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H IS T O R IA ^M VNDO A n T IG V O
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LA DINASTIA DE LOS ANTONIMOS
f im m HISTORIA °^MVNDO ANTÎGVO
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Esta historia obra de un equipo de cuarenta profesores de va rias universidades españolas pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez ser accesible a lectores de di versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au tores antiguos mapas, ilustraciones cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por. el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.
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1.
A. C aballos-J. M . S errano, Sum er y A kka d . 2. J. U rru ela , Egipto: Epoca Tinita e Imperio Antiguo. 3. C . G . W ag n er, Babilonia. 4. J. U rru ela , Egipto durante el Imperio Medio. 5. P. Sáez, Los hititas. 6. F. Presedo, Egipto durante el Imperio N uevo. 7. J. A lvar, Los Pueblos del M ar y otros movim ientos de pueblos a fines del I I milenio. 8. C . G . W agner, Asiría y su imperio. 9. C . G . W agner, Los fenicios. 10. J. M . B lázquez, Los hebreos. 11. F. Presedo, Egipto: Tercer Penodo Interm edio y Epoca Sal ta. 12. F. Presedo, J. M. S erran o , La religión egipcia. 13. J. A lv ar, Los persas.
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J. C . Berm ejo, E l m undo del Egeo en el I I milenio. A. L ozano, L a Edad Oscura. J. C . Berm ejo, E l m ito griego y sus interpretaciones. A. L ozan o , La colonización gnegtf. J. J. Sayas, Las ciudades de Jonia y el Peloponeso en el perío do arcaico. R . López M elero, E l estado es partano hasta la época clásica. R . López M elero, L a fo rm ación de la democracia atenien se, I. El estado aristocrático. R . López M elero, La fo rm a ción de la democracia atenien se, II. D e Solón a Clístenes. D . Plácido, C ultura y religión en la Grecia arcaica. M . Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D . Plácido, L a Pentecontecia.
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J. F ernández N ieto, La guerra del Peloponeso. 26. J. F ernández N ieto, Grecia en la primera m itad del s. IV. 27. D . P lácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. F ernández N ieto , V. A lon so, Las condiciones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J. F ernández N ieto , E l m un do griego y F Hipa de Mace donia. 30. M . A . R a b a n a l, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas. 32. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. II: Los Seleúcidas. 33. A. L ozano, Asia M enor he lenística. 34. M . A. R abanal, Las monar quías helenísticas. III: Grecia y Macedonia. 35. A. P iñero, L a civilización he lenística.
ROMA 36. 37. 38.
39. 40. 41.
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J. M artín ez-P in n a, El pueblo etrusco. J. M artín ez-P in n a, L a Rom a primitiva. S. M ontero, J. M artín ez-P in na, El dualismo patricio-ple beyo. S. M o n te ro , J. M artínez-P inn a, La conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, E l período de las primeras guerras púnicas. F. M arco, La expansión de R om a por el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú nica a los Gracos. J. F. R odríguez N eila, Los Gracos y el comienzo de las guerras civiles. M .a L. Sánchez León, R evuel tas de esclavos en la crisis de la República.
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C . G onzález R o m án , L a R e pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. R oldán, Instituciones po líticas de la República romana. S. M ontero, L a religión roma na antigua. J. M angas, Augusto. J. M angas, F. J. Lom as, Los Julio-Claudios y la crisis del 68. F. J. Lom as, Los Flavios. G. C hic, La dinastía de los Antoninos. U . Espinosa, Los Severos. J. F ernández U biña, El Im pe rio Romano bajo la anarquía militar. J. M uñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du rante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Agricultura y minería romanas durante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Artesanado y comercio durante el A lto I m perio. J. M angas-R . C id, E l paganis mo durante el A lto Imperio. J. M. S antero, F. G aseó, El cristianismo primitivo. G . B ravo, Diocleciano y las re form as administrativas del I m perio. F. Bajo, Constantino y sus su cesores. La conversión del I m perio. R . Sanz, E l paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, La época de los Valentinianos y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evolución del Imperio Rom ano de O rien te hasta Justiniano. G . B ravo, E l colonato bajoimperial. G. B ravo, Revueltas internas y penetradones bárbaras en el Imperio i A. Jim énez de G arnica, La desintegración del Imperio R o mano de Occidente.
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ROMA
Director de la obra:
Julio M angas M anjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid)
Diseño y maqueta: Pedro Arjona
«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»
© Ediciones Akal, S.A., 1990 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Tels. 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 D e p ó s ito L e g a l:M - 1 8 1 2 0 - ^ 9
ISBN: 84-7600 274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600 489-3 (Tomo L) Impreso en GREFOL, S.A. Pol. II - La Fuensanta Móstoles (Madrid) Printed in Spain
LA DINASTIA DE LOS ANTONIMOS G. Chic
Indice
Págs. I.
Nerva y Trajano ................................................................................................ 7 1. N e rv a ............................................................................................................. 7 a) La búsqueda de un nuevo ré g im e n ................................................... 7 b) La sucesión de Nerva ........................................................................... 10 2. M. Ulpio T r a ja n o ....................................................................................... 11 a) La continuidad ....................................................................................... 11 b) Las primeras guerras de conquista y regulación de las fronteras 15 c) El paternalism o absolutista de Trajano ............................................ 18 d) La política de « g ran d eu r» .................................................................... 22
15. H ad rian o ............................................................................................................ 1. El acceso al poder ...................................................................................... 2. Una nueva era: la política de fronteras estables ................................ 3. La atención a las provincias y el intervencionismo económico ..... 4. Profundización de la idea imperial ....................................................... 5. El levantamiento j u d í o ............................................................................... 6. La política religiosa .................................................................................... 7. La sucesión ...................................................................................................
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III. Antonino Fío y Marco A urelio........................................................................ 1. T. Aelio H adriano A n to n in o .................................................................... a) El apelativo de «Pío» ............................................................................ b) El estancam iento eco n ó m ico .............................................................. c) El despegue del m undo oriental ........................................................ d) Política militar ........................................................................................ e) Administración, religión y desarrollo legislativo ............................ 2. M arco Aurelio A n to n in o ............................................................................. a) El reinado com partido con L.V e ro ..................................................... b) El final de la pax rom ana ................................................................... c) Evolución económica y social ..........................................................
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d) Com plicación creciente del m ecanism o adm inistrativo .............. e) La religión: el tema de los cristianos ................................................ 3. C ó m m o d o ...................................................................................................... a) El reinado de los fa v o rito s................................................................... b) Evolución económica y social ............................................................ c) El program a teo crático ..........................................................................
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Bibliografía .................................................................................................................. 63
La dinastía de los Antoninos
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I. Nerva y Trajano
Se denom ina «dinastía de los A ntoni nos» a la serie de em peradores que, a p artir de Nerva (96-98), ocuparon el p o d e r con u n a cierta c o n tin u id a d m oral y política hasta la m uerte de C óm m odo en 193. J. P. M artín consi dera que el concepto de «siglo de los A ntoninos» quedó precisado en sus térm inos generales en el m om ento en que Septim io Severo, en 197 y en un acto sorprendente, se proclam ó hijo de M a rc o A u re lio y h e rm a n o de Cóm m odo. Para M artín es una época en la que reina un cierto acuerdo en tre el em p erad o r y el senado, cuya dignidad se respeta, au nque la verdad es que su poder, por la fuerza de los acontecim ientos, va siendo cada vez menor. Un m om ento histórico en el que la tiranía parece desterrada y la economía, mal que bien, se mantiene en unos niveles de estabilidad acepta bles hasta el últim o cuarto de siglo. U na etapa en la que se desarrolla el derecho y con él el m ayor respeto del individuo. Y sin em bargo, y com o suele suceder en todas las épocas en que parece reinar el equilibrio entre sus distintos elem entos com ponentes, el siglo II in cubaba los gérm enes de un m undo nuevo que había de eclosio n ar con fuerza en la etapa históri ca que vendría a continuación.
1. Nerva a) La búsqueda de un nuevo régimen D om iciano, que había desarrollado notablem ente la burocratización del Estado en la línea m arcada por su p a dre, y que era bienquisto por el pueblo y por el ejército, se había convertido en cam bio, a los ojos de la aristocra cia senatorial y com o consecuencia de su tendencia al absolutism o, en un m o n stru o ab o rrec ib le. Tras v arias conspiraciones, el «tirano» fue asesi nado el 18 de septiem bre de 96 por un grupo de co njurados entre los que participaban los prefectos del preto rio y la propia esposa del em perador. Al día siguiente, el Senado condenó los actos del difunto y otorgó el po der, com o previam ente se había con venido, a M arco Cocceio Nerva. Este era un senador sexagenario, que tenía tras de sí toda una carrera de buen servidor del Estado y que, en cierto m odo, com o sostiene Albertini, podía recordar a G alba. Tam bién de él se esperaba una restauración del p rinci pado en la línea, sin em bargo cada vez más lejana, de Augusto. Pero en la m em oria de m uchos se m antenía
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.·* Bajorrelieve del Foro de Nerva en Roma.
fresco el recuerdo de aquel terrible año que siguió a la m uerte de N erón, y Nerva hizo todo lo posible por evi tar que la situación se pudiera volver a repetir. Para ello, y pese a que se de cía que D om iciano h abía desastrado el tesoro, procuró d ar satisfacción a la plebe y al ejército sin reparar en gas tos, com o en su d ía señ aló Syme (1930). El donativum a las tropas y un aligeram iento de las cargas fiscales (relativas a las sucesiones directas, al m antenim iento del cursus publicus en Italia, y al im puesto pagado por los judíos al C apitolio) para el pueblo en general, in ten taro n m ostrar la cara am ab le del nuevo régim en que se acababa de instaurar. Por otro lado, la im agen de m oderación era necesa ria, y por ello, au n q u e parezca p a ra dójico, el em p erad o r instituyó una com isión de cinco senadores que h a bría de estudiar la dism inución de los gastos públicos; pero m ientras, res tauraba el anfiteatro Flavio, concluía
el foro iniciado por D om iciano, m e jo rab a la red de acueductos rom anos y ofrecía un congiarium al pueblo del que nos han dejado recuerdo sus m o nedas (Cohén). Se llam aba a los exi liados de D om iciano, pero al m ismo tiem po se m antenía en sus puestos a sus principales auxiliares adm inistra tivos y políticos, pese a que hubiese tenido que ceder ante las exigencias de los pretorianos, dirigidos por el nuevo prefecto estoico C asperio Eliano, de que les entregase la cabeza de las dos personas a quienes considera b an responsables directos de la m uer te de su em perador. Se trataba en sum a de d ar la sensación de que se entraba en una nueva época sin rom p e r v io le n ta m e n te los la z o s q u e u n ían a la conciencia p o p u lar con el pasado. Preocupado, com o no podía dejar de estarlo, p o r u n a crisis económ ica que afectaba fundam entalm ente a la producción p o r la falta de inversión
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La dinastía de los Antoninos
Estatua del emperador Trajano hallada en Itálica.
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—contra la que clam aba ya Colum el a - y con unos cam pos progresiva m ente concentrados en pocas m anos y éstas poco activas, Nerva intentó al gún rem edio volviendo sus ojos a las viejas leyes agrarias republicanas y com pró tierras para repartirlas a los cam pesinos desposeídos. La cuestión era seriam en te p re o cu p an te, com o agudam ente supo ver M azza, y a pe sar de los esfuerzos por reactivar la pro d u cció n realizados p o r los Flavios, y p articularm ente por Dom iciano, hay síntom as arqueológicos, tales com o el estudio de los pecios realiza do por Pascual G uasch, de que el ni vel de los negocios, a ju zg ar p o r el tráfico de m ercancías por m ar, no h a bía hecho sino decrecer desde la gran crisis de m ediados del siglo I, que parce haber arrastrad o consigo a la dinastía Julio-C laudia. Com o señala C arradicc, pese a los esfuerzos de Dom iciano, la revaluación que realizó en la ley de sus m onedas de oro y p la ta en 82 no pasó de un acto de volun tad político-m oral que, al no verse sustentado en u na base real de san ea m iento económ ico im portante, p ro n to devino en la necesidad de dar m ar ch a atrá s, d e v a lu a n d o la m o n e d a hasta los niveles neronianos (85) y m etiendo al em perador en una dura política fiscal que le hizo ser conside rado, am én de tirano, mpcix. Nerva, en cam bio, quería aparecer com o u n p a dre benevolente; es más, necesitaba parecerlo para afirm ar su situación no dem asiado estable. De ahí su polí tica de repartos de tierra (que iba más allá que la solución dada p o r D om i tia n o al problem a de los subseciva y que disposiciones del tipo de la lex mandaría) y de ahí el interes puesto en esas instituciones de caridad co n o cidas com o los alim enta (préstam os a agricultores, con garantías de sus tie rras, y cuyos réditos se dedicaban a la m anutención de niños pobres) y que Veyne nos recuerda que no son una invención de este em perador. Pero el problem a m ás inm ediato
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que tenía que solventar Nerva era el de su propia sucesión.
b) La sucesión de Nerva El nuevo príncipe, em parentado con la fam ilia de los Julio-C laudios y que había m antenido excelentes relacio nes con los últim os m iem bros de esa dinastía, no parece que fuese, pese a las circunstancias, un adepto incon dicional de la política senatorial, y C izek (1983) se inclina a ver m ás bien en él a un seguidor de las doctrinas senequistas de la clem entia que p ro pugnaban, en el m arco de los años fe lices para el S enado del quinquen nium Neronis, una conciliación entre un despotism o m oderado y benevo lente y los intereses de esa oligarquía de sabios que constituiría el Senado. A ceptaba adem ás el principio de la m o n arq u ía electiva, desarrollado d u rante la época de los Flavios en el cír culo opositor de los Helvidios. Pero, com o sostiene Durry, Nerva no pertenecía a esa «oposición» de m atiz republicano, ni posiblem ente fuese esa oposición la que hubiese tram ado la sustitución de D om iciano, un hom bre querido por el ejército, sino que más bien el com plot debía de h aber estado tram ado p o r un grupo de senadores que, contentando a los tradicionalistas, contase desde un p ri m er m om ento con un vir militaris de talla que evitase los peligros de una guerra civil; p o r lo que, desde un p ri m er m om ento, se h ab ría pensado en la figura de M. U lpio Trajano, que h a bía sido cónsul en 91 y luego legado en G erm ania superior, donde había desarrollado una m agnífica reputa ción de buen m ilitar, adm inistrador destacado y hom bre enérgico y justo. Lo cierto es que tras la revuelta de C asperio E liano (Rossi), Nerva sor p rendió a los inquietos pretoríanos con la adopción, en octubre de 97, de este general, h is p a n o de Itálica, a quien asoció al Im perio confiriéndole la potestad tribunicia. R. Symc esta
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La dinastía de los Antoninos
bleció que la influencia de un im por tante grupo de senadores hispanos fue decisiva en este acceso al Im perio de Trajano. P. Petit (1974) adm ite la o p in ió n de las an tiguas fuentes de que debió, en parte al menos, su de signación a la influencia de los hispa nos Julio Serviano —casado con Dom icia Paulina, h erm an a de H a d ria no, y situado al frente del ejército d a n u b ia n o — y sobre todo de Licinio Sura, a quien el epitom ador de A ure lio Víctor le atribuye u n a interven ción decisiva. Sea com o fuere, lo cier to es que los hispanos venían ocu pan d o un espacio cada vez más am plio y, sobre todo, influyente en el Se nado al com pás del desarrollo econó mico de este extrem o occidental del Im perio. N um erosos estudios, recogi dos recientem ente p o r A. C aballos, h an puesto de m anifiesto cóm o el n ú mero de los senadores hispanos, héti cos sobre todo, había ido creciendo desde la época de C lau d io (época quizá la de m ayor esplendor para la ec o n o m ía p e n in s u la r), e x p e rim e n tando un salto im portante con Vespa siano (que asum e en este sentido la política de G alba) al hacer introducir num erosos homines novi hispanos en el senado, e ingresar inter patricios a algunos, com o M. U lpio Trajano p a dre y M. A n n io Vero. D o m ic ia n o m antuvo esta política, aum entando la categoría de los senadores hispanos tras la revuelta del tam bién hispano L. A ntonio S aturnino en 89; precisa m ente para prem iar la buena actua ción de T rajano hijo en la represión de esta revuelta, el em perador le ap o yó para que fuese cónsul sufecto en 91, com o antes señalam os. Sin em bargo, la m ayor proporción de cónsu les hispanos por años de reinado se observa con Nerva. De este m odo el acceso al poder del hijo de aquel italicense ingresado en el Senado durante el reinado de N erón, M. U lpio Trajano, no puede resultar del todo sor prendente. Ni siquiera el hecho, su brayado p o r D. Kienast, de que tras la
adopción no tom ase el gentilicium de su padre adoptivo, conservando sus propios tria nomina. (D urry señala que, en realidad, la adoptio tomó la form a de u n a adrogatio). Al fin y al cabo no se hab ía im puesto una perso na, sino que en el fondo lo que había triunfado era una realidad: la vieja Italia, cansada y agotada aunque lle na de prestigio —com o la E uropa ac tu al— daba paso a aquella de la pro vincias que con m ayor vigor había desarrollado su vida en el m arco de la colonización rom ana. C u an d o Trajano, ese antiguo am i cus principis de D om iciano que sin em bargo no se hab ía visto com pro m etido en la política represiva de los últim os años de éste, recibió la noti cia de su adopción al poder, se en contraba en G erm ania Superior res tableciendo el orden en la frontera. P ara d ar satisfacción a los tradicionalistas de R om a, com o dice C izek, hizo venir ju n to a sí a una parte de las cohortes pretorias, incluyendo a los principales rebeldes, con Casperio E liano a la cabeza, y una vez allí los hizo ejecutar, d ando una m uestra de energía, restableciendo la autori dad de Nerva, que iba m ás allá de lo que se esperaba. Luego continuó las operaciones y recibió, junto con Nerva, el nom bre triunfal de G erm ánico. La asociación en el poder entre el civil N erva y el m ilitar Trajano duró poco, pues a fines de enero de 98 el prim ero m oría en los jardines de Salustio de u na neum onía. Trajano se encontra ba en Colonia.
2. M. (Jipío Trajano a) La continuidad N acido en Itálica (hoy Santiponce, ju n to a Sevilla) de una fam ilia anti qua magis quam clara, com o refiere Eutropio (Brev. 8, 2) y ya hem os seña lado al referirnos a su padre (cónsul en 68) com o prim er senador de la fa
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A ka l Historia d el M undo Antiguo
m ilia, h abría visto la luz prim era h a cia el 52 ó 53, d u rante el reinado de C laudio, en el seno de una rica fam i lia de antiguo origon italiano estable cida en la Bética, donde habría hecho fortuna. Ya hem os hecho referencia a cóm o su padre progresó políticam en te bajo el reinado de N erón y poste riorm ente con Vespasiano. El m ismo había aco m p añ ad o a su padre en sus em presas m ilitares a las órdenes de Vespasiano en Palestina y Siria y lue go pudo m ostrar su valía m ilitar en el Rhin. A sus cuarenta y cinco años era un general experto que contaba con las sim p atías g en e raliza d as de sus co m p añ ero s del estam ento m ilitar. N adie pues discutió su acceso al tro no y pudo p erm anecer en G erm ania todo el p rim e r añ o de su rein ad o cum pliendo con su deber prim ordial de em p erad o r-so ld ad o de defender las fronteras (Albertini), dejando al Senado m ayor libertad en los asuntos civiles. Antes de volver a Rom a m ejo ró el trazado del limes ganando terre
no a los herm unduros, desarrolló la red viaria de los agri decumates con quistados p o r D om iciano y creó ciu dades com o X anten (Castra Vetera) y N im ega (Noviomagus). F in alm en te, tras haber inspeccionado la frontera d an u b ian a, entró en Rom a a fines de 98 en m edio del entusiasm o popular, e inm ediatam ente inició una política m uy en la línea de Nerva, concilian do el entusiasm o despertado por D o m iciano en ciertos sectores, m ante niendo a su persona] asesor más va lioso, y apoyando al m ismo tiem po a personas com o Verginio Rufo, Plinio o Tácito, caídos en desgracia ante aquél. A ctuando con m odestia y parsim o nia en su vida privada, prom etió no hace uso de la lex Iulia Maiestatis, o ley de lesa m ajestad, que se había con vertido en u n arm a tem ible en m anos de los anteriores príncipes. Si Nerva había hecho votar a los com icios po p u lares sus leyes agrarias, T rajano fingía el m ism o respeto a las institu-
ReSseve de mármol con la «institutio alimentaria», creada por Trajano. (Siglo II).
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La dinastía de los Antoninos
Columna de Trajano (Años 110-113 d. C.) Foros imperiales de Roma.
14 Trajano
Akal Historia del M undo Antiguo
También sobre la tribuna, por un escrú pulo semejante, te sometiste a las leyes, a unas leyes, César, que nadie redactó para el príncipe. Pero tú no quieres disfrutar de mayores derechos que nosotros: esa es la causa de que nosotros deseemos que te sea permitido más. Es ahora por primera vez cuando yo escucho y por primera vez cuando aprendo esto: «no es el príncipe el que está por encima de las leyes, sino las leyes por encima dej príncipe», y al,César en calidad de cónsul le están vedadas las mismas cosas que a los demás cónsules. Jura por las leyes ante los dioses atentos (¿y a quién prestarán más atención que al César?), jura en presencia de aquellos que han de jurar lo mismo, con pleno conoci miento, por otra parte, de que ninguno debe guardar con más escrúpulo el jura mento de aquel que está más interesado en que no existan perjuros. Así, al salir del consulado, juraste que no habías hecho nada contra las leyes. Hermoso juramento en el momento de hacer la promesa, pero más herm oso aún después de haberla cumplido. Aparecer tantas veces en la tri buna, pisar aquel lugar nunca escalado por la soberbia de los príncipes, recibir allí y allí deponer tus magistraturas, ¡qué digo es de ti y qué diferente de la costumbre de aquellos que después de haber ejercido el consulado durante unos pocos días o, me jor dicho, de no haberlo ejercido, se de sembarazaban de él mediante un edicto! Esto por asamblea, por tribuna y por jura mento; sin duda, para que el fin estuviera de acuerdo con el p rincipio y pudiera comprenderse que ellos habían sido cón sules tan solo por esto: porque otros no lo habían sido.
Otros han merecido el consulado antes de recibirle; tú, incluso en el momento de re cibirlo. Habíanse ya terminado las solem nes ceremonias de los comicios, si se con sidera que se trataba de un príncipe, y ya toda la multitud comenzaba a moverse, cuando tú, ante la admiración de todos, te acercas a la silla del cónsul y te ofreces a prestar juramento bajo una fórmula desco nocida para los príncipes, a no ser cuando obligaban a jurar a los demás. Compren des ahora cuán necesario fue que no re husaras el consulado. No te hubiéramos creído capaz de hacer tal cosa si hubieras rehusado. Yo me quedo estupefacto, pa dres conscriptos, y aún no doy bastante crédito a mis ojos y a mis oídos, y a veces me pregunto si lo he oído o lo he visto. Así, pues, el emperador, César, augusto y pon tífice máximo se mantiene en pie ante la si lla del cónsul; el cónsul queda sentado mientras el príncipe permanece en pie ante él, y queda sentado imperturbable, impasi ble y como si se tratara de un hecho co rriente. Más aún, el cónsul sentado toma juramento al que permanecía a pie firme ante él, y aquel juró, pronunció y articuló las palabras por las cuales ofrecía a la có lera de los dioses su cabeza y su casa si era conscientemente perjuro. Ingente glo ria la tuya, César, tanto si los príncipes ve nideros siguen tu ejemplo como si no lo si guen. ¿Puede haber alabanza bastante digna para loar que hiciste lo mismo al ser cónsul por tercera vez que al serlo por vez primera, que siendo príncipe obraste como un particular y siendo emperador como un súbdito? Ya no sé, no sé si es más hermo so que juras sin que ninguno te haya pre cedido con su ejemplo o que juraras si guiendo el ejemplo de otro.
Plinio el Joven, Panegírico en honor de Trajano, LXIV-LXV.
ciones tra d ic io n a le s asu m ien d o la potestad tribunicia el 10 de diciem bre, que era la fecha en que entraban en funciones los antiguos tribunos de la plebe; en 100, cuando accedía al consulado por tercera vez, sabem os que prestaba ju ram ento de pie ante los antiguos cónsules que perm ane cían sentados como, sucedía bajo la República. Y en la m ism a línea de propaganda señalada para Nerva, re husó el título de pater patriae, la dedi-
cación de estatuas caras y tom ó m edi das contra algunos delatores fiscales; por lo dem ás siguió tom ando m edi das económ icas en favor de la plebe, a la que ofreció congiarios y entretu vo con fastuosos espectáculos de cir co que, com o se ñ a la Syme (1930), eran una p u ra continuación de la p o lítica de su antecesor. Las m onedas, principal vehículo propagandístico, reflejan en las em isiones de estos p ri meros años esta política de concenso,
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respeto a las instituciones, concilia ción y solidaridad (H. Cohén). Pero la m oneda, lógicam ente, no sólo era un vehículo de propaganda sino tam bién, y sobre todo, un medio p a ra el in te rc a m b io de bienes. Y, com o hem os señalado páginas atrás, el principal problem a del Im perio, en el orden económ ico, se encontraba en el cam po de la producción de bienes que, a su vez, incidía en el de la distri bución. D ión de P iusa, am igo de Tra jano, clam aba a su vuelta del exilio a que se había visto forzado por D om i ciano, en su Euboico, p o r el estado de m iseria de las ciudades griegas, ro deadas p or am plios territorios a b a n donados, sin cultivadores, en tanto que en las urbes se am ontonaba una plebe ociosa que llenaba circos, tea tros y prostíbulos y vivía al día de la caridad pública o com o parásita de alg ú n p o te n ta d o . Y este tem a del aban d o n o de la tierra con la consi guiente falta de productividad, term i naba p or afectar a las ciudades en las que vivían los señores, que preferían gastar sus ingresos en actos de presti gio m ás bien que invertirlos en m e dios de producción aplicables a sus fincas —que p o r otro lado tendían a ser progresivam ente m ás am plias o m ás n u m ero sas p o r concentración, dada la tendencia a la oligantropía de las clases dirigentes—. Por otro lado la situación no era exclusiva de la parte griega del Im perio: en 107 otro am igo de T rajano, P linio Secundo, escribía a su am igo P aulino una carta que se puede com plem entar con frag m entos de otras) en la que pone de m anifiesto dificultades sim ilares en el cam po de la producción en sus tie rras italianas que le em pujaban a bus car una solución en el colonato ap a r cero, en la m ism a línea propuesta por D ión para las tierras valdías y que, com o ha señalado V. A. Sirago, sería retom ada poco después por la adm i nistración im perial (116-7) al redactar el reglamento del Fundus Villae Magne Variandi en Africa, sin que haya que
ver una relación de causa-efecto entre el d iscu rso y la d isp o sic ió n legal, com o ap untaba M. M azón. Ya hem os señ a la d o a n te rio rm e n te cóm o esta baja en la producción afectaba a la com ercialización, quedando refleja da en la arqueología subm arina, y es evidente que am bas cosas debían de hacerse sentir en el m arco de las ciu dades que se verían afectadas por am bos factores co m b in ad o s, sobre todo en la zona occidental, donde el com ercio no podía vivir con la m isma independencia de la producción agrí cola con que p o r el contrario podía vivir en parte en Oriente, gracias al com ercio de los artículos de lujo exó ticos requeridos por las aristocracias, tanto orientales com o occidentales. No es ninguna casualidad que desde finales del siglo I veamos cóm o los em peradores deben enviar a las ciu dades, em pezando por las italianas y continuando luego por las provincias, a determ inados curatores civitatis o rei publicae encargados de poner algún orden en las finanzas de algún que otro m unicipio. El Estado debía en frentarse a graves problem as de fon do, y Trajano se dispuso a afrontarlos com o m ejor sabía.
b) Las primeras guerras de conquista y regulación de fronteras Hem os señalado que Trajano m an tuvo desde un prim er m om ento una política agresiva respecto a los países vecinos y que no regresó a Rom a lue go de ser nom brado E m perador sin haber antes asegurado y fortalecido el limes germ ánico, y sin haber desarro llado las com unicaciones de la región de la Selva Negra conquistada por D om iciano y que no sin razón debía d en o m in arse de los agri decumates (cam pos que pagan la décim a parte de su producción). Por la m ism a ra zón de fortalecer las fronteras rom a nas, cuando en 100 A grippa I murió,
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Akat Historia del M undo Antiguo
Trajano se hizo con el control directo de Iturea y H au rán , en la zona de la Celesiria. Pero h a b ría de ser de la D acia (aproxim adam ente la actual R um a nia) de donde le viniese la m ayor glo ria m ilitar y el m ayor provecho para el Im perio. Los dacios, cuyas tribus se em p aren tab an con los tracios, h abían form ado un a p otente org an izació n que, ya en época de la R epública, acuñaba m oneda propia a im itación de los tetradracm as griegos y form a b an un pueblo potente y rico. Sueto nio nos dice que entraba su conquista dentro de los planes de César, pero Augusto y sus sucesores se hab ían contentado con frenar sus frecuentes incursiones en la parte derecha del D anubio. D om iciano se había p la n teado seriam ente el problem a de su som etim iento y el m ism o em perador había acudido a enfrentarse con su rey Decébalo; pero no pudo im poner se seriam ente, por la presión de los
yázigos, m a rc o m a n o s y cu ad o s, y hubo de contentarse con un cierto protectorado a cam bio de subsidios en dineros y asistencia de asesores m ilitares y civiles. Trajano no podía consentir este auténtico tributo paga do p o r R om a, y en la prim avera de 101, con las legiones de M esia y Panonia invadió Dacia, venció a Decé balo ju n to a Potaissa e im puso la paz bajo duras condiciones a este nuevo «aliado» del pueblo rom ano (102). Pero en realidad sólo se trató de una tregua. En 105 T rajano atravesó de nuevo el D anubio un poco más abajo de las Puertas de H ierro y m archó co n tra S arm izegetusa (Varhely, en Transilvania), que Decébalo incendió antes de suicidarse (107). A partir de este m om ento D acia fue anexionada com o provincia a las órdenes de un legado propretor. Entre la nueva pro vincia y Panonia quedaban los yázi gos, a quienes Trajano no atacó, pero dividió P an o n ia en dos provincias
Mercado de Trajano en Roma. (Primera década del siglo II).
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La dinastía de los Antoninos
Estatua del emperador Trajano, hallada en Ostia.
18 (Superior e Inferior, al O. y E.) para un m ejor control de la situación. La h azañ a h ab ría de q uedar inm ortali zada años m ás tarde (113) en la gran diosa colonna traiana que el em pera dor hizo colocar en su foro bajo la di rección de Apolodoro. Lo que la conquista de la Dacia su puso, aparte de su valor estratégico, en el p lano económ ico para Roma fue ya puesto de relieve en 1924 por J. C arcopino, y aunque no se pueda ad m itir que la situación económ ica de rivada de la política de D om iciano era pésim a, nadie discute hoy que los enorm es aportes de plata y sobre todo oro de la con q u ista produjeron en Rom a un cam bio considerable de las perspectivas eco n ó m icas a corto y quizás tam bién a m edio plazo. A un que las cifras que C arcopino saca de la in terpretación del texto de Lido (165.500 kg de oro; 331.000 kg de p la ta) puedan ser discutibles, de lo que no cabe duda es de que el botín obte nido y la explotación consiguiente a la conquista de las m inas de Transilvania, le perm itieron al em perador meterse en una política de grandes gastos en obras públicas y m onum en tos por todo el Im perio, aum entar el nüm ero de legiones (XXX Vlpia y II Traiana), m ultiplicar el núm ero y la calidad de los congiarios a la plebe, re d u c ir im p u esto s, etc. O sea que puso en circulación enorm es ca n tid a des de m oneda de oro y de plata (ésta n uevam ente d ev alu ada en su fino, que pasa a ser del 85% frente al 90% de la época de N erón, aunque m ante niendo su relación de 25:1 con el au reus) que fue a p arar en buena m edi da a esa plebe cuyo poder adquisi tivo, al crecer, pudo activar de nuevo m o m en tán eam en te los negocios: el alza de la capacidad de consum o de bió de tirar de la producción, aunque ésta se hiciese sobre unas bases dis tintas de las de la época de Augusto, con quien se puede en cierto modo co m p arar en cuanto al im pacto de sus conquistas (Egipto, N.O. de H is
Akal Historia del M undo Antiguo
p an ia, N órico) en el desarrollo del sistem a económ ico (M. Giacchero). Pero sobre ello habrem os de volver m ás ad e la n te. La co lo n izació n de Dacia, pese a la abundancia de asiáti cos, determ inaría que este país fuese una avanzada de la latinidad en el m undo oriental. «Según los m ism os principios, cier tam ente estratégicos y probablem ente económ icos —nos dice P. Petit—, fue en la m ism a época c o n q u ista d a y anexionada A rabia». En 105, el lega do de Siria, C ornelio Palma, entró en com bate contra los árabes nabateos y puso en m anos de Rom a la península del Sinaí, con su capital de Petra, y una b an d a de terreno litoral que pro ducía la continuidad con la provincia de Judea. Poco después, Palm ira re conocía la autoridad de Rom a y que daba bajo la dependencia del legado de Siria. La im portancia económ ica del control de estas cabezas de rutas caravaneras es evidente. En la m ism a línea, y antes de me terse en la gran em presa soñada por C ésar de llegar al golfo Pérsico, hay que situar el control que se logró ejer cer sobre la zona oriental del m ar N e gro, la C ólquida, haciendo aceptar la suprem acía rom ana a los íberos del C áucaso. El reino vasallo del Bosforo q u ed ab a unido así de algún m odo con el Asia M enor, donde las provin cias de G alatia y C apadocia queda ron nuevam ente separadas y la fron tera entre B ithynia y Asia fue des plazada hacia el Norte. Enfrente, la provincia de Tracia pasó del estatuto de procúratela, a estar gobernada por un legatus pro praetore.
c) El paternalismo absolutista de Trajano Ya hem os señalado que Trajano ac tuaba, en principio, en la m ism a línea que Nerva, com o si respetase las an ti guas instituciones republicanas. Es cierto que actuó con m iram ientos res-
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m iento y potenciación de las institu ciones a lim e n ta ria s (alimenta) son una m uestra del carácter paternal y hum anitario que quiso im prim ir a su reinado. Pero no debemos engañamos. El era provinciano, y las provincias se vieron am pliam ente representadas
pecto al Senado, que perm itió que las elecciones de m agistrados se hiciesen por escrutinio secreto y que apenas ejerció el cargo de cónsul, que sólo ocupó cuatro veces. Tam bién es cierto que actuó liberalm ente con el pueblo, com o hem os señalado, y el m anteni
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AkaI Historia del M undo Antiguo
Gran sala del mercado de Trajano en Roma.
en el Senado. Se calcula que una sex ta parte del m ism o era de hispanos; pero a partir de él los orientales ocu paro n un puesto de m ayor relevancia en consonancia con la política im pe rial cada vez m ás pendiente de esta zona. El Senado aparecía pues com o un a asam b lea cosm opolita, pero a pesar de ello el em perador quiso re saltar la im portancia de Italia y obli gó p o r ley a todos los senadores a in vertir en esta zona al m enos un tercio de sus bienes. Pese a ello, no sentía escrúpulos en enviar, cuando lo co n sideraba necesario, a curatores que con tro la se n las fin a n z a s m u n ic ip a le s dentro de Italia e incluso de legados personales (correctores) para que re solviesen p ro b lem as en provincias que eran senatoriales, a cuyos gober nadores controlaban estrecham ente, y apareciendo el em perador con el tí tulo de procónsul tanto'en las provin cias im periales com o en las senato riales. En realidad, pese a las ap arien cias formales, el Senado tenía cada
vez m enos poder, pero Trajano supo m antener contento a este cuerpo (que le otorgó el título de Optumus en 114, lo que tendía a identificarle con Júpi ter, dios rom ano que reina sobre el cosm os) haciendo que los senadores, individualm ente, ocupasen los pues tos más im portantes en los ejércitos y en la adm inistración, ju n to a los ca balleros. Su política interna se basó siem pre en la concordia ordinum, en el m ante nim iento de un orden entre las clases y estam entos que salvaguardase los privilegios de los honestiores (senado res y caballeros) sin herir los senti m ientos ni lesionar los intereses de las capas inferiores, de los que esta ban m ás pegados a la tierra (humus) o humiliores. El estoicism o im perante, com o nos recuerda P. Petit, hace que el trabajo sea cada vez m ás conside rado com o un instrum ento de perfec ción m oral, y las asociaciones corpo rativas com ienzan a lograr el recono cim iento de su dignidad, sobre todo
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La dinastía de los Antoninos
Basamento de la Columna de Trajano.
22 en las p ro v in c ia s, c o n v irtié n d o se pronto un motivo de recelo en un ele m ento útil p ar el aparato adm inistra tivo del Estado, que controla m uy es trictamente a estos collegia, como tien de a controlar progresivam ente a to dos los elem entos de la sociedad. U na prueba de ello es que la burocracia im perial crece notablem ente, y los es tudios de Pflaum (1950) h an puesto de m anifiesto que de las 62 procúrate las desem peñadas p o r personal del estamento ecuestre en la época de D o m iciano se pasa a unos 80 de estos despachos generales en la época que ahora analizam os. Nerva había cum plido la form ali dad de convocar al pueblo para que ap ro b ara sus m edidas agrarias. En adelante se prescindiría de ello y toda la legislación se h aría por senadoconsulto o sim plem ente por decreto del príncipe. De igual m odo dejó de recurrirse a esa institución republicana que eran los jurados criminales, cuyas funciones pasaron a ser desem peña das bien por el m ism o Senado o bien por el propio príncipe o sus repre sentantes. El Senado aconsejaba al príncipe, que procuraba som eterlos todos los tem as im portantes. Pero aún en este cam po hay que precisar que previa m ente el príncipe deliberaba con un grupo de consejeros, los amici princi pis, entre los que se encontraban fa m iliares, los prefectos del pretorio, ge nerales, funcionarios principales, ju risconsultos y personajes influyentes en los círculos culturales y políticos, que ejercían un gran influjo sobre el príncipe, aú n cuando no estaban to davía especializados en distintas fun ciones com o lo estaría n p o ste rio r m ente en época de H adriano. En realidad el poder del príncipe era absoluto, pero lo ejercía con m e sura, m irando siem pre por el interés público de sus súbditos com o un p a dre providente. Es p or ello por lo que C izek com para su m andato con lo que hubiese podido ser el quinquen
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nium Neronis, los cinco años en los que Séneca y Burro intentaban hacer reinar el estoicism o práctico, recor dándonos que fue bajo N erón cu a n do se produjo la prom oción al S ena do del padre de Trajano, y que en ciertos aspectos éste siguió la política del últim o de los Julio-C laudios: en política dan u b ian a, en política orien tal y en m ateria de obras públicas.
d) La política de «grandeur» Los tesoros de Egipto hab ían perm iti do a Augusto su gran política de gas tos públicos que tan gran im pulso dieron a la econom ía de los últim os años anteriores al cam bio de Era y cuyo reflejo se m antuvo aún durante m edio siglo más. Ahora, los tesoros de D acia vinieron en parte a ju g ar un papel sem ejante a com ienzos del si glo II, reactivando el com ercio m edi terráneo, com o se puede observar cla ram ente en el gráfico que registra los pecios, realizado por Pascual Guasch. Pero sólo sem ejante, pues faltó ese gran im pulso colonizador organiza do que caracterizó a la época de A u gusto, cuando tras las guerras civiles decenas de miles de personas, deseo sas de paz y prosperidad, llenaron de nuevas ciudades plenas de vitalidad provincias que hasta entonces sólo hab ían sido explotadas. A hora no se produce u n a g ran desm ovilización com o antaño, y aunque se coloniza algo (recuérdese la colonia Vlpia Traia na que sustituye a Sarm izegutusa) ya hem os señalado cóm o los cam pos p e riclitaban por la falta de una m asa trabajadora que se hiciese cargo de la labor de los mismos. Es más, ya he mos indicado cóm o el Em perador, en 116 ó 117, en la línea m arcada por D om iciano, debe in citar al tiem po que regular la ocupación de los subseciva (sobrantes de m edida en la obra de centuriación) con vistas a que las tierras sean labradas en régim en de colonato aparcero, d ando derecho a su uso al prim ero que las labre de for-
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nía regular. Bien es verdad que en este caso se trata de tierras africanas (C/L, VIII, 25943), d onde se quiere d ar el m áxim o de facilidades a las gentes para que p lanten árboles o vi des que los lijen a la tierra y perm itan con ello el afianzam iento de la vida sedentaria. Pero no es m enos cierto que, pese a los avances observados en Panonia o en la propia Dacia, cuya colonización, zonal, sí parece que de bió de ser bastante intensa, la civili zación rom ana no experim entó ah o ra el m ism o avance que a com ienzos del Im perio, y que, pese a todo, las ciudades ven con frecuencia cóm o se em p an tan an sus econom ías y cómo el estatuto de decurión com ienza en muchos casos a no ser apetecido dadas las cargas financieras que conllevaba. Pero, com o hem os señalado, au n que sobre bases en partes distintas, el aflujo de oro dacio se notó m uy posi tivam ente y perm itió a T rajano una política de m agnificencia en todos los órdenes, que pasam os a an alizar so m eram ente. T rajano que había renunciado, a su acceso al trono, al aurum coronarium o contribución extraordinaria que de bían entregar con este motivo las pro vincias, y que había reducido el n ú mero de las personas sujetas a la vicessima hereditatum o 5% sobre las he rencias, realizó distribuciones de di nero y alim entos gratuitos en una m e dida muy superior a com o lo había hecho D o m ician o (acu sad o por la p ro p a g a n d a oficial de m an irro to ), destacando particularm ente el CONGIARIVM TERTIVM que aparece en m onedas que siguen a la victoria dácica. E ntre los años 107 y 110, en p a labras de G arzetti, se produjo una au téntica guirnalda de fiestas que cele b raro n el triunfo del em perador, con la m uerte de miles de anim ales en la arena y el sangriento enfrentam iento de cerca de 5.000 gladiadores, en ta n to que se festejaban invitando a em bajadores de naciones bárbaras, y en p a rtic u la r a los indios, de los que
23 existía una colonia en A lejandría y con los que el Im perio m antenía unas intensas relaciones comerciales. P or otro lado T rajano construyó m ucho. Por todas partes se m ejoró y am plió la red viaria y portuaria, que debía facilitar las com unicaciones (se agiliza el servicio de correo im perial) y los abastecim ientos. En Italia se re construyen nuevos puertos m arítim os (Civitavecchia, Terracina, A ncona) y se dota a R om a de un nuevo puerto (113) hexagonal, con una superficie de 32 Ha y 6 m de profundidad, y do tado de todas las instalaciones que pudiesen facilitar la labor, al tiem po que se agrandaba y adaptaba el puer to creado por C laudio. Se crearon ca nales, se hicieron nuevos puentes, se desecaron zonas pantanosas, etc. Y las obras en las provincias fueron igualm ente innum erables: acueduc tos, puentes, diques, carreteras... que debieron de potenciar las canteras e industrias conexas con la construc ción. La preocupación del em perador por el régim en de abastecim ientos alim enticios de la plebe de Rom a y a los ejército s, o ste n sib le ya en las obras de infraestructura viaria a que hem os hecho alusión, debieron de potenciar la industria alim entaria, so bre todo de algunas zonas com o la provincia Bctica, productora de con servas de pescado y de aceite de bue na calidad y en cantidades que hacen suponer que a precios no muy altos. Aparte de las entregas que se pudie ran realizar a título de im puesto en especie, sabem os p o r P linio que el Estado com praba grandes cantidades de productos para la Annona, cuyo aparato adm inistrativo hubo de desa rrollarse notablem ente. En O cciden te, la elevación del poder adquisitivo de las personas afectadas por los re partos y em pleadas en las obras p ú blicas, tiró de la dem anda de artícu los de prim era necesidad, lo que fa voreció a zonas com o la Bética que se e n c o n tra b a n bien p re p a ra d a s para atender esa dem anda, aunque pronto
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A ka l Historia del M undo Antiguo
Itinerarios supuestos
ARMENIA
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Itinerarios confirmados
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Ejército de Adiabenes _ _ * Nisibis
Gaugamela
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Beroe Antioquía
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A r b e ,a s
Ejército y flota del Eufrates
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MESOPOTAMIA
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La guerra contra los partos (114-117)
• Apamea
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Ctesifonte
• Babilonia
La Guerra Pártica (según Cizek)
com enzaría a notarse una incipiente com petencia de Africa que atestigua ba el éxito de la política im perial en esta zona. La prosperidad de antaño, basada en el comercio, parecía rena cer con vigor, aunque a veces la dis persión de esfuerzos en la com erciali zación hiciera subir los precios. En Oriente las ciudades com ienzan a re surgir con fuerza (y su peso se nota progresivam ente en el núm ero de sus representantes en el Senado: 34,6% de los senadores de origen provincial, según H am m ond, para subir hasta el 60,8% bajo Cóm m odo), beneficiándo se del desplazam iento de los ejes co m e rc ia le s (v ía R in -D a n u b io -M a r Negro) y del com ercio con el Extremo Oriente; un com ercio de.artículos de lujo que, a cam bio del oro que ateso ra la capa m ás alta de la sociedad ro m an a, hace afluir h acia el m undo
m editerráneo una cierta cantidad de m aterias de lujo que hacen resaltar el prestigio de la clase que los detenta. Es interesante observar cóm o Tra ja n o , que era o cc id e n tal y que se preocupó con su política m onetaria favorecedora de la plata frente al oro, com o antes señalam os, por beneficiar a las clases m edias industriosas y a los pequeños ahorradores que fun cionaban en base a la plata, se vio obligado por la inflación generada por su política em isora de abundante m oneda, a llevar una política hábil y flexible, que com binase los grandes gastos con una política fiscal rigurosa (ya apenas hay distinción entre fiscus y aerarium ) y sobre todo con u n a preocupación por el aum ento de la producción y de la productividad de los trab ajo s agrícolas, base fu n d a m ental de toda la econom ía en el
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La dinastía de los Antoninos
m undo antiguo - n o debem os de ol vidar que el 90% de los entre 40 y 60 m illones de habitantes que tiene el Im perio viven en los cam pos (P. Pe tit)—. Veremos cóm o, poco a poco, la preocupación de los em peradores por la producción se va haciendo angus tiosa, y que el intervencionism o del Estado en el cam po de la producción, por un lado, y en el de la distribución.
por otro, irá in crescendo con el paso del tiem po debido a la idea obsesiva de m antener un estado de cosas, una política de humanitas, que se considera ideal. En este sentido tenem os que si tuar la política seguida respecto con los suhseciva en Africa o los alimenta (préstam os a bajo interés a los agri cultores) en Italia, o el interés por una explotación m áxim a en las m inas:
Detalle del fuste de la Columna de Trajano. Bajorelieves con escenas de las guerras contra Dacia.
26 sólo un alza en la producción podía obviar la inflación. Y sin embargo este occidental, preo cupado siem pre p or el equilibrio y el buen orden en su zona, se vio irresis tib lem en te atra íd o p o r ese m un d o oriental en donde gastaban su oro los m agnates del Im perio. La fascinación por ese Extrem o O riente de donde ve nían exquisitos tejidos de seda, bellas cerám icas y exóticos anim ales, como esos tigres que a veces eran hechos llegar de la India en unas relaciones que se h ab ían intensificado m ucho desde el descubrim iento del régimen de los m o n zo n es, hizo a T rajano, com o a César, seguir las huellas de A lejandro M agno, poniéndose bajo la advocación de ese sem idiós de los estoicos, benéfico y conquistador al m ism o tiem po, que era el Hércules G ad itan o (Jaczynowska). Com o C é sar, T rajan o p re p aró c o n c ie n z u d a m ente su em presa contra los partos, principal obstáculo en su cam ino, su poniendo Cizek que incluso se pudo concluir alianza con principados in dios con este fin, y que, com o en el caso de César, esta expedición se en m arca en el progreso de una m ística teocrática y un refuerzo del absolutis mo a partir de 112. Las conquistas y anexiones realiza das en el área oriental del M editerrá neo, y la de A rabia Petrea muy p arti cularm ente, habían puesto las bases de una em presa con la que, según Tá cito, Trajano soñaba desde 98: la co n quista del reino parto. Este se encon trab a d eb ilita d o tras la m uerte de Vologese' y varios jefes locales eran prácticam ente independientes, lo que facilitaba la tarea que los rom anos se proponían. El pretexto para la guerra vino dado p or los siem pre difíciles asuntos de A rm enia, donde existía u n a co n v en ció n p arto -ro m an a que otorgaba el trono, com o vasallo de Rom a, al segundogénito de la d in as tía parta. Pero ahora el rey parto Osroes quiso sustituir al príncipe Axidares, investido ya p or Rom a, p o r Par-
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tham asiris. T rajano desem barcó en A ntioquía en 114 y ocupó A rm enia con ayuda de poblaciones del C áucaso, q u ed a n d o expedita así esta vía para R om a (Petit). En 115, con la ayuda del príncipe de O sroena, conquistó buena parte de M esopotam ia. E n 116 realizó una in cursión al este del Tigris, en A diabe na, y bajando a lo largo del río tomó Seleucia y Ctesifente y llegó al Golfo Pérsico m ientras huía el rey Osroes. T rajano recibía el sobrenom bre de Particus. Pero este im perio conquistado que daba por consolidar, y si bien la po b lació n helénica debió recibir con entusiasm o la dom inación rom ana, y la población irania, incapaz de reac cionar, se m antuvo indiferente (Albertini), la población sem ítica de ára bes y judíos, que eran num erosos en las ciudades com erciales (y especial m ente los últim os, arruinados en sus negocios por la guerra y que aborre cían a Rom a desde la tom a de Jerusa lem por Tito), provocaron violentos disturbios, m ediante consignas tran s m itidas rápidam ente por los carava neros, que afectaron a las ciudades de C ire n a ic a , Egipto y C h ip re d onde eran num erosos y las revueltas se ex tendieron a la O sroena y M esopota mia. Y aunque los generales de Trajano castigaron duram ente a los insu rrectos, la fortaleza de H atra, en M e sopotam ia, resistió a Rom a. Osroes volvió a aparecer en Ctesifonte y Tra ja n o , d e sa n im a d o y enferm o, em prendió el regreso a Rom a, dejando a sus generales el encargo de pacificar y som eter totalm ente la zona. H a biendo desem barcado en Selinonte, en Cilicia, ante un agravam iento de su enferm edad, m urió de u n a hem o rragia cerebral entre el 7 y el 9 de agosto de 117, aunque su m uerte no fue hecha pública m ás que el día 11, pues lo im previsto del desenlace h a bía dejado poco asegurada la suce sión que se presum ía sólo que habría de recaer en H adriano.
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La dinastía de los Antoninos
II. Hadriano
1. El acceso al poder T rajan o tuvo u n a h e rm a n a , U lpia M arciana, que había tenido una hija, M atidia, de su m atrim o n io con C. M atidius Patruinus. Esta había casa do m uy joven con L. Vibius Sabinus y había tenido dos hijas, M atidia y Sa bina, la últim a de las cuales se había convertido en la esposa de P. Aelio H adriano. Este hab ía sido tutelado por Trajano cuando recibió la noticia de su acceso al Im perio por adopción de Nerva, pero, en opinión de Paribeni, no podía tener m ucha sim patía p or este joven de naturaleza «inquie ta, desbordante, fantástica, desigual, exagerada en los vicios y en la virtud, h isp an a y helénica al m ism o tiem po»; pero en cam bio la em peratriz Plotina, de carácter m ás próxim o al suyo, le tuvo gran afecto. Am bas, P lo tina y Sabina, aco m p añ ab an a Trajano cuando éste, que no tenía hijos ni h a b ía d esig n ad o heredero aunque, influido p or Licinio Sura, había m os trad o su preferencia p o r H a d rian o (que fue cónsul en 108), entró en ago nía y m urió en Selinunte. Para enton ces, 117, H ad rian o era gobernador en Siria y recibió con dos días de dife rencia las noticias de su adopción y de la m uerte del em perador, lo que le v an tó so sp e c h a s y su sp ic a c ia s en cuanto a la legitim idad de la ad o p
ción. Los soldados lo recibieron de buena gana. En el Senado Avidio Nigrino, uno de los mejores genera les de Trajano, contaba con adep tos, entre ellos los tam bién genera les C ornelio Palm a, Publio Celso y Lusio Quieto, pero el prefecto del pretorio A ttiano se adelantó en Rom a a la llegada del nuevo em perador para deshacerse de los presuntos com petidores del príncipe, que luego afectó no saber nada del tem a y lo aprovechó para alejar de su puesto, sin que m ediase condena alguna a aquel perfecto a quien debía de m asiado. H adriano era, com o su tío-abuelo T rajano, de origen hispano. H ab ía nacido el 24 de enero de 76, posible m ente en Itálica, siendo su m adre, D o m ic ia P a u lin a , g a d ita n a . A la m uerte de su padre, y ya en Roma, Trajano se había hecho cargo de su educación y fue entonces cuando se aficionó a la cultura griega. Luego, gracias al apoyo del em perador, hizo una rápida y brillante carrera tanto civil com o m ilitar, m an d an d o la Le gio I Minervia en la guerra dácica en 106 y siendo gobernador en 107 de P an o n ia Inferior. Ya hem os dicho que alcanzó el consulado en 108 y que estaba al frente de la provincia de Siria, y por tanto de im portantes tro pas, en 117 (A. Garzetti).
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2. (Jna nueva era: la política de fronteras estables Albertini sospecha que la oposición que se despertó entre otros generales se debió, m ás que al nom bram iento en sí, a la política exterior al punto em prendida p o r H adriano. Su fino sentido de la realidad, am pliam ente dem ostrado a lo largo de su reinado, le hizo com prender enseguida que el Im perio no estaba en condiciones de m antener una guerra pártica que se prom etía difícil y com prom etía las fi nanzas del Estado. En consecuencia evacuó M esopotam ia de forma orde nada, situando en A rm enia de nuevo y a un rey vasallo (el arsácida Vologe se) y dejando la O sroena de form a que siguiese desem peñando su papel de E stad o tap ó n am igo de R om a. C on el reino del C áucaso se siguieron m anteniendo buenas relaciones. No se cuestionó el ab an d o n o de A rabia, ni, com o algunos quisieron sugerir, tampoco de la Dacia, de im portancia estratégica y económica indiscutible. Lo que p o r el co n trario hizo, aquí como en cualquier otro punto fronteri zo del Imperio, fue reforzar las defen sas, sustituyendo en m uchas ocasiones p or auténticos m uros de piedra los sim ples terraplenes o em palizadas de la época anterior. Viajero infatigable, curioso y des confiado al m ism o tiem po, visitó to das las provincias periféricas. Pero, com o decía Piganiol (1965), «no viajó a través del Im perio p or diletantism o, sino para inventariar y m ovilizar a todas las fuerzas vivas del Im perio contra la am enaza de una decadencia inm inente». De ahí su interés por fi ja r los límites y fronteras, tanto entre unas tierras y otras dentro del Im pe rio, com o las del Im perio mismo. Así, luego de ag ran d ar los Agri Decumates llevando la frontera m ás al oriente del río Neckar, organizó la región de los Alpes en tres distritos militares, que form aban provincias procuratoriales y aseguraban la protección de
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Italia. En la frontera del R hin dism i nuyó los efectivos para poder reforzar la vigilancia —sin am pliar los gastos en las fronteras del D anubio y el Eu frates, donde consideraba que el peli gro era m ayor a causa de los sárm atas—. En B ritania (entre 122 y 127) construyó frente a los brigantes un sistem a defensivo de 117 km de longi tud, con trincheras, m uros y fuertes, que atravesaba la isla de Este a Oeste (e n tre Solw ay y Tyne) se p a ra n d o , aproxim adam ente, Inglaterra y Esco cia. En Africa creó colonias en p u n tos estratégicos, realizando grandes esfuerzos por asentar a la población frente a los nóm adas y por ganar te rreno al desierto, y desplazó la legión hacia el Oeste, a Lam baesa. U na la bor sem ejante de organización la de sarrolló igualm ente en la M auritania C esariana, tras un levantam iento de los nóm adas que fue reprim ido en 117 p o r M arcio Turbo. Por todas partes el em perador p ro curó tener un ejército bien equipado y disciplinado (tenem os curiosas no ticias de la asistencia del em perador al desarrollo de m aniobras tácticas de entrenam iento). Pero el Im perio había pasado sin em bargo a la defen siva y su expansión territorial se h a bía term inado. El concepto de limes cam bia, y de ser un punto de partida hacia territorios enemigos, pasa a ser una zona de confines, protegidos y vi gilados, «que separa al m undo civili zado rom ano del m undo bárbaro pe ligroso e in c u lto y recibe así u n a significación tanto m oral com o m ate rial» (P. Petit, 1974). Los fortines que protegían antaño el cam ino que se guía la frontera, natural o artificial, que separaba del territorio no contro lado, p asan a estar progresivam ente unidos por m uros de piedra o prece didos por una fuerte em palizada p ro tegida por un foso. Parece evidente que el reinado de H ad rian o supone en principio, aun sólo considerando este aspecto de su política m ilitar, una innovación evi
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Calle principal de Gerasa, Jordania, porticada, con 260 columnas. (Siglo II d. C.).
dente: del dinam ism o m ás o menos agresivo de épocas anteriores se pasa a un sistem a m ás conservador y ten dente a la defensa m ás que al ataque. Hoy prácticam ente todos los estudio sos están de acuerdo en que la política de H ad rian o era la más prudente e in teligente que se podía desarrollar en ese m om ento dadas las circunstancias ge nerales de falta de dinam ism o interno. Un hecho interesante en relación con la estabilidad del sistema defen sivo es el de que el reclutam iento para cada legión se produce ahora norm alm ente en la provincia donde la m ism a se encuentra de guarnición, o sea sólo en las provincias im peria les, de form a que los ejércitos tienden a regionalizarse, suponiendo ello, co m o es de im aginar, un germ en peli
groso con vistas al futuro de la inte gridad del Im perio. Lo m ism o apro x im ad am en te, a u n q u e a un ritm o algo m ás lento, sucedió con las co hortes y alas de caballería auxiliares. De todas formas, para corregir esta tendencia, en cierto m odo, se em pe zaron a u tilizar desde la época de Trajano, pero con un desarrollo pro gresivam ente m ayor conform e p asa ba el tiempo, los numeri, cuerpos irre gulares de indígenas (de infantería, de caballería o mixtos) que se utiliza ban fuera de sus lugares de origen y que com prendían ordinariam ente en tre 500 y 900 hombres dirigidos, eso sí, por un oficial rom ano. Es notable el caso de los brigantes deportados como soldados-colonos a los Agri Decumates (Petit, 1974).
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En cuanto a las cohortes pretorianas y urbanas seguían com poniéndo se de italianos y provinciales de las zonas más rom anizadas, lo que hacía que al ser m ás civilizados fuesen m i lita rm en te m enos efectivos, p o r lo que los em peradores, desde H adriano al m enos, tendieron a confiar su cus todia tam bién a un cuerpo de jinetes, form ado p o r soldados de élite (equites singulares), destacados de las distintas alas de caballería. Finalm ente, y en cuanto al sistem a defensivo en g en eral, debem os de concluir diciendo que H adriano, fren te a Trajano, redujo de nuevo el nú m ero de legiones de 30 a 28.
3. La atención a las provincias y el intervencionismo económico H ad rian o tuvo el m érito de com pren der que, a com ienzos del siglo II, el Im perio no descansaba ya sobre Ita lia, sino más bien en las provincias (el núm ero de senadores provinciales, que era el 22% del total con D om icia no, sube al 42% con H adriano), y por ello y, com o hem os señalado, para fortalecer las bases económ icas de ese Im perio, consagró su vida a lograr la prosperidad de dichas provincias, aunque sin dejar p or ello de ayudar y proteger a Italia (Rostovtzeff). Esta fue la causa de que viajase continua m ente a través de su Im perio en un intento por conocerlo plena y perso nalm ente, exaltando sus característi cas peculiares de u n a form a positiva y no com o país conquistado com o ve n ía s ie n d o la c o s tu m b re (Μ . K. T h o rn to n ). Este fue ig u alm en te el m otivo que im pulsó su política siste m ática de u rb anización de las regio nes que por su situación eran base de las principales fronteras m ilitares, en un intento continuo por crear nuevos núcleos de civilización y progreso y fijar la población; y ésta fue, en fin, la razón de que procurase m ejorar la
suerte de los p eq u eñ o s lab rad o res con vistas a lograr —en palabras de R ostovtzeff- «un vigoroso núcleo de agricultores industriosos que introdu je ra n form as superiores de cultivo, p ro p o rcio n aran excelentes soldados al ejército y p ag asen regularm ente sus im puestos al Estado». Piganiol ha puesto de m anifiesto cóm o esta polí tica d ata m uy posiblem ente de los co m ienzos de su reinado, a juzgar por unos papiros egipcios de 117 por los que se otorga una casi-propiedad p ri vada a quienes saquen rendim iento a tierras reales o públicas m al explota das. Pero en este sentido quizá el do cum ento m ás característico de la po lítica agraria de H adriano sea posi blem ente la lex Hadriana de rudibus agris et iis qui per X annos continuos in culti su n t («ley so b re los ca m p o s agrestes y aquellos que lleven diez añ o s seguidos sin cultivar»), cuya existencia está atestiguada por varios docum entos epigráficos encontrados en el norte de Africa, y que parece te ner ciertos paralelos en Delfos y M e sia. De acuerdo con esta ley, que en opinión de J. C arcopino y de A. Piga niol sería extensible a todo el Im pe rio, se concedía la exención de toda la renta anual (1/3 de la cosecha) d u ra n te diez años a los que plantasen oliva res en tierras anteriorm ente incultas o a b an d o n ad as a los dom inios im pe riales, o reem plazasen viejas p lan ta ciones p o r nuevas, cosa que ya se daba en la vieja lex Manciana de épo ca flavia; pero a diferencia de ésta, que afectaba en principio sólo a los subseciva y que sólo concede el dere cho de cultivar (Jus colendi), la lex Hadriana otorga al que cum pla las condiciones dadas de dedicación y continuidad, el «derecho de poseer, disfrutar y dejar a su heredero» la fin ca puesta en cultivo. En la inscrip ción de A in-el-D schem ala (C/L, VIII, 25943) queda claro que el deseo del em perador es el de que aum ente la p o b la c ió n activa. E sta p o lítica de crear u n a clase de propietarios agrí
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colas libres, al tiem po que atados a la tierra por el interés puesto en la pose sión de unos olivos y unas vides que hab ían tardado años en d ar fruto, p a rece ser que se desarrolló con éxito en un a región com o Africa - d o n d e exis tían grandes propiedades im periales, dirigidas p or conductores o arren d ata rios generales, que se ven sujetos ah o ra a esta no rm ativ a— que se hallaba expuesta a ataques de tribus nóm a das y donde, hasta fines del siglo I, los rom anos h ab ían desalentado la viticultura y la oleicultura, m ás renta bles que el trigo, y que se esperaban reservar para Italia, favoreciendo en cam bio aquí el cultivo de los cereales que Rom a necesitaba. U n indicio cla ro del desarrollo de Africa en este sentido puede ser el hecho, constata do por C. Panella, de que a partir de la época de H ad rian o el aceite de la región tripolitana em pieza a hacerse claram ente presente en el puerto ro m ano de Ostia ju n to con el bético, que —por razones que m ás tarde a n a liz a re m o s- experim enta igualm ente un fuerte im pulso en su exportación. H ay que hacer no tar que este deseo de increm entar la población produc tiva y la productividad en últim o ex trem o, con el fin de frenar la tenden cia in flacio n aria que am en azab a a un Im perio que vivía claram ente por encim a de sus posibilidades, sobre todo en las ciudades, no sólo se trad u jo en una reglam entación que afecta se a la agricultura en las tierras públi cas, sino que se dio igualm ente en el cam po de la m inería. La Lex metallis Vipascensis, o ley para las m inas del distrito de Vipasca (Aljustrel, Portu gal), que en opinión de S. D usanic y C. D om ergue debió valer igualm ente, en sus líneas fundam entales se en tiende, para todo el Im perio, determ i na u n a form a de ex p lo tació n que bien podem os com parar con los re glam entos relativos a la agricultura a que nos hem os referido: se establece la posibilidad de un régim en de colo nato aparcero para aquellos que ocu
pen una zona sin explotar, aunque tam bién aquí existan unos conducto res generales del distrito, con la con dición de que no se puedan poseer más de cinco pozos al m ismo tiem po y que la explotación sea continuada. La m itad de la produción obtenida ha de ser para el dueño de la m ina, o sea para el Estado, pero para evitarse éste los gastos derivados del m anteni m iento de una fundición, se explícita que el colono ha de com prar al Esta do su m itad del m ineral sacado de la m ina. Se establecen adem ás toda una serie de m edidas para g arantizar la seguridad del trabajo en la m ina, con lo que so capa de humanitas se procu ra garantizar el m áxim o rendim iento evitando interrupciones derivadas de las inundaciones o derrum bes. La li m itación en el núm ero de pozos que pueden ser explotados por un colono tam bién está dirigida a excitar el tra bajo y la producción, pues al existir posibilidades lim itadas de lucro el afán habrá de ser mayor. Junto a la producción, el lem a de la distribución de los bienes constituía otra de las m áxim as preocupaciones del Estado rom ano y sobre todo de un tipo de régimen, com o era el im pe rial, que se basaba en buena m edida en m antener satisfechas a las m asas populares rom anas a las que se había privado en la práctica de sus dere chos políticos, m ediante una política de pan y circo (panem et circenses); y sobre todo a un ejército perm anente, establecido fundam entalm ente en las fronteras (provincias im periales), a cuyas necesidades h ab ía necesaria m ente que subvenir para evitar peli grosos descontentos. En un reciente libro, J. Remesal ha recogido la preo cupación constante de los em perado res en este sentido. Era necesario adqui rir trigo y otros productos de prim era necesidad, bien por los im puestos en especies o bien por las ventas obliga torias del tipo frum entum in cellam. Plinio, en su Panegírico, nos dice que Trajano com praba lo que necesitaba
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en u n sistem a n o r m a l de m ercado, c o n p re c io a c o r d a d o m u tu a m e n te . H a d ria n o , en u n a in scrip ción co n se r v a d a en A te n a s , e s ta b le c e q u e los oleicultores d e b e rá n entregar en ven ta obligatoria al Estado, al precio que estuviese en la región, u n tercio de su cosecha (a no ser qu e su tierra perte nezca a esa categoria de ager octona rius que a p a re c e ta m b ié n en la in s cripción de H e n c h ir M ettich [Túnez] re g la m e n ta n d o el c o lo n a to de Villa M a g n a Variana, de 117). P o sib le m e n te nos e n c o n tre m o s de nuevo en este caso a n te u n re g la m e n to p a rtic u la r p ara Atenas, co m o antes en el caso del reg lam e n to m in e ro de Vipasca, que derive de u n a n o rm ativ a general sobre el aceite. Y decim os esto p o rq u e las referencias fiscales escritas sobre las á n fo ra s a n d a lu z a s de aceite, e n c o n tra d as p o r m illones en R o m a for m a n d o el m o n te Testaccio, se a d a p tan en esta época en su c o n te n id o a estas d is p o s ic io n e s , qu e , sin d u d a , a m p lia b a n otras de é p oca anterior. Del éxito de esta m e d id a referente al aceite bético nos h a b la de nuevo la estadística realizada en Ostia sobre las ánforas olearias p a ra esta época, que casi cuadriplican a las de época flavia. Requisiciones im positivas en espe cie y ventas obligatorias al E stado, i n cluso a precio de m e rca d o p ara evitar perjuicio a los p ro d u c to re s, p o d ía n so lu c io n a r el p ro b le m a del aba ste c i miento. Pero el p ro b le m a q u izás m ás difícil era lograr que las m e rcan cías llegasen de los p u n to s de origen a su destino. S abem o s que esto se hacía re cu rrien do n o r m a lm e n te a la in ic ia tiva privada, pero ta m b ié n sab e m os que d icha iniciativa se m o stra b a rea cia a tr a b a ja r p ara el E stado d a d o s los perjuicios qu e le c a u sa b a la p r o verbial len titud a d m in is tra tiv a , que inm ovilizaba a los barcos en los p uer tos d u r a n te se m a n a s y se m a n as. El p ro b le m a era antiguo, y ya C la u d io h a b ía tenido que conceder, p a ra m o verlos a actuar, a los pro pietarios de barcos m ercantes, la exención de la
Akal Historia del M undo Antiguo
Vallum A n to n in i V allum H ad rian i
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M AU R E TA N IA CESARIENSIS
Viajes de Hadriano.
La d ina stía d e los A n to n in o s
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Viajes d e ADRIANO
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G ER M AN IA
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ley Papia Poppaea a los c iu d a d a n o s , el ju s trium liberorum si e ra n m ujeres (en co ntra, pues, de las m e d id a s m o ra li zantes de A ugusto) y la c iu d a d a n ía a los latini, sie m p re q u e p u sie se n un navio, de al m en os 10.000 m odios, al servicio de la A nnona (com isaria de a b astecim ientos y transportes) d u ra n -
te seis años. Estas ventajas no debie r o n ser suficientes, p u e s p o c o d e s pués, en 58, Nerón concede la exención de im puestos a las naves de los nego tiatores qu e actúen en el m ism o s e n tido. El problema debería seguir existien do a h o ra , pues H a d r ia n o te n d rá que
34 intervenir de nuevo acuciado por las necesidades de la Annona. En un m o m ento com o éste, en que los cargos m unicipales (decurionado, edilidad, etc.) en trañ an cada vez m ás pesados gastos po r parte de los llam ados a de sem peñarlos, pasan d o de ser un ho nor a una tem ible carga —ya las leyes m u n icip ales flavias d e te rm in a b a n que se h ab ían de desem peñar obli gatoriam ente p or parte de los m ás po tentados en caso de que no hubiese v o lu n tario s—, el em p erad o r ofrece un nuevo aliciente a sus poco em p ren d ed o res sú b d ito s d eten tad o res del capital: escapar al desem peño de las funciones públicas en tanto per m anezcan dedicados a servir al Esta do con sus barcos (Digesto, L, 6,6,3-7). Pero como ello se podría convertir en un cóm odo pretexto para m uchos ri cos terratenientes con vistas a escapar a las cargas m unicipales entrando a form ar parte com o socios capitalistas de em presas navieras ya existentes, H adriano se m uestra explícito en fa vor de la Annona: los que no aporten a las sociedades sus barcos no pue den disfrutar de los beneficios esta blecidos. Adem ás determ ina que la exención de cargas ad q u irid a s p o r una persona es intransferible a sus hijos o a sus libertos: si estos quieren con tin u ar con los derechos de su a n tecesor h an de c o n tin u ar desem pe ñando la m ism a tarea. El terror a las pesadas obligaciones (lilurgiae) m u n i cipales acabaría así haciendo heredi tario el oficio de navicularius. De esta m anera, interviniendo en el sistema de la distribución, el em pe rador lograba evitar en parte el p ro blem a de la especulación y defendía con ello el poder adquisitivo del h u milde, en Rom a o en el ejército, del m ism o m odo que las Annoncie m u n i cipales intentarían p aliar el problem a en su ám bito de actuación, aunque es de suponer que cada vez«con m ayores dificultades. Hem os de tener en cuen ta que al exonerar de las cargas m u n i cipales a aquellos personajes más ricos
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que pusiesen sus bienes al servicio del Estado (arm adores prim ero, luego com erciantes de aceite, arrendatarios de los dom inios públicos, etc.) eran las clases m edias de las ciudades las que d ebían soportar el m ayor peso de los gastos. De ahí que las finanzas m unicipales fuesen em peorando de form a creciente en líneas generales y que esos honestiores que se beneficia b an de las exenciones, y hacían a ve ces pingües negocios comerciales, p u d ie s e n en c a m b io m o s tr a r s e en ocasiones espléndidos, p a ra d ó jic a mente, en unas ciudades a las que no tenían obligación legal de asistir. De todas form as, pese a esos grandes evergetas m unicipales que encontra mos en la epigrafía del siglo II, desli gados de cargos públicos en m uchos casos, la crisis económ ica de los m u nicipios debió de ir haciéndose cróni ca, obligando a una creciente inter vención del Estado en apoyo de esa «confederación de m unicipios» que se hundía.
4. Profundización de la idea imperial Lógicam ente este m ayor intervencio nism o en todos los órdenes de la vida corriente del Im perio había de tener su trascendencia en el plano formal de las cosas. En este sentido hay que reco rd ar las p a la b ra s de A. d ’Ors: «A unque H adriano sea de origen es pañol, su ideología es helenística, y su gobierno aplica, desarrollándola, laidea de su predecesor César, la basileia, que el tradicionalism o de A ugus to había hecho abandonar. Subraye mos particularm ente su ideal de leyes co m unes (νόμοι κοινοί) y ra c io n a les, cuyo panegírico hará Aristides». Por ello, la política de este provin ciano deja de ser «italiana» para con vertirse en «im perial-provincial», en palabras de P. Petit. O sea que tiende a u n a cierta uniform ación de Italia y las provincias. Por ello, com o buen
La dinastía de los Antoninos
conocedor que era de la diversidad de las regiones de su Im perio tomó, so bre todo en la últim a m itad de su rei nado (D ’Ors), u na serie de m edidas que entendía que h ab ían de contri buir a d ar u n id ad a este vasto y com plejo organism o. E n prim er lugar reorganizó el con silium principis, convirtiéndolo en un órgano oficial y estable de gobierno, por lo que a partir de H adriano es di fícil precisar qué se debe a la acción directa del soberano y qué a sus con sejeros. Estos, que celebran sesiones regulares y reciben un sueldo, son elegidos, previa consulta al Senado, tanto entre senadores com o entre ca balleros, aunque éstos, poco a poco, tenderán a im ponerse. La m isión de este consejo es fundam entalm ente la de asistir al em perador en m ateria ju dicial; de ahí que los prefectos del pretorio, que presiden el Consilium en ausencia del princeps, tengan cada vez un carácter más m arcadam ente ju rí dico que m ilitar. Es en el seno del Consejo donde se perfilan y precisan las leyes y donde se determ inan las reglas perm anentes del derecho. A las decisiones así elaboradas se les da el nom bre genérico de constitutiones, que pueden ser, según las circunstancias de su em isión, edicto (prescripciones im perativas), decreta (sentencias de justicia), rescripta (respuestas a p re g untas p reviam ente form uladas), o mandata (instrucciones dadas a los gobernadores provinciales). Para atender y facilitar la labor del Consilium existían una serie de despa chos u oficinas, norm alm ente pobla das de libertos a cuya cabeza se en contraba un caballero, que H adriano norm alm ente desarrolló. Así por ejem plo, la oficina a libellis («de las requi sitorias»), que ya existía, fue em plea da am pliam ente por H adriano. Este estableció en el despacho de «corres pondencia adm inistrativa» {ab epistu lis) una distinción entre ab epistulis Graecis y ab epistulis Latinis, atendien do a la diversidad del Im perio; el des- i
35 pacho a cognitionibus es el encargado de instruir las causas elevadas en ape lación ante el em perador; la oficina a studiis, encargada de la docum enta ción y la investigación, fue tam bién desdoblada en una oficina a memoria que se encarga de clasificar los ar chivos. La participación del pueblo en la elaboración de las leyes ha desapare cido por com pleto. Y la del Senado, sobre todo en esta época hadrianea, se ve imiy m erm ada, pues el em pera dor con m ucha frecuencia obvia el trám ite de c o n s u lta r al S enado, y cuando en materia de derecho privado surgen senatusconsulta éstos son vota dos a iniciativa del em perador y en los térm inos que él señala. Lógica m ente, esta actitud de H ad rian o le hacía poco sim pático al Senado, que se veía cada vez m ás dism inuido en sus poderes de una m anera osten sible. Com o señala Albertini, es norm al que esta centralización vaya acom pa ñada por una codificación. A d ’Ors ha señalado que fue H adriano el pri mero en publicar rescriptos propia m ente dichos p o r m edio del liber libe llorum rescriptorum et propositorum y que no sin razón las colecciones de constitutiones principium com ienzan con las de H adriano. Pero lo más in teresante es que por orden de este em perador el jurisconsulto Salvio Julia no com pone, hacia 130, el «Edicto Perpetuo», en el que se resum en, con densándolos, todos los edictos de los anteriores pretores, con lo que queda suprim ida la libre iniciativa de los m agistrados provinciales, propia de la época republicana, ya que en ade lante sólo el em perador puede com pletar o m odificar este edicto. H a driano se preocupó además de precisar en qué condiciones los jueces estaban obligados por la jurisprudencia cu an do los juicios em itidos fuesen contra dictorios. Ni que decir tiene que este progreso en el m undo del derecho, que se m aterializó en la creación de
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Akat Historia dei M undo Antiguo
dos escuelas de ju risco n su lto s, los Proculianos y los Sabinianos, desem peñó un gran papel en la unificación del m undo rom ano, sobre todo en un m om ento en el que el derecho de ciu dad an ía rom ana se extendía m ás y más por las provincias, ofreciéndose, m uchas veces, com o un prem io ofre cido p or el servicio a las tareas com u nes a los que previam ente h ab ían ac cedido al escalón adm inistrativo de ciudadanos latinos (carentes del ju s connubí). Para perm itir u n más rápi do ascenso a la ciu d ad anía H adriano creó adem ás un «derecho latino am pliado» (Latium majus), según el cual en las ciudades latinas a las que se concede este derecho no es necesario d esem p eñ ar u n a m agistratura para ser ciudadano, sino que basta con ser decurión, o sea, m iem bro del Senado
local. Las ventajas civiles y políticas de que gozaban los ciudadanos ro m anos, que eran los únicos que po dían acceder a los puestos del Estado y apelar al em perador en caso de con dena capital (jus provocationis), hizo que los provinciales, sobre todo en Occidente, buscasen, en el servicio al régim en, la equiparación con la clase de ciu dadanos rom anos que era la que dirigía los destinos del Im perio; pese a que ello les sometiese al im puesto sobre las sucesiones y n o 'les eximiese —salvo casos excepcionales de concesión del ju s italicum— de p a gar el tributo sobre la tierra, del que estaban exentos los italianos, aunque sí de la capitación que pagaban los no ciudadanos. El cen so de los c iu d a d a n o s era confiado a procuradores ad census ac-
Arco de triunfo de Gerasa, Jordania. (Epoca hadrianea).
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La dinastía de los Antoninos
Restos de Ninfo de Gerasa, Jordania. (Siglo II d.C.).
cipiendos (para recibir la declaración del censo), que disponían de personal auxiliar en las provincias (adjutores ad census). Ellos se en carg ab an no sólo del control del núm ero y catego ría de las personas, sino tam bién del catastro (forma censualis) en que se in dicaba el valor de las tierras y el tipo de cultivo desarrollado, con vistas a la fijación del tributo. Este era perci bido directam ente por los agentes im periales, quienes, con H adriano, se hiciero n cargo tam b ién de los im puestos indirectos que, com o los por toria (aduanas), eran arrendados a n teriorm ente a particulares. Esto nos viene a indicar que la a d m inistración pública siguió desarro llándose progresivamente conforme se iban creando nuevas procúratelas en
cargadas de d istin tas funciones. A H adriano en concreto se le deben 27 nuevas procúratelas ecuestres, lo que nos da idea de hasta qué punto el em p erador se apoyó en esta clase inter m edia de los caballeros, en detrim en to de la superior de los senadores. La carrera de estos procuratores Augusti adem ás se regulariza y se establecen distintas categorías que encuentran su reflejo en el sueldo a percibir: 60.000, 100.000, 200.000 ó 300.000 sestercios anuales. U na novedad de la época es que el cursus o carrera ecuestre se pue de desarrollar ahora de tres formas distintas: la prim era es la norm al de épocas anteriores, según la cual un hijo de un caballero desem peña tres puestos m ilitares o tres militae (prefec to de una cohorte de infantería auxi
38 liar, tribuno legionario angusticlave y prefecto de un ala de caballería auxi liar), para luego seguir la escala je rá r quica de las procúratelas. La segunda vía es la de los m ilitares no pertene cientes a una familia ecuestre, en cuyo caso la carrera es lógicam ente más larga, debiendo ascender de soldado a cen tu rió n p rim ip ilo , p a sa r luego por el triple tribunado de las cohortes rom anas (vigiles, urbanas, pretorias), volver a desem peñar un segundo prim ipilado en una legión y pasar luego ya a una procúratela. Y la tercera for ma, creada por H adriano, ofrece la novedad de p re scin d ir del servicio m ilitar: jóvenes cultos, con frecuencia juristas, que obtienen la prim era pro cúratela, como nos dice P. Petit (1974), luego de h ab e r sido advocatus fisci (abogado del fisco, cargo creado por H adriano), praefectus fabrum (adjunto de un m agistrado) o colaborador de un sen ad o r encargado de cúratelas rom anas. Se inicia así una separación entre carreras m ilitares y civiles que h a b rá de a lc a n z a r un gran futuro posteriorm ente. Estos procuradores, entre los cuales los más destacados son los encargados de los vigiles, de la Annona, de Egipto y del pretorio, po dían esperar adem ás desem peñar ta reas reservadas a los senadores si el em perador los introducía en el S ena do m ediante u na adlectio inter consu lares, pudiendo llegar así, por ejem plo, a la prefectura de la Urbe. En cam bio ningún senador llegará a ser prefecto del pretorio, con lo que, como señala P. Petit, la ventaja a favor de los caballeros es evidente. Com o com plem ento de esta m ayor com plejidad de los servicios adm inis trativos, H ad rian o se cuidó de organi zar el sistema de correo oficial (cursus publicus) con m ayor esm ero que sus antecesores. D ebem os de te n e r en cuenta que, en un organism o tan am plio y com plejo, la tr a s m is ió n ráp i da de las órdenes y noticias era de una im portancia vital, dados los m e dios de la época, pues afectaba, o p o
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día hacerlo, a una oportuna tom a de posición en un m om ento dado. H em os señalado que las relaciones de H ad rian o con el Senado no eran d e m a s ia d o b u e n a s d eb id o fu n d a m entalm ente a la poca estim a que el em p erad o r m ostraba a veces hacia este ó rg a n o p restigioso p ero poco com petente, y por la introm isión con tinua que realizaba en asuntos de su com petencia: el fiscus o caja im perial cada vez com ía m ás el terreno al ae rarium Saturni dependiente del Sena do, cuya gestión por otro lado es co n fiada p o r el príncipe a unos prefectos especiales (praefecti aerarii); las ciuda des italianas, dependientes del Sena do, cada vez m ás se iban viendo con tro la d a s p o r curatores im p e ria le s; pero lo que posiblem ente creó m ayor tensión fue el hecho de que la ju ris dicción del pretor tutelar fue reducida al te rrito rio e stricta m e n te ro m an o (urbica diócesis), nom brando para el resto de Italia a cuatro consulares con objeto de que juzgasen, por el proce dim iento de la cognitio (d’Ors), los procesos civiles que se produjesen en sus respectivos distritos. Esto im pli caba extender a Italia el régim en ju dicial de las provincias, sustrayendo a b ie rta m e n te a la p ro v in cia de la com petencia del Senado y de las m a gistraturas tradicionales. La m edida era sin duda necesaria, para descon gestionar los tribunales de Rom a y soslayar las insuficiencias de los tri bunales m unicipales, pero resultaba realm ente revolucionaria y el Senado no podía recibirla con agrado. Esta m ed id a p ro b a b le m en te se pro d u jo antes del viaje del em perador a Ate nas en 128, frente a la m ayor parte de su restante obra reform adora en te m as de fondo, que debió producirse tras su regreso de la ciudad ática en 132/133 (A. d ’Ors). Q uizá sea interesante, antes de con cluir este apartado, poner un poco de énfasis en la im portancia concedida po r H adriano a Atenas, ciudad de la que había tom ado (antes de ser em
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perador) la ciu d ad an ía com o un ho nor, en cuyos cultos se había inicia d o, en la q u e se d e s a r r o lló u n a m agnífica obra constructiva, a la que colocó al frente de una confederación panhelénica, com o una segunda ca pital del Im perio, y en la que actuó com o legislador para renovar, a peti ción de los propios atenienses, tanto sus instituciones religiosas com o pro fanas (Oliver). El realism o de H ad ria no, consciente de gobernar un m un do bilingüe y dual, le lleva en este caso, com o en otros, a tom ar m edidas de una gran trascendencia futura.
5. El levantamiento judío E n páginas anteriores hem os referido cóm o una revuelta generalizada de los elementos judíos en la parte orien tal del Im perio h ab ía puesto en serio peligro la lab o r desarrollada por Tra ja n o cuando su cam p aña de conquis ta de M esopotam ia. La rebelión h a bía durado de 115 a 117 y había sido ferocísim am ente reprim ida por Lusio Quieto y M arcio Turbo, lo que había dejado un muy am argo recuerdo. En 1929, durante uno de sus viajes orientales, H ad rian o visitó las ruinas de Jerusalem y ordenó su reconstruc ción, bajo el nom bre áeAelia Capitoli na, lo que, com o G arzetti indica, su ponía la intención deliberada de hacer prevalecer al suprem o dios rom ano sobre el dios judío, para lo cual m an dó construir un tem plo a Júpiter en el m ism o em plazam iento del tem plo de Salom ón. Además, en su política a n tijudía, prohibió la circuncisión y la celebración del sabbat. Poco después el em perador viajó al Sur, a Egipto, d o n d e su efebo favorito, el b itinio A ntinoo, perdió la vida ahogado en el río, volviendo inconsolable al a m an te, que ordenó que en el lugar del ac cidente se elevase en su honor la ciu dad de A ntinoopolis o Antinoe, que se elevasen estatuas al joven am ado e incluso que se le rindiese culto. M ientras tanto el descontento iba
Algunas disposiciones de Hadriano Cuando impartía justicia, no sólo reunía en consejo a sus amigos o cortesanos, sino también a jurisconsultos, y de ellos sobre todo a Juvencio Celso, Salvio Juliano, Neracio Prisco, con tal que el Senado les hu biera dado su aprobación. Entre otras le yes, decretó que en ninguna ciudad se derruyese casa alguna con el fin de trasla dar los materiales de derribo a otra ciudad. A los hijos de los proscritos les dio dere cho a conservar la duodécima parte de los bienes de sus padres. No admitió los deli tos de lesa majestad. Rechazó las heren cias que le vinieron de personas descono cidas y las de conocidos que tuvieran hijos tampoco las aceptó. Sobre el hallazgo de tesoros decidió que si alguien encontraba algo en sus posesiones, podía conservar los; si lo encontraba en posesión ajena, debía entregar la mitad al dueño del lugar, y si el lugar era público, debía compartirlo con el Fisco. Prohibió que los amos ma taran a sus esclavos, y cualquiera que lo mereciese debía ser condenado por los jueces, no por sus dueños. Vedó que se vendieran siervos o esclavas a rufianes y lanistas, sin manifestar las razones de tal proceder. A los disipadores de sus bienes, si no dependían de la potestad de otra per sona, ordenó que fueran azotados en el anfiteatro y que luego los dejaran marchar. Hizo caer en desuso los ergástulos de es clavos y libertos. Separó los baños de los hombres de los de las mujeres. Dio orden de que si algún amo aparecía asesinado en su casa no se sometiera a interrogatorio mediante tortura a todos los esclavos, sino sólo a aquellos que por su proximidad al escenario del crimen podían haber adver tido algo. Escritores de la Historia Augusta. Elio Spartiano, La vida de Hadriano, XVIII·.
tom ando cuerpo entre los judíos, al tiem po que se elevaba la nueva Jeru salem rom ana y los extranjeros se iban asentando en ella. Pero m ientras H adriano anduvo por Egipto y Siria no se m ovieron, au n q u e se fueron preparando (quizás las famosas cue vas de Q um ran, donde h an aparecido los no m enos célebres m anuscritos esenios, hayan jugado un papel en
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esta guerra subterránea). En 132, sin em bargo, guiados por hábiles líderes como E leazar y Sim ón B ar Kozebah, los revoltosos se apoderaron de Jeru salem y com enzaron una guerra de guerrillas que causó num erosas bajas a los rom anos. Se necesitaron seis le giones, m andadas p o r el gobernador de Siria, C. Publicio Marcelo, con el apoyo de la flota (classis Syriaca), para lograr recuperar la ciudad en 134. Sin em bargo la guerra, a la desesperada, continuó un año más, tras el cual los judíos supervivientes o no esclaviza dos fueron dispersados, se les p ro h i bió visitar Jerusalem —que se siguió lla m a n d o A elia C a p ito lin a h a s ta C o n stan tin o — e incluso se borró al país el nom bre de Judea, pasando a integrarse en la provincia de SiriaPalestina. Es de notar que en estos como en otros momentos la actuación de los judíos no fue unánim e: la com u nidad de los cristianos perm aneció fiel a Roma y pudo seguir tranquila mente su vida en Aelia Capitolina. Dos
legiones perm anecieron en adelante en la provincia, una de ellas en Jerusalem. A. G arzetti ha destacado el excep cional rigor desplegado por H adria no —en c o n tra ste co n su n a tu ra l tolerancia— que estim a «provocado por la no m enos excepcional actitud de un pueblo diferente de todos los dem ás que, en contraste con el m u n do pagano y cristiano, se sum ergió en el m ás profundo aislam iento, incluso en su dispersión universal, hasta nues tros propios días, que han visto la res tauración de la patria judía, tras die ciocho siglos, en su propia tierra». P alabras que en el fondo explican m ás que nada, aunque quizá no se lo propongan, el carácter fanático frente al fanatism o de una de las personali dades m ás ricas de su tiempo, como fue la de H adriano, a quien Aelio Espartiano, su biógrafo, definió com o varius, multiplex, multiformis, y que re c ien te m e n te h a sido objeto de un m agnífico estudio novelado por parte de M. Yourcenar.
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El anfiteatro de Itálica. Santiponce, Sevilla. (Siglo II).
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Letrinas públicas de Ostia.
6. La política religiosa C iertam ente H ad rian o se mostró hos til a los judíos y a su religión, y en ge neral indiferente u hostil hacia los baales sirios, pero no fue ésta su pos tura general hacia todas las religiones orientales. A fortunadam ente conoce mos hoy la política religiosa de los A ntoninos gracias a una serie de tra bajos, de entre los cuales el de J. Beaujeu destaca de form a particular. Ya hem os h ablado de pasada del favor, propio del m undo estoico (re cuérdense las tragedias de Séneca), que Trajano concedió al Hércules de G ades y de cóm o la propaganda ofi cial tendía a una cierta asim ilación del em perador con la figura todopo derosa del Iupiter Optumus. Y él, que divinizó a su padre cuando llegó a ser em perador en una actitud ciertam en te paradójica (su padre era dios porque su hijo, al ser em perador, era divino), se preocupó, como todos los miembros de su dinastía, por resaltar la im agen
divina del em perador y su familia, con una propaganda oficial que pro clam a cada vez con más fuerza las virtudes sobrenaturales de los prínci pes. De una forma al mismo tiem po constante y discreta, los em peradores del siglo II fueron logrando que pro g resara u n a m ística im perial; que —en palabras de B eaujeu— cada día que pase se enraizara un poco más profundam ente en el espíritu de la gente la convicción de que el em pera dor y los suyos eran la m anifestación m ás patente de la divinidad en la tie rra. Por ello y para ello se celebraban anualm ente en las provincias A sam bleas para celebrar el culto a los em peradores (salvo en Egipto, donde el culto no supera el m arco local), y en ellas cada ciudad era representada p or uno de sus ciudadanos m ás influ yentes y ricos, por lo que estos concilia se convierten políticam ente en la re presentación de la burguesía m unici pal de la provincia. T ienen el derecho a com unicarse directam ente con el
42 em perador y son por ello los intérpre tes de la opinión pública ante el po der central, pudiendo alabar o repro bar a un determ inado gobernador. Pero norm alm ente las relaciones son buenas, y los gobernadores llam an junto a sí a los hijos de las familias más influyentes de las ciudades re presentadas, que tienen así una posi bilidad de prom oción socio-política en el ámbito de la adm inistración im perial. La im portancia política corre, pues, paralela a la religiosa en estas A sam bleas p ro v in c ia le s del culto imperial. H adriano en principio se mostró conservador en la línea de Trajano y venerador de las divinidades clásicas, procurando conservar unos dioses y unos ritos cuya existencia condicio naba, para los rom anos, la de la pro pia Roma y su Imperio. En este senti do, restauró el p an teón de Agripa, que el fuego había destruido en 110; restauró igualm ente el aguratorium, que recordaba el lugar donde Róm ulo vio a los doce buitres; restauró los cipos del pomoerium o recinto sagra do de Roma y posiblem ente tam bién el templo de la Bona Dea. De nueva construcción fue su m agnífico tem plo de cellae adosadas en el que se u n ían los cultos de Venus y Roma, introdu ciendo así en la propia capital el cul to al Estado asociado al de la divini dad madre de los Enéadas y protectora de los Césares, de forma que, como dice Petit (1969), encarnaba la m ajes tad imperial en la unidad divina del mundo habitado. La propia em pera triz Sabina se hacía representar com o Venus, en tanto que a su m arido, al que curiosamente no se encontraba precisamente muy unida, com o en el mito, se le representaba com o Marte. Pero éste en realidad lo que quería re presentar era el valor m ilitar, la Disci plina, una de las virtudes im periales a la que se adivinizó del 'mismo m odo que a la Victoria Augusta. En la m ism a línea de apoyo al tradicionalism o ro mano se encuentra asim ism o la po
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tenciación a divinidades rústicas del tipo de D iana y Silvano. Pero al m ism o tiempo, como ya he mos señalado, H adriano se abrió am pliam ente a la m oda helenizante que in v a d ía el Im p erio en el siglo II, cuando la econom ía de las ciudades de O riente se m ostraba más boyante en líneas generales que la de las de O ccidente, dada su distinta base de sustentación ya señalada; cuando en el m undo intelectual se im pone la «segunda sofística», y cuando al m is m o tiem po lo senadores de origen oriental iban poco a poco desplazan do a los occidentales que hasta en tonces hab ían ejercido su predom i nio en el Senado. H adriano, com o m ás tarde A n to n in o , favoreció los cultos griegos en Oriente y acentuó discretam ente los rasgos helénicos de los dioses rom anos. Y si en Rom a se volvía los ojos a las leyendas griegas del prim itivo Lacio, com o era la de los Enéadas, H adriano se hacía ini ciar en los m isterios de Eleusis y fue un fervoroso seguidor de D iónisos, p articipando en dos ocasiones (125 y 132) en las G randes D ionisias ate nienses en calidad de agonoteta. El p ro p io H a d ria n o ordenó co n stru ir num erosos tem plos en Grecia, entre los que destacan el O lim peion ate niense y un P anhelenion que había de servir com o punto de referencia de esa confederación panhelénica a que antes hicim os alusión. Ello no obs taba, sin em bargo, para que el culto a Rom a, unido al culto im perial, siguie ra progresando tam bién en la parte oriental del Imperio. Por otra parte, de su estancia en Egipto, donde falle ció su querido A ntinoo a quien como dijim os llegó a ordenar un culto, te nem os que destacar tam bién el favor dispensado a Isis y Serapis, lo que in fluyó en su difusión, especialm ente e n la z o n a o r i e n t a l d el m u n d o rom ano. Respecto a la zona occidental tene mos que destacar, como hizo M. Jaczynowska, que H adriano fue más lejos
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en el culto al H ércules gaditano (que desde 120 aparece en sus m onedas), llegando incluso hacia el final de su reinado hasta su identificación con este su sem idiós favorito, com o lo prueba un m edallón en el que el em perad o r aparece cubierto con la piel del león de N em ea, m atado por H ér cules. Aquí, com o en otros puntos, se p relu d iab an tiem pos futuros en este em perador a quien no desagra dab an los epítetos de dominus y olimpicus. En páginas anteriores hemos pues to de relieve cóm o H adriano gustaba de resaltar las características regiona les, en un aspecto que podríam os de n o m in ar folklórico. Tam bién hem os llam ado la atención sobre esa ten dencia al regionalism o que se da en los ejércitos. Pues bien, es igualm ente interesante constatar cóm o em piezan a resurgir de nuevo con vigor anti guas religiones que en un principio parecían h ab er sido ahogadas por la rom anidad. Es lo que ocurre en las provincias orientales con el m azdeísmo iranio, y otros cultos sirios y asiánicos, y en O ccidente con el renaci m ie n to del m u n d o c e lta , q u e en realidad no h abía m uerto nunca del todo en las zonas m enos urbanizadas y que ahora, cuando las ciudades de esta parte com ienzan a perder fuerza, aflora de nuevo. Vemos así, en la época de H a d ria no, un a tensión entre las fuerzas cen trípetas, que tienden a la unión de to d o s los s ú b d ito s b a jo la m ístic a im perial, y las fuerzas centrífugas de rivadas de la diversidad de pueblos y creencias. Pero, com o dice Beaujeu, «esta m ultiplicidad aparente no es in com patible con un teología unitaria: la filosofía estoica o platónica y la re ligión brah m an ica concillan un m o nism o fundam ental con una m ulti plicidad de individuaciones divinas; tras la fachada en que la tradición y el academ icism o han m ultiplicado las im ágenes de los dioses podía disim u larse un «panteón sim plificado».
7. La sucesión H adriano no quiso que su sucesión quedase tan poco segura com o la que él había experim entado en 117. Por eso, en 136, sintiéndose enferm o y agotado, adoptó, puesto que decía que la naturaleza le había negado un hijo, a L. C eionio C óm m odo Vero, que tom ó entonces el nom bre de L. Aelio C ésar y a quien se le otorgó la potes tad tribunicia. J. C arcopino, basándo se en las escasas cualidades m orales y m ilitares del heredero y en que éste era yerno de Avidio Nigrino, a quien había tenido que elim inar com o com petidor a com ienzos de su reinado, adem ás de que era notorio que su sa lud era precaria, no se explica que H adriano, un hom bre de gran inteli gencia, lo eligiese com o sucesor a no ser que se tratase realm ente de un hijo natural propio, al que la adop c ió n c o n v irtió en leg ítim o . P ero, com o veremos, esto no ha sido gene ralm ente adm itido. Aelio C ésar fue enviado a Panonia, cuyo clim a acabó con su débil salud, y vuelto a Rom a m urió tuberculoso el 1 de enero de 138. H adriano tam bién presentía su fin próxim o, y por ello el 25 de febrero de 138 adoptó y asoció al Im perio a un hom bre de 51 años, Tito Aurelio Boionio A nnio A ntoni no, que pasó a llam arse Tito Aelio H adriano A ntonino. A unque de fa m ilia nimesa, había nacido en Rom a y era uno de los cuatro consulares de signados para adm inistrar la justicia en Italia. Sus hijos h ab ían muerto, y H adriano le exigió, al adoptarlo, que adoptase a su vez a M arco A nnio Vero, joven de 17 años sobrino de A n tonino, y a Lucio Vero, diez años más joven e hijo de Aelio César. Para Carcopino el em perador estaba in ten tan do, m ediante hábiles com binaciones, asegurar el trono a su nieto. Pero esto no se explica m uy bien, y por ello Pflaum (1964) piensa que en realidad H adriano había querido asegurar su sucesión al joven M. A nnio Vero, a
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quien llam aba Verissimus por sus cua lidades, pero tenía en 136 sólo 14 años y su nom bram iento no habría sido de recibo. Por ello, una vez m uerta su es posa, que hubiese sido un posible obs táculo, llevó a cabo la prim era parte de su plan: eligió a L. C eionio C óm modo, que pertenecía a un clan muy influyente en el Senado y que adem ás tenía una pésim a salud. Esperaba de sarm ar así a una parte influyente de la más dura oposición senatorial. Es peraba sobrevivir a su sucesor desig nado y para ello lo envió a Panonia, que era tan to com o en v iarlo a la muerte, lo que, como dijimos, se pro dujo. Com o M. A nnio Vero seguía siendo muy joven, designó entonces a un senador curtido, sin hijos y sin de
m asiada iniciativa personal. Así adop tó a A n to n in o , tío de A nnio Vero, obligándole a adoptarlo a su vez, y, p a ra evitar de nuevo la an ted ich a oposición senatorial, tam bién al pe queño hijo del desaparecido César. De todas form as H adriano encon tró cierta oposición a sus proyectos y reaccionó cruelm ente haciendo m a tar a su cuñado, el nonagenario Serviano, y a su nieto de éste que se ofre cía como posible pretendiente al trono, así com o a varios senadores. La ten sión sólo am ainó con la m uerte del em perador el 18 de julio de 138, sien do d e p o s ita d a s sus c e n iz a s en el enorm e m ausoleo (castillo de Sant Angelo) que hab ía hecho construir para su familia.
Vista del teatro de Itálica.
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III. Antonio Pío y Marco Aurelio
1. T. Aelio Hadriano Antonino a) El apelativo de «Pío» La m uerte de H ad riano fue recibida con alivio por el Senado, que se nega ba a p ro clam ar su divinidad e incluso pretendía an u lar sus actos. El tacto y la energía de A ntonino, sin embargo, obviaron estas dificultades y final m ente se celebró la apoteosis de su padre adoptivo tras haber ratificado todos sus actos. Esta actitud le valió en adelante el apelativo de Pío con que se le conoce. A cam bio, A ntonino suprim ió los consulares adm inistrado res de justicia en Italia, que tanto m o lestaban a los senadores y devolvió a Italia el aurum coronarium pagado en el m om ento de su adopción. A unque en m enor m edida, tam bién favoreció a las provincias devolviéndoles la m i tad de dicho tributo. Por lo dem ás, lo que caracteriza al reinado de A ntonino —que fue m ás largo de lo que presuntam ente espe raba H ad rian o (138-161)— es la co n tin u id a d respecto al reinado de su predecesor (el «inm ovilism o» del que h ab lan algunos autores). Se esforzó p or m antener u na buena adm inistra ción, aú n sin au m en tar apenas el n ú
m ero de las procúratelas (sólo dos nuevas) y procuró reducir algunos ca pítulos de gastos, sobre todo en cons trucciones y en el aparato que acom pañaba a los desplazam ientos de su antecesor (él no salió de Roma), para poder m antener sin grandes dificulta des los gastos ordinarios y la esplén dida m unificencia inseparable de la majestad del principado (Garzetti). Así m antuvo y am plió la institución de los alimenta en conm em oración de la muerte de la em peratriz Faustina (141) p ara favorecer a las n iñ as pobres (puellae Faustinianaé) y repartió nueve congiarios en R om a de una cantidad m edia (90 denarios) m ayor de lo nor mal. C on él se inician las distribucio nes especiales de vino y aceite, lo que determ ina que las com pras por la A n nona de estos productos crezcan en la B ética (donde a lca n zan su a p o g e o . [Panella]) y en la Tripolitana, que con el afianzam iento de sus exportacio nes m uestra que granaba la cosecha debida a la obra de H adriano en la región. Los ahorros en otros capítulos perm itieron tam bién que los espectá culos, que hacían popular al em pera dor, alcan zasen el m ayor nivel en pom pa y novedades. De todas for mas, aunque los gastos fuesen com pensados con los ahorros en otros ca-
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pitillos presupuestarios, se «fom entó u na evolución p or una vía no reco m endable, de hecho fatal, en la estan cada vida de la ciudad» (Garzetti).
b) El estancamiento económ ico E stancam iento que no era privativo de Rom a sino de todo el Im perio, y m uy p articular de su parte O cciden tal. Los problem as del cam po, señala dos en pág in as anteriores, seguían palpitantes y las ciudades se veían cada vez con mayores problem as de tesorería. En H ispania las dedicacio nes privadas al culto im perial decre cen notablem ente, y los representan tes de sus provincias son cada vez m enos ab undantes en el Senado, se ñal indiscutible de la pérdida de po der de su burguesía. El estancam iento técnico por un lado, derivado de la ausencia de incentivos que presupo ne la no existencia de una conciencia de sociedad de consum o (P. Petit); la detención de la expansión territorial y la caída en la colonización interior de los territorios anteriorm ente con quistados por otro lado, que incide en la baja de la dem anda cuantitativa de productos producidos o com erciali zados en las ciudades, hacen que és tas, pese al m ecenazgo de los grandes señores que se benefician de las exen ciones previstas por el Estado para sus servidores y pese al apoyo del propio Estado, que m ultiplica conti nuam ente el núm ero de curatores, en cuentren cada vez m ayores dificulta des para hallar personas dispuestas a h acer frente a las num erosas cargas que necesariam ente, incluso p o r ley, conlleva el ejercicio de un cargo m u nicipal. Además, los pagos (pagi) y al deas (vid) de cam pesinos, que eran cada vez m ás los únicos elem entos productivos del sistem arse beneficia ban m uy escasam ente del producto de su trabajo, ya que, com o antes se ñalábam os, la tendencia de los p ro
pietarios que vivían en la ciudad era poco proclive a la capitalización de sus propias em presas, sino m ás bien al gasto suntuario personal. Por ello, ju n to al d istan ciam ien to cada vez m ayor entre ricos, protegidos o que p ro c u ra b a n serlo, y pobres, se fue abriendo un foso cada vez más pro fundo entre ciudad y campo; sobre todo desde el m om ento en que las grandes fincas o los pequeños n ú cleos de habitación cam pesina se in clinan en la m edida de lo posible al autoabastecim iento, a la autarquía, dado que una parte de los grandes propietarios tienden, desde m ediados de siglo, a ab a n d o n ar la ciudad para instalarse en lujosas villae donde con centrar su actividad, com o ha visto J. C. Gorges que sucedía en H ispania. Por ello a m ediados de siglo com ien za a dejarse sentir un descenso del com ercio occidental del que sólo se salvan los productos annonarios (ver gráfico 2 de Pascual G uasch), tran s portados por arm adores al servicio de la Annona. Estos arm adores por otra parte, sa bem os ahora, por los textos transm iti dos por el jurista Gayo, que se en cuentran por todas partes organizados en asociaciones profesionales o colle gia. abiertam ente alentados por el Es tado. En realidad a éste, según Rostovtzeff, le resultaba más fácil tratar con una corporación organizada que no con una m asa de desconocidos. Y por ello, dado que el Estado llegó a convertirse en el principal cliente de los arm adores, tanto fluviales (amni ci) com o m arinos (marini), com o lo prueban las inscripciones de los colle gia correspondientes, aunque aquél contrataba a tal o cual arm ador a títu lo privado, los intereses coincidentes de contratista y contratado respecto a estos órganos colegiados habrían de determ inar que la adscripción a uno de estos collegia se fuese hacien d o p aulatinam ente obligatoria de hecho, aunque aún tardase un poco m ás en serlo de derecho.
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Antonino Pío Todos los pueblos desde las fronteras ¡li rias a la Galia se aliaron en la conspira ción: los marcomanos, los varistas, los hermunduros, los cuados, los suevos, los sármatas, los lacringes y los buros, y estos otros — los osos, los bessos, los cobotes, los roxolanos, los bastarnas, los alanos, los peucinos, los costobocos— aunados con los victuales. Además, amenazaba la guerra con los partos y los británicos. Con un poderoso esfuerzo de todos y también suyo, logró vencer a estas gentes indómi tas, alentados los soldados por su coraje y por la cooperación de sus legados y pre fectos pretorianos que, a veces, capita nearon el ejército. Aceptó la rendición de los marcomanos, a muchos de los cuales deportó a Italia. En realidad, siempre y en todos los asun tos, bélicos o civiles, antes de hacer algo, consultó con los grandes de la nación. Pues siem pre repetía sentencia: «Más justo es que yo siga los consejos de tales amigos, tantos en número, que ellos sigan mi voluntad, la de un solo hombre». Real mente le censuraron con acritud porque Marco, dada su escuela filosófica, parecía duro no solo en la disciplina militar, sino en
c) El despegue del mundo oriental La situación debía ser un tanto dife rente en Oriente, donde el m undo de la aldea predom ina de m odo absolu to sobre la econom ía de villa, y donde la actividad económ ica sabem os que florece en la orilla del M editerráneo y en los ricos valles que conducen h a cia el interior. El com ercio en esta zona es floreciente, pues se encuentra movido, m ás que p or la propia pro ducción local (debida a artesanos y obreros libres, agrupados en in n u m e rables corporaciones que conocem os p o r la epigrafía), p o r el tráfico de m ercancías que viajan a o desde el le ja n o O riente, in terc am b ia n d o n o r m alm ente oro por productos exóticos o de lujo que servían para alim entar los signos de prestigio que d istin guían a las capas m ás ricas de todo el Im perio, tanto de O riente com o de
toda su vida, pero él respondió siempre de palabra o por escrito a los que así habla ban de él. Y como muchos nobles perecie ron en la guerra marcománica o germáni ca, o mejor dicho la de muchas naciones —a todos los cuales erigió estatuas en el foro de Trajano— sus amigos le trataban de persuadir insistentemente que dejase la guerra y se volviese a Roma, pero él des preció estos consejos y persistió en su em peño, sin retirarse hasta haber dado térmi no a todas las campañas. Según lo pedían las necesidades de la guerra, convirtió al gunas provincias proconsulares en consu lares, otras consulares en proconsulares o pretorianas. Calmó los disturbios entre los secuanos simplemente con su censura y su autoridad. También devolvió la normali dad a España, agitada sobre todo por cul pa de los lusitanos. Hizo ir a su hijo Cómmodo a la frontera del imperio y allí le vistió la toga viril, acontecimiento que celebró dis tribuyendo un donativo entre el pueblo y nombrándole cónsul antes de que tuviera la edad legal. Escritores de la Historia Augusta. Julio Capitolino, Marco Antonio, el Filóso fo, XXII.
Occidente. Sabem os que A ntonino, muy atento a esta zona (se mostró m uy generoso con las ciudades de A sia a fe c ta d a s p o r un terrem o to ) donde se concentraba el m ayor nivel de riqueza del Im perio, renovó los tratados con los reyes del C áucaso e incluso recibió em bajadas de Bactria na y de la India, con quienes el co m ercio, que enlazaba con el de C hi na, debía ser entonces muy floreciente a juzgar por los conocim ientos geo gráficos que poseía sobre la zona C laudio Ptolom eo y que debían de rem ontar en buena m edida a M arino de Tiro, de época hadrianea (Vidal de la Blanche). Los senadores de origen oriental son ahora, entre los provin ciales, más m ayoritarios que nunca antes, alcanzando, según las estim a ciones de H am m ond, el 56,5% del to tal. Por otro lado es ahora cuando se publica el Elogio de Roma de Aelio Aristides, y si bien en él se alaba la
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Mosaico del Foro de las Corporaciones de
Ostia, situado a la entrada de la sede de una agrupación de navicularios.
m agnanim idad de R om a que perm ite que todos los hom bres de la oicumene puedan ser conciudadanos, P. Petit ve en ciertos detalles de las expresiones que los rom anos son considerados en realidad por los orientales com o ex tranjeros , y no com o conciudadanos.
d) Política militar En O riente se había centrado tam bién la política m ilitar de los prim e ros años del reinado. La diplom acia rom ana hizo ab an d o n ar al rey de los partos un proyecto de acción en A r m enia, al tiem po que consolidó la in flu en cia de R o m a de O sro e n a, el C áucaso y el Bosforo Cimerio, defen diendo adem ás contra los alanos a las ciudades griegas del m ar Negro, entre la p en ín su la de C rim ea y el D anubio. En 142 las posiciones rom anas en B ritania avanzaron p or el territorio de los brigantes, estableciendo una
avanzada del limes entre los golfos de Clyde y de Forth, entrando en contac to así con los caledonios. El problem a m ás árduo se presentó en M auritania, donde los nóm adas rech azab an la presión rom ana y a partir de 144, y hasta 152, presenta ron, tanto aquí com o en N um idia, se rios problem as a Rom a, que hubo de m an d ar refuerzos de Siria, del Rhin, del D anubio y p o r supuesto de la ve cina H ispania. Esta región se encon traba cansada de las continuas levas efectuadas en ella y quizá de ello tom ó base, según A. C aballos, el lega do de la H ispania Citerior, Cornelio P risciano, para in ten tar sublevarse contra el em perador. Pero la intento na fracasó y el rebelde se suicidó. En adelante, según Alfoldy, los em pera dores no volvieron a designar a más generales hispanos para que m an d a sen sobre tropas igualm ente h isp a nas. F inalm ente los nóm adas fueron rechazados y en la región del Aurés
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se abrieron carreteras y se m antuvo en adelante el control. Esta política de carreteras, p or lo dem ás, se desa rrolló am pliam ente a lo largo de todo el Im perio, pro cu ran d o siem pre acor tar distancias (aún a costa de grandes obras) para aligerar el cursus publicus\ en esta tarea el em perador fue ayuda do a veces p or individuos particulares y com unidades, a las que perm itía re sarcirse m ediante el cobro de peajes. A fines de 146, un año después de la revuelta de Prisciano, M arco A ure lio, que contaba entonces 25 años de edad, fue asociado al gobierno, luego de recibir la potestad tribunicia y el imperium proconsular. Además lo casó con su hija Faustina, pra la que sepa ró una res privata del patrimonium de la corona con objeto de apartar los
bienes oficiales de los privados y po der dejar éstos a las hijas, y que pron to com enzó a darle hijos, algunos va rones, con lo que el fu tu ro de la dinastía parecía quedar asegurado de u na m anera m ás «natural» que en ocasiones anteriores.
e) Administración, religión y desarrollo legislativo La adm inistración fue con A ntonino altam ente com petente, y los altos fun cionarios perm anecían largo tiempo en sus puestos. Tal vez la percepción de los im puestos, que en el caso de los indirectos volvió parcialm ente al sis tem a de arriendo, fue lo que provoca ra los disturbios en Judea, G recia y Egipto de que nos h ablan nuestras
Una calle de la antigua Ostia.
50 fuentes y que fueron fácilmente repri midos. De la buena adm inistración de que gozó el Estado tal vez nos de una idea el hecho de que a su muerte, a pesar de los enormes gastos m en cionados y otros más (como los deri vados del 800 aniversario de Roma) dejó un tesoro de 675 millones de de narios, o sea dos billones setecientos mil sestercios. En el cam po de la religión, junto al tradicionalism o propio de todos sus antecesores, se m ostró receptivo a aquellos cultos m ás olvidados por H adriano, com o los de Cibeles y At tis, el del dios iranio M ithra o el del Baal sirio de Baalbeck. Era en el fon do un síntom a más de la atracción que Oriente ejercía sobre este em pe rador que, com o dijim os, no salió de Roma. En el plano legislativo hem os de destacar, aparte de su celo por los desvalidos que le ligaba a sus antece sores, el hecho de que en la ju risp ru dencia se em pezara a distinguir for m alm ente lo que com o ya hem os señalado no era más que una reali dad: la distinción entre los privilegia dos, los más honrados (honestiores), y los más hum ildes {humiliores). Com o en todo sistema que funcione regular mente, la legislación no hacía más que recoger la realidad y conform arla jurídicam ente: a la distinción entre ciudadano y no ciudadano estaba su cediendo una nueva distinción eco nómica. Pero el hecho estaba en la realidad de las cosas y no se puede culpar al legislador de ver esa reali dad, como algún autor parece hacer en este caso.
2. Marco Aurelio Antonino Procedente de una familia hispana, de Ucubi (Espejo, C órdoba), cuando, tras la muerte de A ntonino Pio, M ar co Aurelio llega al poder, llevaba aso ciado al mismo más de catorce años y aparecía predestinado al m ism o des de m ucho antes, como ya vimos. Sin
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em bargo este saberse llam ado a un p oder absoluto, curiosam ente, no h a bía corrom pido su carácter serio y trabajador. De am plia cultura, tanto jurídica com o filosófica, parecía en contrarse en teoría bien preparado para el ejercicio del m ando personal y, aunque se duda de que esta tarea le agradase realm ente, cum plió su ofi cio lo m ejor que pudo y supo.
a) El reinado compartido con L. Vero M. Aurelio era diez años m ayor que L. Vero, estaba casado con la hija de A ntonino, llevaba tiem po asociado al poder, era ahora el único gran pontí fice y ante los ojos de la opinión p ú blica parecía estar claro que a él co rre s p o n d ía en ex clu siv a el p o d e r im perial. L. Vero podía haber tom ado el título de César, que desde H adria no designaba al heredero, y M. A ure lio habría cum plido ante los dem ás con sus deberes fraternales im puestos por la adopción a la que H adriano forzó a A ntonino. Sin em bargo, debi do a lo que P. Petit (1974-2) considera com o un cierto desequilibrio psicosom ático que le hacía ser inseguro, exi gió que L. Vero fuese designado A u gusto en un m ismo plano de igualdad que el suyo, form ando una especie de colegio im perial que A lbertini com para a un colegio consular. No obs tante, la m ediocridad de L. Vero y la ventaja que en m uchos cam pos le lle vaba M. Aurelio, hacen que los histo riad o res co n tem p len fu n d a m e n ta l m ente el reinado de éste, que por otro lado fue m ás largo ya que Vero m urió en 169 sin haber destacado especial mente.
b) El final de la pax romana A pesar de su pacifism o teórico y de que no había ejercido ningún m ando m ilitar antes de su acceso al trono, M. A urelio tuvo que dedicarse a la defen
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Totalidad del 1comercio occidental i Comercio bético
i Totalidad del comercio bético i Salazones i Aceite
El comercio bético durante el Imperio según los pecios.
sa de las fronteras desde el com ienzo de su reinado. En un principio fue el rey de los partos, Vologese III, quien volvió a sus proyectos anteriores de interven ción en A rm enia, frenados por A nto nino, e invadió el país poniendo en el trono a un arsácida, Pacoros. Los le gados rom anos de C apadocia y de Si ria fueron derrotados. Entonces M. Aurelio confió el m ando de los ejérci tos orientales, reforzados con tropas del R in y del D an ubio, a L. Vero, quien se estableció en A ntioquía y a su vez confió la guerra a sus lugarte nientes Statio Prisco, nuevo legado de C apadocia, y Avidio Cassio, que lo
era de Siria. El prim ero logró recupe rar A rm enia, destruyendo A rtaxata y construyendo una nueva capital (Valarshapat) donde instaló al protegido de Roma, Sohaem us. El segundo, en tre 164 y 165, atravesó el Tigris, tomó Nisibis, ocupó Seleucia y quem ó Ctesifonte. Los em p erad o res to m aro n entonces los títulos de A rm eniaco y Pártico M áxim o, a los que se añadió el de M édico cuando Avidio Cassio penetró en esta región. U na terrible epidem ia de peste se desató entonces obligando a poner fin a las hostilida des. Este azote, cuya naturaleza exac ta se desconoce (P. Salm on), sería lle vado consigo de regreso a Rom a por
52 las tropas victoriosas y habría de cau sar, durante 25 años, num erosísim as víctimas en todo el Imperio. Se firmó pues la paz, con notables ventajas para Roma, que conservó p ak e de Mesopotamia y sometió a vasallaje a Osroena y Armenia. En 166 se cele bró un brillante triunfo en Roma. Ese mismo año los anales chinos reflejan la presencia de una m isión rom ana en su tierra. Pero poco duró la paz y la tranqui lidad. En la Europa septentrional se venían produciendo movimientos de pueblos que conocemos mal pero que sabemos que term inaron por em pu jar hacia el sur a una oleada de tribus germánicas que am enazaron a la vez las provincias de Retia, Nórico, las dos Panonias y Dacia. Ante los in quietantes informes que se recibían, M. Aurelio reclutó dos nuevas legio nes que se estacionaron en el norte de Italia. En 167, herm unduros, marcomanos, cuados, vándalos, lom bardos y yázigos asaltaron el limes llegando hasta Venecia, destruyendo Oderzo, asediando Aquileya, y causando por todas partes la desolación. Los dos emperadores se hicieron cargo direc tamente de las operaciones y, a pesar de algunos reveses, lograron liberar en 168 el territorio rom ano. De regre so a Roma, a comienzos de 169, L. Vero, enfermo de apoplejía, m oría cerca de Venecia. Pronto marcomanos, yázigos (169) y poco después los cuados, volvieron a abrir las hostilidades. M arco A ure lio —que para entonces perdía al m e nor de los dos hijos a quienes había nombrado Césares en 166— ayudado por buenos oficiales com o C laudio Pompeyano y P. Helvio Pertinax, tras difíciles campañas logró im poner la paz, primero a los m arcom anos (172) y luego a cuados y yáxigos (175). U n hecho muy interesante de este m o mento es el de que un num erosos gru po de germanos, bien prisioneros de guerra o bien inm igrantes volunta rios, fueron establecidos com o colo
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nos, ligados a la tierra que la guerra o la peste hab ían despoblado y obliga dos a prestar servicio al em perador cuando éste los requiriese frente a nuevas invasiones. «En suma —como d ice A lb e r tin i— los em p e ra d o re s aceptaban la invasión, a condición de regularla y canalizarla». O peracio n es m ilitares de m en o r cuantía tuvieron lugar tam bién en es tos prim eros años de Britania y so bre todo en el R hin, donde los cattos debieron ser frenados en 162 por A u fidio Victorino y en 170 por D idio Ju liano. Tam bién en el sur hubo movi m iento de tropas, y en 172 prim ero y luego en 177 tribus m oras pasaron a la Bética, que h u b o de convertirse provisionalm ente en provincia im pe rial, y causaron graves estragos antes de ser expulsadas. Entre am bas invasiones. M. Aurelio hacía preparativos para reforzar la frontera d an u b ian a con la sum isión de yázigos, m arcom anos y cuados, in c o rp o ran d o sus tierras al Im perio. Para ello se crearon dos legiones, que se acantonaron en Retia y Nórico, cu yos procuradores fueron rem p laza dos por legados propretores por esta causa. Pero antes de que pudiese lle var a cabo esta em presa, Avidio C as sio, que había quedado con un m an do especial al frente de toda la zona oriental, ante la falsa noticia de que el em perador había muerto, se procla mó su heredero, considerando que C óm m odo, el hijo de M. Aurelio, era aún un niño. C uando la noticia fue desm entida (175) se en co n trab a ya dem asiado com prom etido. Pero tan pronto com o M. Aurelio hizo su ap a rición en O riente los partidarios de Cassio, que en principio fueron abun dantes, le ab an d o n aro n y finalm ente, a los tres meses del alzam iento, fue m atado por sus tropas. El em perador trató con u n a g ran in d u lg e n c ia a quienes habían apoyado a su com pe tidor. Pero para prevenir nuevas usur paciones decidió dotarse de un co e m p e ra d o r, cosa que h iz o en 176
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Teatro romano de Ostia con el Foro de las Corporaciones al fondo, detrás de la escena.
n o m b ran d o Augusto a C óm m odo, que acab ab a de cum plir 15 años. El principio estoico de que debía go b ern ar el m ejor preparado saltaba por los aires en cuanto un em perador de esta «dinastía» contó con un hijo legí timo a quien dejarle el poder. E, iro nías del destino, ello le tocó hacerlo a aquél que m uchos consideraban com o el prim er filósofo estoico co ronado. Ese m ism o año los m arcom anos y los c u a d o s re e m p re n d ie ro n sus ag resio n es y los dos em p erad o re s acu d iero n al D a n u b io en 178. Las hostilidades d u rab an aún cuando M. Aurelio, el filósofo pacifista, m oría en su puesto frente al enem igo, en el cam pam ento de Viena, víctima de la peste en m arzo de 180.
c) Evolución económ ica y social La guerra y la peste que asolaron el Im perio durante el reinado de M. Au relio ac tu a ro n com o elem entos de aceleración de fenóm enos económ i cos y sociales que se venían gestando desde época anterior. El equilibrio entre ingresos y gastos de la época p a cífica de A ntonino, cuando el Estado podía acudir en auxilio de las com u nidades en crisis, se vino abajo. Con un núm ero de soldados y de funcio narios necesariam ente creciente, a los que naturalm ente habría que pagar una cantidad global m ás alta que en épocas pasadas, debido a una política de guerra a la que se veía forzado, M arco Aurelio debía exigir más a una p o b lació n física y e sp iritu alm en te
54 cansada, que cada vez producía m e nos, agobiada por las levas de sus m e jores hom bres, los im puestos extraor d in ario s y los tra b a jo s forzosos o entregas obligatorias que la guerra im ponía (algunos docum entos egip cios estudiados p o r P réaux y los estu dios recientes de Rem esal parecen in d icar los com ienzos ah o ra de u n a annona militaris). La presión del fisco se acentuó sobre las ciudades del Im perio hasta el punto de que para ali viar el m alestar de la burguesía el em perador debió em itir una ley por la que se lim itaban los gastos que eran exigibles en juegos de gladiadores a quienes desem peñasen cargos p ú b li cos; en el m ism o sentido hay que ver la decisión del em perador en 178 de renunciar a los atrasos fiscales de los últim os 46 años. D e Laet en su estu dio sobre el Portorium (1949), a quien com enta M azza, ha m ostrado cóm o el co n tra p u n to de tal m edida vino dado por la nacionalización definiti va del cobro de im puestos y la sustitu ción de conductores p o r procuratores con sueldo fijo. Los desajustes de la econom ía, con una profunda crisis fi nan ciera carac triz ad a por la in fla ción y la devaluación de la m oneda, fueron, en opinión de De Laet, las causas de este cam bio. Sabem os que la pro p o rció n de plata del denario baja al 75% con M arco Aurelio, y es lógico pen sar que a ello debieron de contribuir, adem ás de la necesidad de au m en tar el circulante, los disturbios bélicos que afectaron a las m inas (en Aljustrel tenem os el testim onio, p u blicado por W ickert en 1931, de un restitutor m etallorum del a ñ o 173). Adem ás de los destrozos causados en las instalaciones y de la escasez de la m ano de obra, el trabajo m inero se debió ver afectado progresivam ente p o r otros factores no m enos im por tantes, com o podían ser la escasez de m adera para la fundición en lugares relativ am en te cercanos a los cotos m ineros (Meiggs ha estudiado cóm o las prácticas de crem ación de cadáve
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res entran en recesión en Rom a desde fines del siglo I y cóm o paralelam ente se observa una m ayor dificultad en el aprovisionam iento de este com busti ble), y el agotam iento de los filones m ás superficiales sin que se pro d u z can adelantos técnicos notables que perm itan trabajos más profundos. Lo cierto es que vemos cóm o progresiva m ente el E stado va a ir ofreciendo m ayores facilidades a quienes explo ten pozos m ineros y cómo el arrien do, que en las leyes m ineras de A ljus trel es del 50% del m ineral para el Estado, se ha convertido en sólo un 10% y en el siglo IV según el Código Teodosiano (D e M artino). P. Petit (1974-2) llam a nuestra aten ción sobre el hecho de que si bien la percepción de los tributos incum be a los p ro curadores, el reparto de los m ism os corresponde a las curias, y que antes las com pañías arren d ata rias ofrecían garantías sobre el cobro pero ¿cómo exigírselas a un p rocura dor? De ahí la tentación de hacer res ponsable de los atrasos a los decurio nes ricos, «según un p ro ceso que concluirá bajo los Severos con la ins titución de los decemprimi y los dekaprótoi, cuyas prim eras m enciones en O riente datan de la época antonina». De igual m odo el cobro de los im puestos indirctos term inará convir tiéndose en un munus u obligación im puesta a los decuriones ricos. Los problem as de las ciudades se agravan de este m odo, sobre todo las de aque llas zonas donde predom ina la propie dad pequeña o m edia trab ajad a por esclavos. U n hecho significativo de esta penuria, debida a los diversos factores enunciados, es que en la Bética las dedicaciones privadas del cul to im perial desaparecen a partir de 170 (Etienne). B crnardini, cuyas teo rías recoge Stanton, entiende que la causa m ayor de los problem as econó m icos se encontraba, fu n d a m e n tal m ente, en el final de la expansión económ ica. N o se capturaron nuevos tesoros después de la guerra dácica de
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Trajano, de form a que el Im perio de p en d ía exclusivam ente de sus p ro pios recursos, en un m undo en el que com o hem os señalado, desde la épo ca de Augusto, el b alance entre p ro ducción y consum o estaba desequili b ra d o h a c ia esta ú ltim a zona. La política de bienestar general sólo se m antenía sobre la base de la depreda-
ción de pueblos vecinos. C uando esta d ep re d a c ió n no p u d o p ro lo n g arse (prim ero Egipto, luego Dacia) la polí tica del principado se vino abajo. E n cuanto a las fincas im periales del norte de A frica sabem os (C/L, VIII, 587) que se m antenía la política del colonato aparcero, sobre la que volveremos al h ab lar de Cóm modo.
Lucio Vero
una alocución a los soldados en nombre propio y de su hermano, y por mantener la armonía en el gobierno actuó con dignidad y ajustándose al patrón moral de Marco. Pero en cuanto se marchó a Siria mostró una conducta infamante no sólo por la li cencia de una vida libre, sino también por los adulterios y las deshonestidades con mancebos. Tanta fue su liviandad, según se cuenta, que al regreso de Siria montó en su casa una especie de tabernucho al que se dirigía después de cenar con Mar co y en el que le servían y complacían toda clase de personas soeces. Se cuenta in cluso que se pasó noches enteras jugando a los dados, pues había contraído ese vicio en Siria y se convirtió en tan digno émulo de Caligula, Nerón y Vitelio que por las no ches erraba por tabernas y lupanares cu bierta la cabeza con una capucha plebeya (de las usadas en los viajes) para enredar se con tramposos, enzarzarse en riñas ca llejeras ocultando su identidad y regresar a menudo con el rostro amoratado a golpes. Incluso se le reconocía a veces, pese a que trataba de esconderse, en las taber nas. En los fonduchos solía arrojar mone das de las más pesadas a las copas y rom perlas. Era muy amigo de los aurigas y partidario de los «verdes». Durante los ban quetes presenciaba con bastante frecuen cia combates entre gladiadores, prolongaba las cenas hasta muy entrada la noche y a veces se dormía en el lecho del banquete y tenía que ser llevado a su dormitorio con las cubiertas y todo. En la cuestión del sueño era muy parco y las digestiones las hacía con toda facilidad. Marco, en cambio, que sabía demasia do bien de todos estos excesos, los disi mulaba porque le daba reparo reprender a su hermano.
El mismo día en que Vero vistió la toga viril, coincidió con el de la consagración que Pío hizo de un templo a su padre, por todo lo cual Pío distribuyó un donativo entre el pueblo. Y cuando Vero era cuestor presi dió los juegos, que ofreció, sentado entre Pío y Marco. Inmediatamente después de la cuestura fue hecho cónsul con Sextio Laterano, y años después fue de nuevo cónsul juntamente con su hermano Marco. Con todo, durante mucho tiempo fue un ciudadano particular y careció de las dis tinciones y honores públicos de Marco, pues ni se sentó en el Senado antes de la cuestura, ni viajó junto a su padre, sino junto al prefecto pretoriano, ni recibió nin gún título de honor excepto ser llamado hijo de Augusto. Fue muy aficionado a los juegos circenses como igualmente a los espectáculos de gladiadores. Antonino mantuvo la adopción de Vero, pese a que le aquejaban tan grandes faltas en materia de placeres y lujo, porque Hadriano había ordenado que Pío adoptase a Vero para p o d e rle lla m a r nieto — al m enos eso parece— . Vero le tuvo a Antonino, más que afecto, simplemente lealtad, pese a que a Antonino Pío le encantaban su natu ral sincero y su modo de vivir espontáneo e incluso exhortó a Marco a imitarle en esto. Muerto Pío, Marco le confirió todos los honores, concediéndole la participa ción en el poder imperial y haciéndole su colega, siendo así que solo él había sido designado por el Senado para el trono. Después de compartir con él el imperio, de otorgarle la potestad tribunicia y la dig nidad de cónsul, Marco ordenó que se le llamara Vero, pasándole su propio nom bre, pues antes se le conocía por Cómmodo. Y ciertamente Lucio correspondió a Marco obedeciéndole en cualquier empre sa que emprendía como un legado obede ce al procónsul y un gobernador obedece al emperador. Pues al comienzo dirigió
Escritores de la Historia Augusta. Julio Capitolino, Vero, 111-IV.
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U n rescripto de M. A urelio {Digesto, L, 1, 38) declara que en principio no están exentos de las cargas m unicipa les, aunque se recom ienda al procura tor exim irlos lo m ás posible. Fustel de C oulanges llam a nuestra atención so bre que si están bajo la protección del procurador están tam bién bajo su de pendencia, lo que im plia una suje ción personal que no es la propia de los ciudadanos, au n q ue al no estar exentos de munera no son tam poco esclavos. Son el populus plebeius de que nos habla F rontino com o h ab i tantes de los vici que rodean la villa del señor en los saltus latifundistas. Son estos latifundia, que se d an sobre todo en las regiones m enos coloniza das y por tanto de propiedad menos parcelada, los que tom an el relevo de las ciudades en la econom ía del Im perio. Com o señala Petit (1974-2), la vida urb an a entra en regresión. No se crean m ás ciudades nuevas a partir de H adriano, y las colonias nuevas no son m ás que «honorarias» (m uni cipios, com o Itálica, que reciben esta
nueva denom inación), pero el proce so de rom anización no se detiene por ello: los soldados licenciados se insta lan en los cam pos, huyendo de las cargas m unicipales, y estos nuevos «colonos» espontáneos, que se insta lan en tierras de un rico propietario o del m ism o em perador com o aparce ros, no sienten la atracción de la ciu dad de los prim eros colonos del Im perio. Igual señalábam os antes que sucedía con los ricos que huían de los riesgos fiscales de los cargos públicos. Se com ienza así la «ruralización» del Im perio que va a ser característica de los siglos siguientes. Otro hecho interesante a destacar, aunque se ha m encionado ya en p ar te, es la barbarización creciente del Im perio y no sólo por la fijación de bárbaros en zonas donde hacía falta m ano de obra, sino porque, com o se ñala C assio D ión (LXXII, 19, 1), en 180, «M arco (Aurelio) dio audiencia a los que venían com o enviados de las naciones extranjeras, pero no los recibió a todos en el m ism o pie de
El foro semioval de Gerasa, Jordania. (Epoca hadrianea).
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Restos del templo de Ceres situado en medio del Foro de las Corporaciones de Ostia. (Siglo II).
igualdad; pues éste variaba según los diversos Estados fuesen dignos de re cibir la ciudadanía, o la exención de im puestos, o la exención perpetua o tem poral del tributo, o incluso de go z a r de a p ro v is io n a m ie n to p e rm a nente».
d) Complicación creciente del m ecanism o administrativo Las relaciones con el Senado durante el gobierno de M. Aurelio fueron ex celentes, m ostrándose siem pre el em perador respetuoso con la libertad de p alabra y de actuación de los senado res. Los m antenía al corriente de los asuntos del Estado, aum entó sus p o deres ju d ic ia le s com o trib u n a l de apelación e hizo votar num erosos senadoconsultos. Pero ello no im pedía que se siguiera acelerando el proceso de bu roerátización del Estado, y b u e na prueba de ello es que bajo su rei nado se crearon 18 nuevas procúrate las ecuestres (Pflaum , 1950) m ientras que otras fueron revalorizadas. com o
la del encargado de la gestión finan ciera (rationalis), que recibió un ayu d a n te d u c e n a r io (c o n s u e ld o de 200.000 sestercios), el procurator sum marum rationum. Esto nos da idea de la im portancia tan especial que al canzaron las finanzas en un reinado tan atorm entado en este sentido como fue el de M. Aurelio. Los m iem bros de su Consejo tom a ron el carácter de funcionarios per m anentes, predom inando entre ellos los juristas, entre los que hay que des tacar a Q. Cervidio Escévola, y con ellos el derecho civil prosiguió su evo lución en un sentido hu m an itario , aunque haciendo cada vez más clara la distinción entre honestiores y hum i liores. Es más, el form alism o y la con vención progresaron, determ inando la fijación de epítetos ligados perm a nentem ente al rango social ocupado; así el adjetivo de clarissimus corres pondería a los m iem bros de las fam i lias senatoriales, el de eminentissimus los prefectos del pretorio; el de perfec tissimus a los detentadores de las gran
58 des prefecturas y procúratelas, y el de egregius a los cab alleros de m enor rango. La je ra rq u ía ad m inistrativa adquiere así una im portancia capital en la vida rom ana. El em perador se preocupó por la palm aria decadencia que afectaba a Italia y por ello potenció la institu ción de los alimenta y obligó a los se nadores a invertir al m enos un 25% de sus bienes en la península. C om prendió la necesidad de volver al sis tema de distritos de H adriano, au n que, por deferencia con el Senado, dio a estos legati juridici un poder algo más lim itado que el de los antiguos consulares; sólo la región cercana a Rom a quedó bajo la jurisdicción de los pretores, asignando ahora a uno de ellos al tem a de las tutelas. En cuanto a la justicia crim inal queda en Rom a en m anos del prefecto de la ciudad, y en el resto de Italia en las de los prefectos del pretorio. En cuanto a las provincias, se ob serva una centralización creciente por acción de los procuradores im peria les (ya hem os citado el caso del con trol directo de los im puestos al final del reinado). Se organizan de m anera definitiva los registros civiles, con la obligación expresa de inscribir a to dos los nacidos. Tam bién hem os se ñalado que la m ala situación econó m ica de las ciudades le llevó a un intervencionism o creciente en la vida de éstas. Las crisis de avituallam iento son a veces graves com o consecuen cia de los m ales que sufría el Im perio y que tanto afectaban a la produc ción. Los ediles h ab ían de encargarse de la búsqueda de trigo para una ple be ham brienta y que a veces produce motines populares. Para evitar que los ricos escurran el bulto de su respon sabilidad bajo el pretexto de que ac tú an com o abastecedores de R om a (arm adores, com erciantes de trigo y aceite), renueva la p ro h ib ic ió n de exención p or sim ple participación fi nanciera en una com pañía, y adem ás aum enta de 10.000 a 50.000 m odios el
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Estatutos jurídicos personales Son ingénuos los que han nacido libres; manumitidos los que han sido libertados de una servidumbre conforme al derecho. 12. Por otra parte, hay tres clases de manumitidos; ciudadanos romanos, lati nos y dediticios. Examinémosles separa damente, y empecem os por los dediti cios. 13. La ley Aelia Sentía dispone que los esclavos que han sido encadenados por sus dueños en calidad de pena, los que han sufrido la marca, los que, sospecho sos de una infracción, han sido sometidos al tormento por torturas y han sido recono cidos culpables, los que han sido entrega dos para combatir al arma blanca o contra las bestias y han sido cogidos para la es cuela de gladiadores o la prisión, y han sido manumitidos en seguida por su pro pio dueño o por otro, se hacen hombres li bres teniendo el mismo estatuto que los dediticios extranjeros. 14. Se llama deiticios extranjeros a los que en otro tiempo, habiendo empuñado las armas contra el pueblo romano y ha biendo sido vencidos, se rindieron. 15. De esclavos de una condición tan humillante, diremos que, de cualquier ma nera que hayan sido manumitidos, cual quiera sea su edad, y también si han perte necido a su dueño en plena propiedad, ellos no pueden hacerse ciudadanos ro manos ni latinos, sino que los considerare mos, en todos los casos, como compren didos en el número de los dediticios. 16. dición berto, como
Pero si el esclavo no es de esta con humillante, diremos que una vez li se hace tanto ciudadano romano latino.
17. Pues el individuo que satisface las tres condiciones siguientes, a saber, ser de edad mayor de treinta años, haber per tenecido a su dueño en virtud del derecho quiritario y haber sido libertado por una manumisión justa y legal, es decir, por la vindicta, declaración de testigos, o testa mento, aquél se hace ciudadano romano; si por el contrario una de estas condicio nes falta, se hará latino. Gayo, Instituciones Jurídicas.
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tonelaje m ínim o que hay que poner a disposición de \a Annona para benefi ciarse de la exención de los cargos m unicipales. C on esta m edida, sin duda h u m an itaria, el foso entre los m uy ricos y los d em ás se a h o n d a aún más.
e) La religión: el tema de los cristianos M arco Aurelio siguió en el tema reli gioso la m ism a tónica conservadora de sus antecesores y, a pesar de su ra cionalism o, la guerra y los desastres de la peste le llevaron a buscar solu ciones incluso en las m ás irracionales de las supersticiones. Los sacrificios a los principales dioses bélicos rom a nos (Júpiter, M inerva, M arte) hicie ron tem er a algunos que term inara con la raza de los bueyes blancos, y p ara co n ju ra r a la peste m ultiplicó los vota publica, los lectisternios o convites a los dioses, y recurrió a todo tipo de magos y sacerdotes de religio nes extranjeras, sobre todo a los egip cios desde el punto y hora en que uno de ellos provocó en 172 el m ilagro de la lluvia que salvó de la sed a su ejér cito. M arco Aurelio se volvió hacia todas las religiones m enos hacia una, el cristianism o, que, bastante desarro llado, com enzaba a sufrir en su seno la aparición de distintas sectas heréti cas. El montañismo, surgido en Frigia hacia 156 y en plena expansión, re chazaba violentam ente, con espíritu apocalíptico, las jerarquías terrenales y rehusaba el servicio m ilitar. Esto exasperaba a los paganos, y m ientras las clases altas escribían refutaciones ra z o n a d a s co n tra el c ristia n ism o , com o la de Celso en 177, el p o pula cho pedía venganza contra estos m a los ciudadanos que se negaban a p a r ticipar en las cerem onias religiosas de los em peradores que entre 167 y 169 se esforzaban p o r salvar al Im pe rio en el norte de Italia. Era adem ás una o p o rtunidad de contar con co n denados a m orir en el anfiteatro en
un m om ento en que el gobierno, por econom ía, había tenido que reducir los espectáculos: las venationes o cace rías se podían sustituir por los conde nados a m uerte entregados a las fie ras. H ubo pues persecuciones, un poco por todas partes, a partir de 165, al tiem po que se publicaban apologías por parte de cristianos cultos y refuta ciones por la parte contraria. Las p ri m eras se esforzaban sobre todo por disociar cristianism o de m ontañism o y m ostrar que los cristianos eran fie les al Im perio; las segundas, sobre todo la de Celso, intentan hacerlos aparecer com o una auténtica oposi ción política clandestina. Lo cierto es que entre 175 y 180 se desató una au téntica persecución oficial que duró hasta la m uerte de M arco Aurelio.
3. Cómmodo C uando M. Aurelio m urió el 17 de m arzo de 180 en Vindobona, su hijo Cóm modo que estaba con él y contaba sólo 19 años le sucedió sin dificultad. La historiografía tradicional le ha ve nido presentando com o un niño m i m ado (era porfirogéneta, o sea nacido en la púrpura del poder), perezoso e inclinado a los placeres, y achacan a e'lo en buena m edida los problem as de su reinado. Hoy su im agen está siendo reconsiderada y se le entiende más bien com o un producto de su época que no llegó al poder con la m adurez de sus antecesores.
a) El reinado de los favoritos Se sabe que firmó enseguida la paz con los bárbaros danubianos y regre só a Roma. P. Petit (1975) cree que, de alguna m anera, C óm m odo actuaba com o H adriano cuando rechazaba la política belicista de su antecesor, en tendiendo que el Im perio no se en contraba preparado para una expan
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sión y era m ejo r p erm a n ece r a la defensiva. Esto le ganaría, según este autor, «enemigos irreconciliables en tre los partidarios de la guerra, los je fes militares y los senadores miembros del consilium de M arco Aurelio. Y com o H adriano, debió buscar en otra parte los apoyos necesarios, y los en contró tam bién entre los caballeros de los que Perenne (prefecto del pre torio) fue el representante». Esto su cedería sobre todo tras una conjura palaciega, p rep arad a en 182 por su herm ana Lucilla, que intentó term i n a r con su vida. L as c o n d e n a s a m uerte que siguieron, afectando a m iem bros de la familia im perial y del Senado, le enajenaron por com pleto a éste. A unque tal vez Petit exagere al ver en la política pacifista de C om m odo la clarividencia de un H adria no, lo ciero es que los hechos llevaron al resultado señalado y que en ade lante y durante tres años, hasta 185, el em perador ab an d o n ó los asuntos del Estado en m anos de Perenne. Este,
inteligente y activo, llevó a cabo ope raciones m ilitares para la defensa del lim es, c o n ta n d o siem pre con b u e nos co lab o rad o res que h a b ía n co m enzado su carrera bajo M. Aurelio: C lodio A lbino y Pescenio Niger en G erm ania y Dacia, U lpio M arcelo en Britania. En N um idia y M auritania la colonización siguió ganando terre no hacia el Sur, y la presencia de se nadores africanos se hizo m ás im por tan te en R om a (su progresión fue constante desde la época de Trajano en que constituían el 5,8% hasta la de C óm m odo, en que eran ya el 31,4% del Senado; de todas formas el más alto porcentaje de provinciales seguía siendo el de los orientales, con un 60,8%). Perenne, com o otrora Séneca en los prim eros tiem pos de N erón, alentaba los apetitos del joven príncipe y se de d icab a d irec tam en te a ejec u tar su p ropia política. Pretendió, frente al Senado, potenciar a la clase ecuestre concediéndole el m ando de legiones.
Templo de Antonio Pío y de Faustina junto a la «vía sagrada» de los foros romanos (Año 141).
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Pero chocó con el descontento del ejército británico y con las intrigas de un nuevo favorito, el cham belán (cu bicularius) M. Aurelio C leandro, anti guo liberto frigio que gracias a sus in trigas h ab ía logrado convertirse en caballero. Se acusó a Perenne de pre tender el Im perio y fue elim inado. En adelante, y hasta 189, C leandro gobernó el Im perio a su antojo. N om bró y destituyó com o le vino en gana a los prefectos del pretorio, vendió los consulados (en 189 hubo 25 cón sules) y los gobiernos provinciales, y elegía a las favoritas del em perador, luego de h ab er hecho elim inar a la em peratriz C rispina. Todo estaba en venta: cargos oficiales, dignidad se natorial, m agistraturas... H asta que fi nalm ente él m ism o fue víctima del prefecto de la Annona, Papirio D ioni sio, que supo hacerle culpable de un ham bre que am otinó a la plebe rom a na y C óm m odo, asustado, le hizo m a tar para apaciguar a la m ultitud. La cración de u na flota Africana Commo diana para abastecer de trigo a Rom a habría de resolver el problem a (Pavis d ’Escurac). En adelante la influencia sobre el em perador fue com partida entre su favorita M arcia, al parecer cristian a, su m arid o el ch am b elán Eclecto y el prefecto del pretorio Em i lio Laeto. Pero esta últim a parte, en la que el em perador tuvo una actuación destacada, merece un estudio aparte.
b) Evolución económ ica y social A pesar de que el reinado de C óm m o do fue pacífico, el estado general del Imperio en su aspecto socio-económico no mejoró. La can tidad de plata del denarius siguió bajando, incluso por debajo de 70%, sin que por ello varia se su relación oficial de 1 a 25 respec to al aureus. Los precios subían en un a proporción m ás alta que la pér dida de contenido de fino de la m o neda (se ha calculado un aum ento entre el 100% y el 170% para el reina
do de C óm m odo), hasta el punto que el em perador hubo de fijar una lista oficial de precios que, com o era de es perar, sólo determ inó una m om entá nea desaparición de las m ercancías del tráfico abierto y la creación de un m ercado negro. C om o siem pre, los hum ildes fueron los prim eros en su frir las consecuencias de la depresión económ ica, uno de cuyos signos más evidentes en este m om ento es la caída de los tipos de interés, lo que sabem os que produjo el krach de la banca del futuro p a p a cristian o C alixto, que ahora actuaba com o testaferro del li berto im perial C arpoforo, hacia 186189. Según su enemigo, H ipólito de Rom a, la quiebra afectó sobre todo a las viudas y a los huérfanos, cuyos ah o rro s h a b ría d erro ch ad o con su m ala gestión Calixto. Por otro lado, en 184 no había sido posible cobrar los intereses de las Institutiones A li mentarias, lo que evidenciaba las difi cultades de liquidez de los cam pe sinos. Síntom as más evidentes del m ales tar social, al m enos en algunas regio nes, son la revuelta de los pastores egipcios y, sobre todo, la revuelta de M aterno, conocida com o bellum de sertorum, que afectó profundam ente a la G alia y a H ispania Citerior. M ater no, desertor del ejército, logró form ar prim ero una cuadrilla con la que asal tab a fincas y aldeas, pero al poco tiem p o sus seguidores h a b ía n a u m entado de tal forma que constituían un auténtico ejército que atacaba ciu dades im portantes, m aqueándolas y abriendo las cárceles. Evidentem ente el fenóm eno sólo se explica por un indiscutible apoyo social por parte de quienes más sufrían la crisis, por gen tes m enesterosas que apoyaban su ac ción en la m edida en que la m isma satisfacía sus reprim idos deseos de ju stic ia e ig u ald ad social. C u an d o fueron detenidos finalm ente M aterno y sus hom bres se encontraban en Ita lia, donde p re p ara b an un golpe de m ano contra el em perador.
62 Tam bién en Africa, donde la situa ción económ ica era indiscutiblem en te mejor (no se conocen curatores rei pu blicae antes de Septimio Severo, según T. Kotula), la tensión social se hacía sentir entre los colonos y los señores (conductores en las fincas im periales) que se p o n ían de acuerdo para la ex plotación de los prim eros, según sa bem os p or u na inscripción tunecina de 181-2, en la que los colonos del sal tus Burunitanus d em an d an justicia al em perador, am en azan d o con a b a n donar las tierras si no se les atendía, lo que h abría de ser una grave pérdida para el em perador. U na am enaza se m ejante es realizada p o r los colonos de Aga Bey Koy, en Lidia, y los h ab i tantes de la aldea de Dagei, en la ac tual D obrudja, y de Scaptopara, en Tracia (J. Kolendo). N o es difícil com p render p or qué algo más adelante los em peradores im p o n d rán a quie nes quieran ser sus colonos la p rohi b i c i ó n d e a b a n d o n a r la t i e r r a (Schulten). Pero de todas form as hay que hacer notar que, en térm inos globales, la econom ía agraria se desarrolla m ejor en lugares com o Africa, donde gran des extensiones se encuentran orga nizadas al m argen de la vida urbana, donde el colonato de ahora no es sino la continuación de un estado de cosas muy antiguo, en el que una serie de personas, agrupadas a veces en caste lla o vid, trab ajan las tierras en de pendencia de un gran señor. Es lo que puede h aber pasado en N um idia (Kolendo), P anonia (Oliva), H ispania c e n tra l, G a lia o c id e n ta l, B ritan ia, A natolia, o Tracia, donde los notables indígenas h ab ían conservado siem pre sus posiciones de potentados lo cales (Petit, 1975). N um erosos ca b a llero s y s e n a d o re s , a b a n d o n a n d o Rom a a los funcionarios profesiona les, vendrán a vivir a lujosas villae, le jos de las ciudades paxa escapar a las cargas m unicipales, y form arán así «una clase de m agnates locales fuer tem ente enraizados, que cultivan vas
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tos dom inios y reinan sobre una clien tela de colonos» (Petit, 1975). Sólo las grandes ciudades com er ciales de Oriente m antendrán una vida activa haciendo afluir hacia O cciden te los lujosos signos de distinción de que estos señores gustarán, cada vez más, rodearse. El urbanism o oriental, con su cultura, term ina por sobrepo nerse al m ás reciente de Occidente.
c) El programa teocrático La mística im perial que se venía de sarrollando en los reinados anterio res alcanza su paroxism o en la época de C óm m odo. Este, fanático de los cultos orientales, los integra en con cepciones m ístico-mitológicas de difí cil com prensión. Se inició en los mis terios de M ithra, dios solar que se convierte en el gran dios de los ejérci tos y de su jefe, y term inó por identifi carse con Hércules, haciéndose lla m ar Hercules romanus y creando un flam en Herculaneus Commodianus. A la m ism a Rom a la «refundo» com o Colonia Lucia Aurelia Nova Commo diana, dando su nom bre a práctica m ente todo. En realidad la política religiosa de este em perador, m anifes tada especialm ente en sus últim os años, no hacía sino culm inar un lar go proceso, com o hem os podido ya vislum brar. Incluso la refundación de Rom a no hacía sino subrayar, a su m anera, la desaparición progresiva de los privilegios de Rom a y de Italia. Pero cuando se creyó que, en su locu ra m ística, pretendía sacrificar a los dos cónsules designados para 193 y recorrer la ciudad en procesión ritual a la cabeza de sus gladiadores (con los que gustaba batirse, com o «hercú leo» que era), se decidió acab ar con él y fue estrangulado en el baño por su esclavo N arciso el 31 de diciem bre de 192. Tenía 31 años y era realm ente po pular, lo que explica su posterior re habilitación por Septiinio Severo. El «siglo de los A ntoninos» había con cluido.
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