"Los cuentos se han utilizado desde la antigüedad inmemorial, como portadores de conocimiento e instrumentos de comprensión". Idries Shah Actualmente se están utilizando los cuentos dentro de la psicoterapia como un apoyo amable y muy maleable para acercar información y contenidos psicológicos al paciente en forma de vivencias en las cuales puede verse reflejado sin sentirse intimidado y encontrar también salidas paralelas a momentos o situaciones actuales que experimenta. Son en ese sentido catalizadores o puntos focales que a manera de espejos pueden reflejarnos y devolvernos una imagen de nuestra psiquis o de procesos actuales que se viven otorgándonos distancia y una perspectiva nueva y fresca donde mirarnos. Siendo tan plásticos, un mismo cuento puede aplicarse a distintas situaciones y momentos y al tener un marco o contenido humorístico se quedan grabados fácilmente en nuestra memoria. Una de las grandes ventajas de los cuentos es que penetran dentro de uno sin ofrecer mucha resistencia, debido a que su contenido no es considerado agresivo y así no son filtrados o no mucho por nuestros sistemas de filtros psicológicos que nos impiden en gran medida asimilar o absorber cosas nuevas, en gran parte como un mecanismo de defensa y autoprotección. El cuento hace funcionar los dos hemisferios cerebrales de forma conjunta. El método de enseñanza por historias, por su efectividad, es muy difundido y muchas tradiciones espirituales los vienen utilizando desde hace muchos siglos o milenios como un medio muy eficaz para contener y transmitir conocimiento y verdades profundas. En el evangelio, las de Jesús se llaman parábolas. Tan inspiradora es la Biblia, como el Talmud, el Baghavad Gita, las gatas de Zoroastro o el Corán, pero también puede serlo un cuento infantil, sobre todo si en él se encuentran ocultas y veladas verdades universales. La tradición sufi es especialmente rica en historias. Las historias sufis siempre tienen por lo menos tres interpretaciones o niveles de enseñanza enseñanza posibles. posibles. Algunas hasta hasta siete; la primera interpretación generalmente es chistosa, razón por la cual son muy populares. Cuando recordamos una historia sufi, después de un tiempo, porque se aplica exactamente a un evento del presente, nos damos cuenta de su verdad y la comprendemos comprendemos de manera profunda. "El sufismo ha perfeccionado, entre otras técnicas, un método de enseñanza característico que es casi desconocido fuera de los límites de los iniciados en la vía. Este método, llamado Impresión Esquemática de Cuentos, está contenido en el uso especial que los Sufis hacen de la literatura oral o de otro tipo. Los relatos Sufis, a pesar de que superficialmente parecen suministrar una moral o querer entretener, no son formas literarias como éstas suelen ser entendidas. Son literatura de forma accidental, material de enseñanza de forma primaria. Muchos de los poetas y escritores escritores de Persia son son Sufis declarados; declarados; y sus obras obras contienen esas esas dimensiones internas a las que me estoy refiriendo. refi riendo.
El cuento Sufi, así como ciertas citas Sufis de otro tipo, está destinado tanto a ser apreciado por gente cultivada como a suministrar información, instruir y establecer lo que se llama 'un marco para la recepción de la iluminación' en la mente del estudiante." Este método, según la enseñanza Sufi, puede producir iluminación al individuo i ndividuo de acuerdo con su capacidad de comprensión. Puede también formar parte esencial de los ejercicios de preparación de un estudiante. El proceso exige ir más allá de la faz externa de un relato, r elato, sin inhibir la capacidad del estudiante para comprender y gozar de su humor u otras características exteriores." Idries Shah en "Aprender a Aprender" Ed.Paidós Orientalia
El Cuento de las Arenas Un río, desde sus orígenes en lejanas montañas, después de pasar a través t ravés de toda clase y trazado de campiñas, al fin f in alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había sorteado todos los otros obstáculos, el río trató de atravesar este último, pero se dio cuenta de que sus aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaba a éstas. Estaba convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto y sin embargo, no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía desde el desierto mismo le susurró: "El Viento cruza el desierto y así puede hacerlo el río"
El río objetó que se estaba estrellando contra las arenas y solamente conseguía ser absorbido, que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el desierto. "Arrojándote con violencia como lo vienes haciendo no lograrás cruzarlo. Desaparecerás o te convertirás en un pantano. Debes Debes permitir que el viento te lleve hacia tu destino"
-¿Pero cómo esto podrá suceder? "Consintiendo en ser absorbido por el viento".
Esta idea no era aceptable para el río. Después de todo él nunca había sido absorbido antes. No quería perder su individualidad. i ndividualidad. "¿Y, una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá recuperarla alguna vez?" "El viento" , dijeron las arenas, "cumple esa función. Eleva el agua, la transporta transporta sobre el desierto y luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se vuelve río"
-¿Cómo puedo saber que esto es verdad? "Así es, y si tú no lo crees, no te volverás más que un pantano y aún eso tomaría muchos, pero muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un río."
-¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que ahora soy? "Tú no puedes en ningún caso permanecer así", continuó la voz. "Tu parte esencial es transportada y forma un río nuevamente. Eres llamado así, aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la esencial."
Cuando oyó esto, ciertos ecos comenzaron a resonar en los pensamientos del río. Vagamente, recordó un estado en el cual él, o una parte de él ¿cuál sería?, había sido transportado en los brazos del viento. También recordó --¿o le pareció?-- que eso era lo
que realmente debía hacer, aún cuando no fuera lo más obvio. Y el río elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente lo llevó hacia arriba y a lo lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto hubieron alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas, el río pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la experiencia. experiencia. Reflexionó: "Sí, ahora conozco mi verdadera identidad". El río estaba aprendiendo pero las arenas susurraron: "Nosotras conocemos, porque vemos suceder esto día tras día, y porque nosotras las arenas, nos extendemos extendemos por todo el camino que va desde las orillas del río hasta la montaña"
Y es por eso que se dice que el camino en el cual el Río de la Vida ha de continuar su travesía está escrito en las Arenas . Awad Afifi el Tunecino
La historia del cerrajero Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombra a su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada cada día. El rey consideró justa esa esa petición y dio dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacía fielmente sus postraciones sobre sobre ella. Pasado Pasado un tiempo el hombre hombre escapó de la prisión y cuando cuando le preguntaban cómo cómo lo había conseguido, conseguido, él explicaba explicaba que después después de años años de hacer sus sus postraciones y de orar para salir salir de la prisión, comenzó comenzó a ver lo que tenía justo bajo las narices. Un buen día vio que su mujer había tejido en la alfombra el dibujo de la cerradura que lo mantenía prisionero. Cuando se dio cuenta de esto y comprendió que ya tenía en su poder toda la información que necesitaba para escapar, comenzó a hacerse amigo de sus guardias . Y los convenció de que todos vivirían mucho mejor si lo ayudaban y escapaban juntos de la prisión. Ellos estuvieron de acuerdo, puesto que aunque eran guardias comprendían que también estaban prisioneros. También deseaban escapar pero no tenían los medios para hacerlo. Así pues, el cerrajero y sus guardias decidieron el siguiente plan: ellos le llevarían piezas de metal metal y él haría cosas cosas útiles con ellas ellas para venderlas venderlas en el mercado. mercado. Juntos amasarían recursos para la huída y del trozo de metal más fuerte que pudieran adquirir el cerrajero haría una llave. ll ave. Una noche, cuando ya estaba todo preparado, el cerrajero y sus guardias abrieron la cerradura de la puerta de la prisión y salieron al frescor de la noche, donde estaba su amada esposa esperándolo. esperándolo. Dejó en la l a prisión la alfombra para orar, para que cualquier otro prisionero que fuera lo suficientemente listo para interpretar el dibujo de la alfombra también pudiera escapar. Así se reunió con su mujer, sus ex-guardias se hicieron sus amigos y todos vivieron en armonía. El amor y la pericia prevalecieron.
Cuento tradicional sufí
La prisión El mundo es una prisión y nosotros somos los prisioneros: ¡haz un boquete en el muro de la prisión y sal de ella! Jalal al-Din Rumi. (Masnavi I, 982). Imagínate a un hombre que tiene que rescatar a gente de cierta prisión. Se ha decidido que sólo hay un modo plausible de llevar esto a cabo. El libertador tiene que entrar en la prisión sin atraer la atención. Debe permanecer allí relativamente libre para actuar durante cierto período. La solución escogida es que entrará como convicto. Por consiguiente, hace los preparativos, oportunos para que le capturen y le sentencien. Como otros que han caído víctimas de este sistema, se le envía a la prisión que es su meta. Cuando llega, sabe que se le ha despojado de cualquier posible dispositivo que le pudiese haber ayudado en una escapada. Todo lo que posee es su plan, su ingenio, su habilidad y su conocimiento. Por lo demás, tiene que arreglárselas con equipo improvisado, adquirido en la propia prisión. El mayor problema es que los prisioneros sufren de psicosis carcelaria. Esto les hace pensar que su prisión es el mundo entero. Otra característica es el olvido de partes esenciales de su pasado. Por consiguiente, casi no poseen memoria alguna de la existencia, perfil y detalle del mundo exterior. La historia de los compañeros de prisión de este hombre es una historia carcelaria. Sus vidas son vidas carcelarias. Piensan y actúan en base a ello. Por ejemplo, en vez de acumular pan como provisión para la huida, lo moldean y hacen dominós con los cuales juegan. Saben que alguno de estos juegos son diversiones, pero otros los consideran reales. A las ratas, que podían entrenar como medio de comunicación con el exterior, las tratan como animales domésticos. Beben el líquido de limpieza que contiene alcohol, el cual les produce alucinaciones placenteras. Considerarían una triste pérdida, incluso un crimen, si alguien lo usase para drogar y dejar inconscientes a los guardianes, haciendo posible la huida. El problema se agrava, ya que los desdichados han olvidado el significado de algunas de las palabras normales que hemos estado usando. Si les pides una definición para palabras tales como "provisiones", "viaje", "huida", obtendrías una lista de significaciones como "rancho carcelario", "caminar de un bloque de celdas a otro", y "evitar el castigo por parte de los guardianes".
"El mundo exterior" sonaría a sus oídos como una extraña contradicción: "Ya que éste es el mundo, este lugar donde vivimos -dirían-, ¿cómo puede haber otro fuera?". El hombre que está trabajando en el plan de rescate, al principio, sólo puede actuar mediante analogía. Hay pocos prisioneros que acepten sus analogías, ya que a ellos les parecen locos balbuceos. Cuando dice "necesitamos provisiones para nuestro viaje de huida al mundo exterior", por supuesto, a ellos les suena como el absurdo siguiente: "Necesitamos provisiones -alimentos para usar en la prisión- para nuestro viaje -trasladarnos de un bloque de celdas a otro- de huida -evitar el castigo de los guardianes- al mundo exterior -a la prisión exterior..." Algunos de los prisioneros de mente más seria puede que digan que quieren entender el significado de sus palabras, pero ya han olvidado el lenguaje del mundo exterior. Cuando este hombre muere, algunos de los prisioneros hacen de sus palabras y actos un culto carcelario. Lo utilizan para consolarse a sí mismos y para encontrar argumentos contra el siguiente libertador que se las ingenie para llegar hasta ellos.
Sin embargo, una minoría, de vez en cuando, escapa.
Saber Sentir el Sabor "Saber" y "sabor" tienen una íntima relación entre los dos. Érase una vez, en un pequeño poblado perdido entre las montañas, que vivían en una aldea recogida y alegre, un grupo de seres humanos. Hacían lo que suelen hacer la mayoría de estos seres: dormir, trabajar, comer, jugar y dormir. Pero he aquí que un día uno de ellos, por extraños motivos que nos llevarían a otras historias, decidió marchar de ese pueblo. Reunió a todos lo seres del pueblo y les manifestó su intención de salir más allá de las montañas para conocer lo que se "cocía" en otros lugares. - ¿Para qué?- le preguntaron sus amigos. - Porque quiero saber- les respondió. Nuestro amigo, al que desde ahora llamaremos Sixto, se dirigió al norte, porque desde antiguo al pueblo habían llegado noticias, que allí era dónde existía más saber. Pasó un tiempo sin noticias de Sixto, hasta que un buen día apareció en lontananza. Hubo gran alegría en el poblado, todos le rodeaban, le preguntaban, pero él venía cansado del viaje y pidió que le dejasen descansar. Al día siguiente, a la puerta de su casa, todo el mundo estaba reunido esperando que él apareciera.
Cuando lo hizo, todos prorrumpieron en aplausos y aclamándole le pedían que compartiera con ellos su saber. - Bueno, veréis, lo único que he aprendido no puedo compartirlo con vosotros. !Oh! Que desilusión entre los seres del poblado. -¿Por qué?- se atrevió a preguntar un niño (todos sabemos que los niños son muy atrevidos) - Porque lo que he aprendido es a distinguir el sabor de las cosas. Un murmullo de perplejidad se adueñó del pueblo. - Veréis, amigos. Cuando llegué al norte, me sentí perdido. Había mucha gente, ciudades enormes, y en ese estado me encontraba cuando vi en un cartel que se daban cursos de cocina rápida. Como el hambre me acuciaba pensé que no vendría nada mal llenar el estómago con algo y de paso aprender a cocinar comidas diferentes. Entré pero, ¿sabéis?, el curso no era para aprender a cocinar, no. Era para aprender a saborear la comida. -¡Oh!- murmuraron los del pueblo- Y eso ¿cómo se aprende? -¡Ah! Amigos míos es bastante complicado de explicar con palabras -dijo Sixto- los profesores se limitaban a dibujar esquemas y diagramas en la pizarra, y nos decían: "Tenéis que sentir el sabor de ésta posición del esquema". Otro incidía: "No hay que dar vueltas buscando el mejor sabor. Sabor solo hay uno, y es aquel que no tiene sabor, porque en él están todos los sabores". Y nos ponía el ejemplo de la luz blanca que se descompone en diferentes colores cuando pasa por un prisma. "El lugar -decía el jefe de cocina- donde hay y no hay luz blanca es el sabor sin sabor". El pueblo entero estaba maravillado de esta explicación. - Por favor, dibújanos esos esquemas. Nosotros queremos experimentar ese sabor sin sabor. Sixto los miró con conmiseración, y quedamente les dijo: - Amigos míos, esto es lo que me enseñaron en aquella ciudad, pero de regreso al pueblo me he dado cuenta, a través de procesos que si os lo contara a alguno de vosotros se volvería más confundido, digo que me he dado cuenta que todo eso no sirve para nada. - ¡¿Qué?!- preguntó asombrado el pueblo. - Os lo explicaré. La clave está en dos palabras: "sentir " y sabor ". Vosotros queréis saber a que sabe el sabor sin sabor. ¿Es cierto? - ¡Sí!
- Y yo os digo que lo importante es sentir ese sabor. - ¡Ah!- los seres del poblado se miraron unos a otros. Un niño, el mismo de antes, que por lo visto era un poco pesado con sus preguntas, dijo: - Sixto, Sixto... - Sí, niño, dime. - ¿Podrías decirme, entonces, por qué esos señores que hablaban mediante gráficos del sabor sin sabor dan esas clases?¿Por qué utilizan esquemas si no son importantes?¿Por qué malgastan su tiempo y su energía en dar un arte objetivo a la subjetividad de la gente? ¿Por qué...? - ¡Niño, calla! -gritó Sixto- Tú no puedes saberlo porque no has estado dónde yo he estado, ni has visto lo que yo he visto. Esas personas que dibujaban el sabor, sabían lo que estaban haciendo, lo transmitían de una manera especial, de tal forma que se introducía poco a poco en el organismo y ha sido ahora, al llegar al pueblo, cuando me he dado cuenta de que es lo realmente importante. - ¡Dínoslo, Sixto, dínoslo! - gritó todo el pueblo. - Hay que sentir el sabor, ya os lo he dicho. - ¿Y cómo sabemos que es lo que sentimos si no tenemos un espejo en el cual mirarnos?, preguntó el mismo niño de antes. Sixto miró con dulzura al niño y le dijo: - Niño, ¡eres un pesado insolente!- sonrió y desapareció en su casa para darse un baño".
Nómadas del viento
© Mark Karstad Érase una vez un desierto. Un desierto de arenas cambiantes. Dunas rojas por el sol y el calor asfixiante. Un océano de arena que a primera vista parecería muerto, pero que ante unos ojos expertos rebosaba vida. Esta es la historia de una caravana que nunca llegó a su destino. Todo empezó un día... Los camellos se asustaron. Abrieron las aletas de sus narices, nerviosos y atentos. El hombre cubierto por completo, solo dejaba vislumbrar una pequeña rendija para poder observar a su alrededor. El jinete y su montura llegaron al límite de la duna y en el fondo de la siguiente se hallaba la causa de su nerviosismo. Un grupo de gente caminaba acompañada de sus camellos y enseres. Dictan las normas de cortesía que al encontrarse en el desierto el saludo debe de ir acompañado de hospitalidad. Allí mismo plantaron las tiendas ya que la noche se le echaba encima. Era raro no encontrarse con alguien, ya que los caminos, aunque no marcados por nada ni por nadie, existían. Como sí una memoria ancestral guiara a las caravanas hacia su destino. Así fue ocurriendo durante varios días y se iban acercando hacia el oasis, punto final de su recorrido. A través de muchos años, se habían establecido alianzas y compromisos en el uso del agua y del fruto de las palmeras del oasis. Pero aún así existía en ese lugar un venerable anciano al que todos recurrían cuando surgía algún problema. O para oír de su experiencia en algo que se desconocía. Llegó un día en el cual el anciano reunió a todos los viajeros de las arenas. Era de noche y sólo el techo lleno de estrellas les cobijaba. Les convocó para contarles un secreto, solo por él conocido. Todos respetaban al anciano pues les había dado muchas muestras de sus acertados consejos a lo largo de los muchos años que le conocían. Les habló así:
- Queridos hijos, hermanos. Os he visto crecer y os he seguido aún en los sitios en los que creíais que ya no me alcanzaba la vista. Así que creo saber como sois realmente. Estáis viniendo a este lugar para dar de beber a vuestros animales y habéis tomado este oasis como punto final de vuestro viaje. Pero no es así. Un murmullo de sorpresa se extendió entre los presentes. Alguno pensaron que el viejo desvariaba. - Os digo que más allá de estas dunas que nos protegen. Más allá del Desierto Negro, existe un oasis donde el agua fluye desde el cielo... - ¿Cómo sabes eso, anciano? - Lo sé porque yo nací allí. No debéis conformaros con este agua, porque aunque vosotros la veáis limpia y pura, y os quite la sed, os aseguro que la del Nacimiento es incomparable. La mayoría de los que estaban oyéndole empezaron a retirarse pensando que era tarde, que para qué ir tan lejos si ya estaba allí el agua, para que arriesgarse... Encontraron mil excusas. Quedaron solo unos pocos asombrados por lo que oían. El anciano les miró y dijo: - Entre vosotros algunos han reconocido el lugar del que hablo, otros os quedáis por curiosidad y otros porque se quedan los demás. Sed honestos con vosotros mismos y quedaos sólo si sentís la llamada. El viaje será peligroso y a la vez fascinante. Aprenderéis muchas cosas y tendréis que renunciar a muchas más. Pero la recompensa que obtendréis superara todas vuestras expectativas. Mañana por la mañana iniciaremos el viaje. - ¿Cómo, tú también vienes? - Naturalmente, ¿es qué acaso alguno de vosotros sabe llegar al lugar del cuál os hablo?. Al día siguiente, cuando el sol despuntaba sobre las dunas, los que iban a iniciar el viaje, recogieron todas sus pertenencias dispuestos a continuar por el Desierto Negro, así llamado porque el sol había requemado el suelo de tal manera que parecía carbón. Al cabo de poco tiempo comenzaron a formarse grupos de personas que hablaban entre ellas. El anciano les observaba y comprendía. Entre ellos hablaban de si era correcto dejar el mando de la caravana a alguien tan anciano, e incluso alguien empezó a comentar en voz alta su inseguridad ante el viaje iniciado. Todo ese día siguió igual y al llegar la noche el anciano les hizo parar y convocó una reunión. - Escuchad. Aquellos de vosotros que estáis aquí por curiosidad, aún estáis a tiempo de volveros atrás, conocéis el camino de vuelta. Los que os quedáis porque siempre habéis
estado siguiendo a otro, os digo lo mismo, ya que a partir de mañana aunque vayamos juntos cada uno debe de velar por sí mismo. Debe de confiar en la huella del camello que lleva delante. Procurad no dormiros, ya sabéis que la muerte aguarda en el sueño. Y vosotros, aquellos que tenéis constancia de la verdad. Continuad en vuestra creencia. Yo os conduciré al final. Mi compromiso con vosotros es tanto o más que el vuestro conmigo. Acto seguido, algunos de entre todos ellos dijeron que se marchaban. Preferían seguir como antes, que no veían seguro el resultado del viaje... Pasaron varios días, y en su recorrido del desierto sucedió que se encontraron viajeros que se unieron a su caravana y algunos de la caravana que la dejaban por diversas razones. Pero el tiempo pasaba, y ni todos los curiosos, ni todos los acompañantes se habían marchado. Resultaba que en sus corazones no anidaba el anhelo de la verdad, sólo el ver que era aquello de lo que se hablaba y los otros, en su cobardía, no querían aceptar que estaban allí sin desear estar. De nuevo, por la noche, el anciano los reunió: - Sé que entre vosotros anida la duda del viajero. Empezáis a pensar en lo que habéis dejado atrás. Tenéis miedo a lo desconocido que hay más adelante. Solo os pido que confiéis en mí. Estáis aquí por libre voluntad, y si conseguimos estar más juntos, lo que empezó como una reunión de gentes dispersas conseguiremos transformarlo en un autentico pueblo. No desesperéis. No queráis ver ya el oasis de la Fuente, aún queda mucho camino. No prestéis vuestros oídos a todos aquellos que llamándose vuestros amigos quieren apartaros del camino que lleváis en el corazón. Siguieron pasando los días. Los puntos de desunión y unión se iban cada ensanchando vez más. Se llegó a plantear en una reunión, en la que no estaba presente el anciano, el continuar el camino por otro lugar menos agreste y que fuera más gratificante. Alguno entre ellos les dijo que él había oído hablar que parecía ser había otras caravanas surcando el mismo desierto, que si se unían a ellas todo iría mejor, y más cosas... El anciano conocía todas estas cosas y su corazón se entristecía. Él les había abierto las puertas del conocimiento, del conocerse a sí mismo, y ellos mismo le planteaban que estaba equivocado. ¿Cómo podía estarlo si él era quien había hecho la ruta que ahora ellos pretendían conocer mejor que él? El clima de los viajeros llegó a tal extremo que uno de los que no eran corrió el rumor de que el anciano estaba perdiendo el juicio, que ya no podía seguir guiándolos porque lo que hacía no estaba bien, que él sabía que las cosas no eran de la manera tal como el anciano lo contaba. De nuevo la duda anidó en los corazones de los viajeros. Pero lo que más le dolía al anciano era que nadie de entre todos ellos se dirigiera a él para preguntarle nada, sino que daban crédito a alguien que ni siquiera había hecho esa ruta con anterioridad. Pero el anciano les dejó hacer. Si estaban con él voluntariamente él no era nadie para obligarles a hacer algo que no querían.
Aún así los convocó a una última reunión: Y dijo: - Cuando iniciamos este viaje, todos vosotros vinisteis voluntariamente. A nadie obligué. Os conté el lugar de la Fuente, el lugar donde yo nací. Y vosotros aceptasteis venir. Os avisé que era un viaje largo y duro. Y sin embargo, ahora, habláis de otros lugares, de otras rutas. No os puedo detener. Os dije que había tres grupos entre vosotros. Vosotros habéis elegido a que grupo queréis pertenecer. Sólo una cosa más. Yo he de continuar mi viaje, y lo haré aunque continúe en solitario. El desierto es ancho y lo recorren innumerables sendas. Esta es la mía y el que quiera caminar por ella debe hacerlo de acuerdo a las reglas establecidas para este camino. Los miró uno a uno, con gravedad y una extraña sensación se apoderó de los corazones de los viajeros. Se miraron entre ellos y cuando volvieron su vista hacia donde había estado el anciano, no había nadie. Un revuelo recorrió a todos. ¿Qué hacían? ¿Hacia dónde dirigirse? Ahora, incluso aquellos que hablaban, que decían saber otros caminos, callaban. Solo unos pocos se levantaron de la arena y mirando a las estrellas continuaron caminando. Dicen los narradores de historias que esta es una historia inacabada. Que la tribu de los que se levantaron aún sigue caminando aunque sin saber hacia donde dirigirse, sólo recuerdan que un día el anciano mencionó La Estrella y ellos ya no buscan la Fuente, si no ese punto de luz que los alumbre en su caminar a ningún lugar. ¡Ah! Se me olvidaba. ¿Sabéis el nombre por el que eran conocidos?
La Mecha
© Tóth István
Un hombre oyó una noche que alguien andaba por su casa. Se levantó y, para tener luz, intentó sacar chispas del pedernal para encender su mechero. Pero el ladrón causante del ruido, vino a colocarse ante él y, cada vez que una chispa tocaba la mecha, la apagaba discretamente con el dedo. Y el hombre, creyendo que la mecha estaba mojada, no logró ver al ladrón. También en tu corazón hay alguien que apaga el fuego, pero tú no lo ves.
Rumi.
La Hermosa Sirvienta
© dinny
Erase una vez un sultán, dueño de la fe y del mundo. Habiendo salido de caza, se alejó de su palacio y, en su camino, se cruzó con una joven esclava. En un instante él mismo se convirtió en esclavo. Compró a aquella sirvienta y la condujo a su palacio para decorar su dormitorio con aquella belleza. Pero, enseguida, la sirvienta cayó enferma.
¡Siempre pasa lo mismo! Se encuentra la cántara, pero no hay agua. Y cuando se encuentra agua, ¡la cántara está rota! Cuando se encuentra un asno, es imposible encontrar una silla. Cuando por fin se encuentra la silla, el asno ha sido devorado por el lobo.
El sultán reunió a todos los médicos y les dijo:
Estoy triste, sólo ella podrá poner remedio a mi pena. Aquel de vosotros que logre curar al alma de mi alma, podrá participar de mis tesoros.
Los médicos le respondieron:
Te prometemos hacer lo necesario. Cada uno de nosotros es como el Mesías de este mundo. Conocemos el bálsamo que conviene a las heridas del corazón.
Al decir esto, los médicos habían menospreciado la voluntad divina. Pues olvidar decir “¡Insh Allah!” hace al hombre impotente. Los médicos ensayaron numerosas terapias, pero ninguna fue eficaz. La hermosa sirvienta se desmejoraba cada día un poco más y las lágrimas del sultán se transformaban en arroyo.
Todos los remedios ensayados daban el resultado inverso del efecto provisto. El sultán, al comprobar la impotencia de sus médicos, se trasladó a la mezquita. Se prosternó ante el Mihrab e inundó el suelo con sus lágrimas. Dio gracias a Dios y le dijo:
“Tú has atendido siempre a mis necesidades y yo he cometido el error de dirigirme a alguien distinto a ti. ¡Perdóname!”
Esta sincera plegaria hizo desbordarse el océano de los favores divinos, y el sultán, con los ojos llenos de lágrimas, cayó en un profundo sueño. En su sueño, vio a un anciano que le decía:
“¡Oh, sultán! ¡Tus ruegos han sido escuchados! Mañana recibirás la visita de un extranjero. Es un hombre justo y digno de confianza. Es también un buen médico. Hay sabiduría en sus remedios y su sabiduría procede del poder de Dios”.
Al despertar, el sultán se sintió colmado de alegría y se instaló en su ventana para esperar el momento en el que se realizaría su sueño. Pronto vio llegar a un hombre deslumbrante como el sol en la sombra.
Era, desde luego, el rostro con el que había soñado. Acogió al extranjero como a un visir y dos océanos de amor se reunieron. El anfitrión y su huésped se hicieron amigos y el sultán dijo:
“Mi verdadera amada eras tú y no esta sirvienta. En este bajo mundo, hay q ue acometer una empresa para que se realice otra. ¡Soy tu servidor”.
Se abrazaron y el sultán añadió:
“¡La belleza de tu rostro es una respuesta a cualquier pregunta!”.
Mientras le contaba su historia, acompañó al sabio anciano junto a la sirvienta enferma. El anciano observó su tez, le tomó el pulso y descubrió todos los síntomas de la enfermedad. Después, dijo:
“Los médicos que te han cuidado no han hecho sino agravar tu estado, pues no han estudiado tu corazón”.
No tardó en descubrir la causa de la enfermedad, pero no dijo una palabra de ella. Los males del corazón son tan evidentes como los de la vesícula. Cuando la leña arde, se percibe. Y nuestro médico comprendió rápidamente que no era el cuerpo de la sirvienta el afectado, sino su corazón.
Pero, cualquiera que sea el medio por el cual se intenta describir el estado de un enamorado, se encuentra uno tan desprovisto de palabras como si fuera mudo ¡Sí! Nuestra lengua es muy hábil en hacer comentarios, pero el amor sin comentarios es aún más hermoso. En su ambición por describir el amor, la razón se encuentra como un asno tendido cuan largo es sobre el lodo. Pues el testigo del sol es el mismo sol.
El sabio anciano pidió al sultán que hiciera salir a todos los ocupantes del palacio, extraños o amigos.
“Quiero, dijo, que nadie pueda escuchar a las puertas, pues tengo unas preguntas que hacer a la enferma”.
La sirvienta y el anciano se quedaron, pues, solos en el palacio del sultán. El anciano empezó entonces a interrogarla con mucha dulzura:
“¿De dónde vienes? Tú no debes ignorar que cada región tiene métodos curativos propios. ¿Te quedan parientes en tu país? ¿Vecinos? ¿Gente a la que amas?”.
Y, mientras le hacía preguntas sobre su pasado, seguía tomándole el pulso.
Si alguien se ha clavado una espina en el pie, lo apoya en su rodilla e intenta sacársela por todos los medios. Si una espina en el pie causa tanto sufrimiento, ¡qué decir de una espina en el corazón! Si llega a clavarse una espina bajo la cola de un asno, éste se pone a rebuznar creyendo que sus voces van a quitarle la espina, cuando lo que hace falta es un hombre inteligente que lo alivie.
Así nuestro competente médico prestaba gran atención al pulso de la enferma en cada una de las preguntas que le hacía. Le preguntó cuáles eran las personas con quienes vivía y comía. El pulso permanecía invariable hasta el momento en que mencionó la ciudad de Samarkanda. Comprobó una repentina aceleración. Las mejillas de la enferma, que hasta entonces eran muy pálidas, empezaron a ruborizarse. La sirvienta le reveló entonces que la causa de sus tormentos era un joyero de Samarkanda que vivía en su barrio cuando ella había estado en aquella ciudad.
El médico le dijo entonces:
“No te inquietes más, he comprendido la razón de tu enfermedad y tengo lo que necesitas para curarte. ¡Que tu corazón enfermo recobre la alegría! Pero no reveles a nadie tu secreto, ni siquiera al sultán”.
Después fue a reunirse con el sultán, le expuso la situación y le dijo:
“Es preciso que hagamos venir a esa persona, que la invites personalmente. No hay duda de que estará encantado con tal invitación, sobre todo si le envías como regalo unos vestidos adornados con oro y plata”.
El sultán se apresuró a enviar a algunos de sus servidores como mensajeros ante el joyero de Samarkanda. Cuando llegaron a su destino, fueron a ver al joyero y le dijeron:
“¡Oh, hombre de talento! ¡Tu nombre es célebre en todas partes! Y nuestro sultán desea confiarte el puesto de joyero de su palacio. Te envía unos vestidos, oro y plata. Si vienes, serás su protegido”.
A la vista de los presentes que se le hacían, el joyero, sin sombra de duda, tomó el camino del palacio con el corazón henchido de gozo. Dejó su país, abandonando a sus hijos, y a su familia, soñando con riquezas. Pero el ángel de la muerte le decía al oído:
“¡Vaya! ¿Crees acaso poder llevarte al más allá aquello con los que sueñas?”.
A su llegada, el joyero fue presentado al sultán. Este lo honró mucho y le confió la custodia de todos sus tesoros. El anciano médico pidió entonces al sultán que uniera al joyero con la hermosa sirvienta para que el fuego de su nostalgia se apagase por el agua de la unión.
Durante seis meses, el joyero y la hermosa sirvienta vivieron en placer y en el gozo. La enferma sanaba y se volvía cada vez más hermosa.
Un día, el médico preparó una cocción para que el joyero enfermase. Y, bajo el efecto de su enfermedad, este último perdió toda su belleza. Sus mejillas palidecieron y el corazón de la hermosa sirvienta se enfrió en su relación con él. Su amor por él disminuyó así hasta desaparecer completamente.
Cuando el amor depende de los colores o de los perfumes, no es amor, es una vergüenza. Sus más hermosas plumas, para el pavo real, son enemigas. El zorro que va desprevenido pierde la vida a causa de su cola. El elefante pierde la suya por un poco de marfil.
El joyero decía:
“Un cazador ha hecho correr mi sangre, como si yo fuese una gacela y él quisiera apoderarse de mi almizcle. Que el que ha hecho eso no crea que no me vengaré”.
Rindió el alma y la sirvienta quedó libre de los tormentos del amor. Pero el amor a lo efímero no es amor.
Mawlana Yalal al-Din Rumi 150 Cuentos Sufíes extraídos del Matnawi Ed. Paidos Orientalia
Comentario del Murshid Nawab en el retiro de Bogota, Marzo de 2001:
El doctor tenía cierta poción alquímica y puso un poco en la comida de la mujer joven. Y bajo el efecto de la poción ella vio a su amado esposo como el se vería setenta años después. Por supuesto quedó impresionada, entonces preguntó, "¿Qué pasa, dónde está mi marido?", y él dijo, "Pero si estoy aquí amor, bésame". Ella estaba horrorizada de besarlo.
Después de un tiempo, el efecto de la poción desapareció, pero ella comenzó a pensar más profundamente en la situación y comprendió que a pesar de todas las circunstancias, el rey siempre la había amado y que inclusive el rey había sacrificado su felicidad por la de ella. Y así, ella entendió que ella le debía mucho más a él de lo que él le había dado. Bueno... , cómo salió ella de la situación, la historia no lo cuenta.
Y realmente esta es la película del alma, el apego al mundo y el amor de la Divina Presencia. La joven mujer representa nuestra alma, que es amada por el rey, el Divino Rey, que sólo quiere darnos todo lo que necesitamos. Entonces nos intoxicamos con nuestra vida en la tierra, que está representada por el amor de la mujer hacia el orfebre. Pero si con la ayuda del alquimista, reconocemos la visión futura del orfebre, esto nos ayuda a reconocer la verdadera situación, que es lo que los sufis llaman morir antes de la muerte. Cuando el alma ve el destino que le espera al cuerpo, ese amor temporal cambia"
Los Isleños* El hombre vulgar se arrepiente de sus pecados: el elegido lamenta la futilidad de los mismos.
(Dhu'l-Nun Misri)
Casi no existen fábulas que no contengan un algo de verdad. Y con frecuencia permiten a las personas asimilar ideas que sus patrones habituales de pensamiento les impedirían digerir. En consecuencia las fábulas se han venido utilizando, y de manera especial por los sufis, para presentarnos una imagen de la vida más en armonía con sus propias percepciones que si se utilizasen ejercicios intelectuales.
Presento aquí una fábula sufi que trata de la situación humana, aunque resumiéndola y adaptándola, como siempre debe hacerse, adecuada para la época en la que se presenta. Los autores sufis consideran que las simples fábulas «para divertirse» son una forma de arte degenerada e inferior.
Hace mucho tiempo existió cierta tierra lejana, habitada por una comunidad perfecta. Sus componentes no sentían temores como los que nosotros padecemos. Y en vez de incertidumbres y titubeos obraban con propósitos bien definidos y tenían una manera más plena de expresarse. No sufrían las violencias y tensiones que la humanidad actual considera esenciales para su progreso, pero sus vidas eran más completas porque otros elementos de calidad superior sustituían a aquéllos. Su modo de vivir era, pues, algo distinto al nuestro. E incluso podríamos afirmar que nuestras percepciones actuales no son más que un reflejo tosco y lejano de las verdaderas percepciones que dicha comunidad poseía.
Aquellas gentes vivían existencias reales, no semi-existencias. Vamos a llamarles el pueblo de El Ar.
Tenían un guía, que descubrió que su país se haría inhabitable por un período de veinte mil años. Planeó el éxodo de su pueblo, siendo consciente de que sus descendientes podrían volver al mismo después de haber sufrido numerosas y difíciles pruebas.
Encontró para ellos un lugar de refugio, una isla con características remotamente similares a la de su patria de origen; pero a causa de la diferencia de clima y situación, los inmigrantes deberían sufrir ciertas transformaciones, que les permitieran adaptarse, física y mentalmente, a las nuevas circunstancias. Por ejemplo, las percepciones de carácter sutil fueron sustituidas por otras más toscas, como cuando la mano del labriego se endurece a consecuencia de las necesidades de su tarea.
Con el fin de atenuar el dolor que pudiera producirles toda comparación entre su antiguo estado y el actual, se les hizo olvidar el pasado casi por completo, no quedando de él más que una tenue reminiscencia capaz de reactivarse cuando llegara el momento.
Dicho sistema resultaba complejo pero estaba perfectamente concebido. Los órganos que permitieron a aquellas gentes sobrevivir en la isla tuvieron también la facultad de proporcionarles el goce físico y mental. Los órganos que eran realmente constructivos en el antiguo hogar quedaron en un estado latente, unidos a la tenue memoria, listos para ser reactivados a su debido tiempo.
Los inmigrantes fueron adaptándose lenta y penosamente a sus nuevas condiciones de vida. Los recursos de la isla eran tales que, dados un esfuerzo común y ciertas formas de dirección y guía, la gente sería capaz de escapar a otra isla, en el camino de regreso a su hogar original. Ésta era la primera en una sucesión de islas donde tendría lugar una aclimatación gradual.
La responsabilidad de dicha «evolución» recayó en aquellos individuos que podían mantenerla. Estos habrían de ser naturalmente pocos, ya que a la masa del pueblo le resultaba virtualmente imposible mantener vivos en su conciencia dos conocimientos conflictivos entre sí. La «ciencia especial» fue conservada por algunos expertos.
Dicho «secreto» o método de efectuar la transición se basaba en el dominio de las artes marítimas y en su aplicación práctica. Para escapar de la isla se necesitaba un instructor, materias primas, individuos, esfuerzo y conocimiento. Con estos elementos la gente aprendería a nadar y a construir navíos.
Quienes originalmente estaban a cargo de organizar las operaciones de escape expresaron de manera muy clara que para aprender a nadar o tomar parte en la construcción de buques se necesitaba una preparación previa, y así se vino haciendo satisfactoriamente durante algún tiempo.
Pero de pronto, un hombre en quien se descubrió que de momento carecía de las cualidades necesarias, se rebeló contra todo aquello y se las arregló para desarrollar una idea clave. Él había observado que el esfuerzo de escapar suponía una pesada y a menudo indeseable carga para la gente. Al mismo tiempo, muchos estaban dispuestos a creer cuanto se les dijera respecto de la operación de escape. El se dio cuenta de que, explotando estas dos circunstancias, podía adquirir poder, y también vengarse de quienes -creía él- le habían menospreciado.
Libraría a la gente de su carga asegurándoles sencillamente que la carga no existía. Divulgó esta proclama:
«No es necesario que el hombre integre y adiestre su mente del modo que se os ha descrito. La mente humana es ya un elemento estable y consistente. Se os ha dicho que necesitáis convertiros en artesanos para construir un navío. Pues yo os aseguro que no sólo no necesitáis ser artesanos, ¡ni siquiera necesitáis un navío! Para sobrevivir y quedar integrados en una sociedad, los isleños sólo tenemos que observar algunas reglas muy simples. Practicando el sentido común, cualidad innata en todos, lograremos cuanto se quiera en esta isla, nuestro hogar, propiedad y herencia de todos nosotros!».
El charlatán, tras haber despertado el interés del pueblo, concluyó «demostrando» su mensaje:
«Si el nadar y los barcos son una realidad, mostradnos buques que hayan efectuado la travesía y nadadores que hayan regresado».
Aquellas palabras eran un desafío para los instructores, que éstos no podían contrarrestar al estar basado en un supuesto cuya falacia ahora no podía ver la embotada muchedumbre. Porque, en efecto, los barcos no regresaban de la otra tierra y, en cuanto a los nadadores, cuando volvían habían sufrido una transformación que los hacía invisibles para el resto.
La muchedumbre insistió en que se les diera una explicación válida.
En un intento por dialogar con los revoltosos se les dijo:
«Construir buques es un arte y un oficio. El aprendizaje y el ejercicio de esta ciencia depende de técnicas especiales. Este conjunto forma una actividad completa que no podemos desmenuzar como solicitáis. En ella figura cierto elemento impalpable llamado baraka, del que se deriva la palabra "barca" o navío. Significa "sutileza" y no se os puede mostrar».
«¡Arte, oficio, conjunto, baraka... tontadas!», gritaron los sublevados.
Así que ahorcaron a cuantos artesanos constructores de barcos pudieron encontrar.
El nuevo evangelio fue recibido por todos como un signo de liberación. ¡El hombre acababa de descubrir su propia madurez! Sentían, al menos momentáneamente, que habían sido liberados de responsabilidad.
Muchos otros modos de pensar pronto fueron barridos por la simplicidad y comodidad del concepto revolucionario. Pronto se consideró un factor básico que nunca había sido desafiado por ningún ser racional. Racional, por supuesto, quería decir cualquiera que armonizase con la propia teoría general sobre la cual descansaba ahora la sociedad.
Se tacharon de irracionales las ideas opuestas a la nueva ideología. Cualquier cosa irracional era mala. A partir de ahí, el individuo tenía que suprimir cualquier duda o dirigirla en otra dirección, ya que precisaba mostrarse racional a toda costa.
No era muy difícil ser racional, bastaba con adherirse a los valores establecidos. Por otra parte abundaban las pruebas de la veracidad de dicho raciocinio, siempre y cuando no se proyectara sobre algo situado fuera de la vida en la isla.
La sociedad se había equilibrado temporalmente dentro de la isla, y parecía proporcionar una convincente plenitud, al menos desde su propio punto de vista. Estaba basada sobre la razón más la emoción, ambas aparentemente plausibles. Se permitían, por ejemplo, el canibalismo sobre una base racional. Considerando que el cuerpo humano es comestible y que lo comestible es alimento, el cuerpo humano es, pues,
alimento. Con el fin de compensar la poca consistencia de dicho razonamiento se hacía una componenda. componenda. El canibalismo quedaría controlado en interés de la sociedad. El compromiso era la característica del equilibrio temporal. De vez en cuando alguien señalaba un nuevo compromiso, y la lucha entre razón, ambición y comunidad producía algunas normas sociales nuevas.
Ya que el arte de construir barcos no tenía una aplicación clara dentro de esta sociedad, el esfuerzo fácilmente podía considerarse absurdo. No se necesitaban barcos ya que no existía lugar adonde dirigirse. Las consecuencias consecuencias de ciertas suposiciones pueden presentarse de modo que «demuestren» «demuestren» esas esas suposiciones. suposiciones. A esto se le denomina pseudocertidumbre, pseudocertidumbre, sustitutivo de la verdadera verdadera certeza. certeza. Es lo que realizamos realizamos a diario cuando asumimos que viviremos otro día. Pero nuestros isleños lo l o aplicaban a todo.
Dos artículos en la gran Enciclopedia Universal de la Isla, nos muestra como funcionaba el proceso. Destilando su sabiduría de la única fuente de nutrición mental de la que disponían, los sabios de la isla produjeron -sin duda sinceramente- esta clase de verdades:
Se ha demostrado científicamente que esto es un absurdo, no se conocen materiales impermeables al agua en la Isla con los cuales se pueda construir tal "barco", dejando a un lado la cuestión de si hay un destino más allá de la Isla. Predicar la "construcción de 'barcos" es un delito grave según la Ley xvii del Código Penal, subsección J, Protección de los Crédulos. La OBSESION CON LA CONSTRUCCION DE BARCOS es una forma aguda de escapismo mental, síntoma de inadaptabilidad. inadaptabilidad. Todos los ciudadanos tienen la obligación constitucional de denunciar a las autoridades sanitarias si sospechan de la existencia de tan trágica condición en cualquier individuo.
Véase: Natación; Aberraciones mentales; Delitos (serios).
Bibliografía: Smith, J.; Por qué no se pueden construir "barcos". Universidad Insular, Monografía n.' 1 1 5 1.
NATACION: Desagradable. Desagradable. Supuesto Supuesto método para impulsar impulsar el cuerpo a través del agua sin ahogarse, generalmente con el propósito de "alcanzar un lugar fuera de la Isla". El "aprendiz" de esta desagradable actividad tenía que someterse a un ritual grotesco. En la primera lección se se postraba en el suelo, moviendo moviendo brazos y piernas piernas según le ordenaba ordenaba un "instructor". La totalidad del concepto se basa en el deseo de los así llamados
"instructores" de dominar a los crédulos en tiempos de barbarie. Más recientemente el culto ha tomado la forma de manía epidémica.
Véase: Barco; Herejías; Pseudoartes.
Bibliografía: Brown, W. La Gran Locura de la "Natación ", 7 vols. Instituto de Lucidez Social.
Las palabras «deplorable» y «desagradable» se usaban en la isla para indicar todo aquello que fuera contrario al nuevo evangelio, conocido bajo el nombre de «Complacer». «Complacer». La idea implícita era que la gente se sentiría complacida, dentro de la necesidad general de complacer al Estado. El Estado representaba a todo el pueblo.
No es sorprendente, sorprendente, pues, que que desde tiempos tiempos muy remotos la sola idea de abandonar abandonar la isla llenara de terror a la mayoría de la gente. De modo similar, los prisioneros que han pasado largos largos años en cautividad cautividad sienten auténtico auténtico temor cuando cuando van a ser liberados; liberados; para ellos el «exterior» «exterior» es un mundo incierto, desconocido desconocido y peligroso. peligroso.
La isla no era una cárcel, pero era una jaula con barrotes invisibles más efectivos que los verdaderos.
La sociedad insular se volvió cada vez más compleja. Observaremos Observaremos sólo algunas de sus características más destacadas. destacadas. Su literatura era rica, y además de obras culturales había numerosos libros que explicaban las cualidades y logros de la nación. Existía también un sistema de ficción alegórico, que describía lo terrible que hubiera sido la vida, si la sociedad no se hubiera organizado de aquella forma existente y tranquilizadora. tr anquilizadora.
De vez en cuando los instructores trataban de ayudar al conjunto de la comunidad para que escapara. Los capitanes se sacrificaban con el fin de restablecer un clima en el que los constructores de barcos, ahora en la clandestinidad, pudieran continuar su labor. Historiadores y sociólogos interpretaban tales esfuerzos con referencia a las condiciones en la isla, sin considerar contacto alguno con el exterior de esta sociedad cerrada. Era fácil ofrecer explicaciones verosímiles de casi todo, sin que ello implicara ningún principio de ética, ética, ya que los eruditos eruditos continuaban continuaban estudiando con auténtica dedicación dedicación lo que parecía ser la verdad.
«¿Qué más podemos hacer?», se preguntaban, implicando con la palabra «más» que la alternativa podría ser un esfuerzo cuantitativo. O se preguntaban unos a otros «¿Qué otra cosa podemos hacer?», asumiendo que la respuesta se encontraba en «otra» cosa, algo diferente. El verdadero problema era que ellos se creían capaces de formular las preguntas, pero pero ignoraban que las preguntas son tan importantes como las respuestas. respuestas.
Por supuesto los isleños disponían de un amplio campo para el pensamiento y la acción dentro de su pequeño dominio. La diversidad de ideas i deas y las diferencias de opinión les l es daban la impresión de libertad de pensamiento. Se estimulaba el pensamiento, siempre que éste no fuese «absurdo».
Se permitía la libertad de palabra, pero resultaba de poca utilidad, al no ir acompañada acompañada del desarrollo de la comprensión, que no se cultivaba.
La labor y los esfuerzos específicos de los navegantes tuvieron que tomar aspectos diferentes, según los cambios que sufría la comunidad. Esto hizo que su realidad y existencia fuese aún más desconcertante desconcertante para los estudiantes que intentaban seguirles desde el punto de vista isleño. is leño.
Entre toda esta confusión, incluso la capacidad para recordar la posibilidad de escape se convertía a veces en un obstáculo. La incipiente conciencia de la potencialidad de escape no estaba muy equilibrada. Muy a menudo los que estaban ansiosos por escapar terminaban por contentarse con algún tipo de sucedáneo. Un vago concepto de navegación no puede volverse útil sin orientación. Pero incluso quienes con más afán anhelaban construir barcos habían sido adiestrados de modo que ya creían poseer tal orientación, que ya eran maduros. Detestaban a cualquiera que indicase que necesitaban una preparación.
A menudo, versiones extravagantes acerca de nadar o construir barcos perturbaban las posibilidades de verdadero progreso. progreso. Gran parte de de la culpa la tenían tenían los abogados abogados de la pseudonatación pseudonatación o de los barcos barcos alegóricos, meros meros charlatanes que ofrecían lecciones lecciones a quienes eran aún demasiado débiles para nadar, o pasajes en barcos que no podían construir.
Las necesidades de la sociedad habían hecho necesarias, en un principio, ciertas formas de trabajo y pensamiento que evolucionaron hacia lo que fue conocido como ciencia.
Pero este admirable enfoque, esencial en los campos en que podía aplicarse, acabó por desbordar su verdadero significado. El enfoque llamado «científico», que siguió a la revolución de «Complacer» se fue ampliando hasta abarcar toda clase de ideas. Finalmente, todo lo que no quedó comprendido entre sus límites se consideró «anticientífico», sinónimo muy conveniente para describir lo «malo». Sin que nadie se diese cuenta, las palabras cayeron prisioneras y luego se esclavizaron automáticamente.
Al no adoptar una actitud adecuada, como personas que han sido abandonadas en una sala de espera y se dedican a leer revistas enfebrecidamente, los isleños se dedicaron a encontrar sustitutos a su plena realización, que era el propósito original (y decisivo) del exilio de aquella comunidad.
Algunos consiguieron dirigir su atención, con mayor o menor éxito, hacia compromisos emocionales. Había diferente gama de emociones, aunque no existía una escala adecuada para medirlas. A todas las emociones se las consideraba «hondas» o «profundas», en cualquier caso más profundas que la ausencia de emoción. Cualquier emoción que lograra conducir a la gente hasta límites extremos, físicos y mentales, se calificaba automáticamente de «profunda».
La mayoría de las personas se fijaron objetivos, o permitieron que otros los fijasen para ellos. Lo mismo practicaban un culto tras otro, como perseguían el dinero, o intentaban alcanzar la preeminencia social. Algunos adoraban ciertas cosas y se creían superiores el resto. Otros, al repudiar lo que consideraban idolatría, se creyeron libres de ídolos y en situación de burlarse del resto.
Con el paso de los siglos, la isla quedó sembrada con los escombros de aquellos cultos. Estos escombros, a diferencia de los meramente físicos, tenían la propiedad de autoperpetuarse. Gente bien intencionada y otros combinaron los cultos, difundiéndolos como nuevos. Tanto para el aficionado corno para el intelectual, esto constituyó una mina de material académico o «iniciático», que aportaba un agradable sensación de variedad.
Proliferaron las instalaciones para gozar de «satisfacciones» limitadas. Palacios y monumentos, museos y universidades, instituciones pedagógicas, teatros y complejos deportivos llenaban la isla casi por entero. La gente se enorgullecía de la profusión de medios, muchos de los cuales creían relacionados de un modo general con la verdad absoluta, aunque no alcanzaban a definir la naturaleza de tal relación.
La construcción de barcos se vinculaba con algunas dimensiones de esta actividad, pero de un modo desconocido por la mayoría.
Clandestinamente los barcos izaban sus velas y había nadadores que continuaban enseñando natación...
Las condiciones reinantes en la isla no desalentaban totalmente a estas abnegadas gentes. Después de todo, ellos también eran originarios de la misma comunidad y estaban unidos por lazos indisolubles con ella y con su destino.
Pero a menudo tenían que tomar precauciones respecto de las atenciones de sus ciudadanos. Algunos isleños «normales» querían salvarles de sí mismos. Por una razón igualmente sublime, otros trataron de matarlos. Algunos incluso buscaron su ayuda afanosamente, pero no pudieron encontrarles.
Todas estas reacciones frente a la existencia de los nadadores eran resultado de idéntica causa, aunque filtrada a través de diferentes clases de mente. La causa era que apenas nadie sabía ahora qué era realmente un nadador, qué estaba haciendo o dónde se le podía encontrar.
Conforme la vida en la isla se hizo cada vez más compleja, una extraña pero lógica industria empezó a florecer. Su objetivo consistía en atribuir dudas respecto de la validez del sistema imperante. Tuvo éxito en absorber dudas referentes a los valores sociales, riéndose de ellos o satirizándolos. Tal actividad podía adoptar una imagen tanto triste como alegre, pero se convirtió en un ritual repetitivo. Aunque era una actividad potencialmente valiosa, a menudo se le privó de ejercer su verdadera función creativa.
La gente consideraba que, después de haber dado expresión temporal a sus incertidumbres, podía hasta cierto punto atemperarlas, conjurarlas e incluso propiciarlas. La sátira se confundió con alegoría significativa y ésta, aunque fue aceptada, no fue digerida. Obras teatrales, libros, películas, poemas, libelos, constituyeron los medios habituales para este desarrollo, aunque una importante parte de la misma actuaba en sectores más académicos. Para muchos isleños, seguir este culto con preferencia a otros más viejos significaba mayor emancipación, modernidad y progreso.
De vez en cuando aún se presentaba un candidato a un instructor de natación para hacerle un trato. Por lo general se entablaba lo que parecía ser una conversación estereotipado:
-Quiero aprender a nadar.
-¿Quiere hacer un trato respecto de ello?
-No. Lo único que quiero es poder llevarme mi tonelada de coles.
-¿Qué coles?
-El alimento que necesitaré en la otra isla.
-Allí hay mejor comida.
-No entiendo lo que me dice. No puedo estar seguro. Debo llevar mis coles.
-¿Se ha dado cuenta de que no puede nadar con una tonelada de coles?
-Entonces no puedo ir. Usted lo llama una carga. Yo lo llamo mi alimento esencial.
-Supongamos, como alegoría, que no hablamos de «coles», sino de «suposiciones», o «ideas destructivas».
-Llevaré mis coles a algún instructor que comprenda mis necesidades.
* La historia de los Sufis trata acerca de algunos de los nadadores y constructores de barcos, y también de otros que intentaron seguirles con mayor o menor éxito. Pero la fábula no ha terminado porque aún queda gente en la isla.
Los sufis usan varias claves para transmitir sus significados. Recomponga el nombre de la comunidad original -El Ar- para que se convierta en «Real». Quizás ya haya observado que el nombre adoptado por los revolucionarios en inglés «Please» (Complacer), al recomponerse forma la palabra «Asleep» (Dormido).
"Los Sufis" de Idries Shah. 1971 Ed. Kairos
La isla Llewellyn Smith En la memoria de un pueblo lejano, que se remonta a antes de que nos convenciéramos de ser sólidos y temporales, pervive la historia de un fabuloso caravasar, tan antiguo que no se recuerda su nombre, cuyas desérticas ruinas nunca han sido halladas. Las sigilosas griotes, las narradoras de la región, consagrándose en recipientes de tal historia, insisten en que este lugar sin nombre era a la vez tan real y esencial como el oxígeno; esta antigua parada de camino para viajeros y mercaderes, nos dicen, fue la cima de la humanidad y civilización del pueblo. Y algunos aún murmuran que la longitud y latitud de su sacra geografía aún se pueden discernir aquí entre nosotros.
Quizá no fuera un lugar tan inusual, visto desde la era actual. Los habitantes eran gente de altas miras y genuinamente amable, muy industriosos y hospitalarios. Eran hábiles comerciantes y hombres de negocios, los intermediarios de más éxito en la región. Su propia cultura material era bastante primitiva, y poco queda de ella para poderla estudiar. Como si anticiparan a los eruditos saqueadores de tumbas por venir, quemaban a sus muertos con las pertenencias personales en celebraciones que duraban todo el día, y usaban lo que quedaba para abonar las pocas cosechas que se podían cultivar en este árido clima. En los fundamentos de su filosofía de la vida — su religión, si es que se puede llamar así — suponían que no se “pertenecían” a sí mismos. Ellos eran sólo
instrumentos o unidades de servicio y no tenían existencia real, salvo por tales actos de servicio, y nada de existencia individual ni identidad más allá de la voluntad de ser útiles a otros. Si los encontrarais en el mercado, atendiendo sus granjitas, o mandando los niños a la escuela, o yendo a cualquier otro negocio de los que hacían funcionar la sociedad, los amaríais al momento por su sencillez. Regatear como corredores era su sacro trabajo — no creaba nada, ni dejaba nada atrás, y era de gran utilidad para todos, y así mantenían el potencial de puro servicio. Su gran sentido del humor e inteligencia eran bien conocidos por los mercaderes que venían desde las ciudades circundantes a comerciar con ellos, y se los menciona en cierta cantidad de diarios privados y cartas de viajeros de la época.
Los narradores bajaban de las frías montañas envueltos en pesados ropajes, las neblinas del alba revoloteando en torno suyo, como si viajaran a la estela de visiones invisibles que arreasen ante ellos con sus cayados. Sentados bajo las estrellas como siempre han hecho, a la media luz de las ascuas mortecinas, aún hablan con profunda reverencia de este fabuloso caravasar y, aunque lo que sabemos de ese mundo es sólo lo que ellos nos dicen, insisten en que sabemos más de lo que hemos olvidado.
El cuento que dicen ser el que más aclara el sentir de este pueblo es la historia de la elección de los virreyes del Sultán. El oasis del caravasar hacía de él un cruce esencial en las rutas comerciales transcontinentales, así que se convirtió en ciudad estado, con alguna pequeña provincia exterior fundada por comerciantes del asentamiento original, nuevas entidades que pedían protección y ley al Sultán del asentamiento original.
Sabiduría y prosperidad emanaban de la presencia del Sultán, quien en toda acción externa y en todo momento de recogimiento se afanaba en ser modelo de servicio, justicia y amor para este pueblo; tanto que estaba considerado como el más elevado modelo viviente de ser humano.
La vida de este Sultán se consumía en el inacabable esfuerzo de poner orden en esta desértica sociedad. Aunque era generoso, también era sin par en el combate, terrible atributo que siempre fue eclipsado por su disposición a la clemencia y generosidad. Y era desconcertante para el pueblo de la provincia saber que su dirigente tenía capacidades aparentemente tan opuestas. El monarca, aunque muy venerado, era un enigma para los ciudadanos, que le amaban.
Así que no sorprendió a nadie que los comerciantes de los nuevos asentamientos le solicitaran el envío de virreyes legítimos que gobernaran y pusieran orden en estas nuevas provincias. «Después de todo, somos comerciantes» declararon; «no sabemos nada del arte del gobierno ni de legislación»
Las griotes nos dicen que, el día en que estas solicitudes llegaron por primera vez, el Sultán estaba trabajando en su rosaleda favorita, el aire de la tarde refrescaba su cara y ligaba las fragancias de diversos pimpollos. El asunto de la elección de virreyes ya había pasado por su mente. Había sido favorecido con muchos hijos e hijas. Ya no eran niños, sino jóvenes hombres y mujeres, príncipes y princesas, que aspiraban por derecho de nacimiento al honor de reinar en las provincias externas del caravasar, en nombre de su padre. Eran inteligentes; de niños a todos se les había asignado un ministro que nutriera sus intelectos con tal habilidad como para cultivar en cada uno extraordinarias capacidades de percepción y conjuro.
Pero no podían gobernar todos ellos. No todos, el Sultán lo sabía, tenían capacidad para gobernar en el modo debido de abnegado servicio, aunque los amara a todos. Y, a pesar del total conocimiento de sus habilidades y poderes, si él eligiera entre ellos, sabía que sería el principio del desorden y el desastre, porque ningún príncipe ni princesa que dejara de ser elegido para gobernar, tanto como amaban a su padre, creería jamás en su corazón que su padre hubiese elegido con justicia.
El Sultán ordenó a sus hijos venir al jardín con los ministros.
La comitiva llegó, hijos y ministros resplandecientes con extraordinarios ropajes de seda color de azafrán, sandalias incrustadas de joyas y otros lujos semejantes. Era una extraña asamblea, los hijos vestidos como reyes; su padre cubierto de tierra, de rodillas, rematando la planta y poda del día con los jardineros, las manos sucias y sus finos ropajes manchados y sin duda destrozados.
Tomaron asiento en el jardín, y el Rey siguió con su trabajo mientras les hablaba, interrumpiéndose ocasionalmente para dar instrucciones a los jardineros. El cielo estaba de un bello color carmesí y una nube alumbraba el rojo sol mientras caía suavemente hacia el horizonte.
«He tomado una decisión,» dijo el Rey, «en torno al asunto de los virreyes». Mientras tanto podaba delicadamente una gran planta con una flor blanca iridiscente. «Escuchad con atención. Lo sé todo de vuestras habilidades, aún mejor que vosotros mismos. Os he amado toda vuestra vida. Os consume vuestro deseo de llegar alto en el servicio, y el miedo de no poderlo hacer. Pero sois jóvenes. Aún sois lo que os hagáis. Cuando os conozcáis a vosotros mismos, me reconoceréis como amor de vuestro amor, porque sois parte de mí. Vuestros nombres están inscritos en el libro de mi corazón».
Un hijo habló: «Aceptaré cualquier elección que toméis. Lo prometo con todo mi ser».
«No, no,» replicó el soberano. «Primero debéis llegar a saber quiénes sois».
«¿Cómo lo haremos?» Preguntó otro.
«Hay un modo, pero no es fácil, aunque la prueba en sí es muy simple. A muchas millas, por la ruta comercial del sur, está la costa de lo que se llama el océano».
«¿Qué es el océano?» Preguntó una hija.
«Es como un desierto, vasto e ilimitado, pero todo de agua y eternamente palpitante de vida, un lugar donde se reúnen todas las aguas del mundo, y en su turbulencia yace el origen de todas las cosas. En medio de estas grandes aguas se encuentra una isla. Al principio parece un oasis, pero es éste un lugar desierto, terrible, azotado de tormentas. Su horror va más allá de todas vuestras pesadillas. Nada humano puede vivir allí mucho tiempo y seguir siendo humano».
«En ese lugar debéis hallar un oculto talismán sagrado, un espejo pulido o espejos de oro puro en que el Alma del Alma se mira. Debéis ir todos allí, tendréis las provisiones que necesitéis para manteneros. Dispondréis de cuarenta días.» Mientras el padre hablaba les iba dando una rosa a cada uno de sus hijos.
«Debéis buscar en los lugares silenciosos,» siguió, «los lugares más callados. Allí os espera el tesoro. Al final de los cuarenta días iré a buscaros; quienquiera de vosotros que muestre la señal del talismán servirá como virrey en mi nombre».
Cuando cada hijo tuvo una rosa, continuó.
«Hay una última cosa, y es lo más importante. Esa isla es una tierra extraña, con su propia vida; malformada, lúgubre y obstinada. Está poseída de un encantamiento para distorsionar vuestras percepciones y comprometer vuestro juicio y habilidades. Los extraordinarios poderes que habéis cultivado con la guía de los ministros no os ayudarán. El encantamiento de esta isla es la maldición del olvido. Si os demoráis, si no tenéis cuidado, si no os aplicáis con toda la diligencia y fervor a vuestro alcance — y aún así — podéis empezar a olvidar para qué habéis ido. Me olvidaréis a mí. Por ello os imploro que, por consideración a mi corazón y al amor que os tengo, no os dilatéis. A ninguno de vosotros le falta capacidad para cumplir esta tarea. Hallad el talismán tan rápido como podáis, y volved a mí.»
«¿Cómo podríamos olvidarte jamás?» Preguntó uno de ellos, asombrado de que su padre pudiera sugerir tal cosa en voz alta. «Siempre sentiremos vuestro amor,» dijo otro, «es parte de nuestras vidas, nos da vida».
«Oigo vuestra voz cuando oigo latir mi corazón,» dijo otro. «Sois nuestro alimento y la raíz de nuestro ser. No hay ninguna razón para que nosotros os dejemos por ese lugar, si es tan infausto como decís que es, ni por esperanza de gobierno ni por ninguna otra cosa, salvo que lo deseéis, así que lo haremos por vuestro cariño. Porque es lo que queréis.»
Y así siguió, jurando todos un acuerdo de amor filial de nunca olvidar a su padre ni su amor por ellos. Y también de volver.
Los días que siguieron estuvieron llenos de tremenda actividad, mientras se juntaba una caravana para la ruta del sur. El padre supervisó los preparativos por sí mismo, advirtiendo continuamente a sus hijos que no perdiesen nunca de vista interiormente el propósito de su viaje, que nunca olvidasen a su padre, ni quiénes eran. Algunos de sus hijos estaban confusos con esto. ¿Cómo podría haber peligro de olvidarse de sí mismos y de su padre, a quien querían tan de verdad? Otros ocultaban sus miedos, porque ninguno se había apartado nunca del lado de su padre. A algunos la tarea les parecía sin sentido. Pero los ministros sabían de esta isla, y temían su reputación.
Viajaron dos semanas hacia el sur. Ninguno, ni los hijos ni hijas, había dejado antes su patria y todos tenían una gran pena en el corazón, pero cuando llegaron a la vista del océano, enmudecieron de asombro, no habiendo visto nunca nada tan enorme y mudable. Sus aguas batían la costa y la luz del sol arrastraba su inquieta faz hasta el horizonte. Según lo prometido, había un barco esperando y zarparon. Navegando por un infinito paisaje marino, dejando atrás todo lo que conocían y amaban, se sintieron nacer a una segunda vida, cuyo sentido aún les estaba velado. El vacío, azotado de espuma,
parecía infinito y atemporal y se sentían como motas insignificantes en su acuosa garra. Podían ser consumidos en su oscuro misterio en cualquier momento, sin dejar traza. Vieron la cara del océano volverse más gris y más dura hasta que en el horizonte apareció una evanescente ondulación oscura, que revelaba la desdibujada costa de la isla.
No había playa, solo una enmarañada barrera de hierbajos, grises y atrofiados árboles, leña carcomida y cordajes de marinos menos afortunados, y caparazones boca arriba de animales desconocidos. «Este ha de ser uno de los más inhóspitos y abominables lugares de la gran tierra de Dios,» dijo el mayor, «hemos de acabar nuestro negocio aquí tan rápido como sea posible para poder volver con nuestro Padre». Los hijos se pusieron a trabajar juntos, como les habían aconsejado los ministros. Al principio prepararon el mínimo refugio en que poder vivir y trabajar juntos los siguientes cuarenta días. El más sencillo refugio era todo lo que necesitaban, suficiente para mantenerse a salvo.
Impulsados por la fealdad de la isla, eran modelos de diligencia. Todos los días iban a los lugares más recónditos de la isla en búsqueda del talismán. Monocorde el tiempo. Árboles y rocas cubiertos de acre, oloroso limo. Cada día se afanaban en la aspereza, buscando, cavando, incesantes en su determinación de recuperar ese sagrado tesoro. Los días se sucedían uno tras otro. A medida que se hacía más y más obvio que no habría ningún triunfo rápido, los hijos se volvían más y más competitivos, suspicaces unos respecto a otros, y reservados con sus ideas sobre cómo y dónde buscar, con cualquier pista, por infundada que fuera. Una noche el asunto de la cooperación llegó tumuluosamente a su fin. La siguiente mañana, bajo cielos oprimente, los hermanos se esparcieron cada uno por su lado, y aun aquellos que no lo habían querido así, se encontraron que ya cada uno era una nación independiente.
No por eso se hizo menos difícil su búsqueda. Aun los más dedicados a la tarea de su padre eran incapaces de ser constantes. Se volvieron malhumorados y depresivos; la parálisis de la depresión parecía ahora ser prueba de incapacidad. Una oscura ilusión que ponía un peso psicológico de más de cien arrobas en el corazón.
Cuando cada día empezó a no mostrarse mejor ni diferente del anterior, cayó sobre ellos un tedio que embotaba el intento, una lasitud que a algunos les hizo temer que el acto de buscar no fuera bastante. Había que hacer mayores cosas. Aun si su padre les había enviado por una cosa simple y concreta, cuanto mayor sería su satisfacción si pudieran volver con algo mayor, más importante. Algunos empezaron a buscar visiones. Era imposible no buscar algo, cualquier cosa, fuera lo que fuera, y no convencerse de que era de lo más significativo. Y algunos luchaban contra esto y conseguían recordar y , con un esfuerzo angustioso, renovar una y otra vez su devoción. Y una y otra vez ellos mismo destruían esta devoción y volvían a renovarla, llorando: sus propias lágrimas eran el cemento que mantenía firme la promesa de nunca dejar morir el fuego. Hasta
que de nuevo se desvanecía el recuerdo y los dejaba perdidos. Así sucedió para los que estaban mejor preparados.
Mientras tanto el Sultan, sentado en silencio, ocasionalmente roto por pajaritos que pasaban por encima, pensaba en las terribles dificultades que sus amados hijos debían soportar, mientras esperaba a que su Primer Ministro describiera lo que había visto en la isla. Por la compasión y por el dolor causado por la ausencia de sus hijos, el Sultán había enviado al Primer Ministro a cada uno de ellos, para animarlos, recordándoles su promesa de no olvidar a su padre, de recordar la tarea a la que habían sido enviados, y de dedicarse a ella, pues no podían volver a la presencia de su padre con las manos vacías, porque el tiempo adjudicado pronto llegaría a su fin.
El Primer Ministro habló:
«El primero de vuestros hijos no me reconoció, a mí que era un segundo padre para él. Ha construido un grandioso templo de árboles secos y madera en la ensenada oeste de la isla y allá está todos los días y medita flotando en el aire, habiendo descubierto la habilidad de levitar el cuerpo. Cuando le pregunté si había encontrado el talismán, me miró pensativo y dijo, “Sí, he oído esa leyenda, que tal magia fue confiada al secreto pueblo perdido de esta isla pero nadie sabe en verdad quiénes eran y además es todo leyenda.” ¡Oh Noble Luz! Le dije que nadie ha vivido nunca en ese lugar más que él y sus hermanos y hermanas. Él dijo: “Sí, sé que hay otros locos en esta isla, pero hubo una raza de seres puros antes de ellos”. Ya veis, Sultán, vuestro hijo ha creado una nueva historia para sí y un mundo de su propia imaginación. Él es su propia religión y su propia sociedad. Ha abandonado la búsqueda, y cree que la isla es su hogar permanente.»
«Le pregunté por las instrucciones que su padre le dio. “¿Qué hay de vuestro padre,” dije, “el Rey a quién jurasteis amar y recordar en vuestra Alma?” Y dijo, “Mi padre, quienquiera que fuera, está muerto o me abandonó hace mucho”.»
El Ministro continuó:
«Encontré a otro de vuestros hijos en una cueva rodeada de trampas. Le llamé, y emergió rodeado de temible armamento, como nunca había visto; reluciente armadura tejida de brillantes chispas de relámpago, una espada de sombras envenenadas que se movía por su propio poder. Juró que yo, vuestro servidor, era un enviado de los otros como espía para hallar debilidades en sus defensas que permitieran una invasión triunfal
de su territorio. “Sois un enemigo”, dijo; “y no intentéis convencerme de otra cosa. Por todo lo que sé sois un espía enviado por ellos.” Le recordé el talismán y le urgí a buscarlo por el bien de su alma en los lugares más silenciosos de la isla. “En los silencios” dijo, “es donde se ocultan mis enemigos”.
El Ministro siguió:
«Vuestra hija mayor vive muy al interior, donde también ella ha erigido barreras de piedra dentro de las que había un enorme palacio de piedra y maderas nobles. Animales salvajes la seguían a todas partes, mi Rey. “¿No queréis abandonar este horroroso lugar?” Le pregunté. “Este es mi hogar, mi único hogar.” “¿Qué hay de vuestra vida real, vuestra auténtica vida, la que este sueño obscurece?” “Está en los árboles, las flores, el cielo,” dijo. “¿No recordáis a lo que habéis venido aquí?” Pregunté. “Estamos aquí para rendir homenaje a los espíritus que moran en estos sacros lugares, los árboles, y el cielo,” dijo. “Pues creed esto,” dije, “que ya estáis unida a ellos.” Le hablé de quién era, de su unidad con vos, por el amor y la sangre, y cuán necesario era seguir con el trabajo esencial, para que pudiera volver a este lugar que es el real, el lugar del amor de su padre. Estuvo en silencios un larguísimo tiempo; después, juro que vi cruzar por su cara una chispa de recuerdo, pero huyó rápidamente. “¡Qué bella historia!” Exclamó al fin. “Estoy recogiendo historias para una antología de sagradas escrituras que espero publicar algún día. ¿Puedo incluirla?»
El Primer ministro se recompuso y continuó.
«Majestad, vuestro segundo hijo ha inventado el surf, y se ha hecho su principal adepto».
«Di con otro de los príncipes, y le llevé su precioso perro que él ha amado desde que era un crío. Me reconoció y también al perro. Pero el pobre perro temblaba, tanto había cambiado interiormente su anterior amigo. Vuestro hijo se ha dado un nombre extraño; le llamé con su auténtico nombre, el nombre que vos mismo le disteis, ¡oh Sultán!, antes incluso de que existiera. Le recordé por qué estaba allí en la isla, y lo que tenía que hacer, que tenía que hacerlo rápidamente, antes de ser totalmente digerido por el encantamiento de la isla. Estuvo silencioso un rato. Luego dijo que, aunque recordaba un vago sueño que concordaba con muchas de las cosas que yo decía, un sueño que también me incluía a mí y visiones del amoroso hogar, tan lejano, todas estas cosas eran meros fantasmas y mentiras, convocados por alguna hechicería nunca vista. Porque si fueran tan reales como yo decía que eran, significaría que él mismo vivía una mentira. Y esto era demasiado imposible para aceptarlo. Por lo tanto, dijo vuestro hijo, que yo, vuestro ministro de mayor confianza, era un fantasma de este engañoso sueño, que
buscaba apartarlo apartarlo de la realidad. Mi Sultán, le juré que era él quien dormía, dormía, y que su su sueño era real. “Vuestros torticeros designios no son bienvenidos”, me dijo, y para recalcarlo, mató y asó al perro que había sido su angélico guardián desde la cuna, y se lo comió».
«En un salvaje cañón, en una ciudad de tremendas t remendas torres pulidas de marfil tallado, t allado, granito y caoba todas apuntadas contra el cielo como para tapar el sol, encontré a otro de vuestros amados, mi Sultán. Estaba maravillado. “¿Qué has hecho?” Le pregunté».
«Dijo, “Las visiones nacidas en mí son demasiado grandes y magnificentes para vivir en mi interior y ahora piden vida en el mundo. He divisado un mundo mejor que este triste lugar y me dedico a transformar yo mismo esta desarrapada creación en esa visión mejor. Estoy construyendo una gran universidad para el estudio de la ciencia del alma y el servicio a la humanidad, un congreso para todos los eruditos de todo t odo el mundo, que se reunirán a discutir y planear el destino de la humanidad. Cuando mueran, nuevos eruditos tomarán su lugar. Y así siempre. Un perenne reino de la mente”.»
«Aún hay tiempo para recordar vuestra promesa a vuestro padre,” le dije. “Vuestro tesoro aún está enterrado en los silencios de la isla.” “¿De qué estáis hablando?” me gritó. “¿Con todo el ruido que siempre hay aquí, y que hacen por allí? ¿ Con toda esta construcción en marcha? Además, cuando lleguen los eruditos y empiecen a discutir la Gran Pregunta ya no habrá sitio para el silencio en el mundo.”»
Al final el angustiado Sultán susurró «¿Están ya todos nuestros hijos locos?»
«Me crucé a una de vuestras hijas en un puesto de pesca. Como con todos vuestros hijos, le di vuestro mensaje. Le hablé de vuestro amor por ellos, que pronto todos debían volver a vos. Gran Soberano, era como si nunca se hubiera separado de nosotros, aunque puedo ver lo difícil que es su lucha entre las garras de ese lugar. La ha envejecido. Aún se conoce por el nombre que le disteis y me abrazó con tal afecto que mis ojos se humedecieron humedecieron de felicidad, como si en ese malhadado lugar me hubierais encontrado y abrazado vos mismo. No le tuve que preguntar por el talismán, vi la señal en sus ojos. Comunicaba su corazón y el mío. Y solo pude preguntar, “Pero ¿dónde en esta maldita isla pudiste isla pudiste hallar silencio silencio bastante para para encontrarlo?” Su dedo dedo índice marcó su propio pecho. “Yo soy el amor de mi padre. ¿No soy yo el Silencio?”»
Finalmente, atraído a ese malhadado lugar por el amor, el Sultán fue f ue personalmente a por sus hijos. Este Este mismo amor dejó impotente el encantamiento encantamiento de la isla. Y los hijos,
cuando vieron a su padre, inmediatamente fueron transformados, rehechos en un instante, como por amor, a su anterior ser. El encantamiento del sueño se les cayó solo, como camisa de culebra. Y se hallaron desnudos, vestidos sólo del conocimiento de la promesa a su su padre, y de lo que que habían hecho, hecho, o dejado de de hacer. Todo Todo su ser y trabajo trabajo se iluminó con su amor.
Para aquellos que habían encontrado el lugar del espejo donde el Alma de las l as Almas se ve a sí misma, se volvieron como cuando estaban con su padre antes de llegar a la isla. El gozo y esplendor de su lugar en el corazón de su padre, que la isla les dijera ser un sueño auto-conmiserativo, auto-conmiserativo, se volvió tan t an real como siempre había sido. Ellos Ell os se probaron Virreyes.
Pero para los otros, que no habían encontrado el Silencio ni su tesoro, que gastaron tanto tiempo en extraños empeños, que olvidaron su promesa de nunca olvidar, olvi dar, para ellos el puro amor quemaba de vergüenza. Como el servidor que vuelve de una lejana ciudad con todo excepto aquello para lo que fuera enviado, todo su trabajo fue baldío. Y se ahogaron de vergüenza. Algunos huyeron a la más profunda espesura. Otros enloquecieron enloquecieron con el penoso conocimiento de lo que habían llegado a ser, y de lo que habían perdido con su cambio. Otros se transformaron en cosas salvajes, intentando ocultarse a la revelación de este amor.
Después de contar esta historia, las narradoras siempre dan las gracias por permitirles «cebarnos». «cebarnos». De más allá de esas montañas, nos consideran como un pueblo casi muerto de hambre por falta de sustento, sin darnos cuenta de que nuestros propios bolsillos están repletos de pan. «No podemos comerlo por vosotros,» dicen.
Tomado de: Orden Sufi Nematollahí http://www.nematollahi.org/
La historia de Mushkil Gusha Había una vez, a menos de mil millas de aquí, un pobre leñador viudo que vivía con su hija pequeña. Todos los días iba a la montaña a cortar leña para hacer fuego, que traía a casa y ataba en haces.
Después de tomar el desayuno caminaba hasta el pueblo más cercano, donde vendía la leña y descansaba un rato antes de regresar. Un día, al volver ya tarde a casa, la niña le dijo:
»Padre, a veces desearía tener mejor comida, más cantidad y diferentes clases de cosas para comer.«
»Muy bien hija mía« dijo el viejo »mañana me levantaré más temprano que de costumbre, me adentraré en la montaña donde hay más leña y traeré una cantidad mucho mayor que la habitual. Llegaré a casa más temprano y así podré atar la leña antes para luego ir al pueblo pueblo a venderla; venderla; conseguiré de esta forma más dinero y te traeré toda clase de cosa ricas para comer.«
A la mañana siguiente el leñador se levantó antes del alba y se fue las montañas. Trabajó duramente cortando leña, e hizo un enorme haz que acarreó sobre su espalda hasta la casa.
Cuando llegó, todavía era muy temprano. Puso la carga en el suelo y golpeó la puerta diciendo:
»Hija, hija, abre la puerta que tengo hambre y sed, y necesito tomar algún alimento antes de ir al mercado.«
Pero la puerta permaneció cerrada. El leñador estaba tan cansado que se acostó en el suelo y pronto se quedó dormido al lado del atado de leña.
La niña, que había olvidado la conversación conversación de la noche anterior, estaba profundamente dormida. Cuando el leñador se levantó, unas horas después, el sol ya estaba alto. Golpeó nuevamente la puerta y dijo:
»Hija, hija, ven pronto. Debo comer algo e ir al mercado pues es mucho más tarde que otros días.«
Pero como la niña había olvidado aquella conversación de la noche anterior, mientras el padre dormía, se había levantado, arreglado la casa, y había salido a dar un paseo. Dejó la cabaña cerrada, suponiendo, en su olvido, que su padre estaba todavía en el pueblo.
Así que el leñador se dijo: »Ya es demasiado tarde para ir al pueble, regresaré al las montañas y cortaré otro haz de leña, que llevaré a casa, así mañana tendré doble carga para llevar al mercado.«
Trabajó duramente ese día en las montañas, cortando leña y dando forma a la misma. Era ya de noche cuando llegó a su casa con la leña sobre los hombros. Puso el atado detrás de le casa, golpeó la puerta y dijo:
»Hija, hija, abre que estoy cansado y no he comido nada en todo el día. Tengo doble cantidad de leña que espero llevar mañana al mercado. Esta noche tengo que dormir bien para poder sentirme fuerte.«
Tampoco hubo respuesta, pues la niña, como sintió mucho sueño al regresar a su casa, se preparó la comida y se fue a la cama. Al principio estuvo preocupada por la ausencia de su padre, pero luego se tranquilizó pensando que se había quedado a pasar la noche en el pueblo.
Nuevamente el leñador, al ver que no podía entrar en su casa, cansado, hambriento y sediento, se acostó junto a la leña y de inmediato se quedó dormido. Le fue imposible permanecer despierto a pesar de la preocupación que sentía por lo que hubiera podido pasarle a su hija. Como el leñador tenía tanto frío, tanta hambre, y estaba tan cansado, despertó muy, muy temprano, a la mañana siguiente, aun antes de que hubiera luz. Se sentó y miró a su alrededor pero no pudo ver nada. Entonces ocurrió algo extraño, le pareció escuchar una voz que decía:
»Rápido, rápido, deja tu leña y ven aquí. Si lo necesitas mucho y lo deseas poco, tendrás una comida deliciosa.«
El leñador se puso de pie y caminó en dirección hacia donde venía la voz. Anduvo, anduvo y anduvo, pero no encontró nada. Entonces sintió más cansancio, frío y hambre que antes, y además se encontraba perdido. Había tenido muchas esperanzas, pero eso no parecía haberlo ayudado.
Ahora se sintió triste, con ganas de llorar, pero se dio cuenta de que llorar tampoco le ayudaría. Así que se acostó y se durmió. Muy poco después despertó nuevamente, tenía demasiado frío y hambre para poder dormir.
Fue entonces cuando se le ocurrió relatarse a sí mismo, como si fuera un cuento, todo lo que había ocurrido después de que su hija le hubiera pedido una clase diferente de comida.
Tan pronto como terminó su historia, le pareció oír otra vez, en algún lugar por encima de él, como saliendo del amanecer, que decía:
»¿Qué haces ahí?«
»Estoy contándome mi propia historia« respondió el leñador.
»¿Y cuál es esa historia?« preguntó la voz.
El leñador repitió su narración.
»Muy bien,« dijo la voz. Y a continuación le indicó que cerrara los ojos y subiera por la escalera.
»Pero yo no veo ninguna escalera,« dijo el viejo.
»No importa, haz lo que te digo,« ordenó la voz. El hombre hizo lo que se le indicaba. Tan pronto como hubo cerrado los ojos, descubrió que estaba de pie y, levantando el pie derecho, sintió algo como un escalón debajo de él. Comenzó a subir lo que parecía ser una escalera. De repente los escalones comenzaron a moverse, se movían muy deprisa, y la voz le dijo:
»No abras los ojos hasta que yo te lo indique.«
No había pasado mucho tiempo cuando le ordenó abrirlos. Al hacerlo, se encontró en un lugar que parecía un desierto, con el sol ardiente sobre su cabeza. Estaba rodeado de cantidades y cantidades de pequeñas piedras de todas clases: rojas, verdes, azules y blancas. Pero parecía estar solo; miró a su alrededor y no pudo ver a nadie.
Pero la voz comenzó a hablar de nuevo:
»Toma todas las piedras que puedas, cierra los ojos y baja los escalones.«
El leñador hizo lo que se la decía y, cuando abrió los ojos por orden de la voz, se encontró delante de la puerta de su propia casa. Llamó a la puerta y la hija le abrió. Ella le preguntó que dónde había estado y el padre le contó lo ocurrido, aunque la niña apenas entendió lo que él decía porque todo le sonaba muy confuso.
Entraron en la casa, y la niña y su padre compartieron lo último que les quedaba para comer: un puñado de dátiles secos. Cuando terminaron, el leñador creyó oír nuevamente la voz, una voz como la otra que le había dicho que subiera los escalones. La voz dijo:
»A pesar de que quizá tú aún no lo sabes, has sido salvado por Mushkil Gusha. Recuerda: Mushkil Gusha siempre está aquí. Asegúrate de que todos los jueves por la noche comerás unos dátiles, darás otros a alguna persona necesitada y contarás la historia de Mushkil Gusha. De lo contrario, harás un regalo en su nombre a alguien que ayude a los necesitados. Asegúrate de que la historia de Mushkil Gusha nunca, nunca sea olvidada. Si tú haces esto y otro tanto hacen las personas a quienes tú cuentes esta historia, los que tengan verdadera necesidad siempre encontrarán su camino.
El leñador puso todas las piedras que había traído del desierto en un rincón de su casita. Parecían simples piedras y no supo qué hacer con ellas. Al día siguiente llevó sus dos enormes atados de leña al mercado y los vendió muy fácilmente, a muy buen precio. Al regresar a su casa, llevó a su hija toda clase de ricos manjares, que ella hasta entonces jamás había probado.
Cuando terminaron de comer, el viejo leñador dijo:
»Ahora te voy a contar toda la historia de Mushkil Gusha. Muskhil Gusha significa el disipador de todas las dificultades. Nuestras dificultades han desaparecido gracias a Mushkil Gusha, y debemos siempre recordarlo.«
Durante una semana el hombre siguió como de costumbre. Fue a las montañas, trajo leña, comió algo, llevó la leña al mercado y la vendió. Siempre encontró un comprador sin dificultad.
Llegó el jueves siguiente y, como es común entre los hombres, el leñador olvidó contar la historia de Mushkil Gusha. Esa noche, ya tarde, se apagó el fuego en casa de los vecinos, los cuales no tenían nada con lo que volver a encenderlo; fueron a casa del leñador y le dijeron:
»Vecino, vecino, por favor, danos un poco de fuego de esas maravillosas lámparas que vemos brillar a través de tu ventana.«
»¿Qué lámparas?« preguntó el leñador.
»Ven fuera y verás,« le respondieron. El leñador salió y vio claramente toda clase de luces que brillaban, desde dentro, a través de su ventana. Entró en casa y vio que la luz salía de montón de piedrecitas que había colocado en un rincón. Pero los rayos de luz eran fríos y resultaba imposible emplearlos para encender fuego, así que salió y les dijo:
»Vecinos, lo lamento, no tengo fuego,« y les dio con la puerta en las narices. Los vecinos se sintieron molestos y sorprendidos, y volvieron a su casa refunfuñando. Pero ellos aquí abandonan nuestra historia.
El leñador y su hija, rápidamente, taparon las brillantes luces con cuanto trapo encontraron, por miedo de que alguien viera el tesoro que tenían. A la mañana siguiente, al destapar las piedras, descubrieron que eran luminosas piedras preciosas. Una por una,
las fueron llevando a las ciudades de los alrededores, donde las vendieron a un enorme precio. El leñador, entonces, decidió construir un espléndido palacio para él y su hija. Eligieron un lugar que quedaba justamente frente al castillo del rey de su país. Poco tiempo después había tomado forma un maravilloso edificio.
Ese rey tenía una hija muy bella, que al despertar una mañana vio un castillo que parecía de cuento de hadas frente al de su padre y se quedó muy sorprendida. Preguntó a su servidumbre:
»¿Quién ha construido ese castillo? ¿Con qué derecho hacen algo así tan cerca de nuestro hogar?«
Los sirvientes salieron e investigaron y, al regresar, le contaron a la princesa la historia, hasta donde pudieron saberla. Entonces la princesa, muy enojada, mandó llamar a la hija del leñador, pero cuando las dos niñas se conocieron y hablaron, pronto se hicieron buenas amigas. Se veían todos los días e iban juntas a jugar y a nadar un arroyo que habían sido hecho para la princesa por su padre.
Algunos días después del primer encuentro, la princesa se quitó un hermoso y valioso collar, y lo colgó en un árbol próximo al arroyo. Al volver olvidó llevárselo, y al llegar a casa pensó que lo había perdido. Mas la princesa, recapacitando, decidió que la hija del leñador se lo había robado. Se lo dijo a su padre, quien hizo arrestar al leñador, confiscó el castillo y le embargó todos sus bienes; el leñador fue puesto en prisión y la hija internada en un orfelinato.
Como era costumbre en ese país, después de cierto tiempo, el leñador fue sacado de su celda y llevado a la plaza pública, donde se le encadenó a un poste, con un letrero alrededor del cuello que decía:
Esto es lo que les ocurre a aquellos que roban a los reyes.
Al principio, la gente se reunía a su alrededor, burlándose de él y tirándole cosas. El leñador se sentía muy desdichado. Pero, como es común entre los hombres, pronto se acostumbraron a ver al viejo sentado junto al poste y le prestaban cada vez menos atención. A veces le tiraban restos de comida, a veces no.
Un día escuchó decir a alguien que era jueves por la tarde. Repentinamente, llegó a su mente el pensamiento de que pronto sería la noche de Mushkil Gusha, el disipador de todas las dificultades, y que había olvidado conmemorarlo desde hacía tanto tiempo. Tan pronto como este pensamiento llegó a su mente, un hombre caritativo que pasaba por allí le arrojó unas monedas. El leñador lo llamó:
»Generoso amigo, me has dado un dinero que para mí no es de ninguna utilidad, si de alguna manera tu generosidad alcanzara comprar uno o dos dátiles y venir a sentarte conmigo para comerlos, yo te quedaría eternamente agradecido. El hombre fue y compró algunos dátiles, se sentó a su lado y comieron juntos. Al terminar, el leñador le contó la historia de Mushkil Gusha.
»Creo que debes estar loco,« le dijo el hombre generoso cuando la hubo escuchado. Pero era una persona comprensiva y, a su vez, tenía bastantes dificultades. Al llegar a su casa, después de este incidente, encontró que todos sus problemas habían desaparecido. Y esto le hizo pensar más seriamente acerca de Mushkil Gusha. Pero él aquí abandona nuestra historia.
A la mañana siguiente la princesa volvió al lugar donde solía bañarse y, cuando estaba a punto de entrar en el agua, vio algo que parecía ser su collar en el fondo del arroyo. Pero en el momento en que iba a recogerlo, sintió ganas de estornudar y, al echar la cabeza hacia atrás, vio que lo que había tomado por su collar era sólo su reflejo en el agua, porque el verdadero collar estaba colgado en la rama del árbol, en el mismo lugar en que lo había dejado hacía mucho tiempo.
Tomándolo, corrió emocionada y le contó lo ocurrido al rey. Éste ordenó que el leñador fuera puesto en libertad y que se le dieran públicas disculpas. La niña fue sacada del orfelinato y todos fueron felices para siempre.
Éstos son algunos de los incidentes de la historia de Mushkil Gusha. Es un cuento muy largo y nunca termina. Tiene muchas versiones; algunas ni siquiera se llaman la historia de Mushkil Gusha y por eso la gente no las reconoce. Pero es por causa de Mushkil Gusha por lo que su historia, en cualquiera de sus formas, es recordada por alguien, en algún lugar del mundo, día y noche, donde quiera que haya gente. Así como su historia siempre ha sido relatada, así seguirá siendo contada siempre.
¿Quiere usted repetir la historia de Mushkil Gusha los jueves por la noche y ayudar así al trabajo de Mushkil Gusha?
La Recompensa del Desierto Hace mucho tiempo había un joven comerciante llamado Kirzai, cuyos negocios lo obligaron a viajar un día al pueblo de Tchigan, situado a doscientos kilómetros de distancia. Por lo común, el habría tomado la ruta que seguía el borde de las montañas, lo que le habría permitido hacer la mayor parte del viaje protegido del sol. Pero en esta ocasión, Kirzai sufría la presión del tiempo. Era urgente que llegara a Tchigan lo mas pronto posible, de modo que decidió tomar el camino directo a través del desierto de Sry Darya. El desierto de Sry Darya es conocido por la intensidad de su sol y muy pocos se atreven a correr el riesgo de cruzarlo. No obstante, Kirzai dio de beber a su camello, lleno sus alforjas y emprendió el viaje. Varias horas después de partir empezó a levantarse el viento del desierto. Kirzai refunfuño para sus adentros y apuro el paso del camello. De repente se detuvo, estupefacto. A unos cien metros delante de el se levanto un gigantesco remolino de viento. Kirzai nunca había visto nada semejante. El remolino arrojaba todo en derredor de una extraña luz purpúrea y hasta el color de la arena había cambiado. Kirzai titubeó. ¿Debía hacer un largo rodeo a fin de evitar esa extraña aparición o debía seguir siempre derecho? Kirzai tenia mucha prisa, sentía que no disponía de tiempo para tomar el camino más lento, de modo que agachó la cabeza, encorvó los hombros y avanzó. Para su sorpresa, en el momento en que penetró en la tormenta todo se volvió mucho más calmo. El viento no azotaba ya con tanta fuerza contra su cara. Se sintió contento de haber tomado la decisión correcta. Pero de pronto se vio obligado a detenerse otra vez. Un poco más adelante, un hombre yacía estirado sobre el suelo junto a su camello acuclillado. Kirzai desmonto de inmediato para ver que pasaba. La cabeza del hombre estaba envuelta en una chalina, pero Kirzai vio que era viejo. El hombre abrió los ojos, miró con atención a Kirzai durante un instante y después habló con un susurro ronco. -¿Eres .... tú? Kirzai rió y sacudió la cabeza. -¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya? Pero tu anciano, ¿quién eres? El hombre no dijo nada. -De todos modos -continuó Kirzai- , Tú no estas bien. ¿Adonde vas? -A Givah -suspiró el viejo-, pero no tengo más agua. Kirzai reflexionó. Sin duda podía compartir un poco de su agua con el anciano, pero si lo hacia se arriesgaba a quedarse sin agua él mismo. Sin embargo, no podía dejarlo así. No se puede dejar morir a un hombre sin echar una mirada atrás. "Al diablo con mis planes -pensó Kirzai- , sólo necesito encontrar mi camino hasta el sendero que corre a lo largo de las montañas, en caso de necesitar más agua. ¡Una vida humana vale mucho más que un compromiso de negocios!" Ayudó al viejo a tomar un poco de agua, llenó una de sus cantimploras y después lo ayudó a montar su camello.
-Sigue derecho por ese camino -le recomendó mientras apuntaba con el dedo- y en dos horas estarás en Givah. El anciano hizo una señal de agradecimiento con las manos y antes de irse miró un largo rato a Kirzai y pronunció estas extrañas palabras: -Algún día el desierto te recompensará. Entonces acicateo a su camello en la dirección que Kirzai le había indicado. Kirzai continuó su viaje. La oportunidad que lo esperaba en Tchigan sin duda estaba perdida, pero se sentía en paz consigo mismo. Paso el tiempo. Treinta años después, los negocios llevan a viajar a Kirzai de continuo de una parte a otra entre Givah y Tchigan. No se había hecho rico, pero lo que ganaba era suficiente para proporcionar una buena vida a su familia. Kirzai no pedía mas que eso. Un día, mientras vendía cueros en la plaza del mercado de Tchigan, se enteró de que su hijo estaba enfermo de gravedad. Era urgente que fuera a verlo de inmediato. Kirzai no vacilo. Recordó el atajo a través del desierto que había tomado treinta años atrás. Dio agua a su camello, llenó sus cantimploras y partió. A lo largo del camino libró una batalla contra el tiempo, azuzando sin cesar a su camello. No se detuvo ni disminuyo la marcha mientras bebía agua, y por esas razón ocurrió el accidente. La cantimplora se le cayo de pronto de las manos y antes que pudiera bajarse para recuperarla, el agua desapareció en la arena. Kirzai profirió una maldición. Con una sola cantimplora llena era imposible cruzar el desierto. Pero al pensar en su hijo, el viejo se obligo a seguir adelante.
-¡Tengo que hacerlo! ¡Lo haré! El sol del desierto de Sry Darya es despiadado. Le importa poco por qué o para qué fines un hombre trata de desafiar sus rayos, arde inexorablemente siempre con la misma fuerza e intensidad. Kirzai pronto comprendió que había cometido un gran error. Se le resecó la lengua y la piel le quemaba. La única cantimplora restante ya estaba vacía. Y ahora, para su desazón, vio que empezaba una tormenta de arena. Kirzai se envolvió la cabeza con su chalina, cerro los ojos y dejo que el camello lo llevara adelante a donde fuera. Ya no era conciente de nada. Un gigantesco remolino de viento se levantó frente a él. Despedía una suave luz purpúrea, pero Kirzai seguía inconsciente y no vio nada. Su camello entró en el remolino de viento, avanzó unos pocos pasos y entonces, en forma abrupta, se sentó. Kirzai cayo al suelo. "Estoy terminado -pensó- ¡Mi hijo nunca volverá a verme!" De repente, sin embargo, dio un grito de alegría. Un hombre montado en un camello avanzaba hacia él. Pero cuanto más se acercaba el hombre, tanto más la alegría de Kirzai se convertía en estupefacción. Este hombre que ahora desmontaba de su camello .... ¡Kirzai lo conocía! Reconoció su propio rostro juvenil, sus ropas .... ¡y hasta el camello que montaba! Un camello que el mismo había comprado por dos valiosos jarrones muchos años antes. Kirzai estaba seguro: ¡ el joven que venia a ayudarlo era él mismo ! ¡ Era el mismo Kirzai tal como era treinta años antes ! -¿Eres .... tú? -balbuceo Kirzai con un susurro ronco. El joven lo miro y rió. -¿Qué? ¡No me digas que sabes quien soy! ¿Mi fama se ha extendido hasta el desierto de Sry Darya?
Pero tú, anciano, ¿quién eres? Kirzai no contestó. No sabia que hacer. ¿Debía decirle al joven quien era, o no decir nada? Mientras tanto el joven continuo: -De todos modos, tú no estas bien. ¿Adonde vas? -A Givah -respondió Kirzai-. Pero no tengo mas agua. Kirzai vio que el joven reflexionaba en silencio acerca de la situación y supo con exactitud lo que pasaba por su mente: ¿debía ayudar a Kirzai o continuar para atender sus propios asuntos? Pero Kirzai también supo cual seria la decisión y sonrió al observar que el joven le ofrecía un trago de agua. Después, el joven le lleno la cantimplora vacía, lo ayudo a montar su camello y apunto con un dedo. -Sigue derecho por ese camino y en dos horas estarás en Givah. El viejo Kirzai miro un largo rato al joven que alguna vez había sido él mismo y le hizo una señal de agradecimiento. Hubiera deseado hablar con él de muchas cosas, pero solo logro encontrar estas palabras: -Algún día el desierto te recompensará. Y entonces partió de prisa hacia Givah, donde lo esperaba su hijo. Kirzai llego a ser un hombre sabio, respetado por todos. Y cuando contaba este extraño cuento, todos los que lo escuchaban le creían. Desde aquellos tiempos, el desierto de Sry Darya ha sido conocido con el nombre de Samavstrecha, que quiere decir: El d esierto do nd e Uno se enc uent ra a SíMism o.
Bu scand o la llave
Muy tarde por la noche Nasrudin se encuentra dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino. - ¿Qué estás haciendo Nasrudín, has perdido alguna cosa?- le pregunta. - Sí, estoy buscando mi llave.
El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina. -¿Qué estáis haciendo? - les pregunta. - Estamos buscando la llave de Nasrudín. Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar. Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Un vecino pregunta: - Nasrudín, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar? - No, dice Nasrudín - ¿dónde la perdiste, pues? - Allí, en mi casa. - Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí? - Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura.
El costo de aprender Nasrudín decidió que podía beneficiarse aprendiendo algo nuevo y fue a visitar a un renombrado maestro de música: - ¿Cuánto cobra usted para enseñarme a tocar la flauta? - preguntó Nasrudín. - Tres piezas de plata el primer mes; después una pieza de plata por mes - contestó el maestro. -¡Perfecto! - dijo Nasrudín; - comenzaré en el segundo mes.
La mu jer perfecta Nasrudin conversaba con un amigo. - Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte? - Sí pensé -respondió Nasrudin. -En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo. Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita. Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material. - ¿Y por qué no te casaste con ella? - ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.
Las apariencias
Cuenta el sufi Mula Nasrudin que cierta vez asistió a una casa de baños pobremente vestido, y lo trataron de regular a mal y ya para salir dejó una moneda de oro de propina. A la semana siguiente fue ricamente vestido y se desvivieron para atenderlo...y dejó una moneda de cobre, diciendo: -Esta es la propina por el trato de la semana pasada y la de la semana pasada, por el trato de hoy.
¿A d ón d e ir ? - La gente preguntó al Mula Nasrudín "¿Dónde debemos ir en una procesión fúnebre, al frente, en la parte trasera, o al lado?" Nasrudin contestó: "¡No importa donde vayas, mientras no vayas dentro del ataúd!"
Gratitud Cierto día, mientras Nasrudin trabajaba en su granja, una espina penetró su pie. Increíblemente él dijo: "¡Gracias Dios mío, gracias!" y prosiguió: “¡Es una bendición que el día de hoy no estuviese con mis zapato s nuevos!"
Cuentos de Nasrudin La imp ortancia de la luna
Nasrudin entró a una casa de té y declamó: "La luna es más útil que el sol". "¿Por qué"? le preguntaron. "Porque por la noche todos nosotros necesitamos más luz." Una capa pesada Una noche la gente oyó un ruido espantoso que provenía de la casa de Nasrudin. A la mañana siguiente y apenas se levantaron lo fueron a visitar y le preguntaron: "¿Qué fue todo ese ruido?". "Mi capa cayo al suelo". Respondió Nasrudín. Pero: "¿Una capa puede hacer tal ruido?" Le cuestionaron: "Por supuesto, sí usted está dentro de ella, como yo lo estaba"
Sacarse el ojo do lorido Basándose en los informes que le habían dado a él, el Califa nombró a Nasrudin Consejero Mayor de la Corte y puesto que su autoridad no le provenía de su propia competencia sino del patronazgo del Califa, Nasrudin se convirtió en un peligro para todos cuantos acudían a consultarle, como se evidenció en le siguiente caso: “Nasrudin tú que eres un hombre de experiencia”, le dijo un cortesano, "¿conoces algún remedio para el dolor de ojos? Te lo pregunto porque a mi me duelen tremendamente” “Permíteme que comparta contigo mi experiencia”, le dijo Nasrudin. “En cierta ocasión tuve un dolor de muelas, y no encontré alivio hasta que me las hice sacar.”
La Sopa de Pato Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudin, atraído por la gran fama de éste y deseoso de ver de cerca al hombre mas ilustre del país. Le llevó como regalo un magnífico pato. El Mula, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato. A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante. Algunos días más tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudin. - Somos los hijos del hombre que le regaló un pato - se presentaron. Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato. Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mula. - ¿Quiénes son ustedes? - Somos los vecinos del hombre que le regaló un pato. El Mula empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara e invitó a sus huéspedes a comer. A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mula. - Y ustedes ¿quiénes son? - Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regaló un pato. Entonces el Mula hizo como si se alegrara y los invito al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados. Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó: - Pero... ¿qué es esto, noble señor? ¡Por Alá que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida! Mula Nasrudin se limito a responder: - Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato.
La m iel en el fuego El Mula calentaba miel en el fuego, cuando un amigo llegó de improviso. La miel comenzó a hervir y Nasrudin le convido a su visitante. Estaba tan caliente, que el otro se quemo. - ¡Haz algo! - exclamó el amigo. Entonces el Mula tomó un abanico y lo agito por encima de la olla... con el propósito de enfriar la miel.
Los Granjeros...
a los qu e se les daban b ien los núm eros.
De entre todos los pueblos que el mula Nasrudin visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudin encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana siguiente se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo cargaba uno o dos burros con garrafas de agua vacías y se iban a un riachuelo que estaba a una hora de camino, llenaban las garrafas y las llevaban de vuelta al pueblo, lo que les llevaba otra hora más. "¿No sería mejor si tuvieran agua en el pueblo?", preguntó Nasrudin al granjero de la casa en la que se alojaba. "¡Por supuesto que sería mucho mejor!", dijo el granjero. "El agua me cuesta cada día dos horas de trabajo para un burro y un chico que lleva el burro. Eso hace al año mil cuatrocientas sesenta horas, si cuentas las horas del burro como las horas del chico. Pero si el burro y el chico estuvieran trabajando en el campo todo ese tiempo, yo podría, por ejemplo, plantar todo un campo de calabazas y cosechar cuatrocientas cincuenta y siete calabazas más cada año." "Veo que lo tienes todo bien calculado", dijo Nasrudin admirado. "¿Por qué, entonces, no construyes un canal para traer el agua al río?" "¡Eso no es tan simple!", dijo el granjero. "En el camino hay una colina que deberíamos atravesar. Si pusiera a mi burro y a mi chico a construir un canal en vez de enviarlos por el agua, les llevaría quinientos años si trabajasen dos horas al día. Al menos me quedan otros treinta años más de vida, así que me es más barato enviarles por el agua." "Sí, ¿pero es que serías tú el único responsable de construir un canal? Son muchas familias en el pueblo." "Claro que sí", dijo el granjero. "Hay cien familias en el pueblo. Si cada familia enviase cada día dos horas un burro y un chico, el canal estaría hecho en cinco años. Y si trabajasen diez horas al día, estaría acabado un año." "Entonces, ¿por qué no se lo comentas a tus vecinos y les sugieres que todos juntos construyáis el canal? "Mira, si yo tengo que hablar de cosas importantes con un vecino, tengo que invitarle a mi casa, ofrecerle té y halva, hablar con él del tiempo y de la nueva cosecha, luego de su familia, sus hijos, sus hijas, sus nietos. Después le tengo que dar de comer y después de comer otro té y él tiene que preguntarme entonces sobre mi granja y sobre mi familia para finalmente llegar con tranquilidad al tema y tratarlo con cautela. Eso lleva un día
entero. Como somos cien familias en el pueblo, tendría que hablar con noventa y nueve cabezas de familia. Estarás de acuerdo conmigo que yo no puedo estar noventa y nueve días seguidos discutiendo con los vecinos. Mi granja se vendría abajo. Lo máximo que podría hacer sería invitar a un vecino a mi casa por semana. Como un año tiene sólo cincuenta y dos semanas, eso significa que me llevaría casi dos años hablar con mis vecinos. Conociendo a mis vecinos como les conozco, te aseguro que todos estarían de acuerdo con hacer llegar el agua al pueblo, porque todos ellos son buenos con los números. Y como les conozco, te digo, que cada uno prometería participar si los otros participasen también. Entonces, después de dos años, tendría que volver a empezar otra vez desde el principio, invitándoles de nuevo a mi casa y diciéndoles que todos están dispuestos a participar." "Vale", dijo Nasrudin, "pero entonces en cuatro años estarías preparados para comenzar el trabajo. ¡Y al año siguiente, el canal estaría construido!" "Hay otro problema", dijo el granjero. "Estarás de acuerdo conmigo que una vez que el canal esté construido, cualquiera podrá ir por agua, tanto como si ha o no contribuido con su parte de trabajo correspondiente." "Lo entiendo", dijo Nasrudin . "Incluso si quisierais, no podríais vigilar todo el canal." "Pues no", dijo el granjero. "Cualquier caradura que se hubiera librado de trabajar, se beneficiaría de la misma manera que los demás y sin coste alguno." "Tengo que admitir que tienes razón", dijo Nasrudin. "Así que como a cada uno de nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escabullirnos. Un día el burro no tendrá fuerzas, el otro el chico de alguien tendrá tos, otro la mujer de alguien estará enferma, y el niño, el burro tendrán que ir a buscar al médico. Como a nosotros se nos dan bien los números, intentaremos escurrirnos el bulto. Y como cada uno de nosotros sabe que los demás no harán lo que deben, ninguno mandará a su burro o a su chico a trabajar. Así, la construcción del canal ni siquiera se empezará." "Tengo que reconocer que tus razones suenan muy convincentes", dijo Nasrudin. Se quedó pensativo por un momento, pero de repente exclamó: "Conozco un pueblo al otro lado de la montaña que tiene el mismo problema que ustedes tienen. Pero ellos tienen un canal desde hace ya veinte años." "Efectivamente", dijo el granjero, "pero a ellos no se les dan bien los números."
¿Saben de qué les voy a hablar? Esta historia comienza cuando Nasrudin llega a un pequeño pueblo en algún lugar lejano de Medio Oriente.
Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudin, que en verdad no sabia que decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo y así intentar salir del atolladero en el que se encontraba. Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo: -Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles. La gente dijo: -No... ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos ¡Háblanos! ¡Queremos escucharte! Nasrudin contestó: -Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber que es lo que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo. Dicho esto, se levantó y se fue. La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes -nunca falta uno- mientras Nasrudin se alejaba, dijo en voz alta: -¡Qué inteligente! Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice "¡qué inteligente!", para no sentirse un idiota uno repite: "¡si, claro, qué inteligente!". Y entonces, todos empezaron a repetir: -Qué inteligente. -Qué inteligente. Hasta que uno añadió: -Si, qué inteligente, pero... qué breve. Y otro agrego: -Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos que hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia. Entonces fueron a ver a Nasrudin. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de Él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia.
Nasrudin dijo: -No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos. La gente dijo: -¡Qué humilde! Y cuanto más Nasrudin insistía en que no tenia nada para decir, con mayor razón la gente insistía en que querían escucharlo una vez más. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudin accedió a dar una segunda conferencia. Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia anterior. Nasrudin se paró frente al público e insistió con su técnica: -Supongo que ustedes ya sabrán que he venido a decirles. La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron: -Si, claro, por supuesto lo sabemos. Por eso hemos venido. Nasrudin bajó la cabeza y entonces añadió: -Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir. Se levantó y se volvió a ir. La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó: -¡Brillante! Y cuando todos oyeron que alguien había dicho "¡brillante!", el resto comenzó a decir: -¡Si, claro, este es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer! -Qué maravilloso -Qué espectacular -Qué sensacional, qué bárbaro Hasta que alguien dijo: -Si, pero... mucha brevedad. -Es cierto- se quejó otro -Capacidad de síntesis- justificó un tercero.
Y en seguida se oyó: -Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos de más de su sabiduría! Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudin para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudin dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenia conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenia que regresar a su ciudad de origen. La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudin aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia. Por tercera vez se paró frente al publico, que ya eran multitudes, y les dijo: -Supongo que ustedes ya sabrán de qué les voy a hablar. Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo: -Algunos si y otros no. En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudin con la mirada. Entonces el maestro respondió: -En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben.
Se levantó y se fue.
Esta es la h isto ria de Ju anito , un n iñ o c om o c ualq uier o tro ... Al nacer Juanito no existía como tal, no había nadie que dijese, pensase o sintiese "ser Juanito". Simplemente existía un ser en total sintonía con el medio ambiente. Se sentía fusionado con todo lo que le rodeaba y en particular con su mamá. Para él: ella y él eran lo mismo. Respondía sensiblemente al medio que lo rodeaba, se sentía parte de todo. Conforme fue creciendo se vio envuelto en un gran dilema: en primer lugar dejó de sentir que él y su madre eran uno solo, que formaban una misma entidad inseparable y, lentamente fue dándose cuenta de que él y ella formaban 2 entidades separadas y diferenciadas... esto ocurrió de forma gradual por supuesto, no fue de sopetón, sino que sucedió poco a poco, lentamente... Ahí fue conociendo y tomando forma algo que ahora nos parece muy familiar. Dos palabras de inmensa importancia en nuestras vidas: "Yo" y "Tú". Primeramente Juanito comenzó a llamar "Yo" a su cuerpo, sus brazos, pies, labios, etc. pero lueguito más delante se dio cuenta que sentía muchas cosas, se enojaba, reía, lloraba, sentía placer al comer o defecar, etc, entonces lentamente fue poniéndole "Yo" también a esas sensaciones que vivía por dentro y... más tardecito comenzó a darse cuenta que podía ir a muchos mundos, estar en tantos sitios como quisiera, hacer infinidad de cosas con tan sólo imaginarlas y pensar en ellas y ni tardo ni perezoso llamó "Yo" a esos pensamientos, imaginaciones y sueños que tenía. Ese "Yo" iba creciendo y tornándose más y más complejo a medida que crecía y se relacionaba con su entorno inmediato, en especial con sus padres. A cierta edad Juanito se vio en un dilema terrible, en una disyuntiva enorme , como si con unas tijeras invisibles hubiesen cortado su cuerpo en dos... Ciertas cosas que gustaba hacer no eran permitidas ni aceptadas : llenarse de lodo, romper los platos, gritar y reír a todo pulmón, correr por la casa. Comenzó a darse cuenta que por algunas cosas que realizaba era premiado y por otras, a veces hasta por las mismas, era castigado... Juanito no entendía porque no podía hacer lo que quería, lo que le daba la gana. Tenia ganas de llorar y su papá le decía: " los niños no lloran " Tenía ganas de gritar o de reír y su mamá de decía: " silencio, tu papá está trabajando" etc... Podría alargar el cuento inmensamente, pero vale decir únicamente que Juanito inmerso en este problema tuvo que escoger entre actuar o hacer unas cosas que no deseaba pero que lo calificaban de " bueno" y entre otras que lo calificaban de " malo". Tuvo que ceder gran parte de su vida en aras de no perder el amor, la aceptación y la valía a los ojos de sus seres amados, aquellos que en ese momento le parecían dioses que todo lo sabían, todo lo podían, todo lo hacían... Juanito creó una estrategia adaptativa o contramanipulativa, es decir: un caparazón que le permitiera defenderse de lo que consideraba peligroso y la vez relacionarse con el medio y conseguir ser querido y aceptado . Construyó un personaje de ficción , acorde a lo que él creía le ayudaría a conseguir sus deseos o a no sentir tan duramente la frustración de no poder realizarlos; uno muy bueno, muy eficaz: toda una obra de arte que le ayudaba a relacionarse con su entorno inmediato y a conseguir en parte esa consideración positiva que necesitaba, o al menos, a no sentirse tan mal por no obtenerla. Lentamente y con el paso de los años fue perfeccionado su estrategia, agregándole colorido e identificándose con ese personaje de tal forma que desde
entonces lo llama "Yo". Con el transcurrir del tiempo, 20, 30, 40 o 50 años después, Juanito descubre información nueva que le permite darse cuenta que su forma de concebir, sentir y encarar la vida no es toda la realidad ni la única que existe. Que en el proceso de la formación de su personalidad, la misma que le ha permitido sobrevivir e interactuar con el medio ambiente, perdió o dejó de lado muchos talentos y virtudes y un mundo lleno de posibilidades. Se da cuenta que existen muchas formas de ver, sentir e interpretar la vida. Que cada ser humano la filtra e interpreta de forma distinta y que, sin embargo, comparte con los demás un cierta estructura en común. Dicha estructura puede diferenciarse dentro de una de las NUEVE formas o estrategias distintas de encarar la vida y lo mejor de todo: descubre que es posible conocer cuál es el personaje, guión o libreto que ha venido representando durante toda la vida ; y no sólo reconocerlo sino abrir un abanico enorme de posibilidades: para relacionarse, para actuar y desenvolverse, para responder de forma distinta a como lo ha venido haciendo durante mucho tiempo creyendo erróneamente que esa era la mejor forma de vivir; la única que existía. Recuperando así, la frescura, vitalidad, flexibilidad y espontaneidad en la forma de organizar y responder a la vida. Dicho de otra forma, pasa a ser director de la obra en lugar de ser un mero personaje. Juanito comienza a darse cuenta que gran parte del sufrimiento que ha experimentado ha sido producto de la desconexión de si mismo, y por no saber quién es en realidad y vivir de acuerdo a una estrategia que en la infancia y en algún momento en especifico resultó de mucha utilidad pero ahora se ha vuelto obsoleta: le restringe, constriñe, encorseta y no le permite respirar. Y además, se da cuenta que la inmensa mayoría de los seres humanos están viviendo de la misma forma: representando un personaje que creen son ellos mismos. Lo cual no le da alegría porque ya sabemos que "mal de muchos es consuelo de tontos ". Entonces Juanito comienza a entender todo el cúmulo de experiencias que conforman su vida desde otra perspectiva y quizá a través de sumergirse en sí mismo, de Autoconocerse y reconocer su patrón habitual de conducta pueda poco a poco ir despejando el camino y abriéndose hacia nuevas posibilidades de responder y responsabilizarse de sí mismo y de su vida. Puede que se dé cuenta y tome conciencia de que muchas de sus insatisfacciones provienen de responder de la misma forma a situaciones enteramente distintas , en lugar de hacerlo de forma sensible, espontánea y libre... Tal vez entonces a través de ensayar en su propia vida, cambiar el rumbo, virar un poco... su vida comience a mostrar resultados más enriquecedores... En esas anda Juanito, probando formas alternas de relacionarse, de mirar y concebir el mundo, de sentir, vivir y expresarse.
Jorge Mendoza
El hombre de la mácula
© keb Había una vez un ser extraño. No podía ni él mismo precisar su " extrañez ". No se debía ni a su apariencia física ni a su desbordada emotividad o su probada inteligencia, No. No se debía a sus ropajes de colores ocres o pardos ni a su andar pausado o su constante divagar por parajes lejanos. No se debía ni a sus sueños poblados de sombras y luces o de falsos multicolores o criaturas mitológicas y seres de difícil clasificación... No, por ahí no era. Ni se debía tampoco a su edad sin edad, a su tiempo sin tiempo, a su momento atemporal. Se debía, quizá, simple y llanamente a su lunar... un lunar grande, oscuro y de vello espeso que le cubría parte de la mano derecha... Si, tal vez, tal vez ese era el motivo, tal vez por fin había encontrado la respuesta... El lunar era la causa de esa molesta sensación de opresión ¿molesta?, en realidad era más bien una discorde sensación con un tufillo lejano de no sé que... Esa mañana estuvo revisando a conciencia su lunar, esa extraña mancha que lo cubría... tanto tiempo con él y hasta ahora le prestaba la atención que se merecía, tanto tiempo justo delante de sus narices y apenas ahora lo tenía tan claro: él era el causante de sus males, de sus dolencias, de sus pesares... él tenía la culpa de esa extraña " extrañez " que lo habitaba, esa mancha odiosa, insidiosa, negroide, animal y bastarda. Tomó la navaja... una sonrisa diabólica reflejó su rostro... Nunca se había sentido tan(m)bien. Miró el cielo: reverberaba y hasta pudo percibir una leve brisa en la frente, las sienes y el ondular de su cabello... inspiró profundamente... cuán fresco se sentía el viento hoy, como que intuía atisbos de libertad... pasó los dedos por la hoja afilada de la navaja tomándose todo el tiempo del mundo. No hay prisa, no puede haberla en un momento así... saboreó su filo, paladeó la sensación de la piel abriéndose de par en par y dejando que la sangre tomase su cause hacia la madre tierra... lentamente, se imaginó como la "mancha" se desprendía de su sitio y lentamente se consumía y devoraba a sí misma en la noche, mientras él se despedía de ella cariñosamente puesto que a partir de ese momento ya nada sería igual... La mácula por fin lo habría abandonado... Un escalofrío recorrió su espalda al intuir esto último: "¿Qué pasará entonces? ¿Qué hay más allá del lugar sin lunar? ¿Qué se sentirá respirar sin ese pesado bulto que oprime algo más que el cuerpo? ¿Adónde ir? ¿Qué hacer?" Meditó ampliamente esto. Duró varios días sin comer, dándole vueltas al asunto, un asunto que se había tornado en su prioridad, un asunto sobre el cual giraba toda su vida y su muerte. No pudo finalmente decidirse entre el deshacerse de su maldición o entregarse
completamente a ella... Con la mirada perdida y vagando en el ocaso se le mira todavía... dicen de él que suspira lamento y aspira melancolía... dicen también que pasa largas horas extasiado contemplando su mancha en una procesión sin principio ni fin ... Por ahí rumoran que hasta le habla y se han hecho grandes amigos aunque por momentos la odia a muerte, pero intuye que su muerte está unida a la de ella.
Hombre y mancha caminan juntos.
¿Dónde Estoy "YO"? Érase una vez un hombre sumamente estúpido -un loco o quizás un sabio- que, cuando se levantaba por las mañanas, tardaba tanto tiempo en encontrar su ropa que por las noches casi no se atrevía a acostarse, sólo de pensar en lo que le aguardaba cuando despertara. Una noche tomó papel y lápiz y, a medida que se desnudaba, iba anotando el nombre de cada prenda y el lugar exacto en que la dejaba. A la mañana siguiente sacó el papel y leyó: "calzoncillos..." y allí estaban. Se los puso. "Camisa..." allí estaba. Se la puso también. "Sombrero..." allí estaba. Y se lo encasquetó en la cabeza. Estaba verdaderamente encantado... hasta que le asaltó un horrible pensamiento: -¿Y yo...? ¿Dónde estoy yo?. Había olvidado anotarlo. De modo que se puso a buscar y a buscar .... pero en vano. No pudo encontrarse a sí mismo .
Esposas Mentales Un habitante de un pequeño pueblo descubrió un día que sus manos estaban aprisionadas por unas esposas. Cómo llegó a estar esposado es algo que carece de importancia. Tal vez lo esposó un policía, quizás su mujer, tal vez era esa la costumbre en aquella época. Lo importante es que de pronto se dio cuenta de que no podía utilizar libremente sus manos, de que estaba prisionero. Durante algún tiempo forcejeó con las esposas y la cadena que las unía intentando liberarse. Trató de sacar las manos de aquellos aros metálicos, pero todo lo que logró fueron magulladuras y heridas. Vencido y desesperado salió a las calles en busca de alguien
que pudiese liberarlo. Aunque la mayoría de los que encontró le dieron consejos y algunos incluso intentaron soltarle las manos, sus esfuerzos sólo generaron mayores heridas, agravando su dolor, su pena y su aflicción. Muy pronto sus muñecas estuvieron tan inflamadas y ensangrentadas que dejó de pedir ayuda, aunque no podía soportar el constante dolor, ni tampoco su esclavitud. Recorrió las calles desesperado hasta que, al pasar frente a la fragua de un herrero, observó cómo éste forjaba a martillazos una barra de hierro al rojo. Se detuvo un momento en la puerta mirando. Tal vez aquel hombre podría... Cuando el herrero terminó el trabajo que estaba haciendo, levantó la vista y viendo sus esposas le dijo: "Ven amigo, yo puedo liberarte". Siguiendo sus instrucciones, el infortunado colocó las manos a ambos lados del yunque, quedando la cadena sobre él. De un solo golpe, la cadena quedó partida. Dos golpes más y las esposas cayeron al suelo. Estaba libre, libre para caminar hacia el sol y el cielo abierto, libre para hacer todas las cosas que quisiera hacer. Podrá parecer extraño que nuestro hombre decidiese permanecer en aquella herrería, junto al carbón y al ruido. Sin embargo, eso es lo que hizo. Se quedó contemplando a su libertador. sintió hacia él una profunda reverencia y en su interior nació un enorme deseo de servir al hombre que lo había liberado tan fácilmente. Pensó que su misión era permanecer allí y trabajar. Así lo hizo, y se convirtió en un simple ayudante. Libre de un tipo de cadenas, adoptó otras más profundas y permanentes: puso esposas a su mente. Sin embargo, había llegado allí buscando la libertad.
Tiempo y Granadas Un estudiante de medicina fue a casa de un eminente médico y le pidió convertirse en aprendiz en el arte de la medicina. -Eres impaciente- dijo el doctor- y por eso fallaras en observar cosas que necesitas aprender. Pero el joven suplicó, y el médico accedió a aceptarle. Después de algunos años el joven sintió que podía ejercer algunas de las habilidades que había aprendido. Un día un hombre se acercaba andando hacia la casa y el doctor, mirándole desde la distancia, dijo: -Este hombre está enfermo. Necesita granadas. Has hecho el diagnostico, déjame recetarle y habré hecho la mitad del trabajo- dijo el estudiante. -Muy bien- dijo el doctor-, con tal que recuerdes que la acción también debería ser considerada como ilustración.
Tan pronto como el paciente llegó al umbral, el estudiante le hizo entrar y dijo : Usted está enfermo .Tome granadas. - ¿Granadas?-gritó el paciente- ¡las granadas te las comes tú! ¡vaya disparate!- y se marchó. El joven preguntó al sabio doctor cual era el significado de lo sucedido. - Lo ilustraré cuando tengamos un caso similar- dijo el doctor. Poco después los dos estaban sentados en el exterior de la casa cuando el doctor levantó su mirada y vió a un hombre que se acercaba. -Aquí hay una ilustración para ti, un hombre que necesita granadas- dijo el doctor. Se hizo entrar al paciente, y el doctor le dijo: - Puedo ver que es usted un caso difícil e intrincado. Déjeme ver... sí, usted necesita una dieta especial. Ésta deberá estar compuesta de algo esférico, con pequeños alvéolos en su interior, que crezca naturalmente. Una naranja...seria del color equivocado... los limones son demasiado ácidos.. ya lo tengo: ¡Granadas! - El paciente se marchó encantado y agradecido. - Pero, Doctor -dijo el estudiante- ¿Por qué no le dijiste directamente " granadas "? - Por que además de granadas- dijo el sabio doctor- él necesitaba tiempo.
Relatos de un Minuto Nobleza Antes de atravesar la puerta del jardín, el forastero supo que había caído bien al Duque. Una corriente de simpatía se estableció inmediatamente entre los dos. Durante tres largos días pasearon juntos en silencio. Acompasado el paso, cada uno ensimismado en sus propios intereses, se detenían al unísono a oler el mismo tomillo y a beber de la misma fuente. Acrecentada por los sucesivos encuentros, la amistad se perpetuó mientras ambos vivieron.
Aquel mastín blanco tenía una verdadera y auténtica nobleza.
El t alis m án Tu areg Como buen parisino, de signo Virgo, durante un año había preparado meticulosamente su viaje. Nada más llegar a Tlndouf, Gérald desembaló orgulloso sus regalos para Targui, el jefe del clan tuareg: un transistor, un reloj de pulsera y un grueso jersey. Targui encendió el transistor con entusiasmo, sin prestar ninguna atención al reloj ni al jersey. Pasó el día bailando como un niño y cambiando de emisoras, para gran decepción de Gérald, que pensó para sus adentros: "¡Qué lástima! Debía haber traído transistores para toda la familia". A la mañana siguiente, Targui se puso el reloj y pasó todo el día ensimismado contemplando el paso del minutero. En un rincón descansaba silencioso el transistor. Llegada la tercera noche, se puso el jersey, con alborozadas muestras de agradecimiento y admiración, observando minuciosamente su tejido y sus dibujos. A partir de entonces, Gérald aprendió el ritmo secreto de la vida: un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo. La palabra "tuareg" es su talismán protector cuando le invaden las prisas y agobios de París. La rendición Estaba el mar picado. Una sucesión de espuma saltarina invitaba a sumergirse y liberarse de ese sol abrasador de la Polinesia samoana. En cuanto se zambullía entre las olas, empezó a alejarse de la costa con una sospechosa facilidad. Cuando quiso volver, una poderosa corriente le arrastraba hacia aquel inmenso y desconocido azul del Pacífico. Forcejea. Jadea. Se agota. Hace señas a lo lejos. Desde la playa, ya lejana, un solitario turista responde a los supuestos saludos. El abismo de la soledad se abre ante él; después, la desesperación de la impotencia y un súbito terror repleto de imágenes de ahogados. Rendido a la evidencia, se deja arrastrar mar adentro, aferrado a la esperanza de llegar a otra isla, de que pase una canoa lugareña, de que suceda el improbable milagro ... Desfila su vida, al tiempo que las fuerzas le abandonan. Han pasado varios minutos, ¿varias horas?, y la corriente circular empieza a devolverle hacia la orilla. Darse cuenta le dio fuerzas para nadar con calma en su sentido. Desde aquel segundo nacimiento, aprendió a fluir con la corriente de la Vida. Satori "Om Namah Amitabaya, Buda Om, Shanga Om, Darma Om...". Con profunda devoción, cantaron por última vez el mantra, como al final de cada meditación. Habían llegado al término del riguroso retiro de meditación de fin de año, que había durado treinta días. Ardían dos austeras velas ante la imagen sonriente de Buda. Una suave fragancia a sándalo inundaba la sala. Flotaba en toda ella un silencio que entraba por los poros de la piel, abiertos en sutil atención al aquí y ahora.
El esforzado grupo de aspirantes al Despertar, esperaba con impaciencia, doloridas las rodillas y encogidas las articulaciones, la charla final del Maestro neófito, Pravira Jebal. "Tantas horas sentados, tanto sueño, tanto esfuerzo -dijo con voz solemne y las pupilas dilatadas por la prolongada vigilia- ¿y qué hemos conseguido?... ¡NADA!". Una sonora y convulsa carcajada estalló desde el fondo del vientre de cada uno de los meditadores. En ese preciso momento comprendieron.
Relatos de un Minuto, parte 2 Tran v ía Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada: "Amplia sonrisa, caderas anchas... una madre excelente para mis hijos'" pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna. Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera le conocía... Dudó. Ella bajó. Se sintió divorciado: ¿y los niños con quién van a quedarse? Las últim as palabras famo sas "¿Hay algo que quieras decirnos antes de dejar el cuerpo y entrar en la tierra de los diez mil Budas?'. El gurú se apoyó en un codo, el esfuerzo le hizo toser, Los sollozos parecieron flotar sobre el denso silencio, en la penumbra de la pequeña habitación. Hacía calor. Los tres discípulos principales estaban junto al maestro. Desde que se difundió la noticia, no había dejado de llegar gente: discípulos, supersticiosos, curiosos y desocupados. Estos últimos volvían a sus casas por la noche, los otros dormían fuera, temerosos de perderse el momento, ávidos de muerte. "No quiero morir, tengo miedo". Tosió por el esfuerzo y se dejó caer sobre los almohadones. Los discípulos intercambiaron una mirada de desconcierto; después miraron de nuevo a su Maestro. "No ha muerto, seguro que tiene otras cosas que decir." Así pensaban.
Una reunión d e pareja La niña, más que lamer el helado, se lo pasaba de la nariz a la barbilla. El chico esperaba en el parque, y como ella se estaba retrasando, encendió un cigarrillo y pensó: "Me despreocupo, es ella la que tiene que encontrarme". El viejo, sentado en el banco. Intentó concentrarse en el periódico, pero se perdió en las volutas de humo. El niño sintió un nudo en la garganta: alzó la mirada, pero era demasiado tarde: la había visto primero. Se sintió defraudado. La mujer pensó: "Si me besa, a lo mejor tengo fríos los labios. No debería haberme tomado el helado, que encima engorda". El hombre se levantó del banco molesto. El periódico cayó al suelo. El silencio fue Intenso. Eran las dos únicas personas del parque. Se pusieron en camino. A escena Ensayó una vez más la ocurrencia, intentando conjugar la modestia de la mirada con el atrevimiento de las palabras. Tras muchas dudas, escogió, entre las sonrisas, una de esas que dicen y no dicen. Se despeinó con maestría. El vestido se le pegaba al cuerpo, era sexy pero debía tener cuidado; tenía tendencia a engordar. "¿Estás lista? Sólo tienes cinco minutos". La voz le llegó amortiguada por la puerta cerrada. Se regaló una última sonrisa ante el espejo y salió. Cogió los libros y se fue al colegio.
Don Santiago
Esta es la historia de don Santiago, un habitante más de una de las tantas bellas y pintorescas ciudades del interior de cualquier país.
Frisa alrededor de los setenta años, su andar es pausado así como su hablar. Es delgado, algo encorvado, cabellos blancos, sonrisa franca y mirada límpida. Todos sus haberes
consisten en una casita pequeña con un patio amplio que ha preferido hacer de él un campo en miniatura, con tierra y pasto prolijamente cortado. Tiene una gran rueda de carro, bien a la vista, testimonio real del oficio que le llevó la mayor parte de su vida. El transportaba del campo a la ciudad leche de cabra (de su patrón) y miel de abejas (propias). Ahora está jubilado, rico no es, pero él es muy feliz donde está, además siente que cumplió bien con la patria, pues, a su finada esposa nada le faltó en vida y el único hijo que le dio, se recibió de doctor en medicina y tiene un bonito consultorio en la capital.
Vive solo, pero no se queja de su suerte, sabe ocupar su tiempo en hacer plantitas para jardín, con lindas flores, y produce un poco de miel, con su pequeño apiario que conserva y cuida con esmero. Los vecinos le aprecian mucho y le compran miel y plantitas, pues, saben que le hacen sentir productivo e importante.
Todas las tardes asiste a los servicios religiosos de una humilde iglesia evangelista de la zona y disfruta mucho compartiendo con sus hermanos de fe. No gusta de hablar mucho, pero escucha con atención y a veces brinda algún oportuno refrán popular que hace las delicias de los presentes. Y de este modo llena el espacio que ha quedado en su corazón desde que quedó viudo. Siempre dispuesto a colaborar en los talleres que se formen, es el primero en llegar con su sonrisa franca y las manos listas a cualquier menester y luego será el último en irse, algo cansado pero nunca malhumorado.
Ahora está un poco triste, ya no logra ver como antes, todo está un poco borroso y opaco, pero nada dice. Un día viene Pedro, su hijo doctor, a pasar unos días con él. Pronto se da cuenta de que lo que en realidad le ocurre a su padre es que no ve bien (no olvidemos que don Santiago anda por los setenta años).
Entonces decide llevarlo a la consulta de un oftalmólogo amigo y este le receta unas gafas.
Santiago vuelve a recuperar su alegría habitual y aún más, pues, redescubre la belleza de su mundo circundante y ahora todo lo ve más luminoso y colorido, ¡es fantástico!
Su hijo vuelve a sus obligaciones en la capital y don Santiago a su rutina habitual. Mate amargo ni bien amanece, muchas horas con sus plantitas, el envasado y la venta de la miel, y antes de las doce un delicioso guisado casero que prepara en un improvisado fogón muy campero, pero efectivo. Sin embargo esta vez no reparó en que soplaba una brisa más fuerte de la habitual, y en sus intentos de mantener encendido el fuego
soplaba para avivar la llama, a tal punto que comenzó a toser por el humo. De pronto, ¡¡¡HORROR!!! Todo su mundo otrora colorido trocó en oscuridad.
“¿Qué sucede, Dios mío?”- clama sorprendido don Santiago, que de pronto ha perdido la visión completamente. Es tal su desazón que se hinca de rodillas allí mismo y le pide Dios con total convicción y fuerza que le libre de ese tormento terrible. Luego se encierra -por primera vez en su vida- en su casita y se tiende en la cama lleno de angustia y desesperación.
Transcurren los días y nada se sabe de don Santiago (quien continúa encerrado a cal y canto en su modesta casita). Es algo muy inusual, porque siempre se le veía en su patio al aire libre, afanado en sus quehaceres. Sólo entraba a la casa cuando se ocultaba el astro rey para higienizarse y luego asistir al templo, y por las noches para dormir no más de seis horas. Hasta la infaltable siesta la gozaba tendido cuán largo era sobre el acogedor pasto.
Juancito, el hijo menor de los González, compañero de fe y discípulo honorario del venerable anciano, decide desentrañar el misterio y cruza el improvisado portón exterior para ir hasta la puerta misma de la modesta vivienda. Golpea las manos varias veces, pero nadie contesta, entonces coloca su oreja contra la puerta y al hacerlo así escucha una vocecita apagada que le dice que entre nomás, que está sin llave (no olvidemos que aún quedan sitios en donde los habitantes locales no cierran la puerta de calle con llave y trabas, como en las grandes ciudades).
Cuando por fin entra, no puede creer lo que ve, allí está el anciano recostado en la cama, muy delgado y envejecido. Apenas es un montoncito de huesos que ni siquiera abulta en el lecho. El joven muy preocupado se acerca a su cara para preguntarle qué lo aquejaba y al hacerlo repara en las gafas de don Santiago que están ennegrecidas de tizne.
El buen anciano le cuenta que no se explica qué le ha sucedido pero que ya no ve más, que todo su mundo se ha oscurecido. También le dice que si es una prueba de Dios Padre, que él la acepta como tal, ya que si Jesús sacrificó su propia vida por salvarnos, el también tendrá que superar este trance.
El joven nada dice, pero le ayuda a higienizarse, y mientras, prepara una sopa bien caliente para su amigo. Cuando lo ayuda a sentarse en la cama y le da a beber el reparador brebaje, le quita las gafas como al descuido y se las limpia bien con un pañuelo húmedo, luego se las coloca al distraído anciano que bebía su sopita muy
entusiasmado y, ¡¡¡Oh, sorpresa!!! Volvió la catarata de colores a la vida de Don Santiago.
Moraleja: Quita el tizne de la naturaleza caída que aún more en ti y mejorará tu visión del mundo que te rodea y de la vida misma. Libérate de esa suciedad y permítete gozar de la inmensa alegría de ser hijo de Dios.
Agradecemos este aporte de nuestra amiga Gizeh Gonzalez Chavez
El nombre real de la autora es Gessi Ruvira, periodista uruguaya con ascendencia española, nacida en Treinta y Tres, un departamento a 300km de Montevideo. Estudió Comunicación en Barcelona y ha viajado por Europa y Estados Unidos por su trabajo. Actualmente trabaja en Prensa International, es co-conductora de un programa radial en Uruguay y traductora de Inglés-Francés-Italiano y Coreano. Ama leer, escribir cuentos y registrar todo tipo de anécdotas graciosas y con contenido, de las personas que parecen pasar desapercibidas en el agitado mundo de hoy.
el buscador Esta es la historia de un hombre que yo definiría como un buscador. Un buscador es alguien que busca, no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien, que necesariamente, sabe qué es lo que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda. Un día el buscador sintió que debía ir a la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, de modo que dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó a lo lejos la ciudad de Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención.
Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores bellas. La rodeaba por completo una especie de valla de madera lustrada. Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y caminó lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió sobre una de las piedras, aquella inscripción: Aquí yace Abdul Tareg, vivió ocho años, seis meses, dos semanas y tres días. Se sobrecogió un poco al darse cuenta que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estuviera enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta que la piedra de al lado tenía también una inscripción . Se acercó a leerla; decía: Aquí yace Yamin Kalib, vivió cinco años, ocho meses y tres semanas. El buscador se sintió terriblemente abatido. Ese hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una leyó las lápidas; todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que más le conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años. Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio, que pasaba por ahí, se acercó; lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. -No, ningún familiar, -dijo el buscador. -¿Qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cual es la horrible maldición que pesa sobre este gente que los ha obligado a construir un cementerio de niños?. El anciano respondió: -Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que sucede es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como ésta que tengo aquí colgando del cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado....a la derecha, cuanto tiempo duró el gozo. Conoció a su novia, y se enamoró de ella. ¿Cuanto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿una semana? ¿dos? ¿tres semanas y media? Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso de la primera noche, ¿cuanto duró? ¿el minuto y medio del beso....? ¿dos días...? ¿una semana...? Y el casamiento de sus amigos..? ¿Y el viaje más deseado...? ¿Y el encuentro con quien vuelve de un país lejano...?
¿Cuanto tiempo duró el disfrutar de esas sensaciones...? ¿Horas...? ¿Días...? Así... vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos. Cuando alguien muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque es, amigo caminante, el único y verdadero tiempo vivido. Dr. Jorge Bucay
el regalo prometi do Había una vez un emperador chino cuya hija estaba a punto de celebrar de decimoséptimo cumpleaños. El emperador decidió que en lugar de darle una sorpresa, ella era lo suficientemente mayor para saber qué quería como regalo de cumpleaños. Así que le preguntó a su hija, diciéndole que era su deseo darle cualquier cosa que quisiera. «Me gustaría que me regalaras la luna», le dijo ella. El emperador se sorprendió mucho, pero como le había prometido lo que quisiera, hizo llamar a su mejor ingeniero y le dijo que su tarea era traerle la luna a su hija. El ingeniero se inquietó mucho, pero formó un grupo de trabajadores para conseguir una torre de bambú que llegara hasta la luna. La estructura llegó hasta el cielo, pero cuanto más alta era, más inestable era, y al final se fue abajo, matando a 50 hombres que estaban trabajando en ella en esos momentos. El emperador se puso furioso, y le espetó al ingeniero: «No sólo no has conseguido traerle la luna a mi hija, sino que también has matado a 50 de mis hombres en el proceso». Y le mandó a matar. El científico más destacado del país, que estaba muy afectado por el error del ingeniero, fue llamado entonces por el emperador con la misma petición. Se trataba de un hombre muy inteligente, y decidió utilizar la última tecnología para llevar a cabo la tarea. Construyó un cohete para rodear la luna, y atraerla hasta la tierra con un gran gancho. Al final, lanzó el cohete con algunos de los mejores técnicos que pudo encontrar. Pero cuando despegó, el cohete explotó en mil pedazos, matando a todos sus tripulantes. El emperador se enfadó aún más que antes, e hizo matar al científico. Entonces acudió frustrado al filósofo y le dio la tarea de traer la luna a su hija. El filósofo pensó detenidamente y le dijo a la hija del emperador: - He oído que quieres la luna para tu cumpleaños. - Así es- contestó ella. - ¿Qué es la luna?- le preguntó el.
Ella contestó gesticulando con las manos: - Es una gran bola blanca así de grande. Así que el filósofo encontró una gran bola blanca del tamaño que ella le había indicado y se la dio al emperador para que se la regalara a su hija. Y todos vivieron felices por siempre jamás. Cuento de la anti gua Chin a
enseñ ame a volar Había una vez una oruga que vivía en un gran árbol del parque. Cada día la oruga iba mordisqueando las hojas que encontraba en su camino, sin prestar atención a nada más. Pero un día la oruga se dio cuenta de que había algo lleno de colores volando por encima del árbol. Se quedó deslumbrada con los naranjas y azules luminosos que captaban la luz del sol y cuando esta brillante criatura voló cerca de la oruga, ésta pudo ver que era una hermosa mariposa. La mariposa parecía flotar en el aire, rozando la rama en la que estaba sentada la oruga. -¡Oh, mariposa, qué hermosa eres y con qué suavidad vuelas. Por favor, enséñame a volar como tú. La mariposa se acercó y le sonrió a la oruga: -Sé paciente, pequeña criatura, algún día, algún día. Pero la oruga era impaciente y cuando la mariposa volvió a aparecer al día siguiente, aún más luminosa que antes y volando alrededor de las ramas del árbol, la oruga volvió a decirle: -Por favor, mariposa, enséñame a volar como tú. La mariposa le susurró al oído: -Sé paciente y algún día lo harás. La oruga estaba tan frustrada que decidió sacarse la idea de la cabeza de una vez por todas y olvidó su deseo de volar. Entonces un día sucedió algo extraño. Parecía como si el mundo hubiese empezado a dar vueltas, un momento en una dirección y al instante siguiente en la otra
dirección. A la oruga empezó a dolerle el estómago, y se sintió muy enferma. Parecía como si todo se hubiera vuelto desdibujado y distante. El mundo seguía girando, a veces rápido y otras veces despacio. La oruga se quedó paralizada y cerró los ojos, pensando que se estaba muriendo. Después de un rato, y no sabía cuanto había sido, el mundo pareció dejar de moverse y se sintió más ligera y libre. Le pareció que podía volver a moverse, y, al hacerlo, se dio cuenta de que tenía debajo el árbol, y el sol calentaba. En la distancia pudo oír un ligero murmullo y se sintió atraída por el ruido. Era una pequeña voz que le decía: -Por favor, enséñame a volar como tú. -Paciencia, ya lo harás, ya lo harás. Sólo entonces se dio cuenta de que se había convertido en una mariposa. Anónimo
la gaviota que no podia volar Había una vez una gaviota que vivía en la costa oeste de Irlanda cuyo nombre era Jake O'Shaunessey. Jake era una gaviota saludable, atractiva e inteligente, pero no podía volar. Cuando era sólo un pajarillo, los padres y hermanos de Jake se habían perdido en una fuerte tormenta y nadie más le había vuelto a enseñar. Se hizo mayor y decidió intentar aprender solo. Miraba a otras gaviotas y las imitaba. Corría por el suelo y aleteaba saltando arriba y abajo, intentando alzarse en el aire, pero no pasaba nada, y las gaviotas jóvenes se reían porque era muy divertido verle. Algunas de las gaviotas más jóvenes intentaron enseñarle, pero cada una le explicó a Jake una manera diferente de aprender a volar, y Jake intentaba pensar en todas las formas que cada una de las gaviotas le había dicho: «Mueve más las alas, pon los pies atrás, la cabeza erguida», y todas las demás instrucciones. Pensaba tanto en todo lo que los demás le decían que no era capaz de despegar del suelo. Empezó a creer que le pasaba algo, que nunca volaría. Intentó ir a la cima de un acantilado y saltar desde él, pero lo único que hizo fue caer hasta el fondo. Fue a un acantilado más alto, sobre el mar, cerró los ojos, y saltó. Otra vez, volvió a caer. Otras gaviotas se compadecieron de Jake e
intentaron cuidarle. Pero esto le hizo sentirse más abatido que nunca. Se sentía como un lisiado. Un día una gaviota muy vieja y sabia llegó volando hasta la costa oeste dónde vivía Jake. Escuchó el problema de Jake y le dijo que subiera a la cima de un acantilado especial, el más alto y empinado. En la cima de este acantilado encontraría una gran roca, y en esta roca había escrito un mensaje secreto. Éste era el mensaje que necesitaba Jake para poder volar, le dijo el pájaro sabio. Ninguna gaviota había subido nunca a ese acantilado tan empinado. Jake tuvo que atarse estrellas de mar a los pies para que le ayudaran a agarrarse. Subió lenta, dolorosamente, y finalmente llegó a la cima. Vio la gran roca. En ella estaba escrito « L o qu e creas, pu edes hacerlo».
Jake miró abajo del vertiginoso acantilado y estaba aterrorizado, pero cerró los ojos y saltó. Empezó a caer, y en esos momentos recordó decirse a sí mismo: «Creo que puedo volar, creo que puedo volar». Estaba tan ocupado diciéndoselo a sí mismo que se olvidó de dudar de sí mismo. En lugar de prestar atención a todas las cosas diferentes que le habían dicho que hiciera, simplemente las hizo. Y se encontró volando, volando como cualquier otra gaviota, con las alas extendidas, deslizándose sobre el viento. Fue el momento más maravilloso de toda su vida. Voló y se sumergió en el agua y no se preguntó ni una sola vez si lo estaba haciendo bien. Más allá en la arena, las otras gaviotas que le estaban mirando, le oían cantar: -¡Puedo volar! ¡Lo creo!.
hi storias para reflexionar Cuenta la leyenda qu e cierto hi dalgo qui so un día plan tar un jardín f rente a su man sión, y para ello seleccion ó las mejor es semi llas de las más bell as flores.
Pr eparó el suelo, sembr ó las semillas y, algunos meses más tar de, empezar on a br otar los hermosos y color idos especimenes. Pero por desgr acia, entr e las flor es había arraigado tambi é n un a mal a hierba bastante común en la r egión.
Sin saber quéhacer, el hi dalgo contr ató los servici os de varios jar dineros, pero ni nguno acer tó a solu cionar el probl ema. Desesperado, mandó llamar al j ardi nero más consagrado de aquellas ti er ras, el que cui daba los jar dines del palacio r eal.
Despué s de hacerle algunas pr eguntas, el jar dinero del r ey se puso a contemplar el jardín.
Unos instantes más tar de, mi ró al caballero y l e espetó:
« Estaría bi en qu e empezar a su señ or ía a qu ererlas».
En l a guerr a de Napol eón h abía un teni ente que se estaba bati endo con su sección en r eti rada de las fuerzas enemi gas que habían al canzado la peri feria del pueblo don de se habían instalado pr ovision almente. De repente oyeron algun os ruidos que les hicieron dar se cuenta de que el enemigo estaba más cerca de lo que pensaban. E l enemi go era demasiado numeroso para intentar defenderse, por l o que decidi eron buscar algún escondi te.
Cuando el teniente estuvo segur o de que todos sus hombr es se habían podido esconder , bu scó un escondite par a é l. D esesperado, se dir igió a una casa cercan a y l e r ogó al pr opi etario que le escondiera al lí. El pr opietario le señ aló un montón de pieles que había en el suelo y le dijo que se echara al lado de las pieles. Asílo hizo el teniente, y el pr opietar io le cubrió con ell as. En ese mi smo momento, un os soldados enemigos ir rumpi eron en l a casa y empezaron a buscar por todas partes. Al fi nal vieron las pieles y clavaron sus bayonetas en el montón. Al no encontr ar nada, echar on otro vistazo en l a casa y acabar on mar chándose.
Cuando el propietario estuvo segur o de que el enemi go se había mar chado, le dij o al teni ente que ya no había peli gr o y que las tr opas del enemigo se habían mar chado del pueblo. E l teniente salió arrastr ándose de debajo de las pieles, temblan do pero sin ni nguna h erida. E l propietari o de la casa estaba sorpr endi do y le preguntó cómo se había senti do cuando los soldados clavaban sus bayonetas en el montón de pieles. El
teniente cogió al pr opietario por los brazos y le sacó de su casa, hizo que sus soldados sali eran de sus escondi tes y les hi zo for mar un pelotón de fusilami ento. Puso al propietar io en la línea de tir o y ordenó a sus tr opas que se prepararan para disparar. El propi etari o de la casa se puso a temblar de arr iba abajo y cayó de r odil las al suelo. El teniente se acercó a é l y le levantó del suelo:
« Ahor a ya sabes cómo me he sentido», le dijo.
Eran dos herm anos cri ados en el mi smo hogar , cercanos entr e ell os, pero muy distintos el un o del otro.
H abían comparti do la dur a experiencia de crecer ju nto a un padre alcohóli co, autoritar io, ir responsable, el cu al estuvo varias veces en l a cárcel por querer vivi r bajo su propia jur isdicción.
El hermano mayor se convi rti ó en al cohóli co, dejó la escuela y se casó.
F recuentemente mal tr ataba a su f amilia, apenas tr abajaba y en r epeti das ocasiones tenía probl emas con la pol icía.
Cuando en u na ocasión l e preguntar on por qué actuaba de esa manera, é l contestó:
- Con u n padre y una i nf ancia como la que tuve, ¿Cómo hu biera podido ser distinto?
El h ermano menor , a pesar de los probl emas y dif icul tades, nunca dejó de estudiar, se casó y se convi rti ó en un atento esposo y en un buen padr e.
Era tambi é n un empr esario exitoso que aportaba mucho a su comun idad.
Un día, en una entr evista, le pr egun tar on a qué atr ibuía el é xito que en su vida h abía tenido, y respondi ó:
- Con un padre y una in fanci a así, ¿Cómo hubi era podido ser distinto?
H ace miles de añ os, l as tribus viaj aban, hacían el amor libr emente, tenían hi jos y, cuanto más poblara era una tr ibu, más posibilidades tenía de desapar ecer. L uchaban entr e sípor comida matan do a los ni ñ os y despué s matando a l as mujeres, qu e eran más dé bi les. Sólo quedaban los fu ertes, pero eran todos hombr es. Y los hombr es, sin mujeres, no pueden perpetuar la especie.
Entonces algui en, al ver que eso había sucedido en la tr ibu vecin a, decidi ó evitar que tambié n sucediese en la suya. I nventó una histor ia: los dioses prohibían que los hombres hi ciesen el amor con todas las muj eres. Sólo podían hacerl o con un a o dos como máxi mo. Algun os eran impotentes, algun as eran esté r iles, parte de la tr ibu n o tenía hijos por r azones natur ales, pero n adi e podí a cambi ar de pareja.
Todos lo creyer on, por que el que lo di jo habl aba en n ombr e de los dioses. En pocos añ os, l a tr ibu se hi zo más fu erte; u n número de hombr es capaces de ali mentar a todos, mujeres capaces de r eprodu cir, niñ os capaces de aumentar lentamente el número de cazador es y de r eprodu ctor as.
Tal vez sea por eso, por culpa de un a hi stor ia escondi da en el pasado: el hambr e, la amenaza de exti nci ón de la especie y el camino h acia l a supervivencia que lo que le da más placer a un a mujer en el m atr imonio no sea el sexo, sino ver a su mar ido comer. Ese es el momento de glor ia de la muj er, qu e se pasa el día entero pensando en l a cena.
El escultor chipri ota Pigmali ón era u n h ombre soli tari o, que no quería comprometer se con ningu na muj er. Un día comenzó a escul pir la efigie de un a doncell a y, poco a poco, la f ue cin celando con tanto amor y devoción que hi zo la más perfecta estatua que jamás hu bo visto ojo humano. Pigmali ón l e puso un lindo tr aje y un a gui rnal da de flores en l a cabeza y le dio un apasionado beso, per o su tr isteza era inf ini ta porque se había enamorado de un a sim ple escul tura.
Venu s, la diosa del amor , que lo obser vaba in móvil fr ente a su obra, un día tuvo lástima de é l. Pasó al lado de la estatua y, con un solo soplo, di o vida a tan magnífica bell eza. L a estatu a se baj ó de su pedestal y suavemente se acercó a Pigm alión, que no salía del asombr o. Asínaci ó Gal atea quié n se convi rti ó en l a esposa del ar ti sta y la madr e de Phapos. Tan poderosa f ue l a expectativa de Pigmal ión que sus deseos y su amor se convir tier on en r eali dad.
EL I NF I ERNO Y EL PARAÍSO
Érase una vez un hombre que había llevado una buena vi da, y cuando murió fue al cielo. A l llegar a l as puertas del cielo, se encontr ó con u n guar dián que se presentó y le dio l a bienveni da al otr o mun do. Per o antes de ll evar al hombr e al otr o lado de las puertas del cielo, el gu ardián l e dijo: -Sé que puede parecer extr añ o, pero pu ede elegir . L as per sonas que han llevado u na buena vida en l a ti erra ti enen l a posibi li dad de escoger. Al gunos escogen vivir en el inf iern o y otros escogen vi vir en el cielo. El hombre parecía extrañ ado y pr egun tó: -¿Por qué escogería al guien i r al infiern o? N o puedo imaginar qué puede tener eso de bueno par a nadi e. El guardián con testó: -Se sorprendería. Pero n o ti ene que decidi r se ahor a mi smo, pu ede echar un vistazo a los dos sitios si quiere y decidi rse despué s. El hombre estuvo de acuerdo y el guar dián l e hi zo atr avesar un a puerta y pasar por un lar go pasil lo. En cuanto hu bieron tr aspasado la puerta, el h ombre pudo oler los ar omas más seductor es, r icas especias y suaves aromas. Se le estaba haciendo la boca agua. F inalmente ll egó a una ventan a y a tr avé s de ella pudo ver h ermosas mesas puestas con l a comi da más magnífica que pueda imagi nar se. Se volvi ó hacia el guar dián y l e dijo: -A síque esto debe ser el cielo. N un ca había visto ni olido un banquete tan mar avi lloso. Estámás alláde nada de lo que haya experi mentado. -Bueno, no-dij o el guar dián-; en r eali dad es el inf iern o. En esos momentos el hombre vio l a gente que había en l a habitación. Estaban escuálidos, con l a piel gr is y demacr ada, y dur as expresiones en sus caras. No pudo darse cuenta i nmediatamente de lo que pasaba. Pero entonces vio a al gui en intentando comer. L os brazos de esta per sona estaban rígidos y cada vez que conseguía coger al go de comida e intentaba poné rsela en l a boca, no podía dobl ar los br azos y la comida se le caía al suelo. -¡Qué hor ror-exclamó el hombre-, tener todo ese banquete delante y n o poder par ti ci par de é l! Dé jeme ver el ci elo.
El guar dián le ll evó más adelante en el pasillo a un lugar de donde emanaban deli ciosos ar omas, pero no más atrayentes que los que había ol ido an tes. Y cu ando mi ró por l a sigui ente ventana volvió a ver un magnífico banquete. Cuando miró a la gente se sor pr endi ó al ver que tambié n tenían los br azos rígi dos. Pero estas personas estaban sanas. Parecían feli ces y contentas y n o par ecían en absoluto desnu tr idas. Algun as de ellas se acercaron a la m esa y cogieron al go de comida. El hombr e se pr eguntó qué pasaría cuan do se les cayera al suelo al intentar dobl ar sus brazos rígidos y entonces vio lo que pasaba. En lugar de intentar meter la comi da en sus bocas, se volvían y ponían la comi da en l a boca de otr a persona. No impor taba que no pudieran doblar los brazos: se ali mentaban los unos a l os otros. Abelar do Cr uz Beauregard
CUAN DO L AS COSAS NO SON PERF ECTAS M i h ija se acercó a míy me planteó un a pregunta in teresante:
-Papá, ¿cómo es que las cosas se lían con tan ta faci lidad?
-¿Qué qu ieres deci r con eso de « liar », car iñ o?
-Ya sabes, papá, cuando l as cosas no son perf ectas. M ira como estámi mesa ah or a, llena de cosas. Estádesor denada. Y, sin embargo, anoche, tr abaj é duro par a que estuviera perf ecta. Pero las cosas no permanecen asípor mu cho ti empo. ¡Se lían con tanta facil idad!
-M ué str ame cómo son las cosas cuan do son perf ectas- l e pedía mi hija.
Ella respon dió moviendo todo l o que había sobre su estan tería, colocándol o en posici ones in divi dualm ente asign adas. Un a vez que hubo termi nado, dij o:
-A hílo tienes, papá; ahor a estátodo perfecto. Per o no perman eceráde ese modo.
-¿Y si muevo qui nce centímetr os tu caja de pinturas hacia este lado? – l e pr egu nté ¿Qué sucede en este caso?
-N o papá, ahor a ya estáliado- contestó ell a. De todos modos, la caj a tendr ía que estar r ecta, y no in cli nada como tú la has puesto.
-¿Y si m uevo el lápiz desde el l ugar donde lo has dejado h asta el sigu iente?
-A hor a vuelve a estar desordenado -di jo ella.
-¿Y si el l ibro estuvi era parci almente abierto? Seguípregun tando.
-¡Eso tambi é n estaría desordenado!
-Car iñ o- di je regresando jun to a mi hi ja-, n o es que las cosas se desordenan con facilidad. L o qu e sucede es que tú ti enes mu chas for mas de que las cosas se líen, y solam ente una para que sean per fectas.
Gr egory Bateson
Un hombre qui ere colgar u n cuadro. El clavo ya lo tiene, pero l e fal ta un marti ll o. El vecino ti ene uno. Así, pues, nu estr o hombr e decide pedir al vecino que le preste el martillo.
Pero le asalta u na duda: ¿Qué ? ¿Y si n o quiere pr estármelo? Ahor a r ecuerdo qu e ayer me sal udó algo distr aído. Quizás tenía pr isa. Pero qu izás la pr isa no era más que un pretexto, y el hombr e abr iga al go contr a mí. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se le habr ámetido en l a cabeza.
Si al gui en me pidi ese prestada al gun a herr amienta, yo se la dejar ía ensegui da. ¿Por qué no h a de hacerlo é l tam bié n? ¿Cómo puede uno n egarse a h acer un favor tan sencillo a otr o? Tipos como é ste le amargan a uno la vi da. Y l uego todavía se imagi na que dependo de é l. Sólo por que tiene un mar ti llo. Esto ya es el col mo.
Asínuestr o hombre sale pr ecipi tado a casa del vecin o, toca el ti mbr e, se abre la puerta y, antes de que el vecin o tenga tiempo de decir « buenos días», nuestr o hombr e le gr ita fur ioso:« ¡Qu é dese usted con su m ar ti llo, estúpido! ».
Paul Watzlawick
ENCONTRARLO DE NUEVO
Érase una vez un pájaro, adornado con u n par de alas per fectas y plumas relu cientes, coloridas y maravil losas. En f in , un animal h echo para volar libr e e independi ente, para alegrar a qui en l o observase.
Un día una mu jer lo vi o y se enamor ó de é l. Se quedó mi rando su vu elo con la boca abierta de admiración, con el cor azón l ati é ndole más de pri sa, con l os ojos br illantes de emoción. L o invitó a volar con ella, y los dos viaj aron por el ci elo en completa ar mon ía. El la admi raba, veneraba, ador aba al pájar o.
Pero enton ces pensó:
-¡Tal vez quiera con ocer algunas mon tañ as distantes! .
Y l a muj er tuvo mi edo. M iedo de no volver a senti r nu nca más aquello con otr o pájar o. Y sinti ó envidia, envidia de la capacidad de volar del pájaro.
Y se sinti ó sola.
Y pensó:
-V oy a poner una tr ampa. L a próxi ma vez que el pájar o venga, no vol veráa marcharse.
El pájar o, qu e tambi é n estaba enamor ado, vol vió al día siguiente, cayó en la tr ampa y fue encerrado en l a jaul a.
Todos los días ella miraba al pájaro. A llíestaba el obj eto de su pasión, y se lo enseñ aba a sus ami gas, que comentaban:
-Eres una persona que lo ti ene todo.
Sin embar go, empezó a producirse una extr añ a tr ansformaci ón: como tenía al pájar o, y ya no tenía que conqu istar lo, fue per diendo el interé s.
El pájaro, sin poder volar ni expr esar el sentido de su vi da, se fue consumi endo, perdiendo el br illo, se puso feo, y ella ya no le prestaba atención, excepto para alimentarlo y li mpiar l a jaula.
Un buen día, el pájar o mu r ió. Ella se puso muy tr iste, y no dejaba de pensar en é l. Pero n o recor daba la jaula, recor daba sólo el día que lo había visto por pr imera vez, volan do contento entr e las nubes.
Si pr ofun dizase en sími sma, descubr iría que aquell o que la emocionaba tan to del pájar o era su l ibertad, l a energía de las alas en movi mi ento, n o su cuerpo f ísico. Sin el pájar o, su vi da tambié n per dió senti do, y la muer te vino a llamar a su pu erta.
-¿Por qué has venido, -l e pr eguntó la muerte.
-Par a que puedas volar de nuevo con é l por el ci elo – r espondió la mu er te-. Si l o hubi eses dejado par ti r y volver siempr e, lo admirar ías y lo amar ías todavía más; sin embar go, ahor a necesitas de mípara poder encon tr arlo de nuevo.
Paulo Coelh o
EL QUESO M ÁGICO
Érase un a vez cuatro amiguitos ll amados F isgón. Escur ridi zo, Hem y H aw. Cada mañ ana se calzaban sus zapati llas de deporte y se prepar aban par a sali r en busca de lo que les hacía feli ces: ¡el Qu eso M ági co! El Qu eso M ági co es al go mu y especial porque, cuando l o encuentr as, ¡te hace senti r muy bi en contigo mismo!
Pero el Qu eso M ágico estaba escondi do en al gun a parte del Gr an L aberinto donde había much os, muchos lu gares distintos adonde ir . Fisgón y Escur ridizo eran mu y listos y siempr e se acordaban de dónde habían estado antes, de modo qu e no per dían el ti empo buscando el Qu eso en lugar es viejos, sino qu e lo buscaban en siti os nu evos. F isgón tenía un gran h ocico, con el qu e olfateaba el air e para averiguar dónde estaba
el Queso. Escur ridizo era raudo y veloz y siempre se apresur aba a salir en bu sca del Queso.
H em y H aw tambi é n eran mu y astutos. Leí an constan temente libr os y estudiaban los mapas para encontr ar el Queso M ágico.
-Pr obemos por aquí – decía H aw. -N o estoy mu y segur o – l e respon día H em. Como H em y H aw no querían perder se en ni ngún oscur o rincón, avanzaban lentamente por el L aberi nto, pasito a pasito. Día tr as día, nu estr o cuatr o ami gos r ecorr ían el Gr an L aberinto en bu sca del Queso. Atr avesaban zonas oscur as y se metían en call ejones sin salida, pero daban la vuelta y r eanu daban l a búsqueda en otra di r ección.
De repente, un buen día, sucedió algo maravil loso. Nuestr os cuatr o personajes encontr ar on un lugar especial . ¿Quécrees tú que habían hallado? ¡Habían encontr ado el Queso M ágico! Estaba en u na gr an sala l lamada Estación Quesera C. Siempr e había estado al lí, aguar dando a que algu ien lo encontrar a.
-¡Yupi! – g ri tó H aw. -¡Hurra! – exclamaron F isgón y Escur ridizo. H em dijo:
-¡Aquítenemos Queso suficiente par a siempre!
A F isgón l e gustaban las lonchas de color nar anj a, que olían tan bien. Escur ridizo se deleitaba mor disqueando los trocitos amari ll os de queso dur o. A H em l e gustaba el queso con aguj eros, mi entr as que H aw prefería aquel otr o blan dito, de color blanco y con f orma de ru eda. Todos ellos comenzaron a i maginar lo que el Queso M ágico les podía propor cionar.
F isgón se veía a sími smo j ugando con nu evos amigos en el Par que del Queso Azul. Escurr idizo se im aginaba mar cando el gol de la victori a en el gr an Campeonato de F útbol del Qu eso. L a fantasía de H aw era qu e sacaba buenas notas en l a Escuela Pr imar ia del B r ie, y H em soñ aba que vivía en un a gr an m ansión en l a cim a de la Colina del Queso Suizo. M ás tarde, al caer la noche, todos ellos regr esaron a sus casitas.
A la mañ ana sigu iente, F isgón y Escur ridizo se levantaron pronto, se calzaron sus zapatillas de deporte, y se adentr aron corr iendo en el L aberinto, di rectamente hacia la Estación Queser a C. Cuando ll egaron a ell a, lo pri mero que hizo F isgón f ue oler el Queso par a ver si seguía f resco, mi entr as que Escur ridizo tomaba medidas para saber cuánto quedaba. Cuan do quedaron convenci dos de que había Qu eso suficiente para todo el día, se sacar on las zapati llas y se las colgar on del cuell o, de modo que pudieran encontr arl as con facil idad cuando las necesitaran . Fi nal mente, F isgón y Escur ridizo se instal ar on cómodamente y comenzaron a dar se su f estín de Queso M ági co.
M ientras tanto, H em y H aw seguían durmi endo. « Ya sabemos dónde estáel Qu eso», pensó H em. « No h ay por qu é cor r er.»Bostezando, H aw se dijo: « Se estábi en en la cami ta, cr eo que voy a dormi r un r ati to más.»
Cuando por f in ll egaron a l a Estación Queser a C, Hem y H aw se acomodaron como en su pr opia casa. H em se constr uyó incluso un sillón de Queso para estar más cómodo. H aw escribi ó en u na de las paredes: TE NE R QUE SO TE H ACE F EL I Z.
Día tr as día, F isgón y Escur ridizo madr ugaban, se apresur aban par a l legar pronto a la Estaci ón Quesera C, y compr obaban el Qu eso para saber qu é estaba pasando. Sin embargo, H em y H aw se levantaban cada día más tarde. No pr estaban demasiada atenci ón al Queso ya que daban por sentado que siempre estar ía al lí.¿Te das cuenta tú de lo qu e estaba pasando con el Queso?
F inal mente, un a mañ ana F isgón y Escur ridizo ll egaron como de costumbr e pronto a la Estación Qu esera C, y se encontr ar on con que el Queso ¡había desapar ecido! Aquell o no l os pil ló por sorpresa porque ya se habían dado cuenta de que la r eserva de Queso er a cada vez más pequeñ a. Sabían que había l legado el momento de vol ver al L aber into en bu sca de Queso Nu evo.
-E stoy seguro de que serátan bueno como el Queso Viejo – a fi rm ó Escur ri dizo.
-I ncl uso mejor , -asegur ó Fi sgón-. Sí¡el Queso Nuevo ser ásin duda m ejor!
M uch o más tar de, H em y H aw ll egaron a la Estación Queser a C y se la encontr aron vacía. M ir aban anonanados a su alrededor , ¡no podían dar cr é di to a sus ojos!
H em exclamó:
-¡¿Cómo?! ¡¿No hay Queso?! ¡¿Qu ié n se ha llevado mi Qu eso?!
H em se enfadó mu chísimo. Estaba absolu tamente convencido de que el Queso iba a ser suyo par a siempr e; é l se lo merecía, pasara l o qu e pasase. Dando sal tos se puso a gritar:
-¡NO E S JUSTO!
H aw estaba tan di sgustado como H em pero n o gri taba ni pateaba. Por el contrari o, se quedó quieto como un a estatua, sin saber qu é hacer. ¡Estaba desconcertado! L uego se dio cuenta de algo. -Hem – dijo, ¿dónde están F isgón y E scurridizo? M ir ando a su al rededor, H em le respondió:
-No lo sé .
-Apuesto a que han vuelto al L aber in to para buscar Qu eso Nu evo – dij o H aw-. Tal vez sea eso lo que nosotros deberíamos hacer tambi é n.
-No, no qui ero – r espondi ó H em-, todo es demasiado conf uso ahífuera, en el L aberi nto. ¿No te acuer das de lo que nos costó encontrar este Queso? Es más segur o quedarse aquíy esperar a que nos devuelvan el Queso Vi ejo.
Escuch ando a su ami go, a H aw tambié n le entr ó mi edo.
-Cr eo que ti enes r azón, H em – d ij o fin almente H aw.
El día siguiente, H em y H aw vol vieron a la Estación Quesera C vacía esperan do que, de algún modo, el Queso r egresara. E sper aron y esper aron un día tr as otro... conf iando en qu e las cosas volvi er an a ser como antes.
M ientr as tanto, F isgón y E scur ridi zo se dedicaban a fi sgonear y corr etear por el L aberinto, en bu sca de Queso Nuevo. De vez en cuando encontr aban al go de Queso M ágico y se detenían par a tomar un tentempié . Nu nca de ol vidaban de dejar al go para sus amigos Hem y H aw. Al cabo de un tiempo descubrieron un a nueva par te del L aberinto. Se llamaba Estación Queser a N. ¡L a canti dad de Queso er a all íDI EZ VE CES mayor que en l a antigua Estación Qu esera C!
Pero H em y H aw seguían esperan do en van o en l a Vacía E staci ón Queser a C. F inalmente H aw se quedó mi r ando a su compañ ero y se echó a reír.
-H aw, H aw. F íjate en nosotros. Damos ri sa. L as cosas han cambiado pero nosotr os no.
H em estaba demasiado enoj ado como par a reírse. Sin embar go, H aw compr obó que r eí rse de sími smo l e hacía senti rse mejor . Enton ces escribi ó en l a par ed: ¿QUÉ ES L O QUE H ARÍAS SI NO T UV I ESES M I ED O? H aw conocía la r espuesta.
-Volvamos al L aberi nto, H em – l e dij o a su ami go. Pero H em se negó. Por pr imer a vez, H aw no h izo caso a H em. L e dij o:
-H a llegado el momento de cambi ar y de encontr ar Queso M ágico Nu evo.
Y gr itando « ¡Es hor a de aventur arse en el L aberinto! », H aw sali ó corr iendo. Al pr incipio estaba nervi oso porque no sabía l o qu e podría suceder. Pero cu anto más pensaba en cómo iba a disfr utar del Qu eso M ágico Nu evo cuan do lo encontr ar a, más confianza en sími smo tenía. Se sentía l ibr e y se pregun taba: ¿Por qué me siento tan bi en?»
H aw se dio cuenta de que se sentía tan bien por que ya no estaba asustado. E nton ces escribió en la pared: CUA NDO D EJA S DE T ENE R M I ED O, ¡TE SIE NTE S BI EN !
H aw esperaba que H em pasara por allíy leyer a sus mensajes en la par ed. I ncl uso
dibujó fl echas para i ndi carl e a su ami go el camino que iba sigu iendo. Luego sigu ió corr iendo por el L aberinto hasta que, de repente, se topó con l a Estación Queser a E, en la que encontr ó... ¡nada! L a Estaci ón Quesera E estaba compl etamente vacía, a excepción de al gu nos tr oci tos de Qu eso. « Seguro qu e aquíantes había más Queso. Pr obabl emente Fisgón y Escur ridizo se lo comieron », se dijo. « Si hubiera cambi ado más rápi do, podr ía haber lo compar ti do con ellos.»
Sali ó de nu evo al L aberinto pero antes de echar a corr er escri bió en l a pared de la Estación Quesera E : CUAN TO AN TES TE DE SPRENDA S DEL QUESO VI EJO, AN TES ENCONTRA RÁS ¡QUESO NUE VO!
A medi da qu e Haw r ecorr ía nuevas zonas del L aberinto, se encontr aba más y más tr ocitos de Queso M ágico. Su sabor no se parecía en nada al del Queso Viejo. A quell o le sor pr endió. « ¡Sabe mejor ! I r é en busca de Hem par a con társelo.»
De modo que dio mar cha atr ás por el L aberinto, en bu sca de su amigui to H em en l a Estación Quesera C. Cuan do llegó, se encon tr ó a H em tendi do en el suelo.
-¡H em, H em! – l e gri tó. H em l e respondi ó dé bi lmente:
-H aw, me alegro de verte de nuevo. Aquíestoy mu y solo. ¿Encontraste más Queso por ahí? ¿Del qu e a mi me gusta, con agujeros?
-B ueno, l a ver dad es que no – r espondi ó H aw-, per o he encontr ado algunos tr ocitos de Queso M ágico N uevo. E s realmente deli cioso. Ten, pr ué balo tú mi smo.
-Oh no – l e dij o H em-, no cr eo que me gustara. E speraré a que me devuelvan mi Queso Viejo.
-H em, el Queso Viejo se acabó – respondi ó H aw-. Es hor a de buscar Qu eso Nu evo. Ya sé que al pr incipio da un poco de mi edo, pero cuando te pones en mar cha ¡es divertido! -No – respondi ó testar udo H em. De modo que, mu y a su pesar , H aw se despidi ó de su ami go y se adentr ó de nuevo en el L aberi nto.
H aw estaba tr iste por que su ami go no quería cambi ar . Pero é l no iba a qu edarse en Estación Qu esera C vacía, compadecié ndose de sími smo. Quería expl or ar a f ondo el L aberinto porque estaba segur o de que podía encontr ar Queso Nuevo. Pron to H aw estaba corr iendo de nuevo por el L aber in to.
-M e siento bien porque he cambiado. Estoy haciendo algo nuevo y ¡es diver ti do! M e gusta mi n uevo yo – exclamó.
Enton ces H aw se adentr ó en la par te más sombr ía del L aberi nto. Par a ayudarse a hallar el cami no, se imagi naba su Queso Nuevo. Se veía a sími smo encontrándol o y di sfr utan do de ese Qu eso M ági co Nuevo. ¡Cada vez se sentía mejor ! Pensó: « I magi nar el Queso es como soñ ar con é l estando compl etamente despi erto. ¡Parece tan real! »
¿Cómo crees que podr ía ser tu Queso Nuevo?
Cu anto más se imagi naba H aw a sími smo encon tr ando al go mejor , más fácil le r esul taba hall ar el camin o. Se detuvo un momento para escri bir en l a pared: ¡I M AGI NAR TU QUESO NUEVO TE AYUDA A ENCONTRARLO!
Al avanzar u n poco más, se encontr ó en un parte del L aberinto llena de nu evos olores y color es, más luminosa y acogedora. L uego, al doblar un a esqui na, H aw se quedó absolu tamente per plejo por lo que vio.
¿Adivinas lo que era?
¡Allí, fr ente a é l, estaba la E stación Quesera N!
-¡Vaya! – excl amó-. ¡F íjate en todo ese Qu eso M ági co Nuevo! Y tal como había imagin ado, entró en la Estación. Un a vez en su i nter ior, exclamó:
-¡Esto es realmente mejor que el Queso Vi ejo!
¡Su sueñ o se había h echo r ealidad! ¡Se sentía tan feli z! Enton ces escuchó un as risas. Allíestaban F isgón y E scur ridizo, muy contentos de ver que H aw había llegado por fin.
H aw pensó:« Debería h aber buscado el Queso N uevo much o antes, como hi cieron F isgón y Escur ridizo.»
H aw ayudó a Escur ridizo a medir el Qu eso par a saber cuánto había realmente.
-A parti r de ese momento – asegur ó H aw-, voy a prestar atención a l o que vaya ocurriendo con el Qu eso.
Acto segui do escri bió uno de sus mensajes en l a pared: OL F AT EA EL QUE SO A M ENUD O PARA SABER CUÁNDO COM I ENZA A E NVEJECER.
M ás tar de, H aw reflexi onó sobre su vi aje por el L aberinto. ¡H abía aprendi do much o! Recordó cuando aún pensaba que l os cambios le ocur rían a é l, como cuan do al guien se ll evó el Queso de la Estación Quesera C. A hor a se daba cuenta de que los mejor es cambios son l os que ocurr en dentr o de un o mismo, como cuan do crees que un cambio te puede conducir a algo mejor .
Tr as recordar sus andanzas en el L aberinto, escri bió en la par ed lo que había aprendido:
L OS M ENSAJES DE L A PARED:
Tener Queso te hace feli z. ¿Qué es lo que harías si no tuvieses mi edo? Cuando dejas de tener mi edo, ¡te sientes bien! Cuanto antes te desprendas del Qu eso Vi ejo, antes encontr ar ás ¡Queso Nuevo! ¡I magin ar tu Queso Nuevo te ayuda a encontr arl o! Ol fatea el Qu eso a menudo par a saber cuándo comi enza a envejecer. Dir ígete hacia el Queso Nu evo ¡y disfrútal o!
De r epente, a H aw le pareció escuchar un soni do procedente del L aberinto. ¿Acaso llegaba algu ien? ¿Habr ía segui do H em sus indicaciones en las par edes y habr ía encontr ado el cami no? H aw cr uzó los dedos y volvi ó la cabeza. D eseaba con todas sus fuerzas que, f in almente, Hem h ubi er a consegui do....
¿Cr ees que H em cambi ó? ¿Te par eces a F isgón, a Escurridizo, a H em o a H aw?
¿Podía H aw cambi ar a su ami go H em? ¿O sólo puede cambi ar se un o mi smo? ¿Qué haces tú cuando te quitan el Qu eso? ¿Cuál sería tu Queso M ágico Nuevo? ¿Qué podr ías hacer hoy par a cambi ar y ganar ?
Spencer Johnson
una vida sin vacas EL QUESO MÁGICO
Érase una vez cuatro amiguitos llamados Fisgón. Escurridizo, Hem y Haw. Cada mañana se calzaban sus zapatillas de deporte y se preparaban para salir en busca de lo que les hacía felices: ¡el Queso Mágico! El Queso Mágico es algo muy especial porque, cuando lo encuentras, ¡te hace sentir muy bien contigo mismo!
Pero el Queso Mágico estaba escondido en alguna parte del Gran Laberinto donde había muchos, muchos lugares distintos adonde ir. Fisgón y Escurridizo eran muy listos y siempre se acordaban de dónde habían estado antes, de modo que no perdían el tiempo buscando el Queso en lugares viejos, sino que lo buscaban en sitios nuevos. Fisgón tenía un gran hocico, con el que olfateaba el aire para averiguar dónde estaba el Queso. Escurridizo era raudo y veloz y siempre se apresuraba a salir en busca del Queso.
Hem y Haw también eran muy astutos. Leían constantemente libros y estudiaban los mapas para encontrar el Queso Mágico.
-Probemos por aquí – decía Haw.
-No estoy muy seguro – le respondía Hem.
Como Hem y Haw no querían perderse en ningún oscuro rincón, avanzaban lentamente por el Laberinto, pasito a pasito. Día tras día, nuestro cuatro amigos recorrían el Gran Laberinto en busca del Queso. Atravesaban zonas oscuras y se metían en callejones sin salida, pero daban la vuelta y reanudaban la búsqueda en otra dirección.
De repente, un buen día, sucedió algo maravilloso. Nuestros cuatro personajes encontraron un lugar especial. ¿Qué crees tú que habían hallado? ¡Habían encontrado el Queso Mágico! Estaba en una gran sala llamada Estación Quesera C. Siempre había estado allí, aguardando a que alguien lo encontrara.
-¡Yupi! – gritó Haw.
-¡Hurra! – exclamaron Fisgón y Escurridizo.
Hem dijo:
-¡Aquí tenemos Queso suficiente para siempre!
A Fisgón le gustaban las lonchas de color naranja, que olían tan bien. Escurridizo se deleitaba mordisqueando los trocitos amarillos de queso duro. A Hem le gustaba el queso con agujeros, mientras que Haw prefería aquel otro blandito, de color blanco y con forma de rueda. Todos ellos comenzaron a imaginar lo que el Queso Mágico les podía proporcionar.
Fisgón se veía a sí mismo jugando con nuevos amigos en el Parque del Queso Azul. Escurridizo se imaginaba marcando el gol de la victoria en el gran Campeonato de Fútbol del Queso. La fantasía de Haw era que sacaba buenas notas en la Escuela Primaria del Brie, y Hem soñaba que vivía en una gran mansión en la cima de la Colina del Queso Suizo. Más tarde, al caer la noche, todos ellos regresaron a sus casitas.
A la mañana siguiente, Fisgón y Escurridizo se levantaron pronto, se calzaron sus zapatillas de deporte, y se adentraron corriendo en el Laberinto, directamente hacia la Estación Quesera C. Cuando llegaron a ella, lo primero que hizo Fisgón fue oler el Queso para ver si seguía fresco, mientras que Escurridizo tomaba medidas para saber
cuánto quedaba. Cuando quedaron convencidos de que había Queso suficiente para todo el día, se sacaron las zapatillas y se las colgaron del cuello, de modo que pudieran encontrarlas con facilidad cuando las necesitaran. Finalmente, Fisgón y Escurridizo se instalaron cómodamente y comenzaron a darse su festín de Queso Mágico.
Mientras tanto, Hem y Haw seguían durmiendo. «Ya sabemos dónde está el Queso», pensó Hem. «No hay por qué correr.» Bostezando, Haw se dijo:«Se está bien en la camita, creo que voy a dormir un ratito más.»
Cuando por fin llegaron a la Estación Quesera C, Hem y Haw se acomodaron como en su propia casa. Hem se construyó incluso un sillón de Queso para estar más cómodo. Haw escribió en una de las paredes: TENER QUESO TE HACE FELIZ.
Día tras día, Fisgón y Escurridizo madrugaban, se apresuraban para llegar pronto a la Estación Quesera C, y comprobaban el Queso para saber qué estaba pasando. Sin embargo, Hem y Haw se levantaban cada día más tarde. No prestaban demasiada atención al Queso ya que daban por sentado que siempre estaría allí. ¿Te das cuenta tú de lo que estaba pasando con el Queso?
Finalmente, una mañana Fisgón y Escurridizo llegaron como de costumbre pronto a la Estación Quesera C, y se encontraron con que el Queso ¡había desaparecido! Aquello no los pilló por sorpresa porque ya se habían dado cuenta de que la reserva de Queso era cada vez más pequeña. Sabían que había llegado el momento de volver al Laberinto en busca de Queso Nuevo.
-Estoy seguro de que será tan bueno como el Queso Viejo – afirmó Escurridizo.
-Incluso mejor, -aseguró Fisgón-. Sí ¡el Queso Nuevo será sin duda mejor!
Mucho más tarde, Hem y Haw llegaron a la Estación Quesera C y se la encontraron vacía. Miraban anonanados a su alrededor, ¡no podían dar crédito a sus ojos!
Hem exclamó:
-¡¿Cómo?! ¡¿No hay Queso?! ¡¿Quién se ha llevado mi Queso?!
Hem se enfadó muchísimo. Estaba absolutamente convencido de que el Queso iba a ser suyo para siempre; él se lo merecía, pasara lo que pasase. Dando saltos se puso a gritar:
-¡NO ES JUSTO!
Haw estaba tan disgustado como Hem pero no gritaba ni pateaba. Por el contrario, se quedó quieto como una estatua, sin saber qué hacer. ¡Estaba desconcertado! Luego se dio cuenta de algo. -Hem – dijo, ¿dónde están Fisgón y Escurridizo?
Mirando a su alrededor, Hem le respondió:
-No lo sé.
-Apuesto a que han vuelto al Laberinto para buscar Queso Nuevo – dijo Haw-. Tal vez sea eso lo que nosotros deberíamos hacer también.
-No, no quiero – respondió Hem-, todo es demasiado confuso ahí fuera, en el Laberinto. ¿No te acuerdas de lo que nos costó encontrar este Queso? Es más seguro quedarse aquí y esperar a que nos devuelvan el Queso Viejo.
Escuchando a su amigo, a Haw también le entró miedo.
-Creo que tienes razón, Hem – dijo finalmente Haw.
El día siguiente, Hem y Haw volvieron a la Estación Quesera C vacía esperando que, de algún modo, el Queso regresara. Esperaron y esperaron un día tras otro... confiando en que las cosas volvieran a ser como antes.
Mientras tanto, Fisgón y Escurridizo se dedicaban a fisgonear y corretear por el Laberinto, en busca de Queso Nuevo. De vez en cuando encontraban algo de Queso Mágico y se detenían para tomar un tentempié. Nunca de olvidaban de dejar algo para sus amigos Hem y Haw. Al cabo de un tiempo descubrieron una nueva parte del Laberinto. Se llamaba Estación Quesera N. ¡La cantidad de Queso era allí DIEZ VECES mayor que en la antigua Estación Quesera C!
Pero Hem y Haw seguían esperando en vano en la Vacía Estación Quesera C. Finalmente Haw se quedó mirando a su compañero y se echó a reír.
-Haw, Haw. Fíjate en nosotros. Damos risa. Las cosas han cambiado pero nosotros no.
Hem estaba demasiado enojado como para reírse. Sin embargo, Haw comprobó que reírse de sí mismo le hacía sentirse mejor. Entonces escribió en la pared: ¿QUÉ ES LO QUE HARÍAS SI NO TUVIESES MIEDO? Haw conocía la respuesta.
-Volvamos al Laberinto, Hem – le dijo a su amigo.
Pero Hem se negó. Por primera vez, Haw no hizo caso a Hem. Le dijo:
-Ha llegado el momento de cambiar y de encontrar Queso Mágico Nuevo.
Y gritando «¡Es hora de aventurarse en el Laberinto!», Haw salió corriendo. Al principio estaba nervioso porque no sabía lo que podría suceder. Pero cuanto más pensaba en cómo iba a disfrutar del Queso Mágico Nuevo cuando lo encontrara, más confianza en sí mismo tenía. Se sentía libre y se preguntaba: ¿Por qué me siento tan bien?»
Haw se dio cuenta de que se sentía tan bien porque ya no estaba asustado. Entonces escribió en la pared: CUANDO DEJAS DE TENER MIEDO, ¡TE SIENTES BIEN!
Haw esperaba que Hem pasara por allí y leyera sus mensajes en la pared. Incluso dibujó flechas para indicarle a su amigo el camino que iba siguiendo. Luego siguió corriendo por el Laberinto hasta que, de repente, se topó con la Estación Quesera E, en la que encontró... ¡nada! La Estación Quesera E estaba completamente vacía, a excepción de algunos trocitos de Queso. «Seguro que aquí antes había más Queso. Probablemente Fisgón y Escurridizo se lo comieron», se dijo. «Si hubiera cambiado más rápido, podría haberlo compartido con ellos.»
Salió de nuevo al Laberinto pero antes de echar a correr escribió en la pared de la Estación Quesera E: CUANTO ANTES TE DESPRENDAS DEL QUESO VIEJO, ANTES ENCONTRARÁS ¡QUESO NUEVO!
A medida que Haw recorría nuevas zonas del Laberinto, se encontraba más y más trocitos de Queso Mágico. Su sabor no se parecía en nada al del Queso Viejo. Aquello le sorprendió. «¡Sabe mejor! Iré en busca de Hem para contárselo.»
De modo que dio marcha atrás por el Laberinto, en busca de su amiguito Hem en la Estación Quesera C. Cuando llegó, se encontró a Hem tendido en el suelo.
-¡Hem, Hem! – le gritó.
Hem le respondió débilmente:
-Haw, me alegro de verte de nuevo. Aquí estoy muy solo. ¿Encontraste más Queso por ahí? ¿Del que a mi me gusta, con agujeros?
-Bueno, la verdad es que no – respondió Haw-, pero he encontrado algunos trocitos de Queso Mágico Nuevo. Es realmente delicioso. Ten, pruébalo tú mismo.
-Oh no – le dijo Hem-, no creo que me gustara. Esperaré a que me devuelvan mi Queso Viejo.
-Hem, el Queso Viejo se acabó – respondió Haw-. Es hora de buscar Queso Nuevo. Ya sé que al principio da un poco de miedo, pero cuando te pones en marcha ¡es divertido! -No – respondió testarudo Hem.
De modo que, muy a su pesar, Haw se despidió de su amigo y se adentró de nuevo en el Laberinto.
Haw estaba triste porque su amigo no quería cambiar. Pero él no iba a quedarse en Estación Quesera C vacía, compadeciéndose de sí mismo. Quería explorar a fondo el Laberinto porque estaba seguro de que podía encontrar Queso Nuevo. Pronto Haw estaba corriendo de nuevo por el Laberinto.
-Me siento bien porque he cambiado. Estoy haciendo algo nuevo y ¡es divertido! Me gusta mi nuevo yo – exclamó.
Entonces Haw se adentró en la parte más sombría del Laberinto. Para ayudarse a hallar el camino, se imaginaba su Queso Nuevo. Se veía a sí mismo encontrándolo y disfrutando de ese Queso Mágico Nuevo. ¡Cada vez se sentía mejor! Pensó: «Imaginar el Queso es como soñar con él estando completamente despierto. ¡Parece tan real!»
¿Cómo crees que podría ser tu Queso Nuevo?
Cuanto más se imaginaba Haw a sí mismo encontrando algo mejor, más fácil le resultaba hallar el camino. Se detuvo un momento para escribir en la pared: ¡IMAGINAR TU QUESO NUEVO TE AYUDA A ENCONTRARLO!
Al avanzar un poco más, se encontró en un parte del Laberinto llena de nuevos olores y colores, más luminosa y acogedora. Luego, al doblar una esquina, Haw se quedó absolutamente perplejo por lo que vio.
¿Adivinas lo que era?
¡Allí, frente a él, estaba la Estación Quesera N!
-¡Vaya! – exclamó-. ¡Fíjate en todo ese Queso Mágico Nuevo! Y tal como había imaginado, entró en la Estación. Una vez en su interior, exclamó:
-¡Esto es realmente mejor que el Queso Viejo!
¡Su sueño se había hecho realidad! ¡Se sentía tan feliz! Entonces escuchó unas risas. Allí estaban Fisgón y Escurridizo, muy contentos de ver que Haw había llegado por fin.
Haw pensó:«Debería haber buscado el Queso Nuevo mucho antes, como hicieron Fisgón y Escurridizo.»
Haw ayudó a Escurridizo a medir el Queso para saber cuánto había realmente.
-A partir de ese momento – aseguró Haw-, voy a prestar atención a lo que vaya ocurriendo con el Queso.
Acto seguido escribió uno de sus mensajes en la pared: OLFATEA EL QUESO A MENUDO PARA SABER CUÁNDO COMIENZA A ENVEJECER.
Más tarde, Haw reflexionó sobre su viaje por el Laberinto. ¡Había aprendido mucho! Recordó cuando aún pensaba que los cambios le ocurrían a él, como cuando alguien se llevó el Queso de la Estación Quesera C. Ahora se daba cuenta de que los mejores cambios son los que ocurren dentro de uno mismo, como cuando crees que un cambio te puede conducir a algo mejor.
Tras recordar sus andanzas en el Laberinto, escribió en la pared lo que había aprendido:
LOS MENSAJES DE LA PARED:
Tener Queso te hace feliz. ¿Qué es lo que harías si no tuvieses miedo? Cuando dejas de tener miedo, ¡te sientes bien! Cuanto antes te desprendas del Queso Viejo, antes encontrarás ¡Queso Nuevo! ¡Imaginar tu Queso Nuevo te ayuda a encontrarlo! Olfatea el Queso a menudo para saber cuándo comienza a envejecer. Dirígete hacia el Queso Nuevo ¡y disfrútalo!
De repente, a Haw le pareció escuchar un sonido procedente del Laberinto. ¿Acaso llegaba alguien? ¿Habría seguido Hem sus indicaciones en las paredes y habría encontrado el camino? Haw cruzó los dedos y volvió la cabeza. Deseaba con todas sus fuerzas que, finalmente, Hem hubiera conseguido....
¿Crees que Hem cambió? ¿Te pareces a Fisgón, a Escurridizo, a Hem o a Haw? ¿Podía Haw cambiar a su amigo Hem? ¿O sólo puede cambiarse uno mismo? ¿Qué haces tú cuando te quitan el Queso? ¿Cuál sería tu Queso Mágico Nuevo? ¿Qué podrías hacer hoy para cambiar y ganar?
Spencer Johnson
La puerta
La reunión se había prolongado por varias horas, los clientes estaban indecisos ante los equipos que les ofrecía Francisco Durán, gerente de ventas de una prestigiosa empresa de equipos de oficina. Francisco era el mejor vendedor de la empresa, sabía llegar al cliente, entendía sus necesidades y era muy hábil a la hora de negociar condiciones de venta. Al final de la reunión, había concretado una importante venta y fue felicitado por el dueño de la empresa. Francisco se sentía muy contento y orgulloso de su trabajo. Al final de la tarde una vez finalizada aquella extensa jornada laboral, tomó su automóvil rumbo a su casa. En el trayecto, su alegría se iba transformando en tristeza; al entrar a su casa, su rostro era sombrío, abrazó a sus dos hijos y buscó el control remoto del televisor. Desde la cocina, se oía la voz de su esposa Irene –con quien estaba casado hace diez años- reclamándole que había llegado tarde, que si su trabajo era más importante que su familia, de su torpeza ya que no sabía arreglar el lavamanos que se había atascado. Francisco se puso a ver un programa de televisión mientras Irene seguía con sus reclamos y regaños. En algún momento dejó de prestar atención a sus palabras y su mente comenzó a repasar su vida; se preguntaba por qué seguía en esa relación, tal vez sería por su forma sumisa, al igual que lo era la mamá con el papá, un hombre exitoso en los negocios y de carácter fuerte. A veces Francisco prefería estar en el trabajo que en su casa pero
procuraba concentrase en sus hijos y no pensar tanto en su relación sentimental. Se daba cuenta que su profesión era lo más importante, quería ser cada día mejor en su área laboral pero fuera de eso se sentía vacío internamente y no sabía qué hacer con esa sensación; procuraba rodearse de objetos materiales que le hacían sentir feliz por algunos días pero luego volvía a sentir el vacío. Su esposa ya no salía con él, prefería hacerlo con sus amigas. A veces se sentaba en la terraza y observaba a su vecino Hans, un señor jubilado, que cuidaba su jardín y sembraba hortalizas, frutas y flores; pasaba horas en ésta actividad. Siempre le saludaba y le preguntaba por sus plantas y le felicitaba por el hermoso trabajo que llevaba a cabo. Francisco tenía ganas de conversar un poco para olvidar esa sensación de vacío y aceptó la invitación que le hizo su vecino para tomar algo en su casa. Conversaron largo rato sobre diferentes temas pero invariablemente el estado de ánimo de Francisco se dejaba intuir y en algún punto comenzó a contarle a Hans lo que le sucedía. El vecino le escuchó atentamente y con mucho interés, asintiendo con la cabeza. -Dime algo –le preguntó Hans, -aparte tu trabajo, ¿en qué empleas el resto del tiempo?. -Procuro dedicarle el mayor tiempo posible a mis hijos, ayudándolos en sus tareas escolares y compartiendo con ellos; me gusta leer; en ocasiones me reúno con algunos amigos del trabajo pero siempre terminamos conversando sobre temas laborales. Por lo demás, me ocupo que en nuestro hogar no falte nada, cuidando de la economía doméstica. -De alguna manera, tu trabajo es el centro de tu vida- le indicó Hans –y aún cuando sales de él, te quedas dentro. En la vida todo necesita de un equilibrio; las actividades que desarrollamos se complementan unas con otras. -Lo sé –interrumpió Francisco- necesito un hobby, tal vez practicar algún deporte o hacer bricolaje para mantener mi mente alejada del trabajo. -Es mucho más que eso –prosiguió Hans-, es el sentido de la propia estima. En estos momentos tu autoestima viene
determinada por algo externo, por la excelente opinión que tienen de ti en la empresa por tu desempeño tan sobresaliente y los consiguientes beneficios materiales que ésta situación te brinda. -Es cierto –reconoció Francisco. -La autoestima representa la opinión que tenemos de nosotros mismos cuando expresamos los talentos únicos de los que hemos sido dotados, sin importar la opinión que los demás tengan de nosotros. Cuando sabemos lo que valemos, los comentarios negativos o los elogios de otras personas no tienen importancia. -¿Y cómo sé yo cuáles son mis talentos únicos?- preguntó Francisco. -Ya los posees pero no los has expresado adecuadamente. Tu éxito laboral viene dado por tu capacidad de comunicación, ése es un talento pero necesitas expresarlo en otras facetas de tu vida. -Explícame mejor eso- inquirió Francisco. -Tu educación fue dirigida a propósito hacia la consecución de metas materiales olvidando el equilibrio necesario en todo lo que hacemos. Toda tu actividad está regida por el hemisferio izquierdo del cerebro, que es quien maneja los aspectos lógicos y de razonamiento. El equilibrio viene dado al usar el lado derecho del cerebro, que es el lado artístico, espiritual e intuitivo. En ese lado se encuentra la puerta. -¿Qué puerta?- preguntó Francisco. -La puerta al inconsciente- respondió Hans. Ahí está el mayor poder de nuestra mente y tu autoestima se encuentra en este nivel. -¡Explícamelo mejor!- le pidió Francisco. -Supongamos que eres pintor, una actividad artística cónsona con el lado derecho del cerebro. Al terminar una pintura, te sientes orgulloso de tu creación y de lo que eres capaz de hacer por ti mismo. En ese momento no te interesa lo que los demás piensen de tu obra: eso es autoestima.
Días después, mientras conducía a su trabajo, iba pensando en las palabras de su vecino Hans y en cuáles podrían ser los talentos únicos que él poseía y cómo expresarlos. Iba distraído en sus pensamientos y no se percató de un vehículo que salía de un estacionamiento. Al darse cuenta, viró a la derecha y se estrelló contra un poste del tendido eléctrico. Han pasado dos días y Francisco se despierta en el hospital. Su compañero de habitación le pregunta cómo se siente y en la conversación le cuenta que mientras estaba inconsciente fue visitado por la esposa, los hijos y varios compañeros de trabajo. Luego prohibieron las visitas para que pudiera descansar del accidente sufrido, que afortunadamente no tendría secuelas. Le contó igualmente, algo extrañado, que la esposa comenzó a decir en voz alta que él era un torpe y siempre andaba distraído y no era raro que chocara. Francisco había oído otras veces estos comentarios en boca de su esposa y se había sentido mal por ellos pero en ésta ocasión no pudo más que reírse a carcajadas haciendo que su compañero de cuarto se contagiara y rieron los dos recordando las palabras de Irene. La enfermera entró a la habitación y le informó de su estado de salud a Francisco indicándole que debía permanecer dos días más en el hospital pero que podía caminar un poco por los alrededores y le sugirió que se acercara al pabellón infantil que estaba cerca donde las voluntarias de las «Da m as A zu les » dirigían actividades recreativas con los niños internados y sus madres. Al momento de retirarse del pabellón las voluntarias, Francisco se acercó a Isabel, la que había dirigido las actividades, para comentar la labor que ellas desarrollaban. Isabel le habló de las actividades con los niños con cáncer en dicho pabellón. Éstos niños permanecían junto a sus madres largas temporadas mientras reciben tratamiento y las voluntarias les proveen apoyo y momentos de alegría, amor, entusiasmo, diversión… a veces solicitan la presencia de otras personas para este fin. Francisco pensó rápido; él era bueno entusiasmando a otros...al menos lo era con sus clientes...tal vez es diferente con niños…había leído también sobre los beneficios de la risa y del
contacto físico en el proceso de curación. Le propuso a Isabel si
él podía organizar alguna actividad con los niños; a Isabel le agradó la idea y quedaron en llamarse para coordinar los detalles. Una vez abandonó el hospital, Francisco consiguió a través de la empresa donde trabajaba, un televisor de pantalla gigante y un reproductor de DVD; compró varias películas infantiles, algunos disfraces y una alfombra grande. Isabel le informó que los niños esperaban la sorpresa que él les tenía preparada para el sábado siguiente. El día previsto, Francisco instaló los equipos y junto con Isabel reunieron a los niños para la película «Ma d ag as c ar » , sentados en la alfombra. Todos rieron a carcajadas con las aventuras de los animales del zoológico llevados al continente africano. Al final de la película, organizó una sesión de disfraces de animales del film y los niños comenzaron a imitar al animal que les pareció más divertido. A medida que los niños conocieron más a Francisco, él los tomaba de la mano y los abrazaba a todos. En otra ocasión organizó una reunión para que los niños hablaran de sí mismos y sus expectativas sobre el futuro. El se limitaba a una escucha empática permaneciendo en silencio y prestando atención a lo que decían los niños. Siguió organizando actividades con los niños los cuales estaban más entusiasmados y a su vez Francisco también se sentía mejor y sus estados depresivos desaparecieron. Irene veía a su marido con extrañeza, él ya no le hacía caso, su mente estaba en otras cosas entre ellas Isabel. Ha pasado algún tiempo y la presencia de Irene se hizo cada vez más difusa y en su lugar aparecía Isabel, vestida de azul, siempre sonriente. Hizo nuevas amistades y otras se alejaron; el panorama iba cambiando poco a poco sin darse él cuenta, su entorno se modificaba y la puerta nunca volvió a cerrarse. Elias Benzadon
el mago y su discipuilo Muchas fueron las caminatas del discípulo con su maestro, del hombre con el hombre, del hijo con el padre, del Padre con sus hijos. Muchos los libros estudiados, comprendidos. Muchos los secretos para ellos permitidos y por tanto desvelados. Hasta que un día el aprendiz dejó escapar en un arrebato el reclamo. -¿Nunca me ha enseñado la ciencia de los hechizos? -¿Hechizos?- preguntó consternado el mago. -Usted es un mago. Uno de los mejores. -¿Todavía me confundes? ¡No soy un hechicero! -Perdone. No quise decir un brujo.... El mago estalló en ira: -¿Crees que he dedicado mi vida al estudio y servicio del Altísimo sólo para intentar doblegar a la Naturaleza a mi antojo? ¿Piensas que he acumulado en esta cueva toda la ciencia que puedas encontrar desde los lejanos egipcios hasta nuestros sabios sólo por tener la secreta intención de parecerme a Dios? - Yo no he dicho eso..... - Por mis días que lo haces con la inconsciencia de tus palabras. - Maestro.... - Así es como actúa un hechicero -puntualizó el mago-. ¿O por qué crees que los débiles de alma acuden a ellos para pedirles ayuda? Los brujos sólo venden la ilusión de dominar a su antojo las fuerzas de la Naturaleza. - Usted lo hace también- se atrevió el aprendiz. - Yo establezco alianza con ellas y actúo según su curso, no para influir sobre nadie, sino para ayudar. ¿O es que acaso me has visto actuar sobre la voluntad de un ser para torcer su camino?
- Jamás, señor. Entonces el mago le habló al discípulo del libre albedrío. Le enseño cómo nadie puede alterar el ritmo de vida de otros con hechizos o abluciones, pues la Ley Divina da a cada quién derecho de decisión, de permitir que en su vida ocurran o no determinados acontecimientos. - No hay hechizo que pueda influir en ti si tú no lo permites. Ésa es tu mejor arma contra la mentira que venden los hechiceros que juegan con la ilusión de hacerte creer que son dioses, un poder separado del Creador. Fuera de Él, no hay nada...... -¿Y las fuerzas del Averno? -¿Crees que el demonio puede ser más poderoso que su Creador? ¿Qué otra cosa puede ser el siervo caído sino la prueba a la que te enfrentas para probar tu virtud?
Maestro y discípulo conversaron largamente hasta que este último terminó de comprender el sentido del libre albedrío. - Entonces, si puedo decidir sobre lo que quiero vivir o no en mi vida, ¿por qué tengo que enfrentar dolor o dificultades que sobrevienen sin que yo las desee? - ¿Qué pasaría si en vez de llamarlas «dolor», «dificultades», comienzas a llamarlas «lecciones por aprender» ? Hazlo y verás que tu aprendizaje será grande y tu confusión menor. - Pero ¿si hay......«lecciones» que no quisiera vivir aún? ¿Qué puedo hacer con ellas, maestro? El Mago miró a su aprendiz y posó una mano sobre su hombro. -¿Podrías leer los grandes libros si antes no aprendes a leer? Eso es crecer, muchacho. Aprender, abrir tu espíritu a la experiencia del conocimiento, tener la sabiduría para ponerlo en práctica, no por el orgullo de decirte sabio, sino con el deseo de servir. La inteligencia es como el agua: si la dejas presa en el estanque sólo para calmar tu sed, terminará por enfermarte; y cuando busques a tu alrededor descubrirás que todos se han ido, buscando otro manantial, otro río que corra libre, otras tierras
donde crezca abundante el pasto: pues las tuyas, las que privaste de la gran riqueza, estarán secas......muertas.
Cuando el mago regresó a la cueva, encontró al aprendiz apesadumbrado. - Es tan difícil actuar como se piensa, hacer lo que se dice...-dijo el aprendiz cuando el mago lo inquirió-. No logro doblegar mi ira, cuando alguien me ofende, maestro; ni mi lengua cuando alguien me incita. Las palabras ruedan por mi boca sin prudencia, en el carro de la vanidad o el orgullo. A veces, en el mercado del pueblo, hilan cuentos sobre usted que nada tienen que envidiar a chismes de lavanderas.... El mago rió. - Es cierto, maestro. Lo peor es que sé que no debo responderles, pero lo hago; mi boca parece una incontrolada cascada de palabras, y cuando logro detenerme..... - Te castigas severamente haciéndote sentir mal.....- completó el mago de la luz. El aprendiz iba a esbozar una idea pero el mago no se lo permitió. - Eres muy severo contigo mismo, muchacho. - Tengo que exigirme. - Con el gobierno de la mente, no con el de la razón. - ¿Y no es lo mismo, maestro? - La razón es como un doncella vieja, justifica todos los errores con mil artilugios que suenan a bondad. En cambio, la mente es el viejo sabio que no se deja engañar ni por llantos de comadres,
ni por excusas de sabios de mesón. Con la mente, podrás alcanzar horizontes, más allá de este plano, muchacho. - ¿Más allá? Dios......En estos momentos así me siento tan humano. - Eres humano..... - Tan pegado a la tierra, quiero decir-continuó el aprendiz-. Si tan sólo tuviera alas...... - Las posees. Sólo tienes que aprender a desplegarlas. Mente muchacho. Sabiduría de la vida. Inteligencia conectada a Inteligencia en este Gran Libro llamado Universo. El Mago tomó el aprendiz por los hombros y continuó hablándole con fuerza: - Abre los ojos. Aparta de ti la autocompasión. Mira la cima dispuesto a volar, sabiendo que lo harás.... Y ante el aprendiz el mago hizo aparecer el arcano del ahorcado. - Mal augurio.....- dijo el aprendiz. - O Elevación - dijo el mago, volteando la carta -. Tú decides. Cabeza abajo y te entierras en la Nada, o cabeza arriba y asciendes, ligado a la tierra, pero llevando a cabo tu misión, con la mirada de la existencia hacia arriba, siempre hacia arriba.... Días más tarde, otro arcano se desveló para el aprendiz. Conoció al anciano de la lámpara, el que camina más allá de los designios, apoyado en el bastón de doce partes. El hombre entregado al silencio y a la soledad que acaricia suavemente las finas hojas del libro infinito. - Elevación - susurró el aprendiz. - Equilibrio - señaló el mago. - ¿ Cómo se adquiere, señor ? - Cuando estás en paz. Seguro en la continuidad de tu evolución. Equilibrio, muchacho. Vértice entre la emoción y la razón. Punta de la espada violeta con la que el caballero sabio ejerce la disciplina y la benevolencia.
- Hábleme más del equilibrio, maestro. - Muy bien. Escucha.... Y el mago se sumergió en el mayor de sus silencios. J o h n n y G av l o v s k y
el secreto de la montaña Muchas fueron las caminatas del discípulo con su maestro, del hombre con el hombre, del hijo con el padre, del Padre con sus hijos. Muchos los libros estudiados, comprendidos. Muchos los secretos para ellos permitidos y por tanto desvelados. Hasta que un día el aprendiz dejó escapar en un arrebato el reclamo. -¿Nunca me ha enseñado la ciencia de los hechizos? -¿Hechizos?- preguntó consternado el mago. -Usted es un mago. Uno de los mejores. -¿Todavía me confundes? ¡No soy un hechicero! -Perdone. No quise decir un brujo.... El mago estalló en ira: -¿Crees que he dedicado mi vida al estudio y servicio del Altísimo sólo para intentar doblegar a la Naturaleza a mi antojo? ¿Piensas que he acumulado en esta cueva toda la ciencia que puedas encontrar desde los lejanos egipcios hasta nuestros sabios sólo por tener la secreta intención de parecerme a Dios? - Yo no he dicho eso..... - Por mis días que lo haces con la inconsciencia de tus palabras. - Maestro.... - Así es como actúa un hechicero -puntualizó el mago-. ¿O por qué crees que los débiles de alma acuden a ellos para pedirles ayuda? Los brujos sólo venden la ilusión de dominar a su antojo las fuerzas de la Naturaleza. - Usted lo hace también- se atrevió el aprendiz.
- Yo establezco alianza con ellas y actúo según su curso, no para influir sobre nadie, sino para ayudar. ¿O es que acaso me has visto actuar sobre la voluntad de un ser para torcer su camino? - Jamás, señor. Entonces el mago le habló al discípulo del libre albedrío. Le enseño cómo nadie puede alterar el ritmo de vida de otros con hechizos o abluciones, pues la Ley Divina da a cada quién derecho de decisión, de permitir que en su vida ocurran o no determinados acontecimientos. - No hay hechizo que pueda influir en ti si tú no lo permites. Ésa es tu mejor arma contra la mentira que venden los hechiceros que juegan con la ilusión de hacerte creer que son dioses, un poder separado del Creador. Fuera de Él, no hay nada...... -¿Y las fuerzas del Averno? -¿Crees que el demonio puede ser más poderoso que su Creador? ¿Qué otra cosa puede ser el siervo caído sino la prueba a la que te enfrentas para probar tu virtud?
Maestro y discípulo conversaron largamente hasta que este último terminó de comprender el sentido del libre albedrío. - Entonces, si puedo decidir sobre lo que quiero vivir o no en mi vida, ¿por qué tengo que enfrentar dolor o dificultades que sobrevienen sin que yo las desee? - ¿Qué pasaría si en vez de llamarlas «dolor», «dificultades», comienzas a llamarlas «lecciones por aprender» ? Hazlo y verás que tu aprendizaje será grande y tu confusión menor. - Pero ¿si hay......«lecciones» que no quisiera vivir aún? ¿Qué puedo hacer con ellas, maestro? El Mago miró a su aprendiz y posó una mano sobre su hombro. -¿Podrías leer los grandes libros si antes no aprendes a leer? Eso es crecer, muchacho. Aprender, abrir tu espíritu a la experiencia del conocimiento, tener la sabiduría para ponerlo en práctica, no por el orgullo de decirte sabio, sino con el deseo de servir. La inteligencia es como el agua: si la dejas presa en el estanque sólo para calmar tu sed, terminará por enfermarte; y cuando busques a tu alrededor descubrirás que todos se han ido, buscando otro manantial, otro río que corra libre, otras tierras donde crezca abundante el pasto: pues las tuyas, las que privaste de la gran riqueza, estarán secas......muertas.
Cuando el mago regresó a la cueva, encontró al aprendiz apesadumbrado. - Es tan difícil actuar como se piensa, hacer lo que se dice...-dijo el aprendiz cuando el mago lo inquirió-. No logro doblegar mi ira, cuando alguien me ofende, maestro; ni mi lengua cuando alguien me incita. Las palabras ruedan por mi boca sin prudencia, en el carro de la vanidad o el orgullo. A veces, en el mercado del pueblo, hilan cuentos sobre usted que nada tienen que envidiar a chismes de lavanderas.... El mago rió. - Es cierto, maestro. Lo peor es que sé que no debo responderles, pero lo hago; mi boca parece una incontrolada cascada de palabras, y cuando logro detenerme..... - Te castigas severamente haciéndote sentir mal.....- completó el mago de la luz. El aprendiz iba a esbozar una idea pero el mago no se lo permitió. - Eres muy severo contigo mismo, muchacho. - Tengo que exigirme. - Con el gobierno de la mente, no con el de la razón. - ¿Y no es lo mismo, maestro? - La razón es como un doncella vieja, justifica todos los errores con mil artilugios que suenan a bondad. En cambio, la mente es el viejo sabio que no se deja engañar ni por llantos de comadres, ni por excusas de sabios de mesón. Con la mente, podrás alcanzar horizontes, más allá de este plano, muchacho. - ¿Más allá? Dios......En estos momentos así me siento tan humano. - Eres humano..... - Tan pegado a la tierra, quiero decir-continuó el aprendiz-. Si tan sólo tuviera alas...... - Las posees. Sólo tienes que aprender a desplegarlas. Mente muchacho. Sabiduría de la vida. Inteligencia conectada a Inteligencia en este Gran Libro llamado Universo. El Mago tomó el aprendiz por los hombros y continuó hablándole con fuerza: - Abre los ojos. Aparta de ti la autocompasión. Mira la cima dispuesto a volar, sabiendo que lo harás.... Y ante el aprendiz el mago hizo aparecer el arcano del ahorcado. - Mal augurio.....- dijo el aprendiz.
- O Elevación - dijo el mago, volteando la carta -. Tú decides. Cabeza abajo y te entierras en la Nada, o cabeza arriba y asciendes, ligado a la tierra, pero llevando a cabo tu misión, con la mirada de la existencia hacia arriba, siempre hacia arriba.... Días más tarde, otro arcano se desveló para el aprendiz. Conoció al anciano de la lámpara, el que camina más allá de los designios, apoyado en el bastón de doce partes. El hombre entregado al silencio y a la soledad que acaricia suavemente las finas hojas del libro infinito. - Elevación - susurró el aprendiz. - Equilibrio - señaló el mago. - ¿ Cómo se adquiere, señor ? - Cuando estás en paz. Seguro en la continuidad de tu evolución. Equilibrio, muchacho. Vértice entre la emoción y la razón. Punta de la espada violeta con la que el caballero sabio ejerce la disciplina y la benevolencia. - Hábleme más del equilibrio, maestro. - Muy bien. Escucha.... Y el mago se sumergió en el mayor de sus silencios. Johnny Gavlovsky
las tres preguntas Érase una vez un emperador. Éste decidió que si podía hallar la respuesta a ciertas preguntas siempre sabría lo que tendría que hacer, cualquiera que fuera el caso. Éstas eran las tres preguntas:
¿Cuál es el mejor momento para hacer las cosas? ¿Quiénes son las personas más importantes? ¿Qué es lo más importante? El emperador ofreció una sustanciosa recompensa a quien supiera las respuestas a las tres preguntas. Muchos fueron los que las contestaron, pero ninguno de ellos lo hizo a satisfacción del emperador.
Finalmente, éste decidió subir a la cumbre de una montaña para visitar a un anciano ermitaño, pensando que quizás éste conocería las respuestas adecuadas. . Cuando el emperador llegó hasta él le formuló las tres preguntas. El ermitaño, que se encontraba en aquel momento cavando en su jardín, le escuchó atentamente, pero no dijo nada y continuó con su tarea.
El emperador miró al anciano y se fijó en que éste parecía muy fatigado.
-Dame la azada y yo cavaré mientras tu reposas, -le dijo.
Y así, el ermitaño descansó mientras el emperador trabajaba. Después de varias horas, el emperador se sintió muy cansado. Dejó la azada en el suelo y dijo:
-Si no puedes contestar a mis preguntas, no pasa nada. Simplemente dímelo y me marcharé.
-¿Oís correr a alguien?, -le preguntó de repente el ermitaño al emperador, a la vez que señalaba con el dedo hacia la espesura.
En efecto, de entre los arbustos salió un hombre dando tumbos y apretándose el estómago con las manos. Cuando el emperador y el ermitaño llegaron hasta él, se desmayó. Le desabrocharon la camisa y vieron que el hombre había sufrido un corte muy profundo. El emperador le limpió la herida y se la vendó con su propia camisa.
Al recuperar la conciencia, el hombre pidió agua. El emperador corrió a buscarla a un riachuelo cercano y le dio un poco. El hombre la bebió agradecido y a continuación cayó dormido. Entre los dos transportaron al hombre hasta la cabaña del ermitaño y le tumbaron sobre la cama de éste. El emperador, que también estaba exhausto, se quedó dormido.
A la mañana siguiente cuando el emperador se despertó se encontró ante sí al hombre herido con la vista clavada en él.
-Perdonadme -murmuró el hombre.
¿Perdonarte?, -dijo el emperador incorporándose, ya totalmente despierto.
-¿Qué has hecho para necesitar mi perdón?
-Vos no me conocéis majestad, pero hasta ahora os consideraba mi peor enemigo. Durante la última guerra matasteis a mi hermano y os apropiasteis de mis tierras.
El hombre siguió hablando y explicó que, escondido entre los arbustos, esperaba a que el emperador bajara de la montaña para atacarle, pero entonces uno de los guardias del emperador que esperaba a éste le reconoció como un enemigo y le hirió.
-Conseguí huir, pero si vos no me hubieseis encontrado y ayudado como lo hicisteis, con toda certeza ahora estaría muerto. Yo que planeaba mataros, ¡y resulta que me habéis salvado la vida! Me siento avergonzado y agradecido.
El emperador se alegró de conocer la historia de aquel hombre y le devolvió sus tierras. Después de que el hombre se marchase, el emperador miró al ermitaño y dijo:
-Ahora debo irme, tengo que viajar hasta donde haga falta para encontrar la respuesta a mis preguntas.
El ermitaño se echó a reír y respondió:
-Vuestras preguntas ya están contestadas, majestad.