Título srcinal: THE LSD STORY Traducción de ROSALÍA VÁZQUEZ Portada de ANTONIO GAYAN YAGO Copyright © 1966 by Fawcett Publicatlons, Inc. © 1975, PLAZA & JANES, S. A., Editores Virgen de Guadalupe, 21-33 Esplugas de Llobregat (Barcelona) Printed In Spaln Impreso en Espalla Depósito Legal: B. 47.403-1975 ISBN: 84-01-44047-5 GRÁFICAS GUADA, S. A. — Virgen da Guadulupt, 33 Esplugu de Llobregat (Barcdona)
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Prefacio TODOS NOS PARECEMOS A CAU
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La LSD-25, ¿es de derechas o de izquierdas? Como la cuestión ha quedado zanjada de forma más bien negativa, nuestro país se ha librado del furor «elésdico». En Francia resulta imposible prosperar a menos que haya quedado previamente establecida la clasificación política. Es una tradición. Y también una manía. No es, forzosamente, la mejor forma de plantear los problemas en general, y el de la LSD en particular. Pero es la nuestra. Cuando en Saint-Germain-des-Prés o en el ghetto de los beatniks de la rue de la Huchet-te, aparecieron los primeros azúcares y los secantes impregnados de ácido lisérgico, la «conciencia de la izquierda» mostró reservada o manifiestamente contraria. Elsedebate fue más largo,bien doloroso, tumultuario. En realidad, todavía no ha terminado. En un momento dado puede plantearlo de nuevo alguien que no sea Frangois Mauriac, Jean Cau o Jean-Fran-cis Held, pues ellos ya tomaron partido. Ese compás de espera se ha conquistado a punta de pluma, con un derroche de tinta. Hay que admitir que la cuestión se presentaba compleja. La LSD llegaba de los Estados Unidos, país filosóficamente subdesarrollado a juicio de cualquier francés, de derecha o de izquierda. Por ello resultaba extraordinariamente sospechosa. Por otra parte, sus propagandistas eran los jóvenes intelectuales americanos que rechazaban el egoísmo y la comodidad de su país, se oponían a la guerra del Vietnam y vivían como malditos y proscritos en su propia patria. Si la izquierda american a reivindicaba a la LSD, la francesa no podía rechazarla sin previo examen ni matizaciones. Quienes tomaban parte en las marchas por la paz lo hacían bajo el influjo de la LSD. Los americanos que en París se manifestaban ante su Embajada estaban saturados de azúcar que distaba mucho de ser pura. Los mejores poetas, novelistas y artistas consagrados en la costa californiana se entregaban a las drogas alucinógenas para reforzar su inspiración. La Me he permitido uti lizar este título de un pasaje del prefa cio de JeanFrancU Held al libro del doctor Cohén: LSD. *
— I. M. 3
conciencia militante obrera de 1925 no se hubiese escandalizado; la conciencia militante burguesa de 1965 se mostraba extraordinariamente perturbada. La crisis de conciencia se hundía en las contradicciones de una situación que no había buscado. Nuestra herencia intelectual se rige por una escala de valores absolutamente distinta. El combate político implica, entre nosotros, lucidez y racionalidad. Nada de alcohol ni de sexo. Éntrelos menos puros, tal vez antes o después, pero nunca en el momento. En 1917, el alcohol y el vino caliente antes de entrar en combate sembraron la confusión en las conciencias. De este lado del Atl ántic o apr end imos bie n la lección. No cabía imaginar la LSD como estimulante. El proceso no sólo hería el espíritu de la izquierda, sino al espíritu francés a secas. Para ser cartesiano no es condición sine qua non haber cursado estudios en la Normal Superior ni obtenido el diploma Ciencias Políticas. Por esencia, todosgeneration lo son, desde una punta a de otra del país. Los poetas de la beat suplicaban que se cerrara la boca a los sabios psicólogos y que se ingiriera sin inmutarse macrodosis de microgramos. El Discurso del método nos ha enseñado que las victorias sobre el espíritu hay que lograrlas una a una. La prudencia es una virtud de nuestra inteligencia. Los mismos prosélitos recomendaban el abandonarse a las emociones, a las impresiones que indefectiblemente seguían a la deglutición de la bomba H psíquica. Semejante consejo jamás lograría su impacto sobre gentes que tienen tras ellas siglos de análisis crítico. Es verdad que lo queremos todo: beber, fornicar, luchar. Pero a condición de poder analizar nuestras embriagueces, nuestros éxtasis y nuestras iras. Sin el placer sadomasoquista de la vivisección, ¿para qué molestarse? Evidentemente, la presentación del producto era desastrosa para que se impusiera en el mercado francés. Promotores y publicitarios sabotearon la campaña comercial. La forma de empleo debió de haberse redactado pensando en otro pueblo completamente distinto, menos preparado intelectualmente. El producto no ha logrado introducirse. Sólo nos ha colocado en una situación difícil. No obstante, ha bastado para que se hayan ignorado algunos puntos interesantes de la cuestión. El pasado octubre se reunieron en Holanda los representantes de una docena de países para hacer el balance de la aplicación de la LSD en psicoterapia. ¿Literatos? ¿Militantes políticos? No, profesores de la Facultad de Medicina, 4
psiquiatras, psicoanalistas, neurólogos, biólog os. Evidentemente, ésa es la razón de que ningún representante de Francia haya asistido al congreso. Si el Universo quiso afrentar a la inteligencia francesa, nosotros afrentábamos a la inteligencia universal. En este país se creía haber dicho todo sobre la LSD. Ahora bien, se ignora que ha curado a millares de alcohólicos, liberado a millares de homosexuales de ambos sexos de su desviación, salvado a enfermos mentales rebeldes a cualquier otro procedimiento psiquiátrico o psicoanalítico. La aventura pública de la dietilamida del ácido lisérgico en los Estados Unidos ofrecía también ese aspecto positivo. Sólo se consideraban sus más escandalosas caricaturas. ¿Qué había ocurrido en América? Si descartamos los epifenómenos, las manifestaciones superficiales, las secuelas actuales, para dedicarnos a descubrir la medula central que explica todo ello, me parece que llegamos a la siguiente conclusión: él encuentro de un medio socio-cultural especial de concolmar una sustancia queEra parecía ofrecer la posibilidad la espera desconocida de ese medio. preciso que algo o alguien produjera dicho encuentro. Situaciones semejantes surgen en todas las etapas de la Historia humana. Hace dos mil años Jesús fue ese catalizador entre un pensamiento y un pueblo. Hitler desempeñó ese papel en la Alemania de Weimar. André Bretón lanzó un puente entre la idea surrealista —el vocablo lo inventó en 1917 Guillaume Apollinaire— y los medios intelectuales que la Primera Guerra Mundial dejó intactos, pero desgastados. Seleccionamos nuestros ejemplos intencionadamente en niveles diferentes de importancia y moralidad. En el caso de la LSD y los Estados Unidos, el mesías se llama Timothy Leary. Durante cerca de veinte años la LSD llevaba una carrera discreta en los laboratorios. Empezaba a introducirse prudentemente en los hospitales y las clínica s neuropsiquiátrica s. El mundo científico sabía que poseía con la LSD-25, sintetizada en 1938 y admitida como alucinógena en 1943, una droga de formidable potencia y posibilidades desconocidas. Avanzaba a pasos contados. Timothy Leary, profesor de psicología en Harvard, era uno de esos hombres de laboratorio. En 1963 decidió deliberadamente la aparición de la LSD en la vida pública. Sin duda ignoraba hasta qué punto el público americano esperaba a un hombre como él y una revelación como la que le ofrecía. Para los colegas de las Universidades y de los laboratorios, su acto era ya una traición. A medida que avanzaba en la iniciación, el alquimista de la 5
Edad Media comprendía cada vez mejor la razón de que antes de iniciar la realización de la Gran Obra hubiese tenido que prestar juramento de no revelar jamás los secretos que le fueran transmitidos o que descubriera por sí mismo. Existen sectores del conocimiento moderno que continúan sometidos a la moral de los alquimistas y que, necesariamente, deben permanecer sometidos. Timothy Leary no ha inventado la LSD. Ha hecho algo mejor: la ha convertido en el símbolo de una nueva religión. Todas las promesas incumplidas lo serían por el ácido lisérgico. América ha iniciado la marcha porque en el instante en que sonó la señal hacia ya mucho tiempo que llevaba los zapatos puestos. ¿Por qué? Otros ya lo han dicho, lo dicen, lo dirán; las razones y los argumentos llenarían un grueso volumen. Prescindiendo de las causas srcinales, él libro de John Cashman relata la historia americana de la LSD. Sin pasión. Sin apriorismo. Expone los pros y los contras. Aclara distintos aspectos del fenómeno: médico, social, legal. Su encuesta nos interesa bajo muchos puntos de vista: como documento sobre una civilización, por su información exhaustiva que llena las lagunas que habíamos apuntado. Nos concierne en la medida en que América es, con frecu encia , e l navío guía del convoy occidental y, a nuestro juicio, consideramos útil seguir el consejo que un día dio Robert J. Oppenheimer: “Supongo que el malestar que se nota en Amé rica es precur sor del que Eur opa no tar dar á en sufrir … Por ello creo que del estudio del mundo americano podemos deducir una lección, no tanto sobre la forma de hacer las cosas, sino sobre algunos de los peligros que entraña la revolución industrial.” JACQUES MOUSSEAU
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1 SE ABRE EL TERCER OJO
«Empezaba a sumergirme en mí mismo, a descender en espiral hasta el interior de mi propia carne. Giraba, evolucionaba, me retorcía y trataba de contenerme para no proclamar a gritos la gloria y el terror de todo. Entonces, apareció el ojo. Un inmenso ojo brillante suspendido en el espacio. El ojo palpitaba y lanzaba á través de mi cuerpo rayos de una luz ardiente y de dulces sonidos. Pero no era mi cuerpo. De súbito, me había convertido en el ojo inmenso y veía todo lo que hay que ver. Era un éxtasis y, a la vez, un éxtasis espantoso. ¡Lo veía todo, lo comprendía todo!» Estas palabras no son las de un loco. Son las de un estudiante que, voluntariamente y bajo vigilancia médica, tomó cien microgramos (3,5 millonésimas de onza) de una de las drogas más poderosas y de acción no más intensaa-expresar sobre la mente que jamás«No haya existido. Las palabras alcanzan la experiencia. hay palabras —declaró el muchacho al tratar de resumir lo que había visto y experimentado—. Lo intentaré, pero, en realidad, no hay palabras...» La sustancia en cuestión es el tartrato dietilamida de ácido d lisérgico, creado en un laboratorio en 1938 y cuyas importantes propiedades psicoquímicas fueron descubiertas, de manera accidental, cinco años más tarde. Durante los últimos veinte años se utilizó en el curso de serios experimentos sobre enfermedades mentales, convirtiéndose finalmente en el tema de una de las más ardient es con troversi as d e la historia mo derna de la droga. Su sigla de laboratorio es LSD y ja más se ha conocido droga semejante. Cary Grant ha tomado LSD y ha entonado sus alabanzas. El productor de televisión Ivan Tors ha tomado LSD y la experiencia le ha satisfecho. Aldous Huxley, ya fallecido, era ferviente admirador de la LSD. El autor Budd Schulberg, el filósofo Alan Watts, el poeta Robert Graves, el escritor Alan Harrington, el poeta maldito Alien Ginsberg y toda una caterva de celebridades (y de personalidades menos célebres) han probado la LSD y se han mostrado satisfechos. De la noche a la mañana se ha convertido en un culto, ahora ya en plena expansión. La juventud de las universidades ya no flirtea en las cabinas telefónicas, en los vestuarios ni en los «Volkswagen». Se dedica a dar pequeños paseos a través de su propio subconsciente. La LSD ha proporcionado a los periódicos y a 7
las revistas más titulares que el presidente Johnson. Los intelectuales inspirados han compuesto ditira mbos. Existen también aquellos que han visto en la LSD una señal precursora del fin del mundo. Al parecer, no existe término medio. Nada menos que tres subcomisiones del Senado de los EE. UU. de América han realizado encuestas sobre la LSD. Han oíd o a los expertos declarar que l a LSD ha provocado crisis tremendas. Han escuchado a todos afirmar que no ha provocado crisis. Oyeron a los expertos decir que la LSD era peligrosa. Y también a otros entonar sus excelencias. Luego se han dedicado a aprobar mayor número de leyes para el control de la LSD, sin detenerse a analizar si necesitaba o no mayor control. ¿Por qué la LSD, esa droga nueva y relativamente mal conocida, ha provocado semejante furor? Porque bajo ciertos aspectos la LSD es realmente inquietante. Puede empujar (ha ocurrido y volverá a ocurrir) a personas mentalmente vulnerables al borde de la locura. Se la supone responsable de suicidios. Ha producido cosas extrañas. Pero también ha logrado resultados maravillosos en el tratamiento de enfermedades mentales y en otros campos médicos. Sin que nadie se ocupe demasiado de ello. Siempre ejerció mayor atracción el poder diabólico que el divino. Una dosis ínfima de la LSD puede sumergir a un hombre en los abismos de su propio psiquismo. Menos de dos libras de droga bastarían para que toda la población de la ciudad de Nueva York realizara el mismo viaje. Algo más de cuarenta libras de droga, divididas en dosis iguales, lanzaría como flechas a hombres, mujeres y niños de todos los Estados Unidos a través de sus espacios interiores. Un hecho realmente increíble es el de que, transcurridos más de veinte años de experiencias e investigaciones médicas, nadie sepa cómo ni por qué actúa la LSD. Se hacen conjeturas, se teoriza, pero nadie lo sabe. Lo único seguro es que actúa . Como los efectos fisiológicos de la LSD son de escasa importancia —pupilas dilatadas, pérdida del apetito—, los únicos experimentos de alguna importancia son aquellos que incumben al propio hombre. Sólo un individuo que haya probado la LSD puede explicar las visiones y los terrores que causa. Las cobayas no son de ninguna utilidad en esta ocasión. No pueden hablar. Los efectos de la LSD no pueden evaluarse en laboratorios. Están encerrados, ocultos a la vista, en el espíritu humano. Según los informes subjetivos de voluntarios y enfermos, los científicos se han enterado de que la LSD provoca enormes trastornos en las percepciones. Los colores se hacen destellantes y, a menudo, van acompañados de sonidos. 8
Los sonidos palpitan con increíble belleza e intensidad, y con frecuencia tienen color. El tiempo parece inmóvil o transcurre con enorme lentitud. Los pensamientos se desbocan y entremezclan. Se manifiesta la presciencia de lo insondable. El ego se disuelve. Las visiones aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer. Las paredes semejan respirar. Los objetos retroceden y se acercan. Los recuerdos desfilan ante el ojo del espíritu con la nitidez de una película. Disminuye el interés hacia el mundo exterior. Con una dosis media de cien microgramos, el estado consecutivo a la LSD se inicia treinta o cuarenta y cinco minutos después de la ingestión de la droga. Se prolonga, con grados variables de intensidad, de diez a catorce horas, pero en ocasiones ha durado hasta tres días. También existen informes de que la experiencia ha reaparecido, de forma espontánea, una semana o un mes más tarde, sin indicios precursores y sin una nueva dosis de LSD. Dado que investigadores han de la limitarse a palabra los informes subjetivos de los quienes han experimentado droga, la es la condición sirte qua non de las investigaciones sobre la LSD. Desafortunadamente, las palabras de que se dispone no parecen estar a la altura de su función. Muchos son los que callan sobre los efectos de la LSD. Otros tratan de expresarlos lo mejor posible . Son los universitarios, los sabios y los escritores, para quienes la «palabra» es lo esencial. Intentan captar las visiones y hablan de Dios, del infierno, de nirvana, de terror, de revelación, de éxtasis, de miedo, de alegría y de angustia. En el mejor de los casos, los términos son vagos. A veces, las palabras se refieren solamente a gritos de exaltación. Otras, a gemidos de horror. En ocasiones, la exaltación y el horror están inextricablemente mezclados. Un hombre permanece sentado, fulminado, durante seis horas, al cabo de las cuales dice: «He visto a Dios. No deseo hablar de ello.» Transportan a una estudiante, dando alaridos y retorciéndose, a un hospital californiano. Está persuadida de que pierde la piel como una serpiente. Un psiquiatra, sacudiendo la cabeza, explica por qué no volverá jamás a tomar LSD: «He visto cosas que un hombre jamás hubiera debido ver.» Un alcohólico renuncia de forma tajante a la bebida diciendo: «Estaba muerto y sabía que todo era diferente. He visto cómo me roían los gusanos.» Un joven a quien sacaran de debajo de un tren pretendía que había sido empujado «por mi otro yo, mi demonio personal». Una mujer, atacada de cáncer incurable, sonreía: «En este momento, la idea de mi muerte no tiene gran importancia, ni siquiera para mí... Ahora, podré morir 9
dulcemente.» Las visiones no son nunca las mismas. Varían según la personalidad de cada uno. Un adicto a la LSD jamás sabe, ni siquiera él mismo, en qué consistirá la próxima experiencia. Nunca es semejante. La exaltación da paso al pánico, y el cielo se convierte en infierno, incluso para aquellos espíritus mejor equilibrados. La LSD, en sí, no es buena ni mala, pero las reacciones mentales, bajo la acción de esa droga fantástica, pueden ser buenas o malas. Y en ello reside el srcen de la controversia. Jamás una droga experimental ha sido hasta tal punto denostada y alabada, y si la palabra resulta inadecuada para describir los efectos de la LSD, es más que adecuada para atacar o defender a la propia LSD. Muchas de esas palabras han sido escrita s o pronunci adas, la mayoría «en co ntra», algunas «a favor». Nada han solucionado, y sólo han servido para sembrar la confusión o el espanto. Hasta el momento, existen más de dos mil informes médicos sobre la cuestión. Casi años cada cincuenta, mes aparecen otros. En su mayoría, pertenecen a los últimos durante los cuales se iniciaron experiencias clínicas serias sobre la LSD. Dichos informes pueden resumirse como sigue: la LSD puede ser útil en distintos campos médicos, pero la ciencia necesita más tiempo, más experiencia, más datos. Por otra parte, ya han sido publicados al menos cuatro importantes obras sobre la LSD. Tratan del uso de la droga dentro y fuera de la esfera médica. Hay incluso un periódico dedicado a la gloria de la expansión del espíritu, que afirma tener la respetable tirada de seis mil ejemplares. Se llama la Psychedelic Review. Los periódicos y la mayoría de las revistas descubrieron la LSD en 1962. Con millares de palabras y grandes titulares, han entregado la LSD al público, haciendo hincapié sobre los aspectos a terra dores de la droga. Para bien o para mal, la LSD ya no es una curiosidad de laboratorios, de posibles usos clínicos, pero todavía no demostrados. La LSD se ha convertido en la droga del siglo, el nuevo opio , el Brave New World (1) , el más grande, el peor. Por razones que nadie ha logrado todavía explicar adecuadamente la LSD se ha convertido en la panacea y la plaga. La LSD puede encontrarse..., pero a cierto precio. Está de moda. La LSD ha pasado del laborato rio, donde aún no se la comprendía, al dominio público, donde aún se la comprende menos. Titulo de una famosa obra de Aldous Huxley, publicada en España con el de Un mundo feliz. (.N. del T.) (1)
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Desde el punto de vista clínico, la droga es inofensiva. No crea hábito y, hasta el momento, no se ha registrado dosis mortal. Bajo control médico, los efectos de la LSD pueden ser canalizados, reducidos o, incluso, de ser necesario cortados de raíz, sin el menor riesgo de accidente psíquico para el sujeto. No podría decirse lo mismo en cuanto al uso ilegal de la droga sin vigilancia médica. Ello no significa, forzosamente, que quienes toman la LSD en privado o en compañía de amigos, se conviertan en asesinos, se suiciden, violen a una doncella o hayan de ser llevados, vociferantes, a la celda de la casa de salud más próxima. Pero puede ocurrir. Y de hecho ha ocurrido. La preocupación del público por el uso ilícito y el mercado negro de la LSD no es infundada, y tanto en el interior como fuera de los medios médicos la LSD era ya objeto de ciertas reservas antes de convertirse en un pretexto para la histeria. Calculando por lo bajo, se cuarenta mil el número las de personas que han probado LSDcifra y laenmitad aproximadamente que han hecho más de unalade esas experiencias designadas en la jerga especial con la palabra viaje o trip. Cálculos más amplios sitúan la cifra en cincuenta o incluso cien mil, y pese a la diversidad de esos cálculos, suele admitirse que el número de personas que toman la LSD con fines no medicinales aumenta de manera regular, por no decir espectacular. Es indudable que el mercado negro de la LSD ha iniciado su carrera bajo la influencia de los más aventureros intelectuales de edad madura del país. Todavía está por ver si lo que buscaban era la sensación pura o el estímulo intelectual. Cualesquiera que fuesen las razones de la sumersión inicial en el mundo interior de la LSD, lo que sí es casi seguro que la principal atracción para los nuevos adeptos de la droga reside en los milagros de la sensación. Desgraciadamente, esos novicios de la droga son, en su mayoría, estudiantes de las universidades y escuelas especiales, y tipos antisociales de Venice y Berkeley en California, o de Greenwich Village en Nueva York. En manosa los de periódicos una juventud e inexperimentada, la LSD suministró con inestable grandes titulares sensacionalistas. El público se escandalizó y la antipatía creció sin cesar hacia esa cosa que afecta al espíritu en forma tan dramática. Los casos de mal empleo de la droga y las aberraciones resultantes del carácter con la secuela de crímenes (aunque relativamente poco numerosos) 11
fueron, por su naturaleza, sensacionales, y la Prensa nacional las puso en evidencia. Un nombre, en la ciudad de Nueva York, tras haber apuñalado a su madre política, declaró que desde hacía tres días se encontraba bajo la influencia de la LSD. Dos niños, uno en Nueva York y el otro en Chicago, tomaron, por accidente, LSD. Conducidos al hospital en lo que se dijo «estado crítico», se restablecieron rápidamente. En Cherman Oaks, California, se encontró inconsciente en la calle a una joven alumna de una escuela mixta. La Policía declaró que había ingerido LSD. Y tantos otros informes, algunos documentados, otros no. Hubo aquel estudiante de Harvard a quien nadie pudo ayudar durante cuatro días seguidos, convencido de que medía quince centímetros. Y la pareja de Long Island, hospitalizada para ser sometida a tratamiento psiquiátrico porque el marido afirmaba ser Cristo, lo que su mujer también creía. Y, en fin, una mujer en Los Ángeles que, habiéndose despojado de sus vestidos, corría desnuda por las calles pidiend o la absolución. En 1966, el Gobierno federal prohibió la venta y distribución de la LSD para cualquier uso que no fuese medicinal. La Food and Drug Administration ponía en guardia a todas las universidades del país contra el uso «insidioso y peligroso» de la LSD, que iba penetrando en las universidades. A raíz de ello, tres Estados promulgaron leyes anti LSD, y en las ciudades más importantes las fuerzas de orden público estudiaban activamente los aspectos criminales relacionados con el uso de dicha droga. Y entonces, de manera increíble, el único fabricante y distribuidor legal de la LSD para la investigación médica, la «Sandoz Pharmaceuticals» de Hanover, Nueva Jersey, retiró la droga del mercado experimental, aduciendo como motivo «la imprevista reacción pública». De súbito, la única fuente legal de la LSD quedó cortada en seco, resultando con ello obstaculizada la investigación médica. Quedaron relegados al limbo, antes incluso de haberlos podido comprobar, los pretendidos milagros de la LSD en el tratamiento de neuróticos, alcohólicos, de las mujeres frígidas y para aliviar el dolor y la ansiedad de los moribundos. El profesor Joel Fort, director del «Centro para el tratamientoand y Educa-tion la educación sobre el alcoholismo» (Center for Treatment on Alcoholism) de Oakland (California), hablaba en nombre de numerosos médicos al afirmar: «Combinada con la reacción extrema de la "Compañía Sandoz", la histeria creada y provocada artificialmente por determinados estudios irresponsables y la explosiva intervención de la Prensa se está consiguiendo desa12
lentar la investigación legal, y estimular los esfuerzos políticos por someter a las drogas del tipo LSD a leyes más severas. Existen grandes probabilidades de que en los próximos años tenga lugar un control mayor y excesivo del uso legal de la LSD en el campo médico y científico, y que se produzcan declaraciones exageradas, incremento en el uso ilegal y pérdida de in terés por la investigación científica, pese al número relativamente pequeño de las víctimas de los efectos tóxicos de la LSD y a la falta de pruebas respecto a su pretendida amenaza a la sociedad.» En efecto, la actitud del público frente a la LSD ha paralizado en cierta medida la investigación, pero no ha detenido el uso ilegal de la droga. Al igual que la Prohibición había limitado en escasa medida el abuso del alcohol, y las leyes sobre narcóticos fueran de efecto nulo en el control del uso de la heroína, la prohibición de la LSD no ha logrado paralizar el mercado negro de dicha droga. Lo único que se ha logrado, como ya ocurriera con la Ley Seca, ha sido aureolar a la LSD de mayor romanticismo, convirtiéndola en algo más anticonvencional y excitante. Los investigadores, y entre ellos aquellos mismos que fomentaron en forma más activa la actitud del público sobre los peligros que ofrece el uso ilegal de la LSD, empezaron a comentar en privado que se había ido demasiado lejos en la campaña contra la LSD. «¡Es el pánico! Ahora, habremo s de esperar a que el furor decrezca, si es que ello es posible, antes de que la droga pueda volver al laboratorio que jamás debió abandonar.» Las evaluaciones más fidedignas sobre la distribución ilegal de la LSD (considerada como infracción criminal por la ley de 1966, en caso de reincidencia) establecen en un millón dé dosis anuales las ventas en el mercado negro, oscilando su precio de 75 centavos a 15 dólares las dosis de cien microgramos. Según los informes, la venta ilegal de la LSD se encuentra en pleno auge; parte de los suministros proceden, al parecer, de Europa y México, pero la fuente principal radica en el país, siendo fabricada en laboratorios de antecedentes dudosos. Un buen especialista en química orgánica, con los ingredientes adecuados y una bomba de vacío puede producir LSD suficiente para abastecer a la mitad del país. La relativa facilidad con que puede fabricarse y obtenerse la LSD es una de las principales razones por las que se desinteresan las organizaciones criminales que controlan el tráfico ilegal de drogas en el país. Incluso los adictos habituales a la LSD no hacen más de uno o dos «viajes» por semana, y a veces ni eso. Los traficantes de 13
narcóticos pueden suministrar esta droga como un servicio, pero el gran negocio sigue siendo la heroína. No obstante las dificultades persistirán mientras haya personas que tomen la LSD para drogarse o por cualquier otra razón que puedan aducir. Ha quedado demostrado en forma patente que el uso sin control de la LSD resulta nefasto para los inadaptados. Son ellos, especialmente, quienes corren mayor peligro bajo la acción de la droga. Un estudio terminado al cabo de cinco años, en 1965, en el University's Research Center for Mental Health («Centro de investigación sobre la salud mental»), de Nueva York, demostró que el carácter básico del sujeto se intensifica bajo la influencia de la LSD. Un equipo dirigido por el doctor Harriet Linton Barr, trabajando en colaboración con cien voluntarios, descubrió que los sujetos imaginativos que tenían «buena opinión» de sí mismos, contemplaban «visiones gloriosas» bajo los efectos de la LSD, en tanto que los no intelectuales, cortos ydeciertos alcance, reaccionaban débilmente y parcialmente ofuscados, individuos pasivos se sentían desorientados y confusos. En fin, los hipocondríacos agresivos (siempre tomando como base dicho estudio), se enfurecían y sufrían más que de costumbre. En una palabra, si el sujeto tiene cierta tendencia a la locura, es casi seguro que la LSD agudizará dicha tendencia. Entretanto, millares de personas han tomado una o más dosis de la LSD sin sufrir molestia alguna, sin disminución de su capacidad ni ninguna otra secuela. Por el contrario, muchos han opinado que los «viajes» constituían las experiencias más estimulantes y significativas de su vida. En algunos grupos, y en particular en los círculos de adultos intelectuales, el uso de la LSD presenta matices místicos e incluso religiosos. Timothy Leary y Richard Alpert, ambos exalumnos de la Universidad de Harvard, quienes probablemente son los que más han hecho por introducir la LSD en el dominio público, se encuentran identificados actualmente con el aspecto cultista de la LSD. Leary y Alpert fueron excluidos de Harvard en 1963 por motivos relacionados sus experiencias conuniversitarios, la LSD y otros estimulantes mentales.con Ambos poseían títulos no en medicina sino en psicología. Leary y Alpert, no contentos con haber experimentado ellos mismos en numerosas ocasiones la LSD, han renunciado a una carrera, llena de promesas para 14
dedicar todo su tiempo y sus esfuerzos a un nuevo campo de acción: la expansión individual del espíritu. Leary y Alpert, así como un grupo independiente establecido en Florida, pretenden que podría ser legalmente autorizado el uso de la LSD por grupos animados de intenciones místicas y rel igiosas, y ambos grupos luchan por el derecho al libre uso de la LSD bajo tales condiciones, aduciendo que la Native American (Iridian) Church está autorizada por la ley a utilizar el peyote en los servicios religiosos. El peyote es una especie de cacto que contiene una sustancia natural, la mescalina, estimulante mental. Pero la mescalina está respaldada, para defender su causa, por años de tradición, y es algo problemático que la LSD llegue a ocupar un lugar entre los atributos religiosos, al menos en un futuro inmediato. No obstante, la LSD no es la única droga ' disponible generadora de expansión de la consciencia. Semejantes drogas, obtenidas habitual-mente de ciertas variedades de plantas naturales, han sido conocidas y empleadas desde los comienzos de la Historia. Las culturas primitivas de la India, el Oriente Medio, África y las dos Américas han utilizado con frecuencia esas sustancias naturales en el curso de sus ritos. Entre ellas, la marihuana es una de las sustancias vegetales más benignas. Igual ocurre con las drogas esotéricas como el pituri, la agaritrina, el caapeba, la kavakawa y el ololiuque. Pero las más famosas, antes del descubrimiento de la LSD, eran la mescalina y la psilocibina, alcaloide obtenido del famoso champiñón mágico mexicano. La mescalina y la psilocibina, así como los estimulantes naturales de la mente más desconocidos pueden producir exactamente los mismos efectos que la LSD sobre el cerebro humano, sólo que con dosis más fuertes y dando srcen a malestares secundarios tales como náuseas, dolor de cabeza, etc. Debido a extraños cambios en la percepción, semejantes a alucinaciones, todas esas drogas suelen estar agrupadas y consideradas como alucinógenos. Pero el término es vago: bajo la influencia de la LSD o de otras sustancias naturales, los sujetos no ignoran que lo que ven no es real, sino imputable a la droga, en tanto que las alucinaciones auténticas son visiones en las que el testigo cree en el momento en que se le presentan. No obstante, el término es bastante significativo y fácilmente comprensible, tanto en las salas de los hospitales como en los dormitorios de las universidades. 15
En un intento por calibrar mejor los efectos reales de las drogas, el término «psicotomimético»(1), ha encontrado bastante aceptación en los círculos médicos. Pero es un término engañoso en el sentido de que no define la naturaleza de la psicosis..., o también porque las inclinaciones que desarrolla la droga difieren en gran manera de los que acompañan a la psicosis, a la que con frecuencia se le asimilan: la esquizofrenia. Ha habido casi que abandonar las primeras esperanzas de que la LSD y la psilocibina fueran la solución en el tratamiento y entendimiento de la esquizofrenia (la más frecuente de las psicosis, pero también la de más difícil tratamiento). El doctor Humphry Osmond emprendió, en 1957, un admirable esfuerzo para dar una designación genérica más apropiada a los excitantes mentales. En los Annals of the New York Academy of Science («Anales de la Academia de Ciencias de Nueva York»), el doctor Osmond ha resumido sus investigaciones semánticas: «He tratado de encontrar un nombre apropiado para los agentes psicotomiméticos en discusión: un nombre que evocase a la vez los conceptos de enriquecimiento del espíritu y de la amplificación de la visión. Las diferentes posibilidades son: psicofórico (que anima el espíritu), psicohórmico (que despierta el espíritu) y psicoplástico (que modela el espíritu). Psicozynico (que hace fermentar el espíritu), también resulta apropiado. Y conviene considerar psicoerhéxico (que hace explotar el espíritu), que aun cuando espinoso es fácil de recordar. Es satisfactorio psicolítico (que libera el espíritu). No obstante, mi elección recae en psicodélico (que suscita las manifestaciones del espíritu), porque el t érmino es claro, eufónico y ajeno a cualquier otra asociaci ón.» En la actualidad, los tres términos están en uso, sin que por ello sean obligatoriamente intercambiables. La mayoría de la gente utiliza de vez en cuando el de alucinógeno. Pero si un individuo denomina la droga psicotomimética, puede apostarse que pertenece a la hermandad de los médicos. Si se decide por psicodélica, todas las posibilidades son de que se trate de un partidario del libre uso de la LSD. Y, si amigos se limitao aunemplear la palabra es de un adepto, unoendefin, sus lector del Time«acid» que trata pasar por hippy. Por nuestra parte, nos referiremos a la LSD y drogas similares como alucinógenos. (1)
Es decir, que produce efectos semejantes a la psicosis. 16
2 HISTORIA DE LOS ALUCINÓGENOS
Las sustancias alucinógenas son casi tan viejas como el mundo. Desde el soma de los antiguos invasores arios de la India hasta los nuevos productos sintéticos de los laboratorios, la Historia ha catalogado centenares de drogas naturales o fabricadas por el hombre. Cualquier parte del mundo que posea una vegetación variada, dispone de una o varias drogas alucinógenas naturales. Sólo en el norte y sur de América se conocen más de cuarenta alucinógenos, que se encuentran corrientemente . En tal caso, ¿por qué tanto revuelo sobre la LSD, que sólo es la más reciente en esa larga lista? En primer lugar, porque la LSD, que es más poderosa, actuando con mayor rapidez y provocando menos molestias secundarias que las otras drogas, resulta fácildificultades de fabricar para en grandes cantidades, no se existiendo por lo general obtenerla. Asimismo, ha convertido en el ídolo de ciertos grupos anticonvencionales. Por todo ello, la LSD ha pasado a ser objeto de controversia pública, mientras que los demás alucinógenos menos esotéricos, siguen considerándose como simples curiosidades médicas. En definitiva y por diversas razones, los demás alucinógenos sólo representan una débil amenaza contra el orden establecido. Sin embargo, el encarnizado debate actual sobre la difusión del uso ilegal de la LSD tiene sus raíces en el uso de otro alucinógeno, el cacto peyote, del sudoeste de los Estados Unidos y México. Tanto Aldous Huxley, ya fallecido, dirigente espiritual del movimiento, fuera de lo legal a favor de la LSD, como el doctor Timothy Leary, con su movimiento Saint-Paul, figuran entre los primeros en descubrir los goces nebulosos de la expansión mental que se obtiene con el peyote. Más tarde, ambos se consagraron a la LSD como la más práctica y eficaz de ambas drogas. Fue también Huxley quien, apelando a la Historia, exhumó el soma, un alucinógeno procedente de una planta desconocida, y en su novela Brave New World, publicada en 1932, lo convirtió en una sustancia de control. Con una terrorífica visión del futuro, Huxley describe un mundo de borregos encadenados a las glorias interiores del soma y un sistema futurista de programas de TV denominados feelies, es decir, producciones en color que el espectador puede ver, oír y tocar. Veintiséis años más tarde, en su Brave New World Revisited, escribiría: 17
«El soma srcinal, cuyo nombre he atribuido a esta droga hipotética, era una planta desconocida (tal vez la Asclepias acida), utilizada por los antiguos invasores arios de la India durante uno de sus más solemnes ritos religiosos. Los sacerdotes y los nobles bebían el jugo embriagador de los tallos durante una complicada ceremonia. Los himnos védicos nos dicen que los bebedores de soma estaban colmados de toda clase de bendiciones: sus cuerpos se fortalecían, sus corazones desbordaban valor, alegría y entusiasmo, sus mentes se iluminaban y, con una revelación inmediata de vida eterna, recibían la seguridad de su inmortalidad.» El soma, conocido también como haoma y suma, pasó probablemente de Asia Menor a la India y al Irán, hará tres mil años. Se le consideraba como el licor de los dioses. El Rigveda relata en el Libro IX que el soma era la bebida del dios Indra, la cual le inspiró en su creación del Universo. Se posee poca información sobre dicha droga; que la hacían mezclaban con leche o agua y lasólo decantaban a travésfermentar, de lana la antes de beber-la. Se restringió el uso del soma, que fue luego sustituido gradualmente por una meditación en forma de yoga . Al igual que el soma, la mayoría de los otros alucinógenos descubiertos a través de la Historia se convirtieron en elementos clave de ceremonias religiosas en diferentes sociedades más o menos primitivas. Gran número de ellas, aureoladas de misterio y aparato religioso, fueron empleadas durante miles de años antes de ser examinadas objetivamente en su calidad de drogas. La composición química de la mayoría de ellas no ha sido analizada hasta últimos del siglo xix. Los alucinógenos más importantes que han emergido de la penumbra de los ritos mágicos a la luz científica del siglo xix fueron el cannabis (cáñamo, bhang, la marihuana, etc.), el peyote y su alcaloide, la mescalina, y el hongo mágico de los mexicanos y su alcaloide, la psilocibina. Existen también otros poderosos alucinógenos que, aun no gozando de tan excelente publicidad, han sido observados y catalogados por intrépidos botánicos que se han internado hasta lo más profundo de las selvas y otros agrestes lugares para encontrarlos. Dicho grupo está integrado por la bufoniná, cojobo, el yajé, caapeba la agaritrina. también son elalucinógenos los elgranos dey volubilis y laAdemás, hierba de jimson(1) tomadas en dosis suficientes. Y durante estos últimos años, como consecuencia de las investigaciones realizadas en los (1)
Jimson: datura stramonium. 18
laboratorios sobre la LSD, los químicos han sintentizado diferentes compuestos de propiedades alucinógenas. Entre ellos figuran sustancias con misteriosas denominaciones, tales como JB-329, JB-318, DMT, MLD41 y TMA, abreviaturas éstas de laboratorio para cierto número de sustancias semejantes con nombres demasiado largos. Hasta donde la ciencia médica ha podido determinar, ninguna de las drogas alucinógenas pueden crear hábito, y sólo algunas, como el agaria volante, son venenosas si se consumen en cantidades suficientes. Lejos de determinar hábito, la mayoría de los alucinógenos provocan rápidamente en el sujetó un «límite de tolerancia» que limita su uso, para lograr un efecto concreto, a dos o tres veces por semana como máximo. El alucinógeno más conocido y de mayor consumo es el cáñamo indio o cannabis sativa, introducido en Europa hacia el 1500 antes de Jesucristo, procedente de Asia. Ahora se le conoce en todo el mundo como cáñamo, cannabis, bhang, marihuana y otras denominaciones locales.hachisch, Se trata ganja, de uno charas, de los alucinógenos más benignos y controlables, pero en cualquiera de sus diversas formas es capaz de producir efectos tan extraños como los producidos por los miembros más potentes de la familia, incluidas las alucinaciones y explosiones de la percepción mental. El cannabis o cáñamo era conocido por los antiguos chinos, indios y persas, siendo mencionado en las literaturas religiosas griegas y asirías que datan del año 1000 antes de Jesucristo. En la religión hindú el cannabis, considerado como una planta santa extraída del océano por el dios Siva, se utilizaba como atributo favorable a la meditación religiosa. Más adelante, algunas sectas de los círculos mahometanos lo consideraban como la encarnación del espíritu de un profeta, y aún más tarde se convirtió en un dios virtual para algunas tribus del África central. El cáñamo se mantuvo firmemente atrincherado en la India y en el Próximo y Medio Oriente durante toda la Edad Media. En el norte de Persia, durante el siglo xi, el cannabis se convirtió en el agente de influencia de una secta ismailita Shi'a, sociedad de tendencias políticas, que se destacaba por la fruición con la que sus miembros perpetraban salvaj es asesinatos. El jefe más poderoso de aquel grupo, un hombre llamado Hasan Sabah, fue quien introdujo el uso del cannabis entre la banda de asesinos, como recompensa por trabajos bien realizados. Antes y después de la ejecución de las órdenes se- ofrecían cannabis y mujeres. De esa forma, los 19
fieles de la secta de Hasan eran capaces de alcanzar cierto grado de desprecio fanático de su propia vida, así como de la del prójimo. La celeridad y regocijo con que suprimían a sus enemigos políticos (y también a cualquier otra persona que se atravesara en su camino, incluidos algunos Cruzados), habían convertido a aquella secta en la banda más temible de degolladores en toda Persia y Siria. El cannabis, introducido por Hasan, tomó entonces el nombre de hachisch o don de Hasan, y los hombres de Hasan, que por lo general estaban ebrios de hachisch, se convirtieron en «los hombres bajo la influencia del hachisch», de donde derivo el singular término árabe «hachischin». El nombre ha perdurado hasta nuestros días bajo distintas formas en diversas lenguas, dando en inglés el término assassin (1) con todas sus horribles implicaciones. En Europa, el hachisch se introdujo hacia 1800, desde donde se extendió a todas las demás partes del mundo, incluidos los Estados Unidos, donde apareció hacia 1920, después de pasar por México. El cannabis es una planta resistente que se desarrolla en estado salvaje en todos aquellos países que gozan de un clima suave al menos durante parte del año. Hace algunos años, una evaluación de las Naciones Unidas calculaba que unos doscientos millones de personas consumían cannabis. En los Estados Unidos de América se calcula que alrededor de diez millones de ciudadanos han probado, al menos una vez, la marihuana. El doctor William H. McGlothlin, experto de la «Rand Corporation», ha dado las especificaciones siguientes, en un artículo aparecido en la Psychedelic Review, sobre los distintos grados de potencia de los preparados a base de cannabis: «En la India —dice— existen tres preparados distintos a base de cannabis. El bhang, que es barato, poco eficaz y que suele ingerirse en forma de bebida. El ganja es dos o tres veces más fuerte, y el más potente es el charas, resina pura obtenida de la planta o de la flor seca. La forma más habitual de consumir el ganja y el charas es filmándolo. Los preparados a base de cannabis tienen otros muchos nombres en las distintas partes mundo: enen Marruecos se lesUnidos llama kif, en África Sur, ydelmarihuana los Estados de dagga América y en del América Latina. Todos ellos corresponden en potencia, aproximadamente, al bhang indio, aunque por lo general suelen fumarlos en lugar de (1)
En español, «asesino». 20
beberlos. El término hachisch, empleado correctamente, sirve para designar el charas pulverizado y tamizado, o a un preparado hecho con él, pero la palabra hachisch se usa ampliamente en literatura para referirse a cualquier clase de droga a base de cannabis. Se calcula que la marihuana que se encuentra en los Estados Unidos tiene de un quinto a un octavo de la potencia de la resina de charas de la India.» El cannabis sativa, denominado así por el botánico Linneo en 1753, es una hierba larga y delgada, cuyos especimenes pueden ser machos o hembras. Los tallos de la planta macho se utilizan para hacer cuerda de cáñamo. Las resinas extraídas de la hojarasca y de las flores de la planta hembra dan la sustancia alucinó-gena. Aun cuando el cannabis sea un auténtico alucinógeno, jamás ha sido considerado como m iembro importa nte de la familia de las drogas. Dicha distinción, aunque en cierto modo arbitraria, se reserva para la LSD, el peyote o el hongo «supuestamente mágico», de los mexicanos. El peyote, una variedad de cacto que se encontró en México y en el sudoeste de los Estados Unidos, lo utilizaban ya, siglos antes de la conquista de México por los españoles, los aztecas y otros indios mexicanos, así como diversas tribus indias de América, en particular los apaches, los kiowas y los comanches. Al igual que otros alucinógenos naturales, el peyote formaba parte integrante de la vida religi osa y espiritual de aquellas divers as culturas tribales . El cacto peyote (Lopophora WüUamsii) crece en la región árida que se extiende del norte del Río Grande a México central. Los indios de América del Norte y de México cortaban las cabezas en formas de botón de la pequeña planta, y después de ponerlas a secar se las comían, por lo general durante los ritos religiosos colectivos y las ceremonias tribales especiales. Los conquistadores españoles, que llamaban al peyote «moneda del diablo», hicieron todo lo posible por suprimir el uso, ampliamente extendido, de este alucinógeno entre los aztecas y otros indios de México. Los misioneros cristianos que les siguieran, lucharon aún más tenazmente por suprimir el peyote las prácticas religiosas, con resultados tan nulos como mil los de los de ejércitos españoles. Hoy día, los doscientos cincuenta miembros de la Native American Church, la más importante de las iglesias indias, conceden todavía en sus ritos un lugar preponderante al peyote, aun cuando dicha iglesia se considera cristiana. Legalmente, está autorizada por la ley a utilizar el 21
peyote y su alcaloide, la mescalina. En 1964, en un caso de jurisprudencia en California, se reafirmó dicho derech o. No obstante, la venta y distribución del peyote y de la mescalina están prohibidas en los Estados Unidos por las leyes sobre narcóticos, como también la venta y distribución de todos los demás alucinógenos. El empleo del peyote en los ritos indios se propagó por las llanuras de los Estados Unidos y hasta el Canadá, durante el siglo xix, introducido por los apaches mescaleros que hicieran una incursión a México con ocasión de las grandes guerras indias del sudoeste. El peyotismo de los mescaleros que dieran su nombre a la mescalina, se extendió, entre otras tribus indias, a los comanches y a los kiowas, y aquél, mezclado con el cristianismo, dio srcen a una creencia, difundida entre las tribus, según la cual Dios había depositado algunos de sus poderes en el peyote y que Jesucristo entregó planta a los indios constituida en época deen penuria. Los miembros la Nativela American Church, 1918 para combatir de la legislación antipeyote, consumen habitualmente de doce a quince botones secos de mescalina durante las primeras horas de la noche del sábado, en el curso de una reunión común en una ceremonia tradicional. El resto de la noche y parte de la mañana del domingo los dedican a la oración, cantos rituales y contemplación introspectiva. La Iglesia predica el amor fraterno, el cariño a la familia, la confianza en sí mismo y el absentismo del alcohol. Además, como tienen la creencia de que el peyote sirve de intermediario entre los miembros de dicha Iglesia y Dios, tanto los sacerdotes como los ministros son innecesarios. Los botánicos descubrieron el peyote en 1892 analizando especimenes de la planta llevados a los laboratorios por exploradores que habían observado los ritos con peyote de los indios de México. El alcaloide alucinógeno obtenido de la planta, la mescalina, fue aislado en 1896. Sigmund Freud, William James, Havelock Ellis y algunos otros se interesaron por los aspectos alucinógenos de la mescalina, y durante las primeras décadas de este siglo la nueva droga fue objeto de numerosos estudios, experiencias y discusiones. El aspecto más notable de las experiencias sobre el peyote era la posible relación existente entre las enfermedades mentales y la química del cuerpo humano. Desgraciadamente, en aquel tiempo las técnicas experimentales no estaban a la altura de la tarea. La experimentación responsable se vio obstaculizada. Las molestias secundarias causadas por la 22
mescalina tales como náuseas, vértigo, dolor de ca beza, dolor en el pecho y falta de coordinación tampoco facilitaron demasiado la tarea. (La esperanza de encontrar una «clave» química para la esquizofrenia se avivó cincuenta años más tarde con el descubrimiento de la LSD, sólo para esfumarse de nuevo, bajo la fría luz de los laboratorios. Sin embargo, técnicas avanzadas y un conocimiento más amplio de los desórdenes mentales conservarían a la LSD en el laboratorio.) El poder alucinogénico del peyote, considerado de importancia marginal en los laboratorios, tuvieron en el exterior un destino distinto. En manos de los poetas y de los filósofos, el peyote se convirtió en el mejor agente de la experiencia mística. Aldous Huxley, ya citado, probó la mescalina y comunicó sus reflexiones sobre la cuestión en un pequeño libro que llevaba por título The Doors of Perception («Las puertas de la percepción»), publicado en 1954. Hablando de la mescalina, Huxley dice: «La mayoría de los que toman mescalina sólo experimentan el esquizofrenia. La droga aporta el infierno y el purgatorio sólo a aquellos que han sufrido una reciente ictericia, a los que sufren, bien de depresión periódica o de ansiedad crónica. Si la mescalina, al igual que las otras drogas que tienen, poco más o menos, el mismo poder, fuese notoriamente tóxica, el mero hecho de tomarla sería de por sí suficiente para producir ansiedad. Por el contrario, una persona normal y razonable sabe ya que, por lo que a ella se refiere, la mescalina es absolutamente inofensiva, y que sus efectos desaparecerán al cabo de ocho o diez horas sin dejar huella alguna ni necesidad apremia nte de tomar un a nueva dosis.» Más adelante Hux ley narra una exper iencia bajo l os efect os de la mescalina: «Frente a frente con un sillón que semejaba el Juicio Final —o, para ser más exacto, frente a frente a un Juicio Final que identifiqué como un sillón después de mucho tiempo y de un esfuerzo considerable—, encontré, de repente, al borde del pánico. Lo sentí de súbito: me aquello iba demasiado lejos. Demasiado lejos aun cuando me iba sumergiendo en una belleza más intensa, en una significación más profunda. Al analizarlo retrospectivamente, el terror provenía de que me sentía aplastado, desintegrado bajo la presión de una realidad tan inmensa, que un espíritu habituado a 23
vivir la mayor parte del tiempo en un mundo confortable de símbolos, no podía soportar...» A continuación, Huxley informa de que esa experiencia con la mescalina había sido «la realidad suprema, bella y aterradora, pero siempre más allá de lo humano, siempre absolutamente incomprensible». Y termina, una vez disipado el efecto de l a droga : «Había vuelto a ese estado tranquilizador, pero profundamente insatisfactorio, conocido como "estar en su sano juicio".» En Birth («Nacimiento»), después de haber tomado mescalina, el poeta de vanguardia Alien Ginsberg, escribiría a su vez, en 1960, sobre los numerosos fenómenos que afectan a la vista, a los sonidos y a la realidad, y las primeras sensaciones y reacciones de la droga: «Somos flores entre las rocas. Ésa fue la última nota de anoche: tomé peyote a las ocho treinta de latrago, mañana. metálico,elmuy desagradable. Al segundo me Gusto ahogo,amargo, no puedo respirar, todo es amarillo en el interior. La parte más desagradable del peyote: el sabor metálico imaginario y las sensaciones de dolores de estómago, de pesadez de cuerpo, casi de náusea. Algo más tarde, una vez pasado el malestar..., lo primero que observo: los ojos cerrados, vueltos hacia la luz... La luz deja en la mirada un matiz dorado, ardiente, que se oscurece cuando se pasa la mano por el párpado. Ello me da la sensación de ser una especie de organismo muy transparente. El mundo está lleno de ruidos raros. La música que escucho es de lo m ás extraño. Doy vueltas alr ededor de la casa a un ritm o de vértigo; hago cosas; escribo; he de volver a aquella roca; me siento a la mesa en la cocina; me he paseado por todas partes haciendo muecas idiotas a la gente... El peyote no es Dios, pero es una fuerza poderosa; lo sé; si todos lo tomasen, ¡cómo organizarían su vida una vez al año! Se comunicarían los unos con los otros; ¡qué violencia espiritual aquel día!, ¡cuántos secretos revelados!» Hubo otros informes semejantes sobre el poder del peyote, pero en su mayoría quedaron limitados a un pequeño círculo de intelectuales. Fue entonces, cuando, en 1960, el doctor Timothy Leary, de la Universidad de Harvard, hizo un viaje a México y probó los botones de mescalina secos. Le transportaron a otro mundo que desde entonces no ha cesado de alabar. Sobre aquel contacto inicial, escribe: 24
«Fui arrastrado a una experiencia que hubiese podido describirse con extravagantes metáforas, pero que las superaba todas y resultó, sin discusión, la experiencia religiosa más profunda de mi vida.» El hongo sagrado de México (Psilocybe mexicana), es otro de los alucinógenos precolombinos. Se cree que figuró en las orgías salvajes, durante la coronación de Moctezuma como gran sacerdote de los aztecas, en 1502. Al igual que el peyote, los hongos secos y reducidos a polvo eran considerados como un sacramento en las ceremonias religiosas. Pero contrariamente a otros alucinógenos, los hongos sagrados se decía que poseían poderes proféticos y vaticinadores, y se administraban también como remedio contra cierto número de enfermedades. Para los aztecas, los hongos sagrados eran teonanacatl, es decir, carne de los dioses, y se aplicaban duros castigos, incluso la pena de muerte, abuenas aquellosrazones que hubiesen probado las maravillas del teonanacatl piadosas o rituales. No obstante, con elsin derrumbamiento del Imperio azteca, el hongo sagrado fue siendo utilizado paulatinamente y de forma cada vez más intensa con otros fines, entre ellos los viajes privados al mundo del espíritu. Un intrépido monje español del siglo xvii, que con sus hermanos de religión se opuso tenazmente al uso del hongo y a quien tan sólo aquel nombre indio le ponía enfermo, escribió sobre los indios «que tenían visiones, sentían debilitarse sus corazones y les dominaba la lujuria» bajo la influencia del teonanacatl. Y, como precursor de los informes actuales sobre la LSD, también observaba que algunos indios «se veían morir en visión, en tanto que otros se veían devorados por animales salvajes». En su excelente obra Drugs and the Mind («Las drogas y la mente»), Robert S. DeRopp, escribe acerca del hongo sagrado: «El teonanacatl pertenece al grupo de hongos que crecen entre los excrementos de vaca. Durante la temporada de lluvias, de junio a setiembre, se alza del excremento su sombrero en forma de cúpula, sostenido por un tallo largo y delgado. Los indios lo recogen apresuradamente y lo secan paradosis futuro uso. Habitualmente se consumen unos quince hongos; superiores de cincuenta o sesenta provocan un envenenamiento, y el uso regular en grandes cantidades conduce a la locura. En general, a raíz de la ingestión de los hongos se manifiesta rápidamente una tendencia a la alegría y una sensación de bienestar. Ese estado de 25
buen humor da paso seguidamente a una franca hilaridad, a discursos incoherentes y a visiones fantásticas de colores brillantes semejantes a las srcinadas por el peyote. Al parecer, los adivinos pagan un precio bastante alto por su afición (incontrolada) hacia ese hongo moderadamente venenoso. Envejecen rápidamente y a los treinta y cinco años tienen ya la apariencia de ancianos.» En 1953, un botánico aficionado, Gordon Wasson, descubrió de nuevo las distintas propiedades del teonanacatl durante un viaje a México en busca de nuevas variedades de hongos. Wasson probó el hongo sagrado y dio a conocer al público el poder alucinógeno en una serie de artículos, aparecidos principalmente en Life. Después de comer doce hongos, cuyo sabor acre y rancio describe, Wasson sentóse en la oscuridad a esperar sus visiones personales: «Eran de vivos colores y siempre armoniosas. Se iniciaban con motivos artísticos, semejantes a los de los tapices y los tejidos. Luego, vi un animal mitológico que arrastraba una carroza real. Más tarde, fue como si se hubiesen disuelto los muros de la casa. Volando mi espíritu hacia la lejanía, y yo suspendido en el aire, contemplaba paisajes de montaña por cuyas laderas avanzaban lentamente caravanas de camellos. Las visiones no eran borrosas ni vagas. Aparecían claramente enfocadas. Las líneas y los colores eran tan claros que me parecían más reales que todo lo que hubiese podido ver con mis propios ojos. ¡Sentía que entonces contemplaba todo aquello que la visión corriente sólo nos ofrece de manera imperfecta! Distinguía los arquetipos, las ideas platónicas que yacen bajo las imágenes imperfectas de la vida cotidiana. Una idea atravesó mi espíritu: ¿acaso el hongo divino fuera el secreto de los Misterios ancestrales? Aquellas reflexiones se imponían a mi mente siempre que contemplaba las visiones, porque los hongos provocan una fisión del espíritu, un desdoblamiento de la personalidad, una especie de esquizofrenia, mientras persiste una mitad racional que continúa observando y razonando sobre las sensaciones de que es ob jeto la otra mitad.» Durante el año 1950 se aisló uno de los alcaloides activos del hongo sagrado. Se de le efectos denominó psilocibina. bien ninoes se encuentra tan exenta secundarios comoSila LSD, tampoco tan potente (la LSD es doscientas veces más fuerte), la psilocibina ha sido utilizada de manera intensiva en la investigación, a veces intercambiando con la LSD. Se la considera un alucinógeno igualmente eficaz, siendo necesarias, sin embargo, dosis 26
superiores. La psilocibina fue la droga elegida por el doctor Leary para sus primeras experiencias psicodélicas y hoy día se emplea en la investigación clínica sin desencadenar el furor, hemos de añadir, que despertara la LSD. Existe otro hongo que merece ser mencionado. Es un hongo venenoso llamado Amonita muscaria (o agaria volante). Es un pariente cercano de la Amanita phalloide (o ángel exterminador), que casi en un cien por ciento resulta fatal. La agaria volante es casi igual de peligrosa. Tres pueden causar convulsiones, incluso la muerte, pero tomada en pequeñas dosis es un alucinógeno. Por esas mismas razones se utiliza poco en los laboratorios o en cualquier otra parte. El alcaloide activo de la agaria volante es la muscarina, que fue aislada hace ya mucho tiempo, hacia 1869. La muscarina es una sustancia tan complicada y venenosa, que posteriormente no se ha encontrado ninguna otra información útil para los investigadores. Durante siglos, la agaria volante ha sido empleada como alucinógeno. Todavía se utiliza en algunos poblados primitivos del noroeste y centro de Siberia. Se decía que los feroces tártaros la utilizaban, al igual que algunas tribus entre los antiguos escandinavos. Como la muscarina no sufre alteración alguna al pasar por los riñones, quienquiera que bebiese la orina de un consumidor de agaria volante experimentaría los efectos completos de la droga. El escritor inglés Oliver Goldsmith escribía en 1762 sobre ese hecho que observó con ocasión de un viaje a Asia: «Tanto el más pobre como los ricos adoran con locura el caldo de ese hongo y al no poder obtenerlo de primera mano se sitúan en los alrededores de las tiendas de la gente acaudalada y acechan el momento en que esos caballeros y damas salen para eliminar su licor. Entonces tienden un cuenco de madera y recogen el delicioso líquido, apenas alterado por el filtrado y que conserva todavía sus fuertes propiedades intoxicantes. Lo beben con extrema satisfacción y obtienen la misma embriaguez e idéntico placer que sus superiores.» Aquí termina la lista de los hongos, pero aún queda otro ingred iente clás ico del meju nje de brujas: el propio sapo. En efecto, la bufotenina, un alucinógeno poco conocido, se extrae de la piel de ciertos sapos. Se encuentra igualmente en el cojobo, obtenido de una planta leguminosa, la Pipíadenia peregrina. 27
Como la bufotenina pierde todas sus propiedades alucinógenas si se la ingiere normalmente, los indígenas precolombinos de las regiones occidentales y septentrionales de América del Sur la empleaban en forma de polvo, que aspiraban, o de solución que se administraba como enema. Conviene detenerse al llegar a este punto para rendir homenaje a los hombres anónimos, los primeros en descubrir las plantas naturales que habían de ofrecer satisfacciones muy distintas para quienes les sucedieran, aquellos intrépidos pioneros que comieron del fruto prohibido, y bien sucumbieron durante la experiencia, o se convirtieron en grandes hombres de la Medicina. Probablemente algo tuvo que ver el hambre, por no hablar de algunos tornillos flojos. El espíritu vacila en representarse las escenas perdidas para la historia del descubrimiento de la agaria volante o de la bufotenina. Como quiera que sea, se descubrió la bufotenina y sus propiedades alucinógenas. En las experiencias actuales se ha sustituido el polvo y las enemas por las inyecciones. Después de una inyección de dieciséis miligramos de bufotenina, un voluntario facilitó el siguiente informe: Cuando empiezo a seguir un pensamiento, se presenta otro completamente opuesto que choca con el primero y no logro expresarme claramente... Me siento drogado, pero no soñoliento... Me siento físicamente tenso y mentalmente embotado. Estoy aquí sin estar. La bufotenina tiene, sin embargo, sus inconvenientes. El rostro del voluntario adquirió rápidamente un color púrpura y empezó a sentir náuseas y a vomitar antes de que su espíritu comenzara a expansionarse. México, que parece poseer un jardín completo de alucinógenos naturales, fue también el punto de srcen del ololiuque, una droga generadora de visiones que se encuentra en las semillas del volubilis. Químicamente, dicha droga se parece a la LSD, aun cuando es veinte veces más floja. Las propiedades alucinógenas de las semillas de volubilis se conocen desde el siglo XVII, pero en Estados Unidos despertó escaso interés hasta que se produjo la controversia sobre la LSD. Hace algunos años se produjo un movimiento en el mercado del volubilis, a raíz de informes de laboratorios según los cuales el ololiuque parecía contener una sustancia semejante a la LSD y capaz de provocar una «experiencia». Tan sólo dos de las variedades silvestres del volubilis 28
(Rivea corymbosa e Impomoea violácea) contienen dicha sustancia. Las semillas, duras y negras, se ponen primero en remojo en agua, para ablandarlas y poderlas masticar. Se ha comprobado que bastan quince semillas para producir una evasión mental. Algunas personas no acusan reacción. Otras se ponen mortalmente enfermas, sin lograr, pese a ello, visión alguna. El doctor Sidney Cohén, en su libro sobre los alucinógenos The Beyond Within («El más allá interior»), informa sobre el caso de un joven que probó el ololiuque: «Un joven, después de masticar concienzuda mente trescientas de esas semillas negras, tuvo una experiencia intensa y magnífica que duró ocho horas. Las dieciséis horas siguientes transcurrieron ante la profunda duda sobre su capacidad "de volver en sí", pero al fin lo logró. Tres semanas más tarde, los fenómenos se reprodujeron de manera inesperada. Se sintió trastornado y dominado por el pánico ante la idea de volverse loco. Las extrañas sensaciones de extravagancia, "vaguedad" e irrealismo se manifestaron de manera intermitent e dur ante una s emana. Una mañana se despertó agitado por un nuevo "desequilibrio". Se vistió, condujo su auto cuesta abajo por una colina cercana y, a una velocidad calculada de ciento cincuenta kilómetros por hora, se estrelló contra una casa.» La mala hierba conocida bajo el nombre de jimson silvestre, posee también propiedades alucinógenas. Las vainas de esta planta, ingeridas en cantidades suficientes, pueden ser fatales, y no son raros los comas. En 1965 hubo informes sobre el creciente uso de la hierba de jimson en California, cuyos informes incitaron al senado Robert Lagomarsino a solicitar del gobernador Pat Brown que promulgara una ley antijimson. En el plano de los descubrimientos, dos de los más interesantes y nuevos alucinógenos son el yajé y el caapeba, ambos pociones a base de plantas procedentes de las regiones amazónicas de América del Sur. Ambos se extraen de los viñedos de la selva (el yajé del Haemadictyon amazenicum y el caapeba del Banisteria caapi), cuyos tallos se hierven. Estos dos alucinógenos considerados tan potentes, si no más, que la LSD, fueron descubiertos de nuevo en 1956. Hasta el momento se han realizado escasos experimentos con estas drogas, pero, según los primeros informes, el yajésino como el caapeba son solamente de liberartanto el espíritu, hasta de reducir al capaces, hombre ano su psiquismo de base, es decir, prehistórico. Abundan las visiones de animales salvajes y de serpientes gigantescas. Un individuo vio con toda claridad a sus padres consumar el acto sexual. A otro se lo tragó una enorme serpiente. 29
Un tercero, era atacado por panteras. Y, en fin, hubo uno al que le crecieron alas y voló. Pero tanto potentes como débiles, extrañas o corrientes, nuevas o surgidas de la noche de los tiempos, todas las drogas van a la zaga de la LSD, nacida en un tranquilo laboratorio suizo durante el verano de 1938 .
3 EL DESCUBRIMIENTO DE UN TAL HOFMANN
El mal era pérfido y lento en reclamar a sus víctimas. Primero, era una sensación de comezón en las ext remidades, en los d edos de las manos y de los pies. Luego, tanto unos como otros se quedaban helados y nada lograba hacerlos reaccionar, ni el masaje ni las piedras previamente calentadas el hogar. cuando comenzaron las oraciones a sanen Antonio paraEntonces liberar a fue los enfermos de ese «fuego sagrado» que consumía, primero los dedos, luego las manos y los pies, convirtiéndolos en negros e inertes, y tan frágiles que se desprendían del cuerpo como las hojas secas caen del árbol. La muerte era lenta, dolorosa, terrible. Era la ira de Dios por pecados desconocidos. Los raros supervivientes daban gracias, expresaban su reconocimiento a san Antonio por haber intercedido en su favor y, pese a sus cuerpos mutilados, proseguían su camino eternamente agradecidos. Era una de las numerosas plagas de la Edad Media; la curación era tan misteriosa como su srcen, y el «fuego sagrado» continuaría acechando a sus víctimas aún durante seiscientos años, antes de que las oraciones a san Antonio fuesen remplazadas por una inspección minuciosa del centeno y de otras gramíneas empleadas en la elaboración de harina de pan. El fuego de san Antonio, como fue llamado, lo causaba una sustancia de un oscuro color púrpura que se formaba en principio en los granos del centeno enfermo. Dicha sustancia era un hongo llamado Claviceps más conocido el nombre de cornezuelo. El fuegopurpúrea, de san Antonio, o, máspor corrientemente, el ergotismo, consistía en un encogimiento de los capilares de las extremidades del cuerpo causado por las propiedades vasoconstrictoras del cornezuelo. 30
Privados del riego de la sangre, los dedos de ambas extremidades, e incluso las manos y los pies, ennegrecidos y secos, adquirían la apariencia carbonizada y frágil de algo quemado por el fuego. Hoy se conoce dicha enfermedad con el nombre de gangrena seca. El fuego de san Antonio fue temido en Europa hasta una fecha relativamente reciente, los años 1800. De vez en cuando, aún hoy día se declaran epidemias aisladas en aquellos países atrasados en los que el control de las gramíneas está abandonado. Pero el cornezuelo, aun cuando fuera el responsable del fuego de san Antonio, poseía también otras propiedades benéficas que, a veces, comprendieron mejor los antepasados y los campesinos europeos que nuestros contemporáneos. Durante siglos, las comadronas europeas han administrado el cornezuelo de centeno a las mujeres embarazadas para ayudarlas a dar a luz y calmar los dolores. Habrían de transcurrir centenares de años antes de que la ciencia moderna reconociera el hecho y, sin embargo, esas comadronas sabían que el cornezuelo generaba contracciones activas del útero, lo que ayudaba considerablemente a las mujeres a traer a su hijo al mundo. Mal empleado o administrado en un momento inadecuado, el cornezuelo podía matar al bebé, a la madre o a ambos. Pero la dosis correcta administrada en el momento adecuado era una ayuda excelente para la futura madre. Además, también resultaba de inapreciable valor para la mujer embarazada que no deseaba ser madre. Mientras que el cornezuelo no produce prácticamente ningún efecto sobre el útero de una mujer normal, actúa sobre el de la mujer grávida desde los primeros momentos que siguen a la concepción y provoca poderosas contracciones. Todavía se utilizan derivados de esta droga para provocar abortos en los casos de embarazos incipientes, aun cuando son peligrosos y, por lo general, inoperantes: los médicos rara vez los prescriben a tal fin; por lo general, los culpables son los amigos, las comadronas y los farmacéuticos oficiosos. La idea relativamente de que el cornezuelo actuar que sobreuna el dosis cerebro desarrolló pronto alpodía observarse de se la droga, bastante fuerte pero insuficiente para producir efectos tóxicos, provocaba una considerable excitación nerviosa, confusión mental, distracciones de naturaleza general y vaga, así como dolores en un solo lado de la cabeza. No obstante ningún otro 31
indicio permitía suponer que el cornezuelo fuese capaz de producir la droga más poderosa y activa sobre el espíritu que jamás se haya conocido. Incluso cuando se extrajo del cornezuelo el componente de base de la LSD, no se tenía la menor sospecha de lo que iba a ocurrir. Hubieron de transcurrir aún cinco años antes de que fuesen descubiertos los poderes alucinógenos de la LSD, y ello de forma puramente accidental. Durante toda la primera mitad del siglo xix los experimentos químicos sobre el cornezuelo se encon trab an muy retrasados en relación con los experimentos clínicos sobre otras drogas. ¿Por qué? Se ignoran los motivos. Es evidente que las propiedades entonces conocidas del cornezuelo requerían un estudio suplementario. £1 cornezuelo, administrado en ciertas dosis, podía matar o lisiar; en dosis más reducidas, podía ayudar a la Medicina e, incluso, con una dosis próxima a la tóxica, causar perturbaciones mentales. Y la droga estaba reputada como de naturaleza química compleja y enigmática. No obstante, hasta 1875 no se extrajo del cornezuelo su primer alcaloide. No se supo en qué emplearlo, lo que tal vez explique por qué no se hizo nada durante los treinta y cinco años siguientes. Durante la primera década de nuestro siglo se aisló un nuevo alcaloide, al que siguier on otros dos durante los diez años consecutivos. Ninguno de los tres presentaba un valor excepcional para la Medicina, pero era un punto de partida. Poco antes de 1935 hizo al fin su aparición algo que valía la pena: la ergonovina, que, con sus derivados, se convertía en la droga tipo a base de cornezuelo. En la actualidad, la ergotina se administra después de los partos para contraer el útero. La ergotamina se utiliza en el tratamiento de la jaqueca. El ácido lisérgico es otro de los numerosos componentes del cornezuelo, al parecer presente en la mayoría de los alcaloides ergóticos. Se aisló el ácido lisérgico. Y entró a formar parte de los experimentos mundiales con los alcaloides ergóticos. Y el 2 de mayo de 1938 algo ocurrió. El doctor Albert Hofmann, químico y director adjunto del laboratorio de investigación de la «Sandoz Chemical Works», de Basilea (Suiza), añadió un grupo químico dietilamida al ácido lisérgico y obtuvo el ácido lisérgico dietilamida. En alemán, Hofmann lo denominó Lyserg Saure Diethylamid, que resultó finalmente en la abreviatura LSD. Y ello fue todo durante los cinco años siguientes. Ni Hofmann ni ninguno de sus colegas tenían la menor idea de lo que hab ían fabricado. Trabajos ult eriores sobre la nueva droga le darían su forma definitiva: tartrato 25 32
dietilamida del ácido dextro-lisérgico. Esas adiciones a la combinación química de base eran otras tantas abreviaturas de laboratorio para indicar a los químicos que la droga desviaba la luz polarizada hacia la derecha (dextro), era soluble en agua (tartrato) y era la vigésimo quinta de una serie de observaciones experimentales. Pero en 1938 no existían todavía indicios sobre la potencia de la droga. Tampoco se conocían sus propiedades específicas. La razón era sencilla: Hofmann no lo sabía. La droga más dramática y poderosa de todos los tiempos permaneció todavía otros cinco años en los laboratorios «Sandoz» antes de que alguien tuviese la menor idea de lo que se había sintetizado en aquel laboratorio tranquilo a orillas del Rin. Y ese algu ien resultó ser e l propio doctor Albert Hofmann. En un cálido día d J primavera, el 16 de abril de 1943, Hofmann trabajaba con diversos alcaloides ergóticos, incluida la dietilamida del ácido lisérgico. una Durante su experiencia, absorbió accidentalmente dosis mínima de dietilamidaHofmann del ácido lisérgico. ¿Cómo pudo producirse el hecho? El propio Hofmann lo ignora. En su Diario sólo hace constar que empezó a sentir los efectos de algo. Más tarde supuso que pudo haber aspirado algo de droga. Hofmann describió su reacción inicial en su Diario, que W. A. Stoll cita ampliamente en un artículo publicado en 1947: «El viernes último, 16 de abril, a media tarde hube de interrumpir mis trabajos en el laboratorio y regresar a casa, porque me sentí dominado por una sensación de intensa agitación y un ligero aturdimiento. Ya en casa, dejé de dominarme y me hundí en un desagradable estado de delirio, caracterizado por una enorme sobreexcitación y visiones fantásticas. En un estado de semiinconsciencia, con los ojos cerrados (la luz diurna me producía un molesto deslumbramiento) me asaltaron imágenes fantásticas de extraordinario realismo y con un intenso juego calidoscópico de intensos colores. Al cabo de dos horas, aquel estado se disipó.» Ante una experiencia semejante, cualquier otro hubiese considerado lo más oportuno llamarPero al doctor más un cercano o, llegado el caso, a un psiquiatra. Hofmann, científico, reaccionó como tal. Trató de explicarse lo que había sucedido. Su razonamiento fue el siguiente: «La única sustancia fuera de lo común que, aquel viernes, empleé en el laboratorio fue el ácido d lisérgico o dietilamida del ácido iso33
lisérgico. Había realizado experimentos empleando distintos métodos para purificar ambos isómeros por condensación y reducirlos a sus componentes. Se había realizado un experimento preliminar con algunos miligramos de materia y logré incluso producir el dietilamida del ácido lisérgico como tartrato neutro, cristalino, fácilmente soluble en agua. Quería tener la certeza. Estaba muy intrigado ante el hecho de haber podido tomar una dosis de aquella sustancia lo bastante fuerte para que produjese el efecto descrito más arriba. Tanto más cuanto que dicho efecto no parecía que pudiese asimilarse a los síntomas producidos ;por los grupos ergotamina, ergotoxina o ergonovina. No obstante, quería encontrar la clave del misterio y decidí experimentar en mí mismo con la dietilamida del ácido lisérgico cristalino. Si el srcen de aquel malestar radicaba en dicha sustancia, ésta podía resultar potente en dosis muy escasas y empecé por la más pequeña que, comparativamente a las proporciones de ergotamina o ergonovina, debía producir un efecto definido.» Sin darse cuenta todavía de la potencia de la droga, Hofmann tomó doscientos cincuenta microgramos de LSD, una dosis muy pequeña comparada con otras proporcione s, pero sin emb argo, un a dosis dos veces y media más fuerte que la que sería la dosis corriente y diez veces más alta que la dosis que en la actualidad se sabe capaz de producir alucinaciones. Durante unos treinta minutos Hofmann no sintió nada; luego, empezó a sentirse presa de un ligero vértigo, de inquietud, incapacidad de concentración y distorsiones visuales. Experimentaba, igualmente, un deseo incontrolable de reír. Escribió: «Aquí se terminan las notas del Diario de laboratorio. Las últimas palabras fueron escritas con gran dificultad. Pedí a mi ayudante que me acompañase a casa, pues creía que los acontecimientos tomarían el mismo giro que el incidente del viernes. Pero camino de casa —adonde nos dirigimos en bicicleta— se hizo evidente que todos los síntomas eran más intensos que la primera vez. Ya entonces tenía gran dificultad para hablar claramente y mi campo de visión ondulaba, distorsionado como una imagen en un espejo cóncavo. Experimentaba también la impresión de que no avanzábamos un paso, aun cuando mi ayudante me explicó más tarde que llevábamos una marcha rápida.» Llegado Hofmann a su casa, llamaron a un doctor, pero a Hofmann le resultó sumamente difícil establecer comunicación con 34
él. Era víctima de una gran agitación con alternancia de sensaciones de parálisis y ahogo. «Hasta donde puedo recordar, los síntomas inmediatos fueron muy marcados cuando la crisis alcanzó su punto culminante, ya superado cuando el doctor llegó: vértigo y dificultades visuales; los rostros de las personas presentes me parecían máscaras coloreadas. Una fuerte perturbación cinética alternaba con la parálisis; mi cabeza, todo mi cuerpo y mis miembros los notaba cada vez más pesados, como si estuviesen llenos de plomo; tenía calambres en las piernas, las manos a veces entumecidas y frías, un sabor a metal en la lengua, la garganta seca y contraída, una sensación de ahogo. Tan pronto me encontraba sumergido en la confusión como en plena posesión de mis facultades y dándome perfecta cuenta de la situación; de manera que a veces me sentía fuera de mí mismo como un observador neutral, mientras gritaba como si estuviese medio loco, o balbucía tonterías ininteligibles.» Stoll observó que el doctor tenía a veces el pulso débil, pero que, en general, su circulación era normal. Seis horas después de ingerir la LSD, su estado mejoró notablemente: «Todavía eran muy acusadas las distorsiones visuales. Todo parecía desproporcionado y oscilaba, como el reflejo sobre una superficie de agua agitada. Además, todo se encontraba sumergido en matices cambiantes de verde y azul, desagradables y malsanos. Con los ojos cerrados, imágenes fantásticas de vivos colores e incesantemente cambiantes invadían continuamente mi mente. Algo en extremo notable era el hecho de que todos los sonidos (por ejemplo, el ruido de un auto que pasaba) se convertían en sensaciones visuales, de forma tal que para cada ruido se producía una imagen correspondiente, cambiando de forma y color como un calidoscopio.» Después de dormir toda una noche, Hofmann dice que se sentía «completamente bien, pero fatigado». Había llegado la LSD. Con la reacción tipo del doctor Hofmann a la droga, la LSD acababa hacer años su aparición en escena manera espectacular. Durante de veinte se informó sobrede reacciones semejantes, experiencias y «viajes», en la literatura médica, y al margen de ella, mucho antes de que el juguete de laboratorio se transformase en una amenaza pública. La controversia definitiva se fundaría, en parte, en el hecho de que durante esos veinte años la 35
ciencia médica no encontró utilización positiva para una de las drogas más asombrosas que jamás fueran descubiertas, y, desde luego, no fue por falta de ensayos. El descubrimiento de la LSD en su calidad de droga generadora de aberraciones mentales no tenía, en sí, gran importancia. Como hemos visto, los hombres de ciencia conocían ya centenares de sustancias similares. Algunas, en particular la mescalina, habían sido empleadas en la investigación científica, en relación con el papel desempeñado por los factores químicos en la psicosis, y más especialmente en la esquizofrenia. Pero la LSD atraería la atención inmediata de los hombres de ciencia a causa del poderoso efecto con dosis mínimas. Se pensaba que la LSD sería, tal vez, la clave que abriría el mundo misterioso y en extremo in-comprendido de la locura. W. A. Stoll fue el primero en advertir que la LSD debía ser manipulada con cuidado. El doctor Sanford M. Unger, del National Institute of Mental Health («Instituto Nacional para la salud mental»), escribe, en mayo de 1963, en la publicación de psiquiatría Journal for the Study of Interpersonal P rocesses: «Stoll... es bien conocido por haber informado de manera oficiosa sobre un caso de suicidio a raíz de una tentativa experimental. Los informes más conocidos mencionan un sujeto sicótico del sexo femenino que, al parecer, se suicidio dos semanas después de la administración de la droga. Ó según otra versión, el sujeto se suicidó después de que la droga le fuera administrada sin su conocimiento. En cualquier caso, aun cuando jamás fuera publicada, esta historia aparece, de una forma u otra, en casi todos los primeros trabajos sobre la LSD y, al parecer, ha influido en la actitud de los experimentadores durante cierto número de años.» Auténtica o falsa, la historia la citan hoy día todos aquellos que combaten la LSD, tanto como advertencia como para reforzar afirmaciones ulteriores según las cuales algunos suicidios fueron consecuencia directa de experiencias con la LSD. La verdad es que tales suicidios son sumamente raros, incluso en casos fuera del campo de la Medicina. Pero desde el principio ha sido siempre evidente que la LSD, al actuar sobre ciertos sujetos y en circunstancias determinadas, puede tener un efecto deletéreo, esté o no presente un doctor. 36
Uno de los primeros usos de la LSD consistió en producir una «psicosis tipo», que podía ser estudiada y controlada. Ya se había intentado antes con la mescalina, sin gran éxito. El entusiasmo suscitado por la LSD se debió al hecho de que podía actuar con dosis muy pequeñas con los mismos resultados satisfactorios que la toxinaX que, de acuerdo con ciertas teorías, era la causa de la esquizofrenia. Algunos de los primeros informes no médicos fueron tan lejos como para sugerir que la LSD srcinaba la esquizofrenia en los voluntarios. Pero no se demostró que fuera así. La LSD producía, evidentemente, un estado semejante a la psicosis, pero ahí terminaba toda semejanza. Hace cuatro años, un investigador italiano, el doctor Bruno Manzini, establecía una comparación entre la LSD y la psicosis auténtica: «Existen considerables diferencias entre los fenómenos de la LSD y los síntomas esquizofrénicos. El autismo (inversión mental) característico la disociación deenla laesquizofrenia ausentes la LSD. Lasy perturbaciones percepción están causadas por laconLSD difieren de las srcinadas por la esquizofrenia y, por regla general, no se trata de auténticas alucinaciones. Por último, las perturbaciones de la consciencia consecutivas a la LSD no tienen la menor semejanza con las de la esquizofrenia». En The Beyond Dithin («El más allá interior»), el doctor Sidney Cohén hace estas comparaciones: «Algunos estados provocados por la LSD son similares a ciertas reacciones esquizofrénicas agudas, pero también existen diferencias importantes. El sujeto de la LSD conserva casi totalmente el sano conocimiento de que todo lo que le sucede se debe a la droga y es temporal, mientras que el enfermo atacado de esquizofrenia aguda no logra comprender la razón de que, súbitamente, todo haya cambiado. Si se administrara al sujeto la LSD sin su conocimiento, la respuesta sería mucho más convincente y se manifestaría la ansiedad. La estructura del carácter del esquizofrénico es notablemente inferior a la del sujeto sometido a la LSD, de forma que es mucho menos apto para enfrentarse con el mundo desorganizado. desamparo es probablemente que el de su contrapartida,Suque se ha convertido en sicóticomayor bajo la influencia de la LSD, y como resulta técnicamente imposible mantener durante semanas el estado engendrado por la droga a causa del rápido límite de tolerancia, nunca se ha logrado saber si un estado 37
crónico provocado por la LSD podría tener mayor semejanza con la esquizofrenia.» La LSD fue introducida en los Estados Unidos en 1949 por el doctor Max Rinkel, y sus colegas del Massachusetts Mental Health Center («Centro para la salud mental de Massachusetts»), en Boston. También allí se esperaba que la droga resultaría beneficiosa para un eficaz tratamiento de los esquizofrénicos. En aquella época, el doctor Rinkel se mostraba muy interesado en la nueva droga. «Quedó ya establecido que los efectos de la LSD necesaria para causar reacciones mentales anormales, eran relativamente inofensivos y de corta duración.» Y el doctor Rinkel recordaba: «Posteriormente se ha sabido, por medio de la literatura, que un buen número de manifestaciones mentales consecutivas a la administración de la LSD mostraban semejanza conoportunidad las de las psicosis endógenas.» Así, pues, parecía existir una de emplear la LSD en psiquiatría como instrumento para reproducir experimentalmente fenómenos mentales observados con frecuencia en los estados agudos de las enfermedades mentales más importantes. El que ello no fuera realmente así, no disuadió al doctor Rínkel y sus asociados de perseverar en sus experimentos, que hicieron avanzar los trabajos de los investigadores europeos en un momento en que la LSD parecía en peligro de convertirse en una simple curiosidad de laboratorio. La posibilidad de que la LSD pudiera ser la clave de la esquizofrenia fue azarosa, pero acabó por morir. No obstante, pese a las evidentes diferencias entre los efectos de la LSD y los de las psicosis de srcen natural, existen bastantes similitudes entre los dos casos que justifican investigaciones ulteriores. A la cabeza de esas interrogantes que siguen sin respuesta, se encuentra precisamente la de saber en qué forma la LSD y los demás alucinógenos actúan realmente sobre el cuerpo humano. Si pudiera aclararse ese extremo, se hubiese avanzado un gran paso que facilitaría la curación de la psicosis. Pero por eltienen momento los hombres de ciencia permanecen a la expectativa: teorías, pero nada concreto. Lo que sí poseen los científicos es la pequeña certeza de que la LSD no se precipita al cerebro como cabría imaginar y permanece en él. En los tests en los que se utilizó la LSD radiactiva, realizados 38
en la Universidad de Rochester (Nueva York), quedó demostrado que la LSD no se concentraba en el cerebro, donde sus efectos parecen ser más importantes, sino en el estómago, el hígado y los riñones. Tal descubrimiento paradójico dio lugar a importantes especulaciones. ¿Se deben los efectos más notables de la droga a las minúsculas cantidades de LSD que alcanzan el cerebro, o bien la LSD actúa sobre el cerebro indirectamente por medio de cualquier otra sustancia que ella misma produce en colaboración con otro órgano? Un investigador, el doctor Humphry Osmond, un canadiense que en la actualidad trabaja en los Estados Unidos, ha llegado tan lejos como para sugerir que acaso los antiguos babilonios tenían razón al conectar el hígado con el funcionamiento del cerebro. Una vez más la Antigüedad ha enseñado algo a la ciencia moderna. Habida cuenta de la escasa información que se posee sobre la acción de la LSD una vez introducida en el cuerpo, los científicos se han visto limitados a meras suposiciones. Algunos creen que la Otra LSD puede perturbar el equilibrio de las enzimas en el ser humano. teoría sugiere que la LSD y otros alucinógenos actúan como «resorte», liberando en el cuerpo alguna sustancia desconocida que a su vez provoca las diferentes aberraciones mentales asociadas a los alucinógenos. Dicha teoría ha encontrado cierto crédito gracias a los estudios que han demostrado que quedaba muy poca LSD —si es que quedaba—en el cerebro al iniciarse los llamados «viajes». Algunos opinan que la LSD inhibe la transmisión de los impulsos nerviosos mediante una neutralización temporal de la sustancia química (neurohumor) que transmite los influjos de una extremidad nerviosa a la otra. Ello abreviaría, en efecto, prototipos normales de los nervios y del pensamiento y podría justificar la gimnasia mental atribuida a las drogas del tipo LSD. En fin, otra teoría se refiere al índice del metabolismo interno del cuerpo humano, y sugiere que la LSD y otras drogas similares actúan bien directa o indirectamente sobre la serotonina bioquímica contenida en el cerebro, la cual, como es sabido, desempeña un papel en la estabilidad mental. En tal caso, los alucinógenos podrían actuar como antiserotoninos, o bien, combinándose de alguna forma con la serotonina, producirían alucinógenos «naturales» en el interior del cuerpo que, a su vez, provocarían la sobrecogedora transformación del pensamiento. Y así se suceden las teorías. Pero sin una investigación extensiva ulterior, investigación que ha quedado entorpecida por las reacciones negativas del público ante la LSD, acaso no llegue a conocerse jamás la respuesta a estos interro39
gantes perturbadores y de suma importancia. No obstante, cualquiera que sea el definitivo juicio que merezca la LSD, la droga ha alentado a quienes dentro de la profesión médica creen que las psicosis son debidas a algún desequilibrio químico en el cuerpo humano o a un proceso químico desconocido provocado por algún mal funcionamiento corporal. Como no se ha descubierto semejante sustancia química, ni en los individuos normales ni en los sicóticos, existiendo grandes dudas sobre su existencia, podría tratarse de una sustancia (designada unas veces como toxina X y otras como sustancia M) tan sutil que resultara casi imposible localizarla. Era difícil de creer que una cantidad microscópica de algo fuese capaz de producir estragos en la mente hasta el punto de dar lugar a diversas psicosis, pero con el descubrimiento de la LSD se tenía, por fin, la prueba dramática de que una sustancia química, en dosis medidas en microgramos, podía causar una perturbación mental importante. Cabe dentro de los límites de la posibilidad que existan otras sustancias todavía sin descubrir que posean propiedades semejantes o más potentes. Hasta el momento se ha descubierto semejante sustancia química, aun cuando continúa la búsqueda. El propio Albert Hofmann, que dio al mundo la LSD continuó sintetizando otro alucinógeno poderoso la psilocibina. Aun cuando ésta sólo pose la ducentésima parte de la potencia de la LSD se ha convertido, junto con esta última la mescalina, en una de las más importantes drogas alucinógenas empleadas en la investigación clínica sobre las enfermedades mentales. Hofmann desarrolló con éxito la psilocibina a mediados de 1950, después de recibir de México un cargamento de hongos teonanacatí. Para comprobar la potencia de los hongos, el intrépido investigador comió treinta y dos y se sintió transportado al mundo interior del espíritu que ya descubriera con la LSD. Sobre dicha experiencia ha escrito: «Treinta minutos después de la ingestión de los hongos, el mundo exterior comenzó a sufrir una transformación extraña. Todo adquiría un aspecto mexicano. Como me sentía perfectamente consciente de que el hecho de conocer el srcen mexicano de los hongos me incitaría a imaginar escenas exclusivamente mexicanas, intenté deliberadamente contemplar cuanto me rodeaba como sabía que era habitualmente. Pero todos mis esfuerzos voluntarios para tratar de ver las cosas bajo su forma y sus colores habituales resultaron ineficaces. Tanto con los ojos abiertos como cerrados, sólo veía colores y motivos mexicanos. 40
Cuando el doctor que seguía la experiencia se inclinó hacia mí para comprobar mi tensión, quedó transformado en un sacerdote azteca y no me hubiese causado el menor asombro verle sacar un cuchillo de obsidiana. Pese a la gravedad de la situación, me divertía observando hasta qué punto el rostro germánico de mi colega había adquirido una expresión genuina-mente india. Cuando la crisis llegó a su punto culminante, alrededor de una hora u hora y media de la ingestión de los hongos, el torrente de imágenes interiores (en su mayoría motivos abstractos cuyas líneas y colores se modificaban rápidamente) alcanzó un grado tan alarmante que empecé a temer que aquella vorágine de formas y colores me absorbería, llegando a disolverme. Transcurridas unas diez horas, aproximadamente, el sueño tocó a su fin. Subjetivamente, no tenía la menor idea de su duración. Mi retorno a la realidad cotidiana se me apareció como un feliz regreso a un viejo y querido mundo familiar, de otro extraño, fantástico, pero sentido con toda realidad.» El doctor Hofmann continuó trabajando en la sintetización de la psilocibina en su carácter de alucinógeno activo del hongo mágico, facilitando así un arma suplementaria a los investigadores científicos en su guerra concertada contra las enfermedades mentales. Fue también el doctor Hofmann quien, en 1960, dejó establecido que el ololiuque (las semillas del volubilis silvestre) contenía derivados del ácido lisérgico de propiedades alucinó-genas, aun cuando sólo poseía una vigésima parte de la potencia de la LSD. Fue, sin duda, un descubrimiento de suma importancia por el hecho de tratarse de la primera documentación sobre un ácido lisérgico natural que poseía propiedades de estimulante mental. A partir de 1960, otros investigadores han sintetizado en los laboratorios, literalmente, centenares de sustancias alucinógenas, muchas de ellas seme jantes a la LSD, pero sin llegar a poseer su notable potencia. Continúa la búsqueda de la evasiva toxina X y, paralelamente a ella, se realizan numerosas investigaciones sobre la aplicación de la LSD en otras ramas de la Medicina, habiendo logrado como primer resultado la indicación de que la LSD es algo más que una simple droga capaz de imitar las psicosis. Ha sido utilizada con éxito en diferentes campos, pero hasta el momento la evidencia clínica es insuficiente para saber si la droga es específica en ciertos casos dados. Sin embargo, los últimos informes son alentadores! Después de una larga carrera 41
como curiosidad de laboratorio, y otra corta, pero turbulenta,! de novedad en la larga lista de las drogas sensacionales, la LSD puede aún emerger como a una de las drogas más importantes jamás d es-[ cubiertas. El doctor Hofmann no hubiese deseado otra cosa.
4 LA LSD AL SERVICIO DE LA PSICOTERAPIA
Se ha dicho que la falta de información no ha impedido jamás a nadie adoptar una posición firme sobre cualquier cosa. La controversia sobre la LSD es un ejemplo de ello. La mayoría de los americanos maldicen la LSD como si de un brebaje diabólico se tratara. Por otra parte, una minoría reducida pero ruidosa, ensalza a la LSD como si se tratase de un nuevo elixir de sabiduría. Por el momento, aún no se dispone de información suficiente y válida para mantener una u otra posición, pero ello no parece importar ni un ápice a las fuerzas oponentes. Pero sí que molesta a los científicos, que no desearían nada mejor que dejar morir tranquila y públicamente a la LSD, para reintegrarla seguidamente a los laboratorios de investigación. A los científicos, por definición, no les gusta tomar posicio nes sobre n ada sin poseer antes toda la información posible. Como la LSD es todavía una droga relativamente desconocida, retroceden ante el debate que opone a los faltos de información y a los mal informados. Entretanto, la investigación científica sobre la LSD progresa al ritmo len to, pero p reciso, impuesto por la gran fuerza y potencial de la droga. La «Sandoz Ltd.» (en cuyos laboratorios fuera descubierta) ha invertido ya más de tres millones de dólares en experiencias e in vestigaciones sobre la droga. En todo el mundo, centenares de investigadores tratan de aplicar la LSD a un determinado número de casos clínicos. Hay indicios que tienden a demostrar que la LSD podría ser útil en distintos campos, pero a diferencia de los que indiscriminadamente maldicen o alaban una droga, el investigador serio ha de esperar a que sus exposiciones sean ensayadas y probadas una y otra vez antes de poder emitir un jui cio defi nitivo . En la prof usa «litera tura» de divulgaci ón médica 42
se encuentran numerosos informes sobre los aparentes éxitos de la LSD aplicada a determinados casos clínicos. Por ejemplo, existen grandes esperanzas del que la LSD, sin ser ésa clave química largo tiempo buscada para la esquizofrenia, demuestre su eficacia en el tratamiento de ciertas esquizofrenias, en particular en lo que se refiere! a los niños. También se ha ensayado amplia-1 mente la droga como complemento a la psicoterapia con resultados alentadores. Se ha registrado una impresionante evidencia sobre la eficacia de la LSD en el tratamiento de los alcohólicos, los homosexuales y las mujeres frígidas, y asimismo se hace cada vez más evidente que la LSD es un excelente analgésico, que puede ser empleado para calmar el temor a la muerte de los enfermos incurables. Otro! posible uso de la LSD podría constituirlo la formación de quienes estudian las especialidades de psiquiatría y psicología, sobre todo ayudándoles a comprender el extraño trabajo del pensamiento y tal vez ofreciéndoles una percepción interior de los problemas mentales del alienado. Existe incluso el caso de que la LSD fue administrada clínicamente a un arquitecto para hacerle comprender mejor la mente psicopática, cuando hubo de proyectar los planos de un nuevo hospital psiquiátrico. Como consecuencia de ello, creó cuatro de dichas instituciones. Considerando que la magia y los demonios no tienen cabida en la investigación médica, la LSD, al igual que cualquier otra droga experimental, jamás ha sido asimilada al bien o al mal. Para el investigador, la LSD es simplemente otro posible instrumento en la lucha contra la enfermedad. Ello no implica que algunos de los que toman la droga bajo control médico no puedan sufrir también reacciones negativas. Ello ocurre. Pero esas mismas reacciones desempeñan un papel importante en la investigación médica y se registran con igual objetividad que los resultados absolutamente positivos. Sin exagerarlas, se las incluye en las descripciones generales de la droga. Los resultados negativos son los generadores de los grandes titulares, en tanto que los progresos, de no ser extraordinarios, resultan por lo generan minimizados, cuando no relegados al silencio. Con la LSD se han producido reacciones negativas, tanto en los círculos médicos como en el mundo exterior que se dedica al consumo ideal de la droga. Dejando de lado por el momento los peligros no médicos inherentes al uso ilegal de la LSD, existen diferentes casos de reacciones negativas registrados por determinados investigado res médicos. 43
El doctor Arthur L. Chandler y el doctor Mortimer A. Hartman, de Beverly Hills (California), informaban en 1959 en los Archives of General Psychiatry, que de los ciento diez pacientes que trataron con LSD, sólo uno había atentado contra su vida. Indicaban en su informe: «Se trataba de una enferma con un prolongado historial de intoxicación alcohólica y uso de estupefacientes. Era depresiva y poseía en su activo tres auténticas tentativas previas de suicidio, a raíz de las cuales hubo de ser hospitalizada en establecimientos psiquiátricos del Estado. Ni los primeros psiquiatras, como tam poco los
A(ícoholics)
A(nonymous)
and
N(arcotics)
A(nonymous)
(«Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos») lograron ayudarla. Durante la primera y única sesión se atenuaron sus sentimientos de culpabilidad y hostilidad, manifestándose al propio tiempo un gran alivio y un aparente cambio de actitud que apsicoterapia, la semana siguiente debían conducir a sesiones de Pero durante el fin de semana normales se mostró deprimida e insistió en que su marido le procurase meperidina (Demerol), con la que se había drogado durante algún tiempo. Pese a las instrucciones y advertencias previas en contra, el marido no se ocupó de llamar al terapeuta como en un principio se acordara, o a los miembros de la AA and NA, que se habían ofrecido voluntariamente a vigilarla durante las veinticuatro horas del día cuando su marido no pudiera hacerlo. Éste montó en cólera y se fue, dejándola sola toda la noche. Cuando regresó al día siguiente, la mujer había ingerido una dosis mortal de veneno contra los caracoles.» Pese al suicidio de esa mujer, los doctores Chandler y Hartman concluyen: «Con la terapéutica LSD, la mayoría de los pacientes han mostrado mejor tolerancia á la cura, que asimismo ha sido más corta de lo que hubiese podido serlo con la antigua psicoterapia sin droga. Muchos enfermos a los que no hubiese sido posible someter al análisis o a cualquier otro tipo de psicoterapia a fondo, se han beneficiado del tratamiento con LSD.» Otro psiquiatra, el doctor E. F. W. Baker, de Toronto (Canadá), que se ocupaba hace unos años de ciento cincuenta pacientes, informa que las dos terceras partes de los enfermos sintieron alivio, pero en un informe subsiguiente se declara que uno de los enfermos se suicidó dos semanas después de haber 44
tomado LSD, mientras que otros cuatro sufrieron esquizofrenia temporal. Aun así el índice de suicidios en todos los casos sometidos a tratamiento clínico con LSD representa un escaso uno por ciento. Existen también otros informes de reacciones negativas, psicosis temporales, disociaciones y reacciones post-LSD que requirieron la hospitalización. Pero en todos ellos existía historial anterior de perturbaciones psíquicas, hecho que la mayoría de los investigadores subrayan para demostrar que cualquier riesgo por el uso de la LSD debe ser atribuido a los efectos psicológicos de la droga y no a los farmacológicos. Es una distinción bastante sutil, pero importante por el hecho que demuestra la importancia de examin ar los antecedentes del enfermo antes del tratamiento con la LSD. Asimismo pone de manifiesto uno de los más grandes peligros del uso clandestino de la LSD, en el que no hay examen, doctor ni vigilancia. Baste a este punto, existe peligro, por pequeño quedecir, sea, llegado en el uso de la LSD,que incluso cuando la administran especialistas experimentados. De todos modos, se sabe que la LSD puede ser un instrumento importante en psicoterapia. El doctor G. R. Schmiege ha aducido las siguientes razones, en junio de 1963, en el Journal of the Medical Society o f New Jersey: «Quienes emplean la LSD en dosis múltiples como complemento a la psicoterapia, comprenden que resulta útil, por su capacidad, para dar los resultados siguientes: »1. Ayuda al paciente a recordar y a superar las experiencias traumáticas, tanto recientes como las de la infancia. »2. Activa los procesos de reacción de transferencia, al tiempo que permite al paciente discutirlos con más facilidad. »3. Estimula el inconsciente del enfermo de forma que provoca fenómenos fantásticos y emocionales que pueden ser tratados por el médico como si se tratase de sueños. »4. Intensifica la afectividad del paciente, con lo que se disminuye el riesgo de intelectualización excesiva. »5. Permite al paciente distinguir mejor sus defensas habituales y a veces le permite modificarlas. »A causa de tales efectos, los terapeutas observan que la psicoterapia progresa a un ritmo más rápido. Algunos resultados 45
espectaculares y casi increíbles se han obtenido empleando una dosis de esta droga.» Uno de los casos más conocidos relativo al empleo de la LSD en psicoterapia es el del actor Cary Grant. En 1960, Cary Grant estuvo sometido a más de sesenta sesiones de tratamiento terapéutico intensivo, con LSD, emergiendo, según su propia frase como un «nuevo» Cary Grant. En el curso de entrevistas ampliamente difundidas, Grant dijo que había «nacido de nuevo» gracias al uso de la LSD. Por aquella época, la LSD era poco conocida del público y muy lejos de ser el espantapájaros en que se convirtiera durante los últimos años. Los enfáticos y hermosos discursos de Grant sobre las virtudes de la LSD fueron el punto de partida de un pequeño alud en el mercado. Muchos actores, intrínsecamente egoístas, tomaban por asalto las puertas de los psiquiatras para ser t ransport ados por l a LSD a los repliegues de su pr opio espíritu. Algunos quedaron decepcionados. A otros les de gustó lo que vieron bajo la influen cia de l a LSD y renuncia ronno a raíz la primera experiencia. Otros, por últim o, como Grant, se mostraron in cansabl es e n su apología de la LSD. El entusiasmo de Grant no tenía límites, como lo expusieron Jane y Kurt Singer en un excelente artículo periodístico en 1961: «En una palabra, la LSD libera la mente hasta un grado fantástico. Se sueña completamente despierto y a veces se tienen alucinaciones extrañas y maravillosas. Pero lo más importante es que reduce el análisis a un tiempo muy corto. Para todo aquel que, como yo, abrigue un deseo profundo de comprensión y de paz, casi resulta un milagro. Yo siento que ahora me comprendo realmente a mí mismo. Antes no era así. Y al no comprenderme a mí mismo, ¿cómo esperar comprender a los demás? Sencillamente, he vuelto a nacer. Acabo de pasar por una experiencia psiquiátrica que me ha cambiado por completo. Era horrendo. Hube de enfrentarme con cosas sobre mí mismo, que jamás admití y cuya existencia ni siquiera conocía. Ahora sé que he hecho sufrir a todas las mujeres que he amado. Era un auténtico impostor, un zafio vanidoso, un sabelotodo que nada sabía. »Me parapetaba detrás de toda clase de defensas, hipocresías y vanidades. Tenía que desprenderme de ellas capa a capa. El instante en que la consciencia se enfrenta con la subconsciencia es un desgarre infernal. Se siente que la cabeza estalla... Me 46
despojaban de mi ego... Ahora ya no soy un hombre solitario y me siento un hombre feliz. Me dicen que la felicidad será cada vez mayor. Ahora ya me siento demasiado feliz para soportar más felicidad. Cuando terminé mi tratamiento psiquiátrico, me asaltaron al instante dos pensamientos. El primero era: "¡Cuántos años despilfarrados! ¿Por qué no haría esto antes?" Ahora, todos los días son maravillosos. Desearía poder vivir aún otros cuatrocientos años. Estoy convencido de que viviré con buena salud hasta una edad muy avanzada, pero si llegara a morir durante los diez años próximos, habré sido más feliz durante esta última parte de mi vida que mucha gente podrá serlo jamás.» Después de un testimonio tan apasionado, resulta realmente sorprendente que las existencias de la LSD no quedaran completamente agotadas. No existe ningún informe sobre la reacción de los psiquiatras ante esta exhibición pública de entusiasmo desbocado de muchos parte de psiquiatras un actor célebre y respetable, perobajo es desus suponer que se habrán escondido divanes en espera de que toda esta historia se extinguiera felizmente. La actitud de Cary Grant frente a la LSD no respondía del todo a las aspiraciones de los investigadores al tratar de obtener adhesiones a favor de la utilización clínica y experimental de la droga. Aun así era evidente que Grant había obtenido una gran ayuda de la LSD y era cuestión suya si deseaba pregonarlo a los cuatro vientos. Al menos los titulares en los periódicos eran alentadores en contraste con lo que estaba por venir. Entretanto, los investigadores clínicos celebraban consejo entre ellos, y en el ambiente tranquilo de sus despachos y laboratorios continuaban sus experimentos con la LSD en su calidad de tratamiento terapéutico. El doctor Harold A. Abramson, de Nueva York, uno de los pioneros del uso de la LSD en terapia, sitúa la dosis terapéutica de la LSD entre veinticinco y cincuenta microgramos. «El paciente — dice— reacciona con la LSD-25 en colaboración con el terapeuta, pero no sólo con la LSD-25. Es verdad que esto puede aplicarse igualmente a toda la terapia farmacológica, pero tiene importancia particular en el caso de la LSD-25. Así, pues, es el terapeuta y no la LSD-25 quien desempeña la función principal durante la reacción de la LSD-25 enfocada terapéuticamente.» Otros psicoterapeutas emplean una dosis superior, cien microgramos, a veces incluso más según el tratamiento específico. 47
El doctor Dietrich W. Heyder, director del «Norfolk Mental Health Center» de Virginia informaba, por ejemplo, en octubre de 1963, en The American Journal of Psychiatry, que había tratado a un individuo que perdió el uso de su brazo derecho a raíz de una experiencia traumática, administrándole dosis de trescientos microgramos de LSD, tres veces durante un período de ocho días. El hombre recobró por completo el uso de su brazo. En el tratamiento de l os alcohólicos la dosis es también, a veces, muy elevada (hasta trescientos microgramos), con objeto de provocar un choque que aparte al paciente de una línea de conducta destructiva, ayudándole a adoptar un comportamiento social más aceptable. Los resultados han sido prometedores, aunque no exentos de algunas reacciones negativas. El tratamiento de los alcohólicos con la LSD, que les torna sobrios durante largos períodos, ha dado hasta ahora un porcentaje mucho mayor de éxitos que los demás tratamientos a base droga, psicoterapia agrupaciones de ayuda, tales como losde «Alcohólicos Anónimos».y Un estudio reciente sobre el tratamiento con la LSD de seiscientos alcohólicos en el «University Hospital» de Saskatoon (Canadá), ha puesto de manifiesto que alrededor de doscientos sujetos lograron una abstinencia completa, mientras que otros ciento cincuenta acusaban una «notable mejoría». En claro contraste, el doctor J. Ross MacLean, director médico del «Hollywood Hospital», de New Westminster, en Columbia británica, otro investigador que emplea la LSD en casos de alcoholismo, afirma que con las otras drogas o los métodos psicoterápicos sólo se obtuvo un porcentaje que no excedía del 5 al 10 por ciento, y que los «Alcohólicos Anónimos» sólo tuvieron éxito con un 15 a 20 por ciento de sus miembros. Existen informes sobre alcohólicos tratados un viernes por la noche con la LSD y que volvían a trabajar el lunes curados, sin tomar una copa durante varios días. La doctora Ruth Fox, director médico del «National Council on Alcoholism», dio en Nueva York, en 1965, una conferencia internacional sobre el uso de la LSD, en el curso de la cual informó que once de veinte alcohólicos empedernidos abandonaban la bebida bajo la influencia del tratamien to con la LSD, pero subrayó que el tratamiento con la LSD debe completarse con otros métodos terapéuticos. Un año después, la doctora Fox declaró, durante una sesión de la «Governor's Conference on Crime», en Nueva York, que si bien el tratamiento con la LSD resultaba alentador, no era una panacea. Manifestó que conoció a dos alcohólicos que_ se 48
habían vuelto paranoicos a raíz del tratamiento con la LSD, y varios otros que hubieron de ser hospitalizados con diversas reacciones sicóticas. Aun así, abogaba para que se prosiguieran las investigaciones sobre el uso de la LSD para tratar el alcoholismo. Algunas indicaciones sobre los efectos traumatizantes de la LSD sobre una personalidad alcohólica, pueden obtenerse de la siguiente experiencia bajo la droga, hecha por un alcohólico de treinta y siete años: «Al principio no sentí absolutamente nada. Pensé que se burlaban de mí. Luego, todo enloqueció y me veía a mí mismo perseguido a través de un campo inmenso, por unas cosas negras que no podía identificar. Recuerdo que corría al lado de mí mismo, chillando que no podía correr más aprisa. Ahora comprendo que había dos "yos" que corrían, pero en aquel momento yo no lo encontraba extraño. Había un inmenso cuenco de goma, o de alguna materia parecida, y yo rodé por él durante algún tiempo antes de comprender que me estaba muriendo. Sé que grité y que vi una luz brillante abajo, en el fondo del cuenco, y no sé cómo supe que si me dejaba caer en la luz moriría... Caí en la luz que, de hecho, era una enorme abertura... Supe que acababa de volver a nacer... Empecé a reír como un histérico... Bueno, eso es todo. Me refiero a lo de morir. Es lo que he tratado de hacer durante todos estos años. Ahora ya lo hice.» El novelista Alan Harrington escribía en Playboy, en 1963, sobre su «viaje» con la LSD, sobre la muerte, su nuevo nacimiento y las incursiones al ego: «¿Por qué fue tan beneficiosa esa experiencia? Por una parte, la gira a través del infierno del ego fue como un rápido psicoanálisis. La ascensión subsecuente ofreció a un ateo lo que podría describirse como una penetración religiosa o, en cualquier caso, metafísica, y ésta no ha quedado empañada. Para quien prácticamen te jam ás ha pensado en términos de lotos, reencarnaciones, fases de la existencia, etcétera, y que al filo de los años se ha irritado siempre con los entusiastas de la filosofía oriental, el viaje con la LSD le ofreció la evidencia de experiencias personales de muerte y nuevo nacimiento. Hizo posible una visión de eternidad...» 49
Varios psiquiatras han explorado también otros dos campos, con algunos resultados prometedores. Son los de la homosexualidad y la frigidez de la mujer. El doctor MacLean (ya mencionado), trabajando con homosexuales en Columbia británica, ha comunicado los resultados de sus ensayos, según los cuales tal vez merecería la pena emprender una investigación ulterior en este terreno particular. Además, dos conocidos americanos, uno actor, el otro poeta, declararon con toda franqueza que la LSD les había proporcionado la libertad de adquirir, por primera vez en su vida, un comportamiento heterosexual. El empleo de la LSD en el tratamiento de la mujer frígida ha sido propuesto en un estudio de los doctores Thomas M. Ling y John Buckman, médico psiquiatra y encargado de investigaciones, respectivamente en «Marlborough Day Hospital», de Londres. En un artículo aparecido en la Psychedelic Review, los doctores Ling y Buckman escriben: «Existiendo relativamente un buen motivo, inteligencia superior,y una personalidad estableuna y un marido potente con deseos de cooperar, la psicoterapia con la LSD puede ayudar (a la mujer frígida), mediante la recuperación de fantasías sexuales prematuras o de experiencias traumatizantes responsables de la formación de la anormalidad. Dieciséis casos han sido tratados de esta forma con éxito.» Un caso citado por los doctores Ling y Buckman se refería a una mujer de treinta y tres años, casada y madre de dos hijos. Se quejaba de ausencia de deseo sexual, aun cuando afirmaba amar a su marido. Con seis sesiones, durante las cuales se le administró de cincuenta a ochenta microgramos de LSD asociados a un tranquilizante, la mujer evocó recuerdos reprimidos del desinterés que le mostró su padre, y de la agresión sexual de que la hizo objeto su joven tío. D esp ués de la última ses ión , d eclaró a los médicos: «Bajo los efectos de la droga, sentí que perseguía una especie de ideal... La primera vez que experimenté una excitación sexual la provocó un hombre que era para mí una
especie decondios. Y entonces cosas que se enturbiaron... Recordaba absoluta claridad lolas agradable me resultaba que mi tío se divirtiera de aquella manera... El goce quedó brutalmente interrumpido cuando trató de violarme. Recuerdo una sensación de golpe en la región de la vagina y una sensación de violencia, pero en realidad no pudo penetrarme... 50
Ahí se terminan mis recuerdos. No puedo recordar el resultado de todo aquello...» Seis semanas después añadiría: «Después de la última sesión he tenido mi primera relación sexual con un orgasmo interno completo. Fue una experiencia completamente nueva, maravillosa. Ahora, mi vida sexual es totalmente diferente y obtengo casi siempre sensaciones magníficas. El matrimonio me parece ahora mucho mejor, pero creo que todavía es posible perfeccionarlo, permitiéndome alcanzar un éxtasis absoluto en todas las ocasiones.» Serán necesarias investigaciones suplemen tarias antes de poder considerar a la LSD como una ayuda posible en el tratamiento de la mujer frígida, pero estas primeras informaciones son importantes, especialmente en este terreno particular en el que el tratamiento no ha resultado hastamás el momento alentador. descubrimiento podrá ser tanto interesante cuanto Este que médicos calificados calculan en un 40 por ciento el número de mujeres americanas que sufren de frigidez en distintos grados. Otra rama importante de la investigación clínica es el empleo de la LSD en las enfermedades mentales del niño; mientras que la LSD no ha demostrado tener gran valor para los enfermos adultos, cada vez resulta más evidente que el caso es distinto con respecto a los niños sicóticos. En una serie de estudios efectuados en «Creedmore State Hospital» de Long Island (Nueva York), las doctoras Lauretta Bender y Gloria Faretra observaron que la LSD producía una mejora en el comportamiento de los niños atacados de esquizofrenia autística (es decir, aquellos que se aíslan más o menos de cuanto les rodea) y en un grupo de niños esquizo frénicos. Hace dos años, en un informe a la American Psychiatric Association, las doctoras Faretra y Bender decían que los niños demostraban un interés distinto por lo que les rodeaba, que tenían expresiones faciales más inteligentes y algunos trataban de entrar en relación con los otros. Los movimientos desordenados de cabeza menos frecuentes, al decir de las doctoras, y se producía mayor eran número de intentos de comunicación; mejoraron las costumbres del reposo y las comidas. Expresaban la esperanza de que el uso de la LSD y otros alucinógenos abriría el camino a una penetración específica 51
del mecanismo de las enfermedades mentales en los niños y de su tratamiento. Uno de los más extraordinarios descubri mientos en el campo de la investigación clínica sobre la LSD, es el posible uso de la droga como analgésico y para aliviar el miedo a la muerte en los enfermos desahuciados. Los estudios dirigidos por el doctor Eric Kast en «Cook County Hospital» (Illinois), han demostrado que la LSD podía ser más eficaz que los analgésicos hab itualmente empleado s para suprimir el do lor en los casos de cáncer incurable . Con cien microgramos de LSD, observa el doctor Kast, los pacientes notaban un alivio mucho mayor que con los demás analgé sicos , tanto en du ración como en inten sidad. El alivio podía prolongarse hasta trece días con la LSD,
mientras los horas. otros calmantes de serque administrados cada dos que o tres El doctor habían Kast afirma bajo la influencia de la LSD los pacientes hacían prueba de un desinterés desacost umbrado frente a su cond ición fí sica. «Muchos —afirmaba—, cuando se les preguntaba si sufrían, contestaban que sí, pero que ello carecía de importancia.» Aun cuando todavía no se haya llegado a una conclusión en las investigaciones, el efecto que la LSD parece tener sobre los moribundos conscientes de su estado es aún más asombroso. En setiembre de 1965, el doctor Sidney Cohén, en un escrito publicado en Harper's, observaba, con las oportunas reservas, que «la LSD podría ofrecer un día una técnica para modificar la experiencia de la muerte». Para apoyar su afirmación, Sidney Cohén citaba el caso de Irene, una mujer de cuarenta y cinco años, que moría lentamente de un cáncer de recto. Escribía: «Se había superado la fase de esperanza quirúrgica. Tanto el hígado como los huesos estaban atacados. No se podía hacer nada, tan sólo atenuar el dolor. Sin embargo, pese a las fuertes dosis de narcóticos y de sedantes, continuaba inquietándose y sollozando cuando estaba sueño despierta, y gimiendo y agitándose durante el provocado por las drogas. »Con cierta vacilación, se sugirió la LSD, porque había sido administrada a una sola persona en una situación similar... En el 52
caso de Irene, se esperaba que un poco de esta misteriosa droga la animaría a aceptar su sufrimiento y la ya próxima muerte. »Se le administró la LSD y entonces dijo Irene: "Ahora ya puedo morir tranquila y sin quejarme..., como aquellos primeros cristianos que en la arena debieron mirar cómo los leones les devoraban las entrañas. ¿Recordaré todo esto? ¿Qué es el dolor? Creo que sobre ese punto me convertiré de nuevo en un crío. Ahora todo está bien: ya no es el mismo dolor. Sé que, ayer, al apretarme en esta parte, me producía un dolor insoportable. Ni siquiera podía aguantar el peso de una manta. Ahora aprieto con fuerza..., hace daño..., hace mucho daño, pero no resulta aterrador como antes. Habitualmente me retorcía de dolor y suplicaba que me pusiesen otra inyección".» El doctor Cohén concluye: «Durante las tres últimas semanas se mostraba notablemente más tranquila. Se observaba en ella una especie de calma. De vez en cuando necesitaba narcóticos. Por último, murió.» Se han realizado también experimentos con animales empleando la LSD, pero dado que las reacciones subjetivas son de gran importancia en las investigaciones sobre la LSD, la experimentación extensiva animal (que habitualmente acompañan a todo descubrimiento de nuevas drogas) ha sido en esta ocasión muy limitada. No obstante, se han intentado algunos experimentos en menor grado sobre los animales. En el curso de los mismos se han comprobado cambios en las costumbres de las arañas (tejen la tela con mayor limpieza), de los peces siameses combativos (luchan menos) y de las carpas (nadan por la superficie del agua en lugar de permanecer en el fondo). Pero el su jeto prin cipal de la investigación sobre la LSD es el hombre. Los animales no pueden hablar, y ésa es la única forma de que los investigadores averigüen lo que ocurre en la mente bajo la influencia de la LSD.
Se realizó experienciafueron única notables tomandoaunque como sujeto a un elefante, y lasuna conclusiones trágicas. Con objeto de simular en el elefante un síndrome conocido como rabia, forma de locura ocasional que ataca a veces a los elefantes machos, por lo demás absolutamente sanos, tres investigadores administraron una dosis masiva de LSD a un 53
elefante de catorce años llamado Tusko, huésped del «Lincoln Park Zoo» de Oklahoma City. A raíz de una inyección intramuscular de doscientos noventa y siete miligramos de LSD, Tusko avanzó tambaleante durante cierto tiempo, para arrodillarse- luego, muriendo una hora y cuarenta minutos después de la inyección. Tusko es el único caso conocido de muerte directamente atribuibl e a una dosis de LSD. Así, pues, la investigación sobre la LSD continúa. Tal vez transcurran aún años antes de que se logre descubrir algo positivo, o que se reconozca a la LSD como específico de una enfermedad particular. Hasta entonces la droga continuará siendo un arma potencialmente útil, pero que todavía habrá de demostrar su valía a la luz crítica de la investigación clínica.
5 TIMOTHY LEARY ENTRA EN ESCENA
Corría el mes de agosto de 1960, y en Cuernavaca (México) el calor era sofocante. Ante la villa de un amigo, situada en los alrededores de la ciudad, el doctor Timothy Leary, de treinta y nueve años, lector de psicología en la Universidad de Harvard, se paseaba por el borde de una piscina. A principios de semana se había tratado de las fantásticas aberraciones mentales producidas por un hongo del país. A petición de Leary se habían procurado algunos ejemplares de dicho hongo. Leary aunaba un carácter aventurero a un profundo interés de psicólogo por todo aquello que tuviera el poder de actuar sobre el pensamiento. En traje de baño, se dirigió a una habitación e ingirió siete hongos. Durante las horas que siguieron, Leary, que era un antiguo católico convertido al hinduismo, realizómeta. una incursión por su propia mente y encontró su futura Unos años más tarde, Leary diría de esa primera experiencia:
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«Me daba cuenta de que estaba muerto, que yo, Timothy Leary, el Timothy Leary intrascendente, se había desvanecido. Podía lanzar una mirada retrospectiv a y ver mi cuerpo sobre el lecho. Revivía mi vida y experimentaba de nuevo numerosos acontecimientos olvidados. Aún más que eso, retrocedía en el tiempo en un sentido evolutivo, hasta el momento en que tenía consciencia de ser un organismo unicelular. Todas esas cosas existían más allá de mi espíritu. El descubrimiento de que el cerebro humano posee en potencia una infinidad de posibilidades y podía actuar inopinadamente en la dimensión espacio-tiempo me hacía sentirme gozoso, aterrado y completamente convencido de que me despertaba de un largo sueño ontológico. Una experiencia profundamente trascendente al despertar había de transformar, al iniciarse, a un hombre y a una vida. A partir de mi inspiración... he dedicado la mayor parte de mi energía a tratar de comprender las posibilidades revelatorias del sistema nervioso humano y a hacer llegar esa percepción a los demás.» Leary hizo eso y mucho más. Se convirtió en un fanático. El objetivo de su vida fue la expansión de la mente. Gracias a la psilocibina primero, y luego a la LSD, Leary pudo repetir su «experiencia profundamente trascendente» más de trescientas veces en el curso de los seis años siguientes, reafirmando su primera convicción, a saber, que allí existía más verdad y conocimientos como jamás hubiera encontrado el hombre durante una vida sin la droga. Leary, en parte charlatán y en parte santo, conquistó partidarios para su causa y expuso audazmente su mensaje en la vía pública. En un santiamén, transformó la LSD de la curiosidad médica que era en una de las drogas más discutidas desde el descubrimiento del opio. A Leary, su apostolado le costó caro. Durante dos años se le toleró. Luego empezaron los golpes, y fueron duros. En el curso de los cuatro últimos años se le ha expulsado de Harvard, ha sido encarcelado dos veces por posesión de alucinógenos (marihuana en ambos casos), expulsado de Boston y México, atacado desde diversas tribunas, arrastrado por el barro por el Cuerpo médico y vilipendiado por la Prensa. Pero, cosa extraña, cuanto mayores eran los ataques a Leary, mayor número de adictos lograba. La LSD estaba en todas las bocas. La LSD se convirtió en una amenaza pública. El público y los políticos, dando pruebas de escaso entendimiento y de una abso luta falta de cla rividencia, convirtieron en mártires a Leary y a sus partidarios, y a la LSD en fruto 55
prohibido. Un sinfín de pequeñas tonterías debidas al pánico hicieron surgir del anónimo a Leary y a la LSD. Lo que en un principio fue sólo una experiencia inocente en Cuernavaca, se convirtió en un monstruo místico que no moriría y del que Timothy Leary era el doctor Frankenstein. ¿Quién era Timothy Leary y cómo ocurrió todo ello? Leary había nacido en 1920 en Springfield (Massachusetts), hijo único de padres católicos irlandeses. Su padre era dentista y Leary creció en un ambiente de clase media superior. Al parecer, tuvo una infancia normal, obtuvo el diploma de la escuela superior y se proponía ingresar en el Ejército. Le enviaron a West Point, pero lo abandonó al primer año al comprender que no estaba hecho para la vida de cadete. Sirvió como voluntario en el Ejército durante la Segunda Guerra Mundial, pero no llegó a cruzar el océano. Un accidente durante unos ejercicios de tiro le dejó parcialmente sordo. Recibida su excedencia por razones de salud, obtuvo un título universitario en psicología, en la Universidad de Al abama, y el título de profesor en la «Washington State University». En 1950 obtuvo el doctorado en psicología clínica, en la Universidad de California, siendo luego rector en la «Kaiser Foundation Hospital» de Oakland (California), y nombrado posteriormente, en 1953, director de la investigación psicológica. En Oakland redactó un interesante estudio sobre la diagnosis de la personalidad. Leary se casó después de la guerra y tuvo dos hijos, un niño y una niña. Pero su mujer murió repentinamente mientras él trabajaba en la «Kaiser Foundation Hospital». Con sus dos hijos, Leary abandonó California y pasó un par de años vagabundeando por el mundo, ganando dinero como lector visitante en México, España, Italia y Dinamarca. Por último, en 1959 se estableció de nuevo al aceptar un puesto en el Center for Research in Personality, de Harvard, a petición de su director, el doctor David C. McClelland. El verano siguiente sería el más importante d e su vida. Al regresar a Harvard en el otoño de 1960, Leary llevaba con él su experiencia, recientemente descubierta, de la droga. Su primer discípulo fue un colega de veintinueve años, miembro de la Facultad, el doctor Richard Alpert, otro protegido de McClelland en el personal del Centro de investigación. Juntos, Leary y Alpert, experimentaron más a fondo con los alucinógenos, utilizando la psilocibina que había sido sintentizada el año anterior del hongo «mágico». Ambos hombres conferenciaron también con el fallecido Aldous Huxley, que 56
en aquella época pronunciaba una serie de conferencias en la región. Huxley, que varios años antes había probado la mescalina extraída del cacto peyote, había escrito dos libros sobre sus experiencias de liberación mental: The Doors of Perception (Las puertas de la perc epci ón) y tal vez, de manera profética, Heaven and Hell (Cielo e infierno). Huxley compartió el entusiasmo de ambos profesores por los alucinó-genos y dejó a Leary y Alpert impulsados de nuevo ardor para continuar sus experiencias que hasta entonces limitaran a sí mismos. A fines de aquel otoño, utilizando la psilocibina obtenida de la «Sandoz Pharmaceuticals» de Hanover (Nueva Jersey), filial americana de la compañía suiza de productos químicos que poseía las patentes de la psilocibina y la LSD, Leary y Alpert comenzaron sus experimentos con los estudiantes de psicología, práctica que, finalmente, sería la causa de su expulsión de Harvard. En su calidad de del centro de obtener investigación de Harvard ninguno de los dosmiembros tenía dificultades para la psilocibina y, más tarde, la LSD, para fines de investigación. La «Sandoz» niega haber entregado, en ningún momento, LSD a ambos hombres, lo que probablemente es verdad.' Pero de algún modo la obtuvieron. Los primeros experimentos fueron emprendidos con la bendición del centro de investigaciones. El 15 de enero de 1961, Leary y Alpert iniciaron su primera investigación en gran escala sobre los alucinógenos con un programa piloto de dos años sobre treinta y cinco presos de la «Massachusetts Correctional Institution», en Concord. El objetivo era comprobar si las propiedades de liberación mental de la psilocibina podrían ayudar a los delincuentes reincidentes a mantenerse fuera de la cárcel una vez en libertad. Estadísticas nacionales han demostrado que alrededor del 67 por ciento de los presos que salen de las cárceles suelen volver a ellas. Aun cuando el programa de Leary y Alpert no llegó nunca a completarse, los últimos resultados fueron alentadores, ya que tan sólo un 32 por ciento de los delincuentes tratados por Leary y Alpert volvieron a la prisión después de haber sido puestos en libertad. Ambos investigadores, entusiasmados, se lanzaron a nuevas experiencias utilizando ya la LSD, más potente, como la droga de elección. Desgraciadamente, el experimentó con los presos no fue bien acogido en los círculos médicos. En The Beyond Within («El más allá interior»), el doctor Sidney Cohén explica las razones: 57
«... Es necesaria... una breve crítica, que demuestra lo fácil que resulta llegar a conclu siones que confirman una parcialidad personal previamente adoptada. Se sometió a un grupo de presos reincidentes a una serie de experimentos con la psilocibina. Después de un período de observación demasiado breve, quedó establecido que ese grupo se mantenía fuera de la prisión más que los otros presos.» Si esto es verdad representa una noticia interesante y alentadora, pues signific a que criminales empedernidos pueden seguir el buen camino después de algunas sesiones de psilocibina administrada en condiciones adecuadas. De un análisis de lo que en realidad se llevó a cabo se infiere que dicha conclusión resulta mucho menos impresionante. «Los tratamientos con psilocibina no representaban los únicos factores, ya que el grupo seleccionado se beneficiaba de otras muchas medidas de reconocida eficacia terapéutica. El grupo seleccionado gozaba, no sólo de un status especial durante su estancia en la cárcel, sino que también mantenía relaciones estrechas y de amistad con los investigadores. Se había establecido para ellos un curso de instrucción particular. Recibían ayuda especial para obtener vivienda y empleo. Se mantenían en contacto con sus buenos amigos de Harvard. El grupo de presos que servía de base de comparación no se beneficiaba de ninguno de esos favores. La evaluación de dichos resultados no fue, pues, establecida con imparcialidad, y no poseemos ningún informe sobre el comportamiento a un plazo más largo del grupo tratado con la psilocibina.» La reticencia general de los profesionales no benefició la posición de Leary y Alpert frente al Cuerpo médico. Aun cuando se convocó a un doctor en medicina para las experiencias en la prisión (durante las cuales Leary y Alpert tomaban psilocibina con los presos para «establecer el contacto»), los experimentos posteriores de ambos fueron
más libres a la médica supervisión médica. en Concier el pretexto de en que cuanto la presencia menoscababa to modo la experiencia de la droga, Leary y Alpert empezaron a organizar las sesiones en su casa, a la luz de las velas y a los sones de una música adecuada. Poco a poco empezó a correr el rumor de que ambos profesores realizaban campaña para el uso 58
libre de los alucinógenos y que aconsejaban a los estudiantes que los probasen por su propia cuenta. Hacia fines de la primavera de 1961 se iba propagando cierto desencanto en los medios oficiales de Harvard. Aproximadamente en la misma época, André Weil, un estudiante de primer año que buscaba información para un deber trimestral, dio cuenta de una conversación que mantuvo con Leary: «Leary declaró: "Son cosas formidables, se lo aseguro, realmente 'formidables'." Me dijo que no podía facilitármelas porque la Universidad tenía prejuicios a dicho respecto, pero que estaba seguro de que yo encontraría el medio de procurármelas en alguna parte. Me confió con desenvoltura que creía que dentro de unos cinco años todo el mundo las tomaría. Yo estaba completamente estupefacto.» Cierto número de otras personas quedaban, a su vez, estupefactas con Leary y Alpert. El Crimson, de Harvard, informó por aquella época que una «aterradora fracción» de estudiantes se procuraba alucinógenos y los probaba. Circularon también rumores de que Leary y Alpert distribuían drogas entre los estudiantes como parte de sus «experimentos» extra-universitarios. Durante el otoño de 1961, Alpert y Leary estaban encargados de un seminario superior de introducción a la psicología. Doce estudiantes diplomados pidieron psilo cibina, y la obtuvieron, para un experimen to. «Comenzamos a organizar más sesiones con la droga, a las que asistían estudiantes —declararía Alpert en una entrevista años más tarde—. La Facultad se mostraba cada vez más hostil.» El 8 de octubre de 1961, después de compro bar los peligros de los alucinógenos cerca de psiquiatras de Boston, el decano John Monro y el doctor Dana Farnsworth, del Servicio de Sanidad de la Universidad, obtuvieron de Leary y Alpert la promesa, dada a regañadientes, de que no volverían a utilizar a los estudiantes en sus experimentos. Entretanto, continuaban proliferando las historias del uso estudiantil de los alucinógenos. Hubo informes sobre un
estudiante corría por jardines era Dios, y otro,que localizado en los Boston, que vociferando proclamaba que las virtudes de la iluminación a nadie en particular. Los alucinógenos iban adquiriendo gran popularidad en Harvard, si no en la realidad al menos en las conversaciones generales. Leary, por su parte, continuaba consumiendo psilocibina y LSD, y recogiendo 59
informes verbales de terceros (entre ellos algunos estudiantes), a los que suministraba drogas. Algunos son muy interesantes: «Mi corazón es un lagarto que se contrae con flexibilidad en mi bolsillo esperando que vuelva la ola, mi carne suda al trepar por mis huesos, las montañas se curvan alrededor de mi corazón, la resaca se estrella contra la mucosa de mis pulmones, tosiendo a través de los latidos del corazón e impulsa a la muerte a espantarme. Cuerpo inútil. Mientras se espera que la resaca escape de debajo de la ola, que se ha estrellado tosiendo sobre mi corazón, el azul se ilumina con el Sí y la resaca ASC IEND E... El Universo tiene un eje que no es perpendicular; a su alrededor se acumulan los colores con vida, pulsando involuciones eternas.» O bien: «Estaba maravillado al ver que mi piel se había disuelto en partículas minúsculas que se alejaban flotando. Me parecía que mi envoltura exterior se desintegraba y que la "esencia" de mi yo iba a quedar liberada para reunirse con la "esencia" de todo lo demás sobre mí.» Y también: «Entonces, gradualmente, tuve consciencia de un movimiento, un movimiento de balanceo como en un barco, aun cuando mi cuerpo permanecía absolutamente inmóvil... Con una aceleración abrumadora giraba en círculo, continuamente en círculo; era como un torbellino, impulsado luego de atrás hacia delante, como un trozo de potasio en el agua, silbando, haciendo burbujas, lleno de vida y de fuego.» En Harvard la situación se hacía difícil. Leary y su discípulo Alpert se afanaban cada vez más en sus experimentos con la droga fuera de la Universidad. Pero en este centro docente la situación estaba llegando a su punto culminante. El 14 deinmarzo de 1962, el cuadro profesores Centerlas for Research Personality celebró una de reunión para del discutir actividades de Leary y Alpert, tanto dentro de la Universidad como fuera de ella. El doctor Herbert C. Kelman, lector de psicología social, informó durante la reunión que unos estudiantes diplomados que habían tomado alucinógenos, estaban formando clanes 60
«internos», y manifestó graves dudas sobre los proyectos relativos a la droga en el marco de la Universidad. «Me pregunto si ese proyecto se lleva a cabo primordialmente como una tentativa intelectual, o si su objetivo es un nuevo tipo de experiencia para obtener una respuesta a los males que sufre el hombre.» A continuación se entabló una discusión a favor y en contra de tales experimentos, y McClelland, al menos por el momento, apoyó a sus protegidos. Durante la reunión se encontraba en la sala una periodista del Crimson, de Harvard, y la historia apareció con grandes titulares, en primera plana, en el número del 15 de marzo de 1962. El Herald, de Boston, captó a su vez la historia, ampliándola. Lo que fuera un asunto privado de Harvard había pasado a ser del dominio público. Un telegrama de agencia se hizo cargo de la historia, que fue publicada por una revista nacional. En Harvard se advirtió a los estudiantes que no debían volver a mezclarse en el asunto de l as drogas alucinógenas. Los intentos para que Leary y Alpert dejaran de ocuparse de los alucinógenos tropezaron con fuerte resistencia. Éstos organizaban cuanto se relacionaba con la droga al margen de la Universidad, y habían constituido cerca de Boston dos grupos para estudios ulteriores sobre la expansión de la mente. Los habitantes de Newton Center, suburbio de Boston donde Leary y Alpert montaron su asunto extrauniversitario con unos cincuenta partidarios, no se sentían mucho más satisfechos que Harvard de contar entre ellos a los liberadores de la mente. Fracasaron vanos intentos de alejar de allí al grupo, pero la intención quedó patente. En el verano de 1962 Leary volvió a México y se las arregló para alquilar un hotel vacío, en el pueblo de Zihuatanejo, una tranquila aldea de pescadores en la costa del Pacífico, a unos trescientos kilómetros al norte de Acapulco. Al regresar en otoño a Cambridge, Leary continuó librando una desesperada batalla contra los funcionarios de Harvard, batalla que comentó no sólo el Crimson de Harvard, sino también la Prensa de todo el país. En los informes publicados se calificaba a Leary de loco y dealudiendo cosas aúnapebres, droga nohablaba salía mejor Un periódico, Leary yyla Alpert, de librada. «drogados empedernidos, que trataban de volver locos a todos los que les rodeaban». La LSD, en su primer contacto con la publicidad nacional, era, a juicio de un reportero, «una droga tan potente que podía producir la esquizofrenia a personas normales con sólo ingerir una 61
sola dosis». Pero, fuera por la publicidad o la época, la LSD iba adquiriendo una popularidad clandestina entre los intelectuales excéntricos, convirtiéndose Leary en el mensajero iluminado de la droga. Durante aquel otoño de 1962, organizó la International Federation for International Freedom (IFIF), que comenzó a propagar la buena palabra sobre los alucinógenos. En la primavera de 1963 fue descargada el hacha académica. Tanto Leary como Alpert fueron suspendidos en sus cargos en Harvard. A Leary, basándose en el «tecnicismo» de que no daba las clases programadas, y a Alpert por haber administrado la LSD a un estudiante. «Estoy desolado al ver a lo que han llegado —declaró Mr. McClelland—. Empezaron como científicos excelentes y responsables, pero se han convertido en cu ltistas.» Como despedida Leary y Alpert enviaron a la Harvard Review una' declaración conjunta que contenía lo que podría ser considerado como las semillas de la paranoia. El Saturday Evening Post, de incuestionable seriedad, citaba un párrafo de aquella declaración: «¿Hemos de continuar encarcelando, ejecutando, desterrando a nuestros visionarios extáticos y luego embalsamarlos como los héroes del mañana? La Humanidad necesita sacerdotes eruditos que les suministren sus estructuras, el músculo intelectual, los huesos y la piel que mantengan el conjunto integrado... El sistema nervioso puede cambiarse, ser integrado, darle nueva dirección, ampliar sus funci ones. Naturalmente, esas posibilidades constituyen una amenaza para cada rama de la sociedad... Nuestros principales conceptos cierran el paso a una marea ascendente, dos mil millones de años construyendo... El dique verbal se desmorona. Tomad rumbo a las colinas o preparad vuestra embarcación inte lectual para que navegue con la corriente.»
Hacia mediados de abril de 1963, Leary se encontraba en Zihuatanejo instalando el nuevo cuartel general de la IFIF. Formuló un extraño comentario sobre su expulsión de Harvard: «Al parecer, estas drogas provocan pánico y locura temporal a muchos funcionarios que jamás las tomaron.» Entretanto, Alpert permaneció en Massachusetts para tratar de allegar fondos y publicar el órgano de la IFIF, el Newsletter. 62
A la IFIF no le faltarían acaudalados protectores. Uno de los primeros fue Peggy Hitchcock, hija del fallecido jugador de polo y millonario, Tommy Hitchcock. Pero el principal problema de la IFIF no era el dinero, sino la aceptaci ón. El idilio mexicano de Leary tuvo una carrera corta, pero espectacular. Duró unas seis semanas y terminó a mediados del mes de junio, cuando el Gobierno mexicano expulsó del país a Leary y una veintena de s us partidarios. La orden de expulsión —como fue publicado por la Prensa mexicana— tuvo su srcen en quejas formuladas sobre los «extraños» manejos que tenían lugar en el hotel. Oficialmente el Gobierno mexicano basaba la expulsión en el hecho de que Leary y los demás habían entrado en el país como turistas, «dedicándose luego a actividades no autorizadas». En una declaración hecha al periódico mexicano La Prensa, Leary protestaba contra la orden de expulsión y defendía su centro psicodélico, que era, según él, un puerto de refugio para «filósofos, educadores, profesores e intelectuales consagrados a un nuevo movimiento de liberación interior». Ello no produjo la menor impresión en las autoridades mexicanas y se mantuvo la orden de expulsión. El doctor Joseph J. Downing, profesor adjunto de psiquiatría y medicina preventiva, del Stanford University School of Medicine, en el libro Vtopiates, ofrece la siguiente descripción del Centro mexicano: «En su calidad de sociedad utópica, el Centro mexicano apenas llegó a iniciar sus actividades. Fue incapaz de obtener la aprobación de la mayor parte de la sociedad para su uso particular de las drogas psicodélicas. De manera retrospectiva, la desaprobación parece inevitable a causa de la publicidad buscada por la IFIF, publicidad destinada a convencer a importantes estratos de esa sociedad de que la LSD era deseable. Si el grupo se hubiese mostrado discreto, evitando la publicidad, también pudo haberse evitado la notoriedad que condujo a su expulsión... »El grupo no tenía responsabilidades productivas; o de automantenimiento; sólo tenía que existir. No pudo hacerlo. No obstant e, los objetivos fijados por la IFIF, a saber, relacio63
nes empáticas (1) más estrechas, el conocimiento de sí mismo y la experiencia transpersonativa, parecían estar a punto de ser alcanzados cuando se disolvió el grupo...» Una de las actividades en Zihuatanejo se relacionaba con una torre construida en la playa. Downing da una descripción de ella: «El ritual predominante era el de la torre. Se construyó una torre de tres metros de altura, con una plataforma de 1,80 metros, en la playa, frente al hotel. Esta torre era considerada el alma del grupo. El objeto era mantener en la torre, de forma permanente, día y noche, una persona bajo la influencia de la LSD. Al despuntar el alba y llegado el crepúsculo tenía que subir una nueva persona a la torre, tomar la dosis de LSD que ella misma hubiese determinado y permanecer allí hasta la próxima lle gada. Se permitían las visitas, el nombre del ocupante de la torre circulaba por todas partes y se iba con frecuencia a informarse sobre los progresos de su experiencia. Sobre todo, se tenía una gran consciencia de su presencia. La atmósfera era la de una ceremonia sagrada. Ser autorizado a tomar 11 droga en la torre era un favor muy solicitado, y eran los jefes quienes lo concedían ...» Mientras duró la experiencia mexicana, pese a su corta existencia de algunas semanas, atrajo más candidatos de los que se hubieran logrado en varios años. Más de cinco mil americanos solicitaron dos semanas de sesiones al precio de doscientos dólares (habitación con pensión completa), más seis dólares por dosis de LSD. Algunos beatniks que Leary no quiso recibir, montaron sus tiendas cerca del hotel y permanecieron allí fumando marihuana, lo que no contribuyó a beneficiar la reputación del Centro entre los h abitantes de la zona. Tampoco le hizo gran favor el que un o de los huéspedes de Leary fuera presa del amok después de recibir su ración de LSD, teniendo que pasar cuatro días en un hospital de Ciudad de México antes de recobrarse. Otro de los huéspedes del centro, que calculó mal las distancias bajo la influencia de la LSD rodó varios escalones de piedra hiriéndose en un ojo y en la cabeza. Regresó a California, donde permaneció varios meses bajo la vigilancia de un psiquiatra. Esos incidentes y otros que jamás se produjeran (corrieron rumores de (1)
Empáticas: obtenidas por penetración simpática. 64
una orgía nocturna) fueron publicados en la Prensa americana y mexicana. Asimismo, la Prensa americana comentó ampliamente la experiencia mexicana de Leary y la subsiguiente expulsión. Hacia el otoño de 1963, varias importantes revistas nacionales cultivaron «a fondo» historias sobre Leary y la LSD, y tanto el uno como la otra se hicieron familiares para quienquiera fuese capaz de leer en el país. Y el libre uso de la LSD, que hasta entonces había estado limitado casi totalmente a grupos de intelectuales aventureros adultos y a pequeñas bandas de estudiantes en algunas grandes universidades de las costas oriental y occidental, pareció extenderse poco a poco por el país. El uso ilegal de la droga aumentaba proporcionalmente a las dificultades de Leary, que ya eran del dominio público. En marzo de 1963 tuvo lugar en San Francisco la primera incautación federal de la LSD-de contrabando, ciudad que Ocho al parecer era el de distribución para la costaen occidental: mil dosis de centro doscientos microgramos valoradas el mercado negro en ciento ocho mil dólares. Su expulsión de México no logró disuadir a Leary de su papel de profeta, pero produjo la extinción tranquila de la IFIF, que quedó abandonada junto con los sueños del Valhalla en la costa de México. Sin embargo, la primera organización dedicada al fomento de la LSD para alcanzar el rango de experiencia universal, fue seguida casi inmediatamente por una segunda creación de Leary denominada la «Castalia Foundation». Y en otoño de 1963 la «Castalia» tuvo su primer «hogar», una propiedad rústica de cuatro mil acres situada en Mili-brook, tranquila comunidad del Condado de Dutchess (Nueva York). También esta vez fue uno de los hijos de Tommy Hitchcock quien acudió en ayuda de Leary. La finca de Millbrook, que incluye una vieja mansión, extraña y enmohecida, con sesenta y cuatro habitaciones, fue alquilada a la fundación por William Hitchcock, joven banquero millonario, financiero que respalda a Leary, y que admite que consume LSD. Alpert transfirió sus actividades a la costa occidental, donde el nuevo culto a lapensadores LSD empezó propagarse de entre la joven generación de profundos e ainadaptados San Francisco y Los Ángeles. Mediante conferencias, entrevistas y escritos, Alpert continuó su cruzada a favor de la LSD e hizo campaña para que se promulgase 65
una legislación que permitiese a los adultos «responsables» consumir la LSD en su carácter de experiencia filosófico-religiosa. En un sucinto informe a favor de la LSD, dirigido a la Food and Drug Administration, Alpert escribía: «Cabe esperar que nuestra visión y nuestra dedicación para el progreso del individuo y de la sociedad, nos evitará que se declare fuera de la ley una de las más grandes posibilidades que se haya dado al hombre de ampliar las fronteras de su espíritu, de su individualidad y de su cultura.» En 1964 y durante la mayor parte de 1965 la situación se mantuvo relativamente tranquila. Alpert continuaba su trabajo en la costa occidental, y su público aumentaba de manera lenta, pero segura. De regreso a Millbrook, Leary organizó su «Castalia Foundation» con muchas más precauciones, ostensiblemente sin la ayuda de la LSD. Aparentemente, ante la presión y pública, en 1964 anunciaba se quedoblegaba la trascendencia del egolegal podría lograrsey sin recurrir a las drogas, que su grupo la había alcanzado gracias a la meditación, al ambiente y a otros medios que nada tenían que ver con las drogas. No obstante, no negaba de manera tajante que se hubiera empleado la LSD, acaso con carácter excepcional, para él y algunos otros. Los métodos puestos en práctica en Millbrook, afirmaba Leary, «comprendían ejercicios respiratorios del tipo yoga, proyección de luces entroboscópicas hacia el techo y acompañamiento de una música psicodélica». Para aquella época, Leary estaba ensayando las vestiduras de mártir. En una entrevista decía: «Nos encontramos en una encrucijada y la LSD va a la vanguardia de su época. No soy un cruzado. Soy un pionero. He administrado LSD a más de tres mil personas sin causarles daño. Podría comparar la LSD a la energía atómica, porque también libera energía, energía psíquica. Soy miembro de un grupo casi atávico, el de los alquimistas. A ellos tampoco los comprendieron. Es el castigo de quienes van a la avanzada de su tiempo.» Pero si Leary escondía uñas, no publicitario, ocurría lo mismo con iban sus partidarios. Evitando todolasestruendo sus filas engrosando con ritmo lento pero seguro. Propagándose de Universidad en Universidad, la palabra LSD ganaba terreno en ellas, y después de la palabra llegaba la droga. La marihuana había cumplido 66
ya su misión en un centenar de universidades. El kick (1) empezaba a hacerse insípido. Ahora llegaba el super-kick. La LSD prometía viajes por regiones que los adictos al pot(2) jamás llegaron siquiera a vislumbrar. La LSD se «puso de moda» en los medios estudiantiles. Algunos tomaban la droga mientras que la mayoría se limitaba a hablar con gran suficiencia sobre ella. De vez en cuando, un estudiante «perdía los estribos», esto es, sufría una mala experiencia y aparecían unos grandes titulares en los periódicos, aunque no demasiado. El rescoldo ardía bajo la ceniza. Y, entonces, a principios de 1966, Leary fue detenido bajo la acusación de haber introducido marihuana en los Estados Unidos procedente de México. Prendió de nuevo el rescoldo y el incendio se propagó por todo el país, pero esta vez no llegó a apagarse. La LSD reapareció en los titulares de la Prensa y las revistas dedicaron sus portadas y sus fotos a nuevas historias de la LSD. Leary tomó las cosas con filosofía. Después de su detención en Laredo (Texas) el 11 de marzo de 1966, confió a un periodista: «Ese pequeño drama representado en Laredo ha ocurrido en todas las generaciones. No sucedió sólo el viernes: se remonta a cuatro mil años. Conmigo o sin mí, mi obra proseguirá... De cualquier forma, no estoy sometido a juicio. Lo está la Constitución. Lo está el Congreso. En un sentido más amplio, son los viejos contra los jóvenes. ¿Sabía usted que del diez al quince por ciento de los estudiantes de la Universidad de California toman LSD?» Poco más de un mes después, un sheriff del Condado de Dutchess y veintidós policías realizaron una redada en el santuario de Millbrook, procediendo a la detención de Leary y varias otras personas. Encontraron marihuana y «otras cosas interesantes» en el enorme caserón, que se caracterizaba por la ausencia de sillas, mesas y camas..., ya que todo estaba en el mismísimo suelo («es más natural», afirmaba Leary). La Policía declaró que había tenido la casa bajo vigilancia durante semanas. Según informaba Newsweek, el sheriff Lawrence M. Quinlan declaró que se ordenó la redada después de que sus hombres observaran que «aquellas gentes actuaban de forma distinta». que,depoco antes de la¡salvajemente redada, sus hombres vieron Quinlan a «una añadió multitud gente danzar alrededor de la fogata. Aquello no era normal». (1) (2)
La emoción, el éxtasis, la inspiración, logrados con el uso de la droga. Marihuana. 67
Es indudable que a Leary le acosaban las fuerzas del orden. Incluso sus enemigos están! de acuerdo en reconocer que sus derechos civiles fueron pisoteados de manera ultrajante y que las acusaciones fueron sumamente vagas. Encarcelado por segunda vez en poco más de un mes, Leary declaró: «Pisotean mis libertades de ciudadano.» Pisoteando o no, las fuerzas del orden, apretaban el tornillo de la ley en todo el país, especialmente a raíz de los dos sucesos acaecidos en Nueva York durante el período intermedio entre las detenciones de Leary. Una chiquilla tomó accidentalmente una dosis de LSD que su tío había dejado en el refrigerador y se había «vuelto loca»; y un antiguo estudiante de Medicina, de treinta años, mató a su madre política, declarando después que no sabía lo que hacía por encontrarse bajo la influencia de la LSD. Entonces, poco después de su segunda detención, Leary entró en la alcaldía de Nueva York y dio una conferencia de dos horas a ochocientos de sus seguidores, en la que pidió una interrupción durante un año en el uso de alucinógenos. La nueva actitud de Leary provocó cierta agitación, y en el seno del movimiento pro-LSD hubo quienes pensaron que Leary había utilizado ese recurso para desembarazarse de las autoridades. Además Leary se mostró categórico: se trataba de un año y sólo de un año. Decía que quería aclarar la atmósfera. «No digo que suspenderemos nuestros estudios sobre la expansión de la consciencia. Debemos aprender a obtener experiencias psicodélicas sin utilizar las drogas. Cread vuestras propias alucinaciones. Luego id hacia vuestros padres o hacia alguna persona de más edad y postradles el éxtasis. Durante estos últimos cinco años hemos sido testigos de una revolución psicodélica. Se calcula que más de cien mil americanos han hecho el "viaje" sin duración a través de sus sistema nervioso, han visto alzarse por unas horas el velo de la ilusión simbólica. La próxima década será el período más excitante de la Historia humana... Creo que debemos distendernos y permanecer tranquilos. La batalla psicodélica está ganada. Predigo que hacia 1970 de diez a treinta millones de americanos habrán conversado con sus propias células.» Un mes más tarde, en mayo de 1966, Leary hizo una declaración ante tres comités diferentes del Congreso, que realizaban una investigación sobre la LSD. Sus manifestaciones fueron sustancialmente las mismas ante cada comité: la LSD no había sido comprendida, y también él era un incomprendido. La LSD so68
breviviría a cualquier tentativa de declararla fuera de la ley, el futuro era de los jóvenes y ellos defendían a la LSD; el alcohol representaba un peligro mucho mayor que la LSD y lo que se necesitaba era comprensión y no leyes. Sí, declaró antes los comités, había tomado LSD más de trescientas veces y la había administrado a millares de personas. No era una confesión, sino una declaración de arrogancia. Timothy Leary ha recorrido un largo camino desde aquel tranquilo día de verano en Cuernavaca donde era tan sólo un simple lector de vacaciones. Ha fundado un culto y se ha convertido en el apóstol reconocido de la LSD. Ha atraído también sobre su cabeza la ira del público, pero la soporta como el mártir soporta su cilicio. Se ignora cuántos respondieron a su llamada. Acaso sean decenas de millares, posiblemente menos. En realidad no tiene importancia. Lo que Leary ha logrado ha sido encarar a la nación entera con la LSD desafiándola aaplazar afrontar el problema. sobre Y ellolaesLSD importante amenaza con la investigación hasta unporque punto tal que acaso jamás se lleve a cabo. Pero también puede ocurrir, como dice Leary, que ello contribuya, por la misma fuerza de su peso, a derribar la hipocresía y los prejuicios, inaugurando una era psicodélica. El tiempo lo dirá. Pero Leary no ha realizado todo ello' completamente sólo. A lo largo de su tortuoso camino, le han ayudado y alentado gran número de personas, muchas de las cuales le han prestado su apoyo y su dinero, aunque no sus nombres. Existen núcleos de ardientes partidarios en Hollywood, San Francisco, Los Ángeles, Nueva York y en otras muchas ciudades y universidades. Alpert fue también, junto a Leary, un pionero. Y asimismo Ralph Metzner, un psicofarmacólogo, y el antiguo licenciado' de Harvard, Gunthe M. Weil, quien, con Leary, fundo y editó la biblia del movimiento, la Psychedelic Review. El fallecido Aldous Huxley dio espíritu al movimiento. Innumerables psicólogos, filósofos, escritores, artistas y simples particulares han desempeñado un papel secundario aunque importante, mientras Leary combatía en la arena pública. Quienquiera que se moleste en investigar, un Leary, centenar de artículos queescritos apoyan por los puntos de podrá vista encontrar básicos de varios de ellos psiquiatras y otros médicos. Para algunos, Leary se ha convertido en un símbolo de odio y desprecio, un payaso de carnaval que exalta la enfermedad mental por razones perversas y personales. Otros le consideran un individuo 69
extraviado, pero sincero. Algunos, entre ellos el doctor Humphry Osmond, del Neuropsychiatric Institute, de Princeton (Nueva Jersey), ven en Leary, no un falso profeta, sino un revolucionario. «Creo que puedo comprender —dice el doctor Osmond—. Timothy está a punto de formar una guerrilla, y nadie venció jamás a las guerrillas. No olvidemos que los irlandeses son románticos y violentos. Y Timothy, al igual que muchos revolucionarios, es increíblemente despreocupado. En el momento de su detención en la frontera, sabía, por ejemplo, que los esbirros del Gobierno le iban a la zaga para tratar de pescarlo.» Sin embargo, la abrumadora opinión del Cuerpo Médico no se muestra tan benévola. Los médicos están de acuerdo con aquel psiquiatra de la costa occidental que, al escuchar el nombre de Leary, emitió este diagnóstico rápido y sucinto: «Paranoia grandiosa.»
7 UNA EXPERIENCIA MÍSTICA
Una de las incidencias del trabajo de propaganda de Timothy Leary y otros partidarios de la LSD fue la creación de un culto modesto, pero creciente, que ha elevado los alucinógenos hasta la veneración. Son hombres de espíritu ostensiblemente serio que transforman los poderes de estimulantes mentales de las drogas en misticismo y en dilatada experiencia religiosa. Mientras la religión establecida se atormenta con la madeja de argumentos contradictorios sobre si Dios ha muerto o no, esos pensadores se limitan a sonreír tristemente moviendo la cabeza. Dios no ha muerto, ni siquiera está perdido. Se encuentra sencillamente ahí, en los más profundos repliegues del espíritu, ahí donde siempre ha estado. Los santo Tomás escépticos sólo necesitan dejar que la LSD les muestre el camino. La LSD, afirman esos místicos de la última hornada, es el más poderoso de todos los sacramentos. El hombre ya no necesita asombrarse, como Job, de los misteriosos designios de Dios. La LSD tiene todas las respuestas, y aún más: es la Verdad, la Experiencia, la Divinidad. Ese pequeño grupo de visionarios representa el centro moderado en la actual controversia en torno a la LSD y los demás alucinógenos. 70
Se encuentran a la derecha de los hedonistas que piensan en la LSD en términos de sensaciones y de estremecimientos excitantes, y a la izquierda de los médicos, que consideran la LSD como un simple instrumento clínico. Timothy Leary describía su primera experiencia con un alucinógeno (psilocibina) como «incuestionablemente la experiencia religiosa más profunda de mi vida». Más adelante diría: «He repetido ese ritual bioquímico y (para mí) sacramental..., y casi siempre me he sentido sobrecogido de respeto ante revelaciones religiosas tan deslumbradoras como las de mi primera experiencia...» Resulta difícil comprender lo que Leary y sus discípulos encuentran exactamente en esas revelaciones religiosas bajo la influencia de la LSD u otros alucinógenos, en primer lugar porque tropiezan con grandes dificultades para explicar lo que han sentido y visto en su estado drogado. Parecen comprenderse unos a otros, pero se muestran incapaces a todas luces de comunicar su experiencia mística a quienes jamás «Esdice como se los tratara de explicar el rojo atomaron un ciegoalucinógenos. de nacimiento», uno.si «O sonidos de la flauta a un sordo», explica otro. Cuando tratan de explicar sus visiones, las palabras adquieren un tono presuntuoso e incoherente. El filósofo-escritor-ministro-profesor Alan Watts ha intentado transcribir la experiencia en su libro The Joyous Cosmology (La gozosa cosmología). «El choque del reconocimiento. En todas esas formas terriblemente distintas, extrañas, lejanas..., las galaxias siempre huidizas, el misterio de la muerte, los terrores de la enfermedad y de la locura, el sentimiento de lo extraño, la carne de gallina ante un mundo de monstruos marinos y de arañas, el laberinto nauseabundo de mi propio interior... En todas esas formas me he deslizado dentro de mí mismo y vociferado: "¡Bu!" Espantado, he salido de mi espíritu, y fuera de él no puedo recordar cómo ocurrió todo ello. Por lo general, estoy perdido en un dédalo. No sé cómo he llegado hasta aquí, pues he perdido el hilo y olvidado el inextricable sistema convoluto de los pasajes a través de los cuales ha comenzado el juego del escondite... Pero ahora el principio del laberinto está claro. Es el mecanismo de todo aquello que se repliega sobre sí mismo de manera que parezca diferente, y los giros se han hecho tantas veces y son tan vertiginosamente complejos que estoy absolutamente extraviado. El principio es el de que todas las dualidades y todas las oposiciones no están desunidas, sino que son polares..., no se encuentran y se afrontan de lejos, exfoliadas a partir de un centro común... El propio cuerpo posee una "omnisciencia" que es inconsciente o 71
supraconsciente, precisamente porque se ocupa de la relación más que de los contrastes, de las armonías más que de los desacordes. "Piensa" u organiza como la planta que crece y no como el botánico que describe su crecimiento. Ésa es la razón de que Siva tenga diez brazos, pues representa la danza de la vida, la omnipotencia del ser capaz de hacer innumerables cosas a la vez.» Sobre su propio descubrimiento de los alucinógenos, Watts, en 1966, confió a un periodista del East Village Other: «Cuando por primera vez tuve conocimiento de esos productos químicos, me mostré, naturalmente, muy escéptico respecto a ellos. Pensaba que, en el mejor de los casos, el tipo de misticismo que generarían sería algo así como nadar con aletas en vez de hacerlo en forma natural. Y hasta cierto punto sigo creyendo que es así. Pero me sentí sorprendido e incluso auténticamente confuso al descubrir, después de dos pruebas, que la LSD podía, de hecho, crear para mí una experiencia en extremo poderosa de toma de consciencia cósmica. «Pensé: ¿Qué vamos a hacer sobre todo esto? Es algo a lo que el hombre ha aspirado durante siglos con el yoga, la danza de los derviches, los ermitaños y todo tipo de cosas, y que después de todo aparece como razonablemente sencillo.» Timothy Leary, igualmente positivo en cuanto se refiere a la experiencia religiosa, acaba de proponer la construcción de una especie de máquina de escribir experimental que podría conectarse de una u otra manera al sujeto mientras éste se encontrara bajo la influencia de la LSD, de forma que pudiese comunicar directamente las cosas prodigiosas que viera y sintiera. «Al preguntar a un sujeto psicodélico lo que le pasa, no puede explicarlo. Se queda mirando con aspecto confuso o exclama "¡Puf!". Ahora bien, imaginaos que instalamos un aparato registrador... Pensad en veinte botones que el sujeto apretará para registrar sus reacciones. Un botón para "terror", otro para "escalofrío", aquél para "luz" éste para "malestar", otro para "vértigo"... Luego, durante horas entrenamos al sujeto en el sistema cifrado... A continuación sujetamos las manos losya cuadros del registrador con veinte botones... Tal del vez sujeto puedasobre darnos de veinte a cien códigos por segundo, que trasladamos a un polígrafo...» Al parecer, el doctor Ogden Lindsley, de la Harvard Medical School, ha llevado a la práctica un sistema semejante en colaboración con William Getzinger, ingeniero electrónico del MIT's Lincoln Laboratory. 72
Todavía está por demostrar si ayudará o no de manera sensible a transcribir de manera comprensible para los no drogados, los pensamientos de los sujetos sometidos a la LSD. En cualquier caso, la «experiencia» continúa por el momento más allá de la mera explicación. Por ellos los cultistas han de conformarse con el proselitismo para transmitir su mensaje a los demás. Como la experiencia religiosa o mística no puede explicarse, ha de ser demostrada. Y la única explicación posible consiste en hacer tomar LSD a la persona interesada. Sin embargo, a muchas personas les repugna ingerir LSD, por lo que convertir a alguien a su causa no resulta tarea fácil; de todos modos, el proselitismo es en realidad el único medio. Richard Blum, psicólogo, criminalista, asesor en el Institute for the Study of Human Problems («Instituto para el estudio de los problemas humanos»), de la «Stanford University», lo explica en el libro Vtopiates, que ha publicado con sus colaboradores: «El proselitismo unael de lasmedio actividades más elimportantes movimiento LSD. Haessido único por el que movimiento del ha logrado llegar a los convertidos en potencia. Si bien el institucionalismo creciente de la LSD puede lograr una reducción de la importancia de los esfuerzos persuasivos individuales, mientras el uso de la droga sea el foco de valores sociales en conflicto y, necesariamente, de conflictos sentimentales internos, el proselitismo seguirá siendo importante para los individuos adictos a la droga. Lo que se sugiere es que el proselitismo tiene, para quienes se interesan en el movimiento a favor de la droga, funciones psicológicas individuales, así como necesariamente colectivas e institucionales.» El proselitismo, bien sea dictado por motivos personales o a favor del movimiento, representa algo más que convencer al otro de que tome LSD. Requiere persuasión para obtener el tipo de experiencia que el persuasor está convencido de que ha de producirse. El proselitismo tiene sus peligros, no para los creyentes, sino para las personas que no comparten de manera especial las opiniones del que trata de convertirlas o que no las comprenden. Por ello, cuando Timothy Leary y los otros cantan las alabanzas del estado místico ante la masa, nada, en general, hay declaraciones quienes, aun como no creyendo ni comprendiendo toman esas un respaldo para el libre uso de la LSD con todo su cortejo de virtudes mágicas. Éste no es en absoluto el caso, y Leary es el primero en subrayarlo. Dice: «La LSD sólo debe ser empleada por personas expertamente seleccionadas en círculos elegidos con gran cuidado.» Pero como las 73
propias propuestas de Leary para el uso de la droga son tan ilegales como el empleo de la droga por la droga, su opinión es tan artificial como la muerte final del gángster en las películas después de noventa minutos de libaciones, mujeres y canciones. En otras palabras, habla de misticismo, de religión y de ciencia celular, pero los elementos profanos sólo atienden a las virtudes de la LSD y traducen todo el resto por diversión y juegos, ignorando las advertencias de Leary, al igual que éste ignora, incluso públicamente, las advertencias del Cuerpo médico y de las fuerzas del orden en relación con sus propias actividades. Así, el proselitismo continúa y los cultistas ensanchan su esfera de influencia y la esfera de influencia de la propia droga. Las semillas caen en suelo fértil. Alan Watts lo ha explicado a un periodista de la siguiente manera: «Existe una revolución quetambién consiste el amplio incremento del uso, no sólo psicodélica de la LSD, sino de en la marihuana, por gente que antes no la consumía, por intelectuales y por personas de niveles de renta más altos o clases sociales elevadas. La gente consume dichas sustancias como jamás lo hiciera antes. Existe entre los jóvenes un hambre real de espiritualidad, de religión o incluso de metafísica, que la llama de las religiones clásicas no llega a satisfacer. En primer lugar, las religiones clásicas tienen, desde hace siglos, un defecto cardinal. Predican. Te dicen lo que has de hacer, pero ellas mismas no son fuente de poder. En otras palabras, no transforman tu forma de sentir, la manera como experimentas tu propia existencia o tu propia identidad. Sólo hablan y apremian.» Ésta es una de las más grandes lecciones de la Historia. De nada sirve predicar. La única manera de cambiar el comportamiento de alguien es amando, no predicando. Eso es exactamente lo que hacen quienes proponen la LSD como experiencia religiosa. No tratan de predicar una extraña doctrina cuyo secreto sólo ellos conocen; admiten la imposibilidad de traducir en palabras la experiencia personal.la Ofrecen todos ydicen. a cadaNo unoaceptéis la experiencia por sí mismos. Tomad LSD y averéis, simplemente nuestra palabra; probadla. Habrá reacciones negativas, pero las glorias de la experiencia merecen la pena correr los riesgos. Además, los riesgos son mínimos si tomáis la LSD en un ambiente favorable. Ese «ambiente favorable», tal como lo describen quienes tienen 74
inclinaciones místicas o religiosas, no implica en manera alguna la vigilancia de un doctor en su clínica o en su gabinete de consulta. Tal «ambiente», afirma un partidario de la LSD como experiencia religiosa, no es el adecuado para un buen «viaje». Atemoriza y no es normal. ¿Cuál es, pues, el marco apropiado? Alan Watts ofrece en The Joyous Cosmology una definición general: «Las condiciones favorables significan un marco social y físicamente congenial; el ideal sería una especie de mansión de retiro... bajo la vigilancia de psiquiatras o psicólogos de. orientación religiosa. La atmósfera debería ser la de un hogar más bien que la de una clínica, y es de la mayor importancia que la actitud del vigilante sea alentadora y simpática... Deberían consagrarse dos días, uno para la propia experiencia, que dura de seis a ocho horas, y el otro para evaluar con calma y sosiego el estado de ánimo que sigue normalmente...» Todo ello para decir, sencillamente, que el empleo de medicinas tan fuertes no debe tomarse a la ligera como quien fuma un cigarrillo o bebe un cóctel. Uno debe considerarlas como un sacramento, pero no con esa peculiar inhibición de la alegría y el buen humor habitual en nuestros rituales religiosos. Todo ello responde muy de cerca a las exigencias de una sesión clínica con LSD, pero existe una importante diferencia: la cuestión de la protección. La mayoría de las personas que se interesan por la LSD se muestran de acuerdo sobre el hecho de que debería efectuarse una especie de examen antes de la administración de la LSD. Es lo que el espíritu de la persona encierra y no la droga misma lo que puede provocar «viajes» desastrosos y extrañas secuelas. En los grupos que emplean la LSD para drogarse no hay protección, y por esa razón los titulares más violentos de los periódicos se refieren habitualmente a esos grupos. Por el contrario, los doctores proceden a un examen completo antes de administrar LSD al paciente. Los cultistas de la LSD se sitúan a medio camino entre ambos. No permiten tomar la droga a los locos furiosos, pero un loco que no sea furioso no se somete a control alguno. Además existen por la calle millones de personas que han ajustado sus propias emociones hasta un punto que la vida cotidiana no les perturba. Pero un «viaje» con la LSD no es la vida cotidiana, y si los antecedentes mentales del que toma la droga carecen de la necesaria solidez, corre el riesgo de encontrarse con serias dificultades. Los cultistas no están preparados, ni 75
siquiera con la ayuda de un psicólogo como Leary, para evaluar hasta ese extremo la solidez mental de los conversos en potencia. Queda aún por discutir la cuestión más importante. ¿Provoca la LSD, en realidad, una experiencia religiosa o mística? Hay dos corrientes de opinión, una con respuesta afirmativa y la otra negativa. Hay algunos que se mantienen a la expectativa. Leary y sus compañeros están, naturalmente, convencidos de que la respuesta es afirmativa. No son los únicos. Walter Stace, profesor jubilado de la Universidad de Princeton, cuando se le preguntó si el estado producido por la droga se asemeja al de una experiencia mística bona fide, respondió de esta forma: «No es cuestión de que sea similar a una experiencia mística: es una experiencia mística.» Y en 1 964, el psicólogo Huston Smith, en un artículo publicado en The Journal of Philosophy, citaba los informes de dos experiencias religiosas, una obtenida bajo la influencia de un alucinógeno, y la otra sin droga. Desafiaba a sus lectores a que los identificasen. He aquí los casos que mencionaba. Uno era la na rración, mantenida en el anonimato, de una experiencia con droga, la otra una experiencia natural citada por William James en The Varieties of Religious Experience ( Las va riaciones de la experiencia religiosa): «I. De súbito, me lancé hacia un vasto y nuevo Universo, de una belleza indescriptible. Aun cuando escribo esto un año más tarde, el estremecimiento de sorpresa y de asombro, el deslumbramiento de la revelación, el sumergimiento en una ola envolvente de sentimientos de gratitud y de bendito asombro son tan reales como entonces, y el recuerdo de la experiencia tan vivido como si hubiese tenido lugar hace cinco minutos. Y, sin embargo, presentar todo ello por medio de una descripción sugeridora de toda la grandeza, de la sensación de realidad suprema..., parece una tarea imposible. El conocimiento que ha penetrado e influido todos los aspectos de mi vida, llegó tan instantáneamente y con fuerza tal de certidumbre absoluta, que era imposible, entonces o más adelante, dudar de su validez. »II. De repente, sin advertencia previa, me sentí sumergido en una nube de color de fuego. Por un instante, pensé que todo se había incendiado... Luego, supe que ese fuego estaba dentro de mí. Inmediatamente después, me invadió un sentimiento de triunfo, de gozo inmenso, acompañado o seguido inmediatamente de una iluminación intelectual imposible de describir. En otras palabras, no 76
me limitaba a creer, sino que vi que el Universo no está compuesto de materia muerta, sino que, por el contrario, es una presencia viva... Adquirí consciencia de la vida eterna en mí mismo... Vi que todos los hombres son inmortales, que el orden cósmico es tal, que sin dejar nada al azar todas las cosas trabajan en conjunto para el bien de todos y cada uno, que el principio fundamental del mundo... es eso que llamamos amor, y que la felicidad de todos y cada uno es, a fin de cuentas, absolutamente cierta.» Smith nos dice que los sesenta y nueve estudiantes de Princeton a los que pidió que leyeran esas declaraciones y decidieran «quién era quién», veintitrés dieron la respuesta correcta y cuarenta y seis se equivocaron. La respuesta es que el primer informe es el de la experiencia bajo la influencia de la droga. Cualquiera que fuera la respuesta dada al ejercicio demuestra que, al menos en este caso, el estado creado por la droga varía muy poco de la experiencia natural o sin Tales semejanzas son, parecer, bastante convincentes paradroga. aquellos místicos religiosos quealllevan la LSD en su corazón. En cuanto a los aspectos místicos de la LSD, existen otras adhesiones por parte de algunos budistas zen que afirman que el satori zen (o la iluminación) es semejante a la experiencia con la LSD. No obstante, algunos budistas zen que han experimentado con la LSD, la abandonaron a raíz de la primera sesión, volviendo a la meditación, que consideran como el único camino hacia el satori. Fue Arthur Koestler quien, después de haber tomado LSD, intentó vivir la experiencia como el «instante zen», y no pareció mostrarse favorablemente impresionado. Leary califica la experiencia de éxtasis y lo compara con ventaja a otras formas de iluminación mística. Las siguientes líneas han sido copiadas de un capítulo del libro Utopiates, en el que colaboraron Leary, Alpert y Metzner: «En el curso de la Historia, ese proceso (éxtasis) ha sido estudiado por todas las culturas bajo diversos nombres: samhadi, satori, numina, nirvana, estado místico o visionario, trascendencia. Quienes se preocupan por el conformismo y la adaptación insisten en llamarlo estado sicótico extático. Los psicoanalistas utilizan términos como "progreso primario" o de "regresión al servicio del ego". »Desde hace siglos se sabe que el proceso extático puede obtenerse mediante técnicas que modifican la química del cuerpo: ayuno, concentración contemplativa de la atención, modificaciones ópticas, ejercicios yoga, privaciones sensoriales, y la ingestión de 77
alimentos drogas. Al éxtasis inducido por la droga se le denomina ahora experiencia psicodélica.» Para da r mayor solidez a la base mística de la experiencia LSD, Leary y su séquito de sacerdotes-doctores, como se denominan a sí mismos, han tratado de dar forma al estado generado por la droga. Para ello han recurrido al dirigente espiritual del movimiento actual, el difunto Aldous Huxley. En The Doors of Perception (Las fuerzas de la percepción)Huxley, después de haber experimentado con la psilocibina, escribe: «La literatura de la experiencia religiosa abunda en referencias a los dolores y terrores que abruman a quienes se han encontrado, demasiado súbitamente, frente a frente con algunas manifestaciones del Mysterium Tremendum. En lenguaje teológico, ese temor es debido a una incompatibilidad entre el egotismo del hombre y la pureza divina, entre la desunión agravada por el propio hombre y la infinidad de Dios... Podemos decir que las almas no regeneradas sólo pueden captar la luz divina en todo su esplendor como un fuego ardiente del purgatorio. En el Libro tibetano de los muertos encontramos una doctrina casi idéntica. En él se describe el alma que parte, como contraída en agonía bajo la Luz Clara del Vacío..., a fin de precipitarse de cabeza en la sombra, confortante de su propia ceguera como un ser humano renacido o incluso como una bestia, un fantasma desgraciado, morador del Infierno. ¡Cualquier cosa antes que el deslumbramiento ardiente de la Realidad integral...! ¡Cualquier cosa!» El Libro tibetano de los muertos, una vez corregido y revisado por Leary y sus seguidores, se convirtió en la biblia del nuevo movimiento. Ello, naturalmente, proporcionó al movimiento algunas tradiciones y status. En 1965 fue publicada una revisión del texto bajo el título La experiencia psicodélica. En la Psychedelic Review, Leary explicaba dicha elección de la siguiente manera: «Se hizo evidente que para continuar las sesiones de exploración se necesitaban manuales y programas que imprimiesen un mínimo de terror y confusión para guiar a los sujetos hacia una experiencia trascendental. En vez de partir de novo utilizando nuestros propios espíritus y experiencias limitadas para trazar el plan del "viaje", recurrimos a los únicos textos psicológicos válidos que tratan de la consciencia y de sus cambios, los antiguos libros del Oriente.
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»El Libro tibetano de los muertos es un manual psicodélico increíblemente específico sobre la secuencia y naturaleza de las experiencias habidas en el estado de éxtasis.» Se preparaba también un segundo manua l psicodél ico. Se trataba de una adaptación de un libro chino en verso, de una antigüedad de unos dos mil seiscientos años: Tao-Te Ching. «Las enseñanzas impartidas por los sonrientes filósofos de China a su emperador —-dice Leary—, pueden aplicarse a la dirección de una casa, de un negocio o de una sesión psicodélica.» Los poemas o preces del Tao-Te Ching, revisados por Leary y compañía, están destinados, según palabras del propio Leary, a ser «leídos (o registrados) en alta voz, a ritmo lento, en tono bajo y natural [y] es preferible que sean leídos o registrados por alguien que esté "flotando" en aquel momento [ya que] cualquier artificio o truco teatral por parte del lector destaca de forma embarazosa.» Todavía n o ha sido dilucidada la cuesti ón de saber si los consejos psicodélicos de Leary están avalados por ambos manuales, el antiguo y moderno. A pesar de las proclamaciones en favor de la LSD como droga de valor místico y religioso, y el haber recurrido a obras serias para guiar a los viajeros del psiquismo, son muy numerosos los que se mantienen al margen de todo ello. El doctor Sidney Cohén, en su libro The Beyond Within (El más allá interior), escribe: «Es innecesario invocar explicaciones sobrenaturales para las actividades más excepcionales del espíritu. Resulta difícil captar su organización y complejidad. El cerebro recibe millones de impulsos eléctricos cada segundo. Cada una de las doce mil millones de células cerebrales tiene más de veinticinco mil interconexiones... La intuición, la creatividad, las experiencias telepáticas, la profecía, todo ello puede ser considerado al nivel de actividades superiores de la función cerebro-mente.» El doctor Franz E. Winkler, de Nueva York, especialista en medicina interna y colaborador en varias revistas médic as, adopta otro punto de vista. Dice: «Si polemizamos sobre religión, debemos ser lo suficientemente consecuentes para llevar hasta el fin dicha polémica. La sagrada 79
tradición, así como la intuición individual, nos dicen que algunos de los dones supremos de la evolución son la creatividad, el amor y la experiencia de Dios. Es precisamente el ansia intensa de esos dones lo que mantiene al hombre en la lucha a lo largo del duro camino de la evolución moral. Cada paso en esa ruta es esencial, aun cuando pueda conducir hacia el pecado y el arrepentimiento. Pero si suprimimos ese incentivo, dando al hombre a través de la droga lo que debe obtener con el esfuerzo moral, es posible que cometamos el pecado más imperdonable, el pecado contra el significado de esa existencia terrestre.» Un renombrado psiquiatra de Chicago no se anda por las ramas: «No hay más misticismo o religión en la reacción con la LSD —dice— que en la de la morfina o cualquier otra droga. Toda esa historia se remonta a la Edad Media, cuando eran los alquimistas quienes daban las respuestas. El espíritu es capaz de mucho más, con lo que no estamos familiarizados. llamar a eso religión es tan como adorar al idiota delPero pueblo porque ha sido tocado por estúpido la mano de Dios. Quienes promulgan tales ideas son más peligrosos que cualquier charlatán que prescribiera medicamentos.» El examen de las personas que han sido sometidas a la experiencia de la LSD no son siempre concluyentes por lo que se refiere a la cuestión religiosa. Leary, trabajando, un Viernes Santo, con un pequeño grupo de estudiantes de Teología en una pequeña capilla, informa que más del 90 por ciento de los que fueron sometidos a la experiencia de la droga confesaron que «fue una experiencia mística intensa o reveladora». En 1964, una encuesta objetiva cerca de cuarenta y dos personas, demostraba que el 60 por ciento había notado que su actitud religiosa sufrió una modificación a raíz de su experimento con la droga, pero no existía indicación alguna de cambio notable en las creencias religiosas de los sujetos: esto es, ningún ateo se había convertido en creyente, y tampoco ninguna persona profundamente religiosa había abandonado sus creencias. La encuesta reveló igualmente que, cualesquiera que fueran los efectos religiosos, tenían, al parecer, carácter transitorio. En todo caso, el proselitismo continúa. Richard Alpert cree firmemente que los alucinógenos deberían facilitarse a todos aquellos grupos que consumieran la LSD en un ambiente favorable y con una preparación conveniente.
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Existe un precedente a dicha posición: la Native American Church, cuyo ritual ha sido descrito en el capítulo II. Aun cuando el peyote empleado con fines no medicales está prohibido por el reglamento sobre narcóticos, la Iglesia no viola la ley. En 1961, Yale McFate, juez del Tribunal Supremo de Arizona, sentenciaba a favor de los indios: «El rito del peyote es de oración y apacible contemplación. La doctrina consiste en la fe en Dios, el amor fraterno, la protección de la familia y otras honradas creencias. El uso y el significado del peyote en la estructura religiosa es complejo. Está concebido como un sacramento, una especie de comunión con el Espíritu del Todopoderoso, y concedido por el Todopoderoso a los indios como objeto de adoración.» El juez McFate declaraba también que el peyote «no es un narcótico [y] no crea hábito». Podría parecer que semejante decisión constituiría una base favorable a la que recurrir para la introducción de la LSD en una atmósfera religiosa, pero tal no es el caso. Parece existir un sentimiento general que considera que cualesquiera grupos pro-LSD son organizaciones ad hoc con intenciones religiosas poco claras, en tanto que la Native American Church ha demostrado durante centenares de años que sus ritos religiosos con el peyote son exactamente ritos y nada más. Sin embargo, ello no ha desanimado a Alpert y a sus compañeros a plantear la cuestión. Uno de los más inquietos es Arthur Kleps, de Miami, que ha fundado la Neo American Church. Kleps proclama que la LSD es la Auténtica Hostia, y que su uso por la Iglesia está protegido por la libertad religiosa garantizada por la Constitución . En 1966, Kleps publicó un boletín de la Neo American Church en el que declaraba: «Actualmente la Iglesia no distribuye la Auténtica Hostia a causa de la persecución gubernamental, pese al hecho de que el alcohol narcótico está parte de losTan sacramentos de lasnos iglesias cristianas que admitido dominancomo políticamente. pronto como encontremos en posición legal y económica para hacerlo, distribuiremos el sacramento a nuestros miembros. Entretanto, uno de nuestros miembros químico, trabaja en una sustancia que no estará incluida en las leyes vigentes.» 81
Lo que Kleps no dice es en qué consiste de verdad dicha sustancia. Y queda planteada una pregunta: ¿Ha muerto realmente Dios, o se encuentra sencillamente oculto en una redoma de LSD?
7 UNA SOCIEDAD DE INICIADOS
¡Es él kick, amigo, él kick/ Te lanzas, y sólo hay grandeza y locura. Si el sexo es tu flaco, lo tienes. Si quieres ver las galaxias, allí están, por doquier. Si quieres alisar los repliegues de tu cerebro, es la plancha cósmica. Todo lo que quieras está ahí. Es la novedad más sensacional desde la misa negra. ¡Es el zen y Jesucristo y todos los magos locos integrados en una inmensa extravagancia! ¡Eso es el ácido, amigo, y no harías preguntas si hubieses hecho el «viaje»! B. T., veinte años. Universitario. Muchos no hicieron jamás el «viaje», pero demasiados lo han hecho. ¿Cuánto son «demasiados»? Algunos os dirán que uno solo ya es demasiado, y así lo creerán. Otros recurrirán a inteligentes evaluaciones y lanzarán cifras como cincuenta, quinientos mil o más. Como nadie conoce a ciencia cierta la cifra, una suposición es tan válida como otra. Pero cualquiera que sea la cifra, al parecer va aumentando, y «demasiados» está a punto de transformarse en «excesivamente demasiados». Al igual que cualquier otra mafia de drogados, los adictos a la LSD tienen su propia jerga. La LSD es el ácido. La experiencia es a trip: un viajé. Un aficionado es un acid head, es decir, un adicto, un caíd de la droga. El espíritu no se libera, se lanza. El adicto no tiene alucinaciones, varetea. El que acompaña a otro en un «viaje» es un copiloto. Si lo ha hecho ya, es un gurú (1). Un amigo que impide a un adicto tirarse por la ventana es un control de tierra. El individuo que suministra ácidodeesexploradores. un agente deY viajes. Un grupo al ácido es unelclub si un adicto ponedeunadictos poco de ácido en el punch durante una reunión, ésta se convierte en un acid test (prueba del ácido). (1)
Gurú: el maestro en las religiones de iniciación de la India. 82
Es evidente que todo ello tiene un eco juvenil, lo cual no deja de ser natural. El movimiento a favor de la LSD se inició en algunas importantes universidades de ambas costas, y ahora se ha propagado de una a otra escuela superior con la rapidez de un incendio forestal que va prendiendo de una a otra copa de árbol. Allí donde la marihuana era antaño la droga preferida, reina ahora la LSD como dueña indiscutible. La LSD se ha convertido en el trallazo del hombrepensador; y los profundos pensadores de Greenwich Village en Nueva York, del Sunset Boulevard en Los Angeles y del Haight Ashbury District en San Francisco, han servido de catalizador más bien que de combatientes. Y en muchas escuelas superiores se empieza a incluir la LSD en las horas de estudios de orientación. La intrusión de los estudiantes de escuelas superiores en este asunto de la LSD es relativamente reciente. No obstante, no hay razón para mostrarse sorprendidos; dada la gran publicidad que se ha la LSD en todos los era cuestión de hecho tiempoalrededor para quedelos adolescentes se círculos, sintiesensólo atraídos por la experiencia de la nueva sensación. Y a dicho nivel no caben las especulaciones sobre las razones que les han impulsado hacia la droga. A los adolescentes les importa un bledo la experiencia mística y la sublimidad del alma. Lo hacen pura y simplemente por diversión. No hay manera de evaluar la extensión del uso de la LSD entre los alumnos de las escuelas superiores. A diferencia de sus hermanos y hermanas mayores, los muchachos de las escuelas superiores que participan en un asunto de LSD no lo proclaman. Pero tres casos en 1966, dos en Nueva York y el otro en Los Angeles, han demostrado que la LSD llegó a las escuelas superiores. En uno de los casos, un muchacho de dieciséis años de una escuela superior de Nueva York fue expulsado por haber tratado de propagar la LSD en la escuela. En el segundo caso, también en Nueva York, se encontró a una muchacha de quince años vagando por las calles presa de un pánico post-LSD. Del incidente de Los Ángeles fue protagonista un alumno de grado superior, de diecisiete años, que hubo de ser hospitalizado para ser sometido a tratamiento psiquiátrico después de haber ingerido una dosis de LSD. Sin embargo, con la sola excepción de los grupos pertenecientes no existe algunoa alrededor de la LSD, aeescuelas incluso superiores, podría creerse que secreto ha llegado convertirse en un símbolo. Se ostentan miles de insignias de solapa en las que se lee: «Ayudada vuestro agente local de viajes», «¡Viva Timothy Leary!», «El viaje es necesario». Existe, además, un intercambio libre de información relativa a la LSD, forma de tomarla, 83
cómo actúa y lugares donde puede comprarse. Es evidente que ello no significa que cuantos lleven insignias o hablan de la LSD con pedantería la hayan probado, pero es un claro indicio de una atmósfera general tolerante. La LSD está absolutamente «de moda» y la palabrería acaba por inducir a la acción. Uno de los aspectos más estremecedores de la moda LSD es que una gran proporción de drogados no la constituyen los individuos económicamente débiles de los barrios bajos que, en su búsqueda desesperada de algo, podrían encontrar en la droga un medio fácil de evadirse de la sórdida miseria y obtener por un momento la felicidad. Los adictos a la LSD son, por lo general, jóvenes que se supone inteligentes, pertenecientes a la confortable clase inedia o superior. Ello resulta desconcertante y es uno de los motivos básicos de que el clamor público contra la LSD sea tan vehemente y constante. El que los beatniks y los toxicó-manos quieran drogarse preocupa a la opinión pública, perodenolas de escuelas la misma superiores manera. Ésta se escandaliza cuandoemlos muchachos y de las universidades piezan a mostrar inclinación por algo tan extraño y poderoso como la LSD. En 1964, un psicólogo de la costa occidental, Richard Blum, hacía una observación en Utopiates: «En la actualidad, el uso de la LSD parece estar confinado en un estrato social ilimitado de intelectuales de veintiún a cincuenta años, en su mayoría del sexo masculino, o las mujeres y amigas de éstos; son de raza blanca, con frecuencia anglosajones y protestantes. Es un fenómeno que se manifiesta entre gente respetada, apegada a las conveniencias, felices, procedentes de medios acomodados y ejerciendo una carrera.» Desde entonces, la situación se ha modificado algo al extenderse el uso de la LSD y adquirir un carácter más ocasional, y por su proliferación, tanto entre los menores de veintiún años como los que han sobrepasado esa edad. Es difícil calcular el número de estudiantes y otras personas que consumen consumido LSD. Timothy Leary,trata en sus momentos de euforia, odahan la cifra de un millón, pero cuando de disculparse pretende que el número es sensiblemente inferior. Unos cálculos más conservadores y razonados dan una cifra aproximada de cincuenta mil. Pero en realidad nadie lo sabe. Los doctores extrapolan partiendo de cifras clínicas y, calculando el máximo de tiempo para cada 84
administración clínica de LSD, de mil a cinco mil dosis han sido administradas en forma ilegal. Las fuerzas del orden, basándose en el aumento de confiscaciones de la LSD y dé detenciones, estiman esas dosis en cien mil, aunque admiten que se trata sólo de una suposición. Llevar a cabo una estadística de drogados es una tarea ardua por numerosas razones, entre la que no es la mejor la actitud, muy difundida en las universidades, adoptada por numerosos profesores que afectan ignorar la controversia con la esperanza de que ésta acabe por extinguirse por sí misma, desapareciendo al propio tiempo la LSD. En 1966, el Institute for the Study of Human Problems («Instituto para el estudio de problemas humanos»), de la «Stanford University», en su afán por acabar con esa política de avestruz y de llegar a obtener algunas cifras representativas, inició un estudio sobre la LSD y su uso ilegal. El doctor Richard Blum, psiquiatra y promotor proyecto, antes considera que las básicas no estarándel terminadas de 1968. El investigaciones doctor Blum opina que las investigadones sacarán a la luz un número sorprendente de adictos a la LSD, tanto dentro como fuera de las universidades. «La droga es la última frontera de los tabús. El sexo ha sido ya superado. Afirmar que uno detesta a su madre está superado. Sonarse con una camisa limpia está superado. La nueva generación ha cambiado y se ha llegado a una especie de punto de vista antiagresivo. Es la primera generación educada por padres psicológicamente orientados. Se les ha enseñado a pensar en su mundo interior. Las drogas actúan en el interior, y su uso es también como una rebelión contra la autoridad, aunque se trate de una extraña forma de rebelión. Es una rebelión muy pacífica. Esta generación ha gozado de un bienestar excesivo. Nada malo les ha ocurrido y la mayoría de ellos contemplan el mundo como un lugar seguro donde nunca les ocurrirá nada malo. Esta idea de in-vulnerabilidad reduce las posibilidades de que puedan pensar que corren el riesgo de que algo malo les pase tomando la droga.» Un antiguo miembro de la «Ivy League»(1), en la actualidad escritor, quedroga vive en Greenwich (Nueva York), que el uso de la pudiera estarVillage más difundido de loadmite que pueda
Grupo de universidades americanas bien conocidas y aceptadas como las mejores, entre las que se encuentran Princeton, Harvard y Yale. (1)
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pensarse. Adicto él mismo a la LSD (de diez a doces veces por año), afirma lo siguiente: «Ignoro la cifra exacta, pero deben de ser cientos de miles. Aquí, en el Village, no se puede salir a la calle sin tropezar invariablemente con un adicto. Por propia experiencia puedo citar cuatro grandes universidades en esta zona donde un 40 por ciento de la masa de estudiantes conocían vagamente la LSD, si es que no la habían probado ya. Y me atrevería a afirmar que si recorriera el país, podría detenerme en cualquier gran ciudad o cualquiera de los cientos de pequeñas poblaciones donde existen universidades y encontrar un núcleo de adictos dispuestos a hacer el "viaje" conmigo. No subestimen la difusión del uso de la LSD. En general, es una corriente subterránea, pero existe, no hay que engañarse.» Los propios informes de las universidades son rudimentarios. En Harvard, donde todo se inició en 1961, no se ha realizado ningún estudio para apoyar a los estudiantes que declaran que una quinta parte de sus condiscípulos han probado la marihuana o la LSD, con un cálculo para esta última de un 10 por ciento de los adictos. Por otra parte, los informes del «State College» de San Francisco demuestran que de los quince mil estudiantes con que cuenta la escuela quinientos o seiscientos han probado la LSD. En San Francisco, un estudiante licenciado ha organizado una especie de Acid Heads Anonymous(1) para ayudar a los estudiantes que han sufrido desgraciadas experiencias. En la Universidad de California, en Berkeley, se ha dicho que alrededor de diez mil estudiantes habían probado la LSD. Nathan Adler, lector de criminología de la Universidad de California, calculaba, en 1966, que más del 10 por ciento de los estudiantes de todas las escuelas superiores y universidades de la región habían probado la LSD o la marihuana. Pero, en general, el elemento oficial de las universidades establecen una escasa actividad pro-LSD en sus universidades, aunque los estudiantes de la mayoría de las escuelas afirmen que la LSD tiene amplia difusión. Si los casos declarados por los hospitales cercanos a las universidades, sirven índiceentonces sobre el el usomercado creciente LSD, e indudablemente debendeservir, dede la laLSD está definitivamente en alza. En 1965, el «Hospital Bellevue» de Nueva York y el «instituto neuropsiquiátrico» de la UCLA, en Los Angeles, (1)
Adictos al ácido anónimos. 86
empezaron a recibir una nueva clase de pacientes, pacientes presos de ansiedad y pánico post-LSD. El doctor Donald B. Louria, presidente del Comité sobre Drogas de la «New York Medical Society», asegura que, en menos de once meses, ha habido más de ochenta casos en «Bellevue», a causa de dificultades post-LSD. «Esa cifra —afirma el doctor Louria de muestra que el problema se agrava con alarmante rapidez. Los datos parecen indicar que el número de admisiones ha aumentado recientemente.» El doctor Duke D. Fisher, psiquiatra, interno en el «Instituto de la UCLA», ha informado sobre casos de complicaciones post-LSD que requirieron más de dos meses de hospitalización y una vigilancia psiquiátrica intensiva. Citaba a un muchacho que estaba convencido de que su cuerpo estaba a punto de disolverse y trató de suicidarse. Las historias sobre experiencias desafortunadas son numerosas y extrañas. Un escritor de Greenwich Village de veintidós años, que hubo de someterse a tratamiento psiquiátrico a raíz de una sola dosis de LSD, confesó: «Me habían dicho que sería espantoso, pero no estaba preparado para lo que sucedió... En la habitación, todo cobró un matiz verde pálido y malsano, adquiriendo la consistencia de un queso de crema. Me hundía en el lecho, húmedo, viscoso y sofocante. Me encontraba como envuelto. Tenía la boca llena. No podía respirar. Creo que grité. Me lancé corriendo fuera de la habitación, sollozando y presa de terror pánico. Corrí millas, o al menos así lo creí, antes de lograr recuperar algún control. Luego seguí andando durante horas, rezando por no morir.» Una estudiante de una célebre Universidad del Este, no sufrió reacción contraria hasta su tercer «viaje». Lo describe, en parte, de la siguiente manera: «Vi la más horrible serpiente viscosa que jamás contemplara. Era grande y fea, y se enrollaba a mi cuerpo, empezando por mis tobillos y ascendiendo por mis piernas. pero no pude; mislentamente piernas parecían formar Traté parte dedeliberarme, la serpiente. Comprendí que el reptil me estaba engullendo poco a poco. Podía sentir el interior viscoso de la serpiente. Empezaba a formar parte de ella. Me sentía enferma. Empecé a gritar y a buscar a Buddy. Parecía encontrarme muy lejos. Pensé que se reía de mí. Sabía que las 87
serpientes me aterraban... Me alargó la mano y todo su brazo empezó a retorcerse y a palpitar como si no tuviese huesos. Era otra serpiente. Empezaba a devorar mi cabeza. Era húmeda y lisa... Yo era la serpiente sin párpados, así que tenía que vigilarlo todo.» Otro estudiante se mostró más sucinto: «No fue precisamente el "viaje" lo que me destrozó, sino el retorno.» En el mundo de la LSD, el retorno parece ser una de las mayores complicaciones. Tanto el doctor Louria como el doctor Fisher están absolutamente de acuerdo sobre ese punto. El doctor Louria ha dicho: «Usada ilegal-mente, la LSD es increíblemente peligrosa... No existe la menor duda de que la LSD puede provocar psicosis agudas... Puede conducir a la agresión, a la violencia, a intentos de homicidio y de suicidio. Una de las manifestaciones más frecuentes de la reacción contraria es un pánico abrumador.» El doctor Fisher añade: «La LSD puede producir psicosis espléndidas con alucinaciones aterradoras visuales y auditivas, una marcada depresión y, con frecuencia, serias tentativas de suicidio y una ansiedad rayana en el pánico.» Existen otros peligros. En 1962, los doctores Sidney Cohén y Keith S. Ditman, en el Journal of the American Medica l Associatio n citaban vanos, y entre ellos los desórdenes de carácter sociopático del comportamiento, la ingestión accidental de la droga, el hábito, así como las reacciones sicóticas prolongadas. Resumiendo, los doctores Cohén y Di tman decían: «El uso de la LSD puede dar lugar a serias complicaciones. Esto resulta especialmente exacto en la actualidad debido a la existencia del mercado negro de la droga. Existen los peligros de suicidio, de reacciones sicóticas prolongadas y de comportamiento antisocial. El abuso de la droga, sola o en combinación con otros agentes, ha dado sus resultados...» La amenaza de la LSD en las universidades americanas, admitida o no por el de elemento, oficial de Administration las mismas, ha(FDA). llamado la atención la Food and Drug Enrápidamente abril de 1966, James L. Goddard, delegado de la FDA, envió una carta a las autoridades de más de dos mil escuelas y universidades para ponerles en guardia contra el creciente peligro de la LSD. La carta dice, en parte: 88
«Durante el pasado año se ha observado un notable aumento en el uso ilegal, en toda la nación, de drogas alucinogénicas y estimulantes, especialmente en el ámbito de las instituciones docentes. Los estudiantes, así como los miembros de la Facultad, se lanzan en secreto por el camino de las "experiencias" alucinogénicas. Es de todo punto evidente que existe una generalizada facilidad para la obtención de un determinado número de drogas que ejercen profundos efectos sobre los procesos mentales. Deseo advertir a todos los educadores sobre la gravedad de la situación y solicito su ayuda para combatir tan insidiosa y peligrosa actividad.» Al propio tiempo, Goddard bombardeaba con cartas a todos los proveedores de productos químicos americanos, para pedirles que le ayudaran a combatir el creciente problema; hacía especialmente hincapié sobre la venta de ciertos productos químicos conocidos como elementos constitutivos de las drogas alucinó-genas, tales como el ácido lisérgico. Se ha especulado mucho, tanto en publico como en privado, sobre el hecho de que con un poco de ácido lisérgico y otros productos químicos, cualquiera puede fabricar su propia LSD, si dispone de un pequeño laboratorio. Ello no es absolutamente cierto, como tampoco lo es que un estudiante de química, de nivel medio, pueda «cocinar» en un santiamén una nueva ración dé LSD cuando el suministro escasee. En Estados Unidos, el mercado negro de la LSD no está constituido por aficionados. En primer lugar, los ingredientes químicos son caros y resulta difícil procurárselos. Además, se necesita, por lo general, un laboratorio bien equipado, y, por último, son indispensables conocimientos básicos sólidos y profundos de química orgánica. Ello no quiere decir que algunos estudiantes de química no hayan sido capaces de fabricar la LSD con bastante éxito. Lo han hecho. Pero la venta en el mercado negro, que se calcula alcanza de cincuenta a cien mil dosis de cien microgramos por mes, se alimenta con el contrabando procedente de México, los países tras el telón de acero e Italia, o por laboratorios clandestinos situados en la propia América donde, especialistas en química orgánica dotados de cierta afición por el trabajo nocturno ilegal, fabrican la LSD. Con la venta ilegal de la LSD se obtienen beneficios, pero, al parecer, no los suficientes para interesar a la asociación criminal que controla la heroína. Existe un mercado de heroína, y es indudable que también existe uno de LSD que parece adquirir incremento. Pero nadie sabe exactamente si se trata de una moda o si la cosa durará. 89
E incluso si dura, la demanda de LSD de contrabando no es lo suficientemente importante. El adicto (acid head) medio puede hacer una media docena de «viajes» al año; a lo sumo, tal vez uno por mes. La inmensa mayoría de los aficionados «al ácido» usan la LSD aún menos. Muchos sólo se drogan de vez en cuando. Como la LSD no crea hábito, nadie se convierte en auténtico toxicómano; por otra parte, su precio en el mercado negro se mantiene por lo general constante. Por ultimo, la LSD es también la mercancía de contrabando de más fácil acceso al país, ya que es incolora, inodora e insípida, y en pequeñas dosis casi invisible. Todo ello hace casi imposible, para las organizaciones criminales de drogas, el dominio del mercado, el control de los precios y la garantía de una clientela regular, es decir, todos aquellos requisitos necesarios para que los beneficios sean rentables y les interesen. Aun así se han obtenido beneficios sustanciales en el mercado negro de la LSD. Su suministro precio en es, él se mantieneilimitado, bastantelaconstante. Considerando que su al parecer, demanda determina los precios. En ciudades tales como Nueva York, Los Angeles, San Francisco y algunas de las grandes poblaciones universitarias, donde la demanda es más fuerte, las dosis para un «viaje» (de cien a trescientos microgramos) pueden obtenerse a un precio que oscila entre setenta centavos a cinco dólares, según el vendedor y el comprador. En ciudades como Filadelfia, San Luis y Chicago, al igual que en las poblaciones universitarias de menor importancia, el precio por dosis puede alcanzar los quince dólares. Al parecer, el precio depende de la rapidez con que la droga circula en el mercado negro. Cuanto mayor es la demanda, más bajo es el precio. La LSD puede obtenerse por vía legal en muchos países de Europa, y en primer lugar en Italia, donde, según el Burean of Drug Abuse Control de la Food and Drug Administration, algo mas de dos libras de droga se venden a unos diez mil dólares. Ahora bien, un cálculo rápido revela que algo más de dos libras de LSD corresponden a unos veinte millones de dosis, que pueden reportar unos setenta y cinco millones de dólares en el mercado negro. Al parecer, un beneficio bastante aceptable. Pero éste es sólo en teoría. En efecto, la persona que invirtiera diez mil dólares en dos libras de LSD necesitaría una eternidad para tratar de «colocar» sus veinte millones de dosis. Aun obteniendo el monopolio, lo que resulta imposible, necesitaría un centenar de años o más, y aun si decidiera saldar la LSD a un penique por dosis para obtener un beneficio rápido, se encontraría en una situación embarazosa. En primer lugar, no habría suficientes 90
adictos a la LSD a su alcance para que disminuyera sensiblemente semejante masa de LSD. En segundo lugar, aun existiendo adictos suficientes, gastaría probablemente todos sus beneficios tratando de encontrarlos. Y, por último, la brigada de represión de estupefacientes la detendría a los diez minutos de haber iniciado la venta. La LSD no se manipula por libras sino por onzas, gramos, miligramos y microgramos, y el precio al por mayor de la LSD en el mercado extranjero para semejantes cantidades es notablemente más elevado que el precio al por mayor por libra. No obstante, un individuo puede realizar siempre una buena operación y correr un mínimo de riesgos introduciendo de contrabando en el país pequeñas cantidades de LSD para él, sus amigos y algunos clientes seleccionados. Las transacciones del mercado negro de la LSD, al menos en un principio, giraban en torno a terrones de azúcar. Éstos estaban impregnados con dosis de cien microgramos de droga para facilitar el almacenaje, la distribución y el consumo. Como las dosis de LSD son tan minúsculas, el azúcar constituía un medio ideal para las operaciones en el mercado negro. (Algunos han llegado incluso a sospechar que los terrones de tal azúcar no contenían siquiera los cien microgramos. Dado que bastan veinticinco microgramos para que en la mayoría de los individuos se produzcan notables efectos, es evidente que existen razones justificadas para preguntarse si los terrones de azúcar contenían en realidad la dosis anunciada.) Tratar de distribuir dosis de cien micro-gramos en forma de líquido o en polvo, resulta casi imposible sin un equipo de laboratorio de precisión. No obstante, un terrón de azúcar absorbente es un vehículo perfecto para la droga. Pero la publicidad realizada sobre esa forma de transporte convirtió en sospechosos todos los terrones de azúcar, por lo que dicho sistema está en vías de desaparecer. En la actualidad, la droga se vende, sobre todo, en ampollas, tabletas y cápsulas, la mayoría de las cuales contienen cien microgramos de LSD. Distribuidores y consumidores imaginativos siguen ocultando la droga mediante de complicados sistemas evitar de quelos la descubran: bolasuna deserie chicle, en el engomado de para la solapa sobres, secantes, tarjetas de visita..., casi todos los materiales absorbentes se utilizan con frecuencia para ayudar a ocultar la droga. En 1964, se produjo el caso de un individuo que pasaba de contrabando en un frasco alrededor de dos gramos de LSD. Al 91
golpearle una maleta en el bolsillo de la chaqueta rompió el frasco. Unos meses más tarde, dos revistas americanas informaban, con la mejor buena fe, que aquel individuo siguió masticando durante meses el tejido de su bolsillo, y cada vez «flotaba hacia las alturas». Una de las cosas más extrañas que ha podido comprobarse con respecto a la moda del mercado negro de la LSD, es que se trata específicamente de una obsesión americana. En ninguna otra parte del mundo existe nada que se asemeje, ni siquiera de lejos, al problema de la LSD en los Estados Unidos. Únicamente en Londres, que va camino de convertirse rápidamente en la ciudad más hip (1) del mundo, se ha producido mar de fondo respecto al uso ilegal de la LSD. En los demás países los jóvenes están, al parecer, demasiado ocupados en luchar por el pan cotidiano, la situación social, los derechos políticos o simplemente por un lugar bajo el sol, para sentirse atormentados por la LSD o cualquier otra cosa que «dilate el espíritu». Están demasiado ocupados en «dilatar su vida». Desgraciadamente, parece ser que los placeres sencillos y los logros sociales no bastan a una gran parte de los jóvenes americanos. El filósofo Alan W. Watts lo ha explicado con ocasión de una entrevista con Walter H. Bowart, de East Village Other: «Cierto número de jóvenes no quieren seguir el camino de sus padres ni hacer lo que ellos han hecho —vender seguros, ingresar en la Banca, hacerse agente de cambio, etc.—. La razón es sencilla: todas esas actividades no parecen tener relación alguna con la vida. En una situación familiar clásica, la mujer y los hijos permanecen en casa, y el padre va a un determinado y misterioso lugar llamado oficina, donde hace algo sobre lo que la mujer y los hijos no tienen la menor idea y por la que sienten escaso interés. Todo lo que piden es que en la casa entre dinero. Creo que es fácilmente comprensible que los jóvenes dotados de buen sentido no quieran pasar la vida persiguiendo abstracciones: autos que no son autos, vestidos que no son vestidos, alimento que no es alimento y trabajo totalmente desprovisto de sentido... Creo que tras la fascinación suscitada por la LSD, la marihuana y los psicodélicos se oculta el desarrollo de un nuevo sentido dey las la identidad, porque todoshemos ellos ayudan derribarsenlas pantallas barreras tras los cuales edificadoa nuestro timiento aislado y particular de la individualidad.»
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Moda nueva, último grito. 92
Sea lo que fuere lo que persigue la juventud americana, algunos están a punto de encontrarlo en la LSD, al igual que sus predecesores la encontraron en la marihuana. Existen numerosos psiquiatras y sociólogos que afirman que el uso actual de la LSD difundido entre los jóvenes, representa algo más que las sensaciones o la euforia. Para fundamentar su argumentación subrayan que la LSD no tiene una influencia benéfica, sino que se trata de un activador psíquico que transforma la naturaleza de la experiencia de forma pasiva en activa. En otras palabras, tomar LSD puede ser un trabajo duro que precisa de una consciencia casi aterradora para que pueda resultar eficaz. La experiencia de la LSD, observan, no produce el embotamiento eufórico del alcohol ni el sereno anonadamiento de la heroína. Todo ello puede ser verdad, pero, de manera característica, a muchos de los adictos a la LSD no les importa en absoluto. Todo lo que sea diferente, que filtre la experiencia y el estimulante a través de nuevas lentillas, es simplemente divertido, para pasarlo bien y experimentar sensaciones. Se ignora la mística, los matices religiosos e intelectuales. Lo que se busca es el éxtasis, no la iluminación. La marihuana y el sexo fueron los billetes para el éxtasis hasta que los experimentadores alcanzaron la saturación. La marihuana tiene sus límites, y el sexo, por nuevo y excitante que sea, acaba cansando. Entonces, para hacer planear el espíritu por nuevas latitudes, llegó la LSD con nuevas visiones y nuevas sensaciones. El éxtasis de la marihuana era como la cerveza comparada con el whisky de la mente. Y si el éxtasis era el objetivo primordial, la LSD proporcionaba éxtasis. Una encuesta realizada en 1964 por Richard Blum y sus colaboradores cerca de unos cuarenta consumidores del mercado negro de la LSD, demostró que la excitación orgiástica era la droga cuando se la tomaba sin reglas precisas y en grupo. El informe demostraba, además, que, en tales ocasiones, el sentimiento místico de la unión se transformaba en actividades sexuales, durante las cuales la gente sea despojaba de todas sus ropas y practicaban la ruleta romántica(1). Los intercambios íntimos habían de tener cierto carácter pública... sobre el césped, en el suelo del cuarto de estar o seis en un lecho. La promiscuidad sexual y su puesta et práctica parecían formar parte integrante de toda la exhibición que gira alrededor de LSD (1)
Intercambio de parejas. 93
como reminiscencia de las pot parties(2), en las que la expresión sexual servía para demostrar que se habían liberado del mundo y de sus reglas. Los científicos no están de acuerdo sobre los supuestos poderes afrodisíacos de la LSD. Algunos opinan que de animar una posible acción, serviría más bien para inhibir el placer sexual. Pero según la expresión de un psiquiatra: «Existe una razón para creer que si la situación de consumo de droga es de las que las relaciones sexuales parecen adecuadas, las alucinaciones aportan simplemente a la experiencia sexual el mismo tipo de cambio en la percepción que el que produce en otros campos de experiencia.» El movimiento proLSD para el éxtasis podrá todavía sobrevivir durante años sólo basado en tal declaración. Una de las más extrañas y peligrosas aplicaciones de la LSD es la denominada acid test (prueba del ácido). Ese tipo especial de demencia nació en San Francisco. Tal como se concibiera en su srcen, el acid test debía constituir unaunreunión, con preferencia en una mansión alquilada o en granero,organizada y cuya diversión consistía en música discordante, luces parpadeantes, efectos oscilantes de colores y otras atracciones fantásticas destinadas a dar fuerza a la atmósfera. Además, quienes asistían a la reunión debían ir vestidos con la más estrafalaria indumentaria. En suma, la idea básica consistía en estimular la experiencia LSD sin tomar de verdad la droga. Al parecer, las cosas no resultaron muy bien. Así que añadieron el trallazo. Pusieron LSD en el punch. ¿Qué pasa entonces? He aquí un informe de primera mano proporcionado por un observador: «Imagínense el cuadro: centenares de personas llenan una inmensa sala de baile vestidas con indumentarias exóticas..., medias a rayas, corpiños recubiertos de lentejuelas o pintados con colores iridiscentes, trajes vaporosos, vestidos Victorianos, trajes de marineros e indumentarias de indios... Luces estroboscópicas oscilando a ritmos diversos. Dibujos de colores proyectados sobre las paredes. Una música electrónica, estruendosa, potente, palpitante. Casi todo el mundo se ha «remontado» (con el ácido). Está en el punch y se le llama Electric Kool-Aid. La escena sólo puede ser descrita como un acontecimiento... La música se torna más lenta, los danzarines siguen un ritmo más lento, la danza adquiere un aspecto indio... La música deviene extrañamente oriental; luego, el ritmo se acelera de nuevo y toda la sala aletea con el tumulto enloquecido de cuerpos que se (2)
Sesiones en las que se fumaba marihuana. 94
retuercen. Es el martes de carnaval, el ritual del peyote y el teatro mágico de Stepenwolf... El precio de la entrada: vuestro espíritu.» Son evidentes los peligros que entrañan semejantes actividades. La LSD puede causar extrañas reacciones en quienes conocen la droga y quieren consumirla. ¿Qué le sucede a un individuo que tome LSD sin saberlo y sin quererlo? ¿Qué le sucederá al iniciarse el «viaje»? Indudablemente, su primera impresión será, con toda seguridad, que se está volviendo loco. Si logra aferrarse, todo podrá seguramente terminar ahí, pero, por otra parte, existen iguales posibilidades de acabar en una sala de hospital para enfermos mentales; los adictos mueven la cabeza: parece que si se asiste a, un acid test hay que esperar lo peor. Otro terreno en el que se codean los llamados experimentadores responsables y quienes buscan sensaciones, es el de la creatividad. Existen algunos indicios de que la LSD abre nuevos horizontes y derriba barreras mentales entre los artistas, los escritores y otros individuos creadores. No obstante, las encuestas médicas han fracasado al tratar de establecer alguna correlación entre la droga y los esfuerzos creadores. De hecho, más bien parece que ocurra todo lo contrario. En el curso de diversos exámenes, las personas bajo la influencia de la LSD obtuvieron, en diversas pruebas, un índice muy inferior al que lograron antes de la experiencia. Pruebas efectuadas después de una sesión de LSD no han producido cambio alguno en relación con los resultados obtenidos antes de su uso. Está todavía por demostrar si la LSD ayuda realmente al proceso creador. Pero ello no implica que no se hayan formulado importantes profesiones de fe a favor de la LSD. Un pintor de la costa occidental, un muchacho que ha hecho más de cincuenta «viajes», no necesita otra prueba que las que él mismo ofrece. Respecto a la LSD, declara: «Me ha dado nueva vida. Pinto mejor, hago mejor el amor, como mejor, duermo mejor..., todo lo hago mejor. Quien denigre a la LSD es un idiota, o jamás la ha probado.» Testimonios tan apasionados abundan tanto o más como las insistentes advertencias de los médicos sobre los peligros de la LSD. Al parecer, los suicidios ocasionales, los asesinatos y otros actos antisociales, asi como el creciente aumento de psicosis provocados por la LSD, son el precio que los «acidómanos» estan dispuestos a pagar por su nuevo juguete. Después de todo, dicen, lo mismo se
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pretendía con la marihuana; existen diez millones de pothead(1) en el país y la República todavía sigue ahí. Eso es verdad. Pero comparar la LSD a la marihuana es como decir que la dinamita es semejante a la fisión nuclear. El doctor Sidney Cohén se muestra sumamente preocupado por la situación. Dice: «Muchas personas se están haciendo a sí mismas lo que nosotros jamás hubiésemos pensado en hacer de forma experimental. Algún día, acaso sus cerebros vayan a parar a los laboratorios y nos darán las respuestas.»
8 TRES TESTIMONIOS
Las reacciones individuales con la LSD son tan diversas como pueden serlo las personas que toman la droga. Con la LSD no existen experiencias standard. Éstas son muy variables. El ambiente en el que se ingiere la droga, la razón que incita a consumirla, la actitud mental del sujeto y un centenar de otros factores más o menos importantes contribuyen a la experiencia total. Por tanto, los tres informes subjetivos que se exponen a continuación no son, en manera alguna, prototipos, Se trata sencillamente de tres reacciones individuales a la LSD. El primero se ha obtenido de una cinta magnética registrada en 1956 por el doctor Harold A. Abramson durante una sesión de psicoterapia con un sujeto de treinta y cinco años, varón, al que se le habían administrado cuarenta microgramos de LSD antes de la sesión que duró cinco horas. El segundo, que data de 1966, es el informe de un publicista de veinticinco años que tomó doscientos microgramos de LSD en casa de un amigo. El último informe procede de una joven que había formado parte del medio pro-LSD durante cierto tiempo y quien, en 1966, dirigió una carta abierta a Los Ángeles Free Press relatando sus experiencias. UNA CUESTIÓN DE CONVENIENCIAS . — «Me sentí muy sorprendido al darme quelíquido era tan sólohacerla un líquido. ¿Sabe?, que era unacuenta píldorade y un para pasar... Una deyolascreía ideas... que se me ocurrieron fue: "Me pregunto si esto es realmente algo...",
(1)
Adicto al pot, es decir, a la marihuana. 96
porque sabía lo susceptible que puede ser la mente para ese tipo de cosas... »Bebí el líquido y de nuevo me sentí sorprendido de no encontrarle ningún sabor. Creía que todos los medicamentos lo tenían. Me limité a seguir leyendo mi revista y entonces..., una media hora más tarde, empecé a adquirir consciencia de ello. Se trataba solamente de una sensación ligera, muy ligera, no exactamente de náusea, únicamente la consciencia de una sensación extraña en mi estómago. Entonces me di cuenta de que estaba muy agitado. Observé que empezaba a crisparme y a sentirme algo inquieto. Al propio tiempo, me di cuenta por primera vez de que soy algo aturdido.» (El paciente narra al psiquiatra un largo sueño, después de lo cual discuten sobre él, El psiquiatra anota en su agenda que la LSD ha facilitado la distensión, derribando las defensas del individuo que revela mayor n aturalidad.) «Bueno, siento una especie de torpor y, sin embargo, no logro relajar mis músculos. Mi rostro está sonriente: cualesquiera que sean mis pensamientos, mi rostro está sonriente. Es algo extraño... Cualesquiera que sean mis pensamientos, mi rostro conserva su sonrisa... ¿Quiere anotar esta declaración antes de proseguir? Estoy tan ocupado en sonreír que no puedo continuar...» (El paciente cuenta otro sueño y entonces se lanza a un comentario incoherente del sueño y su significado.) «¡Hop! Observo una cosa... El objeto de la cuestión se escapa revoloteando. No tengo la menor posibilidad de abordar una cuestión y llevarla hasta el final. Salto sin cesar de una cuestión a otra.» (El paciente admite que abriga sin cesar sentimientos hostiles hacia el doctor, cosa que no ha sido capaz de admitir durante los dos años de tratamiento sin LSD.) «Sólo con la LSD, lo que es absolutamente cierto, fui capaz de proferir las palabras "arrogante" y "egocéntrico". Algo extraño acaba de sucederme. Hasta estos últimos veinte minutos, másqueo menos, me encontraba sumergido en una especie de..., poco no diría estupor..., pero tenía los ojos cerrados y me resultaba difícil formar frases y pensamientos, porque había tantos revoloteando que no sabía cuál captar primero. Y en este mismo instante, de un solo golpe, he abierto los ojos y me he sentido completamente despierto... 97
Creo que la cabeza todavía me da vueltas hasta cierto punto, pero, de súbito, tengo los ojos abiertos de par en par...» (El psiquiatra dice al paciente que ha estado bajo la influencia de la LSD durante tres horas, pero el paciente contesta que a él le ha parecido menos de una hora. Después de un rápido almuerzo continuaron la sesión discutiendo otros dos sueños. Luego, el psiquiatra pregunta lo que él paciente ha hecho duran te el almuerzo.) «¿Sabe una cosa? Creo que he cometido un enorme error al almorzar con [la secretaria del doctor]. Me he sentido en extremo parlanchín, ¿sabe?, respecto a la experiencia con esa droga. Creo que hubiese debido reservarlo para este momento, pero me sentía muy charlatán... Creo que estaba sorprendida de que yo fuera capaz de hablar tan... ¿cuál es la palabra...?, objetivamente de mí mismo después de tomar la droga. Cómo ha transcurrido mi análisis aquí, lo poco que sé, la lucecita que ha iluminado los rincones sombríos de mi inconsciente, yo ya lo sabía. Y parece ser que mi primera reacción a la LSD consiste en reaccionar real-T mente a lo que, digámoslo así, predomina por el momento, así como lo que me atormenta y a las cosas capaces de oprimirme o deprimirme.» (Después de h ablar un poco sobre su mu jer, el paciente pregunta si podrá tomar LSD durante las visitas siguientes, y el psiquiatra le contesta que podría considerarse la cuestión.) «Ahora puedo ver en qué consisten las dos reacciones: una parte de mí mismo puede saber en qué consiste la gran ayuda de la LSD, pero entonces mi actitud hacia la razón de esa ayuda es algo que probablemente sentirá usted que requiere profunda discusión. Por ejemplo, no es una cuestión de curiosidad sino de conveniencia. Y la conveniencia es algo que tal vez usted considere como una perspectiva indeseable, debido a la racionalización. Eso es absolutamente fundamental; resulta fácil de imaginar. Es precisamente que lo facilita tanto... ¿Ha tenido alguna vez pacientes que hayan permanecido silenciosos con la LSD?» (El psiquiatra añadehablan que loscon pacientes, bajo laresponde influenciaafirmativamente, de la LSD, por pero lo general breves períodos de retr aimiento.) «Pues bien, como usted dice..., de retraimiento. Ahora pienso en las diversas ocasiones en las que permanecía silencioso, y no los imaginé en términos de retraimientos, aunque en realidad acaso lo 98
fueran. Ello debe haber sido el proceso que tenía lugar. Pero había veces que tenía que hacerlo, ¿sabe? Tenía dificultad en captar mis ideas, y no se puede dominar un pensamiento con demasiada firmeza, al menos yo no podía. Tenía que aferrarme a uno y luego, ¡pum!, surgía otro, y en seguida otro..., y cuanto más trataba de captar la cuestión parecían disiparse... y entonces ni siquiera sabía en lo que pensaba. Ignoro si se trata también de una forma de retraimiento. Podría presentarse camuflado...» (El psiquiatra anotó que los pensamientos rápidos y deshilvanados tienen relación con el efecto total de la LSD, probablemente a causa de la distorsión de la noción del tiempo bajo los efectos de la droga.) «Otra cosa. Tenía temblores. ¿Recuerda cuando leía el sueño sobre el papel? Pues bien, éste se agitaba realmente. Lo observé en el momento de suceder, y luego, cuando bajé a almorzar, noté que ya no temblaba. Y no fue mucho después... Otra cosa. En el momento culminante de la reacción sentí una serie de contradicciones. En otras palabras, no se trataba, no, de un espasmo; eran contracciones como las que hubiese podido tener agitando una pierna o arqueando la espalda, doblando el cuello y así sucesivamente... Supongo que eso habrá pasado ya antes.» (El psiquiatra le asegura que bajo la influencia de la LSD ocurren toda clase de cosas.) EL HIMNO GOZOSO DE LA VIDA . — «Tomé contacto con la LSD con espíritu abierto y receptivo, o al menos eso creí. No buscaba nada y estaba dispuesto a aceptar, para bien o para mal, la reflexión coloreada de mi ser interior, como proyectada sobre el filme de la experiencia. Desde entonces he aprendido que sólo los mal informados atribuyen a la droga lo que ellos mismos aportan, osadamente y con orgullo mal entendido, a la sesión. El reconocimiento de uno mismo es de vital importancia, pues es el propio "yo" el que ha de disolverse si la experiencia ha de tener significado. Ese "abandono" del "yo" no puede realizarse en la más extraña de las confrontaciones... Los juegos aprendidos de la vida mueren con dificultad. »Sin un guía con el que existe una especie de lazo espiritual la experiencia será seguramente negativa. Desde el principio acepté esto como conforme a los poderes de la droga. 99
»No se navega por aguas desconocidas sin asegurarse de antemano, en la medida de lo posible, la ayuda de alguien que haya explorado previamente el paraje. Ello es de extrema importancia conrespecto a la LSD. Las nociones preconcebidas de la experiencia responden tan mal a las condiciones reales del transporte mental, que desafían toda comparación. Sólo la mano de un viajero experimentado puede establecer un puente sobre el espantoso abismo que separa el concepto corriente de la realidad de las supremas realidades de la ausencia del "yo". »Mi primera experiencia con la LSD tuvo lugar en casa de un íntimo amigo que me sirvió de guía. El ambiente era familiar y tranquilizador. Tomé dos ampollas (doscientos microgramos) de LSD disueltas en medio vaso de agua destilada. La experiencia duró cerca de once horas, desde el sábado a las ocho de la tarde hasta cerca de las siete de la mañana siguiente. No dispongo de base de comparación sólida, pero estoy seguro de que ni ni un santo un ha estado tenido visiones tan gloriosas y gozosamente bellas, logrado más perfecto de trascendencia y beatitud. Mis posibilidades para transmitir esos milagros son pobres y demasiado defectuosas para cumplir con semejante tarea. Un esbozo, y aun así desprovisto de todo arte, deberá bastar allí donde tan sólo la mano de un gran maestro trabajando con una paleta completa podría hacer justicia al tema. Debo excusarme por mis propias limitaciones en este débil intento por reducir la experiencia más notable de mi vida a meras palabras. Mi sonrisa condescendiente ante las tentativas vacilantes y torpes de los otros en sus esfuerzos por explicar sus visiones paradisíacas, se ha transformado en sonrisa cómplice de conspirador: la experiencia común no necesita palabras. »El primer pensamiento después de ingerir la LSD fue el de que no notaba el menor efecto. Me habían dicho que transcurridos treinta minutos se produciría la primera sensación: picazón en la piel. No sentí en absoluto picazón. Así lo dije, y se limitaron a indicarme que me relajara y esperase. No teniendo otra cosa que hacer, me dediqué a contemplar con fijeza el cuadrante luminoso de la radio de mesa, marcando con la cabeza unos compases de jazz que no reconocí. Creo que transcurrieron unos minutos antes de que notase que la luz cambiaba de color como un calidoscopio, con tonalidades diferentes según los sonidos musicales, rojos y amarillos deslumbrantes en los registros altos, púrpuras oscuros en los más bajos. Me eché a reír. No tenía la menor idea del momento en que comenzara. Sólo sabía que 100
aquello se había producido. Cerraba los ojos, pero las notas de color seguían allí. «Estaba deslumbrado por el notable destello de los colores. Traté de hablar para explicar lo que veía, aquellos colores vibrantes y luminosos. Pero, de todas formas, aquello no parecía importante. Tenía los ojos abiertos, y los radiantes colores inundaban la habitación, cabalgaban unos sobre otros al ritmo de la música. De súbito, fui consciente del hecho de que los colores eran la música. Ese descubrimiento no me pareció asombroso. Los valores tan queridos y defendidos, perdían importancia. Quería hablar sobre la música en colores, pero no podía. Me encontraba reducido a proferir palabras de una sílaba, en tanto que las impresiones polisilábicas se atropellaban en mi espíritu con la rapidez de la luz. »Las dimensiones de la habitación se modificaban continuamente, adquiriendo de pronto la forma de un rombo palpitante, para estirarse inmediatamente después como un óvalo, como si alguien insuflase aire en la habitación, hinchándola hasta hacerla estallar. Me resultaba difícil enfocar los objetos. Se fundían en masas blandas, o flotaban en el espacio por autopropulsión, con movimientos lentos que me interesaban enormemente. Intentaba mirar la hora en mi reloj, pero me sentía incapaz de concentrar mi atención en mis manos. Pensé preguntar la hora, pero olvidé esa idea. Estaba demasiado ocupado viendo y oyendo. Los sonidos eran divertidos, y el espectáculo, notable. Estaba definitivamente encantado. No tengo la menor idea de lo que duró todo aquello. Sólo sé que luego llegó el huevo. »El huevo, inmenso, palpitante y de un verde luminoso, estaba allí antes de que yo lo viera realmente. Sentí que estaba allí. Oscilaba, suspendido, entre el lugar en que yo me encontraba sentado y la lejana pared. Me sentía intrigado por la belleza del huevo. Al propio tiempo, sentía miedo de que cayera al suelo y se rompiera. No quería que el huevo se rompiera. Me parecía en extremo importante que el huevo no se rompiera. Pero mientras yo pensaba en ello el huevo se disolvió lentamente, descubriendo una flor multicolor que no sé parecía a ninguna flor sobre que yolaviera antes. Sus pétalos, increíblemente exquisitos, se abrían habitación vaporizando colores indescriptibles en todas direcciones. Sentí los colores y los oí tocar a través de mi cuerpo, tranquilos y cálidos con tintineos y sonidos semejantes a los de una flauta. 101
»El primer indicio de aprensión se produjo más tarde, cuando vi que el centro de la flor devoraba lentamente los pétalos, un centro negro y reluciente que parecía formado por el dorso de millares de hormigas. Devoraba los pétalos a un ritmo lento de agonía. Quería gritarle que se detuviera o que fuera más de prisa. Me sentía apenado por la desaparición progresiva de los bellos pétalos, como consumidos por un mal insidioso. De súbito, en un destello de consciencia, comprendí, horrorizado, que aquella cosa negra en realidad me estaba devorando. ¡Yo era la flor, y esa cosa extraña y deslizante estaba a punto de comérseme. »Grité o vociferé, en realidad no lo recuerdo. Me encontraba demasiado dominado por el miedo y' la repulsión. Oí a mi guía decir: "Despacio. Deja que actúe. No te resistas. Deja que actúe." Traté de hacerlo así pero aquella repulsiva negrura me repugnaba de tal manera que grité: "No puedo. ¡Por amor de Dios, ayúdame! ¡Ayúdame!" era consoladora, tranquilizadora. "¡Déjale llegar! Todo ya bien.LaNovoz tengas miedo. Síguelo. No te resistas." »Sentí que me disolvía en la aterradora aparición, fundiéndose mi cuerpo por oleadas en el núcleo de toda aquella negrura, y que mi espíritu se despojaba de mi ego, de la vida e incluso de la muerte. En un instante de clarividencia prístina me di cuenta de que era inmortal. Pregunté: "¿Estoy muerto?" Pero la pregunta no tenía sentido. El sentido de aquella pregunta no tenía significado. De repente, apareció una luz blanca y la belleza reverberante de unidad. Por doquiera se extendió una luz, una luz blanca cuya claridad excedía a toda descripción. Estaba muerto y había nacido y mi triunfo era puro y santo. Mis pulmones estallaban con el himno gozoso de la existencia. Había una unidad y una vida y un amor exquisito que colmaban mi ser liberado. Mi consciencia era lúcida y completa. Vi a Dios y al diablo y a todos los santos y conocía la verdad. Me sentía deslizar por el cosmos, alzado por la levitación más allá de toda barrera, liberado, para nadar en el esplendor bendito de las visiones paradisíacas. »Quería proclamar y cantar aquella vida nueva y milagrosa por el sentido Sabía y la forma, y su gozosa y todo el éxtasis loco de la gracia. y comprendía todo belleza, lo que hay por saber y comprender. Era inmortal, sabio más allá de toda sabiduría y capaz del amor de todos los amores. Cada átomo de mi cuerpo y de mi alma habían visto y sentido a Dios. El mundo era calor y bondad. No existía el 102
tiempo, ni el lugar, ni yo. Sólo existía una armonía cósmica. Estaba en toda la luz blanca. Con todas las fibras de mi ser sabía que era así. «Aceptaba la iluminación con absoluto abandono. Cuando la experiencia empezaba a retroceder ansiaba detenerla, luchando con tenacidad contra la ofensiva de las realidades de tiempo y lugar. Para mí, carecían ya de valor las realidades de nuestra limitada existencia. Había visto las supremas realidades y ya no existían otras. Al ser lentamente transportado de nuevo a la tiranía de los relojes, de los horarios y de los odios mezquinos traté de hablar de mi viaje, de mi iluminación, de los horrores, de la belleza, de todo. Debí de parlotear como un idiota. Mis pensamientos giraban a una velocidad fantástica, pero las palabras no podían seguirlos. Mi guía sonrió y me dijo que comprendía. Dejé de hablar, volví a sentarme y me dediqué a evocar pensamientos sublimes. »Después de aquella primera experiencia he tomado LSD más de veintidós veces. Ninguna de esas experiencias han sido exactamente semejantes. Sólo en una ocasión no resultó agradable. Era la quinta vez que tomaba LSD, acababa de divorciarme y estaba perturbado por otros numerosos fracasos, tanto en mi vida profesional como en la privada. Fue absolutamente culpa mía que la experiencia resultara mal. No hubiese debido hacerla en aquel momento. «Aparte de todo esto sólo tengo una observación que hacer sobre la LSD. Deseo sinceramente que cada hombre, cada mujer y cada niño del mundo puedan tomar al menos una vez la LSD. Ello evitaría muchas de las desgracias y preocupaciones a nuestro mundo y a los que habitan en él.» UN UNIVERSO TENEBROSO DE SAPO VERDE . — «Se ha dicho que tomar LSD es una experiencia "fantástica" que puede conducir a la iluminación, al enriquecimiento del espíritu, a ampliar la consciencia y la percepción del Universo, corriendo, tal vez, ciertos riesgos mínimos en la mayoría de los casos. Yo he tomado LSD veinticinco veces durante el período de un año. Después de esa experiencia desearía aclarar algunos extremos que no han sido subrayados.
»De nimilaexperiencia llegado la conclusión que con la LSD no es de el satori capucha de he Buda, comoa tampoco la unión la fuente energía sino sólo una supermuerte. La luz de la revelación, la iluminación de la imaginación, el sentimiento de bienestar supremo, etcétera, llegan rápidos y no duran mucho tiempo y, lo que es aún 103
más importante, no se convierten en el centro a partir del cual se llega a actuar. Constituye tan sólo una ínfima parte de la experiencia. «fisiológicamente, cada ser es un cuerpo sensitivo creciente y cambiante de sustancias, de materias químicas y de pensamientos. La LSD lo desarrolla rápidamente y contra natura. Altera la forma natural de crecimiento y acelera igualmente el proceso de deterioración. Todo se profundiza, se dramatiza, con inmensa convicción, bajo los efectos de la LSD. »Se producen accidentes fisiológicos definidos. Agudos dolores de cabeza y jaquecas que presionan sobre el cerebro al cabo de unos cinco "viajes". A raíz de mi vigésimo "viaje" empecé a orinar de quince a veinte veces al día. No podía detener las idas y venidas. Me dolía la ingle. »Hace unos seis meses oí el rumor de que la LSD destruía las células cerebro. Ello no me impidió atomarla. significan unas cuantasdel células cerebrales? Pregunté varios ¿Qué doctores y ninguno pudo darme una respuesta definitiva en uno u otro sentido. Mi psiquiatra, que se siente profundamente preocupado con el uso de la LSD, dice que, ciertamente, debe destruir las células del cerebro. ¡O.K.!, dije ¿Por qué no experimentar con el espléndido gesto de un drogado con LSD? El lanzamiento es lo que se busca. »La primera vez que tomé LSD era de noche. Tenía miedo de salir a la oscuridad. Creo que tenía miedo de las chinches como cuando era niña. Salí; había luna llena. Los cambiantes rayos de luna que descendían destellantes lentamente sobre la tierra me hacían feliz. Pero no me aventuré por las calles, regresé al interior y contemplé la bruma. Estaba suspendida de las ramas semejante a gelatina. Más tarde escribí algunas cosas.» Esta página está en blanco pero, ¡bah!, está todo. El juego consiste en afirmar que se ha obtenido algo. «¿Cuáles son las condiciones de su existencia? En la existencia, la única realidad es el placer. »Las cinco o seis primeras veces queque tomé la cosadebería daba realmente estupendos resultados. Pensé todoLSD el mundo tomarla. Tal vez si el presidente Johnson hubiese tomado LSD es posible que hubiese cambiado su actitud sobre la guerra en el Vietnam. En aquel momento, mis experiencias confirmaban lo que yo pensaba que era la verdad, confirmaban todo lo que había leído, y 104
era capaz de mantenerme fácilmente en contacto con diversas literaturas místicas. William Blake tenía razón. El paraíso estaba en la tierra. Todo vivía. Todo era bello. «Sentía cierta unión con los pensamientos y las sensaciones puras, como si fuera la primera vez que las experimentaba de manera infantil. No existía la noción del tiempo. Se convertía en una especie de energía como una bujía que arde sin cesar. Empecé a tener alucinaciones sobre las formas. Quería mirar fijamente un objeto, y de repente se convertía en un terreno magnífico..., un patio de recreo lleno de movimiento, colores, luz y calor. Al salir de un éxtasis, examiné mis problemas y me pareció que podría resolverlos. «Luego, alrededor de mi quinto "viaje", ingerí quinientos microgramos y realmente perdí el control. Me encontraba tan cargada que ya no tenía pensamientos, ni peso, ni identidad, ni funciones. Supongo que aquello fue mi satori. Alcé los ojos hacia una gaviota y, de súbito, devoraba mi ser como si fuese absorbido por sus ojos. Grité: "¡Auxilio!" Aquello emergía de una profunda caverna en mi interior, estallaba en el aire, lo invadía y parecía tener una presencia, un peso, como si hubiese podido tocarlo. Era muy alarmante. »Mi amigo trató en vano de reconfortarme. Cogí mi manta, corrí hasta la orilla del mar y luego regresé cubriéndome la cabeza con la manta para tratar de encontrar de "nuevo seguridad y protección. Comprendía que no podría escapar y que tendría que componérmelas. Me parecía que cada vez me elevaba más, pese a que yo trataba precisamente de distenderme y averiguar lo que pasara. «Aquella gelatina de niebla de mi primera experiencia era todavía más fuerte y producía una impresión más profunda. Sí, todo era como gelatina. No era horrible, pero había demasiada. Luego las relaciones espaciales cambiaron. No veía los contornos, pero me parecía que yo no era más que un par de ojos en una especie de cosa informe que acechaba: era todo lo que podía hacer, lo observaba todo con mis ojos. «Todo estaba concatenado. El aire temblaba a mi alrededor, entraba en mis pulmones y salía de nuevo; pero ¿qué es lo que me pasaba? ¿Es que estaba a punto de morir? Luego, de repente, ya no hacía ninguna diferencia porque estaba allí, estaba en la Tierra, formaba parte de ella y estaba consciente de ello. 105
«Entonces me dirigí una especie de feliz despedida judía a mí misma, sonriendo como un Buda. No establecía ninguna diferencia, era como una roca. Y precisamente cuando ya empezaba a acostumbrarme a aquella idea, que podría decir que me asaltó de súbito y que la había aceptado con igual rapidez, empezó a atenuarse la absoluta convicción de que la había admitido. «Aquella noche dimos vueltas por los Ángeles, haciendo caso omiso de las luces de los semáforos que brillaban como las rocas que había visto durante el día. Sentía en mí misma que no quería volver a pasar por aquel género de cosas, que aquella especie de muerte-iluminación, aquel ojo solitario que me acechaba, eran demasiado. «Como ingería la LSD con frecuencia, redujimos la dosis y parecía que éramos capaces de seguir nuestros pensamientos de bastante cerca. Parecíamos capaces de captar lo que ocurría cuando acontecía. Parecía que el mundo de la LSD se abría y que podíamos mantener conversaciones coherentes incluso cuanto estuviésemos "cargados". »Es como cuando se toma pot. La primera vez se está completamente en las nubes. Luego, una vez que has adquirido la costumbre, sirve para estimular el proceso del pensamiento. Se hacen dibujos fantásticos, se escriben poemas fantásticos, se está en un plano elevado, absolutamente diferente. Y has tenido tu alucinación. Es exactamente como un filme para el espíritu; se anhela algo más misterioso y más real. »Como en una ocasión en que, con unos amigos, me encontraba "cargada", y paseábamos. Llovía y nos sentamos bajo un edificio. Uno de mis amigos dijo que esperaba y buscaba una indicación cualquiera, una señal, una inspiración para otra parte. Aquello parecía extraño y divertido. »Cuando uno ya ha hecho ocho o diez "viajes", queda completamente sumergido en el mundo del ácido. Ya nada despierta el entusiasmo, nada atrae realmente el interés o la atención, con la sola excepción del mundo de percepción que ofrece la LSD. Continúa cambiando. O tal vez no sea realmente un cambio, pero se recuerda casi todo que ha ocurrido. se convierte en sulopropio guía. Se busca un lo programa en la TV, Uno música, pero es todo que realmente se hace: se busca un programa. Entonces se intenta pintar la ascensión, pero no hay forma, el espíritu va demasiado rápido, se trabaja con demasiada rapidez. Se piensa que lo mejor es hacer una especie de caligrafía china, pero no 106
se hace; se hace una pintura intelectual cualquiera. Y uno se pregunta por qué. »Mi amigo va a ver a un psiquiatra y le prescribe Prolixina, un estimulante psíquico para darle energía y destruir los malos recuerdos que ha acumulado. Porque cuando uno ha descendido se encuentra terriblemente deprimido,, sin recursos y aislado. Se imaginan las sensaciones de la LSD sin haberla ingerido o a veces la han puesto en tu vaso y ya estás lanzado durante toda una noche, e incluso si no lo han hecho, y aun sabiendo uno que no lo han hecho, ya es imposible detenerse. Y resulta muy desagradable, porque entonces todo es odioso. Y uno es víctima de toda una serie de horribles sensaciones. »Se deja de tomar LSD durante mucho tiempo. Pero no se siente mejoría. No es que se eche de menos pero es como si uno no estuviese vivo, realmente vivo. Entonces, después de tres meses de consumir Prolixina, se retorna al ácido. Se toma con amigos. De nuevo en las nubes. Jamás se alcanzaron aquellas alturas. Es muy extraño, no se puede seguir: es un decorado absolutamente nuevo, y por ese mismo hecho difícil de aceptar. Es absolutamente distinto y se empieza a hacer preguntas: ¿cuánto va a durar aquélla y cuándo va a desplomarse sobre uno? Y vuestros amigos no dicen nada. Hacen bromas nebulosas —ellos mismos no saben nada—; aquello puede durar días o semanas; es la bruma completa del auténtico drogado; tal vez uno no sobrevivirá. »Me digo a mí misma: "¡Bueno!", y trato de resignarme y de mostrarme tranquila, pero no me siento bien. Tirito. Regreso para ver de nuevo a mis amigos. Nada dicen; uno de ellos está a punto de perder el control. Ni siquiera me oyen y no se dan cuenta de mi presencia. »Entonces vuelvo a la otra habitación, miro por la ventana y resulta que es de noche, un Universo tenebroso de sapo verde. Entonces me levanto y recibo otro desagradable golpe. Me figuro que tal vez trato de desembarazarme de todo aquello, y luego me digo que en realidad es preferible que me calme si no quiero volverme paranoica. «Vuelvo a la otra habitación y mi amigo está danzando, jugando feliz, con aire... Entonces me siento, y de repente asciendo como una flecha. Ocurre como antes, me sumerjo; es la sensación auténtica, pero como jamás la sentí antes. Ahora todo es espacio, amplios universos, galaxias, infinito gelatinoso y ondulante. 107
»Me encuentro completamente perdida. No soy feliz. Estoy trastornada, profundamente trastornada y, además, me aburro. Decido irme. En el momento de salir me elevo aún más; la realidad resulta excesiva. La lluvia habla. Las plantas son cosas, aterciopeladas, rosa, verde, violeta; todo es inmenso, un centímetro es como un millón de kilómetros de espacio. «Ingiero Prolixina. He de orinar. Lo hago mientras ando, tengo miedo de pararme. En mi apartamento enciendo todas las luces. Me oculto bajo las mantas y pienso: "¿Qué es, en realidad, todo esto?" Oigo por la radio un comentario sobre el Vietnam, una especie de diversión que mi amigo había parodiado antes de mi partida. Y entonces vuelvo a ascender, otra etapa del cohete disparado. »¿Quiénes son en realidad mis amigos? Todo lo que puedo pensar es como un lavado de cerebro. No es como si se tratase de la pérdida del ego. No es como antes. Es como si estuviesen exprimiendo, una inmensa esponja. «Entonces empiezan a ocurrir cosas extrañas. Mi corazón comienza a latir de forma distinta. Mis riñones sienten la caricia de una superficie dulce y blanda como la de un lápiz de labios. Un placer supremo. Y todos mis órganos acusan la misma sensación. No quiero tener alucinaciones... Se trata simplemente de un mundo inmenso y gelatinoso. «Entonces vuelvo a pensar en mis amigos y recuerdo que uno de ellos es misterioso. No se sabe cómo se gana la vida, de dónde viene, y es algo anarquista. Está obsesionado por la literatura de izquierdas, lo que no quiere decir nada, sino que acaso la haya leído. Paso revista a otros detalles sobre la personalidad de aquel tipo y llego a la conclusión de que tal vez esté reclutando gente para la destrucción, llegado el caso, de los Estados Unidos. Y si no me encuentran dispuesta no habrá diferencia alguna, porque el ácido lo cambiará o tal vez vendrán para someterme a alguna prueba, y si no salgo triunfante me matarán. »Creo realmente todo eso y, no obstante, al propio tiempo lo encuentrosensaciones. ridículo, me Necesito forjo una misterio. auténtica Entonces película porque ansioa nuevas empiezo pedorrear... y resulta algo nuevo para el espíritu. Siento que todo se va al diablo... Es un saco, realmente fantástico, de m... «Por la mañana me reúno de nuevo con mis amigos. Están contentos de verme. Al encontrarme entre ellos olvido 108
completamente mi viaje nocturno. Nos instalamos y fumamos hierba(1) durante todo el día. Por dos veces, una agradable euforia. Tal vez he exagerado, o posiblemente me esté volviendo demasiado sensible. ¿Qué ha pasado? «Aquél fue mi último "viaje" con el ácido. Ahora me encuentro bajo hipnosis y me hace mucho bien. Ya no pienso en mis problemas. Empiezo a funcionar realmente, a sentirme plenamente consciente de lo que hago, pero sin observarlo demasiado... Lo suficiente para sentirme responsable. »La LSD os hace más conscientes, pero deja el residuo de los problemas, problemas desagradables, malsanos, desprovistos de sentido. Al principio todo es luz, alegría, pero uno no se siente satisfecho y el espíritu va hacia delante. Avanza de manera extraña. Eventual-mente, se es capaz de seguir la experiencia tal como se produce, de reflexionar, porque en vuestra calidad de individuo queréis saber. »Y sobre ese punto la LSD no responde a lo que afirman Leary y Alpert. La percepción cambia, pero no sólo en cuanto a la baja realidad, sino también a la alta. Y la iluminación que se hace al principio no os guía hasta el fin. El Buda que hay en uno no acepta gozosa o fácilmente la muerte de la LSD (no se adapta con rapidez). Una parte de uno mismo se resiste a desaparecer, quiere pensar y reflexionar sobre su propia imaginación. ¿Y por qué eso otra vez? ¿Por qué se indaga de nuevo? ¿Es que no tenéis todas las preguntas y respuestas? »Y uno empieza de nuevo a drogarse, pero existe algo que se resiste a hacer el "viaje". Es otra parte real de uno mismo, vuestra identidad, vuestro ego, vuestras posesiones, las cosas que necesitáis para actuar, vuestra experiencia, vuestro compromiso con la vida... Todas ésas son cosas de gran valía que la LSD destroza. La LSD es un delicioso emparedado de muerte, y la muerte es paranoica. »Tal vez vosotros enjuiciéis la LSD desde el exterior. Yo la he visto en el interior. La he tomado personalmente. «Conozco a una muchacha que tomó LSD tres veces y que tuvo experiencias buenas y hermosas. Un año más tarde, ya no confiaba en sus amigas, le era imposible comprender lo que ellas realmente pensaban. Se sentía aislada. Un temor mínimo que se combate bajo (1)
Marihuana. 109
la influencia del ácido, puede llegar a convertirse en el centro a partir del cual reaccionaréis más adelante. O bien la forma en que se presenta en un momento determinado, como en mi caso, el mundo gelatinoso, se convierte en un recuerdo latente al que debo aprender a hacer frente. »O un amigo toma ácido. Por un instante tenéis la certeza de que va a realizar un mal "viaje". No hacéis nada definitivo respecto a ello. Decís algunas naderías reconfortantes que pensáis que necesitará, pero en el fondo sabéis que algo está ocurriendo, algo malo. Así que os despreocupáis. Esperáis a que todo pase. «¿Por qué habéis hecho caso omiso de vuestra responsabilidad, de vuestra amistad? Eso no parece propio de uno. Porque en realidad queréis a vuestro amigo. Lo respetáis. Pero resulta que lo perdéis de vista y que se vuelve loco y que pasa los seis meses siguientes tratando de imaginarse lo que ha ocurrido. Tiene serias dificultades con la ley y la familia. «Alien Ginsberg es opuesto a la LSD. Bob Dylan dice que es un medicamento y advierte que hay que tener cuidado. William Burroughs, que conoce toda clase de drogas, se muestra muy reticente respecto a la LSD. »La LSD no es el tipo de consciencia que yo busco, y estoy de acuerdo con Mr. Ginsberg cuando dice: "Muéstrate bondadoso contigo mismo, Harry."»
9 LA OTRA DROGA
El uso, y el abuso, de la LSD no es una manifestación aislada. Es más bien como la cresta de una ola gigante de intoxicación con drogas que se ha ido incubando y agitando en los Estados Unidos durante los últimos quince años. Como nación, hemos estado obsesionados por drogas deotra todocosa tipo: alucinógenas, estimulantes, tranquilizantes y cualquier capaz de crear un estado de ánimo o de cambiarlo. Absorbemos píldoras, ingerimos cápsulas, masticamos tabletas, olisqueamos cola y consumimos bebidas alcohólicas en cantidades casi increíbles. Las estadísticas producen vértigo. 110
De los setenta millones de personas que beben brebajes alcohólicos, cinco millones están alcoholizadas. Existen diez millones de personas que fuman marihuana. Unos diez millones de individuos consumen anfetaminas para adquirir energías. El doble de esa cifra toman barbitúricos para dormir. Otros tres millones consumen tranquilizantes. Los adolescentes olisquean cola y consumen medicamentos para la tos a base de codeína en cantidades aterradoras. Y aprisionados en auténticas tinieblas existen unos sesenta mil adictos a la heroína. El millar de fabricantes de droga que manipulan las anfetaminas y los barbitúricos ponen en circulación trece mil millones de dosis por año, lo bastante para suministrar a cada hombre, a cada mujer y a cada niño de este país veinticuatro dosis de píldoras para dormir y treinta y cinco dosis de píldoras estimulantes. La mitad por lo menos de esas píldoras, cápsulas y tabletas tienen anualmente como objetivo final el mercado negro. En 1965 se extendieron en este país más de cien millones de recetas para ambos tipos de drogas. Y, no obstante, cada año, dos millones de personas, por lo menos, consumen anfetaminas, barbitúricos y tranquilizantes sin visitar al doctor ni presentar receta alguna. Garantizan unos doscientos cincuenta millones de dólares anuales al tráfico clandestino de las drogas. Los barbitúricos, por sí solos, son responsables de una cifra constante de tres mil muertes por año. La trágica muerte de la actriz Marilyn Monroe, acaecida en 1962, demostró de manera dramática los peligros de los barbitúricos y la facilidad con la que pueden obtenerse. Al atestiguar ante un subcomité del Senado que investigaba sobre el abuso de drogas peligrosas, el doctor Joel Fort, de la Escuela de Criminología en la Universidad de California, declaró respecto a la muerte de Miss Monroe: «Aun cuando había presentado síntomas de inestabilidad emocional y de depresión grave, los médicos de Miss Monroe, incluido un psicólogo, le recetaron barbitúricos durante varios meses y en grandes cantidades, muy superiores a las de uso ordinario. También le recetaron, al propio tiempo, otros sedativos y tranquilizantes. Le extendieron recetas importantes para períodos cortos..., cincuenta cápsulas de pentobarbital, que obtuvo precisamente poco antes de su suicidio, algunos días después de haberle sido recetadas otras cincuenta cápsulas.» 111
Las anfetaminas no son menos peligrosas. Jack Ruby, el hombre que mató a Lee Harvey Oswald, declaró a la Policía que antes del asesinato había estado consumiendo grandes dosis de anfetaminas con objeto de perder peso. Y los peligros no terminan ahí. Georges P. Larick, antiguo comisionado de la Food and Drug Administration, dice que el uso indiscriminado de los barbitúricos y las anfetaminas ha «contribuido al aumento de muertes en nuestras carreteras, a la delincuencia juvenil, a los crímenes violentos y extraños, a los suicidios y otros comportamientos antisociales». Probablemente no ha existido un caso más extraño que el del chofer de un enorme camión con remolque, que, subiéndose a su litera en la cabina, se quedó dormido sin preocuparse de parar su camión. El camión derribó varios postes telegráficos y quedó destrozado. El chofer, que había tomado anfetaminas durante dos días para mantenerse despierto, sobrevivió. Dijo a la Policía que estaba seguro de que alguien conducía el camión cuando se fue a dormir. Como la mayoría de las drogas de que se abusa (la heroína es una excepción), las anfetaminas y los barbitúricos son drogas útiles cuando se toman debidamente y bajo control médico. Las anfetaminas se recomiendan para los problemas del peso (regulan el apetito) y para las depresiones ligeras. Los barbitúricos producen el efecto opuesto y se emplean para los enfermos de agotamiento y para quienes duermen mal. Otra diferencia importante entre ambas drogas es que los barbitúricos pueden matar tomados a grandes dosis y crear hábito. Los doctores de la Administración que trabajan en el «Addiction Research Center»(1), en Lexington, Kentucky, han demostrado que los barbitúricos desarrollan una tolerancia en quienes los consumen y provocan una dependencia fisiológica y psicológica; son tres características de la intoxicación con narcóticos. El intoxicado con barbitúricos presenta síntomas similares a los de una persona que bebe cantidades excesivas de alcohol: euforia seguida de pereza, dicción pastosa y, finalmente, inconsciencia. El promedio de drogados con barbitúricos necesitan de veinte a cuarenta píldoras (sesenta o cien miligramos) diarios para satisfacer su hábito. Se trata de barbitúricos tales como el secobarbital, pentobarbital, amobarbital y (1)
Centro de investigaciones sobre las drogas. 112
fenobarbital, que se venden bajo las marcas registradas de Séconal, Nembutal, Amytal, Lumital y Tuinal. El precio de las píldoras oscila de diez a cincuenta centavos la pieza, según las cotizaciones del mercado negro. Este hábito puede costar más de veinte dólares al día. Con los barbitúricos el riesgo es grande. Los pillhead (2) tienen tendencia a olvidar cuándo tomaron su última dosis y con frecuencia ingieren dosis demasiado fuertes. Además, una mezcla de alcohol y barbitúricos puede ser fatal, incluso en pequeñas dosis. La reciente muerte de Dorothy Kilgallen(3) fue un ejemplo de ello. Asimismo, la supresión de barbitúricos puede ser fatal, contrariamente a la de la heroína (que, sin embargo, es más potente), que es dolorosa y traumatizante, pero rara vez fatal. Un drogado con barbitúricos presenta síntomas tales como jaqueca, ansiedad y náuseas después de transcurridas veinticuatro horas sin droga. Existe un 75 por ciento de posibilidades de ser víctima de convulsiones que pueden resultar fatales después de cuarenta y ocho horas sin droga. El único medio seguro de suprimir la costumbre consiste en reducir de manera gradual las dosis durante un período de seis a ocho semanas. Por el contrario, con las anfetaminas no existe hábito físico. Pero una persona que tome la pep pill puede desarrollar y desarrolla una tolerancia a la droga (necesidad de dosis mayores) y una dependencia psicológica. Cada vez que trate de abandonarla puede hacerlo con un mínimo de inconvenientes, siendo tal vez el peor los ataques de ansiedad. Ello no significa necesariamente que dicha persona ha de convertirse en una maníaca de la droga; incluso en pequeñas dosis, las anfetaminas procuran a quienes las consumen un impulso y una sensación de seguridad que pueden ocasionar una intoxicación de srcen psicológico. Los efectos secundarios de dicha droga, tomada en grandes dosis, pueden oscilar desde el insomnio a la agresividad con pequeñas crisis de paranoia, especialmente cuando se atenúan los efectos propiamente dichos de la droga. Los actos de violencia criminales atribuidos a los adictos de la pep pill son resultado, generalmente, de esos defectos ulteriores. muchachos de Chicago en 1964 por haber matado unTres anciano se drogaban con la detenidos pep pill. Aparentemente, el crimen fuea consecuencia de la necesidad de dinero para comprar nuevas (2) (3)
Los que se drogan con píldoras. Conocida periodista norteamerican a. 113
píldoras. Las píldoras (con una dosificación de cinco a diez miligramos) cuestan unos seis centavos la pieza cuando son adquiridas con receta. Pero en el mercado negro el precio de la píldora puede oscilar de diez centavos a un dólar, según la cotización del momento. Algunos adictos toman hasta veinticinco píldoras de una sola vez. La dosis diaria para un adicto puede alcanzar hasta las ciento cincuenta píldoras. El hábito múltiple puede ser igualmente peligroso. Los aficionados a la anfetamina toman con frecuencia barbitúricos para atenuar los efectos posteriores de la pep pill, y los adictos a los barbitúricos ingieren a veces anfetamina para «mantenerse» cuando quieren presentarse correctamente en sociedad. Los actores de Hollywood, lo mismo que algunos otros sujetos sometidos a tensión continua, practican ampliamente el ciclo barbitúrico-anfetamina-barbitúrico. El ambiente de los fanáticos de la píldora de Hollywood ha sido el tema de un best-seller The Valley muñecas), de Jacqueüne Susann.of the Dolls (El valle de las El mercado negro de las anfetaminas y de los barbitúricos y, en menor escala, el de los tranquilizantes, es similar al que se desarrolla alrededor de los alucinógenos, por el hecho de que no está controlado por las organizaciones criminales de la droga. En realidad, criminales organizados intervienen en el mercado negro de la píldora, pero una buena parte de las negociaciones ilegales la llevan a cabo los aficionados. La mayor parte de la droga del mercado negro procede de mercancía robada u obtenida de compañías marginales, interesadas en beneficios rápidos. La negligencia del control gubernamental del mercado de la píldora quedó expuesta de manera dramática en 1965, cuando un periodista de la TV de Nueva York estableció una falsa sociedad y escribió a cincuenta y un fabricantes de drogas formulando pedidos de anfetaminas y barbitúricos. Sin la menor indagación, diecinueve compañías aceptaron sus pedidos por un millón setenta y cinco mil píldoras, que le costaron seiscientos dólares con veintiocho centavos. Hubiese podido venderlas en el mercado oficial por más de cincuenta y cuatro mil dólares. Su valor en el mercado negro alcanzaba los quinientos mil dólares. Otras fuentes de los estimulantes y los barbitúricos que circulan por el mercado negro son los doctores y los farmacéuticos. Si bien la mayoría de los médicos y farmacéuticos del país están al abrigo de cualquier sospecha, los hay también que dan más importancia al dinero que a la ética. En un período de doce años, de 1953 a 1965, 114
alrededor de mil farmacéuticos y treinta y cuatro médicos fueron declarados culpables de irregularidades en el suministro de anfetaminas, barbitúricos y tranquilizantes. Uno de los casos más flagrantes de conducta inmoral por parte de un doctor tuvo por escenario Cincinnati, donde se condenó a un médico por haber distribuido seiscientas mil píldoras y tabletas por año a unos mil clientes mediante simple pedido por carta. Un posible indicio de hasta dónde pueden llegar las cosas es el hecho de que el uso ilegal de los estimulantes y los barbitúricos con fines no medicinales tiene, contrariamente al problema de la LSD, ramificaciones internacionales. El mercado negro de las píldoras es floreciente en el Japón, Inglaterra, Canadá y Suecia. Dado que los estimulantes y los barbitúricos se introdujeron diez años antes que los alucinógenos, es posible que la LSD se convierta finalmente, como algunos observadores predicen, en un problema internacional. En cualquier caso, el tráfico internacional de los estimulantes y los barbitúricos ha incitado a la «World Health Organization» («Organización Mundial de la Salud») y a la Comisión sobre drogas y narcóticos de las Naciones Unidas, a lanzar un llamamiento orientado a un control más severo del empleo y distribución de dichas drogas, que designan como «un peligro para la salud pública». Los problemas relativos a la aspiración de la cola para maquetas y al uso de medicamentos para la tos a base de codeína, están limitados casi exclusivamente a la juventud del país, que no puede echar mano a drogas más fuertes. La aspiración de las emanaciones de la cola para maquetas, de los disolventes para aclarar pintura y de los detergentes, pueden causar considerables daños en órganos vitales tales como los riñones y el hígado. Existen también informes sobre accidentes permanentes del cerebro y varias muertes. Los efectos son semejantes a los del alcohol y los barbitúricos (somnolencia, vértigo, dificultades de elocución, etc.). No hay forma de medir la dosificación, y el uso de dichos productos provoca a veces la inconsciencia, en ciertos casos hasta un coma fatal. La codeína, uno de los derivados más ligeros del opio, se vende sin receta en distintos medicamentos para laEntos, como de terpina codeína: Cotussis y Cheracol. unatales botella de hidrato cuatro onzas de uny medicamento para la tos que habitualmente se bebe de una vez, hay 0,216 gramos de codeína. Los casos de habituación son raros, pero la mezcla es lo bastante fuerte para que algunos adictos a la heroína la tomen cuando ésta escasea. Si bien la codeína es un narcótico de 115
venta libre (no se necesita receta), tomada en cantidades resulta una droga peligrosa. Ello nos conduce a la heroína, la droga de la habituación. Hoy día, según la Oficina Federal de Narcóticos, existen en este país unos sesenta mil adictos a la heroína. Algunos médicos afirman que la cifra debe de ser mucho más elevada, acaso cien mil. La heroína, contrariamente a la LSD y los otros alucinógenos, es la droga preferida por las minorías pobres y los económicamente débiles de las chabolas en las grandes ciudades. La gran mayoría de los adictos a la heroína son los negros, los portorriqueños y los mexicanos. Casi la mitad de los drogados que se conocen, se encuentran en los grandes núcleos de la ciudad de Nueva York. En el sur de California hay de siete a quince mil heroinómanos. Lo que la heroína brinda a esos ciudadanos oprimidos es un rápido «viaje» desde sus chabolas y su inferioridad social hacia un mundo de pura euforia. Y en verdad que pagan muy caro el «viaje». Esa costumbre cuesta al heroinómano de diez a treinta dólares al día. Dado que la mayoría de esos adictos son pobres despojos, sólo tienen un medio de obtener el dinero. Los hombres lo buscan en el delito. Las fuerzas del orden calculan que un solo adicto ha de robar de treinta a noventa mil dólares de mercancía en un solo año con objeto de obtener el dinero suficiente para la compra de su heroína. Las mujeres adictas caen generalmente en la prostitución. Esta incidencia en el crimen arroja estadísticas sobrecogedoras. Las detenciones de adictos por diferentes delitos, incluido el asesinato, son tan frecuentes en Nueva York que a menudo se olvida de mencionar la influencia de la droga en las noticias periodísticas sobre tales detenciones. Además, la base financiera del crimen organizado se encuentra profundamente enraizada en la circulación y venta ilegal de la heroína. La Oficina Federal de Narcóticos calcula que la venta anual de la heroína en el mercado negro sobrepasa los trescientos cincuenta mil dólares. Y todo el mercado de la heroína es mercado negro. Contrariamente a otras drogas, la heroína no se emplea en medicina. Cualesquiera que sean sus virtudes analgésicas, se ha dado preferencia a la morfina, otro derivado del opio, al parecer más apropiado para dicho cometido. En consecuencia, ninguna fábrica de drogas produce legalmente la heroína. Todo el proceso de la heroína, desde el opio en bruto hasta la heroína que se entrega a los adictos, tiene carácter criminal y los beneficios son astronómicos. Diez kilos 116
de opio en crudo, que cuestan trescientos cincuenta dólares en Turquía, se venden finalmente al adicto, después de refinados y cortados, en forma de heroína, por cuatrocientos diez mil dólares. Hay un beneficio de ciento diecisiete mil por ciento, y los vendedores podrían vender más de lo que pueden manejar. El heroinómano debe tener su droga, pues de lo contrario caerá enfermo. Si su inyección se ha retrasado, su nariz y sus ojos empiezan a fluir, estornuda, bosteza y suda sin poder dominarse. Si no puede procurarse la droga, el adicto sufre una grave reacción física y psicológica, con fiebre, agitación excesiva, espasmos, vómitos, diarreas y agudos dolores de estómago. La reacción mental es de extrema ansiedad. En el prototipo de heroinómano los síntomas duran seis horas o más. Pero, contrariamente a la creencia popular, las molestias de desintoxicación de. un heroinómano son menos graves que las de los alcohólicos o los intoxicados con barbitúricos. Otro mito relativo a la heroína es el de que la droga destruye al adicto. No es verdad. La propia heroína no causa daño físico ni mental alguno, ni siquiera a un drogado veterano. Tres días después de haber perdido el hábito, el organismo de un heroinómano está tan libre de síntomas como si jamás hubiese ingerido heroína. No obstante, pueden sobrevenir complicaciones, tanto físicas como mentales, debido a impurezas en la heroína, al empleo de agujas sin esterilizar para inyectar la droga, y de deficiencia alimenticia bajo la influencia de la droga. Un hecho curioso es que al empezar a extenderse, en 1898, el uso de la heroína, y al considerarse en un principio que no creaba hábito, se empleó de manera intensiva como cura contra la morfinomanía. Hubieron de transcurrir diez años antes de que los doctores descubrieran que la heroína, no sólo no curaba a los morfinómanos, sino que ella misma srcinaba fuerte hábito. Para entonces, la heroína se había convertido en la droga predilecta de los adictos. El hecho de que los científicos hayan ignorado el poder de la heroína, ha sido subrayado infinidad de veces por quienes se oponen a la LSD y mantienen que el tiempo puede probar que también la LSD intoxica. Los científicos no están de siacuerdo, pero en una algunos círculos siguen aferrados a la idea de que se equivocaron vez puede repetirse el error. Otro aspecto, que ha sido subrayado con frecuencia en la controversia sobre el uso de la LSD por quienes se muestran favorables a dicha droga, es el del alcohol. Timothy Leary, el 117
dirigente portavoz del libre consumo de la LSD, ha declarado en numerosas ocasiones que el alcohol es mucho más peligroso que la LSD. «Si el alcohol, una droga en extremo peligrosa, puede venderse en el mercado legal, ¿por qué no la LSD? —arguye Leary—. El alcohol crea hábito, no así la LSD. El alcohol da srcen a comportamientos antisociales, no así la LSD. El alcohol es perjudicial para la salud, la LSD no. El alcohol contribuye al aumento en el índice de crímenes de la nación, la LSD no. ¿Por qué, entonces, el alcohol está legalmente autorizado, mientras que la LSD se encuentra fuera de la ley?» Es una cuestión interesante. La respuesta habitual es la de que ya es suficiente con una droga en el mercado. El alcohol es una droga y una droga peligrosa..., no nos engañemos. También es la droga-queproduce-placer de la que más se usa y abusa en el mundo occidental. Volviendo las estadísticas, de pagan americanos que ingieren abebidas alcohólicaslosdesetenta una u millones otra forma unos doce mil millones de dólares por gozar del privilegio de ingurgitar ochocientos millones de galones(1) de whisky y de vino y noventa millones de barriles y seis mil millones de cajas de botellas de cerveza. Tomado en pequeñas dosis, el alcohol no es especialmente peligroso, si bien puede provocar cierta disminución en el discernimiento y la coordinación. Incita a la gente a relajarse, provocando una ligera euforia, pero únicamente en pequeñas dosis. El alcohol es depresivo, y en dosis suficientes daña el sistema nervioso central. Acarrea también un determinado número de secuelas, todas ellas peligrosas. En primer lugar tenemos el alcoholismo. Existen cinco millones de americanos que sufren dicha enfermedad y su número aumenta en doscientos mil por año. Si se tratase de otra enfermedad, se diría una epidemia de estremecedora importancia. En todo el mundo existen otros veinticinco millones de alcohólicos. Toda esa gente está acostumbrada al alcohol y lo necesita, tanto por lo menos como el adicto necesita su inyección de heroína. Y las molestias de desintoxicación que sufre un alcohólico privado de su droga son aún más graves que las que padece un heroinómano sin la suya. Los síntomas agudos de la desintoxicación alcohólica rivalizan con los de Tres litros y medio en los Estados Unidos. Cuatro litros y medio en Inglaterra. (1)
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la desintoxicación de la heroína y pueden llegar hasta" las alucinaciones (delirium tremens), convulsiones e incluso psicosis tóxicas si la droga se reduce brutalmente o si se suprime en absoluto. Además, el consumo prolongado de grandes cantidades de alcohol bien de forma regular o intermitente, puede causar daños irreparables en el cerebro, el sistema nervioso y el hígado. Los estragos a largo plazo producidos por el alcohol son mayores que los que se atribuyen a cualquier otra «droga-generadora-de-placer». Y eso no es todo. Los embriagados al volante son responsables de unas quince mil muertes y doscientos mil accidentes por año. Un tercio de todas las detenciones de automovilistas están motivadas por conducir en estado de embriaguez. Seis de cada diez de todas las detenciones por crímenes, pueden imputarse a la bebida. Un hombre de cada dos de los que actualmente se encuentran en prisión, cometieron su delito después de haber bebido. Y el coste a la industria y los negocios por tiempo perdido, accidentes y otras pérdidas relacionadas con el alcohol, alcanza la cifra de quinientos millones de dólares al año. Es interesante observar que en el campo médico se abrigan grandes esperanzas en el empleo de la LSD para el tratamiento y curación de los alcohólicos.
10 LA SEÑAL DE ALARMA
En realidad, la LSD jamás tuvo suerte. Desde el día en que fue fabricada estaba destinada a los titulares aterradores, a la condena pública y al control legal. Los hombres de ciencia deben haberlo comprendido así porque la han guardado en sus gavetas como un secreto de familia, durante casi veinte años. Y entonces llegó Timothy Leary y con él la histeria colectiva. Si no hubiese sido Timothy Leary habría sido cualquier otro. Tarde o temprano, alguien en alguna parte se habría convertido en el paladín equivocado de la LSD. Era una droga predestinada. El público ya había oído hablar de la LSD incluso antes de que Leary le consagrara su vida pero se trataba sólo de rumores lejanos sobre una droga extraña y potente que podía ayudar a los enfermos 119
mentales y trastornar a los gatos hasta el punto de hacerles huir de los ratones. Una droga fantástica, pero nada inquietante. Leary ha cambiado todo ello. Leary ha elevado la LSD, casi por sí sólo, a la notoriedad nacional. Los discursos sobre las visiones místicas, la pérdida del ego y los «viajes» al interior del espíritu han alternado con historias de libertinos desnudos, suicidas y súbitas enfermedades mentales. Leary, el psicólogo transformado en místico, predicaba a favor de la LSD y daba caza a los grandes titulares. Pero cuanto más denodadamente luchaba por el libre uso de la droga, mayores eran los negros nubarrones que la oposición acumulaba. El defecto fatal de la LSD consiste en la propia naturaleza de esta potente droga y en su turbadora capacidad de modificar el espíritu. La experiencia es para algunos visionaria, para otros una treta infernal. Como quiera que sea, se asemeja a la locura, y algunas personas la consideran como antinatural. La LSD no intoxica, y en el peor de los casos no tiene psicólogo consecuencias graves«La para la mayoría de los sujetos. Un eminente ha dicho: idea de que las drogas puedan procurar placer sin que en compensación acarreen daños, no es compatible con nuestra ética puritana.» Los puntos de vista americanos predominantes sobre las drogas que modifican el espíritu y el estado de ánimo del hombre, han sido siempre paradójicos. Por un lado, los americanos beben más alcohol e ingieren más píldoras y somníferos por individuo que cualquier otro país del mundo. Por otra parte, todo lo que concierne a los cambios místicos, a las visiones o a la falta de control absoluto del espíritu es tan antiamericano como el comunismo. Leary, brillante psicólogo, hubiera debido saberlo. Acaso lo sabía. Pero Leary es también un místico, y los místicos son bien conocidos por su indiferencia ante las opiniones del resto del mundo. Así, pues, Leary ha predicado y ha logrado conversos; en primer lugar, los intelectuales, luego los más audaces entre los estudiantes, seguidos por los estudiantes en general, por los aficionados a las sensaciones de moda y por todos aquellos dispuestos a embarcarse en la aventura. La locura se vendía a cinco dólares la dosis. Los titulares eran descomunales y negros. Todo el mundo daba la señal de alarma en el mismo momento. En menos de cuatro meses, a principios de 1966, el Gobierno Federal declaraba fuera de la ley la fabricación, distribución y venta de la LSD; el Estado de Nueva York declaraba ilegal el hecho de transportar o distribuir LSD; en otros cuatro Estados se proyectaba dictar leyes prohibiendo la LSD; la Food and Drug Administration 120
ponía en guardia a todas las universidades y a todos los fabricantes de drogas contra la amenaza de la LSD; las fuerzas del orden se encontraban en pie de guerra dispuestas a librar batalla contra la LSD; el único fabricante legal de la LSD había retirado la droga del mercado experimental, dejando completamente paralizados algunos programas de investigaciones; en fin, tres subcomités del Senado habían realizado investigaciones sobre la «amenaza» de la LSD. Y hasta que ello se calmó, nadie se. molestó en emprender serias investigaciones sobre el pretendido problema de la LSD con el fin de hacer la luz sobre diferentes extremos: 1.° ¿Qué extensión real había adquirido el uso de la droga? 2.° ¿Cuál era la importancia del mercado negro de la droga? 3.° ¿Hasta qué punto era peligrosa la droga? 4.° ¿Eran válidas las investigaciones sobre la droga? 5.° ¿Representaba realmente la LSD una amenaza nacional? Al parecer, las únicas personas realmente perjudicadas por la desaparición brutal de la LSD fueron los investigadores médicos serios. En una declaración ante un subcomité del Senado, el 24 de mayo de 1966, el doctor Gerald D. Klee, profesor adjunto de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland, decía: «Parece como si los científicos fueran los únicos, en este momento, en encontrar dificultades para obtener la LSD.» Le apoyaba el doctor Charles C. Dahlberg, psiquiatra en el «Hospital Bellevue» de Nueva York, que declaraba ante el mismo subcomité al día siguiente: «Aparentemente, la LSD es tan fácil de fabricar que parece imposible que la Policía llegue a controlar el problema... La histeria pública actual no conducirá a ninguna solución válida. Nada bueno se logrará con la concentración de las fuerzas de Policía para controlar a los jóvenes que no son criminales, pero que ingieren drogas de menor importancia.» mayoría de lossuplementarias médicos, en especial que se interesaban en lasLainvestigaciones sobre la los LSD, opinaban de manera semejante. Cosa sumamente curiosa, muchos de esos mismos doctores habían contribuido a fomentar la histeria pública al dar, en diversos periódicos y revistas, todas las referencias sobre los peligros característicos de la LSD. No obstante, la mayoría habían publicado 121
artículos moderados orientados a que se autorizase la droga para la investigación médica, en cuyo campo, según aseguraban todos, era relativamente inofensiva. El clamor público que siguió no fue por ello menos opuesto a la LSD bajo todas sus formas y para todos los usos. Más de un hombre de la calle consideraba a la LSD como una amenaza, tanto en el exterior como en el interior de los laboratorios. Los primeros controles federales del mercado negro de la LSD fueron legalmente aprobados por el presidente Johnson el 15 de julio de 1965, pero no tuvieron efecto hasta el 1 de febrero de 1966. Bajo la rúbrica Drug Abuse Control Amendment of 1965(1), la legislación agrupó las drogas estimulantes, depresivas y alucinogénicas bajo un solo título, y la fabricación, transformación, distribución y venta de dichas drogas fue considerado como un delito federal, castigado con un año de prisión y mil dólares de multa. La condena es aún más severa si la droga se ha vendido a personas menores de veintiún años. En caso, de la condena puede llegar hasta dos años de prisión y cinco mil tal dólares multa por la primera infracción, y hasta seis años de prisión y quince mil dólares de multa para las condenas sucesivas. Según dichas leyes, la posesión de la LSD en sí no es ilegal. No obstante, diversos miembros del Congreso han propuesto que la posesión no autorizada de la LSD sea considerada ilegal y, al menos, un senador de Connecticut, Thomas Dodd, ha sugerido que se considere la fabricación de LSD como un delito castigado con prisión mayor. En el Estado de Nueva York, la LSD ha sido puesta fuera de la ley con fecha 1 de julio de 1965. La ley especifica: «La posesión, venta, intercambio o distribución de drogas o preparados alucinógenos por particulares que no sean fabricantes inscritos y médicos titulares que posean licencia emitida por el delegado de higiene mental para recibir dichas drogas, constituirán una violación...» Las condenas pueden consistir en penas de hasta un año de prisión y quinientos dólares de multa para la -primera infracción, y dos años de prisión y mil dólares de multa para las condenas siguientes. Se consideró la ley como bastante rigurosa hasta abril de 1966, en el que ocurrieron dos [casos que intensificaron extraordinariamente el [pánico. En primer lugar, Donna Wingenroth, una chiquilla de Brooklyn, de cinco años de edad, [ingirió accidentalmente un pedazo de azúcar J tratado con LSD que su tío, de dieciocho años, [había dejado en el (1)
«Ley de 1965 para el Control del Abuso de las Drogas,» 122
refrigerador. La niña reía [y lloraba alternativamente como una histérica. Conducida al hospital, le practicaron un lavado ¡de estómago. Salió tres días después, sin que, al parecer, se produjera ninguna secuela. Algunos doctores pretendieron que el lavado de [estómago era inútil y hubiese podido resultar luna experiencia capaz de producir un mayor [traumatismo que los efectos de la LSD. El [joven tío confesó a la Policía que había comprado el pedazo de azúcar tratado con LSD en Greenwich Village por cinco dólares. Una semana más tarde se halló a Mrs. Florence Cooper, de cincuenta y siete años, víctima de muerte violenta en su apartamento de Brooklyn. Entre las personas interrogadas sobre el brutal asesinato se encontraba el yerno de la mujer, Stephen H. Kessler, de treinta años. Kessler, antiguo enfermo mental y expulsado de la Facultad de Medicina, fue detenido y acusado de asesinato. La Policía había observado que el sospechoso repetía: «¿He matado tal vez a mi mujer? a alguien? lo que he hecho? que ¡He Kessler flotado durante¿He tresviolado días con la LSD!»¿Qué Variosesmédicos dudaban hubiese cometido semejante crimen bajo la influencia de la LSD, pero no llegaron a calificarle de embustero. Uno de ellos declaró: «Tres días es mucho tiempo bajo la influencia de la LSD. No es que sea imposible, pero para llegar a ese estado tendría que haber ingerido dosis masivas de LSD el segundo y tercer día. Yo diría que es dudoso que el asesinato pueda atribuirse a la LSD, pero, dados los antecedentes mentales del individuo y la dosis masiva que debe haber necesitado el tercer día, supongo que sea remotamente posible. Sólo añadiré que sin duda sería conveniente investigar las posibilidades y el historial del individuo antes de atribuir el asesinato, como he visto en algunos periódicos, a la LSD.» Haya sido o no la LSD el asesinato, dicho caso incitó al Cuerpo legislativo del Estado de Nueva York a examinar dos proyectos de ley por los que se solicitaban condenas de hasta veinte años de prisión para quienes resultaran convictos de posesión, venta o distribución de la LSD. Al menos otros cuatro Estados, entre ellos el de California, tienen en estudio leyes y condenas tan severas como las del Estado de Nueva York. En mayo de 1966, la Drug Abuse Control Amendment of 1965 fue ulteriormente reformada de manera tal que ya no era necesaria para la condena, con arreglo a las leyes federales, la prueba del transporte de un Estado a otro de distintas drogas, incluida la LSD. Tal decisión facilitaba un nuevo instrumento a la Oficina, de creación 123
relativamente reciente, para el Control del Abuso de la Droga: un comité ejecutivo, bajo la dirección de la Food and Drug Administration. La oficina controlaba, no sólo las actividades del mercado negro de la LSD, sino también las relativas a las anfetaminas, los barbitúricos y los tranquilizantes. Se espera que en 1967 la oficina disponga de ciento noventa y ocho investigadores que trabajarán en cinco regiones, cuyos centros se encontrarán respectivamente en Atlanta, Chicago, Kansas City, Los Angeles y Nueva York. Los ciento cincuenta investigadores primeros fueron adiestrados mediante un curso especial de ocho semanas, que terminó en agosto de 1966, en la Universidad de California, en Berkeley, una de las universidades en las que el consumo de la LSD por los estudiantes se supone que es el más importante. ¿Obtuvieron los investigadores buenos informes durante su estancia en dicha Universidad? El resultado no fue registrado. Sin embargo, las se leyes están endispuestas vigor, y las fuerzas locales y federales, encuentran a aplicar la del letraorden, de la ley. Pero ¿significa eso que el mercado existente de la LSD quedará barrido de un solo golpe? La respuesta es un no categórico. Acaso se reduzca, pero jamás se logrará desarraigarlo. Las drogas no podrán ser aniquiladas por la ley mientras existan personas dispuestas a pagar cualquier precio para obtenerlas. Se ha intentado con la heroína y existen sesenta mil heroinómanos. Se ha intentado también con los estimulantes y los somníferos, y todavía hay trescientas mil personas que consumen píldoras en cantidades aterradoras. Se ha intentado con la marihuana, y diez millones de fumadores de pot continúan aspirando sus cigarrillos. Se ha intentado con el alcohol y se ha renunciado. La LSD será, probablemente, mucho mas difícil de controlar que cualquiera de ellos. Teniendo en cuenta que una cantidad tan pequeña como una onza de LSD contiene casi trescientas mil dosis de droga, es evidente que el contrabando de la droga y su distribución resultan un juego de niños. La LSD puede esconderse en cualquier parte. Es incolora, inodora e insípida. Trabajando sin información previa, ninguna comisión de investigación estará lo suficientemente preparada para descubrir un escondrijo de LSD. Las fuerzas del orden necesitan que se les informe con exactitud del lugar en el que se encuentra; de lo contrario, sus posibilidades de localizarla son prácticamente nulas. Con anterioridad a 1966, la brigada de estupefacientes y otros investigadores ni siquiera disponían de pruebas positivas de la LSD y podían pasar junto a ella sin 124
reconocerla. Pero, en mayo, Melvin Lerner, jefe químico del Customs Service de los Estados Unidos («Servicio de Aduanas»), de Baltimore, puso a punto un método de detección de las más mínimas dosis. Se utiliza un aparato de infrarrojos llamado gaschromatógrafo, que Lerner declara que funciona a la perfección. Dicho aparato no ha sido todavía utilizado en un caso criminal. Existe aún otro problema esencial en cualquier tentativa para combatir el uso ilegal de la LSD. Concierne a quienes toman LSD. Un detective de la brigada de estupefacientes de la ciudad de Nueva York lo planteó en los siguientes términos: «¡Atención! La heroína o las píldoras pueden ser halladas en determinados lugares o, al menos, en ciertos barrios. Están agrupados en las proximidades de los suministradores, que se encuentran generalmente en Harlem o en Brooklyn, o tal vez en el Village. Pero, ¿qué diablos se supone que hagamos con la LSD? ¿Dónde hemos de buscar? No podemos investigar todas las universidades y todos los apartamentos de lujo. Y sobre todo, ¿quién toma la LSD? Puede ser cualquiera. Lo mismo personas que proceden de Queens como del Village. «Incluso los suministradores son en su mayoría independientes. No hay indicios ni huellas, absolutamente nada. Pero la cuestión sería mucho más sencilla si los profesionales decidieran dedicarse de lleno a su actividad. Entonces dispondríamos de una base de trabajo. De todas formas, la LSD ha levantado mucha polvareda y suscitado poca acción. Tengo la impresión de que no es un problema tan importante como se quiere hacer creer.» Algunos se muestran de acuerdo con ese punto de vista. El doctor Stanley F. Yolles, director del «Instituto Nacional de Salud Mental», habla de una epidemia de «exageración». Afirma: «Sabemos que la usan, pero creo que nadie posee cifras a ese respecto.» El doctor Daniel X. Freedman, profesor de psiquiatría en la Universidad de Yale, dice: «El problema parece episódico, prácticamente inexistente en muchas universidades, y presenta cierto aspecto de moda. Estos años últimos éramos conscientes de la existencia de cierto número de sustancias empleadas para provocar nuevas experiencias. La LSD no es una droga de la que pueda decirse que las gentes cometen crímenes para poseerla; es, sencillamente, una droga peligrosa y poco segura para los aficionados que la experimentan. De hecho, 125
quienes tienen la costumbre de abusar de las drogas y poseen experiencia —los adictos a los narcóticos, por ejemplo— pretenden que los efectos de la LSD son inseguros y muestran por lo general tendencia a abandonarla después de la primera experiencia.» Incluso el doctor Donald B. Louria, presidente del subcomité sobre la intoxicación con narcóticos de la County Medical Society de Nueva York, que se mostró durante largo tiempo opuesto al uso extramedicinal de la LSD, dice que la situación es «seria», pero afirma que no se trata de «una crisis ni de una excusa para la histeria». En el terreno de las fuerzas del orden, el director del departamento de Policía para la represión del vicio, de Chicago, John R. Neurauter, declara con laconismo: «La notoriedad de la LSD excede en mucho de su uso real.» Cosa curiosa, la voz que se alza más ruidosamente a favor de una posible crisis en el mercado negro de la LSD no es otra que la de Timothy Leary. Pero él no pide controles nacionales o federales suplementarios; por el contrario, quiere que los reduzcan. Toma como pretexto la pretendida crisis de la LSD para afirmar que en 1970 la consumirán millones de personas. «Cada día hay más», dice Leary, que probablemente siente que tiene necesidad de apoyo. Sea como fuere, la idea de Leary consiste en establecer una Comisión de Educación Psicoquímica que, según sus propias palabras, sería «un Cuerpo integrado por neurólogos, farmacólogos, psicólogos, pedagogos y dirigentes religiosos que se ocuparían por entero de la investigación psicoquímica». Se supone que Leary confía en que sus ideas místicas puedan atraer a semejante grupo. Y así la discusión prosigue. ¿Existe o no una crisis de la LSD? ¿Es o no necesario un control mayor y más severo? ¿Hay o no muchos consumidores de la LSD, o bien la mayoría se contenta con hablar? Las respuestas tal vez tarden en llegar. Y, entretanto, los científicos serios dedicados a importantes investigaciones médicas sobre la LSD se encuentran en cuadro. Cuando la «Sandoz Pharmaceuticals», el único fabricante legal de la LSD, retiró, en abril de 1966, la droga del mercado, truncó distintos proyectos de investigaciones. James L. Goddard, comisario de la Food and Drug Administration, al declarar ante un subcomité del Senado, explicó lo ocurrido: «El 7 de abril de 1966 nos enteramos por teléfono de que la “Sandoz" se proponía abandonar su patrocinio de las investigaciones 126
sobre la LSD y la psilocibina (un alucinógeno de la familia) lo más pronto posible. Se nos dijo que dicha firma adoptaba tal decisión debido a la reacción pública sobre el uso ilegal de la droga, reacción que comenzaba a adquirir proporciones inquietantes. La firma "Sandoz" deseaba liberarse de la LSD lo más pronto posible, política perfectamente comprensible. »En aquel momento se planteó un problema. Si la "Sandoz", en su calidad de promotora legal, abandonaba el campo, todos los investigadores apadrinados por la "Sandoz" habrían de devolver todas y cada una de las muestras en su poder... Estuvimos de acuerdo en la devolución de todas las muestras de LSD por parte de los investigadores clínicos, con la sola excepción de un número muy reducido aprobado por el "Instituto Nacional de Salud Pública" y la "Asociación de Veteranos". »Ello reducía el programa de investigación de este país sobre la LSD de setenta y dos a doce.» En defensa de la posición de la «Sandoz», el doctor Craig Burrell, director médico de la rama americana de la firma en Hanover (Nueva Jersey), dijo a un periodista: «La LSD todavía no ha sido registrada como medicina. No encontrará a nadie que le diga que el mundo necesita la LSD como necesita, digamos, la penicilina. Y en estos últimos años se ha convertido en un gigantesco e ingobernable engullidor de tiempo para los profesionales. Cada vez que aparece en los periódicos un artículo sobre la LSD, recibimos docenas y docenas de cartas de doctores pidiendo bibliografía, y ello alcanza ya diez pulgadas de grosor. Ha habido incluso gente (en particular una pareja de estudiantes de Harvard) que llegaron hasta nosotros para pedir muestras.» Jamás ha existido la menor duda sobre el hecho de que la «Sandoz» haya controlado la distribución de la LSD con el más estricto cuidado. Pero en su calidad de único fabricante legal de la droga, se ha producido una especulación general de la que acaso parte de ella ha llegado hasta el mercado negro. Los funcionarios gubernamentales que nada era más en lejos de la verdad. No obstante, después decían de haber gastado millones desarrollar y ensayar la LSD, la «Sandoz» sólo cosechó dolores de cabeza con la LSD ilegal que mantiene el mercado negro. Lo asombroso es que la Compañía no suprimiera mucho antes de la escena toda la LSD. 127
Desgraciadamente, en tanto que los místicos y los buscadores de sensaciones pueden obtener su LSD en el mercado negro, los científicos no pueden conseguirla. Y la investigación sobre la LSD ha quedado en el limbo. No existe un médico en todo el país que no haya quedado consternado por esta evolución. Y los adversarios más furibundos del tráfico en el mercado negro han hecho presión para que continúe la investigación científica para la aplicación de la LSD a problemas médicos específicos. «No se ha demostrado que la LSD sea realmente útil en el tratamiento de los desórdenes mentales, pero se sabe que puede ser perjudicial a los seres humanos —dice el doctor! Gerald D. Klee—. Sin embargo, ello no implica que hayamos de abandonar toda investigación! clínica sobre la droga. Es necesario experimentarla con nuevos tipos de tratamientos, incluso si ello obliga a correr riesgos calculados; si lo logramos, será un gran éxito... para el tratamiento de los pacientes.» El doctor H. Martin Engle, director médico en jefe de la «Asociación de Veteranos», en una declaración ante el subcomité del Senado que investiga sobre los abusos de la LSD, ha dicho: «Sería una lástima que la publicidad que orquesta el abuso de esta droga lleve a adoptar medidas inadecuadas que podrían ahogar la investigación científica sobre el prometedor potencial que parece poseer la LSD para el tratamiento de ciertos de nuestros desordenes más lamentables y difíciles de curar.» Acaso prevalezca la razón. Pero lo que ha quedado demostrado sin duda alguna, es que la LSD nunca será como otra droga cualquiera.
11 UN ARMA DE LA TERCERA GUERRA MUNDIAL
Indudablemente la investigación podrá demostrar un día que la LSD es un arma importante del arsenal médico. Pero quizá también ponga de manifiesto que la LSD carece de valor. Cualesquiera que sean los resultados de la investigación, la LSD ha encontrado ya su lugar. Mucho antes de que la droga se convirtiera en motivo de un debate nacional apasionado, habían sido minuciosamente examinadas 128
sus posibilidades como arma de guerra. La LSD satisfizo a los militares y, calladamente, sin la fanfarria que más tarde habría de servirle de escolta, la LSD entró tranquilamente a formar parte del arsenal del armamento químico del país. Ese arsenal es realmente impresionante. Contiene, al menos, trece gases secretos y mortíferos, treinta y dos enfermedades virulentas, dos sistemas de radiología que perfora los huesos, diferentes extractos de plantas altamente venenosas y una serie de sustancias psicoquímicas relativamente recientes. La LSD, estudiada por primera vez en 1955, bajo el aspecto de sus posibilidades militares, es un miembro importante del grupo psicoquímico. Con la sola excepción de los gases empleados durante la Primera Guerra Mundial y del napalm introducido en la Segunda, no han sido utilizadas en el curso de operaciones ninguna de esas armas químicas, biológicas y radiológicas (CBR). Pero al menos este país, y todas las demás grandes potencias un momento, stock de armas y todas saben que todosdel lo mundo, tienen. tienen Hasta el todos CBR, temen usarlas por miedo a que los adversarios las usen a su vez. En todo caso, la LSD forma parte en la actualidad de la familia CBR. Ello no debería constituir ningún motivo de sorpresa. Toda droga que en dosis microscópicas sea capaz de reducir a la nada la razón humana, no puede pasar inadvertida para los militares. De hecho, todo lo que sea capaz de matar o de incapacitar con rapidez y en pequeñas dosis, no es fácil que pase inadvertido en los medios castrenses. Al parecer, los fusiles, los tanques, las bombas y las balas ya nada tienen que hacer en la guerra. A raíz de una polémica sobre la LSD y otras sustancias psicoquímicas, el House Committee on Science and Astronautics, publicó en 1959 un informe en el que declaraba: «Esas armas podrían resultar tan importantes que sería catastrófico no llegar a comprenderlas a fondo. Asimismo, podrían ofrecer un débil rayo de esperanza hacia una forma de guerra menos total... El trabajo experimental, aun cuando prometedor, se encuentra todavía en una fase de iniciación, y hasta que dichos procedimientos no sean generalmente conocidos en los demás países, no existe ninguna razón para revelar su auténtica naturaleza química.» Aproximadamente hacia la misma época, se hizo evidente que la exacta naturaleza química de algunas de aquellas sustancias psicoquímicas era ya conocida al menos por un país extranjero. El 129
general ruso Y. U. Drugov, del Servicio Médico del Ejército Rojo, declaró a un periodista: «Los pretendidos venenos psíquicos (mescalina o derivados del ácido lisérgico), utilizados en la actualidad como estímulo en las enfermedades mentales, ofrecen especial interés.» El informe del general Drugov aludía, al menos, a una droga psicoquímica: la LSD. Dos experimentos relativos a la LSD y realizados por el Ejército fueron objeto de amplia publicidad, trascendiendo a la Prensa nacional. En primer lugar, se administró la LSD a un gato llamado Speedy, que después fue introducido en una jaula con un rató n. Speedy trató de salir de la jaula. El ratón casi le hizo morir de miedo. En el segundo caso, se administró LSD a una paloma que trató de incubar a un hombre. Cuando éste salió de su inmovilidad intentando alejarla, la paloma se puso furiosa e intentó atacarlo. Hubo un tercer experimento con un grupo de soldados a los que se administró LSD. Se filmaron sus reacciones y la película fue pasada ante funcionarios del Gobierno. Éstos informaron que la «película demostraba que las tropas sometidas a uno de aquellos agentes ni siquiera eran conscientes de su condición anormal, tan distinta, eran incluso incapaces de cumplir órdenes de rutina y de ejecutar tareas normales con un mínimo de precisión...» y que «tan sólo una persona ajena no sometida [al tratamiento] y encontrándose por azar entre ellos, sería capaz de considerar excéntrica su conducta». El general de brigada J. H. Rothschild, antiguo comandante general del Cuerpo de investigaciones químicas del Ejército de los Estados Unidos, ha declarado en relación con los efectos de la LSD: «Piensen en los efectos producidos por el uso de ese tipo de material, secretamente, en el cuartel general superior de una unidad militar o a las claras en una gran organización. Algunos jefes militares creen que no debemos pensar en utilizar ese material porque no sabemos exactamente lo que puede ocurrir y que no puede preverse un resultado concreto. Pero no cabe imaginar lo que hoy día sería la ciencia si, llegado el momento de ensayar algo nuevo, se hubiese dicho: "No probemos hasta que no sepamos cuáles serán los resultados."» Ralph M. Goodman, un inteligente político que en 1963 inició un estudio sobre las armas psicoquímicas en la Universidad de Chicago, afirma que el Ejército de los Estados Unidos realiza probablemente 130
más experimentos con las drogas alucinógenas que cualquier otro grupo del país, incluido el Cuerpo médico. Y añade: «Con la puesta a punto de los efectivos de dispersión, podrían quedar reducidos a la impotencia durante dos o tres días ejércitos enteros, comunidades e incluso naciones.» Considerando que la LSD es incolora, inodora e insípida, existe incluso la posibilidad de hacer ingerir una dosis masiva a casi todos los miembros del Alto Mando..., generales, almirantes, alcaldes, senadores e incluso presidentes. Cualquier jefe, bajo el influjo de la LSD, difícilmente se encontrará en posición de adoptar decisiones racionales. Una persona clave, ya pertenezca al gobierno civil o al militar, podrá sabotear la defensa de un país, en cinco minutos, si un agente le administrara la LSD. Incluso a nivel de combate, la LSD puede ser un factor decisivo. Informa un agente del Cuerpo de Ejército químico: «Si se lograra alterar la aptitud de un individuo para integrar el tiempo el espacio, ello tendría notablesderepercusiones la dirección de uny avión a reacción, el disparo un cañón o en el movimiento de un tanque.» Por desgracia, o tal vez afortunadamente, según el punto de vista que se adopte, todavía no es una ciencia exacta el uso de la LSD y de otras sustancias psicoquímicas más secretas, en su calidad de armas. No cabe la menor duda de que pueden producir toda clase de perturbaciones, desde el accidente y el acto irresponsable hasta la violencia o la psicosis prolongada. De todos modos, empero, presenta algunos inconvenientes. A menos que se ponga LSD en la leche o el café de un individuo, no existe todavía medio alguno de llegar hasta las presuntas víctimas. Las dificultades se multiplican cuando el objetivo es un ejército o una ciudad. Para que las sustancias psicoquímicas se conviertan en una amenaza hay que crear previamente sistemas efectivos de dispersión. Hace algunos años, el general William M. Creasy, antiguo jefe químico del Ejército de los Estados Unidos, afirmaba que se necesitarían diez años y mucho dinero antes de que pudieran utilizarse en gran escala las sustancias psicoquímicas. Hasta ese momento, afirmaba, los agentes psicoquímicos continuarán siendo armas teóricas. Los militares siguen trabajando en ese problema sin comunicar en absoluto los resultados de sus trabajos.
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Muchos son los que opinan que las sustancias psicoquímicas y otras que incapacitan no son menos inhumanas en caso de guerra que las armas convencionales, aun cuando no maten y sus efectos sean, en general, temporales. Comentando ese aspecto de la guerra CBR, el subcomité del Senado para el desarme, en un informe emitido en 1960 subrayaba: «El so juzgamiento que prácticamente se produciría podría resultar tan deplorable como un ataque sorpresa que tuviese como resultado una destrucción física universal.» Sojuzgamiento es un término fuerte, pero es absolutamente posible que algún futuro «Hermano Mayor» emplee la LSD y otras drogas químicas que modifican el espíritu, no para ganar guerras, sino para controlar el cerebro de los pueblos. Ya no está muy lejos 1984(1). El doctor James Lieberman, funcionario de la Sociedad para la responsabilidad socialextraído en la del Ciencia, hacía, eneroScientists: de 1962, el siguiente comentario Bulletin of theenAtomic «Supongamos... que un día llegan a perfeccionarse las armas psicoquímicas eficaces para ser utilizadas como instrumentos coercitivos y de control. Podemos prever graves repercusiones políticas, a más de la guerra. Un control virtualmente absoluto del individuo puede inducirle a tolerar los Gobiernos de quienquiera que posea las armas. En semejantes circunstancias, un Gobierno puede apoyar aparentemente, las más nobles leyes de libertad política, en tanto que de manera sutil ahogará la expresión actual de la libertad individual... El lavado de cerebro puede llegar a ser una especialidad de los químicos, y las burdas técnicas de los sistemas totalitarios resultar suplantadas por tranquilizantes masivos.» Dicha suposición' no es tan utópica como parece. La LSD es relativamente nueva. Puede producir efectos que todavía ignoramos. ¿Y qué otra sustancia mágica podrán aún descubrir los laboratorios en años venideros? Un célebre psicólogo de Harvard, el doctor B. F. Skinner, ha predicho: «No está muy lejana la época en que, gracias al uso de las drogas,las puedan probablemente mantenerse en el estado quevida se desee condiciones emocionales y de motivación de la cotidiana.»
(1)
Alusión a la novela de anticipación de George Orwell: 1984. 132
Es sumamente improbable que pueda lograrse ese control de las emociones con la LSD. o cualquier otra droga alucinógena. Pero mezclada con otras drogas y sometida a un mayor refinado, no es imposible creer que en manos perversas podrían convertirse en un arma poderosa. El difunto Aldous Huxley, que había exhumado una droga llamada «soma» para convertirla en el arma política de los dirigentes de su novela Brave New World, no tenían la seguridad absoluta de que los científicos no lograsen crear de nuevo con bastante rapidez ese «soma», quizá no idéntico, sino posiblemente mediante la combinación de otras diversas drogas conocidas. En 1958, en su ensayo Brave New World Revisited, Huxley decía: «Hablando en términos psicológicos, en la actualidad existen tranquilizantes, alucinógenos y estimulantes baratos. Es evidente que un dictador podría, si quisiera, hacer uso de esos productos con fines políticos. Podría protegerse contra la agitación subversiva modificando la química del cerebro de sus súbditos, y logrando que se sintieran perfectamente satisfechos de su condición servil. Podría utilizar los tranquilizantes para calmar a los excitados, los estimulantes para reavivar el entusiasmo de los indiferentes, los alucinógenos para distraer de su miseria a los desgraciados. Pero tal vez se pregunten: ¿cómo lograría el dictador que sus súbditos ingiriesen las píldoras? Es posible que tal vez baste con poner esas píldoras a su alcance.» Huxley prosigue diciendo que bajo un régimen dictatorial se venderían en las droguerías, a quienes quisieran comprarlas, todas las drogas que modifican el espíritu y el estado de ánimo. El precio sería muy barato y se distribuirían sin receta. De acuerdo con las órdenes del dictador, los farmacéuticos harían la publicidad de tal o cual droga, según fuera el efecto deseado por el dictador. En período de crisis nacional los estimulantes desempeñarían un papel. Los tranquilizantes y los alucinógenos serían distribuidos entre el pueblo para mantenerlo en un estado supuestamente feliz. Tal vez ésta parezca una visión exagerada del futuro. Pero, ¿lo es en realidad? En este país, al menos, es todo una cuestión de grado. Los americanos consumen ya una cantidad sorprendente de drogas para modificar el estado de ánimo aun exigiéndose recetas y existiendo toda clase de leyes contra el mercado negro de las drogas. Imaginémonos que los estimulantes, los somníferos y la LSD se 133
vendieran por todas las esquinas de las calles a quien quisiera comprarlas. ¿Qué sucedería? A este respecto acaso las predicciones de Huxley no estén muy lejos de la realidad. Pero queda una esperanza para el futuro. Hay médicos que sostienen que dichas drogas, incluso aquellas tan poderosas como la LSD, no tienen el poder de cambiar la mente del hombre, al menos en el sentido de control del pensamiento. Uno de ellos, un psiquiatra inglés, el doctor J. A. C. Brown, ha escrito cosas muy interesantes al respecto. El doctor Brown afirma que los hombres pueden mentir bajo la influencia del pretendido suero de la verdad, exactamente igual que lo hacen en estado normal. Es también de opinión que todavía no ha sido inventada la droga capaz de ser empleada para controlar a un pueblo y, a mayor abundamiento, piensa que jamás será descubierta. El doctor Brown dice: «Conviene subrayar que esos nuevos descubrimientos [los alucinógenos], útiles como lo son en psiquiatría, pueden desempeñar un papel mínimo o nulo en los planes de un individuo malintencionado o de un grupo que tratara de manipular con los cerebros normales. Lo que sí es cierto es que hasta el momento tío existen semejantes drogas, y es sumamente improbable que hayan desempeñado una función cualquiera en los juicios trucados, en las confesiones forzadas, en los lavados técnicos de cerebros o en el adoctrinamiento político.» El doctor Brown afirma que sólo aquellos sujetos que así lo quieran, pueden ser inducidos a reaccionar bajo una droga alucinógena con las manifestaciones de humor deseadas y los cambios de personalidad esperados durante cualquier período de tiempo. Según dicho médico, pueden obtenerse los efectos temporales si la droga es lo suficientemente poderosa y las condiciones favorables, pero nunca hasta tal punto de que los políticos o la Policía puedan sacar provecho de ello. Es éste un punto de vista tranquilizador. Todo eso demuestra que las drogas alucinó-genas son realmente sorprendentes y que la como LSD es la más son asombrosa de Dios ellas.niPero las drogas no son mágicas, tampoco esencia de brebaje del diablo. Simplemente son. Si la LSD puede suscitar visiones paradisíacas en algunos individuos, experiencias infernales en otros y el terror en aquellos que jamás la probaron, preocupación para muchos por el presente y el futuro, acaso sean los espectadores 134
quienes pecan de inconsecuentes y no la droga. El Talmud lo dice con toda claridad: «No vemos las cosas tal como son, las vemos como somos nosotros.» FIN
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ÍNDICE
Prefacio. Todos nos parecemos a Cau 1. Se abre el tercer ojo 2. Historia de los alucinógenos 3. El descubrimiento de un
tal Hofmann
4. La LSD al servicio de la psicoterapia 5. Timothy Leary entra en escena 6. Una experiencia mística 7. Una sociedad de iniciados 8. Tres testimonios 9. La otra droga 10. La señal de alarma 11 . Un arma de la
tercera guerra mu
ndial
Este libro se terminó de digitalizar el 20 de Diciembre del 2006.
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