaría que explicaseis mejor eso del Espíritu Santo. –A mí también –corroboró Néstor. Miré a Livia, que permaneció en silencio, y tomé la palabra. –Lo primero que se me ocurre es que, si no fuese por el Espíritu Santo, no estaríamos aquí ahora mismo. –Querrás decir, por Jesús. –Jesús es fundamental, sin duda. Pero el que puso en movimiento toda la misión de la Iglesia fue el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo. Livia acaba de decirlo. Mientras no vino el Espíritu, los apóstoles estaban encerrados en la casa. Rezaban mucho, pero no predicaban, no se atrevían a hablarle a la gente. A partir de ese momento, no paran. Cuando sigamos leyendo el libro, veréis que toda la actividad misionera de la Iglesia está movida por el Espíritu. Hice una pausa, ordenando mis ideas. –Hay otra cosa: el Espíritu, además de mover, ilumina; concede a los apóstoles algo que antes no tenían, la capacidad de hacerse entender por la gente más diversa. Pensad en lo dura que debió ser su experiencia. Yo, que me considero una 57
persona medianamente culta, sólo hablo dos lenguas: griego y latín. Los apóstoles eran pescadores, recaudadores de impuestos, campesinos... Quizá supiesen algo de griego o de latín, pero no mucho. Sin embargo, fueron a predicar por todo el mundo. No sabemos cómo, probablemente a base de mucho esfuerzo, consiguieron hacerse entender y proclamar la buena noticia de Jesús. Eso, que parece imposible, es también un don del Espíritu. Lucila me miraba asombrada. –Tu imaginación no tiene límites, Andrónico. No te molestes –dijo anticipando mi objeción–, lo que has dicho me parece muy lógico, está muy bien. Pero no sé qué tiene eso que ver con el Espíritu Santo. –El Espíritu es todo, Lucila. Es E s la forma en que Jesús sigue presente entre nosotros. Nos anima, nos ilumina, nos corrige, nos consuela... Tú dirás que no lo ves, es cierto. Pero acuérdate de lo que decía Jesús, que el Espíritu es como el viento, que no se ve, pero se siente. Talía tenía ganas de intervenir y le cedí la palabra. –Cuando has dicho eso, se me ha ocurrido una cosa que a lo mejor sirve para entender al Espíritu Santo. Yo no he leído la Ilíada , me resulta un griego muy difícil. Pero Pero mi abuelo Ascanio me contaba muchas historias de ella cuando era pequeña. Por ejemplo, que cuando los griegos estaban a punto de huir de Troya, la diosa Atena le habló a Odiseo para que los convenciese a quedarse. Y también otras diosas se aparecen a los hombres animándolos, instruyéndoles... No quise ser muy duro con una opinión tan peregrina. –Lo que has dicho es interesante, Talía. Pero lo del Espíritu es más misterioso. Yo sí he leído la Ilíada , que es difícil, como tú dices. Pero en ella las diosas se aparecen cuando quieren a sus soldados preferidos, se disfrazan de personajes que ellos conocen, los salvan de la muerte volviéndolos invisibles, 58
como le ocurre a Paris... Lo del Espíritu Santo no tiene nada que ver con eso. –¿Puedo añadir algo? –preguntó Livia; y sin necesidad de permiso continuó–. En las Escrituras se habla muchas veces del espíritu. Sobre todo en las historias de los jueces y de los profetas. En ellas, el espíritu hace dos cosas principales: a los jueces les da valor para ir a la guerra y salvar al pueblo; a los profetas los ilumina para que conozcan y transmitan la palabra de Dios. Esas dos cosas aparecen muy claras en el relato que hemos leído. El valor, porque los apóstoles se atreven a hablar en público. Y la inteligencia para conocer la palabra de Dios se manifiesta en el discurso de Pedro, el que viene a continuación. Pero yo creo que ya es muy tarde para leerlo. ¿No te parece, Andrónico? Estuve plenamente de acuerdo con ella. A petición de Lucila, cerramos la reunión con una oración al Espíritu Santo 4.
Sobre la presencia del Espíritu Santo en el libro de los Hechos, véase la nota complementaria «El Espíritu Santo», pág. 293. 4
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6 El discurso de Pedro (Hechos 2,14-41)
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unque Lucila no esté de acuerdo, una de mis muchas virtudes es la humildad. Si no fuera humilde, habría tachado lo que dije en el capítulo anterior a propósito del discurso de Pedro: que era complicado, largo y pesado. Esta opinión tan negativa fue fruto de una lectura precipitada y ligera, y no condena al discurso, sino que deja en ridículo al que la escribe. En realidad, las primeras palabras que Pedro pronuncia en público tienen un desarrollo perfecto: tras el exordio, en el que responde a la burla de algunos de los presentes, el cuerpo central del discurso habla de la muerte, resurrección y exaltación de Jesús. Después de releerlo varias veces comprendí qué significaba eso de «ser testigos de la resurrección de Jesús». Con este tema comencé la reunión. –Recordaréis que Jesús, al despedirse de los discípulos, les dijo que serían sus testigos desde Jerusalén hasta el confín de la tierra. Y Pedro, cuando eligieron al sucesor de Judas, dijo que tenía que ser testigo t estigo de la resurrección de Jesús. Ahora vamos a leer un discurso de Pedro donde queda claro cómo se da ese testimonio. Anoche vimos que la gente reaccionó de dos maneras muy distintas ante la manifestación del Espíritu: unos se quedaron perplejos preguntándose qué significaba aquello, otros se burlaron de los apóstoles diciendo que esta61
ban borrachos. Entonces, Pedro, de pie, acompañado de los once, les dijo. Abrí el rollo por el sitio correspondiente correspondiente y se lo pasé a Néstor. Ya habíamos preparado de antemano la lectura, para que no le extrañasen ciertas frases y supiese en qué momentos debía permitirme introducir mis comentarios. Se aclaró la voz y comenzó solemnemente, como si fuese el mismo Pedro:
Judíos y vecinos Judíos vecinos todos de Jerusalén, Jerusalén, sabedlo bien y pres prestad tad aten- aten- ción a lo que os digo. Estos no están ebrios, como sospecháis, pues es sólo la hora tercia del día 1, sino que está cumpliéndose lo que anunció el profeta Joel: «En los últimos tiempos, dice Dios, derra- maré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; también sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi espíritu aquel día y profetizarán. Haré prodigios arriba en el cielo y aba- jo en la tierr tierra: a: sangre, sangre, fuego, fuego, humar humareda; eda; elel sol aparec aparecerá erá oscuro oscuro,, la luna ensangrentada, antes de llegar el día del Señor, grande y pa- tente. Todos los que invoquen el nombre del Señor se salvarán». Néstor hizo una pausa y me miró. Era la primera interrupción acordada. –Supongo que lo habréis entendido todo. Después de lo que comentó anoche Livia, no creo que haya problemas. Talía levantó ligeramente la mano. –A mí no me quedó clara la relación entre la venida del d el Espíritu y todo eso de la sangre, el fuego, la humareda... Parece una profecía de la destrucción de Pompeya. No necesité la ayuda de Livia para responderle. Esa misma objeción se me había ocurrido en e n mi lectura y creí haberle encontrado respuesta.
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Las nueve de la mañana.
–¿A ti te parece interesante el texto de Joel? –El principio, sí. Es fundamental para entender el don del Espíritu. –¿Y el final? –El final es lo que no consigo encajar: lo del sol que se oscurece y la luna ensangrentada. –Ése no es el final, Talía. El final es una frase muy distinta. Léesela, Néstor Néstor.. –Todos los que invoquen el nombre del Señor se salvarán –leyó él–. –Ése es el final –comenté triunfante–: quien confiese a Jesús se salvará. Fíjate: Lucas encuentra un texto que empieza hablando del don del Espíritu y termina animando a invocar el nombre del Señor; en medio sale lo del fuego, la sangre, etc. Lucas podía haber suprimido esa parte, pero la mantiene para justificar el ruido y el viento huracanado que acompaña a la manifestación del Espíritu en Pentecostés. –Entonces, eso no hay que entenderlo al pie de d e la letra –insistió Talía. –No, lo del fuego, el sol, la luna, no. Miré a Livia. Su sonrisa medio burlona me confirmó que estaba básicamente de acuerdo con lo que yo había dicho y que no pensaba añadir nada. Néstor continuó la lectura.
Israelitas, escuchad mis palabras. Jesús de Nazaret fue un hom- bre acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis. A éste, en- tregado según el plan previsto por Dios, lo crucificasteis por mano de gente sin ley y le disteis muerte. A este Jesús lo resucitó resucitó Dios y to- dos nosotros somos testigos de ello. Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. Por tanto, que toda la Casa de Israel reconozca que a este Jesús que habéis crucificado, Dios lo ha nombrado Señor y Mesías. 63
Cerró el volumen y me cedió la palabra. Antes de tomarla ya había notado la expresión de Livia, mezcla de extrañeza e indignación. –Ese discurso es mucho más largo, te has comido más de la mitad. –Ya te avisé que se daría cuenta –me dijo Néstor riendo–. Han sido unos cortes demasiado grandes. –No importa –me defendí–. Así queda mucho más claro el contenido del discurso. ¿Vosotras lo habéis entendido? Mi pregunta se dirigía a Lucila y Talía, las únicas que escuchaban el texto por vez primera. La joven cedió respetuosamente la palabra a la mayor. –Yo lo resumiría en pocas palabras: Jesús fue un hombre muy bueno y poderoso al que los judíos mataron, pero Dios lo resucitó y glorificó. ¿Estás de acuerdo, Talía? –Sí, creo que lo has resumido muy bien. Sólo añadiría algo que dice a propósito del Espíritu Santo, que Jesús lo recibió del Padre y lo derramó sobre nosotros. –¿Lo ves, Livia? Resumiendo se entera la gente. –Depende de cómo se resuma. ¿Tú te crees que Pedro podía pronunciar un discurso como ése que habéis leído? No habría convencido ni convertido a nadie. Habría sido un auténtico fracaso. –¿Por qué? –le contesté algo molesto. –Porque no prueba nada. Tú no puedes decirle a un auditorio judío: Jesús era muy bueno, vosotros lo matasteis pero Dios lo resucitó. Hay que demostrarlo. –¿Qué hay que demostrar? ¿Qué las autoridades judías mataron a Jesús? –mi pregunta no podía ser más estúpida. –Primero hay que demostrar que Dios resucitó a Jesús. Luego, que lo glorificó. –¿Cómo quieres que demuestre eso, Livia? Eso no puede demostrarse. 64
–A un griego quizá no se le pueda demostrar. Sobre todo, si se parece a ti. Pero a un judío, sí. Se demuestra con los textos que os habéis saltado. Su indignación creciente, que se hacía extensiva a Néstor, provocó la risa de todos, menos la mía, que me sentí herido en mi orgullo. A Livia, mi gran idea de resumir el discurso para que resultase claro le parecía un terrible error. Y lo peor es que comencé a intuir que tenía razón. Respiré hondo y le pasé el volumen. –De acuerdo. Demuéstralo tú. –Yo no voy a demostrar nada –respondió más serena–. Lo va a demostrar Pedro usando palabras de los Salmos. Buscó brevemente hasta encontrar el pasaje deseado. –Para demostrar que Dios resucitó a Jesús dice así: La muerte no podía retenerlo retenerlo,, ya que David dice de él: «P «Pongo ongo siem- pre delante al Señor: con con él a la derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón y goza mi lengua y mi carne descansa esperan- zada: porque no me dejarás en la muerte ni permitirás que tu de- voto conozca la corrupción. Me enseñaste el camino de la vida, me llenarás de gozo en tu presencia». Dirigiéndose especialmente a Talía, Talía, aclaró. –Los Salmos los compuso David. Y aquí dice que Dios no permitirá que muera ni que su cuerpo se corrompa. Pero David murió y su cuerpo se corrompió. Por consiguiente, lo que dice el Salmo tiene que referirse a otra persona, al Mesías. Así lo comenta Pedro: Hermanos, puedo decíroslo con toda fran- queza: el patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva hasta hoy entre nosotros. Pero como era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento que un descendiente carnal suyo se sentaría en su trono, previó y predijo la resurrec- ción del Mesías, diciendo que no quedaría abandonado en la muerte ni su carne experimentaría la corrupción. Tras una breve pausa continuó. 65
–Naturalmente, algunos judíos podrían decir: «Yo acepto que el Mesías resucitará, pero no acepto que Jesús resucitó». Por eso, Pedro añade: «A este Jesús lo resucitó Dios y todos nosotros somos testigos de ello». Talía parecía impresionada. –A mí no me explicaron todo eso en la catequesis. Me di jeron que Jesús había resucitado y yo me lo creí, sin más. –Es que a los griegos no nos pueden dar explicaciones muy profundas, Talía –comenté irónico–. Tenemos que contentarnos con creer las cosas, sin argumentos ni pruebas. –Eso no es cierto –me corrigió Lucila–. Los argumentos y las pruebas están en ese libro, y el libro está dedicado a tu padre, que era griego. Y dirigiéndose a Livia: –Pero Andrónico también tiene parte de razón. Si me lees de entrada todo eso no me entero de nada. –Es que hay que leerlo varias veces para entenderlo –se justificó ella. –No hagas trampa, Livia –rió Néstor–. Los que escucharon a Pedro Pedro lo oyeron una sola vez. No creo que les repitiese el discurso cuatro o cinco veces, hasta que se enteraran. –Es que ellos se enteraban fácilmente, porque eran judíos. Todos soltaron la carcajada. –Y nosotros no nos enteramos a la primera porque somos unos pobrecitos griegos –sentenció Néstor. –Exactamente –respondió Livia con una sonrisa, refugiándose en la ironía–. ¿Me dejáis terminar de una vez? Falta la segunda prueba. Pedro tiene que demostrar que Dios glorificó a Jesús. Y lo hace citando otro Salmo de David: «Dijo el Señor a mi Señor: Señor: siéntate siéntate a mi derecha, derecha, hasta que que haga de tus enemi- enemi- gos estrado estrado de tus pies». pies». De nuevo, estas palabras tienen que referirse a David o al Mesías. Pero David no subió al cielo ni 66
está sentado a la derecha de Dios. Por consiguiente, se refieren al Mesías, a Jesús. Permanecimos un momento en silencio, hasta que Talía le hizo una pregunta, no sé si ingenua o cargada de malicia. –Livia, ¿esos argumentos de los Salmos les convencen a los judíos? –Claro, ¿por qué lo preguntas? –Porque –P orque la mayoría de los judíos no acepta que Jesús sea el Mesías. –Ésa es una cuestión distinta, Talía. Lo que la mayoría de los judíos no acepta es el testimonio de los apóstoles de que Jesús resucitó. Pero Pero otros muchos sí aceptaron ese testimonio. Lee el final de la historia, Néstor. Y le tendió el libro. Néstor buscó, encontró y leyó:
Lo que oyeron les llegó al corazón y dijeron a Pedro Pedro y a los otros apóstoles: –¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: – Arrepentíos, bautizaos cada uno invocando el nombre de Je- sucristo, para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Pues la promesa vale para vosotros y vuestros hijos y los lejanos a quienes llamará el Señor nuestro Dios. Con otras muchas razones razones les argüía y los exhortaba diciendo: –Poneos a salvo apartándoos de esta generación pervertida. Los que aceptaron sus palabras se bautizaron y aquel día se in- corporaron unas tres mil personas. –¿Veis? No todos los judíos rechazaron el testimonio de los –¿Veis? apóstoles sobre Jesús. Muchos creyeron en él. –¿Puedo decir algo? –pregunté con fingida humildad–. Fi jaos que las palabras de Pedro Pedro recogen de nuevo la profecía de Joel. El profeta profeta decía: «El «El que invoque el nombre del Señor Señor,, se 67
salvará». Y Pedro dice: «Al que invoque el nombre de Jesucristo se le perdonan los pecados y recibe el Espíritu Santo». –Pues a mí lo que me ha h a impresionado –dijo –dij o Talía– Talía– ha sido eso de que la promesa es también para los lejanos a quienes llamará el Señor. Esos somos nosotros, ¿verdad? –Efectivamente –le respondí, recuperando el protagonismo–. El don del Espíritu es para todos, para judíos y griegos sin exclusión. –Sólo falta que le saquemos provecho –comentó Lucila–. Me refiero a que a los apóstoles les sirvió para dar testimonio de Jesús. Nosotros tendríamos que hacer lo mismo. La risa alegre de Talía quitó solemnidad a sus palabras. –Y una forma de dar testimonio de Jesús –dijo mi nuera– es no pelearse. ¡Cómo estabais esta noche! –Esto no ha sido nada –comenté–. Ya verás cuando discutamos en serio. Pero Pero si conocieses a Livia desde pequeña no te extrañarías. –Y si conocieses a Andrónico desde hace más de cincuenta años, tampoco.
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7 La primera comunidad (Hechos 2,42-47)
L
ucila, Livia y yo solemos visitar a Elena y Teodoro Teodoro todas las semanas. Y ella, con menos frecuencia, pero también a menudo, procura devolvernos la visita. Así que aquella mañana, mientras leía, no me extrañó verla entrar. entrar. Elena es de las pocas personas que tienen el privilegio de interrumpirme sin que ello me moleste. Me dio un beso y se sentó junto a mí sin decir palabra. –¿Qué pasa? ¿Está mal tu suegra? –La que está mal es Julia... tu nieta preferida. Ya podías quedártela. ¡Qué insoportable! –Son los trece años. Tienes que ser comprensiva con ella. –Como si no lo fuese. Menos mal que soy comprensiva. Si no... no sé qué haría. –¿Qué ha pasado? –Lo de siempre. Todo le parece mal, se irrita por cualquier cosa... y la culpa siempre la tengo yo. Su padre, no. Su padre es maravilloso. No pude evitar reírme. –Me recuerda a cierta muchacha que hace años le ocurría lo mismo. Siempre le echaba la culpa a su madre... de todo... Menos mal que yo era perfecto y nunca se irritaba conmigo. –¿Tan insoportable era yo? –preguntó riendo. 69
–¿Con esa edad? Pregúntale a tu madre... ¿Qué le pasa? ¿Está enamorada? –¿Julia? Es posible. Pero no dice nada. Seguro que te lo dice a ti antes que a mí. –Hace unos cuantos días que no la veo. Conmigo siempre es muy cariñosa. –Y con todos. Menos conmigo... En fin, no te molesto más. Me voy a casa. Me ha dicho madre que estáis leyendo un libro nuevo. ¿Qué tal? –A mí me gusta, aunque el principio es un poco duro. ¿Qué dice ella? –¿Madre? Le gusta mucho. Lástima que Teodoro y yo no podamos venir... En fin, como dice madre, la caridad es lo más importante. Mientras me daba un beso de despedida le dije: –No te preocupes por Julia. Se le pasará pronto. –Sí. Dentro de dos o tres años. –Antes. Se parece a ti. Por eso es mi nieta preferida. *** Cuando Elena me interrumpió, en realidad no estaba leyendo. Pensaba Pensaba en el enfoque e nfoque de las reuniones. La idea de que los otros participasen de forma más directa, leyendo el e l texto y preparándolo, me seguía rondando en la cabeza. Y aunque había pensado que la siguiente fuese Livia, por respeto a su edad, el contenido del nuevo pasaje hizo que me inclinara por Talía. Se trataba de un episodio muy breve en el que Lucas describía la forma de vida vid a de los primeros cristianos en Jerusalén. En mi opinión, Talía, convertida hacía pocos años, podía valorar mejor que nadie aquellas pocas líneas. No quería desprenderme del volumen y encargué a Piroo, mi amanuense, que copiase el texto en un papiro pequeño. La siguiente tarea 70
era convencer a Talía. No resultó difícil. En cuanto se lo propuse, su sonrisa de satisfacción me demostró que no tenía miedo al encargo. –Imagino que tengo que hacer lo mismo que tú: leer el texto y explicarlo. –Sí, eso es. Sobre todo, interesa que digas qué te llama más la atención. Después de la cena, Talía Talía sacó el pequeño papiro y tomó t omó la palabra sin titubeos, con una sonrisa. –Esta noche me toca a mí. Padre me ha dado un trocito muy pequeño para que os lo lea y comente. Recordaréis que después del discurso de Pedro se convirtieron unos tres mil. Luego describe Lucas cómo vivían esos primeros cristianos de Jerusalén. Es lo que voy a leeros.
Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la solidaridad, la fracción del pan y las oraciones. Todos se sentían sobrecogidos ante los prodigios y señales que hacían los apóstoles. Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común; ven- dían bienes y posesiones y las repartían según la necesidad de cada uno. A diario acudían fielmente y unánimes al templo. En sus ca- sas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera. Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba. El Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando. Levantó la vista del papiro y su mirada se perdió a lo lejos, sin dirigirse a nadie en concreto. –Como veis, el texto es muy breve, pero me ha llevado mucho tiempo prepararlo. No estoy acostumbrada al estilo de Lucas y tardé en darme cuenta de que dice di ce las mismas cosas dos veces. Primero de forma muy escueta; luego desarrollándolas. Aquel detalle, que yo no había advertido, suscitó mi curiosidad. Talía continuó. 71
–En primer lugar, Lucas describe la vida de la comunidad con cuatro rasgos: Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la solidaridad, la fracción del pan y las oraciones. Y luego desarrolla cada uno de estos puntos. La primera característica de la comunidad es que escuchaba asiduamente la enseñanza de los apóstoles. Yo esperaba que luego concretase esa enseñanza, pero no lo dice; en cambio, añade que «todos se sentían sobrecogidos ante los prodigios y señales que hacían los impor tantes para apóstoles». O sea, que los apóstoles eran muy importantes la comunidad, por lo que enseñaban y los prodigios que hacían. El segundo rasgo... –¿No sería preferible comentar algo más el primero? –la interrumpió Néstor. –Yo prefiero exponer los cuatro rasgos de la comunidad y luego los comentamos uno por uno. Lo dijo con tal seguridad que no admitía discusión. Además, el procedimiento parecía correcto. –El segundo rasgo es la solidaridad, compartir los bienes. Este punto se aclara luego: Los creyentes estaban todos unidos y poseían todo en común; vendían bienes y posesiones y las repar- tían según la necesidad de cada uno. El tercero es la fracción del pan, que se explica más tarde con estas palabras: En sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sin- cera. El cuarto y último rasgo, la oración, se comenta después diciendo: A diario acudían fielmente y unánimes al templo. Y todo termina con un resumen final: Alababan a Dios y todo el mundo los estimaba. El Señor iba incorporando a la comunidad a cuantos se iban salvando. Hizo una pausa en la que pudimos notar su satisfacción por la claridad con que había expuesto el contenido de aquel pasaje. –Parece muy sencillo, pero no podéis imaginaros la cantidad de tiempo que me ha costado caer en la cuenta de lo que pretende Lucas. 72
–¿Y qué pretende? –le pregunté medio en broma. –En mi opinión, ofrecer un resumen brevísimo de cómo debe vivir cualquier comunidad, para que la gente se lo aprenda de memoria. Y luego un comentario breve para aclarar ciertas cosas. –No estoy demasiado seguro de lo que dices, Talía. Conste que me ha gustado mucho tu exposición, pero me quedan ciertas dudas. Por ejemplo, tú misma has reconocido que en la segunda parte no se explica en qué consiste la enseñanza de los apóstoles, sino que se trata un tema distinto, el de los prodigios que hacían. Y el punto último, el de la oración, lo relacionas con eso de que iban a diario al templo. Sin embargo, los primeros cristianos no sólo rezaban en el templo, sino también en la casa. Acuérdate de cuando los once se reunieron con las mujeres, con la madre de Jesús y sus hermanos después de la ascensión. –Pero entonces es que tenían miedo y no se atrevían a ir al templo –me rebatió–. Luego, cuando recibieron la fuerza del Espíritu Santo, lo habitual era rezar en el templo. –Talía tiene razón, Andrónico –la apoyó Livia–. Para un judío la oración principal es la que se hace en el templo. Se puede rezar en cualquier sitio, como hacía Jesús. Pero, estando en Jerusalén, lo normal es que se acudiese al templo a rezar. Además, con eso deja claro Lucas que los primeros cristianos eran buenos judíos. –¿Y eso qué tiene que ver? –le pregunté extrañado. –¿Cómo que qué tiene que ver? Muchísimo. Si los apóstoles querían convencer a los demás judíos de que Jesús era el Mesías, no podían dejar de vivir como buenos judíos, rezando como ellos en el templo. A mí me ha gustado mucho lo que ha dicho Talía. Talía. Pero yo propondría ahora otra cosa: que digamos cuál de esos cuatro rasgos nos parece más importante. –Primero convendría comentarlos –sugirió Lucila. 73
–Yo estoy de acuerdo con eso –dijo Néstor–. Déjame un mo–Yo mento el papiro, Talía. Hay algo que no he entendido bien del todo. Lo primero es lo de la enseñanza de los apóstoles; a mí me gustaría saber qué enseñaban. También me ha extrañado esto que dice aquí de que partían el pan en las casas y compartían la comida con alegría. Lo de partir el pan es claro, se refiere a la eucaristía; lo que no entiendo es lo de compartir la comida. Talía siguió en su papel de responsable. –Creo que habría que empezar por la enseñanza de los apóstoles. Pero yo de eso no sé mucho. Prefiero que habléis vosotros. Mientras Livia y yo nos mirábamos, dudando quién de los dos comenzaría, Lucila se nos adelantó. –Supongo que la enseñanza de los apóstoles se refiere a hablar de Jesús, de lo que hizo y dijo. –¿A leer los evangelios? –sugirió tímidamente Talía. Reprimí una carcajada que la habría humillado. –No, Talía. Los evangelios todavía no se habían escrito. Se escribieron años más tarde, a partir de esa enseñanza de los apóstoles. –Imagino –continuó Lucila– que muchos de los que se convirtieron no sabían nada de Jesús, sobre todo si eran extranjeros venidos de otras partes del mundo. Lo primero era contarles quién fue Jesús, los milagros que hizo, la doctrina que enseñó, cómo fue formando un grupo de seguidores... –Yo estoy de acuerdo con Lucila –indicó Livia–. Pero añadiría otra cosa sobre la enseñanza de los apóstoles. Tenemos Tenemos el testimonio de un cristiano que dejó por escrito lo qué le enseñaron cuando se convirtió. Todos la miramos, curiosos por conocer la identidad de ese individuo y el testimonio que había dejado. –Lo que voy a decir deberíais saberlo de memoria, porque el testimonio es de Pablo, el fundador de nuestra comunidad. 74
Lo que pasa –añadió con sorna, mirándome– es que algunos no se molestan en leer sus cartas. En una de ellas, no recuerdo en cuál, da lo mismo, dice que a él le enseñaron cuatro cosas fundamentales: que Cristo murió por nuestros pecados; que fue sepultado; que resucitó al tercer día, y que se apareció a Pedro, a los Doce y a otras personas. Estas cuatro cosas son importantísimas. Después de la muerte de Jesús, unos decían que lo habían matado por rebelarse contra Roma o por blasfemo; otros negaban que hubiera muerto realmente, o decían que los discípulos habían robado el cadáver. Por eso era tan importante responder a estos ataques. –En resumen –sugirió Néstor–, la enseñanza de los apóstoles consistía en hablar de la vida y la enseñanza de Jesús y en esas cuatro cosas que ha dicho Livia. –Por eso yo insistía hace años en que leyésemos y comentásemos los evangelios –les dije–. Es la mejor forma de conocer la enseñanza de los apóstoles y de ser una auténtica comunidad cristiana. A pesar de lo vanidoso de mi intervención, todos estuvieron de acuerdo. Talía volvió a tomar la palabra. –La otra cosa que preguntaba Néstor era a qué se refiere lo de compartir la comida, y en qué se diferencia de la fracción del pan. Yo tampoco puedo aclarárselo. –Yoo creo que no hay ninguna diferencia. Hablando con tu –Y padre –dijo Livia mirándome– llegamos a la conclusión de que era lo mismo. Nosotros nos hemos acostumbrado a separar la eucaristía de la comida, para evitar algunos excesos que se dieron hace años, pero Jesús partió el pan al comienzo de la cena de Pascua, y luego comieron. Néstor no parecía demasiado convencido. –¿Y qué tiene de importante compartir la comida? Lo de la fracción del pan lo entiendo, porque eso es típico de los cristianos. Pero lo de comer juntos... 75
–La comida es la mejor forma de expresar la unión, la amistad –explicó pacientemente Livia–. Tú no te pondrías a comer con el primer que te encontrases. –Desde luego que no –bromeó Talía–. Néstor sólo come con la familia o con sus amigos íntimos. –En eso es igual que su padre –la consoló Lucila. –Entonces –insistió Néstor–, nosotros ya no hacemos lo mismo que la primera comunidad cristiana. –No. Es verdad. Ahora nos limitamos a celebrar la acción de gracias partiendo el pan. –Podríamos decirle a Demetrio que vuelva a introducir la comida –propuso Talía. La miramos con cierto escepticismo. Demetrio no es hombre muy amante de cambios. Además, si eso se había hecho antes y luego dejó de hacerse, por algo sería. –A todo esto, no hemos dicho nada de lo más importante: del compartir los bienes –Lucila volvía al ataque con su tema favorito. –No hay mucho que decir, está muy claro –objeté yo. –Está muy claro en teoría, pero no en la práctica. ¿Tú conoces a alguien de Tróade que haya vendido sus posesiones para repartirlas con los necesitados? –No, ni siquiera mi padre lo hizo. Mi respuesta tenía algo de mala intención. Para Lucila, mi padre había sido el modelo del buen cristiano. A mí podía acusarme de ser algo egoísta, pero no a él. –Sin embargo, siempre estaba ayudando al que lo necesitaba. Y vivía muy austeramente. –De acuerdo. Pero eso es muy distinto de venderlo todo y quedarse sin nada. –Me da la impresión –terció Livia– de que haría mucha falta leer las cartas de Pablo. Este problema también se lo planteó él. 76
–¿Y qué dijo? –Ahora mismo no recuerdo bien. Me lo leyó tu padre hace bastantes años. A él le preocupaba mucho este tema y le tranquilizó lo que leyó. –Pues no nos aclaras mucho. –Yo no me sé todo de memoria. Pero las cartas de Pablo las tienes tú. Podrías leerlas y ver lo que dice. –Ahora es preferible seguir con lo de Lucas. Si nos ponemos a leer distintas cosas nos vamos a liar. –Yo también creo que es preferible limitarnos por ahora a lo de Lucas –me apoyó Talía–. Pero hay una cosa que ha dicho madre que no la veo clara. Me refiero a que compartir es lo más importante. –¿Por qué no te convence? –Porque, –P orque, si fuera lo más importante, impor tante, Lucas lo habría puesto lo primero. La respuesta era tan obvia que sorprendió a todos menos a Livia. –Llevas razón. Para mí, lo más importante es la enseñanza de los apóstoles, lo primero que dice Lucas. Y os explico por qué. Las otras cosas se encuentran también en otros grupos religiosos. La oración es cosa normal entre los fariseos y los esenios. Lo mismo ocurre con la comida en común. Y el compartir es algo típico de los esenios. Vosotros Vosotros deberíais recordar lo que comentamos hace unos años sobre ellos. Por eso, lo más importante, lo que distingue al cristiano de los otros ot ros grupos, es la enseñanza de los apóstoles. –Es lo más lógico –comentó Néstor–. A nosotros, lo que nos distingue es la fe en Jesús, y la enseñanza de los apóstoles se refiere a él. Madre, has perdido. –Vosotros –V osotros ya sabéis a qué me refiero cuando digo que compartir es lo más importante. Que no basta con decir cosas bo77
nitas y contentarnos con confesar que Jesús es el Mesías Mesías mientras la gente pasa hambre y a nosotros nos sobra el pan. –En eso llevas razón, Lucila. El evangelio de Mateo dice lo mismo. –Fijaos si será cierto que hasta mi marido me da la razón. –Todos tenéis razón, y yo tengo mucho sueño –dijo Néstor–. Hoy he tenido un día muy duro. Podríamos rezar un poco y terminar. *** –Esta mañana me dijo Elena que te gusta mucho el libro. –A veces es un poco denso... o nosotros lo hacemos complicado. Pero sí... me gusta. Creo que merece la pena el esfuerzo. –Luego se vuelve más ameno... ¿Te ha comentado lo de Julia? –Sí. La comprendo perfectamente. per fectamente. Pero Pero ella se ha olvidado de lo que me hizo pasar. –Eso mismo le he dicho yo. Mientras me llegaba el sueño, algo dicho por Livia me rondó la cabeza: las cartas de Pablo tratan cuestiones que preocupaban a los primeros cristianos; si las leía, podría aclarar algunos puntos de la obra de Lucas. Pero a esas horas de la noche no estaba ya con ánimos para más disquisiciones.
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8 El cojo de nacimiento (Hechos 3)
E
l episodio que había leído y comentado Talía era breve, de pocas líneas. En cambio, el relato siguiente, la curación de un cojo de nacimiento por po r parte de Pedro y Juan, desencadena una serie de acontecimientos tan estrechamente relacionados que lo convierten en un bloque larguísimo 1. Dividirlo en dos sesiones parecía romper el dramatismo del con junto.. Leerlo y comentarl junto comentarloo en una sola me resultaba resultaba difícil. difícil. Para que te hagas una opinión personal, te resumo el argumento. Todo comienza con la curación de un enfermo de nacimiento. Antes te hablé de un cojo, pero el término que usa Lucas, «cholos» , es tremendamente ambiguo, como bien sabes. Puede referirse a un cojo, un paralítico, un tullido, un lisiado. En cualquier caso, el pobre hombre no podía moverse y tenían que llevarlo todos los días a la puerta del templo a pedir limosna. Pero no imagines que su curación se cuenta de forma breve, rápida, como ocurre con las que realiza Jesús en los evangelios. Es una descripción extensa, muy viva y pormenorizada, de lo ocurrido. No era esa parte la que me preocupaba, se lee con enorme interés. El problema viene luego, cuando Pedro, con motivo de esa curación, pronuncia un largo discurso ante todo el pueblo. La 1
Se trata de Hechos 3,1-4,31 en la numeración actual. 79
experiencia del discurso anterior, el pronunciado el día de Pentecostés, que me costó casi una pelea con Livia, me hacía temer que se produjese una situación parecida. Pero el relato de lo ocurrido no acaba ahí. Cuando Pedro termina de hablar, hablar, las autoridades mandan prenderlos a él y a Juan, los tienen en la cárcel toda la noche, y al día siguiente los interrogan ante el Sanedrín. Pretenden hacerlos callar, pero Pedro justifica la obligación de hablar en nombre de Jesús, y las autoridades, desconcertadas, los dejan ir. Cuando se reúnen con la comunidad, todos rezan una hermosa oración pidiendo a Dios que los ayude a seguir proclamando su palabra. Este pésimo resumen te ayuda, al menos, a darte cuenta de la cantidad de cosas que se cuentan, todas estrechamente relacionadas. Al no saber qué hacer, acudí a Livia. –¿Te acuerdas de lo que sigue ahora? Cuando Pedro cura al lisiado de nacimiento y todo lo demás. –¿Qué es todo lo demás? Tu padre me leyó el libro varias veces, pero no me lo sé de memoria. –Pues el otro día presumiste de sabértelo de memoria... Le repetí brevemente lo que te he contado más arriba y me dijo: –Sí, todo eso me suena bastante. ¿Cuál es tu problema? ¿Quieres que lo comente yo? –No se me había ocurrido. Mejor dicho, sí. Pero no... No es eso. Lo que quería preguntarte es si tratamos todo en una sola reunión o en dos. Y otra cosa: ¿qué hacemos con el discurso de Pedro ante el pueblo? No quiero que volvamos a enzarzarnos en una pelea. Reflexionó unos segundos antes de responder. –Lo de tratarlo en una sesión o en dos no creo que se pueda resolver de antemano. Depende de que se nos ocurran muchas cosas o pocas. Si el comentario resulta largo, o si estamos 80
cansados, corta después del discurso de Pedro al pueblo... Y ahora dime qué pasa con ese discurso. ¿Por qué tienes miedo de que volvamos a pelearnos? –Yo, por mí, lo abreviaría..., para que lo entiendan mejor. –Ya sabes que soy enemiga de resumir. La miré con malicia. –Yoo sólo pensaba suprimir la parte que habla mal de los ju–Y díos. Por ejemplo, cuando les dice: «Vosotros rechazasteis al santo e inocente, pedisteis que os indultasen a un homicida y dis- ». Son palabras muy duras, ¿no teis muerte al Príncipe de la vida ». te parece? En contra de lo que esperaba, se sonrió. –No vas a conseguir que me sienta ofendida por esas frases. Ni me vas a convencer de que conviene abreviar el discurso. De repente, sin saber por qué, unas lágrimas asomaron a sus ojos. Livia es una mujer dura, capaz de refrenar sus emociones. Enjugó las lágrimas y se excusó. –Perdona. Me estaba acordando de tu padre. Cuando me leyó esas palabras por vez primera no pude contenerme. Di un salto protestando contra Lucas y su odio a los judíos. Debía esperar mi reacción, porque se echó a reír. Y cuanto más reía él, más me indignaba yo. Hasta que me calmé y me dijo: «Eso no lo dice Lucas, sino Pedro, que es judío. Además, no has escuchado todo el discurso. Mira lo que dice más adelante». Livia tomó el rollo de mis manos y le indiqué dónde estaba el discurso. Buscó un momento hasta encontrar lo que deseaba. –Tu padre me leyó lo que dice Pedro un poco después: «Ahoraa bien, hermanos, «Ahor herm anos, sé que vosotros y vuestros jefes lo hicisteis por ignorancia» . Y me comentó: «¿Ves? Pedro no odia a los judíos, los justifica, igual que hizo Jesús en la cruz cuando dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” . Pero Pedro tenía que dejarles claro que habían hecho algo muy grave, y que era preciso arrepentirse de ello». 81
–Entonces, ¿crees que debemos leer el discurso completo? La respuesta se hizo esperar, mientras su dedo índice buscaba y golpeaba unas líneas, como si le llamasen especialmente la atención. –Aquí están. A tu padre le costó trabajo entender estas frases. Pero Pero yo creo que sí, que es preferible leer el discurso completo. –¿Cuáles son esas frases? –A lo mejor tú, que eres tan listo, las entiendes desde el primer momento. No voy voy a complicarte la vida sin necesidad. A punto de irme se me ocurrió la solución ideal a mis problemas. –Toma, quédate con el libro. Esta noche te toca a ti leerlo y comentarlo. *** Sin embargo, cuando comenzó la reunión, quien tenía el rollo en sus manos era Néstor. Livia se justificó. –Lo de esta noche es muy largo. A lo mejor tenemos que dividirlo en dos partes p artes y terminamos mañana. Pero es muy interesante, ya veréis. Le he pedido a Néstor que sea él quien lea porque lo hace muy bien. Además, un discurso de Pedro parece más lógico que lo lea un hombre. Talía no pudo evitar una salida irónica. –Me parece muy bien. Y cuando lean los evangelios en la comunidad, las palabras que pronuncian las mujeres que las lean mujeres. –Las mujeres no hablan en los evangelios –dijo Néstor, no sé si por ignorancia o por broma. –¿Cómo que no? María habla, Isabel habla, y María Magdalena, y... 82
–Bueno, no perdamos el tiempo que hay mucho que leer y comentar –cortó Livia. Néstor carraspeó suavemente y leyó con su hermosa voz.
Pedro y Juan subían al templo para la oración de la hora nona 2. Un hombr hombree lisiado lisiado de nacimiento nacimiento solía solía ser transport transportado ado diariamente y colocado a la puerta del templo llamada la Her- mosa, para que pidiese limosna a los que entraban en el templo. Al ver entrar entrar en el templo a Pedro Pedro y a Juan, Juan, les pidió limosna. Pe- dro, acompañado de Juan, lo miró fijamente y le dijo: –Míranos. Él los observaba imaginando recibir algo de ellos. Pero Pedro le dijo: –Plata y oro no tengo, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar. Lo agarró de la mano derecha y lo levantó. Al instante pies y tobillos se le robustecieron, se irguió de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo, caminando, saltando y alabando a Dios. Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios; y, al recono- cer que era el que pedía limosna sentado a la puerta Hermosa del templo, se llenaron de asombro y estupor ante lo acaecido. Mien- tras seguía agarrado a Pedro Pedro y a Juan, toda la gente g ente corrió asom- brada hacia ellos, al pórtico de Salomón. Pedro, al verlos... –Espera, Néstor –lo interrumpió Livia–. Hay una cosa que me gustaría comentaros. El día pasado dijo Talía Talía que los apóstoles eran fundamentales para la primera comunidad porque enseñaban lo referente a Jesús y porque hacían prodigios. Hablamos de su enseñanza, pero no dijimos nada de sus milagros. Aquí tenemos uno de ellos, el primero que realiza Pedro. Pedro. Un milagro importantísimo, porque recuerda a las curaciones 2
Las tres de la tarde. 83
de lisiados y cojos que hizo Jesús. Pero Pero hay una diferencia muy importante entre Jesús y Pedro. ¿Sabríais decirme cuál? Un silencio reflexivo se extendió por la sala. Recordé que Jesús había curado a unos cojos en el templo, lo cuenta Mateo poco antes de la pasión. Pero no creí que fuese a eso a lo que se refería Livia. Me vino a la memoria el episodio en el que Jesús cura a la suegra de Pedro: también a ella la agarra de la mano y la levanta. Pero eso es una semejanza, no una diferencia. ¿El paralítico al que llevaron entre cuatro y descolgaron abriendo un boquete en el techo? –Que el paralítico que cura Pedro no tenía camilla –dijo Néstor medio en broma, pensando en ese mismo episodio. Talía encontró la respuesta adecuada. –La diferencia está en que Jesús curaba porque podía, y Pedro cura invocando el nombre de Jesús. Era algo tan obvio que me asombré de no haberlo pensado antes. –¿Cómo se te ha ocurrido tan pronto? –le preguntó Lucila. –Porque me llamó la atención el énfasis que puso Néstor en las palabras de Pedro. Léelas otra vez. –Plata y oro no tengo, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar. –¿Véis? Pedro no tiene nada: ni plata ni oro ni poder pod er de curar. Lo que tiene es la fe en Jesús, y con eso cura al enfermo. Son unas palabras muy bonitas. –¿Estás de acuerdo, Andrónico? ¿O se te ocurre otra cosa? –me preguntó con cierta sorna Livia. –Sí, estoy de acuerdo con lo que ha dicho Talía. No se me ocurre nada más. –¡Qué humilde te has vuelto! –Siempre lo he sido, Lucila. Lo que ocurre es que no os dais cuenta. 84
Livia no estaba dispuesta a que perdiésemos el tiempo en bromas e hizo un gesto a Néstor para que continuase. Pero él, antes de seguir, comentó. –¿Recordáis a mi amigo Rufo, el que se rompió una pierna hace dos años? Cuando el médico le dijo que ya estaba curado, tardó casi un mes en andar normalmente. Y ese que cura Pedro enseguida se pone a dar saltos. Un poco exagerado, ¿no? Al menos debía de haber dado alguna cojeada. –Se trata de un milagro, Néstor. El enfermo tiene que demostrar que se ha curado perfectamente y de inmediato. Igual que ocurre con el que tú decías antes de la camilla. Cuando Jesús lo cura, le ordena que tome su camilla y se vaya. Tú dirías que es una falta de caridad, pero se trata de demostrar la realidad de la curación. Dio la cuestión por aclarada y continuó: –Ahora viene un discurso de Pedro ante todo el pueblo. No es tan largo como el del otro día. Además, me he puesto de acuerdo con Andrónico para no discutir d iscutir sobre este tema: lo vamos a leer completo. Pero voy a resumiros antes su contenido, así lo entenderéis mejor. Estuve a punto de interrumpirla para alabar la utilidad de los resúmenes pero me contuve. No era bueno distraer la atención de los demás, y dejé que Livia continuase. –Cuando la gente ve el milagro, se admira de lo ocurrido. Entonces Pedro Pedro les dice que eso no lo ha hecho él por su propio poder sino por el de Jesús, al que Dios ha glorificado. Y como ellos son responsables de su muerte, aunque lo hicieran por ignorancia, deben arrepentirse para recibir la bendición que Dios les concede a través de Jesús. Demasiado breve me pareció el resumen, pero Néstor no me dio tiempo a protestar, reanudando al punto la lectura.
Mientras seguía agarrado a Pedro y a Juan, toda la gente co- rrió asombrada hacia ellos, al pórtico de Salomón. Pedro, al ver- los, les dirigió la palabra: 85
–Israelitas, ¿por qué os asombráis y os quedáis mirándonos como si hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o religiosidad? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo sier vo Jesús, Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, que sentenciaba su libera- ción. Vosotros Vosotros rechazasteis al santo e inocente, pedisteis que os in- dultasen a un homicida y disteis muerte al Príncipe de la vida. Dios lo ha resucitado de la muerte y nosotros somos testigos de ello. Porque ha creído en su nombre, éste que conocéis y estáis viendo ha recibido de ese nombre vigor, y la fe obtenida de él le ha dado salud completa en presencia de todos vosotros. Ahora bien, hermanos, sé que vosotros y vuestros jefes lo l o hicis- teis por ignorancia. Sólo que Dios ha cumplido así lo anunciado por todos los profetas, que su Mesías iba a padecer. padecer. Arrepentíos y convertíos para que se os borren los pecados, y así recibáis del Se- ñor tiempos favorables y os envíe a Jesús, el Mesías predestinado. El cielo tiene que retenerlo hasta el tiempo de la restauración uni- versal que anunció Dios desde antiguo por medio de sus santos profetas. Moisés dijo: «Un profeta como yo, uno de vuestros her- manos, os suscitará nuestro Dios: escuchad lo que diga. El que no escuche a aquel profeta será excluido de su pueblo». Todos los pro- fetas, desde Samuel y por turno, hablaron y anunciaron estos tiempos. Vosotros Vosotros sois herederos de los profetas y de la alianza que Dios otorgó a nuestros padres, cuando dijo a Abrahán: «Por tu descendencia serán benditas todas las familias del mundo». Dios resucitó a su siervo y lo envió, primero a vosotros, para que os bendijera haciendo que se convierta cada uno de sus maldades. Yo esperaba alguna explicación de Livia, pero Yo p ero formuló una pregunta. –¿Qué os ha parecido? Talía respondió con su rapidez y espontaneidad habituales. –Yo me he perdido a partir de la mitad. Al principio todo me parecía muy claro, después me perdí. 86
–¿Y vosotros? –Yo digo lo mismo que Talía –comentó escuetamente Lucila. –Yo, como he sido el lector, no me he enterado de nada. Los lectores no se enteran nunca de lo que leen, ¿verdad? Ignoro de dónde había sacado Néstor esa idea tan peregrina, aunque reconozco que muchas veces, cuando uno lee en voz alta, lo hace de modo tan mecánico que no atiende al contenido. –No te escapes –le reprochó Livia–. De algo te habrás enterado. –Sí, claro. Era una broma. Además –añadió dirigiéndose a todos– he tenido que leerlo varias veces para darle la entonación correcta. Yo Yo creo que el problema de este discurso es que quiere decir muchas cosas en pocas palabras, por eso se pierde uno. Al principio, como decía Talía, Talía, todo se entiende muy bien: el cojo ha sido curado por el poder de Jesús, al que vosotros, los israelitas, condenasteis, pero Dios lo glorificó. Podía haber terminado diciéndoles que se convirtieran y todo habría quedado perfectamente. Pero como ha sido tan duro con los israelitas, empieza a añadir cosas para que no se molesten demasiado. Primero Primero les dice que actuaron por ignorancia; luego, que ellos son los herederos de los profetas, de las promesas y de la bendición que recibirán por medio de Jesús. Néstor se tomó un pequeño respiro. –Además, cuando habla de la muerte de Jesús, Pedro se siente obligado a añadir que eso lo habían predicho los profetas. Y luego trata de lo que hace Jesús ahora mismo, pero con unas palabras muy raras, como si estuviera retenido en el cielo. Y también habla de su vuelta futura y de que Jesús es el profeta anunciado por Moisés. Un verdadero jaleo. Pedro era pescador, ¿verdad? –Sí, lo sabes desde niño. 87
–Pues eso es lo que le pasa: que no está acostumbrado a hablar en público y dice cosas muy interesantes, pero dice demasiado, y en desorden. Si esas palabras las hubiera pronunciado yo, me habría ganado de inmediato la reprimenda de Livia. Con Néstor guardó silencio, limitándose a mirarlo socarronamente. Fue Talía quien intervino. –¿Pero ese discurso es de Pedro o de Lucas? Lucila la miró escandalizada. –De Pedro, hija. Lucas se limita a contarlo. –Pero todos los historiadores ponen en boca de sus persona jes unos unos discursos discursos que que ellos ellos no pronunci pronunciaron aron.. Los inventab inventaban. an. Antes de que aumentase el escándalo de Lucila decidí intervenir. –Los inventaban a medias, Talía. Talía. ¿Tú has h as oído hablar de la Historia de la guerra del Peloponeso ? Supongo que sí, aunque no la hayas leído. En ella dice Tucídides Tucídides que los discursos que pone en boca de sus personajes no contienen lo que dijeron al pie de la letra, pero que él procura siempre imaginar lo que habrían dicho y atenerse a lo más verosímil. Lucas pudo hacer lo mismo: imaginar lo que habría dicho Pedro en esas circunstancias. Es decir, que Pedro Pedro estaría de acuerdo con lo que Lucas le pone en la boca. Creo que Lucila quedó algo más tranquila con mi explicación, aunque dudo de que a Talía le convenciese demasiado. En cualquier caso, no insistió, y yo aproveché para dirigirme a Livia. –Deberías dar tu opinión, que para eso te encargaste de preparar hoy el texto. –Bueno, yo creo que Néstor tiene razón, que el discurso toca demasiados temas. Pero, en el fondo, todo se centra en una sola cosa: conseguir que los judíos acepten a Jesús y crean en él. Lo curioso es el procedimiento que utiliza Pedro, o Lu88
cas, da lo mismo. Empieza hablando de d e la glorificación de Jesús, luego habla de la muerte y resurrección, por último del anuncio de la venida de un profeta semejante a Moisés. ¿Os dais cuenta? Al revés de lo normal. Cualquiera de nosotros habría comenzado hablando de lo profetizado por Moisés, luego habría tratado la muerte, resurrección y glorificación. Pero creo que este orden está justificado. Lo primero que tiene que hacer Pedro es explicar el milagro del cojo, y eso sólo se explica por el poder actual que tiene Jesús, no por lo que anunciase Moisés. Hizo una pausa. –Ahora os hablo como israelita. ¿Sabéis lo que más me gusta de este discurso? Que no fomenta el odio ni las peleas entre judíos y cristianos. Nos reprocha lo que hicimos con Jesús, pero al mismo tiempo lo hace con cariño, con comprensión, y termina diciendo que su resurrección es un don, ante todo, para los judíos. A mí me duele mucho cuando veo cómo nos persiguen los de la sinagoga y lo mal que los cristianos hablamos de ellos. No creo que a Dios le guste eso. Nadie la contradijo y al cabo de un momento se dirigió a mí. –Como ves, tu problema de si tratábamos el tema en una reunión o en dos está ya resuelto porque no queda tiempo para terminarlo. Mañana será. Ahora lo que os propongo es que pensemos un poco en las palabras que más nos hayan gustado y recemos con ellas. En un rápido y somnoliento resumen te diré que la idea principal fue la fe en Jesús que demuestra Pedro y la suerte que nosotros tenemos de haberla heredado de los apóstoles. *** –Estás muy callada en las reuniones –le comenté a Lucila cuando nos acostamos. 89
–Es que este libro me desconcierta un poco. Echo de menos a Jesús. –¿Qué lo echas de menos? Se pasa todo el tiempo hablando de él. –Sí, hablando de él. Pero no es el protagonista. Me gustaban más los evangelios. –Entonces, ¿no te interesa? –Sí me interesa, claro. Pero tengo que irme acostumbrando a su estilo. Y no te preocupes si hablo poco. Ya sabes que en cuanto tenga algo que decir no me lo voy a callar. Tras un breve silencio añadió. –Néstor ha tenido suerte, ¿no te parece? –¿Te refieres a su voz? –No seas tonto. Me refiero a haberse casado con Talía. No conseguí encontrar una estrecha relación entre estas palabras de Lucila y la curación del cojo o el discurso de Pedro, pero ya sabes que la lógica femenina es muy distinta de la del varón. Además, estaba de acuerdo con su opinión sobre Talía.
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9 Pedro y Juan ante el Sanedrín (Hechos 4,1-31)
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uestra intención de terminar al día siguiente todo lo relacionado con la curación del cojo de nacimiento se vio frustrada de manera imprevista. A media tarde, Talía notó que Prisca tenía bastante fiebre. Lucila la tranquilizó; «en los niños sube y baja pronto», le dijo. Y Antonio, el médico, estuvo de acuerdo. Pero Talía no quiso separarse de su hija y decidimos posponer la reunión. Al día siguiente tampoco pudimos seguir: celebrábamos con toda la comunidad la cena del Señor. Este retraso no me preocupaba demasiado; en dos días no se olvida lo esencial de un relato. Y aprovechando que era Livia la responsable de terminarlo decidí hacer una incursión en las cartas de Pablo. Las tenía en mi despacho, dentro de un estuche heredado de mi padre que nunca había abierto. Al tomarlo entre las manos, me asombré de mi falta de interés o de simple curiosidad por aquellos escritos. Ahora, gracias a las frecuentes referencias de Livia, parecía llegada la hora de conocer las cartas. Abrí el estuche y volqué sobre la mesa varios rollos de distinto tamaño, ninguno demasiado grande. Y un papiro suelto.
Lucas a Teófilo, su querido hermano en el Señor. Después de muchas vicisitudes y dificultades he conseguido co- pia de algunas de las cartas que nuestro querido hermano herma no Pablo 91
escribió a las comunidades que fundó. A pesar del esfuerzo reali- zado y del interés que se tomaron muchas personas, no están to- das. Me ha resultado imposible conseguir una muy larga, dirigi- da a los de Roma. Por otra parte, están empezando a proliferar cartas atribuidas a Pablo. Las he leído y, en general, me gustan mucho. Sin embargo, aunque a menudo reflejan su estilo y men- talidad, no estoy plenamente convencido de que sean suyas. Co- nociendo lo difundida que está en nuestra época la costumbre de la pseudonimia, no me extrañaría que algunos usasen el nombre de Pablo para dar validez a sus propias ideas. Todas las que te envío las considero auténticas y estoy seguro de que te servirán ser virán para conocerlo mucho mejor. mejor. Lo que cuento sobre él en la segunda parte de mi obra te ayudará a entender muchas cosas de las cartas, pero es en ellas donde encontrarás el mejor re- trato de su persona. Espero que provoquen en ti la misma admi- ración que despierta en mí la obra que el Señor quiso llevar a cabo a través de él. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté contigo. La lectura del billete y la contemplación de aquellos pergaminos me trajo un recuerdo lejano, de mi visita a Lucas en Éfeso: cuando vi la colección de cartas de Pablo que tenía me extrañó que los rollos estuviesen bastante nuevos. Le pregunté entonces si no le gustaban, y él sonrió de forma extraña, sin dar una clara respuesta. Los rollos que ahora contemplaba estaban más usados. A mi padre debieron de interesarle bastante esas cartas, aunque nunca habló de ellas. Lo cual no me extrañó, porque algunos hermanos procedentes de otras comunidades habían oído de ellas elogios entusiastas y ataques furibundos, sin faltar quienes se quejaban de no entenderlas o de encontrarlas aburridas. Con cierta pereza y prevención, decidí empezar por una breve, dirigida a la comunidad de Galacia. Estaba a punto de enfrascarme en su lectura cuando entró Julia. 92
–Dicen que estás protestando porque nunca vengo a verte. –¿Quién ha dicho eso? –Mi madre. –Yo sólo he dicho que llevo unos días sin verte. –Mi madre lo lía todo. No sé qué le pasa últimamente, pero no hay quien la aguante. –Yo la aguanto muy bien. Me gusta mucho que venga a verme. –Porque es tu hija preferida. –Es la única que tengo. ¿Qué te pasa con ella? –No me deja tranquila en todo el día. Siempre corrigiéndome, vigilándome, riñéndome... ¿Qué lees? –Iba a empezar a leer una carta de Pablo, el que fundó nuestra comunidad. –Será muy viejo, ¿no? –Murió hace muchos años. Cuando yo era un niño. –Siempre estás leyendo. ¿No te aburres? –También doy muchos paseos contigo. –Pues hoy hace un día muy bueno. No le costó trabajo convencerme de dar una vuelta. Pero luego, durante tres días, me enfrasqué en la lectura de las cartas, tomando notas ocasionales de las cuestiones que trataba. Encontré, por ejemplo, el sitio donde denuncia Pablo los fallos que se daban en las celebraciones eucarísticas de Corinto, una referencia a nuestra ciudad, y otras muchas cosas de interés. Pero bastante te he distraído ya del libro que comento. Volvamos a lo ocurrido en la siguiente reunión. *** Livia no perdió mucho tiempo en preámbulos. Entró directamente en materia. 93
–El último día nos quedamos en el momento en que Pedro habla a los israelitas animándolos a arrepentirse de lo hecho con Jesús y a creer en él como el Mesías anunciado por Moisés. ¿Qué imagináis que seguirá? Todos miramos a Talía con una sonrisa, esperando su rápida respuesta, que no se hizo esperar. –Seguirá la reacción del pueblo. Imagino que hablará de los que se convirtieron, igual que después del discurso anterior, el del día de Pentecostés. –Has acertado, pero sólo en parte. Antes de hablar de los que se convirtieron, cuenta Lucas lo que les ocurrió a Pedro y Juan. J uan. Se trata de algo muy importante, porque significa el comienzo de las persecuciones, todavía de manera muy suave. Empieza cuando quieras, Néstor. Y él comenzó la lectura.
Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, irritados por- que instruían al pueblo y anunciaban que la resurrección de los muertos se había había verificado en Jesús. Jesús. Les echaron mano y,y, como ya era tarde, los metieron en prisión hasta el día siguiente. Mu- chos de los que oyeron el discurso abrazaron la fe, y así la comu- nidad llegó a unos cinco mil. Livia lo interrumpió con un leve gesto. –Como veis, Talía tenía razón. Lucas habla de los que se convirtieron después de oír a Pedro. Como el día de Pentecostés se convirtieron tres mil, y ahora la comunidad llega a unos cinco mil, significa que ese día fueron unos dos mil. –Demasiada gente, ¿no te parece? –comentó Néstor. –Las cifras de los historiadores no hay que tomarlas al pie de la letra –le respondió su mujer–. No es como cuando tú vas al puerto y dices: «Había cinco personas esperando un barco». Los historiadores siempre hablan de miles. Ima94
gino que lo que quiere decir Lucas es que se convirtió mucha gente. –Yo también lo creo así –dijo Livia–. Pero fijaos en lo que se cuenta antes de eso. A Pedro y Juan los meten en la cárcel. ¿Quiénes lo hacen y por qué? Si me estuviese permitido jurar, yo juraría que Livia no sabe quién fue Sócrates. Sin embargo, usa su misma técnica de preguntas que obligan al oyente a meditar su respuesta. Lucila fue la más astuta. –Vuelve a leer el texto, Néstor. –Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se les presenta- ron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, irritados porque instruían al pueblo y anunciaban que la resurr resurrección ección de los muertos se había verificado en Jesús. –Pues está muy claro. Quienes detienen a los apóstoles son las autoridades y lo hacen porque anuncian la resurrección de los muertos. –Llevas razón, Lucila, pero sólo en parte. Fíjate que no habla de las autoridades, sino de los sacerdotes, el comisario del templo, que era también sacerdote, y los saduceos. ¿No echas a nadie de menos? –A los fariseos –me anticipé yo–. Mateo los habría introducido los primeros. –Mateo no habría cometido ese error tan monumental, Andrónico. Los fariseos defienden que los muertos resucitan, nunca habrían metido en la cárcel a los apóstoles por predicar la resurrección. Los que la niegan son los saduceos, por eso aparecen aquí junto a los sacerdotes. –Ya lo sabía. Lo dije para ver si picabas. –¿Y se podía meter en la cárcel a alguien por defender la resurrección? –preguntó asombrada Talía. –Claro que no. A los fariseos no los metían en la cárcel por eso. Pero Pero lo que predicaban los apóstoles era muy distinto. No 95
se trataba de una idea abstracta sino de algo muy concreto: que Jesús había resucitado. –¿Y a ellos que más les daba? –Les importaba mucho, Talía. Si Jesús había resucitado, significaba que Dios estaba de su parte y que ellos se habían equivocado al condenarlo a muerte. Y a eso no estaban dispuestos. No hubo más preguntas ni comentarios, y Néstor prosiguió.
Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes, j efes, los senado- res y los escribas, incluyendo al sumo sacerdote Anás, a Caifás, Juan Ju an y Alejandro y todos los familiares de sumos sacerdotes. Hi- cieron comparecer a los apóstoles y los interrogaron: –¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso? Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondió: –Jefes del pueblo y senadores: ya que se nos interroga hoy sobre el beneficio hecho a un enfermo, para saber quién ha curado a este hombre, quede bien claro a todos vosotros y a todo el pueblo de Is- rael que ha sido en nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vo- sotros crucificasteis y Dios resucitó de la muerte. Gracias a él, está éste sano en vuestra presencia. Él es la piedra desechada por voso- tros, los arquitectos, que se ha convertido en piedra angular. Nin- gún otro puede propo proporcion rcionar ar la salvac salvación; ión; no hay otro nombr nombre e bajo el cielo concedido a los hombres que pueda salvarnos. Livia abandonó el estilo socrático y nos expuso su punto de vista. –Este discurso es mucho más breve y claro que el que pronunció Pedro Pedro ante el pueblo. Le hacen una pregunta, con qué poder o en nombre de quién ha curado al enfermo, y responde a ella sin que quepan dudas: ha sido gracias a Jesús. Pero fijaos que él le da un enfoque más amplio a la cuestión. Para las autoridades, se trata de una simple curación. Para Pedro, lo que está en juego no es sólo la curación de una enfermedad 96
sino la salvación. Jesús cura y también salva. Por otra parte, Pedro es más duro con las autoridades que con el pueblo. Las acusa de haber crucificado a Jesús, de haberlo rechazado, pero no justifica su conducta ni los anima a arrepentirse. Como si considerase imposible su conversión... ¿Se os ocurre algo más? –A mí, sí –dijo Talía–. Talía–. ¿A vosotros os resulta normal lo que dice Pedro? Intuyó que no entendíamos sus palabras e intentó explicarse. –Para vosotros, decir que Jesús es el Mesías, que Dios lo resucitó de la muerte, que nos da la salvación, es la cosa más normal del mundo. Os han educado así desde niños, como a ti, Néstor. Si os hubierais convertido a los dieciocho años, os daríais cuenta de que es algo muy difícil, que sólo se consigue por la fe. Te hablan de Jesús como un hombre que tiene unos amigos, que cura a los enfermos, predica... y luego te dicen que sólo él puede salvarnos. Es muy fuerte. Yo me pongo en la piel de un judío, imagino que me han h an dicho desde niña que me salvo cumpliendo la ley de Moisés, y ahora me dicen que el único que puede salvarme es este hombre al que las autoridades religiosas condenaron a muerte por blasfemo. No es fácil admitir esto. Tú debes saberlo mejor que nadie, Livia. –¡Vaya –¡V aya si lo sé! Estoy totalmente de acuerdo a cuerdo contigo, Talía. Talía. No he querido decir nada antes para no crear problemas. Pero si tú lo sacas... Las últimas palabras del discurso son durísimas para un judío. Y recitó de memoria: –Ningún otro puede proporcionar la salvación; no hay otro nombre bajo el cielo concedido a los hombres que pueda salvar- nos. Para un judío, el único que salva es Dios. Y si puede hablarse de algún hombre que proporcione la salvación, aunque sea de manera indirecta, ese hombre sería Moisés. Pedro podía haber dicho que hay dos salvadores: Moisés y Jesús. Pero 97
dice que hay uno solo: Jesús. A mí lo que me extraña es que el Sanedrín no acusase a Pedro de blasfemo. Lucila parecía un poco desconcertada. –Vamos –V amos a ver v er,, Talía. Talía. ¿Tú qué quieres decir?, d ecir?, ¿que no es normal creer en Jesús? Ella meditó su respuesta. –Exactamente. No es normal. Normal es abrigarte cuando hace frío, sonreír a una persona que te resulta simpática, amar a tu familia... Lo de creer en Jesús es muy distinto. Si te dijesen simplemente que fue un hombre muy bueno, sería normal quererlo y aceptar su doctrina. Pero también nos dicen que es el único que puede salvarnos. Antes del bautismo, cuando pensaba en estas cosas, me parecía imposible terminar aceptando esto. Luego, un día, me resultó fácil, como si Dios me hubiese hecho el gran regalo de la fe. Lo que quería decir es que creer en Jesús no es algo normal, sino un regalo de Dios. –Si es eso, estoy de acuerdo. Me habías asustado. Livia consideró el tema suficientemente aclarado e introdujo la siguiente sección. –Al discurso de Pedro sigue la reacción de las autoridades. Fijaos que su problema es más complicado de lo que dice TaTalía. No se trata sólo de que les falte fe, es que no quieren creer de ninguna manera. Escuchad lo que cuenta Lucas.
Viendo el aplomo de Pedro y Juan y constatando que eran hombres simples y sin letras, estaban sorprendidos; sabían tam- bién que habían sido compañeros de Jesús, pero, viendo junto a ellos al hombre curado, no encontraron réplica. Les mandaron sa- lir fuera del Sanedrín y se pusieron a deliberar: –¿Qué hacemos con estos hombres? Han hecho un milagro pa- tente, todos los vecinos de Jerusalén lo saben y no podemos negar- lo. Pero, para evitar que se divulgue entre el pueblo, los amena- zaremos para que no vuelvan a hablar a nadie de ese hombre. 98
Los llamaron y les ordenaron abstenerse absolutamente de ha- blar y enseñar en nombre de Jesús. Pedro y Juan les replicaron: –¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo. Juzgadlo. Lo que es nosotros, no podemos callar lo que sabe- mos y hemos oído. Repitiendo sus amenazas los soltaron, pues no hallaban modo de imponerles un castigo, a causa del pueblo, que daba gloria a Dios por lo sucedido, ya que el hombre curado por el milagro te- nía más de cuarenta años. Néstor hizo una pausa mientras todos sonreíamos satisfechos. La historia había terminado felizmente, con una clara victoria de los apóstoles. –¿Os ha gustado? –pregunté orgulloso, como si yo fuese el protagonista de los hechos o el autor del relato. –Sí, está muy bien. –Y vosotros, si estuvierais en el puesto de los apóstoles, ¿qué habríais hecho? La pregunta de Livia nos desconcertó. –Las autoridades les han dicho claramente que no prediquen en nombre de Jesús y los han amenazado si lo hacen. ¿Qué haríais vosotros? –insistió ella. Aquella sencilla pregunta daba un sentido nuevo al texto. Estoy seguro de que ante cada uno de nosotros desfilaron noticias e imágenes de persecuciones antiguas y recientes. Sabíamos de muchos que habían permanecidos firmes en la fe, incluso entregando la propia vida. vida . Pero Pero también habíamos oído hablar de otros que renunciaron a ella, temerosos de lo que podía ocurrirles o de las amenazas de los gobernadores. –Bueno, no voy a torturaros pensando lo que habrías hecho –sonrió Livia–. Lo que ahora interesa es lo que hicieron los apóstoles y la primera comunidad ante tales amenazas. Sigue, Néstor. 99
En cuanto los soltaron, Pedro y Juan se reunieron con sus com- pañeros pañe ros y les contaron contaron lo que les les habían dicho dicho los sumos sumos sacer sacerdote dotes s y los los senad senador ores. es. Al oír oírlos, los, todo todoss a una invo invocaro caronn a Dios en voz voz alta: –Señor,, tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y cuanto contienen; –Señor tú, por boca de tu siervo, nuestro padre David, inspirado por el Espíritu Santo, dijiste: «¿Por «¿Por qué se agitan las naciones y los pue- blos planean en vano? Se levantaron los reyes de la tierra y los go- bernantes se aliaron contra el Señor y contra su Ungido». De he- cho, en esta ciudad se aliaron contra tu santo siervo Jesús, tu Ungido, Herodes y Poncio Pilato con paganos y gente de Israel, para ejecutar cuanto había determinado tu mano y tu designio. Ahora, Señor Señor,, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos anun- ciar tu mensaje mensaj e con todo valor valor.. Extiende tu mano para que suce- dan curaciones, señales y prodigios cuando invoquemos a tu san- to siervo Jesús. Al terminar la súplica, tembló el lugar donde estaban congre- gados, se llenaron de Espíritu Santo y anunciaban el mensaje de Dios con valentía. –Ya sabéis lo que hicieron: rezar. Pero fijaos que no piden que se acaben las persecuciones ni las amenazas. Saben que continuarán. Lo que piden es valor para seguir anunciando el mensaje de Jesús. Y Dios se lo concede. Livia hizo una pausa. –Yo soy ya vieja y no me asustan las persecuciones. Además, Tróade Tróade es tranquila y nuestra comunidad nunca ha tenido demasiados problemas en ese sentido. Pero pienso en los que están siempre vigilados y criticados por ser cristianos. Las palabras de Livia me animaron a hacerles una confesión. –Hay una cosa que nunca os he dicho. El interés por leer la segunda parte de la obra de Lucas me vino hablando con Talía, al caer en la cuenta de las dificultades que muchas personas encuentran para hacerse cristianos o para mantenerse en la fe. Yo había leído este libro hace muchos años y sabía que 100
contaba cosas muy interesantes sobre este tema. Como veis, no me equivoqué. Lo que dice Lucas ayuda mucho a resistir en la dificultad. –Lo que cuenta Lucas está muy bien, pero lo que más ayuda es el Espíritu Santo –sonrió Livia–. Es él quien viene al final sobre la comunidad y le da valor para anunciar el mensa je. Pero Lucas también lo menciona otras veces: dice que el Espíritu Santo llenaba a Pedro al responder a las autoridades, y que habló por medio de David. –Ya os dije que sin el Espíritu Santo no se entiende nada de lo que hacen los apóstoles –comenté. –Los apóstoles y los demás –me corrigió Livia–. El Espíritu viene sobre todos, no sólo sobre Pedro y Juan. –Pues podríamos pedirle a Dios que venga sobre nosotros –sugirió Lucila. –Pero sin terremoto –rió Talía. Creo que fue Livia la única que comprendió su alusión. –Talía se refiere a lo último que hemos leído. ¿Os habéis dado cuenta de que recuerda al día de Pentecostés? Léelo, Néstor. – Al terminar la súplica, tembló el lugar donde estaban con- gregados, se llenaron de Espíritu Santo y anunciaban el mensaje de Dios con valentía. –No es exactamente lo mismo, pero se parece mucho. En Pentecostés se produjo un ruido fuerte, aquí un temblor; entonces empezaron a hablar en lenguas, aquí anuncian el mensaje de Dios. *** Fue Lucila quien comenzó el diálogo nocturno. –Hoy me ha gustado mucho lo que hemos leído. 101
–Era muy interesante... y más fácil. Parecía que Pedro hubiese escuchado la crítica de Néstor y hubiese abreviado. –Además, la escena en el Sanedrín está muy bien contada. Me parecía estar viéndolos a todos. –Sí, Lucas escribe muy bien –admití sin poder pod er reprimir un bostezo. –Siempre que tengo ganas de hablar te entra el sueño. –¿Qué quieres que le haga? Yo no tengo la culpa. –¿Sabes lo que le pedí al Señor durante d urante la oración? Que no nos deje caer en la tentación. –Eso lo pedimos todos los días. –Pero hoy, al hablar de las amenazas y las persecuciones, me di cuenta de lo que pedía.
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10 Luces y sombras (Hechos 4,32-5,11)
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abíamos dejado a la comunidad y a los apóstoles inundados por el Espíritu Santo y anunciando con valentía el mensaje de Dios. Cabía esperar que Lucas ofreciese nuevos testimonios de esa predicación pública y de los frutos que producía. Sin embargo, la continuación trataba un tema muy distinto: no hablaba de la actividad externa de la comunidad sino de su vida interna, centrándose en el uso de los bienes materiales. El argumento era ideal para Lucila, que lo habría expuesto con gran entusiasmo. Me costó algún trabajo convencerla; se escudaba en sus muchas ocupaciones y en que los otros podíamos hacerlo mejor. A pesar de sus reticencias, terminó aceptando. Me alegré, porque yo prefería quedarme libre para dedicarme a algo distinto. En una de las cartas de Pablo había encontrado un pasaje muy interesante sobre el compartir los bienes. Volvería Volvería a leerlo y estudiarlo por si podía servir de complemento. El comienzo de Lucila no tuvo nada de socrático. –Al principio no quería encargarme de la reunión, pensé que me iba a llevar mucho tiempo; luego me he alegrado porque es un tema muy bonito. Dicho en pocas palabras: todos tenemos que poner nuestros bienes al servicio de los demás, y no hay derecho a que algunas personas tengamos de todo mientras a otras les falta lo necesario para vivir. Los primeros 103
cristianos compartían todo, vendían lo que tenían, daban el dinero a los apóstoles y éstos se preocupaban de que no hubiese necesitados. Así eran las cosas al principio, y no sé por qué han cambiado tanto 1. Yaa conoces la preocupación de Lucila por los pobres y no Y te habrán extrañado sus palabras, aunque quizá te resulten tan radicales como a mí. –Lo que he dicho –continuó– no significa que todo fuese maravilloso en la primera comunidad. Lucas cuenta dos casos muy distintos: el de José, que vendió un campo y entregó todo t odo el dinero a los apóstoles, y el de un matrimonio que también vendió su campo, pero quiso engañar a Pedro quedándose con una parte del dinero. A estos dos se los tragó la tierra. Néstor y Talía, Talía, que no conocían el relato, la miraron asombrados. –¿Qué significa eso de que se los tragó la tierra? –preguntó ella. –Que se murieron los dos de repente y los enterraron. –¿Por quedarse con parte del dinero? –Y por mentirle a Dios. No estaba yo muy convencido de que aquel método fuese el más adecuado para entender el texto y le propuse leerlo, como habíamos hecho en las reuniones anteriores. –A sus órdenes, querido esposo. Y le pasó el rollo a Néstor Néstor,, convertido ya en lector oficial del grupo.
La multitud de los creyentes tenía un alma y un corazón. No llamaban propia a ninguna de sus posesiones, antes lo l o tenían todo Sobre compartir los bienes, véase la nota complementaria «Los primeros cristianos y la propiedad», pág. 296. 1
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en común. Con gran poder daban testimonio los apóstoles de la resurrección del Señor Jesús y eran muy estimados. No había in- digentes entre ellos, pues los que poseían campos o casas los ven- dían, llevaban el precio de la venta y lo depositaban a los pies de los apóstoles. A cada uno se le repartía según su necesidad. Lucila interrumpió la lectura. –Para no ser menos que los otros, os diré algo. Lo que más me ha llamado la atención es que empieza hablando de que todos tenían un alma y un corazón, como si estuviesen muy unidos y se quisiesen mucho, pero luego concreta que ese amor lo demostraban poniéndolo todo en común. O sea, que no se trata de decir palabras bonitas, te quiero mucho, somos hermanos, sino de compartir lo que se tiene. Lo que no entiendo es por qué mete a los apóstoles en la parte central de lo que hemos leído. Néstor releyó el texto. –Creo que madre se refiere a esto: Con gran poder daban testimonio los apóstoles de la resurrección del Señor Jesús y eran muy estimados. La verdad es que no sabe uno a qué vienen ahí esas palabras. –Vienen a preparar lo que se cuenta después de la muerte del matrimonio, una serie de milagros de los apóstoles –dije yo. –Pero eso no me toca a mí –se excusó Lucila. –No. Eso queda para otro día. Lo que hace Lucas es presentar dos temas distintos: primero, la unidad espiritual y material de los creyentes; luego, el poder con que los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesús. Hoy sólo leeremos lo de la comunidad de bienes. –Bien, seguimos adelante.
Un tal José, a quien los apóstoles llamaban Bernabé (que signi- fica Consolad Consolado), o), levita levita y chip chipriot riotaa de nacim nacimiento iento,, poseía un cam- po: lo vendi vendió, ó, llevó llevó el precio precio y lo lo depositó depositó a los los pies pies de los após apóstoles toles.. 105
–Ese es el primer ejemplo, el bueno –dijo escuetamente Lucila–. Ahora viene el otro.
Un tal Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una posesión, se quedó con parte del dinero, llevó lo restante y lo de- positó a los pies de los apóstoles. Pedro le dijo: –Ananías, ¿cómo es que Satanás te ha impulsado a mentir al Espíritu Santo quedándote con parte del precio del campo? ¿No podías conservarlo? O, si lo vendías, ¿no podías quedarte con el precio? ¿Qué te movió a proceder proceder así? No has mentido a los hom- bres, sino a Dios. Al oír estas palabras, pal abras, Ananías cayó muerto y los que lo oyeron se atemorizaron. Fueron unos muchachos, lo cubrieron y lo saca- ron a enterrar. Unas tres horas más tarde llegó su esposa sin saber lo sucedido. Pedro le dirigió la palabra: –Dime, ¿vendisteis el campo en este precio? –Sí –contestó. Pedro replicó: –¿Por qué os pusisteis de acuerdo para poner a prueba al Es- píritu del Señor? Mira, Mira, los pies pies de los que han enterrado enterrado a tu ma- rido están a la puerta para sacarte a ti. Al punto cayó muerta a sus pies. Entraron los muchachos y la encontraron muerta; la sacaron y la enterraron junto a su mari- do. Toda la iglesia y cuantos se enteraron quedaron espantados. Néstor empalmó la lectura con su comentario personal. –Yo no me imaginaba a Pedro tan duro. –Lo que hicieron fue muy grave –comenté. –Sí, pero matar a dos personas por eso... –Pedro no mata a nadie. En todo caso, el que los mata es Dios. –Pues yo no me imagino a Dios así. Jesús siempre perdonaba a los pecadores, incluso a Pedro, a pesar de que lo negó. 106
–A lo mejor se murieron del susto –comentó Talía–. Talía–. Como ya eran muy viejos... –Aquí no dice que eran muy viejos. –Nos podemos pasar la noche entera discutiendo sobre esto –dijo Livia–. Teófilo Teófilo y yo le dimos muchas vueltas. Al final me dijo una cosa muy curiosa; que este texto le recordaba al del pecado original. Lo que aquí se cuenta es el primer pecado dentro de la comunidad cristiana, no de desobediencia, sino de querer engañar a Dios. Y el Señor los castiga con la muerte, igual que a Adán y Eva. –¿Y eso qué significa? –preguntó Néstor. –Significa que incluso dentro de la comunidad cristiana, que es como el paraíso, se puede dar el pecado. –Y que el pecado original de los cristianos es no compartir los bienes –sugirió Lucila. Con todo respeto a mi padre, aquellas consideraciones me resultaban un tanto arriesgadas, pero no supe ofrecer otra alternativa. Livia nos sorprendió con un nuevo dato desconocido y muy interesante. –Para que comprendáis la importancia que le da Lucas a este episodio, debéis saber que también entre los esenios se dieron casos de mentiras a propósito de los bienes. Suponiendo que Talía Talía ignoraba todo de los esenios se dirigió a ella. –Los esenios eran un grupo religioso muy importante en tiempos de Jesús. Ellos también lo tenían todo en común. Pero, como decía antes, se dieron casos de mentira con respecto a las propiedades. ¿Sabéis qué les hacían a los culpables? –Los apedreaban –propuso Néstor. –No. Les prohibían comer con la comunidad durante un año, y les reducían la ración de pan a la cuarta parte. ¿Veis? Pedro podía haber hecho lo mismo con Ananías y Safira. Si 107
no lo hace es para enseñarnos que engañar a Dios, quedándose con parte de los bienes, es un pecado enorme. Tuve la impresión de que todo estaba dicho sobre el texto y aproveché la ocasión para introducir lo que había preparado sobre Pablo. –Lucila dijo al principio que en la primera comunidad las cosas eran muy distintas de cómo son ahora, y que no sabía por qué habían cambiado tanto. Yo diría que tanto no han cambiado. Ningún cristiano de Tróade pasa necesidad, todos nos ocupamos de que no ocurra. Y lo mismo puede decirse de las otras comunidades, por p or lo menos de las que yo conozco. Lo que sí ha cambiado es lo de vender casas y campos. Aquí y ahora no lo hacemos... porque nunca se hizo. Lo que cuenta Lucas es lo que ocurrió en Jerusalén. Lo que se hizo aquí lo sabemos por las cartas de Pablo, que fue el fundador de las comunidades de Asia, Galacia, Macedonia, Acaya y otras. En esas iglesias no se vendían los campos y casas, si es que los tenían. Cada cual conservaba conservab a sus bienes, aunque algunos eran ricos y otros pobres. Sobre este tema he encontrado dos detalles muy interesantes. El primero lo mencionó ya Livia el otro día a propósito de la celebración de la cena del Señor y del problema que se planteó en Corinto. Algunos acudían con toda clase de alimentos y otros llevaban un trozo de pan, a lo sumo. Cuando Pablo Pablo se enteró, se indignó i ndignó con los más ricos y les dijo d ijo que esa forma de celebrar la cena del Señor sólo les servía para condenarse, no para salvarse. Si querían hartarse ha rtarse de comer, que lo hicieran en sus casas, no en la asamblea. Fijaos que no les dice que vendan lo que tienen y lo den a los pobres, sino que no ofendan a los pobres haciendo ostentación de su riqueza. La cara de Lucila reflejaba una mezcla de interés y desacuerdo. Previendo sus objeciones aclaré. –Lo que ocurría en Corinto no era la norma. Corinto era una comunidad muy especial, muy difícil. En la mayoría de 108
las iglesias, todos, o casi todos, serían pobres..., a lo sumo habría alguna familia rica. Pero este ejemplo confirma que Pablo no obligaba a vender las propiedades. –Tampoco Pedro –dijo Lucila–. La gente entregaba sus bienes porque quería. –Entonces me das la razón en que las cosas no han cambiado tanto. Siempre ha sido lo mismo. El que quiere, vende; y el que no quiere, retiene. Como le dice Pedro a Ananías: podías haberte quedado con todo el dinero del campo, nadie te obligaba a dar nada. –Es cierto, Andrónico. Pero tú sabes lo que yo quiero decir. –Lo que tú quieres decir es que los primeros cristianos eran mucho más generosos que los de ahora. Y no creo que lleves razón. Os voy a contar otra historia de Pablo... En tiempos del emperador Claudio, poco antes de que naciese Livia, hubo h ubo en todo el Imperio una hambruna terrible. La comunidad de Jerusalén, que era muy pobre, lo pasaba muy mal; y sus responsables pidieron a Pablo que recaudara fondos entre las comunidades de Macedonia, Acaya, Galacia, que eran más ricas, para ayudarles. Entonces Pablo escribió a sus comunidades proponiéndoles el siguiente método. Desenrollé una de las cartas a los corintios y leí. –El día después del sábado poned aparte cada uno por vuestra cuenta lo que consigáis ahorrar, para que cuando yo vaya no haya que andar entonces con colectas. Como veis, los cristianos no tienen todo en común, cada cual posee sus bienes y debe ahorrar una cantidad para ayudar a los de Jerusalén. ¿Qué ocurrió? Hice una pausa para suscitar su interés. –Pues lo mismo de lo que se queja ahora Lucila: que unos fueron muy generosos y otros no daban nada. Ya podéis imaginaros cuáles fueron las comunidades más generosas: las más pobres, las de Macedonia. En cambio, la de Corinto, que debía ser bastante rica, al cabo de varios meses no había recau109
dado nada. Lo cual fue una suerte; gracias a su tacañería, Pablo nos dejó unas líneas preciosas sobre este tema. Cambié de rollo, porque el párrafo pertenecía a una carta distinta, también a los corintios, y leí saltando algunas frases, convencido de que Livia no lo advertiría. –Tenéis abundanc a bundancia ia de todo: de fe, f e, de dones de palabra, pa labra, de co- nocimiento, de empeño para todo y de ese amor vuestro por mí; pues que sea también abundante vuestro donativo donativo.. Ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesu Jesucristo: cristo: siendo rico se hizo po- bre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. No se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces, sino que, por exigen- cia de la igualdad, en el momento actual vuestra abundancia re- media la falta que ellos tienen, para que un día la abundancia de ellos remedie vuestra falta. A mí lo que más me gusta es el motivo que da para ser generosos: el ejemplo de nuestro Señor Jesús, que se hizo pobre por enriquecernos 2. –Eso es muy bonito –comentó Lucila–. Pero lo que dice luego me parece... no sé cómo expresarlo... poco generoso. Me refiero a eso de que debemos ayudar a los demás sin pasar estrecheces. No vamos a morirnos por estrecharnos un poco. Y si los demás lo necesitan... –Sí, parece en contradicción con lo anterior, estoy de acuerdo. Pero Pero conociendo a Pablo, que pasaba todas las estrecheces del mundo para ayudar a los demás, no puedes entenderlo como el consejo de una persona poca generosa. Yo creo que era simple cuestión de realismo. Prefería Prefería que los corintios diesen algo a que se pasasen la vida discutiendo si daban mucho o poco. Nuestro diálogo matrimonial se vio interrumpido por la intervención de Talía. Véase en los Apéndices la nota complementaria sobre «Las colectas y la generosidad», pág. 296. 2
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–Madre, a mí me da la impresión de que tu eres muy pesimista en este tema. Como si los cristianos nos hubiésemos vuelto muy egoístas. A mí, una de las cosas que más me movieron a convertirme fue ver cómo os ayudabais mutuamente, y que cualquier cristiano de Tróade que pasaba necesidad encuentra enseguida el apoyo de los hermanos. Un día se lo comenté a mi padre, que ya sabéis que no simpatiza mucho con nuestras ideas, y me reconoció que era cierto, que a él también le llamaba la atención; y que sus amigos comentaban que en otras ciudades ocurría lo mismo. Algunos incluso dicen que pecamos de ingenuos, y que hay gente vaga que se aprovecha de nuestra caridad. De todos modos, estoy de acuerdo contigo en que debemos ser lo más generosos posible y no quedarnos nunca con la conciencia tranquila. Las palabras de Talía produjeron un instante de reflexión y de silencio. Su testimonio personal infundía ánimo y estimulaba. Pero se iba haciendo tarde y convenía terminar la reunión. –¿Os ha gustado lo que leí de Pablo? Pienso que podríamos completar lo que dice Lucas con lo que escribe él. Naturalmente, cuando el tema lo permita, porque otras veces es posible que no encuentre nada. Hubo acuerdo y hubo oración. *** –Ya sé lo que te pasa, Lucila. Para ti no caben términos medios: si no seguimos el ejemplo de ese José que vendió el campo y entregó todo el dinero a los apóstoles, somos unos mentirosos, igual que Ananías y Safira. Tardó en contestarme. –No es tan sencillo, Andrónico. Quizá yo exagere exag ere un poco. Pero cuando ves a las personas que pasan hambre, h ambre, que no tienen ropa de abrigo en el invierno, que están enfermas y nadie 111
las cuida... Me sentiría más tranquila si no tuviera nada... o mucho menos de lo que tengo. –Dale gracias a Dios por poder ayudarlas. Luego, aunque con miedo a herirla, añadí: –Talía –T alía es también muy generosa, pero se toma las cosas con más calma. Lo que ha dicho me ha gustado mucho. –A mí también. Pero cada uno es cada uno. Ya me gustaría parecerme a ella. Y no pudo dejar de reírse. –Debe ser la primera vez que una suegra desea ser como su nuera. –Tú no tienes que parecerte a nadie. Me gusta como eres.
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11 Poderosos en obras y palabras (Hechos 5,12-42)
A
mi padre, tan entusiasta del evangelio de Lucas, le gustaba mucho la definición que dan de Jesús los dos discípulos que iban camino de Emaús: «Un profeta poderoso en obras y palabras». Me vino a la memoria al leer la siguiente sección del libro 1, que me tocaba comentar a mí, ya que destaca el poder de los apóstoles en ambos aspectos. A primera vista se trata de un relato fácil de entender. Comienza hablando de los milagros que hacían los apóstoles de d e forma genérica, sin describir ninguno en concreto, y luego cuenta un nuevo enfrentamiento con las autoridades religiosas a causa de la enseñanza que proponían al pueblo. Pero Pero la experiencia me ha enseñado que esos textos aparentemente sencillos resultan a veces muy complejos y pueden deparar las mayores sorpresas. Así fue en este caso. Dudé si encargarme yo de la lectura o encomendársela a Néstor. Al final me incliné por él. La segunda parte, donde se cuenta el nuevo enfrentamiento con las autoridades, posee matices muy ricos y distintos, desde lo humorístico h umorístico hasta lo más solemne, y Néstor podía reflejarlos mucho mejor, con tal de que preparase la lectura adecuadamente, como había hecho hasta ahora. No imaginaba los problemas que eso iba a ocasionarme. 1
Se trata de Hechos 5,12-42 en la numeración actual. 113
La tarde fue espléndida y salí a dar un largo paseo. Estaba descansando de él en mi despacho cuando se presentó Livia y dejó el rollo en su sitio. «Curiosidades que le entran a una», fue su única excusa. Y desapareció sin más palabras. *** Siempre me gusta comenzar recordando lo leído el día anterior y así hice también en este caso. –Ayer hablamos de que la primera comunidad compartía todos sus bienes, y de los ejemplos opuestos de José, por una parte, y de Ananías y Safira, por otra. Si recordáis, Lucila se quejó de que al principio aparecen también los apóstoles dando testimonio de la resurrección de Jesús, y eso no tiene nada que ver con la comunidad de bienes. Sin embargo, ya os dije el procedimiento que utiliza Lucas. Enuncia al principio dos temas que considera esenciales y muy relacionados: la comunidad de bienes y el testimonio de los apóstoles. Luego trata detenidamente cada uno de ellos. Ayer vimos el primero, la comunidad de bienes. Hoy toca el testimonio que dan los apóstoles con sus obras y sus palabras. Empezamos por las obras. Lee, Néstor Néstor..
–Por mano de los apóstoles sucedían muchas señales y prodi- gios entre el pueblo. Todos Todos de común acuerdo acudían al pórtico de Salomón. De los otros nadie se atrevía a juntarse con ellos aun- que el pueblo los elogiaba. Se les iba agregando un número cre- ciente de creyentes en el Señor, Señor, hombres y mujeres; hasta el punto que sacaban los enfermos a la calle y los colocaban en literas y ca- millas, para que al pasar Pedro, al menos su sombra los cubriese. También los vecinos de los alrededores de Jerusalén llevaban en- fermos y poseídos de espíritus inmundos, y todos se curaban. Pensaba detener la lectura en este momento, pero no hizo falta. Talía no pudo contener su asombro. 114
–¿Os habéis dado cuenta? ¡Pedro curaba con su sombra! ¿Jesús también curaba así? –Que yo sepa, no. Por lo menos no recuerdo ningún caso. –Pero Pedro no era más poderoso que Jesús. –No. Claro que no. Néstor no desaprovechó la ocasión para meterse con Livia. –A mí me parece que los judíos son un poco exagerados. A lo mejor Pedro curó a un enfermo y luego éste empezó a decir que ni siquiera lo había tocado, que había sido su sombra. –Pero esto no lo cuenta un judío, lo cuenta Lucas –objetó ella. –Lucas cuenta lo que le han contado. –Entonces, ¿tú no crees que Pedro hiciese milagros? –se indignó Talía. –Claro que sí. Sólo digo que lo de la sombra puede ser un poco exagerado. –Unn momento –intervine–. –U –inter vine–. Nos estamos distrayendo con una cuestión secundaria. Lo importante es caer en la cuenta de lo que dice Lucas: ya no se trata de un milagro aislado, como el del cojo de nacimiento, sino de que los apóstoles, sobre todo Pedro, curan a muchos enfermos, procedentes incluso de fuera de Jerusalén. Y estos milagros hay que relacionarlos con la frase que leímos ayer, la que desconcertaba a Lucila: «Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucha eficacia». Es decir decir,, estos milagros demuestran que Jesús resucitó. Aunque aquí no se dice, es claro que los apóstoles hacían los milagros invocando el nombre de Jesús, como ocurrió con el cojo. ¿Seguimos adelante? –Yoo quisiera preguntarte una cosa –dijo Néstor–. ¿Qué sig–Y nifica esto que dice al principio: Por mano de los apóstoles su- cedían muchas señales y prodigios entre el pueblo ? –Las señales y prodigios son los milagros, las curaciones de las que se habla luego. 115
–¿No significan nada más? Advertí en su tono una trampa, pero no pude descubrir cuál era. –No creo que signifique nada más. –Yo pienso que sí. Significa que Dios ha escuchado la oración de la comunidad. –No seas rebuscado, Néstor. Ahí no se dice nada de eso. –Se dice un poco antes. ¿Recuerdas cuando soltaron a Pedro y Juan, que fueron a reunirse con los hermanos y estuvieron rezando? ¿Recuerdas lo que pidieron? –Valor para predicar la palabra de Dios. –Y también otra cosa: «Extiende tu mano y realiza curaciones, señales y prodigios cuando invoquemos a tu santo siervo Jesús». Eso es lo que se cuenta aquí: curaciones, señales y prodigios. Por consiguiente, Dios ha escuchado la oración de la comunidad. Lucila estaba con la boca abierta. –Hijo, te estás volviendo tan insoportable como tu padre. ¿Te has aprendido el libro de memoria? –No. Lo que ocurre es que la lectura no se prepara echando un vistazo rápido al texto. Hay que leerlo varias veces, y cuando vi eso de las señales y prodigios me acordé de que había salido antes. –Ojalá te acordases igual de las cosas que yo te digo –ironizó Talía. –Yo sólo recuerdo lo importante. Bueno, hablando en serio, hay otras cosas en lo que he leído antes que no entiendo. Padre decía que aquí se habla del poder de los apóstoles, pero también se habla de la reacción de la gente. Voy a leeros otra vez las frases que no acabo de entender: Todos de común acuer- do acudían al pórtico de Salomón. De los l os otros nadie se atrevía a juntarse con ellos aunque el pueblo los elogiaba. Se les l es iba agre- 116
gando un número creciente de creyentes en el Señor Señor.. En primer lugar,, hay algo que no queda claro. Cuando se dice que todos lugar acudían al pórtico de Salomón, a quiénes se refiere: ¿a todos los apóstoles o a todos los creyentes? –Yo también me he planteado la misma pregunta y no sé qué decirte. ¿Se te ocurre algo, Livia? –No. Yo no recuerdo que tu padre me comentase nada. A lo mejor no se fijó en ese detalle. Él no perdía el tiempo en cuestiones secundarias. Néstor acusó el golpe con una sonrisa. –Entonces pasemos a algo más importante. Veo una contradicción entre lo que se dice primero: «de los otros nadie se atrevía a juntarse con ellos», y lo que se dice luego: «se les iba agregando un número creciente de creyentes en el Señor». ¿En qué quedamos? ¿Se unían o no se unían? –Eso sí creo que puedo respondértelo –le dije–. En mi opinión, la primera frase se refiere al espacio público, al pórtico de Salomón. Allí la gente no se atrevía a unirse a los apóstoles porque tenían miedo a las autoridades. Pero luego, sin llamar la atención, había personas que se incorporaban a la comunidad. –Un poco cobarde me parece eso. –¿Por qué? Igual que ocurre entre nosotros. La gente sabe que somos cristianos pero no podemos ir alardeando de ello, sobre todo en algunas ciudades. No consideré conveniente alargarnos más en aquellas pocas líneas y resumí lo dicho. –Lo que pretende demostrar Lucas en esta primera parte es que el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección de Jesús se concretaba en obras asombrosas, que provocaban la fe de un número cada vez mayor de personas. Naturalmente, los apóstoles también predicaban, y esa predicación les crea graves problemas, como ahora veremos. 117
Néstor reanudó su labor.
Entonces el sumo sacerdote y los suyos, es decir, el partido sa- duceo, llenos de celos, echaron mano a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero de noche el ángel del Señor les abrió las puertas, los sacó de la prisión y les encargó: –Marchad y de pie en el templo explicad al pueblo la doctri- na de este modo de vida. –Otro prodigio, Talía. Talía. No te quejarás. Lo que no entiendo, padre, es que el ángel les abra las puertas de la prisión de noche y les mande ir al templo a hablar a la gente. A esas horas estaría vacío. –«Para los cínicos hay varas preparadas, y azotes para la espalda de los necios» 2. –¿Qué significa eso, Livia? –Que dejes de decir tonterías. Está claro que los apóstoles irían al templo por la mañana. –Sí, Néstor. No interrumpas la lectura a cada momento porque entonces nos perdemos. –Escucho el consejo, acepto la corrección, y llegaré a ser sensato 3. Pero lo que queda es muy largo. Lo voy a dividir en dos partes, con tu permiso. –De acuerdo. Lee hasta la intervención de Gamaliel. –Es lo que pensaba hacer.
Oído lo cual, se dirigieron de mañana al templo y se pusieron a enseñar.
Livia cita Proverbios 19,29. 3 Néstor, acostumbrado a los proverbios de Livia, le responde parafraseando el de 19,20. 2
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–¿Ves? ¡Presuntuoso! –saltó Livia–. Fueron al templo por la –¿Ves? mañana. Y luego dices que lees el texto varias veces... Pues si lo lees, no te enteras de la mitad. Néstor debió reconocer, avergonzado, que había caído en su propia trampa. Sonrió y quiso continuar la lectura. Pero yo me consideré obligado a intervenir. –A este paso no nos vamos a enterar de nada. Os recuerdo lo que ha ocurrido. Las autoridades han metido a los apóstoles en la cárcel, pero un ángel los ha liberado durante la noche. Por Por la mañana, cuando piensan juzgarlos, ellos están hablando en el templo. Sigue, Néstor, Néstor, y haz el favor de no interrumpir más.
Se presentó el sumo sacerdote con los suyos, convocaron el Sa- nedrín, el senado en pleno de los israelitas, y mandaron por los presos a la cárcel. Fueron Fueron los guardias, guardias, pero no los encontraron encontraron en la prisión y volvieron a dar parte: –Hemos encontrado la cárcel asegurada con cerrojos y a los guardias en pie a la puerta; pero al abrir no encontramos a na- die dentro. Al oír el informe, el comisario del templo y los sumos sacerdo- tes estaban perplejos, sin entender lo que había sucedido. Se pre- sentó uno y anunció: –Los hombres que habíais encarcelado están en el templo ins- truyendo al pueblo. Salió el comisario del templo con los guardias y los trajeron sin emplear la fuerza, pues temían que el pueblo los apedrease. Los condujeron a presencia del Consejo y el sumo sacerdote los inte- rrogó: ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nom- bre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén de vuestra doc- trina y queréis hacernos responsables de la muerte de ese hombre. Pedro y los apóstoles replicaron: –Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, a quien vosotros ejecutasteis 119
colgándolo de un madero. Al mismo, Dios lo ha exaltado a su de- recha, nombrándolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. De estos hechos somos nosotros testigos con el Espíritu Santo que Dios concede a los que creen en él. Exasperados al oírlo, deliberaban condenarlos a muerte... En este momento es cuando se produce la intervención de Gamaliel 4. Te cedo la palabra, padre. Néstor había compensado sobradamente su error y sus interrupciones con una lectura espléndida, llena de matices: desconcierto, humor, indignación, firmeza. –Sólo quisiera comentar dos detalles. Primero, las palabras del sumo sacerdote dejan claro lo que más les molesta de la enseñanza de los apóstoles: que los acusan de hacerlos responsables de la muerte muer te de Jesús. Y Pedro Pedro no se echa atrás, sino que insiste en que «vosotros lo ejecutasteis colgándolo de un madero». Como veis, las relaciones entre ambos grupos cada vez son más tensas, no parece que puedan llegar a entenderse nunca. El segundo detalle se refiere a lo que dice Pedro sobre Jesús.. Cada Jesús C ada vez que habla de él ofrece algún dato dat o nuevo, que no ha salido en los discursos anteriores. En este caso se trata de que Dios «lo ha nombrado jefe y salvador para otorgarle a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados». –Pero eso de que la salvación está en Jesús ya lo dijo Pedro en otro discurso. –Sí, Talía, pero ahora deja mucho más claro de qué se trata. –Andrónico, llevas razón, pero no del todo –me interrumpió Livia–. En los discursos anteriores no se ha dicho que Jesús otorga el arrepentimiento y el perdón de los pecados, es Sobre Gamaliel, véase en los Apéndices la nota complementaria «Gamaliel el Viejo», pág. 297. 4
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cierto. Pero ese tema es muy importante para Lucas, aparece dos veces en su evangelio. –Aquí todos os sabéis los textos de memoria. Yo me siento una ignorante absoluta –se quejó Lucila. –No te preocupes, que me ha costado mucho trabajo encontrarlo. El que se sabía el evangelio de Lucas de memoria era Teófilo. Fue él quien me dijo que la conversión y el perdón de los pecados aparecen en dos momentos muy importantes. Como comprenderéis, ya no me acordaba de dónde era. Pero si son tan importantes, me dije, tendrá que ser al principio y al final. Y acerté. La primera vez es cuando Juan el Bautista anima a la gente a arrepentirse para que se le perdonen los pecados. Y la segunda, cuando Jesús se despide de los apóstoles y les recuerda lo que dicen las Escrituras sobre el Mesías: que en su nombre se predicará el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todos los pueblos. ¿Comprendéis lo importante que es esto? Yoo no acab Y acababa aba de ver ver la la impor importan tancia cia,, y se se lo dije dije.. Ella Ella acla aclaró. ró. –Hay un cambio total t otal con respecto a Juan el Bautista. Para él, lo importante es portarse bien. El que tiene dos túnicas debe dar una al que no tiene. El que tiene de comer, lo mismo. Los recaudadores no deben exigir más de lo establecido. Los soldados no deben aprovecharse de su posición... Ahora, lo importante es creer en Jesús. –Lo otro también es muy importante –protestó Lucila. –Sí, pero no es lo primero. Ahora lo primero es creer en Jesús, aceptarlo como Mesías: así se consigue el arrepentimiento y el perdón de los pecados. La interpretación de Livia fue como un relámpago que ilumina el cielo por la noche. Algo había yo intuido los días precedentes, algo extraño, sin lograr aclararme qué era. Y ahí estaba la solución. Pero, conociendo el texto, preferí callarme por el momento y reservarme para el final. 121
–Más vale que terminemos. Lo que queda no plantea muchas dificultades. Néstor reanudó la lectura repitiendo la última frase.
Exasperados al oírlo, deliberaban condenarlos a muerte, cuan- Exasperados do en el Sanedrín se levantó un fariseo llamado l lamado Gamaliel, doctor de la ley, muy estimado de todo el pueblo. Ordenó que hicieran salir a los acusados y se dirigió a la asamblea: –Israelitas, mucho cuidado con lo que vais a hacer a estos hombres. Hace algún tiempo surgió Teudas diciendo que era todo un personaje, y lo siguieron unos cuatrocientos hombres. Lo ma- taron y todos sus secuaces se dispersaron y acabaron en nada. Más tarde, durante durante el censo, surgió Judas el Galileo y arrastró gente del pueblo tras sí. También él pereció y todos sus secuaces secuaces se desparra- desparra- maron. Pues ahora ahora os aconsejo que no n o os metáis con esos hombres, sino que los dejéis en paz. Pues si el proyecto o la ejecución fuera cosa de hombres, fracasará; si es cosa de Dios, no podréis des- truirlos y estaréis luchando contra Dios. Le hicieron caso, llamaron a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los despidieron. Ellos se marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados considerados dig- nos de sufrir desprecios por su nombre. Y no cesaban todo el día, en el templo o en casa, de enseñar y anunciar la buena noticia del Mesías, Jesús. –¿Puedo decir algo? –preguntó Néstor en cuanto terminó–. El argumento de Gamaliel no me convence. Da por supuesto que los planes y movimientos que perduran son obra de Dios, y que los proyectos puramente humanos pasan pronto. Si eso fuese cierto, el mundo no estaría lleno de fanáticos religiosos y de estupideces que se repiten siglo tras siglo. Su objeción me pareció fuerte, pero Livia no estuvo tan de acuerdo. –Gamaliel no era tonto. Lee lo último que dice. 122
–Pues si el proyecto o la ejecución fuera cosa de hombres, fra- casará; si es cosa de Dios, no podréis destruirlos y estaréis luchan- do contra Dios. –¿Ves? –¿V es? Tú sólo te has fijado en e n la primera parte, par te, y en eso es posible que lleves razón, que muchos proyectos humanos perduran durante siglos. Pero la importante es la segunda: el proyecto de Dios nadie podrá destruirlo. –De todos modos, a Gamaliel no le hacen caso, al final tratan a los apóstoles como siempre. –Como siempre, no –aclaré yo–. Esta vez, además de prohibirles hablar en nombre de d e Jesús, los azotan. La persecución es cada vez más dura. Pero fijaos cómo reaccionan los apóstoles. Se marcharon contentos de haber sufrido desprecios por Jesús.. Jesús –Yo, eso de que se fueron contentos de sufrir, lo entiendo perfectamente –dijo –dij o Lucila con gran extrañeza de Talía–. Talía–. Desde la pasión, cuando abandonaron a Jesús Jesús,, debían sentir todos una vergüenza enorme por cómo se habían portado. Ahora podían compensar de algún modo aquella traición. El argumento no carecía de lógica, e incluso Talía pareció convencida. Pero Pero yo no renuncié a pronunciar la última palabra. –Lucas termina este relato diciendo que los apóstoles no cesaban de enseñar y anunciar la buena noticia del d el Mesías, JeJesús. ¿Qué os parece esto? –Que hace falta mucho valor para hacerlo después de las prohibiciones y los azotes. –Eso desde luego, Lucila. Pero, Pero, ¿hay algo que os extrañe extra ñe en la predicación de los apóstoles? Quizá se debiese a lo avanzado de la hora, pero nadie encontró nada raro. –Los apóstoles anuncian la buena noticia de que Jesús es el Mesías –proclamé usando mi tono más intrigante. 123
–¿Y qué quieres que anuncien? ¿Los Juegos Olímpicos? No di importancia a la broma de Néstor. –Podían –P odían anunciar lo mismo que Jesús: «el Reinado de Dios está cerca». –¿Hay mucha diferencia entre una cosa y otra? –la voz de Lucila sonaba ya algo somnolienta. –Muchísima. Jesús se ha convertido en el centro del mensaje. Él es la buena noticia. Muchos cristianos todavía no se han dado cuenta de eso. Creen que lo importante es portarse bien, como pedía Juan el Bautista. Hay algo más importante: creer que Jesús es el Mesías, el salvador. –Para mí, Jesús siempre ha sido lo más importante –dijo Lucila–. Pero me caigo de sueño. ¿Terminamos ya? Creo que todos agradecieron sus palabras. Una breve oración puso fin a la asamblea. Comprenderás que no hubo diálogo nocturno. Y me dormí pensando que al día siguiente debía agradecerle a Livia sus «curiosidades» y el tiempo dedicado a resolverlas.
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12 Esteban (Hechos 6-7)
A
l parecer, nadie había advertido un dato extraño en todo lo que llevábamos leído: hasta ahora, el único apóstol que actuaba y hablaba era Pedro. Juan lo acompañaba a menudo, pero sin decir palabra. Y los otros aparecían predicando, pero no se contaba nada concreto de ninguno de ellos. Yo había notado ese hecho y se lo había advertido a todos desde el primer día. Pero no dejaba de asombrarme, y me resultaba curioso que los demás no lo comentaran. La sorpresa podía aumentar en los episodios siguientes. Porque en ellos no se hablaba de Santiago, Andrés, Felipe y los otros, sino de los siete primeros diáconos. Y no se hacía de forma rápida, casi de pasada, sino dedicando un espacio enorme a dos de ellos: Esteban y Felipe (distinto de Felipe el apóstol). Con ello Lucas parecía decirnos que los testigos de Jesús no eran sólo los doce, sino también t ambién otros muchos, de carácter muy distinto. La forma de abordar el tema de los diáconos volvió a plantearme dificultades. Era fácil distinguir tres partes: la primera hablaba de cómo surgió esta institución; la segunda, de Esteban; la tercera, de Felipe. Pero la primera era demasiado breve para dedicarle toda una reunión, y la segunda y tercera demasiado amplias. Además, Esteban pronunciaba un larguísimo discurso, que no tenía nada que envidiarle a los más largos de Pedro. 125
–¿Qué hacemos con el discurso de Esteban? –le pregunté a Livia. Ella se sonrió. –Tu padre lo usó para examinar mis conocimientos de la Torá... los cinco libros de Moisés. Así consiguió que me interesara. ¿Sabes por qué es tan largo ese discurso? Porque a Esteban lo acusan de ir contra Moisés, de que no le interesan sus leyes y costumbres. Y entonces les demuestra que se sabe la Torá de memoria... ¿Quieres que te examine yo? ¿Quién fue el primer patriarca? –Abrahán, eso lo sabemos todos. –¿Y el que más sufrió? –¿El que más sufrió? No sé. –José. Lo traicionaron sus hermanos, lo vendieron como esclavo... ¿Y el personaje más importante para los judíos? –Moisés. ¡Cualquiera lo pone en duda! ¡Te matan! –A Moisés siempre le han tenido los judíos mucho respeto, ¿verdad, Andrónico? –Sí, eso lo aprendí cuando estuve en Antioquía. –Pues no es cierto. Los judíos rechazaron a Moisés desde el primer momento. ¿No has leído el discurso de Esteban? ¿No te acuerdas de aquellos dos que se estaban peleando y Moisés intervino para calmarlos? El culpable le dijo: «¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro?». Y la misma actitud tuvo más tarde todo el pueblo: no escuchó a Moisés, lo rechazó y quiso volver a Egipto. ¿Te vas dando cuenta de lo que pretende demostrar Esteban? –No me doy cuenta de nada, lo siento. –Los judíos presumen de ser fieles a Moisés, y por eso prohíben hablar de Jesús. Esteban les demuestra que es mentira, que nunca obedecieron a Moisés, y que a Jesús le ocurrió lo mismo que a José y a Moisés, que fue rechazado por sus mismos hermanos. 126
Livia hizo una pausa para dejarme asimilar su enseñanza. –El discurso trata también otro tema, no sé si lo recuerdas. –No sé. Como es tan largo... –¿De qué acusaron a Esteban? –Espera que lo mire. Tardé un poco en encontrar el sitio exacto. –Aquí está: «Este individuo no para de hablar contra el lugar santo y la Ley. Lo hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret des- truirá este lugar y cambiará las tradiciones que recibimos de ». Moisés ». –¿Ves? –¿V es? Dos acusaciones: atacar al templo y atacar la Ley de Moisés. Lo del templo lo trata al final. –Si es la primera acusación, debería haberla tratado al principio. Livia me miró con la paciencia que se usa con un niño. –El templo lo construyó Salomón varios siglos después de Moisés. Por eso se habla de él al final del discurso. Y lo que dice Esteban es que el templo no es esencial, que Dios no necesita ningún templo, como afirma el profeta. –¿Qué profeta? –Un profeta. ¡Qué más da! –Pero los judíos no estarían de acuerdo con que el templo no era necesario. –Naturalmente que no. Les pareció una blasfemia. Por eso lo apedrearon. –No sólo por eso. Lo que más les molestó es que dijese que estaba viendo el cielo abierto y a Jesús de pie a la derecha de Dios. Nos quedamos en silencio un momento. –Entonces, ¿qué hacemos con el discurso? –Por una vez, te permito que no lo leas. Cuéntalo en pocas palabras. 127
Perdona que te haya introducido en el tema de esta forma tan caótica, sin que sepas nada de lo que cuenta Lucas anteriormente. Pero, como dijo Pilato, «lo escrito, escrito está». Espero que lo que sigue te aclare todo. *** –Esta noche le correspondía a Néstor dirigir la reunión, pero nos hemos puesto de acuerdo para hacerlo como ayer: él lee y yo explico. –Si te deja, porque ayer habló más que tú. –Hoy prometo portarme bien, Livia, no te preocupes. –Bueno. Vamos a empezar. Recordaréis lo que Jesús dijo a los apóstoles al despedirse de ellos: «Seréis mis testigos desde Jerusalén J erusalén hasta el fin del mundo». Hasta ahora, los testigos han sido siempre los doce, sobre todo Pedro y Juan. Ahora vamos a conocer a otros testigos muy importantes: Esteban y Felipe. No son de los doce, son diáconos. Como Claudia, nuestra diad iaconisa..., pero hablan más que ella. Lo primero que cuenta Lucas es por qué instituyeron el diaconado. Es un relato muy interesante y que aclara algo de lo que ya tratamos a propósito de la comunidad de bienes. Cuando quieras, Néstor.
Por entonces, al aumentar el número de los discípulos, empe- zaron los helenistas a murmurar contra los hebreos, porque sus viudas quedaban desatendidas en el servicio cotidiano. Los doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: –No es justo que nosotros descuidemos la palabra palab ra de Dios para servir a la mesa; por tanto, hermanos, designad siete hombres de los vuestros, respetados, dotados de Espíritu y de prudencia, y los encargaremos de esa tarea. Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra. Aprobaron todos la propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, 128
Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles, oraron y les impusieron las manos. El mensaje de Dios se difundía, en Jerusalén crecía mucho el número de los dis- cípulos, y muchos sacerdotes abrazaban la fe. Néstor terminó la lectura y noté que hacía un gran esfuerzo para contenerse. Temí que fuera una salida de las suyas y tomé la palabra. –Como veis, los diáconos surgieron por un motivo que tiene muy poco de edificante y que demuestra, Lucila, que en la primera comunidad las cosas no eran siempre maravillosas. Yo Yo imaginaba que en Jerusalén todos los cristianos serían hebreos, pero Lucas dice que no, que cuando creció el número de discípulos había también un grupo de helenistas. No sé qué diferencia había entre ellos. Supongo que los helenistas serían de origen griego, de cultura griega o de lengua griega... Livia se encogió de hombros como indicando que ella tampoco sabía la respuesta. –Ese grupo –continué– debía de ser bastante grande porque hicieron falta siete diáconos para atenderlo. –Por culpa de los judíos, que no atendían bien a los griegos, igual que ahora –Néstor no había podido contener sus deseos de meterse con Livia. –Déjate de tonterías, que esto es muy serio. Recordad que antes se ha dicho que todos tenían una misma alma y compartían todos los bienes, sin que nadie pasase necesidad. Ahora esa unión se ha roto, no sabemos por qué, si por el idioma, la cultura, la raza.... –Lo curioso –dijo Talía– es que ahí parece que los hebreos menosprecian a los helenistas, y yo siempre habría imaginado lo contrario. –¿Por qué? –se extrañó Livia. –Porque los griegos son más cultos, más ricos... 129
–Eso lo dices tú porque eres griega; un judío diría todo lo contrario. Para el judío, la verdadera sabiduría procede de Dios, no de los filósofos paganos; y conocer al Dios verdadero es mayor riqueza que todos los tesoros de oro y plata. Un judío no se siente inferior a un griego. Quizá lo que ocurrió fue algo de eso, que los hebreos se consideraban superiores a los helenistas y no atendían a sus viudas como es debido. –Lo importante –dijo Lucila– es que pusieron remedio eligiendo a siete diáconos. A mí me ha gustado mucho lo que dice Pedro de la oración y la palabra. –Pedro no dice nada, Lucila. –No estoy tan mal del oído, Andrónico. Ha dicho que ellos no iban a dedicarse a servir la mesa, sino a la oración y a predicar la palabra. –Vuelve a leer el texto, Néstor. –Los doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: No es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios... –¿Ves? Quien habla no es Pedro, son los doce. –Los doce no van a decir eso, todos al mismo tiempo. Seguro que fue Pedro. Es el que habla siempre. Era un detalle muy secundario y no valía la pena perder el tiempo con él. –Está bien. Lo dijese Pedro o los doce, lo cierto es que es muy bonito. Te doy la razón... Hay un detalle que me desconcierta bastante: Lucas dice que se eligió a los siete diáconos para que atendiesen a las viudas de los helenistas; pero luego se habla de dos de ellos, Esteban y Felipe, y no se dedican a eso, sino a predicar la palabra de Dios, igual que los apóstoles. –Felipe tenía cuatro hijas, las cuatro profetisas. –¿De dónde te has sacado eso, Livia? –Lo dice Lucas más adelante, ya verás. Tienes que haberlo leído, lo que pasa es que no te acuerdas. A mí se me quedó grabado porque me hizo mucha gracia. 130
–A mí me salen cuatro hijas profetisas y me muero –dijo Néstor, poniendo la nota cómica. –Bueno, vamos a seguir, que queda mucho. Esta noche leeremos la parte de Esteban, menos un discurso larguísimo que pronuncia, más largo que cualquiera de los de Pedro. Conste que Livia está de acuerdo en que lo suprimamos. –En que lo suprimamos, no. En que lo cuentes resumido. –De acuerdo. Sigue, Néstor.
Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes milagros y señales en medio del pueblo. Algunos miembros de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene y Alejandría, de Ci- licia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no conse- guían contrarrestar la sabiduría y espíritu con que hablaba. En- tonces sobornaron a algunos que declararan haberlo oído blasfemar contra Moisés y contra Dios. Alborotaron al pueblo, in- cluidos senadores y escribas, se apoderaron de él por sorpresa y lo condujeron al Sanedrín. Adujeron testigos falsos que declararon: –Este individuo no para de hablar contra este santo lugar y contra la ley; lo hemos oído afirmar que Jesús el Nazareno des- truirá este lugar y cambiará las costumbres que nos legó Moisés. Cuantos estaban sentados en el Consejo fijaron la vista en él y vieron que su rostro parecía el de un ángel. El sumo sacerdote lo interrogó: –¿Es eso verdad? Contestó él: –Hermanos y padres, escuchad. –Ahora es cuando Esteban pronuncia su discurso. Pero Pero antes de resumirlo..., escuchando a Néstor, se me ha ocurrido que a lo mejor los helenistas eran cristianos procedentes de todas esas regiones que ahí se mencionan: Cirene, Cilicia, Asia... O sea, que en Jerusalén había muchos judíos de origen ex131
tranjero: unos se hicieron cristianos y otro no. Y los no cristianos son los que persiguen a Esteban. –A Esteban y a los doce. –No, Lucila. Lo que indigna a los miembros de la Sinagoga de los Libertos no es lo que dicen los apóstoles, sino el hecho de que Esteban es griego, como ellos, y los deja en mal lugar hablando contra el templo y contra la ley de Moisés. –El templo de Jerusalén ya no existe, ¿verdad? –preguntó tímidamente Talía. –No, lo destruyeron los romanos hace más de cuarenta años, mucho antes de que tú nacieras –le respondió Livia. –¿Y era tan grave hablar contra el templo? –Ahí está el problema, Talía: Talía: para la inmensa mayoría mayorí a de los judíos el templo templo era la cosa más santa que que podía imaginarse, imaginarse, y para unos pocos no era importante. El templo lo construyó el rey Salomón, pero al cabo de unos siglos lo destruyeron los babilonios. Cuando se planteó el problema de su reconstrucción, unos profetas la consideraban esencial mientras otro profeta dijo que el trono de Dios es el cielo, y que nadie puede construirle un templo o un lugar para que descanse. –¿Y a ese profeta lo condenaron por decir eso? –Que yo sepa, no. –Entonces, ¿por qué acusan a Esteban? –Lo acusan de algo más grave –intervine yo–. Según los testigos falsos, además de hablar continuamente contra el templo también afirma que Jesús lo destruirá. –Pero Livia ha dicho que lo destruyeron los romanos. No pude dejar de reírme recordando lo complicadas que me resultaban las cosas más sencillas cuando empecé a interesarme por todo lo referente a Jesús. –Vamos a ver, Talía. En tiempos de Jesús existía el templo, y también en tiempos de Esteban. Los romanos lo destruye132
ron bastantes años después. Pero a Esteban lo acusan de decir que Jesús destruirá el templo, aunque no lo destruyó. –Pero eso es una tontería. ¿El templo de Jerusalén era tan grande como el Partenón? –Mucho más. –¿Y cómo iba a destruirlo Jesús? ¿A martillazos? –Ya sé que resulta estúpido. Pero también a Jesús lo acusaron de decir que destruiría el templo y en tres días construiría uno nuevo. –Jesús no pudo decir eso. –Claro que no. Eso es lo que dijeron los testigos falsos. –Me estás volviendo loca. Los testigos falsos intervenían en el proceso de Esteban. –Y también en el de Jesús Jesús.. En los dos casos hay testigos testig os falsos. Y en los dos casos la misma acusación: hablar contra el templo. –Y Jesús y Esteban mueren igual –completó Livia. El asombro y la indignación se reflejaron a partes iguales en el rostro de Talía. –¿A Esteban también lo mataron? –Ya has estropeado la historia, Livia. Podías haberte callado. Ahora no tiene interés. –¿Cómo que no tiene interés? –se excuso ella–. Queda mucho por contar. –Bueno –continué un poco molesto–. Os decía que a Esteban lo acusaron de dos cosas: de hablar contra el templo y de hablar contra la ley, diciendo que Jesús cambiaría las costumbres recibidas de Moisés. Aunque los testigos fueran falsos, yo creo que en este caso llevaban razón, porque Jesús cambió muchas cosas importantes para los judíos, como el sábado, y suprimió otras cosas fundamentales, como la distinción entre alimentos puros e impuros. 133
–Y la circuncisión –sugirió Néstor, que en este punto siempre daba gracias al cielo por ser cristiano. –No, Jesús Jesús de la circuncisión no dijo d ijo nada –lo corregí yo–. Eso se lo debes a Pablo. Ya hablaremos de ese tema en otro momento. Ahora nos centramos en el discurso de Esteban. Según Livia, el discurso es tan largo porque lo han h an acusado de hablar contra Moisés, y para demostrar que él lo estima mucho, hace un resumen muy extenso de todo lo que contó en los cinco libros de la Torá. –No exageres, Andrónico. Esteban hace un resumen muy breve. Los cinco libros no hay quien los resuma en poco tiempo. –De acuerdo. Hace un resumen breve que empieza hablando de los patriarcas, Abrahán, Isaac, Jacob y José. José fue el más desgraciado, porque sus hermanos lo vendieron como esclavo y tuvo que ir a Egipto, donde terminó teniendo mucho éxito. A pesar de todo lo sufrido, perdonó a sus hermanos y se preocupó de ellos en un período de hambre. Cuando murió José, el nuevo faraón tiranizó a los israelitas, pero Dios suscitó a Moisés para que los liberase. Lo malo es que los mismos israelitas no reconocieron la autoridad de Moisés y se enfrentaron a él. Incluso propusieron volver a Egipto... Al contar esta historia, Esteban quiere demostrar que a Jesús le ha ocurrido lo mismo que a José y a Moisés, rechazados por sus hermanos y por su propio pueblo. Y que sus contemporáneos, los de Jesús y los de Esteban, son tan malos como los contemporáneos de Moisés. Lee el final del discurso, Néstor. – ¡Rebeldes, incircuncisos de corazón corazón y de oído! Siempre resistís resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un pro- feta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, j usto, y a él lo habéis traicionado y ase- sinado vosotros ahora; vosotros, que recibisteis la ley por media- ción de ángeles y no la habéis observado. 134
–Como veis, lo que hace Esteban es defenderse atacando. Lo acusan de hablar contra la ley de Moisés y les dice que ellos son unos hipócritas, porque nunca la han observado. Lo acusan de hablar contra Moisés, y les demuestra que sus padres se rebelaron contra Moisés... Queda lo del templo, la acusación de hablar contra él. Esteban recuerda cómo lo construyó el rey Salomón, pero añade las palabras de ese profeta que comentaba antes Livia. Eso está inmediatamente inmediata mente antes de lo que acabas de leer, Néstor.
–Pero el Altísimo no habita en edificios construidos por hom- bres, como dice el profeta: Mi trono es el cielo, la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué templo podréis construirme –dice el Señor– o qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto? –Ahora pensaba preguntaros qué le ocurriría a Esteban: ¿lo absolverían o lo condenarían? Pero Livia ya ha dicho. –Perdona, lo siento mucho.
Oyendo su discurso se recomían por dentro y rechinaban los dientes contra él. Él, lleno de Espíritu Santo, fijando la vista en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús a la derecha de Dios, y dijo: –Estoy viendo el cielo abierto y al Hijo del Hombre en pie a la derecha de Dios. Ellos dieron un grito estentóreo estentóreo,, se taparon los oídos, se arrojaron a una contra él, lo echaron fuera de la ciudad y se pusieron a ape- drearlo. Los testigos habían dejado los mantos a los pies de un mu- chacho llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban invocó: –Señor Jesús, acoge mi espíritu. Y arrodillado, gritó con voz potente: –Señor, no les imputes este pecado. Y dicho esto, se murió. El relato nos impresionó a todos y permanecimos un rato en silencio, hasta que intervino Talía. Talía. 135
–Dijisteis que Esteban y Jesús murieron de la misma forma. Sin embargo, a Esteban lo apedrearon. –Sí, esa es la gran diferencia. Pero en las otras cosas se parecen mucho: los dos mueren fuera de la ciudad de Jerusalén, y Esteban pronuncia las mismas palabras que pronuncia Jesús Jesús en la cruz, según lo cuenta Lucas. Jesús dice: «Padre, «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», y Esteban: «Señor Jesús, Jesús, acoge mi espíritu». Jesús dice: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», y Esteban: «Señor, «Señor, no les imputes este pecado». ¿Comprendéis lo que nos enseña Esteban? El mártir cristiano tiene que morir como murió Jesús, con los mismos sentimientos. –Pero hay una diferencia muy grande entre las palabras de Jesús y las de Esteban –completó Livia–. Jesús Jesús encomienda su espíritu al Padre, Esteban lo encomienda a Jesús. Jesús Jesús pide al Padre que perdone, y Esteban se lo pide a Jesús. O sea, que Jesús ha ocupado el puesto del Padre. –No quiero alargarme porque ya estaréis cansados. Pero hay una cosa muy importante en este relato: Esteban es el primer testigo que da su vida por Jesús, antes que cualquiera de los apóstoles. Por eso Lucas le da tanta importancia a su historia. –Si habéis terminado –dijo Lucila–, a mí me gustaría pedir esta noche que tengamos los mismos sentimientos de Jesús y de Esteban ante nuestros perseguidores. Porque yo muchas veces no los perdono, me indigno contra ellos y les deseo lo peor. Y también quisiera pedir para todos la misma valentía de Esteban a la hora de confesar su fe. Cuando acabamos la oración y nos dirigíamos a nuestros aposentos se me acercó Talía. –Me gustaría leer el discurso de Esteban entero. ¿Tú crees que lo entenderé? –Claro que sí. Es largo, pero no difícil. Algunos nombres y situaciones te resultarán quizá desconocidos, pero lo que no entiendas me lo preguntas a mí o a Livia. 136
Por si acaso a ti te queda la misma curiosidad, te lo ofrezco a continuación.
–Hermanos y padres, escuchad. Cuando nuestro padre Abra- hán residía en Mesopotamia, antes de trasladarse a Jarán, se le apareció el Dios de la gloria y le dijo: Sal de tu tierra y de tu pa- rentela y ve a la tierra que te indicaré. Así que salió de Caldea y se establec estableció ió en Jarán. Al morir su padre, lo trasladó de allí a esta tierra, que vosotros habitáis ahora. Pero no le dio una here- dad donde afincarse, sino que le prometió dársela en propiedad a él y a su descendencia. Cuando Cuando aún no tenía hijos, Dios le ha- bló así: Tus descendientes serán emigrantes en tierra extranjera; los esclavizarán y maltratarán cuatrocientos años. Al pueblo que lo esclavice lo juzgaré yo –dijo Dios–. Después saldrán y me da- rán culto en este lugar. Como señal de la alianza le dio la cir- cuncisión. Así pues, engendró a Isaac y lo circuncidó al octavo día. Isaac engendró a Jacob y Jacob a los doce patriarcas. Los pa- triarcas, envidiosos de José, lo vendieron para que lo llevaran a Egipto; pero Dios estaba con él y lo libró de todas sus desgracias. Hizo que se ganase el favor del Faraón, rey de Egipto, por su prudencia,, el cual lo nombró prudencia nombr ó gobernador gober nador de Egipto y de su ente- ra corte. Sobrevino una carestía en Egipto y Canaán y una gran escasez, de suerte que nuestros antepasados no encontraban pro- visiones. Al enterarse Jacob de que había trigo en Egipto envió en una primera expedición a nuestros antepasados. En una se- gunda expedición, José se dio a conocer a sus herman hermanos os y el Fa- raón descubrió el linaje de José. José mandó llamar a Jacob su padre y a toda la familia familia,, unas setenta y cinco personas. Jacob bajó a Egipto, donde murió, lo mismo que nuestros antepasados. Sus restos fueron trasladados a Siquén y depositados en el sepul- cro que Abrahán había comprado por dinero a los jamoritas de Siquén. Cuando se acercaba la hora de cumplirse la promesa que Dios había hecho a Abrahán, el pueblo había crecido y se había multiplicado en Egipto. Subió al trono de Egipto un rey que no sabía nada de José, el cual maltrató con astucia a nuestros pa- 137
dres, los obligó a exponer a los recién nacidos para que no sobre- vivieran. Era la época en que nació Moisés, el cual agradaba a Dios. Durante tres meses lo criaron en la casa paterna; después lo ex- pusieron, y la hija del Faraón lo adoptó y educó como hijo suyo suyo.. Moisés se formó en toda la cultura egipcia: era eficaz de palabra y de obra. obra. Al cumplir cuarenta cuarenta años se le ocurrió ir a visitar a sus hermanos israelitas. Viendo que uno era maltratado, salió en su defensa y vengó a la víctima matando al egipcio. Pensaba que sus hermanos comprenderían que Dios iba a salvarlos por su mano; pero ellos no lo comprendieron. Al día siguiente se presentó presentó a unos que reñían e intentó reconciliarlos diciendo: Sois hermanos, ¿por qué os maltratáis? Pero el que estaba abusando del otro lo recha- zó diciendo: ¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro?; ¿pre- tendes matarme como mataste ayer al egipcio? Al oírlo, Moisés se escapó y se estableció en Madián, donde engendró dos hijos. Pa- sados cuarenta años, se le apareció un ángel en el páramo del monte Sinaí, en la llama de una zarza que ardía. Moisés quedó maravillado ante el espectáculo, y, cuando se acercaba para reco- nocerlo, se oyó la voz del Señor: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. Moisés, temblando, no se atrevía a mirar. mirar. El Señor le dijo: Quítate las sandalias de los l os pies, que estás en lugar sagrado. He visto cómo sufre mi pueblo en Egipto,, he escuchado su queja y he bajado a liberarlos. Y ahora yo Egipto te envío a Egipto. A este Moisés, a quien habían rechazado di- ciendo: ¿quién te ha nombrado jefe y juez?, Dios lo envió como liberador por medio del ángel que se le apareció en el zarzal. El los sacó realizando milagros y señales en Egipto, en el mar Rojo y cuarenta años en el desierto. Este es el Moisés que dijo a los israe- litas: De vuestros hermanos Dios suscitará un profeta como yo. Éste es el que en la asamblea, en el desierto, trataba con el ángel que le había hablado en el monte Sinaí a él y a nuestros padres; el que recibió palabras de vida para comunicároslas. No quisie- ron obedecerle nuestros padres, antes lo rechazaron y desearon 138
volver a Egipto; y pidieron a Aarón: Fabrícanos un dios que nos preceda, pues de ese Moisés, que nos sacó de Egipto Egipto,, no sabemos qué ha sido. Entonces hicieron el becerro, ofrecieron sacrificios al ídolo y celebraron fiesta en honor de la obra de sus manos. Así que Dios decidió entregarles al culto de los astros del cielo, como está escrito en los libros proféticos: ¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sa- crificios estos cuarenta años en el desierto, Casa de Israel? Trans- portasteis la tienda de Moloc y el astro del dios Refán y las l as imá- genes que hicisteis para adorar adorarlas. las. Por eso os deportaré allende Babilonia. Nuestros padres en el desierto tenían la tienda del Tes- timonio, según las instrucciones del que mandó a Moisés fabri- carla, conforme al modelo que le había mostrado. mostrado. Nuestros padres padres la recibieron y, bajo el mando de Josué, la introdujeron en la he- redad de los paganos, a los que expulsó por delante Dios; y duró hasta el tiempo de David. Éste obtuvo el favor de Dios y solicitó permiso para buscarle una morada al Dios de Jaco Jacob. b. Pero tocó a Salomón construirle el templo; si bien el Altísimo no habita en fábricas humanas, como dice el profeta: El cielo es mi trono y la tierra estrado de mis pies: ¿qué casa me vais a construir? –dice el Señor–¿qué lugar para mi descanso? ¿No ha hecho mi mano todo esto? ¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazó corazónn y de oídos!, resis- tiendo siempre al Espíritu; sois igual que vuestros padres. ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? padres? Mataron a los que profe- tizaban la venida del Justo, al que vosotros ahora habéis entrega- do y asesinado. Vosotros, que recibisteis la ley por ministerio de ángeles y no la observasteis.
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13 Felipe en Samaria (Hechos 8,1-25)
E
staba recordando la reunión del día anterior cuando Elena se presentó de forma inesperada y distinta, muy sonriente. –¿Qué le dijiste a Julia el otro día? –¿A Julia? –Cuando salisteis a pasear... Está mucho mejor desde entonces. –Le dije que como siguiese así se iba a parecer cada vez más a su madre. Supongo que le daría miedo y ha decidido cambiar. –Siempre tan simpático. ¿Qué tal vuestras reuniones? –Estaba pensando en la de ayer y me siento muy molesto conmigo mismo. Me dejó mal sabor de boca. Tuve que resumir un discurso de Esteban, del primer mártir cristiano, ya lo sabes, y me salió fatal. Y luego me olvidé de decir algo sobre Saulo, Pablo, el que fundó nuestra comunidad. Fíjate que es la primera vez que sale en la historia, se dice que estaba guardando la ropa de los que apedreaban a Esteban, y no comenté ni una palabra... Un desastre. –Madre y Livia no tienen una opinión tan negativa. Ellas están contentas. –Te agradezco que me lo digas, porque estaba yo hoy un poco desanimado. 141
–Pues anímate, esos fallos tienen fácil remedio. Lo de Saulo puedes decirlo en la próxima reunión, y el discurso también puedes leerlo entero. –No. Es demasiado demasi ado largo. lar go. Me lo pidió pidi ó Talía para pa ra leerlo. leer lo. No sé qué le habrá parecido. En ese momento, como si hubiera estado esperando que la mencionase, entró mi nuera; después de saludar a Elena me devolvió el libro. –Me ha gustado el discurso, pero menos mal que lo comentasteis anoche, de lo contrario no habría sabido qué pretendía Esteban. He leído también algo de lo que sigue. Hoy me toca a mí, Elena, y he tenido tenid o suerte porque se habla de los magos, que siempre me han interesado mucho. Aunque de niña me daban un miedo enorme. Perdonad que me vaya, pero tengo que salir con los niños. Y se fue a toda prisa. –Es un torbellino –comentó Elena riendo–. No sé de dónde saca tiempo para tantas cosas. ¿Qué es eso de los magos? –Ni idea. No recuerdo que Felipe Felipe tuviese nada que ver con la magia. –Yo también me voy. Gracias por lo de Julia. –De nada. Y no te extrañes si dentro de poco vuelve a las andadas. Es la edad. *** Durante la cena noté a Talía algo distraída, concentrada quizá en lo que debía decir poco después. Cuando comenzó a hablar lo comprendí. –Lo que tengo que hacer esta noche me supone un verdadero sacrificio. Porque Porque en el relato de hoy aparece un mago; y a mí, hablar de la magia, me entusiasma. Pero Lucas cuenta 142
otras cosas mucho más interesantes. Así que hablaré de la magia lo menos posible. –Y yo te lo agradezco–dijo Lucila–, porque la magia no me atrae lo más mínimo. –Bien, anoche vimos la parte referente a Esteban, y ahora nos toca el otro diácono, Felipe. Es imposible leerlo todo hoy h oy,, es muy largo. Además, al final de la historia se habla de un eunuco etíope que va leyendo las Escrituras hebreas, y como yo de eso no entiendo, me he puesto de acuerdo con Livia para que se encargue ella de eso mañana. Abrió el rollo y se quedó mirándolo en silencio más tiempo de lo normal. Nos extrañó, porque Talía tiene gran facilidad de palabra y claridad de ideas. –No sé cómo empezar, empezar, porque al principio hay algunas cosas que no entiendo –dijo finalmente–. Ayer leímos que quienes apedrearon a Esteban dejaron los mantos a los pies de un muchacho llamado Saulo. Me resultó curioso que dijesen su nombre, pero no le di más importancia. Sin embargo, el texto de hoy empieza diciendo: «Saulo consentía en la ejecución». Y poco después añade que perseguía pe rseguía a la Iglesia y metía a los cristianos en la cárcel. Lo cual significa que ese Saulo era un personaje importante, y no sé por qué anoche no se habló de él; quizá porque era ya demasiado tarde... –Sí, Talía, fue un olvido mío imperdonable. Saulo es Pablo. –¿Pablo? ¿El que fundó nuestra comunidad? Ella no salía de su asombro y yo no salía del mío, preguntándome qué le habían enseñado durante la catequesis. Aunque ese dato no fuese esencial para hacerse cristiana, lo lógico es que le hubiesen hablado algo de la historia de nuestra comunidad y de su fundador fundador.. Quizá al catequista se le hizo también demasiado tarde o tuvo un olvido imperdonable. –¿Y se portó tan mal con la Iglesia como aquí dice? 143
–Sí, Lucas no exagera. El mismo Pablo lo reconoce en sus cartas. La pena es que no me he acordado de traerlas. Además, tendría que buscar dónde lo dice. Otro día será. Cuando Talía se repuso de su sorpresa continuó. –Hay otras cosas que no entiendo: si Saulo, o Pablo, no apedreó a Esteban, sino que se limitó limit ó a contemplar lo que ocurría, ¿por qué se dedicó luego a meter en la cárcel a los cristianos? Además, si era un muchacho, ¿cómo tenía autoridad para hacer eso? Y si quería perseguir a la Iglesia, ¿por qué no iba en primer lugar contra los apóstoles? Voy a leeros lo que dice:
Aquel día se desató una grave persecución contra la iglesia de Jerusalén, de modo que todos, todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por el territorio de Jud Judea ea y Samaría. Hombres piadosos sepulta- ron a Esteban y le ofrecieron un funeral solemne. Saulo hostiga- ba a la Iglesia, se metía en las casas, agarraba a hombres y muje- res y los metía en la cárcel. Los dispersos recorrían el país anunciando la buena noticia. –Yo creo que aquí ha unido Lucas cuatro noticias que en parte se contradicen y se repiten. Primera: ante la gravedad de la persecución, todos, menos los apóstoles, se dispersan por el país. Segunda: algunos entierran a Esteban y le dedican un funeral solemne. Tercera: Tercera: uno de los perseguidores, Saulo, entra en las casas y mete a la gente en la cárcel. Cuarta: los dispersos recorren el país anunciando la buena nueva. –¿Y dónde están las contradicciones, Talía? –le pregunté extrañado. –En que, si han huido, no pueden organizar un funeral solemne por Esteban, ni Saulo puede encontrarlos en las casas. –Los que enterraron a Esteban no tenían por qué ser cristianos. Lucas sólo dice que eran «hombres piadosos». Talía no esperaba aquella dificultad y se puso un poco colorada, pero no se amilanó. 144
–Tenían que ser cristianos, padre. A Esteban lo había condenado el Sanedrín. Sólo a los cristianos se les podía ocurrir dedicarle un funeral solemne. –Entonces, ¿tú qué piensas de lo que cuenta Lucas? –Yo diría que todo es cierto, pero que lo ha contado en desorden. Lo primero sería el funeral por Esteban. Luego vino la persecución, en la que Pablo entra en las casas. Entonces la gente, muerta de miedo, huye a otras regiones. Los únicos que se quedan en Jerusalén son los apóstoles. –Si te oyese Lucas... –¿He dicho alguna tontería? –No.. Está muy bien. Pero Lucas presumía de escribir muy –No bien y te habría dicho que no hay desorden sino intención oculta. Déjame el rollo. Me lo pasó y releí el texto dos veces. –Mira. Creo que aquí está la solución. Tú has dicho que las noticias se repiten. Es cierto. Al principio dice: « todos se ». Y al final: « los dispersos reco- dispersaron por Judea y Samaria ». ». Es casi lo mismo, rrían el país anunciando la buena noticia ». pero con una diferencia importante. Al final se añade: « anun- ». ¿Comprendes? ciando la buena noticia ». –Creo que os estáis perdiendo en minucias sin importancia –sugirió Lucila. –Son minucias, pero tienen interés. Según Talía, Talía, Lucas ded ebería haber terminado diciendo que los apóstoles se quedaron en Jerusalén. Y Lucas terminó diciendo que los dispersos anunciaban la buena nueva. Si Talía hubiera escrito la historia, habría puesto de relieve la valentía de los apóstoles. Lucas, en cambio, resalta que las persecuciones sirven para que se difunda la palabra de Dios. –Ni tu padre habría defendido a Lucas tan bien –me sonrió Livia. 145
–Ya podrías defenderme tú a mí –propuso en broma Talía a Néstor. –Yo me limito a leer..., si me dejas. El rollo pasó de mis manos a las suyas. Pero antes de que Talía pudiese introducir el pasaje, habló Lucila. –A mí me parece muy importante lo último que ha dicho vuestro padre a propósito de las persecuciones. Las caras de Talía Talía y Néstor daban a entender e ntender que no se habían enterado de lo que yo dije. Lucila lo recordó. –Ha dicho que las persecuciones sirven para que se difunda la palabra de Dios. Que no son algo puramente negativo, algo que debamos ver con miedo o indignación, como me ocurre a mí muchas veces, sino como algo positivo. Si a Jesús lo persiguieron, es lógico que persigan también a la Iglesia. Y si su muerte sirvió para salvarnos, nuestras persecuciones servirán también de algo... Siempre que alguno de nosotros hace una reflexión más profunda de lo habitual nos quedamos callados, sin saber cómo continuar, continuar, temerosos de trivializar t rivializar la situación. Pero había que seguir adelante. –Como ya sabéis –continuó Talía–, el nuevo protagonista es el diácono Felipe. Lo primero que se cuenta es su actividad en Samaria, donde consiguió convertir incluso a un mago.
Felipe bajó a la ciudad de Samaria y allí proclamaba al Me- sías. Oyendo y viendo las señales que hacía, la multitud unáni- me hacía caso a lo que decía Felipe. Espíritus inmundos salían de los poseídos dando grandes voces; muchos paralíticos y lisiados se curaban, y la ciudad rebosaba de alegría. Ya de antes estaba en la ciudad un tal Simón, que practicaba la magia y pasmaba a la gente de Samaria presentándose como un gran personaje. person aje. Todos, Todos, del mayor m ayor al menor, m enor, le escuchaban escuchaba n y co- mentaban: 146
–Éste es la Fuerza de Dios, la que llaman la Grande. Le hacían caso porque durante bastante tiempo los había te- nido encantados con su magia. Pero, cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba la buena noticia del reinado de Dios y el nom- bre de Jesús Mesías, hombres y mujeres se bautizaban. También Simón creyó y se bautizó, y seguía asiduamente a Felipe, estupe- facto al ver los grandes g randes milagros y señales señal es que hacía. Talía hizo un gesto a Néstor para que detuviese la lectura, pero Lucila se le anticipó de nuevo. –¿Eso es todo lo que se dice del mago? Así no me da miedo. –Dice más cosas después, pero nada que vaya a asustarte. –¿Se puede saber a qué viene todo ese miedo a los magos? –preguntó Livia. –A mí no me dan miedo... ahora –respondió Talía–. Talía–. Antes sí, cuando era pequeña. Tenía Tenía una criada criad a que me contaba muchas historias de magos y de las cosas que hacían. Cuando las recuerdo me causan gracia, pero entonces me asustaba mucho. ¿Sabéis cuál es el tesoro de un mago? La voz de Talía se había vuelto misteriosa, como si fuese a contar una historia de terror. –Huesos de aves de mal agüero, trozos de cadáveres, uñas de los dedos, sangre, calaveras de animales salvajes, entrañas... –Ya está bien, Talía –la interrumpió Lucila–. ¡No seas desagradable! –Nosotros, los judíos, tenemos prohibidas esas estupideces. Ni siquiera había oído hablar de ellas. –Pero tenéis que conocerlas si queréis entender lo que cuenta Lucas. Cuando Felipe llegó a Samaria, había un mago que tenía mucho éxito. ¿Sabéis lo que dice la gente que pueden hacer los magos? Una hechicera se untó el cuerpo con un ungüento mágico y se convirtió en ave. –No digas tonterías –exclamó Néstor. 147
–¿Tú has oído hablar de Pitágoras? –¿El filósofo? Sí. –Pitágoras tenía poderes mágicos y con sus conjuros obligaba a las águilas a acercarse, dominaba a los osos, alejaba las serpientes venenosas... incluso convenció a un toro de que de jara de comer habas. La carcajada de Néstor fue compartida por todos, incluso por Lucila. –Vosotros –V osotros os reís, pero la gente no deja de acudir a los magos. ¿Sabéis por qué van? Para conseguir algo que parece muy difícil, o para vengarse de alguien. –Y no consiguen nada. –Eso es lo que tú piensas, Livia, porque no crees en eso. Conste que yo tampoco. Pero la gente de Samaria estaba convencida de que Simón lo hacía muy bien. Para que abandonaran la magia y se bautizasen hacía falta algo muy grande, todas las curaciones que se cuentan al principio. Además, entre Felipe y Simón hay tres diferencias enormes. La primera, Felipe usa su poder sólo para el bien. La segunda, no cobra. Y la tercera, trae la alegría a la ciudad. –Lucas no dice que Simón usase su poder para perjudicar a alguien ni que cobrase. Además, se convirtió. Debía de ser buena persona. Talía me miró algo escéptica. –Un mago siempre cobra, vive de eso. Y tiene que hacer daño alguna vez en su vida; si no, es un inútil, la gente no lo aprecia ni teme. Luego, tras un momento de reflexión, añadió: –Lo admirable es que la gente pasase de la magia a la fe en Jesucristo. Jesucris to. Son dos mundos tan distintos... –Con la cantidad de milagros que hacía Felipe no tiene nada de raro. 148
–Néstor lleva razón –dije yo–. ¿Os habéis dado cuenta de que Felipe hace los mismos milagros que hicieron Jesús y Pedro? Jesús expulsaba demonios y Pedro curó a un lisiado. Felipe parece que hizo lo mismo con bastante frecuencia. –Pero Felipe no es tan importante como Pedro y los apóstoles –matizó Talía–. Veréis lo que se cuenta ahora. Néstor se disponía a continuar la lectura pero lo interrumpió Livia. –No corráis tanto. Hay una cosa muy importante que no habéis comentado: lo primero de todo. Y antes de que Néstor Né stor pudiese p udiese buscar el e l comienzo citó de memoria. –Felipe bajó a la ciudad de Samaria y allí proclamaba al Me- sías. A vosotros no os llama la atención porque no sois judíos, pero lo último que se le ocurriría a un judío es ponerse en contacto con un samaritano ni intentar convencerlo de nada. Los desprecian. Lo que hace Felipe supone una novedad muy grande y mucho valor. –Pero –P ero eso ya se lo había dicho Jesús a los apóstoles, que serían sus testigos en Jerusalén, en Judá, Judá, en Samaria –subrayé lo de Samaria– y hasta el confín de la tierra... –Sí, pero Jesús dijo muchas cosas que no hacemos... Además, resulta curioso que eso se lo dijo Jesús a los apóstoles y el que se convierte en testigo no es uno de los doce sino un diácono. –Si queréis seguir comentando lo anterior –dijo Néstor–, a mí, lo digo sinceramente, todo me resulta muy raro, como increíble. –¿Qué es lo que te resulta raro? –Todo, –T odo, Talía. Talía. La ciudad c iudad estaba e staba entusias en tusiasmada mada con un mago, ma go, llega Felipe, hace un montón de milagros y todos se convierten, incluido el mago. Me parece una exageración enorme. 149
Por Tróade pasó nada menos que Pablo, y la inmensa mayoría de la población no se convirtió. Y eso que algunos dicen que resucitó a un muerto. En Samaria, a lo sumo, se convertirían cuatro o cinco familias, no más. –Los historiadores siempre exageran un poco... Además, tienen que respetar lo que dicen sus fuentes. –Entonces tú crees que el que exageró fue Felipe. –O alguno de la comunidad de Samaria, el que lo contó... Aunque aquí parece que el que lo contó era de Jerusalén. Sigue leyendo.
En Jerusalén se enteraron los apóstoles de que Samaria había aceptado la palabra de Dios, y les enviaron a Pedro y Juan. Los cuales bajaron y rezaron para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había bajado sobre ninguno; sólo estaban bauti- zados para el nombre del Señor Jesús. Les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo. Viendo Simón que, al imponer los apóstoles las manos, se con- cedía el Espíritu, les ofreció dinero diciendo: –Dadme también a mí ese poder de conferir el Espíritu San- to al que le imponga las manos. Pedro le replicó: –¡Así perezcas tú con tu dinero!, si crees que el don de Dios está en venta. En este asunto no tienes parte, porque Dios no aprue- ba tu actitud. Arrepiéntete de tu maldad y pide que se te perdo- ne tu pretensión. Te veo convertido en hiel amarga y en fardo de iniquidad. Respondió Simón: –Rezad vosotros por mí al Señor Señor,, para que no me suceda nada de lo que habéis dicho. Ellos, después de dar testimonio exponiendo el mensaje del Se- ñor, se volvieron a Jerusalén, anunciando por el camino la bue- na noticia en muchas aldeas de Samaria. 150
–Aquí lo más importante parece lo de Simón, pero como yo no pienso comprar ningún don de Dios, me ha resultado más curioso lo que se cuenta al principio, distinguiendo entre el bautismo y el don del Espíritu. Espíritu . A mí, Demetrio me impuso las manos inmediatamente después de bautizarme, y me dijo que recibía el Espíritu Santo. Por lo visto, antes era distinto. –Claro que era distinto, Talía. Jesús no bautizó a ninguno de sus discípulos, pero sí les dio el Espíritu. Son dos cosas distintas. Lo que ocurre es que después se han unido. –¿Para simplificar? –Supongo que no. Más bien para que el bautizado no se pase mucho tiempo sin recibir el Espíritu. –¿Y Felipe no pudo imponerles las manos a los de Samaria? –Felipe no era uno de los doce. –Tampoco Demetrio perteneció a los doce, y me impuso las manos. –Pero Demetrio es el obispo. Livia vino en mi ayuda. –Además, Talía, hay otra cosa. La ida de Pedro y Juan a Samaria demuestra que esa nueva comunidad está unida a la de Jerusalén. Ésa es una de las cosas más bonitas de nuestra fe, que nos sentimos unidos a pesar de vivir en sitios muy distintos, a pesar de las diferencias de raza, de lengua, de cultura... Las palabras de Livia parecían poner el punto final a la reunión, pero Lucila intervino de nuevo. –Lo que se cuenta de Simón, eso de querer comprar el don del Espíritu, me parece muy importante. Yo tampoco pienso hacerlo, como ha dicho Talía. Pero cuando Lucas lo cuenta con tanto detalle, será por algo. Supongo que para prevenirnos de ese pecado. –Y yo que pensaba comprar el episcopado cuando muera Demetrio –bromeó mi hijo. 151
–Néstor, esas cosas no se dicen ni en broma. –Por desgracia, hay personas que se toman eso muy en serio –dijo Livia–. En Israel, cuando existía el templo, incluso llegó a comprarse el cargo de sumo sacerdote. Se pagaban unas sumas enormes. –No creo que eso llegue a ocurrir nunca entre nosotros –la tranquilicé. Talía puso el punto final. –A mí me ha gustado mucho lo que dijo Livia sobre Felipe, que fue muy valiente al predicar a Jesucristo en Samaria. Podía haberse limitado a buscar refugio en la ciudad. Así que yo le pediría al Señor que nos concediese ese valor y ese interés por transmitir su mensaje. Todos, por turno, fuimos formulando nuestras peticiones. *** –Me preocupa Néstor, me da un poco de miedo. ¿No lo ves demasiado crítico? –A mí no me extraña, Lucila. Además, lo que ha dicho es cierto. Eso de que toda la gente de Samaria se convirtió resulta muy exagerado. Yo me estoy formulando una teoría, pero no sé si es cierta. Es una pena que no pueda consultarla con mi padre... ni con Lucas. –¿Qué teoría? –Que la comunidad de Jerusalén era muy sencilla, muy ingenua... Personas muy buenas, que se lo creen todo, lo que ocurrió y lo que puede ocurrir, y lo siguen contando, pero exagerando cada vez más. Basta pensar en nuestra comunidad de Tróade. A Jacinta le dices que Demetrio ha hecho volar a un burro y se lo cree. Lucila se echó a reír. 152
–Seguro. No lo dudaría un instante. –A Lucas debieron contarle cosas muy exageradas, con muchos milagros y prodigios, con muchos ángeles... Menos mal que no suprimió nada de eso. –¿Por qué? –Aunque algunas cosas no ocurriesen, y otras sucedieran de forma más modesta, es muy interesante saber cómo las contaban en Jerusalén. –Entonces, ¿tú piensas que lo de Néstor no es grave? –No, es normal. A mi me preocuparía que no asistiese a las asambleas, que se pelease con Talía, que tratase mal a los niños, que fuese injusto con la gente... –Hablando de niños, Andrónico, no les haces ningún caso a tus nietos. –El otro día estuve hablando con Julia. –Me refiero a los niños de Néstor y Talía. –Son muy pequeños, Lucila. Con ellos no se puede hablar hablar.. –Si lo que pretendes es comentarles alguno de tus libros, desde luego. Pero Pero hay otras formas de d e divertirse con los niños. –Jesús no se divertía con los niños. Los bendecía y se los devolvía a sus madres. –No te compares con Jesús. Seguro que él se llevaba muy bien con los niños. –Está bien, procuraré hablar más con los niños. ¿En griego o en latín? –Duérmete ya. No tienes remedio.
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14 Felipe y el eunuco (Hechos 8,26-40)
L
a espléndida mañana de otoño había invitado a Lucila a unirse a Talía, los niños y la criada en el jardín. Una típica escena familiar, familiar, ocasión óptima para acceder accede r a los deseos de mi esposa... o gastarle una broma. Proclo, el mayor de estos nietos, tiene ocho años; le siguen Eunice, de seis, y Prisca, de dos. Me acerqué a Proclo y le propuse: –¿Te gustaría saber qué argumentos usó Pedro para demostrarles a los judíos que Jesús es el Mesías? Proclo me miró extrañado: –¿Qué es eso? –¿Prefieres que te cuente cómo mataba Alejandro Magno los elefantes del ejército enemigo? –Sí –dijo entusiasmado. –Padre, no me gusta que les cuenten a los niños historias de guerras. –¿Lo ves, Lucila? Yo Yo no sirvo sir vo para hablar con los niños. No se les puede hablar de cosas serias, ni de batallas... –¡Hay que ver cómo eres, Andrónico! –me reprochó ella–. Cuando no quieres hacer una cosa te buscas mil argumentos. Lo que yo le dije, Talía, es que debía divertirse con los niños, jugar con ellos, como hace cualquier abuelo normal. 155
–Él no es un abuelo normal, madre... Gracias a Dios. Si fuera normal no lo verías en todo el día, siempre paseándose por el ágora con sus amigos... Pero las personas anormales también pueden portarse a veces como seres normales. Desde que comenzamos las reuniones, Talía me trataba con mucha más familiaridad, permitiéndose bromas que no hubiera imaginado poco antes, y esa confianza me gustaba. Pero no tuve tiempo de preguntarle cómo podría corregir mi anormalidad. Livia venía hacia nosotros. Se sentó junto a Lucila y anunció: –Esta noche no tendremos reunión. –¿Ocurre algo? –pregunté. –No, nada. Es que no he tenido tiempo de prepararla. –Y como no has tenido tiempo, te vienes a tomar el sol. –Exactamente. Igual que tú. –Pues lo siento mucho, porque estaba yo intrigado por saber qué ibas a decirnos sobre la segunda parte de la historia de Felipe. –Te enterarás y se asombrará tu corazón. –Ya estás hablando como los salmos. No tuve más tiempo de bromear. Proclo me agarró de la mano y me obligó a levantarme. –Abuelo, vamos a plantar esta semilla de manzana. Yo te enseño cómo se hace. Cuando me dirigía hacia un rincón del jardín oí la voz de Talía. –No le cuentes cómo las plantaba Alejandro Magno. *** Si el retraso de la reunión me había decepcionado, la decepción se volvió extrañeza a la mañana siguiente, cuando Livia se presentó en mi habitación y me dijo escuetamente: 156
–Voy a hacer una visita. Me llevo el volumen de Lucas. Era absurdo preguntarle adónde iba y por qué se llevaba el rollo. Le gustan los misterios y he terminado por aceptarlo. Lo que cada vez me gustaba menos era el hecho de no poder disponer del volumen de Lucas a mi antojo. La afortunada idea de involucrar a todos en la lectura y comentario del texto había tenido la contrapartida de que estuviese pasando de mano en mano. Me consolé pensando que nadie me disputaba las cartas de Pablo y aproveché algunas horas para releerlas. PronPronto entraríamos en el relato de su conversión y me interesaba refrescar lo que tenía anotado sobre ese tema. *** El retraso y la visita de Livia habían aumentado mi curiosidad por saber cómo comenzaría la reunión. –Anteayer me pidió Talía que comentase yo la segunda parte de la historia de Felipe porque cita un texto de las Escrituras. Me pareció muy bien, incluso me hizo ilusión... pero cuando leí el pasaje, ayer por la mañana, me sentí perdida, con la sensación de que no entendía lo más importante. Además, y perdonadme la falta de modestia, pensé que, si no lo entendía yo, menos lo ibais a entender vosotros. A media tarde estaba muy desanimada, sin saber qué hacer, hacer, cuando se me ocurrió la solución. ¿Os acordáis de Leví, Leví , el marido de Tamar? Tamar? Hace tiempo que no acude a las asambleas porque casi no puede moverse de la cama, pero hemos ido a visitarlo algunas veces a su casa. El «hemos ido» se refería, naturalmente, a ellas tres, Lucila, Livia y Talía, Talía, que siempre encuentran tiempo en medio de sus ocupaciones para visitar a los enfermos de la comunidad. Néstor y yo preferimos ignorar la indirecta, un poco avergonzados. Pero Livia no pretendía criticarnos, al menos en este caso, y siguió su relato. 157
–Leví conoce muy bien las Escrituras; estudió para escriba antes de hacerse cristiano. Así que se me ocurrió leerle lo de Felipe para que me resolviese algunas dudas y ver qué comentaba. Temí Temí que me hiciese perder mucho tiempo contándome su vida, como siempre, pero cuando le dije lo que pretendía se interesó muchísimo. Y me resultó muy curioso lo que hizo, deberíamos aprender de él. Guardó un pequeño silencio para intrigarnos y continuó. –Primero me hizo leer el texto entero, sin interrumpirme. Cuando terminé, cerró los ojos, permaneció en silencio un rato y luego me dijo: «Léelo otra vez». Cuando acabé no hizo ningún comentario, se limitó a citar un texto de la Escritura... Pero estoy adelantando acontecimientos, lo primero que debemos hacer es conocer el texto. El rollo llevaba horas en poder de Néstor para que pudiese preparar la lectura.
El ángel del Señor dijo a Felipe: –Anda, dirígete al sur, por el camino que conduce de Jerusa- lén a Gaza, por la ruta del desierto. Él se puso en camino. camin o. Sucedió Sucedió que un eunuco etíope, ministro min istro de la reina Candaces y administrador de sus bienes, volvía de una peregrinación a Jerusalén, sentado en su carroza y leyendo la pro- pro- fecía de Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: –Acércate y pégate a la carroza. Felipe la alcanzó de una carrera y oyó que estaba leyendo la profecía de Isaías, y le preguntó: –¿Entiendes lo que estás leyendo? Contestó: –Y ¿cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica? Y lo invitó a subir y sentarse junto a él. El texto de la Escri- tura que estaba leyendo era el siguiente: «Como cordero llevado 158
al matadero, como oveja ante el esquilador, esquilador, enmudecía y no abrió la boca. Lo humillaron negándole todo derecho; ¿quién describi- rá en su destino? Pues arrancaron de la tierra su vida». El eunuco preguntó a Felipe: –Dime, por favor, ¿por quién lo dice el profeta?, ¿por sí o por otro? Felipe tomó la palabra y, comenzando por aquel texto, le ex- plicó la buena noticia de Jesús. Siguiendo Siguiendo camino adelante llega- ron a un lugar donde había agua, y el eunuco le dijo: –Ahí hay agua, ¿qué impide bautizarme? Mandó parar la carroza, bajaron los dos hasta el agua, el eu- nuco y Felipe, y lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíri- tu del Señor arrebató a Felipe, de modo que el eunuco no lo vio más; y continuó su viaje muy contento. Felipe apareció por Azo- to 1, y recorriendo la comarca iba anunciando la buena noticia a todas las poblaciones hasta Cesarea 2. Livia no lo interrumpió en ningún momento, influida por el procedimiento de Leví. No me habría extrañado que obligase a Néstor a leerlo por segunda vez. Pero no fue ella, sino Lucila, quien hizo la petición. –Léelo otra vez, Néstor. Y cuando hubo terminado tomó de nuevo la palabra Livia para preguntarnos. –¿Quién es el protagonista de la historia?
Azoto (Asdo (Asdod), d), situa situada da unos 35 kilóm kilómetros etros al nort nortee de Gaza, aparece en el Antiguo Testamento como una de las cinco ciudades filisteas. Fue reconstruida por Gabinio en el siglo I era ciudad libre. Debía de ser importante, aunque las excavaciones no permiten hacerse una idea exacta de su urbanismo. 2 Sobre Cesarea, véase la nota complementaria «Cesarea», pág. 302. 1
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–Son dos –respondió rápido Néstor con una sonrisa irónica–: el ángel del Señor y el Espíritu. El ángel le da órdenes a Felipe y el Espíritu se lo lleva volando 3. –El protagonista es Felipe –afirmó Talía–. Estamos leyendo su historia. –He formulado mal la pregunta –reconoció Livia–. Hay varios protagonistas: el ángel del Señor, el Espíritu, Felipe... Pero ¿cuál es el personaje que supone algo nuevo en esta escena, alguien que no ha salido nunca antes? –El etíope –respondió Lucila. –¿Y qué le pasa a ese etíope? –Que es ministro de una reina. –Ese es su cargo. Pero, ¿qué le pasa al etíope? –Que es eunuco –rió Néstor mientras Lucila se ponía colorada. –Por –P or consiguiente, tenemos a un extranjero, un etíope, etíop e, que es eunuco. ¿Le interesa a ese hombre el judaísmo? Nos quedamos todos buscando la respuesta. Fui yo quien la encontró. –Sí, claro que le interesa, por eso ha ido en peregrinación a Jerusalén. Además, va leyendo la profecía de Isaías. –O sea, que tenemos a un extranjero, eunuco, e interesado por el judaísmo. A nosotros nos dan estos datos y no les encontramos especial sentido. sentid o. Pero Pero Levi, cuando cayó ca yó en la cuenta, me recitó un texto de Isaías que yo no había oído nunca. Sacó un papiro muy pequeño y leyó:
No diga el extranjero que se ha dado al Señor: «El Señor me excluirá de su pueblo» Sobre el sentido de este pasaje, véase la nota complementaria «El Espíritu y Felipe», pág. 298. 3
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No diga el eunuco: «Soy un árbol seco». Porque así dice el Señor: A los eunucos que guarden mis sábados, que escojan lo que me agrada y perseveren en mi alianza, les daré en mi casa y en mis murallas, un monumento y un nombre mejores que hijos e hijas, nombre eterno les daré. El énfasis puesto por Livia en «el extranjero que se ha dado al Señor» y «el eunuco» hizo que captásemos la relación entre el texto de Isaías y la historia de Felipe. Livia profundizó en ella. –Cuando comenzó a extenderse la fe en el Dios verdadero, al pueblo de Israel se fueron uniendo personas que podían sentirse marginadas por su situación. El profeta Isaías, para poner dos ejemplos, habla de extranjeros ext ranjeros y eunucos, y les promete que Dios los acogerá en su templo y su ciudad santa y les otorgará un nombre eterno. Lucas dice que esa promesa del profeta se cumple ahora, con la predicación cristiana, pero de forma nueva. El extranjero y eunuco no es acogido en el templo y la ciudad santa, porque ya no existen, sino que son acogidos en la comunidad cristiana a través de la fe en Jesús y el bautismo. Como veis, el mensaje es muy bonito: el don de Dios y la fe en Jesús son para todos, nadie debe sentirse marginado entre nosotros. –A mí lo que me asombra es lo pronto que lo bautiza Felipe... Con la cantidad de tiempo de catequesis que me exigieron a mí para bautizarme. –Es que el etíope era muy buen catecúmeno, Talía. Talía. En una hora aprendió todo lo necesario, no como otras... –No te metas con tu mujer –le dije–. No es cuestión de ser más listo o más torpe. Luego saldrán otros casos en los que 162
también bautizan de inmediato al que lo pide, pid e, aunque no tenga preparación. Es posible que al principio no fueran tan exigentes. –Y por eso después tenían que imponerles las manos los apóstoles..., después de recibir la catequesis. –No, Lucila. Cuando Pedro y Juan llegaron a Samaria no dieron catequesis a los samaritanos, rezaron por ellos y les impusieron las manos. La discusión corría el riesgo de perderse, como otras veces, por vericuetos inútiles. Livia intervino con firmeza. –¿Tú estás contenta con lo que te enseñaron en la catequesis, Talía? –Sí, mucho. –Pues no hay que discutir más. Si el etíope no tuvo catequesis, peor para él. Además, tuvo una catequesis muy buena; breve, pero muy buena. Recordad que iba leyendo en el carro un pasaje de Isaías, que no era capaz de entender, y Felipe se lo explicó. Cuando Leví escuchó ese texto se le iluminó el rostro, aunque noté en él una reacción algo extraña. Luego me lo explicó: «Ese texto de Isaías es mucho más largo, cuenta toda la vida del Siervo de Dios, desde el nacimiento hasta la muerte y el triunfo final». Por lo tanto, Felipe, que también debía saber el texto de Isaías de memoria, y si no se lo sabía podía usar el rollo del etíope, le contaría toda la vida de Jesús, al menos lo más importante, y le diría también que quienes creen en él reciben el bautismo. –Eso es lo mismo que me dijiste tú una tarde, Néstor. Entonces fue cuando empecé a pensar en hacerme cristiana. –Y tardaste muchos días en decidirte. No como el etíope, que en cuanto vio un poco de agua pidió el bautismo. Talía sonrió con la broma pero no le siguió el juego. Sus palabras siguientes se dirigieron a Livia y no extrañaron a nadie; ya la íbamos conociendo. 163
–¿Te dio Levi el texto completo de Isaías, el que cuenta toda la vida de Jesús? Me gustaría conocerlo. –No, era muy largo para copiarlo o para aprendérselo de memoria. Pero conste que no cuenta la vida de Jesús, habla de un personaje misterioso, al que Dios llama su siervo, que es perseguido injustamente, condenado a muerte sin motivo y enterrado entre malhechores. Él, sin embargo, no protesta ni se queja... Eso es lo que iba leyendo el eunuco: «como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca». Al final, Dios le concede el triunfo sobre sus enemigos, como un general que gana la batalla y consigue un gran botín. Como ves, se parece mucho a lo que le ocurrió a Jesús. Si quieres, vamos un día a casa de Leví y te lo recita entero. No me cupo duda de que ese «día» sería el día siguiente, si las dos encontraban un rato libre. Pensé unirme a ellas y escuchar de labios de Leví el relato completo del destino del siervo de Dios. Pero antes de que pudiera decir nada, Livia continuó su enseñanza. –Leví me comentó que este relato le recordaba mucho a los de Elías, Eliseo y Ezequiel, porque en ellos también aparece el Espíritu como una fuerza capaz de trasladar al profeta de un sitio a otro. Pero hay algo más importante. Talía, tú que tienes muy buena memoria, dime a quiénes llegó primero la buena noticia. Me refiero a lo que ha contado Lucas hasta ahora. ¿Quiénes fueron los primeros que escucharon hablar de Jesús? –¿En lo que ha contado Lucas? Los judíos... el día de Pentecostés, y las otras veces que Pedro habló en público. –Y después de los judíos, ¿a quiénes llegó el mensaje? Talía tardó un poco en responder, temerosa de equivocarse. –A los samaritanos. –¿Y a quién le llega ahora? –A un extranjero..., un extranjero e xtranjero que se ha dado al Señor. 164
–¿Veis? Lo que ha ocurrido es como cuando uno tira una piedra en un estanque. Se forman círculos cada vez más amplios: primero los judíos, luego los samaritanos, luego los extranjeros afectos al judaísmo. Talía sacó la conclusión lógica con una sonrisa de felicidad: –Y luego los extranjeros que desconocen el judaísmo..., nosotros. –Lo que venga después puede deparar muchas sorpresas –dije yo, que me sentía un poco marginado en el debate. –Todas las sorpresas que tú quieras, Andrónico, pero Talía lleva razón. Después vendrá la propagación del mensaje entre los paganos. Livia se concentró un momento, como intentando recordar algo. –A Leví le gustó lo de Felipe y me preguntó qué otras cosas había hecho. Le leí lo anterior, lo de Samaria, y disfrutó mucho, pero hubo una cosa que le extrañó. ¿Sabéis lo que me dijo? «El que escribió eso no conoce la tierra prometida, o no es muy cuidadoso escribiendo». Yo solté una carcajada pensando en tu padre, Andrónico, y en Lucas. –¿Por qué lo dijo? –Porque una persona que está en Samaria no puede tomar el camino de Jerusalén a Gaza..., primero tiene que volver a Jerusalén. –¿Y Felipe no había vuelto a Jerusalén? –No, los que volvieron a Jerusalén fueron los apóstoles. –Pues yo creía que Lucas había viajado por todos esos sitios... Pensándolo bien, no debió tener posibilidad de hacerlo, porque poco antes había terminado la guerra judía y no sería fácil moverse por allí. Mientras yo hablaba, noté a Livia un poco abstraída. De pronto se golpeó la frente y exclamó feliz. 165
–Ya he recordado la otra cosa que me comentó Leví. Fue a –Ya propósito del final, cuando el espíritu arrebata a Felipe. Me dijo: «Lo normal sería que el eunuco se quedara muy triste. Sin embargo, siguió su camino lleno de alegría. Es la alegría de la fe, de haber conocido a Jesús». Nuestra oración de hoy podríamos centrarla en este tema. Así lo hicimos, y al terminar anunció Livia: –Tengo que daros una buena noticia. Leví se ha ofrecido a aclararnos todas las dudas que tengamos cuando aparezcan textos de la Escritura. Aquella colaboración inesperada me pareció espléndida. Al mismo tiempo, me confirmó en la necesidad de encargar a Piroo una copia de la obra de Lucas. *** –Digas tú lo que digas, sigo un poco preocupada por Néstor. –¿Por las bromas? –Sí, parece como si no le interesase mucho lo que decimos; siempre está buscando la parte cómica. –Lo que os pasa a las mujeres es que no tenéis sentido del humor, todo os lo tomáis demasiado en serio... Yo creo que a Néstor le interesa mucho, pero los hombres somos más reservados que vosotras, sobre todo en público... Sin embargo, recuerda lo que dijo Talía, que fue Néstor quien le habló de Jesús y la animó al bautismo. ¿Tú lo sabías? –No. Ha sido una sorpresa. Ella sí que disfruta en las reuniones. –Es digna nieta de Ascanio, le gustaría saberlo todo. –Y Livia ha preparado muy bien la reunión. Ha sido una suerte que se le ocurriera visitar a Leví. 166
–Sí, el etíope tenía razón: esos textos de la Escritura hace falta alguien que te los explique... sobre todo si uno no los tiene a mano para poder leerlos. –Supongo que no se te ocurrirá comprarlos. –No te preocupes, son demasiados rollos. Sería un lujo impensable, por encima de nuestras posibilidades. Cuando estaba a punto de dormirme le dije: –Mañana te toca a ti. –¿Qué cosa? –Comentar el texto. Es el de la conversión de Pablo. –Mañana me viene v iene muy mal, m al, Andrónico. Andró nico. Le prometí prome tí a TriTrifena que iría a verla. Está enferma y muy sola. –Está bien, no te preocupes. En el fondo, me gustaba encargarme del comentario.
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15 Los caminos del Señor y la conversión de Saulo (Hechos 9,1-19)
L
as mujeres tienen dos grandes cualidades: la primera, se preocupan por todo; la segunda, no te dejan tranquilo hasta que consiguen que tú también te preocupes. Digo esto por la última charla nocturna con Lucila. Hasta entonces, la actitud de Néstor no me había preocupado en absoluto. Sin embargo, aquella noche, mientras mi querida esposa dormía plácidamente, yo me preguntaba si mi querido hijo no estaría atravesando un momento difícil en su fe. Sé por propia experiencia que a los hombres no nos gusta que indaguen en nuestra intimidad. Preferimos el silencio a los interrogatorios. Pero decidí abordar la cuestión. A la mañana siguiente me hice el encontradizo con Néstor y le dije, como sin darle importancia. –Tu madre está un poco preocupada contigo. –Y también Talía –sonrió–. Por lo visto, mis bromas no gustan mucho. –No creo que sean las bromas. Para tu madre se trata de algo más profundo. –¿Y tú qué piensas? –No sé. Quizá hayas cambiado algo en las últimas reuniones. Eso sí lo he notado. Tras un breve silencio, como si tuviese miedo a hablar, volvió a refugiarse en la ironía. 169
–La culpa no la tengo yo, es de Lucas. Todo eso que estamos leyendo me resulta irreal, un mundo que no tiene nada que ver con el nuestro. A veces me irrita veros tan entusiasmados con cosas que no se creerían ni los niños chicos. ¿Tú has visto alguna vez un ángel, padre? Yo, Yo, desde luego, no. Sin embargo, Lucas ve ángeles siempre que le interesa, sacando a Pedro de la cárcel, hablándole a Felipe... lo último que leímos, lo del espíritu llevándose a Felipe volando hasta Azoto, es demasiado... Y luego, las exageraciones. Habla Pedro, y se convierten cinco mil. Habla otro día, y se convierten tres mil. Llega Felipe a Samaria y se convierten todos, hasta el mago... ¿Cuánta gente se ha convertido en Tróade, padre? ¿Cuántos somos los cristianos? No te imaginas el trabajo que le costó a Talía convertirse. De su familia, ya lo sabes, ninguno más. Y eso que son personas buenas y piadosas. Esta vez me tocó a mí callar un rato antes de responderle. –Creo que tienes razón, pero sólo en parte. En el caso de Esteban no se cuenta ningún milagro... y Dios no interviene para salvarlo de sus perseguidores. –Pues eso es lo que a mí me gustaría. Que todo se contase como lo de Esteban. –Ya os dije desde el principio que había muchos relatos de prodigios, pero el conjunto me gusta. A mí me interesa saber cómo la fe en Jesucristo pudo llegar desde Jerusalén hasta nosotros. –A mí también. Lo que no me gusta es que se cuenten tantos milagros. Los milagros no me ayudan para la fe. Nunca he visto un milagro, y me resulta difícil creer algo que no he visto. Un día se lo comenté a Demetrio y me dijo que ahora no hay milagros porque no hacen falta. Al principio, sí, para que la gente creyese que Jesús es el Mesías. ¿A ti te convence esa respuesta? –Puede tener algo de verdad. Dios no tiene por qué actuar siempre de la misma manera. Como dice Livia, «los caminos del Señor no son nuestros caminos». 170
Se me quedó mirando, como si mis palabras hubiesen aportado nueva luz a la cuestión. –Eso de que «los caminos del Señor no son nuestros caminos» no es de Livia, es del profeta Isaías. –Sí, ya se lo he oído cientos de veces. –¿Tú crees que Dios puede tener distintos caminos para llegar a la fe? ¿Que alguien puede llegar por el camino de los milagros y otro sin ellos? –La mayoría de la gente cree sin haber visto. Y Jesús dijo: «Dichosos los que sin ver creyeren». –Yo me refiero a otra cosa. Si uno puede creer en Jesús sin creer en los milagros. –No sé qué decirte. Yo no soy especialista en esas cuestiones. Tendrías que preguntarle a Demetrio. Se echó a reír. –Ya sé lo que me va a decir. Que tengo muy poca fe. –Nadie tiene mucha fe. Los discípulos tampoco la tenían. Me refiero a los doce. Jesús les decía que su fe no llegaba al tat amaño de un granito de mostaza. Yo te aconsejaría que no te preocupes demasiado por ese tema. Además, a partir de ahora no hay tantos milagros... me refiero al libro de Lucas. No pude evitar una pregunta curiosa. –¿Le has comentado algo de esto a Talía? –No lo entendería. A ella los milagros no le plantean problemas. Dice que una buena obra histórica debe contar milagros, para dejar claro que Dios se preocupa de nosotros. –Lucas se habría puesto contentísimo al oírla. –Talía –T alía es igual que madre y que Livia. A las mujeres les resulta más fácil creer. creer. A lo mejor es que no se complican la vida con discusiones inútiles. –Ellas quizá no se la compliquen... pero te aseguro que se la complican a los demás. 171
Cuando me iba, le recordé. –Pasa luego a recoger el rollo para preparar la lectura. Y no gastes muchas bromas esta noche. –No te preocupes, seré bueno. *** –Esta noche le tocaba a Lucila encargarse del comentario, pero me dijo que tenía que visitar a Trifena, Trifena, que está enferma, y que yo lo hago espléndidamente. –No recuerdo recuerdo haber dicho «espléndidamente». Estaría dormida. –Bien, en los días anteriores hemos visto la historia de dos testigos importantes, los diáconos Esteban y Felipe, que nos ha servido para conocer cómo la buena noticia salió de Jerusalén, se extendió por Judea y Samaria, y llegó incluso hasta un extranjero, un etíope. Ahora vamos a entrar en uno de los principales protagonistas del libro, Pablo, del que ya habló Lucas con motivo de la muerte de Esteban. Lo primero de todo será su conversión. Es tan importante que Lucas la cuenta tres veces. –¿Tres –¿T res veces seguidas? –preguntó Lucila, cuyo cu yo sentido prácprá ctico le impediría perder el tiempo de forma tan lamentable. –No, en diversos momentos. Ahora la cuenta Lucas; más tarde, en otras dos ocasiones, la contará Pablo. –¿Y dice siempre lo mismo? –Más o menos. Hay algunos cambios pequeños. –¿Y para qué la cuenta tres veces? –Es una forma de subrayar su importancia. Como cuando tú me repites las cosas tres veces. –Y ni así te enteras, cuando no te interesa. Néstor puso fin a nuestra pequeña pelea. 172
–Vamos a empezar. Que luego nos alargamos demasiado. Y sin más preámbulos comenzó a leer.
Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discí- pulos del Señor Señor,, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagoga sinagogass de Damasco, autorizán autorizándolo dolo a llevarse deteni- dos a Jerusalén a todos los que seguían aquel camino, hombres y mujeres. En el viaje, cerca ya de Damasco, de repente una luz celeste relampagueó en torno a él. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía: –Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Contestó: –¿Quién eres, Señor? Le dijo: –Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer. Los acompañantes se detuvieron mudos de estupor, pues oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se alzó del suelo y, al abrir los ojos, no veía. De la mano lo llevaron hasta Damasco, donde estuvo tres días, ciego, sin comer ni beber. Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. En una visión le dijo el Señor: –¡Ananías! Respondió: –Aquí me tienes, Señor. El Señor le dijo: –Ve a la calle Mayor, a casa de Judas, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando. Néstor interrumpió la lectura. –Aquí falta algo o sobra algo, no lo entiendo muy bien. Antes de que Ananías responda al Señor Señor,, se dice: 173
En una visión Saulo contemplaba a un tal Ananías que en- traba y le imponía las manos para que recobrase la vista. –Es una visión dentro de otra visión –le expliqué–. Eso lo comentaré luego. –De acuerdo. Estábamos en que el Señor le había dicho a Ananías que fuese en busca de Saulo.
Ananías respondió: –Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y contar todo el daño que ha hecho a tus fieles de Jerusalén. Ahora está autori- zado por los sumos sacerdotes para arrestar a los que invocan tu nombre. Le contestó el Señor: –Ve, –V e, que ése es mi instrumento instr umento elegido para difundir mi nom- bre entre paganos, pagano s, reyes e israelitas. israelitas . Yo le mostraré lo que qu e tiene que sufrir por mi nombre. Salió Ananías, entró en la casa y le impuso las manos diciendo: –Saulo, hermano, me envía el Señor Jesús, el que se te apare- ció cuando venías por el camino, para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo. Al instante se le cayeron de los ojos unas como escamas, reco- bró la vista, se alzó, se bautizó, comió y recobró las fuerzas. Me había planteado cómo empezar el comentario, y había decidido hacerlo con una pregunta directa a Talía. Pero antes debía aclarar una cuestión que parecía tirar por tierra lo dicho en días anteriores. –Ayer dijo Livia que la fe se propaga como las ondas en el agua de un lago, en círculos cada vez más grandes: judíos, samaritanos, extranjeros cercanos al judaísmo... Aquí tenemos un dato que parece tirar por tierra esa teoría. ¿A dónde se dirige Pablo? –A Damasco –respondieron todos al unísono. 174
–Sin embargo, Damasco no está en Judá ni en Samaria. Es una gran ciudad de Siria, Siri a, y en ella existen ya cristianos. cristi anos. Por Por consiguiente, parece que el orden de propagación de la fe fue: judíos, paganos, samaritanos, extranjeros que creen en el Señor.
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s u e Z e d o l p m e T
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Plano de Damasco. 175
Y puse el énfasis en «paganos», para dejar claro que fueron evangelizados antes que los samaritanos. –¿Y qué más da un orden que otro? –Es más bonito el que propusimos ayer, ayer, con los paganos al final, como si el mensaje de Jesús consiguiese metas cada vez más difíciles. Sin embargo, no os preocupéis: ese orden es cierto. Los cristianos de Damasco no son de origen pagano, son de origen judío. Por eso Saulo pide cartas de recomendación para las sinagogas: busca a judíos que son cristianos y que acuden a ellas. Así que el orden: judíos, samaritanos, extran jeros creyentes, paganos, podemos mantenerlo. –Me quitas un terrible peso de encima. Sonreí ante la ironía de Lucila y formulé a Talía Talía la pregunta que tenía pensada. –¿Qué idea te has hecho tú de Saulo por lo que hemos leído hasta ahora? Ella no se precipitó en la respuesta. –Una imagen un poco rara. Primero, cuando joven, no quiere apedrear a Esteban, pero disfruta con el espectáculo. Luego, de repente, parece que tiene ya más años y se dedica a perseguir a la Iglesia con toda saña, hasta que un día le ocurre lo que acabamos de leer. –¿Pero a ti te parece un hombre bueno o malo? –¿Hasta ese momento? Horrible. Un criminal. Hice una de esas pausas dramáticas que tanto me gustan, saqué dos pequeños rollos que llevaba escondidos y dije: –Él no tenía esa opinión de sí mismo. Al contrario, se consideraba un hombre muy bueno, una persona intachable. En dos de sus cartas he encontrado algo que conviene que oigáis. El primer pasaje es de la carta dirigida a la comunidad de Filipos; está escrito en tono muy polémico, contra los que presumen de ser buenos judíos, y les dice que él puede presumir de 176
todo eso y de mucho más: «Circuncidado el octavo día, israelita de raza, de la tribu de Benjamín, hebreo de pura cepa y, por lo que toca a la ley ley,, fariseo; si hay que presumir de celo, fui perseguidor de la Iglesia; si de la rectitud que propone la ley, intachable » 1. –Pero él mismo reconoce que persiguió a la Iglesia –protestó Talía. –Porque estaba convencido de que hacía bien en perseguirla. Si Saulo hubiese sido una persona indiferente, uno de esos judíos que nunca acuden a la sinagoga, ni observan el sábado, no habría perseguido p erseguido a la Iglesia. Pero Saulo era fariseo, y los fariseos son celosos de la ley, intolerantes, intachables. Por eso perseguía a los cristianos, porque p orque no observaban la ley. ley. Lo que quiero decirte, Talía, es que Saulo no es un criminal que se convierte, sino un hombre piadoso que se convierte. Y eso es mucho más difícil. di fícil. Porque Porque el criminal sabe que no puede presumir de nada ante Dios y ante los hombres; pero el hombre piadoso se siente seguro, en la verdad, convencido de que Dios lo quiere. Por eso no admite nada nuevo. Cambié de rollo, busqué el sitio exacto y continué. –El otro pasaje es de la carta que escribió a la iglesia de Galacia. Dice algo muy parecido: «Habéis oído hablar de mi con- ducta precedente en el judaísmo; con qué saña perseguía a la igle- sia de Dios intentando destruirla. destr uirla. En el apego a lo l o judío superaba a muchos compatriotas de mi generación, pues yo era era mucho más fanático de las tradiciones de mis mi s antepasados » 2. Mantuve el rollo abierto. –Este es el gran misterio de Saulo. ¿Qué le ocurrió para abandonar esas convicciones tan profundas y emprender un camino totalmente nuevo? Lucas dice que se le apareció el SeLo que lee Andrónico corresponde, en la numeración actual, a Filipenses 3,5-6. 2 Gálatas 1,13-14. 1
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ñor en el camino de d e Damasco. Y Pablo Pablo dice algo parecido; p arecido; no lo cuenta con las mismas palabras, lo deja entrever de manera muy escueta. Aquí, en la carta a los de Galacia, dice: « Cuan- do el que me apartó desde el vientre materno y me llamó por pura gracia, tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo anuncia- ra a los paganos...». En una de las cartas que escribió a los de Corinto también dice que el Señor se le apareció. No la he traído, pero dice que el Señor se apareció a Pedro y a otros muchos, y que, por último, se le apareció a él. Ocurriese lo que ocurriese, no cabe duda de que Saulo, que odiaba a Jesús hasta el punto de perseguir a todos los que creía en él, de repente considera a Jesús lo más valioso en su vida. vida . Escuchad lo que dice en la carta a los de Filipos, que es impresionante. Cambié de rollo, busqué el pasaje entre la expectación de todos y leí: –«Pero lo que para mí era ganancia lo consideré, por Cristo, pérdida. Más aún, todo lo considero pérdida comparad comparadoo con el superior conocimiento de Cristo Jesús mi Señor; por el cual doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cris- to y estar unido a él » 3. –Precioso –fue el escueto comentario de Lucila. –Pero lo que cuenta Lucas resulta más dramático –dijo Talía–. Sin saber lo que le pasó en el camino de Damasco resulta muy difícil entender lo que dice Pablo. A mí lo que me resulta curioso es lo poco que le habla el Señor... Si a mí se me aparece Jesús... –se interrumpió riendo– si se me aparece Jesús me muero de miedo. Bueno, si se me aparece, yo me hubiera pasado un rato larguísimo hablando con él. –Talía, ten en cuenta que Saulo no está viendo a Jesús como tú me ves a mí. Fíjate en lo que cuenta Lucas, que es muy curioso. 3
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Filipenses 3,7-9.
Le pedí el rollo a Néstor y leí: –«De repente una luz celeste relampagueó en torno a el, cayó a tierra y oyó una voz que le decía...». Saulo no ve a nadie, sólo escucha una voz. –En eso se diferencia de los profetas –comentó Livia–. Algunos profetas, en el momento de su vocación, tienen una visión muy completa de la gloria de Dios, de su trono... Sobre todo Isaías y Ezequiel. Lucas es mucho más sobrio, se limita a hablar de una luz celeste. Como yo de profetas no entiendo nada, ignoré el comentario y continué respondiendo a Talía. –Eso de que Jesús habla muy poco, es verdad. ¿Os habéis dado cuenta de que Jesús habla más con Ananías que con Saulo? A Ananías le da instrucciones muy concretas de adónde tiene que ir: a la casa de Judas, en la calle Mayor Mayor.. Luego, cuando Ananías se extraña de tener que ponerse en contacto con un perseguidor de la Iglesia, lo tranquiliza y le dice unas palabras que lo lógico sería esperar que Jesús se las hubiera dicho a Saulo: «V «Ve, e, que ése es mi instrumento elegido para difundir mi nombre entre paganos, reyes e israelitas. Yo le mostraré lo que tie- ne que sufrir por mi nombre». –Aquí no se libra nadie –comentó misteriosamente Néstor. –¿A qué te refieres? –A Pedro y Juan los meten en la cárcel, a los doce los persiguen, a Esteban lo apedrean, a la comunidad de Jerusalén la obligan a huir, y Saulo tendrá que sufrir mucho por el nombre de Jesús. ¿Es que no hay otra forma de propagar la fe? –«Los caminos del Señor no son nuestros caminos» –musitó Livia, consiguiendo que Néstor y yo soltásemos la carca jada–. ¿De qué os reís? –Esta mañana comentábamos lo mucho que te gusta esa frase. Pero es verdad lo que dices, Livia. Si Jesús quiso morir por nosotros, es lógico que la fe en él exija sacrificio. 179
–Además, lo que le dice Jesús a Ananías es que Saulo será como un nuevo profeta Jeremías, que debió dirigirse a paganos, reyes e israelitas, y que sufrió muchísimo en el cumplimiento de su misión. –¿Eso también te lo ha enseñado Leví? –Eso me lo enseñó mi padre. –Yoo lo que estoy esperando que comentes es lo de –Y d e la visión dentro de la visión ––recordó Néstor. –Es un recurso un poco complicado. Mientras Ananías tiene la visión de Jesús que le dice que vaya a buscar b uscar a Saulo, éste tiene una visión de Ananías que viene hacia él. –¿Y ya está? –Ese recurso lo usan también otros o tros autores –dijo Talía, Talía, que parece haber leído o escuchado todo lo que se ha escrito. Él no pareció muy convencido con la explicación, pero pasó a otro tema. –¿Recordáis lo que comentamos la otra noche sobre lo pronto que se bautizaba el eunuco? A Saulo también lo bautizan enseguida, incluso antes de comer, a pesar de que lleva tres días en ayunas. Además, recibe el Espíritu Santo antes del bautismo, no como los de Samaria. –¿Dónde se habla del Espíritu E spíritu Santo? –preguntó Lucila extrañada–. No lo recuerdo. –Al final, cuando Ananías le dice a Pablo que ha venido para imponerle las manos y que reciba el Espíritu Santo. Después de haber recobrado la vista y recibido el Espíritu es cuando se levanta, se bautiza y come. Sin necesidad de que vengan Pedro y Juan a imponerle las manos. –Vosotros os metéis conmigo porque decís que soy muy práctica –se excusó Lucila–. Pero a mí me da lo mismo que el Espíritu Santo venga antes o después del bautismo. Lo importante es que venga. 180
–Madre, a ti lo que te pasa es que te está entrando sueño. –No.. Lo que me pasa es que no me gusta que os perdáis en –No cuestiones secundarias cuando hemos leído un relato tan bonito. ¿Habéis pensado que si Pablo no se convierte a lo mejor no seríamos ahora cristianos? Hoy podríamos terminar dando gracias a Dios por haber convertido a Pablo y por todo lo que él hizo. –¿Ves como tienes sueño, madre? Eso de la oración es un recurso muy elegante para terminar pronto. No te preocupes, mañana dirijo yo y seré más breve. *** –Esta mañana estuve hablando con Néstor. –¿Qué te dijo? –Fue a propósito de los problemas que le plantea lo que estamos leyendo. No le gustan los milagros, le cuesta trabajo creerlos. Pero yo pienso que tiene mucha fe. Me refiero a que tiene mucha fe en Jesús. –¿En Jesús como Mesías e Hijo de Dios? –Sí, claro. –Entonces, ¿qué trabajo le cuesta creer en los milagros? –No sigas, Lucila, que después me quedo sin dormir toda la noche.
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16 Las tribulaciones de Pablo (Hechos 9,19b-31)
M
e extrañó que Néstor se ofreciese a comentar el texto siguiente. Pensé que se refugiaría, como su madre, en sus numerosas ocupaciones para eludir esa responsabilidad. Y me alegró su postura, pues parecía una forma indirecta de decirnos a todos que le gustaba la obra y le resultaba útil para su vida. Por otra parte, me tranquilizaba el hecho de que en las escenas que le tocaba comentar, a propósito de la primera actividad de Pablo, no ocurría ningún milagro. Todo lo contrario. Las había leído con detenimiento, hasta conocerme de memoria los menores detalles, y cuando le dejé el rollo recordé mi compromiso de completar lo que dice Lucas con lo que cuenta el mismo Pablo en sus cartas, que a propósito de esos primeros tiempos de su actividad no es mucho. Por Por lo que tenía anotado, sólo había algo en la carta a los gálatas y en una de las cartas a los corintios. Me puse a releerlas y advertí que ciertos detalles coincidían al pie de la letra, mientras otros ofrecían grandes diferencias con lo que cuenta Lucas. Me pregunté si sería bueno informar sólo de los puntos en que coinciden, silenciando las discrepancias. Ya sabes que a Lucila no le entusiasman las comparaciones. Pero no tomé una decisión
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en pro ni en contra. Anoté cuidadosamente los detalles y esperé los acontecimientos 1. *** Cuando comenzó la reunión nos extrañó que el rollo de Lucas estuviera en manos de Talía. Por un momento temí que Néstor se hubiese echado atrás, encomendándole a ella el comentario. Pronto se deshizo el equívoco. –Para no acaparar el protagonismo, le he pedido a Talía que lea. No lo hace tan bien como yo, pero nadie es perfecto. –Has heredado todos los defectos de tu padre –le dijo Lucila–. En este caso me refiero a la vanidad. –A la verdad, la llaman vanidad. Paciencia. Lo que nos toca hoy es corto y muy sencillo. Y me gusta mucho porque no hay milagros. Ninguna de las tres mujeres se esperaba aquella confesión, que a mí no me extrañó demasiado. –El otro día le dije a padre que no me gusta que Lucas cuente tantos milagros porque no tienen nada que ver con nuestra vida y me resultan incluso infantiles en algunos casos. Pero hoy no hay nada de eso. Lo que más llama la atención en lo que vamos a escuchar es lo dura que debió de ser la vida de Pablo. ¿Recordáis lo que le dijo Jesús a Ananías, que Pablo tendría que sufrir mucho? Pues lo vamos a ver enseguida. Le hizo un gesto a Talía, y ésta comenzó a leer.
Pablo se quedó unos días con los discípulos de Damasco. Muy pronto se puso a proclamar en las sinagogas que Jesú Jesúss era el Hijo de Dios. Todos los oyentes comentaban asombrados:
Sobre las discrepancias entre Hechos y Gálatas, véase la nota complementaria «Las diferencias entre Hechos y Gálatas», pág. 298. 1
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–¿No es éste el que se ensañaba en Jerusalén contra los que in- vocan ese nombre y ha venido acá para llevárselos presos a los su- mos sacerdotes? Pero Saulo iba ganando fuerza y confundía a los judíos ave- cindados en Damasco, afirmando que Jesús era el Mesías. Pasa- dos bastantes días los judíos decidieron eliminarlo; pero Pablo se enteró de su plan. Y, como custodiaban las puertas de la ciudad día y noche para eliminarlo, una noche los discípulos lo descolga- ron en un cesto muro abajo. Talía hizo una pausa acordada de antemano. –Cuando leí esto me llevé una gran decepción. Yo imaginaba a Pablo como un personaje impresionante, de los que te sobrecogen nada más verlo. Pero debía de ser pequeño, de lo contrario no cabría en una espuerta. Además, tuvo que resultarle muy humillante escapar de esa forma. Seguro que no le gustaría que Lucas contase esta historia. –La contó él mismo –dije yo sin entrar en detalles–. No le dio vergüenza. –¿Dónde la contó? ¿En sus cartas? –Sí, luego os lo leo. Ahora sigue tú. –Lo que os decía de la espuerta y la estatura no tiene mayor importancia. Lo importante es el cambio que se produce en Pablo: deja de perseguir a Jesús y empieza a proclamar p roclamar que es el Hijo de Dios, el Mesías. Como no se me ocurría nada más que comentar, releyendo el texto me pregunté cuánto tiempo duraría esa etapa de Pablo. Lucas no lo dice con exactitud, pero algo se puede entrever. Al principio dice que la proclamación de Jesús como Mesías Mesías no fue de inmediato, sino «muy pronto». Imagino que unos días después de la conversión. Luego dice que Pablo «iba ganando fuerza y confundía a los judíos», lo cual supone un período más o menos largo. Por último, «pasados bastantes días», los judíos decidieron decidie ron eliminarlo y es cuando tuvieron que bajarlo por la espuerta. Lo 185
único claro es que Lucas es un historiador bastante mediocre, que no sabe informar con exactitud a sus lectores. –O un historiador honesto que no inventa lo que no sabe –rebatióó Talía. –rebati Talía. –Yo prefiero esa opinión –dijo Lucila. –Lo curioso es que podía haberlo sabido –comenté yo, queriendo mantener mi postura enigmática–. Le bastaba leer las cartas de Pablo. –A lo mejor Lucas tenía un punto de vista diferente y quería presentar las cosas de otra forma –sugirió Livia. –Pero un historiador no puede cambiar la verdad a su antojo –protestó Néstor; y dirigiéndose a mí–: ¿por qué no lees lo que escribió Pablo? –Luego. Ahora es mejor que conozcamos lo de Lucas. –Yo no tengo nada más que comentar. ¿Seguimos? –Espera un momento –le dijo Talía–. Quiero hacerle una pregunta a Livia. ¿Es muy difícil demostrarle a un judío que Jesús es el Mesías? Livia la miró con una sonrisa irónica. –Muy difícil. A un judío no le entra en la cabeza que el Mesías deba padecer y morir morir.. Espera algo muy distinto... Pero los apóstoles y los primeros cristianos eran judíos... Así que un judío puede pued e aceptar a Jesús como Mesías y es posible demostrar que lo es. –Y Pablo, como es lógico, tendría que buscar argumentos. Me refiero a eso que dice Lucas de que «iba ganando fuerza y confundía a los judíos». Supongo que se sentiría cada vez más seguro de lo que decía. Pero a base de estudiar las Escrituras... –Sí, supongo que iría descubriendo poco a poco los textos que anunciaban los sufrimientos del Mesías, su pasión, su triunfo final... –Por consiguiente –insistió Talía–, Pablo, además de predicar, tuvo que estudiar mucho las Escrituras. Porque no se 186
iba a pasar el día entero predicando. Y en algo tenía que ocupar el tiempo. –Podía ocuparlo haciendo tiendas de lonas –dije yo. –¿Tiendas de lonas? No me lo imagino. –Pues Pablo sabía hacerlas. Era su profesión. Talía me miró asombrada, pero no se desvió del tema que le interesaba. –Livia, ¿hay muchos textos de la Escritura que prueben que Jesús es el Mesías? –Unos cuantos: algunos salmos y oráculos de los profetas. Pero el número exacto no lo sé. Tendría que preguntárselo a Leví. ¿Tanto te interesa la cuestión? –No, es simple curiosidad. –Tee advierto que lo importante para que alguien crea no es –T el número de textos, es... que Dios le cambie, como le ocurrió a Pablo. Lo que leía Andrónico la otra noche, que Dios le revele a su hijo. No hubo más intervenciones sobre el tema, y Néstor presentó el siguiente episodio. –Acabamos de ver la persecución de Pablo en Damasco. Pero con la huida no se resolvió todo. Se encontró problemas parecidos, incluso peores. Y le hizo un gesto a Talía Talía para que continuase la lectura.
Al llegar a Jerusalé erusalén, n, intent intentaba aba unirse a los disc discípulo ípulos;s; pero ellos le tenían miedo pues no creían que fuera discípulo. Bernabé, ha- ciéndose cargo de él, se lo presentó a los apóstoles y él les contó cómo había visto al Señor en el camino, cómo le había hablado y con qué franqueza había anunciado en Damasco el nombre de Jesús. Saulo se quedó en Jerusalén, moviéndose libremente; anunciaba valientemente el nombre de Jesús, conversaba y discutía con los he- lenistas, los cuales intentaban eliminarlo. Pero Pero se enteraron los her- manos, lo acompañaron hasta Cesarea y lo enviaron a Tarso. 187
–Cuando leí este episodio recordé lo que ocurrió el año pasado con Prócoro, cuando quiso llevarme a los tribunales porque decía que le había robado. A última hora se echó atrás. Lo que no sabéis es que hace poco vino a verme proponiéndome un gran negocio. No me fiaba de él y me negué a prestarle dinero. Es muy difícil confiar en quien te ha traicionado una vez. Comprendo perfectamente que los discípulos de Jerusalén no se fiasen de Pablo. Podía Podía ser una trampa para descubrir quiénes eran cristianos y meterlos luego en la cárcel. Yo, desde luego, no me hubiese fiado de él. Parece que el único que lo hizo fue Bernabé. Creo que este nombre ha salido antes, pero no recuerdo dónde. –Bernabé es el que vendió el campo y entregó el dinero a los apóstoles –aclaré yo. –Bien, volviendo a Pablo, me imaginaba esos primeros días suyos en Jerusalén hasta que lo aceptaron a ceptaron los apóstoles. Debieron de ser muy malos. Se sentiría lejos de sus antiguos amigos y conocidos, y sin poder unirse a los de su nueva fe. TotalmenTotalmente aislado. Luego, cuando lo aceptan y empieza a predicar a Jesús, los helenistas quieren matarlo. Lo mismo que le ocurrió en Damasco. Menos mal que esta vez no hizo falta espuerta. Tras una pausa, añadió: –Lo que no entiendo es que hubiese discípulos en Jerusalén. Habían huido después de la muerte de Esteban. Si la persecución había cesado y habían vuelto, Lucas, que es tan buen historiador, debía haberlo dicho. –Tú la tienes tomada con Lucas. –No, Lucila, Néstor la tiene tomada conmigo –comentó Livia–. Lo dice para hacerme rabiar. Como si yo fuese a molestarme por eso. –Pero tengo razón. –No, no la tienes. Lucas escribe para personas inteligentes. Lee lo que sigue, Talía. 188
–La iglesia entera de Judea, Galilea y Samaria vivía en paz, se iba construyendo con el respeto al Señor y crecía animada por el Espíritu Santo. –¿Lo ves? Toda Toda la Iglesia goza de paz en Judea. Y Jerusalén es la capital de Judea. Así que los cristianos pudieron volver a ella. Lucas, que es un buen historiador, lo dice. Néstor se evadió cambiando de tema. –En esa frase, lo que más me llamó la atención es la referencia a Galilea. Creo que no ha salido antes. Eso significa que la comunidad cristiana siguió extendiéndose. Aunque parece normal que hubiese comunidades en Galilea. Jesús era galileo. No estaba yo muy convencido de que el hecho de ser galileo significase un salvoconducto para creer en Jesús, pero no quise que nos perdiésemos en una discusión inútil. Les propuse leer lo que escribió Pablo sobre sus primeros años como cristiano y aceptaron la idea con manifiesto interés. –Voy a empezar –les dije– por lo ocurrido en Damasco, lo de la espuerta. Néstor decía que fue algo muy humillante y que a Pablo no le habría gustado que se contase. Pues el lo cuenta con más detalle que Lucas: «En Damasco el gobernador del rey Aretas custodiaba la ciudad para prenderme. Por una ventana y en una espuerta me descolgaron muralla abajo y así es- capé de sus manos». Talía me miró con cara de sorpresa. –¿El gobernador del rey Aretas? –Sí, eso dice Pablo. –¿Y qué le importaba al rey lo que hiciese Pablo? Yo creía que era una pelea entre judíos. –¿Recuerdas lo que predicaba Pablo? –Sí. Que Jesús era el Mesías. –Y el Mesías era el rey de Israel, el que iba a liberar del yugo romano. Lo que predicaba Pablo podía interpretarse 189
como propaganda antirromana, y el rey no estaría dispuesto a permitirlo. ¿Lo comprendes ahora? Tras su asentimiento continué. –Esto que os he leído es el final de un párrafo muy largo en el que Pablo habla de lo mucho que tuvo que padecer a lo largo de su vida. Pablo siempre se estaba peleando con alguien, en eso no cambió a pesar de convertirse. Sobre todo se peleaba con los que se oponían a sus enseñanzas presumiendo de buenos judíos. Fijaos lo que dice de ellos a los corintios: «¿Que son hebreos? Yo también. ¿Que son israelitas? Yo tam- bién. ¿Que son del linaje de Abrahán? Abrahán? Yo Yo también. ¿Que son mi- nistros de Cristo? Voy Voy a decir un desatino: yo más. Les gano en fa- tigas; les gano en prisiones; en palizas, sin comparación; y en peligros de muerte, m uerte, con mucho. Los judíos me han azotado cinco veces con los cuarenta latigazos menos men os uno, tres veces he sido azo- tado con varas, una vez me apedrearon; tres veces naufragué y pasé un día día y una noche en alta mar mar.. Cuántos viajes, con peligros de ríos, peligros de bandidos, peligros entre mi gente, peligros en- tre paganos, peligros en ciudades, peligros en descampado, peligros en el mar, peligros por falsos hermanos. Con fatiga y agobio, sin dormir muchas noches, con hambre y con sed, en frecuentes ayu- nos, con frío y sin ropa. Y aparte todo el resto, la carga cotidiana, la preocupación por todas las iglesias. ¿Alguien enferma sin que yo enferme? ¿Alguien tropieza sin que a mí me dé fiebre? 2 Este párrafo siempre me impresiona, por más veces que lo lea. A los demás debió de ocurrirles lo mismo porque permanecimos un rato en silencio. Lo rompió Talía, con su insaciable curiosidad, para preguntarme: –¿No ibas a leernos también lo que dice Pablo sobre sus primeros años de cristiano? 2
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2 Corintios 11,22-29. Lo ocurrido en Damasco se cuenta en los vv. 32-33.
–Sí, eso está en otra carta, la que escribió a las iglesias de Galacia. He dudado mucho en leéroslo porque da una visión muy distinta de lo ocurrido y a mi querida esposa no le gustan las comparaciones. –Lo que no me gusta es perder el tiempo discutiendo de cosas inútiles. Pero Pero todo lo que has leído de Pablo me ha gustado mucho. –Bien, Pablo comienza recordando cómo persiguió a la Iglesia hasta que Dios le reveló a su Hijo para que lo anunciara a los paganos. Y continúa diciendo:
«Inmediatamente, en vez de consultar a hombre alguno o de subir a Jerusalén a visitar a los apóstoles más antiguos que yo, me alejé a Arabia y después volví a Damasco. Pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y me quedé quince días con él. De los otros apóstoles no vi más que a Santiago, el pariente del Señor.. En esto que os escribo conste ante Dios que no miento. Más Señor tarde me dirigí a la región de Siria y de Cilicia. Las iglesias cris- tianas de Judea no me conocían personalmente; sólo habían oído contar: el que antes nos perseguía ahora anuncia la buena noti- cia de la fe que entonces intentaba destruir; y por mi causa da- ban gloria a Dios.» 3 –Como veis, las diferencias con lo que cuenta Lucas son notables. Pablo dice que después de convertirse pasó una temporada en Arabia, y que tardó tres años en subir a Jerusalén. No dice nada de Bernabé ni de que lo persiguiesen los helenistas. Y sólo habla de Pedro y Santiago. –Lo que confirma –proclamó Néstor– mis serias dudas sobre la categoría de Lucas como historiador. –Pues te advierto –dijo Livia algo irritada– que yo de quien no me fío mucho es de Pablo. Me Me parece que él cuenta lo que 3
Gálatas 1,16-24. 191
le interesa. Y lo mismo pensaba tu padre, Andrónico. ¿Tú crees que un perseguidor de la Iglesia va a llegar a Jerusalén y que Pedro lo recibe tan contento? ¿Y lo de Bernabé? ¿No recuerdas que Pablo y él eran muy amigos? –Sí, lo dice aquí, en la carta a los gálatas, inmediatamente después. –¿Y a qué se debió esa amistad? ¿A la linda cara de Pablo? Fue Bernabé el que la inició, seguro, como cuenta Lucas. Néstor,, divertido con el acaloramiento progresivo de Livia, Néstor añadió más leña al fuego. –Hay también otra gran diferencia, que no ha dicho mi padre. Según Lucas, en Jerusalén estaban todos los apóstoles, y Pablo los acompañaba a todas partes. Pero Pablo dice que sólo conoció a Pedro y Santiago. –Bueno, en algunas cosas es posible que Pablo sea más exacto. Pero Lucas no miente. –Nadie ha dicho que mienta. –Y eso de que se pasó quince días día s con Pedro, Pedro, sin hacer otra cosa... Pablo era incapaz de estarse quieto. Seguro que empezó a predicar enseguida, para demostrar que su conversión era auténtica. Y seguro que quisieron matarlo los helenistas, como hicieron con Esteban. Si no lo cuenta, no es porque sea mentira lo que dice Lucas, sino porque no le interesaba contarlo en ese momento. –Yoo estoy de acuerdo contigo, Livia –dijo Lucila–. Si estu–Y vieras casada, sabrías que los hombres siempre cuentan lo que quieren y como quieren. No sé si Heródoto, Tucídides y Polibio estarían de acuerdo con el criterio historiográfico de mi esposa, que continuó hablando. –A mí lo que me ha resultado muy interesante es lo de la marcha a Arabia. Porque no sé a qué podría retirarse Pablo allí. Como no fuese a rezar... Sería muy lógico, después de la 192
conversión. Una persona que ha sufrido un cambio tan grande, que ha tenido una revelación especial de Dios, lo primero que quiere es profundizar en esa experiencia. En eso me fío más de lo que dice él que de lo que dice Lucas. –Yo también –dijo conciliadora Livia. –Pues hechas las paces –Néstor recuperó la palabra–, os propongo que recemos por los que padecen persecución de todo tipo, como Pablo, y que le pidamos al Señor fuerza para resistir en los momentos de dificultad. Porque la situación sigue siendo difícil para los cristianos. *** Cuando nos acostamos le dije a Lucila: –Mañana te toca a ti. No protestes. Es un texto corto y muy bonito. Lo puedes hacer perfectamente.
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17 Eneas y Tabita, o más milagros de Pedro (Hechos 9,32-43)
A
la mañana siguiente me desperté con cierta desazón. Era una de esas ocasiones en que no te sientes bien del todo, pero no consigues saber por qué. Repasas el día anterior, lo hecho y dicho, y no acabas de encontrar el motivo del descontento. En esos casos me resulta difícil concentrarme en la lectura. Prefiero pasear, sin que tampoco eso solucione el problema, ya que la cabeza sigue dándole vueltas. De forma consciente o inconsciente, mis pasos me llevaron a casa de Elena. Hablar con ella podría ayudar a aclararme. Estaba hilando, actividad ideal para hablar porque no requiere trasladarse continuamente de sitio ni una concentración especial de la mente. –¿A ti te ocurre a veces que estás a disgusto y no sabes por qué? –Muchas veces. Pero siempre termino averiguando el motivo. –La intuición femenina. O la cabezonería heredada de tu madre. –Es cuestión de pensar. Si quieres, te interrogo hasta que te aclares. Sin preguntas muy íntimas –sonrió–. ¿Te has peleado con madre? –No, estamos muy bien ahora. –¿Con Néstor? 195
–No, para nada. nad a. Tu Tu madre está un poco preocupad preo cupadaa con él, pero no es eso. –¿Qué le preocupa a madre? –Cosas que a ti te harían reír. reír. A Néstor no le gustan los milagros. –¿Qué significa que no le gustan los milagros? –Dice que los que cuenta Lucas en el libro que estamos leyendo son exageraciones para niños, que no hay quien se los crea. Pero Pero a mí no me preocupa eso que dice Néstor, Néstor, de veras. –Con Livia y Talía no tienes problemas, ¿verdad? –No, ninguno. –Pues eres bastante complicado, padre. Déjame que piense... ¿A quién le tocó ayer la reunión? –A Néstor. ¿Por qué lo preguntas? –Porque si te hubiese tocado a ti, y no lo hubieses hecho bien... ahí podría estar el motivo. Como eres tan vanidoso... –Gracias por el cumplido. Cría hijos para esto... Pero a lo mejor llevas razón. No me refiero a lo de vanidoso, porque soy un ejemplo perfecto de humildad. Me refiero a las reuniones. ¿Sabes una cosa que me molesta? Llevamos dos días hablando de Pablo, y tengo la sensación de que lo hemos presentado de manera muy superficial. No por culpa nuestra, lo hemos hecho lo mejor posible. Pero se nos escapa. –En dos días no se conoce a nadie. Y menos si tiene una personalidad muy rica. –El problema de Pablo no es la riqueza de su personalidad, que la tiene, es su obsesión por Jesucristo. Es algo impresionante, no te lo puedes imaginar. Cualquier problema que se plantee en las comunidades, siempre lo resuelve haciendo referencia al Señor. Da lo mismo que se trate de la esclavitud, de un conflicto en los tribunales, el uso del velo en las asambleas, la resurrección, la circuncisión, las carnes inmoladas a 196
los ídolos... ¿Sabes lo que escribió en e n una de sus cartas?: carta s?: «Para mí, la vida es Cristo». Y eso se nota en todo momento, no es pura palabrería... Y cuando nosotros nos reunimos para hablar de él, ¿qué nos pasa? Que sólo podemos decir que el Señor se le apareció en el camino de Damasco, que enseguida empezó a predicar que Jesús es el Mesías, que lo persiguieron a muerte... Todo eso me resulta superficial, muy externo. No llegamos a presentar su dimensión más profunda. –¿Ya habéis terminado de hablar de él? –¿Terminado? Casi no hemos empezado. Quedan todos sus viajes y sus cartas. –Pues entonces, lo que a ti te ocurre es que estás aburrido. Tenéis tiempo de sobra para profundizar en la figura de Pablo. No sabes lo que siento no poder acudir a cudir a las reuniones. A TeoTeodoro también le gustaría mucho. Por lo menos podrías tenerme al tanto de lo que vais haciendo, como ahora. –Lo haré. Me ha venido muy bien hablar contigo. ¿Y Julia? ¿Cómo sigue? –Ayer volvimos a tener una agarrada. Pero está mejor. ¿Quieres saludar un momento a mi suegra? *** Perdona la interrupción anterior. Habíamos quedado en mi recordatorio a Lucila de que le tocaba a ella comentar el texto siguiente. Me movía el deseo de comprometerla en la marcha de las reuniones, pero existía también otro motivo. Aunque le había dicho a Néstor que quedaban pocos milagros, lo que seguía eran precisamente dos grandes milagros de Pedro: la curación de un paralítico y la resurrección de una mujer. Tratadas por mí, esas dos escenas podrían suscitar en Néstor una reacción contraria, escéptica. En cambio, le resultaría más fácil admitir el punto de vista de su madre. 197
Lo que no esperaba es que Lucila abordase el tema de forma tan directa. –Anoche dijo Néstor que los milagros no tienen nada que ver con la vida real y que le parecen infantiles. No protestes, ya sé que no te refieres a todos los milagros. Para mí los milagros sí tienen mucho que ver con la vida real, aunque nunca he visto ninguno. Cuando escucho un milagro no me vienen dudas de fe, me causa mucha alegría, porque pienso en las personas que se beneficiaron de él... De todos modos, para no obligarte a leer más milagros, le he pedido a Livia que sea ella quien lo haga. También También me ha ayudado a preparar la reunión, y aclarará lo que yo no sé. Cuando quieras, Livia.
En uno de sus viajes bajó Pedro a visitar a los consagrados que habitaban en Lida. Encontró a un tal Eneas, que llevaba ocho años en cama paralítico. Pedro le dijo: –Eneas, Jesucristo te cura. Levántate y haz la cama. Al punto se levantó. Todos Todos los vecinos de Lida y Sarón lo vie- ron y se convirtieron al Señor. –En Lida había una comunidad de cristianos, Pedro fue a visitarlos, y el milagro que hizo sirvió para que otros muchos de la ciudad y de la región creyeran en Jesús. El segundo milagro... –¿No vas a comentar nada más, madre? –le preguntó Néstor. –¿Qué quieres que comente? Está todo muy claro. –¿No te da pena que Pedro obligue a hacer la cama a un pobre hombre, después de ocho años paralítico? –Estaba segura de que dirías algo por el estilo. Pedro no quiere amargarle la vida a Eneas, quiere demostrar que se ha curado realmente. –Para eso no es preciso hacer la cama, basta levantarse. –Y eso es lo que hizo Eneas, se levantó. 198
–Pero no hizo la cama. Esta vez fue Talía quien no pudo contenerse. –Estamos leyendo cosas muy serias, Néstor. Déjate de tonterías. –Perdón. Sólo quería alegraros un poco. Voy a decir algo serio. La frase de Pedro: «Eneas, Jesucristo te cura», me ha gustado mucho. Pero Pero lo que me llama más la atención es la fe de Eneas. Porque si yo llevase ocho años en la cama, paralítico, no creería que podía levantarme. Así que yo veo dos milagros: el de Pedro, que cree en el poder de Jesús, y el de Eneas, que cree en las palabras de Pedro. –¡Qué pena que no hables siempre igual de bien, hijo! ¿Seguimos? El segundo milagro se cuenta con mucho más detalle. –Un momento, no tengas tanta prisa –dije yo–. ¿Dónde está Lida? Livia salió en su ayuda. –Bajando de Jerusalén a la costa, muy cerca de Jafa, por lo que se dice luego. –¿Y quién evangelizó esa ciudad? Porque Lucas dice que ya existían allí cristianos cuando llegó Pedro. Él fue a visitarlos. Era una cuestión evidente, que ni Lucila ni Livia habían advertido. Ante su silencio añadí. –Debió de ser el diácono Felipe, cuando fue evangelizando desde Azoto hasta Cesarea 1. Como ya dijimos en el capítulo 16, el diácono Felipe fue el primero en evangelizar las ciudades de la costa, desde Azoto (Asdod) hasta Cesarea. Entre ellas debió evangelizar Lida y Jafa, donde ya existen comunidades cristianas cuando llega Pedro. Lida (Lod) no estaba junto al mar sino en la llanura costera, donde se encuentra ahora el aeropuerto Ben Gurión. En el siglo I fue una ciudad pequeña y de ambiente rural. Jafa (Jope, Yafo) Yafo) fue el primer puerto de la costa mediterránea palestina, aunque en el siglo I había cedido la preeminencia al de Cesarea. En esa época la ciudad era de mayoría judía. 1
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–¿Cuándo se ha dicho eso? –preguntó Néstor. –Lo leíste tú mismo el otro día. Lo que pasa es que no te acuerdas. Lucila lanzó una mirada irónica al auditorio. –Después de aclarada esta importantísima cuestión, continuamos con el segundo milagro. Y Livia siguió leyendo.
En Jafa vivía una discípula llamada Tabita Tabita (que significa signi fica Ga- cela): repartía muchas limosnas y hacía obras de caridad. Sucedió por entonces entonces que que cayó enferma y murió. murió. La La lavaron lavaron y la colocar colocaron on en el piso superior. Como Lida está cerca de Jafa, los discípulos, oyendo que Pedro se encontraba allí, enviaron dos hombres a bus- carlo: –Ven por acá sin tardanza. Pedro salió en su compañía. Al llegar, lo subieron al piso de arriba. Acudieron a él todas las viudas, llorando y mostrándole las túnicas y mantos que hacía Gacela mientras vivía con ellas. Pedro hizo salir a todos, se arrodilló y rezó; después, vuelto hacia el cadáver, ordenó: –Gacela, levántate. Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él le dio la mano y la puso en pie. Después llamó a los consagrados y a las viudas y se la presentó viva. El hecho se supo en toda Jafa, y mu- chos creyeron en el Señor. Pedro se quedó algún tiempo en Jafa, en casa de Simón el curtidor. –Este milagro me gustó mucho cuando lo leí porque se ve que Tabita Tabita era una persona muy caritativa y muy querida. Sirve también para que muchos crean en el Señor, pero lo principal es consolar a las viudas que la echan de menos. A mí no se me ocurría nada más que comentar, pero Livia dice que este milagro se parece mucho a los que hicieron Elías y... ¿quién era el otro, Livia? 200
–Eliseo. –Eso, Eliseo. Los dos resucitaron a un muerto, a un niño. Pedro resucita a una mujer. Yoo no pude evitar presumir de mis conocimientos. Y –Jesús resucitó a tres: al hijo de la viuda de Naín, a la hija de Jairo, y a Lázaro. Lucila llevaba la lección bien aprendida y me desconcertó con su respuesta. –Esos muertos no estaban en el piso de arriba. Al hijo de la viuda de Naín lo resucitó en la calle; a la hija de Jairo, en su habitación; y a Lázaro, de su tumba. Los únicos que resucitaron a alguien en el piso de arriba fueron Elías, Eliseo y Pedro. –Lo cual tiene mucho más mérito –comentó Néstor muy serio–. Porque el resucitador que los resucite tiene que tomarse la molestia de subir al piso de arriba. –No interrumpas, hijo, que eso me interesa. En mi memoria se abría paso un lejano recuerdo, de mi encuentro con Lucas en Éfeso, cuando me comentó poco a poco su evangelio. Años más tarde, cuando puse mis memorias por escrito, fue precisamente en ese momento en que me comparaba el milagro de Jesús con el de Eliseo cuando interrumpí el relato. –Los detalles es mejor que los cuente Livia, que se los sabe muy bien. –Me los sé bien porque se los pregunté esta mañana a Leví. A Elí Elías as lo acogi acogióó en su casa una viuda que tení teníaa un hijo hijo.. El niño murió, la mujer se quejó al profeta y éste tomó al niño, lo subió a la habitación de arriba, lo acostó en la cama y se echó tres veces sobre él pidiéndole al Señor que lo resucitase. El Señor escuchó su súplica, lo resucitó, y Elías lo entregó a su madre. –Cuando yo era pequeño me contabas las historias de forma más amena –se quejó Néstor. 201
–Entonces no termino nunca. –No tenemos prisa. –Pero si me alargo en los detalles no caéis en la cuenta de lo esencial. El caso de Eliseo es un poco distinto. Este profeta pasaba con frecuencia por un pueblo llamado Sunem. Había allí un matrimonio sin hijos que lo estimaba mucho y le preparó una habitación en el piso de arriba. Así, cuando pasaba por el pueblo podía quedarse en la casa los días que quisiera. Eliseo, agradecido por esta actitud, le prometió a la mujer que tendría un hijo. Efectivamente, así ocurrió al cabo de un año. –¿Doce meses de embarazo? –Eres imposible, Néstor. Siempre con las bromas. Bueno, al cabo de unos años, cuando el niño era todavía pequeño, se fue al campo con su padre. Al mediodía empezó a dolerle la cabeza y el padre lo mandó a la casa con un criado. Pero al cabo de poco tiempo murió. Entonces la sunamita, su madre, tomó al niño, lo subió a la habitación de Eliseo, lo acostó en la cama, fue en busca del profeta y le dijo: «¿Te pedí yo un hijo? ¡Te dije que no me engañaras!». Eliseo le ordenó al criado: «Toma mi bastón, ponte en camino sin detenerte y colócalo sobre el rostro del niño». Pero la sunamita le respondió: «De ninguna manera, no permitiré que te quedes aquí». Se pusieron en camino y, cuando llegaron a la casa, Eliseo encontró al niño tendido en su cama. Cerró la puerta y oró al Señor.. Luego subió a la cama y se echó sobre el niño, boca con Señor boca, ojos con ojos, manos con manos, encogido sobre él. La carne del niño fue entrando en calor. Entonces Eliseo se puso a pasear por la habitación de acá para allá, subió de nuevo a la cama y se encogió sobre el niño. Y así siete veces, hasta que el niño estornudó y abrió los ojos. Entonces llamó a la sunamita y le entregó a su hijo. Por la expresión de Néstor advertí que evitaba un nuevo comentario jocoso. Livia tampoco le permitió tomar la palabra. 202
–Como veis, hay muchos parecidos entre los milagros de Elías, Eliseo y Pedro. En los tres casos el difunto o la difunta está en el piso de arriba, el protagonista reza, Dios resucita al muerto y el protagonista lo entrega a su madre o a las viudas. La diferencia en el caso de Pedro es que no se trata de un niño, sino de una mujer mayor y, sobre todo, que Pedro no hace nada raro como Elías y Eliseo. Me refiero a que Elías se echó sobre el niño tres veces; Eliseo, siete. Pedro, en cambio, se limita a rezar y luego, igual que Jesús, da una orden a la difunta: «Gacela, levántate». ¿Qué se deduce de esto? –Que Pedro es mucho más poderoso que Elías y Eliseo. Por lo menos yo lo veo así. –Exactamente, Talía. Pedro es como uno de los antiguos profetas, poderosos en obras y palabras. Y casi tan poderoso como Jesús. –Pero Jesús ni siquiera necesitaba rezar para resucitar a un muerto –maticé yo. –Por eso he dicho que Pedro es «casi» tan poderoso como Jesús J esús.. Además Además,, no no se se trata trata de compar compararlo arlos, s, sino de ver cómo Jesúss conce sú concede de a sus apóstoles el poder de hacer los los milagros milagros que él hizo. Hay también otra cosa. A ver si la adivináis. –¿Otra cosa, en dónde? –En estos dos milagros de Pedro. Pedro. Además del poder pode r que Jesús le concede, ¿qué otra cosa podemos aprender? –A mí me ha llamado la atención lo mucho que quería la gente a Tabita y lo que sentía su muerte –dijo Lucila–. Pero no se me ocurre una enseñanza de los dos milagros juntos. Eso tenías que habérmelo dicho antes, Livia. –Se me acaba de ocurrir. Lo siento. Y como nadie parecía tener ninguna ocurrencia añadió: –Estos dos milagros demuestran también la importancia de los milagros. 203
Nos pareció algo tan evidente que todos protestamos. –No estoy diciendo ninguna tontería. A Néstor no le gustan los milagros, parece que no le sirven para su fe. Pero mucha gente sí los necesita. ¿Os habéis dado cuenta de cómo terminan los dos relatos? –Sí, está muy claro –dijo Lucila, que había leído varias veces el texto–. Después del primer milagro, la gente de Lida y el Sarón se convierte al Señor. Y después del segundo, mucha gente cree en él. –En Tróade también se convierten algunos, sin necesidad de milagros –objetó Néstor. –Ya sé que estás pensando en Talía... –Y en otros muchos. –De acuerdo, se convierten sin milagros. Pero Pero ahora es distinto. Talía, por ejemplo, te conoce a ti, nos conoce a nosotros, a una comunidad... Todo eso le ayuda a creer en Jesús. La gente de Lida, de Jafa, del Sarón, son buenos judíos, sin más. Para creer en Jesús Jesús necesitan algo más que palabras palabra s y discursos de Pedro. Pedro. Necesitan que Jesús y sus discípulos demuestren su poder. Era claro que Néstor no estaba muy de acuerdo con el argumento, pero no quería discutir. Así que me animé a salir en su ayuda, no porque considerase erróneo el punto de vista de Livia, sino porque el tema me parecía mucho más complejo. Y lo hice, como tantas veces, con unas palabras enigmáticas. –Los judíos piden señales, pero nosotros anunciamos a Cristo crucificado. Todos me miraron sin entender. –La frase no es mía, es de Pablo. Yo estoy de acuerdo contigo, Livia, pero también con Néstor: algunas personas necesitan los milagros para creer, y a otras les estorban. Además, hay otro problema: muchas veces necesitarías un milagro, y Dios no lo hace. Pablo, a lo largo de su vida, advirtió que los 204
judíos, para convertirse, exigían milagros, señales, como los llamáis vosotros. Y que nosotros, los griegos, queríamos sabiduría, hermosas doctrinas filosóficas, argumentos irrefutables. Pablo se veía a sí mismo sin capacidad de d e hacer milagros y sin ese tipo de sabiduría. Su único mensaje era Jesucristo, y Jesucristo crucificado . Para el que busca milagros, un crucificado es el ser más débil. Y para el que busca sabiduría, lo más estúpido, humanamente hablando. Pero Pablo afirma que la debilidad de Dios es más fuerte que todo el poder de los hombres, y la necedad de Dios más sabia que toda sabiduría humana. Así que Pablo estaría de acuerdo en que no hacen falta milagros para creer creer.. Mejor dicho, para él, el gran milagro es que descubramos el poder de Dios no en un difunto que resucita, sino en un Mesías que muere. Aunque sea una falta de modestia, mis palabras los impresionaron. Y Lucila, que prefiere las reuniones breves y no tenía más que añadir, propuso que terminásemos con nuestro tiempo de oración. Cuando la terminamos se me acercó Néstor. Néstor. –Eso que has dicho de Pablo me ha gustado mucho. Lo tendré en cuenta. *** –Esta noche has jugado con ventaja. –¿Te refieres a la ayuda de Livia? Yo prefiero reconocer que no sé mucho y que ella me eche una mano. –Ha salido muy bien. Además, hablando las dos ha habido más variedad. –¿Qué te ha dicho Néstor al final? –Que le había gustado mucho lo de Pablo y que lo tendría en cuenta. –¿Rezamos un poco por él? –Me parece perfecto. 205
18 Animales puros e impuros
L
a continuación del relato de Lucas seguía centrada en la figura de Pedro. Una historia que, al principio, parece anecdótica, pero que, al final, revela su enorme importancia: ¿puede un pagano, un incircunciso, formar parte de la comunidad cristiana? cristia na? Tu Tu respuesta será tan rápida como segura: sí. Pero Pero en los primeros tiempos de la Iglesia las cosas no estaban tan claras. El mismo Pedro tuvo que rendir cuentas a la comunidad de Jerusalén, donde muchos no compartían su punto de vista. Reconozco que mi introducción es confusa, pero sólo pretende suscitar tu interés por lo que sigue. Merece la pena. En el orden de intervenciones que había elaborado le tocaba el turno a Livia. Sin embargo, en la reunión anterior había ayudado a Lucila y no sabía si estaría dispuesta a encargarse también de ésta. –Es un tema muy adecuado para ti –la tenté–. Se habla de la dieta judía, de los animales puros e impuros. De eso me imagino que sabes tú mucho. –Tee refieres a la –T l a visión de d e Pedro, Pedro, ¿verdad? ¿v erdad? Una historia histo ria muy importante. Recuerdo el comentario de tu padre: «Es la primera vez que la Iglesia se abre a los paganos». –El eunuco etíope también era pagano. –Pero es un caso muy distinto. Cornelio se convierte con su familia, es la primera comunidad cristiana de origen paga207
no. Además, el que interviene es Pedro. Él tiene más autoridad que Felipe. –Entonces, ¿te encargas tú? –Mejor que lo hagamos a medias, como la otra noche con Lucila. –De los animales puros e impuros hablas tú. –Yoo de eso sé menos de lo que tú te crees. Además, para en–Y tender las relaciones entre judíos y paganos hay que conocer la historia, y yo no la conozco muy bien. –¿Por qué no le preguntas a Leví? –¿Y por qué no le preguntas tú? Yo tengo mucho trabajo en la casa. Lo mejor es que vayas a media mañana. Su mujer se llama Tamar, te lo recuerdo. –La veo todas las semanas en la asamblea. Tan mala memoria no tengo. La idea de visitar a Leví no me desagradaba en absoluto. Al contrario, me atraía mucho, aunque me daba cierta vergüenza acudir a él cuando lo necesitaba; en los varios años de su enfermedad sólo una o dos veces, hacía ya tiempo, había ido con Lucila y Livia a saludarlo. Por Por eso, me pareció que lo más correcto era no fingir excesivo interés por su salud y abordar directamente el tema. Encontré la casa tan modesta y limpia como la recordaba, y a Leví en su lecho, no con gesto resignado, sino con una sonrisa alegre, feliz de verme. –La paz del Señor sea contigo, Andrónico. –La paz contigo, Leví. ¿Qué tal estás? –No puedo quejarme. Tamar me cuida perfectamente. Y tengo más tiempo que nunca para leer y rezar. Callé mientras Tamar me acercaba una banqueta para que pudiese sentarme junto a él. 208
–Vengo a pedirte un favor –le dije–. Estamos leyendo en casa una obra que Lucas le regaló a mi padre. Me imagino que ya lo sabes, porque te lo comentaría Livia. A veces salen cuestiones para las que ninguno de nosotros está preparado. Tú, en cambio, conoces muy bien las Escrituras. ¿Te importaría ayudarnos? –Desde luego que no, ya se lo dije a Livia. Lo haré con mucho gusto, pero no creas que lo sé todo. –El pasaje que tenemos que comentar el próximo día... no sé cómo decirlo sin que te molestes... Bien, lo voy a decir de la manera más clara posible, aunque resulte muy bruto: ¿por qué los judíos despreciáis tanto a los paganos? No me refiero a ti, ni a Tamar o Livia, ya lo sabes, me refiero a los judíos en general. Leví no se ofendió por mi pregunta. Al contrario, sonrió con humor. –¿Y por qué los paganos despreciáis tanto a los judíos? No me refiero a ti, ni a Lucila o tus hijos, sino a los paganos en general. ¿No te parece que es algo mutuo? –Sí, sin duda. Pero la gente dice que empezasteis vosotros, que nunca queréis uniros con los demás, ni casaros con quienes no son judíos, ni abandonar vuestras costumbres, ni entrar en nuestras casas, ni aceptar el culto al emperador... –En eso del emperador los cristianos somos iguales –y acentuó el somos para darme a entender lo confuso de mi planteamiento–. ¿Por qué te preocupa ahora ese tema? –Tenemos que leer un relato en el que Pedro va a visitar a un pagano, Cornelio, y entra en su casa. Parece que en la comunidad de Jerusalén, por lo menos en ciertos sectores, sentó muy mal que entrase en casa de un incircunciso. Y yo me quedé pensando: ¿por qué les preocupaba tanto ese tema? Si yo, cristiano, entro en casa de un pagano, de los padres de Talía, por ejemplo, nadie se escandaliza ni me critica. Por eso te preguntaba al principio qué les pasa a los judíos con los paganos. 209
–«...cuya boca dice falsedades y cuya mano jura en falso» 1. –Perdona, ¿qué has dicho? Leví sonrió irónico. –Es lo que piensa un salmo de los extranjeros. ¿Quieres otro? Hay uno que anima a empuñar espadas de doble filo «para tomar venganza de los pueblos y ejecutar el castigo de los paganos» 2. Luego, más serio, añadió: –Es un tema muy complicado. Para entenderlo habría que conocer la historia de nuestro pueblo. –Lo mismo me dijo Livia. Por eso acudo a ti. Tras un breve silencio comentó: –No me gustaría darte una respuesta precipitada, en la que faltasen datos importantes. ¿Te importaría volver mañana? –No, desde luego que no. ¿A esta misma hora? –Sí, pero no te vayas. No te estoy echando. A mí me gusta mucho hablar de estas cosas y no siempre es fácil encontrar un buen oyente. –Entonces voy a aprovecharme de ti. En ese relato, Pedro tiene una visión muy curiosa, como si del cielo bajase un mantel enorme, con toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves... Una voz le dice: «Mata y come». Y Pedro Pedro responde que no piensa hacerlo, que nunca ha comido alimentos profanos o impuros. Leví rió a gusto. –El mantel sería tan grande como el arca de Noé. Pero en las visiones todo es posible. ¿Qué es lo que quieres saber? ¿Cuáles son los animales puros y cuáles los impuros? Leví cita el Salmo 143 (144), 8. 2 Salmo 149,7. 1
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–Sí, algo de eso... Hay otra cuestión más profunda: ¿por qué esa norma? –A veces lo mejor es no preguntarse por qué se da una norma. Es posible que no encuentres respuesta... –Esa postura es muy cómoda. –O muy inteligente. Lo primero que querías saber, lo de los animales puros e impuros, es muy fácil. Las listas están en dos libros de la Torá, wayyiqrá y debarim . Las dos se complementan 3. ¿Quieres que te las recite? ¿Tienes tiempo? –me dijo riendo–. ¿Qué es lo primero que ve Pedro en el mantel? –Cuadrúpedos. Y comenzó a recitar recitar,, como si contase la historia más amena e interesante del mundo. –Los animales terrestres comestibles son: el toro, el cordero, el cabrito, el ciervo, la gacela, el corzo, la cabra montés, el antílope, el bisonte y el rebeco. De los animales terrestres podéis comer todos los rumiantes bisulcos de pezuña partida; se exceptúan sólo los siguientes: el camello y la liebre, que son rumiantes, pero no tienen la pezuña partida, tenedlos por impuros; el jabalí, que tiene la pezuña partida, pero no es rumiante, tenedlo por impuro. No comáis sus carnes ni toquéis sus cadáveres. Nunca se me habría ocurrido comer carne de camello ni de tejón, pero la liebre y el puerco no me provocaban repugnancia. Leví me dirigió su sonrisa bondadosa e irónica. –¿Sigo con los peces? –No, Pedro no vio peces en el mantel. –Yaa te decía yo que ese mantel era como el arca de Noé. En –Y el arca no había peces. ¿Comprendes por qué no? A los peces Se trata de Levítico (wayyiqrá en hebreo) 11,2-47 y Deuteronomio (de- barim) 14,1-20. 3
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no se los puede matar con un diluvio –y volvió a reír socarronamente–. Pero no pienses que todos los peces son puros: solamente los que tienen escamas y aletas; los que no las tienen son impuros, no se pueden comer ni tocar. Aves Aves sí había en el mantel, ¿verdad? –Sí, aves y reptiles. –De las aves, son inmundas el águila, el quebrantahuesos y el buitre negro; el milano y el buitre en todas sus variedades; el cuervo en todas sus variedades; el avestruz, el chotacabras y la gaviota; el halcón en todas sus variedades; el búho, el mergo y el mochuelo; la corneja, el pelícano y el calamón; la cigüeña y la garza en todas sus variedades; la abubilla y el murciélago. –Algunas de ésas las oigo por primera vez, pero ninguna me atrae para comerla. Me parece que ya voy imaginando por qué son impuros esos animales. –No te precipites. Sigo con los animales animale s pequeños y los reptiles. De los animales pequeños, no se pueden comer el ratón y la comadreja. En cuanto a los reptiles, ninguno es comestible, ni los que se arrastran sobre el vientre, ni los que avanzan a cuatro patas, ni los ciempiés. Son impuros: el lagarto en todas sus variedades, el geco, la salamandra y el camaleón. –¿El geco? Nunca lo había oído. –Y yo nunca lo he visto. Voy a terminar con los insectos, aunque tampoco estuviesen en el mantel. Así tienes la lista completa. Todos los insectos que caminan a cuatro patas son inmundos. De ellos se pueden comer únicamente los que tienen las patas traseras más largas que las delanteras, para saltar con ellas. Es decir: la langosta en todas sus variedades, el cortapicos en todas sus variedades, el grillo en todas sus variedades, el saltamontes en todas sus variedades. Me miró satisfecho de haber podido demostrar su buena memoria. Y yo sonreí, contento de haber encontrado la clave de en qué radicaba la distinción entre puro e impuro. 212
–Es cuestión de cultura, Leví. De costumbre. A mí nunca se me ocurriría comer un saltamontes. Sin embargo, Juan Bautista los comía normalmente. Lo que la costumbre admite es puro; lo que no, impuro. –¡Qué fácil resuelves tú los problemas! Eso no es lo que dice la Torá. La Torá dice que Israel no los puede comer porque es un pueblo santo para el Señor. –Pero eso no aclara nada. Son impuros porque están prohibidos, y están prohibidos porque son impuros. Leví suspiró resignado. –Los rabinos discuten mucho sobre dónde radica la pureza e impureza sin conseguir ponerse de acuerdo. A lo mejor lo impuro es lo raro, lo que se sale de la norma. Por ejemplo, el murciélago podría ser impuro porque tiene alas, pero no tiene plumas, sino piel; la anguila sería impura porque vive en el agua pero no se mueve como los peces que tienen escamas y aletas; el avestruz tiene alas, pero no vuela... Sin embargo, la verdad es que no sabemos claramente la respuesta. Por eso te decía antes que, a veces, es mejor no preguntarse el porqué de las normas. –De todos modos, a nosotros eso ya no tiene que preocuparnos mucho. Jesús declaró puros todos los alimentos. –Efectivamente. Eso debió de suponer un gran escándalo. Como para condenarlo a muerte. –¿Tan grave es la cosa para un judío? –¿Tan grave? Es la voluntad de Dios revelada a Moisés. De repente, viene Jesús y dice que eso no vale ya, como si él fuese superior a Moisés y al mismo Dios. ¿Imaginas que alguien se presentase en nuestras asambleas y nos dijese que ya no vale de nada la orden: «Haced esto en memoria mía»? Lo expulsábamos de inmediato. Yo no, porque no puedo ir –sonrió de nuevo–. Pero nadie quiere que le cambien sus normas y costumbres, sobre todo cuando están sancionadas por el Cielo. 213
Jesús se jugó la vida con esas cosas. Y la perdió... humanamente hablando. –Sin embargo, hay algo que no entiendo. Si Jesús había dicho que todos los alimentos son puros, ¿por qué Pedro sigue pensando que hay animales puros e impuros? –Eso no tiene nada de raro. Los doce no se enteraban de la mitad de las cosas que decía Jesús. Él se lo reprocha continuamente. No quería cansar más a Leví y me levanté. Pero no pude evitar una última pregunta. –¿Cómo es posible que recuerdes tantos detalles? –El que quiere ser escriba tiene que saberse la Torá de memoria a los trece años. Y yo quería serlo. Hasta que descubrí una sabiduría superior superior.. Me despedí de él y de Tamar con el beso de paz y volví tranquilamente hacia la casa, paseando, satisfecho e irritado conmigo al mismo tiempo. Durante años había desaprovechado aquel pozo de conocimientos que me habría sido tan útil para profundizar en la palabra de Jesús. En el paseo me asaltó una duda. La lista de animales puros e impuros correspondía en buena medida a nuestros gustos. ¿Merecía la pena jugarse la vida por una cuestión tan secundaria como ésa? Después de todo, si alguien quiere comerse un grillo, allá él con sus gustos. Y si otro prefiere un muslo de camello, que le aproveche... Pero Jesús no era tan tonto como yo. Debió de ver en esas prohibiciones algo más grave, algo que afectaba a la relación con Dios, y Leví podía habérmelo aclarado. Lamenté mi precipitación en despedirme y me consolé pensando que al día siguiente podría resolver mi duda. El cielo se había ido cubriendo de oscuros nubarrones. Pero al día siguiente, aunque tronase, no faltaría a mi cita. 214
19 Leyendo bajo la lluvia (Hechos 10,1-11,18)
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l día siguiente tronó y llovió. Con tal intensidad, de forma tan continua, que resultó impensable cumplir mi propósito y deseo de visitar a Leví. Superada la decepción inicial, aproveché las horas muertas para volver sobre los escritos de Pablo. El relato de Cornelio tenía relación con ciertas cuestiones tratadas por él en sus cartas. Una relectura podía resultar interesante. Efectivamente, lo fue. Pero el título de este capítulo no se refiere a esa ocupación mía, sino a lo ocurrido después de la cena. Durante ella comenté mi visita a Leví, y les dije que el imprevisto de la lluvia me había impedido terminar de preparar la reunión. La retrasaríamos al día siguiente, suponiendo que el tiempo mejorase. Fue entonces cuando Talía comentó: –Los días de lluvia, después de la cena, son los que mejor recuerdo de pequeña. Mi abuelo Ascanio iba por un libro, buscaba las historias más interesantes y divertidas, y nos las leía. Podrías hacer lo mismo, padre. Soy tan metódico para ciertas cosas (o quizá tan falto de imaginación) que me desconcertó la posibilidad de ir i r a buscar un libro (¿qué libro?) y elegir algunos pasajes para entretener la velada. La solución se le ocurrió a Lucila, que me conoce de sobra. 215
–Podríamos seguir leyendo lo que cuenta Lucas. A mi no me parece un libro tan difícil como para tener que preparar a fondo cada reunión. Al menos podemos intentarlo. –Estaría bien –aceptó Néstor–. Escuchamos, y luego cada cual dice lo que se le ocurre. Menos yo, que debo permanecer callado para que nadie se moleste con mis genialidades. Ese cambio imprevisto no me entusiasmaba, aunque también sentía curiosidad por ver cómo funcionaría el nuevo método. De todos modos, no tuve tiempo de manifestar mi opinión porque Néstor se levantó decidido y fue a por el libro. Cuando volvió se situó cómodamente en el sitio donde tenía mejor luz y comenzó a leer.
Vivía en Cesarea un tal Cornelio, capitán de la cohorte Itáli- ca; hombre piadoso, que veneraba a Dios con toda su familia. Hacía muchas limosnas al pueblo y oraba asiduamente a Dios. A eso de las tres de la tarde, vio claramente en una visión a un án- gel de Dios que entraba en su habitación y le decía: –Cornelio. Él lo miró asustado y dijo: –¿Qué quieres, Señor? Le contestó: –Tus oraciones y limosnas han subido a la presencia de Dios y se tienen en cuenta. Ahora envía gente a Jafa, a buscar a un tal Simón, por sobrenombre Pedro. Pedro. Se aloja en casa de Simón el cur- tidor, al lado del mar. Cuando se marchó el ángel que le hablaba, llamó a dos cria- dos y a un soldado piadoso, ordenanza suyo, les explicó el asunto y los envió a Jafa. Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, subió Pedro a orar en la azotea, a eso de las dos. Sin- tió apetito y quiso tomar algo. Mientras Mientras se lo preparaban, cayó en éxtasis. Vio el cielo abierto y un objeto como un mantel enorme, 216
descolgado por las cuatro puntas hasta el suelo: contenía toda cla- se de cuadrúpedos, reptiles y aves. Y oyó una voz: –¡Arriba, Pedro!, mata y come. Pedro respondió: –De ningún modo, Señor; nunca he probado un alimento profano o impuro. Por segunda vez sonó la voz: –Lo que Dios declara puro tú no lo tengas por impuro. Esto se repitió tres veces y enseguida el objeto fue elevado al cielo. Mientras Pedro Pedro se interrogaba sobre el significado de la visión, los enviados de Cornelio habían preguntado por la casa de Si- món, y presentándose a la puerta, preguntaban si se alojaba allí Simón por sobrenombre Pedro. Pedro seguía dándole vueltas a la visión, cuando el Espíritu le dijo: –Mira, tres hombres preguntan por ti. Levántate, baja y vete con ellos sin reparo, porque los he enviado yo. Pedro bajó adonde estaban y les dijo: –Soy yo el que buscáis, ¿qué os trae por aquí? Contestaron: –El capitán Cornelio, hombre honrado que venera a Dios, apreciado por todo el pueblo judío, ha recibido de un ángel san- to el encargo de llamarte y escuchar tus palabras. Pedro los hizo entrar y les dio alojamiento. Al día siguiente se puso en camino con ellos, acompañado de algunos hermanos de Jafa; Jaf a; al otro día llegaron llega ron a Cesarea. Cornelio los estaba esperan- do y había reunido a sus parientes y amigos íntimos. Cuando en- tró Pedro, Cornelio le salió al encuentro, cayó a sus pies y le hizo una reverencia. Pedro lo alzó diciendo: –Levántate, también yo soy hombre. Conversando con él, entró y encontró a muchos reunidos, y se dirigió a ellos: 217
–Sabéis que está prohibido a cualquier judío juntarse o visi- tar a personas de otra raza. raza. Pero Pero a mí Dios me ha enseñado a no considerar profano o impuro a ningún hombre. Por eso, cuando me llamasteis, vine sin resistirme. Deseo saber para qué me ha- béis llamado. Contestó Cornelio: –Hace tres días, a esta hora, estaba yo recitando la oración de la tarde en mi casa, cuando un hombre con un traje resplande- ciente se plantó ante mí y me dijo: –Cornelio, tu oración y tus limosnas han sido escuchadas por Dios y se tienen en cuenta. Envía gente a Jafa y llama a Simón, por sobrenombre sobrenombre Pedro, Pedro, que se aloja en casa casa de Simón el curtidor curtidor,, junto al mar mar.. En seguida te hice llamar y tú has tenido la bon- dad de venir. Estamos todos en presencia de Dios dispuestos a es- cuchar lo que te haya ordenado el Señor. Pedro tomó la palabra: –Párate ahí, Néstor –le dije–. El resto es preferible dejarlo para mañana. –¿Por qué? –protestó Lucila–. Es el momento más interesante. Y se entiende muy bien sin necesidad de comentario. –¿Seguro que no hace falta comentario? Resume la historia, a ver de qué te has enterado. Me miró como si yo fuese un niño que no tiene remedio y dijo: –A un centurión llamado Cornelio, un hombre muy bueno y piadoso, que hacía muchas limosnas, se le apareció un día un ángel y le dijo que mandase a buscar a Pedro. Éste, mientras tanto, tuvo la visión de un mantel lleno de animales que bajaba del cielo. Una voz le dijo que matase y comiese, pero él no quería, porque eran animales impuros. Cuando llegaron los enviados de Cornelio comprendió que la visión no se refería a animales, sino a personas, que para Dios nadie es impuro, y que podía ir tranquilamente a casa del centurión. 218
–Como resumen no está mal –tuve que admitir–. Pero se podrían comentar muchas cosas. Por ejemplo, Lucila, ¿dónde vive Cornelio? –En Cesarea. –¿Y dónde está esa ciudad? –No lo sé, pero no creo que eso sea muy importante. –Cesarea está en la costa, a un día de camino de Jafa. Eso no tiene demasiada importancia, es cierto. Pero ¿qué tipo de ciudad es? Me refiero a si es judía o pagana. –Supongo que judía –contestó Lucila con ciertas dudas–. Aunque el nombre parece pa rece romano, en honor al César 1. –La reconstruyó Herodes, el que quiso matar a Jesús cuando era niño. Y la mayor parte de su población es pagana. ¿Comprendes lo que esto significa? –No, no lo comprendo. –Significa que el mensaje de Jesús da un nuevo paso adelante. Ya Ya no sólo llega a Judea, Samaria, Galilea, sino también a territorio pagano. –A territorio pagano ya había llegado antes, Andrónico –me corrigió Livia–. Acuérdate de que en Damasco había una comunidad cristiana. Pero estoy de acuerdo contigo en que la referencia a Cesarea es importante. Y sobre todo me parece muy importante lo que ya te dije ayer, que Cornelio se convierte con toda su familia. No es un extranjero aislado, como el eunuco etíope, sino una familia entera. Además, Cornelio es el primer ciudadano romano que se convierte. Los centuriones son ciudadanos romanos, ¿verdad? 2
Sobre Cesarea, véase la nota complementaria, pág. 301. 2 Sobre el centurión Cornelio y sobre la organización militar romana, véase en los Apéndices la nota complementaria «El centurión Cornelio», pág. 302. 1
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Eso mismo tenía yo entendido, pero no había relacionado el dato con con nuestro nuestro personaje personaje.. Si se trataba trataba de la la primera primera conversión de un ciudadano romano, es lógico que Lucas le concediese tanta importancia. –Cambiando de tema –continuó Livia–, hay otra cosa muy curiosa, que ya salió la vez pasada y que no comentamos. ¿Dónde vive Pedro? –En Jafa, en casa de un hombre que también se llama Simón, junto al mar. La memoria de Talía es tan prodigiosa que provocó una risa general de aprobación. –¿Y a qué se dedica ese tal Simón? –Creo que era curtidor, pero no estoy segura. –Efectivamente, era curtidor. ¿Te parece normal que Pedro viva en casa de un curtidor? –¿Por qué no? Como en otra casa cualquiera. –Se nota que no has vivido nunca en casa de un curtidor –sonrió Livia–. No puedes imaginar la peste que echan las pieles y los líquidos que usan para curtirlas. Fijaos en un detalle. En Israel, las mujeres no pueden divorciarse, sólo los hombres. Sin embargo, uno de los poquísimos casos en que se le permite a la mujer divorciarse es cuando está casada con un curtidor y no soporta más la convivencia. Sin embargo, Pedro Pedro se fue a vivir a casa de uno de ellos. –Ese detalle es muy interesante –reconoció Lucila. –Y otra cosa interesante es lo de los animales puros e impuros –dije yo–. Leví me estuvo hablando de ello un buen rato. –Eso más que interesante es curioso, Andrónico –Livia parecía dispuesta a llevarme la contraria toda la noche –. En el fondo, la visión sólo sirve para demostrar que todos los hombres son puros a los ojos de Dios. 220
–Pero eso no tiene nada de nuevo –dijo Néstor–. Muchos filósofos piensan que todos los hombres son iguales. –Muchos, –Muc hos, lo dudo –objeté yo–. En cualquier caso, para los judíos sí es una cosa nueva. Fíjate en lo que dice Pedro, que un judío no puede entrar en casa de personas de otra raza. Eso es lo que yo quería que me explicase Leví... a ver si mañana deja de llover y me lo cuenta. Lo que a ti te parece normal, que todos los hombres son puros ante Dios, incluso los incircuncisos, planteó un problema tremendo en la comunidad de Jerusalén. Pedro Pedro tuvo que justificar su conducta. Eso se cuenta luego. –¿Y por qué no terminamos de leer la historia en vez de seguir discutiendo? –propuso Lucila–. Si hay que comentar más cosas y no hay tiempo, las hablamos otro día. La propuesta tuvo éxito entre los demás, y yo, aunque estaba en desacuerdo, callé mi opinión y no me opuse a que Néstor siguiese leyendo.
Pedro tomó la palabra y dijo: –Comprendo verdaderamente que Dios no es parcial, antes acepta a quien lo respeta y procede honradamente, de cualquier nación que sea. Él comunicó su palabra pala bra a los israelitas y anuncia la buena noticia de la paz por medio de Jesús, el Mesías, que es Señor de todos. Vosotros sabéis muy bien el acontecimiento que ocupó a todo el país de los judíos, empezando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo. Me refiero a Jesús de Nazaret, un- gido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó hacien- do el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Ju- dea y Jerusalén. Le dieron muerte colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el pueblo, sino sino a los testigos designados de antemano por Dios: a no- sotros, que comimos y bebimos con él después de resucitar de la muerte. Él nos encargó predicar al pueblo y atestiguar que Dios 221
lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de todos los profetas es unánime: que todo el que cree en él recibe por su medio el perdón de los pecados. No había acabado Pedro de hablar, cuando el Espíritu Santo bajó sobre todos los oyentes. Los creyentes convertidos del judaís- mo se asombraban al ver que el don del Espíritu Santo también se concedía a los paganos; pues les oían hablar en lenguas y en- salzar a Dios. Entonces intervino Pedro: –¿Puede alguien impedir que se bauticen con agua los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y ordenó que los bautizaran invocando el nombre de Jesús el Mesías. Ellos le rogaron que se quedaran unos días. Los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea oyeron que también los paganos habían aceptado la palabra de Dios. Cuan- do Pedro Pedro subió a Jerusalén, los judíos convertidos discutían con él diciendo que había entrado en casa de incircuncisos y había co- mido con ellos. Pedro les expuso lo sucedido punto por punto des- de el principio: –Estaba yo orando en Jafa, cuando tuve una visión en éxtasis: un objeto, como un mantel enorme, se descolgaba por las cuatro puntas desde el cielo y llegaba hasta mí. Me fijé atentamente y vi cuadrúpedos, fieras, reptiles reptiles y aves. Oí una voz que me decía: ¡Pe- dro, arriba!, mata y come. Contesté: De ningún ning ún modo, Señor, Señor, que nunca ha entrado por mi boca nada profano o impuro. Por se- gunda vez me habló la voz desde el cielo: Lo que Dios declara puro tú no lo declares declares impuro. impuro. Esto sucedió tres veces y después ti- raron de todo hacia el cielo. En aquel momento tres hombres en- viados desde Cesarea llegaron a la casa donde me encontraba. El Espíritu me ordenó ir con ellos sin reparos. Me acompañaron es- tos seis hermanos y entramos en casa de aquel hombre. Él nos ex- plicó que había visto en casa un ángel en pie que le l e decía: Envía gente a Jafa y haz haz venir a Simón, por sobrenombre sobrenombre Pedro, Pedro, el cual te dirá palabras que serán la salvación tuya y de tu familia. Ape- nas empecé a hablar, cuando bajó sobre ellos el Espíritu Santo, 222
como al principio sobre nosotros. Yo me acordé de lo que había dicho el Señor: Juan bautizó con agua, vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo. Ahora Ahora bien, si Dios les concedió el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor, Jesús el Mesías, ¿quién era yo para estorbar a Dios? Al oír el relato se calmaron y dieron gloria a Dios diciendo: «También a los paganos ha concedido Dios el arrepentimiento para la vida». Néstor enrolló el volumen y preguntó: –¿Algún comentario? Yoo no pude disimular mi malestar. Y –A mí me parece que esta forma de leer es demasiado precipitada. El discurso de Pedro merece la pena tratarlo despacio. Y el don de lenguas. Y las tensiones en la comunidad de Jerusalén... –Pero eso podemos hacerlo otro día. Ahora ya tenemos una visión de conjunto de la historia –insistió Lucila–. Suponiendo que haya terminado. –Sí, la historia de Cornelio ya ha terminado... aunque después se repetirá infinidad de veces. Los partidarios de la circuncisión dirán que cualquier pagano que se convierta tiene que circuncidarse. Pero ya es demasiado tarde para hablar de ese tema. Y me vengué dejándolos con la curiosidad. Lucila, en cambio, cerró la reunión de forma positiva. –Esta noche podríamos dar gracias a Dios porque nos considera puros a todos los hombres y mujeres y nos ha llamado a la fe en Jesucristo. Un trueno tremendo nos sobresaltó y no supimos si el cielo aprobaba o rechazaba su propuesta. Nos inclinamos por lo primero. *** 223
–¡Qué trabajo te cuesta aceptar cualquier cambio! Yo me alegro de lo que hemos hecho, aunque haya sido todo improvisado. Una historia tan larga como la de hoy era preferible leerla entera. Si la lees a trocitos, al cabo de cuatro o cinco días no te acuerdas de cómo empezó. No te quedes callado, que en el fondo me das la razón. razó n. Es una historia muy bonita. ¿T ¿Tee diste cuenta de la importancia que Dios le da a la limosna y a la oración? ¡Qué memoria tiene Talía! ¡Es asombroso! ¡Qué envidia! ¿Estás dormido? ¿Te has dormido ya? ¿Tan pronto? Con lo que tardas siempre en dormirte... A pesar de todo, la quiero.
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20 Judíos J udíos y paganos
L
a tormenta dejó paso a un día radiante, algo más fresco de lo habitual, pero con un sol que invitaba a salir a la calle y al campo más que a encerrarse en una casa pequeña, con los efectos recientes de la lluvia y la humedad. Sin embargo, mi deseo de hablar con Leví y aprender de él hizo fácil superar la tentación del paseo. Menos mal, porque tuve la impresión de que había pasado todas aquellas horas recopilando, ordenando y revisando los numerosos datos que se le habían ocurrido sobre el tema. Tras saludarnos y comentar la terrible tormenta del día anterior anterior,, Leví dio por terminados los preámbulos y comenzó su enseñanza, siempre con una sonrisa afable y un gesto de cariño. –Voy a ser muy franco contigo, Andrónico. Te diré las cosas como las veo, aunque me duelan por tratarse de mi propio pueblo. Pero no pienses en ningún momento que he dejado de quererlo. Como decía Pablo, «por el bien de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera ser yo mismo un proscrito lejos de Cristo». ¿De acuerdo? –¿Dónde dice eso Pablo? He leído casi todas sus cartas y no lo recuerdo. –En la carta a los cristianos de Roma 1. 1
Romanos 9,3. 225
No pude evitar una sonrisa. –Tenía que ser ésa. La única que me falta. –Te la podría prestar. Pero no creo que fueses capaz de terminarla... Resulta demasiado larga. Cabe otra solución: que yo te la explique poco a poco. Su sonrisa maliciosa me confirmó que ésa era la idea que más le atraía: contar con un discípulo al que instruir y con el que ocupar horas muertas del día. Y yo noté que la vida, como una noria, me devolvía a aquellas experiencias iniciales de aprendizaje con Jacob y Lucas. La voz de Leví me sacó de mis pensamientos. –Si yo no fuera cristiano, además de judío, tu visita representaría para mí un grave problema. Podrías volverme impuro. Te voy a explicar por qué, pero no te irrites ni te rías. Cualquier mujer israelita, cuando tiene la regla, queda impura; no se trata de que sea mala ni pecadora, sino de que queda impura, no puede participar en el culto durante esos días, y el que entra en contacto con ella también se contamina de su impureza. Un muchacho judío, cuando eyacula, también queda impuro hasta que se purifique. –¿Y qué tiene de malo la regla o la eyaculación? –Nada, ya te lo he dicho. Pero se relacionan con la fuente de la vida, son algo sagrado. Te voy a poner un ejemplo muy distinto: los libros sagrados «manchan las manos» del que los lee; después de usarlos debe lavárselas. Como comprenderás, no se trata de que sean malos, todo lo contrario. Siguiendo con lo que te decía, para el judío, la esposa de un pagano es como si tuviese continuamente la regla; y el hijo del pagano es como si expulsase el semen cada día. Por consiguiente, cualquier pagano, al estar en contacto con su esposa y su hijo, está impuro. –¿La Torá dice eso? –La Torá, Torá, no. Los rabinos. Y aquí está el gran problema del que quiero hablarte: cómo se ha llegado a esta situación. 226
Se mesó la barba y carraspeó antes de continuar. –Hay cosas que uno no entiende. Quizá por falta de datos, quizá porque no vivimos aquella situación, y nos resulta difícil comprender lo ocurrido. Lo cierto es que el pueblo judío debería ser el más abierto de todos, porque nosotros confesamos que un mismo y único Dios creó a todos los hombres y mujeres del mundo. Todos somos imagen y semejanza suya. Incluso hay un detalle curiosísimo –y Leví prorrumpió en una sonora carcajada–: Abrahán no era israelita. Era un pagano nacido en Ur de Caldea. Dios lo llamó y lo convirtió convirti ó en nuestro primer patriarca, el más importante. Al principio, los israelitas no tenían prejuicio ninguno con respecto a los extranjeros. Es cierto que preferían casarse con mujeres de la familia, como le ocurrió a Jacob con Lía y Raquel. Pero José, uno de los doce hijos de Jacob, se casó con una egipcia. Y Moisés tuvo dos mujeres, las dos extranjeras: una madianita y otra cusita. Leví bajó la voz y me dijo sonriendo con malicia. –La verdad es que Moisés no le hacía caso a ninguna de las dos. Quizá por eso no se casó con una judía... A lo mejor la culpa no era suya, sino de Dios, que siempre le estaba complicando la vida... Acércame el vaso de agua, por favor. Se lo acerqué, bebió un poco y continuó. –Lo que Moisés no quiso es que emparentásemos con los pueblos que habitaban en la tierra prometida: hititas, guirgasitas, amorreos, cananeos, fereceos, heveos y jebuseos 2. Tenía miedo de que sus mujeres nos apartasen del dios verdadero y nos llevasen a dar culto a sus propios dioses. Volvió a bajar la voz en tono confidencial. Véase Deuteronomio 7,1-4. Para saber más sobre esta prohibición, véase en los Apéndices la nota complementaria «Los israelitas y los extranjeros», pág. 303. 2
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–En realidad, a Moisés le hubiera gustado eliminar a todos esos pueblos, pero no era fácil. Por eso mandó que, al menos, no emparentásemos con ellos. –Parece que no le tienes demasiada simpatía a Moisés –bromeé. –No, por favor, no me malinterpretes. Después de Jesús, Moisés es lo más grande que ha dado el pueblo de d e Israel. Bueno, sigo con mi historia. Ya Ya te he hablado de los siete pueblos que habitaban en la tierra prometida y con los que no estaba permitido casarse. Los demás pueblos extranjeros no eran malos; algunos de ellos incluso estaban emparentados con nosotros, como los moabitas, amonitas y edomitas. Generalmente nos llevábamos mal con ellos, como ocurre en todas partes del mundo entre pueblos vecinos. Siempre nos estábamos peleando. Pero algunos quedaron como modelo para Israel. Por ejemplo, la abuela de David era moabita, y se habla muy bien de ella. Yo creo que la culpa del cambio que luego se produjo la tuvo Salomón. ¿Sabes cuántas mujeres tuvo? Hizo un pausa y puso cara de asombro al responder. –Setecientas esposas y trescientas concubinas. No lo envidio. ¿Te imaginas lo que es vivir con mil mujeres? –y volvió a sonreír socarrón–. Muchas de ellas eran moabitas, amonitas, edomitas, fenicias, hititas... De esos pueblos con los que estaba prohibido casarse por miedo a que el marido y los hijos terminasen dando culto a dioses extraños. –Perdona –P erdona un momento. No sé si te he entendido e ntendido mal. Primero has dicho que la abuela de David era moabita, y luego que estaba prohibido casarse con moabitas. –Exactamente. Eso es lo curioso. La lista de pueblos con los que no podíamos casarnos cada vez se hizo h izo más grande. Al final, sólo podíamos casarnos con israelitas. Pero esa norma se dio varios siglos más tarde, en tiempos de Esdras y Nehemías. ¿Te suenan esos nombres? 228
–Absolutamente nada. –Me alegro. Para Para eso has h as venido; para pa ra aprender. aprender. Esdras era un especialista en la Ley de Moisés, el jefe espiritual del pueblo en tiempos del imperio persa. Nehemías era el gobernador, la autoridad civil, más o menos por la misma época. Los dos advirtieron el gran problema que planteaban los matrimonios con extranjeras. –¿Sólo con extranjeras? ¿Y si una muchacha se casaba con un extranjero? –¿Quién manda en la casa, Andrónico? La mujer. ¿Quién educa a los niños? ¿Quién les enseña a rezar? ¿Quién pasa más tiempo con ellos cuando son pequeños? Según Esdras y Nehemías, el peligro nunca podía venir del padre, venía de la madre. Bebió un sorbo diminuto de agua y prosiguió. –Esdras lo pasó muy mal por ese motivo. Él había llegado de Babilonia, en tiempos del rey Artajerjes, y no conocía bien la situación de Jerusalén. Fueron las mismas autoridades quienes denunciaron que la raza santa se había mezclado con los pueblos paganos. Así como suena: «la raza santa se había mezclado con los pueblos paganos». Esdras cuenta que, cuando se enteró de la noticia, rasgó sus vestidos y el manto, y se afeitó la cabeza y la barba. Ahora hay mucha gente que se afeita la barba, pero entonces era una señal de duelo y una forma terrible de humillación. Así permaneció Esdras unas horas, postrado, hasta la oración de la tarde. Entonces, en público, con las manos levantadas, pronunció una larga oración al Señor, pidiéndole perdón por el gran delito cometido. La noticia de la penitencia de Esdras se había difundido por la ciudad y poco a poco se fue reuniendo una gran multitud en torno a él, impresionada y dolorida por su mala conducta. Para no alargarme, hubo alguien, no recuerdo quién, que propuso despedir a todas las mujeres extranjeras y a los niños que habían tenido con ellas. Y así se hizo, aunque hubo unos pocos, dos o tres, que no estuvieron de acuerdo con la medida. No 229
pienses que ese pecado lo había cometido sólo la gente sencilla, inculta. En el libro se dan los nombres de numerosos sacerdotes y levitas que también se habían casado con paganas y las despidieron junto con sus hijos. –Me resulta terrible. –A mí también. Pero Nehemías Nehemías fue más bruto aún. Él procedía de Susa, la capital persa, donde era nada menos que copero del rey Artajerjes. Cuando llegó a Jerusalén en calidad de gobernador se enteró de que algunos judíos se habían casado con mujeres de Asdod, de Amón, de Moab... Y escribe en sus memorias una cosa muy curiosa, en la línea de lo que yo te comentaba antes. Se queja de que los hijos de estos matrimonios hablaban asdodeo u otras lenguas extranjeras, pero no sabían hebreo. Para él, el problema no era básicamente religioso, sino cultural. Parece una cuestión menos grave. Pero, como ya te dije, Nehemías era más bruto que Esdras. En vez de afeitarse la barba y hacer penitencia se encaró con ellos, los maldijo, se lió a golpes, les tiró de los pelos y los conjuró solemnemente a renunciar a esos matrimonios. Al escuchar su descripción no pude evitar una carcajada. –¡Qué exagerado eres, Leví! –¿Exagerado? No he inventado ni una letra. Te lo he contado tal y como lo cuenta el mismo Nehemías, sin cambiar nada. A partir de entonces se creó ese abismo infranqueable entre judíos y paganos. El otro día, medio en broma medio en serio, te cité dos salmos, ¿recuerdas? De los paganos dicen que «su lengua habla falsedades y su boca jura en falso», que lo mejor es poder cortarles el cuello con una espada de doble filo. Pero la culpa de esa desconfianza, a veces odio, no la tienen sólo Esdras y Nehemías; la tienen también los extranjeros. La historia de nuestro pueblo es una historia de desgracias continuas, de opresiones y explotaciones de todo tipo. Todos los que han tenido un poco de poder, egipcios, sirios, asirios, babilonios, persas, griegos, romanos, todos, nos han 230
invadido, han violado a nuestras mujeres, muje res, asesinado a nuestros hijos, robado nuestros bienes. Cuando pasan siglos y siglos de experiencias tan amargas, no es fácil tener una buena opinión de los extranjeros. Lo religioso, la fidelidad a la Ley del Señor, Señor, se mezcla con lo político. ¿Estás cansado? –No, nada. Me interesa mucho lo que estás contando. –A pesar de todo, hubo judíos que tuvieron muy buena opinión de los paganos, los veían como seres a los que el Señor amaba, igual que a nosotros. Y otros judíos tenían muy mala opinión de ellos, pero el Señor les hizo cambiar. Eso es lo que le ocurrió a Jonás. ¿Has oído hablar de Jonás? –¿El que estuvo tres días en el vientre de un pez muy grande? –Ése mismo. ¿Qué sabes de él? –Aparte de lo del pez, nada. Bueno, que Jesús se comparó con él. –Jonás era de lo peorcito que se despacha en profeta. No pienses que soy irreverente –y Leví se echó a reír–; el que contó su historia tenía mucho sentido del humor. No voy a cansarte con ella, si quieres te la cuento otro día. Lo importante es que presenta a los mayores enemigos del pueblo de Israel, los ninivitas, como personas amadas por Dios y más dóciles a escuchar su palabra que el mismo Jonás. Hoy día ocurre lo mismo, que conste. Hay judíos muy piadosos que tienen excelente opinión de los paganos. No de todos, naturalmente, pero sí de los que viven de forma muy parecida a como nos enseñó Moisés y se interesan por conocer al Dios verdadero. –Pero la mayoría de los judíos tiene mala opinión de los paganos. –Sí, es cierto. No despiertan simpatía. Como dice un refrán: «No hay que tirar al pagano a una fosa, pero tampoco hay que sacarlo de ella». El pagano está siempre bajo sospecha. Se lo ve como un idólatra, un criminal, un ser moralmente corrompido. Lo de idólatra no hace falta que te lo explique, 231
es fácil de entender entender.. Pero Pero fíjate a qué extremos llegan algunos: cuando no tienen más remedio que invitar a un pagano a comer a su casa, controlan atentamente el vino que le sirven para que no vaya a ofrecer una libación a los dioses... Lo de criminal quizá se base en lo que ya te dije antes de tantos siglos de explotación. Pero en algunos judíos esa sospecha llega a límites que te resultarán inconcebibles. Por ejemplo, al que debe hacer un viaje a pie con paganos, le recomiendan que se sitúe siempre en un sitio donde sea fácil escapar, por si intentan asesinarlo; y nunca debe decir adónde va, para poder terminar su viaje antes de que lo asalten. –No entiendo lo último que has dicho. –Aconsejan no decir dónde vas porque dan por supuesto que los paganos terminarán asaltando al judío, pero lo harán al final del viaje. Si no dices nada, puedes quitarte de en medio antes de que pongan en práctica sus malas intenciones. Como ves, no se fían mucho de los paganos. También aconse jan que no se vaya a un médico pagano, porque intentará hacerte daño. Y que una pagana no ayude a una mujer israelita a dar a luz, para que no le haga daño al niño ni a la madre. –¡Qué mala fama tenemos! –Lo de los niños empalma con la otra sospecha que te decía, la de corrupción moral. Para los judíos, los paganos son unos pervertidos. Por eso, una mujer judía nunca debe estar con varones paganos. Y un niño no debe tener maestros paganos, para no ser víctima de pederastas ni acostumbrarse a ese vicio. Te voy a decir una última cosa, una barbaridad, para que veas lo que piensan algunos: aconsejan al judío que nunca deje su ganado en el redil de un pagano, porque éste preferiría yacer con los animales antes que con su mujer. Por el mismo motivo, nunca debe confiar el rebaño a un pastor pagano. Los dos permanecimos un rato en silencio, tristes por aquella larga confesión. 232
–Como te dije, he sido sincero. Falta la segunda parte: lo que los paganos piensan y dicen de nosotros, el odio que nos tienen por el simple hecho de ser distintos, de no querer renunciar a nuestra fe y a nuestras tradiciones. Pero ése no es el tema que te interesa, ¿verdad? Además, tendría que exponértelo un pagano. –Te agradezco enormemente lo que me has dicho, Leví. Me ha resultado muy útil. –Hay otro tema muy relacionado con éste, aunque es bastante distinto: el de la relación de los judíos con los cristianos. El que reflexionó mucho sobre eso fue Pablo, como es lógico. Él era las dos cosas al mismo tiempo, como yo. Pero hoy ya he agotado tu paciencia. –Mi paciencia, no. Pero Pero el tiempo se me acaba. A Lucila no le gusta que llegue tarde a la comida. –Salúdala de mi parte. Y a Livia y Talía. Que el Señor os bendiga. *** Mientras volvía a casa pensaba en las palabras de Pedro a Cornelio: «Sabéis que a un judío le está prohibido tener trato con un extranjero o entrar en su casa; pero a mí me ha enseñado Dios a no llamar profano o impuro a ningún hombre». Después de escuchar a Leví comprendía la novedad revolucionaria de ese mensaje.
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21 Seguimos con Cornelio
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a lectura bajo la lluvia que hicimos del largo episodio de Pedro y Cornelio, dejó sin si n tratar cuatro temas que se me antojaban de especial interés: las relaciones entre judíos y paganos; el precioso discurso de Pedro ante Cornelio; la repetición del don de lenguas; el conflicto entre dos líneas dentro de la primitiva iglesia, una abierta a los cambios, otra cerrada a ellos. Sobre el primer punto, las relaciones entre judíos y paganos, me había informado ampliamente Leví. Sin embargo, no me atrevía a detenerme mucho en ese tema. Livia y Talía podían sentirse molestas, por motivos muy distintos. A Livia le dolería tener que reconocer la actitud intransigente de muchos de sus hermanos; a Talía, Talía, saber lo que piensan los judíos de personas tan queridas para ella como sus padres. Por consiguiente, en la reunión soslayé el tema todo lo posible, limitándome a ligeras pinceladas sobre las circunstancias religiosas (miedo a la idolatría) e históricas (sometimiento continuo a los mas diversos imperios) que habían llevado a esas fuertes tensiones entre judíos y paganos. Tras esa breve introducción nos centramos en el discurso de Pedro ante Cornelio. C ornelio. Me pareció conveniente recordarlo, y Néstor se encargó de ello, omitiendo las palabras iniciales para centrarnos exclusivamente en lo que dice a propósito p ropósito de Jesús. Pero Pero antes de que tomase la palabra propuse un pequeño ejercicio: 235
–Ya sabéis que Pedro ha pronunciado hasta ahora diversos discursos. A mi gusto, éste es el más sencillo y el más bonito, centrado por completo en la figura de Jesús. Creo que una buena forma de valorarlo es imaginar qué habría dicho cada uno de nosotros si hubiese tenido que describir la vida del Señor en pocas palabras. Después lo comparamos con lo que dice Pedro. –Vamos a decir todos lo mismo –sospechó Lucila. –No importa. Además, es posible que a alguno se le ocurran cosas que no se le ocurren a otro. –¿Y hay que resumir toda la vida de Jesús, desde el nacimiento? –preguntó Talía. –Como quieras. Pero sin alargarte demasiado. No se trata de contar todo el evangelio. Dirigí una mirada en torno. –¿Quién se atreve a empezar? Noté que Talía estaba deseando tomar la palabra, pero se contenía por respeto a los demás, todos mayores que ella. –Empiezo yo –se animó Néstor–. Conste que recuerdo un poco lo que leímos el día pasado, pero procuraré no tenerlo en cuenta. Voy Voy a imaginar que uno de mis amigos amig os paganos me pregunta quién es Jesús. Yo le diría que fue una persona que predicó una doctrina muy hermosa, pero que no fue un filósofo como ésos que andan por las plazas llamando la atención. Que reunió a un grupo de discípulos y los fue educando. Lo mataron porque decía cosas que no les gustaban a las autoridades judías ni a los romanos, pero resucitó, y por eso creemos en él. Se detuvo un momento y añadió: –Esto es más difícil de lo que parece. A mí me resulta muy pobre lo que he dicho. –Y si te oye ese amigo imaginario, te diría que estás loco –le dijo Talía. 236
–¿Por qué? –Porque siempre ha habido gente que ha predicado una doctrina hermosa y lo obligaron a matarse, o lo mataron, pero ninguno de ellos resucitó. Acuérdate de Sócrates, que tuvo que beber la cicuta. Nadie dice que resucitase. –¿Y qué culpa tengo yo de que Jesús sí lo hiciese? Yo digo lo que creo. El otro, que piense lo que quiera. –En eso lleva razón Néstor –dijo Lucila–. Pero yo habría dicho más cosas de Jesús. Por ejemplo, que su madre se llamaba María y su padre José, y que era una familia muy pobre. Que vivió con ellos durante muchos años, hasta que empezó a predicar por todas partes, y además hacía muchos milagros. Y hablaría de la pasión, de todo lo que sufrió por nosotros, porque tú de eso no has dicho nada, Néstor, y a mí me parece muy importante. –Yo –añadió Livia– subrayaría su enfrentamiento con los fariseos y los escribas, con la gente que tiene una idea de Dios tan mezquina, tan severa, que ponen la ley por delante de las personas, y piensan que lo más importante es observar el sábado, no comer ciertos alimentos, alejarse de la gente mal vista por la sociedad, de las prostitutas, los recaudadores de impuestos... –Os estáis desviando de lo que indiqué al principio: os pedí que cada uno describiese a Jesús en pocas palabras. Y os estáis dedicando a completar lo que han dicho otros. Lo importante es que cada uno dé su propia síntesis. –Yo diría lo siguiente –anunció Talía–: Jesús es un gran profeta que nació en Belén de Judá y luego vivió en Nazaret con sus padres. Cuando ya era mayor, fue a que lo bautizase Juan, J uan, y la voz del Padre, desde el cielo, le dijo que era su hijo predilecto. Luego se retiró al desierto, sufrió tres tentaciones de Satanás, marchó a Galilea, reunió un grupo de discípulos y fue de pueblo en pueblo anunciando la buena noticia del 237
Reino de Dios. Como también hacía muchos milagros, la gente se preguntaba quién era, y Pedro dijo que era el Mesías, el Hijo de Dios, y Jesús le respondió que el que quisiera seguirlo tenía que cargar con su cruz. Una carcajada común la interrumpió: –Talía, hemos dicho una presentación breve, en pocas palabras –dijo Néstor. –Pero –P ero si estoy siendo muy breve. Ni siquiera he contado las tentaciones, ni lo que predicaba, ni un solo milagro... –Pero se trata de algo más rápido todavía. –¿Más rápido? Está bien: que Jesús es el Mesías, y que es muy bueno. –No te molestes. –No me he molestado –y su sonrisa confirmó que era cierto–. Pero es que más breve me resulta imposible. –Andrónico –dijo Lucila–, yo creo que ya has conseguido lo que pretendías: que nos diésemos cuenta de lo difícil que es presentar a Jesús en pocas palabras, y así valorar cómo lo hace Pedro en su discurso. –Exactamente. –Pues no le des más vueltas al asunto y lee el texto. Ya estamos todos intrigados. –Está bien. Hice un gesto a Néstor, que comenzó a leer ante la expectación de todos:
Vosotros sabéis muy bien el acontecimiento que ocupó a todo el país de los judíos, empezando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo. Me refiero a Jesú Jesúss de Naz Nazaret, aret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y Jerusa- lén. Le dieron muerte colgándolo de un madero. Pero Dios lo re- 238
sucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él después de resucitar de la muerte. Él nos encargó predicar al pueblo y atestiguar que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de todos los pro- fetas es unánime: que todo todo el que cree cree en él recibe recibe por su medio el perdón de los pecados 1. –Como antes no hablé, debo reconocer que mi versión de Jesús se habría parecido mucho a la vuestra. No quiero dármelas de listo. Habréis advertido que nosotros nos centramos en el pasado, en lo que hizo Jesús durante su vida. Pedro, en cambio, distingue tres etapas: la actividad pública, la muerteresurrección-apariciones, y la misión de los discípulos. –No dice nada de la infancia –se quejó Talía, que habría desarrollado a gusto ese tema. –Ni una palabra. En eso coincide con el evangelio de Marcos, que empieza hablando de Juan el Bautista. Pero lo más impresionante es cómo resume la actividad pública de Jesús. Déjame el rollo, Néstor. Me lo pasó y leí: –Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Antes de poder comentar nada, intervino inter vino Livia: –Dios al principio, Dios al final, y el hombre en medio. La miramos extrañados de un comentario tan escueto y misterioso. –Pedro habla como un judío, casi te diría como un poeta judío. La estructura de la frase es perfecta. –Y – Y, con una sonri-
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Hechos 10,37-43. 239
sa, añadió en latín–: «Theophilus dixit». Sí, tu padre. Él lo captó muy pronto. Fijaos. Al principio se dice «ungido por Dios»; al final, «Dios estaba con él». Y en medio, las dos cosas principales que hizo Jesús: pasar haciendo el bien y curar. –Curar es hacer el bien –dijo Néstor–. Es lo mismo. –No. Hacer el bien es más amplio que curar. Por ejemplo, Jesús les hizo mucho bien a Pedro, a María Magdalena, a Nicodemo, a la gente que trataba... Pero no los curó, al menos que sepamos. ¿A ti se te ocurre algo más, Andrónico? –¿Sobre este texto que he leído? No. El comentario de mi padre me parece perfecto. Y subrayé tanto el «de mi padre» que todos, incluso Livia, se echaron a reír. –Lo segundo que dice Pedro –continué– se refiere a la muerte, resurrección y apariciones: Le dieron muerte colgándo- lo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él después de resucitar de la muerte. ¿Qué comentó mi padre sobre esta parte? –pregunté a Livia con cierta ironía. –Que le parecía muy mal que Pedro no hablase de las apariciones a las mujeres. Sólo habla de los que comieron y bebieron con él, y entre ellos no estaban las mujeres. Sin embargo, antes se había aparecido a María y a otras. –¿Eso comentó mi padre? –dije extrañado. –Bueno... En realidad, se me ocurrió a mí. Pero él estuvo de acuerdo. –Lo tercero que dice Pedro... –Un momento, padre –me interrumpió Néstor–. De lo segundo deberías decir algo más. Si no, va a quedar la impresión de que lo único importante es que no se menciona a las mujeres. A mí me llama la atención que Pedro, ante un romano, no oculte el hecho de la crucifixión. 240
–Pedro no dice que lo crucificaron, dice que lo colgaron de –Pedro un madero. –Cornelio no era tonto, padre. Sabía a qué se refería Pedro. Pedro. Para un romano, la muerte en cruz es lo más infamante. –Para un cristiano, la muerte de Jesús en la cruz es un motivo de gloria. –¡Tanto como eso! Me parece un poco exagerado. –Yaa lo verás cuando leamos a Pablo. Él decía que sólo que–Y ría gloriarse en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. –Bien, no discutamos por eso. Al menos ya hemos aportado algo a la genial ocurrencia de Livia, aprobada por mi abuelo. –Lo que me resulta raro –dijo Talía– es que no se apareciese a todo el pueblo, sino sólo a unos cuantos. Si lo hubiese hecho, seguro que ahora todos los judíos creerían en él. –Todos, no, Talía. A lo sumo, los presentes cuando se hubiera aparecido. Y ni siquiera todos ellos. Muchos habrían dicho que era una aparición falsa, una trampa de Satanás. Además, si se hubiese aparecido entonces a todos, tendría que haber seguido apareciéndose a los demás hombres y mujeres, generación tras generación, y en todas partes del mundo. –Sí –reconoció Talía–. Demasiado complicado. –¿Algo más sobre esta parte? Después no digáis que no os dejo hablar. Estuvieron de acuerdo en que siguiera adelante. –La tercera parte es la misión. Él nos encargó predicar al pueblo y atestiguar que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de todos los profetas es unánime: que todo el que cree en él recibe por su medio el perdón de los pecados. Lo de que Dios nombró a Jesús «juez de vivos y muertos» me ha vuelto loco. No recordaba que Pedro hubiese dicho eso en cualquier otro de sus discursos. He vuelto a leerlos todos y 241
en ningún sitio lo llama así. Lo que más se le parece es algo que dice ante el Sanedrín: que Dios lo hizo Jefe y Salvador. –Andrónico, a mí eso de que Jesús es juez, o que juzga a todos los hombres, me resulta muy conocido. Lo dice esa parábola de Mateo que a ti te gusta tanto, la del Juicio Final. Que Lucila tuviese que recordarme un texto de Mateo era para mí la mayor humillación imaginable. Mi primera reacción fue ponerme colorado y nervioso. Luego me recuperé. –En esa parábola no se dice que Jesús es Juez. Juez. Él se presenta como Rey. –Ya estamos otra vez con las palabras. Es Rey, pero juzga. –Sí, Andrónico, no te escapes –intervino Livia–. Además, el cuarto evangelio dice claramente que Jesús es el que juzga. Hay una frase que me la sé de memoria porque me escandalizó mucho cuando la oí. Para un judío, el único juez es Dios. Sin embargo, en ese evangelio dice di ce Jesús: «El Padre Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio se lo ha entregado al Hijo» 2. –De acuerdo. Todos coinciden en que Jesús es juez, pero el único que lo afirma expresamente es Lucas. –Después dirás que yo soy cabezota –protestó Lucila sonriendo. –Lo más curioso es que Pedro relaciona la imagen de Jesús juez con la idea del perdón. Me Me refiero a eso que dice: «Quien cree en él recibe el perdón de sus pecados» . Es como si uno llega a un tribunal, acusado de los mayores delitos, y el juez le pregunta: «¿Usted cree que yo soy el juez». «Sí, señor, sin duda alguna». «Pues queda usted libre; lo declaro inocente». –Habría que matizar mucho –protestó Livia–. Tal Tal como lo dices parece una broma. Creer en Jesús como juez de vivos y muertos significa reconocer que Dios le ha concedido la má Juan 5,22.
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xima dignidad, el máximo poder. Además, esa fe tiene que cambiar la vida. Hay que procurar vivir como a él le gusta. –Sí, de acuerdo. Pero insisto en que es muy curioso relacionar la imagen del juez con la idea del perdón. Muchos la habrían relacionado con el castigo, la condena. Se estaba haciendo tarde y quedaban dos cuestiones que tratar: el don de lenguas y los conflictos dentro de la primitiva Iglesia. Propuse dejarlos para el día siguiente y rezar un rato pensando en lo dicho por Pedro sobre Jesús. Cada cual debía indicar la frase o la idea que más le había impresionado. Y resultamos de una falta absoluta de originalidad. Todos coincidimos en las palabras «pasó haciendo el bien» y en el deseo de que nos sirviesen de modelo de comportamiento. Sólo Néstor se permitió decir, mirando de soslayo a Livia, que le gustaba mucho cómo Jesús había curado a los oprimidos por el diablo diablo.. Eso le costó un merecido y cariñoso coscorrón cuando hubimos terminado.
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22 Lenguas y tensiones
¿P
or qué tienes tanto interés en que tus niños aprendan latín?
La cara de d e Talía Talía reflejó el asombro que le producía mi pregunta. –Es la lengua del futuro. El griego perderá importancia más pronto o más tarde. Además, no entiendo por qué me lo preguntas. Tú también sabes latín. –Sí, llevas razón. Estábamos en el jardín, los niños un poco alejados. Ella sonrió maliciosa. –A ti no te interesa lo del latín. Ya te voy conociendo. –Es verdad. Lo que me interesan son las lenguas. ¿Qué piensas tú de ellas? –¿Yo? Que son un instrumento para comunicarse. –Por consiguiente, dos personas que no hablan la misma lengua no pueden entenderse. –No. Claro. –¿Y tendría sentido que hablasen entre ellos? –¿Que hablase cada uno en su lengua sin que el otro lo entendiera? 245
–Sí. –Estarían locos. O tremendamente aburridos. Tú... ¿Tiene todo esto algo que ver con lo que trataremos esta noche? –Sí, alguna relación tiene. –Entonces este interrogatorio deberías hacerlo delante de todos. –Es cierto. Pero estaba dándole vueltas al tema, te vi sola, y pensé comentarlo contigo. –No sé si tú te habrás aclarado, pero yo sigo tan a oscuras como al principio. –Ten un poco de paciencia. *** –Lo de Cornelio se está alargando mucho –comencé–, pero lo terminaremos esta noche. Sólo nos quedan dos cuestiones: el don de lenguas y las tensiones en la primitiva Iglesia. Lo del don de lenguas se refiere a lo ocurrido cuando Pedro terminó su discurso, el que comentamos ayer. Os recuerdo lo que dice Lucas: No había acabado Pedro de hablar, cuando el Espíritu Santo bajó sobre todos los oyentes. Los creyentes convertidos del judaís- mo se asombraban al ver que el don del Espíritu Santo también se concedía a los paganos; pues les oían hablar en lenguas y en- salzar a Dios 1. Como veis, algo muy parecido a lo ocurrido en Pentecostés: viene el Espíritu y se ponen a hablar en otras lenguas. ¿Estáis de acuerdo? Todos asintieron, extrañados al mismo tiempo de la coincidencia. 1
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Hechos 10,44-46.
–Pues os equivocáis –les dije–. dije– . No es lo mismo. Después de Pentecostés, los discípulos hablan en lenguas normales y corrientes, de este mundo. Recordad que la gente los escucha hablar en persa, elamita, judío, latín... En cambio, el fenómeno que ocurre en casa de Cornelio es distinto. El Espíritu concede a los paganos hablar en lenguas extrañas, misteriosas 2. –Esto te lo estás inventando, Andrónico. Ahí sólo dice d ice que hablaban en lenguas. –Sí, Lucila. Pero hay que interpretarlo como lenguas misteriosas. Por eso los judíos que acompañan a Pedro se asombran y lo consideran un don de Dios. Si hubiesen hablado en latín, griego, arameo, egipcio... nadie se habría extrañado. –Y si no son lenguas normales, ¿qué clases de lenguas son? ¿En qué país se hablan? –No se hablan en ningún país, no sirven para comunicarse con nadie. Mejor dicho, sirven para comunicarse con Dios. –Mira, Andrónico, lo de anoche sobre el discurso de Pedro estuvo muy bien, pero lo que estás diciendo hoy sobre esas lenguas tan raras me parece absurdo. –A mí también, padre –la apoyó Néstor. –¿Vosotras estáis de acuerdo? –pregunté a Livia y Talía. –Yoo de ti no me fío un pelo –respondió Livia–. –Y Livia– . Seguro que sales con cualquier truco. Tuve la impresión de que Talía, influida por la conversación de la mañana, participaba de la misma opinión y no pude dejar de sonreírme. –Pues no hay trampa ni truco. Sólo quería que cayerais en la cuenta de un detalle: al leer lo que cuenta Lucas cabe el peligro de no darle mayor importancia; a lo sumo, lo comparaSobre este pasaje, véase la nota complementaria «Hablar en lenguas», pág. 305. 2
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mos con Pentecostés y nos asombramos de que el Espíritu se manifieste igual entre judíos y paganos. Sin embargo, Lucas hace aquí referencia a un fenómeno distinto, a una manifestación del Espíritu que terminó creando grandes dificultades en la comunidad más problemática de las que fundó Pablo. Ya Ya podéis imaginar cuál es. Como no podían imaginarlo, mientras mostraba un rollo hasta entonces oculto, les dije: –Corinto. Allí le crearon a Pablo problemas de todo tipo. tip o. En concreto, había un grupo entusiasmado con el don de lenguas; y otro que no le veía ninguna utilidad. ¿Solución? Consultar a Pablo para ver qué pensaba. Y él escribe unos párrafos espléndidos sobre el tema. Antes de leerlos me vais a permitir un inciso. Hace tiempo hablamos del Espíritu Santo y de lo que hace en la Iglesia. Aquí tenemos, como introducción, un catálogo espléndido de las diversas acciones del Espíritu. Voy a leerlo.
La manifestación particular del Espíritu se le da a cada uno para el bien común. Uno Uno,, mediante el Espíritu, tiene el don de hablar con sabiduría; otro, según el mismo Espíritu, el hablar con penetración; otro, por el mismo Espíritu, la fe; otro, por el único Espíritu, carismas de curaciones; otro realizar milagros, otro profecía, otro discreción de espíritus, otro hablar lenguas, otro interpretar lenguas. Pero todo lo ejecuta el mismo y único Es- píritu repartiendo a cada uno como quiere 3. –A mí me parece que yo no tengo ninguno de esos dones –protestó Néstor. –El de hablar con sabiduría, desde luego que no –le respondió Livia entre las risas de todos–. Pero algo bueno debes tener... un poco de fe, un poco de alegría... Todo eso es don del Espíritu. 3
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1 Corintios 12,7-11.
–Estoy de acuerdo con Livia... no en lo de tu falta de sabiduría –aclaré–, sino en que todos hacemos algo en bien de la comunidad, y eso es fruto del Espíritu. Pero lo que ahora nos interesa es que Pablo cita como dones suyos el hablar lenguas y el interpretarlas. Las dos cosas, hablar e interpretar, interpretar, van juntas. Con esto ya podéis imaginar dónde radica el problema. Pablo lo dice más adelante, comparando el don d on de hablar lenguas con el don de profecía.
Quien habla una lengua arcana no habla a hombres, sino a Dios: nadie lo entiende, porque movido por el espíritu habla de misterios. En cambio, quien profetiza habla a hombres edifican- do, exhortando y animando. Quien habla una lengua arcana se edifica él mismo; quien profetiza edifica a la iglesia 4. ¿Veis la diferencia? Al profeta lo entienden todos; el que habla lenguas necesita un intérprete, y si no lo tiene, nadie se entera de lo que dice. –¿Y qué necesidad tiene la gente de hablar así? –preguntó Lucila. –Algunos piensan que hablar una lengua ininteligible tiene más mérito, que a Dios le gusta. –A Dios le traerá sin cuidado. Como si no nos entendiese perfectamente sin necesidad de decirle nada. –Esto es lo que tú piensas, porque eres muy pragmática. Pero hay gente más espiritual que ve las cosas de otro modo. –O que se cree la pitia de Delfos –rebatió Talía, más de acuerdo con Lucila que conmigo–. La pitia siempre habla un lenguaje que nadie entiende, y esas cosas raras a ciertas personas les gustan mucho.
A continuación Andrónico irá leyendo y comentando 1 Corintios 14,225, omitiendo algunos párrafos. 4
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–Por una vez estoy de acuerdo con mi esposa –sentenció Néstor. Si creían que iban a enojarme se equivocaron. Sonreí satisfecho ante su oposición. –Me alegro de tener una familia con ideas tan parecidas a las de Pablo. Pero os falta un poco de su espíritu de comprensión. Voy a leeros lo que sigue:
Me gustaría que todos hablarais lenguas arcanas, pero prefie- ro que profeticéis. Quien profetiza es superior al que habla una lengua arcana, a menos que la interprete para edificación de la Iglesia. –¿Eso significa que primero habla en lengua rara y luego él mismo lo interpreta? –Sí, Lucila. –Pues sigo pensando que es una pérdida absurda de tiempo. –Pablo estaría de acuerdo contigo, pero lo dice de forma más suave. Empieza aduciendo unos argumentos de sentido común:
Suponed, hermanos, que me presento ante vosotros hablando lenguas arcanas: si no propongo alguna revelación o conocimien- to o profecía o enseñanza, ¿qué provecho sacáis? Ocurre igual que con los instrumentos musicales, la flauta o la cítara: si las notas que dan no guardan los intervalos, ¿cómo se va a saber lo que to- can? Otro ejemplo: si la trompeta no da un toque definido, ¿quién se preparará para para el combate? Lo mismo os pasa a vosotros con las lenguas: si no pronunciáis palabras inteligibles ¿cómo se entenderá lo que decís? Estaríais hablando al viento . –Eso es lo que decíamos todos antes. –Pero vosotros lo habéis dicho a lo bruto, porque estamos todos de acuerdo y nadie se ofende. Pablo tiene que actuar con mucho cuidado, para no molestar a nadie. Por eso, les re250
cuerda que los dones espirituales están al servicio de la Iglesia; y al que habla lenguas le aconseja que pida también el don de interpretarla, para que la gente se entere. –Lo que tendría que pedir es el don de callarse. Cuando se apagaron las risas por la salida de Néstor continué: –Pablo no es tan duro. Simplemente le dice al que habla lenguas: tú pronuncias una bendición pero el otro no puede responder «amén» porque no sabe lo que dices; o das gracias con palabras bellísimas, pero el otro no se edifica... Hasta ahora ha utilizado argumentos de sentido común y de edificación de la Iglesia. Ahora añade su ejemplo personal: Yo, gracias a Dios, hablo lenguas arcanas más que todos vosotros; pero en una asamblea, para instruir a los demás, prefiero decir cinco palabras inteligibles a pronunciar diez mil arcanas . Y sigue con un ejemplo muy simpático.
Supongamos que se reúne la Iglesia entera y todos os ponéis a hablar lenguas arcanas: si entran algunos particulares o no cre- yentes, ¿no dirán que estáis locos? En cambio, si todos profetizan, cuando entra un no creyente o un particular, se siente interpela- do por todos, juzgado por todos, se revelan los secretos de su cora- zón, cae de bruces br uces adorando a Dios y declara: Realmente con vo- sotros está Dios. Fijaos cómo termina, que es muy típico de Pablo: En conclu- sión, hermanos, aspirad a profetizar y no impidáis hablar en len- mejor,, pero no prohíbe lo otro. guass ar gua arcan canas. as. Deja claro lo que es mejor –A eso lo llaman algunos «nadar y guardar la ropa». –Sí, Néstor. Pero no olvides que para Pablo todos los miembros de la comunidad eran importantes. Ya lo veremos en otros muchos casos. No quería ponerse exclusivamente de parte de un grupo, rechazando a los otros. 251
–De todos modos, las lenguas no le entusiasman. –Sin embargo, dice que él las hablaba, y más que nadie. O sea, que algo bueno debía de haber ahí. Así se explica el asombro de los judíos que acompañaban a Pedro cuando visitó a Cornelio. –¿Quién es ése Cornelio del que hablas? –preguntó Lucila con ironía–. Ya me había olvidado de él. –Sí, nos hemos desviado. desviad o. Pero Pero creo que era interesante tratar el tema anterior. Sólo nos queda el problema de las tensiones dentro de la Iglesia primitiva. Os recuerdo lo que cuenta Lucas. Cambié de rollo, busqué el pasaje y leí: Cuando Pedro subió a Jerusalén, los judíos convertidos discu- tían con él diciendo que había entrado en casa de incircuncisos y Yaa veis el problema. Antes de la visión, había comido con ellos. Y Pedro pensaba igual que ellos; luego cambió su punto de vista. Y ahora le toca convencerlos para que también ellos acepten a los paganos. En este caso, lo consigue fácilmente. Incluso los más reacios acogen con entusiasmo lo que dice Pedro. Pero más tarde surgirán nuevos conflictos, también t ambién relacionados con los paganos y lo que se les debía exigir para hacerse cristianos. No creo que éste sea el momento ideal de tratarlos. Además, hoy me siento un poco cansado. Os propongo que pasemos a la oración. Podríamos hacerla sobre la última frase del relato de Cornelio, cuando la comunidad de Jerusalén da gloria a Dios diciendo: «También a los paganos ha concedido peroo este tema tema ya ya lo proproDios el arrepentimiento para la vida» , per puso Lucila hace unos días. Así que os sugiero un texto de Pablo muy relacionado con lo que hemos tratado. Cuando habla de esas peleas que se daban en Corinto entre partidarios y enemigos de las lenguas, les propone algo mejor que todos esos dones: la caridad. Y escribe un himno bellísimo. Os lo voy a leer. 252
Aunque hable todas las lenguas humanas y angélicas, si no tengo amor, soy un metal estridente o un platillo estruendoso. Aunque posea el don de profecía y conozca los l os misterios todos y la ciencia entera, aunque tenga una fe como para mover mon- tañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque reparta todos mis bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, es amable, el amor no es envidioso ni pre- sumido, no es orgulloso ni destemplado, no busca su interés, no se irrita, no apunta las ofensas, no se alegra de la injusticia, se ale- gra de la verdad. Todo Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca acabará. Las profecías serán eli- minadas, las lenguas cesarán, el conocimiento será eliminado. Ahora nos quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande de todas es el amor 5. Lucila no pudo contenerse. Me pidió el rollo y que le indicase el sitio exacto que había leído. –Ha habido algo que me ha impresionado mucho. Aunque tengas sueño, Andrónico, voy a leerlo otra vez, muy despacio, y nos quedamos un momento en silencio, reflexionando y pidiendo a Dios que nos lo conceda. Sin más preámbulos, comenzó: –El amor es paciente... –Es amable... –No es envidioso ni presumido...
1 Corintios 13,1-13, aunque Andrónico cae en su defecto habitual de omitir algunas frases. 5
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23 Antioquía (Hechos 11,19-30)
L
as visitas de Elena no me extrañan. Las intuyo de forma espontánea, acostumbrado quizá a sus días y horas. Pero no esperaba la petición que me hizo. –Dice madre que anoche leíste un texto muy hermoso de Pablo sobre el amor a mor,, que hace h ace pensar pen sar mucho. much o. Tendría endríass que dede jármelo. –¿Para aplicártelo con Julia? –No, con mi suegra. Comprendo que la pobre no tiene culpa, que son ya muchos años y que está enferma. Pero hay momentos en que no puedo más. Lo malo es que eso está influyendo en las relaciones con Teodoro. –¿Se lo has contado a tu madre? –Sí, hace ya tiempo. Siempre me decía lo mismo: que tuviese paciencia, que fuese comprensiva... Pero Pero hoy me ha dado un consejo distinto: «Busca a tu padre y que te lea lo de Pablo que nos leyó anoche». –No imaginaba que tu madre me estimase tanto. –A ti, no. A Pablo. Anda, déjate de bromas y cuéntame lo que dice. –Pues, lo primero, que el amor es lo más grande para un cristiano. Más que la sabiduría, más que la fe... Dice cosas muy sutiles, que parecen imposibles, pero que hacen pensar. Por 255
ejemplo, que uno puede repartir todos sus bienes a los pobres y no tener amor. O entregarse al martirio, y hacerlo sin amor. –Eso es imposible, padre. –Pablo no era tonto. Imagina un caso distinto y lo comprenderás. ¿No te has sacrificado muchas veces por tu suegra? –Sí, bastantes. –¿Y lo has hecho con amor o por quedar bien? –¿Por quedar bien delante de ella, o de Teodoro? –Por quedar bien delante de ti misma. ¿Te acuerdas de Narciso? Narcis o? A todos nos gusta vernos guapos y que los demás nos admiren. Por eso dice Pablo que es posible dar todos los bienes a los pobres sin tener amor, sólo para quedar bien. ¿Estás de acuerdo? –Sí, es cierto. Muchas veces actuamos así. Me concentré un momento, intentando recordar el texto. –Luego indica Pablo las características del amor. Espera, que son muchas y no me las sé de memoria. Aquí está el rollo... se pasan bastantes columnas... y aquí está: El amor es pa- ciente, es amable, el amor no es envidioso ni presumido, no es or- gulloso ni destemplad destemplado, o, no busca busca su interés, no se irrita, no apunta las ofensas, no se alegra de la injusticia, se alegra de la verdad. Pero a mí casi me gusta más lo que dice luego: Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. No sé si Pablo pensaba en las relaciones entre los esposos, o entre padres e hijos. Desde luego, es perfecto. Lo primero y lo último, «todo lo aguanta» y «todo lo soporta», lo hace mucha gente. Lo difícil es lo de en medio: «todo lo cree» y «todo lo espera». A veces se pierde p ierde la fe en una persona, pe rsona, o no se espera más de ella. Cuando eso ocurre en un matrimonio, o con un hijo, es terrible. No te lo digo por experiencia propia, pero he conocido situaciones de ese tipo... Bueno, me estoy poniendo muy trágico y ése no es tu caso. A ti lo que te viene bien ahora es 256
lo primero que decía Pablo, que el amor es paciente, amable, no se irrita... Lo mismo que te aconsejaba tu madre. –Se lo diré, para que se ponga anchísima. Y cuando esté tan contenta, le diré que le falta amor, porque el amor no es presumido. Los dos nos reímos y se despidió con un beso. Cuando iba por la puerta le hice un encargo: –Dile a Julia que está perdida. Ya no quiere nada con su abuelo. –Se lo diré. *** Los dos últimos días me había encargado de dirigir la reunión para finalizar el extenso episodio de Cornelio. Sin embargo, renunciar a dirigir la siguiente me supuso un verdadero sacrificio. Aparte del interés del tema, me consideraba el único capacitado para hablar de él, incluyendo al mismísimo Leví y a mi padre que hubiera resucitado de la muerte. Porque el nuevo texto se centraba en la fundación de la comunidad de Antioquía Antioqu ía de Siria, la que que visité visité en mi juventud juventud para conseguir conseguir una copia del evangelio de Mateo y donde pude conocer una de las iglesias primitivas más pujantes pujant es y a su querido obispo Ignacio. Pero no quería romper el ritmo previsto de intervenciones, aparte de que Néstor no me había ofrecido la menor posibilidad. La noche antes, cuando terminamos, se apoderó del rollo de Lucas con una sencilla excusa: «Mañana me toca a mí». Le indiqué hasta dónde debía leer y nos despedimos. *** Ya conoces a Néstor. Ya Néstor. Sabes que es alegre y jovial, propenso a las bromas. Pero Pero no podía yo imaginar i maginar qué motivaba su sonrisa satisfecha cuando empezó la reunión siguiente. 257
–La sección que hoy nos toca comentar es bastante breve. Consta de una pequeña introducción y de una serie de noticias relacionadas con una comunidad de Siria de poca importancia. Estuve a punto de saltar indignado, pero comprendí a tiempo que se trataba de una de sus bromas. Preferí sonreír en silencio. –La introducción dice así: Los que se habían dispersado cuando la persecución ocasionada por Esteban atravesaron hasta Fenicia, Fe nicia, Chipre y Antioquía, anunciando el mensaje mensaj e solamente a los judíos. Como mi querido padre nos ha distraído últimamente con toda clase de temas sin relación con la obra de Lucas, os recuerdo brevemente lo esencial para que entendáis la introducción. Había en Jerusalén un diácono, llamado Esteban, al que los judíos helenistas persiguieron a muerte por hablar mal de Moisés y del templo. Con ese motivo, se desencadenó una persecución muy violenta contra la Iglesia. Menos los apóstoles, todos huyeron, refugiándose en Judea y Samaria, aprovechando la ocasión para predicar la buena noticia de Jesús.. Recordaréis que uno de ellos fue el diácono Fel Jesús Felipe, ipe, que predicó en Samaria, se hizo amigo de un mago, bautizó a un eunuco y terminó volando hasta la costa. Lo que hemos leído habla de otros grupos que huyeron también de Jerusalén en aquel momento. Pero éstos llegaron mucho más lejos. Algunos se establecieron en Fenicia y otros decidieron seguir más adelante. Estos últimos supongo que tomarían una nave en Tiro o Sidón para llegar a Chipre y Antioquía. Se detuvo, echó una mirada alrededor y comentó: –Debéis reconocer que he hecho un resumen perfecto. He tenido que releer muchas cosas pero no os quejaréis. A partir de ahora, Lucas se centra en esa ciudad de poca importancia, Antioquía. –¿Antioquía de Pisidia? –preguntó la insaciable Talía. 258
–No, hija. Néstor se refiere a la Antioquía del Orontes, a la tercera ciudad del Imperio. Un pueblecito sin importancia 1. Livia sonrió con mi ironía pero cambió de tema. –¿No vas a decir nada más de la introducción? –preguntó a Néstor. –Podría –P odría hablar de d e los caminos que llevan de Jerusalén a Fenicia, de las naves que van de Tiro Tiro a Chipre, de su calado y did imensiones, de cómo llegar de la costa hasta Antioquía... Pero no creo que os interese. –Desde luego que no. Yo me refería a algo más importante, a las últimas palabras. Las que dicen que sólo anunciaban el mensaje a los judíos. –Bueno, eso está claro. No precisa explicación. –Está claro, pero es muy interesante. Significa que aquella gente tenía una idea muy limitada de Jesús. Pensaban que él y su mensaje sólo eran importantes para los judíos. –Ellos no tenían la culpa, Livia –le dije–. Recuerda que Jesús casi nunca trató con paganos. Y a sus discípulos les ordenó que se dirigiesen a las ovejas descarriadas de Israel. –Para ti sólo existe el evangelio de Mateo, como si los otros no contasen. Lucas presenta a Jesús de forma más universal. En la sinagoga de Nazaret él mismo se compara con Elías y Eliseo, que hicieron favores especiales a los paganos. –Yoo no niego que Jesús tratase muy bien a los paganos. –Y pag anos. Lo que digo es que sus discípulos estaban convencidos de que lo importante era predicar a los israelitas. Por eso, los que huyen de Jerusalén sólo les predican el mensaje a los judíos. –En resumen –concluyó Néstor–, después de todo el jaleo que habéis organizado sabemos lo mismo que al principio. Sobre esta ciudad, véase en los Apéndices la nota complementaria «Antioquía del Orontes», pág. 306. 1
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–Pero ahora sabemos lo que sabemos –dijo enigmática Livia–. Sigue leyendo. –Sigo leyendo. Entre ellos había algunos chipriotas y cireneos que, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar a los griegos anunciándoles la buena noticia del Señor Jesús. –¿Lo ves?, cabezota ¿Te das cuenta del cambio tan grande que se produce en Antioquía? Ahora ya no se limitan a predicar a judíos, les hablan también a los griegos. –Pues sí, es verdad. No había caído en la cuenta. –Otra cosa muy interesante –aporté yo– es que la comunidad de Antioquía la fundan chipriotas y cireneos. Lucio, por ejemplo, era de Cirene, en el norte de África. Y Simeón, el moreno, que era un tipo muy simpático, me dijo un día... –No, padre, por favor, que esas batallas nos las conocemos ya mejor que las de Alejandro Magno. –Está bien, me callo. Pero si no entendéis algo no vengáis después a preguntarme. –Lucas sigue contando los orígenes de aquella comunidad. La mano del Señor los apoyaba, de modo que un gran nú- mero creyó y se convirtió al Señor. La noticia llegó a oídos de la iglesia de Jerusalén, que envió a Bernabé a Antioquía. Al llegar y comprobar la gracia de Dios, se alegró y,y, como era era hombre bue- no, lleno de fe y de Espíritu Santo, exhortó a todos a ser fieles al Señor de todo corazón. Un buen número de personas se incorpo- ró al Señor. Recordaréis que Bernabé es el mismo que presentó a Pablo a los apóstoles. Por lo visto, debía sentirse un poco desbordado por la cantidad enorme de trabajo y se le ocurrió una gran solución. Bernabé marchó a Tarso en busca de Saulo, y cuando lo encontró, lo condujo a Antioquía. Un año entero actuaron en aquella iglesia instruyendo a una comunidad noticia,, por si alguno no lo sabía: numerosa. Y ahora la gran noticia En Antioquía llamaron por primera vez a los discípulos «cris- tianos». 260
Néstor respetó con un breve silencio el impacto de las últimas palabras. Luego continuó: –Aunque Bernabé y Pablo se sentían muy satisfechos de la marcha de la comunidad, un día, después de haber ayunado, recibieron un oráculo del Espíritu. Tuve la impresión de que Néstor estaba adelantando acontecimientos y confundiéndolos. Es cierto que Lucas habla de un oráculo del Espíritu Santo después de una jornada de ayuno, pero el ayuno lo realizó toda la comunidad. Además, todo eso ocurrió bastante más tarde; antes había que leer unos episodios que corresponderían a Talía. Sin embargo, Néstor levantó el rollo y leyó con absoluto aplomo. –Cuando terminaron el ayuno les dijo el Espíritu: «Cuidaos del troyano». Bernabé y Pablo, intrigados por estas palabras y sin llegar a comprender su sentido, reunieron a la comunidad. Un profeta profe ta llamado Agabo, bajado hacía poco de Je Jerusalén, rusalén, les dijo: «Llegará dentro de pocos años, a ños, procedente de la antigua Troya, Troya, un joven jov en que con toda clase de lisonjas, ard ardides ides y rega regalos los seduc seducirá irá a muchos y los apartará de la verdad. No le abráis vuestras puertas ni vuestro corazón». Deseosos de conocer más datos sobre ese joven, con vistas a conjurar el peligro, insistieron en la oración y el ayu- no, y el Espíritu les respondió por medio de Agabo: «Su nombre es misterio. Pero Pero engendrará un hijo virtuoso vir tuoso y sabio, que expiará expia rá los pecadoss de su padre, al que pondrán por nombre pecado nombre Néstor». No sabía si reír o indignarme, pero la carcajada de todos me obligó a lo primero. –Cada día estás más loco –le dije. –No te molestes, Andrónico. Lucas también se habría reído –opinó Livia. –La culpa es tuya, por darme un trozo tan breve. Había que rellenarlo de algún modo. Ahora sigo en serio. Lo que voy a leer lo cuenta Lucas, de veras. Por aquel tiempo bajaron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado l lamado Agabo, 261
se alzó inspirado y predijo una gran carestía universal, que so- brevino en tiempo de Claudio. Entonces los discípulos decidieron enviar, cada cual según sus posibilidades, una ayuda a los her- manos que habitaban en Judea. Y lo ejecutaron enviándolo a los ancianos por medio de Bernabé Bernab é y Saulo. El comentario que voy a hacer ahora te lo dedico a ti, madre: seguro que te va a gustar. Fijaos en la comunicación entre Jerusalén y Antioquía. Cuando Jerusalén se entera de que se está formando una comunidad nueva, distinta, formada por griegos, envían a una de las personas de mayor prestigio y de mentalidad muy abierta, a Bernabé. Y cuando Antioquía se entera de que la comunidad de Jerusalén pasa hambre, inmediatamente hace una colecta en su favor. ¿Te gusta? –Mucho.. Aunque no sé si también eso te lo has inventado. –Mucho –Léelo tú misma, desconfiada. No he cambiado ni una letra. Intuí que Néstor daba la reunión por terminada, pero yo no me resignaba a ello. –Talía, tú que eres imparcial. ¿Qué impresión has sacado de la lectura de hoy? Ella reflexionó antes de contestar. –Que era un texto muy breve... quizá demasiado anecdótico. Dice cosas interesantes, como la predicación del mensa je a los griegos, o lo que comentaba Néstor al final sobre las relaciones con Jerusalén. –¿Pero te ha parecido esencial? Quiero decir... si no lo hubiésemos leído, ¿lo echarías de menos? –No entiendo tu pregunta, padre. –Ya sé que no me he expresado bien. Lo que quiero decir es que la fundación de la iglesia de Antioquía no es algo anecdótico o secundario. No es una comunidad como otras muchas de las que hemos visto: Samaria, Lida, Jafa... ni siquiera como Damasco. Es la comunidad más dinámica después de Jerusalén. En cierto modo, superior a Jerusalén. 262
–Pero ahí no se cuenta nada de eso, padre. Tú lo dices por–Pero que estuviste allí. –No lo digo yo; lo dice Lucas, más adelante. –Pues entonces –intervino Lucila–, espera a que lo leamos más adelante. Era una respuesta tan lógica que me dejó desconcertado. –Está bien. Pero el tema de la oración de hoy lo impongo yo. Vamos a dar gracias a Dios por los fundadores de la comunidad de Antioquía, por el valor que tuvieron de abrirse a los griegos, por su generosidad con los hermanos de Jerusalén, por su espíritu misionero, por... –Para ya, Andrónico. Con lo que has dicho es más que suficiente. *** –¿Tú sabías la broma que iba a gastarme Néstor esta noche? –No. Yo creo que la improvisó. ¿Te ha molestado? –Al principio me desconcertó, porque no recordaba ese texto de Lucas... Claro, como que no era de Lucas... Por cierto, me olvidaba... Elena estuvo hablando conmigo. –Ya lo sé. Le gustó mucho el texto de Pablo. –¿Nada más que lo de Pablo? –También lo que tú le dijiste. ¡Qué presumido eres!
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24 Martirio, cárcel, y castigo divino (Hechos 12)
M
i queja no dejó de surtir efecto. A la mañana siguiente se presentó Julia, sonriente como siempre... como siempre que sonríe. –No tengo bastante con mi madre para que también mi abuelo se queje de mí. –Yo no me quejo. Te echo de menos... Aunque comprendo que hay personas que te interesan más. Noté divertido que se ponía colorada. –¿A quién te refieres? –A tu madre, naturalmente. –No seas mentiroso. –¿Es que tu madre no te interesa? Ella dice que ahora se lleva mucho mejor contigo. –Sí, pero tú no estabas pensando en mi madre. –Pues tú dirás en quién estaba pensando. Quizá en alguna de tus amigas... Tal vez en alguien llamado Antonio... –¿Quién te lo ha dicho? Su cara se había vuelto roja como la grana y en su voz sonó una mezcla de sorpresa, disgusto y satisfacción. ¡Qué complicadas son las mujeres! –Nadie me lo ha dicho. Uno ve, oye, intuye... Muy buen muchacho ese Antonio. Me gusta. 265
–Ni siquiera lo conoces. Seguro que no lo has visto en la vida. –Si tú lo dices... Pero la túnica que estrenó el otro día, la que le trajeron de Tiro, le sienta muy bien. ¿Se lo has dicho a tu madre? Hasta entonces había permanecido de pie. Acercó un escabel y se sentó a mi lado. –No me atrevo. A lo mejor se molesta... Como está tan nerviosa con la abuela. –¿Por –¿P or qué se va a molestar? Ya Ya tienes trece años. Seguro que le das una alegría. Guardó silencio un momento, como dudando de hacerme una confesión. –Es que Antonio no es cristiano. –Ya lo sé. Si lo fuese, acudiría a las asambleas. –¿Tú crees que yo conseguiré convencerlo para que se bautice? Le acaricié la mejilla antes de contestarle. –Eso no depende de ti, Julia. Depende del Señor. Aunque tú puedes poner algo de tu parte. El tío Néstor ayudó mucho a Talí Talía. a. –Acabo de verla en el jardín. Estaba leyéndole a Proclo una historia muy divertida de un ángel que sacaba a Pedro de la cárcel. –¿De veras le estaba leyendo eso? –Sí, pero a Proclo le gustó mucho más cuando muere Herodes. No pude ocultar mi desacuerdo con la conducta de Talía. –Después no quiere que a sus niños les cuenten historias de batallas. Las mujeres no tenéis remedio. –Siempre estás protestando de las mujeres. 266
–Eso no es cierto. Yo sólo protesto de tu abuela, de tu madre, de Livia, de mi nuera, y de ti. –Entonces no te quejes si no vengo a verte con más frecuencia. –Por lo menos vuelve a contarme qué le parece a tu madre lo de Antonio. Yo creo que hacéis muy buena pareja. *** Estaba mi nuera a punto de comenzar la reunión cuando no pude evitar anticiparme. –Todos decís que Talía prepara muy bien la explicación de los textos. Lo que no sabéis es cómo la prepara... leyéndoselos a los niños. Néstor la miró asombrado. –¿De veras? –¿Vas a hacerle caso a tu padre? Eso ha sido esta mañana, que la historia era muy divertida. Proclo me vio reírme y quiso que se la leyera. Pero la primera parte, la del martirio de Santiago, no se la leí. Advirtió que Lucila y Néstor no entendían sus referencias y empezó por el principio. –El texto de hoy es bastante largo, pero muy fácil de entender 1. Tiene tres partes, con un personaje común a todas ellas: el rey Herodes. Supongo que no será el que quiso matar a Jesús cuando era niño, porque ése ya estaría muerto. Debe ser un hijo suyo, o un nieto 2. Ni Livia ni yo pudimos sacarla de la duda. Por otra parte, el dato no parecía esencial.
Hechos 12,1-25. 2 Véase la nota complementaria «Herodes Agripa», pág. 307. 1
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–Fuese quien fuese este Herodes, había heredado los instintos asesinos de su padre o de su abuelo. Es lo que se advierte en la primera noticia, muy breve. Léela, Néstor.
Por aquel tiempo el rey Herodes emprendió una persecución contra algunos miembros de la Iglesia e hizo degollar a Santiago, el hermano de Juan. –¡Qué canalla! –exclamó Lucila, que no siente especial simpatía por nuestros perseguidores. A mí no me había impresionado tanto porque ya conocía el relato. –Míralo desde otro punto de vista –le dije–. Santiago sabía desde muchos años antes lo que le esperaba, y estaba de acuerdo. –¿Y tú cómo lo sabes? –Lo dice el evangelio. ¿No recuerdas cuando vino su madre a pedirle a Jesús que sus hijos se sentasen uno a su derecha y otro a su izquierda? Jesús le dijo que eso no dependía dep endía de él. Luego les preguntó a Santiago y Juan si estaban dispuestos a beber el cáliz que él tenía que beber. Y ellos respondieron que sí. –Pero –P ero es muy distinto beber un cáliz y que te corten cor ten el cuello –protestó Néstor Néstor.. –No es distinto, es lo mismo. Jesús se refería a si estaban dispuestos a morir. Seguro que Santiago se acordó de esas palabras cuando lo iban a matar. –Es nuestro segundo mártir –comentó Livia con orgullo–. Después de Esteban. –Y no olvidéis –añadí– que fue uno de los primeros en seguir a Jesús y uno de sus discípulos preferidos. Cuando él quería revelar algo misterioso sólo se llevaba a tres o cuatro. Me refiero a la transfiguración y al discurso que pronunció frente al monte de los Olivos antes de morir. Santiago siempre estaba entre ellos. 268
–Y ni siquiera así se libró. –No se trata de eso, Néstor. Néstor. Tú ves las cosas de forma muy humana. Para Santiago sería un orgullo dar la vida por Jesús. Era una forma de imitarlo. Talía retomó la dirección. –La verdad es que a mí no se me habían había n ocurrido tantas cosas. No conozco los evangelios tan bien como vosotros y pasé esa noticia un poco por alto. Lo único que me llamó la atención es el hecho de que Herodes persiguió a la Iglesia, porque Lucas no aduce motivo alguno. –Yaa te he dicho muchas veces que Lucas no es un gran his–Y toriador –dijo Néstor, no sé si en broma o convencido de lo que decía. –Pues yo insisto en que, si no sabía el motivo, hace muy bien en no inventárselo. Livia había respondido con voz ronca, acompañada al final de un ataque de tos. –¿Te tomaste la miel? –le preguntó Lucila. –Sí, no te preocupes. Lo que me irrita la garganta no es el frío, sino las cosas que dice tu hijo. Néstor,, que estaba sentado junto a ella, le echó el brazo por Néstor los hombros y la besó en la frente. –Te prometo no volver a hablar mal del peor historiador del mundo. –Bueno, vamos a seguir –propuso Talía–. La siguiente historia se centra en Herodes y en Pedro. Es larga, pero la vamos a leer sin interrupciones porque merece la pena escucharla seguida.
Herodes, viendo que lo hecho a Santiago agradaba a los judíos, procedió a arrestar a Pedro, durante las fiestas de los Ázimos. Lo detuvo y lo metió en la cárcel, encomendando su custodia a cua- tro piquetes de cuatro soldados cada uno. Su intención era hacer- 269
lo comparecer en público pasada la Pascua. Mientras Pedro es- taba custodiado en la cárcel, la Iglesia rezaba fervientemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro dur- miendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, mientras los centinelas hacían guardia a la puerta. De repente se presentó un ángel del Señor y una luz resplandeció en la celda. Golpeando a Pedro en el costado lo despertó y le dijo: –Levántate aprisa. Se le cayeron las cadenas de las manos y el ángel le dijo: –Ponte el cinturón y las sandalias. Así lo hizo, y el ángel le dijo: –Échate el manto y sígueme. Salió detrás de él, sin saber si lo del ángel era real, pues se le antojaba una visión. Pasaron la primera guardia y la segunda, llegaron a la puerta de hierro que daba a la calle, la cual se abrió por sí sola. Salieron, y al final de la calle el ángel lo dejó. Pedro recapacitó y dijo: –Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librar- me del poder de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío. j udío. Ya recobrado, se dirigió a casa de la madre de Juan, por so- brenombre Marcos, donde estaban unos cuantos reunidos orando. orando. Llamó al portal, y una criada llamada Rosa salió a abrir. Al re- conocer la voz de Pedro, le dio tanta alegría que, en vez de abrir abrir,, corrió a anunciar que Pedro estaba a la puerta. Le dijeron: –¡Estás loca! Pero ella insistía en que era cierto. Replicaron: –Será su ángel. Pedro seguía llamando. Abrieron y, al verlo, se quedaron de una pieza. Él hizo un gesto con la mano para que se callaran y les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. Y añadió: 270
–Contádselo a Santiago y a los hermanos. Después salió y se dirigió a otro lugar. Cuando se hizo de día los soldados estaban muy agitados por lo que habría sido de Pedro. Herodes lo buscó y, al no encontrar- lo, interrogó a los guardias y los hizo ejecutar. –Ante todo, una aclaración. Mejor dicho, una cosa que debéis aclararme. Pedro, cuando se despide de la comunidad, le dice «contádselo a Santiago y a los hermanos». Acabamos de leerlo. Imagino que debe tratarse de otro Santiago, porque al hermano de Juan ya lo habían matado. –Sí, Talía –le aclaré–. Este Santiago es el hermano del Señor. Un personaje muy importante en la iglesia de Jerusalén. Yaa lo veremos más adelante. Y –Muy bien. Ya se resolvió el problema. Porque no me cabía en la cabeza que Pedro no se hubiera enterado de lo que hizo el rey Herodes. Cambió de tono, se quedó mirando a Néstor y le dijo: –Esta mañana, cuando le leí el relato a Proclo, se divirtió mucho. Sobre todo con la escena de la criada. El final lo cambié, no te preocupes. Me di cuenta a tiempo, y en vez de leer que a los guardias los ejecutaron leí que los deportaron. Luego nos miró a los otros como pidiendo perdón por haberse desviado del tema. –Como os decía, al principio la historia me resultó muy entretenida. Luego, cuando me puse a pensar qué comentaros, sólo se me ocurrió que es la tercera vez que meten a Pedro en la cárcel, y la segunda que lo saca un ángel. –Una injusticia total –comentó Néstor–. Pedro siempre tiene un ángel a su disposición, y al pobre Santiago que lo parta un rayo. La salida de mi hijo, más que hacerme gracia, me irritó un poco, quizá porque advertí que no decía ninguna tontería. Es271
tos relatos de Lucas, al menos algunos de ellos, son realmente extraños. A Esteban lo apedrean, a Santiago lo degüellan, a Pablo lo persiguen a muerte y tienen que descolgarlo en una espuerta... pero a Pedro lo libra un ángel, a Felipe lo lleva el espíritu por el aire... Preferí no aumentar las dudas de mi hijo dándole la razón. En ciertos casos es mejor guardar silencio. Pero Livia, entre toses, adujo su certeza habitual. –«Los caminos del Señor no son nuestros caminos». En todo caso, a mí, los que me dan pena son los soldados que custodiaban a Pedro. A ésos no los libró ningún ángel. –Por si os sirve de consuelo –dijo Talía–, lo último que cuenta Lucas es la muerte de Herodes.
Después Herodes bajó de Judea y se quedó en Cesarea. Había estado enemistado con los tirios y los sidonios. Ellos, de común acuerdo, se presentaron al rey, se ganaron a Blasto, chambelán real, y pidieron la paz; pues su comarca recibía las provisiones del territorio del rey. El día convenido, Herodes, vestido con las ves- tiduras reales, y sentado en su estrado, los arengaba, mientras el pueblo aclamaba: –¡Voz de Dios, no de hombre! De improviso lo hirió el ángel del Señor, por no haber recono- cido la gloria de Dios, y murió comido de gusanos. –De modo que eso es lo que más le gustó a Proclo, lo de los gusanos. Nada más hacer el comentario, me arrepentí. Talía, Talía, colorada, no sabía cómo excusarse. –Fue un descuido, no me di cuenta. Como la historia anterior le había gustado tanto, me pidió que le siguiese leyendo. Yo pensé que no se estaba enterando de nada, porque eso del pacto con los tirios y los sidonios no lo entiende un niño. Pero al final, cuando leí que a Herodes se lo comieron los gusanos, se echó a reír diciendo: «¡Qué asco!». 272
–Pues yo soy como Proclo, lo reconozco –afirmó Lucila–. Me alegro de que se lo comieran los gusanos. Por malvado. –Teófilo decía que eso es lo que pretendía Lucas –nos sorprendió Livia–. Dios es muy bueno, pero p ero los malvados tienen que pagar sus injusticias. Y lo comparaba con lo que le ocurre al rico de la parábola, el que se harta de comer y beber mientras el pobre Lázaro se muere de hambre a la puerta de su casa. Al final tiene que pagar sus culpas. Un ataque de tos la obligó a interrumpirse. Pero no tardó en continuar. –Además, Herodes debería haber mandado callar a la gente que lo aclamaba como dios. Eso es una impiedad terrible. Ninguno añadió nada nad a más, y Talía Talía nos miró un poco po co desolada. –Yoo siento no haber podido comentar casi nada. –Y nad a. No se me ocurrían cosas. Hay una última frase que no sé si correspondía leerla hoy. hoy. Pienso que sí, porque se refiere a algo que ya vimos anteriormente. Recordaréis que la comunidad de Antioquía decidió ayudar a la de Jerusalén y que enviaron su limosna a través de Bernabé y Pablo. Ahora se cuenta su vuelta, añadiendo una noticia que a mí me parece importante.
La palabra de Dios crecía y se dilataba. Bernabé y Saulo, aca- bada su misión, se volvieron de Jerusalén, llevando consigo a Juan, Ju an, de sobrenombre Marcos. –Lo que me llama la atención es lo primero, que la palabra de Dios seguía difundiéndose. Inmediatamente antes se ha contado la muerte de Santiago y la prisión de Pedro. Sin embargo, ninguna oposición humana es capaz de frenar el mensaje de Jesús. –Ese comentario vale por toda la noche, Talía –la animé–. Además, en eso último aparece un personaje que terminará siendo muy importante: Juan Marcos. 273
–No me suena de nada. –No me lo puedo creer, Talía. Ya se ha hablado antes de él. Cuando Pedro Pedro sale de la cárcel se dirige a la casa de su madre. mad re. Además, has leído su obra. Se trata de Marcos, el evangelista. Lucila intuyó el peligro de que yo comenzase a hablar del rollo que me regaló mi padre, de cómo tropecé por casualidad con el pasaje del cuadrante... –Se acabó la reunión –dijo con voz firme–. Hoy ni siquiera vamos a rezar. Esta mujer se va ahora mismo a la cama. Y mañana no te levantas en todo el día. Mientras llevaba a Livia a su dormitorio, me acerqué a TaTalía con una sonrisa triunfante. –Es la primera vez que te falla la memoria. Ya iba siendo hora. –La verdad es que no se puede preparar la reunión rodeada de niños. Pero no tenía más tiempo que ése. –Te comprendo perfectamente, no te preocupes. Además, hay textos que están muy bien para leerlos, pero después no hay mucho que comentar. En aquel momento apareció la criada que cuida a los niños y nos interrumpió con aspecto preocupado. –Señora, Proclo no quiere dormirse. Dice que le dan miedo los gusanos. Talía se despidió de inmediato, pero tuvo tiempo de advertir mi esfuerzo por contener la risa.
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25 Epílogo
L
ivia no se levantó al día siguiente, ni tampoco al cabo de una semana. Fue casi un mes lo que tardó en recuperarse, mientras Néstor la animaba recordándole que «bicho malo nunca muere». Por Por mi parte, no podía imaginar que a los médicos se les ocurriesen tantas pócimas, hierbas e infusiones. Talía, en cambio, cada vez que visitaba a sus padres volvía con un nuevo remedio que su abuelo Ascanio había encontrado en la Historia natural de Plinio. La larga enfermedad y convalecencia de Livia supuso un corte en nuestras reuniones. Al principio me decepcionó un poco, porque mi intención era terminar este primer volumen algo más adelante, cuando se celebra una gran asamblea en Jerusalén para decidir qué se hace con los cristianos de origen pagano y a qué se les obliga. Haciendo de la necesidad virtud, advertí la ventaja de acabar en este punto. De ese modo, la nueva etapa comenzaría con los viajes misioneros de Pablo. Ahora, inevitablemente, echo la vista atrás y recuerdo cómo empezó esta aventura. Fue mi preocupación por la suerte de Ignacio y el problema de las persecuciones. Buscaba en la obra de Lucas una luz y un consuelo para afrontar las dificultades. Los he encontrado. Pero te engañaría si dijese que fue eso lo más importante. A lo largo de esas historias y nuestras discusiones, algo se fue imponiendo de forma cada vez más clara: la Iglesia, sus orígenes, su desarrollo. No esa iglesia 275
pequeña de Tróade, sino la Iglesia que se expande por las regiones más diversas, con un ansia incontenible de propagar el mensaje de Jesús. Dentro de ella, tal como la presenta Lucas, lo que más me asombra es la diversidad. Quizá se deba al origen tan variado de sus fuentes, quizá sea intención suya. Pero no deja de asombrarme lo distintos que somos los seguidores de Jesús. Pienso en Pedro, siempre decidido, incluso a la hora de enfrentarse a una revelación divina, siempre organizando y mandando, sin dejar hablar a nadie, siempre en primer plano, pero no como un déspota o un tirano; al mismo tiempo, arrostrando toda clase de dificultades y persecuciones fuera y dentro de la comunidad. Recuerdo a Esteban, otro personaje duro y enérgico, elegido para ocuparse de las viudas, pero que se olvida de ellas y se dedica a discutir con los helenistas, a los que insulta terriblemente y luego pide para ellos el perdón de Dios. Curioso Esteban, tan distinto de su compañero Felipe, que no se pelea con nadie, ni siquiera con los magos, catequiza a un eunuco y se escapa volando a la costa para continuar su actividad misionera. No te hablo de Pablo, nos queda mucho que contar de él. Pienso en todos los otros, los que acompañaron a Jesús desde el primer momento, pero de los que no se dice una sola palabra, como si hubiesen quedado mudos y paralíticos después de la ascensión. Pienso en María, la madre de Jesús, en las otras mujeres, que no vuelven a aparecer en la escena. Son símbolo y representación de la inmensa mayoría de la Iglesia, de todos nosotros, los que nunca haremos ni diremos nada que pase a la posteridad. Además de la variedad de caracteres, me impresiona también la diversidad de mentalidades: gente con capacidad de abrir nuevas sendas, como los fundadores de la comunidad de Antioquía, y gente que se aferra al pasado y desea que no 276
cambie lo más mínimo. Y la diferencia de actitudes: gente capaz de jugarse la vida v ida por el Señor, Señor, y gente que escatima la comida a las pobres viudas de los helenistas. ¿Qué une a personas tan distintas? ¿Qué les anima a superar tensiones, envidias, rencores ocultos? ¿Qué les impulsa a propagar un mensaje humanamente absurdo, fuente de burlas y desprecio en todas partes del Imperio? Lucas diría que el Espíritu de Jesús. Pero quizá muchos de ellos ni siquiera tuviesen una idea muy clara de quién o qué es ese espíritu. Más bien responderían que es el Señor Jesús quien los une, alienta y anima. Yo, Y o, dándole en este caso la razón a Lucila, no me perderé en distinciones entre Jesús y su Espíritu. Lo que sí puedo anunciarte es que lo contado hasta ahora es sólo una parte, muy pequeña, de lo que cuenta Lucas. En Antioquía, donde se produjo produjo la gran novedad novedad de predicar a los griegos por vez primera, tendrá también lugar un nuevo cambio revolucionario. Pero Pero eso será objeto obj eto del próximo volumen.
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A PÉNDICES PÉNDICES Breve base de datos sobre el libro de los Hechos * * * Notas complementarias
Breve base de datos sobre el libro de los Hechos Me limito a indicar algunos detalles, suprimiendo cuestiones más técnicas como el problema del texto o el de las fuentes usadas por Lucas. El interesado en ellas puede consultar la bibliografía citada al final de este apartado.
1. Título Andrónico ha titulado esta segunda parte «Hasta «Hasta los confines confines de la tierra». En realidad, cuando Lucas la escribió no le puso título, siguiendo una costumbre bastante difundida de la época; sólo indica expresamente que es la segunda parte de la otra escrita anteriormente sobre lo que Jesús hizo y enseñó. Hasta el siglo II fue circulando sin título expreso. A partir de entonces encontramos títulos muy variados, aunque aparentemente parecidos: «Hechos de Apóstoles», «Hechos», «Hechos de los Apóstoles», «Los Hechos de los Apóstoles», «Hechos de los santos Apóstoles». Aunque se parezcan mucho, las diferencias son notables. «Hechos de los Apóstoles» sugiere que el autor hablará de cosas que hicieron todos los Apóstoles, los Doce, sin excluir a ninguno de ellos. Lo cual es falso, porque esta obra silenciará lo realizado por la mayor parte del grupo, y dará mucha importancia a personajes que no forman parte de los Doce, como Bernabé, Esteban, Felipe, Pablo. También «Los hechos de los Apóstoles» es un 281
título desafortunado, porque sugiere que se contará todo lo que hicieron . Si, por mantenernos fieles a la tradición, debiéramos elegir un título, el menos inadecuado sería el de «Hechos de Apóstoles», entendiendo apóstoles apóstoles en sentido sentido amplio, no no limitado a los Doce. Digo «el menos inadecuado» porque tampoco éste satisface plenamente. Leyendo el libro veremos que el título que mejor le vendría a la obra sería: «La expansión de la Iglesia primitiva», o algo parecido. Lo que interesa al autor es exponer el cumplimiento de la orden de Jesús resucitado: «Seréis mis testigos testigo s en JeJerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el confín del mundo» (Hch 1,8). Esta expansión desde Jerusalén hasta Roma (el confín del mundo) es lo que preocupa al autor. Así se explica que omita el final de la vida de Pablo, a pesar de que antes ha contado con tanto detalle sus andanzas apostólicas.
2. Autor La tesis tradicional afirma que el autor de los Hechos y el del tercer evangelio es Lucas, al que san Pablo llama «el querido médico» (Col 4,14), y del que dice en otra ocasión: «sólo Lucas está conmigo» (2 Tim 4,11). En Flm 24 lo cita en la lista de sus colaboradores. El argumento principal es que en el libro de los Hechos, a partir de 16,10, encontramos el relato de un testigo presencial de los acontecimientos: «Apenas tuvo [Pablo] la visión, buscamos salir inmediatamente para Macedonia. Macedonia...; ..; zarpamos entonces de Tróade...; al día siguiente salimos para Neápolis...». Este testigo debe ser un compañero de Pablo. Y buscando con curiosidad policíaca entre los personajes que aparecen en el libro y en las cartas, el único que cumple todos los requisitos es Lucas. Los otros candidatos serían Demas (que abandona a Pablo), Crescente, Artemas, Zenas y Apolo, pero a ninguno de ellos se les atribuye el evangelio. Los testimonio de la tradición se orientan en la misma línea: «Lucas, compañero de Pablo, puso por escrito el evangelio que 282
éste predicaba» (Ireneo, 140-202). «El tercero (evangelio), según Lucas, avalado por Pablo y escrito para los gentiles» (Orígenes, 185-253). «Nos dejó dos libros divinamente inspirados: uno de ellos es el evangelio; el otro se titula Hechos de los Apóstoles» (Eusebio de Cesarea, 263-339). «El tercer libro, el evangelio según Lucas. Este médico, Lucas, después de la ascensión de Cristo, fue escogido por Pablo como compañero de viaje... No conoció al Señor durante su vida terrena y hubo de buscar información, comenzando desde el nacimiento de Juan». «Lucas, médico antioqueno, como lo indican sus escritos, no fue desconocedor de la lengua griega; seguidor del apóstol Pablo y compañero de toda su peregrinación, escribió el evangelio...» (San Jerónimo, 347-419). Sin embargo, en el siglo pasado se puso en discusión esta teoría tradicional. Para Baur y la Escuela de Tubinga, el autor es un escritor anónimo del siglo II, que intentó una síntesis de dos corrientes teológicas y pastorales: petrinismo y paulinismo. Los representantes de esta teoría están influidos por la filosofía de Hegel e intentan explicar los orígenes de la Iglesia con el esquema dialéctico de tesis-antítesis-síntesis. La tesis sería el petrinismo, una comunidad encerrada dentro del mundo judío y observante de la ley mosaica; la antítesis, el paulinismo, una comunidad volcada a los paganos, que prescinde incluso de normas tan importantes como la circuncisión; la síntesis recoge los elementos positivos de ambas tendencias e intenta suavizar los conflictos. Así habría surgido el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero no en el siglo I, escrito por un compañero de Pablo, sino mucho más tarde. Hoy día no se discute que el autor de Hechos es el mismo que escribió el tercer evangelio. Después de los estudios de Harnack, este dato se admite como seguro. Una cuestión distinta es si este autor común debemos identificarlo con Lucas, el compañero de Pablo. Los argumentos que se aducen en contra de la autoría de Lucas son especialmente de índole histórica y teológica. 283
3. Fecha de composición Después de lo anterior, cabe esperar que las teorías difieran bastante 1. a) Unos sitúan la redacción de la obra antes de la persecución de Nerón (año 64), aduciendo como argumento la falta de tensiones en Roma. En esta línea, Eusebio de Cesarea, Harnack y Hemer se inclinan por el año 62. b) Otros lo fechan después de la muerte de Pablo y antes de la destrucción de Jerusalén, es decir, entre los años 64-70 (Wikenhauser, Dupont). c) Otros, después de la destrucción de Jerusalén: entre los años 70-80 (Feine) o 70-90 (Kümmel, Haenchen). El argumento principal para esta última postura es que el evangelio de Lc debió de ser escrito después del año 70. Por consiguiente, Hechos, continuación de la obra anterior, debe ser aún más tardío.
4. Finalidad Es frecuente que los historiadores griegos indiquen desde el comienzo de su obra los motivos y la intención con que la escribieron. Ya lo hizo Heródoto en sus nueve libros de las Historias ; y en tiempos cercanos a Lucas, dos importantes historiadores helenísticos, Heliodoro Heliodoro de Halicarnaso y Diodoro de Sicilia, dedicaron a esta cuestión bastantes páginas. Sin embargo, Lucas no se extiende en este punto. En la primera parte de su obra (el evangelio), dice simplemente: «Puesto que muchos emprendieron la tarea de contar los sucesos que nos han acontecido, tal como nos lo transmitieron los primeros testigos presenciales, Una exposición muy detallada de las distintas opiniones puede verse en C. J. Hemer, The Book of Acts in the Setting of Hellenistic History (Tubinga 1989) 365-410. 1
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puestos al servicio de la palabra, también yo he pensado escribirte todo por orden y exactamente, comenzando desde el principio; así comprenderás con certeza las enseñanzas que has recibido» (Lc 1,4). De las palabras finales cabe deducir que su intención es didáctica: la obra está dirigida a los cristianos para instruirlos. Según Harnack, Lucas intenta exponer «la fuerza del Espíritu de Jesús,, que funda la comunidad primitiva, promueve la misión Jesús entre los paganos, lleva el evangelio de Jerusalén a Roma y se abre a los gentiles ante la oposición de los judíos». Sin embargo, muchos comentaristas piensan que la segunda parte de la obra (los Hechos) tiene una intención apologética. Para ellos, Teófilo es un funcionario pagano y, a través de él, Lucas intenta influir en la opinión pública. Los partidarios de esta teoría no están de acuerdo en qué se defiende ni ante quién. Prescindiendo de opiniones superadas, podemos distinguir dos variantes sobre la intención del libro de los Hechos: a) está dirigido a los romanos para defender a la Iglesia y a Pablo, que está a punto de ser juzgado en Roma; b) se dirige a los judeocristianos , muy críticos críticos con con Pablo, Pablo, para defender defender la conduct conductaa personal personal y misionera del apóstol. Finalmente, algunos piensan que la intención de la obra es teológica, dentro de lo geográfico: intenta exponer cómo la salvación pasa de Israel a los gentiles, no por casualidad, sino como algo querido por Dios y anunciado por los profetas.
5. Valor Valor histórico 2 Si el libro de los Hechos se escribe hacia el año 80, su autor pretende recordar acontecimientos acontecimientos no muy lejanos, ocurridos en los últimos cincuenta años. Era relativamente fácil recoger los reRodríguez Carmona, 311-317, Fitzmyer, 186-191 (con abundante bibliografía). 2
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cuerdos de testigos presenciales y esbozar un panorama fidedigno de lo ocurrido. Sin embargo, las dificultades prácticas eran mucho mayores de lo que cabe suponer. Imaginemos un caso parecido. Después de la Segunda Guerra Mundial, surge en Europa la conciencia de que es necesario unirse, superar las tensiones que han llevado en medio siglo a dos catástrofes terribles. Es una conciencia que se ha ido difundiendo por distintos países, hasta que cuaja en una serie de instituciones. Supongamos que debemos escribir la historia de esa conciencia europeísta sin contar con archivos, sin la existencia de discursos grabados o impresos, tardando meses en realizar viajes que ahora hacemos en pocas horas, hablando con personas que recuerdan lo esencial, pero sin mucho detalle, encontrándonos con testimonios contradictorios. La tarea sería capaz de desanimar a cualquiera. Al final, podríamos atribuir a De Gasperis lo que dijo Adenauer, Adenauer, silenciar alguna idea importantísima de Schumann, olvidar datos esenciales... En el caso de Lucas, la tarea es aún más complicada, porque la historia se escribe con criterios distintos a los nuestros. Hay dos detalles esenciales para la historiografía clásica de la época: el uso de discursos y la abundancia de milagros y portentos. ¿Quién podía recordar exactamente lo que dijo Pedro el día de Pentecostés, o lo que dijo Esteban antes de morir? Pero el historiador antiguo no puede optar por el silencio. Si no posee datos, tendrá que inventar, inventar, procurando que su invención tenga un mínimo de verosimilitud. Lo mismo vale para los milagros y portentos. Una historia que no cuenta con intervenciones milagrosas de Dios es una historia que no merece la pena. Prodigios divinos se contaban por todas partes del imperio romano 3. Basta leer Vidas de los Doce Césares de Suetonio, o Vidas paralelas de Plutarco. Entre los primeros cristianos debían de correr historias El tema lo ha tratado, en relación con la historiografía helenística, John T. Squires, The plan of God in Luke-Acts . Society for the New Testament Studies. Monograph Series 76 (Cambridge 1993). 3
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parecidas sobre los milagros realizados por Dios en la primera comunidad cristiana. Un problema especial lo constituyen las diferencias entre la imagen de Pablo que ofrecen sus cartas y la que da Lucas. Algo hemos dicho en este volumen a propósito de la conversión y su actividad inicial. Dado el carácter de esta obra, prefiero dejar para los volúmenes posteriores el tratamiento de otros aspectos parecidos. Los defensores del valor histórico de Hechos aducen cuatro argumentos principales, que corroboran un buen conocimiento de la época y de los acontecimientos: a) Geografía histórica. Hechos es muy preciso en datos realmente difíciles, como la situación de Derbe y Listra, ciudades poco conocidas. b) Instituciones políticas . Recoge con exactitud las diferencias de títulos y estatus de las autoridades de cada ciudad: politarcas en Tesalónica (17,6), canciller en Efeso (19,35), el Concilio del Areópago en Atenas (17,19), etc. c) La vida de las ciudades. La frecuente mención de la multitud que se congrega y da lugar a tumultos es un dato habitual hab itual en las ciudades del imperio romano. También era frecuente el que los obreros especializados tuviesen que emigrar de un sitio a otro, como ocurre a Lidia, Áquila, Priscila. d) Personajes conocidos por otras fuentes. Sergio Paulo, procónsul de Pafos (13,7); Galión, procónsul de Acaya (18,12). En conjunto, el libro de los Hechos es una fuente f uente esencial de información para la historia de la iglesia primitiva. Ofrece datos de primera mano, dignos de todo crédito. Lo cual no significa que todo lo que dice debamos aceptarlo al pie de la letra. Sobre todo, debemos evitar la interpretación literal de lo que Lucas presenta como símbolo de una realidad más profunda.
6. Bibliografía básica Me limito a indicar algunos títulos en castellano asequibles a cualquier lector. 287
Las cuestiones introductorias están tratadas de forma muy amplia y técnica (y en relación estrecha con el evangelio de Lucas) por A. Rodríguez Carmona en la obra conjunta con R. Aguirre Monasterio, Evangelios sinópticos y Hechos de los Apósto- les (V (Verbo erbo Divino, Estella 1992), pp. 281-388. E. de la Serna, Hechos de los Apóstoles . El relato, el ambiente, las enseñanzas (Editorial Claretiana, Buenos Aires 2004). Trata las cuestiones introductorias de forma más asequible, pero seria; ofrece también una guía de lectura y sugerencias para trabajos personales. Obra muy recomendable para trabajo personal y de grupos bíblicos. Para conocer la época y el ambiente de los Hechos en sus más diversos aspectos es esencial, y de lectura muy amena, la obra de J. González Echegaray, Echegaray, Los Hechos de los Apóstoles y el mundo ro- mano (Verbo Divino, Estella 2002). En cuanto a comentarios, prescindiendo de algunos más antiguos, los dos mejores son el de J. Roloff, Hechos de los Apósto- les (Cristiandad, Madrid 1984), y el muy reciente, técnico y detallado, con abundantísima bibliografía, de J. A. Fitzmyer, Los Hechos de los Apóstoles (Sígueme, Salamanca 2003).
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Notas complementarias Las acusaciones contra los cristianos Las acusaciones contra los cristianos a las que hace referencia Talía están tomadas de dos autores cristianos posteriores, Tertuliano y Minucio Félix, aunque la mayor parte de ellas podían circular ya a comienzos del siglo II. Tertuliano (nacido hacia 155-160 y muerto entre 220-230) dedicó a este tema su obra El apologético . Ha sido traducida, con introducción y notas, por Julio Andino Marán (Ciudad Nueva, Madrid 1997). Minucio Félix, un abogado convertido al cristianismo, escribió a comienzos o mediados del siglo III su obra Octavio (traducción, introducción y notas, de Víctor Sanz Santacruz. Ciudad Nueva, Madrid 2000). Es una obra muy interesante y de fácil lectura. Una recopilación de los textos de autores grecolatinos sobre los cristianos puede verse en R. Penna, Ambiente histórico-cultu- ral de los orígenes del cristianismo (Desclée de Brouwer, Bilbao 1994) pp. 322-351.
La Ascensión La idea de la ascensión resulta chocante al lector moderno por dos motivos muy distintos: 1) no es un hecho que hayamos 289
visto; 2) se basa en una concepción espacial puramente psicológica (arriba lo bueno, abajo lo malo), que choca con una idea más perfecta de Dios. Precisamente por esta línea psicológica podemos buscar la explicación. Desde las primeras páginas de la Biblia encontramos la idea de que una persona de vida intachable, perfecta, no muere, sino que es arrebatada al cielo, donde se supone que Dios habita. Es lo que ocurre en el Génesis con el patriarca Henoc. Más tarde volvemos a encontrar este mismo dato con respecto a Elías, que es arrebatado al cielo en un carro de fuego. Interpretar esto en sentido histórico (como si un platillo volante hubiese recogido al profeta) significa no conocer la capacidad simbólica de los antiguos. Sin embargo, existe una diferencia radical entre estos relatos del Antiguo Testamento y el de la ascensión de Jesús. Henoc y Elías no mueren. Jesús sí ha muerto. Por eso, no puede equipararse sin más el relato de la ascensión con el del rapto al cielo. Por consiguiente, es preferible buscar la explicación en la línea de la cultura clásica grecorromana. Aquí sí tenemos casos de personajes que son glorificados de forma parecida tras su muerte. Los ejemplos que suelen citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Tiana. A propósito de Hércules, escribe Apolodoro en su Biblioteca Mitológica : «Hércules... se fue al monte Eta, que pertenece a los traquinios, y allí, luego de hacer una pira, subió y ordenó que la encendiesen (...) Mientras se consumía la pira cuenta que una nube se puso debajo, y tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó la inmortalidad...» (II, 159-160). Y Suetonio cuenta sobre Augusto: Augusto: «No «No faltó tampoco en esta ocasión un ex pretor que declaró bajo juramento que había visto que la sombra de Augusto, después de la incineración, subía a los cielos» (Vida de los Doce Césares , Augusto, 100). Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año 40. Entonces Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro; Foro; mandó que la adorasen con el 290
nombre de Pantea y le tributasen los mismos honores que a Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la subida de Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios. De Alejandro Magno escribe el Pseudo Calístenes: «Mientras decía estas y otras muchas cosas Alejandro, se extendió por el aire la tiniebla y apareció una gran estrella descendente del cielo hasta el mar acompañada por un águila, y la estatua de Babilonia, que llaman de Zeus, se movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo y la acompañó el águila. Y al ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento se durmió Alejandro en un sueño eterno» (Libro III, 33). Con respecto a Apolonio de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en un templo por los guardianes. «Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a quienes lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a correr hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha de la tierra, marcha al cielo, marcha » (Vida de Apolonio de Tiana Tiana VIII, 30). Estos paralelos confirman que el relato tan escueto de Lucas no debemos interpretarlo al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús. El final largo del evangelio de Marcos subraya este aspecto al añadir que, después de la ascensión, Jesús Jesús «se sentó a la derecha de Dios». Sobre la nube, véase también Dionisio de Halicarnaso, His- toria antigua de Roma I,77,2: «Y después de decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de la tierra, fue transportado hacia arriba por el aire».
El destino de Judas La intervención de Pedro es el primer discurso que contiene el libro de los Hechos de los Apóstoles. Para entenderlo, haga291
mos un esfuerzo de imaginación: somos la pequeña comunidad de Jerusalén; nos han convocado a una reunión, no sabemos de qué van a hablarnos. Pedro se levanta, toma la palabra y dice lo que ya conocemos. Si nosotros hubiésemos tenido que escribirle a Pedro el discurso, probablemente le habríamos sugerido el siguiente esquema: Jesús eligió a Doce; como uno ha fallado, debemos elegir a un sustituto que cumpla ciertos requisitos. Sin embargo, el discurso de Pedro no comienza aludiendo a lo que hizo Jesús. Su argumentación es muy distinta. Ni siquiera empieza hablando de la traición de Judas, sino del cumplimiento de las Escrituras. Este arranque, sorprendente para nosotros, tiene mucha lógica. A los primeros cristianos les desconcertaba que Jesús hubiese elegido al mismo que lo traicionó. ¿Se equivocó Jesús? Los cristianos nunca lo enfocaron de este modo, sino como el cumplimiento de algo predicho en el Antiguo Testamento. A nosotros nos costaría trabajo encontrar argumentos bíblicos que demuestren la necesidad de la traición de Judas. Pero entonces se leía la Biblia de forma muy distinta. Se partía de una idea preconcebida, y se encontraban argumentos en los textos más curiosos. Muchos Salmos hablan de un justo perseguido y de sus perseguidores. En el justo perseguido era fácil ver a Jesús. En los perseguidores, a Judas. Cuando hablan de los perseguidores, los Salmos nunca muestran comprensión ni espíritu de perdón. Acumulan contra ellos una serie de maldiciones. Para el discurso de Pedro son importantes las que recogen dos Salmos: el 69 (68) y el 109 (108). El 69 pide, entre otras cosas: Descarga sobre ellos tu furor, que los alcance el incendio de tu ira; que sus terrenos se vuelvan un desierto, que nadie habite en sus tiendas (25-26).
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El otro Salmo, el 109 (108), pide para los perseguidores: Salga condenado del juicio, que su arbitraje no acierte; que sus días sean breves y que su empleo lo ocupe otro ; que sus hijos queden huérfanos y su mujer viuda, que sus hijos mendiguen, vagabundos, y pidan limosna echados de sus ruinas... (7-11). En una frase del Salmo 69 se ve cumplido el destino de Judas Judas y del campo que compró con el precio de la sangre. Con otra del Salmo 109 se justifica «que su empleo lo ocupe otro». ¿Para qué sirve esta manera tan extraña de argumentar? Para demostrar que lo ocurrido con Judas está de acuerdo con el Antiguo Testamento, y también la decisión que ahora se adopte.
El Espíritu Santo Las afirmaciones del libro de los Hechos sobre el Espíritu Santo son de lo más variadas. 1. Cuando Jesús se despide de sus discípulos les dice: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra» (1,8). Hay una relación estricta entre el Espíritu y la actividad misionera. En esta línea se podrían orientar otras muchas afirmaciones del libro. Lleno de Espíritu Santo es como Pedro habla ante el Sanedrín (4,8) y Pablo se enfrenta al mago Elimas (13,9). El Espíritu desempeña un papel capital en los momentos principales: habla a Pedro para que acepte a los paganos en la comunidad (10,19-20; 11,12-16); manda elegir a Bernabé y Pablo para una tarea misionera (13,2), y su primer viaje es misión del Espíritu (13,4); durante el segundo viaje, les prohíbe predicar en Asia y dirigirse a Bitinia (16,6-7); fuerza a Pablo a dirigirse a Jerusalén, aunque allí le esperan cárceles y luchas (20,2223). En síntesis, el Espíritu no es sólo fuerza para ser testigos de Jesús J esús,, sino sino que ilumin iluminaa y orienta orienta en las las principa principales les decis decisione iones. s. 2. El Espíritu Santo es también el que guía la vida interna de la comunidad. En medio de las persecuciones, anima a predicar 293
el mensaje con valentía (4,31). Cuando tiene lugar el concilio de Jerusalén, esas decisiones tan importantes las toman «el Espíritu Santo y nosotros» (15,28). Cualquier persona con un puesto de responsabilidad ha recibido esa misión del Espíritu Santo (20,28). El Espíritu alienta a toda la iglesia (9,31). Es un don que reciben todos los que se bautizan (2,38), todos los que obedecen a Dios (5,32), aunque sean paganos (15,8). La identificación entre el Espíritu y la comunidad es tan grande que puede decirse que mentir a la comunidad es «mentir al Espíritu Santo» (4,31). 3. Aunque el Espíritu lo tienen todos, es típico de grandes personajes como Esteban (6,5) o Bernabé (11,24). Estos textos son muy interesantes, porque el Espíritu aparece como una cualidad más entre otras. De Esteban se dice que era «hombre dotado de fe y de Espíritu Santo» (6,5). De Bernabé, que era «hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe». En ambos casos, el Espíritu Santo está vinculado a la fe. 4. Esta acción del Espíritu en los apóstoles, en la comunidad y en los personajes importantes es un reflejo de lo que el Espíritu hizo en Jesús. De acuerdo con un discurso de Pedro, «Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (10,38). 5. En ciertos casos se recoge la idea tradicional de que el Espíritu habló a través de los profetas: de Isaías (28,25) o de David (1,16; 4,25), y sigue hablando a través de los profetas actuales, como Agabo (11,28; 21,11). 6. ¿Cómo y cuándo se recibe el Espíritu? Los Hechos recuerdan tres casos distintos: a) Según Pedro, en su primer discurso, después de recibir el bautismo (2,38). b) La mayoría de las veces se recibe por la imposición de manos, bien después del bautismo, como ocurre en Samaría (8,16-17), bien antes del bautismo, como en los casos de Pablo (9,17) y de los discípulos de Éfeso (19,1-7). c) Pero la familia de Cornelio, un pagano, recibe el Espíritu antes del bautismo y sin imposición de las manos 294
(10,44). Parece que Lucas, con esta variedad de posibilidades, deja claro la libertad absoluta del Espíritu, que no se atiene a reglas de ningún tipo. 7. ¿Quién da el Espíritu? Casi siempre se afirma o se supone que lo da Dios. En una ocasión encontramos la idea de que es Jesús glorificado quien ha recibido el Espíritu y lo derrama sobre la comunidad (2,33). 8. Finalmente, cuando un grupo recibe el Espíritu por vez primera, es frecuente que este don vaya acompañado de la capacidad de hablar en lenguas extrañas. Se cuenta en este famoso episodio del capítulo 2, y el hecho se repite en la familia de Cornelio (10,44-47) y en los discípulos de Éfeso (19,1-7).
Unaa curiosidad matemática Un En la antigüedad, a ciertos sectores les encantaba jugar con los números y encontraban en ellos simbolismos profundos. La narración de Lucas enumera a muchos pueblos que escuchan asombrados a los apóstoles en sus propias lenguas. Hoy día, casi nadie se molesta en contar cuántos son. Si se lleva a cabo ese trabajo, aparentemente inútil, resulta que son 17. Lo cual tampoco significa nada para nosotros. Pero ese número está muy relacionado con el de 153 que menciona el evangelio de Juan a propósito de la pesca «milagrosa». Plinio el Viejo, en su Historia natural , dice que el número de especies de peces es 153. Por Por consiguiente, lo que quiere simbolizar el cuarto evangelio es la universalidad de la pesca, la universalidad de la difusión del mensa je cristiano. ¿Cómo se relacionan dos números tan distintos, el 17 y el 153? Mediante la fórmula
Para x = 17 veremos que
x2 + x = y 2
y = 153.
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Las colectas y la generosidad Andrónico, entusiasmado por el texto de Pablo sobre la colecta a favor de Jerusalén (2 Cor 8), no cayó en la cuenta de que inmediatamente después se sigue tratando el mismo tema (2 Cor 9). Pablo, con sutil equilibrio, elogia a los corintios por sus buenos propósitos y, y, al mismo tiempo, teme que todo se haya limitado hasta ahora a eso: buenos propósitos. Para que no queden en mal lugar cuando él llegue a recoger la colecta les escribe: «He juzgado necesario pedir a los hermanos que se me adelanten y tengan preparado el generoso donativo que habíais prometido. Así estará a punto y parecerá generosidad, en vez de sacado a regañadientes» (2 Cor 9,5). Y los exh exhort ortaa a la gene genero rosid sidad ad con con dos dos argu argumen mentos tos:: 1) Dios Dios les pagará con creces ese donativo; 2) los de Jerusalén alabarán a Dios siembra a y a los corintios, y rezarán por ellos: «Recordad aquello: A siembr mezquina, cosecha mezquina; a siembra generosa, cosecha generosa . Cada uno dé lo que haya decidido en conciencia, no a disgusto ni por compromiso, que Dios se lo agradece al que da de buena gana ; y poder tiene Dios para colmaros de toda clase de favores (...). El que suministra semilla para sembrar y pan para comer, comer, suministrará y hará crecer vuestra sementera y multiplicará la cosecha de vuestra limosna; seréis ricos de todo para ser generosos en todo, y esta generosidad, pasando por nuestras manos, produce acción de gracias a Dios. Porque la prestación de este servicio no sólo cubre las necesidades de los consagrados, sino que redunda además en las muchas gracias que se dan a Dios; al comprobar el valor de la prestación, alabarán a Dios por vuestra fe al evangelio de Cristo y lo generosa que es vuestra solidaridad con ellos y con todos; al ver el extraordinarioo favor que Dios os muestra expresarán su afecto orando traordinari por vosotros. Bendito Bendito sea Dios por ese don inefable» (2 Cor 6-15).
Los primeros cristianos y la propiedad La idea de compartir los bienes y no aferrarse a ellos, como si fueran exclusivamente propios, está muy difundida en la Iglesia 296
primitiva. La Didajé o «Enseñanza de los doce apóstoles», uno de los escritos cristianos más importantes de finales del siglo I, ordena: «No volverás la espalda al necesitado, sino que compartirás todas las cosas con tu hermano y no dirás que son de tu propiedad. Pues si sois copartícipes en la inmortalidad, cuánto más en los bienes materiales» (IV, (IV, 8). Estas palabras las recoge al pie de la letra la Epístola del Pseudo-Bernabé XIX, 8. Tenemos, además, el testimonio de un pagano de finales del siglo II, muy crítico con los cristianos, Luciano de Samosata. En su obra Sobre la muerte de Peregrino dice de ellos: «Desprecian por igual todos los bienes y los consideran propiedad común» (12-13).
Gamaliel el Viejo Gamaliel el Viejo, nieto de Hillel, fue un maestro judío ejemplar, al que concedieron el título de rabban , «nuestro maestro», el primero de todos los que recibieron ese título. Más tarde reaparecerá como maestro de Pablo (Hech 22,3). Su actividad tuvo lugar entre los años 25-50 de nuestra era. Sin embargo, el discurso que Lucas pone en su boca b oca plantea dos grandes problemas a los historiadores. Recuerdo, ante todo, sus palabras. Hace algún tiempo surgió Teudas diciendo que era todo un per- sonaje, y lo siguieron unos cuatrocientos hombres. Lo mataron y to- dos sus secuaces se dispersaron y acabaron en nada. Más tarde, du- rante el censo, surgió Judas el Galileo y arrastró gente del pueblo tras sí. También él pereció y todos sus secuaces se desparramaron. Los dos problemas son: 1) Se supone que Gamaliel habla poco después de la muerte de Jesús, entre los años 30-33 aproximadamente; sin embargo, Teudas se levantó contra Roma una década más tarde, durante el procurador C. Cuspio Fado (44-46 d.C.). 2) Gamaliel afirma que Teudas surgió primero y «más tarde», durante el censo, Judas el Galileo. También esto es erróneo, ya 297
que Judas el Galileo fue el padre de Teudas y se rebeló contra Roma varias décadas antes. Naturalmente, Naturalment e, la culpa no es de Gamaliel, sino de Lucas, mal informado en este caso, que inventa un discurso adecuado a las circunstancias. Algunos han intentado resolver el problema diciendo que hubo otro Teudas en tiempos de Herodes el Grande, pero no hay datos que lo confirmen.
El Espíritu y Felipe La noticia, para nosotros tan extraña, de que el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y éste apareció por Azoto, encaja perfectamente en la mentalidad de ciertos relatos proféticos del Antiguo Testamento. Testamento. Cuando Elías es arrebatado al cielo, los discípulos quieren ir a buscarlo porque piensan que «a lo mejor el espíritu del Señor lo ha arrebatado y lo ha arrojado por algún monte o algún valle» (2 Reyes 2,16). Ezequiel escribe que, después de su vocación, «el espíritu me tomó y me arrebató y marché decidido y enardecido, mientras la mano del Señor me empujaba» (Ez 3,14). Más adelante, la gran visión del templo profanado (Ez 8-11) se abre y cierra con afirmaciones parecidas: «El espíritu me levantó en vilo y me llevó en éxtasis entre el cielo y la tierra a Jerusalén» (Ez 8,3); «el espíritu me arrebató y me llevó en volandas al destierro de Babilonia, en éxtasis» (Ez 11,24). Un caso parecido se cuenta a propósito del profeta Habacuc: estando Daniel en el foso de los leones, «el ángel del Señor asió [a Habacuc] por la coronilla sujetándolo por el pelo y lo llevó zumbando con su aliento y lo depósito frente al foso» (Dan 14,36).
Las diferencias entre Hechos y Gálatas Según Gálatas , Pablo, tras una revelación personal, se retira a tener una experiencia también solitaria; vuelve a Damasco, y a los tres años sube a Jerusalén para conocer a Pedro; conoce también a Santiago; luego marcha a Siria y Cilicia. 298
Según Hechos , al cabo de pocos días se dedica a demostrar que Jesús es el Mesías. Pasados muchos días se produce una con jura para matarlo y tiene que huir huir.. Llega a Jerusalén, donde todos lo rehuyen. Bernabé lo presenta a los apóstoles. Pablo Pablo predica en Jerusalén, pero también tiene que huir. En columnas paralelas se advierten claramente las diferencias. Gál 1,15-24
Hch 9,20-30
Marcha a Arabia Vuelve a Damasco – A los 3 años va a Jerusalén Motivo: conocer a Pedro Acogida: parece que buena Se pr presenta a Pedro y Sa Santiago Duración: 15 días Actividad pública en Jerusalén: ninguna Marcha a Siria y Cilicia
– – Predica en Damasco Pasados «bastantes días» llega lle ga a Jerusalén Motivo: tiene que huir de Damasco Acogida: desconfianza Bernabé lo presenta a los apóstoles Duración: No se dice Actividad pública en Jerusalén: predica Tiene que huir a Tarso (Cilicia)
Aunque haya datos datos irreconciliables, debemos tener en cuenta cuenta que ciertas diferencias se deben al distinto enfoque de Pablo y Lucas.
a) El punto de vista de Pablo Pablo, cuando escribe a los gálatas, quiere subrayar que el evangelio que predica no es algo que él se ha inventado, sino algo recibido por revelación directa de Jesucristo. Para ello acentúa su soledad: no consulta a nadie de carne y hueso, no marcha a Jerusalén a ver a los apóstoles, se retira a Arabia. Y cuando va a Jerusalén, insiste en que sólo conoció a dos apóstoles. Pablo no pretende contar su vida, sino demostrar que su evangelio no es de origen humano. Por Por eso no cuenta su primera actividad en Damasco, porque no viene a cuento. Y quizá para 299
cubrirse las espaldas presenta su llegada a Jerusalén como algo que a nadie plantea problemas.
b) El punto de vista de Lucas Muchos comentaristas piensan que Lucas no conoció la carta a los Gálatas, y por eso ofrece una versión bastante distinta de los hechos. Sin embargo, es posible que Lucas conociese la carta, pero la considerase exagerada, y que las palabras de Pablo podían ser malinterpretadas. Me atrevería a decir que Lucas ofrece una versión distinta para defender a Pablo de tres posibles acusaciones provocadas por la carta. 1. Pablo es un francotirador . No ha tenido una experiencia comunitaria de la fe, todo se lo ha inventado él solo en el desierto. Lucas, en el primer relato de la conversión, recoge una versión muy distinta. Desde el primer momento desempeña un papel fundamental Ananías, representante de la comunidad. Y Pablo «pasó unos días con los discípulos de Damasco». Quizá para subrayar su relación con la comunidad omite el retiro en Arabia. 2. Pablo está obsesionado con el tema de la Ley , y todo lo que hace es predicar contra ella. La respuesta de Lucas estaría en el primer episodio después de la conversión: «Muy pronto se puso a predicar en las sinagogas afirmando que Jesús es el Hijo de Dios (...). Pablo se crecía y tenía confundidos a los judíos de Damasco, demostrando que Jesús es el Mesías». Éste es el centro de la predicación de Pablo, igual que lo fue de Pedro. 3. Pablo miente cuando cuenta su llegada a Jerusalén . Es imposible que lo recibiesen Pedro y Santiago, sabiendo cómo había perseguido a la Iglesia. La respuesta de Lucas es muy inteligente. No se fiaban de él, tuvo que presentárselo Bernabé. Pero Pero después desaparecieron las sospechas. «Saulo los acompañaba [a los apóstoles] a todas partes». Y cuando se enteran de la conspiración para matarlo, «los hermanos lo bajaron a Cesarea y lo hicieron embarcarse para Tarso». Lo anterior es una hipótesis. No se puede probar que estos versículos del libro de los Hechos pretendan defender a Pablo de 300
posibles acusaciones basadas en la misma carta a los Gálatas. Gála tas. Pero Pero la intención apologética de Lucas parece clarísima. Junto con lo anterior, Lucas quiere ofrecer una síntesis de lo que será la vida de Pablo, de acuerdo con lo que dijo Jesús a Ananías: aprenderá pronto «cuánto tiene que sufrir por mí». En Damasco choca con la oposición de los judíos. Cosa lógica, dado el cambio tan radical. Pero en Jerusalén choca con la desconfianza de todos los discípulos. Cuando se supere la crisis, también de allí tendrá que huir.. Estos diez versos trazan huir traz an una imagen de lo que será la vida de Pablo, rechazado por sus antiguos correligionarios y objeto de sospecha por sus nuevos hermanos. Incluso en las comunidades que fundó encontró mucha oposición, como veremos. En una reconstrucción histórica, deberíamos utilizar elementos de ambas versiones. De la carta a los Gálatas hay que tomar: 1) el retiro en Arabia, que no admite discusión; 2) la duración de la estancia en Jerusalén, de solo quince días; 3) el que sólo conociese a Pedro y Santiago. En cambio, hay que matizar mucho la autonomía de su experiencia espiritual; aunque tuvo elementos típicos, en ciertas cosas dependía de la instrucción que le dieron en la comunidad, como reconoce el mismo Pablo en 1 Cor 15. Ciertos detalles de Hechos también parecen válidos: 1) Actividad de Pablo en Damasco antes de subir a Jerusalén; conociendo su temperamento, es indiscutible que pronto se dedicaría a predicar,, aunque él no diga nada en la predicar l a carta a los Gálatas. 2) 2 ) Acogida un tanto recelosa en Jerusalén; parece más lógico lo que dice Lucas que lo que cuenta Pablo. 3) Sería también válida la intervención de Bernabé. En cambio, Lucas está mal informado inf ormado a propósito de la persecución en Damasco y la huida de la ciudad. Es cierto el hecho, porque lo cuenta el mismo Pablo a los corintios. Pero ocurrió en un momento distinto del que lo sitúa Lucas.
Cesarea Por tercera vez aparece ap arece en el relato de Hechos la ciudad de Cesarea, que solemos llamar Marítima para distinguirla de Cesarea 301
de Filipo (donde se sitúa la confesión de Pedro). La primera vez, al final de la historia del diácono Felipe, que termina en ella su actividad misionera por la costa (8,40). La segunda, cuando Pablo es acompañado hasta ella por los hermanos de Jerusalén para embarcar con dirección a Tarso (9,30). Reaparecerá más adelante y será el lugar donde Pablo pase en la cárcel más de dos años. La ciudad parece que fue fundada en el siglo IV a.C. y se la llamaba entonces Torre de Estratón, en honor del rey de Sidón del mismo nombre. Pero Herodes el Grande la reconstruyó por completo hacia el año 10 a.C., dotándola de un buen puerto, un acueducto y un anfiteatro. La mayor parte de su población era griega. A partir del año 6 d.C. residió en ella el prefecto romano y fue base de acantonamiento de las legiones.
El centurión Cornelio Como decía Livia, los centuriones solían ser ciudadanos romanos. Pero no debemos exagerar la posición social de Cornelio. En una legión, que en tiempos de Augusto podía llegar a los seis mil hombres, había cincuenta y nueve centuriones. La cohorte era generalmente la décima parte de una legión y estaba formada por seiscientos soldados. Cornelio no estaba al mando de ella, sino que formaba parte de ella. La cohorte Itálica es la Cohors II miliaria Italica civium romanorum voluntariorum , un contingente de arqueros auxiliares que sirvió en la provincia de Siria desde el 69 a.C. hasta el siglo II d.C. Algunos autores, relacionando el nombre de Itálica con la famosa ciudad romana cercana a Sevilla, han afirmado que estos soldados provenían de la Bética. A Corneli Cornelioo lo pre present sentaa Lucas Lucas como eusebés (‘devoto’, ‘piadoso’, de donde procede el nombre de Eusebio), y como phoboumenos ton theon (‘temeroso de Dios’, frase que reaparece en 10,22.35; 13,16.26). «Como frases cuasitécnicas, las dos parecen haber sido empleadas para denotar “temeroso de Dios”, una persona no judía simpatizante del judaísmo, aquellos que no se sometían a la circuncisión ni practicaban la Torá en su totalidad, pero que 302
estaban de acuerdo con el monoteísmo ético de los judíos y asistían a las sinagogas» (J. A. Fitzmyer, Los Hechos de los Apóstoles II, 57).
Los israelitas y los extranjeros Leví, cosa lógica en su tiempo, atribuye a Moisés la prohibición de emparentar con los antiguos habitantes de la tierra prometida. La norma se encuentra en Dt 7,1-4, y todos los judíos pensaban que el Deuteronomio, igual que los otros cuatro libros del Pentateuco, lo había escrito Moisés. Sin embargo, ese dato es incompatible con la práctica admitida y frecuente de casarse con extranjeras o extranjeros. La norma es muy posterior (siglo VII o VI a.C.) y procede de los autores deuteronomistas, muy preocupados por el tema de la idolatría, que consideran el mayor pecado. Para ellos, con una mentalidad muy simplista, hay dos grandes remedios: 1) Matar a todos los paganos, de acuerdo con el principio de que «muerto el perro, se acabó la rabia». Por eso, contra toda verosimilitud histórica, presentan a Josué exterminando a todos los habitantes de Canaán, hombres, mujeres y niños, tanto en la campaña del Sur como en la del No Norte rte (véase Josué 10-11). Sólo se libran la prostituta Rajab, por salvar a los espías israelitas, y los habitantes de Gabaón, que engañan a Israel. 2) Ya que ese «piadoso deseo» de exterminar a todos los paganos es prácticamente irrealizable, proponen la norma de no emparentar con ellos. Esta idea, expuesta programáticamente en el texto del Deuteronomio antes citado, se repite otras veces y se convierte en criterio para enjuiciar a los más distintos personajes. Por ejemplo, Josué, antes de morir, en su discurso de despedida, avisa de este peligro: «Si os unís a esos pueblos que quedan entre vosotros y emparentáis con ellos, si os mezcláis con ellos y ellos con vosotros (...) os serán lazo y trampa, látigo en el e l costado y espinas en los ojos, hasta que desaparezcáis de esa tierra magnífica que os ha dado el Señor, vuestro Dios» (Jos 23,12-13). 303
Son también los autores deuteronomistas quienes utilizan el ejemplo de Salomón, para avisar al israelita de que incluso la persona más sabia puede cometer ese tremendo error: «El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres extranjeras, además de la hija del Faraón: moabitas, amonitas, edomitas, fenicias e hititas, de las naciones de quienes había dicho el Señor a los de Israel: “No os unáis con ellas ni ellas con vosotros, porque os desviarán el corazón tras sus dioses”. Salomón se enamoró perdidamente de ellas; tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas. Y así, cuando llegó a viejo, sus mujeres desviaron su corazón tras dioses extranjeros; su corazón ya no perteneció por entero al Señor Señor,, como el corazón de David, su padre» (1 Reyes 11,1-4). El peligro que representa la esposa extranjera adquiere dimensiones trágicas en el caso de Jezabel, la princesa de Tiro Tiro que se casó con el rey Ajab: «Y es que no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo que el Señor reprueba, empujado por su mujer, Jezabel. Procedió de manera abominable, siguiendo a los ídolos, igual que hacían los amorreos, a quienes el Señor había expulsado ante los israelitas» (1 Reyes 21,25-26). Esta mentalidad deuteronomista llevó en tiempos de Esdras y Nehemías (siglo V a.C.) a la disolución de los matrimonios mixtos, abriendo una nueva etapa en la historia de Israel. Los datos, bien resumidos por Leví, se encuentran en Esdras 9-10. Más anecdótico, pero también interesante, es lo que cuenta Nehemías 13,23-27. Naturalmente, esta conciencia de que «la raza santa» no podía mezclarse con los paganos acarreó también otra serie de consecuencias. Un texto del libro apócrifo de los Jubileos (escrito probablemente hacia 130 a.C.) expresa muy bien la actitud negativa que se impuso en ciertos ambientes. En la ficción del libro, cuando Abrahán se despide de su hijo Jaco Jacob, b, le dice: «Apártate de los gentiles, no comas con ellos, no hagas como ellos, ni les sirvas de compañero, pues sus acciones son impuras, y todos sus caminos inmundicia, abominación y horror: sacrifican víctimas a los muertos, adoran a los demonios, comen en los ce304
menterios; todas sus acciones son vanas y falsas. No tienen mente con qué pensar ni ojos con qué ver lo que hacen» (22,16-17). En la novela José y Asenet (escrita en el siglo I probablemente), cuando se cuenta la llegada de José a casa del egipcio PentePentefrés, se dice que su futuro suegro «le dispuso una mesa aparte, pues José no comía con los egipcios, porque tal cosa era para él una abominación» (7,1). El autor recuerda poco después el consejo que Jacob solía dar a José y a sus hermanos: «Hijos, guardaos cuidadosamente de las mujeres extranjeras; no os unáis a ellas, porque eso es perdición y corrupción» (7,6). Más tarde, cuando Asenet se presenta ante José, él se niega a saludarla con el beso habitual aduciendo que «a un varón piadoso, que bendice con su boca al Dios vivo (...) no le está permitido besar a una mujer extranjera, que bendice con su boca imágenes muertas y mudas, come de la mesa de los ídolos carnes de animales ahogados, bebe la copa de la traición procedente de sus libaciones y se unge con la unción de la perdición» (8,5). Es curioso que el comentario de Fitzmyer, tan abundante en bibliografía, no reseñe un solo libro o artículo reciente sobre la cuestión. Los datos no bíblicos que ofrezco al comienzo y al final de la parte novelada están tomados de H. L. Strack – P. BiKommentar tar zum Neuen Testam Testament ent aus a us Talmud Talmud und Mi- Mi - llerbeckx, Kommen drash ; en el vol. 4 (Múnich 1928) dedica un largo excurso a la actitud de la antigua sinagoga con respecto al mundo no judío («Fünfzehnter Exkurs: Die Stellung der alten Synagoge zur nichtjüdischen Welt», pp. 353-414).
«Hablar en lenguas» El término «glosolalia» (que no existe en griego, aunque está formado a partir de dos palabras griegas) ha terminado designando el fenómeno típico de hablar en lenguas extrañas. Conviene aclarar que Pablo nunca califica a las lenguas de «arcanas», «extrañas» o «ininteligibles». Él usa la simple expresión «hablar en lenguas». Los adjetivos los añaden los traductores para orientar al lector sobre el sentido real del texto. 305
La distinción que establece Pablo entre hablar en lenguas y profetizar recuerda mucho el fenómeno del oráculo de Delfos. De acuerdo con las fuentes más antiguas, lo que Zeus hace saber a Apolo, y éste transmite a la Pitia, la sacerdotisa lo expresa de forma inarticulada. Es preciso un intérprete, el «profeta», que articula de forma lógica y poética la revelación del dios. Este tema lo desarrolló Platón, distinguiendo entre adivinación y profecía. Para la adivinación «es preciso que la fuerza del espíritu esté trabada por el sueño o la enfermedad, o bien que se haya desviado en una crisis de entusiasmo. Por Por el contrario, el reflexionar pertenece al hombre dotado de su sano juicio, el reflexionar, digo, luego de recordarlas, sobre las palabras proferidas, en estado de sueño o de vigilia, por la potencia adivinatoria o el entusiasmo, y a él corresponde recorrer con el raciocinio las visiones percibidas en aquel trance y ver por dónde pueden tener algún sentido esos fenómenos» ( Timeo 71e-72a). Sin embargo, Pablo distingue tres personas distintas: a) el que habla lenguas; b) el que las interpreta (sería el profeta en la mentalidad griega clásica); c) el profeta, inspirado directamente por Dios y que no depende de ningún otro. En cuanto a la forma de expresarse la Pitia, la describe muy bien Heráclito en su fragmento 92: «Y la Sibila, con labios delirantes, diciendo cosas melancólicas, carentes de adorno y sin unción, con su voz se hace oír miles de años, gracias al dios que está en ella». Plutarco reconoce la fascinación que ejerce en muchas personas este modo arcano de expresarse: e xpresarse: «No comprendes el poder que reside en los versos sáficos, que encantan y fascinan a los oyentes» (De Pythia , or. 6). Es posible que los corintios entusiastas del don de lenguas participasen de esa misma fascinación.
Antioquía del Orontes La ciudad recibe este nombre ya que fue construida en honor de Antíoco I por su hijo Seleuco Nicanor. Corría el año 300 a.C., y eligió un emplazamiento en la ribera izquierda del río Orontes, al pie del monte Silvio; se encuentra a unos 480 kiló306
metros de Jerusalén y a 38 del Mediterráneo. Fue primero capital del imperio seléucida y, tras la conquista romana, capital de la provincia de Siria. Su Su riqueza radicaba en gran parte en su posición estratégica para el comercio y las vías de comunicación. Bajo los romanos prosperó bastante, llegando a ser conocida como la «reina del Este». Llegó a tener unos 500.000 habitantes, hab itantes, lo que la convertía en la tercera ciudad más grande del Imperio, después de Roma y Alejandría. En la época del Nuevo Testamento sus moradores eran griegos, romanos, sirios y judíos. En la ciudad propiamente dicha se hablaba el griego, pero en ciertos suburbios se hablaba el arameo. Andrónico, Andróni co, en su entusi entusiasmo asmo por la comuni comunidad, dad, olvida los asaspectos negativos de Antioquía. Sus habitantes tenían fama de volubles, sarcásticos y disolutos; esto último debido a los ritos licenciosos que se celebraban en el templo de Apolo, situado en los bosques de Dafne, en las afueras de la ciudad, donde se encontraban las famosas fuentes de Pallas y Castalia. Recordando que este dios persiguió a Dafne, sus fieles perseguían a las sacerdotisas, probablemente para fornicar con ellas. La depravación de Antioquía Antioq uía era tan conoc conocida, ida, que, cuando se derrumbar derrumbaron on en Roma los valores morales, se dijo que las aguas negras del Orontes habían fluido al Tíber. Esta Antioquía, conocida también como del Orontes o de Siria, no debe ser confundida con Antioquía de Pisidia, evangelizada por Pablo y Bernabé durante su primer viaje misionero (Hechos 13,13-50).
Herodes Agripa El Herodes al que hace referencia Lucas es Herodes Agripa I (10 a.C. - 44 d.C.), hijo de Aristóbulo IV y Berenice I, hermano de Herodías y nieto de Herodes el Grande y Mariamme I. Reinó desde el año 37 hasta su muerte (44), inicialmente en el norte de Transjordania; luego recibió Galilea y Perea, Perea, y en el 41 sus dominios terminaron incluyendo toda Judea. Por consiguiente, el martirio de Santiago tuvo lugar entre los años 41 y 47. 307
La muerte de Herodes la cuenta Flavio Josefo Josefo de manera más detallada, aunque cambiando al ángel por el presagio de una corneja. «Y, cuando él había cumplido tres años como rey de Judea entera, se presentó en la ciudad de Cesarea, que antes se llamaba Torre de Estratón. Acudió allí a celebrar espectáculos en honor del César, ya que instituyó este tipo de festejos por la salud de aquél. Con tal motivo se reunieron en esta ciudad gran multitud de autoridades y prominentes dignidades de provinc p rovincia. ia. Y en el segundo día de los espectáculos, tras cubrirse con una vestimenta confeccionada toda ella de plata de tal manera que resultaba una tela admirable, llegó al teatro con las primeras horas del día. Entonces la plata, reluciente al ser alcanzada por los primeros rayos solares, emitía destellos maravillosos y fulgores impresionantes, que ponían los pelos de punta a los que se fijaban en la vestimenta. E inmediatamente los aduladores, uno tras otro, le gritaban expresiones que en realidad no le producían bien alguno, pues lo llamaban Dios, al tiempo que añadían: «Sénos propicio. Si hasta el día de hoy te hemos considerado hombre, a partir de ahora, en cambio, confesamos que eres de una condición sobrehumana». El rey no los reprendió, ni rechazó aquella impía adulación. Y así, al levantar la vista poco después, vio una corneja posada sobre una cuerda, encima de su cabeza. E inmediatamente comprendió que ella le anunciaba males, lo mismo que en otro tiempo le había anunciado bienes, y ello hizo que se apoderara de él un dolor que le traspasaba y corroía el corazón. Y se le fijó en el vientre una molestia repentina, que empezó con fuerza. En esta situación Agripa, saltando hasta donde estaban sus amigos, les dijo: «Yo, dios según vosotros, estoy recibiendo ya la orden de que deje este mundo». (...) Al tiempo que decía esto sufrió un intenso dolor. En estas circunstancias fue transportado deprisa al palacio, y por todas partes corrió el rumor de que tardaría muy poco en morir. (...) Y después de encontrarse afectado por la referida molestia del vientre durante cinco días consecutivos, abandonó este mundo, a la edad de cincuenta y cuatro años y a los siete de rey» ( Antigüedades judías , XIX, 343ss. Traducción Traducción de José Vara Vara Donado). 308
Contenido Una breve introducción
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P ARTE I La fuerza del Espíritu 1. Talía ................................................................................................................................................ 2. Primer contacto con la obra ............................................................................................. 3. La despedida .................................................................................................................................... 4. El final de Judas y la elección de Matías .............................................................. 5. La fuerza del Espíritu .............................................................................................................. 6. El discurso de Pedro ................................................................................................................ 7. La primera comunidad .......................................................................................................... 8. El cojo de nacimiento ............................................................................................................ 9. Pedro y Juan ante el Sanedrín ......................................................................................... 10. Luces y sombras ........................................................................................................................... 11. Poderosos en obras y palabras ......................................................................................... 12. Esteban ................................................................................................................................................. 13. Felipe en Samaria ........................................................................................................................ 14. Felipe y el eunuco ...................................................................................................................... 15. Los caminos del Señor y la conversión de Saulo ........................................... 16. Las tribulaciones de Pablo .................................................................................................. 17. Eneas y Tabita, o más milagros de Pedro ............................................................. 18. Animales puros e impuros .................................................................................................. 19. Leyendo bajo la lluvia ............................................................................................................
13 23 33 41 49 61 69 79 91 103 113 125 141 155 169 183 195 207 215 309
20. Judíos y paganos .......................................................................................................................... 21. Seguimos con Cornelio ......................................................................................................... 22. Lenguas y tensiones .................................................................................................................. 23. Antioquía ........................................................................................................................................... 24. Martirio, cárcel, y castigo divino ................................................................................. 25. Epílogo .................................................................................................................................................
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A PÉNDICE PÉNDICE Breve base de datos sobre el libro de los Hechos ................................................. Notas complementarias ................................................................................................................... Las acusaciones contra los cristianos ............................................................................... La Ascensión ...................................................................................................................................... El destino de Judas ....................................................................................................................... El Espíritu Santo ........................................................................................................................... Una curiosidad matemática ................................................................................................. Las colectas y la generosidad ................................................................................................. Los primeros cristianos y la propiedad .......................................................................... Gamaliel el Viejo ........................................................................................................................... El Espíritu y Felipe ....................................................................................................................... Las diferencias entre Hechos y Gálatas ........................................................................ Cesarea ................................................................................................................................................... El centurión Cornelio ................................................................................................................ Los israelitas y los extranjeros ............................................................................................... «Hablar en lenguas» .................................................................................................................... Antioquía del Orontes ............................................................................................................... Herodes Agripa ................................................................................................................................ Contenido ...................................................................................................................................................
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