Historias de la Revolución mexicana Luis Barrón
por Javier Buenrostro Luis Barrón nos ofrece en Historias de la Revolución mexicana una labor de síntesis del pensamiento y los trabajos historiográficos del que es el periodo histórico más estudiado y debatido por los historiadores durante todo el siglo pasado y el que más lectores suele atraer fuera del terreno académico, siempre generando simpatías u oposiciones y polémicas permanentes. Lo que se ha escrito sobre la Revolución mexicana puede ser tan variado y distinto como lo han sido los caminos que México ha tomado en la consolidación de su carácter como Estado-nación moderno. Incluso podemos considerar que fue el Estado mexicano el principal promotor e impulsor de la escritura de las historias de la Revolución. El autor nos comenta cómo Vasconcelos, durante el gobierno de Obregón, estuvo a cargo de construir y socializar la idea de la Revolución a través de su proyecto educativo y del apoyo que brindó a muralistas y escritores, logrando trasmitir la idea de que la Revolución mexicana había sido una democrática, nacionalista y popular. Este mito fundacional del Estado mexicano fue ratificado por cada uno de los gobiernos posrevolucionarios subsecuentes, tratando que la sociedad los percibiera comprometidos con los ideales del movimiento armado de la segunda década del siglo. La Revolución mexicana es historia y memoria, pero también es mito e idea y, como idea que va de la mano del proceso político, también es ideología. En la década de 1960 comienza un revisionismo de esta visión monolítica y unitaria de la Revolución mexicana de la mano de las tendencias marxistas de la época, revisión que concluía que la violencia que había estallado en 1913 representaba un auténtico movimiento de lucha de clases pero que su proceso fue interrumpido y finalizó en una revolución burguesa, lo que despojaba a los gobiernos posrevolucionarios del aura legitimadora que tenían como gobiernos populares. Por otra parte, los análisis hechos durante los años setenta de las historias regionales confirmaron las tesis revisionistas que cuestionaban la unicidad de la Revolución, ya que en distintas regiones se descubrieron disímiles tipos de revoluciones, cuyas consecuencias entraron muchas veces en conflicto con las de “La Revolución”. Los años ochenta fueron tiempos de síntesis, donde ya no se postuló una revolución monolítica en la que las masas habían salido vencedoras, pero tampoco se soslayaron los cambios sociales influenciados por la gente; se trató de equilibrar la balanza y si bien la Revolución popular no lució como enteramente triunfante, ahí quedan las transformaciones sociales provocadas por los grupos revolucionarios, como lo pueden ejemplificar los contenidos de los artículos 3, 27 y 123 constitucionales.
Luis Barrón destaca, en lo que constituye el corpus principal de su trabajo, lo que en los años noventa marca el nuevo derrotero en las interpretaciones de la Revolución mexicana. Abandonada por el Estado –a quien ya no le sirve de discurso legitimador– y dejada un poco de lado por los historiadores mexicanos debido a una especie de agotamiento del tema, la Revolución mexicana exige nuevos paradigmas. El autor observa que el tópico no se halla agotado y que la revitalización de los enfoques proviene de más allá de las fronteras, con la llamada historia cultural , con su metodología y referencias teóricas particulares y que ha sido utilizada en casi el 60% de las tesis de posgrado realizadas en Estados Unidos sobre la Revolución mexicana. Aunque el origen de esta corriente historiográfica se puede remontar mucho más atrás, el autor acentúa el auge que ha tenido en los estudios latinoamericanos dentro de las universidades de Estados Unidos durante la década pasada, derivado en gran parte del proyecto Estudios Subalternos sobre Asia del Sur, que se propuso revisar –en el sentido historiográfico- la historia colonial y poscolonial de la India utilizando fuentes poco convencionales como la memoria popular y la historia oral para poder privilegiar el punto de vista de las clases populares. La consecuencia más significativa de esta revisión historiográfica es la autonomía de los grupos subalternos o clases populares durante los periodos de crisis por lo que “la hegemonía se construye no sólo de arriba hacia abajo, sino también de abajo hacia arriba”. Este nuevo enfoque en la metodología le permite a los historiadores de la Revolución estudiar y analizar la formación de identidades culturales en el periodo revolucionario de grupos subalternos que no se habían estudiado a profundidad: las mujeres, los criminales o los pobres urbanos; o la relación hegemónica entre el Estado posrevolucionario y diversos grupos populares como los obreros, los campesinos y los indígenas. La historia cultural es una historia social, pero que supone una autonomía en los grupos subalternos y no simplemente una muchedumbre que es manipulada o coartada por la élite; la relación entre los grupos de poder y los grupos subalternos se convierte en una relación dinámica y circular. Luis Barrón recorre en su ensayo las distintas historias de la Revolución mexicana: la legitimadora de los veinte y treinta, la popular triunfante de los treinta y cuarenta, la mitificadora e ideológica, la revisionista política y académica, la historia regional y la reinterpretación en el enfoque internacional. Pero el ensayo no sólo nos muestra los paradigmas del debate historiográfico, la amplísima bibliografía hace justicia a la serie Herramientas para la Historia a la que pertenece el libro y nos ofrece, para que podamos introducirnos en la Revolución y sus diferentes temáticas –política, económica, cultural, internacional, militar, regional, social, biográfica, de memorias, etc.– más de dos mil títulos entre artículos, libros, memorias, obras colectivas, documentos y biografías, a los que
podemos acudir, desde los más sencillos y asequibles hasta los más especializados y actualizados. El lector puede disfrutar en este libro de una verdadera introducción a la historiografía de la Revolución mexicana.