Departamento de Historia y Ciencias Sociales Historia contemporánea – contemporánea – I Medio Unidad. El legado del siglo XIX
GUÍA DE APOYO 1 REVOLUCIONES LIBERALES Y NACIONALISTAS (1820-1848)
El legado de la Revolución Francesa fue trascendente, especialmente en dos principios que se mantienen plenamente vigentes hasta hoy: el liberalismo, o la lucha por las libertades personales, cívicas y políticas; y el nacionalismo, o la lucha por la identidad nacional. El liberalismo se identificó con los siguientes postulados: POLÍTICOS Defensa de las libertades y derechos individuales Igualdad de todas las personas ante la ley Soberanía nacional: el pueblo, en rango de ciudadanos, decide la forma de gobierno que más lo representa División de los poderes del Estado Libertad de prensa, de reunión y asociación Establecimiento de una Constitución que establezca las atribuciones y límites de los poderes públicos y el ejercicio de la ciudadanía
SOCIALES Reconocimiento del mérito El dinero define el lugar que se ocupa en la sociedad Se promueve la movilidad social
ECONÓMICOS Reconocimiento de la propiedad privada La economía se rige por las leyes de oferta y demanda, expresadas libremente en el mercado El Estado se margina del proceso económico
Departamento de Historia y Ciencias Sociales Historia contemporánea – contemporánea – I Medio Unidad. El legado del siglo XIX
El nacionalismo exaltaba el amor a lo propio y el rescate de las tradiciones más profundas de la nación; aquellas que configuraban la identidad nacional. En términos sencillos, el nacionalismo propone que cada nación tiene derecho a convertirse en un Estado soberano independiente. Su objetivo era aglutinar en un Estado a los individuos que poseían vínculos en común: etnia, lengua, tradiciones, legado histórico. Respondió a una toma de conciencia de la idea de nación, más allá de las estructuras políticas a las cuales los distintos pueblos pertenecían. Las comunidades nacionales que se hallaban separadas, como Alemania e Italia, tendieron a su unificación. En cambio, en aquellos pueblos sometidos al dominio de algún Imperio, se produjeron movimientos de independencia; entre los cuales se destacaban: Grecia, que en 1822 se independiza del Imperio Otomano; y Bélgica, que en 1830 se separa de Holanda, para establecer un Estado independiente. El Romanticismo Ligado al nacionalismo se desarrolló el Romanticismo, movimiento que tuvo su origen en Alemania y que planteaba una visión de la realidad distinta al racionalismo ilustrado, en boga en ese entonces. Destacaba la importancia de los sentimientos en la percepción de las realidades políticas y sociales. Se basaba en la exaltación de la libertad, considerando que esta es el don más preciado de los seres humanos. Sin ella, ni los hombres ni los pueblos pueden desarrollarse. El Romanticismo jugó un rol fundamental, ya que se manifestó como un factor de rebeldía frente al absolutismo. Sus repercusiones fueron más artísticas –literatura y pintura-, que ideológicas, pero dieron un gran impulso al movimiento nacionalista. El Romanticismo se desarrolló, fundamentalmente, en la primera mitad del siglo XIX, extendiéndose desde Alemania a Europa, Estados Unidos y las recién nacidas repúblicas latinoamericanas. latinoamericanas. Las Revoluciones de 1820 y 1830 Durante la Restauración, los liberales pasaron a la clandestinidad y se organizaron en sociedades secretas. Los masones eran el grupo más importante, aunque existieron otros como los carbonarios italianos y los decembristas rusos. Estas sociedades, formadas por comerciantes, estudiantes, intelectuales y profesionales liberales, se consideraban herederas de la Ilustración y la Revolución Francesa, y planteaban la insurrección contra el régimen absolutista. Tenían influencia fundamentalmente en las ciudades y confiaban en que el pueblo se incorporaría al levantamiento una vez iniciado. Esta estrategia caracterizó la oleada revolucionaria que se produjo entre 1820 y 1824, y que provocó un primer quiebre, aunque temporal del sistema de la Restauración. El triunfo en España y, poco después en Portugal, Nápoles y Piamonte, abrió un corto período liberal que fue sofocado por las fuerzas absolutistas. En el caso de España y de los Estados italianos, se produjo la intervención directa de la Santa Alianza (1823). La represión fue muy dura; muchos liberales fueron detenidos o ejecutados, y otros marcharon al exilio. Una segunda oleada revolucionaria se produjo entre 1829 y 1839. Esta vez la intervención popular favoreció la derrota del poder aristocrático en Europa occidental. La revolución se inició en Francia en 1830 y significó el derrocamiento de los Borbones y la implantación de la monarquía constitucional, con Luis Felipe de Orléans. Su influencia se expandió fuera de Francia y provocó una rebelión en Bélgica, el cual termina por separarse de Holanda y proclamar su independencia, alterando por primera vez el mapa establecido en 1815. En Polonia, un movimiento independentista independentista similar fue aplastado por los rusos. r usos.
Departamento de Historia y Ciencias Sociales Historia contemporánea – contemporánea – I Medio Unidad. El legado del siglo XIX
A finales de la década de 1830, el Absolutismo fue desapareciendo en Europa occidental y se impuso un liberalismo moderado cuyo referente era la Constitución francesa de 1791. Así, se consolidó el dominio de la gran burguesía propietaria y de una aristocracia que mantenía su poder económico a cambio de renunciar a sus privilegios estamentales. Se estaba forjando una élite liberal moderada, que monopolizaba la acción política y marginaba a la pequeña y mediana burguesía, incluso también a las clases populares. Por ello los liberales moderados defendían el sufragio censitario y limitaron el ejercicio de las libertades: así, por ejemplo, las asociaciones obreras quedaban prohibidas. La experiencia democrática y social: 1848 Una nueva revolución, en 1848, puso fin definitivamente al sistema de la Restauración. Hay que buscar las causas en la insuficiencia de las reformas de 1830 y en el malestar generado por el desarrollo del capitalismo, que se traducía en el deterioro de las condiciones de vida del artesanado y los obreros. Esta nueva oleada revolucionaria adquirió una gran diversidad de formas y contenidos. En Europa oriental, excepto en Rusia, se abolió el feudalismo, mientras que en Europa occidental abrió las puertas a nuevos ideales democráticos, que defendían la soberanía popular y el sufragio universal masculino frente al censitario vigente hasta entonces. La revolución se inició en París en febrero de 1848. El gobierno de Luis Felipe de Orléans restringió las libertades (derecho de reunión, libertad de prensa). El movimiento insurreccional culminó con el asalto al Palacio Real, la huida del rey y la proclamación de la República. Se formó un gobierno provisional con la participación de republicanos, socialistas y radicales que impulsó un programa de reformas políticas y sociales: sufragio universal masculino, supresión de la esclavitud, abolición de la pena de muerte e intervención del Estado en la vida económica con el fin de garantizar el derecho al trabajo de los cesantes (Talleres Nacionales). Nacionales) . Se celebraron elecciones con sufragio universal masculino cuyo resultado dio lugar a la formación de un nuevo gobierno de republicanos moderados, que procedió al cierre de los Talleres Nacionales y a la liquidación de las reformas sociales que se habían iniciado. Como respuesta, se produjo la insurrección popular de junio de 1848, que se convirtió en un enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. La rebelión fue aplastada con la intervención del ejército y la represión fue muy dura: 1.500 fusilados y 25.000 detenidos. La burguesía se cohesionó alrededor de un gobierno fuerte, que garantizase el funcionamiento de un régimen liberal frente a las aspiraciones populares. En diciembre de ese año asume el poder Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, el cual respondió a estas necesidades y culminó con la proclamación del Segundo Imperio francés en 1851. El impacto de la revolución en Francia fue inmediato y se extendió por Europa: el Imperio Austriaco se transformó en una monarquía constitucional y fue abolida la servidumbre. Sólo Rusia mantuvo el Antiguo Régimen. En definitiva, 1848 significó el cierre completo de la revolución burguesa y el inicio del protagonismo de las fuerzas sociales populares. Todo ello planteó nuevos horizontes políticos y anunció la evolución del liberalismo hacia la democracia.
Departamento de Historia y Ciencias Sociales Historia contemporánea – contemporánea – I Medio Unidad. El legado del siglo XIX
PROCESOS DE UNIFICACIÓN NACIONAL EN ALEMANIA E ITALIA El nacionalismo, el liberalismo y el socialismo se habían transformado, de manera irreversible, en los grandes motores ideológicos y políticos del siglo XIX y gran parte del siglo XX. El nacionalismo renació con fuerza después de 1848; momento en que los pueblos emparentados por el idioma, la cultura, la confesión religiosa, las tradiciones, el pasado histórico y la etnia, pero oprimidos por el yugo de los imperios, buscaban emanciparse y formar Estados-nación propios. En ese contexto, los Estados alemanes e italianos, que formaban parte de estructuras políticas más amplias, o que eran pequeños Estados independientes, dieron comienzo a procesos de unificación que terminarían en la creación de Alemania e Italia como Estados nacionales. La unificación alemana Prusia, el más importante de los Estados alemanes, había alcanzado en la primera mitad del siglo XIX, un gran desarrollo económico, situación que resultó potenciada en 1834 con el establecimiento del Zollverein, o unión aduanera entre los distintos Estados de Alemania, lo que permitió el libre flujo de recursos y personas. Esta modernización económica fue acompañada por cambios políticos y sociales. En 1848, una Constitución liberal dio origen a una monarquía parlamentaria bicameral en Prusia, con alta concentración del poder en manos del monarca, lo cual aseguró la convivencia entre aristocracia y burguesía. En 1861 accedió al trono Guillermo I, quien designó como primer ministro o Canciller a Otto von Bismarck, político hábil que fomentó las relaciones con los otros Estados alemanes, dirigiendo los intentos de unificación; lo cual lo enfrentó a Austria, que mantenía el liderazgo de algunos Estados alemanes. En 1866, ambos Estados se enfrentan militarmente. La victoria prusiana aceleró el proceso de unificación alemán, constituyéndose la Confederación de Alemania del Norte, con exclusión de Austria. Por otro lado, el emperador francés Napoleón III, intentó detener los avances de Prusia lo que originó la guerra franco-prusiana. La victoria germana de 1871 sobre Francia permitió la anexión a Alemania de los territorios de Alsacia y Lorena, e hizo que los Estados alemanes del sur se integraran a Prusia. De esta forma, se creó el Imperio Alemán, bajo la forma de un Estado federal y una monarquía constitucional, encabezada por el káiser (emperador) Guillermo I.
Departamento de Historia y Ciencias Sociales Historia contemporánea – contemporánea – I Medio Unidad. El legado del siglo XIX
A partir de la unificación, Alemania se convirtió en una importante potencia europea, pieza clave en las relaciones internacionales y destacándose por su política exterior ofensiva, dirigida por Bismarck, el cual pasa a denominarse como “el Canciller de hierro”.
La unificación italiana Hasta mediados del siglo XIX, en el territorio italiano habían coexistido numerosos reinos, ducados y pequeños Estados, cuya debilidad los había expuesto principalmente a la dominación extranjera (España, Francia y Austria): en el norte se asentaba el reino de Piamonte-Cerdeña; en la región central, los Estados Pontificios; en la zona sur, los dominios Borbones de Nápoles y Sicilia y, por último, las regiones del noreste (Venecia y Trento) que estaban sometidas al Imperio Austriaco. El reino de Piamonte había alcanzado un mayor desarrollo industrial y era el único que contaba con una burguesía moderna, por lo que no extraña sus intenciones de integración hacia el resto de Italia. Su gobernante era el rey Víctor Manuel II. El artífice de la unificación fue su ministro, Camillo Benso, conde de Cavour, hábil político liberal que enfrentó la oposición del papado y de los grupos conservadores del sur de la península, que consideraba que la fragmentación política era una situación propicia para mantener su poder. El proceso de unificación italiana contó con el apoyo de Francia y Gran Bretaña, y con la oposición de Rusia y Austria. Las derrotas austriacas en las guerras de 1859 (contra Francia) y 1866 (contra Prusia), le permitieron a Piamonte expandirse territorialmente y formar, en 1861, el reino de Italia. La liberación del sur de la península se produjo con la intervención del líder popular Giuseppe Garibaldi, quien encabezó un movimiento nacionalista y republicano, el cual expulsó a los Borbones de Nápoles y Sicilia. El proceso de unificación avanzaba a paso acelerado, pero la orientación republicana de Garibaldi contrastaba con las ideas monárquicas de Cavour y la burguesía piamontesa. Con el respaldo de las potencias europeas se impuso la posición del norte, y Víctor Manuel II pasó a convertirse en rey de Italia en 1870, tras la ocupación de Roma, la que fue convertida en la nueva capital del Estado.