EMIL CIORAN seis entrevistas aisladas
(ediciones alma_perro)
EL AMIGO DE LO PEOR Entrevista de Christian Bussy Para saludar la aparición de su libro Sur les cimes du desespoir obra inédita, escrita en Rumania en 1934, Pierre André Boutang y Oceaniques habían programado la difusión, el 26 de marzo, de un documento único; una entrevista televisada de Cioran, realizado por Christian Bussy para la RTBF en 1973. en el último momento Cioran se opuso a su radiodifusión. Publicamos algunos fragmentos de esa entrevista excepcional que, a más de medio siglo de distancia, hace eco de las obras de juventud que descubrimos hoy.
Christian Bussy: A su llegada a Francia, en 1937, ¿intentó usted conocer a los escritores que le gustaban? Cioran: Absolutamente no. Sólo lo hice cuando apareció mi primer libro, Précis de décomposition en 1949. Antes, yo no conocía a ningún escritor, ningún filósofo, ningún intelectual. Yo no pertenezco a ese mundo. C.B: A barrera...
pesar
de
todo,
usted
saltó
la
Cioran: ¡Si se puede decir! Llevé por entonces, sobre todo, lo que se podría llamar una vida mundana. A comienzos de los cincuenta yo iba a los cócteles. Después de tres, tal vez cuatro años, me cansé. Siempre he vivido en el fondo, al margen de la sociedad. C.B: A pesar de todo, escribir un libro es entrar a la sociedad. ¿Qué le decidió a escribir ese primer libro, en 1949? Cioran: La historia d ese libro es bastante curiosa. Dos años antes, 1947, estaba yo en Dieppe y me divertía traduciendo Mallarmé al rumano. Cuando digo que me divertía, esa es una manera de
hablar, pues de pronto me di cuenta de que eso era absurdo, que era tiempo perdido, puesto que yo no volvería jamás a Rumania, y que, en suma, estaba yo traduciendo a un ilustre poeta clásico a una lengua desconocida. Regresé entonces a París y tomé la decisión de escribir directamente en lengua francesa, por mi propia cuenta; ese es el origen de Précis de décomposition. Por lo demás, todo lo que he escrito, lo he escrito en momentos de depresión. No he escrito nunca uno de mis libros para hacer un libro, sino siempre con un fin terapéutico. Es difícil de expresar, pero mis libros no son tales.
C.B: A la pregunta, ¿por qué escribe usted?, respondía Paul Valery: Por debilidad. ¿Es éste, un poco, el caso de usted? Cioran: Es mucho más que debilidad. Una especie de miseria, de descenso... El libro aparece después de eso y como un accidente. C.B: ¿Escribe usted también acaso, conocer a los hombres? ¿Para tener testigos?
para
Cioran: ¡Ah eso no! Cuando se escribe en estado de crisis, no se piensa en los demás. Si verdaderamente quiere usted que se trate de un diálogo, entonces sería... C.B: ¿Un diálogo con usted mismo? Cioran: No, con Dios. En el sentido en que mis libros son el encuentro de una soledad con otra soledad, pues Dios está más solo de lo que podamos estarlo nosotros. C.B: Dicen que usted verdadero esto, o falso?
es
nihilista.
¿Es
Cioran: No, no soy nihilista. No soy nada. Digamos que tengo acceso de nihilismo. Soy un negador, ciertamente. A condición de precisar que la negación no es en mí abstracta sino visceral.
Es... ¿cómo decirlo? Es como una explosión. Es un sentimiento difícil de analizar, de descubrir. Por ejemplo, dar una bofetada todavía es una afirmación. Yo doy bofetadas, sin duda, pero no afirmo nada.
C.B: ¿Por qué es Cioran un hombre rebelde? Cioran: ¡Pero si yo no soy un rebelde! Un rebelde quiere remediar algo. Es un militante. Yo me siento cerca de Baudelaire y de Pascal, y no se puede decir que sean rebeldes. C.B: Entonces, desesperado?
vamos
lejos,
¿es
usted
un
Cioran: Y bien, no, eso tampoco... Bueno, mi posición es ciertamente desesperada puesto que no lleva a ninguna parte. Pero es una situación que acepto y que, curiosamente, no me impide en nada vivir. Siempre me he dicho que si hubiese un remedio a esta situación, ya lo habría yo encontrado. Después de todo, no soy más tonto que cualquier otro. C.B: Alguien tan severo como usted, ¿tiene, de todos modos, objetos de admiración, de amistad? Cioran: Sin duda, siempre he tenido amigos, pero fuera del medio literario. Mis más grandes amigos no escriben. Nunca he apreciado a las personas en función de lo que son. Hasta iré más lejos: en el plano metafísico, una conserje un poco inquieta es mucho más interesante que un filósofo infatuado por su sistema. De hecho, en la vida, se encuentran grandes escritores que no han comprendido nada. C.B: De todos modos, una excepción: ¿Michaux? Cioran: ¡Ah! ¡Sí! Un hombre admirable! Vivió largo tiempo en el mismo barrio que yo. Me encantaba hacerle hablar.
C.B: ¿Qué puntos comunes tenía usted con él? Cioran: Difícil de decir... pero yo estaba fascinado por la manera en que él se apasionaba por el cine documental, científico. Lo comprendí después. Michaux quería agotar un tema, cualquiera que fuese. Ahora bien, la literatura, necesariamente, es escamoteo. En ese sentido, Michaux se salió de la literatura. C.B: ¿También usted, cuando observa, agota un tema? Cioran: No lo sé. Recuerdo que una noche, después de cenar, Michaux y yo hablando hasta las dos de la mañana. Habíamos hablado del destino del hombre; su voz cambió de pronto, y yo noté un temblor, una emoción; la idea de que el hombre pudiera desaparecer un día del planeta le trastornaba. Yo nunca le he perdonado esta emoción. Yo pensaba que esta hipótesis de una desaparición del hombre no era tan mala. Y en ese instante sentí una decepción. C.B: Con el tiempo, ¿se ha vuelto usted más cínico? Cioran: No, menos, mucho menos. En el fondo, con la edad, todo se agota, hasta el cinismo. Ciertamente, no tengo ninguna razón de renegar, de corregir o de suavizar todo lo que he escrito. Pero las cosas son de tal modo que una vez que se les ha expresado, se cree en ellas u n poco menos. ¿Por qué? Porque el hecho de escribir es, de todos modos, una profanación. Por ejemplo, tomemos el suicidio. El suicidio me obsesionó hasta el momento en que escribí sobre el suicidio. Después, pensé menos en eso. En eses sentido, escribir es una profanación: Matamos el tema. Todos los temas que he tratado los he matado, a medias. Mis obsesiones han disminuido. C.B: Al llegar a este punto, debo plantearle la pregunta: ¿por qué no se ha suicidado usted?
Cioran: Fue la idea, la obsesión del suicidio la que me salvó, precisamente. Es una idea positiva, estimulante, sin la cual no habría yo soportado mi vida. El cristianismo ha cometido una enorme falta psicológica al proscribir el suicidio. Y lleva la pesada responsabilidad de haber desacreditado esta idea que, para mí, está ligada a la idea de libertad. Hoy puedo soportarlo todo, puesto que todo depende de mí.
LOS DETALLES MÍNIMOS Y LAS PASIONES DESENCADENADAS Entrevista realizada por J. L. Almira, publicada en el número 344 de El País Semana de Noviembre de 1983 Denunciador de la miseria humana e ironista empedernido, melancólico y febril, E. M. Cioran es reconocido en Francia como uno de los pensadores cruciales de hoy. Rumano de nacimiento, vive en París desde 1937, acogido al estatuto de apátrida. En esta entrevista aparece el Cioran que halló en España y en lo español los rastros de su propio temperamento; aparecen asimismo las obsesiones y constantes que han presidido su vida y su obra. Hijo de un prelado de la Iglesia ortodoxa, E. M. Cioran nació en Rasinari (1911), un pequeño pueblo de Transilvania, donde transcurrió su infancia en contacto con la naturaleza. De la madre parece heredar su inclinación a la melancolía. Por oposición a su padre, a quien, sin embargo, respeta, fue hasta los 17 años un ateo furioso. Con De lágrimas y de santos (1937), cuarto de los cinco libros escritos y publicados en su país, Cioran conjura la gran crisis religiosa de su vida. Reescribe cuatro veces su primer libro en francés, lengua cuyo rigor le resulta "inhumano, infernal"; Gallimard publica inmediatamente ese libro (Breviario de podredumbre, 1949), al que seguirá una obra singular (Silogismos de la amargura) de la que sólo se conocen en España algunos fragmentos. Vendrán después La tentación de existir, El aciago demiurgo. Del inconveniente de haber nacido (editado por Taurus), La caída en el tiempo (Monteávila) e Historia y utopía (Artífice). Hasta llegar a Desgarradura (Montesinos, 1983), libro que la crítica española ha reseñado más que criticado, tal vez porque Cioran suscita posiciones extremas, y los extremos comprometen siempre.
Maestro del aforismo, ese "fuego sin llama" que permite aventurarse en la paradoja humana, inclinado a hurgar en las llagas propias, desgarrado entre la maldición de haber nacido y el vicio de vivir, al escritor rumano le queda pequeña la condición de hombre. Desde París, "único lugar donde la desesperación es agradable", Cioran se ha forjado la reputación de cruzado de la soledad, de alguien intratable. "Desconfíen del rencor de los solitarios que dan la espalda al amor, a la ambición, a la sociedad. Se vengarán un día de haber renunciado a todo eso", sentencia. Quienes conocen personalmente a Cioran saben que ha renunciado, sí, pero al éxito fácil, al oropel envenenado. John Updike le ha calificado de monje frustrado. Gabriel Marcel lo consideraba uno de los más violentos testigos de cargo en el proceso abierto entre el hombre y Dios. Cioran dice de sí mismo: "Quise ser filósofo y me quedé en aforista; místico, y no pude tener fe; poeta, y sólo llegué a escribir una prosa poética bastante dudosa".
J.L.A. El cuerpo, lo que usted ha llamado la conciencia de los órganos, es una constante en su obra. ¿Por qué? Si me remonto a mi infancia y E.C. adolescencia, constato que he sentido siempre un malestar que los años han delimitado y acentuado. Un malestar que se inmiscuye en la vida, trastornándola. Pero se trata de un malestar global, no de una enfermedad; en todo caso sería una enfermedad virtual, no realizada. En el fondo, todo se reduce a una cuestión de fisiología.
J.L.A. En su último libro afirma que nada hay más misterioso que el destino de un cuerpo. ¿Qué quería decir exactamente? E.C. Dependemos del cuerpo; es como un destino, una fatalidad mezquina y lamentable a la que estamos sometidos. El cuerpo es todo y no es nada: un misterio casi degradante. Pero el cuerpo es así mismo una potencia fabulosa. Aunque, una
vez que se ha sido consciente de la dependencia que engendra, es imposible olvidarla.
J.L.A. Un médico francés acaba de publicar un libro sobre la influencia de la climatología en el individuo. En epígrafe aparece una cita suya respecto al mismo tema. E.C. Una de las razones por las que puede negarse la libertad es nuestra dependencia del factor meteorológico. La libertad es una ilusión, puesto que depende de cosas que no deberían condicionarme. Mis ideas siempre han sido dictadas por mis órganos, los cuales, a su vez, están sometidos a la dictadura del clima. El cuerpo ha jugado un papel muy importante en mi vida. Y eso es algo que se acentúa con la edad. Nietzsche sintió muy bien ese condicionamiento del clima. Mi propio malestar, de orden climatológico, está ligado al malestar de tipo metafísico. No digo que la meteorología condicione la metafísica, pero constato cierta simultaneidad entre la interrogación metafísica y el malestar físico. Desde muy joven fui consciente de esta evidencia y, avergonzado, he tratado siempre de ocultarla. En Desgarradura se define como J.L.A. secretario de sus sensaciones; algo especialmente grave, tratándose de un escritor. Esa constatación postula además la unidad indisoluble de cuerpo y mente.
E.C. Están, en efecto, íntimamente ligados. Como es obvio, en las biografías de escritores y filósofos no se habla mucho de ello, porque es un tema embarazoso. Reconocer ese fenómeno en el caso de un escritor es disminuir lo que hace, ya que es como decir que nuestros estados y sentimientos más íntimos están a merced de la meteorología. Esclavitud humillante sobre la que no es preciso insistir.
J.L.A. ¿Los años le han ayudado a controlar los humores de su cuerpo o han aumentado esa esclavitud? E.C. Le contaré una anécdota. Acabo de recibir una carta de un amigo al que conozco desde siempre, en la que me dice que no cree nada de lo que he escrito, "porque te conozco bien y sé que eres muy alegre", lo cual demuestra hasta qué punto puede uno equivocarse. Sea cual sea mi estado de ánimo, siempre he conseguido ocultarlo tras un comportamiento histriónico. Soy esclavo de mis nervios, pero puedo disimularlo, y lo hago, comedia que me permite, por ejemplo, ir a cenar en un estado de desesperación absoluta y contar historias frívolas sin interrupción. No sé si se trata de pudor o de un mecanismo de defensa; en cualquier caso; si mi dependencia de la fisiología no fuera tan aplastante, nunca hubiera tenido que utilizar esa alegría aparente. Claro que eso tiene su reverso. Cuenta Kierkegaard que al regresar a casa, después de haber hecho reír a todo el mundo en un salón, sólo tenía ganas de suicidarse, crisis natural que personalmente he comprobado en muchas ocasiones. Ahora recuerdo que, poco tiempo después de que apareciera mi libro en Francia (Breviario de podredumbre, 1949), cinco escritores que no me conocían de nada me invitaron a almorzar. Puedo jurarle que durante las tres horas que duró la comida sólo hablé del bidet. Por supuesto, ellos esperaban que hablase de mi libro, y aún recuerdo su expresión de desconcierto, mientras yo continuaba hablando del desprecio que me inspiran los alemanes porque no tienen bidet. Y es que no puedo hablar de lo que me afecta en lo más profundo, si no es a solas con alguien: ese momento en el que dos soledades pueden intentar comunicarse. J.L.A. Si queremos hablar del tedio; va a resultar inevitable volver a la fisiología. E.C. El tedio ha sido y continúa siendo la plaga de mi vida, inconcebible sin una base
fisiológica. Lo que ocurre es que el sentimiento de vacío que precede o es el tedio mismo se transforma en un sentimiento universal que lo engloba todo, haciendo desaparecer así la base orgánica. Pero minimizar esta base es hacer trampa.
J.L.A. ¿Cuál es su primer recuerdo del tedio? E.C. Fue durante la primera guerra. Tenía cinco años. Una tarde, de verano sin duda, todo lo que me rodeaba perdió sentido, se vació, se inmovilizó: una especie de angustia insoportable. Aunque entonces no pudiera formular lo que ocurría, me estaba dando cuenta de la existencia del tiempo. Nunca he podido olvidar aquella experiencia. Hablo del tedio esencial, que es una toma de conciencia extraordinaria de la soledad del individuo. Me resulta un sentimiento tan ligado a mi vida, que estoy seguro de que podría sentirlo hasta en el paraíso. Evidentemente, si nos marca de manera tan profunda, es porque se trata de la expresión capital de nosotros mismos. En estos momentos el hastío tiene mala prensa; de alguien que se aburre suele decirse que está vacío, lo cual no es cierto, pues ese vacío conlleva una explicación del mundo. Por eso me ha interesado tanto el tedio monástico, la acedia, el hecho de que la vida monástica está presidida por la tentación, por el peligro del tedio. A los monjes egipcios siempre se les describe asomados a la ventana, esperando no se sabe qué. El tedio es la gran amenaza espiritual, una especie de tentación diabólica. J.L.A. Usted ha escrito muy poco sobre el sexo. E.C. Céline dijo que el amor era el infinito puesto al alcance de un caniche. Es la mejor definición que conozco. Si no poseyera ese doble aspecto, esa perturbadora incompatibilidad, habría que dejar el asunto a los ginecólogos y a los psicoanalistas. En pleno delirio sexual,
cualquiera tiene derecho a compararse a Dios. Lo curioso es que la inevitable decepción posterior no afecte al resto de la vida, que sea momentánea. A veces he pensado que se puede tener una visión postsexual del mundo, visión que sería la más desesperada posible: el sentimiento de haberlo invertido todo en algo que no vale la pena. Lo extraordinario es que se trate de un infinito reversible. La sexualidad es una inmensa impostura, una gigantesca mentira que invariablemente se renueva. Sin duda, el momento presexual triunfa sobre el postsexual: el infinito inagotable del que habla Céline. Y el deseo es ese absoluto momentáneo imposible de erradicar.
J.L.A. ¿De dónde procede ese amor por España, que, habiendo elegido la condición de apátrida, le llevó a escribir que ha renegado de todo, excepto del español que hubiera deseado ser? E.C. Cuando era estudiante leí un libro acerca de la literatura española contemporánea, que recogía la anécdota de un campesino que, al subirse a un vagón de tercera y descargar el inmenso bulto que llevaba encima, exclama: "¡Qué lejos está todo!" Me impresionó tanto esa frase, que con ella titulé un capítulo de mi primer libro en rumano. Como me ha ocurrido siempre, un detalle mínimo desencadenó una pasión. Muy joven, leí a Unamuno, algo sobre la conquista, a Ortega y, por supuesto, a santa Teresa. Me atrae el aspecto no europeo de España, esa especie de melancolía permanente, de nostalgia en realidad. J.L.A. ¿Cuál es para usted la diferencia entre melancolía y nostalgia? E.C. El fondo metafísico de la nostalgia es comparable al eco interior de la caída, de la pérdida del paraíso. Un español siempre da la impresión de que echa de menos algo. Por supuesto, lo significativo es la intensidad con que eso se siente. La melancolía es una especie de tedio refinado, el sentimiento de que no se pertenece a
este mundo. Para un melancólico, la expresión "nuestros semejantes" no tiene ningún sentido. Es una sensación de exilio irremediable, que carece de causas inmediatas. La melancolía es un sentimiento profundamente autónomo, tan independiente del fracaso como de los mayores éxitos personales. La nostalgia, por el contrario, siempre se aferra a algo, aunque sólo sea al pasado.
J.L.A. Me gustaría que hablásemos de lo que usted ha llamado el masoquismo histórico de los españoles. E.C. Siempre me ha fascinado el desmesurado sueño histórico de los españoles, un sueño fantástico que acabó en derrota. Todo el frenesí de la conquista se vino abajo. España fue el primer gran país que salió de la historia, prefiguración grandiosa de lo que es Europa ahora. Curiosamente, ese fracaso ha hecho posible que la lengua española sea en estos momentos universal. J.L.A. teatral.
Parece
una
visión
de
España
casi
E.C. Los españoles practican fanáticamente la burla. Su propio orgullo, siempre acompañado de ironía, se vuelve contra ellos y, gracias a eso, no resulta insoportable. Durante uno de mis viajes a España, hace ya muchos años, viajábamos en la tercera clase de un tren cuando una niña de unos 12 años se puso a recitar poemas. Me pareció tan extraordinario, que tuve un gesto de indelicadeza irreparable, espantosa: le di un puñado de monedas. Ella cogió el dinero y me lo tiró a los pies. Su reacción me pareció sublime. España representa para mí la emoción en estado puro. Uno no puede entenderse con los campesinos franceses o alemanes, por no hablar de los ingleses, pero en España, como sucede también en Rumania, el pueblo llano existe.
J.L.A. Abominable Clío, escribe usted en su último libro de manera lacónica, casi lapidaria. E.C. Durante muchos años desprecié todo lo relacionado con la historia. Y por experiencia sé que lo mejor es no prestarle mucha atención, no detenerse en ella, pues representa la mayor prueba de cinismo imaginable. Todos los sueños, filosofías, sistemas o ideologías se estrellan contra lo grotesco del desarrollo histórico: las cosas ocurren sin piedad, de un modo irreparable, triunfa lo falso, lo arbitrario, lo fatal. Es imposible meditar sobre la historia sin sentir hacia ella una especie de horror. Mi horror se ha convertido en teología, hasta el punto de creer que no se puede concebir la historia humana sin el pecado original. J.L.A. ¿Por qué utiliza a menudo las alegorías cristianas para explicar la historia? E.C. No soy creyente, pero estoy obligado a admitir la existencia del pecado original como idea, pues quien la tuvo dio en el clavo. La historia del hombre comenzó con una caída. Sin embargo, no puedo aceptar que antes existiera un paraíso; creo más bien que algo se resquebrajó cuando el hombre comenzó a manifestarse, algo se rompió en él, quizá al convertirse en hombre propiamente dicho. Durante mucho tiempo me interesó la decadencia del imperio romano, cuyo final desesperado, completo, vergonzoso, es un modelo para todas las civilizaciones. Y si en estos momentos me interesa tanto Occidente, el Occidente de hoy, es porque recuerda el crepúsculo de las grandes civilizaciones anteriores. J.L.A. ¿Y el progreso? E.C. El progreso no existe en lo esencial. Sólo reconozco el progreso tecnológico, del que son completamente independientes las cosas que amo. En todo lo que afecta al destino humano no se gana nada llegando tarde. Si eliminamos de la
historia la idea de progreso, llegamos a la conclusión de que no tiene la menor importancia lo que ocurra en el futuro. No hay motivos para lamentarse de haber nacido demasiado pronto. Al contrario, debemos compadecer a quienes vendrán después. Durante mucho tiempo los antepasados fueron envidiados, y luego, sobre todo a partir del siglo XIX, se hizo lo contrario. Me parece que en los últimos años se ha producido un cambio en la conciencia de Europa. Nadie envidia ya a los jóvenes, pues se sabe que el futuro, con o sin guerras, será espantoso. Claro que también existe el aspecto mezquino de la negación del progreso. Me resulta inconcebible aceptar que alguien nacido después de mí tendrá ventajas que yo no he conocido: el orgullo no puede soportarlo. A fin de cuentas, no existe ninguna diferencia entre vivir dentro de cincuenta o cien años o haberlo hecho cien años atrás.
J.L.A. Se diría que, para usted, la historia está regida por los mismos mecanismos que una existencia cualquiera. E.C. Sí, la historia puede compararse a una vida que se manifiesta y degenera. Se trata de una cuestión de ritmo. Yo creo que el hombre no debería haberse comprometido con la historia, que debería haber vivido una existencia estacionaria, cercana a la animalidad, sin orgullo ni ambición. No debería haber cedido a la tentación prometeica, pues Prometeo fue el gran inductor. Como todos los bienhechores, carecía de perspicacia, era un ingenuo. En realidad, la historia universal no es más que una repetición de catástrofes, a la espera de una catástrofe final, y en ese punto la visión cristiana de la historia resulta muy interesante, pues Satán desempeña el papel de dueño del mundo y Cristo el de alguien que no tendrá ninguna influencia antes del juicio final. Cristo será poderoso, pero solamente al final. Y esa es una idea profunda, una visión de la historia casi aceptable en la actualidad.
J.L.A. ¿Admitiría usted que lo que acaba de decir es reversible, que podríamos afirmar lo contrario sin que aumentara demasiado el margen de error? E.C. Creo que el destino del hombre es, como el de Rimbaud, fulgurante, es decir, breve. Las especies animales habrían durado millones de años si el hombre no hubiera acabado con ellas, pero la aventura humana no puede ser indefinida. El hombre ha dado ya lo mejor de sí mismo. Todos sentimos que las grandes civilizaciones han quedado atrás. Lo que no sabemos es cómo será el fin.
ENTREVISTA A EMIL MIHAI CIORAN por HANS-JÜRGEN HEINRICHS Entrevistado en París, en 1983, Jürgen Heinrichs.
por
Hans-
Esta entrevista había permanecido inédita hasta febrero de 1999. Se publicó en el número 373 de la revista francesa «Le Magazine Littéraire». De ahí se toman estos fragmentos.
«Cuando llegué a París, inmediatamente comprendí que el interés de la ciudad era la posibilidad que me ofrecía de vivir rodeado de gente ociosa. Yo mismo soy un ejemplo de ocioso: nunca he trabajado en mi vida, nunca tuve un oficio. Sólo una vez, en Rumania, cuando enseñé un año Filosofía en Brasov. Era insoportable. Y fue también la razón por la que vine a París. En su propio país, uno tiene el deber de hacer algo — pero eso no es necesario cuando se vive en el extranjero. Tuve la fortuna de vivir más de cuarenta años en la ociosidad y, ¿cómo podría decirlo?, sin Estado. Lo interesante en París, creo, es que uno puede vivir ahí como extranjero radical, de manera que no se pertenece a una nación, sino solamente a una ciudad. Yo me siento de algún modo parisiense, pero no francés —sobre todo no francés. [...] Hay dos libros que, para mí, expresan lo que es París. Primeramente ese libro de Rilke, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, y después el primer libro de Henry Miller, Trópico de Cáncer, que muestra un París diferente del de Rilke, incluso contrario, el París de burdeles, de prostitutas y padrotes, el París del fango. Y es también ése el París que yo conocí: [...] el París de hombres solos y de putas. La verdad, yo Rumania: la vida de Balcanes. Y también antes de la guerra.
había vivido ya lo mismo en burdel era muy intensa en los era el caso de París, al menos [...] Cuando llegué aquí, tuve
largas conversaciones con muchas de esas mujeres. Al inicio de la guerra, yo vivía en un hotel cerca del boulevard Saint-Michel, y tenía amistad con una prostituta, una anciana canosa. Llegamos a ser buenos amigos; quiero decir: era demasiado vieja para mí. Pero era una actriz increíble, con talento para la tragedia. Yo la encontraba casi todas las noches hacia las dos o tres de la mañana, porque siempre regresaba muy tarde a mi hotel. Era al inicio de la guerra, en 1940 —o más bien no, era antes de la guerra porque, durante la guerra, no se podía salir después de medianoche. Paseábamos juntos y ella me contaba su vida, toda su vida— y la manera en que hablaba de eso, las palabras que utilizaba me fascinaban. [...] Las experiencias que tuve en mi vida con ese tipo de personas me enseñaron muchas más cosas que mis encuentros con los intelectuales.»
LA LENGUA FRANCESA «Tengo una relación muy compleja con la lengua francesa. Cuando empecé a escribir en francés, me dije que no era una lengua para mí. Me sentí como si estuviera dentro de una camisa de fuerza. Pero ahora, desde hace unos años, desde que el francés está en decadencia, me siento de alguna manera ligado a esa lengua desfalleciente. Los franceses no son, diría yo, indiferentes a la decadencia de su lengua, pero ellos la aceptan, yo no. Y mientras más boicotea el mundo al francés, más cercano me siento yo de él. La razón es tal vez que todo lo que se pierde, se sustrae, o es víctima de algún delito, ejerce sobre mí un gran poder de atracción. Y el aislamiento del francés me fascina. El contacto con él fue para mí infinitamente difícil al principio. [...] En Rumania, todo el mundo hablaba francés y otras lenguas; pero, yo, venía de Transilvania donde no se hablaba más que alemán o húngaro. Tomé muy en serio ese cambio de lengua, y todo lo que escribí en francés, lo reescribí varias veces, por ejemplo, el Précis de décomposition, lo retomé
cuatro veces. Para mí, era verdaderamente un desafío la idea de que debía escribir como un francés, competir con los franceses en el manejo de su lengua —una idea tal vez un poco loca. [...] Por mi temperamento, hubiera debido escribir más bien en español, en húngaro o en ruso. Porque el rigor del francés es incompatible conmigo. Pero es también precisamente eso lo que me gusta en él...»
LAS MUJERES «Tengo algo en común con Sartre. Sartre dijo, poco antes de su muerte, que siempre se entendió mejor con las mujeres que con los hombres. Y es también mi caso: prefiero a las mujeres que a los hombres. ¿Sabe por qué? Porque la mujer es más desequilibrada que el hombre. Es un ser infinitamente más mórbido y enfermo que el hombre. Resiente más, incluso cosas que un hombre no puede sentir. Noté que las mujeres estaban en general más cercanas a mi manera de escribir que los hombres. Me impresioné mucho cuando leí que Sartre había dicho que prefería la conversación de las mujeres a la de los hombres. Un día me preguntaron cómo había podido vivir sin ejercer un «oficio», respondí: «porque era padrote». Es una broma, pero hay algo de verdad en esa afirmación. Para mí, «padrote» es un concepto muy universal. Quiero decir que cuando un escritor vive con una mujer que se encarga de los gastos de los dos, ese escritor es un padrote. Muchos escritores respetables que conozco en París han vivido como parásitos de su mujer. En ese sentido, aunque nunca me he casado, también he sido un padrote...»
RUMANIA, EL LAZO CON LOS ORÍGENES «Me desprendí de mis orígenes. Sin embargo, sigo estando profundamente interesado por los Bogomiles, esos maniqueos de los Balcanes, y por
su idea de que el nacimiento es una catástrofe. Es casi una fatalidad que regrese así, de manera inconsciente, a mis orígenes. La idea de que no es Dios, sino Satanás, un pequeño Satanás, Satanel, quien creó el mundo, siempre me ha atraído. Es por eso que escribí ese libro, El Demiurgo malo, que se inspira un poco en la teoría bogomil. Me parece notable haber vuelto después de tantos años, a mi patria fundamental, a ese mundo espiritual del Danubio, de los Cárpatos. La idea de una mística del pre-nacimiento pertenece a ese mundo: el Oriente. Aunque haya querido librarme de mis orígenes, mis esfuerzos realmente no lo han logrado. Todas esas ideas, el Maniqueísmo y también la Gnosis o, al menos, una Gnosis un poco degenerada, vienen en parte de los Balcanes. Uno no puede deshacerse de sus orígenes, de su comienzo. He escrito mucho contra mi país natal. Por ejemplo: afirmé que ser rumano era ridículo, pero al mismo tiempo debo reconocer que soy muy fatalista en la vida. El fatalismo es la religión nacional en Rumania, todo mundo ahí es fatalista en la vida cotidiana y a propósito de todo. Conclusión: uno no puede liberarse de sí mismo...»
LAS CONTRADICCIONES «Siempre he vivido en medio de contradicciones y nunca he sufrido, Si hubiera sido un sistemático, tendría que haber mentido para encontrar una solución. Ahora bien, no sólo acepté ese carácter insoluble de las cosas, sino que incluso encontré en ello cierta voluptuosidad, la voluptuosidad de lo insoluble. Nunca busqué reunir o, como dicen los franceses, conciliar lo irreconciliable. Siempre tomé las contradicciones como venían, tanto en mi vida privada como en teoría. Nunca tuve una meta, nunca busqué ningún resultado. Creo que no puede haberlos, ni en general ni en lo personal. Todo es no sin sentido —la palabra me disgusta un poco— sino sin necesidad [...]
Normalmente, de haber sido enteramente consecuente conmigo mismo, no hubiera debido hacer nada en absoluto. Al hacer algo, de alguna forma me contradije, viví en la contradicción. Pero, toda vida, creo, está, en el fondo, condenada a la contradicción. Quisiera contar algo un tanto idiota: uno va a un cementerio —es un hecho banal— y se entera por una lápida que un amigo, con quien había estado riendo unos días antes, ha desaparecido sin dejar rastro, ¿cómo se puede, después de eso, construir un sistema? ¡Para mí es inconcebible! Uno de mis conocidos, a quien yo quería mucho, un judío polaco, un hombre muy interesante y simpático, con quien yo había bromeado acerca de todo —él era mucho más nihilista que yo— pero... ante su tumba, para mí era, ¿cómo decirlo...? Es banal, todo el mundo ha experimentado esa sensación... Pero cuando traducimos eso en filosofía, ¿cuál es la conclusión? La conclusión es ésta: incluso el nihilismo es un dogma. Todo es ridículo, sin sustancia, pura ficción. Es por eso que no soy un nihilista, porque la nada es aún un programa. En la base, nada es importante. Todo existe sólo en la superficie, todo es posible, todo es un drama. Existe, claro, el amor —y con frecuencia me he preguntado: cuando uno ya adivinó todo y todo ha penetrado con la mirada ¿cómo se puede uno prendar de algo? Sin embargo, sucede [...] Es incluso lo más verdadero e interesante en la vida. Quisiera terminar esta reflexión con un toque de optimismo: la vida es realmente interesante y atractiva porque, por encima de todo, no tiene ningún sentido. Y, para hablar de eso, doy siempre un ejemplo: se puede dudar absolutamente de todo, afirmarse como nihilista, y sin embargo enamorarse como el mayor idiota. Esa imposibilidad teórica de la pasión, pero que la vida real no cesa de hacer palpable en nosotros, hace que la vida tenga un encanto verdadero, irrefutable, irresistible. Uno
sufre, se ríe de ese sufrimiento, hace lo que quiere, pero esa contradicción fundamental es tal vez lo que hace que la vida valga aún la pena de ser vivida...»
EL CINISMO «Nunca he escrito asumiéndome como autor; créame, no busco la gloria, no me tomo por un autor, y no soporto eso en los demás. Nunca he sido prudente y siempre he dicho simplemente lo que me pasa por la cabeza. De cierta manera, busqué la forma de desenmascarar la existencia, y es por eso que me consideran un cínico. Pero si soy un cínico en mi expresión en general, en la vida no lo soy en absoluto. Y sin embargo, reconozco el valor del cinismo como un punto de vista. Siempre he dicho que se debe escribir lo que se vive como una verdad en el momento, incluso lo que no se debe decir por difícil, frívolo o insolente. Cuando escribo algo o cuando reflexiono, no marco ningún límite a la expresión del sentimiento de la verdad. Nunca, nunca he pensado en las consecuencias. Y nadie se ha suicidado jamás por mi culpa. Al contrario, conozco gente que me ha dicho: ‘gracias a usted, no me suicidé'. Y cuando me lee la gente deprimida, comprende que no puede sumirse más en la depresión. Para hablar como Kierkegaard, la depresión es una estación en el camino de la vida. Yo tampoco tengo la impresión de que he hecho, si puedo llamarle así, una carrera ‘negativa'. Y por otro lado, sabe, en definitiva todo es igual, ¿no?...»
EL PESIMISMO «Dicen de mí que soy un pesimista: ¡no es cierto! Esas categorías escolares son grotescas. Sé exactamente lo que es el pesimismo. Pero, como usted acaba de decirlo: hay una diferencia fundamental entre el pesimismo como sistema y la
experiencia cotidiana del pesimismo, que nace simplemente de la experiencia de ser un ser vivo. No se puede ser pesimista en la vida, puesto que estamos vivos: no tiene sentido. Uno es como los demás, y hablo aquí de cosas vividas. Me propuse hacer la apología del escepticismo y también la del pesimismo, pero eso no es importante. Lo importante es lo que vivimos, lo que experimentamos, y cómo lo sentimos.»
NIETZSCHE «Nietzsche ejerció una gran influencia sobre mí en mi juventud. Pero, hoy, estoy muy lejos de él. ¿Por qué? Porque construyó su teoría. Nietzsche tiene un ideal, una idea de los hombres, del valor, en función de los cuales escribió, dio forma y elaboró toda su obra. Y así, progresivamente, me llegó la impresión de que todo eso era un tanto falso. Como profeta o analista — porque, incluso cuando se siente analista sigue siendo profeta—, Nietzsche quiere ‘aportar' algo absoluto, crear algo, jugar un papel en la cultura, etc. Eso provocó que ahora yo no puedo leer con gusto más que sus cartas, porque en sus cartas aparece como el contrario de lo que es en sus escritos. En sus cartas, vemos a Nietzsche tal como era: un pobre tipo. Y todos esos héroes, esos héroes del pensamiento, que juegan un papel en sus libros, esa gran ilusión me parece en consecuencia falsa. Aunque sea -irrefutablementegenial, Nietzsche no es, en cierta forma, verídico. Para mí, el verdadero Nietzsche se encuentra en sus cartas, en ellas es él, verdaderamente. Es por eso que me alejé de gran parte de su obra. Nietzsche se dotó a sí mismo de una Weltanschung, una concepción del mundo. No se liberó de sus ideas y de sus proyectos, siguió dependiendo de ellos, como esclavo. Para mí, no se volvió un hombre libre, al menos en sus libros. [...] Tal vez exagero un poco; pero tengo la impresión de que hay algo de verdad en lo que digo. Nietzsche era ni héroe de la juventud; ya no lo es hoy; aunque
sea genialmente mordaz y cínico, lo encuentro sin embargo demasiado juvenil para mí, demasiado cándido...”
LOS ALEMANES «Nietzsche no expresó su experiencia de la vida, nunca tuvo más que una idea en la cabeza: hay que dominar, dominar, dominar —en el fondo es muy alemán. Tal vez ese es el error fundamental de los alemanes y también del pensamiento alemán: hay que dominar, hay que construir, hay que edificar. De ahí que la historia alemana es un naufragio sin igual, una catástrofe, porque los alemanes quisieron construir su historia. A los alemanes les falta sabiduría; tienen genio, pero no sabiduría. No viven ni la historia ni la vida misma: siempre quieren construir, erigir. Y, en filosofía, eso no se puede hacer más que por medio de un sistema. Que todo deba ser homogéneo es, yo diría, un pecado idiota, una tara. Los alemanes son demasiado sistemáticos, experimentaron y se construyeron una historia sistemática y han sufrido las consecuencias de ello. Los alemanes siempre estuvieron fuera de la vida. [...] Hay algo irreal en todo el destino alemán. Es también, por eso, un pueblo trágico. Son demasiado serios para referirse de sí mismos: no hay una ironía alemana. Los alemanes han escrito sobre la ironía, pero nunca la han experimentado o practicado —no han hecho más que hablar de ella y pensarla en forma abstracta. Y ese es el origen del naufragio alemán.»
HEIDEGGER «Heidegger creyó demasiado en las palabras. [...] Las dificultades, no las resolvió, simplemente las rebasó ayudándose con la creación de palabras. Eso me parece altamente deshonesto. No niego que Heidegger haya sido un genio, pero yo lo considero un genio estafador. En lugar de
contestar las preguntas, se contentó con formularlas, con crear palabras y desplazar los problemas. Respondió a ellas produciendo vocabulario. [...] Para mí, Heidegger era realmente demasiado inocente, aunque al mismo tiempo sagaz como un campesino. [...] Era un hombre, me atrevo a decir, inconscientemente astuto.»
LA VENTAJA DE LA INSEGURIDAD «Al distribuir toda su fortuna, Wittgenstein se salvó espiritualmente. Sabe, yo estaba mucho mejor del punto de vista espiritual, y vivía de manera más intensa cuando no poseía más que una pequeña maleta y todo el año lo pasaba con dos cambios de ropa, a veces uno solo. Ahora (no soy rico, pago exiguos impuestos, gasto poco pero vivo bastante bien, como lo que quiero, viajo), finalmente mi vida, de algún modo, se volvió más segura. Y eso proyectó grandes sombras sobre mí: sombras espirituales. Antes, yo vivía al día en París. Pero estaba más fresco espiritualmente, más joven también por supuesto: era otro hombre. No sabía nunca de qué estaría hecho el mañana. Viví veinticinco años en hoteles y siempre andaba como un animal, como una bestia salvaje. [...] La seguridad representa un peligro increíble en el plan espiritual, al igual que una salud perfecta es una catástrofe para el espíritu. [...] También, un intelectual o, digamos, un escritor, debe guardar el sentimiento de no tener un suelo donde pisar con firmeza. Si, por el contrario, comienza a instalarse, a ¿cómo decir?, establecerse, está perdido. Así pues, cuando se hace una obra y se convierte en un gran escritor se dice que «se es alguien». Pero todo eso es deplorable. [...] La inseguridad es una necesidad absoluta: un escritor cuya vida se vuelve segura, es un escritor perdido.»
LOS AFORISMOS Y LA NOVELA «Todo lo que escribí es resultado de la casualidad. Por ejemplo: en principio, no escribo los aforismos como tales: escribo una página... luego tiro todo y vuelvo a empezar. Para escribir una novela hay que elegir los detalles. Yo no me intereso en los detalles, voy de inmediato a la conclusión. Si escribiera una obra de teatro, la empezaría en el quinto acto porque desde el inicio ya estoy entreviendo el final. Con tal concepción de las cosas, no se puede ni escribir un libro ni practicar las bellas letras ni, en general, ningún género literario. Es por eso que no soy un escritor, soy un... no sé... un hombre de fragmentos...»
VIVIR CON LA IDEA DEL SUICIDO ES ESTIMULANTE Entrevista realizada por Josefina Casado y publicada originariamente en El País el 28 de Noviembre de 1987 Originario de Rumania (Rasinari, 1911), Cioran lleva medio siglo encarnizándose contra la historia-Dios-el hombre. Ironía del destino, este adicto al fracaso se ha convertido en fenómeno de actualidad. Ese maldito yo —que recoge sus pensamientos más recientes y que Tusquets acaba de publicar— ha sido un éxito de ventas en Francia. Ese estrellato intempestivo le ha sumido en la postración. Dice que se ha "cansado de reírse de Dios y del mundo". ¿Habremos perdido "uno de los últimos panegiristas de la agonía de Europa (dixit Susan Sontag)? Estamos demasiado acostumbrados a los filósofos trascendentes que dirimen sus especulaciones con la apoyatura de una Fotografía de Jean-Marie del Moralfundamentación sistémica. Medran en los manuales escolares y en el tuétano del dogmático de turno. Cioran está fuera de todo eso. Se sabe fracasado en todo cuanto quiso ser: un filósofo místico. Se quedó en aforista sin fe. Insiste en que no hay nada que justifique nuestra decisión de existir. De esa certeza irreductible. ha extraído una pasión bestial por la negación. Leyó en su juventud a innumerables filósofos alemanes. Terminó con el "sólo sé que no se nada". Marcado por Job, Schopenhauer y Nietzsche, además de Chestov, ha impuesto el temperamento por encima de la razón. A un periodista italiano que le instaba a revelar cuáles eran sus medios de subsistencia le contestaría: "Ejerzo de chulo". Se le ha acusado de ser reaccionario en términos políticos, "resignado", diría Vulcanescu. Otros le han imputado un ramalazo aristocratoide. El famoso fotógrafo Richard Avedon le encontraría incluso rasgos de neurópata.
Siendo un temperamental y un Pregunta. vitalista, ¿cómo ha podido pasarse la vida buscando razones para morir?
Respuesta. He aceptado de entrada el principio de la contradicción. Nunca he intentado ser consecuente conmigo mismo. No escribo para quitarme de encima lo que podría llamar "mis obsesiones"; lo hago para atenuarlas. Son impresiones que he ido transformando en problema. Son reacciones personales a las que he incorporado un halo metafísico. Para mí lo importante ha sido siempre la sensación. Una idea que no sea una sensación es una idea sin vida. Por eso renuncié muy pronto a los filósofos y me acerqué a los escritores. Concretamente a Dostoievski. P. En el origen de todo estuvo el desengaño. ¿Esa sensación no contribuyó a amputar sus impulsos? ¿No le impidió construirse una identidad compacta en basé a la interacción con los estímulos externos? . Con 20 años había perdido todas mis R ilusiones, y mi destino estaba sellado. Después leí únicamente para reafirmarme en mi visión de las cosas. Por mucho que hubiera leído a pensadores con una concepción de la vida opuesta a la mía no me hubieran influido. Nunca estuve tan cerca del suicidio como a esos 20 años. Si en ese momento alguien me hubiera dicho que sobrepasaría los 30 le hubiera dado una bofetada.
P. En el fondo lo que ha hecho ha sido dilatar su suicidio. ¿Acaso no ha dicho que un libro era un suicidio en diferido? . Tiene razón. Cuando uno tiene la visión del R suicidio, la conserva para siempre. Vivir con esa idea es una cosa muy interesante. Incluso diría que estimulante. Mire, hará unos siete años me encontré con un señor que quería suicidarse. Estuvimos dando vueltas y vueltas, horas y horas. Le estuve diciendo que mejor valía que atrasara su
suicidio, que en el fondo ésa era una idea muy vital que había que aprovecharla.
HASTÍO P. Ese sentimiento trágico de la existencia se agudizó en ese único año de su vida en que trabajó. ¿Cuáles fueron sus fundamentos? . Una de las experiencias fundamentales de mi R vida ha sido el hastío. Siendo niño comprobé esa sensación de vacío. No tendría más de cinco años. Tuve que esperar a los 20 años para hundirme por completo. Fue un período muy dramático. Empezó con crisis de insomnio que se prolongaron durante años. Y eso fue curiosamente lo que me abrió los ojos. Fíjese, esta noche he soñado con eso. Yo era estudiante en Rumania. Eran las dos de la tarde, acababa de volver a casa, mi madre estaba sola. Recuerdo que me eché en el sofá, estaba hecho polvo, no podía más. Fue cuando mi madre me dijo: "Si lo hubiera sabido, habría abortado". Esa frase me impresionó muchísimo. A partir de ese momento seguí una vía individual.
P. Fracasaría como profesor. . Sí. Fue un fracaso total. No estaba hecho R para eso. Los alumnos no sabían a qué atenerse conmigo. Decían que estaba loco. Era lógico, llegaba con unas ojeras de espanto, me reía de todo, daba una sensación de arbitrario. Cuando me marché de ese instituto, el director se desahogó emborrachándose. Nunca he podido ejercer una profesión. Como fui consciente de ese fenómeno, muy pronto me las arreglé para construirme una vida sin base social. Hubiera deseado ser estudiante toda mi vida. Lo conseguí hasta los 40 años. Un día me convocaron y me dijeron que la edad limite era 27. Pero eso no fue lo peor. He vivido unos 25 años en el hotel. Cuando se acabó lo de pagar al mes, todo mi sistema se derrumbó. Fue terrible para mi. Toda mi vida he huido de las
responsabilidades. He sido un irresponsable todo. Nunca he tenido visión de futuro.
en
IDEA DE DIOS P. ¿La proyección constructiva hacia el futuro es una tara del cristianismo? ¿La estima otra superchería al igual que la ficción de Dios? . Toda mi vida he estado dándole vueltas a R eso. Cuando todo deja de existir, cuando estás solo en plena noche, ¿con quién se puede hablar? Creo que la soledad absoluta exige la idea de un dios. Eso no tiene nada que ver con la fe. Para mí, Dios es la única forma de diálogo posible en medio de la noche. Es un diálogo con uno mismo que no aspira a resolver nada. Es el interlocutor inexistente. Es la experiencia límite.
P. Y Buda, ¿cuál es su estatuto? . El budismo no pide la capitulación del R intelecto. Se apoya en el conocimiento y la intuición. En el budismo, si ha entendido que el dolor es el centro de todo, entonces lo ha entendido todo. Es la única religión que aceptaría si tuviera que aceptar alguna. El cristianismo está gastado. Todavía defiende una idea de porvenir. Curiosamente, por primera vez se siente que la gente ya no cree en el porvenir.
P. En Ese maldito yo no encuentro su fuerza habitual. Es como si el idioma se hubiera cansado; el tono, apagado. . Es usted la primera persona que me hace esa R observación. Un conocido mío también lo había intuido, usted ha sabido formularlo. Es una observación muy importante. Ese maldito yo es el libro de una capitulación metafísica. Hasta ahora estaba convencido de lo que escribía. Incluso escribía para convencerme más aún. Ya no necesito fundamentar todo eso. Tengo la sensación de
haberme convertido en mi propio discípulo. Además he comenzado a sentir sensaciones fisiológicas de cansancio. Será la vejez, imagino. Cuando acabé ese libro, dije: Se acabó. No volveré a escribir. No merece la pena. Seguir... ¿para qué? He escrito 15 libros. Es demasiado tarde. Es probable que el éxito de ese ensayo haya precipitado mi reacción. Lo he vivido como una humillación.
P. En sus otros aforismos estaba el yo atareado en desescombrar inquietudes intrínsecas: la historia, el tiempo, el hastío. El enfrentamiento entre el paganismo y el cristianismo, la mística, el silencio. En este último se aprecia una secularización de los temas. Ya no tenemos a Tácito ni a la "carroña que nos turba o nos alarma", pero sí un dentista, la portera, etcétera. . En cuanto se mezcla lo cotidiano con la R metafísica tenemos la irrisión.
P. Otra herejía. . Otro sabotaje. Hay una desproporción entre R el acontecimiento del que hablo y los grandes problemas. Cualquier cosa arroja luz sobre lo que es esencial.
P. ¿Y las mujeres? Apenas les dedica unas líneas. . Es un tema muy delicado. He dicho que la R mujer era más inteligente que el hombre.
P. Eso es puro tópico. . Lo es. He debido escribir poco sobre las R mujeres a raíz de un prejuicio antifrancés. Aquí no se habla de otra cosa.
EMIL CIORAN, EL ÚLTIMO DANDI Entrevista realizada por Fernando Savater y publicada originariamente en El País el 25 de Octubre de 1990 Va a cumplir dentro de poco 80 años y sigue tan vivaz y alerta como siempre. El mejor elogio suyo que se me ocurre es que no puedo imaginármelo profesor: ha nacido sin cátedra lo mismo que otros la llevan en la jeta desde pequeñitos. "Cándido y diabólico" le llamó él escritor italiano Pietro Citati tras hacerle una visita, ampliando después así su retrato paradójico: "Elegante epicúreo, imita los furores bíblicos; nutrido de aspiraciones místicas, es el más escéptico de los individuos. Mundano y eremita, punzante y cortés, reposado y colérico, profeta y tolerante, dividido entre la avidez de la. vida y el sentido de la irrealidad de las cosas". Un perfecto diletante trascendental, como lo fueron Montaigne, Pascal o el propio Nietzsche. El último dandi en el sentido menos cursi del término, el que corresponde a bohemios insustituibles como Baudelaire o Vílliers, capaz de darse el lujo de rechazar la invitación de Bernard Pivot a Apostrophes arguyendo: "No quiero que a la gente le suene mi cara y se me estropee el mayor placer de mi vida, los paseos por el jardín de Luxemburgo...". Vive en el corazón del barrio Latino de París, a pocos pasos del teatro Odeón. Su pisito es minúsculo, poco más que una chambre de bonne, con el retrete comunitario en el descansillo de la escalera. El espíritu sopla donde quiere y allí está uno de los altos lugares de peregrinación intelectual de Europa. Pronto hará 20 años que lo frecuento, y al entrar me llevo la primera sorpresa: han puesto ascensor. Pero prefiero cumplir el ritual y trepo los escarpados cinco pisos con la jadeante ilusión de siempre. ¿Encontraré otras novedades? Cuando le telefoneé para concertar esta entrevista me sentí en la obligación de avisarle, medio en broma: "Cioran, que me dicen que debo intentar mostrar un
lado nuevo e insólito de su personalidad". "¡Pues dígales que ahora creo en el progreso!", respondió riendo. "Es que como apareció un artículo suyo en mi periódico", le recordé tímidamente, "con motivo. de la caída de Ceaucescu..., un artículo político y hasta optimista...". "Cosas que uno hace, ya sabe, la propensión al ridículo. En realidad, hemos cambiado de catástrofe". Y le oí reír otra vez, pero ahora casi seriamente.
Pregunta. Cioran, usted antes nunca había hablado públicamente de la situación en Rumania. Pero ahora ha hecho varias declaraciones sobre los últimos acontecimientos de su país natal. ¿Por qué? Respuesta. No podía hacerlo, compréndalo. Tengo familia allí, mi propio hermano. En cambio, yo estaba aquí, en París, a cubierto;.. Pero hace unos meses yo estaba en una comida y se hablaba de los acontecimientos en Hungría, en Polonia, en Checoslovaquia, en todos esos países. Un tipo muy insolente me preguntó: "¿Y de Rumania, qué?". Le dije: "No quiero decir nada". El tipo se puso furioso y yo en el fondo le comprendí, porque también sentía rabia. Entonces decidí escribir un artículo contra los rumanos. Lo iba a titular: La nada valaca. Cuando estaba a punto de hacerlo, ocurrieron todos los sucesos de Rumania. Confieso que sentí cierto entusiasmo: ¡era la primera vez que los rumanos despertaban en los últimos 50 años! P. ¿Y qué opina de la situación actual? . Como no he ido allí, no tengo un contacto R directo con la realidad presente. Hace poco vinieron unos jóvenes a verme, en torno a los 20 años, y me causaron muy buena impresión por su nivel intelectual. Por lo que sé, los jóvenes son la única realidad de Rumania. En cuanto a lo demás, los viejos, la situación política, no tengo buena opinión. No ha habido al parecer un verdadero cambio tras la caída de Ceaucescu. Las
cosas siguen siendo bastante parecidas, salvo en un punto importante: ahora hay libertad de expresión, se puede criticar al Gobierno, etcétera. Ésa es la única novedad realmente positiva. Por lo demás, los intelectuales están bastante decepcionados. Y veo que todo el mundo que viene de allí a París quiere quedarse en Francia, lo cual, como usted comprenderá, no es posible. Se imaginan que en Occidente todos los problemas están resueltos.
P. Hablemos un poco de la nueva Europa que se está gestando. Por ejemplo, la unión de Alemania. ¿Se trata de una esperanza o de una amenaza? . Rotundamente, no es una amenaza. Ya sé que R mucha gente ve esa unión con miedo, sobre todo en Francia, pero mi opinión es que se equivocan. No hay peligro en Alemania, porque los alemanes, finalmente, han comprendido. Ha hecho falta un monstruo como Hitler para que aprendiesen la lección, pero ya es un hecho, y no creo que pueda haber vuelta atrás.
XENOFOBIA P. También preocupa hoy el ascenso del racismo y la xenofobia. . Mire, la realidad es que Francia, por R ejemplo, se siente invadida. Hace tiempo me atreví a hacer una profecía: dije que dentro de 50 años la catedral de Notre Dame sería una mezquita. Hace poco, un hombre político importante me comentó que yo era un optimista, que se habría convertido en mezquita mucho antes. Como usted "sabe, soy apatrida, una condición que conviene mucho con mis ideas. Todos los años debo ir a renovar mis papeles a una oficina situada en una barriada periférica de París y es un trámite rápido y sencillo. Este año he encontrado colas inmensas de árabes, negros y gentes de todas partes. Había mucha policía, peleas, etcétera. Son cosas que
crean un malestar muy cierto. Naturalmente, este malestar es aprovechado luego por la extrema derecha, pero, más allá de la derecha o de la izquierda, el problema subsiste. Se nota una sensación de impotencia, y nadie es capaz de ver una salida. La realidad es que en Francia, como en el resto de la Europa occidental, nadie quiere ya dedicarse a trabajos manuales, y por eso han debido recurrir a gente de fuera. Pero cuando una civilización renuncia al trabajo manual está perdida. En mi juventud leí mucho a Spengler, a quien ahora ya nadie cita. Desde luego, sus opiniones políticas eran bastante sospechosas, pera creo que su diagnosticó era fundamentalmente justo, aunque estuviese muy condicionado por la decadencia de la Alemania de su época. Nuestra civilización está cansada... Por mi parte, sigo este asunto con auténtica fascinación. ¡A fin de cuentas, no a todo el mundo les es dado presenciar una decadencia!
P. Ha citado usted a Spengler, una antigua lectura. Me pregunto qué lee usted ahora. ¿Obras nuevas o más bien se dedica a la relectura? . Ahora leo con mayor libertad que antes, R porque he renunciado a escribir. Ya no tengo ningún proyecto, de modo que puedo leer lo que se me antoje, cosas que se me habían ido acumulando durante años en la biblioteca. Por ejemplo, un estudio en cuatro volúmenes sobre Pascal y su siglo. Cosas así. Pensamiento filosófico, pero sobre todo filosofía de la historia. Y también muchas biografías. Otro signo de fatiga, ¿ve usted?, la afición a las biografías.
P. Permítame una pregunta que quizá le parezca algo tonta. Si pudiera usted firmar una obra de las que admira, apropiársela, ¿cuál elegiría? . La de alguno de esos tipos que han vivido R con esperanza una revolución y luego han sido decepcionados por ella.
DECEPCIÓN REVOLUCIONARIA P. ¿Chamfort, por ejemplo? . ¡Ése es un ejemplo perfecto! Amo a esos R personajes que han vivido la ilusión y la decepción revolucionaria, cualquiera que sea su orientación política. La revolución francesa produjo muchos, desde luego. Son gente que han tenido ocasión de entender por fin.
P. Actualmente se dice que los intelectuales están demasiado pendientes de los medios de comunicación, la televisión, etcétera. Usted se ha mostrado reacio a esas seducciones, pero no puedo negar que ahora es muy conocido. Yo tuve el privilegio de encontrarle cuando aún muy pocos sabían de su existencia. . ¡Entonces yo no existía! Y créame, era R perfecto. Pienso que no es bueno para un escritor saberse conocido. En mi caso, la explicación es muy sencilla: se debe al libro de bolsillo. Desde luego, no estoy contra el libro de bolsillo, porque es lo que leen los jóvenes. Desde que aparecí en bolsillo recibo muchas cartas de jóvenes muchas más de las que puedo contestar. Pero el periodo más interesante de mi vida, al menos para mí, fue cuando nadie me conocía. Yo iba a las cenas, a los cócteles, y la gente preguntaba: "¿Quién será este tipo?". Sabían que era amigo de Beckett, de lonesco, etcétera, pero en el fondo no sabían nada de mí. Ahora, ya ve usted... Cansa eso de que le conozcan a uno. Pero, en fin, otras desgracias mayores hay.
P. En España y en Latinoamérica hay una notable polémica en la actualidad en torno a la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América. Unos dicen que fue un gran acontecimiento civilizatorio y otros hablan de las matanzas, etcétera. ¿Cree usted que se puede celebrar la historia?
. ¡No, por favor, la historia es una matanza! R Es lo mismo que ha ocurrido aquí el año pasado con motivo de la revolución francesa. Si uno lee los grandes estudios abstractos, las teorías, las proclamas de la época, muy bien; pero cuando se leen las memorias de quienes vivieron esos acontecimientos se da uno cuenta de que fueron espantosos. Lo que es bueno para la historia es malo para los individuos: hay que leer memorias para comprender eso. En la revolución francesa comenzó el hábito de la delación, que los franceses han conservado luego, como se -vio durante la II Guerra Mundial.
P. Hablando de Francia, parece que hay un perceptible declinar en la influencia de la lengua francesa frente al auge del inglés y del español. . Sí, es la gran perdedora. Se trata de una R verdadera catástrofe. Fíjese, cuando los franceses han llegado a Rumania tras la caída de Ceausescu para prestar su ayuda económica se han encontrado con que todo el mundo sabe hablar francés. ¿Sabe usted por qué? Porque la dictadura comunista les ha mantenido separados del resto del mundo. En Rumania siempre hubo pasión por la cultura francesa, todo el mundo quería leer en francés e ir a Francia. ¡Algo casi morboso! Tras Francia y Bélgica, ha sido el tercer país en la difusión de libros en francés. La dictadura ha conservado ese entusiasmo al separar a la gente del resto del mundo. Pero ahora los más jóvenes empiezan ya a aprender inglés. ¿Ve usted? Eso es la historia: el devenir de lo irreparable.
EL PRIMER LIBRO P. Siempre me ha llamado la atención que, a pesar de su tono pesimista, sus libros siempre tienen algo parecido a la alegría, al humor, una especie de alacridad en la domilición.
P. ¿Sabe usted por qué? Porque escribir es para mí una terapéutica, exactamente eso. He escrito para curarme. El primer libro de mi vida, En las cimas de la desesperación (recientemente aparecido en francés y en vías de traducción al español), lo escribí —en rumano, naturalmente— para no suicidarme. Yo soy hijo de un sacerdote ortodoxo, y a los 21 o 22 años, cuando acabé mis estudios en Sibiu, pasé por una crisis terrible. No podía dormir. Creo que el insomnio sistemático es algo así como un aperitivo del infierno... Me pasaba toda la noche paseando por las calles de esa preciosa ciudad de Transilvania, entre las putas, mis compañeras de nocturnidad. Mis padres estaban desesperados porque no sabían cómo iba a acabar eso, y yo no pensaba más que en el suicidio. Entonces escribí mi primer libro y así me alivié un poco. Pero creo que lo que me salvó del todo fue venirme a Francia. Si hubiera seguido en Rumania, no creo que lo hubiese conseguido. Mi obsesión era París. ¡Vivir en París y no hacer nada! Conseguí una beca por tres años que me permitió cumplir ese sueño. Me vine aquí sin profesión, sin trabajo, sin nada, y así viví. Lo único que hice fue recorrerme Francia en bicicleta. P. En efecto, ahora recuerdo que ha sido usted un gran ciclista. Hace años, en un programa radiofónico sobre el ciclismo en Francia, le entrevistaron a usted. ¿Ha llegado a competir alguna vez? . No, competir no, pero ya le digo que me R recorrí toda Francia en bicicleta. Durante meses, la Costa Azul, Provenza, todo... Era en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Como no tenía dinero para ir a hoteles, paraba en los albergues de juventud, que estaban fundamentalmente en manos de católicos y de comunistas. Así llegué a conocer muy bien las opiniones y la disposición política de los franceses. Verá lo que ocurrió, es divertido. Entonces nombraron a mi amigo Mircea Eliade agregado cultural en Londres; al pasar por
París me preguntó cómo veía yo el ambiente en Francia ante la guerra que se preparaba. Le dije rotundamente que los franceses no lucharían. Eliade se lo comentó al embajador rumano en Londres, y éste se lo comunicó a los ingleses. No le creyeron, porque habían enviado a un observador, un lord o algo así, que se entrevistó con unos cuantos intelectuales en París y volvió convencido de la disposición bélica reinante. ¡Claro, no todo el mundo tiene la suerte de dormir en albergues de juventud, que es la forma de enterarse de las cosas! Al final de la guerra recibí una invitación a almorzar del embajador rumano, al que yo no conocía. Me dijo que los ingleses se habían quedado muy impresionados por su clarividencia cuando la guerra comenzó y resultó que los franceses, en efecto, no lucharon. "Pero, ¿cómo lo sabía usted?", le preguntaban. Y él respondía con misterio: "Me lo han dicho mis informadores...". El pobre hombre, un funcionario bastante mediocre, me estaba muy agradecido porque me debía su momento de gloria en Londres.
P. ¿Piensa usted volver a Rumania? . No, nunca. Ahora han intentado llevarme, R pero me niego. ¿Qué sentido tiene volver a mi país después de 50 años de ausencia? Toda la gente que conocía ha muerto, sería como ir a un cementerio. Me gustaría, eso sí, volver a ver mi pueblecito natal, Rasinari. Pero fui demasiado feliz en él durante mi infancia y no soportaría verlo otra vez. Me gustaría hablar con los campesinos, con la gente del campo... El pueblo rumano es el más escéptico que hay: es alegre y desesperado a la vez. Por razones históricas, cultiva la religión del fracaso. Recuerdo de mi infancia a un tipo, un campesino al que le correspondió una gran herencia. Se pasaba el día de taberna en taberna, siempre borracho, acompañado de un violinista que tocaba para él. Mientras los demás iban al campo a trabajar, él paseaba de taberna en taberna, el único hombre feliz del mundo. En cuanto oía el sonido del violín yo corría a verle pasar, porque
me fascinaba. Se lo gastó todo en dos años y luego se murió. No, no volveré a Rumania.
"YA HE ESCRITO MUCHO" P. ¿Es cierto que no va a escribir nunca más? Mire que ya me lo ha dicho antes muchas veces... . Ahora va en serio. Desde luego, la R expresión alivia, pero yo ya he escrito mucho. Cinco libros en rumano y diez en francés, ¡es demasiado! Todo el mundo escribe demasiado, y yo no quiero caer en él mismo vicio. ¿Para qué multiplicar los libros? Abdico porque nadie quiere abdicar. Lo he dicho más de una vez públicamente: ya he calumniado bastante al universo.
AMOR Y MUERTE Pregunta. Cioran, para quien piensa de veras, no hay más que dos temas esenciales de reflexión, los más tópicos, los únicos imprescindibles: el amor y la muerte. De un modo u otro, usted se ha referido muchas veces a ambos. A estas alturas de su vida, cuando dice que ya no quiere escribir más, dígame una palabra sobre esas cuestiones. Respuesta. Pues la verdad es que yo he sido muy aficionado al trato con las putas. Las de antes, en mi juventud al menos, tenían una especie de sabiduría, una experiencia de la vida que no he encontrado en ninguna otra parte. Yo las frecuentaba mucho allá en Rumania, y aprendí mucho, porque me gustaba hablar con ellas. ¡Bueno, no sólo hablar, claro! En mi breve temporada de profesor de instituto decía a mis alumnos que no quería verles por el burdel a partir de las nueve de la noche: entonces comenzaba el turno de los profesores... Cierta noche, una me dijo que su marido acababa de morir. Era joven, guapa. Me dijo que cuando hacía el amor con alguien veía su cadáver en la cama, a su lado. ¡Hay que ir a los
burdeles para escuchar cosas tan profundas! Por muy dudoso que sea ese romanticismo, siempre se aprende.
P. En ocasiones, usted ha reprochado a la filosofía occidental ocultar la presencia de la muerte, escamotear el cadáver. . Es curioso, pero hay quien no siente la R obsesión de la muerte, su permanente acecho. Yo la he sentido siempre, sobre todo en los momentos de felicidad. Sobre todo en la felicidad. Es algo que no impide vivir, pero que da un tono distinto a la vida. Curiosamente, con la vejez disminuye esta obsesión. Marcó sobre todo mi juventud.
BUDISMO P. Para quien no le conozca, usted puede resultar un personaje solitario, egocéntrico, despegado de los demás. Pero en realidad es usted una persona muy compasiva, siempre dispuesta a ayudar a los otros, aunque no lo convierta en doctrina edificante. ¿No hay un fondo de budismo en esta actitud? . Durante mucho tiempo me consideré budista. R Ahora, con la vejez, me he vuelto más superficial, pero el budismo ha sido para mí la religión. Lo del cristianismo me parecen tonterías, pero no el budismo... No necesito una religión, pero en caso de tenerla sería la budista. Sí, no puedo negar que he ayudado a bastante gente. He impedido que muchos se suicidaran, ya ve usted. He defendido la idea del suicidio, pero les he dicho que no corre ninguna prisa... Recuerdo una ocasión en que durante tres horas paseé por el Luxemburgo con un ingeniero que quería suicidarse. Al final le convencí de que no lo hiciera. Le dije que lo importante era haber concebido la idea, saberse libre. Yo creo que la idea del suicidio es lo único que hace soportable la vida, pero hay que saber explotarla, no apresurarse a sacar las
consecuencias. Es una idea muy útil: ¡deberían darse cursos sobre ella en los colegios. Se empeña en acompañarme hasta la plaza del Odeón, como siempre, porque "París de noche es peligroso". Inauguramos juntos el reciente ascensor de su casa. Cuando nos abrazamos para despedirnos, le digo que estamos de aniversario, que ya hace 20 años que nos conocemos. "No está mal, ¿eh?", comenta sonriendo. Y se aleja, y como siempre me quedo sin decirle lo más importante, el orgullo y la enseñanza que me ha supuesto su amistad, la alegría sin fallo ni énfasis de su compañía. Pero son cosas que quizá no deben decirse. Al menos, no a Cioran.
E. M. CIORAN entrevistado por GABRIEL LIICEANU Entrevista publicada en Babelia, suplemento literario de El País, el 24 de Junio de 1995. Originalmente apareció en Entretiens, Gallimard. Tusquets la publicó en castellano en un volumen de entrevistas en 1996
Pregunta. A Sartre no quiso conocerle, o no trató de conocerle; con Camus tuvo usted un encuentro fallido. ¿Cuáles son los escritores con los que estableció auténticos lazos? Respuesta. escritores.
No
he
conocido
a
grandes
P. ¿Y Beckett? ¿O Michaux? . Es cierto, éramos amigos. R
P. ¿En qué plano se situó su encuentro con Beckett? ¿Se encontraron por casualidad o les acercó una admiración recíproca? . Sí, había leído algo mío. Nos conocimos con R ocasión de una cena, y después nos hicimos amigos. En un momento dado llegó incluso a ayudarme financieramente. Me resulta muy difícil definir a Beckett. Todo el mundo se equivoca en lo que se refiere a él, en particular los franceses. Todos se creían obligados a ser brillantes delante de él, y Beckett era un hombre muy sencillo, que no esperaba que le lanzasen paradojas sabrosas. Había que ser muy directo; sobre todo, nada pretencioso... Yo adoraba en Beckett ese aire que tenía siempre de haber llegado a París el día antes, aunque vivía en Francia desde hacía 25 años. No había nada de parisiense en él. Los franceses no le contaminaron en absoluto, ni en el buen sentido ni en el malo. Siempre daba la impresión de estar en la luna: Él pensaba que se había afrancesado un poco, pero no era así en absoluto. Ese fenómeno de no contaminación era pasmoso. Seguía siendo íntegramente anglosajón, y
aquello me gustaba tremendamente. No frecuentaba mucho los cócteles, se sentía incómodo en sociedad; no tenía conversación, como se suele decir. Sólo le gustaba hablar con uno a solas, y entonces tenía un encanto extraordinario. Le quería muchísimo.
P. ¿Y Michaux? . Michaux era muy distinto, era un tipo R expansivo e increíblemente directo. Éramos muy buenos amigos: incluso me pidió que fuera el albacea de su obra, lo cual rechacé. Era brillante, lleno de ingenio y...muy malévolo.
P. Creo que eso le gustaba a usted. . Sí, sí, me gustaba. Michaux ejecutaba a R todo el mundo. Puede que sea el escritor más inteligente que he conocido. Es curioso como ese ser de inteligencia superior podía tener impulsos ingenuos. Por ejemplo, se puso a redactar obras casi científicas sobre las drogas y toda clase de cosas semejantes. Tonterías. Yo le decía: "Es usted escritor, poeta; no está obligado a hacer una obra científica, no la va a leer nadie". No quiso saber nada. Se empeñó en escribir volúmenes enteros de ese estilo, y no los leyó nadie. Hizo una tontería que no tiene nombre. Estaba marcado por una especie de prejuicio científico. "Lo que la gente espera de nosotros no es teoría, sino experiencia", le decía yo.
P. A propósito de lo que la gente espera de un escritor: una de las cosas que más ha intrigado a sus lectores rumanos y creo que a sus lectores en general, se refiere a su relación con la problemática de lo divino. ¿Cómo explica que de una familia religiosa - su padre era sacerdote; su madre presidenta de las Mujeres Ortodoxas de Sibiusaliera un contestatario de acentos blasfemos? En su juventud, si se atiene uno a lo que escribía en De lágrimas y de santos, soñaba usted con abrazar a una santa, imaginaba al propio
Dios en los brazos de una puta... ¿Qué responde a los que se indignan por su vertiente blasfema? . Es una cuestión muy delicada, porque yo he R intentado creer, y he leído mucho a los grandes místicos, a los que admiraba al mismo tiempo como escritores y como pensadores. Pero, en un momento dado, tomé conciencia de que me estaba engañando, de que no estaba hecho para la fe. Es una fatalidad; no puedo salvarme a pesar mío. Es algo que no funciona, pura y simplemente.
P. ¿Por qué no abandonó ese territorio entonces? ¿Por qué se mantuvo prisionero en él, por qué siguió negando a Dios y enfrentándose a él? . Porque no dejé de ser víctima de esa R crisis, nacida de mi impotencia para tener fe. Lo intenté en numerosas ocasiones, pero ninguna de mis tentativas tuvo éxito. La de más resonancia se produjo cuando estaba en Brasov, en la época de De lágrimas y de santos. Escribí ese libro trufado de invectivas después de haber leído mucho en el terreno de la historia de las religiones, los místicos, etcétera. El libro debía aparecer en Bucarest, y un buen día el editor me llamó para decirme: "caballero, su libro no se publicará". '¿Cómo que no se publicará? iSi he corregido las pruebas! Una cosa así sólo puede pasar en Rumania'. "He leído su libro", continuó, "y el tipógrafo me ha enseñado un pasaje. He hecho mi fortuna con la ayuda de Dios y no puedo publicar su libro". 'Pero si es un libro profundamente religioso. ¿Por qué no lo publica?'. "Imposible". Estaba muy triste, porque tenía que marcharme a Francia poco después...
P. ¿De verdad era un libro religioso? . En cierto sentido sí, aunque por negación. R Así que me marché a Bucarest, muy deprimido, y recuerdo que me instalé en el café Corso. En un momento dado vi a un tipo a quien conocía
relativamente bien, que había sido tipógrafo en Rusia. Me vio abatido y me preguntó: "¿Qué te pasa?" Se lo expliqué y me dijo: "Mira, yo tengo una imprenta. Te lo publico. Tráeme las pruebas". Llamé a un taxi para transportar todo. El libro salió cuando yo estaba en Francia, y apenas se distribuyó. En París recibí una carta de mi madre: "No tienes idea de la tristeza con la que he leído tu libro. Al escribirlo debías haber pensado en tu padre". La contesté que se trataba del único libro de inspiración mística que había visto la luz en los Balcanes. No conseguí convencer a nadie; a mis padres todavía menos que a los demás. Una mujer dijo a mi madre, que era la presidenta de las Mujeres Ortodoxas de la ciudad: "Cuando se tiene un hijo que escribe cosas semejantes del buen Dios, se abstiene una de dar lecciones".
P. ¿Cómo reaccionaron sus amigos? ¿Y la prensa? Sé que Arsavir Actérian escribió entonces un artículo muy duro en Vremea . Fue Eliade quien escribió las cosas más R duras, pero entonces no supe nada. No descubrí su artículo hasta hace muy poco. Ignoro en qué periódico lo publicó. Muy violento. Se preguntaba cómo podríamos seguir siendo amigos después de aquello. También recibí toda clase de cartas indignadas.
P. La única persona que captó el sentido de los tormentos en que usted se debatía en ese libro fue Jeny Acterian, la hermana de Arsavir. . Si, efectivamente. Me escribió una carta R admirable. Es cierto que nos entendíamos muy bien. De todos mis amigos fue la única, realmente la única, que reaccionó así. Todos se pusieron unánimemente en contra del libro. Eso me llevó luego a hacer una tontería, porque, recordando aquel episodio, suprimí en la versión francesa todas las insolencias que suponía el texto inicial. Al proceder así lo vacié de sustancia.
P. Pero, ¿cómo es que la tentación de la fe se mantuvo intacta a pesar de todo, a pesar del desgraciado esfuerzo emprendido en De lágrimas y de santos. . La tentación siguió siendo constante, pero R yo ya estaba demasiado profundamente contaminado por el escepticismo: desde el punto de vista teórico, pero también por temperamento. No hay nada que hacer: la tentación existe, pero nada más. Siempre hubo en mí una vocación religiosa, en realidad más mística que religiosa. Me es imposible tener fe, igual que me es imposible no pensar en la fe. Pero la negación siempre triunfa. Hay en mí una especie de placer negativo y perverso del rechazo. Me he movido toda la vida entre la necesidad de creer y la imposibilidad de creer. Esa es la razón de que me interesen tanto los seres religiosos, los santos, los que llegaron hasta el final de su tentación. Por mi parte, tuve que resignarme, porque decididamente no estoy hecho para creer. Mi temperamento es tal que en él la negación siempre ha sido más fuerte que la afirmación. Es mi lado demoníaco, si quiere. Y por eso tampoco conseguí nunca creer profundamente en nada. Me habría gustado, pero no pude. Sin embargo... Mire, le hablaba de la reacción indignada de Mircea Eliade tras la publicación de De lágrimas y de santos. Pues nunca dejé de pensar que yo era, religiosamente hablando, mucho más ponderado que él. Y desde el principio. Porque para él, la religión era un objeto, y no una lucha...digamos con Dios. En mi opinión, Eliade nunca fue un ser religioso. Si lo hubiera sido, no se habría ocupado de todos esos dioses. Quien posee una sensibilidad religiosa no se pasa la vida enumerando los dioses, haciendo inventario. No se imagina uno a un erudito arrodillándose. Siempre he visto en la historia de las religiones la negación misma de la religión. Es algo seguro, no creo equivocarme en ello.
P. ¿Sigue usted manteniendo este diálogo con las lágrimas y los santos?
. Ahora, mucho menos. R
P. ¿Qué balance haría? Su amigo de juventud Petre Tutea, con quien conversé recientemente, me confió que ahora le veía reconciliado con lo absoluto y con San Pablo. . No es seguro. A san Pablo le ataqué y le R denuncié todo lo que pude, y no creo que en la actualidad esté en condiciones de cambiar de opinión sobre él; salvo, en todo caso, para satisfacer a Tutea. De san Pablo detesto la dimensión política que imprimió al cristianismo; lo convirtió en un fenómeno histórico, quitándole así todo carácter místico. Toda mi vida le he atacado, y no voy a cambiar ahora. Sólo lamento no haber sido un poco más eficaz.
P. Pero, de todas formas, ¿cómo pudo germinar en usted, educado en una familia religiosa, un encarnizamiento así? . Creo que era una cuestión de orgullo. R
P. ¿De orgullo? ¿Ligado a la relación con su padre? . No...Bueno, desde luego no me agradaba que R mi padre fuera sacerdote. Era una cuestión de orgullo en el sentido de que creer en Dios significaba para mí humillarse. Aquí hay un aspecto demoníaco, muy grave, ya lo sé...
P. Pero, ¿en qué momento tomó conciencia de ello, y empezó a poder hablar del tema como lo está haciendo ahora? . En el mismo momento en que empecé a R interesarme por las cuestiones místicas, tal vez por influencia de Nae Ionescu, que daba un curso sobre misticismo. Fue entonces cuando me di cuenta de que era la mística, no la religión, lo que me interesaba; la mística, es decir, la religión en
sus momentos de exceso, su lado extraño. La religión como tal no me interesaba, y me di cuenta de que nunca me podría convertir a ella. En mi caso, estaba garantizado el fracaso. En cambio, lamento enormemente haber apartado a mi hermano de ese camino. Habría valido más que hubiese ido a un monasterio en vez de estar siete años en la cárcel y pasar por lo que pasó. ¿Sabe a qué me refiero?
P. Más contó...
o
menos.
Relu
[Aurel
Cioran]
me
. Ocurrió en Santa, en la montaña cerca de R Paltinis. Uno de nuestros tíos tenía allí una casa. Toda la familia estaba reunida y Relu nos anunció que quería entrar en un convento. Mi madre estaba un poco inquieta. Habíamos cenado todos juntos y después Relu y yo salimos a dar un paseo. Hablé con él hasta las seis de la mañana para convencerle de que cambiara su decisión. Le expuse una increíble teoría antirreligiosa, sacando todo lo que podía, recurrí a argumentos cínicos, filosóficos, éticos...todo lo que pude encontrar contra la religión contra la fe, todo mi nietzscheanismo imbécil de la época, todo, ¿comprende? Verdaderamente todo lo que podía exponer en contra de esa inmensa ilusión, lo dije todo. Y acabé con estas palabras: "si, después de haber escuchado mis argumentos, persistes en la idea de ser monje, no te volveré a dirigir jamás la palabra".
P. Pero, ¿por qué tal saña y, en el fondo, tal chantaje? . Era una cuestión de orgullo: yo que me R ocupaba de la mística, yo que había comprendido, ¿no estaba en posición de hacerle ceder? "Si he fracasado en convencerte", le dije, "eso significa que no tenemos nada en común". Le manifesté todo lo que había en mi de impuro.
P. Fue verdaderamente diabólico. ¿Tenía usted el derecho de obligarle moralmente de esa manera?
. No, por supuesto que no. Por ejemplo me R habría podido contentar con decirle que no tenía sentido...pero el encarnizamiento con el que quise persuadirle fue verdaderamente diabólico. En aquella noche espléndida, tenía la impresión de que se libraba un combate entre Dios y yo mismo. Por supuesto, también expuse que querer llevar una vida monástica en Rumania era de entrada, un compromiso, que no podía ser una estafa. Pero mis principales argumentos eran serios y de orden filosófico. Lo que hice entonces me ha parecido más tarde de una extraordinaria crueldad. Por lo tanto, me he sentido en cierto modo responsable del destino de mi hermano, que fue trágico.
P. Ha hablado de crueldad. De hecho, la crueldad se encuentra en usted estrechamente asociada a la sinceridad. ¿Cuántos hombres pueden permitirse este grado de sinceridad, tan duro de soportar para los demás? ¿A dónde llegaríamos si todo el mundo cultivase esta enorme sinceridad que le caracteriza? . Creo que la sociedad se disgregaría. Es R difícil de decir, sin duda las sociedades decadentes practican la sinceridad hasta el exceso.
P. ¿Qué es lo que le empuja a decir las cosas que la gente sabe a ciencia cierta, pero que se niegan, puede que por pudor, a expresar? Todos sabemos que el rey está desnudo, que vamos a morir, que el horror, la enfermedad, la miseria mortal existen. ¿Por qué transformar lo negativo, lo macabro, en resultado de su sinceridad? . No es macabro, es nuestra cotidianeidad R misma. Todo depende, sin embargo, de la manera en que se experimenta, de dónde se pone el acento. El lado trágico de la vida es a la vez cómico y si se tienen en cuenta sobre todo este lado cómico...Mire los borrachos, que son totalmente sinceros: su comportamiento no hace más que
ejemplificar esta cuestión. Reacciono ante la vida como un borracho sin alcohol. Lo que me ha salvado, para decirlo vulgarmente, ha sido mi sed de vivir, una sed que me ha mantenido y me ha permitido vencer a pesar de todo mi pesimismo...
P. El hastío. . Sí, el hastío, la experiencia que me es más R familiar. Mi lado mórbido. Esta experiencia casi romántica del hastío me ha acompañado toda mi vida. He viajado mucho, lo he visto todo en Europa. Por todas partes por donde he ido me ha embargado un inmenso entusiasmo; y al día siguiente, el hastío. Cada vez que visitaba un lugar me decía que era allí donde habría querido vivir. Y después, el día siguiente... Ese mal que me posee y acaba por obsesionarme.