Este volumen corresponde al libro XXXIV de la Biblioteca del Bicentenar Bicentenario io
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Crónica militar de la
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Leandro Navarro Pehuén Editores, 2008 María Luisa Santander 537, Providencia, Santiago Fono: (56-2) 225 62 64 / (56-2) 204 93 99 Correo electrónico:
[email protected] www.pehuen.cl Inscripción Nº 174.760 ISBN 956-16-0460-5
conquista y pacificación de la Araucanía desde el año 1859 hasta su completa incorporación al territorio nacional ttttt
Primera edición, Imprenta y Encuadernación Lourdes, 1909 Primera edición, Pehuén Editores, octubre de 2008 Foto portada
Diseño y diagramación Olaya Fernández María José Garrido Impresión Imprenta Salesianos S.A.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, mecánicos, ópticos, químicos, eléctricos, eléctricos, electrónicos, fotográficos, fotográficos, incluidas las las fotocopias, sin autorización autorización escrita de los editores.
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
Por el Teniente Coronel (R) de Ejército Don Leandro Navarro
Este volumen corresponde al libro XXXIV de la Biblioteca del Bicentenar Bicentenario io
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Crónica militar de la
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Leandro Navarro Pehuén Editores, 2008 María Luisa Santander 537, Providencia, Santiago Fono: (56-2) 225 62 64 / (56-2) 204 93 99 Correo electrónico:
[email protected] www.pehuen.cl Inscripción Nº 174.760 ISBN 956-16-0460-5
conquista y pacificación de la Araucanía desde el año 1859 hasta su completa incorporación al territorio nacional ttttt
Primera edición, Imprenta y Encuadernación Lourdes, 1909 Primera edición, Pehuén Editores, octubre de 2008 Foto portada
Diseño y diagramación Olaya Fernández María José Garrido Impresión Imprenta Salesianos S.A.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, mecánicos, ópticos, químicos, eléctricos, eléctricos, electrónicos, fotográficos, fotográficos, incluidas las las fotocopias, sin autorización autorización escrita de los editores.
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Por el Teniente Coronel (R) de Ejército Don Leandro Navarro
PRESENTACIÓN
OBVIAMENTE , NO CONOCÍ a don Leandro, mi bisabuelo. Nació un siglo antes que yo y murió tres décadas y media antes de mi nacimiento. Sí recuerdo vagas historias de la mesa familiar en las que se le describía huyendo por sobre el muro de su casa de la calle Carmen, en Santiago, para desembocar inevitablemente en una parroquia que daba a la calle San Isidro, donde el cura lo acogía, mientras amainaba la furia de los que solían terminar sus celebraciones apedreando casas de quienes apoyaban al Gobierno del Presidente Balmaceda. Mi abuelo Arturo, su hijo, destacaba en esas leyendas la nobleza del sacerdote, a pesar de que quién huía era un reconocido masón. Registraba, no obstante, que su padre jamás aceptó las insinuaciones de quedarse en el lugar con un propósito qu e no fuese la escapatoria al vandalismo. Mi memoria infantil de don Leandro es un viejo libro, que en una de sus páginas contenía una borrosa ilustración de algo así como un enfrentamiento entre un grupo de mapuches y soldados chilenos, entrelazados con sus lanzas, sables y caballos en un abrazo fatídico. De ese libro, cuya pista se perdió en casa de alguno de sus nietos, nacieron las principales certezas que tengo de él: que era militar, que luchó en la Guerra de Arauco y que escribió un libro. Lo demás fueron deducciones por opuestos: mi abuelo resultó ser un hombre tremendamente pacífico, quedo al hablar, conservador en lo político y católico observante, al igual que su madre. Sólo advertí que heredó de su padre el amor por los libros, el que supo transmitirme con tanta devoción como entusiasmo. Volví a encontrarme con un ejemplar de ese libro, ya adulto, en Chile Ilustrado , librería de viejo de don Erasmo Pizarro, en la avenida Providencia. Era un ejemplar de los dos tomos, empastados en un solo volumen, con tapa de cartón, que llevaba la firma de su anterior propietario, de apellido Zañartu, con gruesos caracteres. Allí estaban los mismos fogosos caballeros chilenos y mapuches entreverados, como si la historia se hubiese detenido. Me emocionó pagar el equivalente a
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Leandro Navarro/Crónica Militar
doscientos dólares por recuperar escenas de infancia y la obra de mi bisabuelo, nacida en la Imprenta i Encuadernación Lourdes de Arturo Prat 274 y fechada en 1909. Con poca diferencia de tiempo, me hice de una copia microfilmada del ejemplar que descansa en la Biblioteca Nacional, gracias a un buen consejo de doña Marta Cruz Coke que estrenaba en ese servicio una prodigiosa máquina que permitía reproducir libros sin infringirles el daño que causan las fotocopias a las ediciones añosas. Algunos años después, tropecé con otro ejemplar, igualmente empastado, en la Librería El Cid , de la calle Merced, val orado en 360 euros. Provisto de un original y respaldo tecnológico, me sentí algo más cercano a don Leandro, aunque nunca tanto como cuando, en 2006, en un casual encuentro y conversación con José Bengoa, en los pasillos del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Harvard, el antropólogo afirmó que conocía perfectamente la obra, que la había citado más de una vez en sus libros, que el autor fue uno de los pocos oficiales profesionales chilenos, que formaba parte de un grupo de militares laicos, partidarios de una colonización diferente a la entregada previamente a los misioneros católicos o a la de “tierra arrasada”, practicada hacía poco en el Norte del continente americano. Dice don Leandro en el Capítulo III Planes de Conquista en el territorio araucano año de 1861 , que: “Los proyectos que habían fijado la atención de estadistas y militares eran tres: 1° Reducción por medio de la difusión primaria y de la religión con escuelas y misioneros. 2° Ocupación del territorio exterminando violentamente a sus habitantes. 3° Reducción por medio de adelantos progresivos de líneas de fronteras. El 1°, puesto en práctica desde los tiem pos coloniales, no ha dado resultado alguno, pues el indio se ha acostumbrado a mirar al misionero simplemente como un hombre bueno, pero sin influencia para obtener sus principios de libertad y como mediadores o parlamentarios con la autoridades chilenas. El 2° proyecto, las razones de humanidad que aconseja la clemencia, no permitía lata discusión, por más que se hiciera v aler el ejemplo de Estados Unidos. El 3° proyecto, avance sucesivo de líneas de fronteras, hasta llegar a la línea de Toltén, que nos separaba de la provincia de Valdivia, trayendo como consecuencia al fin la incorporación al territorio de la República fue el que como era natural, tuviera más adeptos. Éste era el desideratum que patrocinaba con tanta vehemencia el Coronel Cornelio Saavedra”. Y sin duda, me atrevo a afirmar, que también don Leandro, que más adelante reafirma que “ninguna de las ventajas de la civilización ha podido afianzarse en aquel territorio por medio de las misiones”. Desde que tomé conciencia de su inclinación, convencido de que fue repu blicano, liberal, laico y humanista, nos hicimos cómplices y don Leandro me
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acompañó en varias oportunidades por los pasillos de la Widener, la biblioteca central de Harvard, distrayéndome con libros sobre la historia patria y sus pue blos indígena s, que amen izaron muchos ratos libres de mi obligac ión princip al que era escribir un texto sobre gestión cultural contemporánea en Chile, y me infectaron con el irremediable virus de comenzar a pensar en cuál será el próximo libro… Decidido a que éste sería una novela histórica sobre el bisabuelo, quiso el destino que el director de Pehuén Editores me encomendara el inesperado honor de presentar la segunda edición de este libro, un siglo después que se publicara por primera vez. Preferí, con su anuencia, intentar presentar al autor más que a la obra. Lo hago, con el respaldo de esa exploración humana y bibliotecaria, que se convirtió en desvelo, de regreso en Chile a mediados de 2006, entrevistando al más memorioso de sus nietos, Jorge; a mi padre, Arturo, y visitando el Museo Histórico Nacional, los archivos del Ejército, la Biblioteca Nacional. En tales fuentes descubrí que don Leandro no sólo vivió tres guerras, que terminó abruptamente su carrera militar, defendiendo al Gobierno legalmente establecido y padeciendo luego los rigores de los derrotados, sino que tuvo una “sobre vida” vinculada a la gestión cultural. En efecto, a fines de noviembre de 1908 —en junio de 1893 se le había concedido “cédula de retiro absoluto del Ejército”— fue designado Director del Museo Militar. Este museo, del que fue su tercer conductor, había sido creado como Museo de Armas Antiguas por el Presidente Aníbal Pinto, luego de la Guerra del Pacífico. Don Leandro asumió con la misión de hacer un “inventario general de los objetos presentes en el museo ”, como solicita la Orden Ministerial Nº 5393 del 22 de agosto de ese año. Con ocasión del Centenario de la República, el museo fue clausurado y sus colecciones se repartieron. La mayoría pasaron al recientemente creado Museo Histórico Nacional, que era en parte, fruto de lo recolectado entre la ciudadanía para desarrollar la Exposición Histórica del Centenario. Según la circular de dicha exposición, editada en 1910 por la Imprenta Camilo Henríquez, don Leandro formó parte en su décima sección “Armas e Insignias Militares”, que presidió don Domingo Toro Herrera. Siguiendo a sus colecciones y las especies recolectadas, se convierte en Director de la Sección Militar del Museo Histórico Nacional, que en sus primeros años funcionó en cinco salas del primer piso del edificio del Museo Nacional de Bellas Artes, al costado derecho del acceso principal, con vista al frente Norte del Palacio, trabajo en el que lo sorprenderá la muerte, el 24 de abril de 1918.
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Informa El Diario Ilustrado del jueves 25 de abril, bajo su fotografía con frondosos bigotes: “A causa de un ataque de arteriosclerosis, dejó de existir en la madrugada de ayer en esta capital, el Teniente Coronel retirado, don Leandro Navarro, que desde hacía 10 años desempeñaba el cargo de director del Museo Militar… La Comandancia de Armas dispuso ayer que el Regimiento Infantería Pudeto N°12, con la tropa disponible que tenga, con la banda de música y estandarte se encuentre hoy a las 3 PM frente al N°445 de la calle Carmen para que acompañe los restos del señor Navarro hasta el Cementerio General y le rinda los honores de ordenanza”. Los apedreos se habían convertido en aires marciales y la persecución en honores militares, situación repetida, más de una vez, en la historia de Chile. Finalmente, el Ejército reconocía al oficial que había dedicado su vida a su servicio, a narrar la historia del conflicto de Arauco y a la preservación del patrimonio militar. Don Leandro Navarro fue un fiel exponente de un país que pasó su primer siglo de vida en guerra. Aunque nació exactamente en la mitad del siglo XIX, el 13 de marzo de 1850, gran parte de su existencia transcurrió bajo banderas de lucha: la Guerra de Arauco, la Guerra del Pacífico y la Guerra Civil de 1891 las vivió como militar profesional, sufriendo las amarguras de la victoria y de la derrota, hasta ser borrado de los registros del Ejército en el que sirvió 26 años, fruto de la “hecatombe” de los acontecimientos políticos de 1891, como él mismo califica a la circunstancia que llevó al fin del “Ejército antiguo” y el nacimiento del nuevo. Hijo de un militar de Caballería, nacido en España, que abrazó la causa patriota y murió “en defensa de las leyes” el 20 de abril de 1851, era difícil que el joven Leandro Luis María Navarro Rojas, no optara por las armas. El 5 de enero de 1866, ingresó a la Escuela Militar, desde la que, luego de cuatro años, será enviado como Subteniente del Batallón 3° de Línea, al innegable lugar de formación de los oficiales chilenos, el Ejército del Sur. Su observación de lo que ocurría en la Araucanía no estuvo libre de sentido del humor. Hacia el final del capítulo XVI, bajo el título “Las arañas y los tinterillos” describe a uno de los personajes detestables del entorno. “La milicia está predis puesta a este accidente (la araña de vientre colorado) porque los soldados acostumbran tender sus camas en los rastrojos secos, y con el calor de sus cuerpos hacen salir de su escondite a la araña y fácilmente, viéndose molestada, ataca. Este es el único insecto venenoso que tenemos en Chile y que felizmente…, casi podemos decir ha desaparecido. Pero en cambio hemos adquirido otro insecto mucho más venenoso, por los males que ha infiltrado a la constitución de la propiedad rural de la frontera, el tinterillo”. Estos sujetos hacían surgir pleitos sobre la propiedad de las tierras indígenas y terminaban despojándoselas debido al natural desconocimiento mapuche de las leyes chilenas.
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Tampoco están ausentes los reconocimientos. En la “Advertencia” inicial del libro, destaca a “los cuatro Generales que más denodadamente actuaron en esa conquista SS. Cornelio Saavedra, Basilio Urrutia, José Manuel Pinto y Gregorio Urrutia”. Bajo el mando de dos de ellos, entonces oficiales, participó en enero de 1879, del sitio de Collipulli: “El enemigo emprendió la fuga al notar la aproximación de un piquete de 40 hombres del 3° de Línea… que salvó al trote la distancia que mediaba entre Collipulli i el Monte Redondo. La tropa de Infantería que tan oportunamente salió a prestar ausilio a los Granaderos, era toda la que en esos momento se encontraba en el cuartel, y fue a cargo del Capitán don Ricardo Santa Cruz, Teniente don Gregorio Silva y Subteniente don Leandro Navarro”. Permaneció en territorio fronterizo pocos días más. El 14 de febrero su regimiento es enviado por ferrocarril, desde Angol a Valparaíso y allí embarcado a Antofagasta. Ese mismo día la escuadra chilena tomaba posesión del puerto nortino. Había comenzado la Guerra del Pacífico. Su hoja de servicio señala que participó de la primera campaña al Perú y Bolivia, hasta su término, el 7 de junio de 1880. Fue nombrado Miembro del Estado Mayor General. Luchó en el desembarco y toma de Pisagua del 2 de noviembre de 1979 y en la batalla de San Francisco de Dolores el 19 de noviembre, bajo las órdenes del General Erasmo Escala. El 24 de diciembre ascendió a Capitán. Luchó en la batalla de Tacna, el 26 de mayo de 1880, a las órdenes del General Manuel Baquedano, lo que le valió que por Ley de 1° de septiembre de ese año se le concediera “una medalla de oro y una barra del mismo metal por las acciones de Pisagua, San Francisco y Tacna ”. El 25 de octubre de 1880 pasó al Regimiento de Línea Zapadores en el que hizo la segunda campaña del Perú, bajo las órdenes del General Baquedano. Por Ley de 14 de enero de 1882 se le concedió “medalla de oro por la segunda campaña al Perú y una barra del mismo metal por las acciones de Chorrillos y Miraflores”. El 28 de diciembre 1882 pasa al Batallón Santiago, 5° de Línea, con el que hizo expedición a Chiclayo y los departamentos del Norte del Perú, Libertad, Lam bayeque, Piura y Caj amarca. Hizo la expedición a Arequipa en octubre de 1883, bajo las órdenes del Coronel José Velásquez. El 16 de agosto de 1884 abandonó definitivamente territorio peruano. A fines de ese año, el 12 de diciembre, obtiene licencia para casarse con doña Corina Sanhueza Ramírez, viuda del Teniente Coronel José Umitel Urrutia —hermano de Gregorio— que había fallecido dos años antes, en Chiclayo, a consecuencia de haber contraído la fiebre amarilla y de quién el Capitán Leandro Navarro había sido Ayudante. Con doña Corina tienen tres hijos varones: Arturo, Luis y Ernesto.
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La tranquilidad duraría poco. El país había elegido a un Presidente que soña ba que el progreso y la igualdad eran posibles. D on Leandro, Teniente Co ronel desde 1885, fue designado Comandante del Cuerpo de Inválidos de Temuco el 2 de marzo de 1889. Probablemente, en esa condición, tuvo oportunidad de estar cerca de José Manuel Balmaceda cuando en una de sus últimas giras inauguró, el 26 de octubre de 1890, la más formidable obra de ingeniería del siglo que terminaba y que marcaba la integración de los territorios mapuches a Chile: el viaducto del Malleco. “En la Araucanía la mayoría era balmacedista —escribe el historiador Jorge Pinto— y por muchas razones. En primer lugar, la ocupación había sido hecha por el Ejército y éste, que se mantuvo leal al Presidente, aún tenía fuerte presencia en la zona. En segundo lugar, el ferrocarril había sido su gran ilusión y el impulso que le dio en la Frontera tienen que haberle granjeado la sincera gratitud de quienes veían en éste un camino de progreso. Por último, los colonos extranjeros sabían del apoyo que les estaba dando el Gobierno y el Gobierno era Balmaceda. Salvo los mapuches, casi todo el mundo tenía motivos para estar con él. La rebelión contra el Presidente no prendió, o prendió menos que en otras partes. Había descontento, pero más fuerte era la adhesión a su persona”1. No era lo que ocurría en el resto del país. Eran los meses previos a la Guerra Civil y don Leandro corrió la acelerada suerte del Ejército. En enero de 1891, como Comandante del Batallón de Línea Zapadores, es nombrado Coronel de Guardias, Nacionales Movilizadas y ascendido a Coronel de Ejército, en mayo, rango que el nuevo Ejército no le reconoció. En agosto de 1891 fue nombrado ayudante de la Comandancia General de Armas de Santiago, condición en la que presenció la entrega del mando a un viejo conocido. Luego de acompañar al Presidente Balmaceda a la Legación Argentina, “Gregorio Cerda y Ossa, Intendente de Santiago, se dirigió a casa del General Baquedano, situada en Alameda casi esquina de Santa Rosa, para entregarle el decreto que disponía la delegación del mando. En seguida el Jefe de plaza de Santiago, Manuel J. Jarpa, acompañado del Coronel Leandro Navarro, se presentaba a las 2:30 ante el conductor de Chorrillos y Miraflores para recibir instrucciones y disponerle los 6.500 efectivos que guarnecían la capital”2.
Pinto Rodríguez, Jorge: Al final de un camino. El mundo fronterizo en Chile en tiempos d e Balmaceda (18601900). Revista Complutense de Historia de América, 22. Servicio de Publicaciones, UCM. Madrid, 1996. p. 314. 1
Núñez P., Jorge: 1891 Crónica de la Guerra Civil , LOM Ediciones, Santiago. 2003. p. 97
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Fue el último decreto que firmó Balmaceda. Triunfante la revolución, el 12 de septiembre, don Leandro fue “borrado del Ejército por la Excma. Junta de Gobierno” y “sufrió persecuciones” según menciona la página web “Los héroes olvidados”. Fue época de tribulaciones, de falta de dinero, de la bisabuela Corina extraviada, distribuyendo monedas a los pasantes de la calle Carmen. Es la época de los apedreos durante los que, según recordaba mi abuelo Arturo, su padre se encaramaba al tejado y caía al patio del párroco donde el cura le decía: —Bienvenido don Leandro y con confianza venga también los domingos—. Doña Corina fue mujer muy observante y es probable que ello motivara tal comportamiento, mientras sus hijos seguían sin entender de qué había que huir, como si la derrota no hubiese sido suficiente. De esa etapa dura nació este libro, fueron tiempos de sobriedades y de investigación, de viajes a Victoria a visitar a la familia de doña Corina y de reconstrucción de los capítulos no vividos de la Guerra de Arauco. Entre ellos, un párrafo que el municipio de Villarrica identifica como un clásico del ingreso de las tropas chilenas a esa ciudad, que marcó el fin de la Guerra de Arauco:
“Al salir de esta montaña, se entra ya a la antigua Villarrica... Un silencio lleno de misterio evoca los recuerdos de la Historia. Lo que fue la ciudad parece no haber tenido más de 20 manzanas, que manifiesta no haber sido muy poblada, porque se advierten perfectamente los edificios cuyas murallas arruinadas conservan aun hasta 2 y más metros de altura... El largo transcurso de cerca de 3 siglos a que fue reducida a cenizas por los araucanos ha dado lugar para que todo el local que ocupó se haya cubierto de una gruesa y espesa montaña… Efectivamente, ese fue el último día del gran problema araucano y la caída de su última guarida de esa raza heroica que hizo tantos esfuerzos por mantener su independencia”. Ese silencio lleno de misterio se rompe hoy con esta reedición. Han pasado sólo cien años.
ARTURO NAVARRO
PRÓLOGO
Las múltiples caras del engaño
“EL ARTE DE LA GUERRA se basa en el engaño” , reza una de las máxima s sobre los conflictos armados, escritas por el General chino Sun Tzu hace ya más de 2500 años. Según la lógica genérica de este razonamiento, en el enfrentamiento bélico entre dos fuerzas militares más o menos equivalentes –lógica que, cual filosofía de vida, hoy se aplica incluso en otras esferas humanas–, “engañar” al enemigo supone ganar las batallas y hasta la guerra misma con la menor cantidad de bajas propias y ajenas, evitando en lo posible el derramamiento inútil de sangre en el campo de batalla; hacer creer al enemigo que se cuenta con menor contingente del que en realidad se tiene; atacar por sorpresa; dividir las fuerzas contrarias; respetar la integridad de las tropas derrotadas y del país conquistado, entre otras tantas tácticas militares. Una guerra “limpia”, que pone al mismo nivel las armas y la diplomacia, se diría hoy en día. La estrategia del engaño propuesta por Sun Tzu supone, sin embargo, una serie de condiciones que posibiliten que un mero enfrentamiento bélico pueda ser catalogado precisamente como un arte, donde la conjugación del verbo “engañar” honorablemente al enemigo, alcance su mejor y más diáfana expresión; el bélicamente correcto lado A de dicho concepto, podríamos decir. Requisitos previos para que una guerra en estas condiciones sea considerada como digna, serían en el lenguaje del estratego chino, por ejemplo, la presencia de ejércitos regulares en ambos bandos; negociación diplomática previa hasta donde sea posible; declaración de guerra; capitulación firmada una vez resuelto el bando ganador; respeto a los derechos de los prisioneros y víctimas, entre otras; elementos todos ellos, que pese a ser la mayor parte de las veces sistemáticamente violados,
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Leandro Navarro/Crónica Militar
están contemplados en las guerras modernas por tratados como las Convenciones de Ginebra1. Vistas así las cosas, cabe preguntarse en nuestro caso y a la luz de los datos aportados por el libro de Leandro Navarro, si acaso fue la campaña de ocupación militar de fines del siglo XIX en el Wall Mapu soberano de ambos lados de Los Andes, una guerra regular o digna según los códigos chinos clásicos y más aun; ¿Cuáles fueron las estrategias del engaño implementadas? Es aquí que quizás sin pretenderlo, la Crónica Militar , nos proporciona una visión panorámica inigualable para apreciar a cabalidad un conjunto de claves históricas y políticamente significativas. Mediante éstas, se podría intentar responder, no sólo esas interrogantes, sino que un conjunto de cuestiones relacionadas, desde lo estructural hasta, sorprendentemente, la cotidianeidad del antiguo y actual desenvolvimiento de las denominadas relaciones interétnicas chileno – mapuche. Esto incluso, si por razones operativas , nos restringimos en la reflexión únicamente a los márgenes del actual territorio chileno. Para empezar, bien sabemos que el verbo engañar contiene varias posibilidades de interpretación. Es, de por sí, un término polisémico, tanto a nivel micro como en lo estructural del proceso. La ocupación de la Araucanía demuestra, a nuestro juicio, a carta cabal, los lados opuestos de dos de sus significados extremos: la dignidad y la vileza de un conflicto armado. De partida, se establece un primer nivel de interpretación a contar de la denominación oficial del proceso chileno de ocupación del territorio mapuche como “Pacificación de la Araucanía”, lo cual implica un inaugural y deliberado ejercicio de encubrimiento. Un hábil eufemismo que encierra tras de sí una paradigmática arista de la(s) peculiar(es) estrategia(s) del engaño aplicadas en estas tierras. La denominada “Conquista y Pacificación de la Araucanía”, fue a todas luces una guerra regular en los hechos, pero completamente irregular en ciertas conductas llevadas por los vencedores y especialmente en las consecuencias para los vencidos, consecuencias que bien sa bemos, se arrastran hasta nuestros días, nublando el correcto análisis histórico. Y este es uno de los aportes esenciales del texto de Navarro; mostrar las cosas tal cual ocurrieron, sin mayores interpretaciones antojadizas, ni adjetivaciones excesivas, pues en lo medular se trata de transcripciones literales de partes e Han existido hasta el momento cuatro convenciones de Ginebra, desde la primera celebrada en 1864, hasta la última de 1949; más dos protocolos adicionales de 1977. Estas Convenciones han buscado normar el, de por sí, poco honorable ámbito de la guerra. Especialmente en lo que concierne a los derechos de las víctimas directas e indirectas de una conflagración. Si bien en las primeras tres convenciones se salvaguardaban sólo los derechos de los actores directos de la guerra, es decir, los militares, en la última, estos se ampliaron a todas las víctimas civiles o militares de los conflictos. Como puede verse, en el caso mapuche no fueron respetados ni unos ni otros de esos derechos. 1
Prólogo
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informes de guerra oficiales, redactados con la taxonómica sinceridad de los Comandantes de las “entradas” en territorio indígena. El párrafo que abre el libro de Navarro pone las cosas en su justa medida:
En los comienzos del año 1859, la provincia de Arauco comprendía todo el territorio que hoy forman las provincias de Bío-Bío, Arauco, Malleco y Cautín, que todavía no estaban incorporadas al territorio nacional, manteniéndose tan extensa zona en pleno dominio de la raza araucana, separados sólo por la línea del río Bío-Bío, la misma línea divisoria que existía desde tres siglos atrás y que respetó la España cuando reconoció nuestra Independencia. (pág. 2) De tal índole es la franqueza contenida en todo el resto de la Crónica , que inclusive hasta se podría hacer un catastro detallado no sólo de la tierra mapuche enajenada, sino que una estadística minuciosa de los muertos y heridos en el campo de batalla; los animales robados; siembras y rukas quemadas; las personas desplazadas. El lado vil de la “conquista”. Redactada desde la soberbia complaciente de los vencedores; el autor, uno de sus protagonistas directos, abre y concluye su obra poniendo al mismo nivel “la misión pacificadora” del la Araucanía con la coetánea Guerra del Pacífico: “los baluartes en que cimenta sus glorias el Ejército antiguo” (p.137). Queda claro eso sí, que pese a los autoproclamados honores, fue esta una guerra unilateral, donde uno de los adversarios –el Ejército chileno– en nombre de una supuesta superioridad encubierta en la noción de “civilización”, consideró que el territorio mapuche, hasta entonces absolutamente independiente, hecho que había sido sancionado tanto por la fuerza de los acontecimientos, como por un tratado suscrito hacía más de 300 años con la Corona española, le pertenecía sine qua non. Es por esto que el Estado chileno declara fiscal el territorio mapuche antes de ocuparlo. No se dieron aquí los dos actos centrales del arte de la guerra en el lenguaje de Sun Tzu: declaración de hostilidades y capitulación final de los vencidos; mucho menos respeto por las garantías elementales de la población civil del bando derrotado. Podemos decir que la guerra de ocupación de la Araucanía fue, entonces, una guerra regular en la forma, pero una guerra completamente irregular en el despliegue efectivo de los hechos. En los campos de batalla de la Araucanía se manifestó en toda su crudeza la realidad de un e nfrentamiento tecnológicamente desigual: lanzas de koliwe contra piezas de Artillería y fusiles de repetición. Aun así, la guerra costó a los militares chilenos más de dos décadas de campaña con el consiguiente desgaste humano y material e incluso, técnicamente podría considerarse que es una guerra inconclusa, pues el rito final de toda guerra clásica: la capitulación, aquí sencillamente nunca ocurrió.
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Leandro Navarro/Crónica Militar
He aquí que se presenta la primera y fundante variante local del engaño. Es por aquello que, uno de los tantos niveles de lectura posibles contenidos en la Crónica de Navarro, es dejar puntillosa constancia del afanoso despliegue de ardides aplicados por los diferentes jefes militares chilenos que mandaron en tierra mapuche durante aquellos 20 años que duró la campaña. Desde el engaño astuto aplicado por Cornelio Saavedra y su conocida estrategia de “mucho mosto, mucha música y pocas balas”; hasta el establecimiento de jerarquías artificiales y retribuciones monetarias a los considerados como “indios amigos”. Se suma a esto, el exacerbamiento de las diferencias entre “abajinos” y “arribanos”; el apadrinamiento, vía secuestro encubierto de los hijos de los longkos aliados, entre otros. En el otro extremo, la inicua política de tierra arrasada llevada a cabo en distintas etapas de la guerra, especialmente durante el mando del General Pinto. Ambas estrategias, en sus aparentes diferencias, sin embargo, fueron parte de un mismo proceso en el que a fin de cuentas, una vez concluida la ocupación, afectó por igual a mapuche, amigos y enemigos o alzados. Exhaustiva en circunstancias y personajes, conocidos de primera mano por el autor, quien participó activamente de la campaña, en su calidad de militar en servicio, la Crónica Militar es desde más de un punto de vista, una especie de símil de la Araucana de Alonso de Ercilla. Esta vez eso sí, no hay héroes homéricos ni hazañas grandilocuentes narradas en octavas reales. Navarro, soldado en campaña lo mismo que don Alonso, registra y narra en detalle la empresa, en el aséptico estilo de los informes y memorias militares, en los que además queda de manifiesto una nueva dimensión del engaño y el permanente doble discurso chileno en relación a los mapuches. Sin bien en los parlamentos con los longko convocados por los jefes chilenos, se trataba a estos con solapado paternalismo y se mentía deliberadamente en relación a los objetivos finales de la ocupación (los fortines eran sólo para “proteger” a la población indígena de los míticos forajidos locales o extranjeros), en los informes finales en cambio, se trata a los mapuches lo que eran, en definitiva, para la lógica bélica de los soldados en campaña: enemigos militares que había que someter a cualquier precio. Aquí cada fortín, torre o empalizada, también el robo de animales y la quema de rukas y sementeras, por ejemplo, es parte constitutiva de la estrategia mayor de ocupación y no simples sucesos anecdóticos. El estilo franco de Navarro va dejando una bitácora pormenorizada hasta el día a día de cada fase de la campaña de ocupación; del paulatino avance de las líneas de frontera, el levantamiento de la cadena de empalizadas y fortines que con el correr del tiempo, en una metafórica impronta que alcanza hasta nuestros días, dieron origen —discriminación y racismo mediante— a la mayor parte de
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los actuales pueblos y ciudades de la Araucanía. También el surgimiento de una auténtica galería de oscuros personajes (tinterillos, embaucadores, latifundistas inescrupulosos, entre otros) que crecieron y se retroalimentaron en dicho paisaje, donde la violencia sistemática y la ley del más fuerte, se consolidaron, desde el principio, como las normas de conducta pública y privada. Pero, entremezclados con los reconocimientos a los méritos ganados en combate por determinados soldados chilenos, también el texto de Navarro nos permite entrever la dignidad de la resistencia armada mapuche, situación que inexplica blemente aún es poco relevada en personajes y circunstancias por el actual discurso público del movimiento formal mapuche, que aparentemente ha preferido quedarse con la imagen de los héroes construidos por Ercilla en el siglo XVI. Plenamente conscientes —tanto los alzados como incluso los “indios amigos”— de su soberanía y libertad, circunstancia que en lenguaje político, equivalía a la plena vigencia de la frontera del Bío–Bío, que había sido, como se sabe, formalmente sancionada en el año 1641 por el Parlamento de Quilín y que de una u otra forma, había sido respetada hasta mediados del siglo XIX, tanto por españoles como por los chilenos, los guerreros mapuche que se opusieron militarmente a la ocupación, entre ellos Kilapán , su principal figura, no hicieron otra cosa más que intentar defender, con la dignidad de los medios a su alcance, esa independencia y libertad que consideraban amenazada. A 125 años del último episodio de la guerra de ocupación y las actuales urgencias y vicisitudes del denominado “conflicto mapuche” parecen demostrar que en aquellas desiguales batallas narradas por Navarro, se estaba jugando mucho más que un mero episodio de una campaña militar, sino que la página de entrada de un proceso histórico que aún está en pleno desarrollo. *
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Como suele suceder con los textos que de tan importantes, trascienden sus propios límites temporales, la Crónica Militar también nos ilustra, en un válido ejercicio de extrapolación histórica, de qué forma ciertas circunstancias y personajes se reactualizan y adquieren nuevas significaciones bajo el presente contexto. Intentar dividir a las fuerzas enemigas es una estrategia clásica del arte de la guerra, como observábamos. Las históricas divisiones internas de la sociedad mapuche independiente, divisiones que conviene resaltar, son propias de un colectivo que tiene una estructura de poder horizontal y que, lo más importante, toma decisiones políticas haciendo uso pleno de esa autonomía.
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Las diferencias de estrategia entre abajinos (nagche), tradicionalmente aliados de los soldados chilenos desde el tiempo de la Guerra de Independencia y arri banos (Wenteche), a su vez partidarios de los realistas, divisiones tan hábilmente explotadas por los jefes chilenos, obedecían por lo demás al protagonismo de las relaciones históricas que la sociedad mapuche estableció con la sociedad colonial española y chilena desde mucho antes de la ocupación del siglo XIX. Ambos grupos, conviene resaltarlo, establecieron sus respectivas políticas de alianza en base a sus convenienc ias puntuales y estratégicas, opciones que fueron tomadas en pleno ejercicio autonómico. Ser aliado de los chilenos como lo fueron los na gche por otra parte, a fin de cuentas tal vez no fue sino una manera de honrar un compromiso que los longko como Lorenzo Kolipi pensaron, sería mutuo de parte de los chilenos. La suerte corrida por uno y otro sector mapuche en tiempos contemporáneos, da luces respecto a este tema. Si durante la guerra de ocupación se estableció la diferencia radical entre “indios amigos” e “indios alzados”, protegidos coyunturalmente de represalias y saqueos los primeros por lo militares chilenos; a los segundos se les aplicó el mayor rigor y violencia desatada. Fueron los wenteche que combatieron a las órdenes de Kilapán, Kilaweke; Montri, entre otros, las principales víctimas de la guerra; a ellos se les robó toda su masa ganadera, la base de la economía mapuche autónoma; se les desplazó de sus tierras históricas y se les redujo a un estado de hambruna posterior a la ocupación de la cual da noticias no sólo la Crónica de Navarro, sino que otros autores de fines del siglo XIX, como Verniory (2001), Préndez (1884) y Subercaseaux (1883). Los “indios amigos” versus los “indios alzados”, siguen hoy estando plenamente vigentes en el imaginario estatal chileno de principios del siglo XXI. Son “indios amigos” hoy en día quienes, por ejemplo, trabajan silenciosamente sus escuálidas tierras; postulan a proyectos de Gobierno para el “desarrollo con identidad”; los que asisten a actos oficiales en los que no controlan sus procedimientos y terminan haciendo representaciones de una ceremonia religiosa; los que rinden honores al mismo Ejército que les so metió. En resumen, son los mapuches que no causan problemas al orden establecido. En cambio, para los “alzados “de hoy, que no son otra cosa que los mapuches que han decidido mediante distintas estrategias urgentes, reclamar sus derechos, se les piden las penas del infierno. Ahora son “terroristas” y “delincuentes” que han sido infiltrados por alguna oscura fuerza extranjera, por lo tanto se les “aplicará todo el rigor de la ley”. La figura del “extranjero provocador”, denunciada en varios pasajes de la Crónica , rol que tan funcionalmente oc upara Orelie Antoine en su tiempo, es tam bién ahora exc usa recurrente. La mentada excentricidad y/o locura del francés, ahora son replicables a enigmáticas conspiraciones tejidas a miles de kilómetros
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Prólogo
de distancia. El “extranjero provocador”, sigue siendo el mejor argumento para demostrar sin decirlo, que los mapuches no son capaces de tomar decisiones por sí solos, pues son influenciables (decir “incivilizados” no es de buen tono hoy en día). Da lo mismo que esos extranjeros actuales sean unos curiosos documentalistas en busca de la última novedad etnográfica o algún pacífico ecologista. **** Entremezclado con el caudal de información que nos entrega la Crónica Militar , colindando con las batallas, escaramuzas e informes o ficiales, aparecen otros bordes y personajes quiz ás más sutiles, apenas mencionados o sugeridos en sus páginas, pero no por ello insignificantes para la historia de las relaciones interétnicas en la Araucanía y por extensión, en el país. Se trata en este caso de la figura de los llamados lenguaraces o capitanes de amigos, a veces citados en los despachos de guerra, pero siempre presentes en el paisaje fronterizo, incluso desde mucho antes de la campaña de ocupación. ¿Quiénes eran estos personajes que llegaron a detentar tan alto espectro de relaciones de confianza —hasta el nivel de parentesco— entre los jefes mapuches del siglo XIX? En primer lugar, los lenguaraces eran funcionarios pagados al servicio de las autoridades chilenas y su función específica era servir de traductores simultáneos en los diversos parlamentos y reuniones convocadas, tanto por los longkos como por las autoridades chilenas. En dichos eventos , los lenguaraces detentaban nada menos que el control de la comunicación, pues traducían hacia uno y otro lado, aunque siempre favoreciendo a los chilenos. Étnicamente hablando, los lenguaraces eran mestizos chilenos que vivían oscilando en ambos lados de la frontera. Vestían como indios y vivían como indios, pero no lo eran ni tampoco querían serlo en la mayor parte de los cas os2. Situados en el justo borde de las relaciones interétnicas, su poder de canal de comunicación les permitía controlar un poder clave, a través de las confianzas ganadas entre los longkos , un bien de tanta importancia para la cultura mapuche tradicional. En la conocida crónica del astrónomo estadounidense Edmond Reuel Smith, se consigna la que podría ser la definición por antonomasia de uno de estos personajes. Se trata de Pantaleón Sánchez, referido, por lo demás, por varios cronistas La historia fronteriza también consigna el caso de lenguaraces o capitanes de amigos que finalmente eligieron la menos usual de las opciones: mapuchizarse por la vía del emparentamiento con la familia de algún longko. Conocido al respecto es el caso de Santos Pulgar, el lenguaraz y secretario personal del longko Nekulman de Boroa (ver Guevara, T. & Mañkelef, M. (1912) (2002) pp. 157-159. 2
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de mediados del siglo XIX. Dice Reuel en referencia a una artimaña ideada por Sánchez que lo retrata de cuerpo entero:
En cuanto a la falta de moralidad en engañarlos, no la pudo ver; porque siendo ellos [los mapuches] embusteros por naturaleza; consideraba legítimo atacarlos con sus mismas armas. De mala voluntad abandoné mi convicción de que la mejor política es la honradez, pero al Capitán poco le importaban las ideas abstractas. Había pasado la mayor parte de su vida entre los indios, los conocía a fondo y estaba acostumbrado a hacerles creer lo que él quería (Reuel Smith, E. 1914: 82) En gran medida los lenguaraces fueron verdaderos maestros del engaño, también se constituyeron acaso en un lejano referente de las coetáneas actitudes mestizas chilenas con respecto a los mapuches, especialmente en las tierras de la Araucanía. Fue sin duda, por ostentar semejante poder y atributo de comunicación intercultural si se quiere, que fueron tan solicitados, cual arma de guerra, por la estrategia implementada por Cornelio Saavedra, como por su parte, lo recuerda la misión encomendada por éste a Juan Bautista Rosales en el año 1867 (pág. 82). ¿Subsiste aun la figura arquetípica del lenguaraz en las actuales relaciones interétnicas chileno-mapuche? Clausuradas casi totalmente las opciones de mapuchización por opción o por emparentamiento con un longko, al estilo Santos Pulgar, las opciones étnicas son restringidas; hoy, o se es chileno o se es mapuche, pues la construcción cultural intermedia del mestizo sigue siendo deuda pendiente en el Chile del Bicentenario. Los lenguaraces actuales siguen siendo los chilenos bien o mal intencionados que interactúan con los mapuches en el contexto cultural indígena. Son los que se ganan las confianzas escurridizas de gentes condicionadas histórica y culturalmente a ser desconfiados. Los que comen y toman mate en las cocinas campesinas y urbanas, palmotean espaldas, encuentra “interesante” cualquier gesto de sus anfitriones y después desaparecen, dependiendo de sus intenciones y las de sus mandantes, consiguen votos, firmas o testimonios para algún proyecto de inversión social. Ello al estilo Sánchez o al estilo Pulgar. **** Han transcurrido exactos 99 años desde la publicación original e inexplica blemente no reeditada hasta ahora, de la Crónica Militar de Leandro Navarro, un texto originalmente publicado con una intención primordial, como el mismo autor lo afirma, en su Advertencia: “Próximos a conmemorar el centenario de nuestra
Prólogo
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Independencia, es digna ofrenda para la Patria el ver incorporada al territorio nacional una extensa zona que se mantuvo independiente por más de tres siglos y medio” (pág 1). Un siglo después, la realidad es contradictoria. La Araucanía histórica; el ngulu mapu, la parte occidental del antiguo wall mapu , es parte efectiva del territorio nacional chileno, pero es un territorio que hasta ahora no podría decirse en propiedad que se encuentre completamente “pacificado” según la lógica militar, donde el verbo pacificar es un sinónimo de asimilar. Existen deudas pendientes en estas tierras y el contenido del texto del Coronel Retirado del Ejército de Chile, don Leandro Navarro, aunque no fuera su intención original, es la mejor guía posible para tratar de entender —para unos y otros— dicho fenómeno. La Crónica , lo hemos dicho ya, es el relato pormenoriza do de los vencedores de la guerra de ocupación de la Araucanía, pero también es el correlato adecuado para empezar a comprender la actuación de los vencidos, de sus pequeños y grandes actos de heroísmo y dignidad, también de la claudicación y vileza de otros, que por el escaso tiempo transcurrido, hoy parecieran resonar con insospechada intensidad. ¿A quién sirve más en la hora actual la reedición de este libro? A todos evidentemente. A los vencedores de entonces y sus descendientes directos o adscritos, pues es el relato de una campaña militar que terminó por dar al país su actual conformación territorial y política, y que habría transformado en ciudadanos chilenos a un pueblo hasta entonces autónomo. Sirve también para los vencidos, pues en las letras que preceden, está reflejada a carta cabal, ni más ni menos que el memorial pormenorizado de la derrota militar que nos hizo ser lo que hoy somos en función de los otros y con nosotros mismos. Esta obra puede ser, además, un tipo de vara de medida de lo que podríamos ser de aquí en más, si es que alguna posibilidad existe de saldar semejante deuda. Equidistantes entre ambos sectores, posiblemente se encuentren los mejores beneficiados con la lectura concienzuda de esta obra. Los ciudadanos y ciudadanas chilenas bien intencionados que no necesariamente cargan con las deudas históricas de aquella guerra, pues no son ni militares, ni lenguaraces, ni mapuches chilenizados a la fuerza. En ellos y en ellas, y muy particularmente en las futuras generaciones, podría de seguro generarse alguna semilla que dé un nuevo giro al demasiado postergado debate sobre la historia e identidad nacionales a la luz del próximo Bicentenario.
JOSÉ ANCÁN JARA Licenciado en Historia del Arte, Universidad de Chile; Master en Antropología, Universidad Autónoma de Barcelona.
ADVERTENCIA
EN NUESTRA HISTORIA militar existe un paréntesis que comprende el período en que terminó la revolución del año 1859, con las batallas de Los Loros y Cerro Grande, hasta 1879 año de la Guerra del Pacífico, o sea un período de veinte años. En este lapso de tiempo el Ejército de Chile se ocupó de la conquista y pacificación de la Araucanía, cuya empresa se inició precisamente en ese año de 1859 y después de los sucesos de la citada revolución. La raza araucana, degradada hoy si se quiere, y próxima a extinguirse, no nos debe ser indiferente a nosotros los chilenos, por sus gloriosas tradiciones históricas y por lo indomable de su carácter, del cual nos vanagloriamos ser sus descendientes. No obstante el indiferentismo con que siempre se ha mirado esta raza, ha participado como herencia al Ejército que llevará a cabo esa conquista, en que sus sacrificios en esa larga y penosa campaña, sean desconocidos para muchos y olvidados para la generalidad siendo que en esa escuela forjada al rigor en esos campamentos, fue la base con que afrontó la Guerra del Pacífico, que tantas glorias como beneficios diera a la nación. Próximos a conmemorar el centenario de nuestra Independencia, es digna ofrenda para la patria ver incorporada al territorio nacional una extensa zona que se mantuvo independiente por más de tres siglos y medio y como corolario para dignificarla es el proyecto pendiente entre algunos abnegados y verdaderos patriotas, gracias a la iniciativa del Teniente Coronel don Enrique Phillips de levantar un monumento, en el corazón de la Araucanía, a los cuatro Generales que más denodadamente actuaron en esa conquista SS. Cornelio Saavedra, Basilio Urrutia, José Manuel Pinto y Gregorio Urrutia. A rememorar esos hechos tienden estas crónicas, sin otra pretensión que ellas puedan servir algún día como apuntes al verdadero historiador.
Leandro Navarro
PRIMERA P ARTE t
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CAPÍTULO I Proyecciones de pacificación y conquista de la Araucanía. Año de 1859. 1º Idea general de la frontera. ––2º Influencia de la revolución del año 1859. ––3º Insurrección de los indígenas, destrucción de Negrete y combate de Picul. ––4º El Teniente Coronel don Cornelio Saavedra, en la frontera. ––5º Resuelve Saavedra acometer la pacificación y conquista de la Araucanía. ––6º Juicios de la prensa sobre la ocupación de Arauco. ––7º Marcha Saavedra a Santiago y queda de Intendente en Valparaíso.
1º IDEA GENERAL DE LA FRONTERA.
EN LOS COMIENZOS del año 1859, la provincia de Arauco comprendía todo el territorio que hoy forman las provincias de Bío-Bío, Arauco, Malleco y Cautín, que todavía no estaban incorporadas al territorio nacional, manteniéndose tan extensa zona en pleno dominio de la raza araucana, separados sólo por la línea del río Bío-Bío, la misma línea divisoria que existía desde tres siglos atrás y que respetó la España, cuando reconoció nuestra independencia. La provincia de Arauco, creada por ley en julio de 1852, la dividía en dos secciones, una civilizada y completamente sometida a nuestra constitución y la otra que declaraba salvaje y en c ompleto estado de rebelión al mismo tiempo que creaba para ambas, dos legislaciones diversas. La primera que debiera regirse por las leyes generales del país y la segunda someterse sin control a las autoridades y al régimen, que atendidas las circunstancias especiales, determinare el Presidente de la República. “Hasta 1850 sólo era conocida la provinciade Arauco, por los habitantes de las provincias limítrofes y por los jefes y oficiales a quienes el servicio militar obliga ba a permanecer en sus fronteras, que hasta esa época eran miradas de destierros, de sufrimientos y de privaciones”1. 1 Provincia
de Arauco , por G. Fidel Veleaz, publi cado en la “Revi sta Chilena”.
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Las exageradas relaciones que se hacían con respecto a la ferocidad de las tribus salvajes que la pueblan; la constancia de esas tribus para sostener durante tres siglos y medio una lucha titánica entre la civilización que día a día la estrecha más y más; los continuos asaltos y combates que en ella se libraban, todo contri buía a mirar la provincia de Arauco, como peligrosa y temible. La permanencia misma del Ejército en sus fronteras, daba lugar a que los go biernos la mirasen con recelo y desconfianza, desde el momento que era ahí, donde hasta 1851 se fraguaron todas las revoluciones que conmovieron nuestro país. Hasta 1850 la atención pública concentrada en las ardientes y muchas veces sangrientas discusiones que suscitaba nuestra organización política, no permitía al país fijar sus ojos en aquella provincia, que nada significaba para la riqueza nacional desde que las más ricas y productivas de la República apenas encontraban mercados donde colocar sus productos. Los dolorosos sucesos de 1851 habían dejado dispersos en el país, muchos y poderosos elementos de agitación, que hacían temer por la tranquilidad pública. Los vencidos de Loncomilla eran precisamente los soldados más veteranos, los jefes más simpáticos y prestigiosos del Ejército, y esos soldados si llegaban a reunirse podían influenciar al Ejército fiel, y en tal caso los males que hubieran pesado sobre Chile habrían sido inmensos. Esta gran zona que podría considerarse enteramente independiente del territorio propiamente nacional, tenía como límite por el Norte la línea del río Bío-Bío, defendida por las plazas militares de Santa Bárbara, Los Ángeles, San Carlos de Purén y Nacimiento; por el Sur el río de Toltén, extendiéndose sus reducciones hasta el mismo Calle-Calle en la provincia de Valdivia; por el Oeste el mar y no teníamos más posesión que la plaza aislada de Arauco y, por consiguiente, todo el litoral de la costa pertenecía a los araucanos, de hecho; y por el Poniente la cordillera de los Andes. El único fuerte que se había logrado avanzar hasta entonces era el fuerte de Negrete, situado en la ribera Sur del Bío-Bío y al amparo de este fuerte, se había aglomerado una numerosa población que se dedicaba al cultivo de sus feraces campos.
Antonio Arce, don Juan Alemparte y don Bernardino Pradel fueron vencidos por la División Pacificadora del Ejército del Sur al mando del General don José Manuel Pinto en la batalla de Maipón librada el 12 de Abril de 1859 a las inmediaciones de Chillán. Muchos de los vencidos en esta batalla, buscaron su refugio en las selvas de Arauco, juntamente con volver a sus lares una partida como de ochocientos indios de lanza que acompañaban a éstos y entre ellos don Bernardino Pradel, que estuvo asilado más de tres años en la ruca del Cacique Mañil, escapando de las persecuciones políticas. En todas las revoluciones que han azotado al país, siempre los indios han sido activos cooperadores. Así, en la revolución de 1851 qu e terminó con la sangrienta batalla de Loncomilla, grandes partidas de indios auxiliares favo recían la causa del General Cruz y otros las del Gobierno, sin importarles ni comprender la causa que defendían, llevados sólo del incentivo del pillaje y del saqueo. La frontera en abril de 1859 se encontraba casi completamente desguarnecida, pues sólo cubrían las plazas ya mencionadas los Cuerpos Cívicos de esos lugares y un escuadrón de Cazadores a caballo que se encontraba diseminado en esos fuertes en circunstancias que el Ejército de Línea se encontraba repartido en los siguientes puntos:
2º INFLUENCIA DE LA REVOLUCIÓN DEL AÑO 1859.
Mientras la revolución tomaba incremento en el país, los indígenas no desperdiciaron tan propicia ocasión para insurrecionarse, invadiendo los campos del Sur y Norte del Bío-Bío, originando la pérdida de valiosos intereses, llevando el espanto y la alarma a los pueblos fronterizos y la emigración de sus pobladores con sus ganados y enseres.
La revolución que conmovió al país en el año 1859 y que tuvo su campo de acción en el Norte de Los Loros y Cerro Grande, repercutió también en el Sur, donde las guerrillas que organizaron los caudillos, don Nicolás Tirapegui, don
En Santiago el Batallón Buin 1º de Línea, el Regimiento de Granaderos a Caballo y dos Escuadrones del Regimiento de Cazadores a Caballo. En Atacama el Batallón 2º de Línea y parte del 3º de Línea. En Arauco el 3º de Línea, en Ñuble el 4º de Línea. En los Andes, Carabineros de los Andes. En Coquimbo el Batallón 7º de Línea. En San Bernardo el Batallón 5º de Línea. La Artillería, se encontraba distribuida con una batería en cada una de las plazas de Santiago, Valparaíso, Valdivia y Chiloé. 3º INSURRECCIÓN DE LOS INDÍGENAS, DESTRUCCIÓN DE NEGRETE Y COMBATE DE PICUL.
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Las hordas de Arauco llevaron sus actos de bandidaje en todo el departamento de la Laja y consumado el incendio y destrucción del fuerte de Negrete, único punto que como dije antes, se había avanzado al Norte del Bío-Bío, ensañándose principalmente en la devastación de las valiosas haciendas de los señores José Luis Benavente y Domingo de la Maza, a quienes después de incendiadas sus casas y bodegas arrasaron con una gran partida de animales. Esta tremenda insurrección, y una de las mejores organizadas de los indígenas tenía lugar a mediados de abril, cuando tuvo lugar el famoso combate de Picul en las cercanías del Laja, donde fueron atacados por los Escuadrones Cívicos de Laja y Santa Bárbara que mandaba el valiente Comandante don Domingo Salvo. “Era tan terrible2 el nombre de Salvo entre los indios que lo consideraban un ser extraño y supersticioso. Vamos a referir un hecho: En el ataque de Picul confundido entre la masa de indios, le gritó un Sargento de su tropa que evitara una lanzada que le dirigía un adversario. El momento era tan peligroso, que al verse atacado en varias direcciones con voz aterradora gritó: ¡Soy Salvo! Bastó esta mágica palabra para que se desprendiese la lanza de manos de un adversario, quien fue ultimado por el Sargento que estaba a su lado.” Este fracaso de los indios en Picul a fines de abril, les obligó a repasar el BíoBío y volver a sus posesiones del interior. El secretario de la Intendencia de Arauco y mientras asumía el mando el propietario, marchó rápidamente en carácter de interino el señor Aniceto Cordovéz, que da cuenta de este hecho de armas en el siguiente parte:
Los Ángeles, abril 22 de 1859.
Señor Ministro: Pongo en conocimiento de Ud. que el 17 del presente salí de Chillán para desempeñar interinamente la Intendencia de esta provincia. En el primer día de mi marcha a la cabeza de una División de trescientos hombres de todas armas, tuve noticias de que los cabecillas del motín, Alemparte y Pradel, habían reunido algunos de los dispersos de la acción de Maipón y repasaban el Bío-Bío, con el objeto de robar las haciendas de la Rinconada y rescatar a un tal Felipe Cid, yerno de uno de los Caciques que los auxilian en su obra de destrucción y bandidaje. Estando seguro que por mucho que precipitara mi marcha no era posible llegar a tiempo para impedir esta incursión, mandé repetidas órdenes al Comandante don Domingo Salvo, que se hallaba con una partida de doscientos cincuenta hombres voluntarios, a las inmediaciones de Los Ángeles para que 2
La Araucanía por Horacio Lara.
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los persiguiera. Este antiguo y valiente militar de la Independencia, apenas recibió mis avisos y mis órdenes, se movió con presteza y alcanzó a cortar a los bandidos que ya volvían de la Rinconada con un c uantioso pillaje, después de haber destruido las haciendas de los señores Benavente, Masa y otros. Alemparte y Pradel, habían hecho su excursión con cincuenta chilenos compañeros de sus criminales empresas y trayendo doscientos indios, mandados por los Caciques Calbucoi y Huenul. El Comandante Salvo los atacó en Picul, con tanta impetuosidad y valor que los destrozó completamente, pasando al filo de sus lanzas y sus sables a ochenta y siete indios y diez o doce, de los amotinados. Entre los cadáveres de los indios se encontró el de los Caciques Huenul y el de un hijo de Calbucoi y este Cacique escapó estropeado, por habérsele dado vuelta el caballo y tengo noticias y ciertas de que se halla gravemente enfermo. De los voluntarios mandados por el Comandante Salvo, murió un pobre padre de familia, llamado José María Álvarez y hubo cuatro heridos. Espero la relación circunstanciada que he pedido al Comandante Salvo para ponerla en conocimiento del Gobierno y recomendar a los buenos ciudadanos, que más se distinguieran en ese brillante hecho de armas, que han producido tan favora bles resultados, para restablecer el orden público en esta prov incia. Dios guarde a Ud. ANICETO CORDOVÉZ.
Este parte de Salvo no se ha encontrado en los archivos y según las crónicas de los sobrevivientes en esos lugares, le dan mucha mayor proporción a esa insurrección y en que la matanza de indios como de españoles, ha sido interior a la estampada en ese parte, pues esa gente hasta hoy la recuerda con terror y dicen que hasta no ha mucho tiempo, se veían esparcidos por los campos del Laja, blanqueando las osamentas de las víctimas de ese combate, al mismo tiempo que recordaban angustiados la cantidad de mujeres y niños que los indios se llevaron cautivos. 4º EL TENIENTE CORONEL DON CORNELIO SAAVEDRA EN LA FRONTERA.
En esta época tenía el mando de la provincia el Teniente Coronel don Cornelio Saavedra. En las emergencias de esta revolución se encontraba ausente de ella obrando de consuno con el Coronel Pinto y así se explica que no tomara una participación directa en este levantamiento, pero apenas esto ocurría, su primera medida fue pedir al Gobierno el refuerzo de tropas para la frontera y al efecto se ordenó al Comandante del 4º de Línea que residía en Chillán como al Comandan-
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te del 7 ° que estaba en Concepción, mandaran apresuradamente a reforzar las guarniciones de la frontera. Terminada la contienda civil, el señor Saavedra regresó a Los Ángeles a asumir su puesto y conmovido contemplando el estado deplorable de devastación y ruina a que habían quedado reducidos los campos y poblaciones, concibió su gran proyecto de dominar para siempre la barbarie e integrar al territorio de la República esa gran zona, que para mengua de la civilización del siglo, se mantenía independiente y entregarlas pronto al comercio y a la industria las que son hoy florecientes provincias de Malleco, Cautín, Bío-Bío y Arauco. Todos clamaban por el castigo de los rebeldes indígenas pidiendo de una vez por todas, la ocupación y conquista de la Araucanía pero nadie se había atrevido a tomar sobre sus hombros tamaña empresa, nadie había concebido un plan sistemático o ideado una campaña efectiva, que en ese entonces se miraba una quimera, creyéndose que el país no estaba preparado para ello, conformándose todos al estado de cosas de tres siglos atrás. Las ideas de conquista y pacificación no se habían escapado a algunos hom bres ilustrados y previsores de los pueblos del Sur, pero su s ecos po co se alc anzaban a oír en las alturas. Por esa misma época no dejó influir entre los hombres de Gobierno la presencia de un alemán, el señor Pablo Treutler que en este mismo año 1859, hizo dos exploraciones en el interior de la Araucanía, halagado con las tradiciones de los ricos minerales de Villarrica. El Gobierno había pedido informes, sobre todo lo concerniente al territorio araucano al Intendente de Valdivia señor Ruperto del Solar, pues ya germinaban en la Moneda las proyecciones de co nquista y el citado Intendente, aparte de su informe, mandó de viva voz al señor Treutler y sus ideas de fácil pacificación, con los conocimientos prácticos, que acababa de recoger, no fueron desatendidos y por el contrario, ellos hicieron impresión en el ánimo del Presidente Montt e influyeron favorablemente en el proyecto de Saavedra. El señor Treutler, prusiano de Silesia, nos ha dejado un tratado obre la provincia de Valdivia y los araucanos, en que trata de las costumbres y usos de los indígenas por demás ameno e interesante. Es honra indiscutible que nadie podrá disputar al señor Saavedra, de ser el primer conquistador de la Araucanía porque había ganado a todos la partida, adelantándose a su época y a los hombres que dominaban, pues impulsó los acontecimientos.
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5º RESUELVE SAAVEDRA ACOMETER LA PACIFICACIÓN Y CONQUISTA DE LA ARAUCANÍA.
En junio de 1859 se trasladó el señor Saavedra a Santiago, a exponer su proyecto al Presidente de la República don Manuel Montt, quien comprendiendo la magnitud de la empresa y confianza que le inspiraba, el genio del hombre que le concebía, aceptó de lleno el plan de conquista y pacificación, pero había muchas opiniones que vencer, muchas razones que atender y un cúmulo de apreciaciones optimistas como luego veremos; sin embargo, pudo decirse que la ocupación y conquista de la Araucanía quedó resuelta por el decreto supremo que copio: Santiago, septiembre 17 de 1859.
Con esta fecha S. E. el Presidente de la República ha decretado lo que sigue: Se autoriza al Comandante General de Armas de la provincia de Arauco, Jefe de la División , que debe obrar contra los indígenas: 1º Para invertir hasta la cantidad de 25 mil pesos en gastos extraordinarios de guerra. 2º Para invertir hasta la cantidad de 8 mil pesos en guerrillas y partidas sueltas que auxilien las operaciones del Ejército. 3º Para invertir hasta la cantidad de 4 mil pesos, en pago de espías o individuos que se introduzcan entre los indios y demás gastos de esta clase. 4º Para hacer dar rancho al Ejército y Guardia Nacional, le acompañasen en sus operaciones, desde el día que éstas principien o para sustituir el rancho por un real diario. La comisaría abrirá una cuenta especial a cada uno de los objetos que quedan expresados y cargará a ella las cantidades que entregase según las órdenes del Comandante en Jefe. Tómese razón y comuníquese. Dios guarde a Ud. MANUEL GARCÍA.
Esta resolución del Gobierno de Montt, fue mal recibida en muchos de los círculos de la opinión, y más que todo por las pasiones exaltadas todavía de una recién pasada lucha revolucionaria, no era para encontrar asentimiento unánime en los partidos en que se dividía la opinión, y de ahí surgió una ardiente campaña que se debatió en la prensa y en los círculos políticos.
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6º JUICIOS DE LA PRENSA SOBRE LA OCUPACIÓN DE ARAUCO.
Muchas y variadas apreciaciones se hicieron notar a tiempo de efectuar la ocupación y reducción de los indígenas y entre otros conceptos, creo de oportunidad exponer los de un célebre escritor y actor en esa época señor Pedro Ruiz Aldea.
“Si vamos a juzgar la Araucanía por lo que dice la opinión pública, no daremos nunca en la verdad, porque ésta se halla dividida en varias parcialidades que tienen interés en que no se conozca. Para unos, Arauco, no es más que el Arauco antiguo, y para otros una nación salvaje, que todavía no se ha despojado de sus hábitos guerreros. Los que dicen esto se apoyan en la historia, sin acordarse que la historia no tiene aplicación en el día y de que las naciones por bárbaras que sean, obedecen también al espíritu del siglo.” “¿Qué relación queremos encontrar entre los araucanos del siglo XVI y los del siglo XIX? Ni Arauco es el Arauco de Ercilla, ni tampoco una nación bárbara y grosera, como quieren muchos.” “De aquí han dimanado todos los errores que se han difundido cuando se ha ha blado de ellos, cada uno l os ha pintado como ha querido o parecídole que son .” La Araucanía tenía muy buenos terrenos, muchas minas, mucho ganado, y esos tales no podían mirar con ojos enjutos que los indios estuviesen en posesión de tantas riquezas. Los que nada tenían y se proponían hacer su verano con esta ocupación, opinaban que se entregase a sangre y fuego. Los que no estaban por la guerra proponían las colonias de jesuitas y discutían de antemano sobre cuales eran los mejores obreros evangélicos. La guerra la pedían los exaltados, porque ella se avenía bien con la impetuosidad de un carácter; y los moderados las misiones, porque las misiones son como las recetas de médicos que se aplican a todas las enfermedades sin curar ninguna. Cesan por fin estas discusiones y se conoció, aunque tarde, que era preciso estudiar las costumbres de los araucanos para elegir el mejor plan de reducción. La prensa por su parte, tomaba activa ingerencia en estas discusiones y para dar una somera idea de las opiniones predominantes en es a época léase un editorial de El Ferrocarril del 18 de agosto de 1859. “Desde la época de la Independencia en 1818, hasta la fecha, ha sido necesario mantener un Ejército de 2.500 hasta cinco mil hombres para contener los indios araucanos solamente. A más del gasto, el trabajo de tantos brazos útiles, es per-
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dido. La existencia de un Ejército permanente es un mal de mucha trascendencia respecto a la quietud del país, porque es muy conocido que la sobornación del Ejército ha sido el primer objeto que ha llamado la atención de los revolucionarios y la inquietud de los indios es la única razón para tener un Ejército permanente”. “Aunque el Gobierno ha tenido siempre la mayor parte del Ejército sobre la frontera, tan poco respeto han tenido los indios por el poder de Chile, que ha sido necesario asalariar a los Caciques de la frontera para tenerlos quietos.” “Durante 300 años los araucanos mantienen la misma hostilidad a la raza española, que al tiempo de la conquista.” “En los desórdenes políticos que han ocurrido en el país, los araucanos se hallan listos, siempre para tomar parte contra el Gobierno, no por simpatías ni opiniones, sino con el objeto de robar y matar impunemente, como ha sucedido en 1830 - 1851 y en la época que acaba de pasar. Los araucanos que no pasan probablemente de cincuenta mil almas, ocupan el hermoso territorio comprendido desde el Bío-Bío hasta Valdivia de Norte a Sur, en todo 208 millas de mar a cordillera.” Por su parte la Revista Católica en junio de 1859 se oponía también a la conquista de la Araucanía y decía que esto era sólo buscar título para armar un Ejército bajo pretexto de castigar los latrocinios y para invertir caudales que no va ldrían el territorio conquistado. 7 ° MARCHA SAAVEDRA A SANTIAGO Y QUEDA DE INTENDEN TE EN VALPARAÍSO.
A pesar de todo, y siempre impertérrito, el señor Saavedra contando con la aquiescencia del Gobierno se trasladó a Valparaíso en el mes de septiembre, para activar los aprestos de la campaña mientras se decretaba el proyecto de poner a sus órdenes un Ejército de tres mil hombres para inic iar las operaciones y que era lo concertado con el Presidente. Desgraciadamente el movimiento revolucionario que estalló en ese puerto el 18 de septiembre, y que trajo la muerte del jefe de la provincia don Juan Vidaurre Leal y que le obligaron a tomar el mando en su reemplazo, detuvieron, como es consiguiente, los aprestos en que se encontraba empeñado. Dejemos por un momento al seño r Saavedra encargado de someter la tranquilidad de Valparaíso, asunto que no nos compete relatar y volvamos otra vez a la frontera.
Primeras campañas militares, desde noviembre de 1859 a febrero de 1861
CAPÍTULO II Primeras campañas militares, desde noviembre de 1859 a febrero de 1861. 1º Arribo del 5º de Línea y un escuadrón de Cazadores a c aballo. ––2º Ataque de la Plaza de Arauco. ––3º Reminiscencias históricas. ––4º Expedición del Coronel don Mauricio Barboza. ––5º Ataque de la plaza de Nacimiento. ––6º Expediciones del Coronel Villalón y Comandante Fernández. ––7º Sorpresa a un Destacamento de Caballería. ––8º Campaña al interior del Coronel Villalón. ––9º Ataque al fuerte de Negrete. ––10º Segundo ataque a la plaza Nacimiento. ––11º Insurrección en la costa de Arauco. ––12º Nombramiento de Caciques gobernadores. ––13º Llegada de tropas y rol de oficiales del 3º y 4º de Línea.
1° ARRIBO DEL 5º DE LÍNEA Y UN ESCUADRÓN DE CAZADORES A CABALLO.
DURANTE LA AUSENCIA del señor Saavedra, quedó en el mando de la provincia de Arauco el señor Luis I. Benavente y en su administración comenzaron nuevamente las alarmas y reiterados anuncios de levantamientos de los indígenas, anuncios que por diferentes conductos llegaban a conocimiento del Comandante don Domingo Salvo, el hombre más versado que había en conocimientos y costumbres de los indios por la larga permanencia que tuvo entre ellos durante el período de Benavides y los Pincheiras, en esa época que con tanta propiedad don Benjamín Vicuña Mackenna ha llamado “la guerra a muerte”. Los fuertes se encontraban ya regularmente reforzados con tropas del 3º y 4° de Línea que se habían hecho venir apresuradamente. El 16 de noviembre, llegó a Arauco el vapor Maipú, a cargo del Capitán de Fragata don Leoncio Señoret, conduciendo al Batallón 5º de Línea y cuatro piezas de Artillería de montaña. De esta tropa se dejaron 180 hombres del 5º y dos piezas de Artillería en el puerto de Lebu. El 5º venía muy incompleto por sus bajas tenidas durante la revolución, pues sólo se componía de 350 plazas. El personal de oficiales era el siguiente:
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Comandante Coronel don Mauricio Barbosa. Sargento Mayor don Juan Contreras. Capitán don Bernabé Chacón. Capitán don Anselmo Urrutia. Capitán don Daniel García. Teniente don Sebastián Solís. Teniente don Juan León García. Ayudante don Eleuterio Ramírez. Subteniente don Filomeno Barbosa. Subteniente don Juan José Salcedo. Subteniente don Juan Antonio Huerta. Subteniente don Corona Bravo. Subteniente don Buenaventura Badillo. Subteniente don Ramón Leiton. Subteniente don José Zárate. El 19 del mismo mes llegó a Los Ángeles, después de un viaje por tierra, el 2º Escuadrón del Regimiento de Cazadores a caballo, que junto con el primer escuadrón que ya se encontraba en esa frontera, constaba del siguiente personal: Comandante Coronel don Vicente Villalón. Teniente Coronel graduado don Emeterio Letelier. Teniente Coronel graduado don Joaquín Vela. Capitán don José María Alvarado. Capitán don Federico Soto Aguilar. Capitán don Juan Bautista Hernández. Capitán don Francisco Zúñiga. Teniente don José Francisco Lois. Teniente don Juan de Dios Campos. Teniente don Cipriano Ojeda. Teniente don Manuel Modesto Ruminot. Alférez don Pablo Nemoroso Ramírez. Alférez don Nicomedes Saavedra. Alférez don José Santos Reyes. Alférez don Domingo Sanhueza. Alférez don Feliciano Echeverría. Alférez don Rafael Poole. Alférez don Ramón Márquez.
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Del Regimiento de Artillería se encontraba una brigada compuesta de: Capitán don Juan Napoleón Gutiérrez. Ayudante don Evaristo Marín. Teniente don Antonio Ramírez. Alférez don Ambrosio Letelier. Alférez don Eleazar Lezaeta. Alférez don Marcos Fidel Hurtada. Alférez don Salustio Sotomayor. 2º ATAQUE A LA PLAZA DE ARAUCO.
Coronel D. Vicente Villalón
En circunstancias que recrudecían las alarmas y era de urgencia emprender las hostilidades contra los araucanos recién sublevados, tomó el mando de la provincia el Coronel del Regimiento de Cazadores a Caballo, don Vicente Villalón. Las noticias alarmantes de sublevación tuvieron plena confirmación, pues el 18 de noviembre a las 7 de la mañana atacaron la plaza de Arauco en número de mil quinientos indios, insurreccionados por los guerrilleros de la fenecida revolución Patricio Silva y Pedro Cid. El Coronel don Mauricio Barbosa, que tenía el mando de esa plaza, hizo una brillante defensa con la guarnic ión del fuerte, que se componía de las tropas del 5º de Línea recién desembarcadas. Barbosa esperó el ataque fuera del fuerte, formando un cuadro al que impetuosamente atacaron los indios, recibiendo un vivo fuego que los deshizo completamente obligándoles a huir en desordenada fuga, dejando en el campo más de sesenta muertos. Para perseguirlos ordenó salir algunos destacamentos pero con orden de no alejarse mucho del recinto. Uno de éstos al mando del Subteniente del 5º don Víctor Valenzuela, llevado de su impetuosidad y creyendo habérselas con un pequeño grupo que vio a la distancia se abalanzó a destruirlo y de un monte cercano, reaparecieron un grueso número de indios que rodearon al oficial que fue miserablemente lanceado, juntamente con seis soldados más del piquete que se había defendido regresando el resto a cobijarse al recinto del fuerte. Envalentonados los indios con este ligero triunfo, llevaron sus depravaciones hasta las orillas del río Carampangue. Para castigar su osadía el Coronel Barbosa o rdenó saliera una División de cien hombres del 5º, dos piezas de Artillería y algunos milicianos de Caballería, al mando del Teniente Coronel graduado don Juan Contreras, logrando en su per-
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secución darles una batida, no si n tener antes un recio combate a orilla s del citado Carampangue en que los indios llegaron a tocar sus lanzas con la Infantería, de cuyo combate resultó gran cantidad de indios muertos. El Coronel Barbosa al dar cuenta de este hecho de armas, pedía con urgencia al Comandante de Armas de la provincia, el envío de tropas de Caballería, haciendo presente que por carecer de esta arma, no había podido perseguir al enemigo. 3º REMINISCENCIAS HISTÓRICAS3.
Arauco es célebre en la historia patria. Cuentan que a poca distancia de Concepción en un terreno singularmente rico, los indios de Valdivia extrajeron una gran cantidad de oro y que cuando se lo presentaron al Gobernador exclamó: “Desde ahora comienzo a ser su señor” y queriendo Valdivia tener expedito el camino de la costa entre Concepción e Imperial, mandó construir un fuerte en el año 1553 y eligió para ello un sitio vecino al mar en el mismo lugar en que los indios rechazaron tres años antes a Juan Bautista Pastene (el fundador de Villarrica). El fuerte fue llamado Arauco, nombre con que los conquistadores designaron más tarde todo el territorio que se extiende al Sur del Bío-Bío. Este nombre tan famoso en la historia, era, sin embargo, desconocido de los indígenas, y tuvo su origen en la palabra peruana o quechua auca usada por los españoles para designar a los indios de guerra. De Arauco partió Valdivia dos días antes de la célebre batalla de Tucapel, en mayo de 1554, dejando al cuidado de ese fuerte a trece castellanos. Mandábalos el Capitán Diego de Maldonado. Un indio de servicio llamado Andrés, uno de los pocos yanacona que salvaron en Tucapel, llevó ahí la noticia de la funesta batalla y de la captura y segura muerte del Gobernador. Con tal motivo Maldonado resolvió evacuar la plaza de Arauco, replegándose a Concepción. Arauco fue repoblado durante el Gobierno de don García Hurtado de Mendoza y después de la batalla de Quiapo en 1559, en que cayó el toqui Caupolicán. Allí mandó levantar una nueva fortaleza, capaz de contener una guarnición considerable dejando al Capitán Alonso de Reinoso, que a su vez quedaba tam bién al mando de todas las tropas que estaban al Sur del Bío-Bío. En tiempos del Gobernador Oñez de Loyola, mereció el honor de ser visitada por éste, en abril de 1598, y elevada al rango de ciudad con el nombre de San Felipe de Arauco. 3
Historia de Chile por Barros Arana.
Coronel D. Mauricio Barbosa
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4º EXPEDICIÓN DEL CORONEL DON MAURICIO BARBOSA.
El Coronel Villalón mandó a Barbosa la Caballería que solicitaba y al mismo tiempo una compañía del 7º de Línea, con que debiera emprender una expedición para detener y castigar a los sublevados. La expedición que debiera continuar en la costa de Arauco, al mando del Coronel Barbosa, se componía de tropas del 5º de Línea al mando del Sargento Mayor don Juan Contreras la compañía del 7 ° de Línea recién llegada que se componía del Capitán don Jorge Wood, Teniente don Anacleto Lagos y Subteniente don Estanislao León; un piquete de Cazadores a caballo, al mando del Alférez don Nicomedes Saavedra; una compañía de milicianos cívicos de Arauco al mando del Capitán Cívico don José Manuel Gaete; un piquete de Caballería con el Teniente don Emilio Vieyte y el Alférez don Eleazar Lezaeta; cirujano don Teodoro Mörner. Esta División, compuesta de 700 hombres, emprendió su marcha de la plaza de Arauco, el 11 de diciembre de 1859, con dirección a los Maquis, pasando por Tucapel e Imperial, hasta llegar a Tirúa el 17 de enero de 1860, en que tuvo lugar un encuentro con el grueso del enemigo que ascendía a dos mil indios, dejando en el campo ochenta muertos. En esta campaña que duró hasta el 11 de mayo, o sea tres meses, la más larga campaña que se haya mantenido en el interior sosteniendo toda clase de privaciones y sacrificios se consiguió someter a la obediencia todos los indios residentes en la baja frontera, comprendidos entre Arauco y el lugar denominado Los Riscos. 5° ATAQUE A LA PLAZA DE NACIMIENTO.
Mientras esto sucedía en la baja frontera, o sea en la costa, en la alta frontera ocurrían sucesos sumamente graves. El 12 de noviembre atacaron la plaza de Nacimiento, que era uno de los fuertes mejor fortificados, dentro de un recinto levantado en alto por gruesas paredes o cortinas de mampostería, que caían a flote en sus tres costados al caudaloso río Vergara y que servía de defensa al pueblo de Nacimiento que quedaba a sus espaldas. La heroica defensa que hizo una compañía del 3° de Línea al mando del Capitán don Adolfo Holley salvó a este pueblo mandando avanzadas por la parte Sur y Oriente para detener al enemigo, pero no pudo evitar que las huestes invaso ras arrasaran cuanto encontraran en la is la del Vergara llevándose una gran cantidad de animales quemando más de quince casas y seis bodegas que importaban grandes pérdidas a sus principales propietarios de aquel lugar.
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Esas fortificaciones que hoy día orgullosamente se ostentan, a pesar de la bár bara destrucción que ella ha sufrido, son de la época del Gobernador don Francisco de Meneses, fundador de Nacimiento en el año 1668. 6º EXPEDICIONES DEL CORONEL VILLALÓN Y COMANDANTE FERNÁNDEZ.
El Coronel Villalón, contemplando que la insurrección tomaba cuerpo alarmante y a fin de destruir las tribus rebeldes, se puso al frente de una División de las tres armas, al mismo tiempo que se ordenaba la salida de otra División que debiera operar por las montañas de ultra Bío-Bío, y que saliendo de Santa Bárbara debieran encontrarse en el interior para operar conjuntamente. La primera que salió al mando del Coronel don Alejo San Martín, se puso en marcha el 2 de diciembre, con dirección a Purén a destruir las tribus del Cacique Mañil. En el trayecto, las grandes humaredas le hicieron comprender que ya estaba en conocimiento de los indios el avance de esta División. Pocos Caciques se presentaron dóciles, los demás huyeron y haciéndose infructuosa toda persecución, resolvió la destrucción y aniquilamiento de todos los recursos que encontró. Sólo los Caciques Nerriam y Lelbul se presentaron sumisos continuando su marcha hasta el Cautín y como no se presentara, ni se tuviera noticias de la División de la montaña, resolvió regresar a Los Ángeles, pero su paso por Purén dejó al Coronel San Martín, todavía en espera de la citada División, el cual también pronto regresó. La División que operaba por la montaña iba al mando del Teniente Coronel don Toribio Fernández, compuesta de doscientos Infantes del 3º de Línea, cien Cazadores a caballo y como cuatrocientos milicianos de Caballería al mando del Comandante don Domingo Salvo. Estos milicianos conocidos generalmente con el nombre de lleulles , iban por su propia cuenta, sin más incentivo que el saqueo que pudieran efectuar entre los indios bien pocos armados con armas de fuego, y los más con picas y laque. Esta División salió de Santa Bárbara el 24 de noviembre, en dirección a las juntas de Bureo pasando por Pil e y Dumo, llegando hasta Mic auquén, en persecución del Cacique Quilapán. El 6 de diciembre, la vanguardia tuvo un enc uentro con los indios en el paso de un desfiladero, los cuales fueron desechos por los escuadrones de Salvo, haciéndoles gran número de bajas y, por nuestra parte, sólo la muerte de tres milicianos.
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La desmoralización, que se entronizó entre esos milicianos, no permitió, juntarse con la División Villalón, como estaba acordado pues las frecuentes deserciones que llegaron al número de setenta hombres y muchos de éstos llevándose carabinas y sables, no tuvo otra explicación según Salvo, que éstos habían sido llamados o contratados, por sólo ocho días y como la Divis ión llevaba visos de no terminar tan luego se volvían a sus lares a efectuar sus cosechas. 7º SORPRESA A UN DESTACAMENTO DE CABALLERÍA.
El año 1861 se inicia con una sorpresa sufrida por una partida de Caballería de la guarnición de Santa Bárbara que pastaba sus caballos a orillas del Bureo, al mando de un Sargento la cual fue atacada el 5 de enero por una partida de indios que cayó de improviso sobre ellos y sin darles tiempo de ensillar ni reunirse, fueron cruelmente asesinados el Sargento Rocha, jefe de la partida con ocho individuos más de tropa y seis heridos, pereciendo también algunas mujeres y niños que habitaban esos lugares. 8º CAMPAÑA AL INTERIOR DEL CORONEL VILLALÓN.
El 8 de enero de 1861 sale de Nacimiento una División al mando del Comandante General de Armas de la provincia de Arauco Coronel Villalón, compuesta de 375 Infantes del 3º y 4º de Línea a cargo respectivamente del Teniente Coronel don Toribio Fernández y Mayor don Pedro Lagos, 109 Cazadores a caballo al mando del Teniente Coronel graduado don Emeterio Letelier, milicianos de Laja y Nacimiento a cargo del Teniente don Manuel E. Larrañaga y Capitán don Pedro Cárter, cuatro piezas de Artillería a cargo del Capitán don Juan Napoleón Gutiérrez y 350 voluntarios de Santa Bárbara al mando del Comandante don Domingo Salvo. Iba de Jefe de Estado Mayor el Teniente Coronel don José Timoteo González y ayudantes el Teniente Coronel don Bartolomé Sepúlveda y don Mariano E. Guzmán, cirujano don Enrique Burke y proveedor don José Antonio Garretón. Esta División que alcanzaba a más de mil 300 hombres, no tuvo los resultados que era de esperarse, pues los Caciques Calbucoi y Anticheo, principales promotores de la sedición, tuvieron oportuno conocimiento. El día 8 en las inmediaciones del río Malleco, hubo un ligero encuentro con los milicianos de Salvo en que cayeron algunos indios y después una partida de Cazadores a caballo, al mando del Capitán don Jos é María Alvarado, trabó un reñido combate en que salió herido de un lanzazo en la cara, el Alférez Saavedra.
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El 9 se tomó la dirección de Mininco, pasando por las orillas del Renaico y de ahí a Negrete, donde en el día 11 se restableció este fuerte, destruido en la invasión de abril de 1859, dejando en él una guarnición del 3º de Línea y algunos Cazadores. En el camino encontró una carta del Cacique Melin, en que decía a Villalón que saliera inmediatamente de sus tierras, y que le concedería paso libre en caso que le devolviera sus haciendas que le llevaba y si no lo atacaría con toda su gente que tenía en gran número. Como en esos momentos acababa de ser fus ilado un indio por traidor, el Coronel dijo: es necesario ser cortés y con lápiz puso al pie: “El portador va encargado de daros la contestación”. Al pasar por Renaico, venía cubriendo la retaguardia de la División el ayudante don Cipriano Ojeda, en que se custodiaban grandes piños de ganados, que se quitaron a los indios. Esta retaguardia en cada recodo de los caminos o pasos montañosos, era constantemente picada por el enemigo, hasta que en un momento dado el ayudante Ojeda llevado de un bélico arranque, contrariando las órdenes del jefe, para que nadie lo desprendiera del grueso de la División, se precipitó a un pequeño grupo de indios y luego fue envuelto por más de doscientos que se encontraban emboscados, pereciendo a lanzadas el citado oficial y gracias al arrojo y bizarría de la tropa que lo acompañaba, en que dieron muerte al Cac ique que mandaba y trece indios, pudieron escapar de esta celada. Cuando el Coronel Villalón se impuso de este incidente y dentro del criterio con que mantenía su férrea disciplina exclamó: “Siento la pérdida de mi oficial, era un bravo, pero la subordinación es la primera virtud del soldado”. 9º ATAQUE AL FUERTE DE NEGRETE.
El 17 de febrero a las dos de la tarde atacaron la plaza de Negrete, que recientemente se había reconstruido, a su paso de la División anterior, guarnecida por tropa del 3º de Línea y cuarenta Cazadores a caballo que quedaron al mando del Sargento Mayor don Luis Felipe Campillo. El número de indios que atacaron esa plaza se hace subir al número de dos mil, que rodeaban los alrededores del fuerte. Campillo mandó ocupar los lugares convenientes a la defensa, principalmente el paso del Bío-Bío que los indios trataban a toda costa de tomar. Las tropas dejaron el recinto para salir a batirlos a campo abierto pero como con el constante fuego escasearan las municiones de que la guarnición no estaba bien provista, se mandaron a pedir a Nacimiento como también refuerzos de tropa se replegaron al recinto del cuartel, sosteniendo un regular fuego hasta las ocho de la noche, hora en que los indios suspendieron el ataque cuando se impusieron que iban tropas auxiliares.
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En este hecho de armas que fue recomendado especialmente por el Jefe de la Frontera al dar cuenta de estas incidencias al Gobierno formaban parte de su guarnición, a más del Mayor Campillo, los Capitanes don José María Lagos, don José Manual González, don Adolfo Holley, ayudante don Manuel Contreras; Tenientes don Eulogio Robles, don Napoleón Meneses, don Waldo Díaz y Subteniente don Vicente Ruiz. De Cazadores a caballo, Capitán don Francisco Zúñiga y Alférez don Feliciano Echeverría. El fuerte de Negrete fue fundado el año 1840 y es célebre en la historia porque en sus campos tuvo lugar el primer parlamento que se celebró con los indígenas, bajo el período del gobernador Cano de Aponte el año 1726 y que debía servir de pauta en adelante para nuevos parlamentos al arribo de cada gobernador a este reino. 10º SEGUNDO ATAQUE A LA PLAZA DE NACIMIENTO.
El 24 de febrero atacaron por segunda vez la plaza de Nacimiento, al mando del Teniente Coronel don Bartolomé Sepúlveda, más de seiscientos indios divididos en dos grupos q ue cargaban por el Este y p or el Sur. La corta guarnición no permitió salir a batirse fuera del recinto fortificado, dónde también se había asilado la población, y por esta causa quedaron sitiados por dos días. El Coronel Villalón tan pronto tuvo conocimiento de este asedio, salió de Los Ángeles con una compañía del 4º de Línea al mando del Capitán don Juan José Ayala, otra del 3º al mando del Capitán don José Ulloa, sesenta Cazadores a caballo al mando del Sargento Mayor don Federico Soto Aguilar, una pieza de Artillería a cargo del Teniente don Salustio Sotomayor y cuarenta cívicos de Ca ballería al mando del Mayor don Pedro Cárter. Estas fuerzas se dirigieron a marchas forzadas y llegaron tan oportunamente que consiguieron levantar el sitio que los indios habían puesto a ese pueblo. Con este refuerzo permitió impedir la concentración de los dos grupos que tenían sitiado al pueblo y al presentarse, se ocultó la Infantería para que la Ca ballería diera una impetu osa carga, con lo que entró el deso rden y confusión en sus filas persiguiéndoles a más de una legua, en que quedaron más de cuarenta muertos y ochenta heridos.
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11º INSURRECCIÓN EN LA COSTA DE ARAUCO.
En la baja frontera, o sea, el litora l de la costa, la insurrección tomaba gran trascendencia, pues se encontraban amagados los pueblos de Lota y Coronel viéndose obligado el Intendente de Concepción a pedir fuerzas de las que cubrían la provincia de Arauco. Al efecto se le mandó una compañía del 5° a cargo del Capitán don Daniel García y con los cívicos de la provincia de Concepción que se pusieron sobre las armas, se levantó un fortín por el ingeniero Binimeles en el cerro de Villagrán, en el mismo punto, o sea, en la cuesta en que el jefe es pañol del mismo nombre diera la célebre batalla de Marihueno el 24 de febrero de 1554. En este fortín se levantó una columna con la siguiente inscripción: “La civilización contra la barbarie -construido por el Intendente Vicente Pérez Rosales-. Octubre 30 de 1860”. 12º NOMBRAMIENTO DE CACIQUES GOBERNADORES.
Por esta misma época y de acuerdo con el Jefe de la provincia estaba en vigencia el acuerdo de asalariar a los principales Caciques de la costa, para mantenerlos en quietud, como consta del siguiente decreto: Santiago, marzo 29 de 1860
He venido en acordar y decreto: 1º Se establecen cuatro gobernaciones o distritos en el territorio comprendido entre Cupaño y Tirúa limitado al Oriente por la cordillera de Nahuelbuta y el mar al Poniente. Los límites Norte y Sur de estos distritos serán los siguientes: el primero desde el río Pilpileo hasta reunirse al Cupaño que toma el nom bre de Lebu en su desemb ocadura el mar, y des de el río Tucapel hasta llegar a la quebrada de los Negros y de este punto vía recta al río Pangue. El segundo desde esta línea hasta la laguna de Nagalhue que se une al Paicavi. El tercero desde este río hasta el estero de la Antiquina; y el cuarto desde dicho estero hasta Tirúa, siguiendo la cordillera de los Pinales que se une al mar y toma el nombre de los Riscos. 2º Nómbrase Gobernadores de los expresados distritos, para el Iº al Cacique Juan Hueramanq ue; para el IIº al Caciq ue Juan M ariñanco; para el IIIº al Cacique Juan Polma; y para el IVº al Cacique Ignacio Lepiñanco.
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3º Estos Gobernadores según las órdenes que reciban del Jefe Superior de Arauco gozarán de la renta anual de ciento diez pesos cada uno, que les serán pagados por la Tesorería de la provincia cada cuatro meses en que deberán ocurrir a recibirla. Tómese razón y comuníquese.
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Subteniente don Guillermo Vargas. Subteniente don Juan Nepomuceno Vergara. Subteniente don David del Río. Subteniente don José Joaquín Herrera. Subteniente don Vicente Ruiz. Subteniente don Juan Maruri (en Santiago).
MANUEL GARCÍA MONTT.
13º LLEGADA DE TROPAS Y ROL DE JEFES Y OFICIALES DEL 3º Y 4º DE LÍNEA.
El 26 de noviembre entraba al puerto de Arauco la corbeta Esmeralda dese m barcando medio Batallón del 2º de Línea con sesenta hombres del 4º de Línea y 120 Cazadores a caballo, con lo que quedaba regularmente guarnecida la baja frontera a las órdenes del Coronel don Mauricio Barbosa. Después de relatar esta sucesión de campaña al interior de la Araucanía que podemos calificar de la 1ª etapa de la conquista y reducción de la Araucanía a que nos venimos refiriendo, y como no sería posible estar demostrando el personal de jefes y oficiales que actuaron en cada una de estas campañas, baste para los fines que persigo hacer nueva relación del rol que corresponda a los Cuerpos que hasta aquí han tomado parte. Batallón 3º de Línea Comandante Teniente Coronel don Ignacio Navarrete Sargento Mayor don Luis Felipe Campillo. Ayudante don Adolfo Holley. Ayudante don José Manuel González. Abanderado don Telésforo Silva. Capitán don Tomás Martin. Capitán don José María Lagos. Capitán don José Ulloa. Capitán don José del Carmen Díaz. Capitán don Anselmo Urrutia. Teniente don Napoleón Meneses. Teniente don José Luis Acuña. Teniente don Waldo Díaz. Teniente don Manuel Contreras. Teniente don Fermín Jara. Teniente don Eulogio Robles.
Batallón 4º de Línea. Comandante Coronel don José Manuel Pinto (en Chillán). Sargento Mayor don Pedro Lagos. Ayudante don Luis Varas. Abanderado don Gregorio Salce. Capitán don José Miguel Silva. Capitán don Amador Fuenzalida. Capitán don Demófilo Fuenzalida. Capitán don Pedro Antonio Guiñez. Capitán don Pedro María Aravena. Capitán don Juan José Ayala. Teniente don Quintiliano Barbosa. Teniente don Segundo Vidaurre. Teniente don José María Segundo Soto. Teniente don Juan José San Martín. Teniente don José Canto. Subteniente don Nicolás González A. Subteniente don José Vicente Muñoz. Subteniente don Alejandro Gorostiaga. Subteniente don Nicolás Segundo Jiménez. Subteniente don José Agustín González. Subteniente don Pedro Jara. Subteniente don Bartolomé Ibáñez. Subteniente don Martín Bravo. Del 7º de Línea, sólo se encontraba una compañía. Capitán don Jorge Wood. Teniente don Anacleto Lagos. Subteniente don Estanislao León.
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Planes de conquista en el territorio araucano. Año de 1861
CAPÍTULO III Planes de conquista en el territorio araucano. Año de 1861. 1º Diversos proyectos de conquista que dominan en la opinión. ––2º El Presidente Pérez acepta el proyecto Saavedra. ––3º Memorial que presentó Saavedra. ––4º Manifestaciones de los pueblos fronterizos. ––5º El Congreso concede fondos y sale la expedición de Valparaíso. ––6º Estado de ánimo de los indios. ––7º El Gobierno ordena suspender las operaciones. ––8º Saavedra eleva su renuncia. ––9º Contra las órdenes del Gobierno, se construye Mulchén. ––10º Memoria de los trabajos efectuados en 1861. ––11º Personal de jefes y oficiales.
1º DIVERSOS PROYECTOS DE CONQUISTA QUE DOMINAN EN LA OPINIÓN.
DEJAMOS AL CORONEL Saavedra en el capítulo anterior desempeñando la Intendencia de Valparaíso con motivo de los movimientos revolucionarios de aquel año, pero siempre preocupado de su atención preferente de la c onquista y pacificación de la Araucanía que era todo su anhelo. La preocupación general en el país, era también la solución de este grave pro blema. Los proyectos que habían fijado la atención de estadistas y militares eran tres: 1º Reducción por medio de la difusión primaria y de la religión con escuelas y misioneros. 2º Ocupación del territorio exterminando violentamente a sus habitantes. 3º Reducción por medio de adelantos progresivos de líneas de fronteras. El primero puesto en práctica desde los tiempos coloniales, no ha dado resultado alguno, pues el indio se ha acostumbrado a mirar al misionero simplemente como un hombre bueno, pero sin influencia para obtener sus principios de libertad y como mediadores o parlamentarios con las autoridades chilenas. El segundo proyecto, las razones de humanidad que aconseja la clemencia, no permitía lata discusión, por más que se hiciera valer el ejemplo de Estados Unidos.
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El tercer proyecto, avance sucesivo de líneas de fronteras, hasta llegar a la línea de Toltén que nos separaba de la provincia de Valdivia, trayendo como consecuencia, al fin, la incorporación al territorio de la República fue el que, como era natural, tuviera más adeptos. Este era el desideratum que patrocinaba con tanta vehemencia el Coronel Saavedra. 2º EL PRESIDENTE PÉREZ ACEPTA EL PROYECTO DE SAAVEDRA.
Al iniciarse la nueva administración del Excmo. señor don José Joaquín Pérez, y antes de tomar el mando, tuvo conferencias con el señor Saavedra referente a este tema y solicitó de él continuase en el mando de la provincia, a lo que ya anteriormente había manifestado deseo de retirarse a la vida privada, Saavedra le sostuvo que lo acompañaría gustosamente, siempre que se comprometiese a acometer la gran empresa de la conquista de la Araucanía4. Tal pensamiento llenó de entusiasmo al señor Pérez y después de repetidas conferencias con el señor Saavedra, aceptó la idea y le expuso que si durante su administración se conseguía establecer una plaza militar al Sur de la línea del Bío-Bío, como ser la repoblación de Angol, se daría por muy satisfecho y que una vez que se recibiese del mando contase con su más decidida cooperación. A fines de septiembre volvió el señor Saavedra a reanudar sus conferencias con el señor Pérez, manifestándole la conveniencia de no retardar las operaciones de esa campaña, que era necesario iniciarla en el mes de noviembre y aprovechar toda la estación de verano. Cuando se supo en el público que la nueva administración se iniciaba con la resolución del problema araucano y que su ejecución se confiaba a uno de los jefes que mereció señaladas pruebas de deferencia de la administración Montt, acudieron los amigos del señor Pérez a significarle el peligro que corría de verse envuelto en una guerra de grandes proporciones en la Araucanía, para lo que el país no estaba preparado, y que en el señor Saavedra no había sino un propósito político, de poseer el mando del Ejército para servir las miras de los hombres del pasado Gobierno. Como era natural en aquellos momentos el señor Pérez llamó en su consejo a varios hombres públicos, y a jefes muy caracterizados del Ejército y la opinión fue desfavorable al avance de la línea de frontera.
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La Araucanía por Horacio Lara.
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El presidente conferenció nuevamente con el señor Saavedra. Le manifestó el juicio de las personas que había invitado y su s serios temores de ir adelante en tal empresa. Por toda contestación el señor Saavedra agregó: “ya que Ud. vacila señor Presidente no es posible ir más allá y sólo le ruego me permita retirarme a la vida privada como antes se lo signifiqué, debo sí decirle que no me extraña el juicio ligero que forman personas que no han estudiado un negocio por s i extraño para ellos”5. En cuanto a las altas personalidades de nuestro Ejército, es indudable que ellos no se pondrían al frente de ella, con los escasos elementos que yo exijo, porque no estarían dispuestos a correr ningún albor que comprometiese sus antecedentes y reputación; no sucede lo mismo con el hombre de iniciativa privada, que ansioso de hacer un servicio a su país, ha estudiado los medios de conseguirlo con los elementos naturales del Gobierno, sin imponer al presupuesto ordinario de la nación un gasto que prudentemente no puede exceder de $ 50.000,00 para ocupar a Angol. Es más, señor Presidente: yo no soy un loco aventurero que me lance a temerarias empresas, respeto mi nombre y mi pellejo , y si V. E. me ha visto siempre lleno de entusiasmo porque tengo fe ciega y una voluntad decidida para hacer bien a mi país.” Estas razones convencieron al señor Presidente y lo autorizó para seguir adelante en su empresa. Estas últimas conferencias tenían lugar en los primeros días de octubre de 1861. Y al efecto s e dictó el siguiente decreto:
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Planes de conquista en el territorio araucano. Año de 1861
3º MEMORIAL QUE PRESENTÓ SAAVEDRA.
El día 11 se apresuró a presentar su memorial y como una pieza magistral que honra el talento de un gran estadista, la copio íntegra. MEMORIA Sobre la necesidad de adelantar la frontera sobre el río Malleco pasada por el Intendente de Arauco al Señor Ministro de Guerra. Valparaíso, Octubre 11 de 1861
Señor Ministro: Cumpliendo con lo ordenado por Ud. en su nota del 7 del corriente Num. 613, someto a su consideración la exposición que tengo el honor de incluirle en que se manifiesta la imperiosa necesidad del adelanto de la línea de frontera sobre el río Malleco, dando así seguridad a las poblaciones fronterizas y permitiendo el desarrollo de la riqueza pública. La urgencia con que Ud. me pide estos datos, me hacen temer vayan algunos errores en la redacción, porque no he tenido tiempo para su revisión. Dios guarde a Ud.
Ministerio de la Guerra N.° 613
CORNELIO SAAVEDRA . Santiago, octubre 7 de 1861 Consideraciones en favor de una línea de frontera sobre el río malleco
Al Intendente y Comandante de Armas de Valparaíso: Para ocurrir a las Cámaras pidiendo la autorización necesaria a fin de disponer de algunas sumas que deberán invertirse en los gastos que demande la realización del pensamiento del Gobierno de adelantar la línea de frontera, conviene que Ud. remita a este Ministerio a la mayor brevedad posible una nota en que se desarrolle dicho pensamiento con todos los detalles que hagan notar su utilidad, acompañando el respectivo croquis de las localidades. Dios guarde a Ud. Palabras textuales de Saavedra.
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MANUEL GARCÍA.
I
Reseña de la situación de la alta frontera.
Desde que en el siglo pasado se estipu ló reconocer como línea divisoria entre los españoles y los indígenas el río Bío-Bío, bien poco se ha avanzado en la obra de reducción y civilización de los araucanos. La falta de un plan sistemático y seguido con fe y constancia ha hecho por otra parte infructuosos los esfuerzos individuales y las conquistas de comercio de la civilización. Reducidos los elementos puestos en acción a las misiones mal combinadas y servidas en la generalidad e impotentes por sí solas, ha ido postergándose indefinidamente el gran pensamiento de nuestra integridad nacional por la reducción y civilización de
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los indígenas. Basta recordar que por estos medios, no se ha continuado, sino por cortos intervalos la lucha a muerte entre las dos razas, sin que hasta ahora se haya extinguido ni el profundo antagonismo que las divide y sin que una sola de esas misiones haya servido siquiera como fundamento de una población. La relajación es siempre la misma y ninguna de las ventajas de la civilización ha podido afianzarse en aquel territorio por medio de las misiones. Los españoles en los primeros tiempos de la Conquista, con escasos elementos y en corto número, pudieron, sin embargo, obrar con más eficacia por medios combinados y enérgicos que dieron en cortos años, resultados portentosos y que aun admiramos. Las misiones, la fuerza, el comercio garantido con el vigor de la autoridad, pudiendo asimilar poblaciones heterogéneas y fundar una nación con un territorio extenso, poblado de enemigos, con un corto número de hombres civilizados y resueltos. Los resultados de la experiencia permiten optar entre los diversos sistemas que pueden emplearse para llegar a un fin tan deseado por la generalidad y al que se han consagrado tantos esfuerzos como heroicos sacrificios. Tomando como punto de partida la época de nuestra emancipación política, veremos sucederse los mismos efectos por causas idénticas. La fuerza militar imponiendo respeto a la barbarie y dando garantías al comercio, conquistó al Sur del Bío-Bío o de línea antes respetada, el punto de Negrete, que fue en 1840 un reducido y mal formado puerto y que llegó a ser una población de más de mil 500 habitantes. En donde obraron los misioneros, no fueron más felices que en otra época, ni lo son en el día, ni aun siquiera para facilitar el comercio y la franca comunicación con los indios. El misionero cree comprometida con lo que llama su influencia, si muestra siquiera un tratado amistoso y cordial con la raza civilizada, es más que un propagador del Evangelio, un prisionero de los caprichos y de los hábitos, singulares de los indios. El pueblo de Negrete, guarnecido por una pequeña fuerza, fue desarrollando poco a poco la población de los campos inmediatos y fermentando la industria agrícola y su mutuo comercio que, en no poca extensión, se ha hecho hasta los últimos años. Fundos extensos, trabajados y cultivados se fueron formando al Sur del Bío-Bío, en la alta frontera y en el año 1858 ascendían según cálculos más prudentes a más de catorce mil habitantes españoles, el número de los pobladores rurales aumentando incesantemente por la creciente inmigración de otras provincias. Principiaba también a realizarse en no reducida escala la absorción de la raza indígena por la civilizada y muchos naturales entraron en la vía de la civilización y del trabajo. Los desgraciados acontecimientos que se han sucedido desde 1859 hasta la fecha, han destruido la obra comenzada bajo tan favorables auspicios y res-
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tituido la frontera al estado de inseguridad y desolación que tenía antes de 1835. La población de Negrete, reducida a cenizas por el fuego de los bárbaros, arrasadas las habitaciones, bodegas y trabajos realizados, robados los ganados, incendiadas las sementeras, no debían hacerse esperar el abandono hecho por los pobladores de un territorio en que podían ser víctimas de la saña cruel de los indios, que no han respetado jamás ni las personas, ni las cosas que puedan llevar la civilización. El aniquilamiento de la frontera y el desaliento de los espíritus, es el resultado de aquellas privaciones que pueden repetirse día por día, si el Supremo Gobierno no ocurre en protección de las vidas y de las propiedades y adopta medidas de seguridad más extensas y radicales que las que hasta ahora se han presentado. Las otras poblaciones de la línea de frontera no corrieron poco riesgo al seguir la suerte de Negrete, y sin las cortas guarniciones militares que se han sostenido, los araucanos para nuestra vergüenza, habrían conquistado por la desolación, una parte del departamento de la Laja. En cuanto lo permitió el orden público amenazado en otros puntos de la República, el Supremo Gobierno entró a reprimir la sublevación de los indios por dos campañas consecutivas llevadas hasta el Imperial, que han dado los resultados que siempre han producido estas operaciones. Nuestro Ejército, victorioso en todas partes, ha recorrido la Araucanía, sin llegar jamás a encontrar a un enemigo organizado, que huye por los bosques para aprovechar los momentos que le sean propicios. Escarmentados, sin embargo, en los encuentros que fueron posibles y restituida nuestras fuerzas a sus posiciones, aquellos han quedado en la misma posibilidad y libertad de asaltar a las poblaciones indefensas y robar sus animales y cosechas. La situación es, pues, deplorable a este respecto: no hay alguno que pueda en esa inseguridad aventurar lo que aún le quedó por perder; la industria y el comercio extinguidos; la población misma que podía servir de refugio, en escombros y cenizas, y en consecuencia los propietarios desposeídos, y los bárbaros enseñoreán dose en sus últi mas conquis tas sobre nuestra civ ilización. El Gobierno podrá comprender mejor esta situación y la dificultad de que se mejore por los esfuerzos particulares, con una breve descripción del terreno y de los puntos ocupados por las guarniciones ordinarias. El llano intermedio que se extiende al Sur del Bío-Bío y al Oriente del Vergara, adecuado por su buena calidad a la explotación de la agricultura, es el que en una parte no pequeña, contenía antes de 1859 los catorce mil pobladores y los muchos fundos cultivados en el territorio indígena perteneciente a los españoles. Los fuertes militares en la actualidad son: el del Nacimiento,
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San Carlos, Ángeles y Santa Bárbara; el primero al Poniente del Vergara, y los demás al Norte del Bío-Bío. Por consiguiente, estando la fuerza militar a retaguardia de los muchos pobladores y separada por un río caudaloso, no podrá ser eficaz y oportuna su protección. Cuando más alcanzarían a ejercer una influencia moral débil, sin embargo, para contener a los indios en sus depravaciones. No obstante una confianza: exagerada en la tranquilidad de los araucanos aglomeró en aquellos terrenos muchos capitales e individuos que se perdieron en un día de desolación. El pueblo de Negrete, fundado al Sur del Bío-Bío, era el único punto que podía prestar en su radio reducido alguna seguridad y esta es la causa que fomentó este pueblo para reunir más de mil quinientos habitantes ocupados del comercio y de la agricultura. De esta sucinta descripción aparece de fácil comprobación, que mientras no se adopte un plan mejor concebido y sostenido, se hace imposible obtener el progreso de aquella parte de la República, y la reducción y civilización de los indígenas. Pueden conseguirse resultados precarios y transitorios, pero nunca permanentes y radicales. Con este convencimiento y la experiencia de algunos años, adquirida en presencia de los sucesos y de las localidades, puedo proponer al Supremo Gobierno, con certidumbre de alcanzar el fin que se desea, medios de fácil aplicación, poco costosos y seguros en sus resultados. Pueden entrar las misiones, ya que se sostienen de fondos nacionales, en la combinación de los elementos que hayan de cooperar a la reducción y civilización de los araucanos y el erario nacional podrá también abrirse a nuevas vías directas de riqueza en una época inmediata; fuera de la influencia que en el producto y consumo general han de ejercer, cientos de miles de cuadras hoy incultas e improductivas, entregadas a la industria y civilización. El sistema que propondré en esta exposición, ni es nuevo ni desconocido de toda persona que ha estudiado con interés y patriotismo y en vista de las localidades el medio de integrar la República en su estado natural. Muchas son las personas notables que han revelado al público unos, y otros al Supremo Gobierno y aun al Congreso estas mismas ideas que yo he corro borado des pués de exam inar l a frontera en di versas y v ariadas s ituaciones y conocer el carácter de los indígenas.
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II Línea del Malleco.
El sistema de reducción y civilización de los indígenas que somete a la alta consideración del Supremo Gobierno, consiste: 1º en avanzar la línea de frontera al río Malleco; 2º en la subdivisión y enajenación de los terrenos del Estado, comprendidos entre el Malleco y Bío-Bío; 3º en la colonización extranjera de los terrenos que sean más a propósito. Examinaré con la extensión que me permitan los estrechos límites de esta comunicación cada uno de estos puntos por el orden en que están enumerados. El río Malleco, aunque tiene un caudal de agua menor que el Bío-Bío, presenta ventajas incontestables y reconocidas ya por personas competentes para una línea de fácil defensa contra los indios. En vista del plano se comprenderá que su situación favorece también la protección a todos los grandes intereses de españoles comprometidos hoy indefinidamente; naciendo de la cordillera desemboca en el Vergara en Angol como a once leguas al Sur de la línea actual y comprende un área de terreno entre ambas líneas que no bajará de 350 mil cuadras cuadradas. Las altas barrancas que forman su caja en casi todo su curso deja franco el paso por cinco o seis puntos, que también pueden inhabilitarse a poca costa algunos de ellos. Los nuevos fuertes que se marcan en el plano con una cruz, desde Angol hasta la montaña en cinco puntos en que permite paso el Malleco dejaría en una casi completa incomunicación a las fuerzas de indígenas organizadas. Si pudiera ser practicable en otros puntos el tránsito, no lo sería sin duda por grupos de alguna consideración, ni es posible que se intentase por la natural desconfianza del salvaje, sabiendo que dejaría fuerzas enemigas a retaguardia. El Bío-Bío para el indio es muy pequeño obstáculo, pues lo salva a nado y no siempre es fácil cortarlos en su retirada. Los nuevos fuertes corresponderían a los de Nacimiento, Negrete, San Carlos y Santa Bárbara y no exigirían, una vez establecida la nueva línea, más tropa de guarnición que las que cubre el servicio en las plazas actuales, con excepción sólo de los dos primeros años, en que convendría inspirar plena confianza a los habitantes y a la misma tropa, así como hacer más poderosa y eficaz su influencia en el ánimo de los indígenas. El establecimiento de esta línea no demanda, por otra parte, sacrificios de importancia. El Supremo Gobierno conoce lo que es un fuerte de defensa en la frontera y el poco costo de los cuarteles que se habrían de trabajar para comodidad de la tropa. Todas estas obras como las que se aconsejan la experiencia y progreso de las poblaciones que se críen en cada plaza, se harían con la misma fuerza, que consagrada exclusivamente a conservar su puesto, y a prestarse
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mutuo auxilio de fuerte a fuerte, tendrían tiempo sobrado para el trabajo. Con este arbitrio y llevando elementos de construcción, con las divisiones que hayan de tomar posición de las márgenes del Malleco, las obras de seguridad pueden estar concluidas en poco tiempo y los cuarteles antes de la mala estación. Las operaciones militares dirigidas sólo a conseguir este propósito, no presentarían ni riesgos ni dificultades y es por otra parte probable que tentando medios amistosos con los jefes principales de los indios, cooperen mucho en la ejecución del plan propuesto, según datos que he podido recoger recientemente. Si la táctica del indio ha burlado en otras ocasiones los esfuerzos de nuestras tropas, huyendo a su vista para organizarse en otra parte, esperar que momento oportuno para sorprender o hacer excursiones rápidas para a robar a largas distancias aprovechando la ausencia de nuestras tropas; adoptando ahora un plan defensivo, evitando el cansancio y desorden que producen marchas precipitadas y constantes, y ocupando sobre todo posiciones como las que propongo, se encontraría el salvaje impotente para embarazar el trabajo que ha de incomunicarlo con el territorio poblado por los habitantes civilizados. Es de notar, por otra parte, que los indígenas, desalentados por el resultado de las luchas pasadas y en la necesidad urgente de proveer a la conservación de sus ganados y a la suya propia, no han de encontrarse bien dispuestos para una nueva campaña. Entre el Bío-Bío y el Malleco existen hoy muy pocos habitantes indígenas, si aun en 1858 no pasaban de quinientos, según la estimación hecha por personas conocedoras de aquellas localidades, siendo muchos asimilados con la raza civilizada. Arreglos amistosos para el establecimiento de la nueva línea, son tantos más probables, cuanto que pueden encargarse personas de influencia con los indígenas para conseguirlo, y entonces se hace más fácil y más económico todo procedimiento para alcanzar este fin. Resguardado el territorio al Norte de Malleco por la nueva línea, los propietarios civilizados, los antiguos pobladores y otros muchos nuevos irían en poco tiempo a fomentar el comercio y la industria y a dar vida a los pueblos que han de formarse bajo la protección de los fuertes. Este ha sido el origen de las actuales poblaciones de la frontera, y no dudo que las mismas causas producirán hoy iguales efectos. Una guarnición de cien a doscientos hombres lleva consigo muchos especuladores al menudeo, que expenden los artículos de consumo, ensanchan poco a poco el precio y lleva a muchos agricultores, que van estableciéndose de un modo permanente en el transcurso de pocos años. Los individuos de tropa retirados del servicio, que ven facilidad de ganar cómodamente su subsistencia para su familia, son otros tantos pobladores que acrecentarán la producción, población y consumo. Las condiciones ventajosas como la buena calidad de los terrenos, son también motivos que asegurar este desarrollo. El río
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Vergara de fácil navegación hasta Angol, presenta una expedita comunicación y facilidades al comercio con los pueblos de Nacimiento y Concepción; y además el transporte de los frutos puede hacerse cómodamente por terrenos planos y abiertos aun hasta puntos distantes. A estos motivos de fomento pueden agregarse las misiones que habrán de establecerse, más bien que en puntos aislados en recinto de las poblaciones para atender al servicio del culto y a las necesidades espirituales de los habitantes cristianos, sin que dejen de tener ocasión de ejercer su misión con los indígenas convertidos a los hábitos civilizados, y propender a la educación de las escuelas primarias cuando sea oportuno. Respecto a la tropa, dos clases de estímulo pueden adoptarse, o bien se dona una extensión de terreno a los que hayan de radicarse en aquellos puntos o bien se fija un sistema gradual de sueldos por cuatro o cinco años, que consistirá en darles una extensión de tierra para su cultivo, y en el primer año sueldo íntegro, en el segundo dos tercios, en el tercero una mitad, en el cuarto un tercio, para que en el quinto se hallen en actitud de consagrarse exclusivamente a su trabajo y proveerse por sí de los medios de subsistencia, con la obligación de prestar servicios militares en los casos urgentes, o quedar en calidad de milicianos por el espacio de cinco años. Este temperamento deberá adoptarse sólo con los que lo soliciten. El comercio, como agente poderoso que debe obrar en la consecución del objetivo propuesto, puede hacérsele servir con eficacia y en poco tiempo. El comercio con los indios en manufacturas, licores y principalmente en plata, ha sido en los años que precedieron a los sucesos de 1859, muy importante, haciéndose un cambio muy ventajoso de cereales, lanas y animales. Establecida la línea del Malleco y restringido el comercio de los indios a las plazas fronterizas, con prohibición de hacerlo en otra parte, se atraería a ellas centenares de personas que han consagrado especialmente a esta ocupación; y es de esperar que los mismos araucanos recibirán mayor provecho de un sistema así establecido en sus relaciones con los españoles. Las plazas de Malleco, colocadas unas de otras a una distancia de dos leguas, poco más o menos, y comunicadas por caminos fáciles, pueden prestarse prontos auxilios en los casos necesarios, dándose señales por medio de piezas de Artillería de grueso calibre. Estas mismas señales servirán de aviso a los habitantes de los campos para buscar la protección y seguridad de sus vidas e intereses en los puntos militares más inmediatos; esos mismos poblados robustecían las guarniciones militares, haciendo así más imposibles las depravaciones de los s alvajes. Si llevado a su total realización este pensamiento da los resultados que todos prevén, en dos o tres años más, puede seguirse avanzando la línea de frontera, hacia el Sur partiendo de la costa, y así sucesivamente hasta que haya desapa-
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recido la actual anomalía de existir un territorio chileno al cual no alcanza el imperio de la Constitución y de las leyes de la República y concluya para siempre el antagonismo entre las dos razas, por la civilización de los bárbaros. El Supremo Gobierno habrá hecho un bien de alta trascendencia para el porvenir, dando inmediato principio a la ejecución de este plan, y remediará de cuanto es posible la miseria a que ha quedado reducida una parte bien considerable de la provincia de Arauco, víctima desde 1859 de las expoliaciones y asesinatos cometidos por los indios. III Enajenación de los territorios del Estado.
La enajenación de los terrenos baldíos o fiscales que existen entre el Bío-Bío y el Malleco no sólo concurriría al fin antes dicho, sino que indemnizaría al Estado de los gastos que demanda el afianzamiento de la seguridad de la frontera. La importancia de esta medida, es fácil de comprender. Subdivididos los terrenos en hijuelas de quinientas a mil cuadras cuadradas, y enajenadas en pública subasta, habría muchos interesados halagados por el bajo precio o por la comodidad del pago, si las ventas hubieren de hacerse a censo redimible de un cuarto por ciento en todo o parte, o a plazos, y finalmente por la garantía que ofrece el vendedor. El interés individual hará que en pocos años esos pequeños fundos se poblasen y cultivaren, y entonces no habría posibilidad de que fuesen amagadas ni perturbado en sus labores. La protección de las fuerzas a vanguardia, la población acrecentada y los fundos destinados y cerrados, pondrían muchos obstáculos insuperables a los indios, si alguna vez pretendiesen intentar fortuna. La enajenación de cada hijuela convendría se hiciese bajo condiciones convenientes para que se asegurasen en el menor tiempo posible la estabilidad de las ventajas que este sistema ha de producir, y afianzarse la reducción de los indígenas y la integridad del territorio. Tales condiciones podrían consistir: 1º en que los compradores cerrasen con fosos sus propiedades donde lo permitiere el terreno, en el termino de dos años; 2º en que dentro del mismo término trabajasen su habitación; y 3º en que tuviesen en dos años más, una posesión para cada inquilino, arrendatario o sirviente por cada cien cuadras. Otras industrias favorecidas por la agricultura y el comercio irían también en poco tiempo a cooperar a la acción civilizadora de todas las demás causas enunciadas, y el departamento de Nacimiento, en esta parte, sería conquistado a la barbarie, sin necesidad de una guerra destructora.
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Para conseguir tan útiles resultados y facilitar al Supremo Gobierno los medios de adoptar resoluciones prontas y seguras, conviene que, tan pronto como se establezca la nueva línea, se mensuren hijuelas y tracen los terrenos vacantes por ingenieros militares que puedan formar parte de la División que tome posesión del Malleco. Calculada la extensión de este territorio en 350 mil cuadras cultivables, puede estimarse en más de 200 mil, las que no son poseídas legalmente y a las que el fisco tendría un derecho expedito. De éstas convendría dejar una parte considerable para colonias y para distribuirlas entre los individuos del Ejército, según lo expuesto anteriormente. El precio de cada cuadra, adoptando un término medio, no bajará de cuatro pesos y por consiguiente el erario nacional puede procurarse una renta anual no despreciable. Si se toma en cuenta la mayor producción y que todos los fundos que se enajenen pagarán una contribución territorial, puede afirmarse, sin temor de aventurar un juicio exagerado, que el Estado reembolsará sus gastos y obtendrá nuevas fuentes de riqueza para su erario, de que carece al presente, aun en el caso que las operaciones militares y la construcción de fuertes y cuarteles, no fuere tan económica como lo he propuesto. La influencia que la explotación de aquel territorio ejercerá sobre el comercio en general del Sur y aun del extranjero, será notable en sus inmediatos resultados por la facilidad de los trasportes y el moderado costo de la producción. En los años que precedieron al año 1859 se sustentaba un comercio ya muy extenso, y cuya paralización ha sido muy sentida en todos los pueblos que gozaban de aquellos beneficios. No puede calcularse en menos de 250 mil fanegas de cereales las que se producían en la extensión indicada, ni en menos de 8 mil quintales de lana los que se extraían para el extranjero. No obstante el principal artículo era el de animales vacunos, pues desde allí se proveían muchos especuladores en grande escala, para conducirlos a las provincias centrales. Todos estos artículos se cambiaban por mercaderías extranjeras, por licores o plata amonedada o manufacturada. Conviene, sin embargo, evitar un mal sentido desde muchos años atrás, resultante de los fraudes que se cometen en las enajenaciones de terrenos de indígenas y que han producido un caos en la legitimidad de los derechos sobre terrenos. Bien sea que el indio vendedor engañe al comprador, presentándose como dueño sin serlo, bien sea que el comprador, abusando de la ignorancia del indio, lo induzca a errores, resulta que por estas u otras causas se ha producido, y se producirá mientras subsista tal orden de cosas, un palenque de juicios interminables, una confusión de derechos que no pueden evitarse.
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El Supremo Gobierno dictó muchas y muy bien calculadas resoluciones para evitar estos males, y aun adoptó la idea que ahora tengo el honor de proponer a Ud.: la de prohibir todo contrato de venta hecho por indígenas. Todos los que han tenido la ocasión de hacer estudios prolijos sobre la frontera, y entre ellos me hago un honor en citar a don Antonio Varas, han creído que el único medio de establecer las relaciones con los indios bajo mejores bases y evitar en lo posible los fraudes en los contratos en que intervienen, es adoptar como principio que el Estado sea el único comprador de los terrenos perteneciente a indígenas, sino para que los enajene en hijuelas proporcionada y por el mismo precio de costo o en subasta pública. Esta medida aunque no aparezca desarrollada en toda su extensión en la presente memoria, es de suma importancia, contribuirá en gran parte a establecer relaciones amistosas con el indio y a que el comercio se haga bajo mejores auspicios, pues mucha parte de las hostilidades que los comerciantes reciben de los indios, son provocadas por los fraudes que en los contratos sobre terrenos han sufrido éstos, produciendo así entre ellos la desconfianza y rencor hacia los españoles. Me remito al juicio ilustrado que tan notables personas, como la que acabo de citar, han formado y comunicado al Supremo Gobierno y a otros Cuerpos del Estado y al de Ud. mismo, que habrá tenido ocasión de estimar las mismas causas y sus efectos. Prudente es precaver con tiempo las usurpaciones que podrán hacerse al Estado por los particulares, aprovechándose sin título de los terrenos vacantes. Contratos ficticios, enajenaciones fraudulentas, posesiones supuestas, internaciones, etc., pueden ser armas que se usen con alguna generalidad, para cometer esas usurpaciones y obtener adquisiciones fáciles aunque precarias. Para que los intereses públicos puedan defenderse contra maquinaciones bastardas, es u rgente proceder al nombramiento de un fiscal encargado de seguir los juicios correspondientes y practicar las gestiones que convengan a los intereses del Estado ante la justicia ordinaria. El secretario de la Intendencia que hasta ahora ha desempeñado este cargo, no puede ejercerlo sino en la capital de la provincia, pues no podría abandonar sus principales ocupaciones reconociendo por sí mismo las localidades, hacer investigaciones, ni practicar otras diligencias que habrían de dar otra solución más pronta y favorable a los juicios. Una dotación de dos mil pes os anuales y por un tiemp o determinado evitaría al Estado pérdidas de mucha consideración y trascendencia. También convendría que el Supremo Gobierno se hallase investido por el Congreso de la facultad especial de dirimir por sí o por medio de las autoridades administrativas subalternas si conociendo como arbitrador aquellos juicios en que tuviesen parte y pudiesen hacerse interminables por las vías ordinarias, pudiendo hacer
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uso de esa facultad, cuando lo exigiesen los intereses públicos y la naturaleza del negocio sometido a juicio. Personas hay que, constantemente, han estado dispuestas a ceder a favor del Estado parte considerable de los terrenos que poseen en el territorio indígena, a trueque de ver garantido el resto de los amagos de los indios y hacer cesar la inseguridad de sus títulos en contraposición a veces con las del Fisco; y es de suponer que la mayor parte de los que se hallan en iguales circunstancias obrarían en el mismo sentido, consultando su bien entendido interés. Una comisión compuesta por el Intendente, el secretario y el agente fiscal especial, podría informar al Gobierno acerca de la conveniencia de las transacciones que se propusiesen para que fueren autorizadas en vista de los expedientes originales, de los títulos y documentos de los interesados. Sin adoptarse estas otras precauciones análogas que el Supremo Gobierno adopte más propias y eficaces, se verían comprometidos muchos de los inestimables bienes que la República puede reportar de la reducción de los araucanos y de la incorporación de su territorio. IV Colonización extranjera.
La colonización extranjera es otro de los medios que deben entrar en la reducción y civilización de los indígenas, bajo las mismas bases y condiciones que las establecidas para las colonias de Llanquihue y Human, destinándose la extensión de terrenos que sea más conveniente a desarrollarla y radicarla. La enajenación de pequeñas propiedades a nacionales y extranjeros, y la cesión de otras a los colonos, haría que la colonización fuese más fecunda en sus resultados, reuniendo en un mismo punto distintas nacionalidades y facilitando la asimilación de los colonos y nacionales y la introducción y propagación de industrias más perfeccionadas de hábitos más laboriosos. Por otra parte, el mayor valor de los terrenos cultivados y la creación de nuevas industrias vendrían a redundar en provecho del Estado, y a promover la inmigración voluntaria de otros puntos de la República y del extranjero. Dando a la colonización toda su importancia y fomentándola en una escala proporcionada, en pocos años el Fisco podría utilizar centenares de miles de cuadras de los terrenos situados entre el Malleco y el Imperial y algo más adelante, la existencia de tribus salvajes en la República sólo aparecería consignada en las páginas de la historia. La calidad de los terrenos, la facilidad de las conducciones y trasportes por ríos navegables y el clima mismo, hacen de aquella parte de la República la más adecuada y propicia a la colonización, y la que más se
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presta a dar las proporciones que el país exige. La falta de habitantes nacionales, que ocasiona la estancación de la agricultura e impide el nacimiento y desarrollo de otras industrias, no puede remediarse sino es en la colonización extranjera, felizmente iniciada con buenos resultados en las provincias de Llanquihue y Valdivia. Los colonos protegidos por la nueva línea de frontera serían seguros auxiliares de las guarniciones militares en los casos de guerra, y prestarían su mayor inteligencia y laboriosidad al fomento de los pueblos fronterizos. La paz sólida y bien afianzada de que felizmente goza hoy la República, presenta la ocasión más favorable para la ejecución de estos proyectos, cuyo buen éxito depende de la constancia con q ue se pongan en acción todos los elementos, por espacio de tres o cuatros años consecutivos. Por esta consideración debe aprovecharse el tiempo y no postergar las operaciones para otra época en que otras atenciones distraigan a este importante objeto la acción del Supremo Gobierno y de los que deben ejecutar inmediatamente sus instrucciones. Iniciadas las operaciones militares en el próximo mes de noviembre y tomando posesión de los pasos del Malleco después de tentar el consentimiento y acuerdo de los Caciques principales por un parlamento que puede provocar, podría el Supremo Gobierno adoptar en seguida medidas para la mensura, división y enajenación de terrenos, y hacer los pedidos de colonos para el año siguiente. Por mi parte, me propongo allanar los demás obstáculos, que siempre acompañan a toda empresa importante. Reunidos en un parlamento los Caciques de más influencias para hacerles comprender que se respetarán las legítimas posesiones de los indígenas y que la nueva línea, no será más que una garantía de paz y de beneficios recíprocos, e interesándolos en que eviten toda hostilidad de parte de sus compañeros, no dudo que pueden entrar muchos de ellos en acuerdos, y ser buenos auxiliares. A este propósito contribuirá la asignación que creo conveniente dar a algunos Caciques importantes y a un reducido número de sus mocetones, los que están siempre dispuestos a ser fieles apoyos de la autoridad pública y a prestar sus importantes servicios en la frontera. Estos sueldos son siempre bien reducidos y no impondrán al erario gravámenes dignos de atención. Los indígenas que tengan efectivas posesiones entre el Malleco y el Bío-Bío han de ser deslindados y respetados en ellas, sometiéndose al régimen legal que se pondrá en ejercicio tanto en lo administrativo como en lo judicial, esta bleciendo nuevos departamentos y subdelegaciones luego que el incremento de las poblaciones lo requieran y aun estarán obligados a prestar los servicios que los demás habitantes para la seguridad de los diversos lugares separados de la fortaleza, ordenanzas de policía local y otros medios normales de seguridad vendrán a completar el régimen que se establezca.
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V Régimen especial de la frontera.
Los artículos 1º y 2º de la ley de 2 de junio de 1852 reconocieron la necesidad de establecer un régimen especial para los territorios habitados por indígenas, y autorizaron la formación de las ordenanzas de frontera, llamadas a promover la reducción y civilización de los indígenas, y establecer las relaciones comerciales, bajo bases de protección para los indios. En efecto, no es concebible la observancia del régimen constitucional entre individuos que no reconocen el imperio de la ley y que deben considerarse en situación de que el Estado ejerza una influencia saludable sobre ellos para prepararlos a la vida civilizada. Esta autorización caducó en 1856 pues concedida sólo por cuatro años, no pudo salir de ese término, pero ahora debería conferirse por un término más largo, en atención a que la experiencia ha hecho conocer las dificultades de plantear en corto tiempo el sistema más conveniente en todos sus detalles. La Intendencia de la provincia, estudiando de cerca las necesidades y los medios de conciliar los intereses de los indios y de los españoles, podrá proponer al Supremo Gobierno las ordenanzas respectivas. Entre las medidas de un régimen especial, que se han adoptado con buen éxito y que propongo en esta memoria, debo recordar las que han reglamentado la forma de los contratos sobre terrenos todavía vigentes y la de prohibir las enajenaciones a favor de particulares, haciéndose el Estado el único comprador y vendedor. Las ventajas que resultaron de este sistema se han relacionado en uno de los capítulos precedentes y oportunamente podré presentarlos en todos sus detalles, si el Supremo Gobierno así lo ordena, aceptando el pensamiento en la extensión que lo propongo. Las leyes y disposiciones acordadas y la experiencia misma han sancionado y adoptado el principio de que los indígenas no pueden entrar en el ejercicio de los derechos propios a todos los demás ciudadanos sin la tutela de la autoridad. Sin ella se fomentarían de nuevo los fraudes y expoliaciones que han deseado evitarse y que son víctimas los indios y los habitantes civilizados. Agentes de pleitos, tinterillos de profesión y especuladores de mala fama, hay en gran número y todos conspiran ardientemente a provocar litigios entre unos y otros, y a mantener la inseguridad y alarma que mata todo pensamiento de mejora y toda idea de trabajo. Los indios despojados, los españoles defraudados, la provincia privada de los bienes del comercio y de la agricultura y la confusión de las propiedades, es el cuadro que ha presentado ordinariamente la frontera: males producidos por esos comunes enemigos que sólo ganan con el desorden. Medidas enérgicas de absoluta exclusión de estos agentes, como intermediarios en las relaciones con los indios, sería el único medio de extinguir el mal.
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Leandro Navarro/Crónica Militar
Los deslindes obligados en las propiedades rurales y los cierros generales de cada una en un espacio de tiempo dado, hechos con intervención de un representante fiscal para prevenir las internaciones en terrenos del Estado, contribuirían a fijar los derechos particulares bajo mejores bases. La Intendencia llevaría un registro de los títulos como al presente y un libro de deslindes, cuando estos no se hiciesen por acuerdos de las partes y con intervención fiscal, o por resolución de la justicia, algo más expresos y detallados que los que se observan en las oficinas de los conservadores. Impulsados así los particulares a arreglar sus derechos y a poner fin a las contiendas sobre posesión, bajo multa, que se aplicarían a los que no cumplieren con estas disposiciones de policía, se avanzaría rápidamente a la finalización de los pleitos pendientes y a evitar los que siempre se promueven por sugestiones apasionadas de los agentes de oficio. Estas y otras providencias especiales exige el plan que propongo de reducción y civilización de indígenas, fácil y económica en su ejecución, como eficaz y de inmediatos resultados. Dispuesto a realizar el plan propuesto, si encuentro benévola acogida en el Supremo Gobierno y con la experiencia y conocimientos locales necesarios, así como la voluntad decidida de hacer tan importante bien a mi país, tengo la conciencia de poder conseguir en poco tiempo los grandes resultados que me prometo en el establecimiento de la línea de frontera en el Malleco. No he confiado demasiado en mis propias ideas, ellas se han formado en una larga serie de observaciones y en presencia de los sucesos, en la investigación de las localidades y en la opinión respetable para mí de otras personas que han examinado con interés patrio las mismas cuestiones, Ud. conoce también por sí mismo cada uno de los detalles que apunto en esta exposición, y será el órgano más seguro para transmitir a S. E. el Sr. Presidente, las relaciones de las calamidades y desgracias que ha sufrido la frontera desde 1859, y los remedios que todos reclaman para garantir sus vidas y sus propiedades de los crudos ataques de la barbarie. Sírvase U. S. transmitir a S. E. esta exposición, para que cuanto antes le sea posible, resuelva una cuestión de la que depende la felicidad de una provincia y el incremento de toda la República. CORNELIO SAAVEDRA .
4º MANIFESTACIONES DE LOS PUEBLOS FRONTERIZOS.
A pesar de las numerosas campañas llevadas a cabo en el año 1859 y principios del 1860, que dejamos relatadas en el capítulo anterior, no se había avanzado
Planes de conquista en el territorio araucano. Año de 1861
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al Sur de la línea del Bío-Bío, más que el fuerte de Negrete, recién reconstruido, permaneciendo los pueblos de Santa Bárbara, Los Ángeles, San Carlos de Purén y Nacimiento que ya contaban con una numerosa población, en la más completa intranquilidad temiendo de un día a otro nuevas invasiones o alzamientos, lo que naturalmente impedía entregarse más de lleno a trabajos agrícolas. La Araucanía seguía pues presentándose siempre como un territorio independiente de la República. ¿Qué de raro hubiera tenido pues, que una nación extranjera cualquiera, contando con mayores elementos hubiera intentado sojuzgar este territorio? ¡Gracias al cielo que sólo lo intentó un loco aventurero!, el que se hizo llamar Rey de la Araucanía, el célebre Orelie Antonio de Tournes, del cual a su tiempo hablaremos. Mientras, el indio sentía la presión de la fuerza, aparentaba someterse, pero tan luego que esas expediciones se retiraban de sus tierras volvían a recuperar su suelo, acechando el momento oportuno para dejarse nuevamente caer, en represalia de los males que se les había infringido. Todo esto sin más resultado que el cansancio de tropas y el incendio y matanzas de indios, que a nada práctico conducía. Por esto el avance sucesivo de líneas de frontera, en la forma que lo planteaba el Coronel Saavedra se imponía como una necesidad imperiosa. Esta situación tenía a los pobladores disgustados y descontentos, por la indolencia de sus Gobiernos en mantener esta ambigua situación que los mantenía casi desesperados. Por esto concurrían todos a Saavedra, como mandatario de esa provincia y como el que más se riamente había meditado y estudiado este gran problema. Tan presto fue en conocimiento de esos pueblos, de que al fin se acordaban de ellos, y luego sería un hecho la pacificación y reducción de la Araucanía en la forma de avances de líneas de fronteras, puede decirse que le llovieron al señor Saavedra las felicitaciones y congratulaciones de sus habitantes agradecidos. Al mismo tiempo las municipalidades de Santa Bárbara, Los Ángeles y Nacimiento, enviaron al Supremo Gobierno extensos y concienzudos memoriales en que hacían ver sus necesidades, como as í mismo que exigían una solución pronta a la crítica situación por la que atravesaban. Estos memoriales eran firmados a más de sus respectivos municipios, por todos los principales vecinos de los pueblos. Estas no las hago aparecer, por no ser del resorte o plan que me propongo, pero ellos se encuentran originales en la crónica de la Araucanía, del señor Horacio Lara.