EL PERÍODO SOCRÁTICO Los primeros filósofos griegos se habían ocupado principalmente del objeto y habían tratado de determinar el principio último de todas las cosas. Su éxito no igualó a su sinceridad filosófica, y las sucesivas hipótesis que propusieron acabaron por producir cierto escepticismo respecto a la posibilidad de lograr un conocimiento seguro de la naturaleza última del mundo. Añádase que el resultado natural de algunas doctrinas, como las de Heráclito y Parménides, no podía ser sino una actitud escéptica respecto a la validez de la percepción sensible. Si el ser es estático y la percepción del movimiento ilusoria, o si, por otra parte, todo está cambiando sin cesar y no hay ningún principio real de estabilidad, nuestra percepción sensible no merece crédito alguno y, con ello, se socavan las bases mismas del saber cosmológico. Los sistemas de filosofía propuestos hasta entonces se excluían los unos a los otros; ciertamente, en las opuestas teorías había su parte de verdad, pero aún no había surgido ningún filósofo de talla bastante para conciliar las antítesis en una síntesis superior, de la que quedaran excluidos los errores y en la que se hiciese justicia a la verdad contenida en las doctrinas rivales. El resultado hubo de ser una cierta desconfianza para con las cosmologías. Y, de hecho, si se quería progresar de veras, estaba haciendo falta volver los ojos hacia el sujeto como tema de meditación. El predominio del problema antropológico surge como consecuencia del creciente desarrollo democrático de las ciudades griegas después de las guerras persas. Con la intervención de nuevas y más amplias clases en el gobierno del Estado, y con la creciente importancia de las asambleas y de los tribunales, las discusiones jurídicas y morales toman una difusión y desarrollo que deben tomar en cuenta los nuevos maestros de la cultura, que las nuevas necesidades históricas hacen surgir, para ejercer una tarea necesaria a la sociedad: es decir, la preparación de una clase o élite de hombres políticos y dirigentes. Éstos necesitan, como
fundamento de su educación política, un conocimiento general de las cosas humanas. Aparece, así, la cultura en su valor práctico; una cultura que se preocupa, sobre todo, de los problemas del mundo humano y de la vida espiritual, social y política; una cultura que está hecha, en gran parte, de habilidad dialéctica, y no se busca más en el cerrado ámbito de las escuelas filosóficas, a las que el discípulo se liga de manera continuada y estable, sino en la enseñanza más dúctil y utilitaria de los nuevos maestros, que se ponen al servicio de las exigencias de los discípulos, en lugar de imponerles sus propias reglas y su propio sistema. De esta manera se explica la aparición de los sofistas, maestros vagabundos, y el carácter humano y político de los problemas tratados preferentemente por ellos, y también, el hecho de que Sócrates y la mayor parte de sus discípulos permanecen en el mismo terreno del humanismo.
I.
Los sofistas
Siglo V a. C. Maestros de cultura, como ya se ha dicho, no constituían una escuela: sino que presentan diferentes soluciones para los mismos problemas y representan distintas corrientes como resulta de lo que sigue en la presente sección. Por eso, tenemos que rechazar el concepto tradicional que agrupaba a todos los sofistas en una dirección común de individualismo y subjetivismo – presentes, es cierto, en algunos de ellos, pero rechazados por otros. 1. Caracteres y razones históricas de la sofística a.
Correspondencia a necesidades de cultura (no escuela filosófica) y origen del descrédito posterior Creo que la palabra sofista fuese simplemente un nombre genérico, y que la palabra filosofía tuviese este valor: de ser una especie de amor a lo bello y de ejercitación en los discursos, y no como ahora, una dirección determinada,
sino sólo cultura general [ …] y me parece que Platón, en cierto modo, siempre desprecia al sofista, y que más que ningún otro se subleve contra ese nombre. Y ello, a causa del desprecio que tenía de muchos sofistas y especialmente de los de su tiempo. Sin embargo, se ha valido de esta palabra también en un sentido enteramente favorable, refiriéndose al ser, que juzga sapientísimo y asiento de toda la verdad; precisamente a él, lo ha llamado, en algún lugar, perfecto sofista ( Arístides, 46, II, 407).
Arístides se refiere al Cratilo, de Platón. Jenofonte también ha contribuido al descrédito que pesa sobre los sofistas, preocupado, al igual que Platón, de acentuar la antítesis entre los sofistas y Sócrates. Y, después de Platón, también Aristóteles siguió esta tendencia. De ellos han recogido noticias las fuentes posteriores. A continuación se citan dos juicios característicos que realizan estos pensadores: Los sofistas hablan para engañar y escriben para su propia ganancia y no benefician a nadie; ninguno de ellos se convirtió en sabio ni lo es, sino que a cualquiera de ellos le basta con que se le llame sofista, lo que entre la gente de buen sentido es una injuria. Yo recomiendo la necesidad de cuidarse de las enseñanzas de los sofistas y de no desvalorizar los razonamientos de los filósofos (Jenofonte, Ciropedia, 13, 8).
Y Aristóteles: "En efecto, la sofística es una sabiduría aparente, pero no real, y el sofista es un traficante en sabiduría aparente pero no real" ( Refutaciones sofísticas, I. 165). b.
Los sofistas como maestros de cultura
Los dos métodos: la erudición y el ejercicio activo de habilidades intelectuales. – PROTÁGORAS: Declaro ser sofista e instruir a los hombres […] ¡Oh, jovencito!, si vas a estar conmigo podrás comprobar, el mismo día en que hayas venido hacia mí, que al volver a tu casa, ya te has convertido en mejor, y lo mismo sucederá al día siguiente, y cada día harás nuevos progresos hacia lo mejor [ …]. Los otros [sofistas] perjudican a los jóvenes, pues conduciéndoles justamente hacia las disciplinas de las que ellos huyen, los conducen, en contra de su voluntad, enseñándoles cálculos, astronomía, geometría y música (y aquí volvió la vista
hacia Hipias), mientras que quien viene hacia mí, no estudiará sino aquello que desea estudiar. La prudencia es objeto de estudio, ya sea en las cosas domésticas (para el mejor gobierno de la casa), ya sea en las cosas políticas (para la mayor capacidad política de acción y de palabra). – SÓCRATES: Me parece que tú entiendes el arte político y que te empeñas en convertir a los hombres en buenos ciudadanos. – PROTÁGORAS: Eso justamente, Sócrates, es lo que anuncio y proclamo. – SÓCRATES: Entonces, [ …] llamándote sofista, te exhibes como maestro de cultura y de virtud (Platón, Protágoras, 317-319, 349) c.
Necesidad histórica de la enseñanza sofística: la democracia y la cultura. Dicen algunos, después, en sus discursos, que los oficios deben ser asignados por la suerte; pero se equivocan [ …]. Afirman que eso está bien y que es muy democrático, pero yo, en verdad, no lo creo, de ningún modo, democrático […]. Es necesario, en cambio, que el pueblo, preocupándose por sí mismo, elija a los que le agradan, y que los capaces tengan el mando militar, y los otros, la vigilancia de las leyes y todo el resto. Ahora bien, creo que corresponde al mismo hombre y al mismo arte, ser capaz de un debate con preguntas y respuestas, lo mismo que conocer la verdad y saber juzgar rectamente y conocer el arte de componer discursos y la capacidad de pronunciarlos. Y, sobre todo, quien conoce la naturaleza de todas las cosas, ¿cómo es posible que no supiera enseñar también a la ciudad a obrar rectamente en todas las cosas? Y además, conociendo el arte de los discursos, sabrá hablar con propiedad sobre todas las cosas. Porque quien desea hablar rectamente, debe hablar, precisamente, de aquello que sabe: y él sabrá de todo Y para saber disputar ante los tribunales, es menester saber exactamente qué es lo justo, pues sobre esto se vierten los juicios. Y sabiendo esto, sabrá también lo contrario y lo demás. Y también es preciso que conozca todas las leyes; entonces, si no posee la ciencia de las cosas, tampoco la tendrá de las leyes [ …]. Es una conclusión evidente que quien conozca la verdad de las cosas, lo sabe todo (Sofista desconocido, Discursos dobles, 7 y 8). d.
Exaltación del poder de la palabra La palabra es una gran dominadora, que con un pequeñísimo y sumamente invisible cuerpo, cumple obras divinísimas, pues puede hacer cesar el temor y quitar los dolores, infundir la alegría e inspirar la piedad […]. Pues el discurso, persuadiendo al alma, la constriñe, convencida, a tener fe en las palabras y a
consentir en los hechos [ …]. La persuasión, unida a la palabra, impresiona el alma como ella quiere. La misma relación tiene el poder del discurso con respecto a la disposición del alma, que la disposición de los remedios respecto a la naturaleza del cuerpo. En efecto, tal como los distintos remedios expelen del cuerpo de cada uno diferentes humores, y algunos hacen cesar el mal, otros la vida, así también, entre los discursos algunos afligen, y otros deleitan, otros espantan, otros excitan hasta el ardor a sus auditores, otros envenenan y fascinan el alma con convicciones malvadas (Gorgias, Elogio de Elena, 8, 12-14).
También en Platón podemos confrontar esta tendencia. Por ejemplo: “Tú dices que la retórica es creadora de persuasión, y que toda su acción y esencia tiende a este fin" (Gorgias, 453). En otro lugar: "He oído decir a menudo a Gorgias que el arte de persuadir difiere mucho de los otros, porque todo se deja dominar espontáneamente y no por violencia" ( Filebo, 58). Y, por último: “ No recordaré a Tisias y a Gorgias, que hicieron este descubrimiento: que es necesario contar más con la apariencia que con la verdad, y que, por medio de argumentación, hacen aparecer grande a lo pequeño y a lo pequeño como grande, y disfrazan lo nuevo en formas antiguas y lo antiguo en formas nuevas" ( Fedro, 267).
2. Protágoras de Abdera (480-410 a.C.) Era oriundo de Abdera y actuó en Sicilia, pero principalmente en Atenas, donde gozó de gran renombre. Es el más importante de todos los sofistas. De entre sus escritos, sus Antilogías y Sobre los dioses dieron particularmente ocasión a que se lo acusara de impiedad. Eludió la condenación por la fuga, en la cual murió ahogado. Sus obras fueron incautadas y públicamente quemadas. El hombre es la medida de todas las cosas . Si, como dice Demócrito, el conocimiento consiste en el encuentro de los átomos de las cosas con los átomos del alma, se sigue que sólo puede darnos noticia de cómo aparecen las cosas al yo en el “
”
momento del encuentro. Las cosas con que no nos encontramos, tampoco existen para nosotros. Las cosas son para cada uno tal como se le aparecen. De ahí que el hombre sea la medida de todas las cosas. Desde su punto de vista, todos tienen razón. Como no hay un punto de vista privilegiado, todos tienen igual razón. De donde se sigue que no hay una verdad universalmente valedera, ni una norma absoluta de moral. Carece de valor el principio de contradicción, incluso en matemáticas. No existen realmente cuadrados y círculos; sólo son tales para quien los ve desde su punto de vista. Lo mismo cabe decir de la religión: “De los dioses no se sabe si existen o no existen”, Protágoras enseña el relativismo absoluto, lo mismo respecto del conocimiento que de la moral. Si todos tienen igualmente razón, se sigue que nadie puede mandar nada a otro. Y si no hay una ley que obligue a todos, el Estado es imposible. Protágoras no retrocede ante consecuencias tan radicales, y explica el Estado por un mito: Por medio de su mensajero Hermes, envió Zeus a los hombres el sentimiento de la moralidad y del derecho. La sociedad es, consiguientemente, para los hombres, algo externo y artificialmente dado. Protágoras es, pues, escéptico en física, pero dogmático en sociología.
3. Gorgias (483-375 a.C.) Oriundo de Leontino, en Sicilia. Discípulo de Empédocles, de quien imitó la presentación ostentosa. Vino a Atenas, como embajador de su ciudad, para pedir ayuda contra Siracusa. Gorgias fue uno de los mejores oradores de toda la antigüedad griega. Sus frases y períodos, construidos con maestría retórica, sus ingeniosas antítesis y su acción teatral entusiasmaban a todos, principalmente a la juventud. Señaladamente dos discursos pronunciados en Delfos y Olimpia ante grandes muchedumbres, eran brillantes piezas de oratoria. Se comprende que Gorgias hiciera mucha
fortuna. En su obra Sobre el no-ser o Sobre la naturaleza, que delata su conocimiento de Parménides y Zenón, defiende tres tesis:
a.
cualquier hombre. Antifonte afirma que nadie puede tener pena tan grande que no se la quite él con su discurso. Todo esto es frívolo, una burla de la ciencia y hasta nihilismo.
Nada existe
“
”
4. Hipias y Pródico Si existiera algo, tendría que haber sido: o creado, cosa que según Parménides, es imposible, o eterno. Si fuera eterno, tendría que ser también infinito. Ahora bien, un infinito no puede estar en algún lugar, ni en ningún lugar; por tanto, no existe en absoluto De donde se sigue que la naturaleza es el no ser.
b.
Si algo existiera, no sería cognoscible
“
”
Pensar y ser son, según Parménides, lo mismo. Si uno dice: “Allá fuera, sobre el mar, se da una carrera de cuadrigas”. Así es porque alguien lo piensa. Esto es absurdo. Luego, nunca podemos decir si a nuestro pensamiento corresponde algo fuera.
c.
Si algo pudiera ser conocido, no podría ser expresado “
”
¿Cómo comunicar a otro con una palabra un color? El oído del otro recibe sin duda sonidos, pero no color. Lo mismo sucede con todos los signos de expresión, que son siempre cosa distinta de lo que con ellos se expresa. ¿Cómo puede estar la idea que yo tengo, a la vez en mí y en otro? En tal caso, sería mía y no mía, lo cual es absurdo. ¿Creyó Gorgias en sus tesis? En el dialéctico Zenón y en él se da un hecho trágico: las palabras se desligan de las cosas y se tornan una cuando no se crea ya en la verdad. Gorgias compuso discursos de alabanza y vituperio sobre los mismos temas. Estaba dispuesto a improvisar un discurso sobre cualquier tema, en pro o en contra, a gusto del consumidor. Trasímaco de Calcedonia se atribuía el arte de persuadir o disuadir cualquier sentimiento a
Hipias actuó como orador ambulante, señaladamente en Atenas y Esparta. Fue el primero que publicó una lista de vencedores olímpicos y una colección de hechos memorables. Cultivó la geometría, astronomía y música, era además mnemotécnico y poeta, y por ello recibió el sobrenombre de polyhistor (que sabe muchas cosas, “erudito”). Hipias es el primero que plantea la cuestión del origen de las leyes. Una mirada a los cambios de las leyes en el Estado y a la diversidad de las mismas en los distintos Estados, le hace ver que hay dos especies de leyes: las que obligan por naturaleza ( physei) y son, por tanto, eternas e invariables, y las que han sido hechas por los hombres (nomo) y pueden, por ende, variar también al arbitrio de los hombres. Así llega Hipias a la importante distinción de derecho natural y derecho positivo. Pródico era natural de Ceos, pero vivió casi siempre en Atenas, donde Sócrates lo recomendó a la juventud. Fue el primero que se preguntó por qué obedecemos a las leyes. Su respuesta es que obedecemos siempre con miras a la utilidad. Sus fábulas morales, por ejemplo: Heracles en la encrucijada, hacen ver cómo todos aspiran a la utilidad, ora se trate de un goce fácilmente asequible, ora de una dicha difícil de alcanzar, pero duradera. 5. Sofistas recientes Los sofistas más recientes desarrollaron el relativismo de sus predecesores hasta un naturalismo radical. Si sólo la naturaleza puede imponer normas obligatorias y permanentes, hemos de sacudir todas las cadenas de las tradiciones humanas y dirigir la mirada al estado natural puro. En él domina el fuerte, sin preocuparse de derecho
ni moral. Fomenta y satisface sus apetitos, sin que le importen los medios, lícitos o ilícitos. El que es bastante fuerte para romper todas las ataduras, sería ignominioso que sirviera a nadie. Por eso dice Cálicles: “La disolución, independencia y libertad, que pueden imponerse, son virtud y felicidad; todo lo demás son melindres, ordenaciones humanas contra naturaleza y vana palabrería”. Según Trasímaco, todo el que domina mira a los dominados como a bestias, que trata de explotar para su mayor provecho. Dígase sobre la tiranía lo que se quiera: para el que la ejerce es la suprema felicidad. También en la democracia se dan las leyes por razón de utilidad, y son sólo un muro de protección de los muchos débiles, que sólo así pueden defenderse contra los fuertes. Para impedir a los fuertes no sólo que obren violentamente, sino incluso que piensen en la violencia, se han inventado los dioses, que conocen y castigan hasta esos pensamientos. Critias, pariente de Platón, que fue el más importante y violento de los 30 tiranos, trató, lo mismo que Alcibíades y Lisandro, de llevar a la práctica estas ideas, pero perdió la vida, el 403 a.C., en la lucha contra los demócratas. En la época moderna, ni Maquiavelo ni Nietzsche pudieron ya añadir apenas nada esencial a esta glorificación de la naturaleza por los sofistas. Se comprende que en éstos viera Nietzsche la cima más alta de la filosofía griega. También Antifonte partió de la distinción de “naturaleza” y “convención”; pero de ahí dedujo, en cierto contraste con todos los demás, de la manera más radical, una ciudadanía universal que abarca a todos los hombres sin excepción alguna. Para la naturaleza, todos los nombres son iguales. Para ella no hay nobles ni plebeyos, helenos ni bárbaros, libres ni esclavos. “Todos respiramos el mismo aire por nariz y boca y necesitamos de la misma comida”. Por ley de naturaleza somos todos ciudadanos del mismo imperio: sólo las convenciones humanas nos dispersan en la multitud de Estados y en las varias clases sociales. Las convenciones humanas son enemigas de la naturaleza, hemos de sacudirlas y retornar a la
naturaleza pura. Alcidamante, discípulo de Gorgias, pide valientemente la manumisión de todos los esclavos. Todos los terrenos comienzan a fermentar. Estos ilustradores no tienen sentido de los datos históricos, de la moral y fe de los padres. Todo debe justificarse ante la naturaleza, todo está en trance de trastornarse. Y justamente cuando amenazaba el caos, apareció Sócrates, que pudo contener el derrumbamiento.