EL ROMPECABEZAS DE DOÑA EUFEMIA
Solamente cuando murió, supe que la madre del cura se llamaba Doña Eufemia, y la primera vez que la vi fue en su lecho de muerte cuando, con otros chiquilines, fui para curiosear y ver cómo era, puesto que no salía nunca de la casa parroquial donde vivía con su hijo. Eso de ir a ver los muertos, era un acontecimiento lleno de audacia y de miedo excitante. Antes de ir, nos sentíamos alegres y seguros pero en el momento de entrar nadie quería ser el primero: un poco por miedo al muerto y un poco mas por miedo a los vivos que casi siempre nos echaban a patadas porque nos portábamos mal. Sin embargo, aquella vez todo salió bien, sin risitas irrefrenables y nerviosas, pues nuestra atención fue atrapada por algo inesperado: la presencia de Don Prospero, el barbero, con su cámara de fotos del tiempo de Daguerre. Don Prospero siempre estaba presente en casa de un muerto, porque lo llamaban para afeitar al difunto, pero en este caso estaba en calidad de fotógrafo. En efecto, además del salón de barbero, él tenía digamos un estudio fotográfico en el depósito de las escobas, donde apartaba los pelos cortados, las toallas y los trapos de piso. El cura naturalmente lo había llamado, no para que afeitase a su madre (que sin embargo lo habría necesitado), sino para que la fotografiara. Pero, cuando Don Prospero sacó la foto, el cura dijo que tenía que repetirla pues la madre había salido con los ojos cerrados. _Discúlpeme- replicó Don Prospero- pero si la pobre señora está muerta, es normal que tenga los ojos cerrados. - ¡Y yo la quiero con los ojos abiertos! -insistió el cura. Yo no deseo la foto de una persona muerta sino de una persona viva. - ¿Y cómo hago para que parezca viva si está muerta y requetemuerta? - ¡Problema suyo! El fotógrafo es Usted. Algún secreto tendrá. - ¿Ah sí? Hablar es fácil, pero aquí no hay secretos. Doña Eufemia cerró los ojos para siempre y acaso solo el Padre Eterno se los podría hacer abrir otra vez. De todos modos, yo no tengo confianza con Él, por eso, ya que es su jefe, ruéguele Usted y tal vez le hará el milagro. -Sera mi jefe, como dice Usted, pero no es fotógrafo, si fuese así lo llamaría a Él y no a Usted. Piense un poco, busque una solución. Yo, entretanto, voy a pedir que le ofrezcan un cafecito recién preparado por la muchacha. La idea del café le pareció muy apropiada a Don Prospero, pues se sentía desmayar por el calor veraniego y el aire pesado que se respiraba en el cuarto cerrado, lleno de gente. Cuando el cura volvió de la cocina con el café, le pregunto si se le h abía ocurrido alguna idea y él contestó que todavía no, pero que estaba muy cerca y que, antes de terminar el café tendría la solución adecuada. Pero no solo no tenía ninguna solución, sino que no sabía ni por dónde empezar a buscarla. Sin embargo, un poco por el efecto de la cafeína, un poco porque resolver el problema era cuestión de vida o muerte por asfixia, Don Prospero, al final, saco una idea de su cerebro. "Eureka!" -Exclamo como un novel Arquímedes - ¡Encontré ¡Encontré lo que buscaba! Si ponemos unos rollitos rollitos de papel para
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tener abiertos los parpados, Dona Eufemia parecerá parecerá más viva que muerta" La idea era bastante pedestre pero funcionó, si bien cuando Don Prospero reveló la foto, Dona Eufemia apareció con una mirada inexpresiva de borracha. El cura, sin embargo, se demostró muy satisfecho con el resultado, pues le recordaba la expresión que tomaba su madre cuando se achispaba. Ebria, sin duda alguna, ¡pero viva! Y eso era suficiente para él. Luego quiso tres copias agrandadas de la foto: foto: una para colgarla encima de su cama, en un marco de forma oval, y las otras dos por si acaso las la s necesitara por algún motivo. Cuando después de unos años el cura murió, un sobrino suyo, el único pariente que se presentó al funeral, sacó del marco la foto de Doña Eufemia y la puso en el ataúd de su tío:"Así estarán juntos un poco más" dijo con el tono pesado de quien cumple un acto muy solemne. Después abrió el maletín m aletín que había traído consigo y extrajo una foto de su madre. En el lecho de muerte, por supuesto... La bendijo, la metió en el marco y la colgó en la pared. "Seré el nuevo párroco por lo menos por un tiempo- dijo casi justificándose- y no quiero cambiar las costumbres de la casa" Pasaron unos días, pero algo cambió. Mirando e l retrato de su madre para pedirle la bendición cotidiana, se enteró de que en lugar de la madre estaba otra vez Doña Eufemia. "¡Es la venganza de la tía abuela!", pensó atemorizado y creyendo que su espíritu andaba por la casa, se marchó sin advertir a nadie, con el primer tren que encontró, sin ni saber hacia dónde iba. Fue solamente entonces que la vieja criada sacó de un cajón la ultima foto de Doña Eufemia: "Ya que ayer puse la otra en el marco, esta me la guardo para espantar al próximo cura!", dijo con una sonrisa de satisfacción. Pero no tuvo tiempo para espantar a quienquiera: murió inesperadamente a los pocos días, con el retrato de la antigua dueña bajo la almohada. Y para hacerle algo grato, los hombres de la funeraria se lo pusieron el ataúd junto con el otro enmarcado, ya que nadie sabía dónde ponerlo. A este punto, muerta muerta Doña Eufemia y sepultados todos sus retratos, no quedaba quedaba ningún rastro de ella en la casa parroquial. Sin embargo, cuando llego el nuevo cura, ella estaba otra vez allí. ¡Viva! El pobre que la conocía, viéndola, se desmayo y le subió una fiebre violenta. Sin pensarlo dos veces se marcho corriendo como liebre y no se supo nada más de él. Eso pasó muchos años atrás pero en el pueblo todavía se habla de la inesperada llegada de la melliza de Doña Eufemia y de sus consecuencias. Pero cada vez alguien le agrega algo de su fantasía. Es la suerte de las historias que, que, por su singularidad, se vuelven leyendas.
LA ÚLTIMA COMILONA
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llevaban el consuelo, ya que su principal función era la de mantener viva la conversación. Se hablaba de muchas cosa, menos del hecho luctuoso: chismes y cuentos del vecindario para aflojar la tensión y hacer más fácil el regreso a la vida de todos los días. La función social del consuelo se notaba notaba además en la usanza de poner en la mesa el cubierto para el difunto, difunto, lugar que se daba, por costumbre, costumbre, al más pobre de la aldea. Pero cuando el el duelo entro en mi casa, no se pudo encontrar a nadie tan pobre como para aceptar el puesto de un muerto para sobrevivir. Así, aquel lugar lo tomé yo con todo derecho durante tres tres días de duelo estricto. Me atiborré de manjares exquisitos rociados con vinos excelentes. Comí en cantidades y tan bien como no lo había hecho siquiera cuando estaba vivo y en plena juventud. NOCHE DE LUNA MENGUANTE
Era la que se dice una "señora de la noche" pero, en realidad, era una señora de todas las horas. Su verdadero nombre era Rosetta, el nombre de batalla era A Camarda" que, en el lenguaje de los bohemios, quiere decir asna vieja . Y ella era justo una "camarda" de aquellas a las cuales los gitanos, mercantes de burros muy maltrechos, lustraban el pelaje con aceite, limaban los dientes de un color amarillento por la edad e infligían furtivas pinchaduras de alfiler, para que mostrasen algún bramido de un juvenil ardor que no existía mas. Rosetta también hacia grandes esfuerzos para mostrarse joven y atractiva cuando veía acercarse a algún transeúnte que bien podía ser otro cliente. Pero, apenas éste se esfumaba después de haberle echado una mirada con una mueca irónica y piadosa, se aflojaba muy decepcionada sobre un murete al borde de la calle, en un sitio nombrado " Mujer muerta". Este lugar, elegido para atrapar algún automovilista poco exigente, era más bien periférico. Para llegar hasta allí, les pedía el favor a los camioneros que transitaban acostumbradamente por la zona y de los cuales se había hecho buena amiga. Ellos a menudo también le ofrecían un trago de grapa o de coñac, tomado directamente de la botella, porque era sim pática con su manera de hablar fuerte f uerte y sus carcajadas sonoras que daban alegría. Pero alegre no era. Tal es así que su mote lo decía todo sobre su manera de pensar: pensar: "La vida no te deja en paz un solo momento: hoy en el traste a ti, y mañana nuevamente" “
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Una noche fue atropellada por un auto y el accidente le costó una pierna. A este punto, su carrera parecía acabada para siempre, pero ell a no quiso rendirse ni un instante. Se puso una pierna de madera y siguió caminando los pocos metros en su reino de "luciérnaga errabunda". Además, como no hay mal que por bien no venga, la curiosidad por estar con la mujer de la pierna postiza, hizo acudir a muchos clientes y ella tuvo que trabajar doble turno.
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desgraciadamente, nadie oyó su voz. Al final, se vio obligada a alcanzar la carretera andando a gatas y, apenas llegó al acostumbrado murete, volvió a su trabajo, mostrando el muñón como novedad de la temporada. Pero el trozo de pierna, así siniestramente iluminado por la llama fumosa y maloliente de una cubierta de camión, causo una sensación de repugnancia en todos los clientes, menos uno. Este, además, con gran sorpresa de ella, le trajo otra pierna de regalo, a condición de que se la quitara cuando llegara él. La idea era muy rara pero no era nueva: se remontaba a la noche de luna menguante, cuando él le tiro la pierna al mar. ¡HIJO DE CURA!
Don Vincenzo, el párroco de un pueblo cercano al mío, era un célebre cazador, un gran jugador de naipes en la hostería y un notorio seductor de campesinas. Una vez, el sacristán lo encontró en el campanario con una mujer en "ciertos asuntos ocupado", pero él no se alteró. - ¿Qué estás haciendo aquí arriba?- pregunto Don Vincenzo con tono seco, como si hubiera sido él quien sorprendiera al sacristán. - He venido a cargar el reloj- contesto el otro amilanado. -Y vete, que yo tengo que cargar el despertador- le digo él con gran tranquilidad. Sin embargo, Don Vincenzo no siempre se conformaba con aquellas mujerzuelas del pueblo. Decía que olían a rancio y tenía mucha razón. Por eso, no perdía oportunidad de hacerse una escapada a la casa de una conocida "madama", en la calle de los comerciantes de Salerno, adonde iba abiertamente, vestido de cura y, a veces, en compañía de paisanos como reclutas en libre salida dominical. Además de la bien merecida fama fama de celebre mujeriego, tenia también aquella de pésimo pagador de deudas, lo cual, para algunos era mucho más grave. En mis tiempos de estudiante de la escuela de arte, me llamó para que restaurase las estatuas de la iglesia que estaban en muy malas condiciones. Unos amigos míos que lo conocían mucho más que yo, me avisaron del peligro que corría, pero no les creí. Y al final Don Vincenzo, en efecto, no me pagó. Además se guardó hasta el dinero que, a través de él, me había mandado una mujer a quien le había restaurado una pequeña escultura en madera del Niño Jesús del '700. Cuando yo reclamaba el dinero, me decía: - ¡Pero en qué estás pensando! Piensa en la salud que es la cosa más importante. Anda, vayamos a tomar un café, que te invito yo-. Y la cosa quedaba allí, por el momento. Cuando lo volvía a encontrar y me acercaba decidido a no dejarlo escapar, él se enteraba de mis intenciones y sin darme el tiempo de abrir la boca, me saludaba de lejos con la mano, diciendo en alta voz: -Uhé! Como estas? Te veo bien, me alegro.
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iglesia que te confieso antes de la misa. - ¿Con que ahora el materialista m aterialista soy yo?- rebatía exasperado por la im potencia. -Por supuesto- insistía él desvergonzadamente- ¿Quién es el que pide plata cada vez que nos encontramos? Yo no, por cierto. ¿Entonces? No es bueno estar tan apegado al dinero, hijo mío. Piensa en vivir y no hablemos más de esas cosas. - Eh, no! Al contrario. contrario. Hablemos Don Vince, yo el dinero lo quiero. Usted tiene que dármelo. - ¿Pero cuánto tiempo quieres estar aun sobre la tierra? ¿No sabes que la vida es breve y que morir se debe? ¿No es mejor vivir como amigos que como enemigos? ¿Por qué te quieres enemistar justo conmigo? conmigo? Sigue siendo el buen muchacho que siempre fuiste y, por favor, no me hables m ás de dinero pues se me destroza el corazón al oírte hablar aun de esa manera. Don Vincenzo era un hueso duro de roer, con una cara de bronce y una dialéctica de sofista contra la cual no quedaba otra que ponerle las manos encima y cepillarlo. Pero tampoco esa solución era simple de llevar a cabo, porque era un hombre enorme, alto y m acizo, más apto para hacer el descargador de barcos que el cura. Así Así que, al final, para no estar perdiendo siempre, me rendí y no le pedí nada más. Luego, con el pasar del tiempo, el enojo se me fue aliviando y, cuando nos encontrábamos, se hablaba de todo menos que de aquel dinero, Con eso no quiero decir que lo haya perdonado por todo lo que me hizo, porque si pudiera le torcería el cuello hasta ahora que está en el mas allá. Pero él tenía un sentido del humor inteligente, era un gran conversador y tenía siempre alguna anécdota simpática para contar. Por eso, ¡maldito sea!, no era fácil sustraerse al halago de su personalidad de simpático bribón; tan es así que en la iglesia tenía más fieles que aquel santo hombre que lo reemplazó después de su muerte. Cierto que no fue un gran cura, eso está claro. Pero, que "hijo de cura" Don Vincenzo! COSAS DE LOCOS
Estimado Don Eleuterio, lo que me pasa a mi son cosas de locos! Desde hace tiempo vivo en el ático de un viejo palacio de la época borbónica con un pequeño balcón ocupado casi por completo por macetas de perejil, albahaca, apio y claveles. A consecuencia de mi edad caduca, me muevo con dificultad y no bajo más las escaleras. Por eso, no pudiendo ir más a la calle, mis únicas salidas las hago cuando me asomo al balcón para tomar un poco de aire y de sol. Una señora mayor me trae de comer cada día y, de vez en cuando, limpia un poco acá y allá.... No me habla nunca, borbotea solamente algo con sigo misma y luego se va. Por lo tanto, se comprende muy bien como a mi me falta cualquier tipo de diversión. La mayor parte del tiempo la transcurro durmiendo y mirando por el balcón las aves que vuelan o la gente que pasa por la calle. La voces de los transeúntes las conozco todas, porque son personas del vecindario y, por eso,
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perdiz o, tal vez, de una zorra. La semana pasada, mientras estaba escuchando esos sonidos que se acercaban a mi velozmente, por poco no fui atropellado por un grueso ratón que le gritaba de todo a otro que corría como el viento. Me quedé aterrado. La cabeza me daba vueltas y las ideas se me revolvían violentamente en el cerebro como si estuviesen batidas en un molinillo. ¿Así que eran voces de ratas aquellas que yo acababa de oír? ¡Y había hasta comprendido el sentido de esas palabras! ¡Entonces está loco, de atar! ¡Pero yo no soy loco, se lo puedo jurar! Sin embargo hay un hecho irrefutable o sea que yo he escuchado a las ratas que hablaban y hasta he entendido los insultos, las amenazas y la injurias que se decían. ¿Cómo pudo haber pasado todo eso? ¿Era verdad o me había parecido? ¿Y por qué había sucedido algo tan raro? Pensé que, tal vez, el calor agobiante que hay aquí arriba en este verano tan tan tórrido, podía haber sido la causa de todo y, al final, me pareció una explicación razonable. Mi convicción se reforzó aun más cuando esas voces desaparecieron de un día para otro.... ¡Hasta la noche pasada! "¡Libérame, te lo ruego! ¡Déjame salir de aquí!" La voz era muy clara y cercana. Me acerqué a la ratonera que la señora había puesto ahí y vi que dentro estaba atrapada una rata. "¿Quién fue que puso esta trampa infernal?"- me preguntó apenas me vio. "Yo no. Ha sido la señora que quiere acabar acabar con todas las ratas del mundo", contesté yo sin darme cuenta de lo que estaba haciendo. Solamente el sonido de mi voz me hizo tomar contacto con la realidad, echándome en el desconsuelo más desesperado. ¿Entonces había dialogado de verdad con un ratón? ¿Pero qué demonio estaba pasando? Me sentía mareado. Me quedé en a yunas: nada entendía y nada quería entender. Me di por vencido, sobre todo porque, tal vez por miedo a las ratoneras o a los cebos envenenados que la señora había puesto por todos lados, los ratones desaparecieron y mis alucinaciones también. ¿Pero se trataba de alucinaciones de verdad? ¿Qué piensa Usted, Excelentísimo Don Eleuterio? ¿Y cómo se explica que, además de hablar con las ratas, estoy convencido de ser un hombre, si soy solamente un perrito pequinés? Contésteme por favor a vuelta de correo, porque faltan todavía muchas cosas que contarle. Disimule mis molestia y...hasta y...hasta la próxima Febo de Caneis Respuesta Buh...buh....ribubu...bu Buh...buh....ribubu. ..bu ( que traducido significa: ¡NO! Por favor basta de cartas, olvídese de mí. Aquí se necesita un médico, pero un médico de locos y también de la mano de Dios. O, mejor, ¡de toda la SS. Trinidad!)
PATANIELLO SIN AMOR
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Entretanto, Pataniello, dulce figura en lista de espera, esta allí con la expectativa de nacer y vivir en aquel mundo del imposible llamado Napoli. Su nombre no es otra cosa que una expresión afectuosa que pone en manifiesto su índole de joven cándido y sencillo sin oficio ni beneficio, aunque idealmente esté dispuesto a hacer cualquier cosa: lo cual, en concreto, quiere decir que no sabe hacer nada y que nunca hará algo en la vida. Ama a un a linda vecina que vive frente a su casa, pero pero nunca tuvo el coraje de hablarle. Siendo tímido, vive una pasión de fantasía y sueña con charlar un poco con ella, haciendo el papel de los dos, o sea que él le habla y él mismo se contesta poniendo en la boca de ella las frases más lindas que le gustaría escuchar. Es un amor bastante cretino pero a él lo embelesa y lo exalta. Como cualquier enamorado romántico, escribe a su amada poesías que ella nunca leerá. Son breves y concisas como un epitafio: " Voy, te veo y regreso: me basta" El personaje, en su esencia, ya está listo. Personalidad, carácter, oficio, ideales, proyectos: nada de eso! Pero, por el resto está absolutamente en regla.... Lo que lo caracteriza es la falta de todo, incluyendo una historia en la cual ponerlo. Sin embargo, eso es solamente un detalle, porque si no tengo ideas tengo dudas de sobra. Y eso ya es suficiente para escribir un guión. ¿Llegará Pataniello a declarar declarar su amor a la inspiradora de sus poéticos epitafios? No lo sé. Tendrá la osadía de ir más allá de una simple mirada furtiva hacia la ventana de su amada? Eso tampoco lo sé. El problema con este personaje así indeciso, es que me transmite toda su indecisión y, al final, me complica la tarea. De todos modos, fuera de eso, la h istoria (que prácticamente no existe) ya está madura para el cierre, pues no sé qué más decir y lo único que puedo hacer es ponerle un final. ¿Pero de qué tipo? Lo más adecuado podría ser uno de fábula antigua con un feliz desenlace; pero eso sería una condena a muerte para el protagonista, momificado en su eterna y aburrida felicidad. Al mismo tiempo, tampoco puedo buscar una solución dramática o trágica: trágica: el personaje no tendría la textura para soportarla. ¿Entonces? Entonces dej o el