1
EL OFICIO DE CIENTÍFICO Pierre Bourdieu 2001 RESEÑA http://www.aafi.filosofia.net/publicaciones/el_buho/elbuho2/buho2/resenaBourdieu.htm Profesor: José Luis Moreno Pestaña Alumna: Ester Massó Guijarro EL OFICIO DE CIENTÍFICO. Ciencia de la ciencia y reflexividad. Pierre Bourdieu (2001), Barcelona, Anagrama, 2003. RESEÑA Esta obra del sociólogo francés Pierre Bourdieu, la última publicada antes de su muerte, aborda de forma fundamental la noción de campo científico, delimitando su significado y sus fronteras y situándolo en relación con el necesario ejercicio de reflexividad que, a su juicio, deben asumir las ciencias sociales. Bourdieu cree, en primera instancia, haber detectado un problema fundamental tanto en las ciencias sociales contemporáneas como en las mismas raíces de la discusión que durante el siglo XX han desarrollado distintas corrientes críticas, más o menos rupturistas, sobre aquellas mismas ciencias; dicho de otro modo, nuestro autor elabora el diagnóstico de cánceres teóricos y metodológicos largamente arrastrados y propone, como una de las terapias cruciales para su mejora, la reflexividad, reflexividad, es decir, el análisis que el mismo sujeto de conocimiento debe realizar sobre sí mismo, la objetivación que ha de autoaplicarse, aparte de la ya considerada objetivación que, por sistema, se realiza sobre el fenómeno o porción de realidad que se adopta como tema de estudio.
2
Pero vayamos por partes. En una primera sección denominada por Bourdieu “El estado de la discusión”, éste realiza un retr ato más o menos sucinto de la
situación actual de los términos de la discusión que le ocupa, articulada fundamentalmente en torno a las corrientes de la sociología de la ciencia (la ruptura que supuso la noción de paradigma con Kuhn; el llamado “programa
f uerte”, “demasiado fuerte” para Bourdieu, de Bloor, Barnes, Bath o Collins; etc); ésta se desarrolla durante todo el siglo XX y asume como tarea la crítica a las ideas sobre la “ciencia tradicional” (pensemos en Popper o Chalmers, por ejemplo:
ambos resultan muy pedagógicos sobre la cuestión). Nuestro autor establece un recorrido fugaz sobre las ideas de Merton acerca del reconocimiento en el seno del campo científico y sobre las claves fundamentales expuestas por Thomas Kuhn en La estructura de la revoluciones científicas (donde opina que se expone una representación internalista del cambio), como puntales de la devastación que viene sucediendo en torno a la autoridad de la ciencia –otrora sacrosanta-. Pienso que la noción fundamental que Bourdieu pretende trasmitir con esta primera parte expositiva o descriptiva de su trabajo es, precisamente, la ruptura de la confianza ciega en la ciencia, una confianza sustentada en la también rechazada creencia sobre una ciencia donde primaban la distancia personal y la objetividad, resultando totalmente irrelevantes aspectos como la imaginación, la pasión o lo fortuito. En oposición a esto, Bourdieu se sitúa en la reivindicación de la investigación como “una pr áctica consuetudinaria cuyo aprendizaje se realiza por medio del ejemplo” (47), y donde el sentido común (48), la negociación (52) o
las presiones institucionales (57) asumen un papel palmario. Además, se defiende la idea clave de la “fabricación de los hechos como ficción” (Latour, Woolgar; 53)
lo que, dicho de otro modo, significa que la objetividad como tal no existe sino que también constituye un proceso de construcción social, tanto como la verdad. Coherentemente con esto, Bourdieu afirma que existen dos principios de
3
jerarquización/diferenciación entre las disciplinas, a saber, el propiamente científico (ya esperable) y el temporal (sujeto a los “vaivenes de lo social”). En la segunda parte de su obra, “Un mundo aparte”, Bourdieu se dedica
plenamente a la descripción detallada del campo científico (restricciones de entrada y salida, o bien derecho de admisión) y las relaciones de fuerzas, tensiones y presiones que se establecen en él, la distribución de los distintos impulsos, las alianzas y coaliciones que suceden en su interior (al más puro estilo de una “guerra simbólica”), su interactuación con el medio, su capital simbólico y
su gestión del mismo, etc. Dentro de esta caracterización densa que lo que sea el campo científico, queda bien delimitada asimismo la noción de habitus científico, esa suerte de camisa del alma del científico de la que se van derivando poco a poco el “oficio, la intuición, el sentido práctico, el olfato […]” (76) propios de aquél.
Así, el habitus es también entendido qua socio-trascendental histórico, al modo de las condiciones sociotrascendentales del conocimiento, en una especie de sociologización de apriorismo kantiano.
La cuestión de la autonomía del campo adquiere, a mi juicio, gran relevancia; la autonomía “no es un don natural, sino una conquista histórica que no tiene fin”,
afirma Bourdieu (88) y se halla en relación de proporción inversa con la influencia del mundo social. Así, la elevación o disminución del derecho de admisión a discreción, por así decir, de la propia disciplina, constituye un indicador fundamental de su autonomía, de la posesión, pues, de un nomos propio y genuino y de la legitimidad suficiente como para ejercerlo.
Y, ¿qué se juzga en el derecho de admisión? Dos cosas: la competencia y la apetencia; y este segundo aspecto, a mi entender, dice mucho de esa presencia
4
de lo emotivo, irracional e incluso propio de la sensibilidad artística que se hallan también implícitos en el ejercicio de la ciencia.
La descripción del campo científico queda caracterizada, pues, de un modo cuasi físico: podemos imaginarnos un campo de juegos deportivos, o incluso el dibujo que un físico trazaría sobre una relación de fuerzas entre vectores, y entenderíamos muy gráficamente en qué consiste esta noción bourdieuana. El campo científico posee, como dijimos, su propio nomos, su espacio propio de tensión entre posibilidades y disposiciones, sus dinámicas y estáticas, sus coordenadas, sus juegos de poder y sus arbitrajes, sus éxitos (el hábito del carisma) y sus caídas… y su lucha es, por tanto, regulada, así como los sujetos de ésta asumen roles diferenciales –por ejemplo, los conservadores y los rupturistas o revolucionarios, que sin embargo nunca lo son en sentido pleno, en tanto en cuanto conservan adquisiciones anteriores-. Los roles, por otro lado, se transforman, se hibridan (120ss) en dependencia de las innovaciones que realizan los propios científicos.
La ciencia resulta, en fin, un “inmenso aparato de construcción colectiva usado
de modo colectivo” (125), así como la verdad y la objetividad en cada campo científico constituyen un producto social del mismo (127); a este respecto la noción de diálogo y de acuerdo adoptados por una comunidad resulta, a mi entender, bien fructífera. Bourdieu hace eco de esa consideración de la ciencia como una cuestión “sociodemocrática”, al modo de una conquista de la intersubjetividad
mediante el diálogo y/o la búsqueda común de un lenguaje y un idioma propios, que se establece en el “ágora del campo”. Y, muy a men udo en este contexto, son
los criterios utilitaristas y los racionalismos realistas los que sustentan las decisiones de los científicos.
5
En la tercera parte de su libro, llamada “Por qué las ciencias sociales deben ser tomadas como objeto”, Bourdieu aborda de forma más específica las ciencias
sociales como campo particular y sus problemas concretos, derivados principalmente de lo discutible de su objeto de conocimiento (y en pro de la prudencia epistemológica), lo que acucia el deber en los científicos sociales de realizar aquel ejercicio de reflexividad del que hablábamos, incluso de forma personal. El mismo Bourdieu ensaya consigo mismo esa suerte de bio-análisis del espíritu científico, tratando de ubicarse en los campos de fuerzas donde se ha desenvuelto y de identificar las claves profundas de sus decisiones, motivaciones y actitudes, en un ejercicio que posee parte de psicoanálisis y parte de socioanálisis.
Hasta aquí hemos expuesto, muy someramente, lo que hemos juzgado las claves fundamentales de la obra de Bourdieu; a partir de ahora quisiera comentar algunos puntos en concreto que me han interesando especialmente. Ante todo debo decir que el análisis y el estilo bourdieuanos –que hasta ahora apenas conocía- me están resultando muy agudos, brillantes incluso, esclarecedores de modo original sobre ciertos problemas recurrentes en las ciencias. En primera instancia, aplaudo su esfuerzo de análisis del mundo de la ciencia como un ámbito humano y social más donde, por definición, van a establecerse una serie de relaciones clientelares y juegos de poder (que a fin de cuentas es lo que Bourdieu describe, dicho muy sencillamente). A mi juicio estas perspectivas de estudio que inauguran un ángulo nuevo, por así decir, que descubren una nueva cara de la realidad poliédrica que es la vida del ser humano, hacen brillar nuestra comprensión sobre el mundo –siempre parcial y escuetísima, por otro lado, como no podría ser de otro modo-. Pienso que Bourdieu realiza un ejercicio de descentramiento similar al que ensayan los estudiosos que examinan el
6
comportamiento humano desde su perspectiva más “pura”, tratando de realizar
una etología humana; en realidad, las pautas de comportamiento propias de los humanos no han sido apenas estudiadas como se hace con las de otros animales, y ese esfuerzo de equiparación teórica y de humildad en el estudio conductual está dando muy buenos resultados[1]. Aprender sobre nuestras propias pautas de cortejo, nuestras reglas tácitas de no invasión del espacio ajeno para evitar conflagraciones, nuestra forma de mediar con los demás (y de todo esto se puede abstraer variables interculturales, por cierto), todas ellas cuestiones, además, que nunca se transmiten de forma organizada ni premeditada, nos conducen a conocimientos tan interesantes como las conclusiones halladas por Bourdieu en sus estudios de campo.
Sobre la noción de habitus, debo decir que me resulta una conceptualización útil de ciertos grupos de nociones funcionales que no son nuevas en campos como la psicología o la filosofía política. A fin de cuentas, Bourdieu ha bautizado y concretado con un nombre todo un conjunto de ideas tácitas, a mi juicio, sobre lo que podría llamarse “lo que cada persona lleva a las espaldas”; por ejemplo,
aquello que instan los comunitaristas a considerar, con el fin de no cometer la falacia del igualitarismo: el igual tratamiento de, a y para todos los ciudadanos, fundado en la suposición errónea de que todos y todas llegan con el mismo cargamento al “ágora pública”; o, dicho de otro m odo, que todos parten desde el
mismo lugar en la carrera. Equitativo, pues, no es igualitario.
Esta comprensión extensa de la noción de habitus, a mi entender, posee su correlato reivindicativo en el mundo de la filosofía política y la politología en general por todo lo que decía en el párrafo anterior. Bourdieu se limita a definir su idea de habitus y a realizar una descripción, un retrato de lo que de hecho sucede; no se traslada en ningún momento al terreno del “debe” (al menos, no en un
7
sentido de imperativo moral claro). Pero opino que el contenido del habitus no constituye una idea novedosa[2] y que, como he indicado, ha desempeñado y desempeña una labor con proyección social en otras disciplinas; al fin y al cabo, se halla próxima a la noción de clase social, en cierto sentido, así como a los términos “bagaje” o “experiencia personal”. Acaso podamos considerar como el
aspecto más novedoso de la cuestión la función, definición y denominación incluso que Bourdieu otorga al llamado habitus por él mismo.
En el mundo de la psicología se llama carácter a aquella parte de nuestra psique con la que nacemos y resulta inamovible, no moldeable (esos rasgos que emergen recurrentemente y que no pueden vencerse, sino domeñarse y contenerse como mucho); el talante, por otro lado, constituye la otra parte que sí se modela, aquello que nos enseñan, que mamamos de la primera y segunda socialización y crea hábitos comportamentales y actitudinales en nosotros. Por supuesto ambos están mezclados, pero tal vez podríamos aproximar el talante al habitus. En antropología, por otro lado, éste asumiría la forma de “lo cultural”
propio de cada grupo y encarnado en cada individuo.
No estoy tratando de aproximar la noción de habitus a otras herramientas de distintas disciplinas en un ejercicio ocioso, ni tampoco pretendiendo eludir la especificidad o fertilidad propias del concepto bourdieuano; ya aclaré que considero un logro heurístico muy interesante la teorización y el análisis desempeñados por el sociólogo francés. Mi intención anda más bien por reconocer que existen claves teórica y comprensivas cercanas, familiares a la del habitus bourdieuano y que, a raíz de la constatación de esas vecindades, podamos tal vez enriquecer muchos otros análisis con objetos distintos a los escogidos por Bourdieu.
8
Y aquí llegamos a otro punto interesante, a mi entender: el método. Pienso que en realidad Bourdieu propone un método de reconocimiento de la impureza, y por supuesto no debemos comprender aquí esta impureza en un sentido peyorativo sino todo lo contrario: una sana prevención contra la perniciosa y tiránica pureza, en todos los ámbitos: en la vida cotidiana, en las ciencias sociales, en las relaciones de poder, en el juicio de los sentimientos… Bourdieu trata de ayud arnos
a re-crear, re-correr, volver a establecer los circuitos ya olvidados por donde anduvimos para llegar a donde estamos, ya sea esto un ejercicio íntimo y personal (la autorreflexividad del sociólogo), ya sea uno destinado a la propia ciencia social o alguno de sus objetos (la autorreflexividad de las ciencias sociales).
Bourdieu propone un reconocimiento sin paliativos de las raíces, así como de sus sucedáneos; de los motivos que nos alimentaron, así como de sus gusanos; de los razonamientos que nos alentaron, así como de sus incoherencias fundadoras (¿qué razonamiento no posee un parto, un alumbramiento arbitrario e irracional?). Dicho de otro modo, y para terminar, creo que Bourdieu trata de darnos algunas herramientas emancipatorias nuevas (o reinterpretadas, repintadas), utillaje éste que puede incluso servirnos para constatar la propia dificultad de una emancipación acabada y para poner en cuestión este mismo objetivo. Ester Massó Guijarro. Alicante, a 2 de enero de 2004