Bronislaw Baczko, Baczko, Los imaginarios imaginarios sociales. Memorias Memorias y esperanzas esperanzas colectivas colectivas
Prefacio (…) A lo largo de la historia, las sociedades se entregan a una invención permanente de sus propias representaciones globales, otras tantas ideas-imágenes a través de las cuales se dan una identidad, perciben sus divisiones, legitiman su poder o elaboran modelos formadores para sus ciudadanos tales como el “valiente guerrero”, el “buen ciudadano”, el “milita “militante nte compro compromet metido ido”, ”, etcéter etcétera. a. Estas Estas represe representa ntacio ciones nes de la realida realidad d social social,, invent inventada adass y elabora elaboradas das con materi materiales ales tomado tomadoss del caudal caudal simból simbólico ico,, tienen tienen una realidad específica que residen su misma existencia, en su impacto variable sobre las mentalidades y los comportamientos colectivos, en las múltiples funciones que ejercen en vida social. De este modo, todo poder se rodea de representaciones, símbolos, emblemas, etc., que lo legitiman, lo engrandecen, y que necesita para asegurar su protección. La dominación de este campo de representaciones, así como de los conf confli lict ctos os cuyo cuyo punt punto o cruc crucia iall son son éstas éstas,, requi requier eree una una elab elabor orac ació ión n de estrat estrateg egias ias adaptadas a las modalidades de esos conflictos, como, por ejemplo, la propaganda. parecieran ser los términos que convendrían convendrían más a esta categoría Imaginarios sociales parecieran de representaciones colectivas, ideas-imágenes de la sociedad global y de todo lo que tiene que ver con ella. ella. Una de las funcio funciones nes de los imaginar imaginarios ios sociale socialess consist consistee en la organi organizaci zación ón y el dominio del tiempo colectivo sobre el plano simbólico. Según Según nuestro nuestro punto punto de vista, vista, podríam podríamos os defini definirr a los sistema sistemass totalit totalitari arios os como como aquellos en los que el Estado, conjugando el monopolio del poderío y del sentido, de la violencia violencia física y de la violencia violencia simbólica, simbólica, de la censura y del adoctrinamient adoctrinamiento, o, busca suprimir todo imaginario social que no sea aquél que legitima y garantiza su poder, y por lo tanto, su influencia en el conjunto de la vida vida social.
Imaginación social. social. Imaginarios Sociales Sociales
Temas y palabras de moda Está de moda asociar la imaginación con la política, y el imaginario con lo social. Estas asociaciones asociaciones y los problemas que manifiestan han hecho una carrera rápida y brillante brillante tanto en los discursos políticos e ideológicos como en los de las ciencias humanísticas. El discurso contestatario del año 1968 es un ejemplo impactante de este desplazamiento de la imaginación en el campo discursivo. Aún hoy nos acordamos de los graffiti que adornaban las calles de Paris: la imaginación al poder, seamos realistas, pidamos lo imposible. imposible. Lo que impacta de estos slogans slogans no es sólo el deslizamiento deslizamiento semántico, que no es muy asombroso asombroso en la historia de esta palabra, cuya polisemia polisemia es verdaderamente verdaderamente notable. La asociación imaginación y poder era una prueba de la paradoja, cuando no de la provocación, por el hecho mismo de que la palabra en su acepción común designaba una facultad productora de ilusiones, de sueños y de símbolos, y que se ejercía en especial ligada a la poesía y a las artes, hacía su irrupción en un terreno reservado a lo “serio” y a lo “real”. A causa de esto, esos slogans elevaban la imaginación misma al rango de un símbolo. En 1968, la palabra funciona como un elemento importante de un dispositivo simbólico por el cual un movimiento de masas de límites difusos buscaba para sí una identidad y una coherencia, y a través del cual debía reconocerse y designarse a la vez sus rechazos y sus ilusiones. Si dirigimos la mirada hacia las ciencias humanísticas, podemos constatar fácilmente que la imaginación, bien acompañada por el adjetivo “social” o “colectivo”, también
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ganó terreno en el campo discursivo y que el estudio de los imaginarios sociales se convirtió en un tema de moda. Sin embargo, las ciencias humanas atestiguaban, por así decirlo, que la imaginación está en el poder desde siempre. (…) Las ciencias humanísticas ponían en evidencia que todo poder, y particularmente el poder político, se rodea de representaciones colectivas y que, para él, el ámbito del imaginario y de lo simbólico es un lugar estratégico de una importancia capital. La valoración de las funciones múltiples del imaginario en la vida social no podía hacerse sin poner en duda una cierta tradición intelectual. Esta tendencia cientificista y “realista” quería separar de la trama de la historia, en las acciones y comportamientos de los agentes sociales, lo “verdadero” y lo “real” de lo “ilusorio” y “quimérico”. De este modo, la operación científica se concebía como “reveladora” y “desmitificadora”. Hay dos elementos propios a una posición de este tipo que nos interesan en particular. En primer lugar, la confusión entre la operación científica misma y el objeto que inconcientemente está construyendo. En efecto, sólo hay ciencia de lo escondido; en este sentido todo acercamiento científico es revelador. Sin embargo, desde el punto de vista cientificista, lo “escondido” del imaginario social no estaba en las estructuras que lo organizan ni en sus modos de funcionamiento específicos. Buscaban agentes sociales más allá de los imaginarios, desnudos, por así decirlo, desvestidos de sus máscaras, ropas, sueños, representaciones, etc. Ahora bien, la gestión cientificista no podía encontrar a esos tales agentes sociales “desnudados” de modo que los construía. Sea cual sea el futuro que le tocará al conjunto semántico “imaginación social, imaginarios sociales” su historia reciente es reveladora de una problemática, en lo s confines de la historia, de la antropología y de la sociología, que se busca y se define más allá de las fluctuaciones y de las ambigüedades semánticas. El imaginario social está cada vez menos considerado como una suerte de adorno de las relaciones económicas, políticas, etc., que serían las únicas “reales”. Las ciencias humanísticas les otorgan a los imaginarios sociales un lugar preponderante entre las representaciones colectivas y no los consideran “irreales”. Para no quedarnos en lo abstracto, tomemos al azar un ejemplo del montón, en apariencia muy simple, el de los emblemas, ostensibles representaciones del poder, de los partidos políticos, de los movimientos sociales, etc. P. E. Schramm estudió los objetos a través de los cuales el poder real medieval evidenció su soberanía: cetros, coronas, tronos, espadas, capas, etc. Schramm mostró toda la complejidad de esos “signos del poder” a partir de los cuales, por un lado los reyes materializaban lo que eran y/o pretendían ser, y por el otro los súbditos manifestaban a través de “gestos en respuesta” que reconocían a aquél que honraban como a su señor y su rey. A través de estos objetos se encuentra un trabajo multisecular de invención y de imaginación que buscaba materializar las representaciones del poder real y particularmente los principios de su legitimidad. (…), M. Bloch analizó el aura maravillosa que rodeaba a las personas reales, así como la eficacia de esta imaginería a través de la representación de los “reyes taumaturgos” que poseían el don atribuido a los reyes de Francia y a los reyes de Inglaterra de curar ciertas enfermedades, especialmente la escrófula, a través del contacto de las manos. Estas representaciones, escalonadas de lo religioso a lo mágico, eran la expresión en el plano de las fuerzas sobrenaturales de la misión política propia del rey: la del “jefe del pueblo”. La gran mutación política de los tiempos modernos, el advenimiento del Estado-nación, no podía ocurrir sin ciertas condiciones simbólicas, a saber, sin las representaciones que disuelven la exterioridad del fundamento del poder, que fundan al Estado sobre su propio principio y que suponen la autosuficiencia de la sociedad. En una sociedad así “desencantada” el Estado no podía, sin embargo, evitar los emblemas, los signos
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simbólicos: banderas, escarapelas, condecoraciones, himnos nacionales, uniformes de las fuerzas armadas, etc. Los movimientos políticos y sociales que acompañan a este nuevo espacio político necesitan de igual manera sus emblemas para representarse, visualizar su propia identidad, proyectarse tanto hacia el pasado como hacia el futuro. A manera de introducción en la materia, hemos mostrado varios ejemplos de representaciones en donde se articulan ideas, ritos y modos de acción. Representaciones, decimos, y no reflejos de una realidad que existiría fuera de ellas. Todos estos emblemas- el poder real, el Estado-nación, los movimientos sociales- ¿no serían acaso más que simples adornos, otros tantos accesorios de una escenografía más o menos irrisoria de la “verdadera” vida social? Los dispositivos de protección y de represión que los poderes establecidos levantan para preservar el lugar privilegiado que se han otorgado a sí mismos en el campo simbólico demuestran, por si es necesario, el carácter ciertamente imaginario pero no ilusorio de esos bienes tan protegidos, como los emblemas del poder, los monumentos erigidos en su gloria, los signos del carisma del jefe, etc. Todo poder busca monopolizar ciertos emblemas y controlar, cuando no dirigir, la costumbre de otros. De este modo, el ejercicio del poder, en especial del poder político, pasa por el imaginario colectivo. Ejercer un poder simbólico no significa agregar lo ilusorio a un poderío “real”, sino multiplicar y reforzar una dominación efectiva por la apropiación de símbolos, por la conjugación de las relaciones de sentido y de poderío. Los emblemas del poder que nos sirvieron de punto de partida son sólo elementos de un vasto campo de representaciones colectivas en donde se articulan, como lo hemos observado, ideas, imágenes, ritos y modos de acción. Estas representaciones, que forman todo un dispositivo social de múltiples y variables funciones, tienen una historia. Jalones para un campo de investigaciones Comencemos por la terminología, y en particular por las palabras claves: imaginación, imaginarios. Se refiere, en efecto, a un elemento fundamental de la conciencia humana, y es por eso que sus definiciones no pueden obtenerse nunca. Insinuada en la percepción misma, mezclada con las operaciones de la memoria, abriendo alrededor de nosotros el horizonte de lo posible, escoltando el proyecto, el temor, las conjeturas, la imaginación es mucho más que una facultad para evocar imágenes que multiplicarían el mundo de nuestras percepciones directas; es un poder de separación gracias al cual nos representamos las cosas alejadas y nos distanciamos de las realidades presentes. (Starobinski) El adjetivo social delimita una acepción más restringida al designar dos aspectos de la actividad imaginante. Por un lado, la orientación de estas hacia lo social, es decir la producción de representaciones globales de la sociedad y de todo aquello que se relaciona con ella. Por otro lado, el mismo adjetivo designa la inserción de la actividad imaginante individual en un fenómeno colectivo. En efecto las modalidades de imaginar, de reproducir y renovar el imaginario, como las de sentir, pensar, creer, varían de una sociedad a la otra, de una época a la otra y por consiguiente, tienen una historia. Los estudios contemporáneos sobre al imaginación social no se propone fijar una “facultad” psicológica autónoma. Se trata de delimitar un aspecto de la vida social, de la actividad de los agentes sociales, aspectos cuyas particularidades sólo se manifiestan en la diversidad de sus productos. Los imaginarios sociales son referencias específicas en el vasto sistema simbólico que produce toda colectividad y a través del cual ella “se
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percibe, se divide y elabora sus finalidades” (Mauss). De este modo, a través de estos imaginarios sociales, una colectividad designa su identidad elaborando una representación de sí misma; marca la distribución de los papeles y las posiciones sociales; expresa e impone ciertas creencias comunes, fijando especialmente modelos formadores como el del “jefe”, el del “buen súbdito”, el del “valiente guerrero”, el del “ciudadano”, el de “militante”, etc. Así, es producida una representación totalizante de la sociedad como un orden, según el cual cada elemento tiene su lugar, su identidad y su razón de ser. Designar su identidad colectiva es, por consiguiente, marcar su “territorio” y las fronteras de éste, definir sus relaciones con los “otros”, formar imágenes de amigos y enemigos, de rivales y aliados; del mismo modo, significa conservar y modelar los recuerdos pasados, así como proyectar hacia el futuro sus temores y esperanzas. Los modos de funcionamiento específicos de este tipo de representaciones en una colectividad se reflejan particularmente en la elaboración de los medios de su protección y difusión, así como de su transmisión de una generación a otra. De esta manera, el imaginario social es una de las fuerzas reguladoras de la vida colectiva. Los imaginarios sociales no indican solamente a los individuos su pertenencia a una misma sociedad, sino que también definen, más o menos precisamente, los medios inteligibles de sus relaciones con ésta, con sus divisiones internas, con sus ilusiones, etc. De esta manera, el imaginario social es igualmente una pieza efectiva y eficaz del dispositivo de control de la vida colectiva, y en especial del ejercicio del poder. Por consiguiente, es el lugar de los conflictos sociales y de una de las cuestiones que están en juego de esos conflictos. En el corazón mismo del imaginario social se encuentra el problema del poder legítimo o de las representaciones fundadoras de legitimidad. Toda sociedad debe inventar e imaginar la legitimidad que le otorga al poder. Dicho de otro modo, todo poder debe necesariamente enfrentar su dispositivo y controlarlo reclamando una legitimidad. Todo poder debe imponerse no sólo como poderío sino también como legítimo. Las instituciones sociales, y en especial las instituciones políticas, participan así del universo simbólico que las rodea y forman los marcos de su funcionamiento. La legitimidad del poder es una mercancía particularmente escasa al ser el objeto de conflictos y de luchas. El poder establecido protege su legitimidad contra los que la atacan, aunque más no sea ponerla en tela de juicio. Los signos investidos del imaginario son otros tantos símbolos: los imaginarios sociales se apoyan sobre el simbolismo, que es a la vez obra e instrumento. (…), los símbolos designan tanto el objeto como las reacciones del sujeto hacia ese objeto; la función del símbolo no es sólo la de instituir distinciones, sino también la de introducir valores y de modelar conductas individuales y colectivas; todo símbolo está inscripto en una constelación de relaciones con otros símbolos; las formas simbólicas que van desde lo religioso a lo mágico, desde lo económico a lo político, etc., forman un campo en donde se articulan las imágenes, las ideas y las acciones. Los sistemas simbólicos sobre los cuales se apoya y a través de los que trabaja la imaginación social se construyen sobre las experiencias de los agentes sociales, pero también sobre sus deseos, aspiraciones e intereses. Todo campo de experiencias sociales está rodeado de un horizonte de expectativas y recuerdos, de temores y esperanzas. El dispositivo imaginario asegura a un grupo social un esquema colectivo se interpretación de las experiencias individuales tan complejas como variadas, la codificación de expectativas y esperanzas así como la fusión, en el crisol de una memoria colectiva, de los recuerdos y de las representaciones del pasado cercano o lejano. La potencia unificadora de los imaginarios sociales está asegurada por la fusión entre verdad y normatividad, informaciones y valores, que se opera por y en el
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simbolismo. Al tratarse de un esquema de interpretaciones pero también de valoración, el dispositivo imaginario provoca la adhesión a un sistema de valores e interviene eficazmente en el proceso de su interiorización por los individuos, moldea las conductas, cautiva las energías y, llegado el caso, conduce a los individuos en una acción común. El control del imaginario social, de su reproducción, de su difusión y de su manejo asegura, en distintos niveles, un impacto sobre las conductas y actividades individuales y colectivas, permite canalizar las energías en situaciones cuyas salidas son tan inciertas como imprevisibles. Una de las funciones de los imaginarios sociales consiste en la organización y el dominio del tiempo colectivo sobre el plano simbólico . Los imaginarios sociales y los símbolos sobre los cuales se apoyan los primeros forman parte de complejos y compuestos sistemas, a saber, en especial los mitos, las utopías y las ideologías. Para conseguir la dominación simbólica, es fundamental controlar esos medios que son otros tantos instrumentos de persuasión, de presión, de inculcación de valores y de creencias. Así, todo poder apunta a tener un papel privilegiado en la emisión de los discursos que conducen a los imaginarios sociales, del mismo modo que busca conservar cierto control sobre los circuitos de difusión. Las modalidades de emisión y de control eficaces cambian, entre otras cosas, en función de la evolución del armazón tecnológico y cultural que asegura la circulación de las informaciones y de las imágenes. Podríamos definir los sistemas totalitarios como aquellos es los que el Estado, gracias al monopolio de los medios de comunicación, ejerce una censura rigurosa sobre el conjunto de las informaciones y combina a éstas con la contaminación y la manipulación de las informaciones admitidas para la circulación mediante la propaganda política e ideológica omnipresente. El objetivo buscado sería asegurar al Estado el dominio total sobre las mentalidades, y en especial sobre la imaginación. Al combinar el monopolio del poderío y de la violencia simbólica, el Estado totalitario intenta suprimir todo imaginario social, toda representación del pasado, del presente y del futuro colectivo que no atestigüe su legitimidad y su poderío, garantizando así su dominio sobre la vida social en su conjunto.
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