PHILIPPE ARIÉS
EL NIÑO Y LA VIDA FAMILIAR EN EL ANTIGUO RÉGIMEN Versión castellana de N aty G a r c ía G u a d illa
revisada por la Editorial
taurus
PRÓLOGO A LA NUEV A E D IC IÓ N }FRANCESA
Dicen que los árboles no dejan ver el bosque, pero el período más interesante de la investigación sigue siendo el momento en que el historiador comienza a tener una visión de conjunto, cuando todavía no se ha disipado la bruma que cubre los hori zontes lejanos, de suerte que no se ha distanciado de los detalles de los documentos en bruto y que éstos conservan aún toda su lozanía.- Su mayor mérito no es quizás tanto el de defender una tesis como el de comunicar a sus lectores la satisfacción. de su hallazgo; el de sensibilizarlos, como lo ha sido él .mismo, a los colores y a los senderos de lo desconocido. Pero el his toriador tiene, además, la ambición de organizar todos estos detalles concretos en una estructura abstracta y, afortunada mente, le sigue costando trabajo librarse del revoltillo de impre siones que excitaron su búsqueda aventurera, poco diestro que es todavía a doblegarlas a la necesaria álgebra de una .teoría. Más adelante, cuando v a a reeditarse el libro, el tiempo ha transcurrido y se ha llevado consigo la emoción del primer con tacto; pero, a cambio, ha traído una compensación: el bosque.se ve mejor. Hoy, después de los debates contemporáneos • sobre el niño, la familia, la juventud y después del uso que se ha hecho de mi libro. Puedo ver*mejor, es decir, de manera más tajante y simplificada, las tesis inspiradas por un largo diálogo con las cosas, tesis que resumiré a continuación, reduciéndolas a dos. La primera se refiere’ principalmente a nuestra *antigua: sc> ciedad tradicional. He afirmado que dicha sociedad ;no. podía representarse bien al niñ o, y menos todavía al adolescente. La
duración de la infancia se reducía al período de su mayor fra gilidad, cuando la cría del hombre no podía valerse por sí misma; en cuanto podía desenvolverse físicamente, se le mezclaba rápi damente con los adultos, con quienes compartía sus trabajos y juegos. El bebé se convertía en seguida en un hombre joven sin pasar por las etapas de la juventud, las cuales probable mente existían antes de la Edad Media y que se han vuelto esenciales hoy día en las sociedades desarrolladas. La transmisión de valores y conocimientos, y en general la socialización del niño, no estaba garantizada por la familia, ni controlada por ella. Al niño se le separaba en seguida de sus padres, y puede decirse que la educación, durante muchos si glos, fue obra del aprendizaje, gracias a la convivencia del niño o del joven con los adultos, con quienes aprendía lo necesario ayudando a'los mayores a hacerlo. La presencia del niño en lá familia y en la sociedad era tan breve e insignificante que no había tiempo ni ocasiones para que su recuerdo se grabara en la memoria y en la sensi bilidad de la gente. Sin embargo existía un sentimiento superficial del niño — que yo he denominado el «mimoseo» (mignotage)— reservado a los primeros años cuando el niño era una cosita graciosa. La gente se divertía con él como si fuera un animalillo, un monito impúdico. Si el niño moría entonces, como ocurría frecuente mente, había quien se afligía, pero por regla general no se daba mucha importancia al asunto: otro le reemplazaría en seguida. El niño no salía de una especie de anonimato. Si superaba los primeros riesgos, si sobrevivía al período del «mimoseo», solía suceder que el niño vivía fuera de su familia. Familia constituida por la pareja y los hijos que permane cían en el hogar. Yo no creo que la familia amplia (de varías generaciones o de varios grupos colaterales) haya existido fuera de la imaginación de moralistas tales como Alberti en la Floren cia del siglo xv, o de sociólogos tradicionalistas franceses del siglo xix, salvo en ciertas épocas de inseguridad cuando el linaje debía reemplazar, bajo ciertas condiciones económico-jurídicas, al poder público claudicante. (Por ejemplo, en ciertas regiones mediterráneas, quizás allí en donde el derecho de mejorar a uno de los hijos favorecía la cohabitación.) Esta antigua familia tenía como misión profunda la conser vación de bienes, la práctica de un oficio común, la mutua
ayuda cotidiana en un mundo en donde un hombre y aun más una mujer aislados no podían sobrevivir, y en los casos de crisis, la protección del honor y de las vidas. La fam ilia no tenía una función afectiva, lo que no significa que el amor, faltara siempre; al contrario, suele manifestarse a veces desde los esponsales, y en general, después del matrimonió, creado y sustentado por la vida común, como en el caso del duque de San Simón. Pero, y esto es lo que importa, el sentimiento entre, es posos, entre padres e hijos, no era indispensable para la existen cia-, ni para el equilibrio de la familia: tanto mejor si venía por añadidura. Las relaciones afectivas y las comunicaciones sociales se consolidaban pues fuera de la familia, en un «círculo» denso y muy afectuoso, integrado por vecinos, amigos, amos, y criados, niños y ancianos, mujeres y hombres, en donde el afectó no era fruto de la obligación, y en el que se diluían las familias conyugales. Los historiadores franceses denominan hoy «socia bilidad» esta propensión de las comunicaciones tradicionales a las reuniones, a las visitas, a las fiestas. Así es como yo percibo nuestras sociedades antiguas, diferentes al mismo tiempo de las que hoy nos describen los etnólogos y de nuestras sociedades industriales.
Mi primera proposición es un ensayo interpretativo de las sociedades tradicionales, la segunda pretende demostrar el nuevo espacio ocupado por el niño y la familia en nuestras sociedades industriales. A. partir de cierto período (más adelante trataré el problema obsesivo de su origen), y en todo caso a fines del siglo x v i i de forma definitiva se produjo una transformación considerable en la situación de las costumbres que acabo de analizar, que se puede captar a través de dos métodos de análisis diferentes. La escuela sustituyó_al_apren.dizaie_como medio de educación. ~Lo~qug~~Si'gnífica que cesó la cohabitación -d el—niño—cc¡n los adultos ~v~~por eIftr~céso'~el aprendizaje de la vida por contacto directo._con_el.los. A pesar de muchas reticencias y "retrasos, él niño fue separado de los adultos y mantenido aparte, en una especie de cuarentena, antes de dejarle suelto en el mundo, Esta cuarentena es la escuela, el colegio. Comienza entonces un
largo período de reclusión de los niños (así como los locos, los pobres y la s prostitutas) que no dejará de progresar hasta nues tros días, y que se llama escolarización. Este hechcude-separar a los niños — y de hacerlos entrar en razón— , debe -interpretarse como u n . aspecto más- de -la •gran moralización _deZlos^.homb£es_jcealiza.da„-.poO[Qs_mormaddfes ^tóHcos_o_protestantes, de la Iglesia, de la ■magistratura.o . del Estado. Pero ello no hubiera sido posible en la práctica sin la complicidad sentimental de las familias, y ésta es la segunda manera de abordar el fenómeno y sobre la que rdeseo insistir. La familia se ha convertido en un lugar de afecto necesario entre esposos y entre padres e hijos, lo que antes ncnerar-Este afecto se manifiesta principalmente a través de la importancia que se da, en'adelante, a la'educación.--Ya'rió*rse trata de esta blecer a sus hijos'únicam ente'en función' Be la~ fortuna y del honor. Surge un sentimiento'completamente nuevo: los padres se interesan por los estudios de sus hijos y los siguen con una solicitud propia de los siglos xix y xx, pero desconocida antes. Jean Racine escribía a su hijo Louis sobre sus profesores como un padre de hoy (o de ayer, de un ayer muy próximo). La familia comienza entonces a organizarse en tomo al niño, el cual sale de su antiguo anonimato y adquiere tal importancia que ya no es posible, sin una gran aflicción, perderle, reemplazar le o reproducirle muchas veces y conviene limitar su número para ocuparse mejor de él. No tiene nada de extraordinario el que esta revolución escolar y sentimental se acompañe a la larga de un maltusianismo demográfico, de una reducción voluntaria de nacimientos sensible a partir del siglo x v m /T o d o esto es coherente (quizás demasiado para el ojo receloso de P. Veyne). La consecuencia (que desborda, el período tratado en este libro, pero que ya desarrollé en otra parte) es la polarización de la vida social del siglo xix en tom o a .la f ^ i l i & .y JQ aj^o fesión, y^ la desaparición (salyo en. la Provenza de M. Agulhon y M .^ovelle)~del3"3ntígt 13 sncialiilirlnrl
Un libro tiene su propia' vida. Rápidamente se le va de las manos al autor para pertenecer a un público que no es siempre el que él ha previsto.
. Al parecer, las dos proposiciones que yo acabo de exponer no se dirigían exactamente al mismo publico. La segunda, que parecía referirse a la explicación inmediata del presente, en seguida fue explotada por los sicólogos y so ciólogos, particularmente en los Estados Unidos; en donde las ciencias, del hombre se preocuparQiuantes„qiie_en__otros lugares por las crisis de la juventud. Crisis éstas que ponían en evidencia l i dificultad, e incluso la repulsa de losHoyenes a~ p^sar ai *es!ad5~aHulto.HEn efecToTmls análisis sugerían que’~e^á^slfua^ ción podía ser la consecuencia del aislamiento. prolongado de los jóvenes dentro de .la. familia y en la escuela. Dichas crisis demostraban también que el sentimiento de la familia y la escolarización intensiva de la juventud,.eran un.mismo fenó meno y un fenómeno reciente,- qUe se puede fechar aproxima damente, y que antes la familia apenas se echaba de ver dentro de un espacio social mucho más denso y afectivo. Así han orientado mi libro los sociólogos, sicólogos e incluso pediatras, remolcándome a sus resultados y, mientras en los Estados Unidos los periodistas me llamaban French Sociologist, para un gran semanario parisino me convertí un día en un ¡sociólogó americano!... - ; En un principio esta acogida me produjo u n a . sensación contradictoria, pues en Francia me ■habían hecho algunos re proches en, nombre de la sicología moderna: «negligencia de los intereses de la sicología moderna», dijo A. B esaron, «de masiada concesión al fijismo de la sicología tradicional», afirmó J. L. Flandrin !, y es verdad que yo siempre he tenido dificul tades para evitar los antiguos vocablos equívocos, y hoy en día anticuados hasta el ridículo, pero de tanto arraigo en la cultura moralista y humanista que fue la mía. Estas críticas antiguas sobre el buen uso de la sicología me recen reflexión y hoy diría lo siguiente: Se puede tratar de hacer la historia del comportamiento; es decir, una historia sicológica, sin ser uno mismo sicólogo o sicoanalista, manteniéndose a distancia de las teorías del vo cabulario e incluso de los métodos de la sicología, moderna y sin embargo interesar a esos mismos sicólogos en su propio campo. Si uno nace historiador, se vuelve uno sicólogo a su 1 A. B esan ^o n , «Histoire et psychanalyse», Anuales ESC„ 19, 1964, p. 242, n.° 2; J. L. F la n d rin , «Enfance et société», Annates E S C 19, 1964, p p . 322-329.
manera, que sin duda no es la de los sicólogos modernos, pero se asemeja a ella y la complementa. En este caso, el historiador y el sicólogo coinciden, no siempre a nivel de los métodos, que pueden ser diferentes, sino a nivel del sujeto, del modo de plantear el tema, o, como se dice hoy día,'de la problemática. La trayectoria inversa, que va de la sicología a la historia, es igualmente posible, como lo prueba el éxito de A. Besanjon. Este itinerario presenta sin embargo algunos riesgos de los que M. Sorano no ha .podido librarse totalmente, a pesár de tantos hallazgos y comparaciones acertadas. La crítica que me hacía A. Besangon, especificaba bastante bien que «el niño no es sola mente el .traje,, los juegos, la escuela, ni incluso el-sentimiento de la infancia (es decir, las modalidades históricas,, empírica mente aprehensibles), es una persona, un desarrollo, una his toria, qué los sicólogos tratan de reconstituir», es decir «un término de comparación». Una excelente historiadora del si glo x v i, N . Z. Davis 2, ha buscado este término de comparación en el m odelo construido por los sico-sociólogos según la expe riencia que éstos tienen del mundo contemporáneo. Claro es que la tentación de los sicólogos de evadirse fuera de su mundo para comprobar sus teorías es grande y sin ninguna duda enriquecedora, aunque , en nuestras sociedades tradicionales eso las lleve o a Lutero o a los últimos «salvajes». Si bien el método ha dado buenos resultados a los etnólogos, las sociedades tradiciona les me parecen más recalcitrantes. Conduce este método a inter pretar demasiado fácilmente las relaciones de Charles Perrault y de su hijo en el lenguaje moderno del padre abusivo y del hijo mimado, lo cual no agrega nada a la comprensión d e. nuestro mundo de hoy, ya que no se aportan datos nuevos, ni a la del mundo antiguo porque existe anacronismo, y el anacronismo falsea la comparación. Sin embargo, la fobia por el anacronis mo (¿el defecto de los historiadores?) no constituye ni un recha zo de la comparación, ni una indiferencia por el mundo contem poráneo: pues nosotros sabemos perfectamente que lo primero que captamos en el pasado son las diferencias,, y después las similitudes con la época en que vivimos.
^ 2 N . Z . D a v is, «The reasons of misrule: youth groups and charivaris on sixteenth century France», Past and Present, 50, feb. 1971, pp. 41-75.
Mi segunda proposición casi obtuvo la unanimidad, pero los historiadores acogieron la primera (la ausencia del sentimien to de la infancia en la Edad Media) con mayor reserva. Con todo, se puede afirmar hoy día que las grandes líneas han sido aceptadas. Los historiadores demógrafos han recono cido la indiferencia tardía con respecto a los niños, los histo riadores de mentalidades han notado la poca frecuencia de alusiones a los niños y a su muerte en los diarios de familia como el del sayalero de Lille, editado por A . Lottin. Como a J. Bouchard. les ha_sojprendido la ausencia de función de socialización de la fam ilia3.. Cas investigaciones-de-M_ÁguLhoá fian subrayado la- importancia de la «sociabilidad)>_ en las comunidades rurales y urbanas-deLAntiguo Régimen. Pero las críticas son más instructivas que las aprobaciones o las concordancias. Voy a retener dos, una de J. L. Flandrin y la otra de N. Z. Davis. J. L. Flandrin4 me_h a reprochado una preocupación dema siado grande, «obsesiona!», por el origen, lo que me inclina a denunciar comcTTnnovación absoluta lo que es más bien un cambio de naturaleza. El reproche es justificado. Es un defecto difícil de evitar cuando, como yo lo hago siempre en mis inves tigaciones, se procede por vía regresiva, ya que introduce con toda ingenuidad el sentido de cambio que no es en realidad innovación absoluta sino, l a mayoría de las veces,, recodifica ción. El ejemplo de J. L. Flandrin es bueno: si el arte medieval representaba al niño como un hombre reducido, en miniatura, «eso — afirma— no interesa a la existencia, sino a la naturaleza del sentimiento de lFüñfancia». .El niño era,~"pües.~~diferente del hom b^ 7Ipj«)0-SÓlo~por él tamaño, y ja .iu erz a , m ientras que J os otros__rasgos, seguí an._siendo .semejantes. Sería . interesante comparajL.al.niño-con-eLenanQ, el cual ocupa una posición im portante en la tipología medieval. El niño es un enano, pero un enano que estaba seguro de no quedarse enano, salvo en caso de hechicería. En compensación ¿no sería el enano un niño condenado a no crecer, e incluso a volverse en seguida un viejo arrugado?
J J. B o u c h a r d , Un village immobile, 1972. T> L. F la n d r in , « E n fan ce et société», op. cit.
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T.a otra crítica, de N. Z. Davis, se halla en su. excelente tra bajo, titulado: «The reason of misrule; youth groups and cha rivaris in sixteenth century France» s. . Su argumento es poco más o menos el ■siguiente: r ¿cómo ,hs~=.pbdido yo afirmar que lar-sociedad tradicional ponía a los niños**y} a Q^s jóvenes .con los adultos) no ocupándome. del con’cep fS ae j uverílucCcu ando la jQVBfffud jugaba en-las comunida des rurales, e. incluso urbanas, un papel permanente de organi zación de fiestas y juegos, de control de matrimonios y relaciones sexuales, sancionado por. las cencerradas? M. Agulhon, por . su parte, ,en su .excelente libro sobre penitentes y francmasones, ha dedicado un capítulo a las sociedades juveniles, las cuales interesan cada día más a los historiadores contemporáneos atraí dos por las culturas populares. El problema planteado por N. Z. Davis no se me ha pasado por alto. Reconozco que, en este libro, lo he descartado pere zosamente, reduciendo-al estado de .«vestigios» unas costumbres folklóricas cuya amplitud e importancia han demostrado N. Z. Davis, M. Agulhon y otros. A decir verdad, no debía de tener la conciencia tranquila pues volví a tratar este problema en las primeras páginas de una breve historia sobre la educación en Francia 6. Admití que, antes de la Edad Media y en las zonas de cultura rural y oral, había una organización comunal por clases de edad con j ritos de paso, conforme al modelo de los etnólogos. En esas~ ¥oci.eda-. des¡ cada edad -tenía, su función, la educación""e~ra .transmitida. "por Ia3i5icx3ciónr7y defitro~de la clase de edad, mediante _Ja participaciórTe'ñ los servÍcíos^OF~ella "garantizados. Se'Tñe'^ermnirá^~ab7ií~üri—paréntesis ~para citar la frase de un joven arqueólogo amigo mío. Estábamos visitando las exca vaciones de Malia, en Creta, hablando sin orden ni concierto de Janroy, Homero, Duby, de las estructuras por clases de edad propias de los etnólogos, de su reaparición en la Alta Edad Media, cuando mi amigo me dijo poco más o menos lo siguiente: en nuestras antiguas civilizaciones, nunca percibimos esas es tructuras etnográficas en pie, en plena madurez, sino siempre en estado de supervivencias, tanto en la Grecia homérica como 5
N. Z . D avis, op. cit.
6 P h . A r ie s , «Problémes de l'Éducation», en La France et tes Fran( ais, París, La Piéiade, 1972. (Obra escrita entre 1967 y 1970 y publicada en 1972.)
en las canciones de gesta. Tenía razón. Tenemos que convenir enjque p e t a m o s proyectando demasiado fielmente en nuestras sociedades tradicionales las estructuras, hoy descubiertas por los etnólogos, de los «salvajes» contemporáneos. Mas cerremos el paréntesis y aceptemos la hipótesis de una sociedad-origen en la muy Alta Edad Media, la cual presentaría los caracteres etnográficos o folklóricos corrientemente admi tidos. En esta .sociedad se produce^,quizás .en .la época del feuda lismo y del ..forraleciiñiéñto- dé las antiguas circunscripciones territoriales,...una, modificación que concierne. a. la...educación; ■ "es”decir, la Transmisión .del.jaber y de los valores, y que será '"en aHelántéJ a partir 'de la Edad Media, garantizada .por eí.apren-... ' dizaje.^ Eh efecto, la práctica del aprendizaje es“ iñcómpatible ~con el sistema de clases de edad, o, cuando menos, tiende a destruirle a medida que se generaliza. Es preciso que yo insista en la importancia que hay que dar al aprendizaje, el cual obliga a los niños a vivir en medio de los adultos quienes les enseñan así el tacto («savoir faire») y la cortesía («savoir-vivre»). La mezcla de ‘edades que ello ocasiona, parece ser uno de los rasgos predominantes de nuestra sociedad, desde mediados de la Edad Media hasta el siglo xvm . En tales condiciones, las clasifica-.., ciones tradicionales por edades jao podían sino enredarse y per"3er su carácter necesario. Ahora bien, no cabe duda de que estas clasificaciones han persistido para, vigilar-la sexualidad y para la organización de fiestas y todos sabemos la importancia que tenían las fiestas en la vida cotidiana de nuestras, antiguas sociedades^ ¿Cómo compaginar la persistencia de lo que era ciertamente mucho más que «vestigios»; con la exportación precoz de los niños a las casas ajenas para entrar en aprendizaje? ¿No estamos dejándonos engañar, a pesar de los argumentos contrarios de N. Z. Davis, por la ambigüedad del vocablo juven tud? Incluso en latín, aún cercano, no facilitaba la discrimi nación. Nerón tenía veinticinco años cuando Tácito dijo de él: certe finitam Neronis pueritiam et robur juventae adesse. Robur juventae: es la fuerza del hombre joven, no es la adolescencia. ¿Qué edad tenían los abates de la juventud y sus compañe ros? La edad de Nerón a la muerte de Burras, la edad de Condé en Rocroy, la edad de la guerra o de su simulación: la
bravata7. En efecto, esas sociedades juveniles eran sociedades de solteros, en una época en la que la gente de las clases popu lares se casaba a menudo tarde/ Existía entonces una oposición entre el casado y el no casado, entre el que tenía casa pro pia y el que no la tenía y debía dormir ,en casa de los demás, .entre el menos inestable y el menos estable. Es preciso, pues, admitir la existencia de sociedades de jó venes, pero en el sentido de sociedades de solteros. La «juven tud» de los solteros del Antiguo Régimen no implicaba ni los caracteres que diferenciaban, tanto en la Antigüedad como en las sociedades etnográficas, al efebo del hombre maduro, a Arístogiton de Harmodius a, ni los que oponen hoy día a los ado lescentes con los adultos.
Si yo tuviera que concebir hoy día este libro, me abstendría mejor de la tentación del origen absoluto, del punto cero, pero las grandes líneas seguirían siendo las mismas, tínicamente to maría en consideración los datos nuevos, e insistiría más en la Edad_Media y en su otoño tan fecundo. En primer íugar, llamaría la atención sobre un fenómeno muy importante y que empieza a ser mejor conocido: ^ p e r sistencia hasta finales del siglo, xvii- delinfanticidio -tolerado. No se trata de una práctica admitida como lo era el abandono de niños en Roma. El infanticidio era uñ crimen castigado seve ramente .,J^o_j^staj^^seJpr^tic^a_eñ secreto, quizás frecuen temente, disimulado en forrna^ de accidente; losJñiños, morían ;rraturalmeríteTHhogadós...eñ~la_cama de sus ,padres.con“qüiéñé's Hormían y no se hacia nada p ara vigilarlos o par_a_salvarios. T .'T .T íIiñ3rin ha analizado esta práctica oculta en una con ferencia de la Société du xvn* siécle 9. Este autor ha demostrado que la disminución de la mortalidad infantil observada en el siglo xviTT río-puede-explfcarae por razones médicas e higiénicas; 7 Un sobrino de Mazarino, Paolo Mancini, tenía apenas 15 años cuan do murió valerosamente aníe las murallas de París, a finales de La Fronda. Ver G. D e t h a n t , Mazarin et ses antis, París, 1968. * Me refiero al famoso grupo del museo de Nápoles. 9 Ver J. L. F l a n d r i n , Le sexe et VOccident. Evolution des attiludes et des comportements, París, Seuil, 1981, pp. 172-175.
cesó sólo el dejar morir o el ayudar a morir a los niños a los que ri£> se 'dese^bal^ñieryar. ErTlá^lñisma serie de conferencias de la Société d u x v ii ' siécle, el P. Gy ha confirmado la interpretación de J. L. Flan drin citando pasajes de los Rituales postridentinos en los cuales 'los obispos prohíben, con una vehemencia aue-merece reflexión, acostar a los niños en la cama de sus padres,' donde córi~~mucha fí-ecuencia.perecían ahogados. Si el ayudar a la naturaleza a eliminar seres tan poco dota dos de un ente suficiente era un hecho que no se declaraba, tampoco era considerado~como algo vergonzoso. Formaba' parfe~~d¿ las cosas moralmente neutras, condenadas por la ética de la IgIesiá~v~dsLEstado, pero que se practicaban en secreto, en una semiconciencia, en elllm ite de la voluntad,-del olvido o de 1¿"Torpeza. La vida del niño se consideraba, pues, con la misma ambi güedad que la del feto hoy día, con la diferencia de que el infanticidio se ocultaba en el silencio y el aborto se reivindica en voz alta, pero ésa es toda la diferencia entre una civilización del secreto y una civilización de la exhibición. Llegará una época, el siglo xvii, en la que la comadrona, a bruja blanca recuperada por los Poderes, tendrá por misión proteger al niño; cuando los padres, mejor informados por los reformadores, sen sibilizados a la muerte, se tornarán más vigilantes y querrán conservar a sus hijos cueste lo que cueste. Eso es exactamente lo contrario de la evolución que se efec túa ante nuestros ojos hacia la libertad del aborto. Se ha pasado de un infanticidio secretamente admitido a un respeto cada vez más exigente de la vida del .niño.
Si la vida física del niño contaba todavía tan poco, en una sociedad unánimemente cristiana, se podría esperar una mayor atención por su vida .futura-después-jje la muerte. Y así llegamos a 3a apasionante historia del bautismoTMe la edad apropiada para el bautismo, oM^mcxio—de ^administración de este sacra mento, la cual lamento no haber tratado en mi libro y que espero interese a. algún joven investigador. Esta historia del bau tismo permitiría comprender la actitud ante la vida y la infancia en épocas remotas, pobres en documentos, no tanto para con-
firmar o modificar la fecha del origen de un ciclo, como para demostrar I¿ transformación, en el transcurso jáe un polimorfis mo continuo, de las mentalidades arcaicas de forma sofrenada, mediante una serie de pequeños cambios. La historia del bautis mo me parece un buen ejemplo de este •tipo de evolución en espiral. . Propondré a los investigadores que reflexionen sobre la si guiente hipótesis; En una sociedad unánimemente cristiana, como lo eran las sociedades medievales, todo hombre, toda mujer, tenían que estar bautizados, y lo estaban en ‘efecto, pero ¿cuándo y cómo habían sido bautizados? Se saca la impresión (sujeta a confirmación) de que hacia mediados de la Edad Media, los adultos no siempre manifestaban mucha prisa en bautizar rápidamente a sus hijos y se olvidaban de hacerlo en circunstancias graves. En una sociedad unánimemente cristiana, la gente se comportaba casi como los indiferentes -de nuestras sociedades laicas. Me figuro que las cosas debían de ocurrir así: los bautizos se celebraban en fechas fijas, dos veces al año, la víspera de Pascua y la de Pentecostés. No existían todavía ni registro de catolicidad ni cer tificados; nada obligaba a los individuos sino su propia concien cia, la presión de la opinión y el temor a una autoridad remota, negligente y desarmada. Se bautizaba a los niños cuando se quería y los retrasos de varios años eran frecuentes. Los bap tisterios de los siglos xi y xu son, por otra parte, grandes tinas parecidas a las bañeras en las cuales aún se sumergía a los niños que ya no debían de ser tan pequeños. Son tinas profundas donde los pintores vidrieros zambullen a Clodoveo para su bau tismo o a San Juan para su suplicio: pequeñas bañeras rectan gulares en forma de sarcófago. Si el niño moría en el intervalo de los bautizos colectivos, la gente no se conmovía mucho. Lo cierto es que los ^J^ásíicgis_jnñdÍ£vaIss_ssinquietaron por esta mentalidad_y__niultipUcaron Í£s lugares delcüHct-CÓn, el fin de permitir a los sacerdotes acudir rápidamente a J a .cabexK ^ |.jíe ^ a parturienta. Sé ej'érció'sobre" las familias una presión, de los Mendicantes eñ particular, cada vez más fuerte para obli garlas a admitir el sacramento del bautismo lo antes posible después del nacimiento. Se renunció así a los bautismos colec tivos que imponían un plazo demasiado largo, y la regla, seguida por la costumbre, fue la de bautizar al niño recién nacido. La
inmersión fue reemplazada por el rito actual de la aspersión. (Hubo probablemente un rito intermedio que combinaba la in mersión y la aspersión.) Por último, eran las comadronas quienes debían bautizar a los niños que nacían con dificultades, usque in útero. Más adelante, a partir del siglo xvi, los registros de cato licidad permitieron a los visitadores diocesanos, por ejemplo, el control de la administración del bautismo (control que no existía antes). Pero la partida debía de haberse ganado ya en las sen sibilidades, proEJafclemente desde el siglo xiv. Siglo que me parece ser el período crucial de esta historia del bautismo. Fue entonces cuando los niños se volvieron más numerosos en el nuevo folklore.de los Miracles Notre Dame, el cual me ha servi do para mi capítulo «El descubrimiento de la infancia». En esta esfera de lo sobrenatural, es preciso conceder, una mención especial a un tipo de milagros que, supongo, debe aparecer en ese momento, si no después: la resurrección de los niños muertos sin el bautismo^ pero solamente el tiempo indis pensable para^üd^FT^^ el sacramento. J. Toussaert10 relata un milagro de est^ti^6^de^'ó~perihghe, el 11 de marzo de 1479. Más bien se trataba de un milagro original, inesperado, extraordi nario, ya que no se conocían todavía muchos casos como éste. Sin embargo, durante los siglos xvi y xvn, estos milagros se vuelven banales; existen santuarios especializados en esta clase de prodigios que ya no asombran a nadie. Se les conocía con el bonito nombre de santuarios «de tregua»-. M. Bemos ha anali zado sutilmente este fenómeno a propósito de un milagro en la iglesia de la Anunciada, en Aix-en-Provence, el primer domin go de Cuaresma de 1558. El milagro-no era el de la tregua, fenómeno común en esta iglesia donde se tenía la costumbre de depositar los cadáveres de los niños en el altar y esperar a que apareciesen los signos frecuentes de una reanimación para bautizarlos. Lo que sorprendía y conmovía era el que uno de los cirios sé encendiera de forma_sobrenatural durante la tregua: era esto lo verdaderamente extraordinario, y no la tregua11. Eri~r479, la costumbre no había debilitado aún el asombro: probablemente no se estaba muy alejado del origen de la de voción, 10 T- T o u s s a e r t, Le Sentiment religieux en Flandre á la fin du Mayen Age, París, 1963. 11 M. Berno.s, «Réflexion s u r u n m iracle», A nudes du M idi , 82, 1970,
Al parecer, bajo la presión de las tendencias reformadoras de la Iglesia, se comienza a descubrir el alma de los niños antes que su cuerpo. Pero cuando la voluntad de los íitteratl fue acep tada, se convirtió en folklore, y el niño comenzó su carrera popular como protagonista de un nuevo folklore religioso.
Otro hecho retendrá nuestra atención en este siglo xiv, cuya importancia no he resaltado suficientemente en mi li'bro. Se trata de las tumbas. Dije ya algo sobre este tema en el capítulo «El descubrimiento de la infancia». Las investigaciones re cientes sobre la actitud ante la muerte me permiten ser hoy más preciso. • Entre las innumerables inscripciones funerarias de los cuatro primeros siglos de nuestra era que atraen en todas partes al visitante romano, muchas se refieren á niños, a niños de meses. Los afligidos padres han erigido ese monumento en memoria de su muy amado hijo, muerto a tantos meses o a tantos años (tal año, tal mes, tal día). En Roma, en Galia o en Renania, se encuentran numerosas esculturas que reúnen en un mismo monumento las imágenes de la pareja y de los hijos. Después, a partir de los siglos [ v y vi ^aproximadamente, desaparecen la familia y el niño de fes representaciones y de las inscripciones 'funerarias^ Cuando reapareció el uso del retrato, en los si glos x i y x i i , las tumbas eran ya individuales, marido y mujer separados, y claro está, no había tumbas esculpidas para los niños. En Fontevrault, las tumbas de los reyes Plantagenet están claramente separadas. La costumbre de reunir a ambos esposos, algunas veces a los tres (el marido y sus dos mujeres sucesivas), se vuelve más fre cuente en el siglo xiv, cuando aparecen también, aunque son aún escasas, las tumbas con rostros de niños. El paralelo no es fortuito. En el capítulo «El descubrimiento de la infancia», ya cité los retratos de 1378, de los principitos de Amiens, más éstos eran hijos de la realeza. En la iglesia de Taverny se pueden ver dos losas murales con rostros e inscripciones. Se trata de las tumbas de los hijos de la familia Montmorency. La que se conserva mejor es la de Charles de Montmorency, quien murió en 1369. Se representa al niño fajado, envuelto en pañales, lo cual no era frecuente en esa
época. La inscripción, bastante pretenciosa, dice lo siguiente: Hic manet inclusus adolescens et puerulus/de Montmorency Karolus tomba jacet istafanno mille C. ter paradisii sensii iter/ ac sexagésimo novem simul addas in illojgaudeat in christo tempore perpetuo. Carlos tenía un hermanastro, Juan, muerto en 1352. Subsiste su tumba, pero los relieves de alabastro, demasiado frágiles, han desaparecido ya, de tal forma que no se puede saber cómo estaba representado el niño — quizás envuelto igualmente en sus pañales— . Su epitafio en francés es más sencillo: «Aquí yace Jehan de Montmorenci, hijo del noble y po deroso Charles, señor de Montmorenci, que falleció en el año de gracia de 1352, el 29 de julio». En ambos casos hay un retrato, y el epitafio indica el nombre y título del padre, la fecha de la muerte, pero no menciona el nombre de la madre, ni la edad de la criatura, aunque sabemos que en el siglo Xiv en general se especificaba ya la edad del difunto. En el siglo xv menudean las tumbas de hijos y padres re unidos, o las de los hijos solos, y en el siglo xvi son ya banales, como lo he demostrado siguiendo el repertorio de Gaignéres. Pero estas tumbas labradas estaban reservadas a las familias' de cierta importancia social (aunque las losas lisas fueran ya objeto de una fabricación de artesanía en serie). Más frecuentes eran los «cuadros» murales pequeños, reducidos a una inscripción, algunas veces con una pequeña ilustración piadosa. Ahora bien, algunos de estos epitafios sencillos se refieren a niños y su estilo está directamente irispirado_.de la epigrafía latina antigua. Se repite el tema del dolor de los padres por el hijo perdido a corta edad. Veamos qué dice una tumba de 1471, de Santa María in Campitelli de Roman: Petro Albertonio adolescentulo/cujus annos ingenium excedebat [niño notable por su precocidad, un pequeño prodigio] Gregorius et Alteria parentes/único et dulcissimo [muy llorado por ser hijo único: en 1471] posuerejqui vixit annos iv M. III/O b itt MCCCCLXXI. Volvamos al tema del niño envuelto en sus mantillas. Sólo a partir del siglo xvii se ha reproducido con agrado
al niño concreto en la desnudez del putto Antes se le repre sentaba en mantillas o con faldón. Sabido es, por otra parte, que desde la Edad Media se representaba el alma bajo los rasgos de un niño desnudo. Ahora bien, existen algunos casos raros y curiosos en los que el alma también está envuelta en pañales. En una Asunción de la Virgen de principios del siglo xv, que se halla en Santa María in Trastevere, enJRoma, el alma de la Virgen es un niño en pañales que Cristo/carga én sus brazos. En una tumba de 1590, q[ue se encuentra en el Museo de Luxemburgo, se puedeSüer—a' un niño en pañales a quien dos ángeles están subiendo al cielo. No se trata, sin embargo, del retrato de una criatura muerta; no. La reseña nos indica que el difunto es un hombre de diecinueve años, por lo que el niño en pañales no puede ser más que su alma. Esta representación no es frecuente, pero conocimos por lo menos un caso más antiguo, y es posible que exista una tradi ción iconográfica. El Museo de Viena (Austria) conserva un marfil bizantino de finales del siglo x en el cual el alma de la Virgen está igualmente figurada bajo la forma de un niño en mantillas. Esta representación del alma bienaventurada bajo la imagen de un niño, la mayoría de las veces idealizado y desnudo, algunas veces realista y en pañales, debe ser puesta en paralelo con_lp. que. .se dijo anteriormente acerca del infanticidio y del bautismo^ En efecto, entre los espiritualistas medievales que iniciaron esta imaginería, el alma del elegido gozaba de la misma inocen cia envidiable que la del niño bautizado, en u n a . época en la que, sin embargo, en la práctica común, el niño era una cosa divertida, pero por la que se tenía poco afecto. Lo extraño es constatar que el alma dejará de ser figurada por un niño en el siglo xvn, cuando éste será representado en adelante por sí mismo, época en la que se volverán más frecuen tes los retratos de niños vivos y muertos. En el Museo Arqueológico de Senlis se conserva un curioso monumento funerario que muestra la inversión de la situación a finales del siglo xvii, ya que está consagrado a la memoria de la esposa de Fierre Puget, fallecida en Senlis en 1673, como consecuencia de una cesárea. Esta mujer es elevada al cielo en u N iño d esn u d o q u e rep resen ta el a m o r o u n ángel principalm ente.
medio de nubes, en posición orante, que es también la expresión de la renunciación, y el niño que ha deseado ella salvar aparece desnudo tendiéndole con una mano la palma del martirio, mien tras que con la otra enarbola una banderola que lleva la si guiente inscripción:; Meruisti. El niño ha^ salido aquí del anonT’ mato lEstá demasiado personificad o'" cómo "para significar un mocío de ser del más allá; y por otra parte, el alma está dema siado vinculada a los rasgos propios del individuo como para poder ser evocada bajo los caracteres impersonales de una ale goría. En adelante, las relaciones entre los muertos y los vivos son tales que en el hogar, y ya no solamente en la iglesia y sobre las tumbas, se desea recordar y conservar su memoria. En el museo Magnien de Dijon, existe una pintura., atribuida a Hyacinthe Rigaud, que representa un jovencito y una niñita los cuales parece que estuvieran vivos; y a su lado, el retrato, encuadrado en un medallón, de una mujer de cierta edad, de luto, que parece que estuviera muerta. Ahora bien, sin duda alguna la mujer del medallón estaba viva, pero se consideraba como una muerta, como lo evocaba el retrato casi funerario; y, en cambio, ella había hecho pintar el retrato de sus hijos, muer tos realmente, con todas las apariencias de la vida.
Ha sido a fines del siglo xvm y durante el siglo xvm cuan do yo he situado, a partir de fuentes francesas principalmente, la retirada de la familia de la calle, de la plaza, de la vida colec tiva y su .reclusión dentro de una casa mejor defendida contra los intrusos, mejor preparada para la intimidad. Esta nueva organización del espacio privado fue posible gracias a la inde pendencia de las habitaciones que comunicaban entre ellas por un pasillo (en lugar de dar las unas en las otras, en hilera) y mediante su especialización funcional (salón, comedor, dormi torio...). Un interesante artículo de R. A. Goldthwaite. demuestra que en Florencia se observa desde el siglo xv una tendencia a crear un espacio privado para la vida familiar, bastante análoga, a pesar de algunas diferencias 14. El autor apoya su argumenta ción en un análisis de los palacios florentinos, de su apariencia 14 Richard A. G o l d t h w a i t e , «The Florentine palace as domestic architecture», Am er. Hist. R e v 77, oct. 1972, pp. 977-1012.
exterior y de lo que se conoce sobre su organización interior. Se trata, pues, de familias patricias. El palacio de los siglos xm y xiv se caracterizaba principal mente por la torre, para la defensa, y por la galería cubierta (loggia) que daba a la calle, en donde los padres, amigos y clientes se reunían para asistir y participar en la vida pública del barrio y de la ciudad. No había, pues, solución de continui dad entre la vida pública y la vida familiar, una prolongaba la otra, salvo en caso de crisis, cuando el grupo amenazado se refugiaba en la torre. ■_A excepción jde Ja_torre, y de Ja Joggia,_ el_j¡¡alacio..apenas., se distinguí ¿"del..vecindario..urbano. La planta baja que daba a la calle se componía de soportales, los cuales se continuaban de una casa a otra: la entrada de las tiendas era contigua a la entrada del palacio y a sus escaleras. El interior carecía igual mente de unidad, y su espacio no coincidía con el de la familia: los cuartos atribuidos a la familia principal se prolongaban hasta la casa de al lado, mientras que los inquilinos ocupaban las partes centrales. En el siglo...xv,..el palacio, cambió de ..plano, .de aspecto._y_ de sentido. En primerjugar, se con vir tió_en. un a unidad arqui^. tectónica, .en~ürT_edificio separado*'efe su .entorno. Desaparecie ron las tiendas y se fueron los inquilinos. El espacio así liberado se reservó para la familia, para una familia poco extendida. Se cerraron, o suprimieron, las loggia o galerías cubiertas. El palacio atestiguaba mejor que antes el poderío de una familia, pero dejó de abrirse al exterior. La vida cotidiana se concentró dentro de un cuadrilátero tosco, alrededor del cortile, protegido de los ruidos e indiscreciones de la calle. «El palacio — escribe R, Goldthwaite— pertenecía a un nuevo mundo de “privacy”, para el uso de un grupo relativa mente reducido». En efecto, el número de habitaciones no era excesivo: en el palacio Strozzi, sólo estaba habitado un piso y no había más de una docena de habitaciones. Verdad es que todas las habitaciones estaban dispuestas en hilera, sin pasillo o espacio central de comunicación, lo que impedía el aislamiento y el respeto de una verdadera intimidad, que se logrará con la arquitectura del siglo xviii. 13 D. H e r l i h y , «Vieillir á Florence au Quattrocento», Anuales ESC, 24, nov.-dic. 1969, p. 1340.
Por otra parte, sabemos que lá familia florentina del Quattrocento (siglo xv)} no era numerosa15. El palacio florentino no contenía el mundillo de servidores y criados tan habitual en las grandes familias de Francia e Inglaterra de los siglos xv y xvi, e igualmente en las de la Italia barroca del siglo xvn. En dicho palacio nunca había más de dos o tres sirvientes, a los cuales no siempre se conservaba durante mucho tiempo. El modelo florentino es, pues, diferente del que yo presenté. Podríamos compararlo con el de nuestro siglo xvili, por el tama ño de la familia, la exclusión del servicio doméstico, si la priva* tización no se acompañara de una búsqueda de espacio todavía poco compatible con la intimidad. La originalidad florentina reside en la combinación de inti midad y de vastedad, aspecto bien analizado por R. Goldthwaite. Esos palacios «estaban evidentemente concebidos para atribuir a una familia de pequeñas dimensiones un espacio privado, un espacio propio, pero extraordinariamente vasto, que supera de lejos el de las habitaciones en las que realmente se vivía. En realidad, la mejor manera de mostrar la novedad de ese palacio, consiste en definirla como una expansión del espacio privado a partir del núcleo constituido por un apartamento de medianas dimensiones». No se, sabe a ciencia cierta cómo se usaban las habitaciones, suponiendo que tuvieran un destino concreto. Quizás el studiolo, precursor de nuestro gabinete, fue en esa sociedad humanista ía primera forma de especialización del espacio privado. No obstante, esas habitaciones desprovistas de funciones precisas, pero dedicadas a la vida privada, comenzaron a ser decoradas con objetos pequeños, parecidos a nuestros objetos artísticos (bibelots). Se tiene realmente la misma impresión de apego por el bienestar privado ante las Natividades de la Virgen, ya sean flamencas, francesas, alemanas o italianas, ante todas las repre sentaciones de interior del siglo xv, cuando el pintor se com placía en plasmar los objetos preciosos o familiares. Es normal_que en un espacio que se ha vuelto tan ^privado, se ‘tíésarralíeIun_IsSfímíentp nuevo entre los miembros de la famiHa;:y,.especialme.n^lenT¿e ía madrejr_e]_hijo: el sentimiento familiar,..«esa cu ltu ra— afirma R. Goídthwaíte™ "estáTcéntrada en las mujeres y los niños, con-un interés renovaSo por Ia~edü''í^1orr-denestos~úÍtimos y una notable elevación.del estatuto de l a mujer... No “se~puéde explicar de otra manera la fascinación,
casi obsesión, por los niños y por la relación madre-hijo, que es quizás el único tema verdaderamente esencial del Renacimien to, con sus putti, sus niños y sus adolescentes^ sus niadonas' secularizadas, sus retratos de mujeres». Sí el palacio del Renacimiento, a pesar de sus vastas dimen siones, estaba reservado a la familia nuclear, replegada detrás d e sus muros macizos, el palacio barroco, como lo' indica R. Goldthwaite, facilita el desplazamiento del personal doméstico y de la clientela, y se asemeja al modelo clásico de la mansión (casti llo, casa solariega, hotel particular o cortijo) de los siglos xvi y x v i i , antes d e la distribución en apartamentos independientes propia del siglo xvm. El episodio florentino del siglo xv es importante y sugestivo. Ya había notado y comentado en mi libro la frecuencia, „desde, "el siglo XV y 'durante el siglo x v i, de signos de réconocLmi entolde, la. inf anci¿7~tarito éñ la imagineríaj^omo en la. educación.,(con- el colegio), pero R. Goldthwaite ha localizado en, el.palacio floren tino una relación muy precisa éntre el comienzo del sentimiento. de la familia y una organización particular del espacio. Lo cuál nos lleva ¿‘‘ampliar sus conclusiones y "¿ suponer una rela ción análoga entre la búsqueda de intimidad familiar y personal, y todas las representaciones de interiores, desde la miniatura del siglo xiv, hasta las pinturas de la escuela holandesa.
El expediente está lejos de cerrarse. La historia de la familia está en sus comienzos y ahora es cuando comienza a incitar la investigación. Después de un largo silencio, esta historia avanza en diversas direcciones. Sus vías han sido preparadas por la historia demográfica. {Ojalá no sufra la misma inflación! El período más estudiado actualmente abarca del siglo xvi al xvm. La escuela de Cambridge, con P. Laslett y E. A. Wrigley, desea saber a qué atenerse con respecto a la composición de la familia, extendida o conyugalló, lo que ha originado algunas reacciones 16 Coloquio de 1969 celebrado en Cambridge: «Household and Family in Past time». Com pletaré la bibliografía con las siguientes obras: I. P i n c h b e c k y M. H e w i t t » Children in English Society, t. I, Londres/ Toronto, 1969; K. A. L o k r i d g e , A new England tow n, Nueva York, 1970; I- D e m o s , A little Commonwealth, Nueva York, 1970; D . H u n t , Parents
en F ra n c ia ; de aprobación en lo que respecta a la Francia del Norte, y de reservas en cuanto a la Francia del Mediodía. Los historiadores franceses más jóvenes parecen interesarse más bien por la formación (J. M. Gouesse) o la disolución (A. Lottin) de la pareja. Otros, como el historiador americano E. Shorter, se interesan además por los signos que anuncian, a fines del siglo xviHj mayor libertad de costumbres. La bibliografía co mienza a alargarse: se halla, junto con una recapitulación de estos problemas, en tres números de la revista Armales ESC 17. Esperemos solamente que debido a su éxito la historia de la familia no se entierre bajo la abundancia de publicaciones, como ha ocurrido con su joven antecesora, la historia demográfica. La multiplicación de investigaciones sobre los siglos xvii y xvm , facilitada por la existencia de una documentación más abundante de lo que se había creído, confirmará o invalidará ciertas hipótesis. Sin embargo, corremos el peligro, en un futuro que ya se anuncia, de repetir hasta la saciedad los mismos temas, con pequeños progresos que no justificarían la amplitud de inversiones intelectuales e informáticas. En cambio, las informaciones más decisivas deberían pro venir de la Edad Medía y de la Antigüedad. Esperamos con impa ciencia los primeros resultados de las investigaciones de M. Manson sobre los juguetes, las muñecas y, en definitiva, sobre la infancia durante la Antigüedad. Sería preciso igualmente Inte rrogar, mejor que yo lo he tratado de hacer, las fuentes medie vales, los inagotables siglos xiv y xv, tan importantes para el futuro de nuestra civilización, y retrocediendo, el período esen cial de los siglos xi y xir, así como los siglos anteriores. La historia de las mentalidades es siempre, quiérase o no, una historia comparativa y regresiva. Debemos partir de lo que sabemos sobre el comportamiento del hombre de hoy, como de un modelo al cual comparamos los documentos del pasado siem pre que tengamos en cuenta el nuevo modelo, construido con los datos del pasado, como segundo origen, y volver al presente para modificar la imagen ingenua que teníamos al principio. En el estado actual de las investigaciones, las relaciones entre los siglos xvii-xvin y los siglos xix-xx no se han agotado, pero and Children in History, N ueva Y ork, 1970; y los artículos de los Armales que citamos en la nota siguiente. 17 Armales ESC, 24, n ° 6, 1969 (pp. 1275-1430); 27, n.os 4-5, 1972, pp. 799-1233; 27, n.° 6, 1972, p p . 1351-1388.
los pocos progresos reales que se hagan, se obtendrán a costa de un estancamiento fatigante. En cambio, el desciframiento de los siglos — ¡los milenios!— que precedieron al siglo xvi podría aportam os una nueva dimensión. De ahí es de donde hay que esperar los progresos definitivos IS. M aisons-Laffitte, 1973.
18 En este P ró lo g o , m e he lim itad o a los tem as de la infancia y de la fam ilia, d e ja n d o de lado los p ro b lem as de la e d u c a c ió n y de la escuela, q u e h an sido o b je to de num erosos tra b a jo s. P o r ejem plo: P. R i c h é , éducation et Culture dans VOccident barbare, P a rís , 1962; G. S y n d e r s , La Pédagogie en France aux XV IIe et XVIII e siecles, P arís, 1963; H . D e r r é a l , Un missionnaire de la Contre Reforme. Saint Pierre Fourier, Pa rís, 1965; P h . A r i é s , «Problém es de l'é d u c a tio n » , en La France et les Frangais, E ne. de L a Pléiade, 1972, p p . 869-961. E l C oloquio de M arsella, o rg an izad o por R . D u c h é n e y p u b lic a d o b a jo el títu lo «Le x v u e siécle et T éd u catio n » , en la revista Marseille, n.° 88, da u n a yisión de conjunto so b re este p ro b le m a , y contiene u n a a b u n d a n te b ib lio g ra fía .
PRIMERA PARTE
EL SENTIMIENTO DE LA INFANCIA
CAPITULO I LAS E D A D E S D E LA VIDA
Un hombre de los- siglos x v i o XVII se asombraría de las exigencias que requiere d e ^ ü s a trd s érestado civil" y a la s ”cüales nos sometemos de modo natural. Desde que nuestros hijos comiéñzan~a~ háblar7Tes enseñamos su nombre, el de sus padres, e igualmente su edad. Nos enorgullece el que Pabíito responda debidamente, cuandoJejpreguntan su edad, que tiene dos años y”me3io7 En efecto, sentimos la importancia que tiene el que PaBIitb no se equivoque: ¿qué sería de él si ya no supiera su edad? En la selva africana' la edad es todavía una noción bas tante confusa, algo que no es tan importante como para que no se pueda olvidar. Mas, en nuestras civilizaciones técnicas, ¿cómo olvidar la fecha de nacimiento, cuando en cada viaje debemos anotarla en la ficha de policía del hotel; cuando en cada can didatura, en cada trámite, en cada formulario que hay que rellenar (todos sabemos que son numerosos y que habrá cada vez más) es preciso recordarla. Pablito dirá su edad en la escue la, luego será Pablo N. de la quinta X, y cuando empiece a tra bajar, recibirá con su cartilla de Seguridad Social un número de inscripción que duplicará su propio apellido. Al mismo tiem po,'y antes que Pablo N., será un número que comenzará por el de su sexo, su año de nacimiento y el mes del año. Llegará un día en que todos los ciudadanos tendrán su número de ma trícula; ése es el objeto de los servicios de identidad. Nuestra personalidad "cxvTTsér expresa ahora con más precisión por nues tra fecha de nacimiento que por nuestro patronímico, que
podría muy bien, si no desaparecer, al menos reservarse para la vida privada, mientras que el número de identidad lo reempla zaría para el uso civil, cuya fecha de nacimiento sería uno de sus. elementos constitutivos. En la Edad Medía, el nombre propio fue considerado__como—uná ..designacióndemasiado -.imprecisa, y ~fue necesario completarlo.„con_un apéllicio. a menúdoTun-.nom~bre~de' lu g a r Y “resulta que ahora es_ conveniente, agregar una "nueva precisión de carácter .n umérico, la edad. Pero el nombre e incluso -'eT apellido pertenecen a. un ..mundo imaginario —el nombre— o tradicional — el apellido— La edad, cantidad men surable legalmenté con .una aproximación, de. horas,..compete, a otro mundo: el de la exactitud y el de las cifras.. Actualmente, ..nuestras prácticas _
como un signo suplementario de individuación, exactitud y auten ticidad. Podemos leer, en numerosos retratos'Hét'siglo”' xvi, ins cripciones de este tipo: Aetatis suae 29; de 29 años, con la fecha de la pintura ANDNI 1551° (el de Jean Femaguut, pin tado por Pourbus, Brujas) 2, En los retratos de personajes ilus tres, como los de la corte en general, no aparece esta referencia, la cual subsiste, sea en el lienzo o también en el marco an tiguo, en los retratos de familia, vinculados a un simbolismo familiar. Entre los más antiguos quizá hay que señalar el mag nífico retrato de Margarita Van Eyck, que lleva la inscripción siguiente: arriba, co(n)iux m(eu)s Joh(ann)es me c{om)plevit art(n)o 1 4 3 9 1 7 Junii (¡qué preocupación por la precisiónI: «mi esposo me pintó el 17 de junio .de 1439»); y abajo: Aetas mea triginta trium an(n)orum, 33 años. Con mucha frecuencia, esos retratos del siglo xvi se encuentran en pareja: uno de la esposa, el otro del esposo. Ambos llevan la misma fecha inscrita y la edad de cada uno de los cónyuges: así, por ejemplo, los dos lienzos de Pourbus, Juan Femaguut, y su esposa, Adriana de Buc3, llevan la misma inscripción: Armo domini 1551, además, para el hombre: Aetatis suae 29, y para la mujer: Aetatis suae 19. También, a veces, los retratos del marido y de la mujer están reunidos en un mismo lienzo, como los de Van Gindertaelen atribuidos a Pourbus, pintados con sus dos hijos pequeños. El esposo'tiene una mano en la cadera y apoya la otra en el hombro de su mujer. Los dos niños juegan a sus pies. La fecha, 1559. Al lado del marido están sus armas y la fecha: aetas an. 27; mientras que al lado de la mujer aparecen las armas de su familia y la fecha: Aitatis, mee. 20 a. Estos datos de filiación toman, a veces, el aspecto de úna verdadera fórmu la epigráfica, como sucede con el cuadro de Martin de Vos', fechado en 1572, en el que figura Antoine Anselme, regidor de Amberes, su mujer y sus dos hijos s. Los cónyuges están senta dos a cada extremo de una mesita, el esposo sujeta en su re gazo al niño, y la esposa a la niña. En alto, sobre sus cabezas y en medio del lienzo, se ve una hermosa placa, cuidadosamente decorada, con la siguiente inscripción: cortcordi ae antonii an~ 2 Exposición en la O rangerie, Le portrait dans i’art jlam and, París, 1952, n.° 67, n.° 18. 3 Op. cit., n.”“ 67 y 68. 4 Op. cit., n.° 71. 5 Op. cit., n.° 93. R eproducido en este libro.
selmi et johannae Hooftmans jeliciq: propagini, Martirio de Vos pictore, DD natus est Ule ann MD X X X V I die I X febr uxor ann M D LV D X V I decembr liberi a Aegidius ann MDL X XV X X I Augusti Johanna ann M D L X V I X X V I septembr. Esta ins cripción nos sugiere el motivo que inspirá esta epigrafía: pa rece tener alguna relación con el sentimiento de la familia y su desarrollo~'eii“esá época. "Esosrefratos de familia fechados son documentos de histo ria familiar, como lo serán tres o cuatro siglos más tarde los álbumes de fotos. Responden a la misma mentalidad los libros de razón, en los que se anotaban, además de las cuentas, los acontecimientos domésticos, los nacimientos y las muertes. Se produce así una convergencia del interés por la precisión crono lógica y del sentimiento familiar. No se trata tanto de las refe rencias del. individuo como de las de los miembros de su fa milia. Se siente la necesidad de dar a la vida familiar, gracias a la cronología, una historia propia. Este curioso interés en consignar la fecha no aparece solamente en los retratos, sino igualmente en los objetos y en el mobiliario. En el siglo xvn se generaliza la costumbre de grabar o pintar una fecha en las camas, cofres, baúles, armarios, cucharas, copas de ceremonia, etcétera. La fecha es la de una ocasión importante de la histo ria familiar, generalmente la boda. En ciertas regiones de Alsacia, Suiza, Austria, Europa Central, los muebles y particular mente los muebles pintados están fechados, e indican también el nombre y apellido de sus propietarios, y esto desde el siglo xvn. hasta el siglo xix. En el museo de Thoune pude observar, en tre otras, la siguiente inscripción en un baúl: Hans Bischof — 1709— Elizabeth Misler. A veces, la gente se contentaba con inscribir sólo las iniciales de ambos cónyuges a cada lado de la fecha, que es la de la boda. Esta costumbre se difundirá am pliamente en Francia y no desaparecerá hasta finales del si glo xix. Por ejemplo, la inscripción grabada en un mueble des cubierta por un investigador del Museo de Artes Populares 6 en la Haute-Loire: 1873 LT JV. La consignación de las edades o de una fecha en un retrato o en un objeto corresponde al mismo sentimiento que tiende a dar mayor consistencia histórica a la familia. 6 Musée des Arts et Traditions Populaires, París, Exposición de 1953, n,° 778.
Este interés por la inscripción cronológica, aunque subsistió hasta mediados del siglo xix, por lo menos en los estratos medios, desapareció rápidamente en la ciudad y en la corte, en donde enseguida se consideró como una costumbre ingenua y provinciana. Desde mediados del siglo xvm , las inscripciones tienden a desaparecer de los cuadros (existen aún, pero entre los pintores de provincia, o adeptos del provincianismo). El her moso mobiliario de época está firmado y, si está fechado, lo está discretamente. A pesar de la importancia que durante el siglo xvi había tomado la edad en la epigrafía familiar, subsistían en las cos tumbres curiosas supervivencias de la época en que era raro y difícil para la gente el recordar su edad. En páginas' anterio res decía yo que nuestro Pabíito conocía su edad desde que empezaba a hablar. Sancho Panza no sabía con exactitud la edad de su hija, a pesar de lo que la quería: «Quince años, dos más o menos, pero es tan grande como una lanza, y tan fresca como una mañana de abril...» 7. Se trata de un hombre de pue blo. En el siglo xvi, e incluso en esos estratos escolarizados en donde los hábitos de precisión moderna se observan más tem prano, los niños conocen indudablemente su edad; pero una extraña norma de urbanidad los obliga a no confesarla explíci tamente y a responder con ciertas reservas. Cuando el huma nista y pedagogo suizo Thomas Platter relata su vida * indica con mucha precisión cuándo y- dónde ha nacido, pero se cree en la obligación de envolver el hecho en una prudente pará frasis: «Y en primer lugar, no hay nada que. yo pueda garan tizar menos que la fecha exacta de mi nacimiento. Cuando tuve la idea de averiguarla, se me respondió que yo había venido al mundo en 1499, el domingo de la Quincuagésima, exactamente cuando tocaban a misa». Extraña combinación de incertidumbre y de rigor. En realidad, no hay que tomar esta reserva al pie de la letra, ya que se trata de una discreción habitual, vestigio de una época en la que era imposible conocer una fecha exacta; lo sorprendente es que esta reserva se haya vuelto una regla de cortesía, pues así es como había que dar su edad a .un interlo cutor. En los diálogos de Cordier9, dos alumnos están hablando 1 Don Quijote de ¡a Mancha, M adrid, Taurus, 1960, II parte, cap. X III, p. 475. 8 Vie de Thomas Platter [el V iejo], ed. E. Fick, Lausana, 1895. 9 M athurin C ordier , Les CoUoques, París, 1586.
durante el recreo y se expresan así: «¿Cuántos años tienes? —Trece, según he oído decir a mi madre,» Incluso cuando se generalíce el uso de la cronología personal, ésta no logrará im ponerse como un conocimiento positivo, y no disipará inmediata mente la antigua oscuridad de la edad, que subsistirá durante algún tiempo en las costumbres del mundo civilizado.
Las «Edades de la vida» ocupan un espacio considerable en los tratados seudocientíficos de la Edad Media. Sus autores emplean una terminología que nos parece puramente verbal: infancia y puerilidad, juventud y adolescencia, vejez y decrepi tud, cada uno de estos términos significa un período diferente de la vida. Después hemos tomado algunos de ellos para de signar nociones abstractas como la puerilidad o la decrepitud, pero estos significados n o . estaban englobados en las primeras acepciones. En efecto, al principio se trataba de una terminolo gía culta que se volverá más tarde familiar. Para la mentalidad de nuestros antepasados, las «edades», «edades de la vida» o «edades del hombre» correspondían a nociones positivas, tan conocidas, tan repetidas, tan usuales que pasaron del terreno de la ciencia al de la experiencia común. Hoy en día- ya no tenemos idea de la importancia de la noción de edad en las antiguas representaciones del mundo. La edad del hombre era una, categoría científica del mismo. orSehTjqüe~el peso'ó” la ve locidad para ..nuestros contemporáneos; pertenecía a un siste ma, jle . descripción. y de. explicación física que remonta a los filósofos jónicos del siglo v i.a n te s.d e Jesucristo; sistema que los compiladores medievales tomaron de los escritos del Bajo Imperio y que inspiró de nuevo en el siglo xvm los primeros libros impresos de vulgarización científica. No investigaremos aquí su formulación ni el puesto que ocupa en la historia de la ciencia; sólo nos interesa comprender aquí hasta qué punto esta ciencia se volvió familiar, en qué medida sus conceptos pasaron a las mentalidades y lo que representó en la vida co tidiana, Entenderemos mejor el problema si hojeamos la edi ción de 1556 de Le Grand Propriétaire de toutes choses10. Se 10 L e Grand Propriétaire de toutes choses , trés uíile et profitable pour teñir le corps en santé, p o r B. de G l a n v i l l e , traducido p o r Jean C o rb ic h o n , 1556,
trata de una compilación del siglo x m que recogía todos los temas de los escritores del Bajo Imperio. Se juzgó oportuna su traducción al francés, así como el darle, gracias a la imprenta, mayor difusión. Esta ciencia clásicomedieval era aún a me diados del siglo xvi objeto de vulgarización. Le Grand Propriétaire de toutes choses es una enciclopedia de todos los cono cimientos profanos y sagrados, un Grand-Larousse (pero cuya concepción no es analítica), que refleja la unidad esencial de la naturaleza y de Dios. Era una física, una metafísica, una historia natural, una fisiología y una anatomía humanas, un tratado de medicina e higiene, una astronomía, al mismo tiem po que una teología. Sus veinte libros tratan de Dios, de los ángeles, de los elementos, del hombre y de su cuerpo, de las enfermedades, del cielo, del tiempo, de la materia, del aire, del agua, del fuego, de las aves, etc. El último libro está de dicado a los números y a las medidas. También se podían ha llar en ese libro algunas recetas prácticas. Se extraía del conjunto de libro_s_una Jd e a general, docta, convertida' luego en "idea _muy _corri_ente, ja__idea_ _de la unidad fundamental de la naturaleza,.,de..la-insolidaridad que existe entre todos los fe nómenos de la naturaleza,_ rnseparables de las, manifestaciones sobrenaturales... La jdea-de-que-no había oposición, entre -lo na tural y lo sobrenatural pertenecía a la vez a las creencias. po pulares heredadas del paganismo y a una ciencia tan física.como teológica. Yo me inclinaría a 'c re e r-q u e ‘ esta rigurosa concep ción de la unidad de la naturaleza debe ser tenida por res ponsable del retraso en el desarrollo científico, mucho más que la autoridad de la tradición, de los clásicos de la antigüedad o de la Escritura. Sólo actuamos sobre un elemento de la na turaleza si admitimos que está suficientemente aislado. A par tir de un cierto grado de solidaridad entre los fenómenos ya no es posible intervenir sin desencadenar reacciones en cadena, sin trastocar el orden del mundo. Ninguna de las categorías del ^cosmos dispone de autonomía_ süficienteVjio se pu¿de_Jiacer nada contra el .determinismo -uni versal ._EJlxmocimknto_jde--la naturaleza se. .limita, por lo tanto, al estudio de las relaciones que regulan los fenómenos por'una misma causalidad: un co nocimiento que puede prevenir pero no modificar’ No le que da ofra salida a esta causalidad que la magia" ó él milagro. Una misma ley rigurosa regula al mismo tiempo" e l' movimiento de ios planetas, el ciclo vegetativo de las estaciones, las relaciones
entre los elementos, el cuerpo del hombre y sus humores y el destino del hombre. Así, la astrología permite conocer las in cidencias personales de este determinismo universal; todavía a mediados del siglo xvn, la práctica de la astrología estaba lo suficientemente difundida como para que Moliere, el libre pensador, la tomara .como blanco de sus ironías en Les amants magnifiques. La correspondencia de los números aparecía entonces como una de las claves de esta solidaridad profunda; el simbolismo de los números era algo familiar, se hallaba al mismo tiempo en las especulaciones religiosas, en las descripciones de física, de historia natural, en las prácticas mágicas.. Por ejemplo, la correspondencia entre el número de los elementos, el de los temperamentos del hombre, el de las estaciones: el -número 4. Difícilmente podemos imaginarnos esta formidables imagen de un mundo masivo, del que solamente podríamos percibir algu nas correspondencias. La ciencia permitía la formulación de correspondencias y la definición de categorías que ellas enla zaban. Pero en el transcurso de los siglos estas corresponden cias se deslizaron del terreno de la ciencia al del mito popu lar. Estas concepciones, nacidas en la Jonia del siglo vi, fue ron adoptadas con el tiempo, por la mentalidad común, y todos se representaron el mundo de esta forma.-Las categorías de la ciencia clásicomedieval se tornaron familiares: los elemen tos, los temperamentos, los planetas y su sentido astrológico, el simbolismo de los números. Las edades de la vida eran igualmente una de las maneras de concebir la biología humana, en relación con las correspon dencias secretas internaturales. Esta noción, que se volvió tan popular, probablemente no remonte a las épocas florecientes de la ciencia clásica: pertenece a las especulaciones dramáti cas del Bajo Imperio, es decir, al siglo vi n. Fulgencio la descu brió oculta en la Eneida. Este autor vio en el naufragio de Eneas el símbolo del nacimiento del hombre en medio de las tempestades de la ciencia e interpretó los cantos II y III como la imagen de la infancia ávida de relatos fantásticos, etc. Un fresco de Arabia del siglo v m representaba ya las edades de la vida í2. 11 C o m p a r e t t i , Virgilio nel m edioevo, tom o I, pp. 144-155. u K useir A m ra, ver V a n M a r l e , Iconographie de l'art profane, 1932, tom o 11, pp. 144 ss.
Los textos de la Edad Media sobre este tema abundan. Le grand propriétaire de íoutes chases trata de las edades, en su VI libro, donde las edades corresponden a los planetas; hay siete: «La primera _edad_es_ la infancia, que fija los dientes, y_esta edáH va desde el nacimiento del. niño hasta los siete años; en ella, al recién nacido se.le _ lla m a _ n ij(infans),)que "esTo"misjn o _que decir no hablante, porque en esta'edad no puede ha blar bien ni formar sus "palabras perfectamente, ya que no tie ne todavía _sus_dientes__bien_disp.uestos y consolidados, como diceh__J^idgxQ_y_jConstantino.-.Después de la infancia viene’la segunda edad...; se la llamaT^í^ríííáry es’ así denominada por que en esta edad-el~nmo~és'rToHaví¿~ como la pupila en el ojo,' como dice Isidoroj~y‘"esta"edad dura hasta los catorce años.». «Sigue luego la tercera edad, llamada adolescencia, que ter mina, según Constantino en su Viático, a los veintiún años, pero, según Isidoro, dura hasta los veintiocho años... y se ex tiende hasta los treinta o treinta y cinco años. A esta edad se la Ijarjia adolescencia porque la persona es lo suficientemente grande como para engendrar, ha dicho Isidoro. En esta edad los miembros son blandos y aptos para crecer y recibir fuerza y vigor gracias al calor natural. Y por ello la persona crece en esta edad mientras adquiere el tamaño que le ha otorgado la naturaleza.» [El crecimiento, sin embargo, se termina antes de los treinta o treinta y cinco años, incluso antes de los vein tiocho. Sin duda alguna era aún menos tardío en un época en que el trabajo precoz movilizaba antes las reservas del orga nismo.] «Sigue a continuación la juventud, que está en el medio de las edades, y, sin embargo, es cuando el individuo posee ma yor vigor, y dura esta edad hasta los cuarenta y cinco años, según Isidoro, o hasta los cincuenta, según otros. A esta edad se la llama juventud por la fuerza que hay en ella para ayu darse a sí mismo y a los otros, según Aristóteles. Sigue des pués la senectud, según Isidoro, que ocupa el medio entre la juventud” y la vejez, e Isidoro la llama seriedad porque la per sona en esta edad es seria en costumbres y en modales, y en esta edad el individuo no es viejo, pero ha pasado ya la ju ventud, como dice Isidoro. Sigue a esta edad la vejez, que dura, según unos, hasta los setenta años, y según otros sólo
se termina con la muerte. A la vejez, según Isidoro, se la de signa de esta forma porque la gente tiene caprichos, ya que los ancianos no tienen tan buen raciocinio como antes y chpchean^ en su vejez... La última parte de la vejez se denomina senies j en latín, y en francés sólo tiene el nombre de vejez... El anciano no hace más que toser, escupir y- está lleno de basura [estamos todavía lejos del noble anciano de Greuze y del ro manticismo] hasta que se convierte en cenizas y polvo con los que ha sido creado.» Hoy día podemos considerar que esta jerga era hueca y ver bal; sin embargo, tenía un sentido para sus lectores, un sentido semejante al de la astrología: evocaba el vínculo que unía el destino del hombre al de los planetas. La misma corresponden cia sideral inspiró otra periodicidad en relación con los doce signos del zodiaco, poniendo así en relación las edades de la vida con uno de los temas más populares y más emocionantes de la Edad Media, sobre todo del gótico; las escenas del ca lendario. Un poema del siglo xiv, reimpreso muchas veces du rante los siglos xv y xvi, desarrolla este calendario de las edades: Les six prem iers sns que vit l ’hom m e au monde N ous com parons á janvier droitem ent, C ar en ce moys vertu ne forcé habonde Ne plus que quant six ans ha ung e n f a n tI3.
O, según la versión del siglo xiv: Les autres VI ans la font croistre... Aussi fait février tous les ans Q u 'en fin se trait sur le p rin tem p s... E t q u an d des ans a X V III II se change en tel deduit Q u ’il cuide valoir mille mors Et aussi se change li m ars En beauté et reprend chaiour... D u mois qui vient aprés septem bre Q u ’on appelíe mois d ’ottem bre, Q u 'il a LX ans et non plus
Grant Katendrier et compost des ber'giers, ed. de 1500, según M o r a w s k i , Les douze mois jigurez. Archivurn romanicum, 1926, 13
J.
pp. 351 m undo que en abunda
a 363. [Los seis prim eros años qu e el hombre vive en el / pueden ser com parados rectam ente al mes de Enero, / ya dicho mes no abunda la fuerza ni la virtud / como tampoco d urante los seis prim eros años de u n niño,]
Lors devient vieillard et chenu E t a done luí doit souvenir Que le temps le m ene m ourir *.
O también ese poema del siglo xm : Veez yeí le noís de janvier A deux visages le p re m ie r14, Pour ce q u ’il regarde a deux tem ps C’est le passé et le venant. Ainsi l’enfant, q u a n t a vescu Six ans ne peut guére valoir Car il n'a guére de ssavoir. Mais Ton doit m ettre bonne cure Q u ’il prenne n o u rritu re Car qui n ’a bon com m encem ent A tard a bon deffinem ent... En octobre-aprés v en an t D oit hom sem er le bon from ent D uquel doit yivre to u t li mons; Ainsi doit faire le preudom s Q ui est arrivé £ L X ans: II doit sem er aux jeunes gens Bonnes paroles p a r exemple iEt faire aum óne, si me semble 15.
La correspondencia de las edades de la vida con los otros cuatro: cóhsensus quatur elementoritm, quatuor humorum (los temperamentos), quatuor anni temporum et quatuor vitae aeta-
* [Los otros seis años la h acen crecer... / Lo mismo que hace Febre ro todos los años / Q ue se am am anta en la prim avera... / / Y hasta los dieciocho años / Se le p resen tan tantas diversiones / Que él pretende fortificar gustos / Y tam bién el mes de M arzo se vuelve herm oso / Y se calienta de nuevo... / El m es que sigue a Septiembre / Q ue se llama mes de O ctubre / El tiene 60 años y no más /Entonces se vuelve viejo y canoso / Y debe, pues, rec o rd a r / Que el tiempo le lleva a la m uerte.] 14 Representado en los calendarios bajo, la forma de fa n u s bifrons. 15 J. M o r a w s k i , op. cit. [V ean aquí al mes de Enero / Q u e tiene dos caras / Pues está m irando tanto / Al pasado como al futuro. / Asi el niño, cuando ha vivido / Seis años, apenas tiene valor / Y a que apenas tiene el saber. / Mas se le d eb e dar un buen trato / Que tenga una buena alim entación / Pues quien n o comienza bien / Tarda en hacerse hom bre.,, / Cuando llega el mes d e O ctubre / Debe el hom bre sem b rar buen trigo / Del cual vivirá todo e l m undo; / Así debe hacer el p ru d en te / Que ha llegado a los sesenta años: / Debe sembrar entre los jóvenes / Buenas palabras por ejem plo / Y dar limosna, creo yo.]
tu m 16 es aún de la misma naturaleza. Hacia 1265, Felipe de Novara se refiere a los «IIII temz d’aage d'ome» 17, es decir, cuatro períodos de veinte años. Estas especulaciones no cesan de repetirse en los textos hasta el siglo xvi 18. Conviene recordar que toda esta._te.rminología que_hoy en día no ¿“pare ce tan huera, traducía nociones-que-en ..aquel tiempo eran científicas, e igualmente correspondía ja_.un .sentimiento popular y común de la~ vldáV A un en este .terreno nos enfren tamos con grandes dificultades de interpretación, porque hoy día ya no tenemos este sentimiento de la vida: la vida como un fenómeno biológico, como una situación en la sociedad, eso sí, pero no más. A pesar de eso,’ nosotros' decimos «son cosas de la vida» para expresar a la vez nuestra resignación y nues tra convicción de que existe, fuera de lo biológico y de lo so ciológico, algo que carece de nombre, pero que conmueve* que uno busca en los sucesos de los periódicos o de lo cual uno dice «está lleno de vida».. La vida se vuelve entonces un drama, que libra del aburrimiento cotidiano. Para el hombre de "antaño era", al contrario, la continuidad inevitable, cíclica, a ve ces humorística o melancólica de las edades de la vida; una continuidad inscrita en el orden general y abstracto de las. co sas, más que en la experiencia real, pues pocos hombres tenían el privilegio, en esas épocas de fortísima mortalidad, de atra vesar todas las edades de la vida. La popularidad de las «edades de la vida» hizo de este tema uno de los más frecuentes de la iconografía profana. Se las puede, ver en los capiteles historiados del siglo xn, en el baptisterio de Parm a19. El imaginero ha querido representar a la vez la parábola del amo de la vida, la de los obreros de la undécima hora y el símbolo de las edades de la vida. En la primera escena se ve al amo de la viña que pone la mano en la cabeza de un niño, y debajo, un texto especifica la alegoría ' del niño: prima aetas saeculi: primum humane: infancia. Más adelante: hora tertia: puericia secunda aetas, el amo de la viña pone su mano en el hombro de un joven que sujeta a un ani mal y tiene una podadera en la mano. El obrero de más edad descansa al lado de su almocafre: senectus sexta aetas. -
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16 R egim en sanitatis. schola salernitana, ed. por A rnau d e Vilanova. 17 C h. V. L a n g lo is , La Vie en France au M oyen Age, 1908, p. 184. .
18 1 5 6 8 .
19 D i d r o n , «La Vie hum aine», A nnales archéologiques, XV, p. 413,
No obstante, es principalmente en el siglo xiv cuando esta iconografía 'precisa sus rasgos esenciales, que continúan casi iguales hasta el siglo x v m ; se les reconoce tanto en los capi teles del palacio del D u x 20 como en un fresco de los ermi taños de Padua21. En p rimer lugar, la edad de los juguetes: los niños juegan al caballito de madera, a las muñecas o al mo linillo con pájaros atados. Luego, la edad de la escuela: los muchachos aprenden a leer o llevan el-libro y el plumier; las muchachas aprenden a hilar. Después, las edades del amor o de los deportes cortesanos caballerescos: noviazgos, paseos de mu chachos y muchachas, el cortejo, las bodas o la caza en el mes de mayo de los calendarios. Después, las edades de la guerra y de la caballería: un hombre armado. Finalmente, las edades sedentarias, las de los hombres de leyes, de ciencia o de estudio; el viejo sabio barbudo, vestido a ‘la antigua usanza, .ante su pupitre, al amor de la lumbre. Las edades de la vida corres ponden no solamente .a etapas biológicas, sino también a fun ciones sociales; había, como ya sabemos, hombres de leyes jó venes, pero el estudio es en la imaginería un oficio de anciano, Estos atributos del arte del siglo xiv los volveremos a en contrar, casi idénticos, en los grabados de carácter más popular, más familiar, y que duran, con muy pocos cambios, desde el siglo xvi hasta principios del siglo xix. Se llamaban las Esca las de las -edades, porque en ellos figuraban personas que re presentaban las edades yuxtapuestas desde el nacimiento hasta la muerte, por lo general subiendo por peldaños ascendentes a la izquierda y descendentes a la derecha. Bajo el centro de esa escala (como si fuera ojo de .puente) se hallaba la muerte en forma de esqueleto armado con su guadaña. El tema de las edades se conjugaba aquí con el de la muerte, y sin duda no es casual que esos dos temas fueran de los más populares. Las láminas que representaban las escalas de las edades y las dan zas de la muerte repiten hasta comienzos del xix una icono grafía fijada en los siglos xrv y xv. Pero, contrariamente a las danzas de la muerte, donde los trajes no cambian y siguen siendo los de los siglos xv y xvi, las escalas de las edades vis ten a sus personajes a la moda de la época. En los últimos grabados del siglo xix se observa la aparición de trajes de pri 20
Annales archéologiques, XVII, pp.
193. 21 A. V e n t u r i , «La Fonte d i u n a composizione del guariento», A r t e , 1914, X V II, p. 49. D id ro n ,
69
y
mera com unión. La persistencia de los atributos es mucho más notable; siempre se ve al niño a horcajadas sobre su caballi to, el colegial con el libro y el plumier, la hermosa pareja (a ve ces ocurre que el galán tiene en la mano un arbusto de mayo, evocación de las fiestas de la adolescencia y de la primavera); el hom bre de armas se ha convertido en un oficial con su fa jín de mando ceñido o llevando una bandera; en la escala des cendente, los trajes dejan de estar a la moda o siguen a la an tigua usanza; aparecen de nuevo los juristas con sus carteras de docum entos; los eruditos, con sus libros o sus astrolabios; los devotos — los más peculiares— , con sus rosarios 72. La repetición de estas láminas clavadas en las paredes, al lado de los almanaques, entre los objetos familiares, mantenía la idea de una vida segmentada en etapas bien marcadas, que correspondían a formas de actividad, tipos físicos, funciones, •formas de vestirse. La periodización de la vida tenía la misma estabilidad que el ciclo de la naturaleza o la organización de la sociedad. A pesar de la evocación repetida del envejecimien to y de la m uerte, las edades de la vida siguen siendo bosque jos pintorescos y bonachones, siluetas dé carácter un poco hu morístico.
Subsistía, de la especulación clásicomedieval, una abundan te terminología de tes edades. En el siglo xvi, cuando se decidió traducir esta terminología al francés, se vio que nuestra len gua y, por consiguiente, nuestro uso, no contenía tantos voca blos como el latín, o por lo menos como el latín culto. El tra ductor de 1556 de Le Grand Propriétaire de toutes choses reco nocía sin rodeos ejita dificultad: «Hay más dificultades en el francés que en el latín, ya que en latín hay siete edades nom bradas con diversoé nombres [tantos como planetas], mientras que en francés no hay más que tres, a saber: infancia, juven tud y vejez.» 22 E ste tem a no sólo era p o p u la r. Lo hallam o s de nuevo, bajo otras fo rm as, en la p in tu ra y en la escultura: en T ician o , Van D yck y sobre el fro n tó n del V ersaíles de L ouis X IV . H em os reproducido en este lib ro u n g ra b a d o de las Escalas d e las E dades (B iblioteca N acional, P arís, G a b in ete de E stam p as, Serie de A legorías).
Se observará que como juventud significaba plenitud de la vida, «mediana edad», no había, cabida para la adolescencia, por lo que ésta se confundió, hasta el siglo x v m , con la in fancia. En el latín de colegio se empleaba indiferentemente el término puer o el de adolescens. Se conservan en la Biblioteca N acional23 los catálogos del colegio de los jesuítas de Caen, con las listas de alumnos y sus respectivas evaluaciones. Así, un muchacho de quince años tiene la calificación de bonus puer, mientras que su cam arada, de trece años, ha sido con siderado como optimus adolescens. Baillet24, en un libro de dicado a los niños prodigio, reconoce también que no existe en francés términos para distinguir pueri y adolescentes. Sólo se conoce la palabra niño. A finales de la Edad Media ya se había generalizado su sen tido. Designaba tanto el putto (en el siglo xv se decía «el cuar to de los niños» para designar la habitación de los putti, la habitación decorada con frescos que representaban niños des nudos), como el adolescente, el muchacho mayor a veces inquie tante: el chico malo. El vocablo niño, en los Miracles de NotreD a m e25 se emplea en los siglos xiv y xv como sinónimo de mozo, mocito, muchacho, hijo, nuero. Por ejemplo: «era un mocito» se traduciría hoy exactamente por «era buen mozo»; pero podía también significar «muchacho»: «Un moult beau valeton», ó «niño»: «II était valeton, si Faimérent fo rt... li valez devint granz!» («Un guapísimo muchacho», y «Era un niño, le quisieron mucho... ¡el mocito se hizo mayor!»). Una sola palabra se ha conservado hasta nuestros días con esta antiquí sima ambigüedad: gars (muchacho), que ha pasado del fran cés antiguo a la lengua popular moderna, donde se ha con servado. Extraño muchacho este malvado mozo: «si felón et si pervers qu'il ne vault oncques aprendre mestier ne se duire á nulle bonne enfance... volontiers s'accompagnait de gloutons et de gens oiseulx qui souvent faisaient leurs rixes aux tavernes et aux bordeaulx, et jamais ne trouvait femme seule qu ’il n'enforceast» [tan rebelde y tan perverso que no quiere apren 23 Biblioteca N acional, P a rís, M anuscritos, Fondo latin o , n.°* 1090 y 1091. 24 B a i l l e t , Les E njants d e v e n u s célebres par leurs études, 1688. 25 M iracles de N otre-D am e, ed . G . F. W arner, W estm in ster, 1885. J u b in a l, Nouveau recueil de c o n te s, tomo I, pp. 51-33 y 42 a 72; to m o II, p. 244 y pp. 356-357.
der un oficio ni instruirse como lo hacen los chicos buenos... De buen grado se juntaba con glotones y gente ociosa que fre cuentemente se peleaban en las tabernas y burdeles y no po día encontrar una m ujer sola sin que la violase] . He aquí otro muchacho de quince años: «Q uoique il fu t beau fils et gracieux» [aunque era buen mozo y gracioso], se negaba a mon tar a caballo, a frecuentar las muchachas. Su padre piensa que es po r timidez: «C’est la coustume d’enfans» [es costumbre de los m uchachos]. En realidad, el chico se había consagrado a la Virgen. Su padre le obliga al matrimonio: «Lors fut I’enfant m oult laidengie et p ar forcé le boutoyait avant» [Desde entonces el niño fue muy injuriado y golpeado brutalm ente]. T rata entonces de escapar y se hiere m ortalm ente es la escalera. La Virgen viene a buscarle y le dice: «Beau frére, veez cy vostre amie»: Lors getta l ’enfant ung souppir». [Bondadoso hermano, aquí está vuestra amiga: Entonces el niño soltó un su sp iro ]. — Según un calendario de edades del siglo xvi a los veinti cuatro años «est li enfes fort, vertueux», «Aussi advient des enfas quand ils sont á dix-huit ans» [Es un niño fuerte, vir tuoso. Eso sucede tam bién a los niños cuando tienen diecioeho a ñ o s]. Así ocurre aún en el siglo xvii: una encuesta episcopal de 1667 relata que en una p a rro q u ia 27 «il y a un jeune enfans, aagé d ’environ quatorze ans qui enseigne á lire et escrire aux enfans des deux sexes depuis environ un an qu’il demeure audit lieu, p ar accord avec des habitants dudit lieu» [hay un mu chacho de unos catorce años que enseña a leer y escribir a los niños de ambos sexos desde hace un año aproximadamente cuando se instaló en ese lugar, de acuerdo con los habitantes de dicho lu g a r]. D urante el siglo xvii se produce una transformación según la cual el uso antiguo se conserva en las clases sociales más de pendientes, mientras que surge otro en la burguesía, en donde la palabra infancia se circunscribe a su sentido moderno. La larga duración de la infancia, tal como aparece en el lenguaje com ún, procede de la indiferencia que existía entonces por los fenómenos biológicos, y a nadie se le hubiera ocurrido li 24 Cil. más arriba, nota 13. 27 A. d e C h a r m á s s e , Btat de l'instruction publique dans l’ancien diocése d'Autun, 1878.
m itar la infancia con la pubertad. La idea de infancia está vinculada a la de dependencia: los términos hijos, mocitos, muchachos, son también términos del vocabulario utilizado en las relaciones feudales o señoriales de dependencia. Sólo se salía "de la infancia saliendo de la dependencia, o por lo me nos saliendo de los grados .inferiores de dependencia. Por ello, los términos de la infancia subsistirán para designar familiar mente, en la lengua hablada, a las personas de baja condición, que continúan totalmente sometidas a otros: por ejemplo, los lacayos, los oficiales, los soldados. Un muchacho [petit gargon] no es necesariamente un niño, puede ser un criado joven (de la misma manera que actualmente un patrón o un capataz dirían de un obrero de veinte a veinticinco años: «Es un buen muchacho, o es un muchacho que no vale para nada»). En 1549, el director de un colegio, Baduel, escribía al pa dre de uno de sus jóvenes alumnos, a propósito del ajuar y sé quito necesario, lo siguiente: «Basta con un muchacho [petit garcon] para todo lo que se refiere a su servicio personal»3S. A principios del siglo x v m , el diccionario de Furetiére pre cisa bien su empleo23 bis: «Hijo [enjant] es también un término de amistad del que se sirve uno para saludar, mimar a alguien o para inducirle a que haga alguna cosa. Igualmente, cuando uno dice a una persona de cierta edad: adiós, madre bondado sa [Salut,-■grand-mére, en el habla moderna de París] ella res ponde: adiós, hijo mío (adiós, muchacho, o adiós, pequeño) [adieu, mon enjant (adieu, mon gars; adieu, petit)]. O dirá a un lacayo: «Hijo mío, vaya a buscarme tal cosa.» Un patrón dirá a sus obreros: «Vamos, hijos [enfants], trabajad.» Un ca pitán dirá a sus soldados: «Valor, hijos, resistid.» A los solda dos de primera fila, los más expuestos, se les llamaba «los hi jos perdidos». En la misma época, pero en las familias selectas, para quie nes la dependencia no era sino una consecuencia de la debili dad física,, el vocabulario de la infancia tendía a designar más bien la primera edad. En el siglo x v i i , su empleo se vuelve más frecuente: la palabra «niño» [petit enfant] empieza a te28
I. G a u f r é s , «Claude Baduel et la Réforme des études au xvi* siécle»,
Bulletin de la Société d'Histoire du protestantisme frangais, 1880, XXV, pp. 499-505. 2Sbls A. FuretiIre, Dictior.ncúre universel, Rotterdam, 1690, s. v. enfant.
ner el sentido que nosotros le atribuimos. La costumbre de antaño prefería «muchacho» [jeune enfant], apelación que no ha sido completamente abandonada. La Fontaine la utiliza, y aun en 1714, en una traducción de Erasmo, se hace referen cia a una muchacha [jeune filie] que tiene menos de cihco años: «Tengo una muchacha que apenas comienza a hablar» 23. El vocablo «pequeño» cobró un sentido especial a finales del siglo x v i: designaba todos los alumnos de las «escuelas ele mentales, incluso los que ya no eran niños. En Inglaterra, el término petty significa lo mismo que en francés, y un texto de 1627 se refiere a la escuela de los lyttle petties, los alumnos más pequeños 30. Principalmente, con Port-Royal, y con toda la literatura mo ral y pedagógica que en esa abadía se inspira (o que expresa en general una necesidad de orden moral, difundida por todas partes y de la que también es testigo Port-Royal), los términos de la infancia se vuelven más numerosos y sobre todo más modernos. Los alumnos de Jacqueline Pascal31 están divididos en «pequeños», «medianos» y grandes». «A los*niños peque ños, más aún que a los otros -—escribe Jacqueline Pascal— , es menester acostumbrarlos y alimentarlos si es posible como a las palomitas.» El reglamento de las escuelas elementales de PortRoyal prescribe: «Únicamente los niños no irán a misa todos los días» 32. Se habla, con nuevas inflexiones, de «almitas», de «angelitos» 33, expresiones que anuncian el sentimiento del si glo x v m y del romanticismo. La señorita LhéritierM pretende dedicar sus cuentos a las «mentes jóvenes», a los «jóvenes» (jeunes personnes): «Estas imágenes incitan probablemente a los jóvenes a reflexiones que perfeccionan su razón.» Nos da mos cuenta de que ese siglo que parece haber desdeñado la infancia, ha introducido, por el contrario, en las costumbres, ciertas expresiones y locuciones que subsisten aún en nuestra lengua. En la palabra enfant («niño») de su diccionario, Furetiére 29 E r a s me, Le Mariage chrétien, traducción francesa de 1714. 20 J. B rin sle y , Laudus litterarius {ed. de 1917). 31 Jacqueline P ascal, R églem ent pour les enfants (apéndice de las C onstitutions de Port-Royal, 1721). 32 Reglam ento del colegio de Chesnay, en W allon de B eaupuis , Suite des amis de Port-Royal, 1751, tomo I, p. 175. 33 Jacqueline P ascal, ver la nota 31. 34 M. E. S to r e r , La Mode des contes de fées, 192S.
cita proverbios que aún nos son familiares: «Es un niño mi mado, a quien se ha dejado vivir de una manera libertina, sin corregirlo/ Por decirlo así, ya no quedan niños, pues se co mienza temprano a tener razón y malicia», «Inocente como el niño recién nacido». ¿No es verdad que se creería que estas expresiones remontaban al siglo xix? No obstante, el lenguaje del siglo xvn encuentra dificulta des en sus esfuerzos por hablar de los niños pequeños, debido a la falta de palabras que los distingan de los mayores. Por lo demás, lo mismo sucede en inglés, donde el término baby se aplicaba también a los niños mayores. La gramática latina (en inglés) de Lily35 (que se utilizó desde principios del si glo xvi hasta 1866) está destinada a all lyttell babes, all lyttell children. Existían ya en francés expresiones que parecen designar más bien a los chiquitines, y una de ellas es la palabra «rorro» (poupart): uno de los Miracles Notre-Dame representa a un Niño Jesús. El misericordioso Jesús, viendo la insistencia y la buena voluntad del niño, le habla y le dice: «Rorro, deja de llorar porque dentro de tres días comerás conmigo.» Pero este rorro no es en realidad un «bebé», como diríamos hoy en día; se le llama también clergeon («monaguillo»)36, viste un sobre pelliz y ayuda a misa: «ceans avait des anfans de petit eage qui savayent póu de lettres, ains plus volontiers eussent alaittié leur mere que faire le Service divin!» [En ese lugar había niños de corta edad que sabían poco de letras y que de buen gra do hubieran mamado el seno de su madre antes que ayudar al servicio divino»]. La palabra rorro, en lengua de los si glos xvn y x v i i i , ya no designa a un niño, sino, bajo l a forma de rorro (poupon)t lo que nosotros denominamos en francés con el mismo término, pero en femenino: una poupée, una muñeca. El francés se verá, pues, obligado a tomar de otras lenguas, de otros idiomas extranjeros, o de las jergas escolares, o de oficios, los términos que designen a ese niño pequeño, quien se vuelve objeto de interés general. Tal es el caso del italiano bam bino, que dará el francés bambin, chiquillo; madarde de Sevigné emplea con el mismo significado el provenzal pitchoun, 35 I pray you, all lytell babes, all lytell chyldren, lern... * Miracles de Notre-Dame, o p . cit.
que ella quizá aprendió durante su estancia en casa de los G rignan37. Su primo, De Gouíanges, a quien no le gustan los niños, pero habla mucho de e l l o s d e s c o n f í a de los «moni gotes de tres años», vocablo antiguo que se transformará en la lengua popular en los marmots%arrapiezos, «mocosos, regor detes de barbilla, que meten el dedo en todos los platos». Igual mente se emplean términos de la jerga del colegio de latín o de la academia deportiva y militar: «ce petit frater», «ce cadet» [«ese hermano menor, ese segundón»], y cuando son numero sos: «ce populo», ese p o p u l a c h o o «ce petit peuple» [«esa gente m enuda»], Por último, se vuelve frecuente el empleo de diminutivos: jan jan, nene, aparece en las cartas de madame de Sevigné y en las de Fénelon. • . Con el tiempo, estos vocablos cambiarán de sentido y de signarán al niño pequeño, pero ya un poco despabilado. 'Aún persistirá una laguna para designar al niño en sus primeros meses; esta insuficiencia del vocabulario no se remediará hasta el siglo xix, cuando se adopte del inglés el término baby, que designaba durante los siglos x v i y x v ii a los niños en edad es colar. Es la última etapa de esta historia; en adelante, con el francés bebé, el niño chiquito tiene así su propio nombre.-
Aunque aparece y se difunde un vocabulario de la prime ra infancia, persiste la ambigüedad entre infancia y adolescen cia, por una parte, y esta categoría que se llama juventud, por otra. No se tenía idea de lo que nosotros denominamos ado lescencia, y esa idea tardará en forjarse. Se la intuye en el si glo x v i i i con dos personajes, uno literario, Querubín; el otro social, el recluta. Con Querubín domina la ambigüedad de la pubertad y se pone de relieve el lado afeminado de un joven que sale de la infancia. No es, en rigor, un personaje nuevo: como se comenzaba a participar en la vida social muy pronto, los rasgos rellenos y regordetes propios de la primera adoles37 «Vous me faites íori de croire que j’aime mieux la petite que le pichón» [Os equivocáis si creéis que quiero más a la pequeña que al chiquitín.] Mme. d e Sévigné, Lettres, 12 de junio de 1675; ver igual mente la del 5 de octubre de 1673. 38 C o u l a n g e s , Chansons choisies, 1694. 39 Claudine B o u z o n n e t- S te lla , Jeux de 1’enfance, 1657.
cencía, alrededor de la pubertad, daban a los muchachos una apariencia femenina. Eso es lo que explica la facilidad con que los hombres se disfrazaban de mujeres, o viceversa, como lo demuestra la abundancia de tales inversiones en la novela ba rroca a principios del siglo xvn: dos muchachos, o dos mu chachas, se hacen amigos, mas uno de ellos es una jovencita disfrazada, etc. Cualquiera que sea la credulidad de los lectores de novelas de aventuras, el mínimo de verosimilitud exige, en todas las épocas, que haya habido un parecido entre el mucha cho todavía imberbe y ía joven (y creo que mal podía apurarse el afeitado). Con todo, este parecido no se presentaba como una característica de la adolescencia, de la edad. Esos hom bres sin barba, de facciones imprecisas, no son adolescentes, pues se comportan ya como hombres hechos, que mandan y combaten. Mientras que Querubín, al contrario, presenta un aspecto femenino relacionado con la transición del niño al adul to y refleja un estado, existente durante cierto tiempo, cuando nace el amor. Querubín no tendrá sucesores. Por el contrario, la fuerza viril será la que exprese la adolescencia entre los muchachos, y el adolescente estará prefigurado, durante el siglo xvm , por el recluta. Leamos el texto de un edicto de reclutamiento que data de fines del siglo xvm 40. Va dirigido a la «brillante ju ventud»: '«... los jóvenes que deseen compartir la reputación que ha adquirido ese noble cuerpo podrán dirigirse al señor D’Ambrun... [Los reclutadores] recompensarán a aquellos que les proporcionen hombres fuertes». , El primer tipo del adolescente moderno es el Sigfrido, de Wagner. La música de Sigfrido expresa por primera vez la mez cla de pureza (provisional), fuerza física, naturismo, esponta neidad, alegría de vivir que hará del adolescente el héroe de nuestro siglo xx, siglo de la adolescencia. Lo que ya despunta en la Alemania wagneriana penetrará sin duda en Francia más adelante, alrededor de los años 1900. La «juventud» que es en esa época la adolescencia se convertirá en tema literario y en objeto de desvelo del moralista o del político. Todos comien zan a interrogarse seriamente acerca de lo que piensa la juven tud, a publicar investigaciones sobre esta juventud, como las 40 Anuncio de reclutam iento para el regimiento del «Royal PiémOnt» de Nevers, 1789. Exposición: el anuncio. Biblioteca Nacional, París, 1953, n.c 25.
de Massis o las de Henriot. La juventud aparece como deten tadora de valores nuevos susceptibles de vivificar la anticuada y estancada sociedad. En la época romántica existió algún sentimiento de este tipo, pero sin una referencia precisa a la clase de edad, y sobre todo se limitaba a la literatura y a los que la leían. Por el contrario, la conciencia de la juventud se volvió un fenómeno general y banal después de la guerra de 1914, cuando los combatientes del frente se opusieron en masa a las viejas generaciones de la retaguardia. La conciencia de la juventud ha sido primero un sentimiento de ex combatiente, y este sentimiento aparece en todos los países beligerantes, in cluso en la América de Dos Passos. A partir de entonces se prolongará la adolescencia, acortando la infancia y haciendo retroceder la madurez. En adelante, el matrimonio (que ya no es una «posición social») no interrum pe la adolescencia y el adolescente casado es uno de los tipos más característicos de nuestro tiempo, al que propone sus valores, ambiciones y cos tumbres. Así, se pasa de una época sin adolescencia a otra en la que la adolescencia es la edad favorita. Todos desean en trar en ella pronto y permanecer el mayor tiempo posible. Esta evolución lleva consigo otra evolución paralela, pero inversa, de la vejez. Sabemos ya que la vejez comenzaba pron to en la antigua sociedad. Los vejetes de Moliere, todavía jó venes para,nosotros, son ejemplos conocidos por todos. Sucede, además, que la iconografía de la vejez no la representa bajo los rasgos de un hombre achacoso y decrépito: la vejez co mienza con la caída del cabello y el uso de la barba, y el viejo embellecido a veces aparece simplemente como un calvo. Tal es el caso del anciano en el concierto de Ticiano, que es tam bién una representación de las edades. En general, antes del siglo x v i i i , el anciano es ridículo. Rotrou quiere imponer a su hija un esposo quincuagenario: «No tiene más que cincuenta años. Y además, ¡ni siquiera un diente!» II n ’est pas dans' la n a tu re h om m e q u i ne le juge D u siécle de S atum e ou d u tem ps d u Déluge; Des trois pieds dont il m arche, il en a deux goutteux, Q u i ju sq u e á chaqué pas, tré b u c h e n t de vieillesse E t q u ’il faut reteñir ou relever sans c e s s e 41.
41 R o t r o u , L a Soeur. [N o hay en la n a tu ra le z a quien no le tenga / p o r alguien del siglo de S aturno o de tiem pos del Diluvio; / de los tres
Cuando tenga diez años más, se parecerá a ese sexagena rio de Quinault: C ourbé su r son báton, le bon petit vieillard Tousse, crache, se m ouche et fait le goguenard, Des contes du vieux tem ps, étourdit Isabelle 42.
La Francia de antaño apenas respeta a la vejez, que es la edad de la jubilación, de los libros, de la devoción y de la chochera. Durante los siglos xvi y x v i i , la imagen del hombre completo es la de. un hombre joven: el oficial con bandolera que se halla en la cima de ..las-escalas de la vida. No es un muchacho, aunque lo sería hoy día por su edad. Corresponde a esa segunda categoría de las edades, entre la infancia y la vejez, que en el siglo xvn se llamaba la juventud. Furetiére, que toma aún muy en serio estos problemas arcaicos de la periodicidad de la vida, piensa en una noción intermedia de madurez, pero reconoce que no era de uso frecuente y afir ma: «Los juriconsultos hacen de la juventud y de la madurez una misma edad.» El siglo x vn se reconocía en esta juventud de mando, como el siglo xx se reconoce en sus adolescentes. Hoy en 1día, por el contrario, la vejez ha desaparecido, al menos en la lengua hablada, donde el antiguo vocablo viejo, «un viejo», subsiste con un sentido de jerga, despreciativo o pro tector. La evolución se realizó en dos etapas: primero existió el anciano respetable, el antepasado de cabellos plateados, el néstor de los consejos sensatos, el patriarca de valiosa expe riencia: el anciano de Greuze, de Restif de la Bretonne y de todo el siglo xix. No era ya muy ágil, pero no estaba tan de crépito como el viejo de los siglos xvi y x v i i . Subsiste aún hoy día en los prejuicios algo de ese respeto por el anciano. Pero ese respeto, a decir verdad, ya no tiene objeto, pues en nues tra época, y ésta es la segunda etapa, el anciano ha desapare cido. Ha sido reemplazado por «el hombre de cierta edad» y por los «señores o señoras muy bien conservados». Nociones también burguesas, pero que tienden a volverse populares. La pies con que anda, dos están gotosos: / a cada paso tropiezan de puro viejos, / y hay que sujetarlos o levantarlos sin cesar.] 42 R o t r o u , La Mere coquette. [Encorvándose sobre su bastón, el buen viejecito / tose, escupe, se suena y se guasea, / y con los cuentos de antaño aturde a Isabelle.]
idea tecnológica de conservación sustituye a la idea, a la vez biológica y moral, de vejez.-
Parece como si a cada época le correspondiese una edad privilegiada y una periodicidad particular de la vida humana: ’la «juventud» es la edad privilegiada del siglo xvu; la infancia, del siglo xix, y la adolescencia, del siglo xx. Estas variaciones de un siglo a otro dependen de las coor denadas demográficas y reflejan la interpretación ingenua que da la opinión, en cada época, de su estructura demográfica, aun cuando no pueda siempre conocerla objetivamente- De suerte que la ausencia de adolescencia y el menosprecio de la vejez, o al contrario, la desaparición de la vejez, por lo menos cómo ■degradación, y la introducción de la adolescencia, manifiestan la reacción de la sociedad ante la duración de la vid'a, La pro longación retiró de la inexistencia (rton-étre) anterior espacios de vida que los eruditos del Bajo Imperio y de la Edad Media habían denominado, aunque no existieran en las costumbres, y el lenguaje moderno ha adoptado, a pesar de ello, sus anti guos vocablos, al principio únicamente teóricos, para designar nuevas realidades; último avatar del tema que fue durante tan to tiempo familiar y que hoy día se ha olvidado, el de las «edades de la vida». En las épocas en que la vida era breve, la noción de edad privilegiada- es más importante aun que en nuestras épocas de vida larga. En las páginas siguientes concentraremos nuestra atención en los signos de la infancia, sin olvidar nunca lo re lativo de esta representación de la infancia, con respecto a la reconocida predilección por la «juventud». Esa época no será ni la de los niños, ni la de los adolescentes, ni la de los ancia nos: será más bien una época de hombres jóvenes.
CAPÍTULO II
EL DESCUBRIMIENTO DE LA INFANCIA
Hasta aproximadamente el siglo kvii, el arte medieval no conocía la infancia o no trataba de representársela; HSs cuesta ~greísrqüér ésta” aÜseBCia"sé debiera a la torpeza o a la incapa cidad. Cabe pensar más bien que en esa sociedad no había espacio para la infancia. Una miniatura otoniana del siglo x i 1 nos da una impresionante idea de la deformación que el artista hacía sufrir a los cuerpos de los niños y que nos parece ajena a nuestros Sentimientos y a nuestra intuición. El tema es la escena del Evangelio en la que Jesús pide que se le acerquen los niños, y el texto latino es c l a r o parvuli. Ahora bien, el miniaturista agrupa alrededor de Jesús a ocho hombres verda deros, sin ningún xasgo de la infancia, los cuales han sido simpleme_nte reproducidos a tamaño reducido. Sólo su talla los distingue de los adultos. En una miniatura francesa de fines del siglo x i 2, los tres niños que resucita San Nicolás han sido igualmente reducidos a un tamaño inferior al de los adultos, sin ninguna otra diferencia de expresión o de rasgos. El pintor no dudará. en dar a la desnudez del niño, en los pocos casos en que aparece desnudo, la musculatura del adulto. Así, en el Salterio de San Luis, de Leyden3, fechado a finales del si glo xn o principios del siglo xiii, Ismael, poco después de su nacimiento, tiene los abdominales y los pectorales de un hom 1 Evangeliario de Otón III, Munich. 2 Vte et miracle de Saint Nicolás, Biblioteca Nacional, París. 3 Salterio de San Luis, de Leyden.
bre. A pesar de un mayor sentimiento en la representación de la infancia4, el siglo xm permanecerá fiel a ese procedimiento. En la Biblia moralizada de San Luis, las representaciones de ftiños se vuelven más frecuentes, pero éstos sólo se caracteri zan por su talla. Un episodio de la vida de Jacob: Isaac está sentado, rodeado de sus dos mujeres y de unos quince hombre citos que llegan a la cintura de las personas mayores: son sus hijos5. Job es recompensado por su fe, vuelve a ser.rico y el iluminador evoca su fortuna colocando a Job entre el ganado a su izquierda, y los niños a su derecha, igualmente numero sos, imagen tradicional de la fecundidad inseparable de la riqueza. En otra ilustración del libro de Job, los niños han sido escalonados según su talla. En otro caso, en el Evangeliario de la Sainte-Chapelle, del siglo x m 6, en el momento de multiplicar los panes, Cristo y uno de sus apóstoles flanquean a un hombrecito que les llega a la cintura: se trata sin duda del niño que cargaba los peces. En el mundo de fórmulas románicas y hasta finales del siglo x m no aparecen niños caracterizados por una expresión particular, sino hombres de tamaño, reducido. Por otra parte, esa resistencia a aceptar en el arte la morfología infantil se encuentra en la mayoría de las civilizaciones arcaicas. Un mag nífico bronce sardo del siglo IX antes de Cristo 7 representa una especie de «Piedad: una madre tiene en sus brazos el cuerpo bastante grande de su hijo. Pero quizá se trate de un niño, según lo indica la nota del catálogo: «La pequeña figura masculina podría ser además un niño que, según la fórmula adoptada en épocas arcaicas por otros pueblos, habría sido re presentado como un adulto.» Porque, en efecto, parece como si la representación realista del niño, o la idealización de la infancia, de su gracia, de su armonía, fueran propias del arte griego. Los pequeños Eros proliferan con exuberancia en la época helenística. La infancia desaparece de la iconografía 4 Com párese la escena «Dejad que los niños se acerquen a mí» en el Evangeliario de O tón y en la Bible maralisée de saint Louis, f.° 505. 5 Bible moralisée de saint Louis, f.° 5. A. d e L a b o r d e , Bibles moralisées iihístrées, í 9 11-1921, 4 vols. de láminas. 6 Evangéliaire de la Sainte-Chapelle; escena reproducida en H . M a r t i n , La M iniature jrangaise, lámina V II. 7 Exposición de bronces sardos, Biblioteca N acional, París, 1954, n.° 25, lám ina X I.
con los oíros temas helenísticos y el románico volvió a ese . rechazo de los rasgos específicos de la infancia que caracteri zaba ya las épocas arcaicas, anteriores al helenismo. Vemos en ello algo más que una simple coincidencia. Partimos de un mundo de representación en el que se desconoc^a“^ n fa n r j^aTZoriristOntidoTer™deTaniteratüra (moris. Cálve) harT Hecho la misma observación ~S' píapSM riJnle^a'epopeyard'cm'de lüs" niños prodigio se conducen con el mismo arrojo y fuerza física que los valientes. Sin duda alguna, eso significa que los hom bres de los siglos x y xi no perdían el tiempo con la imagen de la infancia, la cual no tenía para ellos ningún interés, ni siquiera realidad. Ello sugiere además que, en el terreno de~las cbsTumbres~vmdas, y no únicamente en el de una transposi ción estética, la infancia era una época de transición, que pa saba rápidamente y de la que se perdía enseguida el recuerdo. Tal es nuestro punto de partida. ¿Cómo se llega de ahí a los chiquillos de Versalles, a las fotos de niños de todas las edades de nuestros álbumes de familia?^ Hacia el siglo x h i aparecen vanos” tipos de niños, algo más cercanos al .sentimiento moderno. El ángel, representado bajo la apariencia de un hombre muy joven, de un adolescente joven: de un monaguillo [clergeon], como dice P. du Colombier8. Mas, ¿qué edad tiene el monaguillo? Se trataba de niños más o menos jóvenes a quienes se educaba para ayudar a misa, y destinados a ser ordenados; eran como unos seminaristas en una época en que no había seminarios, y en la que la escuela latina, la única existente, estaba reservada a la formación de los clérigos. «Aquí — dice un Miracle de Notre-Dame9-— había niños de corta edad que sabían poco de letras, pero quienes de buen grado hubiesen mamado el seno de su madre [se destetaba muy tarde: la Ju lieta de Shakespeare mamaba todavía a los tres años] antes que ayudar al servicio divino.» El ángel de Reims, por ejem plo, más que un niño, era u n jovencito, pero los artistas traza ron con evidente afectación los rasgos redondos y graciosos, incluso un poco afeminados, de los chicos muy jóvenes. Hemos dejado atrás los adultos de tamaño reducido de la miniatura otomana. Este tipo de ángeles adolescentes se volverá más fre8 P, d u C o l o m b i e r , L 'E n fa n t au Moyen Áge, 1951. 9 Miracles de Notre-Dame, ed . A. F. W arner, W estminster, 1885.
cuente durante el siglo xiv y perdurará aún a finales del quattrocento italiano: los ángeles de Fra Angélico, de Botticelli y de Ghirlandajo pertenecen a dicha variedad. El segundo tipo de niño será el modelo y el precursor de todos los niños pequeños de la historia del arte: el Niño Jesús, o la Virgen Niña, ya que la infancia está aquí vinculada al mis terio de su maternidad y al culto mariano. Al principio» Jesús, como los otros niños, continúa figurado como un adulto en miniatura: un pequeño sacerdote-Dios de porte majestuoso, pre sentado por la Theotokos. La evolución hacia una represen tación más realista y más sentimental de la infancia comenzará muy pronto en la pintura: en una miniatura de la segunda mitad del siglo x n 10 aparece Jesús en pie, con una camisa fina, casi transparente, que con ambos brazos estrecha a su madre, mejilla con mejilla. Con la maternidad de la Virgen, la pequeña infancia entra en el mundo de las representaciones. En el siglo x m inspira otras escenas familiares. En la Biblia moralizada de San L uis11 se pueden ver escenas de familia donde los padres están rodeados de sus hijos, con los mismos rasgos de ternura que las de la tribuna que separa el coro del trascoro de Chartres; por ejemplo, la familia de Moisés: ma rido y mujer están cogidos de la mano y los niños (hombres en miniatura) que les rodean tienden las manos hacia su madre. Estos casos son raros: el sentimiento cautivador de la pequeña infancia se reserva al Niño Jesús hasta el siglo xiv cuando, como es sabido, el arte italiano contribuirá a desarrollarlo y a extenderlo, aparece vinculado a la ternura de la madre. En la época gótica aparece un tercer tipo de niño: el niño desnudo. El Niño Jesús casi nunca está figurado desnudo. La mayoría de las veces aparece, como los otros niños de su edad, envuelto en pañales bastamente, o cubierto con una camisa o un faldón. Sólo se desvestirá al Niño Jesús a finales de la Edad Media. En las escasas miniaturas de Biblias moralizadas en que aparecen niños, éstos están vestidos, excepto si se trata de los inocentes, o de los niños muertos a cuyas madres juzgará Sa lomón. La alegoría de la muerte y del alma introducirá en el mundo de las formas la imagen de esta joven desnudez. Ya en la iconografía prebizantina del siglo v, donde aparecen muchos 10 M anuscritos pintados del siglo v n al siglo xtíí. Exposición de la Biblioteca N acional, París, 1954, n.° 330, lám. X X X .
11 Ver nota n.° 5.
de los rasgos del futuro arte románico, se reducían las dimen siones del cuerpo de los muertos. Los cadáveres eran más pe* queños que los -cuerpos. En la 1liada de la Ambrosiana n los muertos de las escenas de batalla tienen la mitad del tamaño de los vivos. En nuestro arte medieval, el alma está representa da ppr un niñito desnudo y en general asexuado. Los juicios fi nales conducen bajo esta forma las almas de los justos al seno de Abrahamu. El moribundo exhala esta representación de su boca: imagen de la partida del alma. Así se figura la entrada del alma en el mundo, ya sea una concepción milagrosa y sa grada: el Ángel de la Anunciación entrega a la Virgen un niño desnudo, el alma de Jesús M, ya sea una concepción muy natu ral: una pareja está en la cama, aparentemente muy casta, pero algo ha ocurrido, ya que llega por los aires un niño desnudo y penetra en la boca de la mujer 15; es «la' creación del alma humana por la naturaleza». Durante el siglo xiv, y especialmente en el siglo xv, estos tipos medievales de niño evolucionarán, pero en el sentido ya indicado en el siglo xm . Hemos dicho que el ángel-monaguillo animará aún la pintura religiosa del siglo xv, sin grandes cambios. Ep. cambio, el tema de la Santa Infancia no dejará, a partir del siglo xiv, de amplificarse y diversificarse: su éxi to y su fecundidad atestiguan el progreso, en la conciencia co lectiva, de ese sentimiento de la infancia que sólo una atención especial puede aislar en el siglo xm , y que no existía en ab soluto en el siglo xi. En el grupo de Jesús y de su madre, el ar tista recalcará los aspectos graciosos, sensibles, ingenuos de la pequeña infancia: ei niño buscando el seno de su madre, o dis poniéndose a abrazarla, a acariciarla; el niño jugando a los juegos propios de la infancia con un pájaro que él lleva ata do, o con una fruta; el niño comiendo su papilla; el niño a quien se está envolviendo en pañales. En lo sucesivo, todos los gestos observables son evocados, al menos para todo aquel que presta atención. Esos rasgos de realismo sentimental tardan en extenderse fuera de la iconografía religiosa, cosa que no debe sorprendernos, pues ocurre lo mismo con el paisaje, con la escena de costumbres. Ello no impide que el grupo de la Virgen 12 13 14 15
Iliada de la Ambrosiana de Milán. Rampílly. Ver nota n.° 5. Miroir d'humilité, Valenciennes, f.° 18, principios del siglo xv.
y el Niño se transforme y se vuelva cada vez más profundo: la imagen de una escena de la vida cotidiana. Primero tímidamente y luego cada vez con mayor frecuen cia, la infancia religiosa no se limita ya a la de Jesús. Al prin cipio se agrega la de la Virgen, la cual inspira por lo menos dos temas nuevos y frecuentes: el del nacimiento de la Virgen (hay agitación en la habitación de la parturienta, alrededor del recién nacido a quien se baña y se envuelve en pañales, para presentárselo a su madre), el tema de la educación de la Vir gen, de la lección de lectura (la Virgen aprende su lección en el libro que sostiene Santa Ana). Después, las otras infancias santas: las de San Juan Evangelista y Santiago el Mayor, com pañeros de juegos del Niño Jesús, hijos de Zebedeo y de la santa mujer María Salomé. Se constituye así u n a . iconografía completamente nueva, multiplicando las escenas infantiles y dedicándose a reunir en los mismos grupos todos estos niños santos, con sus madres o sin ellas. Esta iconografía, que en general remonta al siglo xiv, coin cide con una abundancia de historias de niños en las leyendas y cuentos devotos, como las de los Miracles Notre-Dame. Se mantiene dicha iconografía hasta el siglo xvii y se la puede seguir a través de la pintura, la tapicería y la escultura. Ten dremos ocasión de volver a este tema cuando tratemos de las devociones.de la infancia. ■Durante los siglos xv y xvi, de esta iconografía religiosa de la infancia se desprenderá finalmente una iconografía laica. No se trata aún de la representación del niño solo. La escena de costumbres se desarrolla mediante la transformación de la iconografía alegórica convencional, inspirada en la concepción clásico-medieval de la naturaleza: edades de la vida, estaciones del año, sentidos, elementos. Las escenas de costumbres, las anécdotas, reemplazan a las representaciones estáticas de per sonajes simbólicos. Más adelante trataremos detenidamente "de esta evolución16. Retengamos por el momento que el niño se convierte en uno de los personajes más frecuentes de estás historietas, el niño en la familia, el niño y sus compañeros de juegos, que son frecuentemente adultos, niños entre la multi tud, pero bien «compaginados», en los brazos de su madre, o sujetos por su mano, o jugando, o a veces orinando; el niño
en medio de la multitud asistiendo a los milagros, a los mar tirios, escuchando las predicaciones, siguiendo los ritos litúr gicos como las presentaciones o las circuncisiones; o el niño aprendiz de orfebrería, de pintura, etc.; o, finalmente, el niño en la escuela, tema frecuente y antiguo, que remonta al siglo xiv y que no dejará de inspirar las escenas de costumbres hasta el siglo xix. No nos engañemos, una vez más: esas escenas de costum bres no se refieren en general a la ■descripción exclusiva de la infancia, sino que frecuentemente aparecen niños entre sus protagonistas principales o secundarios. Esto nos sugiere dos ideas: en primer lugar, los niños estaban junto con los adultos en la vida cotidiana, y cualquier agrupación de trabajo, de di versión o de juego reunía simultáneamente a niños y adultos; por otro lado, la gente se interesaba particularmente en la re presentación de la infancia por su aspecto gracioso o pinto resco (el gusto por lo pintoresco anecdótico se desarrolló du rante los siglos XV y xvi y coincidió con el sentimiento de la infancia graciosa), y a todos les agradaba notar la presencia del niño en el grupo y entre la multitud. Dos ideas, una de las cuales «nos parece arcaica; hoy en día tenemos tendencia (y se tenía hacia finales del siglo xix) a separar el mundo de los niños del de los adultos; mientras que la otra idea anuncia el sentimiento moderno de la infancia.
Si bien el origen de los temas del ángel, de las santas in fancias y de su desarrollo iconográfico posterior remonta al siglo xm , en el siglo xv surgen dos nuevos tipos de represen tación de la infancia: el retrato y el putto. El niño, como hemos visto, no está ausente de la Edad Media, por lo menos a partir del siglo xili; sin embargo, no constituye nunca el retrato de un niño real, tal como era en un momento dado de su vida. En las efigies funerarias, cuya descripción nos ha sido con servada por la colección Gaigniéres 17, el niño aparece muy tarde, en el siglo xvi. Lo curioso es que aparece primeramen te, no en la tumba del niño o de sus padres, sino en la de sus profesores. En la sepultura de los maestros de Bolonia 17 G aigniéres, Les Tom beaux.
se ha evocado la lección del profesor en medio dé sus alum nos 1S, En 1378, el cardenal de La Grange, obispo de Amiens, hacía figurar a los dos príncipes ■de quienes él había sido' tutor, de diez y siete años, respectivamente, en un «hermoso pilar» de su catedral13. A nadie se le ocurría conservar la imagen de un niño, tanto si había vivido y se había hecho hombre, como si se había muerto en la primera infancia. En el primer caso, la infancia no era más que un pasaje sin importancia, que no era necesario grabar. en la memoria; en el segundo caso, si el niño moría, nadie pensaba que esta co sita que desaparecía tan pronto fuera digna de recordar: había tantos de estos seres cuya supervivencia era .tan problemática... El sentimiento que ha persistido muy arraigado durante largo tiempo era el que se engendraban muchos niños para conservar sólo algunos. Aún en el siglo xvn, en la alcoba del parto se oye, en medio del comadreo, la voz de .una vecina, esposa de un relator del Consejo de Estado, que calma la inquietud de la parturienta., madre de cinco «pillos», con estas palabras: «Antes que puedan causarte muchos sufrimientos, habrás per dido la mitad, si no todos.» ¡Extraña 'consolación! 20. La gente no podía apegarse demasiado a lo que se consideraba como'un eventual desecho. Ello explica las frases que chocan con nuestra sensibilidad contemporánea, como las de Montaigne: «He per dido dos o tres hijos que se criaban fuera, no sin dolor, pero sin enfado»2t, o la de Moliere, a propósito de la Louíson de Le Malade imaginaire: «La pequeña no cuenta.» La opinión general no debía, como Montaigne, «reconocerles ni movimiento en el alma, ni forma reconocible al cuerpo». Madame de Sévigné relata sin ninguna sorpresa22 una frase parecida de Ma dame de Coetquen, cuando ésta se desmayó al conocer la noticia de la muerte de su hijita: «Está muy afligida y dice que nunca tendrá otra tan bonita.» Nadie pensaba que este niño contenía ya toda su persona de hombre, como creemos corrientemente hoy día. Morían de18 G. Z a c c a g n i n i , La vita dei maestri e degli scolari nello studio di Bologna, Ginebra, 1926, láms. IX, X ,.. 19 Antes, ias representaciones de los niños sobre las tum bas eran ex cepcionales. 23 Le Caquet de Vaccouchée, 1622. 21 M ontaigne , Essais, II, 8. 22 Mine, de S évigné, Lettres, 19 de agosto de 1671.
masiados: «Todos se me mueren cuando todavía están con la nodriza», decía Montaigne, Esta indiferencia era una consecuen cia directase inevitable de la demografía de la época, y persistió, en el mundo rural, hasta el siglo xix, en la medida en que era compatible con el cristianismo que respetaba el alma inmortal del niño bautizado. Se dice que en el País Vasco se conservó durante mucho tiempo la costumbre de enterrar al niño muerto sin bautismo en la casa, en el umbral o en el huerto. Quizá ello signifique la supervivencia de ritos antiquísimos, de ofrendas sacrificiales. O más bien, ¿no se enterraba al niño muerto en su tierna infancia en cualquier lugar, de la misma manera que hoy día se entierra a un animal doméstico, un gato o un perro? Era tan poquita cosa., estaba tan mal preparado para la vida, que nadie temía que después de su muerte pudiera volver para importunar a los vivos. En el grabado preliminar de la Tabula Cebetis23, Merian ha colocado a los niños en una especie de zona marginal, entre la tierra de donde salen y la vida donde todavía no han penetrado y de la que les separa un pórtico con la siguiente inscripción: Introitus ad vitam. ¿No hablamos nosotros hoy día de entrar en la vida en el sentido de salir de la infancia? Este sentimiento de indiferencia respecto a una infancia demasiado frágil, en la que las pérdidas son muy nu merosas, no está tan alejada, en el fondo, de la insensibilidad de las sociedades romana o china que practicaban el abandono de los niños. Podemos entender así el abismo que separa nuestra concepción de la infancia de la de la época anterior a la revo lución demográfica o a sus pródromos. No debe sorprendernos esta insensibilidad, que es muy natural en las condiciones de mográficas de entonces. En cambio, lo que debe asombramos es la precocidad del sentimiento de la infancia, cuando las condiciones demográficas le seguían siendo poco favorables. Desde el punto de vista estadístico, objetivo, ese sentimiento debería haber surgido mucho más tarde. Valga aún la afición por lo pintoresco y lo amable de ese pequeño ser, el sentimiento de la infancia graciosa que se divierte de las gracias e inge nuidades de la primera infancia: «necedades pueriles» con las cuales nosotros, los adultos, nos divertimos «como pasatiempo, al igual que los monos» 34. Ese sentimiento podía acomodarse 23 M erian , Tabula Cebetis, 1655, ver R. Lebégue, «Le Peintre Varin» y «Le Tableau de Cebes», en A rts, 1952, pp. 167-171. 24 M o n ta ig n e , Essais, II, 8.
con la indiferencia respecto a la personalidad esencial y defi nitiva del niño: el alma inmortal. La nueva afición por el re trato indica que los niños salen del anonimato en el que les mantiene su frágil probabilidad de sobrevivir. Es extraordinario, en efecto, el que en una época de despilfarro demográfico se haya sentido el deseo de fijar, para conservar su recuerdo, los rasgos de un niño que sobrevivirá a los de un niño muerto. El retrato del niño muerto, en particular, prueba que ya no se considera a este niño como una pérdida inevitable. ■Esta actitud mental no elimina el sentimiento contrario, él de Montaigne, los cotorreos alrededor.de la parturienta, el de Moliere: ambos coexistirán hasta el siglo xviii. La idea de despilfarro necesario desaparecerá únicamente en el siglo x v i i i , con el nacimiento del maltusianismo y la extensión de las prácticas anticoncep tivas. La aparición del retrato del niño muerto en el siglo xvi marca, pues, un momento sumamente importante en la historia de los sentimientos. Ese retrato será primeramente una efigie funeraria. Al principio no se representará al niño solo, sino en la tumba de sus padres. Las relaciones de Gaigniéres25 muestran al niño al lado de su madre y muy pequeño, o tam bién a los pies de los yacentes. Todas esas tumbas son del siglo xvi: 1503» 1530, 1560. Entre esas tumbas tan singulares de la abadía de Westminster se observa la de la marquesa de Winchester, muerta en 1586 36. La marquesa está figurada por una estatua yacente de tamaño natural. En la parte frontal de su tumba aparecen, en modelo reducido y en posición arrodi llada, su esposo el marqués y la minúscula tumba de un niño muerto. Asimismo en Westminster, el conde y la condesa de Shrewsbury están representados en una tumba de 1615-1620, en forma de estatuías yacentes: su hija pequeña está arrodi llada a sus pies, con las manos juntas. Notemos que los niños que rodean a los difuntos no siempre están muertos: es'toda la familia la que se reúne alrededor de sus jefes, como si fuera el momento de recoger su último suspiro. Pero al lado de los niños todavía vivos se ha representado a los que estaban ya muertos; un signo los distingue, estos últimos son más pequeños y tienen una cruz en la mano (tumba de John Coke en Halkham, 1639), o una cabeza de muerto: en la sepultura de Cope 25 G A iG N ife R E S , T o m b e a u x .
76 Fr. B o n d , W estm inster A bbey, L ondres, 1909.
d'Ayley en Hambledone (1633) hay cuatro muchachos y cuatro muchachas rodeando a los difuntos, un chico y una chica tienen en la mano una cabeza de muerto. En Toulouse existe, en el museo de los Agustinos, un tríptico muy curioso que proviene del gabinete de Du M ége27. Sus paneles llevan una fecha inscrita: 1610. A ambos lados de un Descendimiento, se hallan los donantes arrodillados, el marido y la mujer, con su edad: ambos tienen sesenta y tres años. Al lado del hombre se ve a un niño vestido con el traje que usaban los niños menores de cinco años en esa época: el vestido y el delantal de niña23 y un gorro grande con penacho de plumas. El niño está vestido de colores vivos y lujosos, de verde reca mado de oro, que acentúan la severidad de los trajes negros de los donantes. Esta mujer de sesenta y tres años no puede tener un hijo de cinco años. Se trata, pues, de un niño muerto, quizás hijo único recordado aún por la pareja, y a quien desearon tener a su lado, vestido con sus mejores atavíos. Durante el siglo xvi había la costumbre piadosa de donar a las iglesias un cuadro o una vidriera en los cuales el donante se mandaba representar con toda su familia. En las iglesias alemana^ pueden verse aún, colgados de las paredes, numerosos cuadros de esa clase que son retratos de familia. En uno de ellos, de^la segunda mitad del siglo xvi, que se halla en la iglesia de San Sebastián de Nuremberg, se puede apreciar al padre, a dos hijos ya mayores situados detrás de él, y a seis muchachos amontonados en una masa mal diferenciada, que se esconden los unos detrás de los otros, por lo que algunos son apenas visibles. ¿No se tratará de los hijos muertos? Un cuadro semejante, de 1560, conservado en el museo de Bregenz, tiene inscritas, en las banderolas, las edades de los hijos: tres niños de uno, dos y tres años, respectivamente, y cinco niñas de uno, dos, tres, cuatro y cinco años. Ahora bien, la mayor, de cinco años, tiene la misma estatura y el mismo traje que la menor, de un año. Se la ha incluido en la escena familiar, como si hubiera vivido, pero se la figura a la edad en que murió. Esas pinturas de familias así alineadas son obras ingenuas, torpes, monótonas, sin estilo: sus autores, así como sus modelos, 77 M useo de los A gustinos, n.° 465 del catálogo. Las hojas tienen la fecha de 1610. 23 V an Dyck, K. der K ., lám . CCXIV.
permanecen desconocidos u oscuros. Ocurre lo contrario cuando el donante ha acudido a un pintor de renombre: los historiado res del arte, en este caso, han efectuado las investigaciones necesarias para la identificación de los personajes de un lienzo célebre. Tal es el caso de la familia de ■Meyer que Holbein figuró, en 1526, al pie de la Virgen. Sabemos que tres de los seis personajes de la composición estaban ya muertos en 1526: la primera esposa de Jacob Meyer y sus dos hijos, el uno muerto a los diez años, y el otro más joven, representado desnudo. Se trata seguramente de una costumbre que se ha genera lizado en el siglo xvi y hasta mediados del siglo xvn: el museo de Versalles conserva un cuadro de Nocret donde figuran las familias de Luis XIV y de su hermano. El lienzo es célebre porque el rey y los príncipes están medio desnudos — al menos los hombres— como los dioses del Olimpo. Observemos un detalle: al píe de Luis XIV, ocupando una posición importante, Nocret ha trazado un cuadro que encierra en su marco a dos niñitos, muertos de tierna edad. El niño comienza, pues, a aparecer al lado de sus padres en los retratos de familia. Los dibujos de Gaigniéres dan a conocer sepulturas con efigies de niños solos: desde finales del siglo xvi, una es de 1584, la otra de 1608. El niño está representado con el traje propio de su edad, el vestido y el gorro, como el del Descendimiento de Toulouse. Cuando Jacobo I perdió en dos años, 1606 y 1607, a dos hijas, una de tres días y otra de dos años, las hizo repre sentar en sus tumbas de Westminster con sus atavíos, y quiso que la menor reposara en una cuna de alabastro en la que todos los accesorios fueran reproducidos fielmente para dar la sensación de realidad: los encajes de los pañales y del gorro. Una inscripción indica el sentimiento piadoso que daba a esta niña de tres días una personalidad definitiva: Rosula Regia prae-propero Fato decerpta, parentibus erepta, ut in Christi Ro sario reflorescat. Aparte de las efigies funerarias, los retratos de niños aisla dos de sus padres son escasas hasta finales del siglo xvi: el delfín Charles Orlando del Maestro de Moulins es otro testimonio del afecto por los niños muertos de tierna edad. En cambio, a co mienzos del siglo xvn se vuelven numerosos; se observa que ha arraigado la costumbre de conservar, gracias al arte del pintor, el aspecto fugaz de la infancia. En los retratos se separa al niño de la familia, así como un siglo antes, a principios del siglo xy i ,
la familia se había separado de la parte religiosa del cuadro de los donantes. En lo sucesivo, se representa al niño solo y por sí mismo: ésta es la gran novedad del siglo x v i i . El niño será uno de sus modelos favoritos. Abundan los ejemplos entre los pintores ilustres como Rubens, Van Dyck, Franz Hals, Le Nain, Ph. de Champaigne. Unos representan a los principios, como los hijos de Carlos I, por Van Dyck, o los de Jacobo II, por Largilliere; otros pintan a los hijos de grandes señores, como los tres niños por Van Dyck, el mayor de los cuales lleva la espada; otros, a los hijos de los burgueses acaudalados, como los de Le Nain o' de Ph. de -Champaigne, A veces, una inscrip ción indica el nombre y la edad como era costumbre antigua mente entre las personas mayores. En unos casos, el niño está solo (Grennoble, Ph. de Champaigne); en otros, el pintor agrupa a varios niños de una misma familia. Se trata de un estilo de retrato banal, repetido por numerosos pintores anónimos, que se encuentra frecuentemente en los museos de provincia o en las tiendas de antigüedades. Cada familia deseaba poseer los retratos de sus hijos cuando éstos eran todavía niños. Esta costumbre nace en el siglo x v i i y no cesará aunque en el si glo xix la, fotografía haya reemplazado a la pintura: el senti miento no ha cambiado. Antes de terminar con el retrato, conviene mencionar las representaciones de niños en los exvotos que comienzan a des cubrirse en algunas partes: existen en el museo de la Catedral de Le Puy, y la exposición del siglo xvn, organizada en 1958, dio a conocer a un sorprendente niño enfermo, que debe ser igualmente un exvoto. De esta manera, aunque las condiciones demográficas no se hayan transformado mucho desde el siglo xm al xvii, y 'aun que la mortalidad infantil se haya mantenido a un nivel muy elevado, aparece una nueva sensibilidad que otorga a esos seres frágiles y amenazados una particularidad que se ignoraba antes de reconocérsela: parece como si la conciencia común no des cubriese hasta ese momento que el alma del niño también era inmortal. Ciertamente, la importancia dada a la personalidad del niño está relacionada con una cristianización más profunda de las costumbres. Este interés por el niño precede en más de un siglo a la transformación de las condiciones demográficas, que se puede fechar con el descubrimiento de Jenner: las correspondencias
como la del general de Martange 29 muestran que las familias se preocupaban en esa época de hacer vacunar a sus hijos; ese cuidado contra la viruela supone un estado de ánimo que debía al mismo tiempo favorecer otras prácticas de higiene, y permitir un retroceso de la mortalidad, compensado en parte por un con trol cada vez más grande de la natalidad.
Otra representación del niño desconocida de la Edad Media es el putto, el niñito desnudo. Aparece a finales del siglo xiv y, sin duda alguna, reconocemos en él al Eros helenista recupe rado.' El tema del niño desnudo fue acogido inmediatamente con un fervor extraordinario, incluso en Francia donde el italianismo tropezaba con ciertas resistencias autóctonas. El duque de B erry30 poseía, según sus inventarios, un «cuarto de los niños», es decir, una sala decorada de tapices con diseños de niños desnudos. Van Marle se interroga «si a veces los escri bientes de los inventarios no habrán llamado niños a esos ange lotes semipaganos, a esos putti que decoran frecuentemente el follaje de los tapices de la segunda mitad del siglo xv». En el siglo xvi, los putti irrumpirán, como ya se sabe, en la pintura y pasarán a ser un motivo decorativo repetido hasta la saciedad. Ticiano particularmente los ha usado, cuando no abusado de ellos: por ejemplo, en su Triunfo de Venus del Prado. El siglo xvn no parece saciado de su empleo, ya sea en Roma, en Nápoles o en Versalles, donde los putti conservan aún el antiguo nombre de marmosetes. Tampoco se librará la pintura religiosa, gracias a la transformación del ángel-mona guillo medieval en putto. En lo sucesivo, el ángel ya no será (excepto el Angel de la Guarda) ese efebo que se ve aún en los lienzos de Botticelli; se ha convertido, él también, en un amorcillo desnudo, aunque, para satisfacer el pudor postridentino, su desnudez esté disimulada por nubes, vapores o telas. La desnudez del putto se extiende incluso al Niño Jesús y a los otros niños sagrados. Cuando esta desnudez completa repele, se la hace más discreta; se evita el cubrir en exceso al Niño Jesús, o el fajarlo: se le muestra en el momento en que su madre 29 Correspondance inédiíe du general de Martange, ed. Bréard, 1893. 30 V a n M a r le , op. cit., p. 71.
le quita los pañales31, cuando se descubren sus hombros y sus piemecitas. Ha observado P. du Colombier, a propósito de los Lucca della Robbia del Hospital de los Inocentes, que no es' posible representar la infancia sin evocar su desnudez32. Este interés por la desnudez del niño está vinculado, evidentemente, con la afición general por la desnudez al modo clásico, que se extendía incluso al retrato, Pero duró mucho más tiempo e invadió toda la decoración: recuérdese Versalles, o el techo de la villa Borghese a Roma. La afición por el putto correspondía a algo más profundo que la desnudez clásica, y que es preciso atribuir a un amplio movimiento de interés a favor de la in fancia. Al igual que el niño medieval, niño sagrado, alegoría del alma o criatura angelical, el putto no fue en los siglos xv y xvi un niño real, histórico. Ello es tanto más relevante cuanto que el tema del putto nació y se desarrolló al mismo tiempo que los retratos de niño. Mas los niños de los retratos de los si glos xv y xvi no están nunca, o casi nunca, desnudos. O están en pañales, incluso cuando se les representa a r r o d i l l a d o s o llevan puesto el traje propio de su edad y de su condición. Nadie se imaginaba al niño histórico, incluso chiquitín, en la desnudez del niño mitológico y decorativo, y esta distinción ha persistido durante largo tiempo. El último episodio de la iconografía infantil será la aplica ción de la desnudez decorativa del putto al retrato de niño, y hay cjue situarlo igualmente en el siglo x v ii. En el siglo xvi ya se pueden observar algunos retratos de niños desnudos. Pero son poco frecuentes: uno de los más antiguos es quizás el niño muerto de tierna edad de la familia Meyer, por Holbein (1521). No puede uno evitar de pensar en el alma medieval; en una sala del palacio de Innsbruck hay un fresco en el que María Teresa quiso reunir a todos sus hijos: al lado de los vivos, está representada una princesa muerta cuya desnudez está púdica mente recubierta con un paño. En un lienzo de Ticiano de 1571 ó 1575 Felipe II, en un gesto de ofrenda, tiende a la Victoria a su hijo, el infante Fernando> que está completamente desnudo: se parece al putto JI 32 3J 34
B a ld q v in e tti, La Virgen y el N iño Jesús, Louvre, París. P. du C o lo m b ie r, op. cit. La Virgen en el Trono, retrato presunto de Beatriz d'Este, 1496. Glorificación de la victoria de Lepanto, Museo del Prado, M adrid.
tan familiar en Ticiano y parece que encuentra la situación muy divertida; los putti frecuentemente están representados du rante sus juegos. En 1560, el Veronés pintaba, según la costumbre, ante la Virgen y el Niño, a la familia Cucina-Fiaccó reunida: tres hom bres, uno de los cuales era el padre, una mujer —la madre— y seis niños. En el borde derecho del cuadro se ve a una mujer medio cortada por el marco y que lleva en sus brazos a un niño desnudo, de la misma manera que la Virgen sostiene al Niño, semejanza acentuada por el ..hecho de que la mujer no lleva el traje propio de su época. No se trata de la madre, ya que está un poco apartada de la escena. Es acaso ¿el ama de cría del último hijo35? Una pintura del holandés P. Aertsen, de mediados del siglo xvi, representa a una.familia: el padre, un niño de cinco años aproximadamente, una.niña de cuatro y la madre, que está sentada y tiene en sus rodillas a un niñito desnudo 36. Existen, sin duda alguna, otros casos que una investigación más detenida nos revelaría; sin embargo, no son demasiado nu merosos como para crear una afición común y trivial. En el siglo x v i i , los ejemplos se vuelven más numerosos' y más característicos del sentimiento de la infancia: la Heléne Fourmant de Munich que lleva en sus brazos a su hijo comple tamente desnudo, el cual se distingue del putto banal por el parecido con su madre ante todo, pero también por un gorro de plumas, como usaban entonces los niños. El último hijo de Carlos I, por Van Dyck, de 1637, está al lado de sus hermanas y hermanos, desnudo, medio envuelto por la tela sobre la que está recostado. «Cuando Le Brun representa en 1647 al banquero y colec cionista Jabach en su casa de la calle Saint-Mem —afirma L. H autcoeur37— , nos muestra a este hombre poderoso, vestido sin pompa, con las calzas mal estiradas, que comenta a su mujer y a su hijo su última adquisición..., los otros hijos también están ahí: el menor, desnudo como un Niño Jesús, descansa en un cojín, y una de sus hermanitas juega con él.» Este peque ño Jabach tiene más que los niños desnudos de Holbein, el 35 36 1952, 37
Pinacoteca de Dresde, cuadro reproducido en este libro. R eproducido en H. G e r s o n , De nederlandse Shilderkunst, 2 vols., tomo I, p, 145. L. H a u t e c o e u r , Les Peintres de la vie jamiliale, 1945, p. 40.
Veronés, Ticiano o Van Dyck, e incluso Rubens, exactamente la postura del bebé moderno ante el objetivo de los fotógrafos artísticos. En lo sucesivo, la desnudez del niñito pasa a ser un convencionalismo en ese género y todos los niñitos a quienes siempre se vestía ceremoniosamente en la época de Le Nain y Ph. de Champaigne, serán representados desnudos. Vemos ese convencionalismo tanto en Largilliére, pintor de la alta burgue sía, como en Mignard, pintor de cámara: el último hijo del Gran Delfín, por Mignard (Louvre) está desnudo en un cojín al lado de su madre, como el pequeño Jabach. Unas veces el niño está, completamente desnudo, como en el retrato del conde de Toulouse, por Mignard33, envuelto apenas con el rizo de una cinta desenrrollada, como el niño de Larguilliére39, que sujeta un hocino; otras, el niño está vestido, no con un traje verdadero como los que se usaban entonces, sino con un batín que no cubre toda la desnudez y que la deja ver voluntariamente: por ejemplo, los retratos infantiles por Belle, en los que las piernas y los pies aparecen desnudos, o el duque de Bourgogne, por Mignard, vestido únicamente con una camisa fina. Resulta ocioso buscar más ejemplos de este tema, que se vuelve convencional. Lo veremos en su etapa final en los álbu mes de familia, en los escaparates de los «fotógrafos de arte» de antaño: bebés que muestran sus nalguitas únicamente para la fotografía, pues estaban cuidadosamente cubiertos, envueltos en pañales y bragas, niñitos, niñitas a quienes se vestía para la circunstancia únicamente con una bonita camisa transparente. No había niño de quien no se conservara su imagen desnuda, desnudez directamente heredada de los putti del Renacimiento. Persistencia singular en el gusto colectivo, tanto burgués como popular, de un tema que fue al principio decorativo; el Eros antiguo, rescatado en el siglo xv, sirve aún como modelo de los «retratos de arte» del siglo xix y del siglo xx.
El lector de estas páginas no habrá dejado de observar la importancia del siglo x v ii e n l a evolución de los temas relativos a la primera infancia. Los retratos de niños solos se vuelven 38 Museo de Versalles. 39 R o u c h e s , «Larguilliére, peintre d'enfants», Revue de iA r t anden et moderne, 1923, p. 253.
numerosos y triviales durante éste siglo. Fue igualmente en el siglo xvn cuando los retratos de familia de épocas anteriores tendieron a organizarse en torno al niño, que se convirtió en el centro de la composición. Esta concentración alrededor del niño es particularmente sorprendente en el cuadro de esa familia por Rubens * en el que la madre sostiene al niño por un hombro, mientras que el padre le da la mano. En los retratos de Frans Hals, Van Dyck, o Lebrun, los niños se besan, se abrazan y animan los grupos serios de adultos con sus juegos o su ternura. El pintor barroco cuenta con ellos para dar al retrato de grupo el dinamismo que le faltaba. Asimismo en el siglo xvn, la esce na de costumbres reservará a la infancia un lugar privilegiado: se aprecian innumerables escenas de infancia de carácter con vencional, la lección de lectura (donde subsiste, laicizándose, el tema de la lección de la Virgen de la iconografía religiosa de los siglos xiv y xv), la lección de música, niños y niñas leyendo, dibujando, jugando. Interminable tarea sería el enume rar todos estos temas que abundan en la pintura, especialmente en la primera mitad del siglo, y después en el grabado. Por último, como hemos visto, la desnudez se vuelve un convencio nalismo riguroso del retrato de niño en la segunda mitad del siglo xvn. El descubrimiento de la infancia comienza en el siglo x v m , y podemos seguir sus pasos en la historia del arte y en la iconografía durante los siglos xv y xvi. No obstante, los testimonios se vuelven particularmente numerosos y signifi cativos a fines del siglo xvi y durante el siglo xvii. Esta opinión la confirma el interés manifestado en ese mo mento por los niñitos, sus maneras, su «jerga». Ya indicamos en el capítulo precedente que se les dieron entonces nombres nuevos:* bambin (nene), pitchoun (chaval), fanjan (chiquillo). La gente se distraía también destacando sus expresiones, em pleando su vocabulario; es decir, el que empleaban las nodrizas con los niños, Es muy raro que la literatura, incluso la literatura más conocida conserve las huellas de la jerga del niño. ¿Se sorprenderá uno de encontrarlas en la Divina Comedia41? «Qué gloria tendrás de más si te despojas de tu carne avejentada, que si hubieras muerto antes de terminar de decir pappo y dindi, antes de que pasen mil años.» Pappo es el pan. El vocablo existía en el francés contemporáneo de Dante: le papin. Se halla 40 H acia 1609. Karlsruhe, Rubens, p. 34. 4! Purgatorio, X I, 103-105.
igualmente en uno de los -Miracles Notre-Dame; el del «niñito que da de "comer a la imagen de Jesús que sostiene Nuestra Señora». «Si lui a mis le p a p in sur la bouche en dísant: papez, beau doubc enfes, s’il vous plaist. Lors papa il ung petit de ce papin: papez enfes, dis le clergeon, si D ieu t'ayde. Je yoys que tu meurs de faim . Papine en peu de m on gastel ou de m a fouace» *.
No obstante, podemos preguntamos: este término, papin, ¿está realmente reservado a la infancia, o pertenece quizás a la lengua familiar usada cotidianamente? Sea lo que fuere, los Miracles Notre-Dame, como otros textos del siglo xiv, atesti guan un interés real por la infancia en su estado natural. Desde luego, las alusiones a la jerga infantil sean excepcionales antes del siglo x v i i . Abundan en el siglo x v i i i . Veamos algunos ejem plos. Las leyendas de una colección de grabados de Bouzonnet y Stella, de 1657 42. Esta colección contiene una serie de láminas grabadas que representan los juegos de los putti. Los dibujos no tienen ninguna originalidad, pero los textos, en pésimos versos de copla de ciego, se refieren a la jerga de la niñez, e igual mente al argot de los jóvenes colegiales, pues los límites de la tierna infancia continúan siendo sumamente imprecisos. Los putti juegan con los caballos de madera: el título de la lámina es Le Dada. , Des p u tti jouent aux dés, l’un est hors du jeu: Et l ’auíre, s'en voyant exclu (du jeu) Avec son tou to u se consolé **.
En los siglos xiv y xv ha debido dejar de usarse el vocablo papin, por lo menos en el francés infantil y burgués, quizás porque no era propio de la niñez. Surgen otras palabras sim plonas que continúan utilizándose hoy en día: el toutou (perro), el dada (caballito). . Además de esta jerga de nodriza, los putti hablan también * [Le ha puesto el pan en la -boca diciendo: come, dulce niño lindo, por favor. Entonces el niño com ió un trocito de ese pan: com e, niño, dijo el m onaguillo, y que D ios te ayude. Veo que te estás m uriendo de hambre. Come un trocito de m i pastel y de mi torta.»] 42 Cíaudine B o u z o n n e t , ¡eu x de Venjance, 1657 (según Stella). ** [Unos p u tti juegan a los dados, uno de ellos está fu era del juego: / y el otro, viéndose excluido / se consuela con su toutou (perro).]
el argot escolástico o el de las academias militares. El juego del trineo: Ce populo, comme un César Se faít íratner dedans son char *.
Un niño jugador llama la atención por su listeza: «Ese cadet (menor) parece aventurado». Cadet: término de la Academia donde los hidalgos aprendían, a principios del siglo xvn, el ma nejo de las armas, la equitación y el arte de la guerra. El término ha. persistido en la expresión: escuela de cadetes. En 'el juego de pelota: Aynsi nuds, legers et dispos, Les enfans, dés.qu'ils ont campos V ont s'escrim er de la raquette **.
Tener campos es una expresión de academia, un término militar que significa: obtener iin permiso.’Este vocablo es fre cuente en la lengua familiar y es utilizado por Madame de Sévigné. En el baño: mientras unos nadan: La plupart boivent sans m anger A la santé des camarades ***.
Camarades (camaradas): el término que también parece nue vo o de finales del siglo xvi, debía de ser de origen militar (¿pro cedía de los alemanes, de los mercenarios de habla alemana?) y pasó por las Academias. Continuará, por lo demás, reservado más bien a la lengua familiar burguesa. Aún hoy día el habla popular no lo utiliza y prefiere emplear una palabra más antigua, copain, el compaing medieval. Mas volvamos a la jerga de la primera infancia. En Le Pédant joué, de Cyrano de Bergerac, Granger llama a su hijo toutou (perro, guauguau): «Ven a darme un beso, ven, mi toutou». El vocablo bonbon (caramelo) que creo pertenece a la jerga de las nodrizas, entra e n ' las costumbres, así como la expresión «beau comme un ange» (más hermoso que un ángel», o «pas plus grand que cela» (no es más grande que eso), que emplea Madame de Sévigné. * (Esta gente, como un César, / se hace rem olcar en su carro.] ** [Así desnudos, ligeros y despiertos, / los niños, en cuanto tienen tiem po libre, / van a jugar a la raqueta.] *** [La m ayoría bebe sin comer, / a la salud de los camaradas.]
Madame de Sévigné se las ingenia para tomar nota de todo lo que dice su nieta, que ella cuida, hasta las onomatopeyas del niño que no habla todavía, para contárselas a Madame de Grignan, que estaba en Provenza: «la niña habla de manera muy divertida: titota, tetita y totata» 's3. Ya a comienzos del siglo xvn, Heroard, médico de Louis XIII, anota cuidadosamente en su diario las ingenuidades de su alum no, su tartamudeo, su manera de decir vela, équivez... Cuando describe a su nieta, sa petite mis_ (su amiguita), ses petites entrailles (niña de sus entrañas), Madame de Sévigné narra escenas de costumbres parecidas a las de Le Nain, de Bosse, y además con la gracia de los grabadores de finales del siglo y de los artistas del xvm.-«Nuestra hija es una pequeña beldad morena, muy bonita, ahí está, me besa de mala gana, pero no grita nunca.» «Me abraza, me reconoce, me sonríe, me llama Mamá a secas» (y no abuelita). «Yo la quiero mucho. La he mandado cortar el pelo- y ahora está peinada de forma extravagante, pero este peinado le va muy bien. Su tez, su cuello y su cuerpecito son admirables. Hace muchas cositas, acaricia, pega, se persigna, pide perdón, hace la reverencia, besa la mano, se encoge de hombros, baila, adula, se coge la barbilla: en una pálabra, es agradable en todo. Yo me divierto con ella horas enteras» 44. Muchas madres y nodrizas ya habían sentido lo mismo.,Ninguna, sin embargo, había admitido que estos sen timientos fuesen dignos de expresarse de una forma tan ambi ciosa. Esas escenas literarias de infancia corresponden a las de la pintura y del grabado de costumbres contemporáneas: descu brimiento de la niñez,- de su cuerpo, de sus modales y de su farfulla.
43 Mme. D ? S é v i g n é , Lettres, 8 de enero de 1672, 44 18 de septiembre de 1671, 22 de diciembre de 1671 y 20 de mayo de 1672.
CAPÍTULO III
LA INDUMENTARIA INFANTIL
La indiferencia existente hasta el siglo x m —cuando no se trataba de l*a Virgen Niña— por los caracteres propios de la infancia no aparece solamente en el mundo de las imágenes: el traje desmuestra, en la vida real, lo poco particularizada que estaba la infancia en esa época. Desde que el niño dejaba de usar los pañales, es decir, la faja de lienzo que se ceñía a su cuerpo, se le vestía como a los demás hombres y mujeres de su con dición. Nosotros., que hemos usado tanto tiempo los pantalones cortos, símbolo vergonzoso, en un futuro próximo, de una in fancia retrasada, nos imaginamos difícilmente esta mezcla. En mi generación, nos quitábamos los pantalones cortos al finalizar el penúltimo año de bachillerato, como resultado, además, de presiones ejercidas sobre padres recalcitrantes: a mí me reco mendaban tener paciencia, citándome el caso de un tío suyo ge neral que se había presentado al ingreso en la Escuela Politécni ca con pantalones cortos... Hoy, la adolescencia ha triunfado en todos los sentidos y el traje deportivo, adoptado a la vez por los adolescentes y por los niños, tiende a sustituir a los signos vestimentarios propios de la infancia del siglo xix y de principios del xx. Sea lo que fuere, así como en la época de 1900-1920 se prolongaban hasta muy tarde en el adolescente las particularida des del traje propio de la infancia, en la Edad Media se vestía indiferentemente todas las clases de edad, preocupándose única mente de mantener visibles los grados de la jerarquía social mediante el traje. Nada en ese traje separaba al niño del adulto.
Es imposible imaginar actitudes más distintas respecto a la in fancia. Durante el siglo xvii, sin embargo, el niño (al menos el niño rico, noble y burgués), ya no está vestido como las personas adultas. He aquí el hecho esencial: el niño posee en lo sucesivo un traje reservado a su edad, que lo separa de los adultos. Esto se observa ya en la primera ojeada que se da a las numerosas representaciones de niños de principios del siglo xvn. Consideremos el hermoso lienzo de Philippe de Champaigne, del Museo de Reins, que agrupa los siete hijos de la familia Habert: el mayor tiene diez años; el menor, ocho meses. Esta pintura es sumamente valiosa para nuestro objetivo, porque el pintor ha consignado la edad precisa de cada uno de sus mode los. El mayor, de diez años, está vestido como un hombrecito, envuelto en su manto: en apariencia pertenece al mundo de los adultos. Aunque no es más que una apariencia, tiene que asistir al colegio (la escolaridad prolonga de esta manera la edad de la infancia), pero no permanecerá quizás mucho más tiempo y abandonará la escuela para juntarse con los hombres, con quienes comparte ya el traje y compartirá en breve la vida en los campos de batalla, en los estudios o en los negocios. Pero los mellizos, cogidos afectuosamente de la mano y por los hom bros, tienen cuatro años y nueve meses, y no están vestidos como los adultos, sino que llevan un' ropaje largo, diferente del vestido de las mujeres, porque está abierto por delante y mien tras el de los niños se cierra con botones, el de las niñas se ata con cordones; se parece a una sotana de eclesiástico. Este mismo vestido lo encontramos en el «cuadro de la vida humana» de Cebes 1.; El chiquitín, mal liberado aún del no-ser, está desnudo; los niños que le siguen están envueltos en pañales. El tercero, que debe tener aproximadamente dos años, y no puede aún tenerse en pie solo, está ya cubierto con un vestido, si bien sabemos que es un niño. El cuarto, a horcajadas sobre su caba llito de madera, lleva el mismo ropaje largo y abotonado por delante como una sotana que vimos en los gemelos de H abert por Ph. de Champaigne. Este ropaje fue usado por los niños peque ños durante todo el siglo xvn. Lo encontramos cubriendo a Luis XIII niño, así como en los niños franceses, ingleses u ho landeses de numerosos retratos, y aún a principios del siglo xvm , 1 Tabula Cebetis, grabado de Merian. Ver LebéGüe, op. cit.
por ejemplo, el del joven de Bethisy2, pintado hacia 1710 por Beile. En este último cuadro, el ropaje del niño ya no está abo tonado por delante, pero sigue siendo diferente del de las niñas y no lleva accesorios de lencería. Este ropaje es unas veces muy sencillo, como el del niño a horcajadas del «cuadro de la vida humana»; otras veces puede ser suntuoso y terminar en una cola, como el del joven duque de Anjou, grabado por Arnoult3. Este ropaje en forma de sotana no era el primer traje del niño cuando se le quitaban los pañales. Volvamos al retrato de los niños Habert. de Ph. de Champaigne. Franpois, que tiene veíntrés meses, y el benjamín, de ocho, están vestidos los dos exactamente como su hermana, es decir, como mujercitas: falda, vestido y delantal. Este es el traje de los niños más pequeños: durante el siglo xvi, la, gente acostumbraba vestirlos como a las niñas, quienes, por lo demás, continuaban usando el vestido de las mujeres adultas. La separación entre niños y adultos no existe, aún entre las mujeres. Erasmo,. en la Jnstitutio christiani matrimonii (1526) .nos' da una .descripción..de este. traje, que su editor francés de^ 1714 traduce sin dificultad, como algo que subsistía en su. época: ,«Se les-pone-además <[a los niños] úna camisilla,,.medias. bien. calientes, u n ,faldón: grueso' y ■e l' vestido de: encima que’ recarga los hombros y las caderas con una gran cantidad de telas y de pliegues, y se les, hace creer que todos estos avíos . les sientan, maravillosamente.. Erasmo.;denunciaba esta nueva, moda .y preconizaba una mayor libertad para los cuerpecitos ;de los chiquitines; pero su opinión po prevaleció sóbrenlas costumbres y . hubo de esperarse .hasta fines • d e l. si glo . x v i i i para que el traje del ¡niño se /tornara más flexible, más.¡suelto. y más confortable. ... U na'pintura de Rubens 5,, nos muestra un traje de niño aún parecido a l’de Erasmo: el vestido abierto que deja ver el faldón_ppr debajo.-. Cuando eLniño co mienza a andar, se le sostiene con unos tirantes que colgabán por detrás, y que en esa,época se .llamaban,andadores.. En, el diario, de Heroard, que nos permite .seguirá día a día la infancia 2 Museo de Versalles, Catherine de B ethisy y su hermano. 3 A rnoult, Et duque de Anjou niño. Grabado:. Gabinete de Estampas, B. N.' París, in f,°; Ed 101, t. 1/ f.° 51, R eproducido en este libro. 4 E r a s m e , Le Mariage chrétien,' traducción francesa de 1714. 5 D ibujo. Louvre, París, reproducido en A. M ic k e l, Histoire . de VArt, V I, p. 301, fig. 194. - /
de Luís xiii, podemos leer,' el 28 de junio de 1602 (Luís XIII tenía nueve'meses), lo siguiente: «Se le han puesto andaderas a su vestido para que aprenda a andar»6. Al mismo Luis XIII no le gustaba que su hermana llevara un vestido semejante al suyo:' «Cuando llega la-señorita; celoso porque llevaba un ves tido como el suyo, la mandó salir.» Mientras que los niños usa sen ese traje femenino, se decía"'de'ellos que «llevaban'todavía babero»'Yó la ?.'■»Este “período duraba hasta-los'cuatro o cinco años. Jean Rou-(nacido en :1638) cuenta en sus memorias que él tuvo una infancia precoz y que le enviaron al colegio de Harcourt, .acompañado 'de¿una--sirvienta! «Cuando llevaba.-: aun babero, es decir,'cuando todavía no usaba el vestido largo con cuello que precedía : la .indumentaria “de las calzas atacadas», «yo era. el único, ataviado de^la. manera que acabo.de describir [es decir, vestido de chica],'de modo que constituía una espe cie de nuevo fenómeno en eselugar, ya que allí nunca había aparecido nadie de esa guisa». El cuello del vestido era un cuello de-hombre. La costumbre impuso en. lo sucesivo normas para el vestido de los niños, según su edad: el babero y el vestido de niñas, después este «vestido largo con cuello», que se denomi naba también chaqueta (jaquette). El reglamento de una escuela infantil o escuela parroquial/'de 16548, prescribe que los domin gos se conduzca a los niños a la iglesia para que asistan" a misá después de la instrucción religiosa: se prohibía juntar a los pe queños con los mayores, es decir,' los vestidos de corto con los de largo, y se colocará a «los pequeños de chaqueta con sus semejantes». El diario de la infancia de Luis XIII que Heroard escribía cada día muestra la seriedad con la que en lo sucesivo set tra taba el traje del niño, el cual evidenciaba las etapas del creci miento que transformaba al mño en hombre. Esas etapas, antes inadvertidas, se volvieron una especie de ritos que había que respetar, los cuales anotaba Heroard cuidadosamente como algo importante* El 17 de julio. de 1602, se colocan andadores en el vestido del Delfín. Los .usaría durante más de dos años: a 6 Journal d ’Heroard, 2 yoIs., 1868.
p u b lic a d o
por
E.
S o u lié
y E. de barmeiemy,
7 M é m o ir e s d e J e a n R o u 16 38 -17 11 publicadas por F . V /addm gton, 1857. 8 Escote paroissiale ou la morderé de bien instruiré les enjants dans tes peíites écoles, por ú n cu ra d e ‘u n a parroquia de París, 1654.
los .tres años y.dos meses, se le puso el primer.vestido sin•anda dores. '«El niño está.encantado y se dirige al capitán de la guar dia.» .Tan [Taine, por Capitaine] — notemos esta imitación de la- jerga infantil— .ya no .llevo andadores, . ahora andaré -.solo. Unos meses antes,.ya había.dejado de dormir ..en cuna y lo hacía en-,una,cama: -es. una.etapa... A .lo s , cuatro.;años, el día de su cumpleaños,:llevaba las:calzas .-.bajo su vestido y .un año después abandonó/el ..« g o rro d e v.niño»;-para-usar .el. sombrero ;de -los hombres: Es también una .etapa: •. «En este momento en que os quitan el gorro,- dejáis de: ser- niño/.y .'comenzáis a ser hombre» (7 .de ¿gosto ‘d e '1606). Mas;- seis: días después,-Ma Reina le ¡ordena volverla ponerse el gorro. El 8 de enero de 1607: ^«El niño jpreguritá que cuándo va a usar las calzas atacadas [én lugar del ropaje] i'Madáme' de Montgias ler‘-responde que cuándo1tenga' o ch o ‘años.» " El ‘6 dé junio ‘ele. 1608,'el D elfín'tiene, siente años y ocho meses, Heroard anota con cierta solemnidad: "«Está vestido. con jubón y calzas, abandona la indumentaria de la infancia [es decir, el vestido], y se pone la capa y toma la espada», [como el mayor de los niños ^Habert,..por Ph.i.de. Champaigne]. A veces, sin embargo, se le vuelve a poner el ropaje, como.se le había vuelto a poner el gorro, pero esto a él no le gusta: cuando lleva calzas y ■jubón «$stá. sumamente contento y alegre, y ya no quiere ponerse d e . nuevo su vestido». En esa época, las costumbres relacionadas con el traje no eran únicamente frivolidad. La relación entre el traje y el sentimiento de lo que representa aparece ahí bien marcada; ■ ' En los colegios, los mediopensionistas de Pedagogía usaban el ropón sobre las calzas. "Los Diálogos de Cordier, de finales del siglo xvi, nos describen- el despertar de un pensionista9; «Después de despertarme, me levanté de la cama, me puse mi jubón y mi saya, me senté en una silla, me puse mis cal zas ¿tacadas y mis medias,'luego mis zapatos, sujeté a mi jubón con cordones mis calzas atacadas, até mis medias con ligas por encima de mis rodillas, me puse el cinturón, me peiné, me puse el gorro que yo había arreglado bien, y me puse el ropón»; después, «salí de la habitación.,.». 9 M athurin
C o r d ie r ,
Colloques, 1586.
• En el París de principios del siglo xvn 10¡ "«Imagínense .usté-, des, pues, el ver entrar a Francion en clase, con los calzoncillos saliéndose de sus calzas atacadas y desbordando h asta'la'altu ra de los zapatos, eb ropón to d o . torcido ry la cartera debajo- del brazo tratando de dar un porrazo a una y un papirotazo a otro.» En el siglo xvni, el reglamento «del internado de La- Fleche or~„ denaba que en el equipo de ropa figurase «un ropón de interno» qu e. debía -durar ■dos años “ No hemos . encontrado esta'diferenciación, de. indumentaria entre las niñas. A.éstas/ como antaño a .los chicos, en cuanto se les quitaban :los .pañales/.se .las;vestía.como.mujercitas.-;No;obs tan te, si nos fijamos detenidamente' en:-las/representaciones de niños del siglo xvn, observaremos, que el traje femenino de los niñitos y_.el.de. las niñitasUlevaiun ¿adorno .especial que.no en contramos en. el de las muj eres: ;;dos. cintas anchas que se enla zan sobre el.vestido por. detrás de los hombros, y que cuelgan por . la espalda,. Pueden verse esos, lazos de perfil, en el tercer niño de Habert,.a partir de la izquierda, en el cuarto niño de la Tabula Cebetis (el niño que lleva un ropaje y qúe está jugando con el caballito. de madera), en la niña de diez años de las Escalas .de la Vida, de principios. del siglo xvm , «miseria hu mana o las pasiones del alma en todas sus edades», para limitar nuestros ejemplos a las imágenes ya comentadas en este libro; veremos estos lazos frecuentemente en numerosos .retratos de niños, hasta Lancret y .Boucher. Desaparecerán a fines del si glo xvm , cuando se transforma el traje del niño. Posiblemente uno .de los últimos retratos de. niño adornado con •cintas . en la espalda, es el que la señora Gabrielle Guiard pintó para las señoras Adélaíde y Victoire en .1788“ . Este cuadro representa a la hermana de estas señoras, la señora Infante, muerta hacía unos treinta años. La señora Infante vivió treinta y dos años, No.obstante, Gabrielle Guiard la pintó como si fuera una niña, al lado de su ama de cría, y este interés en conservar el recuerdo de una «mujer de treinta años» retrotrayéndola -a los rasgos de su infancia revela un sentimiento muy nuevo; está niña lleva, de forma muy visible, las cintas a la espalda que estaban de 10 Colegio de Lisieux. G. S o re l» Histoire comique de Francion, p u b li cada por E. Roy, 1926, „ _ .......... 11 C. de R o c h e m o n t e i x , L e Collége H enri IV de La Fléche, 1889. 12 LabHIe Guiard, retrato de M adam e Infante para M esdam es, .1788, M useo de Versalles,
moda aún .hacia': 1730/ pero :ya anticuados .cuando. el retrato' fue pintado Esas cintas en la espalda se convirtieron durante el siglo xvii y principios del siglo x v i i i en- símbolos de la infancia en el traje, tanto' para los ■niñosícomo :para ■las niñas/-Los ^modernistas -han estado también intrigados por este apéndice indumentario reser vado a la infancia; Unos-lo han confundido:con :los «andadores» (tirantes de los niños que comenzaban a andar) 13/-En el pequeño museo ■de -la'' abadía; dé v-Westnúnster, cser han~ expuesto; algunas efigies mortuorias -. de r cera-/.que. representaban-: ai- :muerto, -las cuales "se. ponían-encima-del féretro ■durantédas; ceremonias de los andaba;:el ‘andador14. Este análisis-nos 1ha permitido poner: de. manifiesto las cos tumbres de-la indumentaria propias de la infancia, generalizadas a fines del siglo xvi, y conservadas hasta mediados del siglo xvm . Esas costumbres que distinguen así el traje de los niños del de los adultos, revela un interés nuevo,-. desconocido en la : Edad Media, en separar a los niños, en ponerlos aparte, vestidos de una. especie , de uniforme. Pero, ¿cuál es eL origen de este uni forme infantil? .... :ELvestido.de Ios-niños no es más que el traje largo de-la Edad. Media, de los siglos xii y x m , antes de la revolución que lo reemplazó, en el caso'de los hombres;;por el traje corto, las calzas aparentes,: precursoras 'de .nuestro traje-masculino actual. Hasta el siglo ]xiv, .todo el mundo usaba el ropón o saya,-y la de los hombres no era la misma que la de las mujeres: era frecuentemente una túnica más corta, o bien se abría por delan • 13 Louis X V en 1715 sujeto con «andadores» por Mme. de Ventadour, grabado. G abinete de Estampas, B. N .f París, pet. fol, Ee 3a.
14 La edad viril, grabado de Guérard, hacia 1700.
te;-entre los campesinos de los calendarios del; siglojjxm; JaJráni: ca llegaba hasta las rodillas.- Entre las grandes figuras.*.venera bles, descendía hasta los pies. En resumen, hubo un largo, período en el que los hombres usaron el traje ajustado largo que., se oponía al ■traje amplio, con.pliegues,. tradicional ■de los, -griegos o de los romanos que continuaba las costumbres de .-los .'bárba ros galos :u orientales, la s: cuales . se. introdujeron en Ja.;,.moda romana durante, los primeros siglos de nuestra era. Fue ^uniformemente adoptado.tanto .en Oriente como en Occidente,,y „el .traje turco también se deriva de él. A.partir del siglo xiv, .el^traje.corto, e incluso ceñido, reem plaza ;entre .ios; hombres^ al •ropón,:con. la .consiguiente. ,desespe ración de Jos. moralistas y. predicadores que denuncian Ja. inde cencia .de-esas modas,..signos d et-la.inmoralidad defla.época... Efectivamente, .■las personas; respetables continuaron.,' usando..la túnica: - respetables; p o r. su .. ¿dad -.(los.^ ancianos has ta. principios del siglo xvn están representados con "túnica), por su condición: magistrados, ..estadistas, y eclesiásticos. Algunos no han dejado de usar el ropaje largo.y.lo llevan aún hoy día, por lo menos en algunas ocasiones, como los abogados, magistrados,, estadistas, profesores y eclesiásticos. Los eclesiásticos han estado a punto de abandonarlo,''pues, cuando'el traje corto se impuso defini tivamente en las costumbres,'.cuando en el siglo x v ii se olvidó todo el escándalo que había provocado su origen, la sotana del eclesiástico se volvió demasiado vinculada a la función -como para ser de buen tono. El sacerdote se quitaba la sotana para presentarse en el mundo, o incluso delante de su obispo, igual que el oficial se quitaba el traje militar paira comparecer en la corte 15. Los niños también conservaron el traje largo, al menos los de elevada condición. Una minitura de los Miracles de Notre-Dame, del siglo x v 16 representa a-una familia reunida alrededor de la cama de la parturienta; el padre está en traje corto, calzas y jubón, pero los tres niños llevan un ropaje largo. En el mismo grupo, el niño que da de comer al Niño Jesús usa .un vestido abierto en un costado. Por el contrario, en Italia, la mayoría de los niños pintados por los artistas del Quattrocento usan las calzas ceñidas de los 15 Mme. de Sévigné, 1 de a b ril de 1672. 16 Miracles de Notre Dartie, ed. „G. F. W arner, W estm inster, 1885, t. I, p, 58.
adultos. En'Francia/ en Alemania, parece que hubo un rechazo de esta moda; y los niños conservaron su traje largo. A principios del siglo xvi se adoptó esta costumbre y se generalizó: los niños usaron ¿siempre -vestido. . Los - tapices alemanes de esa , época muestran a' niños de'^cuatro años' .con el- 'ropaje largo, abierto por-.delante i1,7; Los' grabados franceses de. Jean Leclerc 18 utilizan los juegos de niños como tema: «al juego del guá»,«a la pelota», «á la vilorta». Los niños llevan" por encimar;de.las calzas* el .-ves tido abotonado por delante,'que se transforma así en el uniforme propio de su edad. Losvlazos/lisos*5enMa^espalda 1 que ’caYácterizañ 'también el traje ‘“de los “niños,!'chi¿ós#5o ;'fchicás7 :durante 1;el ••siglo' xvi i r tienen el mismo origen que: el fdel'Vestido.’ Losv"mantos y vestidos *del siglo*xvi'tenían ünás'mangas'‘que se 'podían'-usar o’ dejarlas-col gando‘del traje a' discreción.^Eií el grabado El juego "del guá,-de Leclerc,' se püedeivfv éí{algunas ••de 'estas ^mangas^-süjetás únicamente con' algunas puntadas. A'los hombres’elegantes j y particu larmente 'á'las mujeres,'" las' gustaba lucir las mangas colgantes, que ya ño se usaban nunca y que se volvieron adornos sin utili dad, por lo que se atrofiaron, como ocurre con los órganos que han cesado’ de funcionar,‘y perdieron el hueco' por donde se metía el brazo y, aplastadas,* parecían"'dos "largos lazos pegados por detrás de los hombros:.' los lazos de los niños de los si glos xvn y xvm son los últimos restos de las mangas postizas del siglo xvi. Por. otra parte, estas mangas atrofiadas, las volve mos a encontrar en otros trajes, populares, o. por el contrario, de ceremonia: el manto campesino que los-Hermanos de San Juan de. Dios adoptaron como hábito religioso a principios del si glo xvm , los primeros trajes militares, como los de los mosque teros, la librea de los lacayos, y por fin el traje de paje, es decir, el traje, de. ceremonia de jo s niños .y jóvenes nobles, confiados a familias a quienes1 prestaban algunos servicios domésticos. Estos pajes de la época de Luis X III llevaban los calzones bom bachos del siglo xvi y las mangas postizas colgantes. Este traje de paje tendía a convertirse en el traje de ceremonia con que la gente se cubría en señal de dignidad y de respeto: en un gra 17 H . G ó b b e l , W andteppiche, 1923, t. I, p l. C L X X X II. 18 Jean L e c l e r c , Les Trente-six figures contenaní íous les jeux, 1587. R eproducim os en este libro el grabado «El juego del guá».
bado de Lepautre 19, unos chicos'vestidos 'con el-traje arcaizante de paje están ayudando a Misa: No'obstante,' estosr.trajes ; de ceremonia son poco frecuentes, mientras que el lazo liso cuelga de todas las espaldas de niños, chicos o chicas/en las:familias acomodadas,1:nobles. o burguesas. Así pues, ;para distinguir "a los niños, a quienes se .vestía anteriormente como los-adultos, se ’conservaron i para su .uso, y para su uso exclusivo/ algunos elementos de los trajes antiguos que los adultos habían abandonado,, a veces desde hacía mucho tiempo. Es el caso del vestido, o traje largo, de mangas pos tizas. ^-También^es- el -caso'->del gorro de los niños-en'..pañales: el gorro era, aún'en el siglo x iii ; la toca de todos los hombres, que protegían sus cabellos -durante ‘el trabajo, como se puede apreciar en los calendarios‘de Notre-Dame de. Amiens, etc. El primer traje de niños "ha sido el traje que-usaba todo el múndo un siglo antes' aproximadamente, y que en lo sucesivo los niños serán los únicos en usarlo. Es evidente que no se podía inventar completamente un traje para' ellos; se sentía, sin iem bargo, la necesidad de separarlos, de una manera visible, me diante el traje. Para ellos se eligió el traje cuya tradición se conservaba en algunas clases sociales y que ya nadie usaba. La adopción de un traje especial para la infancia, que se genera lizó en las clases superiores a fines del siglo xvi, marca una fecha muy importante en la formación del sentimiento de la infancia, ese sentimiento que agrupaba a los niños en una so ciedad separada de la de los adultos (de manera muy diferente a la de los ritos de iniciación). Conviene reflexionar sobre la importancia del traje en la antigua Francia, el cual representaba frecuentemente un capital .importante. La gente gastaba mucho en vestirse, y se tomaba el trabajo de hacer el inventario, des pués del fallecimiento, de los guardarropas, como se haría hoy día únicamente con los abrigos de pieles, pues costaban .mucho y se trataba de frenar, mediante leyes suntuarias, el lujo de la ropa, que arruinaba a unos y permitía a otros disimular su posición y nacimiento. Más .que en nuestras sociedades contem poráneas, en donde ocurre aun en el caso de las mujeres, cuyas galas son el símbolo aparente y necesario de la prosperidad de la pareja, de la importancia de ia posición social, el traje repre sentaba, sin duda alguna, la posición del que lo usaba, dentro 19 Lepautre, grabado. G ab in ete de Estampas, B. N., París, Ed '43, fol. p. II.
d e ruña_-jerarquía; compleja e *indiscutible; .cada uno -usaba el traje ,de su ’condición: los manuales de .-urbanidad de esa época insisten mucho acerca de la indecencia que supondría el vestirse de manera diferente a la propia deiSu^edadjD.de su cuna._Todo rfratiz'social se traducía mediante.-,,un ^signo .d e , la-indumentaria. Aí finales del siglo xvi, la costumbre^ ñnpuso, que la infancia, en lo sucesivo reconocida,-tuviera^también; su .traje propio.
En los_ orígenes del traje de; la,.-infancia- podemos-.notar ,un arcaísmo: íl a .,^supervivencia -del atrajeñlargo ;1¿Esta tendencia al arcaísmo h a .subsistido:; a' finaleSi del -siglo i xviii,. en ría época. de Luis-.XVI,^ los niños están vestidos- con; cuellos-.Luis X III o Re nacimiento ;->:Los jóvenes de;Láncret r.o^de.^Boucher están repre-’ sentados frecuentemente, disfrazados i a v ía - moda ■_d el; siglo i ante rior.^ ■No -obstante, a partir? del siglo xvn,r.otras dos tendencias van a orientar la-.evolución del traje. La iprimera acentuaba el aspecto afeminado del niño. Ya vimos anteriormente que el niño «de babero», antes que «el vestido de cuello», usaba el ves tido: yv la :falda de la s: niñas, rEste-c afeminamiento . del r.niño, observado. desde mediados del siglo-xvi, fue al principio una cosa nueva e indicada apenas por algunos rasgos. Por ejemplo, l a . parte superior del vestido . d e l. n iñ o ; conservaba los rasgos del traje masculino; mas en-.seguida se le puso el cuello de encajes de las niñas, el cual era exactamente el mismo que el de las señoras. Se vuelve imposible distinguir un niño de .una niña antes de los cuatro o cinco años, y,esta costumbre. se. es tableció'* de manera definitiva, durante .dos siglos aproximada mente: hacia 1770, los niños dejaronr de-,usar el vestido de cuello a partir de los cuatro o cinco años. Pero antes ,de esta edad iban vestidos como las niñas, situación que subsistió hasta finales del siglo. xix. Esta costumbre de afeminamiento sólo cesó después de la guerra de 1914,-y ,su*abandono debe rela cionarse con el del corsé de la mujer:-revolución del traje que refleja el cambio de costumbres. Lo curioso, además, es que el interés en diferenciar al niño se haya limitado a los chicos: las niñas sólo se distinguieron .p o r; las mangas postizas, aban donadas en el siglo xvm, como si la-infancia separase a las chicas menos que a los chicos. Los rasgos propios del traje
confirman ■perfectamente - los- otros"testimonios •*'de -1 as 5costura1 bres: los chicos han sido los primeros niños'particularizados: Los muchachos comenzaron. a •acudir en masa a los colegios desde finales del siglo xvi .y principios del siglo xvn mientras, que la instrucción de las 'niñas apenas comenzó en Jla é p o c a de Fénelon/ de madame -de Maintenon,' y se fue -desarrollando tardía y : lentamente. A las niñas, sin "escolaridad propia,' se'las juntaba ¿desde - muy temprano-con las-mujeres,-, como -antaño los niños con-los hombres,1 y no se pensaba en' hacer visible, por medio del traje, la distinción que comenzaba a existir con cretamente; para los chicos/ pero que todavía -no -era útil para las- chicas ¿Por qué, con el fin'de'“distinguir los niños de'los hombres, se consideraba a los-primeros;como niñas, quienes no' sevdistinguían' de las ’ m ujeres?-¿Pór 7qué ' esta costumbre . tan •nueva, tan sorprendente en una'sociedad en la que se entraba pronta mente en la vida, ha' subsistido hasta hoy día, por lo menos hasta principios de este siglo, a pesar de las transformaciones de las costumbres y de la prolongación de la duración de la infancia? Entramos aquí en el terreno aún inexplorado de la concienciar que una sociedad cobra de su comportamiento por edades y por sexos: hasta el presente sólo se ha ocupado de su conciencia de clase... Otra tendencia, también nacida, probablemente, tanto de la afición por el disfraz como del arcaísmo y del afeminamiento, adopta rasgos del traje popular o del traje de trabajo en el vestir del niño de familia burguesa. En este caso, el niño pre cedió a la moda masculina y usó el pantalón desde el reinado de Luis XVI, antes de la época de los «sincalzas» -(sans-culottes). El traje del niño bien vestido del período de Luís XVI es al mismo tiempo arcaizante (cuello Renacimiento), popular (pan talón) y también militar (chaqueta y botones de uniforme mi litar). No había aún en el siglo xvn un traje propiamente popu lar, y menos aún trajes regionales... Los pobres usaban la ropa que la gente les daba 20 o que ellos compraban a los ropaveje ros. El vestido del pueblo era un vestido de lance igual qué hoy día el coche popular es un coche de segunda mano Ga com paración entre el traje y el coche de hoy no es tan retorica 20 Jan de Bray, 1663, Una distribución de ropa, H. G e rs o n , I,
50.
como - p a r e c e c o c h e ¿ha,, heredado^algo./; del 'valor..social .'¡que tenía:;la¿vestimenta..y que ésta ;ha, perdido .'.casi ...completamente). Por.;, eso, el ^hombre; del pueblo,.iba -vestido^.a.,1a moda.usada por e l; hombre: de :noble condición;, algunos ;.,decenios...antes: ;en las calles del4.;Paríscele/.Luis.í5CIII, ^.lleyaba^el-;gorro desplumas; del siglo .xvi, y ja s vmujeres usaban una caperuza.de, la misma época. A.iveces^.^se.pdesfase-yariaba^de ¿una :región Apotra . según ■la .ra pidez .concia, que.;-la ¡gente noble ■del,;pa.ís seguía . la.- m oda; del díaji/A principios ¡.deli/siglo^vxynij-las*-;mujeres,..usabanaún en ciertas - regiones j.-rr-en: las orillas .:del;;Rin,^por, ejemplo— tocas del .-siglo, xv.; En -el ¡transcurso, del..siglo,,:.xyin. ,se produjo, un a ; in¿ terrupción y., una.-, fijación,de .esta, •evolución, a,', causa, de, ‘..un. ale jamiento.. moral,, m ásacentuadoj entrenricos-¿.y;, pobres, -.-de .una separación física ,^que¿;su c e d ía a ,7una? promiscuidad ;■milenaria, El atraje,-regional,1nació j;simultáneamente;-de.':un;;interés, nuevo por wel..- regionalismo, ¿.(es ^la-, época,, denlas .«yoluminosas-historiasregionales de^ Bretaña, ;de_Provenzay;.etc., la época de ja reapa rición del. interés por las lenguas transformadas en dialectos, de bido a los progresos;del francés) y. de las variedades,reales del traje, de ,la. evolución desigual d e .las¿ modas,,de la ciudad y de la .corte, para llegar a cada población.y a .cada comarca, .A finales del.siglo^xviii se.; comenzó .-a usar,en los grandes arrabales populares un traje especial:-el pantalón, que apareció entonces, igual .que .la-.blusa. del obrero en el siglo xix o el mono, de .trabajo, hoy. día, .como .símbolo.desuna condición.y. de una función. Es importante señalar, que,.durante el-siglo xvm el. traje del pueblo.de una gran,--ciudad-dejó de ser el .de los miserables, del siglo, xvn : ■los harapos-.informes e intemporales, o . el .traje de lanceo la ropa del ropavejero.-.Se evidencia. ahí la expresión espontánea de una-particularidad colectiva; algo parecido_.a..una.toma.de.conciencia,de..clase. Existía, .pues, en esa época .una especie de .traje.de artesano, ,el pantalón. El .pan talón, las calzas largas hasta los pies, era desde hacía mucho tiempo el traje.de la gente de mar. Si bien apareció.en la co media italiana, eran Jos., m arinerosquienes jlo usaban,, o los ribereños del mar flamencos, renanos,. daneses o escandinavos. Estos .últimos lo usaban aún en el siglo ..-xvn, de acuerdo con las recopilaciones de trajes d e , esa ..época, ; Los ingleses ,ya lo habían abandonado, pero lo conocían en el siglo x n 21. Cuando 21 Evangeliario de San E dm undo, lám. XXXV.-
M il l a r ,
La Minialure angtaise, 1926,
los: Estados más '.organizados-- reglamentaron -el traje de'sus tro pas y de sus tripulaciones, el pantalón se convirtió en el unifoírme de los oficiales de la marina de guerra. De ahí pasó, según pa rece, simultáneamente,-a la población "de los arrabales (que ya. se negaba a vestirse con la ropa vieja de los indigentes) y a los jóvenes :de buena -posición.. El 'uniforme,-' recientemente creado,'fue adoptado en: seguida por :los' jóvénes' burgueses', £priniero eir los -internados 'privadosque ’ se habían vuelto^ míás numerosos" 'después"de la expulsión de los jesuítas y que preparaban frecuentemente para las -acade mias :'y cárrerás" militares.: La gente;se aficiono fa lucir la'siluet i ; y las personas "mayores V i^iérotf!frém ehtem ^hte‘a sus hijos con un traje ’inspifá'dq“eriC:él uniforme militar - o" naval; se creó así el tipo marinen tó;:que;persistió’desdé-filiales del siglo xvm hasta nuestros días. j La ’adopción del "pantalón rpara Ips'nm ós"iüe en parte la consecuencia‘de'este interés'nüevo por el uniforme, que 'se ex tendió ' a ’los ’adultos durante ,el 'siglo xix,. cuando el uniforme se convirtió en el traje de corte o de ceremonia, cosa que nunca había ocurrido 'antes de la .Revolución." Quizás influyó en ello también la* necesidad de/ liberar al hiño de las molestias _que le ocasionaba"su traje ' tradicional/'de proporcionarle un. traje más desaliñado/y'este desaliño, en lo sucesivo, fue ostentado con una especie de'orgullo por’ la' pobláción de los arrabales. Gracias al pantalón'del pueblo y de los marineros se evitó al mismo tiempo el vestir al chico, ya fuera con el ropón pasado de moda o demasiado infantil, ni con las calzas demasiado ce remoniosas. Tanto más cuanto que siempre se había conside rado gracioso el que los niños ricos llevasen algunos atributos del traje popular, tales como el gorro de los trabajadores, de los campesinos yrnás tarde de los presidiarios, que nosotros llamamos napolitano y que el gusto clásico de los revoluciona rios bautizó con el nombre de frigio; un grabado de Bonnard nos muestra a un niño que lleva puesto este gorro n . Actualmen te estamos asistiendo a una transferencia de traje que presenta algunos puntas comunes con la adopción del pantalón por los chicos de la época de Luis XVI i el mono del trabajador^ el pantalón de tela basta, se ha convertido en el «blue-jean» (el . . ^ *í—
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22 G abinete de Estam pas, B. N., París, 0 a 50 pet. fol. f.° 137.
«vaquero»), que los jóvenes usan con orgullo como el signo visible de su adolescencia. '
Llegamos así, desde el siglo xiv, cuando el niño estaba ves tido como los adultos, al traje propio de la infancia que todos conocemos. Ya observamos que esa transformación concierne principalmente a los chicos. El sentimiento de la infancia se desarrolló primeramente en beneficio de los chicos, mientras que las niñas permanecieron durante mucho más tiempo con el modo de vida tradicional que las asimilaba a los adultos: nos veremos obligados a observar más de una vez esa lentitud de .las mujeres en adoptar las formas visibles de la civilización moderna, esencialmente masculina. Si nos detuviéramos en el testimonio del traje, la particularización de la infancia se habría limitado durante mucho tiempo a los chicos. Ciertamente se reservó únicamente a las familias burguesas o nobles. Los niños del pueblo, campesinos y artesa nos, los que juegan en la explanada de los pueblos, en las calles de las ciudades, en las cocinas de las casas..., siguen usando el traje de los adultos: no se les representa nunca con vestido ni con mangas falsas. Esos niños conservan el antiguo género de vida que no separaba a los niños de los adultos ni por el traje, ni por el trabajo, ni por el juego.
CAPITULO IV
BREVE CONTRIBUCIÓN A LA HISTORIA DE LOS JUEGOS
Gracias al diario del médico Heroard, nos podemos imagi nar la vida de un niño a comienzos del siglo xvn, sus juegos, y conocer a qué etapas de su desarrollo físico y mental corres pondía cada uno de sus juegos. Aunque se trate del Delfín de Francia, el futuro Luis X III, el caso sigue siendo ejemplar, ya que en la corte de Enrique IV los niños regios, legítimos o bas tardos, recibían el mismo trato que los otros niños nobles, y no existía aún mucha diferencia .entre los palacios reales y los castillos * de los hidalgos. Salvo que nunca asistió al colegio, al que acudía ya una parte de la nobleza, el joven Luis XIII fue educado como sus compañeros; recibió las lecciones de ar* mas y de equitación del mismo profesor que, en su academia, formaba a la juventud noble para la carrera de la guerra: el señor de Pluvinel. Las ilustraciones del manual de equitación del señor de Pluvinel y los hermosos grabados de C. de Pos nos muestran los ejercicios del joven Luis XIII en el picadero. En la segunda mitad del siglo xvii no se podría decir lo mis mo: el culto monárquico separaba ya antes, a partir de la infancia, al principito de los demás mortales, incluso, los de no ble cuna. * Empleamos voluntariam ente la palabra 'castillos* para designar a los chateaux franceses, que, com o es sabido, en muchos casos no están fortificados y son meros 'palacios*. (N . del T.)
Luis X III nació el 27 de septiembre de 1601. Su "médico, Heroard, nos ha dejado un diario minucioso de todos sus he chos y gestos l. Cuando Luis X III tenía un año y cinco meses, Heroard anota que «tocaba el violín y cantaba simultáneamen te». Anteriormente se contentaba con los juguetes propios de la primera infancia: el caballito de madera, el molinete: «trata de hacer bailar la peonza». Al año y medio se le da un violín (el violín no era aún un instrumento noble, sino un trasto chi rriante que servía para bailar en las bodas y fiestas del pueblo). Percibimos aquí la importancia del canto y de la música en esa época. A esa misma edad, Luis X III juega al mallo; «el Delfín, al jugar al mallo, hirió de un golpe errado al señor de Longueville»: como si, con año y medio, un niño inglés comenzara a jugar al criquet o al golf. Sabemos que cuando tenía un año y diez meses, el Delfín «continúa tocando el tamboril con toda clase de instrumentos»: cada compañía tenía su tambor y su marcha. Se le enseñaba a hablar: «Se le hace pronunciar las sílabas separadamente, para decir luego las palabras.» El mis mo mes de agosto de 1603, «la Reina, que va a cenar, le hace venir y le pone a la cabecera de su mesa». Los grabados y las pinturas de los siglos xvi y xvn representan frecuentemente al niño a la mesa, encaramado en una alta silla-pupitre, en la que está bien sujeto y de la que no se puede caer. El Delfín debía asistir a la comida de su madre sentado en una de esas sillas de bebé, como tantos otros niños en muchas otras familias. Este hombrecito tiene apenas dos años y he aquí que, «condu cido al gabinete del Rey, baila al son del violín toda clase de danzas». Se observará la precocidad con que se enseña la mú sica y la' danza a los hombrecitos de esa época, lo cual explica la frecuencia, en las familias de profesionales, de los niños que hoy día llamaríamos prodigios, como el niño Mozart. Estos ca sos se volverán cada vez menos frecuentes y parecerán a la vez más prodigiosos a medida que la familiaridad con la música se atenúa o desaparece, incluso' en sus formas elementales o bas tardas. El Delfín comienza a hablar: Heroard anota su parlo teo, con una ortografía fonética: «Decir a papá», «le diré a papá»; «equiba», por «escriba». También se le azota frecuente mente: «Enfadado, bien azotado [se negaba a comer]; apaci 1 H e r o a r d , Journal sur l’enjance et la jeunesse de Louis X I I I , pu blicado por E. Soulié y E. de Barthélemy, 2 vols., 1868.
guado, pide a gritos la cena y come.» «Se ha ido gritando mucho a su habitación y ha sido vapuleado durante largo tiempo.» Aunque esté junto con las personas mayores, juegue, baile y cante con ellas, él siempre juega a los juegos de niños. El Del fín tiene dos años y siete meses cuando Sully le regala una «carroza pequeña llena de muñecas». «Una hermosa muñeca de theu theu (?)», dice en su jerga. Le gusta la compañía de los soldados: «los soldados le quie ren mucho». «Juega con un cañón pequeño.» «Hace pequeñas acciones militares con sus soldados. El señor de Marsan le pone una gola, la primera que usa el niño, y está encantado con ella.» «Se divierte con sus pequeños señores a las acciones de guerra.» También sabemos que le gustaba frecuentar el juego de pelota y el de mallo; con todo, dormía aún en la cuna. El 19 de julio de 1604, el Delfín tenía dos años y nueve meses: «ve armar su cama con una alegría extrema y se acuesta en ella por primera vez». Ya conocía los rudimentos de su reli gión: en la misa, al alzar, se le mostró la hostia: «Es el Dios bondadoso.» Notemos, de paso, esta expresión: «le bon Dieu», el Dios bondadoso, que se repite sin cesar hoy en día en el lenguaje de los sacerdotes y de los devotos, pero que nunca aparece en la literatura religiosa del Antiguo Régimen. Perte necía esta expresión, como lo acabamos de ver, a principios del siglo xvn, y probablemente desde poco antes al lenguaje de los niños o de los padres y nodrizas cuando éstos se dirigían a los niños. Durante el siglo xix contaminó el lenguaje de los adultos, y con el afeminamiento de la religión, el Dios de Jacob se convirtió en el «Dios bondadoso» de los pequeñuelos. Ya, sabía el Delfín hablar bien y decía frases insolentes que divertían a las personas mayores: «el Rey le pregunta (mostrán dole unas varas: ”Hijo, ¿para quién es esto." Y él respondió, furioso: ’T ara usted.” El Rey se vio obligado a reírse de esa . salida». En la Nochebuena de 1604, el Delfín participó en la fiesta y festejos tradicionales: tenía tres años: «Antes de cenar, vio cómo se colocaba el árbol de Navidad, ante el cual bailó y cantó por la llegada de la Navidad.» Recibía regalos: un balón y tam bién algunas «chucherías de Italia», una paloma mecánica y juguetes destinados tanto a la Reina como a él. Durante las veladas de invierno, cuando se recluía la gente — en una época de vida al aíre libre— , el Delfín «se divierte recortando papel
con las tijeras». La música y la danza seguían teniendo mucha importancia en su vida. Herbará anota con cierta admiración: «El Delfín baila todas las danzas», conservaba el recuerdo de los ballets que había visto y en los cuales no tardaría en par ticipar, si no había comenzado ya: «Acordándose de un ballet realizado hace un año [cuando tenía dos años], pregunta: "¿Por qué el pequeño Aries estaba completamente desnudo?”,» Él representaba a Cupido desnudo. Él [el Delfín] baila la ga llarda, la zarabanda, la antigua bourrée *.» Se divertía cantando y tocando la bandola de Boileau; cantaba la canción de Robín: «Robin s’en va á Tours / Acheter du velours / Pour faire un casquin / Ma mere je veux Robin.» [Robin se va a Tours / a comprar terciopelo / para hacer una capellina. / Madre, yo quiero a Robín.] «Comienza a cantar la canción eon la que se hacía dormir: “Qui veut ou’ir la chanson / La filie au roi Louis / Bourbon l'a tant aimée / Qu’á la fin Tengrossit".» [Quien quiera oír la canción a la hija del rey Luis / tanto la quiso Borbón / que al final la embarazó.] ¡Fascinante can ción para niños! Dentro de algunos días cumpliría cuatro años y ya conocía el Delfín al menos el nombre de las cuerdas del laúd, que era .un instrumento noble: «Juega con la. yem a'de los dedos sobre sus labios, diciendo: veía la basse» [bajo] (Heroard copia siempre fonéticamente su jerga infantil, a veces su tartamudeo). Mas su nueva práctica del laúd no le impedía escuchar los violines más populares al son de los cuales baila ban los invitados a la boda de uno de los cocineros del Rey, o a un gaitero, uno de los albañiles que «reconstruían su ho gar»: «él le escucha durante bastante tiempo». Llegó la época en que se le enseñó a leer. A los tres años y cinco meses «se divierte con un libro de imágenes de la Bi blia, su nodriza le designa las letras y él las conoce todas». Luego se le enseñaron los cuartetos de Pibrac, las regias de urbanidad y de moral, que los niños debían aprender de me moria. A partir de los cuatro años se le dieron lecciones de escritura: su maestro era un clérigo de la capilla del castillo, Dumont. «El Delfín hace llevar su escritorio al comedor para escribir bajo las órdenes de Dumont y dice: yo escribo mi plana, me voy a la escuela» [la plana era el modelo de escritura que debía reproducir]. «Escribe su plana, siguiendo la impresión * Bourrée: danza folklórica de Auvernia. (N . del T.)
hecha en el papel; la sigue bastante bien y le gusta hacerlo.» Empezó a aprender palabras latinas. A los seis años, el clérigo de la capilla será reemplazado por un «escribano» profesional: «El Delfín hace su plana. Beaugrand, el escribano del Rey, le enseña a escribir.» El niño seguía jugando a las muñecas: «Juega con juguetes pequeños y con un pequeño gabinete de Alemania» [objetos en miniatura de madera que fabricaban los artesanos de Nuremberg]. El señor de Loménie le dio un pequeño hidalgo muy bien vestido con un cuello perfumado... El niño le peinó y dijo: «Quiero casarle con la muñeca de madame [su herm ana].» Se divertía asimismo con los recortes de papel. Se le contaban tam bién cuentos: «Su nodriza le cuenta cuentos del amigo Zorro, del Rico Avariento y de Lázaro.» «Cuando se acostaba, se le contaban los cuentos de Melusina. Yo le dije que sólo eran fá bulas y que no eran historias reales,» (Nuevo interés por la educación ya moderna.) Los niños no eran los únicos que es cuchaban los cuentos: éstos se recitaban en las veladas de los adultos. Al mismo tiempo que jugaba con las muñecas, este niño de cuatro a cinco años tiraba al arco, jugaba a Jas cartas, al ajedrez (a 'los seis años), a los juegos de los mayores, como el de «la pelota con raqueta», al marro o a los innumerables juegos de sociedad. A los tres años jugaba ya a «¿qué se mete en el canastillo?» [el juego de .las prendas]; había que respon der: dauphillon, damoisillon, juego éste común a los niños y a los jóvenes. Con los pajes de la cámara del Rey, que eran ma yores que él, jugaba a «¿le agrada la compañía?»; luego, a «bis como bis»; hacía de maestro [de animador] alguna vez y cuan do no sabía decir algo que era preciso decir, lo preguntaba; participaba en esos juegos como si tuviera quince años, jugaba a tratar de encender una vela con los ojos cerrados. Cuando no era con los pajes, era con los soldados: «Juega con ios solda dos a diversos juegos, como el de vuestra plaza me gusta; a los refranes, a dar palmadas, al escondite.». A los seis años jugaba a los oficios, a la comedia, juegos de sociedad que consistían en adivinar los oficios, las historias que el jugador mimaba. Se trataba igualmente de juegos de adolescentes y de adultos. Cada vez con mayor frecuencia, el Delfín vivía entre los adultos y asistía a sus espectáculos. Cuando tenía cinco años: «se le lleva al patio, detrás de la perrera [en Fontainebleau]
para ver luchar a ios bretones, los que trabajaban etf las obras del Rey. Llevado ante el Rey a la sala del baile para ver lu char a los perros dogos contra los osos y el toro». «Va al juego de pelota cubierto para ver correr un tejón.» Y principalmente participaba en estos juegos como si tuviera quince años, jugaba vestir con un disfraz; se acercó al Rey para bailar un ballet, no quería desenmascararse para no ser reconocido». Se disfra zaba frecuentemente de «camarera picarda», de pastora, de moza (usaba aún la saya dé los chicos). «Después de cenar, presencia el baile que se realiza al son de las canciones de un tal Laforest», soldado coreógrafo y también autor de farsas. A los cin co años «se divierte sosegadamente viendo representar una farsa, en la que Laforet hacía de marido alegre, el barón de Montglat hacía de mujer arpía e índret era el enamorado que la per virtió»; «el Delfín baila un ballet, muy bien vestido de hom bre, con jubón y calzas por encima de su saya (tenía cinco años)». «Ve bailar el ballet de los brujos y diablos, bailado por los soldados del señor Marsan, e inventado por Jean-Baptiste, piamontés (otro soldado coreógrafo)». El Delfín no bailaba únicamente los ballets, o las danzas de la corte que aprendía con un maestro, al mismo tiempo que la lectura y la escritura. Practica lo que llamaríamos hoy día las danzas populares, como una que me recuerda un baile tirolés que los chicos con calzones de cuero realizaban en los cafés de Innsbruck: los pajes del Rey «bailan la branle * (bamboleo); en la fiesta de San Juanson-coles y se dan puntapiés en el culo; el Delfín la bailaba y hacía como ellos [tenía cinco años]». Otra vez, para una diversión,, se disfrazó de chica: «Terminada la farsa, manda que le quiten el vestido y baila: en la fiesta de San Juan-soncoles, dando patadas en el culo a sus vecinos. Esta danza le gustaba. Por último, el Delfín se reunía con los adultos durante las fiestas tradicionales de Navidad, de Reyes, de San Juan: él. es quien encendía las hogueras de San Juan, en el corral del cas tillo de Saint-Germain. En vís'peras de Reyes: «Hace de Rey por primera vez. Las demás gentes gritaban: ¡El Rey bebe! Se deja la porción de Dios: el que la coma, tiene que dar una limosna.» «Ha sido llevado a la cámara de la Reina, desde donde veía plantar el Mayo.» * Branle: danza popular antigua con figuras. (N . del T.)
La situación cambiaba cuando el Delfín estaba a punto de cumplir siete años: abandonó el traje de infancia, y su edu cación estará a cargo, en lo sucesivo, de hombres; abandona a «Mamangas», maidame de Montglas, y dependerá del señor, de Soubise. Todos se esforzaban en hacerle abandonar los jue gos de la primera infancia, principalmente el de las muñecas: «No debéis divertiros más con esos pequeños juguetes [los de Alemania], ni jugar más al carretero, ya sois mayor, habéis dejado de ser niño.» Empezó a aprender a montar a caballo, a usar las armas, va de caza. Jugaba a los juegos de azar: «Juega a la blanque y gana una turquesa.» Según parece, esta edad de los siete años marcaba una etapa de cierta importan cia: era la edad fijada por la literatura moralista y pedagógica dei siglo xvn para entrar en la escuela o en la vida 2. No exa geremos su importancia. Si ya no jugaba, o no debería jugar más, a las muñecas, el joven Delfín continuaba haciendo la misma vida; se le seguía azotando, y sus diversiones apenas cambiaban; iba más frecuentemente a la Comedia; poco después, todos los días (lo cual nos muestra la importancia de la come dia, de la farsa o teatro, del ballet, en los frecuentes espectácu los de interior o al aire libre para nuestros antecesores). «Va a la gran galería para ver al Rey correr Ja sortija.» «Se distrae escuchando los cuentos detestables de La Clavette y otros.» «Ha jugado en su gabinete con niños hidalgos a cara o cruz, como el Rey, a los tres dados.» «Ha jugado al escondite» con un te niente de la caballería ligera. «Ha ido a ver jugar al frontón [a la pelota] y de ahí a la gran galería, para ver a la gente "correr la sortija”,» «Se disfraza, baila el Pantalón,» Tenía ya entonces más de nueve años: «Después de cenar, va a-ver a la Reina, juega a la gallina ciega y hace jugar a la Reina, a las princesas y a las damas.» «Juega al yo me siento», a los habi tuales juegos de sociedad. «Después de cenar, la nodriza del Rey le cuenta cuentos que le agradan.» Con trece años cum plidos, jugaba «a la cligne-musette», es decir, al escondite. Más muñecas y juegos de Alemania antes de los siete años, y después, la caza, montar a caballo, las armas, quizá más co medias: el cambio, en esta larga serie de diversiones que el niño copiaba de los adultos o compartía con ellos, se realizaba poco a poco. A los dos años, Luis XIII comenzó a jugar al 2 Ver infra, II parte, cap. IV , y III parte, cap, IL
mallo, a la pelota; a los cuatro tiraba con arco; ésos eran «jue gos de ejercicio» que todos practicaban: madame de Sévigné felicitó a su yerno por su destreza en el mallo. El novelista e his toriador Sorel escribió un tratado de juegos de sociedad desti nados a las personas mayores. No obstante, Luis X III jugaba a las prendas a los tres años; a los seis, a los oficios, a la co media, que ocupaban un lugar de importancia en la Casa de de Juegos de Sorel. A los cinco años jugaba a las cartas. A los ocho ganaba a la blanque, juego de azar en el que las fortunas cambian de mano. Lo mismo ocurre con los espectáculos musicales o dramáti cos: a los tres años, Luis X III bailaba la gallarda, la zaraban* da, la antigua bourrée, participaba en los ballets de la corte. A los cinco años asistía a las farsas; a los siete, a las. comedias. Cantaba, tocaba el violín, el laúd. Estaba en la primera fila de espectadores para asistir a un combate de lucha, una corrida de sortijas, una lucha de osos o de toros, a un acróbata en la cuerda floja. Por último, el Delfín participaba en los gran des festejos colectivos, como eran las fiestas religiosas y estacio nales: Navidad, el Mayo, San Juan... Resulta, pues, que no existía en esa época la separación tan rigurosa que existe hoy día entre los juegos reservados a los niños y los juegos practi7,'cádol ^poTrlós"fadültos:"Lds mismos jü¿gbs""-eran'-^múnes ¿ ambos.
A comienzos del siglo xvii, esta polivalencia ya no se ex tendía a la primera infancia. Conocemos bien sus juegos, por que desde el siglo xv, después de la aparición de los putti en la iconografía, los artistas multiplicaron las representaciones de niños y las escenas de juegos. Podemos reconocer en dicha ico nografía el caballito de madera, el molinete, el pájaro atado a una cuerda..., y a veces, aunque menos frecuentemente, las muñecas. Es obvio que esos simulacros estaban reservados a la gente menuda. Sin embargo, cabe interrogarse si ha sido siempre así y si esos juguetes no habían pertenecido anteriormente al mundo de los adultos. Algunos de ellos surgieron del espíritu de emulación de los niños, el cual les lleva a imitar la conducta de los adultos, reduciéndolos a su nivel:' caballito de madera, en la época en que el caballo era el principal medio de trans-
porte y de tiro. Molinillo de viento: las aletas que giran en lo alto de una' estaca sólo pueden ser la imitación que los niños . hacen de una técnica que, al contrario de la del caballoj no era muy antigua, y que es la técnica de los molinos de viento, introducida en la Edad Media, Este mismo reflejo es el que incita a nuestros ñiños hoy día a imitar el camión o el auto. Pero los molinos de viento hace ya mucho tiempo que han des aparecido de nuestros campos, mientras que los molinetes para niños están todavía a la venta en las tiendas de juguetes, en los quioscos de los paseos o de las verbenas. Los niños constitu yen las sociedades humanas más conservadoras. Otros juegos parecen tener otro origen que el del espíritu de imitación de los adultos. Así, frecuentemente se representa al niño divirtiéndose con un pájaro: Luis XIII tenía un alcaudoncillo al que apreciaba mucho (esto recordará quizás aún a al gunos lectores el cuervo mutilado y algo domesticado de sus primeros años). En esas escenas de juegos, el pájaro está gene ralmente atado y el niño le sujeta con la mano. Puede ser que algunas veces se tratara de un simulacro de madera. En todo caso el pájaro atado parecía ser, según la iconografía, uno de los juguetes más familiares. Ahora bien, el historiador de la ..religión f riega .Nilsson !. nos -da a conocer que .en .la .Grecia .clá-„„ " sica; como," por otra parte, e n ’la'Grecia moderna, la costumbre exigía que en los primeros días de marzo los chicos hicieran una golondrina de madera que giraba sobre un pivote y esta ba decorada con flores. La llevaban luego de casa en casa, donde recibían regalos: el pájaro, o su simulacro, es aquí no un ju guete individual, sino el elemento de una fiesta colectiva y es tacional, en la cual participa, la juventud con el papel que le es asignado como clase de edad. Ya volveremos a encontrar más adelante esta forma de fiesta. Lo que se vuelve después juguete individual, sin relación con la comunidad, el calendario o algún contenido social, parece estar asociado, al principio, a las ceremonias habituales que reunían a los niños, a los jo* vencitos — a quienes, por otra parte, se diferenciaba mal— con los adultos. El mismo N ilsson 4 muestra cómo el columpio .(bas culante o colgante), tan frecuente en la iconografía de juegos aún en el siglo xvm , figuraba entre los ritos de una de las fies tas previstas por el calendario: los Aiora, fiesta de la juventud: J N ilsson, La Religión populaire clarts la Gréce antique. 4 Nilsson, op. cit.
los chicos saltaban sobre unos odres llenos de vino y las chicas se mecían en unos columpios colgantes; esta última escena se reconoce en algunos vasos pintados, Nilsson lo interpreta como un sortilegio de fecundidad- Existía una estrecha relación entre la ceremonia religiosa colectiva y el juego que formaba su rito esencial. Más adelante, ese juego se separó de su simbolismo religioso, perdió su carácter colectivo para convertirse a la vez en profano e individual. Al tornarse profano e individual, el juguete se fue reservando más y más a los niños, cuyo reperto rio de juegos aparece como el conservatorio de manifestaciones colectivas abandonadas en lo sucesivo por la sociedad de los adultos y desacralizadas. El problema de la muñeca y de los juguetes en miniatura nos lleva a hipótesis semejantes. Los historiadores de los jugue tes, los coleccionistas de muñecas y de juguetes en miniatura siempre han tenido dificultades para distinguir la muñeca, ju guete de niño, de todas las otras imágenes y estatuillas encon tradas en cantidades casi industriales en los yacimientos de ex cavaciones arqueológicas y que tenían frecuentemente una sig nificación religiosa: culto doméstico, culto funerario, exvoto de los devotos de una peregrinación, etc. ¿Cuántas veces no se consideran como juguetes las reducciones de objetos familiares depositados en las tumbas? Yo no pretendo concluir que los chiquillos no jugasen a las muñecas o a imitar los objetos de los adultos. Pero no eran ellos los únicos en servirse de esos simulacros; lo que en la época moderna pasará a ser monopo lio suyo, lo compartían en la Antigüedad clásica, por lo menos con los muertos. Esta ambigüedad entre la muñeca y el simu lacro persistió durante la Edad Media, y aún más tiempo en las aldeas: la muñeca es igualmente el instrumento peligroso del brujo, del hechicero. Este gusto por representar reducidas las cosas y las personas de la vida cotidiana, reservado hoy día a los niños, se halla en el arte y en la artesanía populares, des tinados tanto a la satisfacción de los adultos como a la distrac ción de los niños. Los famosos nacimientos napolitanos son una de las manifestaciones de este arte de ilusión. Los museos, principalmente los alemanes o los suizos, poseen complicados conjuntos de casas, de interiores, de mobiliarios, que reprodu cen, en tamaño reducido, todos los detalles de los objetos fa miliares. Esas pequeñas obras maestras de ingenio y de com plicación ¿se pueden considerar como casas de muñecas? Cier
to es que este arte popular de los adultos era también apreciado por los niñós: la gente buscaba en Francia los «juguetes de Alemania» o los «pequeños trabajos de Italia». Mientras que los objetos en miniatura se volvían monopolio de los niños, una misma palabra designaba esta industria: la juguetería, lo mismo si se dirigía a los niños que a los adultos. El bibelot antiguo era también un juguete. La evolución del lenguaje le alejó de su sentido pueril y popular, mientras que la evolución del sentimiento limitaba, por el contrario, a los niños el uso de los pequeños objetos, de los simulacros. El bibelot se volvió, durante el siglo xix, un objeto de salón, de vitrina, pero ha continuado siendo la reducción de un objeto familiar: una sillita de manos, un mueble chiquito, una vajilla minúscula, que nunca habían estado destinadas a los juegos de niños. En esta afición por el bibelot debemos reconocer una supervivencia bur guesa de este arte popular de los nacimientos de Italia o de las casas de Alemania. La sociedad del Antiguo Régimen permane ció fiel durante mucho tiempo a esas distracciones que nosotros calificaríamos hoy día de niñerías, sin duda alguna porque han pasado definitivamente al terreno de la infancia. Todavía en 1747, Barbier escribe: «Se han inventado en París unos juguetes llamados peleles... Esas pequeñas figuras representan a Arlequín, a Scaramuccia (la comedia italiana) o mitrones (los oficios), pastores, pastoras (la afición por les disfraces rústicos). Esas tonterías han divertido y ocupado a toda la ciudad de París de tal manera que no se puede ir a nin guna casa sin encontrar esos objetos colgados en todas las chi meneas. Se les regala a todas las mujeres y a todas las niñas y la manía ha llegado a tal punto que a principios de este año todas las tiendas están, repletas de esos objetos para los regalos de año nuevo... La duquesa de Chartres ha pagado por uno, pintado por Boucher, 1.500 libras.» El excelente bibliófilo Ja cob, que transcribe esta cita, reconoce que en su época nadie habría imaginado tales niñerías: «La gente de la alta sociedad, demasiado ocupada [¿qué diría este autor hoy día?] ya no se divierte como en aquellos buenos tiempos del ocio (?) que vieron florecer la moda de los monigotes y de ios peleles; dejan las fruslerías para los niños.» El teatro de marionetas parece ser otra de las manifestacio nes del mismo arte popular de la ilusión en miniatura, que pro dujo la juguetería de Alemania y los nacimientos napolitanos.
Además, siguió la misma evolución: el Guiñol de Lyoií de prin cipios del siglo xix era un' personaje de teatro popular, pero adulto. El Guiñol se ha convertido hoy día en el nombre del teatro de marionetas reservado a los niños. Quizás esta ambigüedad persistente de los juegos- infantiles explique también por qué desde el siglo xvi y hasta principios del siglo xix la muñeca vestida sirvió a las mujeres elegantes de maniquí de moda y de diseño de colección. La duquesa de Lorena desea hacer un regalo a una parturienta (en 1571): «Ella os ruega le envíe muñecas no muy grandes, cuatro o seis como máximo, las muñecas mejor vestidas que pueda usted encon trar, para enviarlas al hijo de la señora duquesa de Bavíera, quien ha dado a luz hace poco.» El regalo estaba destinado a la madre, pero fa nombre del hijo! La mayoría de.las muñe cas de colecciones no son juguetes de niños, objetos generalmen te bastos y poco trabajados, sino muñecas de moda. Éstas des aparecerán y serán reemplazadas por el grabado de moda, gra cias principalmente a la litografía 5. Existe, pues, cierto margen de ambigüedad en torno a los juguetes de la primera infancia y de sus orígenes, ambigüedad que se disipaba, en la época en que yo me situé al comenzar este capítulo, hacia 1600, cuando ya se.Jiabía logrado su esgecia-¿ "lización :infáhBlrC 0ñ ~ ^ ^etalle~¿b^~íMj^&5~ de nuestro uso actual. Así, según se ha observado a propósito de Luis X III, la muñeca no estaba reservada a las niñas. Los niños también jugaban con ella. Dentro de la primera infancia, la discriminación moderna entre niñas y niños era menos pre cisa: ambos usaban el mismo traje, el mismo vestido. Probable mente existe una relación entre la especialización infantil de los juguetes y la importancia de la primera infancia en los sen timientos que revelan la iconografía y el traje desde finales de la Edad Media. La infancia se convierte en el conservatorio de las costumbres abandonadas por los adultos.
Hacia 1600, esta especialización de los juegos no sobre pasaba la primera infancia; después de los tres o cuatro años, se atenuaba y desaparecía. El niño, en lo sucesivo, jugaba a los mismos juegos que tos adultos, unas veces entre niños, otras 5 Ed.
F o u r n ie r ,
Histoire des jouets et jeux d'enfants, 1889.
veces con lo s . adultos. Sabemos esto gracias principalmente a los testimonios de una abundante iconografía, ya que desde la Edad Media hasta el siglo x v m las familias se complacían en representar escenas de juegos, lo cual indica la importancia de la diversión en la vida social del Antiguo Régimen. Ya vi mos que Luis XIII jugaba, desde su primera infancia, con las muñecas y al mismo tiempo al frontón, al mallo, a la cachava, los cuales hoy día nos parecen más bien juegos de adolescentes y adultos. En un grabado de A rnoult6, de finales del siglo xvii, unos niños tiraban una bola: niños nobles como parecen indi carlo las mangas postizas de la niña, Nadie se oponía a dejar jugar a los niños, desde que eran capaces, a los juegos de cartas y de azar, a jugarse dinero. Uno de los grabados de Stella de dicados a los juegos de p u tti1 describe con simpatía la desdi cha del que lo ha perdido todo. Lós pintores inspirados en Caravaggio del siglo xvn han representado frecuentemente ban das de soldados jugando apasionadamente en tabernas de mala fama: al lado de los viejos soldadotes se ve a muchachos muy jóvenes, de unos doce años quizás, y que no parecen menos animados por el juego. Un lienzo de S. Bourdon 8 representa a un grupp. de pordioseros que rodean a dos niños y miran cómo .éstás.^ji^ gáfi ,na.,los .dados.- ^1 Jem a . de ..los niños.que_„se, juegan... “díñefo“- l r l a ^ c h o c a b a 'áün'ai^á^opínióí^p blica, pues el tema aparece de nuevo en escenas que ya no son las de soldadotes o las de pordioseros, en los personajes serios de Le N ain 9. Al contrario, los adultos jugaban a juegos que nosotros re servamos hoy día a los niños. Un objeto de marfil del siglo xiv 10 representa el juego de la ranita: un joven está sentado en el suelo y trata de agarrar a los hombrea y mujeres que lo empu jan. El Libro de Horas de Adelaida de Saboya, de finales del siglo xv u, contiene un calendario que está ilustrado principal mente con escenas de juegos, y de juegos que no son caballa-, rescos. (Los calendarios representaban primeramente escenas 6 A rnoult, grabado. G abinete de Estampas; B. N., París, Oa 52 pet. fol. f* 164. 7 Claudine B ouzonnet, Jeux de Venfance, 1657. * Museo de Ginebra. 9 P. Fierens, Le Nain, 1933, pl. XX. 10 Louvre, París. 11 C hantilly. Se reproducen en este libro dos juegos: el de las pape letas y el de los cuentos chinos.
de oficios, excepto el mes de mayo, reservado a una corte de amor. Los juegos se fueron introduciendo en ese calendario y tuvieron cada vez más importancia, no sólo los juegos caba llerescos, como el de la caza de montería, sino también los juegos populares.) Uno de ellos es el juego del haz-de leña: un jugador hace de candela en medio de un círculo de pare jas, en el que la mujer se coloca detrás de su acompañante y le ciñe por la cintura. En otra parte de ese calendario, la población de la aldea lucha con bolas de nieve: hombres y mu jeres, niños y adultos. En un tap iz 32 de principios del siglo xvi, campesinos e hidalgos, estos últimos más o menos disfrazados de pastores, juegan al adivina quién te dio. No hay niños. Dos cuadros holandeses del siglo xvii (de la segunda mitad) representan también partidas de adivina quién te dio. En uno de ellos 13 se ve a algunos niños, pero están mezclados con los adultos de todas las épocas: una mujer, que esconde la cara, tiende su mano abierta detrás de la espalda. Luis XIII y su madre se divertían jugando al escondite: á cligne-musette. Se jugaba a la gallina ciega en casa de la Grande Mademoiselle, en el palacio de Rambouillet14. Un grabado de Lepeautre 15 muestra que los campesinos jugaban también siempre entre adultos. Así podemos, pues, entender el comentario que inspiró al historiador contemporáneo Van Marle 16 su estudio de la icono grafía de los juegos: «En lo que se refiere a las diversiones de las personas mayores, no se* puede realmente decir que fueran menos infantiles que los entretenimientos de los niños.» Pues claro: ¡eran los mismos!
Los niños participaban igualmente, en su lugar dentro de las otras clases de edad, en las fiestas estacionales que reunían regularmente a toda la colectividad. Difícilmente podemos nos otros imaginarnos la importancia de los juegos y de las fiestas en la antigua sociedad, ya que' hoy día los hombres de la ciu12 13 14
15 in f.° 16
V ictoria and Albert Museum, Londres. B e r n d t , n.° 509 (Comelis de Man), n.° 544 (Molinar). F q u r n i e r , op. cit. L epautre, grabado. Gabinete de Estam pas, B. N., París, Ed. 73 p. 104. V a n M a r l e , op. cit., tomo I, p. 71.
dad o los del campo no disponen más que de un espacio muy limitado entre la actividad profesional, penosa, hipertrofiada, y una vocación familiar imperiosa y exclusiva. Toda la literatu ra política y social, reflejo de la opinión contemporánea, trata de las condiciones de vida y de trabajo; un sindicalismo que protege los salarios reales, seguros que alivian los riesgos de enfermedad y del paro, tales son las principales conquistas po pulares, por lo menos las más aparentes para la opinión públi ca, la literatura, la discusión política. Incluso las jubilaciones ofrecen cada vez menos posibilidades de reposo y se vuelven más bien privilegios que permiten acumulaciones fructuosas. La distracción se ha vuelto algo casi vergonzoso y sólo se to lera en raros intervalos, casi clandestinos: sólo se impone como una costumbre una vez al año durante el inmenso éxodo del mes de agosto que lleva hacia las playas y montañas, hacia el agua y el sol a una masa cada vez más numerosa, más popular y al mismo tiempo más motorizada. En la antigua sociedad, el trabajo no ocupaba tantas horas del día, ni tenía tanta importancia para la opinión pública: no tenía el valor existencial que nosotros le damos desde hace más de un siglüi Casi se puede decir que no tenía el mismo sentido. Por el contrario, los juegos, las diversiones, se prolongaban mucho más que los momentos furtivos que nosotros les conce demos: formaban uno de los principales medios de que dispo nía la sociedad para estrechar sus. vínculos colectivos, para sentirse reunidos. Sucedía lo mismo con casi todos los juegos, pero este rol social aparece de forma más clara en las grandes fiestas estacionales y tradicionales. Estas fiestas se celebraban en fechas fijas y sus programas seguían a grandes rasgos las normas tradicionales. Sólo los especialistas del folklore o de las tradiciones populares las han analizado, y ellos las sitúan en un ambiente casi exclusivamente rural. Por el contrario, estas fiestas interesan a toda la sociedad, cuya vitalidad expre san periódicamente.’ En efecto, los niños —los niños y los jó venes— participan en ellas, de la misma manera que los otros miembros de la sociedad, y la mayoría de las veces juegan el papel que les ha reservado la costumbre. Por supuesto, no se trata aquí de escribir una historia de esas fiestas — tema in acabable y sin duda alguna de un gran interés para la histo ria social— ; no obstante, algunos ejemplos nos permitirán com prender el papel que desempeñaban los niños en ellas. Por
otra parte, la documentación es copiosa (aunque no se recurra a las descripciones de la literatura folklórica, principalmente cam pesinas), ya que una abundante iconografía, así como nume rosas pinturas burguesas y urbanas, atestiguan la importancia de esas fiestas en la memoria y la sensibilidad colectivas; se ponía empeño en representarlas y en conservar su recuerdo durante más tiempo que el breve tiempo de su duración. Una de las escenas favoritas de los artistas y de su clientela era la fiesta del Día de Reyes, probablemente la mayor fiesta del año. En España esta fiesta ha conservado la primacía, mien tras que en Francia la ha perdido en provecho de la de Navi dad. Cuando Madame de Sévigné, que estaba entonces en su castillo de Rochers, se enteró del nacimiento de su nieto, quiso que su gente compartiera su alegría, y para mostrar a Madame de Grignan que todo lo había hecho bien, la escribía: «Invité a beber y a cenar a mi gente, ni más ni menos que la víspera de Reyes» 17. Se la llamaba «la víspera de Reyes». Una minia tura del Libro de Horas de Adelaida de Saboya 18 representa el primer episodio de la fiesta. Eso sucedía a finales del siglo xv, pero esos ritos continuaron siendo los mismos durante mucho tiempo. Hombres y mujeres, parientes y amigos están reunidos alrededor de la mesa. Uno de los comensales sostiene el roscón, ide--Reyes, -le-mañtierie -incluso^ eñ :posÍcíóh Vertical“ “i i ñ nmoT de unos cinco a siete años, se esconde debajo de la mesa. El iluminador le coloca en la mano una especie de filacteria cuya inscripción comienza por Ph... Se ha fijado -así el momento en que, según la costumbre, un niño distribuía el roscón de Reyes. Esto sucedía según un ceremonial determinado: el niño se escondía debajo de la mesa. Uno de los comensales cortaba parte del roscón y llamaba al niño: «Phaebe, Domine...» (de ahí las letras Ph de la miniatura), y el niño respondía nom brando el comensal a quien' había que servir. Y así sucesiva mente. Una porción se reservaba a los pobres, es decir, a Dios, y el que la comiera debía redimirse dando una limosna. Esta limosna ¿no se volvió acaso, laicizándose, una obligación para el Rey, quien debía pagar una prenda u otro roscón, no ya a los pobres, sino a los demás comensales? Poco importa. Re tengamos únicamente el papel que la tradición confiaba al niño en el protocolo. El procedimiento de las loterías oficiales del 17 Mme. d e S é v i g n é , Lettres, 1671. !8 V er nota 11.
siglo xvn se inspiró probablemente en esta costumbre: el fron tispicio de un libro i9 titulado Critique sur la loterie muestra el sorteo efectuado por un niño, tradición ésta que se ha con servado hasta nuestros días. Se sorteaba la lotería igual que se repartía el roscón de Reyes. Este papel que el niño desem peñaba implica su presencia en medio de los adultos durante las largas horas de la velada. El segundo episodio de la fiesta, que es, por otra parte, su punto culminante, se refiere al brindis ofrecido por todos los comensales al afortunado que haya encontrado la sorpresa del roscón, debidamente coronado: «iViva el Rey!» Las pinturas flamencas y holandesas apreciaron particularmente este tema; todos conocemos el famoso lienzo del Louvre de Jordaens, pero este tema aparece también en los cuadros de numerosos pin tores septentrionales. Por ejemplo, ese cuadro de M etsu20, de un realismo menos burlesco y más real, que nos representa bastante bien la imagen de esa agrupación alrededor del Rey de la velada, de todas las edades y sin duda de todas las con diciones, los servidores junto con los señores. Todos están alre dedor de la mesa. El Rey, un anciano, bebe. Un niño le saluda tocándose el sombrero: quizá sea él quien acaba de distribuir las porciones del roscón, según-la costumbre. Otro niño, de"maírarfo"peqüeño'“co:mo'~párá~dése"mpeñór ’ ese papel, está en caramado en una de esas sillas altas y cerradas, todavía muy generalizadas. No sabe andar, pero él también tiene que parti cipar en la fiesta. Uno de los comensales está disfrazado de bufón; en el siglo xvn, a todo el mundo le encantaban los dis fraces, y los más grotescos eran los más oportunos, pero el traje de bufón aparecía en otras representaciones de esta escena tan familiar, formaba parte del ceremonial: el bufón del Rey. También podía suceder que uno de los niños hallase la sorpresa. Así, Heroard anotaba el 5 de enero de 1607 (la fies ta se celebraba en la víspera de la Epifanía) que el futuro Luis XIII, 'de seis años de edad, «fue Rey por primera vez». Un lienzo de Steen de 166821 celebra la coronación del hijo menor del pintor. Se le ha coronado con una diadema de papel, 19 Reproducido por H. d’A llemagne, Récréations et passe-temps, 1906. La fiesta de Reyes, r e p r o d u c i d o e n B e r n d t , n .° 515. Cassel, r e p r o d u c i d o e n F . S c h m i d t - D e g e n e r y v a n G e l d e r , Jan Steen, 1928, p , 82. 20 M e t s u , 31 S t e e n ,
se le ha subido a un banco como si estuviera sobre un trono, y una viejecita cariñosamente le da a beber un vaso de vino. La fiesta no terminaba ahí. Comenzaba entonces el tercer episodio, que debía durar hasta la madrugada. Se observa que algunos invitados estaban disfrazados: a veces llevaban en sus sombreros un letrero que señalaba su papel en la comedía. El «bufón» se colocaba al frente de una pequeña tropa, compuesta por algunas máscaras, un músico, que por lo general tocaba el violín, y también, en este caso, por un niño. La costumbre im ponía a'ese niño una función bien definida: era él quien lle vaba el cirio de Reyes. Al parecer, en Holanda era negro. En Francia era variopinto: Madame de Sévigné decía de una mujer que «era variopinta como el cirio de Reyes».. El grupo de «can tantes de la estrella» — así se denominaba en Francia—, bajo la dirección del bufón, se dispersaba por el vecindario para pedir combustible o provisiones y para retar a los juegos de dados. Un grabado de Mazot de 1641 22 nos muestra el cortejo de los cantantes de la estrella: dos hombres, una mujer que toca la guitarra y un niño que lleva el cirio de Reyes. Gracias a un abanico pintado al gouache de principios del siglo xvm 23 podemos seguir a este cortejo bufón cuando se le recibe en una casa vecina. La sala de esta casa está cortada verticalmente al estilo del decorado de los misterios o de las pinturas del siglo xv con el fin de mostrar a la vez el interior de la sala y la calle, detrás de la puerta. En la sala, los pre sentes brindan por el Rey y coronan a la Reina. En la calle, una pandilla disfrazada llega a la casa y llama a la puerta: se le abre. Cuanto más hacen los bufones, más se divierten: quizá sea éste el origen de esta expresión. A lo.largo de la fiesta se puede constatar la participación activa de los niños en las ceremonias tradicionales. Observa mos también esta participación en la Nochebuena. Heroard nos indica que, a los tres años, Luis X III «asistió a la colocación del árbol de Navidad, ante el cual bailó y cantó por la llegada de la Navidad». Quizá fue él quien echó sal o vino sobre el tronco de Navidad, según el rito que nos ha descrito a finales del siglo xvi el suizo-alemán Thomas Platter cuando hacía sus estudios de medicina en Montpellier. La escena ocurría en 22 G rabado de F. M arzot: La noche. 22 A banicos pintados al gouache, exposición, París, galería Charpentier, 1954, n " 70 (procedente de la notaría D uchesne).
Uzés24. Se pone u n ■grueso leño sobre el morillo. Cuando está ardiendo, la familia se reúne. El hijo menor coge con la mano derecha un vaso de vino, migas de pan, una pizca de sal, y con la izquierda, una vela encendida. Todos se destocan, y el niño comienza a invocar el signo de la cruz. En el nombre del Pa d r e . y echa una pizca de sal en una esquina del hogar. En el nombre del Hijo.. al otro extremo, etc. Se conservan los carbones, que tienen una virtud benéfica. El niño desempeña aún aquí uno de los papeles esenciales previstos por la tradi ción, en medio de la colectividad reunida. Papel que desem peñaba además en otras ocasiones menos excepcionales, pero que tenían el mismo carácter social: en las comidas familiares. La costumbre ordenaba que uno de los hijos más pequeños dijera las gracias, y que todos los niños presentes se encargaran de servir la mesa: llenar las copas, cambiar los platos, trinchar la carne... Más adelante tendremos ocasión de estudiar más de cerca el sentido de estas costumbres cuando analicemos la es tructura familiar25. Por el momento retengamos cuán familiar era, desde el siglo xiv hasta el siglo xvn, la costumbre de con fiar a los niños una función específica en el ceremonial que acompañaba las reuniones familiares y sociales, ordinarias o extraordinarias. Había otras fiestas que, aunque interesasen siempre a toda la colectividad, reservaban a la juventud el monopolio de los papeles activos y en las cuales las otras clases de edad sólo participaban como espectadores. Esas fiestas se presentaban ya como jornadas de la infancia o de la juventud (ya vimos que la frontera entre estos dos estados, hoy día si separados, era incierta y mal definida). Durante la Edad M edia26, los niños ocupaban la iglesia el día de los Santos Inocentes; uno de ellos era elegido obispo por sus camaradas y presidía la ceremonia, que se terminaba con una procesión, una colecta y un banquete. La tradición, que subsistía aún en el siglo xvi, consistía en que, en la ma ñana de ese día, los jóvenes sorprendieran a sus amigos en la cama para azotarlos. Se decía: «Para darles los Inocentes.» El martes de Carnaval aparecía como la fiesta de los estu24 Félix et Tliornas Platter [le fe u n e ] ti Montpeilier, 1595-1599, Montpellier, 1892, p. 346. 23 Ver infra, III parte, cap. II. 26 T. L. Ja r m a n , Landm arks in the htstory of education, 1951.
diantes y de la juventud. Fitz Stephen la describe en el-siglo xil en Londres, refiriéndose á la juventud de su héroe, Thomas Becket71, alumno entonces de la escuela de la catedral de San Pablo: «Todos los niños de la escuela traían a su maestro sus gallos de pelea.» Las peleas de gallos, aún populares en los lugares donde subsisten, en Flandes o en América Latina, pero que son sólo para adultos, en la Edad Media eran propias de 'la juventud e incluso de la escuela. Así lo da a entender un texto del siglo xv de Dieppe, el cual enumera los derechos que debían pagarse al barquero: «Le maltre qui tient Tescole de Dieppe, un coq, quand les jeux sont a Pescóle ou ailleurs en ville, et en soient francs audit batel tous les autres escoliers de Dieppe» n . Según Fitz Stephen, en Londres, la jornada del martes de Carnaval comenzaba con peleas de gallos que dura ban toda la mañana. «En la tarde, toda la juventud de la ciudad salía a las afueras para el famoso juego de balón.., Los adultos, los padres, los notables venían a caballo para asistir a los jue gos de la juventud, y a su lado volvían a ser jóvenes de nuevo.» El juego de balón (jeu de la soule, se decía en francés) reunía a varias comunidades en una acción colectiva, que oponía a veces a dos parroquias, otras veces a dos clases de edad: «El juego de la bola, boule de chalendas, que es un juego que se acostumbra a jugar-, el .día de Návidad •entre los..artesanos idet: la localidad de Cairac, en Auvernia (y, por supuesto, en otras partes); se diversifica y se divide este juego de tal manera que los casados están a un lado y los solteros al otro; y se lleva dicha bola de un lado a otro y se la pasan de un grupo al otro para ganar el premio, y el que mejor la pase obtiene el premio del día» 29. En Avignon, aún en el siglo xvi, el carnaval estaba organi zado y animado por el abad de la curia, presidente de la cofra día de pasantes de notarios y procuradores30: esos jefes de la 27 Idem , 28 [A l m aestro que tiene la escuela de D ieppe, un gallo, cuando los juegos se realizan tanto en la escuela como en o tra parte de La ciudad, y sean exentos de pasaje todos los escolares de Dtéppe.] Ch. de Robillard de Beaurepaire, Recherches sur l'instruciion publique clans le diocése de R ouen avant 1789, 3 vols., 1872, t. II, p. 284. 29 T--Í- Jusserand, Les Sports et jeux d’exercice dans l’ancienne France, 1901. 30 Paul Acharo, «Les Chefs des plaisirs»,■en el Annuaire Administratif du D épartm ent de Vaucluse.
juventud eran en casi todas partes, por lo menos en el Sur, los «jefes de placeres», según la expresión de un erudito mo derno. (Príncipes de amor, rey de la basílica, abad o capitán de la juventud, abad de los artesanos o de los muchachos de la ciudad.) En Avignon31, los estudiantes gozaban, el día de Car naval, del privilegio de dar una paliza a los judíos y a las putas, excepto si pagaban un rescate. La historia de la Universidad de Ávignon nos relata que el 20 de enero de 1660 el vicelegado fijó el precio de rescate de un escudo por puta. Las fiestas mayores’ de la juventud eran las de mayo y las de noviembre. Sabemos, por Heroard, que Luis X III, cuando era niño, iba al balcón de la Reina para ver plantar el árbol de mayo. La fiesta de mayo sucede a la de Reyes en la preferencia de los artistas, quienes se complacían en evocarla como una de las más populares. Dicha fiesta ha inspirado innumerables pinturas, grabados, tapices. A. Varagnac 32 ha reconocido ese tema en la P rim avera,..de Botticelli, existente en la Galería de los Oficios. En otras partes, *las ceremonias tradicionales es tán representadas con una precisión más realista. Un tapiz de 164253 nos permite im aginar el aspecto de un pueblo o de una ciudad ese día 1.° de mayo. Toda la gente está en una calle. Una pareja’ un poco mayor y un anciano han salido de una de •^as casas y -esperan e ^ e l 'tim brar'de ;su "puert^. Se pffepáran á recibir a un grupo de muchachas que se dirige hacia ellos. Una de ellas, la primera, lleva u n a cesta llena de frutas y pasteles. Este grupo de jóvenes va de ésta manera de puerta en puerta y todos le, dan provisiones como respuesta a sus deseos: la colecta a domicilio es uno de los elementos esenciales de estas fiestas de la juventud. En prim er plano se ven unos niños, que están aún vestidos de u n a saya, como las niñas, y adorna dos con coronas de flores y de Hojas que sus madres les han preparado. En otras imágenes, la procesión de los jóvenes que hacen la colecta se organiza alrededor de un chico que lleva el árbol de mayo: esta escena se puede ver en una pintura holandesa de 1700 La pandilla de niños recorre el pueblo detrás del que lleva el mayo: los más pequeños están corona 31 «Droit de barbe et batacule», L a v a l , Université d’Avignon, pp. 44-45, 33 A. V a r a g n a c , Civilisations traditionnelles, 1948. 33 Las estaciones, Florencia. H . G S bbel , Wandteppíche, 1923, tomo II, p. 409. 34 Brokenburgh (1650-1702), reproducido en B e r n d t , n.° 131.
dos de flores. Las personas mayores han salido a la puerta de su casa, dispuestos a recibir el cortejo de niños. El mayo está figurado a veces simbólicamente por una vara coronada de hojas y flores35. Pero poco nos importan los episodios que acompañan al árbol de mayo; fijémonos únicamente en la co lecta efectuada por el grupo de jóvenes ante los adultos, y la costumbre de coronar a los niños de flores, que hay que asociar con la idea de la renovación de la vegetación, simbolizáda también por el árbol que se lleva y que se planta3é. Esas coro nas de flores se han convertido, quizá en un juego familiar de los niños, ciertamente en el atributo de su edad en las repre sentaciones de los artistas. En los retratos, individuales o fami liares, los niños llevan o trenzan coronas de flores o de follaje. Así, las dos niñas por Nicolás Maes en el museo de Toulouse37: la primera lleva una corona de hojas y con la otra mano coge las flores de una canasta que le tiende su hermana; no se puede evitar el que se asocien las ceremonias- de mayo a ese convencionalismo que asociaba a la infancia con la vegetación. Otro grupo de fiestas de la infancia y de la juventud tenía lugar a principios de noviembre. «El 4 -y el 8 (de noviembre) —escribe el estudiante Platter a finales del siglo x v i38— se hizo la mascarada de los Querubines. Yo también me disfracé y me fui a casa del doctor Sapota, donde había baile.» Masca rada de jóvenes y no únicamente de niños, que ha desaparecido completamente de nuestras costumbres, suprimida por la pro ximidad invasora del Día de Difuntos. La opinión no admite ya tan cerca de esa fecha una fiesta alegre de la infancia dis frazada. Dicha fiesta, sin embargo, ha sobrevivido en ¿a Amé rica anglosajona: Halloween. Poco después, San Martín dio ocasión , a manifestaciones características de los jóvenes, y más adelante quizá de los escolares: «Mañana es San Martín — se lee en un diálogo escolar de principios del siglo xvi, evocando la vida de las escuelas de Leipzig39— . Nosotros, los escolares, hacemos ese día .una abundantísima colecta..., es costumbre que los pobres [escolares] vayan de puerta en puerta recibien 35 T apiz de T ournat, H, G obbel , op. cit., tom o II, p. 24. 36 Ver tam bién I. M ariette, G abinete de E stam pas, B. N„ París, Ed 82 ín f.°, y M erian, G abinete de Estam pas, Ec 11 in f.°, p. 58. í7 M useo de los Agustinos, T oulouse. 33 Félix et Thom as Platter [le Je une] á M ontpellier, op. cit., p. 142. 39 L. M a s s e b i e a u , Les Coiloques scolaires, 1878.
do dinero.» Observamos aquí de nuevo las colectas a domicilio que ya destacamos con motivo de la fiesta de mayo: práctica propia de las fiestas de la juventud, unas veces gesto de reci bimiento y bienvenida, otras veces verdadera mendicidad; nos parece palpar las últimas huellas de una estructura antiquísima donde la sociedad estaba organizada en clases de edad. Sólo subsiste de ellas, por lo demás, un simple recuerdo que reser vaba a la juventud una función esencial en ciertas celebracio nes colectivas importantes. Se observará, además, que el ce remonial distinguía mal a los niños de los jóvenes; esta su pervivencia de una época en la que ambos vivían juntos no correspondía ya totalmente con la realidad de las costumbres, como lo sugiere la práctica del siglo xvn que consiste en ador nar-únicamente a los más pequeños, a los niños que usaban aún la saya, con flores y hojas que engalanaban, en los calen darios de la Edad Media, a los adolescentes llegados ya a la edad de los amores. Cualquiera que sea el papel asignado a la infancia y a la juventud, primordial en mayo, ocasional en la Epifanía, obe decía siempre a un protocolo habitual y correspondía a las reglas de un juego colectivo que movilizada simultáneamente al grupo social y a todas las clases de edades.
Había otras circunstancias que motivaban la misma parti cipación de las diversas edades en una diversión común. Del siglo xv al xvm, y a veces a principios del siglo Xix (en Ale mania), innúmeras escenas de costumbres, pintadas, grabadas o tejidas, evocan la reunión familiar en la Cual los niños y los padres formaban una pequeña orquesta de cámara y acompa ñaban a un cantante. La mayoría de las veces esto sucedía con motivo de un banquete. A veces ya se había quitado la mesa. Otras veces, el intermedio musical tenía lugar durante la comida, como es el caso en un lienzo holandés pintado hacía 164040; la compañía está sentada a la mesa, pero el servicio está interrumpido: el muchacho encargado del mismo, y que lleva un plato y un jarro de vino, se ha parado; uno de los comensales, en pie y apoyado en la chimenea, con un vaso 40 Lamen (1606-1652). El interm edio musical, reproducido en n." 472.
B
erndt,
en la mano, canta, quizá una canción báquica; otro comensal ha tomado su laúd para acompañarle. No podemos imaginarnos hoy día la importancia que tenían la música y la danza en la vida cotidiana. El autor de una Introduction to practical music, publicada en 1 5 9 7 cuenta cómo las circunstancias hicieron de él un músico. Estaba cenando en compañía de otras perso nas: «Cuando terminó la cena- y que, según la costumbre, las partituras fueron llevadas a la mesa, la señora de la casa me escogió una parte y me rogó muy seriamente que la cantara. Yo tuve que disculparme mucho y confesar que no sabía ha cerlo; todos parecieron sorprendidos e- incluso algunos murmu raron al oído que dónde había sido educado.» SÍ la práctica familiar y popular de un instrumento o del canto estaba quizá más extendida en la Inglaterra isabelina, lo estaba también en Francia, Italia, España o en Alemania, según una antigua- cos tumbre medieval que se mantuvo, a través de las transforma ciones del gusto y de los perfeccionamientos técnicos, hasta los siglos x v m o xix, antes o después, según las regiones. Hoy día sólo existe en Alemania, Europa central y en Rusia. Esto era verdad, en ese tiempo, en los círculos de la nobleza o de la burguesía, donde los grupos se complacían en actuar durante ■.un..concierto, de cámara.:;'Era .cierto ..igualmente .en. los ambienr. tes más popularés, campesinos o incluso indigentes, donde se tocaba la gaita, la zanfonía, o ese trasto chirriante para bailar que no había sido aún elevado a la dignidad del actual violín. Los niños practicaban la música muy pronto. Luis X III ya cantaba en sus primeros años canciones populares o satíricas que no se parecían en nada a las rondas infantiles de nuestros dos últimos siglos; conocía también el nombre de las cuerdas del laúd, instrumento noble. Los niños participaban en todos esos conciertos de cámara que la antigua iconografía ha multi plicado. Tocaban igualmente entre ellos, y una manera habi tual de pintarlos es representándoles con un instrumento en la mano, como esos dos niños de Franz Hals 42: el uno acompaña con el laúd a su hermano o a su compañero que canta; o esos numerosos niños de Franz Hals y de Le Nain que tocan la flauta43. En la calle, los chiquillos del pueblo, más o menos 41 T hom as Morley, citado en F. W a ts o n , T h e English grammar schools to 1660, 1907, p. 216. 42 Franz Hals, Niños músicos, Kassel; G e r s o n , tomo 1, p. 167. 43 Franz H als, Berlín. Le N ain, D etro it; la carreta, del Louvre.
harapientos,, escuchan ávidamente la zanfonía de un ciego es capado de un patio de Monipodio: tema del pordioseo, muy difundido en el siglo xvn 44. Un lienzo holandés de Vinckelbaons 45 merece especial atención debido a un detalle significa tivo del nuevo sentimiento de la infancia: como en otras pin turas semejantes, un hombre toca la zanfonía ante un auditorio infantil; la escena ha sido representada en el instante en que los chiquillos acuden rápidamente al son del instrumento; uno de ellos, demasiado pequeño, no ha podido seguir el movimien to. Entonces su padre lo toma en brazos y rápidamente alcanza al auditorio, con el fin de que el niño no pierda nada de la fiesta: el niño, alegre, tiende sus brazos hacia el músico. En la práctica de la danza se observa la misma precoci dad: ya vimos cómo Luis X III, a los tres años, bailaba la gallarda, la zarabanda y la antigua bourrée. Comparemos un lienzo de Le N ain46 con un grabado de Guérard 47: hay entre ellos aproximadamente medio siglo de diferencia, pero las cos tumbres a este respecto no han cambiado tanto durante ese intervalo, y el arte del grabado es más bien conservador. En el de Le Nain vemos un corro de niñas y niños, y uno de estos últimos usa todavía la saya con lazos. Dos .niñas hacen un puente-'alzando y*"juntando sus manos, y todo el grupo pasa por debajo. El,grabado de Guérard representa también un corro, pero son los adultos quienes lo guían, y una de las mujeres jóvenes salta en el aire, como una chiquilla que saltase a la cuerda. Casi no existen diferencias entre el baile de los niños y el de los adultos: más adelante, el baile de los adultos se transformará y se limitará definitivamente, con el vals, a la pareja sola. Las antiguas danzas colectivas, abandonadas por la ciudad y por la corte, por la burguesía y la nobleza, subsis tirán aún en las aldeas, en donde las descubrirán los folkloris tas modernos, y en los corros infantiles del siglo xix, unos y otros, por otra parte, en trance de desaparición actualmente. No se puede separar del baile las representaciones dramá ticas: el baile era entonces más colectivo y se distinguía menos 44 Brouwer, Hombre que toca la zanforía rodeado de niños, Harlem, reproducido en W. v o n B o d e , p. 29, Estudio de Georges de La Tour, exposición París, Orangerie, 1958, n.° 75. 45 Vinckelbaons (1576-1629) reproducido en B e r n d t , n.° 942. 46 Le Nain, reproducido en P. Fierens, Le Nain, 1933, lám. XCIII. 47 N. G uérard, grabado, G abinete de Estampas, B. N., París, Ee 3 in f.°.
del ballet que nuestros bailes modernos de parejas. Conocemos, gracias al diario de Heroard^ la afición de los contemporáneos de Luis XIII por el baile, el ballet y la comedla, géneros aún bastante parecidos: se representaba un papel en el ballet como se bailaba en un baile (la semejanza de los dos términos es significativa: el mismo vocablo se ha desdoblado después, el baile se ha reservado a los aficionados y el ballet a los profe sionales). Había ballets en las comedias, incluso en el teatro escolar de los colegios de jesuítas, En la corte de Luis X III, los autores y los actores se contrataban allí mismo entre los hidalgos, pero también- entre los lacayos y los soldados; los niños también actuaban y asistían a las representaciones. ¿Se trataba de una práctica de la corte? No, más bien de una práctica común. Un texto de Sorel 45 nos demuestra que en las aldeas nunca dejaron de representarse las obras dramá ticas, bastante comparables a los antiguos misterios, a las Pa siones actuales de Europa central. «Yo pienso que él habría tenido — dice Ariste, a quien aburrían los actores profesiona les— mucha satisfacción si hubiera visto como yo a todos los chicos de una aldea [¿y no las chicas?] representar la tragedia del rico avaro en un teatro, sobre un escenario más alto que los tejados de las casas, por donde todos los personajes daban siete u ocho vueltas por parejas para mostrarse antes de que comenzara la representación, como los personajes de un reloj.» «... Me alegré tanto de ver una vez más la representación de la historia del Hijo Pródigo y la de Nabucodonosor, luego los Amores de Medoro y Angélica, y la bajada de Radamonte a los infiernos, con actores de tales características.» El portavoz de Sorel ironiza y tiene poco aprecio por esos espectáculos popu lares. Casi en todas partes, los textos y la dirección estaban determinados por la tradición oral. En el País Vasco esta tradi ción fue establecida antes de la desaparición de las representa ciones dramáticas. A finales del siglo x v m y a principios del xix se escribieron y publicaron «pastorales vascas» cuyos temas pertenecen simultáneamente a las novelas de caballería y a las pastorales del Renacimiento49. Los juegos reunían, como la música y la danza, a toda la 48 Charles 417. 49 L a r c h é
S orel, de
La Maison des Jeux, 2 vols., 1642, tomo
L a n g u is,
I, p p .
autor de Pastorales basques, hacia 1769.
469-
colectividad y mezclaban a las edades, tanto las de los actores como las de los espectadores, A continuación nos interrogaremos acerca de la actitud moral tradicional con respecto a esas representaciones que tan ta importancia tenían en las antiguas sociedades. Esta actitud se nos manifiesta con dos aspectos contradictorios. Por una parte, todas las representaciones estaban admitidas, sin reser vas ni discriminación, por la mayoría. Por otra, y al mismo tiempo, una poderosa e ilustrada minoría de rigoristas las con denaba todas, poco más o menos, de forma igualmente abso luta, y denunciaba su inmoralidad, sin admitir casi ninguna excepción. La indiferencia moral de la mayoría y la intoleran cia de una élite educadora coexistieron durante mucho tiem po: durante los siglos xvn y xvn se estableció un compromiso que anunciaba la actitud moderna con respecto al juego, fun damentalmente diferente de la antigua. Lo cual nos interesa para nuestro tema, porque también manífesta el sentimiento nuevo de la infancia: un interés, antes desconocido, en preser var su moralidad,. y también en educarlo, prohibiéndole los juegos clasificados en lo sucesivo como nocivos y recomendán dole los juegos reconocidos en adelante como buenos. La estima en que se tenían aún en el siglo xvn los juegos de azar nos permite evaluar la amplitud de esta indiferencia moral. Nosotros consideramos hoy día los juegos de azar como sospechosos, peligrosos, y la ganancia del juego como el menos moral y confesable de los ingresos. Seguimos practicando esos juegos de azar, pero con sentimiento de culpa. No sucedía aún esto en el siglo xvn: este sentimiento de culpabilidad moderno procede de la moralización a fondo que transformó la sociedad del siglo xix en una sociedad de «bienpensantes». La Fortune des gens de qualité et des gentilshommes particuliers 50 es una colección de consejos para hacer carrera destinados a los hidalgos jóvenes. Sin duda alguna, su autor, el mariscal De Caillére, no tenía nada de aventurero; a él se debe una bibliografía edificante del P. Ange de Joyeuse, el fraile santo miembro de la Liga; si no era devoto, al menos era piadoso; en resumen: sin ninguna originalidad ni talento. Sus declaraciones reflejan, pues, una opinión común en 1661, fecha de la edición de su libro, entre la gente bien. Por eso, 50 Mariscal d e C a i l l i é r e , La Fortune des gens de qualité et des gentilshommes particuliers, 1661.
no cesaba de prevenir a los jóvenes contra el vicio: si éste es el enemigo de la virtud, lo es igualmente de la fortuna, ya que no se puede poseerla una sin la otra: «El joven vicioso deja escapar las ocasionesde agradar a su Maestro por las ventanas del burdel y de la taberna.» El lector del siglo X X que recorra con la vista un poco cansada esos tópicos de sorprenderá cuando ese moralista puntilloso desarrolle sus ideas sobre la utilidad social de los juegos de azar. «Si un Par ticular [abreviatura de hidalgo particular, opuesto a gente de calidad, es decir, hidalgüelo, más o menos menesteroso] debe jugar a los juegos de azar y cómo debe hacerlo», es el títu lo de un capítulo. Pero eso no es tan evidente: el mariscal reconoce que los moralistas profesionales, los clérigos, con denan el juego tajantemente. Eso podría incomodar a nuestro autor, y de todas maneras le obliga a explicarse detenida mente. Él tiene otra idea, fiel a la opinión antigua de los laicos, y se esfuerza en justificarla moralmente: «No será im posible probar que [el juego] puede ser más útil que perjudi cial si se produce en las circunstancias que le son indispen sables,» «Yo digo que el juego es tan peligroso para un hombre de calidad (es •decir, para un rico hidalgo) como útil para un Particular (es decir, para un hidalgo-menesteroso). El primexQ¿ arriesga mucho porque es rico; él otro"ñó'' arriesga nada porqué" no lo es, y, sin embargo, un Particular puede esperar de la Fortuna del juego tanto como un gran señor.» El uno puede perderlo todo, el otro ganarlo todo: ¡extraña distinción moral! Mas el juego, según Cailliére, presenta otras ventajas ade más de la del lucro: «Yo siempre he considerado que la pasión por el juego era un beneficio de la Naturaleza, cuya utilidad he reconocido.» «Yo establezco como base que a nosotros nos gusta por naturaleza.» «Los juegos que requieren ejercicio (que nosotros trataríamos de recomendar hoy día) son dignos de verse, pero no aptos para ganar dinero.» Y este autor es pecifica: «Me refiero a las cartas y los dados.» He oído decir a un jugador prudente, que había ganado una fortuna muy considerable en el juego, que para hacer de los juegos un arte, él no había encontrado otro secreto ,sino el de domeñar su pasión y proponerse este ejercicio como una profesión para ganar el dinero.» Que el jugador no se inquiete: la mala suerte no le sorprenderá desprevenido: un jugador siempre encuentra quien le preste mejor «que un buen comerciante». «Además,
este ejercicio permite a los Particulares introducirse en las mejores compañías, y un hombre hábil puede obtener impor tantes ventajas si sabe aprovecharlas... Conozco a personas que no tienen más ingresos que una baraja y tres dados, que subsisten en el mundo con más brillo que los señores de pro vincias. con sus grandes posesiones [pero sin dinero contante].» El excelente mariscal concluye con- esta opinión sorprendente hoy día para nuestra moral: «Aconsejo a un hombre que co nozca los juegos, y a quien le gusten, que arriesgue su dinero, pues como tiene poco que perder, no arriesga gran cosa y puede ganar mucho.» Para el biógrafo del P. Ange, el juego no sólo se convierte en una diversión, sino que es un estado, un medio de hacer fortuna y de mantener relaciones, medio perfectamente honorable. Cailliére no es el único que piensa así. El caballero de Méré, a quien se presenta como el tipo perfecto de hombre de mundo, del hombre honrado, según el gusto de la época, se expresa de la misma manera en Suite du Commerce du M onde51. «Observo además que el juego produce buenos resultados cuan do uno se conduce como un hombre hábil y de buen talante: así es como se logra el acceso a todas partes donde se juega, --y. los;príncipes ’sV aburrirían frecuentemente si no sé -divirtiéi-aíí jugando.» Ese autor cita ejemplos importantes: Luis X III (quien siendo niño había ganado una turquesa al billar), Richelieu «que se distraía con la esgrima», Mazarino, Luis XIV y «su ma dre, la Reina [que] no hacía más que jugar o rogar a Dios». «Cualquiera que sea el mérito de una persona, sería difícil alcan zar una gran notoriedad sin que la alta sociedad y el juego abran de par en par las puertas de entrada. Es incluso una excelente garantía el estar frecuentemente en buena compañía sin decir nada, y especialmente cuando uno lo hace como hombre ga lante», es decir, evitando «la extravagancia», «el capricho» y la superstición. «Es preciso jugar como un hombre honrado y con formarse tanto en perder como en ganar, sin que se reconozca en sus facciones o en su manera de proceder lo uno ni lo otro.» No obstante, era menester poner cuidado en no arruinar a sus amigos, pues, por más que se razonase, «nos queda siempre un resentimiento contra los que nos han arruinado». 31 M éré, Oeuvres, ed. Ch. Boudhors, 3 vols., 1930.
51 los juegos de azar no ocasionaban ninguna reprobación moral, no había ninguna razón para prohibírselos a los niños: de ahí esas innumerables escenas que el arte nos ha conservado hasta nuestros días de niños jugando a las cartas, a los dados, al chaquete, etc. Los diálogos escolares que servían a los alum nos simultáneamente como manuales de urbanidad y como voca bulario latino, admiten a veces los juegos de azar, si no siempre con entusiasmo, al menos como una práctica muy difundida. El español Vives 52 se contenta con dar algunas reglas para evitar los excesos: dice cuándo hay que jugar, con quién (evitar a los pendencieros), a qué juego, qué apostar: «La apuesta no debe ser mínima, eso es algo absurdo, y de ello se harta uno en se guida; pero tampoco debe ser tan importante como para que perturbe la razón del que juega»; «de qué modo», es decir, como buen jugador, y cuánto tiempo. Incluso en las instituciones escolares, lugares de la morali zación más eficaz, los juegos de dinero persistieron durante mu cho tiempo, a pesar de la aversión de los educadores. A princi pios del siglo xvm , los reglamentos del colegio de los oratorianos de Troyes especifican: «No se jugará por dinero, a no ser que sea poca cantidad y con autorización.» El universitario moderno que comenta este texto en 1880, agrega, un poco desconcertado por esas costumbres tan ajenas a los principios de educación de su tiempo: «Prácticamente era autorizar el juego con dinero.» Por lo menos, era resignarse a ello53. Aún hacia 1830, en las public schools inglesas se jugaba abiertamente a las loterías y se apostaba mucho. El autor de Tom Brown’s school days evoca la fiebre de las apuestas y del juego que provocaba en esa época el Derby entre los alumnos de Rugby: la reforma del doctor Arnold eliminó posteriormente de la escuela inglesa las antiguas prácticas', antaño admitidas con indiferencia y en lo sucesivo consideradas inmorales y viciosas 54. Desde el siglo xvn hasta nuestros días, la actitud moral con respecto a los juegos de azar evolucionó de manera bastante compleja. Si bien se difundió el sentimiento de que el juego de azar es una pasión peligrosa, un vicio grave, la práctica tendió a transformar algunos de ellos reduciendo la parte del 52 Vives, Dialogues, trad. francesa de 1571. a G. C a r r t , Les Éléves de Vancien collége de Troyes, en las M ém oires de la Société Academ ique de l’A ube, 1881. 54 Thom as H u g h e s , Tom B ro w n ’s school days, 1857.
azar (que siguió persistiendo), a expensas del cálculo y del es fuerzo intelectual del jugador, de suerte que ciertos juegos de cartas o de ajedrez fueron saliéndose cada vez más de la condena sin apelación posible que afectaba al principio del juego de azar. Otra diversión siguió una evolución diferente: la danza. Ya vimos que la danza colectiva de niños y adultos ocupaba un lugar de gran importancia en la vida cotidiana. Hoy día, eso debería chocar menos con nuestro sentido moral que la práctica general de los juegos de azar- Sabemos que hasta los monjes bailaban si se presentaba la ocasión, sin que la opinión se es candalizara, por lo menos antes del movimiento de Reforma de las comunidades religiosas del siglo xvn. Conocemos el estilo de yida de la abadía de Maubuisson, a principios del siglo x v i i , cuando la madre Angélique Arnauld vino a reformarla. Era poco edificante, pero no necesariamente escandaloso: era dema siado mundano. «En verano — nos dice L. Cognet, citando a la madre Angélique de Saint-Jean, biógrafa de su hermana 53— , cuando hacía buen tiempo, después de haber rezado rápidamente las vísperas, la priora llevaba la comunidad a pasear a los es tanques que se hallaban en el camino de París, a donde acudían frecuentemente los monjes de Saint-Martin de Pontoise, que vivían cerca, a bailar con las religiosas, y eso con la misma libertad con que se haría en el mundo, donde no habría nada que criticar.» Esos bailes de monjes y monjas indignaban a la madre Angélique de Saint-Jean (y preciso es reconocer que no correspondían al carácter de la vida conventual), pero no es candalizaban a la opinión pública como nos chocaría hoy día que los religiosos y religiosas bailaran por parejas, abrazados, como lo exigen los bailes modernos. Se puede admitir que esos reli giosos no tenían mucho sentimiento de culpa. Las costumbres tradicionales permitían los bailes de clérigos en ciertas ocasio nes. Así en Auxerre56, el nuevo canónigo hacía don a los feli greses, por el feliz acontecimiento de su llegada, de un balón que servía para un gran juego colectivo. El balón — o soule— era un juego colectivo entre-dos equipos, solteros contra casa dos, una parroquia contra la otra. En Auxerre, la fiesta comen zaba con el canto de Victimae laudes Paschali, y se terminaba con una danza que bailaban todos los canónigos. Los historia 53 L, C o c n e t , La M ere A ngélique et saint Frartfois de Sales, 1951, p. 28, 56 J.-J, JüSSERAND, op. CÍt.
dores nos informan que esta costumbre, que remonta al si glo xiv, existía aún en el siglo x v m . Es probable que los par tidarios de la reforma tridentina vieran este baile con tan. malos ojos como la madre Angélique de Saint-Jean las danzas de las monjas de Maubuisson con los padres dé Pontoise: era otra época con otro sentido de lo profano. Las danzas tradicionales no tenían en el siglo xvn el carácter sexual que revelaron mucho más tarde, durante los siglos xix y xx. Existían incluso danzas de las nodrizas, en la cual las amas de cría llevaban a los niños de pecho en sus brazos 57. Para ilustrar la indiferencia de la antigua sociedad con res pecto a la moralidad de las diversiones, la práctica generalizada de la danza .no tiene la misma significación que la de los juegos de azar. Por el contrario, la primera permite evaluar mejor el rigor de la intolerancia de las élites reformadoras. En la sociedad del Antiguo Régimen, el juego bajo todas sus formas (física, de sociedad, de azar), ocupaba un lugar privile giado que han perdido en nuestras sociedades técnicas, pero que encontramos aún hoy día en las sociedades primitivas o arcaicas58. Ahora bien, a esta pasión que agitaba todas las eda des, todas las condiciones, la Iglesia opuso una reprobación absoluta, y con la Iglesia, los laicos fervientes partidarios de rígor y 'd e ordené quiénes se esforzaron igualmente en domeñar una masa aún salvaje, en civilizar las costumbres todavía pri mitivas. La Iglesia medieval condenaba también toda clase de juegos, sin excepción ni reserva, particularmente en las comunidades de clérigos becarios, las cuales dieron origen a los colegios y universidades del Antiguo Régimen. Sus estatutos nos dan una idea de esta intransigencia. Al leerlos, el historiador inglés de las universidades medievales, H. R ashdall59, se quedó sorprendi, do de la proscripción general de distracciones, de la resistencia a admitir que hubiera diversiones inocentes, en escuelas a las que asistían principalmente muchachos entre los diez y los quince años. Se condenaba la inmoralidad de los juegos de azar, la indecencia de los juegos de sociedad, de la comedia o de la 57 Este baile se llam aba la danza-karrik. Inform ación sum inistrada por la señora Gil Reicher. 54 R. C a i l l o i s , Quatre essais de sociologie contemporaine, 1951. 39 H. R ashdall, The Universities of Europe in the middle ages, 1895, reed. F. M. Powicke y A. B. E m den, 3 vols., O xford, 1936.
danza, la brutalidad de los juegos físicos que, efectivamente, debían degenerar frecuentemente en reyertas. Los estatutos de los colegios fueron redactados para limitar tanto los pretextos de diversión como los riesgos de delito. A fortiori, la prohibición era categórica y rigurosa para los religiosos, a quienes el decreto del Concilio de Sens de 1485 prohibía jugar a la pelota, sobre todo en sotana y en público; verdad es que en el siglo xv, sin jubón o sin túnica, y con calzas desabrochadas, se quedaba uno casi desnudo. Le da a uno la impresión de que la Iglesia, incapaz aún de domeñar a los laicos, dedicados a los juegos tumultuosos, preservaba a sus clérigos prohibiéndoles completamente la prác tica del juego: extraordinario contraste de modos de vida..., si la prohibición hubiera sido realmente respetada. He aquí, por ejemplo, cómo el reglamento interior del colegio de Narbonne60 Considera, en su redacción de 1379, los jueg&s de sus becarios: «Que en la casa nadie juegue a la pelota o a la cachava (especie de hockey) o a otros juegos peligrosos (insultuosos), bajo pena de seis deniers * de multa, ni a los dados, ni a ningún juego de dinero, ni a las partidas de mesa (comessationes: comilonas), bajo multa de diez sous (perras chicas).» £1 juego y la franca chela están colocados al mismo nivel. Entonces ¿no hay nunca descanso? «Sólo se permitiría algunas veces y raramente [iqué precaución!, y con qué rapidez’hafeía 'que aprovecharla... ¡Es, en el fondo, la puerta entreabierta a todos los excesos condena dos í] a juegos honestos o recreativos [es difícil imaginárselos, pues incluso el de la pelota está prohibido; ¿quizás los juegos de sociedad?] jugándose media azumbre o un cuartillo de vino, o frutas, y con tal que eso se haga sin ruido y que no sea habi tualmente (sine mora). En el colegio de Seez, en 147761: «Ordenamos que nadie juegue a los dados, ni a otros juegos de poca probidad o prohi bidos, ni siquiera a los juegos admitidos, como la pelota, princi palmente en las dependencias comunes [es decir, el claustro, o la sala común que servía de refectorio] y si se practican en otros lugares, que sea pocas veces (non nimis continué).» En la bula del cardenal de Amboise, fundador del colegio de Montaigu 40 F é u b ie n , V, p. 662. * Denier: antigua moneda francesa que valía 1:240 de la libra de plata. 61 F é u b ie n , V, p. 689.
en 1501, hay un capítulo titulado: de exercitio corporali62. ¿Qué significa esa frase? El texto comienza con una observación ge neral más bien ambigua: «El ejercicio corporal parece de poca utilidad cuando está mezclado con los estudios espirituales y ios ejercicios religiosos; por el contrario, dicho ejercicio aporta un desarrollo importante de la salud cuando se realiza alternativa mente con los estudios teóricos y científicos.» Pero,- en realidad, lo que entendía el redactor por ejercicios corporales era, no tanto los j'uegos, como los trabajos manuales, en oposición a los trabajos intelectuales, y concede el primer rango a las faenas domésticas, a las cuales se reconoce también una función de reposo: la cocina, la limpieza, el servicio de mesa. «En todos los ejercicios arriba mencionados [es decir, en esas faenas do mésticas] , nunca olvidará nadie el ser lo más rápido y vigoroso posible.» Los juegos sólo se permitían después de las faenas y ¡con cuantas reservas! «Cuando el Padre [el jefe de la comuni dad] estime que las mentes cansadas por el trabajo y el estudio deben descansar mediante la recreación, los tolerará (indulgebit).» Ciertos juegos estaban permitidos en los locales comunes, los juegos honestos, que no cansasen ni fueran peligrosos. En Montaigu había dos grupos de estudiantes, los becarios, a quie nes se les denominaba, como en otras instituciones, pauperes, y los internos, que pagaban una pensión. Esos dos grupos vivían separados, -Estaba previsto que los becarios debían jugar du rante menos tiempo y únenos frecuentemente que sus camara das: probablemente porque tenían la obligación de ser mejores y, por lo tanto, menos distraídos: La reforma de la Universidad de París de 145263, inspirada ya por un deseo de disciplina moderna, persiste en mantener el rigor tradicional: «Los maes tros [de los colegios] no permitirán a sus alumnos, durante las fiestas de los oficios o en otras partes, bailar danzas inmora les y deshonestas, llevar trajes indecentes y laicos [traje corto, sin túnica]. En cambio, les permitirán jugar honrada y agrada blemente, para aliviar el trabajo y como justo reposo,» «No les permitirán, durante esas fiestas, beber en la ciudad, ni ir de casa en casa.» El reformador se refiere a las salutaciones de puerta en puerta, acompañadas de colectas, que la tradición permitía a la juventud durante las fiestas estacionales. En uno e F é u b ie n , V, p . 721. Publicado en T h é r y , 2 vols., t, II. 63
Histoire de l'éducation en F ranee, 1858,
de sus diálogos escolares, Vives resude de esta manera la situa ción en París durante el siglo xVi w: «Éntre los alumnos, sólo se juega a la pelota durante los recreos, pero algunas veces sé juega en secreto a las cartas y al ajedrez, los niños a los caba llos y, los más traviesos, a los dados.» De hecho, tanto los alumnos como los demás chicos, no tenían ningún problema en frecuentar las tabernas, los garitos, en jugar a los dados o en bailar. El rigor de las prohibiciones no aminoró nunca, a pesar de su ineficacia: tenacidad sorprendente para nuestra menta lidad de hombres-modernos, más preocupados por la eficacia que por el principio. Los funcionarios de justicia y de policía, juristas amantes del orden y de la buena administración, de la disciplina y la autoridad, defendían la acción de los maestros de escuela y de los clérigos. Durante siglos se sucedieron s.in interrupción las ordenanzas que impedían a los estudiantes el acceso a las salas de juego. Se alegan aún en el siglo xvm , como es el caso del siguiente bando del lugarteniente general de policía de Moulins del 27 de marzo de 1752, de la que se conserva en el museo de Artes et Tradiciones Populares el cartel impreso destinado a ser fijado en público: «Se prohíbe a los encargados de los juegos de pelota y de billar dejar jugar durante las horas de clase, y a los que regentan los juegos de bochas, de bolos y otros, dejar jugar en los equipos a los estudiantes ni a los criados.» Se puede observar la identificación de los criados con los estudiantes; en efecto, ambos tenían frecuentemente ía misma edad y se temía también su turbulencia y la falta de dominio de sí mismos. Las bochas y los bolos, hoy día diversiones tranquilas, provo caban tales peleas que los magistrados de policía los prohibieron a veces totalmente, durante los siglos xvi y xvn, tratando de extender a toda la sociedad las restricciones que los eclesiásticos deseaban imponer a los hombres cultos y a los escolares. Esos paladines del orden moral colocaban prácticamente los juegos entre las actividades casi delictivas, como la embriaguez, la prostitución, que en último caso se podía tolerar, pero convenía prohibirlas al menor exceso. Sin embargo, esta actitud de total reprobación se modifica en el transcurso del siglo xvn, principalmente bajo la influencia de los jesuitas. Ya los humanistas del Renacimiento habían perw
V
iv e s,
Dialogues, ver nota 52.
cibido en su reacción antiescolástica las posibilidades educativas de los juegos. Pero fueron los colegios de jesuítas los que impu sieron poco a poco a la gente honrada y de orden, una opinión menos radical con respecto a los juegos. Los Padres entendieron desde el principio que no era posible, ni incluso deseable, su primirlos ni reducirlos con algunas tolerancias, precarias y ver gonzosas. Ellos se propusieron, al contrario, asimilarlos, intro ducirlos oficialmente en sus programas y reglamentos, a reserva de seleccionarlos, regularlos, controlarlos. Al quedar disciplina das, las diversiones reconocidas como buenas fueron admitidas, recomendadas y consideradas en lo sucesivo como medios de educación tan estimables como los estudios. De esta manera se cesó, no solamente de denunciar la inmoralidad de la danza, sino que se enseñó a bailar en los colegios, porque- la danza, al armonizar los movimientos del cuerpo, evitaba la torpeza y daba destreza, porte, «buena apostura». Del mismo modo, se introdujo en los colegios la comedia que los moralistas del si glo xvn perseguían y condenaban. Los jesuitas comenzaron con diálogos en latín sobre temas sacros y luego pasaron al teatro francés sobre temas profanos. Se toleraron incluso los ballets, a pesar de la oposición de las autoridades de la Compañía: «La afición a la danza — afirma el padre Dainville65— , tan vehemen-^ te entre los contemporáneos del Rey Sol, quien fundó en 1669' la Academia de la Danza, prevaleció sobre los ucases de los pa dres generales. Después de 1650, no había tragedia que no es tuviera entrecortada con las entradas de un ballet.» Un álbum grabado de Crispín de Pos, fechado en 1602, re presenta varias escenas de la vida escolar en un colegio «en tierra de bátavos». Se reconocen las aulas, la biblioteca, así como la lección de danza, las partidas de pelota y de balón Surgió, pues, un sentimiento, nuevo: la educación adoptó los juegos que hasta entonces había proscrito o tolerados como un mal menor. Los jesuitas editaron en latín tratados de gimnasia donde se daban las reglas de los juegos recomendados. Se ad mitió cada vez más fácilmente la necesidad de los ejercicios físicos; Fénelon afirma: «Los [juegos] que más aprecian ellos [los niños] son aquellos en los que el cuerpo está en movimiento; los niños están contentos con tal de moverse.» Los médicos del Entre Nous, 1958, 2. 66 A cadem ia siue speculum vitae scolasticae, 1602. 65 F . d e D a i n v i l l e .
siglo x v i i i 67 inventaron, a partir de los antiguos «juegos de ejercicio», de la gimnasia latina de los jesuítas, una técnica nueva de'higiene del cuerpo: la cultura física. En el Traite de Véducation des enjants, de 1722, de Crousez, catedrático de filo sofía "y matemáticas en Lausana, se lee: «Es preciso que el cuerpo humano se agite mucho mientras está creciendo... Yo creo que hay que preferir los juegos de ejercicio a los otros.» La Gymnastique médicale et chirurgicale, de Tissot, recomienda los juegos físicos, que -son los mejores ejercicios: «Se ejercitan simultáneamente todas las partes del cuerpo [...] sin contar que la acción de los pulmones aumenta sin cesar con los gritos de los jugadores.» A finales del siglo x v i i i , los juegos de ejerci cios recibieron otra justificación, patriótica esta vez: preparaban a la guerra. Todo el mundo se dio cuenta de los servicios que la educación física podía prestar á la instrucción militar. Era la época en que el adiestramiento del soldado se tornaba una técnica casi erudita, la. época también en que brotaban los na cionalismos modernos. Se estableció un parentesco entre los jue gos educativos de los jesuítas, la gimnasia de los médicos, la instrucción de los soldados y las necesidades del patriotismo. Bajo el Consulado *, aparece la Gymnastique de la Jeunesse, o Traité élémentaire des jeux d'exercices considérés sous le rapport ^ é —leur ' utiliié ■physique et mor ale. Los autores, Duvrvier y Jauffret, escriben sin artificio: el ejercicio militar es «el que, entre todos los ejercicios, ha constituido la base [la base de la gimnasia] en todas las épocas, del que dependen los otros, es pecialmente en la época (año XI) ** y en el país donde escri bimos». «Comprometidos por anticipado en la defensa común por la naturaleza y el espíritu de nuestra constitución, nuestros hijos son soldados antes de que nazcan,» «Todo lo militar respira un no sé qué de grande y de noble que eleva al hombre por encima de sí mismo.» Así, bajo las influencias sucesivas de los pedagogos huma nistas, de los médicos de la Ilustración y de los primeros nacio nalistas, se pasa de los juegos violentos y sospechosos de las 67 J . - J .
JUSSERAND, op. CÍt.
* Consulado: Se refiere al gobierno de los cónsules, instituido por la Cons.titución del VIII Año de La Revolución Francesa, y com prende desde 1799 hasta 1804. (N del T.J ** Equivale a 1803 del calendario gregoriano.
costumbres antiguas*, a la gimnasia y a la preparación militar, de los altercados populares a las sociedades de gimnasia.
Esta evolución ha sido impuesta con miras de velar por la moral, la salud y el bien común. Otra evolución paralela a ésta especializó» según la edad o la condición, los juegos que al principio eran comunes a toda la sociedad, Daniel’ Mornet, en su Historia de la literatura clásica 63 decía a propósito de los juegos de sociedad: «Cuando los jóvenes de la burguesía de mi generación [D. M. nació en 1878] jugaban a los “juegos de sociedad” en las reuniones de baile que se celebraban por la mañana en casa de sus familiares, generalmente no sospechaban que esos juegos, más numerosos y complicados, habían sido, doscientos cincuenta años antes, la delicia de la alta sociedad.» iMucho más que doscientos cincuenta añosí Desde el siglo xv, asistimos, en las reuniones de la duquesa de Borgoña69, a una partida de «papeletas»: una dama, sentada, tiene en sus rodillas una canasta, en la que los jóvenes depositan las papeletas. A finales de la Edad Media, los juegos-partidas, los juegos de poemas (jeux á vendre) estaban muy de moda. «Una dam a proponía a un caballero (o un caballero a una dama), el nombre de una flor, de un objeto cualquiera, y la persona así interpelada debía, al instante y sin titubear, respon der con una galantería o con un epigrama que rimase.» El editor moderno de Christíne de Pisan nos describe así la regla del juego, porque Christíne de Pisan compuso sesenta juegos de poemas70. Por ejemplo: Je vous vens la passerose Belle, dire ne vous ose. Comment Amour vers vous me tire Si Tapercevez tant sans diré *.
Histoire de la littérature classique, 1940, p. 120,. 69 Ver nota. n.° 11. 70 Christíne d e P is a h , Oeuvrés poétiques, publicadas por M . Roy, 1886, pp, 34, 188, 196, 205. * [Os vendo la malvarrosa, / no me atrevo a decir que sois bella. / Cómo el Amor me atrae hacia vos, / sin que os lo diga espero que lo sabréis.]' 63 D , M o r n e t ,
Esos juegos eran propios, claro está, de las distracciones de la corte. Luego pasaron a la canción popular y a los juegos in fantiles: el juego del canastillo (de las prendas) que, como ya sabemos, divertía a Luis X III cuando tenía tres años. Pero no habían sido abandonados por los adultos o por los jóvenes sa lidos de la infancia desde hacía tiempo. Una lámina de Épinal del siglo xix representa aún los mismos juegos, pero se titula «juegos de antaño», lo que indica que estaban pasados de moda, que se volvían provincianos, quizás, incluso infantiles o popu lares: adivina quién te dio, el juego del silbato, el cuchillo en el jarro de agua, el escondite, el juego de las prendas, el hombre cillo sin risa, la gallina ciega, el sopla, el vivo te lo doy, el nido de amor, el cara larga, el interrogatorio, el beso bajo el candelabro, la cuna de amor. Unos se convertían en juegos de niños, otros conservarán el carácter ambiguo y poco inocente a causa del cual fueron condenados antaño por los moralistas, incluso por algunos que no eran tan rigurosos, como Erasmo 71. L a M aison des Jeux, de Sorel, nos permite captar esta evo lución en un momento interesante, en la primera mitad del siglo x v i i 72. Sorel distingue entre juegos de sociedad, los «juegos de ejercicio» y «juegos de azar». Estos últimos son «comunes a toda clase de personas y son practicados tanto por los lacayos como por los señores [...] tan fáciles para los ignorantes y toscos como para los eruditos e ingeniosos». Los juegos de sociedad son, por el contrario, «juegos de ingenio y de conver sación». En principio, dichos juegos «sólo pueden agradar a las personas de buena condición, nutridas de cortesía y de galan tería, dotadas de ingenio para elaborar discursos y réplicas llenas de juicio y de saber, y que no podrían ser realizados por otras personas». Ésta es, por lo menos, la opinión de Sorel, lo que él quisiera hacer con los juegos de sociedad. En realidad, en esta época, dichos juegos eran también practicados por los niños y el pueblo, por los «ignorantes y toscos». Sorel lo reconoce. «Podemos denominar juegos de niños a los primeros juegos.» «Hay algunos que son de ejercicios» (vilorta, peonza, escaleras, pelota, volante, «tratar de agarrarse ya sea con los ojos abiertos o con los ojos vendados»). No obstante, «hay otros que depen den algo más del ingenio», y el autor da como ejemplo los 71 E r a s me, Le María ge chrétien, ed. cit. 72 Ch. S o r e l , La Maison des Jeux, 1642, 2 vols.
«diálogos rimados», los juegos de poemas de Christíne'de Pisan, que seguían divirtiendo a niños y grandes. Sorel intuye el origen antiguo de esos juegos: «Esos juegos de niños en los que hay algunas palabras que riman [por ejemplo, el juego del canastillo] poseen comúnmente un lenguaje muy antiguo y muy sencillo, tomado de alguna historia o novela de siglos pasados, lo que muestra cómo la gente se divertía antaño con una inocente representación de lo sucedido a los caballeros o a las damas de alcurnia. Finalmente, Sorel observa que esos juegos de niños son también los de los adultos de las clases populares, observación que tiene para nosotros gran importancia: «Como se trata de juegos de niños, sirven igualmente a las personas rústicas cuyo entendimiento no está mucho más desarrollado en este tema.» Sin embargo, a comienzos del siglo xvn, Sorel tiene que reco nocer que «algunas veces las personas de alta posición social jugaban a esos juegos, como entretenimiento», y la opinión común no se opone a ello: esos juegos para todos, es decir, co munes a todas las edades y condiciones, «son recomendables por el buen empleo que siempre se ha hecho de ellos» [...] «Hay ciertas formas de juego en las que la mente no trabaja mucho, de tal manera que incluso la gente muy joven puede -.ejercitarse en. ellos, aunque, en efecto, personas de edad y muy serias jueguen también casualmente,» Esta situación de antes ya no es admitida por todos. En La Maison des Jeux, Ariste considera esas diversiones de niños y de villanos, indignas de un hombre honrado. Al portavoz de Sorel le desagrada pros cribirlos de forma tan radical: «Incluso los que parecen infe riores pueden ser rehabilitados dándoles otra aplicación que la primera que tuvieron, a la cual sólo me he referido para que sirva de modelo.» Y este autor trata de realzar el nivel intelec tual de los «juegos de conservación» que se hacen en el salón. La verdad sea dicha, que el lector moderno se queda perplejo y no puede imaginarse cómo el juego de la morra (en el cual el que dirige el juego muestra uno, dos, tres dedos de la mano y donde los participantes deben repetir al instante exactamente su gesto) es más elevado e ingenioso que el juego de las prendas, abandonado irremediablemente a los niños: su opinión es la misma que la de Ariste, cuyo punto de vista es ya moderno. Sin embargo, le sorprenderá todavía más que un novelista e historiador como Sorel dedique un importante estudio a esas
diversiones y a su revisión: nueva prueba de la importancia de los juegos en las ocupaciones de la antigua sociedad. Se distinguían, pues, en el siglo xvn entre los juegos de adultos y de hidalgos y los de niños y de villanos. La distinción es antigua y remonta a la Edad Media. Pero, a partir del siglo xn, dicha distinción se refería solamente a ciertos juegos, poco nu merosos y muy particulares, los juegos caballerescos. Anterior mente, antes de la constitución definitiva de la idea de nobleza, los juegos eran comunes a todos, cualquiera que fuese su condi ción social. Algunos han conservado durante mucho tiempo ese carácter, Francisco I y Enrique II no desdeñaron la lucha, Enrique II jugaba al balón, lo cual ya no se admitía en el siglo siguiente. Richelieu practicaba el salto en su galería como lo hacía Tristán en la corte del rey Marcos, y Luis XIV jugaba al frontón. Mas, a su vez, en el siglo xviii, la gente de alcurnia abandonó todos esos juegos tradicionales. A partir del siglo x n , ciertos juegos ya estaban reservados a los caballeros73 y precisamente a los adultos. Al lado de la lucha (juego común), el torneo y la sortija eran caballerescos. El acceso a los torneos estaba prohibido a los villanos, y los niños, ni ,aún siendo nobles, tampoco tenían el derecho de participar: por primera vez quizás, esta-costumbre prohibía a los niñosry'a la vez a los villanos, participar en los juegos co lectivos. Pór eso, los niños se divirtieron imitando los torneos prohibidos: el calendario del breviario Grimani nos muestra torneos burlescos de niños, entre los cuales se ha creído recono cer al futuro Carlos V: los niños se montan en toneles como si fueran corceles. Aparece en esa época la tendencia a que los nobles eviten congeniar con los villanos y distraerse con ellos: tendencia que no logra imponerse del todo, por lo menos hasta que la nobleza desaparezca como función social y sea reemplazada por la bur guesía, a partir del siglo x v m . Durante el siglo xvi y principios del xvn, existen numerosos documentos iconográficos que ates tiguan la mezcla de condiciones sociales durante las fiestas es tacionales; En uno de los diálogos de El cortesano, de Baltasar Castiglione, clásico del siglo xvi, traducido a todos los idiomas, se discute ese tema y nadie está de acuerdo74: «En nuestro 73 j-je vRifes y M arparco , Le Bréviaíre Crimani, 12 vols., 1904-1910. 74 B.
Castiglione,
El Cortesano,
país de Lombardía — afirma el señor Paliavicino en esa época— , no existe esa opinión [de que el cortesano sólo debe jugar con los hidalgos]: al contrario, hay varios hidalgos que, durante las fiestas, bailan todo el día al sol con los campesinos, juegan con ellos a lanzar la barra, luchar, correr y saltar, y yo creo que eso no está mal hecho.» Algunos miembros del grupo protestan; se admite que, si no hay más remedio, el hidalgo puede jugar con los campesinos, con tal que él «gane» sin esfuerzo aparente: el hidalgo debe «casi estar seguro de vencer». «Es cosa desagra dable e indigna ver a un hidalgo vencido por un campesino y principalmente en la lucha.» El espíritu deportivo no existía salvo en los juegos caballerescos, y bajo otra forma, inspirada del honor feudal. A fines del siglo xvi, la práctica de los torneos fue abando nada. Otros juegos de ejercicio vinieron a reemplazarlos en las asambleas de los jóvenes nobles, en la corte, en las clases de preparación militar de las Academias, donde, durante la primera mitad del siglo x v i i , los hidalgos aprendían el manejo de las armas y la equitación. El estafermo es otro de estos juegos: el jugador, a caballo, apuntaba con su lanza a un blanco móvil de madera, que sustituía el blanco viviente de los antiguos torneos, una cabeza de turco. La sortija: había que ensartar una sortija a la carrera. En el libro de Pluvinel, director de una de esas Acade mias, un grabado de Crispín de Pos 75 que representa a Luis X III cuando era niño jugando al estafermo. El autor afirma a propó sito del estafermo que este juego equidistaba entre el ímpetu de enfrentarse los unos a los otros (el torneo) y el donaire de la carrera de la sortija». El estudiante de medicina Félix P latter76 relata que en Montpellier, hacia 1550 «el 7 de junio, la nobleza organizó un juego de sortija. Los caballos estaban ricamente caparazonados, cubiertos de tapices y adornados de plumas de todos los colores.» Heroard, en su diario sobre la infancia de Luis X III, da a conocer las carreras de sortijas en el Louvre, en Saint-Germain. «La práctica de correr la sortija se realiza todos los días» [en jubón, y no con arm as], observa el especialista Pluvinel. El estafermo y la sortija sucedían a los torneos, a los juegos caballerescos de la Edad Media y estaban reservados a la nobleza. Ahora bien, ¿qué es lo que ocurrió luego? Hoy día, 75 PJuvinel, con grabados de Crispín de Pos. Gabinete de Estampas, B. N .r París, Ec 35e, in f.'’, fig. 47. 76 Félix et T hom as Platter á M ontpellier, op. cit., p. 132.
esos juegos no han desaparecido del todo, como pudiera creerse; pero no los-encontraremos cerca de los campos de tenis o de los terrenos de golf de los barrios ricos, sino en las ferias, donde se sigue apuntando a las cabezas de turco en el pim-pam-pún, y donde los niños, montados en caballos de palo de los tiovivos, aún pueden correr la sortija. Es todo lo que nos queda de los torneos caballerescos de la Edad Media: juegos de niños y juegos del pueblo. No faltan ejemplos de esta evolución que desplaza insensi blemente los juegos antiguos al conservatorio de los juegos in fantiles y populares. El aro: a finales de la Edad Media, el aro no pertenecía a los niños, o únicamente a los chiquitos. En un tapiz del siglo x v i77, varios adolescentes juegan al aro; uno de ellos se dispone a lanzarlo con un palo. En un grabado en madera de Jean Leclerc, de finales del siglo xvi, algunos niños ya ma yores no se contentan con rodar el aro, manteniendo su movi miento con un bastón, sino que además saltan al aro, como a la cuerda; «los mejores — dice la leyenda— saltan al aro» 7S. El aro permitía acrobacias, figuras a veces difíciles. Era bastante conocido entre los jóvenes, lo bastante antiguo también, como para poder utilizarse en danzas tradicionales, como la que nos describe, en 1596 y en Avignon, el estudiante suizo Félix Platter; el martes de Carnaval, las bandas de jóvenes se reúnen disfraza dos y «disfrazados de manera diferente de peregrinos, campesi nos, marineros, de italianos, de españoles, de alsacianos», o de mujeres, y escoltados por músicos. «Por la tarde [los jóvenes] bailan en la calle la danza de los aros, en la que participaron muchos chicos y chicas de la nobleza, vestidos de blanco y cu biertos de joyas. Cada cual bailaba, ondeando un aro blanco y oro. Entraron en la posada, a donde fui para verlos de cerca. Era extraordinario verlos pasar y repasar bajo esos círculos, enros cándose, desenrollándose y entrecruzándose con cadencia, al son de los instrumentos.» Danzas semejantes existen aún en el repertorio lugareño de la tierra vasca. En las ciudades, desde finales del siglo x v i i , a lo que parece, el aro había sido ya dejado a los niños: un grabado de Merian79 nos muestra un niñito rodando su aro, como ocurriría durante G o b b e l , op. cií,, 75 L e c l e r c , op. cií.
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79 p. 58.
II, 196.
Merian, grabado, Gabinete de Estampas. B. N., París, Ec II i» f.°.
iodo el siglo xix y parte del siglo xx. Juguete de todos, acceso rio de acrobacia y de danza, en lo sucesivo el aro ya sólo será utilizado por los niños cada vez más chiquitos, hasta su aban dono definitivo, pues es verdad, quizás, que un juguete tiene que despertar una comparación con el mundo de los adultos si desea conservar la atención de los niños. Sabemos, según' se dijo al principio de este capítulo, que a Luis X III se le contaban cuentos cuando era niño, los cuentos de Melusina, cuentos de hadas. Pero esos relatos se dirigían asimismo, en esa época, a las personas mayores. «Mme de Sévigné — observa M. E. Storer, historiador de la "moda de los cuentos de hadas” a finales del siglo x v n 80— se nutría de magias.» Dicha señora no responde a las bromas que la divierten hechas por M. de Coulanges sobre una tal Cuverdon «por miedo a que un sapo le saltase a la cara para castigarla por su ingra titud». Hace alusión aquí a una fábula del trovador Gauthier de Coincy que ella conocía por la tradición. Mme de Sévigné escribe el 6 de agosto de 1677: «Mme de Coulanges [...] consintió en referirnos los cuentos con los que se divierte a las damas de Versalles: eso se denomina «delei tarlas». Ella nos deleitó y nos habló de una isla verde donde se educaba una princesa más hermosa que el sol. Eran las hadas quienes soplaban sobre ella a todo momento, etc.». «Ese cuento duró una hora larga.» Sabemos igualmente81 que Colbert «en sus horas libres se hacía contar cuentos que se parecían a los de Piel de Asno por personas empleadas para eso [el subrayado es nuestro]». No obstante, en la segunda mitad del siglo, la gente empieza a encontrar esos cuentos demasiado simples y al mismo tiempo se interesa por ellos, pero de una nueva forma, que tiende a transformar en un género literario a la moda las recitaciones orales tradicionales e ingenuas. Esta afición se manifiesta simul táneamente a través de ediciones reservadas a los niños, siquiera en principio, como los cuentos de Perrault — donde el gusto por los cuentos antiguos continúa aún siendo vergonzoso— , y por publicaciones más serias, para las personas mayores, y que estaban prohibidas a los niños y al pueblo. La evolución re cuerda la de los juegos de sociedad descrita anteriormente. 80 M. E. S t o r e r , La Mode des contes de jées (1685-1700), 1928. 81 Citado s e g ú n M. E . S t o r e r , op. cit.
Mme de Murat se dirige así a las hadas modernas: «Las hadas antiguas, vuestras predecesoras, eran unas juguetonas compara das con vosotras. Sus ocupaciones eran ruines y pueriles, divir tiendosólo a las sirvientas y a las nodrizas, Toda susolicitud consistíaen barrer bien la casa, preparar la olla, lavar la ropa, menear [mecer] y dormir a los niños, ordeñar las vacas, mazar la mantequilla y otras mil bajezas de esa clase... Por eso, todo lo que nos queda hoy día de sus hechos y gestos sólo son cuentos de viejas junto al fuego.» «Las hadas antiguas no eran más que unas pordioseras.» «Pero vosotras, señoras [las hadas moder nas], habéis tomado otro rumbo. Vosotras sólo os ocupáis de grandes cosas, de las cuales las menores son las de dar entendi miento a los que no lo tienen, belleza a las feas, elocuencia a los ignorantes y riqueza a ios pobres.» Otros autores, por el contrarió, siguen -siendo sensibles al sabor de los cuentos antiguos, que han oído antaño y tratan más bien de preservarlo. Mlle. Lhéritier presenta esos cuentos de la siguiente manera: Cent fois nía nourrice ou ma mié M'ont fait ce beau récit, le soir prés des tísons; Je n*y fais qu'ajouter u n peu de broderie *.
,.~in duda ustedes se sorprenderán... de que esos cuentos, por increíbles que sean, haya llegado, de siglo en siglo, hasta nosotros, sin que la gente se haya tomado el trabajo de escri birlos.» lis ne sont pas aisez a croíre, Mais tant qiie dans le monde on verra des enfans, Des méres et des méres grands On en gardera la mémoire **.
Se empieza a fijar esta tradición que durante tanto tiempo ha sido tradición oral: ciertos cuentos «que me habían contado cuando era niña [...] han sido escritos por plumas ingeniosas, hace pocos años». Mlle Lhéritier cree que su origen debe re montar a la Edad Media: «[L a tradición] me garantiza que los trovadores o cuentistas de Provenza han inventado a Fínette * [Cien veces mi nodriza o m i amiga, / por la noche junto ai ascua, me relataron este hermoso cuento; / yo sólo me limito a bordarlo.] ** [Es que no son muy creíbles; /mas, mientras haya niños en el mundo, / madres y abuelas, / se conservará su recuerdo.]
mucho antes que Abelardo o el célebre conde Thibaud He Cham pagne hubieran escrito sus novelas.» El cuento se vuelve así un género literario cercano al cuento filosófico» o bien arcaizante, como el de Mlle Lhéritier: «Ustedes reconocerán que los mejo res cuentos que tenemos son los que imitan más el estilo y la sencillez de las nodrizas.» Mientras que, a finales del siglo xvií , el cuento se convierte en un género nuevo de la literatura escrita y seria (filosófica o arcaizante, eso no tiene importancia), la declamación oral de los cuentos es abandonada por los mismos a quienes se dirige la moda de' los cuentos escritos. Colbert y Mine de Sévigné escu chaban los cuentos que se les narraba: a nadie se le hubiera ocurrido entonces la idea de indicar el hecho como una sin gularidad, distracción banal, como puede serlo hoy día la lectura de una novela policíaca. En 1771 ya no sucede así, y, en la buena sociedad, entre ios adultos, a veces los cuentos antiguos de la tradición oral, poco más o menos olvidados, son el motivo, si llega el caso, de una curiosidad de carácter arqueológico o etnológico, que anuncia el interés moderno por el folklore o por el argot. La duquesa de Choiseul escribía a Mme du Deffand que Choiseul «se hacía leer cuentos de hadas durante todo el día. Es una lectura a la que todos participamos. La encontramos tan verosímil como la historia moderna». Como si uno de nues tros estadistas, después de un fracaso político, leyera Bécassine o Tin-Tin en su retiro: eso no es más absurdo que la realidad... La duquesa quiso escribir y terminó dos cuentos, en los que se percibe el tono del cuento filosófico, a juzgar por el principio de Le Prince enchanté: «Margot, amiga mía, tú que ante mi escritorio llamabas al sueño y volvías a abrir mis pár pados con los interesantes cuentos de viejas junto al fuego o de Bellier amigo mío, cuéntame alguna historia sublime, con que yo pueda alegrarme. No — responde Margot—, bajemos la voz, los hombres sólo necesitan cuentos de niños.» Según otra anécdota de esta época, una dama sintió un día de aburrimiento la misma curiosidad que los Choiseul. Llamó a su sirvienta y le pidió que trajera la Historia de Fierre de Provenza y de la bella Maguelonne, que hoy día habríamos olvidado completamente sin las admirables romanzas de Brahms. «La doncella, asombrada, se hizo repetir la orden tres veces y reci bió con desdén esta insólita orden; tuvo sin embargo que obede cer, bajó a la cocina y trajo el folleto toda ruborizada.»
En efecto, durante el siglo xvm , los editores especializados, principalmente en Troyes, publicaban ediciones impresas de cuentos para el público de las aldeas, donde se había difundido la lectura y a donde llegaban gracias a los vendedores ambu lantes. Mas esas ediciones, llamadas «Bibliothéque bleue» (los cuentos azules), porque se imprimían en papel azul, no deben nada a la moda literaria de fines del siglo xvn; dichas edicio nes copiaban, con tanta exactitud como lo permitía la inevitable evolución del estiló, los antiguos relatos de la tradición oral. Una edición de 1784 de la «Biblioteca Azul» incluye, al lado de Pierre de Provenza y de la hermosa Maguelonne, a Roberto el Diablo, los cuatro hijos Aymon, los cuentos de Perrault, los de Mlle de la Forcé y los de Mme de Aulnay. Además de los libros de la «Biblioteca Azul», seguían exis tiendo los narradores ocasionales de las largas veladas y también los narradores profesionales, herederos de los antiguos declama dores, cantores, juglares: la pintura y el grabado de los si glos xvn y xvm, la litografía pintoresca de principios del si glo xix, se sintieron atraídos por el tema del cuentista histórico, del charlatán B. El charlatán está encaramado en una tarima y cuenta su (historia mostrando con una vara el texto escrito en un gran cartel que sujeta a veces en alto un compañero y sobre el cual los oyentes pueden seguir la lectura al mismo tiempo que escuchan. En algunas ciudades de provincias, la pequeña burguesía conservaba aún a veces esta manera de pasar el tiempo. Un memorialista relata que en Troyes, a finales deí siglo xvm , los hombres se reunían a la hora de la merienda, en las taber nas en invierno, y en verano «en los jardines, donde después de haberse quitado la peluca, se ostentaba el gorro» 83. Eso se llamaba «un corrillo». «Cada corrillo tenía al menos un cuen tista, en torno al cual cada uno modelaba su talento.» El me morialista se acuerda de uno de estos cuentistas: un viejo car nicero. «Los dos días que viví con él [cuando era niño] se pasaron en relatos, historias y cuentos cuyo encanto, efecto e ingenuidad difícilmente serían, no ya reproducidos, sino apre ciados por la raza actual» [la generación actual]. Así, los -cuentos antiguos que todos escuchaban en la época de Colbert y de Mme. de Sévigné fueron siendo abandonados 82 Guardi, en Fiocco, Venertian p a i n t i n g , lám. LXXIV. Magnasco, en lám. XXV. G. Dou, Munich, K .drK„ lám. L X X X I. . 83 V i e de M. G r o s l e y , 1787.
G e ig e r , Magnasco.
poco a poco por la gente noble, después por la burguesía, y dejados a los niños y a la población de las aldeas, quienes a su vez los abandonó cuando el Petit Journal sustituyó a ,1a «Bibliothéque bleue». Los niños fueron su último público, por poco tiempo, ya que la literatura infantil experimenta hoy día la misma renovación que los juegos y las costumbres. La pelota fue uno de los juegos más difundidos; de todos los juegos de ejercicio, era el que los moralistas de fines de la Edad Media toleraban si no había más remedio con menor aver sión: el más popular, común a todas las condiciones, tanto a reyes como a villanos, durante varios siglos,.. Esta unanimidad cesó a fines del siglo xvn y desde entonces se constata un des apego de la gente a la pelota de alcurnia; en París, en 1657, el número dd garitos se elevaba a 114, en 1700, a pesar del creci miento de la población, esta cifra descendió a 10; en el siglo xix sólo había dos, uno en la calle Mazarme, el otro en la terraza de las Tullen as, donde todavía existía en 1900 54. Según nos informa Jusserand, historiador de los juegos, Luis XIV jugaba ya al frontón sin entusiasmo. Los adultos bien educados abandonaron este juego, pero los campesinos y los niños (incluso los bien educados) permanecieron fieles al mismo bajo sus diversas for mas de pelota, bola o volante; en el País Vasco subsistió hasta qüeJ sé rénóvó bajo las formas perfeccionadas de lá chistera, grande o pequeña. Un grabado de M erian85 de finales del siglo xvii, nos muestra una partida de balón que reunía a chicos y grandes: uno infla el globo. No obstante en esta época el juego del balón era ya sos pechoso para los especialistas de urbanidad y de buenos modales. Thomas Elyot y Shakespeare desaconsejaban este juego a los nobles. íuan I de Inglaterra lo prohibía a su hijo. Según Du Cange, ya no le practicaban más que los campesinos: «La chole, especie de balón que cada uno empuja violentamente con el pie, y que se estila aún entre los campesinos de nuestras provincias.» Costumbre que subsistió hasta el siglo xix, por ejemplo en Bre taña: «El señor, o notable de la aldea — leemos en un texto del año VIII [del calendario republicano: 1799]— , lanzaba en medio de la multitud un balón relleno de salvado que los hombres de los diferentes cantones trataban de disputarse [--.]* 84 J.-L Jusserand, o p . cit,, 85 Merian, grabado, Gabinete de Estampas, B. N., París, Ec 10, in f
En mi infancia yo vi [el autor nació en 1749] a un hombre romperse la pierna saltando por un tragaluz a un sótano para cogerla [la pelota]. Esos juegos mantenían la fuerza y el valor, pero, lo repito, eran peligrosos.» El dicho de: «juego de manos, juego de villanos», está inspirado por este mismo sentimiento. Sabemos que el uso del balón se ha conservado tanto entre los niños como entre los campesinos. Muchos otros juegos de ejercicio pasaron así a ser propiedad de los niños y del pueblo. Por ejemplo, el mallo del que hablaba Mme de Sévigné en una carta dirigida a su yerno en 168586: «He jugado dos partidas de. mallo con los jugadores [en Les Rochers], ¡Ah!, querido conde, siempre me acuerdo de usted y de la gracia que tenía cuando empujaba esa bola. Me gustaría que usted tuviera en Grignan una alameda tan bella.» Todos esos juegos de bolas, de bolos, de croquet, a los que renunciaron la nobleza y la burguesía, pasaron durante el siglo xix a prac ticarse en las aldeas por los adultos y en las guarderías infantiles por los niños. Esta supervivencia popular e infantil de los juegos antaño comunes a toda la colectividad ha conservado, además, una de las formas pás generales de diversión de la antigua sociedad: el disfraz.t;jpesde el siglo xvi hasta el siglo xv ii i , abundan en las novelas las historias de disfraces: muchachos disfrazados de muchachas;'■princesas, de pastoras, etc. Esta literatura expresa una afición que se manifiesta en cada ocasión en el transcurso de las fiestas estacionales u ocasionales: fiesta de Reyes, martes de Carnaval, fiestas de noviembre... Durante mucho tiempo, la gente utilizó normalmente la máscara para salir, especialmente las mujeres. A la gente le gustaba hacerse retratar bajo su apa riencia favorita. Eso era cierto entre los hidalgos. A partir del siglo x v i i i , las fiestas de disfraces se hicieron menos frecuentes y más discretas en la alta sociedad;' el carnaval se volvió entonces popular e incluso atravesó el océano, se impuso entre los negros esclavos de América, y el disfraz se reservó para los niños. Sólo ellos se disfrazan en carnaval para divertirse.
86 Mme.
d e S év ig n é,
Lettres, 13
d e ju n io d e
16S5.
Se repite monótonamente la misma evolución en cada caso, lo cual induce a una importante conclusión. Partimos de un estado social en el que los mismos juegos eran comunes a todas las edades y a todas las condiciones. El fenómeno que hay que resaltar es el abandono de esos juegos por los adultos de las clases sociales superiores y, en cambio, su supervivencia simultáneamente en el pueblo y entre los niños de esas clases superiores. Es verdad que, en Inglaterra* los hidal gos no desistieron, como en Francia, de los antiguos juegos, pero los transformaron; y bajo unas formas modernas y difíciles de reconocer, dichos juegos colonizaron, durante el siglo xix, a las burguesías y el «deporte»... Es muy interesante observar que la antigua comunidad de juegos entre niños y adultos, entre el pueblo y la burguesía, haya cesado en el mismo momento. Esta coincidencia nos permite vis lum brar desde ahora una relación entre el sentimiento de la •infancia v el sentimiento de clase.
CAPITULO V
DEL IMPUDOR A LA INOCENCIA
Una de las leyes implícitas de nuestra moral contemporánea, la más imperativa y la más respetada, exige que los adultos se abstengan delante de los niños de toda alusión, sobre todo chis tosa, a la sexualidad. Esta manera de ser era desconocida en la antigua sociedad. El lector moderno del diario en el que el mé dico del rey, Heroard, anota los hechos rutinarios de la vida del joven Luis XIII \ se asombra de la libertad con que se trataba a los niños, de la vulgaridad de las bromas, de la indecencia de gestos cuyo carácter público no chocaba a nadie y que pare cían naturales. Nada nos dará mejor idea de la ausencia total del sentimiento moderno de la infancia en los últimos años del siglo xvr y comienzos del siglo xvn. Luis XIII no ha cumplido aún un año: «Se ríe a carcajadas cuando el ama le bambolea el pajarito con la yema de los dedos.» Broma encantadora a la que el niño se dedica en seguida: llama a un paje «con un ¡eh!, se alza el faldón y le muestra el pajarito». Cuando tiene un año, anota Heroard: «Muy alegre, despabi lado, hace que todos le besen el pajarito.» Lo cierto es que eso divierte a todos. Asimismo, todos se entretienen mucho con su juego ante dos personas que están de visita, el señor de Boniéres y su hija: «Se ha reído mucho, se alza el faldón, en seña el pajarito, sobre todo a la hija y, con él en las manos y riéndose, meneaba todo el cuerpo.» Todos encontraban eso tan 1 H e r o a r d , Journal sur t’en fa n ce et la jeunesse de Louis X I I I , publi cado por H. Soulié y E. de Barthélemy, 2 vols., 1S68.
divertido que el niño no se privaba de repetir un gesto que tenía tanto éxito; ante «una damita», «se alzó la saya, le mostró el pajarito con tanto entusiasmo que estaba fuera de sí. Se tum baba boca arriba para mostrárselo». Tiene más de un año, y ya está prometido a la Infanta de España; los allegados le explican lo que eso significa, y el niño ha entendido bastante bien, Le pregunta: «¿Dónde está la cosita para la Infanta? Y él lleva la mano a su pajarito.» Durante los tres primeros años de la vida de este niño, a nadie le choca o le parece mal tocar, en broma, sus partes se xuales: «La marquesa [de Verneuil] le metía frecuentemente la mano bajo el faldón; el niño hace que le pongan en la cama de su nodriza, donde ella juega con él, metiendo la mano debajo de su faldón.» «Mme. de Verneuil quiere jugar con él, y le toca las tetillas; el niño la aparta y dice: ¡quite, quite, deje eso y váyase! Jamás permite que la marquesa le toque las tetillas; su nodriza le había enseñado, diciéndole: Señor, no dejeis a nadie tocar vuestras tetillas, ni vuestro pajarito, os le cortarían. Y él se acordaba de ello,» «Cuando se levanta, no quiere ponerse la camisa y dice: no mi camisa [a Heroard le agrada reproducir la jerga e incluso el acento de la infancia balbuciente] , primero quiero dar leche con mi pajarito; le tienden la mano, y hace como si la diera, y con su boca hace pss, pss, y da a todos, después deja que le pongan la camisa.» Una broma clásica, que se repite frecuentemente, es el de cirle: «Señor, vos no tenéis pajarito»; «él responde: aquí está, alegremente, alzándole con el dedo». Estas bromas no estaban reservadas a los domésticos o a los jóvenes sin seso, ni a las mujeres de conducta ligera, como la amante del Rey; veamos qué hace su madre: «La Reina, poniendo la mano en el paja rito del niño, dice: Hijo mío, he cogido vuestro piquito.» Más extraordinario aún es este pasaje: «Una vez desvestido, y la se» ñora también [su hermana], los meten desnudos en la cama con el Rey, donde se besan, susurran y dan mucho placer al Rey. El Rey le pregunta: Hijo, ¿dónde está el paquete de la Infanta? El se le muestra, diciendo: No tiene hueso, papá. Después, como lo tuviera un poco tenso: Ahora sí tiene, tiene algunas veces.» Todos se divierten, efectivamente, observando sus primeras erecciones: «Se despierta a las ocho, llama a Mlle. Bethouzay
y le dice: Zezai, mi pajarito hace el puente levadizo; ahora está alzado, ahora está bajado. Era él quien le subía y le bajaba.» A los cuatro años ya tiene buena educación sexual: «Condu cido ante la Reina, Mme. de Guise le muestra la cama de la Reina y. le dice: Señor, ahí es donde y o s habéis sido creado. El responde: ¿Con mamá?» «Le pregunta al marido de su no driza: — ¿Qué es eso? — Son mis medias de seda, responde. — ¿Y eso? [como se hacía en los juegos de sociedad]. — Son' mis cal zas. — ¿De qué están hechas? — De terciopelo. —¿Y eso? —Son unas bragas.—¿Qué es lo que hay dentro? —No lo sé, señor. — ¡EhJ, es un pajarito. ¿Para quién es? — No lo sé, se ñor. — ¡Eh!, es para Mme. Doundoun [su nodriza].» «Se mete entre las piernas de Mme. de Monglat» [su aya, una mujer muy digna y respetable, que a pesar de ello no pa rece perturbada —no más que Heroard— por todas esas bro mas que nosotros juzgamos hoy día insoportables]. El Rey le dice: «Miren al hijo, de Mme. de Monglat, mírenla dando a luz. De repente se va y se mete entre las piernas de la Reina.» A partir de los cinco o seis años ya nadie juega con sus partes sexiíales: es él quien comienza a' divertirse con las de los"demás: Mlle.- Mercier, -una de sus camareras, Que había estado de vela, estaba todavía en la cama junto a la suya (sus domésticos, a veces casados, dormían en la misma habitación que el niño y su presencia no debía de molestarles mucho). «El juega con ella», la manda mover los dedos de los pies, con las piernas en alto; «dice a su nodriza que vaya a buscar unas varas para azotarla, y lo manda ejecutar... Su nodriza le pregunta: Señor, ¿qué es lo que habéis visto de la Mercier?, y él responde con indiferencia: Le vi el culo. ¿Qué más le ha béis visto? Y responde de la misma manera y sin reírse que le ha visto el conejo». Otra vez «juega con Mlle. Mercier; me llama [Heroard], diciéndome que es la Mercier quien tiene un conejo- así de grande [mostrando sus dos puños] y que tiene agua dentro». Esta clase de bromas desaparece a partir de 1608, porque ya está hecho un hombrecito — la edad fatídica de los siete años— , y en ese momento es cuando hay que enseñarle la de cencia de los modales y del lenguaje. Cuando se le pregunta por dónde salen los niños, responderá entonces, como la Agnés de Moliere, que por la oreja. Mme. de Monglat le reprende
cuando muestra su pajarito a la niña Ventelet». Y si todavía, cuando se despierta por la mañana, se le mete en la cama de Mme. de Monglat, su aya, entre ella y su marido, Heroard se indigna y anota al margen: insignis impudentla. Se imponía al niño de diez años una discreción que a nadie se le ocurriría exigir del niño de cinco años. La educación sólo comenzaba a partir de los siete. En todo caso, ese escrúpulo tardío de decencia debe atribuirse a un comienzo de reforma de las cos tumbres, signo de la renovación religiosa y moral del siglo xvii: como 'si el valor de la educación empezara sólo al acercarse la edad de ser hombre. Hacia los catorce años, Luis X III, sin embargo, ya no tenía nada que aprender, pues tenía catorce años y dos meses cuando se le metió casi a la fuerza en la cama de su mujer. Después de la ceremonia «se tumba en la cama, donde cena a las siete menos cuarto. M. de Gramon't y algunos jóvenes señores le contaban cuentos verdes para darle ánimos, [Luis XIII] pide sus pantuflas, se pone su bata y se va a las ocho a la cámara de la Reina, su mujer, en presencia de la Reina, su madre; a las diez y cuarto vuelve después de haber dormido aproximadamente una hora y de haberío hecho dos veces, según lo que él nos dijo, y parecía cierto, porque tenía el p... encarnado». El matrimonio de un muchacho de catorce años empezaba a ser frecuente. El de una muchacha de trece era aún corriente. No cabe pensar que el clima moral debía de ser diferente en otras familias de hidalgos o de plebeyos. Esta manera fa miliar de asociar a los niños a las bromas sexuales de los adultos pertenecía a las costumbres comunes y no resultaba chocante. En la familia de Pascal, Jacqueline Pascal escribía a los doce años versos sobre el embarazo de la Reina. Thomas Platter relata, en sus memorias de estudiante de Medicina en Montpellier, a fines del siglo xvi: «Yo conocí a un chaval que hizo esta afrenta (anudar las calzas al jubón, atacar Ias agujetas, cuando el casamiento, para volver al marido im potente) a la sirvienta de sus padres. Esta le suplicó que la li brara del maleficio desatando el nudo; él consintió e inmedia tamente el recién casado, recobrando sus fuerzas, se curó com pletamente.» El P. de Dainville, historiador de los jesuitas y de la pedagogía humanista, observa igualmente: «En esa época [siglo xvi], el respeto debido a los niños era algo completa mente ignorado. La gente se permitía todo delante de ellos:
frases licenciosas, acciones y situaciones escabrosas; los niños lo oían todo, lo veían todo» 2, Esta ausencia de reserva con respecto a los niños, está for ma de asociarlos a las bromas que adornan los temas sexuales nos sorprende: libertad del lenguaje, más aún, audacia de ges tos, caricias de las que uno puede imaginarse fácilmente lo que diría un psicoanalista moderno... Peno ese psicoanalista come tería un error. La actitud ante la sexualidad, y sin duda alguna la misma sexualidad, varía según el medio ambiente y, por lo tanto, según las épocas y las mentalidades. Hoy día nos parece que las caricias descritas por Heroard lindan con la anomalía sexual, y nadie osaría hacerlas públicamente. No ocurría aún eso a principios del siglo xvn. Un grabado de Baldung Grien, de 1511, representa una Sagrada Familia, El gesto de Santa Ana nos parece singular: está abriendo las piernas del niño, como ,si quisiera poner de manifiesto el sexo y hacerle cosqui llas. Nos equivocaríamos si viéramos ahí una alusión atrevida J. Esas maneras de jugar con el sexo de los niños eran pro pias de una tradición muy difundida, que vemos actualmente en las sociedades musulmanas. Estas han permanecido aisla das, a la vez, de las técnicas científicas y de la gran reforma moral, cristiana al principio, laica después, que han disciplinado la sociedad aburguesada del siglo xvm , y especialmente del si glo xix, „en Inglaterra o en Francia. Por ello encontramos en esas sociedades musulmanas rasgos cuya originalidad nos asom bra, pero que no hubieran sorprendido tanto al excelente He roard. Júzguese por esta página extraída de una novela, La staute de sel. El autor es un judío tunecino, Alberto Memmi, y su libro es un sorprendente tesitmonio sobre la sociedad tu necina tradicional y la mentalidad de los jóvenes medio occidentalizados. El héroe de la novela relata una escena en el tran vía que lleva al liceo, en Túnez: «Delante de mí estaban un musulmán y su hijo, un muchachito minúsculo, con fez de zua vo y alheña en las manos; a mi izquierda, un tendero monta ñés (djerbien) que iba de compras, con una espuerta entre las piernas y un lapicero en la oreja. El montañés, vencido por la cálida quietud del coche, se meneó. Sonrió al niño, que sonrió, .con los ojos y miró a su padre. El padre, agradecido, halagado, 2 F. d e D a i n v t l l e , La S'aissancs de l’humanisme m oderne, 1940, p. 261; M é c h i n , Armales du collége royal de Bourbon, Aix, 2 vols., 1892. 3 C u r j e l , H. Baldung Grien, lám. XLVIII.
le calmó y sonrió al montañés: — ¿Qué edad tienes?, preguntó el tendero al niño.'—Dos años y medio, respondió el padre [la edad del joven Luis X III]. — ¿Te la ha comido el gato?, pre guntó el tendero al niño. — No, respondió el padre, no está aún circuncidado, pero lo estará pronto. — ¡Ah! ¡Ahí, dijo el otro. Había encontrado un tema de conversación con el niño* — ¿Me vendes tu bichito? — No, responde el niño violentamen te. Visiblemente, el niño conocía la escena, ya le habían hecho la misma proposición. Yo también [el niño judío] la conocía. La había representado antaño, acosado por otros provocadores, con los mismos sentimientos de vergüenza y concupiscencia, de rebelión y de curiosidad cómplice. Los ojos del niño brillaban con el placer de una virilidad naciente [sentimiento moderno, atribuido por el evolucionado Memmi, que conoce las recientes observaciones sobre la precocidad del despertar sexual de los niños; los hombres de antaño creían, al contrario, que el niño impúber permanecía ajeno a la sexualidad] y de la rebelión contra esta incalificable agresión. El niño miró a su padre. Su padre sonreía, era un juego admitido [soy yo quien subraya]. Nuestros vecinos seguían la escena tradicional con complacen cia, aprobándola: —Te doy diez francos, propuso el montañés, —-No, respondió el niño... — Anda, véndeme tu c..,, volvió a decir-el montañés. — ¡No, no! — Te ofrezco cincuenta francos. — ¡No!... — Voy a hacer un esfuerzo: ¡mil francos! — No. Los ojos del montañés querían expresar la avidez. — ¡Y agrego un saco de caramelos! — ¡No, no! — ¿Seguro que no? ¿Es tu última palabra?, gritó el montañés, simulando enfadarse. Repite por última vez: ¿no? — ¡No! Entonces, bruscamente, el adulto se abalanzó sobre el niño, con un semblante temible, y su mano brutal hurgaba en la pequeña bragueta. El niño se defendía a puñetazos. El padre se reía a carcajadas, el montañés se des ternillaba con nerviosismo y nuestros vecinos sonreían generosa mente.» Esta escena del siglo xx ¿no nos permite acaso comprender mejor el siglo xvn, antes de la reforma moral? Evitemos los anacronismos, como el de la explicación por el incesto de los excesos barrocos del amor materno de Mme. de Sévigné, según su último editor. Se trataba de un juego del que no debemos exagerar el carácter escabroso, que no era mayor que el que se encuentra hoy día en las anécdotas picantes de las conver saciones entre hombres.
Esta semiinocencia, que nos parece viciosa o ingenua, ex plica la popularidad del tema del niño que orina, a partir del siglo X V . Dicho niño tiene su puesto en las imágenes de los libros de horas y en los cuadros de las iglesias. En los calen darios de Horas de Hennessy4 y en el breviario G rim ani5 de principios del siglo xvi, cierto mes de invierno está represen tado por la aldea bajo la nieve; la puerta está abierta; se ve a la mujer que hila, el hombre que se calienta al amor de la lumbre; el niño orina delante de la puerta, sobre la nieve, a la vista de todos. En un E cce h om o flamenco, de P. Pieterszó, sin duda des tinado a una iglesia, se puede ver una gran cantidad de niños en medio de la multitud de espectadores: una madre carga al suyo, con los brazos en alto, por encima de las cabezas, para que el niño pueda ver mejor. D os' chicos despabilados escalan los pórticos. Un niño orina, sostenido por su madre. Los ma gistrados del Parlamento de Toulouse, cuando asistían al ofi cio en la capilla de su propio palacio, podían distraerse con escenas semejantes. Un gran tríptico representaba la historia de San Juan B autista 1. En la parte central del mismo se halla la predicación. Los niños están ahí en medio de la multitud; una mujer ..amamanta a su hijo, un. muchacho está subido a un árbol; aparte, un niño alza su ropón y orina frente a los par lamentarios. Esta abundancia y esta frecuencia de niños en las escenas de muchedumbre, con la repetición de ciertos temas (el niño que mama, el niño orinando) durante el siglo xv, y especial mente durante el siglo xvi, son los indicios de un interés nuevo y particular. Es preciso observar, por otra parte, que en esta época se repite frecuentemente una escena de la iconografía religiosa: la circuncisión. Se la representa con una precisión casi quirúr gica. No hay que pensar maliciosamente. Al parecer, la Circun cisión y la. Presentación de la Virgen en el Templo eran con sideradas, durante los siglos xvi y xvn, como fiestas de la in fancia, las únicas fiestas religiosas de l a ' niñez antes de la ce4 J.
D estrée,
Les Heures d e Notre-Dame di tes de Hennessy, 1895
y 1923. 5 S . d e V r í e s y M a r p u g o , Le Bréviatre Grimani, 1 2 vols., 6 H. G e r s o n , Von Geertgen tot Fr. Haiz, 1950, I . , p. 95. 7 M useo de los Agustinos, Toulouse.
1904-1910.
lebración solemne de la primera comunión. En la iglesia pa risina de Saint-Nicholas se puede ver un lienzo de principios del siglo xvn que procede de la abadía de Saint-Martin-desChamps. En la escena de la circuncisión podemos ver una gran cantidad de niños: unos están con sus padres, otros tre pan por las columnas para ver mejor, ¿No es verdad que para nosotros hay algo de extraño, casi chocante, en esa elección de la circuncisión como fiesta de la infancia evocada en me dio de los niños? Chocante para nosotros» quizás, pero no para un musulmán de hoy día ni para el hombre del siglo xvr o de principios del siglo xvn. No solamente se aceptaba sin repugnancia a los niños en una operación sobre el sexo que era en verdad de naturaleza religiosa, sino además la gente se permitía, conservando la con ciencia tranquila y públicamente, gestos, caricias que se prohi bían en cuanto el niño entraba en la pubertad; es decir, poco más o menos en el mundo de los adultos. Eso por dos razones. En primer lugar, porque se creía que el niño impúber perma necía ajeno e indiferente a la sexualidad. Así, los gestos y las alusiones no le traían ninguna consecuencia, se convertían en actos gratuitos y perdían, neutralizándose, su carácter especí fico... Además, porque no existía aún el sentimiento de que las referencias a la sexualidad, incluso despojadas prácticamente de segunda intención, pudieran mancillar la inocencia de la niñez, en la realidad o en la opinión que se hacía la gente, y a nadie se le ocurría pensar que esta inocencia existiera realmente.
Tal era, por lo menos, la opinión común, la cual no era ya la de los moralistas y educadores, al menos la de los mejores de ellos, por lo demás innovadores con poca inñuencia en su época. Su importancia retrospectiva se debe a que a la larga lograron imponer sus concepciones, que son las nuestras hoy día. Esta corriente de ideas remonta al siglo xv, época en la que ya será suficientemente fuerte como para provocar un cambio en la disciplina tradicional de las escuelas 8. Gerson es su prin cipal representante. Se expresó con mucha claridad y se reveló 8 Ver la II parte, cap. V.
excelente observador, para aquella época, de la infancia y de sus prácticas sexuales. Esta observación de las costumbres pro pias de la infancia, la importancia que les atribuye dedicándolas un tratado De confessione mollicei9, atestiguan un interés muy innovador que es preciso vincular a todos los signos que hemos retenido en la iconografía y en la indumentaria y que revelan un interés inédito con respecto a la infancia. Gerson ha estudiado, pues, el comportamiento sexual de los niños. Lo hace para que los confesores despierten en sus pequeños penitentes —de diez a doce. años— el sentimiento de culpabilidad. Él sabe que la masturbación, la erección sin eyaculación, son generales: sí se* interroga a una persona sobre este tema y lo niega, es que, con toda certeza, está mintiendo. Para Gerson, se trata de un caso muy grave. El peccatum mollicei «incluso si, a causa de la edad, no ha sido seguido de polu ción..., ha contribuido más a perder la virginidad de un niño que si éste, a la misma edad, hubiera frecuentado mujeres». Además, dicho acto raya en la sodomía. A este respecto, el juicio de Gerson se asemeja más a la doctrina moderna sobre la masturbación, fase inevitable de una sexualidad prematura, que los sarcasmos del novelista Charles Sorel, cuyo' protagonista de la Vraie histoiré comiqiie de Fran cion ve en la masturbación la consecuencia del enclaustramiento escolar del internado. En efecto, al principio el niño no es consciente de su cul pabilidad: «Sentiant ib i quemdam pruritum incognitum tum stat erectio, y piensan que está permitido que se jricent ib i et se palpent et se tractent sicut in aliis ¡ocis dum pruritus inest . Ahí está la consecuencia de la corrupción original: ex corruptione naíurae. Falta aún mucho para llegar a la idea de la ino
cencia infantil, pero nos acercamos ya al conocimiento objetivo de su comportamiento, cuya originalidad debe manifestársenos a la luz de lo que se ha dicho anteriormente. ¿Cómo preservar la infancia de este peligro? Gracias a los consejos del confesor, y además cambiando las malas costumbres de la educación, comportándose con los niños de otra manera. Se les hablará so briamente, utilizando únicamente palabras decentes. En los jue gos se evitará que los niños se besen, se toquen con las manos desnudas o se miren: figerent oculi in eorum decore . Se evitará 9 G
erson
,
De confessione m ollicei, Opera, 1706,
tom o
II,
p.
309.
la promiscuidad de los niños con los adultos, por lo menos en la cama: los pueri capaces doli, puellae, juvenes, no deben acos tarse en la misma cama que las personas mayores, aunque sean del mismo sexo: la cohabitación en el mismo lecho era una práctica muy generalizada entonces en todos los estratos socia le s . Ya vimos que a finales del siglo xvi subsistía, incluso en la corte de Francia: los juegos de Enrique IV y su hijo, a quien llevaban, junto con su hermana, a la cama del Rey, justifican, a dos siglos aproximadamente de intervalo, la prudencia de Gerson. Éste prohíbe tocarse in nudo, ya sea jugando o de otro modo,, y aconseja la desconfianza «a societaliatibus perversis ubi colloquia prava et gestas impudici fiunt in lecto absque dormitione». Gerson insiste sobre esta cuestión contra la lujuria del cuar to domihgo de Adviento: el niño debe oponerse a que los otros le toquen o le besen, y si actúa de otra manera debe confesarse de todos modos, in ómnibus casibus, es menester recalcarlo, porque en general no se veía en ello ningún mal. Más adelante Gerson afirma que «sería bueno» separar a los níños durante la noche y recuerda a este propósito el caso señalado por San Jerónimo de un chico de nueve años que procreó un hijo; pero únicamente dice «sería bueno»: no se atreve a ir más lejos, de tan generalizada que estaba la práctica de acostar a todos los niños juntos, cuando no con un criado, con una sirvienta o con parientes10. En el Reglamento que escribió de la Escuela de Notre-Damede-París, Gerson trata de aislar a los niños, de someterlos a la vigilancia constante del maestro; estudiaremos en un capítulo especial el sentido de esta nueva disciplinail- El maestro de canto no debe enseñar cantilenas dissolutas impudicasque, los escolares tienen el deber de denunciar a su compañero si éste ha faltado a la honestidad o al pudor (era delito, entre otros, hablar gallicum -—y no latín— , blasfemar, mentir, injuriar, tar dar en levantarse de la cama, faltar a los oficios, charlar en la iglesia). El dormitorio debe estar iluminado con una lampari lla de noche; «Tanto por devoción a la imagen de la Virgen como para hacer las necesidades naturales y con el fin de que 10 G e r s o n , Doctrina pro pueris ecdesiae parisiensis. Opera, 1706, tomo IV, p. 717. 11 Ver la II parte, cap. V.
hagan a la vista los únicos actos que pueden y deben ser vis tos,» Ningún niño, deberá cambiar de cama durante la noche: permanecerá con el compañero que se le ha atribuido. Los con ventícula, vel societates ad partem extra alias serán prohibidos durante el día y durante la noche. Observemos qué cuidado pone en evitar las amistades particulares, en evitar también las malas compañías, particularmente la de la servidumbre: «se •prohibirá a los criados toda familiaridad con los niños, sin ex ceptuar a los clérigos, los capellani, el personal de la iglesia (no reinaba la confianza): no deberán dirigir la palabra a los niños en ausencia de los maestros». A los demás niños, ajenos a la fundación, no se les permiti rá permanecer con los escolares, ni siquiera para estudiar jun tos (salvo permiso especial del superior), «con el fin de Que nuestros niños (pueri nostri) no copien las malas costumbres de los otros». Eso es algo completamente nuevo, lo cual no quiere decir que en la realidad las cosas sucedieran así en la escuela. Ya veremos, en la segunda parte de este libro, lo que ocurría y cuánto tiempo y esfuerzos fueron necesarios para imponer tar díamente, en el siglo xvm , una disciplina estricta en los cole gios; Gersoñ estaba muy avanzado con respecto a las institucio nes dé su "época; Es interesante su Reglamento porque revela un ideal "moral que no existía anteriormente con tanta precisión, y que pasará a ser el ideal moral de los jesuítas, de Port-Royal, de los Hermanos de la Doctrina Cristiana y de todos los moral'istas y educadores rigurosos del siglo x v i l Durante el siglo xvi, los educadores son más tolerantes, si bien tratan de no rebasar ciertos límites. Sabemos esto gracias a los libros escritos para los escolares, en los cuales aprendían a leer, a escribir, el vocabulario latino y, por último, las lec ciones de urbanidad: los tratados de urbanidad y los coloquios que, para hacerlos más reales, ponen en escena varios esco lares, o el escolar y el maestro. Esos diálogos constituyen ex celentes testimonios de las costumbres escolares. En los diálo gos de Vives se pueden leer declaraciones que no hubieran sido del gusto de Gerson, pero que eran tradicionales: «¿Cuál es la parte más vergonzosa, la de delante (se observará el deseo de discreción) o el ojo del culo? Ambas son sumamente deshones
tas, el trasero a causa de su bajeza, la otra a causa de su-liber tinaje y la deshonestidad» 12. No faltan las bromas un tanto soeces, ni tampoco los te mas que no tienen el menor carácter educativo, sino todo lo contrario. En los diálogos ingleses de Ch. H oole13 se presen cian disputas; una de ellas tiene lugar en una taberna: y las tabernas, más aún que nuestros cafés, eran lugares de perdi ción. Se discute detenidamente sobre en qué posada se bebe la mejor cerveza. No obstante, incluso en Vives se observa cierto sentimiento de pudor: «Al tercer dedo se le llama el infame, ¿por qué? El maestro ha dicho que conocía la causa, pero que no quería discutir de ella porque era sucia y ruin; por lo tan to, no la busques, pues no conviene a un niño bien nacido ave riguar cosas tan viles.» Esto es extraordinario para la época. La libertad de lenguaje era tan natural que incluso, más ade lante, los reformadores más estrictos dejarán pasar en sus ser mones dirigidos a los niños y a los escolares comparaciones que hoy día chocarán. Así, el padre jesuíta Lebrun exhorta, en 1653» «a los nobilísimos pensionistas del colegio de Clermont» a evitar la glotonería: «Se hacen los delicados, tanquam praegnantes mulierculae» 14. Sin embargo, a fines del siglo xvi la situación cambiará de manera más precisa. Ciertos' educadores, que van a adquirir poder y a 'imponer definitivamente sus concepciones y sus es crúpulos, ya no tolerarán que se ponga en las manos de los niños libros equívocos. Nace entonces la idea del libro clásico expurgado para uso de los niños. Es ésta una etapa muy im portante, a partir de la cual se puede fechar realmente el res peto a la niñez. Encontramos este interés en la misma época, tanto entre los católicos como entre los protestantes, en Francia y en Inglaterra. Hasta entonces nunca le había chocado a nadie el dar a leer Terencio a los niños, como clásico que era. Los je suítas lo retiraron de los programas 1S. En Inglaterra se usaba una edición modificada de Cornelius Schonaeus, publicada en Dialogues, t r a d . f r a n c e s a , c i t . Citado p o r F. W a t s o n , T he Engíish gram m ar schools to 1660, 1907, p. 112. 14 A . S c h i m b e r g , Éducation morale darts les colleges de Jésuites, 1913, p. 227. 15 F. d e D a i n v i l l e , op. cit. 12 V i v e s ,
1592 y reeditada en 1674. Brinsley la recomienda en su manual del maestro 16. En las academias protestantes francesas se utilizaban los co loquios de Cordier (1564), que sustituyeron a los coloquios de Erasmo, Vives, Mosellanus, etc. Encontramos en ellos un deseo original de pudor, un esmero en evitar problemas de castidad o de cortesía del lenguaje. Cuando, por casualidad, se tolera una broma sobre los empleos del papel n, «papel de escolar», «papel para sobres», «papel secante»: se trata de un juego de sa lón. Al final, uno de los muchachos se rinde, el otro le da la solución: «Papel que sirve para limpiar las nalgas en el re trete: o sea, que habéis perdido.» Concesión bien inocente, esta vez, a las bromas tradicionales, Cordier puede realmente «po nerse entre las manos de todos», expresión moderna que no es anacrónica. Se agregarán además a los coloquios de Cordier otros de tipo religioso, obra de S. Castellion. A su vez, Port-Royal producirá una edición muy expurgada de Terencio: «Comedias de Terencio convertidas en comedias muy honestas cambiando muy pocas cosas» ia. En lo que conciernte el pudor, en los colegios de jesuítas se toman precauciones insólitas que se detallan en las reglas con motivo de los castigos corporales, de la administración de azotes. Se precisaba que no había que retirar las calzas de las víctimas, adolescentum, «cualquiera que sea la condición y la edad» [me agrada bastante esta referencia a la condición] ; se debía descubrir únicamente la parte del cuerpo sobre la que se infligía la pena, pero no más: non amplius 19. En el transcurso del siglo xvn aparece una gran modifica ción en las costumbres. Madame de Maintenon no tolerará a los hijos del Rey, ni siquiera a los bastardos, la más mínima de las libertades de la corte de Enrique IV, ni tampoco, por otra parte, en las casas de los libertinos. No se trata ya de algunos moralistas aislados, como Gerson, sino de un gran mo vimiento, cuyos signos se perciben por todas partes, tanto en la numerosa literatura moral y pedagógica como en las prácticas de devoción y en una nueva iconografía religiosa. 16 F. W a t s o n , op. cit. 17 Mathurín C o r d i e r , Colíoques, 1586. 18 P o r P o m p o n í u s y T r o b a t u s .
19 Citado por F.
de D a in v iix e ,
op. cit.
Ha triunfado una noción esencial: la inocencia infantil. Apa rece ya en Montaigne, quien, sin embargo, se forjaba pocas ilu siones acerca de la castidad de los jóvenes escolares: «Cíen es colares han agarrado la sífilis antes de llegar a la lección de Aristóteles sobre la templanza» 20. Mas este autor relata igual mente la siguiente anécdota, que anuncia otro sentimiento: Albuquerque, «en un extremo peligro de riesgo del navio, cargó a sus espaldas a un jovencito con el fin de que, compartiendo el peligro, su inocencia le sirviera de garantía y recomendación ante la gracia divina para llevarle a la orilla» 21. Cerca de un siglo después, esta idea de la inocencia infantil se había con vertido en una idea común. Leamos, como ejemplo, esta le yenda de un grabado de F. Guérard que representa los juegos infantiles (muñecas, tambor) 22. Voilá l'áge de l'innocence Oü nous devons tous revenir Pour jouir des biens avenirs Qui sont' icy nostre esperance; L’áge oü l’on sait íout pardonner, L’áge oü í'on ignore la haine, Oü ríen ne peut nous chagriner; L’áge d'or de la vie humaine, L’áge qui brave les Enfers, L’áge oü la vie est peu pénible, L’áge oü la mort est peu terrible, Et pour qui les cieux sont ouverts. A ces jeunes plans de l’Egüse Qu’on porte un respect tendre et doux: Le ciel est toujours plein de courroux Pour quiconque les scandalise *.
20 M o n t a i g n e , Essais, I, 26. 21 M o n ta ig n e , Essais, I, 39. 22 F. Guérard, Gabinete de Estampas, Ee 3a, petit in f.° * He aquí la edad de la inocencia / a la que todos debemos re gresar / para gozar de los bienes futuros / que son aquí nuestra espe ranza; / la edad en la que se sabe perdonar todo, / la edad en la que se ignora el odio, / en la que nada puede entristecernos; / la edad de oro de la vida humana, / la edad que desafía a los Infiernos, / la edad en que la vida es poco penosa, / la edad en que la muerte es poco terrible, / y para quien tos cielos están abiertas. / A esos jóvenes pro yectos de la Iglesia, / que se otorgue un respeto sensible y suave: / el cielo está lleno de ira / para con quien los escandalice.
¡Cuánto camino recorrido! Se le puede seguir a través de una abundante literatura, de la cual presentamos algunas mues tras: L ’honneste gargon, ou l ’art de bien élever la noblesse á la vertu, aux sciences et á tous les exercises convenables á sa condition [El joven honesto, o el arte de educar debidamente a la nobleza en la v irtu d e n las ciencias y en todos los ejercicios convenientes a su condición], publicado en 1643 23 por M. de Grenaille, escudero, señor de Chatauniers, es un buen ejemplo. El autor había escrito ya L ’honeste filie [La joven honradaJ, Es preciso destacar el interés por la educación, «la institución de la juventud».- El autor se da cuenta de que él no es el único en tratar este tema y se disculpa de ello en la «Advertencia»: «Yo no creo entrar en el terreno de M. Faret24 tratando un tema que él sólo ha tocado de pasada, y hablando de la edu cación de esos de quienes él nos presenta las perfecciones.» «Aquí yo guío al Joven honesto desde el comienzo de la in fancia hasta la juventud. Trato primeramente de su nacimiento y luego de su educación; pulo sus costumbres y su mente con juntamente; le instruyo en la piedad y en el protocolo del mun do, con el objeto de que no sea ímpío ni superticioso.» Con an terioridad existían tratados de urbanidad que eran sólo manua les de""buenós modales, de protocolo; gozaron de estima hasta principios del siglo xix. Mas, al lado de los libros de ürbanidad que se dirigían sobre todo a los niños, existe desde principios del siglo xvn una literatura pedagógica para uso de padres y educadores. Por más que se refiera a Quintiliano, a Plutarco y a Erasmo, dicha literatura es nueva. Tan nueva que M. de Grenaille tiene que defenderse contra los que ven en la edu cación de la juventud un tema de práctica y no de libros. Ade más de Quintiliano, etc., hay algo más, y el tema es particu larmente grave en la Cristiandad: «Ciertamente, puesto que el Señor de los Señores pide a los pequeños inocentes que se acer quen a Él,1yo no creo que ninguno de sus súbditos tenga dere cho a rechazarlos, ni que los hombres se opongan a educar los, visto que, al educarlos, no hacen sino imitar a los ánge les.» El paralelo entre los ángeles y los niños se convierte en un tema de edificación trivial. «Se dice que un ángel en forma 23 M, d e G r e n a i l l e , L’Honneste gargon, 1642. 24 F a r e t , L’Honnéte homme, 1630. Con el apellido de este autor, Faret, hacía Boíleau rimar cabaret.
de niño iluminó a San Agustín* pero, en. cambio, a él le agra daba comunicar sus conocimientos a los niños, y encontramos en sus obras tratados a su favor, si bien hay otros dirigidos a los más grandes teólogos.» Cita a San Luis, que redactó una ins trucción para su hijo- «El cardenal Belarmino ha escrito un catecismo para los niños.» Richelieu, «ese gran príncipe de la Iglesia, ha dado instrucciones a los más pequeños, así como consejos a los mayores». También Montaigne, quien no se es peraba encontrar en tan grata compañía, se inquietó por los malos ‘educadores, en particular por los pedantes, «No debe uno imaginarse que cuando se habla de la in fancia se habla siempre de algo frágil; al contrario, yo demos traré aquí que un estado que muchos juzgan despreciable es perfectamente ilustre.» En efecto, en esa época es cuando se habla realmente de la debilidad, de la imbecilidad de la in fancia. Anteriormente más bien se la ignoraba, como una tran sición rápidamente superada y sin importancia. El poner de relieve el lado despreciable de la infancia es quizá una conse cuencia del pensamiento clásico, de su exigencia razonable, pero es principalmente una reacción contra la importancia que ad quirió el niño dentro de la .familia, en el sentimiento de la fa milia, Volveremos a tratar este tema en la conclusión de la pri mera parte. Retengamos únicamente que a los adultos, de todas las condiciones, les agradaba entretenerse con los pequeñines. Comportamiento muy antiguo, probablemente, pero en lo suce sivo era tan notorio que a la gente le irritaba. Nació así ese sentimiento de irritación ante las chiquilladas, el reverso mo derno del. sentimiento de la infancia. También se agregaba a ello el desprecio que esta sociedad de hombres acostumbrados al aíre libre, y de hombres de sociedad, hombres de mundo, sentía por el profesor, el director del colegio, el ««pedante», en una época en que los colegios se tornaban más numerosos y eran más frecuentados, y en la que la infancia recordaba ya a los adultos la época escolar. En realidad, ese sentimiento poco fa vorable a los niños por parte de las personas serias o preocupa das es una prueba de la importancia, excesiva a su manera de ver, que se reconocía a la infancia. Para el autor del Vhonneste gargon, la infancia es ilustre debido a la infancia de Cristo. Se la interpretaba, por otra par te, como símbolo de humillación a la que había descendido Cristo, adoptando no solamente la naturaleza humana, sino la
condición de niño, inferior a la del primer Adán, según San Bernardo. Hay, por el contrario, niños santos: los Santos Ino centes, los santos niños mártires que se negaron a honrar a los ídolos, el niño judío de San Gregorio de Tours, a quien su pa dre quiso quemar en un horno porque se había convertido. «Yo podría demostrar asimismo que la fe produce hoy en día mártires entre los niños lo mismo que en los siglos pasados. La historia de Japón nos presenta a un niño, Luis, que a la edad de doce años supera ampliamente la generosidad de los hombres perfectos.» En la misma hoguera que dom Carlos Spinola, murió una mujer con «su hijo pequeño», lo que demuestra que «Dios obtiene sus elogios por la boca de los niños». Y el autor acumula ejemplos de niños santos en ambos Testamentos, y agrega este otro ejemplo, sacado de nuestra historia medieval e inesperado en la literatura clásica: «No debo olvidar la vir tud de esos valientes muchachos franceses, a los cuales Naucierus ha elogiado, que se enrolaron en las Cruzadas, 20.000 en total en la época del Papa Inocencio III, para ir a rescatar Jerusalén de manos, de los infieles.» La cruzada de los niños... Sabemos que los niños de las canciones de gesta y las no velas de caballería se conducían como caballeros, lo cual de muestra, según de Grenaille, la virtud y la cordura de los niños. El autor cita el caso de un niño que se hizo paladm de la emperadora, esposa del emperador Conrado, en el duelo judicial contra «un famoso gladiador». «Que se lea en los Amadi s lo que han hecho los Reinaldos, los Tancredos y tantos otros caballeros: la fábula no Ies otorgará tantas ventajas en ningún combate como la verdadera historia le otorga al joven Aquiles.» «Después de esto, ¿cabe decir que la primera edkd no es comparable, incluso frecuentemente preferible, a todas las de más?» «<¿Quién se atreverá a decir que Dios favorece tanto a los niños como a las personas de edad?» Dios les favorece a causa de su inocencia, que «se parece mucho a su impeca bilidad», Los niños carecen de pasión y de vicio: «Su vida pa rece ser enteramente razonable precisamente cuando parecen menos capaces para usar la fuerza de la razón.» Evidentemen te, ya no se habla del peccatum mollicei, y nuestro hidalgo de 1642 parece, desde ese punto y a nosotros que conocemos el psicoanálisis, en retraso con respecto a Gerson. Y es que la idea misma de impudor y de pecado de la carne en el niño
le molesta, como un argumento de quienes consideran «la in fancia como una necedad viril» y «viciosa». Esta nueva mentalidad se. halla en los círculos de PortRoyal y primeramente en Saint-Cyran: sus biógrafos jansenis tas nos informan acerca de la elevada opinión que él tenía Üe la niñez y de los. deberes para con ella. «Admiraba al hijo de Dios quien, en las más altas funciones de su ministerio, no había querido que se impidiera a' los niños acercarse a Él, quién les abrazaba y les bendecía, quien nos ha recomendado tanto no. despreciarlos o descuidarlos y quien, en una palabra, ha hablado de ellos en términos tan favorables y sorprendentes que son capaces de aturdir a los que escandalizan a los pequeñuelos, Igualmente, M. de Saint-Cyran manifestaba siempre a los niños |una bondad tal que llegaba a una especie de respeto para honrar en ellos la inocencia y al Espíritu Santo que habita en ellos» M. de Saint-Cyran es «muy instruido» y «muy dis tante de esas máximas del mundo [el desprecio a los educa dores] y como se daba cuenta de la importancia que tenía el cuidado y la educación de la juventud, la veía también de una manera muy diferente. Por penosa y humillante que [dicha educación] fuera a los ojos de los hombres, no dejaba de em plear en ella a numerosas personas sin que éstas pensaran -te ner derecho a quejarse». Se forma entonces una concepción moral de la infancia que hace más hincapié en su debilidad que en su «ilustración», como decía M. de Grenaille, pero que asocia su debilidad a su inocencia, verdadero reñejo de la pureza divina y que coloca la educación en el primer plano de las obligaciones. Dicha concepción reacciona simultáneamente contra la indiferencia hacia la infancia, contra un sentimiento demasiado sensible y egoísta que hace del niño un juego para adultos y cultiva sus caprichos, contra el sentimiento opuesto a este último, el des-, precio del hombre racional. Esta concepción domina la litera tura pedagógica desde finales del siglo xvn. He aquí lo que dice en 1687 Coustel en las Régles de l’éducation des enfants7* acerca de que es preciso amar a los niños y vencer la repug nancia que éstos inspiran a un hombre racional: «Si se consi derara el exterior de los niños, que es sólo imperfección y fra gilidad, tanto de cuerpo como de mente, cierto es que no ha25
F. C a d e t,
36 C o u s t e l ,
L’Éducation á PorhRoyal, 1 8 8 7 , Regles de l'éducation des enfants,
1687.
bría motivos para estimarlo mucho. Pero uno cambia de sen timientos cuándo se mira el porvenir y cuando se obra un poco por la fe». Por encima del niño se verá al «buen magistrado», ai «buen cura», al «gran señor»., Pero lo que hay que consi derar'sobre todo es que sus almas, que poseen aún la inocen cia bautismal, son la morada de Jesucristo. «Dios da el ejem plo ordenando a los ángeles que les acompañen en todos sus pasos, sin abandonarlos jamás.» Por ello, afirma Varet en su Obra De Véducation chrétienne des enfans, 166671, «la educación de los niños es una de las cosas más importantes del mundo». Jacqueline Pascal, en el reglamento para las niñas pensionistas de Port-Royal, dice: «Es tan importante vigilar a los niños2* que debemos preferir esta obligación a todas las demás, cuando la obediencia nos encar gue de eso, y, más aún, preferirla á nuestras* satisfacciones par ticulares, aun cuando correspondan a las cosas espirituales.» No se trata de declaraciones aisladas, sino de un§ verdade ra doctrina, admitida por todos, tanto entre los jesuitas como entre los oratorianos o los jansenistas, que explica en parte la profusión de instituciones educativas, colegios, escuelas elemen tales, casas particulares, y la evolución de las costumbres hacia una disciplina más estricta. De esta doctrina se desprenden algunos principios generales, que están considerados como lugares comunes en la literatura de la época. No se dejará nunca a los niños solos: este prin cipio se remonta al siglo xv y procede de la experiencia mo nástica. Pero no empieza a ser realmente aplicado hasta el si glo xvn, porque el público en general lo considerará necesario, y no un pequeño número de religiosos y de «pedantes». «Hay que cerrar hasta donde sea posible todas las aberturas de la jaula...», se dejarán «algunos barrotes abiertos para vivir y para estar bien; eso es lo que se hace con los ruiseñores para hacerlos cantar y con los papagayos para enseñarlos a hablar» ” , A esta afirmación no le falta agudeza, ya que se ha enseñado, tanto en los jesuitas como en las escuelas de Port-Royal, a co nocer, mejor la psicología infantil. En el Reglamento para las niñas de Port-Royal, de Jacqueline Pascal, se lee: «Hay que 27 V a r e t , De l'éducation chrérienrte des 2i J a c q u e l i n e P a s c a l . Réglement pour
Constitutions de Port-Royal, 1721. 29 F . C a d g t ,
op. cit.
enfaius, 1666. les enfants, Appendice aúx
vigilar a las niñas muy bien, no dejándolas nunca solas en nin guna parte, sanas o enfermas.» Pero «es preciso que esta vi gilancia continua se haga con dulzura y con cierta confianza, que más bien les haga* creer que uno las quiere y que única mente por acompañarías estamos con ellas. Eso hace que a ellas íes agrade este desvelo, en lugar de temerlo»30. Este principio será absolutamente general, pero no será aplicado a la letra más que en los internados de los jesuítas, en las escuelas de Port-Royal, en los internados particulares, es de cir, que sólo afectaba a una minoría de niños muy ricos. Se deseaba evitarles la promiscuidad de los colegios que tuvieron durante mucho tiempo mala fama, menos tiempo en Francia que en Inglaterra, gracias a los jesuítas. «En cuanto los jóvenes — afirma Coustel31— ponen el pie en esos sitios [“la gran multitud de estudiantes de los colegios"] no tardan en ; perder esa inocencia, esa sencillez, esa modestia que les hacía ser an teriormente tan estimables ante Dios y ante los hombres.» Se dudaba en confiarlos a un solo preceptor, pues la extremada sociabilidad de las costumbres se oponía a ello. Era convenien te que el niño aprendiera muy pronto ¿ conocer a los hom bres, a conversar con ellos; eso era muy importante, más ne cesario que el latín. Era mejor «poner a cinco o seis niños con un hombre honrado, o dos, en una casa particular»» idea que ya aparece .en Erasmo. El segundo principio es que se evitará mimar a los niños y se les acostumbrará a una severidad precoz: «No me digáis que aún sólo son niños y que hay que tener paciencia. Porque los efectos de la concupiscencia se manifiestan abudamentemente en esta edad.» Reacción ésta contra el «mimoseo» de los niños menores de ocho años, contra la opinión de que aún eran demasiado pequeños para que valiera la pena reprenderlas. La Urbanidad de Courtin de 1671 32 explica ampliamente: «A esas pequeñas mentes se las hace pasar el tiempo sin tener cui dado de lo que es bueno o malo, lo que se les permite indife rentemente; no se les prohíbe nada: ríen cuando hay que llo rar, lloran cuando hay que reír, hablan cuando hay que callar y se quedan mudos cuando la cortesía les obliga a responder.» [Ya estamos en el «merci, monsieur» de nuestros niños france 30 Jacqueline P ascal , op. cit. J1 C o u s t e l , op. cit. 32 La civiliíé nouvelle, Basiíea, 1671.
ses que sorprende a los padres de familia americanos y los .es candaliza.] «Es crueldad para con ellos el dejarles Yivir de tal modo. Los padres y las madres dicen que cuando sean mayores ya les corregirán. ¿No sería mejor hacer de tal manera que no hubiera nada que corregir?» Tercer principio: la discreción. «Modestia mayor» del com portamiento. En Port-Royal33: «En cuanto se acuestan [las ni ñas] , regularmente se las visita a cada una en particular, en su cama, para ver si están acostadas con la modestia requerida y también, en invierno, para ver si están bien tapadas.» Se trata de extirpar mediante una verdadera propaganda la costumbre bien arraigada de dormir varias personas en la misma cama. Este consejo se repite a lo largo del siglo xvn. Aparece en La civilité chrétienne, de J.-B. de La Salle, cuya primera edición es de 1713: «Sobre todo, debe evitarse, a menos que se esté ca sado [he aquí una salvedad que hoy día a nadie se le ocurriría introducir en un libro destinado a los niños; pero, a decir ver dad, los libros dedicados a los niños no se limitaban a estos lectores, y el progreso inmenso de la decencia, del pudor, no impedían ciprias libertades a las que nosotros ya no nos atre veríamos], acostarse delante de cualquier persona de otro sexo, lo cual iría totalmente contra la prudencia y la honestidad. Aún más, se prohíbe que dos personas de sexo diferente duerman en la misma cama, aun cuando se tratara sólo de niños peque ños, ya que ni siquiera es decente que duerman juntas personas del mismo sexo. Son esas dos cosas las que San Francisco de Sales recomendó especialmente a Mme. de Chantal con respecto a los niños.» «Los padres y las madres deben enseñar a sús hi jos a taparse su propio cuerpo cuando se acuestan.» Esta preocupación por la decencia aparece en la elección de lecturas, de conversaciones: «Haced que aprendan a leer en libros en los que la pureza del lenguaje y la selección de buenos temas coincidan.» «Cuando [los niños] comiencen a escribir no toleréis que se rellenen los ejemplos que se les da con modos de hablar malintencionados» i*. Muy atrás ha que dado la libertad de lenguaje de Luis XIII cuando era niño, que divertía incluso al digno Heroard. Por supuesto, se evita rán las novelas, el baile y la comedia, lo cual también se des aconseja a los adultos; Se vigilarán las canciones, recomenda 33 J a c q u e l i n e w
V a ret.
Pascal, o p .
op. cit.
cií.
ción ésta muy importante y necesaria en una sociedad en la que la música era algo muy familiar: «Poned un cuidado espe cial en impedir a vuestros hijos que aprendan canciones moder nas» 35. Pero las canciones antiguas tampoco son más dignas: «Canciones conocidas por todos y que se enseñan a los niños desde que empiezan a hablar... Apenas las hay que no traten de las más atroces murmuraciones y calumnias, y que no sean sátiras crueles en las que nadie se salva, ni la persona sagrada de los soberanos, ni las de los magistrados, ni las de las per sonas más inocentes y más piadosas.» Dichas canciones expre san «las pasiones desordenadas» y están «llenas de equívocos deshonestos» 36. A comienzos del siglo x v i i i 37 , San Juan Bautista de La Salle confirma esta desconfianza de los espectáculos: «Para un cris tiano, no es más decente asistir a representaciones de mario netas [que al teatro]». «Una persona seria no debe considerar esa clase de espectáculos más que con desprecio [...] y los padres y madres nunca deben permitir a sus hijos que asistan a ellos.» Las comedias, los bailes, las danzas, los espectáculos «más corrientes», los «malabaristas, saltimbanquis, volatine ros», etc., son .prohibidos. Sólo se permiten los juegos educa tivos, es decir, los juegos que se integran en la educación: los otros son y permanecen ^sospechosos. Otra recomendación se repite frecuentemente en esta lite ratura pedagógica, preocupada en extremo por la «modestia»; 3a de no dejar a los niños en compañía de los sirvientes, reco mendación ésta que iba en contra de una costumbre absoluta mente general: «No los dejéis solos con los criados, y sobre todo con los lacayos, más que lo indispensable [los criados: térmi no que tenía un sentido más amplío que actualmente; com prendía a los “colaboradores”, como diríamos hoy día, y a los familiares también]. Esas "personas, para entremeterse y ganar se a los niños, sólo les cuentan generalmente necedades y 'Ies inspiran únicamente el amor al juego, las diversiones y la va nidad» 33. 35 V a r e t . 36 V a r e t ,
op. cit. op. cit.
37 Jean-Baptiste d e l a S a l l e , Les Regles de la bienséance et úe la cívilité chrétienne. La primera edición es de 1713. 33 V a r e t ,
o p . cit.
Aún a principios deí siglo xvm , el futuro cardenal de Bernis, recordando su infancia - —nació en 171539—, decía: «No hay nada tan peligroso para las costumbres y quizá para la salud como el dejar a los niños durante mucho tiempo bajo la tutela de la servidumbre.» «La gente se atreve a hacer con un niño aquello a lo que le daría vergüenza arriesgarse con un jovencito,» Esta última frase expresa exactamente la mentali dad que hemos analizado anteriormente y que era propia de la corte de Enrique IV.y del tranvía de Cartago en el siglo xx. Subsistió en el pueblo, aunque ya no fuese tolerada en los me dios avanzados. La insistencia cte los moralistas en separar a los niños de ese mundo diverso de la «servidumbre» prueba lo conscientes que estaban de los peligros que presentaba esta promiscuidad de niños y criados, quienes, a veces, eran muy jóvenes todavía. Dichos moralistas deseaban aislar al niño para preservarle de las bromas, de los gestos tenidos en lo sucesivo por deshonestos. El cuarto principio no es más que una aplicación de esa preocupación por la decencia, por la «modestia»: acabar con la antigua familiaridad y sustituirla por una mayor reserva de los modales y del lenguaje, incluso en la vida cotidiana. Esta política se manifestó en la lucha contra el tuteo. En el colegio menor, jansenista de Chesnay 40: «Tanto se les había acostum brado a respetarse mutuamente que nunca se tuteaban, y tam poco se les oía decir nunca la mínima palabra que ellos hubie ran juzgado desagradable para algunos de sus compañeros.» Un libro de Urbanidad de 1671 41 reconoce que la cortesía exige el tratamiento de usted, pero también está obligado a ad mitir algunas concesiones a las antiguas costumbres francesas; lo que hace no sin ciertas dificultades: «Se utiliza de ordinario el usted, sin tutear a nadie, a no ser que se trate de algún niño y que fueseis de mucha más edad y que la costumbre incluso entre los más corteses y los más instruidos fuera de hablar así.- No obstante, los padres para con sus hijos, hasta cierta edad (en Francia hasta que estén emancipados), los maes tros para con sus pequeños colegiales y otras situaciones pare cidas, parecen, según la costumbre general, poder utilizar el tú, 39 Métnoires du cardinal de Bernis, 2 vols., 1878. ^ Reglamento del colegio de Chesnay, W a l l o n d e des vies des amts de Port-Royal, 1751, tomo I, p. 175. 41 Ver nota 32.
B ea u p u is.
Suite
pura y simplemente. Y entre los amigos familiares, cuando con versan juntos, la costumbre hace que en ciertos lugares puedan tutearse más libremente; con los demás se es más reservado y educado.» Incluso en las escuelas elementales donde los niños eran más chiquitos, San Juan Bautista de La Salle prohíbe a los maestros el tuteo: «No hablando a los niños más que con reserva, sin tutearlos jamás, pues ello .significaría demasiada familiaridad.» Ciertamente, bajo esta presión, el empleo del usted ha debido extenderse. Nos sorprende leer en las memo rias del coronel Gérard que a finales del siglo xvm los solda dos se trataban de usted entre camaradas: ¡el uno con veinticin co años y el otro con veintitrés! Por lo menos, el coronel Gérard podía utilizar el tratamiento de usted sin que le frenase el ridículo. En el colegio de Saint-Cyr de Mme. de Maintenon, las se ñoritas evitarán «tutearse y utilizar modales contrarios a la cortesía» 42. «No hay que adaptarse nunca a ellos [a los niños] con un lenguaje infantil, ni con modales pueriles; por el con trario, se debe elevarlos hasta uno hablándoles siempre razo nablemente.» Ya en la segunda mitad del siglo xvi, los colegiales..de los diálogos de Cordie-r se trataban de usted en el texto francés, mientras que en latín se tuteaban con naturalidad. Efectivamente, este interés por la seriedad que estamos ana' lizando no triunfó realmente en las costumbres sino a partir del siglo xix, a pesar de la evolución contraria de la puericul tura y de-una pedagogía más liberal, más natural. Un profesor americano de Francés, L. Wylie, pasó su año sabático de 1950-51 en una aldea del Mediodía galo, compartiendo la vida cotidia na de ese pueblo. Este profesor se asombró de la seriedad con la que los maestros de la escuela primaria tratan en Francia a sus alumnos, y los padres campesinos a sus hijos. El contraste con la mentalidad americana le parece muy grande: «Cada paso en el desarrollo del niño parece depender del desarrollo de lo que la gente llama su razón...» «Al niño se le considera, por consiguiente, razonable, y se espera de él que continúe siendo razonable» 43. Esta razón, este control de sí mismo, esta seriedad que se exige de él muy temprano, para la preparación 42 Th. L a v a l l é e , Histoire de la maison royale de Saint-Cyr, 1862. ° L. W y lie , Village in the Vaucluse, Cambridge (E.U.), 1957.
de su diploma de estudios primarios, y que ya no se exigen en los Estados Unidos, son el último resultado de la campaña emprendida desde finales del siglo xvi por los religiosos y los moralistas reformadores. Esta mentalidad» por otra parte, co mienza a desaparecer hoy día de nuestras ciudades y ya sólo subsiste en nuestras aldeas, donde la ha encontrado el observa dor americano. El sentimiento de la inocencia infantil conduce, pues, a una doble actitud moral con respecto a la niñez: preservarla de las impurezas de la vida, especialmente de la sexualidad tolerada, cuando no admitida, entre los adultos, y fortificarla desarrollan do el carácter y la razón. Se puede pensar que hay ahí una contradicción, ya que, por una parte, se conserva la infancia y, por la otra, se la avejenta; mas esa contradicción sólo existe para nosotros, hombres del siglo XX. La relación entre infancia, primitivismo e irracionalismo o prelogicismo caracteriza nuestro sentimiento contemporáneo de la infancia. Dicho sentimiento apareció con Rousseau; pero pertenece a la historia del siglo xx. Sólo recientemente ha sido admitido en las teorías de los psicó logos, pedagogos, psicoanalistas, en la opinión pública; este sentimiento es el que sirve de referencia al profesor americano Wylie para evaluar la actitud que él descubre en una aldea de Vaucluse, y en la que nosotros reconocemos la supervivencia de otro sentimiento de la infancia, diferente y más antiguo, nacido en los siglos xv y xvi y generalizado y popularizado a partir del siglo xvii. En esta concepción, antigua con respecto a nuestra menta lidad contemporánea, pero nueva con respecto a la Edad Media, las nociones de inocencia y razón no se oponían. Si puer prout decet, vixit, se traduce en el francés de un tratado de urbani dad de 1671: «SÍ el niño ha vivido como hombre»
Bajo la influencia de ese nuevo clima moral aparece una literatura pedagógica infantil, diferente de los libros de los a d u lto s 45. Es muy difícil reconocer, entre la enorme cantidad de libros de urbanidad redactados a partir del siglo xvi, cuáles 44 Ver nota 52. 45 Sobre los libros de urbanidad, ver injra. II parte, cap. II.
están destinados a los adultos y cuáles a los niños. Esta confu sión se explica por razones que obedecen a la estructura de la familia, a las relaciones entre la familia y la sociedad, las cuales serán el objeto de la última parte de mi libro. Dicha confusión se atenúa a lo largo del siglo xvil. Los padres jesuitas publican los libros de urbanidad, o los adoptan como manuales, y asimismo expurgan a los autores antiguos o patrocinan los tratados de gimnasia: por ejemplo, Bienséance de la conversation entre les hom mes46, impreso en 1617 en Pont-á-Mousson para los internados de la Compañía de Jesús en Pont-á-Mousson y en La Fleche. Las Regles de la bienséance et de la civilité chrétienne, para uso de las escuelas cristianas de niños de San Juan Bautista de La Salle, publicadas en 1713, fueron reeditadas durante todo el siglo xvm y principios del siglo xix: libro considerado durante mucho tiempo como clá sico y cuya influencia en las costumbres ha sido, sin duda al guna, considerable. No obstante, ni siquiera la Civilité chré tienne se destina aún directa y abiertamente a los niños. Ciertos consejos se destinaban más bien a los padres (y, sin embargo, se trataba de un libro en el que los niños aprendían a leer, que daba ejemplos de escritura, que les servía como gufa de conducta y que aprendían de memoria), o incluso a las perso nas mayores que no conocían los buenos modales. Esta ambi güedad desaparece en las ediciones de los tratados de urbani dad de la segunda mitad del siglo xvm. He aquí un tratado de urbanidad «pueril y honesto» de 1761 47: «Para la instruc ción de los niños, en el cual se insiste al principio en la manera de aprender a leer bien, a pronunciar y a escribir, nuevamente corregido [ya que todos se hacen pasar como reediciones de an tiguos tratados de Urbanidad de Cordier, Erasmo o el Galateo: el tono es tradicional, y sólo se dice algo nuevo sobre una trama antigua; de ahí la persistencia de ciertos sentimientos que, sin embargo y sin duda alguna, están pasados de moda] y aumentado al final con un hermoso Tratado para enseñarles la ortografía. Redactado por un Misionero con preceptos e ins trucciones para enseñar a la Juventud.» El tono de dicho tra tado de Urbanidad es nuevo y se dirige especialmente a los 46 Bienséance de la conversation entre hommes, Pont-á-Mousson, 1617. 47 Civilité puérile et honnéte pour Vinstruction des enfants... escrita por un misionero, 1753.
niños y de una manera sentimental; «La lectura de este libro no será útil para vosotros, mis queridos niños, ya que os en señará [...] Observad, sin embargo, mis queridos niños...» «Querido niño, a quien considero como un hijo de Dios y como hermano de Jesucristo, comenzad pronto a inclinaros hacia el bien... Yo pretendo enseñaros las reglas para ser un cristiano honrado.» «Tan pronto como os despertéis, haced primeramen te el signo de la cruz.» «Si estáis en el dormitorio de vuestro Padre y vuestra Madre, dadles a continuación los buenos días.» «En la escuela: no molestéis a vuestros compañeros...» «No habléis en la escuela.» «No utilicéis fácilmente la palabra tú.» Pero esta suavidad, esta ternura tan del siglo xv ii i no restan nada al ideal de carácter, de dignidad y de razón que se quiere suscitar en el niño: «Mis queridos niños, no seáis de aquellos que hablan sin cesar y que no dan a los otros la oportunidad de decir lo que piensan. Cumplid vuestras promesas, es lo pro pio de un hombre de honor.» Sigue siendo la mentalidad del siglo xvn, pero coala forma del siglo xix: «Mi queridos niños,» La esfera de los niños se aparta de la de los adultos. Subsisten aún curiosas supervivencias de la indiferencia de antaño por las edades. Durante mucho tiempo se enseñó a los niños el latín, e incluso el griego, en dísticos atribuidos erró neamente a Catón. Ei seudchCatón. es citado en el Román de la Rose. Por lo menos durante todo el siglo xvii subsistió dicho empleo, que aún se utilizó en una edición de 1802. Ahora bien, el espíritu de esas recomendaciones morales, muy crudas, es el de la baja Antigüedad y de la Edad Media, que ignoraban to talmente la fineza de Gerson, Cordier, de los jesuitas y de FortRoyal: en definitiva, de la opinión del siglo xvii 48. Se hacía, pues, traducir a los niños máximas de esta cíase: «No creas lo que dice tu esposa cuando se queja de tus servidores; en efecto, frecuentemente la mujer detesta a quien quiere a su. marido.» O también: «No te esfuerces por conocer con sortilegios los designios de Dios.» «Huye de la esposa que domíne en nombre de su dote; no la retengas si se vuelve insoportable», etc. A finales del siglo xvi ya se consideraba esta moral insu ficiente; por ello se propuso a los niños los cuartetos de Pibrac, escritos con un sentido más cristiano, edificante y moderno. No 45 Ver infra, II parte, cap. II. Dísticha de moribus ad filium. tradu cido en verso, en francés, por Fran^ois Hubert (1559).
obstante, los cuartetos de Pibrac no reemplazaron al seudoCatón, sino que se agregaron a él sólo hasta principios del siglo xix: las últimas ediciones escolares contienen aún los dos textos. El seudo-Catón, e igualmente Pibrac, caerán juntos en el olvido.
A esta evolución del sentimiento de la infancia durante el siglo xvn corresponde una nueva tendencia de la devoción y de la iconografía religiosa. En ella también el niño o c u p a rá un lugar casi central. La pintura, el grabado y la escultura religiosa dan, a partir de principios del siglo x v i i , una gran importancia a la repre sentación del Niño Jesús, solo, y no ya junto a la Virgen ó entre la Sagrada Familia. Como se ve en el Van Dyck de Dresde, el Niño Jesús tiene una actitud simbólica: pone el pie sobre la serpiente, se apoya en un globo, tiene una cruz en la mano izquierda y con la otra mano bendice. Sobresale, ese niño do minador, en los pórticos de las iglesias (en la Dalbade de Toulouse). Se crea una devoción particular a la Santa Infancia, preparada, siquiera iconográficamente, por todas las sagradas familias, por las presentaciones y circuncisiones de los siglos xv y xvi. Pero cobra durante el siglo xvn un acento muy diferente. El tema ha sido bien estudiado. Quisiéramos únicamente indi car a continuación la relación que se estableció en seguida entre esta devoción •de la Santa Infancia y el amplio movimiento de interés por la infancia, de creación de escuelas elementales y de colegios, de preocupación pedagógica. El colegio de Juilly fue dedicado por el cardenal de Bérulle al misterio de Jesús niño49. Jacqueline Pascal, en su Reglamento para las niñas pensionistas de Port-Royal, inserta dos oraciones, una de las cuales 50 es también «en honor del misterio de la infancia de Jesucristo». Esta plegaria merece ser citada: «Sed como niños recién nacidos.» «Haced, Señor, que seamos siempre niños por la sencillez y la inocencia, como lo son la gente del mundo por la ignorancia y la debilidad. [Aparecen aquí los dos aspectos del sentimiento de la infancia durante el siglo xvm, la inocen49 H .
B kem qnd,
Histoire liltéraire du Sentiment religieux,
1921, pp. 512 y 55. 50 J a c q u e l i n e
P a sc a l,
op. cit.
tom o
III,
cia que hay que conservar y la ignorancia o debilidad que hay que suprimir o razonar.] Dadnos una infancia santa, que el transcurso de los años no pueda arrebatarnos y de la cual nunca pasemos, ni a la vejez del antiguo Adán, ni a la muerte del pecado; sino que nos haga más y más nuevas criaturas en Jesucristo y que nos conduzca a su inmortalidad gloriosa.» Una religiosa del Carmelo de Beaune, Marguerite du SaintSacrement, gozaba de gran reputación por su devoción a la Santa Infancia. Nicolás Rolland SY fundador de escuelas ele mentales a finales del siglo xvn, peregrinó a la tumba de dicha santa. En esa ocasión recibió de la priora del Carmelo «una imagen de Jesús niño que la venerable Hermana Marguerite honraba con sus plegarias». Los institutos docentes que se fun dan, se colocan bajo la protección de la Santa Infancia, así como los colegios oratorianos del cardenal de Bérulle: el padre Barré presenta en 1685 los Statuts et Réglements de las Escue las cristianas y caritativas del Santo Niño Jesús, Las Damas de Saint-Maur, modelo de congregaciones docentes, se llaman oficialmente Instituí du Saint-Enfant-Jésus. El primer sello de la Institución de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, de los Fréres' ignorantins *, fue el Niño Jesús llevado de la mano por San José. Aparecen también frecuentemente en la literatura moral y pedagógica del siglo xvn ciertos pasajes del Evangelio donde Jesús hace alusión a Jos niños; por ejemplo, en L’Honnéte Gargon, citado anteriormente52; «Puesto que el Señor de los Señores pide a los pequeños inocentes que se acerquen a Él, yo no creo que ninguno de sus súbditos tenga derecho a re chazarlos.» La plegaria que inserta Jacqueline Pascal en sus Reglamentos para las niñas de Port-Royal parafrasea las frases de Cristo; «Sed como niños recién nacidos.» «Si no os volvéis como los Niños, no entraréis en el Reino de los cielos.» Y al final de esta plegaria recuerda un episodio del Evangelio que conocerá una nueva popularidad: «Señor, dadnos la gracia de 51 R i g a u l t , Histoire genérale des Fréres des Ecoles chrétiennes, ' 1937, tomo I. * Se los llamaba así en Francia porque, al no ser sacerdotes, no tenían obligación de saber latín. En España, se los conoce popularmente por «los failes del* babero» (N. del T.). 52 M. d e G r e n a i l l e , op. c it.
poder estar entre los Niños que Tú llamas para que se acer quen a Ti y de cuya boca extraes tus alabanzas.» La antigua iconografía no desconocía completamente la es cena a la que se hace alusión, en la que Jesús pide que se deje que los niños pequeños se acerquen a ÉL Ya tuvimos la opor tunidad 53 de dar a conocer esa miniatura otomana en la que los niños que están alrededor de Cristo han sido representados como si fueran adultos, pero de menor tamaño. Se reconocen también representaciones de esa escena en las Biblias morali zadas del siglo xiii; sin embargo, no son frecuentes y se las considera como ilustraciones banales, sin que de ellas se des prenda ningún sentido ni fervor. Por el contrario, desde finales del siglo xvi esa escena se repite con frecuencia, principalmen te en el grabado, y es evidente que corresponde en .lo sucesivo a una forma nueva y especial de devoción. Ello se manifiesta viendo la hermosa lámina de Stradan cuya obra grabada inspi ró, como se sabe, a los artistas de su época54. La leyenda inspira el tema: Jesús parvulis oblatis imposuit manus et benedixit eis (Mt, 39; Me, 60; Le, 18). Jesús está sentado. Una mujer le presenta a sus hijos: dos putti desnudos. Otras mujeres y niños esperan..Se observará que el niño aquí está acompañado por su madre: en las representaciones medievales, más confor mes a lá letra del texto, el cual no impresionaba tanto su ima ginación como para incitarlos a inventar, los niños estaban solos alrededor de Cristo. Aquí el niño no está separado de su familia, señal de la nueva importancia que adquiere la familia en la sensibilidad. Una pintura holandesa de 1620 reproduce la misma escena5s. Cristo está sentado en el suelo, en cucli llas, en medio de una multitud de niños que se apretujan a su alrededor. Unos están todavía en los brazos de su madre. Otros, desnudos, se divierten y se pelean (las riñas de los putti son un tema frecuente de esa época), o lloran y gritan. Los niños ma yores, más reservados, juntan las manos. La expresión de Cristo aparece sonriente y atenta: esa mezcla de regocijo y de ternura que adoptan las personas mayores para hablar a los niños en la época moderna, en el siglo xix. Cristo pone una mano en cima de una de las cabecitas y la otra la levanta para bendecir 53 Ver supra, I parte, cap. II. 54 Stradan (1523-1605), grabado, Gabinete de Estampas, B. N., París, Cc9 ¡n í.c, p. 239. 53 Volckert (1585-1627) reproducido en B e r n d t , n.° 871.
a otro niño que se precipita hacia É l . Esta escena se popula riza: probablemente se daba un grabado de esa escena a los niños como estampa piadosa para su uso, como se hará más adelante con las estampas de primera comunión. En una expo sición dedicada a la imagen del niño56, realizada en Tours en 1947, se consigna en su catálogo un grabado del mismo tema del siglo xviii. En lo sucesivo existe una religión para los niños y una de voción nueva les está prácticamente reservada: la del Ángel de la Guarda. «Agrego aún —se lee en L ’Honnéte Garcon 57— que, aunque todos los hombres están acompañados de esos bienaventurados espíritus que se vuelven sus ministros, para ayudarles a hacerles capaces de recibir la herencia de la salva ción, parece ser, sin embargo, que Jesucristo sólo concedió a los niños la ventaja de tener Ángeles de la Guarda. No es que nosotros no . participemos de este favor; mas la virilidad se le debe a la infancia.» Por su parte, los ángeles prefieren la «fle xibilidad» de los niños a la «rebelión de los hombres». Fleury, en su Traité des Études,. de 1685 afirma que «el Evangelio nos prohíbe despreciarlos [a los niños] debido a esa elevada consideración que ellos tienen de los ángeles bienaventurados que les protegen». Se vuelve familiar en la iconografía de los siglos xvi y xvii la figura del alma guiada por un ángel y re presentada bajo la apariencia de un niño o de un adolescente. Se conocen innumerables ejemplos, como el del Dominiquino 59 de la pinacoteca de Ñápales: un niño pequeño en camisón de faldones está siendo defendido por un ángel, muchacho un poco afeminado de trece o catorce años, contra los ataques del demonio, un hombre de edad madura que le acecha. El ángel pone su escudo entre el niño y el hombre de edad madura, ilus tración inesperada de esta frase de L ’Honnéte Garcon: «Dios domina la primera edad, pero el demonio domina en muchas personas'las mejores partes de la vejez, así como de la edad que el Apóstol llama perfecta.» En antiguo tema de Tobías guiado por el ángel simboliza en lo sucesivo la pareja formada por el alma-niño y su guía, el Ángel de la Guarda. Véase el hermoso lienzo de Tournier ex 56 Catálogo n.r’ 106. d e G r e n a i l l e , op. cit. 53 F l e u r y , Traité du choix et de la méthode des études, 59 Ñapóles, Pinacoteca.
57 M .
16 86 .
puesto en Londres y en París (1958) y el grabado dé Abraham Bosse 60. En un grabado de Mariette 61, el ángel muestra al niño a quien está guiando la cruz en el cielo, transportada por otros ángeles. Este tema deí Ángel de la Guarda del alma-niño servía como decoración de las pilas bautismales: he podido darme cuenta de ello en una iglesia barroca de Alemania meridional, la iglesia de la Cruz de Donauwórth. La tapa de la pila tiene en su parte superior una esfera alrededor de la cual se enrolla la serpiente. Encima de la esfera, el ángel, un jovencito un poco afeminado, guía al alma-niño. En realidad, no se trata solamente de una representación simbólica del alma bajo la tradicional apariencia del niño (idea, por otra parte, rara y me dieval, la de recurrir al niño para figurar el alma), sino de la ilustración de cierta devoción propia de la infancia y derivada del sacramento del bautismo: el Ángel de la Guarda. Este período de los siglos xvi y xvn fue también el de los niños modelo. El historiador del colegio de los jesuítas de La Fleche 62 relata, según los Anales de la Congregación de La Fle che de 1722 (por tanto, unos cincuenta años después del acon tecimiento), la vida edificante de Guillaume Ruffin, nacido el 19 de enero de 1657, y quien a los catorce años, en 1671, esta ba en cuarto año de bachiller [francés]. Pertenecía, claro está, a la Congregación [asociación piadosa reservada a los buenos alumnos y colocada bajo la advocación de la Virgen. Yo creo que todavía existe en los colegios de jesuitas]. Guillaume Ruf fin visitaba a los enfermos y distribuía limosnas a los pobres. En 1674 terminaba su primer año de filosofía (había dos), cuando enfermó. La Virgen se le apareció dos veces. Había sido advertido de la fecha de su muerte, «el día de la fiesta de mi bondadosa Madre», el día de la Asunción. Confieso que no pude evitar, leyendo este texto, un recuerdo divertido de mi propia infancia, en un colegio de jesuitas donde algunos hacían campaña por la canonización de un alumno pequeño, muerto algunos años antes en olor de. santidad, por lo menos según la 60 Tournier, El Ángel de la Guarda, Narbona, 1656-1657. Exposición Petít P2 Íais, París, 1958, n.° 139. Abraham Bosse, grabado, Gabinete de Estampas, Ed 30 a in f.\ GD 127. 61 Mariette, grabado, Gabinete de Estampas, B, N., París. Ed 82 in f,°. *“ C. d e R o e h e m o n t e i x . Un Collégs de Jésuites aux X V lIe~XVIIIe s i é c le s . L e c a l l é g e H e n r i I V de L a F l e c h e , 4 vols., Le Mans. IS89.
opinión de su familia. Muy bien se podía llegar a la santidad durante una vida corta y sin prodigios excepcionales, sin pre cocidad particular, sino, por el contrario, gracias a la mera conservación de la inocencia inicial. Tal fue el caso de San Luis Gonzaga, citado frecuentemente por la literatura del si glo x v i i que trata de problemas de la educación. Además de la vida de los niños santos, se da a los escola res, como tema de edificación, la juventud de los santos, o los remordimientos de su libertina juventud. En los Anales del colegio de los jesuitas de Aix, de 1634, se puede leer: «A nues tra juventud no le faltaron sus predicaciones, dos veces por semana, durante la cuaresma. Fue el rector, el P. de Barry, quien les dio dichas exhortaciones, tomando como tema las acciones heroicas de la juventud de los santos.» En la prece dente cuaresma de 1633 «dicho rector había tomado como tema los remordimientos de la juventud de San Agustín» 63. En la Edad Media no existían fiestas religiosas de la infan cia, salvo las grandes fiestas estacionales, que eran frecuente mente más paganas que cristianas. A partir del siglo xv, como ya hemos observado, ciertos episodios, como el de la Presenta ción de la' Virgen y particularmente el de la Circuncisión, eran pintados por los artistas reuniendo alrededor de estos episodios a mayor número de niños de los que habitualmente están pre sentes en las multitudes de la Edad Media o del Renacimiento. No obstante, si bien en la iconografía esas fiestas se convir tieron en fiestas de la infancia, ya no podían desempeñar ese papel en la devoción real, sobre todo en la devoción purificada del siglo xvn francés. La primera comunión se irá convirtiendo, poco a poco y progresivamente, en la gran fiesta religiosa de la infancia, como sigue siendo hoy día, incluso en los lugares donde no se observa ya con regularidad la costumbre cristiana. La primera comunión ha sustituido hoy día a las antiguas fies tas folklóricas abandonadas. A pesar de la descristianización, la persistencia de dicha fiesta se debe quizá al hecho de que es una fiesta individual del niño y que se celebra colectiva mente en la iglesia, pero sobre todo en privado, en la familia: las fiestas más colectivas son las que han desaparecido más rápidamente. 63 M é c h i n ,
tomo I, p. 89,
Annales du
collége royal Bourbon-Aix, 2
vols.,
1892.
La celebración solemne de la primera comunión es una con secuencia de la mayor atención concedida, en particular en Fort- Roy al, a las condiciones requeridas para recibir debida mente la Eucaristía. No se trataba tanto de dar la comunión con menos frecuencia como de prepararla mejor, de manera más consciente y eficaz. Probablemente, antaño, los niños re cibían la comunión sin preparación especial, cuando comen zaban a ir a misa, y probablemente bastante pronto, a juzgar por las costumbres de precocidad y la mezcla de niños con adultos en-la vida cotidiana. Jacqueline Pascal, en los Regla mentos de las niñas de Port-Royal, ordena que se evalúe bien la capacidad moral y espiritual de las niñas antes de permitir les recibir la comunión y de prepararlas a ella con mucha an ticipación «No se dejará comulgar a las niñas muy jóvenes y particularmente a las que son juguetonas, ligeras y que tie nen algún Vicio notable. Hay que esperar que Dios haya opera do en ellas algún cambio y es bueno aguardar bastante tiempo, un año o siquiera seis meses, para ver si sus acciones producen efectos. Porque yo nunca he lamentado retrasar a las niñas, ya que eso ha servido para que adelantasen más en la virtud las que estaban bien preparadas y para conocer la poca prepa ración de las que no lo estaban todavía. Nunca serán excesivas las precauciones tomadas para la primera comunión: ya que todas las demás dependen frecuentemente de ella.» En Port-Royal, la primera comunión se celebraba después de la confirmación: «Cuando nos llegan niñas que no han sido confirmadas [...] si no han hecho tampoco su primera co munión, nosotros, de ordinario, la diferimos hasta después de la confirmación, para que una vez llenas del espíritu de Jesús, estén mejor preparadas para recibir su Cuerpo Santo.» Durante el siglo xvnt, la primera comunión se transformó en una ceremonia organizada en los conventos y colegios. El coronel G érard63 nos relata en sus Memorias sus recuerdos sobre las dificultades de su primera comunión. Había nacido en 1766, en una familia pobre con seis hijos. Huérfano, tra bajaba desde la edad de diez años como criado, cuando el vi cario de su parroquia, que se interesaba por él, le envió a la abadía de Saint-Avit, donde llegó a ser capellán auxiliar. El w Jacqueline P a s c a l , op, cit. 63 Les Cahiers du colonel Gérard (Í766'1846)t 1951.
capellán principal era un jesuíta que le tomó ojeriza. Debía de tener Gérard aproximadamente quince años cuando se le permitió hacer su primera comunión; la expresión es múy co rriente: «Se decidió que yo haría mi primera comunión al mismo tiempo que varios pensionistas. La víspera de ese día, yo estaba jugando con el perro del corral cuando M. de N., el jesuíta, pasó por allí. ¿Habéis olvidado —exclamó— que maña» na vais a recibir el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor? La abadesa me hizo llamar .y me dijo que yo no participaría a la ceremonia del día siguiente.» «Tres meses después de haber hecho mis penitencias [...] hice mi primera comunión. Cuando terminé el quinto año [de estudios] se me ordenó comulgar todos los domingos y los días de guardar.» La primera comunión pasó entonces a ser la ceremonia que subsiste hoy día. Desde mediados del siglo xvm se tenía la costumbre de perpetuar su recuerdo con una mención en una estampa piadosa. En 1,931 se expuso en Versailles w un grabado que representaba a San Francisco de Asís. En el dorso alguien había escrito: «Como prueba de la primera comunión de Fransois Bertrand, el 26 de abril de 1767, domingo de Cuasimodo, en la parroquia Saint-Sébastien de Marly. Barail, cura de SaintSébastien.» Se trataba no sólo de una costumbre piadosa, sino además de un certificado inspirado en los actos oficiales de catolicidad. ' Ya sólo faltaba acentuar su solemnidad mediante el uso de un traje especial desde el siglo xix. La ceremonia de la primera comunión se volvió la mani festación más visible del sentimiento de la infancia entre el siglo xvn y finales del xix. Dicha ceremonia celebra simultá neamente los dos aspectos contradictorios de dicha infancia: su inocencia y su razonable apreciación de los misterios sa grados.
66 Exposición: «Niños de antano», Versalles, 1931.
CONCLUSION
LOS DOS SENTIMIENTOS DE LA INFANCIA
En la sociedad medieval, que tomamos como punto de par tida, ei _sentimienfo’~3eHá"ihfancia no existía, lo cual no signi fica que los nipos estuvieran descuidados, abandonados7 o füferari despreciados. El sentimiento de'laTinfancia 'no 'se~cgñfumjg con el afecto por los niños, sino que corresponde a la conciencía dela_particularjda^^ particularidad que distin gue esencialmen te al niño del adulto, incluso joven* Dicha con ciencia no existía. Por ello, en cuanto* el ~hiño* podia_j3asar.se sin la solicitud constante de su madre, de su nodriza o de su nana, pertenecía a la sociedad de los adultos y no se ~cíistifl ama va; de ellos,.Hoy día, dicha sociedad de adultoF nos parece, con mucha frecuencia, pueril; se trata quizá de una cuestión de edad mental, pero también de edad física, porque estaba compuesta en parte por niños y jo vencí tos. El idioma no daba al término niño el sentido' restringido que nosotros le atribuimos en lo sucesivo: se decía «niño» como ahora se dice «muchacho» en el lenguaje común. Esta falta de preci sión de la edad se extendía a toda la actividad social: juegos, oficios, milicia. No hay representación colectiva en la que no tengan cabida los niños pequeños y los más grandecitos, acu rrucados, uno o dos, en la «bolsa» colgada al cuello de las
mujeres *; orinando en un rincón; o interpretando su papel en una fiesta -tradicional; como aprendices, en el taller, o como pajes sirviendo al caballero, etc. El chiquitín, aún demasiado frágil para mezclarse en la vida de los adultos, no cuenta; cierta frase de Moliére atestigua la subsistencia en el siglo xvn de una antiquísima mentalidad. El Argan de Le Malade imaginaire tiene dos hijas, una en edad de caasrse y la otra, chiquita, Louison, que empieza ya a hablar y a andar. Sabemos que, para desalentar los amores de su hija mayor, el padre amenaza con encerrarla en un convento. Su hermano le dice: «¿Por qué, hermano, mío, teniendo los bienes que tú tienes y teniendo sólo una hija, pues a la chiquita no la cuento, por qué, te pregunto, hablas de meterla en un con vento?»2. La chiquita no contaba porque podía morir a cada instante. «He perdido dos o tres hijos, que se criaban fuera, no sin dolor, pero sin enfado», reconoce Montaigne3. En cuan to el niño salvaba ese período de elevada mortalidad y en donde su supervivencia era improbable, se le ponía con los adultos.
Las frases de Montaigne y d eM o li ér e atestiguan la sub sistencia de-está, actitud arcaica con respecto a la infancia. Se trata.de la supervivencia de úna "actitud tenaz, pero amenazada. Desde_el_ siglo,ja y ,. cierta tendencia del gusto procuria expresar en_el„ arte; en la.jponografía','~'en la devoción (el culto a los muertos), la personalidad que se reconocía a los niños, y el sentido^poétícoy Tamiliar* qüT™se~rátribüía ’á"su particularidad'."' ^iji^'seguido^esta evolución, délputto, del retrato„.del niño, inclusjp del niño muerto a corta edad. Dicha_evolucióo„ileva.. a_7dar al niño, al chiquitín (al menos donde surge ese senti miento, es decir, en las capas__superiores de la sociedad), du1 P . M tCH a u l t , Doctrinal du te m p s présent, ed. T h . p . 119. «P u is v e c y u n e fe r a m e grau sse, P ou rtan t djcux e n f a n t s e n sa trousse .»
W alt o n ,
1931,
[Después vi a una mujer corpulenta, / que llevaba dos niños en su bolsa.] P in tu r a de V an Laer (1 5 9 2 -1 6 4 2 ) r e p r o d u c id a en
2 Le Malade imaginaire, acto III, escena III. 3 Montaigne, Essais, II, 8.
Berndt,
n.° 4 6 8 .
rante los siglos xvi y. xvii, un traje especial que lo distinguía dé los "adultos. Esta especialización del traje de los niños, y principalmente dé* los ' varoncitosy-atestigaar"en~~üñir~sbciedad donde las formas exteriores-y el traje tenían gran importancia, el cambio ocurrido con respecto a los niños: éstos—cuentan, mucho más de lo que cree el hermano de Le Malade imaginaire. Efectivamente, éif~está~obrar'que parece tan severa para con los niñitos como ciertas frases de La Fontaine, hay toda una conversación entre Argan y la pequeña Louison: «¡Eh, mirad me! — ¿Qué queréis, papá? — Aquí. — ¿Qué? — ¿No - tenéis nada que decirme? Para entreteneros os contaré, si queréis, el cuento de Piel de Asno, o-la fábula del Cuervo y la Zorra que me han enseñado hace poco.» Surgió un sentimiento nuevo d e ja infancia en el que el niño se convierté7 por su~ingenuidad, su desparpajo y su 'gracejó',"eñ~üna 'fuente”'de^divei^iorí”y^de esparcimiento para "el“adulto, ló”que si" podría llamar el_« mimo seó:». Es' af principió un” sentimiento”dé‘ mujeres,_de„J^§„mujeres“ encargadas del cuidado''denlos-niños, madres o nodrizas. En la edición del siglo xvi de Le Grand Propriétaire de toutes choses podemosi. leer lo siguiente referente a la nodriza4: «Ella 'se alegra ‘ cuando el niño está alegré, y se compadece de él, cuando está enfermo; le levanta cuando, se cae, le sujeta cuan do se mueve y le lava y le limpia cuando está sucio.» Educa al,.niño.,y_«le enseña a hablar, pronuncia las palabras como si fuera tartamuda para que aprenda mejor y más_pronta--a~Kablar le carga en sus brazos, a hombros, luego en sus ro dillas para distraerle cuando llora;"ella"'masticá'la*~carhe~páfá el niño cuando, él no tiene dientes,-con1eKfin de qué’lo "tragúe sin peligro y con provecho”/e lla distrae a dicho niño para dor mirle y le faja los miembros para mantenerlos rectos con el fin de que el cuerpo no tenga ninguna curvatura, le baña y le frota1para nutrir su carne...». Tomás Moro nos pormenoriza las imágenes, de la primera infancia, del colegial a quien su madre/envía a la escuela: «Cuando-el niño no se levantaba a tiempo, sino que”se hacía» el remolón en la cama, cuando, una vez levantado, lloraba porque estaba retrasado y sabía que en Ia‘ escuela le iban a pegaj; por eso, su madre le decía que eso sólo ocurría los' primeros días, qpe tendría tiempo de llegar, 4 Le Grand Propriétaire de, toutes ch o ses/ traducido al francés por J. Corbíchon, 1556.
y agregaba: "Vete, hijo mío, te lo prometo, yo misma le ad vertí a tu maestro; toma tu pan con mantequilla, ya verás que no te pegará.” De esta manera le enviaba a la escuela lo bastante reconfortado como para que no llorase por dejarla a ella en la casa; pero la madre no llegaba al fondo del problema, y el niño que se retrasaba no se salvaba de la paliza» 5. Este pequeño juego de los niños debió siempre cautivar a las madres, nodrizas, «nanas», pero correspondía al amplio territorio de los sentimientos que no se expresan. En lo suce sivo ya nadie dudará en admitir el encanto que suponen los gestos y «monerías» de los- niños, y en juguetear (mignoter) con ellos. Mme. de Sévigné reconoce, no sin afectación, todo el tiempo que pasa entreteniéndose con su nieta: «Estoy leyen do el descubrimiento de las Indias por Cristóbal Colón, que me distrae mucho; pero vuestra hija me gusta todavía más. La quiero tanto..., acaricia vuestro retrato y le mima con tanta gracia que tengo que besarla .rápidamente» 6. «Hace una hora que estoy jugando con vuestra hija, es muy graciosa,» «La he llevado a que la corten el pelo. Está peinada de manera extra vagante y este peinado está hecho para ella, Su tez, su cuello y su cuerpecjito son admirables. ^Ella hace mil cositas: habla, acaricia, hace la señal de la cruz, pide perdón, hace la reveren cia, besa la mano, se encoge de hombros, baila, halaga, coge la barbilla: en una palabra, es graciosa para todo. Me divierto con ella horas enteras, y como temía el contagio, agregaba con una ligereza que nos sorprende, porque, para nosotros, la muer te de los niños es una cosa seria con la que no se bromea: «Yo no‘ quiero que se muera.» Pues ese primer sentimiento de la infancia se adaptaba, como ya hemos visto en Moliere, a cierta indiferencia, o más bien a la indiferencia tradicional. La mis ma Mme. de Sévigné describe así el duelo de una madre: «Mme, de- Coetquen acababa de recibir la'noticia de la muerte de su -nieta, y-se desmayó. Está muy afligida y dice que nunca más tendrá otra tan bonita.» Pero a Mme. de Sévigné le pare ce quizá que la madre no tiene corazón, puesto que agrega: «Pero su imarido está muy afligido» 7. ,s Citado p o r Ja r m a n , Landm arks in íhe history of education, Londres, 1951. 6 Mme. de- SéviCNÉ, Lettres, 1 de abril de 1672, 7 Mme. d e S é v i g n é , Lettres, 19 de a g o s t o de 1671.
Conocemos aún mejor ese sentimiento gradas a las reac ciones críticas que provocó a finales del siglo xvi, y particu larmente en el siglo xvn. Algunas personas murmuradoras juz garon insoportable la atención que por entonces se concedía a los niños: sentimiento muy nuevo que es como el negativo del sentimiento de la infancia, del mimoseo. Esta irritación es la causa de la hostilidad de Montaigne':-' «No puedo aceptar esta pasión que consiste en abrazar a los niños recién nacidos, cuya alma no tiene movimiento y cuyo cuerpo carece de forma re conocible,-que los hagan dignos de ser estimados, y tampoco aguanto de buen grado que se los críe en mi presencia.» Mon taigne no admite que se quiera a los niños «para nuestro en tretenimiento, como si fueran monos», con los que uno se di vierte con sus «pataleos, juegos y tonterías pueriles». Lo que ocurre es que la gente, a su alrededor, se ocupaba demasiado del niño ®. Otro testimonio de esta mentalidad, un siglo después, es el de Coulanges, primo de Mme. de Sévigné9. Se puede apreciar cómo le exasperaba el mimoseo de sus amigos y parientes, de los «padres de familia», a quienes dedicó la siguiente canción: P cur bien élever vos enfans N ’épargnez précepteur ni mié; Mais, jusques á ce q u ’iís soient grands, Faites-Ies taire en compagnie. Car ríen ne donne tant d'ennui Que d'écouter l'enfant d'autruy. Le Pére aveugle croit toujours Que son fils dit choses exquises, Les autres voudraient étre sourds Q ui n ’entendent que des sottises, Mais ií faut de nécessité Appiaudir l ’enfant gasté. Q uand on vous a dii d ’un bon ton Q u ’il est joly, qu'il est bien sage, Q u ’on luy a dcnné du bon bon N ’en exigez pas davantage, Faites-luy faire serviteur Aussi bien q u ’á son Précepteur.
3 M on taigne , Essais. II, 8. g C oulanges . Chansons choisies, 1694.
Qui croírait q u ’avec du bon sens Ouelqu’un put s'aviser d'écrire A des marrnousets de trois ans Qui de quatre ans ne scauront lire. D ’un pfere encor derniérement Je vis ce fade amusement. Sachez encore, mes bonnes gens Que ríen n ’est plus insupportable Que de voír vos petits enfans En rang d’oignon a la grande table Des morveux qui, le mentón gras Mettent les doigts dans tous les plats. Q u’ils mangent d ’un autre costé Sous les yeux d'une gouvemante Qui leur presche la propreté Et qui ne soit point indulgente Car on ne peut trop promtement Apprendre a manger proprement *.
Veamos la siguiente invitación dirigida por familia que da una cena a M. de C.:
un padre
de
Emportez votre fíls Et ne vous montrez pas nourrice, Qu'on fasse manger les petits Et leur Précepteur a roffice, Car aujourd’hui diñe céans Le fléau des petits enfants **,
Conviene fijarse en que ese sentimiento de exasperación es tan nuevo como el mimoseo, pero ajeno aún a la indiferente * [Para educar bien a vuestros hijos / no ahorréis preceptor ni amigo; / pero hasta que sean mayores, / cuando haya visita hacedlos callar, / ya que nada aburre tanto / como al hijo ajeno escuchar. / / El padre, ciego, cree siempre / que su hijo dice eos as exquisitas, / los demás desearían ser sordos / para no oír más tonterías, / pero por necesidad es necesario / aplaudir al consentido niño. / / Cuando de buena manera se os ha dicho / que (et niño) es encantador, que es tranquilo, / y que se le ha dado caramelos, no exijáis más, / haced que haga el servicio / él y su preceptor. / / Quién creería que con sensatez / alguien pudiera escribir / a chiquillos de tres años, / que a los cuatro leer no sabrán. / Hace poco todavía, en un padre / vi ese insípido entre tenimiento. / / Sabed aún. buenas gentes, / que nada es más insoporta ble / como el ver a vuestros chiquillos / en hilera en Ja mesa grande / mocosos que, con la barbilla grasienta / meten los dedos en todos los platos. / / Que coman en otro lado / vigiladas por una niñera que los predique la limpieza / y que no sea indulgente, / pues rápidamente no se puede / aprender a comer limpiamente.] ** [Traed a vuestro hijo / pero no os mostréis nodriza / que se
promiscuidad de las edades de la sociedad medieval. Precisa mente Montaigne, Coulanges, así como Mme. de Sévigné, se han sensibilizado ya a la presencia de los niños. Incluso debe mos observar que Montaigne y Coulanges son más modernos que Mme. de Sévigné en la medida en que ellos estiman nece saria la separación de los niños. Ya no es bueno que los niños -estén entre las personas mayores, particularmente en la mesa; quizá porque, al actuar así, se los «echa a perder» y se vuelven mal educados. Por otra parte, Ios-moralistas ~y~~educadores del siglo xvn comparten_.la jreticencia^de Montaigne y de Coulanges por el mimoseo. El austero Fleury, erigü 'Traité~des~Étu¡feslaí ricTKabla de manera diferente a la de Montaigne*. «Cuando se hace caer a los niños en trampas, cuando dicen una tontería, sacando di rectamente una consecuencia de un principio impertinente que se los ha dado, uno se ríe a carcajadas, se triunfa por haberlos engañado, se los besa y se los acaricia como si hubieran hecho todo bien [es el mimoseo]. Pareciera que los pobres niños sólo hubieran sido creados para divertir a las personas mayores, como si fueran perritos o monitos [las monas de Montaigne] .» El autor del Galateo, ese manual de urbanidad tan difun dido en los mejores colegios, entre los jesuitas, habla como Coulanges: «Fallan grandemente aquellos que no tienen nunca otra conversación más que la de su esposa, sus hijos y la ni ñera. ¡Mi hijo me ha hecho reír tanto! Escuchad,..» M. d'Argonne, en un tratado sobre la educación, la educa ción de M. de Moncade (1690) n, se queja también de que la gente sólo se interesa por los niños chiquitines, por sus «cari cias» y «niñerías»; muchos padres «sólo consideran a sus hijos mientras pueden divertirse y alegrarse con ellos». Una observación importante: a finales del siglo xvm ese mimoseo no estaba reservado a las personas de calidad, quie nes, por el contrario, comenzaban a abandonarlo bajo la in fluencia de los moralistas. Se revelaba dicho rasgo entre el pueblo. J. B. de la Salle, en su Conduite des Bcoles chrétienhaga comer a los niños / y a su preceptor en la antecocina / pues hoy aquí come / la plaga de tos pequeñuelos,] 10 F le u r y . op. cit. 11 G. D e l l a C a s a , Calatée, traducción francesa de 1609, pp, 162-168. 12 D ' A r g o n n e , L'éducation de Monsieur de Moncade, 1 6 9 0 .
nes 13, constata que los niños de los pobres son particularmente mal criados, porque «sólo hacen lo que quieren, los padres no se ocupan de ellos [pero no por negligencia], idolatrándoles; lo que quieren los niños, ellos lo desean también». Podemos observar, entre ios-xaocalistas-.-y—educadores-del siglo xvii, la fqrmación_de„otrp_senti.miento. de ja. infancia, que Kémos analizado jen.Jjl— capítulo-precedente,--y -que-ha-, inspi rado toda la educación hasta el siglo xx, tanto en la ciudad como en el campo, en la burguesía y en el. pueblo. El cariño por los niños y su singularidad ya no se expresa a través del . en tretenimiento, la «niñada», sino por.el .interés psicológico y la preocupación^ moral^ Él niño no es ni divertido ni agradable: «Todo hombre siente en sí mismo esa falta de gracia de la infancia que hastía la sana razón; esa afectación de la juventud que se sustenta casi únicamente con objetos aún muy impre sionables y que no es más que un esbozo muy burdo del hombre racional.» Así habla El discreto, de Baltasar Gracián, tratado sobre la educación de 1646, traducido al francés en 1723 por un padre jesuíta14. «Sólo el tiempo .puede..sanar--de la infancia y de la juventud, que son realmente las edades-de tocTa*"imperfección.» Como vemos, esas opiniones deben ser situadás en el'contexto de su época, y comparadas con. otros textos;^ para'^podér“entenderlas. Se las ha interpretado como uñíf-ignoranela-de- la-infancia-.-Hay.-.que-ver. más bien- el comienm'deniir'sentimiento serio y auténtico de la infancia. Pues ñd^üirviener~adaptársé a esa ligereza de la infancia: éste ha sido el antiguo error. Para rectificarla, primeramente hay que conocerla mejor, y los textos de fines del siglo xvi y del si glo xvii están llenos de observaciones de psicología infantilJ5. Todos_se„esfuerzan .en„penetrar la mentalidad de los niños para adaptar mejor a-su nivel los métodos de educación.! Cierto'~es que existe un gran interés por los niños, testigos de la inocencia bautismal, parecidos- -a* los -ángeles, próximos de Cristo qué l e s a m a d o tiñto'rño'.Obstante:"ese'interés-exige.que isé' des arrolle ...en ellos..Ja.jrazóa~aúru.frágil,_que .se los convierta en hombres razonables y cristianos. El tono es a veces austero, 13 J.-B. d e la S a l l e , Conduite des £co!es chrétiennes, Avignon, 1720. 14 B. G r a c j An , El discreto, Huesca, 1646; trad. francesa de 1723 de P. de Courbeville, S. ). 15 Como puede verse en la Ratio de los jesuítas (1566) y en el Regla mento de Jacqueline Pascal para las niñas educadas en Port-Royal.
se hace hincapié en la severidad, en contraste con el relaja miento y las facilidades de las costumbres, pero no siempre. En Jacqueline Pascal se aprecia incluso un humor y una ternura explícitos. Hacia finales de siglo se busca conciliar la dulzura con la razón. Según el abate Goussault, consejero del Parla mento, en su Portrait d’une honnéte jem m ew: «Familiarizarse con sus hijos, hacerles hablar de todos* los temas, tratarlos como personas razonables y ganárselos con la dulzura de un secreto infalible para hacer de ellos lo que se quiera. Son plantas jóvenes que es preciso cultivar y regar frecuentemente; unos consejos dados oportunamente, unas pruebas de ternura y amis tad de vez en cuando, les conmueven y les animan. Unas caricias, unos regalos, unas palabras de confianza y de cordia lidad impresionan su mente, y poco se resisten a esos medios gratos y fáciles que harán de ellos personas de honor y de probidad.» Ya que siempre se trata de hacer de esos niños hombres de honor, probos, hombres razonables. El primer sentimiento de la infancia — el mimoseo-— apa reció., en. „el ámbito "familiar, éñ el círculo de íos^niños. El ,.se~ gundo»- por-el..contrario, procedía 'Jde_una ..fuente, exterioj^js JLa familia: de -los eclesiásticos o de los .legistas,. escasos^hasta el.siglo-xvi, y - de. los numerosos moralistas .durante_el_;§iglo xvií, preocupados p o r. fomentar. costumbres civilizadas, y ^razonables. Estas personas se volvieron también sensibles al problema, antaño descuidado, de la infancia, pero se negaban a ' consi derar a esos niños como juguetes encantadores, pues veían en ellos a frágiles criaturas de Dios qué' había, simultáneamente, que proteger y tomar juiciosas. Este sentimiento fue pasando, a su vez, a la vida familiar. Duránte el siglo x v iii encontramos, en la familia esos dos elementos antiguos asociados a otro elemento nuevo: el inféré's’ PQr_la higiene. y.. la .salud_física. Los moralistas y educadores' del siglo x v i i no ignoraban el cuidado del cuerpo. Se cuidaba a los enfermos con abnegación (si bien con grandes precaucio nes para descubrir a los que simulaban), mas el único interés por el cuerpo de aquellos que gozaban de buena salud era de orden moral: un cuerpo mal fortalecido propendía a la molicie, a la pereza, a la concupiscencia, ¡a todos los vicios! La correspondencia del general de Martange con su mu16 Goussault, Le Portrait d ’une honnéte fem m e, 1693.
je r17 nos da una idea sobre cuáles eran las preocupaciones íntimas de 'una pareja, un siglo aproximadamente después de Mme. de Sévigné. Martange nació en 1722 y se casó en 1754. Más adelante tendremos ocasión de volver a ocupamos de estos textos. Martange se preocupa en adelante de todo lo que se refiere a la vida de sus hijos, desde el mimoseo hasta la edu cación. Agrega un gran desvelo por su salud e incluso por su higiene. Todo lo que concierne a* los hijos y a la familia se ha convertido en algo tan serio como .digno de atención. El niño ha conquistado un puesto central en la^ familia^ la cual se"" inte resa' no..sólo por_-.su porvenir, . su .futuro en j a sociedad7 sino’ también por su presencia y su mera existencia.
17 Corresponance inédite du gértéral de Martange, 17564782, ed. Bréard,