COSMOVISIÓN BÍBLICA Y ECOLOGÍA Algunas Reflexiones Iniciales
Charla ministrada en la Iglesia Presbiteriana de Concepción, el 21 de abril de 2007, dentro del contexto de la serie de charlas y estudios titulada “La Silla de los Esclarecedores”
Rev. Jonathan Muñoz Vásquez
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ÍNDICE I. DEFINICIONES NECESARIAS
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II. COSMOVISIÓN BÍBLICA
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CREACIÓN: CAÍDA: REDENCIÓN:
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III. HACIA UNA ECOLOGÍA BÍBLICA
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CONCLUSIÓN
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COSMOVISIÓN BÍBLICA Y ECOLOGÍA: Algunas Reflexiones Iniciales
Rev. Jonathan Muñoz Vásquez 1
I. Definiciones Necesarias Ecología: viene del griego oi;koj (casa, habitación) y lo,goj (en este caso: estudio, comprensión). La idea es que el planeta es nuestra casa, nuestro hábitat, por lo tanto debemos estudiar y conocer a fondo cómo cuidar y mantener esta nuestra casa: la Tierra. Cosmovisión: es la traducción de una palabra usada primeramente en el alemán, la palabra weltanschauung, (welt = mundo, anschauung = visión) la cual significa la forma como vemos la vida y el mundo desde un determinado punto de vista. En el castellano, por lo tanto, se forjó la palabra cosmovisión. Bíblica: puede parecer que está demás definir este adjetivo, sin embargo es importante que no caigamos en confusiones acerca de cómo estamos utilizando esta palabra. Utilizamos aquí la palabra “bíblico” no en el sentido de que definiremos todo a partir de versículos o textos bíblicos con prescripciones explícitas y específicas sobre los asuntos a tratar (aunque a veces pueda ocurrir así), sino que pretendemos ir más allá: a partir de principios generales establecidos en la Escritura, definir un marco dentro del cual podemos entender nuestra forma de ver el mundo y de actuar en el.
II. Cosmovisión Bíblica Un primer paso que debemos dar, una vez que hemos aclarado las definiciones, es explicar qué es la cosmovisión bíblica y cómo se caracteriza. Hablar de cosmovisión bíblica implica en sí una presuposición que debemos dejar clara y es que la Biblia nos presenta más que un plan de salvación para el alma y que el cristianismo es más que una confesión religiosa y/o un código ético de conducta. No estamos negando el hecho de que sea todo eso, sin embargo, afirmamos que va más allá de todo eso. La Biblia, como la auto-revelación de Dios y de Su voluntad para que cumplamos nuestro fin principal, que es glorificarle 2 , ciertamente abarca todas las áreas de nuestra existencia. No hay aspecto del ser humano o de su quehacer que no deba ser regido por la revelación de Dios en la Escritura. Sabemos que, ya sea a modo de prescripciones explícitas, o a través de principios generales que se deducen de ellas, la Escritura, directa o indirectamente, nos provee marcos para que podamos desarrollar nuestra forma
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Pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana de Chillán y profesor de las materias de Historia de la Filosofía y Apologética en el Seminario Teológico Iglesia Presbiteriana de Chile. 2 Cf. Preguntas 1 y 2 del Catecismo Menor de Westminster, símbolo oficial de la Iglesia Presbiteriana de Chile.
3 de ver, entender y, por lo tanto, actuar en el mundo 3 . Es por esto que podemos hablar de una “Cosmovisión Bíblica”. Por otro lado, también, no deja de ser verdad que la Biblia no es un libro de epistemología, metafísica, física, biología, sociología ni de ninguna de las disciplinas o ciencias que la humanidad ha desarrollado. Su carácter y su propósito son esencialmente religiosos. Sin entrar en ninguna contradicción podemos decir que la Biblia es un libro religioso, pero precisamente porque la religión es la raíz de la existencia humana 4 – ya que las creencias religiosas determinan nuestras presuposiciones básicas a partir de las cuales desarrollamos el pensamiento en todas las esferas de la vida – la Biblia, como texto religioso, es, sin duda, “cosmovisional”. Por eso afirmamos al inicio que el cristianismo es más que una confesión religiosa, aunque ciertamente se manifiesta en determinados momentos de esa manera. De la misma forma, la Biblia es más que un libro que presenta un plan de salvación para el alma; ella, en realidad, nos presenta un plan de salvación para toda la humanidad y el orden creado. Pues bien, ¿qué caracteriza a la cosmovisión bíblica? De alguna manera ya hemos mencionado algo de sus características, ya que están como supuestos en lo dicho anteriormente, sin embargo, la mejor manera para que quede clara la cosmovisión bíblica es presentando una fórmula simple, pero profunda, que la resume: CREACIÓN, CAÍDA y REDENCIÓN.
Creación: La Biblia nos presenta una clara respuesta a la pregunta “¿de dónde venimos?”. Sabemos que la pregunta acerca del origen de algo es una forma de preguntar acerca del ser de ese algo. Es claro que podemos, por lo tanto, afirmar con Heidegger que “origen significa aquello de donde una cosa procede y por cuyo medio es lo que es y como es. Lo que es algo, cómo es, lo llamamos su esencia. El origen de algo es la fuente de su esencia” 5 . La Biblia afirma claramente que el origen de todo lo que existe es Dios, su Creador. Esta simple afirmación bíblica – que confesamos cuando decimos “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra” – es de profundas y tremendas implicancias. El comienzo de la Escritura es una declaración clara, osada y que se coloca de inmediato en antítesis a gran parte de las religiones y filosofías del mundo, tanto de la época de Moisés como de la nuestra: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn 1.1). El primer versículo de la Palabra de Dios ya nos dice al menos tres cosas: (1) que el universo no es materia eterna, pues tiene un principio, (2) que el universo no es una deidad ni un conjunto de deidades, pues un Ser totalmente distinto, que es Dios, lo creó y (3) que este Dios que creó el universo (Elohim) es uno y es el único Dios verdadero. 3
Cf. Confesión de Fe de Westminster (Confesión de Fe de la Iglesia Presbiteriana de Chile), capítulo I, párrafo VI. 4 Al respecto, el gran filósofo calvinista holandés del siglo XX, Herman Dooyeweerd dijo: “La realidad creada exhibe una gran variedad de aspectos o modos de existencia en el orden temporal. Estos aspectos fragmentan la raíz espiritual y religiosa de la creación en una riqueza de colores, tal como la luz se refracta en los matices del arco-iris cuando pasa por un prisma.” (DOOYEWEERD Herman, Las Raíces de la Cultura Occidental, Barcelona, CLIE, 1998.) 5 HEIDEGGER, Martin, Arte y Poesía, 2ª ed. México, Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 31.
4 Para comenzar, creer en la realidad de la creación ya nos aleja y nos coloca en una posición contraria a todas aquellas cosmovisiones que afirman que todo existe por mera casualidad porque una serie de factores, totalmente al azar, formaron el universo como hoy lo conocemos. Para poder declarar esto último es necesario creer en un universo eterno que siempre ha existido y que siempre existirá. Decir, como lo afirma gran parte de los científicos contemporáneos, que “el universo es todo lo que siempre ha existido, existe o existirá” 6 es confesar un artículo de fe ¡No hay evidencias que prueben dicha afirmación ni las puede haber! Tal creencia es conocida como naturalismo. Decir tal cosa es afirmar un supuesto o axioma a partir del cual ver el mundo y comprenderlo. Esto sólo prueba una cosa: que todos necesitamos axiomas – supuestos aceptados a priori – a partir de los cuales desarrollamos nuestro pensamiento. Estos deben servirnos de estructura o “filtro” con el cual entendernos a nosotros mismos, a los demás y al mundo y, a partir de ese entendimiento construido, tomar decisiones y actuar en la vida. De hecho, el creer en la creación es un axioma o supuesto aceptado a priori, sin embargo, después veremos que es la única forma coherente de comprender nuestro mundo y de vivir en él. Otro supuesto o axioma, contrario a la cosmovisión bíblica, es el panteísmo, el cual afirma que el universo es dios y dios es el universo. Junto con el panteísmo podemos clasificar a todas las formas de animismo o, incluso, los politeísmos que atribuyen cualidades divinas a criaturas como el sol, la luna, las estrellas, el mar, etc. La declaración inicial del Génesis es un desmitificador efectivo, pues declara abiertamente que el cielo y la tierra no son sino criaturas, el mismo relato de Génesis 1, nos muestra al sol, a la luna y las estrellas (generalmente considerados dioses en el mundo antiguo) como simples “luminarias” (Gn 1.14-16). Pero, además de ver qué visiones niega la creencia en la creación, debemos ver qué cosas afirma. En primer lugar, afirmar que el universo fue creado por Dios nos permite afirmar que el universo tiene racionalidad, inteligibilidad y que es gobernado por leyes, pues presupone un creador y legislador inteligente. Si el universo es fruto de la mera casualidad y el azar, entonces ¿qué o quién nos asegura que tiene racionalidad alguna? Y si lo que nos parece racional y verdadero del universo no pasa de una mera arbitrariedad creada por nuestra mente o por nuestras convenciones sociales e históricas y lo que realmente sucede es que vivimos en un universo sin ningún sentido, y, por lo tanto, ni nosotros ni nuestros pensamientos tienen sentido, pues no habría parámetro para la racionalidad. Uno de los pocos valientes que se atrevió a pensar en las implicancias de esto fue el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, que en cierta ocasión dijo con su característica fuerza retórica: “En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer (…) ¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas 6
Vd. SAGAN, Carl, Cosmos, New York, Random House, 1980.
5 cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin 7 fuerza sensible” .
Como muy bien lo vio Nietzsche, si hemos de negar la realidad de Dios y de la creación, debemos necesariamente negar la posibilidad de que haya alguna racionalidad en el universo (esa fue, de hecho, su opción personal), incluso en los seres humanos; es más, debemos negar siquiera la posibilidad de que exista la verdad o de que sea posible conocerla. La cosmovisión bíblica, por lo tanto, nos permite una base teórica clara, gracias a su axioma de la creación, a partir de la cual desarrollar la ciencia y descubrir leyes y patrones racionales en el universo. Además, al afirmar la realidad de la creación, estamos también afirmando que es posible y bueno dedicarnos al examen y análisis del orden creado, ya que las maravillas de la naturaleza no son divinidades a las cuales temer y reverenciar, sino criaturas regidas por leyes establecidas y sustentadas por la divina providencia. He aquí, por lo tanto, otro estímulo que la cosmovisión bíblica da al desarrollo de las ciencias. Como lo afirmó el gran científico Johannes Kepler: “La meta principal de todas las investigaciones del mundo externo debe ser descubrir el orden racional y la armonía que Dios impuso” 8 . De esta manera, el cristianismo es, más que cualquier forma de paganismo, un estímulo no sólo al desarrollo científico sino también al adecuado y sabio uso de la naturaleza para beneficio de la humanidad, pues no sólo nos invita a una mera actitud científica contemplativa, sino también al desarrollo tecnológico: “Y los bendijo Dios y les dijo: sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla; señoread sobre los peces del mar, las aves de los cielos y sobre todo animal que se mueve sobre la tierra” (Gn 1.28). Sojuzgar y enseñorearse implica una función real (de reyes) que significa reflejar y ser instrumentos del gobierno y cuidado de Dios sobre la creación. De la manera que Dios sustenta y cuida la creación, así deben hacerlo también el hombre y la mujer. Otro factor importante que debemos considerar al afirmar la cosmovisión bíblica es que esta se opone al deísmo o a cualquier creencia que sustente leyes inquebrantables y eternas. Según el axioma de la creación, Dios es el soberano que instituyó las leyes del universo y tiene plena autoridad para otorgar leyes distintas en distintas ocasiones como lo han descubierto físicos modernos como Albert Einstein o Stephen Hawking. Hay ciertas circunstancias, como los hoyos negros por ejemplo, en las cuales las leyes físicas que conocemos no tienen validez. Dios, como legislador, es el único parámetro absoluto e inquebrantable, mientras que la gravedad, el tiempo o el espacio pueden ser perfectamente adaptados en el momento que Dios lo determine. Esto también implica aceptar que ciertos eventos inexplicables por las leyes que comúnmente manejamos puedan ocurrir. Que un muerto resucite, que un hombre camine sobre el agua o que el sol se detenga no son imposibilidades absolutas sino simples excepciones 7 8
NIETZSCHE, Friedrich, Sobre Verdad y Mentira en Sentido Extra-moral, Madrid, Tecnos, 1990. In: COLSON, Charles & PEARCEY, Nancy, Y ahora… ¿Cómo Viviremos?, Miami, Unilit, 1999, p. 56.
6 posibles para quien cree en un Dios personal y soberano que gobierna el universo con su poder y cuyo decreto es la causa primera de todo lo que acontece 9 . Sin embargo, ni los eventos que ocurren según las leyes conocidas ni los que ocurren fuera de ellas son eventos arbitrarios, pues el universo y todos sus acontecimientos tienen un propósito ya que un Dios sabio y bueno no sólo lo creó en un lejano tiempo pasado, sino que también lo gobierna y sustenta a cada momento ayer, hoy y mañana. Finalmente, el axioma bíblico de la creación incluye el hecho de que existen dos abismos ontológicos 10 intraspasables que no podemos ignorar. Uno es el abismo que separa a Dios de toda su creación – del cual ya hablamos al mostrar cómo el concepto bíblico de creación se opone al panteísmo – y que establece que el Ser de Dios es ontológicamente distinto al de sus criaturas, pues no hay comparación entre el eterno, infinito e inmutable Ser de Dios y el ser temporal, limitado y sujeto a cambios de las criaturas, sean la tierra, los animales, el sol, las estrellas o la humanidad. Pero además de este primer gran abismo, debemos también fijarnos que hay otro abismo entre las criaturas de Dios y es el abismo que hace que el ser humano sea ontológicamente distinto al resto de la creación y que, incluso, es la base para el gobierno del hombre sobre la creación (Gn 1.28). El hombre es imagen y semejanza de Dios (Gn 1.27), o sea, le ha sido dado el aliento mismo del creador (Gn 2.7), lo cual le hace único, pues le hace un “alma viviente”. Que el hombre y la mujer sean “almas vivientes” significa que su esencia es espiritual, siendo en esto radicalmente distintos en su ser a los animales, las plantas y los otros seres creados. Es esta última implicancia del axioma de la creación que hace que la cosmovisión bíblica sea una visión que afirma y reafirma la dignidad humana. El hombre y la mujer no son simplemente organismos vivos más evolucionados. El hombre y la mujer son criaturas especiales, un reflejo especial de la gloria del Creador, ya que, así como Él, son personas – con la capacidad de pensar, sentir y decidir – y, a diferencia del resto de la creación, pueden tener comunión viva y real con su Creador, que es espíritu ya que, al ser ellos mismos seres espirituales, le pueden adorar en espíritu y en verdad (Jn 4.24).
Caída: Sin embargo, la cosmovisión bíblica no simplemente afirma la realidad de que Dios creó todas las cosas “buenas en gran manera” (Gn 1.31) y que las sustenta día a día (Mt 6.26-29). Una pregunta que la humanidad se ha hecho 9
La diferencia entre causas secundarias (leyes naturales, decisiones humanas o eventos específicos) y causa primera (la presciencia y decreto de Dios) ha sido muy bien expuesta en la Confesión de Fe de Westminster como por ejemplo en el capítulo III, párrafo I, donde afirma: “Dios, desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede. Sin embargo, lo hizo de tal manera, que Dios ni es autor del pecado ni hace violencia al libre albedrío de sus criaturas, ni quita la libertad ni contingencia de las causas secundarias sino más bien las establece” (subrayado mío). El capítulo V de la misma confesión es también bastante claro al respecto. 10 Del griego o;ntoj (ontos), que se traduce como “ser”. La ontología es una de las áreas de la filosofía y se preocupa con el estudio del ser y sus categorías. “¿Qué es el ser?” “¿Qué es tener existencia real?” “¿Existe sólo un tipo de ser o varios?” “¿En qué se diferencian los distintos tipos de ser?” son ejemplos de preguntas que la ontología busca contestar.
7 desde los inicios de la civilización y que ha respondido de las más diversas maneras es “¿qué es lo que ha ido mal en el mundo?” Es evidente, para las más diversas culturas, que algo no anda bien en el mundo. Incluso aquellos que afirman que el mal es una ilusión, implican en esta declaración que “algo no anda bien” en ver el mal como algo real y que aquí estaría el problema de la humanidad. Otros afirman que el mal y el bien son fuerzas iguales y opuestas que han existido eternamente, las cuales luchan por el control del mundo e, incluso, que algún día ambas se unirán y serán una, como lo eran al inicio y entonces cesará el conflicto. ¿Cuál es la visión bíblica del mal? La respuesta bíblica se resume en una palabra: caída. Dios creó todo bueno, porque Él es bueno y revela su gloria en la creación, sin embargo hubo un momento histórico en el cual un intruso, un parásito entró al mundo para destruirlo: el mal, el pecado. Cuando el texto de Génesis capítulo 3 nos relata la caída, está proveyéndonos de un marco para interpretar la realidad que reconoce que algo no anda bien en el mundo. El pensador inglés G. K. Chesterton solía afirmar que si hay alguna declaración del cristianismo que sea evidente y clara para toda la humanidad es, sin duda, la de que existe el mal y que el hombre es pecador, sin embargo, es la que más el hombre moderno se ha dedicado a negar, incluso muchos teólogos: “Algunos de los nuevos teólogos discuten el pecado original, que es la única parte de la teología cristiana que puede ser realmente probada. [Ciertos teólogos] en su casi excesiva y fastidiosa espiritualidad, admiten la pureza divina, que no puede ser vista ni siquiera en sueños, pero niegan esencialmente el pecado humano, que puede ser visto a cualquier hora en las calles. [Antiguamente] tanto los mayores santos como los escépticos más radicales tomaban, igualmente, el mal positivo como punto de partida para su argumentación. Si es verdad (como de hecho lo es) que un hombre puede sentir una extraña felicidad al despellejar vivo a un gato, entonces el filósofo religioso puede hacer apenas una de estas dos deducciones: o debe negar la existencia de Dios, como lo hacen los ateos, o debe negar la presente unión entre Dios y ese hombre, como todos los cristianos hacen. Los nuevos teólogos, sin 11 embargo, han encontrado una solución altamente racional: negar al gato” .
El determinismo científico – única alternativa para explicar qué anda mal en el mundo para el naturalismo – indica que si hacemos algo que causa daño a nosotros mismos o a otros es porque hemos sido, de alguna manera, “programados” para eso. Traumas psicológicos, desórdenes neuronales u hormonales, características genéticas, estructuras sociales y culturales, etc. nos han moldeado como a la arcilla. Lo más interesante: al no haber un Creador racional, hemos sido moldeados al azar por estos factores. Otra visión opuesta a la visión bíblica es aquella que dice que el mal no es real. El panteísmo implica necesariamente esto. Si el universo es dios y dios es el universo, entonces todo es exactamente de la manera que debería ser, nada anda mal, nada necesita ser cambiado o transformado. El problema de gran parte de la humanidad consiste, entonces, en que no se conforma con el universo (dios) tal 11
CHESTERTON, Gilbert K. Ortodoxia, Sao Paulo, LTR, 2001, p. 31.
8 cual es y del cual él forma parte, por lo tanto ellos necesitan abrir sus ojos espirituales para comprender que el mal es una ilusión. Estos tipos de racionalización recién expuestos son precisamente lo que niega el axioma bíblico de la caída. Hablar de caída es afirmar que Dios no es moralmente responsable por el mal, ni es al autor del pecado, sino que en un momento histórico determinado el mal entró en escena debido a la libre decisión de los ángeles caídos en primer lugar y, luego, del hombre. Hablar de la caída y del pecado es hablar de la responsabilidad moral de la humanidad, proveyendo esto de base teórica sólida para la práctica de tribunales y juicios, por ejemplo. Sin un violador simplemente violó a una mujer porque estaba determinado por sus hormonas o por el contexto social donde se formó, entonces él no es responsable de tal acto ¿por qué enjuiciarlo? Negar la existencia del mal es, como decía Chesterton, no sólo un absurdo ante las evidencias sino también acarrea consigo un tremendo problema práctico, pues si alguien, por ejemplo, mata a mi hijo ¿debo simplemente aceptar esta situación como algo inevitable en el universo? ¿Qué hombre o mujer podría vivir conforme a un credo que negara la existencia del mal, aún cuando convive con ella día a día? Este es el problema práctico o ético de esta cosmovisión: no es posible vivir conforme a ella, sin caer en grandes contradicciones e incoherencias. El credo cristiano, sin embargo, provee de una base teórica coherente que me permite comprender la existencia de actos malos y juzgarlos como tales. Incluso la misma maldad de muchos cristianos tiene explicación lógica y coherente según el axioma bíblico: la caída y sus efectos devastadores han alcanzado a toda la humanidad. Otra visión errada e incoherente a la cual la visión bíblica de la caída se opone es aquella que cree que el bien y el mal son fuerzas iguales, pero opuestas. Sin embargo, decir que “la serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho” (Gn 3.1) es afirmar la realidad del maligno como una criatura, que se encuentra bajo la soberanía absoluta de un Dios santo, justo y bueno, en quien no hay ninguna maldad. El axioma bíblico de la caída implica decir que sólo el bien tiene existencia positiva, mientras que el mal es en realidad la ausencia del bien y que no tiene existencia por sí mismo. El mal es un parásito. Su esencia es torcer, desviar y disminuir el bien, la santidad y la justicia que Dios imprimió en la creación. La visión de ying-yang no tiene cabida desde la perspectiva bíblica. Así como el frío es ausencia de calor y la oscuridad ausencia de luz, de la misma manera el mal ha afectado de forma real a la creación y está presente en el mundo, sin embargo no es una fuerza igual al bien, pues ni siquiera puede existir por sí mismo. Lo interesante del relato bíblico de la caída es nos muestra de manera clara que los efectos de pecados del hombre han afectado a toda la creación, al orden social, cultural y natural. Textos como los siguientes: “la mujer que me diste por compañera me dio del árbol y yo comí” (Gn 3.12); “Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn 3.17-19), nos
9 muestran que la realidad de la caída ha afectado nuestras relaciones familiares y sociales, así como a la creación, la tierra y las plantas; la obtención de recursos también ha sido afectada. No sólo eso, sino la más terrible de las consecuencias se cierne sobre la humanidad como una cortina oscura: la enfermedad y la muerte. Así vemos que la cosmovisión bíblica no sólo nos lleva a reconocer la existencia del mal, sino que también nos explica sus características y su origen. Aprendemos que el mal no es parte de la condición ontológica del ser humano per se, pues el hombre y la mujer fueron creados “a la imagen y semejanza de Dios” y “buenos en gran manera”. Pero sí nos muestra que, desde el momento histórico de la caída, la humanidad está en pecado en todas sus funciones y partes (de ahí el concepto de “depravación total”), con intenciones, deseos, pensamientos y sentimientos desviados y torcidos de su propósito original y que el hombre y la mujer son plenamente responsables por sus actos malvados, pues estos son “pecados” y no inevitabilidades cósmicas o genéticas. Vemos también que es responsabilidad del hombre, también, la maldición que se ha cernido sobre la tierra y toda la creación, ya que debiendo gobernarla con el justo y amoroso juicio de Dios, muchas veces la maltrata impíamente.
Redención: El tercer elemento de esta cosmovisión bíblica es el axioma de la redención, el cual básicamente nos afirma que la creación y la humanidad no están enredados en un círculo sin fin de desesperación, sino que Dios ha presentado una solución muy concreta y real al pecados y sus consecuencias: producir una nueva creación en Cristo. Si existe un axioma central en la cosmovisión cristiana es precisamente el de la redención, que implica en una serie de marcos de referencia para la interpretación y actuación en el mundo. En el mismo texto conocido como el de la caída, Génesis 3, la redención se hace patente. Desde el momento en el cual Dios, en Gn 3.9 comienza a buscar a la humanidad llamándole “¿dónde estás tú?”. Pero lo central es la promesa de exterminio del mal personificado en la serpiente en Gn 3.15, donde Dios promete que vendrá un descendiente de la mujer que destruirá a la simiente de la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer y entre tu simiente y la simiente de ella, esta te herirá en la cabeza, mas tú la herirás en el calcañar”. Dios, a causa de su promesa, no elimina a la raza humana ni destruye su creación de inmediato sino que, pasando por alto los pecados pasados, dirigió la historia hasta el momento oportuno para manifestar a su Hijo Jesús, el Cristo (cf. Rm 3.25-26). Así como la humanidad se ha preguntado “¿de dónde venimos y quiénes somos?” y “¿qué ha salido mal en el mundo?”, también se pregunta “¿qué se puede hacer para solucionarlo?”. Distintas soluciones han sido dadas, todas de acuerdo al diagnóstico, o sea, dependiendo de cómo se ha contestado la pregunta acerca de qué ha salido mal en el mundo. Al adoptar el axioma de la redención, el cristianismo ya está de plano oponiéndose a una visión de desesperación y de un mundo sin sentido o fatalmente condenado a ser nada. Al concebir el mal como un parásito y a Cristo como aquel que “aplasta la cabeza” de Satanás, del pecado y de la muerte,
10 echando fuera al parásito del orden creado, el cristianismo está anunciando que hay solución al mal, al pecado y a la muerte. Pero no sólo eso: al mirar al hombre como imagen y semejanza de Dios, pero afectado y torcido en todas sus funciones a causa del pecado, y a Cristo como el enviado de Dios para la salvación y el rescate de la humanidad, el cristianismo anuncia la dignidad del ser humano y la necesidad de rescatarlo de sus miserias y no simplemente ejecutar una política de exterminio, sino creer que es posible la rehabilitación del pecador, siempre siguiendo los parámetros de justicia divina revelados en la Escritura. Es verdad que el concepto bíblico de redención tiene una clara dimensión escatológica 12 , pero esto no significa que sólo quede la esperanza para un futuro lejano en el cual el mal será quitado, ya que la escatología bíblica se caracteriza por tener una doble faz: por un lado es escatología futura y por otro lado es escatología ya cumplida y en cumplimiento. Es un “ya” y un “todavía no” al mismo tiempo (cf. Jn 4.23). Este concepto de redención, por lo tanto, implica no solamente, como ya vimos, que es plausible creer en una solución al problema del mundo, sino también que esta solución llegará inevitablemente ya que la historia, dirigida y protagonizada por Dios, se dirige hacia ella. O sea, el axioma bíblico de la redención es antitético al concepto que hay en muchos círculos humanistas (sobre todo en el positivismo de Auguste Comte, en el siglo XIX) que afirman que la humanidad camina hacia un perfeccionamiento infinito – también conocido como progreso – motivado, guiado, controlado y fundamentado en la ciencia y sus capacidades de desarrollo. Al negar el axioma de la caída y del pecado, el humanismo positivista cae en una posición ingenua de que es posible que el hombre camine hacia un progreso infinito a través de la ciencia, pero no tiene base sustentable para hacer dicha afirmación. De hecho, el positivismo está prácticamente muerto como fuerza intelectual, ya que muchos pensadores de inicios del siglo XX demostraron que el positivismo no era sino el fruto de un entusiasmo momentáneo que se vivió en Europa, el cual rápidamente se vino abajo con las guerras mundiales y la bomba atómica. Además del positivismo, que es un ejemplo claro, existen otras formas de esta misma visión humanista de progreso humano, como, por ejemplo, el marxismo, que a pesar de tener una base materialista, tiene una fe (aún no explicada claramente) en que el devenir histórico traerá consigo, a través de la lucha de clases, un estado de cosas cada vez más igualitario y perfecto. Es con justa razón que el marxismo ha sido llamado por Francis Schaeffer de una “herejía cristiana” 13 , ya que manteniendo el axioma cristiano de la redención, ha rechazado los axiomas de la creación y de la caída, lo cual le hace ser inconsistente y, como la historia ya lo ha demostrado, inaplicable en la práctica. El axioma bíblico de la redención, sin embargo, también nos evita de caer en otro extremo que es el de la “semi-desesperanza premilenista”, el cual ha Del griego eskato,n (escatón) que significa “último” o “postrero”. La escatología es el estudio de las últimas cosas, del fin del mundo. Lo escatológico, por lo tanto, es aquello que hace referencia a profecías y promesas de Dios que se han de cumplir cuando comience el fin del mundo. El cristianismo, desde la encarnación del verbo de Dios, afirma que estos últimos tiempos ya han comenzado (cf. Hb 1.1) y que la historia de la humanidad camina “en cuenta regresiva” hacia su consumación. 13 Vd. SCHAEFFER, Francis, Como Viveremos?, Sao Paulo, Cultura Crista, 2003. 12
11 tomado varias formas a lo largo de la historia de la humanidad, muchas de ellas “cristianas” (diríamos más bien seudo-cristianas, ya que incurren en una contradicción esencial). Esta idea, aunque niega la desesperanza absoluta del existencialismo y otras corrientes, reduce la esperanza solamente a un momento en el futuro, cuando el mundo se termine, o a alguna dimensión fuera de este mundo en el cual vivimos. Ellos conciben así la historia debido a que creen que este mundo sólo irá de mal en peor y que no queda nada o casi nada en él que merezca ser llamado de bueno. La única manera de tener esperanza según esta cosmovisión es, por lo tanto, creer en un mundo alternativo cuando el presente orden sea totalmente destruido. La pregunta que debemos hacerle a esta visión es, y entonces ¿cómo debemos vivir nuestra vida? La respuesta de ellos será alguna propuesta de aislamiento. Aislamiento intelectual, económico, tecnológico o incluso geográfico, mientras se espera que este mundo termine o que el presente orden mundial sea eliminado. No todos los monjes medievales adhirieron a esta visión, sin embargo, los llamados “monjes ascetas” son un claro ejemplo de esto. Los montanistas son otro ejemplo de este seudo-cristianismo. Y en el siglo XX esta visión fue tomada por muchos grupos no-cristianos (lo cual es al menos más coherente) como ciertas comunidades ecológicas hippies, sectas “extraterrestres”, etc. El axioma bíblico de la redención nos dice que existe verdadera esperanza porque el problema ha sido correctamente diagnosticado. La raíz y esencia de los males de la humanidad y del orden creado es el pecado. Cristo ha venido para dar solución al problema de raíz, pero su propósito no es una simple y etérea “salvación del alma”, pues aunque comienza por allí, se extiende y va más allá, abarcando todos los aspectos da la existencia. El objetivo de Cristo es “hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21.5), y dentro de ese contexto nosotros somos “nueva creación” (2Co 5.17). Si Dios, el soberano y todopoderoso Creador del universo es quien está restaurando todas las cosas, entonces tenemos base para tener una esperanza real y verdadera no sólo para el futuro, sino también para hoy. Y es en este contexto que vemos que la manifestación del Reino de Dios ya se ha hace presente y patente en la historia humana a través de los ciudadanos del Reino. “El Reino de Dios se ha acercado” (Mt 3.2) y está actuante a través de la presencia del Espíritu Santo en el mundo y en la Iglesia. Cuando afirmamos este axioma bíblico, por lo tanto, estamos necesariamente afirmando que hay una razón y una base concreta para realizar una obra de restauración del orden creado, pues Dios está “edificando la casa” y esto implica que “nuestro trabajo no es en vano” (Sl 127.1-2; 1Co 15.58). Que Dios está directamente involucrado en una obra de restauración de la creación y “reconciliación con el cosmos” (2Co 5.19a), lejos de ser un llamado a aislarnos pasivamente y a esperar para ver lo que Dios va a hacer, es un llamado a la acción en el mundo (2Co 5.18-20) y a dejar toda actitud pasiva, siendo luz en un mundo oscuro y sal en esta tierra que corre el riesgo de pudrirse (Mt 5.13-16).
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III. Hacia una Ecología Bíblica “Y dijo Jehová: Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?” Jonás 4.10-11
Una vez que hemos comprendido que la Escritura nos provee de un marco referencial completo con el cual podemos comprender el mundo y actuar en él, debemos evaluar en qué medida hemos sabido aplicar, como cristianos, esta visión de la vida y del mundo al cuidado de la creación. La base para un debido cuidado de la creación está, en primer lugar, en Dios mismo, su carácter y sus obras. Que Dios no sólo creó sino que también sustenta con amor a su creación es evidente en muchos textos bíblicos, como el siguiente: “Tú eres el que envía las fuentes por los arroyos; Van entre los montes; Dan de beber a todas las bestias del campo; Mitigan su sed los asnos monteses. A sus orillas habitan las aves de los cielos; Cantan entre las ramas. El riega los montes desde sus aposentos; Del fruto de sus obras se sacia la tierra. Él hace producir el heno para las bestias, Y la hierba para el servicio del hombre, Sacando el pan de la tierra, Y el vino que alegra el corazón del hombre, El aceite que hace brillar el rostro, Y el pan que sustenta la vida del hombre. Se llenan de savia los árboles de Jehová, Los cedros del Líbano que él plantó. Allí anidan las aves; En las hayas hace su casa la cigüeña. Los montes altos para las cabras monteses; Las peñas, madrigueras para los conejos. Hizo la luna para los tiempos; El sol conoce su ocaso. Pones las tinieblas, y es la noche; En ella corretean todas las bestias de la selva. Los leoncillos rugen tras la presa, Y para buscar de Dios su comida. Sale el sol, se recogen, Y se echan en sus cuevas. Sale el hombre a su labor, Y a su labranza hasta la tarde. ¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría; La tierra está llena de tus beneficios. He allí el grande y anchuroso mar, En donde se mueven seres innumerables, Seres pequeños y grandes. Allí andan las naves; Allí este leviatán que hiciste para que jugase en él. Todos ellos esperan en ti, Para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; Abres tu mano, se sacian de bien. Escondes tu rostro, se turban; Les quitas el hálito, dejan de ser, Y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, Y renuevas la faz de la tierra. Sea la gloria de Jehová para siempre; Alégrese Jehová en sus obras” (Sl 104.10-31).
De la misma manera, el mismo Cristo, haciendo una probable referencia al salmo 104, puso el cuidado amoroso de Dios sobre la creación como el fundamento para que el ser humano no se afane, cuando dijo: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? ¿Y por el vestido, por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no
13 trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mt 6.26-31, subrayado mío). Sin embargo, el mismo Cristo hace también referencia al hecho de que el ser humano es una creación especial de Dios, puesto que es su imagen y semejanza. Por eso afirma con una pregunta retórica: “¿no valéis vosotros mucho más que ellos?” Toda una cosmovisión basada en el axioma de la creación es lo que sirve de fundamento a esta enseñanza de Cristo sobre la necesidad de no afanarse. El ser humano tiene un valor superior al de las demás criaturas. Sólo con una correcta y equilibrada visión acerca de esto, podremos desarrollar una ecología bíblica. Para poder caminar hacia una ecología bíblica es necesario, en primer lugar, establecer la idea de Pacto y ver cómo el Pacto de la Creación nos provee el marco más consistente para el discurso y el quehacer ecológicos 14 . Dios, en su soberanía libre y absoluta, estableció un Pacto con la creación (Jr 33.20-21), el cual consiste en (1) un cuidado y sustento amoroso de parte de Dios hacia ella y (2) una constante glorificación a Dios, reflejando su poder y carácter, de parte de la creación hacia Dios. En este contexto, Dios puso al hombre y a la mujer para que, siendo uno sólo, gobiernen la creación (Gn 1.28), reflejando el amoroso sustento divino y, al mismo tiempo, utilicen los recursos de la creación (Gn 2.15) para que ellos sean como ofrenda delante de Dios. O sea, este mediador es, al mismo tiempo, el representante de Dios ante la creación y de la creación ante Dios, por eso, él (y sólo él entre las criaturas) es un ser espiritual, pero hecho del polvo de la tierra (Gn 2.7), esto es, sin jamás dejar de ser una criatura. Al rechazar los axiomas de creación, caída y redención y no concebir el cuidado del ser humano sobre la creación dentro de un contexto pactual, gran parte de los movimientos ecológicos naturalistas o panteístas son inconsistentes en la teoría y, por lo mismo, impracticables. A los naturalistas podríamos cuestionarles: “si el universo es producto del azar y, por lo tanto, sin sentido ¿por qué tanta preocupación con el ecosistema?” La presente crisis del clima, por ejemplo, es sólo parte del gran movimiento casual que dirige el universo. Y si la raza humana está destruyendo el planeta, poca importancia tiene, ya que el universo es eterno y dentro de billones de billones de años surgirán otras formas de vida en otro planeta, o, quizás, aquí mismo. Sin embargo, los ecologistas naturalistas insisten en la responsabilidad moral que los seres humanos tenemos en relación al cuidado del planeta. ¿De qué responsabilidad hablan? Responsabilidad implica rendir cuentas… ¿a quién se le rendirá cuentas? Lo máximo que se podría decir es “hagámoslo por nuestros hijos”. Pero ¿y si, precisamente, “el plan de la naturaleza” consiste en eliminar a la raza humana? Aquí es donde la inconsistencia de la ecología naturalista se hace 14
Al respecto, recomiendo el excelente libro de Francis Schaeffer, publicado visionariamente en 1970 bajo el título “Pollution and the Death of Man” (“Contaminación y la Muerte del Hombre”). He consultado la siguiente versión (en portugués): SCHAEFFER, Francis, Poluiçao e a Morte do Homem, Sao Paulo, Cultura Crista, 2003.
14 más patente: en la frase “el plan de la naturaleza”. Cuando, por ejemplo, se nos informa que, debido al calentamiento global hay osos polares que se están muriendo ahogados – un fenómeno del cual no se tiene conocimiento que haya ocurrido antes – porque tienen que nadar más de 100 km. para encontrar hielo firme, podemos preguntar: ¿no se han extinguido tantas especies antes? ¿y qué si una más se extingue? Talvez sea ese precisamente el “plan de la naturaleza”. Al Gore, el ex vice-presidente de EEUU, lanzó en 2006 una película sobre el calentamiento global llamada “An Inconvenient Truth” (“Una Verdad Incómoda”) en la cual afirma que la crisis del clima que hoy enfrentamos es para que nos preocupemos porque nunca antes se habían dado estas alzas de temperatura ni se había registrado un nivel de CO2 tan alto en la atmósfera. Un naturalista consecuente le contestaría “¿y qué?”. Su película presenta datos científicos muy concretos y estudios muy interesantes, sin embargo, a la hora de llamar la atención al por qué esto es importante, él no tiene otra alternativa que apelar a las categorías cristianas de pensamiento, pero utilizando sólo la cáscara de ellas: “somos responsables por el cuidado del planeta”, “el cuidadoso plan de la naturaleza, está siendo alterado por la intervención humana”, son frases que él usa constantemente, pero jamás explica (1) ante quién somos responsables, (2) de dónde salió el plan acerca del cual él habla, ni menos (3) por qué el habla de intervención humana, si el ser humano es un organismo más del planeta como los osos polares o el plancton. Sin duda que los cristianos sí consideramos – o deberíamos considerar – que la crisis climática es seria y que se debe hacer algo al respecto. Sin duda que nos preocupamos cuando el plan que vemos en el ecosistema se desequilibra y especies se extinguen a causa de las contaminaciones. Por supuesto que creemos que el ser humano ha intervenido de manera indebida y abusiva en el ecosistema. Pero ¿por qué pensamos esto? Porque creemos que la naturaleza es, más que naturaleza, es creación, pues Dios la hizo y puso sus sabias leyes en ella y nos encargó, en el Pacto de la Creación, el cuidado de los demás seres creados, por lo cual debemos rendirle cuentas a Él. Finalmente creemos que somos seres distintos al resto de la creación y que, por lo mismo, demostramos la profundidad de nuestro pecado cuando vemos que hemos abusado indebidamente de los recursos que Dios nos encargó que usáramos sabiamente. En otras palabras: el cristianismo provee una base más consistente para el discurso y el quehacer ecológicos que el naturalismo. El ecologismo más místico es el de los panteístas, muy asociado al movimiento hippie de final de los años 60 y al new-age. Esta visión es también en gran medida limitada e inconsistente, pues considera que todo es dios. El ecosistema es dios y, por lo tanto, tiene tanto valor como el ser humano. En esta visión, no es raro que incluso algunos afirmen que sería mejor que el ser humano fuera exterminado de la faz de la tierra, para que la naturaleza (dios) pueda vivir en paz, cayendo en la consideración extraña de que el ser humano es un indeseable dentro del ecosistema. Pero si él mismo es también dios, entonces ¿por qué merece menos vivir que otras criaturas? Sin embargo, estas son las visiones más radicales. Pero la gran mayoría de estas visiones atribuye características espirituales a los demás seres, además del ser humano. Las ballenas, al ser animales misteriosos, gregarios y cazados, son muchas veces
15 consideradas como símbolo de la lucha por el ecosistema y se les atribuye poder sanador y se graban sus sonidos para venderlos como CD’s de músico-terapia. Greenpeace es ejemplo de una organización que tiene claras inclinaciones panteístas en su propaganda, atribuyendo personalidad a árboles, ballenas y ríos. Percibimos que, más que una metáfora, es una verdadera convocatoria a ver el mundo desde un punto de vista pagano, con espíritus de los ríos y de los bosques. El paganismo de Greenpeace y otras organizaciones, sin embargo, no es capaz de proveer un marco consistente para el cuidado del planeta, pues, de manera similar a los naturalistas (pero más burda talvez), le atribuyen una extraña responsabilidad de la extinción de especies y de la polución del aire y de las aguas al ser humano. Pero ¿por qué el ser humano es más responsable que las ballenas? La propuesta ecológica pagana nos invita a volver a la superstición y a temer a las fuerzas de la naturaleza como a dioses de la antigüedad (por ejemplo: “el huracán Katrina es una venganza de la madre-tierra contra el mayor contaminador del mundo: EEUU”) y promueve un discurso que, cuando no es proexterminio-de-la-raza-humana, es impracticable. ¿De qué maneras es impracticable? Una de ellas es cuando habla acerca de los “derechos de los animales”. “Derechos” implica responsabilidad moral y esto implica necesariamente en “deberes”. ¿Cuáles son los “deberes de los animales”? ¿Quién les hará rendir cuentas y cómo rendirían cuentas cuando no cumplan tales deberes? Como podemos ver, este es un discurso que, más allá del campo semántico y estético, no tiene ningún valor. Seres humanos, animales, árboles y ríos no somos iguales. Sólo el ser humano es espiritual y tiene personalidad, pudiendo tener responsabilidad moral, deberes y derechos. Y es precisamente debido a los derechos humanos, que son una forma de respetar la imagen de Dios, que debemos cuidar la creación. Pues la imagen y semejanza de Dios (la raza humana) no debe ni puede extinguirse, sin embargo lo hará más tarde o temprano si continúan extinguiéndose más y más especies, todas importantes para mantener el equilibrio en el ecosistema. En pocas palabras, así como lo muestra Dios mismo en su preocupación por Nínive (Jo 4.10-11), no es posible concebir una ecología bíblica que no se enmarque dentro de un marco de referencia más amplio de redención del orden creado. Dios sigue queriendo glorificarse a sí mismo en la creación, aún cuando el pecado y sus manifestaciones individuales, sociales y culturales la han afectado terriblemente; fue precisamente por eso que él envió a su Hijo: “porque de tal manera amó Dios al cosmos” (Jn 3.16). Es por esta causa que debe haber, más que en cualquier otro tipo de personas, una preocupación con los temas ambientales en los creyentes, quienes son movidos por el Espíritu de Dios y quienes han sido enviados al mundo como el Padre envió a Cristo (Jn 20.21). Como ya vimos, el cuidado de la tierra y de las demás criaturas fue un solemne encargo que Dios mismo hizo a la raza humana y por el cual rendiremos cuentas, sin embargo, una postura ecológica cristiana jamás pondrá al resto de la creación sobre el hombre y la mujer, abogando por una defensa de los animales y un exterminio de la raza humana. Creemos que no sólo no es bíblico, sino que incluso no es necesario, poner en contraposición el sustento económico de la humanidad y el cuidado de la
16 naturaleza, ya que creemos que ambas cosas son perfectamente compatibles por una sencilla y clara razón inicial: Dios así lo quiere y lo reveló (Gn 1.29, 2.16 y 9.3). Pero, además, cada vez más estudios científicos confirman esta visión de que es posible adquirir lo que se llama un “desarrollo sustentable” 15 . O sea, usar los recursos naturales sin abusar de ellos ni agotarlos irracionalmente. Políticas de reciclaje, combustibles alternativos, aparatos eléctricos que consumen menos (comenzando por las ampolletas), etc. Son muestras de cómo la tecnología puede estar al servicio de un cuidado del medio ambiente, sin olvidar que el medio ambiente no son divinidades ni ánimas, sino, primeramente, la creación en la cual Dios imprimió su gloria y, en segundo lugar, la fuente de sustento y recursos para la humanidad. Una ecología bíblica sabrá equilibrar ambas cosas. Una ecología bíblica nos provee, a diferencia del naturalismo y del panteísmo, un marco racional y coherente para prestar atención y alarmarnos con la crisis ambiental que, de hecho, estamos viviendo. Sin caer en una actitud de semi-desesperanza-premilenista de “sólo nos queda encerrarnos a orar y esperar que Cristo vuelva”, el concepto bíblico de redención futura y presente bajo el poder del Espíritu Santo debe servir a los cristianos de llamado a hacer algo por la crisis ambiental que vivimos. Tanto las pequeñas actitudes individuales y hogareñas de ahorro de energía y reciclaje como los planes comunitarios y estatales de desarrollo sustentable deben recibir nuestro apoyo como creyentes individuales y como iglesia. Finalmente, quisiera destacar que los cristianos, a diferencia de los panteístas y de los naturalistas, sí tenemos razones para alarmarnos ante los datos presentados por los científicos acerca del calentamiento global y la crisis del medio ambiente. Otras razones podrán ser añadidas, pero quisiera destacar sólo cuatro: 1.
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Amamos la gloria del Señor y esta está siendo opacada en el medio ambiente y en el ecosistema que Dios planeó (y que nos fruto de la casualidad). Entendemos que la polución no es sino una más de las tantas manifestaciones visibles del pecado humano, el cual es, en esencia, desobediencia contra Dios y los cristianos formamos parte de una cruzada activa contra el pecado en todas sus manifestaciones llamada “Reino de Dios”. Entendemos que, como figuras clave del Pacto de la Creación, somos mayordomos que rendirán cuentas al soberano Dios por la destrucción que, como fruto de nuestra ambición, estamos causando a Su creación. Creemos que el poder del Espíritu Santo que resucitó a Cristo de los muertos actúa en la iglesia y es real, efectivo y capaz de generar nueva vida y que la historia camina hacia una Nueva Creación que Cristo inaugurará en Su regreso. Por lo tanto, hay una esperanza basada en hechos concretos que, lejos de proponernos una utopía, nos motiva a realizar acciones claras y efectivas contra la polución y la destrucción del ecosistema hoy y aquí.
Un ejemplo son las sugerencias propuestas por el mismo Al Gore y su equipo en el sitio web: www.climatecrisis.com
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Conclusión “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. Romanos 8.19-23
Los cristianos somos llamados a la acción. Sabemos plenamente que la Nueva Creación sólo se consumará cuando Cristo vuelva, pero así también sabemos que nosotros ya somos nueva creación y, por lo tanto, debemos vivir conforme a los parámetros de ella en este mundo. Mientras Cristo no vuelva seguirá habiendo pecado, injusticia y abusos contra la naturaleza, sin embargo, de la misma manera como hemos sido llamados a luchar contra el pecado hasta el fin, aún cuando sabemos que sólo en el regreso de Cristo seremos 100% librados del pecado, de la misma manera debemos luchar contra las manifestaciones sociales, culturales y “ecosistémicas” del pecado. El Pacto de la Creación, la responsabilidad humana por el pecado y la viva fe y esperanza en el poder de Cristo, el redentor del cosmos, son no sólo un marco teórico para una acción ecológica coherente, sino también un vivo estímulo que debe entusiasmarnos y llenarnos de pasión por ver la gloria del Señor inundando el orden creado como era en un principio.