A T E N C I Ó N P LE L E NA NA
W inifred inifred Gallaghe Gallagher r
Atención plena El po p o d e r de la co n c en tra tr a c ió iónn
URANO Argentina Argentina - Chile - Colombia - Espa Españña Esta Estado doss Unidos - México - Perú Perú - Uruguay Uruguay - Venezuela Venezuela
tt e n tio ti o n a n d th e F o cu se d Life Título original: R A P T - A tte Editor original: The Penguin Press / Penguin Group (USA), New York Traducción: Victoria Simó Perales
Agradecemos encarecidamente a los respectivos derechohabientes tos per Rive rs misos para citar fragmentos de las siguientes obras: «The Skaters» de Rivers and Ma untains untains de John Ashbery, Copyright © 1962, 1963, 1964, 1966, 1977 b y John Ashberry. Citado con permiso de Georges Borchardt, Inc., en repre Poerrn n ofE m ily sentación del autor. autor. «The soul seleets her her own society» de The Poerr Dicki Di ckins nson on:: V ar ioru io ru m E diti di tion on , Ralph W. Franklin, ed., Cambridge, Mass.; The Belknap Press of Harvard University Press. Copyright © 1998 by the Presiden! and Fellows t>f Harvard College. Copyright © 1951, 1955, 1979, 1983 by the President and Fellows of Harvard College. Citado con permiso de la editorial y ios síndicos del Amherst College. Reservados todos los derechos. Queda ri gurosamente gurosa mente prohibida, prohibida, sin la autorizaci autorización ón escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la re producción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, inclui dos do s la reprografi reprografiaa y el tratamiento informá tico, así com o la distribución de ejemplares ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. Copyright © 2009 b y Winifred Gallagher Gallagher Tbis edition published by arrangement withThe Penguin Press, a member o f Pengu Penguin in Group (USA) All Rights Reserved © 2010 de la traducción by Victoria Simó Sim ó Perales Perales © 2010 by Ediciones Urano, S.A. Aribau, 142, pral. pral. - Ü8036 Barcelona Barcelona ivwiv.edicionesurano.com
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1* edición octu bre 2010 2010 ISBN: 978-84-7953-738-8 Depósito legal: NA - 2,213 - 2010 Foto com posición: A.P.GA.P.G- k stud i G rifle, S.L.
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Printed in Spain
índice Introducción: Enfoca
tu vida ......................................... ........ .
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Capítulo 1. Presta atención: tu vida depende de e llo .... 29 Capitulo 2. De dentro afuera: los sentimientos condicionan el enfoque............................................. .
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Capítulo 3. De fuera adentro: lo que ves es lo que tienes .................................... ........................................ 65 Capítulo 4. Herencia: nacidos para prestar atención ........
79
Capítulo 5. Medio: tu cerebro en atención ... ........................ 93 Capítulo 6. Relaciones: vivir en mundos distintos ............ 109 .
Capítulo 7. Rendimiento; trabajar en la zona ....... ............
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Capítulo 8. Decisiones: la ilusión de enfoque ..................... 151 Capítulo 9. Creatividad: sensibilidad al detalle ................ . 171 Capítulo 10. Focws
interruptus .............. ................................ 185
Cap ítulo 11. Trastornos de a te n c ió n ........... .............. .
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Capítulo 12. Motivación: sin perder de vista el ob jetivo .......... .................................................................. 221 Capítulo 13. Salud: adonde fluye la atención, acude la en ergía .......... ......................................... .............
.
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Capítulo 14. Sentido: prestar atención a lo que más importa ................................................................................. 257 Epílogo........................................................................................ 275 Agradecimientos ...................................................................... 279 Notas y lecturas sugeridas....................................................... 281 Indice
.......................................................................................... 301
«Mi experiencia consciente es aquello a lo que yo decido atender.» W
il l ia m
Ja
m e s
Introducción ENFOCA TU VIDA
Todos nos comportamos como aficionados a la psicología que llevamos a cabo experimentos buscando maneras de sentimos mejor. Algunos nos especializamos en relaciones e investiga mos la cuestión del vínculo. Otros, más pendientes del trabajo, exploramos maneras de ser más productivos y creativos. Un tercer grupo, interesado en la filosofía o en la religión, se centra en las grandes preguntas: la razón intrínseca de las cosas. Hace cinco años una crisis me impulsó a estudiar la naturaleza de la experiencia. Aún más importante, me empujó a conocer las investigaciones científicas de vanguardia y una versión psico lógica de eso que los físicos, en su afán por desentrañar el uni verso, llaman la «gran teoría unificada» o la «teoría del todo»: tu vida —la persona que eres, lo que piensas, sientes y haces, las cosas que amas— es la suma de todo aquello a lo que prestas atención. La idea de que la experiencia depende, en gran medida, de los objetos materiales y contenidos mentales a los que atendemos o que decidimos pasar por alto no es una mera intuición, sino una realidad reconocida por la psicología. Cuando nos fijamos, por ejemplo, en una señal de s t o p o en un soneto, en una vaharada de perfume o en una cotización en bolsa, el cerebro registra ese «objetivo» y modifica nuestra conducta en consecuencia. Por el contrario, todo aquello que no nos llama la atención no existe
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en cierto modo, como mínim o no para nosotros. A lo largo del día, estamos reparando en esto o aquello de forma selectiva y, mucho más a menudo de lo que creemos, podemos tomar las riendas de ese proceso para sacarle mejor partido. En último término, en la capacidad de concentrarse en una cosa e ignorar esa otra radica la posibilidad de controlar la propia experiencia y, a la postre, el bienestar. La atención se suele definir como la «concentración de los poderes mentales» o «la dirección o aplicación de la mente a cualquier objeto de sentido o pensamiento». En épocas recien tes, sin embargo, una singular convergencia de teorías proce dentes tanto del campo de la neurociencia como de la psicología coincide en señalar un cambio de paradigma en la concepción de este láser mental y su papel en la conducta: pensamientos, sentimientos y actos. Como dedos apuntando a la luna, disci plinas que van desde la antropología a la educación, pasando por la economía conductual o la orientación familiar, sugieren que el dominio de la propia atención es condición indispen sable para vivir bien, y también la clave para transformar casi todos los aspectos de la experiencia, desde el humor hasta la productividad pasando por las relaciones. Si te pararas a considerar los años que llevas vividos, obser varías que tanto las cosas a las que has atendido como aquellas que has pasado por alto han con tribuido a crear tu experiencia. Comprenderías que, del vasto abanico de imágenes y sonidos, pensamientos y sentimientos en los que podrías haber repara do, has escogido unos cuantos, relativamente pocos, que se han convertido en lo que llamas, con toda confianza, «realidad». Tam bién te sorprendería advertir que, de haberte fijado en otras cosas, tu vida y tu realidad serian muy distintas. La atención crea la experiencia y, en gran medida, el yo que la memoria construye. Igualmente, si lo pensamos a la inversa,
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las cosas a las que prestes atención de ahora en adelante forjarán tu futuro y la persona en la que te convertirás. Desde Sigmund Freud, la psicología clínica se centra sobre todo en revisar el pasado para ayudarte a comprender por qué tu vida ha tom a do determinado rumbo y poder mejorarla en consecuencia. Si, por el contrario, piensas en térm inos de presente y futuro, tal vez te asalte la misma intuición que a mí: si te concentrases en las cosas adecuadas, la existencia dejaría de parecerte el resulta do de diversos acontecimientos externos y se convertiría en un producto de tu propia creación; no una sucesión de accidentes, sino una obra de arte.
El interés que siento por la atención se remonta a mi infancia, cuando llevaba a cabo las típicas pruebas para desentrañar su funcionamiento. Advertí que si me fijaba en una cosa podía ignorar otra, y que cuando me estaba divirtiendo, las horas transcurrían con rapidez y se detenían a la vez. Com prendí que mantenerme fiel a un objetivo a lo largo del tiempo, aunque no garantizase el éxito, me colocaba en el buen camino. En la madurez, un experimento también centrado en la atención, aunque de calado más trascendente, dio origen a este libro. Mientras me alejaba del hospital, tras conocer los resul tados de la biopsia maldita —no sólo tenía cáncer, sino uno particularm ente maligno y en estadio muy avanzado—, intuí algo con una claridad inusitada. Aquella enfermedad pretendía monopolizar mi atención, pero, hasta donde me fuera posible, no iba a concentrarme en ella, sino en la vida, Como pudo comprobar Samuel Johnson, cuando un hom bre sabe que será ahorcado, concentra su mente asombrosa mente. El experimento funcionó de buen comienzo. A lo largo de muchos meses de quimioterapia, cirugía, más quimio y ra
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diación diaria, hice lo posible por centrarm e en el presente —de repente, !o único con lo que podía contar-—, en las cosas que me Importan y me hacen sentir bien: las más grandes, como la familia y los amigos, la vida espiritual o el trabajo; pero tam bién las pequeñas, como las películas, los paseos o el martini de la tarde. Así, dedicaba m uy poco tiempo a pensar en el pasado o el futuro, o en todo aquello que de repente me parecía banal o ne gativo. Me aficioné a las frases ñoñas del tipo «¡Que tengas un buen día!» y mi marido em pezó a referirse a nuestra casa como «Armonía». No quiero decir con ello que el cáncer fuese «lo mejor que me ha pasado» ni que me alegre de haberlo tenido: no lo es y no me alegro. Tampoco que mi estrategia funcionase al cien por cien, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. En ciertos momentos de la vida —cuando te tienden la carta de despido, quizás, o cuando no encuentran la vena «buena» para adm inistrarte la quim ioterapia—, cuesta mucho ponerse a pensar en la cena de la noche, y no digamos en la música de las esferas. Otras veces, estímulos que no has escogido conscien temente, como un semblante hosco entre una multitud o un ruido desagradable, se cuelan en tu cerebro y afectan a tu co n ducta, p or poco que sea. Sin embargo, a lo largo de aquel calvario, me aferré al princi pio de que la vida está hecha de todo aquello que capta nuestra ate nc ión... y de lo que no. D entro de lo posible, procuraba fijar me en lo más significativo, productivo o revitalizador y obviaba lo destructivo o deprim ente. Descubrí que podía seguir con mi vida como de costum bre e incluso estar de buen hum or. En p ar te, desde luego, porque me esforzaba en estar presente duran te los momentos que compartía con muchas personas amables que parecían disfrutar de mi persona, rapada y tan lúgubre a prim era vista. No fue el mejor año de mi vida, lo reconozco,
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pero tampoco el peor. Eso sí, jamás en mi vida había estado tan atenta. No es lo mismo plantearse una teoría psicológica —que tu vida es aquello en lo que te fijas— o leer acerca de ella que po nerla en práctica. A mí me convenció tanto como para tomár mela muy en serio no sólo a título personal, sino también, como escritora especializada en psicología, profesional. Empecé por hacerme algunas preguntas. ¿Qué es la atención exactamente? ¿Qué ocurre en el cerebro cuando nos concentramos en algo? ¿Son aplicables los mismos principios a pensamientos y sentimientos que a imágenes y so nidos? ¿Cómo afecta al modo de ser la forma peculiar de centrar la atención de cada cual? ¿Por qué ciertos estímulos «atrapan» nuestra atención? ¿Por qué las cosas malas, como el escenario de un accidente o un insulto oído sin querer, despiertan más interés que las buenas, como un hermoso paisaje o un cumpli do? ¿La diferencia entre un estado tan común como ensoñar y una patología como un trastorno por déficit de atención es de calidad o de cantidad? ¿Cómo nos las arreglamos para sostener la concentración a lo largo del tiempo en temas como la salud o la profesión? Tras algunas indagaciones, descubrí que, hoy por hoy, tanto la neurocíencia como el análisis del comportamiento se inte resan por el tema de la atención. Cada vez más, advierten la importancia que tiene en procesos que van desde el aprendizaje más básico hasta la búsqueda de sentido existencial exclusiva del Homo sapiens. Comprendí también que mi experimento constituía un ejemplo a pequeña escala de algo que la ciencia está empezando a demostrar: no siempre es posible ser feliz, pero casi siempre puedes centrar tu atención en algo, que es casi igual de bueno. Como dice el poeta en Beowulfi «Toda vida ofrece un exceso de dichas y de pesares». Si eres capaz de con
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trolar dónde pones la atención, experimentarás ambos de ma nera equilibrada y orientarás tu concentración en una dirección positiva y productiva. Quizá John Milton se refiriese a esta fa cultad cuando escribió: «La mente es su propio lugar, y dentro de sí I puede hacer un cielo del infierno, un infierno del cielo».
Aunque carecían de las herramientas necesarias para explorarla a fondo, a los científicos del siglo xix ya les intrigaba el tema de la atención, Freud incluido. El cerebro hum ano constituía aún una misteriosa «caja negra» que no podía ser estudiada directam ente sin faltar a la ética, de modo que sus teorías eran fundamental mente descriptivas y se limitaban a conclusiones inferidas de la observación de pacientes con el cerebro dañado, o de su propia conducta y la de otras personas. El descubrimiento «formal» de la atención se suele atribuir al médico alemán Wilhelm Wundt. No obstante, William James (1842-1910), contemporáneo del anterior y cofundador de la psicología jun to con éste, sigue sien do considerado el gran experto del tema en un ámbito más filo sófico. Si la psicología cognitiva moderna surge gracias a los revo lucionarios avances informáticos, en época de James fueron los importantes adelantos culturales, incluida la teoría de la evolu ción y el creciente conflicto entre razón y religión, los que faci litaron el nacim iento de las ciencias de la conducta. Filósofo an tes que psicólogo, James se separó del influyente racionalismo de los alemanes Im manuel Kant y Georg Hegel para convertirse en un «pragmático», alguien que rechazaba cualquier verdad abstracta si entraba en contradicción con el «sentido de la reali dad» del individuo y su experiencia del mundo. En consecuen cia, aceptaba la teoría de la evolución, pero no sus implicaciones de que la naturaleza determina la conducta de los seres huma
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nos y los convierte en patéticos robots biológicos. Así, escribió: «Toda la salsa y la emoción de la vida provienen de nuestra idea de que en ella las cosas se deciden de un mom ento a otro, y que no es el monóto no repiqueteo de una cadena que se forjó hace innumerables siglos». La idea de la atención forma parte inextricable de la defensa de la libertad, la individualidad y la capacidad de crear una ex periencia particular e intransferible que form uló James. Puesto que la mente está condicionada por sus propios centros de inte rés, sostenía, es de vital importancia elegir con cuidado en qué nos concentramos. Sus mejores máximas se basan en esta con vicción, como por ejemplo: «La mejor arma contra el estrés es la capacidad para centrarse en un pensamiento y descartar otro». En su obra maestra Principios de la psicología (1890), James expresó una de las primeras definiciones científicas de la aten ción, que aún hoy sorprende por su acierto y estilo. En una m a niobra tan directa como insidiosa, escribió: «Todo el mundo sabe lo que es la atención. Es el acto de tomar posesión, por parte de la mente, de form a clara y vivida, de uno solo de entre los que parecen varios posibles objetos de pensamiento simul táneos. Su esencia está constituida por focalización, concentra ción y conciencia. Atención significa dejar ciertas cosas para tratar otras de forma eficaz». En cierto sentido, tiene razón al afirmar que todos sabemos qué es la atención. La notamos hasta en los huesos. El legen dario mimo Marcel Marceau se especializó en transmitir sin palabras la pose de profunda concentración de un atleta o de un artista preparados para la acción. Cuando el sargento de ins trucción grita: «¡Fir-mes!», los soldados adoptan al instante una postura erguida y alerta que evoca atención intensa. Me hace pensar en lo que yo llamo el «gesto de la cobra»: una concen tración muscular y mental simultánea en un sujeto u objeto
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situado ante ti, que inmovilizas por la sola fuerza de tu con centración, la capucha desplegada para evitar distracciones. Sin embargo, pese a estas percepciones más de tipo intuitivo, hasta muy recientemente los científicos daban la razón a uno de sus predecesores de principios del siglo xx, que comparó la investi gación sobre la atención con el «descubrimiento de un avispero: el prim er contacto desencadena todo un torrente de problemas apremiantes». Los primeros intentos m odernos de explorar aquel avispero se llevaron a cabo medio siglo después de James, cuando, con la Segunda Guerra Mundial, la atención se convirtió en cuestión de vida o muerte para los operadores de radar y pilotos de com bate obligados a atender señales múltiples en la cabina de pilota je. (Cualquiera que haya in tentado hablar p or el móvil mientras conduce a buena velocidad po r una carretera con mucho tráfico com pren derá a qué se enfrentaban.) Incapaces aún de descifrar el contenido de la caja negra, los psicólogos seguían estudiando la atención desde fuera. Un experimento típico de la época con sistía en pedir a una serie de sujetos equipados con auriculares que atendieran sólo a los sonidos que escuchaban por un oído; como las palabras a uno y otro lado eran distintas, después se com probaba qué material habían retenido realmente. En la década de 1950, los investigadores estudiaron la aten ción en tiempos de paz, como por ejemplo en aquellos escena rios que producían el llamado «efecto fiesta». Se preguntaban: ¿por qué en un ambiente muy ruidoso eres capaz de distinguir la voz de tu acom pañante y atender a sus palabras? ¿A qué se debe que tu atención se dispare cuando alguien que no está hablan do contigo pronuncia tu nombre, si hasta entonces no estabas escuchando la conversación? Algunas teorías hacían hincapié en las características físicas del estímulo, como el volumen de la voz o la proximidad; otras, en el contenido, como la presencia
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de tu nombre en el mensaje o un comentario incitante; un ter cer grupo en ambas cosas. Sin embargo, pese a la abundancia de investigaciones, bien avanzado el siglo xx los psicólogos apenas habían mejorado la definición de (ames. Sus intentos eran tan vagos y diversos —«la voluntad de ver», «energía psíquica», «la condición m ental o las condiciones psicológicas previas de ciertas experiencias»— que se llegó a temer que aquel campo de estudios quedara en agua de borrajas. A mediados de la década de 1960, la neurociencia revo lucionó el estudio de la conducta en general y de la atención en particular, gracias a una tecnología capaz por primera vez de desvelar algunos secretos de la caja negra. En los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, los investigadores re gistraban las señales eléctricas procedentes de los cerebros de primates que ejecutaban tareas relacionadas con la atención. A lo largo de los últimos veinte años, las posibilidades de adqui rir conocimientos aún se han incrementado más. Herramien tas cada vez más sofisticadas, como la imagen por resonancia magnética funcional y la magnetoencefalografía, permiten a los científicos ver qué partes del cerebro —que parecen iluminarse y adquirir distintos colores según si la persona piensa, siente o actúa— se activan. Hoy por hoy, los investigadores saben bastante acerca de los procesos sensoriales, perceptuales y motores del cerebro, pero sus conocimientos sobre acrobacias mentales de tan altos vue los como la emoción y la cognición no llegan tan lejos. Sin du da, los problemas para definir la relación «mente-cerebro» di ficultan cualquier intento de comprender cómo es posible que un fenómeno neurológico como un cambio electroquímico se traduzca en experiencias humanas como la inspiración o el de seo. En cualquier caso, una imagen vale más que mil palabras, y
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los descubrimientos efectuados en el campo de la neurociencia han desplazado las anteriores teorías psicológicas acerca de la conducta. La mayoría de experimentos que se refieren a la atención requieren la observación de los sentidos de la vista y el oído, porque se consideran los sistemas más aptos para la medición y el estudio. N o hay un modo único y generalizado de medir la atención, en cuyo proceso participan gran cantidad de opera ciones mentales. Sin embargo, existe gran cantidad de pruebas que, evaluando nuestra forma de llevar a cabo tareas diversas, miden la eficacia de los distintos sistemas que conforman nues tra capacidad de atender. En un experimento de tipo visual, por ejemplo, los científicos analizan cuánto tardamos en localizar un elemento en particular de entre otros muchos puestos allí para distraernos. Las conclusiones a que conducen este tipo de estudios suelen aplicarse a la descripción de los otros sentidos, y también al papel de la atención en relación con pensamientos y sentimientos. Las investigaciones actuales sugieren que, igual que «cons ciencia» y «mente», el término «atención» describe un proceso neurológico y conductual complejo, que parece ser mucho más que la suma de sus partes. No hay una «zona de la atención» definida en el cerebro; las redes neuronales que conforman los sistemas de alerta, orientación y ejecución colaboran entre sí para sintonizar el mundo exterior con el interior y provocar en nosotros la respuesta adecuada. Las zonas de la corteza parietal y frontal protagonizan dicho proceso, pero el sistema sensorial y muchas otras estructuras están también involucrados; en rea lidad, cada neurona o célula nerviosa evidencia algún tipo de modulación atencional. En ese sentido, el gran avance de la neurociencia ha sido considerar que el mecanismo básico de la atención es la selec
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ción, un proceso en dos fases que consiste en escoger el objeto físico más atractivo —o «saliente»— o el contenido mental más «valioso» para nosotros y suprim ir el resto. Al margen de la élite científica, sin embargo, las implicaciones de semejante hallazgo para la vida cotidiana han pasado sorprendentemente inadver tidas. Como sugiere la expresión «prestar atención», cuando nos fijamos en algo, estamos invirtiendo un capital cognitivo limi tado que deberíamos administrar con inteligencia, porque hay mucho en juego. En cierto momento, nuestro mundo abarca demasiada información, objetos, contenidos o ambas cosas, como para que el cerebro la «interprete» o nos la describa con claridad. El sistema de atención elige cierta parte de esa infor mación, que se convierte en una inversión valiosa para el cere bro y, en consecuencia, posee la facultad de modificar nuestro com portam iento. No sólo eso, esa porción de vida deviene par te de nuestra realidad, y el resto es confinado a las sombras del olvido. La naturaleza selectiva del sistema atencional acarrea tre mendas ventajas, la más importante de las cuales es ayudarnos a descifrar lo que de otro modo sería un caos. No podríamos asimilar la totalidad de la propia experiencia, ni siquiera du rante un instante, y mucho menos el conjunto del mundo. Ya sean ruidos de la calle, rumores de oficina o sentimientos ante una relación, uno siempre está bombardeado por estímulos en potencia que luchan por captar su interés. Por si fuera poco, las nuevas tecnologías se suman constantem ente a esa sobrecarga. La atención, al ayudarte a atender a algunas cosas y a dejar fue ra otras, destila ese vasto universo para convertirlo en tu uni verso. Además de ejecutar la apolínea tarea de organ izar el m un do, te perm ite vivir el tipo de experiencia dionisíaca que con
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tan ta belleza expresa el antigu o térm ino «rapto»; la sensación de estar com pletam ente absorto, traspo rtado , fascinado, qu i zás incluso «arrebatado» que acom paña a los más profun do s placeres de la vida; el estudio para el in telectual, su oficio para el carpintero o el objeto de am or para el enam orado. Pocos individuos acceden a ese estado con facilidad, pero las investigaciones dem uestran que con un poco de aprendizaje, ensayo y práctica todos p odem os cultivar ese estado de co n centración profunda y experimentarlo con cierta frecuencia. Prestar atención plena, ya sea a un arroyo o a una novela, al bricolaje o a la oración, increm enta la capacidad de abstrac ción, expande los límites internos y levanta el ánimo, pero, por encim a de to do, nos hace sentir que la vida vale la pena. Gracias a la atención, somos capaces de filtrar y seleccionar la experiencia, extraer orden del caos y experimentar una fas* cinacíón absoluta, entre otras posibilidades; pero nos exige un precio a cambio. Ese pequeño fragmento de realidad con el que sintonizamos es, en un sentido literal y figurado, mucho más tosco y subjetivo de lo que pudiera parecer. Semejante descu brim iento ha sido subestimado, pese a sus im portantes reper cusiones para la vida social y las relaciones. Com o cada persona se fija en cosas diferentes —e incluso en aspectos diversos de lo m ismo—, decir que dos personas «viven en mundos distintos» no es ninguna exageración.
Estar atento constituye una estrategia excelente para experi m entar bienestar, pero al principio cuesta un poco. El mero acto de comprender el papel de la atención en la construcción de la experiencia requiere un esfuerzo considerable, porque nos obli ga a mirar el bosque en vez de los árboles. Pese a todo, a medida que la psicología va desentrañando qué aspectos de la experien-
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da ayudan a las personas a funcionar y a sentirse bien, se hace cada vez más evidente que e! dominio de la atención es el pri mer paso para cualquier cambio conductual y cubre la mayoría de propuestas de desarrollo personal como un gran paraguas. Ahora bien, desarrollar la capacidad de concentración, como cualquier otra facultad, requiere disciplina y esfuerzo. Si con sideramos la importancia de dicha facultad, sorprende que la ciencia, hasta hace muy poco, haya concebido tan pocas estra tegias para mejorarla. Desde que el m un do árabe descubrió los efectos estimulantes del café, la farmacología ha creado m edica mentos para increm entar la atención, como el Ritalin* y sus va riantes, o nuevos fármacos como el modafiníl, pero todos tienen efectos secundarios y crean dependencia. En cuanto a enfoques conductuales, lames propuso varios trucos, como contemplar el objeto desde otra perspectiva o abordarlo en sus múltiples dimensiones. Algunos de sus sucesores están experimentando también con programas informáticos para desarrollar la capa cidad de concentración. Sin embargo, la mayoría de estrategias nos produce cierta sensación de déjá vu, un reparo lógico si te nemos en cuenta que, en realidad, no son sino técnicas medi tativas secularizadas y transformadas en algo admisible para la ciencia. Tales entrenamientos cognitivos refuerzan la atención, mejoran el bienestar y son gratuitos además de seguros; el recla mo ideal para 75 millones de baby boomers e hijos mayores, tan preocupados como ellos por cuidar la salud física y mental. Vivir atento no sólo requiere gran capacidad de concentra ción, sino también la habilidad de escoger aquellos centros de interés que brinden la mejor experiencia posible. Oimos a me nudo que el ser humano es la única criatura consciente de que va a morir, pero también somos los únicos en saber que debe *En España Rubifen (N. de la T ).
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mos encontrar algo interesante a lo que dedicar el tiempo; cada vez más años. Como dijo Ralph Waldo Emerson, padrino de William fames: «Llenar el tiempo... eso es la felicidad». Decidir a qué prestamos atención durante esta hora, este día, esta semana o año, por no hablar de toda una vida, cons tituye un quehacer exclusivamente humano, y nuestra satis facción depende en gran parte del éxito que tengamos en la empresa. Moisés halló su fuente de inspiración en Dios, Picas so en su creatividad extraordinaria, casi sobrenatural. El resto tenemos otros dones y motivaciones, y la mayoría debemos atravesar procesos más complicados para descubrir nuestro centro de interés más adecuado. Tenemos que vencer la ten tación de dejamos llevar, de reaccionar sin más a lo que nos pasa, y ser activos a la hora de elegir unos objetivos, tanto m e tas como relaciones, que merezcan una parte de nuestra reser va finita de tiempo y atención. Algunas decisiones exigen una gran atención, como la elec ción de la profesión o de la pareja. A otras, sin embargo, les concedemos m enos importancia, cuando tienen la misma tras cendencia para la experiencia diaria: concentrarse en las espe ranzas y no en los miedos, prestar atención al presente en vez de al pasado, com prender que no debemos convertir un disgus to en una fijación. Incluso, en algunos casos, las desdeñamos como banales: leer un libro o tocar la guitarra, en lugar de ver una reposición por la tele; hacer una llamada, en vez de enviar un e-mail, comer una manzana y no un bollo. No obstante, la diferencia entre «pasar el rato» e «invertir el tiempo» depende de nuestra inteligencia a la hora de decidir dónde ponemos la atención, de tomar bien las grandes decisiones, pero también las más pequeñas, y de hacerlo siempre como si nuestra exis tencia dependiera de ello. En realidad, depende de ello, como mínimo nuestra calidad de vida.
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Abundantes investigaciones demuestran que los ricos y fa mosos, las personas que destacan por su belleza o por su inte ligencia apenas son más felices, si es que lo son, que los indi viduos sin recursos ni facultades extraordinarias, porque, seas quien seas, la alegría de vivir depende principalmente de tu ca pacidad para concentrarte en aquello que te interesa. Aun en el infierno de los campos de exterminio nazis, muchos prisioneros evitaron la depresión haciéndose cargo y concentrándose en lo único que quedaba de ellos: su experiencia interna. En reali dad, las tasas de problemas psicológicos e incluso de mortali dad entre supervivientes de situaciones tan extremas como un naufragio o un accidente de avión en zonas remotas son sor prendentemente bajas; a menudo más bajas que en entornos normales. Vicisitudes aparte, esas personas no se quedan senta das rum iando sobre el pasado ni matan el tiempo cambiando de canales frente al televisor, sino que han convertido la atención en el centro de sus vidas. No p or casualidad, el término distraído, en su origen, no ha cía referencia sólo a la pérdida o merma de atención, sino tam bién a la confusión, al desequilibrio mental e incluso a la locura. Mucha gente pasa gran parte de su vida aturdida y descentrada, deslumbrada por la quimera de un futuro mejor en algún lugar maravilloso donde experimentar la vida en toda su plenitud. Hoy día está de moda culpar a Internet y a los ordenadores, a los teléfonos móviles y a la televisión por cable de ese estado mental difuso y fragmentado, pero las máquinas, por seducto ras que sean, no tienen la culpa. El verdadero problema radica en que no concedemos importancia a nuestra propia facultad de utilizar la atención para crear una experiencia satisfactoria. En vez de usar ese potencial, optamos por el camino fácil, nos conformamos con poco y malgastamos tanto nuestros recursos mentales como un tiempo precioso en cualquier cosa que atra
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pa nuestra consciencia sin más, por decepcionantes que sean las consecuencias. Tal vez la calidad de vida no dependa enteramente de !a atención, pero sí en buena parte. La cuestión es: si el mundo es un escenario, como dijo Shakespeare, ¿hacía dónde diriges tu atención?
Este libro adopta un itinerario temporal flexible para que es tés atento una milésima de segundo o un instante, un día, una semana, un mes, un año e incluso toda una vida. Al principio, aprenderemos algunos principios básicos que deberás aplicar cada vez que seas consciente de un estímulo —un semáforo que cambia, una punzada de celos—, para que repares en él y te dis pongas a reaccionar. A continuación, exploraremos ta relación de reciprocidad que se establece entre lo que sientes y aquello a lo que prestas atención. Consideraremos distintos estilos de prestar atención, tan particulares como las huellas digitales, y el hecho incontestable de que, igual que tu forma de ser influye en lo que te fijas, las cosas en las que reparas condicionan tu forma de ser. Luego analizaremos el papel de la atención en los aspec tos principales de la vida, incluidos el aprendizaje, La memoria, la emoción, las relaciones, el trabajo, la toma de decisiones y la creatividad. Tras estudiar algunos de los tópicos más comunes y otros temas más serios, abordaremos el panorama más amplio y analizaremos el peso de la atención en la motivación, la salud y la búsqueda de sentido existencial. Cinco años de estudio de la atención me han confirmado al gunos dichos de la sabiduría popular. Un refrán como «La ocio sidad es la madre de todos los vicios» refleja que, cuando pier des de vista tus objetivos, la mente tiende a ocuparse de asuntos que no te convienen, en lugar de atend er a temas constructivos.
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La frase «Mira las cosas por el tado bueno» sugiere que tener presentes 1os aspectos productivos de las situaciones difíciles conduce a experiencias más satisfactorias. Dejando aparte el sentido común, la investigación nos de para una sorpresa tras otra: centrarse en emociones positivas como la esperanza y la amabilidad expande, no sólo figurada sino también literalmente, nuestro mundo, igual que aferrarse a sentim ientos negativos lo contrae. Al contrario de lo que sos tiene esta cultura inform atizada y adicta al trabajo, la multitarea es un mito; no sólo los individuos sino tam bién las culturas p o seen formas particulares de prestar atención que crean realida des distintas. Si no puedes recordar el nombre de la persona que acabas de conocer no se debe a un Alzheimer incipiente, sino a que no le has prestado atención de buen principio. Aun las per sonas más inteligentes pueden tomar malas decisiones acerca de temas importantes si se centran en los aspectos equivocados. Pese a lo frecuentes que son, se sabe sorprendentemente poco acerca de los trastornos por déficit de atención con hiperactividad. De todo lo que he aprendido, quizá lo más importante sea que todos podemos descubrir, sin necesidad de una crisis, que la vida es la suma de aquello a lo que prestamos atención, y cuestionar la creencia de que el bienestar depende de factores externos. Una vez finalizado el complejo experimento que em prendí en su día, he ideado un plan para el resto de mi vida. Escogeré con cuidado mis intereses —escribir un libro o hacer un estofado, visitar a un amigo o mirar por la ventana— y les dedicaré toda mi atención. En suma, experimentaré el presente en cuerpo y alma, porque es la mejor manera de vivir.
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Presta atención: tu vida depende de ello Hasta extremos difíciles de imaginar, la experiencia, el mun do e incluso nuestro propio yo se crean a partir de aquello a lo que prestamos atención. Desde imágenes terribles hasta soni dos apacibles, ideas peregrinas o emociones arrolladoras, cada objeto en el que nuestra atención se centra es como un bloque para armar la vida. A veces un fuerte estímulo atrapa nuestra atención —una picadura de abeja o un pequeño accidente—, pero la mayor parte del tiempo está en nuestra mano controlar el proceso. Como sucede con otras formas de energía, sacarán mejor provecho de esta fuerza mental aquellos que compren dan sus mecanismos. Los avances en el campo de la neurociencia aún ignorados por muchos psicólogos demuestran que, tal como sugieren los términos centrado y descentrado, la atención moldea la expe riencia al seleccionar algo de cuanto sucede en nuestro mundo interno o externo y excluir el resto. Se trata de un proceso neurofisiotógico en dos fases que, a grandes rasgos, funciona igual tanto para identificar un gato como para identificar un concep to, una fragancia o un sentimiento. No obstante, es más fácil de entender cuando lo aplicamos al mundo sensorial. Basta pasear por la ciudad o por el cam po para com prender que el sinfín de datos del entorno —tráfico y edificios en el pri-
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mer caso, flora y fauna en el segundo— es de tal magnitud que es imposible que un pobre cerebro de poco menos de un kilo y medio de peso pueda procesarlos en un instante. La capacidad de concentrarnos en unos pocos de entre miles y miles de conte nidos —suprim iendo los demás en ese mism o gesto— nos per mite percibir un mundo más o menos ordenado. (En realidad, los tem idos «malos viajes» asociados con dosis excesivas de LSD se deben en parte a que la droga inhibe el filtro de la atención, tanto que el usuario se aturde ante tal cantidad de información, imposible de procesar.) Sin embargo, al cribar la experiencia, la atención construye una realidad mucho más parcial e indivi dual de lo que solemos creer. Supongamos que decides dar un paseo por el Central Park de Nueva York. Por raro que parezca, aquel oasis de naturaleza en mitad de un desierto de asfalto es uno de los diez enclaves de Estados Unidos más frecuentados por los aficionados a los pá jaros. A los pocos m inutos de tu llegada, un espléndido cardenal rojo se posa entre un grupo de sencillos gorriones y chochines, y de inmediato «capta tu atención». Esta expresión tan habitual contiene la esencia de uno de las dos procesos que nos permiten sintonizar con aquello que nos interesa: la atención involuntaria. En esos casos, el sujeto pa rti cipa de forma pasiva en un proceso no dirigido por él, sino por el estímulo más saliente del entorno, y por tanto más atractivo, com o pueda ser un precioso cardenal escarlata. Gracias a la evolución, estamos programados para admirar las flores de vivos colores, retroceder ante el siseo de una ser piente, arrugar la nariz al oler carne en mal estado o reaccionar de maneras diversas a todo aquello que pueda amenazar nuestra supervivencia o contribuir a ella. Tanto si se trata de esquivar a un depredador como de perseguir una pieza, la información potencialmente favorable o perjudicial, atrapará mejor nuestro
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enfoque involuntario si se diferencia del entorno y no se funde con lo familiar. Por eso, igual que a nuestros antepasados pre históricos, nos atraen más los estímulos «novedosos». Y puesto que sintonizamos m ejor con las novedades que implican peligro o recompensa, no se nos escapará ni el gruñido de una posible am enaza ni el graznido en lo alto que prom ete un festín. La atención involuntaria nos obliga a reparar en el entor no, pero sus muchas ventajas acarrean ciertos inconvenientes, sobre todo para un individuo urbano y postindustrial que se busca el sustento en un despacho y no en la sabana: un montón de distracciones inútiles e inoportunas. Tratas de concentrarte en un libro o en el ordenador, pero reparas, sin poderlo evitar, igual que tus antepasados, en la mosca que se posa en tu brazo o en la sirena de una am bulancia que pasa.
Si los mecanismos de la atención involuntaria se basan en la pregunta: «De todo lo que hay en el exterior, ¿qué es lo más llamativo?», los de la atención voluntaria consisten en: «¿En qué te quieres concentrar?» Puesto que esta forma activa requiere un esfuerzo, cuanto más te concentres, mejores resultados ob tendrás, pero si te demoras demasiado en el objeto, tenderás a distraerte. Si un día de primavera decidieras pasar unas ho ras identificando pájaros en Central Parle, cuando llevaras unas ochenta especies localizadas entre los árboles, notarías la vista tan cansada y la cabeza tan em botada que tendrías que hacer un descanso. Al igual que la atención involuntaria, la voluntaria ha con tribuido a la evolución de la especie, sobre todo porque facilita la consecución de objetivos complejos, como alimentar a los niños durante largas etapas o construir ciudades y mantenerlas en funcionamiento. En un terreno más individual, este proceso
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deliberado resulta clave para crear la experiencia diaria, porque nos ayuda a decidir en qué nos centramos y qué pasamos por alto. Muchos triunfadores se suelen caracterizar por su capaci dad para prestar atención plena. El difunto David Lykken, gran experto en psicología de la personalidad de la Universidad de Minnesota, observó que tales individuos poseían una enorme reserva de «energía mental», que él definía com o la facultad «de m antener la atención, no sucumbir a las distracciones y persis tir en la búsqueda de soluciones» a problem as complejos duran te períodos de tiempo dilatados sin experimentar cansancio. El vicealmirante Horatio Nelson ofrece un ejemplo excelente de semejante entereza. Enclenque, manco y tuerto, ayudó a Gran Bretaña a poner fin a la amenaza de los ejércitos de Napoleón. En una entrad a de su diario, se puede leen «Llevo cinco noches trabajando sin dormir y no he sentido ni una sola molestia». Otro fenómeno de la atención fue el matemático Srinivasa Ramanujan. Cuando un colega le comentó, en broma, que había tomado un taxi con un número de identificación muy insulso, el 1729, el genio lo corrigió de inmediato: «En absoluto, se trata de un número muy interesante. Es la m enor cifra posible expresable como la sum a de dos cubos de dos maneras distintas». Sus colegas atribuían aquellas proezas mentales a la capacidad de Ramanujan para considerar los números «sus amigos» y estar siempre «pendiente» de ellos. Durante el verano de 2008, tras ganar su cuarto torneo del Open estadounidense pese a la grave lesión que sufría en la ro di lla, la imperturbable concentración en el juego del golfista Tiger W oods lo elevó a la categoría de mito en una cultura, la nuestra, cada vez más vulnerable a la distracción. (Según su padre, a la edad de seis meses, el pequeño Tiger se pasaba horas mirando golf en la televisión.) Incluso David Brooks, el incisivo comen
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tarista político del New York Times, interrumpió el seguimiento de la campaña electoral para elogiar la energía m ental del héroe: «En esta época de mensajes instantáneos, multitareas, distrac ciones en red y trastornos por déficit de atención, W oods se ha convertido en el gran ejemplo de la disciplina mental». Como todos los grandes atletas, posee unas condiciones físicas exce lentes, pero com o señalaba Brooks: «De todas sus cualidades, la que más admiración ha despertado y más artículos ha generado ha sido su capacidad para concentrarse». Una capacidad de atención como la de Tiger te ayuda a centrarte en tu objetivo, lo cual supone una gran ventaja. Sin embargo, todos los más aplaudidos campeones de la atención voluntaria conocen bien sus inconvenientes: reduce el conjunto de la experiencia. Quizá refiriéndose a su propia vida domésti ca y a la de su familia cercana —el novelista Henry era su her mano—, William James reconoce que la gente como Nelson, Ramanujan o Woods es más que propensa a «faltar a sus citas, dejar las cartas sin contestar, descuidar sus obligaciones fami liares de un modo imperdonable, porque son incapaces de des viar la atención de las fascinantes concatenaciones de ideas que absorben sus geniales mentes». Un curioso experimento sobre la llamada «ceguera al cam bio» llevado a cabo en cierta ocasión demuestra los inusitados efectos de la concentración plena. En primer lugar, unos inge niosos psicólogos filmaron a un grupo de voluntarios pasán dose una pelota de baloncesto en un gimnasio; en cierto mo mento, un gran «gorila» caminaba entre los jugadores e incluso se detenía a golpearse el pecho. A continuación, los psicólogos mostraron la grabación a un público instruido para seguir los movimientos de la pelota y contar el número de pases. Algunos tenían que concentrarse en el equipo que llevaba la camiseta blanca y otros en la agrupación de la camiseta negra.
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La atención voluntaria y deliberada es tan poderosa que la mitad de la audiencia ni siquiera reparó en la inaudita apari ción. Por si fuera poco, los participantes que obviaron la pre sencia del gorila pertenecían en su mayoría al grupo que seguía al equipo blanco. Muchos otros estudios sobre la ceguera al cambio confirman que cuando te has familiarizado con una si tuación, la absoluta certeza de que sabes lo que está pasando te induce a pasar por alto incluso modificaciones espectaculares, como la sustitución de una cabeza de caballo por una hum ana. Saltan a la vista las repercusiones de lo antedicho en situaciones de la vida cotidiana, como buscar soluciones creativas a un pro blema en el trabajo o volver a prender la chispa de la pasión en un matrimonio.
A lo largo del día, los diversos objetos de nuestra atención, tanto involuntaria como voluntaria, van desplegando la realidad. Pa seando por Central Park, tal vez el grito insistente de un cuervo penetre en tu consciencia. Sin em bargo, los graznidos pasarán a ser meros ruidos de fondo si te fijas en el bello canto de una bandada de pinzones. Igual que la atención visual involuntaria, que destacaba el bonito cardenal rojo en detrim ento de otros pájaros menos vistosos, el acto de atender el melódico canto de los pinzones prescindiendo del graznido del cuervo ilustra el mecanismo fundamental de la concentración: la ampliación de un objeto mental, que adquiere una representación clara y nítida en el cerebro a la vez que suprime el resto de estímulos potencia les, relegados a la categoría de prescindibles o directamente al olvido. Algunas nociones acerca de esta «competencia neurológica sesgada», constatadas por los neurólogos John Duncan, de la
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Universidad de Cambridge, y Robert Desimone, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), acentúan la importancia de nuestras elecciones en materia de atención para la construc ción de la experiencia cotidiana. En un claro próximo a los Strawberry Fields de Central Park, algunos aficionados a los pájaros han derramado grandes can tidades de alpiste, y de ese m odo han creado una «zona de aglo meración» avícola que constituye un laboratorio natural para el estudio de la competencia sesgada. Como damos por supuesto que «ver es creer» y como la vista se presta a la medición, la regla de oro de la ciencia, la investigación basada en hechos vi sibles constituye la demostración más nítida de lo que pasa en el cerebro cuando nos concentramos en un objeto determinado y de lo selectivos que somos a la hora de procesar la realidad. Según Steve Yantis, neurocientífico de la Universidad Johns Hopldns que investiga la atención y la visión, cuando llegue mos por primera vez al comedero, atestado de aves diversas, contemplaremos al azar el bullicio reinante, una situación ideal para que la atención involuntaria, pasiva y dependiente de los estímulos externos, tome la iniciativa. El ojo recogerá cierta in formación —sorprendentemente poca— de la escena —sobre todo, intensidad de la luz, figuras y tonalidades—, que viaja rá a las zonas del cerebro encargadas de procesar los estímulos visuales, donde una enorme cantidad de neuronas representan colores, formas, tam años y otros rasgos. Sin otro agente al mando, esas neuronas tenderán a centrar se en el objeto más llamativo del escenario, un arrendajo grande y azul, más atractivo que, pongamos, los tonos apagados y las form as vulgares de gorriones y chochines. Las células nerviosas convierten los impulsos visuales en representaciones concretas, ayudadas por nuestros conocimientos previos —en este caso de ornitología—, y, ¡eureka!, el arrendajo de ojos saltones ha ga
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nado la competición por crear el tipo de representación mental que nos hace decir: ¡un pájaro! Todo cambia cuando recurrimos a la atención activa, volun taria —orientada a un fin—, para buscar en medio del bullicio un objeto en particular, como por ejemplo un pequeño pájaro carpintero llamado chupasavia pechiamarillo. La sola perspec tiva de localizar esta no tan rara avis aum enta al instante nues tras posibilidades de conseguirlo. Si nos piden, por ejemplo, que estemos atentos a un lugar en concreto donde va a aparecer, el mero hecho de contar con un objetivo en perspectiva dispara rá la actividad de la corteza cerebral, que alcanzará el máximo rendimiento cuando se manifieste por fin. En otras palabras, sólo pensa r en prestar atención modifica nuestro cerebro y lo predispone para la experiencia real. De inmediato, ese objetivo predeterminado desvia la com petencia por nuestra atención en dirección a cualquier pájaro que se parezca al chupasavia. En un proceso que sigue siendo un misterio, la actividad de todas esas células nerviosas dedicadas a representar al arrendajo azul se modifica al punto de borrarlo de nuestro campo de visión, junto con otros posible perdedores como petirrojos y palomas, a la vez que coloca en un prim er pla no la imagen de ganadores en potencia, como pájaros carpinteros o aves moteadas, de plumas rojas o de alas amarillas. Echada la suerte, se desencadena la batalla por nuestra atención, que ter minará cuando el objetivo se haga visible entre toda esa horda de rivales. En este juego de todo o nada, dice Yantís, el triunfo del chupasavia equivale a la derrota del arrendajo. «La población de neuronas es capaz de representar casi cualquier cosa, pero no todo al mismo tiempo. O escoges tú... o lo harán ellas.» La moraleja de este pequeño experimento es que, depen diendo de cuán sesgada esté la competencia por nuestra aten ción, por nosotros o por las neuronas, tendremos experiencias
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distintas de la misma escena. A lo largo del día, nos centramos en io que creemos más importante —el arrendajo o el chupasavia— y obviamos lo menos significativo, como los pajarillos grises. Si paseamos la vista por el jardín sin un propósito con creto, la atención involuntaria se asegurará de que no pasemos por alto el deslumbrante arce rojo y convertirá el resto en una mancha verdosa. Sin embargo, si miramos con una intención deliberada, como echar un vistazo al perro, seguramente vere mos a Rex sin reparar siquiera en el arce. Por supuesto, hay otros cuatro sistemas sensoriales además de la vista que colaboran con los mecanismos de atención para construir el mundo físico tal como lo percibimos. Para expli car esta idea, el neurólogo de Johns Hopkins utiliza la analogía del panel de control, cuyos mandos manipulam os para pasar de una actividad a otra. Si subimos o bajamos el volum en del olor, pongamos por caso, o apagamos el interrupto r del tacto para conectar el circuito del gusto, podemos sintonizar la informa ción deseada y suprimir la competencia de otros estímulos. «Si te pregunto: “¿Qué sensación te produce el respaldo de la silla en la espalda?”, al instante tendrás acceso a esa infor mación», dice Yantis. «Ese estímulo táctil ha estado ahí todo el tiempo, pero al subir el volumen le abres el acceso al nivel de tu consciencia.» De igual modo, mientras conducimos, en teoría, vemos todo el paisaje que enmarca el parabrisas. Pero si nos ponemos a escuchar las noticias de la radio o a hablar con un pasajero, gran parte del escenario pasa inadvertido. Como afirma el neurólogo: «Bajas el volumen de la vista y dejas que el oído capte tu atención».
El mecanismo de la «competencia sesgada» nos hace más com petentes, por cuanto nos ayuda a percibir u n mundo coherente.
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pero ai mismo tiempo im pone unos límites a ese constructo que lo hacen más idiosincrásico y fragmentado de lo que pueda p a recer. Para comprobarlo, bastará con que, la próxima vez que discutas con u n familiar o amigo, te fijes en las distintos puntos de vista que salen a relucir. Famoso por su poético trata m ien to de la memoria, el clásico del cine japonés Rashomon, que plasma cuatro relatos muy distintos de un mismo suceso, cons tituye un excelente documental sobre la atención. También en C entral Park hay un lugar excelente para com pro bar la dim ensión subjetiva e inconsistente de la atención. Cerca de Bethesda Fountain, un mago suele ejecutar trucos de magia a cambio de unas monedas. Ataviado como un caballero eduardiano, con esm oquin y chistera, atrae la mirada del espec tador a su anticuado monóculo dejando caer la lente. Gracias a esa distracción» el mago puede «hacer aparecer» una bola de billar de la manga de su chaqueta. El truco tiene lugar ante tus propios ojos, pero como no le estás haciendo caso, te pasa inad vertido; po r lo que a ti concierne, ha sido cosa de magia. Los magos conocen muchas otras formas de distraer la aten ción y alterar la percepción de la realidad. Si nos miran a los ojos, es probable que les devolvamos la mirada, proporcionán doles así la libertad necesaria para hacer lo que quieran con las manos. Para que aparezcan cartas de la nada, les basta con agitar la varita mágica por encima de la cabeza. Al desplazar nuestro centro de atención, pueden sacarse las cartas de la otra manga, sostenerlas a la altura de la cadera y después volver a bajar la varita junto con nuestra mirada, fin resumen, la magia se des pliega cuando estamos prestando atención a otra cosa. Lo mismo que pasa con la prestidigitación sucede —más a menud o de lo que nos gusta pen sar— en la vida. Para condensar un mundo enciclopédico en una asequible edición de bolsillo, el sistema de la atención, como hacía el mago, nos obliga a fijamos
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en algunos objetos en detrim ento de otros. Ai reanudar el paseo por Central Park, advertirás que, aunque recuerdas muy bien al comediante de la chistera, apenas has retenido el resto de la escena, salvo tal vez la mujer de la chaqueta color violeta que estaba de pie, a su lado. Desde luego, es discutible que ese procesam iento borroso de los alrededores de Bethesda Fountain merezca siquiera la etiqueta de atención. No obstante, la investigación demues tra que la información «implícita» o el material en el que no has reparado conscientemente puede colarse en tu cerebro y, sin que te des cuenta siquiera, condicionar tu memoria y experiencia. A diferencia de otros investigadores, que esta blecen una dicotom ía entre objetos que no escapan a nuestra atención y los que si, la neurocientífica Marlene Behrmann, de la Universidad Carnegie M ellon, considera que existe una continuidad entre ambos- Para describir el matiz que apor ta su enfoque, toma como ejemplo una situación muy fre cuente: buscar las llaves en un escritorio atestado. (Propone un ingenioso truco que se puede poner en práctica en casa. Cuando las estés buscando, mantén fija la vista y «mueve sólo la atención».) Una vez localizadas, la competencia, en principio, habría finalizado. Para Behrmann, sin embargo, el proceso no es tan sencillo, porque también los objetos per dedores habrían ganado unos cuantos puntos por el mero hecho de estar allí. Igual que la mujer de la chaqueta violeta que estaba junto al mago, los objetos más próximos a las llaves —quizá las gafas y el teléfono móvil— reciben cierta atención por su mera cercanía al objetivo. La concentración es tan potente que hay grandes probabilidades de que repares en las lentes y el móvil cuando vuelvas a pasar por delante del escritorio, muchas más que si nunca hubieras buscado las llaves. En consecuencia, dice Behr-
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mann, «para mí no está tan claro que la vida esté construida sólo del material al que prestamos atención. Hay otros factores en juego detrás de la penumbra». Muchos otros investigadores, sin embargo, consideran que esas interferencias tan efímeras y breves no merecen llamarse «atención» y enturbian la concepción tradicional del término como fenómeno consciente. Sostienen que, la atención selecti va, estable y orientada a un objetivo, proporciona a la imagen del ganador una consistencia en la experiencia consciente que el perdedor nunca podría alcanzar. En cierto experimento, por ejemplo, una serie de sujetos se concentraba en una tarea mien tras los investigadores introducían breves imágenes de rostros en su campo de visión periférica. Los individuos rep araron en la presencia de las fotos, pero apenas pudieron decir nada de las imágenes, ni siquiera a qué género pertenecían las caras. En resumen, los científicos están de acuerdo en que los es tímulos pueden activar partes del cerebro e incluso influir en la experiencia diaria sin que seamos conscientes de ello, pero no otorgarían a un fenómeno de tan poca intensidad, duración e influencia el nombre de atención. Su postura es: «¿Información inconsciente? Bueno. ¿Atención inconsciente? Ni hablar».
La naturaleza selectiva de la capacidad de prestar atención expli ca en parte por qué nuestra realidad es más arbitraria y parcial de lo que suponemos, pero hay otras razones. Como observa el poeta John Ashbery: «Llamar la atención sobre algo / no es lo mismo que explicarlo...» En cuanto dejamos atrás los pañales, no reparamos en el mundo en abstracto, como si viéramos las cosas por primera vez, sino que lo hacemos en sincronía con nuestros conocimientos previos, que enriquecen las experiencias y contri buyen a definirlas a la vez que garantizan su singularidad.
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Si te paras a descansar jun to a un pequeño estanque de Cen tral Park, quizá te salga al paso cierto anciano de gafas redon das, amante de los pájaros, y te proporcione un emocionante objetivo hacia el que dirigir tu atención. «¡Hay una becada justo encima de la cuesta, junto al arroyuelo! —dice—. Pero es un poco difícil de ver.» Por suerte, sabes lo bastante sobre pájaros como para advertir que el hom bre está hablando de un pajarillo moteado de larguísimo pico. Al procesar la señal recibida, tu sistema atencional ha activado un contexto que ya existía pre viamente, el de las especies avícolas. Por eso has podido locali zar a la tímida criatura enseguida. La extrema eficacia con que el sistema integra la nueva in formación en los conocimientos previos sugiere que tenemos algo como un HAL 2001 o un homúnculo medieval en la cabe za: un supervisor que toma bits y segmentos de información, los analiza y dice: «Ese precioso pajarillo pinto es una becada». Sin embargo, no nos hace falta semejante alquimista. Como de muestra la investigación sobre el «sesgo de la belleza», nuestro sistema atencional no sólo nos em puja a reparar en los estím u los sensoriales, sino que también nos ayuda a convertirlos en acontecimientos coherentes. Podemos juzgar la hermosura de un extraño en un tiempo récord de cien milisegundos, porque no procesamos los rasgos faciales en abstracto, sino que los pa samos por el filtro de nuestras ideas previas sobre lo que consi deramos unos ojos, una nariz o una boca lindos. Nuestra reac ción de «¡Pufffí» o de «¡Guau!» no depende sólo de los rasgos del desconocido, sino también de hasta qué punto concuerdan con la idea de belleza que tenemos. Comprender el papel de la atención en el aprendizaje (ad quirir conocimientos y destrezas) y el recuerdo (almacenar y recuperar información) es complicado pero esencial para en cauzar una vida centrada. En pocas palabras: para dominar y
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retener cierto material, desde el nombre de un pájaro hasta las frases del m étodo Habla francés como un nativo, hay que empe zar por prestar mucha atención. Eso es fácil de hacer en situaciones sencillas y en momen tos de ocio, cuando nos podemos permitir la fuerte concentra ción que requiere el «ligado» o integración de distintos rasgos constituyentes de un objeto de observación, com o forma, color y movimiento. Nos fijamos en un pájaro que recorre una rama sin ton ni son, reparamos en cómo es su pico, el tamaño, el can to y la forma del cuerpo y concluimos: «¡Un trepador de pecho blanco!» Como nos hemos tomado el tiempo necesario para observarlo a fondo, nos hemos formado una imagen clara de la criaturilla y la hemos guardado a buen recaudo en el cerebro. Tras muchas investigaciones sobre el «ligado» y la interac ción de la atención con la experiencia, la psicóloga cognitivista de Princeton Anne Treisman distingue entre la atención lenta y «an gosta» que hemos concedido al trepador y la de tipo «expansivo» que precisamos cuando debemos asimilar con rapidez una escena nueva y compleja, como el sendero que divide en dos el zoo del Central Park Si caminas a paso vivo junto a las focas y leones de mar que hacen cabriolas en su piscina, darás por supuesto que di visas la totalidad de la escena. Sin embargo, el ojo únicamente ve con nitidez y a todo color una pequeña zona alrededor del punto de enfoque, en este caso a la reluciente bestia negra cazando al vuelo el pez que le lanza su cuidador. El cerebro mezcla esa nueva información sensorial con sus conocimientos previos acerca de los zoos en general y de las focas en particular para «rellenar los huecos». Lo que percibes, en consecuencia, no es una especie de fotografía de un parque marino, sino un modelo mental que tu sistema atencional ha creado para ti. Com o la con cen tración angosta, la de tipo rápido y difuso posee sus propias ventajas —la más evidente, que nos perm i
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te asimilar una escena con rapidez— y sus inconvenientes, empezando por la tosquedad. Al igual que se precipita a unir elementos diversos para crear una experiencia coherente, una atención expansiva también reduce ciertas cosas a tér minos medios. Si Anne Treisman nos enseñara la imagen de varios círculos de distintos diámetros, nos costaría poco adi vinar el tamaño medio, pero mucho saber si habíamos visto una medida determinada; una desviación hacia el mínimo común denominador que resulta bastante útil en la vida real. En caso de que tuviéramos que buscar e identificar «un ani mal» en una serie de escenas que pasaran con rapidez ante nuestros ojos, lo haríamo s con facilidad pero de m anera im precisa; contestaríam os «pájaro» o «pez», en lugar de «urra ca» o «trucha». Si nos mostrase una serie de instantáneas de letras de colores y nos preguntara qué habíamos visto, acer taríamos unas pocas —una O roja o una T verde—, pero tal vez hiciéramos una «conjunción ilusoria» y dijéramos, con la misma seguridad, «una T roja». Los aspectos impredeci bles, fragmentados y subjetivos de la atención llevan a Anne Treisman a describir la experiencia como «un paso más allá del estimulo físico»: un collage de realidad objetiva más que una copia.
Tras considerar la idea de que la vida es la suma de aquello en lo que te fijas, Steve Yantís dice; «Me gusta. Me gusta la noción de que la atención define la conciencia, de que es la esencia o el centro de nuestra vida mental a lo largo del tiempo. Tiene mucho sentido». En cuanto al interés que nos despiertan ideas y emociones en contraposición a imágenes y sonidos dice: «En la medida en que controlamos lo que penetra en la conciencia, debemos ser capaces de concentrarnos en algunas cosas, pasar
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otras por alto y seguir adelante, o nuestros pensamientos nos dominarán». Incluso un paseo alegórico po r Central Park puede servirnos para comprender, desde una perspectiva neurológica, cómo la atención nos ayuda a hacernos cargo de la experiencia de dos formas distintas. La automática, involuntaria e impulsiva nos empuja a reparar en los estímulos más llamativos mientras que la deliberada, activa y voluntaria nos permite decidir a qué aten demos. Así, uno puede pasear tranquilamente, observando los pájaros, con la confianza de que detectará al instante cualquier indicativo de algo interesante o peligroso, como el olor a com i da o la explosión de un trueno. La naturaleza selectiva y excluyente de la atención nos per mite crear una realidad coherente, pero tam bién a medida. Las cosas en las que nos fijamos, como el arrendajo azul, llamati vo en el plano físico, o el chupasavia, saliente en el psicológico, conquistan nuestro territorio mental e influyen en la experien cia, mientras que los perdedores, como las aves normales y co rrientes, no existen para nosotros. Por si el proceso no fuera ya bastante subjetivo, el sistema atencional combina la nueva información con nuestros conocimientos previos para extraer un sentido. Por eso podemos identificar a esa becada solitaria que la mayoría de paseantes habría pasado por alto. Aún más importante en lo que concierne a nuestra calidad de vida; a lo largo de esta caminata imaginaria, hemos descu bierto que si tomamos la decisión de atender a algo específico —pájaros, y ciertas aves en particular— el parque ofrece una experiencia en concreto. Si hubiéramos prestado atención plena a la flora en vez de a la fauna, o nos hubiéramos enfrascado en un problema personal o hubiésemos charlado con un acom pa ñante, la experiencia habría sido m uy distinta. Además, al hacer caso a objetos elegidos de forma deliberada, e incluso al tom ar la
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decisión consciente de sum irnos en la ensoñación, se viven ins tantes más ricos de los que solemos disfrutar la mayor parte del tiempo, capturados en los restos que cualquier marea arrastra a nuestra orilla mental. En resumen, para disfrutar del tipo de experiencias que queremos vivir en vez de dejarnos llevar por la corriente, tenemos que hacernos cargo de nuestra atención.
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De dentro afuera: los sentimientos condicionan el enfoque Al igual que ordena la experiencia del m undo exterior, la aten ción organiza nuestras ideas y emociones para proporcionar nos una realidad interna asequible, sí, pero también limitada. Gracias a la evolución, el Homo sapiens ya no se interesa sólo en coyotes que aúllan o en llamas que titilan, sabores dulces u otro tipo de señales sensoriales salientes, sino también en ideas precisas («hay que ser puntual» o «todos ios hombres han sido creados iguales» ) y sentimientos («te quiero» u «ojalá te mue ras») igual de apabullantes. Por si fuera poco, esos estímulos mentales no sólo captan nuestra atención, sino que influyen en sus mecanismos. La interdependencia absoluta entre pensamiento y emoción constituye uno de los descubrimientos más importantes de la psicología contemporánea. Hasta épocas muy recientes, esta disciplina aceptaba —y toda la cultura occidental con ella— la gran dicotomía que la filosofía griega estableció entre una cog nición sublime, juiciosa y portadora de verdad absoluta, y una emoción pusilánime y poco de fiar, basada en juicios de valor subjetivos. A lo largo de los últimos diez años, sin embargo, los científicos han descubierto que el pensam iento y el sentimiento están tan unidos como la gallina y el huevo, y reconocen la di ficultad de discernir dónde termina uno y empieza el otro. Es-
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peculando sobre la concentración y su compleja relación con la emoción y la cognición, Leslie Ungerleider, reconocida experta del Instituto Nacional de Salud Mental (INSM) de Estados U ni dos, dice: «En la vida, hay que priorizar unas posibilidades por encima de otras, porque es imposible hacerlo todo. Uno tiende a op tar por aquello que más valora. Ser buena madre, por ejem plo, está muy bien considerado, así que una madre contará con la motivación necesaria para prestar atención a todas las señales que guardan relación con su maternidad e invertir energía en ello. Organizará su día alrededor de ese rol y contemplará cual quier otro aspecto a la luz de ese contexto». i-os grandes artistas, por su parte, priorizan dar forma a pen samientos y emociones intangibles, y basta hacer una visita a la Frick Collection, un tesoro de un museo de Manhattan, para contemplar, entre los cuadros de George Stubbs, un excelente ejemplo de dicha capacidad. Este pintor inglés del siglo xv m es famoso p or sus cuadros, retratos en realidad, de caballos, que en su día estaban consideradas las criaturas más parecidas al hom bre en cuanto a majestuosidad, virtud y belleza. Plasmados en entornos tranquilos y señoriales, la mayoría de sus purasangres transmiten una complacencia exquisita. Hasta el último detalle de las pinturas expresa la absoluta satisfacción que refleja la fra se «encantado de la vida». El cuadro Caballo salvaje amenazado por un león, no obs tante, retrata a un semental majestuoso en una situación muy distinta. Stubbs pintó aquella magnética obra de arte para ilus trar la naturaleza de lo sublime, uno de los conceptos filosófi cos más en boga de la época, y su relación con un sentimiento intemporal y fascinante: el miedo. Galopando por una vasta llanura, el imponente equino se topa con un estímulo externo arrollador, un depredador al acecho, y responde con una m ues tra espectacular de lo que los psicólogos definirían, con bastante
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frialdad, como «una emoción negativa». El cuello arqueado, los ojos dilatados y el hocico tembloroso del regio animal consti tuyen la viva imagen del terror en estado puro. El tema de la pintura refleja la idea que el filósofo Kdmund Burke plasmó en una obra de enorm e difusión, Indagación filosófica sobre el ori gen de las ideas acerca de lo sublime y lo bello, en la que afirma que el terror, capaz de provocar un estupor sin parangón o una concentración absoluta y directa —es decir, atención plena—, constituye «el máximo exponente de lo sublime». Igual que el caballo tiene los cinco sentidos puestos en el león, la persona que visita el museo contempla extasiada los dos animales, aunque están relegados a la esquina inferior derecha del cuadro. Al igual que las magnificas bestias, el espectador apenas repara en el paisaje que ocupa tres cuartas partes del enorme lienzo. Como Stubbs y Burke bien sabían, eso que los psicólogos llam an ideas o emociones de alta cotización resultan tan arrebatadoras como la luz del rayo o el retumbar del true no, y sesgan la competencia por la atención hasta tal punto que todo lo demás se pierde en la lejanía.
También los científicos, como los artistas, han documentado el poder de la emoción sobre nuestros intereses, muestra de lo cual son aquellos experimentos sobre el «efecto fiesta», que d e mostraban que, pese al ruido de fondo, uno siempre distingue su nombre o un comentario atrevido. Si nos sometemos a una prueba de «atención instantánea» y nos piden que busquemos determinada palabra en una lista, repararemos en su primera aparición, pero es probable que pasemos por alto la segunda, a menos que tenga connotaciones emocionales. El llamado efecto Stroop predice que si nos dan una lista de palabras tales como rojo, azul y verde impresas, respectivamente, en tinta azul, ver
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de y roja, la incongruencia del estímulo interferirá en nuestra concentración a la hora de decir de qué color es cada palabra. Si guardamos un recuerdo tan vivido de lo que estábamos ha ciendo cuando nos enteramos del atentado contra las Torres Gemelas es porque la intensidad de las emociones estimuló el foco mental y amplió nuestra capacidad de percepción. Igual que estamos programados para reparar en un enjam bre de abejas o en el gruñido de un perro, tenemos una fuerte tendencia a demorarnos en ideas y emociones negativas, que señalan amenazas de otra índole. Por si fuera poco, cuando no tiene nada m ejor que hacer, la mente tiende a buscar qué puede andar mal y permite que ideas com o «estoy gordo» o «quizá sea maligno» atrapen nuestro pensamiento. Como el malestar físico, el psicológico tiene la fundón de avisarnos de un posible problema y empujamos a resolverlo. Si acampamos en una zona de osos grizzly, por ejemplo, la in quietud nos obliga a estar alerta y a guardar la comida a buen recaudo. La desolación o la rabia que sentimos ante la pérdi da de un familiar, pareja o amigo nos recuerda lo mucho que dependemos, como especie gregaria que somos, de ese tipo de vínculos para la supervivencia. Charles Darwin escribió: «El dolor se incrementa cuando le prestamos atención». En agosto de 2007, el programa de la Radio Pública Nacional This American Life emitió un episodio llama do «Rupturas», que exploraba lo mucho que cuesta distanciarse del pesar que nos invade ante la pérdida de un ser querido. La estrella del pop Phil Coltins y la escritora Starlee Kine com enta ron sus propias obsesiones al respecto y los melancólicos textos que les habían inspirado. La canción «The Three of Us»> com puesta en colaboración con Joe McGinty y Julia Greenberg, des taca la incapacidad de Kine para separarse de su tragedia, pese a comprender que su fijación la perjudicaba. A juzgar por los
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comentarios enviados a la página web del programa, muchos oyentes habían pasado por situaciones parecidas. Según la teoría psicológica del «sesgo de negatividad», pres tamos más atención a sentimientos desagradables como el mie do, la rabia y la tristeza simplemente porque son más fuertes que los positivos. (A Freud, que consideraba la vida un intento de sobrevivir al conflicto, la culpa, la pena, la rabia y el miedo, la idea no le habría sorprendido.) En realidad, las pruebas de que el dolor psicológico provocado por agentes externos se apodera con facilidad de ¡a mente son más que abundantes. En una in vestigación sobre los temas que más a m enudo ocupan nuestro pensamiento, las relaciones difíciles y la incapacidad para llevar a cabo los proyectos ocupaban los primeros puestos. Dedicamos más esfuerzo a no perder dinero que a ganar la misma cantidad. Si oímos algo positivo sobre un desconocido y también una crí tica, daremos más crédito a la opinión desfavorable. Y cuando algo malo sucede, aunque nos pasen también cosas buenas, nos desanimam os. Tendemos a reparar más en las amenazas que en las oportunidades o en las señales de que todo va bien. Las tristes pruebas de cómo la melancolía se apodera de nuestra atención se extienden hasta el infinito. Identificamos un semblante hosco entre una multitud de personas alegres mu cho antes que a la inversa. Almacenamos y recordamos mejor el material negativo que el beneficioso. Dedicamos más tiem po a mirar fotografías que describen conductas desagradables que atractivas y reaccionamos a las críticas con mayor lentitud y parpadeando más —señal de reflexión— que ante los halagos. Si se nos pide que nos concentremos en una serie de adjetivos referidos a la personalidad, como por ejemplo sádico u hones to, y que digamos en qué color estaban impresos, nos esforza mos más en recordar el de las palabras que describen rasgos negativos. Dedicaremos más tiempo a escuchar las quejas sobre
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nosotros mismos que las alabanzas. Incluso al dormir, la mayo ría de sueños son pesadillas. Y he aquí la guinda del pastel: las probabilidades de sufrir un ataque de corazón aum entan en un 20 por ciento el día de nuestro cumpleaños, quizás a causa del estrés que provoca el miedo a envejecer o la desilusión ante las esperanzas frustradas. Si alguna ventaja tiene, para la especie en general y el indi viduo en particular, prestar atención a una emoción negativa es que nos prepara para una potencial amenaza y nos empuja a resolver los problemas con el fin de evitar o paliar el dolor. Así, el miedo a ponernos enfermos nos induce a tomar una pastilla para el resfriado. El sentimiento de culpa que nos invade tras un divorcio nos impulsa a ser más considerados con los niños. La vergüenza que sentimos ante la idea de ser despedidos nos apremia a tomar la decisión de m archarnos y buscar un trabajo mejor. Además, un enfoque pesimista, pese a todas sus desventajas, puede ser de ayuda cuando no vemos salida a una situación. M irar el lado oscuro de las cosas proporciona cierta objetividad; según una escuela de pensam iento, el pesimista, con su tenden cia a ver el lado negro de la vida, suele ser más realista que el op timista. Al fin y al cabo, hizo falta un Richard Nixon, inflexible y paranoico, para que Estados Unidos iniciara relaciones con la China comunista, porque nadie podía acusar a alguien como él de un exceso de optimismo o de altruismo. Pese a estas sutiles ventajas, centrarse en las emociones ne gativas, sobre todo cuando no sacamos partido de su función principal, que es promover la resolución de problemas, se paga caro: por bien que nos vayan las cosas, nos sentimos fatal la ma yor parte del tiempo.
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Es muy probable que el ciudadano del siglo xxi, a diferencia de Stubbs y Burke, no emplee los términos sublime y rapto para referirse al miedo, sino para hablar de la pasión romántica. En cualquier caso, ambos sentimientos ofrecen ejemplos extremos del tipo de emoción intensa, tanto positiva como negativa, que desencadena la atención involuntaria. Después de regodearnos en la contemplación del sombrío Caballo salvaje amenazado por un león, nos complacerá desplazarnos a una de las salas más importantes del Frik, dedicada a la obra de Jean Honoré Fragonard, contemporáneo francés de Stubbs. Suprema expresión del delirio amoroso, El progreso del amor está formado por una serie de once paneles pintados que en cargó Madame du Barry, amante de Luis XV. Empezando por La persecución, los cuadros representan distintos estadios de un romance apasionado entre dos aristócratas jóvenes y hermosos vestidos de punta en blanco. Quizás el más arrebatador sea El encuentro, que plasma el instante en que el ardiente enamorado escala un múrete para contemplar a su amada, quien lo busca con afán en dirección contraria. Igual que la evolución nos ha enseñado a hacer caso de los pensamientos y emociones negativos que nos ayudan a sobre vivir, también atendem os a los positivos, que sirven al mismo fin, aunque de modo distinto. Si el miedo y la tristeza pre vienen contra el peligro y la pérdida, la alegría, la curiosidad y la satisfacción incitan a explorar el mundo. La pasión, por su parte, ejerce una fascinación intensa, como lo expresa el dram aturgo francés Jean Racine en la imagen de «Venus toda entera asida a su presa». Esa intensa concentración en el otro que propicia eí amor es de vital importancia para una especie cuyos vínculos afectivos garantizan la crianza de los hijos d u rante períodos prolongados y cuya supervivencia depende de la cooperación.
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Por lo que respecta al individuo, los buenos sentimientos como el afecto, el orgullo ante una promoción o el entusiasmo por un nuevo proyecto funcionan como zanahorias al final del palo que nos ayudan a sortear con habilidad los altibajos de la vida. La Biblia lo expresa así: «La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha parido al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha naci do un hom bre al mundo». Al contrario que la siniestra teoría del sesgo de negatividad, la optimista tesis del «contrapeso positivo» reconoce que lo malo atrapa con más facilidad nuestra atención inmediata, pero que en último term ino dedicamos más tiempo a las cosas agradables. En realidad, algunas investigaciones demuestran que la mayo ría de gente se declara «más bien satisfecha» casi todo el tiem po. Según ciertos trabajos complementarios, tendemos a mirar con buenos ojos incluso los acontecimientos neutros, prestamos mucha atención a las desgracias porque son poco frecuentes y olvidamos los reveses con más rapidez que los acontecimientos felices. Desde esta perspectiva tan halagüeña, y dejando aparte golpes tan duros como la pérdida de un ser querido o un despi do, tanto si hoy te llevas un rapapolvo como si disfrutas de un ascenso, p ronto volverás a sentirte «más bien satisfecho». Las teorías sobre la preem inencia de unas u otras emociones han inspirado trabajos de investigación con nombres tan pin torescos como «El mal es más fuerte que el bien» o «Ser malo no siempre es bueno». En lo que concierne a la vida real, sin embargo, el psicólogo suizo Cari fung señala algo que a menu do pasamos por alto: «Hay tantas noches como días, y ambos tienen la mism a duración en el transcurso del año. Por más feliz que sea una vida, siempre va a tener algo de oscuridad. La pa labra “felicidad” perdería sentido si no existiera la tristeza para equilibrarla».
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Algunos apasionantes estudios recientes analizan las curiosas relaciones entre la atención y los sentimientos agradables o do lorosos, y sugieren cómo explotar ese vínculo para mejorar la calidad de vida. Basándose en pruebas de laboratorio que mi den la visión, Barbara Fredrickson, psicóloga de la Universidad de Carolina del Norte, demuestra que prestar atención a las emociones positivas expande literalmente el mundo, mientras que centrarse en las negativas lo reduce; una apreciación con importantes implicaciones en la experiencia diaria. Cierto experimento sobre el efecto del sentimiento en la atención empieza por levantar el ánimo de los sujetos pidién doles que miren un os breves vídeos sobre temas alegres. A con tinuación, se les sugiere que contemplen unas imágenes gene radas por ordenador, complejas y abstractas. Al comparar las descripciones de estos individuos con las del grupo de control, se observa que los sujetos predispuestos al optimismo tienden, en un grado considerable, a fijarse en la representación global, más que a reparar en los pequeños detalles. En investigaciones com plementarias, los sujetos que partici pan en los llamados experimentos de control de visión empie zan por mirar un objeto representado en el centro de un car tel, Sin embargo, si se les induce a sentir una emoción positiva, como por ejemplo gratitud, empiezan a fijarse en el material periférico significativo también, aunque se les pedía otra cosa. Por el contrario, los sujetos que permanecen en un estado neu tro o negativo siguen concentrados en el elemento central del cartel y pasan por alto los estímulos circundantes. Igual que les sucedía a los sujetos del experimento anterior, que debían mi rar imágenes complejas, no ven el panorama completo. Estos hallazgos corroboran un fenómeno ampliamente documenta do que se conoce como el «efecto arma». Inmerso en la escena de un crimen violento, la atención de un espectador asustado
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a menudo se reduce tanto que sólo es capaz de recordar el cu chillo o la pistola, lo que va en detrimento del tan cacareado «testimonio ocular». Estos experimentos tan creativos acerca de los efectos de la emoción sobre la atención confirman algo que todos hem os ex perim entado a menudo, quizás hace muy poco, cuando m irá bamos el caballo aterrorizado de Stubbs y pasábamos por alto la magnificencia del escenario circundante. Cuando estamos asustados, enfadados o tristes, la realidad se contrae tanto que el origen de nuestro pesar parece abarcar la totalidad de] m un do; como mínimo, del universo que tenemos de oreja a oreja. La vida parece un valle de lágrimas, el futuro palidece y sólo recuerdos tristes acuden a la mente. Para com prender po r qué los sentimientos negativos reducen el foco mental, debemos te ner en cuenta que, en una situación de peligro, replegarse sobre uno mismo y reaccionar con rapidez im porta más que pararse a considerar la totalidad de las circunstancias. Igual que los malos sentimientos contraen el centro de aten ción para que podamos afrontar el peligro o la pérdida, los bue nos lo amplían, para que podamos aventurarnos por nuevos territorios, no sólo de nuestro campo visual, sino también de nuestra condición mental. Un contexto cognitivo más amplio y generoso nos ayuda a pensar de forma más flexible y creativa, a tomar en consideración las implicaciones más profundas de una situación. Por poner un ejemplo, Fredrickson afirma que, cuando estamos animados, somos mucho más propensos a sa ludar a un conocido de otra raza; algo que la mayoría de gente casi nunca hace. «Los buenos sentimientos agrandan el prisma a través de! cual miram os el m undo —dice—. Pensamos más en términos de relación y conectamos más datos. Ese sentido de unidad no s ayuda a crear arm onía, ya sea con la naturaleza, con ta familia o con los vecinos.»
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Las investigaciones sobre la relación de la atención con el afecto y la cognición distinguen entre emociones positivas y negativas, pero la vida suele ser más complicada de lo que sugieren las publicaciones científicas, y ambos sentimientos no siempre se disciernen con facilidad, He aquí al príncipe Andréí de Guerra y p az observando a su amada: Miró a Natasha, que cantaba, y en su alma aconteció algo nuevo y feliz. Estaba alegre y triste a la vez [...] ¿Por qué? (...) Las lágrimas obedecían sobre todo a la contradicción violenta que, de pronto, había reconocido entre alguna cosa infinita, grande, que existía en él, y la materia, reducida, cor poral, que era él e incluso ella. Esta contradicción le entriste cía y le alegraba mientras ella cantaba. Este tipo de experiencia interna tan compleja que se des prende de la contemplación de Natacha por parte de Andréi ha despertado un interés particular en el científico cog ni tivis ta Don Norman, de la Universidad de Northwestern. Según su modelo conceptual, el cerebro consta de tres partes principales, que abordan temas distintos y a veces entran en conflicto. El componente «reactivo», que dirige las funciones viscerales y au tomáticas del cerebro, se concentra en aspectos que requieren reacciones biológicamente determinadas, como la sensación de vértigo o la apreciación del dulzor. El componente «conductual» o rutinario se encarga de las habilidades bien asimiladas, como montar en bicicleta o escribir a máquina. Según Norman, esos modos «inferiores» de funcionamiento cerebral controlan casi todo lo que hacemos, a menudo sin recurrir a nuestra aten ción consciente. No ha sido el único en adoptar este enfoque en apariencia iconoclasta: el influyente psicólogo holandés Ap Dijksterhuis, coautor de O f Men and Mackerels: Attention and
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Automatic Behavior afirma
sin ambages en su página web: «Mi investigación pretende subrayar el lado inconsciente y auto mático de la conducta y, aunque a veces investigo los procesos conscientes, cada vez me siento más tentado a concluir que la consciencia no tiene demasiada importancia». La consciencia, el elemento «reflexivo» del cerebro con ceptual de Norman, rige las funciones «superiores» de la cima metafórica de tan complejo órgano. Puesto que guarda una es trecha relación con los pensam ientos, tendem os a identificarla con la cognición. Sin embargo, si nos paramos a pensar cómo dirigimos el negocio o nos ocupamos de nuestra familia, adver tiremos enseguida que no podemos describir todo el proceso limitándonos al pensamiento. Como dice Norman: «La cons ciencia comparte tam bién una sensación cualitativa y sensorial. Cuando digo “estoy asustado”, no sólo habla mi mente. Mi es tómago se encoge también». Los elementos reactivo, conductual y reflexivo del cerebro obedecen a sus propios parámetros, aunque al mismo tiempo se comunican entre sí de continuo. C uando el timbre del desper tador nos coloca ante el dilema de seguir durmiendo o levan tarnos para ir al gimnasio, estamos experimentando, a escala reducida, el tipo de conflicto que se genera cuando dos o más de esas redes nos instan a atender cosas distintas. Recurriendo a un ejemplo algo más elaborado, Norman afirma: «Pongamos que tienes que saltar de un avión». En el ámbito reactivo, el cerebro repara en la distancia que te separa de ia tierra y dice: «¿Qué diablos estás haciendo?» Para poder saltar, tienes que prestar atención a los mensajes de su componente conductual, donde has almacenado todo el entrenamiento y aprendizaje previos sobre el salto en paracaídas, y a la voz reflexiva que dice: «Todo irá bien, y piensa en lo mucho que te alegrarás de haber vivido esta experiencia».
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Norman lleva aún más lejos su fascinante investigación sobre las relaciones emocionales con los objetos cotidianos, desde los abrelatas hasta los libros electrónicos, y proporciona un ejem plo de lo caro que sale sucumbir a la influencia de las emociones en nuestros objetos de interés y viceversa. Cuando te planteas comprar un coche, te concentras, con buen juicio, en el nivel reflexivo. Revisas mucha documentación para averiguar qué automóvil se adapta mejor a tus necesidades y ofrece la mejor relación calidad-precio, y te decides por un Toyota no demasia do caro. Al final, dice Norman, «acudes al concesionario y sales de allí al volante de otra marca». En cuanto se quedan atrás tu casa, las advertencias de tu es posa y los inform es de la asociación de consumidores que tanto has estudiado, y te adentras en la atractiva sala de exposición con su embriagador aroma a coche nuevo, tu atención deja de prestar oídos a la voz reflexiva, cerebral y juiciosa para escuchar la reactiva, sensual y visceral. Como dice Norman: «El hecho de que compres un Camry blanco en vez de un BMW rojo dice mucho de ti, y eres consciente de ello». Tu centro de atención se traslada del consumo de gasolina y la seguridad de los niños al sensual tapizado de ese bonito descapotable, al prestigio de la marca y otras recompensas emocionales. La misma dinámica explica por qué los coches usados se venden mejor limpios y brillantes que sucios, y por qué cuando el vendedor quiere ce rrar el trato no pregunta: «“¿Se queda el coche?”, sino: “¿de qué color lo quiere?”»
Siguiendo con el ejemplo del astuto vendedor de coches, no te sorprenderá saber que trata de manipular la atención de sus clientes apelando a sus emociones con absoluta falta de escrú pulos. Al fin y al cabo, en las décadas de 1950 y 1960, en pie-
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na Guerra Fría, una población obsesionada con los lavados de cerebro y las invasiones de extraterrestres procedentes de un espacio exterior cada vez más accesible acusó a algunas de las grandes marcas de someter la mente de un público incauto a mensajes publicitarios «subliminales». Al parecer, aquellas im á genes o anuncios de marcado carácter emocional, que incitaban a los espectadores a «beber», «comer» o «fumar» la marca X, se intercalaban a modo de flashes en las pantallas de cine o de televisión a tanta velocidad que los espectadores no eran cons cientes de haberlas visto, pese a lo cual influían en su conducta. Las acusaciones de que aquellas señales furtivas podían des lizarse en el cerebro, anular el libre albedrío y convertir a los espectadores en una especie de zombis a las órdenes de las cor poraciones nunca se dem ostraron. No obstante, la Comisión Federal de Comunicación de Estados Unidos prohibió en los años setenta la publicidad subliminal, pero, en cualquier caso, su sombra se sigue proyectando aún en nuestros días. En 2006, la Plataforma de Fabricantes de Leche de California puso en las paradas de autobús de San Francisco carteles publicitarios cuyo lema —«¿Quieres leche?»— iba acompañado de un fuerte olor a galletas de chocolate. Los detractores de la campaña protes taron por lo que consideraban un método ilícito de atraer la atención y aligerar las carteras. Aunque el término «atención» implica «experiencia cons ciente», a veces recibimos información subliminal que, pese a burlar el umbral de la consciencia, influye en nuestra conducta; sobre todo cuando el material posee cierta carga emocional. Las investigaciones llevadas a cabo con un grupo fascinante de pa cientes con lesiones cerebrales, algunos de los cuales han sido estudiados por la neuróloga Marlene Behrmann, de la Univer sidad Carnegie Mellon, arrojan cierta luz sobre cómo recibimos la inform ación que en principio pasa inadvertida.
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Por lo general, tras padecer un ataque que afecta a un solo hemisferio del cerebro, los pacientes que sufren la llamada «dis función hemisférica» atienden sólo a la mitad del mundo. Si la lesión se produce en el hemisferio derecho, la persona come de la mitad izquierda del plato y únicamente ve los dígitos uno al seis del reloj. El artista y director de cine Federico Fellini, que fue uno de ellos, plasmó en una serie de dibujos esta realidad parcial. En uno de sus bocetos, una figura fantasmal represen tada por un hom bro y un brazo izquierdos riega una margarita. En otro, media mujer m onta en la mitad de una bicicleta. A pesar de su aparente incapacidad para reparar en la otra mitad del mundo, los pacientes aquejados de «disfunción he misférica» parecen acceder a algún tipo de información de la parte velada, sobre todo cuando el estímulo posee connotacio nes emotivas. Un experimento citado a menudo consiste en pe dirle a un hom bre que mire dos imágenes. La primera represen ta una casa normal, pero en la segunda la parte izquierda de la vivienda aparece en llamas. Al pedirle que describa lo que ve, el hombre, que no ha reparado en el fuego, se limita a responder: «dos casas». Sin embargo, cuando se le pregunta en qué hogar preferida vivir, escoge el que no está ardiendo, porque de algún modo la presencia del fuego lo incomoda. Cierto experimiento requiere mirar una serie de caras de expresión neutra junto con otras de semblante malhumorado, estas últimas distorsionadas por los llamados estímulos enmascaradores, que, como en el caso del hombre que no podía ver las llamas, impiden al sujeto ser consciente de haberlas visto. Si tomásemos parte en el mismo, los monitores revelarían que, igual que el fuego invisible perturbaba al sujeto del experimento anterior, las imágenes negativas provocan una reacción galvá nica en nuestra piel, un claro indicador de estrés. Puesto que ese estímulo inconsciente afectaría de algún modo a nuestra
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consciencia, cualquier nim iedad podría disgustarnos al salir del laboratorio, o estaríamos molestos sin saber por qué. No está claro qué impulsa al cerebro a reaccionar ante algo que no alcanza el nivel del pensamiento consciente tanto como para modificar ia conducta. Ciertos estímulos implícitos, sobre todo los de tipo afectivo, tal vez no alcancen la corteza cerebral, pero serían procesados por la amígdala de manera automática. Este curioso sistema, relacionado con la regulación del miedo y otras emociones, podría generar una especie de «consciencia inconsciente» de un acontecimiento y una débil reacción apren dida que explicaría el vago malestar que sentimos al salir del laboratorio de psicología.
Para funcionar en el mundo externo, dominado por los senti dos, no hacen falta grandes esfuerzos de atención. Reparamos, de forma involuntaria, en el teléfono que suena, en la basura que hiede, en el picor del pimiento. Si estamos charlando en un restaurante ruidoso, automáticamente nos concentramos en la voz de nuestro acom pañante y pasamos po r alto la charla de las mesas cercanas. Si vam os a cruzar la calle, prestam os atención a la luz del semáforo y borram os el entorno. En cuanto al mundo interno del pensamiento y el sentimien to» sin embargo, concentrarse en el objetivo óptimo requiere un esfuerzo mayor, empezando por la capacidad de com prender la propia atención y sus dinámicas. Igual que estamos programa dos para reparar en los golpes fuertes y en los aromas maravi llosos, tendemos a fijarnos en las ideas y emociones particular mente agradables o desagradables. Por razones de evolución y de autoprotección, solemos dem orarnos más en las últimas. Sin embargo, para proteger la calidad de la experiencia, debemos desviar el centro de atención de pensamientos y sentimientos
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sombríos que no contribuyen a la resolución de un problema —como es el caso de la mayoría, si no de todos— y trasladarlo dentro de lo posible a ideas y emociones más constructivas y vítales. Asi, el primer paso para retomar la carrera profesional tras un revés financiero o para reconstruir una relación después de una riña encarnizada consiste en reencauzar —aunque sea a la fuerza— la atención para transformar el miedo o la ira en coraje o perdón. Gracias al efecto expansivo que las emociones positi vas ejercen sobre la atención, el esfuerzo será recompensado al instante por un estado emocional más cómodo y satisfactorio así como por una visión del mundo más rica y m ejor En cuanto a los beneficios a largo plazo, estaremos más cerca de convertir la vida enfocada en un hábito.
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De fuera adentro: lo que ves es lo que tienes Un estímulo tan fuerte como el león de Stubbs o el enamorado de Fragonard capta la atención plena y desata emociones, pero a menudo ponem os en práctica la dinámica inversa de forma deli berada: nos concentramos en algo distinto para modificar nues tro estado de ánimo. Aprovechando la naturaleza selectiva de la atención» escogemos un contenido de nuestro mundo interno o externo, borramos todo lo demás y creamos una experiencia a medida. Como dice el poeta W. H. Auden; «La decisión de a qué atender —prestar atención a esto e ignorar aquello— es a la vida interna lo que la elección del curso de acción es a la externa. En ambos casos, el hombre es responsable de su elección y debe aceptar las consecuencias, sean cuales sean». La maravillosa colección Frick ha quedado atrás. De cami no a tu próximo destino, coger el autobús en hora punta y en plena efervescencia gripal te devuelve de golpe a la realidad. Conscientemente, te haces responsable de tu centro de interés, arrancas de tu atención involuntaria el coro de toses y la lluvia de microbios que atestan el aire, olvidas la historia reciente de ese poste tan pegajoso que te sirve de sujeción y te concentras en un tema de tu atención voluntaria; el audiolibro que guardas en el iPod para momentos así. El fervor con que otros pasajeros atienden a sus periódicos, libros y reproductores de MP3 de-
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muestra que han optado por una estrategia parecida: emplear la atención para regular su estado emocional; a expensas, eso sí, de desconectar de una gran porción de realidad desordenada y confusa. Nuestra capacidad para afrontar el miedo ancestral del Homo sapiens a la contaminación ofrece un buen ejemplo de cómo usamos la atención para controlar el presente y funcionar con normalidad en la vida cotidiana. Puesto que el transpor te público nos obliga a mirar de frente una realidad bastante desagradable —vivimos rodeados de suciedad— constituye un laboratorio ideal para comprobar que, pese a que la atención voluntaria no es en principio «mejor» que la involuntaria, sí re sulta imprescindible para hacerse cargo de la experiencia. Cuando viajas en un autobús o un vagón de metro atestados y mugrientos, tienes dos opciones: dejar que un poderoso es tímulo externo —el vecino de asiento que tose, moquea y te ro cía con sus virus— capte tu atención, con el estrés consiguiente, o estar pendiente del periódico o de la música. Casi todos somos capaces de distraernos con facilidad la mayor parte del tiempo. Cuando no podemos dejar de pensar en la horrible verdad, se dice que sufrimos un trastorno obsesivo-compulsivo. La gran ironía radica en que, aunque su conducta se consi dera patológica, esos atormentados obsesivo-compulsivos son, según el psicólogo Paul Rozin, «los más racionales». «El resto vivimos en un m undo igual de repugnante, pero evitamos pen sar en ello para poder funcionar con normalidad. Por lo gene ral, nos fijamos en otras cosas, a menos que la contaminación salte a la vista.» Como Rozin señala a sus alumnos, aceptamos tan tranquilos el cambio en una tienda, pero no se nos ocurriría aceptar una moneda de un mendigo sucio y maloliente: «Os da asco coger ese dinero, ¡pero aceptáis esos mismos céntimos en el supermercado!» Por fortuna, toda cultura cuenta con recur
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sos para sesgar la competencia por ese tipo de atención en una dirección que nos haga soportable ia desagradable realidad. Rozin concluye su argumentación con una idea sorprendente: «El asco es la emoción básica de cualquier civilización». En un mundo mugriento como el nuestro, al reparar sólo en la suciedad más evidente reducimos la cantidad de factores que debemos evitar y por los que preocuparnos. También reafirma mos nuestra condición de seres humanos, pese a que, inevita blemente, compartimos con otros animales las cosas que más nos incomodan, incluidos nuestro cuerpo, los desechos y, por encima de todo, la muerte. A diferencia de las bestias, el olor a podredumbre nos parece repugnante; algo que, según Rozin, «contribuye a mantener nuestra ilusión de ser inmunes a la muerte, que consideramos “un problema animal”». Para ayudarnos a afrontar el miedo a la contaminación, la sociedad define ciertos lugares, como salas y oficinas, como «limpios» y asigna a otros, como lavabos o cocinas, caracterís ticas ofensivas. Cuando hay problemas, eso sí, la ubicuidad de la mugre recaptura nuestra atención. Por poner un ejemplo, Rozin dice que aceptamos, pues no nos queda más remedio, ha cer nuestras necesidades en un baño público. Sin embargo, si vemos que alguien no tira de la cadena o no se lava las manos, reparamos de inmediato en la inevitable polución y tal vez evi temos tocar la manilla de la puerta al salir. Desde una perspectiva freudiana, incluso en el lavabo de casa, supuestamente limpio, tendem os a buscar un estímulo volunta rio —otra vez el práctico material de lectura— para no pensar en lo que realmente estamos haciendo allí. Sin embargo, como señala Rozin, «no podem os evitar cierta ambigüedad, porque lo que hacemos en el baño nos desagrada tanto como nos fascina». Cuando queremos entretenernos, a veces decidimos centrarnos en el material ofensivo desde una distancia segura, como de
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m uestran el éxito comercial de Borat. Desmadre a la am ericana y otras películas intencionadamente groseras. Como dice Ro zin, «que otro pise una mierda de perro es divertido». Igual que evacuar, comer es propio de los animales, y para no pensar en lo que hacen nuestras zarpas y colmillos, nos co n centramos en levantar el dedo meñique y conversar con edu cación. (Diga lo que diga Freud, Rozin afirma que la mayoría prestamos más atención a la comida que al sexo, una de las razones por las que estudia la conducta alimentaria.) Para di ferenciarnos de las criaturas que exhiben garras y dientes sin pudor, comemos con ayuda de utensilios, nos sentamos rectos a la mesa, masticamos con la boca cerrada y hacemos de las co midas un acontecimiento social. Señalando una marca distin tiva de la civilización, Rozin com enta: «Incluso sabemos hablar con la boca casi cerrada, to que constituye toda una proeza». Las diversas culturas utilizan estrategias distintas para des viar la atención de mandíbulas que despedazan y entrañas que digieren. Los franceses se distinguen por concentrarse en el sa bor y la calidad de los alimentos, y procuran hacer de las com i das una experiencia. Por el contrario, dice Rozin: «Los am erica nos damos importancia a los efectos de la comida en el cuerpo. Nos preocupa mucho el contenido en fibra y antioxidantes». Anoréxicos y bulímicos, obsesionados con las calorías, ofrecen ejemplos extremos de este sesgo cultural generalizado. Si bien no hay tanta gente que sufra trastornos graves de la conducta alimentaria, muchos americanos, si no todos, prestan mucha atención a la pureza del agua. Esa preocupación, im plí cita en la moda reciente del agua embotellada, se expresa de for ma alta y clara en el lema de los californianos que luchan contra el consumo de agua reciclada: «¡Del retrete al grifo!» Como se ñala Rozin, esa manía representa un gran triunfo del marketing, si tenem os en cuenta que gran parte del agua envasada ni tiene
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mejor sabor ni es más saludable que la gratuita. Así. afirma: «El agua, del tipo que sea, pasa por algo parecido a un retrete en u n momento u otro». No obstante, ese eslogan bobalicón te obliga a pensar en algo que por lo general consigues pasar por alto: la historia del líquido que sale del grifo. «La batalla no es por la ca lidad del agua —dice Rozin—, sino por tu atención.» Los efectos de la emoción sobre la facultad de prestar aten ción se advierten también cuando pensamos en nuestra imagen corporal. Los antiguos maestros de la pintura constituyen una fuente de información más fiable sobre las características físicas de hom bres y mujeres —el contorno de cintura y la anchura de muslo— que los medios de comunicación contemporáneos. Por culpa de estos últimos, sin embargo, la delgadez está de moda, y las mujeres occidentales de todas las edades, junto con los hom bres de m ediana edad, tienden a pensar que les sobra peso. En consecuencia, muchas mujeres o bien hacen la última die ta milagrosa, o bien están a punto de empezarla. Los hombres, sin embargo, reaccionan de forma muy distinta. A diferencia de ellas, no atienden a su peso y la distorsión no modifica su conducta. Como dice Rozin: «En términos de atención, el gé nero marca una diferencia tanto en la percepción de la imagen corporal como en el deseo de cambiarla». También señala que muchos obesos aceptan su gordura como algo natural y se con centran en cosas distintas. Otros, en cambio, reaccionan como los obsesivo-compulsivos y no pueden dejar de pensar en algo que los hace desgraciados. Igual que individuos distintos contemplan su aspecto físico de modos diversos, no todos prestamos la misma consideración a la distancia que nos separa de nuestro yo ideal. Los santos, los adictos al trabajo y otras personas que se esfuerzan por mejorar a diario ponen toda su atención voluntaria en dar lo mejor de sí mismos. Algunos incluso recurren al Prozac para asegurar
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se de que funcionan al 110 por ciento de su capacidad. Otros aceptan que, bueno, nadie es perfecto, y evitan compararse con Nelson Mandela o Hillary Clinton. Como dice Rozin: «¿Hasta qué punto te preocupa ser de una manera determinada? ¿Qué discrepancia hay entre tu yo real y el ideal? Tal vez sea un obje tivo importante para ti o tal vez no, pero, en cualquier caso, la atención es lo que cuenta». Las distintas estrategias que ponemos en práctica para manejar las emociones contradictorias que nos inspiran la basura, la com ida, la im agen corporal o el ego dem uestran que se puede utilizar la atención para modelar y mejorar la experiencia en general. Rozin proporciona un modesto ejemplo personal cuando apunta: «Mi casa tiene unas vistas preciosas. M ucha gente habría dejado de fijarse en ellas, pero yo las disfruto tanto hoy como hace quinc e años». A prim era vista, tomar la decisión de dedicar unos instantes diarios a disfrutar del aroma de unas rosas, literales o figuradas, no parece gran cosa. Sin em bargo, el esfuerzo de dejarse arreba tar por las cosas que nos pro po rciona n placer y no s ayudan a sentirnos bien m arca la diferencia entre una bu ena vida y esa otra que a William James le parecía «el monótono repiqueteo de una cadena».
Como demuestra la abundancia de dichos, bastante irritantes, del tipo «No hay mal que po r bien no venga*, la idea de recupe rar el equilibrio emocional contemplando un problema desde otra perspectiva no es de ahora. Sí son nuevas las impresionan tes investigaciones que, cada vez más, demuestran que el em peño de Pollyanna en «mirar el lado bueno de la vida», incluso en situaciones extremas, augura una existencia más larga, feliz y saludable. En un estudio muy completo y riguroso llevado a
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cabo en Holanda con 941 sujetos a lo largo de diez años, por ejemplo, se vio que los individuos más optimistas —aquellos que se declaraban muy de acuerdo con afirmaciones como «A menudo siento que la vida me sonríe»— tenían un 45 por ciento menos de probabilidades de morir por cualquier causa que los pesimistas. Y seguro que también se divertían más. Si una fuerte nevada nos impide ir at supermercado, unas personas maldicen el tiempo y pasan un día de perros, m ien tras que otras se concentran en lo agradable de acurrucar se en casa y preparar un picadillo con los restos de la ne vera. La investigación sobre la llamada evaluación cognitiva de la emoción, liderada por los psicólogos Magda Arnold y Richard Lazarus, confirma que todo lo que nos pasa, desde una ventisca hasta un embarazo pasando por un cambio de trabajo, importa menos en términos de bienestar que nues tra forma de reaccionar a ello. Puesto que la respuesta a un acontecimiento depende, al menos en parte, de la interpreta ción del mismo, los aspectos en los que nos concentrem os se convertirán en lo que la psicóloga Barbara Fredrickson de la Universidad de Carolina del Norte llama «puntos de apoyo» para un sencillo ajuste atencio nal-actitudinal que funciona como un «botón de reinicio» emocional. Si quieres superar un sentimiento negativo, dice, «prestar atención a algo posi tivo constituye la mejor estrategia para alejar las emociones no deseadas». Piso no implica que ante cualquier contratiempo estemos obligados a «poner buena cara». En primer lugar, dice Fre drickson, debes exam inar «la simiente de la emoción» o cómo te sientes de verdad con lo ocurrido. A continuación has de atender a cualquier detalle que aporte un enfoque más útil o constructivo. Si te has peleado por un reparto más equitati vo de las tareas domésticas, en vez de seguir pensando en lo
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egoísta y perezosa que es tu pareja, puedes dirigir tu atención al hecho de que, al menos, el conflicto ha salido a la luz, que es el primer paso para solucionar el problema y sentirte me jo r. Es curioso que las personas deprim idas y anhedónicas —incapaces de sentir placer— tengan dificultades para poner en práctica esta valiosa táctica de autoayuda atencional. Para Fredrickson, semejantes dificultades indican que, más que de exceso de tristeza, estas personas adolecen de incapacidad para experim entar felicidad. «Es como si su sistema emocional positivo se hubiera averiado.)» Por supuesto, no es lo mismo pedirle a un am ante despecha do o a un deportista derrotado que dejen de estar pendientes de su rechazo o fracaso respectivos que animar a las víctimas de una catástrofe natural o de una enfermedad grave a centrarse en el porvenir. No obstante, incluso esas situaciones terribles ofrecen diversas posibilidades de atención. A mo do de ejemplo, un psicólogo recuerda la reacción de su suegra cuando supo que sólo le quedaban unos meses de vida. «Se levantó a la mañana siguiente y pensó: “Me estoy m uriendo ”. Y se dio cuenta de que todavía se encontraba bastante bien.» La mujer decidió con centrarse en vivir lo mejor posible tanto tiempo como pudiera y afrontar la muerte a su debido momento. La capacidad para tener presentes las recompensas del instante e ignorar el miedo al futuro le proporcionó sensación de control —un factor im portante del bienestar— e hizo más llevadera aquella situación tan dura. Es difícil de aceptar, p ero, com o dice Fredrickson : «Pocas circun stancias son m alas al cien p or cien». Incluso en los m o m entos m ás delicados, afirma, hay motivos de agrad ecim ien to, como el cariño de los demás, una buena atención médica o los propios valores, pensamientos y sentimientos. Hacer caso a esas emociones positivas no sólo es «lo mejor que se
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puede hacer», sin o un sistema dem ostrado para am pliar los horizontes, levantar el ánim o y apren der a sobreponerse.
A causa de la obsesión por la juventud que fomentan los medios de comunicación y La cultura popular, la vejez se suele conside rar una situación muy desafortunada. Se da por supuesto que, entre las arrugas, los achaques, los dolores y el calzado tan poco elegante, los ancianos deben de disfrutar muy poco de la vida. Sin embargo, las investigaciones demuestran que, en general y al margen de algunas crisis, la realidad es bien distinta. A pe sar de algunas pérdidas evidentes, las personas mayores experi mentan tanto bienestar como los jóvenes, si no más. Uno de los principales motivos de su sorprendente buen hum or radica en su mayor capacidad para atender a detalles que les proporcio nan satisfacción. Seguramente, tu abuela no necesitaba que ningún psicólo go le ensenase a ver el típico vaso medio lleno. Cuando estabas desanimado, escuchaba tus penas —el profesor te había puesto una mala nota en matemáticas o tu padre te había reducido la asignación— y después reencauzaba tu realidad señalando que eras afortunado de tener un profesor que procuraba sacar lo mejor de ti o un padre que intentaba fortalecer tu carácter. ¡Piensa en todos los niños que no tienen nada! Las investigaciones dem uestran que la habilidad de muchos abuelos para llevar a cabo semejantes reajustes de atención no es casual ni mucho menos. En realidad, la capacidad de ver el vaso como mínimo medio lleno supone uno de los grandes beneficios que conlleva la edad. Comparados con los jóvenes, los mayores experimentan menos emociones negativas e igual cantidad de positivas. También están más satisfechos con sus relaciones y se les da mejor resolver los problemas que les salen
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al paso. Los ancianos que han desarrollado un enfoque p articu larmente optimista disfrutan de mejor salud además de ser más felices: según el Estudio Longitudinal del Envejecimiento y la Jubilación de Ohio, viven 7,5 años más de media. Para W illiam lames, la sabiduría es «el arte de saber qué co sas pasar por alto», y muchos ancianos lo dominan a la per fección. Gran cantidad de estudios dem uestran que los adultos más jóvenes prestan tanta atención a la información negativa como a la positiva, o incluso más. Hacia la mediana edad, sin embargo, el centro de interés empieza a cambiar, hasta que, ya en la vejez, desarrollamos una fuerte tendencia a recordar y atender en positivo. Tal vez los distintos intereses de jóvenes y ancianos, así com o sus diferentes grados de bienestar emocional, tengan más que ver con las motivaciones propias de cada período vital que con la edad en sí misma. En sus estudios sobre «selectivitad socioemodonal», la psicóloga Laura Carstensen, de la Universi dad de Stanford, ha descubierto que cuando nuestras expecta tivas de vida parecen ilimitadas, como suele ser en la juventud, nos centram os en el futuro y en la adquisición de inform ación, esto es, en am pliar los horizontes y buscar nuevas experiencias. En cambio, cuando los límites de la existencia se manifiestan, com o pasa en la vejez, el centro de atención se desplaza hacia la satisfacción emocional que proporciona el momento presente y a «certezas» valiosas por encima de la novedad. Por otra par te, si los jóvenes se enfrentan a situaciones que evidencian la fragilidad de la vida, como la guerra o una enfermedad grave, también se aferran a las experiencias satisfactorias del aquí y ahora. Como dice Carstensen: «La edad no acarrea una incan sable búsqueda de la felicidad, sino más bien de la satisfacción que supone alcanzar objetivos emocíonalmente significativos, lo cual implica mucho más que “sentirse bien"».
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Tal como sugiere su talante más afable, los cerebros de los mayores almacenan los estímulos emocionales de manera dis tinta que las personas jóvenes. Cierto estudio demostró que, a diferencia de estos últimos, los ancianos recordaban el doble de imágenes positivas que de negativas o neutras. Por si fuera poco, cuando se repitió el experimento utüizando imágenes por resonancia magnética, las pruebas dem ostraron que la amígdala —un centro emocional— de los jóvenes reaccionaba tanto a las imágenes agradables como a las desagradables, pero la de los mayores sólo respondía a los estímulos favorables. Quizá por que los ancianos usan la inteligencia de la corteza prefrontal en detrimento de la amígdala, más volátil, sus cerebros descodifi can menos información negativa, lo que, como es lógico, reduce el recuerdo de ésta y su impacto en la conducta.
Nuestras abuelas, y también nuestras tatarabuelas, sabían que, cuando los problemas nos agobian, la mejor estrategia es «po ner al mal tiempo buena cara» o «esperar la calma después de la tempestad». Sin embargo, hasta muy recientemente, la psicolo gía occidental no había reparado en la importancia de tales es trategias. Desde Freud, la mayoría de enfoques terapéuticos ha sostenido que la mejor manera de superar un problema o trau ma es concentrarse en él. Al «procesarlo», dice la teoría, obtie nes cierto saber y te sientes mejor. En consecuencia, cualquiera que ha cursado «Introducción a la psicología» en la universidad se cree más o menos obligado a analizar a fondo cualquier rup tura o revés profesional, a solas, con ayuda de un amigo, de un terapeuta o incluso las tres cosas a la vez. A pesar de esta idea tan generalizada, algunas investigacio nes más eclécticas señalan que centrar la atención voluntaria en una herida psíquica aumenta el malestar más que paliarlo.
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Después de un trauma, ia terapia de tipo analítico suele empeorar los síntomas de estrés en la víctima, por ejemplo, y cuatro de cada diez personas con problemas se reponen mejor si no recurren a una psicoterapia centrada en el dolor. Aunque muchos de sus colegas no estarían de acuerdo, George Bonanno, psicólogo de la Universidad de Columbia, considera que distraerse de las experiencias negativas, lejos de ser una estrategia disfuncional, constituye una táctica excelen te para sobreponerse. En realidad, considera que tras un hecho doloroso, «el autoengaño y la evitación emocional ofrecen in di cadores claros de un buen diagnóstico». Incluso cuando se trata de recuperarse de un golpe tan du ro com o pueda ser la muerte de un ser querido, desviar la atención de la tristeza puede aum entar nuestra resiliencia. Bonanno llevó a cabo diversas pruebas, a los cuatro y a los dieciocho meses de la defunción, con personas que habían perdido a su pareja o a un hijo. Al pedirles que llevaran a cabo una tarea compli cada, sus niveles de estrés psicológico, como era de esperar, se incrementaron. No obstante, algunos individuos inform aron de que no les había incomodado ejecutar el encargo; un indica dor de que no estaban atendiendo del todo al agente de estrés. Significativamente, eran esas mismas personas las que estaban superando mejor la pérdida. La idea de que obviar los aconteci mientos negativos constituye una conducta adaptativa ha sido corroborada por los estudios complementarios llevados a cabo en China, donde los rituales de luto obligan a la persona dolien te a centrarse en la com unidad, más que em pujarla a procesar la pérdida en solitario. Los individuos de temperamento sanguíneo, como ciertos políticos, directivos y vendedores, parecen tener una habilidad especial para pasar por alto los inconvenientes. Las investiga ciones demuestran que cuando se enfrentan a una situación
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desagradable en potencia, como un semblante hosco en una fiesta, son capaces de desplazar de inmediato su foco de aten ción al resto de la sala en busca de rostros amables o neutros, y de ese modo boicotean las imágenes molestas antes siquiera de almacenarlas en la memoria.
Sea cual sea nuestro temperam ento, crear una vida enfocada no significa esforzarse por estar siempre de buen humor, algo inútil y ridículo. Más bien consiste en tratar la mente igual que un jar dín y ser lo más cuidadoso posible con lo que sem bram os en él. La capacidad de funcionar con normalidad en un mundo mu griento y contaminado ofrece uno de los muchos ejemplos de nuestro enorme poder para desviar la atención de pensamien tos y sentimientos contraproducentes a otros más funcionales, y así controlar la experiencia. En este sentido, si algunas culturas veneran la sabiduría de la edad es, en parte, porque los ancianos tienden a maximizar las oportunidades de prestar atención a lo significativo y placentero, e incluso a la promesa de que, como expresa E. M. Forster en Una habitación con vistas, «junto al eterno "por qué” siempre hay un “sí”; un “sí” transitorio si se quiere, pero un “sí”».
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Herencia: nacidos para prestar atención Nuestra forma particular de prestar atención constituye uno de los factores que más nos definen como personas. Se trata de una facultad básica del ser humano, como la memoria o la inteligen cia, no de un rasgo de la personalidad, como la timidez o el espíri tu aventurero. Sin embargo, la forma de dirigir la atención influye mucho en la individualidad y experiencia de una persona. Consideremos un momento el papel que posee este foco mental en el carácter y la vida diaria de Bill Brown, director de los Detractores de las Cámaras de Vigilancia, un grupo que se opone al uso de ese tipo de artilugíos en los lugares públicos. Como él dice: «Observo las cosas que me obser van». A modo de ejemplo, señala que ha localizado seis mil de las cerca de quince mil cámaras diseminadas sólo por M anh attan, pese a que m uchas de ellas no ab ultan más que un puño y están hábilmente disimuladas en el interior de farolas y molduras o en las cornisas de los edificios. El uso peculiar que Brown hace de su capacid ad de concentración para organizar aunque tam bién lim itar su m undo a p artir de la localización de ciertos objetos —cámaras ocultas— ofre ce un ejemplo más de la compleja relación entre identidad y atención, que va desde M artha Stewart y su interés po r el hogar hasta Barak O bam a y su inclinación por la política.
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Hablando de sus objetos de atención favoritos, Brown hace referencia también a las dos formas que tiene de expresarse la principal dim ensión de la personalidad —a menudo llam ada grado de extraversión— y a los distintos estilos atencionales que la com plementan. Bn un extremo del espectro se encuentra la tendencia a la introversión y ensimismamiento típica de los «trabajadores del conocimiento» atraídos a grandes ciudades donde abundan las cámaras de vigilancia. Como dice Brown: «La mayoría no vive en este mundo. Están inmersos en sí mis mos, sólo atienden a sus propios pensamientos y miedos, y vi ven pendientes de sus móviles, iPods y BlackBerries. Caminan muy, muy rápido, m irando al suelo. Avanzan po r el espacio u r bano como si atravesaran un túnel». Los individuos de personalidad extravertida, centrados en lo externo, se com portan de un modo muy distinto cuando se des plazan. Como Brown, fundador y director del grupo activista, se implican en el entorno político y social más que aislarse del mismo. «Si yo reparo en las cámaras que otros pasan por alto, es po rque cam ino despacio y miro hacia arriba. Presto atención a la arquitectura y, cuando te fijas, vas descubriendo otros de talles.» La práctica conduce a la perfección, y cuando u n grupo defensor de los derechos civiles de Boston fue incapaz de locali zar ni siquiera una cám ara en cierto vecindario, Brown desando sus pasos y encontró más de cien. Ya seamos extravertidos, con tendencia a mirar hacia fue ra, o introvertidos, inm ersos en nuestros propios pensam ientos y sentimientos, solemos fijarnos en los aspectos del entorno y la experiencia que refuerzan nuestra tendencia particular. Así, las personas abiertas se sienten atraídas por situaciones, como hacer de guía turístico en una gran ciudad, que requieren atender al mundo e implicarse en él. Por el contrario, los introver tidos optan por ambientes tranquilos y familiares que protejan
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su sensibilidad y los mantengan a salvo de invasiones, como el hogar o la oficina. La atención, además de internetuar con el grado de extra versión o introversión de un individuo, influye en su disposi ción, por temperamento, a experimentar emociones positivas o negativas. A un extremo de este espectro afectivo estarían las personas optimistas por naturaleza, que ven el mundo de color de rosa y siempre encuentran motivos para estar alegres. Al otro extremo hallaríamos a los pesimistas incorregibles, que con sideran la Tierra un lugar inhóspito y buscan señales co nstan tes de posibles peligros. Incluso en las situaciones más habitua les encuentran motivos para estar preocupados, enfadados o tristes. Entre estos infelices por naturaleza estarían las personalida des «reactivas», que, erróneamente, están pendientes de los in tentos por parte de los demás de controlarlos. Para llevar a cabo cierto experimento, se pidió a unos cuantos individuos con ten dencia a la suspicacia que pensaran en dos conocidos suyos: una persona de mucho carácter que creyese en el trabajo duro y un tipo tranquilo que predicase la buena vida. A continuación, se les mostró uno de los nombres, pero en un flash demasiado b re ve como para ser registrado por su mente consciente. Después se pidió a los sujetos que llevaran a cabo determinada tarea. Las personas que habían sido expuestas al nombre de la persona difícil tuvieron muchas más dificultades para realizar el trabajo que los otros. Bastó una exposición ínfima y subliminal a un es tímulo emocional relacionado con la cuestión del control para que se pusieran a la defensiva y actuasen en propia desventaja. Sin embargo, todas las relaciones requieren cooperación, y si una persona actúa ante cualquier petición o sugerencia como un toro delante de un trapo rojo, tendrá muchos problemas tanto en casa como en el trabajo.
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Un ejemplo muy interesante de cómo la dinámica entre atención y personalidad afecta a la experiencia diaria se des prende de una observación exhaustiva realizada con 9.211 jefes y empleados. El análisis demostró que la tendencia de un traba jador al perfeccionismo, que se manifiesta por la propensión a centrarse en los detalles y a corregir errores pequeños e intras cendentes, guardaba una estrecha relación con cierta dificultad para distinguir lo que es factible de lo que no y hacía a estos profesionales poco aptos para tareas arriesgadas. Como prestan dem asiada atención a lo que no la tiene, los fanáticos del trabajo bien hecho acaban siendo poco eficaces.
Podría decirse que, de todas las características que evalúa el In ventario Multifásico de la Personalidad (IMP), célebre test de sarrollado por el eminente psicólogo Auke Tellegen de la Uni versidad de Minnesota, la más interesante es la «absorción», que describe un estilo particular de concentración. Si obtenemos un resultado alto en ese rasgo, tendem os de forma natural hacia lo que él llama la atención «sensible» o «experiencial». Com o Vincent Van Gogh, Virginia Woolf y Glenn Gould, somos propen sos a absorbemos en lo que estamos haciendo y a «experimen tar el momento». Proclives a estados profundos y espontáneos de atención plena, podríam os, po r ejemplo, echarnos a llorar al oír una música hermosa; una reacción que Tellegen llama «la respuesta involuntaria de tu yo a un estimulo, lo opuesto al tipo de concentración que despliega una rata cuando explora un la berinto». No es posible desglosar, cuando hablamos de un solo individuo, qué parte de esa facultad se puede atribuir a la heren cia y cuál al medio, pero, dentro de un grupo, el 50 por ciento del rasgo es achacable a los genes. Llevada al extremo, la atención experiencial genera verda
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deros cadetes espaciales que experimentan dificultades para atender y afrontar cuestiones prácticas. Sin embargo, ejempla res más moderados a menudo alcanzan cierta reputación como artistas, intelectuales, actores, escritores, músicos o ases de la publicidad. Además, en la vida diaria, la capacidad de prestar atención plena al asunto que tenemos entre manos constitu ye una buena estrategia para incrementar el bienestar. «¡Ya lo creo! —dice el neurólogo Marsel Mesulam de la Universidad de Northwestern—. Los orientales lo saben bien. Si en lugar de engullir la cena saboreáramos cada bocado y pensáramos en lo maravilloso que es estar comiendo, experimentaríamos el éxta sis, pero por desgracia no siempre es así.» Algunos individuos, incluidos ciertos tipos de epilépticos como también santos y gurús históricos, son propensos a vivir experiencias que van más allá de la atención plena y se convier ten en estados prolongados de rapto. El místico hindú Ramana Maharshi, que inspiró el personaje del sabio de El filo de la na vaja, de Somerset Maugham, vivió algo parecido a una expe riencia cercana a la muerte durante la adolescencia. De repente, experimentó la «consciencia cósmica» que, según la tradición Advaita Vedanta, abarca el todo. Durante sus restantes cin cuenta y pico años, Ramana permaneció concentrado en aque lla experiencia, en un estado de aparente éxtasis: justo lo que buscaban los Beatles y legiones de hippies occidentales que acu dían a los ashrams de la India. Mesulam com para esa búsqueda con el afán de Fausto por encontrar la verdadera esencia de la vida («was die Welt im Innersten zusammenhaelt»). «El deseo de experimentar y prolongar el instante constituye sin duda una idea maravillosa y una hermosa conclusión literaria —dice—, pero de ahí a que sea la definición de la felicidad...» El estilo atencional de una persona no opera en el vacío, sino en un contexto más amplio del que participan sus otros ras
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gos de personalidad. Para un individuo de carácter expansivo, como Walt Whitman, un estado de profunda atención expe riencial puede ser lo que Tellegen llama «una expansión muy positiva de los límites del ser». Para alguien cuyo sentido del ser esté fragmentado o cuyo temperamento tienda a la ira, la depresión, la alienación o incluso a la desintegración, semejante condición puede alterarlo, aterrorizarlo o fragmentarlo, como a m enudo les pasa a las personas que padecen una enfermedad mental grave. Como dice Tellegen: «La abstracción profunda no siempre constituye una experiencia “cumbre”». Si, según el IMP, puntúas bajo en capacidad de absorción, no tiendes al estilo de atención profunda, experiencia] y expan siva capaz de transformar la escucha de un arroyo o la contem plación de una puesta de sol en una experiencia casi mística. Si, en cambio, sueles mantener el control y te enfocas en los resultados, es probable que tu forma de atender se incline al estilo instrumental y práctico que ayuda a un viajero a encon trar hotel en una ciudad desconocida o al dueño de una casa a montar los muebles de Ikea. Todo el mundo posee ciertas dosis de atención práctica —de no ser asi, no podríamos insertar la solapa A en la ranura B—, pero es típica de los individuos que prefieren funcionar en un marco de referencia realista, desde un quirófano hasta una mesa de bridge. Ciertas personas destacan tanto por su capacidad de con centración experiencial como por la instrumental. Son capaces de prestar atención de forma muy pragmática a un objetivo concreto, pero también de «dejarse llevar» por pensamientos, sentimientos y estímulos sensoriales. Tellegen describe el viaje de Mozart a Leipzig, donde visitó la iglesia en cuyo coro Bach fuera solista en su día. Al parecer, aún no había oído la música del maestro, por lo que alguien fue tan amable de interpretar una de sus cantantas. Al cabo de pocos segundos, Mozart se le
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vantó y exclamó: «¿Qué es esto?» Arrebatado, se concentró a fondo en la maravillosa música y después declaró: «¡Aquí hay mucho que aprender!» Recreándose en la anécdota de cómo un genio inconcebible reconocía a otro, Tellegen dice: «Mozart es cuchaba a Bach en un estado de fascinación experiencial, pero también de forma instrum ental, tanto que después podría haber reproducido toda la cantata de principio a fin». Este episodio delicioso trae a la mente del psicólogo otras experiencias excepcionales de atención profundam ente absorta, parecidas al estado de concentración espontánea que se conoce como «fluir». Cierta cantante de ópera, cuando por fin domina un aria particularmente difícil, se concentra tanto en el canto que una vez finalizada no recuerda haberla interpretado. «Es casi como si un estado mental experiencial hubiera remplazado el instrumental necesario para aprender la pieza —dice—, tan to que el acto de cantar ya no requiere un esfuerzo consciente. Un violonchelista de talento sería capaz de tocar una sonata de Bach con tanta facilidad como una persona corriente relaja el músculo frontal. Tiene tan asimiladas las habilidades instru mentales que no tiene ni que pensar en ellas.» En el ámbito del arte visual, el escultor barroco Bernini, por una parte, y el pintor Pablo Picasso, por otra, dominaban tan to la atención experiencial como la instrum ental, dice Tellegen, al igual que el arquitecto moderno Frank Gehry. Poniendo un ejemplo literario, dice que F. Scott FiUgerald admitió en cierta ocasión «haber envuelto una de sus aventuras amorosas en ce lofán» para utilizarla más tarde con fines artísticos, y sostiene que «ese tipo de profesionalismo desapasionado pero honesto no es raro entre personas creativas». Las pintorescas personalidades artísticas no son en absoluto las únicas capaces de prestar atención tanto pragmática como intuitiva. En el ámbito político, Tellegen señala que cuando le
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preguntaro n al presidente Bill Clinton cómo había podido con centrarse en su trabajo sin dejarse distraer por la terrible pers pectiva de enfrentarse a un juicio político, éste describió una estrategia en extremo práctica y eficiente: «Es muy sencillo. Voy a trabajar, m iro mi agenda y hago lo que tengo que hacer». Al mismo tiempo, es conocida también su tendencia a dejarse llevar por la emoción, desde un estallido de rabia con un pe riodista desafortunado hasta una loa elocuente a Coretta Scott King. Como dice Tellegen: «Bill... —bueno, yo le llamo Bill— es capaz de compartir mi dolor, pero cuando ambos tenemos aún los ojos llorosos, ya me está azuzando para que me ponga a trabajar. Es un experiencial genuino, pero también utiliza esa capacidad para “pon er m anos a la obra", mediante tácticas que van de la más manipuladora a la más refinada. No basta con ser capaz de atender tanto experiencial como pragm áticamente, también hay que integrar am bas tendencias de manera eficaz». No sólo la personalidad sino también otras capacidades, como el intelecto, condicionan la forma de atender. Hablan do de su investigación sobre los diversos tipos de inteligencia, Howard Gardner, psicólogo de Harvard, dice que alguien muy dotado en cierta área —la musical, por ejemplo— tenderá a centrarse en ella. Así, su experiencia en un concierto de música de Bach será muy distinta a la vivida por una persona sin oído musical o dotada de cierto talento, pero poco familiarizada con el lenguaje clásico. Recuerda que cuando llevó a sus tres hijos a ver el musical Cats, aunq ue todos vieron el mismo espectáculo cada cual interpretó de manera muy distinta la narrativa, los personajes, los bailes, los escenarios y las canciones. «Sin duda —dice Gardner—, el tipo de inteligencia predominante canaliza nuestra atención y determina, en un grado muy significativo, aquello en lo que nos concentramos.» Los diversos entornos psíquicos y sociales influyen también en
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los distintos estilos atcncionales. fcn cierto experimento, se pidió a una serie de individuos proclives a la atención experiencial que se relajasen oyendo música; obedecieron la instrucción al instan te y con facilidad. Sin embargo, cuando se les pidió que inform a sen de si, entretanto, estaban relajando los músculos —una tarea estructurada y orientada a un objetivo—, a esas mismas personas les costó «dejarse llevar». Por el contrario, los sujetos de atención más pragmática se sentían incómodos cuando les decían que se relajaran y se limitaran a escuchar, pero se desenvolvieron me jor cuando tuvieron una tarea concreta. Como dice Tellegen: «La forma de prestar atención interactúa con las circunstancias». Ni el estilo de atención instrumental ni el experiencial son buenos o malos de por si, y ambos poseen sus ventajas e incon venientes. A todos nos encantan la imaginación y la fantasía de una humorista gráfico como Roz Chwast o de un coreógrafo como George Balanchine, pero no nos gustaría que el piloto del avión en el que viajamos se embelesara en la contemplación del cielo estrellado, ni que el contable se perdiera en las compleji dades de la declaración de la renta. Tellegen sabe, por experiencia personal, que la propensión al pensamiento abstracto que tanto ayuda en el ámbito académico no sirve para nada en el supermer cado: «Muchas veces voy a la tienda a comprar una cosa y acabo regresando a casa con algo que no tiene nada que ver». Si no tiendes a experim entar el tipo de estados que conducen a la resolución de un problema con la precisión de un rayo láser ni a volar en alas de la fantasía, no eres el único. Igual que suce de con otras capacidades, como la inteligencia o la memoria, o con los rasgos de la personalidad, como la audacia o la meticu losidad, la mayoría nos quedamos en algún punto entre los dos extremos del espectro. En cualquier caso, en lo que respecta al estilo atencional o a cualquier aspecto de la personalidad muy enraizado, la clave está en conseguir que actúe a nuestro favor.
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Chuck Yeager, un joven criado en una granja de Virginia Oc cidental, era a los dieciocho años mecánico de aviones del ejér cito, donde ya destacaba por el tem peram ento audaz, la extrema agudeza visual y la implacable concentración instrumental que caracterizan «una buena materia prima». A los veinte, aquel chico de campo se había convertido en un piloto de caza que llegaría a ser uno de los ases de la aviación más condecorados de la Segunda Guerra Mundial. Com o piloto de pruebas, pilotó en cierta ocasión un avión que cayó 51.000 pies en cincuenta y un segundos, tras lo cual lo enderezó y aterrizó sano y salvo. De en tre sus muchas hazañas, Yeager es famoso por haber sido el pri mero en rom per la barrera del sonido y por haber ido al espacio sin una nave espacial. Aunque constituye el arquetipo del héroe temperamental, el piloto, con modestia, atribuye más su éxito a un estilo de atención instrumental, pragmático y metódico que al valor: «El miedo me hizo aprender cuanto fuera posible sobre el avión y los equipos de emergencia, me obligó a respetar a la máquina y a permanecer siempre alerta en la cabina». Igual que algunos niños dotados de una atención pragmáti ca excepcional llegan a convertirse en pilotos de guerra, otros, con facilidad para enfrascarse en la contemplación de la ver dad o de la belleza, devienen grandes artistas. Pese a sus exiguos recursos en la inhóspita ciudad industrial de Ufa, de la Unión Soviética, la m adre del escuálido Rudolf Nureyev se las ingenió para llevarlo a presenciar un espectáculo de ballet a la edad de siete años. Hipnotizado po r aquel m undo nuevo, Rudik pronto estaba representando danzas tradicionales. A pesar de su exigua preparación, una tendencia natural a la atención experiencial le ayudó a convertirse en el vehículo perfecto para expresar el frenesí divino de la danza. Aquel joven de provincias recorrió todo el camino hasta la famosa escuela de ballet Kírov de Leningrado, donde se concentró en adquirir la técnica formal del
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ballet antes de saltar a inusitadas alturas artísticas. Como si es tuviera describiendo las dos formas de dirigir la atención, decía: «La técnica es aquello en lo que te apoyas cuando se te acaba la inspiración».
Igual que sucede con la personalidad o la inteligencia, la capa cidad de atención viene determinada tanto por el medio como por la disposición natural, lo que explica las diferencias indi viduales. Por razones de biología, por ejemplo, la persona que sufre daltonismo no ve el mismo m undo que los individuos con una visión del color norm al. De forma parecida, las diferencias fisiológicas en las papilas gustativas explican por qué las dis tintas personas viven experiencias muy diversas cuando comen coles de Bruselas. Los llamados supercatadores encuentran las coles y otras verduras demasiado amargas, y las detestan. Los «catadores» perciben cierta acidez, pero las toleran. Aquellos que piden una segunda ración son «no catadores» y no detectan la aspereza. Todo aquel que tiene el cerebro intacto puede prestar aten ción, pero los cerebros difieren, al igual que sus capacidades para atender. A lo largo de su larga carrera —«¡William James ya no está por aquí, así que yo llevo trabajando en ello más tiem po!»—, el neurólogo de la Universidad de Oregón Michael Posner ha desarrollado un conocido modelo tripartito del sistema atencional del cerebro. Define las redes que forman parte del mismo —alarma, orientación y ejecución, cada una con su pro pia neurofisiología y función— nada menos que como «los m e canismos a través de los cuales experimentamos y controlamos la secuencia de nuestras ideas». Junto con Mary Rothbart, psicóloga de la Universidad de Oregón, conocida por sus estudios sobre el temperamento, Pos-
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ner lleva algún tiempo estudiando cómo se organizan las redes atencionales en las primeras etapas de la vida. Ha descubierto diferencias neurofisiológicas significativas entre los niños, que condicionan sus distintos modos de dirigir la atención así como diversos aspectos de su identidad, desde la capacidad de a pren dizaje hasta el control de pensam ientos y emociones. Si hicieras la prueba computerizada de Posner de las tres re des de atención, diseñada para calibrar la potencia de las mis mas en un individuo, tal vez descubrieras que puntúas alto en orientación. En consecuencia, se te daría bien ubicarte en tu entorno interior y exterior, así como concentrarte en un ob jeto determ inado. Esa facultad posee ventajas evidentes si eres aficionado a la caza, por ejemplo, o para un jugador de béisbol como Bill Brown. Curiosamente, Rothbart ha descubierto que también poseerías una capacidad especial para apreciar los pe queños detalles que hacen que la vida merezca la pena, deno minados por ella, con mucha gracia, «placeres pequeños». (En Boda en el Delta, Eudora W elty retrata a una niña exactamente así al describir a la herm ana pequeña de la novia: «Bluet era una niñita dulce [...] siempre atenta, presta a demostrar entusiasmo ante todo tipo de pequeños placeres».) La tendencia a concen trarse en las delicias, en apariencia insignificantes, de un a m an zana rica y crujiente o de tu canción favorita cuando suena por la radio constituye un factor importante en el desarrollo de una personalidad optimista y alegre, así como un buen pronóstico de satisfacción ante la vida en general. Por el contrario, la in capacidad crónica para reparar en las pequeñas oportunidades de disfrute se relaciona con la depresión y la triste visión del mundo que ésta acarrea. Si en tu sistema atencional domina la red ejecutiva, tienes facilidad para concentrarte a pesar de las distracciones y reac cionas con acierto y rapidez. Cuando ves un trozo de pastel so
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bre ía encim era de la cocina, piensas en tu línea y, sin caer en la tentación, devuelves la atención a los platos sucios que aguar dan en la pila. Este rasgo de la personalidad, que antes se den o minaba «autocontrol» y que hoy en día los psicólogos llaman «autorregulación», a menudo se da en los grandes triunfadores, igual que el contrario, la impulsividad, suele formar parte del perfil de personas poco luchadoras. Además, una red ejecutiva bien desarrollada ayuda a desplazar el foco de pensamientos y sentimientos improductivos a otros estimulantes y generativos, lo que ofrece muchas ventajas a la hora de crear una vida enfo cada. Las diferencias biológicas entre los distintos cerebros expli can los diversos perfiles de atención y temperamento, pero el medio influye tanto como la herencia. De la investigación de Rothbart sobre las diferencias culturales de atención y autorre gulación ejecutivas se desprende que la capacidad de autocon trol resulta de gran ayuda tanto a los niños norteamericanos como a los chinos. Sin embargo, en Estados Unidos, los niños en posesión de esa habilidad la usan para mantener a raya sen timientos com o la rabia, el miedo y la frustración; algo muy im portante en nuestra sociedad gregaria y exigente. En China, por el contrario, los niños se autorregulan para refrenar la euforia y no destacar, circunstancia igual de importante en la cultura asiática. Dependiendo de las diferencias sociales o genéticas, o de ambas, dice Posner, «la tendencia a centrarse en cierta di mensión del autocontrol parece influir en la creación de perso nalidades m uy distintas». En un individuo aislado, una predisposición conductual de base biológica no actúa por sí sola, sino en combinación con el resto de cualidades de la persona y también con el entorno. Como señala Posner, tanto si el temperamento innato de un niño pequeño es alegre como tristón, los padres, de manera in
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tuitiva, lo llevarán a reparar en las sonrisas, las risas y los abrazos con el objeto de reforzar el atractivo de las emociones positivas. De manera parecida, para ayudar a los niños que no poseen una tendencia natural a concentrarse en las tareas escolares —o a difrutar de los pequeños placeres de la vida—, Rothbart y él han desarrollado ejercicios que mejoran de forma sustancial la ca pacidad de atención ejecutiva en los niños de cuatro a seis años. Prácticas como ésas podrían ayudar a millones de escolares a afrontar sus problemas de atención, cambios de hum or y auto control. Herencia y medio combinan sus influencias para dotarnos de un sistema de atención característico, que forma parte de nuestro modo de ser. Sin embargo, las investigaciones sobre la neuroplasticidad del cerebro —o capacidad de crear nuevas co nexiones neuronales a lo largo de la vida— demuestran que la identidad no es inamovible. Posner habla de los niños con los que trabaja, pero sus conclusiones, cada vez más, son aplicables a personas de cualquier edad: «Los niños poseen una fuerte im pronta genética, pero es posible condicionarlos a través de la experiencia».
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Medio: tu cerebro en atención Según quien seas —Chuck Yeager o Rudolf Nureyev—, te fija rás en un objeto u otro (jets o jetes), pero los contenidos a los que prestes atención modificarán también tu personalidad. Las más recientes investigaciones sobre una neuroplasticidad cere bral inimaginable hasta hace muy poco prueban que aquello a lo que prestamos atención, y la forma de hacerlo, puede llegar a transformar el cerebro y, en consecuencia, la conducta. Esta revo lución científica, de enfoque eminentemente práctico, demuestra que, igual que hacemos ejercicio físico, podemos llevar a cabo un entrenamiento mental que promueva la vida enfocada. Para un reportaje llamado «Perlas antes del desayuno», el Washington Post organizó un perspicaz experimento que, sin pretenderlo, demuestra la estrecha relación entre identidad y atención. Haciéndose pasar por un músico callejero, el vir tuoso del violín )oshua Bell ejecutaba sobrecogedoras piezas clásicas con su violín de tres millones y medio de dólares (un Stradivarius) en una parada de metro en hora p unta, m ientras el periodista Gene Weingarten observaba la reacción del pú blico. La intención del experim ento, según el Post , era explo rar «los contextos, la percepción y las prioridades de la gente, así como una evaluación imparcial de los gustos generales: en un escenario banal y a una h ora intem pestiva, ¿nos dejábamos conmover por la belleza?» Desde una perspectiva distinta, no obstante, el experimento dem uestra cóm o la atención no sólo
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condiciona la experiencia inmediata, sino también la propia individualidad. Antes de llevar a cabo el concierto de incógnito de Bell, el diario tenía miedo de que la muchedumbre asediase al artista, jove jo venn y a tra tr a c tiv ti v o, y de que qu e la p ol olic icía ía tu tuvv iera ie ra que qu e con co n ten te n e rla. rl a. En la práctica, sin sin embargo, em bargo, sesenta y tres personas person as pasaron pa saron por po r de de lante del violinista antes de que nadie se parase a escuchar. A los los cuarenta y cinco minutos, 1.070 personas no habían prestado ninguna atención en absoluto al maravilloso intérprete y sólo siete siete se habían detenid d etenidoo a escuchar escucha r la música música.. Acostum A costum brado a ganar mil dólares por minuto, Bell consiguió un total de treinta y dos dólares y dijo haber sentido un curioso agradecimiento cuan cu ando do alguien le le dejaba un bi billet lletee en vez vez de mone m onedas das sueltas. sueltas. De entre más de mil personas, sólo dos se concentraron realmente en aquella música sublime. Uno era un aficionado a la música clásica que en el pasado había estudiado violín con la intención de dedicarse profesionalmente. Dejó cinco dóla res. res. La otra asistía asistía a conciertos conc iertos de forma form a habitua ha bituall y fue la la única pe p e r s o n a q ue, ue , h a b ién ié n d o lo vi vist stoo en u n e sce sc e n a rio ri o m á s tra tr a d icio ic ionn a l, reconoció a Bill. Le dio veinte dólares. A grandes rasgos, las per sonas que prestaron prestaro n atención aten ción al célebre célebre maestro y a la la chacona de Bach Bach no eran e ran transeú tra nseúntes ntes norm ales y corrientes, sino sino verda deros amantes de la música cuyo interés en las grandes obras del canon clásico se había convertido, como se suele decir, «en pa p a rte rt e d e sí mism m ismos os». ».
Una antigua antigu a investigaci investigación, ón, citada citada a menud me nudo, o, sobre la la insospecha insospecha da plastici plasticidad dad del cerebro adulto, docum doc um entó mediante me diante pruebas de resonancia magnética funcional que la experiencia de tran sitar por el vasto entramado de calles londinenses provoca un agrandam agranda m iento del hipocampo, hipocam po, una un a parte p arte del del cerebro cerebro implicada implicada
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en el procesamiento y el recuerdo de la información espacial, de loss taxis lo taxista tass de esta esta ciudad. ciudad. Otro O tro experim e xperimento ento parecido p arecido demostró dem ostró que, con el paso paso del tiempo tiem po y sin que ellos ellos mismos mism os sepan explicar po p o r qué q ué,, a los arqu ar queó eólo logo goss que qu e trab tr abaj ajan an en excav ex cavaci acion ones es se les da cada vez mejor encontrar piezas; las imágenes de las investiga ciones, en las las que se apreciaban diferencias neurofisiológicas en en tre los cerebros de novatos y expertos, corroboraron la idea. En resumen, resum en, parece ser que hacer hace r tu trabajo, trabajo, ya ya sea condu con ducir cir un taxi taxi o buscar fragm entos de cerámica, cerámica, enseña al al cerebro a qué prestar pre star atención, atención , transfo tran sform rmaa el el sistema nervioso nerv ioso para que se adecúe a tu experiencia e influye así en tu identidad. M ediante sofisticad sofisticados os electroencefalogramas e imágenes po r resonancia magnética funcional, el neurólogo Richard Davidson de la Universidad de Winsconsin está llevando a cabo una investig investigaci ación ón pionera pio nera que busca dem d em ostrar cóm o la experienc experiencia ia en general y la atención en particular influyen tanto en el ce rebro como en la conducta. Esta transformación fisiológica al igua ig uall que psicológica psicológica suena impresion im presionante, ante, dice, dice, pero per o no debería sorprenderno sorpren dernoss tanto, porque po rque el sistema sistema nervioso nervioso está diseñado pa p a r a r e s p o n d e r a la expe ex peri rien enci cia. a. «En eso e so con co n s iste is te el apre ap rend ndiz izaje aje.. Todo To do lo que modific mod ificaa la la conducta condu cta transfo tran sform rmaa el cerebro. cerebro.»» Además de dirigir la investigación que busca demostrar cómo la experiencia influye en la neurofisiología, Davidson in vestiga técnicas para ayudar a los individuos a utilizar la con centración para transformar pautas atencionales, cognitivas y emocionales poco afortunadas. Los programas de salud mental en los que trabaja, junto con investigadores de media docena de laboratorios laboratorios esparcidos esparcidos po r todo tod o el mund mu ndo, o, están basados en en la meditación, cuya esencia consiste en prestar atención plena a un objeto durante cierto intervalo de tiempo. Diversas reli giones tanto de Oriente como de Occidente la utilizan como prá p ráct ctic icaa espi es piri ritu tual al desd de sdee hace ha ce 2.500 2.5 00 años añ os,, p ero er o es fácil d e s p o
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jarl ja rlaa de c o n n o tac ta c io ionn e s sect se ctar aria iass si la red re d u c im o s a su face fa ceta ta m ás conductual, en tanto que concentración dirigida y deliberada que proporciona un estado psicológico de paz y serenidad. Desde una u na perspectiva persp ectiva secular, el ejercicio ejercicio no se lleva lleva a cabo con la intención de inducir una experiencia espiritual, sino de aumentar la capacidad de concentración, el equilibrio emocio nal o ambos. Para practicar la forma más habitual de «medita ción ción consciente consciente», », hay que sentarse en silencio silencio durante dura nte cuarenta cuaren ta y cinco minutos y prestar atención a la respiración: inspirar, espirar, inspirar, espirar. Cuando afloren los pensamientos, como sin duda sucederá, basta con volver a concentrarse en la respiración, aquí y ahora, sin distraerse con las ideas repetitivas que suelen invadir la mente. Como dice Davidson: «Un ateo redom redo m ado puede p uede utilizar utilizar est estee sistema sistema y benficiar benficiarse se tan to como com o el creyente creyente más m ás convencido». Las Las investigaciones investigaciones que desvelan lo que sucede en e n el interior inter ior de la caja negra demuestran que los distintos tipos de entre nam iento atencional afect afectan an al cerebro cerebro y a la la conducta condu cta de m a neras diversas. Los ejercicios que se basan en la concentración abstracta en un solo objeto, como la meditación consciente, mejoran en particular la capacidad de centrarse en los asuntos de la vida vida diaria. Lo Los experimento experim entoss basados en la «atención ins ins tantánea» explican por qué. Si nos enseñan dos letras insertas en una serie de veinte números y separadas por un intervalo de medio segundo, por ejemplo, es casi seguro que veamos la pri p rim m e ra, ra , p e ro p a sem se m o s p o r alto al to la segu se gund nda. a. El fallo fall o p roce ro cedd e de la atención «pegajosa», que, al quedar atrapada en la primera señal, señal, nos impide im pide rep r eparar arar en la segunda. Después de tres meses de meditación centrada en la respiración, sin embargo, somos capaces de «separarnos» de la primera letra con rapidez, dis pu p u e s to toss a r e p a rar ra r en la segu se gund nda. a. Más allá de la mera curiosidad profesional, las investiga
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ciones sobre la atención instantánea, que ofrecen infinidad de pru p ruee b as de que qu e el m u n d o q u e exp ex p e rim ri m e n tam ta m o s es m u c h o m ás subjetivo de lo que pensamos, poseen importantes repercusio nes para la vida real. Incluso cuando creemos estar atentos a lo que está sucediendo, los informes demuestran que, si los datos se suceden muy rápidamente, pasaremos por alto información valiosa, incluidas breves señales faciales y vocales. Como dice Davidson: «La atención al detalle constituye la base del éxito en las relaciones sociales, y pasar por alto ese tipo de información pu p u e d e ten te n e r con co n secu se cuen enci cias as imp im p o rtan rt ante tes» s».. En efecto efe cto,, u n a in invv es es tigación llevada llevada a cabo por po r Paul Ekman, Ekm an, psicólogo de la U niver niv er sidad de California, con sede en San Francisco, demuestra que los cambios rápidos de expresión de una persona constituyen claros indicativos, aunque no verbalizados, de lo que está pen sando en realidad. La mayoría de la gente no sabe interpretar bie b ienn esas señale señ ales, s, reco re cono noce ce,, p e ro los ejer ej erci cici cios os p u eden ed en m e jo jora rarr mucho la capacidad interpretativa. Aunque durante mucho tiempo se ha considerado el fenó meno de la atención instantánea como algo inamovible, el he cho de que pueda modificarse demuestra que también es po sible entrenarla. La noticia será bien recibida por las muchas per p erso sonn as q u e e x p erim er im enta en tann d ific if icuu ltade lta dess p a ra con co n c e n tra tr a rse rs e , i n cluido el 5 por ciento de los niños norteamericanos que pade ce un trastorno por déficit de atención. Si bien no ha llevado a cabo una investigación investigación del del problem p roblem a en sí sí, Davidson piensa que los ejercicios basados en la meditación consciente podrían ser de ayuda: «Vale la pena intentarlo, con la esperanza de reducir la medicación med icación de los niños, pero p ero tam bién con co n la idea idea de prom pro m o ver un cambio de conducta sustancial, sobre todo porque tiene muy pocas contraindicaciones o ninguna». ninguna». En otro ámbito ám bito de investigaci investigación, ón, Davidson explora cómo lo loss rasgos temperamentales, como la tendencia a las emociones po
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sitivas o negativas, influyen e incluso orientan la atención; una interacción de vital importancia para la calidad de nuestra ex perie pe rienc ncia. ia. C o m o él dice: «Uno «U no de los gran gr andd es reto re toss de la vid v idaa es per p erm m a n e c e r c e n tra tr a d o en e n tus t us obje ob jetiv tivos os a pe p e s a r de los co c o n tin ti n u o s es es tímulos emocionales que pueden distraerte». Algunos afortuna dos nacen con un temperam tem peram ento afect afectiv ivoo que lo loss orienta de for ma natural natu ral hacia objetos de interés positivos y proactivos, proactivos, pero p ero la investi investigaci gación ón demuestra, dem uestra, cada vez más, que los demás dem ás podemos pod emos avanzar avan zar en la m isma ism a dirección m ediante ed iante el ejercic ejercicio io atencional. Es muy probable que alguna vez hayas visto algunas de las sorprendentes imágenes por resonancia magnética funcional que Davidson emplea para investigar los patrones de actividad cerebral asociados con diversas emociones y estados de ánimo, y cómo esas esas pautas interactúa intera ctúann con c on la atención. Por desgraci desgracia, a, dice, ese tipo de imágenes se utiliza a menudo para ilustrar ge neralizaciones ridiculas sobre las funciones de los hemisferios derecho e izquierdo y para dividir a las personas en «optimis tas» o «pesimistas», «intelectuales» o «artísticas» según qué he misferio trabaja más. En general, se afirma que el cerebro está dividido en dos hemisferios bien delimitados, el izquierdo, analítico y verbal, y el derecho, intuitivo y creativo, y que el grado de influencia de uno u otro afecta a nuestra conducta. Algo hay de verdad, hasta cierto punto, en esas ideas, pero las investigaciones de la llamada llamada lateralidad lateralidad cerebral revel revelan an una un a realidad más co m ple ja. ja . C u a n t o m á s difícil dif ícil sea se a la tare ta reaa q u e ten te n e m o s e n tre tr e m a n os, os , po p o r ejem ej empl plo, o, m á s p rob ro b a b ilid il idaa d e s ha h a y de q u e am b o s h e m isfe is feri rioo s se involucren en su ejecución. Además, las últimas técnicas de representación de la actividad cerebral demuestran que ya no ba b a sta st a co c o n d ecir ec ir q u e cie c iert rtaa fun fu n c ió iónn se ubic ub icaa en e n la pa p a r te d e rec re c h a o izquierda. Para hablar hab lar con propied pro piedad, ad, se debe especificar especificar en qué zo z o n a del hemisferio se está produciendo el movimiento.
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Al apor ap ortar tar esos matices, Davidson afirm a que, si bien m uchas uch as otras zonas del del cerebro están implicadas también, «las personas persona s que reflejan reflejan mayo ma yorr actividad en las las regiones prefron pre frontales tales del h e misferio izquierdo —no en todo el hemisferio— demuestran e informan de cierto tipo de emoción positiva —no simplemente “felicidad”— asociada con la tendenc tend encia ia a persistir per sistir en los propios propio s objetivos y a adop ad optar tar una un a postu po stura ra activa activa en la vi vida da». ». La práctica rigurosa de la atención plena a lo largo de los años ha provocado diferencias muy sorprendentes tanto en la neurofisiologia como en la experiencia diaria de algunos de los sujetos más realizados de todos los que han participado en la investigación de Davidson: los monjes budistas tibetanos que han dedicado un mínimo de diez mil horas a la meditación. Davidson sospecha que, incluso cuando no están meditando, las regiones de sus cortezas prefrontales izquierdas, una zona asociada a las emociones positivas, se encuentran mucho más activas activas que en los sujetos del del gru g rupo po de contr co ntrol ol y en los novic novicios ios;; actualm actu almente ente investiga investiga esa tes tesis is.. Por P or si fuera poco, los individuos individ uos medios que han llevado a cabo un curso de ocho semanas de meditación reflejan un incremento significativo de la región pre p refr froo n tal ta l izqu iz quie ierd rda, a, q u e se rela re laci cioo n a con c on u n a acti ac titu tudd o p tim ti m ista is ta y orientada orien tada a un objetivo concreto. El descubrimiento de que los ejercicios de atención modi fican hasta tal punto no sólo la capacidad de concentración de una persona, sino también su tendencia emocional básica es de enorme trascendencia, porque el temperamento siempre se había considerado considerad o una un a condición co ndición estable estable y resistente a los los cam bios. bio s. D esde es de la pers pe rspe pect ctiv ivaa de D avid av idso son, n, s in emb em b arg ar g o , los gene ge ness heredados «marcan unos límites considerables» a la identidad y el comportamiento, pero no los determinan. Lo que cuenta de verdad, dice, es la epigenética o cómo nuestros genes se ex pre p ress a n e n el m u n d o real; real ; u n a f u n ció ci ó n q u e la exp ex p erie er ienn cia ci a pu p u ede ed e
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modificar en gran medida, dependiendo, asimismo, de cómo enfocamos la mente. Como dice Davidson: «Ese proceso y no otro determ ina, en último caso, quién eres y qué haces». No sólo nuestra form a de prestar atención, sino también en qué cosas nos fijamos pueden tener consecuencias im po r tantes en el terreno neurofisiológico y conductual. Igual que una concentración dirigida a un objeto neutro como la res piración desarrolla ciertos sistemas del cerebro relacionados con la atención, la meditación sobre una emoción concre ta —amor incondicional— parece fomentar algunas de sus estructuras afectivas. En los experimentos, cuando ciertos m onjes que med itan en sus sentimientos de pu ra compasión son expuestos a sonidos emocionales, se aprecia un incre mento de actividad en la ínsula cerebral, zona implicada en la percepción temporal y en la empatia, así como en la unión temporoparietal, un área que se activa cuando inferi mos el estado mental ajeno y empalizamos con él. Esos in formes apoyan la investigación llevada a cabo por Barbara Fredickson y otros, según la cual concentrarse en emocio nes positivas aumenta la afectividad y expande el centro de interés. Davidson intuye que alimentar de forma deliberada sentimientos como la piedad, la alegría y la gratitud podría fortalecer las neuronas de la corteza prefrontal izquierda e inhibir los mensajes perturbadores de la amígdala, propensa al miedo. Ejercitando el cerebro para que preste más atención a la compasión por los demás y menos a las inquietudes narcisistas del yo daríamos un paso agigantado en dirección a una vida mejor y más placentera. Cuando no haces nada en particular y te limitas a «descansar», el llamado pensam iento «por defecto» se pone en marcha. Ese reposo mental tiende a conducirnos a cavilaciones internas de índole negativa, que suelen ser, como
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dice Davidson, todas sobre «yo, mi, me, conmigo». Antes de que te des cuenta estarás pensando «En realidad, no me siento muy bien» o «Quizás al jefe le caigo mal». Davidson está inves tigando la hipótesis de que las zonas del cerebro asociadas con este tipo de pensamiento autorreferencial sean mucho menos activas en los monjes, estén o no meditando; en realidad, se pre gunta si es posible que, entre los practicantes más avanzados, el estado meditativo y el habitual apenas se diferencien. Cada vez más, la investigación demuestra que, igual que el ejercicio físico regular puede transformar al típico alfeñi que de cincuenta kilos en un atleta, los ejercicios de conc en tración nos centran, nos ayudan a implicarnos en la vida e incluso nos vuelven más amables. «Tengo la fuerte intuición de que el adiestramiento de la atención se parece mucho a la preparación física o musical» —dice Davidson—. «No es algo que puedas poner en práctica durante un par de sema nas o de años y después disfrutar de sus ventajas el resto de tu vida. Mantener un nivel óptimo de rendimiento en cual quier actividad compleja requiere trabajo, y como los gran des atletas y virtuosos, los buenos meditadores nunca dejan de perfeccionarse.» Igual que un buen entrenamiento gimnástico incluye ejer cicios para la parte superior e inferior del cuerpo, el progra ma perfecto de adiestramiento atencional buscará desarrollar las capacidades tanto cognitivas como afectivas mediante una combinación de ejercicios que aumenten la concentración y la piedad. Si ahora se mide nuestro índice de masa corporal y la resistencia de nuestro corazón, algún día habrá profesio nales capaces de evaluar nuestros estilos atencional y em ocio nal, dice Davidson, que nos ayudarán a elegir el método más adecuado para cada cual. Mientras tanto, «del mismo modo que ahora te esfuerzas en encontrar el programa de ejercicio
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físico que mejor se adapta a tus necesidades, deberías dedicar algún tiempo a descubrir con cuál de los cientos de tipos de meditación existentes te sientes más a gusto y te puedes com prometer». Hay otras formas, aparte de la meditación, de utilizar la atención para cambiar la neurofisiología y la experiencia, pero no existe, en la actualidad, ninguna otra práctica tan bien com prendida, tan accesible y cuyos beneficios sean tan claros. «Es muy posible que la pesca con mosca, pongamos por caso, susci te un tipo de concentración parecido —reconoce Davidson—, pero tal vez no puedas ponerla en práctica con tanta frecuencia. La mayoría de gente podría meditar a diario, y cuanto más prac ticas, m ejor lo haces. Nuestros informes establecen una relación directa entre el numero de horas que se dedican y la magnitud de los cambios en las señales cerebrales.» Cuando les cuenta a los monjes que William James decía que una persona no podía permanecer concentrada en un ob jeto más de tres o cuatro segundos seguidos, «Se echan a reír —dice Davidson—. No pueden creer que alguien a quien tengo en tanta consideración dijera semejante necedad. Piensan que el poder de controlar la atención es inherente a todo ser humano y consideran una tontería no desarrollar esta capacidad».
No sólo el temperamento y la experiencia personal influyen en la relación entre atención e identidad; también la cultura. Cada vez se otorga menos crédito a la teoría del «bebé inteligente» de los últimos veinte años y más al psicólogo evolutivo suizo Jean Piaget: los niños nacen ignorantes. Salvo por unos pocos ins tintos preprogramados, como la atracción por los rostros hu manos, los bebés deben construir el conocimiento a través de la experiencia, aprendiendo a qué prestar atención. El éxito de esa
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construcción dependerá de quién lleve a cabo las enseñanzas y dónde lo haga. Como comprobamos cada vez que hay elecciones, la plu ralidad de individuos de diversas procedencias sociales que comparte país o comunidad, aun viviendo una misma situa ción, repara en realidades diversas. En el ensayo The Big Sort, Bill Bishop y Robert Cushing sostienen que en un país tan po larizado como Estados Unidos hay muchas probabilidades de relacionarse únicamente con personas que comparten nuestros mismos puntos de vista e inquietudes: derechos de los gays o derecho dere cho a la vida, gases gases inv invern ernad adero ero o precio de la gasolina. gasolina. En una u na investigación llevada a cabo con el objeto de analizar cómo cóm o la experiencia cultural cultura l condicio con diciona na los los temas tem as de interés de las personas, el psicólogo Richard Nisbett, de la Universidad de Michigan, descubrió que, en los antiguos territorios del Sur y del salvaje Oeste, un número desproporcionado de varones sigue aferrado a la vieja «cultura del honor», que les enseña a estar pendientes del trato que reciben y a pedir cuentas ante la m enor en or sospecha de insult insulto. o. M ientras que que la la mayoría de nortea no rtea mericanos consideraría una infidelidad o una diferencia sobre los límites de un terreno problemas de tipo legal que requieren abogados, ellos se toman esa clase de diferencias como terribles afrentas personales que deben ser reparadas o incluso vengadas vengadas en persona. Esa colérica colérica ética ética del hon ho n o r que aún prevalece prevalece en gran parte p arte del Sur y del Oeste procede de los pastores celtas e hispánicos, cuyos descendientes se asentaron en aquellas zonas. (Prueba A: Bo B o m Fighting: How H ow the Scots Sc ots-lri -lrish sh Form Fo rmed ed Am eric er ica, a, del antiguo secretario de Marina y ahora senador de Virginia Jim Webb.) «Los pastores son tipos duros porque pueden perder su gana do y sus rebaños (todo) en un instante —dice Nisbett—. Para ellos, todo se reduce a: “¡Nada de tonterías!”» Criados en esa
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cultura beli belicos cosa, a, «muchos hom bres creen que deben responder respond er con violencia violencia o amenazas a cualquier cualq uier insulto o infracción, sobre sobre todo tod o si concie con cierne rne al hogar ho gar y a la famili familia». a». Los estudios que comparan la percepción del mundo occi dental con la oriental —y, a fin de cuentas, con la del resto del mundo— demuestran en qué medida la experiencia cultural contribuye a la elección de nuestros objetos de atención e in fluye en nuestra personalidad. En uno de los experimentos de Nis N isbb ett, et t, u n g rup ru p o de n o r tea te a m e ric ri c a n o s y jap ja p o n ese es e s co c o n tem te m p lab la b a un a escena escena subm arina d urante uran te veinte veinte segundos y después co n taba qué había visto. Los norteamericanos decían algo como: «Había tres peces grandes de color azul nadando hacia la iz quierda. Tenían el vientre moteado en rosa y grandes colas». Los japoneses, sin embargo, contestaban así: «Parecía un arro yo. yo. El agua era verde. verde. Había piedras en el fondo fond o y algunas algunas plan pla n tas y peces». En otras palabras, los dos grupos habían visto lo mismo, pero se habían fijado en realidades muy distintas. Los occidentales se centraban en el que parecía ser el elemento más importante del conjunto mientras que los asiáticos reparaban en las relaciones entre los diversos objetos. Cierto experim ento llevado llevado a cabo con una un a serie serie de nortea no rtea mericanos y japoneses puso de relieve la diferencia entre el es tilo atencional de los occidentales y el resto del mundo. Básicamente, consistía en enseñar a estos individuos imágenes de objetos cotidianos, algunos en un contexto con el que estaban familiarizados y otros en un nuevo escenario. Los norteameri canos reconocían lo loss objetos objetos presentados presentad os en el entorn en torn o distinto, distinto, pe p e r o los jap ja p o nese ne sess n o , «E «Ell cam ca m b io de esce es cenn ario ar io lo loss d e sco sc o n c ier ie r ta —dice el psicólogo de Michigan—, Los norteamericanos no pre p ress tan ta n a ten te n c ió iónn al c o n tex te x to de to todd a s form fo rmas as,, así que qu e p asan as an p o r alto la diferencia.» diferencia.» Tras doce años añ os de investigación, investigación, Nisbett está está convencido conve ncido de
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que el Hom H omo o sapie sa piens ns tiende de forma natural a aprehender el mundo de manera holística, como hacen los asiáticos. En lugar de fijarse en el elemento más significativo del escenario, como los tres peces tropicales situados en el centro, nuestra especie ha evolucionado para asimilar el conjunto, del cual ías criaturas acuáticas sólo constituyen una parte. Por naturaleza, los seres humanos se inclinan también a considerar las situaciones de forma form a aislada, com o los orientales, m ás que qu e a clasifi clasificar car las las cosas cosas a p artir ar tir de la lógica lógica y la categorización, com o hacem h acem os los occi occ i dentales. Nisbett lo resume en una idea sencilla: «En casi todo el mundo m undo,, el espectro de atención es m ucho uc ho más amplio que en el nuestro». La tendencia natural de absorber la realidad de una forma expansiva y relaciona! se vio alterada de manera radical cuando los antiguos griegos descubrieron una manera nueva, artificial y analítica de observar el mundo. Desde entonces, los niños occidentales han aprendido a concentrarse en objetos y suje tos de manera evaluativa y lógica. Examinamos una situación, rescatamos rápida rá pidam m ente en te lo que nos parece más má s signif significat icativo, ivo, la la etiquetamos y le aplicamos reglas dasifkatorias para explicarla o hacer predicciones sobre ella, dice el psicólogo, «y todo con vistas a controlarla». El hábito atencional de evaluar una situación con objeto de dom inarla constituye la la piedra angular angu lar del del individualismo occi occ i dental. El El princip prin cipio io de «ser dueño due ño del del propio pro pio destino» y el est estil iloo de atención jerárquico y lógico que lo sustenta posee muchas ventajas. Al fin y al cabo, los griegos inventaron la ciencia, que se basa en en pensa pe nsarr en términos térm inos de tipos y reglas reglas más que de cir cunstanc cun stancias ias aisladas. aisladas. En En cuanto cu anto a los inconve inco nvenien nientes, tes, como com o dice dice Nisb N isbett ett,, «M «Muc ucho hoss occ o ccid iden enta tale less n o m ira ir a n más má s allá de d e sus nari na rice cess pa p a r a aver av erig igua uarr lo que qu e q u iere ie renn o nece ne cesi sita tann los dem de m ás. ás . C u a n d o termino una conferencia, el norteamericano se limita a decir:
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“¡Me ba encantado!” El japonés, en cambio, diría: “Parecía us ted nervioso”». De forma parecida, la atención que prestan los asiáticos al contexto y a las relaciones alimenta su ética más colectivista. Comparados con los occidentales, básicamente individualistas, los orientales tienden a interpretar mejor las señales del otro y los matices afectivos, así como a funcionar de forma más coo pera pe ratitiva va.. Su cap ca p a c id idaa d p a ra r e p a rar ra r en u n e n t o r n o físico físic o y social soc ial más amplio refleja una larga experiencia histórica en sociedades muy pobladas y altamente altame nte interdependientes. Para Para funcio nar con eficacia en semejantes circunstancias, hace falta que las relaciones estén reguladas por roles y reglas muy claros. «A di ferencia de tos occidentales, los asiáticos casi nunca actúan de manera autónoma —dice Nisbett—. Para llevar a cabo sus pro yectos yectos,, se coordinan coord inan con los los demás mucho mu cho m ejor que nosotros. Así Así que miran m iran el mund mu ndoo desde una perspectiva perspectiva muy mu y ampl amplia ia.» .» Para ilustrar la gran diferencia que separa Oriente de Occidente en lo que respecta a lenguaje no verbal, Nisbett describe un experimento en el que se pide a miembros de ambos grupos que miren una serie de dibujos donde apa rece la caricatura de un personaje con expresión de enfado, pe p e r p leji le jidd a d y a leg le g ría rí a fla fl a n q u e a d a d e o t r o s d i b u j o s p a rec re c id idoo s , A continuación, se tes pregunta a los sujetos: «¿Qué expre sión tiene el personaje principal?» Los occidentales se limi tan a mirar al personaje y contestan: «Enfadado» o «conten to». Como los asiáticos también prestan atención a las otras caras, hacen comentarios como: «Parece contento, pero las pe p e r s o n a s q u e e s tán tá n a s u lad la d o n o , a sí q u e q u izá iz á n o lo esté» es té».. Como dice Nisbett: «Los asiáticos son incapaces de ignorar el tejido social». Con Co n frecuencia, frecuencia, esas esas grandes diferencias culturales culturales en la for for ma de atender se convierten en grandes conflictos Este-Oeste
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cuando se produce un acontecimiento de magnitud mundial Durante los preparativos de las Olimpiadas de 2008, celebradas en Pekí P ekín, n, la la lucha del Tíbet por po r la la indepen ind ependenc dencia ia delató delató una dis d is crepancia de difícil resolución entre el público chino, por una pa p a rte rt e , y el n o rte rt e a m e ric ri c a n o y e u rop ro p e o , p o r o tra tr a . Los p rim ri m e ros ro s se fijaban fijaban en la amenaz am enazaa a la arm onía on ía colectiva y a la la unidad un idad de la patria que representaba la posible independencia del Tíbet mientras que los segundos sólo reparaban en el derecho de los tibetanos a la autonomía y a la libertad. Algunos años antes, cuando un caza chino derribó y forzó a un avión espía ameri cano a un aterrizaje aterrizaje de emergencia, los distintos p untos un tos de vist vistaa desataron una crisis semejante. Los chinos rehusaron liberar a la tripulación americana hasta que Estados Unidos se hubie ran disculpado. La respuesta del gobierno norteamericano fue: «¿Por qué nos tenemos que disculpar? El piloto chino provocó el accidente». A los chinos, sin embargo, la explicación no les satisfacía, dice Nisbett, «porque habíamos espiado a su país e invadido su territorio aéreo. Al obviar el contexto, sólo repará ba b a m o s en e n q ue h a b ían ía n d e rrib rr ibaa d o n u e s tro tr o avión» avi ón».. Aplicando sus observacione obse rvacioness sobre cultura cu ltura y atención aten ción al caso caso americano, Nisbett saca a relucir temas tan peliagudos como son la raza y su relación con los logros académicos. «Cada cual da relevancia a lo que su propia cultura considera importante —dic —d ice— e—.. La La cult cu ltuu ra negr ne gra, a, tra tr a d i d o n a lm e n te, te , no n o te em e m puja pu ja a ser se r inteligente inteligente y rend re ndir ir al al máximo, má ximo, porque po rque tu esfuerzo benefici beneficiaría aría al propietario de esclavos, no a ti.» Los tiempos han cambiado, y gracias a una mayor igualdad racial el coeficiente intelectual medio de la población negra ha aumentado cinco puntos a lo largo de los últimos treinta años. Además, según las investiga ciones, los negros son ahora el grupo étnico que más impor tancia concede a la educación. En cambio, si los comparamos con otros colectivos, desatienden las tareas, lo que sugiere que
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los jóvenes aún no sienten gran interés por los estudios. Los alumnos alum nos asiáti asiáticos cos,, por po r el el contrario, obtienen obtien en resultados mu cho ch o m ejores de lo que su coeficiente intelectual intelectual haría pensar pen sar gracias gracias a su notable nota ble esfuerzo en la escuela escuela.. Debido De bido a La impo im porta rtanc ncia ia que qu e otorga su cultura a los logros académicos y a su miedo a aver gonzar a la familia, dice Nisbett, «un chino-americano con un coeficiente intelectual de cien consigue los mismos resultados que un caucásico que puntúe ciento veinte». Tras muchos estudios, Nisbett concluye que ni la postura sistemática de los occidentales ni la hoiística de los orientales pu p u e d e n ser se r c o n sid si d e rad ra d a s c o rre rr e cta ct a s o equ eq u iv ivoc ocad adas as,, b u e n a s o malas, por sí mismas. La verdad es que, como observó Kaiping Peng, el estudiante asiático que le hizo reparar en el tema de las diferencias diferencias cultural culturales: es: «Usted y yo yo contem plamos plam os el mun m undo do de forma radicalmente distinta. Para usted es una línea y para mí u n círculo círculo». ».
Investigaciones efectuadas en campos tan diversos como la neurociencia y la antropología demuestran que nuestros cen tros de interés condicionan el cerebro y el comportamiento en un grado que habría h abría sido dif difíc ícil il de de imaginar imag inar incluso incluso a principios de este nuevo sigl siglo. o. T anto an to si prestas atención aten ción plena p lena a la música clásica, igual que Joshua Bell, como a la compasión, al estilo de los monjes tibetanos; si te centras en el aspecto global, como un jap ja p o n é s, o e n el p o r q u é d e las l as cosas co sas,, com co m o lo loss a n tig ti g u o s grieg gr iegos os;; si percibes percibes el mun m un do en form a de líne línea, a, como com o el el profesor am a m e ricano, o en forma de círculo, como el alumno aventajado chi no..., en todos los casos tu percepción ha contribuido a hacer de ti quien eres. Por fortuna, la capacidad de este foco mental pa p a r a m o d ific if icaa r el c e reb re b ro y tra tr a n s f o r m a r la expe ex peri rien enci ciaa n o se li li mita a la infancia, sino que persiste a lo largo de toda la vida.
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Relaciones: vivir en mundos distintos Atención,
del latín attentio, -onis » («facultad de atender»), constituye el principio básico de cualquier relación, desde una amistad informal hasta un matrimonio para toda la vida. Dar y recibir una atención incondicional, aun que sea duran te unos instantes, es lo m ínim o que una persona puede hacer por otra, y a veces lo máximo. En Muerte de un viajante, A rthur Miller describe la concesión final que incluso Willy Loman, fracasa do, engañado y condenado, merece porque «es un ser huma no, y algo terrible le está pasando. Por eso debemos prestarle atención». Puesto que es imposible comunicarse, y mucho menos crear vínculo, con alguien que no puede o no quiere hacernos caso, dicha facultad se considera imprescindible incluso para inter cambiar mensajes con robots programados para obedecer ór denes. Por esa razón, el profesor del MIT Rodney Brooks, fun dador de iRobot, se siente especialmente orgulloso de Mertz, el niño-robot creado por su ex alumno Lijin Aryananda. Al inte resarse en su dueño y requerir la atención de éste, la máquina dem uestra cierta «humanidad». Los rasgos más característicos de Mertz son unos ojos gran des y parpadeantes, encuadrados por unas cejas rotundas, que destacan en su gran cabeza de bebé de porcelana. Detrás de