El Acantilado, 141
LOS ANTIMODERNOS
ANTOINE COMPAGNON
LOS ANTIMODERNOS TRADUCCIÓN DE MANUEL ARRANZ
B A R CEL O N A
2007
t
A C A N T J.J. A D O
TÍTULO ORIGINAL
Les Antimodernes
Publicado por: ACANTILADO
Quaderns Crema, S. A., Sociedad Unipersonal Muntaner, 462 - 08006 Barcelona Tel.:934 r44906-Fax:934 r47 ro7
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978-8 4-96489-79-0 B-4.579-2007
DEPÓSITO LEGAL:
AIGUAD EVIDRE QUADERNS CREMA ROMANYA-VALLS
Gráfica Composición
Impresión y encuadernación
PRIMERA EDICIÓN
febrero de 2007
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CONTENIDO
Nota a la traducción, 9 INTRODUCCIÓN: LOS MODERNOS EN LIBERTAD,
LAS IDEAS,
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29 Antimodernos o contra-modernos , 3 1 - Antimoder nos y reaccionarios, 3 5 - Una Revolución contraria, o lo contrario de la Revolución, 40 - «La vergüenza del espíritu humano» , 43 - La oligarquía de la inte ligencia, 5 3
CONTRARREVOLUCIÓN,
65 Burke, apóstol del realismo, 7 4 - Política experi mental y meta política, 8 o - El «fanal os curo», 8 6
ANTI-ILUSTRACIÓN,
97 La sociedad contra el individuo, 1 0 5 - Resignados a la decadencia, u 6 Ser un hombre de su tiempo, 1 2 4 - El final de un antimoderno, 1 2 8
PESIMISMO,
-
137 Castigo y regeneración, 1 4 1 - El pecado original continuado, 1 4 4 - Todos culpables, 1 4 9 - C ontagio
EL PECADO ORIGINAL,
y reversibilidad, I53 - La muerte del rey, 1 6 0 - Un Schopenhauer m aistriano, 1 62 - L a víctima es el verdugo, I 6 7 I75 Puritas impuritatis, 1 7 7 - Metapolítica del verdugo, I 7 9 - Romanticismo y reacción, I9 5 - El dan di, 2 04 - El odio a lo sublime, 2 0 8
LO SUBLIME,
LA VITUPERACIÓN,
2I7
Genealogía de un estilo, 2 22 - Oxímoron y antime tábole, 22 6 - El espíritu antimoderno, 23 I - La pa sión por la lengua, 2 3 6 CONCLUSIÓN:
241 Amor fati, 242 - «Quien pierde gana», 246
LOS REACCIONARIOS CON ENCANTO,
LOS ANTIMODERNOS
N O TA A L A TRA D U C C I Ó N De las numerosas obras citadas en el texto, siempre que hay traduc ción castellana, ésta se cita entre p aréntesis a continuación de la refe rencia del autor. Cuando existe más de una traducción, como es el ca so de las obras de Baudelaire, Balzac, Proust, o Pascal, se cita únicamente la de fecha de p ublicación más reciente. No obstante, tanto en estos casos como en los anteriores, hemos traducido todas las citas , a pesar de la incuestionable excelencia de la mayoría de las traducciones existentes. En cuanto a los títulos de las obras citadas, hemos optado, en aras de una mayor legibilidad, por traducirlos en el texto y citarlos en su idioma original en las notas al mismo; con la úni ca excepción de la Recherche, por entender que es hoy la forma con vencional de referirse a En busca del tiempo perdido. M. A.
I N TRO D U C C IÓ N L O S M O D E R N O S E N L I B E R TA D
No old stuff /or me.' No bestial copyings o/ arches and columns and cornices! Me, I'm new' Avanti! WILLIAM VAN ALEN, arquitecto del e di ficio Chrysler de Nueva York, 1929.
El moderno se conforma con poco.
VALÉRY
¿ Q uiénes
son los antimodernos? Balzac, Beyle, Ballan che, B audelaire, Barbey, Bloy, Bourget, Brunetiere, Bar res , Bernanos , Breton, Bataille, Blanchot, Barthes . . . No todos los escrito res franceses cuyo nombre comienza por una B, pero, a partir de la letra B, un importante nú mero de escritores franceses. No todos los campeones del estatu quo, los conservadores y reaccionarios de todo pelo, tampoco todos los atrabiliarios y desen cantados con su época, los inmovilistas y los ultras , los cascarra bias, los gruñones , sino los modernos en dificultades con los tiempos modernos, el modernismo o la modernidad, o los modernos que lo fueron a regañadientes, modernos desarraigados, o incluso modernos intempestivos . ¿ Por qué llamarlos a ntimodernos? E n primer lugar, para evitar la connotación despectiva generalmente atriII
I N T R O D U C CIÓN
buida a las demás denomin aciones posibles de esta tra dición esencial que atraviesa los dos últimos siglos de nuestra historia literaria. A continua ción, porque los verdaderos antimodernos son también , al mismo tiem po, modernos , todavía y siempre modernos , o modernos a su pesar. Baudelaire es el prototipo , su modernidad él fue quien inventó la noción-es inseparable de su re sistencia al «mundo moderno» , como iba a calificarla o tro antimoderno , Péguy, o tal vez de su reacción contra lo mo derno en él mism o , de su odio de sí en cuanto mo derno. Por eso no eligió a Manet, su amigo y su igual, co mo «pintor de la vida moderna», sino a Constantin Guys, artista relegado por la ap arición de la fotografía, m ientras escribía a Manet : «usted no es más que el p rime ro en su decrépito arte.»' Los antimodernos-no los tradicionalistas por tanto, siáo los antimodernos auténticos-no serían más que los modernos, los verdaderos modernos , que no se dej an en gañar por lo moderno , que están siempre alertas. Uno imagina en principio que debieran ser diferentes, pero pronto nos d amos cuenta de que son los mismos, los mis mos vistos desde un ángulo distinto, o los mejores de en tre ellos. La hipótesis puede parecer extraña y exige ser comprobada. Poniendo el acento sobre la antimoderni dad de los antimodernos, demostraremos su real y per durable modernidad .
' Baudelaire, carta a Manet, r 1 de m ayo de 1 8 6 5, Correspondan ce, ed. Claude Pichois y Jean Ziegler, París, Gallimard, colección Bi bliotheque de la Pléiade, 19 7 3,
2
vol . , t. 11, pág. 4 9 7.
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LOS M O D E R N O S E N L I B E RTAD
El término antimoderno en ocasiones fue utilizado en los años veinte, especialmente por Charles Du Bos
y Jac
ques Maritain, antes de caer en desgracia. D u Bos anota ba en su Diario en 1 9 2 2 : «Esta mañana, he tratado de hacer recapacitar a mis alumnos sobre el empleo tan ex traordinario , t an totalmente anti-moderno que Pascal ha ce de la palabra corazón, el corazón p ara Pascal es un ór gano de conocimiento antes y más incluso que el órgano de la sensibilidad, cuando dice: es con el corazón con lo que conocemos las tres dimensiones del espacio». 1 Pascal, ¿ modelo del antimoderno? Tal vez fuera preferible «pre moderno», o early modern, de acuerdo con la cronología consagrada en inglés. Pero no cabe duda de que Du Bos, bajo los auspicios de Pascal, apunta al imperio moderno de la inteligencia y de la razón , y defiende un orden dife rente de conocimiento, intuitivo y sensible. Maritain titulaba A ntimoderno una obra publicada en el mismo año 1 9 2 2 : «Lo que aquí llamo an timoderno -anunciaba en el prefacio-hubiera podido ser llama do perfectamente ultramoderno», 2 a s aber, el tomismo al que Maritain se había convertido después de haber rene gado de Bergson, sospechoso de una de las últimas here jías condenadas por Roma a principios del siglo x x , el «modernismo». De este modo, mucho antes de que el posmodernis mo se convirtiese en una apuesta, la tentación antimo' Charles Du Bos, ]ournal (junio de 1 9 2 2 ) , París, Correa, 1 9 4 6 , t . I, pág. I o 3 . ' Jacques Maritain, A ntimoderne ( 1 9 2 2 ) , en Oeuvres, 1 9 1 2 1 9 3 9 , París, Desclée de Brouwer, 1 9 7 5, t. I, pág. 1 o 2 .
I N T RODU C C I Ó N
derna s e debatía ya entre e l premodernismo y e l ultra modernismo, entre Tomás de Aquino y Pascal o Bergson . Tal y como Maritain y Du Bos lo concebían , el epíteto antimoderno calificaba una reacción, una resisten cia al modernismo, al mundo moderno, al culto del progreso, al bergsonismo tanto como al positivismo. Significaba la duda, la ambivalencia, la nostalgia, mucho más todavía que un rechazo puro y simple. Semej ante actitud no p arece en sí misma moderna, y corresponde probablemente a un univers al . Habiendo existido siempre y en todo lugar, puede relacionársela desde la antigüedad con las familiares parej as tradición e innovación, permanencia y cambio, acción y reacción, eleatas y j ónicos, o incluso antiguos y modernos. Sin embargo, una diferencia capital separa la moder na sensibilidad antimoderna del eterno prejuicio contra el cambio. La fecha del nacimiento de aquella, histórica mente localizada, es indudable: la Revolución francesa como decisiva ruptura y giro fatal. Había tra dicionalistas antes de 1 7 8 9 , los ha h abido siempre, pero no antimo dernos en el pleno y moderno sentido de la palabra. Los antimodernos nos seducen. La Revolución fran cesa pertenece al pasado , aunque se haya tomado su tiempo, mucho más de lo que se a dmite en general, p ara cerrarse (no antes de 1 8 8 9 , o incluso de 1 9 8 9 ) . Parece que ya no tiene nada que enseñarnos, mientras que los antimodernos están cada vez más cerca de nosotros y nos p arecen incluso proféticos. Nos interesamos por los ca minos que no tomó la historia. Los ven cidos y las vícti mas nos conmueven, y los antimo dernos se parecen a las víctimas de la historia. Mantienen una particular rela14
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c10n con la muerte, con la melancolía y el dandismo: Chateaubriand, Baudelaire, Barbey d' Aurevilly son los héroes de la antimodernidad. Desde este punto de vista, todavía tendemos a ver a los antimodernos como más modernos que los modernos y que las vanguardias histó ricas: en cierto modo ultramodernos , presentan hoy un aspect o más contemporáneo y cercano a nosotros, por que estaban más desengañados. Nuestra curiosidad por ellos ha ido en aumento con nuestra suspicacia posmo derna hacia lo moderno. Albert Thibaudet, ya en 1 9 1 3 , observaba que la Re volución y el romanticismo, al romper con la tradición , la habían favorecido paradójicamente: «Creyéndola per dida, se ha notado todavía más su necesidad y su belleza. Los restos que el tiempo restituía eran acogidos como el dracma o la oveja perdida del evangelio.»1 En contraste con la época, la moda y el curso aparente de las cosas , la t radición clásica empezó a beneficiarse de un prestigio desconocido desde los tiempos de su reinado; de rech a zo, su reconocimiento fue «obra de unas fuerzas que, en frentándose con ella y dañándola, la volvieron espon táneamente reflexiva». De este modo «el monumento crítico donde se reconstruyó la t radición literaria fue le vantado contra el romanticismo por un romanticismo de vuelta». 2 El crítico por antonomasia fundó la t radición literaria contra el imperio romántico; fue un «romántico de vuelta»; otra hermosa descripción del antimoderno 1
A lbert Thibaudet, «L'esthétique des trois traditions», en NRF, enero de r 9 r 3 , pág. 5. ' I bí d em , pág. 6 .
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tal y como se encarna en Sainte- Beuve, fiel a l espíritu del siglo xvm en pleno romanticismo. Thibaudet observaba también, de hecho ésta era una de sus tesis favoritas, que «el rasgo más notable de la fa milia tradicionalista, es su importancia entre la gente que escribe y su debilidad entre la gente que se dedica a la política». 1 Otro tanto podría decirse de nuestros anti modernos . El tradicionalismo, suplantado en la vida po lítica por el movimiento de las i deas, el Progreso, o la Es cuela, se trasladó a otra parte; la tradición fue «captada por otra red , entró en otra hidrografía: la literatura». 2 De Chateaubriand a Proust al menos, entre El genio del cris tianismo y En busca del tiempo perdido, pasando por Baudelaire y tantos otros , el genio antimoderno se refugió en la literatura, e incluso en la literatura que considera mos m o derna, en la literatura convertida en canon por la posteridad, literatura no tradicional pero propiamente moderna en la medida en que es antimoderna, literatura cuya resistencia ideológica es inseparable de su audacia literaria, a diferencia de la obra de m adurez de Bourget, Barres o Maurras. «Las letras, la prensa, las academias, los salones, París en suma, giran hacia la derecha, me diante un movimiento de conjunto, un empuje interior como el que obliga a los grupos políticos a declarase y situarse en la izquierda.»3 La literatura, si no es de dere chas, por lo menos se enfrenta a la izquierda, de acuerdo ' Í dem, Les Idées p ulitiques de la France, París, Stock, 1 9 3 2 , págs. 14-r 5. Ibídem, p ág. 2 7 . 3 Ibídem, pág. 2 9 . 2
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con l o que Thibaudet consideraba como una estetlca diestra opuesta a la siniestra inmanencia de la vida polí tica y parlamentaria francesa de los siglos XIX y xx, y so bre todo de la Tercera República, la de las letras y de los profesores. Casi toda la literatura francesa de los siglos X I X y xx preferida por la posteridad es, si no de derechas , al me nos antimoderna. A medida que pasa el tiempo Chateau briand se impone a Lamartine, Baudelaire a Victor Hu go, Flaubert a Zola, Proust a Anatole France, o Valéry, Gide, Claudel, Colette-la maravillosa generación de los clásicos de r 8 7 o-a las vanguardias históricas de princi pios del siglo xx, y tal vez incluso Julien Gracq al Nou veau Roman. A contrapelo del gran relato de la moderni dad flamante y conquistadora, la aventura intelectual y literaria de los siglos XIX y xx ha tropezado siempre con el dogma del progreso y resistido al racionalismo, al car tesianismo , a la Ilustración , al optimismo histórico-o al determinismo y al positivismo, al m aterialismo y al me canicism o , al intelectualismo y al asociacionismo, como repetía Péguy. De m anera que «el siglo xx ha visto como las letras y París se pasaban en masa a la derecha, en el momento mismo en que, p ara el conjunto de Francia, las i deas de derecha perdían definitivamente la partida». 1 Thibaudet emitía este juicio a principio de los años treinta, antes del ascenso de los fascismos y del advenimiento de Vichy, y su «definitivamente» puede que parezca impru dente. La perspicacia del diagnóstico sobre la larga du' Ibídem, pág. 3 o.
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INTROD U C C I ÓN
ración no es menos notable: «Las ideas de derecha , ex cluidas de la política , arroj adas a las letras, se atrinche ran en ellas, se vuelven militantes y ejercen, a pesar de todo, un control , exactamente como lo hacían las ideas de izquierda, en las mismas condiciones, en el siglo x vm, o baj o los regímenes monárquicos del siglo x 1 x .»1 La tradición antimoderna en la modernidad es por tanto una tradición , si no antigua, al menos tan antigua como l a modernidad. ¿ Se perpetúa hasta nuestros días , o bien se h a terminado? Milan Kundera, sublevándose contra el mandamiento de Rimbaud, « ¡ Hay que ser abso lutamente moderno ! » , exhortación que él interpretaba literalmente y no como una antífrasis que nos permite in cluir a Rimbaud mismo entre los antimodernos, procla maba, a principios del siglo x x , que «una determinada p arte de los herederos de Rimbaud ha comprendido algo que es inaudito: hoy día, el ú nico modernismo digno de ese nombre es el modernismo antimodern o». 2 Ahora bien , p arece que Kundera se equivoca doblemente en la cronología. Por una parte, el «modernismo antimoder no», como él escribe , no tiene nada de insólito, al con trario. El pretendido grito de guerra de Rimbaud no fue más que una irónica boutade. En realidad, históricamen te, el modernismo, o el verdadero modernismo digno de ese nombre, ha sido siempre antimoderno, es decir am bivalente, consciente de sí mismo, y ha vivido la moder nidad como un desarraigo, como iba a confirmar muy pronto el silencio de Rimbaud . Por otra parte, tal vez só-
' Ibídem, pág. 3 2 .
' Le Monde, 4 de j ulio d e 2 o o r .
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l o hoy, a principios del siglo xx1, e l «modernismo anti moderno» ya no sea una op ción , o en todo caso una op ción difícil de m antener. ¿ Desde cuándo? Es posible que esta vía real de la modernidad se haya vuelto intransitable desde mediados del siglo xx, después de que los antimo dernos políticos hubieran tomado el poder, si exceptuamos lo sublime por supuesto, si exceptuamos el pesimismo y el dan dis mo que habían caracterizado hasta entonces aquella vía. Si hubiera que nombrar al último antimoderno de la tra dición francesa, Drieu La Rochelle daría la t alla, h asta el momento en que escogió convertirse en fascista. En Gi lles, en r 9 3 9 , su héroe reivindicaba todavía «aquella tra dicional diatriba que acosa desde hace más de un siglo en Francia, con una enorme y evidente esterilidad, a los fervientes de lo Antimoderno, desde De Maistre hasta Péguy». 1 Drieu ilustra la valentía y la impotencia del dandi antimoderno, pero él contribuyó a acabar con aquella tradición . Los horrores de mediados del siglo xx habrían pro hibido p ara siempre el juego antimoderno, juego fran cés , pero t ambién j uego europeo, ilustrado por Marinet ti o De Chirico, T. S. Eliot y Ezra Pound, en ruptura, estos últimos, con el Nuevo Mundo. Por supuesto toda vía pueden reconocerse todos los rasgos típicos acá y allá, por ejemplo en el Diario inútil de Paul Morand, que decía de sí mismo , después de r 9 6 8 , algo que habría po dido firmar Chateaubriand: «Yo era a la vez un hombre ' Pierre Drieu La Rochelle, Gilles, París, Le Livre de Poche, r9
6 9, pág. 3 7 8 . ( Gilles, tr. de Mau ro Armiño, Madrid, Alianza , 1 9 8 9) 19
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del pasado y u n insurrecto. 1 Empeñado en desagradar, de 1 9 4 4 a 1 9 5 1 .»1 En él la familiaridad con todos los hé roes de la tradición antimoderna es manifiesta, empe zando por Joseph de Maistre: «Toda degradación indivi dual o nacional es anunciada inmediatamente por una degradación rigurosamente proporcional en el lenguaje" (Joseph de Maistre)».2 Porque el antimodemo se consi dera un purista. La ironía sobre Voltaire y Rou sseau, sobre los «inmortales principios» de 1 7 8 9 , sobre la democracia, sobre el sufragio universal es continua en Morand, incluso el pesimismo y el sentimiento de la de cadencia. Pero todo esto será en lo sucesivo un tópico triste y amargo; todo esto carece de la energía de la de sesperación . El resentimiento no consigue transformarse en recuso: «Ya no queda noche (Orly, 2 4 horas sin inte rrupción ) , como no quedan vestidos (hombres vestidos de mujeres, mujeres vestidas de hombres ) , ni comida ( te levisión ) , ni misa, ni ceremonial, ni sociedad.»3 Las jere miadas , renovando la viej a angustia de uniformidad igualitaria o de entropía democrática de las Memorias de ultratumba-«La sociedad al extender sus límites, se h a rebajado; la democracia h a ganado la muerte»-4 se es' Paul Morand, }ournal inutile, r 9 6 8 -r 9 7 6, París, Gallimard, 2 0 0 1 , 2 vol . , t. I, pág. 3 2 6 . Ibídem, 2 3 8 . Morand cita la segunda conversación de Las ve ladas de San Petersbu rgo de Joseph de Maistre, ed. Jean-Louis Dar cel, Ginebra, Stalhine, r 9 9 3 , 2 vol . , t . I, pág. 1 3 o . 'Morand, ]ournal inutile, óp. cit., t . I , pág. 3 3 9 . 4 Chateaubriand, Mémoires d'outre-tombe, ed. Jean-Claude Ber chet, París, Classiques Garnier, 1 9 8 9- 1 9 9 8 ; 2." ed., París, Le Livre de Poche, colección La Pochotheque, 2 0 0 3-2 004, 2 vol. t . II, pág. 8 47 . 2
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cuchan como amargas bromas de vichysenses encontrán dose para desayunar en el restaurante de Josée de Cham brun . El Diario inútil de Paul Morand parece confirmar por tanto que la corriente antimoderna no podía ya apa recer a finales del siglo xx más que como un vestigio. Eso es lo que yo he pensado durante mucho tiempo. Pero al releer los últimos textos de Roland B arthes, me h a p arecido encontrar a un antimoderno clásico , a lo B audelaire o a lo Flaubert. Barthes declarab a en 1 9 7 1 que su deseo era situarse «en la retaguardia de la van gua rdia», y a continuación explicaba el sentido de esta ambigua frase: «ser de vanguardia significa saber lo que está muerto ; ser de retaguardia significa amarlo toda vía .»1 No encontraríamos mejor definición del antimo derno que como moderno arrastrado por la corriente de la historia, pero incapaz de guardar luto por el pasado. La «divina sorpresa», como Charles Maurras llamó a la ascensión del mariscal Petain al poder sin golpe de Esta do, y la «contrarrevolución espontánea» que s iguió, ha ría improbable el juego antimoderno-juego con fue go-pero sólo durante un tiempo, no para siempre. Hoy estamos de nuevo en él. ¿De qué y de quién se va a t ratar? N o de todos los an timodernos, del conjunto de los representantes de la tra dición antimoderna de los siglos xrx y xx, ya que son le gión. Limitándonos a la letra B, y prescin diendo de la
(Memorias de ultratumba, tr. de José Ramón Monreal, B arcelona, Acantilado, 2 o o 4, 2 vol. ) . ' Roland Barthes, «Réponses» e n Oeuvres completes, e d . Eric Marty, París, É d. Du Seuil, 2 0 0 2 , 5 vol., t. III, pág. 1 0 3 8 .
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I N T RODU C C I Ó N
correspondiente sorda-Péguy, Proust , Paulhan-for m an ya una buena parte de la literatura francesa. Y no necesitamos analizar detalladamente los casos de Baude laire, de Flaubert o de los Goncourt, que son de sobra conocido s . A p artir de J oseph de Maistre, de Chateaubriand, de Baudelaire , los primeros fundadores de lo antimoderno, serán analizadas algunas i deas dominantes, algunas constantes temáticas, algunos lugares comunes de esa corriente subterránea de la modernidad . 1 Todo esto sin olvidar que no h ay moderno sin anti moderno, y que lo antimoderno en lo moderno es la exigencia de libertad. Tocqueville, al principio de El A ntiguo régimen y la Revolución, insistía en su «afición intempestiva a la libertad», añadiendo que le h abían ase gurado que «nadie se preocupaba ya por eso en Fran cia».2 Los antimodernos son los modernos en libertad .
' E n otra ocasión y a analicé de esta misma forma Les Cinq Para doxes de la modernité, París, É d. Du Seuil, r 9 8 9 . ' Alexis de Tocqueville, L'Ancien Régime et la Révolution (r 8 5 6 ) , ed. Franc,:oise Mélonio, París, Flammarion, colección GF, r 9 8 8 , pág. 9 3 . (El Antiguo R égimen y la revolución, tr. de Dolores Sánchez de Aleu, Madrid, Alianza, 2 o o 4.)
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LAS IDEAS
Un a
serie d e temas caracterizan l a antimodernidad en tendida no como neoclasicismo, academicismo, conser vadurismo o tradicionalismo , sino como una forma de resistencia y ambivalencia de los auténticos modernos. Topoi aparecidos con la Revolución francesa y revividos durante dos siglos en formas variadas, estas figuras de la antimo dernidad pueden ser reducidas a un n úmero limi tado de constantes-seis exactamente-formando ade más un sistema en el que las veremos coincidir a menu do. Para describir la tradición antimoderna, ante todo es indispensable una figura histórica o política : l a contrarre volución por supuesto . En segundo lugar, necesitamos una figura filosófica: estamos pensando naturalmente en la a nti-Ilustración , en l a h os tilid a d contra los filósofos y la filosofía del siglo x v 1 1 r . A continuación viene una figura moral o existencial, que califica la relación del· antimoderno con el mundo: el pesimismo se encuentra por todas p artes, a pesar de que la moda que provocara no se declaró más que a finales del siglo x 1 x . Contrarre volución , anti-Ilustración , pesimismo, estas tres p rime ras figuras antimodernas están ligados a una visión del mundo inspirada por la i dea del mal. Por eso la cuarta fi gura de lo antimoderno debe ser religiosa o teológica; de modo que el pecado original forma parte del decorado antimoderno h abitual. Al m ismo tiempo, si lo antimo derno tiene valor, si forma un canon literario, es porque 23
LAS I D E A S
define una estética : podemos asociar ésta a s u quinta figura, lo sublime. Finalmente, lo antimoderno tiene un tono, una voz, un acento singular; al antimoderno se le re conoce generalmente por su estilo. De modo que la sexta y última figura de lo antimoderno será un figura de esti lo : algo así como la vituperación o la imprecación . Los antimodernos son ante todo escritores arrastra dos por la corriente moderna y que repudian esa co rriente: «Murió de asco por la vida moderna; el 4 de Sep tiembre lo matÓ»,1 escribe Flaubert a la princesa Matilde a raíz de la desaparición de Théophile Gautier en r 8 7 2, después de la guerra , la derrota, la Comuna y la procla m ación, el 4 de septiembre de r 8 7 o , de una república que no le gustaba. Su más viejo amigo h abía muerto «de asco por la infección moderna», 2 escribe en una carta a Ernest Feydeau, o «de asco "por la carroñería modern a " . Así la llamaba él» , e n u n a carta a George Sand.3 E n este elogio fúnebre, todos los rasgos del antimoderno se en cuentran reunidos en algunas líneas. El antidemocratis mo: Flaubert responde a una carta de Sand «con insultos contra la democracia; eso me desahogaba», le confía a la princesa Matilde . 4 El catolicismo: «No me habría gusta' Flaubert, carta a la p rincesa Matilde,
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de octubre de r 8 7 2,
Correspondance, ed. Jean Bruneau, París, Gallimard, colección Bi
bliotheque de la Pléiade, r 9 8 0- 1 9 9 8 , 4 vols. p ublicados, t. IV, p ág. 59 7 .
' Í dem, carta a Ernest Feydeau, 2 8 de octubre de 1 8 7 2, ibídem, 59 6 . 3 Í dem, carta a George Sand, 2 8 de octubre de 1 8 7 2, ibídem, p . 59 8 . 4 Í dem, carta a la p rincesa Matilde, 2 8 de octubre de r 8 7 2 , ibí dem, pág. 597 .
pág.
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LAS I D EAS
d o que no hubiera tenido u n entierro católico, porque el b uen Théo era en el fondo católico como un esp añol del siglo XII . » La vituperación: «si yo h ubiera tenido que ha cer el discurso fúnebre de Théo, h abría dicho lo que le había m at ado . Hubiera p rotestado en su nombre contra los Ten deros y contra los Granuj as. Murió como conse cuencia de una larga rabia . Y algo de esa rabia se me ha bría escapado.» El pesimismo: «Estamos de más. Nos odian y nos desprecian , esta es la verdad. Así pues , ¡ adiós ! 1 Pero antes de reventar, . . . quiero "vaciarme" de toda la hiel que me anega. Así que estoy preparando mi vómito. Será abundante y amargo, te lo advierto».' Contrarrevolución , anti- Ilustración, pesimismo, pe cado original, l o sublime, la vituperación: pas aremos re vista a estas seis figuras de lo antimoderno, descifrándo las ante todo en De Maistre, Chateaubriand y B audelaire, o en Proust, sin excluir otros modelos o antimodelos complementarios. Barbey d ' Aurevilly agrupaba en 1 8 5 1 , b aj o el título de Los p rofetas del pasado, a Joseph de Maistre, Bonald, Chateaubriand y Lamennais , que «te nían, p ara prever el futuro , una mesura que no tenían sus adversarios» . 2 De este modo convertía una denomina ción injuriosa en un elogio. Pero Los profetas del pasado de B arbey d' Aurevilly, ¿eran todos antimodernos? De Maistre y Chateaubriand seguramente, por su «visión de conjunto» , como dice B arbcy d' Aurevilly, pero Bonald y ' Í dem, carta a Ernest Feydeau, 28 de octubre de 1 8 7 2 , ibídem, pág . 5 9 6 .
' B ar bey d 'Aurevilly, Les Prophetes du passé ( 1 8 5 1 ) , París, Bour dilliat, 18 6 0 (2." ed.), pág. 5 0 .
LA S IDEA S
Lamennais probablemente no, porque estos no fueron más que «arquitectos de la verdad» que ensamblaron y compusieron. El antimoderno , y en esto es moderno , su fre escribiendo. N o h ay mejor descripción del antimoderno que el re trato simultáneo que hace É mile Faguet de De Maistre y de Bonal d , donde subraya cuan «opuestas son sus natu ralezas intelectuales» .1 De Maistre «es un pesimista» que exagera adrede la existencia del mal, mientras que Bo nald es «un optimista» que «Ve el orden y el bien inma nentes al mundo» . «Uno es exageradamente complica do, capcioso, y suele dar mil rodeo s . El otro . . . tiene el sistema más simple, más corto y más directo. -Uno es paradójico a ultranza, y piens a que una idea que no ex trañe a nadie es demasiado simple como para ser verda dera. Al otro no le gustaría decir nada que no fuera ab solutamente tradicional y eterno. -Uno es mistificador y guasón , y prefiere el escándalo a servir a la verdad. El otro, serio , sincero y de una probidad intelectual absolu ta.» En resumen, «uno es un m aravilloso sofista, y el otro un escolástico obstinado». 2 Nuestras preferencias se dirigen al primero: pesimis ta, complicado, paradójico y guasón . Nos importa me nos la historia de la idea de «reacción», designación po lítica despreciativa que surge durante la Revolución , después de Termidor, y definida en su sentido mo derno en un panfleto de
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9 7 de Benj amín Constant titulado
' Émile Faguet, «Joseph de Maistre», Politiques et moralistes du París, Lecene, Oudín, et Ci", 18 91, pág. 6 9. Ibídem, págs. 6 9- 7 o.
XIX siecle. Prem ii:re série, 2
LAS I D E AS
Las reaccion es políticas,1 o , más enraizada en la h istoria, la descripción taxonómica de las variantes extremas de la derecha a partir del Terror blanco y el ultracismo,2 que la teoría de la antimodernidad-su filosofía, su estética, su literatura-entrelazando en cierto modo la h istoria intelectual y la historia contextual, de la recepción mo derna de Joseph de Maistre y de sus h uellas en la moder nidad. Hay una pregunta que puede resumir nuestro interés por los antimodernos: intempestivos y anacróni cos, como decía Nietzsche, ¿ acaso no han sido ellos los auténticos fundadores de la modernidad y sus represen tantes más eminentes ?
' Véase Jean Starobinski, A ction et réaction. Vie et aventure d'un couple, París, É d. Du Seuil, 1 9 9 9 , págs. 3 o 8- 3 1 6. 2 Véase Histoire des droites en France, dir. Jean-Franc;ois Sirine lli, París, Gallimard, 1 9 9 2 , 3 vols . , en concreto véase la contribución de Alain-Gérard Slama, «Portrait de l'homme de droite. Litterature et politique», t. lll, págs. 7 8 7 -8 3 8 .
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1
C O N TRA RRE V O L U C I Ó N
L os antimodernos ¿son hijos de los contrarrevoluciona rios? Todos ellos tomaron p artido por la Revolución , pe ro todo el mundo h abló de la Revolución. La contrarrevolución parece una idea improbable antes de la Revolución francesa, ya que se puso en circulación a p artir del verano de 1 7 8 9 , y p ronto fue teo rizada por Edmund Burke, en sus Reflexiones sobre la revolución en Francia , p ublicadas en noviembre de 1 7 9 0 . Si se des a rrolló tan rápidamente fue porque la m ayoría de sus ar gumentos h abían sido elaborados antes de r 7 8 9 por los antifilósofos, como demuestran trab ajos recientes inspi rados por un renovado interés por los precursores de la contrarrevolución. 1 La contrarrevolución es inseparable de la Revolución; es su doble, su réplica, su negación o su refutación; obstaculiza la Revolución, la contrarresta, así como la reconstrucción contrarresta la destrucción . Y se p rolonga con fuerza a lo largo de todo el siglo x r x ( al menos hasta 1 8 8 9 : Paul B ourget exigía en aquel en-
' Véase Didier Masseau , Les Ennemis des philosophes. L'antiphi losophie au temps des Lumieres, París, Albin Michel, 2 0 0 0 ; Darrin M. McMahon, Enemies o/ the Enlightenment. The French Counter Enlightenment and the Making o/ Modernity, Oxford-Nueva York, Oxford Uníversity Press, 2 0 0 1; también Jean-Marie Goulemot, Adieu les philosophes. Que reste-t-il des Lumieres?, París, É d. Du Seuil, 2 0 0 1 , en concreto págs. 98-1o6.
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CON T R A R R E VOL U C I Ó N
tonces «deshacer sistemáticamente l a obra asesina de la Revolución francesa») ' y tal vez del siglo xx (hasta 1 9 8 9 , año en que se celebró su centenario) . Estaba obsesiona da con la Revolu ción, del mismo modo en que la fideli dad a la tradición se oponía al culto al progreso, el pesi mismo del pecado original se oponía al optimismo del hombre bueno, y los deberes del individuo o los dere chos de Dios entraban en conflicto con los derechos del hombre. La contrarrevolución se apoya en la Revolución, o contra ella, como la defensa de la aristocracia o de la te ocracia se opone al ascenso de la democracia. Contrarrevolución aparecía como una de las 4 l 8 pa labras nuevas añadidas al Dictionnaire de l'Académie en 1 7 9 8 ,2 definida como «segunda revolución en sentido contrarío a la primera, restableciendo las cosas en su es tado p recedente», así como también contrarrevoluciona rio, o «enemigo de la Revolución, que trata de hacerla fracasar». Al iniciarse en l 7 8 9 , la contrarrevolución está determinada por la voluntad de volver al Antiguo Régi men, o al menos de salvaguardar t odo lo posible de él, de negar el cambio, de «conservar» (en Las Flores de Tarbes o el Terror en la literatura, Jean Paulhan justificaría toda vía su crítica de la t radición moderna-lo moderno con-
' Paul Bourget, Outre-mer. Notes sur l'Amérique ( 1 8 9 2) , París, Le merre, 1 8 9 5 , 2 vals . , t. II, pág. 3 2 1 . Esta cita le sirve de epígrafe a Mau rras para encabezar Trois idées politiques, dedicado a Bourget «en re cuerdo de las justas conclusiones de Outre-mer» (París, Champion, l 8 9 8). Véase Gérard Gengembre, La Contre-Révolutlon ou l'histoire dé sespérante. Histoire des idées politiques, París, É d . Imago, 1 9 8 9 , pág. 2 1 . 2
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A N T I M O D E R N O S O C O NT RA-MO D E R N O S
vertido e n tradición-por l a polaridad del Terror y de la Conservación) . 1
ANTIMO D E R N O S O CON TRA-MO D E RNOS
E l contrarrevolucionario es, e n principio, un emigrado, en Coblenza o en Londres, que p ronto se encontrará exi liado en s u propia casa. El contrarrevolucionario h ace ostentación de su desapego real o espiritual. Y todo an timoderno seguirá siendo un exiliado interior o un cos mopolita reticente a identificarse con el sentimiento na cional . Huye continuamente de un m undo hostil, como «Chateaubriand, el inventor del "No estoy bien en nin guna parte"», según Paul Morand, 2 quien encuentra la misma tendencia en todos sus precursores: «El gusto por el adorno, en Stendh al . "Esa grave enfermedad: el horror del domicilio", de Baudelaire. 1 Vagabundear, p ara librar se de los objetos. 1 Los dos nihilismos; el nihilismo izquier dista, el nihilismo reaccionario.»3 El último p oema de Las flores del mal en 1 8 6 1 , «El Viaje», enuncia el credo anti modern o . Frente al t radicionalista que tiene raíces, el antimoderno no tiene casa, ni mesa, ni cama. A Joseph de Maistre le gustaba recordar las costumbres del conde
' Jean Paulhan, Les Fleurs de Tarbes ou la Terreur dans les Lettres (1 9 4 1 ) , ed. Jean-Claude Zylberstein, París, Gallimard, colección Fo lio essais, 1 9 9 0, pág. 1 5 7. Morand , Journal inutile, 1968-1976, París, Gallimard, 2 0 0 1, 2 vols . , t . 1, pág. 6 9 . 3 Ibídem, pág. 327· 2
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CONT R A R R E VOL U C I Ó N
Strogonof, gran chambelán del zar: « N o tenía dormito rio en su enorme residencia, ni siquiera cama fija. Se acostaba a la manera de los antiguos rusos, sobre un di ván o sobre una pequeña cama de campaña, que h acía colocar en cualquier lugar, según su capricho.»1 Barthes se recono cerá fascinado por esta frase que des cubre en la antología de De Maistre que hizo Cioran y que le recuer da al viejo p ríncipe Bolkonski de Guerra y paz. 2 Basta con ella para perdonárselo todo a De Maistre. Si la contrarrevolución entra en conflicto con la Re volución-segunda característica-es en los términos (modernos) de su adversario; la contrarrevolución repli ca a la Revolución con una dialéctica que las vincula irre mediablemente ( como De Maistre o Chateaubriand y Voltaire o Rousseau) : de este modo el antimoderno es moderno ( casi) desde su origen, p arentesco que no se le pasó por alto a Sainte-Beuve: «No hay que j uzgar al gran De Maistre por el rasero de un filósofo imparcial. Siem pre está en pie de guerra, como Voltaire; como si quisiera tomar al asalto a Voltaire a p unta de espada.»3 Faguet ter minaba diciendo a propósito de De Maistre: «Se trata del espíritu del siglo xvm contra las ideas del siglo xvm .»4 'J osep h de Maistre, carta al rey Víctor Manuel, de 31 de octubre ( 1 2 de noviembre) de 1 8 I I , Oeuvres completes, Lyon , Vítte, 1 8 8 41 8 8 6, 1 4 vol s . , t. XII, pág. 6 8; Textes choisis, ed. E. M . Cioran, Mo naco, É d . Du Rocher, 1 9 5 7 , pág. 2 2 1 . Barthes, Le Neutre. Cours a u Collége de France (1977-1978) , éd. Thomas Clerc, París, Éd . Du Seuil, 2 0 0 2, pág. 1 8 7. 3 Sainte-Beuve, Le Cahier vert (1834-1847) , éd. Raphael Molho, París, Gallimard, 1 9 7 3 , pág. 9 8 . 4 Faguet, <<]osep h d e Maistre», art . citado, pág. 67. 2
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A N TlM O D E RN O S O C ONTRA-M O D E R N O S
E n su calidad de negador del discurso revolu cionario, el contrarrevolu cionario recurre a la misma retórica políti ca m oderna: en la propaganda, Rivarol h abla como Vol taire. La contrarrevolución empieza con la intención de restablecer la tradición de la monarquía absoluta, pero pronto se convierte en la representación de la minoría política frente a la mayoría, y se enzarza en la lucha cons titucion al. La contrarrevolución oscila entre el rechazo puro y simple y el compromiso que la sitúa fatalmente en el terreno del adversario . Tercera característica: habría que distinguir entre contra rrevolución y antirrevolución . La antirrevolución designa el conj unto de fuerzas que resisten a la Revolu ción, mientras que la contrarrevolución s upone una teo ría sobre la Revolución. Por consiguiente, de acuerdo con la distinción entre la antirrevolución y la contrarre volución, nos interesan menos los antimodernos (el con j u nto de fuerzas que se oponen a lo moderno ) , que aque llos a los que convendría más bien llamar contra-modernos p uesto que su reacción está fundamentada en un pensa miento de lo moderno . Sin embargo, contra-modernos no es un b uen término. Por eso continuaremos h ablando de antimodernos, sin olvidarnos de esta puntualización: los antimodernos no son los adversarios de lo moderno, si no los pens adores de lo moderno, sus teóri cos . Teó ricos de la Revol ución, acostum brados a sus ra zonamientos, los contra rrevol ucion arios-o la m ayoría de ellos, o los más interes antes-son hijos de la Ilustra ción , y a menudo incluso de antiguos revo l u cionarios . Chateaubriand h abía visit ado Ermenonville antes de 17 8 9 y p articipado en la p rimera revolución n ob iliaria, 33
CONTRARREVOLUCIÓN en Bretaña, en la primavera de 1789; en su Ensayo sobre
las revoluciones (r797), admitía que la Revolución tenía muchas cosas buenas, reconocía lo que le debía a la Ilustración, y eximía a Rousseau de cualquier responsa bilidad por sus veleidades terroristas. Bajo la Restaura ción, para los carlistas pasaba por un jacobino, y por un ul-tra para los liberales; incluso bajo la monarquía de Julio su oposición fue a la vez, paradójicamente, legiti mista y liberal; «se dejó deslumbrar muy a menudo por las ilusiones de su época», lamentará Barbey d' Aurevilly. Burke, un whig, tomó partido por los co 1
lonos americanos contra la Corona. De Maistre, anti guo francmasón, siguió siendo hasta el final un enemi go del despotismo. E incluso Bonald, alcalde de Millau en 1789, vivió las primicias de la Revolución en la piel de un liberal. Baudelaire, en febrero de 1848, pedía que se fusilara al general Aupick, su suegro, mientras que Paulhan, convertido en conservador, recordaba que ha bía empezado su carrera como terrorista. El auténtico contrarrevolucionario ha conocido la embriaguez de la Revolución. Maurras, que no era un antimoderno aunque hubiera comenzado su vida como crítico literario, debutó en la carrera política denunciando la ambigüedad de Chateau briand en I 898: «Prever ciertas calamidades, preverlas en público, con ese tono sarcástico, amargo y desenvuel to, equivale a propiciarlas.... Este ídolo de los modernos conservadores representa para nosotros sobre todo el
'Barbey d' Aurevilly, Les Prophetes du passé, óp. cit., pág. 6 5. 34
A NTI M O D E RN O S
Y R E A C C I ONAR I O S
genio d e las Revoluciones » . 1 Maurras insiste e n un a nota sobre el hecho de que «Ch ateaubriand perm aneció siem pre fiel a las ideas de la Revolución», q ue «lo que él que ría, eran las ideas de la Revolución sin los hombres y las cosas de la Revolución», que fue «tod a su vida un liberal , o, lo que es lo mismo , un anarquista» . 2 Nadie resume mejor que el futuro jefe de Action Fran\'.aise la ambiva lencia de Chateaubriand respecto a la Revolución y a la Ilustración, ambivalencia que b asta para hacer de él un modelo de antimoderno.
ANTIMODERNOS
Y
REACCIONARIOS
Los primeros contrarrevo lucionarios pertenecen a tres grandes corrientes : la conservadora, la reacciona ria y la re/ormista.3 Los adeptos de la primera d octrina, conservadores o tradicionalistas, pretendían restablecer el Antiguo Régi men t al cual era antes de r7 8 9, pero sin sus debilidades ni sus abusos; defendían , de acuerdo con la doctrina de 1
Charles Maur ras, «Chateau briand ou l'anarchie», Trois idées po!itiques. Chateauhriand, Michc!ct, Sainte-Beuve ( 1 8 9 8 ) , en Oeuvres capitales, París, Flammarion, 19 5 4, 4 vol . , t. 11, págs. 6 7 - 6 8 . 'Ídem , «Note III. C hateaub riand et les idées révolu tionnaires», i bídem , p ág. 9 1 . ' Véase J acques Godechot, La Contre-Révo!utzon. Doctrine et ac tion, 1789-r804, París, PUF, 19 6 r, pág. 7; George Steiner, «Aspects of Countcr-Revolution», en The Permanent Revo!ution. The French Revo!ution and its Legacy, r789-1989, Ed. Geoffrey Best, Chicago, University of C hicago Press, l 9 8 9, p ágs. 1 2 9 - 1 5 3.
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C O N T R A R R E VO L U ClÓ N
Bossuet exp uesta en su Discurso sobre la historia un iver sal, el absolutismo integral, es decir la monarquía tradi cional a p artir de Luis XIV, en la plenitud de su autoridad, limitada únicamente por las costumbres, la ley natural, la moral y la religión; defendían el restablecimiento de una autoridad real, efectiva y centralizada. De acuerdo con la segunda doctrina , reaccionaria en el sentido de una afirmación de los derechos históricos de la nobleza militar, y por lo tanto de un pasado más an tiguo, se era partidario del p reliberalismo aristocrático, es decir de la libertad y de la soberanía de los grandes, antes de su sometimiento bajo la monarquía absoluta vi vida como una tiranía. Por desconfianza h acia el cen tralismo clásico, se pedía, como en tiempos de l a Fronda contra Richelieu y Luis XIV, no una vuelta a la monar quía absoluta, sino a las «leyes fundamentales del reino» y a las costumbres antiguas, olvidadas desde el siglo x vr1. Se ensalzaban las libertades feudales antes de que el adagio del siglo xv1, <Ói lo quiere el rey, lo quiere la ley» , entrara en vigor e impusiera el «despotismo real». Se echaban de menos los tiem pos en que el rey elegido era el depositario de la voluntad del pueblo. Fén elon, Saint Simon , Montesquieu se declararon de este modo a favor de una vuelta de Francia a sus instituciones antiguas . Ac tivos en 1 7 8 7 - 1 7 8 8 , en vísperas de la Revolución, los de fensores de los derechos históricos de la nobleza militar estuvieron primero a favor de la Declaración de los de rechos del hombre, que protegerían a la nación de un déspota, pero pronto se convirtieron, después de l a abo lición de los privilegios la noche del 4 de agosto, y se pa saron entonces a la democracia y al republicanismo .
A NT I M O D E RN O S
Y RE A C C I O NA RI O S
Del mismo modo que La Boétie y Montaigne , acari ciaban el i deal de una república aristocrática siguiendo el modelo de Venecia. El liberalismo, ante todo, fue un invento de la aristocracia p ara resistir al absolutismo creciente de la monarquía, en tiempos de la Liga y de la Fronda, tanto en Corneille como en Montesquieu: como h a apuntado Paul Bénichou, «entre el estado popular y el estado despótico», defendían «la monarquía modera da a la antigua usanza».1 Tocqueville lo h abía compren dido antes de El A ntiguo Régimen y la Revolución , que constituye, por decirlo de algún modo , su premisa: «Ja más hubo nobleza m ás valiente y más independiente en sus opiniones y en sus actos que la nobleza francesa de los tiempos feu dales . Jamás el espíritu de liberta d demo crática se mostró con u n carácter más enérgico, y casi podría decirse salvaj e, que en las comunas francesas de la Edad Media y en los estados generales que se forma ron en diferentes períodos, h asta principios del siglo XV I I » . 2 Chateaubriand h abía resumido m agníficamente esta marcada tendencia de la aristocracia francesa des pués de l a revolución de Julio: «Por lo que a mí respecta, que soy republicano por n aturaleza, monárquico por ra zonamiento, y borbón por fidelidad, me hubiera sido más fácil conformarme con una democracia, si no hubie ra podido conservar la monarquía legítima, antes que con
' Paul Bénichou, Morales du grand siecle ( 1 9 4 8 ) , París, Galli mard, colección Folio essais, 1 9 9 4, pág. 9 5. ' Tocqueville, « État social et politique de France avant et depuis 1789» (18 3 6), en L'An cien Régime et la Révolution, óp. cit . , pág. 78.
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CON T R A R R E VOL U C I Ó N
l a b astarda monarquía otorgada por n o s e sabe quién». 1 Efectivamente, en este p unto Maurras tenía aquí motivos p ara escandalizarse. La tercera tendencia, la reformista, era la de los «mo n árquicos», moderados , pragmáticos, racionalistas, ad miradores de 1 6 8 8 o de 1 7 7 6 , a deptos al modelo inglés o americano (Mounier, Malouet , Mallet du Pan ) , dicho de otro modo, «constitucionalistas». De estas tres doctrinas, la segunda es la más intelectual mente seductora, ingeniosa y realmente equívoca, es decir la única contrarrevolucionaria y antimoderna, idealmente re publicana e históricamente legitimista. Montesquieu, antes que Chateaubriand, ya había hablado de la relación entre las corrientes reaccionaria y reformista del siglo xvm, de fendiendo al mismo tiempo la vuelta a la antigua Constitu ción y una monarquía moderada por instituciones interme diarias. Es una ironía de la historia que el modernismo de Montesquieu, tal y como aparece ilustrado por la democra cia americana, sea el resultado de una apología de la libertad feudal de los príncipes: en este punto, el antimoderno y el moderno son difíciles de distinguir. «Curiosa filiación-ob servaba Paul Bénichou a mediados del siglo xx-, entre los temas políticos de la nobleza indómita y los de los parti dos liberales del último siglo y del nuestro», después de apuntar que el malentendido «sólo acabaría en 1 7 8 9».2 A
' C hateaubríand, De la nouvelle p roposition relativc au hannissc ment de Charles X et de sa /amille ( 1 83!) , en Grands écrits politiques, ed. Jean-Paul Clément, París, Imprimeríe natíonale, 1 9 93, 2 vol . , t . II, pág. 6 2 0 . 'P. Béníchou, Morales du grand siecle, ó p . cit. , pág. 9 8 .
A NTIMODERNOS
Y R E A C C I O NA R I O S
menos que Chateaubrian d no l o prolongara h asta 1 8 4 8 , Tocqueville h asta el Segundo Imperio, y Taine h asta la Tercera República. Cuando Taine, en Los orígenes de la Francia contem poránea, concebido después de la Comuna, hizo de la Re volución la consecuencia del espíritu clásico-mostrando una filiación centralizadora continua del colbertismo al jacobinismo-se sumó él también a la tesis del prelibera lismo aristocrático. Esto es precisamente lo que le repro chaba Maurras , comparándolo con Chateaubriand en sus diatribas: «Llamar clásico el espíritu de la Revolución , era . . . despojar a una palabra de su sentido n atural y dar pá b ulo a equívocos», porque , para Maurras, la Revolución «provenía de otro lado»: de la Reforma, «del viejo fer mento individualista de la Germanía», «del espíritu de Rousseau» que «inauguró la era romántica» .1 Para Mau rras, Reforma, romanticismo y Revolución forman una so la cosa. Bourget suscribía también la tesis de Taine en El discípulo de 1 8 8 9 , poniéndola en boca del filósofo de la novela, Adrien Sixte: «La Revolución francesa . . . procede por completo de una idea falsa del hombre que se des prende de la filosofía cartesiana»,2 antes de acercarse, con el paso del tiempo , después del caso Dreyfus, a una posi ción próxima a la de Maurras, ligando romanticismo y Re volución, y ya no clasicismo y Revolución.
' Maurras , «Note I. De !'esprit classique», en Trois idées politi ques, óp. cit . , t . 11, págs. 8 7-8 8 . ' Bourget, L e Disciple ( i 8 8 9 ) , edición definitiva, e n Oeuvres completes, Romans, París, Plon, r 9 o i, t . III, pág. 4 9 . (El discípulo, t r. de Inés Bertolo Fernández, Barcelona, Debate, 2 0 03. )
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CONTR A R R E VOLUCI Ó N
El antimoderno , del que Mau rras , como vemos, pue de servir de contra-ej em plo, no es un ferviente defensor del clasicismo ; h ay en él algo de romántico, aunque sólo sea de «romántico nostálgico», como Thibaudet veía a S ainte-Beuve, o in cluso de decadente, como en Chateau briand y Tai ne, de los que Maurras se aparta en sus Tres ideas políticas o en sus Amantes de Venecia , o en B au de laire, o en el primer Bourget. El antimoderno-De Mais tre, Chateaubrian d , Baudelaire-sufre componiendo: su obra es siempre algo monstruosa. Y esto es lo que sigue haciendo de él un modern o .
UNA R E VOL U C IÓN CONTRARIA, O LO CONTRARIO DE LA REVOLUCIÓN
Algunas de las declaraciones prem aturas d e J oseph de Maistre sobre la contrarrevolución , en las Consideracio nes sobre Francia ( 1 7 9 7 ) , son ju stamente céleb res , por que dej an constancia de la complejidad del movimiento y confirman la necesidad de una distinción entre contra rrevolu ción y antirrevolución . De Maistre, adversario del despotismo, lector atento del Contrato social, replica a Rousseau en los términos de Rousseau , y criti ca a la Re volución con los argumentos de los revolucionarios: « ¿ Qué pedían los monárquicos cuando pedían una con trarrevolución como ellos la imaginaban, es decir llevada a cabo b ruscamente y por la fuerza? Pedían la conquista de Francia; pedían por tanto su división, la aniquilación de su influencia y el sometimiento de su Rey; es decir masa cres para los tres siglos venideros, tal vez, consecuencia
UNA REVOLUCIÓN CO NTRARlA
infalible d e una ruptura d e equilibrio semej ante.»1 De Maistre condena sin ambages el recurso a los ejércitos extranj eros contra la Revolución; ve la contrarrevolu ción como la próxima etapa de la Revolu ción , no como una vuelta atrás. De Maistre es un pen sador sutil: «Las palabras en gen dran casi todos los errores. Nos hemos acostumbra do a llamar contrarrevolución a cualquier movim iento que se proponga acabar con la Revolu ción ; y como ese movimiento será contrario al otro, se piensa que será del mismo género: h ab ría que pensar todo lo contrario» . 2 Las cosas son en efecto más sutiles; la Revolución y la contrarrevolución pertenecen a la misma h istoria y son por tanto inseparables : «el restablecimiento de la Mo narquía, que llamamos contrarrevolución, no será en ab soluto una revolución contraria, sino lo contrario de la Revolución». 3 De Maistre anticipa curiosamente a Hegel: la contrarrevolución no será la negación de la revolu ción , porque l a historia e s irreve rsible, sino su supera ción o su relevo. Para explicar esta dialéctica, recurre a la figura retórica de la reversio o de la antimetábole-«en absoluto una revolución contraria, sino lo contrario de la Revolución »-repetición de una su cesión de palabras en un orden diferente o, más ex actamente, en un orden in verso a partir de un punto de simetría. En una antimetá bola, digo algo diferente con las mismas palabras. Esta ' De Maistre, Considérations sur !a France, en Écrits sur !a Révo !ution , ed. Jean-Louis Darcel, París , PU F, 1 9 8 9, pág. r n 7. ' I bídem, pág. 1 7 8 . 1 I bídem, pág. 2 o 1 .
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CON T R A R R E VOL U C I Ó N
figura-que encontraremos a propósito d e l o antimo derno como estilo-produce sentido, violenta a la lógi ca y altera la causalidad. Es una figura corriente en De Maistre y esencial en su argumentación ( cuan do Baude laire dice que De Maistre le h a «enseñado a razon ar»,' puede que esté pensando en la provocadora dialéctica de la antimetábole) . Revela la dialéctica del castigo y de la regeneración que cimenta su filosofía de la historia: más tarde dirá que al ser l a Revolución «completamente satánica», la contrarrevolución «será angélica o no será nada». 2 Esta dialéctica tiene como efecto p aradójico que la Revolución habrá favorecido a la mon arquía, re sultado absolutamente escandaloso a los ojos de la ma yoría de los antirrevolucionarios ordinarios o miopes, con excepción de los auténticos contrarrevolucion arios antimodernos, que siguen el modelo d el hegeliano (a ul tranza) De Maistre: «Si se piensa bien, no nos queda más remedio que admitir que, una vez asentado el movi miento revolucionario, Francia y la Monarquía sólo pueden ser salvadas por el j acobinismo . »3 Un antirrevo lucionario piensa que la monarquía volverá de fuera; un contrarrevolucionario apuesta por la Revolución p ara traer de nuevo la monarquía. Ironías de la historia una vez más, como cuando Cha teaubriand escribe que la primera Restauración de I 8 1 4 ' Bau
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LA V E R G Ü E N Z A D E L E S P Í R I T U H U M A N O
fue debida a u n obispo apóstata , y l a segunda Restaura ción de r 8 r 5 a un fraile regicida . Esta p ágina de las Me morias de ultratumba es una de las más conocidas : «De repente se abre una p uerta: entra silenciosamente el vi cio apoyado en el brazo del crimen, monsieur de Talley rand caminaba sostenido por monsieur Fouch é.»1
« LA V E RG Ü E N Z A DEL E S P Í R I T U H U M A N O »
L a ambivalencia que Baudelaire manifiesta hacia l a Revo lución reflej a, como en De M aistre y en Chateaub riand , la fascinación contrarrevolu cionaria y la resignación anti modern a , más que el simple rechazo antirrevolucion ario que pretende prescindir de la Revolución : «Hay en todo cambio algo de infame y de agradable a la vez, p ensaba Baudelaire, algo que p articipa de la infidelidad y de la mudanza. Esto basta para explicar la revolución fran cesa.»2 La Revolución gusta, como cualquier cambio, o como cualquier política de lo peor. En febrero de 1 8 4 8 , Baudelaire s e siente al principio eufórico con l a Revolu ción: «Mi euforia en I 8 4 8 . I . . . Placer de la venganza. In-
' Chateaubríand, Mémoires d'outre-tornhe, ed. Jean-Claude Ber chet, París , Classiques Garnier, 1 9 8 9-1 9 9 8; 2." e d . , París, Le Livre de Poche, colección La Pochotheque, 2 0 0 3- 2 0 0 4 , 2 vol . , t. I, pág. 1 2 0 2 (Memorias de ultratumba, tr. d e José Ramón Momea!, 2 vol . , Barce lona, Acantilado, 2 0 0 5, pág. 1 3 r n) . ' Baudelaire, Mon coeur mis a n u , en Oeuvres completes, óp. cit. , t . I, pág. 6 7 9 . (Mi corazón a l desnudo, tr. d e Rafael Alberti, Barcelo na, Círculo de Lectores, 2 0 0 5 ) .
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CON T R A R R E VOLUC I Ó N
clinación natural a l a destrucción .»1 L a misma definición antifilosófica de naturaleza se encuentra en todos los fragmentos de Mi corazón al desnudo sobre la Revolu ción, a fin de explicar el goce que p ro duce en el hombre la destrucción: «El 1 5 de m ayo .-Continúa el placer de la destrucción. Placer legítimo si todo lo que es natural es legítimo . »2 En j unio sin embargo: «Los horrores de Ju nio . . . . Amor natural por el crimen . »3 Inclinación natural a la destrucción, placer natural por la destru cción , amor natural por el crimen : esto es lo que ilustra la Revolución a los ojos de Baudelaire. A p artir de entonces des confía p ara siempre del hombre, de la democracia y de la masa, incluso de la soberanía popular y del sufragio universal, que pronto devolverán el p oder al futuro N apoleón III : «Mi rabia por el golpe de Estado», p rosigue el p oeta. 4 El golpe de Estado de 1 8 5 1 le dejará
' Ibídem. ' Ibídem . ' Ibídem. 4 Ibídem . ' Í dem, Correspondance, óp. cit . , t. 1, pág. r 8 8. 6 Í dem, Mon cocur mis d nu, ó p . cit. , t. 1, pág. 6 9 2.
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franceses quieren d e forma instintiva el poder; n o aman en absoluto la libertad; sólo la igualdad es s u ídolo . Aho ra bien, la igualdad y el despotismo m antienen lazos se cretos . Bajo estos dos aspectos, N apoleón tenía s u origen en el corazón de los franceses.»1 Desde Chateaubriand , e l reconocimiento d e la vulnerabilidad de la libertad ( aristocrática) ante la igualdad ( democrática) aparecerá como una característica del pensamiento antimoderno. La dictadura plebiscitaria de Luis Napoleón iba a representar para varias generaciones el pecado original del sufragio universal en Fran cia. Baudel aire extrajo es t a lección: «Lo que pienso del voto y del derecho a ele gir. De los derechos del hombre . » Evidentemente n o pensab a nada b ueno, ya q u e p roseguía de e s t e m o d o : «No hay más gobierno razonable y seguro q u e e l aristo crático. 1 Monarquía o república basadas sobre l a de mocracia son igualmente absurdas y débiles . » 2 Baude l aire l am enta la desap arición del derecho divino. E n Las flores del mal, e l p o e t a m i s m o aparece a menudo re p resentado como un rey caíd o , o incluso «depuesto», como en «El Alb atros» : Apenas los han dej a do sobre las tablas , Estos reyes del cielo, vergonzosos y torpes , Dejan caer con pena sus grandes alas blancas Como si fueran remos que arrastran a su lado.
' Chateaubriand, Mémoires d'outre-tombe, óp. cit. , t. 1, pág. 1 2 2 6 . (Memorias de ultratumba, óp. cit . , p ág. 1 3 3 7) 2 Baudelaire, Mon coeur mis d nu, óp. cit. , t. 1, pág. 6 8 4.
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C O N T RA R R E V O L U C I Ó N E l Poeta e s como u n p ríncipe d e las nubes Que ama la tormenta y se ríe del arquero; Exiliado en la tierra entre los abucheos , Sus alas de gigante entorpecen su marcha.
1
La doctrina teocrática y p rovidencialista de Bau delaire se basa en el odio contrarrevolucionario a la soberanía p opular y el sufragio universal . Con Napoleón III, Fran cia tuvo lo que se merecía, como se había merecido la Re volución según De Maistre: «Lo que es el emperador Na p oleón III. Lo que vale. Encontrar la explicación de su naturaleza , y su providencialid ad.»2 Innumerables son las pullas de Baudelaire contra la iguald a d , p alabra clave del siglo político heredada de la Revolución . A p artir de Salón de r84 6, antes por tanto de 1 8 4 8 , y sin duda no sin ironía, «la sotana y la levita no sólo tienen belleza p olítica, que es expresión de la igual dad universal, sino también belleza poética, que es la expresión del alma pública; una nutrida p rocesión de enterra dores , enterradores políticos, enterradores ena morados, enterradores b urgueses» . 3 El negro del hábi to, la librea uniforme significan una igualdad de h ormi ga, el triunfo de la cantidad simbolizado por la ciudad
' Í dem, «L Albatros», Les Fleurs du mal, en Oeuvrcs completes, óp. cit. , t. I, págs. 9 - 1 0 . (Las flores del mal, tr.
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modern a . Hormigueo d e la vida , hormigueo d e l a villa : B audelaire pasa de uno a otro gracias a la misma p roxi midad fonética con la que j uega en el p oem a en p rosa «A la una de la m adrugada»: « ¡ Horrible vida ! ¡ Horrible villa ! »1 Baudelaire recurre siempre al s arcasmo cuando se trata de la igualdad. En « ¡ Acabemos con los pobres ! » , la trifulca termina , una vez que el p oeta ha vapuleado al p obre y que el pobre se ha vengado del poeta devolvién dole los golpes, con esta aleccionadora frase del poeta: «Señor, ¡ somos iguales ! Me haría el honor de compartir conmigo mi dinero .»2 La anécdota se presenta como el ensayo de una teoría que ha sido inspirada al p oeta por los «libros donde se trata del arte de hacer a los p ueblos felices , sabios y ricos , en veinticuatro horas», por las «elucubraciones» de «aquellos que aconsejan a todos los p obres convertirse en esclavos , y aquellos que les per suaden de que todos son reyes destronados»,3 es decir los socialistas utópicos, ridiculizados por el p oeta: « ¿ Qué dices tú, Ciudadano Proudhon ? » , así termina el poema en p rosa en una variante del m anuscrito. En una carta a su editor Auguste Poulet-Malassis de 1 8 6 0 , una vez más concerniente a sus deudas, Baudelaire vuelve, esta vez rién dose de sí mismo, a la expresión , aparentemente favorable, pero sin duda ambigua, del poema « ¡ Acabemos con los pobres ! » : «Cuando encon-
1
Í dem, «Á une heure du matin», Le Spleen de Paris, en Oeuvres
completes, óp. cit. , t. I, pág. 2 8 7.
Í dem, «Assomons les pauvres ! », ibídem, pág. 3 5 9 . 3 Ibídem, págs. 3 5 7-3 5 8 . 2
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tréis u n hombre que, libre a l o s diecisiete años , con una inclinación excesiva a los p laceres , siempre sin familia, haya entrado en la vida literaria con 3 0 o o o francos de deudas , y, al cabo de casi veinte años, sólo los h aya au mentado en 1 0 o o o más, . . . p resentádmelo, y p odré s alu dar a un igual . »' En «El juguete del pobre», en que un niño rico envi dia al niño p obre su j uguete, «un ratón vivo» en «una j aula»,
t.
' Í Jem, Correspondance, óp. cit. , t . II. pág. 94. ' Í dem, «Le Joujou du pauvrc», en Le Splecn de Paris, óp. cít . , I , pág. 3 0 5 . 1 Í Jcm, « L e Miroirn, ibídem, pág. 3 4 4 . 4 Í Jcm, Salon de 1846, ó p . c í t , t . Il, pág. 4 1 5 .
LA V E RG Ü E NZA D E L E SPÍRITU H UMANO
ca-al ser el resultado del sufragio universal el reflejo de la soberanía pop ular-confirma esta ecuación de m ayo ría, fuerza y j usticia a partir de 1 8 4 8 . D e nada sirve repetir la historia d e l a desconfianza de los escritores franceses respecto de la sob eranía del p ueblo y, a p artir de l 8 5 l, del sufragio universal . 1 «La soberanía del p ueblo , la libertad, la igualdad, el derro camiento de toda clase de autoridad: ¡ Qué ilusiones t an dulces ! L a masa comprende estos dogmas, por lo t anto son falsos; los ama; por lo tanto son m alos . Pero no im porta, los comprende y los ama. Soberan o s , ¡ temblad en vuestros tronos ! » anunciaba De Maistre en 1 7 9 4, 2 recurriendo una vez más a un argumento de autoridad. En sus m achaconas diatrib as, sus sucesores se apoyarán en las lecciones de la h i stori a , especialmente después de que el sufragio universal directo (masculino) fuese instituido por un decreto del gobierno p rovisional de 5 de m arzo de 1 8 4 8 , sin limitaciones de capacidad ni de cen s o , disposición que ningún régimen j uzgó posible revo car, pero que todos, alarm ados por sus p eligros, in tentaron regular : «La ligereza de los hombres de 1 8 4 8 n o tuvo realmente p arangón . Dieron a Francia, que no
' Véase la trilogía de Pierre Rosanvallon, Le Sacre du citoyen. His toire du su/Ira ge universel en France, París, Gallimard, 1 9 9 2; Le Peu ple introuvable. Histoire de la représentation démocratique en France, París, Gallimard , 1 9 9 8 ; La Démocratie inachevée. Histoire de la sou veraineté du peuple en France, París, Gallimard, 2 0 0 0. M aistre, «Discours a Mme la marquise de Costa sur la vie et la mort de son fils» ( agosto de 1 7 9 4) , en Oeuvres completes, óp. cit., t. Vll, pág. 2 5 o. L
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l o pedía, e l sufragio univers al» , recordaba Ren an en 1 8 7I.1 Flaubert , m á s todavía que Baudelaire, e s conocido por sus sarcasmos sobre el sufragio univers al, que deja caer a lo l argo de su c orrespondencia. Lo c ritica ya desde 1 8 5 2 , en el m omento en que «la infalibilidad del sufragio universal está a punto de convertirse en un dogma que sucederá al de l a infalibilidad del Papa. L a fuerza bruta, el derecho de la mayoría, el respeto a la m as a ha sustituido a la autoridad del apellido, al de recho div in o , a la supremacía del Espíritu».2 El Diario de los Goncourt está repleto de p rotestas contra el su fragio universal y de reivindic aciones a favor de la aris tocracia de l a inteligencia: «El sufragio universal, que es el derecho divino de l a m ayoría, rep resenta una enorme disminución de los derechos de la inteligen cia» . 3 Derecho de la mayoría opuesto al derecho divi no, « Vox pop ulz; vox dei» , l a sentencia es continuamente objeto de b urla y, con anterioridad al epígrafe del Dic ciona rio de lugares com un es de Flaubert , sirvió de títu l o a uno de los Cuentos crueles de Villiers de l ' I sle Adam, especie de poema en p rosa que p rolongaba «El espejo» de Bau delaire y ridiculizaba, antes que Gusta ve Le Bon, la i rracional ceguera de una masa que entre
' Renan, La R é/orme intellectuelle et morale ( 1 8 7 1 ) , en Oeuvres completes, París, Calmann-Lévy, 1 9 4 7 -1 9 6 1, 1 0 vol . . t. I , pág. 3 4 2 . Flaubert, carta a Louise Colet, 1 5- 1 6 d e mayo d e 1 8 5 2, Corres 2
pondance, óp. cit . , t. I , pág. 9 0 . 3 Edmond y J ules Goncourt, Journal (1 5 de j ulio de 1 8 6 0 ) , París, Laffont, colección Bouquins, 1 9 8 9 , 3 vol. , t. I, pág. 5 8 2.
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1 8 7 0 y 1 8 7 3 , con el mismo entusiasmo y sin ceridad,
gritab a de un año p ara otro : « ¡ Viva el Emperado r ! » , « ¡ Viva l a República ! » , « ¡ Viva l a Comuna ! » y « ¡ Viva el Mariscal ! »1 El o d io al sufragio univers al, esa «especie de p ap i l l a gelatinosa», c o m o lo llamaba Gobineau , 2 fue reacti vado entre los intelectu ales por el terror experiment a do durante la Comuna. E n el otoño de 1 8 7 0 , George Sand a dvertía «un gran desprecio, una especie de do loroso odio, una p rotesta que veo crecer contra el s u fragio universah> . 3 Según Pierre Ros anvallon , la cues t ión del s ufragio universal se ve «en cierto modo so bredimen sionada» después de 1 8 7 1 , «como si un siglo de interrogantes sobre la democracia fran cesa se cru zasen y se simplificasen» . 4 Nada explica mejor este odio que la correspon dencia entre S an d y Flaubert , quien llama al sufragio universal, en una carta del oto ño d e 1 8 7 1 , «la vergüen za del espíritu humano» . 5 To' Villiers de L'lsle-Adam, «Vox populi», Cantes cruels, en Oeuv res completes, e
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d o s oponen a la m ayoría la elite de la inteligen cia: «Nuestra s alvación sólo reside en una aristocracia legíti ma , es decir en una m ayoría que no estuviera hecha sólo de n úmeros», p ostula Flaubert . 1 La desconfianza hacia la p olítica, a la que se considera «inepta» después de 1 8 7 1 , es la característica de los ambientes literarios , has t a el extremo de que Bourget, hijo de familia universita ria y republicana , crítico con el emperador en 1 8 7 0 pe ro decepcionado por la Comuna y p reocupado por las divisiones p artidistas que siguieron, confiesa en l 8 7 3 , a los veintiún años, que se le h a hecho imposible leer un periódico. Se burla de los d erechos de los pueblos y «demás locuras p olíticas», y declara que «el gobierno del p rimer imbécil que llega, el de Napoleón III, por ejemplo, era p referible al caos universal de hoy en día». 2 La expresión «el p rimer llegado», como Bau delaire llamaba al Emperador, o «el p rimer imbécil que llega», según el j oven Bourget, que no era precisamente repu blicano, pero menos todavía monárquico, sino transito riamente antimoderno, merece ser sub rayada. La deno minación «primer llegado» designa perfectamente la ambivalencia del antidemócrata que desprecia la autori dad, o sea al dandi. Jean Paulhan recurrirá todavía al «primer llega do» en 1 9 3 0 , en vísperas de la guerra, ante la debilidad de las democracias, mensaje poco claro que
' Í dem, carta a George Sand, 30 de abril de 1 8 7 1 , ibídem, pág.
3 1 4· ' Véase Míchel Mansuy, Un moderne. Paul Bourget. De !'en/anee au disczple, París, Les Belles Lettres, l 9 6 o, pág. 1 8 5.
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los lectores d e l a Nouvelle Revue Fran(·aise ( NRF) ape nas comprendieron, pero que anunciaba s u gaullismo . 1
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Después d e 1 8 7 1 , nadie ejerció más influencia en l a difu sión de las ideas antimodernas que Taine y Renan , invita dos de Flaubert y de los Goncourt en las cenas en Magny. «La influencia de un Renan ha sido infinitamente superior a la de un Joseph de Maistre» lamentará Léon Daudet, que percibía en Renan el tipo de «falsos valores» del siglo x 1 x . 2 Taine, que no se identificaba ya con la «contra- reac ción» como en los inicios del Segundo Imperio, según la expresión de Charles Renouvier,3 dedicó Los orígenes de la Francia contemporánea ( 1 8 7 6-1 8 9 4) a preconizar un régimen para Francia a la vez liberal y conservador, pero fue La R eforma intelectual y moral de Renan ( 1 8 7 1 ) , más manejable, la que se convirtió en el breviario de los anti modernos, por ejemplo de Julien Benda, hasta los años treinta, antes que los otros dos, Taine y Renan tan inse parables como Tarn-et-Garonne según Thibaudet-caye ran en el olvido. Renan, también él conservador y liberal, según el modelo de Chateaubriand o de Tocqueville, des-
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' Paulhan, «La démocratie fait appel au premier venu», NRF, marzo de 1 9 3 9 , págs. 4 7 8- 4 8 3 . ' Léon Daudet, L e Stupide XIX' siecle ( 1 9 2 2 ) , e n Souvenirs et po lémiques, París, Laffont, colección Bouquins, 1 9 9 2, pág. 1 3 2 7 . 3 Charles Renouvier, Philosophie analytique de l'histoire. Les idé es, les religions, les systemes, París, Leroux, 1 8 9 6 - 1 8 9 7, 4 vol . , t. I V, pág. I I 3 . 53
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cribió antes que Taine, en 1 8 7 1-con trazos que recuer dan a De Maistre- los orígenes de la enfermedad que aquejaba a Francia: «es evidente que la Providencia la ama, ya que la castiga» . 1 Los encuentra en la aniquilación de la aristocracia desde Philippe le Bel, en el absolutismo de Luis XIV, en la abstracción y el despotismo de la Revo lución, en la ausencia de libertad a partir de l 8 l 5 , pero piensa también que, aunque con una influencia menor, el materialismo y la democracia habían sido responsables de la desaparición de las virtudes militares en Francia, con lo que se explicaba la derrota de l 8 7 0 . Francia había caído víctima del materialismo igualitario, de la insubordin a ción de los individuos a la autoridad con el propósito de una acción común. Ahora bien : «es imposible salir de se mejante estado con el sufragio universal». El sufragio uni versal no corrige los defectos del sufragio universal: «no se doma al sufragio universal por sí mismo».2 El gobierno, la corte, la administración, pero también la oposición y las universidades, todas las instituciones habían sido debili tadas por «la democracia mal entendida», ya que «un pa ís democrático no puede ser bien gobernado, bien admi nistrado, bien dirigido» . 1 Para Renan, la impotencia del sufragio universal para poner orden en la sociedad es ob via. Un gobierno debe ser el resultado de una selección por nacimiento, sorteo, elección, o por exámenes y oposi ciones-que el sufragio popular hace improbable. Los reparos de Renan se parecen a los de Flaubert o los Gon court: «Aplicado a l a elección de diputados, el ' Renan, La Ré/orme intellectuelle et morale, óp. cit . , t. I, pág. 3 3 3 . ' Ibídem, pág. 3 4 8 . ' Ibídem, pág. 3 59. 54
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sufragio universal, mientras sea directo, n o conseguirá más que resultados mediocres . . . . Limitado por naturale za, el sufragio universal no comprende ni la necesidad de la ciencia, ni la superioridad del noble y del sabio» . ' Más valdría el nacimiento, o el «primer llegado» como decían Baudelaire y Bourget, porque, según Renan, «el azar del nacimiento es menor que el azar del escrutinio». 2 El antimodernismo político se i dentifica a partir de entonces con el elitismo y la condena de la democracia, pero sin ir un paso más allá y rebela rse contra ell a, to leran cia o debilidad que n o le perdonaba Léon Daudet: el antimoderno lleva la cruz de la democracia. «El hom bre m á s mediocre es s uperior al resultado colectivo que emerge de treinta y seis millones de individuos, contan do cada uno como una unidad», afirma Renan. S u opi nión parece inapelable; podría con ducir a una conver sión antidemocrática y fac ciosa; pero viene seguida de esta p untu aliz ación : « ¡ Oj alá el futuro haga que me equivo que ! »3 El antimoderno no será m aurrasiano ni golpista. A partir de entonces, los remedios se imponen por sí mismos: serán siempre medidas a medias . Si el s ufragio universal no puede corregir el s ufragio universal, ¿ p uede una democracia bien entendida remediar la democracia m al entendida? El renacer de Francia sería posible a condición de repudiar los errores de la democracia, de la reconstrucción de una aristocracia y tal vez de una monarquía, de dar al pueblo una educación y de devol-
' Ibídem, pág. 3 6o.
' Ibídem, pág. 3 8 6. 55
1
Ibídem, pág. 3 6 2 .
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verle el sentido moral. E n una p rosopopeya del «buen patriota», Renan explora dos caminos de renovación. El primero consistiría en relevar la monarquía, fundándola sobre un derecho histórico antes que sobre el derecho di vino,r evitando de este modo los estragos de la soberanía numérica. Pero la incertidum b re sobre qué dinastía, si la Borbonica o la O rleáns, obsta culiza esta solución , a pesar de que Renan , o su p ortavoz, considere sin mucho ánimo, desde 1 8 7 1 , una regencia del príncipe Napol eón ( Jéróme) . 2 La segunda solución pasaría por la reconsti tución de una nobleza o de una gentry p rovincial , que al posibilitar un sufragio a dos niveles atenua ría los peli gros de la soberanía popular. Esto sería lo ideal, pero Re nan tampoco confía en ello. Optando entonces por el «honesto ciudadano», que después del «buen patriota», duda que Francia pueda cambiar radicalmente, Renan confiesa su perplej idad y sugiere aceptar los males me nores . Al haber sido aplazadas en 1 8 7 1 las decisiones cons titucionales y dinásticas, la elección de la monarquía o de una república quedaba abierta. Sin embargo, Renan tiene menos confianza en una constitu ción para hacer evolucionar a Fran cia que en una revisión del p apel de las elites en la sociedad, del m o do de seleccion arlas, de l a nat uraleza de l a democracia y de l a forma del Esta do. Con el fin de organizar y de jerarquizar l a cole cti vidad n acional, ya que p arece irrealiz able dar marcha atrás con el sufragio universal, «dos niveles corregirían
' Ibídem, pág. 3 7 7 .
' Ibídem, pág. 3 7 8 .
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l o que tiene d e s uperficial» , 1 así como el establecimien to de colegios departamentales, el escrutin io de las lis tas y el voto plural; pero lo esencial para Renan , d e acuerdo c o n su viej a idea, consistiría e n una reforma de la en señanza, pues sólo la e ducación p o dría endere zar de una vez por todas los defectos del s ufragio uni versal. Renan se declara, por lo tanto, p a rtidario de una enseñan z a p rimaria gratuita pero n o oblig ato ria , 2 y sobre todo p o r una enseñ anza s uperior real y unas uni versidades autón omas , algo de lo que Francia carecía desde la E dad Medi a . 3 E l desarrollo de la enseñ anza superior es capital p ara que p ueda s urgir una aristo cracia d e la inteligencia, para el «triunfo oligárquico del espíritu»,4 p orque la democracia b ien entendida de Renan sería una tiranía d e los sabios: «Lo e sencial con siste menos en producir masas ilustradas que en pro ducir grandes genios y un p úblico capaz de compren derlos.»5 Mientras tanto, n o ve otra salida más que la sum isión del pueblo al orden social necesario, aristocrá tico y desigual. De este modo, como la m ayoría de los intelectuales, Renan considera la igualdad como una peligrosa utopía, ' I bídem, pág. 3 8 6. ' Í dem, «La part
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y la democracia como un sistema p olítico inestable. Sien do el p ueblo como es, es decir ignorante, la función po lítica debe seguir siendo el monopolio de la elite, en una sociedad jerarquizada, pero libre: «La mayor gloria de los gobernantes reside en lo que permiten hacer», decía ya bajo el Segundo Imperio . 1 Tal es la respuesta del es critor a la derrota de la nación, que explica por razones menos militares que intelectuales y morales: m aterialis mo burgués, evidentemente, pero es ante todo l a demo cracia, caricaturizada en el sufragio universal, la que ha p rivado a Francia de una elite. Como ya decía el doctor Benassis, p ortavoz de Bal z a c en El médico de aldea ( 1 8 3 3 ) , «el s ufragio universal que reclaman hoy las personas que p ertenecen a la lla m ad a oposición constitu cional fue en un principio ex celente p ara la Iglesia, p orque . . . los individuos que p ertenecían a ella eran todos culto s , disciplin ados por el sentimiento religioso, imbuidos d el mismo sistema, y s abían bien lo que querían y adónde iban» . 2 Pero, ex tendido a la nación como p edían entonces los libera les , conduciría a «la pérdida de Francia y de los mis mos Liberales».3 Renan hablaba después de la Comuna; Balzac escribió El médico de a ldea después de la re volució n de 1 8 3 o y m an ifestaba su reacción p olítica y ' Í dem, «Philosophie de l 'histoire contemporaine» ( 1 8 5 9 ) , Ques tions contemporaines ( r 8 6 8 ) , en Oeuvres completes, óp. cit. , t. I, pág. 4 5 . ' Balzac, Le Médecin de campagne ( 1 8 3 3 ) , e n L a Comédie humai ne, dir. P. -G. Castex, París, Gallimard, colección Bibliotheque de la Pléiade, 1 9 7 6- 1 9 8 1 , 1 2 vol . , t. IX, pág. 5 0 6. (El médico de aldea, tr. de M." Elena Agüero, Madrid, Páramo, 2 0 0 0 ) , 3 Ibídem , pág. 5 0 7.
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religiosa al acontecimiento . Esta novela se convirtió de entre las que componen La comedia h umana en la pre ferida de B ourget, una vez instalado del lado del orden moral, y elogiaba de B alzac lo que él llamaba s u «intui ción de la verdad p olític a» . 1 Según Bo urget , B alzac fue el p rofeta de todos los desastres del siglo X I X , desde la Revolución hasta la Tercera Rep úblic a : la democracia, el p arlamentarismo, la lucha d e clases, el sufragio uni vers al, el m aterialismo, la anarquía , toda l a herencia de l 7 8 9 de la que B alzac int uyó enseguida su p erversión . Refiriéndose al trauma de l 8 7 o y de la Comuna, B o u r get , convertido en monárquico, observaba que «el la ment able ensayo de aplicación de los principios revo lucionarios, al que estamos asistien do desde entonces, apenas comienza a iluminar las conciencias reflexivas» y a persuadidas de l a exactitud de las teorías sociales de La comedia h umana. 2 Renan, por su p arte, había formulado su programa de un modo menos p olítico y más metafísico en los Diá logos filosóficos, escritos en Versalles en mayo de 1 8 7 1 : «Es . . . poco probable que Dios se manifieste a través de la democracia. La democracia sectaria y celosa es incluso lo que podríamos llamar el error teológico por excelencia, ya que la finalidad que persigue el mundo, lejos de ser la nive lación de las cimas, debe ser por el contrario la de producir dioses, seres superiores, que el resto de los seres conscien-
' Bourget, «Balzac et Le Cousin Pons» ( 1 8 9 8 ) , en Nouvelles Pages de critique et de doctrine ( 1 8 9 8) , París, Pion, 1 9 2 2 , t. 1, pág. 4 6 . ' Í dem, «La polítíque d e Balzac» ( 1 9 0 2 ) , e n Sociologie e t littéra ture, París, Pion, 1 9 0 6 , págs. 5 1- 5 2 . 59
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tes adorará y servirá, felices de poder hacerlo . E n este sentido la democracia está en las antípodas de los cami nos de Dios.»1 El rechazo de la democracia conduce a la teocracia. Mucho antes que la Comuna, la creación de una elite de la inteligencia estaba ya expresamente con templada en el p rograma de El futuro de la ciencia , don de se trataba de hacer a los hombres dignos de la liber tad y de la igualdad. Las reflexiones de Renan estaban entonces inspiradas por los acontecimientos de 1 8 4 8 , de nuevo una revolución, como los de 1 8 7 1 lo estarán por la Comuna: «La moral, lo mismo que la política, se resume por lo tanto en esta solemne frase: educar al pueblo. La moral tendría que haberlo prescrito siempre; la política lo prescribe hoy con más fuerza que nunca, desde que el p ueblo ha sido admitido en la participación de los dere chos políticos. El sufragio universal sólo será legítimo cuando todos dispongan de esa parte de inteligencia sin la cual uno no merece ser llamado hombre, y si, antes de eso , debemos perservarlo , será únicamente como una posibilidad de anticiparlo. La estupidez no tiene dere cho a gobernar el mundo . »2 La educación enmen dará la democracia y frenará, después de 1 7 8 9 , 1 7 9 3 , 1 8 3 0 , 1 8 4 8 y 1 8 7 1 , el fatal ciclo de las revoluciones. Este esquema de pensamiento invadiría toda la lite ratura de finales de s iglo. Lo encontramos en Huysmans y B arres y en los Ensayos de psicología contemporánea , en
' Renan, Dialogues et fragments phi!osophiques, óp. cit., t. I, pág. 609.
Í dem, L'Avenir de !a science, e n Oeuvres completes, ó p . cit. , t . III, págs. 9 9 9-I Ooo. 2
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los que Bourget recogió en l 8 8 3 sus estudios sobre los m aestros que habían m arcado el despertar de su genera ción , Baudelaire y Flaubert , Renan y Taine, después Sten dhal, todos ellos antimodernos; pero tod avía no Bal zac, que se convertirá en s u modelo una vez haya d ado el paso hacia la reacción. Para Bourget, en su capítulo so bre Renan, no hay ninguna duda de que «el s ufragio uni versal es contrario al hombre superior» . 1 Péguy, incluso antes de las elecciones de mayo de 1 9 0 2 que darán el po der a É mile Combes y le harán inclinarse h acia el odio por «el mundo moderno», despotricará ya contra la de mocracia: «el ejercicio del sufragio universal en Francia se ha convertido . . . en un desenfreno inaudito . . . , un jue go de mentiras , un abuso de fuerza, una apología del vi cio, una enfermedad social, un aprendizaje de la inj usti cia», hasta el p unto de que Péguy llegaría a compararlo con la p rostitución: «La p rostitución electoral es real mente el envilecimiento de un gran amor» , 2 a saber, el amor m ístico por la Rep ública. É sta es la herencia más duradera de la contrarrevolu ción en la tradición antimoderna, herencia transformada pronto en un tópico, como podemos ver en Proust, que habla siempre del s ufragio universal con ironía, por ejemplo en su pastiche de Flaubert de r 8 9 4, «Melomanía de Bouvard y Pécuchet», donde hace decir a Bouvard en
' Bourget, b'ssaís de psychologíe contemporaine, ed. André Gu yaux, París, Gallimard, colección Te! , 1 9 9 3 , pág. 57. ' Péguy, [ «Nous devons nous préparer aux élections»] , en Oeuv res en prose completes, ed. Robert Burac, París, Gallimard, colección Bibliotheque de la Pleiade, 1 9 8 7-1 9 9 2, 3 vol . , t. I , pág. 9 3 9 .
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CONTRARREVOLUCIÓN
estilo libre indirecto: « ¿ Acaso n o significa oponerse al p rogreso frecuentar los versos de Madame de Girardin en el siglo de la m áquina de vapor, del sufragio universal y de la bicicleta?»1 O cuando hace una metáfora con el j uicio estético de sus contemporáneos : «El sufragio universal de la inmediata posteridad no es ni mucho más inteligente, ni mucho más difícil de corromper que el otro .» La imagen no habla a favor del apego de Proust por la democracia, a la que identifica acto seguido con la demagogia: «Por eso es muy natural ver cómo numerosos escritores no sola mente halagan a los jóvenes como si fuesen electores , sino incluso verles presentarse ante ellos con p rogramas hábil mente redactados al gusto de la j uventud. Lo mismo que la república, el simbolismo tiene sus aliados , que se alían también a cualquier cosa antes que resignarse a no ser ni reelegidos ni releídos.», La alusión a la alianza fecha este fragmento a p rincipios de los años 1 8 9 0. Proust se hace mayor. Como la mayoría de los intelectuales desencanta dos de las elecciones, como Mallarmé en 1 8 9 8 , como Sar tre en r 9 3 6, es probable que no votase. Recordando en El tiempo recobrado la carrera que ha bría podido hacer Saint-Loup si hubiera sobrevivido a la
' P roust, «Mondanité et mélomanie de Bouvard et Pécuchet», Jean Santeuil, precedido de Les Plaisirs et les Jours, ed. Pierre Clarac y Yves
Sandre, París, Gallimard, colección Bibliotheque de la Pléia de, 1 9 7 1 , págs. 63-64. ' Í dem, [«La jeunesse flagornée» ], Contre Sainte-Bcuve, precedi do de Pastiches et mélanges, y seguido de Essais et artzclcs, ed. Pierre Clarac y Yves Sandre, París, Gallimard , colección Bibliotheque de la Pléiade, 1 9 7 1 , pág. 3 9 5 .
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LA O L I G A R Q U ÍA D E L A I N T E L I G E N C I A
guerra, siendo elegido con facilidad diputado d e la Cá mara «hleu horizon»1 en r 9 r 9 , P roust se las arregla para poner bajo sospecha a todos los actores del j uego p olíti co: «Pero tal vez amaba dem asiado sinceramente al pue blo como para llegar a obtener los votos del pueblo, el cual s in duda, considerando su alta alcurnia, le habría perdonado sus ideas democráticas.»2 Por una parte, no es necesario amar al pueblo para hacerse elegir por él, y «gracias al maremágnum del B l oque Nacional, se hab ría repescado a los viej os canallas
CONTRARREVOLUCIÓN
«Cada elección nos ofrece u n a visión d e conjunto sobre la estupidez y la maldad de los franceses . . . ¿ P uede ima ginarse un sistema de gobierno más idiota que aquel que consiste a someter cada cuatro años la suerte del país . . . , no ya al pueblo, sino a la masa . . . ? Cada cuatro años Fran cia designa a sus representantes en un ataque de catalep sia alcohólic a.»1 Claudel, nietzscheano en tiempos de Cabeza de oro, actualmente «legitimista . . . , católico, anti demócrata», organizab a así, en mayo de 1 9 1 4, «una bronca contra el sufragio universal» . 2 Morand se encon traba con él y le gustabab a recordar esta con cesión del p ropio Clau del a Maurras , que, sin embargo, era su ene m igo en el catolicismo: «Al menos odia tanto como yo la democracia» . 3
' Claudel, ]ournal, ed. Fran<;:ois Varillon y Jacques Petit, París, Gallimard, colección Bibliotheque de la Pléiade, 1 9 6 8 -1 9 6 9 , 2 vol . , t. I , pág. 2 8 6 . ' Morand, ]ournal inutile, óp. cit . , t. 1 , pág. 1 8 7. 3 Ibídem, pág. 1 9 1.
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A N T I - I L U S T RA C I Ó N
L a m adre de Proust escribía a su hijo en septiembre de 1 8 8 9 , año de la crisis boulangista y del centenario de la Revol ución : «me p arece que subestimas el siglo X V I I I >> . 1 La observación sonaba como un reproche por p arte de una biznieta de Adolphe Crémieux , consciente de la emancipación de los judíos como si fuera un logro de la Revol ución francesa. Ahora b ien , la Revolución siempre ap arece tratada con ex ageración o ironía en la Recherch e . Legrandin , para disimular su esnobismo, se entrega a exaltadas diatrib as contra los aristócratas, «llegando incluso a reprochar a la Revolución que no les h aya guillotin ado a todos». 2 El odio de Albertine ha cia los Guermantes tiene que ver, según el narrador, con un «talante revolucionario-es decir, un amor des graciado p or la nobleza-grab ado e n la cara opuesta del carácter francés en que se sitúa la clase aristocráti ca de Madame de Guerm an tes» . 3 Parece por lo tanto que «el desprecio rep ublicano por una duquesa» solo ' Proust, Correspondance, ed. Philippe Kolb, París, Pion, 1 9 7 01 9 9 3 , 2 1 vol., t. 1, pág . r 2 9 . ' Í dem, Du cóté de chez Swan, e n Á la recherche du temps perdu, óp. cit., t. I , pág. 6 7. (Por el camino de Swan, en En busca del tiempo perdido, óp. cit. ) 3 Í dem, La Prisonniere, en A la recherche du temps perdu, óp. cit . , t. III, pág. 5 4 2. ( L a p risionera, e n E n busca del tiempo perdido, óp. cit .)
ANTI-ILUSTRACIÓN
pueda ser concebido como u n a «señal del deseo insa tisfecho» de acercarse a ella , y que todas las revolucio nes hechas por los franceses desde I 7 8 9 no h ayan sido más que por amor despechado por el Antiguo Régimen. S i la Recherche hace pensar a veces en una enciclopedia donde está representada la totalidad del mundo, el si glo XVII I , o el « diecio ches co», como lo llama Brichot con desprecio ,1 brilla sin emb argo por su ausencia, con el paradójico resultado de que ese siglo , que a Proust parece no interesarle en absoluto, es el más citado de to dos en la Recherche. Proust habla de La Fontaine, de Mo liere o de Racine, pero no del siglo x v r r ; menciona a B alzac , Baudelaire o Flaubert , pero no el siglo X I X . Si menciona el siglo xvm como tal , es porque éste p ara él se reduce, lo mismo que para los antimodernos, a una generali dad , un estilo periódico o un dogma filosófico , en todo caso una abstracción ilustrada por la m ayoría de las creaciones de dicho siglo . La segunda figura de lo antimoderno t iene que ver por tanto , con una desconfianza sistemática hacia el «siglo X VI I I » , i dentificado con la Ilustración . La insistencia sobre las cosas, los hechos o la historia caracteriza a la contrarrevolución frente al culto a la razón, al i dealis mo y al utopismo propios de la Ilus tración y d e la Re volución . El recurso a la experiencia es de este modo una constante de la tradi ción antimoderna , desde que Joseph de Maistre declarara que «la historia es la p olí' Í
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en
En busca del tiempo
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tic a experimental», 1 y Ch ateaubriand ins1st1era e n «la fuerza de las cosas», «el orden de las cosas» o «el curso de las cosas», comodines del Ensayo sobre las revolucio nes, y luego recomendara en 1 8 1 4 la aceptación de la Constitución con el pretexto de que «no se puede hacer que lo que es no sea, y que lo que no es exista» , ya que «es evidente que los hombres no están donde estaban hace cien años, y menos todavía donde estaban hace tres siglos». Según Chateaubriand , «en la vida hay que par tir del p unto al que se ha llegado. Un hecho es un he cho». 2 En la vida, hay que . , tal es el íncipit caricatures co de la p rotesta antimo derna del realism o , y bien podría ser el lema mismo de lo antimoderno, o de lo an tiguo mo derno transformado por la experiencia: «Un hecho es un hecho.» Maurras, antes de fundar su comercio político sobre la oposición de «país legal» y «país real»-una variante más de la p areja razón y experiencia-había alab ado en sus Tres ideas políticas ( 1 8 9 8 ) , donde para empezar la emprendía con Ch ateaubriand, el «empirismo organiza dor» de S ainte-Beuve. Definía esta noción que haría cé lebre como «una diligente inducción [que permitía] adi vinar y dibuj ar, entre dos simples comprobaciones de hechos, la figura de una verdad general».3 S ainte- Beuve, . .
' Maistre, De la souveraineté du peuple, ed. Jean-Louis Darcel, París, PUF, 1 9 9 2, pág. 1 8 7. ' Chateaubriand, R éflexions politiques ( 1 8 1 4 ) , en Grands écrits politiques, óp. cit . , t. l, pág. 2 1 5 . 3 M aurras, «Sainte-Beuve o u l'empirisme organisateurn, Trois idées politiques, en Oeuvres capitales, óp. cit., t. II, pág. 7 9 . 67
ANTI-ILUSTRACIÓN
personalidad doble e incluso turbia, aunaba, según Mau rras, una «sensibilidad anárquica»-que representaba su instinto revolucionario y romántico-al espíritu «más orgánico» posible , «aunque es posible que fuera en el transcurso de sus estudios donde se encontraran los p ri meros in dicios d e la resistencia a l a s i deas d e 1 7 8 9 que, más adelante, alabarían los Taine y los Renan».i Maurras ve en Sainte-Beuve a un antimoderno, pero no a un reac cionario . S u tesis es que la viej a Francia se equivoca al reivindicar a Chateaubriand , auténtico hijo de la Ilustra ción y de la Revolución, lo mismo que la Francia moder na se equivoca al venerar a Michelet, vate de lo i rracio nal, místi co del pueblo y fiel a la tradi ción , mientras que las dos Francias, la del orden y la del progreso , podrían recon ciliarse en torno a Sainte-Beuve, partidario de una visión a la vez romántica-el lado m alo, según Mau rras-y orgánica del mun do. El modelo definitivo de Maurras, como se sabe, no será Sainte-Beuve, sino Au guste Comte, al que dedicará un largo capítulo de El fu turo de la inteligen cia ( ! 9 0 5 ) . Por el momento, en 1 8 9 8 , antes d e Action Fran c;:aise, Sainte-Beuve, figura d e tran sición, le permite refutar a la vez a Chateaubriand y a Michelet-la tesis y la antítesis-y encontrar en el autor de Cha rlas del lunes la síntesis de la razón y de la expe riencia, o de la acción y la reacción, que resume la fór mula del empirismo organizador. El empirismo, organizador o no, o incluso el p rag matismo, es una constante de la reivindicación antimo derna que j ustifica que los antimodernos reivindiquen ' Ibídem.
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A N T I - I L U STRACIÓN
con fervor a Maquiavelo, pensador d e la verita ef/ettuale del Estado, o bien que, como B arres, Sorel y Péguy-p e r o n o Maurras p recis amente-prefieran a Pascal antes que a Descartes. La recepción antimoderna de Pascal en los siglos XIX y x x sería un interesante estudio pen diente , a partir d e El genio del cristianismo, donde Chateau b riand lo calificada de «terrible genio», ya que los ant i modernos, que s e p retenden siempre realistas, s o n tam bién j ansenistas-al menos desde Lamennais , y a pesar del o dio de De Maistre por la «repugnante secta» d e Port-Royal . É mile Faguet pensaba que e l sistema políti co y religioso d e D e Maistre no era más que u n a forma d e «Pascal a ultranza». 1 D e Rousseau a Pascal, tal e s l a ruta habitual del antimoderno . La polémica con los enciclopedistas , contra Voltaire, Rousseau, Montesquieu y Diderot , estaba ya viva antes de 1 7 8 9 , en defensa de la monarquía absoluta y del dere cho divino, de la supremacía de la Iglesia y de la aristo cracia, de las órdenes y de las corporaciones . Y el p rimer argumento contra el «filosofismo» consistía en definirlo como «el amor exclusivo por las ideas abstractas» . 2 S in embargo , la influencia de la antifilosofía estuvo limitad a por el triunfo de la Ilustración en los años 1 7 8 o. Por otra p arte, el deb ate seguía siendo teórico; después de I 7 8 9 se convirtió en vital. Rivarol empezó muy p ronto a p arodiar en sus p anfle tos la abstracción de los decretos revolucionarios : «Artí culo I : a p artir del p róximo 1 4 de j ulio, los días serán ' Faguet, «Joseph de Maistre», art. citado, pág. 5 r . ' D . Masseau, Les Ennemis des philosophes, óp. cit . , pág. 44.
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iguales a las noches sobre t o d a la superficie de la tierra, el día comenzará a las cinco . . . Artículo IV: el rayo y el granizo no caerán nunca en los bosques . L a h umanidad estará libre en a delante de inundaciones, y la tierra, en toda su extensión, sólo será cubierta por un s aludable rocío» . 1 De Maistre-en uno de sus fragmentos más co nocidos-ridiculizaba las fanfarronadas constituciona les de la Revolución con el p retexto de su abstracción: «La Constitución de I 7 9 5 , lo m ismo que sus anteceso ras, está hecha para el hombre. S in embargo, no h ay na d a a lo que pueda llamarse hombre en el mundo. Yo he visto, a lo largo de m i vida, franceses , italianos, rusos, etc . ; incluso sé, gracias a Montesquieu , que se puede ser persa : pero en cuanto al hombre, afirmo no haberlo en contrado en mi vida; si existe, yo no tengo conocimien to de ello.»2 Reconocemos aquí el tradicional argumento medieval del nominalismo que refuta el realismo metafí sico-sólo los in dividuos exis ten , no los géneros ni las especies-, pero paradójicamente en esta ocasión es es grimido por uno de los p artidarios del realismo antimo derno contra el filosofismo enten dido como avatar del nominalismo, o contra el in dividualismo moderno. El h ombre no existe; sólo existen los hombres, e incluso demasiados. Por eso deben estar organizados en una so ciedad y por ella, p orque ella t ambién existe, y p reexis te incluso a los indivi duos, especialmente en l a familia, que es l a célula social. ' Rivarol, Les Actes des apótres, 1 7 9 0; citado por G . Gengembre, La Contre-Révolution , óp . cit . , p ág. 24. . . .
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Maistre, Considérations sur la france, óp. cit. , pág. 1 4 5.
A N T I - I LU ST R A C I Ó N
Así s e formula el típico argumento antímoderno: la Revolución fue a la vez irrealista y utópica cuando, apo yándose en un rousseaunismo simplista y vulgar, conside ra a la sociedad como una tabula rasa' o una carta blanca , y cuando, e n nombre de piadosas abstracciones-tales como la soberanía del pueblo, la voluntad general, la igualdad, la libertad, todas ellas expresiones vacías de sentido según De Maistre-ignora la experiencia, la his toria y las costumbres. Albert Hirschman ha señalado que la «retórica reac cíonaria»-digamos «antimoderna»-descansa sobre tres grandes figuras, o tres argumentos fundamentales que bastan p ara definir el realismo antimoderno y su refuta ción del p rogresismo ingenuo heredado de la Ilustración. Estos argumentos son : los «efectos adversos» ( cualquier tentativa de mejora ag rava la situación que se p retende corregir), la «in anidad» ( cualquier tentativa de mej ora es vana y no cambiará nada) , y el «agravamiento» (el ele vado coste de una mejora corre el riesgo de poner en pe ligro los beneficios adquiridos ) . 2 Hirschman los identifi ca en las t res grandes olas reaccion arias que se han sucedido en el m undo desde la Revolución fran cesa: en p rimer lugar, inmediatamente después de 1 7 8 9 , contra la igualdad ante la ley y contra los derechos del hombre; a continuación, sobre todo después de 1 8 4 8 , contra la de-
' Ibídem, pág. 1 5 4. ' Véase Albert O . Hirschman, Deux sieclcs de rhétoriquc réac tionnaire (1 9 9 1) , tr. de Pierre Andler, París, Fayard, 1 9 9 1 , pág. 2 2. Hirschman llamaba a los tres argumentos perversity, /utility y jeo pardy. 71
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mocracia y el sufragio universal ; finalmente, a p artir d e la segunda mitad del siglo xx , contra el Estado p rovi dencia. De este modo las tres grandes etapas de la ciuda danía moderna-civil, política y social-fueron atacadas una después de otra de forma p arecida, con los mismos p rocedimientos . Sin embargo, según Hirschman, el argumento de la inanidad de la Revolución , p uesto que suponía un deter minado retroceso con relación al acontecimiento, no fue utilizado antes de Tocqueville, que fue el p rimero en se ñ alar la continuidad entre el Antiguo Régimen y la Revo lución , y era de la opinión de que la suerte estaba echada antes de 1 7 8 9 . Por otra parte, la Revolución iba demasia do deprisa como para que sus adversarios tuviesen tiem po de oponerle el argumento del agravamiento de la si tuación. Por eso, frente a la evidencia de la dictadura democrática ejercida en nombre de la libertad , el argu mento de los efectos adversos fue al que p rincipalmente recurrieron los contrarrevolucionarios. Hirschman en cuentra el modelo en De Maistre, quien, insistiendo en la naturaleza p roviden cial de la Revolución, afirmaba que «los esfuerzos del pueblo para alcanzar un objetivo son p recisamente los medios que [la Providencia] emplea para alej arle».' Según él se producía esta paradoj a: «Que si se quiere conocer el resultado p robable de la Revo lu ción fran cesa, basta con examinar lo que es común a todas las facciones : todas han querido la erosión , la des trucción incluso del C ristianismo universal y de la Mo-
' Maistre, Considérations sur la France, óp. cit . , pág. 1 7 5.
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narquía; de donde s e deduce que todos sus esfuerzos n o conducirán m ás que a l a exaltación del Cristianismo y d e la Monarquía.»1 L a Revolución, p o r u n efecto a dverso , debía p o r tanto acarrear lo contrario de la Revolución, o , como ya hemos visto y es e l colmo de la paradoj a, «Fran cia y la Monarquía sólo p odían ser salvadas por el jaco binismo». 2 Sin duda el argumento de los efectos a dversos ha dominado la polémica contrarrevolucionaria, pero el de poner en peligro las libertades elementales por el dere cho natural había sido esgrimi do ya desde las controver sias antifilosóficas del siglo x v m , y el de la inanidad de la Revolución no tardará en aparecer, en Chateaub riand, por ejemplo, o en Ballanche y Montlosier,3 antes que en Tocqueville. Por lo demás , ¿ acaso Montaigne no emplea ba ya el mismo razonamiento contra la Reform a ? Así jus tificaba su conservadurismo p ráctico, su lealtad política y su legitimismo religioso. Evidentemente, debió de ser mejor, incluso ideal, vivir en Venecia como república, pero, ¿ para qué cambiar? Ante las ventajas dudosas, los riesgos de cualquier cambio son demasiado reales ; la cosa no vale la pena. El realismo antimoderno da a los apren dices de brujo de la política , al menos a partir de Mon taigne, una lección de inmovilismo, definitivamente for mulada por Pascal: «El arte de . . . derrocar los Estados consiste en quebr;mtar las costumbres establecidas, lle-
2
Ibídem, pág. 1 0 6 . ' Ibídem. Franc;:ois-Dominique d e Reynaud d e Montlosier, D e la monar
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chie fran�·aise, depuis son établissement jusqu'd nos jours ou Recher ches sur les anciennes institutions fran r,:aises, París, 1 8 r 4, 3 vol .
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gando hasta s u fuente . . . É ste e s u n j uego seguro p ara perderlo todo» . 1 O, como resume un p roverbio familiar a S chopenhauer, ídolo de los antimodernos a finales del siglo x 1 x : «Lo mejor es enemigo de lo b ueno . »
B U R K E , APÓSTOL DEL RE ALISMO
La primera exposición completa del realismo antimoder no, basada sobre todo en el argumento de los efectos ad versos, se encuentra en las Reflexiones sobre la Revolución en Francia, de Burke, publicado en 1 7 9 0 . Pragmatista, sin sistema ni doctrina, lector de Corneille y de Montesquieu -ellos mismos vates del liberalismo antidemocrático-, Burke, que había conocido en la Francia de 1 7 7 3 a los filó sofos y a María Antonieta, no negaba que las reformas hubiesen sido necesarias en Francia, ni que se hubiesen cometido abusos, pero nada que justificara semejante con moción. Su tesis se convertirá pronto en un cliché de la contrarrevolución: la tabla rasa o carta blanca , la hybris de la Revolución como creación ex nihilo y novedad radical. «No estamos reducidos a la simple alternativa entre la des trucción absoluta o la conservación en el mismo estado, sin reforma . . . No puedo imaginarme cómo los hombres pue den llegar a ese grado de presunción que les hace conside rar su país como una simple carta blanca donde pueden ga-
' Pascal, Pensées, Lafuma, fr. 60; citado por Lamennais, Essai sur l' indifférence en matiere de religion , t. I ( 1 8 1 7 ) , París, Tournache-Mo lin et Séguin, 1 8 1 8 ( 2.' ed . ) , pág. 3 5 7. (Pensamientos, tr. de }. Llansó, Madrid, Alianza Editorial, 1 9 8 6, pág. 3 8 . )
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B U R K E , A P Ó S T O L D E L R E AL I S M O
rabatear a placer. E l teórico henchido d e buenos senti mientos es libre de desear que la sociedad a la que perte nece esté hecha de otro modo, sin embargo, el buen pa triota y el auténtico político intentarán sacar el mejor partido de los materiales existentes. Si tuviera que definir las cualidades esenciales del hombre de Estado, diría que éstas consisten en asociar un natural conservador al talen to de mejorar. Fuera de eso, todo lo demás es pobre en su idea y peligroso en su realización.»' Burke es un reformis ta, un político, no un teórico; las mejorías en las que él piensa son siempre marginales, graduales, llevadas a cabo paso a paso, sin riesgo de que nada estalle. En Inglaterra, recuerda Burke, la Revolución «tuvo co mo objeto conservar nuestras antiguas e indiscutibles leyes y libertades, y aquella antigua constitución del gobierno que es su única salvaguarda».2 La Glorious Revolution fue antimoderna, y volvió a encontrar en lo antiguo lo mejor. Por el contrario, los miembros de los estados generales se proclamaron diputados de la nación y se asignaron la tarea de elaborar una constitución totalmente nueva: «Porque después de la abolición de las órdenes, no hay nada que li mite el poder de esta Asamblea: ni ley fundamental, ni con vención estricta, ni uso consagrado. En lugar de confor marse con una constitución establecida, se ha arrogado el poder de hacer una conforme a sus aspiraciones». 3 Ningún representante del estado llano tenía expe riencia en los asuntos p úblicos: «Sin duda la lista incluía ' Edmund Burke, Ré/lexions sur la révolution de France, tr. Pier re Andler, París, Hachette, colección Pluriel, 1 9 8 9 , pág. 2 0 0 . ' Ibídem , pág. 3 9 . 3 Ibídem, pág. 5 7 . 75
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a u n cierto número d e hombres d e rango distinguido, y otros que b rillaban por su talento ; pero en vano busca ríamos a uno sólo que tuviera alguna experiencia p rácti ca en los asuntos p úblico s . Los mejores de ellos sólo co nocían l a teoría.»1 Como eran intelectuales-así es como se m anifiesta el anti- intelectualismo característico del antimoderno , en el sentido de su desconfianza h acia la teoría y hacia la i dea-imaginaban que p odían p artir de cero, actuar sobre la base de la razón que hay en ca d a uno de nosotros, lo que fue un error m ayúsculo. La diferen cia con Inglaterra es enorm e : «No somos ni los catecúmenos de Rousseau ni los discípulos de Voltaire; y Helvétius no nos ha influido para nada. Los ateos no son n uestros p redicadores, ni los locos n uestros legisla dores . S abemos perfectamente que en lo que respecta a lo moral nosotros no p odemos enorgullecernos de nin gún descubrimiento; pero es que pensamos que en esa m ateria no hay ningún descubrimiento que hacer, y muy poco por lo que respecta a los grandes p rincipios de go bierno y a las i deas de libertad, que ya han sido com p rendidos mucho antes de que nosotros estuviésemos en el mundo, como se comprenderá cuando l a tierra cu bra nuestra p resunción y el silencio de la tumba h aya p uesto fin a nuestra impúdica verborrea.»2 Para B urke , no hay nada nuevo b aj o el sol, ningún progreso en mo ral , y, por lo tanto, tampoco en política. Tocqueville he redará este razonamiento antiteórico:
' Ibídem, pág. 5 r .
' Ibídem, pág. 1 0 9 .
B U R K E , APÓSTOL DEL REALISMO Cuan d o s e estudia l a historia d e nuestra revolución, s e ve que estaba guiada por el mismo espíritu que h a hecho que se escri ban t antos libros abstractos sobre el gobierno. La misma afi ción por las teorías generales, los sistemas exhautivos de legi s lación y la exacta simetría e n las leyes; e l m i s m o desprecio p or los datos de la experien c i a ; la misma confianza en la teoría; l a misma afición por lo original, por lo ingenioso y lo nuevo en las instituciones; el mismo deseo de rehacer a la vez la constitución entera siguiendo las reglas de la lógica y de acuerdo a un plan único, en lugar de tratar de enmendarla en sus p artes . ¡ Aterrador espectáculo ! porque lo que es una virtud en el escritor es a veces un vicio en el gobernante, y las mismas cosas que a men u do han producido hermosos libros pueden llevar a grandes revoluciones . '
La teoría e s la tentación del gobernante. La razón e s in suficiente en política, porque la acción humana no se ba sa úni camente en la razón. Las p asiones , a la vez indivi duales y colectivas, ejercen su influencia sobre todos los asuntos, y los intereses enturb ian la vista. Las institucio nes (la Iglesia, la Justicia) , las autoridades (el p adre, el rey) son , por lo tanto, necesarias para proteger, dirigir, ordenar. Ahora bien, los revolu cionarios fran ceses, pre ten diendo construir sólo sobre la razón, ignoraron los p recedentes de la historia y las lecciones de la religión; y de este modo destruyeron las instituciones existentes y las leyes fundamentales. B urke refuta el método abs tracto que permitió destruir de un solo golp e la obra de siglos :
' Tocqueville, L'Ancien Régime et la Révolution, óp. cit., pág. 2 3 8 . 77
ANTI-ILUSTRACIÓN Desprecian l a experiencia, que a sus ojos n o e s más que l a sabi duría de los ignorantes; y en cuanto a lo demás, han cavado una mina en la que se hundirán
De este m o do los «verdaderos derechos del hombre» , de rechos n aturales , anteriores a cualquier constitución, que dependen de las leyes fundamentales y de las costumbres, son puestos en peligro por el método abstracto: b uen ejemplo de alegato que j uega con la figura del «peligro», al que Burke recurría por lo tanto desde 1 7 9 0, y no única mente a la de los efectos adversos . Aunque las dos no son inconciliables . Los efectos a dversos-quien quiere el ' Burke, Ré/lexions sur la révolution de France, óp. cit. , págs. 73-74.
B U R K E , APÓSTOL D E L REALISMO
bien hace el m al-invierten l a tesis defendida p o r Pas cal, Mandeville, Vico, la Ilustración escocesa y Adam Smith , además de Goethe, según la cual los comporta mientos dictados por el egoísmo , la afición al lujo, los «vicios p rivados» o el interés personal colaboran al bien p úblico favoreciendo la p rosperidad general. ' Inversa mente, la Revolución p rovoca desastres debidos al opti mismo. Según Hirschman, este mecanismo recuerda el concatenamiento mítico de la hybris y la némesis, llevan do al hombre de la arrogancia a la decadencia, de la des mesura al castigo p roviden cial . 2 El doctor Benas sis, alumno aventajado de Burke y p ortavoz de Balzac , lo recordará en El médico de aldea : «En asuntos de civilización , señor mío, no hay nada ab soluto . . . es necesario consultar el espíritu del p aís , su situación , sus recursos, estudiar el terreno, los hombres y las cosas, y no p retender que los perales den m anza nas. Además, no hay nada más voluble que la adminis t ración , que tiene p ocos p rincipios generales . L a ley es uniforme, las costumbres , los p aíses, las inteligencias no lo son; y, sin embargo, la administración es el arte de aplicar las leyes sin perj udicar los interes es, por lo tanto todo es local.»3 Hermosa lección de realismo político que encantará a Bourget.
' A. O. Hirschman, Deux siecles de rhétorique réactionnaire, óp. cit . , pág. 3 2. ' Ibídem, pág. 6 6 . 3 Balzac, Le Médccin de campagne, óp. cit . , t . IX, págs. 4 3 1 -4 3 2. 79
ANTI-ILU STRAC I Ó N
P O LÍTICA E X P E R I M E NTAL Y M E TA P O L ÍT I C A
El historicismo de Burke, y por lo tanto todo historicis mo antimoderno, encuentra ahí s u justificación , en la fuerza de las costumbres, en las lecciones del pasado opuestas a la razón abstracta: «No sabemos extraer de la historia todas las lecciones morales que contiene. In cluso puede servir para lo contrario, si no tenemos cui dado, para corrompernos el espíritu y destruir nuestra felicidad. La historia es un gran libro abierto en el que podemos estu diar, que nos permite extraer de los errores del pasado y los males que han abrumado al género hu m ano enseñanzas para un futuro mej or . . . En realidad la historia se compone, en su m ayor parte, de todas las des gracias que han acarreado a los hombres el orgullo , la ambición, la avaricia, la venganza, la codicia, la sedición, la hipocresía, el interés sin freno y toda la letanía de ape titos desordenados que estremecen a la ciudad.»1 Al ser la distin ción entre lo moderno y lo antimoder no relativa por definición, siempre lo moderno de uno es lo antimoderno del otro. Chateaubriand, para noso tros el p rimero de los antim o dernos, es el peor de los modernos para Maurras, que condenará incluso s u des conocimiento de la historia en su adhesión a las ideas de la Revolución (la liberta d ante todo ) , sin tener en cuenta ni a los homb res ni a las cosas : «Era parti d ario de conservar la doctrina y de borrar la histori a . Ahora bien , ésta no se deja borrar, y aquélla no p uede conser-
' Burke, Réflexions sur la révolution de France, óp.
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cit . , pág. 1 7 9 .
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varse e n u n a c abeza sana.»' Borrar la historia y conservar la doctrina: un perfecto resumen del secular proceso enta blado contra los modernos, condenando su ceguera volun taria ante los hechos . A diferencia de Chateaubriand, Sain te-Beuve hacía poco caso de doctrinas y hablaba en nombre de la historia. Dos expresiones de cariz contradictorio aparecen ba jo la pluma de Joseph de Maistre p ara definir el registro de su pensamiento político: la «política experimental» por una p arte, y la «meta política» por otra . Su tensión es también característica del temperamento antimoderno. Action Fran<;aise, a pesar de que Bonald y Le Play, Taine y Fustel de Coulanges hayan sido referencias más cons tantes que De Maistre, hace suya la expresión de «políti ca experimental», como si se tratara de un p ositivismo del p oder monárquico , una especie de racionalismo p o lítico o de maquiavelismo moderno o antimoderno, sin que esta comparación resulte convincente;2 de la segun da expresión, «metapolítica», podría decirse que ha pre figurad o , entre otros , los análisis antropológicos y meta físicos de lo s agrado y de la soberanía, por ejemplo del College de Sociologie entre r 9 3 7 y r 9 3 9, y más tarde de Georges Bataille d urante los años cincuenta. El pensa m iento teológico-político de De Maistre s igue sien d o , s i n embargo, paradójico y d ifícil de reducir a uno u otro de estos dos términos. No puede reducirse, como
' Maurras, «Note III. Chateaubriand et les idées révolutionnai res», Trois idées politiques, óp. cit . , t. II, pág. 9 1 . ' Véase Bernard d e Vaulx, ]oseph de Maistre, une politique expé rimentale. Introduction et textes choisis, París, Fayard, 1 9 4 0 .
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ha p reten dido Is aíah Berlín, a u n a anticipación de los fas cismos del siglo xx . ' S egún l a leyen d a , Beria, j efe del NKVD, antiguo KGB, tenía la costumbre d e p ro meter a s u jefe : « En trégueme a l hombre, y yo le encon traré el crimen» . Paulhan denunciaba lo que él llamab a la «previsión d el pasado». 2 Se ha visto por tanto en De Maistre , s u cesiva y altern ativamente, a un tradiciona lista o un «premoderno» a causa de su nostalgia d el Antiguo Régimen y del d erecho d ivin o , y a un futuris ta o un «ultramoderno» p o r s u ap ología del terror d e E s t a d o y su anticip ación de l a sociedad totalitaria. L a s dos calificaciones son inadecuadas, y «antimoderno», dada la ambivalencia del epítet o , resulta m ás convin cente. La paradójica pareja formada por la «política experi mental» y la «metapolítica» coexiste en el prefacio del En sayo sobre el principio generador de las constituciones, es crito en r 8 o 9 y publicado en r 8 1 4 . La primera expresión ' lsaiah Berlín, «Joseph Je M aistre et les origines du totalitaris me» ( ¡ 9 9 0) , Le Bois tordu de l'humanité. Romantlsmc, nationalisme et totalitarisme, trad. Marce! Thymbres, París, Alhin Michel, 1 9 9 2, págs. 1 0 0-1 7 4. ( «José de Maistre y los orígenes Je! fascismo», en El fuste torcido de la humanidad, tr. de .T osé M anuel Álvarez Flórez, Bar celona, Península, 1 9 9 2, págs. 1 0 3 - 1 6 6.) 2 Había tomado este concepto de su amigo René M artín-Gue lliot, que lo había descrito en su revista, Le Spcctateur, en 1 9 1 2. Paul h an lo retomó en 1 9 2 8 en su «Carnet du spectateur» (NRF, noviem bre de 1 9 2 8 ) , texto recogido en Entretiens sur des faits divers, París, Gallimard, 1 9 4 5 ; Oeuvres completes, París, Cercle du livre précieux, 1 9 6 6- 1 9 7 0 , 5 vol., t. II, pág. 2 3 . Lo utiliza en su Lettre aux directeurs de la Résistance, París, É d . de Minuit, l 9 5 2; O('uvres completes, óp. cit., t. V, pág. 4 3 5.
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sitúa e n efecto a D e Maistre e n los orígenes del p ragma tismo antimoderno, en referencia a Maquiavelo y a los fund adores franceses de la filosofía política del Renaci miento, como Jean Bodin: «La historia, sin embargo, que es la política experimental, demuestra que la monarquía hereditaria es el gobierno más estable, el más feliz, el más natural al hombre.»r Incluso, siempre de acuerdo con Burke, De Maistre se refiere más adelante a «la historia, que es la política experimental».2 En su precoz e inacaba do estudio, Sobre la soberanía del pueblo, réplica al Con trato social de Rousseau y fundamento de toda su obra, De Maistre hacía esta observación: «La historia es la política experimental, es decir la única buena; . . . en ciencia políti ca, ningún sistema puede ser admitido si no es el corolario más o menos probable de hechos bien comprobados».1 É ste es exactamente el sentido que Maurras daría al empi rismo organizador de Sainte-Beuve: el sistema es un coro lario de los hechos, no puede ser planteado a p riori. En De Maistre, este p rincipio j ustificaba s u incansable curio sidad por los libros de historia y los relatos de viajes, o por la erudición antropológica en general, a pesar de que su erudición superficial y desordenada fuera la de un aficio nado, como pondría de manifiesto Edmond Scherer «Tiene erudición , pero en absoluto ciencia»-4 aunque ' Maistre, Essai sur !e princ1pe générateur des constitutions po!iti ques et des autres institutions humaines, ed. R. Triomphe, París, Les Belles Lettres, 1 9 5 9 , págs. 3-4. Ibídem, pág. 5 7 . 2
Í dem, D e la souveraineté du peuple, ó p . cit. , pág. 1 8 7. Edmond Scherer, <
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podría decirse l o mismo d e l a mayoría d e los antimoder nos desde Chateaubriand y su Ensayo sobre las revolucio nes, pues, en el siglo de la historia, fueron generalmente autodidactas, incluso singulares. Al igual que su precur sor antifilósofo, el antimoderno conserva algo de anticua rio, incluido el Georges Bataille de La soberanía . L a metapolítica significa que el fundamento de las so ciedades escapa a los hombres y a la razón : «La mayor lo cura, tal vez, del siglo de las locuras, fue creer que las leyes fundamentales podían ser escritas a priori: mientras que son evidentemente obra de una fuerza superior al hom bre».' Nueva invocación del principio de autoridad por parte de De Maistre en ese llamamiento a la evidencia a fa vor de Dios y de lo sagrado. El ritmo de la «política experi mental» y de la «metapolítica» nos ofrece continuamente ejemplos heteróclitos y a menudo extraños, proporciona dos por la experiencia como si fueran argumentos de auto ridad admitidos sin pestañear. La historia ofrece ejemplos y lecciones; da peso a las instituciones y a las costumbres. Co mo resumirá Lamennais, otro discípulo de De Maistre: «Las sociedades no se fabrican; la naturaleza y el tiempo las hacen de consumo.»2 Y Taine, en una fórmula que parece un eco de la de Lamennais, dará por sentado que en mate ria de constitución «la naturaleza y la historia han elegido por nosotros por adelantado».3 De manera que el pragma' Maistre, Essaí sur le p ríncipe générateur des constítutíons . . , óp. cit . , pág. 3 r . Lamennais, Essaí sur l'índzf/érence e n matíere de relígíon, óp. cit . , t. I, pág. 3 5 5. 3 Taine, Les Origines de la France contemporaíne, t. I, L'Ancíen Régime, París, Hachette, 1 8 7 6 , pág. III . .
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tismo puede llevar al providencialismo, o incluso puede de cirse que es por naturaleza un providencialismo. Chateaubriand también levantará act a, como B urke y De Maistre, de las i deas de la Ilustración, antes de de limitarlas prudentemente y en la medida de lo p osible: «Nadie está más convencido que yo de la perfectibili dad de la naturaleza humana; pero también , cuando me hablan del futuro, no m e gusta que traten de p as arme por n uevo s los harapos que c uelgan desde h ace dos m il años en las escuelas de los filósofos griegos y en los ser mones de los heresiarcas cristianos . Debo advertir a la j uventud que cuando se le habla de la comunidad de b iene s , de las m ujeres , de los niños, del barullo de los cuerpos y de las almas , del p anteísmo, del culto a la ra zón pura, etc . , le debo advertir que cuan do se le habla de todas esas cosas como s i fueran descub rimientos de n uestra época, se están b urlando de ellos : esas noveda des son las m ás antiguas y m ás deplorables quimeras .»1 Figura de la inanidad, pens aría Hirschman : es inútil ha cer la revolución para volver a caer en antiguallas utó picas. No nos dejemos llevar por las teorías, incluso por las m á s generosas; atengámonos a la histori a , que llev a a Dios. Tal es la sustancia del mensaje de Chateau briand . D e modo que Marc Fumaroli tiene razón cuando opo ne a una contr arrevolu ción concebida como l a otra ca ra de la Ilustración , (y tan abstracta como l a Revolu ción que sustituye el derecho divino por la razón, o la ' Chateaubriand , De la Restauration et de la monarchie élective en Grands écrits politiques, óp. cit. , t. 11, pág. 5 7 2 .
(1831),
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teocracia p o r l a democracia) , l o q u e é l llama la «Con tra-Ilustración». Chateaubrian d , nos dice, «alej ado de un pens amiento que quiere restaurar l a monarquía so b re l a b ase de lo sagrado y no sobre la libert a d » , rei vindica, a partir del Ensayo sobre las revolucio n es , un Rousseau distinto, poeta antides pótico, para desmen tir y refutar al Rousseau del Con trato social p anteoni zado por la Conven ció n . 1 Chateaub rian d , liberal au téntico según Marc Fum aroli , enfrenta a Rousseau contra Rousseau: argumento t ípico de los enemigos de l a Ilustración y los antimodern o s , que bus can la antíte sis en la tesis .
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E n e l transcurso del siglo x r x , el rasgo antimoderno y an tifilosófico más visible y sintomático será la continua ne gación de la ley del progreso, «fanal oscuro» , como la llama Baudelaire en su crónica de la Exposición univer sal, en 1 8 5 5 , «esta linterna moderna [que] ensomb rece todos los objetos del conocimiento». 2 Pronto todo ello será incorporado a Cohetes: « ¿ Hay algo más absurdo que el Progreso, teniendo en cuenta que el hombre, como se demuestra diariamente, es siempre parecido e igual al hombre, es decir, está siempre en estado salvaj e. ' Marc Fumaroli, Chateaubriand. Poésie et terreur, París, De Fa llois, 2 0 0 3 , págs. 2 8- 3 0 . ' Baudelaire, Exposition universelle (I855), e n Oeuvres completes, ó p . cit . , t. II, pág. 5 8 o. 86
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acaso el hombre no es eterno, es decir el animal de p resa más perfecto ?»' La filosofía de la Ilustración en su conjunto es negada mediante un argumento de autori dad encerrado en una cuestión retórica; el mito del buen salvaje es ridiculizado, p uesto que el hombre es siempre igual a sí mismo en el mal, «hombre eterno» o «animal de p resa». El poema en p rosa «El Pastel» , caricatura y refuta ción de Rousseau , «autor sentimental e infame», dice en otra parte Baudelaire,' comienza con la i dílica descrip ción de un paisaje sublime que transmite al p oeta un sen timiento de dicha imitando a La Nueva Eloisa , hasta al canzar esta cumbre: «llegué a no encontrar ya ridículos los periódicos que pregonan que el hombre nace b ue no». 3 Según el comentario de J ean Starobinski : «A Rous seau no se le nombra: su pens amiento aparece atacado a ese mismo nivel ínfimo en que lo divulgan "los periódi cos " que p redican el optimismo y el p rogreso. Baudelai re ( a imitación de J oseph de Maistre) aísla en la doctrina de Rousseau la archicélebre fórmula que, rechazando l a teología tradicional, niega el pecado original y s u propa gación hereditaria a través de todo el género h uma no».4 Aq uí, como p as a a menudo en Baudelaire, se pro duce un giro . El poeta saca del bolsillo un trozo de pan ' '
Í dem, Fusées, en Ocuvres completes, óp. cit . , t. II, pág. 6 6 3 . Í dem, «De quelques préjugés contemporains», e n Oeuvres
completes, óp. cit . , t. II, pág. 5 4. 1 Í dem , «Le Gateam>, en Le Spleen de Paris, óp . cit., t. 1, págs.
2 9 7-29 8 . 4 Jean Starobinski, «Nouvelles batailles d'enfants», Largesse, Pa rís, Réunion des musées nationaux, 1 9 9 4, pág. 1 3 3 .
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que u n niño pobre, que aparece a su lado, llama « ¡ pas tel ! » . Cuando el poeta, en un arranque de generosidad suscitado por la belleza y la alegría, le ofrece un trozo, otro «pequeño salvaje» empuja al primero, y los dos se pe lean por el trozo de pan que desaparece en la reyerta. «La dicha ha perdi do su dimensión universal», concluye Sta robinski,1 y el espectáculo de esta lucha natural vuelve al poeta melancólico. Reflexiona sobre la «guerra auténtica mente fratici
' Ibídem , pág. 1 3 9 . ' Baudelaire, «Le G áteaw>, óp. cit . , pág. 2 9 9 . ' Í dem , Mon cocur m is d n u, ó p . cit . . t . I, pág. 6 8 1 . 4 Ibídem , pág. 6 9 7 . 88
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niéndolo todo bajo la ley del progreso, es tan determinis ta, fatalista o providencialista como la teocracia. Entre la p oesía y el p rogreso, «la escuela del desen canto», como llama Bénichou al segundo romanticismo , sólo e s sensible a la antinomia. Como consecuencia, los antimodernos considerarán tradicionalmente el progre so como una ley de la historia que incita a la pereza. Si el p rogreso , según la doctrina evolucionista o la teoría materialista de la historia, es una fatalidad determinada, la h istoria se hace sola, por el hombre pero sin los hom bres . Por eso la creencia en el progreso desmoraliza a la historia. De este modo es como encuentra justificación la i dea reactiva de Baudelaire, según la cual el único pro greso digno de ese nombre sería el p rogreso moral. «La vida es mala», volverá a decir Nietzsche a p rinci pios de 1 8 8 8 , después de haber descubierto con entu siasmo Cohetes y Mi corazón al desnudo en las Obras pós tumas de Baudelaire, publicadas por Eugene Crépet en 1 8 8 7, «pero no depende de nosotros el hacerla mejor. Su cambio p rocede de leyes que son independientes de nuestra voluntad. -El determinismo de la c iencia y la creencia en la redención se sitúan al mismo nivel» . ' El culto moderno del p rogreso debilita al hombre tanto co mo el cristianismo; pone de m anifiesto, como él, una en fermedad de la voluntad. La conclusión coincide con el sistema de pensamiento antimoderno que Nietzsche es' N ietzsche, Fragments posthumcs, automne r887-man r888, en Ocuvres philosophiques completes, t. XIII, ed. G . Colli y M . Monti nari, tr. de P. Klossowski y H . -A. Baatsch, París, Gallimard, 1 9 7 6 , pág. 2 8 5 .
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boza e n sus cuadernos del invierno d e 1 8 8 7- 1 8 8 8, mien tras prepara La voluntad de poder : la hostilidad hacia la Revolución, la Ilustración, el romanticismo, y la democra cia se conjuga en las notas, algunas de las cuales se titulan «contra Rousseau» y atacan a «ese "hombre moderno" tí pico, idealista y canalla» .1 Verdaderamente, verita e//et tuale, «el estado natural es espantoso y el hombre un ani mal rapaz» , 2 y «el siglo xvm ligeramente optimista [ha] hermoseado y racionalizado al hombre en exceso».3 Lector desde l 8 8 3 de la «Teoría de la decadencia» de Bourget, inspirada en Bau delaire, en los Ensayos de psicología con temporánea ,4 y más tarde en todos los autores de la deca dencia francesa, especialmente Gautier, Flaubert, los Goncourt, Taine y Renan, pero por encima de todos Bau delaire, Nietzsche presenta Más allá del bien y del mal ( 1 8 8 6) como, «en lo esencial, una crítica de la moderni dad; sin excluir las ciencias modernas, las artes modernas, ni siquiera la política moderna». 5 En Nietzsche, ávido lector de la literatura francesa entre 1 8 8 3 y 1 8 8 8 , el con junto de rasgos antimodernos, incluido el pesimismo y la p reocupación por el pecado original , así como la perse cución de una moral de lo sublime como de una correc ción de la decadencia, se encuentra en las abundantes notas de 1 8 8 7-1 8 8 8 tomadas p ara La voluntad de poder.
3 Ibídem, pág. l o r. ' Ibídem, pág. 7 3 . ' Ibídem, pág. 6 8 . Bourget, Essais de psychologie contemporaine, óp. cit. , págs. 1 3- 1 8 . 5 Nietzsche, Ecce Hamo. e n Oeuvres philosophiqucs completes, t. VIII, vol. 1 , tr. de J.-C. Hémery, París, Gallimard, 1 9 7 4, pág. 3 1 9 . (Ecce Horno, tr. d e Andrés Sánchez Pascual, M adrid, Alianza Edito rial, 1 9 7 1 , pág. I 0 7. ) 4
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La creencia en el progreso debe ser desmitificada por que, como pensaba B audelaire , conduce a una decaden cia moral . Esta idea, a la vez baudelairian a y nietzscheana, se vuelve a encontrar en la base del pensamiento de Geor ges Sorel, tanto en Las ilusiones del progreso' como en Reflexiones sobre la violencia , donde el optimismo pro gres ista es criticado como responsable de la desmorali zación del hombre: «Los inmensos éxitos obtenidos por la civiliz ación m aterial han hecho pensar que la fe licidad llegaría sola, para todo el mundo, en un futuro muy p róxim o . » ' Contra esta ilusión, Sorel, junto con Proudhon y Nietzsche, p ersigue lo s ublime en una mo ral de l a violencia. «Nada m á s irritante, dice Nietzsche, que el optimismo», recuerda su dis cípulo É douard Berth , en Las fecho rías de los intelectua les (r 9 1 4) , don de intenta una síntesis de los pensamientos de Maurras y de Georges Sorel, de los antidemocratismos de dere cha y de izquierd a : «En tanto que significa necesaria mente la negación de toda moral, ya que supone que basta con abandonarse a los instinto s , los cu ales son na tu ralmente buenos, p redispone al hombre a las peores pasiones»,1 frase que conserva casi intacto el espíritu de Baudelaire en Cohetes y Mi corazón al desnudo . ' Georges Sorel, Les Illusions du progrc.1-, París, Marcel Rivicrc, 1 9 08.
' Í dem, Réflexions sur la violence ( 1 9 0 8 ) , París, Marcel Riviere, 1 9 2 1 ( 5." ed. ) , pág. 1 4 . (Reflexiones sobre la violencia, tr. de María Luisa Balseiro, Madrid, Alianza Editorial, 2 0 0 5 . ) ' É douard Berth , Les Mé/aits des intellectuels (1 9 1 4) , «Preface» de Georges Sorel, París, Marccl Riviere, 1 9 2 6 (2." e d . ) , pág. 343.
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Antiguo compañero d e Sorel , Julien Ben d a denun ciará a menudo, durante la primera guerra mundial, y más tarde en los años treinta, e incluso en los cincuenta, lo que él llama el «error del marxismo», o sea, una vez más, «la creencia en que el aumento de j usticia en el mundo puede ser obra de algo distinto a la voluntad humana» . 1 Bend a tacha al materialismo histórico de pe cado moral, porque desresponsabiliza a los hombres al hacerles creer que las transformaciones sociales se pro ducen mecánicamente, sin ningún esfuerzo de la volun tad. A pesar de que sea uno de los observadores más lú cidos del ascenso del fascismo en los años treinta, llegará a concebir como algo ventajoso la crisis de las democra cias y la amenaza de guerra: «É sa será, al menos, una de las ventajas de nuestra desgracia por haber cubierto de ri dículo esas creencias en el progreso automático de la especie humana, y haber demostrado que los hombres solo se lib rarán de la miseria el día que decidan hacer lo.»2 Sin embargo, son raros los antimodernos que defi nen el progreso social no ya sobre el modelo de las cien cias y de las técnicas, como una ley de la historia, sino de manera kantiana o neocriticista, siguiendo el ejemplo ' Julien Benda, «L'autre erreur du marxisme», en La Dépeche de Toulouse, l 5 de agosto de 1 9 3 3 ; reproducido con el título «Matéria lisme dialectique» (y fechado por error el l 5 de septiembre de l 9 3 3 ) , en Précision , 1 9 3 0-1 9 3 7, París, Gallimard, 1 9 3 7, págs. 1 4 3 - 1 4 7, aquí pág. 1 4 6 . Benda reproduce casi literalmente un artículo antiguo, «Le materialisme historique», en Le Figaro, 9 de junio de l 9 1 8 . ' Ibídem, pág. 1 4 7 , con algunas variantes en relación al artículo de La Dépeche de Toulouse citado aquí. La fórmula era p arecida en 1 9 1 8 , con el pretexto de la guerra .
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de Charles Renouvier, de quien Benda fue también discí pulo, como una p osibilidad de mejoría de la sociedad en la que es necesario creer p ara poder actuar y disponer de una moral de la acción . ' Después de Baudelaire y de N ietzsche, la descon fianza hacia el p rogreso se convierte en un lugar común de la antimodernidad. No más que del sufragio univer sal, forma instituida de la soberanía p opular creada p o r l a Revolución, Proust no h abla demasiado de la ley del p rogreso histórico o social, forma banaliz ada del fi losofismo de l a Ilustración . S i n emb argo , cuando habla de ella, tanto en sentido metafórico como del s ufragio universal, y lo mismo a propósito de las artes que de s u aplicación estética, e s t á claro q u e , lo m i s m o q u e B au de laire, no confía en ella. Son numerosos los pasajes de la R echerch e en que Proust se b urla de la creencia en el p rogreso de las artes , a t ravés de un personaje eminen temente ridículo, la joven m arquesa de Cambremer, de la familia Legran d in , con lo que ya está dicho todo: «Porque ella se creía una " avanzada" y (en arte sola mente) " nunca s uficientemente a la izquierd a " , no sólo imaginaba que la música p rogres a , s ino que además lo hace en línea recta, y que Deb ussy estaba en cierto mo do por encima de Wagner, algo más avan zado que Wag ner>> . ' Debussy anula a Wagner, que a su vez an uló a Chap ín ; del mismo modo, después de Monet , Manet y a
' Véase Marie-Claude Blais, A u p rincipe de la Républzque. L e cas Renouvier, París , G allimard, colección Bibliotheque des ídées, 2000,
págs. 9 3 - 9 9 . ' Proust, Sodome e t Gomorrhe II, óp. cit., t. Ill, pág. 2 I O .
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n o cuenta e n pintura. La postura del narrador e s toda vía más escéptica, ya que «el t iempo n o trae necesaria mente el progreso a las artes. Y lo mismo que un autor del siglo xvn, que no ha conocido ni la Revolución francesa, ni los descub rimientos científicos, n i l a gue rra, puede ser superior a un escritor de hoy en día . . . , lo mismo la Berma era, como se suele decir, cien veces me jor que Rachel».' Proust defien de siempre a las artes contra la ley del progreso que anula el arte anterior, tema que retomará tamb ién Julien Gracq, quien, en vísperas de la Libera ción, después del surrealismo y en tiempos del existen cialismo, reivin dicará un lugar específi co en la literatu ra moderna, ajena a la i deología del progreso y de la vanguardia. Gracq, que ha afirmado a menudo lo deci sivo que había sido pa ra él la lectura de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, i roniza también so bre el «miedo fab uloso y m itológico de ser abandonado en las playas de la historia, de n o " h aber sido de su tiempo "-como se pierde el último metro (la gran pe sadilla que abruma al intelectual de esta época, la des cribió L autréamont: un niño corriendo detrás de u n au tobús ) » . En los años ochen ta, Gracq se burla continuamente 2
de las vanguardias-Blanchot, Barthes, Tel quel que, caricaturizadas hacía tiempo por Baudelaire por su mili-
' Í dem, Le Temps retrouvé, óp . cit . , t. IV, págs. 5 8 0- 5 8 1 . ' Julien Gracq, L a littérature d l'estomac ( 1 9 5 0 ) , e n Oeuvres completes, ed . Bernhild Boie y Claude Dourguin, París, Gallimard , colección Bibliotheque de la Pléiade, 1 9 8 9 - 1 9 9 5, 2 vol . , t. I , pág. 5 4 1 .
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tarismo , enrolan a Mallarmé en sus filas: «Y he aquí al po bre Mallarmé, con el petate al hombro, ascendido a cor neta de las tropas del progresismo metalingüístico» .1 La imagen ilustra las reticencias de Gracq accca de lo mo derno, sin llegar a la perversa senten cia de Ciaran , «la idea de progreso deshonra la inteligencia», 2 que confirma la persistencia de este rasgo antimoderno incluso a finales del siglo x x .
Í dem , E n lisant e n écrivanl, Cll Oeuvrcs completes, ó p . cit., t. rr , pág. 7 0 6 . (Leyendo escribiendo, tr. de Cecilia Yepes, Madri d , Edicio nes y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, 2 0 0 5 . ) ' Ciaran, D e l'inconvénient d'etre né ( r 9 7 3) , e n Oeuvres, París, Gallimard , colección Quarto, r 9 9 5, pág. 1 3 5 3 . (El inconveniente de haber nacido, tr. de Esther Seligson, Madrid, Taurus , r 9 8 r . ) '
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L a tercera figura d e l a antimodernidad, figura moral después de las figuras histórica y filosófi ca, es el pesi mismo, o cualquier otro nombre que queramos darle: desesperación , melancolía, duelo , spleen , o «enferme dad del siglo». Es la resignación, y menos el resenti miento que la lástima. N ad a lo ilustra mej o r que la ex clamación de Chateaubriand poco después de la Restauración , que había deseado tan ardientemente pe ro que p ronto le había decep cionado, cuando se lamen taba en 1 8 1 6 , al fin al de La monarquía según la Carta : « ¡ S alvad al rey ! , a pesar de todo .»1 En 1 8 3 0 , después de la revolución de Julio , su actitud se hizo más amarga, como si hubiera querido dar una lección a los Barbones con s u mal humor: «Yo sigo fiel a una familia ingrata, mientras que aquellos a los que ha colmado de favores la maldicen .»2 La frase recuerda el estado de ánimo de los antiguos contrarrevolucionarios reunidos por Bar bey d 'A urevilly, hacia el final de la Res tauración , en el salón de las dos señoritas Touffedelys, al p rincipio de El caballero des Touches. «Cuando el desgraciado a quien acababa de visitar me habló de ingratos , no tenía nece-
' Chateaubriand, De la monarchie selon la charte ( 1 8 1 6) , en Grands écrits politiques, óp. cit . , t. II, pág. 4 6 6. ' Idem, carta al señor de Vibraye, 2 7 de noviembre de 1 8 3 0 , cita da en Grands écrits politiques, óp. cit . , t. II, pág. 5 5 7.
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sidad de nombrarlos» : ' así es como el abate Percy rela ta su inesperado y siniestro encuentro con el caballero des Touches en la fría noche de Valognes , p rovocando l a protesta de s u herman a , fiel a « la religión de la reale za» . El abate le responde con las mismas p alabras que Ch ateaubriand en 1 8 1 6 : «Realista, ¡ a p esar de todo.'»2 El desengaño de Ch ateaubriand llegaría a su punto más álgido bajo la m onarquía de Julio , a pesar del placer que le procuraba la ocasión de vocear el desastre: « [ Yo] siempre he sido devoto de la mu erte, y ahora si go al cortej o fúnebre de l a viej a Monarquía com o el pe rro del pobre . »3 El pesimismo del antimoderno aparece en mil expresiones de Chateaub rian d , combinado con s u decidida energía: «inútil Casandra», com o se califi caría a s í mismo en agosto de r 8 3 o , después de la caída de Carlos X , en el momento de negarse a prestar j ura mento de fi delidad a Luis Felipe y antes de dimitir de la Cámara de los Pares. 4 Porque el pesimismo del antimo derno no conduce a la ap atía-es el optimi smo, la cre encia en el p rogreso lo que vuelven p erezoso-sino al activismo: el pesimismo da la energía de la desespera-
' Barbey d 'Aurevilly, Le Chevalier des Touches (18 6 3), en Oeuvrrs romanesques completes, ed. Jacques Petit, París, Gallimard , col. «Bi bliotheque de la Pléiade», 1 9 6 4, t. I, pág. 7 6 1 . ' Ibídem, p ág. 7 6 2. ' Chateaubriand, De la Restauration et de la monarchie élective (1 8 3 1) , óp. cit., t. II, pág. 5 7 8 ; citado en las Mémoires d'outre-tomhe, óp. cit . , t. 11, pág. 4 9 7 . 4 Í dem, Mémoires d'outre-tomhe, ó p . cit. , t . 11, pág. 4 5 1.
P ESIMISMO
ción, como pasa e n René, o d e la «vitalidad desespera da» que Barthes encuentra en Pasolini . 1 Considerar a Ch ateaubriand «pesimista» es un ana cronismo. L a p alabra p esimismo aparece como un neo logismo en el Littré ( 1 8 6 3 - 1 8 7 2 ) , definida así: «Opi nión de los pesimistas.» L a entrada remite por lo t anto al artículo p esimista : «Aquel que encuentra todo mal. En o casiones se dice de aquellos que, en época de re vueltas políti cas, sólo espe ran lo que consideran un bien de un exceso de m al . » La definición es curiosa mente fiel a De Maistre, que esperaba de los j a cobinos ( «el exceso de m al») , y no de los emigrado s , que traj e sen l a Res tauración , y que llamab a a esta conversión de mal en b ien «reversibilidad»-otro nombre para lla mar a los efectos adversos-definida como el s acrificio del inocente en provecho del culp able . El pesimista se s iente a partir de ese momento tentado por la política de lo peor. De acuerdo con el Littré, el pesimismo anti moderno es, en p rincipio, político-«Sobre el pesimis mo político» es el título de un artíc ulo ( mo deradamen te optimista) de Charles de Rém usat escrito en 1 8 6 0-2 histórico, m etafísico o teológico al p rincipio , ligado a la desilusión del p rogreso y de la democracia, antes de convertirse en in dividual, y en p rincipio sería un error reducirlo a una emoción p sicológica, a n o ser en el sen tido de los Ensayos de ps icología co n temporánea de Bourget . ' Barthes, Le Neutre, óp. cit . , pág. 1 0 6. ' Charles de Rémusat, «Du pessimisme politique», en La Revue des Deux Mondes, r de agosto de 1 8 6 0 , págs. 7 2 9 -7 4 3 .
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PESIMISMO
Paul Challemel -Lacour ( 1 8 2 7 - 1 8 9 6 ) , futuro p refec to gambettista en 1 8 7 0 , más tarde diputado, senador, embajador, ministro con la Tercera República, y presi dente del Senado como s u cesor de Jules Ferry en 1 8 9 3 , fue también el autor, a principios de los años l 8 6 o, de Es tudios y reflexiones de un pesimista, que no llegó a publi car en vida.1 Desterrado después del 2 de Diciembre, exi liado en Bélgica y en Suiza hasta la amnistía de l 8 5 9, llegó a conocer a Schopenhauer.2 La decepción política e histó rica hizo de él durante un tiempo un pesimista que consi deraba a Pascal , junto con Leopardi y S chopenhauer, co mo un enemigo del progreso, a pesar de la famosa proposición del Tratado sobre el vacío, que hubiera podi do molestar a los antimodernos haciendo del autor de los Pensamientos su héroe: «Pascal dij o, uno de los p rimeros tal vez, que la humanidad debe de ser considerada como un solo hombre que sobrevive siempre y que aprende continuamente. Se ha dicho sobre esta frase que Pascal, p artidario inflexible de la degeneración radical del hom bre, había definido con ella la doctrina moderna del p ro greso; de este modo, quiéralo o no, se sitúa a la cabeza de los precursores del futuro; algunos incluso h an llegado a poner su nombre entre los santos del calendario revolu cionario. Estas personas, siempre dispuestas a enrolar ba jo su bandera al primer llegado que casualmente pronunPaul Challemel-Lacour, Études et ré/lexions d'un pessimiste, prefacio de Joseph Reinach , París, Charpentier, 1 9 o i . Challemel-Lacour había publicado una de las primeras intro ducciones al pensamiento de Schopenhauer en Francia, «Ün boud histe contemporain en Allemagne», en La Revue des Deux Mondes, 1 5 de marzo de 1 8 7 0 , págs. 2 9 6-3 3 2. i
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cíe s u santo y seña . . . están expuestas a dejarse engañar por exceso de precipitación . Pascal no les pertenece.»1 No, porque el Pascal que inspira a Challemel-Lacour es el Pascal político que p ronuncia sentencias inapelables , ci tadas por todos los antimodernos por su realismo, sobre la j usticia y la fuerza: «Y así, no pudiendo h acer que lo justo fuera fuerte, se hizo que lo fuerte fuera j usto . »2 De Maistre, pesimista por encima de todo , como en seguida iba a calificarle Faguet por oposición a Bonald, escribía en las Consideracion es sobre Francia : «En el uni verso no h ay más que violencia; pero hemos sido enga ñ ados por la filosofía moderna, que ha dicho que todo es tá bien, mientras que el mal lo contamina todo , y que, en un sentido indudable, todo es mal, puesto que no h ay na da que esté en su lugar».3 Con perspicacia, Jean Bourde au, autor de la antología de los Parerga y paralipómena de Schopenh auer, que divulgó el pensamiento del filósofo en Francia a partir de l 8 8 l y lanzó la moda del pesimis mo, colocaba esta cita de De Maistre al pie de una céle bre página del filósofo sobre la refutación del optimis mo: «si se quisiera h acer gala del optimismo más curtido en una visita a los hospit ales, los lazareto s , los qui rófa nos, en una visita a las cárceles, las celdas de tortura, las pocilgas donde viven los esclavo s , los campos de bata lla y los trib unales , . . . y s i finalmente uno se asomara a la fam élica torre de U golino-entonces , seguramente, ' Challemel-Lacour, Études et réflexions d'un p essimiste, óp. cit . , pág. 1 5 1 . ' Pascal, Pensées, Lafuma, fr. 1 0 3 . (Pensamientos, tr. d e J . Llan só, Madrid, Alianza Editorial, 1 9 8 1 , pág. 4 7 . ) 3 Maístre, Considérations sur la France, ó p . cit. , pág. 1 2 1 . 101
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n o s e ten dría m á s remedio que reconocer l a clase de mundo que es el m ejor de los mundos posibles» . 1 Dante, según Schopenhauer, extrajo los elementos del Infierno del espectáculo del mundo real mism o , y Lasciate og ni speranza acab aría convi rtiéndose en l a divisa de todo pesim ista. Todas las figuras de la antimodernidad es tán estrecha mente ligadas: el pesimismo refuta la tesis del «mejor
' Schopenhaucr, Pcnsées, maximes et fraJ!,mcnts, tr. de Jean Bourdeau, París, Germer-Baillíere, 1 8 8 0 ; Pensécs et fragmcnts, Al ean, 4." ed., 1 8 8 4, pág. 7 5 . Véase Schopenhauer, Le Monde commc volonté et comme représcntation , tr. de Auguste Burdeau, París, Al·· can , 18 8 8-1 8 9 o, 3 vol . ; revisada por Richard Roos, París , P U F, r 96 6; " l l . cd., 1 9 8 4, pág. 4 1 0. 'James Sully, Le Pessimisme. Histoire et critique ( 1 8 7 7 ) , trad. del inglés de A. Bertrand y P. Girard, París, G crmer-Bailliere, 1 8 8 2; El me-Marie Caro, Le Pessimismc au x 1 x c siecle. Leopardi, Schopcn hauer, Hartman n , París, Hachettc, 1 8 7 8 . 102
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que nunca ha pertenecido a Alemania».1 L a palabra pesi mismo, p oco frecuente en tiempos de Bauclelaire, se ex tendió como una epidemia durante los años 1 8 8 0. Se en cuentran solamente dos entradas del término pesimismo y dos de pesimista en el Tesoro de la lengua francesa entre 1 8 0 0 y 1 8 5 0 , pero 1 2 9 ele pesimismo y 47 de pesimista en tre 1 8 5 1 y 1 9 0 0 , y a continuación la palabra desaparece rá pidamente . Como observa Brichot en Sodoma y Gomarra: «Balzac se lleva mucho este año, com o el año pasado se llevaba el pesimismo»,2 boutade que permite situar este episodio de la Recherche a mediados de los años l 8 8 o. De este modo el pesimismo psicológico de finales del siglo x1x está ligado a un malestar experimentado mucho antes en la historia y a causa de la historia. Después de De Maistre y Chateaubriancl, la caída ele Napoleón y la desi lusión que trajo la Restauración fueron responsables del contagio ele una misteriosa enfermedad moral que afecta ba a toda una generación. Como pensaba Bénichou, «to da la literatura romántica, surgida de la sociedad moder na, sintoniza mal con ella», con esta consecuencia que el crítico formulaba excelentemente a p ropósito de Mu sset: «uno se p regunta si rechaza tanto el estado ele cosas rei nante o la esperanza ele mejoría», ambivalencia o parálisis
' Nietzsche, Par-dela bien et mal, en Oeuvrcs philosophique1 completes, t. VII, ed. G. Colli y M. Montinari, tr. de C. Heim, I . Hil debrand y J. Gratien, París, Gallimard, 1 9 7 1 , pág. 1 7 4. (Más allá del bien y del mal, tr. de Andrés Sánchez Pascual. Madrid, Alianza Edi torial, 19 7 2, pág. 2 1 r . ) Proust, Sodomc e t Gomorrhe ll, ó p . cit. , t. III, pág. 4 3 8 . 2
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PESIMISMO
antimoderna característica d e eso que Bénichou llamaba, refiriéndose a Balzac, La escuela del desencanto.1 El pesimismo antimo derno es por lo tanto histórico antes de convertirse en individual, y más sociológico que p sicológico, aunque los antimodernos tengan tendencia todavía a interpretarlo en términos teológicos. Como Chénedollé, también un emigrado, amigo de Rivarol y de Chateaubriand, formulaba ya a principios del siglo , de mostrando que la filosofía de S chopenhauer era conoci da en Francia antes de ser leída y que su recepción en contraba el terreno abonado: «Pesimismo : el hombre se atormenta durante toda s u vida para encontrar un poco de reposo y apenas ha alcanzado ese poco de reposo lle ga la muerte. Esto significa que no era voluntad de Dios que el hombre fuera feliz sobre la t ierra. Esta vida no es más que una p rueb a . »2 Y De Maistre: «Aquel que ha estudiado suficientemen te esta triste naturaleza, sabe que el hombre en general [es decir el hombre de Rousseau y de los derechos del hom bre] , si lo reducimos a sí mismo, es demasiado malvado para ser libre» . 3 Su discíp ulo Baudelaire dará una vuelta de t uerca más a este pensamiento afirmando «la identi dad de dos ideas contradictorias, libertad y fatalidad»,4 ya
' Paul Bénichou, L'École du désenchcmtement. Sainte-Beuve, No dier, Musset, Nerval, Gautier, París, Gallimar
Plon, 1 9 9 2, pág. 6 8 . ' Maistre, Du pape (libro 1 1 1 , cap. I I ) , e n Textes choisis, ó p . cit . , pág. 1 5 3 ; Ocuvres complete.1, ó p . cit . , t. U , pág. 3 3 9. 4 Baudelaire, Man coeza mis d nu, óp. cit . , t. 1, pág. 7 0 7 .
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L A S O C I E DA D C O N T R A E L I N D I V I D U O
que l a libertad del hombre-libertad de hacer el m al-es la prueba misma de la fatalidad-fatalidad del mal. Bau delaire responde a una p regunta que h abía planteado an tes: « ¿ Q ué es la libertad? 1 ¿ Puede coincidir con la ley providencial ?»1 Sí, evidentemente, ya que la libertad libertad de hacer el mal-coincide con el Pecado y con firma la Ley: «Esta identidad constituye la historia, la historia de las naciones y de los individuos .»2 La historia h um ana lleva a cabo la identidad de la libertad y de la fa talidad en el mal, según una visión p rovidencialista con fo rme a la doctrina de De Maistre. É sta es la explicación de la unidad del pesimismo antimoderno, a la vez moral, histórico y teológico .
LA S O C I E D A D C O N T R A E L I N D I V I D U O
E l optimismo es una metafísica, p retendía Brunetiere, mientras que el pesimismo es más una moral que una me tafísica. 3 Tres aspectos de este pesimismo moral antimo derno merecen ser subrayados : uno social o político, otro histórico , y el último individual.
' Ibídem, pág. 6 8 r . ' Ibídem, pág. 7 0 7. 3 Brunetiere, «La philosophie de Schopenhauer et les consé quences Ju pessimisme» (sobre la traducción Je El mundo como vo luntad y representación de Auguste Burdeau, París, Alean, l 8 8 8 1 8 9 o, 3 vols . ) , L a Revue des Deux Mondes, 1 J e noviembre de 1 8 9 0 (artículo recogido e n Essais sur la littérature contemporaine, París, C. Lévy, 1 8 9 2) , págs. 2 1 0 - 2 2 1 , aquí p ág. 2 1 r . 105
PESIMISMO
Para e l pesimista, el dogma d e l a igualdad y d e l a li bertad sus citó el odio y produjo el despotismo . Los mo dernos hablan de los derechos naturales, pero la natura leza es fuerza y desigualdad, como h abía visto Pascal, o lucha por la vida. Tampoco la justicia y la equid ad pue den alcanzarse más que combatiendo a la naturaleza más tarde la Voluntad de Schopenhauer-con ayuda de la familia, de las in stituciones, de la Iglesia, del Rey. Los antimodernos defienden una visión organicista y jerár quica de la sociedad a fin de contener al hombre natural. Para ellos , la sociedad, en la que la solidaridad y la co munidad son exaltadas en detrimento de la igualdad y de la libert ad, cuenta más que el in dividuo. Según Burke, los derechos naturales de los hombres , cuya existencia a dmite, y el gobierno de los h omb res , no reposan sobre los mismos prin cipios: «El gobierno de los hombres no está basado en los derechos naturales que pueden existir y que, en efecto, existen de m anera inde pendiente y que, en este estado de abstracción , son mu cho más claros y se acercan mucho m ás a la perfección : sin embargo, es precisamente esta perfección abstracta la que constituye su defecto en la práctica . Tener derecho a todo, significa carecer de todo . »1 Sin la socied ad, el hom b re está totalmente expuesto. «El gobierno es un inven to de la sabiduría h umana para satisfacer las necesidades de los hombres . Los hombres tienen derecho a p reten der que esta sabiduría responda a esas necesidades . » Las relaciones del hombre con la sociedad son completa-
' Burke, Réflexions sur la révolution de France, óp. cit . , pág. 7 6 . 106
LA SOCIEDAD C O NTRA E L I N D IV I D U O
mente contrarias al modelo rousseauniano. «Entre estas necesidades, h ay que contar con aquella que p uede ejer cer un freno efectivo sobre las p asiones humanas; ese freno que no se da fuera de la sociedad civil . » El hom bre, por lo tanto, tiene necesidad de que se le frene, no sólo como individuo, sino t ambién como masa: el freno «no existe solamente para domar las p asiones individua les; sirve, a menudo, también p ara contrarrestar l as incli naciones de los hombres cuando actúan colectivamente y en masa, sirve para dominar esa voluntad colectiva, y subyugar esa p asión de la masa». De este modo, la sobe ranía p op ular es reemplazada por otro principio de au toridad: «El poder necesario a este fin no puede residir en los intereses mismos; debe ser un poder independien te, un p oder que, en el ejercicio de sus fun ciones, escape a esa volunt ad y a esas p asiones cuyo deber consiste en domar y en someter. » Este otro poder capaz de frenar, tanto individual co mo colectivo no aparece en ninguna p arte en la Declara ción de los derechos del hombre: el individuo, con su ra zón y s u conciencia , es s u p ropia ley y su p ropio j uez; y sólo la «voluntad general» p uede otorgar su legitimidad a un gobierno. La primacía de l a libertad in dividual es, según Burke, un absurdo desde el p unto de vista de los intereses, tanto del individuo como de la sociedad. El antimoderno, moralmente pesimista, reaccion a contra el individualismo optimista a la manera del siglo x v rn . «Allá donde el individu alismo se convierte en p re ponderante en las relaciones soci ales, los hombres se p recipitan rápid amente hacía la b arbarie», pensaba Fré déric Le Play, defensor de la familia , de la religión y de la 107
PESIMISMO
propiedad, «instituciones inmutables». « [Allí] , por el contrario, donde la sociedad progresa, los individuos b uscan con ahínco los lazos de familia y renuncian sin dudarlo a la independencia que, más o menos, propor cionan la ley y la naturaleza de las cosas».1 Sólo una teocracia puede reh acer una sociedad or gánica y j erarquizada, con Dios a la cabeza y b asada en la s upremacía de la Iglesia sobre el Estado: «La religión es el único contrapeso realmente eficaz contra los abu sos del poder supremo», pensab a el doctor Benassis de Balza c . 2 Según De Maistre, «la política y la religión se fun den»,' y una « constitución escrita no es más que pa pel mojado»,4 mientras que una constitu ción n atural sólo podría ser religiosa o sagrada , y de o rigen divino: «El hombre puede modi fi carlo todo . . . , pero no crea nada . . . ¿ Cómo h a llegado a imaginarse que tenía [el poder] de h a cer una constitución?»' Los derechos de los pueblos no están escrito s ; «exis ten porque exis ten»,6 reconoce De Maistre en una hermosa t autología . De modo que las constituciones no pue den ser creadas a priori o ex n ihilo, y el hombre es incapaz de estable cer o de abolir las leyes fun damentales de una nación . U n a ley constitucional no hace más que sancionar un derecho preexistente y no escrito. Parece un a rgumen to sofista. Se h a h ablado a p ropósito del «ocasionali s -
' Frédéric Le Play, L a Réforme sociale (1 8 6 4 ) , cap. III, e n Textes choisis, ed. Louís Baudín, Dalloz, 1 9 4 7 , pág. 1 4 7. Balzac, Le Médecin de campagne, óp. cit . , t. IX, pág. 5 1 2. 1 Maistre, Considérations sur la France, óp. cit. , pág. 1 43 . 2
4
lbídem, pág. 1 7 7.
5
Ibídem, pág. 1 4 1 .
ro8
6
lbídem.
LA SOCI E DAD CONTRA E L I N D I V I D U O
mo»1 d e D e Maistre, e s decir d e l a confusión entre una constitución p olítica y una creación en sentido absolu t o , la cual no puede tener otro origen que Dio s : «El hombre p uede s in duda plantar una sem illa . . . ; pero nunca h a pensado que po dría h acer un árbol» , 2 zanj a De Maistre, como si esto le autorizara a dar por su puesto que el hombre no puede redactar una consti tución . Por culpa del providencialismo de Maistre con funde diferentes tipos de causa, en este caso las cir cunstancias con Dios . 3 Para él , una constitución es tan to una obra de Dios como una obra del tiempo, de la historia, de los usos y las costumb res . C uando Baude laire identifica libertad con fatalidad está siendo tam bién un «ocasionalista». Según Bonald , desde l a p rimera p ágina de la Teoría del poder político y religioso ( 1 7 9 6 ) -que constituye la p remisa de toda s u obra-«lej os de poder constitulr la sociedad, el hombre, mediante su intervención , sólo
' Ocasírmalismo. Teoría
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p uede evitar que l a socied ad no s e constituya». 1 A l ser Dios el autor de todos los Estados, «no se puede . escri bir la constitución; porque la constitución es existencia y naturaleza». En consecuen cia, «escribir la constitución, significa derogarla». 2 La soberanía emana de Dios , tesis que Lamennais retoma en el Ensayo sobre la indiferencia en materia de religión ( 1 8 1 7- 1 8 2 3 ) , y con la que flirtearán todavía en el siglo x x los partidarios de la mística políti ca, como Sorel y Péguy, o los «activistas» de la «socio logía sagrada», del mismo modo que Bataille y Roger Caillois presentaron en 1 9 3 8 la comunidad del College de Sociologie, cuya ambición era «pasar de la voluntad de saber a la voluntad de poder, convirtién dose en el núcleo de una conjuración más amplia».3 Caillois, influido por la lectura de De Maistre, y admirador de Sorel, en q uien veía al inspirador «de Lenin , de Mussolini y de Hitler»,4 tenía una «idea pontifical» del poder como «dato inme diato de l a conciencia» inseparable de lo sagrado: «El p oder de una persona sobre o tras personas-replicaba a Léon Blum cuyo ministerio acababa de caer-establece entre ellas una relación i rreductible a las form as p uras del contrato, obteniendo su autoridad de la esen cia mis ma del hecho social y manifestando su aspecto imperati. .
' Bonald, Théorie du pouvoir politique et rcliy,icux dans la .rncict/ civile ( 1 7 9 6 ) , París, Le C:Iere. 1 8 4 3 , 3 vols., t. l, pág. 1 . ' Ibídem, pág. 1 5 2. «Pour un College de Sociologie», NRF, julio
IIO
LA SOCIEDAD CONTRA E L INDIVIDUO
vo sin término medio ni pérdida d e energía .»1 Ahora bien , Blum no representaba esta forma del poder: «Está claro que para Blum , es la legalidad lo que funda el poder, y sería temible que fuera al contrario: el poder l o que fun dara la legalidad.»2 A la inversa del legalismo de Blum, Caillois elogia a Saint-Just, «que fue el primero en afirmar que no se gobierna inocentemente, h acien do ro dar con esta máxima la cabeza de un rey» ,3 p roposición que sedujo también a Pierre Klossowski en su conferen cia en el Colege para celeb rar el ciento cincuenta aniver sario de la Revolución y el regicidio como «simulacro de la muerte de Dios». 4 En el College de Sociologie, de l 9 37 a 1 9 3 9 , Bataille y Caillois afirmaron el fun damento místi co de la autoridad; se plantearon resacralizar «una socie dad que se h a p rofanizado ella misma h asta un grado ex tremo», según el programa de Caillois en «El viento de invierno», su contribución al manifiesto del College que encabezaba la Nouvelle Revue Fran<;aise de julio de 1 9 3 8 . 5 Paulhan se preocupó por las reacciones de los lec tores : «Ütras reacciones (extrañamente regulares) en el C [ollege de] S [o ciologie] : « ¿ Por qué la NRF se vuelve ' NRF, octubre de 1 9 3 7 , págs. 6 7 3 - 6 7 6 , aquí pág. 6 7 4 (reseña de la reedición de varias obras de Léon Blum ) . ' Ibídem, pág. 6 7 5. 3 Ibídem , pág. 6 7 4. Alusión al discurso de Sain-.J ust del 1 3 de no viembre de 1 7 9 2 en la Convención. 4 Pierre Klossowski, «Le marquis de Sade et la Révolution» ( 7 de febrero de 1 9 3 9) , Sade man prochain, París, É d . Du Seuil, 1 9 4 7; D . Hollier, Le College de Sociologie, óp. cit . , pág. 5 1 8 . 5 Roger Caillois, «Le vent d'hiver», NRF, julio 1 9 3 8 ; D. Hollier, Le College de Sociologie, óp. cit . , pág. 3 3 7 .
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PESIMISMO
fascista ?» ( Creo que s e debe a l tono d e Viento de invier no) . »' Y de ahí p rovienen las polémicas recurrentes so bre la con temporización de Bataille y Callois con el fas cismo y el nazismo en vísperas de la guerra, o al menos sobre s u larga ambigüed a d , sobre su voluntad de retra sar el m omento de cortar con él . Y de ahí también el p ro ceso entablado a continuación por Daniel Linden berg al College de Sociologie como «n ueva derecha en form ación » , 2 y la p rudencia de Denis Hollier, al reco nocer en la ambivalencia innegable del College de So ciologie, p articularmente de Caillois y de Bataille, los rasgos de un «vanguardism o reacciona rio» . 3 Según Bonald, la libertad conduce a l desorden y a l a tiranía; la seguridad d e la sociedad debe s e r preservada contra la libertad del individuo. De modo que la necesi dad de fortalecimiento de la Iglesia y del Estado se de duce de una concepción pesimista de la n aturaleza hu mana, y de la afirmación de los derechos de Dios contra los derechos del hombre. La declaración de Balzac enca bezando La comedia humana es de sobra conocida: «El cristianismo , y sobre todo el catolicismo , al ser, como ya dije en El médico de aldea , un s istema completo de re p resión de las tendencias depravadas del hombre, es la p rincipal garantía del Orden Social . . . El Catolicismo y ' Paulhan, carta a Caillois, 5 de agosto [1 9 3 8], Correspondan ce Jean Paulhan, Roger Caillois, 1934-1967, ed. O. Felgine y C. - P. Perez, París, Gallimard , colección Cahiers Jean Paulhan, n." 6, 1 9 9 1 , pág. 8 7 . Daniel Lindenberg, Les Années souterraines (r937-1947), París, La Découverte, 1 9 9 0 , pág. 7 8 . 3 Denis Hollier, «Mimétisme et castration 1 9 3 7», en Les Dépos sédés, París, É d. de Minuit, 1 9 9 3 , págs. 5 5 - 7 1 , aquí pág. 5 8 . 2
II2
LA SOCIEDAD CONTRA EL IN DIVIDUO
l a Monarquía son dos principios gemelos . . . Escribo a la luz de dos Verdades eternas: la Religión y la Monarquía, dos necesidades que los acontecimientos contemporáneos proclaman, y hacia las que cualquier escritor con sentido común debe tratar de acercar a nuestro p aís». ' El médico de aldea , poniendo en práctica esta doctri na, condenab a ya la democracia que se desprendía del fi losofismo: «la palabra elección está a punto de hacer tanto daño como han hecho las palabras conciencia y li bertad, m al comprendidas, mal definidas, y arroj adas al p ueblo como símbolos de revuelta y órdenes de destruc ción . L a tutela de las masas me parece, por lo tanto, una cosa justa y necesaria para la conservación de las socie dades». 2 Abogando por una sociedad que somete el indi viduo a la a utoridad, Balzac pensaba que la democracia no lo lograría nunca: «La ley conlleva un sometimiento a las reglas, toda regla se opone a las costumbres n atura les , a los intereses del individuo; ¿la masa iba a imponer se leyes contra sí misma?»3 Un régimen que p rotegiera al individuo contra sí mismo era, por lo tanto , indispensa ble: «De todo esto se desprende la necesidad de una gran limitación en los derechos electorales, la necesidad de un poder fuerte, la necesidad de una religión poderosa que h aga al rico amigo del pobre, y exija del pobre una completa resign ación». 4
' Balzac, «Avant-propos» ( 1 8 4 2), La Comédie humaine, óp. cit., t. I , págs. 1 2- 1 3 . ' Í dem, Le Médecin de campagne, óp. cit . , t . IX, pág. 5 0 9 . 1 Ibídem, pág. 5 1 o . 4 Ibídem, pág. 5 1 2.
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PESIMISMO
L a sociedad orgánica debe su bordinarse a l individuo, del mismo modo que Bossuet defen día l a idea del sacri fi cio de lo p articular al interés p úblico. También Bonald refutaba a la Ilustración , sin las complicaciones introdu cidas por De Maistre al querer demostrar demasiadas cosas, porque «no es el hombre el que tiene que constituir la sociedad, sino que es la sociedad la que tiene que constituir al hombre» . 1 O tamb ién : «Ütros han defen di do l a religión del hombre; yo defiendo l a religión de la sociedad». 2 De Maistre, Bonald y Lamenn ais defienden la tesis del interés colectivo de los hombres contra Ben j amin Constant, cuyo liberalismo implicaba una defensa del individuo con tra el Estado . La sociedad es como un árbol , según una imagen apreciada por Taine: la familia es la raíz, sobre la cual, según Bon ald y m ás adelante Le Play, se funda el Estado . B alzac p regonará a su vez el himno a la familia en El médico de aldea : «La base de las sociedades humanas será siempre la familia. En ella em p ieza a sentirse el peso del poder y de la ley, en ella al me nos debe aprenderse la obediencia. Teniendo en cuenta todas sus consecuencias, el espíritu de familia y el poder paterno son dos p rincipios todavía poco desarrollados en n uestro n uevo sistema legislativo . La Familia, la Co muna, el Depar tamento, todo n uestro país se encuentra ahí. Las leyes deberían por tanto estar basadas en estas tres grandes divisiones.»3 El p rólogo de 1 8 4 2 insistirá en
' Bonald, Théoric du pouvoir politiquc et religicux dans la société civile, óp. cit . , t. 1, pág. 3 . ' Ibídem, t. 11, pág. 9 . 3 Balzac, L e Médecin de campagnc, óp . cit. , t. IX, pág. 4 4 6 . I 14
LA S OC I E DAD CONTRA E L I N D IVI D U O
este punto : «Por eso yo considero a l a Familia y no al in divid uo como el verdadero elemento social. Y en esto, a riesgo de ser considerado como un espíritu ret rógrado, me pongo de parte de B ossuet y de Bonald , en vez de po nerme de parte de los innovadores modernos.»' Proust, contemporáneo de la Rep ú blica, pedirá comprensión para el autor de La comedia h umana: « . . . si la monarquía absoluta y el clericalismo no son los únicos recursos de Francia, ¿ es que eso hace d e El médico de aldea un libro men os bello?»2 En los Ensayos de psicolof!,Ía contemporán ea , recogi dos en 1 8 8 3 , Bourget, lo mismo que Taine y Spen cer, se guía h aciendo del individuo la célula social: «U n a socie dad debe ser comparada con un organismo», decía en su Teoría de la decadencia ( r 8 8 1 ) . «Como un organismo, efectivamente, se compone de una asociación de organis mos menores, q u e se componen a su vez de una asocia ción de células . El individuo es la célula social» .3 Pero pronto iba a coincidir con Bonald , Balzac y Le Play, y a consagrar a la familia como célula social, o incluso a coin cidir con Maurras, de quien un apólogo antirrousseau niano, compuesto en la Santé en 1 9 3 7 , resumía tardíamen te toda una larga tradición de pensamiento: «El polluelo rompe la cáscara y sale corriendo. 1 Poco le falta para gri tar: " Soy libre " . . . Pero, ¿y el niño? 1 Al niño le falta todo».4 ' Ídem , «Avant-propos», La Crmzl;dic humalnc, óp. cit., t. l, pág. 1 3. Proust, ca rta a Mau ricc Dupl ay, m ayo 1 9 o 5, Correspondancc, óp. cit. , t. V, pág. 1 8 2 ' Bourgct, é'ssais de psychologie contemporainc, óp . cit . , pág. 1 4. ' Maurras, «La politique naturclle», prefacio a Mes idées politi l/UCS ( 1 9 3 7) , en Ocuvrcs cap/Lalcs, óp. cit., t. ll, pág. 1 8 1 . '
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PESIMISMO
E n el hombre, que nace indefenso, n o e s el individuo lo que es primero, sino la comunidad: «El niño casi inerte, que perecería si tuviera que afrontar a la n aturaleza b ru ta, es acogido en el recinto de otra n aturaleza solícit a , clemente y humana: sólo consigue sob revivir porque e s u n pequeño ciudadano .»1 E l sistema d e Maurras s e basa en una antropología pesimista, a lo Hobbes o a lo Scho penhauer: «Hay gran parte de verdad en el discurso de los pesimistas . . . Me gust aría que se admitiera como cier to todo lo que dicen y que no se temiera enseñar que, en efecto, el hombre es un lobo para el hombre .»2 A pesar de todo, por influencia de la familia, primera sociedad, se crean comunidades de amistad y de beneficen cia, sen timientos antimodernos opuestos a la libertad y a la igualdad.
R E S I GNADOS A LA D E C A D E N C I A
E l segundo rasgo notable del pesimismo antimoderno es su escepticismo histórico. De Maistre y Chateaubriand, teócratas y ultras, defendieron encarnizadamente-con la energía de la desespera ción-la causa de la contrarre volución, pero nunca creyeron en su éxito: esta duda esencial es la que los convierte en antimodernos a la vez que confiere cierto encanto a sus proposiciones más ta j antes y escandalosas. Comprendieron enseguida-de ' Ibídem, págs. 1 8 1 -1 8 2. ' Í dem, «L'homme», Principes ( 1 9 3 1 ) ; Mes idées politiqucs ( 1 9 3 7) ; Oeuvres capitales, óp . cit . , t. I I , p á g . 1 64. II6
R ESIGNADOS A LA D E CA D E N C I A
nuevo u n efecto a dverso-que l a Restauración , incluso si daba el poder a la contrarrevolución , consolidaba los logros de la Revolución y aseguraba la irreversibilidad de sus conquistas . P reguntado en septi embre de 1 8 1 8 sobre «el estado actual de Francia», De M aistre, que aca baba de visit ar a Luis XVIII en París en agosto de 1 8 1 7, a su regreso de S an Petersburgo, respondía: «La revolu ción es m ucho más terrible que en tiempos de Robespie rre. »1 En una carta de l 8 l 9 confesaba el horror que le ins piraba la Francia contemporánea: «La revolución sigue en pie, sin duda, y no solamente sigue en pie, sino que anda, corre, da coces . . . L a única diferencia que yo noto entre esta época y la del gran Robespierre , es que entonces las cabezas rodaban y hoy giran.»2 Magníficas p rovocacio nes en las que todas las palabras están sopesadas, inclui das el « ¡ gran Robespierre ! » . Las veletas h an sustituido a las guillotin as. L a Restauración es peor que el Terror, porque la contrarrevolución seguía siendo concebible bajo el Terror, ya que estaba implícita lógicamente en la Revolución. É ste ya no es el caso b ajo la Restauración que, con la constitución concedida por Luis XVIII a Francia, ha ratificado la Revolución en lugar de estable cer una teocracia . Con la Restauración , la esperanza de restablecer el Antiguo Régimen se pierde irremediable mente; en adelante ya no hay ninguna posibilidad de vol ver a los tiempos anteriores a l 7 8 9 , a l a unión mística del
' Maistre, carta al caballero d ' Olry, 5 de septiembre
Í dem, carta al caballero d ' Olry, 3 de marzo
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PESIMISMO
rey con la nación , a la jerarquía d e las instituciones y de las clases. Chateaubriand se muestra igualmente decep cionado: «no creo en el derecho divino de la m on arquía, y creo en el poder de las revoluciones y de los hechos», exclama en agosto de 1 8 3 o . 1 Para un partidario de la ex periencia frente la abstracción-y los antimodernos, co mo hemos dicho, son pragmatistas , o al menos lo preten den-la Revolución pertenece a un período posterior de la historia , que la vuelve legítima. Chateaubriand b ien merece por tanto los sarcasmos de Maurras. L a revolución de Julio, piensa Maurras, fue en realidad una bendición para el es critor, al que liberó de una penosa fidelidad y dio la ocasión de una grandio sa oración fúneb re. Chateaubriand brilló en la desola ción. De b uena gana habría perseverado, pero «el duque de Burdeos creció. Al señor de Chateaubriand se le negó el favor de cantar las alabanzas del último rey: se conso ló contemplando los restos del último trono». 2 De M aistre y Chateaubri an d ven ambos la Revolu ción como un torbellino irreversible y un punto de no re torno. La historia no significa más que decaden cia. La aristocracia fue culpable de la Revolución, como escribía De Maistre en 1 7 9 7 . Los antimodernos nunca ha sido gente dada a consolarse con la explicación de la Revolu ción por una teoría del complot, como el ab ate B arruel o como los contrarrevolucionarios conservadores que ata caban a Necker, a los filósofos, a los fran cmasones, a los ' ChateaubrianJ, Mémoires d'outre-tomhe, óp . cit. , t. I I , pág. 4 5 0. (Memorias de ultratumba, óp cit . , pág. 1 9 4 3 ) . ' Maurras, Trois idées politiques, ó p . cit., t . 1 1 , p ág. 6 6 .
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R E S I G N A D O S A L A D E C A D E N CI A
protestantes, a los j ansenistas, y pensaban que podrían corregir sus errores. Nada parecido en De Maistre, anti guo francmasón que considerab a esa tesis absurda: «En el mundo n o hay azar, y n i siquiera, en un cierto sentido , hay desorde n , porque el desorden está ordenado por una mano soberan a que lo somete a una regla , y le d a u n a fin alid ad . »1 Así que « l a Revolución fran cesa tiene como principal causa l a degradación m o ral de la Nobleza» , ' o también , «l a n obleza francesa no debe culpar de sus des gracias más que a sí misma; y cuando se convenza de es to, h abrá dado un gran paso». 1 De Maistre n o confió n unca en ver restablecido el an tiguo orden . En su discurso de 1 7 9 4 a M adame de Costa, que acababa de perder a su hijo en la defensa de Sabaya contra la Fran cia revolucionaria, discurso en el que es boza las Consideraciones sobre Francia, no tenía ningun a duda: «Hay que tener el valor de reconocerlo, Señora: hemos pasado m u cho tiempo sin com pren der la revol u ción de la que somos testigos; la hemos tomado por un acontecimiento. Estábamos equivocados: es una época ; ¡ y desdichadas aquellas generaciones que tienen que asistir a las épocas del m undo ! »4 Un acontecimiento podría ser contrarrestado por otro acontecimiento, pero un cam bio de época no tiene vuelta atrás. En tre el acon tecimien to y la época, h ay una diferen cia tanto cuanti tativa como cua-
' Maístre, Considfrations sur la Francc, óp. cÍ L . , pág. 1 9 4. 1 lbídem, pág. 1 9 7 . ' Ibídem, pág. 1 9 5 . 4 Í dem, «Díscours a M m e la marquíse de Custa sur la víe mort de son fils» , óp. cit. , t. VII, p,íg. 2 7 ) . I
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et
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litativa. Lo contrario d e la Revolución no e s una Revolu ción contraria, por lo dem ás imposible. Por eso, m al que le pese a Maurras , la experiencia aconseja tomarse la Revolución como un hecho. Al re cordar la elección de Fouché como ministro de la policía en 1 8 1 5 , Chateaubriand cuenta una conversación con Luís XVIII, que él mismo no desmiente: « " Dis culpad mi franqueza: creo que la monarquía está acabada " 1 El Rey guardó silencio; yo comenzaba a temblar por mi osadía, cuando Su Majestad prosiguió: 1 " Pues b ien, monsieur
' Chateaubriand, Mhnoircs d'outrc-tomhe, óp. cit., t. I, pág. 1 2 04. ( M einorias de ultratumba, óp cit . , pág. 1 3 1 3 ) . ' Pierre-Simon Ballanche, Palingénésie sociale, e n Oeuvrcs, Pa rís, 1 8 3 3 , 6 vols. , t. IV, págs. 2 9 0- 2 9 1 ; ree
RE SIGNADOS A LA DECADENCIA
meros Barbones por la reforma religiosa y las guerras ci viles, arrasada por el genio de Richelieu, encadenada por la grandeza de Luis XIV, y finalmente destruida por la co rrupción de la regencia y la filosofía del siglo xv r r i . » 1 La consec uencia lógica es inevitable y magistral: «La revolu ción estaba acabada cuando estalló: es un error creer que ella h aya acabado con la monarquía; no ha hecho más que dispersar las ruinas, una verdad esta que demuestra la poca resistencia que ha encontrado l a revolución . . . L a viej a Francia, durante l a revolución, sólo h a estado vi va en el ejército de Condé y en las provincias del Oes te.»2 En este altanero y devastador veredicto se aprecia la lúcida satisfacción que s iente s u autor. Mucho tiempo antes de Toc queville, que afirmaría: «La Revolución ha acabado repentinamente con un con vulsivo y doloroso esfuerzo , s in transición, sin precau ción, sin consideración, con lo que h ab ría terminado po co a poco a la larga y por sí mismo»,3 pero después de la desilusión de la Restauración , el argumento de la ina nidad de la Revolución ap arecía ya en los escritos de Chateaubrian d . «La revolución estaba acabada cuando estalló»: había tenido lugar antes de tener lugar, y su desen c adenamiento no fue más que el acto de su desenlace. Es por t anto nula y sin valor, y no m arca la ruptura que se piensa con el Antiguo Régimen . Por eso Marc Fumaroli
' Chateaubrian d , «De la Vendée» ( septiembre 1 8 1 9) , M élanges historiques, en Oeuvres compláes, París, Ladvoc;at, 1 8 2 6-1 8 3 1 , 2 8 vols. , t. 111, pág. 3 l r . ' Ibídem, págs. 3 1 1 -3 1 2. Tocqueville, L'Ancien R égime et la R évolution, óp. cit . , pág. 1 1 6.
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puede decir que las «intuiciones fuertes» de los Estudios históricos de Chateaubriand, publicados en r 8 3 r «e hil vanados de nuevo en la rica textura de las Memorias de u ltratumba», se convertirán en « certezas argumenta das» en El An tiguo R égimen y la Revolución,' cuya pala bra clave será «ya». Los bienes raíces estaban «ya muy repartidos», y la Revolu ción no ha hecho más que am pliar su dístribución ; 2 «todo estaba encami nado ya desde h acía tiempo h acia la democracia» ; ' el centralismo adm i nis trativo y a s e había conseguido, y la Revolución no hi zo más que consolidarlo ;4 la abolición de las provin cias y la creación de los departamentos entraba dentro del or den natu ral de las cosas;5 y los mismos derechos del hom bre estaban en buena parte establecidos en 1 7 8 9 : «Mu cho antes de la Revolución , los edictos del rey Luis X VI hablan a menudo de la ley n atu ral y de los derechos del hombre.»6 Hasta esta paradoja que es como la coz de un burro: «El régimen que des truye una revolu ción vale ca si siemp re más que aquel que le había precedido inme di atamente, y la experien cia enseña que el momento más peligroso para un mal gobi erno es habitualmente aquel en que comienza a reformarse .»7 Como liberales para los que el mayor problema fran cés estaba relacionado con el centralismo, Tocqueville, y
' M. Fumaroli , Chateauhrzand, op. cit. , pág. 7 3 6. ' Tocqucvillc, « É tat social et poli tique de la France avant et depuis de 1 7 8 9» , art. citado, pág. 6 4 . 1 Ibídem , pág. 6 9 . 4 Í dem, L'Ancicn R égime e t lr1 Rr;vo!ution, o{J. cit. , p á g . 1 'í 4. Ibídem, pág. 2 3 8 . ' I bídem , pág. 2 6 6 . 5 lhídem, pág. 1 6 7 . 6
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más tarde Taine ex ageraron l a continuidad entre el Anti guo Régimen y la Revolución , ' hasta el punto de que Jean-Jacques Ampere, amigo de Tocqueville, se pregun tab a , después de haber leíd o El Antiguo Régimen y la Re volución , «qué era lo que la Revolución [había] cambia do y por qué se [había] hecho»,2 pero , antes de ellos, Chareaubriand ten ía todavía menos escrúp ulos cuando negaba que la Revolución hubiera inventado algo al eje cutar a Luis XVI: «la Aristocracia y la Teocracia h an juz gado y condenado reyes mucho antes de q ue la democra cia siguiera su ejemplo » , recordaba en i 8 3 1 , en el importante p refacio de sus Estudios históricos , ' antes de p recisar en el A nálisis razonado de la histo ria de Francia : «hay que reconocer q u e l a aristocracia y la teo cracia h a bían juzgado, depuesto y m atado a los soberanos antes de que la democracia imi tara s u ejemplo».4 Se compren de que semej ante fatalismo, al limitar la originalidad, cuando no l a culpabilidad, de l os revolucionarios , h aya exasperado todas las opin iones . La tesis condenó a Toe-
' Pierre Rosanvallon revisa la tesis dl: Tocquevilk. convertida en e n Le A1od1�le politú¡ue /ra1/('i1Ú. La .1ociáé civile con le jacohinisme de 1789 d nos fou rs, París, f�d. Du Seuil , 2 0 0 4, págs.
un l ugar com ún. /re
1 1 4-1 1 7. ' Jean-Jacques Ampere, «Alexis de Tocqueville» ( 1 8 5 9 ) , Mélan gcs d'histoirc !itthatre et de littérature, París , Michel Lévy, 1 8 6 7 , t . ll, pág . 32 2 ; citado por A. U . Hirschman, Dcu:x sieclcs de rhétorique ré udionnaire, ó p . cit . , pág. 8 4. ' Chateaubrian d , «Préface» (1 8 :¡ 1 ) , Étudcs ou discours histori ques, t. I, en Ocuvrcs complhes, ó p . cit. , t. IV, pág. cxxv. 1 Í dL:m, l�'tudes ou discours historiques, t. IV, en Oeuvres comple tes, ó p . cit , t. V, piíg. 1 7 6. 123
P E S I MISMO
queville a l purgatorio durante u n siglo, mientras que Maurras hacía de Chateaubriand su bestia n egra: «Cha teaubriand no buscó jamás, ni en la muerte ni en el pasado, lo transmisible, lo fecundo, lo t ra dicional, lo eterno, sino que el pasado como pasado, y la m uerte co mo muerte, fueron sus únicos placeres . Lejos de conser var nada, hizo estragos cuando lo consideró n ecesario, a fin de tener más motivos por los que lamentarse .»1
SER
UN
HOMBRE D E SU TIE MPO
El tercer aspecto n otable d e l pesimismo antimoderno es la ansiedad individual que p rovoca la convicción de la decadencia histórica. Chateaubriand es moderno por el sentimiento de irreversibili d a d del tiemp o , y antimo derno por la i dentificación de esta irreversibili dad con la decadencia. Esto queda de manifiesto a p artir de la p rimera Restauración , en un momento en que un poco de satisfacción hubiera sido perdonable, y oportuno un poco de optimismo: «En vano pretenderéis volver a los viej os tiempos: las n aciones como los ríos no remontan hacia sus fuentes . . . El tiempo lo cambia todo, y uno no puede sus traerse ni a sus leyes ni a sus estragos.»2 Como una llamada al orden , la imagen es radical: Chateau-
' Maurras, Trois idées politiques, óp. cit. , t. 11, p ág. 6 7 . ' Chateaubriand, «De l'état de l a France a u 4 octobre 1 8 1 4», en Journal des débats, 4 de octubre de 1 9 1 4; Mélanges politiques, t. 1, en Oeuvres completes, óp. cit. , t. XXIV, pág. 9 1 ; Grands écrits politiques, óp. cit. , t. 1, pág. 2 8 2. 1 24
SER UN HOMBRE D E S U TIEMPO
briand hace de la historia u n a caída, una degradación . Desa rrollando el mismo tema en sus R eflexion es políti cas de n oviemb re de 1 8 1 4 , en defensa de la constitución , la inquietud está explícit a : «Todo cambia, todo se des truye, todo pasa. No nos queda más remedio para servir a la patria que someternos a las revoluciones que nos traen los siglos, y para ser un hombre de su p aís hay que ser un hombre de s u tiempo.»1 Lo menos que puede de cirse, es que Chateaubríand no acoge la Restauración con entusiasm o . «Hombre de su tiempo ( ¡ casi un insul to ! ) », replicará Bar bey d ' Aurevilly, 2 denunciando la de bilidad de un escritor que, «educado en la esc uela de las Revoluciones , piensa que la m anera de detenerlas es tenderles la mano » . 1 Barbey p refiguraba los reproches de M aurras a Chateaubríand, p ropagandista de la cons titución . «Hay que ser un hombre de su tiempo»: ninguna otra declaración resumiría mejor el dilema del antimoderno, volviéndose h acía el pasado y aceptando el presente, di vidido en su interior. El cambio es la ley del mundo. A diferencia de Bonald, con guíen fundó Le Con serva teu r en l 8 l 8 , Chateaubriand no creía en más leyes eter nas que esa, y no creía que fuera concebible detener el tiempo ni alterarlo : «La inmovilidad política es imposi ble; es necesario avanzar con la inteligencia humana. Respetemos la majestad del tiempo; contemplemos con veneración los siglos pasados, consagrados por l a me' Í dem, Réjlexions p o litiques, óp. cit. , t . I , pág. 2 1 9 . ' Barbey
PESIMISMO
moría y los recuerdos d e n uestros p a d res; sin embargo, no intentemos volver sobre ellos, pues ya no contienen nada de n uestra naturaleza real, y s i p retendiéramos apoderarnos de ell o s , se desvanecerían.»1 De ahí proviene l a pena inconsol able del antimo derno, nostalgia menos p si cológica que histórica, o en todo caso p sicológica en el sentido de los Ensayos de psicología contemporánea de Bourget , como u n a menta lidad de época. La Revolución creó una nueva sensi bilid ad histórica antimoderna, hecha de placeres y de s u frimientos, para la cual la historia nacional se identifi caba con una aventura personal. Chateaubriand se con virtió en el héroe de una j oven generación romántica y legitimista con un sentimentalismo doliente inspirado en las desgracias de los B arbones y del rey mártir. Des de las mas acres de la Revolución, p asando por la ej ecu ción del d u qu e de Enghien y el asesinato del duque de Berry, la melancolía y el fetichismo fueron insep arables del culto antimoderno de la monarq uía , de las ruinas y de la historia. Chateaubriand fu e un pintor de ruinas, u n historiador de las civilizaciones desapareci d a s , aun que no fuera políticamente u n fetichista del p a s a d o , si no u n pragmatista que insistía sobre los hechos y sobre el valor d e la libert ad , feu d al y mo dern a . S u arrogancia hacía que no temiese dar lecciones al rey. «Defiendo una c a u s a que, s i t ri unfa , se volvería en todo contra mÍ», dice todavía en su última in tervención en la C á m a r a de los Pares e n r 8 3 o , recon ocien do l a desespera-
' Chateaubrian
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S E H U N H O M B ll E D E SU T l E M P O
ción de s u fi deli d a d contra nat ura . ' Cha teaubriand foe u n adepto a la doble verda d , un dandi, un p rofeta tris te y desencan tado: «Inútil Casa n dra» o « ¡ Viva el rey, a pesar de todo ! » . Estas exclamaciones le ex c u s an y le acusan . Desp ués de C hatea ubriand, el sp leen y la melanco lía contaminan toda la obra de Baudelaire: «Soy como el rey de un país lluvioso, 1 rico, pero impotente, j oven y s in embargo viejo.»2 En «El Cisne», el poeta se resiste a las transform aciones de la capital: « ¡ París camb i a ! Pero en mi melancolía 1 ¡ nada carnbia ! » 1 El último y más extenso fragm ento de Cohetes, seguramente destin ado en reali dad a El spfeen de París, comienza con estas p alabras : «El m undo se va a acabar. La única razón por la que po dría durar, es que existe .»4 E l pes i m i smo inspira a Bau delaire u n a visión apocalíptica del futuro, en la que se reúnen filosofía, política, moral y teología. «Me aburro en Francia, sobre todo porque todo el mundo se p arece a Voltaire. 1 . . . Voltaire, o cf anti-poeta, el rey de los papa natas, el p rín cipe de los s u p erficiales , el anti - artista, el p redicador de las porte ras . . . Voltaire, como to dos los perezosos, odiaba el misterio.»5
' Ibídem, t . I l , pág. 4 5 0 . ' Ba u delaire, «Splecn», Les Flcurs du mal, óp. i
Ídem, «Le Cygne», ibídem ,
óp.
cit.,
4
Ídem , Fusécs, ó p . cit . , t . I , p ág. 6 6 5 .
1
Ídem , Mon cocur mis a nu, ó p .
127
ci t. ,
t. ! ,
t.
cit . ,
t.
1, p á g . 7 4 .
pág. 8 6 .
l , p ág s . 6 8 7 - 6 8 8 .
PESIMISMO
E L F I N AL D E U N A N T I M O D E R N O
La m o d a del pesimismo invadió la escena literaria pari siense en l 8 8 4, entre los p rimeros Ensayos de psicología con temporánea de Bourget, p ublicados en La Nouvelle Revue entre 1 8 8 1 y 1 8 8 2 , y recogidos en forma de libro en la editorial Lemerre, en octubre de l 8 8 3 , donde la pre sencia del término era dis creta, limitada a los capítulos sobre B au delaire-«El p esimismo de Baudelaire» apare ce en un subtítulo-, Flaubert o Taine, y los Nuevos ensayos , publicados en la Nouvelle Revue entre l 8 8 3 y 1 8 8 5 , y recogidos en forma de libro en noviembre de l 8 8 5, donde la p alabra aparece por todas partes y donde el trabajo entero se p resenta como el estudio de las <
' Bourget, Prólogo a los Nouveaux essais de psychologie con en Essais de psychologie contcmporaine, ó p . cit. ,
tcmporaine (r 8 8 5 ) , pág. 4 3 9 .
' Í dem, Cruel/e énigme ( 1 8 8 5) , edición definitiva, e n Oeuvres t. I, París, Plon , 1 9 0 0 , pág. 1 2 6 .
completes, Romans,
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E L F I N A L D E U N AN T I M O D E R N O
varias obras recientes, como A contrapelo d e Huysmans ( 1 8 8 4) o Las endechas de Laforgue ( ! 8 8 5 ) ,1 confirmado por l a curiosidad suscitada por el Diario de Amiel a raíz de su publicación en 1 8 8 3 -1 8 8 4,2 y reforzado por la aten ción concedida al pensamiento de Schopenh auer, al que el mismo Brunetiere se convirtió en l 8 8 5. U na ráfaga de la enfermedad del siglo azotaba nuevamente a la j uventud, que reaccionaba a la Comuna y al triunfo del oportunis mo republicano, como lo h abía hecho después de la caída del Imperio y durante la Restauración. Bel-ami de Mau passant y Carrera hacia la muerte de É douard Rod , nove las que aparecieron en el mismo año 1 8 8 5 , y también de primentes , cínicas y desengañadas como Cruel enigma , se comp araron con ella. Se reprochaba por lo t anto a Bour get ser un decadente que propagaba la decaden cia. En Francia, toda la corriente antimodern a , que com p rende el positivismo de Taine y el escepticismo de Re nan, las diatribas de Flaubert en sus novelas y de Baude laire en sus poemas en verso y sobre todo en p ros a-la correspondencia de Flaubert permanecía todavía inédita y los aforismos más choc antes de B audelaire, en Mi cora zón al desnudo y Cohetes, no serán publicados hasta 1 8 8 7 en sus Obras póstumas-había prefigurado el éxito de Schopenhauer. Prueba de ello son los Ensayos de psico logía contemporán ea, en los que ap arecen todos los in-
' Véase M. Mansuy, Un moderne. Paul Bourget. De !'en/anee a u óp. cit . , pág. 4 o i . ' Henri-Frédéric Amiel, Fragments d'un journal intime, precedi dos de un estudio por Edmond Scherer, Ginebra, Georg, 1 8 8 3- 1 8 8 4, 2 vols.
disciple,
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gredíentes del pesimismo , pero todavía no el sistema en el que se basa su unidad. Aquél fue el momento en que Brunetiere se reapropia de la filosofía de Schopenhauer, que ya había sido acepta da por los republicanos convencidos, como Challemel Lacour y Auguste Burdeau, modelo del Escanciador de Los desarraiP,ados de Barres . <Óchopenhauer, aliado invo l untario de la izquierda hasta ahora, iba a ser apropiado por la derecha», de acuerdo con el análisis de Rcné-Pierre Colín . ' En una reseña de Bel-anú de Maupassant y de Cruel enivna, «El pesimismo en la novela», Brunetiere considera que el pesimismo no es peligroso ni siquiera es téticamente, porque «Los más desesperados constituyen los cantos más hermosos», como escribía Musset en La noche de mayo ( 1 8 3 5 ) , ni moralmente, porque incita a la virtud, empuja a la abnegación, a la compasión y a la cari dad, y da una razón de vivir que cura la desesperación que había p rovocado . 2 En una conferencia publicada en la Re uue hleue en enero de r 8 8 6 , com para a Schopenhauer con Cham fort y Rivarol, asocia el pesimismo a l a enfermedad del siglo como reacción a la bancarrota de la Revolución , y h ace de él un idealismo: «Son los pesimistas los que h an inventado el ideal; los optimistas siempre han estado sa tisfech os con la rcalidad.»3 Brunetiere que al principio, en
• Re n e - P i e r re Col í n , Schopcnhaucr en France. Un mythc natura listc, Lyon, P rcsses u n i v e rs i taircs de Lyon , 1 9 7 9 , pág. 1 2 8 . ' Bru n e t i ere, «Le pess i m i s me d a n s l e rom a n » , e n L a Reuuc des Dcux Mondes, 1 de j ulio de 1 8 8 5 , p ágs. 2 1 4- 2 2 6 . ' Í dem , « Les cau ses d u pessim isme», e n Rcvuc blcuc, 3 0 d e ene ro de 1 8 8 6 . págs. 1 i 7 - 1 4 5 , a q u í pá g . 1 4 4.
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1 8 7 9 , a l comparar el pesimismo con el egoísmo y el goce, pero evidentemente sin haber leído ni a Schopenhauer ni a Hartmann , 1 era reticente, se verá en adelante seducido por un pensamiento que socava el hegelianismo reinan te y niega el papel dominante de la inteligen cia en el hombre. Antes de Schopenhauer, nos dice , sólo Pascal, al recordar que «el corazón tiene sus razones», había sos pechado que la inteligencia o el enten dimiento no basta ban p a ra explicar nuestra naturaleza . Una vez más, Pas cal es el referente antimoderno. Schopenh auer « despoj a a la inteligencia del dominio que había ejercido h asta enton ces», h acien d o resid i r «la s ub stancia y la esencia del h om b re en la voluntad » . 2 La filosofía estaba al servi cio no solamente del anti-hegelianismo , s ino también del anti- materialismo y del idealismo, d urante los años en que Bergson prep araba s u Ensayo sobre los datos in mediatos de la conciencia ( 1 8 8 9 ) , que iba a continuar el pleito de la inteligencia conceptual y relanzar la quere lla de lo moderno y lo antimoderno ante la generación siguiente. El pesimismo se n utre del escepticismo con respecto a la ley del p rogreso . Mientras que el optimismo, o la idea de que «la vida es b uena», conduce a la p ereza y ' Í dem, «Le pessimisme au x1xe siecle», en La Revue des Deux Mondes, 1 5 de enero de r 8 7 9 , págs. 4 7 8 - 4 8 0 (reseña del libro de Ca ro citado en pág. 7 3 , n." r 8 5 ) . ' Í dem , «La philosophie de Schopenhauer» (sobre l a traducción de El mundo como voluntad y representa ción de J . A. Cantacuzene, Leipzig, r 8 8 6 , 3 vols . ) , La Revue des Dcux Mondes, 1 de octubre de 1 8 8 6 ( artículo recogido en Questions de critique, París, C . Lévy, r 8 8 9 ) , págs . 6 9 4-7 0 6 , aquí pág. 6 9 7 .
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al egoísmo, el p esimismo permite fundar una moral indi vidual y social sobre la idea, muy b audelairiana aunque aparezca en Brunetiere, de que «la moral es lo contrario de la n aturaleza>>.r El pesimismo no cultiva en absoluto la inercia, sino que es «el p rincipio mismo y el resorte de la verdadera actividad». 2 Al no ser la «negación de la volun tad de vivir» más que el término ideal de la moral del pe simismo, éste «desarrolla en su interior todo lo que con tiene de impulsos y energía p ara la acción»,3 actitud que Brunetiere compara con la de los j ansenistas del siglo XVI I . Pasca l , Schopenhauer, Baudelaire : ésta es la generación antimoderna que se se reafirma antes de acabar el siglo x r x , gracias especialmente a Brunetiere. Bourget mismo respondió a las acusaciones de que fue objeto en un tono distinto al de Brunetiere.4 Lejos de adoptar el pesimismo, negó haberlo extendido e insistió en que él se h abía limitado a con statar sus progresos. Asunto generacional, veía sus causas en la invasión de 1 8 7 0 , la gue rra civil de r 8 7 r , las incertidumbres políticas del decenio siguiente, el resentimiento de las viejas clases ex pulsadas del poder por la instauración de la República, las necesi dades de la lucha por la subsistencia, la insalubridad de la vida en París, la moda del cosmopolitismo, etc . ; sin em b argo la raíz misma del pesimismo tenía que ver con la in capacidad moderna de adherirse a una fe. Esta incapaci-
' Í dem, «La philosophie de Schopenhauer et les conséquences du pessimisme», art. citado (véase pág. 7 5 , n." 1 9 4) , pág. 2 1 7 . 3 Ibídem, pág. 2 1 9 . ' Ibídem , pág. 2 1 8 . 4 Bourget, «Le pessimisme
EL FINAL D E U N ANTIMODERNO
dad p ara creer volvía melancólicos a los jóvenes llenos de energía, pero paralizados por las dudas. La juventud, se gún Bourget, no se conformaba con su pesimismo, sino que expresaba a través de él su aspiración a un nuevo ideal. Bourget y Brunetiere, que se conocían desde antes de 1 8 7 0 y habían sido amigos, se enfrentaron a causa del pesimismo y sus divergencias fueron insalvables. Mientras que para Brunetiere el pesimismo constituía una respuesta moral legítima al progresismo y al cienticismo, un paso ha cia la caridad si no hacia el catolicismo, p ara Bourget no era más que el síntoma de una ausencia de ideales. Bourget p arecía dispuesto a renegar del pesimismo en cuanto se le ofreciera un ideal. Perfecto espécimen del antimoderno en su estudio de 1 8 8 1 sobre Baudelaire, vie ne a denunciar en él el escepticismo y el diletantismo, el individualismo y el nihilismo que habían marcado sus ini cios. Requerido p ara curar las enfermedades que él no había p rovocado, aunque sí diagnosticado, se apresuraba a abjurar del pesimismo antimoderno, que nadie ha ilus trado mejor que él, y a caer en la simple reacción. En su Fisiología del amor moderno, publicada en La Vie pari sienne en 1 8 8 8 - 1 8 8 9 , mientras que con la otra mano escri bía El discípulo, un periodista amigo del narrador está trab aj ando en una gran obra titulada Sobre el derecho di vino en sus relaciones con el derecho histórico, en la que ese «bonaldista taineanm> establece la tesis misma de Maurras, a saber «la identidad entre la idea científica y moderna de la evolución por herencia y la monarquía». 1 ' Í dem, Physiologie de l'amour moderne ( 1 8 9 1 ) , edición definiti va, en Oeuvres completes, Romans, t . II, París, Plon, 1 9 0 1 , pág. 3 2 2 .
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Bourget se inclinaba ya hacia Bonald. Ninguna tra yectoria parece más ejemplar del vaivén entre lo antimo derno en el orden moral y el con servad u rismo social que la que lleva a Bourget desde los Ensayos de psicología con temporánea en 1 8 8 3 a El discípulo en 1 8 8 9 . Por lo demás, iba a acercarse muy pronto a los planteamientos de Maur ras y a reivin dicar, en una carta de 1 9 0 0 in cluida en la Encuesta sobre la monarquía , a Bonald, Balzac, Le Play y Taine, «los mayores genios de filosofía social que h a teni do Fran cia en el siglo x 1 x , [que] coincidieron en la mis m a con dena definitiva de los falsos dogmas del 8 9», 1 Bourget fue a p artir de enton ces un optimista. En cam bio, el pesimismo innato del an timod erno le sitúa en las antípodas de Action Fran <;aise, cuyo globo sonda fueron las Tres ideas políticas, que Maurras dedicó a Bourget en 1 8 9 8, y cuyo m anifiesto fue, en 1 9 o 5, el prefacio de Elfu turo de la inteligencia , que terminaba b ruscamente con estas palab ras, que separaban para siempre a Bourget de Chateaubriand y Bau delaire: «Toda desesperación en política es u n a estupidez absoluta . »2 Bernanos, enfadado con el jefe de Action Fran <;aise desde 1 9 3 2 , se opondrá violen tamente a esa afirmación de Matnras en 1 9 3 9 . Para Bernanos , cada vez más anti moderno, un héroe debía h aber conocido la desespera ción, como Ch ateaubriand , negándose a colaborar en
' Í dem , carta del 1 9 de agosto de 1 9 0 0 , en M a urras, Enqzu;te sur
la monarchie, 1900- 1909 ( 1 9 0 1 , ti onale , r 9 2 4 , pág. 1 1 6 .
2."
lihro ) , París, N o uvdle L ih ra i rie n a
' Ma urras , L'A venir de l'in!elli[!,rncc, París, Fon temoing, 1 9 0 ) , p ág. 1 8 ; Ocuvres capitales, óp. cit . , t. T I , pág. 1 0 5 .
E L FINAL D E
UN
ANTIMODER NO
8 3 o, fiel a una fam ilia caída c o n u n sentimien to heroico del honor. La oposi ción de Bernanos a Mau rras es extre ma: «A los ojos de ese pequeño burgués h umanista, . . . la desesperación no es más que una confesión de impoten cia, una m anera de irse a la cama.»1 Si Maurras, «peque ño burgués humanista», no d uda jamás de nada, es por que carece de «vida interior sobrenatural», p orque «para que la desesperación nos tiente, antes hay que ha ber amado». Para Bernanos, al contrarío, «quien no tiene una fe desesperada en el honor no será j amás un héroe». r
' Bernanos, Scandalc de la vérité (19 3 9) , en Essais et écrits de com dir. Michel Esteve, París, G allirnard, colección Bibliothequc de la Pléiade, 1 9 7 1 -1 9 9 5 , 2 vol s . , t. I , pág. 5 8 r . bat,
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4
EL PECADO ORIGINAL
U na cita d e B audelaire será la mejor introducción a l a cuarta figu ra, religiosa o teológica, d e l o antimodern o . Contra la metafísica moderna del p rogreso, Baudelaire reafirma la teología del pecado original, fundamento del mal universal. Leemos en Mi corazón al desnudo: «Teoría de la verdadera civilización . 1 No se encuentra en el gas, ni en el vapor, ni en las mesas giratorias, se encuentra en la disminución de las huellas del pecado original. »1 É sta es la p rimera cita de las Obras póstumas de Baudelaire, p ublicadas precisamente en 1 8 87 por Eugene Crépet, que Nietzsche anota en su cuaderno a principios de 18 8 8 en Niza, a continuación de los fragmentos que serán pu blicados después de su m uerte con el título La voluntad de poder. 2 La tesis de Baudelaire sobre el pecado original deriva lógicamente de sus numerosas ideas preconcebi das contrarrevolucionarias, antifilosóficas y pesimistas. El único p rogreso digno de ese nombre no sería un pro greso técnico, sino un progreso moral: «No puede haber progreso (verdadero, es decir moral) más que en el indi viduo y por el individuo mismo . »3 Baudelaire se decanta
' Baudelaire, Mon coeur mis ií nu, óp. cit., pág. 697. 'Nietzsche, Fragments p osthumes, automne 1887-mars I888, óp. cit. ,
t. XIII, pág. 266. 3 Baudelaire, Mon coeur mis ií nu, óp. cit. , t. I, pág. 68r.
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EL PECADO ORIGINAL
por la antropología de Hobbes o de De Maistre contra la de Rousseau, cuando insiste por ejemplo en «la indes tructible, etern a, universal e ingeniosa ferocidad huma na».1 La comunidad humana se rige por la enemistad, y la conclusión política cae por su p ropio peso: «No hay go bierno más razon able y seguro que el aristocrático. 1 Mo narquía o república basadas en la democracia son igual mente absurdas y débiles . »2 O también : «El hombre, es decir cada uno de nosotros, es un ser tan depravado por naturaleza que acepta con más facilidad el envilecimien to universal que el establecim iento de una jerarquía ra zonable. »3 Una carta de 1856 a Alphonse Tou ssenel, por lo de más autor de Judíos, reyes de nuestra época (1845) , con densa las tesis antimodernas de Baudelaire, histórica, política, moral y teológicamente: «¡Qué es el Progreso indefinido! ¡Qué es una sociedad que no sea aris tocráti ca! Eso no es una sociedad, creo yo. ¿Qué es un hombre bueno por naturaleza? ¿ Alguien ha visto uno? Un hom bre bueno por naturaleza sería un rnonstruo, quiero decir un Dios.» Las diferentes nociones antimodernas es tán contenidas aquí: la hostilidad ha cia el progreso, hacia la democracia, hacia la teoría del b uen salvaje. Baudelaire continúa : «Todas la herejías a las q ue me refería hace un momento no son , después de todo, más que la con secuencia de la gran herejía moderna, de la doctrin a ar tificial, que suplanta a la doctrina natural-quiero de-
'Ibídem, pág. 693.
'Ídem,
'Ibídem, pág. 684.
Fusfrs. óp. cit., t. 1, pág. 665.
E L PECADO O R IGINAL
c i r la supresión d e la idea del pecado origina l. . . . la natu raleza entera participa del pecado original.»1 En la b ase de lo antimoderno se encuentra la fe en el peca do origin al, mientras que la decadencia moderna, en to dos sus aspectos , es consecuencia de la abjuración de esta fe . Las ilusiones modernas se derivarían por lo tanto, del desconocimiento del pecado original. El error del si glo xvm fue pensar que el fundamento de lo bello era la naturaleza y no el pecado: «La mayoría de los errores re lativos a lo bello p rovienen de la falsa idea del siglo xvm respecto a la moral. La naturaleza fué entonces tomada como b ase, fuente y modelo de todo bien y de toda be lleza posibles. La negación del pecado original tuvo bas tante que ver con la ceguera general de aquella época.»2 La belleza es t an antigua como el pecado; es inseparable de la melancolía; es satánica. En 18 6 2, Baudelaire concluye en estos términos su reseña de Los miserables de Víctor Hugo, novela cuyo humanismo le desagrada y que le inspira sentimientos sádicos : « ¡ Vaya con el Pecado Original! ¡ Después de tanto p rogreso p rometido, siempre quedarán huellas que confirmen su realidad inmemorial! »5 En «El viaje», conclusión de Las flores del mal en 18 61, «El odioso es pectáculo del inmortal pecado» aparece por todas partes ' Í dem , Corrcspondance, óp. cit. , t . 1, p ágs. 3 3 6-3 3 7. ' Í dem , Le Peintre de la vie moderne, en Oeuvres completes, óp. cit. t. 11, pág. 715. 3 Í dem, «Les Misérables», en Oeuvres comp letes, óp. cit. , t. 11, pág. 224.
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E L P ECADO ORIGINAL
como la condición del hombre: «Tal e s p o r todo e l globo la sempiterna noticia.»' S abemos lo que Baudelaire debe a De Maistre y a Cha teaubriand. Para De Maistre, «que todo lo explicaba por el origen, el pecado original b astaba», recordaba Barbey d' Aurevilly. 2 La religión forma parte integrante del p ro grama contrarrevolucionario y antimoderno, como retor no a la voluntad divina contra la voluntad del pueblo, co mo reacción al «Hay que descatequizar Francia» de Mirabeau y al Credo del Padre Duchesne, a quienes se ha cía responsables de la caída del país. Balzac, en El médico de aldea, Bloy y muchos otros lo confirman . El joven Ber nanos, entonces estudiante de filosofía y lector de Chate aubrian d , de Balzac, de Barbey d' Aurevilly, de Bourget, de Pascal y de Drumont, declaraba en 19 0 6, a propósito de Action Frarn;aise: «La igualdad , la libertad y la frater nidad le suenan a teología, a filosofía pura, "irreal " . Ras cad a un demócrata y encontraréis a un teólogo . . . »3 Pala bras sin duda banales sobre la abstracción democrática. Aunque la diferencia antimoderna de Bernanos se iba a dejar oír pronto, mucho antes de su ruptura con Maurras, cuando defendía el dogma del pecado original contra el culto al progreso y el cristianismo social de Marc Sang nier: « ¡ A quién se le ocurriría censurar, desde el punto de
' Ídem, «Le Voyage», Les Fleurs du mal, óp. cit., t. 1, págs. 1 3 2I
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·
' Barbey d' Aurevilly, Les Prophetes du passé, óp. cit., pág. 6 5 ' Bernanos, carta al abad Lagrange, 2 de abril de 1 9 0 6 , Oeuvres romanesques, ed. Albert Béguin, París, Gallimard, colección Bi bliotheque de la Pléiade, 1 9 6 1, pág. 1 7 3 6.
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C A S T I G O Y R E G E N E RA C I Ó N
vista d e los principios, l a s largas parrafadas d e Sillon ! 1 ¡ Por qué diablos pretender aplicar todo [eso] en el mun do! Hay que creer en el perfeccionamiento indefinido de la especie humana, hay que pasar por encima del pecado original y de la angustia corriente. »2 Mediante la religión católica, o al menos mediante el pecado original-ya que es lo único que conserva de ella-el antimoderno trata de reunificar y de reorganizar el mundo humillando la hybris sacrílega de los modernos, reafirmando la verdad eterna de la Caída y de la «ley de la providencia», como dice Baudelairc siguiendo a De Maistre.3
C A S T I G O Y R E G E N E RA C I Ó N
Para D e Maistre, s i l a Revolución no fue u n complot de filósofos o de francmasones, fue obra de la Providencia, y pone de manifiesto la voluntad de Dios de castigar a Francia por su impiedad, su inmoralidad y la degrada ción de sus costumbres b ajo el Antiguo Régimen. Esta teoría p rovidencialista estuvo en boga desde 17 8 9, par ticularmente en la obra del abate Barruel.4 Sin embargo, ' Sillon. Movimiento religioso y revista del mismo nombre fun dados por Marc Sangnier en r 8 9 4, y que pretendía reconciliar a los obreros con el cristianismo. (N. del T) ' Ibídem. 3 Baudelaire, Man coeur mis ¿¡ nu, óp. cit., t. 1, p ág. 6 8 1 . 4 Barruel formuló sus ideas fundamentales sobre la Revolución: la acción providencial y la hipótesis del complot, en 1 7 8 9 en Le Pa triote véridique, ou discours sur les vraies causes de la Révolution ac tuelle (véase J. Godechot, La Contre-Révolution, óp. cit., págs. 4 6-47);
EL PECADO ORIGINAL
a la tesis de la Revolución como castigo, De Maistre, siemp re dialéctico, iba a añadir la antítesis de la regene ración . Los dos momentos-castigo y regeneración aparecen siempre juntos en su pensamiento, ya desde su p rimera expresión estructurada en las Consideraciones sobre Francia: «Nunca se repetirá bastante, no son los hombres los que hacen la revolu ción , es la revolu ción la que usa a los hombres . Y cuando se dice que la revolu ción marcha sola, se está diciendo la verdad. Esta frase significa que nunca la Divinidad se ha mostrado tan cla ramente en ningún acontecimiento humano. Y si em plea los instrumentos más viles, es porque castiga para regenerar. » ' La Revolución «marcha sola», devora a sus hijos, porque responde a un plan superior. De Maistre recurre a una soberbia imagen dialéctica, reforzada por la homofonía, para ilustrar su teoría de la historia como palimpsesto divino: «Si la Providencia borra, sin duda es p ara volver a cscrihir.»2 Así es como se construye la noción de maistreana, m uy popular gracias a Baudelaire, de la rcvcrsibilldad, es decir «el dogma universal, y tan viejo como el mundo, de la re versibilidad de las penas de la inocencia en beneficio de los culpables»,' o incluso el dogma «de la inocencia pagando por el crimen», fórmula aterradora que pone de manifies-
la tesis providencialista aparece de nuevo en Saint-Martín, «el filúsofo desconocido», en 179 ), en su l"cttre d un ami ou Co11.1·idératirms politi ques, philusophú¡ues et religieuscs sur la R1;volution Jrcmr.¡ai.1c.
'Maistre, Considérations sur la Frantc, óp. cit., pág_ 98. 'Ibídem, pág. 111.
' Ibídem, pág. 121.
CASTIGO Y R E GEN E R ACIÓN
to que De Maistre entiende en términos sacrificiales la doctrina cristiana de la comunión de los santos. De Maistre da en efecto a la doctrina católica una in flexión curiosa y herética que marcará toda la t radición antimoderna con su desmesura trágica : «El pecado ori ginal, que lo ex plica todo y sin el cual no se explica na da, se repite desgraciadamente en todo momento, aun que de una forma secundaria.» El conde formula esta paradójica p roposición en Las veladas de San Petersbur go, al principio de la segunda conversación.1 En opinión de De Maistre, de quien el conde es aquí portavoz, el pe cado original no ha tenido lugar de una vez por todas unum est origine, según el decreto del concilio de Tren to-sino que se reproduce incesantemente y es en defi nitiva eterno. Es evidente que De Maístre se cuida bien de añadir que si el pecado original se repite, es de «for ma secundaría». La limitación es indispensable, ya que la doctrina del pecado original continuado, central en la «metapolítica» maistriana, no parece muy católica, y da muestras tal vez de una influencia que el «realista sabo yano» sufrió de sus peores enemigos: los hombres de la Ilustración .
' Í dem,
Les Soides de Saint-Pétcrshourg, óp. cit., t. I, pág.
r 43
r29.
E L P E CA D O O R I G I N A L
E L P E C A D O O RI GINA L C ONTIN U A D O
Les veladas de San Petersburgo tienen como tema el go
bierno temporal de la Providencia.1 La primera conver sación se inicia con una constatación terrible para el cris tiano, constatación que De Maistre denomina «el gran escándalo de la razón humana» (la palabra escándalo hay que tomarla en sentido p ropio: aquello que obstaculiza la fe, aquello que puede hacer que la perdamos). Se tra ta, según la brusca fórmula del senador, segundo interlo cutor de las Veladas, ruso e iluminista, de una doble constatación, «la felicidad de los malos, la desgracia de los j ustos», que nos hace temer que Dios sea autor del mal.2 El abate Nicolas-Sylvestre Bergier (1 7 1 8 - 17 9 0) bello ejemplo de antifilósofo, lector ávido de libros p rohibidos , que se relacionaba con los filósofos y fre cuentaba su ambiente, sometiendo su refutación del Sis tema de la natura leza ( 17 7 0) de d 'Holbach a Diderot y a d' Alembert, e incluso a d 'Holbach mismo-3 el teólogo más leído en tiempos de De Maistre y reeditado a lo lar go del siglo XIX,4 escribía ya en las primeras líneas del ar tículo «Mal» de su Diccion ario de teología ( ! 7 8 8 - 1 7 9 0) ,
' Véase Stéphane Rials , «Lecture de Joseph d e Maistre», Révolu tion el Contre- Révolution au XTX siecle, París, Albatros et DUC, 1 9 8 7 ,
p ágs. 2 2-40. ' Maistre, Les Solrées d e Sain t-Péter.1bourg, óp. cit. , t. I , p ág. 8 9 . 1 Véase D . Masseau, Les Ennemis des philosophes, óp. cit. , págs. r6p 6 8 . 4 S u Dictionnaire de théologie iba por la 3 r edición e n r 8 8 2 (ibí dem, p ágs. 2 8 7-2 8 8 ) .
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EL PEC A D O O R I G INAL C ONTI N U A D O
parte d e la Enciclopedia metódica d e Panckoucke, here dero de la Ilustración : «la cuestión del origen del mal ha sido, en todo tiempo, un obstáculo para la razón huma na». Y planteaba la pregunta t an directamente como el senador: « ¿ Cómo un Dios creador, todopoderoso, sobe ranamente bueno, ha podido permitir el mal en este mundo?»' Contra el senador, el conde esgrimía una serie de refutaciones , por lo demás contradictorias . En primer lugar, no, todos los malvados no son feli ces , y todos los j ustos no son desgraciados . La prosperi dad del vicio y los infortunios de la virtud no son en ab soluto una constante: es «evidentemente FALSO que el crimen sea en gen eral feliz y la virtud desg raciada en este mundo». 2 Pero no se puede negar que hay efectivamente
justos desgraciados y malvados felices. La causa de esto reside en que «los bienes y los males son una especie de lotería de la que cada cual, sin distinción, puede sacar una papeleta blanca o negra». La distribución de la feli cidad y de la desgracia es aleatoria; se hace con indepen dencia de la inocencia y de la maldad. La cuestión inicial debe formularse de otro modo: «¿por qué, en este mundo, el justo n o está exento de los males que pueden afligir al culpable, y por qué el malvado no está p rivado de los bienes de los que el justo puede goza r?» Dicho de otro modo,
¿ por qué los malvados son felices y los j ustos desgracia dos? El conde separa entonces las dos oposiciones con-
' Nicolas Bergier, Encyclopédie méthodique. Théolof,ie, París, Panckoucke, 1 7 8 8-1 7 9 0, 3 vols., t. II, pág. 5 3 3A-B. ' Maistre, Les Soirées de Saint-Pétersbourg, óp. ci t , t. l , pág. 9 3. .
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E L P E C A D O O R IG I N A L
ceptuales del principio-feliz o desdichado, justo o m al vado-que la experiencia m uestra que no son superponi bles, ni en el primer sentido ni en el otro. «Si el hombre de bien sufriera porque es hombre de bien, y si el malvado p rosperase porque es malvado, el argumento sería insolu ble; no se sostiene sólo con suponer que el bien y el mal se distribuyen indistintamente a todos los hombres.»1 Si se considera a todo el género humano y no ya al individuo inocente o malvado, la ley no es tan injusta como parece cuando se refiere a la suerte de un solo individuo. Ahora bien, según el conde, «una ley general, si no es injusta pa ra todos, tampoco lo será p ara un individuo». En líneas generales, desde el punto de vista del género humano, la justicia es respetada: «La ley justa no es aquella que se cumple en todos, sino la que está hecha para todos; su efecto sobre uno u otro individuo no es más que un acci dente.» El terremoto de Lisboa castigó indistintamente a inocentes y a culpables, pero no puede decirse que Dios haya sido el autor de la desgracia: «El mal está sobre la tie rra; . . pero además: está en ella con toda justicia y Dios no puede ser su autor. »2 Un día Isabel de Francia es llevada al cadalso y al otro Robespierre; ella es inocente y él es un criminal; sin embargo no hay ningún escándalo en su suerte común: « Todo hombre en cuanto hombre está ex puesto a todos los males de la h umanidad.»3 Lo cual no quiere decir que esta distribución de la felicidad y de la desgracia, que no hace distinción entre la inocencia y la maldad de los individuos , sea totalmente satisfactoria. El conde pasa entonces a un segundo argumento. .
' Ibídem, pág. 9 7 .
'Ibídem, pág. 9 8 .
3
Ibídem, pág. I o 1 .
EL PECAD O O R I G IN AL C O N TINUAD O
En segundo lugar, por lo tanto, n o se d a u n reparto igual de felicidad y de desgracia en la vida terrenal entre justos y malvados . Aquí tampoco hay que atenerse sólo al individuo, porque, por término medio, los j ustos son en definitiva más felices y los malvados más desdichados en este mundo: «La ley general, la ley visible, y visible rnen te j usta, es que la mayor cantidad de felicidad, incluso temporal, pertenece, no al h ombre virtuoso, sino a la vir tud.» Por ejemplo, los malvados, que viven existencias 1
m ás viciosas, menos moderadas que los justo s , sufren en general más enfermedades del cuerpo que los j ustos.»2 Globalmente, la virtu d es recompensada y el vicio casti gado en este mundo; concretamente, el castigo de la mal dad es prerrogativa del soberano. Y en esto se basa la pá gina más célebre de De Maistre, s u discurso sobre el verdugo que fundamenta la justicia como brazo secular de la Providenci a : el crimen, por lo t anto, nunca queda impune a lo largo del tiempo . 3 Y De Maistre se dedica a refutar todas las objeciones basadas en los errores judi ciales y en los supuestos «a//aires Calas». Una vez más, no nos limitemos al individuo: «Que un inocente perezca, es una desgracia como cualquier otra, es decir algo que puede suceder a cualquiera.»4 Por lo demás, no exagere mos las injusticias , porque «es . . . posible que un hombre condenado a muerte por un crimen que no ha cometido, lo haya merecido por otro crimen desconocido».5 La exa-
'Ibídem.
'Ibídem,
1
4
1
págs. 104-106. Ibídem, pág. 1 0 8.
Ibídem,
147
Ibídem,
págs. rr4- r r5. p ág. 107.
E L P E C A D O O R I G I NA L
geración del razonamiento pone e n evidencia la dificul tad que el conde no h a resuelto todavía por completo. Propondrá, por lo tanto, un tercer argumento en el t ranscurso de la tercera conversación : en realidad, nadie es inocente. Y el conde se dedica a criticar desdeñosa mente la increíble p retensión del hombre que reprocha a Dios las desgracias de los justos, esa «inconcebible locu ra que se atreve a basar sus argumentos contra la Provi dencia, sobre las desgracias de una inocencia que no exis te» . Esta vez el argumento es irrefutable. De Maistre está convencido de lo que dice: «Decidme, por favor, ¿dónde está la inocencia? ¿Dónde está el justo ?»1 Incluso si h ay apariencias de injusticia y errores Je la j usticia-por lo demás ni mucho menos tan numerosos como se dice-en realidad, como nadie es inocente, todo castigo es siem pre merecido. Si es verdad «que no hay hombre inocen te en este mundo; que todo mal es un castigo . . . : me pa rece que con esto es suficiente para que aprendamos al menos a callarnos». 2 Esta vez el conde es consciente Je haber encontrado un argumento desconcertante: «No hay nadie justo sobre la tierra. » Lo demuestra la alegría con la que expone la prueba que confirma su razona miento: el h ombre virtuoso, cuando sufre, no se quej a de su suerte, sino que se resigna a ella y ruega a Dios; la iro nía quiere que, por el contrario, sea el malvado quien re p roche a Dios los males por los que sufren los j ustos : « ¡ Que cosa tan extraña! ¡ Es el crimen el que se queja por los sufrimientos de la virtud ! ¡Siempre es el culpable quien se atreve a reproch ar a la Providencia cuando 1
'Ibídem, pág. 2 2 r.
Ibídem, pág. 2 1 7 .
148
TO D O S C U L PA B L E S
rehúsa esos mismos bienes a la virtud! » 1 E l conde cita el caso de una joven pura «atormentada por un horrible cáncer que le consume la cara»: sus ojos y su n ariz han desaparecido y la enfermedad « avanza sobre sus carnes virginales», pero ella se resigna a su castigo y da gracias a Dios por haberle concedido «el don de no pensar más que en él». 2 Es el mismo argumento que desarrollará Huysmans en Santa Lidwina de Schiedam (19 01). Tal vez no haya justos, pero hay santos-santas sobre todo-que aceptan sufrir y piden perdón por sus semejantes . «Si la inocen cia se encuentra en alguna p arte en este mundo, es en este lecho de dolor» , sin embargo esta inocencia es un «estado de j usticia» al que el hombre sólo p uede acer carse, y cuanto más se acerca, más expuesto está a la des gracia.
TODOS CULPABL E S
Llegados a este punto, la demostración, p o r así decirlo, está completa, después de tres j ustificaciones contradic torias , como en la anécdota del caldero de Freud. La fe licidad de los malvados y la desdicha de los justos no son un escándalo, en primer lugar porque felicidad y desdi cha están repartidos indistintamente entre los j ustos y los malvados; luego porque los j ustos son más felices por término medio, y los malvados más infelices; y, finalmen te, porque no hay j ustos. Habrán hecho falta tres con versaciones para llegar a este desenlace. Al final de la ' Ibídem,
' Ibídem,
pág. 2 23 .
149
pág. 2 2 2.
E L P E C A DO O R I G I N A L
primera, e l conde sólo había demostrado l o siguiente, que era retomado al principio de la segunda: «Espero que no os quede ninguna duda de que el inocente, cuan do su/re, no su/re nu nca más que en su con dición de hom bre; y que la inmensa mayoría de los males recaen sobre el crimen; con esto me bastaría por ahora.»' El inocente no
sufre por lo tanto como inocente sino como hombre. Se trata en cualquier caso de llevar más lejos este razona miento probabilista. Pero esperar una conclusión con vincente, s upone que antes se haya descartado la posibi lidad de que el hombre pueda ser inocente. De ahí la necesidad de una segunda conversación , perfectamente situada entre las dos p rimeras justifica ciones de la Providencia, que eran provisionales , y la ter cera j ustificación, definitiva. La mayor p arte de la segun da conversación está dedicada a la crítica del mito del «buen salvaje» y refuta la tesis de Rousseau sobre el ori gen de las lenguas. El objetivo de esta larga digresión, que considera a las lenguas salvajes como residuos y rui nas en vez de rudimentos, lenguas decadentes y no len guas primitivas, es negar el argumento racionalista tradi cional contra el pecado original: o bien los salvajes han sido castigados, aunque, como no se les ha ofrecido la re dención , el mal reside en Dios , o bien el pecado original es una ficción. La reflexión sobre las lenguas se origina así por la proposición heterodoxa del conde sobre el continuo pecado original. El caballero, tercer interlocutor de las Veladas , joven, francés , seducido en otro tiempo por la Ilustración, se ' Ibídem, pág. 1 32.
TO D O S C U L PA B L E S
opone a l a idea d e que las enfermedades que padecemos como consecuencia de la herencia tengan algo que ver con el gobierno temporal de la Providencia ( recuérdese que el conde consideraba a las enfermedades, que a sus ojos padecían más los malvados que los justos, como una prueba de ese gobierno, lo que llevaba a preguntarse si era justo que las enfermedades físicas se transmitiesen por herencia) : <
dos por aquellos crímenes, como tampoco por el de nues tros primeros padres. No creo que la fe llegue a tanto; y si no me equivoco, creo que con un pecado original tene mos de sobra, ya que ese pecado nos ha expuesto a todas las desgracias de esta vida.»1 El principio de la transmi sión de una enfermedad hereditaria como castigo por un pecado actual indigna al caballero, que reafirma la unici dad y el misterio del pecado original, porque lo que es en principio inaceptable (la transmisión de un castigo a los herederos) se convierte, de acuerdo con la doctrina cris tiana, en aceptable en este único caso. El conde trata de responder al tenaz optimismo del caballero y a su incom prensión de la dureza de la condición humana, formulan do su propia doctrina del pecado original continuo: «Si no he hecho ninguna distinción entre las enfermedades, es porque todas son castigos . El pecado original, que ex plica todo y sin el cual no se explica nada, por desgracia se repite continuamente, aunque de una forma secunda ria.» É sta es, puesta en su contexto, la desconcertante ' Ibídem, pág. 129.
E L P EC A D O O R I G I N A L
fórmula d e la que hemos partido: e n aparencia generaliza el principio de la transmisión hereditaria del castigo a to dos los pecados sobre el modelo del pecado del primer hombre. El conde defiende entonces su tesis. Nos encon tramos en las raíces del pesimismo antimoderno: El pecado original es sin duda un misterio; sin embargo, si el hombre lo examina de cerca, ese misterio, como los demás, tiene aspectos plausibles, incluso para nuestra limitada inteli gencia. Dejemos de lado la cuestión teológica de la imputa ción, que permanece intocable, y atengámonos a esta observa ción vulgar, que concuerda tan bien con nuestras ideas más naturales: que cualquier ser que tenga la facultad de propagarse sólo será capaz de producir un ser similar a él. Esta regla no tie ne excepciones: está escrita en todas las partes del universo . ... La enfermedad aguda no es transmisible; pero lo que vicia los humores se convierte en enfermedad original y puede dete riorar a toda una raza. Lo mismo pasa con las enfermedades morales. Algunas pertenecen al estado habitual de la imper fección humana; pero hay en ellas tal prevaricación o serie de prevaricaciones que pueden degradar absolutamente al hombre. É s te es un pecado original de segundo grado, pero que nos recuerda , aunque imperfectamente, al primero. De ahí provienen los salvajes que han hecho que se dijeran tantas extravagancias, y que han servido sobre todo de texto eterno a J.-J. Rousseau, uno de los más peligrosos sofistas de su siglo ... Rousseau tomó siempre al salvaje por el hombre primitivo, mientras que no es ni puede ser más que el descendiente de un hombre desgajado del árbol de la civilización por una prevari cación cualquiera.'
' Ibídem, págs. 1 2 9-1 3 0. 152
C O N TAGI O Y R E VER S I B I L I DAD
Y el conde pasa a continuación a hacer consideraciones sob re las lenguas primitiva s , los restos de lenguas anti guas y las p ruebas de la degradación de los s alvajes , y por t an to indicadores de s u afectación por el pecado original.
CON TA G I O Y R EV E R S IBILI D A D
De Maistre se aventura aquí por un terreno teológico pe ligroso, y, aunque finja no tocar la c uestión de la imp uta ción , es decir, el misterio de la participación de todos en el pecado original, su argumentación no está exenta de consecuencias sobre esta cuestión . Con prudencia, reite ra su afirmación del pecado original continuo, es decir de la existencia del «p ecado o riginal de segundo grado . . . que nos recuerda, aunque imperfectamente, al prime ro». Ahora bien, mediante esta doctrina que, sea como sea, racionaliza el misterio, De Maistre no sólo apela al anatema sino que demuestra la influencia que han ejerci do sobre su pensamiento los filósofos de la Ilustración y que le emparenta curiosamente con aquello que en p rin cipio le sería m ás ajeno: la teología p rotestante. El dogma de la unicidad del pecado original unum est o rigine-fue en efecto recordado formalmente en el concilio de Trento: este pecado se transmite por vía he reditaria, y no por un acto de imitación , como p reten dieron los pelagianos, refutados por san Agustín; inma nente en cada individuo, no brota de cada voluntad por un acto personal que imitara la p revaricación de Adán. De Maistre s abe todo eso, que pudo haber leído en el -
15 3
E L PEC A D O O R IGINAL
Dicciona rio de teología de Nicolas Bergier. 1 É sta es la cau s a por la que no habla de imputació n , y en c ambio todos los términos consagrados están presentes : p reva ricación y p ropagación en p articular. S us « aunque» re petidos «a unqu e de una forma secundaria», «aunque -
imperfectamente»-tratan de prevenir el anatema. Lo que no impide que esté muy cerca de proponer que el «pecado original de segundo grado» imita al primero y compromete a la voluntad. Imaginamos sin mucho es fuerzo cómo De Maistre ha llegado a esta conclusión en su lucha contra las ideas de la Ilustración . Ya san Agus tín , combatiendo el racionalismo de los pelagianos, había sido tentado por la tesis del pecado original continuo. 2 Para que haya un castigo común, decía, e s necesario que haya un pecado común . Pero, ¿ cómo concebir esta co munidad del pecado? Mediante un inmanentismo que iba a definir, después de Agustín , la doctrina cristiana: Adán pecó, y toda su descendencia pecó con él. S u de gradación culpable autoriza a Dios a vengar en cada uno de nosotros el pecado cometido por nuestro primer pa dre, porque el género humano es un bloque pecador, massa peccatz� massa perdition is o massa damnata , según las expresiones de Agustín.1 De este modo toda la huma-
' Véase el artículo «Origine! (Péché)» de la Encyclopédie métho dique. Théologie, óp. cit, t. Ill, p ágs. 5 4A- 5 7B .
' Para l o que sigue, véase d artículo «Peché origine!» del D ic tionnaire de Théologie Catholique, ed. A. Vacant y E. Mangenot, Pa
rís, Letouzey et Ané, r 9 3 3, t. XII, vol. 2. ' De Maistre emplea también la expresión «masa que debe su frir» para calificar la condición humana, a propósito del ciego de na-
I54
CO N TAGI O Y R E VER S I B I L I DAD
nidad es solidaria con el pecado de Adán: por eso, de acuerdo con el agustinismo ortodoxo, De Maistre sostie ne que «el inocente, cuando sufre, no sufre más que en su calidad de hombre». Agustín creyó oportuno indicar también el medio de esta propagación: la concupiscencia , que hace posible siempre el pecado renovado y transmi te el pecado heredita rio . La concupiscencia repite en cierto modo el pecado original propagándolo a toda la h u manidad: aquí tenemos un modelo de ese «pecado original de segundo grado» que menciona De Maistre, mientras que Agustín h abía querido representar aquello que el primer pecado y su transmisión tenían de plausi ble. Sin embargo, si Agustín fue el inventor principal, el doctor del pecado original, la doctrina cristiana no hizo de la concupiscencia el medio de su propagación y no identificó con ella a la totalidad del mal humano. La or todoxia sigue manteniendo el misterio de la imputación sin correr el riesgo de multiplicar el pecado original por imitación. A cada reaparición del agustinismo en la his toria, no ha faltado nunca la insistencia pesimista sobre el papel de la concupiscencia en la propagación del pe cado original. De Maistre menciona poco la concupiscencia (se ha relacionado la importancia doctrinal que Agustín le da con el papel que h abía representado en s u vida antes
cimiento que sufre «el castigo por sus p ropios pecados o por los de sus padres», o de las «enfermedades físicas que padecen los niños bauti
zados antes de la edad en que podrían pecar», antes de hacer de cual quier castigo el resultado de «algún crimen actual u original», en Les Soirécs de Saint-Pétcrshourg, óp. cit . , t . I, págs. 1 9 9 -2or. 155
E L P E CA D O O R I G I NA L
de su conversión) , pero la describe como una enferme dad contagiosa que está en la raíz de todas las enferme dades físicas o morales. Se ha sugerido que De Maistre dependía en este punto de Malebranche, que h abía in terpretado «la transmisión del pecado original como un contagio en cierto modo físico».1 Malebranche, según Nicolas Bergier que se apartaba abiertamente de él en este punto, explicaba los efectos del pecado original por las «impresiones dejadas por los objetos sensibles en el cerebro de nuestros primeros padres en el momento de su pecado, impresiones que se h an transmitido, y conti núan comunicándose a sus descendientes». 2 S uponiendo que el pecado original se repita continuamente en el tiempo, De Maistre actualiza entonces la falta de Adán, y vincula el pecado original al pecado actual, como peca do original renovado, de una manera poco ortodoxa. Sin embargo, a finales del siglo XVIII y principios del xrx, no era el único en relacionar el pecado actual con el pecado original. C uriosamente, es una tentación que en aquel tiempo estaba en las antípodas de su pensamiento, pero que respondía a un mismo deseo de racionalización y de subjetivismo en la interpretación del misterio. El te ólogo protestante Friedrich S chleirmacher, precursor de la filología, sostiene también que el individuo está afec tado por el pecado original como representante de la hu' Pierre Vallin, «Les Soirées ele Joseph
CO N TAG I O Y R E V E R S I B I L I DAD
manidad, y no ya solamente como bloque pecador o mas sa peccati. Individualiza por lo t anto la falta, con el re sultado de que todo pecado se convierte en original, en cuanto que es el resultado de una influencia hereditaria. Desde el punto de vista del lugar, nos dice, «el pecado original de cada cual es parte integrante del mundo que nos rodea, término que designa a la familia, la trib u , el pueblo o la raza», mientras que desde el p unto de vista del tiempo «el pecado original de una generación en cuentra su motivo en aquel de las generaciones prece dentes y se convierte a su vez en un motivo p ara el futu ro» . ' Esta teoría preocupa al autor del artículo «Pecado original» del Dictionnaire de Théologie Catholique: «Concebido de este modo, piensa, el pecado original se desarrolla en proporciones aterradoras, ya que es una he rencia que aumenta de generación en generación.» Al re petirse, el pecado original se amplifica hasta la confusión entre pecado original y pecado actual: «En la lógica de este punto de vista, todo pecado es original en un senti do, en cuanto que res ulta de una influencia hereditaria, y actual en otro, en cuanto que es un acto producido por la voluntad. » La Iglesia se h a opuesto siempre a esta iden tificación del pecado original con la herencia perniciosa y la pecaminosidad innata que h a dej ado en nosotros la influencia de las generaciones anteriores. No obstante la postura de De Maistre se acerca a la de S chleiermacher: cualquier individuo, en el lugar de Adán, habría actuado como él, y Adán, transportado entre sus descendientes, ' Dictionnaire de Théologie Catholique (DTC), óp. cit . , t. XII,
vol . 2, col. 5 6 2.
157
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h abría imitado su conducta. Pecado actual y pecado origi nal se reflejan uno a otro como en un espejo, de acuerdo con una doctrina que racionaliza y subjetiviza a la vez la Caída. Queda por demostrar que De Maistre pueda conci liar esta doctrina extremista del pecado original con su teoría, más conocida y reconocida a partir de la época de las Consideraciones sobre Francia, de «la reversibilidad de los sufrimientos de la inocen cia en ben eficio de los cul pables». Para que haya reversibilidad es necesario que
h aya inocentes, y el cristianismo, según De Maistre, «re posa enteramente sobre este dogma magnificado de la inocencia que paga por el crimen » . ' De Maistre, soste niendo por lo demás que no h ay inocentes, procura h ablar casi sistemáticamente de los sufrimientos de la inocencia y no de los sufrimientos de los inocentes. El se nador plantea abiertamente el problema hacia el final de la octava conversación, después de que el caballero h aya resumido toda la argumentación de las Veladas expuesta h asta entonces, repetido que «no hay hombre justo», y recordado (da teoría del peca do origina l» expuesta por el conde.2 Como dice entonces el senador: ((No hay n adie justo p ropiamente hablando, de donde se dedu ce que todo hombre tiene alguna culpa que expiar». 3 Y es pre cisamente aquí donde el conde introduce en Las veladas de San Petersburgo su teoría de la reversibili dad: ((Eljus-
' Maistre, Considérations sur la France, óp. cit., pág. 1 2 1 . ' Í dem, Les Soirées de Saint-Pétersbourg, óp. cit, t . 11, p ág. 434. 3 Ibídem, pág. 43 5.
CONTAG I O Y R EV E R SIB ILI DAD
to, cuando sufre voluntariamente, no lo hace solamente por él, sino por el culpable por vía de reversibilidad. »'
Todos son culpables, pero algunos son todo lo inocen tes posible y soportan sin embargo sufrimientos despro porcionados, como la j oven que consume un cáncer. De Maistre no tiene más remedio que aceptar esta s util ca suística para poder afirmar a la vez la repetición del pe cado original y «la reversibilidad de los sufrimientos de los inocentes en beneficio de los cu lpables». Su teoría de la reversibilidad roza por lo demás la herejía: «Los hom b res no han pensado nunca que la inocencia pudiera s a tisfacerse con e l crimen; y han creído a demás q u e e n l a sangre había una fuerza expiatoria d e manera q u e la vi da , que es la s angre, pudiera redimir otra vida . » 2 La or todoxia de esta «salvación por la s angre» y de la teoría universal del sacrificio que ilustra es tan sospechosa co mo la teoría del pecado original que le sirve de funda mento; sin embargo, la doctrina maistriana de la reversi bilidad, con todo su horror, está hecha a la medida de la idea del pecado original renovado «continuamente en el tiempo» . La definición maistriana del pecado original se man tiene al borde de la herejía a fin de responder a la crítica de la Ilustración con sus propios términos , a Voltaire, que atribuía el terremoto de Lisboa a un Dios m alvado, y a Rousseau , que ahorraba la decadencia al buen salvaje. Es una prueba de la influencia que ejercieron sobre De
' Ibídem, pág. 440; cf. pág. 460. ' Ibídem, pág. 4 6 5 .
I59
E L P E CADO O R I G I NAL
Maistre sus enemigos, los filósofos de la Ilustración , cuando trata de racionalizar y de individualizar el mis terio de la imputación . Concebido de este modo, con un pesimismo similar al del agustinismo y del j ansenismo, el pecado original se puede repetir siempre en un peca do actual y multiplicarse de este modo como una espan tosa herencia, una masa pecadora que aumenta con ca da generación. Esta visión choca con la doctrina cristiana al romper la unicidad del pecado original que h ace que se repita «constantemente en el tiempo», pero choca sobre todo por su pesimismo profundo: hace a ca da hombre, individualmente y no sólo solidariamente, culpable de la Caíd a . ¿De dónde viene esta terrible idea de la imputación ?
LA M U E R T E D E L R E Y
A p artir d e 1 7 9 7, e n s u s Con sideracio n es sobre Fra n cia , De Maistre aplicaba un razonamiento análogo a la Revolu ción francesa, castigo infligido a todos y falta imputable a todos. Entre las víctimas de l a Revolu ción, «hay inocentes , sin duda, entre los desdichados, pero b astantes menos de lo que se imagina habitual mente» .' En el caso concreto de la ejecución del sobera no, cada sujeto fue individualmente culpable del crimen supremo, y «nunca mayor crimen tuvo mayor n úmero de cómplices»,2 o, algunas líneas más adelante, <
160
pág. 99.
LA MUERTE DEL REY
yor crimen tuvo (a decir verdad, en grados distintos) un mayor número de culpables». Encontramos aquí, en la mención de los distintos «grados» en la falta, el tipo de re serva que De Maistre iba a formular con sus «aunque» a propósito de la repetición del pecado original, pero sin de jar por eso de sugerir que la condena a muerte de Luis XVI estaba relacionada con un «pecado original de segundo grado»: «Lo que distingue a la Revolución francesa, y lo que hace de ella un acontecimiento único en la historia, es que fue radicalmente malvada.»2 O también: «Hay en la Revolución francesa un carácter satánico que la distingue de todo lo que se había visto hasta entonces y tal vez de to do lo que se verá en el futuro».3 La Revolución pertenece a la historia, pero, como mal absoluto, escapa de ella por su unicidad , unicidad que se identifica con la de la Caída y que, a los ojos de De Maistre, constituye un fin y un reco mienzo, una especie de Apocalipsis y el principio de una regeneración. El modelo de la Revolución, del que Francia fue responsable, no como masa indivisa sino como cuerpo orgánico, se ajusta retrospectivamente al pecado original. Que éste se repite continuamente en el tiempo, es precisa mente lo que la ejecución del rey puso de manifiesto. Después De Maistre, el tema de la ejecución del rey como sacrilegio se puso de moda. Lamennais lo retomó: «Desde el deicidio de los j u díos, jamás se había cometi do crimen más enorme . . . Cuando Luis subió al cadalso , no fue solamente un mortal virtuoso quien sucumbió a la rabia de algunos m alvados; fue el poder mismo, viva imagen de la Divinidad de la q ue emana, fue el principio 1
1
Ibídem , pág. 1 0 2. ' Ibídem, pág. 1 2 9 .
16 1
' Ibídem , pág. 132.
E L P E CA D O O R I G I NA L
del orden y d e la existencia política, fue la sociedad en tera lo que pereció . »1 L a alusión a la p asión de Cristo, a menudo confundida con una reiteración del pecado original en la tradición del antiju daísmo cristiano, b as tó p ara dar ese mismo sentido a la muerte de Luis XVI. La comparación del pecado original con el deicidio y el complot j udea-m asónico como explicación de la Revo lución lleva incluso a Théophile G autier a imputar a los j udíos la muerte de Luis XVI en el poema «Los Merca deres del templo» , en el que se dirige a la «raza» judía: Destronaste a Jesús de su sublime cruz Como a Luis Capeto de su trono de rey. Cristo y rey bajo tu fuerza bruta Del trono y del altar los dos cayeron muertos.2
UN S C H O P E N H AUER M A ISTR!ANO
Para De Maistre, como observaba S cherer, p rotestante ducho en teología, «junto con el pecado original pro piamente dicho, hay caídas originales de segundo gra do» . 1 Sin embargo, p arece que ninguno de sus suceso res se atrevió a retomar expresamente por su cuenta
' Lamennais, Essai sur l'indzf/érence en matiere de religion, óp. cit., t . I , págs. 4 2 8 - 4 2 9 . ' Gautier, Poésies diverses, r833-r838, en Poésies completes, ed. René Jasinski, París, Nizet, 1 9 7 0 , 3 vol s . , t. II, pág. 1 1 2. 3 Scherer, «Joseph de Maistre», art. citado, p ág. 2 7 8 .
U N S CHO PENHA UER MAIST RIA N O
una «teoría del pecado original» tan estricta, o una «so ciología del pecado original», como la llama Klossows kí. ' En Baudelaíre, por ejemplo , su mejor discípulo, ni rastro de evidencia de la multiplicación del pecado ori ginal, a menos que la teoría del progreso como « dismi nución de las h uellas del pecado original»2 suponga su multiplicación prevía. Ba udelaíre adopta por lo demás la idea agustiniana de la creación continua de Dios «Dios crea continuamente en el tíempo»-3 en la que la noción de pecado original continuo está implícit a . Sin embargo , no h ay nada explícito. Lo que no es óbice p a ra que , frente al espectáculo terrorífico de la Revolu ción y de sus recaídas continuas, la redefinícíón moder na o antimoderna del pecado original se imponga y haga de él un pecado permanente: p ara el antímoderno se es siempre culpable , y el mal está en todas p arte s . E s to es lo que la teoría de l a decadencia como entropía re formulará a finales del siglo x1x. De este modo la doctrina pesimista de S chopen h auer, basada en la convicción de que «la vida es mala» y viendo en el sufrimiento del mundo la consecuencia de la disociación de la volunta d , h a podido ser interpretada no solamente en sentido moral como una incitación a la caridad, como en Brunetíere, sino también en sentido
' Klossowski, «Le marquis Je SaJe et la Révolution» (7 Je febre de 19 3 9 ) , art. citado; D. Hollier, Le Collegc de Sociologie, óp. cit., pág. 5 2 9 . ' BauJelaire, Mon coeur mis d nu, ó p . cit. , t. I , pág. 6 9 7. 1 Í dem, carta a Auguste Poulet-Malassis [finales Je agosto de 1 8 6 9], Correspondance, óp. cit., t . II, pág. 8 7.
ro
E L P ECADO O R I G I N A L
metafísico como caída, menos acorde con la doctrina cristiana, o mejor aún católica, que con la tesis hetero doxa y trágica de De Maistre sobre el pecado original continuo. Jean Bourdeau, divulgador de Schopenhauer en Francia a partir de r 8 8 r, lo comparaba a De Maistre en lo referente al pesimismo/ aunque, de manera inespe rada, fue Charles Renouvier quien propuso la interpre t ación más maistriana de Schopenhauer. Este neokantia no, filósofo oficioso de la Tercera República, estaba decepcionado del evolucionismo de Spencer y seducido por la crítica del dogma moderno del progreso en El mundo como voluntad y como rep resentación: «El pesi mismo de Schopenhauer no trata de deslumbrarse con la imagen de un futuro imaginario, escribe en 18 9 7; juzga el presente, y su j uicio sobre el mundo es el de la doctrina cristiana. Extrae de su profundo sentimiento del mal la hipótesis del pecado original.»2 Para Schopenhauer, el dolor es ley de vida, y el placer nunca es más que la negación de dolor. ¿Y el pecado ori gin al? Es la realización de la voluntad como caída. Así aparece mencionado en la cuarta p arte de El mundo como voluntad y como rep resentación , a propósito de la afirmación de la voluntad de vivir de la mejor forma en el acto generador, ya que esta afirmación, más allá del cuer po y de la vida del indivi duo mismo, es al mismo tiempo afirmación del dolor y de la muerte: «É ste es el significa do profundo de la vergüenza que acompaña al acto de la ' Véase la pág. 73, y nota 1 8 4 . ' Renouvicr, Philosophie analytique d e l'histolre, óp. c i t . , t . IV, pág. 4 0 6 .
U N SCHO P E NHA U E R M A I S T R I A N O
generación»/ concluía Schopenhauer, antes de sugerir una comparación con el pecado original: «É sta es la idea misma que, en una forma mítica, se encuentra en el dog ma cristiano del pecado de Adán; ese pecado, evidente mente, es h aber saboreado el placer de la carne; todos nosotros participamos en él, y por su culpa todos esta mos sometidos al dolor y la muerte.»2 Al ligar el pecado original al acto de la generación, se resuelve el enigma de la imputación, S chopenhauer se muestra tan herético co mo De Maistre. Renouvier describe por tanto la hipótesis del pecado original en Schopenhauer, hipótesis retomada por el pesi mismo y la decadencia del fin de siglo, exactamente como De Maistre h ablaba de ella: S chopenhauer, concreta Re nouvier, «presume, cosa que no p ueden hacer los doctores cristianos, de poder contemplar, sin injusticia, el pecado de todos en Adán, como si fuera el pecado real de cada uno».3 El filósofo no tiene necesidad de someterse a las contor siones lógicas de la tradición agustiniana para respetar el misterio de la imputación, ni siquiera de tomar en cuen ta los «aunque» prudentes de De Maistre: el pecado ori ginal se i dentifica, sin provocar en Schopenhauer ningún estado anímico especial, con «el pecado real de cada uno», identificación que permite a Renouvier concluir sin am-
' Schopenhauer, Le Monde comme volonté et comme representa tion, tr. de A. Burdeau, revisada por R. Roos, óp. cit . , pág. 4 1 4.
' Ibídem, pág. 4 1 4-415. ' Renouvier, Philosophie analytique de l'histoire, óp. cit. , t. I V, págs. 4 0 6- 4 0 7 .
E L P ECADO ORIGINAL
b ages que, p ara Schopenhauer, «el pecado original e s el pecado actual». Difícilmente podríamos imaginar una definición más hermosa de lo antimoderno. Citando un complicado pa saje de san Agustín, Schopenhauer sostenía que «el pe cado original es a la vez una falta y un castigo». ' Existe ya en los recién nacidos, aunque «es en la voluntad del pe cador donde se encuentra la fuente de este pecado». De este modo, pecado original y pecado actual se convierten en inseparables: «El pecador fue Adán; pero todos hemos existido en él.» Para el antimoderno, pecado actual y pe cado original no son más que uno. Para Brunetiere, más allá de la enfermedad del siglo, el pesimismo tenía una causa permanente, si no eterna, «en todas partes encon tramos la miseria, en todas partes la injusticia, y en todas partes el pecado». 2 Renouvier, neocriticista que cada vez desconfiaba más del positivismo histórico y de la ley del progreso ha cia el final de su vida, republicano desilusionado, se in teresa, como Brunetiere, por el pesimismo de Schopen hauer, porque el pesimismo engendra una moral de l a acción , mientras que l a creencia en l a ley del progreso y la idea de que l a vida es buena conducen al fatalismo y a la inercia, a la inmoralidad y al abandono. Brunetiere, que en esto no anda muy lejos de Baudelaire, afirmaba después de haber leído a S chopenhauer: «Creamos fir memente con él que la vida es mala; y así la mejorare' Schopenhauer, Le Monde commc volonté et representation. óp. cit. , pág. 5 0 8 . Brunetiere, «Les causes d u pessimisme», art. citado, pág. 14 2 . 2
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LA VÍCT I M A E S E L V E R D U G O
mos.»' Apartarse d e la naturaleza o de la voluntad, éste es el principio del arte y de la moral. Pero Renouvier va más lejos que Brunetiere. De Schop enhauer extrae no solamente una moral de la solidaridad, sino también una metafísica del pecado original continuo.
LA V Í C T I M A ES EL V E R D U G O
¿Cómo imaginar una confirmación más hermosa del hu mor antimoderno? Si Baudelaire no llega a decirlo nun ca, es porque se da por sob reentendido: e l pecado origi nal es el pecado actual. Schopenhauer mismo comparaba su teoría de la afirmación de la voluntad de vivir con la del pecado original (y su teoría de la negación s ucesiva de la voluntad con la de la Redención),2 pero añadiendo, y en esto se acercaba también a De Maistre, que el cris tianismo se había alejado de «su primitivo significado» y había «degenerado en un llano optimismo» en los tiem pos modernos.3 En su afirmación, la voluntad aparece ' Í dem , «La philosophie de S chopenhauer et les conséquences du pessimisme», art. citado, pág. 2 2 1 . Renouvier había dedicado ya al filósofo, en la época de sus primeros éxitos, «La logique du syste me de Schopenhauer», La Critique philosophique, 1 8 8 2 , t. II, págs. 1 1 3 - 1 2 3 , y «La métaphysique de Shopenhauer», ibídem, p ágs. 1 7 71 8 6 y 1 9 3 - 2 0 4, más tarde, cuando él mismo había sido seducido ya por el pesimismo , «Schopenhauer et la métaphysique du pessimis me», L'Année philosoph ique, 1 8 9 2, págs. 1 - 6 1. Schopenhauer, Le Monde comme volonté et comme representa tion, óp. cit . , p ág . 4 1 5 . 3 Ibídem, p ág. 5 0 8 . 2
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desgarrada e n voluntades opuestas; cada cual s e imagina víctima sin darse cuenta de que es también verdugo; «ve en este h ombre a un verdugo y un asesino, y en aquél a un damnificado y una víctima; pone el crimen aquí y el sufrimiento allá».1 Sin embargo, como en De Maistre, para comprender la distribu ción del mal en el mundo, h ay que elevarse por encima del individuo y comprender la justicia eterna; entonces se descubre que «el sufri miento, tanto el que se inflige como el que se soporta, tanto la m aldad como el mal, están referidos a un solo y mismo ser». 2 A semejanza del «Heautontimorumenos» de Baudelaire, el hombre de Schopenhauer es a la vez vícti ma y verdugo: «Aquel que sabe ve que la distinción entre el individuo que h ace el mal y el que lo sufre es una sim ple apariencia . . . El verdugo y la víctima forman una sola persona. Se equivoca aquel que cree que no partici pa en la tortura; y aquel otro que cree que no tiene s u parte e n la crueldad.»5 C a d a víctima , como cada verdu go, es una manifestación de la voluntad, y «si sufre, es con justicia, en cuanto que se identifica con esa volun tad».4 Uno pensaría que está leyen do a Baudelaire: entre ellos, Emerson p udo ser la relación, en quien Baudelaire leyó que «la polaridad de la acción y la reacción se en cuentran en cada división de la naturaleza».5 Brunetiere, ' Ibídem, p ág. 444. ' Ibídem , p ág. 4 4 6 . 4 Ibídem, pág. 4 4 7 . Ibídem. 1 Emerson, «Compensation», Essais d e philosophie américaine, tr. de É mile Montégu t, París, Charpentier, 1 8 5 1 , pág. 1 6 5. Baudelaire leyó en 1 8 5 2 una reseña de esta traducción (antología de la primera serie de los Essays de Emerson, 1 8 4 1 , seguido de «Uses of Great Mem>, primer ensayo de Represcntative Men, 1 8 5 0 ) , [«Notes pour la 3
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convertido e n schopenhaueriano, e s , a su pesar, u n bau delairiano . Schopenhauer afirmaba: «Somos inocentes culpables, condenados, no a la muerte, sino a la vida». La frase pare ce familiar a un tema baudelairiano, el de «la inmortalidad melancólica», estudiado por Jean Starobinski. ' La vida es una trampa; el m al está sujeto a la voluntad de vivir. Scho penhauer deducía de aquí que «en el fondo somos algo que no debía ser»,2 sentencia resumida por Calderón en La vida es sueño: «Pues el delito m ayor 1 Del hombre, es haber nacido.5 Y en efecto, ¿quién no ve que esto es un crimen , puesto que una ley eterna lo castiga con la muerte? Por lo demás, en ese verso, Calderón no ha hecho más que tradu cir el dogma cristiano del pecado original.»4 «Quiero demasiado a mis hijos como para darles la vida», decía Taine, otro pesimista recalcitrante, durante una cena en Magny, después de una conversación entre Flaubert y los Goncourt, «los tres melancólicos de la so ciedad, los tres a quienes les hubiera gustado no h aber n acido» . 5 « ¡ Ay ! Dios m ío , ¡ qué tontería h abéis hecho al ponerme en el mundo ! », se lamentaba Taine en una car-
rédaction et la composition du journal Le llihou philosophe»] , l'.ll óp. cit. , t. TI, pág. 5 0 . ' Jean Starobinski, «L' immortalité mélancolique», e n L e Temps de la reflexió n , n." 3 , 1 9 8 2, págs. 2 3 1 - 2 5 1 . ' Schopenhauer, L e Monde commc volon tc; e t commc rcp rcsc11tation, óp. cit . , pág. 1 2 5 7. ' En castellano en el original (N. del T ) 4 Ibídem, pág. 4 4 7 . 1 Goncourt, Journal, ó p . cit . , t. l l , pág. 1 0 7 3 , 2 3 de mayo d e 1 8 6 4 . Ocuvres complhcs,
E L P E CAD O O R I G I NAL
ta de I 8 5 4 a su amigo É douard de Suckau.' Del inconve n iente de haber nacido , dirá más tarde Ciaran . Los antimodernos seguramente no estuvieron todos obsesionados por el pecado original, pero todos estuvie ron marcados por Schopenhauer. No hace falta demos trar la influencia del filósofo sobre los escritores de fina les de siglo y en adelante, al menos hasta Céline. 2 Un testigo tan dudoso como Renouvier, y tanto más convin cente, relaciona la doctrina del pecado original tal y co mo aparece en De Maistre con la noción del mal en El mundo como voluntad y como representación y el pesi mismo que provoca. Incluso entre los antimodernos que parecen más aleja dos de un pensamiento teológico del mal, como Proust «No solamente digo que Dios está ausente de la obra de Proust, digo que incluso es imposible encontrar en ella rastro de él», se lamentaba Bernanos-,5 en ocasiones aparece, sin que se sepa si se trata de un recuerdo de Schopenhauer, de De Maistre, o de Emerson ,4 una idea
' H. Tainc, sa vic et sa corrcspondancc, París , Hachette, 1 9 0 4, t. 11, pág. 6 9 . ' Véase Schopenha uer et la créa tion littc;ra irc e n Europc, dir. An ne Henry, París, Klincksieck, 1 9 8 9 . ' Bernanos rEntrevista de 1 9 2 6 p o r Frédéric Lefevre] , Essais et écrits de comhat, óp. cit. , t. l , pág. 1 0 4 5 . 4 Véase, sobre la noción de «reversibilidad», el ensayo de Emer son, «Compensación», traducido en los Essais de philosophie améri ca/ne, donde Baudelaire pudo leer que « k\J crimen y el castigo tie nen la misma raíz» (óp. cit., pág. r 7 0 ) , o que «todo crimen es castigado, toda virtud recompensada, todo error corregido, en silen cio pero infaliblemente» ( pág. r 6 9 ) . 170
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maistriana d e la justicia providencial. El narrador es requerido por el jefe de la Policía cuando, para olvidar el sufrimiento que le h abía provocado la desaparición de Albertine, lleva a su casa a una niña pobre y, según él, la mece inocentemente en sus rodillas: «Y mientras pen saba que no h abía vivido castamente con ella [Alberti ne] , encontraba en el castigo que me h abían infligido por haber mecido a una pequeña desconocida, esa relación que existe casi siempre en los castigos humanos, que ha ce que casi nunca h aya condena j usta ni error j udicial, si no una especie de armonía entre la falsa idea que se hace el j uez de un acto inocente y los hechos culpables que ig nora».1 Para el narrador de la Recherche, como para De Maistre, existe una «especie de armonía» superior a la j usticia h umana entre los delitos y las penas : todo casti go es siempre merecido, o «casi siempre», y no hay nun ca error j udicial, o «casi nunca», ya que Proust fue, a pesar de todo, dreyfusista. Sin embargo, para el defensor de la Iglesia que fue Proust en el momento de la separación entre Iglesia y Estado, incluso en ocasiones en términos barresianos, seguramente el siglo x r x «no es un siglo an tirreligioso», y «de Voltaire a Renan el camino recorrido ( recorrido en el sentido del catolicismo) es inmenso». Si «Renan es todavía un anticristiano aunque cristianiza do», en cualquier caso «Baudelaire se mantiene en la Iglesia al menos por el sacrilegio». 2 Para Proust, el cato' Pro u st, A lbertine disparue, en Á la recherche du temps perdu, óp. cit . , t . IV, pág. 30. ' Í dem, carta a Georges de Lauris, 29 de j ulio de 1 9 0 3, Corres pondance, óp. cit. , t. III, pág. 38 6 . 171
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licismo d e Baudelaire e s evidente y l e permite relacio narle con Racine, sacando de nuevo a colación Port-Ro yal detrás de lo antimoderno. Bernanos tal vez se equivocaba, y la huella del peca do original no estaría por tanto ausente en Proust. Des p ués de la frase más larga de la Recherche leemos lo si guiente en «La casta de las tías», cuadro de la inversión con que se inicia Sodoma y Gomarra: «ciertos j ueces su ponen y excusan más fácilmente el asesinato entre los in vertidos y la traición entre los judíos por razones que tie nen que ver con el pecado original y la fatalidad de la raza».1 É sta es una de las raras menciones del pecado ori ginal de la pluma de Proust, y el p asaje es poco claro. ¿ Qué hace aquí el pecado original? Como si no afectara más que a los invertidos y a los judíos, al menos en la mente de los jueces en cuestión y sin que el narrador se digne h acer el menor comentario. Los demás, ni j udí os ni invertidos, ¿estarían libres del pecado original? ¿ O redimidos ? ¿En qué consistiría un pecado original propio de judíos e invertidos ? Proust confunde, como lo hace a menudo, S ión con Sodoma. Pero todavía hay algo más: Sodoma repite, parece ser, el pecado original de los invertidos, expulsados de la ciudad de la llanura como Adán y Eva del Paraíso. Algo más adelante, evocando a los ángeles situados a las p uertas de Sodoma en el Géne sis, el narrador menciona su «flamígera espada», 2 atribu yendo a Sodoma un accesorio que es cierto que figura en ' Í dem, Sodome et Gornorrhe I, en A la recherché du temps perdu, óp. cit . , t . IIT, pág. 1 7 .
' Ibídem , pág. 3 2 . 172
LA V ÍCT I M A E S E L V E R D U G O
e l Génesis, pero e n otra p arte, cuando Adán y Eva son expulsados del Paraíso. De este modo se confirma la comparación del pecado original con el pecado de Sodo ma. ¿Cuál sería entonces el pecado original equivalente de los j udíos? ¿ Qué traición justificaría la clemencia de los jueces por la fatalidad de la raza? H ay pocas dudas al respecto por este lado: es la muerte de Cristo lo que Proust confunde con un pecado original «de segundo grado» , renovando la antigua queja cristiana contra e l pueblo deicida. Sólo esta hipótesis permite superar la dificultad de la alusión. Proust, antimoderno, cree él también en el pecado original continuo.
17 3
5
LO SUBLIME
L a quinta figu r a d e l o antimoderno tiene relación con su estética de lo sublime. B u rke, antes de reflexionar sobre la Revolución , había especulado sobre lo subli me, en una sorprendente coincidencia, en su Indaga ción filosófica sobre el o rigen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello ( 1 7 5 6 ) . Primer teórico de la con
trarrevolución , fue durante s u j uventud uno de los in ventores de la noción romántica de lo sublime. Compa raba entonces lo s ublime con el horror: «Todo lo que favorece las ideas del dolor y del peligro; es decir, todo lo que es
1
Burke, R echC'rche philosophique sur l' origine de n os idées du su
blime C't du Beau, trad. E. Lagentie de Lavai'sse, París, 1 8 0 3; París
Vrin, 1 9 7 3 , pág. 6 9 . (Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, tr. de Menene Gras, Madrid, Alianza Editorial, 2 0 0 5 . ) I
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LO S U B L I M E
los sen tidos.»' Según Kant, lo s ublime e s ilim itado y, a
diferencia de lo bello , «puede encontrarse también en un objeto informe, siempre y cuando lo ilimitado esté presente en él o gracias a él y que pueda añadírsele me diante el pensamiento la noción de s u totalid ad». 2 Mientras que lo bello está ligado a una form a finita, lo sublime puede ser de dos tipos, por una parte matemáti co , «aquello que es absolutamente g rande» , 3 como las pi rámides, y por otra parte dinámico , aquello que sugiere un infinito en potencia y puede provocar miedo, como «las rocas que se desprenden de pronto y como un cielo amenazador donde se j untan nubes de tormenta que se precipitan entre rayos y truenos», o bien como «volcanes en plena erupción devastadora», o «el inmenso océano enfurecido», o las «cataratas de un caudaloso río»,4 todo ello observado desde un lugar fuera de peligro, según el prototipo de suave 1na ri magno de Lucrecio. De manera que, incluso en Kant, la idea de miedo o de terror sigue estando ligada a lo sublime. Como resumirá Emerson en La conducta de la vida , texto familiar a Baudelaire: «No sé lo que significa la p alabra sublime, a no ser el sometimiento a una fuerza que aterra al niño que todos somos» . 5 ' Kant, Critique de la faculté de juger, trad. Alexis Philonenko, París, Vrin, 1 9 7 9 , pág. 90. (Crítica del juicio, tr. de Manuel García Morente, Pozuelo de Alarcón, Espasa C:alpe, 2 0 0 5 . ) Kant había in troducido ya la noción en sus Observaciones snhre el sentimiento de lo bello y lo sublime ( 1 7 6 4.) 4 Ibídem , pág. 9 9 . ' Ibídem , pág. 8 4. ' Ibídem, pág. 8 7. 1 « I know what the word sublime means, if it b e not the intima tions in this infant of a terrific force» (Emerson , «Fate», The Conduct
P U R I TAS I M P U R I TAT I S
P U R I TAS I M P U RITATIS
En este sentido, la Revolución, que provoca la sorpresa y el terror, linda con lo sublime; representará incluso lo sublime por excelencia. Precisamente porque es «para dójica y misteriosa», observab a Burke en agosto de 1 7 8 9, «es imposible no admirar» su espíritu . Además de a Burke, la Revolución fascinó a numero sos testigos, por hostiles que éstos fuesen. De Maistre abre sus Consideraciones sobre Francia relacionando la Revolución con lo maravilloso y lo admirable, y por lo tan to con lo sublime: «la Revolución francesa, y todo lo que pasa en Europa en este momento, es tan maravilloso den tro de su género como si un árbol diera frutos repentina mente en el mes de enero; sin embargo los hombres, en lu gar de admirar, miran para otra parte o desvarían» . ' Y un poco más adelante, a fin de retener al lector, se lamenta con vehemencia: «No comprendo nada, es la frase de mo da.»3 La Revolución es «incomprensible» y «admirable»: admiratio es el término latino que traduce «sublime». r
o/Ltfe [ 1 8 6 0 ] ; «La destinée», La Conduite de la vie, trad. M . Dugard, París, Armand Colin, 1 9 0 9 , pág. 26, traducción modificada) . (La conducta de la vida, tr. de Javier Alcoriza y Antonio Lastra, Valencia, Pre-Textos, 2 0 0 4. ) ' Burke, carta a lord Charlemont, 9 d e agosto d e 1 7 8 9 , citada en Re/lections on the Revolution in France, Nueva York, Penguin Clas sics, 1 9 8 6, pág. 1 3 . (Reflexiones sobre la revolución en Francia , tr. de Carlos Mellizo, Madrid, Alianza Editorial, 2 0 0 3 . ) ' Maistre, Considérations sur la France, ó p . cit. , pág. 9 4. 3 Ibídem, pág. 9 5.
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Tocqueville, cuando argumentaba que l a Revolución no h abía sido tan extraordinaria como se decía, y que se exageraban sus efectos, la calificaba de hecho «extraño y terrible», «tan monstruoso y tan incomprensible que al percibirlo la mente humana quedaba como perdida». 1 Porque para Tocqueville, que la reduce sin embargo a al go insignificante en sus consecuencias históricas, hay algo sublime en la Revolu ción: «El antiguo régimen ha proporcionado a la Revolución algunas de sus formas; ésta sólo ha añadido la atrocidad de su genio. »2 Aunque él mismo reconoce que «genios valientes y audaces», for mados en una «especie de libertad irregular e intermi tente» que reinaba b ajo el Antiguo Régimen, hicieron de la Revolución «el objeto a la vez de admiración y de te rror de las generaciones siguientes». 3 A dmiración y te rror: los términos irán unidos a partir de ahora. De Maistre no podía evitar admirar, es decir, no sólo considerar con asombro, sino también , puesto que la ad miración comprende estos dos sentidos, contemplar con entusiasmo, la violencia de los j acobinos . Entre ellos, la sed de sangre es lo que revela lo sublime, porque, pensa ba De Maistre, «la sangre es el abono de esa planta que se llama genio».4 El genio necesita violencia y sangre pa ra desarrollarse y alcanzar lo sublime. La Revolución arrastra al genio; es sublime por su pureza maléfica, por su satanismo puro, y h ace saborear la esencia del Mal : «lo que distingue a la Revolución francesa, y l o que hace ' Tocqueville, L'Ancien Régime et la Révolution, óp. cit . , pág. ' Ibídem, pág. 2 8 2. ' Ibídem, pág. 2 1 0 . 4 Maistre, Considérations s u r la France, ó p . cit. , pág. 1 1 9 .
l O O.
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de ella un acon tecim iento único en la historia , es que es mala radicalmente; ningún componente de bien alegra la vista del observador: es el mayor grado de corrupción conocido; es la pura impureza». r Fórmula u oxímoron, como le gustan a De Maistre, «la pura impureza» puri tas impuritatis , decía Justo Lipsio, citado por Huysmans en Trois primitzh -2 califica de la mejor forma posible lo sublime . -
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El enigma, el misterio, el escándalo, el genio de la Revo lución sólo pueden comprenderse como señales de un acontecimiento sobrenatural escrito por la Providencia . Según la «ilumin ación» que inspira a De Maistre e n sus Consideraciones sobre Francia-«iluminación» es su p ro pio término, que nos remite infaliblemente a lo subli me-3 la Revolución es una época y no un acontecimien to, o un acontecimiento tan único que se convierte en una época. De Maistre ve en ella «un Juicio terrible para el momento presente y una Regeneración infalible para el que seguirá».4 S u carácter satánico testifica la irrup-
' Ibídem , pág. 1 2 9. ' Huysmans, Trois primitif� ( ¡ 9 0 5) , París, Flammarion, 1 9 6 7 , pág. 5 5 . 1 Maistre, Les carnets du comte ]oseph de Maistre. Livre journal, q90- r8q, Lyon, Vit re, 1 9 2 3 , pág. 1 2 7. 4 Í dem , primera versión del «Discurso a la señora mar q uesa de Costa sobre l a vida y la muerte de s u hijo» (citado por J . - L . Darcel,
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ción violenta del mal e n la historia. La iluminación tuvo como consecuencia que De Maistre pasó de una visión negativa de la contrarrevolución, vulgarmente pensada como un retorno al Antiguo Régimen-en definitiva la antirrevolución y no la verdadera contrarrevolución-, a una idea original que otorgaba a la Revolución una fun ción providencial y redentora. De acuerdo con una dia léctica histórica que no es del todo ajena a la de He gel-la Providencia representando al espíritu-, la Revolución no es solamente un castigo sino también un renacimiento. Si tiene una dimensión apocalíptica, es co mo ensayo general del Juicio final. En su esencia, la Re volución es religiosa y sagrada. Pone de manifiesto, en forma alegórica, un orden superior y una lógica divina. De Maistre vincula de este modo la historia humana al pensamiento divino, de acuerdo con un fatalismo pro videncialista que sobrepasa el de todos sus contemporá neos. Todo debe ser p uesto en relación con la voluntad de Dios, con su influencia en el mundo, más visible en tiempos de crisis. «Todo lo que podemos conocer me diante la filosofía racional se encuentra en un pasaje de san Pablo», leemos en Las veladas de San Petersburgo, «éste es el pasaje: Este mundo es un sistema de cosas invi-
introducción a De la souveraineté du peuple, óp. cit . , p ág . 3 9 ) . En el texto definitivo leeremos que «todos los males de los que somos tes tigos o víctimas no son más que actos de justicia, o medios de rege neración igualmente necesarios» («Discours a Mme la marquise de Costa sur l a vie et la mort de son fils», en Oeuvrcs completes, óp. cit . , t. VII, pág. 275).
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sibles manifestadas de fo rma visible» . ' E s e l senador, par
tidario del iluminismo, quien h abla así, aunque en las úl timas conversaciones de las Veladas cada vez expresa más el pensamiento del autor. De este modo se explica la t ensión entre lo que De Maistre llama la «política experimental», insistiendo en la fuerza de la historia, de los hechos y de las cosas, y lo que él llama la «metapolítica», subrayando la esencia metafísica y teológica de la política: «Üigo decir que los filósofos alemanes han inventado la palabra metapolítica que viene a ser a la palabra política lo que la palabra me tafísica es a la palabra física . Parece que esta n ueva ex presión ha sido en realidad inventada para expresar la metafísica de la política; porque existe una, y esta ciencia merece toda la atención de los investigadores». 2 Este neologismo, tan elocuente como una imagen viva, define perfectamente la intervención de la Providencia en el gobierno de los asuntos humanos. De Maistre tiene una visión teológica de la política. Opone la verdad revelada de la teocracia a la ilusión ra cional de la democracia . Pero su teología comprende una antropología original del poder. Como Georges Ba taille más tarde, en La soberanía , tercera parte póstuma ' Hebreos, 1 1 , 3 ; citado en la décima conversación de las Soirées de Saint-Pétershourg, óp. cit . , t. 11, pág. 5 0 9 . (El pasaje de san Pablo, en la versión de N acar y Colunga, dice así: «Por la fe conocemos que los mundos h an sido dispuestos por la palabra de Dios, de suerte que de lo invisible ha tenido origen lo visible». Hebreos, 1 1, 3, Sagrada Biblia, Madrid, Biblioteca de autores cristianos, 1 9 8 3 . ) (N. del T ) ' Maistre, Essai sur le principe générateur des constitutions . . , óp. cit . , pág. 6. .
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d e L a parte maldita , examina el papel d e l o sagrado en la creación de la sociedad h umana y el estatuto del mal -Eros y Thánatos-en el ejercicio de la autoridad. Las coincidencias entre sus pensamientos son numerosas, ya que para ambos la soberanía está ligada a lo sagrado y a lo sublime, a través del sacrificio. Para comprobarlo bas ta con comparar la conocida p ágina de la primera con versación de Las veladas de San Petersbugo sobre el ver dugo-«Se j uzga a De Maistre por Las veladas de San Pete rsbu rgo, y se j uzga a Las veladas de San Petersburgo por el pasaje sobre el verdugo», se lamentaba Scherer-' con el pasaje del último libro de Bataille, Las lág rimas de Eros ( r 9 6 r ) , sobre la tortura china. Los dos textos h acen del suplicio y de la pena de muerte la base del vínculo so cial o, como dice Ballanche , a la vez «el horror y el víncu lo de la asociación humana»,2 según una mística de la pe na capital que De Maistre inspira a Baudelaire, en quien Bataille la reconoce: «No existen más que tres seres res petables, afirmaba Baudelaire: 1 El sacerdote, el guerre ro, el poeta. Saber, matar y crear.»3 Ahora bien, el verdu go reúne a los tres: «Ha sido creado, como un mundo», decía De Maistre en una magnífica fórmula.4 Según Bau delaire una vez más: «No hay nadie grande entre los hom b res más que el poeta, el sacerdote y el soldado 1 el hombre que canta, el hombre que bendice, el hombre
' Scherer, «Joscph de Maistre», art. citado, págs. 2 6 4- 2 6 5 . ' Bailan che, Palingénésie socia le, óp. cit . , t . IV, pág. 2 9 8 ; reed. ci tada, pág. 3 7 6 . 1 Baudelaire, Mon coeur mis a nu, óp. cit., t. I, pág. 6 8 4. 4 Maistre, Les Soirées de Saint-Pétersbourg, óp. cit. , t. I, pág. ro 5 .
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que sacrifica y se sacrifica. 1 El resto está hecho p ara el lá tigo . 1 Desconfiemos del p ueblo, del sentido común, del corazón , de la inspiración, y de la evidencia. » ' Los dar dos habituales de Baudelaire contra el sufragio universal conducen al elogio del sacrifici o-«el hombre que sacri fica y se sacrifica»-como m arca de la soberanía, y a la exaltación de la pena de m uerte como sacrificio. Aquí también , es innegable la afinidad con Schopen hauer, que refutaba la teoría temporal y racional del cas tigo como pena por una falta pasada a fin de prevenir una falta futura, a favor de una idea de la pena de muer te conforme a la justicia eterna y a la esencia del univer so: «Aquí el castigo debe estar tan unido a la trasgresión, que los dos constituyan un todo indivisible.»2 Pero la mente poco lúcida, kantiana por ejemplo, se fija en un único fenómeno y «no ve como, en sí, el opresor y la víc tima son uno solo, como es un mismo ser que, no reco nociéndose b ajo su propio disfraz, carga a la vez con el peso del sufrimiento y con el peso de la responsabili dad». 3 Schopenhauer viene así a hacer un elogio del in dividuo que, negando su propia vida, se sacrifica, pero no por interés personal ni por rencor o venganza, sino para «castigar el mal» del que ha sido testigo «con s u ejemplo».3 Este hombre, mediante e l cual n o es e l Estado quien castiga, está ciego de indignación «más allá del
' Bau
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amor propio», más allá del individualismo, y abraza l a voluntad d e vivir e n su esencia , sin considerar más el fe nómeno o el individuo determinado, sino el hombre en sí. « É ste es un rasgo de carácter raro, importante, subli me en definitiva, exclama S chopenhauer; aquí el indivi duo se sacrifica; se esfuerza por convertirse en el brazo de la j usticia eterna». 1 É ste es el verdugo cuya apoteosis celebra De Mais tre al p rincipio de Las veladas de San Petersburgo, igu al que demostrará el carácter divino de la guerra en la séptima conversación. Según el senador, «nunca el cris tianismo, si observáis bien, os parecerá más sublime, más digno de Dios, y más hecho a la medida del hombre que en la guerra». 2 El verdugo reúne los p ap eles del soldado y del sacerdote: « ¿ Quién es ese ser inexplica ble que ha preferido a todos los oficios agradables, lu crativos , honestos e incluso honorables que se ofrecen innumerables a la fuerza o a la destreza humanas, a quel de atormentar y matar a sus semejantes ? . . . es un ser ex traordinario; y para que exista en la familia humana h a ce falta un decreto especial, un FIAT de la fuerza crea dora . »3 De Maistre h abía asistido en 1 8 0 6 a «aquel espanto so suplicio del knut»,4 como lo relata en una carta a su hermana, madame de S aint-Réal: «Cada golpe hace volar
' Ibídem, pág. 4 5 2. ' Maistre, Les Soirées de Saint-Pétersbourg, óp. cit., t . II, pág. 3 8 9. 3 Ibídem, t. I, págs. r o 4- 1 0 5 . 4 Í dem, carta a Madame d e Saint-Réal, 1 8 0 6 , e n Oeuvrcs comple tes, óp. cit. , t. X, pág. 2 6 8 .
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p o r los aires l a sangre y la carne, y pronto e l desgraciado ya no es más que un esqueleto sanguinolento, una espe cie de disección viva, 1 Triste objeto en el que triunfa la cólera de los dioses . » ' La cita de Fedra atenúa en lo posi ble la espantosa realidad del suplicio , y De Maistre con cluye su relato en un tono desenfadado que recuerda ahora a Madame de Sevigné: « ¿ Qu é te parece mi pluma que escribe estas frivolidades? ¿Pero de qué serviría, mi querida hermanita, tener un hermano en Rusia y no co nocer a fondo lo que es un knut? En otra ocasión te con taré cómo se celebra aquí un matrimonio. Es una ceremo nia muy diferente, y hay mucha menos sangre. »2 De Maistre, cuya correspondencia, a menudo fasci nante, es un alarde de delicadeza y prueba de que odiaba la violencia, dab a sin embargo una descripción detallada de la obra del verdugo y alcanzab a el colmo del horror en la literatura: «Se le entrega un envenenador, un p arri cida, un sacrílego: lo agarra, lo tumba, lo ata sobre una cruz horizontal: levanta el brazo . Entonces se hace un si lencio horrible; y no se oye más que el chasquido de los huesos que se rompen a cada golpe y los gritos de la víc tima. Lo desata, lo coloca en una rueda; introduce los miembros destrozados en los radios; la cabeza cuelga; los pelos se erizan; y la boca, abierta como un horno, de ja escapar intermitentemente palabras ensangrentadas pidiendo la muerte. Se acabó; el corazón late todavía, pero es de gozo. Se aplaude y se dice a sí mismo: Nadie gira mejor que yo . ¿Es esto un hombre ? Sí. Dios le aco. .
' Ibídem , pág. 2 6 9 .
' Ibídem, pág. 2 7 0 .
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g e e n sus templos y l e permite rezar.»r De Maistre tiene sus razones para insistir: la ejecución es un ritual funda cional de la sociedad. Baudelaire heredará esta idea sagrada y sublime del cas tigo: «La pena de muerte es el resultado de una idea místi ca, totalmente incomprensible hoy. La pena de muerte no tiene como finalidad salvar a la sociedad, materialmente al menos. Tiene por finalidad salvar (espiritualmente) a la sociedad y al culpable. Para que el sacrificio sea perfecto, es necesario que haya consentimiento y goce por p arte de la víctima». 2 No se trata ni de prevenir el crimen ni de dar un escarmiento, sino de reafirmar mediante el sacrificio el pecado que hay en el origen de toda sociedad humana. Un mismo consentimiento de la muerte mediante el reconoci miento de la culpabilidad aparece en un proyecto de poe ma en prosa p ara El spleen de Pa rís: «Condena a muerte. (Culpa que había olvidado, pero que he recordado de p ronto, después de la Conden a . ) »3 El borrador se pare ce a uno de esas pesadillas que Baudelaire reúne bajo el tí tulo «Üneirocrítica» ,4 una de esas pesadillas en las que uno se siente culpable para toda la eternidad. El poeta dramatiza, imita en clave de histeria el frío razonamien to que De Maistre se hacía en las Consideraciones sobre Francia, o incluso, antes de su «iluminación», en el dis-
' Í dem, Les Soirées de Saint-Pétershourg, óp. cit. , t . 1 , pág. 1 0 5. Baudelaire, Man coeur mis a nu, ó p . cit . , t. 1, pág. 6 8 3 . 3 Í dem r «Liste de projets»] , e n Oeuvres completes, óp. cit . , t . 1, pág. 3 6 9 . 4 Ibídem, p á g . 3 6 7. '
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curso a la señora de Costa de 1 7 9 4 : s i «sufrimos con re signación reflexiva», «SÍ sabemos unir nuestra razón a la razón eterna», entonces , «en lugar de ser sólo pacientes, seremos al menos víctimas» . ' La sumisión a la voluntad divina transforma al paciente en víctima, es decir en agente. El malvado «es esta Voluntad, es ella por com pleto», decía a su vez Schopenhauer, y con esta conse cuencia, que «no es solamente el verdugo, sino que tam bién es la víctima». 2 Y la víctima es también el verdugo . É sta es la condición de la reversibilidad: que la víctima se convierta en paciente, y por lo tanto en agente, que consienta en el sacrificio, y que se sacrifique. «Toda re volución tiene como corolario la masacre
' M aistre, «Discours a M m e l a m arquise
' Schopenha uer, Le Monde comme volonté et comme représenta tion, óp. cit . , pág. 4 6 0. ' Ba udelaire , í«Aphorísmes» ] , en Oeuvres completes, óp. cit., t . I , p á g . 7 1 0 y n ." 1 0. ' Maistre, Considérations sur la France, óp. cit . , pág. 1 2 1.
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E n l a versión sensacionalista d e Baudelaire, e l movi miento sublime de transformación del p aciente ajusticia do en víctima sacrificial daba lugar a un proyecto de melodrama: «El reverso de Claude Gueux. Teoría del sa crificio. 1 Legitimación de la pena de muerte. El sacrifi cio sólo es completo con el spon te sua de la víctima.» Hasta ese momento, la interpretación de Baudelaire es taba de acuerdo-nada más maistriano que «el sponte sua de la víctima»-, pero las cosas se tuercen a conti nuación, cuando se trata de ridiculizar el humanitarismo de Víctor Hugo en Claude Gueux, libro que abogaba con tra la pena de muerte: «Un condenado a muerte que, es capado del verdugo, liberado por el p ueblo, volviera al verdugo. -Nueva justificación de la pena de muerte». ' Como a s u vez dirá Bataille, a propósito d e Sade: «La con dena a muerte es la transgresión de la prohibición del crimen. En su esencia, la transgresión es un acto sagrado. La condena a muerte legal es profana y como tal inadmi sible.>» La condena a muerte, según De Maistre, Scho penhauer o Baudelaire, recupera el fundamento místico del sacrificio: «El sacrificio restituye al mundo sagrado aquello que el uso servil ha degradado y profanado», es cribía Bataille en La parte maldita . 3
' Baudelaire [«Listes d e t itres e t canevas d e romans e t nouve lles»] , en Ocuvres completes, óp. cit . , t. I, pág. 5 9 8 . ' Georges Bataille [La Souveraineté] , e n Oeuvres completes, Pa rís, Gallimard, 1 9 7 0 - 1 9 8 8, 1 2 vol., t. VIII, pág. 2 9 7. ' Í dem, La Part maudite ( 1 9 4 9 ) , en Ocuvres completes, óp. cit . , t . VII, p á g . 6 r. 188
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D e modo que la teoría sacrificial d e la pena d e muer te h ace del verdugo un pilar de la sociedad: «toda gran deza, toda fuerza, toda subordinación descansa en el verdugo: él es el horror y el vínculo de la asociación hu mana. Expulsad del mundo a este agente incomprensi ble; inmediatamente el orden es sustituido por el caos; los tronos se vienen abajo y la sociedad desaparece. Dios que es el creador de la soberanía, lo es también del casti go». ' Para De Maistre, «el vínculo de la asociación huma na» y toda soberanía descansan sobre el horror del sacrifi cio. Corresponderá al senador resumir el pensamiento del conde sobre el verdugo en la séptima conversación: «Es un ser sublime . . . ; es la piedra angular de la sociedad, . . . expulsad del mundo al verdugo, y todo orden desapare ce con él.»2 El verdugo es t an importante, y De Maistre le dedica una p ágina tan intensa, no porque simbolice el absolutismo del poder haciendo visible la j usticia tem poral del Estado, sino más bien porque él da sentido al mundo, que, sin él, retornaría al caos, al m al original, porque en él, incluso cuando lo ignora, se expresa la esen cia de la voluntad. Antes de la guerra de 1 9 4 0 , en la época del College de Sociologie, Caillois se m ostró particularmente sensi ble a esta p ágina: «Joseph de Maistre, al final del retrato impresionista que h ace del verdugo, del terror que ins pira, de su aislamiento entre sus semejantes, señala con justicia que ese colmo viviente de la abyección es, al mis-
' Maistre, Les Soirées de Saint-Pétersbourg, óp. cit . , t. 1, p ág. 1 0 6 . ' Ibídem, t . 11, p ág. 3 7 8 .
LO SUBLIME
m o tiempo, la condición y la b ase d e toda grandeza, de todo poder, de toda subordinación». 1 La cohesión de la sociedad descansa sobre lo sagrado: no hay mejor ilus tración de la tesis central del College de Sociologie que el verdugo de Las veladas de San Petersburgo. Según Cai llois, De Maistre presintió que «el verdugo constituye la otra cara solidaria y antitética» del soberano, el otro en la p areja «del horror y el vínculo» que funda la asocia ción humana. Lo sagrado atrae y repele; tremendum y /ascinans, encarnado por excelencia en el verdugo, es objeto a la vez de temor y de respeto. Caillois da en el College de Sociologie, el 21 de fe brero de 1 9 3 9 , después de la muerte de Anatole Deibler, «el verdugo de la República» , una conferencia titulada «Sociología del verdugo». 2 En ella explica la relación que une al verdugo con el soberano, en primer lugar en los privilegios que le reconoce la tradición, incluso bajo la República, por ejemplo «la prerrogativa-típica del poder soberano-que permite al verdugo designar su su cesor», o la tradición de conmutar la pena del primer condenado a subir al cadalso después de la muerte del verdugo: este derecho de gracia, paralelo al que se ejerce al nacimiento del heredero al trono, «asemeja de nuevo, en algún grado, al verdugo con el depositario del poder
' Caillois, «Sociologie d u bourreau» , NRF, diciembre 19 3 9; La Communión des /orts, México, Quetzal, 1 9 4 3 , y Marsella, Sagíttaire, 1 9 44; Instincts et société. Essais de sociologie contemporaine, París, Gonthíer, colección Médíatíons, 1 9 6 4; D. Hollíer, Le College de So ciologie, óp. cit . , p ágs. 5 4 3 - 5 6 8 , aquí p ág. 5 6 2. ' Ibídem, pág. 5 4 3 .
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supremo»1 y h ace d e é l «una especie d e doble siniestro del jefe del Estado». 2 De este modo Caillois, en la estela de De Maistre, percibe una «secreta afinidad entre el personaje más honorable del Estado y el más desprecia do»/ y el mito que rodea al verdugo le parece típico de «la actitud del hombre frente a lo sagrado», a la vez «ar diendo de pasión» y «temblando de miedo» , como lo describía san Agustín en sus Con/esion es.4 El año l 9 3 9 fue el ciento cincuenta aniversario de la Revolución, organizado por el College de Sociologie. Pie rre Klossowski dio en el College una conferencia sobre «El marqués de Sade y la Revolución» donde la idea mais triana de «la condena a muerte de Luis XVI como la de un mártir redentor» fue discutida, así como la «sociología del pecado original» de De Maistre, como la llamaba Klos sowski muy pertinentemente.1 Bataille, fundador de la re vista A céphale ( 1 9 3 6-1 9 3 7) , símbolo anti-intelectualista de la sociedad sin cabeza, hubiera querido hacer del 21 de enero una fiesta y soñaba, según Caillois , con cele brar «la ejecución de Luis XVI en la plaza de la Concor de, en el aniversario del acontecimiento y en el lugar donde se supone que se levantaba la guillotina»/' mien tras que Jean Paulhan, por entonces cómplice de Caillois
' Ibídem, p ág. 5 5 3 . ' Ibídem, p ág. 5 5 1 . 4 Ibídem, pág. 5 5 5 . Ibídem, p ág. 5 5 4 . 1 Klossowski, «Le marquis d e Sade e t l a Révolution» (7 de febre ro de r 9 3 9 ) , art. citado; D . Hollier, Le Callege de Sociologie, óp. cit., p ágs. 5 2 0 y 5 2 9 . 6 Caillois, Approches de l'imaginaire, París, Gallimard, 1 9 7 4, p ág. 5 9 . 1
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y d e Bataille , firmaba con e l seudónimo d e Jean Guérin esta noticia en tres líneas en la Nouvelle Revue Franc;aise: «Pa ris-Soir anuncia que en los actos organizados para ce lebrar el 1 5 0 aniversario de la Revolución , " El Señor Al bert Lebrun ocupará el lugar exacto de Luis XVI " .»1 La ejecución del rey es el núcleo mismo del texto de Caillois sobre el verdugo: «llenando al pueblo de asombro y de horror, aparece como el punto culminante de las re voluciones»,2 y «en la conciencia popular, la decapitación del rey aparece infaliblemente como la cima de la revolu ción.»3 Todo el final de la conferencia gira en torno a este acto, sacrificio y sacrilegio a la vez: «De la sangre del so berano surge la divinidad de la nación».4 Analizando la dialéctica que hace entrar al verdugo en la comunidad en el instante en que el rey es excluido de ella, Caillois, como Klossowski, remite al discurso de Saint-Just de noviembre de l 7 9 2 en el que excluye al monarca de la protección de las leyes: «La comunidad . . . expulsa al rey de su seno y transforma al verdugo en ejecutor honorable de la sobera nía popular», hasta el punto de que, para Saint-Just, «la muerte del rey constituirá la fundación misma de la repú blica y significará " un nexo de opinión pública y de uni dad "».5 En la ejecución del rey, Saint-Just coincide con De Maistre, y, como dice Caillois, inspirándose en los dos, «el verdugo y el soberano forman una pareja. Garantizan de
' NRF, junio de 1 9 3 9, pág. r n 7 9 ; citado por D. Hollier, Le Colle ge de Sociologie, óp. cit. , pág. 5 5 6 , n ." 1. ' Caillois, «Sociologie du bourreau», en D . Hollier, Le College de Sociologie, óp. cit. , p ág. 5 6 3 . 3 Ibídem, pág. 5 64. ' Ibídem, pág. 5 6 5. 4 Ibídem, p ág. 5 6 3. 192
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consuno la cohesión d e la sociedad», ' hasta e l punto de que, para el College de Sociologie en los albores de 1 9 4 0 , e l 2 1 d e enero d e 1 7 9 3 , y no e l 1 4 d e j ulio d e 1 7 8 9 , «ocupa en el curso de la Revolución el lugar correspondiente a una especie de tránsito al cenit». Si la guerra de 1 9 4 0 llevó a Caillois a separase del acti vismo antimoderno del College de Sociologie, Bataille con tinuará haciendo de lo sagrado el fundamento de toda co munidad. Indicio significativo, tanto en él como en De Maistre, el horror misterioso, incomprensible, sublime del sacrificio se cristaliza en un mismo detalle esencial y una misma expresión contundente. De Maistre señala, fenóme no maravilloso, que en los ajusticiados «los cabellos se eri zan>>. Respecto a Bataille, la fuente para la descripción de los suplicios chinos era una fotografía publicada en 1 9 2 3 por el psicólogo Georges Dumas, que la ofrecía como ejem plo de «horripilación: ¡ los pelos de la cabeza erizados ! ».3 Bataille, j uzgando inaceptable esta reducción o esta vul garización del sacrificio, insistía sobre el «papel decisi vo» que semejante cliché, que él poseía, había tenido en su vida: «Nunca he dejado de estar obsesionado por esta imagen del dolor, a la vez extático ( ? ) e intolerable.»4 Dolor «extático», es decir goce, aunque sea con un signo de interrogación, del paciente convertido en agente. Ba taille devolvía a los pormenores de la horripilación su va2
' Ibídem, p ág. 5 6 6. ' Ibídem, p ág. 5 6 7 . 3 Bataille, Les !armes d'É ros (1 9 6 1 ) , en Oeuvres completes, óp. cit . , t. X , pág. 6 2 6. (Las lágrimas de Eros, tr. cast. de David Fernán dez, Barcelona, Tusquets, 1 9 9 7. ) 4 Ibídem, pág. 6 2 7 . 193
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lor d e signo visible del origen sagrado y sacrificial d e la soberanía, confesando la ambivalencia de su horrible fascinación por esta imagen, ambivalencia que nadie ex presó mejor que B audelaire, en una frase que resume la tesis de la reversibilidad de una forma sorprendente: «Tal vez sería agrad able ser alternativamente víctima y verdugo»,' remitiéndonos una vez más a Schopen h auer-«El verdugo y la víctima forman una unidad»-2 o a Emerson : «el hombre, ya sea activo o p asivo , contie ne en sí mismo toda criatura. Tántalo no es más que una p alabra p ara nombrarnos a todos». 3 Junto a l verdugo, podemos hablar de una segunda fi gura de la soberanía, común a De Maistre, Baudelaire y Bataille: la prostituta. B audelaire toma prestado a De Maistre la noción de «prostitución sagrada», inseparable de la de reversibilidad. El testimonio de Léon Daudet, no antimoderno por cierto aunque sí no conformista , que se divertía provocando a la burguesía de Action Franc;ai se, confirmará esta relación: «Yo soy de la opinión de Baudelaire. El burdel es, en todas p artes , un lugar serio e incluso trágico, debido a la combinación de estos dos terribles maestros: la aventura y el placer. En él nos en contramos más allá de la moral corriente y de sus humil des, pero útiles, parapetos. Joseph de Maistre pretende, bastante paradójicamente, que la sociedad descansa en ,
' BauJelaire, Mon coeur mis a nu, óp. cit. t . I , p ág. 6 7 6 . ' Schopenhauer, Le Monde comme volonté et comme rep rescnta tion, óp. cit . , pág. 4 4 6 . 3 « . . every creature is man agent or patient. Tantalus is b u t a na me far you and me» (Emerson, «History», Essays. First Series [ 1 8 4 r] ; Essais de philosophie américaine, óp. cit . , pág. 7 9 ) . .
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e l verdugo. Descansa también e n la madame, cuyo infa me oficio recuerda el de la hechicera y linda así con más de un misterio.»' Pero no exageremos las analogías entre De Maistre y Bataille más allá de los años del College de Sociologie. Ba taille rechaza las «formas tradicionales de soberanía» y afirma: «incluso si paradójicamente sentimos nostalgia, no podemos por menos que considerar una aberración añorar lo que fue el edificio religioso y real del p asado». 2 Porque «los fundamentos de esta soberanía religiosa o militar sobre los que vivió el pasado nos p arecen defini tivamente p ueriles», añade Bataille. Es en otras expe riencias sublimes, fundamentalmente eróticas, donde él busca el conocimiento de la soberanía.
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Sin llegar a tales alturas ni a tales profundidades, lo subli me que Burke y De Maistre percibieron en la Revolución iba a contribuir al triunfo del romanticismo. Ciertamente, ya se había recurrido al clasicismo antes de 1 7 8 9 , como al filosofismo antes de la contrarevolución, y el Imperio re trasó los progresos del movimiento romántico, pero, des pués de la Revolución y su sublime violencia, como recor daría Stendhal en Racine y Shakespeare en 1 8 2 3 , ya no se estaba dispuesto a aceptar «la misma literatura» que en ' Léon Daudet, La Recherche du beau, París, Flammaríon, 19 3 2, págs. 2 0 - 2 1 . ' Bataílle [La Souveraineté], ó p . cit. , t . VIII, p ág. 2 7 5 . 195
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1 7 8 0. 1 En 1 8 0 2 , en E l genio del cristianismo, Atala y René,
Chateaubriand había ofrecido al público los rudimentos de la nueva estética. Ponía de manifiesto la armonía pro funda de las realizaciones de la religión cristiana y las aspi raciones de la naturaleza humana; trataba de demostrar que «
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E l maravilloso silencio del Nuevo Mundo acerca e l alma a Dios. La voluntad divina puede descifrarse en la naturale za, como creerán todavía Hugo y Baudelaire. La naturale za es una prueba de la existencia de Dios, en una nueva apologética del cristianismo que defiende la fe contra la ra zón apelando a la imaginación y a la emoción. Chateau briand relataba así su propia conversión después de la muerte de su madre: «Me he convertido en cristiano. Re conozco que no han sido luces sobrenaturales, mi convic ción ha salido del corazón: he llorado, y he creído».1 Y na die, según la burla de Taine-en la época en que éste pertenecía a la «contra-reacción», como decía Renou vier-«nadie se escandalizó al ver al señor de Chateau briand recomendar el cristianismo como algo agradable, convertir a Dios en un tapicero-decorador». 2 L a publicación de El genio del cristianismo fue «co mo algo sobrenatural y astral», dirá Barbey d' Aurevilly.3 El inmenso éxito de «esta glorificación de dieciocho si glos de cristianismo» se explica por la correspondencia que establecía entre el dogma católico y los estados aní micos de los franceses después de la Revolución, en «una sociedad cansada de Guillotina y de Nada».4 La corrien te estética promovida por Chateaubriand contra la tradi' Í dem, Génie du christianisme, óp. cit., prefacio a la primera edi ción, pág. 1 28 2. ' Taine, Les Philosophes /ran�·ais du x1xe siecle, París, Hachette, 1 8 5 7 ; 3." ed. Con el título Les Philosophes classiques du xrxe siecle en France, 1 8 6 8 , pág. 2 9 7; citado por Renouvier, Philosophie analytique de l'histoire, óp. cit. , t. IV, págs. 1 1 3- 1 1 4. 3 Barbey d 'Aurevilly, Les Prophetes du passé, óp . cit . , pág. 1 1 0. + Ibídem, pág. 1 1 2. 197
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ción clásica fue e n sus inicios apasionadamente religiosa. S atisfacía así el deseo moderno-o antimoderno-hacia lo sagrado, lo sobrenatural y la trascendencia, y venía a ocupar un terreno que estaba virgen desde 1 7 8 9 . A par tir del Consulado, la reacción espiritual había recupera do p ara sí la «sensibilidad» inventada por el siglo xv1 1 1 . La fe reagrupaba a l o s exiliados : «La religión, e n aque llos que la practican , no es ya una cuestión de hábito, si no el resultado de una convicción profunda», constataba Chateaubriand. 1 «La antigua nobleza, que era la clase más irreligiosa antes del 8 9, se convirtió en la más fer viente después del 9 3», observará Tocqueville. 2 Taine consideraba extraordinario el renacimiento cristiano de principios del siglo x 1 x : «Salvo los dos primeros siglos de nuestra era, nunca el zumbido de las ensoñaciones metafísicas fue tan fuerte y tan continuo; nunca hubo más propensión a creer antes en el corazón que en la ra zón; nunca hubo tanta afición por el estilo abstracto y sublime que hace de la razón la víctima del corazón.»3 Detrás de Chateaubriand y lo antimoderno se perfila una vez más Pascal, «tremendo genio», como se le califica en El genio del cristian ismo, o «loco sublime», según las pa labras de Voltaire que Chateaubriand citaba en la misma p ágina, el único capaz de oponerse al profetismo moder no de Rousseau. 4
' Chateaubriand, Réjlexions po!itiques ( 1 8 1 4) , óp. cit., t. 1, pág. 2 3 0. ' Tocqueville, I;Ancien Régime et !a Révo!ution, óp. c it . , pág. 2 4 5 . 3 Taine, L e s Philosophes classiques du XJXe siecle e n France, óp . cit., p ág . 3 o o. 4 Chateaubri and , Génie du chrlstianisme, óp . cit. , p ág . 8 2 5 .
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L a inspiración antimodern a , o reaccionaria, del pri mer romanticismo es conocida-«Estamos en la época originaria del romanticismo, y al mismo tiempo en la de la reacción católica», observará Renouvier-1 y todo arte moderno en su aspiración romántica y redentora com partirá en cierto modo este antimodernismo. Por una curiosa inversión, o reversibilidad, de la política y la esté tica, la contrarrevolución fracasa en política con la Res tauración, mientras que con el romanticismo triunfaba espiritualmente e iba a dominar durante mucho tiempo la sensibilidad estética. «Romántico» significa ante todo nostálgico de su país y de su religión, de los valores tradicionales, del campo frente a la ciudad, de la naturaleza frente a la ci vilización . La memoria y la imaginación hacían del An tiguo Régimen una edad dorada de armonía perdida y rehabilitaban la Edad Media. El mito de un pasado idealizado apareció inmediatamente después de la Re volución. El romanticismo maduró en los círculos de emigrados, antes de inspirar, b ajo la Restauración, la sensibilidad ultra. La literatura emigrada releyó y corri gió a Rousseau añadiéndole la obsesión por la muerte, elaborando una escatología cristiana de la historia-por ejemplo en la Palingenesia social de Ballanche-que per mitió salvar a la aristocracia de su melancólica e ineluc table acta de defunción. Al representar la victoria de la literatura de la emi gración, vinculada al ultracismo bajo la Restauración, el ' Renouvier, Philosophie analytique de l'histoire, óp. cit . , t. IV, pág. I I 6. 199
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primer romanticismo fue d e este modo percibido por sus adversarios liberales como un oscurantismo. Los román ticos, «poetas de sacristía» según los liberales y los neo clásicos, fueron acogidos b ajo la Restauración, mientras que la reacción espiritual recibía el apoyo de las autori dades. Políticamente, las conquistas de la Revolución no fueron cuestionadas, pero la contrarrevolución triunfó en la literatura (si no en la filosofía) . Según un lugar co mún, expresado por Cyprien Delaunays en 1 8 3 3 : «El ro manticismo nació al día siguiente de la caída de la Con vención; fue entonces cuando Chateaubriand y Madame de Stael inauguraron la reacción literaria .»1 Con el ro manticismo, «Coblenza . . . irrumpió en la literatura».2 Has ta 1 8 3 0 , cuando acab a el primer romanticismo, la bur guesía liberal fue antirromántica y neoclásica, mientras que el romanticismo siguió siendo el atributo de los aris tócratas desencantados por la Restauración, permitién doles evadirse de una política decepcionante y de una realidad desencantada. «Los Monárquicos son románti cos , los Liberales son clásicos», dice Lousteau a Rubem pré en Ilusiones perdidas: «Por una extraña extravagan cia, los Monárquicos románticos abogan por la libertad literaria y la revocación de las leyes que constriñen for malmente nuestra literatura; mientras que los Liberales quieren mantener las unidades, la forma del alejandrino
' Citado por Pierre Barbéris, «Mal du siecle, ou d'un romantis· me de droite a un romantisme de gauche», Romantisme et politique, I8I5·I8SI (Coloquio de la Escuela normal superior de Saint-Cloud, 1 9 6 6 ) , París, Armand Colin, 1 9 6 9 , p ág. 1 6 9. ' La Démocratie littéraire, septiembre de 1 8 2 9 ; citado ibídem . 200
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y e l tema clásico .»1 E s e l principio d e un quiasmo del que Baudelaire se burlaba: no más conservadores en arte que los partidarios del progreso social, «espíritus, no mili tantes , pero hechos para la disciplina, es decir para la conformidad, espíritus domésticos de nacimiento, espí ritus estultos , que sólo pueden pensar en sociedad»-2 precoz anticipación de l a tesis de Thibaudet sobre el temperamento dextrógiro de las letras frente a una vida política de orientación levógira. La ambigüedad de Chateaubriand, modelo del anti moderno , es ejemplar. Pensando en su destino si la Re volución no hubiera tenido lugar, imaginaba un medio cre retrato de sí mismo olvidado en un desván: «si la antigua monarquía hubiera subsistido . . . , yo estaría en algún p asillo solitario entreteniendo a mis sobrinos. " Fue vuestro tío Frarn;ois, capitán del regimiento de Na varra: ¡ tenía mucho ingenio ! Fue autor del logogrifo del Mercure que empieza con las palabras : Rebanadme la ca beza , y en el A lmanaque de las Musas de la efímera obra El llanto del corazón " » . 3 En él, nadador «entre dos si glo s , como en la confluencia de dos ríos» , 4 se lleva a ca bo una alianza extraña de corrientes conservadoras y progresistas; su romanticismo político combina una re volución espiritual y estética con una reacción política;
' Balzac, Illusions perdues, en La Comédie humaine, óp. cit . , t . V, pág. 3 3 7. ' Baudelaire, Mon coeur mis a nu, óp. cit . , t . I, pág. 6 9 I . 3 Chateaubriand, Mémoires d 'outre-tombe, óp. cit . , t. II, p ág. 6 5 4. 4 Ibídem, pág. 1 0 2 7. 201
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reclama simultáneamente l a autoridad ( del rey) y l a li bertad (de prensa); es a la vez auténticamente ultra y re almente liberal; con él comienza la estetización de la política. Hasta el extremo de que el gobierno de la Res tauración , que, como dirá malvadamente Maurras, «no estaba para tomarse en serio las pedorreras de un infra Voltaire»,' no supo qué hacer con él. Tocqueville veía en él «al hombre que, en n uestros días , ha sabido conservar mejor el espíritu de nuestra antigua raza»,' es decir un censor del Antiguo Régimen en nombre
' M<1urras, L'Avcnir de l'intelligence, óp. cit., e
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ese sublime gusto, h ay que h ab erlo probado. Penetra por sí mismo en los corazones que Dios ha preparado pa ra recibirlo; los llena, los inflama. Hay que renunciar a h acérselo comprender a las almas mediocres que no lo han experimentado nunca.»' Stendhal trata, en Racine y Shakespeare , de reorien tar el romanticismo hacia la innovación no solamente li teraria, sino también política, de manera que romántico y liberal no fuesen ya antitéticos. Lo consigue, y después de r 8 3 o , el romanticismo, libertario más que liberal, pe ro siempre ávido de lo sublime, tuvo como enemigos al realismo y al materialismo burgués. «El romanticismo se h a separado de la reacción después de treinta años de alianza, decía Renouvier a final del siglo, para convertir se finalmente en su enemigo capital, en tanto que liber tad literaria absoluta».2 De este modo el romanticismo, primero de derechas y luego de izquierdas, fue siempre antiburgués, primero por aristocratismo y luego por «li beralismo» . Y, profundamente antiburgués, fue siempre antimoderno. Una segunda generación romántica descu brió a Chateaubriand en 1 8 3 0 , cuando-ironías de la historia-lo pasea triunfalmente a través de París en el momento mismo en que sus esperanzas políticas habían sido definitivamente aniquiladas: « ¡ Inútil Casandra ! » Ya que, por definición , un antimoderno lucha contra el mundo mirando hacia el p asado. ' Tocqueville, L'A ncien Régime et la Révolution, óp. cit. , p ágs. 2 5 8- 2 5 9 . ' Renouvier, Philosophie analytique de l'histoire, ó p . cit . , t. IV, págs. 1 1 6- 1 1 7. 203
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Enemigo del igualitarismo contemporáneo, el antimoder no, incluso una vez que ha dejado de identificarse con la «reacción católica», sigue estando apegado a lo sublime, tanto en la estética como en la política. Baudelaire se in digna contra la moral burguesa de Saint-Marc Girardin, «repelente cortesano de la juventud mediocre»:' si quere mos ser felices, aconseja este profesor de poesía de la Sor bona, no seamos hombres de genio, innovadores, profetas; no, «Seamos mediocres», eslogan que, según el poeta, «implica un inmenso odio hacia lo sublime».2 Con Baude laire, el antimoderno, erigido contra el burgués, se con vierte en un esteta o un dandi: «El Dandi debe aspirar a ser sublime siempre; debe vivir y dormir delante de un espejo.»3 El dandi, de Baudelaire y Bourget a Proust y Drieu La Rochelle, se convertirá en una hermosa figura anti moderna : in dividualista refractario y rebelde. Exigien do «temple» ante la g uerra que se acerca, desprecian do «a aquellos que no consideran que tener temple sea, p ara un hombre, lo primero de todo»,4 Callois perma nece fiel al dandi, pero, en sus textos más ambiguos en vísperas de 1 9 4 0 , «El viento de invierno» y «La jerar quía de los seres» , después de h aber hecho la alabanza
' Baudelaire, «Anniversaire de la naissance de Sh akespeare», en Oeuvrcs completes, óp. cit. , t. II, pág. 2 2 7 . ' Í dem , Mon coeur mis d n u, óp. cit . , t . I, pág. 6 9 6. ' Ibídem, pág. 6 7 8. 4 Caillois, NRF, octubre de 1 9 3 7 , p ág . 6 7 4.
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EL DANDI
de los grandes individualistas posteriores a la Ilustra ción-Sade, Balzac, B au delaire, Rimbaud, Nietzsche, Max Stirner-, exige de ellos que se unan y funden una comunidad que de satánica, se conviert an en luciferi na, y que su rebeldía se m ude en voluntad de poder. Admirador del B alzac de la Historia de los trece y del Baudelaire de Mi corazón al desn udo , que «contempla ron con simpatía y propusieron como modelo a Loyola y la p e rinde ac cadaver de la Compañía de Jesús», Cai llois sueña con «la constitución de una n ueva aristo cracia b asada en un misterioso don que no sería ni el trabajo ni el dinero».1 Sin embargo, alej ándose de los «leones», aboga a favor de «una asociación militar y cerrada caracterizada por un espíritu de orden monás tica, por la disciplina de la formación p aramilitar, y, si es p recis o , con l as formas de actuar propias de las so ciedades secretas» ; 2 proyecta «una orden formada por hombres resueltos y lúcidos , que j untan sus afinidades y la voluntad común de s ubyugar, al menos oficiosa mente, a sus semej antes poco dota dos para actuar por su cuenta» .3 Esto significaba abandonar el dandismo, transformar el ideal antimoderno, renaniano, de una «oligarquía de la inteligencia» en un activismo elitista, y entrar en la «vanguardia reaccionaria».
' Í dem, «Le vent d 'hiver», art. citado; D . Hollier, L e Co!lege de Sociologie, óp. cit . , p ág. 3 4 3 . ' Ibídem, pág. 3 4 4. 3 Caillois, «La hiérarchie des etres», Les Volon taires, abril de 1 9 3 9 ; citado por D . Hollier, Le College de Sociologie, óp. cit. , pág. 341. 205
LO S U B LI M E
Porque e l dandi vive b ajo l a amenaza del spleen y del dolor. Como decía S chopenhauer, «entre el dolor y el aburrimiento, la vida oscila continuamente». 1 Una de las expresiones más frecuentes de Baudelaire en El spleen de París se encuentra también en Schopenhauer: «matar el tiempo», que quiere decir «librarnos de la c arga de la existencia», «huir del aburrimiento». 2 El mar es tan sublime en «Moesta et errabunda», que nos hace s alir del tiempo: « ¡ El mar, el vasto m ar, nues tros trabajos consuela ! »3 Sin embargo se convierte conti nuamente en tormento , como en «Obsesión»: ¡ Te odio, Océan o ! Tus brincos y tus tumultos Que reconoce mi espíritu; amarga risa De hombre vencido , todo sollozos e insultos, La escucho en la enorme risa del mar.4
Lo sublime es la experiencia misma de la reversibili dad: éxtasis y horror, víctima y verdugo. El poeta se ve amenazado por todas p artes por el abismo, un abismo peor que el de Pascal-«Pascal tenía su abismo» , 5 como un animal manso o doméstico-, peor porque era un abismo llano, horizonte indefinido de la angustia exis-
' Schopenhauer, L e Monde com m e volonté et comme représenta óp . cit . , pág. 3 9 8 . ' Ibídem, pág. 3 9 6 . ' Baudelaire, «Moesta e t errabunda», L e s Fleurs d u mal, óp. cit. , t. I, pág. 6 3 . 4 Í dem, «Übsession», ibídem, p ág. 7 5 . ' Í dem, «Le Gouffre», ibídem, p ág. 1 4 2 . tion,
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tencial, «inmensa cuba d e l mar cuyos bordes apenas se perciben»/ o , como al final de los «Siete viejos»: «Y mi alma b ailaba y b ailaba, viej a gabarra 1 Sin mástiles , so bre un mar monstruoso y sin orillas.»2 S chopenhauer describía «el mar enfurecido, por todas p artes infini to», como una imagen del «universo sin límites , lleno de un inagotable dolor, con su p as ado infinito y su fu turo infinito»,3 otra vez un infinito llano y desbordante, reverso de lo sublime. Recordemos el «Cisne», «ridícu lo y sublime» a semejanza del «hombre de Ovidio» «fiador alegórico del poeta» según la expresión de J ean Starobinski-,4 o emblema del antimoderno, «carcomi do por un deseo sin límite» y h umillado por «el cielo iró nico y cruelmente azul». 5 Al referirse al romanticismo en los Ensayos de psico logía con temporánea , Bourget, por a quel entonces bau delaireano, lo sigue definiendo mediante lo sublime: «Alrededor de 1 8 3 o , la p alabra traducía, al mismo tiem po que una revolución en las formas literarias, un sueño particular de la vida, a la vez muy arbitrario y muy exal tado, sobre todo sublime.»6 Soñando con una vida subli' Í dem, «Déja», Le Spleen de Paris, óp. cit. , t. I, p ág. 33 7. Í dem, «Les Sept Vieillards», Les Fleurs du mal, óp. cit. , t. I, pág.
2
8 8. 3 Schopenhauer, Le Monde comme volonté et comme representa tion, óp. cit. , p ág. 4 4 4. 4 Jean Starobinski, «Sur quelques répondants allégoriques d u poete», e n Revue d'histoire littéraire de la France, abril-junio de 1 9 6 7 , págs. 4 0 2- 4 1 2. 5 B audelaire, «Le Cygne», Les Fleurs du mal, óp. cit. , t. 1, p ág. 8 6 . 6 B ourget, Essais de psychologie contemporaine, ó p . cit. , pág. 8 4 . 207
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me, e l romántico e s perfectamente u n dandi. Los «hijos del siglo» son descritos en 1 8 3 o como una «legión de me lancólicos rebeldes» : «el Ruy Blas de Víctor Hugo lo es, y su Didier, así como el Rolla de Musset y el Antony de Dumas. Todos ellos sufren una nostalgia que p arece su blime».1 El spleen y lo sublime confraternizan. Luego , rápidamente, el adjetivo se vulgariza en las novelas de Bourget, como el grito de abnegación «sublime» de la criada de Adrien Sixte a su señor en El discípulo . 2 Bour get reniega al mismo tiempo de lo antimoderno y de lo sublime .
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La antipatía d e Maurras h acia el romanticismo confirma que lo antimoderno y lo sublime eran dos ingredientes inseparables. Para el fundador de Action Franr,;aise, el romanticismo no es más que la consecuencia de la Refor ma y de la Revolución, y el enlace entre ellas y la Repú blica. Maurras pone, por lo tanto, al romanticismo en la picota: «La literatura romántica atacaba las leyes y el Es tado, la disciplina pública y privada, la patria, la familia y la propiedad; una condición casi única de su éxito pa rece que era que gustaba a la oposición, y favorecía la anarquía», afirma en El futuro de la inteligen cia . 3 Para él ' Ibídem , pág. 2 0 6 . Í dem, L e Disciple, óp. cit . , pág. 2 1 2. 3 Maurras, L'Avenir de l'intelligence, óp. cit. , ed. de 1 9 0 5, pág. 2
47.
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hay poca diferencia entre romanticismo e individualis mo, o entre romanticismo y anarquía, tesis cuya exagera ción denuncia Thibau
' Thibaudet, Les Idées de Charles Maurras, París , Gallimar d , 1 9 2 0 , p ág. 2 0 2. ' Faguet, Dix-huitieme sieclc. Étudcs littéraires, París, Lecéne, Oudin y Cia . , 1 8 9 0. 3 Maurras, « Émile Faguet» ( 1 9 1 6) , L'A llée des philosophes, París, Société littéraire de la France, 1 9 2 3, p ágs. 2 3 8 - 2 3 9 . Véase Faguet, Le Libéralisme, París, Société fran<;; a ise d ' imprimerie et de librairie, 1903. 4 Pierre Lasserre, Le Romantismc /ranr;ais. Essai sur la révolution dans les sentiments et dans les idées au x1xe siecle, París, Société du Mercure de France, 1 9 0 7 . Í dem, Mise au point, París, L:Artisan du livre, l 9 3 r.
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hablaban precisamente a favor d e l a s tesis que sus auto res habían sostenido con anterioridad. Negando la procedencia de la Ilustración del roman ticismo, como pensaba Maurras, Thibaudet, liberal él mismo, recordaba que la Ilustración exigía superar el conservadurismo político del primer romanticismo, momento que Renouvier llamaba la «reacción católica», pero t ambién superar lo sublime, que Maurras reducía a lo patético, a lo sentimental y a lo femenino. Al acusar al romanticismo de enfermedad francesa, Maurras se dedicó a destruir sistemáticamente cualquier idea de lo sublime romántico, por ejemplo en Los aman tes de Ven ecia ( 1 9 0 2) , donde los amores de Musset y George Sand son ridiculizados, o en «El Romanticismo femenino» , tercera parte de El futuro de la inteligencia ( ! 9 0 5 ) . El romanticismo, triunfo de lo femenino, se ha impuesto al «amor viril de las ideas»,1 con esta conse cuencia: «Hoy ya no se habla de los sentimientos. Las mujeres, tan zaran deadas y humilladas por nuestras cos tumbres, se han vengado haciéndonos conocer su natu raleza. Todo se ha afeminado, desde el espíritu hasta el amor. Todo se ha reblandecido.»2 Lo sublime no tiene ninguna virtud a los ojos de Maurras, que no lo distingue de lo sentimental: «Huyendo de lo sublime a la moda», como se presenta a sí mismo,3 protesta contra «el fondo del error moderno», a saber «ese insensato deseo de lle var toda vida humana hasta el paroxismo».4 De lo subli' Maurras, prefacio a Chemin de Paradis ( 1 8 9 5), en Oeuvres capi tales, óp. cit. , t . I , p ág. 2 2 . ' Ibídem, p ágs . 2 1 - 2 2 . 1 Ibídem , pág. 2 0 . 4 Ibídem, p á g . 2 7 .
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me a l o sentimental, el romanticismo inauguró e l siglo de la «facilidad», que es p ara Maurras «la esencia misma, la pendiente natural del régimen republicano y de la de mocracia», como recuerda Thibaudet. r De este modo , romanticismo literario y romanticismo político se unen en la denuncia del sentimentalismo. Siempre conciliador, en ocasiones demasiado gene roso, Thibaudet trata, a pesar de todo, de incorporar a Maurras a la corriente antimoderna. Maurras distingue tres romanticismos, los de 1 8 3 0, 1 8 6 0 y 1 8 9 0 : el simbo lismo es «el tercer estadio de una única y misma enfer medad , la enfermedad romántica, del mismo modo que los parnasianos eran el segundo estadio». 2 Si el contra romanticismo de 1 8 6 0, lo mismo que la reacción simbo lista de 1 8 9 o , pertenecen al romanticismo, como Mau rras y Lasserre sostienen, nada impide, según Thibaudet, prolongar el movimiento hasta Maurras mismo: «¿ pode mos separar del romanticismo a aquellos que han hecho romanticismo y poner contra él a aquellos que lo han cri ticado expresamente, los Stendhal, los S ainte-Beuve, los Renan, los Flaubert, los Barres, los Maurras?».3 Del mis mo modo que la contrarrevolución es inseparable de la Revolución, del mismo modo que la acción y la reacción forman una unidad, todo contra-romanticismo seguirá siendo un romanticismo, incluido el contra-romanticismo de Action Frarn;aise. «La reacción contra-romántica de 1 8 6 o estaba dominada por el romanticismo, pensaba Las' Thibaudet, Les Idécs de Charles Maurras, óp . cit . , pág. 2 1 2. Maurras, L'Avcnir de l'intclligence, ó p . cit . , pág. 1 8 1. 3 Thibaudet, Les Tdées de Charles Maurras, óp . cit. , pág. 2 1 5. 2
2II
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serre. Y el romanticismo domina incluso aquella, tan im potente, que se produjo en 1 8 9 o contra el determinismo y el pesimismo». 1 La dialéctica de la acción y la reacción hará por tanto del mismo Maurras un antimoderno: «Es una ley que toda reacción está gobernada por la acción contra la que reacciona y sin la cual no existiría», ley que conduce hasta el «romanticismo de Maurras». 2 Los amantes de Ven ecia ¿no ponen acaso de manifiesto que la ambivalencia estética del joven Maurras y su sensibili dad a lo Barres perduraron más allá del caso Dreyfus? Para recuperar a Maurras , Thibaudet se apoya, citando más o menos a Maurras, en el perdón que se conceden los amantes , George y Alfred, una vez terminada su aventura: «Llega un momento en que todo rencor debe ser olvidado, pues ninguna persona bien nacida p uede ser eterna enemiga de una vieja p arte de sí misma.»3 En 1 9 2 0 , cuando publica su Maurras, Thibaudet p arece de sear que el jefe de Action Frarn;:aise, olvidando su pleito contra el romanticismo, reconozca su lugar en la tradi ción antimoderna-ingenuo deseo, ya que Action Frarn;:aise, a pesar de las tentativas de algunos de sus di sidentes, no admitirá jamás esa filiación . Antes de que Action Franc;aise se transformara en un p artido conservador tradicional y tuviera que afrontar
' Lasserre, Le Romantisme /ran<¡ais, óp. cit . , pág. 5 4 2; citado por Thibaudet, Les Idées de Charles Maurras, óp . cit . , pág. 2 0 7 . ' Thibaudet, Les Idées de Charles Maurras, ó p . cit . , pág. 2 0 8 . ' Maurras , Les A mants de Ven ise (r 9 o 2 ) , en Oeuvres capitales, óp. cit . , t. 111, pág. 1 9 8; citado por Thibaudet, Les Idées de Charles Mau rras, óp. cit. , pág. 2 0 8 , sin las palabras «bien nacida» ni «vieja». 212
EL ODIO A LO S U BLIM E
varias deserciones importantes e n los años veinte, Thi b audet pudo haber comprendido que, renunciando a lo sublime, la reacción carecía de un mito que incitase a la acción y se condenab a a esperar los acontecimientos . L a genealogía antimoderna evidencia en la ley del pro greso una desmoralización de l a historia y una invita ción a l a inercia, pero es escéptica-o realista-por lo que se refiere a la posibilidad de una restauración , y ca rece de un potente mito que oponer al culto moderno del progreso. Marcada por las figuras de la contrarre volución, de la anti-Ilustración, del pesimismo y de l a C aída, la antimodernidad e s , generalmente, negativa, nostálgica, e incluso nihilista. Ú nicamente la creencia en lo sublime le devuelve l a energía y la violencia. Geor ge Sorel, t ambién él una mezcla de moderno y antimo derno y romántico tardío , en sus Reflexion es sobre la violencia , una «obra seria.. tem ible y sublime», hacía del socialismo1 un mito al que poder entregar la vida, y bus caba en l a violencia una moral sublime. É douard Berth , su discípulo, trató de reconciliar a Maurras con Sorel mostrándolos atraídos uno por lo bello y el otro por lo sublime, opuestos y complementarios como la tradi ción y l a revolución, Racine y Corneille, o incluso Sófo cles y Esquilo. Citando a Nietzsche, Berth califica a Maurras de apolíneo y a Sorel de dionisíaco, y recuerda que las dos divinidades, Apolo y Dionísos , se unieron para dar n acimiento a la tragedia griega, y más t arde al clasicismo francés. D e modo que la síntesis de la tradí-
' Sorel, Ré/lexions sur la violencc, óp. cit . , pág. 2 0 2.
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ción con la revolución no es sólo posible y fecunda a sus ojos , sino incluso necesari a . ' La conclusión de L a s fechorías d e los intelectua les de Berth , titulada «La victoria de Pascal» , giraba en torno a una frase de Sorel: «Pascal ha vencido a Des cartes . >» La filosofía de Bergson estaba «empapada del más puro espíritu del autor de los Pensamien tos» , que vuelve a aparecer en Péguy y Agathon. Era la «victoria de un racio nalismo verdadero sobre un esp iritualismo postizo» , 3 «la victoria sobre el espíritu del siglo xvu r , que ha quedado como e l gran siglo para todos los racio nalistas, los demócratas, los j udíos y los sorbonenses», pero que fue un siglo «antimetafísico, antirreligioso y anti- artístico».4 De este modo «Act, que, con Maurras, es una nueva encarnación del espíritu apolíneo, gracias a su colusión con el sindicalismo que, con Sorel , repre senta el espíritu dionisiac o , va a poder dar a luz a un nuevo g ran siglo » . 5 Gracias a esta alianza , «Sócrates y Descartes son derrotados, el siglo xvm definitivamen te superado, y la victoria de Pascal p arece finalmente definitiva» . 6 Sin embargo, la síntesis no cuajará, ya que el positi vismo de Maurras la hacía imposible. Thibaudet hubiera querido hacer de él un romántico, para protegerle de sí
' Berth, Les Mé/aits des intellectucls, óp. cit . , p ágs. 8 4- 8 5; citado por Franc;ois Huguenin, A l'école de l'Action /ranr;aise. Un siecle de vic intellcctuelle, París, Jean-Claude Lattes, 1 9 9 8, pág. 2 1 o. ' Ibídem, p ág. 3 0 2. 3 Ibídem, págs. 3 1 6-3 1 7. ' I híd e m , pág. 3 1 8 . 5 Ibídem, p á g . 3 5 5. 6 Ibídem, p á g . 3 5 7.
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mismo: pero era perder e l tiempo, ya que Maurras , a di ferencia de Sorel, nunca fue p artidario de la violencia, contra la que solía advertir: «Nunca es gratuita. No hay que creerse todo lo que dice el señor Sorel.»' Maurras criticaba en Sorel «el heroísmo que no tiene finalidad y que no debe tenerla en absoluto», o la violencia por la violencia. A menudo repetía que era el análisis de los errores literarios del romanticismo lo que le había con ducido al estudio del error moral y político del Estado moderno.2 N o hay mejor ilustración de su rechazo a lo sublime que Mademoiselle Mon k, uno de sus textos más logra dos , inspirado en las memorias de Aimée de Coigny re latando su p apel de conspiradora j unto con Talleyrand p ara, así, provocar el advenimiento de la Restauración : «Toda política se reduce a este arte de buscar la combi nazion e , el feliz azar . . . L a menor fuerza , la más débil intervención puede por com binazione, y con un peque ño golpe de suerte, convertirse de repente en una fuer za inesperada, que será decisiva». 3 É ste fue el caso p ar ticular de la Restauración: una conversación entre Aimée de Coigny y Talleyrand. No hay nada más alej a do de lo sublime q u e la combinazione, q u e es t o d o lo ' Maurras , Action franr;aise, 13 de agosto
LO S U B LIME
contrario a la huelga general y a la violencia heroica de un Sorel . É sta es la clave de la pasividad de Maurras en febrero de r 9 3 4. Aquello que escandalizaba a Chateau briand-que Talleyrand hubiera sido el instrumento de la vuelta de Luis XVIII-seduce, por el contrario, pro fundamente a Maurras. La Restauración fue el resulta do de la habilidad de Talleyrand actuando a instancias de Aimée de Coigny: «La gran dama desclasada tocó el punto sen sible de los intereses del primer político con temporáneo.»1 Maurras prefiere la ironía de la «divina sorpresa» a lo sublime de la lucha que aúna la historia providencial y la justicia eterna. En esto se sitúa clara mente en las antípodas del antimoderno. 2
' Ibídem, pág. 2 8 4. ' Malraux escribi ría un prdacio a una edición popular de Ma dcmoiscllc Monk (Pa rís, Stock, col. «Les contemporains», r 9 2 3 ) -la única publicación suelta q u e existe de este texto-, pero s i n ex plicar las razones de su elección.
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L a sexta figura de lo antimoderno es una figura de estilo , difícil de abarcar: la vociferación, la vituperación, inclu so la imprecación, unión de p redicción y de predicación, en cualquier caso, lo contrario del «famoso estilo natura l, tan caro a los burgueses», que Baudelaire criticaba en George Sand . 1 De Maistre, Chateaubriand, Baudelaire, o incluso Nietzsche, fundadores de la tradición antimo derna que recorre toda la modernidad, ilustran este tipo de vehemencia. Existe una forma de hablar p ropia Je los antimodernos, porque la postura antimoderna, basada en una paradoja-«defiendo una causa, que si triunfa ra, se volvería de nuevo contra mÍ», afirmaba Chateau briand-, forma un prodigioso engranaje retórico. La energía de la desesperació n , la vit alidad desesperada, otorgan una elocuencia que puede rozar lo sublime. Profeta de la desdicha, el antimoderno no se equivoca nunca al anunciar las catástrofes. «Si gano, pierdo», de cía Chateaubriand : pierdo la ocasión de una oda fúnebre a la gloria de la monarquía caída. Por eso, desde Barbey d'Aurevilly a Maurras, nadie ha perdido ocasión de re plicarle: «Si pierdes, ganas». La revolución de Julio libró a Chateaubriand, sugiere perversamente Maurras : «He aquí a nuestro hombre bajo el peso de una nueva desgra-
' Baudelaíre, Man coeur mis d nu, óp. ci t . , 217
t.
I, pág. 6 8 6 .
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cia. Los deberes d e la lealtad d e pronto s e tornan fáciles e incluso agradables.»1 El infortunio le inspira sus frases más hermosas: «Señora, ¡ vuestro hijo es mi rey ! » A l antimoderno n o l e cuesta dirigirse al mundo en tono profético o, mejor aún, propio de un «profeta del pasado», como De Maistre, el primero de los antimoder nos, fue calificado por «ese gran fantoche de Barbey d' Aurevilly que ha conseguido hacerse atribuir la p ater nidad de esta expresión», a pesar de que, como observa ba Brunetiere, es de Ballan che . 2 Fue «el mayor genio de nuestra época, ¡ un vidente ! » afirmaba por su lado Bau delaire.3 De Maistre era también un provocador. Decep cionado con el otorgamiento de la Constitución a la Res tauración, en r 8 r 8 respondía con humor a la pregunta « ¿ Por qué no escribe sobre el estado actual de Fran cia? » : «Contesto siempre del mismo modo: en tiempos de la canallocracia, podía, por mi cuenta y riesgo, can tarles la verdad a aquellos inconcebibles soberanos; pero hoy día los que se equivocan pertenecen a familias de masiado buenas como p ara poder permitirse uno cantar les las verdades. La revolución es ahora más terrible que ' Maurras, Trois idées politiques, óp. cit., t. II, p ág . 6 6 . Brunetiere, <<]oseph d e Maistre e t son livre Du pape», La Revue des Deux Mondes, r de mayo de 1 9 0 6, p ág. 2 3 4, n.º r. Véase Ballan che, Palingénhie sociale, donde, en la tercera parte de los prolegó menos, De Maistre es frecuentemente llamado «profeta del pasado», y en ocasiones «apóstol del pasado» ( óp. cit . , t. IV, págs. 2 8 9-3 2 7 ; re ed. citada, págs. 3 7 4- 3 8 3) ; véase también Scherer, <
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en tiempos d e Robespierre.»1 Ya h e citado este cambio: la Constitución le desespera más que la guillotina, viene a decir en esencia. Si la Restauración le parece peor que el Terror, o «más refinada» su mal, es porque una contra rrevolución era todavía posible antes de la Restauración , incluso p arecía una consecuencia dialéctica de la Revo lución . Pero ahora, después del otorgamiento de la Car ta que ratifica la Revolución , una contrarrevolución ya no es concebible. «Muero con Europa», iba a lamentar se De Maistre en 1 8 2 1 , poco antes de morir. 2 Todo estab a dicho con ca nallocracia , sob erbio mot valise, p ara burlarse de l a soberanía del pueblo, una de sus dianas favoritas o incluso la diana por antonomasia de De Maistre. Según el Littré y el Tesoro de la lengua fran cesa , De Maistre fue el inventor de ese neologismo , que utilizaría a p artir del 8 de septiembre de 1 7 9 3 , y que Balzac le tomaría prestado. De Maistre, muy sensible a las p alabras, fue autor de numerosas excentricidades de esa clase. Ca na llocracia es un feliz invento que une un sufijo culto a un prefijo vulgar, que combina un sufi jo que viene del griego y un prefijo que viene del italia no en una especie de monstruo lingüístico (el Littré recomienda la pronunciación de can alla con dos «11 lí quidas» por oposición a la p ronunciación ka-na-ya que hubiera tenido en francés ) , imitando la monstruosidad ' Maistre, carta al caballero de Olry, 5 de septiembre de l 8 l 8, Oeuvres completes, óp. cit . , t . XIV, pág. 1 4 8 ; citado por Sainte-Beu ve, «Joseph de Maistre» ( 1 8 4 3 ) , Portraits littéraires, ed. Gérald An toine, París, Laffont, col . «Bouquins», 1 9 9 3 , p ág. 6 6 3 . Citado por Barbey d ' Aurevilly, Les Prophi:tes du passé, óp. cit . , pág. 6 4. 2
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política-la soberanía del p ueblo o l a supremacía de la canalla-a la que De Maistre había consagrado todo un tratado, inacabado, en el que refutaba a Rousseau. Canallocracia hará época entre los antimodernos. Baudelaire la tomará con la «canalla literaria». 1 Barbey d' Aurevilly asociará la burla, como decadencia del espí ritu, con un «encanallamiento» democrático: «Parece una broma que un p ueblo hasta hace poco todavía aris tocrático y refinado, haya caído cuan largo es en la char ca de la democracia, como un borracho en una alcantari lla. Es una broma democratizada que tiende cada vez más a encanallarse.»2 Barbey estigmatiza «estos tiempos de sufragio y de burla universales» con los que identifica la modernidad: «Todo el mundo tiene tanto derecho a burlarse como a votar.»3 La soberanía pop ular era desde hacía tiempo la bes tia negra de De Maistre. A propósito del «admirable Burke», preguntaba a un amigo en enero de 1 7 9 1 : « ¿ Qué os parece cómo ese torpe senador trata a esa gran timba de la Manege y a todos esos legisladores Bebés ? Por lo que a mi respecta estoy encantado, y no os podéis imagi nar cuánto se han reafirmado mis ideas anti-democráti cas y anti-galicanas. Mi odio por todo lo que se hace en Francia se convierte en horror. »4
' Baudelaire, Man cocur mis d nu, óp. cit . , t. I, p ág. 6 8 8 . Barbey d 'Aurevilly, Les Ridicules du temps, París, Rouveyre et Blond, 1 8 8 3 , pág. 2 9 r. 3 Ibídem. 4 Maistre, carta al conde Henri Costa de Beauregard, 21 de ene ro de 1 7 9 1 , en Oeuvres completes, óp. cit. , t. IX, pág. 1 1 . La sala del 2
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La «canallocracia» y los «legisladores Bebés»: D e Maistre no pierde ocasión d e lanzar s u s dardos asesinos ironizando sobre el pueblo soberano. Según el Petit Ro bert, la primera noticia de bebé en francés, del inglés baby, dataría de 1 8 4 r . Según el Grand Robert, sin emb ar go, que la atribuye a Dauzat, la fecha sería 1 7 9 3 . Como demuestra la cita de De Maistre, las cosas son más im precisas y más complicadas. Según el Littré, en efecto, «Bebé», con mayúscula-De Maistre lo escribe con ma yúscula-era el apodo del enano del rey Estanislao, du que de Lorraine ( 1 7 3 9 - 1 7 6 4) , diminutivo y pobre de es píritu, antes que el substantivo sirviera para designar a una persona de talla pequeñ a , y luego a un niño recién nacido. Al hablar de «legisladores Bebés», De Maistre está pensando posiblemente en enanos más que en re cién nacidos, en el pueblo bajo, mezquino, ruin, más que en el pueblo infantil, en potencia en disposición de cre cer, lo que concuerda con su concepto antirousseaunia no de los salvajes como degenerados y no como primiti vos (en la segunda conversación de Las veladas de San Petersburgo, describirá sus lenguas como ruinas en lugar de rudimentos: «Se ha tomado las lenguas de esos salva jes por lenguas rudimentarias, mientras que no son y no pueden ser más que restos de lenguas antiguas, arruina das, si p uede hablarse así, y degradadas como los hom bres que las hablan») . 1 «Legisladores Bebés» es también
Manege de las Tullerías fue la sede de la Constituyente a partir de oc tubre de 1 7 8 9 . ' Í dem, Les Soirécs de Saint-Pétersbourg, óp. cit . , t. 1, pág. l J O .
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u n a divertida yuxtaposición, vulgar, polémica, por l a conjunción y la ridícula utilería que resume, vulgariza y ridiculiza toda una teoría filosófico-política. De Maistre fue un libelista excesivamente dotado, un escritor. Esto es lo que lo distingue principalmente de Bonal d .
G E N E A L O G ÍA D E U N E S T I LO
Si actuó como antropólogo de la «política experimental» y como teólogo de la «metapolítica»-no sin cierta ten dencia a la herejía, como su idea del pecado original con tinuo-De Mai stre fue ante todo un estilista . Entre De Maistre y Bonald , la diferencia está en el estilo , en la sen sibilidad, en la lengua . Cuando Baudelaire escribe que De Maistre le «enseñó a razonar», se está refiriendo a un estilo de pensamiento guiado por la paradoja y la provo cación . De Maistre tiene un concepto muy alto de la len gua: tomando como referen cia la frase de Buffón, <
G E N E A LO G ÍA D E U N E S T I L O
Bossuet reapareció e n e l interior d e Suiza». E l éxito n o fue tan evidente como l o presenta Lamartine, pero n o importa; l o que cuenta aquí e s l a doble referencia a Isaí as y Bossuet, a los profetas del Antiguo Testamento-po dría pensarse t ambién en Job-y al Discurso sobre la h is toria un iversal. Lamartine proseguía así: Así es el libro, sin valor como profecía, violento como filosofía y desordenado como política (releed el capítulo sobre la glo riosa fatalidad y sobre la virtud divina de la guerra; todo eso está pensado por una mente ex terminadora y escrito con san gre). Sin embargo, el libro es un rayo que nos llega de las mon tañas de los Alpes para iluminar con una luz nueva y siniestra todo el horizonte contrarrevolucionario de una E uropa que todavía no sale de su asombro ... Ese estilo conciso, nervioso, lúcido, sin fraseología, robusto, ajeno por completo a la moli cie del siglo xvm y a la retórica de los últimos libros franceses: había nacido y se h abía templado con los vientos de los Alpes; virgen, joven, rudo y salvaje; no tenía ningún respeto humano, olía a soledad; improvisaba tanto el fondo como la forma del rayo mismo ... Era un hombre nuevo entre los hijos del siglo.1
Como estilo bíblico, tanto el del Nuevo Testamento co mo el del Antiguo, podríamos citar esta frase de la sépti ma conversación de Las veladas de San Petesburgo, a pro pósito de la guerra y de la mística de la sangre: «La tierra entera, continuamente empapada de sangre, no es más que un inmenso altar en el q ue todo lo que está vivo de be ser inmolado continuamente, sin moderación, sin
t.
' Lamartine, Souvenirs et portraits, París, Hachette, 1 8 7 1 , 3 vols. , I , págs. 1 8 8- 1 8 9 . 2 23
LA V I T U P E RACIÓN
descanso, hasta la consumación de las cosas, hasta la ex tinción del mal , hasta la muerte de la muerte». 1 Con esta potente expresión, «la muerte de la muerte» , exagera una imagen de san Pablo, que recoge De Maistre en una nota: «Porque el último enemigo que debe ser destruido es la muerte.» Pero son sus enemigos inveterados los que suscitan las diatribas más violentas de De Maistre, por ejemplo los protestantes, como en esta frase que recuerda efecti vamente a Bossuet : «El gran enemigo de Europa que ha bría que aplastar por todos los medios que no sean cri minales; la úlcera funesta que infecta todas l as soberanías y que las consume contin uamente; el hijo del orgullo, el padre de la anarquía, el disolvente universal, es el pro testantismo» . 3 Una bella gradación de la prótasis, con dos primeros períodos simétricos repitiendo las relati vas, p rimero en cascada en el p rimer periodo, a conti n uación coordinadas en el segundo, una simetría por tanto y luego una amplificación en tres periodos breves , dos simétricos al principio, el tercero retomando en el sustantivo la idea de los dos compl ementos nominales precedentes , mientras que el epíteto reúne en una hipér bole el objeto de condena. La apódosis se limita a una proposición nominal. 2
' Maistre, Les Soirées de Saint-Pétcrsbourg, óp. cit. , t. Il, pág. 3 9 2. Corintios, 1 5, 2 6. («El último enemigo destruido será la muer te» en la t raducción de Nacar y Colunga, Sagrada Bihlia , Mad rid , Bi blioteca de autores cristianos, 1 9 8 3 , pág. 1 4 5 1 . ) (N del Tl 3 Maistrc, Réjlexions sur le protestantismc dans ses rapports avec la souveraineté ( 1 7 8 9 ) , en Écrits sur la RL;vulutzon, óp. cit . , pág. 2 1 9 . 'T
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G E N E AL O G ÍA D E U N E ST I L O
Puro Bossuet. Sin embargo, la cláusula d e este texto se cierra, mediante un espléndido contraste, del mismo modo que Claudel decía que había en B audelaire una mezcla de estilo raciniano y periodístico, con una bouta de familiar: «el protestantismo es realmente, al pie de la letra, el sans-culottisme de la religión»r. Este nuevo caso de neologismo en- ismo ilustra el contraste de los niveles de lengua entre los que De Maistre se mueve continua mente. La p alabra condensa toda la tesis maistriana: el protestantismo es responsable de la Revolución o, más exactamente, es un síntoma de la decadencia de las cos trumbres que desembocó en la Revolución . Lo mismo que en «canallocracia» o «legisladores Bebés», ésta es una de esas salidas que el estilo p anfletario de derechas multiplicará hasta llegar a Léon D audet. Junto con el protestantismo, es sin duda la Inquisi ción , aunque esta vez en el registro de la apología, lo que provoca las iras más virulentas de la pluma de De Mais tre; por ejemplo en esta diatriba sobre la tortura, «que se presta tanto al énfasis filosófico»: 2 todo Voltaire y todo el asunto Calas están puestos en ridículo. Aquí podemos ver que De Maistre es plenamente contemporáneo, por sus excesos retóricos, de los j acobinos de quienes admi ra su violencia pura. Este elogio de la Inquisición española vuelve a apa recer en una frase: «no hay nada tan j usto, t an sabio, tan
' Ibídem, pág. 2 3 9 . ' Í dem, Lettres d u n gentíthomme russe sur l'Inquisition espagno le, en Textes choisis, óp. cit . , p ág. 1 6 5 . 225
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incorruptible como l o s grandes tribunales españoles, y si, a esa característica general, se añade además la del sa cerdocio católico, se admitirá sin necesidad de pruebas que no p uede haber en el universo nada más sereno, cir cunspecto y humano por naturaleza que el tribunal de la Inquisición». 1 Roland Barthes citará continuamente esta p ágina en un epígrafe a su curso sobre Lo n eutro, como el reverso mismo de lo neutro que desea y, a la vez, como un placer al que no renuncia. 2
OXÍMORON Y ANTIMETÁBOLE
El estilo aumenta en intensidad con la paradoja: De Mais tre nunca se siente más a sus anchas como cuando utiliza el elogio paradójico, «el elogio que mata», como decía Ciaran en el prefacio de su acertada antología de los es critos de De Maistre, donde puede leerse esta frase que impresionó a Barthes: «Toda apología debería ser consi derada un asesinato por entusiasmo.»3 Esta particular afición por la paradoja y la provocación-esta manera de razonar que Baudelaire heredó de él-explica la abun dancia de antítesis, oxímorons y combinaciones de térmi nos. El oxímoron es la figura central de la retórica de maistreana, ya desde el incipit de las Consideraciones sobre Francia , obra que, según Lamartine, le dio cierto renom' Ibídem, p ág. 1 6 6 . ' Barthes, L e Neutre, ó p . cit. , págs. 2 8 - 2 9 . 3 Ciaran, prefacio a Maistre, Textes choisis, ó p . cit. , pág. u ; cita do por Barthes, Le Neutre, óp. cit. , pág. 9 o.
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bre. Comienza, por decirlo d e algún modo, con una com binación de términos: «Estamos todos atados al trono del ser supremo con una dúctil cadena, que nos aprisiona sin sojuzgamos.»1 La imagen viva y contradictoria, antitética, de la «dúctil cadena», refutando el incipit del Contrato social-«El hombre ha nacido libre»-para describir o incluso definir el libre albedrío del hombre, viene inme diatamente explicada por la proposición relativa, «que nos aprisiona sin sojuzgamos»; y a continuación aparece comentada en estos términos: «Lo más admirable en el orden universal de todas las cosas, es el comportamiento de los seres libres bajo la potestad divina. Libremente es clavos, actúan a la vez voluntaria y necesariamente».2 Las combinaciones de términos proliferan: «Libremente es clavos», «voluntaria y necesariamente.» Las referencias a Bossuet y a Rousseau se cruzan. Y esta paradójica imagen del hombre animará todo el pensamiento de De Maistre, «moviéndose en libertad» según se dice en la quinta con versación de Las veladas de San Petesburgo . 3 Sin duda estos oxímoron anuncian el lenguaje de Baudelaire, pero también lo sublime de Burke-y re cuerdan la coincidencia, en Burke y en De Maistre, de la violencia contrarrevolucionaria con la revelación de lo sublime-, el terror sagrado, rozando la locura, los enig mas y los misterios. El oxímoron refleja la angustiosa re versibilidad de los enunciados metapolíticos; ilustra la
Considérations sur la France, óp . cit., pág. 93. ' Ibídem. 1 Í dem, Les Soirées de Saint-Pétersbourg, óp. cit . , t . 1, pág. 2 8 7. ' Maistre,
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dialéctica sagrada del castigo y de la salvación: e s la señal visible del lenguaje místico, el indicio del «magnífico horror» del providencialismo, como los cabellos eriza dos o de punta en los que Bataille vio una fuerza contra dictoria. La monstruosidad de l a Revolución provoca los oxí moron, como por ejemplo este: «lo que hace de ella un acontecimiento único en la historia, es que es mala radi c almente; ningún componente del b ien alegra la mirada del observador: es el mayor grado de corrupción cono cido; es la pura impureza». 1 La antítesis de la Revolución («pureza de la impureza») engendra la expansión del oxímoron. La fórmula «pura impureza» aparece esta vez como una conclusión forzada; participa de la reversión, o de la utilización de una p alabra al revés, una figura de simetría axial que nos recuerda a esas otras numerosas fi guras de repetición de las que rebosan los once breves capítulos de las Consideraciones sobre Francia . Por ejemplo la tautología : «La historia del nuevo Ter midor no es complicada: A lgunos criminales p usieron en peligro a a lgunos criminales . >» Una vez más una simetría axial. O bien , a propósito de las constituciones, que, se gún De Maistre, no pueden ser redactadas ya que pro vienen de Dios: «los derechos de los pueblos no están ja más escritos . . . existen porque existen».3 Lo que precisamente nos recuerda el nombre de Dios en la Bi blia: «Ego sum qui sum .»
' Í dem, Considérations s u r la France, óp. cit . , p ág. 1 2 9 . ' Ibídem, p ág. 1 4 r. ' Ibídem, p ág. 1 6 8.
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O X Í M O R O N Y A N T I M E TÁ B O L E
De Maistre e s aficionado a las simetrías y a las antíte sis, por lo demás a menudo reforzadas con aliteraciones: «Si la Providencia borra [efface] , sin duda es p ara volver a escribir [écrire] » . ' De este modo resume con algunas p alabras chocantes su visión de la Revolución como castigo, pero también como salvación. La simetría pue de, además , proseguir con una aliteración , aunque sea prestada, como «el Rey vendrá, verá y vencerá».2 De ma nera que la contrarrevolución se llevará a cabo sin vio lencia; no será otra Revolución sino la consecuencia de la Revolución. La más famosa de todas las fórmulas retóricas de las Consideraciones sobre Francia es aquélla en la que se bur la cruelmente de Rousseau: «La Constitución de r 7 9 5 , lo mismo que sus antecesoras , está hecha p ara el hombre. Sin embargo, no h ay nada a lo que pueda llamarse hom bre en el mundo. Yo he visto, a lo largo de mi vida, fran ceses, italianos, rusos, etc . ; incluso sé, gacias a Montes quieu, que se p uede ser p ersa: pero en cuanto al hombre, afirmo no haberlo encontrado en mi vida; si existe, no tengo conocimiento de ello» .3 Por supuesto que no son más que palabras, y que la argumentación seguramente no es la mejor. Algunos lo considerarán incluso vulgar. Pero el estilo está ahí: en la unión de lo sublime con lo vulgar. De Maistre, en la novena conversación de Las ve ladas de San Petersburgo , h ace un elogio de Séneca:4 ése es precisamente el estilo que imitan sus innumerables sentencias antitéticas. 3 Ibídem pág. 1 4 5· ' Ibídem, pág. I I I . ' Ibídem, pág. 1 7 6 . 4 Í dem, Les Soirées de Saint-Pétersbourg, óp. cit . , t. 11, p ág. 4 7 r .
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A l contrario q u e e l oxímoron que tiende a lo sublime por condensación breve de los contrarios-la coinciden cia oppositorum-otras figuras maistrianas, antitéticas y didácticas , son sus j uegos con el orden y el sentido de las p alabras. Algunas de esas figuras simétricas son justa mente célebres . Veamos dos de ellas: Nunca se repetirá bastante, no son los hombres los que hacen la revolución, es la revolución la que usa a los hombres.' . . . el restablecimiento de la Monarquía, que llamamos con trarrevolución, no será en absoluto una revolución contraria, sino lo contrario de la Revolución.2
La figura en cuestión , ya citada, es la reversión o incluso la an timetábole: las mismas p alabras se repiten en quias mo a ambos lados de un eje de simetría. Estos j uegos de palabras resultan sorprendentes: el primero resume toda la tesis de De Maistre sobre la Revolución , que ya había ilustrado un poco antes en el mismo texto con la imagen del «carro revolucionario», ya que «la Revolución arras tra a los hombres más de lo que los hombres la arrastran a ella»;3 y el segundo expone toda la dialéctica del casti go y de la regeneración, el lado hegeliano de la filosofía de la historia de maistreana, que hace que la Revolución haya beneficiado a la monarquía, con esta consecuencia escandalosa p ara la mayoría de los contrarrevoluciona rios, excepto p ara De Maistre, a quien gustan los efectos adversos: «Si se piensa bien, se verá que una vez instau' Í dem, Considérations sur la France, óp . cit . , pág. 9 8 . 3 Ibídem, p á g . 9 6. ' Ibídem, p ág. 2 o r .
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EL ESPÍRITU ANTIMODERNO
rado e l movimiento revolucionario, Francia y la monar quía sólo podían ser salvadas por el jacobinismo».' Puede preferirse el oxímoron de m aistreano a l a an timetábole. El oxímoron es la imagen viva que aparece al p rincipio de un período que la antimetábola conclui rá; una aparece en el íncipit y la otra en la clausura; una es como un cohete provocador, un símbolo, mientras que la otra nos proporciona un final didáctico y alegó rico. Los aficionados a lo sublime tienden a preferir el símbolo a la alegoría, sin embargo la poética de De Maistre está escandida por la tensión entre el oxímoron y la antimetábola, dos formas de antítesis y dos figuras de pensamiento, porque su pensamiento es fundamen t almente antitético .
E L E S P Í R I TU A N T I M O D E R N O
D e modo que D e Maistre alcanza en ocasiones l o subli me en algunas imágenes que son más bien oxímorons que antimetáboles: la antimetábole es más razonadora, el oxímoron más fulgurante. Por ejemplo ésta, en la dé cima conversación de Las veladas de San Petersburgo, «el patíbulo es un altar»,2 donde encontramos la tesis de la reversibilidad y de la mística de la pena de muerte que heredará B audelaire. O también en esta descripción del soldado que figura en el paradójico elogio de la guerra en la séptima conversación: «En medio de la sangre que 1 2
Ibídem, pág. r o 7. Í dem, Les Soirées de Saint-Pétershourg, op. cit. , t. II, pág. 5 0 2.
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LA VITUPERACIÓN
é l derrama, e s humano a l igual que la esposa e s casta en los arrebatos del amor». 1 Lam artine, que le había conocido, contaba a Sainte Beuve que De Maistre «era sobre todo ameno en la con versación, lleno de historias b astante graciosas, diverti das: " El carácter del señor De Maistre era en el fondo paradójico y chistoso " » . 2 Eso incitaba al poeta a no to mar demasiado en serio las tesis de De Maistre: «Por lo que respecta a su convicción dogmática, lo muestra so bre todo preocupado por causar efecto, por agradar a los parisinos a los que no había visto nunca». Discutiendo con él, Lamartine conseguía en ocasiones «hacerle atem perar algunas opiniones exaltadas». Nadie ha compren dido mejor el estilo de De Maistre que Lamartine: Para definir ese estilo son necesarios tres nombres: Bossuet , Voltaire, Pascal : Bossuet por la elevación, Voltaire por el sar casmo, Pascal por la profundidad. Desgraciadamente, una continua inestabilidad, un gusto más saboyardo que francés, saltos frecuentes de lo sublime a lo grotesco, deslucen la bella naturaleza de este estilo. Busca el efecto tanto como la verdad; abandona demasiado su espíritu a esa mueca divertida, pero subalterna del genio. Quiere hacer reír, y estaba hecho para hacer pensar; se encuentra, en una palabra, entre Voltaire y Pascal, pero más cerca de Pascal.1
' Ibídem , pág. 3 8 7. Sainte-Beuve, Le Cahier vert, óp. cit . , pág. 7 4. 3 Lamartine, «Vie et oeuvres du comte de Maistre (2e partie)» ( 4 3 ·ª conversación) , Cours /amilier de littérature, París, edición del autor, 1 8 5 9 , t. VIII, págs. 7 4- 7 5 . 2
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D e Maistre n o fue e l primero, y s u estilo debe mucho a sus enemigos, los filósofos y los jacobinos, pero su «pa radojismo» o «paradojalismo» (es la palabra que utiliza Valéry a propósito de Baudelaire) sigue siendo un mode lo de retórica política, y sus «saltos frecuentes de lo su blime a lo grotesco», como dice oportunamente Lamar tine, caracterizarán, además de su pensamiento, a un cierto estilo de la derecha vituperadora que llega hasta Bloy, Léon Daudet, Bernanos y Céline. Respecto a la alu sión de Lamartine a Pascal como el maestro de retórica de De Maistre, no hace más que confirmar el papel del «loco sublime» y del «terrible genio» en los orígenes de lo antimoderno. Brunetiere decía que uno se hacía en general una idea falsa del estilo de De Maistre al resaltar sus «cualidades de fuerza y brillo, elocuencia vehemente y apocalíptica», cualidades presentes cuando son necesarias, mientras que su «estilo habitual» se caracterizaba más bien por «la ins piración, el ingenio, el giro imprevisto, la soltura munda na en el uso de la paradoja y la impertinencia>>. 1 Scherer, en quien se inspiraba Brunetiere, observaba ya que De Maistre tenía en general «más de inspiración y de agu deza que de autoridad y elocuencia».2 Inspiración, agu deza, ingenio, sorpresa, impertinencia, p aradoja : exce lente descripción de la ironía, típica del antimoderno, que caracterizará a Baudelaire.
' Brunetiere, «Joseph de Maistre et son livre Du pape», art. cita do, pág. 2 24. ' Scherer, «Joseph de Maistre», art. citado, pág. 2 6 5 .
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LA V I T U P E R A C I Ó N
Para explicar a De M aistre, Scherer argumentaba que «los espíritus se dividen en dos clases, los hombres de hecho y los hombres de derecho, los hombres de la autoridad y los hombres de la crítica, los hombres de la estabilidad y los del movimiento» .1 Hay, sin embargo, una tercera clase de hombres, la de los seres p aradójicos, ellos mismos divididos entre el ser y el tiempo, o a «igual distancia del iluminismo y del escepticismo»,2 como dice el conde en la décima conversación de Las veladas de San Petersburgo . Si De Maistre p arece ponerse del lado de la estabilidad, Scherer reconoce que «experimenta un p articular placer en escandalizar a la razón mediante pa radojas», o incluso en minar sus argumentos de autori dad, y que es precisamente en esto donde «se manifiesta el elemento innovador y arriesgado de su genio» . 3 De Maistre, «genio arriesgado». La expresión descu bre otro rasgo que hace de los antimodernos modernos, lo inacabado, o incluso la extravagancia de su obra. A pesar de su admiración por los valores clásicos, De Maistre no se las apaña mejor que Chateaubriand o Ba llanche, y a menudo renuncia a medio camino. De la so beranía del p ueblo no es más que un boceto; en 1 7 9 7, las Consideraciones sobre Francia terminaban con un curioso «Fragmento de una historia de la Revolución francesa por David Hume», interrumpido antes de concluir en un «Ca:: tera desideran tur» , sugiriendo que la Revolución, lo
' Ibídem, p ág . 2 8 r. ' Maistre, Les Soirées de Saint-Pétersbourg, óp. cit., t. II, pág. 5 2 8 . 3 Scherer, «Joseph de Maistre», art. citado, p ág. 2 8 8 .
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E L ESPÍRITU ANTIM O D E R N O
mismo que e l libro, tampoco estab a terminada. A conti nuación , el «monárquico saboyano» no publicó hasta l 8 l 4 el Ensayo sobre el p rin cipio gen erador de las consti tuciones políticas, escrito en 1 8 0 9 , y Del papa, p ublicado en 1 8 1 9 , que fue su único libro verdadero . Las veladas de San Petersburgo, aún inacabadas, fueron publicadas en 1 8 2 1 , después de su muerte, y en ellas había encontrado la forma que mejor convenía a su «genio arriesgado» de contertulio, o de «conversador», como decía Lacordai re:1 la conversación digresiva. Dogmático y autoritario, De Maistre, provoca per plejidad por sus chifladuras. Es «eminentemente gua són», opinaba Faguet: «De Maistre no se preocupa de que nos demos c uenta de que, a pesar de su seriedad, se burla un poco de nosotros».2 Faguet comparaba su «tono de siniestro mistificador» con el espíritu de Mon taigne, de Pascal y de Voltaire, aunque nunca podemos estar seguros de que no bromee, por ejemplo cuando enuncia con toda seriedad: «El principio de la Soberanía del p ueblo es tan peligroso que, incluso en el caso de que fuera verdad, no habría que permitir que se mostrara.»3 Faguet, azote de la Ilustración pero liberal en potencia, y él mismo ironista, había comprendido perfectamente el sentido del «paradojalismo» de De Maistre: «La paradoja, decía, es la maldad de los hombres buenos que son dema-
' Lacordaire, «Mme de Swetchine», Le Correspondant, 25 de oc tubre de 1 8 5 7 , pág. r 9 3 . ' Faguet, <<.Toseph de Maistre», art. citado, pág. 5 3 . ' Maistre, carta a l duque de Serra-Capriola, del 2 0 d e octubre (1 de noviembre) de 1 8 0 5 , Oeuvres completes, óp . cit., t. IX, p ág. 494.
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LA VITUPERACIÓN
siado inteligentes.»1 D e Maistre trata d e volverse malo, fulmina en el elogio al verdugo, pero la paradoja se muer de la cola, y es dudoso que De Maistre haya convencido alguna vez a alguien. <Óu método consiste en una serie de digresiones por p aralogismos y de conclusiones por sor presa», opinaba Faguet,2 en una fórmula que hace de De Maistre el patrón no solamente de Baudelaire, sino del es tilo moderno. Le debemos más a su estilo metapolítico es piritual que a la ficción de la influencia de su política ex perimental sobre los totalitarismos del siglo x x .
L A PA S I Ó N P O R L A L E N GUA
Baudelaire tendrá todas las características de un impreca dor en Mi corazón al desnudo y Cohetes, o en su panfleto contra los belgas. «En cuanto a mí, que me descubro en ocasiones el tono ridículo de un profeta», reconoce en Co hetes;3 es decir, esa mezcla de énfasis y de ironía heredada de De Maistre, aunque ya presente en Burke, según Geor ge Steiner.4 El spleen de París desborda sarcasmo contra la vida moderna; Mi corazón al desnudo se reduce a una j ade ante vituperación contra el mundo moderno y expresa «con la paradoja y la impertinencia», como decía Brune tiere de De Maistre, su metafísica, su política y su estética.
' F aguet, <
LA PAS I Ó N P O R LA L E N G U A
Vituperación u n poco loca, o incluso histérica, pero no inocente, inacabada e impublicada, a la que escapaban Las flores del mal, tensadas entre el «éxtasis» y el «asco», entre el rechazo antimoderno y el amor al mundo. Porque la maldición, como en la Biblia, es una prueba de amor, del amor al mundo a través del amor a las palabras. Si De Maistre es todavía legible y bastante leído hoy en día, a di ferencia de Bonald o de Lamennais, sus pares según Bar bey d'Aurevilly, se lo debe a su estilo, al sabor y a la alegría de su lengua. Lo que le salva, como a algunos antimoder nos posteriores a él, es su pasión por las palabras, a pesar de que Scherer lamentaba que la mayoría de sus conside raciones lingüísticas fuesen caprichosas, o precisamente a causa de eso mismo: después de haber citado una serie de falsas etimologías de De Maistre, Scherer concluía que «nada iguala la puerilidad de estas etimologías, a no ser la extravagancia de las místicas conclusiones que el autor sa ca de ellas». 1 Pero un hombre que sabía que «el carmesí se parece infinitamente al sonido de la trompeta»2 ¿no había dado ya pruebas de que era un poeta? Barthes , del mismo modo que Lamartine, llegaba a perdonárselo todo, como a sus descendientes en el esti lo antimodern o . El discurso, decía, es arrogante por de finición , porque el discurso se i dentifica con el poder, pero la escritura no puede ser arrogante, porque ella abdica por principio de todo poder. Y De Maistre y
' Scherer, «Joseph de Maistre», art. citado, pág. 2 7 0 . ' Maistre, Les Soírées de Saínt-Pétersbourg, 9 . " conversación, óp. cit. , pág. 4 6 7.
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LA VITUPERACIÓN
Bloy s o n escritores. E n ellos, la escritura desactiva la arrogancia del discurso: « ' escribir practicar una vio lencia del habla . . . y no una violencia de pensamiento : violencia de la frase en cuanto que se sabe frase ' por eso puedo decir, p aradójicamente, que hay escrituras p rovocadoras (Maistre) o vociferadoras (Bloy) , pero que no las hay arrogantes.»1 La arrogancia propia al discurso es desmontada en lo que Barthes denomina el «teatro asertivo, excesivo de una hipótesis loca (De Maistre ) : esto es la Escritura». La ira, los insultos, el exceso, la locura de De Maistre-«un Draufgtinger, un entusiasta, un temerario», decía Ciaran , citado por Barthes-2 le vuelven por decirlo así inofensivo e inclu so simpático, «un puro escritor sin influencia, por lo demás desfasado», concluirá Barthes con una indulgen cia mezclada con cierta condescendencia. 3 De manera que De Maistre, el anti-neutro por exce lencia, curiosamente tendrá la última p alabra en el curso de B arthes sobre Lo neutro , a propósito del miedo, emo ción que inhibe el deseo de lo neutro. Y la solución se encuentra en la séptima conversación de Las veladas de San Petersburgo , indicando como exorcizar el miedo: «Ejemplar sabiduría la de los griegos sobre este asunto: . . . hacían del pánico una divinidad a la que, por lo de más, era posible ofrecer sacrificios: " El intrépido espar=
' Barthes, Le Neutre, óp. cit . , p ág. 2 0 7 . Ibídem, p ág. 2 0 7 ; véase Cioran, prefacio a Maistre, Textes choi sis, óp . cit. , pág. 4 7 . 3 Barthes, L e Neutre, ó p . cit. , p á g . 2 0 3 . 2
LA PA S I Ó N P O R LA L E N G UA
tano sacrificaba al miedo ( Rousseau se extraña de ello en alguna parte, no sé por qué) " » . 1 Barthes nos recuerda que el estilo de los antimodernos los redime. No todos fueron vociferadores. Péguy esco gió, por ejemplo , otra manera de presentar sus ideas , y Barthes detestaba los tics de Céline. Pero es necesario que el humor, la cólera y la protesta, inspiren y den brío. «Hay una tradición retórica de la cólera, escribía Pierre Klos sowski, cuyos orígenes son evidentemente religiosos . . . , y que finalmente, a partir de la Revolución, del género ora torio que era, se ha convertido en género literario . . . que ha permitido a toda una categoría de temperamentos ha cernos p artícipes de sus malos humores, como otros lo ha cen con su humor, y poco importa que ese mal h umor, que ese malestar, que esa rabia fuesen provocados por la estu pidez burguesa (Baudelaire y Flaubert) , por el utilitaris mo y el moralismo de la sociedad capitalista (Breton, los surrealistas) , por el positivismo ateo (Barbey, Villiers) o en fin, por los «Conformistas» (Bernanos)». 2 De este mo do, Klossowski prolongaba la tradición antimoderna has ta Breton y el surrealismo . ¿Por qué no? Llega incluso hasta Barthes, o aún hasta nosotros.
' Ibídem, pág. 2 5 9 ; véase Maistre, Textes choisis, óp. cit . , p ág. 7 6 . ' Klossowski, L a Vocation suspendue, París, Gallimard, r 9 5 0 , pág. 1 4 ·
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CONCLUSIÓN L O S REAC C I O N ARIOS C O N E N C A N T O
Las ideas, los hombres. Entre aquéllas, que forman un sis tema de pensamiento bastante coherente, una visión del mundo marcada por algunas constantes a largo plazo, y és tos, diferentes, caprichosos, veleidosos, las discordancias aparecen en seguida. Raros son los escritores, particular mente en el siglo xx, que reúnen todos los rasgos del anti moderno a la manera de Joseph De Maistre, Chateaubriand o Baudelaire. En Paulhan, Barthes o Gracq, las referencias a la contrarrevolución, a la anti-Ilustración o al pecado ori ginal se difuminan o desaparecen por completo. Por consi guiente, se podría pensar que hemos abusado de un térmi no que, tomado en varios sentidos a lo largo del tiempo, ha perdido actualidad. Demasiado antimoderno acaba por matar lo antimoderno. Hemos querido establecer un marco de referencia a partir de los casos más claros, pero sin pretender imponer ningún canon exclusivo. En la paleta de los colores anti modernos, cada cual escoge según su gusto, y la muestra final nunca es completa. Entre De Maistre y Barthes, hu bieran podido ser examinados otros antimodernos, como los Goncourt, André Suares, Claudel-rescatado in extre mis por Gracq y Barthes-, Valéry, Daniel Halévy, Berna nos, Bataille y Callois, o los Húsares . . 1 Las variantes po.
' Grupo literario de los años cincuenta opuesto a los existencia listas. Tomó el nombre de la novela de Roger Nimier, L e Hussard
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drían multiplicarse, pero el carácter impresionante del palmarés seguiría siendo el mismo. Todos los antimoder nos no se reducen a un tipo único, ya que la libertad per tenece a su credo, pero su diversidad no impide su esta tus de dobles de los modernos, de críticos modernos de la modernidad, o de modernos vistos por detrás, de ma nera que, si la noción tiene algún valor, casi todos los modernos habrían podido comparecer en esta teoría de los antimodernos.
« A M O R FAT I »
L a denominación d e antimoderno n o e s unívoca, sino que, como ha podido observarse en cada uno de los ca pítulos, depende del punto de vista. En el movimiento moderno, siempre se es antimoderno de alguien . Para Maritain, Bergson es un moderno e incluso un moder nista, condenado por «modernismo» , en nombre de la herejía católica, mientras que para Péguy es un antimo derno en el sentido en que ofrece argumentos para com batir el «mundo moderno», determinista, positivista, materialista, mecanicista, intelectualista y asociacionis ta. Thibaudct y Benda, el bergsoniano y el antibergso niano, no pueden ser antimodernos de la misma manera. El primero lo es por su ecuanimidad y su indulgencia, hablando con la misma naturalidad de Maurras, Barres y bleu, y estaba formado, entre otros, por Jacques Chardonne, Antai ne Blondin , Claude Roy, Franc;ois Nourissier, Michel Déon, y el pro pio Roger Nimier. (N. del T)
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Bergson, en nombre de un liberalismo literario y político cada vez más difícil de defender en los años treinta, y que no puede desprenderse de los extremismos, en par ticular del surrealismo y del comunismo. El segundo lo es por su racionalismo, su criticismo y su clasicismo, por su antipatía por la literatura y el pensamiento contempo ráneos, lo que ha permitido que a veces sus posiciones se confundan , equivocadamente con las de Action Frarn;ai se. Sin embargo, polemizando con Bataille, Caillois y el College de Sociologie, en vísperas de la guerra de 1 9 4 0 , antimodernos en busca de lo sagrado, Benda es incues tionablemente un moderno. Tras ellos se perfila Renan , uno de los escritores más equívocos, a la vez moderno y antimoderno, aficionado a la ciencia, pero que no se de ja engañar por el cientifismo, lo que explica que Péguy haga de él el responsable del «mundo moderno» y se convierta en un último reducto contra el «mundo mo derno». Paulhan, Gracq y Barthes han sido contemporáneos, pero nunca tuvieron nada que ver uno con otro y no se encontraron nunca, o muy raramente. Su mutua incom prensión fue viva, o incluso su hostilidad, ya que habían elegido bandos diferentes durante la guerra fría. Paulh an es un moderno para Gracq, en el sentido de que es un acelerador de la entropía, de un Monsieur Teste (extenúa a la literatura, para escándalo de Benda) , pero para Bart hes es simplemente un reaccionario. Ahora bien, a pri mera vista, las posiciones de los tres parecen semejantes, al margen de lo moderno, a distancia de la vanguardia, en un verdadero toma y daca. A menudo expresan la misma reticencia por el movimiento, les gustan los mis243
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mos escritores desfasados (Chateaubriand y Stendhal, en el caso de Gracq y Barthes) , dudan igualmente sobre la suerte del adjetivo, desde hace tiempo víctima propi ciatoria del purismo literario de los modernos. Paulhan lo rehabilita contra el Terror surrealista y su obsesión por los clichés; Gracq lo defiende contra la «escritura blanca» y el «progresismo metalingüístico» de los años cincuenta y sesenta; Barthes mismo, siempre tentado por lo neutro y que considera al adjetivo pegajoso, arrogan te, agresivo, renuncia finalmente a prescindir de él: « ¿ Suprimir el adjetivo? . . . sin el adjetivo nada tendría lugar. . . . suprimir los adjetivos de la lengua es esterili zarla hasta a la destrucción, es algo fúnebre.»1 Barthes acepta, como Paulhan, como Gracq, que hay «un tiempo para la impostura, un tiempo del adjetivo», que es el mis mo de la literatura, constitutivamente antimoderna, cuando no reaccionaria. Como decía Rivarol, anticipan do con buen sentido la ambivalencia antimoderna con respecto a la excentricidad: «Es una gran ventaja escribir poco, pero no hay que abusar.» El antimoderno se co lumpia sobre ese hilo. Gracq y Barthes, evidentemente, no son vituperado res. Su cólera contra el mundo, porque a pesar de todo son hombres coléricos, es contenida, civilizada. En ellos, la contrarrevolución, la anti-Ilustración, pasan evidente mente a segundo plano, pero no son defensores a ultran za del siglo xvm: si los dos perdonan a un Rousseau pre cursor del «romanticismo en todo su sentido», Barthes
' Barthes, Le Neutre, óp. cit. , págs. 9 3- 9 4. 244
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recordaba que él había leído «más Bossuet que Dide rot»,' y Gracq reduce a Voltaire a un «periodismo eleva do al grado de excelencia».2 Las ideas fijas del antimo derno les inspiran menos que Chateaubriand, Flaubert o Baudelaire. El pesimismo y el pecado original aparente mente no influyen en su pensamiento, y no citan a Sho penhauer. Aunque Spengler lo ha reemplazado con cre ces en Gracq, Nietzsche en Barthes, y ambos coinciden en el empleo de la noción nietzscheana de amor fati co mo desenlace, recalificación o relevo de la protesta anti moderna: «Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati: no desear nada más que lo que hay, ni delante, ni detrás, ni por los siglos de los siglos»,3 es cribía Nietzsche en Ecce Hamo, o también: «lo que tiene la marca de la necesidad no me hiere; amor fati, ésta es mi verdadera naturaleza». 4 El amor fati define un fatalis mo libre del resentimiento , una aceptación de la vida, la «adhesión alegre a la necesidad», decía Gracq,5 el «ver dadero devenir dialéctico», precisaba Barthes como conclusión a su último curso en el College de France,6
' Í dem, «Réponses», art. citado, pág. 1 0 3 9 . Gracq, En lisant en écrivant, en Oeuvres completes, ed. Bern hild Boie y Claude Dourguin, París, Gallimard, colección Bibliothé que de la Pléiade, 1 9 8 9-1 9 9 5, 2 vols. , t. II, pág. 7 4 2 . 3 Nietzsche, Ecce Hamo, e n Oeuvres philosophiques completes, óp. cit. , t. VIII, vol. 1, p ág. 2 7 5 . (Ecce Hamo, óp. cit. pág. 5 4. ) 4 Ibídem, p ág. 3 3 2. (Ibídem, p ág. 1 2 2 ) 1 Gracq, «Réponse a une question sur la poésie» (1 9 7 8) , en Oeuvres completes, óp. cit. , t. 11, p ág. 1 1 7 3 . 6 Barthes , L a Préparatlon du roman, óp . cit . , pág. 3 8 4. 2
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antes d e citar l a exhortación cara a Nietzsche: « ¡ Llega a ser el que eres ! »1 Siguiendo el modelo del budismo pre conizado por Shopenhauer como negación de la volun tad, Barthes, siempre seducido por el zen, concreta el sentido del consejo nietzscheano: «Pasividad superior, transcendente.»2 Amor fati: ¿no será acaso la última pa labra del antimoderno? Una última palabra que no po día ser entendida a p riori, la promesa de una Vita Nuova más allá del pesimismo, o «un Optimismo sin Progresis mo»,3 como decía Barthes, la energía de la desesperación de Chateaubriand, el nihilismo activo de Nietzsche, el «recurso al primer llegado» de Paulhan, o la «vitalidad desesperada» de Passolini.4
« Q UIEN PIERDE GANA »
Si entre todas las variantes colectivas e individuales de la tradición antimoderna todavía hay una constante que só lo puede ser reconocida después de haber sido descritas todas las demás, es la predilección por el combate en la re taguardia, o en «la retaguardia de la vanguardia», según la
' Nietzsche, Así habló Zaratustra, en Oeuvres philosophiques completes, t. VI, tr.
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feliz expresión de Barthes. Los antimodernos son franco tiradores. Chateaubriand sostiene la monarquía como la cuerda, según se dice, sostiene al ahorcado, ambivalencia que Barbey d' Aurevilly y Maurras estiman en él. Para Gracq, que le trata con la simpatía de un «leal estrafalario de la derrota», de un «hombre adicto a los reyes, pero que los prefiere destronados»,1 es por el contrario lo que cons tituye su encanto. Chateaubriand, «habiendo cosido a su sombrero de una vez por todas la escarapela de la causa perdida, sale bien librado, y se lo pasa en grande corrom piendo las sonrisas y los homenajes, burlándose de sus fi delidades con la juventud "progresista " de enfrente». En este sentido fue significativo su triunfo en las calles de Pa rís en 1 8 3 0 , mientras sucumbía la Restauración. Para el antimoderno, la política de lo peor es a me nudo una ganga: «allí donde enseña a perderse, él siem pre sale bien librado», sigue diciendo Gracq de Cha teaubriand. El fiasco añade a la vida una «gota de amargura que ayuda a envejecer mejor», y Chateaubriand se desvi ve sin cuento a p artir de 1 8 3 0 por una monarquía acaba da. De donde se deduce que «todo le aporta», o le re porta.2 El antimoderno j uega a quien pierde gana, ya qt1L' su experiencia melancólica le procura un reducto retóri co inexpugnable. El fracaso en el mundo es la condició11 de posibilidad de la prosecución indefinida de la emp rl' sa literaria. Incluso cuando no vitupera siempre, porq t 1L· no todos lo hacen, el estilo del antimoderno es irre p r i ' Gracq, «Le Grand Paon» (1 9 60) , Pré/érences, completes, óp . cit . , t. 1, p ág . 9 2 r. ' Ibídem, pág. 9 2 4.
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OC/1 1 'r" '
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mible: nada más emblemático que e l estilo d e Péguy, ma chacando sin cesar. ¿ Dónde situar a los antimodernos en el tablero polí tico? ¿A la derecha de la izquierda como en la retaguar dia de la vanguardia ? Los intelectuales, se dice, empie zan a menudo siendo de izquierdas, pero no terminan siempre en la izquierda . «Contra la revolución literaria, en la que como cualquier otro había participado, este Talleyrand del espíritu restauró la tradición», decía Thi b audet a propósito de Sainte-Beuve, «romántico de vuelta» y fundador de la tradición literaria francesa, me diador entre Chateaubriand y Michelet, según Maurras, y modelo del «empirismo organizativo». Un «jacobino ministro . . . es siempre lo contrario de un ministro jaco bino», decía Thibaudet, ' y la frase sería aplicable a otros muchos antimodernos que reclamaban «orden y disci plina». Péguy sigue siendo un buen ejemplo de esta ten dencia «dextrógira» de la literatura, como la calificaba Thibaudet, o incluso Gracq, o incluso Barthes, aspiran do en los años setenta a escribir unas Mitologías de la iz quierda, a quien todavía no se le llamaba bobo ,2 después de haber escrito las de la derecha en los años cincuenta. Los antimodernos se parecen a menudo a los modernos, pero aquéllos están de vuelta de sus entusiasmos de ju ventud . Paulhan recordaba que había sido dadaísta, y
' Thibau
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Gracq que había sido surrealista. Los neoconservadores americanos de principios del siglo x x 1 , antiguos intelec tuales de izquierda, pero p artidarios del conservaduris mo de Leo Strauss por hastío del liberalismo, en sentido americano, representarían la versión contemporánea del antimoderno, o bien en Francia los «nuevos reacciona rios» denunciados al público en 2 0 0 2 . 1 Los antimoder nos serían modernos decepcionados , desengañados de sus primeros amores, renegando de su época. Este es quema es frecuente, pero no inmutable. Bernanos , bello espécimen de antimoderno , empezó siendo un militante monárquico y reaccionario. La conclusión que puede sa carse de estas tergiversaciones es que los antimodernos no son nunca conservadores tradicionales, de familia. Por eso la antimodernidad no es en absoluto incompati ble con aquellos comportamientos que sean todo menos conservadores (su apoliticismo estético, su rechazo del compromiso no excluye su civismo) . Hay en los antimo dernos una chifladura y una indisciplina inalienables que hacen de ellos lo contrario de los centristas. La de recha piensa que son de izquierdas, y la izquierda que son de derechas . Desubicados , j uegan a dos b andas, an tes de transformar su fracaso en éxito. ¿Podría pensarse que el fenómeno antimoderno es tuviera ligado, a causa de su ambigüedad, a la dificultad ' Maurice T. Maschino, «Les nouveaux réactionaires», Le Monde diplomatique, octubre 2 0 0 2; Daniel Lindenberg, Le Rappel a l'ordre. Enquhe sur les nouveaux réactionnaires, París, É d . du Seuil, colec ción La République des idées , 2 0 0 2 .
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que tiene e n Francia la derecha p ara asumir s u nombre, sobre todo cuando proviene de la izquierda, en una cul tura política en que la legitimidad es desde la Revo lución, el romanticismo y la República de izquierdas ? La derecha raramente está orgullosa de serlo, ya que se la suele identificar con la emigración, con los «males de la patria» y los «furgones del extranjero», el oscuran tismo y el autoritarismo. Le falta un mito fundador com p arable a lo que es el progreso p ara la izquierda, tenien do en cuenta que la llamada al orden entusiasma menos y molesta más cuando uno es un converso de izquierdas. Thibaudet señalaba con perspicacia «un malestar, una contradicción» de principio en las doctrinas tradiciona les: «Uno debería ser tradicionalista, por definición, a favor de alguien . . . pero al mismo tiempo y sobre todo, uno se hace tradicionalista contra alguien. » ' Gracias a la tradición antimoderna, la derecha toma prestado el mito de la izquierda dándole la vuelta como un guante. En el histérico p anorama político general, el antimoderno es un perverso. Por eso, en una sociedad donde la denomi nación de «liberal» sigue siendo un insulto, puede servir de máscara a los neoconservadores. Entre las vanguardias y las retaguardias, en la reta guardia de la vanguardia o en la vanguardia de la reta guardia, los antimodernos, reivindicando un derecho de inventario, al apelar al escepticismo y la libertad, ocupan una posición aparentemente incómoda de la que sin em bargo sacan una indudable ventaja. Thibaudet decía del ' Thibaudet, «L'eshtétique des trois traditions», art. citado, pág. 6.
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liberal que «entre la derecha y la izquierda se parece a un murciélago». Continuamente se le exige que elija: « " Soy un p áj aro, ¿no veís mis ala s ? Soy un ratón, ¡ viva las ra tas ! " Hay que ser o ratón o p áj aro . »1 Y mientras tanto ahí está de un lado a otro. No cabe duda, pero Thibaudet conoce la moraleja de la fábula, que termina con la vic toria del murciélago : «Con esta ingeniosa salida 1 salva dos veces la vida.» El antimoderno logra imponer su am bigüedad, o su «atopía», como decía Barthes, que, conti nuamente a la caza de un «tercer modo» inclasificable, a menudo citaba la fábula de La Fontaine como modelo . 2 Murciélagos, los antimodernos convierten u n a mar ginalidad política y un handicap ideológico en triunfo es tético. Hay en ellos una incoherencia irreductible que les da fuerza. Incluso Benda, paladín de la coherencia, se pliega a las p aradoj as que le vuelven , como decía Gué henno, «insoportable y sin embargo simpático».3 No obstante, Bernard Lazare ignora las manifestaciones abiertamente antisemitas de Bloy p ara así poder identifi carse con él. El antimoderno es el reverso, la otra cara de lo mo derno, su ambivalencia, indispensable su reserva, así co mo su recurso. Sin el antimoderno el moderno estaría abocado a su perdición, porque los antimodernos son la
' Í dem, «En lisant les Mémoires d'un touriste», NRF, diciembre de 1 9 3 2, p ág . 9 1 5. ' Barthes, «Texte a deux (parties) » ( 1 9 7 7 ) , en Oeuvres completes, óp. cit . , t. V, pág. 3 8 8 . 3 Jean Guéhenno, ]ournal des années naires, I940-I944, París, Ga llimard, 1 9 4 7 , p ág. 29, 17 de agosto de 1 9 4 0 .
CONCLUSIÓN
libertad de los modernos, o l o s modernos más la liber tad. Al rechazar cualquier tiranía del pensamiento, al adoptar ante cualquier alternativa una auténtica actitud crítica, no son ni literaria ni políticamente ni de derechas ni de izquierdas, pero no en el sentido en que Zeev Sternhell veía en Barres un precursor del fascismo,' sino en el de la neutralización que Barthes reclamaba. El an timoderno es el neutro en el que Barthes se encuentra con De Maistre. Gracq llama a Chateaubriand un «reaccion a rio con enca nto» . 2 No encontraremos definición más perfecta del antimoderno: l a reacción más el encanto, es decir, la travesía de l a reacción , la reacción contra la reacción, o la ironía de la reacción y la recalificación del pesimis mo. Gracq añade-estamos en 1 9 6 0-que se trata de un «tipo de nuestra época, reactualizado en más de un sentido». ¿ En quién está pensando? Sin duda en él mis mo. Modernos desengañados o contrariados, y reaccio narios con encanto, los antimodernos son el colmo de lo moderno.
' Zeev Sternhell, N i droite, ni gauche. L'idéologie fasciste e n Fran ce ( 1 9 8 3 ) , París, Fayard , 2 0 0 0. ' Gracq, «Le Grand Paon», art. citado, pág. 9 2 1.
ESTA EDICIÓN, PRIMERA, DE « LOS ANTIMODERNOS » , DE ANTOINE COMPAGNON, SE HA TERMINADO DE IMPRIMIR, EN CAPELLADES, E N EL MES DE FEBRERO DEL A ÑO 2 0 0 7 .