De Alcira Mariam Alizade en esta biblioteca
línica con la muerte
La sensualidad femenina
AJcira MariamAlizade A11 wrrortu editores Htu'nosAires
l1u1 ice general
1:1 Prólogo
17 Primera parte. Uno morirá 111 1. Los idearios de la muerte 111 l. Introducción II. Antropología de la muerte
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: 1: 1 2. Uno morirá
...
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:1:1 L Introducción 1111 II. Las marcas de ser mortal 1111 lII. La vejez como pre-muerte (una marca de ser mortal fisiológica) 11 lV. Etica y muerte ill> V. La representación de la muerte l!l VI. La sacralidad de la muerte r.( 1 VII. La festividad de la muerte
r,: 1 :J. Los tiempos con la muerte
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Cronología de la muerte
l. La muerte durante la vida JI. Las pre-muertes III. El moribundo (\ 1 IV. La muerte 0:1 V. La pos-muerte 1i7 VI. El viviente y sus muertos r,:¡
Í1•l lit)
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1. La muerte psú¡uica
79 I. Introducción 81 II. Muerte psíquica y resurrección 84 III. Muerte psíquica en sentido negativo
//, /"'' couvade o de la intersubjetividad
I 1 1.i1 c•ouvade en los tiempos de la muerte MI 1 11
93 5. El narcisismo terciario
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93 l. Introducción 97 II. El narcisismo terciario
1 1.11 amenaza de la muerte como crisis. El sistema cl1111poyo. El «entre dos crisis» o «entre dos muertes» 11 . Notas sobre el dolor 111 . Construir la muerte 1V. Morir solo-morir acompañado V Observación de Pedro Oa construcción de un n111t.inente paliativo)
109 Segunda parte. Clínica con la muerte 111
6. Saber y no saber
111 I. Los espacios del saber. Metapsicología del saber 118 II. Construir la vida o el desafío diagnóstico. Observación de Leo 120 III. Elaborar y no elaborar la muerte
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1 10 IKI
l libliografía Indice de casos
7. La angustia, el narcisismo y /,os mecanismos de defensa
125 I. La angustia 126 II. El narcisismo y la libidinización del yo 128 III. Los mecanismos de defensa 131
8. El sUenci.o. Las envolturas de silenci.o
131 I. Introducción 135 II. Semiología del silencio 137 llI. Las envolturas de silencio Oas envolturas de la muerte) 151
9. La primera entrevista entre un analista y un paciente con la vi,da amenaza.da
159 1O. Aportes del psi.coanálisis a la técnica 159 I. Introducción 162 , II. Premisas técnicas
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1 11t4l libro fue naciendo de a poco, por efecto de la refle'' 1•11Lre una clínica que lidiaba con la muerte y una teoría •1111ntrelazaba con ella. Fue creciendo a través de múl1I• notas y observaciones llevadas a cabo a lo largo de los 11 h1111H quince años. Darlo a conocer se trasforma en una rf,, de imperativo. Tengo la impresión de que podrá ser 11l 11idad no solamente para los especialistas en el campo 111 pHicología, sino también para el equipo tratante que 11fr1•11t n a diario una multiplicidad de situaciones difíciles ¡111 tc•quieren de la mayor cantidad de herramientas posi1h 'lhda clínica, en tanto aproximación a un sujeto vivienl111plica la participación de la ausente presencia de la 11• rt 11. En el registro de pacientes que. forman parte de I• l1liro, la muerte física tanto se yergue como realidad 11111..nte como se asoma en el horizonte de las posibilidat111•1liatas. Su título podría también haber sido «Clínica 11 111 muerte natural». El agregado de la palabra <
>, 1 11 1•1 ot.ro. 111111 pregunta se impone en esta semiología introduc1 11111 do la muerte: lvamos a vérnoslas en estas páginas 11 lo rnn la muerte física, con la amenaza al estado de vilt rito, C'on el aniquilamiento del cuerpo orgánico, ovamos a 11111111dPr11r también los vericuetos de la muerte psíquica, v11 l1 rl1•dr, la dimensión de lo inerte, de lo destruido, de lo 11111q11il11do• en el mundo interno?
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Si bien el énfasis de este libro está puesto en considerar al <>, como lo denominaba Pavese, exige un reto perpetuo, un afianzar palmo a palmo el estado de viviente, cultivando la vida y sorteando los obstáculos negativos. La muerte misma puede ser experimentada como una experiencia final mayor dentro del contexto de la vida o servir de pretexto para empobrecer la calidad de la vida cotidiana. El dualismo freudiano opone la vida y la muerte, la construcción y la destrucción, lo positivo y lo negativo. Muchos conceptos del campo de la teoría, tales como masoquismo principio del Nirvana, dolor psíquico, pulsión desobjetali~ zante (Green, 1986), núcleos aletargados (Cesio, 1958) hacen hincapié en los procesos que desgarran, rompen, ~ide ran el aparato psíquico. Lú «no vivido», lo «no permitido vivir>> constituyen espacios del dominio de lo muerto. Mi experiencia clínica con pacientes <> se realizó principalmente en el campo de la oncología. En 1980 asistí en la ciudad de Boston a un workshop sobre «Stress, factores emocionales y cáncer». Lo lideraba el grupo Simonton. En su centro de trabajo, las estadísticas revelaban una sobrevida en pacientes graves del doble de lo esperado. Mi veta de investigadora recibió un estímulo y ya en Buenos Aires decidí intentar corroborar por mí misma ciertas premisas planteadas. Me acerqué con esos fines a LALCEC (Liga Argentina de Lucha Contra el Cáncer), donde el doctor di Paola fomentó mi interés invitándome a tomar contacto con el Hogar San Francisco. Allí empecé a entrevistar pacientes. Concomitantemente asistía a la sala de Ginecología del Hospital de Clínicas, cuyo jefe era el doctor di Paola hijo, y luego trabajé en el Hospital Rivadavia con el doctor
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IJ 11111• Calandra. Un nuevo proyecto de investigación tuvo l1111 1ir l'n un servicio de oncólogía del Hospital de Clínicas 11 loK doctores Perazzo, Brosio y Sparrow. A todos ellos les lt l111 ol haber podido moverme cómodamente explorando en \.111•t1ivas entrevistas distintas situaciones y distintos acon1•r11H psíquicos. l•:I c:uerpo, ese poderoso regidor de nuestro destino, emer• 1•11 estas páginas en primer plano imponiendo su viva 11 mncia mortal. El mundo de las representacione~ ~ente 111 muerte, el campo de los afectos donde la angustia Juega 1111 1111 predominante habrán de ser investigados. Pero el li1u11 110 se detiene en el muerto mismo. Va a explorar tam1t1.. 11 ol duelo, o sea, el territorio del dolor psíquico en los sol 11 .. vlvicntes, e igualmente considerará, desde los aportes de l 1 1111lropología, los idearios de la muerte para ubicarla en 1llwr11os contextos socioculturales. Se abre camino entonces h 11 111 t'l luto, los rituales de la muerte, el concep~ ?el ca1l11v1•1•, las ceremonias funerarias, los actos eutanas1cos, el 111 111po de la agonía, el problema del dolor. En algunas de 1 l 11r1 t.omáticas me detendré especialmente. Otras aflora11 11 111 correr de la pluma dando cuenta de la complejidad 1h l lnnómeno muerte. l•:n inherente a la vida lidiar con el sufrimiento que, como l1h 1111t1ñalaba Freud en 1930, procede de múltipl~s fuentes: 111 l mundo externo natural, donde la catástrofe es moneda 1i 111prc posible bajo múltiples formas (maremotos, inun11111 l111ws, incendios, terremotos, tornados, huracanes, tor111,.11111H, etc.); del mundo externo humano (guerras, asesi1111l11H, nccidentes, pérdida de seres queridos, etc.); del pro1'1" nlllrpo (enfermedades, amenazas de muerte, etc.!; d~ las •• l111·11mes entre los hombres (desamparos, peleas, r1val1da1l1 , 11linndonos, separaciones, malos tratos, etc.). E l sufri11111·11lA> en tanto lucha frente a los obstáculos de la existen' 111 11woca a la vida. La muerte, en cambio, se dirige a la in11111vilidnd y al «nunca más». ' l'11rnbién está el hombre como un gran matador ya sea 1 11 111 1·1ialidad ya sea en la fantasía. El deseo vehemente de , 1•·1T1•r la muerte se expresa a través de sus deseos incon1 11·11l1•H o concientes de dar muerte a otros o a sí mismo. La 1111111rnlPza violenta humana se manifiesta de diversas for1111111. MuC'rte física y muerte psíquica se entrelazan. Freud ( 111 lf>u, pñg. 684) enuncia al respecto impactantes frases
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como: «Somos los descendientes de una incontable sucesión de asesinos» o «La sed de matar está en nuestra sangre». La pulsión de vida (Eros) triunfa decididamente cuando el sujeto opera intrapsíquicamente el movimiento de trasformación del narcisismo (Alizade, 1987, véase cap. V) que da acceso a un cierto montante de sabiduría y a un estar en positivo en la vida tomando en consideración al semejante. La alteridad cobra relevancia en el marco de una ética. La existencia se inserta en la primacía del principio de la relatividad y la pulsión de destrucción logra ser domesticada (Freud, 1937). A esta trasformación del narcisismo habré de dedicarle un lugar de importancia. Como en un rompecabezas, los capítulos se irán ordenando desde un caos inicial. Un cierto comando inconciente dictará las secuencias de escritura dando forma final al libro. Al lector le está encomendada la tarea de hojear el índice y elegir de acuerdo con sus intereses y su inserción científica qué líneas habrá de leer, cuáles le podrán servir en el manejo de sus pacientes, ya provenga del territorio de la medicina, de la enfermería, de la asistencia social, de la psicología, del psicoanálisis, etc., y cuáles le podrán servir quizás en el sendero de reflexión acerca de su propia vida.
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lt11Pra parte. Uno morirá
l.oH idc •arios de la muerte
ltalt111 l11cción 11111110 primer capítulo se enriquece el psicoanálisis con
• • 1lc1otras disciplinas que destacan la complejidad fe111c ·11 que rodea al suceso «muerte». l .n 11111ropología de la muerte pone sobre el tapete el en111111 nntre vertientes intrapsíquicas y socioculturales. U!! uvulares constitutivos se entrecruzan la filogenia y lllHUt •11 in. l 111• tclonrios de la muerte comprenden las ideas y los Lo• quo determinado contexto sociocultural engendra 1 1i t •1 elo ella. La manera de considerar a la muerte depen11111111t •mente de los aspectos sociales del superyó de1l1111clo por las creencias sociales y <
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pregnados de un intercambio necesario con el muerto como presencia psíquica con quien deben llevarse a cabo determinadas ceremonias en el mundo externo y en el mundo in· terno. El muerto está activo y «Vive» desde su lugar de muerto. La inmortalidad, privilegio de los dioses, es considerada un máximo bien desde una fantasía que inventa un lugar sin sufrimiento alguno. Es interesante al respecto consig· nar lo que en nuestro medio ha investigado Cordeu (1983) en sus trabajos de campo con los ishir y chamacocos, quien concluye que la condición edénica resaltada por Mircea Eliade como la «nostalgia del paraíso» no es en el fondo tal pues -a la manera del retorno de lo reprimido-, en los mitos paradisíacos, «la inmovilidad primordial es semejante en todo a la de la muerte». La muerte vuelve a aparecer allí donde la creíamos destituida para siempre. La vida edénica, libre, plena, donde no hay pesares ni esfuerzos, resulta una vida no-humana, aburrida y carente de interés, ya que no favorece el despliegue de las fuerzas vitales. En la vida terrena, con sus obstáculos y luchas, la muerte emerge como «una experiencia extrema fundante de sentido» y adquiere valor en su contrapunto existencial con la vida. Muerte y vida constituyen un par dialéctico en interacción permanente; cada uno de estos términos obtiene su ri · queza semántica en su vinculación con el otro. La historia da pruebas de la circulación entre vivos y muertos. En la lengua medieval, la palabra «iglesia» com· prendía «la nave, el campanario y el cementerio». Estos lugares se fueron convirtiendo en lugares públicos. El cementerio era también un lugar de asilo que con el tiempo se convirtió en lugar de encuentros y reuniones, como el foro de los romanos. Pegados a los osarios, se instalaban a veces mercachifles y tenderetes. En 1231 el concilio de Ruán prohíbe que se baile en el cementerio o en la iglesia so pena de excomunión. En 1647, un texto expresa el malestar generado por la coexistencia en un mismo lugar de sepulcros y de «las quinientas diversiones que abundan bajo estas galerías (...) En medio de tanto barullo (escritores públicos, lenceras, libreros y merceras) había que proceder a una inhumación, abrir una tumba y sacar cadáveres que aún no se habían consumido, dándose el caso de que, aun en época de mu,cho frío, el suelo del cementerio exhalara olores mefíticos» (Aries, P.ág. 30).
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un milenio la gente había tolerado perfecta111 q110 Aries denomina «la promiscuidad entre vivos y •. Y lo que es más importante aún es que «el especl 11 I• loH muertos, cuyos huesos afloraban a la superficie 1 r nwnlcrios, como la calavera de Hamlet, no desper· 1111 ,, los vivos más sobresalto que la idea de su propia 1 'lhn familiares les eran los muertos como familiari• "l 11lmn con su propia muerte». r1111l11
111 rnpología
de la muerte
/ ¡ 111111 itiuo y la muerte
l 11 de• distinguir el hombre primitivo, por un lado, y el 11111 ..nt,o primitivo, por el otro, perteneciente este al 1h1 ,. el<' antaño y muchas veces presente en el hombre 1 1 110 romo restos inconcientes vinculados con afectos e 1 111 nlicas. l 1 v 1kuhl (1922) se ha ocupado de recabar información 111 mentalidad primitiva. Al leer su obra, uno debe in1 1r p11nctrar en formas de pensamiento que nos resultan 111 1· Pn tanto se alejan de los procesos de pensamiento 11ll 1111lt •1i del hombre civilizado y se manejan por un pen1111111t~1 mágico que es indiferente a las causas mediatas y 11 11plic·11 un juicio de máxima certeza fundado en un imafl 1110 bizarro. Indígenas de distintas partes del planeta pi 1 l11u ~ntan a la muerte de la misma manera: no se mue!11 1111mrte natural, uno es siempre muerto por una poten1 • 111111tica invisible. Coexisten para ellos el mundo de la 1 111 p1•16n sensible (visible) y el mundo de los espíritus (in· 1 llilo) El cuerpo se presta como receptáculo para dar en1 11tn o Hnlida a un espíritu en una suerte de circulación sin f1111dc 1·11H. Al soñar, uno se trasforma en un recién muer1 • v ,.¡ PHpíritu visita a los ancestros y dialoga con el otro 1111111do. Por eso Lévy-Bruhl es taxativo cuando enuncia que (p 'H lií>) «para comprender la mentalidad primitiva es ne• 111"10 renunciar de antemano a la idea que nosotros tene11111 • do la muerte y de los muertos ... ». Una persona es del l11rncl11 11 veces muerta antes de morir cuando se considera 11111 11111•Hpíritu ya ha partido y es enterrada viva; una perso1
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1111 ~ 111 v 1 • 111 ,. 11 t1•1111forma, de no morir de inmedia~, es.abani11111111111 11 Ht misma pues el estado de pre-muerte mm1nente 11 ttH'torLu inspira terror. El muerto se convierte en malo Y duna, castiga, etcétera. . iCuán extrañas nos parecen estas formas de pensamiento! Freud (1919) nos enseña que estos mecanismos «superados» en el hombre civilizado no lo están totalmente Y retornan adoptando el carácter de lo siniestro en múltiples ocasiones. Impera en esos momentos la omnipotencia de las ideas, el pensamiento mágico, el reinado del~ sobren~tu ral el animismo, etc. Los límites entre fantas1a y realidad se desdibujan. Los seres civilizados no han desalojado por completo al hombre primitivo con su narcisismo ilimitado Y su trato con las fuerzas naturales y sobrenaturales. Lo siniestro se mezcla con lo espeluznante cuando entra en relación con cadáveres, con el animismo de lo muerto, con espectros, con fantasmas. La vida de l?s mue~s emerge en su doble carácter de invisible y de eficaz. Se JUega con prácticas de muerte y resurrección para cu~ar enfermedades (magia homeopática o imitativa). Escribe J. Frazer, (1890, pág. 48): «Hay una rama prolífica de la ma~a homeopática que obra por medio de los muertos; del nnsmo modo que un muerto no puede ver, oír ni ha?l.ar, así.se puede, basado en la regla de la magia homeopatica, deJar a la gente ciega, sorda y muda por el uso de huesos de difunto~,o de cualquier otra cosa que esté contagiada por la corrupc1on de la muerte: por ejemplo, entre los galeses, cuando un mozo va a galantear por la noche, coge un poco de tierra de una tumba y la esparce sobre el techo de la casa de su novia exactamente sobre el lugar donde los padres duermen. Imagina que así prevendrá que no se despierten mientras él ha: bla con su amada, puesto que la tierra de la tumba les dara un sueño tan profundo como el de la muerte». Muerto no quiere decir inexistente o ineficaz. Lo muerto hace. Hace con lo que queda de él, con la materialidad sobrante (huesos, cenizas, restos), y con una parte de sí que no desaparece nunca. Me refiero al espíritu,_al «alma>~ ~ue sigue planeando sobre la superficie de la tierra. Invisible acorporeidad que debe temerse, reverenciarse y llamar a veces en nuestro auxilio. El pensamiento salvaje (Lévi-Strauss, 1962) está dominado por la ciencia de lo concreto. En los ritos funerarios de 22
1... fox, por ejemplo, tienen lugar ceremonias de adopción 1 •r medio de las cuales se sustituye un pariente muerto por 1111 vivo, lo que permite la partida defmitiva del alma del lllttnLo. Los ritos funerarios muestran la gran preocupación 1 ir deshacerse de los muertos, para asegurarse de que el (1111t 11sma» del muerto no retorne a vengarse o a molestar a ¡, .. vivos. Los vivos «deben mostrarse firmes ante los muer1 111 los vivos harán comprender a estos que no han perdido 1111111 nl morir, pues recibirán regularmente ofrendas de tale 110 y de alimentos. En cambio, se espera de ellos que a tíl 11111 de compensación de esta muerte, cuya realidad recueril1111 11 los vivos, y del pesar que les causan por su deceso, 1111~ les garanticen una larga existencia, vestido y algo que 1 •1111•1"» (págs. 56-7). l•:I nlma y el cadáver interactúan. Sus poderes deben ser 111111 miados. ' l'umbién se simboliza a la muerte con propiedades de la 111t 1m1leza. En Portugal, a todo lo largo de la costa de Gales \' 1·11 nlgunas partes de la costa bretona prevalece la creen1111 do que los nacimientos se verifican cuando sube lama11•11 y ele que la gente muere cuando está bajando (Frazer, ¡111¡,¡ fi:3). El fenómeno muerte recibe desplazamientos y con111 l t1.nciones en los múltiples sucesos de vida y muerte que '" 111-r1•n en la vida natural. 'lhclo en la naturaleza vive, muere, y renace bajo formas 1111·t 11morfoseadas. El fantasma o espíritu del muerto impli' 11 11nn metamorfosis imaginaria. El cadáver también se l 111Hl'orma, el alma emigra y se trasmuta. 1mi muertos constituyen una suerte de especie oculta: • llt'11rns, eternos, positivos o negativos, omnipresentes...
11 'llpología de la muerte (semantización cultural de la 111111wLe) l Jna mirada a vuelo de pájaro sobre distintas formas de • 111•11rar la muerte en diferentes épocas de la humanidad poljihtlit.a relativizar el contrapunto vivo-muerto. Aries (1977), en sus investigaciones sobre tumbas y ritos l1111orarios, ha contribuido en gran medida a echar luz acer' 11 do esta fascinante cuestión. Distingue la muerte amaesl rnd11, la muerte propia, la muerte ajena y la muerte prohi-
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lt.ü 1t Uul11111lo, d1•H1·rih1• loH puROH trugicót1MrJ114111111ll'rto. l ,11 primora pnrW dela ce" 111111.. nl nr 111 vidn yn pasada, evocando 111014y111 t rnvc•HÍH n~nlizada (las tierrasconh1h 1 11'1•r11w111, Cnrlomagno que lo crió, etc.). El ,. , cm 111l1•11H1c11111 la segunda parte: tratase del per111111¡ 11111oroH que rodean al moribundo por cual(JIJI 11 h11hi1•ran podido causar en vida. El agoni11111111111 11 Dios a los que sobreviven. El cuarto del ' " 1 MI 11 re iploLo de visitas que asisten a las pompas No 1.. 1'\ll'HtiÓn de defraudar al público. Nunca falt 11 1•H11H habitaciones.ÍLa muerte amaestrada es rlA .. 11 1·ompañía, es u~a muerte-ejemplo, socialf!l111 l1.11cl11.~s una muerte-nacimiento. Tanto el «por 1 1ni11 1•l «recién nacido» gozan de prerrogativas nar-
bida, en el orden cnund11do. l l11l1ro clt r11p1umrl11K b menle e incluiré también otras dos formus: la muertA1 d bitada y la muerte súbita.
La muerte amaestrada
)
Esta muerte es difícil de representar hoy día. Así tuvo l gar la muerte durante un milenio, vale decir que es la fo de vivir con la muerte que más tiempo ha ocupado. J>uo llamársela también «la muerte avisada» dado que los so humanos están «avisados» de antemano de que van amo Escribe Aries (1977): «La antigua actitud para quien muerte es a la vez algo familiar, cercano y atenuado, indi rente, se opone sobremanera a la nuestra, temerosa de mucrLc hasta el punto de que no nos atrevemos a pron ciar su nombre. Por eso, esta muerte familiar recibe aquí título de muerte amaestrada. No quiero decir con ello q antes la muerte se hallara en estado salvaje, por haber deja do de serlo. Quiero decir, al contrario, que hoy se ha vuel salvaje». Acerquémonos a ella: el caballero se apresta a morir. Es tamos en el siglo de los romances medievales, de las cancio• nes de gesta. La muerte amaestrada es una muerte noble en la mejor acepción del término. Aprestarse a morir constituye un acto fundamental en la vida de un hombre de aquellos tiempos. Toda su vida se le ha enseñado que «su ser en el mundo», «su esencia misma de ser viviente», «su dignidad» dependen de la grandeza con que lleve a cabo las ceremonias de la despedida. Sean sía ser protagonista de la propia muerte. Nada más triste y torpe que morir abruptamente sin haber asistido a los r ituales de la antesala de la muerte. De la muerte súbita (pestes, accidentes, etc.) no hay nada que decir. Está signada por un criterio desvalorizante. El muerto se ha perdido su muerte y eso es lamentable. Todos ansían protagonizar el momento de pasaje de vivo a muerto, conmemorar los rituales de la despedida y ser recordados por los sobrevivientes en la grandeza de esta gesta máxima que se denomina «morir>>. Tratábase de una muerte sencilla, de un tranquilo movimiento final. Esta es la muerte de Rolando de la canción de gesta, la del Quijote, de Tristán, de Lanzarote. Uno muere «atento a sí mismo», familiarmente.
l ludnH lns cuentas con la vida, llega luego la hora de 1 n 1)im1. El «por morir>> inicia sus plegarias. Prime~o 11·11/¡xi, el gesto de los penitentes, y luego la plegaria 1 •11lv111'1Ón del alma. Acto seguido, el sacerdote le conIn 11ltHolución. 11 1111• Aries (1977): «Después de la última plegaria, ya i¡\ll•d11 esperar la muerte que ha de venir sin tardanza. 111 >l 1voros: "El corazón le falla, su cuerpo entero se desm11 l•:I conde ha muerto, no le alcanzó más demoran. Si 11111• que la muerte tarda algo en venir, el moribundo l~ I" rn 1'11llado: "Dijo (su última oración) y luego ya no soltó
11d11"».
1•:1 Hilencio no habrá de ser llenado con palabra vana. No romper la estructura ritual de los actos de la
, 11 .,st.ión de 11111
I ida.
.
.
1.I )ónde quedaba el miedo, la angustia ante lo desconoc1-
cl11? g1 propio nombre de muerte domesticada remiteª. la 1onlAmción de las ansiedades de muerte en aras de un bien 11111 yor: morir como el superyó Oa opinión pú~lica) lo ~tipu ln. Si se siente miedo, se lo oculta. La angustia es dominada, 111 que permite que el moribundo se retire en calma con la pnz del deber cumplido (cumplir la vida). ., . La muerte amaestrada implica una «concepc1on colectivn del destino» (Aries, pág. 32). El individualismo llegará
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~ás tarde para modificar el significado do Ju mu(•rlA• y rl virtuar su naturalidad.
La muerte propi.a Esta tipología de la muerte aparece en el siglo XII. Distintos fenómenos observados por Aries en los ritoH fu nerarios y en el minucioso registro de lápidas y sepult.urn lo conducen al trazado del camino hacia la personalizació de la muerte. La representación del Juicio final sufre modificacionc1 En un principio los muertos pertenecientes a la Iglesia ha• brán de despertar un día en el Paraíso. No hay juicio ni con• dena. No hay responsabilidad individual. Más tarde, una balanza rigurosa pesa las buenas y las malas acciones. La vida se extiende. Ya no cuenta tanto el momento preciso del morir sino el último día del mundo al final de los tiempos. Otro elemento que interviene junto al lecho del agoni· zante es la última prueba que sustituye al Juicio final. Los grabado~ de época (siglo XV) así lo atestiguan. Esta prueba «consiste en una última tentación. El agonizante verá la total_id_ad de su propia vida, tal como la contiene el libro, y se sentira tentado, bien sea por la desesperación de sus faltas o po~ la "gloria vanan de sus buenas acciones, o por el amo; apasionado de las cosas y los seres. Su actitud, en la exhalación de este momento fugaz, borrará de golpe los pecados de toda su vida, si rechaza la tentación, o, por el contrario anulará todas sus buenas acciones, si cede». ' Empiezan los tiempos de la interrogación personal. .. Coincide con el interés por lo macabro. La descomposicion de la carne, la figura del cadáver cobran relevancia. «La "morte seccan (huesos, esqueleto) se propaga por todas las tumbas Y hasta penetra en el interior de las casas, instalándose en muebles y chimeneas» (Aries, 1977, pág. 37). Algunos autores (Tenenti, Aries) entienden este horror de la muerte como un síntoma del amor a la vida. El horror a la descomposición se hace presente en la poesía (siglos XV Y XVI). Pero el horror no se reserva a la putrefacción sino q~e «está intra vitam en la enfermedad y en la vejez» (Aries, pag. 37).
Se toma conciencia de la presencia universal de la corrupción. El esquema cristiano se altera. El hombre de fines de ~a Edad Media tenía una conciencia aguda de ser un
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n pin 1111111 y ul miHmo t.iempo scnt.ía una pasión in-
v1v1r, lo qui• IP hacía rechazar con espanto todo
11 11 11 1111 H1t•mpro próximo. Ese hombre sentía un de111 11111111· 1>11r lo que se entendía por las temporali.a que 111111 n l11H p<'rsonas, los animales, el jardín, vale de1111 l11n c•l\IH'rCS terrenales que procuraban placer de 111111•1"11• propia implica un reencuentro con la tumba f '1111111111 surge la vivencia de fracaso. El hombre deja 11 1·11nHust.anciado con la naturaleza y se instala en la lld11cl que impera en la segunda Edad Media, donde 1111 mundo ávido de riquezas y honores, mundo que 11111 Higlos XIV y XV, cuando el carácter perecedero de l 1 11rovoca desilusión y sensación de fracaso. La muerte 1lc 11e1r rendición de cuentas para trasformarse en la lt• llHica, la carroña, la muerte macabra.) I
1 1111 wrte
ajena
fi. ¡1111"1 ir del siglo XVI, el hombre ya no se preocupa tanto 11 1iropia muerte y la muerte es ante todo la muerte aje,, trata de la ausencia del otro cuya añoranza y re11111 inspiran durante los siglos XIX y XX el nuevo culto t 11111hns y cementerios» (Aries, pág. 43). Sobre el otro se 1111111 11 In muerte y se la colma tanto de romanticismo como loo macabro. La muerte queda asociada al amor; la ago1•,111 t.rance amoroso. Sexo y muerte se alían intensamen1 l•:I duelo adquiere un carácter·ostentoso. Hu hace del morir un culto y se lo adorna de atributos 11111H11íficos. Cuenta Aries (pág. 45): «Dos novios de esta fa11111111, que no llegan a veinte años, se pasean por los maravllloHos jardines romanos de Villa Pamphili. "Nos pasamos 111111 hora hablando -comenta el muchacho en su diario¡1,. 1·l'ligión, de inmortalidad y de qué dulce sería morir, de' 111mos, en estos jardines tan hermososn. Y añadía: "Morir jo\'1•11, siempre lo deseén. Se cumplirían sus deseos. Unos me,.,.,. después de su boda, el mal del siglo, la tuberculosis, lo 11 .. varía a la tumba. Su mujer, una alemana protestante, 111onta así su último suspiro: "Sus ojos, ya fijos, se habían v11Plto hacia mí... y yo, su mujer, sentí lo que nunca hubiese , rc iído, sentí que /,q. muerte era la felicidad>>. Y comenta ensel{Uida Aries: «~Quién se atrevería a leer semejante texto en In América actual?».
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t 11111111111 muerte, y se padece la «sumersión desidenti-
El cult.o a los muertos les confiere una suerte de inmorta· lidad en el recuerdo. Abundan los monument.os conmemora. tivos que indican la idea de perennidad. La muerte prohibida Según Aries, los cambios a través de los siglos en lo que la muerte res~cta son tan lent.os que no son advertidos po los contemporaneos. Desde hace un tercio de siglo, la muerte, otrora familiar, «se ha convertido en algo vergonzoso que es causa de interdict.o». E l embuste, la mentira al enfermo acerca de su enferme· dad, el cerco de silencio, se t.ornan moneda corriente. Ya no se muere en casa sino en el hospital, a solas. La vida obliga· a.amente ~eliz deb~ alejar t.oda idea de muerte. Las aparien· cias de «siempre vivo» predominan en la sociedad. .«Todas estas muertecillas silenciosas han remplazado y eclipsado la gran acción dramática de la muerte» (pág. 56). Se esconde el paso de la muerte, se la disfraza a los niños. E l muerto debe ser evacuado lo antes posible. Ent.onces el lut.o se hace en la intimidad y se comparte poco el dolor. Escribe Aries: «Se equivocaría por complet.o quien identificara esta huida ante la muerte con una indiferencia hacia lo~ muertos. En realidad, lo que de verdad ocurre es al reves. En la sociedad de antaño, los clamores del duelo ocultaban apenas una resignación rápida: cuánt.os viudos volvían a casarse pocos meses después del fallecimient.o de su mujer. Hoy, ~n cambi~, prohibido ya el lut.o, comprobamos que la mortahdad de vmdos y viudas al año siguiente de la defunción del cónyuge es mucho más frecuente que la de la muestra testigo de la misma edad». La muerte prohibida pe~nece a una sociedad industrializada donde priman los valores narcisistas de felicidad poder, lucro. ' La muerte desorbitada Observada en diferentes culturas -amok malayo, olón de los tunguses, locura ártica (Cordeu y Montevechio, 1992}-, esta muerte se singulariza por carecer de toda norma y, como su nombre lo indica, por presentar características de desborde: crisis de despersonalización convulsiones efusiones emocionales intensas, etc. Son d~elos trágico~ do~de se manifiesta un terror sagrado, un sentimient.o de
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t d11 loH 1>cres primordiales» (Pagés Larraya, 1982, O, 1·1l 111lo por Cordeu y Montevechio, 1992, pág. 16). súbita esta forma de morir dentro de la tipolo1111• muertes. El individuo es tomado por sorpresa sin h11 dt1 despedida y sin agonía previa. Es una muerte to1it" imprevista que impregna de estupor a los deu1\ 11111He, para los sobrevivientes, de una experiencia de 11 v !lorpresiva máxima ruptura. h• do un saber inconciente, poco antes de morir suelen l 11 111ovimientos de despedida sin entender ellos mis1" '"qué lo hacen, como si presintieran oscuramente (inh 11tnmente) que la muerte se avecina. En apariencia t 1. 11 nivel inconciente la muerte fue haciendo señales fl11·rnn registradas y que llevaron a que esa persona ac' ,¡,,una manera que luego, una vez muerta, será resig,,¡,, por los sobrevivientes como de aviso y preparación 1 111 pnrtida. 1 t i1 muerte suele ser envidiada por muchos pacientes 1 ¡o11rlocen enfermedades largas e invalidantes como el 111 11. ya que evita el sufrimient.o de tomar conciencia del 11 1 lnro orgánico, el dolor físico y el dolor psíquico ante la 1-111111lnd de la muerte. 111111 •r/1•
111! 111
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11~rcgar
1 11111erte
en la actualidad: una mirada desde el
l'f • 1111ílisis
ll111fücnan en mi pensamient.o la diversidad de muertes 111 111• breve e intenso recorrido a través de la hist.oria y sus
111111bres. 1•:11 (•[fenómeno muerte se entrecruzan niveles: somáti1u, P'41cológico, social, cultural. ll1•ílcxiono acerca de la muerte desde mi praxis. Si bien 1 1·11•1-Lo que la muerte prohibida impera, las tabicaciones 11111111n rígidas. También hoy día alguien muere en forma do"" "~t icada. La muerte del ser humano del siglo XX ha sido HI m wsada por esta profusa legión de tipologías. Las formas 11n imbrican y los movimient.os de englobamient.o y de discri1111r111ción entre unas y otras se suceden. Encontramos así 1
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sujetos que mueren > no importa cuáles sean las condiciones imperantes. Al psicoanálisis le interesa prioritariamente esclarecer los efectos que la representación de la muerte ejerce en la vida. Sobre todo en lo que respecta a las vicisitudes del narcisismo y a la perversidad humana (véase cap. 5). La «locura razonante» de los hombres en pugna por poseer bienes terrenales en desmesura como si fueran eternos o como si esta posesión calmase las ansiedades de muerte da cuenta de numerosos estragos sociales. La omnipotencia narcisista interviene en las patologías del racismo y de los nacionalismos destructivos. En la cresta del furor narcisista, mato al enemigo por poder. El individuo
11ilp11l1·111"111 ' '"ni upnronl.<• dominio ele la 11 111111 wrntmlo mítico (Aulagnier, 1979). 111111 el<' untcmano cómo habrá de 111111 ' I' IH111l11. 11:1 cuc•rpo entero somete. a veces
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do i·onfusión o de dolor que rmpregl 1111 IOH tornando imposible toda bu_ena V•, ,,14 , 1,¡ psiquismo desobedece, por as1 de1 1t 1lt kr'loro y el sujeto extrema los actos de la. 111
1ti,11 11 di •l muriente caen todas ~a~ tipologías de 11' 11 i•xporiencia única, defirutiva, ~e plasma lt • (1111l11<'Las, emociones y palabras smgulares 11 1I
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IJ ll{IJ iendo
un orden admirable, crea el espacio
r 1 l11N1¡11r1 nacen. Muerte, amor y uida están ligados y u11 l1w11r /Jien determinado en el tiempo y en la gran
I tl1 I n·ino viviente sobre l,a tierra, del cual nosotros
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1 1 1n11 lc•rior capítulo consideré <
n 1 11e11111 la muerte se inserta y las innumerables fanque la acompañan. Mr 111 "14 11n acontecimiento cierto futuro que incide mal 11 11 M11l >ropLiciamente en los aconteceres del presente. 11111111111 fin del siglo XX es difícil observar su sabia acep11 V111 •orden admirable» descrito por Fliess s e contra1111 rnu ndo on admirable desorden y confusión donde 11r111111 muorU:ls provocadas y violencias ultrajantes. t fl 1111 l rulmjo anterior dije (Alizade, 1988): «Morir está 1 111111 111 otro, al extraño. "Uno morirá" no es nunca uno 11111, 11, 1•n ol mejor de los casos, es uno inmensamente di1 1111 11 1•11 il'mpo. "Uno morirá" es la muerte en la crónica h~ rl111noH, t>l conocido de alguien, algún ser querido en 11otlrnnil'nLo anLe la pérdida quedamos marcados en runrlo chmloi.. l•~s por lo tanto una muerte ajena que remit muc 1w111lmonu1 a la muerte propia. Paralelamente, el f• 11•11 Mii 111rnorLuliclad desde sus raíces inconcientes. 1 1 lcl1 111 d .. d1•j11r do existir es rechazada, negada, y la 111 1li H•J 1'1111v11•rlAi on un acto no propio, mentiroso, temi1tMI••11111
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do. Cuando su representación emerge, la fuerza vivencia} lleva a extremar mecanismos defensivos. Y aun cuando la apariencia sea de indiferencia, la idea de «ser mortal» ejerce importantes efectos. Es así frecuente observar en la vida co· tidiana a hombres y mujeres en la edad media de la vida buscando febrilmente la unión con seres mucho más jóve· nes, hipotéticos garantes de salud y juventud, en un movi· miento de huida de la intolerable realidad de la muerte. En los signos de envejecimiento que se rechazan asoma el es· panto ante el irremediable sendero hacia la tumba. Al respecto dice Tolstoi en La muerte de Iván Illitch: «El hecho en sí del fallecimiento de una persona muy conocida despertaba en todos, como siempre, un sentimiento de a le· gría, pues resulta que "ha muerto otro y no yo"». En nuestro medio occidental predomina una <
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h c•mno sabido accidente que tiene lugar dentro del 1111 l•:n cuanto tal, permanece en e l "no sorprender" ca· r1 t wo de lo que hace frente cotidianamente» (...) «El 111 tclor esquivarse ante la muerte domina la cotidianil 11111 oncarnizadamente que en el ser "uno con otro" se 111 los "allegados" a hablarle y convencerle justamente u 11·1liundo" de que escapará a la muerte y de que pronto 1 111 11 la tranquila cotidianidad...». 111111 topología espacial permite circunscribir el ámbito ¡111 111 muerte tendrá lugar. Surge la cuestión de dónde 1 11 ,, In muerte. Mientras el muriente hace su propia 1111, los que lo acompañan hacen la muerte ajena. No sÓ· ll1 •v11 a cabo en el espacio concreto de los cuerpos (cuer1il11wr por un lado, cuerpos en llanto por el otro), y en l 111111' l.(OOgráfico donde alguien muere, sino también en el 111li1 111 Lcrno de los que quedan vivos, en el circuito íntimo 11 rnpresentaciones y afectos que se entrelazan entre 1p111 1•nvuelven al cadáver. Se genera un espacio vivo· 1 tu inLrapsíquico donde circula la comunicación entre 11111 1fo cierta y la muerte demorada. 1111111 muerte (súbita o lenta, conciente o inconciente) re· 111 1 MU espacio necesario. 1 1 111 ucrte como broche de la vida da testimonio acerca 1 1111111 del sujeto que la vive. Vivir la muerte es un arte es· l 1l qlll' solicita un montante de creatividad. Las muertes t 11 1111 HO entremezclan con las muertes tanáticas. Si bien 11111111fo sumerge al hombre en la universalidad de un sut 11111viLable, su inserción como sujeto hablante le otorga 1 11111plio margen desde donde hacer con su muerte un 11111 o un acto cobarde. Respetar los límites del otro forma ti•• iln In tarea de quien habrá de acercarse a escuchar y t111111p11ñar la travesía hacia «el otro mundo». No es fácil 1 t Ir 11 la propia desintegración material del cuerpo. Se 111 cl11rl'cho al miedo y a la pusilanimidad. r '1 •rv11nLcs pone en boca del famoso Quijote la expresión I"' v1cl11 para mi muerte y qué premio a mis servicios» (vol. l '"H ~ 1O) al referirse a una muerte gloriosa gracias a las 1 11111>1 on vida. No hay melancolía sino orgullo de enfren· 1 1 1 1 l lll <'On esplendor. 1lcuc vnlorcs opuestos se inscriben sobre el «pensar la 1111 1I• ••: uno, de máximo coraje en tanto se enfrenta el mie· 1 y 1111 1111 r11 de frente lo perecedero de la existencia y la cas·
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tración universal de la especie. Otro, de máxima cob en tanto constituiría una defensa frente a un miedo grande aún que el de morir: el miedo a la vida. Resulta que la relación vivencia! del hombre con la muerte ge un complejo campo de representaciones y de afectos. La muerte presenta dos facetas siguiendo la duali pulsional: una positiva, constructiva; otra negativa, d tructiva. Desde la primera faceta se constituye en una e pañía psíquica que ayuda a sortear los obstáculos de la Y a tolerar las frustraciones. Conduce en muchos casos a sabiduría. Desde la segunda faceta, es vehículo de des ción. En este punto se abre el tema de la fascinación por muerte presente en múltiples experiencias (deportes ri gosos, traumatofilia, actos fallidos que rozan la muerte cétera). ' El hombre primitivo que yace en nuestro interior p de mecanismos no superados (Freud, 1919) revive en la gia Yen la omnipotencia del pensamiento vivencias de da de castigo, de violencia, de amenazas espantosas, de cue despeda~ado, e~. El hombre narcisista, en cambio, prego desd~ ~l mconc1ente que <
II. Las marcas de ser mortal Toda vida implica necesariamente toparse con las <
xrman vert1gmosamente al sujeto la idea de su finitud a tra• vés de experiencias o vivencias directas que lo ponen en con· lado con su estado viviente de ser perecedero. Las marcas que quiero privilegiar son las «carnales» o somáticas. Pe· ro e~tán t~~bién las marcas de la muerte que emergen en la vida erotica y en los sucesos que obligan al psiquismo a enfrentarse con las pérdidas: duelos, ausencias, etc. Estas marcas graban en el psiquismo improntas de «ser mortab.
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11 1111 1111bt~r intelectual o de un vivenciar la 11 111 tt , ·l rncláver ajeno o la mirada sobre hipot.é111 11111 filmes, en los diarios, en la muerte de 1 14 11111nt.oceres de muerte de la naturaleza. La 1 111 urt 111» siempre se ejecuta sobre la propia lllH"' · 111111 función del cuerpo son señalados con 1 1111 111, mueren. Numerosos ejemplos salen al 111111111 l<>t·alización de pérdida, una suerte de anl 1 11 1d1d11 general que acaecerá c?n la muerte to11 11 , 1111 pueden asimismo denominarse «muertes /\ ..,,., nH HOn temporarias, otras definitivas. Así, 11 , p111•do restablecer la función del miembro ad 111• ¡r11· 11n11 lesión permanente. En ambos cas~s, el ,, 111 v1«'HH una experiencia de ruptura con la imal" , p111•nLero y sano, no importa cuán niño, jove~ 1 1 11 vulnerabilidad corporal se manifiesta. Se sil 11111, tlP nic•ga, se apela a los mecanismos. de~ensivos 111111 , 1,,.t·o la marca está o estuvo y el psiq~ismo re1 111 do un saber que hiere y a la vez ensena, un sal I• , 1dt11icndo hilo de la sabiduría, por un lado, f>er? ll 1 d11lornsnmente a atravesar los senderos psiqml 1 1 1 t t'lll'iÓn. , 111, cl11d1•H accidentes imprevistos, disfunciones, en1 1h 11 111 11 n udan una trama de marcas que escriben so11 111 un discurso difícil de asimilar. 111 n111 ., 11 Los de recepción de la «marca de ser mortal» 11 1 11 trnln vida, tarde o temprano. Ahora pre~ente, l~ t l1K'I ' 111C'Uerpo e imprime su signo de ce_rcaru~. La~1 1 .¡, 11 mcnaza. Se despiertan fantasias pr1~arias •1111,111tv11ic, pnranoides), penosas por un lado Y enriquece!11 , 1 111 ut ro. El yo recibe un cimbronazo que lo enfrenta ¡ 11111ltl'tot1 perecedera. Esto puede dar lugar a ~a ela~o11 y •••l41¡¡nificación de la historia vivida. Se redimens10I I '" 11cl11 y se relativiza la existencia. 1 1 1liut1nl11H marcas forman episodios de «aprehen~erse 1 ¡ 1I 11 1111 ¡ iuedcn ampliar la cosmovisión al introducir :in 111 1111 11 111H el<' principio de realidad y, por ende, de prm1111 ¡1, , ,.t 11 tividnd (véase cap. 5, sección II). Insisto: _no se 1t 1 , ¡, 1111 Hnlwr intelectual sino de un saber corporizado, 11111 r11•11c•, Hnhcr de un cuerpo propio que será d~spoj~, ~e ll 1" 111 po finito. Estas marcas pueden llegar_ a imprm:n_r 11 1 11 111·vu d1n11mica a la cotidianidad de un sujeto al facih37
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tar la trasformación narcisista y unn ci<•rtu muyor lur.1 frente al misterio de la existencia. Crece la os;1dí11 1•0 conciencia de la posible llegada inesperada del fin d vi~a. El mero hec~o de estar vivo es fuente de bienest.nr y gmen empr~ndera a.ctos psíquicos nuevos, jamás imngl dos. Como s1 la cualidad de lo perecedero se hubiese in porado al yo en forma positiva. En la clínica no hay que apresurarse siempre en comtl rar ne.gativo u~ hecho corporal que ataque la integrid m~~r1al. .TI-aba3ar con la idea de una integración psic ma~1ca e incluso psicosomático-social permite evaluar 1 accidentes sobre el cuerpo con una visión que relativiza e.fccto dañino. E. Pichon-Riviere solía destacar que el psi !'.<'<> <'n. un medio familiar era, por un lado, el más vulnernb H1l.um·1on11lmC'nw; Ulmbién era el más sano en tanto denu 1•1111111 In ''.nf<'rmcdad familiar imperante. Con el cuerpo 8 «'«'
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(una marca de ser
1
11111, 1•11rrotera de brasas y no de cenizas . . .», 1 V 'm11ica, 1961).
p111 111 wjez no solamente se explica por cau1¡111• ponen a determinada persona fuera del 111 cl11 lo joven; las señales de vejez apuntan en 1 1111 '111•rpo profundamente repelente, temido, p1111l11. 'lhítase del cuerpo-cadáver. En lo viejo l111 l w1os t.cmpranos de la futura descomposición, 11 111 de• prcaviso de la podredumbre futura del 1 111111111-lo de la célula, la muerte de la tersura de la 1111 111 cl11 In firmeza muscular, la muerte de la agi111111·1 lo do la agudeza de los sentidos (en especial, 1 l 111do), la menopausia, metaforizan «pequeñas li 11•vc1rsibles que anuncian, desde el deterioro del !~11, 1•l 11
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Saber vivencialmente acerca de las limitadas posibili des de gozar de la vida la tornan todavía más preciosa convertirse entonce~ la muerte en la sabia compañera de 1 vida. Habla de la instantaneidad y fugacidad de los días susurra consejos para disfrutarlos, alejados de ideales s peryoicos, expectativas narcisistas y querellas estérile1 Enseña a mirar de frente un destino de olvido, despojad de ropajes empobrecedores. Los representantes narcisis se yerguen y caen eJ'l. este trabajo de elaboración por dond asoma la condición mortal del ser. La energía ocupada e sostener la representación de His o Her Majesty the Bab (Freud, 1914) es drenada hacia una mayor exogamia, dele gación narcisista, excentración del sujeto y consiguiente trabajo en la cultura. El sujeto puede asimismo preguntarse acerca de su su• pervivencia simbólica, a través de los hijos, de las creado· nes, etc., todas formt:1.s de pensar en una prolongación de la vida en la memoria de los hombres por un tiempo más. Es lo que P Aulagnier (1979) conceptualiza como «Una pequeña parte separable de la.. muerte». Las religiones ocupan un lu· gar primordial al proponer el prolongamiento de la vida en una vida eterna. El levantamiento de la desmentida respecto de la muer· te, ese <
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1 11 111 mañana podrá estar la dicha, el cumplimiento
1 , lo nuevo, la continuación de la aventura de vivir, 11t11mhién, y con certeza, la muerte. 11•rlPza es a veces una idea, otras veces un afecto, 1111111•1on, un extraño sentimiento.
~111• ltion, qué virtud subyace al tener que morir? fQué
quó idea, qué interjuego de instancias podra pro· 1 .. 11 1ll'optación y otorgar el valor necesario para enfren· 111 11111orte y acercarse a los múltiples sentidos que ad· 1 11 lu lnrgo de una vida? l 11 ".tu 111 vertiente aristotélica, la ética es una ciencia 1d11 11n d sentido común. Indica el estilo de vida necesa· 11 11 lograr la felicidad, que es el bien por excelencia. 1111·1·1• difícil hacer comparecer a la felicidad en la expe· 111111 d11l tener que morir. Escribe Aristóteles en la Etica a ' 111 11 1m: «( ...) el bien propio del hombre es la actividad del 11111 1llngida por la virtud; y si hay muchas virtudes, diri· l 1 por lu más alta y perfecta de todas. Añádase también , 1"t llH condiciones deben ser realizadas durante una In ..1itoni y completa porque una sola golondrina no hace 1111111, t'omo no lo hace un solo día hermoso y no puede de· 11 , t 11mpoco que un solo día de felicidad, ni aun una tem· 1 11111111, bnsie para hacer a un hombre dichoso y afort:mado». 111111 tmln golondrina no hace verano» es una bella rmagen 1 1111 1umHar el último acto de la vida -el morir~ engarzado n 111 din1ímica de «todos los veranos» de una vida. Ya cerca 1 11111r1r, los proyectos identificatorios se derrumban, salvo n 11111tinonte a la delegación narcisista trófica en los hijos, l 1 11l1rn realizada, el recuerdo en los sobrevivientes. Tam· ¡,¡. 11 pit>rclcn consistencia los atributos que derivan del tetlf 1 H1 uno pronto no estará más con vida, todo lo que uno 1111111•11 no es más que un resto que poco sostiene. El atributo 111 M• •r uel quiere preeminencia en este momento. Ser, Yen es1 1 111KiHIAmcia del ser, abrirse a lo real de la muerte, al caml1l11 11np
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l 11l111rduntes ha sido domad~. _El sujeto s~ h~
peculiar, irreferente e irrebasable. El "ante qué" de esa gustia es el "ser en el mundo" mismo». Más adelante agre «No hay que confundir con el temor de dejar de vivir la gustia ante la muerte. Este no es un sentimiento cualqul ra y accidental de "debilidad" del individuo, sino, en cuan fundamental encontrarse del "ser ahí", el "estado de abi to"(...) En la angustia ante la muerte resulta puesto el" ahí" ante sí mismo en cuanto entregado a la responsabill dad de la posibilidad irrebasable» (1926, pág. 274). En su estudio sobre la ética, Spinoza (citado por Fulla 1984) plantea que en la naturaleza no existen ni el Bien el Mal, tampoco libertad, sino necesidad, un orden lógico al que se debe acceder. El único imperativo ético es la ley del conatus, por la cual «cada cosa se esfuerza(...) por perseverar en su ser». La virtud reside en el poder, en la potencia de acción del ser. ¿Qué acción debe ejercer ese ser cuando el final de la vi· da se aproxima inexorable? ¿Qué alegría, qué deseo puede conjugarse con el saberse mortal desde la carne herida en las horas de la muerte? La apelación ética resulta harto insuficiente. Aun cuan· do, en tanto coronación de una vida, la muerte, siempre de· masiado temprana, siempre injusta, abre un espacio para el despliegue de virtudes éticas tales como valentía, magnani· midad, dignidad, y pone en juego al ser trascendiéndose, fiel a sí mismo. El sujeto se contempla entero, capaz de atrave· sar «con los ojos abiertos» esa experiencia difícil, escapado de la falta de virtud (cobardía, pusilanimidad, negación extrema). El individuo puede hacer con ella un «don identificatorio» para los que lo sobreviven. En esa función de sostener al otro, al que seguirá viviendo «hasta con la propia muerte», se ejerce la base de la ética (Amati-Sas, 1993). La muerte así entendida es acción y perfección. Pero no siempre la muerte da tiempo a este despliegue. La autoestima se eleva . El <
tl• 1,11 11 él conduce y dirige el ultuno tr~o.d on , . art"d t· ne la nura a en 111 l11111111onc1a de su p l a, sos ie d d did 1 l 11 "\Ltim ativamente en su mun?o e. espe_ . a, 111111111,i el cambio que lo devolvera a lo morg~1~, " 1 " ' 11 .cdcl lado del mundo», en esa ante~ala ~ , a h11111 , cl1~Hde donde se contempla en u~a dimens~o~ • l11l111nmdo, desarrollando el espacio de r.el~tiv11l1•••rv11ndo el carácter mortal de todo ser viv1en~. . 'ta a discurrir sobre el rol de la eutanasia 1 111l111111HIOVl d · 11111 i•l1 •1'ciÓn de la muerte cuando el cuerpo .eviende amiento doloroso mun a , 111 11111 l1iriura y el desped az . rte lm111cl11111dole las adecuadas ceremonias de su mue . ' n en boca de Sócrates que «es nece1 11 1111 pone Pl ató rte 111111• mantengáis la esperanza ante la mue 'y l , · nf do en que no lil• • •'IH como una verdad unica, co ian . ni mientras vive b 11l11H1m mal para el homb re ueno, . . 1 . 1 . t tes antes de mgerir a 1111111 n1ucr e»? E incuso, ins an , te di '. lo que me está acon 1 1 11 1111·111 I proclama: «O s l 0 re. . . d be star en lo cierto cuanIn1lil11i H<'r' un bien, y no e mose . b 1 t 11111Hque la muerte es un triste destino, pues ca e a .11 di' que sea algo favorable». b', 11111111 ",. t" Apología de Sócrates se encuentra taro Ien_una ' 11111111nHa en sus alcances: «Temer a la muerte, anul gos, .d ' aparentar saber o que 1111ill111· on una falsa sab i ur1a, y . ºd . 1 rte ni se consi era para •I• i·1111oco. Nadie conoce a mue ' l te 1h11111lrro ol mayor de todos los bienes, pues to~os ?y roen 1e 1111i11rnnder que es el mayor de todo~ los mabes. l~ q~: ~~ • ' " 111 mayor ignorancia cuando se piensas~ er atenienses - y en ello me diferencio de la mayo· 111 •'/ vo 1 ' ' " " 1111 cl1 · loHhombres- , si dijera que soy mas sabºio qu: otrosÍ 111 li"' 111 on csio, ya que, desconociendo cuanto suce e en e 11 111 11114 • 11 firmo ignorarlo». , d l rte pero s1- mos No 111l<•nio hacer una apologia e a mue , 1 h l1 111 1111 hombre «que se diferencia de la may_oria de os : \11; •• vulo decir, mostrar cómo, en tanto su1etos pen~a~ s, 111 u1:11 •rlc• formará parte de nuestros valores y a_n ~ o~ y 1 r1il111•u11l irá hacia ella de acuerdo con la trama p~iq:a~~; 1111111
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tos. Propongo reflexionar ~~tra cultura de la rigi1111\>los consecuencia:~~u~: probable que la incacon que sel~ a ~erte y su negación extrema 'ili• tolerar la propia m t .. dad humana. En el otro . 1 destruc ivl 'fi . mmor\1 i a1mino en a , d bala) yo rat1 ico nu . (
rio morir con alegría» puede parecer excesiva. Sin emb comporta un dejo de verdad. A partir de ella se pueden tinguir las muertes alegres o vitales de las muertes mel cólicas o mórbidas. Aunque suene extraño, se puede enunciar la «grande de morir» o el «amor del destino» cualquiera este sea q pregona Nietszche. En la misma línea podemos incluir la dimensión del a lencio en el sentido (véase cap. 8) de un imperativo éti frente a lo desconocido. La dimensión de vacío se asoma al ser al reconocer l contingente de su estadía en la tierra. Pero no se trata d vacío que nihiliza, sino del Vacío con mayúsculas que <> (Laporte, 1975). En un cuento de J. P. Sartre titulado «El muro», un condenado a muerte reflexiona frente a sus verdugos: «Estos dos tipos adornados con sus látigos y sus botas eran también hombres que iban a morir. Un poco más tarde que yo, pero no mucho más». Lucidez im· placable, aparente privilegio de los que de una u otra mane· ra reconocen su marca de mortales y, si el tiempo aún es ge· neroso, se sirven de este impactante reconocimiento para incrementar la alegría de vivir. Escribe A. Kojeve (1987), refiriéndose a la idea de la muerte en Hegel: «l,a Muerte es lo que engendra al Hombre en la Naturaleza y es la muerte la que lo hace progresar hasta su destino final, el del Sabio plenamente autoconciente y, por tanto, conciente de su propia finitud. De tal manera, el Hombre no llega a la Sabiduría o a la plenitud de la autoconciencia mientras, como el vulgo, finja ignorar la Negatividad, que es el fondo mismo de su existencia humana, y que se manifiesta en él y a él no sólo como lucha y trabajo, sino también como muerte o finitud absoluta. El vulgo trata la muerte como algo de lo cual se dice: "no es nada o no es cierto"; y volviéndose rápidamente se apresura a pasar a lo cotidiano. Pero si el filósofo quiere alcanzar la Sabiduría, t> "mirar lo Negativo de frente y permanecer cerca de él"; y es t'n la contemplación discursiva de la Negatividad que se revela por la Muerte donde se manifiesta la "potencia" del Sabio autoconciente que encarna el Espíritu~ (pág. 63). Si dedico este breve apartado al lado filosófico de la muerte, es porque considero que adquiere desde esa disciplina una jerarquía que muestra la importancia de "mirar
V ~us beneficos ~fec
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1•presentación de la muerte
. , de la muerte» es un te1i 11 ·HLión de la «represent~c~~~ la muerte es un conl es d fu troca ivo. . . . implojo. Freu e . e ativo para el cua no nos ' 11\iHLracto de contenidolntg1'vo en lo inconciente» (1923d). da corre a ' ·ca e 1111 .. ••ncontrarna . rime una huella _mnemi •1 vive su muerte» e imp d r constituirse en expe rte al no po e . l p r '• u 1111l1-cer. La m~e ' ·verso representa~1?1:ª ·. o <\ueda excluida d~l unid l muerte remitir1a s1em11 1''' , . l idea e a t a 111r1ón metaforica, a l tración. Esto se encuen r 1 · ' de a cas · ' · trol \11 rcpresentacion . . . , de representacion m , . ' . la definicion . del p · nali' r.t•111·ordancia cOI~ 'tad en el Diccionario sicoa . d 1111111 por Lalande ,c1 o lo que forma el conteni o ' .\o que uno se representa'. to y especialmente la~~1 to de pensamien N h percepcion 1111•·lo de un ac ·, anterior». 0 ay l t i1\111'1·ión de una_perce~~~~ición de la muerte mi~m~ en 11 111 tnuerte propia_ po:la por siempre el aparato plsh1qu1cobr.e ue aniqui te para e om 1 11110 14uceso q . a seguramen ' d ·a • 1,11 muerte propia 'ble e inverosímil como to av1 1111nrdial, tan _inim;g::otros» (Freud, 19:5b)S - l las \111 pura cualquiera e anizador psíquico. ena o . 1,11 diferencia e~ un or\ e/mujer, ausencia/presencia, ,. »llcsdiferencias: hom r ares excluye al otro. Son 111in1'' rto Cada uno de estos p f ente a los sexos es y v11 mue · . En lo re er ti i 1111nos absolutos, precliso~~ientos entre uno y otro de esar desp azo..i...., . la asunh ,.,·11l'nt..e observ el rechazo al prop1~ sexo,le~ ha por ' li•rminos, ya sea en l . aginar1a, en a uc . 11 ilt• una bisexualidad rea o~ patologías del travest1s1 11111 . . , d l otro sexo, en as 1 1 11pr11¡>HlClOU e '""· i•h't•tA•ru.
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La polaridad vivo/muerto no admite alternancias. puede <~ugar a la muerte», desafiarla, buscarla, pero, u vez que adviene, no hay retorno. En la muerte se patent za una moneda imposible de intercambiar. Implica un co definitivo. Es exactamente lo que desafían las teorías do ) reencarnación. La continuidad que establecen es incesan Y la muerte constituye simplemente un cambio de estado un «descarne» que promete un nuevo «reencarne». El hom bre pasa a ser mujer; el muerto, vivo; la mujer, hombre; ol vivo, muerto, etc., en un engendramiento circular infinito Estos sistemas representacionales son altamente aliviado r es frente a las ansiedades de muerte. La muerte propia no tiene representación. En psicoanálisis se ha confundido «representación» con «experiencia». Nadie tiene experiencia de su propia muerte en forma directa, sí en cambio representaciones del objeto <<'rion~~a par~i~l y representación <
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1i t 11111 1t. (ln75) destaca otras representaciones en 11 hn d• runos próximos·a morir: soledad, desp~d~za· vn• 10, IAlmor a no despertar, pérdi~a del mo~en-
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11l11los del mundo, del pensarruento, e~ter~. ' ·· «especi::i:1» Jun• , tH 1•onst.ituye una representacion 111111 1 1111 ... pr<~sontaciones, tales como la castracion o el rl1 111 madre (Le Guen, 1992). Lo irreprese~table ., 111s privilegiadas representa~ion~~ que tienden 1 1 11 14 11 ..11110 que se ejerce desde la imagmacion, que no de· 1 ' K¡111ricmcia pero sí de percepción sobre e~ o_tro. 111111 iones nacidas no de lo directamente vivido smo 1' l11nn11 de la anticipación imaginaria de un acontecer !!•
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1ul il1•l nfecto. Sabido es que la pulsion esta representada
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111111 pérdida de memoria. Mostró c~mo una preoc~pa~ 1 lt ufl'<:tiva inconciente motiva una serie_ de despl~zamien y 1rusformaciones de la representacion con mira~, a re1v• rol conflicto psíquico. El afecto y la representa~ion es· " 111t.imamente entrelazados aun cuando se m_anifiesten 1 il11 iliversas instancias psíquicas y a vece~ s?lo una de dos vertientes de la pulsión pueda ser ob3et1vada. 1 l"r·i•ud (1923) enuncia que «a diferencia de las re~rese~1 ncs no existe, en lo que respecta al afecto, ?asa3e obb· 11 111 111 través del preconciente». Green (1984, citado por C. 11 11 1 vi rl) considera que esta aseveración es rica en consec~en111 11114 Dice: «Si el afecto puede cortocircuitear el preconcien1• puede entonces plantearse como un representante del ,, ,: nnciente en estado puro, vale decir como un repre~entan: t• rli•I sistema memoria, dado que el sistema perceptivo está · · iente del afecto ll¡¡iulo a la conciencia». La memoria mco1:1c . , 11tla establecida. El afecto, para exteriorizarse Y «com111 · ' · g n o palabra I'' ••n
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ba por el hecho mismo dl'l 111Hl1111111111lo, d1• 111d1•H111H1•r<1 (C. David, 1985). Se crea en la cscucJu frunccsa /,a ml171n de reprosentante del afecto. El afecto, desde esta óptku, portador de un saber latente, inconciente. Lo inefable., lo figurable, pero al mismo tiempo lo activo desde un l"(•gi• otro, se incluyen desde esta perspectiva teórica. Las n•p sentaciones de cosa y de palabra sirven de soporte paru sarrollos posteriores. Pero, ¿y la muerte? ¿cómo intervienen estas disqul1 ciones en lo que concierne a los afectos que despierta? L> 1 tolerable de su representación conciente y la desmesuru los afectos displacenteros que evoca dan cuenta de diverH combinatorias. En primer lugar, la muerte emerge como UI\ nombre cuyas letras generan significantes. Los significad1>1 quo irfín germinando en el cultivo de estas combinatorias 11 on lnzun con múltiples afectos que van desde el espanto má ximo, las vivencias de lo siniestro y de la despersonalización hasta la aquiescencia de la muerte, el sentimiento de ho roísmo, o, simplemente, la dignidad y serenidad. Precisemos más: Freud, en sus trabajos de metapsico· logía, utiliza dos t.érminos para referirse a la representación: representante de la pulsión y representante-representati· vo. Como bien lo indican Laplanche y Pontalis (1968), unas veces ambos t.érminos son empleados como sinónimos, otras veces el representante de la pulsión adquiere un sentido más amplio incluyendo también al afecto. Se puede conjeturar desde esta diversificación conceptual que la pulsión de muerte (no la muerte misma sino la energía que tiende hacia ella) busca una expresión psíquica, y que la encuentra en el dominio del afecto y de una representatividad de un orden diferente de la representación convencional. A. Green (1984, citado en C. David) ha escrito: «Se dice: existe la representación y no hay que olvidar el afecto que la acompaña. Pero ¿qué nos asegura tanto que el afecto tenga el rol de acompañante? ¿y por qué no pensar por el contrario que la naturaleza profunda del afecto consiste en ser un acontecimiento psíquico ligado a un movimiento en espera de una forma?». Desarrolla a continuación su teoría sobre un representante-afecto emanado de la inducción afectiva de un otro mediador que aporta el potencial representacional. Puede ser de utilidad incorporar la rica distinción de los tres registros (imaginario, simbólico y real) aportada por
1 1 1111¡H1 clPI pHH'<>unuliHiH. Ciertas representaciones 111 111 h11hrun do H<>guir las vertientes de confonna1 1111< 11 1rnuginurio (mudez, silencio, flores ~~~as, t 1 1 , l11H lt•yc•s de organización del orden srmbo~ic~, 1111 In idea de castración. Remiten a corte, hrru11 y l1111pdublc de «tener que morir». En lo referente a 1 11111 11 ulhi do la realidad tangible de la muerte expre1"' , 1 1•11<1ávcr, por un dedo s~parad? del cue~, etc., 1 (11 ltTt•prcsentable, lo imposible, lo mapre~ensible: 111111110 lu representación de la muerte ad~m~re ~ac111111111.ico, el sujeto expuesto a un dolor psiqmco mten1 11111.n ospacios internos representacionales Y se su' "" ol campo de lo irrepresentable. El dolor hace, agu\ , 11wjoto rompe series de pensamiento. Retomare e~te 1111 dPH
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VI, 1,a sacralidad de la muerte
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l•:l cuerpo muerto ha sido alcanzado por un_ ac~ trasc~n111 11 1~1. Le ha sucedido algo del orden de lo mister10so e m11111otante. Ritos previos y ritos posteriore~ al momen~ final 11111 rcan la importancia del suceso. Lo mas alto, lo mas podnroso imaginado por mente human_a se hace pre~ente. Es 111 111 hora de Dios, de ángeles, de esplritus, de santidad~ de 11111lcficio. A la quietud del cadáver se contrapone la ª;!Pta' Ion de las almas de los sobrevivientes frente al espectáculo 1ilwupto de la ruptura, del corte defmitiv?. . La religión interviene en forma mamfies~ o marginal, Intente. Es muy difícil sustraerse de la apelac101,1 ~un orden 1mperior, a la magia suprema de unos seres rruticos, ul~a l~}rrenos, supranaturales, lejanos, eternos . . . Inconcebible un mundo sin sacralidad, sin rituales ordenadores pleno~ de sentido. Cuando se lo piensa sin dios, abandonado a si mismo, surgido de la nada, de un azaroso big-bang, lo real de lo que no se puede ni comprender ni aprehender amena-
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;m con hacer brotar un manantial de angustia del cora· del hombre. Las ideas acerca de dioses y demonios, de premios y e tigos más allá de la vida alivian la existencia. Conform un espacio psíquico ordenado, que explica hasta lo inexpl cable y que organiza los caóticos vislumbres de una creaci desconocida.
VII. La festividad de la muerte «No hay ninguna fiesta, aunque esta por definición sea tri te, que no incluya al menos un principio de exceso y francachela; basta evocar los banquetes funerarios en el campo Ayer y hoy, la fiesta se caracteriza por la danza, el canto, la agitación, el exceso de comida y de bebida. Hay que darse el gusto, hasta agotarse, hasta caer enfermo. Es la ley misma de la fiesta», Roger Caillois (1939, pág. 110).
La fiesta es una «apelación a lo sagrado» (Caillois, 1939), Son numerosos los ejemplos en distintas culturas en las cuales se festeja la muerte. Con ella irrumpe el exceso, la violencia, la trasgresión, el desborde. En la palabra <
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h 11 • • • '< '<> al frenesí impactante del paso vivo·muerto, a 11 dt• la aparición brusca del cadáver. lh 111po se suspende, el mundo se recrea, se vuelve a itl 1"º"' primigenio. El cese de la fiesta señala el retor· 1d1·11 11¡ 1111 •Hios se tocan: vida y muerte, como caras de una 11111110da. 1111 '° detenerme a considerar al elemento festivo in· 1q1111•11mente en los tiempos de hacer la muerte con al· 1 l l11rnr una fiesta de la propia muerte es un acto míti· 1111 111·ve como representación narcisista trófica. En vez 1111 ·1-ln, avanzar hacia ella con tranquila sonrisa exorci· 11111 loHfantasmas agresivos de despedazamiento corpo· d1· 11niquilamiento. Es retornar a la «muerte amaestra· ( 1•11Ho pág. 24) y constatar la propia elaboración de la 111· 1 11l1lnr-Ross (1984) ha escrito que la muerte es un nuevo '""''or. Al recorrer las cortas páginas del libro pareciera 11111rir es una delicia y uno no quisiera por nada perder t• • 111m a ese maravilloso acontecer. La autora presenta a 111111wic como un acto de trasformación, de creación hacia 11 11 wma nueva. Desde esta óptica, «se muere y no se mue111111ulo se muere». Cierta continuidad queda garantizal 1 por Hsa otra forma prometida que espera después de la 111• 11~1: detritus de vida, descomposición para recomponer 111 v11 materia, reencarnación, etcétera. /\ 111 oportunidad de haber nacido, de haber «hecho la vi· l 1•, 1w suma ahora la muerte como otra oportunidad (J. lh•uHiori, 1980, comunicación personal). Al describirla co11111 oportunidad queda ubicada en un sitial lúdico, como un 11111locer trófico, como destino final a toda orquesta. He 11¡111 resonancias de lo festivo. La despedida adquiere un to· 1111 h1dico. Ala lágrima se mezcla la sonrisa y el adiós se ex· l" 1 •1 11 sin melancolía. «Siempre oí que es necesario morir con alegría», dice Só11 1111 •H en el Fedón. lDe qué alegría podría tratarse si uno Vlvnncia que está muriendo y por ende perdiendo todo, 111·rdi<;ndose uno mismo como ser viviente? No habría de 1¡1111 reírse, qué festejar a menos que se considere la serena •111 i11fncción por la vida realizada. La fiesta es la del cierre 111 do! acto trascendente por consumarse, la del gran rituaÍ 111111.ivo do la despedida. Ahuyentada la melancolía, el mu-
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'i1•11l1• mi~mo dispone sus últimos saludos y consejos l~lU<'rtc deja marca positiva en los sobrevivientes sin . c·1ar duelos patológicos. ' P La muerte emerge como acontecimiento . En el espa . par~ morir que se constituye para cada sujeto, la retirada la vida acaece con saludos finales, aplausos y hasta b cheos. La muerte es vivida creativamente y en su intm: hay .lugar para la sublimación y para desplegar el arte morir.
1iPmpos con la muerte
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durante la vida
l 11 Hiempre presente aunque en apariencia muda y a ignore su influencia sobre el cotidiano vivir. 1 1 11iño pregunta (Freud, 1908): «¿De dónde vienen los ,.·1. Latente subyace una segunda pregunta: «¿De dónla vida?». Emerge el vivir como pregunta y la dupla l•·m·ial prínceps: vida-muerte. 1JI muerte se exterioriza en la planta, en el animal, en 1111·1' humano muerto. El estado de cadáver, el esqueleto, l 1l1 •11 ·cho se ofrecen a la mirada y al saber. La descomposi111 d11 la materia es un hecho inevitablemente visible. Los l111·lm1 mismos pueden morir en el sentido de rompei-se, 1 l rm;urse, desaparecer. l .11 naturaleza también presentifica a la muerte. En su l11l1111C'ia emerge la amenaza letal. t .11H crisis de la mitad de la vida llevan implícita en la :pal 1111'11 «mitad» la problemática del tiempo de vida. Por ende, 11 pondcn en gran medida de los efectos que el saber sobre 111 111ucrte y la finitud provocan en las profundidades del al11111 humana. 1.ns marcas de ser mortal a las que me referí páginas 111 rnH confrontan al hombre con la posibilidad de ser «irune11l11l umente muerto» en cualquier instante. Esta mortalidad il1•Hligada del tiempo puede en ciertos casos negarse con fa' il1dud (rápida recuperación de un accidente, por ejemplo). l•:I drnma del envejecimiento consiste en la cronicidad del 1li•t1 1rioro físico y su irreversibilidad, que impiden negar tan l1wilm1>nt.c quo el sendero de la vida tiene un fin. 111110 He
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II. Las pre-muertes
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Lo que denomino pre-muerte es un movimiento psim coque deriva de una «amenaza», vale decir, de un hecho demuestra que la vida peligra (enfermedad, catástrofo tural, guerras, situaciones límites diversas). Las defo habituales que permiten negar la mortalidad se debili Los avisos anticipados de la pre-muerte convierten a muerte en una realidad y disipan la negación y las distin fantasías. El vivo deja de estar «completamente vivo» al estar n nazado por la aniquilación. Queda instalado en una suc de antesala de la desaparición. La pre·muerte puede ser nada más que una falsa ala y ol sujeto o bien se salva del peligro o bien en forma má1 monos lenta avanza hacia el fin. Las pre-muertes pucd dusificarse en: a) transitorias, b) definitivas, y a su v 1111hdividirse en: lentas y rápidas. El tiempo de la pre-muerte varía en duración. Pue íluetuar desde un par de segundos (cuando la muerte es s bita pero da un margen de conciencia de su inminencia, mo por ejemplo en un derrumbe), meses (en una enferm dad terminal con vaivenes de mejoría y empeoramiento) incluso años cuando a raíz de un padecimiento el sujeto instala en la espera de la muerte. En otros casos, la amena za cesa o da un respiro al amenazado y, atravesado por esa experiencia fundamental, el sujeto continúa sus días sobre la tierra. La antesala de la muerte genera sufrimiento. Los otrol (parientes, amigos) acompañan como mejor pueden al ame· nazado que yace en su estadio de pre-muerte. El saber (véa· se cap. 6) sobre el fin circula. Los cercos de silencio o el saber compartido son distintos perfiles vinculares que la familia intercambia con el paciente. <
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11nda frecuente de la mortalidad posible e inmedia· 111 1~ 1 la travesía de la vida en salud suele ser un pode· I ., vontivo de derrumbe psíquico cuando la muerte se rt•• l'O una realidad. lnl.Presa considerar los estados de larga pre-:nuerte lill"nn a una persona a convivir por meses o anos con t.wmedad de mal pronóstico y desagradable nombre 11 , , Hiela, etc.). Cuando las remisiones no son total~s, el 1 1 mo está vulnerable y ciertas actividades o funciones 11 \¡ ~s no pueden llevarse a cabo en forma _normal. El 1111 ele la enfermedad va produciendo cambios: ~olo:~s 11 11 , nmputación de una parte del cuerpo, ?isc~pacitacion 11 I• r1 ns áreas de funcionamiento (trabaJO, vida sexual, 11mía, etc.). Los familiares y el propio ~acie~~ deben 111 11 11 r el duelo de la irreversibilidad de la situac10n. ~un· K esa persona recobrará la salud y con ella el e~tilo d; 11111 , , el mundo que lo caracterizaba. A lo sumo me1orara, 11 0 ·icrtas secuelas lo acompañarán por el resto de sus 111 1 ,
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1'.n el consultorio, un familiar se conduele, desesperado poder reencontrar «al ser querido de antes»: ~l du~lo 1111 , ,. instala no es frente a alguien que ya n? esta vivo smo 1 1.. a alguien que ya no es más como hacia poco era, al· 11 • que ha modificado su carácter, su ~uerpo, en forma 111 11 \l ¡¡uLiva. El duelo de la muerte es precedido por es~e d~;1i1tnLicipado que incluye elementos de despersonahzac1on \ , 11 no lo reconozco, ya no es el de antes»). El enfe~o Y sus 1" 11 i liares asisten a la pérdida de la «imagen del pacie~te en 1aclo de salud». El cuerpo enfermo se refleja en el espeJO con metamorfosis insalubres. Llamo, a este duelo, pre·due· 11 /, 1J) diferencio del duelo anticipatorio (Lindeman, 19~~; h•t1negra de Jaramillo, 1989), que implica un duelo antici· 11i!orio de la muerte. El pre-duelo, en cambio, es un d~el? 1 , 111npleto en sí mismo que consiste en que ha muerto defmi: 1 v mente el ser querido «en estado de salud>>. El que está 1 11 horn a nuestro lado ha sido trasformado por la enfe~edad 11 t 111 punto que en algunos casos no se lo reconoce mas. ?e 11 1 nl1n' un hiato taxativo entre el de antes Y el ac~ual. La rn_ ~· persona ha perdido irremediablemente atributos pos1tl· 11111 v1114 y se presenta distinta. El cuerpo enfermo se presenta , 1111 sus metamorfosis insalubres. El pre-duelo se da en u~ i·onl.<~xto de intercambio entre el paciente y sus seres queri·
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dos. Dentro del límite de sus potencialidades el amenazad puede, aun afeado, deteriorado en su estado de pre-muerte sustraer al entorno de un pre-duelo negativo. En esos casOI embellece a su entorno, ayudando él a sus seres queridos y al mundo a elaborar el estado de amenaza y la muert.e que ya se dibuja sobre su biología. El enfermo logra sustraerse a su propia muert.e más o menos cercana para atender a su1 seres queridos y facilitarles la despedida inevitable. Lo1 fantasmas de la melancolía se alejan: un consejo, una ad monición sabia, un reto a los dolientes futuros deudos, son todas posibles formas de combatir la «piedad patógena• (Dolto, 1982). Vivir la muert.e quiere decir aproximarse en estado de vi· gilia, de curiosidad lúcida, a una experiencia que no es nun· ca la experiencia de la muert.e misma sino más bien la expe· rienda de las vivencias de los tiempos previos a su adveni· miento. Es participar de la pre·muert.e propia forjando ac· ciones con miras al dejar de vivir que se aproxima. Cuando alguien accede al hecho de vivir su muert.e, ese alguien puede dirigir su atención a los preparativos del tránsito vivo-muerto. Habrá de atender los movimientos in· ternos de un cuerpo ora desfalleciente, ora dolido, etc., el cual, por múltiples carriles endógenos, comunica en una suert.e de partes instantáneos los cambios biológicos que es· tán sucediendo. El cuerpo dice que está transitando el cami· no que lleva al final de su vida y, a pesar de ello, la catectización del entorno no cesa y el último acto recibe tumultuo· sos y numerosos sucesos anímicos. El sujeto que vive su muert.e, actúa. La muert.e por venir es esperada en forma activa. Existe una toma de decisiones, una serie de actos que espontáneamente exigen ser llevados a cabo. Conforman estos el trabajo preparatorio de la muert.e. Trátase de un territorio psíquico que pone a prue· ba al sujeto en tanto lo insta a ejercer figuras de despedida: testamento, legados, donaciones, regalos en vida, consejos, aprestos familiares, venganzas finales, justicias, etc. Lo externo se pone en orden como una vía preparatoria para que a su vez lo interno también lo esté. La casa se ordena, las valijas para la partida se preparan. Lejos de estar vacías, contienen preocupaciones, dudas, avisos, esperanzas, opinio· nes, 'ilusiones, proyectos para los que quedan, creencias en el más allá, etcétera.
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1 l 1noribundo habita su tiempo de morir y ejerce la pul·
vida hasta casi último momento. El tiempo de estar permite que se lleve a cabo cierta elaboración del 111 clo perder la vida y que penetre en el alma el sentí· 11111 de aceptación de la finitud. Cuando la muert.e se 1 •k ltna, esta elaboración ayuda a que la pulsión de vida w111·ie ya a su actuar preparatorio y dé cabida a la inva· 11 ltf'cesaria de la pulsión de muerte, la cual, de manera 11111, conduce a ese sujeto a su morada final. Distingo en 1, ¡1unto netamente la pulsión de muert.e con su función 11hjolalizante trófica (Green, 1986) de la pulsión de des· '", 11ín que no trabaja en el sentido de retorno natural a lo 111 winico (véase cap. 7) sino que trabaja en el sentido de 1111 1iroducción de horrores humanos. En este punto se abre 1 p11orta a la convocatoria de lo siniestro, a la pulsión asesi· 1, 11 la destructividad gratuita, a los fenómenos de ext.er· 111110 de un hombre contra el otro, al goce en el sufrimiento l 11•mo, a la búsqueda del espanto en vida. t•:n el advenimiento de una buena muert.e, la aventura 1 111orir se conviert.e en un acontecimiento interesante, iné· lll•11i importante por el mero hecho de su carácter relevan· 1 Irreversible. Se presenta como un arrojarse a la aventura li 1 no ser, un asomarse al inaudito cercano tiempo de dejar l • xistir. l .os otros, los que constituyen el entorno del «por morir», ¡, 11yudan a hacer la valija. Son los que lo mantendrán en 1 t 11do de supervivencia simbólica a través del recuerdo y de 111 11fcctos residuales. Muchas veces se erigen en obstáculo , 11 l 11nto no allanan el camino hacia la muert.e del moribun· ol11 Mino que lo frenan con sus propios miedos, con sus peque· 111 1 1•11 psíquicas, asustados e incrédulos al asistir al espec· l 111'll lo de un ser que puede partir entero, imbuido de la tras' 1·11dencia de su último paso, aun a pesar de la fatiga, de la olofolidad del cuerpo, de dolores múltiples, etc. El sujeto pa· I• 111 iza en este acto su condición de animal de lenguaje, de 1·r humano elevado de su cuerpo instintivo hacia dominios il11ndc la bestialidad ha sido domesticada. En intercambio , 1111 Jos otros que lo miran morir, se enfrenta, grupalmente 11 In realidad de la mortandad universal. l ..os vivientes dirán sus palabras, solicitarán tal bien del proximo muerto, expresarán su pesar y su agradecimiento 11111 huy. 1 ,¡,
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La codicia, las envidias, el deseo de apropiarse de lo que el por morir va a dejar, vale decir, de sus bienes í.etrenalo1 que permanecerán en herencia de los vivos, estallan m u chas veces. A la hora de la cercanía de la muert.e, el por mo rir continúa aprendiendo. A veces, el cuerpo del cadáver es sede de fantasmas familiares que se mat.erializan en el «cuerpo del dinero». Como si el mismo cadáver y su carga transgeneracional se repartiesen en los pedazos de bienes, en la forma que adopta la imagen de la sucesión y lo que ha· brá de cotresponderle a cada deudo. Hay vida hasta en la muert.e. Y lo que queda exorcizado en el morir erótico no es la muert.e en sí, concreta, en su facticidad, sino la muert;e psíquica, el devastamiento melancólico, la muert;e ant.es de la muert.e. Una parte de vida se conserva cual chispa encendida que da sabor a la muert.e, que la enhebra en el collar de los días trasCUITidos y que proclama la primacía de Eros sobre Tánatos. Morir deviene un arte, un trabajo creativo, una epopeya fascinant.e. Es el aspecto festivo de la muert;e que linda con lo sagrado. Vivir la muert.e genera optimismo en los que asisten a esa muert.e cuando se trasmit;e vida y se eslabona la muert;e como un paso natural. El «no temáis», «no es nada, es simplemente la muert.e» alivia a los espectadores. El murient.e oficia de mediador entre la vida y la muert.e, de trasmisor de un real inaprensible. La muert;e física acaece en presencia de vida psíquica. El sujeto es más humano que nunca, su disociación córporo-psíquica es máxima. Mientras el soma se va det.eriorando, el psiquismo se sostiene ínt.egro. La dignidad deviene una constelación representacional-afectiva. Más tarde el cuerpo y la psiquis se reúnen en la común descomposición. La masa persona se entrega a lo desconocido. El gran protagonista ahora es esa mat.eria que va a dejar de latir con vida. Se crea una expectativa en el entorno acerca de la proximidad del instante fatal que marcará la entrada en el camino hacia lo inorgánico. Increible metamorfosis, asombrosa realidad trastornant.e. Lo sencillo y lo misterioso se dan la mano. ¿Quién es ese que yace ya ca· si sin conciencia de sí, débil y agonizante? ¿Hacia dónde se dirige con sus quejidos y estertores? ¿Qué dice esa vida que aún es vida aunque se halle en el borde de no ser más? El asombroso enigma de la creación es atravesado por miradas sorprendidas.
11 1•;1 moribundo en comunidades te· 1•:n general, los seres huz;i=s ~·ven amor y de odio. La fa· 11do redes relacionales, vm os e tro "gnificativos» i1lt11 nuclea a los seres queridos, a los «o s si '" quienes se recotre la vi~a. tancias el mundo circun· Al nacer, salvo penosasAlcirc~ dvien~ una segunda ex· l 11110 recibe al nuevo ser. morir a 1
111ncia trascendent.e, lID:ite. d la inmediat.ez de la ' d 1 an acto esta por suce er, ! Aum e gr acuciant.e. . La cuenta regresiva llega a su tt1111 rt..o seotorna , ( i la hay) va a cesar. lt 1rnu etapa. La agorua s . e en buenas condicio· 'lhclo sujeto tiene derech? a_rettoirarsdel ritual de la partida. 1 iertos movmuen s " y u p anear c hombre enfermo... de l•:I moribun~o que nos ~~pa e~ ~:o que da cuenta de la 11111rLe. Ya no mt.eresa ~l iagn~~o mismo. El dolor físico ' avc~dad de su estado, smo su~ te de una agonía tortu· 1111 clP en ciertas ocasiox:ies ~er en rea de los cuidados pa· rrtf1~. Las nuevas co~t~ibuc~o~:1::':na especial considera· 11 il ivos otorgan al ah:io ~e . . tod sufrimiento, contra· '"" Paliar quiere decir dismmui: o . tod us manifestaciones. 1'' alur el dolor en as s to bre en la existencia ,,/\caso no es ~ste und mb.omento:i=e enormes recaudos 1 a? 1.,y no e ieran t una person . . . to al revés» t.enga 1ugar . t e este «nacimien , 1 1111·11 mten ar q~ , . , uidadosa posible? No solo ,¡, In manera mas sohc1ta, ;as .c también al que parte de iilnndcr al que llega.al mun o, slmotado de la inminencia de 1 Jo'J estado de moribundo es e es . ' ' es un estado de <> tiene que 111 1\ veces e ~.t, d , · otras veces 1a f a mi"lia eJ·erce sobre e 1 n1111rn to avia vivo, ·1 cio al sentirse incapaz de en111111·1bundo un cerco de s1 en t' . de la despedida. Se 1 ~ to y represen ac10nes l11·11t11r os aiec s . · latomadecon' t 1·11 un paclomutuo de mentiras para a 1eJar compartida de una muerte. . -eta María de 90 vm · a su lecho ' qui<'ro ilustrar.e1 t ema con una h llamado de 11111114, c>HL1í por morir: uno a uno a • inrwi11
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muerte a sus hijos, nietos, bisnietos, para decirles unas palabras finales donde ha mezclado consejos con advertencias. Luego queda sola. Son sus últimos momentos. Silenciosa entra una de sus hijas y se acerca a ella. Con su habitual carácter enérgico, le espeta: «No se molesta a los moribundos». Sus familiares solían recordar riendo esta frase mucho tiempo después de que María hubiese muerto. Tratóse evidentemente de una muerte con vida, vale decir, de lo que llamo una muerte erótica. Quiero recordar la figura de los despenadores, correspondientes a la vieja eutanasia nativa (Vivante, 1953). Es esta una curiosa práctica que consiste en acelerar la muerte de los moribundos. Esta tarea es llevada a cabo por especialistas llamados «despenadores». La idea es procurar una muerte piadosa, y el homicidio no es considerado tal pues se aplica a enfermos muy graves que experimentan dolores muy agudos. Escribe Vivante: «Al estudiar esta costumbre -que también es objeto del derecho penal-, se ve que en el fenómeno folklórico no se trata, en realidad, de verdadera eutanasia sino de algo muy distinto, es decir, de una maniobra de precaución contra el moribundo para evitar que este contagie la muerte a sus familiares y amigos. Esta práctica es anterior al descubrimiento de América. El despenador o despenadora vive aislado y gozando de la consideración de los vecinos. Cuando es llamado para realizar la macabra liberación, procedería así: bebe una copa de aguardiente y bendice a l moribundo haciéndole una cruz en la frente. Luego lo toma entre ambas manos, apoyándolas, respectivamente, en el estó:mago y en la espalda, y con un ligero movimiento le rompe e l espinazo. Muerta la víctima, le cierra los ojos y, de pie, pronuncia unas oraciones. Para despedirse, concluye diciendo: "Fulano de tal, descansa en paz". Por su trabajo cobra honorarios o recibe obsequios. La gente del lugar, llegada la circunstancia, lo encubre de la persecución policial». A veces el despenador puede ser el propio padre o el propio hijo. Agonía y cadáver se suceden, el clima es displacentero, el panorama reviste las cualidades de lo siniestro y de lo doloroso. Es natural entonces que el otro, enfrentado a l fenómeno de la muerte, niegue, tome distancia psíquica, o se alegre, como escribía Tulstoi, depositando toda /,a muerte en el pró-
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1imo muriente, lo cual imaginariamente lo eximiría a él de 11!.ravesar ese trance. También existe la muerte compartida, entre un moribundo que saluda con su postrero adiós y seres queridos que, muy cerca de él, lo acompañan y despiden entre lágrimas y serenidad, concientes todos de la importancia y grandeza del acto de la muerte. Pero a veces alguien muere súbitamente y no da tiempo 111 otro a prepararse para su muerte. El que partió se evitó los trámites de la partida. El otro, cuando lo encuentra, o c·uando lo ve pasar de vivo a muerto en breve maniobra, permanece perplejo, enfrentado a un real que se le impone. Otras veces, el «por morir» pierde la conciencia tiempo untes de su muerte física. Está allí, ante nuestros ojos, vivo pero ya muerto, aún respirando pero ya nunca más despierto para compartir nada con uno. Ya se ha ido y todavía está. He espera el desenlace y ya se duela su partida. Se le dice 11diós, se le habla pero él ya no escucha. Está recorriendo las r1'giones límites de acceso a la aniquilación. Estas súbitas muertes o desapariciones causan perplejidad, dolor intenso, sentimiento de incredulidad, vivencia de hnber sido objeto de una broma, que no es cierto, no puede 11er, hace poco vivía ...
IV. La muerte Al considerar a esta experiencia en su m aterialidad, como <l viviente, al ver morir, asiste al crucial tránsito de vivo a muerto: una nueva presencia, siniestra, violenta, vandáli1·11, fascinante en cierta medida, está por entrar en escena: el rncláver. Se presenta como cobertura material, ahora inerte, frio, presente. Es el último tiempo de presencia del amado. Sobre el cadáver se vuelca un trabajo de duelo incipiente, unn toma de conciencia de que <
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El «_por_morU:> ~o_n su último suspiro ha generado un sal to cualitativo al iniciar las peripecias del cuerpo muerto. s b:e la_ c~e muerta se mantiene la forma que se des-forma ra proxunamente. S~n ;mbargo, ¿ha sucedido realmente la muerte? ¿Respl ra aun. La semiología de la muerte nos sale al encuentro. Las.formas vegetativas de vida generan polémicas acerca de si se trata de vida o si es ya una forma disfrazada de estar muerto. ~l velo:io, ese tiempo de acompañar al muerto hasta su ent~erro, ti:ne por función confirmar que el muerto muerto e~te. El m1e~o a ser enterrado vivo parece haber existido siempre y la instantaneidad de la muerte invita una y otra vez a un profundo asombro. Cue~ta Vincent-Thom~s .(1980, pág. 47) que «a lo largo de los siglos, se tomaro~ distintas precauciones para asegu· rarse del deceso. La mas antigua consistía en no enterrar hasta que se manifestara la putrefacción; los persas, según Herodoto, no enterraban sus cadáveres hasta que los olore1 ~stilentes atraían a las aves de presa. Se impusieron dis~mtas re~lam~ntaciones concernientes a los plazos de Ja mhumac10n: Licurgo (390-324 a. C.) requería once días para los esp~nos; los romanos exigían siete. Platón pedía que los cadaveres fueran retenidos durante tres días "para ase~arse ?e la realidad de la muerte...". Recién en 1545 Calvmo .cr~o el cuerpo de inspectores de /,os muertos, cuya tarea consistia ~n :xaminar cuidadosamente el estado de los difuntos. As1m1smo, en 1792 en Weimar, en 1797 en Berlín, en 1803 _e n Maguncia Y en 1818 en Munich, se construyeron la~ cam_aras mortu?!ias espera (Vitae dubiae azilia) u ob1tuar10s: el guardian podia ser alertado en casos de falsas muertes por medio de un cordón sujeto alrededor de sumano y atado al difunto. »En .1901, Karnice-K~icky, traumatizado por los gritos de. una Joven enterrada :'1-va, propuso el siguiente dispositi~º· se coloca una pequena bola de vidrio sobre el pecho del mhu_n:ado Y se liga a un resorte que comunica con una caja n:etahca colocada sobre el ataúd por medio de un largo tubo. Si el muerto llega a moverse, el movimiento de la bola hace que el ~esorte se distienda; entonces la tapa de la caja se abre d~Jan_do entrar aire y luz en la tumba: una bandera se eleva a mas de ~n metro sobre el nivel del suelo, mientras
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11 111 1 l'nmpanilla suena durante media hora» (Jacques 1111 , «Si se despierta usted en su ataúd... », Crapauillot, j111110-julio de 1966, citado por Vincent-Thomas, 1980,
111)
!• t 1·u carne cambia rápidamente de naturaleza, nuestro
11"1 rnmbia de nombre; se trasforma en un no sé q1:1~ q~e 1111l111ne nombre en ningún idioma», Bossuet (Oracion fúl111• por Enriqueta de Inglaterra, 1670).
I / /r·cién muerto. El hombre y el cadáver 1r.1 hombre se enfrenta al cadáver. La mirada sobre el cal , •r Pnuncia en el psiquismo del vivo la categoría de la 1111 r1~~. Al alcance de su mano puede tocar una carne muer! 1 1", mirada sobre el muerto envuelve la categoría del con11110 ele efectos de vivencias, de fenómenos materiales que ' .. 11i 11voca ese que yace ante uno y que acaba de dejar de vivir I' 1111 ncr «eso» que llamamos cadáver. ~go del orden .de lo l 11 11 ·1 l o imposible se encuentra ante la vista. Las emociones lutt Hcnsaciones se despliegan. Es una carne muerta que li. 11, que deja con su muerte la impronta simbólica de su 11111111 porla tierra. Pero, ante todo, es una carne a mano: ~na t "' porcidad que todavía se puede mirar, tocar, acariciar, , 1111·1 • la cual se puede hacer rodar una lágrima Y evocar un 11 1 11ordo. Trátase de la etapa más o menos breve, según los , 111111H, del cadáver visible. Este cadáver visible permite el 1 I• wdcio de la sensibilidad sobre su supe~icie, se pres~a, por ¡ 1 o clPcir, como testimonio de una verdad irrefutable e mex~1111111': él es la muerte que ha invadido lo que otrora fue la VI1111 l .u carne muerta se ofrece en su extrañamiento, por un lucio, y en su peligrosidad, por el otro. El cambio de estado 1·111r1·o una ruptura e instala una dimensión otra. Oler, senl 1r, 11C'ariciar, vestir, preparar al muerto para }º.s fun~rales. l 'o•tTibir los cambios (manchas, rigidez cadaverica, frio). l•:Hc que está y es pero a la vez ya no es lo que era no por 111 111 •1'1.o deja de actuar. Trátase de la vida del muerto en la 63
......,.•··;::..-
f11nt111-1111 d1• loH Holir.. viv11•nt-t•H. 1..c1~ nw1•11111M 11111H pl'unltJ ven facilitado el camino paro ontr11r on at'<'Í<Ín. l•:I mu adquiere poder. Algo extraño ha sucedido, un snlto l'ual tivo ha tenido lugar y esa carne vacía de vida contiona efectos de la violencia de la muerte. El reinado de los u•p tus entabla un diálogo entre vivos y muertos. Hay quo u car al muerto, desactivar su poder de contagiar la muu Escribe Vincent-Thomas (1980, pág. 152): «Privado lenguaje y de energía vital, en pleno proceso de descom s~c,ión, el cadáver es objeto de temor y repulsión, pero ta bien de respeto, de amor y de odio. ¿Hasta qué punto es una cosa o todavía una persona?». Difícil respuesta. La muerte «es la hora cero del cadáv (Vincent-Thomas, 1980): un nuevo cuerpo entra en acci<ín Ahí presente, el cadáver hace repercutir en el psiquismo
1111, V
h11111l1lto
semb}ab}e a cette ordure
mf1~tion
'º" f•t1Ht1 ot ma passion», Baudelaire (Les fieurs du di 11111lm1 formas de la tanatomorfosis adjudican al 11 111111 verdadera personería (Vincent-Thomas, 1980). ll l • loru repugnante ahondar en esta temática. Creo 11 111, Hin embargo, considerar este aspecto un tanto 111ol11clo: la vida del cadáver y sus movimientos. 11 •rn •rpo inerte inicia con la muerte un verdadero trat1 .. 111uorte, en el cual la vida interviene intens,~ente IN 1111 do nuevos pasajes: de sólido a líquido, de liquido~ '"'"'• ele cuerpo con carne a esqueleto, de huesos a cem1.os depredadores del cadáver dan cuenta de estos 1 lmt que toman deforme, horrible y desconocido al cuer111 1 ' 1'11 t rofacción y mineralización forman parte de los procedo destrucción. l•:n lu mirada hacia el muerto se produce un movimiento tl11l1ln: de lejanía (el otro ha muerto, nada tiene que v~r el 1¡, tino de ese cuerpo quieto con el mío, etc.) y de c~rcama en 11111111uerte de doble especular siniestro. En el cadaver se re111•¡11 ol destino del «aún vivo». A1recién muerto no se lo nombra con la palabra cadáver. Alude demasiado a la descomposición y resulta intolerable , 1Homarse a esa representación cuando un ser acab~ de ins1ulurse en el dominio de lo muerto. Se huye de la idea del t rnbajo trasformador de la muerte pues indica una descom1>0sición de la carne y su sustitución por pro~u~tos :an~ de elcsecho como de renovación. El mismo proposito dio origen 11 la palabra «cementerio», que designa «el .lugar donde se duerme» y no el lugar donde uno se pudre (Vmcent-Thomas, L980). , . Sin embargo, el movimiento del cadaver, ~u transitar .~or tantos procesos (cadaverización, putrefacci~~', destruccion, mineralización) hasta llegar a la descomposicio~ final, ~ar ca un alboroto en la carne muerta con una fmahdad de ~ida: restituir a la materia lo que ella le ha prestado por un tiem-
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po, persistir en un proceso cíclico de vida y muerte inho te a la existencia humana misma. Incluso hoy día el tema de la donación de los órgan concretiza la circulación de la materia viva, la difícil idea contar con una propiedad (el cuerpo) que sólo es propia manera relativa. Es más bien un préstamo temporario. materia se organiza en forma de ser humano, el aliento vi le es insuflado (misterio de la creación). Habrá que devol el don recibido y restituirlo al territorio común a todo lo exl tente (animado e inanimado).
11 rumiito del muerto a la muerte ha tenido lugar: El , r portenece ahora al dominio de lo mue~ Y su efi~a ,1 1111 los vivientes se llevará a cabo a traves de relacio1,. ·i~íficas donde interviene el mundo de lo reli~oso Y la In 11111goría de los espíritus. La vida del mu~:to maugu\1 l rnycctoria. Sólo lentamente, de generacion en gene" · 1r~i cayendo en el olvido.
1 l ·~ I viviente y sus muertos I ,, 11icl,a de los muertos
c. El cadáver tranquilo
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El fin de la descomposición permite que se instale la n gura del cadáver tranquilo. Escribe Bataille (1957, pág. 54) <
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l 1111 qu'il y aura des vivants 111 nrLs vivront, les morts vivront>>, Vincent van Gogh. 1i 111 ras
haya seres vivientes 11111ortos vivirán, los muertos vivirán.)
1,,H muertos viven copiosamente, y de diversas maneras, memoria de los vivos. Ora son espíritus con poderes esI , 111 les polarizados hacia el mal o hacia el _?ien, or_a .son 111 111ncias invisibles interiores que acompan~n al viv1CnI ,. 11 HU recorrido por la existencia. A veces se incorporan a 111 ,mlireviviente, quien lleva adentro, bajo la forma de una ¡11i 11 1ificación acompañante, «la memoria h echa carne» de 111 rm1go del muerto. . . . . 1•:1muerto tiene ubicuidad. Esta ubicuidad se halla divitllt111: por un lado, su cadáver o lo que queda de él; por otro l rdo, AU S pertenencias, y por el otro, su alma, el espectro 111111.il de sus poderes psíquicos. t Jbicar el lugar de la sepultura ayuda a elaborar el _duelo 1 11 t 11nto otorga materialidad a un resto cu~a ~espedi~a es 1111 rn1is o menos largo trabajo de desprendimiento e mter11 rd 1:u1ción . Para ello están la tumba, el nicho, lo~ huesos, las • •·nl i':l\S. Ese aspecto material del muerto :e~~iere ser_ c~n t 111lmlo. De acuerdo con el pensamiento prlIDltlvo, la lapida 1•¡.ruraría que el muerto no retomase para vengar a sus 11 1U•l't-1inoA. l':Hcribe Vincent-Thomas (1975, pág. 8): «... comprobar~11111tt ( •••) que para el hombre moderno los muertos no estan , 111 1
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Jamás en su sitio, siguun oli1wHiur111ndo 111 ilworwii•nllt
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sobrevivientes que tratan de olvidarlos, y ol r(•1·h 111.c 1 logo hace a los difuntos más crueles, y sobro lodo m sentes». El vivo habrá de lidiar con el complejo afectivo-ro¡> tacional que lo liga a sus muertos. El trabajo de du 111o q categoriza~o com? u~a manera fundamental pero /JG ~e metabohzar ps1qu1camente la partida de un ser HiKnl tivo. Queda postulado un eterno intercambio nat.urnl constante fl~ir de emociones hacia ellos desde los diHtl senderos abiertos por las huellas mnémicas que los in eran. Es interesante al respecto citar unos párrafos de unn vela de R~lfo (1955) donde leemos: «Yo imaginaba ver m¡ llo a traves de los recuerdos de mi madre, de su nost.nl entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando Comala, por el r~torno; ~ero jamás volvió. Ahora yo vo en su lugar. Traigo los OJOS con que ella miró estas coi p~rque me dio sus ojos para ver». Y más adelante: «Me 11 de de ~o q~e me había ?icho mi madre: "Allá me oirás moj E~tare mas cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz mis recuerdos _que la de mi muerte, si es que alguna vez 1 muerte ha terudo alguna voz". Mi madre ... la viva». El so~reviv~ente no sólo incorpora al muerto sino que con f~ecuencia le VIve un poco la vida que ya no tiene. El muerto vive en el cuerpo del sobreviviente. . Las fantasías respecto de las ánimas, esos muertos que circulan trasparentes entre los vivos, colman el espacio vi· vo-muei:o. En la novela de Rulfo ya citada, los aparento· mente v~vos resultan, luego de un tiempo de diálogo con un persona] e, s_er en realidad muertos. Pero estos muertos con· versa?-, a~tuan, llevan una vida de muertos entre los vivos. Y_ al~n vivo, ~e pronto, exasperado, preguntará a los gritos: «6Está uste~ VIva, Damiana? iDígame, Damiana!» (pág. 137). Con el tiempo y el duelo, a veces mueren 'Los muertos. Se acallan las voces de los recuerdos, y caen lentamente en <
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quo 1•s propiumont..o vida en quo oxordzu a la muerte en la ident.ipt 1 ni y 111 ¡>1•n1iHlencia no ya del recuerdo pasado 11 t1111r t1n ol presente creador de nuevas expe11 l 11111p11ñín del muerto-vivo». '"" oulorcH (Cordeu et al., 1992) denominan al v1v1onl.c~ o viviente atenuado» para acentuar el 1¡111 rmHliene con la condición de vivo. Su presenIM 11u11t1• on la atmósfera psíquica de sus allegados. 1 In c·11\A1goría de lo vivo en el recuerdo, lo cual lega1 t 11111 pr1•caria forma de inmortalidad (posiblemente 1 11 111 quo el ser humano tenga acceso). ¡ 1, 1 1tnrdo se torna una manera fundame~tal de soste1 1 "'"l4mcia mnémica del muerto. He aqm el rol d~ los ,¡,.,1, do las figuraciones Qápidas, monumen~s postu1 I • ) y de las reliquias como inte~tos ~e ac~1var. el r~11 y do controlar la potencial peligrosidad imagmar1a ll111nto. Aun en la actualidad, no es raro enterarse de iluuron guarda las cenizas de un progenitor en un ar1¡,, Hllflrda un mechón de cabellos, etcétera. . 1 il Vl'Z se puede postular que con los muertos se instalan ''" t 1po de «novelas familiares». La distancia impuesta 1 1. 1 desaparición facilita el entretejido de una leyenda 111 , ,.. va hilando con los restos significativos ~~ese ~uerto 11 , 11du uno de los seres con quienes compartio su vida. Se 1 1 t 11 liza una historia, un cuento con versiones cuya trru1'1;~ ¡ 11 11e·t1 da cuenta de los jalones imaginarios y reales que deJO 1 1 VII partido. 11 , ,, , 11111111111111 Hm<>
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1t¡11k11
/•,'l trabajo de dueW. La recomposición del lugar vacío
El duelo es una experiencia de pérdida que, como su nombre lo indica, provoca dolor. Si la muerte del otro provoc'H regocijo y alivio, no hay duelo propiamente dicho. ~de rnás de dolor, el duelo ante un muerto provoca incredulidad l'n la medida en que nuestra cultura está apartada de la nat.uralidad de la muerte. Hablar del muerto es en cierta forma «estar con él». Y eso es necesario en todo trabajo de duelo. El duelo no significa desprenderse del muerto, ni siquiera olvidar!~. Si~ifica ir instalándolo intrapsíquicamente en un lugar molv1dable.
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Llegados a este punt;o, es fundamental considerar la !ación preexistente entre el muerto y su deudo. La amb lencia natural de los sentimient:os, la calidad del vín etc. intervienen en la conformación del espacio del recuc No es lo mismo perder a un ser intensamente amado perder~ un ser cuya hostilidad cercenó la alegría de vivir sus parientes cercanos. O perder a un ser crónicamente fermo que produce mucha zozobra en una familia. Su m te puede proporcionar enorme alivio al núcleo familiar. Distingo varios tiempos. El primero es el del anonn mien~. El vivo queda at.ónit;o frente al amado que se hn 1 Es el tiempo de la sorpresa y del desconcierto. Eso sucod La ruptura se instala con el dolor punzante del filo do puñal clavado en el alma del sufriente. Nunca más. loto rabie idea. «Quiero que vuelva», decía un niño refiriénd a su madre recién muerta. El muerto parece irremplazubl ~o ha empez~do aún a circular por las redes represen c~o~ale_s-~ectivas vitales y t:odavía no se ha conformado 1 sitial ludico de muerto que sigue viviendo entre los vivos. En el segundo tiempo (a veces casi simultáneo con el J> mero), el endeudado (porque de deuda se trata) empiezn 1 ~ecorre~ lo~ pasos de los recuerdos para intentar establecap mtraps.1qmcamente el espacio trófico de persistencia do la ~emoria. La. muerte como aniquilación simbólica es dcsa fiada y exorcizada en el trabajo de duelo. En este tiempo ol de';1do suele n?mbrar con frecuencia al muerto, y así, nom brandolo en pu~lico, hablando de él, lo hace aparecer y prt'I senta su ausencia en forma de fugaz compañía. Lo present.11 a cada rato como si reafirmase con este constante nombrnr que «todavía» está con él. En la desesperación del duelo <
Por~ue nada, salvo las propias limitaciones, puede cor· tar el hilo de la imaginación del hombre, su poder de conser· var ei: su intimidad psíquica un lugar con el muerto, un lu· gar vivo, respetuoso, amigable. Se inaugura la vida con t>I muerto y, por sobre t:odo, se inauguran los misteriosos diálo· gos imaginarios a través de los cuales el ya no vivo no sólo su ?ace presente sino que también interviene, ayuda, aconscJa, hace act;o de presencia y acompaña para que la vida siga fluyendo alegr.emente.
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A 11111 (1978), la hipercatectización de los recuerdos ' 111111 defensa frente- al montante defusionado de
n d11 muerte liberada al retirarse la libidinización In p1ordido (Freud, 1915d). Esta idea guarda estrel 1111111 nm el movimiento de «descenso al Hades» que 1 1 11 1•1 u¡)artado siguiente, en el cual el sujet;o «sin de' 1u-orca al territ:orio imaginario del objet:o perdido 11 • dci loa muertos) enfrentando los embates de la pul1111111rtc.
liipnrcatectización de los recuerdos puede adoptar 1•1111omaníacas a través de las cuales el «aún vivo» 1 111ilmar su angustia. 1d iHfacciones directas con el ser querido han desaid11 Tienen lugar movimient:os sublimat:orios. Se ins1 11111.uarios psíquicos, espacios sublimes y lúdicos, con 111ll 1plcs recuerdos, vivencias y objetos que el muerto 1 J11do. 1 1 11flicción se va retirando con la m etamorfosis del uln nn el marco del principio de realidad. No se lo olvida qll«' ae lo recuerda con serenidad y con alegría. Trátase l 1\'ldu con el muerto cuando este ha sido verdaderamen1111.1110. La aflicción deviene un moment:o de homenaje al I• 'lo, un reconocimient:o de su importancia en la vida psí1· 1'lol deudo. l .11 libido sustrae cargas de las huellas inconcientes 111 111 I, J915d) adscritas al ser muerto. Pero no sólo las sus'' 1no que también adviene un proceso de trasformación. "'' lo «vivido con» se teje un complejo representacional¡, • l 1vo recordat:orio, un espacio trófico lúdico, que pregona 11 ml>tlranía del recuerdo y la renovación incesante de un 11111110 que desafía a la muerte psíquica. Los recuerdos se 1l1•11urm pero persisten hasta que el sobreviviente muera a 11 voz, y están sometidos a las leyes de la trasmisión trans11' 111 •rncional. l•:J alma habrá cicatrizado y se apresta a renovar víncu1.. ' dP amor con la vida, a nuevos encuentros. La gran aven111 rn ele la muerte de un otro significativo se habrá conV• ·rt ido en un jalón fuente de enriquecimient:o y sabiduría 11111·11 los sobrevivientes capaces de operar en ellos esta suer¡, dt1 alquimia psíquica restauradora de la alegría de vivir.
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1111111rt..e
tanática siembra destrucción y caos. Asoma
c. Muertes eróticas y muertes tan.áticas
lt 11 ro y la tragedia. La herencia es traumática y ·el
La vida · . 1o identi.ficatorio incide eno del muerto, e1e1emp del mu nnemente en la calidad d l d l sus seres cercanos Ante 1 e ue o que po ser que trasmitió e~er í ~a ta c8:lid~~ de vida, ante duelo tranquilo. g a vital, es mas fac1l llevar a cabo
11111 rnuerto-vivo. Escribe: «En los estados de la serie
,, hnce difícil. Baranger (1961) ha conceptualizado
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Distingo por lo tanto co . muertes eróticas de las ~ue~ ya l~ ~nunc1ara antes, prevalece el erotismo no sólo d;tan laticas. ~n las prime 1 "d d a muerte smo tamb" · a v1 a e 1a persona que murió E , . ien pronta de vida y una orden de . s~ s~r erobco deja una a sus s?brevivientes amados. ri:1stir en l~ ~legría de vi sobrevivientes a duelarlo, Y as1, recuperarse uerto erot1co ayuda a1 po te . para los placeres de la vid El , . s r1ormon una impronta mórbida ª~~ tanatico, en cambio, d h , eiuenn1za culpas y una orden de persistir e 1 ' reproc es, vida mortífera En este n a amlargura y en el dominio do · caso e mu rto t' de los sobrevivientes l"Iml·tan , d o suse placer ac ua en· el supo . una suerte de obediencia d . . es e rmporuen frutar demasiado de la vid e rrs;stir duelando y de no di ca, el muerto señala a sus a. ne ca~o de una muerte erót.I de ser dichosos sin él de sere; q~er~dos la responsabilidud gría de vivir que les ha ereco_: dar o sm melancolía en la ni e nsena o o procurado uando un ser ama la vida . . lo rodean, la muerte se le to y se siente amado por los quo rna menos t · · tural, pues naturalmente tamb. , raumatica, más nn de la memoria en su ento ~en ~n~e de la persistencia s~bitamente, ha vivido s~~e~fo1 icabvo._ Aunque muor11 siempre en sus amad , que esta presente para os as1 como ellos lo e tar' moria si alguno muriera antes s ian en su rno
se:
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Marie Langer es un ejempl~ de muerte , . (1988), en un comentario póstum di erot1ca. F. Ulloa ta que vivió hasta su muerte». A o, ~que fue «U~a analiM• decir que la muerte d t l grega. «No es un sinsentido e a es personas m . por eso, por lo de vivamen te , no suelen arca de1· arvivamente el d y muerto d e las cicatrices' s·mo 1a d onac1on . , de c · man f ato ·. a ores para propios recorridos». aromos ac1h· t d El muerto en su cultivo de la 1 . , ejemplo de vida y de muerte La pu s10n de vida dona su fin'al a una vida para la v'd . La muerte ha hecho de brochn vida. . 1 a. muerte también fue para 111
1v11 el proceso del duelo no puede llevarse a cabo y el 1 • q1wda, en forma más o menos encubierta, atado a l••l1> que no puede ni revivir ni morir del todo. Diríamos 11 111 wHona en estado depresivo vive sometida a un objell•Wlü-vivo ... »(pág. 217). Más adelante dice:«... el su' 11 "hubitado" por un objeto interno casi muerto, pero la n pnrsecución que ejerce este reside en sus exigencias 1 • on el sujeto. Lo mantiene esclavizado y lo obliga a una 1 1d111l reparatoria estér.il. ..»(pág. 219).
I 11 /,•Hcenso al Hades l l11y Hiempre un quantum de duelo que pone sobre el tal• 111 uccionar de la pulsión de muerte, cabalgando sobre 11r11cteres de la melancolía. Se expresa en ambivalencia, 1 11111,irreproches y en los efectos de la «desneutralización 111 pulsión de muerte» (Aslan, 1978). La pulsión de vida l 111111 aliada a la de muerte en el vínculo erótico con el ex 1vl1 11\.c. Al sustraerse las cargas libidinales de este, la pul11111 110 muerte queda libre y se pone a trabajar defusio111111. Su expresión es máxima cuando la muerte ha sido ]• 1dda desde el «bramido de la pulsión de muerte» (Hei1111111n, citado en Granel). Pienso en los suicidios, en los ho111\. 111ios, en los accidentes violentos, en las desapariciones
1111111·11s, etcétera.
Voy a referirme a este aspecto de tipo pesadilla donde
h 111mpen el ámbito de lo siniestro y una multiplicidad de fe111m1•nos derivados de los efectos del recién muerto sobre el 11l1n•viviente que quedó vivo amándolo. Llamo a esta expe1 h ·11dn «el descenso al Hades». En ella el muerto llama al vivo , lo reclama desde un imaginario apuntalado en la pul•l11n 1le muerte. Se produce un tiempo de atracción por la 111111 •rle y de identificación con el muerto en estado de muer111, A1lvienen las identificaciones «tanáticas» (Aslan, 1978, 11111( 1204). El clima psíquico es de tormenta. Tiene lugar un 11111viinitmlo regresivo importante. El sujeto está capturado 1)111' unu dimensión siniestra y se percibe vulnerable, inde-
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fenso incluso. Envuelto en pulsión de muerte, se apro al dominio del muerto. Por tal entiendo la hipercato ción residual en todo lo que conformó la vida del ex vivl No sólo se trata de recuerdos, sino también de objct.<11 deja, ropa, utensilios, hijos, obra, gestos, consejos, estll vida, etc. Vale decir, de toda una imaginería psíquica y materialidad concreta que están ahí, vacías de ese st•r las habitó.
El sujeto convocado al Hades no debe resistirse. Bn descenso (regresión mediante) ha de enfrentar y accc•d la invitación mortal del accionar de la pulsión de muo Esta experiencia tiene una faceta negativa, de intenso d psíquico por un lado, pero también una faceta positivu cuanto permite, si se aprende de la experiencia, un enri1¡ cimiento f érti! que colabora con el proceso de trasformnl'i del narcisismo (cf. cap. 5). El descenso al Hades es una 1 ¡ peya que deja filtrar un haz de sabiduría una vez recupor dos de la tormenta y calma fría de la muerte. El Hades es un espacio poblado de fantasmas descarn dos. Clima irreal, los personajes se mueven espectralmcn con voz pero con cuerpo etéreo, fuera de las potencialidnd erógeno-conservativas de la materia viva.
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Homero ha escrito sobre él en la Odisea. En la rapsodl XI se ocupa de la nequia o evocación de los muertos. La O
dif' ·¡ mas es una aventura mortí· 1 il 11 ul Hades es i~1 . 1 ofrecerá a Ulises las ·tal Tires1as e b f• rnllados v1 e~ de la dicha sorteando los o s· 111111 llegar al pu_e bl Por eso Anticlea le ha· te te msalva es. · · d los n1111r
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ll11rnnlivas. . ., esiva (Marty, 1980, 1990) con· 1.11 desorgaruzac10~ ?rogr ncial (Marty, 1966) es concep· '"'uliva a una depres10n ese 11ºgrosa ya que conduce a ' - pu1swna · 1 fa· lluilizada por este autor como pe la defusion d 1 que · · ' de 11wvimientos e muerte en1os . , de muerte Yla apar1c10n . · · d la pu s1on . vorPt·o la intrus10n e b" , son positivas las regred d s En cam 10• si · · t:ruves enferme a e : lado pero troficas por el n111noH, dcsorganizativas por un
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mbates de la pulsión de muerte
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otro, ya que implican un temporario pasaje por el dolor miras a una reconstitución posterior. La regresión que quiero dejar planteada implica la i tificación psíquica y física con el muerto. Se sufre inte
lt• c«mocer y aceptar los e .d La doble etimología de la
\11·11 estar de~ lado de l~~a:· 1978, pág. 1201) remite a ttliril duelo (citado por ' bate y hay que com-
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duellum guerra, coro · , ''"· c\olor, Y a ' . armas no oponiendose1e 1'' n la muerte con sus propias ue vu'.elva a encontrarse u' onduciéndola, lentamente, a qto ces sí libres del duelo . , d ·d para que en n , ' potencialidades vitales. 1 \, 1 pulsion e Vl a 1 ••• puedan recuperar las p enas
\ti/11er a ignorar
. as alabras al olvido, ese escurriquiero dedicar~e algun bp t• io en el alma de los hom· h o 1~teo que se instala su rep ic al 1•~ 11 veces para bie~, a vec~s p~~~ f~rma parte de la co· ¡1¡\ olvido es un fenom~no m?':'1. ª ' Uama «decatectiza· . d D d el psicoana1isis se 10 ., tlillnna Vl a. es e , . ltado de la elaboracion ' Ion de las huellas mnemicas)>, resu ,¡, 1 iluelo, etcétera. . ambio la muerte es una ¡.a vida se experunenta y, ~n c La ~aginería religiosa, M' ~ncógnita par~ los se~ese;~~~~~nes enarbolan leyendas 111 cbversas creencia~ os p o del asaje de vivo a muerto. ,\,.\o que sucede detras del vel . p . La famosa frase d la ignorancia. 1 ! ,a única certeza es a , e d se aplica al saber sobre el 11111-rática «sólo sé que no se na a» lllllH allá de la vid~. r también cierta humildad, En la ignorancia se ~esp iega l t ación simbólica al amiento por a cas r vnlo decir, el atraves . . to fundamental de su c·nfrentarse el sujeto al desconoclmlen e t 11r en el mundo. . dar a la vida desde su Lo único que nos comp~tedes cdu1 lo relativo de nuestra . d a d , a sab1en asl e grandeza de todo l o nliNma precarie . d l pequenez y a a vez n1tislencia Y e ª do a un cosmos inasi · "ble. humano enfrenta El olvido es soberano. . . zar los efectos de la . uiere decir suavi ul Volver a ignorar q de la defusión de la P · recuperarse do ¡l\•rdidadel serama , d l uerteporunratomas, rte triunfantes e a ro . 111ón de mue , y, . . da a proyectos, ilusiones y rolornar el hilo de la vida enraiza ··~pacios creativos.
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nn ac"'rte psíquica
111l11 ,. agobiado de quehaceres en nada se ocupa
menos y eso que !.a ciencia de vivir es !.a más difícil. .. 11, M' ha de aprender toda !.a vida».
1 1•11Jtr,
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I ><• la brevedad de !.a vida
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l11t roducción 1
C1111 oste capítulo se articula parcialmente el tema del t I• dn vivir» a la luz del psicoanálisis. Este arte implica 111111· 11 Eros por las astas», vale decir, instalarse en el pre11il11io de la pulsión de vida y en el imperio de lo positivo. f11dl decatectización de los eventos traumáticos, la poca 1tlw11ívidad libidinal a las experiencias penosas, la capacil 111 'lo elaborar duelos, el cultivo de las relaciones objetales 1111 1 •scaso montante de la pulsión de destrucción forman ¡111 I•• de los elementos intervinientes en la «Vida» psíquica. l 'urto de la idea de un sí mismo pasible de experimentar 11tl•msiones grandes, ampliaciones de sí fértiles y más o me''"" constantes a lo largo de la vida, explosiones vitales en111111ocedoras, trasformaciones y metamorfosis renovado'""· rejuvenecimientos psíquicos torrenciales. Parto, por lo l1111 to, de una concepción optimista de las potencialidades li urnanas, de la idea de que el ser puede expandirse y su áml11to de exploración ser enorme en condiciones favorables. 1 ~111mdo no lo son, surgen los frenos, los detenimientos, las p11rálisis (las defensas, las resistencias, los puntos ciegos, lo 1n11nalizable, etcétera). La aventura analítica va en pos de esos puntos de deten1·ión para abrir al sujeto a la exploración de sí mismo en un primer tiempo, lo que deriva seguidamente en una apertura
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exploratoria del entorno, en un at.reverso u rl•mnocor cspo cios diferentes, adentrarse en territorios psíquicos vírgono1 hasta ese instante. Las potencialidades virtuales de cada ser humano esllín «como muertas» (como el cuento de la bella durmiente dol bosque), esperando quietas un movimiento audaz que ln1 despierte y ponga en acción. Cada cual funciona con el cau· dal funcional que ha logrado desarrollar, a sabiendas de que hay más subyacente. Alguien puede querer no saber nada con ese plus poten· cial. Su derecho tiene. No todas las vidas despliegan la mis· ma vitalidad. Otros quieren y no pueden. Chocan contra obstáculos más o menos infranqueables que detienen el movimiento de vida que intenta emerger. Las estructuraciones patológicas tienen su palabra que decir en este punto. El psiquismo es un delicado engranaje que posee un caudal grande de mecanismos de funcionamiento y que sufre inevitablemente de desperfectos a lo largo de la vida. Unos se subsanan fácilmente, otros requieren de la ayuda del psicoanálisis, otras son descomposturas «sin arreglo» que irremediablemente bloquean el potencial vital de ese individuo. Y está el grupo, el entorno en que cada sujeto despliega su existencia. Lo decía Ortega: «Uno es uno y sus circunstancias». En la palabra «circunstancias» se plasma la realidad exterior: la geografía, el tiempo de vivir, la clase social, la estructura familiar, el contexto sociocultural, la amplia gama de las series complementarias (Freud, 1916). Existe una voluntad de ignorar, voluntad (conciente o inconciente) de cultivar el estado de cerrado defensivo, de sostener la vida en el encierro esperando que trascurra con la menor pena y la menor gloria. La voluntad de ignorar esconde ora un miedo a la vida ora un odio radical a los movimientos de vida. El miedo se juega del lado de la fobia; el odio, del lado de la pulsionalidad tanática en la que predomina tanto la vivencia de impotencia y cobardía frente a las aventuras del vivir como la envidia primaria y feroz contra toda potencia creativa ajena, contra todo dinamismo tras· gresor trófico. También existe una voluntad de explorar, un irresistible imán hacia lo nuevo aun cuando asome lo peligroso desconocido. 1
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l•:n loH nltilmjoH inevitables entre una y otra posición, co· 1111111 1·uorpo las organizaciones creativas. Al pnrlir de un sí mismo con tanto poder de extensión, mi ¡1l11nu•o inevitablemente presupone que cierta amputación .i,, HÍ mismo sucede siempre. El quantum amputado dará la nwdida de salud o enfermedad. 1)istingo distintos subcapítulos en el tema de la muerte p111quica. 1. muerte psíquica y resurrección (muerte psíquica en 1umlido positivo) o de la muerte de la muerte; 2. muerte psíquica en sentido negativo. Vivir sin vivir (11 de la vida desprovista de pulsión de vida). Muerte de la vida.
a. muerte psíquica y anestesia vital (núcleos psicóticos, núcleo aletargado [Cesio, 1958], objeto muerto-vivo [Baran· uor, 1961]). Vida en moribundez. La exploración vital del•mida. La destructividad centrípeta. Observación de Paula; b. muerte psíquica traumática (abuso sexual, golpes, nbandonos, genocidios, guerras, etc.). El culto de lo destruc· 1ivo como aprendizaje incorporado. Las fijaciones sado-ma· 1mquistas. Observación de Natalia; c. un espacio para la maldad. El bramido de la pul sión de muerte (P. Heimann, citado en Granel). Notas sobre el infierno. El erotismo tanático o el escándalo mortal. La des· t.ructividad centrífuga.
U. Muerte psíquica y resurrección Desde la acepción positiva, la muerte psíquica se jue· ga en estrecha vinculación con la idea de cambio. Al «matar la muerte», morir deja paso a un movimiento de vida. La muerte va seguida de resurrección. La trasformación impli· ca matar o dejar ir, hacer desaparecer del horizonte psíquico propio complejos psíquicos, historias de antaño. La decatectización necesaria puede equipararse a muerte psíquica. Lo muerto se torna en un hecho imprescindible para dar nacimiento a lo nuevo. Una antigua forma de reaccionar frente a determinadas circunstancias desaparece, otra emerge.
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. eno es uno mismo. Uno mismo en relación
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Entretenida balanza de vida y muerte psíquica, dondct la aventura de estar en el mundo. La repetición (esa insistencia psíquica tantas V(l<'C tructiva) finalmente deja asomar lo nuevo en el escoma la vida. Se ha elaborado una forma otra de producir u ceres. Libre de la feroz gota horadante de la repetid nática, esta se ha volcado hacia el terreno de la repotl erótica. De esta manera, un sujeto podrá adquirir propl des diferentes y enriquecer su mundo interno. El caucha! bidinal fluye incesante e invita al sujeto al atrevimiento. represivo aburrimiento de vivir se diluye en la expona vital. El estado de abierto es trófico, está exento de lo cnó estéril, del desierto psíquico del aburrimiento, del tí'cl vitae. Es un abrirse para crear, para explorar, para in narse en países psíquicos hasta ahora nunca hallados. VI se torna interesante. Muerte se desliza imperceptiblemente a «mudanza•. actos de muerte despiertan automáticamente nuevas formaciones psíquicas. Como si se tiraran los trastos vioJ de un período de la vida para acceder a la creación de un pa cio psíquico donde pueda gestarse la alegría de futu a dvenimientos positivos. Se mata, muere lo mortífero. M tar se convierte en un bien necesario. Matar la persistcru de la memoria traumática, los recuerdos negativos que cual piedras en el sendero coartan la vitalidad del paso. Un «hui ta», un <
n/111;10 ~kposibilidad de matar la muerte aparece tl. como un cerco protector frente al miedo a
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11111l defensa, di · · te ella (Bo· de esconder un o o mconcien a 1 In ~~~~ido de la frustración y del sentimiento de ~e· 1111 · l d . potencia frente a los movimientos de vida I'""º Y e un uJ·eto se siente excluido, abandonado, re· 1 c•ua1es ese s 1110 ·
·• . . to de «resurreccion» es e l resulta do de una
t l movlffilen . . difica . d t asformacion gracias a 1a. cua1 se mo. '1l1~cilma e ter una parte de uno mis:m.o. Un objeto m~r-
l111ll'ta en. presentacional-af ect'ivo, se ve conmocio· 1 1111 comp eJ~ re odifica con mayor o menor velo· .. f du· 111 11n sus raices Y se m b. Adviene la destrucc1on de la orma ca 1u 1
d.
iiln. . tantes aconteceres exige el trabajo l ..a vida con sus cons , . s r .dar cuentas con conformaciones psiquica ' ilumatar ºb. iqu~ aparato psíquico. La plasticidad de este es • ii1ge cam ios a a· ·, de salud mental. , , . • 11n ic10n d nformacion p sicopatologica, nos Cada estructura, ca a co . . . sicoanalistas a diversos procedimientos pa n11frenta como p l' ta y paciente la operatividad ne· l ar juntos, ana is ' d " 11 canz b 1 trabajo de matar ese pe azo i•ni;aria para llevar a ca o e de muerte activa. 1 delo 1>HÍquico C 'd u'ti'l pensar en este momento en e mo onsi ero . . (Fr d l912) como freudiano del analista como c~ru1anl~ eu 1' · d~l inte· , , . trumento eficaz que extirpa e "J. vzo ma igno 1rlO ' 'da d . . . ins . . mo con implacable operat ivi r1or de1 p~iquis . trasformación. Incluso la misma No existe muerte sm eso de A física abre el camino a formas nuevas, al pr~. muerte . . . y permutación de la materia organica. inorgani;acionci·o'n en el psiquismo le doy el nombre de rel'HLA. tras1orma
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surrección. Lo muerto renace trasformado por la experiencia de la muerte. En la naturaleza puede observarse cómo los cambios susurran ecos de aniquilamient.o de «algo» para dejar paso a otra cosa. El niño se hace adolescente, un árbol cae, una casa es demolida y emerge un edificio, se termina un día, etcétera.
III. Muerte psíquica en sentido negativo a. Vivir en moribundez
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La expresión que más se acerca a los conceptos qu e qu iero abordar en este apartado es <
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El letargo, nos enseña Cesio (1964, pág. 19), es «la identificación con el "cadáver" (objet.o aletargado) de un objet.o fundamental perdido representante de los constituyentes más arcaicos del yo. Estos contenidos arcaicos del yo pertenecen a lo que con el desarrollo del yo pasa a constituir el yo ideal, de modo que podemos decir que el letargo es una identificación con el "cadáver del yo-ideal abortado"». Para W. Baranger, el objeto muerto-vivo es un objeto que no puede vivir ni morir del todo. Presenta diversas variedades despertando angustia paranoide, culpa, inhibiciones y las defensas comunes a los estados depresivos. Implica la inelaborabilidad del duelo y el sometimiento en muchos casos a un superyó sádico que paraliza e impotentiza al sujeto. Estas dos concepciones teórico-clínicas señalan algunas maneras en que lo arcaico se entrelaza a lo muerto, a lo cadavérico intrapsíquico, a lo siniestro. Los pacientes habitados por un considerable quantum de muerte psíquica padecen de ansiedades paranoides y depresivas intensas con el agregado de la viscosidad de la libido. La muerte psíquica mora en sus mentes construida con los materiales primeros del psiquismo. Las fantasmagorías de los cadáveres, de las putrefacciones de la carne, de la repulsión, de los muertos que ret.ornan, de los diálogos con esos objet.os internos/externos pueblan el universo de las representaciones y de los afectos. El sujet.o capturado por la muerte psíquica aun siendo muy joven se muestra cansado de vivir, muerto en vida, deslibidinizado, rígido, como anestesiado para disfrutar y experimentar las sensaciones del cotidiano vivir. La exploración vital se detiene y la existencia trascurre con una dosis grande de moribundez. La pulsión de muerte se ha adherido a complejos representativo-afectivos sufrientes de los cuales ol sujeto parece estar por siempre apresado, en una suerte de caracteropatía anestésica vital.
Observación de Paul.a En el análisis de Paula llegamos a construir juntas una 1•scena fantasmática rectora de su vida: ella está quieta, paralizada, en la tumba como lo está su padre. Ella fracasa nn la vida como fracasó su padre. Ella se envuelve en sufri-
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mienro (M. Enriquez, 1984) y yace como muerta. La m:i~rte psíquica se materializa en esta fant~sía de muerte fisic~. En estos «accesos de muerte» se detienen rodos sus movimienros de vida: no vale la pena intentar nada pues seguramente saldrá rodo mal, nadie la va a querer nunca, etc. Al insistir en sus sucesivas derrotas, reafirma su identidad con . el padre y su lealtad hacia él. Su adolescencia tumultuosa estuvo signada por exp~ riencias traumáticas de muerte ajena y temor a la propia que favorecen sus identificacione~ con l?~ muertos. en el «rasgo de rigidez, de anestesia, de mmovi_h_dad». Varios d_e sus amigos desaparecen en el tumulto pohtico y ella se exilia preventivamente no sin antes dejar su casa abruptamente por temor de ser apresada y m:iei:a. En el e~lio vivenci_a el desamparo, la necesidad economica apremiante, el «fr10 psíquico» de la desolación. . Paula teme a la vida, por una parte porque en ella existe la amenaza, la muerte real, el horror histórico (Kriste~a, 1993, comunicación personal). Por otra parte teme a la ~ida porque ha construido una piel común protec~~a CAI:izieu, 1985) con la muerte psíquica, y en esa construccion reside su identidad. Vivir la vida implica desasirse, cortar los lazos con los muertos y quedar desnuda, expuesta, vulnerable, desconocida para sí misma. Se refugia enron.ces en l_a ~uer te psíquica que congela sus ansiedades arcaicas, ps~?oticas, y le provee un refugio defensivo. La tumba (en sesion ~ace muchas veces en posición de cadáver, tiesa, las manos Juntas, silenciosa) imaginaria le procura una ilusión d~ con~~ ción psíquica. Ella percibe la adhesividad a -~sta mmovihdad psíquica negativa que la sume en depresion y/o angustia paralizantes. Nada de sí misma le gusta, el mundo es gris, vacío, amenazador. También e~presa muchas veces temerle a la muerte y a contraer un cancer. Se aferra a su convencimienro de que su estado psíquico es inalterable. Su escasa capacidad elaborativa me hace temer que el análisis se vuelva interminable. Habiendo «vivido» experiencias negativas, las ha adoptado psíquicamente en tanro caudal identificatorio: ella ~es» esa negatividad que la acosa. Si se sustrae a ella, habra do morir. Vivir ha adquirido una valencia negativa pues, paradójicamente, para desplegar la vida psíquica debe «matar 11 sus muertos», romper la «piel común» con ellos y, en unu
suerte de segundo nacimienro, renacer, esta vez para deslizarse psíquicamente por experiencias positivas y conocer el lado sano de la vida. El apego a lo negativo (Anzieu, 1990) se demuestra estructurante: busca, en lo bueno, lo malo; en la vida, la destrucción acechante. Y est;o en forma permanente: cuando el panorama se vuelve positivo, repentinamente se asusta, busca volver a lo conocido: el sufrimienro, el fracaso, la muerte psíquica. En Paula, la muerte psíquica se juega del lado de la quietud, de la postergación, del no querer saber y del pánico al cambio. El trabajo de la pulsión de vida está reprimido. El análisis consiste en ir desligando los hilos psíquicos que la atan a lo mortífero «sin prisa y sin pausa» y con cautela dado que estas defensas mortuorias se han instalado para proteger su psiquismo de un mal mayor, de una desin tegración o despersonalización extremas. Más que un cult;o de lo destructivo, se observa en Paula una necesidad de «no vida>> como espacio vacío reasegurador de que no pasa nada de lo terrible que puede suceder cuando se vive. No hay espacio psíquico para considerar las experiencias felices vitales. Paula las desestima pues el acceso a ellas la enfrenta con ansiedades de desintegración basadas en el pánico a l cambio anteriormente mencionado.
b. Muerte psíquica traumática
Estos pacientes han recibido golpes psíquicos y físicos muy tempranamente, cuando el aparat;o psíquico era muy vulnerable y dependiente de los objeros primarios. En ciertos casos han sido estos mismos objetos primarios los agenles de destrucción. En gran medida han vivido sus primeros años literalmente «a golpes». Tiene lugar el socavamienro de la confianza primaria dentro del propio núcleo familiar o desde el marco social. El poder patógeno de los acontecimienros se inserta en el marco de la organización psíquica peculiar a cada sujeto. Se hace difícil determinar cuánta patología observada corresponde a la segunda serie complementaria (sucesos de la infancia) y cuánta corresponde a la primera serie constitucional. En el trabajo psicoanalítico no hay que apresurarse a un pronóstico, ya que recién cuando 1111 instala un vínculo saludable analista-paciente y se em-
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piezan a neutralizar los núcleos traumáticos puede llevarse a cabo un «diagnóstico de analizabilidad», crucial para determinar el futuro psíquico de ese paciente. Cuando hablo de muerte psíquica traumática., incluyo a t.odos los sujetos que padecieron «cuerpo a cuerpo» traumáticos (seducciones perversas, violaciones, abuso¡¡¡ sexuales, golpes varios, etc.). Al traumatismo psíquico se agrega el traumatismo físico. El aflujo excesivo de excitación (teoría económica del trauma, Freud, 1930) actúa como agente de efracción del psiquismo que no sólo anula el principio del placer y adhiere peligrosamente la libido del sujeto (sobre t.odo cuando la situación traumática se instala po:r años y se cronifica) al culto de lo negativo como aprendizaje incorporado, sino que deja fuera de su alcance el potencial vivencia! de las experiencias de vida, territorio psíquico 8-0.ulado de su campo experiencia!. De acuerdo con mi observación, se pueden
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jeto no ha de quedar apegado a lo negativo ~~~eu, 1~) ~ ha de superar parcialmente los efectos per.1udic1al~s e1erc1dos sobre él. El culto de lo destructivo se ha convertido en un aprendizaje incorporado y debe ser desactivado. E~ el rastreo semántico de este término, Laplanche y Ponta11s observan que M. Klein utilizó preferentemente el ~rmino al.emán Wiedergutmachung, que literalmente podr1a traducirse por «volver a convertir en bueno», lo.~ual produce el triunfo de la pulsión de vida sobre la pulsion de m':1erte. O sea, proceder a hacer bueno al objeto malo, vale decrr, ~ objeto odiado por la ambivalencia u odioso desde la re.a~idad como lo son los objetos cuando impera el horror famili~. A mi entender, el proceso principal consiste en la decatectización de las experiencias traumáticas, con miras a ':lue estas descarguen sus efectos repetitivos patógenos y liberen. al sujeto del encadenamiento psíquico con sus _consecu~nc1as mortíferas, al cual en caso contrario se veri~ sometido d~ por vida. M. Mitscherlich (1976) hace.hincapie en la n~es1dad de odiar al objeto malo en la realidad en su trabajo con jóvenes que padecieron violencias sociales extremas a fin d~ liberar la agresividad contenida y, por ende, recuperar la libido «encastillada en sus escondites» (Freud, 1912) para el trabajo de objetalidad trófica. El trabajo elaborativo conducente ª, l~ repar~ción indica la vía hacia la salud mental. Lo traumatico va siendo elaborado y aceptado, la pulsión de vida habrá de tri~ar sobre ¡11 de muerte. Los núcleos patógenos pierden eficacia Yel su)l'to se va liberando y preparando para concurrirª. l~s aconu·cimientos no traumáticos de la vida y para recibrr experiencias signadas por la categoría de lo positivo. Al reparar a los seres que los han dañado, no habrán d~ i~entificars~ con Pilos. El «trabajo reparatorio» los reconcilia con la vida a ¡wsar de las malas experiencias padecidas en manos .de t1UH primeros objetos de catectización. En una sue~ d~ mvt•rsión del contenido de la fantasía, en vez de suprurur el mal que imaginariamente se le ha caus~do al obj~to ~rima rio ---como sucede cuando no han existido experiencias de horrol"-, se debe reconsiderar el mal que el objeto primario lt• ha c·ausado al paciente en mayor o menor grado para recupt'rar la bondad del objeto o, un paso más allá, cierta indif~ n •rwi11 con el objeto, lo que posibilita sustraer carga trauma-
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tica de representacion es y afectos para dejar a la libido libre en su trascurrir hacia nuevas catectizaciones más positivas.
Obseruaci.ón de Natalia
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Si en Paula imperan experiencias indirectas de horror hist.órico, Natalia ha vivido su primera infancia sumida en el horror familiar.1 Natalia t iene en la actualidad 14 años. Su madre, aparentemente psicótica, era sistemáticamente golpeada por el padre, alcohólico y violento. Es la hija mayor de varios hermanos. El padre golpeaba ferozmente a la madre y también la golpeaba a ella: «él me pegó con un palo, en la cara, me sangró la nariZ». Además, la violó reiteradas veces desde pequeña, vaginal y analmente, causándole daños vesicales y anales. A raíz de los golpes, Natalia pierde un ojo. Es obligada a sostener juegos sexuales con el padre y la madrastra. Dice en sesión: <
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El trauma ha alcanzado la psiquis y el soma. Las heridas psíquicas dan como resultado un retraimiento general, un enlentecimiento de las operaciones psíquicas que pueden remedar una seudooligofrenia. Al cúmulo excesivo de excitaciones patógenas producido por el trauma reiterado ~ue produjo efracciones psíquicas y trastornos en la consti:ución de su psiquismo se sucede ahora, pasados los anos traumáticos, el refugio defensivo en una coraza envolvente protectora. En dolencias somáticas (dolores de cabeza, de espalda), Natalia ubica al perseguidor, al diario torturador, y habla así desde su cuerpo de dolores psíquicos difíciles, d~ mentalizar. Atenta a evitar todo nuevo desarrollo traumatico, se defiende patológicamente mediante angustias difusas (señales de angustia repetidas tendien~s a ap~ar tod~ posible acercamiento a un nuevo trauma), rmprec1sas, nacidas de las cargas de las huellas mnémicas hiperactivas que intentan alejar la renovación del sufrimiento padecido otrora. A la patología neurótica normal del desarrollo se suma en estos casos la patología provocada por los intensos traumas externos. Se observa el socavamiento de la confianza básica necesaria para establecer un buen objeto interno. Amati-Sas (1986), en un trabajo sobre torturados políticos, hace hincapié en que para salvarse del «terror sin nombre», «el prisionero debe poder apelar a sus objetos internos, a las identificaciones que constituyen la propia identidad, a los ideales del yo, a todo aquello que constituye el sí mismo ampliado: la familia, los amigos ...».La violencia fami liar resquebraja, daña el establecimiento de las identifi.cac~oncs y, por ende, la constitución del yo. No puede en nmgun caso constituirse un Yo-piel (Anzieu, 1974, 1985) sano. Los desgarros y heridas de la piel psíquica son una cons~ante. Se o~ ganizan en diversas formas de acuerdo con la ps1copatologia que se estructure. · Freud (1930) dice que en situaciones límites de sufrimiento también tienen lugar mecanismos de defensa espel'iales tales como el embotamiento o la confusión. Algo de est.o se muestra en Natalia. Sus defensas son patológicas Y patógenas como lo fueran otrora los golpes que recibió, ya que la aíslan y la condenan a una soledad negativa donde n•siclcn vivencias de desamparo y de desolación. Sin embargo, el pronóstico es bueno. En primer lugar porque Natalia trabaja en la sesión intentando elaborar lo
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traumático. Asocia y revive los nódulos representacionales y afectivos del complejo de la violación. Asimismo, expresa deseos reparatorios: desea ser maestra jardinera de grande, cuidar a los chicos.
5. El narcisismo terciario
c. Un espacio paro la maWad o notas sobre el infierno
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Este apartado será muy breve. Aunque por su importan· cia es enorrne. Pese a que este libro trata sobre la muerte natural, no puedo hablar de muerte psíquica sin mencionar· lo. Aquí interviene lo que P. Heimann (Suarez, citado en Granel) denomina «el bramido de la pulsión de muerte» en toda su ferocidad. Trátase de la pulsión de destrucción que desencadena el horror en sus múltiples variantes. En la maldad, el sadismo se alía a la pulsión de dominio Y a la de destrucción para armar «lo peor>> de lo que el ser humano es capaz. He trabajado con un grupo de colegas (Alizade et al., 1993) el tema del psicoanalista enfrentado al horror des· de la trasferencia y la contratrasferencia. El fanatismo, el racismo, los odios arcaicos, el potencial homicida del hom· bre encuentran un espacio para desplegarse. J. Kristeva nos hizo llegar unas palabras luego de leer el trabajo: «...el horror histórico moviliza la contratrasferencia y hace que los pacientes que han sido sus víctimas sean difícilinente analizables. Salvo, tal vez, si se reactualiza en la curo-pa· ra ser interpretada- esta abyección. Pero, lcuántos de en· tre nosotros somos capaces de sostener esta perversión -y sustraerse a ella- aunque más no fuera en forma microcÓs· mica? Si el psicoanálisis debe rechazar esta experiencia, me u•mo que también deba renunciar a su rol histórico...». El horror histórico plantea un desafío al psicoanálisis al abrir las puertas a una investigación que linda con el espan· lo y lo siniestro, con el potencial genocida y con los extremis· mos destructivos.
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«Yo creo que el futuro del psicoanálisis es formidable (. . .) creo que es a trovés del psicoanálisis que podremos llegar a una prevención de la violencia que es una erotización de las relaciones arcaicas de los seres humanos entre ellos, una erotización perversa que el psicoanálisis en tiempos cercanos llegará a comprender (. . .) el estudio de la libido y el ser humano no aporta a la humanidad lo que podría porque somos todavía mamíferos perversos que no ponemos nuestra libido en el lenguaje al servicio de la socied
I. Introducción Retomo con este ensayo sobre narcisismo propuestas presentadas en un anterior trabajo (Alizade, 1987). Poste· riormente, al ocuparme del tema de la muerte (1988, 1992b, 1993), me fue útil recurrir al concepto otrora esbozado de un narcisismo terciario al intentar dar cuenta de las distintas maneras en que un sujeto se enfrenta con los avatares de la castración. «Narcisismo» constituye un eje articulador teórico-clínico del psicoanálisis. Nacido con Freud, se ha arborizado con aportes pos-freudianos, que ahondan en la comprensión psicopatológica de los trastornos narcisistas pero a la vez también extienden tanto el concepto que, en ocasiones, con la misma palabra se designan cosas diferentes. Retomo la idea de «anasemia», acuñada por Abraham y Torok (1978) para expresar la complejidad de poner en palabras movi· mientos psíquicos y estructuras que no existen para el sen· tido común. Los conceptos psicoanalíticos constituyen mu-
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rianLes para ilustrar características del narcisismo. Por ende, es fácil observar cómo los orígenes y las raíces del concepto de narcisismo se hunden de entrada en el campo de lo perverso y en el mórbido encierro en una especularidad tanática. A poco de andar, el famoso «nuevo acto psíquico» ~eu~, 1914) estructurante del yo deja ver su inherente pehgros1dad. No hay que realizar mucho esfuerzo para percibir el olor a encierro que se desprende de tanta energía dedicada a sostener el círculo cerrado de una libido estancada por más que se desplace del yo a los objetos. Numerosos psicoanalistas pos-freudianos se abocaron a dilucidar e ilustrar la florida patología del narcisismo (Kernberg, 1974, 1975; Kohut, 1965, 1971, entre otros). No fue descuidado empero el aspecto trófico del narcisismo primario y secundario (Rosolato, 1983; Lichtenstein, 1964; Green, 1983; Anzieu, 1983, entre otros). Empecé a organizar la idea de un narcisismo terciario leyendo los trabajos de Kohut (1965, 1971) acerca de la trasformación del narci~ismo. En su obra se abre una línea de pensamiento basada en la teoría del sel{ desde la psicología del yo, donde habla de una posible trasformación del narcisismo en un narcisismo cósmico. Dice: «.. .la genuina derivación de las catexis h acia un narcisismo cósmico es el resultado creativo, sostenido, de las constantes actividades de un ego autónomo, y sólo muy pocos son capaces de lograrlo. El narcisismo cósmico implica una decatectización del sel{». ~osigue (pág. 267): «Una decatectización genuina del sel{ solo puede llevarse a cabo lentamente gracias a un ego intacto en buen funcionamiento; se acompaña de tristeza cuando la catexis es trasferida del querido sel{ sobre los ideales supraindividuales y sobre el mundo con el cual uno se identifica. Las más profundas formas de humor y de narcisismo cósmico por lo tanto no presentan un cuadro de grandiosidad Y elación sino el de un tranquilo triunfo interior con el agregado de una innegable melancolía>>. La renuncia narcisista que tiene lugar en la trasformación narcisista conduce a la sabiduría y a la aceptación del fin de la vida. El ego domina al selfnarcisista y puede incluso ironizar acerca de los logros de una existencia individual. Se trasforman «las constelaciones narcisistas en nuevas constelaciones psíquicas de mayor nivel de diferenciación» al decir de Kohut. '
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Encontré una reflexión de A. Green (1983) quo rozubu tangencialmente esta cuestión. Se refiere a Leonardo y lo define (pág. 11) como «ese curioso Narciso que se sintió mucho más fascinado por la forma del Otro y los enigmas del Mundo que por su propia imagen ...». Es constitutiva del narcisismo terciario una espontánea actitud de «curioso Narciso», tal vez incluso de incomprensible Narciso. Constituido en la especularidad estructurante de un narcisismo primario imprescindible, movido por los vaivenes de un narcisismo secundario inevitable, accedió igualmente al narcisismo terciario, y este narcisismo lo condujo más allá de sí mismo a preocuparse por sus semejanU'H, por C'l fut.uro de la humanidad y por el potencial uso dan ino ele> HUH inventos (se encuentran notas al respecto en sus
Huc·rificio propios de la idealización del narcisismo en sus primeras formas. La forma terciaria es una forma simple, tranquila, coexistente con un «estar en el mundo» donde primnn el principio de realidad y el principio de relatiVidad. A 111 omnipotencia se contrapone la sencilla potencia de un sujoto que sabe algo de sus límites y de la transitoriedad de su devenir. Dispone parte de sus energías para sembrar exogámicamente en dirección a sus semejantes, los que comparttm con él la condiGión de seres vivientes en la actualidad, y tumbién hacia aquellos que vendrán más adelante en una IAimporalidad que le concierne aun cuando él ya no ocupo m1is el espacio material de los vivos.
rn~C'riU>H).
En un breve trabajo dedicado a la normalidad psíquica, J<'reud {1931) distingue tres tipos libidinales básicos: el erótico, el obsesivo y el narcisista. Al referirse al tipo narcisista, Freud oscila: por un lado le atribuye un signo negativo y por el otro le otorga numerosas cualidades sorprendentes; corresponde a personas independientes cuyo interés cardinal está orientado hacia la autoconservación, su yo dispone do una considerable suma de agresividad y de disponibilidad para la acción, prefieren amar a ser amadas, impresionan como «personalidades», son «particularmente aptas par11 servir de apoyo al prójimo, para asumir el papel de conductores y para dar nuevos estímulos al desarrollo cultural o quebrantar las condiciones existentes» (pág. 516). En est.u descripción se perfilan elementos articulables con el concepto de un narcisismo terciario. El narcisismo terciario implica un salto cualitativo y un movimiento de trascendencia. Expresa un retomo a la in mensidad del narcisismo primario con su mágica ilusión do comunión con el todo antes del corte unificador de un yo (Andreas-Salomé, 1921), el retomo al narcisismo ilimitado (Freud, 1930, pág. 7) y, al mismo tiempo, mediado por 111 organización psíquica adquirida («madurez», diría F. Dolto), denota un alto nivel de discriminación en sus manifestacio nes de interés por el Otro, por el mundo. Se observa fácil mente en muchas personas en la vida cotidiana y en la pru xis analítica se evidencian las consecuencias de su fundo namiento. No conlleva los elementos de exaltación o clt>
U. El narcisismo terciario «porque conozco que no conoceré el único verdadero transitorio poder>>, T. S. Eliot (Ash-Wednesday, 1930).
Pasaré revista a los elementos fundamentales que constituyen al narcisismo primario y secundario antes de metermo de lleno con el narcisismo terciario. La conocida fase intermedia entre autoerotismo y amor objotal (narcisismo fase, Freud, 1911) se funda en ese famoso «nuevo acto psíquico» recientemente mencionado que da origen al yo. La unificación pulsional conforma un yo hasta ese entonces apenas esbozado y disperso. Esta suerte do neta de nacimiento de una instancia psíquica engloba un ~·cuerpo primario. Dos posiciones narcisistas primarias se desprenden de
11• conceptualizaciones freudianas. La que se dirige al Uno (Oruon, 1983) «surgido den pulsiones parciales, gracias a la Ión de Eros» (pág. 13) y el otro, absoluto, anobjetal, narl•mo primario ilimitado, «opuesto a la persona individual -.mo tal>> (Andreas-Salomé, 1921), que se corresponde con m1tado en que el incipiente ser yacía «en ese ámbito en Utt, untes de adquirir conciencia, equivalía a todo, así como lo ora universal para él». Artificios de una mente inci1nt.tl indiscriminada movida principalmente por el princidrl Nirvana. Remanentes de esta etapa pueden pensar-
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se desde el sentimiento oceánico descrito por Romain Rolland y que Freud cita en 1930. Trátase de la fusión indiscriminada con el mundo, el universo, el cosmos, la vivencia de formar parte indisoluble con la materia en una suerte de eternidad totalizante. El narcisismo primario dirigido hacia el Uno da pie a la segunda teoría pulsional freudiana. Nace el yo, se libidiniza y puede tomarse a sí mismo como objeto de amor. Yo-soy introduce un yo-no-soy y la dimensión consiguiente de una pérdida. Como escribe L. Andreas-Salomé (1921), «aquello que fue considerado mar debe resignarse a ser el estrecho cauce de un río». El ser humano incorpora sus límites y del estado primero de expansión que todo lo incluye desprende una individualidad. El pequeño niño a quien Lou AndreasSalomé observa, se irrita, sufre, modifica su carácter durante el tiempo en que empieza a denominarse <
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Retomo la idea de la peligrosidad inherente a la dimensión narcisista del hombre. El narcisismo de muerte merece una especial consideración en el campo teórico-clínico. Green (1986) enfatizó el carácter desobjetalizante de la pulsión de muerte. Otra vertiente por considerar es la unión de la pulsión de muerte con la pulsión de dominio. El narcisismo de muerte adquiere entonces una función objetalizante destructiva constante con miras a desplegar técnicas de aniquilamiento, sufrimiento o_sometimiento vil del objeto. Cuando impera el narcisismo de muerte, por una idea se mata, lo propio es defendido a ultranza, se desprecian las opiniones ajenas, se destruye para trepar por el muro de las ambiciones, se hace trizas lo que no coincide con los anhelos narcisistas, se usa al semejante como a un objeto sin valor. Incluso en el amor, se manifiesta en esa extrema demanda al otro para que complete las fracturas narcisistas o para que reedite desde las necesidades primordiales las bondades de los objetos primarios (madre nutricia, padre protector, Freud, 1914). Lacan (1949) destacó la función del semejante en la asunción jubilatoria de la imagen unificada en el infans. Lo intrapsíquico y lo interpsíquico se intrican profundamente. Distingue (1953-54) dos narcisismos: el primero se refiere a la imagen corporal. Otorga unidad al sujeto y da cabida al «sentimiento de sí». El segundo implica la identificación con el otro. <>, vulnerable, proclive a dar pasos en falso. Por ejemplo, tomemos la novela familiar (Freud, 1908). Preanuncia los ensayos freudianos posteriores sobre narciHismo y los estragos que esta organización psíquica puede llovar a cabo si no logra un adecuado metabolismo. El niño
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1111rne lentamente. Como escribiera el poeta T. S. n ttus Cuatro cuartetos (1930):
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l" t'1•1tlidad pone en jaque todos los sueños omnipoten· ¡, ,..1,nmascara la grandilocuencia de los supuestos po·
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h lllre toda convicción narcisista de una única certeza
ln ;111ru siempre: los imperios caei:, el cuerpo es pe~ece_de
ln iuvcntud, efímera; los paradigmas son transitorios, mnndmientos se trasmutan. . . . . l•,l nurcisismo terciario se abre a lo ajeno Y al~_ le1ano, di1ulc•, HC dispersa, se extiende. Como si los ~-spe11smos n~ h1l11Kse disolvieran o como si por la hendiJa de un espeJo h11111 roto se vislumbrara lo Otro, el Mundo, los sere~ que lo 11lill11n, las especies, el cosmos. La ameba ha extendid~ sus 11 .topodos en tal medida que sus extrem~s se h~ abierto 11 ol intento por circunscribir y abrazar la_mmei:s1dad de lo ttt• cltntamente dado. Se roza el infinito, lo rmposible, lo real. l o1i puerta-espejo se abre, y lo nuevo, lo ilimi~do, lo no pro¡1111, fo no investido por los narcisismos infa~tiles aparece. MI narcisismo primario tendiente a la urudad y el secun· ¡ .remiten a figuras cerro.das: el espejo, el hu~v~, la ame1 11 10 1111 1·on sus seudópodos. La envoltura tiene un llIDl~- En ~a 1111111{Cn de la fusión cósmica del narcisismo prn:iari~ p~evio 11 111 individuación, la envoltura se pierde en el mfinito ~~11111urio de una comunión con todo. El narcisisni:o terciario 1 , •111¡te en cambio a una figura abierta: me viene m m:ente la 111111 gen de cueva descrita por D. Anzieu (1983), referida a la 1•nvoltura sonora de sí. La envoltura, antes de cerrarse, se 11xt.ionde hacia el afuera y cobra una dimensión de cerrado Y 11 111 vez abierto. Diferentes operaciones psíquicas dan cu~~ta ~~l proceso t rnsformador narcisista terciario: desnarcisizacion del yo, 11xcentramiento del yo, organización de nuevas guesta_l~ del yo (lchgestaltungen, Freud, 1923), acceso a la re~acion de objeto con lo que denominaré «objeto l~j~no», traba10 de ~ue lo y rcsignificación, principio de re_l~tivida~, _reorden~ie°:· 1~ 1
(Freud, 1937), nueva representación de la idea de poder, m· ceso a la sabiduría, sentido del humor. Algunos observables clínicos son: sentimiento de solidu· ridad y responsabilidad, libertad interior y creatividad, mayor aceptación de la transitoriedad de la vida y de sus no siempre agradables peripecias, y control de la destructivi· dad- Como telón de fondo, emerge tibiamente el territorio excelso de la sabiduría. Sabiduría profana la mayoría de las veces, nacida de la experiencia cotidiana de constatar una y otra vez lo finito de la vida, la inmensidad de la muerte, y la participación activa o pasiva que cada sujeto tiene en los movimientos de vida o muerte, de civilización o barbarie co· tidianos. Ahora el sujeto vivencia que pertenece a un momento circunstancial, contingente, transitorio de organicidad. En esa llamarada de vida se existe en forma finita. Sólo posicio· nándose en el lugar de efímeros, como formando parte de la gran masa inorgánica a la cual se habrá de retomar en un plazo más o menos largo (siempre breve), sólo «mirándose vivir» de a ratos, se accede a la dimensión de relatividad ne· cesaría y fundamental en el ejercicio de la alegría a pesar de los pesares y duelos, lo cual permite persistir cultivando la furia de la vida, en el cuidado del trabajo, del amor y de la paciencia. La trasformación consecutiva al narcisismo terciario compromete tan sólo un determinado quantum libidinal. Siguiendo el modelo de las erupciones de lava citado por Freud respecto de las pulsiones (1915c), coexisten remanen· tes de narcisismo primario con su tendencia regresiva a es· tados de placentera fusión; interjuegos entre la libido del yo y )a libido objetal con sus observables clínicos (enamora· miento, hipnosis, sumisión al líder), o sea, narcisismo se· cundario y esta nueva forma o dirección del narcisismo que denomino narcisismo terciario. En el narcisismo terciario, el sistema narcisista ha reordenado sus componentes y tie· ne lugar una vuelta trasformada hacia las tendencias del narcisismo primario. Lo escribía Freud en 1914: «La evolu· ción del yo consiste en un alejamiento del narcisismo prima· rio y crea una tendencia a conquistarlo de nuevo». No creo que sea un proceso tan difícil de lograr. Es cierto que abun· dan los seres con enorme experiencia de vida dominados por un narcisismo de corte netamente infantil. Permanecen
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Pl'l'HllH do los ideales del yo, creen en la omnipotencia del 11odor y niegan la relatividad de la existencia. Parecen niños l{rundes imbuidos de narcisismo estéril. Suelen ser poco 1{1mcrosos y tan sólo hacia aquellos que adulan su yo ideal. l•:xisten también seres monstruosos, psicópatas perversos. El narcisismo terciario implica un reencuentro con el narcisismo originario mediatizado por la maduración, por In organización del yo y por las experiencias de la vida. La uutofilia ilimitada (Freud, 1919) se convierte en una suerte de heterofiUa natural. La pulsión de muerte, integrada en c~se narcisismo terciario, colabora para que lo que prime en la existencia sean las muertes naturales, y 'no las artificial· mente provocadas por las locuras razonantes de los hom· bres disfrazadas bajo racionalizaciones diversas al servicio de pretextos narcisistas destructivos. La articulación entre agresión y narcisismo se toma ne· cesaría. La agresión positiva, el «odiar bien>> que puntualiza Kemberg (1974) como elemento valorado en toda relación ele objeto conjuntamente con un «amar bien>> no debe con· fundirse con el odio destructivo que conduce a las depreda· ciones de unos contra otros en nombre de racionalizaciones diversas (nacionalismos, racismos, superioridades, inferio· ridades, etc.), o que conduce a aberraciones individuales. No se debe olvidar tampoco el pesimismo freudiano al constatar los temibles deseos asesinos (Freud, 1915a) que moran en el inconciente y la dificultad de su domesticación. Ahora bien, lo difícil no implica obligatoriamente lo imposi· ble. Aceptar desde el psicoanálisis de una vez y para siem· pre la irreductibilidad destructiva social del ser humano conlleva un peligro: el de eximirnos de toda responsabilidad acerca de un posible cambio, aceptando cómodamente un determinismo psíquico irreversible. Que Freud (1937) haya llegado al final de su vida pidiendo auxilio «a las brujas» pa· ra que le expliquen cómo puede lograrse domesticar a las pulsiones indica su preocupación y su estado de abierto ante preguntas para las cuales él no iba a tener respuesta. Acep· tar demasiado rápidamente la proposición pesimista freu· diana no deja margen para lo imprevisible y para potencia· les «mutaciones psíquicas». Implica epistemológicamente una postura cerrada. Escribe Konrad Lorenz (1983): «Mu· chas personas creen que el curso de los acontecimientos mundiales está predeterminado y encauzado hacia un ob-
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jetivo. En realidad, el devenir de la creación orgánica tran· sita por caminos imprevisibles. En esta idea se fundamenta nuestra fe tanto en la posibilidad de un acontecer verdade· ramente creador como en la libertad y, sobre todo, en la responsabilidad del hombre». Ciertos movimientos del ahna, ciertas formas de funcionar libidinales denotan que un sujeto puede obtener satisfacciones narcisistas de un orden diferente, catectizando representaciones que lo llevan a trabajar «para el mundo» más allá de las gratificaciones autofílicas inmediatas, en una suerte de satisfacción e imperativo ético hacia lo lejano. El estudio del narcisismo terciario obliga a reconsiderar la noción de objeto en psicoanálisis. La verdadera objetali· dad requiere del reconocimiento del semejante y del establecimiento de lo que llamo, en lugar de relación de objeto, <> (Green, 1986, pág. 55). La problemática del objeto (yY. Baranger, 1980) adquiere un giro nuevo. El objeto con relación al narcisismo terciario amplía su radio de acción, ya que incluye un Otro desconoci· do pero presente (no a mi percepción, sí a mi conocimiento). Una pulsión desexualizada en el ámbito de la sublimación trabaja en esta ansia pulsional hacia el «objeto l.ejano». Tres afectos priman en relación con el objeto lejano. En primer lugar, el odio que instala <
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El tercer afecto que quiero señalar es el de amor, o de intHrés (cabalgando sobre la pulsión sexual y de autoconser· vnción). En este punto se juega la trasformación narcisista clol narcisismo terciario. El amor adquiere un sentido amplio, importa aquel que no se conocerá jamás, el que vivirá cuando uno ya haya part,ido. Es el reverso de la expresión francesa «Apres-moi le déluge». Prima la sublimación de la pulsión y la ética. Los procesos discriminatorios inherentes a los vínculos sublimados incluyen el respeto por el semejante, la dignidad del vínculo y el reconocimiento de los deseos ajenos aunque contradigan e incluso hieran las convicciones narcisistas propias. «His o Her Majesty the Baby>> no desciende del trono sino que reparte sus riquezas como en el famoso cuento de Osear Wilde en que una golondrina, a pedido de la estatua del príncipe, va extrayendo de su lujoso atuendo una a una las piedras preciosas que lo adornan para llevarlas hacia los que las necesitan. Al don se agrega una generosidad espontánea y automática. La satisfacción narcisista es cualitativamente distinta de aquella que requiere de un logro individual. El logro será para el otro y la satisfacción consiste en haber colaborado en que el otro pueda acceder a él. El narcisismo terciario es un narcisismo que se entrega sin esperar reciprocidad, en un accionar que supera el inte· rés personal. Deriva naturalmente en un quehacer de compromiso y solidaridad. El objeto (o los objetos, en este caso) trasciendo In indi· vidualidad. El individuo nace por medio de este «nuovo 111'1~> psíquico» que da cabida al narcisismo Lercinrio on ol ord11n social. Freud le escribió a Marie Bonapartc (citado por K Jones): «Cuando el narcisismo trasciende desde ol sujolo y la agresión se internaliza, el sujeto ha nacido para el orden social». En este movimiento inserto al narcisismo terciario. El yo ha conformado nuevas guestalts (Freud, 1923), vale decir, organizaciones psíquicas más complejas que le han permitido emerger del infantilismo psíquico y «enten· der>>algo de su «estar en el mundo». La relatividad de las pequeñas miserias cotidianas es cotejada con las grandes miserias sociales del mundo. La domesticación de las pulsiones se ha llevado a cabo en el dominio de la pulsión de muerte. El narcisismo terciario implica por lo tanto que el sujeto ha atravesado «el punto más espinoso del sistema narcisis·
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ta, la inmortalidad del yo» (Freud, 1914). En alguna do 1 regiones psíquicas ha jugado con su mortandad, sabe q puede ser inmediatamente morible (A. Perez, 1992, comu cación personal) y, en vez de melancolizarse por ello, ap vecha cada día para sí y para los semejantes, los quo 1 acompañan en el camino de la vida y los que seguramon lo sobrevivirán.
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La delegación narcisista consecutiva al narcisismo ciario pone fin en cierta medida a la insaciabilidad narcisi ta. El excedente narcisista es depositado en nuevos objot.oe al advenir la desnarcisización del yo. El yo pierde carga nn!'I cisista y no recupera todas las catexis enviadas hacia loa objetos del mundo ext.erno. Cierta irreversibilidad en esta operación es constitutiva del narcisismo terciario. La desnarcisización del yo implica un acceso más amplio a la realidad, vale decir, un cierto bordear lo real y aprehen der la ubicación de un sujeto en la vastedad del espacio, y en su inserción en la especie. La cosmovisión se va ampliando gradualmente. El narcisismo secundario es aceptado como bien necesario pero ubicado en un lugar «secundario» e in· cluso risueño. Produce hasta gracia la introspección de los logros narcisistas obtenidos, importantes en un cierto nivel pero ínfimos respecto de este otro nivel de acceso a la comprensión del mundo. El anonimato emerge como un bien. Los sentimientos do insignificancia adquieren valor positivo al predominar el principio de relatividad y asumirse (realidad mediante) la pequeñez y la grandiosidad concomitantes de todo lo humano en su dimensión comparativa con la inserción en el cosmos. El «grandor del yo» (Ichgrosse, Freud, 1914) o tamaño dc•J yo cobr-a pr-oporciones a la medida del hombre y no será l11n Hign ificativo lograr objetivos «grandes» como poner en juc •gci lu grnndezfl del ser humano. Los términos de fama y glorin individua l serán considerados en una medida siempre muy poco trascendente en relación con una verdad de un orden diferente. «Lo importante» desde la infatuación narcisista suena irrisorio, ridículo.
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. . como el centro del mundo. 1•:1¡.¡ujeto ya no se :'1v~ncia aña a la trasformacion . to de s1 mismo acomp . d d • ont.rruruen . creativo en la soc1e a . 'dHista. AdvieD;e el trab~~~ se acepta mejor a la muerte. Ho envejece mas tra~qu1 : da . dimensiona · 1 1.it existencia es re . 1 dioses gestados en a ( 'uando el yo se desnarcis~za, os del Edipo descienden ' d los tiempos 11f11ncia y decanta os en nas se resignifican, y en su des11 11us pedestales, las esce d d lo transitorio de su deve1 ·toaprene e " 1Lramiento e SUJe · rtalidad en la esiera ,:,~y delega la ilus~ó~ poder e mmo li "
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In sublimación hb1dinal. .. n narcisista del narcisismo 1)e no suceder la tras_formlac1oable para servir a las pato1 . toesmasvuner .. ta f to '' rdario, e su1e depresiones narc1s1s s ru d Para caer en h•i.rías del po er o ideal del yo grandi oso y un d11 extremas tensiones enftre ':en colmar la desmesura de yo que vanamente se es uerz
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. . e r la liberación del exceso de Epropósitos. ste proceso se distmgu po 1 . prime una cualidad . . ta lo que e im . . i•urga libidinal n~c1s1s '. tetiza y diluye fronteras, m1ru. 1 El o mtegra, sm rte de purt1cu ar. y . . d las diferencias en una sue . rnizando el narc1s1s?1~ e., parente cuando en r ealidad r1•tomo a la indiscrim~nac10n a 11!!
Hucede todo lo contrario. di 'dad omnipotente decr<'C<'n, La idealización y la gran os1 ende meramcnlo po'l humano y, por ' . •1 Lodo lo grande es so~ . las creencias taxativas, < t,cnte. Las verdades mcolumes, caen «como Jos dientes . to fanático «a ultranza» pensamien de acto estructurantc. , de leche» en una suerte t tura Narciso no se ahogara Producido el efecto de e~ _ruc. 'ue tolerará los límit.es te plac1on smo q ·d esta en su con m drá de pie para trasformar y cu1 ar que lovez recortan Yse pon la naturaleza.
La expansión narcisista trófica que adviene es de provecho para la cultura y para la vida en general. Se teje una suerte de red narcisista exogámica: objetos diversos de ahora en más se convierten en significativos aunque no pertenezcan al íntimo círculo de los seres queridos. «El otro» y los 106 107
Segunda parte. Clínica con la muerte
«Los veo desfilar ante mis ojos con sus pretendidas ignorancias, sus lucideces dignas, sus angustias, sus miedos, ora defendidos, ora abiertos al gran misterio, y me veo intentando escuchar "algo" del entrevero de sus pensamientos, de sus sentimientos encontrados. Ante el desamparo, me ofrezco como testigo-soporte de la parti.da. Ellos me enseñan. Vaya con estas páginas mi recuerdo agradecido».
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H. Saber y no saber
r. Los espacios del saber. Metapsicología
del saber
Tant:o del lado del pacient.e como del medio cixcundante ol saber es un tema que se pone en juego de e:i-~rada y a l~ lnrgo del proceso de t:oda enfermedad en forma irrern.ediable y acuciante. Las categorías del saber debenserarticulada..s: lQué importa saber? lDe qué saber se trata? lQué sentido tiene? l.'l'rátase de un saber lineal o de un saber Po1{las hes? ¿Cómo He modifica? No hay respuestas exactas sino aproximaciones teóricoclínicas que habrá que adaptar a cada caso. Todos sabemos que vamos a morir. Fer? la.. calidad de este saber es generalmente intelectual, vaclí\ de contenido vivencia!. En la muerte de un ser amado, por ejemplo, se experimentan efluvios de la propia muert.e pero las defensas ae instalan rápidamente y la hora de la muerte es remitida a un futuro hipotético, siempre lejano. Practicar el ejercicio del saber del estado de «inmediatamente mo:ribles en cualquier instante» es indudablemente beneficioso, pero en nuestro medio est:o no ocurre a menudo Ygeneraltnente se Lransita la vida con cierta seguridad hipüOlan.íaca interna de una garantía de salud proyectada a unfut:u:ro leja no. Cuando el cuerpo es perturbado en su funcionanüento de salud, la persona que lo habita empiezaª «:saber» de manera no intelectual de la amenaza a su vida. Amenaza que podrá ser vivida o no con distintoS ~ª?º5 de patología (en forma paranoide, esquizoide, melancohca, etc.) Y que siempre acerca al sujet:o representaciones Y afectos vinculados con la idea de su morir certero. El saber se presenta como un cont.enido ideativo-afectivo construido con barreras, con niveles cognitivos diversos. 1'orquc, como me decía un paciente, «Ulla cosa es saber y otra
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es subcr bien». En eso «bi<'ni. 80 p11u 11Liiu lo viv1•tw111l, lo e¡ se sabe desde la carne, desde la cxpcrionci 11 vivicln. Lo que nos interesa, desde la investigación psiconnul(t ca, es cómo se procesa ese material bruto de saberse 111«-nn zado en el cuerpo, cómo incide en la calidad de la vida y 1•n la c~lidad.de la mue~, cómo interactúa en los distintos C8Jlft cios de mtercamb10 de la vida cotidiana. . Mentira, verdad y certeza son conceptos que van a partl cipar de este apartado. También es necesario tener presento la noción de movimiento psíquico, de instantaneidades J>HI quicas, d~ psicodin~smos cambiantes a veces en el lapHo de una mis?1a entrevista. Nada queda quieto en el psiquiH· mo. Los estimulos son fuertes y las ansiedades suelen no sor fáciles de manejar. 1
~l saber de la mentira o saber engañoso puede adquirir
carac~r de certeza. Este saber, construido en la encrucijadn de ansiedades y defensas, coexiste con el saber de la verdad profundo, preconciente o inconciente, saber que se podrri ocultar un tiempo pero que insiste y no se equivoca. El saber, en sus vicisitudes, dibuja espacios por donde circulan la ignorancia, la mentira, la lucidez implacable la ac~ptación, la relatividad. Con los otros (objetos interno~ y objetos externos) se dibujan figuras del saber singulares de acuerdo con cada caso. Cuando un paciente tiene amenazada la vida por una enfermedad, inicia diálogos importantes con el afuera cír· cundante y con su mundo interno a fin de lograr un quantum de saber adecuado y un quantum de ignorancia necesaria.
Exis~ un saber obvio, primero, inmediato, inevitable, compartido generalmente, saber burdo, de sentido común ~revio o no a la ~onsulta médica): algo en el cuerpo no anda bien. El
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1 11 t4l lifo{udo con la información propioceptivo-visceral que 1¡¡ 11 rnu onvín al psiquismo y que le cuenta, como en un par· nwdico de la evolución de la enfermedad y de su grave'"" /i;ste informe oculto es patrimonio del paciente. Ello exl'lll'u cómo a veces un diagnóstico lapi~~io por parte del nu·dico no se corresponde con la evolucion de la enfermerlucl, y viceversa (véase «Observación de Leo»). La cautela 1•ronóstica por parte del médico debe basarse ei: un mon~14· de ignorancia positiva en lo que respecta a como ese SUJet 0 un su singularidad habrá de cursar su enfermeda~. 1"'.° 11110 caracteriza al saber preconciente (fá~il de ser concientiw>. . Elena, de 43 años, operada de un cáncer de cuello a quien veo en un servicio de ginecología, estaba aparentemente tranquila pues el médico le había dicho, frente ~ sus temores, «que no se trataba de eso». Me dice: <
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sala? Tuner un cáncer. Hablamos siempre todas de eso ... mismo. El noventa por ciento de las mujeres tiene mio Cuando le pregunto a Fernanda, informada de su dl nóstico de cáncer, si le teme a su enfermedad, responde: en especial a esa, todo el mundo le tiene terror». Esa, la nombrable, cuya sola mención asusta. El saber provoca la emergencia de afectos: pánico, so nidad, callada furia, etcétera. El saber puede ser solitario (saber únicamente para 1{) compartido parcial o totalmente con algunas personas 1 nificativas o no. El saber compartido suele expresarse instantes, para seguidamente volver a hacer uso de la presión, de la escisión, de la negación, etc. A veces este co partir recae precisamente sobre una persona aparentem te anodina, una mucama del hospital, un amigo no demaai1 do cercano, por ejemplo. «Ellos creen que no lo sé», le dice Ull paciente a un amigo que lo visita refiriéndose al diagnóstiOI y a la gravedad de su estado. Quiero señalar una distinción que retomo en la parte dt técnica pero que ya quiero adelantar. Se refiere a la verba lización del aspecto que sabe. Defendiéndose del montant:AI de angustia por momentos insostenible que lo acosa, el pa ciente aún conciente de su padecimiento no tolera su uerbae lización más que durante determinados instantes. La st lenciación aparece como un mecanismo defensivo (véa11 pág. 129). El paciente necesita un analista o trabajador de la salud que sea un interlocutor válido que lo acompañe tanto en el esclarecimiento y comprensión de sus ansiedades 1 ideas frente a la enfermedad y la muerte como en el fortale• cimiento de la esperanza en su recuperación, aunque fuera parcial, olvidando, en compañía de su médico o terapeuta, por un tiempo que su vida está seriamente amenazada. Se observa al saber circulando entre ideas apaciguado· r as y verdades inquietantes. La religión ayuda como siste· ma cierto. He observado asimismo en varios casos alguna• creencias con valor de certeza indeclinable que aliviaban psíquicamente al enfermo. En el caso de Roberto, este esta· ba seguro de reencontrarse en el más allá con su madre, quo había muerto al nacer él, y esta seguridad lo sostenía en su tránsito hacia la muerte. El,saber sobre la muerte puede además adquirir carácuir traumático. Se lo enquista defensivamente. Es el «trauma
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1Ul •1), nódulo de represeJJn.taciones-afectos intolerables que ri vnn en síntomas a lai. puerta de la muerte. Dolores dimutismo, rechazo aa los seres queridos, irritabilidad, ''" HOn manifest aciones ffruto de esta intolerancia al saber. <:orno acabo de señalrur, cuando la muerte se aproxima el •nlior intelectual de ser IT.:1.0rtal es remplazado por un saber vlvoncial. Y así como los rniños no pueden <
•No sé nada, no me dicen nada; pienso que tengo algo malo, 41110 no me voy a componer» (Ana, 47 años). •Me parece que tengo algo jodido, supongo que debe ser 1·1íncer por las drogas que me dan, pero no sé» (Arnaldo, 53 111\0S). •Ni siquiera sé cuánto me queda de vida» (Alma, 43 años). •Hu pongo que es algo m a ligno porque me aplicaron cobalto» (l ~:steban, 33 años). •No pienso nada, no sé» (Ernesto, 45 años). ·Hi sé que es cáncer, me tiro por la ventana>>(Jorge, 36 años). • l•:llos creen que no sé nada» (Marcelo, 51 años). •No sé, los médicos no me dicen nada, son todos unos mentirosos>> (Franco, 59 a ños). •l·ló que mi marido quier-ie que me muera de una vez por todas» (Ernestina, 34 años).
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a. Observación de Nora Nora se palpó un nódulo de mama al ducharse doH uno• antes de acudir a la consulta. Es una profesional exitoHn, vive en la provincia. Cuando la entrevisto a pedido del ginc cólogo, expresa: «Se va a morir si le digo, he sido lo más igno rante, lo más cobarde. Hace años que me tocaba ese bulto y no quise ver al médico porque temía que fuera "eso"». Su política del avestruz dirigida a intentar «no saben Ho bre su cáncer le procuró dos años de relativa tranquilidnd psíquica mientras el tumor crecía y se diseminaba. Vivió 11s1 un tiempo más en la ignorancia natural del cuerpo mort.nl desmintiendo día a día la amenaza visible. Durante esa únl ca entre\tista psicológica que mantuvimos me pidió no hn blar de su enfermedad y me relató la larga serie de d''" venturas por las que transitó su vida alejándose ella de 1111 relaciones objetales y somatizando (fibroma uterino, úlccrn duodenal luego de la muerte de su madre, etc.). Cuando dijo «no me integro en la vida» refiriéndose a su aislamiento y a su carencia de vínculos libidinales, inferí un deseo incon ciente de darse muerte enmascarado por el presunto miedo a tener un cáncer.
b. Observación de Federico Federico tiene un cáncer pulmonar con metástasis ccr vicales que le producen intenso dolor. Su padre murió do la misma enfermedad, con la misma sintomatología, año• atrás. Federico tiene miedo y acepta las mentiras diagnósti· cas que circulan profusamente: el cáncer es una micosis y los dolores de las metástasis son producto de una descalci· ficación, o sea, «es problema de otra cosa», según sus propi111 palabras. Federico cree a pie juntillas estas aseveraciones. En su aferramiento tenaz a un diagnóstico fútil que con· trasta con la severidad del cuadro clínico se patentiza su in· tolerancia a un saber conciente. No quiere hablar de su his· toria. Está refugiado en mecanismos de defensa de negación y de aislamiento. En las pocas entrevistas que concede al equipo psicológico del servicio de oncología, la tarea consiste en acompañarlo en su discurso engañoso. Las entrevista• son1 muy breves. Federico asegura sentirse bien y no tener
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probl1 1 m11H. l•:xig11, por onde, la silenciación compartida. Su 1111gudón suonu ridícula, el dolor es intensísimo, está tornnndo drogas quimioterápicas, se está atendiendo en un 11orvicio oncológico. Nada de eso va a cambiar el discurso de Federico: con su tenaz aferramiento al diagnóstico de «mi1·osis», nos ordena callar todo otro posible diagnóstico. Morir~í de la misma muerte que su padre pero con otro nombre. Sus miradas durante la entrevista psicológica son escurrid izas, su actitud es harto huraña. Sabe que del «otro lado» He juega una idea.diferente acerca de su padecer, más aún, 1'\l oscuramente sabe que una micosis no puede provocar semejantes dolores, pero exige (y su derecho tiene) morir s~n que se articule el diagnóstico temido, aquel que lo identifica . 1:orporalmente con su padre en una siniestra unión. Es su osposa siempre presente a su lado quien sostiene la posibilidad de funcionamiento eficaz de la mentira con miras a procurarle alivio psíquico a su joven marido.
e. Observación de Alan Alan es plenamente conciente de la inminencia de su muerte. Lo sabe hace varios años, cuando recibió el diagnóstico lapidario, y su saber se hizo vivencial cuando la cnformedad se fue desplegando. Para sostener su calidad de vida, utilizaba el mecanismo de negación necesario y planea bu ontonces cortos viajes o hacía compras con proyecto de ful.uro. Al mismo tiempo arreglaba sus papeles y dictaba sus disposiciones testamentarias. Se observaba claramente una adecuada escisión del yo en lo concerniente al saber y los vaivenes (en un mismo día, en una misma hora) entre el Haber la verdad de la cercana muerte y el no saber de ella para persistir viviendo, explorando, descubriendo la vida. i\simismo, la verbalización de su muerte se realizaba fugazmente cuando las circunstancias y la presencia del interlocutor así lo permitían. Compartía fugazmente este saber para retomar seguidamente su funcionamiento psíquico na1ural negador sin querer instalarse en ningún espacio melnncolizante o de falsa piedad.
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d. Observación de Sofía
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Sofía es una joven mujer que cae abruptamente enferma. La enfermedad neurológica la llevará a la muerte en pocas semanas. Tiene una linda familia y niños pequeños. Tudos saben de su próximo fin, todos sufren perderla. Ella no habla casi, está muy débil. Muestra con su cuerpo postrado su saber de la muerte que se impone con fuerza. Las lágrimas del marido, las expresiones dolientes familiares, su propio silencio hablan más elocuentemente que todo discurso. El saber es silenciosamente compartido entre todos. Nadie podía dudar de que todos sabían. Nadie necesitaba preguntar nada. La verdad estaba a la vista.
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II. Construir la vida o el desafío diagnóstico. Observación de Leo
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A veces, el diagnóstico es reservado y el paciente pronosticado para la muerte no cumple con este pronóstico y la enfermedad remite. Tambien existen relatos de remisiones espontáneas no previstas desde el punto de vista del conocimiento científico actual. En el caso de Leo, él eligió su tratamiento tras informarse exhaustivamente acerca de su enfermedad. Para ello recurrió a diversos profesionales y se internó en bibliotecas médicas para estudiar las estadísticas y los últimos adelantos en los abordajes terapeúticos. T.>.
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Continúa su testimonio: «Entonces, mi mujer y yo hablamos con nuestros hijos, nuestro médico clínico, amigos y parientes. Leímos literatura médica con gran interés y consul · tamos otros médicos para obtener distintas opiniones, ya con información fehaciente para hacer las preguntas adecuadas. Otros urólogos también consideraron que me tenían que sacar todo inmediatamente. Mis investigaciones a través de la literatura indicaban que la operación que los médicos recomendaban era adecuada. Nuestras investigaciones incluyeron visitas a bibliotecas médicas. Recibimos libros, artículos y comentarios de amigos y parientes. Tuvimos largas conversaciones con nuestros hijos y con un amigo que está estudiando la reproducción de las células. Fuimos a X, donde estaban investigando el cáncer de vejiga. Allí conocimos a un médico de Beirut. Me hizo una segunda operación y sacó un tercer tumor de la vejiga ubicado en una zona sospechosa. El médico libanés ofreció una operación total. Pero antes de la operación debía hacer un tratamiento con rayos para debilitar las células cancerígenas y achicar la vejiga. Nuevamente la rechacé, pero esta vez conociendo el riesgo y con el apoyo de mi familia. Entonces el médico me ofreció recibir quimioterapia experimental o tratamientos de inmunología experimentales. Elegí interferón, y me convertí en el experimento número 16 y fui el primero en recibir trescientos millones de unidades por semana. '!res vcc<'R por semana manejaba cien millas hasta X para recibir una inyección en la vejiga con un catéter, a través de lu ur<'l.rn». Extraigo estas líneas de una larga carta escri la m ion trnH los análisis evidenciaban una y otra vez la dPRnpnrición di' células cancerígenas en vejiga y su curación S<' dom0Hlrnl111 cierta. Fue dirigida a numerosos amigos y a profcsionalm1 de la salud, Mientras vivió en Buenos Aires, lo conocí en el marco de una psicoterapia. Quería profundizar en sus psicodinamismos para colaborar mejor en su restablecimiento. La calidad de la vida de Leo cambió sustancialmente debido a su enfermedad. Inició un trabajo de elaboración de la muerte y de catectización de nuevos proyectos vitales. Empezó la construcción de una nueva vida menos estresante (era un ejecutivo importante y llevaba una vida agitada) reconsiderando su r elación con el dinero. 'frasformó en gran medida su narcisismo y empezó a disfrutar de la vida con gran intensidad. Intervino en trabajos sociales de solidari-
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dad y se siente muy agradecido por la OpQrluniclad quo luvo y que supo aprovechar para cambiar su cosmovisión a pnr· tir de una experiencia de sufrimiento.
III. Elaborar y no elaborar la muerte '1,. J'
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Elaborar la muerte es un trabajo que se le ofrece tanto al que va a morir como al aún viviente. No siempre tiene lugar. No importa: cada cual muere como mejor puede. En reali· dad, elabora más fácilmente aquel que ha tenido presente en su vida la hora de su muerte y en cierta forma se ha ido preparando para ella. A pesar de que concuerdo con Aulagnier (1979) en que nadie sabe cómo se habrá de comportar exactamente en el momento de la muerte ni cómo será esta, cierto es que la forma de estar en el mundo de un ser humano y la trasformación de su narcisismo con el consiguiente acceso al narcisismo terciario (véase cap. 5) permiten inferir en salud la posible calidad de su muerte. Dado que todos vamos a morir, sería de desear que todos ejerciéramos anticipadamente cierto trabajo elaborativo de nuestra propia muerte. El estado de salud, la juventud, los mecanismos de defensa tales como la negación y las murallas narcisistas impiden que este trabajo se vaya llevando a cabo con la intensidad que merece. La conocida frase «si quieres disfrutar la vida, prepárate para la muerte» adquiere pleno significado. En el ejercicio de la relatividad, en el descentramiento de sí mismo, en la delegación narcisista se pone de relieve la trasformación del narcisismo con la ganancia psíquica consecuente. En nuestro mundo occidental, la vida trascurre en gran medida en el rechazo de la idea de la propia muerte. Recién cuando el cuerpo es tocado en su viva materialidad perecedera nos conmocionamos frente al saber de la propia finitud. He visto pacientes impactados, sorprendidos por la vivencia de ese saber, enfrentados a un diagnóstico que connota la proximidad de la muerte. No lo pueden creer, lpor qué a ellos? Morir, una vez más, parece reservado al otro, al semejante. Dominados por el infantilismo y el narcisismo, vivenciaron hasta ese momento muy escasamente la mortalidad del yo.
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Es convoni(•nln m11rch11. En alemán, la palabra elaboración es DurclwrlJl'it1•11, que puede descomponerse en durch =a través y arlwif1•11 trabajar. La idea de trabajo confiere a la elaboración 111 t'll Lo· goría de esfuerzo, de constancia. El complejo de la ffiU(WU requiere de trabajo psíquico para ser metabolizado en el psi· quismo dando lugar a la creación de lo nuevo en la forma de estar en el mundo con conocimiento vivencia! de la inmediatez potencial constante de la muerte. La conceptualización cognitiva y la conceptualización meta psicológica trabajan al unísono. No siempre la muerte se elabora. Tanto en la muerte súbita en sujetos muy jóvenes como en personalidades narcisistas la muerte acaece sin dar tiempo al trabajo de la muerte. Quiero destacar cómo en muchos casos la amenaza a la vida parece facilitar el trabajo elaborativo de la muerte Y de l,a vida. En la viñeta de Carla muestro la importancia para la paciente de poder hablar e intentar elaborar experiencias traumáticas del pasado desligadas del tema de su enfermedad. En la misma línea, M'Uzan (1976) resalta «el ardor del deseo», «la intensidad de vida», «la fiesta maníaca» que suele acompañar al último tramo de la existencia. El ha observado intensas catectizaciones objetales en el umbral de la muerte: una joven se enamora apasionadamente, otra de-
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sarrolla una int.ensa trasferencia regresiva con su terapeuta. Constituyen estas últimas experiencias relaciones que forman part.e del trabajo de la elaboración del tránsito. El peligro es que el otro, el que hace la muert.e con el murient.e, se asuste de esta int.ensidad o no la quiera percibir o no la entienda dificultando la tarea elaborativa del pacient.e.
a. Observación de Jgna,ci,o 11:,.I'
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Ignacio padece un cáncer que lo tiene postrado en su lecho de muert.e. Está furioso. Irritado, me cuenta de la desventura de su enfermedad justo ahora cuando ha regresado al país lleno de riquezas. Es todavía joven y no acepta la idea de morir. Se engaña con falsos diagnósticos suministrados por los médicos. No quiere pensar ni hablar de su enfermedad, sólo quiere saber cómo se puede comprar su salud. Jamás pensó que una enfermedad tan invalidant.e lo pudiera alcanzar a él. El trabajo terapeútico acompañant.e se redujo al de una presencia aliviadora. Ignacio descargaba sus emociones, se tranquilizaba. No había posibilidad de producir metamorfosis psíquicas elaborativas. Si había de morir, quería ent.erarse de ello lo m enos posible. La herida narcisista era importante: él, que había triunfado, que había alcanzado sus ambiciones de poder, se veía reducido a no poder caminar, a soportar dolores, y su fortuna no servía de nada frent.e a su cuerpo enfermo. El dolor psíquico era grande e Ignacio se refugiaba en la negación. No cedía su omnipot.encia. Apenas I_os médicos le diseñaran el corsé que le permitiría caminar, el enviaría a comprar veint.e corsés. Al avanzar la enfermedad, se encerró en un mutismo irritado. Rechazó todo intercambio psíquico tanto con el analista como con sus familiares. Vivcnciar su próxima muerte y compartir un cierto saber sobre ella le resultaba intolerable. De esa manera murió, encerrado defensivament.e en su mecanismo de «silenciación» (véase pág. 129), sabiendo sólo para sí de la impotencia y de la cert.eza de su fin.
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Hoberto acude angustiado y t.emeroso a la consulta: le hnn diagnosticado sida a raíz de una gripe pertinaz que no l'uraba. Es joven, no se esperaba una amenaza a la vida. l labía vivido siempre despreocupado de su salud. En la primera entrevista le nombro a la muert.e, le pregunto concretament.e cómo piensa encararla. Est.e «nombrar la muert.e» de entrada, abruptament.e, lo sobresalta. Unas sesiones más adelant.e, me dice que est.e impacto fue muy positivo para él. Le permitió desencadenar en sí el trabajo de elaboración de la muert.e. Acepta su destino, modifica sus representaciones-expectativa de larga vida e inicia las ceremonias int.ernas y ext.ernas de la despedida. En sesión se despliegan nombres para la muerte: partida, separación, reencuentro con seres queridos en el otro mundo, cnchi ver, etc. Roberto hace t.estamento, y disfruta lm1 m<'H<'H qu<' aún le restan vivir. Est.e disfrutar deriva clirc•c·l11montA1do 111 elaboración del caráct.er mortal de todo lo vivic•ntA 1. l .o vivo Y lo muerto se entrelazan y Roberto adquiere ol Hmüido dP ro• latividad. Roberto, en esta etapa tan productiva de su vidu, tiu tr11H forma en una suert.e de héroe para sus amigos, quienes admiran la serenidad y la fortaleza con que se enfrenta a su muert.e. Habrá de honrar su muert.e hasta el último suspiro. Concient.e de la importancia trascendent.e del acto de morir, lo vivirá con plenitud sin amago alguno de melancolía, dejando la estela de su ejemplo a todos los que tuvieron la oportunidad de conocerlo y de recibir los beneficios de la trasmisión de su trasformación narcisista.
c. Observación de Car/,a
Carla acude a la consulta a pedido del médico tratant.e debido a un cuadro depresivo reactivo. Está enferma de cáncer con metástasis óseas. Las primeras sesiones fueron dedicadas al t.ema de su enfermedad y a su impacto en el psiquismo. Muy pronto nos sumergimos en su historia familiar. Carla fue abusada sexualment.e por el padre: cuando se lo contó a su madre, se enojó mucho. No sólo no le creyó sino que la acusó de embust.era y de intentar disgustarla con su
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marido. A partir de entonces, Carla no habló más del tema aunque seguía viéndose obligada a someterse a los requerimientos sexuales del padre. Esto duró hasta el inicio de su adolescencia. Después de almorzar debía encerrarse con el padre en su cuarto de trabajo y allí prestarse a diversos juegos sexuales. En una oportunidad se lo había contado almarido. Carla revivió en sesión las escenas de sufrimiento y placer y culpa del difícil escenario de la seducción. La enfermedad actual quedaba atrás. Ella necesitaba hablar y elaborar los efectos traumáticos de aquellas escenas: su inhibición sexual actual, su timidez en participar en conversaciones cuando estaba en sociedad, su autodescalificación constante. Esta tarea elaborativa y abreactiva cobró un carácter imperioso. Como si Carla supiese que era su última oportunidad de liberarse aunque más no fuese parcialmente de la pesada carga traumática. Sabiéndose gravemente enferma, con dolores óseos, venía a sesión para levantar represiones y aliviar su sufrimiento psíquico. Este trabajo elaborativo duró algunos meses. Cuando la enfermedad se agravó, la paciente se vio obligada a permanecer en su casa. Entonces también se hizo silencio entre nosotras. El análisis de su neurosis dio paso a la asistencia de su muerte. Antes de desaparecer, Carla pudo introducirse en su mundo interno traumático con gran facilidad. Dice MUzan (1976, pág. 212): «En la aproximación que puede hacerse entre elaboración del duelo y elaboración del tránsito es preciso tener en cuenta una diferencia de peso, es decir que, contrariamente al que realiza el duelo, el moribundo no dispone más que de un tiempo muy escaso para realizar su tarea y que, además, se trata de la última que realizará>>. Es importante tener estas consideraciones presentes al abordar un paciente gravemente enfermo para no desestimar la fuerza de la libido en su trabajo final de catectizar la vida como una forma más de elaborar el final de esta.
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7. La angustia, el narcisismo y los mecanismos de defensa
l. La angustia «El miedo a la muerte nos domina más frecuentemente de lo que advertimos», Freud (1915a). El cuerpo enfermo genera múltiples sensaciones corporales displacenteras que se traducen por angustia. Puede ser manifiesta o estar latente. Está vinculada a la defensa del yo, esa gran sede de angustia (Freud, 1926). La angustia constituye una suerte de velo que cubre «las ideas negras», al decir de una paciente. Como si al aparato psíquico le resultase más soportable por momentos el displacer del afecto que la conciencia de la representación. Ante la representación, no de la propia muerte impensable sino de algo que se llama muerte, de una x que implica la idea del aniquilamiento, un aflujo de estímulos invade al sujeto. Estar ante la muerte hace emerger en el psiquismo el orden de lo nuevo. Aparece la «espera ansiosa» (Freud, 1926), espera de algo que será llenada por una fantasmagoría de diverso contenido que por momentos se trasforma en espera de algo sin objeto, impreciso. La señal de angustia será gatillada cada vez que se reactive un símbolo afectivo frente a una situación de sufrimiento que todavía no está presente pero cuya inminencia se aguarda y se trata de evitar. La amenaza que viene de adentro es vivida como exterior al yo. El imaginario se vuelca en las «imagos del cuerpo despedazado» (Lacan, 1948), de castración, de mutilación, de devoración, de estallido del cuerpo, etc. Estas imagos despiertan angustia y vivencias de lo siniestro. Asoma lo que Winnicott (1974) describiera como angustia inconcebible, angustia sin nombre, invasora e invalidante, que un pat'iont.c solía denominar «momentos de desesperación total».
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Jaime soñaba que era fusilado «como en los cuadros de Goya». Esos sueños repetitivos en medio de un intenso dolor físico revelaban la fantasmática presente y el deseo inconciente de lograr una muerte súbita que le evitase lidiar con la angustia y con el dolor. La hora de morir es una hora de miedo frente al gran objeto fobígeno, la castración (Freud, 1926). Castración ya no proyectada en una parte del cuerpo como los ojos o el miembro viril (Freud, 1919), sino castración del cuerpo en su totalidad, castración del yo, definitiva, irreversible. El objeto de cuya posible pérdida reacciona el sujeto con angustia es nada menos que el yo y todo lo que muere con él. Es una pérdida con mayúsculas, pérdida de 'lbdo. Emerge la dimensión de lo impensable y lo irrepresentable. Se resignifican anteriores pérdidas (del vientre materno al nacer, del destete, etc.). El yo se siente abandonado por el superyó protector y librado a los poderes del destino, constituyéndose esto en una nueva fuente de angustia.
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II. El narcisismo y la libidinización del yo
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En 1914 Freud enuncia la famosa frase: <
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lidez o la palabra diagnóstica que se ha instalado sobre él. <
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dad al mostrar la enorme distancia que media cntr(' las fan· tasías del primitivo yo ideal y ese cuerpo cuyos atractivos decaen estrepitosamente. Representaciones anticipatorias displacenteras agregan su cuota al rozar la difícil idea de uno mismo en tanto cadáver y la descomposición del cuerpo. El superyó es también fuente de sufrimiento: el sujeto no cumple con el ideal de estar sano, el sujeto no ha podido evitar enfermarse, él ha tenido culpa en el proceso de su enfer· mar, etc. Emergen autorreproches en los cuales el paciente se responsabiliza por su estado y expresa por ejemplo que, para curar, de ahora en más «debe ser más bueno». La en· fermedad se ha entrometido en su vida como un accidente del destino y el superyó acusa al accid.entado considerándolo culpable. Es tanta la exigencia superyoica en algunos casos que la tarea del analista suele ceutrarse en trabajar sobre esta problemática como punto de urgencia. Algunos autores (Bild y Perez, 1987; Popkin, 1989) enfatizan la importancia de que el paciente logre en estos casos una especie de «per· miso para morir>> libre de culpa y cargo por haberse enfer· mado y por abandonar a sus seres queridos. Considero que la menor intensidad de negación y la mayor aceptación de la finitud se encuentra en personas que dura_nte la vida han trasformado su narcisismo (véase cap. 5, pag. 166). Esta trasformación puede llevarse a cabo entre el enfermar y el morir en una suerte de movimiento acelerado por la vivencia de la proximidad de la muerte. La muerte es aceptada con menor furia narcisista y enojo. Muchas formas diferentes de morir se engarzan con la proble· mática del narcisismo desde la singularidad de cada caso.
III. Los mecanismos de defensa «Ante situaciones de máximo sufrimiento también se ponen en función determinados mecanismos psíquicos de protección», S. Freud (1930).
¿cómo no habría de defenderse el yo enfrentado con an· gusti.a e inerme a la espera de un advenir que sólo le prome· te la unpensable aniquilación? Las defensas que se instalan
npuntan tant,o al ufcct,o como a la representación. Es de capital importancia tener en cuenta la oscilación de los movimientos defensivos en relación con las vicisitudes de la enfermedad. En una primera etapa, cuando la esperanza de recuperar la salud no ha sido abandonada y cuando el prin· cipio del placer rige la lectura de los síntomas, se .observan alternativamente, según el caso, diversos mecarusmos:. ~e negación (por ejemplo, diagnóstico eq~ivocado), ~~ne~ac10~ (Grinberg de Ekboir, 1983), disociacion, proyecc1on, ideah· zación (cura mágica), entre otros. Más adelante, cuando los estúnulos endógenos corpora· les indicadores de gravedad superan cierto umbral, asisU· mos a la aparición de defensas de otro orden, tales como el embotamiento o la silenciación. He observado el mecanismo de la sil.enci.ación y lo considero un mecanismo de defensa privilegiado. En el próximo capítulo, dedicado al silei:~io, he de volver a citarlo. No es un mecanismo de defensa ti pico en la medida en que no es producido por el yo inconciente sino desde el preconciente. Consiste en una suerte de aislamien· to del paciente, quien no tolera la verbalización sobre su amenaza de vida. No quiere escuchar o escucharse pronun· ciar lo que ya sabe evitando evocar huellas mnémicas pro· fundamente dolorosas. Pide, en cambio, circular entre re· presentaciones superficiales y escasas. Necesi~ de interlo· cutores de mucho tacto y calidez que lo acompanen en estos tiempos tan proclives a la angustia y a vivencias de inermi· dad. En los tramos finales (días, horas, minutos) se observan movimientos regresivos que tienden a recrear estadios _Yº~· cos arcaicos en una especie de retorno al yo corporal pr1m1 · tivo. La regresión se presenta bajo las tres formas descritas por Freud (1900): tópica (regresión hacia imáger:~s se~s~· riales), formal (regresión hacia modos de expres10n .pr1m1· tivos) y cronológica (regresión hacia los orígenes). Es mter~· sante notar que en el idioma alemán Freud utilizó al escr1· bir sobre la regresión tanto el término Regression como las palabras Ruckbildung, o Ruckwendung, que llevan en el término Ruck la idea de dirección regrediente, de empren· der el camino de regreso. Los componentes narcisistas de la regresión dan cuenta de los casos en que se manifiesta la retracción libidinal, el desinterés por lo que sucede en el mundo circundante e
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incluso el rechazo o la indiferencia hacia los seres queridos. Otras veces emerge el embotamiento psíquico como defensa narcisista para evitar pensar y sentir que está llegando la hora de morir. En una intensa preocupación por el dolor ocupando el primer plano de la vida psíquica del enfermo puede leerse el desplazamiento de la representación de la muerte próxima. En lo que concierne a las defensas frente al afecto, ora se trasforman en lo contrario o en un afecto diferente (la angustia se muda en agresión; la indefensión, en sentimientos paranoides, etc.), ora se desplazan o se suprimen (A. Freud, 1950). Recuerdo a una joven y bella mujer exclamando repoLidnmon t.o con furia desde la camilla que la trasportaba 111 quirófano: «Es una injusticia>>. Y me miraba a los ojos reivindicando en su furia un i;l.erecho a la vida que le había sido arrebatado, reclamando una suerte de deuda que el mundo tenía con ella. Mundo que la dañaba irremediablemente y al cual le exigía con perentoriedad una indemnización. Algunas consideraciones acerca del yo completan esta temática. Piera Aulagnier (1980) hace hincapié en que «resguardar la catectización por el yo de su estado de ser viviente» constituye un proyecto identificatorio vital. La pregunta que se plantea es saber cómo habrá de catectizar el yo un cambio que implica su destrucción. Para ello, «es necesario que el yo pueda preservar la catexia de ciertas referencias simbólicas al abrigo de todo peligro». Ante la posibilidad de faltar, el yo tiene el recurso de operar esta proyección de sí mismo en una supervivencia simbólica desde el recuerdo de los otros que seguirán viviendo un tiempo más, desde la obra creada, los hijos. El yo se alivia con la representación de no ser olvidado después de su muerte. Es una promesa de sobrevida simbólica. El yo se espeja en otros yo en los cuales él se sabe involucrado como figura permanente, incorporado a las huellas mnémicas del otro. Esto conforma un área de intersubjetividad tranquilizadora.
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8. El silencio. Las envolturas de silencio
«Mi único propósito es arremeter contra los límites del lenguaje>>.
L. Wittgenstein (1930)
I. Introducción En este capítulo abordo el silencio y la «envoltura de silencio» en el trabajo de <
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musicales, vibraciones, ecos, resonancias, etc.). Hay un silencio que es constitutivo del lenguaje forjado por pausas y cadencias, ritmos y escansiones. Que haya silencio no quiere decir que no sucedan fenómenos «en silencio» tan grávi~ dos en consecuencias como los fenómenos de los ruidos. Así como los ruidos, los silencios son pasibles de diversos grados de organización que transitan desde lo más primario, «exento de lenguaje», hasta el nivel de mayor organización y trasmisión en forma de mensajes o codificaciones con palabras mudas o sin palabras y con diversos sentidos. Del silencio de «no se~ emerge un sujeto a la oportunidad de «se~ cuando adviene desde la concepción hasta el nncimionto. La muerte es «no ser más». Lo inexplicable se traduce en silencio. ¿Qué decir ante lo que se ignora? Vale más callar. <
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ol contenido es silenciado expresamente (guardar silencio), o cuando «el silencio asiste a la acción precisamente por los riesgos inherentes a esta o por la incertidumbre de su resultado. La ausencia de palabra ahora no significa ya que la regulación verbal sea innecesaria; antes bien, por el contrario, significa que no hay ninguna regulación verbal disponible: es el silencio que acompaña a momentos y acciones bajo una amenaza catastrófica, o de tensa espera del desenlace, propicio o trágico, de una situación sin garantía de control mediante la acción» (pág. 65). La muerte, objeto de nuestra mira, se adecua a las condiciones recién enunciadas. Nacht (1964) considera al silencio como un factor integrativo. En su lúcido trabajo pone de relieve el discurso viviente en el marco de una profunda relación torupoúlirn emitiendo la audaz idea de que algunoH nfc•dm4 H<Ílo ílorPc-Pn en el silencio y que la actitud inu•rn11 dc•l 111111llMl11 c•H 11111M decisiva para el progreso de un arniliHiH quP l11Mp11l11lir11M for muladas en las interpretaciones. Lo prl' oli¡ol 11 I, 111 f111rni11 primaria se reviven gracias a la prcscnc111 dol Hllc •1w10 P11t n• los participantes de la aventura analítica. l 111r11 ollo, clwo Nacht, el analista no le debe temer, de lo contrurio ol 11ilo11· cio se torna resistencia!. Concluye preguntando: «¿Acaso lo· do lo que vive no emerge del silencio y el fin no es también silencio?». D. Anzieu (1970) se refiere también a este aspecto al elaborar el concepto de senti y enunciar taxativamente (pág. 156): «'lbdos sabemos que la entonación de la interpretación es para el paciente por lo menos tan importante como su contenido. . .». No estoy segura de que todos lo sepan ya que el psicoanálisis está con frecuencia demasiado impregnado por el dominio de la palabra. Reik (1926) ha escrito: «En música, lo más importante no se encuentra en la partitura». Reconoce que en psicoanálisis sucede lo mismo: lo dicho no es lo más importante. Vida y muerte hacen melodía y el silencio, lejos de expresar vacío y nada (cosa que también expresa a veces), es pasible de escribir en su textura blanca un sinfín de resonancias pertenecientes tanto al dominio de lo conocido como al otro del cual provenimos y hacia el cual vamos inexora · blemente, marcado por el desconocimiento o por la magia de las creencias. El psicoanálisis no existe como tal en su acepción clásica cuando un analista se acerca a un paciente próximo a em·
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prender el último viaje. Una variable fundamontal queda irremediablemente excluida, a saber, el tiempo, y con él la representación anticipatoria por parte del yo de un proyecto vital que lo sostenga en una temporalidad viviente (Aulagnier, 1979). Por otra parte, puede no haber demanda del paciente de tratamiento psicológico y son frecuentes las consultas por parte de la familia o del equipo tratante. Sí, en cambio, es factible que exista heITamienta psicoanalítica en acción o, si se quiere, eficacia psicoanalítica posible entre ese analista que escucha y ese sujeto que padece su muerte. Lo que suele escucharse en primer plano es silencio. De su fértil aprovechamiento se abren senderos psíquicos que intentan procurarle al paciente una «buena muerte». Se puede curar a un sujeto de una neurosis pero no se lo puede curar de la condición humana y de la angustia de ser inherente al estado de viviente. A la famosa talking-cure freudiana contrapongo la dimensión de la silent-cure. ¿Acaso la trasmisión de inconciente a inconciente no se lleva a cabo en silencio? ¿No consiste acaso en fiashes fugaces por intermedio de los cuales suceden trasmisiones más rápidas que las palabras y que están constituidas tanto por intuiciones como por mensajes informativos enviados por este canal energético-espacialcomunicacional instantáneo? La metáfora del teléfono esbozada por Freud en 1912 para explicar el trabajo analítico nos sale al paso. Pero es un teléfono esta vez sin voz, es un hilo mudo que sin embargo trasmite, habla a su manera. Debemos considerar asimismo a la palabra como ruidopantalla de silencio, materialidad invocante de vacío. Esta palabra desprovista de significación o palabra-pretexto sostiene con frecuencia el «estar ahí» entre analista y paciente «por morir>> y es altamente importante en la clínica (véanse las viñetas de Yvonne y de Teo). Escribe Cesio (1982): «...se trata de sonidos, del componente sonoro que representa a la palabra». Priman las cualidades sensoriales de la voz y la función envolvente protectora del «baño de palabras» (Anzieu, 1970).
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11. Semiología del silencio «Debemos suponer que el silencio es esencial y que lapalabra ha nacido de silencio, como la vida nació de lo inorgánico, de la muerte. Si nuestra vida no es más que tránsito, nuestra palabra no es más que fugitiva interrupción del silencio eterno», T. Reik (1926, pág. 25).
El gran silencio es el de la muerte. En el «descansa en paz» se alude dos veces a la tranquilidad del cese de la vida: a la lucha de la agonía se agrega la vida bulliciosa del cachíver hasta su trasformación en huesos y cenizas. Durunto esos tiempos de pre-muerte y recién muerto, el cuerpo os movimiento y frenesí. Una vez advenida la muerte y terminada la putrefacción, el resto es materia libre de las vicisitudes de la carne y recién entonces se instala el gran silencio definitivo. Lucha puede equipararse con conciencia-acción-actividad-pulsión de vida. Reposo puede equipararse con inconciencia-inacción-inactividad-pulsión de muerte. El silencio puede estar de uno o de otro lado. Diversas «voces de silencio» abren la puerta a posibles clasificaciones. Una primera distinción semiológica delimita silencios de vida, activos, abiertos, y silencios de muerte, pasivos, cerrados. Los primeros emiten hacia afuera y facilitan los intercambios comunicacionales de inconciente a inconciente. Son centrífugos. Los segundos son centrípetos y se caracterizan por cierta impenetrabilidad y aislamiento. Los silencios poseen materialidad aun cuando esta sea invisible. Algunas de sus cualidades son: espesor, carga energética, atmósfera, corporeidad, etc. Reik (1926) habla de silencios fríos, opresivos, de desaprobación o implacables, así como de silencios de aprobación, humildes, indulgentes. R. Fliess (1949) biologiza al silencio. Escribe (pág. 63): «si el habla es un sustituto de la actividad esfinteriana, el silencio por su parte sería el equivalente de un cierre esfinteriano». Clasifica a los silencios en correspondencia con las fases libidinales: erótico-uretral, erótico-anal y erótico-oral. Si bien esta minuciosa clasificación es altamente interesan-
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te en sus manifestaciones clínica s, considero aún m ás rica la semiología que se desprende de sus observaciones acerca de los comienzos de las pausas en el discurso, los tipos de oposición que se desprenden del interjuego entre silencio y habla, el comportamiento durante el período de silencio y la reacción del paciente a la exhortación del analista a retomar la verbalización. Sus observaciones permiten reflexionar acerca de los movimientos entre pausa y palabra, corte y retome. Las pausas o silencios, las palabras-silencio, los silencios-palabra, los huecos de pensamiento, la simbolización del vacío, las palabras de lo innombrable (Schust-Briat, 1991), los gritos del silencio conforman figuras fantasmáLit'llR y simbólicas a la s cuales se aproxima el analista para PjorcPr con ese paciente en trance de vivo a muerto la eficaciu poi:;ible en el encuentro entre sus inconcientes. 'frátase del poder activo del silencio (Reik, 1927). La semiología del silencio incluye necesariamente el espacio intermedio sonoro instalado entre silencio y palabra. Lo sonoro dice (como la música). Habla directamente al inconciente sin la intermediación figurativo-acústica organizada en una red semiótica constitutiva de la palabra hablada. La trasferencia entre analista-paciente muriente está inmersa en un campo de desarrollo emocional primitivo (Etchegoyen, 1986, pág. 197). El analista (o aquel que se posiciona en ese momento en ese lugar) oficia a la vez de sostén protector y de siniestro mensajero de la muerte (Freud, 1919). Callado, escucha los silencios con que la muerte es anunciada, invocada, rechazada, exorcizada. Entre ambos ejecutan movimientos psíquicos que la rodean con nombres y con silencios, que la insinúan con referencias tangenciales, la callan desde la ignorancia existencial. En el espejo de la mirada del analista, el paciente ve reflejado su destino. Sostener una mirada tranquila, trasparente, es buen presagio. Como si entre los dos supieran del acontecimiento violento que se avecina y lo avizoraran con calma. La inevitable tormenta final de la vida es aceptada con sabia resignación. Ninguna piedad patógeµa (Dolto, 1982, pág. 312) se insinúa en los gestos del analista. En una especie de ritual se lleva a cabo un diálogo con lo desconocido. Lo imaginario entra a tallar; lqué sucederá después de la muerte? lHay algo esperando más allá? lEs acaso la muerte un fracaso? lTiene uno el permiso de reti-
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III. Las envolturas de silencio (las envo]Lurm~ do la muerte) El concepto de envoltura psíquica es eminentemente espacial. Despliega formas tridimensionales circulares. Interactúa con la linealidad que se dibuja como corte, punto, núcleo, fisura, agujero, desgarro, etc. La geometría viene en auxilio del psicoanálisis. A D. Anzieu (1974, 1985, 1987) se deben los principales aportes sobre este concepto y su desarrollo. El aparato psíquico y los contactos intersubjetivos se despliegan según las coordenadas de un modelo espacial. En el trabajo clínico, el silencio se torna envoltura. La envoltura psíquica (Anzieu, 1985, 1987) presenta dos hojas: una interna continente y una externa de mayor permeabilidad donde se efectúan los intercambios con el exterior. La envoltura puede ser individual o grupal, puede recubrir un solo Yo-piel o puede envolver a varios al mismo tiempo. La noción de espacio inherente al modelo de envolturas psíquicas va de la mano con la de movimiento. Las envolturas fluyen; como en capas de hojaldre (Guillaumin, 1987), enuncian su categoría de ser numerosas, pero a la vez cambiantes, dinámicas, pasibles de trasformaciones tanto en sentido positivo como negativo. Al nacer, el infans pone en acción su pre-yo corporal (Anzieu, 1985, cap. V) y mediante un impulso integrador va al
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encuentro del objeto primario constituyendo el fantasma de una piel común con la madre, paso previo a la constitución del Yo-piel. He aplicado (Alizade, 1992a) el concepto de pulsión al movimiento de envolver. Quiero recordar los tres movimientos de la pulsión de envolver que se desarrollan cronológicamente desde los inicios de la vida: 1) se es envuelto. El infans, en su desprotección, requiere de un imprescindible trabajo de envolturas que le proveen los objetos primarios (táctiles, olfatorias, visuales, de prosodia, etc.); 2) uno se envuelve a sí mismo. Al fantasma de una piel común le sucede en este punto el esbozo de un Yo-piel que va otorgando a l pequeño la sensación de ser único, la noción de individualidad. Es un tiempo reflexivo que da lugar a la internalización de la función de envolver; 3) uno envuelve a otro. El sujeto va adquiriendo la potencialidad de comunicar e interactuar con otros significativos trasmitiéndoles las funciones del Yo-piel. Es un tiempo activo. A la hora de la muerte o de la pre-muerte, la pulsión lleva a cabo un circuito inverso. En la intersubjetividad pulsional, y durante el movimiento regresivo sobreviniente, la persona, en el tránsito entre vida y muerte, necesita volver a ser envuelta. De allí la importancia del semejante que acompaña en el momento de la gran partida. l ;11 debilidad, el dolor, la invalidez, etc. según cada caso produrnn un movimiento de recogimiento sobre sí, una reHrt>Micin pHÍc¡ui<'u y corporal. 1.11 prox11nid11d d1 1 In muerte remeda un parto al revés. l•:n l11H11r dnl l{rito 111 nnc<•r, !le escuchan los gemidos de la 111{1111111 q11c• h11l>r11n do cle1mmbocar en el silencio definitivo. l•:l 11111r1ln111do y 1•! n•chín nucido presentan similitudes. AmlwH H011 1•xLn•mndumente sensibles a las envolturas tanto oxu•rnns como internas. Las externas interactúan con las internas. Comprenden la multiplicidad de movimientos envolventes diversos con que se protege al moribundo del desgarro final. Intentan paliar la violencia de la muerte. Para las externas, nos sirve una vez más el concepto de senti ckizieu, 1970). Para las internas, el concepto de envoltura tutelar (Anzieu, 1987, pág. 95): «...esta envoltura, introyección de una persona familiar que respeta y protege mi soledad, garantiza una presencia simbólica tranquilizadora y toleran\,e "de ángel guardián" en el seno del aparato psíquico».
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Envolver en silencio implica el trabajo de arrojar capas envolventes sobre el paciente hechas del fino hilo de lo preverbal que genera comunión y fusión entre las partes actuantes recreando tiempos pre-objetales, como señalara Nacht (1964). Estas envolturas comprenden tanto el universo cenestésico o senti (Anzieu, 1970; envolturas térmicas, olfatorias, visuales, táctiles, gustativas, sonoras «baño de prosodia», sonidos del silencio, etc.) como lo indecible en medio de las palabras. El silencio se torna presencia de muerte en vida. Emergen telés (Pichon-Riviere), empatías varias que conforman capas envolventes y cambiantes. El auxiliar psíquico del muriente se envuelve con él (véase, sobre la couvade, págs. 177-8) formando un cuerpo acompañante conjunto y lo ayuda a envolverse «sólo en sí» para cometer su último acto. Sucesivos movimientos de envoltura común y envolturas propias únicas a ese sujeto por partir se ponen en acción. Se regresa a las vivencias primarias, y el otro, la presencia significativa que colabora en hacer la muerte, se presta para envolverse con el muriente recreando el fantasma de una piel común. El sentido de la realidad se trastoca, la atmósfera psíquica muta y otra realidad, lindante con lo irreal, lo increíble, lo mágico, viene a cubrir ol campo dll 111 partida. El analista presta su Yo-piel y, en C'l mPjor d1• lnH casos, acompaña a su paciente en su camino rq.p·1•dit•nl.11, So atenúan el desmantelamiento trf\umiít.ico dc•I pHiquil4mo, 1•1 miedo, las fantasías persecut.orins, y p) murit·nt.1•, 1<01f<•dúc• con placidez los movimientos regresivos hacia la extinción. La amortiguación de los ruidos y la escasez de palabras devuelven al paciente la ilusión de las primeras envolturas embrionarias placenteras. El grupo humano íntimo que «hace la muerte» con una persona determinada se presta como matriz envolvente que detiene las excitaciones y actúa de yo continente. El silencio se torna cuerpo invisible, manto secreto que sostiene el espacio de lo inefable y misterioso. En lo que respecta al contenido, el silencio constituye un espacio-pantalla neutro propicio a la expansión de los códigos metaverbales, del nivel de lo infralingüístico. Circulan por el silencio frases, deseos, fantasías que son trasmitidos
sin palabra sonora, de inconciente a inconciente y sin verbalización posterior. En este secreto e íntimo intercambio, a la manera de un «block maravilloso», el silencio se presta como pantalla de inscripción y borramiento inmediato de representaciones subliminales y afectos nuevos rápidamente suprimidos. Y la sustancia del silencio, su viva materialidad evanescente, se presta a un compartir cualitativamente muy especial en la medida en que no queda rastro tangible de lo sucedido en esos sublimes instantes. Las envolturas se mueven. La película continente en el fantasma de una piel común con los otros significativos aporta la «ilusión reaseguradora de un doble Yo-piel narcisista omnisciente a su permanente disposición» (Anzieu, 1985, pág. 43). Los contenidos se intercambian en el juego de membranas flexibles que dejan vivir en el magma silencioso las más trágicas ideas, los afectos más penosos, los afectos bienaventurados de agradecimiento por haber cumplido una vida plena, etc. La «piel del otro» constituye una suerte de mágico soporte que procura una ilusión fusiona! compartida. La envoltura de silencio une en su interior elementos de vida y de muerte en forma heterogénea y compleja. En el sostén formado por la envoltura emanan sonidos. Estos ya no fluyen «ausentes de límites» (Lecourt, 1987), sino que la propia ingravidez sonora está contenida en esa piel común entre analista y muriente. Se emiten hacia afuern quejidos, suspiros, gritos, susurros, llantos, estertores (la 11goní11 también tione sus sonidos). En el silencio, los prota¡.¡on 1Hl UH di'! neto último hablan sin palabras y se tocan sin l 111fo. «'H•j iclo1-1 diforcnles de sonidos y de silencios» (Lecourt, 1!>87) <'roun diversas figuras de despedida singulares para cudu sujeto. La envoltura de silencio procura el marco propicio para que advengan los intercambios comunicacionales ~-sibles. En el silencio, se siente la respiración, la puntuac1on de las palabras, el ritmo de los sonidos finales que hace ese cuerpo en vías de morir. Desde la envoltura de silencio los sonidos silenciosos variarán en calidad. Sin ella, sólo ca~ be el desborde y es difícil pensar en una buena muerte. Allí yace subsumido el holding (Winnicott, 1953). El silencio cerrado da acceso a la teorización acerca de la importancia del establecimiento de una envoltura de silencio que contenga la ausen~ia de límites de lo sonoro (Lecourt, 1987) y
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permita que en su seno se desplieguen emisiones vocales, formaciones incipientes de palabras, movimientos de ruido, gritos sin nombre, palabras-escudo, etcétera. Se pueden esquematizar dos maneras polares de morir: l. Morir en caparazón. Es la muerte cerrada, defendida, a veces enojada, solitaria. Puede expresar furia, rechazo del destino y de la aceptación de la finitud. La envoltura es tensa, de sufrimiento o de anestesia según el caso. Se elige morir envuelto en sí mismo. 2. Morir entregando la piel. Es la muerte abierta. Se pasa de un estado sensorial de piel común con los otros que están ahí (en presencia o en el mu ndo interno) sosteniendo, cuidando, protegiendo, a la entrega de la propia piel, en el tránsito hacia un estado donde la «piel por venir» es imaginaria y realmente la envoltura cósmica de la Madre Tierra, la gran envoltura del mundo inorgánico.
Destaco seguidamente algunas funciones de las envolturas de silencio:
Función de alteridad: la no irrupción de la palabra, de las preguntas, de la precisión de un dato, etc. permite crear un espacio de respeto por la alteridad y por los secretos que el «por morir>> no habrá de revelar o habrá de trasmitir secretamente gracias a ese mismo silencio. En el despliegue de esta función, cada uno conserva su «piel para sí» y las áreas de <
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ta se mete dentro de la envoltura del paciente. Recreanjun· tos una «piel común» que consuela. Función acompañante: el silencio posee en estos casos gran fuerza de ligadura. Es una presencia que se impone queda. Actúa la presencia del analista tal como fuera defini· da por Lacan (1964): «La presencia del analista es en sí mis· mu unn mnnifcstndón ele! inconcionlc». E sta presencia se diri~1· 11 •lu11·Pr 111 m111•rt11 con otro» on el acto de nombrar· 111 d", l11l 11ir11rl11 v. f 1111il1111 •nl~~. d1• aceptarla aun en medio de 1111 il• 111 111 q111 • d1·1111111t 1z 11 d límite y lo inentendible de la 1
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c¡uo a través de múltiples ro1mnuncias (riqueza semiológica del silencio mediante) et! ovocada, por un lado, la tragedia de la condición viviente, y, por otro, /,a a/.egrí.a de haber estado, de haber tenido /,a oportunidad por corta o larga que sea de «hacer /,a vi.da», vale decir, de haber experimentado el estado de viviente. Retomando el modelo musical, la muerte es el acorde final. Luego de los despliegues de la música, de la ejecución ~e ~os sus movimientos (adagios, alegros, largos, etc.), la ultuna nota marca el silencio definitivo de la partitura. El aplauso de los asistentes al concierto es el saludo de los que quedan vivos y que sostendrán al muerto con vida en sus psiquismos mediante la supervivencia simbólica. Presentaré a continuación tres viñetas donde abordaré la temática del silencio al pie del lecho del paciente.
a. Observacwn de Tho (envoltura de silencio «de piel a piel») Lo conozco en un hospital municipal, en su lecho de muerte. El oncólogo me ha pedido que lo vea porque no tiene familiares y está, por lo tanto, solo. Es un hombre de mediana edad, de mirada hosca, retraído, que me recibe con un silencio cerrado, casi impenetrable. R. Fliess (1949) lo designaría como un silencio erótico-anal. Escribe al respecto: <
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oral, diría quizá Fliess), o silencio de vida. C:estos, miradas más cálidas de bienestar de sentirse acompanado Yhasta de agradecimiento fueron los indicadores clí1:11cos fenoménicos del cambio producido. Un silencio se habia trasformado en otro de una cualidad diferente. Dialogábamos fuera del dominio de la palabra. No la necesitábamos a esta al~ura de nuestro vínculo. Los dos sabíamos muy bien que estábamos haciendo juntos la muerte que ya se avecinaba. ~ampoco faltaron mínimos contactos corporales (un apretón de su brazo o un tocar su pierna al despedirme). Con las miradas y los gestos nos dijimos en sile~ci?_muchas ~sa~ inexpresables de otra manera. La sil.encw.cwn aparecw pnmeramente como mecanismo de defensa y luego pasó a constituirse en el carril privilegiado de nuestra comunicación al pasar ~ convertirse en una envoltura de silencio proveedora de alivio psíquico. Mientras tanto, en la superficie de nuestros~?- cuentros fluían distintas palabras, las que, ellas tamb1en utilizando el código del secreto y del silencio para atenuar el dolor de saberse por morir, hablaban de su cercano fin. El silencio transitaba entre las palabras y decía lo que de haber sido pronunciado en voz alta hubiera generado un sufrimiento intolerable. Gracias a él, todo fue serenamente dicho y también aceptado. Hubo muchos ~o-nidos entre nosotros. 'Tho suspiraba frecuentemente o errut1a un «Ay>> d~loro so. Yo chasqueaba la lengua respondiendo as~ mensaJe. I~ sisto: la envoltura de silencio que nos envolvia en una p1~l común dejaba fuera a la melancolía. Con callad~ energia sosteníamos cotidianamente el saber acerca del fm de Te? que se aproximaba irremediablemente. ~o Y yo aprendf· mos que se podía morir sin desesperac10n, que ~~ podia aceptar el límite de la vida. Eso sí, con una condic10n: no verbalizar abiertamente la muerte. No hizo falta. Teo tuvo una buena muerte. Entregó mansamente su piel somatopsíquica y fue devuelto a la inorganicidad.
b. Observacwn de Yvonne (morir en envoltura en caparazón) Es una mujer joven derivada a través de la interconsulta hospitalaria por una anemia. La ~mo e~ psico~rapia Y_al tiempo resulta que la anemia requiere diversas mtemacio-
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nes y que en realidad se trata de una leucomiu. l .it vi durante un año y medio hasta su muerte. Fue el primer caso en que me vi enfrentada con otro ante la muerte. Yo era aún más joven que Yvonne en ese entonces y estaba embarazada de mi primer hijo. Recuerdo que, cuando tomé licencia hospitalaria por maternidad, cité a Yvonne a mi consultorio privado y la vi un par de veces gratuitamente antes de reincorporarme al hospital. No sabíamos todavía que se trataba de leucemia, pero entre las dos fuimos conjeturando que era una enfermedad no fácilmente curable. Nuestro vínculo era altamente positivo. Pero la enfermedad avanzaba e Yvonne inició en su última internación un movimiento regresivo defensivo con embotamiento psíquico y rechazo manifiesto a mí (silencio cerrado) y a su querida hija, a quien el día antes de morir no quiso ver. Con su envoltura de silencio, Yvonne se arrancó anticipadamente del mundo de los vivos. Esta envoltura era sólo para ella. Fue para mí importante comprender esto. En vez de sentirme rechazada, acepté su manera de morir, retraída y encerrada en sí misma. En una de las últimas sesiones con palabras, Yvonne había manifestado profundo enojo ante tamaña in· justicia: iTengo 37 años!, exclamó indignada ese día como si no hubiera derecho a que la vida le fuera quitada siendo tan joven. Yo tampoco la podía salvar de la muerte. Dijo un adiós muy rápido y para sí misma antes de cubrirse en silencio y retraimiento. Nunca olvidaré la mañana en que fui a verla en el hospital y encontré su cama vacía. Yvonne había entrado en el gran silencio.
c. Observación de René (o del manejo del silencio en la entrevista psicológica) Ya he hablado de René en anteriores trabajos (Alizade, 1992b, 1993). Trátase de una mujer de unos 65 años que se atendía en un servicio de oncología en un hospital municipal. Desde el trabajo en equipo se realizaron entrevistas psicológicas espaciadas cuando acudía a los controles clínicos. Podía, en esas oportunidades, vehiculizar ansiedades y expresar algunas de las fantasías que la acosaban. Siempre un poco hermética, se resistía a hablar de su enfermedad. Los médi-
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cos le ocultaban que padecía un cáncer. René aceptaba el diagnóstico sustitutivo aun cuando solía decir que «Los médicos son todos unos mentirosos». Seguidamente rechazaba entrar en detalles acerca del contenido de esta aseveración. Se podía observar la escisión del yo y la con~iguiente coexi~ tencia en forma alternante de dos tendencias: la que sabia la verdad (que era una enfermedad grave y que la muerte se avecinaba) y la que la negaba defensivamente. Sus defensas fueron respetadas. Sí, en varias oportunidades, le arrimé «re· presentaciones tangenciales» haciéndole saber que estaba dispuesta a compartir con ella ideas y afectos penosos. La enfermedad avanzaba. René dejó de concurrir a las entrevistas. La saludaba al verla en el pasillo para su con· trol clínico. Un buen día insiste en verme. Inmediatamente le abro un espacio de escucha. René entra en silla de ruedas, visiblemente desmejorada. Al cruzar nuestras miradas, tuve la impresión de que intercambiábamos súbitamente un saber sobre la proximidad de su muerte. No necesitamoi:> palabras para ello. .. Trascribo una síntesis reconstruida de la ses10n. A: ¿Qué tal, René? .. R: Y... aquí me ve. No estoy bien. El doctor me camb10 el remedio. Tengo dolor (se toca el vientre). A: Está preocupada. R: Sí, me da pena ver a la nena, son todos tan buenos (rompe a llorar. En silencio, René llora un rato largo). A: Está preocupada por el estado de su enfermedad. R: En parte sí... se me cruzan ideas negras... aunque el doctor me aseguró que con estas pastillas iba a mejorar. Veo que no voy para atrás ni para adelante. (Nuevo silencio.) A: Es difícil, ¿verdad?
René asiente en silencio. Este silencio empático y tran· quilo que se instala entre ambas, abierto, vital, nos pe~ite compartir el saber sobre su muerte de una manera trofica, no violenta, menos dolorosa que el saber abrupto de la pala· bra concreta verificando un diagnóstico de muerte. El silencio constituye una herramienta de simbolización de un real inaprensible.
A: René, sé que es un momento difícil. 147
René asiente nuevamente. Compartimos que morir no es tarea fácil.
(Nuevo silencio. Me ha dicho que sabe que va a morir muy pronto.)
A: ¿Tiene miedo? R: No sé, no sé si tengo miedo a sufrir, a lo que pase.
A: Dígame, René, ¿es tan difícil?
La palabra «difícil» y la pregunta por el miedo ya nombran a la muerte sin nombrarla. Tangencialmente, en una especie de trabajo de borde (véase cap. 10), rozamos el núcleo de la representación intolerable de la finitud. Es la propia René quien al enunciar «a lo que pase» me da pie a penetrar con la palabra en el núcleo mismo de la palabra muerte. Digo entonces: A: ¿y a la muerte? R: También, soy religiosa ... pero igual. (Nuevo sikncio.)
Juntas sabemos de su muerte y el diálogo prosigue en el silencio en el cual se condensan múltiples temores y fantasías que no serán exploradas mediante palabras.
René me mira profundamente y no responde. El ~ilen~io es de máxima apertura. Largo rato permanecemos s1lenc10sas, quietas, tranquilas ambas. La muerte ya ~o nos asusta tanto, podemos compartirla, sabemos que nadie puede escapar a ella a su debido tiempo.
A: ¿Quiere decirme algo? R: Muchas gracias. Nos despedimos. Está todo dicho. Afectos varios circul~ ron entre nosotras. La vi irse entera, digna, más fuerte a vivir su muerte. Falleció dos días después de este encuentro, serena. La familia concurrió al servicio a notificar ?U muerte y a agradecer.
A: Ocupar su lugar no ha de ser fácil para nadie. Sobre todo cuando uno se ve cada vez más débil, con menos fuerzas . R: (Asiente más tranquila. Aoo.bo de repetirk que sé que sabe que está por morir y /,e estoy expresando mi val.oración al observarla atravesar el difícil trance.) A: Saberse enfermo y ver que uno no mejora ... aunque uno puoda morir en cualquier momento, tener un súbito accidente, o en la guerra [estamos en abril de 1982, en plena guC'rrn de las Malvinas]. Fíjese ahora en esos soldados que csti1n cayendo en el frente. Aunque claro, es distinto cuando uno siente que está grave, que le está por suceder a uno.
Ahora la muerte circula y se generaliza. Uno morirá pero también «todos moriremos». Juntas hacemos la muerte de otros, mirando el destino común de los mortales miramos la ya por advenir muerte de René. R: Sí (alivia.da). Todos esos chicos que mueren... A: Y seguramente hay ideas negras que a usted le cuesta compartir vinculadas con su propia guerra. R: ¿sabe? Yo sé que voy para peor...
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9. La primera entrevista entre un analista1 y un paciente con la vida amenazada
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De entrada queda recortado un campo de trabajo. A veces el intercambio se reduce a un solo encuentro. Incluso cuando tiene lugar una psicoterapia, el «cada encuentro» adquiere una peculiar personería en tanto puede ser cada vez el último. Por encuentro entiendo el choque y la interacción que se producen entre los participantes de la entrevista. El paciente es el enfermo que padece, el analista es quien lo asiste, hace presencia. Habrá analista, pocas veces análisis en el sentido usual o convencional del término, sobre todo si el paciente presenta un estado avanzado en su enfermedad. Sí puede haber eficacia analítica y aplicación del análisis al trabajo con la muerte. El analista debe examinar el caso en su singularidad para determinar si ese paciente requiere o no de psicoterapia o de intervenciones psicoanalíticas. La demanda de ser escuchado es muchas veces efímera, frágil o inexistente. Las consultas obedecen al consejo de un familiar o del equipo tratante. El paciente simplemente accede. Es importante que el profesional de la salud mental que se acerque a un paciente cuya vida está amenazada lo haga con la menor cantidad de prejuicios posible y con la menor compasión patógena posible. Sabido es que en la compasión excesiva se canalizan tendencias agresivas y que los prejuicios obturan una escucha fértil. El analista crea un campo junto con el paciente. La subjetividad del analista interviene en la calidad de constitución de ese campo. 1 Todo mi estudio está enfocado desde el psicoanálisis. Empero, en gran medida, las consideraciones presentadas en estos capítulos se hacen ex· tensivas a todos los trabajadores de la salud mental y al equipo médico y paramédico que participa en la tarea de cuidar, curar y acompañar al pa· ciente.
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Cada paciente, al acercarse en forma espontánea o inducida a un terapeuta, busca alivio, un cierto saber y un cierto no saber. La realidad de la enfermedad interviene en la instalación de los fenómenos trasferenciales iniciales ororgándoles un cierro carácter acuciante pleno de ansiedades y de preguntas. El tiempo de vida potencial, las vicisitudes futuras de la enfermedad, la distancia generada por el par sano (analista)/enfermo (paciente) son variables inherentes al espacio psíquico que construyen en cada encuentro los participantes. Se debe considerar la parte escénica de la entrevista. Por tal considero la inmediata composición de lugar acerca del panorama situacional. El analista debe dejarse penetrar por la atmósfera que se despliega en el escenario del primer oncucmtro y debe evaluar los distinros elementos que integran la escena de la enfermedad en el ambiente familiar del paciente. La entrevista seguirá dos tendencias en forma alternativa o predominante según el caso: abierta, vale decir, librando al flujo asociativo de ambos participantes el desarrollo del discurso, o cerrada, vale decir, dirigida en un interrogatorio que busca puntuar determinados parámetros (Bleger, 1964). Dos metas princeps inciden en la entrevista del lado del analista: la investigación en el sentido de recabar información, casuística y experiencia en un terreno roda vía asaz virgen a la exploración psicoanalítica y la eficacia con el fin de situarnos lo más rápidamente posible en los puntos de urgencia del paciente. La metáfora del cirujano (Freud, 1912) que postula que un analista debe ser frío, preciso e implacable a fin de resultar eficaz sirve para pensar en el primer encuentro. Más allá de los afectos que el paciente despierte, del dolor, del espanro, de la lástima, del ~asco, del rechazo, etc., el analista debe posicionarse de manera de poder dictaminar prioritariamente si ha de serle útil o no al paciente sostener encuentros psicológicos. · Durante este primer encuentro se instala una situación en la cual palabras calladas arman la atmósfera de prohibición y trasgresión de nombrar, de tabú y de castigo, de miedo Y de deseo de compartir los pensamientos. Enfrentados, ambos miden sus fuerzas, se observan. Van a intentar lle-
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var adelante un intercambio de afectos, de ideas conmovedoras, de ansiedades extremas, de defensas inevitables. Ambos van a convocar a la vida en su dimensión más intensa, allí donde roza lo innombrable. Es la vida en su relación con la muerte del cuerpo, y también en relación con la muerte psíquica. Esto habrá de suceder aun en la forma más precaria, va· le decir, cuando las defensas extremas del paciente e incluso su pensamiento operatorio (Marty, 1980) impidan una rica comunicación de entrada. Hasta en el rechazo flagrante a ser escuchado un paciente «muestra» su desventura y dice de su padecer. Hay un gran protagonista: la enfermedad y su evolución instalada en el cuerpo de un sujeto que la padece. Este tercero presente (el ruido, decía Pichon-Riviere, 1970) ocupa un lugar prioritario instalado entre ambos participantes de la entrevista. Las múltiples vertientes del saber se vuelcan en la en· trevista (véase cap. 6). Es un encuentro que pone sobre el tapete la carne mortal, resaltando el carácter de lo perecedero. Es inevitable que el entrevistador, inmerso en el campo de ansiedades de muerte, de defensas ante esta herida narcisista y este dolor psicofísico de un saber intolerable, también se asome a su propia muerte. El paciente muestra su cuerpo al entrar a la entrevista y expresa con gestos y movimienros un estado actual preocupante. La permeabilidad del analista, la conexión con el incon· ciente del paciente y el registro tanto de la vivencia como de las palabras van conformando un cuadro inicial que permite ubicar de entrada el punto de urgencia. Este «tiempo ini· cial» marca el comienzo del vínculo y deja entrever sus potencialidades futuras. La escucha de las defensas y el respeto por ellas va organizando distintas modalidades de tratamiento y permite una clasificación de diversos abordajes terapeúticos. A lo largo de mi quehacer clínico he organizado un modelo de historia clínica adaptado a estas problemáticas. Este modelo, en forma de ficha, me permitió organizar el calidos· copio de datos que recibía en cada encuentro desde la singu· laridad de cada caso. Este modelo de entrevista jerarquiza
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algunas líneas de pensamiento y cada entrevistador irü t•on formando su propio arsenal de interrogaciones. A continuación enumero algunas cuestiones clave (•n una anamnesis con pacientes somáticos graves. l. ¿Qué sabe usted acerca de su enfermedad? Relat.o do la enfermedad por parte del paciente. 2. Grado de conocimiento y desconocimient.o acerca de lu enfermedad. Fantasías asociadas. Principales mecanismos de defensa. 3. Beneficio secundario de la enfermedad. 4. Sistema de creencia. ¿Por qué cree que enfermó? ¿cree que puede influir sobre el curso de la enfermedad? 5. Sistema de apoyo. Vínculos familiares. 6. Antecedentes hereditarios y mit.os familiares. 7. Acontecimientos estresantes 6 a 18 meses antes del inicio de la enfermedad. ¿Qué tipo de estrés? ¿Referido a qué situación? ¿En qué área se manifestaba? 8. Principales situaciones de estrés a lo largo de la vida. 9. Religión. Idea acerca de la muerte. 10. Nivel de vivencia traumática de la muerte. 11. Deseos manifiestos de vivir. Proyecto vital. Expectativas. 12. lQué pronóstico se da? ¿cómo se imagina de aquí a un año? 13. Breve historia familiar y principales acontecimientos vitales. 14. Diagnóstico. Personalidad previa. 15. Observaciones.
Algunas preguntas capitales en estos primeros encuen· tros remiten a lo que el paciente sabe acerca de su enfer· medad. El trabajador de la salud mental hace en esta primera entrevista «acopio de información» a fin de plantearse un proyecto terapeútico adecuado al caso. ~n lo que concierne al ~agnóstico de personalidad previa, está a veces enmascarado por la gravedad del cuadro somático, sobre todo en los casos de severa discapacitación y/o de dolor. Como en la travesía de un bosque con malezas, hay qu~ apartar las ramas de los síntomas y padecimientos so· matico~ para atisbar más allá y reconocer con quién estamos.
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l .a forma dt• oncurur lu muerte o la gravedad orgánica es muC'has veces impredecible al acortarse la distancia entre fnntasía y realidad. De la constelación de la enfermedad, destaco varios ele· mentos: 1) gravedad; 2) conciencia de enfermedad; 3) exis· tcncia o no de dolor; 4) sistema de apoyo; 5) debilidad o fuer· za psíquica. Estos elementos permiten detectar el grado de urgencia desde el inicio. La gravedad emerge tanto desde los carriles de la infor· mación organizada que suministra el derivador o el propio paciente como desde los carriles metaverbales que circulan de inconciente a inconciente y que suministran una información subliminal que el analista recoge muchas veces en forma t.otalmente silenciosa. No es lo mismo tratar a un pa· ciente con una enfermedad grave pero de buen pronóstico de vida que lidiar con un paciente en un grado avanzado de deterioro físico. Hay que tener presente que existen excep· ciones que confirman las reglas y que, por lo tanto, las estadísticas deben ser manejadas por un analista con Rumo cui· dado. La interrelación psique-soma es compleja, no linoul. La clínica nos enfrenta con sorpresas de vida y do mum·u• por efecto de esta interrelación. La conciencia de enfermedad (y de gravedad) interactúa estrechamente con la debilidad o fuerza psíquica. Nos per· mite evaluar los mecanismos de defensa prevalentes en el paciente y nos sirve para orientarnos en cómo acompañar a estas defensas. El cuadro situacional de la primera entre· vista se irá modificando a medida que la enfermedad avance y haga funcionar nuevas defensas útiles para ese nuevo momento. Una excesiva intelectualización en lo que concierne al diagnóstico y pronóstico puede encubrir una profunda nece· sidad de ser convencido de que «no es tan grave la enferme· dad, ya va a pasar>>, etc. Por ende, el conocimiento de la metapsicología es sumamente útil no solamente para teorizar respecto de lo que les sucede intrapsíquicamente a estos pacientes sino y por sobre todo para, basados en esa com· prensión, operar con tacto y destreza. De la intensidad del dolor se derivan indicaciones técni· cas. El dolor es un afecto-sensación misterioso, errático, va· riable, un verdadero desafío muchas veces para el equipo tratante (cap. 12). Puede impedir t.odo abordaje psíquico o,
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por el contrario, constituirse en un aliado, en un indicador que alerta y guía sobre los temas y los matices con que se debe trabajar con el paciente. El dolor en un primer encuentro puede alejar al analista del paciente o, por el contrario, acercarlo. En el síntoma dolor se dicen sin palabras muchas cosas, se juegan verdades intrasmisibles de otra manera. El dolor se convierte en un condensado de información y tiene que ser examinado, estudiado, compartido y conocido exhaustivamente. Tampoco hay que apresurarse en atenuarlo compasivamente: en el caso de Mara, el dolor era un acompañante imprescindible que sostenía una identificación materna «fusionante» y tranquilizadora a la hora de su muerte. Ella iba a morir de la misma muerte que su madre, a la misma edad en que su madre murió. La presencia del dolor reconfirmaba el nexo íntimo visceral con su objeto primario. No quería que se lo aliviaran. Siempre tuvo la representacwn-expectativa de que su muerte iba a ser idéntica a la de su madre. Otras veces el dolor constituye un objeto temido. Dice Mario: «Quisiera vivir sin sufrir. Mi miedo es al sufrimiento, a que aparezca un dolor muy fuerte>>. El sistema de apoyo resulta fundamental (véase cap. 12). Puede dividirse en externo e interno: a su vez tanto el externo como el interno pueden comprender a personas o a cosas. El apoyo externo está constituido por los familiares, los amigos, los allegados, el equipo tratante, el espacio geográfico, la casa, un determinado objeto cargado de recuerdos, el dinero, etc. El apoyo interno se conforma con la suma de las personas o rasgos de personas internalizadas de manera positiva y con toda la vida interior de creencia religión filosofía de vida (pensamientos como apoyo), etc. Tudo paciente tiene algún tipo de sistema de apoyo y todo tratamiento debe tomar en consideración el fortalecimiento de dicho sistema. La debilidad o fuerza psíquica deriva de una serie de variables. Hay que ser cautos al reflexionar sobre este punto ya que la apariencia de fuerza puede esconder una debilidad extrema, y viceversa. Es el aspecto más difícil de determinar en los primeros encuentros y puede modificarse sorpresivamente con la evolución de la enfermedad. Catplogo las muertes dentro de una constelación diferente a la de la p~icopatología: muertes dignas, muertes in-
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dignas, muertes eróticas, muertes tanáticas, muertes ejemplares, muertes alegres, muertes tristes, muertes furiosas, etc. La psicopatología queda para el bullicio de la vida. A la hora de cierre, nuevos parámetros entran a correr dentro del psiquismo. El cuerpo, una vez seriamente alcanzado en su vulnerabilidad, fuerza al psiquismo a conducirse dentro de un registro otro. El diagnóstico predictivo respecto de qué terapia recomendar no es siempre posible después de una primera entrevista. A menudo, la enfermedad confina al paciente a un territorio donde toda tentativa terapeútica suena casi risueña en contraposición con las escasas esperanzas de vida. ¿Qué sentido tendría someterse a un tratamiento psicológico cuando quedan meses de vida? ¿Para qué? ¿Para sufrir más al tomar compartida conciencia de que se está a las puertas de la muerte? lPara constatar que los otros están sanos mientras uno se está muriendo? lQué beneficios trae un intercambio psíquico en una situación tan extrema? La primera entrevista marca las pautas del posible tratamiento. Su rigor y su estudio pos-entrevista permiten establecer cierto nivel de predicción acerca de las potencialidades terapeúticas y del abordaje que se habrá de implementar.
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10. Aportes del psicoanálisis a la técnica
«Ante el muerto mismo a.doptamos una actitud singular como de admiración a alguien que ha lleva.do a cabo algo muy difícil>>. S. Freud (1915a) «7bdos tenemos que morir de alguna manera. Por eso digo: el que esté a tiempo de reír que ría».
Emest.o, 55 años
l. Introducción La teoría psicoanalítica sale al encuentro de la clínica con pacientes severamente amenazados por la muerte. Surgen de esa área de intercambio algunas ideas sobre aplicaciones técnicas que quiero poner a consideración de los lect.ores. La intervención del analista y de t.odo agente de salud mental habrá de requerir máximo tact.o y arte a fin de respetar las defensas y al mismo tiempo facilitar los cambios psíquicos cuando las circunstancias son favorables. Voy a intentar trasmitir el manejo clínico de est.os pacientes a través de viñetas clínicas que ilustren distintas situaciones en el campo de trabajo de la trasferencia y en la diversidad de los momentos psíquicos. El tratamiento psicológico puede darse en forma directa o indirecta, individual, grupal o familiar. Cada caso y cada período de la enfermedad requieren una peculiar organización terapeútica. El tratamiento directo es aquel que se realiza con el enfermo. Son raras las demandas de análisis. En general, y de acuerdo con la gravedad del caso, los pacientes desean tra-
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~.ento ps!cológico debido a la ansiedad vinculada al pronostico de vida. Incluso la demanda de análisis (véase «Observ~~ión de Leonarda») está subsumida en la idea de que, mod1f1cando las condiciones psicológicas, la enfermedad pueda remitir o quedar detenida. La evolución de la enfermedad y la proximidad de la muerte condicionan el tratamiento. El tratamiento indirecto es aquel que se realiza con uno o varios familiares del enfermo. Este no desea tener entrevistas o está demasiado débil como para sostener un intercambio terapeútico. A través del trabajo con un familiar se incide indirectamente en el bienestar mental del paciente al procurar mejoría psicológica al grupo familiar. Es lo que Schavelzon (comunicación personal, agosto de 1994) denomina «el emergente del grupo». A la función continente del marco psicoterapeútico se agrega el contenido de los intercambios psíquicos. Estos tratamientos varían ampliamente en sus alcances porque la constelación de situaciones psicológicas es muy amplia. El analista deberá deslizarse a través de los espejismos de un yo qu~ se ~scinde entre el saber, la negación y la esperanza, debera estrmar la capacidad de elaboración de la muerte del paciente, la fragilidad o utilidad de sus mecanismos de defensa, el rol que cumple el dolor, etcétera. El continente implica la puesta en ejercicio de las envo_lturas de ali_vio psíquico durante el trabajo de acompañamiento con miras a procurar una mejor calidad de vida y una buena calidad de muerte. El trabajo se centra en paliar la herida narcisista del enfermar y del tener que morir, en procurar una cierta elaboración de la muerte y en sostener l~ calidad de ~a.vida. Esta última depende de los proyectos v1t.11lt•1-1 por mm1mos que sean, del cultivo de las relaciones olij11l11lc•H y do! interés por las actividades de la vida. El anal i11t 11 11c·omp11n11 ul pu ciente en los «saltos psíquicos» que llud u11n ont..ni ol «csu1r todavía en la vida» y el <
Pensar sobre la muerte, temerla, desearla, negarla, etc. constituyen vicisitudes en el trabajo terapeútico. Un nuevo espacio psíquico se abre cuando la persona, en una fase muy avanzada de la enfermedad, se entrega al morir. Son dos tiempos psíquicos distintos que Gauvain-Picquard distin-
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gue (1990a) cuando escribe que <
2. Organizar en la asistencia global del enfermo una buena calidad de muerte. Este punto tiene implicancias éti-
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cas y morales. Empleo el término asistencia para designar la operatividad psicoterapeútica en los momentos finales de una vida. Se observa la regresión, la defusión pulsional, junto a fenómenos somáticos que van indicando el tránsito hacia la inorganicidad.
II. Premisas técnicas Enumero a continuación algunas premisas básicas: l. cuidado de las defensas y observación de la oscilación de los movimientos defensivos a medida que la enfermedad avanza; 2. manejo del dolor; 3. estimulación narcisista. El analista como espejo narcisista trófico; 4. trabajo con el silencio (véase cap. 8); 5. trabajo con «representaciones tangenciales» que rocen, gracias a desplazamientos metafórico-metonímicos o en sucesivas capas, como en el modelo de las catáfilas de cebolla esbozado por Freud, el complejo de la muerte. Estar atento a la riqueza de matices que vehiculizan los mensajes verbales y metaverbales y la «sensibilidad al saber» del paciente. Por ende, se torna relevante cuidar las palabras (L. Popkin, 1989); 6. trabajo circular (inclusión de campos abarcativos: fa. milia, amigos, entorno, instituciones, equipo tratante, otros); 7. inclusión de magia y brujería. Manejo técnico; 8. rol de la creatividad; 9. simbolización de las vivencias traumáticas (Benyakar 1004). ,
1Al llHiH!A•ncia psicológica puede adoptar diferentes formnH: PHÍ<'OU'rapia de enfoque pgjcoanalítico, psicoterapia de npo~o, ps icoterapias grupales, grupos de reflexión para el c~u1~ tr~t_ante, t:erapia familiar, ejercicios de relajación y v1suahzac10n, etcétera. En las distintas observaciones que presentaré a continuación, ~tentaré precisar los ítems en juego para ejempli-
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ficar así los puntos anteriormente enunciados. En algunos se tratará de una psicoterapia; en otros, de atención de situaciones urgentes (véase «Observación de Camila»), Y en otros de abordaje indirecto a través de la familia. ~ creatividad es soberana en la medida en que las situaciones son múltiples y requieren muchas veces de la presencia de un analista «en acción», vale decir que se sustraiga de la regla de abstinencia tradicional para poder intervenir activamente cuando la situación así lo requiera. Por ejemplo, el trabajo circular que planteo puede ser n~cesario de implementar e implica intercambiar con el equ1~ tr~ tante, con los amigos, con los familiares, y moverse en amb1tos geográficos diversos a fin de construir un con~inen~ paliativo apropiado. El encuadre interno cobra primac1a. Se basa en la trasmisión de inconciente a inconciente, en el rol de la presencia del analista, en la regla de libre asociación Y en la atención flotante. El analista trasporta este encuadre forjado a través de su formación y lo pone a trabajar en el marco de la terapia o de la asistencia.
a. Observación de Sara (los impactos despersonalizantes, la lucha por desasirse de la identidad cancerosa, vivir hasta morir) Sara es derivada tanto por la familia como por el médico oncólogo. Todos coinciden en que es prioritario tratar su depresión ante la enfermedad. Está con metástasis óseas ~o lorosas de un cáncer primitivo de mama operado dos anos atrás. Su profunda depresión la inhabilita para vivir. Pas~ el día en cama llorando desesperada al verse enferma. Esta recibiendo quimioterapia y radioter~p.ia. Tiene c~ara c~~ ciencia de la gravedad de su cuadro chruco mas «quiere vivir lo que le queda de vida». Se siente excluida del grupo de lo.s vivientes y rechaza los intercambios afectivos con las am1gas. En una suerte de antesala de la muerte, Sara ya se da por pre-muerta y actúa en consecuencia. Un domingo por la mañana sufre una crisis de angustia al lavarse la cabeza Y observar cómo se caen mechones enteros de pelo dejándola calva por partes. El impacto despersonalizante e~ ~erte. ~o se reconoce en ese espejo del baño en que se ve «distinta, vieja, horrible».
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En la primera entrevista me ha preguntado si se puede abordar el miedo a la muerte. Se alivia cuando le digo que es factible conocer esos miedos y compartir ideas sobre ellos. Hablamos abiertamente de la muerte y retomo con naturalidad su aserción de que «ahora está más grave que hace dos años» compartiendo con ella ese saber. A Sara la alivia encontrar una interlocutora con quien hablar «de lo que no hablo con nadie». Y no es sobre su morir sino sobre su vida. Me cuenta historias íntimas, secretos de alcoba, tristezas conyugales, me habla de su resentimiento contra su marido, a quien culpa de su enfermedad. No sólo quisiera perderle el miedo a la muerte, sino que también busca compartir y entender situaciones conflictivas de su vida. Aprovecha el desencadenante de la enfermedad para, en el marco de las entrevistas psicoterapeúticas, intentar elaborar heridas psíquicas ajenas a su enfermedad. Mi percepción contratrasferencial es que disponemos de poco tiempo para trabajar y que hay mucho por hacer. A la semana siguiente ha de recibir una nueva dosis de quimioterapia, lo cual la aterra. La medicación es vivida como un cuerpo extraño que la ataca. Decido incluir ejercicios de relajación y de visualización gracias a los cuales se familiarice con la droga y la considere como una aliada en su combate contra el cáncer. Asimismo, le indico ejercicios de visualización con miras a repensar sus sentimientos hostiles contra su marido. Sara acepta mis proposiciones con entusiasmo. Pienso una vez más en el trabajo de M'Uzan (1976) sobre la elaboración del tránsito. Sara se atreve a vivir ahora, en plena amenaza de muerte, lo que no hizo en salud. Su libido vuelve a aflorar, se desreprime. Se levanta de la cama Y cocina un rico plato aunque termina cansada. La alegra verse activa. La próxima serie de quimioterapia es recibida sin efecto secundario alguno, gracias al trabajo de preparación psíquica previo. Al desaparecer el temor a la droga y aceptarla como un alindo, desaparecen asimismo los trastornos veget11livos. Snra está cnlusiasmada al comprobar que puede pmticipnr en su recuperación. Sara se interna a continuación en el análisis de su vida. Revive las situaciones más significativas de su historia deteniéndose en los aspectos conflictivos de su personalidad, tales como l~ vergüenza y la inhibición en su vida amorosa.
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Refiriéndose a la intimidad con el marido, expresa q~e «nunca pude pedirle una caricia dete~ada». Ahora quiere atreverse. Asimismo, mejora su relac1on con una de sus hijas, lo cual le parecía imposible de .lo~ar: La enfermedad ocupa alternativamente un lugar pnontar10 y un lugar secundario. b. Observación de 11.eana (del intercambio psicoterapeútico a la regresión terminal) Es derivada por el oncólogo pues está deprimida como consecuencia de su enfermedad. Es una mujer de 35 años Y tiene una pequeña hija. De trato cordial, manifiesta en las entrevistas sus preocupaciones por la marcha de la enfe~ medad y por su falta de energía. No presenta gran cap~~i dad de insight y su mejoría está sustentada en la sugestion y en el apoyo psicoterapeútico. Se la ve ~~s cont:enta, puede dedicarse con alegría al cuidado de su hiJa, y ruega sa~uda blemente el compromiso somático grave que la aq~eJa. Al mes de tratamiento empeora bruscamen«:, ~xpenm~nt~ fuertes dolores abdominales e inicia un moVlIDlento psiqu1co regresivo. Retrae las cargas libidi.1:1-ales del entorno (al punto de no querer incluso ver a su hi1a), s~ acurruc~ en la cama en posición antiálgica y rechaza todo mtercam?~º verbal. Ya no niega, ahora está instalada en la re~e~1on anticipatoria de la muerte. No hay más espacio p~iqu~co para la psicoterapia. Tampoco necesita defenderse ru decir ~ada. En su regresión requiere cuidados «preverbales». cons1s~n tes en movimientos envolventes sensoriales (abrigo, cahdez del ambiente, afectos positivos, presencias si~ificativas, contactos táctiles, abrazos visuales, etc.). La paciente «muestra» su cercana muerte. El oncólogo se equivoca al no cr~r en la gravedad del cuadro, ya que los análisis y radiograf1as no condicen con esta <> de inminencia de muerte de la paciente. Como expresara en el capítul~ dedicad~ al tema del saber, hay un saber que es patrimoruo exclusivo del paciente en lo que respecta a la ev?lución de_ la enfermedad. lleana tuvo razón: murió pocos días despues para consternación de su familia y del equipo médico.
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c. ~bserv~wn de Alberto (elaboración de la muerte y estunulac10n narcisista)
Alb~rto ha recibido el impacto traumático del diagnóstic~ de sida. Este le ha dejado anonadado, confuso (<
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día cree~). Busca ayuda analítica, a nivel privado, en estado _de extrema ~gustia. Es un hombre joven, de apenas 30 anos. En la primera entrevista expresa sus ansiedades su enorme so~resa ante la enfermedad dado que, si bien e~ h~mosexual, tiene desde hace más de cuatro años una pareJa establ_e. Teme por su futuro. Le pregunto si teme a la muerte. D1as después me dirá que le impactó que yo nombrase a la muert.e tan directamente desde el primer encuentro pero q_ue a partir de ese momento algo empezó a modific~se en el. La palabra
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tristeza, con el consiguiente alivio psíquico. Fue asumiendo su muert.e como acto trascendente. 'lbmó recaudos prácticos {herencia, disposiciones últimas) y pudo conversar con sus amigos acerca de su fin mientras disfrutaba en compañía su último verano (alquiló una hermosa quinta donde reunía a familiares y amigos). Esta suerte de expansión del yo lo llevó a ocupar el lugar ejemplar de héroe proa a lo desconocido. Desde la trasferencia, yo ocupaba alternativamente el lugar de la trasferencia materna sostenedora, y desde la trasferencia paterna marcaba el límite y la ley de «tener que morir>>. Quisiera detenerme en una de las últimas sesiones e.n que lo hallé muy deprimido. Se sentía en el límite de sus fuerzas yaciendo en su lecho de muerte. Sabía que podía morir en cualquier momento y se veía abandonado, inservible. Ya se había despedido de su pareja. Esperaba la muerte que tardaba en llegar. Presa de dolores musculares, con fatiga, sólo deseaba morir pronto para liquidar definitivamente el sufrimiento. El tono de mi intervención fue casi de reto, como una madre que se enoja con un hijo berrinchudo. Recapitulamos juntos acerca del proceso de aceptación de su enfermedad y, abiertamente, le expresé mi admiración por su fortaleza y valentía en aceptar la muerte. Hablamos de las flores de jacarandá, árbol de una plaza cercana a mi consultorio al pie del cual amaba sentarse un rato antes de cada sesión. L€ dije que lo recordaría en esas flores y que también su ejemplo me iba a servir cuando me llegase a mí la hora de morir. La muerte circuló entonces entre ambos como un acontecimiento universal y natural. Cuando en ese encuentro me preguntó por qué era tan difícil morir, le devolví la pregunta con un «Dígamelo usted a mí que sabe más de eso». Alberto y yo reímos. El era ahora el maes tro, el gran protagonista... Recuerdo sus palabras al retirarme: «Us ted me ha cambiado el día». El efecto de este apoyo narcisista trófico en el marco de un profundo vínculo terapeútico sostuvo a Alberto hasta el final. Le permitió confirmar una vez más que -desde la supervivencia simbólica- no moriría del todo.
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d. Observación de Valeria (un espacio de escucha frent.e a la desesperación, apoyo t.erapeútico, abreacción y mostración) Su lucidez y su dolor impactan. Sabe que tiene cáncer y su autopronóstico se demostrará cierto. Dice al respecto: «Días o meses según est;é o no tomado el hígado». Ella sentía ya de tiempo atrás «que algo despertaba, que algo me amenazaba en el cuerpo, lloraba de dolor». Le pide a Dios que se la lleve, «me quiero morir porque para qué sufrir así». Las entrevistas hospitalarias le sirven para poder hablar desde la intimidad de sus vivencias de desolación. El espacio de escucha conforma una presencia psíquica reaseguradora. 'lbdavía está de pie, todavía la muert;e no ha venido a buscarla. Se enfrenta con su tremendo dolor de morir, con la impot.encia frent.e a lo inevitable. «Mi hija se va al departamento de arriba a llorar, es un drama». Juntas nos acercamos al escenario de ese drama. Valeria no quiere compartir ninguna idea, menos una int.erpretación. Viene a ser escuchada en su clamor, a descargar y dar a conocer su complejo de la muert.e. En las heridas del cuerpo se mat.erializan las heridas de su alma. Habla de ellas con vehemencia, son sus últimos discursos ant.es de que la enfermedad le quit.e las fuerzas y deba entregarse al trabajo de morir. «Tengo llagas en la boca, t.engo llagas en la vagina, me duele mucho el vientre». La realidad de la vecina muert;e está a la vista. Valeria la muestra. No habrá consuelo posible ni alivio psíquico. Ella sostiene invencible el agudo dolor en su lúcida aprehensión de la realidad. Sólo puedo ofrecerle un espacio t.estigo donde compartir est.e saber al desnudo. e. Observación de Camil,a (esclarecimiento, apoyo y ejercicios de relajación) l ,11 conozco en ol Hogar San Francisco dependient.e de 1.1\1,CI•:c. Mo acerco a ella en el vasto salón que reúne a dis1in tos pndontcs con cáncer a pedido del equipo tratant.e. Camilu padece de fuert.es dolores de cabeza que no ceden con unalgésicos. Le ha sido extirpado un tumor craneal. Sus dolores están estrechament.e vinculados con Ja hora en que va a recibir radioterapia. En las entrevistas que sost.enemos,
le da la «máquina de los rayos». ?~ me relata el t.e~or que ·n ue ha recibido escasa educac1?n mila es una muJer senc1 a q tami to se focalizó en el sm. 1 po El tra en · y que vive en e cam tasías asociadas a la radiot.era~1a toma del dolor Yen la~ an_l taba asustada, era muy JO· y a su enfermedad. ~1 a es taba en la máquina sus , h'. pequenos y proyec . . . . Decidí incluir algunos eJerc1cio~ ven, t.erua lJOS fantasmas persecutor1~s-_ , ltado positivo fue casi de visualización y relaJacdi1~~· El re~~erar a la radiot.erapia di to e inme a . amila apren . °dª consi r di con su enferme d a d . El como un aliado en el trabaJo le 1 1ar +-nuación de la ansie. l del do or Y a ª""' component.eto t.ens1ona . . a meJ·or tolerancia de la pa · permitieron un bl dad persecu ria ~ l ·a Las ceia eas disminuyeron nota e· d . •·cient.e a la ra ioi..t::rap1 . , Camila fue dada de alta ment.e en int.ensidad. Poco despues, y retornó a su pueblo.
f
. , de Leonarda (del psicoanálisis a la magia) f. Observacwn
la consulta con una aparente deLeonarda concurre ~ su fantasía es que, devemanda de análisis. Está enferm~ y . nt.es el análisis le t· ciones inconc1e ' , lando profundas mo iva 1. .d d defensiva con el medico devolverá la salud. En compd1c1l a nfermedad. La muerte es · el avance e a e que la trata, ruega . l ble injusto, precoz. Sus seres para ella un suceso mto era t.e , 'bles agonías y este era el h b· q uerto con rri · ueridos a lian m l ba Leonarda se res1serte que a acosa · , d cual no hay escape», segu:1 s~s t.emido mode ~ e mu te a «ese destmo fatal del rte ngustiada» dira mas . KE pero la mue a ' 1b propias pa a ras. ~ s l n1·smos de defensa de 1a d l avarse os meca . tarde cuan o, .a agra fallar.' La t.ens10 · 'n de agresividad ., . se . dm· negac10n empiezan , dan los vivos envidia os __ S ' su fantas1a, que crementa. egun . tr ella injustamente dcuu mo1 y felices en e~ _mun?oe~:: l:~rasferencia. De omnipotente rir. Esta tens1on se JU g 1 . . tra mensajera de la salvadora paso a representar a smies muerte. . os rimitivos no superados (Freud, Reaparecen mecarusm p . a sobre drogas supues1919). Acude ~ cura~~:a1:sili~::!'1profesionales y para~si tamente curativas, Vl~l b . La trasferencia negativa cólogos, ingiere extranos bre l=~e=~siones de análisis no sir· se acentúa al constatar que d d vieron para detener su enferme a .
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Leonarda no acepta morir. Cuando la enfermedad la invalida y debe permanecer postrada, hace una profunda regresión. Se aísla en un silencio cerrado, distante, implacable. En esta etapa final se observa cierto embotamiento psíquico, el rechazo a los seres queridos y a la persona del analista. Su débil despedida no está exenta de furia. Se retira enfurruñada, sin saludar a nadie.
g. Observación de Osear (el trabajo en dos tiempos) Osear solicita, a través de su oncólogo, asistencia psicológica. Su enfermedad está avanzada y no puede desplazarse a mi consultorio. Durante aproximadamente seis meses pudimos trabajar sus ansiedades de muerte, su furia narcisista, su rencor hacia su destino, su dolor de eventualmente tener que separarse de su familia, sus preocupaciones económicas. Por momentos, cuando la lucidez, o sea, la conciencia certera de su fin, emergía plena por momentos, Osear expresaba su deseo de morir pronto, de tirarse bajo un coche o de que yo le proveyese los medios de hacerlo. El dolor psíquico se volvía intolerable. Con su esposa mantenía una especie de pacto de silencio acerca de la gravedad de la enfermedad. Las sesiones oficiaban como espacio abierto de verbalización. Osear quería hablar de su sufrimiento y de su desesperanza. Poco le servía la negación cuando la invalidez y el dolor le «confirmaban» un sombrío pronóstico. La función compañía y de testigo del analista ocuparon el primer plano. Al agravarse debe ser internado. Aun en esas circunstancias sólo escucha de sus médicos expresiones que prometen un restablecimiento. Osear las acepta de la misma manera que acepta los manipuleos salvadores (sondas, canalización, medicaciones, etc.). Un cerco de silencio le impide compartir sus ansiedades con su mujer y con sus hijos. La agravación de la enfermedad marca un segundo tiempo de trabajo. Ahora incorporamos al silencio como un nuevo participante y compartimos el saber sobre su inminente muerte. Osear me agradece en una última entrevista el trabajo realizado juntos. Entiendo entonces que ya no nos veremos mas.
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h. Observación de Marcos (o de la trasmisión de inconciente a inconciente en el marco de una terapia familiar) Me he referido a este caso en un anterior trabajo (Alizade, 1988). Consultó toda la familia compuesta por el paciente, su esposa y sus tres hijos, con la queja de que Marcos estaba deprimido cuando su enfermedad ya había sido curada (se le había extirpado un tumor canceroso) y los médicos lo habían dado definitivamente de alta. Este discurso hipomaníaco contrastaba con la seriedad de Marcos, con su silencio elocuente. Yo supe en esa primera entrevista que Marcos estaba por morir. Durante la secuencia de la sesión que he reconstruido y que trascribo a continuación, yo simplemente enuncié como hipótesis esta idea que se me imponía con carácter de certeza. Marcos asintió aliviado al compartir este saber. Muchas veces me pregunté de dónde había extraído yo esa convicción que hizo innecesario que me comunicara con los médicos tratantes. En febrero de 1994 compartí con D. Anzieu una hora de reflexiones en su consultorio en París y coincidimos en que faltaban referentes metapsicológicos que dieran cuenta desde el psicoanálisis de la riqueza fenomenológica en juego en la trasmisión de inconciente a inconciente. En el caso de Marcos, el diagnóstico de extrema gravedad me fue en cierta forma trasmitido por el propio Marcos desde el primer momento. Constaté una vez más que es el paciente quien «sabe» acerca de cuán grave está su cuerpo, cuán cerca está su muerte. Marcos pudo gradualmente compartir este saber con sus seres queridos en los pocos meses de vida que le quedaban. Reproduzco a continuación un fragmento de una de las primeras entrevistas de la familia. Esposa: Bueno, aquí estamos, todos muy preocupados porque Marcos está cambiado, no tiene ganas de hacer nada, ya no ríe nunca, casi no escucha ni participa de nuestras charlas. Nosotros somos una familia muy alegre, conversadora, siempre estamos con amigos, visitas, y ahora que ya pasó la operación y que el médico le dio el alta, no entendemos por qué Marcos está siempre triste, caído, como sin fuerzas. Hijo: Yo estoy al frente ahora del trabajo pero lo necesito, y
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1·u11ndo lo muestro la lista de clientes o le pregunto algo al rl'spcct.o, papá se queda mudo y yo tampoco entiendo lo que pasa.
Marcos se ha sentado cerca de mí y guarda profundo silencio.
Analista: Parece que Marcos no siente ni fuerzas ni ganas para hacer todo lo que su familia espera de él y se lamenta de no poder satisfacerla. Marcos (asintiendo): Sí... no me pasa nada ... pero tengo ganas de estar en la cama y ellos quisieran que haga cosas que no puedo. Hijo (insistiendo): Pero ayer te levantaste y anduviste un rato con los papeles y podías, o sea que no es que no puedas, lo que pasa es que estás deprimido. Hija 1: Ayer hablé nuevamente con el doctor T. y reconfirmó que el tumor fue totalmente extirpado y que poco a poco te vas a restablecer completamente. Analista: Es una familia muy activa y un enfermo no tiene lugar. Esposa: Ay, doctora, sí, en la familia siempre fuimos todos muy sanos y nos cuesta vemos enfermos. Cuando se enfermó mamá una vez no lo podía creer y lo mismo cuando mi suegra... yo no podía verla... hasta que murió. Analista: Aparece la idea de la muerte como intolerable. Esposa (rápidamente): Yo le tengo mucho miedo... Además, él no tiene nada ahora, ya fue operado y le sacaron todo, se tiene que reintegrar a la vida normal, él siempre fue muy de hacer chistes, ahora está deprimido. Analista: Que esté deprimido es una opción menos grave y más aceptable a que esté enfermo y débil. Marcos me mira profundamente. En este momento acuño la hipótesis, ya expresada, de que, a pesar de los veredictos médicos alentadores, Marcos se siente próximo a morir.
Analista (continuando): Y tal vez no esté tan recuperado. Parece que fue una operación difícil. Marcos asiente sin hablar. No faltará a ninguna de las aproximadamente doce sesiones que tendrán lugar antes de
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su muerte. Se despedirá de su fam.ilia impartiendo instrucciones y consejos para después de su muerte. La familia gradualmente aceptará su cercano morir abriendo un espacio de sostén o compañía, lo cual le permitirá tener una muy buena muerte, serena y sin sufrimiento.
i. Observación de Mariela (o de la decatectización como
preanuncio de la vecina muerte) Este caso ilustra, como el anterior, la idea de que, en tanto psicoanalistas, hay que escuchar lo que el paciente trasmite acerca de su gravedad más allá de los dictámenes médicos. Mariela padecía de cáncer, estaba muy bien controlada y el médico la veía regularmente. Ella decía sentirse mal. Los análisis no se correspondían con esta vivencia; por lo tanto, estas sensaciones se atribuían a factores emocionales agregados. Al acercarme a ella, con rostro desencajado me decía que estaba mal, que no andaba bien, que tenía dolores (inexplicables, por otra parte, para el oncólogo). Luego callaba, rechazante. El marido estaba confundido, no entendía la discordancia entre la clínica y lo que su mujer expresaba. Tenían una hija de aproximadamente doce años. En mi última visita, el marido me hace saber que desde el día anterior Mariela no quiere ver a su hija. Recuerdo el caso de Yvonne (véase pág. 145), quien desinvistió a sus objetos queridos (también una hija) antes de su inmediata muerte. Preocupada, me pregunto si no sucederá lo mismo con Mariela. Así fue. Murió al día siguiente. El marido, furioso, se negó a pagar los honorarios médicos.
j. Observación de René (o de las interpretaciones tangenciales) Sólo voy a retomar esta observación que presenté en un capítulo anterior (véase pág. 146) para hacer hincapié en el concepto de trabajo de borde o de interpretación tangencial. 'frabajar con representaciones tangenciales implica ir rozando el núcleo del saber de la gravedad y de la cercanía del fin con tacto y con firmeza a fin de sustraer al paciente a
la i;olcdad del muro de silencio ante determinados afectos y representaciones directamente vinculados con su estado de paciente terminal. Sobre todo son útiles cuando la enferme· dad ha sido negada durante mucho tiempo y es el cuerpo en· formo quien ahora ha levantado los mecanismos de defensa y deja al sujeto aislado en un saber difícil de compartir. El lugar psíquico vulnerable de René tiene que ver con la verbalización de la gravedad de su enfermedad. Hablar so· bre su pronóstico de vida ha constituido siempre un tema evasivo. René ha dicho que los médicos mienten pero no ha dicho lo que ella piensa respecto de esa mentira y de la ver· dad subyacente a esta. Cuando pide un espacio de escucha, la muerte está muy cerca, y es este apremio de la muerte lo que la decide a intercambiar sus «ideas negras» conmigo. El trabajo de borde requiere de mucho tacto y arte para lograr, apoyados en un paulatino develamiento, tocar y com· partir el saber de la paciente de que está por morir. El tra· bajo de borde puede detenerse en un tiempo previo si las de· fensas de la paciente así lo disponen. El analista nunca va más allá, nunca fuerza el develamiento. Si parece hacerlo a veces, es porque el paciente ya ha hablado sin palabras o se ha acercado con representaciones afines a lo que el analis· ta ahora le comunica. Entonces el saber no recibe impacto traumático alguno sino que se convierte en una tranquila constatación de un evento inevitable. Este calmo compartir no sólo procura alivio psíquico al paciente, sino que lo abre a la posibilidad de vivir su muerte con lucidez, dignidad y mejor aceptación.
cultades en m anejar la relación dado el carácter huraño ac· tual de Iris y su rechazo a conversar con él. Este trabajo con· tinúa a lo largo del desenlace final de Iris. El agradecimien· to de Pablo es muy grande. Las entrevistas sostenidas le han ayudado a ayudar a Iris y a elaborar él la muerte de su mujer.
k. Observación de Iris (o un caso de abordaje indirecto) Iris sólo acepta una entrevista psicológica. Rechaza mi presencia pero no así la medicación antidepresiva que le in· dico. Muy conciente de la gravedad de su enfermedad, está enojada, encerrada, defendida. Necesita construir su «muro de silencio» desde dqnde sobrevivir hasta su muerte. Pablo, su marido, la acompaña. A través de él y al princi· pio basados en la necesidad de que le extienda nueva receta del medicamento, me voy enterando de la evolución de Iris y acompañando a Pablo en su profundo dolor ante la idea de perder & su esposa. Al mismo tiempo, me expresa sus difi·
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11. 1Al C'(JU vade o de la intersubjetividad
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I. La couvade en los tiempos de la muerte «Couvade» deriva del francés «couver», que significa empollar. De acuerdo con Hill (citado por Gilkes, 1974), «couvade» es una palabra arawak que significa literalmente «durmiente de la tribu». Es un ritual mágico que practican muchos pueblos primitivos; consiste en que el padre imita a la madre durante el embarazo y el parto, se acuesta, hace los movimientos y prorrumpe en los gritos propios del parto. En algunos casos, ciertos rituales protegen la salud del futuro niño. Es una costumbre ampliamente difundida en diversas áreas culturales y, por lo tanto, incomunicadas histórica y geográficamente (Figueroa, 1961). La couvade constituye un acto simbólico con la inclusión de rituales. El trabajo de la couvade es un movimiento de compañía que implica un vínculo afectivo profundo. Se le atribuyen diversos significados: en la mayoría de las investigaciones se lo categoriza como la resultante de un deseo de fecundación por parte del hombre, de participación en el acto de nacimiento con cierta finalidad de protección. Abadi (1976) lo estudia desde la vertiente de la envidia del padre a la imposible maternidad corporal y desde la fantasía de «robo del hijo». Voy a plantear el fenómeno de la couvade dentro de un contexto que no es el del interjuego maternidad-paternidad. El tercero no es un hijo sino la enfermedad o la misma muerte. La < como una manera de acoro-
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pañar desde la misma carne. Hay devoción por ese otro es carne de la p~opia carne. Con el cuerpo se dice el amor ~ro fundo, se actua una suerte de somatización intencional inconciente, se despliegan conflictivas arcaicas donde participan la culpa, la ambivalencia, la intolerancia a duelar, etcétera. El cu~~ del. sano funciona en sincronía con el cuerpo del ser s1gruficativo. La identificación con los síntomas cori:orales se hace carne sin que muchas veces el propio familiar repare en ello. Las ansiedades de muerte se comparten de esta peculiar manera. Profunda empatía de dos seres que están por separarse. El sano corre con su cuerpo al encuentro del otro y un cuerpo sano se pone a trabajar funcionalmente al unísono del cuerpo enfermo remedando los síntomas del amado. ~~ objeto amenazado no es para nada contingente. Es y ~era llTemplaz,able, «toca» la viva materia orgánica del sujeto ~ue lo está viendo morir. A lo sumo será desplazable a traves de un trabajo sublimatorio. La couuade va haciendo su camino durante la pre-muerte, habla de una intimidad de las carnes, de la concreción de s~r «dos en uno», del rechazo a la discriminación y a un tiempo de muerte diferente. Rompe mágicamente las fronteras de ser a ser, une mágicamente cuerpo con cuerpo. Se «es» enfermo como el amado, se lo retiene del lado de la ~ida, se dice con el cuerpo que en parte se lo habrá de segmr del lado de la muerte. La couuade se materializa en el cuerpo y aparecen diarrea, o dolores, o fatiga, o sueño, de acuerdo con las vicisit.~dcs somáticas del muriente. Inexplicablemente se somat1z1~n los mismos síntomas del. ser amado o síntomas que 1•st11~ <'Hlrcchamente asociados con el padecimiento del ser qu1•r11lo. He• ucompaña al moribundo desde lo primario, desdl' I'! yo rnrporul, los tejidos, las mucosas, los fluidos interiorl's. l.)<' c~erpo en cuerpo se establece una comunicación en 11pur1cncia muda pero decididamente profunda. . ~a couuade implica un enfrentamiento corporal con la cr1s1s ante la posible pérdida. El síntoma corporal intenta borrar la diferencia entre cuerpo sano y cuerpo amenazado o entre uno y otro cuerpo, y funcionar al ritmo del amenaza~ do. El elemento sublime de la identificación corporal se expresa en,la fantasía de «robarle la muerte» al enfermo que-
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rido, vale decir, morir por el amado, intercambiar los roles, extrayéndole mágicamente la muerte que se avecina. El allegado toma la muerte sobre sí, la recorre en su cuerpo, la conoce, comunica de cuerpo a cuerpo con el muriente en una imitación imaginaria y cierta a la vez. Se canalizan las ansiedades depresivas extrapsíquicamente en una especie de inicio de duelo en que no dejan de estar presentes, como ya lo señalara, los sentimientos de culpa y la ambivalencia natural. Es frecuente observar cómo en algunas parejas simbióticas muy unidas (padre-hijo, esposo-esposa, madre-hijo, etc.) la muerte de uno va seguida, poco tiempo después, de la muerte del otro. No se trata entonces de couuade sino del acto mismo de muerte frente a un duelo inelaborable psíquicamente. La couuade de muerte, en cambio, implica un intento a la vez empático y elaborativo a nivel arcaico. Los cuerpos de ambos hacen imaginariamente un solo cuerpo y se dicen, desde las profundidades del psiquismo y del soma, que en la fusión imaginaria nada podrá separarlos. Se roza el tema del complejo del semejante (Merea, 1980, pág. 7). El semejante «es al mismo tiempo el primer objeto de satisfacción, el primer objeto hostil y la única fuerza auxiliar». El semejante, en el momento de la muerte, se convierte en la última fuerza auxiliar. Por eso, así como suele decirse que no es bueno que el ser humano esté solo, no es bueno que el ser humano muera solo. En el análisis de Mara, era notable observar cómo ella padecía insomnio o palidez extrema al igual que su marido, enfermo renal en diálisis. Mara no era conciente de esta comunión y acompañamiento con el cuerpo. En su registro manifiesto, solía quejarse de la tiranía a la que la exponía la grave enfermedad del marido y huía a través de actuaciones eróticas de la representación dolorosa de la vida amenazada de su compañero. Un padre es operado del corazón y, mientras está en quirófano, la hija cae en la calle sangrándole la pierna. Inmediatamente asocia en sesión esa sangre con la sangre del padre. Si bien este no es un caso típico de couvade como el de Mara, permite ver la necesidad de poner el cuerpo: de hacerle hablar al cuerpo en su carne, y de mostrar as1 la comunión intensa con otro ser.
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~n o~o ca~o de couuade por mí obimrvuclu, tu t•i.pmm in tensifico los smtomas de precordialgias durante la onfomwdad de su marido. La fantasía inconciente era la de morir con él, la de acompañarlo hasta la muerte misma. Amboi. cuerpos estaban alcanzados por la amenaza a la vida. Lu falta de fuerzas y la poca actividad a la que la reducían estos dolores eran similares a las que padecía el marido enfermo. Damián es un hombre exitoso que ha construido una linda familia. Sus aspectos infantiles y su patología narcisista fueron motivo de análisis durante aproximadamente dos ~os de trat~e~to. ~úbi~ente se desencadena la tragedia cuando su uruco hIJO varon cae enfermo con un síndrome nefrótico. Al avanzar la enfermedad del pequeño, Damián hace un colapso narcisista. En su depresión le resulta intolerable la idea de que este hijo, de quien esperaba tanto a nivel identificatorio lleve una vida invalidante. Recono;co rápidame~te lo~ síntomas de la couuade. Damián pierde fuerzas, deJa de ir a trabajar (el hijo tuvo que dejar de asistir a la escuela), y se siente morir. Cuando le señalo estos aspectos identificatorios acompañantes, asiente y agrega: «Y sabe, a veces hasta me duelen los riñones». En este caso la couuade presentaba intensos elementos de culpa expiato'ria por <
II. Observación de Vera. Pre-duelo, couvade inconciente y mecanismos primitivos Vera y Eduardo se conocen de adolescentes y viven unidos desde hace casi cuarenta años. Cuando él enferma d cáncer, la vida de Vera es sacudida profundamente. Sólo v: la enfermedad del marido y sigue de cerca sus vicisitudes atendiendo a su amado, aterrorizada con la idea de perder1~. Concomitantemente, agrava su estado de obesidad inic1~do cuadros de precordialgias que la obligan a tomar vas~latadores Y betabloqueantes. Su hipertensión se intensifica.
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l 't•ro 01111, omnipou•nlo y obsesiva, se cuelga de la identidad cuncormm del marido. Dice concientemente estar pre· parada para sobrevivir a la muerte de este pero inconci~? temente en su couuade manifiesta su profunda comun1on corporal con el amado y su deseo inconciente de morir jun· to a él. Gradualmente, Vera se va enojando. El marido cambia de carácter con ella y se torna, con el curso de la enferme· dad, cada vez más malhumorado y exigente. La vida sexual cesa totalmente. «Ya no tengo marido», expresa Vera. La cronicidad de la enfermedad le resulta intolerable. Llora en secreto y se siente morir. Pasa la noche en vela -ahuyentando a las Parcas-, pendiente de las mínimas señales do malestar que él pudiera dar. «Esto no es vida», se queja on su terapia. Indudablemente, esto es vida muriendo, es puesta en escena como en un teatro del drama de la muerte acechante. La aterra literalmente la cercanía de la muerte, la idea de tener que asistir a la pre-muerte inminente de su marido. El futuro entierro se convierte en una representación intolerable. Quisiera desaparecer (morir súbitamente, sin darse cuenta) y evitarse el mal trance. No puede «vivir la muerte» del marido y «mata la vida» cotidiana con su dolor Y su furia. Impotente, para exorcizar la muerte se dedica co~ pulsivamente a matar toda alegría de vivir. El aparato psi· quico está invadido de muerte psíquica. Experimenta en su cuerpo vivencias de muerte al hace: picos de hipertensión y siente en esos momentos que «e~ta por estallar>>. Se vivencia viviendo con un cartel. ~ue ~ice «cáncen> sobre su frente desde el día en que conoc10 el diagnóstico y pronóstico de Eduardo. Muchas veces manifiesta que desearía huir Y dejar al marido abandonado. El amado en estado de gravedad le produce terror. Le cuento que así sucede en las s~iedades primitivas de acuerdo con las narraciones de Lévy-Bruhl (1922, pág. 255 y sigs.). El enfermo grave, perdidas ya las esperanzas de que sane, es considerado como un muerto de hecho y se le deja de prestar toda atención. Esta cruel creencia se acompaña de un sentimiento de terror profundo pues ese muerto aún vivo puede dañar y amenazar a su vez a los familiares. Vera asiente. Ha aprendido desde niña a temer· le a la muerte y a los moribundos. No puede sustraerse del pánico nocturno que la invade en presencia de su amado
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ah_ora _trasf?rmado por la enfermedad. Al pre-duelo y a 108
~s1co~anusmos ~e la couv_ade se agrega la patología de la
12. Construir la muerte
mvas10n de mecanismos ps1quicos primitivos no superad08 (Freud, 1919).
l. La amenaza de la muerte como crisis. El sistema de apoyo. El «entre dos crisis» o «entre dos muertes» La amenaza de muerte inherente al enfermar provoca un estado de crisis en tanto es un acontecer de ruptura. La crisis implica un «cambio brusco y decisivo» (Kaes, 1979). Se rompe con el estado de sano, de «no inmediatamente amenazado». El esquema corporal se fragmenta: algunas partes funcionan bien, otras andan mal, algún trozo del cuerpo deberá ser amputado quirúrgicamente, o habrá de perderse (cabello en la quimioterapia, masa muscular en el adelgazamiento, etcétera). Veamos una viñeta; la persona en cuestión se enfrenta a un diagnóstico que remite a peligro de muerte en forma abrupta. A César el médico le diagnostica un mieloma. Ha ido solo a la consulta y queda anonadado. El golpe diagnóstico rompe la continuidad imaginaria de su ser. Sobreviene una sorpresa catastrófica. Sus representaciones-expectativa de futuro se desmoronan, sus proyectos pierden sentido a la luz de este saber. Queda a partir de ese momento apartado del grupo de los vivientes sanos que sólo se ocupan en vivir. El se ve enfrentado a morir, a vivir en la experiencia de la proximidad de la muerte. Se sienta en la escalera de la entrada del edificio donde atendía su médico sin atinar a pensar en nada. «La cabeza me daba vueltas, no podía creerlo, me sentía perdido». César entra en crisis a partir de ese momento. El sistema de apoyo habitual recibe una conmoción. Escribe Kaes (1979): «La crisis produce la necesidad de buscar apoyo, de encontrar refuerzo y confortación, y la perturbación, a su vez, la necesidad de crear nuevas regulaciones que produzcan placer>>. Desde sus estudios sobre la estruc-
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turación grupal del psiquismo, enuncia cuatro espacios fundamentales de apoyo, a saber: sobre el cuerpo, sobre la madre, sobre el grupo y sobre sí mismo o sobre ciertas formaciones psíquicas. Es útil, a mi entender, considerar también el apoyo sobre el continente material: el hábitat (geografía del lugar, geografía de la casa), los objetos materiales, el soporte económico, etcétera. El resquebrajamiento del sistema de apoyo introduce al sujeto a vivir la crisis para crear dentro de sus posibilidades una respuesta viable, una reorganización trófica. El movimiento de catástrofe intenta dar paso a un movimiento de creación de una nueva configuración psicosomático-social. En el estado de crisis no sólo se dispersan los contenidos del psiquismo, sino que también el continente psíquico puede verse desbordado, y el psiquismo, invadido por significantes formales (Anzieu, 1987). Enumero algunos que suelen observarse en estas circunstancias: un apoyo cede, un agujero aspira, un límite se interpone, un objeto que se aleja me abandona, etc. El desorden impera en este estado de catástrofe que requiere, como señalara Kaes, «una nueva regulación>>. La apoyatura múltiple del psiquismo necesita reordenarse. En primer lugar, el cuerpo pierde calidad de apoyo. Está herido de muerte y gradualmente se irá hundiendo en el deterioro. El apoyo sobre el cuerpo se debilita y se busca reforzar los otros elementos del apoyo, especialmente el apoyo sobre la madre, sobre el grupo y sobre sí mismo. Voy a pensar el «apoyo sobre la madre» entendiendo por <
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consigo aun en caso de tener que morir lejos de su.hogar, en situaciones imprevisibles. Como la muerte no si~mpre se anuncia ni da tiempo a crear un sistema de apoyo bien regulado «contar con uno mismo» o «estar preparado en salud par~ morir» son adquisiciones psíquicas que garantizan parcialmente una buena muerte aun en caso de que fal~n los objetos tangible,s que enmarquen una buena apoyatura. Entre la amenaza a la vida y la muerte misma hay un espacio témporo-espacial. El sujeto vive en la ar:~sala de l~ muerte. De la crisis de saberse amenazado, se dirige a la crisis de la propia muerte. Se crea un espacio «entre dos cri~is» 0 «entre dos muertes». La primera es una muerte parcia\, un pre-duelo de sí mismo y de la vida que habrá de dejar en breve, la segunda es el acontecimiento en sí, la muerte _real. Si la enfermedad o el peligro externo cesan, volve::a a la vida imaginariamente continua. De lo contrario, sera arrojado a la discontinuidad aparente de la muerte. Es común escuchar en los pacientes amenazados el sentimiento de envidia hacia aquellos que mueren súbitamente sin tener que transitar los movimientos psíquicos de crisis con los consiguientes miedos, angustias y demás afec~s penosos, amén de los dolores físicos._ Recuerdo a ~~a, quien me recibió un día en su casa mostrandome un diario donde se relataba la explosión de un avión y la muerte s~bita ?e numerosos pasajeros. «Así me hubiera gustado morir a mi Y no tener que pasar por todo esto». Se refería a su invali~e~, a los fuertes dolores de las metástasis óseas, a su calvicie pos-quimioterapia...
II. Notas sobre el dolor En sí mismo el dolor es misterioso. Las vías neuronales no explican siempre la intensidad del dolor que acompaña un cuadro clínico ni la remisión en otros casos. La concepción afectiva del dolor predominó hasta el siglo XIX, siendo entonces modificada por una concepción médica que consideraba que la intensidad del dolor es proporcional a la lesión que lo determina. Los nuevos estudios en neuroci.encias reconfrrmaron la hipótesis afectiva del dolor. No existe una relación simple entre el estímulo nocioceptivo Y la per-
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cepción del dolor. Una nueva definición de dolor fue enunciada en 1979 por la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor. Dice así: «El dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada a un daño tisular real o virtual o descrita en términos de aquel daño». Esta definición afirma el carácter irreductiblemente subjetivo del dolor (Gauvain-Picquard, 1990b). El dolor físico puede hacer desaparecer al sujeto swnergido en el dolor mismo o debido a los efectos de la medicación analgésica cuando lo duerme o lo desconecta de la vida de vigilia. El dolor se adueña de la situación de moribundez y ocupa el primer plano. El dolor «habla» sin palabras: cuenta en los quejidos, alaridos o silencios el drama que esa persona está padeciendo intensamente: dice de la soledad, del miedo, de la angustia, del espanto . . . El dolor físico se une al dolor psíquico para configurar el «síndrome de sufrimiento» (E. Morita, 1984, comunicación personal). El dolor también suele contener escenas fantasmáticas en sentido positivo. Cito el caso de Eisa, a quien entrevisté en su lecho de muerte en un hospital municipal. Padecía un cáncer de hígado con metástasis. 'Thnía fuertes dolores. Su m adre, a la misma edad que ella en ese momento, había padecido la misma enfermedad con la misma evolución. Esto la confirmaba en su identidad y aceptaba su destino como un «destino generacional» que la fusionaba placenteramente con su objeto primario. Cuando toqué el tema de los dolores e insinué la posibilidad de ser medicada con anal?ésic?s, _se negó rotundamente: toleraba su dolor porque le imprmua una «marca identificatoria» con la madre. Si su madre sufrió y ella había de seguir su mismo destino, ella también debía sufrir. El dolor se había trasformado en un acon tecer cargado afectivamente y valorizado. Hay gradaciones de dolor. Así como Eisa podía tolerar sus f uc•rt.c•s dolor es, on otros casos el dolor es tan agudo como In «dc•srnrga do un r ayo» (Freud, 1895, pág. 899) permancnt.<~. El pacien te deviene un grito vivo que inunda el ambien te Y construye una suerte de muralla sonora alrededor d~~ paciente_. ~istimos a la desolación extrema , a la imposib1hda d de dialogo. La persona está viva pero el dolor la ausenta, la confina a su diálogo interno con la presencia de ese otro q~e se enraíza en el soma. El dolor siderante coarta las
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relaciones de objeto, fulmina. Al respecto escribe Freud (1926): «En el dolor físico nace una elevada carga narcisista del lugar doloroso del cuerpo, carga que aumenta cada vez más y "vacía", por decirlo así, al yo». ¿ne qué manera entablar un diálogo cuando la pantalla de dolor es máxima y el yo está inundado en ella, cuando los afectos del dolor acusan una sensibilidad extrema y muestran con intensidad ser <
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~- - -=~-------__..JL--------___.
III. Construir la muerte a. Introducción
Construir la muerte quiere decir trabajar con un paciente y sus múltiples espacios psíquicos para lograr un producto: la mejor muerte posible. Para ello es necesario que se arme organizada o espontáneamente un marco de contención útil, un andamiaje en varios niveles que dé apoyo, compañía y alivio físico y psíquico. El equipo tratante debe actu ar como equipo solidario entrenado en los menesteres básicos requeridos por un sujeto enfrentado a la catástrofe final. A los niveles médicos y paramédicos se suma la impor~cia de los familiares, de los amigos íntimos, de la geograf1a amiga Oa casa, los objetos de la vida, las comidas case· ras, los sonidos familiares). Se construye así una red de vida que sostiene la muerte y que posibilita que la persona «por morir» se entregue tranquila y pueda lograr una muerte plácida, con el dolor controlado y la agonía acompañada. Con mayor propiedad, deberíamos decir «construir el pasaje» entre vida y muerte, o sea, el tiempo crucial «entre dos muertes» al cual me he referido párrafos atrás. No se trata únicamente del momento del último suspiro sino del tiempo más o menos largo, más o menos abrupto, en que la muerte se va anunciando, imponiendo. En esta pre-muerte el individuo puede volver a la vida, remitir de su enferme~ dad, recibir una tregua (nuevo espacio de tiempo de salud) o precipitarse en el desenlace póstumo de la muerte.
b. El objeto, el sujeto y !.a muerte Consideremos un acto de muerte: de un lado está el ser la persona, la masa viviente, el cuerpo que padece su estad~ de inminencia de ruptura con la vida, y del otro, los vivien· tes que cuidan y atienden los aconteceres últimos. Entre to· dos forman una circularidad vital, un entrecruzamiento de ideas y de afectos. Se plantean dos posiciones: la de sujeto y la de objeto. ~l objeto siempre está del lado de enfrente, es el otro, ya est.é ubicado en el mundo externo, ya forme parte del mundo
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interno. Puede ser tangible u ocupar un lugar psíquico fan· tasmáticamente eficaz. El objeto es lo otro dentro o fuera de uno mismo, pero lo otro que en su facticidad puede tornar feliz o infeliz la vivencia de estar vivo. El objeto externo es ante todo presencia, corporeidad visible, emisor psíquico en su estar ahí. Entre el objeto externo y el objeto interno se crea en el trabajo de acompañar al muriente un espacio transicional (Winnicott, 1953) que sostiene una cierta ilu· sión en medio de los movimientos regresivos y la conmoción de la partida. El objeto externo actúa: como presencia en sí desprovista de cualidad. Se ofrece como cuerpo acompañante, posible anclaje de un apego, como contacto presente; como presencia generadora de cualidades. Por ejemplo, una presencia puede generar nostalgia si representa a otro ser que no puede estar ahí en ese momento (muerte lejos de casa, en un frente de batalla, etcétera); como objeto de comunicación en intercambios múltiples de información. El sujeto depende de la lectura íntima que lleva a cabo de las señales que emiten sus objetos en tanto constituyen los elementos actuantes productores de placer, de displacer o de dolor psíquico (Pontalis, 1977b). El dominio de lo imagi· nario, la domesticación del narcisismo y la fuerza de la pulsión de vida dibujan cambiantes figuras afectivo-representacionales que inciden en forma positiva o negativa sobre el psiquismo de un sujeto confrontado permanentemente a su mundo objetal. El sujeto posiciona a sus objetos desde su universo cenestésico: los percibe, los busca con las pulsiones, se identifica con ellos, etcétera. En la intercomunicación entre sujetos, suele instalarse una suerte de couvade o empatía corporal. Su finalidad inconciente es la identificación corporal y la comunión máxima. Sujetos y objetos se fusionan y un cuerpo entra psicocorporalmente «dentro del otro» para refugio de ambos, para protegerse y evitar la desunión de la muerte.
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c. El sujeto y sus objetos l. En la Pre-muerte: La pre-muerte implica un sujeto que aún realiza actividades vitales pero seriamente amenazado de muerte. Teresa me decía de su marido, con quien iba a emprender un viaje al extranjero en busca de una consulta médica especializada: «Mi hija llora todo el día porque mi marido ya es terminal. El acaba de ir a la agencia de viajes a buscar los Pasajes de mañana». Ese sujeto está tan vivo como cualquiera, es su calidad de vida lo que ha virado en negati~o al pender sobre él la espada de Damocles de un saber «casi seguro» de una muerte vecina. Para ese sujeto, la vida no es fácil al tener que lidiar constantemente con representaciones muy penosas, aquellas que cada uno de nosotros desecha en el fondo de la conciencia Y niega para sost.ener en el proyecto de vida la fantasía aliviadora de longevidad en la cual subyace a nivel inconciente la inmortalidad del yo. Asomado a la pre-muerte, vale decir, en la antesala de la desaparición el sujeto, se e~t:retiene COtno puede. Su configuración psíquica le permitira ec~ar mano de la manía, de la psicopatía, todo vale en la traves1a por ese hilo tenue que lo sostiene a la vida en un clima de incertidumbre y de temor ante un nuevo sorpresivo ataque de la enfermedad. El objeto traumático para ese sujeto es tener que saber insistentemente que la muerte puede estar muy cerca. Ese saber le impide manejar de manera habitual los mecanismos naturales de negación y debe echar mano a «lo que puede» para sobrevivir con calidad de vida distinta del resto de su tiempo. Esta calidad de vida exige valor frente al dolor de pensar Y sentir que pronto <
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rentes y dolorosas de percibir en tanto son la manifestación de la enfermedad y dicen de una vida en peligro. En este pre-duelo se inicia la elaboración de la muerte ajena. El propio paciente, en la mirada del otro y en la propia frente al espejo, aprehende que su cuerpo ha cambiado en dirección a la destrucción, a su descomposición, que ha perdido cualidades vitales. Entonces el paciente también inicia movimientos internos de duelo de sí mismo en ese juego alternante de saber y no querer saber de su vecina muerte.
2. A las puerta.s de la muerte Los objetos de la percepción La presencia de los objetos de la percepción sostiene al muriente. Si (Freud, 1926) la pérdida de los objetos de la percepción acarrea sufrimiento psíquico, podemos inferir que la presencia estable de estos acarrea bienestar psíquico. Por el mero hecho de «estar ahí», el conjunto de los seres acompañantes emiten mensajes gestuales, metaverbales, que vehiculizan señales y elementos del orden de los sensibles (Merleau-Ponty, 1945). Una cierta trasmisión de inconciente a inconciente, salvaje, intuitiva, inevitable, transita en el encuentro cuerpo a cuerpo, mirada a mirada, o silencioso y oscuro saber con un otro presente en el lugar donde una muerte está por acontecer. También está el universo de los objetos inanimados, del espacio geográfico, entorno soporte o no en el cual yace el sujeto: la casa, el hospital, el frente de guerra, la calle, u otros. Existen objetos útiles, otros inútiles, objetos preferidos, objetos indiferentes, temidos, amados, etcétera. Conforman el marco perceptivo de cuya calidad se desprenderán matices placenteros o displacenteros. Los objetos de las pulsiones Las nombro en plural. Habré de considerar: l. La pulsión de aprehensión (Hermann, 1930) o pulsión de apego (Bowlby, 1969), fuerza ligadora que lleva a que el sujeto se apegue a los objetos de apoyo. El estado de vulnerabilidad del moribundo requiere que se le suministre una dosis extra de cuidado. Bowlby y Hermann hicieron sus observaciones con recién nacidos y primates.
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2. La pulsión de vida.se observa muchas veces indómita aun en medio de las agonías. Escribe Ferenczi (1914, págs. 111-2): «Para nosotros, médicos, la "agonía de la muerte" no presenta jamás un carácter sereno o pacífico, como su nombre lo indica. Aun un organismo ya casi enteramente incapaz de vida lucha contra la muerte. Quizá solamente en nuestras fantasías sometidas al instinto de muerte exista una muerte "natural", dulce, imperturbable manifestación del instinto de muerte; en la realidad, la vida se termina siempre de una manera catastrófica, así como comenzó también con la catástrofe del nacimiento. Tudo ocurre como si, incluso en los síntomas de la agonía, pudiesen detectarse características regresivas que intentaran modelar la muerte a imagen del nacimiento para trasformarla en algo menos doloroso. Unicamente en los instantes que preceden al último suspiro (tal vez un poco antes) se observa la reconcili.ación total con la muerte e, incluso, a veces, ciertas expresiones de satisfacción que señalan el acceso a un perfecto estado de reposo, como sucede en el orgasmo luego de la lucha sexual». M'Uzan (1976) ha observado una intensa objetalidad en el último tramo de la vida. El paciente, en su elaboración del tránsito hacia la muerte, «...sobreinviste ~u~ objetos de amor, pues estos le son indispensables en su ultuno esfuerzo por asimilar todo aquello que antes no ha podido hacer en su vida pulsional, como si intentara introducirse completamente en el mundo antes de desaparecen. Destaca la fuerza de la pulsión de vida como estallido fmal antes de morir: un paciente se enamora intensamente desde s~ lec~o de mu~rte, otro pide a su analista que lleve un vestido ro10 despues de su muerte, etcétera. 3. La pu_lsión de muerte debe hacer su mejor trabajo. Es HU turno trofico, su momento de privilegio ya que se trata de un momon.to natural. Defusionada, camina sola buscando ele volvc1r u Pse cuerpo a lo inorgánico de donde proviene. Mo into~~sa distin~ir la pulsión de muerte de la pulsión
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pulsión de muerte para que ejerza sus efectos de ruptura. Con eficacia va logrando la decatectización paulatina del sujeto con los objetos que lo rodean. Estos se desdibujan, los afectos se van apagando, el interés por el mundo decae, los menesteres cotidianos pierden sentido. La pulsión de muerte va desprendiendo paciente los hilos que todavía unen al muriente a su estar vivo hasta que la vida cesa y el cuerpo ya cadáver es trasportado rotundamente al país definitivo del gran silencio. 4. La pulsión a envolverse (Alizade, 1992a) se materializa en observables clínicos que denotan su trabajo: la adopción de posiciones fetales, actitudes de retraimiento, de indefensión y de vulnerabilidad que invitan a recubrir al muriente con envolturas sensoriales protectoras, etcétera.
Los objetos de identificación Vienen en auxilio del paciente como soportes identificatorios desde la legión de muertos y de vivos que pueblan su genealogía. Son importantes los modelos de muerte que ha conocido, sus tipologías, la enseñanza recibida de ellas y cómo ha fan· taseado una muerte para sí mismo. El yo hace entonces su muerte: de miedo, de negación, de aislamiento, de digna despedida, depresiva, dolorosa, furiosa (véase cap. 3).
IV. Morir solo-morir acompañado Distingo varios niveles de soledad: una negativa, en el cual el sujeto no está acompañado por ningún soporte trófico, y está vacío de objetos internos portadores de afecto y confianza. Otra positiva en cuanto remite a la fortaleza yoica, a la capacidad de estar en sí, de contenerse, de hacerse acompañar por objetos internos protectores, de poseer por lo tanto un Yo-piel (Anzieu, 1974, 1985) firme. Esta última soledad es incuestionablemente importante. Tanto para vivir como para morir existen espacios trascendentes que únicamente se recorren desde esta soledad. H. Hesse, el poeta, es· cribe: «El último paso debes darlo solo». Esto quiere decir que, por más acompañado que se esté a la hora de la muer· te, hay un lugar donde nadie puede seguir al por morir, don-
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de este tramita solo las últimas perip<..'Cim1 de Hu vidu. fü1to lugar solitario no sólo debe ser comprendido sino también respetado (véase cap. 8). Morir acompañado se juega desde dos vertientes: acompañado en la realidad por seres significativos o acompañado por seres internos, objetos que desde adentro procuran presencia objeta!, dibujan fantasías tranquilizadoras, atenúan las ansiedades de muerte. En el morir acompañado por seres significativos quiero destacar la importante función de la fusión con un amado cuando se avecinan los tiempos de la muerte. El enamoramiento y, en mayor grado, el amor generan movimientos anímicos de simbiosis. Yun ser deja de estar solo para sentirse íntimamente acompañado por la presencia psíquica y real de otro ser que se pone a funcionar a su lado en estrecha comunión psico-corporal. Esto permite que tenga lugar una expansión narcisista fusiona! máxima. De la misma forma en que se observan compañías calificadas, útiles, positivas, las hay también innecesarias o inútiles que no facilitan la calidad de la muerte sino que desmerecen el valor trascendente del tiempo de morir. Dentro de la categoría de objeto inútil podemos citar al excesivamente lagrimeante, al piadoso inservible, al cobarde, al mísero, al envidioso. MUzan (1976) enfatizó el rol del semejante en el trabajo de elaborar el tránsito hacia la muerte. Dice al respecto: «Desde lo más profundo de su ser, el moribundo espera que no nos sustraigamos a esta relación, a este compromiso recíproco que él propone de una forma casi secreta, a veces sin saberlo, y de la que dependerá /.a elaboración del tronsito. En efecto, él se compromete, en virtud de lo que yo imagino como un saber de la especie, en una última experiencia relacional. Mientras los vínculos que lo unen a los demás están a punto de deshacerse totalmente, aparece paradójicamente animado por un poderoso movimiento que en ciertos aspectos es pasional. De esta forma, sobreinviste sus objetos de amor, pues estos le son indispensables en su último esfuerzo por asimilar todo aquello que antes no ha podido hacer en su vida pulsional, como si intentara introducirse completamente en el mundo antes de desaparecer». Desde estas ideas, adquiere relevancia la presencia de un otro calificado, auxiliar intrépido que se atreva a internarse con el
murionl.t• por los extraños vericuetos de una pre-muerte muy vital. . . . . Por otra parte, la muerte nos arranca de la mdividuahdad (discontinuidad, dice Bataille, 1957) para devolvemos a la unión con lo inorgánico (continuidad, dice Bataille, 1957). Al morir bien acompañado, el sujeto fusionado en su amor es ayudado, por así decir, a la gran fusión de la muerte. ~e la fusión en vida pasa a la fusión en muerte. El amado oficia de entregador, de eslabón mediador, y guía en la travesía hacia lo desconocido. A veces, el moribundo protege al que continuará vivo. No sólo le da consejos y mensajes de consuelo y de buenos deseos para su vida futura cuando él ya no esté vivo, sino quo también se preocupa de que su muerte le resulto lo monos dolorosa posible. En este caso trabaja no sólo para sí º~- la aceptación de su muerte sino para sus amados, fortale,c1endolos, ironizando a veces acerca de sus flaquezas, cortándole el paso a los movimientos melancólicos, haciendo gala de humor y de un sentido de realidad impactante, el cual cobra en el filo de la navaja entre vida y muerte una dimensión energética extraordinaria. Por ende, el más débil no es forzosamente el que está muriendo. Cuando un sujeto muere tan entero que parece un héroe (como en el caso de Pedro que presento en el apartado siguiente), su muerte deja una estela de vida en l~s que sigu~n viviendo. Y la muerte no será entonces lo mortífero, lo morbido, lo mortuorio, lo macabro, lo pestilente, lo espantoso, lo desgraciado, sino que emergerá como lo desconocido, lo i~e vitable, lo verdadero, lo tristemente cierto, lo suave, lo rmpensablemente alegre. Estas muertes eróticas inscritas e? la ética trasforman a la muerte en vida, conllevan un matiz de muerte y resurrección, de eternidad de recuerdo, de trasmisión de vida. La muerte es despojada de sus oropeles lastimosos, la piedad patógena es repudiada; el sado-masoquismo, exorcizado. El sujeto muere generoso ...
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V. Observación de Pedro (la construcción de un continente paliativo) Pedro es portador de sida durante varios años en los cuales oculta el diagnóstico a su familia de origen. En su trabajo de elaboración de la muerte, alternativamente se ocupa de disfrutar la vida, de informarse acerca de su enfermedad y de tomar recaudos para cuando ya est.é muerto (disposiciones testamentarias, etc.). Asimismo, no deja de conservar la esperanza en un plan de vacunación que aparezca a tiempo y lo salve de morir joven. Al enfermar hace un cuadro infeccioso grave del cual se recupera. Ahora informa a su familia de su enfermedad, ya no es posible ocultarla. Sus familiares habrán de acompañarlo hasta su muerte. Pedro está débil y ha adelgazado mucho. Empero fantasea con casarse (estaba separado), con emprender nuevos estudios y proyectos de vida. La elaboración del tránsito (M'Uzan, 1976) está en marcha. La familia se ilusiona con que se recupere de la enfermedad y pueda vivir unos años más al verlo vivir con tanta intensidad. Pedro emprende un corto viaje de negocios. Niega la gravedad de su estado y necesita sentir que todavía puede vivir la vida con cierta intensidad. En sus conversaciones con la familia, apoya con entusiasmo los proyectos vitales de sus hermanos, padres o sobrinos. Mientras tanto, se prepara para la muerte. Un nuevo cuadro infeccioso agrava el estado de Pedro. La pasión por la vida cede. Pedro, en silencio, se va despidiendo de sus seres queridos. Manifiesta en cortas verbalizaciones su plena conciencia de que pronto morirá y dice estar preparado para ello. Pedro rechaza toda actitud lagrimeante y melancolizante por parte de sus familiares. Tampoco quiere recibir ya a sus ºí ntimos amigos. La regresión hacia lo inorgánico se instala lentamente en tanto el cuerpo se va dirigiendo a su aniquilación. En la construcción de la muerte de Pedro participan los distintos sistemas de apoyo: las enfermeras, el médico de cabecera, el personal doméstico de la casa paterna, el entorno ambiental (los objetos materiales familiares) y, por supuesto, los miembros de la familia. Se instituye un continente paljativo alta.mente eficaz. Con la madre construye
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un puente de afecto privilegiado. Ella no se sep~a de su lecho de muerte en los tres días que dura s~ agoma. Pedro ya no puede hablar, sólo mirar y apenas presionar su mano comunicándole sus profundos afectos. Pedro deja el modelo de una buena muerte.
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