Atenas y Esparta
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ATENAS
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ESPARTA
Por A. H. M. J ONES
Durant Durantee más de un siglo siglo despué despuéss de acabad acabadas as las guerras guerras con Persia, Persia, Atenas Atenas y Espart Espartaa se disput disputaro aronn la hegemo hegemonía nía de Grecia. Apenas pueden darse dos ciudades más dispares. Atenas, situada en el cruce de los caminos griegos, era un bullici~so ci~so centro centro mercan mercantil til e indust industria rial; l; su principa principall produc producto to agríco agrícola, la, el aceite aceite de oliva. oliva. estaba estaba destina destinado do casi casi totalm totalment entee a la expo exporta rtaci ción ón;; su puer puerto to del del Pire Pireoo era era uno uno de los más grande grandess del Medite Mediterrá rráneo neo.. Espart Esparta. a. encerr encerrada ada en el remoto valle valle del Eurota Eurotas, s, constit constituía uía un Estado Estado agríco agrícola la autóno autónomo, mo, sin más riqueza que el hierro en barras. Atenas estaba atestada de extranjeros, gente de paso o que se babia establecido allí; allí; Espart Espartaa no acogía acogía con buenos buenos ojos a los extran extranjer jeros os y de cuando cuando en cuando cuando les expuls expulsaba aba de su territo territorio rio.. Atenas Atenas tenía una potente marina; marina; Esparta, Esparta, un fortísimo ejércit<. ejércit<.•. Los atenienses atenienses hermosearon hermosearon su ciudad con templos espléndidos espléndidos y soberb soberbias ias estatu estatuas; as; Espart Espartaa daba daba la impresió impresiónn de un pueblo pueblo que hubiera crecido crecido desordenada desordenadamente mente.. Atenas Atenas creó un. teagrandioso grandioso (las tragedias tragedias de Esquilo, Sófocles Sófocles y Eurípides
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las las come comedi dias as de Arist Aristóf ófan anes es)) y fue fue q~na q~na de hist histor oria iado dore ress como como Tucí Tucídi dide dess y filó filóso sofo foss como como Plat Platón ón.. Espa Espart rtaa no proprodujo dujo arte arte ni literat literatura ura de ninguna ninguna cIase, cIase, ni tom tomóó part partee en la vida vida intele intelectu ctual al de Grecia Grecia.. Pero, Pero, sobre sobre todo, todo, Atenas Atenas se distinguió tinguió por su espíritu progresivo, progresivo, rebosante de nuevas nuevas ideas, ideas, mientras mientras que el de Esparta Esparta era fuertemente fuertemente conservador. conservador. Atenas inventó inventó la democr democraci aciaa y Espart Espartaa ·se afer aferró ró a una consti consti-tución tución arcaiz arcaizant ante. e. Se compre comprende nde que Esparta, Esparta, adalid adalid y encamaci camación ón de las ideas ideas tradic tradicion ionali alista stas, s, atraje atrajera ra el interés interés de muchos muchos griegos griegos anticua anticuados dos.. Lo raro raro es que buen buen número número de atenienses atenienses inteligentes inteligentes admirasen admirasen aquel estilo de vida y comparase parasenn halaga halagador dorame amente nte a esta esta ciudad ciudad con la suya suya propia propia.. La esteri esterilid lidad ad cultur cultural al de Esparta Esparta fue consecu consecuenc encia ia inevitable vitable de su estructura estructura política política y social. Sus ciudada ciudadanos nos eran educ educad ados os rígi rígida dame ment nte, e, desd desdee la niñe niñez, z, para para una una sola sola cosa cosa,, para para ser buenos buenos soldad soldados, os, y estos. estos. hombre hombres, s, los esparcia esparciatas tas.. consti constituía tuíann una exigua exigua y select selectaa minorí minoríaa que se sostenía sostenía gragracias cias al trabaj trabajoo de siervo siervoss que multip multiplic licaba abann muchas muchas veces su núme número ro,, los los ilot ilotas as.. La mayo mayorí ríaa de los los ilota ilotas, s, no hay hay duda duda,, se conform conformaba abann con su suerte suerte,, en particula particularr los de Laconi Laconia, a, el territo territorio rio espart espartano ano primit primitivo ivo.. Pero Pero los de Meseni Mesenia, a, conconquista quistada da más tarde, tarde, se dolían dolían amarga amargamen mente te de su sujeci sujeción, ón, y siempre siempre abrigaron la esperanza esperanza de recobrar su independen independencia, cia, cosa que al fin consiguieron, en 369 a. C. Una cosa es indudabl dable: e: los los espa esparc rcia iata tass basa basaro ronn su supr suprem emac acía ía en el terror. No pasaba pasaba año sin que los éforos éforos,, los magistr magistrado adoss princi principapales de Espart Esparta, a, declar declarase asenn la guerra guerra a los ilotas ilotas;; la finalida finalidadd de esta curios curiosaa ceremo ceremonia nia era descarga descargarr de la acusac acusación ión de homicidio homicidio al espartano que diese muerte muerte a uno de ellos. Cada año también, también, Jos éforos enviaban, enviaban, a jóvenes jóvenes esparciatas esparciatas escogido gidoss a expl explor orar ar el territ territor orio io y a acab acabar ar con con todo todo ilot ilotaa que que
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pre bastaron. En 424 a. C., los espartanos, nerviosos por la creciente inquietud de los ilotas, les invitaron a alistarse en el ejército, con el señuelo de otorgarles la libertad. Se alistaron dos mil voluntarios, de los cuales no se volvió a saber más. ¿Qué podrían admirar los atenienses en todo esto? Hay varias explicaciones posibles. A los griegos, como a la mayoría de los pueblos, les impresionaba el despliegue de poder, y Esparta fue durante siglos la gran potencia militar de Grecia. Su ejército superaba en adiestramiento y disciplina a los otros griegos, que solían ser producto de levas de bisoños. Además, los espartanos tenían justa fama de bravos, sufridos y amantes del deber. Nunca fueron derrotados en lucha franca hasta 1(1~CI.~ú~a ~\? Leuctra (371 a. C.). En segundo lugar, la estabilidad política de Esparta representaba algo realmente excepcional en el mundo griego. Su mayor orgullo era que, desde los tiempos del semi-mítico Licurgo, su constitución se habia ~Jnservado inmutable, sin que jamás hubiese habido entre ellos tiranías o revueltas civiles. La monarquía espartana era casi la única que quedaba en las ciudades griegas: de carácter hereditario, estaba gobernada por dos reyes de dos familias regias que gozaban de iguales prerrogativas. Los reyes habían perdido casi todo su poder dentro del país, pero seguían siendo los generales en jefe del ejército espartano y en el campo de batalla su autoridad era absoluta. Había en Esparta un consejo de ancianos de treinta miembros, entre ellos los dos reyes: ancianos de verdad, pues tenían que contar más de 60 años de edad al ser elegidos con carácter vitalicio. Había también una asamblea constituida por todos los esparciatas, que emitían su voto en las cuestiones importantes como la paz y la guerra, pero que no tenían facul-
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existía la junta de los cinco éforos, elegidos cada año, que representaban el verdadero gobierno del país. Se les elegía por un procedimiento que Aristóteles califica de "sumamente pueril", pero que permitía alcanzar la magistratura al más humilde ciudadano. La constitución, pues, dentro del bloque esparciata, era aproximadamente democrática, y como los esparciatas formaban un grupo muy homogéneo -se llamaban a sí mismos "los pares"- y estaban unidos por fuertes lazos y comunes intereses, no resultaba difícil conseguir la unidad. El contraste con el resto del mundo griego era de lo más acusado. En la mayor parte de las ciudades se sucedían las constantes luchas entre las cIases sociales, las revoluciones y las contrarrevoluciones con triste monotonía. Dentro de semejante mundo la estabilidad era algo precioso, fuese al precio que fuese. Y los admiradores de Esparta pasaban por alto cómodamente las luchas de los ilotas contra los esparciatas, luchas más bien sordas y que rara vez llegaban a la franca rebelión. Sin embargo, .el máximo atractivo de Esparta radicaba en ser una aristocracia perfecta. Sus admiradores atenienses solían ser ciudadanos de las clases privilegiadas, hombres que por su linaje, riquezas y educación se dolían de tener que aceptar como iguales suyos, en Atenas, a rústicos y artesanos. Uno de ellos dice: '"En Atenas esclavos y forasteros gozan de las mayores licencias. No está permitido pegarles, ni aunque los esclavos nc le dejen sitio a uno cuando pasa. Os diré por qué. Si las leyes dispusieran que un ciudadano pudiese pegar a un esclavo, a un forastero o a un liberto, muchas veces golpearíamos a un ateniense pensando que era un esclavo, porque la
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Para un hombre como éste, Esparta tenía que ser un Estado ideal: allí eran patrimonio exclusivo de los señores, además del poder político, todos los derechos de ciudadanía, hasta los más elementales. Había una razón más respetable para que los intelectuales atenienses admirasen a Esparta. Todos los griegos estaban de acuerdo en que la finalidad del Estado es crear una vida mejor para sus ciudadanos. Lo cual significaba, según algunos pensadores, que el Estado debía educarles y disciplinarles conforme a las normas de una vida irreprochable. y estos pensadores -Platón es su representante máximo- veían en Esparta una aproximación a su ideal, por imperfecta que fuera. La concepción espartana de la vida era muy limitada: no reconocía otras virtudes que el patriotismo, el valor y la disciplina. Pero al menos intentaba modelar a sus ciudadanos conforme a estos patrones, y no sin éxito. Era un paso en el buen camino: entonces ¿por qué no podrían infundirse otras virtudes más altas en el hombre, tomándole desde niño, a base de un adoctrinamiento riguroso? Acerca de este problema había diferencias de pensamiento insalvables entre la escuela representada por Platón y la de los demócratas atenienses. Uno de los lemas impulsores de la democracia era la libertad de palabra y de acción, y por libertad entendían ellos lo mismo que entendemos nosotros: el derecho de toda persona a pensar, decir y hacer lo que mejor le parezca, siempre, dentro de los límites impuestos por las leyes. Platón no niega que los atenienses se rijan por estos ideales en la teoría y en la práctica: "La ciudad está impregnada de libertad y de libres palabras: a cada cual se le permite hacer 10 que guste. Siendo así, es evidente que cada uno puede moldear su vida como
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Pero considera deplorable semejante situación, pues trae como consecuencia que los ciudadanos se hagan completa~ mente distintos unos de otros, en vez de ajustarse al modelo ideal propugnado por un sabio gobierno. En cambio, PericlesH se enorgullece de estas libertades individuales (en la oración fúnebre que pronunció en el año inicial de la guerra del Peloponeso y que es un gran panegírico de Atenas): "Nosotros vivimos como ciudadanos libres, y no sólo en nuestra vida pública, sino en la actitud de unos con otros. dentro de la vida cotidiana. No nos enfadamos con el vecino porque obre como le plazca, ni le lanzamos esas torvas mira· das que tanto hacen sufrir, aunque no causen daño cor... poral". Tenía motivos para estar orgulloso. Aristófanes no sólo podía escribir comedias donde ridiculizaba las instituciones. básicas de la democracia, sino que encima se las premiaban. Los filósofos y teorizantes políticos como Platón, Isócrates y Aristóteles se permitían publicar sus' del1l0ledores ataques contra el ideal democrático sin que nadie les piciese imposible la vida. Gran diferencia con Esparta, donde, según dice Demóstenes: "no se permite que nadie alabe las leyes de Atenas ni de ningún otro Estado; en cambio, hay que elogiar cuanto esté. conforme con las instituciones espartanas". Los demócratas disentían radicalmente de Platón en otra cosa. Éste sostenía que gobernar era un arte difícil que había de reservarse para los entendidos, y proyectó una constitución en la que asumiría el poder, sin responsabilidad nin-. guna, una minoría de sabios elegidos entre ellos mismos. Ah bi el seg do le de la de ia la
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igualdad. Todos los ciudadanos tenían no sólo los mismos derechos ante la ley, sino igual voto decisorio en los asuntos públicos y la misma participación en el gobierno efectivo del Estado. Esto es lo que los griegos entendían por demo.. cracia. Desconfiaban de las instituciones de carácter representativo y el sistema parlamentario actual les habría pare.. cido algo así como una aristocracia electiva. La verdadera democracia .requería, a su modo de ver, que todo ciudadano. pudiese asistir personalmente al debate de los asuntos tratados -y si quería, diese su opinión,-,. así como emitir su voto directamente; que incluso en la administración pudiese gobernar y ser gobernado por tumo. Todo esto era posible, enteramente posible, en una ciudad griega. Atenas era una ciudad excepcionalmente grande, pero aun así su territorio, el Ática, tenía más o menos el tamaño de Bedfordshire, y sus ciudadanos no pasaban de los veinte o cuarenta mil. Lo normal, parece, era que sólo cinco o seis mil asistieran a las sesiones de la asamblea, aunque en las grandes ocasiones acudieron muchos más, y todos potlían intervenir si querían. Los críticos modernos suelen reprochar a los atenienses que limitasen a la clase de los ciudadanos esos principios de libertad e igualdad. No es justo echárselo en cara. En la antigüedad se concebía la comunidad política como una gran familia; la ciudadanía dependía, por tanto, del nacimiento. Los extranjeros que se establecían en otra ciudad no por eso eran ciudadanos de ella, a no ser por una concesión especial, de igual modo que el hecho de vivir en Escocia no le convierte hoy a uno en miembro de un clan. En Atenas llegó a haber una importante ~oblación de extranjeros, pues era un lugar atractivo para establecerse, con su rica y variada cultura y su floreciente vida comercial. Estos eXtranjeros re-
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época. Gozaban de la plena protección de las leyes; compartían con los ciudadanos las cargas de las contribuciones y el servicio militar. Su principal restricción era que no po.. dían poseer tierras ni casas propias, sino arrendadas. Pero no se sentían ofendidos por no tener acceso a la gran familia de los ciudadanos atenienses e incIuso muchos de ellos estaban hondamente vinculados a su ciudad adoptiva, a la que prestaron- su concurso en tiempos difíciles. La segunda clase excluida eran las mujeres. Pero mal podemos censurarlo nosotros cuando aún no hace cincuenta años que les hemos concedido el derecho a votar. La tercera y última clase excluida era la de los esclavos; tampoco aquí sería justo condenar a los atenienses por aceptar una insti· tución que el mundo contemporáneo todo admitía como un hecho natural. Los atenienses poseían esclavos, claro es, y probablemente, como más ricos que la mayoría de los griegos, poseían más que el término medio. Nos faltan datos exactos de cuántos esclavos habría por entonces en Atenas (el número variaría sin duda). Según mi opinión, en el siglo IV serían unos veinte mil, entre hombres y mujeres. En el vera mayor el número ciertamente,. pero también el de los ciudadanos. He de admitir que son muchos los investigadores que dan una cifra bastante más alta. Hay quienes suponen que los ciudadanos atenienses, co.. mo poseían esclavos, formaban una minoría privilegiada que se sostenía a costa del trabajo de una mayoría carente de todos los derechos. Por muchos esclavos que pudiese haber, la acusación 'seguiría sin ajustarse a la verdad. No faltaban, cierto, ricos atenienses -y extranjeros residentes, los cuales también poseían escIavos- que hacían trabajar a su muchedumbre de siervos en las factorías y, sobre todo, en las mi..
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esfuerzo de los demás. Pero la inmensa mayoría de los atenienses no tenían un solo esclavo, y a lo sumo se conformaban con un criado para la casa, o bien con una o dos personas que les ayudaban en su oficio o en el campo. El grueso de los atenienses eran labradores que cultivaban las pequeñas propiedades recibidas en herencia, o artesanos que trabajaban por su cuenta; los más pobres eran los jornaleros del campo. La asamblea ateniense estaba formada, en palabras de Sócrates, por "lavanderos, zapateros, carpinteros, herreros, labradores, comerciantes y tenderos", y este hecho, precisamente, era el que ridiculizaban los aristócratas en sus críticas. La democracia ateniense no fue ninguna impostura. Estaba limitada a los atenienses d~ nacimiento, sí, pero dentro del cuerpo ciudadano figuraban representadas todas las clases, desde las más acaudaladas a las más humildes, y cabalmente los humildes, los labradores y los trabajadores manuales, constituían la mayoría. El principio de igualdad se aplicaba con notable exactitud y consecuencia. En pri~r lugar, todos los ciudadanos -a no ser los desposeídos de ,sus derechos por algún delito, como el no haber satisfecho ciertas deudas al Tesoro- estaban autorizados para asistir a la asamblea y votar; además, si así lo querían, podían tomar la palabra y proponer enmiendas. La asamblea celebraba sus sesiones al aire libre, en la colina de Pnyx, enfrente de la Acrópolis, y como se reunía frecuentemente -cuarenta veces por lo menos al año- y allí se decidían tanto las cuestiones graves de política como las menudencias administrativas, el ciudadano corriente tenía muchas oportunidades de hacer valer su opinión y adquiría una seria responsabilidad en el tratamiento de laS.cuestiones públicas. Desde luego, los griegos tenían sus dudas sobre la conveniencia de confiar las decisiones vitales al voto mayo-
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ritario de la masa, pero los demócratas creían que las virtudes del sistema superaban a sus defectos. Primeramente, tenían cierta fe (no del todo desmentida por los resultados) en la sabiduría colectiva de las masas. Como señala Aristóteles: "Una multitud de hombres que no sean buenos considerados uno a uno pueden resultar mejores que unos pocos excelentes si aciertan a fundirse entre sí no individualmente. sino en un verdadero todo, de igual modo que las comidas a escote pueden resultar mejores que las dadas a costa de una sola persona.- Porque cada uno de los componentes tiene su pizca de virtud y de juicio, y al fundirse todos la masa se convierte, por decirlo así, en un hombre dotado de múltiples manos, pies y sentidos". En segundo lugar argumentaban los demócratas que, en la mayoría de las cuestiones políticas, el ciudadano común y corriente es el mejor árbitro de cuanto afecta a su propio bienestar. Citemos a Aristóteles de nuevo: "Cosas hay de las que su artífice ni es el único juez, ni aun el mejor... Por ejemplo, quien puede juzgar mejor un edificio no es su constructor, sino quien ha de ocuparlo. Análogamente, el piloto es mejor juez de un timón que el carpintero, y el huésped mejor c~ítico de ·la comida que el propio cocinero". Finalmente, sostenían que si las cuestiones técnicas las conocen mejor los entendidos, los problemas políticos suelen depender de consideraciones morales, punto en el que todos los hombres tienen la misma capacidad de juicio, ya· que Zeus ha concedido a todos el sentido del decoro y de la rec-
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titud. La asamblea oía, pues~ la opinión de los expertos en lo tocante a las cuestiones técnicas, y aun alborotaba y daba muestras de desaprobación si los oradores, por muy elocuentes que fuesen, no estaban bien al tanto de sus asuntos. Pero cuando se trataba de problemas generales prestaba oídos a cualquiera, noble o vulgar, pobre o rico, por estimar que todos estaban facultados y preparados para expresar su pare· cero A veces, .es cierto, la asamblea ateniense se dejó llevar por la pasión colectiva y tomó decisiones brutales o injustas. Así cuando aprobó la ejecución en masa de los varones de una ciudad rebelde, MitiIene. Sin embargo, al día siguiente se avergonzó de su crueldad y anulÓ a tiempo la decisión. Por lo dem~s, acciones tan inhumanas no eran corrientes en aquella asamblea. La muchedumbre de asuntos que se sometían a la asamblea· no podían presentarse sin una previa elaboración. Para preparar el orden del día había una comisión reguladora. el Consejo de los Quinientos. Ninguna cuestión podía discutirse o votarse hasta no ser incluida por este consejo en el orden del día, con la oportuna publicidad, a fin de evitar una votación por sorpresa en la asamblea. El consejo también ahorraba tiempo a la asamblea, preparando en borrador las resoluciones sobre asuntos técnicos o no contenciosos. Con tales facultades parecería que el consejo pudo haberse convertido en supremo organismo que fiscalizase la política y no dejase a ía asamblea otro cometido que estampar su con· Íormidad final. Pero. no: su especial estructura impedía que eso pudiera ocurrir. Los consejeros eran elegidos anualmente por sorteo entre todos los distritos de Atenas y pueblos· del Ática, en número aproximadamente proporcional a la población. de los mismos, y ningún ciudadano podía ocupar el
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congregados al azar, que al año siguiente eran sustituidos por otros, no era posible que brotase un sentido corporativo. Así, pues, el consejo representaba fielmente a todo el cuerpo ciudadano. El sistema era útil· también en otro aspecto, ya que' como casi todos los ciudadanos cumplían su tumo en el consejo, salían de él con interesantes experiencias de gobierno. Otro elemento importante de la constitución eran los tribunales de justicia, pues no sólo decidían .los casos particulares, sino que dirigían las informaciones de trámite sobre los magistrados cuando éstos terminaban su misión, investigaban las acusaciones contra generales y políticos y, en fin. eran los árbitros supremos en los problemas constitucionales. Aquí también cualquier ciudadano podía tener participación. Por último, los trescientos cincuenta y tantos magistrados que se ocupaban de la administración eran elegidos casi to· dos por sorteo cada año, y ningún ciudadano podía ejercer el mismo cargo dos veces. La mayoría de nosotros se inclinaría a la opinión de Sócrates sobre este punto: "Es absurdo que los gobernantes de la ciudad sean designados por sorteo, cuando nadie estaría dispuesto a emplear a un piloto, un carpintero o un flautista elegido a suertes, y eso que sus equivocaciones son mucho menos dañosas que las del político en su vida pública".
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Sin embargo, el sistema no era tan absurdo como parece. En el sOlieo sólo entraban los ciudadanos cuyo nombre figuraba inscrito, y el pueblo ateniense esperaba y exigía mucho de sus magistr~dos. Todo magistrado -y, para el cas.o, todo miembro del consejo-o estaba sujeto, transcurrido el año de su ejercicio, a un juicio de residencia, en el que cualquier
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sólo inscribían sus nombres para la votación aquellos ciudadanos que se consideraban capaces de desempeñar con éxito las obligaciones oportunas. Y estas obligaciones eran de un carácter bastante rutinario, de suerte que cualquier hombre de mediana capacidad podía cumplirlas bien, pues los atenienses no eran tan utópicos como para dejar al azar ·la designación de los magistrados v~daderamente responsables. Así, lm ¡ diez generales y otros pocos cargos militares no eran elegidos por sorteo, sino por los votos de la asamblea, y en estos puestos no había límites para la reelección. Los atenienses consideraban el sorteo como una de las piedras angulares de la democracia. La elección corriente les parecía un procedimiento más aristocrático que democrático, pues, a su modo de ver, en unas elecciones suele triunfar la persona que tiene nombre, riquezas, buena posición o palabra fácil, y al hombre corriente le quedan escasas posibilidades de victoria. Los sorteos eran, por tanto, una institución clave para mant~ner la igualdad. la otra institución clave era la remuneración económica de que disfrutaban los servicios públicos. Jurados, consejeros y magistrados recibían una asignación diaria, que en el siglo IV se extendió a los ciudadanos que asistían a la asamblea. De este modo nadie, por pobre que fuese, quedaba sin participar en el gobierno. Realmente la asignación era muy modesta:· aproximadamente el salario de un jornalero agrícola para magistrados y consejeros, y la mitad de esa suma para los jurados. Como ~ingún ciudadano podía figurar en el consejo más de dos años en su vida, o en cualquier aÍto cargo más de una vez, y las asambleas no se reunían más de cuarenta o cincuenta días al año, no era posible que ni un solo ateniense se mantuviera con lo que le
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nuo de jurado, pero tan pobre asignación sólo atraería al que no tenía otra cosa, o a los ancianos que habían dejado su actividad normal. Para nosotros lo más extraño de la constitución ateniense es que no se parecía en nada a los sistemas modernos de gobierno. No hay duda de que la asamblea llevaba las riendas de la política, que los magistrados y h,asta los generales eran servidores suyos y recibían órdenes tan estrictas como deta~ lIadas que habían de obedecer. Pero eso no significa que no hubiese entonces dirigentes políticos; los había. Tucídides habla de que la Atenas del tiempo de Pericles era "una democracia nominalmente, pero en realidad estaba regida por un caudillo". Esto es verdad en el sentido de que Pericles dirigió la política de Atenas durante los últimos quince años de su vida. Pero no lo hacía en virtud de unos poderes constitucionales. Gobernó persuadiendo a la asamblea de que siguiese los pasos que él propugnaba; todo su ascendiente dependía, según Tucídides, de su autoridad moral. Los atenienses admitían que en su régimen quedaba sitio para el caudillaje político y pretendían que, en este aspecto, su sistema era una aristocracia en el sentido literal de la palabra: el gobierno de los mejores. Todos los ciudadanos tienen, desde luego, los mismos derechos, declara. Peric1es en su Oración Fúnebre: "pero cuando un hombre se distingue de los demás por algún concepto, recibe mayores honras en la vida pública, y eso no por razones de privilegio, sino en justo reconocimiento a sus méritos. Por otra parte, quien puede ser beneficioso para la ciudad no se verá excluido de ello a causa de la pobreza ni de su oscura posición social",
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Quizá esta última pretensión sea exagerada. El aspirante al poder político necesitaba todo su tiempo para ponerse al tanto de los asuntos exteriores, la economía y las complejas cuestiones del Estado, yeso sólo podía conseguirlo con una buena renta, no con el dinero ganado por sus propios medios. De hecho casi todos los grandes estadistas atenienses procedían de antiguas y opulentas familias. Con todo, cabía la posibilidad de que una persona hrimilde· llegase a fas altas jerarquías políticas. Conocemos varios casos que lo confirman, entre ellos Demóstenes y sus dos grandes rivales, Esquines y Demades. Cuesta trabajo creer que la máquina de semejante régimen haya podido funcionar bien. Sin embargo, el movimiento se demuestra andando. Atenas fue un Estado grande y próspero, el más grande de Grecia en el siglo v, y aun después de su desastrosa derrota en la guerra del Peloponeso, siguió siendo una potencia importante. Su ejército. sin tener nada de extraordinario, era por el estilo del de otros muchos Estados; su marina superaba incomparablemente a las demás. Atenas gobernó todo un Imperio y administró su economía con brillante éxito. En cuanto a eficiencia administrativa, estaba por encima de la mayoría de las ciudades. y si el pueblo ateniense cometió algunos desatinos políticos o estratégicos, también los cometieron y cometen los demás Estados. Por lo general la democracia ateniense supo asegurar la justicia social en el territorio patrio. Los teorizadores políticos griegos se inclinaban a pensar que como democracia significa gobierno de la mayoría y la mayoría en cualquier ciudad suele estar· formada por -los pobres, tal democracia no quería decir sino el gobierno de los pobres a costa de los ricos, y en consecuencia la explotación del rico por el pobre.
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este sentido, y con bastante amargura, si hemos de Juzgar por un discurso de Isócrates: "Siendo yo niño, la riqueza era tenida por cosa tan segura y respetable que todo el mundo, prácticamente, se afanaba en poseer más propiedades de las que tenía, con el deseq de adquirir renombre de rico. Pero actualmente uno se' ve obligado a preparar su defensa para demostrar que no es tan rico como se cree, cual si se tratara de un crimen enorme, y a andar sobre aviso si quiere estar a salvo, pues el renombre. de rico es muchísimo más peligroso que el delito manifiesto". Hay en estos cargos ostensible exageración. Los gastos normales de Atenas en tiempo de paz se cubrían por medio de impuestos sobre las minas, derechos de aduanas y otras contribuciones indirectas. El impuesto directo sobre la propiedad sólo se exigía ocasionalmente para gastos extraordinarios dtf guerra, y aun así en una proporción media anual que, a juzgar por los pocos datos que poseemos, resulta ridículamente baja: equivaldría ahora a unos seis peniques por libra. Los ciudadanos más ricos tenían también que ejercer las llamadas "liturgias", deberes públicos que suponían ciertos desembolsos. Particularmente. organizaban los coros, tragedias y comedias de las grandes festividades; remuneraban a los actores, danzantes y cantores; proporcionaban el vestuario y los decorados; además, capitaneaban los barcos de guerra de la flota y tenían a su cargo la buena conservación de los mismos. Hubo quienes llevaron a mal estas obligaciones y trataron de eludirlas o de escatimar gastos precisos. Pero la mayoría de los atenienses acaudalados tenían a gala, según
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nes dramáticas las más perfectas, y aun sus desembolsos más abundantes de lo que legalmente les correspondía. La democracia hizo más todavía que elevar grandemente el nivel de la eficiencia administrativa y de la justicia: proporcionó a los ciudadanos una riquísima vida cultural. Fue el Estado quien levantó las grandes construcciones públicas que aún cuentan entre las obras maestras del mundo, y quien las adornó con esculturas únicas, cuyas castigadas reliquias son hoy el mayor orgullo del British Museum. El Estado se encargó también de organizar los festejos musicales y dramáticos a los que concurrirían Esquilo, Sófocles y Eurípides con sus tragedias. Arist6fanes con sus comedias. La tolerancia de la democracia dejó ancho campo al brote y discusión de nuevas ideas, y Atenas no sólo dio vida a sus grandes pensadores, sino que atrajo a filósofos y científicos de todo el mundo. L a m ej or p ru eb a d e q u e l a d e mo cr ac ia s ati sf iz o a t o das las cIases sociales es que se mantuvo sin apenas cam'" bios durante dos siglos. En ese tiempo sólo hubo dos con-, trarrevoluciones, la de los Cuatrocientos (411 a. C.) y la de los Treinta (403 a. C.). Ambas fueron promovidas por camarillas de oligarquías extremistas, bajo los efectos de una guerra desastrosa. Al principio recibieron el apoyo de las cIases elevadas. pero al cabo de unos meses fueron derrocadas por el levantamiento en masa de los ciudadanos, tanto ricos como pobres, y restaurada la constitución democrática. S610 al ser aplastados por una potencia extranjera, Macedonia, l os a te ni en se s t uv ie ro n, a l f in , q ue a ba nd on ar s u d e m ocracia.
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