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Capítulo I
La realización del duelo: la lectura del nombre Transmisión, filigrana que vincula a los hombres, más allá de la muerte, más allá del nacer. Por más inasequible que me parezca el otro, me reconozco como hombre, al igual que todos los que llegaron antes que yo y que vendrán después. ¿Cuál es el objeto invisible de tan misteriosa alquimia -que muy bien percibió al envejecer el "gatopardo" de Lampedusa, pues sabía sin haberlo aprendido que "todo debe cambiar para que todo permanezca igual"?' Llamamos aquí transmisión lo que vincula - sin que lo sepan- a los hombres y a las generaciones, en y mediante esa lucha eterna entre Eros y Tánatos, tan fascinante para Empédocles 2 y para Freud; 3 eso que obra subterráneamente en los éxitos
l. Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Le guépard, Paris, Seuil, 1959. [Existe una versión en castellano: El gatopardo, (trad. F. Gutiérrez), México, Origen OMGSA, 1983]. 2. Doble es la generación de los seres, doble su desaparición; pues una generación es procreada y hecha perecer por la concurrencia de todas las cosas y otra es criada y se volatiliza a su vez al separarse éstas. Y ellos nunca cesan de cambiar ininterrumpidamente, ya confluyendo hasta ser Uno por causa de la Amistad, ya, en cambio, conducido cada uno separado por el rencor del Odio. Empédocles citado por Simplicio, "Comentario a la Física de Aristóteles", 157,25 y 161,14 en: Los presocráticos, T. II, (trad. N.L. Cordero, F.J. Olivieri, E. La Croce y C. Eggers Lan), Madrid, Ed. Gredas (Biblioteca Clásica Gredas), 2• reimpr., 1994, p. 259. 3. Éste concluye su reflexión sobre la cultura y su porvenir en los siguientes términos: "Y ahora cabe esperar que el otro de los dos 'poderes celestiales', el Eros eterno, haga un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal". S. Freud, "El m~lestar en la cultura" (n·ad. J.L. Etcheverry), Obras completas, vol. XXI, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1980, p. 140.
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o los fracasos de nuestros hijos -de los que nos sentimos tan ferozmente responsables y con los que el cognoscitivismo quisiera hacer ciencia. ¿Cómo hablar del más acá del concepto, del lenguaje mismo, que es el otro nombre de la transmisión? El uso convencional de las palabras falla en este punto: se requiere la invención. Los poetas defienden e ilustran su lengua; siguiendo su ejemplo, quisiera intentar decir ·la dimensión inconsciente de la transmisión, mostrar sus efectos. La manera como operan los sociólogos o los psicólogos resulta inadecuada para semejante propósito: por lo tanto, nada de compilaciones de datos, ni encuestas, ni experimentaciones. Nada de mirada introspectiva, ni escrutadora. La medida científica no dice en qué el acto de educar concierne lo ignorado [l 'insu]* de la transmisión. Por esta razón, apunta Daniel Hameline, la educación suscita una verdadera rabia metafórica a la medida del desconocimiento de causa en la que las cosas se realizan. 4 Es la imagen misma, sea acústica o visual, la que plantea; en este punto, una incógnita. Tomaré en serio el "descubrimiento" de Hameline y me apartaré deliberadamente de los equipos metodológicos usualmente exigidos por las diversas comunidades de investigadores en ciencias humanas; y, si de metáfora se trata, elijo la vía del mito.
El mito y la transmisión Lector in fabula
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Al igual que tantas más, educar es una práctica universal, una práctica necesaria para la vida de los hombres. Educar es vérselas con la
*. insu: textualmente, lo no sabido. [N. del T.] 4. D. Hameline, L'éducation, ses images, sonpropos, Paris, ESF, 1986, p.203 . La gaya ciencia de Daniel Hameline consiste en mostrar y demostrar que, en la educación, cualquier propósito [propos ]-tanto lo que se dice como lo que se hace- es de por sí metafórico: Si tanto hablamos de pedagogía, bajo el signo del tartamudo que gesticula ante su impotencia para decir, y del rapsoda que se zafa del asunto con una canción, aun cuando fuese de Gesta, es por cuanto hablar de educación es una apuesta imposible. ([bid, p. 17)... "como si" la imagen reflejara la realidad, "como si" su realización fuera posible. 5. Tomamos este subtítulo de una compilación de arúculos de Umberto Eco, publicada en francés en París por la editorial Grasset, en 1985. La proble-
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transmisión, con la verdad simple y trágica de la vida y de la muerte. Ahora bien, ¿cómo pensar esta verdad con la que el educador tiene que "vérselas" y en la que, a la vez, se encuentra "enredado"?6 Pensar una práctica no consiste en calcular sus efectos, sino en reconocer en qué líisforüis sé encuentra enredada: qué mito la funda. El IllÍto .relata un e~ento fÜndador.del vínculo social y las prác'tícas en las'que estt.~"vínculo experimenta y se inscribe. Noh_ªysociedad sin mito, sin un decir que la funde. No hay sociedad sin prácticas
se mito·
la
mática que aquí desarrollamos nos pareció suficientemente cercana para que se nos perdone este guiño. · · 6. Me refiero al trabajo que Wilhelm Schapp produjo en los años 50, y que Jean Greisch introdujo recientemente en Francia. La primacía absoluta, que Schapp defiende, del "enredo" del sujeto en unas his torias, presenta innegables parentescos - por el lado de la fenomenolog ía- no sólo con el concepto heideggeriano de historicidad, como J. Greisch lo señala, sino también con la aclaración lacaniana en su oposición con el real y con el imaginario. Cf. W. Schapp, Empétrés dans des histoires. L'étre de l'homme et de la chose, Paris, Le Cerf, co11. La nuit surveillée, 1992. 7. Cf. Los análisis de Georges Bataille, particularmente en L'expérience intérieure, Paris, Gallimard, 1954 y !,es /armes d'Eros, Paris, Pauvert, 1981. [Existen versiones en castellano: La experiencia interior, (trad. F. Savater), Madrid, Tauros, 5" ed., 1989 y Las lágrimas de Eros, (trad. D. Femández), Tusquets, Barcelona, 1• ed., 1981.]
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rado de la comunidad y la época que les da forma, sus temas alcanzan indefectiblemente el universal humano. 8 La metáfora del mito coincide con nuestra búsqueda porque entraña, ·a-demostrar, la eficacia de .la transmisión, al menos como lo ~!!l!ªJment.~· No es que el relato de.unmÜo-diacceso~--propiamente hablando, a un saber en forma; más bien relata las peripecias, los obstáculos, los peligros a los que somete a su héroe, siempre en pos de un objeto escondido. Por ~_m~ narra~ yo que lo constituye, el mito ilustrael posible camino de la transmisión: eldesfiladero de la metáfora. La tradición oral está repleta de semejantes historias que cuentañ de-qué manera el héroe aprendió a costa suya el valor de tal virtud, para que el auditor pueda seguir su ejemplo en su fuero interno. En cuanto fueron instituidos los primeros sistemas de escritura, este patrimonio cultural se transcribió en parábolas, fábulas y cuentos. Extraña paradoja que retomaremos más adelante: por temor a que la escritura fil(!rtl1e.Ja ~~_moria viva de la tradición oral, se recurre a la escritura.
vamos
Ésta es la razón por la que Esopo habría escrito la fábula de esos hijos que heredan de su padre, fábula que La Fontaine nos tradujo en su lenguaje cadencioso y que todavía aprendemos hoy en día en la escuela con el título de El labrador y sus hijos. Esta muy antigua historia conviene perfectamente a nuestro proyecto: nos ofrece un punto de anclaje para llevar a cabo nuestra investigación, pues al mismo tiempo que relata la peripecias de un acto de transmisión, propone enseñarle a su lector lo que supuestamente aprendieron sus héroes. La Fontaine empieza precisamente por la moraleja, que resume la enseñanza de la historia: [Travaillez, prenez de la peine, C 'est le fonds qui manque le moins.]
Trabajen y laboren y trabajen: Que son los fondos lo que menos falta.*
El género de la fábula exige que un proverbio, una máxima, permita a la vez presentar la moraleja de la historia y expresar su "substantífica médula".* Tal vez se pretenda incrementar de este modo su eficacia pedagógica, tanto en el fondo (al evitar los contrasentidos) como en la 8. Toda la obra de Claude Levi-Strauss se empeña en sacar a la luz este hecho estructural que gobierna subterráneamente el tornasol de la variedad infinita de los mitos y de las culturas. * La traducción de la fábula de Jean de La Fontaine "El labrador y sus hijos" es de Julio Hubard. Inédito. * Referencia al prológo del Gargantúa de Rabelais. [N. Del T.]
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forma (un proverbio no se olvida). Pero ¿qué relación existe entre uno o dos versos escritos con nitidez para que tomen un valor universal, y el desarrollo de un guión particular, con sus vericuetos, sus personajes? Henos ya arrebatados por la fábula, que pone a su lector a prueba: ¿Sabrá descubrir el lazo secreto que vincula la historia con la moraleja? ¿Leer lo universal en lo particular? La parábola evangélica exige usualmente que el lector miSIJlO extraiga del relato el valor universal que éste propone. Hablar con parábolas consiste en explicar el sentido de una parábola mediante una nueva parábola. La enseñanza zen lleva esta técnica hasta lo absurdo, no sin lograr ciertos efectos. Es una pedagogía más ruda y más arriesgada. La Fontaine elige empezar con la moraleja, y así revela de antemano el contenido de su mensaje. Con este contrafuego, se apresura en prevenir un posible y lamentable malentendido. Pero ¿cuál? Veamos lo que sigue:
"Hay en ella escondido un tesoro" [Un riche laboureur, sentant sa mort prochaine, Fit venir ses enfants, leur parla sans témoin.]
Un labrador rico, viendo cercana la muerte, llamó a sus hijos, y les dijo a solas:
Sin transición, nos encontramos en una granja acomodada, a la cabecera de un rico labrador que está arreglando su herencia. N o más imperativo · moralizador, no más lecciones que recordar. En un instante, la magia del cuento nos permitió o~vidarlos. Por consiguiente, afirmar el valor y la importancia del trabajo no era suficiente para obtener la adhesión del lector. Pero ¿acaso La Fontaine logró cautivamos a través de los siglos tan sólo por sus moralejas? "F:2!:.!Pul~l~_I~:
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trabajó toda su vida con la tenacidad que deja suponer la riqueza que supo constituirse y que está a punto de heredarles, tan sólo preocupado, teniendo como única inquietud la moral, la obediencia? Se requieren razones mucho más enclavadas en el corazón, en las vísceras del hombre, para aguantar y llevar a cabo semejante vida. La misma que les espera a sus hijos. Ellos tendrán que descubrir estas razones por sí mismos, tal como él las sacó de sus propios recursos; pues de lo contrario, no resistirían al desgaste estacional y cotidiano de las faenas del campo. Por consiguiente, ~,~~3!!~~-.Q.mQ,~a_mp~sinQ, !1Q,C9~~ Pf.~~2,~.Como campesino que es, a los campesinos que son, qué -él quiere que sean: [Gardez-vous, leur dít-il, de vendre l'hérítage que nous ont laissé nos parents: Un trésor est caché dedans.]
"Mucho cuidado con vender la hacienda que nos dejaron nuestros padres: hay un tesoro ahí, escondido".
¡Les habla de dinero! Si recordamos el dístico con el que La Fontaine introdujo su fábula, cabe sorprendernos: ¿acaso no anunciaba precisamente que el caudal, el capital, siempre alcanza, y que lo más importante consiste en hacerlo fructificar echándole ganas; que sólo el trabajo crea la riqueza? ¿Nuestro labrador estará ahora defendiendo la idea contraria de este prudente consejo? ~j__una.palabra sobre el trabajo, ¡sQlo~º-1ª dL
de opinión. ·Lejos de ofenderse, su padre no intenta inculcarles los r--' buenos modales para mantener la ilusión de tener hijos muy bieri ed~~ados. No ~xige de ellos_ ning~~..,¡~coJ:wcimi~ mientras vive, a sabiendas de que semejante a:cUtud suya arruinaría sin lugar a dudas su esperanza de que, llegado el momento, pudieran entender las razones de vivir que él les quiere transmitir. Acepta ser falsamente respetado por el oro que no tiene. Mejor aún: se aprovecha de ello. Recarga las tintas. Abunda en sus ideas. ¿Piensan ustedes que saco mi riqueza de un montón de oro? ¡Está bien! Pero tengo que decirles que deben cuidarse siempre de cambiar la tierra por nuevas monedas de oro. Y como no pueden hoy entender la razón de esta prohibición, los voy a disuadir volteándoles su propia lógicª_de,!ª ~pyidia y de l<:>.s c~l.os. Si creen que el oro está en el origen del valor e intentan por ende obtener lo más posible, cometerían un error al vender el campo, pues por el precio del terreno agrícola se desprenderían de un tesoro. Si quieren el oro, ¡no vendan! I,..~E.i,i~~-entienden
perfectamente este lenguaje. Puesto que fl.() quiere~]. saber nada del esfuerzo continuo ydel trabajo que le costó a su_paO.re el desahogo con el que viven; puesto que están seguros de que su riqueza · le es connatural, y que por consiguiente se la merecen y no podrían dejar de recibirla, no dudan ni un instante de la existencia del tesoro. De hecho, éste existía en ellos antes de que su padre lo mencionara. Éste se concretó en nombrar lo que ya era una convicción para ellos. El enigma de la palabra [le ne sais pas l' endroit, mais un pe u de courage Vous le jera trouver: vous en viendrez a bout. ]
"No sé dónde, mas un poco de empeño dará sus resultados y lo encontrarán".
Con la tranquilidad que le da este primer logro, el padre da el paso siguiente, más riesgoso. Apoyándose deliberada, e incluso osadamente, en la fantasía que ciega a sus hijos, escamotea cualquier precisión material que les permitiera inscribir su creencia en la realidad catastral del terreno. Ya no recuerda el lugar. ¿Acaso lo supo alguna vez? ... Total, no importa mucho, y además, ya no le concierne. Basta con que atestigüe su existencia. Ellos tendrán que buscarlo. Atolondradamente, esto basta para que los hijos se sientan ya en posesión del tesoro. No ahorrarán esfuerzos para encontrarlo. Además, ya están suficientemente grandes como para arreglárselas solos. Claro que sí, les dice, lo lograrán [vous en viendrez a bout], no cabe la menor duda. Con que sean lo suficientemente tenaces ...
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Una vez disuadidos del proyecto tácito de vender, los lanza tras la búsqueda del tesoro. Al renunciar a exigir que ellos lo imiten servilmente, renuncia a establecer en vida suya cualquier relación de connivencia con sus hijos; entre ellos y él, la distancia es enorme. Es un partido de póker que emprende en la más absoluta soledad. Si buscara, por mínimo que sea, el calor de su cariño, el consuelo de su comprensión; si dudara en lanzarlos en una aventura al término de la cual sabe que encontrarán, inevitablemente, una decepción a la medida del entusiasmo que ahora los anima, no podría sostener hasta el fin lo que resultaría entonces ser una mala broma. Si hace caso omiso de ello es porque acepta de antemano la soledad de la muerte. No saca fuerzas del presente para sostener el equívoco de su discurso: la misma lucidez con la que enfrenta el estado de ánimo actual de sus hijos lo lleva a confiar serenamente en un cambio de actitud por parte de ellos, a sabiendas de que no puede esperarlo sino más allá de su muerte. La estratagema que utiliza sólo tiene sentido por cuanto él se sitúa desde el más allá respecto de sus hijos. Cuando les suelta: "lo encentarán" [vous en viendrez a bout], que sería cinismo en la cotidianidad de su vida diaria, abre como por arte de magia un sentido totalmente distinto, porque lo dice desde el lugar de la ausencia. Una vez muerto, ya no tiene nada que esconder, ya no puede engañar a nadie. Proferido desde el más allá, este "lo lograrán" ya no tiene nada de irónico: más allá del fracaso [insucces] de sus excavaciones, habrán logrado acabar con 1~ fantasía que los lllanipulaba sin que lo supieran. ·· Pero si bien el padre sabe que es mortal, sabe que está moribundo, como lo demuestra la forma en que se dirige a sus hijos, éstos todavía no han integrado el real de la muerte en sus vidas. La desaparición de su padre los enfrentará brutalmente, y por primera vez, al dominio formidable de la ausencia. Esta experiencia es de las que uno enfrenta solo. El padre cuenta con esta experiencia -por la que ya pasó y vuelve a pasar sin que ellos lo sospechen, en su última desnudez- para que sus hijos aprendan a dejar de fundar su identidad en la posesión de bienes (aun cuando fuesen de oro); para que a su vez osen sostener su condición de hombres; para que se encuentren a sí mismos, en y mediante su trabajo. Con tal de ayudarles a salir victoriosos de la prueba que los espera y que ni sospechan, les indica lo que tendrán que hacer, con precisión, con insistencia: [Remuez votre champ des qu'on aurafait l'aoat: Creusez. fouillez, bechez. ne laissez nulle place oit la main ne passe et repasse.] "Barbechen y levanten la cosecha. Hiendan, aren. excaven; no dejen un palmo sin que la mano pase y de nuevo repase".
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Son sus últimas palabras, y su tono se torna perentorio. Con todo lo anterior, pretendía lograr que sus hijos oyeran claramente este último mandamiento paterno, formulado sin rodeos. Después de demostrarles que no es provechoso vender el terreno; después de adelantarse hasta predecirles, con palabras sibilinas, que necesitarán mucho valor, pero que éste los llevará a un éxito seguro, les indica finalmente los pasos a seguir. No basta con que conserven el terreno, ni con que se pongan a buscar sin ton ni son ese tesoro imposible de encontrar: deben hacerlo de cierta manera. Si se pusieran a cavar el suelo y el subsuelo, toda la ~~~~~ paterna h~bría sido inútil; tienen que seguir la consigna ~ ~~ eJemplo paternos, tienen que · arar y volver a arar toda la superftcte cultivable, como vieron a su padre hacerlo. Pero la imitación del modelo i_ntervendrá en el apres-coup de la muerte~-¿Üanctoya-Íio-habrrorden q_l!~_ ,yalga. El método paterno se presentará entonces sin una palabra, siendo éste el único recurso practicable cuando todas las demás formas resultaron infructuosas.
Un padre apurado
Una advertencia, un estímulo, una consigna. La advertencia les impuso convicción de que no encontrarían lo que buscan fuera de lo que ya poseen; el estímulo, la certeza de que pueden lograrlo si tienen un poco de valor; la consigna, el método a seguir para llevar a cabo su empresa. En tres frases, La Fontaine pone en boca de este padre las palabras necesarias para que sus hijos se pongan a trabajar. Con cada una de ellas, éste se separa ún poco más de la presencia de ellos. Va primero a buscarlos en su propio terreno, por puro cálculo. Luego los alienta a seguir su destino con determinación, adelantán dose a su propia muerte. Finalmente, les deja una exhortación directa a la acción, como si sus hijos se encontrasen ya solos ante el riesgo del "ensalvajamiento" 9 de la tiena. Sólo le queda morir pronto para dejarles el campo libre: [Le pe re mort, les fils vous retourne le champ, De ci, de la, partout,]
Muerto el padre, ahí tienes que los hijos labran Y vuelven a labrar, acá, acullá ...
9. Cf. P. Aries, El hombre ante la muerte (trad. M. Armiño), Madrid, Taurus, 1983. [N. Del T.]
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Si no se lograra la demostración, ¡no estaríamos en una fábula! La alegría de estos versos -¿el "ahí tienes" no da acaso la impresión de que acaban con el trabajo en un abrir y cerrar de ojos?- deja traslucir la prisa y el entusiasmo de los hijos. La muerte de su padre liberó su energía. Roturan este campo como si se tratara de un juego, seguros de lo que hacen. Aparentemente tan urgido como ellos por acabar, La Fontaine prosigue inmediatamente: · · [... si bien qu'au bout de l'an, il en rapporta d'avantage.]
... y, al fin, el año entrega su cosecha redoblada.
Como si el otoño pasado, los largos meses de invierno, de primavera, y hasta el verano recién llegado no contaran. Como si su trabajo de duelo debiera ser callado, enterrado como las semillas que se convierten secretamente en tesoro bajo la tierra. Pues vayamos al grano; un hemistiquio de lo más conciso le basta al autor para descubrir el pastel: ¡Ningún tesoro oculto en el campo! [D'argent, point de caché.] De monedas, ni rastro.
¡Con cuatro palabras queda concluido el asunto! Nunca sabremos, como contraparte del discurso paterno, qué piensan los hijos. La Fontai~e omite lo extravagante de la situación así creada y llega inmediatamente a la conclusión que quiere que recordemos: [Mais le pe re fut sage De leur montrer avant sa mort Que le travail (!St un trésor.] Sabio fue el padre Al poder mostrarles, antes de morir que en verdad el tesoro es el trabajo.
Al jugar el juego de la fábula, La Fontaine habrá entonces agarrado a su lector entre unas tenazas: por un lado, un relato (una vez planteada la situación en dos versos, se concreta esencialmente en referir las tres frases que el padre pronuncia en su lecho de muerte y en mencionar con tres versos cuatro hechos: la muerte del padre, la labranza profunda, el fracaso [l'insucces] de la búsqueda del dinero oculto y, finalmente, la abundancia de la cosecha); y por el otro, sus comentarios agregados a guisa de moraleja que encierran este relato como un estuche ciñe una joya. Al lector le toca -y por ende a nosotros- encontrar el hilo que, si le damos crédito al
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fabulista, los uneinefablemente. Porque,¡ vamos! ¿en qué se funda para concluir tan perentoriamente de esta manera?
El fracaso [l'insucces} de la transmisión Del mito a la fábula
La fábula no conserva del mito sino un aspecto alegre. Quiere ser de fácil acceso; pero uno todavía adivina de vez en cuando el trasfondo oculto que constituye la fuerza de estos fragmentos de historias rimados que se cuentan, en todos los idiomas, a los niños. ¿Acaso no tenemos, en El labrador y sus hijos, el eco de un mito muy antiguo sobre la muerte del padre? 10 ¿La fábula no será el último eco que nos haya llegado de un relato asociado con algún rito, alguna técnica de duelo y de transmisión? Sea como sea, esta reescritura de un texto redactado hace veintitrés siglos nos ofrece un ejemplo paradigmático de la lógica dramática que, según nuestro punto de vista, define la transmisión. La técnica de la fábula yux.t.~.B2!leqQ§_tj.pg_~ d~~i~~l!!S()S: el cuento y el P.~?.:V~~~~~. 11 Estos dos éfiséursos se sostienen paralelamente; se respon-
10. Cf S. fr~ud, "Tótem y tabú" (trad. J.L. Etcheverry), Obras completas, vol. XIII, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1980. Al final de esta obra (p. 145), Freud forja el inverosímil y con todo decisivo mito del asesinato del padre primitivo por los hijos, en el que intenta fundaflaCÜltura:-oJi;ib(i;;-á-ese. padre que tan gran obstáculo significaba para su necesidad de poder y sus exigencias sexuales, pero también lo amaban y admiraban. Tras eliminarlo, tras satisfacer su odio e imponer su deseo de identificarse con él, forzosamente se abrieron paso las mociones tiernas avasalladas entretanto. Aconteció en la forma del arrepentimiento; así nació una conciencia de culpa que en este caso se coincidía con el arrepentimiento sentido en común. El muerto se volvió aún másjue_rtgqe lQql!efuera..ea.J!.iikJ. Cf G. Le Gaufey, de -ia ~étaphore, en L'unebévue n°l, Paris, EPEL, automne 1992. 11. En los siglos XVI y XVII se traduce a Esopo recurriendo a la fábula, o sea, agregándole una moraleja explícita con tal de guiar la lectura en el sentido de la moral de aquélla época. Cf Esope, Le Vigneron et ses enfants, Fable CLXII, en Fables, Paris, Edition d'aujourd'hui, Les introuvables. [Existe una versión en castellano: "El labrador y sus hijos", Fábula 42 (Hsr.42, ch.83), en: Fábulas de Esopo. Vida de Esopo. Fábulas de Babrio, Madrid, Ed. Gredos, 1985, p.61]
HtatúS:fe--meurire
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den supuestamente, pero nunca se fusionan. Del lado del cuento, una serie de cinco cuadros sacados de la vida campesina diaria: un padre moribundo se dirige a sus hijos; muere; sus hijos labran el campo; parecen decepcionados; la cosecha es abundante. El lector asiste, cual un voyeur, a un episodio de una novela familiar en el campo: las palabras del padre no se dirigen a él, sino que se insertan en la película como un fondo sonoro, al igual que los sonidos ambientales. Del lado del proverbio, La Fontaine se dirige directamente a su lector, al principio y al final del relato. Empero, una palabra se repite, tanto en el relato lleno de imágenes como en su comentario hablado: la palabra "tesoro", que el padre pronuncia y que el narrador retoma por su cuenta, dirigiéndose a su lector. Esta sola palabra aúna la sentencia moralizadora con el cuento maravilloso. Es el resorte que permite correlacionar estas dos dimensiones del texto. En el último verso, que tiene forma de definición, La Fontaine asocia explícitamente el tesoro con la palabra "trabajo". El poema ya empezaba con "Trabajen ... ", consigna imperativa perfectamente clara. Pero las palabras del padre evocan el tesoro sin agregarle ningún imperativo: se limitan a revelar su existencia oculta. Este decir paterno -meramente indicativo- es lo único que convierte nuestros cinco cuadros en un pequeño guión, en un drama, en una prueba exitosa. Sin ella, quedarían reducidos a un documental insulso en torno a la vida en el campo. Resulta imposible convertirlas en secuencias de una película muda sin intercalar algún "rótulo" cuyo texto mienta: "Hay un tesoro ahí, escondido". La sola imagen no permite transmitir el sentido del penúltimo cuadro, donde los rostros de los hijos reflejan su decepción ante el campo labrado. En este punto, las palabras del padre resultan imprescindibles. Ahora bien, contrariamente a su personaje, La Fontaine no deja que el lector se esfuerce en efectuar por sí mismo el"ti·abajo de interpretación. S~;~:g~ere la clave del código -tesoro remite a trabajo- ahí donde los hijos de la fábula deben enfrentar a solas ~.tiS.P.:~ .q11.e ~u paQr.~ les deja como her~!t<;!~. Interrumpe este trabajo de la transmisión -que el mito preserva- al imponer una traducción sin remanente: no sólo sus versos traducen perfectamente el relato de Esopo, sino que además su moraleja lo complementa, dándole explícitamente la traducción que le falta a la palabra "tesoro": trabajo. Pero ¡vaya! ¿Cómo pensar que estos campesinos aceptan sin chistar esta traducción imperativa? Esta urgencia por concluir¿acaso no oculta algunas dudas sobre sus verdaderos pensamientos? ¡Vamos! ¡Trocar luises de oro por naranjas de la China no se hace en dos versos!
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Una prueba lógica
Lectores, ¿acaso no estamos nosotros en este lugar de hijos huérfanos? 12 ¿No debemos enfrentar la prueba que ellos experimentan? Helos ahí solos, por primera vez, manejando el arado de su difunto padre. En su febrilidad, ¿no esperan toparse, en cada surco, con el cofrecillo prometido? Y .ahí tienes el campo labrado. Y ahí tienes la fiebre caída. Se toparon con una realidad más dura que su sueño de tesoro. Primer obstáculo que superar: aceptar la realidad. La tierra no oculta ningún dinero. Esta constatación no va de suyo. No cuesta imaginar las elucubraciones para intentar evitarla, para tratar de conservar, pese a la evidencias, la esperanza de descubrir intacto, en algún lugar inesperado, este tesoro escondido - aunque tengan que esconder esta esperanza en lo más profundo de sí mismos; aunque tengan que tomar la vía del delirio. Constatar la ausencia de tesoro, ¿no es atentar contra la memoria del padre? ¿Cómo salir de este dilema: negar la realidad o destituir la palabra paterna? ¿Rehusándose a creer lo que uno ve y oye? La prueba resulta ser más maligna de lo pensado. Para entender cómo superarla, debemos seguir una vía inductiva: suponiendo que la prueba haya sido superada, ¿qué condiciones fueron cumplidas? De hecho, el dilema quedará insoluble mientras l
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12. En el Fedro, Platón define el texto como "discurso sin padre" ¿Acaso todo lector no se enfrenta en su lectura, al seguir a solas los surcos del texto con la vertiginosa libertad de la interpretación?
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QP~Q.d.~ ~:ganhelo,
sin oír el llamado de Sl,!,pªgr~. Se apoderaron de esta palabra como ·si les garantizara la propiedad de la cosa, sin tratar de entender por qué les estaba destinada, como niños que esperan todo de la vida y de los demás, sin sorprenderse con ningún regalo. No imaginan otro sentido porque no imaginan que no se les deba tesoro alguno. 13 Resultaba necesario que se toparan..c().nJa..Q.I:!.Qa para admitir que existiera un tesoro que no les fuera debido pese estarles destinado; que cambiaran su relación con las cosas y la gente dejándolos existir por sí mismos; y que ellos mismos se desprendieran de la dependencia imperativa e inconsciente que los ligaba con su imagen para entrar en el espacio del don y del intercambio. Tomar nota de una fal!ª..impr~yista . en el ordenamiento del mundo requiere que uno acomode nÜeváiilente sus identificacio~~_0 . ·
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Pero esto supone una nueva condición, determinante y delicada. ¿Cómo convertirme en otro yo mismo? Este punto .es delicado porque ahí se produce una especie de desvanecimiento del sujeto que se pierde. ,"Es~O.Y.J?~rdi9,_o" es el grito de quien confiesa su impotencia ante un problema difícil. Dirigir esta confesión a otro es una condición esencial de la transmisión. Se trata de percatarse de que uno no simplemente se equivocó (pues en tal caso, uno conserva el mismo esquema de pensamiento), sino que uno no sabe. 14 Por consiguiente, antes de poder juzgarse a sí mismo, se-requiere pasar por este punto en que uno sólo sabe una cosa: que está perdido, que no sabe, y que por consiguiente se encuentra en laJ!!lE~H,<;l~g,d,.e.lli~,w. Sin el recurso al otro se corre el gran riesgo dé juzgar a pesar de todo y por ende concluir, necesariamente, que uno es fundamentalmente incapaz de conocer, o que el mundo es fundamentalmente absurdo. Cg11fesar al otro la propiª.igl).QfaJ.l(;iasusci~ .IJ.na ~aJ.lsfere_ncia, en el séntido preciso que el psicoaná-
13. En este punto, se trata efectivamente de la "roca de la castración" con la que Freud tropieza, tanto en el jardín de los hombres como en el de las mujeres: En ningún momento del trabajo analítico se padece más bajo el sentimiento
opresivo de un empeño que se repite infructuosamente, bajo la sospecha de "predicar en el vado", que cuando se quiere mover a las mujeres a resignar su deseo del pene por irrealizable, y cuando se pretende convencer a los hombres de que una actitud pasiva frente al varón no siempre tiene el significado de una castración y es indispensable en muchos vfnculos de la vida. S. Freud, "Análisis terminable e interminable" (trad. J.L. Etcheverry), Obras completas, vol. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu editores, 1980, p. 253. 14. Toda la mayeútica socrática está construida en tomo a este punto clave. Cf capítulo 111.
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lisis estableció y que Lacan formuló: 15 SUJ?O~~--q:U~ .eJ.ot~()_S~Q~- Pero para que se efectúe cualquier transmisión, es necesario que el otro responda. Y no cualquier cosa. Y no de cualquier manera. \ __ _ _ J Pues, de hecho, este Otro que suponen que sabe está ya perfectamente señalado. Es aquél mediante el cual la pregunta surgió, tomó cuerpo. Para que se me plantee realmente una pregunta, me la tiene que plantear este Otro, ·quien excluye absolutamente el que pueda quedar sin respuesta. Sé que no quedará tranquilo hasta haber recibido alguna respuesta. Semejante actitud sugiere inevitablemente la reflexión de Pascal como su opuesto: Tú no me buscarías, si no me poseyeras. 16 Suscita la suposición de que -paradójicamente-, para sostener con tanta fuerza su pregunta, este Otro debe sin duda saber algo al respecto. E_l)._3:l~.fl.t9 _~1 ~~:~l~!Q..Xfl~ill!.e:Il~!..Il:~-~~h.~r, desconcertado par.@
saber. Ahora ven con más claridad qué se le supone saber. Se supone que sabe eso de lo que nadie escapa una vez formulado: simple y llanamente la significación. Esta significación implica, por supuesto, el que no pueda rehusarse a ella -y por ello suscité antes que nada la dimensión de su deseo. J. Lacan, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, Buenos Aires, Argentina, Paidós, ¡• reimpr., 1987, p. 261. 16. B. Pascal, Pensamientos, (trad. J.D. Berrueta), Buenos Aires, Aguilar, Cl974, p. 202.
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La escritura o lo trágico de la transmisión
puede lograrlo. :g~-~":lg
El trabajo del equívoco El padre, en efecto, sabe qué dificultades les ocasiona a sus hijos cuando se presta a este guión en forma de bomba de tiempo. Se arriesga sin embargo, pues lo que debe transmitirles es indisociable de este riesgo; no es finalmente otra cosa que este riesgo mismo. Nada se logra de antemano, ni se gana de una vez para siempre. 'I'odo se gana, se consigue con el riesgo, el riesgo de perderlo todo, en cada momento. Es imposible v1v1r una vida de hombre sin enfrentar este riesgo. Esta imposibilidad induce a otra más: resulta imposiJ:>.le transmitir este saber con claridad, ·. -·- reducido al estatuto de mensaje. Lo que se transmite, lo que puede producir saber, es el enigma de una formulación. Con su silencio definitivo, el padre les "encarga" el enigma de la palabra tesoro, el equívoco del saber que ellos le suponen. Sabiendo que no podrá dar explicaciones al respecto, tiene el valor de sostener esta posición riesgosa, este equívoco, el único que preserve a futuro la posibilidad de una transmisión. Al ubicar precisa y categóricamente el origen de la riqueza en el terreno, el padre impide que sus hijos vayan a buscarla en otro lugar, que se pierdan por el mundo sin siquiera haberse planteado la pregup,t(l_9.Ut!).~s ·. . quiere transmitir. Los obliga a llegar hasta el fin de esta cuestión del orlgeri, "iiídiriados sobre este pedazo de tierra. Cualquier intento de huida queda de antemano invalidado. Es en este campo, y en ningún otro, que se esconde un tesoro. ¿Se tratará de alguna coerción por parte del padre? Ésta es efectivamente la pregunta. Desde el más allá de su tumba, y mediante una estratagema persecutoria, ¿estará ejerciendo un dominio tan diabólico como sutil sobre sus hijos? ¿Dónde se encuentra lo verdadero, dónde se encuentra lo falso, en esta historia?¿ Cómo pasar del engaño a la metáfora? Si bien existe una coerción de la que los hijos no podrían sustraerse, ¿de qué tipo de coerción se trata? ¿Será una relación de fuerzas que toda sociedad intenta mantener, o esto que constituye la eficacia incontrolable de la transmisión y que no proviene de la violencia física o técnica, sino del lenguaje mismo?
La realización del duelo: la lectura del nombre
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Nuestros labradores no pueden dejar de preguntarse si su padre lo¡;; engañó o no, si ellos mismos se equivocaron o no. La muerte del padre es la condición necesaria para que logren concluir que estaban equivocados respecto al sentido de la palabra tesoro. Pero la fe que tienen en la palabra paterna debe igualmente resistir el golpe: no sólo deben pensar que no es engañosa, sino que también deben SJ!J2~~.!~!J2~qu.e ~ienten por la prisa que tuvieron en apoderarse de. la riq~J,~~a .P-ªt~mª; deben tener acceso no sólo a la lógica del intercambio, sino también a la del perdón, a la del don sin reciprocidad inmediata. Imaginarán su avidez infantil perdonada de antemano. :e;L~2-.~~!ª..9l~3:S?J:a qel sacrificio gratuito, sin espera de reciprocidad inmediata. 17 El padre ácepta el riesgo de.quehi transinisión fracase al perdonar de antemano la rebelión posible; los hijos aceptan aflojar su relación envidiosa con los demás y avariciosa con las cosas, al perdonarle apres-coup a su padre su estrat(lg~~ Para seguir trabajando la tierra (y por más que sepan que el campo no contiene dinero), nuestros labradores deben mantener abierta la pregunta que los incitó a trabajar, y conservar la esperanza de encontrar un tesoro, pero un tesoro diferente. Enfrentan esto solos, sin amparo, pues todos sus apoyos queda!} cuestionados. Y cuanto más evidente resulte que "de monedas, ni rastro", tanto más absolutamente recae sobre ellos la decisión de aceptar esta realidad, la realidad de enfrentarse, indefensos, con la palabra paterna. Esta decisión tiene que tomarse, imperativamente; y con todo, nunca tendrán los elementos objetivos para concluir. Los hijos no son dueños de los movimientos de sus corazones; la elección no es suya: o bien la palabra páterna alimenta furores y lamentos -provocando el ensimismamiento, la errancia, la rebelión ciega, la idiotez- , o bien se hace oír más allá de las lágrimas y de la ira, en el hueco del silencio alcanzado y de la abertura al intercambio simbólico. En el lugar vacío del tesoro, ninguna respuesta, sino una pregunta. La pregunta hasta entonces mal formulada, tal vez incluso no formulada, y que urge volver explícita. Creyeron, de entrada, sin
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¡ii 17. Cf el comentario de Moustapha Safouan sobre esta frase de Maree! Mauss "En toda sociedad posible, la naturaleza del don implica una reciprocidad en el futuro": En efecto, esta noción de plazo, "implicada lógicamente" en el intercambio, significa que el don se cede de antemano contra una promesa explícita o implícita y con ello quienquiera dé transforma el donatario en responsable. (... )El hau del taonga, entregado por una tercera persona, sirve tan sólo para recordar esta promesa. M. Safouan, La Parole ou la mort. Comment une société humaine est-elle possible?, Paris, Seuil,
1993, p. 78-79
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La realización del duelo: la lectura del nombre
La escritura o lo trágico de la transmisi6n
examen, sin trabajo, conocer el sentido de la palabra; pero este sentido, el verdadero, estaba por crearse. Es su trabajo, año tras año, el que va a dar sentido a la palabra transmitida. La creación se· vuelve posible gracias a esta especie de subterfugio, de guiño de su padre. Por consiguiente, deben aceptar no sólo la realidad de la falta del tesoro, sino también el que esta Jaita real remite a otra falta;.l~del_Ea.s!!"~· Su padre no era rico por naturaleza: se enriqueció mediante su trabajo. Asimismo, no era padre por esencia, sino porque los había reconocido como sus hijos. Ni la riqueza, ni la paternidad le pertenecen personal,.. mente. Por lo mismo, no podía transinitirles ningún objeto vendible, sino tan sólo una palabra que designa la relación suya con los objetos y con el dinero, y que significala relación paterna que lo vincula con ellos.
Todo se juega, pues, en tomo a la transmisión, al reconocimiento del objeto del deseo, a la ambición que se dan a sí mismos. Una "'_'c,t.., !!a.!!.smisión efectiva impli9a gu~_glu~p~.&.e.nta~ióu..~· Ahora ·-L · bien, la representas;!@__Q_~!_ Qpj~to _del deseo es también representación del sujeto. La modificaciÓn de ia'i:epiesei:ifaCión del objeto repercute forzoiaíñ"ente en las identificaciones del sujeto. Los hijos deben concluir sin que un punto de ubicación objetivo esté presente; plantear, como respuesta a la palabra de su padre, un acto que los comprometa en la existencia en función de esta palabra inicial. Y a su vez deberán sostener esta respuesta, como su padre sostuvo la suya, a riesgo del equívoco. Sí, nuestro padre era un labrador: se enriqueció gradas a su trabajo y nos quiso decir que también nosotros podíamos enriquecemos si seguíamos su vía, leyendo la huella . de sus palabras y de sus actos como un chiste sobre la dificultad de ~ /' vivir. La transmisión es un dt:aJlla 18 en el que, como lo dice tan -./ atinadamente -Aragon, "si yo no actuaba bien mi papel, era porque ~7"'·---;-- no entendía nada de la.o'brá''!i'-·-·-----· ---- -- ·----··· · - ... _,,. -··· ..-- •· ---- -- -
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Duelo y transmisi6n Cuando utilizamos la palabra "deber", cuando escribimos "hay que", queremos indicar una necesidad lógica ajena al control de la conCiencia de los sujetqs ~stén en posición de padres o de hijos. Esta necesidad no es la que' ·determina el destino inexorable de las cosas, sino la que vincula entre sí a los sujetos cogidos en las redes del lenguaje. La ~~si dad_ que !-ig~ ---~ft>q~~~. At:.. .li!.. _C:()I1~C.i2E..!J..!-1_!!!~3 ..Qi.ñ~!.~el ~et~rmini~111o f().~~l.li.i:Jo· p()r .1.~~11cia, p~~}!-9.. ~e pr~s-~I1.!ª_f.QQ!;
g:_llf~]g ~'?.J~:a~~~gs!~· Sin esta experiencia en la que se descepan las
certezas más ·íntimas, !lfl!gYn.§.aber__y_f?!:Q.ªQ.~m IH!Y..de tr.~snY-Jir.§~- Detrás de la fábula, el mito recuerda lo trá-gico presente en la dramaturgia de la transmisión, bajo todas la latitudes y en todas las épocas. Nosotros, los modernos, invocamos-fáCilmente la palabra Libertad ahí donde los antiguos ubicaban Ananke, el destino; 21 Por ser sensibles a laíncertidrinJ,Q~ d~__sujeto, nace la idea de una p()~ible elección áh(ªº~ª'-~}~s an!i:guos sólO esperaban que se cumpliera éCfa1i0 g~JQ~.-SHS?.~~§.- De - ~-
18. Tomamos este ténnino de Georges Politzer, quien soñaba, en los años veinte, con una psicología concreta del individuo "en primera persona" mientras rechazaba la hipó~is freudiana del inconsciente. Cf G. Politzer, Critique des jondements de lapsychologie: la psychologie et la psychanalyse, París, PUF (coll. A la pensée), 1967. [Existe una versión en castellano: Critica de los fundamentos de la psicolog(a, (trad. F. Gallach), Barcelona, Martínez Roca, 1975, c1969. * "Moi, si j 'y tenais mal mon role, e' était de'ify comprendre rien." L. Aragon; "Bierstube magie allemande", en: Le roman inachevé. [N. del T.]
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19. Cf A de La Garanderie, DéJense et illustration de l'introspection, Paris, Le Centurion, 1988. 20. La realidad, cuando remite a la relación del sujeto con los otros, se descubre en la comunicación, y surge para el sujeto como algo al que debe darle un significado mediante significantes que pertenecen a la cultura y sirven para estructurar esta realidad "a costa de una reducción esquemática y de una defonnación siempre por superarse" (P. Malrieu). M-J. Borel, Discours de la logique et logique du discours, Lausanne, l'age d'hornme, 1978, p. 253. 21 . La distancia sideral entre la Antígona de Jean Anouilh y la de Sófocles da plenamente cuenta de este cambio de perspectiva.
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In realización del duelo: la lectura del nombre
La escritura o lo trágico de la transmisión
hecho, ~~~~-P1!~9-~_. pre4~;:<:;ir la yía que habrá de tOIIUlf tal o,~!!.~t~eto. QuieniDJlera que b\JS.
que
Al recordarnos el trabajo omnipresente de la muerte que separa a las generaciones y parasita la comunicación, est~ reJª19_ª-f:Ltp?.~_C..()~Juen.a q!;l.~.!!~está en .~ pQci~r de un paer. La denegación de este imposi~!e s~Q!!!.P'!es, la base ~el_&,;,c?r...!!~.enc.i;de la páslóñ.dé-aqúeüos que aleccionan a: los demás porque no pueden descansar hasta quedar seguros que semejante saber existe -objetivamente, en la medida de lo posible. Este "ya lo sé, pero aun así"23 amenaza constantemente con transformarse en un "no quiero saber nada de eso". No obstante, la propia fábula -y no la moraleja-, toda vez que renuncia a garantizar la transmisión (y por ende renuncia a hacer existir el saber 22. J. Lacan, Encore, Paris, Seuil; 1975, p. llO. Sesión del 15/03n3. [Existe una versión en castellano: Aun, (trad. D. Rabinovich, Delmont-Mauri y J. Sucre), Barcelona, co-edición Ateneo de Caracas/Paidós, 1981.] 23. Título de un famoso articulo en el que Octave Mannoni define luminosamente la verleugnung freudiana -la denegación que mencionarnos. Se
advierte entonces que si luJy un "pero aun asl... " es precisamente a causa del "ya lo sé". No luJy fetiche, por ejemplo, sino porque el fetichista ya sabe que las mujeres no tienen fa/o.( ... ) En tal caso, agrega, se habla de saber y no de creencia. O. Mannoni, La otra escena. Claves de lo imaginario, (trad. M. Home), Buenos Aires, Amorrortu editores, 2• reimpr., 1990, pp.
11-12.
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como saber "verdaderamente verdadero", es decir universalmente coropartible), ¿acaso ~o-ñosJ..ñ(Hca que él padre les abre a sus hijos una vía posible para que puedan encontrar a su vez, bajo la forma de preguntas, un acceso posible a las formulaciones del saber que tienen que crear, en una relación a su vez nueva con la verdad? En suma, la transmisión sólo sería posible·pói: cuanto se reconoce el real de la rnuerte~el engano ~- ~!!~C.?mt~~i~~<::i§!J,_ yerícl!<;:a. la jmEo~?-!!2mci.~cl. .d~ ..a~egm:.~e:§:~Ja yorrespo_~dencia entre lo que el otro oye <1~ mis p(.l}abras yJ9. Q1te_pieQ~(). En este sentido, l~Ieda&og~~~*~~s..~-.19 i.wi?osible. Más ~11~ del simti acro de la inters1,1bj~ti.vidad, la transnúsión actúa ll.n!,caJ.I!~!lt~ S()!Jre la efic~cia del S~~~ficante, la de uii duelo reajiza~o. Los hijos acaban siendo, a pesar suyo, los depositarios de un significante, el de "tesoro", y éste no los dejará en paz hasta que decidan resolver su enigma. Aquel día sabrán que no podrán alcanzar el mundo hasta que sacrifiquen el amor de su padre y su anhelo de tesoro: hasta que lo nombren.
La lectura que nombra Transmitir no es comunicar Intentamos restituir algunas de las condiciones de la transmisión que la fábula mantenía implícita. Estas condiciones son de índole lógica: nada indica que sean realizables, ni de qué manera: La palabra "transmisión" c!.e:~igna t9Q.Q.!Ü~O- ~~ .Qp~~~'?.ioll.~~ .~~ e~!~tE!9S J.l!).IY.
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lA escritura o lo trágico de la transmisión
La realización del duelo: la lectura del nombre
"receptor" con al.g o ~n c~mún: Por más complejos que sean los "esque~s de la co~urucación mediante los cuales se intenta modelizarla, se
deplorar la amplitud del fracaso escolar, sería más oportuno asombrarse ante la supuesta faCilidad con la que el niño parece apropiarse de los saberes que pensamos poderlo obligar á aprender. A menos que supongamos, junto con Leibnitz, una "armonía preestablecida" gracias a la cual, sin transmisión alguna, el saber de uno encuentra milagrosamente el saber del otro::;. ·
sig~e suporuendo de entrada la presencia de dos sujetos capaces y an~10sos. de entrar.en comunicación el uno con el otro, así como la ~~stencia de un "mensl!ie" que contiene supuestamente en sí mismo el comunicación: ~· La 1capácidad ·.de entrar en obJeto .de comurucación se funda por ende en ~1 postulado del ~ti~~Pi!@do, e~ ~o que !ohn Elster llama "teona de la racionalidad". Explora límt~ d~ esta en dos pequeños ensayos reunidos bajo un título que no podía deJar de ~amar nuestra atención: ¡El labrador y sus hijos! Elster . explora con sutileza las aporías de dicha teoría. 24 Pero acaba concluyendo fmalment~ que. "ni si~uiera podemos criticar el comportamiento de la gente como. IrraciOnal SI no suponemos primero que son, a grandes rasgos, seres raciOnales". 25
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La fábula con la que introdujimos esta reflexión marca los límites de
semejante suposición. Si ei padie· se hubiera abstenido de hablarles a sus hijos, ¿qué hubiera pasado? ¿Acaso h(ibría sido muy sensato haber contado ingenuamente con una divina armonía por la que sus hijos, tarde o temprano, y aparentemente por sí mismos, hubieran dado valor alguno a su trabajo? Si así fuera, deberíamos además suponer que este descubrimiento no tendría nada que ver con su padre: surgiría del espectáculo evidente del mundo. ~Cómo suscribir semejante hipótesis, cuando toda la fábula ilustra precisamente lo contrario? Sin la _eruaJ?ra ,e~~~~a, ~os hijos so~ .l~~~~ de nombrar al m~!i'o~-'Lo'"que los convoca arefleXioiiarno es el espectaculo ael mundo, smo una pregunta que se apropian a partir de una palabra paterna, es decir, de una p~_br,il g~~--ts"_c.JJPgid~; E~ta palabra e~ efec:tivam~nte la que los pone a trabaJar, la que los mqweta, en el sentido etimológtco de la palabra: no los deja tranquilos. La palábra del padre es provocadora: exige .una respues~. Lo sepan o no, lo quieran o no, los ubica en la posición de interlocutores. Hagan lo que hagan, ~u gesto será su resg~ta.
La transmisión, tal y como la planteamos con el ejemplo de la Úbula -que Elster tan sólo menciona de paso-, no requiere postular que "las gen~s son, a grandes rasgos, seres racionales", pues la comprensión del senti,?o ~o es esencial. Lo!.P!'~~KO~!!~-I!Q necesariamente saben_nijo qu:_ _ct~D~!!Í lo ~~.:recepcionan". El1üg:.rr· de la iñmsñllsión es precisamente el.de 1~- comuriic'a:éióiíimposible. En el punto exacto en e! que -~~.S:~~rucac!QD_frª'casa e_!l_el equívoco del sentido, la transmiSión permite qüé"áquélla surja de una-pafab'iañiieVaporcuanto pasa por la letra, por la otra escena de todas las "unebévues". La fu~rza de la fábula -que La Fontaine intenta atenuar- consiste en esceruficar el fracaso [ratage] de la comunicación, el riesgo de la palabr~. Así, como por juego, puntualiza todos los enfoques pedagógicos: runguna pedagogía vale si no toma en cuenta la realidad de este fracaso o, meJ~r dicho, de este ~mp?sible. Cualquier pedagogía que se funda en el extto de la comurucación, que supone una comprensión enn:: el ma~stro y el ~umno, es una superchería. Ni siquiera entre padre e hiJOS ext~~ semeJante ~o~prensión. La distancia entre lo que el m~stro quisiera poder exigir -que sus alumnos entiendan- y lo que entiende realmente cada uno de ellos, es irreductible: resulta imposible asegurarse de la transmisión del sentido. Por lo mismo, en vez de 24. ¿C6mo podemos juzgar las preferencias como siendo más o menos racionales, cumulo se supone que las preferencias constituyen el criterio mismo de lo que es o no es racional? Éste es el problertul más fundamental que enfrenta hoy dfa la teoría de la racionalidad. J. Elster, Le laboureur et ses enf~ts. Deux essais sur les limites de la rationalité, (trad. A. Gerschenfeld) Pans, Coll. Propositions, Minuit, 1986, p.9. ,. , ' 25. /bid, p. 12.
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Por tal razón, planteamos como hipótesis que todo aprendizaje, _toda adquisición de un saber se efectúa en ~! m~c~ de~~ transmisión en la \ que el que ap¡;el!..de -aun cuando trabaja totalmente soTo- responde a la ~ páTaori"'aé al_s.ún otro. Esta hipótesis es úna aporía, tOda vez que ~ . Pfantealñüsii mismo'tiempo que la transmisión contiene un imposible, dado que el¡jlensamie~.!Qd!9 §e transPJite. Nuestro trabajo se sitúa en este intervafu: por un lado, la·adquisición del saber -más allá de las modelizaciones en términos de aprendizaje de la psicología cognoscitiva- es la respuesta del sujeto a la palabra de otro que él reconoce cómo siéndole dirigida; por-otro lado, el sujeto sólo accede de manera indirecta y sin certificación posible al pensamiento de este otro, a la íntima convicción de su juicio: la comunicación no puede garantizar su transmisión. Esto no es un tesoro
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4_~~!'ión gravita alrededor de un ob¡eto cu_12 estat~to es E.~!:l~? jico. En nuestro paradlgmá;-"este oofeto debe li~~mEp.te "tomarse":
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40
La escritura o lo trágico de la transmisión
aquello en lugar de lo cual surge la palabra tesoro, la ver~d del tesoro, si es que esta expresión tiene algún sentido. Pues la historia lo dice con precisión: está escondido. Y si existe verdad alguna, no puede ser develada, descubierta. ¿Qué es este tesoro, realmente? Nadie puede pretender tener con certeza la respuesta. Ningún saber verdadero sobre el tesoro puede ser objeto de una apropiación exclusiva, en ~1 sentido en que uno sabría y el otro no. El padre bien se.absnivo de decir en qué consistía: se limitó a afirmar su existencia en fopna de presencia-ausencia. Está ahí, pero oculto; invisible, pero presente. ¿Con qué criterios los hijos podrían reconocerlo? El único que es~ a su alcance al principio de la historia queda invalidado: no puede ser dinero, ya que "de monedas, ni rastro". ¿Cómo lograr establecer una equivalencia entre esta palabra vaciada de todo contenido y una realidad? ¿Quién fundará semejante equivalencia?¿Y sobre qué la fundai-á? El punto clave de la transmisión es este indecidible. Afirmar que "el · tesoro es el trabajo", como lo hace La Fontaine al asestar su moraleja, reduce dicho indecidible a un sentido convenido. Esta hazaña resulta ser tiña debilidad: es el seliO'del temor a Otra inteipretaCIÓn posible con !,~~J?.C:;éf~~~~.~~@-:Libetádá oéesta ñiófateja sobr~añadida que la encierta entre sus paréntesis, aquélla conservó todo su brillo a lo largo de los siglos. Consigue dicho brillo porque no se sujeta a ninguna intexpretación, pero deja al lector en la misma indecisión con la que los hijos se enfrentan. ~asta con.~uRrimir los co.me.utalios IJ!.Oraliza@res de a rabo p-ª!:_a Coiifionté!rnOS C()D. est~ indecidible.•. ~Í!l evas!Yas. -cabo ---·-.- - · ... _... ·~ - · · ··-· · --
Re~ Magritte, el pintor, nos convida a una experiencia análoga cuando
nós muestra sus famosos cuadros donde figura la representación muy convencional de un~ -precisamente la que encontramos en los abecedarios de los ninos- con su leyenda mucho me,nos convencional (que lo acompaña y forma parte del cuadro): esto no es una piga_. A este respecto, Magritte escribe el comentario siguiente: "Esta imagen que nos hace pensar inmediatamente en una pipa demuestra, mediante las · palabras que la acompañan, que sólo un tenaz abuso de lenguaje nos permite decir que esto es una pipa". 26 A diferencia de la fábula -y de cualquier historia-, Magritte no parte de una palabra, sino de una imagen. Pero denuncia lo mismo: la conclusión en forma de certeza que no deja de surgir al ver esta imagen. Uno dirá: "Esto es una pipa", y pensará estar en lo correcto. Asimismo, los hijos no pueden dejar de creer a pie juntillas que el vocablo "tesoro" remita a dinero contante y sonante. Dicen: "¡Es un tesoro!", y están convencidos de que están en 26. En: L. Scuttenaire, Avec Magritte, Bruxelles, Ed. Le~. Hossmann.
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lo correcto. El pintor protesta: "Se trata de un tenaz abuso del lenguaje". Partiendo de un poco de materia colorida colocada en un lienzo, ¿cómo llega uno a evocar un objeto real? Y ¿qué poder permite que una palabra, una pequeña palabra que suena durante unos segundos en los oídos de los hijos, les haga creer en la existencia de monedas de oro? .. ··::'" :r. .
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Como pintor, Magrltte intenta darl~ 11:uevamente a la mirada un enfoque plástico de la realidad visible;. qwéie privarla del nombre de las cosas para que redess:.l!J2ra e!_g;tundo de las formas y de los colores. En eso participa plenamente de la gran mutación de la pintura contemporánea, eri reacción contra el surgimiento de la fotografía y del cine que sólo fijan en sus rollos unas imágenes reconocibles, siendo su fuerte lo . parecido. Intenta encontrar nüevamente el "ojo silvestre",27 aquél que todavía se encuentra en lo indecidible y no sabe que esto es una pipa. Por lo contrario, La Fo,ntaine -¿o será más bien Jules Ferry?- quisiera que quedara claro de una vez para siempre que el bien,. más valioso en esta tierra no es el dinero, ~ino e~~. Y que no se tenga que repetir ni una vez más esta sabia decisión que establece tanto el sentido de las palabras como el valor de las cosas: el trabajo es un tesoro, el trabajo es un tesoro... ¡A copiar cien veces para mañana! Por consiguiente, mientras uno busca ins-taurar un uso fijo del lenguaje, el otro intenta desacostumbrar el ojo demasiado dócil del público. Una imagen que evoca irresistible-abusivamente una pipa, un vocablo que evoca irresis~ tibie-abusivamente el dinero. El sujeto que contempla el dibujo de Magritte está, pues, inmerso en un mundo extraño e inquietante en el que las palabras y las cosas ya no coinciden: "( ... ) es imposible definir el plan que permita decir que la aseveración Esto no es una pipa es verdadera, falsa, contradictoria" señala: Michel Foucault. 28 Nombrar estos trazos y estas1nanchas es una operación que, de no sernos impuesta por una costumbre que se ha vuelto ·una segunda naturaleza, reduce un indecidible y zanja arbitraria y soberanamente al declarar (por ejemplo): ¡esto no es una pipa! Asociar un nombre con lo que el ojo ve cambia la naturaleza de la inirada: pasa de la visión inefable -sueño diurno de la pintura moderna- de un ojo silvestre en contacto directo
q. 1-F. Lyotard, Discours, Figures, París, Klincksieck, 1970. [Existe una versión en castellano: Discursos, figura, (trad. J.E. y C. Hesse), Barcelona, G. Gilí, 1979.] . 28. M. Foucault, Esto no es una pipq: ensayo sobre Magritte, (trad. F. Monge), Barcelona, Anagrama, Cl981, p. 32. 27.
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lA realización del duelo: la lectura del nombre 43
lA escritura o lo trágico de la transmisión
con la plasticidad del mundo, a la lectura .de este mismó mundo convertido en una ordenación de objetos distintos. Los hijos de la fábula no enfrentan un cuadro, sino una palabra. Ahora bien, puesto que a esta palabra no le corresponde ya ningún objeto, sus orejas se vuelven "silvestres". ¿En qué realidad conCreta, en qué objeto se detendrán para concluir de motu proprio: este es el tesoro ·del que nos habló nuestro padre? Pues la transmisión sólo se hará efectiva con . esta conclusión que los sujeta a la tierra de sus ancestros. No lograrán · reducir este indecidible hasta poder tener una representación suficientemente precisa de lo que, a partir de entonces, entienden con la palabra "tesoro". Ahora bien, no renunciamos fácilmente a nuestras imágenes, a la satisfacción alucinatoria, como diría Freud; la pequeña provocación de Magritte basta para convencemos: ¿cómo dejar de ver una pipa en su lienzo? La transmisión en la que los hijos se lanzaron -sin saberlo,. les exige una renuncia de esta índole: d~ben dejar realmente de imaginar ~gJ,Í_Q~Qfrecillo, algún dinero, cuando oyen la palabra tesoro. Deben atravesar este _punto~ indeci~~g~_que s~_!!~~~~· Esta experiencia preVIa que prepara la nominación conclusiva los sumerge en una indecisión totalmente distinta del dilema del burro de Buridan: no deben elegir entre dos cosas, sino decidir, ante un mundo que se ha vuelto "infamiliar" ,29 que entre todo lo que perciben, algo resulta ser efectivamente lo que su padre llamaba "tesoro". Pero ¿qué cosa podría imponerse suficientemente para tomar el lugar del dinero esperado? La fábula lo menciona: la abundancia de la cosecha. Pero La Fontaine (con la ponderación de Jules Ferry) tiene otra respuesta: el trabajo. ¿Acaso ambas respuestas son compatibles? ¡;Cómo podrían los hijos pasar de la una a la otra? Antes incluso de examinar estas preguntas, subrayemos este primer tiempo de la transmisión: la instauración del "abuso" denunciado por Magritte, la designación de "esto" -o sea la cosecha- como si fuera · efectivamente ''un tesoro".
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Esto lo asemeja al Witz, al~e, que Freud reconoció como formación del inconsciente junto con el lapsus y el sueño. No obstante, contrariamente a éstos, tanto el ellignia como el chiste suponen una situación de comunicación con otro. Todo el interés del tercer libro de Freud sobre la formaciones del inconsciente30 consiste en analizJr_ eljugar. __de ~ "~!c~ri!-_P~ggpa" co~
J.io-\ ·r ' ü''·)r.~ (, .. ,: . . -:, ;..,,'--'-'--' Cuando hablar es hacer una palabra 1
Este primer tiempo sigue, con todo, repleto de ambigüedades. Pone fin desde luego a un estado de confusión y embotamiento; pero ¿a qué precio? Pues existe un gran margen entre la fábula y la moraleja que La 29. Para retomar la expresión de 1acques Nassif cuando traduce el unheimlich freudiano. l . Nassif, Freud, l'/nconscient, Paris, Ed. Galilée, 1978.
Fontaine agregó. No se entiende bien cómo el identificar la cosecha fructuosa como garante real de la palabra, paterna permitiría que los hijos accedieran no a la idea de que es el resultado de su trabajo, sino a la de que el tesoro consiste en el esfuerzo y el sudor de su frente, y no en la riqueza que at~gura esta cosecha. Pues según lo afrrma La Fontaine, éste es el saber al qué acceden. Por lo tanto, no basta reconocer que la Ct?~~-ºªpo~y~nir esl que su paditUl~ó "tescm>"; po_r.~LC:<;>!J,tr~.o. ésto ~'!!.e4t ~ u¡[der ,lª-.,t:rªPS!!Hsión.. ¿Acaso tantos esfuerzos y lm'gas solo les sfrVió;ara saOér que no se trataba de imaginar dinero u oro como tesoro, sino trigo? En este caso, al padre le saldría el tiro por la culata, y su estratagema acabaría siendo una "mala broma" tramada contra sus hijos (posibilidad que' evocamos anteriormente). Si el saber por transmitirse consistía en afinnar que el trigo vale dinero, y que por consiguiente mucho ~~o 'vale mucho dinero, ¿por qué no decirlo claramente? Para transmitirse, semejante saber no requiere del dispositivo en forma de bomba de tiempo que el padre adoptó; y eso por la buena razón de que no requieren ser transmitidos: ¡los hijos ya lo saben! Su sospecha respecto a la buena fe de su padre resultaría por lo tanto fundada.
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30. El priinero es lA interpretación de los sueños; el segundo, Psicopatologfa de la vida cotidimla. 31. (... )el proceso psfquico del chiste se consuma entre la primera (el yo) y la tercera (la persona ajena), y no como en lo cómico entre el yo y la persona
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La realización del duelo: la lectura del nombre
La escritura o lo trágico de la transmisión
lector. Éste es el
con el equívoco de un inconsciente que, como el alma, sería propia de la persona psicológica e incluso interna al cuerpo. Para Freud, tanto el enigma como el Witz provienen del inconsciente, y como tales desbaratan la connotación psicofisiológica que esta palabra arrastra desde el siglo XIX, 32 convirtiéndola en el lugar inobjetival?le en el que la lengua nos sujeta. Lo que el enigma o el Witz dicen n9 pue
Al mostrar minuciosamente que el chiste sigue los mismos mecanismos de lenguaje que el trabajo del sueño, Freud evidencia que el sujeto no domina. más sus producciones humorísticas que sus pesadillas, aun cuando reivindica la paternidad de las primeras y rechaza con horror la 33 de las segundas. E..! enigma es de alguna manera el reverso..
indicada como una condición y el texto debe ser adivinado, mientras que en los chistes el texto se comunica y la técnica se oculta. S. Freud, El chiste ... , op. cit., nota n~2. p. 32.
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c_~s~_q!!_~ !eP.~~~~.I!!!· Ahora bien, ·éste es el punto: la cosecha que reconocierán como lo que su padre llamó "tesoro", este trigo, ¿será el tesoro mism~, el objeto de su deseo, o tan sólo el signo del mismo? ..
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echa desde aquel más allá que
"Frei.id llama l~q,tr¡¡-~s~~~"; piira establecer con el mundo una relación de lectura, para quitarla satisfacción alucinatoria del objeto. Quitar este modo de satisfacción equivale a sacrificar este objeto, perdido irremediablemente desde siempre. Hay sacrificio toda vez que ya ningún ~!~._y~drá a represelltar ~sfe ob}~t~"J)er~_4?..'Ero6jé-té>sñ!2§1ri\11iY:9 sQlQ ~~ jiilj>of.· cu'@.!§ és signo. del .Qbj~!~ -~~srific~do. El trigo es efectivamente un objeto, pero este objeto no representa, n~ el tesoro inasX'-uible. Tomar a este objeto que surgió como por arte de magÍa a 'fa· superficie del campo -y no "dentro"- como substituto del tesoro codiciado no sería un acto de nominación, sino una repetición. El signo no es un fetiche._Nombrar es tomar nota [prendre acte] de ~ -:
~!!!~jru!t~~ggp1j9io, med~ªf.!Q_)>Ob~If!l!QJ!2!.9.l!~.!~J!l!.S.~-~!l
indecidible. El trig_o ~J!Q!!l}?,r¡idQ, en.illJlbo§..~ntid~s ~~!~.P.~~ 34 Es promoviao a la función de signo del tesoro; es hecho tesoro [il estfait trésor], * mediante un acto de nominación que no cambia su naturaleza objetiva -para una mirada científica. Entonces, en un segundo sentido, al trigo se le puede nombrar, sea, designar con el vocablo "tesoro" (así conío un funcionario puede pedir que lo llamen por su título). Si se puede designar al trigo con el nombre del objeto, será como signo. Pues aquél que así lo nombra sacrificó d objeto; a sabiendas de que nunca tendrá el objeto -ya que dio el paso decisivo-, está liberado de su incurable acidia. 35
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34. Nominación perforrnativa y nominación denotativa. * En el texto original, el autor agrega para precisar su idea: "comme on est fait chevalier ou cocu (como se es armado caballero o engañado por su mujer)". Esta precisión se basa en la expresión "erre fait", común a los tres ejemplos, y que implica que uno accede a cierta posición por la acción de otro, que uno es convertido EN algo POR alguien. Esta expresión no tiene equivalente en castellano. [N. del T.] 35. Es este desesperado hundirse en el abismo que se abre entre el deseo y su
inasible objeto lo que la iconografía medieval ha plasmado en el tipo de la acidia, representada como una mujer que deja desoladamente caer a tierra la mirada y abandona la cabeza sostenida por la mano (... ). Se trata de una p~~r:_sión ~_la voluntad, qUft._Quiere,¡J, obi~lq p~ro sin lt:t__ Vláj~t(éva IJ4.cjfl_é], Y. q. ia vez desea y con~ el Pa.S_Oa su propio..de.~e.a.,. G. Agamben, Estancias. · La palabra y el fantasma en la cultura occidental, (trad. T. Segovia), Barcelona, Pre-Textos, 1995, p. 33.
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La escritura o lo trágico de la transmisión
La realización del duelo: la lectura del nombre 47
Llamemos a es~ ac;to de !J.QQEE~2!.Ó..I1 "segundo_ tiell1p';ul.~Jtt transiiJ!~". Este -~~gundo tiempo -~~JQ..É!!!~.Q._g!Je~p~rmite..ª'-*~n.tifua.t.ª R!i-t!l.~ro. "Siñ él, se detiene cualquier intento de resolver lo indecidible. ·En cambio, si esta resolución desemboca en la nominación, habrá
mos un callejón sin salida: la idea según la cual la "lectura que nombra" lee algo escrito. Ésta es la que defiende Jacques Derrida -con otras formulaciones- al promover la noción de archiescritura. 38 Lo hace por excelentes motivos que no mencionaremos aquí. Por el momento, sólo nos import(l ..e! hecho de que, a.l..!l
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paralelamente al nombre. Y en un segundo Q.empo, la_nominación habrá establecido36 uña'rélación directa entre el signo así promovido y el nombre. Proferir: "Esto e.U!Ilt~~.O.~!J.:: ~-te el ~.g,?._q~ sre,9_e eguivale, propiamente hablando, a .Yº'-ª...!~~!!:1.!!!: la lectura de un signo con un nombre.
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Una lectura previa a la escritura
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¿Cómo pasar entonces de la primera a la segunda lectura? Esta pregunta se reduce sin más a la del origen de la escritura; pregunta que, precisamente, toda la obra de Derrida intenta invalidar. Según él, el error, la falla, consiste en pretender dar cuenta del origen de la escritura. Nos advierte que esto es imposible ya que, a su entender, la escritura está ya siempre constituida: es "suplemento de origen", según su famosa fórmula. 40 Volvemos a encontrar este mismo debate con respecto ahora al origen: Derrida piensa que esta pregunta no debe plantearse, ve en
Que la nominación consista en una "lectura del signo~' supone la efectividad de cierta lectura anterior a la escritura; supone que~ "leer'' antecede a lo -~~t:W· Una lectura "que nombra con el signo" precéaerl"a la I~r¿que descifra con la letra". Y la primera sería no solamente anterior a la segunda, sino efectivamente previa: sería un tiempo constitutivo de la misma. Intentamos seguir paso a paso la lógica de la transmisión -apoyándonos en los análisis de Jacques Lacan y el comentario al respecto por parte de Jean Allouch-, 37 la que nos incita a plantear ahora esta hipótesis para dar cuenta de lo propio de la escritura. · En efecto; hasta ahora nunca se trató de escritura. Si bien hablamos de "lectura de signo", fue no sólo porque se trataba efectivamente de una lectura (dado que este signo llegaba a ser nombrado con un nombre promovido a esta función nominativa mediante el sacrificio del objeto), sino también porque esta lectura, al no tener las letras como objeto, sólo podía anteceder la escritura (que sólo se defme por la letra). Empero, quisiéramos resaltar el punto por lo que ella tiene de ser también previa a la escritura. Esta cuestión es esencial para nuestro asunto, puesto que intentamos ~~~~Ul:__de la relación entre escritur~ transmisión del saber. La hipótesis de dos lecturas nos preserva contra lo que supone-
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36. El futuro perfecto de indicativo es el tiempo del apres-coup. 37. Nos referimos a un artículo de Jean Allouch, "La 'conjecture de Lacan' sur l' origine del' écriture", retomado en Lettre pour lettre. Transcrire, traduire, translittérer, Paris, Eres, 1984. [Existe una traducción al castellano: "La 'conjetura de Lacan' sobre el origen de la escritura", en: Letra por letra. Traducir, transcribir, transliterar, (trad. M. Pastemac, N. Pastemac y S. Pastemac), Buenos Aires, EDELP, 1993.
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38. Cf la obra en la que J. Derrida desarrolla por primera vez esta noción de manera consecuente: De la gramatología, (trad. O. del Barco y C. Ceretti), México, Siglo XXI, 1986. . * A la vez ''posterior a" y "según". [N. del T.]. *. "sans lettre", expresión homofónica de "sans l'etre" (sin el ser). [N. del T.] 39. Que podamos leer ahí un juego de palabra (sin el ser) se debe precisamente, tal como lo ·vamos a desarrollar, a una lectura "con las letras".
40. El mal del afuera (que viene desde afuera pero también que atrae hacia . afuera, como se dice igual o inversamente, a la nostalgia) está en el centro del habla viviente como principio de borradura y su relación con su propia muerte. Dicho de otro modo, no basta, no se trata, en verdad, de mostrar la interioridad de lo que Rousseau habría creído exterior (se trata de la escritura -L. C.); sino más bien de hacer pensar la potencia de exterioridad como constitutiva de la interioridad: del habla, del sentido significado, del presente como tal; en el sentido eri que dedamos hace un momento que el mortal duplicación-desdoblamiento representativo constituía el presente viviente, sin añadírsele simplemente; o más bien lo constituía, paradójicamente, añadiéndose/e. Se trata de un suplemento originario, si se puede arriesgar esta expresión absurda, inadmisible como es dentro de una lógica clásica. Suplemento de origen, más bien: que suple el origen desfalleciente y que, no obstante, no es derivado; ese suplemento es, como se dice, de una pieza, de origen. J. Derrida, De la gramatología; op. cit. pp. 393-394.
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ella la prueba más contundente de un pensamiento metafísico, porque se niega nuevamente a diferenciar el signo de la letra. Ahí donde definimos el establecimiento de una relación de lectura con el mundo como el recubrir los signos (que pueden presentarse como marcas, huellas, figuras, trazos y demás) por elementos de lenguaje, vocablos que llegan a nombrarlos, ahí Derrida descubre una escritura "siempre ya ahf'. una archiescritura. Con esta verdadera obsesión del "origen no originario del origen", se impide a sí mismo definir la letra como tal, y de este modo evita la difícil cuestión de su surgimiento. ¿Por qué semejante negación por parte de Derrida -o mejor dicho, semejante afumación, cien veces repetida, de que antes de la escritura ya estaba la escritura, que ésta es constitutiva de la palabra misma? Bajo nuestro punto de vista, se debe a la postura que Derrida adopta, una postura fundamentalmente crítica de "deconstrucción" de la tradición metafísica que "asignó siempre al lagos el origen de la verdad en general". 41 Por lo tanto, se opone tajantemente al "logocentrismo" -que es, según él, su meollo- definiéndolo como una
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Ahora bien, el drama de la transmisión no desemboca en el mismo saber según si ésta se atiene a la lectura del signo o si, al producir la letra, pasa a la escritura. Los capítulos siguientes ilustran esta hipóte.sü¡, deteniéndose cada uno de ellos en un tiempo y un modo de la escritura. Instituir la letra e.s fundar una cultura. Del pictograma al alfabeto, y del quése leda a la letra d1fiere-: Estüs artábei"Oafafnioñhática, el fi'és modos de escri61r Útl vez sean menos conmensurables entre sí de lo que nuestra tendencia al universa1ismo, por estar alfabetizados, nos lo dejaría suponer. Tres estatutos para la letra, tres instituciones de la escritura, tres representaciones del saber para un mismo enigma, el enigma insoluble de la transmisión.
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metafísica de la escritura fonética (por ejemplo del alfabeto) que no ha sido, fundamentalmente, otra cosa que -por razones enigmáticas, pero esenciales e inaccesibles para un simple relativismo histórico- el etnocentrismo más original y poderoso, actualmente en vías de imponerse en todo el planeta... 42
Para ello, su crítica ataca la creencia en un más allá del signo y muestra de todas la maneras posibles que ninguna presencia originariajustiftca la existencia de un signo; por el contrario, las huellas que nos circundan con su textura y nos hacen hablar surgen del juego de la dije rancia. 43 Y asimila la letra con un signo cuando se ensaña en deconstruir el "fonocentrismo alfabético", oponiéndose a los análisis de la lingüística saussuriana y a la fonología jackobsoniana: Que el significado sea originaria y esencialmente (y no sólo para un espíritu finito y creado) huella, que esté desde el principio en posición de significante, tal es la proposición, en apariencia inocente, donde la metafísica del logos, de la presencia y de la conciencia debe reflexionar acerca de la escritura como su muerte y su fuente. 44
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Pensar que "el significado sea huella" -aparte de la rareza provocativa de semejante fórmula- equivale a rehusarse a darle a la letra un estatuto que no sea el de una huella o de un signo . .
41. 42. 43. 44.
J. Derrida, lbid., p. 7. lbidem. Cf. J. Derrida, L'écriture et la différence, París, Seúíl, 1967. J. Derrida, De la gramatologfa, op. cit., p.95. Texto subrayado por el autor.
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