El leonesismo: del ámbito cultural al político. Eulalia Silva
Con ánimo meramente expositivo, anhelo que intentaremos mantener a lo largo del texto, recorreremos de manera parcial y claramente interesada el devenir del movimiento leonesista, incidiendo especialmente en el proceso autonómico que tuvo lugar durante la Transición española, y que originó el núcleo duro del descontento que pueda seguir manifestándose hoy respecto a la unión con Castilla la Vieja. Decimos interesada porque la percepción profunda, interna, es personal y arraigada en los largos períodos estivales en tierras t ierras leonesas. Dividiremos artificialmente el trabajo - si es que hay una forma natural centrándonos en la polémica en torno al proceso autonómico, que integró el Reino de León junto con las provincias que conformaban conformaban Castilla la Vieja, en un nuevo ente: la comunidad autónoma de Castilla y León. La gran mayoría (si no todos) de los partidos políticos que siguen vigentes hoy en día o que, en su defecto, desarrollaron un papel importante en el presente marco, se crearon y organizaron en ese confuso y excitante período autonómico o en los años inmediatamente posteriores, cuando la decepción respecto a las genuinas posibilidades de una comunidad o división que no obligara a León a supeditarse a Castilla, ya había cuajado en aquello que se vino a llamar (de manera, cómo no, poco precisa) conciencia regional. La causa de su imprecisión comprende un amplísimo número de parcelas del “leonesismo”. Inscribiremos Inscribiremos en esa celestial conciencia conciencia la recuperación recuperación del folclore (lengua incluida), las asociaciones de recuperación-creación cultural y los movimientos o manifestaciones populares. En el informe del espectro político y su comportamiento, no hablaremos únicamente de los partidos o formaciones creados expresamente para tan loable y vetusto fin, sino que al mismo tiempo incidiremos en la particular actitud que mantuvo tanto la derecha como la izquierda. No nos detendremos en el mismo término que ocupa su puesto en el título elegido. Casi preferimos que “leonesismo” siga siendo ese banco de niebla que en ocasiones cubre los valles y vados de la región, y que no deja apreciar la pobreza e inmensa esterilidad del campo que cubre, otorgándole al tiempo cual dádiva, un aire de
aguerrido y derrotado misterio. Aún así debemos detenernos en el término principal, que casi por exótico llama la atención. ¿Qué es pues el leonesismo? No pretendemos en estas líneas - ni tampoco en las subsiguientes -
dar con con una definición definitiva de tal ánimo
reivindicativo. Más bien, y aunque todos los criterios resulten errados, intentaremos alejarnos de disputas inanes y descabelladas, que necesitarían la impagable asistencia de historiadores y lingüistas. Los orígenes propiamente históricos, aquellos que se remontan al Medievo, y que por la imprecisión de los datos parecen dar carta blanca a todo tipo de desmanes (especialmente en el ámbito de la retórica política), no ocuparán nuestra atención salvo quizá para señalar ese uso, que de anacrónico y extravagante se torna divertido, de las leyendas monárquicas y caballerescas de las que es protagonista el vetusto Reino de León. Las razones r azones para segregar una autonomía propia no deberían proceder únicamente de esos lejanos ecos. Y no porque deban ser en absoluto olvidadas ni, por supuesto, desterradas de nuestra consideración. Gran parte (si no la totalidad) de los grupos leonesistas nacieron con el objetivo de recuperar, o al menos custodiar, lo poco que quedaba de las costumbres, monumentos e historia típicas del reino de León. Lo que aquí preferimos omitir es el uso desmedido de las mismas y su servidumbre a fines de dudosa pretensión. Como nuestro objetivo es realizar un recorrido, que siempre pecará de superficial, por las reivindicaciones de carácter leonesista, iniciaremos nuestra andadura en el siglo XIX, y afirmaremos incluso algo más al respecto: antes de esa fecha no pudo ni pudo haber leonesismo. Las razones son varias, seguramente complejas, relacionadas con las condiciones socioeconómicas de los habitantes de la provincia, y con la agitada vida política que se desarrollaba en el territorio español. Las primeras expresiones de reivindicación del regionalismo leonés comenzaron a finales del siglo XIX y principios del agitado siglo XX, con carácter y de naturaleza fundamentalmente cultural e imitando el modelo implementado en los Països Catalans: se llegaron a celebrar unos Juegos Florales. La influencia de la siempre adelantada y poderosa burguesía catalana en estos asuntos, seguramente insuflaría valor en personajes como José Eguiagaray Pallarés (su nieta sería la esposa de Fraga), quien mantuvo con Francesc Cambó la pertinente correspondencia:
Cataluña, la región más adelantada de España, la de las grandes fábricas, la de la próspera agricultura, la de los ciudadanos cultos donde apenas hay analfabetismo, es ejemplo viviente de esta necesidad que preconizamos. Esta región española, que en los momentos actuales camina hacia el abismo en manos de directores impuestos por las circunstancias a los que pudiéramos llamar románticos exaltados, por no darles otro calificativo, Y que no son la representación del pueblo, esta región, decimos, llegó a la altura intelectual y económica en que se encuentra, porque en un momento crítico de su vida supo elegir un grupo de hombres que plenos de un amor sin límites hacia ella, compenetrados con el sentir del pueblo, conociendo sus necesidades laboraron por Cataluña y fueron durante muchos años defensores únicamente del porvenir de su región en unas Cortes en las que el resto de los diputados se ocupaban únicamente de su medro personal. (La Opinión, Semanario Independiente de la Bañeza ,
10/5/1931)
El regionalismo leonés se mantenía en una postura fruto más bien de las reacciones ante el centralismo, no tanto de Madrid como de Valladolid. Dependiendo del sector económico que se hallase en juego y de las relaciones comerciales con la próspera Catalunya, el regionalismo leonés se posesionaba junto o contra el catalanismo. Sin embargo, el regionalismo castellano dirigido desde Valladolid era abiertamente anticatalanista. Pero antes de seguir glosando la vibrante actividad del siglo XX, quizá sea necesario que retrocedamos un poco, para así hacer memoria del no menos interesante siglo XIX. La organización territorial de la que el Estado español goza en la actualidad es
hija casi directa (y el casi aquí es crucial) de la orquestada por el secretario de Estado de Fomento Javier de Burgos en 1833. En el nivel provincial el mapa apenas ha experimentado graves modificaciones, en lo que a nuestro caso respecta León, Zamora y Salamanca siguen manteniendo los mismos municipios; por otra parte, estamos seguros que los habitantes de Utiel y Requena no pusieron impedimento alguno en dejar de ser conquenses para pasar a ser valencianos, o que los de Aranjuez aprendieron a sentirse únicamente madrileños. El Reino de León sí se contemplaba en el nivel regional instituido por Javier de Burgos, compuesto por las provincias de Zamora, Salamanca y la propia León. Esta organización provincial obedecía a criterios racionales, que tenían como inspiración los departamentos franceses. A finales del siglo XVIII, España era un irregular caos que dificultaba enormemente la labor administrativa. Obispados que sólo regían tres núcleos poblacionales, contrastaban fuertemente con otros que controlaban leguas y leguas pobladas de fieles (y con cuantiosas rentas). Mientras en Catalunya el territorio se dividía en verguerías, en León decidían a través de los concejos abiertos. Cada región, con exóticos estatus administrativos, contaba con partidos, intendencias, realengos, señoríos, abadejos, alcaldías mayores… Este entretenido panorama no se organizó por vez primera con Javier de Burgos (pese a su mérito y las numerosas noches de insomnio que estamos seguros que sufrió), pues ya desde la muerte del ominoso monarca, Maria Cristina y su camarilla ministerial parecían decididos a acabar de una vez por todas con la exquisita desorganización ibérica buscando rentabilidad la solución. Cabe señalar que los franceses ya lo intentaron, aunque el modelo republicano racionalizado no sentó escuela en tierras tan levantiscas a la presencia y criterios ilustrados extranjeros como las españolas. Con la despreocupación típica de ocasiones que son punto polémico de encuentro entre pasiones, Javier de Burgos repartió en noviembre de 1833 una circular anunciando la buena nueva. La comedia sería ya redonda si todos los súbditos hubieran estado honrando a sus difuntos en el camposanto. Como legalizar el Partido Comunista en viernes santo; al fin y al cabo, las estrategias políticas de conciliación no cambian tanto con el paso de la historia. Como una máquina administrativa perfectamente engrasada, la Nueva España pasó a contar con 49 provincias y 14 regiones, además de 463 partidos judiciales perfectamente delimitados, y que se harían efectivos en abril del año siguiente. El
que avisa no es traidor. Burgos no cometió el mismo error que los franceses, y además de criterios geográficos guiados por la profusa orografía peninsular, intentó seguir o respetar las afiliaciones históricas de los antiguos reinos, aunque realmente las pautas con más peso eran en mayor medida prácticas que sentimentales. Las provincias deberían contar con una población de entre 100.000 y 400.000 habitantes, y desde su punto más recóndito debía ser posible alcanzar la capital (que compartía nombre con la provincia) en poco más de un día. La división provincial de Javier de Burgos sufriría ya pocas modificaciones, y parece ser el punto de referencia para el leonesismo político contemporáneo, que lo utiliza para fijar las fronteras del Reino. Es decir, mezcla una división completamente moderna que se ha convertido en contemporánea, con otra de raigambre medieval. La grandeza del antaño próspero Reino (medieval) de León, queda condensada en un territorio que reduce a una tercera parte los antiguos dominios. Lo bueno viene en frascos pequeños. Pero los leoneses, dotados de un sentido de la realidad especialmente resignado, no buscan recuperar esos extensos dominios que un día conformaron el Reino. Si bien es cierto que se recurre a este tipo de memoria archivística para resaltar el importante papel que León juega para con la formación de España. De esta característica nos serviremos más adelante, en lo referente al carácter concreto de las reivindicaciones. De momento sigamos con la organización territorial, que constituye unos de los detonantes del leonesismo post-Transición, pues en nuestra humilde opinión, el de principios de siglo XX se centra en mayor medida en una protesta protesta por el olvido que sufría sufría (y sufre) la provincia de León y sus adyacentes, es decir, el oeste de la actual Castilla y León. Estas últimas, las que precedieron a las formas actuales, incidían más en el folclore, y la reivindicación política era mínima. El conflicto con las autonomías vino a ser la evidente plasmación de la ignorancia que estoicamente sufren los leoneses no solamente en el plano económico sino en el administrativo y el simbólico. No se puede considerar que hubiera regionalismo como tal en la Segunda República Española; ningún grupo defendía tales ideas. Durante el franquismo las manifestaciones tuvieron un carácter marcadamente agrario, sector que ha sostenido tradicionalmente la economía de la región. La protección del leonés sería recogida en el estatuto de autonomía de la comunidad, aunque pocos han osado
proponer su cooficialidad, ni siquiera en una provincia con tan pocos hablantes reales. Los estudios (aunque escasos) con mayor enjundia sobre el leonés y los fueros de la región se realizaron a principios de siglo XX. Unamuno llegó a sentirse tan profundamente salmantino que animó (casi que obligó) a Menéndez Pidal a escribir un texto sobre tales temas. No obstante, estos asuntos no superaban el umbral del Romanticismo que todavía podía rastrearse en el alma europea. Café para todos: las autonomías.
La constitución de 1978 establecía dos vías de acceso a la autonomía. Una llamada “rápida”, por medio del artículo 151, accesible a aquellas que poseían un precedente efectivo, legal, de autonomía. En cambio, el resto - exceptuando Navarra - accedió a la autonomía de forma “lenta” por el artículo 143, más restrictiva en lo relativo a la asunción de competencias y modificación del Estatuto. Castilla y León se incluye en este segundo tipo de autonomías y en su Estatuto es reconocida como Comunidad Histórica, no como nacionalidad histórica. La Comunitat Valenciana, en cambio, accedió a la autonomía por la vía lenta, pero en 2006 modificó el Estatut adquiriendo el nivel competencial de las de primera clase, declarándose como nacionalidad histórica en su primer artículo por la LOTRAVA. El proceso autonómico castellanoyleonés estuvo controlado por las élites políticas, pues la presencia popular, si bien no desaparecida, nunca llegó a ser abrumadora. En general, la gestión del camino hacia una autonomía conjunta estuvo cargada de cambios radicales de opinión, rupturas de la disciplina de partido y descontento por parte de algunos militantes y parlamentarios leonesistas. El Real Decreto de junio de 1978 creó el Consejo General de Castilla y León, encargado de dirigir el proceso en el ámbito institucional. En marzo de ese mismo año, el Grupo Autonómico Leonés (GAL de ahora en adelante), Asamblea Regionalista Leonesa, y partidos más bien de segunda fila como el Partido Socialista Popular de Tierno, Izquierda Republicana y Partido Carlista. Posteriormente se unirían Alianza Popular, Reforma Social Española y Falange Española de las JONS (Auténtica). Hacía un par de días que se había creado la Xunta y un mes que en Ávila se había llegado a un acuerdo entre todos los parlamentarios acerca del borrador del texto preautonómico. En 1977, por primera vez se habían reunido legalmente unas 20.000 personas conmemorando la
derrota comunera en Villalar. El año anterior,las fuerzas del orden echaron a los congregantes al no disponer de la autorización necesaria para dicha concentración, por muy castellanoleonesa que fuera. Hace 356, en dicha fecha Castilla y León perdieron sus libertades con la derrota de los Comuneros en Villalar. Desde aquella fecha Castilla y León han sido víctimas de un centralismo destructor que ahogó su voz y sus derechos propiciando el estado de ruina y abandono en que está sumido nuestro pueblo. ¡Castellanos y leoneses! Sólo con unión y solidaridad podremos recuperar las libertades perdidas. Castilla y León reclama justicia, libertad y autonomía.
Frente a la fuerza de convocatoria en un pueblo de la provincia de Valladolid, la manifestación de 1978 en León llegó a concentrar a 4.000-8.000 según los medios de comunicación, y 20.000 según los organizadores. Dejando a un lado las discusiones sobre el número de asistentes, cierto es que ésa, la manifestación de 1978, había sido la primera de carácter regionalista en la provincia de León, y unos días después, los parlamentarios de León se negaron a acudir a la reunión del Consejo General de Castilla y León. Seguramente ese fuera uno de los primeros fallos, puesto que al hallarse completamente ajenos al proceso, ni participaron en las conversaciones con el gobierno ni influyeron en el Decreto-Ley de Preautonomía. Los partidos políticos a favor de una autonomía para León se mostraban enfrentados y no tuvieron siquiera la iniciativa de redactar un estatuto y negociar con el Gobierno de forma independiente. Los políticos de Santander y Logroño se esforzaron por alcanzar un acuerdo, redactaron sus estatutos con celeridad e iniciaron las conversaciones con el ministerio. En 1980 León todavía no había decidido si unirse a Castilla y León, pero la UCD había ganado casi todas las alcaldías de la provincia en abril de 1979, pero no había definido su parecer respecto a la autonomía. Otra vez la falta de oportunidad lastró las opciones de la autonomía. en febrero de 1980, una encuesta realizada por la Diputación Provincial mostraba que casi el 60 % de los leoneses de mostraba a favor de una autonomía uniprovincial, mientras que sólo el 5,21 % a favor de una junto con Zamora y Salamanca. En septiembre de 1979,
Rodolfo Martín Villa como presidente provincial, proclamaba que la decisión debería provenir del pueblo y daba esperanzas (vanas) a una comunidad autónoma uniprovincial. La decisión popular, debido a la tardanza y la forma de acceso a la autonomía, no podía hacerse efectiva, y menos si los políticos líderes del proceso (la UCD a partir de las elecciones de 1979) no lograban ponerse de acuerdo. Pese a las inflamadas promesas de Martín Villa y los resultados obvios de la encuesta, los integrantes del Comité Ejecutivo Provincial y del Consejo
Político de UCD,
decidieron mostrarse partidarios de la autonomía castellanoleonesa en marzo de 1980. Y así fue como Rodolfo Martín Villa se convirtió en el traidor oficial del proceso de consecución de las aspiraciones políticas de su propia tierra, puesto que la decisión del Comité se vio determinada por su apoyo a Castilla Y León. Se alegaron razones de Estado, comerciando con la autonomía de las provincias y la formación de Castilla Y León no sólo para satisfacer a todos los grupos políticos (recordemos que el PCE estaba en contra, al considerarlo como una defensa del caciquismo y la derecha más católica), sino para crear un centro fuerte que pudiera hacer frente al dolor de cabeza que ocasionaban las comunidades periféricas como Cataluña o el País Vasco. Cuando en marzo de 1980 se reunió la Comisión de Autonomías, PSOE (con el Partido Socialista Popular ya integrado en su seno) y UCD habían decidido dar su apoyo a Castilla y León. Sólo Coalición Democrática, la antigua Alianza Popular, seguía defendiendo el fuerte de la uniprovincialidad. A partir de ahí el proceso de constitución de la comunidad autónoma de Castilla Y León no tuvo t uvo vuelta atrás. En abril el GAL (que todavía era ilegal) convocó una segunda manifestación que reunió entre 8.000 8.000 (según fuentes oficiales) y 10.000 según el Diario de León. A ella se unieron también Ciudadanos Zamoranos (de donde saldría el futuro PREPAL) y Comunidad Castellana, partidaria de una Castilla autónoma y que había pactado con el GAL la condena mutua de “Castilla Y León”. Viendo que la vía de la movilización social no era realmente efectiva, y que eran los partidos políticos los que influían en el proceso, ese año se crea el PREPAL. En enero de 1983 se organizó una tercera manifestación orquestada por el PREPAL a pesar de la aprobación del estatuto de autonomía. El número de manifestantes ascendió hasta los 20.000. Numerosos ayuntamientos de la provincia de León se desvincularon de Castilla Y León, y Rodolfo Martín Villa dimitió como diputado dejando clara su postura al respecto:
una manifestación de veinte mil personas, aunque sean leoneses, no son bastantes para diseñar una política autonómica en la cual está en juego ni más ni menos que la organización territorial del Estado. Es algo que se tiene que dilucidar en unos foros más serios que en una manifestación de veinte mil personas (Diario de León, 1-2-1983)
Cuando el proceso se hallaba casi en su recta final se convocó una cuarta y última gran manifestación con el objetivo de contrarrestar la concentración en Villalar. Fue convocada por una plataforma que incluía: Grupo Independiente del Ayuntamiento de León, Partido de Acción Socialista, PREPAL, Centro Democrático y Social, Partido Demócrata Liberal, Juventudes Leonesistas, Nuevas Generaciones de Alianza Popular, Juventudes Progresistas y GAL. El número de asistentes varió entre los 35.000 y los 115.000, pero esa capacidad de convocatoria que aumentó con los años no fue capaz de suscitar el mínimo gesto de unión política dentro del leonesismo y, como consecuencia, en soluciones efectivas al sentimiento regionalista. En septiembre de 1984, el Tribunal Constitucional desestimó el recurso de inconstitucionalidad del Estatuto de Castilla Y León presentado por Alianza Popular, aunque no zanjó si León podía o no segregarse. El leonesismo se consolidó en la etapa de la Transición como movimiento político con fines políticos. Antes solamente podemos rastrear asociaciones culturales “leonesas” más que leonesistas, marcadas por el apego a la tierra y las tradiciones. Actualidad: unión, fractura y fracaso.
En la actualidad, el leonesismo se caracteriza especialmente por la dispersión y el enfrentamiento. Nacido como movimiento cultural y popular, sus ambiciones son (conscientemente) un fracaso. La participación de los ciudadanos en el proceso de consecución de la autonomía fue - por no decir rechazada - más bien nula. O al menos la participación en el proceso institucional, porque la gente sí salió a la calle para expresar su rechazo frente a la integración en el ente “Castilla Y León” (y eso
en León, Zamora o Salamanca ya son palabras mayores). La primera manifestación importante - por su carácter simbólico - se celebraría en 1978, mientras que la más multitudinaria sería la de 1984, en la que llegaron a concentrarse 100.000 personas; y hay que tener en cuenta que la provincia de León apenas llega al medio millón de habitantes, la de Zamora unos 200.000 y la de Salamanca los 350.000. El mayor problema del que adolecen estas reivindicaciones aparece rápidamente cuando realizamos una pregunta obligada: ¿por qué se manifestaban, junto con los grupos políticos, estas 100.000 personas en 1984? ¿Por una región leonesa que incluyera asimismo a Zamora y a Salamanca? ¿por una autonomía uniprovincial de Llión solo? ¿pero incluyendo o no el galleguizado Bierzo? ¿por el rey Alfonso IV y los fueros de León? ¿Por el fin de la desnutrición infantil? ¿un país independiente en el seno de la nación española? La unión del leonesismo debería ser relativamente sencilla, y seguramente la estrategia más sensata para conseguir algo (aunque fuera chocolate con churros) en sus 30 años de recorrido. Los tres partidos más importantes, es decir, los únicos que obtienen algún resultado en las elecciones autonómicas, son UPL, PREPAL y PAL-UL. En las elecciones autonómicas de 2003, la UPL (con más tirón aunque a estas alturas sea completamente inexplicable) obtuvo en León un 18,3 % y en Zamora 3,06 %; en total 9,14 % en ambas provincias. El PREPAL, por su parte, fue votado por un 0,11 % en León, un 0,53 % en Zamora y un 0,21 % en Salamanca (y no deberíamos descartar que alguien se hiciera un lío con las papeletas y votara a Francisco Iglesias Carreño por error). En las recientes autonómicas de 2011, UPL consiguió el 8,89 % en León y un 1,24 % en Zamora; el PREPAL (en su línea) un 0,28 % en León, un 0,45 % en Zamora y 0,31 % en Salamanca. El PAL-UL un 1,33 % en León (no se presentó en las otras dos). El caso más notorio es el descenso de UPL, que sigue conservando su concejal en León como si hubiera puesto una pica en Flandes. Recientemente se han incorporado a la opción leonesista - una comunidad autónoma junto con Zamora y Salamanca - algunos círculos de Podemos de la provincia, aunque la formación de Pablo Iglesias realmente no ha dejado clara su postura respecto a la ordenación del estado de las autonomías. Para ellos, igual que lo fue y lo ha sido para los grandes partidos políticos, el regionalismo no se incluye en sus listas de prioridades. Aunque algunos ya se han hecho esperanzas al respecto:
La Junta de Castilla y León ha hecho poco por fomentar que los castellanoleoneses se sientan realmente unidos en un ente autonómico conjunto. Las nuevas generaciones tienden a asumirlo puesto que han heredado la autonomía conjunta como realidad, y poco se plantean un cambio. Los fracasos y críticas cosechados por etiquetas como “Tierra de Sabor”, la pésima gestión de las crisis y el permanente estado de pobreza, despoblación paulatina y olvido no se han encontrado con una Junta de Castilla Y León fuerte y defensora de la identidad de aquellos a los que gobierna. Como constata el sociólogo zamorano Alfredo Hernández Sánchez, existe en Castilla-La Mancha una conciencia regional conjunta mayor que en Castilla Y León. Ello ha provocado que algunos sectores muy minoritarios se hayan enconado en un Llión Solo o en la libertad para el Reino Leonés, especialmente el PREPAL, considerado por muchos como “reserva espiritual” del leonesismo. Bibliografía:
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