1 ANSELMO DE CANTERBURY DE LA VERDAD /173/ PREFACIO Tres tratados pertinentes al estudio de la Sagrada Escritura compuse antes, en diferentes momentos, similares en el hecho de que fueron compuestos por medio de preguntas y respuestas: el papel del que interroga se designa con el nombre de «discípulo» y el del que responde con el nombre de «maestro». Ahora bien, ya que pertenece a un estudio diferente del de esos tres no quiero contar entre ésos un cuarto que publiqué de modo semejante, no inútil, según pienso, para los que requieran introducirse en la dialéctica, y cuyo comienzo es «Del gramático». Uno de aquellos tres es el De veritate, a saber, qué es la verdad, en qué cosas suele afirmarse y qué es la justicia. El otro es el De libertate arbitrii: qué es, si el hombre siempre la posee y cuántas son sus diferencias al poseer o no poseer rectitud de la voluntad, para cuya conservación la libertad de arbitrio fue dada a la criatura racional. En él solo demostré la fortaleza natural de la voluntad para conservar la rectitud recibida, no de qué modo le es necesario para eso mismo que la gracia acompañe. Y el tercero trata de la cuestión con la que se pregunta por qué pecó el diablo, puesto que “no se mantuvo en la verdad” (Juan 8, 44) porque Dios no le dio la perseverancia, que es imposible tener a no ser que Él la dé; ya que si Dios se la hubiese dado, él la habría tenido, así como la tuvieron los ángeles buenos porque Dios se la dio. A ese tratado, aunque allí haya hablado sobre la confirmación de los ángeles buenos, titulé De casu diaboli, ya que lo /174/ que dije de los ángeles buenos fue ocasional, y lo que escribí de los malos fue a propósito de la cuestión. Por cierto, esos tratados, aunque no se vinculen por alguna continuación en su discurso, no obstante su materia y la similitud de la disputa exigen que sean copiados juntos según el orden con el que los recordé. Así pues, aunque hayan sido transcriptos por algunos apresurados en otro orden antes de que estuvieran terminados, sin embargo quiero que se ordenen así como aquí los dispuse. /175/ CAPÍTULOS I.
Que la verdad no tiene principio o fin
2 II.
De la verdad de la significación y de las dos verdades del enunciado.
III.
De la verdad de la opinión
IV.
De la verdad de la voluntad
V.
De la verdad de la acción natural y de la no natural
VI.
De la verdad de los sentidos
VII.
De la verdad de la esencia de las cosas
VIII.
De los conceptos diversos de “deber” y “no deber”, “poder” y “no poder”
IX.
Que toda acción significa algo verdadero o falso
X.
De la verdad suma
XI.
De la definición de la verdad
XII.
De la definición de la justicia
XIII.
Que una es la verdad en todas las cosas verdaderas
/176/ CAPÍTULO I Que la verdad no tiene principio o fin DISCÍPULO: Ya que creemos que Dios es la verdad (Juan 14: 6), y decimos que hay verdad en muchas otras cosas, quisiera saber si, cada vez que se dice una verdad, debemos confesar que ella es Dios. Pues incluso tú en tu Monologion pruebas, por medio de la verdad de un discurso, que la suma verdad no tiene principio ni fin, diciendo: «Además, piense quien pueda cuándo comenzó o cuándo no fue verdadero esto, a saber que “algo era futuro”, o cuándo cesará y no será verdadero esto, a saber “algo será pretérito”. Y si ni uno ni otro de estos puede ser pensado, y uno y otro no pueden ser verdaderos sin la verdad, es imposible siquiera pensar que la verdad tenga un principio o un fin. Finalmente, si la verdad tuvo un principio y tendrá un fin, antes que la misma comenzase era ya verdadero que no era la verdad, y después que haya tenido un fin, será verdadero entonces que no será la verdad. Pero lo verdadero no puede ser sin la verdad. Por lo tanto era la verdad antes que la verdad fuese y será la verdad después que haya tenido un fin la verdad, lo que es inconveniente en grado superlativo. Por lo cual, ya se diga que la verdad tiene, ya se entienda que no tiene un comienzo ni un fin, la verdad no
3 puede ser encerrada por un comienzo o un fin. Lo mismo se sigue para la naturaleza sobreeminente que es la verdad sobreeminente misma.» 1 Esto tú dices en tu Monologion. Por lo cual, espero aprender de ti la definición de la verdad.
1
Cap. XVIII, p. 33, 11-22, ed. Schmitt. En el pasaje Anselmo propone considerar la verdad de
dos enunciados: «Algo era futuro» y «Algo será pasado». Ambos enunciados están formulados en un presente. El primer enunciado refiere a algo ocurrido en el pasado que, si se lo concibe en relación al presente que es hoy, entonces era futuro. Por ejemplo, que alguien enuncie hoy esta proposición. Por lo tanto, la proposición es verdadera: si hoy esto ocurre en el presente, es verdad que ayer fue futuro. El mismo razonamiento es válido respecto de la segunda proposición, la que dice «Algo será pasado». Una vez formulada, su enunciación se vuelve pasado, pasado que fue enunciado, en la misma proposición, como futuro. Sin embargo, Anselmo no busca solo mostrar que los enunciados «Algo era futuro» y «Algo será pasado» son verdaderos ahora, sino que nunca pudieron no haberlo sido y nunca podrán dejar de serlo. Para ello, basta con desvincular ambas proposiciones del supuesto «hoy» en que se las enuncia y comprender que siempre que son enunciadas, lo son en relación a algún presente que en el pasado fue futuro y en el futuro sera pasado. Por el dinamismo intrínseco de la primera proposición, su enunciado siempre fue verdadero: siempre algo fue futuro. Lo mismo puede decirse acerca de la segunda: nunca puede dejar de ser verdad que algo será pasado. En cada oportunidad se renueva el presente enunciativo, y con él el pasado y el futuro que son relativos a él: la clave de su validez está en que son funciones temporales de verdad referidas a un presente constantemente móvil. (Véase al respecto la nota 5 a la traducción de Monologion.) Ahora bien: Anselmo no pretende que la verdad de estos enunciados resida en su validez formal o sintáctica. Si estos enunciados son, además de válidos, verdaderos es porque refieren a un verdadero estado de cosas. Y aun cuando las proposiciones, en tanto enunciados, sí tienen un principio y un fin temporal, la verdad a la que refieren, y que es la causa de que las proposiciones sean verdaderas, no lo tiene. En cualquier momento en que hayan sido, sean o vayan a ser enunciadas, estas proposiciones mantienen su verdad. Esto es así porque la verdad que enuncian es eterna. La validez lógica de estas dos proposiciones en particular demuestra la eternidad del plano metafísico que funda su verdad.
4 MAESTRO: No recuerdo haber encontrado la definición de la verdad. Pero si /177/ quieres, busquemos, a través de las diversidades de las cosas en las cuales decimos que hay verdad, qué es la verdad. DISCÍPULO: Si yo otra cosa no pudiere, te ayudaré al menos escuchando.
CAPÍTULO II De la verdad de la significación y de las dos verdades del enunciado MAESTRO: Busquemos, por tanto, en primer lugar, qué es la verdad en el enunciado, ya que con más frecuencia decimos que ésta es verdadera o falsa. DISCÍPULO: Busca tú y yo observaré lo que tú encontrares. MAESTRO: ¿Cuándo es verdadero el enunciado? DISCÍPULO: Cuando lo que enuncia, sea afirmándolo sea negándolo, es. Digo, en efecto, “lo que enuncia”, incluso cuando niega que es lo que no es, porque así enuncia de qué modo la cosa es. MAESTRO: Por tanto, ¿te parece que la cosa enunciada es la verdad del enunciado? DISCÍPULO: No. MAESTRO: ¿Por qué? DISCÍPULO: Porque nada es verdadero a no ser que participe de la verdad, y por ello la verdad de lo verdadero está en lo verdadero mismo, mas la cosa enunciada no es verdadera en el enunciado. De allí que la cosa enunciada no debe ser llamada la verdad del enunciado sino la causa de la verdad del enunciado. Por lo cual me parece que la verdad del enunciado no debe buscarse sino en el discurso mismo. MAESTRO: Mira, por tanto, si el discurso mismo o su significación o algo de lo que está en la definición del enunciado es lo que buscas. DISCÍPULO: No lo pienso. MAESTRO: ¿Por qué? /178/ DISCÍPULO: Porque si así fuese, el enunciado sería siempre verdadero, ya que todas las cosas que están en la definición del enunciado permanecen idénticas, no sólo
5 cuando lo que enuncia es, sino también cuando no es. En efecto, el discurso es idéntico y la significación es idéntica, e igualmente lo demás.2 MAESTRO: Entonces, ¿cuál te parece allí la verdad? DISCÍPULO: No otra cosa sé sino que, cuando el enunciado significa que lo que es, es, entonces está en él la verdad y el enunciado es verdadero. MAESTRO: ¿Para qué se ha hecho la afirmación? DISCÍPULO: Para significar que lo que es, es. MAESTRO: Por tanto, ello debe. DISCÍPULO: Es cierto. MAESTRO: Por tanto, cuando el enunciado significa que lo que es, es, significa lo que debe. DISCÍPULO: Es manifiesto. MAESTRO: Y cuando significa lo que debe, significa rectamente. DISCÍPULO: Así es. MAESTRO: Y cuando significa rectamente, la significación es recta. DISCÍPULO: No hay duda. MAESTRO: Por tanto, cuando significa que lo que es, es, la significación es recta. DISCÍPULO: Así se sigue. 2
Un enunciado es verdadero cuando afirma que lo que es, es (o que lo que no es, no es). El
estado de cosas al que refiere, sin embargo, no es su verdad. Cada cosa, incluido el enunciado, es verdadera por su participación en la verdad. Esto implica que cada cosa tiene una verdad que le es propia, y que le ha sido conferida por una comunicación que la verdad eterna hace de sí. La verdad del enunciado que busca este capítulo es por consiguiente una verdad ontológica: no se trata tanto de cuándo el enunciado dice la verdad sino de cuándo podemos decir de un enunciado que «es un verdadero enunciado», de la misma manera en que diríamos de un buen cuchillo que «es un verdadero cuchillo». Ahora bien: esta verdad inherente al ser-enunciado consiste en que el enunciado diga la verdad. Esto es, que diga que lo que es, es y lo que no es, no es. Por ello el estado de cosas que debe enunciar, aunque no sea su verdad, es causa de su verdad. Y por el mismo motivo, su verdad tampoco reside en sus elementos formales. Es que aun cuando el estado de cosas que debe enunciar se modifique, los elementos formales del enunciado permanecen idénticos. Por tanto, si la verdad del enunciado residiera en cualquiera de ellos, el enunciado sería siempre verdadero. Aun así, como se verá enseguida, hay un sentido (que no es éste) en que el enunciado, incluso cuando miente, conserva cierto grado de verdad, que no pierde nunca.
6 MAESTRO: Igualmente, cuando significa que lo que es, es, la significación es verdadera. DISCÍPULO: En verdad, es recta y verdadera cuando significa que lo que es, es. MAESTRO: Entonces, lo mismo es para el enunciado ser recto que verdadero, esto es significar que lo que es, es. DISCÍPULO: En verdad, es lo mismo. MAESTRO: Por tanto, para él la verdad no es otra cosa que la rectitud. DISCÍPULO: Manifiestamente veo ahora que esta verdad es la rectitud. MAESTRO: E igualmente cuando el enunciado significa que lo que no es, no es. DISCÍPULO: Veo lo que dices. Pero enséñame qué podría yo responder si alguien dijera que, incluso cuando el discurso significa que lo que no es, es, significa lo que debe. Ciertamente, el discurso recibió significar por igual que no solo lo que es sino también lo que no es, es. Pues si no hubiese recibido significar que es incluso lo que no es, no lo significaría. Por lo cual, incluso cuando significa que es lo que no es, significa lo que debe. Y si, al significar lo que debe, es recto y verdadero, como señalaste, el discurso es verdadero incluso cuando enuncia que lo que no es, es. 3 /179/ MAESTRO: Ciertamente, el enunciado no suele llamarse «verdadero» cuando significa que lo que no es, es. Sin embargo, tiene verdad y rectitud porque hace lo que debe. Pero cuando el enunciado significa que lo que es, es, hace lo que debe doblemente, porque significa no solo lo que recibió significar sino también el para qué fue hecho. Pero el enunciado se llama usualmente «recto» y «verdadero» según esta
3
En cierto sentido, el enunciado tiene una verdad que no pierde, aun cuando enuncia una
falsedad. Pero esta verdad no reside en los elementos formales mencionados en la anterior nota al pie, sino en la capacidad –intrínseca al ser del enunciado- de significar. La verdad del enunciado que busca el capítulo, decíamos, es la verdad de su ser-enunciado; es su verdad ontológica. Esa verdad ha sido descrita como el afirmar que lo que es, es y lo que no es, no es. Sin embargo, un enunciado que miente incluso así ejerce la capacidad de significar; esto es, existe como enunciado. Y en este sentido basal, podemos decir que es verdadero. Si la verdad del enunciado que se busca es ontológica, entonces todo enunciado, en tanto significa, es. Pero la plenitud de su ser verdadero solo se puede dar si, además de existir, se conforma a su esencia como enunciado; esto es, el significar que lo que es, es. Cuando el enunciado cumple con su función, hace lo debido, lo correcto. La verdad del enunciado se identifica pues con su rectitud. (Ver, al respecto, la nota Verdad, rectitud, justicia en nuestro «Léxico».)
7 última rectitud y verdad, con la cual significa que lo que es, es, y no según aquélla, con la cual significa que es incluso lo que no es. Pues el enunciado debe más por lo que recibió la significación que por lo que no la recibió. En efecto, no recibió significar que una cosa es cuando no es, o que no es cuando es, sino que no pudo serle dado que signifique que es solamente cuando es o que no es cuando no es. Así pues, una es la rectitud y la verdad del enunciado en cuanto significa aquello para significar lo cual fue hecho, y otra en cuanto significa lo que recibió significar. Ciertamente, esta última rectitud es, respecto del discurso mismo, inmutable; aquella otra, en cambio, mutable. Pues, el enunciado siempre tiene ésta, y no siempre aquélla. En efecto, tiene esta rectitud por naturaleza, y aquélla accidentalmente y según el uso. Pues cuando digo «Es de día» para significar que lo que es, es, uso rectamente la significación de este discurso, porque para ello fue hecha, y por eso se dice que entonces significa rectamente. Pero cuando con el mismo discurso significo que lo que no es, es, no la uso rectamente porque no fue hecha para ello, y por tanto no se dice que entonces significa rectamente. Aunque en algunos enunciados sean inseparables estas dos rectitudes o verdades, como cuando decimos «El hombre es animal» o «El hombre no es una piedra». En efecto, siempre esa afirmación significa que lo que es, es, y esta negación, que lo que no es, no es, y no podemos usar aquélla para significar que lo que no es, es, pues siempre el hombre es animal, ni ésta para significar que lo que es, no es, porque nunca el hombre es una piedra. Así pues, comenzamos a indagar acerca de aquella verdad que tiene el discurso en cuanto alguien usa rectamente de él, porque el uso común de la locución lo juzga verdadero según ésta. Mas acerca de aquella verdad que no puede no tenerla hablaremos después. 4
4
El enunciado no solo es capacidad de significar, sino que ha recibido esta capacidad en vistas a
un fin: significar que lo que es, es. Cuando significa ejercita esa capacidad y por ello participa en cierta medida de la verdad, porque está haciendo lo que debe: ejerciendo su capacidad de significar. El enunciado posee siempre y de manera invariable esta verdad. Sin embargo, no por significar cumple cabalmente con su función propia, si es que no la ejerce para lo que debe; o sea, el fin en vistas del cual recibió la capacidad de significar: significar que lo que es, es. Este último sentido, en el cual la verdad ontológica del enunciado se ordena en vistas de su fin y de ello resulta su verdad gnoseológica, es la acepción, dice Anselmo, en que habitualmente el lenguaje llama «verdadero» al enunciado. Este tipo de verdad, sin embargo, no es inmutable y lo tiene según el uso. Según el uso correcto, podemos agregar, concluyendo una vez más en la
8 DISCÍPULO: Vuelve, pues, a aquello que comenzaste, porque suficientemente distinguiste para mí entre dos verdades del discurso, sin embargo deberías mostrarme si éste tiene alguna verdad cuando miente, como dices. MAESTRO: Acerca de la verdad de la significación de la que comenzamos a tratar, esto por ahora es suficiente. /180/ En efecto, la misma índole de la verdad que analizamos en la proposición oral debe considerarse en todos los signos que se hacen para significar que algo es o no es, como son los signos escritos o el lenguaje de los dedos. DISCÍPULO: Por tanto, pasa a otro tema. CAPÍTULO III De la verdad de la opinión MAESTRO: Decimos también que el pensamiento es verdadero cuando es aquello que o con la razón o de algún modo pensamos que es, y falso cuando no es. DISCÍPULO: Así lo tiene el uso. MAESTRO: Por tanto, ¿qué te parece que es la verdad en el pensamiento? DISCÍPULO: Según el razonamiento que vimos sobre el enunciado, nada es llamado más rectamente «verdad del pensamiento» que su rectitud. Pues para esto nos fue dado el poder pensar que algo es o no es, para que pensemos que lo que es, es, y lo que no es, no es. Por lo cual quien piensa que lo que es, es, piensa lo que debe, y por ello el pensamiento es recto. Por tanto, si el pensamiento es verdadero y recto no por otra cosa que porque pensamos que lo que es, es, o lo que no es, no es, no otra cosa es su verdad que la rectitud. MAESTRO: Rectamente lo consideras. CAPÍTULO IV De la verdad de la voluntad
identificación entre verdad y rectitud. (Ver al respecto la nota Acción necesaria y no necesaria; deber y no deber en el «Léxico».)
9 Pero también en la voluntad la Verdad misma dice que hay verdad, cuando dice que el diablo no permaneció en la verdad (Juan, 8: 44). En efecto, no estaba en la verdad ni abandonó la verdad sino en la voluntad. /181/ DISCÍPULO: Así lo creo. En efecto, si siempre hubiese querido lo que debió, nunca habría pecado quien no abandonó la verdad sino pecando. MAESTRO: Por tanto, di qué entiendes allí por verdad. DISCÍPULO: Nada sino rectitud. Pues si mientras quiso lo que debió -ciertamente para ello había recibido la voluntad- estuvo en la rectitud y en la verdad y, cuando quiso lo que no debió, abandonó la rectitud y la verdad, no puede entenderse allí la verdad sino como rectitud, ya que o la verdad o la rectitud no fue, en su voluntad, otra cosa que querer lo que debió. MAESTRO: Bien lo entiendes. CAPÍTULO V De la verdad de la acción natural y de la no natural Ahora bien, debe creerse no obstante que la verdad también está en la acción, como el Señor dice que «Quien mal actúa, odia la luz» y «Quien obra la verdad, viene a la luz» (Juan, 3: 20-21). DISCÍPULO: Veo lo que dices. MAESTRO: Así pues, considera qué es allí la verdad, si puedes. DISCÍPULO: Si no me engaño, por la misma razón por la que antes reconocimos la verdad en otras cosas, también debe ser completada en la acción. MAESTRO: Así es. Pues si actuar mal y obrar la verdad son opuestos, como lo señala el Señor cuando dice: «Quien mal actúa, odia la luz» y «Quien obra la verdad, viene a la luz», lo mismo es obrar la verdad que obrar bien. Pues obrar bien es contrario a obrar mal. Por lo cual si obrar la verdad y obrar bien son lo mismo en oposición a obrar mal, no son diversos en su significación. Pero el parecer de todos es que quien obra lo que debe, obra bien y obra la rectitud. De donde se sigue que obrar la rectitud es obrar la verdad. Pues consta que obrar la verdad es obrar bien, y obrar bien es obrar la rectitud. Por lo cual nada más manifiesto que el hecho de que la verdad de la acción es la rectitud. DISCÍPULO: Veo que en nada vacila tu consideración.
10 MAESTRO: Examina si toda acción que obra lo que debe, se dice convenientemente que obra la verdad. Por cierto, hay una acción racional, como dar limosna, y /182/ hay una acción irracional, como la acción del fuego que calienta. Por tanto, ve si convenientemente decimos que el fuego obra la verdad. DISCÍPULO: Si el fuego recibió calentar a partir de aquel de quien obtiene el ser, cuando calienta, obra lo que debe. Así pues, no veo qué inconveniencia hay en que el fuego obre la verdad y la rectitud, cuando obra lo que debe. MAESTRO: Tampoco me parece de otra manera. De donde puede ser advertido que respecto de la rectitud o de la verdad de la acción, la una es necesaria y la otra no es necesaria. Pues por necesidad el fuego obra la rectitud y la verdad cuando calienta; y no por necesidad el hombre obra la rectitud y la verdad cuando obra bien.5 Por «obrar» el Señor quiso dar a entender no solo lo que propiamente se llama «obrar» sino todo verbo, cuando dijo que «Quien obra la verdad, viene a la luz». Por cierto, no excluye de esta verdad o luz a aquel que padece persecución «a causa de la justicia» (Mateo, 5: 10), ni al que está cuando y donde debe estar, ni al que está parado o sentado cuando debe, y casos semejantes. Pues nadie dice que tales no obran bien. Y cuando dice el Apóstol que cada uno recibirá «según se haya comportado» (2 Cor. 5: 10), hay que entender allí lo que solemos llamar «obrar bien» u «obrar mal». 5
A partir de la relación entre dos textos escriturarios, Anselmo identifica el hacer bien con el
hacer la verdad y concluye que si hacer el bien es hacer lo debido, también la verdad de la acción (como la del enunciado, el pensamiento y la voluntad) consiste en hacer lo debido; vale decir, en su rectitud. Pero mientras las anteriores funciones son específicamente humanas, el término «acción» incluye el dominio de lo natural. Por tanto la noción de «verdad» se extiende para incluir las acciones de todas las creaturas. Lo que diferencia el operar natural de ellas del específicamente racional del hombre es explicado con las categorías de «necesario» y «no necesario» o las de «natural» y «no natural», que en este contexto son utilizadas como sinónimos de las anteriores. La verdad natural o necesaria de algo es su no poder ser de otra manera: a este orden pertenece desde el caer de la piedra hasta la verdad de los sentidos, que transmiten lo que perciben, o aquella verdad del enunciado que reside en su mera capacidad de significar y que puede ser equiparada, en su necesidad, al calentar propio del fuego. No naturales son en cambio las acciones permeadas por la razón, que aun cuando conservan cierto grado de participación en la verdad, se alejan de ella en la medida en que se desvían de lo debido. (Ver al respecto la nota Acción necesaria y no necesaria; deber y no deber en nuestro «Léxico».)
11 DISCÍPULO: Incluso el uso común de la locución tiene esto: que llama «obrar» tanto al padecer como a muchas otras cosas que no son propiamente obrar. Por lo cual, si no me engaño, podemos contar entre las acciones rectas incluso la recta voluntad, cuya verdad hemos contemplado arriba, antes de la verdad de la acción. MAESTRO: No te engañas. Pues se dice que quien quiere lo que debe obra rectamente y bien y no es excluido de aquellos que obran la verdad. Pero ya que hablamos de la verdad investigándola, y el Señor parece hablar especialmente de aquella verdad que está en la voluntad, cuando dice del diablo que «no permaneció en la verdad», por ello quise considerar por separado qué era la verdad en la voluntad. DISCÍPULO: Me place que así se haya hecho. /183/ MAESTRO: Por tanto, como consta que respecto de la verdad de la acción, una es natural, otra no natural, bajo la natural hay que colocar aquella verdad del discurso que arriba vimos no puede ser separada de él. En efecto, así como el fuego cuando calienta obra la verdad, porque la recibió de aquel de quien obtiene su ser, así también este discurso, a saber «Es de día», obra la verdad cuando significa que es de día, sea de día o no sea, porque naturalmente recibió hacerlo. DISCÍPULO: Ahora por primera vez veo la verdad en el discurso falso. CAPÍTULO VI De la verdad de los sentidos MAESTRO: ¿Piensas que nosotros, además de la verdad suma, hemos encontrado todas las sedes de la verdad? DISCÍPULO: Recuerdo ahora cierta verdad que no encuentro en estas que has tratado. MAESTRO: ¿Cuál es ella? DISCÍPULO: Hay ciertamente una verdad en los sentidos del cuerpo, pero no siempre. Pues algunas veces nos engañan. Pues cuando veo a veces algo a través de un vidrio, la vista me engaña, ya que a veces me anuncia que el cuerpo que veo más allá del vidrio es del mismo color del que es también el vidrio, aunque sea de otro color; a veces, en cambio, hace que yo piense que el vidrio tiene el color de la cosa que veo más allá, aunque no lo tenga. Hay muchas otras cosas en las cuales la vista y los otros sentidos engañan.
12 MAESTRO: No me parece que esta verdad o falsedad esté en los sentidos, sino en la opinión. Por cierto, el sentido interior mismo se engaña, no le miente el exterior.6 Cosa que se reconoce unas veces fácil, otras difícilmente. En efecto, cuando un niño teme a un dragón esculpido con la boca abierta, fácilmente se reconoce que esto no lo hace la vista, la cual no anuncia al niño algo distinto que a los mayores, sino el sentido interior propio del niño que aún no sabe discernir bien entre la cosa y la representación de la cosa. Tal sucede cuando viendo un hombre semejante a otro pensamos que es aquel /184/ a quien es semejante; o cuando oyendo alguien una voz no humana piensa que es una voz humana. Pues también esto lo hace el sentido interior. Ahora bien, lo que dices del vidrio, es por esto, porque cuando la vista atraviesa un cuerpo del color del aire no está impedida de captar la semejanza del color que ve más allá de manera diferente que cuando atraviesa el aire, a no ser que aquel cuerpo que atraviesa sea más espeso u oscuro que el aire. Como cuando atraviesa un vidrio con su propio color, esto es, al que no se le mezcló ningún otro color, o un agua purísima o un cristal o algo que tiene un color parecido. Mas cuando la misma vista atraviesa un color distinto, como un vidrio no con su propio color, sino al que se le ha añadido otro color, recibe ese mismo color que primero le sale al encuentro. Así entonces, después de haber recibido un color, en cuanto la vista fue afectada por él, cualquier otro color que le salga al encuentro o no lo percibe en absoluto o lo percibe menos íntegramente; transmite aquel que recibió primero, o solo o junto con ese que después le sale al encuentro. En efecto, si la vista, en tanto y en cuanto es capaz de un color, es afectada por el primer color, no puede percibir otro color a la vez. En cambio, si es afectada por el primero menos de cuanto tiene capacidad de percibir el color, puede percibir otro. Esto es, si atraviesa algún cuerpo, por ejemplo un vidrio que sea perfectamente rojizo al punto de que la misma vista sea totalmente afectada por su rojez, no puede ser a la vez afectada por un color diferente. En cambio, si no encuentra un cuerpo tan perfectamente rojizo que primero le salga al encuentro, en cuanto es capaz de color, casi no llena aún, puede al punto recibir otro color, en cuanto su capacidad no está saciada por el primer color. 6
El sentido interior, que se distingue del exterior, abarca las operaciones de la sensibilidad
interna, como por ejemplo la de la fantasía, que reúne en una imagen las diversas percepciones sensoriales, o la de la memoria, que las conserva. (Cfr. al respecto la voz «Sensus» en S. Magnavacca, Léxico técnico de filosofía medieval, Miño y Dávila Editores, Buenos Aires, 2005, p. 629.)
13 Por tanto, quien desconoce esto piensa que la vista transmite que todas las cosas que siente después de haber recibido el primer color serían totalmente o en cierta medida de ese mismo color. De donde sucede que el sentido interior impute su culpa al sentido exterior. De manera semejante, cuando una vara entera, de la que una parte está dentro del agua y otra afuera, se considera quebrada; o cuando pensamos que nuestra vista encuentra nuestros rostros en el espejo, y cuando nos parece que la vista y los otros sentidos anuncian muchas cosas diferentes de cómo son, la culpa no es de los sentidos, que anuncian lo que pueden, ya que así recibieron su poder, sino que se la debe imputar al juicio del alma, que no discierne bien qué pueden ellos o qué deben. Ya que mostrar esto es más trabajoso que fructífero para lo que pretendemos, no creo que se deba insumir tiempo de este modo. Baste decir solo esto: que los sentidos, cualquier cosa que parezcan anunciar, sea que lo hagan por su propia naturaleza, /185/ sea por alguna otra causa, hacen lo que deben y por ello obran la rectitud y la verdad, y esta verdad está contenida bajo aquella verdad que está en la acción. DISCÍPULO: Me has satisfecho con tu respuesta, y no quiero que te demores más en esta cuestión sobre los sentidos. CAPÍTULO VII De la verdad de la esencia de las cosas MAESTRO: Considera ahora si, además de la suma verdad, la verdad debe ser entendida en alguna cosa, además de en aquellas cosas que se vieron antes. DISCÍPULO: ¿Qué puede ser ello? MAESTRO: ¿Piensas que hay algo, en cualquier momento o en cualquier lugar, que no esté en la suma verdad y que de allí no haya recibido lo que es en cuanto es, o que pueda ser otra cosa que lo que allí es? DISCÍPULO: No hay que pensarlo. MAESTRO: Entonces, todo lo que es, es verdaderamente, en cuanto es lo que allí es. DISCÍPULO: Puedes concluir absolutamente que todo lo que es, es verdaderamente, ya que no es otra cosa que lo que allí es. MAESTRO: Entonces, hay una verdad en la esencia de todas las cosas que son, porque son lo que son en la suma verdad.
14 DISCÍPULO: Veo que allí a tal punto hay una verdad que ninguna falsedad puede haber allí, porque lo que es falsamente, no es. MAESTRO: Bien dices. Pero di si debe haber algo diferente de lo que hay en la suma verdad. DISCÍPULO: No. MAESTRO: Por tanto, si todas las cosas son lo que allí son, sin duda son lo que deben. DISCÍPULO: Son verdaderamente lo que deben. MAESTRO: Mas todo aquello que es lo que debe ser, es rectamente. DISCÍPULO: De otra manera no puede. MAESTRO: Entonces, todo lo que es, es rectamente. DISCÍPULO: Nada más lógico. /186/ MAESTRO: Por tanto, si no solo la verdad sino también la rectitud están en la esencia de las cosas por esto, porque son lo que son en la verdad suma, es cierto que la verdad de las cosas es la rectitud. DISCÍPULO: Nada más evidente respecto de la consecuencia de la argumentación. CAPÍTULO VIII De los conceptos diversos de «deber» y «no deber», «poder» y «no poder» Pero según la verdad de la cosa ¿cómo podemos decir que todo lo que es, debe ser, puesto que hay muchas obras malas, que es cierto que no deben ser? MAESTRO: ¿Qué hay de admirable, si la misma cosa debe ser y no ser? DISCÍPULO: ¿Cómo puede ser eso? MAESTRO: Sé que no dudas de que nada es en absoluto a no ser que lo haga o lo permita Dios. DISCÍPULO: Nada me es más cierto. MAESTRO: ¿Osarás decir que Dios hace o permite algo no sabiamente o no bien? DISCÍPULO: Más bien afirmo que nada hace sino bien y sabiamente. MAESTRO: ¿Juzgarás que lo que tan gran bondad y tan gran sabiduría hace o permite no debe ser? DISCÍPULO: ¿Quién entendiéndolo osaría pensarlo? MAESTRO: Entonces, debe ser igualmente no sólo aquello que sucede porque Dios lo hace sino también aquello que sucede porque lo permite. DISCÍPULO: Es evidente lo que dices.
15 MAESTRO: Di también si piensas que el efecto de la mala voluntad debe ser. DISCÍPULO: Es lo mismo que si dijeras si la obra mala debe ser, lo que nadie sensato concede. MAESTRO: Con todo, Dios permite que algunos obren mal porque quieren mal. DISCÍPULO: Ojalá no lo permitiera tan a menudo. MAESTRO: Entonces, la misma cosa debe ser y no ser. En efecto, debe ser porque bien y sabiamente es permitido por Aquel sin cuyo permiso no podría suceder; y no debe ser respecto de aquel por cuya inicua voluntad es concebido. Entonces, de este modo Jesús nuestro Señor, porque Él solo era inocente, no debió /187/ padecer la muerte, ni nadie debió inferírsela; y, sin embargo, debió padecerla, porque Él mismo, sabia, benigna y útilmente, quiso sufrirla. En efecto, de muchos modos la misma cosa recibe contrarios por diversas consideraciones. Cosa que sucede con frecuencia en actio (la acción), como en percussio (el golpe). Pues percussio es propia tanto del agens (el agente) como del patiens (el paciente). De donde puede llamarse no solo actio (acción) sino también passio (pasión). Aunque, según su mismo nombre, actio, percussio y los nombres que similarmente dichos en significaciones pasivas se dicen en activa, parecen ser más propios del patiens que del agens. Por cierto, según aquello que agit (actúa), parece que se lo dice más propiamente agentia (agencia), o sea percutentia (golpeadura); y según aquello que patitur (padece), [parece que se lo dice más propiamente] actio, o sea percussio. Pues agentia y percutientia se dicen a partir de agens [agente] y de percutiens [el que golpea], como providentia [providencia] se dice a partir de providens [el que prevé] y continentia [continencia] a partir de continens [el que contiene], entonces agens y percutiens, providens y continens son [formas] activas, mas actio y percussio derivan de actus [actuado] y percussus [golpeado] que son formas pasivas. Pero, ya que --para decirlo con un solo ejemplo a partir del cual puedas entenderlo en los demás-- como el percutiens no es sin el percussus ni el percussus sin el percutiens, así percutientia [la golpeadura] y percussio no pueden existir la una sin la otra; más aún, son una y la misma cosa significada con diversos nombres según las diversas partes; por ello percussio se dice que es propio no solo del percutiens sino también del percussus. Por lo cual, según si el agens y el patiens subyacen en un mismo juicio o en contrarios, la misma actio así será juzgada por igual o contrariamente de una y otra parte. Por tanto, cuando no solo quien percutit, percutit rectamente, sino también quien percutitur [es
16 golpeado], es recte percutitur [es golpeado rectamente], como cuando el pecador es corregido por aquel a quien le incumbe: de una y otra parte [la actio] es recta, porque de una y otra parte debe haber la percussio [el golpe]. Por lo contrario, cuando un justo percutitur [es golpeado] por un inicuo, porque ni aquel debe ser percuti [golpeado] ni este, percutere [golpear], de una y otra parte no es recta, porque ni de una y otra parte debe existir percussio [golpe]. Pero cuando el pecador percutitur [es golpeado] por aquel a quien no incumbe, porque no solo aquel debe percuti [ser golpeado] sino también este no debe percutere [golpear], debe y no debe haber percussio [golpe]; y por ello no puede negarse como recta y no recta. Porque si consideraras, según el juicio de la suprema sabiduría y bondad, que sea solo de una parte o sea de una y otra parte, esto es, del agens [agente] y del patiens [paciente], no debería haber percussio [golpe], ¿quién osará negar que deba existir lo que es permitido por tan gran sabiduría y bondad?7 DISCÍPULO: Que lo niegue quien ose, yo por mi parte no lo oso. 7
Agens (agente/el que actúa) es el participio presente activo del verbo agere (actuar); actus
(acto) es su participio pasado pasivo; agentia (agencia) es un sustantivo femenino formado sobre ese participio presente activo, y actio (acción) es un sustantivo femenino formado sobre ese participio pasado pasivo. Anselmo en sus especulaciones gramaticales tiene presente estos orígenes. Las formas agentia y actio deberían guardar, para los latino-escribientes, un cierto sentido de la forma originaria de la que derivan, cosa que se ha perdido para nosotros. Y otro tanto sucede con las formas derivadas de percutere (golpear) y percuti (ser golpeado): percutens (golpeador/el que golpea), percussus (golpeado), percutientia (golpeadura), percussio (golpe). Anselmo encuentra en el sustantivo actio, o en un caso concreto de actio, a saber, percutio, una suerte de síntesis entre la voz activa y la pasiva. En esas formas derivadas del participio pasado pasivo es dable observar tanto al que ejecuta la acción (agens) como a aquel que la padece (patiens). Por ello en esas formas, como en el caso de percussio, hay tanto una acción como una pasión A pesar de que se haga de ellos un uso activo, por su formación parecen referir más el que padece la acción que el que la hace. La actividad que conlleva lo que actúa (agit) se refiere con el nombre de agentia, en consecuencia la actividad de lo que golpea (percutit) sera percutientia. En cambio, el hecho de padecer (patitur) una actividad conforma una actio, y en el caso de que esa actividad sea ser golpeado, será una percussio. Anselmo fundamenta morfológicamene que no puede haber acción sin actuado, así quien golpea (percutiens) golpea a alguien que es golpeado (percussus). La acción de golpear (percutentia) supone el padecimiento de ser golpeado (percussio). Ambos términos mientan la misma cosa según diversas perspectivas, la del agens (el que golpea) y la del patiens (el que es golpeado).
17 MAESTRO: ¿Y qué? Si lo consideraras según la naturaleza de las cosas, como cuando los clavos de hierro se hundieron en el cuerpo del Señor, ¿dirías que la frágil carne no debió ser penetrada, o que penetrada por el agudo hierro, no debió doler? /188/ DISCÍPULO: Lo diría contra la naturaleza. MAESTRO: Entonces, puede suceder que debe haber según la naturaleza la acción y la pasión que no debe haber ni según el agente ni según el paciente, ya que ni aquel debe obrar, ni este padecer. DISCÍPULO: Nada de ello puedo negar. MAESTRO: Por tanto, ¿ves que muy frecuentemente puede suceder que la misma acción debe ser y no debe ser por diversas consideraciones? DISCÍPULO: Tan manifiestamente lo muestras que no podría no verlo. MAESTRO: Ahora bien, entre esto, quiero que sepas que deber y no deber se dicen algunas veces impropiamente, como cuando digo que debo ser amado por ti. En efecto, si lo debo verdaderamente, soy deudor de devolver lo que debo, y estoy en culpa si no soy amado por ti. DISCÍPULO: Así se sigue. MAESTRO: Pero cuando debo ser amado por ti, no hay que exigirlo de mí sino de ti. DISCÍPULO: Es oportuno que confiese que así es. MAESTRO: Por tanto, cuando digo que debo ser amado por ti, no se dice así como si yo te debiera algo, sino porque tú debes amarme. Similarmente cuando digo que no debo ser amado por ti, no se entiende otra cosa sino que tú no debes amarme. Este modo de hablar está también en la potencia y en la impotencia. Como cuando se dice: «Héctor pudo ser vencido por Aquiles», y «Aquiles no pudo ser vencido por Héctor». En efecto, no hubo la potencia en aquel que pudo ser vencido, sino en aquel que pudo vencer, ni hubo impotencia en aquel que no pudo ser vencido, sino en aquel que no pudo vencer. DISCÍPULO: Me agrada lo que dices. Pues considero útil conocerlo. MAESTRO: Rectamente piensas. CAPÍTULO IX Que toda acción significa algo verdadero o falso Pero volvamos a la verdad de la significación, de la cual comencé al punto de conducirte desde las cosas más conocidas hasta las más desconocidas. En efecto, todos
18 hablan de la verdad de la significación, pero la verdad que está en la esencia de las cosas pocos la consideran. /189/ DISCÍPULO: Me fue de provecho que me condujeras en ese orden. MAESTRO: Por tanto, veamos cuán extensa es la verdad de la significación. Pues no solo en aquellas cosas que solemos llamar «signos» sino también en todas las otras cosas que hemos nombrado hay significación verdadera o falsa. Pues ya que no debe ser hecho por alguien sino lo que ese alguien debe hacer, por eso mismo cuando alguien hace algo, dice y significa que debe hacer eso. Porque si debe hacer lo que hace, dice algo verdadero. Si en cambio no debe, miente. DISCÍPULO: Aunque me parezca entender, sin embargo como me es algo hasta ahora no oído, muéstrame más ampliamente lo que dices. MAESTRO: Si estuvieses en un lugar donde supieras que hay hierbas saludables y mortíferas, pero desconocieses distinguirlas, y hubiese allí alguien de quien no dudaras que supiese distinguirlas, y al preguntarle tú cuáles son las saludables y cuáles las mortíferas, te dijera de palabra que las saludables son unas y comiera las otras, ¿en qué más creerías, en su palabra o en su acción? DISCÍPULO: No creería tanto en su palabra como en su obra. MAESTRO: Por tanto, te diría cuáles son saludables más con su obra que con su palabra. DISCÍPULO: Así es. MAESTRO: Así pues, si ignorases que no hay que mentir y alguien mintiera frente a ti, incluso si ese mismo te dijese que no se debe mentir, te diría más con su obra que se debe mentir, que con su palabra que no se debe. Similarmente, cuando alguien piensa o quiere algo: si vieses su voluntad y pensamiento e ignorases si debería quererlo o pensarlo, te significaría con la misma acción [de querer y pensar] que debería pensarlo o quererlo. Por lo cual, si así lo debiese, diría algo verdadero. En cambio, si no, mentiría. También en el ser de las cosas hay similarmente una significación verdadera o falsa, ya que por el hecho mismo de que algo es dice que debe ser. DISCÍPULO: Veo ahora manifiestamente lo que hasta ahora no había advertido. MAESTRO: Avancemos hacia las cosas que restan. DISCÍPULO: Ve adelante y te seguiré. CAPÍTULO X De la suma verdad
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MAESTRO: Ahora bien, no negarás que la suma verdad es la rectitud. DISCÍPULO: Más aún, no puedo confesar que ella sea otra cosa. /190/ MAESTRO: Considera que, mientras todas las antedichas rectitudes son rectitudes por esto: porque aquellas cosas en las que son, o son o hacen lo que deben, la verdad suma no es rectitud por esto: porque deba algo. En efecto, todas las cosas le deben a ella, y ella no debe nada a nadie, ni es lo que es por ninguna razón, sino porque es. DISCÍPULO: Lo entiendo. MAESTRO: ¿Ves también cómo esta rectitud es causa de todas las otras verdades y rectitudes, y nada es causa de ella? DISCÍPULO: Lo veo y advierto que en las otras, unas son solo efectos, y otras son causa y efectos. Al punto de que, como la verdad que está en el ser de las cosas es efecto de la suma verdad, ella es también causa de la verdad que es propia del pensamiento y de aquella que está en la enunciación, y estas dos verdades no son causa de ninguna verdad. MAESTRO: Bien lo consideras. De donde ya puedes entender cómo, en mi Monologion (cap. XVIII, p. 33, 11-13, ed. Schmitt), probé por la verdad del discurso que la verdad suma no tiene principio ni fin. En efecto, al decir: «¿Cuándo no fue verdadero que algo iba a ser?» no lo dije así como si esa proposición que afirma que algo va a ser fuese sin principio, ni como si esa verdad fuese Dios, sino porque no se puede entender cuándo, si esa proposición fuera, le faltaría la verdad. De modo que por esto -porque no se entiende cuándo esa verdad habría podido no ser, si fuese la proposición en la cual ella podría ser- se entiende que aquella verdad que es la causa primera de esta verdad haya sido sin principio. Pues la verdad de la proposición no podría ser siempre, si su causa no fuera siempre. Por cierto, no es verdadera la proposición que dice que algo será, a no ser que efectivamente algo vaya a ser; ni algo será, si no es en la verdad suma. Similarmente hay que entender de aquel discurso que dice que algo fue. Pues si la verdad de esta proposición, una vez que hubiese sido formulada, no pudiera estar ausente de ningún intelecto, es necesario que no se pueda entender ningún límite respecto de esa verdad que es la causa suma de esta. En efecto, por esto se dice verdaderamente que algo ha pasado: porque así es en realidad; y por esto algo ha pasado: porque así existe en la verdad suma. Por lo cual, si nunca pudo no ser verdadero que algo será y nunca podría no ser verdadero que algo ha pasado, es imposible que haya existido el principio de la verdad suma o que su fin fuera a existir.
20 DISCÍPULO: Nada veo que pueda objetar a tu razonamiento. /191/ CAPÍTULO XI De la definición de «verdad» MAESTRO: Volvamos a la indagación de la verdad que comenzamos. DISCÍPULO: Todo esto atañe a la indagación de la verdad, sin embargo vuelve a lo que quieras. MAESTRO: Por tanto, dime si te parece que hay alguna otra rectitud más allá de estas que hemos considerado. DISCÍPULO: No hay otra más allá de esas, a no ser aquellas que están en las cosas corporales, que es muy distinta de esas, como la rectitud de la viga. MAESTRO: ¿En qué te parece que esta difiere de aquellas? DISCÍPULO: En que esa se puede conocer con la vista corporal; a aquellas las capta la contemplación de la razón. MAESTRO: ¿No es cierto que aquella rectitud de los cuerpos se entiende y se conoce con la razón más allá del objeto? O si, respecto de la línea de algún cuerpo ausente, se dudara si es recta, y se puede demostrar que no se dobla en ninguna parte, ¿no es cierto que se colige con la razón que es necesario que ella sea recta? DISCÍPULO: También. Pero la misma, que así se entiende con la razón, se percibe con la vista en un objeto. Mas aquellas no pueden ser percibidas, sino solo con la mente. MAESTRO: Entonces, podemos, si no me equivoco, definir que la verdad es la rectitud perceptible solo con la mente. DISCÍPULO: Veo que quien dice esto de ningún modo se equivoca. Pues, esta definición de verdad no contiene ni más ni menos que lo requerido, ya que al nombre de «rectitud» lo divide de toda cosa que no se llame «rectitud», porque al decir que se la percibe solo con la mente, la separa de la rectitud visible. CAPÍTULO XII De la definición de «justicia» Pero ya que me enseñaste que toda verdad es rectitud, y la rectitud me parece que es lo mismo que la justicia, enséñame también qué he de entender que es la justicia. Pues parece que todo lo que es recto que sea, es también justo que sea, y viceversa, que lo
21 que es justo que sea, es recto que sea. En efecto, justo y recto parece que el fuego sea cálido y que /192/ todo hombre ame a quien lo ame. Pues si todo lo que debe ser es de manera recta y justa, y no hay otra cosa recta y justamente sino lo que debe ser, como pienso, la justicia no puede ser otra cosa que rectitud. Pues en la naturaleza suma y simple, aunque no sea justa y recta por esto, porque deba algo, sin embargo no hay duda de que la rectitud y la justicia son lo mismo. MAESTRO: Entonces, tienes la definición de la justicia, si la justicia no es otra cosa que rectitud. Y ya que hablamos de la rectitud perceptible solo con la mente, la verdad, la rectitud y la justicia se definen mutuamente. Al punto de que quien conociera una de ellas y desconociera las otras, podría alcanzar el conocimiento por la conocida a la desconocida; más aún, quien conociera una, no podría desconocer las otras. DISCÍPULO: Por tanto, ¿qué? ¿Llamaríamos «justa» una piedra cuando de lo superior busca lo inferior, porque hace lo que debe, como llamamos «justo» a un hombre cuando hace lo que debe? MAESTRO: No solemos decir «justo» por una tal justicia. DISCÍPULO: Por tanto, ¿por qué el hombre es más justo que una piedra justa, si uno y otra obran justamente? MAESTRO: ¿Tú mismo no piensas que el hacer del hombre difiere de algún modo del hacer de la piedra? DISCÍPULO: Sé que el hombre obra voluntariamente; la piedra, natural y no voluntariamente. MAESTRO: Por ello, la piedra no se llama "justa", porque justo no es quien hace lo que debe, sino quien quiere lo que hace. DISCÍPULO: Por tanto, ¿diríamos que un caballo es justo cuando quiere pacer, porque queriéndolo hace lo que debe? MAESTRO: No dije que es justo aquel que hace lo que debe queriendo, sino que dije que no es justo quien no hace lo que debe queriendo. DISCÍPULO: Por tanto, di quién es justo. MAESTRO: Preguntas cómo veo la definición de esa justicia a la que se le debe alabanza, así como a su contrario, esto es, a la injusticia, se le debe vituperio. DISCÍPULO: Ésa pregunto. MAESTRO: Consta que esa justicia no está en ninguna naturaleza que no conozca la rectitud. En efecto, todo lo que no quiere la rectitud, incluso si la tiene, no merece ser alabado porque tenga rectitud. Mas no puede quererla quien la ignora.
22 DISCÍPULO: Es verdadero. /193/ MAESTRO: Entonces, la rectitud que brinda alabanza a quien la tiene no está sino en la naturaleza racional, la única que adquiere la rectitud de la que hablamos. DISCÍPULO: Así se sigue. MAESTRO: Por tanto, ya que toda justicia es rectitud, de ninguna manera hay una justicia que haga loable al que la sirve, a no ser en los racionales. DISCÍPULO: No puede ser de otro modo. MAESTRO: Entonces, ¿dónde te parece que está esa justicia en el hombre que es racional? DISCÍPULO: No está sino o en la voluntad o en el conocimiento o en la obra. MAESTRO: ¿Qué? Si alguien entiende rectamente u obra rectamente, y no quiere rectamente, ¿lo alabará alguno por su justicia? DISCÍPULO: No. MAESTRO: Por tanto, no es esta justicia rectitud del conocimiento o rectitud de la acción, sino rectitud de la voluntad. DISCÍPULO: O será eso o nada. MAESTRO: ¿Te parece que está suficientemente definida la justicia que buscamos? DISCÍPULO: Velo tú. MAESTRO: ¿A cualquiera que quiere lo que debe, piensas que quiere rectamente y que tiene rectitud de la voluntad? DISCÍPULO: Si alguien, desconociéndolo, quiere lo que debe, como cuando quiere cerrar una puerta delante de aquel que, sin saberlo él, quiere matar a otro en la casa, sea que tenga o no tenga alguna rectitud de la voluntad, no tiene esa que buscamos. MAESTRO: ¿Qué dices de aquel que sabe que debe querer lo que quiere? DISCÍPULO: Puede suceder que, entendiéndolo, quiera lo que debe y no quiera deberlo. Pues cuando un ladrón es obligado a devolver el dinero sustraído, es manifiesto que no quiere deber hacerlo, ya que por ello es obligado a querer devolver: porque lo debe. Pero ese de ninguna manera ha de ser alabado por esa rectitud. MAESTRO: Quien, a causa de la vanagloria, da de comer a un pobre hambriento, quiere deber querer lo que quiere. Por ello, pues, es alabado, porque quiere hacer lo que debe, ¿qué piensas, pues, de éste? DISCÍPULO: Tal rectitud no ha de ser alabada, y por ello no es suficiente para la justicia que buscamos. Pero muéstrame ya la que sea suficiente.
23 MAESTRO: Toda voluntad así como quiere algo, quiere a causa de algo. Pues /194/ del mismo modo que hay que considerar qué quiere, así hay que ver por qué lo quiere. Ciertamente, la voluntad debe ser tan recta al querer aquello que debe como al querer a causa de lo que debe. Por lo cual, toda voluntad tiene un qué y un por qué. Pues no queremos absolutamente nada, a no ser que haya un por qué lo queremos. 8 DISCÍPULO: Todos conocemos esto en nosotros. MAESTRO: ¿Por qué te parece ha de ser querido por cualquiera lo que quiere, para que tenga una voluntad loable? En efecto, qué debe ser querido, es manifiesto, ya que quien no quiere lo que debe no es justo. DISCÍPULO: No me parece menos manifiesto que como lo que se debe ha de ser querido por todos, así también, para que la voluntad sea justa, ha de ser querido por esto: porque se debe. MAESTRO: Bien entiendes que estas dos cosas son necesarias a la voluntad para la justicia, a saber, querer lo que debe y por esto, porque lo debe. Pero di si son suficientes. DISCÍPULO: ¿Por qué no? MAESTRO: Cuando alguien quiere lo que debe porque es obligado, y por ello es obligado: porque debe quererlo, ¿no es cierto que este, de algún modo, quiere lo que debe, ya que debe? DISCÍPULO: No puedo negarlo; pero éste quiere de un modo; el justo, de otro modo. MAESTRO: Distingue esos modos. DISCÍPULO: Pues, el justo cuando quiere lo que debe, conserva la rectitud de la voluntad no a causa de otra cosa -por cuanto ha de ser llamado «justo»- que a causa de la misma rectitud. En cambio, quien no sino obligado o conducido por un extraño 8
La voluntad humana es un apetito racional. (En el capítulo IV Anselmo la ha incluído entre las
acciones racionales.) Esto significa que es un deseo que tiende hacia aquello que la razón le señala como bueno. Por tanto, a diferencia del mero deseo, que simplemente desea algo, la voluntad, ademas de desear algo (el qué) lo desea por una causa racional (el por qué). No siendo el hombre perfecto, la causa que guía al apetito puede ser errónea. De ahí la necesidad de Anselmo de determinar cuándo es recta la voluntad. Su rectitud dependerá de que la causa que la motiva sea también recta o verdadera. (Para todo este capítulo, ver tambien las dos notas de nuestro «Lexico» Verdad, rectitud, justicia y Acción necesaria y no necesaria; deber y no deber.)
24 beneficio quiere lo que debe, si ha de decirse que conserva la rectitud, no la conserva a causa de sí misma sino a causa de otra cosa. MAESTRO: Por tanto, la voluntad justa es aquella que conserva su rectitud a causa de la rectitud misma. DISCÍPULO: O es esa o ninguna voluntad es justa. MAESTRO: Por consiguiente, la justicia es la rectitud de la voluntad, conservada por sí misma. DISCÍPULO: En verdad, esa es la definición de justicia que buscaba. MAESTRO: Sin embargo, mira que no haya algo en ella que deba ser corregido. DISCÍPULO: Yo nada veo en ella que deba corregirse. MAESTRO: Ni yo. Pues no hay ninguna justicia que no sea rectitud, ni otra que la rectitud de la voluntad se llama por sí«justicia». En efecto, la rectitud de la acción es llamada «justicia», pero solo cuando la acción sucede por una voluntad justa. Y la rectitud de la voluntad, aunque fuera imposible que suceda lo que rectamente queremos, sin embargo no pierde de ninguna manera el nombre de «justicia». /195/ Y respecto de que se dice «conservada»alguien quizás diría: si la rectitud de la voluntad debe ser llamada justicia solo cuando es conservada, en cuanto se la tiene no es justicia, ni recibimos justicia cuando la recibimos, sino que nosotros conservándola hacemos que ella sea justicia. Pues la recibimos y la tenemos antes de que la conservemos. En efecto, no la recibimos ni la tenemos originariamente por esto, porque la conservamos, sino que comenzamos a conservarla por esto, porque la recibimos y la tenemos. Pero a ello nosotros podemos responder que recibimos al mismo tiempo no solo el querer sino también el tenerla. En efecto, no la tenemos sino queriéndola, y si la queremos, por ello mismo la tenemos. Y así como al mismo tiempo la tenemos y queremos, así al mismo tiempo la queremos y conservamos, ya que así como no la conservamos a no ser cuando la queremos, así no se da que la queramos y no la conservemos, sino que mientras la queremos, la conservamos, y mientras la conservamos, la queremos. Por tanto, ya que a un tiempo nos sucede no solo quererla sino también tenerla, y el quererla y conservarla no está en nosotros en momentos diversos, por necesidad recibimos al mismo tiempo no solo tenerla sino también conservarla, y al mismo tiempo mientras la conservamos, la tenemos, así mientras la tenemos, la conservamos, y de ello no surge ningún inconveniente. Por cierto, así como la recepción de la misma rectitud es por naturaleza anterior a tenerla o quererla -ya que tenerla o quererla no es la causa de su recepción, sino que la
25 recepción hace al quererla y tenerla-, y sin embargo existe al mismo tiempo la recepción y el tener y quererla -en efecto al mismo tiempo comenzamos a recibirla, tener y quererla, y en cuanto es recibida, es tenida y la queremos-, así el tener o bien quererla, aunque por naturaleza sean anteriores a conservarla, son sin embargo al mismo tiempo. Por lo cual, de quien al mismo tiempo recibimos tener, querer y conservar la rectitud de la voluntad, de ese recibimos la justicia; y en cuanto tenemos y queremos la misma rectitud de la voluntad, ella debe ser llamada «justicia». Y respecto de que añadimos «a causa de sí misma», a tal punto es necesario esto que de ningún modo la misma rectitud es justicia sino conservada a causa de sí misma.9
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Anselmo ha definido a la verdad como rectitud y a la rectitud como justicia. La
identificación de este término con los anteriores requiere de precisiones mas finas. Mientras tanto «verdad» como «rectitud» podían ser aplicados al conjunto del ámbito creatural, el término «justicia» (por lo menos el que se aplica a aquella «a la que se le debe alabanza») se reserva para la rectitud de la voluntad. Y aun así, se hace necesaria una ulterior determinación: la justicia es la rectitud de la voluntad en tanto se la conserva a causa de sí misma. La expresión «a causa de sí misma» retoma la cuestión del motivo de la voluntad. «Justa» es la voluntad que quiere la rectitud no por otro motivo que por la rectitud misma. Pero no solo que la quiere, sino que la conserva. La introducción de este verbo provoca una larga disquisición del maestro. Lo que está implícitamente en juego es un asunto delicado: si la voluntad puede ser llamada «justa» solo cuando quiere y conserva la rectitud, quizás se podría entender entonces que no hemos recibido el don de una voluntad en sí misma recta, y que está en nosotros corregirla. De otro lado, si nos ha sido dada una voluntad recta de por sí, ¿por qué la necesidad de querer la rectitud (y de querer conservarla)? La respuesta del maestro es que recibimos al mismo tiempo el tener la rectitud de voluntad y el querer esa misma rectitud. De hecho, poseer una voluntad recta no es otra cosa que querer la rectitud. Una voluntad que quiere la rectitud –y así es la voluntad que hemos recibido-‐ es de por sí una voluntad recta. Vuelve a aparecer aquí una afirmación cuyo dinamismo intrínseco argumenta el punto que quiere ser demostrado: en el caso de la voluntad recta, querer rectitud es tener rectitud y la renovación permanente del deseo racional de rectitud no es sino la conservación de esta misma rectitud de la voluntad. Si la tenemos, la queremos y si la queremos, la conservamos. En tanto apetito, la voluntad no existe como un sustrato dado que espera a ser afectado por acciones o pasiones, sino que es puro dinamismo: su ser es su querer y su querer es su conservarse. Esto no significa que no sea causada. Como dice Anselmo, la recepción de su rectitud es
26 DISCÍPULO: Nada puedo pensar en contrario. MAESTRO: ¿Te parece que esa definición podría adaptarse a la justicia suma, en la medida en que podemos hablar de una realidad de la cual nada o apenas algo puede decirse con propiedad? /196/ DISCÍPULO: Aunque no sea allí una cosa la voluntad y otra la rectitud. Sin embargo, así como decimos «poder de la divinidad» o «poder divino» o «divinidad poderosa», desde el momento en que en la divinidad el poder no es otra cosa que la divinidad, así también no decimos inconvenientemente allí «rectitud de la voluntad» o «rectitud voluntaria» o «voluntad recta». En cambio, si decimos que aquella rectitud es conservada a causa de sí misma, no parece que esto pueda decirse tan convenientemente de ninguna otra rectitud. En efecto, así como no la conserva una cosa diferente de sí sino que ella se conserva a sí misma y no por otra cosa sino por sí misma, así tampoco se conserva a causa de otra cosa sino a causa de sí misma. MAESTRO: Por consiguiente, podemos indudablemente decir que la justicia es la rectitud de la voluntad; y esta rectitud se conserva a causa de sí misma. Y ya que del verbo que aquí digo: «es conservada» no tenemos un participio pasivo de tiempo presente, podemos utilizar, en lugar del presente, el participio pretérito pasivo del mismo verbo. DISCÍPULO: Tenemos por muy conocido ese uso de utilizar los participios pasados pasivos por los de presente que el latín no tiene, así como tampoco tiene los participios pasados de verbos activos y neutros, y por los de pasado, que no tiene, se utilizan los de presente, como si yo dijera de alguien: «Éste, porque que habiendo estudiado y leído aprendió, no enseña sino habiendo sido obligado». Esto es, «Mientras estudió y leyó, aprendió, no enseña sino cuando es obligado».10 anterior por naturaleza a tenerla o quererla, ya que tenerla o quererla no es la causa de recibirla, pero el recibirla hace posible tanto el tenerla como el quererla.
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El latín tiene cuatro participios: uno presente con valor activo, otro pasado con valor pasivo
(si pertenece a un verbo activo, pues los de un verbo de voz media o deponente pueden tener un sentido activo) y dos futuros, uno con valor activo y otro con valor pasivo, llamado este último «gerundivo». La aclaración del discípulo da cuenta de que los participios presentes pueden funcionar como pasados activos en correspondencia temporal (consecutio temporum) con el verbo principal del cual dependen.
27 MAESTRO: En consecuencia, bien dijimos que la justicia es la rectitud de la voluntad conservada por sí, esto es, la que se conserva a causa de sí misma. Y de allí es que los justos son llamados algunas veces rectos de corazón, esto es, rectos de voluntad; otras veces rectos sin agregar de corazón, ya que no se entiende otro recto sino aquel que tiene recta voluntad, como aquello: «Gloriaos todos los rectos de corazón» (Salmos 31:11). Y: «Verán los rectos y se alegrarán» (Salmos 106:42). DISCÍPULO: Has satisfecho incluso a los niños sobre la definición de justicia; pasemos a la otra. CAPÍTULO XIII Que una es la verdad en todas las cosas verdaderas MAESTRO: Volvamos a la rectitud o a la verdad, -con los cuales dos nombres, ya que hablamos de la rectitud solo perceptible con la mente, se significa una sola cosa que es el género de la justicia- y preguntemos si hay una sola verdad en todas aquellas cosas en las cuales decimos que hay verdad, o si hay muchas verdades, como muchas son las cosas en las cuales consta que hay verdad. DISCÍPULO: Mucho deseo conocer esto. MAESTRO: Consta que en cualquier cosa que haya verdad, esta no es otra cosa que rectitud. DISCÍPULO: No dudo de ello. MAESTRO: Por tanto, si hay muchas verdades según muchas cosas, también hay muchas rectitudes. DISCÍPULO: Tampoco ello es menos cierto. MAESTRO: Si, según las diversidades de las cosas, es necesario que haya diversas rectitudes, entonces las rectitudes tienen su ser según las cosas, y así como las cosas en las cuales están, varían, así también es necesario que haya variadas rectitudes. DISCÍPULO: Muéstrame con una sola cosa en la que digamos que hay rectitud lo que deba yo entender en las restantes. MAESTRO: Digo que si la rectitud de la significación es distinta de la rectitud de la voluntad porque una está en la voluntad y otra en la significación, la rectitud tiene su ser por la significación y es cambiada según ella. DISCÍPULO: Así es. En efecto, cuando se significa que lo que es, es, o lo que no es, no es, la significación es recta, y consta que es una rectitud sin la cual no puede existir una
28 significación recta. Si, en cambio, se significare que lo que no es, es, o que lo que es, no es, o si nada en absoluto se significare, no habrá ninguna rectitud de significación, la cual no existe sino en la significación. Por lo cual, tiene ser por la significación y por ella es cambiada su rectitud, como el color tiene ser y no ser por el cuerpo. Pues existiendo un cuerpo es necesario que exista su color, y desapareciendo el cuerpo es imposible que su color permanezca. MAESTRO: No se encuentran de manera semejante el color respecto del cuerpo y la rectitud respecto de la significación. DISCÍPULO: Muéstrame la desemejanza. MAESTRO: Si nadie quisiera significar por algún signo lo que se debe significar, ¿habrá alguna significación por signos? DISCÍPULO: Ninguna. MAESTRO: ¿Y no será por ello recto que se signifique lo que debe significarse? DISCÍPULO: No será por ello menos recto, ni la rectitud lo exigirá menos. MAESTRO: Por tanto, no existiendo la significación, no perece la rectitud por la cual esta es recta, y por la cual se exige que se signifique lo que debe ser significado. /198/ DISCÍPULO: Si la rectitud desapareciese, no sería recto que se signifique lo que se debe significar ni tampoco la significación misma lo exigiría. MAESTRO: ¿Piensas que cuando se significa lo que debe ser significado, entonces la significación es recta por esta rectitud y según esta misma? DISCÍPULO: Más aún, no puedo pensarlo de otra manera. En efecto, si la significación es recta por otra rectitud, pereciendo ella nada prohíbe que la significación sea recta. Pero no hay ninguna recta significación que signifique lo que no es recto de ser significado o que no exija rectitud. MAESTRO: Por consiguiente, ninguna significación es recta por otra rectitud distinta de aquella que permanece aun pereciendo la significación. DISCÍPULO: Es manifiesto. MAESTRO: Por tanto, ¿no ves entonces que la rectitud en la significación no existe porque aquella comience a ser cuando se significa que lo que es, es o lo que no es, no es, sino porque la significación se produce según la rectitud que siempre es? Tampoco deja la rectitud a la significación porque aquella perezca cuando la significación no es como debe o cuando no hay ninguna, sino porque la significación se separa de la inseparable rectitud. DISCÍPULO: A tal punto lo veo que no podría no verlo.
29 MAESTRO: Por consiguiente, la rectitud por la que la significación se dice «recta» no tiene ser o algún cambio por la significación, cualquiera sea el modo por el que la misma significación se cambie. DISCÍPULO: Nada me parece más claro. MAESTRO: ¿Puedes probar que el color está de manera semejante respecto del cuerpo, como está la rectitud respecto de la significación? DISCÍPULO: Ahora estoy más preparado para probar que están de un modo muy desemejante. MAESTRO: Pienso que ya te es conocido qué debe ser opinado de la voluntad y de su rectitud y de las otras cosas que deben rectitud. DISCÍPULO: Veo que por medio de este razonamiento se prueba absolutamente que de cualquier modo que ellas sean, la rectitud permanece inmutable. MAESTRO: Por tanto, ¿qué estimas que se sigue de estas mismas rectitudes? ¿Son distintas entre sí o hay una sola y la misma rectitud de todas las cosas? DISCÍPULO: Arriba concedí que, si hay muchas rectitudes por esto, porque muchas son las cosas en las cuales se consideran, es necesario que ellas existan y varíen según las cosas mismas, lo que se ha demostrado que de ninguna manera sucede. Por lo cual, no hay muchas rectitudes por esto: porque muchas son las cosas en las que están. /199/ MAESTRO: ¿Tienes alguna otra razón, más allá de la misma pluralidad de las cosas, por la cual te parezca que hay muchas rectitudes? DISCÍPULO: Así como reconozco que esa es nula, así considero que es imposible encontrar alguna otra. MAESTRO: Por consiguiente, una y la misma es la rectitud de todas las cosas. DISCÍPULO: Me es necesario confesarlo así. MAESTRO: Más aún. Si la rectitud no está en aquellas cosas que deben rectitud sino cuando son según lo que deben, y solo esto es para ellas ser rectas, es manifiesto que una sola es la rectitud de todas las cosas. DISCÍPULO: No puede negárselo. MAESTRO: Por consiguiente, una es en todas aquellas cosas la verdad. DISCÍPULO: Y es imposible negar esto. Pero, con todo, muéstrame: ¿por qué decimos la verdad «de esta o aquella cosa», como para distinguir las diferencias de entre las verdades, si no toman de las mismas cosas ninguna diversidad? Pues muchos apenas conceden que no hay ninguna diferencia entre la verdad de la voluntad y aquella que se llama «de la acción» o de alguna de las otras cosas.
30 MAESTRO: Impropiamente se dice que es «de esta o de aquella cosa», ya que ella no tiene su ser en las cosas mismas o de las cosas mismas o por las cosas mismas en las cuales se dice que es. Pero cuando las cosas mismas son de acuerdo con ella, que siempre está presente en esas cosas que son como deben, entonces se dice «la verdad de esta o de aquella cosa», como la verdad de la voluntad, de la acción, como se dice «el tiempo de esta o de aquella cosa», puesto que uno y el mismo es el tiempo de todas las cosas que existen a la vez en el mismo tiempo; y si esta o aquella cosa no existiese, no menos existiría el mismo tiempo. En efecto, no se dice «el tiempo de esta o de aquella cosa» porque el tiempo esté en las cosas mismas, sino porque las mismas son en el tiempo. Y así como el tiempo considerado por sí no se dice «tiempo de alguna cosa», sino que cuando consideramos las cosas que están en él decimos «el tiempo de esta o aquella cosa», así la verdad suma subsistente por sí no es de ninguna cosa, sino que cuando algo es según ella, entonces se dice de ella «verdad» o «rectitud».