SAMUEL NOYOLA
NADAR SABE MI LLAMA
A Marcela Guerra: cifra y sentido
Nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a ley severa Francisco de Quevedo y Villegas
Yo abandoné las aulas con un lápiz sin luz que me dieron demiurgos tan venerados. Ni Nabucodonosor Nabucodonosor en toda su elocuencia elocuencia salió a buscar a Dios esa antigua antigua necesidad del sacrificio sacrificio – – esa entre las armas de una revolución tropical con vivísimo fondo de palmeras. Bajo ese tórrido sol en la memoria hoy veo el acento delirante del hombre pintado como como el cuervo de Poe sobre sobre su cabeza. Nevermore: histeria de la historia. Tarde pero temprano también decidí desertar. Volví. Entonces ellos me colgaron un precio, y yo seguí con mi bohemia silbando su enamorada llama adolescente por los caminos.
I. VÉRTIGO CANTADO
El versador Entre las indiferentes flores que se abren como un puño el día me come co me con sus llamas de gracioso espíritu. A un vecino cielo se mudan las nubes, al charco se caen, y todo lo que antes fuese infierno ahora es bienvenida: porque de los árboles gotean millones de diamantes para la bellísima, estridencia de esas joyas que sacude agónico el grillo del corazón, con un ritmo avivado por las sucias lágrimas de mayo. Ah la cintura de esta fermosa es un laúd de fuego, temblor de sol su respiración, terco zumbido mi palabra.
¿Y el muerto, el increíble? No es que lo crea crea necesario en la sombra al hombre, hombre, pero ahí ya respira respira el otro lado lado de la miserable luz del día, cerca de la noche y lo estelar de sus lámparas. Nadador de la oscuridad oscuridad lúcida y misteriosa, bajo la llama sensual de la vela que se defiende de lo amargo del cajón. Sin embargo, a pesar de las rosas familiares y la constelación del rocío en los pétalos apretados, hay algo de insoportable en la rigidez de las tablas funerales, hay asfixia en el aire y la ausencia de algo veloz, algo como aroma de música fresca vibrando mosca en la vitrina del difunto, marimba de sílabas hondas contra el compás del llanto. Y que la más bella se desnude al ritmo de su corazón asustado por el pudor y la muerte, contrasten sus muslos con las ramas tronchadas del ataúd, y sea por siempre la esposa de ése su viudo vuelo de astronauta, como una estrella veloz quemándose en el espacio.
Requiescat in pace Especular el cáliz de la eucaristía, si al coro aquí reunido le rematan el cielo por kilómetros kilómetros de oraciones, oraciones, no le veo nada de alas a ese cura, sí al esfuerzo de estas voces vanamente endurecidas que estallan con una alta derrota de notas amargas. Pero tras aquel vestido de muchacha ocúltase pagano el ángel anterior al soborno de las luces eternas: espíritu de paz su consagración, milagroso milagroso el vino de su boca, pan su voz de resurrección. resurrección. Y esta colina del perdón es una ola y dura sal castigada la cresta de su espuma: húndese la nave del templo. Tal vez el paraíso sea el paisaje de pronto sorprendido sorprendido por el mármol aquel del cementerio.
Vértigo cantado Es la mujer del hombre lo más bueno
Lope de Vega
Te quiero de golpe, amor, somos el reflejo terrestre de alguna estrella. Para ti la llama espiritual de mis besos y el sol profundo del deseo, déjame a mí la altura y el abismo del corazón, déjame el rascacielos en la sangre. Porque desde la firme rosa madre vengo cayendo, como abeja en celo volando vagabundo hacia la soledad de un jardín más oscuro, caí largo hasta que el vértigo me hizo mártir, luego me perdió para siempre el infarto del amor.
Cama con ola Sólo porque en el movimiento quiébrase una ola delgada como un látigo en esta cama sin orillas, la sábana es íntima luna que ilumina al afiebrado beso de dos cuerpos el más alto momento de la espuma.
Acedia con juglar Vocales, diré algún día vuestros latentes nacimientos
Rimbaud
Larva o palabra: duermo horas de horas buceando al destello destello de las sílabas, sílabas, encerrado en una oscuridad de cobijas por respirar el otro tiempo tiempo de mí. No la ciega artillería artillería contra las páginas, que teclea y teclea como un kamikazi en el azar de muchas línea de vuelo que a veces da en blanco por exceso de todo, sino provocar la espuma del silabeo en un hermoso choque lúcido de sintaxis contra las rocas del balbuceo cotidiano. Ese primer grito del gallo es la poesía.
El castellano El castellano es el idioma más hermoso del aire. Lo digo yo que vuelo al silabear la palabra paloma llamada por el deseo. Como quiso Rimbaud los clásicos entintaron mi sangre fijando con preciosa precisión su vértigo v értigo en endecasílabos, liras que aplacan viento y gravitan la mar, sonetos como diamantes constantes más allá de la muerte. El castellano es el del timbre más sonoro. Si no, consulte su estridente latín con las estrofas del Cántico espiritual , que al oído del poeta siguen hablando despiertas.
Rolling Stones y San Juan de la Cruz El caballo de San Juan de la Cruz todavía galopa en el aire: esa percusión que hace hace reír al espíritu espíritu en ascenso, incienso de una música de calle: mucha estridencia, mucho frenesí para darle a la palabra alcance: que el cielo vulnerado entre las llamas del éxtasis asoma, que todos escalamos esta noche en un remolino de sentidos y saxofones. A Juan Villoro
Cicuta o cerveza Como te ven te tratan: – ¿cicuta ¿cicuta o cerveza? En la escalera de los veintiuno el fuego blanco de la bellísima: dorada artillería de palomas, hilo de oro el perfil, oscura llama de su cabellera. Con esqueleto de marfil de estos veintiuno, puedo conectarme a Nueva Delhi vía satélite, enterarme del sol en la piedra viva de sus templos, en su río sucio como el espíritu. Porque no importa nada de la nada ni del vacío, en el viaje con veintiún espejos hacia la muerte, el Ser es una rosa de alambre, un naipe de cristal frío.
Neolítico dichoso El vacío pregona una filantropía que despena
Octavio Paz
Hoteles, relojes, teléfonos, satélites, automóviles, viajes a la luna, rosas a domicilio, American Express, computadoras, computadoras, ritual sin rito, burocracias, estridencia punk, balas de plástico, napalm, etcéteras por télex: no me me interesan, nada de ese unánimamente afamado argumento del progreso me interesa, mejor tomar de lámpara al sol, seguir esperando lluvia cuando me alcanza la sed.
Octavio Dos amarillos y lúcidos ojos ven lo que el hombre histérico de historia no puede mirar, dos ojos y un verbo dentro de la visión, semilla cimbrada que cae sobre la página de la nube y estalla la escritura, inventa una rosa de palabras. De sangre la rosa de la videncia, cinco los pétalos de sus sentidos, porque Rimbaud escribe hoy sin hoy de espaldas a todos, escribe contra la tribu sentado en su pabellón multicolor a mitad del cielo, porque Octavio nos presta las dos O de sus ojos para ver el verbo: cazarlo con los sentidos. – cazarlo
La marcha de Zacatecas Parto para participar del viaje, para dejar que mi mi cabeza vuele como como un naipe en el remolino de la suerte, pato con el corazón corazón recién aceitado, aceitado, y suficiente gasolina en las venas. Noche del domingo: domingo: Eclesiastés, Eclesiastés, que me asista la fría trayectoria de las estrellas, porque el Coro de la Tragedia afinará afinará su garganta, garganta, y será necesario que la sílaba del amor estalle, que la casa del aullido se derrumbe. Porque no soy más que un hijo del vértigo: bendición y transgresión, transgresión, y exceso. De las prostitutas por la canonización del placer y el alcohol del caballo del amor soy hijo. Y porque vengo del viento que lima el sonido y sentido de mis palabras. Salud. Zacatecas de López López Velarde, con barroquísimo barroquísimo vuelo de palomas: hacia ciudad de México.
Alumno de Platón Eructo romano en el aire: asegure su futuro en abonos sin Esfinge ni Sibila de por medio, ni peligro de imperio. imperio. Caballo de Troya la mujer: cerrando los siglos con elegancia única, mordiendo con fuego de abismo los días. dí as. Sílaba del hombre: suena hermosa contra el mercader, la página aún es desierto, espejismo espejismo con llama de cielo. Elocuente exhibicionismo exhibicionismo del monarca: vómito y loción, travestista el trapecista que comparte su banquete. Esto no se encuentra en los libros de historia: Círculo Vicioso, estoico el telescopio que apuntará la verdad allá muy lejos de las estrellas: rascacielos y pirámide es lo mismo, oficina por cámara mortuoria da igual.
II. INTERMEZZO DEL VIUDO
The lost paradise Ahora sí, yo también me vuelvo. Saco mis libros de la casa de tu madre, le digo adiós al perro, a tu padre que nunca me devolvió el saludo – , – que y a tu confuso desdén. Te convencí de ir juntos al paraíso, pero te espantaste espantaste ante aquel fulgor desafortunado desafortunado de la espada encendida por el caduco arcángel que ronca todavía a sus puertas. Difícil e irritado era entonces creer que ese lugar fuera el mejor. Por eso yo veo con limpieza la duda del mendigo arrostrado ante el súbito oro ofrecido al instante. Si es que tú también alcanzaste a comprender, en el centro de una realidad imantada a la espiral venenosa del encanto, en canto, que hasta en aquel hermoso y perfecto jardín existe un árbol bajo la luz del cielo cuyo afán apunta a sus ramas hacia una ley diferente; hacia donde – ahora ahora recuerdo a Milton: “y recogieron los duraznos más hermosos del edén”–
no ha nacido aún medida para lo perfecto.
El siempreviudo Bajo el lecho del hombre solo corre la noche un viento de cabelleras como el serpentear de un río en la oscuridad, sonando. Bajo el lecho del animal humano pule un gemido gemido la cifra de los los días y hay un gato sin luna, sin diosa qué blasfemar. Y el hombre, el siempreviudo, amamantado largamente por la sombra, sin hollarla siquiera se levanta con un simple puño de palabras huérfanas, aisladas – – huérfanas, y el sueño abriéndose como una gran flor en su cabeza.
SIETE EN CONTRA I Enamorado y desesperado cualquiera se pone a escribir versos de amor como si fueran de perrito dolido, enamorado desesperado. Pero esas cosas no hay ya quién las aguante, y el mismo amor enfermo anda en busca de un hospital cuya blancura de sábanas sea menos indiferente que la lámpara de tu cuerpo.
II Para besar de nuevo al ídolo de breve pie dichoso tendré que desgarrar la túnica del orgullo, clamar en el desierto como alguien deshonrado ante los ojos de una mujer, como alguien que intuye un ceño desdeñoso en el rostro de todos los objetos.
III Si vuelvo a ese perfil de glorioso friso latino, recordaré que Leda
hasta con caballos fornica, que las Ninfas se casan con los ingenieros, que Amor es un amén sellado en mi pecho.
IV A cielo abierto espero tu perdón. Pero los dioses griegos, tallados con velocidad en las nubes, no alcanzan a escuchar este ruego.
V De madrugada, cuando los hombres sueñan, salgo a buscar la plaza donde un estanque memorioso me devuelva nuestra imagen, que días y dioses han borrado.
VI Cuando alguien me habla de ti, de tu milagro, una sonora matancera zumba con fervor en mi sangre: y ya no queda espacio para que Agamenón Agamenón gima con estruendo otra vez, porque todo mi mi cuerpo es una columna herida que comienza a ceder ante el incendio.
E pi tafio fi o
Y nació cuando la mujer todo aroma era y todo ternura él, pero dicen que murióse al momento como pescado sin mar – como cuya pupila es diamante ciego – ahíto de amar: lo demás es un secreto de mujer.
Coda fragante Adiós Samuel, dijiste, – Adiós con un tierno acento salpicado de ironía. Y yo mudo, mundano, quedé escuchando el vacío interminable e intermitente del teléfono, la noche acústica y universal para la ciega orfandad orfandad de una oreja oreja ya viuda de todo consuelo. Porque antes de abrir la más falsa excusa, a sólo una hebra mortal en el salto del trapecio, alcancé a darme cuenta que, ni la muerte, con toda su elocuencia y la podrida estela de su fama, la hubiera pronunciado a la vida un adiós más hermoso, como ése de aire silbado que me diste. Fue entonces que partí de allí alegre y desamparado, dispuesto a defender mi amargura aun en el más hosco desierto.
Daniel, IV, 33 Ya tengo el pelo como de árbol y las uñas como de ave. Vellos me van trepando el lomo. En el espejo un círculo frío me mira: ojo como de animal. Los perros ya no me ladran y los gatos me tienen miedo. Mi lengua señala el césped del patio: si allí bajara la lluvia creo me sacudiría entre ella como soberbio tigre agradecido. No puedo empuñar empuñar la pluma con la mano. mano. Creo que me estoy olvidando de ti.
Para el ojo de Goya, esta mujer Si un hombre para por una mujer, y decide montar con ella los caballos de la noche. Y si luego ya borracho de mujer aún el pecho vibrando enamorado, – aún y el aura del vino que pesa como una rosa cargada de veranos – – apoya su cabeza contra un muro y sueña: con otra noche más honda que aquella mujer, cuando viajaba como herida la sangre de los años, y era la ubre de la vida un astro poderoso: de leche imantado, y afirmado por el entibiarse mudo, como la luna, pero ajeno al cielo cielo de los pájaros. pájaros.
Mujer dormida La sangre palpitando con melancolía sube hasta el pecho que sueña el dolor de la rosa levantada a tu nombre, la rosa invisible del amor cuyos pétalos se transparenten en tu alma. Esa roja sangre de la vendimia canta una dulce letanía de puerto, de donde zarpa niña a un arrullarse puro mecida por sábanas de espuma bajo un oro de estrellas estrellas guiñando guiñando en la vigilia. Allí la luz acecha tu perfil y un tenue zumbido de abejas enamoradas se ocultan a la sombra de tu pelo, vibrando eléctricas como el alba tras las colinas cuando cierras los ojos y sueñas al tiempo.
Siempre me debes una pregunta Hay cuatro naranjas en el centro de un sueño Tres naranjas como llamas grandes Una naranja como llama pequeña Las cuatro son de mi madre pero algo arde Es el amarillo de las naranjas na ranjas Y la sed oscura de mi garganta Mi madre me ha perdonado y me regala la pequeña Ya la entierro en mi pecho Y se enciende mi corazón Con el corazón azul del fuego La naranja pequeña estalla Y germina una muchacha: Ella se llama llama bajo el día Entonces abro los ojos Y entre mi sien y la almohada En lento fluir el sol trabaja
El centinela Con el aceite de la noche lúcida me desvelo puliendo tu nombre que empieza a brillar como un arma. Con el aceite de la noche lúcida me desvelo bronceando tu cuerpo que empieza a brillar como un alma.
Señora del fuego Asombrada la luz del día estalla ebria de resplandor contra el asfalto: luz como la lima, ácida, de un salto se abre paso entre la savia y destella. Savia del corazón y de la estrella, ritmo de uva dorada, cantar alto, que hondo al cielo toma por asalto y cae como cae un ángel de batalla. Contra ese chorro oscuro de tu pelo late la luz del mango enamorada: mujer y fruto empujan todo al vuelo. Señora de los hombres y la nada, que alimente tu sangre mi desvelo, si ella olvida su dura luz de espada.
Marcela Alejandra Yo sé que eres la Esfinge. El sueño que asusta con palomas. Eres el ojo risueño con su teoría sobre la estética y la charla. La mujer que dispara con su risa la antigua ballesta de los sentidos. Yo sé que eres la Esfinge. Una muda Esfinge ante su sola belleza. La pregunta del Ser ante el asombro del espejo.
III. MEMORIA EN LLAMAS
Feria de San Antonio Vengo de los días que giran junto al carrusel carrusel y la noche, con fuego ebrio de orquesta y trompetas que estallan olas en los ojos de un niño. Donde el aplauso del sol y la moneda: la luz de una canica, el círculo veloz de la pelota, un cristal que espanta, cucharas en cruz, son la memoria en llamas. 1980
Abuelo Las espuelas de plata que arrastrabas por el barro de las calles de tu pueblo se quedaron constelando el fondo del ropero de mi abuela y su memoria, junto al brillo de tu navaja de rasurar rasurar y el rizo cortado de cuando ella era tu novia. A veces las reconozco en las fotografías donde los zapatistas las encajaban a la oscura piel de sus caballos abriendo bajo las enconadas pezuñas una dirección de pólvora: que casi roce de avispas, chispas del fósforo contra la suela gastada del zapato, sangre de la mano que al tocar la blancura de unas nalgas vuela.
Dinastía Pound Anónimos los dioses no perdonan el hecho de que hayas nacido con una mano mucho más oscura que el silencio: ¡no eres nadie! – ¡no te viven gritando. Pero tú sigues a través de los días que siempre son para ti como páginas desnudas.
Sílaba Sibila Si la veo, silabeo Xavier Villaurrutia Villaurrutia
Ese vivo deseo que la letra hila Espuma larga de Sílaba ciega Sonando en la memoria de Sibila Soñando lo que la razón le niega Un dioscuro noche y día te llama El odio de tu lenta sobre dura La muchacha que te llama con su llama Y dulce quema su vocal madura Escuchas el zumbido de la muerte Dorar la sucia luz de tu mañana Oscurecer lo hermoso de la suerte De roto mármol es la risa humana
Ars con página y pétalo Levantar palabras de la ceniza cotidiana, es el trabajo del poeta: abre con fresca sílaba la veta del poema, con llamas que canto atiza. Si la página en blanco es una risa como de muchacha, que invita en alta voz por la calle, a bifurcar su delta en otra sábana, a besar la prisa. Y es su cuerpo reflejo de ese cielo donde palabra es ángel derribado al hallar su razón en el infierno. Entonces la muchacha quiebra el cielo con su centro de pétalo animado, que conmueve la página cual trueno.
Telegrama Marcela: la mar está celosa de ti. Marcela, la mar.
Los enemigos Un silencio dorado frente al mar. Ante la sombra de las lanzas en la arena retrocede la espuma. Los guerreros duermen, es mediodía. La sal del sueño salpica sus venas con lágrimas de mujeres. Olas orillan una nave no esperada. Brillan espadas calladamente. Estalla el sueño de los guerreros contra las rocas de la muerte. Creta, 1460 a.c.
La pierre publique Como la misma mar la muchedumbre es incesante. Se agolpa contra la piedra de los palacios, cárceles y templos. A sus puertas pide el negado pan, cuchillo y perdón. La muchedumbre es mar, terrible mar sin orilla ni descanso.
TRES HAIKU R osa
Más luz que color Es la sangre del aire: Herida y beso. Ch’i
Humor de mujer, Casi viento sagrado: Clamor de mi sed. Plaza
Estanque seco Donde suena la luna Agua sin tiempo. Ch’i es en el Tao el perfume del sexo de la mujer .
El sueño y el sol Todo empieza cuando te asomas del sueño a la poderosa lámpara del mediodía con tu sombra vibrando sonora. De la corriente del sueño sales a pisar de nuevo la luz. Porque en el estanque de la memoria todavía resuena el alto grito de la muerte que te pide moverte en las calles como sobre el lecho de un río seco.
El silencio y la sed El silencio de los días es inmenso, inmerso en el estanque con nubes de piedra y luces de estrellas que vibran varadas. Los días son aljibes y espejos, animales de polvo que levanta el sol, cántaros dorados por un río de risas, ánimas con zumbido de llama, espejismos donde el hombre duda entre el filo de su rostro y su máscara.
Los todólogos Yo los he visto, orgullosos alumnos de dorada estrellita en la frente. Niños malditos malditos de facultad, con una afilada certeza por cuchillo que blanden el ver un laico. Ilustres especies del aula. Fetichistas de la cita y la discusión. Neófitos del diccionario. Marxistas de cantina y café, sin fe. Gloricuelas locales. Yo los he visto mostrar con solemnidad su biblioteca (a tres libros de El capital está la colección Selecciones del Reader’s Digest ) como quien se ampara en el firmamento sin vacilaciones, ebria la lengua de pretensiones enciclopédicas. Ortopédicas también, por lo impotente.
Heráclito ríe Veo mi cabeza rápidamente, desde la ventanilla del camión me veo ondular como río en los escaparates, hasta que un semáforo en rojo me fija, como la muerte. En algún recodo del tiempo Heráclito ríe.
Palomas barrocas Yo conocí Zacatecas un día en que sus palomas picoteaban la piedra piedra barroca y el aire con nubes que son otras palomas inconformes. inconformes. Frente a la gran catedral cruzaba la calle junto a la sombra sombra de López Velarde: Velarde: ¡palomas barrocas! – ¡palomas El viento se detuvo a esculpir lentas palomas contra el cielo.
Visión en un restaurante Un enjambre sonoro de cucharas y platos carga el tiempo de la memoria con páginas de batallas cantadas por Homero. Los meseros son dioses que controlan el relámpago de los cuchillos y los truenos de la vajilla. Vamos a calmar su ira con el humeante sacrificio de un bistec caro.
Infierno: ciudad Esta avenida se llama Aqueronte. Ésos de ahí, que marchan muy serios al trabajo, perdonen a los dioses, ellos no saben lo que que hacen, yo sé que las semanas se dejan caer como una red para ver cuántos cuántos de nosotros salimos vivos. vivos. Jamás pensé que la muerte nos esperara a tantos.
Nocturno de la calzada Madero Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche
San Juan de la Cruz
No le temo a los perros que me me saludan en el fondo de la noche como niños hambrientos de luna, con aullidos de alucinante sombra y viento extraviado en las esquinas. Porque mis días se han levantado contra una ciudad enjoyada de mendigos, circos donde la razón atraviesa aros de fuego, pirámides con sacerdotes adorando adorando la cifra y el puñal. Y donde ciertas desnudeces de cantera imitadoras del pulso de Miguel Ángel – – imitadoras – se alzan virtuosas de muslos y de pechos en el centro de la plaza pública, pero con una mueca mueca de asombrada asombrada Medusa, ya vuelta piedra con el destello del espejo arrullado por el terror, transparente como la respiración de los ciudadanos, cuando corre un alcohol dividiendo la sangre de otras ninfas de cintura anochecida. Y donde los frutos de un follaje centenario altos y eléctricos se debaten como galeón anclado por un tonelaje de peste contra el aire podrido de fábricas y tubos oxidados, cuando ya silba el maguey de filosa punta violenta ceniza desde la orilla del siglo – – violenta por los desiertos desiertos del norte:
helado y sonoro monzón de la sierra hinchando la carpa de una comedia desconocida. Y porque los pasos de la bellísima resuenan como cascos de caballo en mi memoria, casi trayéndose espectros de carreras tristes y elegantes sombreros de ala tuteadora a este bulevar, hasta aquí, donde el resplandor de su nuca lejana y dormida ya baja por mis hombros, se instala como una canción en el centro de mi pecho cerrado, hasta el pozo de tiempo de mi corazón. De este corazón que limita al norte con esa madre loba de dulce camada, y al sur, un poco al poniente, hacia los bares donde el miedo también sueña, y la vida modorrea con la mejilla rasurada contra el piso vomitado de la cantina, junto a los ciegos ciegos que palpan la música música y la moneda frente a vitrolas luminosas como dentadura de calavera. Allí donde la puta, el califa y el maricón se deslizan orgullosos de su techo de estrellas, como una corriente afiebrada que va puliendo las mesas, el vidrio turbio de las botellas donde respiran rumorosas abejas, orillan la espuma de la cerveza y levantan burbujas hasta el ojo ebrio, que revientan con el tambor y las maracas si dos bailarines se tallan entre el viento dorado de una cumbia. En el sitio donde enviuda siempre el filo de los puñales, cuando un vértigo de águila o mosca entra en la noche, como el aciago brillo de aquel farol.
Creo en los sacrificios sobre la piedra oficial, donde la retina de los policías se contrae siseando madrugadora madrugadora la sangre en la cuneta al tibio encuentro con la tinta de los periódicos. El Señor de las Leyes – harto harto como un gusano – se entroniza, y a su mirada ciega responde la ciudad entera con un silencio de cementerio. Un rojo de semáforos late en mis sienes. Allá, donde se empieza a abrir el horizonte, silba un tren fantasma, chispean fuego sus ruedas, como incendiando un tiempo de catedrales profanadas: no le temo a los perros que me saludan en el fondo de la noche.
A Roberto Vallarino
Monterrey, 1983