PENSAMIENTO ColecciÓn
dirigida
CONTEMPOgANEO por Manuel
G.E.M. AnSCOlllbe
Cruz
llllcnciÓn
IntroducciÓn
de .JesÚs Mosterín
1. L. Wittgenstein, COl~/érencia sobre ética 2. J. Derrida, La desconstrucciÓn en las/rontera;
de la filosqfia 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12.
13. 14. 15. 16.
P.K. Feyerabcnd, Lfmites de la ciencia J.F. Lyotard, ('Por qué/ilos(!Iar? A.C. Danto, ¡listoria.r narraciÓn T.S. Kuhn, ¿Qué SOI1 las revoluciones cient[jlcls? M. Foucault, Tecnologfas del.ro N. Luhmann, "Yociedad.r sistema:
la ambición de la teoría .l. Rawls, Sobre las libertades G. Vattimo, La sociedad transparente H.. Rorty, El giro lingidstico G. Colli, El libro de nuestra crisis K.-O. Apel, T'corla de la verdad.y ética del dis:lll~<;O J. EIster, Dornar la suerte H.G. Gadamer, La actualidad de lo bello G.E.M. Anscombe, Intención
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1.'Or/f'''[l.Ul NAqC •••.•••. A"".,.,.lA r4: ,"\UI'-O
Ediciones
PaidÓs
LC.E. de la Universidad Barcelona
- Buenos
AutÓnoma Aires - México
de Barcelona
Título original: In/en/ion Publicado en inglés por Basil Blackwcll Traducción Cubierta
de Ana Isabel de Mario
r edición,
SUMARIO PublislH'r',
O· ford
Slcllino
Eskeu;u.i
v Pablo
Martín
199 J
prohihidas, sin 1;1ilUlori/,;lciÚn ('s(Tila dt, los lilul;¡n's (1, 1 «CnpYl'ightlt, Quedan riguI-OSallll'IlIC bajo las sanciones establ(~c'ldas en las Il'.\'es. la reproduccic'lJ\ tolal n parcial di esta ohra por .r cllnll;lInipll 1 inforndtico, cualquier medio o procedimiento, rompn'tldidos la I"f'prografía pÚblicos y la distribuciÓn de ej(~lllp¡ares dt' ella Ilwdian!p alquiler o pr('stélnlO
© by Basil Blackwell Publísher, Oxford © de todas las ediciones en castellano Ediciones PaidÓs Ibérica, S.A., Mariano Cubi, 92 - 011021 Barcelona, Universidad Nacional AutÓnoma de México, Ciudad Universitaria, 20 - México, D.F. e Instituto de Ciencias de la EducaciÚn de la Universidad Aut('JJ1ollla d(' Barcl'lona, (1) I (j) IkllatelTa ISBN: Depósito
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INTRODUCCIÓN: Acciones e intenciones, Mas/crin Lo que hacemos y lo que nos pasa Acción voluntaria e involuntaria Causa como culpa Intención y premeditación Intención e intento Eventos y acciones Silogismo práctico en Aristóteles Ausencia de moralismo Mentalismo tradicional Conductismo Filosofía analítica Enfoque computacional Enfoques biológicos Racionalidad y preferencias dadas Conflictos interiores
Jesús
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1. Con mucha frecuencia, cuando un hombre dice: «Voy a hacer tal cosa», decimos que se trata de una expresión de intención. En ocasiones también hablamos de una acción como intencional, e incuso podemos preguntar con qué intención se ha hecho algo. En cada caso empleamos un concepto de {(intención», pero si nos propusiéramos definirlo y tomáramos sólo uno de estos tres tipos de enunciados como si abarcara todo nuestro tema, es muy probable que dijéramos cosas sobre el significado de <
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concepto que ella representa. Sin embargo, no e·jste ningún impedimento para abordar un tema por p lrtes. En consecuencia, comenzaré el estudio con la obscr' ación de las expresiones de intención. 2. Por lo general, nos referimos a la distinc ón cntre una expresión de intención y una predicción cor la a algo claro en términos intuitivos. Normalmente, «Me 10Y a poner enfermo» es una predicciÓn; «Voy a dar un )asco» es por lo regular una expresión de intcnción. La (istinciÓn señalada resulta cn efccto intuitivamente clara en ( 1siguiente sentido: si digo «Vaya suspender este examen», y alguien me replica «Seguro que no desconoces la materia hasta ese punto», puedo aclarar lo que he querido decir e .plicando que estaba expresando una intención y no una ar reciaciÓn de mis probabilidades de éxito. No obstante, si en filosofía preguntamos sobl ~ la diferencia entre, por ejelnplo, «Me vaya poner enfen }O»en su acepción más usual, y «Vaya dar un paseo» también en su sentido más habitual, no resulta muy revelad(.r señalar que una constituye una predicción y la otra una I~xpresión de intención. Pues en realidad estamos preguntan lo qué es cada una de ellas. Supongamos que se dijera 'lue «una predicción es un enunciado acerca del futuro». E to indica que una expresión de intención no lo es. Constitu re tal vez la descripciÓn, o la expresiÓn, de un estado de á limo presente, un estado de ánimo que posee las propiedai les que lo carácterizan como intención. Posiblemente, aún haya que descubrir cuáles son éstas, pero entonces resulta
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ciones se halle vinculada con el futuro, se nos podría preguntar de qué nos sirve distinguir esta vinculación de la relación existente enLre el futuro y la predicción. Tratemos entonces de explicar la predicción. El siguiente ejemplo parece prometedor: una persona dice algo utilizando cierta conjugación verbal en su enuncialilo; posteriormente, la misma proposición, con sólo un cambio de conjugación, podrá calificarse de verdadera (o falsa) a la luz de lo sucedido. Ahora bien, según este criterio, las órdenes y las expresiones de intención también serían predicciones. En vista de las dificultades expuestas más arriba, esto tal vez no represente una objeción. Recogiendo una sugerencia de fzlos6ficas, § 629-630), podríaWittgenstein (Investigaciones mos dar una primera definiciÓn gener"al de la predicciÓn que se parezca a lo anterior, para después, entre las predicciones, diferenciar órdenes, expresiones de intención, apreciaciones, profecías duras, etc. La distinción {
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cuya finalidad en el lenguaje consiste en lograr q\ e la persona haga lo descrito. Digo que es su finalidad en {[lenguaje y no el propÓsito del hablante, en parte pOIque éste puede, desde luego, dar una orden con un propÓ ;ito muy distinto al de su cumplimiento (po,- ejemplo, q le /lO se cumpla), sin que por ello deje de ser una orden. Las condiciones de ejecución para las órdenes CL rresponden a las condiciones de verdad para las propcsiciones. ¿Cuáles son las razones, además de un uso pre~.cindible, para no hacer de las órdenes algo verdadero y fa so segÚn sean o no obedecidas? Por lo regular, una orden se imparte con cier ~a intención, pero no es en sí misma la expresión de una volición; se trata simplemente de la descripción de una ae ción formulada de un modo especial. Esta forma en ocasioJ les adopta una inflexión particular y otras veces unliemJ 10 futuro que posee además otros usos. Generalmente, se evalÚa las órdenes segÚn sea! razonables o no, en lugar de calificadas en función de SI' cumplimiento; pero esto no nos sirve para distinguirl;.s de las apreciaciones del futuro, ya que lo mismo suele s'~r válido para estas Últimas cuando son científicas. (Claro está que las estimaciones no científicas se aprecian por Sl cumplimiento y no por su fundamentación, pues desconc :emos lo que sería una buena fundamentación para este tip:) de conjeturas, por ejemplo, las políticas.) Sin embargo, e ciste una diferencia en cuanto a la clase de motivos con la I 'ual calificamos una orden o una apreciación del futuro c')mo fundamentada. Las razones que justifican una orden y·o son las que indican la probabilidad o la verosimilitud de un suceso, sino, por ejemplo, las que sugieren qué suce~ c>habría que provocar con vistas a lograr un objetivo, o pa -a alcanzar un objetivo razonable. En este sentido, las órd( nes y las expresiones de intención son semejantes. Es natural sentir cierta reticencia a llamar predicciones tanto a las órdenes como a las expresiones de inte! ción. En el caso de las primeras, la razón reside en la gmmática' elemental, por lo cual resulta más fácil desecharbs. Por el
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contrario, en el caso de las intenciones, la gramática nos predispone a aceptar ese dictamen, ya que una forma comÚn de expresar intenciones es mediante el tiempo futuro simple, y de hecho este empleo del tiempo futuro desempefía un papel dominante cuando los niños las aprenden. Pero nuestras objeciones poseen raíces más profundas. Si no hago lo que dije que haría no debe suponerse que haya cometido un error, ni tampoco necesariamente que haya mentido, de modo que en apariencia la verdad de un enunciado de intención no reside en que lleve a cabo lo que he dicho. Pero, ¿por qué no hemos de pensar que esto sólo muestra que existen otras formas de expresar lo que no es verdad, aparte de mentir y equivocarse? No obstante, es posible mentir, y si miento, lo que digo es una mentira debido a algo presente, no futuro. Puedo incluso mentir al decir que vaya hacer una cosa, aun cuando después termine por realizada. La respuesta a esto consiste en que una mentira es un enunciado contrario a lo que uno piensa, y lo que uno piensa puede ser una opinión o la decisión de provocar un suceso. El hecho de que una mentira constituya un enunciado contrario a lo que uno piensa no significa que sea una información falsa sobre el contenido de nuestra conciencia, como cuando mentimos en respuesta al Dime lo que estás pensando». Tal vez uno no «piense» llevar a cabo una acción, fuera de expresada con palabras. Pero entonces, como señaló Quine en cierta ocasión (durante un encuentro de filosofía), es posible que se realice para «convertir en sincera proposición» lo que se ha dicho. Pero si no hago lo que he dicho, mi proposición no era cierta (aun cuando no existan razones para cuestionar mi veracidad en el momento de expresada). Pero la razón de que el comentario de Quine sea una broma reside en que tal falsedad no impugna necesariamente lo que he dicho. En algunos casos, los hechos son, por así decido, impugnados a causa de que no coinciden con las palabras, y no al contrario. En ocasiones, esto ocurre cuando cambio de opinión, pero otro caso es cuando, por ejem«
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plo, escribo algo distinto a lo que creo que estoy es :ribiendo: como señala Teofrasto (Magna Moralia, 1 1189b ':'2) aquí el error es de ejecución, no de juicio. Existen tambi( n oti·os casos: por ejemplo, san Pedro no cambi6 de opin 611 con respecto a su negación de Cristo y, sin embargo, 10 sería correcto afirmar que hizo una falsa promesa de fe. Una orden es en esencia un signo (o símbolo), nientras que una intención puede existir sin el símbolo; 101' ello hablamos de órdenes, no de la expresión de orden, n ientras que hablamos de la expresiÓn de inIenciÓn. Esta es otra razón de la idea muy natural de que, con el fin de ccmprendel' la expresión de intención, debamos tener en cuenta algo interno, a saber, de qué es expresión. Tal consid ?ración nos desanima a denominada predicción, es decir, l na descripción de algo futuro, aun cuando ésta es precisan lente la apariencia de «Vaya hacer tal cosa», y aun cuando «Tengo intenciones de dar un paseo pero no voy a salir» Sllene un poco contradictorio. Aparentemente, la intención es algo que podemo expresar, pero que también los animales (que, por ejerr'plo, no dan órdenes) pueden poseer, a pesar de que carecen de formas para expresada de manera distintiva. Difícilmente podríamos decir que los movimientos de un gato al al' ~cho de un pájaro son una expresión de intención. Del mismll modo, podríamos reconocer en el hecho de que un motor falle su expresión de que está a punto de pararse. En este, entido, la intención difiere de la emoción en que su expn sión es puramente convencional; podríamos calificada de « 'inguística» si se nos permitiera incluir ciertos movimien :os corporales con significado convencional dentro del le nguaje. Me parece que Wittgenstein se equivoca al habla r de la «expresión natural de una intención» (lnvesligacio les filo-,
s6ficas,
§647).
1. Suponiendo Teofrasto.
que fuera cierto que la autoría corre~ ,:Jonde a
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VERBAL
DE LA INTENCIÓN
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3. Necesitamos una línea de investigación más rica que la consideración exclusiva de la expresión verbal de la intención o el intento de comprender de qué es expresión. Pues si consideramos únicamente su expresión verbal, sólo llegaremos a la conclusión de que es una especie (rara) de predicción; y si tratamos de descubrir de qué es expresión, probablemente nos topemos con uno u otro de varios callejones sin salida: con los psicologismos sobre «pulsiones», con la reducción de la intención a una especie de deseo, es decir, a una clase de emoción, o con una intuición irreductible del significado de «Es mi intención». El análisis de la expresión verbal de intención es en realidad útil para evitar precisamente estos callejones sin salida. A todos ellos se llega a causa de que la distinción entre las apreciaciones del futuro y las expresiones de intención se toma simplemente como algo obvio en el nivel intuitivo. Alguien dice: «Vaya dar un paseo», y nosotros afirmamos que se trata de una expresión de intención, no de una predicción. Pero, ¿cómo lo sabemos? Si se lo preguntáramos a la persona en cuestión, seguramente nos lo diría; pero, ¿qué sabe y cómo lo sabe? Wittgenstein demostró la imposibilidad de responder a esta pregunta cuando dijo: Reconoce que tiene o ha tenido la intención de dar un paseo, o que ha empleado las palabras como una expresión de intención». Si esto fuera correcto, debería existir la posibilidad de un reconocimiento erróneo. Es más, cuando recordamos que quisimos hacer algo, la memoria nos revela a lo sumo unas cuantas cosas sueltas de lo que sucedió en nuestra conciencia, las cuales no llegan a integrar esa intención, o sencillamente nos impulsa a emplear palabras como «Tenía pensado ...», sin ni siquiera una imagen mental que nos sirva para juzgar si las palabras constituyen una descripción adecuada. La distinción, entonces, no puede quedar como algo intuitivamente claro, excepto cuando se emplea para contestar en qué sentido alguien utilizó las palabras «Vaya ... » en una ocasión determinada. Podríamos tratar de establecer la distinción diciendo que una expresión de intención es una descripción de algo «
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INTENCIÓN
futuro, en la cual el hablante es una especie de agen ,e, cuya descripción se justifica (si llegara a ofrecer una justif'cación) mediante razones para actuar, es decir, razones de )or qué sería útil o atractivo que la descripción se llevara él efecto, y no mediante pruebas de su veracidad. Sin emb lrgo, al llegar a este punto, no veo adónde nos conduce esa línea de razonamiento, y nuestro tema sigue siendo toda'ía bastante oscuro. Una vez leí unas notas sobre una con' erencia de Wittgenstein, en la cual él imaginaba alguna; hojas arrastradas por el viento que, conforme éste las en) Jujaba, decían: «Ahora iré en esta dirección ... Ahora iré en al luélla». La analogía es insatisfactoria, pues en apariencia n< asigna ninguna función a estas predicciones, excepto la de ser un acompañamiento innecesario de los movimientos de las hojas. Pero se nos podría replicar: ¿qué significa aco'npañamiento «innecesario»? Si queremos decir que, en S1: ausencia, el movimiento de las hojas sería el mismo, la a 'lalogía resulta decididamente mala. Pero, ¿cómo sabemos que el movimiento de las hojas habría sido el mismo si no! lubiera estado acompañado por esos pensamientos? Si qu ~remos decir que es posible calcular sus movimientos é partir solamente de la velocidad y la dirección de los viell tos, así como del peso y otras propiedades de las hojas, ¿segviremos insistiendo en que tales cálculos no pueden incluir lo; cálculos de sus pensamientos? Cuando se le ocurrió a Wttgenstein esta analogía, estaba discurriendo acerca del I ¡ bre albedrío; ahora bien, la objeción no es que asigne Ul \ papel falso a nuestras intenciones, sino únicamente que no describe su papel de ningún modo; sin embargo, éste no era su propósito. Su propósito consistía, evidentemente, en alguna negación del libre albedrío, ya sea que tomemos el viento como un símbolo de las fuerzas físicas que nos afecté n, o de Dios o del destino. La descripción correcta de la j unción de la intención en nuestras acciones tal vez no sea importante para la discusión de ese tema; en todo caso, se 5pecho que ésta era la opinión de Wittgenstein, por lo cual, al presentar este cuadro contra el libre albedrío, se hal 'aba en
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DE UNA PERSONA
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libertad de dejar totalmente a oscuras el papel de la intención. Ahora bien, nuestra descripción de las expresiones de intención, en la cual las distinguimos de las apreciaciones del futuro, nos deja en la misma posición que el cuadro de las hojas arrastradas por el viento. En realidad, las personas explican acontecimientos futuros, para los cuales son una especie de agentes, pero no justifican estas explicaciones mediante razones que las hagan creíbles, sino mediante una clase diferente de razones, que con mucha frecuencia son correctas. A esta clase de explicaciones se le llama expresión de intención. Esta simplemente ocurre en el lenguaje humano. Si lo que buscamos es el concepto de «intención», nuestro estudio ha arrojado resultados que, aunque no son realmente falsos, parecen muy confusos. Obviamente, el sentido de «razón» que aquí empleamos ofrece una línea de investigación fructífera, pero prefiero considerarla primero en su relación con la noción de acción intencional. 4. Así pues, comenzaré una nueva línea de reflexión: ¿cómo sabemos las intenciones de una persona? O también: ¿qué clase de juicios verdaderos podemos formular con certeza acerca de las intenciones de las personas, y cómo sabemos que son verdaderos? En otras palabras, ¿es posible encontrar una clase de juicios del tipo «A tiene la intención X», de la cual podamos afirmar que posee un alto grado de certidumbre? Bien, si queremos decir por lo menos algunas cosas verdaderas acerca de las intenciones de un hombre, tendremos grandes probabilidades de éxito si mencionamos lo que hizo o está haciendo. Pues al margen de cualquier otro objetivo que tenga en mente, o de sus intenciones al actuar como actúa, la mayor parte de lo que digamos directamente a partir de lo que un hombre hace o estuvo haciendo serán cosas que él tiene la intención de realizar. Estoy refiriéndome a la clase de cosas que diríamos en un juicio si fuéramos testigos y se nos preguntara qué estaba haciendo el hombre cuando lo vimos. Es decir, común-
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mente, entre la amplia cantidad de juicios verdac eras que podríamos formular acerca del hombre, nuestra elección coincidiría con lo que él hubiera dicho que hacÍ¡·, tal vez incluso sin pensar en ello, y seguramente sin dar~e cuenta de que era observado. Estoy sentada en una silla ;¡cribiendo, y cualquier persona de este mundo que teng.l uso de razón lo sabría apenas me viera, y normalmente {sta sería su primera descripción sobre lo que estoy hacien{ o. Si tu-' viera dificultades para llegar a esta conclusión y e' \ cambio se diera cuenta de inmediato y con exactitud cÓ no estoy afectando a las propiedades acústicas del cuarto (l na información inasequible para mí), la comunicación en .re nosotros se vería seriamente obstaculizada. Así pues, con el fin de mostrar en líneas gen ~rales la clase de cosas que aquí se pone de manifiesto, puedo tomar un atajo y no explicar la forma en que hago mi elección entre el gran número de juicios verdaderos que puedo formular sobre una persona, ni qué entraña la exis encia de descripciones directas como «Ella está sentada en una silla y escribe». (Esto no quiere decir que no suscite r I'eguntas filosófzcas, p
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la cuestión de cuáles son las intenciones de una persona sólo pueda resolverse definitivamente por ella misma. Una razón de esto consiste en que, comúnmente, no sólo nos interesa su intención de realizar una acción, sino también su intenciÓn en la realizaciÓn del acto, y a menudo esto no puede percibirse a partir de la mera observación de lo que hace. Otra razón es que, por lo regular, no se nos ocurre cuestionar si tiene la intención de hacer lo que hace (porque la respuesta es obvia), y en el caso de que se nos ocurra, el problema se resuelve frecuentemente preguntándoselo. Por último, existe la posibilidad de que un hombre albergue una intención, pero que no haga nada por llevada a efecto, ya sea porque encuentra un impedimento o porque ha cambiado de parecer: no obstante, la intención puede hallarse completa en sí misma, aunque permanezca como algo puramente interior. Todo esto nos obliga a pensar que si deseamos saber las intenciones de una persona debemos buscar en la sustancia de su pensamiento y sÓlo en ella. En consecuencia, si queremos comprender qué es la intención tendremos que investigar una materia cuya existencia se da puramente en el ámbito de la mente, y aun cuando la intenciÓn desemboca en acciones, y la forma en que esto sllcede presenta problemas interesantes, lo que ocurre físicamente, es decir, lo que esa persona hace en realidad, es lo último que necesitamos considerar en nuestra investigación. Aunque quisiera afirmar que es lo primero. Con este preámbulo, pasaremos al segundo punto de la división que he realizado en el § 1: la acción intencional. 5. ¿Qué distingue a las acciones inteIlcionalcs de las que no lo son? La respuesta que voy a sugerir consiste en que aquéllas comprenden las acciones en las cuales resulta aplicable alguno de los sentidos de la pregunta ,,¿Por qué?»; desde luego, el sentido al que nos referimos es el que presenta en su respuesta, de ser positiva, una razón para actuar. Sin embargo, esto no basta, pues las preguntas: «¿Cuál es el sentido pertinente de la pregunta "Por qué"?»
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y «¿Qué se quiere decir con "razÓn para actuar"?" son una y la misma. Para comprender las dificultades que lo anteri)r entraña, consideramos la pregunta: «¿Por qué has tiralo la taza de la mesa?», cuya respuesta sería: «He creído ha ber visto una cara en la ventana y me he sobresaltado». Ah·)ra bien, hasta el momento he caracterizado a la razón paa actuar únicamente en su oposición al hecho para imp icar que algo va a ocurrir, pero en este caso la <'razón» n) prueba que esa persona fuera a tirar la taza de la mesa. fampoco podemos decir que, como menciona algo previo a] l acción, la respuesta es una causa en lugar de una razón. S preguntamos, «¿Por qué lo mataste?», y nos responden: «Mató a mi padre», se trata sin duda de una razón y nI I de una causa, aunque el hecho mencionado sea previo a 11 acción. Es cierto que normalmente no pensamos en co~as como sobresaltarse cuando hablamos de razones para a:tuar. Se podría decir que «sobresaltarse» no es actuar en (1 sentido que sugiere la expresión «razón para actuar». Por lo tanto, aun cuando estamos dispuestos a decir, por ejem¡: lo, «¿Por qué te has sobresaltado tan bruscamente?», esto e~ completamente distinto a preguntar: «¿Por qué has e, cluido a fulano de tu testamento?» o «¿Por qué has Ilam; ldo a un taxi?» Pero, ¿cuál es en realidad la diferencia? La espuesta no es, en ninguno de los casos, factual. ¿Por qué] espingar o sobresaltarse no es una «acción», mientras que llamar a un taxi o cruzar la calle sí lo es? No podemos cont:star que <'se debe a que la respuesta a la pregunta "¿Por qu·~" puede ofrecer una razón en los útlimos casos», pues la ]espuesta puede «dar una razón» en los primeros casos tamb én. Y no podemos replicar: «Sí, pero no una razón para ac 'uan:, ya que comenzarían10s a movernos en círculos. Deb ~mos encontrar la diferencia entre ambas clases de «razón .),despojada del «actuar»; si lo conseguimos, quizá descub ramos lo que quiere decir <,actuap, cuando se utiliza con es e énfasis especial. No sería muy revelador decir que en el caso d ~I sobresalto, la «razón» es una causa. El tema de la causllidad se ¡
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halla en un estado de confusión demasiado grande: sabemos que ésta es una de las circunstancias en que se emplea el término <'causa», pero también sabemos que se trata de un caso bastante extraño de causalidad. El sujeto puede establecer la causa de un pensamiento, de un sentimiento o de un movimiento corporal del mismo modo en que puede localizar el lugar de su dolor o la posición de sus miembros. Tampoco podemos decir: <,Bueno, la "razón" de un movimiento es una causa, y no es una razón en el sentido de "razón para actuar", cuando el movimiento es involuntario; es una razón, en oposición a una causa, cuando el movimiento es voluntario e intencional ». Esto se debe en parte a que, en última instancia, el objetivo de toda esa reflexión es en realidad delinear conceptos tales como lo voluntario y lo intencional, y en parte porque también se puede dar una «razón» que sea solamente una «causa» de lo que es voluntario e intencional. Por ejemplo: «¿Por qué caminas de un lado a otro de ese modo?» «Es por la banda militar: me entusiasma». O bien «¿Qué te hizo firmar por fin el documento?» «La idea de que era mi deber no dejaba de resonar en mi mente, hasta que me dije: "Es lo único que puedo hacer" y firmé». Con mucha frecuencia escuchamos que talo cual proposición es lo que llamamos «razones para actuap, y que es «racional», o «lo que llamamos racional», actuar por razones; pero estos comentarios tienen un sentido fundamentalmente moralista (y el moralismo, según dijo Bradley, es malo para el pensamiento). Por lo demás, dejan intactos nuestros problemas conceptuales mientras pretenden dar rápida cuenta de ellos. En todo caso, esta pretensión no es ni siquiera verosímil, ya que tales comentarios no contienen ni una vaga sugerencia de qué significa actuar por razones. 6. Para aclarar la solución propuesta de que <,las acciones intencionales son aquellas a las que puede aplicarse algunos de los sentidos de la pregunta "¿Por qué?"», expondré este sentido y simultáneamente presentaré casos en que esa pregunta no es aplicable. Vaya emprender la segunda
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tarea en dos etapas, porque lo exprcsado en la Jrimera contribuirá a explicar el sentido pertinente de la J: regunta «¿Por qué?» La respuesta «No estaba pensando cn lo que haCÍa» vuelvc inaplicable la prcgunta, Esa réplica no es ( n realidad una prueba (ya que puede ser una mentira), ~ino una afirmación de que la prcgunta «¿Por qué lo hiciste lo estás haciendo)?», en el sentido que nos interesa, no tiene aplicación. No es creíble una rcspucsta de estc tipo en t lelos los casos; por ejemplo, si le preguntamos a una pers ma que está cortando una tabla por qué ]0 hace, y nos re ,ponde: «No sabía quc estuvicra cOI'lando una labia », tcn Iríamos que averiguar qué quiso decir. Es posible que la pet sana no conociera la palabra «tabla» de antemano y deciu iera expresado de esta manera. Sin embargo, no sicmpre "enemos que preguntarnos qué quiso decir; por ejemplo, el ando le preguntamos a alguien por qué está de pie sobre l1J la manguera y nos contesta: «No sabía que lo esluviera». Como una sola acción puede tener muchas des:ripciones distintas, por ejemplo, «aserrar una tabla», ,aserrar caoba», «aserrar una de las tablas de Pérez», «hanr rechinar el serrucho», «sacar mucho serrín», y así suces vamente, es importantc señalar que un hombre puede saJer que está haciendo una cosa segÚn una descripción perl' no según otra. No siempre sucede que sabe parte de lo qJe hace y no sabe otra parte (por ejemplo, puede saber uue está aserrando pero no que está produciendo chirrido~. con el serrucho). Puede saber que está aserrando una tabia, pero no que está aserrando una tabla de caoba o de Pén ·Z; aunque aserrar una tabla de caoba o de Pérez no es un<· acción diferente a la de estar simplemente aserrando un l tabla. Por esta razón, la afirmación de que una persona slbe que hace X no implica la afirmación de que, en lo concerniente a cualquier otro aspecto de su realización de X, la >ersona sepa que lo lleva a cabo. Por lo tanto, decir que un hombre sabe que realiza X es dar la descripción de lo que luce COll la cual él lo reconoce. Así pues, cuando una pers(J"la dice que «no sabía que estaba haciendo X», y en conse,:uencia
«INTENCIONAL»,
"DESEADO»,
"VOUJNTARIO»
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afirma que la pregunta «¿Por qué?» es inaplicable, no siempre se le puede cuestionar la veracidad de su respuesta por el hecho de que haya prestado atención a los actos que ella misma estaba ejecutando y que componen la realización de X. 7. También es evidente que negamos la aplicación de la pregunta «¿Por qué?» (en su sentido pertinente) si decimos que «fue involuntario», aun cuando fuéramos conscientes de la acción. Pero no puedo utilizar lo anterior según quedó expresado, porque resulta demasiado obvio que el concepto de lo involuntario abarca exactamente las nociones del tipo que debería elucidar la investigación filosófica sobre la intención. En este punto, mediante una digresión momentánea, quisiera refutar la creencia popular de que los términos «voluntario» e «involuntario» se emplean apropiadamente sólo cuando una persona ha realizado un acto ingobernable. Si alguien se siente atraído por esta concepción, debería pensar que a los fisiólogos les interesa la acción voluntaria, y que no asignan un sentido técnico especial al término. Si les preguntamos cuál es su criterio de diferenciación responderán que cuando se trata de un ser humano adulto lo interrogarán, y cuando se trata de un animal considerarán los movimientos mediante los cuales intenta, por ejemplo, conseguir algo, digamos comida. En otras palabras, el movimiento que hace un perro al erguir las orejas ante un ruido repentino no se usaría como ejemplo. Esto no quiere decir que los fisiólogos se interesen en toda descripción de las acciones en las que se pueda considerar la voluntad. Sólo están interesados, desde luego, en los movimientos corporales. También es fácil confundirse por el hecho de que <
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El movimiento peristáltico de los intestinos. El espasmo o sacudida del cuerpo que en oc lsiones se produce cuando uno está a punto de dormirse. e) «Retiró la mano con un movimiento invohlt11 ario de repulsión. » d) «El bien involunta¡'io que le hice con el acto '!'lediante el cual pensaba perjudicarlo.» Ante ejemplos como c) y d), ¿de qué manera voy 1 introducir el «fue involuntario» como una forma de al ular la pregunta «Por qué», empleada en el sentido espe( ial que quiero elucidar, siendo que el propósito de la e1ucid;ción es dar cuenta del concepto «intencional»? Obviamente. no puedo hacerla. Sin embargo, existe una clase de fenómclOs que están englobados bajo el concepto « involuntario» ) que es posible introducir sin la formulación de pregunt,'s ni la suposición de que se comprenden las nociones del t;po que precisamente me propongo investigar. El ejemplo h) pertenece a esta clase, la cual abarca los movimientos COIporales en una descripción puramente física. Otros ejemplos son los tics, los reflejos rotulares y el movimiento de brazo hacia arriba que se observa después de haberlo pre: ionado con fuerza contra una pared. a) b)
8. Es preciso describir esta clase de fenómenos ,;in utilizar nociones con10 <<Íntenciona)", «deseado» o «\ )luntarío», e «involuntario». Ello puede efectuarse de la sil~uiente manera: primero señalamos una clase particular d,~ cosas que son verdaderas con respecto a un hombre, a s,lber la clase de cosas que esa persona sabe sin obse1Vaá in. Por ejemplo, generalmente un hombre conoce la posil iÓn de sus miembros sin observados. Lo sabe sin observaci'm porque nada le muestra la posición de sus miembros no es como si una especie de comezón le indicara que tiene la rodilla Elexionada y no extendida. Cuando podemos hablar de sensaciones que se describen independientement·~ y que en algún sentido constituyen nuestro criterio pan; hacer un comentario, podemos decir que observamos el objeto del comentario. Pero normalmente éste no es el caso) cuan-
«INTENCIONAL",
«DESEADO",
«VOLUNTARIO"
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do sabemos la posición de nuestros miembros, y no obstante, sin pauta alguna, podemos indicarla. Pero digo que la sabemos y no simplemente que podemos indicarla porque existe la posibilidad de acertar o equivocarnos: resulta importante hablar de conocimiento únicamente cuando se presenta un contraste entre «él sabe» y «él (solamente) cree que sabe». De esta forma, a pesar de que hay una similitud entre señalar la posición de nuestros miembros y localizar el sitio de un dolor, quisiera aclarar que ordinariamente sabemos la posiciÓn de nuestros miembros, sin observaciÓn, pero la capacidad de señalar dónde nos duele no es un ejemplo de algo sabido. Esto no es así porque la localizaciÓn del dolor (la sensación, no el daño) deba ser aceptada por la persona a quien se la señalo, pues podemos imaginar circunstancias en que no se acepte, como, por ejemplo, si digo que es mi pie y no mi mano lo que está muy lastimado, pero me toco la mano y no temo ni me opongo a que se manipule mi pie con brusquedad, aunque lo sigo señalando como la parte lesionada. Pero en este caso diríamos que resulta difícil adivinar qué quiero significar, mientras que si alguien afirma que su pierna está extendida cuando la tiene Elexionada, puede ser sorprendente pero no particularmente oscuro. La persona se equivoca en lo que dice, pero no es ininteligible. Por lo tanto, llamo «conocimiento» a este tipo de capacidad de expresión y no solamente «capacidad de expresión». Ahora bien, la clase de cosas conocidas sin observación es de interés general para nuestro estudio porque las acciones intencionales constituyen una subclase de ella. Ya he mencionado que el «No me di cuenta de lo que hacía» es una negación de la pregunta «¿Por qué?», cuyo sentido estamos tratando de establecer; en este punto, puedo añadir que «Sabía lo que estaba haciendo, pero sólo porque lo observaba», también sería una negación de aquélla. Por ejemplo, si nos damos cuenta de que accionamos un semáforo al cruzar la calle. Pero la clase de cosas conocidas sin observación también posee un interés especial en esta parte de nuestra investiga-
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INTENCIÓN
CAUSA Y RAZÓN
Clan porque nos permi te describir la clase p8 ,·ticular de «acciones involuntarias» que hasta aquí sólo a quedado indicada mediante unos cuantos ejemplos: ésta~ son acciones como el ejemplo h) que presentamos más arr ba, y ntleStra tarea consiste en identificar/as sin dar por n sueltas las preguntas que estamos tratando de responder. Los movimientos corporales como el peristaltismo de lo~ intestinos son involuntarios, pero no nos interesan desde e momento en que un hombre no sabe que su cuerpo los es13.realizando, si no es por medio de ]a observación, la infe 'encia, cte. Lo involuntario que nos interesa se limita a a clase de cosas conocidas sin observación, como sabríam )s aun con los ojos cerrados que hemos dado un puntapié cuando el médico nos ha golpeado ]a rodilla, a pesar de qte no podemos identificar una sensación que nos lo indie¡ le. Hablar de «la sensación que experimentamos al dar un puntapié por reflejo cuando se nos golpea la rodilla" 10 se parece, por ejemplo, a ,da sensación de descender el un ascensor». Aun cuando podemos decir «Creí que hab a dado un puntapié reflejo aunque no me moví", nunca dil íamos, por ejemplo, «Las noticias sorprendentes provocan esa sensación»: ésta no es separable, como lo es la se Isación de «descender en un ascensor". Ahora bien, entre las cosas conocidas sin 01 servación, en ocasiones se incluye la causa dc un movin iento. Por ejemplo: «¿Por qué has retrocedido repentinam :ntc?» «La sacudida y el grito que ha lanzado ese cocodril(, me hicieron saltar». (No digo que no haya observado];. conducta del cocodrilo, pero no he observado que eso ne hiciera saltar.) En cambio, en casos como b) ]a causa del novimiento se sabe solamente a través de la observación. Entonces, esta clase de acciones involuntari¡¡, es la clase de movimientos del cuerpo, en una descripción puramente física, que se saben sin observación, y para la ' cuales no existe una causa conocida sin observación. (Por 1 ) tanto, mi sobresalto por la sacudida y el grito del coco dril ) 110 pertenece a esta subclase de acciones involuhtarias.) E ,ta subelase puede describirse sin necesidad de aclarar ar tes el con-
I
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cepto «involuntario». Asignarle un movimiento a negar la pregunta «¿Por qué?"
59 equivaldría
9. En un principio, a] considerar las expresiones dc intención, ha señalado que se trataban de predicciones justificadas, en todo caso, por razones para actuar, como opuestas a las razones para creer en su veracidad. De modo que aquí ya he distinguido un sentido de «¿Por qué?», en el cual la respuesta menciona hechos. «Habrá un eclipse mañana.» «¿Por qué?" «Porque ... », y ]a respuesta constituye ]a razón para creer que así será. O bien: «Aquí hubo un antiguo campamento bretón." «¿Por qué?», y la respuesta constituye la razón para creer que así fue. Pero como ya hemos señalado, una respuesta a la pregunta «¿Por qué?» que no ofrezca razones para creer en la realidad del hecho no proporciona por lo tanto una razón para actuar. Puede mencionar una causa, y esto no es en modo alguno ]0 que queremos. No obstante, observamos que hay contextos en los cualcs resulta difícil explicar la distinción entre una causa y una razón; como, por ejemplo, cuando respondemos a la pregunta «¿Por qué has tirado la taza de la mesa?» con la frase «He visto tal cosa yeso me ha sobresaltado». Ahora bien, podemos ver que los casos en que se presenta esta dificultad son precisamente aquellos cn que la causa misma qua causa (o tal vez deberíamos más bien decir: la causalidad misma) se encuentra en la clase de cosas conocidas sin observación. 10. Llamaré al tipo de causa en cuestión una «causa mental". Las causas mentales son posibles no sólo para las acciones (<< La música marcial me apasiona, por eso camino de un lado a otro»), sino también para sensaciones e incluso pensamientos. Al considerar acciones es importante distinguir entre causas mentales y motivos; al considerar sentimientos, como miedo o enfado, es importante distinguir entre causas mentales y objetos del sentimiento. Para comprender esto, analicemos los siguientes casos: Un niño vio algo rojo en un rellano de la escalera y
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MOTIVOS
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preguntó qué era. Creyó que su niñera le decía qve se trataba de un pedazo de Satán y sintió un tremencio temor (sin duda, ella dijo que era un pedazo de satén) Estaba asustado por aquel pedazo de material; la causa d( su miedo fue el comentario de su niñera. El objeto d( 1 temor puede ser la causa del temor, pero, como comenta v Tittgenstein,2 no es en cuanto tal la causa del temor. (U n rostro repugnante que aparece en la ventana sería, des(e luego, tanto causa como objeto, por lo cual ambos se cc nfunden acción fácilmente.) O también, podemos enfadamos por de una persona cuando lo que /105 produce el e .fado es acordarnos de esa acción o el que alguien nos L refiera. Esta clase de causa de un sentimiento o de una !'eacción puede ser identificada por el mismo individuo, y I ~conocida por otra persona, aun cuando sea distinta a objeto. Observemos que esta clase de causalidad o sentí lo de la «causalidad» se halla tan lejos de adecuarse a las explicaciones de Hume que quienes creen que éste agotó el tema de la causalidad la dejarían completamente fuer:, de sus razonamientos; si se llamara su atención al respc' :to, probablemente insistiría en que la palabra «causa» enl inapropiada o muy equívoca. O tal vez tratarían de re~olver la cuestión a la manera de Hume en lo que se refiere al reconocimiento de la causa por parte de un observador~xterno; pero no desde el punto de vista del agente.
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11. Podría pensarse que cuando se responde é la pregunÚl «¿Por qué?», presentando la intención con q le actúa una persona, por ejemplo, con ]a menciÓn de Ul hecho futuro, también sc trata de una causa mcntal, p ICS, ¿no podría acaso repJantearse la respuesta segÚn la fornia: «Porque quería ... » o «Debido al deseo de ... »? Si me aSéltan deseos de comer nlanzanas y me levanto y voy a la alacena donde creo que hay algunas, podría responder a la pregunta de qué me condujo a esta acción mencionandc I que el 2. Investigaciones
filosÓficas,
§ 476.
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deseo me hizo , etc. Pero no en todos los casos «Hice esto con el fin de » se puede justificar con «sena un deseo que ... ». Por ejemplo, puedo simplemente escuchar que llaman a la puerta y bajar las escaleras para abrir sin tener ningunas ganas de hacerla. O supongamos que me enfurezco con una persona y destruyo un mensaje destinado a ella, de modo que faltará a una cita. Si explico mi acción diciendo: «Quería que faltara a esa cita», no quiero decir necesariamente que pensara: «Si hago esto, éL.», y que tal idea suscitara en mí el deseo de que sucediera, el cual a su vez me condujo a proceder de ese modo. Pudo haber sucedido así, pero no necesariamente. Quizá sólo ocurrió lo siguiente: leí el mensaje, pensé: «¡Ese miserable!», con un sentimiento de rencor, rompí el mensaje y me reí. Entonces, si alguien me preguntara por qué lo hice, dejando claro que quiere que mencione las causas mentales, es decir, qué aconteció en mi mente que me indujera a esa acción, debería darle quizá la explicación anterior, pero normalmente no es ésta la respuesta. No es frecuente que se formule esa pregunta. Tampoco me atrevería a decir que, en caso de ser formulada, siempre recibe una respuesta. Uno puede encogerse de hombros o limitarse a decir: «No sé de qué estás hablando», o «Simplemente se me ocurrió ... » Desde luego, no es preciso que una «causa mental» se refiera a un hecho mental, es decir, a un pensamiento, un sentimiento o una imagen; puede tratarse de una llamada a la puerta. Pero aunque no sea un hecho mental, la persona afectada debe percibirlo (por ejemplo, la llamada debe ser escuchada), de modo que si en este sentido alguien quier"e afirmar que se trata siempre de un hecho mental no tengo ninguna objeciÓn. Una causa mental es la explicaciÓn que uno daría ante esta pregunta específica: ¿qué te llevó a esta acción, pensamiento o sentimiento, qué viste u oíste o sentiste, o qué ideas o imágenes surgieron en tu mente que te indujeron a ello? He aislado esta nociÓn de causa mental porque existen cosas como esta pregunta con este tipo de respuesta, y porque deseo distinguida de las acepciones ordinarias de «motivo» e «intención», y no porque sea en sí
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misma de gran importancia, pues en realidad c,'eo que es secundaria. No obstante, resulta esencial tenel una idea clara de ella porque ll/W concepción muy natura: de «motivo» consiste en que es aquello que mueve (la pala Ira misma lo sugiere), interpretado como «lo que causa» \;.,3 acciones de los hombres, etc. Y quizá se piense entonces ~n
en ocasiol1l s una distinción entrc nuestros motivos y nucstras intenc oncs para actuar como si fueran cosas muy diferentes. Lo intcnción de un hombre es aquello que prctcnde o que ~scoge, su motivo es lo que determina la pretensión o clec :ión, y supongo que «determina» debe de ser eÍ1este caso (Itro término para «causa». En sentido popular, motivo e intención no •.e utilizan como si tuvieran un significado tan distinto. Pe - ejemplo, se habla de «motivos para ganar». Algunos fil'lsofos han preferido considerar esta expresión como clípt 'ca; ganar debe ser la intención y deseos de ganar, el motivo. \1 preguntárscle por su motivo, un hombre puede conteé<:ar: «Quería ... », lo cual complacería a esos filósofos, o «L...>hice con el fin de ... », lo cual no sería de su agrado. Sin e nbargo, el significado de ambas frases es idéntico. Decir qu ~los motivos de un hombre son buenos puede ser lo r ¡ismo que llamar buenas a sus intenciones, por ejemplo, «~ólo quería tranquilizar a sus amistades». No obstante, incluso en sentido popular, exis'e una distinción entre el significado de «motivo» yel de «iltención». Por ejemplo, si un hombre mata a alguien, pUl de decirse que lo hizo por amO!-y piedad, o por rencor. Est<, podría en realidad formularse como «para Iiberarlo de su 1 ~rrible sufrimiento» o «para deshacerse de ese cerdo». P.Ero aunque éstas son formas de expresión que indican un ob etivo, quizás estén manifestando el espíritu con que el hon bre come-
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tió cI asesinato, en lugar de explicar el fin para el cual el crimen fue un medio, es decir, la situación futura provocada por el acto de matar. Y esto nos demuestra parte de la distinción que existe entre las acepciones populares de motivo e intención. Poddamos decir que, popularmente, «motivo de una acción» posee una aplicación mucho más amplia y diversa que «intención con que se ejecutó el acto». Cuando un hombre, en su habla común, nos refiere cuál fue su motivo y lo hace de una manera en que «motivo» no es intercambiable con «intención», no está proporcionando una «causa mental», en el sentido que le he dado a este término. En realidad, la identificación de las causas mentales puede contribuir a hacer inteligible su afirmación. Por otra parte, aunque la persona manifieste que su motivo fue éste o aquél, sin vacilar ni mentir, esto es, sin decir cosas que sabe o medio sabe que son falsas, es posible, no obstante, que la consideración de diversos aspectos, que pueden incluir las causas mentales, provoque que ella misma y quienes la escuchen juzguen como falsa la declaración de su propio motivo. Sin embargo, creo que rara vez las causas mentales constituyen algo más que un aspecto muy trivial entre las cosas que sería razonable analizar. En cuanto a la importancia de considerar los motivos de una acción, en contraposición al examen de la intención, me alegra no estar escribiendo sobre ética o crítica literaria, áreas a las que pertenece este problema. Los motivos pueden explicamos las acciones, pero ello no quiere decir que las «determinen», en el sentido de causarlas. Acostumbramos a decir: «Su amor a la verdad fue la causa de que ... », y frases semejantes, e indudablemente tales expresiones contribuyen a que pensemos que un motivo debe de ser lo que produce o provoca una elección. Pero más bien, esto significa: «Lo hizo porque amaba la verdad», es decir, interpreta su acción. Quien observe las confusiones implicadas en la distinción radical entre motivos e intenciones y en la definición de los motivos, así diferenciados, como los determinantes de la elección, puede sentirse inclinado con facilidad a ne-
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gar que exista algo semejante a la causalidad mental .v que «motivo» signifique algo distinto de intención. Pero ambas negaciones son erróneas. Generaremos confusiones si no observamos que: a) existen fenómenos que merecen el nombre de causalidad mental, en tanto podemos formular la pregunta «¿Por qué?», solicitando una respuesta del tipo 'que he considerado bajo ese encabezado; b) la causalidad mental no se limita a las elecciones ni a las acciones voluntarias o intencionales, sino que tiene una aplicación más amplia; se restringe al campo más general de las cosas que el agente sabe pero 110 como observador, por lo cual incluye algunas acciones involuntarias; e) los motivos no son causas mentales, y ti) existen aplicaciones de «motivo» distintas a las aplicaciones de «la intención con que actúa un individuo». La venganza y la gratitud son motivos. Si mato a alguien como un acto de venganza puedo decir que lo hago para ser vengado o que mi objetivo es la venganza. Sin embargo, esta última no es algo posterior que se obtiene al matar a una persona, más bien el acto de matarIa es la venganza. Si me preguntan por qué la maté, contestaré: «Porque asesinó a mi hermano». Podemos comparar esta respuesta, que describe un hecho concreto del pasado, con la respuesta que describe un hecho concreto del futuro y que en ocasiones recibimos como enunciaciones de objetivos. Lo mismo sucede con la gratitud, el remordimiento y la piedad aplicados a algo específico. Estos motivos sólo difieren de, pongamos por caso, el amor, la curiosidad o la desesperación en lo siguiente: se presenta un hecho que ha ocurrido (o que está ocurriendo en el presente) como fundamento de una acción o una abstención que resulta buena o mala para la persona (que puede ser uno mismo, como en el caso del remordimiento) a quien está dirigida. Y si, por ejemplo, quisiéramos explicar la venganza, diríamos que se trata de lastimar a una persona porque nos ha hecho daño; no necesitamos añadir una descripción de los sentimientos que originaron la acción ni de los pensamientos que la 13.
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acompañaron. En cambio, no es posible explicar de la misma manera la afirmación de que un individuo hizo algo por amistad. Llamaré a la venganza, la gratitud, el remordimiento y la piedad motivos retrospectivos, para diferenciarlos de los motivos en general. Estos últimos constituyen un tema muy escabroso en el que no deseo profundizar. Consideremos la aseveración de que uno de los motivos para suscribir cierta solicitud consistió en la admiración que siento por su promotor, X. Si alguien me preguntara: «¿Por qué la suscribiste?», podría contestar: «Bueno, por una parte, X, que la está promocionando, hizo ... », y describir su proceder en términos entusiastas. Podría añadir: «Por supuesto, ya sé que ésta no es razón para suscribida, pero estoy segura de que fue una de las cosas que más influyeron en mí». En realidad, digo «consideremos esto» para poder decir «no lo examinemos aquÍ». Es un problema demasiado complejo. ,~La explicación de «motivo» que popularizó el profesor Ryle no parece apropiada. Ryle recomienda que «presumía por vanidad» se interprete como «presumía ... y al hacerla satisface la proposición, con carácter de ley, de que siempre que encuentra una oportunidad para granjearse la admiración y la envidia de los demás hace todo lo que, según cree, las despertará».3 Este pasaje es más bien curioso y evasivo en su expresión; parece indicar, y soy incapaz de entender si no quiere decidu, que no se puede decir que un hombre estaba presumiendo por vanidad a menos que siempre se comportara vanidosamente, o que lo hiciera con múcha frecuencia. Pero esto no parece ser cierto. Presentar un motivo (de la clase que he llamado motivo en general, en contraposición con motivos e intenciones retrospectivos) equivale a decir algo como «Veamos la acción a e<;ta luz». La explicación de nuestras propias acciones indicando un motivo implica colocarlas bajo cierta perspectiva. Con frecuencia brindamos este tipo de explicación en 3. The Concept ofMind,
pág 89.
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respuesta a la pregunta «¿Por qué?» La cuestión de si la luz con que iluminamos nuestra acción es verdadera resulta particularmente difícil de abordar. Motivos como la admiración, la curiosidad, el desprecio, la amistad, el miedo, el amor a la verdad, la desesperación y muchos otros pertenecen a esta clase en extremo compleja o se encuentran orientados al futuro o se presentan combinados. Digo que un motivo está orientado al futuro si es una intención. Por ejemplo, afirmar que una persona hizo algo por temor a ... equivale frecuentemente a decir que lo hizo para que ... o con el objeto de que ... no sucediera. 14. Dejemos el tema de los motivos en general o motivos «interpretativos» y regresemos a los motivos retrospectivos. ¿Por qué sucede que con la venganza y la gratitud, la piedad y el remordimiento, el hecho pasado (o la situación presente) es una razón para actuar, y no sólo una causa mental? Observemos que el aspecto más notable de estos cuatro motivos es la forma en que involucran el bien y el mal. Por ejemplo, si le estoy agradecida a una persona es porque me ha causado algÚn bien, o al menos creo que lo ha hecho, y no puedo mostrar gratitud mediante una acción concebida para dañarla. Con respecto al remordimiento, siento repulsión por ciertas cosas que me resultarían buenas; no podría expresar remordimiento procurándome diversiones, o con algo que no considero malo. Si llevo a cabo un acto de venganza que resulte provechoso para mi enemigo en vez dé perjudicial, mi acción, en tanto que provechosa para él, es involuntaria. Estos hechos constituyen la clave del problema que nos ocupa ahora. Si el agente debe concebir la acción como algo que produce cierto tipo de bien o mal y el hecho pasado como bueno o malo, para que este último se convierta en una razón para la acción, entonces esta razón no representa una causa mental sino un motivo. Ello se manifestará en la elaboración de la respuesta que el agente dé a la pregunta «¿Por qué?»
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Podría parecer que el punto más importante no fuera éste, sino la posibilidad de cuestionar la acción propuesta y que la réplica haga mención de algo pasado. «Vaya matarlo». «¿Por qué?» «Mató a mi padre.» Pero con ello demostraremos que olvidamos el curso de nuestra investigación. Aún no sabemos qué es una acción propuesta; hasta aquí sólo podemos describirla como una acción predicha por el agente, ya sea que éste no justifique su predicción o que para justificada aluda a una razón para actuar; y es precisamente el significado de la expresión «razón para actuar» lo que de momento estamos tratando de elucidar. ¿No es posible predecir las causas mentales y sus efectos? ¿O incluso sus efectos después de que se han producido las causas? Por ejemplo, «Esto va a irritarme». En este punto cabría destacar que es un error creer que no se puede elegir entre actuar o no actuar por un motivo. Un ejemplo de ello nos lo dio Platón cuando le dijo a un esclavo: «Te golpearía si no estuv.iera enfadado». O un individuo puede tener el propósito de no hacer comentarios sobre cierta persona porque es incapaz de referirse a ella sin envidia o sin admiración. Hemos logrado distinguir entre un motivo retrospectivo y una causa mental y hemos encontrado que, al menos en este aspecto, lo que el agente dice en respuesta a la pregunta «¿Por qué?» es una razón para actuar si al tratarla en tanto tal la concibe como algo bueno o malo y considera que su propia acción causa un bien o un mal. Si, por ejemplo, pudiéramos mostrar que la acción de la cual se ha vengado era inofensiva o benéfica, el agente ya no tiene una razón, excepto si va precedida por un «Yo creía». Si se trata de una venganza propuesta, el agente deberá abandonarla o cambiar de razón. Este descubrimiento no afectaría a una afirmación de causalidad mental. AúnJalta por determinar si el bien y el mal desempeñan, en términos generales, una función esencial dentro del concepto de intención. Hasta aquí, sello los hemos introducido en tanto que establecen una clara diferencia entre motivos retrospectivos y causas mentales. Cuando la respuesta a la pregunta «¿Por qué?», referida a una acción presente, describe una situa-
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ción futura, se la distingue inmediatamente de una causa mental por el simple hecho de aplicarse al futuro. Por lo tanto, hasta el momento no parece existir la necesidad de decir que la intención como tal es intención de un bien o un mal.
medida en que se explica mejor como una reaCCIón cuya está considerada en la interpretación del agente, o una reacciÓn rodeada de pensamientos y preguntas, nos sentiremos más inclinados a emplear el término «razón». Sin embargo, en la mayoría de los casos la distinción no tendría sentido. Pero ello no significa que siempre carezca de sentido. Podríamos llamar «completos» a los casos en que fundamos la distinción en un principio, es decir: de un lado, el caso de, por ejemplo, la venganza, y del otro, lo que provocó que nos sobresaltáramos y tiráramos la taza de la mesa. En términos generales. se establece que algo es una razón si podemos argumentar en contra de ello; no como cuando alguien dice: «Los ruidos no deberían sobresaltarte de ese modo; harías bien en consultar a un médico», sino de una manera que lo vincule con motivos e intenciones: «¿Lo hiciste porque te dijo que lo hicieras? Pero, ¿por qué hacer lo que él dice?» Respuestas como «Ha hecho tanto por mí», «Es mi padre», «Me habría ido mal si no lo hubiera hecho», colocan la respuesta original entre las razones. Desde luego, «razones» se une aquí a nuestra explicación general. Así pues, los casos completos son los que se deben considerar para entender la distinción entre razón y causa. Pero cabe destacar que no es verdad la aseveración tan común de que la razón y la causa son siempre nociones que se diferencian nítidamente.
15. Pero consideremos ahora este caso: -¿Por qué lo hiciste? -Porque él me lo dijo. ¿Se trata de una causa o de una razón? Aparentemente, dépende en gran medida de cuál fue la acción o cuáles fueron las circunstancias. Y normalmente nos negaríamos a establecer una distinción entre la razón y la causa de este tipo de problema, pues hemos explicado que éste es el objetivo que el agente manifiesta cuando le preguntamos qué lo impulsó y provocó la acción. Pero el hecho de que le hayan dado una razón para actuar y haberla aceptado podria ser lo mismo. ¿ Y cómo vamos a diferenciar entre causa y razón en casos como el de haber colgado el sombrero en una percha porque nuestro anfitrión ha dicho: «Cuelgue su sombrero en la percha». Pienso que tampoco sería correcto decir que se trata de una razón y no de una causa mental debido a que hemos comprendido las palabras, lo cual nos ha llevado a la aceptación de la sugerencia. Ello equivaldría a tratar de comparar este caso con el de, por ejemplo. darnos la vuelta al escuchar que alguien silba. Pero en realidad, esto último no se situaría definitivamente de uno u otro lado. Si nos viéramos obligados a elegir entre considerar el sonido como razón o como causa, probablemente decidiríamos basándonos en la rapidez de la reacción. Aún más, en el siguiente caso no se presenta el problema de la comprensión de un enunciado: «¿Por qué hiciste girar tus índices en torno a tus sienes?» «Porque él estaba haciendo lo mismo». Esto no es muy diferente de colgar nuestro sombrero porque el anfitrión lo haya indicado. En líneas generales, si nos fuerzan a ahondar en la distinción, cuando la acción se explica mejor como una mera respuesta, nos inclinamos más por el término «causa»; en cambio, en la
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16. Resultará provechoso resumir en este punto las conclusiones a las que hemos llegado hasta el momento. Las acciones intencionales constituyen una subclase de los hechos en la historia de un hombre que éste conoce no sólo porque los haya observado. En esta clase más amplia se incluye un tipo de acciones involuntarias, caracterizadas por el hecho de que la causalidad mental queda excluida de ellas; y a su vez la causalidad mental se distingue porque se conoce sin observación. Pero las acciones intencionales no se caracterizan únicamente por estar sujetas a la causalidad mental, puesto que hay acciones involuntarias que no
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excluyen a esta última. Por lo tanto. las acciones intencionales son aquellas que permiten la aplicación cle la pregunta «¿Por qué?», en un sentido especial que hasta aquí se explica como sigue: la pregunta no tienc csc scntido si la respuesta es factual o presenta una causa, que incluvc las causas mentales; en caso contrario, la respucsta puccle a) mencionar sencillamente un suceso del pasado, 17) interpretar la acción o c) mencionar algo futuro. En los casos b) y c), la respuesta se caracteriza de inmediato como una razón para actuar, es decir, como respuesta a la pregunta «¿Por qué?», formulada en el sentido requerido; y en el caso a), será una respuesta a esa pregunta si las nociones del bien y del mal se hallan implicaclas en su significado como respuesta, o si la investigación posterior demuestra que está vinculada con un motivo «interpretativo» o una intención con la cual proceder. 17. Puedo ahora terminar mi exposición sobre los casos en que nuestra pregunta «¿Por qué?» no tiene aplicación. Vimos que resultaba inaplicable cuando la respuesta del agente era «No me he dado cuenta de lo que hacía», y también si la respuesta indicaba que «obsenJaba que lo estaba haciendo». Había además una tercera circunstancia en la cual esta pregunta resultaba inaplicable, a saber: cuando la acción se caracteriza de alguna manera por no dar lugar a lo que denomino causalidad mental. Este sería el caso si, por ejemplo, la única forma de tratar una pregunta sobre la causa fuera mediante especulaciones o explicando por qué habría que considerar un hecho determinado como su causa. Por ejemplo, si preguntamos: «¿Qué te ha hecho saltar de esa forma?», cuando una persona acaba de sacudirse con el espasmo que en ocasiones se produce antes de quedarnos dormidos, el interrogado podría no hacer caso de la pregunta o decir: «Ha sido involuntario; ya sabes, a veces uno tiene esos espasmos». Ahora bien, un indicio de la negación de esa pregunta particular, «¿Qué te ha llevado a hacerla?», consiste en que contestamos cosas como ((No sé si alguien conoce la causa» o «¿No tiene algo que
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ver con descargas eléctricas?», y que ése es el único sentido que atribuimos a «causa» en estos casos. Desde luego, una respuesta posible a la pregunta «¿Por qu~')" es "SÓlo se me ha oCIIITido h;lCerlo".
(l
"Ha sido
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imptIlso". o « PUl' ninguna l'azon parliculan>, o «Ha sido una acción sin sentido, sólo estaba garabateando». No denomino negación de la pregunta a respuestas de este tipo. La pregunta no se vuelve inaplicable porque la respuesta exprese que no hay razón, del mismo modo que la pregunta de cuánto dinero tengo en la cartera no resulta inaplicable si la respuesta es «Nada». Una respuesta que posee un interés muy peculiar es: «No sé por qué lo he hecho». Esta puede tener un sentido que no se refiera a que quizás existe una explicación causal que uno desconoce. Se aproxima a «Me he encontrado haciéndolo», «Me he oído decir ...», pero resulta apropiada para acciones que parecen exigir alguna razón especial, y no tenemos ninguna. Sugiere sorpresa ante nuestras propias acciones, aunque esto no es una condición suficiente para darla, pues podemos estar un poco sorprendidos sin necesidad de utilizar esa expresión, por ejemplo, cuando hacemos un jueg9 de palabras que no corresponde a nuestro estilo habitual. .l< No sé por qué lo he hecho» constituye quizás una expresión frecuente entre personas a quienes se sorprende cuando cometían un delito trivial, en cuyo caso suele estar acompañada por «Ha sido un impulso». No tendré en cuenta este uso porque se ha convertido en un formulismo, y porque en realidad no es extraño sentirse inclinado a cometer delitos triviales sin necesidad (lo extraño radica únicamente en que no nos disuadan algunas consideraciones obvias, y no en que pensemos hacer ese tipo de cosas). En ocasiones, nos podemos preguntar: «¿Y ahora por qué he hecho esto?», por ejemplo, cuando descubrimos que hemos colocado un objeto en un lugar bastante insólito. En cambio, «No sé por qué lo he hecho» puede ser dicho por alguien que no descubre que lo ha hecho; se da cuenta de ello mientras lo está haciendo, pero acude a esta expresión como
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si quisiera decir: «Es el tipo de acciones que parece exigir una razón». Como si existiera una razón que debiera saber. Desde luego, en este caso no se trata del sentido pertinente, aunque el psicoanálisis lo convenza de algo como su razón, o de si encuentra la razón en algún plan o inspiración de origen divino o diabólico, o de una explicación causal en el hecho de haber sido hipnotizado previamente. Yo misma siempre evito utilizar esas palabras de esta forma, pero ello no me lleva a suponer que carezcan de sentido. Se trata de un curioso caso intermedio: la pregunta «¿Por qué?» es y, sin embargo, no es aplicable; lo es en el sentido de que se"'la admite como una pregunta apropiada; no lo es por cuanto la respuesta consiste en que no hay respuesta. Más adelante discutiré la diferencia entre lo intencional y lo voluntario, y una vez establecida esa distinción podremos decir: una acción de este tipo es voluntaria y no intencional. También veremos (§ 25) que hay otros casos más comunes en los cuales no se comprueba que la pregunta «¿Por qué?», sea inaplicable y, sin embargo, no tiene aplicación.
cluir esta forma de expresión del lenguaje» consiste aparentemente en que (~susignificado carece de sentido». El argumento sigue aproximadamente esta línea: ¿qué significa? Que esas personas perciben lo mismo que yo cuando tengo una, imagen visual. ¿Y qué tengo yo? Algo como esto. De aquí Wittgenstein pasaba a refutar las definiciones ostensibles internas. El paso siguiente consiste en considerar cuál es el juego linguístico que se manifiesta con «tener una imagen visual» o «ver con los ojos de la mente». No se trata solamente de decir estas cosas, ni se puede explicar por el hecho de que se formulan con la referencia correcta (esto quedó demostrado mediante la refutación de las definiciones ostensibles internas). La conclusión es que el juego linguístico de «ver» forma parte necesaria del juego de «ver con los ojos de la mente», o más bien, que sólo podemos identificar al Último como un juego linguístico si el primero se construye con las mismas palabras. El resultado del argumento, de tener éxito, es que ahora evitaremos decir «Quizá los ciegos ..., etc.» Por ello Wittgenstein habla de «terapias». La «exclusión del lenguaje» no se realiza por las leyes, sino por la persuasión. El «significado que carece de sentido» es el tipo de significado que sugieren nuestras expresiones; la sugerencia se origina en una «falsa asimilación de lt5sjuegos». Sin embargo, el caso que nos ocupa es enteramente diferente. Si decimos: «No tiene sentido que este hombre diga que ha hecho esto sin ninguna razón en especia!», no estamos «excluyendo una forma de expresión del lenguaje»; estamos diciendo que «no podemos entender a un hombre así». (El interés de Wittgenstein parece haber pasado del primer tipo de «falta de sentido» al segundo a medida que desarrollaba sus Investigaciones filosóficas.) Del mismo modo, «No me he dado cuenta de lo que hacia» es en ocasiones inteligible, a veces extraño y en algunos casos resultaría ininteligible. Requeriría bastante destreza emplear el lenguaje frecuentemente con este tipo de ininteligibilidad; sería tan
18. Respuestas como «Por ninguna razón particular» o «Sólo se me ha ocurrido» y otras son con frecuencia totalmente inteligibles, en ocasiones extrañas y a veces ininteligibles. Es decir, si alguien tomara todos los libros verdes de su casa y los extendiera cuidadosamente por el techo, y luego diera una de estas respuestas para contestar a la pregunta «¿Por qué?», sus palabras resultarían ininteligibles excepto como una broma. Serían ininteligibles no porque desconozcamos lo que ellas significan, sino porque no podríamos desentrañar lo que la persona quiso decir al empleadas en ese contexto. Resultará útil abundar un poco sobre estas distintas formas de ininteligibilidad. Wittgenstein dijo que cuando calificamos algo como un sinsentido, no es que su significación carezca de sentido, sino que una forma de expresión queda excluida del lenguaje. Por ejemplo, «Quizá los ciegos de nacimiento tienen imágenes visuales». Sin embargo, el argumento para «ex-
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. difícil como entrcnarnos para expresar con fluidez rcvoltijos de palabras largos y espontáneos. Vemos, pues, que las preguntas que permitcn la aplicación de la pregunta «¿Por qué?» pertenecen a una categoría más amplia que las respuestas que ofrecen razones para actuar. Ahora podemos definir la pregunta «¿Por qué?» como aquella para la cual se espera una respuesta de esa categoría. y con esto hemos delineado a grandes rRsgos el campo de las acciones intencionales. . No añadimos nada relativo a la acciÓn en el momento en ue se realiza si la describiínos como intencional. Llamar de ese modo es asignada a la clase de las acciones intenciona es, y por lo tanto indicar que debemos considerar pertinen la pregunta «¿Por qué?» en el sentido que ya he explicado, r el momento no vaya inquirir por qué esta pregunta puede .plicarse a algunos hechos y no a otros, El siguiente ra namiento demuestra que una acciÓn no se denomina «in ten 'anal» en virtud de alguna característica adicional que ex te cuando se efectúa. Supongamos que encontramos tal ca cterística y que la llamamos «I ». Ahora bien, no se puede a 'rmar el carácter intencional de la acción sin presentar la de ripción según la cual es intencional, pues la misma acció puede resultar intencional según una descripción y no inte ional según otra. No obstante, si existe una acción inten 'anal, lo intencional es algo que realmente ocurrió. Sin du a, un hombre contrae ciertos músculos para coger un marti o, pero por lo general sería falso decir que la contracció de sus músculos constituye el acto intencional que acaba e realizar. Esto significa que la contracción de sus músculo no sea intencional. Vamos a denominada «preintenciona . ¿Debemos afirmar que I. que supuestamente es la carac rística en virtud Ade la cual su a.cción resulta intencional, c nstituye álgo que acompaña a una acción preintendonal, u movimiento de su cuerpo? De ser así, el movimiento preinten 'onal + 1 garantiza que se lleve a efecto tUJa acción inten .anal; pero ¿cuál? Es evidente que nuestro símbolo «1» de
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.ACCIÓN INTENCIONAL
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terpretarse como la descripción, o el portador de una re ación interna con la descripción de una acción. Pero nada en hombre considerado en sí mismo en el momento de contraer sus músculos puede determinar el contenido de esa de cripción; y ésta por lo tanto puede ser cualquier des~ripc'ón, si solamente consideramos lo que se determina con respe to al hombre en sí mismo durante ese momento. Entonces s trata simplemente de un feliz accidente el que un 1 aplicab ai contexto más amplio y a consecuencias posteriores sie lpre acompañe a los movimientos preintencionales con los cuales el hombre ejecuta una acción intencional determ ada. Lo que convierte en verdadero el hecho de que el mo imiento del individuo sea el medio con el cual realiza una cción específica no incide en modo alguno sobre el 1 que t'ene lugar, a menos que supongamos un mecanismo por el cu 1 pueda producirse un 1 apropiado a la situación en virtud el conocimiento que el hombre posee con respecto a ella ( resupone, por ejemplo, que sus contracciones musculares lo levarán a sujetar el martillo, y de esta manera se produce 1 correcto). Pero no es probable que así suceda, pues un hombre muy difícilmente tendrá alguna conciencia de sus a os preintencionales. Además, queremos sin duda que 1 ten a cierto efecto sobre lo que ocurre. ¿Acaso el individuo ob rva que 1 va seguido frecuent'emcntc por la realización de u descripción, y por ello recurre a I? Pero entonces esto con 'erte al mismo acto de recurrir a 1 en una acción intenciona , para la cual tendremos que buscar un segundo 1. De esta rma, la suposición de que una característica del momento e actuar vuelve intencionales las acciones nos conduce a c fusiones insalvablcs, por lo cual debemos' abandonada. y cuando describimos acciones intencionale en tanto que tales, sería un error buscar la descripción fun mental de lo que ocurre, como el movimiento de los múscu s o de las moléculas, para. después pensar en la intención amÓ algo, quizá muy complejo, que la califica. Los Únicos he os que deben considerarse son las acciones intencionales m'smas, y llamar intencional a una acción significa que e